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/ PURCHASED FOR THE
UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY
FROM THE
CANADÁ COUNCIL SPECIAL GRANT
FOR
latín -AMERICAN STUDIES
MÉXICO MODERNO
REVISTA DE LETRAS Y ARTE
DIREaOR:
ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ
TOMO II.
Febrero- Julio de 1921.
MÉXICO
EDICIONES MÉXICO MODERNO
1921
POEMAS EN PROSA
PERDIDOS los ojos por tu vasta extensión, mar bonancible, có-
mo palpita mi seno al compás del suave ritmo de tus pequeñas
días. Tal parece que se me difunde la vida ante la sonrisa liala-
gadora de tu serenidad. Ese blanco chapoteo semeja el golpe acariciador
de manecita enguantada. No, no quiero recordar tu faz espantable,
tu ceño fulminante de los días en que desataá los vientos de las cuatro
plagas de la tierra, y los arremolinas como poseído de vértigo. ;.Para
qué? Hoy te desperezas, tigrezno juguetón. Y el mundo se alegra en
torno; y bebo su alegría,, voluntariamente olvidadizo de los terro-
res que dejó atrás y que me esperan.
II
ENTOLDABA todo el cielo un tapiz ceniciento, que rompía a tre-
chos pequeña mancha azul, como sonrisa involuntaria en un ros-
tro nublado. La frialdad de la mañana parecía condensai^se. La
calle desierta dormitaba. Sólo un hombre pasaba con la cabeza sumida
entredós hombros y los brazos cruzados por detrás. Me hizo el efecto de
que aquella plancha desbruñida del firmamento descansaba sobre el
viandante y de que su a'lma también se entumía bajo el peso.
E
III
NTRÉ en la sala de operaciones, vi lia mesa de blanca piedra toda
manchada de sangre negruzca ; me pareció repulsiva, como si s<>-
bi'e ella flotara espeso vaho de dolor. La vi otra vez, brillando en
4 MÉXICOMODERNO
su prístina albura ; el agua lustral de una blanda esponja la había pu-
rificado a los ojos. Y pensé con angustia, con horror, en eíL campo devas-
tado por la batalla; y me lo figuré después recubierto con apacible
manto de césped mullido, salpicado de manchas de oro.
IV
LA vida, impasible, había desgastado su cuerpo, se había encarni-
zado sin cólera en sus miembros* nunca antes robustos. Sólo
sus ojos conservaban su brilloi, y su lucidez para mirar jwr
denti^o y por fuera. Neblí de almas, que muchas veces se le revelaban
al desnudo. Triste don, que él hubiera trocado gustoso por la venda
Manda y espesa de las ilusiones juveniles. Y recordaba con amargura
que, cuando no veía, anhelaba ver; mientras que ahora aborr-ecía su
perspicacia estéril.
QUÉ remontadas van esas aves ligeras! Cómo traspasan en su
vuelo aquellos albos vellones de nubes. Suyo, suyo,, todo él es-
pacio inmenso. Qué encogida las ve mi alllma aquí abajo. Tam-
bién ella tuvo alas. ¡Hace tanto tiempío!
ENKIQUE JOSÉ VERONA.
Habana, 3920.
EL ROMERO ALUCINADO
(DBL I^IBBO en PBBN8A
"L.A PALABRA DEL VIENTO")
ROMERO de la aurora^
romero,
di si miras el alba o el sendero.
Vas de espalda al oriente
y tu sombra se alarga indefinidamente.
¿Por qué vuelven los ojos
a los celajes rojos,
y no miras la faja del camino f
Hay a tu frente el ala de un destino,
y delante,
se prolonga la cinta alucinante
del camino.
Romero de la tarde,
romero,
di si miras la tarde o el sendero.
Suena en la lejanía
una conturbadora melodía^
y a las luces de ocaso,
más de algún peregrino tuerce el paso
y de la buena ruta se desvía,
absorto en el cobarde
y fatal sortilegio de la tarde.
Romero de la noche,
romero,
di si miras la luna o el sendero.
La embaucadora luna
ensueño y luz aduna.
s
MÉXICO MODERNO
Más de algún peregrino^
esclavo de su luz perdió el camino^
y extraviado y demente
vaga de noche indefinidamente . . .
Romero de la noche,
romero^
di si miras la luna o el sendero.
LA CIUDAD ABSORTA
OPLABA un manso viento de aquel lado del mar
La turba era una sola alma para escuchar.
Se concentraba todo en el vago sonido
que venia de lejos . . . La tarde era tan pura
y la emoción tan honda, que el alma hubiera oído
el vuelo de un celaje cruzando por la altura,
el vuelo de iin celaje
en la paz infinita de un misterioso viaje.
Sólo el fnar prolongaba su angustioso tormento
mientras la turba oía la palabra del viento.
Ciudad que vi una tarde y cuyo nombre ignoro,
ciud<id de vida unánime y silencios de oro;
ciudad absorta y muda, ciudad cuyo sentido
único es la insaciable codicia del oído;
ciudad a quien la llama de crepúsculos rojos
no despierta una sola inquietud en los ojos;
ciudad que nada mira, ciudad que a nada atiende
porque escucha y comprende. . .
Urbe de cuyos hombres, al pasar a su lado,
no podré decir nunca que me hubiesen mirado;
vieja ciudad fantástica de quien decir no acierto
si la crucé dormido o la soñé despierto . . .
¡He perdido tu rumbo! ¿Quién me dirá si existes,
obsesión de mis horas infecundas y tristes?
¡ Quién sabe si entre sueños te volveré a escuchar,
oh, viento que soplabas de aquel lado del mar!. . .
LUNA MAT ERNA
LUNA MATERNA
D£JA caer la noche sus d()s alas cansadas,
y tú, corazón mío, tiemblas y te arrebujas
cual niño que en su lecho de cortinas carradas
pévidamente sueña con relatos de brujas.
Eres niñez insomne en cuna de tinieblas.
Preludia tu garganta el angustioso grito
que no sonará nunca, y tu vida repueblas
ton los viejos pavores de un miMerio infinito.
El toldo de la noche se perfora con una
ráfaga repentina . . . Pálida e ilusoria.
u tu sueño de espantos se ha asomado la luna
como una huena madre, con una palmatoria
^n la mano, que aparta los velos de la cuna,
ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ
LA SONATA Y LA SINFONÍA
LLÁMASE SONATA (puro sonido de instrumentos músicos, vibra-
ción exclusiva sin voz humana ni canción), lal conjunto de trozos
cuya síntesis forma, según el musicógrafo Grove, la resolución de
'^one of the rnost singular prohlems ever presented to the niind of
man. One of the most successful achivements of his artistic instincts*'.
Estriba, la esencia de la sonata, en su rica y variada unidad- Co-
mo todo organismo perfecto y toda producción armoniosa del ingenio
liumano o de la naturaleza, la sonata no resulta de parte» disímiles
que se suman por el solo capricho del compositor; sino de la coheren-
te alianza de piezas distintas en su individualidad, jiersonales en su
significado, ciertamente, mas, ligadas por la forma interna de una con-
cepción que se va determinando en el tiempo como desarrollo estéticí>
de la idea central o del conjunto de ideas musicales tan próximas, tan "
lógicas en su mutua amistad, como los versos de un soneto o Jos miem-
bros eurítmicos de una estatua.
No por ello el orden geométrico o silogístico provee al secreto de
la concordancia musical. La lógica de que se trata es arralo singular
del arte; cálida unión de las partes del discurso polifónico; proporción
artística que, para la lógica pura, sería emblema indescifrable, aun
cuando fuere, para el instinto del ingenio creador y la espontánea com-
prensión de su público, obvia verdad artística que subyuga a la intui-
ción como al puro entendimiento la firme concatenación silogística.
Regularmente, la sonata expone, en primer término, el allegro;
luego el andante o adagio y, por último, el finóle. "Suele intercalarse,
entre el primero y el segundo tiempos, o entre el sañudo y el tercero,
una pieza breve, minuetto* scherzo^ intermezzo*^ (1)
[1] Véase: Lavignac. La Musique et les Mitsiciens*
LA SONATA Y LA SINFONÍA 9
Dice lo esencial de la sonata el primer trozo. Es la eterna e
iüsisitnte actuación del misterio del mundo. El ritmo que vuelva
constantemente sobre sí; la melodía que se mJatiza, como la vida
misma, para anonadarse en el término universal; la creación siem-
pre fecunda y monótona siempre. Porque el mundo entero es inven-
telón e imitación, imaginación y memoria, vibración, ritmo, evolución
creadora. Las melodías del primer tiempo de una sonata clásica,
en su exposición prinnordial y genuino retorno, realizan con perfec-
ción esta intrínseca arquitectura de la música, desarrollo temá-
tico que se basta a sí mismo y significa la unidad en la variedad ;
síntesis cósmica patente así en una estatua griega como en un cuadro
de Leonardo o un poema de Goethe.
El andante parece más propicio aún que el primer tiempo de la
sonata a la manifestación del temperamento musical del autor. En
Mozart y Haydn es un simple tema con variaciones, dice Lavignac;
en Beethoven, una gran romanza con estrofas diversas que bordan
el tema, cada vez más rica y copiosamente. Redúcese, por excepción,
al mero proemio del tiempo final.
El rondó, conforme al estilo de Mozart, es el poético rondel trans
cripto a la música, pura. Insistente prolificación del tema que pros-
pera y fructifica en variados divertissernients, para anonadarse den-
tro de la concepción fundamental. El placer de la música consiste
siempre en la misteriosa transición del silencio al silencio, que la
obra de arte interpreta como un esfuerzo heroico que pugnara por
explayarse en invenciones complejas y distintas, a imagen del mun-
do mismo, hasta que,* a la postre, sucumbe por afirmar que nada
merece durar siempre, sino el ser único y puro, capaz de revestir to-
das las formas que ensaya, para desecharlas después y permanecer
imperturbable en su inviolada esencia.
Podría rotularse la sinfonía sonata magna para orquesta. Con
Haydn, el abuelo de peluca blanca y sonora como pajarera de cristal,
la sinfonía es jocunda y harmoniosa como la civilización del siglo
XVIII. (Parques de Le Notre, despotismo ilustrado de los Josés
y los Federicos, pintura literaria, prosa francesa bruñida y perfecta,
etc. ¿No decía Tialleyrand que, entonces, faisait joie de vivref) . . .
ITambién para el abuelo austríaco hubo siempre alegría dentro del
corazón. Su alma fué de agua riente y bulliciosa como el primer ím-
lo M ÉX I CO MO DE R NO
petu de un surtidor. Con Beethoven, la sinfonía se puso amarga y
profunda como la vida contemporánea; pero, entre el abuelo feliz y
el nieto atormentado, tendió Mozart su bella fantasía, su grande y
pura lalma apasionada, y el encaje maravilloso que hilaron las mú-
sicas aranas de sus rondós.
ANTONIO CASO.
UN ELEGÍACO ECUATORIANO
POKQUE en el fondo del alma es un elegiaco, hay. para este
poeta, aun en medio de los suyos, aun en medio de sus cam-
pos, donde están sus amores, una soledad, la más vasta
de las soledades, la soledad interior, poblada de inasibles sombras,
de presencias inalcanzables, de recuerdos como adioses inacaba-
t>les ...
Lleva en el alma una música, que excita sin cesar el canto de
sus memorias, como el de un coro asiduo de plañideras. Podría
decirse en verdad que no ha cantado, hasta aquí, de lo hondo, sino
a sixs muertos. Le inspirian como envolviéndole de conítinuo en
una espiral de visiones y reminiscencias, por donde su alma gemebun-
da parece ascender, descender, ir buscando como obsedida lo que ha
perdido.
Corazón muy humano el suyo,, más sensible parece al vacíos, a
Ja ausencia, que a la presencia de los seres mejor amados: necesita
perderlos para amarlos bien: una vez desaparecidos, en todas partes
los ve.
La muerte, el sentimiento o pensamiento de la muerte, su som-
bra suspensa sobre la vida, la filosofía final del destino humano,
grandeza que acaba en polvo, todo lo que es meditar en la existencia
perecedera, se diría que es¡, para él, tan sólo concepto sin forma,
y no realidad sensible ; y que en siendo mal universal no le impresiona
en abstracto. Pero la muerte real y concreta, la de los seres ama-
dos, que le despoja a él de ellos como desgarrándole y mutilándole,
la muerte, en suma, de sí mismo en las muertes de los demás, que
le van privando de sus amores, despoblando su camino diario, deso-
lándole el porvenir, esa muerte que hace su obra de devastación en
los vivos más que en los muertos que a sí se ignoran, ¡cómo le afec-
ta...!
12 MÉXICO MODERNO
Ammi,tudo magna! No se resigna. Bu desolado fervor votivo
recomienza cada vez su treno con asombrada insistencia. El temor
de que «e le agote, de que desfallezca en su vigilia fiel el dolor insom-
ne, renueva sin fin su duelo. Su ciencia del dolor y su don de lá-
grimas, mjantienen vivos a sus muertos. Y cuando olvida, por un
momento, llora de no haber llorado, padece de no padecer . . .
Me place esta monotonía de un corazón que se obstina, de una
Tena que manando crece. Y me place que su pena absorta añada a
su monotonía la del ritmo en que se condensa y de la forma en que
dum. Siempre iguales de alma y jamás los mismos, esos perfectos
sonetos fúnebres se diferencian en todo, bajo la sombra uniforme y
el fin idéntico. Lapidarios, simétricos, alineados, se alzas a guisa
de lápidas. O más bien, esos sonetos concéntricos se suceden uno
tras otro, y pasan como despertando, en la estancada tristeza con-
templativa, un temblor de emoción o recuerdo, que se ensancha es-
ti^meciendo el alma.
De las personas, extiende su duelo a las cosas familiares aban-
donadas. Su melancolía les presta un alma doliente, constante. Llena
el paisaje, vela el horizonte. Tanto que ya no sabe si su pena está
en ellos o en él.
Recuerdo, que hoy mi soledad aromas,
por la ternura del pasado, di :
... el olor de romero con que asomas,
¿todavía es del campo, o está en mí?. . .
No acaba de desprendei^se de las cosas y los seres que la muerte,
y aun la vida, le arrancan como de los brazos. Así amó a la finca,
al huerto paternales como a personas vivas y con alma : al pasar
su propiedad -a otras manos, fué como si aquel sensible rincón de
tierra para él muriese. La muerte de la heredad le dejó en orfandad
más vasta.
Pero ya mi sendero no termina
en la sombra olorosa de esa estancia
a ia que en vano mi lusión camina . . .
. . .Una tarde la granja no fué mía :
Se me eohó, para siempre, en el camino,
con mi alma que a la granja se volvía
y este dolor que a todas partes vino. . .
Sentimiento que me recuerda el de la visita que hizo Lamartine
a sus queridas tierras de Saint-Point, para dar, a los mudos testigos
UN ELEGÍACO ECUATORIANO í3
de su adolescencia y de su juventud, aquel adiós que nos cuenta, en
impalpable prosa, en su cai'ta al señor d'Esgrigny, — donde, como en
la sencilla majestad homérica de su canto a La tierra natal, la tris-
teza romántica asume una serena nobfleza antigua. Este poeta, de
tjKínsibilidad a un tiempo angélica y voluptuosa, nostálgica j des-
prendida, cantó en manera sublime la vulgar vicisitud de ver pasar
a otras mano« un pedazo de tierra amado:
Bientót un étranger, inconnu du village,
viendra, Vor a la main, s'emparer de ees lieux . . .
Como siempre, se alzó el poeta sobre su pena como sobre es-
combros, a contemplar la vida y su destino, para, como va el río
a la mar, perder su propia miseria en sentimiento más vasto. Menos
resignado, con desdén menos contemplativo y menos bíblica magnifi-
cencia de renunciamiento, Gonzalo Cordero Dávila se obstina amoro-
samente» y extiende en su derredor el sentimiento de lo perdido. Hasta
...el caballo viejo, que era mío,
porque en otro poder perdió su brío,
me apena en este Julio el eoraísón. . . I
La naturalecia amiga le acompaña. Va *'por los campos" regando
el retornelo de su congoja. Parecen, callados, atentos, correspon-
derle en no sé' qué secreta comprensión de intimidad. Tanto que ya
no sabe si su pena está en ellos o en él . . .
Ya los románticos nos dieron todas las consonancias del alma
(*on la naturaleza, en su amor casi .panteístico. Y a pesar de su dón
de la inexactitud poética, nos dieron, además, trazados a grandas
raíSgos, todos los grandes cuadros, la belleza universal, genérica,
el alma flotante y vaga de los paisajes, la primera impresión del
ánimo, la emoción madre como si dijéramos, ante los espectácoJog
de la tierra, del cielo, del mar. Y fundieron el amor humano en el
amor de la naturaleza. Este amor así humanizado cobra en los mo-
dernos un sentido más individual. Y en éste nuestro poeta, ese sen-
timiento es muy pei'sonal : nostálgico y elegiaco.
Al ir con él ^*por dos campos", se ve su pena más que lo$$ campos.
Sin embargo, los reconozco, mis dulces campos de las serranías...
Montes meditabundOvS ; valles en que a la tarde, su sombra
vierte una austera melancolía, pero que de día ríen a todo sol; ha-
ciendan patriarcales, rudas y plácidas... Aillá, el páramo lívido,
14 MÉXICO MODERNO
atonnentado por la constancia del viento en pena, del viento loco;
aquí el sembrado trabajoso, la choza prosternada, la loma árida
a cuyo flanco, lentamente, se cicatriza un sendero-.. No que estén
descritos, mas sí sentidos j evocados. Ni descripciones ni discursos
en esta poesía sobria y plena, toda sentimiento. Su instinto del arte
le aparta del vicio espontáneo de la descripción y del desarrollo :
tan dueño está de su materia, que una simple alusión le basta para
expresarla en su plenitud. Aquí y allá un toque intenso, que sus-
cita, en vibración indefinida, el complemento de visión o de emoción
que hiciera falta» a modo como en Bécquer por ejemplo, un silen-
cio o un suspiro, una alusión, una pregunta¡, una reticencia, delatan
un drama completo con su nudo y su desenlace. En esta poesía hen-
chidá de silvestres jugos, florece de repente en un gran verso, en
un ritmo, en un epíteto, en un aire, todo el paisaje, en honda pers-
pectiva, con su color, su lontananza y su alma toda. La evocación
surge natural de detalles simples. El mvás característico es el indio,
el indio, esa alma triste de la quena,
odiado por sus propias soledades,
y encarnación viviente de mi pena . . . !
Le ha puesto como centro del paisaje El sollozo reiterado de la flauta
indígena pasa aquí por entre las estrofas como por el campo, como
cuando, en la mansedumbre crepuscular, vuelve el peón a su choza
por las quebradas, dejando impregnado el sendero de su obscura
congoja indecible.
Después del errado, falso, o por lo menos incompleto america-
nismo de intención, que vio en el indio de las selvas, en el salvaje
mal domado de los bosques, algo así como el héroe epónlmo y legí-
timo de una i>oesía americana; después de las tentativas que, sin
pararse en la incongruencia y contradicción, hacían blanco a medias
en eíl protagonista, para lograr dramatizar su fábula ; después de núes
tra Cummidáy después de las Melodías Indígenas, de candorosa fic-
ción incaica y orientalista, de nuestro benemérito Don Juan León
Mera, necesario se hacía — de gég-uir cantando al indio como asunto
peculiar y característico — venir a dar, por más exacta y verídica,
en la poesía del gañán, de nuestro oscuro siervo de la gleba. — Pasar
de lo pintoresco y remoto a lo patético y presente a nuestros ojos, era
dejar la visión del romanticismo por acercarse a la realidad actual.
Pero algo queda de la tendencia Romántica: el peligro de caer én
UN ELEGIACO ECUATORIANO 15
sensiblería y en melodrama, y de sentir por el indio com;pasión de
an¿(ustias que en su alma obliterada tal vez no existen. Porque el
indio tal vez ignora la congoja que para nosotros llora en su flau-
ta monótona : le obstruye el alma un estupor de siglos, y su sileneit»,
cargado de atavismos densos, es ineooisciente, casi animal. Su tristeza
está en nosotros más bien que en él. Por eso cuando este poeta» com-
pasivo, efusivo, ve en él ^'la encarnación viviente de su pena", lo
que hace no es sino prestar a la tristeza indígena la suya propia : tris-
teza múltiple, sabia, fértil en motivos, tristeza inventora, invasora,
que se escucha y se complase en sí^ y nada tiene de común con
la tristeza del indio, embotada, hermética, profunda sólo por
obscura. Mas si no existe esta tristeza como creen verla algunos
otros poetas, dentro del alma del indio, en forma de sentimiento
sofocado, de fuente lírica cegada, de meditación que incuba visiones
desesí>eradas„ de raza y de porvenir o de grandeza pretérita, existe la
tristeza física que imprime un sello a cuanto le concierne. Gonzalo
Cordero Dávila sabe verla admirablemente así en detalle como en
conjunto.
En medio al afán de exotismo e irrealidad, que aún aloca a
poeitas ' fimberbes, este poeta ha cantado sólo lo que ven sus ojos y
su corazón.
Poeta de la heredad, del huerto amado> del árbol fraternal; fiel
a lo suyo y a los suyos; prisionero voluntario de su horizonte, Gon-
zalo Cordero Dávila ha hallado, dentro del cerco de los aislantes
montes natales, su inagotable universo. Ha hallado su centro ahí
donde le fijaba la ley del amor primigenio, donde reposan sus muer-
tos. Lleva consigo su mundo, porque lo lleva en su corazón. ¡Feliz
concordia del alma con todas las cosas hermanas, frescura a toda
aridez en la pradera por siempre elísea de la infancia y la adoles-
cencia! .
Su voz es de las que llaman hacia lo propio. Las voces que nos
incitan a dejar lo propio, a cambiar de alma, a buscar a lo lejos el
otro yo indecible que inquieta adentro, tienen un fatal encanto, una
turbadora, persuasiva insidia. Aunque resulte falaz su prometida fe-
licidad, vierten en nosotros filtros irresistibles. ¿Cómo negar »u
,6 MÉXICO MODERNO
seducción? ¿Cómo resistir al llamamiento de los caminos descono-
cidos, cómo no amar bajo otros cielos, cómo desoír el canto innume-
rable de las sirenas? Pero luego vamos por el mundo como el Fierre
Schlemihl del cuento de Chamissó^ que creyó no perder nada ai per-
der ^u sombra, a cambio de venturas maravillosas. La buscamos des-
pués en vano por el suelo ajeno ...
Gonzalo Cordero Dávila, de natural casi refractario en litera-
tura a novedad forastera, poco iluso o poco curioso en lo tocante a
escuelas y cenáculos, no ha dejado modelar su índole, tal vez huraña,
por ninguna influencia adventicia. Es evidente, sin embargo,, que, preser-
vado como se hallaba de mentira y de extravío por su fuerte genio de
aiTaigado, habría ganado mucho sin perder nada con el cultivo inteli
gente de los poetas modernos. Cuando se tiene un armazón interior de
esa consistencia, poco se arriesga al plegarla a disciplinas extrañas.
Habría ganado sobre tmio en el sentido y la práctica del ritmo, toda-
vía en él monótono y amartillado cual si Darío no hubiera consuma-
do su obra de cíclope sabio. Habría ganado también en maleabilidad
de genio, en variedad de actitudes líricas. Los mil recursos del arte
nuevo del verso, del epíteto, de la imagen en escorzo; la sugestión
evanescente de la música, de las pausas llenas de las resonancias y
correspondencias interiores; todo ese mundo de analogías indeter
minables pero ciertas, incorporado a nuestra visión modeT-na del al-
ma y del universo, no ha querido hacerlos suyos.
De 'haber aprendido el oficio y educado el gusto en los modernos,
Gonzalo Cordero Dávila hubiera podido ser el precursor que quizás
faltó, en ejemplo y obras, a la generación que se inició algo tarde
con Arturo Borja, de conmovedor recuerdo, perdido demasiado pronto
para la conquista de hi belleza por éíl sofíada^ apenas entrevista. Sa
companero fraternal y dolorido, Ernesto Noboa Caamaño, que se
mantiene algo aparte y guarda en recato excesivo una fina sensibili-
dad y un gusto puro; Humberto Fierro, que ha acertado con toques
singuflares y sones hondos; varios otros poetas ya reconocidos por su
innegable talento, que no es del caso enumerar aquí; y en fin, ese
chiquillo genial, certero y melodioso, en quien culmina de lleno,
culminé en belleza, de pronto claro y sereno, el movimiento en otros
turbio y confuso : el malogrado Medardo Ángel Silva, en quien perdi-
mos lamentablemente un admirable poeta; todos habrían recibido con
entusiasmo, y algunos con prm^echo, el aporte de renovación que hu-
biera traído un poeta de la índole infalsifi<*ahle de OoiMlero Dávila,
UN ELEGIACO ECUATORIANO 17
al amaestrarse en las tendencias nuevas. Desde luego hay en él,
visible y connatural, cierta aptitud que, sin duda, hubiérale mante-
nido dentro de un delicado parnasianismo de forma, pero que habría
también dado a su don de imágenes, a su sentido del alma en relación
con las cosas sensibilizadas por la inexhausta transfusión lírica, un
giro simbolista tenue y sugeridor. De natural tan verídico, exento
de falsedad laboriosa y de extravagancias buscadas, habría podido
dejar así, a los epígonos más recientes, el ejemplo de lo que m-ás
falta les hace a ellos, lo que a él le caracteriza y a todos salva: el
respeto a la verdad y sobre todo el respeto a la verdad de sí mismo».
Ha preferido abstenerse y seguir trazando su surco dentro del
campo heredado. ;Y qué valor no necesitaba, este joven modesto y
estoico, para mantenerse en su ser, cuando los que ahora forman
la cohorte más vocinglera, distribuidora de la fama diaria, son lo»
muchachos más insinceros y que a sí propios se engañan por hacer
creer a los demás que hay algo en su vanistorio y su vaniloquio.
Cuando cursilísimós "exquisitos", cou pobres almas literarias com-
puestas como a recortes de lecturas ignorantísimas, ?io,s hablan,
¡todavía! de sus grotescos Versalles, de las dieciochescas gracias
de princGsinas y mai-quesitas de carnaval provinciano^ de perversio-
nes y refinamientos que harían sonreír al más inocente y créduhí
de los snolís, ¡cuan repodante el acento de la verdad vieja, de la
verdad viva! I^ejos de la comparsa arlequinesca, Gonzalo Cordero.
parece
vétu de proHté candida et de lin hlanc.
Viril y veraz, no teme empequeñecerse con la pequenez dé lo
propio.
Rieii ■n'est vil, ríen n'est grand Váme en est la mje»ure.
En arte la medida es el talento; la substancia que le nutre, la
sinceridad. A sinceridad y talento, pocos como éste.
Tal cual es, encabeza también un movimiento poético, que tiene
de preferencia, por asunto y marco, lo conterráneo. Va a la cabeza
de un séquito de poetas regionales en quien se ve su influjo fraternal.
Se lo advierte no sólo en la adopción y desenvolvimiento de los asur.-
2
i8 MÉXICO MODERNO
tos de su señalada predilección, sino en la manera de sentirlos, de or-
(denarlos, conforme al giro personal de su imaginación y de su ingenua
-.sensibilidad. Entrelaza a la poesía tradicional una manera nueva que
Ja distingue, sin divorciada, de la antigua poesía discursiva, elocuen-
te, raciocinadora,, o simplemente descriptiva, genérica o narrativa.
La verdad que canta no es nueva, ni es toda nuestra verdad, ni
encierra el destino de nuestra lírica, llamado a más amplio horizonte.
Pero si es míenos turbadora que la voz errante que nos incita a partir,
la que nos llama a lo propio y nos invita a volvernos nosotros mis-
mos, es la que al cabo triunfa de las demás.
Oigamos pues a este poeta con la emoción grave de los retorno^5
definitivos. Al ver ondular en sus cuadros nuestros caros montes y va-
lles^ los hallaremos más bellos que los ven desnudos nuestros ojos.
Alfonso de Lamia rtine, en su admirable canto a MILLY, su rincón
natal, habla de la hiedra que tapiza un muro del viejo castillo pater
no. Esta hiedra no existía al tiempo en que la inventó el poeta. Su
madre, — cuenta él mismo en los Comentarios a sus Harmonies Poe
tiques et Religieuses, sembró la planta trepadora que su hijo había
inmortalizado antes de que existiera. Así la poesía reviste la reali-
dad, y la ficción se convierte en verdad más profunda y verídica.
A nuestra tierra desnuda, cúbranla nuestros poetas con la pro-
tusa hiedra de sus cantos. Dé el arte un alma de belleza a nuestros
campos humildes. Y ya que la Historia los ha revestido aún esca-
samente del prestigio de glorias universales, ya que falta a la nove-
dad de nuestros monumentos la nobleza de las piedras viejas, de
majestad milenaria, cúbranlos de viviente y sensitiva hermosura poe-
mas nutridos de savia de amor por el propio suelo.
Cuenca tiene sus poetan lares. Ahí está, tutelar, sagaz y magní-
fico, Remigio Crespo Toral. Apoya una mano en el hombro de Gon-
zalo Cordero Dávila, en quien se afianza así más, la gloria ya secular
de la tradición.
París, 1920.
GONZATX) ZALDÜMBIDE.
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPAÑOL
CAPÍTULO DEL LIBBO "üN
CRIMEN DE HERNÁN COBTÉS"
NO poco hemos dicho incidentalmente acerca del carácter, del
pueblo español en aquellos tiempos ; pero para comprender me-
jor la época y estimar los actos de Cortés en su verdadero pun-
to ée vista, precisa que penetremos más hondo en el alma de ese pue-
blo, j más detenidamente estudiemos sus costumbres.
Las razas libio-semíticas que en tan gran parte contribuyeron
a su formación, dejáronle como herencia cierto fatalismo y desprecio
por la vida, que le sirvieron de preparación para llegar a ser un pue-
blo de combatientes denodados y de conquistadores crueíLes (1).
Fué la pepínsula ibérica el lugar destinado al choque de razas,
i^ligiones, y culturas tan contrapuestas, que hubo de vivir en perpetua
lucha durante toda la Edad Media; y esa guerra constante que
arruinaba a las ciudades y arrasaba y esterilizaba las campiñas, prin-
cipalmente por razones de creencia, daba nacimiento a Ha intole-
rancia religiosa, al desprecio al trabiajo pacífico y endurecía los
corazones haciéndoles insensibles a la piedad.
Martín Hume, al pintar el retrato del Cid, ya sea éste un perso-
naje histórico, ya sea mítico y legendario como muchos pretenden,
ha retratado el alma del pueblo español durante la Edad Media ;
dice así: "Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, como fué luego llamado,
ei-a un tipo verdaderamente español de espadachín, un antepasado
directo de aquellos capitanes baladrones que alborotaban, jugaban,
reñían y traicionaban al servicio de Enrique VIII de Inglaterra y
de su hijo, y de aquellos indomaibles soldados y brigán tes sin con-
(1) Hume. "Historia del Pueblo Español," p. 212.
20 MÉXICO MODERNO
ciencia, que cayeron sobre América con' un puñado de hombree, y
por su codicia cruel convirtieron un paraíso en un infierno. Despre-
ciador de la vida propia o íi jena ; valiente basta la temeridad, hostil
a todo freno, vano y fanfarrón, falso y codicioso, y sin embargo con
cierta ruda caballerosidad de una especie elástica y variable, el Cid
Campeador, tal y como le pintan los poemas y las crónicas árabes con
temporáneas, fué la primera encarnación famosa de un tipo nacional
característico^, en que dominaba la altiva independencia ibera. . ." -I)
Y así como el héroe nacional, aunque ambicioso de honores
no despreciaba las riquezas ^'porque peleaba para comer'', como dice
eJL romance, así el pueblo español, al mismo tiempo que luchaba
por altos ideales, no perdía de vista sus provechos materiales, y
llegó a acostumbrarse a ganar su vida por medio de las armas.
Fué siempre el pueblo español, sobrio, valiente,* puntilloso con
exceso en cuestión de su honor, y tuvo siempre un individualismo exa-
gerado, que de las razas que habían contribuido a su formación le
venía; pero estas buenas cualidades, cuando se puso en contacto
con otros pueblos y se convirtió en dominador de ellos, se transfor-
maron y cambiaron en defectos.
Por raza, por medio y por costumbre el español podía vivir con
poco, y eso poco lo adquiría casi siempre por medio de la fuerza; de
allí que viera con profundo desprecio a quienes se entregaban al
trabajo personal para conseguir el sustento; fundando así en el vi-
vir ociosamente su puntillo de honor.
Nada caracteriza mejor esa manera de ser, que aquella historie-
ta que refiere Mateo Alemán en su célebre novela (2 ) ; dice que Guz-
mán de Alfarache servía a un capitán, pobre de bienes de fortuna,
a quien daba de comer con lo que robaba en posadas y alojamientos ;
y que cuando su amo le sorprendía hurtando fingía, castigarle^ y
concluye diciendo' : '^desta manera satisfacíamos, él con su obliga-
ción y yo la necesidad, reparando la hambre y sustentando la honra/'
El desdén por los trabajos manuales produjo la holgazanería,
y ésta trajo como séquito la miseria y el crimen: de allí los robos
de todo género y las trazas e invenciones para fraudear, que tan
admirablemente han descrito las novelas picarescas españolas. I^a
miseria en España durante el siglo XVI llegaba a tal punto, que
(1) Hume 'Historia del Pueblo Español", p. 148.
(2) "Guzmán de Alfarache".
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPAÑOL 21
^'el mismo rey, cuando iba de una a otra capital, no encontraba
en el camino alojamiento ni comida" (1).
Así como el desprecio al trabajo produjo estas consecuencias, la
necesidad de adquirirlo todo a fuerza de armas, dio como resultado
el que, siendo la cualidad más apreciada el valor, se hiciera necesario
cuando menos fingirlo cuando se carecía de él; de aquí vino la
fanfarronería. Por otra parte, la necesidad de defenderse de das agre
siones dio nacimiento a una clase bastante curiosa de espadachines,
que hoy, vistos en el teatro de Lope y de Calderón, nos parecen exa-
gerados, finchados y falsos; pero que entonces no eran sino exac-
tísimos retratos de personajes vivientes. Los nobles,, al principiar
el siglo XVI, se hacían acompañar de matones y rufianes, dispuestos
siempre a pelear o herir a quien su señor les mandase ; ya que la
justicia, ajdemás de tardía en sus procedimientos, estaba mal organi-
zada y era en exceso venal, como se ve por la literatura de la época;
todo ello sin contar con que era mal visto y se consideraba deshon-
roso el recurrir a los jueces demandando la reparación de una inju-
ria (2).
Entre lo que cada español se imaginaba ser, y lo que era en rea^
lidad, había la misma distancia que entre la fantástica vida pintada
por Jos romances y libros de caballería, en sus más locas imagina-
ciones y el vivir miserable fotografiado en Qa novela picaresca. Nadie
a nuestro entender ha descrito mejor ese contráete que un escritor
español de aquella época : "Cuando los españoles alcanziamos un
real, dice, somos príncipes, y aunque nos falte, nos lo hace creer la
presimeión. Si preguntáis a un mal trapillo quién es, responderos
ha por lo menos que desciende de los godos y que su corta suerte le
tiene arrinconado, siendo propio del mundo loco levantar los bajos y
bajar los altos; pero que aunque así sea, no dará su brazo a torcer,
(1) Formeiüii. "Historia de Felipe II," p. 47, Mignete : "El Emperador atra-
vesó lentamente el Norte de Casti'Ua la Vieja, andando pocas leguas por día. Aiinaue
su comitiva no era muy numerosa, hubo de dividirse en aquel país escabroso y
sin recursos por la dificultad de los caminos y alojamientos," "Carlos V, su Abdi-
cación," etc., p. 137.
(2) I^ Santa Liga de las comunidades, en la representación que pretendió
presentar a Carlos V, pedía : "que se asignasen a los jueces sueldos fijos y que no
recibieran ya ninguna parte de las multas y confiscaciones sobre los bienes de
los condados ; y que fuese nula toda donación de las hajciendas de las personas
acusadas, si no se hacía antes de juicio."
22 MÉXICO MODERNO
ni se estimará en menos que el más preciado y morirá antes de ham-
bre que ponerse a oficio; y si se ponen a. aprender alguno, e» en
tal desaire que, o no trabajan, o si lo hacen es tan mal, que apenas
se hallará un buen oficial en toda España" (1).
Contribuyó quizá más que nada a acabar de modelar el carácter
español, la religión. Durante los once siglos de la Kecouquista, los
pueblos que habitaban la Península habían estado luchando ante to-
do por un ideal! religioso : por sustiituir la cruz a la media luna.
Los diversos reinos cristianos que allí se habían formado, mu-
chas veces en lucha unos contra de los otros, no tenían lazo común más
fuerte que la religión; ella era la única que hacíai ceder un poco el
individualismo exagerado de aquel pueblo altivo que decía : "somos
tan hidalgos como el rey, dineros menos."
Pero la misma idea religiosa hacía al español en extremo sober-
bio; porque cada español se consideraba un cruzado y las prédicas
de los eclesiásticos habían convencido, aun a los más ignorantes cam-
pesinos, que a ellos y a su raza estaba reservada la gloriosa empresa
de barrer la herejía de sobre el haz de la tierra.
'*E1 espíritu español, dice Hume, duro, severo y ascético como
una protesta contra del agrado, pulcritud y elegancia del árabe, y
contra la belleza sensual de que habían revestido su culto los italia-
nos, se complacía en la parte dolorosa de la religión, que era la
acorde con su naturaleza. Los españoles se convirtieron en una na-
ción de místicos, en que cada persona sentía su propia comunidad
con Dios, y era capaz, por consiguiente, de cualquier sacrificio, de
cualquier heroísmo, de cualquier sufrimiento por su causa. El ideal
supremo del individuo era ser un caballero celestial, lanzarse a arries-
gadas aventuras en defensa de la causa de Cristo crucificado, bien
así como los ya decadentes caballeros andantes habían acometido la
empresa de acoger damas agraviadas... No sólo los clérigos, sino
los seglares y los soldados, se hallaban poseídos de la misma extraña
idea, e iban a la guerra con un espíritu de sacrificio, aliviado por
orgías de espantosa inmoralidad. . ." (2)
Del carácter guerrero del pueblo español unido a su ascetismo
religioso, natció su crueldad. Para acabar con la herejía, que según
él era el mayor de todos los males, poco le importaba derramar to-
(1) Segunda parte del "lazarillo de Tormes," p. 117,
(2) Op. cit. p.
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPAÑOL 23
rrentes de sangre, desplegar la mayor dureza con los vencidos j mos-
trarse fanáticos e intolerantes; pues sólo se miraba como un instru
mentó de la cólera de Dios contra de los enemigos de la fe; tanto
más cuanto que, según sus ideas, ¿qué importaba que perecieran los
cuerpos de las criaturas con taH de que se salvaran su^ almas?
Cierto que la religión del pueblo bajo era más aparente que
real, y puede decirse que se reducía a las ceremonias y formas ex-
ternas del culto; pero el labrador más inculto y el último soldado
se consideraban como seres aparte, superiores a los demás; y creían
que los españoles y su rey, por ranzón de su fe, eran el pueblo esco-
gido de Dios.
De allí se originaba su espantosa crueldad con los vencidos,
aquel delirio perseguidor en contra de los herejes, aquel no confor-
marse ni con los suplicios más cruentos para aplicarlos a los que pe-
caban contra de su credo religioso; de allí los 'horrores de la- Inqui-
sición española y el desprecio con que los españoles veían a todas
las tJemás naciones de la tierra.
Ese carácter soberbio y amante de afectar superioridad, les ha-
bla atraído a los castellanos el odio y la ojeriza de todos los pueblos
con quienes habían estado en contacto.
Hablando de esto, se expresa así un distinguido historiador (1)
''Frío e impenetrable, asumiendo un lar rogante tono de superioridad
sobre cualquiera otra nación, en cualquier lugar de la tierra donde
su destino le arrojaba: Inglaterra, Italia u Holanda; como aliados
o como enemigos, en todas partes encontramos a los españoles de
aqtieí tiempo, igualmente odiados."
Y Mateo Alemán pone en boca de uno de los personajes de su
novda, "Guzmán de Alfarache," estas palabras : ^'Resi>onde con humil-
dad a las malas palabras y con blandura a las ásperas, que eres
español y por nuestra soberbia^ siendo mal quistos, en todas partes
somos aborrecidos" (2).
I'asaban los ejércitos españoles sobre las tierras de Europa y de
\í) Pi-escott "History of the Reigii of Philip the Second, King of Spain."
t. t. Véase también Gibbon : "Becliine and Fall of the Román Empire," v. II.
p. 350. The '^Chaudos Classics."
(2) El papa Paulo IV odiaba tanto a los españoles, que constantemente de-
cía : que quería arrojar de Italia a aquella vil y abyecta ralea de judíos, escoria
del mundo.
24, MÉXICO MODERNO
América, como una maldición bíblica, como los caballeros del Apoca-
lipsis, asolándolo todo. Ya hemos dicho que en Italia los mercenarios
de los demás pueblos, cuyos crímenes dejamos referidos, parecían
ángeles junto a los españoles (1). Si insistimos en este punto, es
porque aun entre gente ilustrada se cree que las crueldades que co-
metieron los españoles en América eran algo extraordinario, sin ver
que igual cosa ocurría en las guerras europeas, y que esas crueldades
fonnaban parte del carácter del guerrero español dondequiera que
se encontraba, durante el siglo XVI.
Para confirmar lo que dejamos dicho, sólo recordaremos algu-
nos ejemplos tomados al azar. Cuando las tropas españolas, después
de la victoria de San Quintín, entraron a saco en la ciudad, no res-
petaron ni a los muertos, a quienes después de desnudar les abrían
el estómago y les sacaban <las tripas (2). A las mujeres, a pesar
de las severas órdenes dadas por el rey, las desnudaban, las palpaban
grotescamente para ver si ocultaban dinero; y para que dijeran dónde
lo tenían les daban cuchilladas en la cara o en los brazos.
Los horrores cometidos por las tropas españolas «1 mando del
duque, de Alba, durante la guerra de los Países Bajos, han pasado a
la historia con la execración universal. En esa guerra, como el duque
copara cerca de Maestrich doscientos jinetes alemanes, que se habían
acercado demasiado a su campamento, los manda desnudar, los en-
cierra en una quinta y los quema vivos a la vista de su ejército j
del de el príncipe de Orange.
El mismo duque, valiéndose del Tribunal Sangriento de funesta
recordación, al que había convertido en instrumento de su dominio
y de sus venganzas, y que condenaba sin pruebas, mandó al cadalso
mil ochocientas personas en el breve espacio de tres meses ; dejó a mi-
llares de ricos en la miseria con sus sentencias de confiscación; hizo
aprehender aun a los niños hijos de la nobleza ; sujetó a los más atro-
ces tormentos a los miembros de la aristocracia; llenó de presos las
cárceles de Bruselas y las horcas de colgados; y después de asesinar
jurídicamente a los condes de Egmont y de Horn, mandó exhibir sus
cabezas, i'ecién cortadas, en bacías de cobre.
Los hoiTores a que se entregaron los soldados en la expedición
dirigida por di marqués de Mondejar contra de los moriscos, exceden
<1) Cantú. Historia Universal, t. IV, p.
<2) Forneron. Op. cit., p. 30, n 8.
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPAÑOL 25
a toda descripción, y se comprende que así ocurriera tratándose de
enemigos de raza y de creencia religiosa. Un cronista de la época re-
fiere: que habiendo descubierto el ejército que mandaba el marqués
de los Vélez, a más de diez mil mujeres moriscas, que huyendo de la
guerra se habían refugiado con sus hijos en las montañas ; a pesar de
que hacían cruces con ramas y se arrodillaban diciendo : "yo cristia-
na", el diabólico escuadrón las hacía pedazos y las despeñaba." En
menos de dos horas fueron muertas más de seis mil personas y de
niños desde uno hasta diez anos, había más de dos mil degollados. . .
Yo vi por mis ojos, la cosa más atroz que jamás habían visto las
gentes: una morisca cubierta de heridas y rodeada de cinco de sus
hijos muertos a vista de sus ojos, por favorecer al sexto, niño de pe-
cho que llevaba en los brazos, se puso boca abajo, y en esta postura
la mataron, tirándole también algunos golpes al infante, aunque sin
alcanzarle; mas como estaba bañado en ¡la sangre de la madre^ le ere
yeron muerto. La mora, revolcándose con las ansias de la muerte
se quedó boca arriba... y el niño, arrastrándose como pudo, se llegó
a ella y movido de deseo de mamar se asió de los pechos de la niadi-e,
sacando leche mezclada con sangre (1).
Ni eran los eclesiásticos más piadosos y humanos que el resto de
los españoles: así, durante la guerra de las comunidades, el septua-
genario obispo de Zamora, Antonio de Acuña, andaba con la parte-
sana al hombro combatiendo a los herejes; y Guevara cuenta en sus
Epístolas Familiares^ que vio con sus propios ojos a nn sacerdote
que con su escopeta mató once enemigos; "y lo mejor, añade, era
que al apuntar los bendecía con el arcabuz y después los despachaba
con la bala." ¡Extraña religiosidad, que creía justo dar muerte al con-
trario; pero no admitía que pereciera sin bendiciones.
Véase, pues, cómo las crueldades de los conquistadores españo-
les en América no excedieron en mucho a las que los soldados cas-
tellanos competían en las guerras del Viejo Mundo.
La influencia que hemos dicho antes que tuvo Italia sobre la
inmoralidad reinante en Europa, fué más sensible en España por
el íntimo contacto en que estuvieron italianos y españoles durante
luengos años, ya por la guerra, ya por empresas mercantiles y marí-
timas, bien a causa del dominio que los reje^ de España tuvieron
<1) Forneíon. Op. cit. "La madre de Carlos V," p. 451.
26 MÉXICO MODERNO
sobre las más importantes porciones de la península baSada por el
Adriático.
B«a influencia en un principio, por los tiempos de Don Juan II,
meramente literaria y artística, se extendió más tarde a muchos
usos y costumbres, que llegaron a ser idénticos en ambos países ; pe-
ro en nada fué tan preponderante y manifiesta como en la política.
Los hombres de Estado españoles mucho tuvieron que aprender de los
italianos en materia de perfidia; pero a fe que resultaron discí-
pulos bien aprovechados. Y natural era que aconteciera así» ya que
de tiempo atrás la falsedad estaba en uso en los palacios de sus
reyes y sólo tuvieron que amaestrarse en el uso de ciertos proce-
dimientos inmorales y delictuosos.
Maquiavelo cita como modelo de príncipes al rey Don Fernandi>
el Católico, y sin duda que pocos hombres ha habido más pérfidos
y menos escrupuílosos, no sólo en su época» sino en todos los tiempos.
Oarlos V, a pesar de que en la suya se le consideraba como
uno de los soberanos más clementes y moderados, no vaciló, como
hemos dicho, en recurrir a los mismos procedimijentos que sus con-
temporáneos, para conseguir los fines políticos que se proponía,
y así hoy se puede considerar históricamente probado que encerró
a su madre Juana^, sin estar loca, para apoderarse del gobierno (1).
Recuérdense también sus perfidias en la negociación con la familia
del elector de Sajonia para la entrega de Wittemberg, y su falsía
en sus .'ratos con el landgrave de Hc*se y sobre todo su conducta
cuando la toma y saqueo de Roma. Respecto de ésta se expresa
un historiador en los términos siguientes: "La nueva de este suceso
tan 'extraordinario e inesperado causó al emperador tanta sorpresa
como alegría; mas disimuló sus pasiones a sus subditos, a quienes
las victorias y crímenes de sus compatriotas horrorizaban; y para
mitigar la indignación que toda la Europa experimentaba por ello,
declaró que no tenía ninguna parte en el. saqueo de Roma y que
híxhUi Kído atacada sin su orden. Escribió a todos los príncipes sus
aliados participándoles que no había tenido ningún conocimiento de
las intenciones de Borbón, se vistió de luto, e hizo vestirlo a toda
su corte; suspendió los regocijos que había ordenado por el naci-
miento de su hijo Felipe ; y por una hipocresía, que a nadie engañó ,
prescribió rogativas y procesiones en toda España para alciajiziar
^1) Forneron. Op. cit '^La madre de Carlos V," p. 451.
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPA510L ?7
la libertad del Papa, libertad que podía mandar restituirle sin pér-
dida de tiempo» por. una orden expedida a sus generales" (1).
Pero donde la perfidia de los reyes de España en sus tratos
políticos llega a su apogeo, es durante el reinado de Felipe -II,
que tuTO que luchar con rivales tan poderosos y faltos de honradez
y de escrúpulos en los negocios de Estado, como Carlos IX de Fran-
cia, Catalina de Médicis e Isabel de Inglaterra, superándoles, casi
siempre en falta de lealtad.
Pero hay que hacer notar la diferencia capital que existe en un
punto entre los políticos españoles y los italianos; en tanto que los
últimos son incrédulos y despreocupados, al gTado de no arrepen-
time casi Jamás de sus malas acciones, los primeros no, sóílo son
creyentes sinceros, sino fanáticos, y sienten remordimientos de sus
crímenes. Por esto tratando de justificarlos recurren, cf>mo hemos
dicho, a los teólogos para tranquilizar su conciencia; y todavía no
contentos con esto, cuando llegan a viejos, llenos de temores por
su salvación eterna, se consagran a la expiación de sus pecados,
ya retirándose a un monasterio como Carlos V, ya ingresando en
una religión como el duque de Gandía, ya entregándose a devociones
y penitencias propias de un anacoreta, o bien haciendo piadosas
fundaciones, como tantos otros guerreros y políticos españoles me-
nos significados.
Estos rangos característicos del pueblo español de que hemos
hablado, los encontramos todos, y con frecuencia exagerados en los
conquistadores de América, muchos de los cuales , habían hecho sus
primeras armas en Italia.
ííi es extraño ; ya que no era por cierto la gente más moralizada
y pacífica la que pasaba al Nuevo Mundo; sino antes bien, casi
siempre, la mías relagadn, intrépida y batalladora. Por eso Cer-
vantes apostrofa a las Indias Occidentales de esta manera: "¡Amé-
rica! Refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los
alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los
jugadores, añagaza general de las mujeres libres, engaño coraiin
de muchos." (2) Bien sabido es además que Cristóbal Colón ob-
<1) Rabertson. Op. cit. p.
42) Cervantes. "Ed Celoso Extremeño.
2$ MÉXICO MODERNO
tuvo una real cédula para que los criminales de España, con ciertos
T-equisitos, pudiesen pasar al Nuevo Mundo.
A éste venían los aventureros dispuestos a jugar el todo por el
lodoj la vida misma, si necesario era, con tal de alcanzar fama, ho-
nores j riqueza; j no les detenían en persecución de ellas, oi los
naufragios, ni el asesinato, ni las guerras, ni la traición, ni el cli-
ma ardoroso y malsano^ ni las enfermedades má« mortíferas.
Su sed de oro era inagotable; dondequiera que un español lle-
^ba. lo primero que se echaba a buscar era el codiciado metal, y
los esclavos hi dios nece^ariovs para extraerlo del fondo de la tierra. Y
en los países nueva/mente descubiertos, el español,, que había santificado
la intolerancia y la crueldad, al establecer la Inquisición para perse-
guir a sus connacionales sospechosos de herejía^ nada tiene de extraño
que, al encontrarse entre indios id^atras, se planteara y resolvie-
ra a«í este problema: ¿Es acepto a Dios quemar y arruinar a los
españoles herejes? Sí; luego, cuánto más grato no será para éste la
sangre de los salvajes infieles, que no creen en nada, y cuánto más
provechoso será para los matadores, que podrán así guardar loá
despojos de sus víctimas sin remordimientos de conciencia (1).
Lo que en Europa hemos visto en grande escala, lo encontramos
igualmente en América, tanto en la política de campanario de las
nuevas colonias, cuanto exagerado en lo que se refiere a las cruel-
dades con los indígenas, ya que por su benignidad natural,' y por
su atraso en las artes de la guerra,, presentaban menor resistencia
y tenían menos medios de defensa que los europeos enemigos de
España.
La deslealtad que ^hemos puesto de manifiesto al tratarse de
los soberanos europeos en sus tratos políticos, encontrárnosla, de
igual suerte, entre los conquistadores del Nuevo Mundo. Bástenos
recordar la de Diego Velázquez con Colón, su antiguo protector, la
de Cortés con el primeramente ciliado, y la de Olid con Cortés; y en
cuanto a los tratos y compromisos con los indígenas, sólo citare-
mo« como ejemplos: las dobles negociaciones de éste con Mocte-
fl) Hume. Op. cit, p. 330.
EL CARÁCTER DEL PUEBLO ESPA510L 29
zuma j con los cenipoaltecas, las de Pizarro con el Inca, y la trai-
dora manera con que Alvarado dio muerte a Sequechul, señor de
Utatlán. La fuerza y la astucia, en el Nuevo como en el Viejo Mun-
do, eran la manera de adquirir poder y riquezas en aquellos tiem-
pos, y la ingratitud y la rebelión contra los jefes eran frecuentes,
como se vio en los alzamientos de sus subalternos contra Colón y
Vasco Nímez de Balboa.
Como muestra del poco respeto con que se veían los más solem-
nes juramentos, sólo citaremos lo ocurrido durante las banderías que
se suscitaron cuando en México gobernaban los oficiales reales. El
general Riva Palacio dice así (1) : ''A cada paso proponía Saüazar,
que como prenda de unión, se partiera la hostia, para que comulga-
ran todos de una misma forma; hízolo así cuando gobernaba por
intrigas de Paz, con los cuatro oficiales peales y también para
afianjsar con el mismo Rodrigo de Paz su alianzia en la conspiración
que tramaban contra Estrada y Albornoz, después de cambiarse sorti-
jas en muestra de fidelidad; el clérigo Bello les dijo una misa y
partió la hostia, con la que comulgaron todos. La historia nos dice
de lo poco que sirvieron tales ceremonias y juramentos.
A fin de no cansar a nuestros lectores, no hablaremos de las
ci'seldades coníetidas en América por quienes la conquistaron a quien
sobre ello quiera saber más, le remitimos al libro titulado : Carácter de
la Conquista Española en América , del distinguido historiador Don
Genaro García, si bien diferimos en cuanto a las conclusiones que saca
de dos hechos que refiere.
Atin la extraña y para nuestros tiempos absurda religiosidad,
que creía fácil hacerse perdonar una vida de crímenes y orgías con
un tardío arrepentimiento al acercarse la vejez, con hacer una fun-
dación piadosa o con meterse fraile, la encontramos en los guerreros
españoles que pasaron al Nuevo Mundo, tal com© la hemos descrito
al tratar de los que pasearon sus pendones por la vieja Europa; j
así solamente entre los conquistadores de México se cuentan más
|1) "México a Través de los Siglos," t II, p. 125.
30
MÉXICO MODERNO
de catorce, según las crónicas, que abandonaron el siglo para eatrar
en religión (i).
¡Jja. atmósfera de aquella rígida y extraña fe religiosa enroiria
aún a aquellos que parecía debieran estar más apartados de ella, aun
a los rudos y disolutos aventureros castellanos, que habían venido
a América a forzar a la fortuna en busca de oro!
Quien de hombres tan valerosos, desleales, crueles en el ©om-
bate, y llenos de ardor en su extraño misticismo llegara a ser iefe,
debía por fuerza tener en grado superlativo las cualidades y defectos
de sitts subordinados; pues apenas en nuestros tiempos es dable con-
cebir las dotes excepcionales de mando y la dureza que éste requería
en su ejercicio, para someter a la obediencia a hombres de la» ener-
gías de los conquistadores; pero hombre de tal suerte dotado j a
quien nada le faltaba, fué el conquistador de México Hernán Cortés.
ALFONSO TOBO.
(1) "Muchos de los viejos conquistadores tomaron el hábito de religiosos:
euéntanse entre ellos Alonso de Aguilar, que se hizo rico y fué dueñq de la
venta de Aguilar, entre Veracruz y Puebla, que profesó religioso dominico ; Diego
de Altamirano, que murió religioso de San Francisco ; Gaspar Burguifllos, paje de
Cortea, también rico, que entró de novicio franciscano, dejó luego el convento,
volvió a poco tiempo y murió religiosamente; Gaspar Díaz, encomendero rico,
abandonó sus indios, metióse ermitaño en los bosques de Huejotzingo, y atrajo allí
otros compañeros que pasaron la misma vida ; Alonso Duran, que de sacristán,
vivió algún tiempo en México y metióse a religioso mercenario ; Pedro Eíscalan-
te, riKío y mentado galanteador, profesó en San Francisco ; lo mismo hicieron
Carlos Portillo, soldado de la guardia de Cortés; Juan Quintero, que gozaba de
grandes encomiendas, y Jacinto de Portillo, conocido después por Fray Cantos;
Lorenzo Suárez mató a su mujer y metióse fraile; Rodrigo Villasinda profe-
só en la religión de San Francisco, y Alonso de Navarrete señor de Coyuca, mu-
rió religioso agustino." Riva Palacio. "México a Través de los Siglos", t. II. p, 2S7.
OFRENDA A ÜRUETA
MAESTRO fúlgido y sonoro
Que intensificas el decoro
De la expresión, y con tu luz
Enciendes el relámpago de urna gloria de oro,
Y vuelcas los joyeros de olímpico tesoro,
Gnomo de Ofir y sacerdote de Ormms.
Colón de un nuevo mundo de esplendor y elegancia,
Juntaste olivos griegos con los Uses de Francia,
El marqués verlainiano y el menkhrudo egipán;
D^Annunzio te dio uVas de latina fragancia,
Hugo te dio sus címbalos de augusta resonancia,
Y te cohija anuahle la somJbra de Renán.
Tu musa era una Reina de Saha que regía
Magnificencia y pompas^ bálsamo y armonía,
Sedas y mármol* púrpura y marfil;
Y la cuadrija de Helios propicia fué a tu paso
Cuando abrevaba estrellan la sed de tu Pegaso,
Y en sus fla/ncos tu numen nutrió esplendor viril.
Hablaron por tu boca las Gracias, y a su aliento
Piíidáricas abejas destilaron su miel;
Y en la caricia alada de tu ágil pensamiento
La Eternidad cabalga, y en ondas de tu acento
Florece la verbena y se enjoya el laurel.
32
MÉXICO MODERNO
En tu copüy qu€ escancia vinos alucinantes,
Navegan las ondinas y se hañan l<is hacantes,
Tu tirso enciende luz en festival;
O en azoro contemplan los sátiros distantes
Los paños de Magdala nimbados y sedantes,
Y Galilea erige su rosal.
Tu lira, más que lira, es orquesta: resuena
Con todos los matices del humaíio pensar :
Desgrana su aristocrática sugestión de sirena
Y su linfa, que corre ondulante y serena,
Oculta las bravuras y los truenos del mar.
Y allá marcha el cortejo de tu palabra aw'ina
Las Ora-cias lo presiden y Afrodita div^ina
Le da coitw estandarte su gayo cinturón;
Pan sopla en flauta, magias de su canción eadnüa ,*
C anáforas ilustres decoran la vendimia
Y el vellocino de oro alcanza al fin Jasón.
Y ¡oh maestro, enmudeces! y Afrodi^ desciñe '
8u cinturón de gracias, el Olinvpio se tiñe
Con las cenizas del ritual;
Y el sátiro en silencio la flauta rompe triste,
Y todo calla, y todo de luto se reviste
Bajo la sombra funeral.
Pero en la noche espesa un esplendor persiste
Y nos alum'bra: ¿tu ideal!
Enero 17 de 1921.
TÓRTOLA VALENCIA
La Tórtola es un brujo logaritmo)
Celeste, pitagórico y sensual :
€ame de gracia presta al ritmo
Y ha^e visible el alma musical.
A JOSÉ VASCONCELOS.
FILÓSOFO DEL HAI! K
TÓRTOLA VALENCIA
Traza ol arrchafo de la maja maga
Y se abre Ja música corno un clavel
Del jardín de Goya y de ZuJoaga,
¥ la hatiita es un pincel.
O vuelca las tragedias que moran
En las cápsulas de oro de Chopin^ y et Dolor
Se expandCy y formas y líneas lloran
Sinfímía en angustia mayor.
Y ulula con Anitra, y se debate,
Y en el impulso bravo del embate,
El cabello, en relámpago de acero,
Se extiende en flamas negras, sesgo y fiero :
Llamarada rugiente en el comísate.
Y retruena el Furor en el pandero.
Y Salomé desgarra su alarido;
Y la Lujwria, en celo, mMa y quema;
Y el vértigo es un choque y un úhirrido:
Y deshoja Osear Wilde su crisantema.
O arqueolo(/iza con el incienso
Y asciende Egipto y su pasado inmenso,
Entre las espirales del ritual;
Y la dan^a es solemne y angular, y en su esmero
Exprime de la música un licor de palmero
Que es sangre de hierático chacal.
Hawai le da su faldellín de ram^is,
Y en las agitaciones pecuUceres,
Vibra el Deseo en avidez de llamas,
Y los crótalos son caniculares,
Y en la carne desnuda brotan llamas,
Y aromas del Cantar de los Cantares.
O de sus piernas el compás alado
Dibuja, coribante, la Bacanal:
Matemático del Pecado
Y geómetra del círculo del Mal.
33
34
MÉXICO MODERNO
Y olor de tirsos y rugir de leones^
Címbalo y slstro en rojas vihra^dones,
Rosas que sangran frenesí aficestral,
Furias que muerden^ gritos y estrujones
De lascivia en relámpagos , y culebreantes inflexiones.
Cantaridizan aire pasional.
O del Danubio en la cerúlea linfa
Baña su sueño en dulce morbidez^
Y, como Diana, se convierte en ninfa,
Y ardiente y casta es a la vez.
O porcelana de horno aladinesco,
Muñeca azul de noches encantadas,
Procer e ingenuo surge el arabesco,
Con un lunar de Francia picaresco,
Y un mucho de Perrault y cuento de hadas.
Y Puck la sigue, y Mab es su madrina.
Riegan perlas de Ofir gnomos traviesos,
Los silfos cantan blanda sonatina,
Y caricia es la luz dorada y fina,
Y en la crujiente seda tiemblan besos.
Y acude el cisne de rosado pico
\\Leda se esconde bajo del plumón)
Y UAi estertor suave rompe el abanico
Que ocultara andrógina y ambigua pasión.
Y con Asah el misterio rige y norma;
Pierde la Muerte su macabra forma:
Y es un velo tremante que se pliega.
Un ritmo que se apaga,
Una quietud que llega, .
Una curva que en rectas se diluye.
Una silueta vaga
Que esfuma su parábola fortuita:
¡Paralela infinita
Del círculo que se abre y que concluye!
TÓRTOLA VALENCIA 35
Ágil, Tórtola^ explora y escudriña;
Y en el desmayo de sus ritmos flojos
O al calor de frenéticos y sabios,
Se alza el Eterno Símbolo, y su viña
Abre fiestas de amor para los ojos
Y destila su miel para los labios.
Lis de Indostán o trágica violeta,
Madroño zíngaro, lotus oriental,
Su cuerpo es un jardín y una paleta
Con la que pinta músico poeta,
Pompas que sopla en flauta de cristal,
Bayaderas de fríso^ bacantes de Alejandro,
Tanagras y M y riñas, mármol y palisandro.
Joyas de carne y luz monumental,
Y elegancias y aroman, y misterios de Sandro,
Y la Mujer en su magnificencia triunfal.
Asi pasa: pintura de colores musicales;
Enciclopedia de amor intensamente femenina;
Aristócrata y fúlgida como los cristales;
Con mucho de ángel, de lumia y de felina;
Eva de Paraísos Artifioiates,
Apsara, almea, danzarina. . .
¡Bailarina divina! ¡ Divina bailarina!
Etiero de 1921.
NUEVA ESPAÑA
De el libro ea prensa
Poemas Coloniales
A agUvSiín lokka y cha vez
E
N el estanque añoso del jardín colonial
duerme el rumor ilustre del ensueño ancestral.
Sus linfas, que se arrugan como seda joyante,
saben de la prosapia gentil del guardainfante,
del abolengo altivo de la robusta espada.
36 MÉXICOMODERNO
de egregios tahihartes de Cardóla y Granada^
del vargueño de sándalo, de la hopalanda fhm,
y de las suavidades del damasco de China.
Aquí alzó el azulejo su procer Talavera;
y sus cristalerías de piedra^ el Churriguera;
y una blonda virreina edhó aquí su peineta
de carey, en memoria de su paje poeta,
que se ahogó entre las ondas de su mala fortuna
cazador de suspiros y pescador de luna.
Y en un vuelo de halcones pasa tropa adventicia:
son los Conquistadores: hierro, sangre y codicia,
bravos hombres de presa; y un rudo gerifalte
heraldiza su alcurnia y decora su esmalte,
Y el misterio alimenta Catalina de Erazo
con sus ul)res de acero y su andrógino trazo;
y sonrisa es el robo que se afína y se aguza
con el picaro ingenio de Martín Garatuza.
El Conde de Santiago se irgue con su lebrel,
y atisba con siniestro mirar Dort Juan Manuel.
Y teologuiza clásico Fray de la Yeracruz^
y Gante lega al indio sus gérmenes de Iti^.
Atraviesa una estrella de amor: el misionero;
y una sombra con garras: el fosco encomendero.
Y el corsario se esboza como águila marina
acechando el velamen de la Nao de China.
Santo Tomás incrédulo quiere tocar la llaga
de Jesús en el cuadro de Sebastián de Arteaga.
Don Carlos de Sigüenza destaca su perilla,
y su antiparra casi le cubre la mejilla;
Sor Juana alza libélulas de frágil vibración;
y es volcán la joroba de Juan Ruiz de Alarcón.
Y el otoño sus oros en sordina desgrana;
en un rezo de frailes murmura una campana
llamando a santiguarse en la hora de queda;
y una monja levanta su mirada de seda
y su mano de nácar, en un místico ascenso;
y su cuerpo eS un lirio perfumado de incienso.
NUEVA ESPANA
y en su toca nevada las blancuras esplenden
como dos floripondios (¡uc su. pétalo extienden.
Edad contradictoria que alumbrada se ve
por el ardor chirriante de los Autos de Fe,
y por brillo de rasos, y azul de porcelanas,
y matices de cirios y elegancias mundanas.
Jaramugos la enmarcan, la decora Xa yedra,
y Xa ungen los aceites de la imagen de piedra.
Edad de flor de acero y de luz de coraza,
en que el crisol crepita en fundición de raza:
fogosa y ruda y hosca, como un dragón de China;
O alada y leve y grácil, como una muselina.
Edad de paz de seda y de fulgor de laca,
con incendios de trópico y con ritmos de hamaca :
el halcón es su pájaro, su flor es el madroño^
el incienso es su aroma, y su marco el Otoño.
Y cruzan por el aire de ópalo y de zafiros,
una hoja, otra hoja, otra hoja... y suspiros. ..
Y en el estanque añoso del jardín colonial
duerme el rumor iluMre del ensueño ancestral.
Enero 20 de 1921.
ALFONSO GRAVIOTO.
37
UNA NOVELA DE HUYSMANS
AL REVÉS
HAY algunas obras (Al Revés es una de ellas) a las que el crítico
debe acercarse con minuciosas precauciones. No todas ellas
son obras maestras, antes bien en su mayoría son pequeños
trabajos en los que se nota la ausencia del amplio soplo del genio,
pero esto mismo constituye una verdadera dificultad.
Libros existen,, grandes y bellos, bella y sobre todo humanos,, a los
cuales el humano sentimiento se enlaza por modo indisoluble ; con
ellos aparece el extraño fenómeno de una obra colectiva que los siglos
van formando lentamente. Así el Quijote, así Hamlet^ así la Ilíada.
Llegamos a leerlos, influidos por el juicio que sobre ellos la huma-
nidad ha formulado; entre verso y verso de la Ilíada y entre discur-
sos y aventura del inmortal caballero cervantino encontramos, fres-
ca aún, la opinión de aquellos que nos han precedido.
Por ventura (algunos piensan que por desgracia) cada genera-
ción tiene una magnífica idea de sí propia y todo lector juvenil ad-
quiere pronto la certeza de la personalidad de sus imípresiones. Al-
gunos hay que, en afortunada ocasión, (^encubrieron al Dante (como
en la novela de Mérimée) y salieron a la calle a pregonarlo.
La crítica se adhiere con tal intimidad a la obra de arte y la
modifica tan rápidamente que, en la mayoría de las veces, es falso
imaginar las tendencias originales que la informaron. Nuestra vi-
sión influye y define todo lo que vemos de tan extraña suerte que
una parte del génesis artístico está en nosotros, lectores sin tras-
cendencia, en la opinión que la plática familiar formula en torno a
un libro nuevo, en el aplauso o el silencio que continúan la audición
de una sonata o de un Concertó.
La labor del crítico en estos casos es harto sencilla y casi siem-
pre segura. Sin salir de sí mismo, sin consultar más volumen que su
UNA NOVELA DE HUYSMANS 39
propia sensibilidad encuentra, la fraf<e justa, el elogio acertado, el
reproche perfecto.
Todo hombre es la suma de las generaciones que le han prece-
dido; sólo que por desgracia muy pocos son los que tienen conciencia
de serlo, y por esto los genios son tan poco numerosos.
Otra es la labor del que se allega a un libro nuevo. Al abrirlo
un extraño temblor mueve su mano: ¿no desflora acaso un destino?
Y cuando este juicio que va a dictar no es un bautismo (como
no puede serlo en este caso tratándose de Al Revés, obra que tan di-
versas opiniones ha promovido) un nuevo obstáculo surge: ¿cómo es-
cuchar voces tan opuestas? ¿opiniones tan contrarias, cómo conci-
liarias ?
Hubiéramos escogido un camino : consultar al autor. Pero esto,
que no es siempre fácil, resulta a menudo comprometedor. Gracias
al prólogo que Hu.ysmans dio en 1903 a su obra nos encontramos au-
torizados para hablar, sin peligros, de cosa tan sutil como es siempre
la opinión que se forma el creador^ de la cosa creada.
''Al Revés — nos dice el novelista — no es la última obra de mi
primera manera, sino antes bien la primera de mi época cristiana".
Nada más cierto. Cierta también, ciertísima, la frase de Barbey: Des-
pués de haber escrito A Rchours sólo quedan al autor dos caminos:
o la boca de un revólver o los pies de la cruz.
El señor Huysmans nos explica cómo la virgen María le hizo
preferir este largo sendero de torturas que es la vida al rápido desen-
lace del suicidio. Algunos pensarán que el señor Huysmans, y muchos
en su caso, habrían sabido escoger sin necesidad de tan celestial
ayuda.
Dejemos, pues, este punto acerca del cual estamos de acuerdo
con el autor y veamos a qué tesis obedeció A Rehoitrs en su creación,
si tesis preconcebida hubo. A Rehonrs fué obra inconsciente, involun-
taria, una reacción casi fisiológica en contra de la influencia natu-
ralista de Zolá y de la "Veladas de Médan". Hizo en este punto Huys-
mans lo que decía el señor de Roannez: "Descubro luego los motivos,
pero desde un principio las cosas me agradan o me repugnan".
"Esa necesidad que experimentaba — nos dice — de abrir las ven-
tanas, de huir del medio en que me asfixiaba, y el deseo que tenía de
sacudir los prejuicios y romper los límites de la novela, de fhaicer in-
tervenir en ella el arte, la ciencia, la historia ; esto era lo que más
profundamente me llamaba, en aquella época, la atención. Suprimir
40
MÉXICO MODERNO
la intriga tradicional, la pasión misma, concentrar la luz sobre un
solo personaje, hacer algo nuevo a todo trance".
Y ahora podemos preguntarnos : ¿cuándo con tanta claridad se
er.uncia todo un sistema de doctrina estética, puede calificarse de
espontánea la creación de una obra como A Rehoursf No, y parece
confirmar nuestra creencia el hecho de que entre todas las páginas del
libro, no haya ninguna en la que no aparezca el deseo de hacer algo
nuevo j el afán de ahrir las ventanas.
Tenemos pues (claramente indicados) los caracteres más genera-
les de lo que pretende Huysmans: lo. romper los límites de Xa novela,
designio aventurado y sobre todo vago. 2o. Hacer intervenir en ella
arte, historia y ciencm. Zo. Concentrar la Iwi sohre un »olo personaje.
¿Consiguió el autor lo que pretendía? ¿Qué es entonces A Re-
hours? ¿Es la historia de un amor desventurado? ¿La trágica his-
toria de Calisto e Melibea? ¿El íntimo naufragio de Ofelia? Nada de
esto. Huysmans nos lo dice terminantemente : quiso desde un prin-
cipio suprimir la intriga tradicional, la pasión, la mujer mimna . . .
y lo logró. ¿Oómo? Des Esseintes es un Eené eunuco, un Obermann
afeminado, y en esta degeneración del personaje está el recóndito
origen romántico del libro. Comparemos.
¿Cuál es el deseo de Rene? Odia el ruido de la sociedad, los tor-
mentos del mundo; hay en él un fondo de ascetismo, un deseo de
renunciación casi egoísta. Ahora bien Des Esseintes, que empezó por
ser un frivolo dandy, terminó por no poder soportar la visión de
un rostro humano. "Positivamente — narra el autor — sufría al ver
ciertas fisonomías, consideraba como insultos la expresión benévola
u hosca de algunos rostros, sentía ganas de abofetear al sefíor que se
pasea cerrando los párpados con aire doctoral, al otro que se sonríe
en los espejos, aquel en fin que parece esconder un mundo de pen-
samientos profundos mientras devora, con el entrecejo fruncido, la
seicción de sociales y personales de los diarios" (A Rehours, Pág. 34).
Si la semejanza es ostensible, la diferencia no lo es menos. Rene es
originalmente un pesimista (observemos que es la única manera real
de serlo sinceramente). Des Esseintes, por el contrario, atraviesa los
salones más refinados de París; el primero narra al viejo Chactas su
tristeza hajo el árhol del desierto, el segundo se inventa una soledad
artificial, llena de luz déctrica, de calefactores y refinamientos socia-
les. El uno dice a la sociedad: te repudio, en mí hallaré mi tesoro; el
UNA NOVELA DE HUYSMANS 41
segundo la desprecia pero no puede abandonarla, lo retiene ix)r un nú-
mero infinito de vínculos que él mismo no sabría descubrir.
Des Esseintes exige una soledad absoluta, pero no sabe renun-
ciar a sus tés importados de la China, a sus libros favoritos, delicio-
samente encuadernados, a su tortuga de oro y a sus piedras raras.
Hay en La Ciudad y las Sierras de Queiroz un personaje — el pro-
tagonista— que tiene un parecido extraordinario con Des Esseintes,
ambos empezaron por ser curiosos y terminaron por convertirse en
maniáticos. Se rodearon de pequeñas costumbres despóticas que im-
pidierop después en ellos toda actividad personal. No obstante, el
personaje de Queiroz es un hombre sano; algunos meses pasados en
el campo lo reconcilian con la naturaleza y la novela termina con
un par de bodas de Camaicho y un buen copón de ese vinillo de Por-
tugal que inspiraba al último de los Ramires la gloriosa gesta de don
Tructesindo.
En Des Esseintes no hay un so] o resorte consistente : todos están
rotos. ¿La mujer? este raro personaje inventaría los artificios de la
senilidad más rebelde sin poder exaltar su impotencia... ¿La ambi-
ción? sumergido en un sillón de valetudinario, vé cerrados todos los
caminos que llevan al triunfo. ¿Cómo poderlos numea recorrer? En la
posada de la gloria nadie sabría servirle esos brebajes que le endul-
zan la existencia, y él que tanto desprecia a los burgueses, ve su an-
helo limitado por el más ridículo de los temores: el de viajar. ¿El
arte? A primera vista parecía que en él podría únicamente hallar un
refugio su extenuada humanidad, pero, además de gustarlo como un
simple dilettante, el arte no es para él más que un objeto de insanas
teorías. Lleno áe las ideas que Wilde resume con aína brillante dia-
léctica paradógica en Intenciones, Des Esseintes odia todo lo que es
sencillo y natural. El nombre de Rousseau no aparece una sola vez
en todo el volumen, y de haber aparecido lo hubieran acompañado las
más procaces injurias.
Por un pequeño mecanismo que está en el fondo de muchas doc-
trinas, Des Esseintes piensa que sólo lo artificial es lo bello y con la
mayor tranquilidad escribe frases como ésta :
"En resumen, en la perfumería, el artista completa el aroma ini
cial de la naturaleza. . ."
Esta estética es capaz de hacernos sonreír; no que sea imposible
este procedimiento, sino que es característico de ciertos géneros es-
42 MÉXICO MODERNO
pecialísimos, como la caricatura, (lue están en im término medio en-
tre el arte y la vida.
Agregaremos algunas palabras a esíe artículo (que va adqui-
riendo ya proporciones involuntariamente extensas) sobre el estilo de
Huysmaus.
El maestro a cuya influencia inmediata está sometido es segura-
mente Flaubert y paia aquel que sabe leer entre líneas se advierte
que Salammbó ha sido más asiduamente hojeado que Mme. Bovary.
Todo esto lo confiesa casi el autor al tratar de la literatura latina en
un capítulo lleno de medula sobre los escritores de la de-adencia.
En esas páginas amorosamente escritas hace un brillante elogio
del Satiricen o Sátira de Petronio. Lástima grande es que el señor
Huysmans haya creído imposible hacer el elogio de algunos escritores
generalmente olvidados, sin permitirse irreverencias dolorosas parii
otros, celebrados con unanimidad. Así los párrafos en que la frase
robusta, melodiosa y solemne de Cicerón y el verso suavísimo de
Virgilio son tratados de intolerables antigüedades, no pueden dejar
de parecemos sencillamente necios. No creáis sin embargo que el más
pequeño remordimiento pueda esconderse en el espíritu del autor; el
prefacio de 1903 afirma orgullosamente las ideas juveniles y pretende
autorizarlas con la madurez de un juicio ya sereno.
Al admirar en Petronio,, a quien Justo — Lipsio calificaba de auc
tor purissimae impuritatís^ la riqueza de un léxico que no desdeñó
jamás las palabras de procedencia más sospechosa y la aceptación de
giros decadentes y de barbarismos como en el Satiricón ]>ululan (bu
bliotheca y Ephigenia v. gr.), Huysmans nos indica claramente a
cual doctrina obedecerá en su obra y así, desde la primera frase del
prefacio nos encontramos con términos técnicos y modismos de origen
científico o popular.
Pero este procedimiento que ofrece sin duda ventajas eminentes y
asegura al lenguaje literario una elasticidad y una virtud renovadora
muy difíciles siempre de obtener, no deja de presentar serios peligros.
Así se llega casi insensiblemente al galimatías y al preciosismo como
cuando, describiendo el cielo de una noche de invierno, dice Huvs-
UNA NOVELA D'E HUYSMANS 43
nians: ainsi (¡i(-u¡ie haute tenture de contre-hermine, le ciel se levait
devant luí (A Reboiirs, Pág. 01.)
I^]ii el tt'rreiK) de las .ingestiones (¿no es este divino objeto de su-
gerir derecho que el artista constantemente i-eivindica?) Huysmans
es un discípulo ferviente de Baudelaire. Hahla de él con noble entu-
siasmo; Des Esseintes poseía impresos en finísimo pergamino tres
sonetos suyos; el autor no coloca entre ellos el tan conocido de Co-
rrcKpoHdcnoias pero a nadie se esconde que de toda la obra de Bau-
delaire es el que lia informado mayor niimero de tendencias entre
los literatos llamados decadentes.
Hemos dejado para los postres el asunto religioso de A Rehours.
Pensamos que es lo más interesante del volumen como estfudio psi-
cológico cuidadosamente logrado y, si debemos hablar sinceramente.
c(mio confesión que es del novelista.
Las causas del misticismo que lo invade fácilmente se descubren
y con exactitud se enumeran : la enseñanza jesuítica que aniquila
la voluntad y hace de ella un resorte secundario, un hilo conductor
de superior energía, nn deseo .«^lensual de seguridad, lo que R. de
Gourmont ha llamado deliciosamente el camino de terciopelo; los re-
finamientos teológicos, resultado necesario de una lectura incesante
de los padres más sutiles de la iglesia católioa, refinamientos que
hacen del pensamiento una máquina complicada y difícil; la soledad^
que como sabemos, es la más poderosa de las grandes voces cristianas
y la que mayores adeptos hace al misticismo.
Además de estas razones generales, que no tienen nada de ver-
gonzoso, Huysmans deja adivinar muchas otras más especiales pero
más escabrosas también, que presentan al ¡lector un terreno resbala-
dizo, lleno de emanaciones deletéreas, y en el cual sólo tras largas
vacilaciones nos atrevemos a penetrar.
Hay todavía aquí (¿y en dónde pudiera no haberlos?) motivos
simplemente literarios y razones puramente ideológicas.
La lectura de Schopenhauer y el pesimismo de su filosofía apa-
recen aquí como determinantes; sin embargo hay algo más (lo único
que por ahora nos interesa) y esto nos recuerda la procedencia natu-
ralista de Huysmans.
Los motivos verdaderos son para él culeramente materiales: his-
teria,, impotencia, sadismo.
Como veis nos encontramos muv lejos de la conversión religiosa
44
MÉXICO 'MODERNO
intempestiva que el romanticismo había puesto de moda; la ciencia
ha invadido el campo de la literatura y tenemos que desprendernos
de los buenos procedimientos de antaño, tan comprensibles y tan su-
marios. Nos encontramos muy lejos también (aun en el terreno de la
literatura contemporánea) de casos semejantes pero cuánto más no-
bles y más humanos . Quiero sólo citar con el fin de oponerlo al des-
medrado personaje de A Réhours el nombre de Juan Criistóbal Craft,
ciudadano del mundo, de cuya vida ihizo Romain Rolland obra per-
fecta
Leed La Zarza Ardiente, en cuyo volumen se relata la historia
de la conversión religiosa de Juan Cristóbal. Los motivos fundamen-
tales son los mismos, sin embargo qué caminos tan diversos sigue la
piedad para llegar a la morada de una alma pura y fuerte !
No sin propósito deliberado citamos el nombre y la obra de Ro-
main Rolland. Mientras existan glóbulos rojos en el organismo de la
literatura contemporánea será digno de imitación este robusto ejem-
plo que nos dá la Francia de ahora que sabe hacer fraternizar en su
seno tendencias tan opuestas como las de Huysmans y R. Rolland.
No nos atrevemos a compararlas. Nuestra opinión será de todos
conocida cuando hayamos dicho que es muchas veces necesario res-
pirar el aire puro de las cumbres al salir de la atmósfera viciada
de las grandes capitales. Es bueno por consiguiente poseer literaturas
diversas y no es inútil gustarlas contradictorias. El contraste es base
de conocimiento y símbolo de vida. Después de muchos siglos La
Rochefoucauld sigue teniendo razón : no hay acaso mayor locura que
la de ser demasiado cuerdo.
JAIME TORRES BODET.
UNA INICIATIVA
SE quejan frecuentemente nuestros compositores de música se-
ria de las dificultades que es preciso vencer para editar una
composición de cierta im;portancia.
El editor, como buen fenicio, atiende a la prosperidad de su co-
mercio j lanza li la publicidad la música de venta fácil que es, por
lo general, música bailable exenta de grandes dificultades técnicas.
Las obras serlas — cela va sans diré — se quedan durmiendo en los es-
tantes de los compositores.
A riesgo de predicar en desierto, vamos a exponer una idea que
estimamos de fácil realización, encaminada a estimular a nuestros
compositores.
Nada ¡hay, en efecto, más halagador para un compositor, como ver
sus obras impresas. La seguridad de que sus manuscritos no se per-
derán ya ; la facilidad que para la ejecución de ellas significa que es-
tén editadas; la posibilidad de enviarlas fuera del país \y, por con-
siguiente, darlas a conocer en los más importantes centros musicales;
todas estas ventajas le recompensan ampliamente de las horas de tra-
bajo, de la ardua labor que ha debido realizar para dejar consigna-
das en el papel pautado sus inspiraciones.
Pero la edición de la música es costosa y el compositor de mú-
sica seria en México, está condenado a vivir de otras actividades —
clases, cines, teatros, etc. — ^menos de lo que constituye el objeto de
su existencia, el por qué de su vida: la compogición.
Hemos tenido a pesar de la hostilidad del medio ambiente, al-
gunos maestros casi heroicos que han abordado los géneros sinfónico,
religioso, lírico-dramático y de cámara y cuyos esfuerzos han ñau-
40 MÉXICO MODERNO
fmgado en el océano de nuestra frivolidad e indiferencia. Y esos es-
fuerzos traducidos en obras teatrales o sinfónicas no han jKxlido ser
aquilatados en otros países donde, tal vez, hubieran sido mejor esti-
mados.
'¿Por qué Keofar, Atzimha, El Reij Poeta, Zulenia, Nicolás Bravo ^
Rudelf Morgana, etc. no han traspa.sado nuestras fronteras? Porque
no han sido impresas.
Existe en México un modesto artista grabador de música, cuyos
trabajos han merecido los más calurosos aplausos de propios y extra-
iios. Las ediciones hechas por I>. Gustavo Beraud — así se llama el gra-
bador a que nos referimos — son tan perfectas como las que se ejecutan
en Alemania. Su larga práctica en el arte de la zincografía lo acredita
como el más experto en este importante ramo del arte musical. Y
bien, con elemento tan estimable ¿no se podría emprender la noble
campana de estimular a los compositores mexicanos?
Una serie de concursos cuyos premios consistirían en la edición
de las obras premiadas ¿no sería un aguijón para despertar los dor-
midos entusiasmos de nuestros m¡úsicos?
La edición de una obra sinfónica o de cámara trae aparejada la
facilidad de enviarla a las diferentes agrupaciones artísticas europeas
o norteamericanas, las cuales, indudablemente, se interesarían por las
composiciones de real valor artístico, cuj-a aparición en este México
tan combatido y calumniado borraría, aunque sólo fuese en parte,
la opinión adversa que acerca de nosotros y en especial de nuestra
cultura, se tiene en el extranjero.
En estos rápidos apuntes sobre uíi asunto (|ue entraña una i^al
importancia para el porvenir del arte musical en nuestra patria, no
hemos pretendido sino esbozar la forma de estimular la producci<')n
musical mexicana y señalar — para que se le utilice en su oportuni-
dad— ^^al creador del arte de la zincografía en México.
Si la República Argentina gasta cincuenta mil pesos anualmente
para premiar las mejores obras de sus artistas, ¿por qué en nuestro
UNA INICIATIVA 47
país no se dedica una pequeña suma destinada a salvar del olvido las
obras más notables de nuestros compositores?
Nos complace imaginar que el entusiasta y culto Rector de la Uni-
versidad Nacional sabrá hacer viable esta iniciativa — ^si la juzga opor-
tuna— y así despertará una noble emulación entre los compositores
de música elevada.
Estamos seguros que los buenos resultados en favor de nuestro
incipiente arte musical, no se harían esperar.
MANUEL M. POKCE.
♦ ^
LA JOVEN LITERATURA MEXICANA
SECCIÓN A CARGO DK
AGUSTÍN LOERA Y CHÁVEZ
PEDRO REQUENA LEGARRETA. Aún no lo conocíamos, hasta que un
buen amigo, en generoso rapto de comunicativa nostalgia, nos lo descubrió desde
New York, en frases amables de profeta-viajciv). Era en 1918 el príncipe gen-
til de los cenáculos artísticos hispano-americános en la Ciudad Tentáculo. Apues-
to doncel de distinción wildiana y porte refinado, cautivaba con su avasallado-
ra atracción de irresistible magia : vivaz y cultísimo decir, espontánea dono-
sura en el tiato, nobleza espiritual y gracia de efebo. Su nombre, de cristalinas
sonoridades, presagiaba añoranzas, y la brillante juventud de sándalo traía remi-
niscencias de las místicas noches del Ramadán y el delicado enigma de una
rosa fragante de Meshed prendida, en sortilegio de juglar, a un anhelo pujan-
te de caballero merovingio. Tal así de múltiple y ágil, generoso y jovial, atra-
yente y luminoso en su guapa mocedad, lo imaginamos al reconstruir su figura
precoz, de hombre y de poeta, devanando los hilos de su mosaico lírico. Loar a
la juventud artística en él, es entonar el himno de la divina gracia, el canto
de la fe áurea y potente, proclamar el arraigo viril a las bellezas de la vida,
al perpetuo seguro de la pureza espiritual en una sincera aspiración creadora,
generosa en su impulso, tenaz en su cultivo, exultada por el toque de la rara bon-
dad y transfiguiada por la visión de un hondo fatalismo que apremia la labor
y purifica la acción.
Su obra caudalosa y varia revela una espontánea e inagotable fecundidad
de inquisitiva y multiforme expectación ; y es que la vida fué para él pródiga
y generosa ; jamás sonaron a sus puertas las homéricas miserias del rapsoda,
aunque supo beber, con ademán pagano, en los festines de Odiseo, la crátera
sonora escanciada una y mil veces al apagarse el canto. Completo a los veinti-
cinco años, hay en sus versos la síntesis de una existencia bien vivida : dolor y en-
sueño, piedad y anheló, púgil impulso y m^stiica visión de los paisajes, y sobre
todo, el irisado tul de un vibrante e irresistible amor — dúctil e incorpóreo —
cristalizado en mil fortuitas aventuras de anónimo y galante devaneo Pe-
ro si la fortuna brindó a su vida muelle y acogedor albergrue, el óleo de la lia*
LA JOVEN LITERATURA MtXICANA
4^
iiui interior dio a su lámpara titilaciones de intermitente y luminosa predes-
rinacién fatalista, que ungía de inquietud y aureolaba de supremo dolor su
dí^sbordante estrofa. Así despunta entre un oriental y delicado sensualismo,
í-ieito asomo de desencanto, que no acertó a apagar el quemante gozo inter-
no, al anuncio cercano de los pálidos toques de queda.
La desbordante espontaneidad de su rima, objetiva y clarifica en demasía
Ja ondulante emoción y es a veces en el sonoro ritmo externo, con la expre-
sión precisa y borbotante, donde su gran fuerza imaginativa despliega la metá-
lica cauda de su vuelo. Es que una ingenua naturalidad e irrefrenable tenta-
ción de modular su canto, lo llevaba a la orquestación de las contemplaciones
vividas o soñadas, antojándose ver tm él la encarnación de la verídica conseja
que nos pinta al iioeta saludando a la luz con balbuceos armónicos, jáu vibra-
ción emotiva tiota en una sencillez de musicales ritmos sin técnicas difí-
ciles ni rebuscamientos hondos, y no por desconocimiento de las más complica-
das formas, ya que para glorioso ejemplo de nuestros jóvenes poetas, ítequena
Jx>garreta poseyó un caudal de lecturas y erudición como no ha habido entre
rnMíStros escritores de cinco lustros quien lo tenga.
8us traducciones de los Poemas y Cantos de la (Irán (iuerra encierran la
manifestación de sus vastísimas lecturas en cinco o seis lenguas y en ellas
va, con lucidez que encanta, del odio vigoroso y brutal de los germíinos a la
augusta resignación e indomable coraje de los belgas, magnánimos como un
a[>acible paisaje de Flandes; de la hábil y untuosa dejadez, mezclada con arro-
gancia socarrona de los ingleses, al heroico valor y pictórica ternura de los
galos, a través de austro-húngaros, canadienses, norteamericanos, indúes, irlan-
deses, italianos, montenegrinos, turcos y ruso«. La exubiírante facilidad de ver-
sificar le permitió encontrar la manera simpática y acertada de trasmitir, con
h>» encantos del original, en la donosura de nuestra lengua, los gi'itos de odio*
de veinte pueblos trágicos que se devoraban.
Hacer crítica de una obia caudalosísima de dos años, »?„ un poeta que
muere cuando los renuevos apenas marcan su rotunda suavidad de seno ntír
bil, s'ería labor de tildsteo. Dejo a otros la empresa de señalai; imperfecciones
técnicas, descuidos de fecundidad, ligerezas de forma, excesos de filosofía,
desahogos de exiliado, y fallas de cohesión. . . Queden sus versos como él alcan-
aO a esciibirlos y no haya mano, por sabia y providente, que se atreva a tocar-
Jos, ya que no habría disculpa para tan monstruosa profanación.
Yo me conformo con saludar en Requena Legarreta al espíritu representa-
tivo de una generación ideal, en que la l)ondad y el amor aure<)lan la grael:i
iiimortal que la belleza canta, en la síntesis de uno divino vocablo: juvenin-d.
' , A. L. Cfí.
50 MÉXICO MODERNO
ENTRE LAS SOMBRAS
RUSTICA VIII
ES la noche tan negra, que inunda mis pupilas
suscitando en mi alma la noción del abismo,
y siento amargamente que las sombras tranquilas
immdan a la tierra surgiendo de mí mismo.
No hay un astro que alumbre, ni hay un faro que guíe,
no sé a dónde dirijo mi, paso vacilante,
sólo escucho el sarcasmo del arroyo que ríe
y el graznido siniestro de algún pájaro errante.
Y nvis brazos se extienden hacia el fin de la ruta,
por buscar otros brazos más allá del nirvana,
y se asoma a mi espíritu una noche absoluta
a través de mis ojos como de una ventana
¡Y todas esas ansias que en la sangre hacen eco.
van apretando en torno de nd garganta un nudo,
acude el Üutito al ojo, y el ojo sigue seco;
acude el giHto al labio, y el labio sigue mudo!
Más allá de las sombras, ¿por qué busco luz pura?
¿Por qué bursco otros pasos que conduzcan al mío?
¡Si al ahrir más los ojos contemplo más negrura
y al abrir más los brazos abarco más vacío!
¡Hay una luz oculta dentro de cada cosa;
buscándole, alma mía, reviértete a tí misma,
vei'ás en tus sentidos como se muestra hermosa
y como se difunde cual a través de un prisma !
Llámala como quieras, amor o fé, que el nombre
poco importa a la esencia, y es muy débil barrera
la que a la luz oponen los párpados del hombre^
ipara poder privarlo de un4i luz verdadera.
Con ella harás un foco de cada punto of<vuro.
y se hará luminoso lo que toque tu mano,
se hará el júbilo casto y el dolor se hará puro
y tendrás la belleza que ahora buscas en vano.
LA JOVEN LITERATURA MEXICANA
Prueba una vez y aguarda, y si fallas, insiste;
no pienses sin esfuerzo alcarusar tu destino;
aquel que espera y btisca sabiendo que ella existe,
encuentra menos duras las piedras del camino . . .
¡ La aurora como mi ave, se reclina en los prados,
la combate a lo lejos la canción de Caronte,
y yo voy como Homero con los ojos cerrados
y los brazos abiertos hacia el gran hori4sonte!. . . .
EN ESTA COPA DE CRISTAL
ANACREÓNTICA V.
EN esta copa de cristal sencillo
desprovista de adornos meicen^rios ;
con la graeia y soltu/ra con que ciñe
la vid al mármol, se plegó su mano.
Su cristal entibióse con el vino,
y perfumóse suavemente, cuando
se posaron, como una mariposa
sobre una rosa cárdena, sus labios.
La mano, sin joyeles, parecía
hermana del cristal límpido y diáfano;
y armmiizando sus matices rojos,
el labio y el licor, eran hermanos.
Solos con nuestro amor aquella tarde
en que alegres y jóvenes brindamos,
sobre la copa, trémulos se uniermi.
nuestros labios y amantes nuestras manos.
Mas la tarde pasó porque es preciso
que mueran flwes y que emigren pájaros;
y de mi vida por los cielos grises,
también sus gracias y su anwr pasaron.
52 MÉXICO MODERNO
Hoy la copa subsiste como estuvo
antes de haber latido entre su muño,
y vivido al contacto lumiinoso,
inefable y sediento de sus labios.
\Es verdad que su forma nada guarda,
ni recuerda ni siente; y sin embargo
en ella anida su primer caricia,
y en sus cristales de su ser hay algo.
¡No la toques, amigo, escancia y bebe
mi mejor vino en mis mejores vasos,
que esta copa sencilla es algo suyo,
y por eso es tan sólo de mis labios!
•
LA ALEGORÍA DEL ÁGUILA
UN día miré a un águila volar sobre mis hatos
y desplomarse a tierra veloz contra su presa,
y yo corrí tras ella; los ciegos arrebatos
daban alas potentes a mis pies en la empresa.
El águila, consciente del poder de sus plumas,
con m<ij€Stad subía por el plácido ambiente ;
yo trepaba los riscos, como saltan los pumas,
y buscalm la citim con ahinco creciente
De iprmito, de un impulso gigantesco, llegando
más alto que las rocas más enhiestas, atento
•^ Vi al águila soberbia sobre vZ monte flotando,
como un aMro de plumas en el gris firmamento.
Más allá de las cosas más altas, la>s estrellas
parecían burlarse de mi estéril porfía;
^iró vertiginosa mi honda contra ellas,
y puse en aquel tiro mi total energía.
Partió la piedra rauda, conw un rayo ha<}ia el (Helo;
plegó las alas recias el águila potente,
y la vi derrumbarse inerte sobre el suelo,
m4inchando los terrones cmi su sangre caliente.
¡ y yo envidié su muerte entonces, y he querido
coronar mi existencia con un trágico salto
del Ideal supremo apurar el sentido,
y morir en el vuelo de mi ensueño más alto!
PEDRO REQUENA LEGARKHTrA
¡ín!»iu-^í'"r
ARTES PLÁSTICAS EN MÉXICO
SECCIÓN A CARGO DB
MANUEL TOUSSAINT
LA EXPOSICIÓN DEL DR. ATL
Presenciamos ahora una exposiíción
de pinturas, diversa de las que es-
tamos habituados a conocer. El Dr. Atl
exhibe su labor de los últimos meses,
y quien no tenga telarañas en los ojos,
puede ver delineado a grandes, pero
firmes trazos, todo un espíritu. Este
revolucionario, cuya obra corre pare-
jas con el movimiento social que hace
diez años sacude a nuestra patria, ha
comenzado por revolucionar en su pro-
pio espíritu y su obra se enlaza de tal
manera con su actividad ideológica,
siempre en movimiento, que casi es
imposible juzgarlo independientemente
de su tiempo.
Procuremos haK^er abstracción de la
resonancia que las actividades políti-
cas del Dr. Atl hayan podido tener en
su arte, olvidemos al demagogo, porque
su demagogia es acaso lo menos inte-
resante de su obra, y hagamos lo po-
sible por estudiar un momento la re-
volución espiritual de este pintor, dé
este ideólogo furibundo, que ha tra-
tado de aplicar siempre su teoría a la
prá<?tica con resultado vario y cam-
biante.
Atl ha comenzado naturalmente por
destruir cuanto en él existía de la-
bor académica, porque existía, porque
nadie puede librarse de que se ate a
su cuello, aun cuando sea un momento,
uno de los múltiples y movibles bra-
zos del pulpo : llegará más tarde el
momento que las meditaciones ayuden
a los ojos y en que la rebeldía de unos
cuantos iluminados reconforte nues-
tra audacia, para rebelarnos contra la
casi invencible pesadez del tradiiciona-
lismo.
Todo lo que hay de blii-ff al princi-
pio, inevitable y casi necesario como los
disturbios al principio de todo reno-
vamiento civil, desaparecen cuando lle-
gan más reposadas las tardes . de la
vida, cuando el artista se convence de
que hay que dejar algo y que la poste-
ridad no nos tomará en serio si en-
tre los discreteos del momento y los
entusiasmos brillantes no queda, a v'é-
ces olvidada, desconocida, la obra qué
tenga en sí fuerza bastante para ha-
blar por sí sola, cuando el cerebro ha-
ya dejado de vivir, cuando el ojo se
haya extinguido, cuando la mano iner-
te no pueda expresar las inquietudes
que conmuevan nuestro espíritu. '""
54
MÉXICO MODERNO
Entonces la sinceridad se impone co-
mo último baluarte contra todos los
exclüsivimos e intransigencias de es-
cuela y llega el momento culminante de
la vida del pintor. Creo no equivocarme
aJ asegurar en estos momentos que
el Dr. Atl comienza a expresarse sin-
ceramente ante sí mismo.
Esta exposición enseña muchas co-
sas: estudiantes de arte que ambicio-
náis conocer cómo expresan sus emo-
ciones los grandes visionarios, para po-
der así dar forma aígún día de modo
peculiar vuestro a las inquietudes que
os conmueven, aprended aquí todo lo
que se ofrece a vuestra avidez. Nc to-
méis la parte personal de este pintor,
no tratéis de aprovecharos de su proce-
dimiento, apreciad únicamente las rela-
ciones que encontréis entre las ideas
de este artista y su capacidad de expre-
sión, su modalidad peculiar, su esti-
lo en una palabra. Así podréis adqui-
rir- un procedimiento vuestro, un es-
tilo vuestro.
Yo no sé si el pintor tendría o no
mira premeditada al exhibir, junto
datos sencillos apegados a la natura-
leza; pero yo veo toda una evolución*
el dibujo preciso, fiel, en que la mano
seguía dócilmente las indicaciones del
ojo, como si el espíritu creador durmie-
se aletargado por breves momentos.
Véanse sus dibujos al carbón, hechos
con una serenidad y criterio, con una
falta de teoría verdaderamente encan-
tadora. El dibujante se revela, ha si-
do el intérprete más fiel del paisaje,
y apenas si una leve melancolía cubr^
discretamente la serenidad de estos
volcanes, cuyos penachos parpadean en
el crepúsculo. Fundándose en estos da-
tos, datos firmísimos como cimientos de
roca, el espíritu creador, verdadero
germen del arte, ha venido a desarro-
llar s^is maravillosas y embri.iadac vi-
siones. CJolaboraba también el estud
detallado de los efectos cromaticos,
la ley de los complementarios, esas
mil leyes recónditas que sólo los ini-
ciados conocen y de la que se deriva
toda armonía colorista. Entonces srr-
ge la serie magnífica <de paisajes. r.\S
NUBES EN EL CREPUSClir.O (núm.
12), LA HUMAREDA DEL VOLCAN
A MEDIODÍA (núm. 52) ATLAUTLA
(núm. 43), para no citar sino algunos
de los más hermosos ; estos son paisa-
jes sentidos a través de im espíritu,
única sensación de paisajes que tolera
el arte de nuestro tiempo. No ha ha-
bido una imitación fotográfica de la
naturaleza, ha sido una espíritu el
que ha extendido su soplo por un mo-
mento del día.
Todavía hay una nueva etapa de su
creación, y el artista se entrega a
los arrebatos de un simbolismo más
elevado y más personal. Ahora son los
volcíanes seres de trascendencia re-
mota que laten con espíritu propio ca-
da uno; ahora se descubren paisajes
de lo suprasensible en que la natura^
leza dio los fundamentos, sin loa con-
vencionalismos, sin la frialdad insen-
sible de la arista y de la masa. En es-
tas creaciones se llega al arte má« pu-
ro que se pueda imaginar y a la vez
al más verídico, al más sencillo. El
vulgo trata de entender, nosotros sa-
bemos que frente a estas sinfonías de
color, de fuego y de sbmbra, sólo debe-
mos sentir. Algunos de estos paisajes
me parecen inferiores a otros, por ra-
zones de técnica, por ejemplo LA GRAN
OLA (núm. 62) me parece mucho me-
nos luminosa, mucho menos real, que
El Tumbo (número 66,) a causa de
que los toques de color vivo han
sido sobrepuestos a un fondo blanco
que de lejos parece encerrar el vacío,
negro, incoloro, en tanto que ésta
(núm. 66) es luminosa como ^ dia-
ARTES PLÁSTICAS EN MÉXICO
55
mant« j ligera como la espuma Mil ma-
tices la convierten en una irisación
fantástica, pero llena de luz; la gran
mancha roja y la gran mancha negra
despiertan en nuestra pupila coloracio-
nes que el pintor no ha puesto, pero
que ha evocado. Estas obras me pa-
recen muy estrechas dentro de su mar-
co de madera; imagino salones de pers-
pectiva infinita, decorados con estas
fantásticas pinturas, y en los cuales la
luz, el amWente, la distancia se com-
binan para realzar la obra y darle una
finalidad precisa. No podemos tomar-
las sino como muestras de lo que es-
ta pintura llegará a ser, seguramente.
Coronamiento de sus ideales pictó-
rico» es el retrato marcado con el
niiniiero 75. La figura parece de nie-
ve cemplicada con armiño; las ma-
nos han sido dibujadas con una ex-
traordinaria certeza, el rostro parece
simbolizar una enoime inquietud en
frente del maravilloso paisaje; ¿qué
relaciones recónditas hay entre es-
ta mujer y el cráter del volcán? La
montaña se yergue detrás y la nievo
es aún más cruel que el velo de la
figura femenina ; pero sobre las cres-
tas del cráter hay un ribete de oro
Para conseguir la realización de sus
ideales artísticos, el pintor ha tratado
de crear una técnica peculiar suya; un
procedimiento que le permite fijar ins-
tantáneamente un aspecto de paisaje en
grandes dimensiones, ejecutar rápida-
mente como él dice, im apunte o cu-
brir una muralla. Este procedimiento
permite los más inusitados efectos cro-
máticos, superponer colores sin que se
fundan como acontece con el óleo, es
decir, se llega al divisionismo perfec-
to, porque la pasta de colores permite
de modo natural, lo que los artistas que
no usan ese sistema tratan de hacer
a costa de grandes esfuerzos visibles.
Las obris parecen algimas veces pin-
tadas al pasteU otras veces tienen el
aspecto de la antigua pintura a la en-
cáustica ; sea como fuere, el resulta-
do es excelente. El que recorre esta
exposición podrá o no salir de ella con
la convicción de haber encontrado su
propio artista, pero no podrá menos de
reconocer que ha habido labor sincera,
y que, teorías aparte, el pintor ha rea-
lizado obra bella. En una exposición
como ésta más que determinados cua-
dros es la tenidencia general la que de-
be apreciar, es la tonalidad especial del
artista la que debe dejarse escucihar.
Me figuro que con unos cuantos hom-
bres dispuestos a la emoción que él
quiera evocarles, el pintor debe darse
por completamente satisfecho.
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
SECCIÓN A CARGO DE
MANUEL M. PONCE
Traducidas por Boris de Markevith,
se han publicado recientemente en
Francia algunas de las cartas que
Borodine envió a su esposa durante su
viaje por Alemania y en las cuales el
gran músico ruso pinta con vivos co-
lores sus entrevistas con Liszt, en Wei-
mar.
En una de esas cartas, Borodine nos
muestra al gran abate entregado a
sus tareas de maestro : "... Liszt, a ve-
ces, detenía a sus alumnos durante la
ejecución de alguna obra, se sentaba
él mismo al piano, tocaba, mostraba,
hacía toda clase de observaciones-
frecuentemente humorísticas, llenas de
esprii y de benevolencia — con las que
causaba la hilaridad aún del discípulo
a quien iban dirigidas. Nunca se dis-
gustaba ni se alteraba y los alumnos
jamás se ofendían. "Ensayad de tocar
al estilo de Vera", les decía, cuando de-
seaba que alguno de ellos recurriese n
los ardides que empleaba Vera Tima-
noff — su discípula predilecta — para sa-
lir avante de las dificultades que se le
presentaban frecuentemente, debido a
la pequenez de sus manos. Y reía de
buena gana cuando alguno no obtenía
el resultado apetecido y confesaba que
no podía tocar el pasaje difícil. Enton-
ces Liszt se sentaba frente al piano
y decía : "mostradnos cómo es que no
podéis tocar." (Nun zeigen Sie uns
Wie Sie das nicht Konnen.)
"Cuando tocó su turno a la señorita
Tiníanoff. Liszt le indicó que tocara
la Rapsodia en md hcmol nuiyor, pie-
zíi que la joven pianista preparaba a
la sazón para un próximo concierto en
Kissingen. Después de hacerle algunas
pequeííias y juiciosas observaciones, el
maestro se puso a tocar algunos pasa-
jes con sus dedos de hierro. "¡ Esto de-
be ser absolutamente como un cortee-
jo triunfal !*' decía Liszt. Y saltando
de su asiento tomó a la señorita Ti-
manoff por un brazo y comenzó a me-
dir la sala con pasos majestuosos, can-
tando el tema de la Rapsodia. Todos
reían alegremente. Cuando la señorita
Timanoff tocó por segunda vez la Rap-
sodia poniendo en práctica las obser-
vaciones que el maestro le había hecho.
Liszt me dijo : "esta pequeña Vera es
verdaderamente notable." Y dirigiéndo-
se a la pianista : "Si tocáis en vuestro
próximo concierto de la manera como lo
acabáis de hacer, sabed que cualesquie-
ra que sean las ovaciones que se os tri-
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
57
buteía, siempre serán inferiores a lo tiiiv
merecéis." La señorita Timanoff, to<ia
sonrojada, lloraba de felicidad. í-.iszí
la acarició con ternura y ella le l)esó
la mamo. Todas las disoípulas, por otra
partí*, acostum'bran besarle la mano sin
avergonzarse y él las acaricia en la fren-
te, en las mejillas, en las espaldas; a
veces, cuando ¡desea llamar su atención
sobre alguna cosa, les pegia un poco
fuerte en la espalda. Por lo general,
entre él y sus discípulos, las relaciones
son sencillas, familiares y cordiales j
más bien que relaciones entre profesor
y alumno son como de padre a hijo o
más exactamente de abuelo a nietos."
"A «US observaciones, algunas veces,
no les falta malicia, sobre todo tratün-
dose de Leipzig. "¡ Oh, no toquéis así,
tocad de esta otra manera !... sólo en
Leipzig se toca así"... Y agrega :" allá os
enseñarán lo que es una sexta aumeii-
tíida y creen que eso basta ; pero la
manera de tocarla, no os la enseñarán
jamás." O bien : "en Leipzig encontra-
rían eso muy bonito," observa a pro-
pósito de cierto pasaje de un estudio de
Chopin, tocado mediocremente y sin
colorido."
"Es necesario hacer notar que Liszt
no elige los estudios y obras* que de-
ben tocar sus discípulos; son éstos lo>i
que seleccionan a su gusto la música
que más les conviene. Por supuesto que
los discípulos se cuidan bien de comen-
zar el estudio de una obra sin antes
consultar la opinión del maestro, pues
sucede con frecuencia que si no es de
su agrado la pieza que el alumno toca,
no lo deje seguir adelante y le diga :
"dejad eso.... qué idea de tocar una
cosa tan fastidiosa . . "'
"En fin, Liszt concede poca aten-
ción a la técnica, a la posición de los
dedos, etc. ; pero se interesa especial-
mente por todo lo que se relaciona con
el carácter y la expresión de la obra.
Es preciso hacer constar que, salvo ra-
ras excepciones, todos los discípulos
I>oseen una buena técnica, aunque sus
estudios preparatorios hayan sido rea-
lizados con diferentes sistemas."
"Delante de mí, tocaron dos discípu-
los y tres discípulas. Cuando las alum-
nas comenzaron a partir, Liszt las acom-
pañó a la antecámara y ayudó a algu-
nas de entre ellas a ponerse el abrigo.
Muchas jóvenes, al despediise, le besa-
ban la mano. El Jes besaba la frente.
Me parece que es, entre paréntesis, un
famoso amante del bello sexo."
"Una vez que todos se marcharon,
me dijo, siguiéndolos con los ojos :
"¡qué buenos son, ¿sabéis? y cuánta
vida en todo ello !" A lo que yo res-
pondí: si existe allí verdaderamente
la vida, es debido a vos, querido maes-
tro, que habéis sido el creador de ella."
En Viena se celebró un "Festival Ra-
vel" dedicado a las obras del jefe ac-
tual del modernismo musical en Fran-
cia. Por conducto del ministro fran-
cés en Austria, el autor de Daphnis et
Cloé", fué invitado para tomar parte
en las fiestas musicales organizadas en
su honor.
Alfredo Casella envía al 'Monde Mu-
sical", desde Viena, algunas notas muy
interesantes a propósito del referido
festival. De entre ellas traducimos las
más salientes:
"Los últimos resplandores del inmenso
incendio mundial, se apagan. I^ iTa —
esa horrible herencia que las clases do-
minadoras despiertan y exasperan pe-
riódicamente entre los pueblos para lo-
grar más fácilmente sus fines de rapiña
y violencia — se extingue ya. Los hom-
bres que, aún en medio de la lucha en-
58
MÉXICO MODERNO
carnizada no fueíoii enemigos, sino que
se vieron constreñidos a guardar un
doloroso silencio, se encuentran nue-
vamente, Y se interrogan con ansia,
se comunican sus pensamientos, sus tra-
bajos del tiempo de la guerra. La gran
reconstrucción comienza. La sola fra-
ternidad esencial entre los hombres —
la de la ciencia y el arte — se extiende
de nuevo en toda su inmensidad."
"Bn este ano* he podido asistir a
dos manifestaciones ^'internacionales"
infinitamente significativas: al "Fes-
tival Mahler" en Amsterdam y al
"Festival Ravel" de Viena. En las
fiestas de Holanda se vio — por la pri-
mera vez desde el Congreso musical
de París de 1914 — que el antiguo
mundo artístico internacional resur-
gía nuevamente y sus representantes
fraternizaban libres ya del yugo de la
política que un día los dividiera en
dos facciones enemigas. Mas estas so-
lemnidades fueron obra de un país
neutral. Era necesario que uno de los
países hcligerantes iniciara el gran ges-
to de suprema reconciliación."
""Im gloria de esta actitud corres-
ponde a Austria, ia primera entre las
naciones ex-beligerantes que tuvo la
delicada idea de invitar a un compo-
sitor enemigo a un festival de sus
obras."
"Y la elección recayó sobre un mú-
sico que hoy por hoy — sin duda algu-
na— es la personalidad más poderosa
y oríginal de la escuela francesa : Mau-
ricio Ravel. Es necesario agregar, en
honor de Ravel, que su actitud ha sido
en todo digna de las" atenciones que
los vieneses le prodigaron. Cuándo los
organizadores del Festival le suplica-
ron que designara a los intérpretes de
sus obras, este compositor*, cuyo pa-
triotismo es indiscutible, nombró un
director alemán (Osear Fried) una can-
se comunica sus pensamientos, sus tra-
tante polaca (María Freund) y ua
pianista italiano (el que escribe estas
líneas). Esto es lo que se llama ser
un buen "Europeo"
"Es difícil describir en pocas pala-
bras la cordial recepción que tanto
el público como la prensa y los músi-
cos de Viena hicieron a Ravel. Bl éxi-
to fué francamente entusiasta. El pú-
blico austríaco confirmó en los concier-
tos efectuados los días 22 y 25 de oc-
tubre (1920) — dedicados a obras or-
questales y de cámara, respectivamen-
te— su fácil y rara comprensión, su al-
ta cultura y su perfecta educación,
cualidades éstas que siempre fueron
patrimonio de los vieneses."
"Personalmente, debo hacer mención
de la intensa alegría que experimen-
té al tocar el Trío con los jóvenes hún-
garos Lehner y Hartmann, dos músi-
cos simplemente extraordinarios. Es
indispensable que París conozca cuanto
antes el Cuarteto, cuyo jefe es Lehner.
No existe en el mundo ninguno más in-
teligente ni) más musical."
"Existe en la Capital austriaoa una
sociedad que efectúa cada viernes un
concierto de música de cámara y cuyo
presidente es Arnold Schonberg: la
Verein für mnisikalische Privat-Auf-
führungen in Wien'^ (Sociedad viene-
sa de Audiciones musicales Privadas).
"En estas Audiciones sólo los miem-
bros de la Sociedad son admitidos; no
se permite la entrada a los represen-
tantes de la prensa y están prohibi-
dos los aplausos. No está por demá«"
que en Francia y en Italia se sepa
que esta Sociedad, durante la guerra.
se tocaron obras de compositores vi-
vientes franceses, italianos y rusos. De-
bemos reconocer lealmente, que mien-
tras Wagner era l)Oijvoteado en Fran-
cia y Beethoven en Italia, nuestros
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
59
antiguos enemigos tocaban, en la mis-
ma época, música de Debussy, Ravel,
PuocIbí o Strawlnski."
debilidades del señor Roes, y de segu-
ro se le perdonarán al i-ecordar sus
flores... ¡ah, y qué bellas eran!..."
"láuj a mi pesar debo suspender es-
tas notas demasiado condensadas y rá-
pida», Y ya que las fronteras políti"-
cas se han abierto, séame permitido
manifestar el deseo de que París y
Roma conozcan personalmente al mú-
sico cuya figura se agiganta cada día
más y que parece haber llevado la "li-
bertad sonora" hasta el extremo lími-
te: ArBoldo Schonberg."
Entre las reseñas de los numerosos
conciertos que a diario se celebran
en París, hemos leído una que es mo-
delo de crítica sutil, cuya ironía, ve-
lada tenuemente con suaves artificios
literarios, resulta más punzante que
un ataque violento o apasionado.
Se trata del pianista Paul Roes.
"Pianista holandés, — dice el críti-
co— PauJ Roes tuvo la feliz idea de
mandar colocar una canasta de rosas
frente al piano ante el cual tomó asien-
to. Hsas lindas oyentes, de vestidos ro-
jos o blancos, eran deliciosas. ¡Cuán-
ta juventud, cuánta frescura, cuánta
poesía había en ellas! A pesar de su
impasibilidad, parecía que inspiraban
al pianista. Desgraciadamente fueron
impotentes para darle el mínhniím de
técnica que reclama la interpretación
de obras de Bach, Beethoven, Schu-
mann y Chopin.
"iSifi embargo, deben olvidarse las
Un grupo de compositores modernis-
tas ha decidido construir i3or medio dé
varias composiciones la "Tumba de
Debussy". No hay que olvidar que los
poetas y músicos del siglo XVI erigían
"tumbas" literarias o musicales de
los artistas muertos. Ravel, en nuestrx>s
días, ha compuesto una suite ijititu-
lada "Le Tombeau de Couperin."
Para la erección de la "tumba" de
Debussy, han contribuido liéla Bartok.
Paul Dukas, Albert Roussel. Francesco
Malipiero, Eugéne Goossens, Florent
Schmitt, ^Igor Strawinsky. Maurict^
Ravel, Manuel de Falla y Erik Satie.
Las piedras angulares de este singu-
lar "monumento" las han puesto Igoi
Strawinsky y Erik. Satie. El primero
escribió sólo dos páginas que llevan
por título "Fragment de Synphonies
pour Instruments a vent". Esta compo-
sición de un extraño colorido no pre-
senta ni tiempo, ni matices y ofrece un
aspecto interesante de la nueva esté-
tica musical.
Erik Satie, por su parte, inspirán-
dose en Lamartine, escribió una pági
na plañidera en cuya trama armónica
se mezclan los más diversos estilos.
Las obras que integran "I^ Tombeai
de Debussy" han sido publicadas por
la "Revue Musicale" de Paris en su
número de diciembre próximo pasado,
dedicado al autor de "Pelléas". •
6o
MÉXICO MODERNO
CRÓNICA MUSICAL MEXICANA
Julián Carrillo no descansa.
Apenas terminada la segunda serie do
las Sinfonías de Beethoven efectuadas
en el Teatro Iris, inaugura los concier-
tos de música de Cámara en el Anfi-
teatro de la Escuela Nacional Prepara-
toria.
La concurrencia, poco numerosa —
quizás por tratarse de* la primera au-
dición— pudo comprobar el domingo
36 del presente mes, la actividad de)
maestro Carrillo, quien acompañado
por la señorita profesora Herrera y
Ogazón, interpretó la Sonata a Kreut-
zer y, secundado por los señores Galin-
d(0, Ix)mán y Carlos, nos tradujo la ju-
veni] inspiración de Haydn y las má-
gicas armonías beethovianas.
No podrían exigirse a ima agrupa-
ción recientemente formada, como el
flamante Cuarteto del Conservatorio,
las cualidades que sólo una larga prác-
tica proporciona a instituciones simi-
lares. El renunciamiento de la perso-
nalidad en aras de la perfección del
conjunto, es la primera condición pa-
ra la interpretación ideal de la mú-
sica de C4mara.
En la presentación del "Cuarteto"
fundado por el maestro Carrillo, ano-
tamos algunas felices versiones en las
obras del programa, especialmiente los
tiempos lo. y 3o. del admirable Cuarte-
to op. IS níim. O de Beetboven.
i Si la viola hubiese participado un
poco de su exuberante sonoridad a su
colega el violín segundo! El conjunto
habría, ciertamente, ganado en equili-
bno.
eminente pianista Eduardo Ilisler, po;-
Mauricio Dumesnil.
"Risler — ^nos dice Gómez Anda — se
interesó por mí y me manifestó el de-
seo de aprender mi Sonatíi. La "Sere-
nata Mexicana" le encantó y me h.iz<o
tocarla tres veces ..."
Nos alegramos de estos primeros
éxitos del joven pianista mexicano y
esperamos que al lado de un miaestro
como Risler, su indiscutible talento al-
canzará un espléndido desarrolla,
Carmencita Pérez, pianista y Domin-
go Taltavull, violonchelista, son dos ar-
tistas españoles que desde hace algún
tiempo vienen realizando una importan-
te serie de conciertos, en los cuales
han demostrado plenamente sus exce-
lentes cualidades de recitalistas.
El público — ignoramos la causa — no
ha asistido en número suficiente para
llenar todas las localidades de la« sa-
las donde se han presentado estos no-
tables artistas.
A iniciativa del Rector de la Univer--
sidad licenciado José Vasconcelos, am-
bos peregrinos del arte tocaron el si-
guiente programa en el Conservatorio
Nacional: I. — Sonata op. 40, Beetbo-
ven. ( Piano y Violonchelo. ) II. — Tocca-
ta y Fuga en re menor, Bach-Tausig.
Nocturno III, Liszt. Triana, Albéniz.
(Piano solo.) III. — Sarabanda, Bach.
Danza Alemana, Mozart. Siciliana. Fau-
ré. Hilandera, Dunkier. (Violonchelo só-
lo.)
Desde París nos comunica Antonio
Gómez Anda, quo fué presentado al
La "Sociedad de Conciertos" de Gua-
dala jar-a ha elegido su junta directiva
CRÓNICA MUSICAL MbXlCANA
6i
para ei presente año : Presidente, pro-
fesor José Rolón ; Vicepresidente, 11-
i^enoiado Manuel K. Orendaln; Secre-
tario, Víctor de Castro; Prosecretario,
licenciado González; Tesorero, doctor
Pérez Gómez; Subtewororo, Víctor Sil-
va.
V^ooales : señora ('oucepción S. viuda
de Bernardelli ; señorita Otilia Cama-
rena Morfín ; señorita Norma Geist ; se-
ñorita Enriqueta Ruíz; señor Jorge Pa-
lomar ; Ingeniero Agustín Basa ve :
J>uis G. CavStañeda ; e ingeniero Aurv-
}ío Acevea.
En el Salón del Museo Nacional se
celebfó un Concierto organizado i>or
la "Escuela Libre de Música y Decla-
mación" y en el cual tomaron parte
tres alumnos de la díase de piano de
la señora profesora Ana María Char-
les.
T^s señoritas Hortensia Casas Co-
ronado, Esperanza Ramos y el señor
Salvador Marmolejo, tocaron, acompa-
ñados por la orquestíi que dirige el pro-
fesor Váztiuez, los oonciertos op. 2(>.
de Mozart, el op. 20 del mismo autor
y el <^. 15 de Beethoveu, respectivamen-
te. El público premió con grandes aplau-
sos tanto a los ejecutantes como a su
profesora.
•1 ^
Bu el mismo local tuvo lugar el con-
cierto de presentación de la señorita
Stella Bannack, discípula de la señora
profesora María Elena G. de García.
Además, de las obras de Grieg, Gioi-
dano, Mozart, AVagnrer, Sainü-Saens.
! iszt y Carr lio que tnnló la señoril^
Bannack, en el programa figuraban al-
gunas piezas de cítíira y arpa y dos con-
juntos vocales.
El domingo 2 del presente se cele-
bró en el 'J"'eatro Iris el beneficio del
maestro CaiTillo, director de la Orques-
ta Sinfónica Nacional, con el siguiente
programa: I. — Obertuní de la Opera
"T^ohengrin," Wagner. II. — (Mandones
alemanas, por el Orfeón Alemán. 111. —
Sinfonía Patética, Tschaikowsky. VI. —
Concierto para dos violines, Bach. (Se-
ñores José Rocabruna y Ezequieil Sie-
rra). V.— Obertura de "Tannbaiiser^*,
Wagner.
El encargado de esta SecH?ión eúrisl'
por medio de la« presentes líneas la
expresión de su profundo agra<cteei-
miento a la importante revista ''Mú-
sica de América" de Buenos Aires, por
la reproducción que en su número IV.
se sirvió hacer del ''Estudio sobre la
música mexicana" y de las cancioneí?'
•'Lejos de tí" y 'Las Mañanitas," así
como por* la nota tan halagadora «orno
inmerecida que sobre su personaliSaad'
aparece en el referido número.
Nota de la rebaCCiów. Eb esta Sección se dará cuenta de todos los acontecimieiitOB »»-
sical€a importantes de que se reciba noticia y se hari juicio de aquellos conciertos, recítale»^
exámenes, etc., a los cuales haya sido invitado Hexico Moderno.
\
REVISTA DE LIBROS
8ECCIÓN A CARGO DK
GENARO ESTRADA
MARTIN LUIS GUZMAN.— A Ori-
ílas úel Httdson. México, Lib. Editorial
íle Andrés Botas e hijo, 1920, en 8o. —
Entre los artistas jóvenes de México
es Martín Luis Guzmán uno de los pen-
samientos más seria y noblemente pre-
parados para las especulaciones estéti-
cas y sociales y, también, uno de los
íiue encierran y concentran más vigor
para acometer empresaiS en que se her-
manen savia de humanidad y exalta-
ción lírica. Su obra todavía breve y
lenta, encierra, no obstante, signos de
verdadera fortaleza espiritual y gran-
des realizaciones de belleza.
A Oritlds del Hudson colecciona en-
sayos y poemas, crítica, artículos de
política y breves notas, escritos no
hace mucho tiempo en la agitada New
York; y este sólo libio es suficiente
para enseñar, a quien quisiera conocer
persoaalidades literaria^ d/e México,
las posibilidades mentales de Guzmán;
porque encierra en pocas páginas todo
el vaJor diverso, pujante y ágil de que
es capaz el excelente ensayista me-
xicano.
Tienen sus ensayos esa agudez críti-
ca que a tan pocos es dado poseer, y
que se matiifiesta, una veces, en la per-
cepción clara y honda de las cosas y.
otras, en la expresión más adecuada.
En los escritos de Guzmán, la parte
expresiva es siempre superada por la
penetración y la novedad ideológica;
siempre sabe hallar la novedad en los
aspectos internos y objetivos de un
asunto y sus exégesis mentales »ott, en
este punto, cautivadoras. De tal «raer-
te, sus prosas poemáticas siguen alen-
do ensayos sin perder ni un puiíto de
delicadeza y sugerencia poéticas. Pero
lo que señala y distingue a Guzm&n en
la nueva literatura mexicana es, más
que todo eso, su fuerte y alto entu-
siasmo por llevar a las letras un so-
plo vigoroso de verdad social. EJl qui-
siera que los artistas vivieran más le-
jos de la literatura y más cerca del
mundo, y que su aspecto estético se
resolviera armoniosamente entre los li-
bros y los problemas sociales. Loa dio-
ses terribles en México — el miedo j Isl
adulación — mantienen a los escritores
retirados de todo contacto político, y
cuando llegan a los puestos oficiales
abdican o esconden todo interés por
las cuestiones del Gobierno. Por egoís-
mo— afirma Guzmán — los intelectuales
mexicanos no cumplen su propio des-
tino ni hacen una patria para que sus
hijos realicen el suyo. Los intelectua-
REVISTA DE LIBROS
63
les en política ha sido objeto de un
estudio publioado recientemente en Es-
paña : parece que allá, como aquí, hay
escritoi'es que creen que no son los
intelectuales los llamados a interve-
nir en esa cosa informe, abstracta y
a veces dolorocja, que se llama la po-
lítica.
JÜSTIN H. SMITH.— The War with
M^o^ico. — New York, The Macmillan
Q)., 2 vols. en 4.* — Hace más de diez
años visitó México Justin H. Smith.
Sü presencia pasó inadvertida, menos
para unas tres o cuatro personas que
sabían que Smith es uno de los prin-
cipales historiadores norteamericanos.
Algo semejante puede decirse de Cun-
ningham, excelente historiador que es-
tuvo en México hace apenas medio año
y que ahora se encuentra en España
documentándose para su obra sobre el
Consejo de Indias. Cunningham es autor
de magníficas monografías históricas y
muy pronto hemos de publicar es espa-
ñol su estudio sobre la audiencia en las
colonias españolas.
Justin II. Smith ha empleado unos
doce años en escribir su obra sobre la
guerra entre México y los Estados Uni-
dos en 1847 y la aparición de este li-
bro ha sido sensacional en la nación
vecina. Su trabajo es el prinuero que
se realiza de manera formal y es, tam-
bién, lo más importante que se ha hecho
sobre la materia. Algunos escritores
norteamericanos consideran que es un
libro que viene a terminar, definitiva-
mente, con la creencia muy' generali-
zada de que la guerra del 47 es un
atropello de los Estados Unidos. El
crítico del 'New' York Sun llega a
pensar que la gran nación uebe gra-
titud al profesor Smith por haber es-
crito esta obra, porque en ella se ha-
cen ver que son infundados los concep-
tos en que se tiene generalmente a los
gobernantes . norteamericanos de aque-
lla época, que lograron arrebatar a
México una parte muy considerable de
su territorio.
Pues bien, si para nosotros los mexi-
canos, el libro de Justin Smith no e»
el desiderátum, ni la última palabra,
en un asunto que tan profundamente
hirió nuestra dignidad nacional, sí re-
vela el trabajo más serio y trascenden-
tal que hasta ahora se haya intentado
para explicar la guerra del 47; y de-
bemos acogerlo como el mejor esfuer-
zo acerca de una época que fué tan
fecunda en desastres para México.
Después de este valor — el primero e«
calidad — el libro ofrece otros que me-
recen señalarse: en efecto, todos los
impresos sobre la materia, todos los
documentos que pudieron encontrarse
en los archivos oficiales y privados, fue-
ron minuciosamente revisados y com-
pulsados por Smith. En este punto,
conceptuamos de notable la bibliogra-
fía que presenta The War with Mesci-
co. Justin Smith revisó documentos de
los gobiernos mexicanos y norteameri-
canos, los de guerra y los diplomá-
ticos; de nuestro Archivo General de
la Nación : los de algunos Estados
y municipios mexicanos; archivos de
la Gran Bretaña, Francia, España y
varios países latinoamericanos; de
bibliotecas públicas y de colecciones
privadas; periódicos de la época y, en
general, fuentes de primera mano en
el mayor número deseable; se puso
al habla con supervivientes de la épo-
ca, recorrió personalmente los luga-
res donde se desarrollaron las prin-
cipales batallas y encuentros, y estudió
de la manera más detenida que le fué
posible, la psicología del pueblo me-
xicano. Cree el autor que más de las
nueve décimas partes del material uti-
lizado en la obra puede considerarse
como nuevo.
El propio historiador atribuye a su
64
MÉXICO MODERNO
obra un resultado definitivo, cuan-
do dioe: "Como consecuencia particu-
lar de esta completa inquisición, apa-
rece ahora revestido de un carácter
del todo diferente un episodio que,
así en los Estados Unidos como en
el extranjero, ha sixlo conceptuado des-
honroso para nosotros. Es de presu-
mir que tal resultado será grato a
los americanos patriotas; pero el au-
tor debe confesar ingenuamente que
emprendió la tarea sin projwnerse, ni
aun imaginar alcanzarlo. Su parecer
acerca de la guerra, al iniciar sus iu-
vestigacioncH especiales, coincidía subs-
tancialmente con el predominante en la
Nueva Inglaterra, y tomó entre manos
f'l asunto sólo porque estaba conven-
cido de que éste no había sido estu-
diado a fondo. Tal convicción, si va
.1 decir la verdad, parece ir ganando
terreno rápidamente y se cree que de
hoy en adelante sólo se aceptarán
nuevas opiniones fundadas en los he-
chos, en lugar de las que i>or largó
tiempo han descansado sobre perjuicios
tradicionales e informes falsos". ¿Ha-
bremos de aceptar completamente la
ingenuidad de que habla el escritor so-
bre todo si se tiene a la vista circuns-
tancias porteriores que pueden lígarso
con las que dieron origen a la guerra?
I^ reconocida competencia y seriedad
de Smith, como historiador, nos obli-
gan a atender formalmente sus ex-
presiones.
En pocas palabras: el libro The Wur
with México ha sido recibido—y aun
el autor lo presenta así — como una jus-
tiíicacSón cíe los Estados TJniílos y
como un eiror de México; quiere ha-
cer ereer que lejos de ser ellos los
agresores, las hostilidades fueron pro-
vocadas y apresuradas por nosotros.
La cuestión de Texas, que fué en rea -
lidad la inicial del rompimiento, en-
ciena, efectivamente, repetidos eiro-
res de parte de los políticos mexicanos
■de la ér>oca, y verdaderas aberracione«
de los téjanos. Por imparciaJ y se-
reno que aparezca en este asunto el
juicio del historiador, quedan palpa-
bles los hechos <ionsumados pc<r el
gobierno noiteamericano de aquel
tiempo. Se desprende de estas pfi,ginas
que comientamos, que Mr. PolJi íiixo
todo lo posible para impedir el Tom-
pimiento de hostilidades. ¿Pero de ha-
berlo conseguido, no habría siido igual
el resultado, es decir, ¿puede asegu-
rar Ju»tin Smith que no habría so-
brevenido la anexión?
El juicio acerca de la psicología
y de las posibilidades bélicas de am-
bos países, es digno de toda aten-
ción, por la profunda penetración
<jue encierra y el espíritu justiciero
que lo anima, tanto como por la exac-
titud de los informes en que »e sus-
íenta. A pesar del método rigurosa-
mente histórico y moderno con que
fué escrito este libro, no faltan en
sus páginas amenidad y a veces cier-
to desenfado qufe presta a la obfa
uji color evidentemente agradable.
El historiador I'riestley encuentra
particularmente notables estoí* pusa-
jt>s de la obra de Mr. Smith:
"México, sin emliargo — informó un
ministro inglés — jvíz^ado simplein<»níe
por apariencias exteriores, es cma
cosa enteramiente diferente de) Mé-
xico visto por el interior. A ubo Je
pueden ofrecer una docena de casas
con todo lo que contienen y, no obf^
tante, dormir en 3a calle muerto de
hambre. Estos hombres, amigoe y ca-
maradas, están intrigando diariamen-
te y conspirando el uno contra el otro.
Hable usted con un orador elocuente
y encontrará que sus hermoeas idea«
son vagas e impracticables. Si díBCOte
usted con él, o excitará so cólera.
destruyendo sos opiniíonef», o raerwíerá
REVISTA DE LIBROS
65
su desprecio — puesto que comprende
su ignorancia — , dejándose derrotar
por él. Nótese con qué ligereza hablan
de la religión lo cual se considera
como de buena forma. La iglesia se
estima como una institución para mu-
jeres. Pero en el fondo casi todo ol
mundo tiene un temor mortal del más
allá, (.♦orno un niño teme a la obscu-
ridad y así. cuando alguien está en-
fermo de graA^edafd, está dispuesto a
postrarse ante un sac^erdote. La ro-
bustez aparente de estos hombres, de-
bida en gran parte a su indolencia,
es frecuentemente minada por los ac*-
cidentes de la lascivia, lo cnal con-
fiesan sin escrúpulo. Difícilmente se
encuentra un marido que sea leal a sn
promesa".... "poco en lo material,
intelectual y en el orden moral, era
realmente sólido en el México de 1845.
Evidentemente que el pueblo estaba
poco acondicionaido para gobernarse
por sí mismo. Evidentemente, también,
era improbable que pudiera tratar, de
manera conveniente, una cuestión gra-
ve y complicada, que requería toda Iü
mayor serenidad de juicio y nn do
minio perfecito de sí mismo; y, en
particular, las malas inteligencias en-
tre los mexicanos y una nación como
los Estados Unidos, eran cosa segu-
ra que no sólo tendrían lugar, sino
que indudablemente provocarían des-
órdenes".
Estas y otras consideraciones, qui-
zás todavía más acres, están ^uili-
bradas por estas otras que .Justin
Smith presenta contra sus compatrio-
tas los noríetam'ericv'inos de aquellíi
época :
"Cuando las tropas americanas se
hallaban abajo de >'ew Orleans, co-
metieron algunos desórdenes, quiero
decir, se dedicaron al saqueo: y cuan-
do entraxon en país enemigo m con-
virtieron— dijo un oficial de lín^a—
en un cuerpo viviente de pestilencia
moral. El crimen marcaba sus hue-
llas y dondequiera que ponían sus
plantas, dejaban la marca indeleble
de la infamia. Para satisfaceri sus
deseoÉi, abríanse esta blecimfien tos en
todas clases de desorden, y las calles
estaban constantemente llenas de ofi-
ciales y soldados armados, borrachos,
disputadores e insolentes. Uno de ellos
sacó la pistola contra el Cónsul inglés,
simplemente porque éste llevaba un
bastón negro; cometieron muchas de-
predaciones; y antes del 10 de julio,
cuando menos cinco o seis personas
indefensas habían sido muertas por
diversión^. Sin emhargo, la sombra
más negra del cuadro registróse en
Nuevo México. Armijo recompensó
al pueblo por sus actos de tiranía y
robo, permitiéndole toda clase de li-
bertades en su vida social La virtud
era poco conocida y aun menos es-
timada. Hasta las mujeres de desafia-
ban con puñales o con cuchillos de
carnicero. Los bailes, en los que todas
las clases sociales se mezclaban con
bullicio, eran las prindfpiales diver-
siones ; anunciábanlos las' dampanas
de la iglesia, y en la misa los mismos
músicos tocaban los mismos sones.
Lo que en segundo lugar se estimaba
tal vez más, eran el juego y las pe-
leas de gallos, y venían luego vicios
que míis h¿en parecían necesidades
que pasatiempos de la existencia. Los
soldados se rehusaban a ejecutar el po-
co trabajo que había y se burlaban de
las reglas de la disciplina. La tropa
más asquerosa e indisciplinada que ja-
más haya visto reunida, fué la descrip-
ción de nn viajero inglés verídico, res-
pecto de las fuerzas americanas; y un
soldado escribió en su diario: Estoy
seguro de que nunca se encontrará umi
cuadrilla de honbbres más borrachos ni
más depr atoados. Para- ser querido, tí
oficial teoía que ser relajado en sus
66
MÉXICO M OÍD E R N O
oostumbres, y ser impopular equivalía
— como fué sabido de los buenos oficia-
les— a encontrarse cou una pistola o
un sable enfrente del rostro. La mitad
de los capitanes — decía una carta — ^pue
den encontrarse noche a noche en ma-
los sitios.
La glosa que acerca de este intere-
santísimo libro hace el profesor Pries-
tley puede /darnos todavía observacio-
nes de todo punto reveladoras : observa
el comentarista que citamx)s la grsxiíx
importanciíi que tienen los diversos pa-
l)eles que se atribuyen a Jos principales
personajes de la contienda. Canalizo
f^ra "'un perro infiel, que una vez reci-
bió muchos puntapiés'* ; Ciríaco Váz-
quez, un valiente que murió en su
puesto de combate; Anaya tenía '/una
cara agria y amoratada" ; Valencia era
''un consi>irador, un ebrio, un tonto y
un volcán'' ; Gorostlza, el negociador de
lus límites, "era un hombre de mundo,
agradable e ingenioso: pero no era to-
pógrafo, ni abogado, ni aun diplomáti-
co; era el Presidente Herrera "un ciu-
daidano patriota, razonable y honrado ".
a pesar de ,su caída posterior, cuando
abandonó el palacio "con todo el cuer-
po de sus jefe» y funíñonarios leales.
con su cara apacible y sus respetables
patillas, en un coche de alquiler". Por
parte de los americanos, Butler aparec«-
como "una desgracia nacional, un es-
padachín y matasiete, pillo y penden-
ciero"; Twiggs estaba dotado de un
cerebro que era "sencillamente lo que
sobró después de liaber sido amasada
su espina dorsal"; Pillow, después de
su fiasco en í'erro Gordo, "echó a co
rrer'' ; Cadwalader, "un veterano aci-
calado de las paradas de la calle Ches-
nut"; "el cuerpo de voluntarios estaba
mandado pí>r vagabundos sin mérito,
algunos de Iojk cuales habían sido ex-
puleado» del servicio militar por m&Xn
eondueta trvnt» ftl iMidml«o'\ Polk apii-
rece en estf libro con sus pantalones
ajustados, sus zapatos rechinantes y su
tontera encefálica ; y Taylor, si bien
se le pinta como hombre de virtudes
domésticas y valor personal, se le re-
chaza por su incompetencia, su insu-
bordinación y su insufrible ambición.
Este libro, cuyo solo anuncio intere-
sará, sin duda, a los lectores de "Mé-
xico Moderno" debe ser leído con inte-
rés por los mexicanos. Pretende ser jus-
tificativo de la actitud norteamericana
por la guerra del 47, por más que su
autor y los comentaristas crean que
llega cuanüo, después de muchos años,
hay una opinión ya formada, justa o
errónea, que atribuye toda la culpabili-
dad de ];í contienda a los políticos del
Norte. De todos modos delnmos cele-
brar que llegue en el mismo momento
en que nuestro gobierno, despreciando
¡ntemperaucia¿; y rescjuemores anterio-
res— y afortunadamente para ambos
países — plantea vigorosamente una po-
lítica de inteligencia con los Estado:^
Unidos.
FRANCISCO FERNANDEZ DEL
CASTILLO— 7>oñ(í Catalina Xuárez
Marcayda, pHmcra espolia de Hernán
Corten, u su familia. (México. Imprentn
\'ictoria, 1920), en 4o. — No hace mucho
ti(»mpo que el inteligente historiador y
abogado, Alfonso Toro, publicó un estu-
dio documentado por el cual se venía.
si no a la convicción, quizás a la vehe-
mente sospecha de que el primer con-
iiuiiítador de México. Hernán Cortés,
había asesinado a "la Marcaida", su
primera esposa, después de una violen-
ta disputa que se produjo en Coyoacán,
allá por el Siglo XVL El estudio del
señ(jr Toro produjo el más vivo inte-
rés, por referirse a la principal figura
de la conquista española en México y
por tratar de dilucidar un punto te-
ciebroso d« nuestra remot* lüBtoria.
Por •! atfo d« 1522 y e» •! eur.*!» dtf
REVISTA DE LIBROS
67
una cena en I;( cas» del coministador,
doña Catalina Jiiárc/ reconvino a un
tal 80IÍS, capitAn úo l;i artillerífi. en
esta forma :
- \'o,s, Solís. Uü queréis sino oeupar
a mis indios en otra cosa de la que yo
les mando e non se face lo que yo
quiero.
Contestó Solís :
— Yo, sefioi-íi. no los ocupo, allí está
su merced que los o(U]>a y manda. — Y
señalaba a Cortés.
I — Yo vos prometo — repuso doña Ca
talina— que antes de muchos días haré
yo de manera que nadie tení?a qué en-
tender con lo mío.
A lo que contesté) Cortés en son de
chíicota :
—Con lo vuestro, señora, yo no quie-
ro nada de lo vuestro.
Riéronse los comensales, levantóse
indijíuada doña (Catalina y se retiró a
su alcoba, de donde a la media noche
salía Hernán Cortés para avisar a sus
criados y parientes que su mujer esta-
ba enferma. Cuando entraron a la chi-
mara, encontraron a 1^ Marcaida muer-
ta, humedecidas las ropas de la cama
y el cadáver con ciertos signos que des-
pués se atribuyeron a estrangulamien-
to. Desde la muerte de doña Catalina
corrieron rumores de que había sido
asesinada por su marido y cuando vino
posteriormente el proceso del primer
conquistador, llovieron las acusaciones
sobre Cortéis.
Ahora, en el libro en que nos ocupa-
mos, el señor D. Francisco Fernández
del Castillo, historiador académico, in-
fatigable investigador en los papeles del
Archivo General de la Nación y muy
conooido entre las gentes de letras,
especialmente por su Historia de San
Ángel, presenta una vehemente y ca-
lurosísima defensa de la inocencia de
Cortés en la muerte de doña Catalina
Juárez. Para Fernández del Castillo
todo es obra de la imaginación popular,
hábilmente manejada por los numerosos
enemigos de Cortés ; por los partidarios
de Velázquez, Gobernador de Cuba; ca-
lumnias de los envidiosos y despechados
que no a lea ucearon reparto del botín
de gueria y propaganda antiespafíola
de los numerosos escritores que después
de la independencia se desataron contra
la vieja metrópoli. En su concepto, no
Hay testimonios serios que acrediten la
acusación. Los miembros de la Audien-
cia, Guzmán, Delgadillo y Matienzo, en-
cuéntralos el historiador como princi-
pales responsables de la versión del ho-
micidio, propalada hasta nuestros djas.
El señor Fernández del Castillo se
acoge a la respetable opinión de nues-
tro eminente García Icazbalceta, quien
asienta en su erudito libro sobre Fray
•Juan de Zumárraga que "no se le pue-
de dar mucha fe a un proceso formado
por el encono, guiado por la mala fe
y sostenido por el temor o por las de-
claraciones interesadas de enemigos de-
clarados o de ruines sobornadores" :
desecha por inverosímiles las declara-
ciones de algunos testigos o las rechaza
por falsas ; cree ver en las acusaciones
intrigas de partido y encuentra, por
fin, malas interpretaciones históricas
relacionadas con la vida de Cortés.
Si la Marcaida ha sido señalada prin-
cipalmente por su muerte, es natural
que todo lo relacionado con esto sea
el asunto principal en la obra que nos
presenta el señor Fernández del Cas-
tillo ; pero no imran ahí sus investiga-
ciones, y dase a estudiar largamente
la genealogía de la famosa dama, ha-
llando, de paso, relaciones con persona-
jes que por otras causas brillan en la
historia de la colonia. Así. Fray Miguel
de Guevara, a quien se atribuyó la pa-
ternidad del bello soneto, joya de anto-
logías castellanas.: "No me mueve, mi
Dios, para quererte", repútalo Fer-
68
MÉXICO MODERNO
oAndez del Castillo como a un leiigio-
so de mediocre valor literario, hombre
vicioso y dado a escándalos e indigno
misionero de Cristo. Sus costumbres
relajadas no lo acreditan como a mís-
tico de alto espíritu, capaz de
haber concebido el famoso soneto,
paternidad que, por otra parte, dejó
ya dilucidada el P. Vela en su biblio-
grafía agustiniana, de 1913. Encuén-
transe también en la flamante mono-
grafía muy interesantes informaciones
acerca de Sor Juana Inés de la Cruz,
de las fundaciones de conventos, de
particularidades de la vida monástica
y en especial sde la indumentaria con-
ventual; de los asaltos de los piratas
en el Mar Caribe; sabrosas anécdotas
de la Marquesa del Valle de Orizaba.
y, para que todo sea pintoresco, no
faltan los comentarios políticos sobre
liberales y conservadores, ni siquiera
una rápida crónica sobre gentes y he-
chos del desapareoido Jockey Club de
México. Adornan la obra hasta diez y
ocho láminas con curiosas reproduccio-
nes de retratos, portadas de libros ma-
nuscritos, actas de profesiones monás-
ticas, escudos nobiliarios y árboles ge-
nealógicos.
Los materiales de Doria Catalina
Xuárez Marcayña los lia tomado el se-
ñor Fernández del Castillo de su obra
inédita Biografías de Conquistadores
d^ México y Guatemala, en la cual se
ocupa hace algtín tiempo y aparecerá
muy pronto.
MANUEL VELASQUEZ ANDRADE.
— Moral Ocasional, México, 1920, en 8o.
— El profesor don Manuel Velásquez
Andrade, que publicó en otro tiempo al-
gunos opúsculos relativos a Ejercicios
Físicos, acaba de dar a la estampa una
monografía titulada Moral Ocasional.
Nos dice el señor Velásquez que en el
Congreso Pedagógico reunido en Jala-
pa en 1915. algunos maestros oyeron
con extrañeza la expresión mor<fl vra-
sional, usada en vez de enseñanza mo-
ral o educación moral. No había moti-
vo, en nufestro concepto, para tal ex-
trañeza, pues desde que se viene abo-
gando porque la Moral no se enseñe
por medio de preceptos aprendidos de
memoria, sino haciendo que los niños
se ejerciten en la práctica de acciones
buenas, se han venido usando los nom-
bres de moral práctica, moral en ac-
ción y otros varios para designar la
educación moral. No es nuevo lo de oca-
sional: los buenos educadores han apro-
vechado siempre cuanta ocasión se les
ha presentado para corregir lo malo en
los educandos, para inculcarles lo bue-
no y para ejercitarlos en hacer el bien.
El autor señala prolijamente a los
maestr'03 las ocasiones que deben apro-
vechar para la educación moral. Les
habla del ambiente de la escuela, de la
actividad del niño en la misma, de la
personalidad del mae^tno, de la lectu-
ra, de la vida de la comunidad y de
la de la nación como excelentes moti-
vos para lograr buena enseñanza mo-
ral.
¿No será pedir demasiado a la escue-
la? ¿Es factible que el maestro esté a
cada instante y momento ocupado en
asuntos éticos? ¿Qué tiempo le queda
para las labores instructivas? En esto
de la educación moral hay en los maes-
tros teóricos más deseos generosos que
sentido práctico. Moralizar al mayor
número posible de individuos, es algo
muy urgente: nadie lo duda; pero en
esta gran tarea, la familia y la socie-
dad deben tomar a su carino una bue-
na parte.
El bello ideal sería que el niño vivie-
ra en un medio sano, donde el maes-
tro, la familia y la comunidad fueran
un constante buen ejemplo.
De todos modos debemos agradecer
al señor Velásquez Andrade su.s bue-
nos deseos.1^. A.
RfeVlSTA DE LIBROS
69
AM2U>0 ÑERVO - 06/aí completns
Biblioteca Nueva, Madrid, 1920, en 80.
— La Biblioteca Nueva, empresa edito-
rial española, está publicando, con éxi-
$ to evideate, las obras completas de
nuestro gran poeta Amado Ñervo .y la
edición ha sido coníiada al docto cui-
dado de otro ilustre escritor mexica-
no: Alfonso Reyes.
Algo más de diez volúmenes han apa-
recido hasta ahora y probablemente
otros diez completarán la colección.
Los mejores estudios críticos sobre la
obra y la personalidad del vate de
Elevación encuéntranse al frente de
cada uno de los tomos ; algunos volú-
menes contendrán todo lo que Ñervo
publicara en revistas y periódicos, no
coleccionado anteriormente en libros,
y otros ofrecerán verdaderas sorpre-
sas con la publicación de trabajos que
habían permanecido inéditos. En uno
de los tomos aparecerá una bibliogra-
fía de Ñervo, tan completa, que no se
omitirá en ella ni lo más reciente que
se ha escrito en materia sobre el poeta.
Quiere Alfonso Reyes que esta pu-
blicación no se limite a los libros co-
nocidos, sino que sean una obra en con-
tinuo desenvolvimiento, fuera de todo
plan que le marque "programa" y aler-
ta a prohijar cuantas variantes vayan
siendo aportadas, rectificaciones y d8
tos poco conocidos.
ALBERTO MARÍA CARREÑO.-
HomenajGS Postumos. Joaquín D. Ca-
sasús. (México, sin pie de imprenta).
1920, en 4o. — ^Con motivo de la llegada
a México de los restos de don Joaquín
D. Casasús, su antiguo secretario y
amigo don Alberto María Carreño ha
publicado un libro en donde están re-
unidos biografías, artículos necroló-
gicos, discursos y reseñas de prensa
en honor del que en vida fuera muy
distinguido economista, escritor y diplo-
mático.
Contiene el postumo homenaje, una
extensa biografía del Sr. Carreño, una
crónica de don Rafael López, dos ar-
tículos de "El Universal", uno de don
\ ictoriano Salado Alvares, y oraciones
fúnebres de don Atenedoro Monroy.
don Manuel Puga y Acal, don Enrique
Martínez Sobral, don Rafael Sierra j
(Ion Alberto María Carreño.
DR. NICOLÁS LE^>N.— .VoííW de la.s
lecciones orales del profeso^' doctor
Nicolás León en la Escuela Nacional
de Bibliotecarios y Archiveros. Méxi-
co, Antigua Imprenta de Murgía,
U>1S, en 4o. — Acaba de circular este
lil)ro. cuya utilidad será verdaderamen-
te estimada, sobre todo si se tiene eii
cuenta cuan difícil es, en nuestro país,
la adquisición de obras técnicas de bi-
bliografía cion fines de vulgarización.
El doctor León es, quizás, el primer
bibliógrafo de los que actualmente vi-
ven en México. Sus libros de caiia ín-
dole, folletos, artículos de prensa, etc..
comprenden 298 ítulos; ha reimpreso
OG obras y monografías de varios au-
tores y anuncia tener inéditos 67 ar-
tículos. De esta vasta producción, unji
buena parte se refiere a bibliografía.
Su principal obra sobre la materia es
la Bibliografía Mexicana del Siglo
XVIII, todavía no terminada y del ma-
yor interés para el historiador y el
enidito. Ha descubierto varios impresos
mexicanos del siglo XVI y se recorda-
rá que, debido principalmente a la«!
esfuerzos del doctor I^ón, existió ha-
ce algunos años un Instituto Mexica-
no de Bibliografía.
El nuevo libro es un verdadero ma-
nual que deben leer cuidadosamente v
asimilar todos nuestros bibliotecarios
y archiveros y los estudiantes de es-
tas profesiones. Divídese la obra en tres
secciones : biblioteca, biblioteconomía y
lectores, con capítulos en donde se des-
arrollan con la mayor extensión po-
sible en un manual, las particularida-
des de cada uno de aquellos asuntos,
y cierra el libro un apéndice con la
lección inaugural de la cátedra de bi-
70
MÉXICO MODERNO
l>li<i|('conomía gu la extinta flsciiela (if
l»iIiliotecarios, dooiimentos oficiales so-
bre la fundación de ésta, plan para
nna reorganización do la escuela v una
bibliografía del autor.
I^ idea del doctor León p.ira irniilaii-
tar nuevamente en nuestra I niver.sidad
Nacional, carreras de bibliotecarios y
archiveros, es dv las (Kue merecen aten-
ción inmediata ; porque en México va
siendo ya un asunto difícil encontrar
clasificadores y cataloga dores para las
bibliotecas y los archivos pnblioos. De
implantarse el vasto plan de ])ibliote-
cas que encierra el proyecto del Rec-
tor de la Universidad para la creación
de una Secretaría de Instrucción Píi-
blica, sería necesario, por adelantado,
encontrar los bibliotecarios con la com-
petencia necesaria, y esa tarea se ve-
ría notablemente impulsada con el fun-
cionamiento de una escuela del ramo.
DR. EDUARDO ALVAREZ.—Baset
para un Conpreso Centroamericano de
Obreros, San Salvador, Impi'enta de
J. B. Cisneros, 1920, en 4,o — Inicia el
Dr. Álvarez la creación de un Congre-
so Obrero Centroamericano que dis-
cuta y llegue a resoluciones prácticas
sobre los puntos siguientes: sociabili-
dad, unión y cooperación obrera ; i>o-
sición social, moral y económica de la
mujer que trabaja ; intercambio de
obreros, salarios que permitan al tra-
bajador una vida humana y jornada
de ocho horas; trabajadores del cam-
po, cultura, antialcoholismo; unifica-
ción de la legislación obrera en los
países ístmicos, el obrerismo centro-
americano ante los poderes constituí-
dos, problema internacional de aquellos
países con relación a los Estados Uni-
dos y estudio del unionismo desde el
punto de vista obrero.
La tendencia del folleto del Dr. Ái-
vanez es indudablemente de gran im-
portancia para los pueblos de Centro-
América <iue han evolucionado muy
poco en el sentido de la protección
debida al trabajador. Es éste explo-
tado sin misericordia, especialmente
el del campo, que carece, a veces, lo
mismo el hombre <iue la mujer, aun
de un miserable vestido de manta (lue
cubra su desnudez.
El autí-r va un poco lejos al tratar
de .la mujer obrera que. en todo Cen-
troamérica. y especialmente en El Sal-
vador, lleva una vida cruel, trabajan-
do largas y fatigosas horas en el cam-
po, en el taller o en el comercio ín-
fimo, y teniendo qué atender a las
duras faenas de su misérrimo hogar.
La lástima que al Dr. Álvarez inspi-
ra la mujer centroamericana de la ciar
Ho. huínilde, se refleja al prohijar las
opiniones de Monicow respecto a las
relaciones sexuales y al nacimiento de
los hijos. Analiza el autor, aunque so-
meramente, las condiciones del traba-
jador del campo, el cual, según expre-
sa, es un esclavo. Su salario es dp
veinticinco centavos, tres o cuatro tor-
tillas y un puñado de frijol a veces sin
sal ; vive en chozas de paja o a la
intemperie, queda inhábil para el tra-
bajo a los treinta y cinco afíos y mue-
re antes de lo« cuarenta y cinco. ¡ Su
miseria es inmensa !. exclama.
Prevé el Dr. Álvarez la intervención
conquistadora de los Estados Tenidos,
y pretende que el obrerismo centroame-
ricano esté en contacto con el obre-
rismo yanqui, que se ha mostrado amigo
de aquellos países. Por último, estima
que con la unión "se centuplica rún las
fuerza*! del conjunto obrero, su pro-
tección .será mfis extensa, sus campos
de acción más vastos, más fecunda y
poderosa sn obra de cultura "
En el Alto Relieve del Problema
Unionista, vuelve el Dr. Álvarez sobre
el tema de la intervención de los Es-
tados Unidos en los asuntos de las cin-
co Repúblicas, la cual ha producido
una doble tiranía : la de los poderes
constituidos que pesa sobre los habitan-
tes, y la de los imperativos del Gobier-
no de Washington que se traducen en
disposiciones financieras, «Comerciales
y políticas. Una Intervención directa,
afiade, como en el caso de Nicaragua,
REVISTA DE LIBROS
71
sería mil veces peor, pues que en aquel
país, según expresa Mr. John Konneth
T*urner. al que cita, "las elecciones he-
chas bajo la supervisión de las fuerzas
americanas, han tenido tanto de far-
sa, como las elecciones manipuladas en
México en los días más negros del
despotismo de Porfirio Díaz". Opina el
autor que la unKio, centroamiericana
deben hacerla los pueblos y no los go-
biernos, debiéndose convocar primera-
mente asambleas seccionjiles popu-
lareis y después una asamblea popu-
lar centroamericana.
El folleto está escrito en un estilo
fácil y claro, no exento de cierto ner-
viosismo y elegancia. — J. P.
BL ALMA DE LA ESCTJEr^.— San
José de Gosta Rica. — Falcó y Borra;^,
1920, en 12o. — Tina iniciativa presenta-
da por un sacerdote apellidado Mene-
ses, diputado por el Departamento de
Oartago, y que. a lo que parece, vive
fuera de siu siglo, dio origen a las pá-
ginas a que nos referimos en esta no-
ta. La proposición del padre Meneses
tiende a la implantación de la ense-
ñanza religiosa y ¿atólica, de manera
obligatoria, en la pequeña república íst-
mica. El folleto contiene artículos de
diversos autores en defensa de la ense-
ñanza laica, figurando entre los signa-
tarios de los tales artículos, los nom-
bres de Ricardo Jiménez. Miguel Anto-
nio Caro. F. Tañida del Mármol. Luis
de Zuleta. Clemenceau, Francisco Fe-
rrer, Dr. Santiago Ramón y Cajjal, An-
selmo Lorenzo y otros.
La iniciativa uyedloelval tíjel señor
Meneses es un documento curioso, que
con este título debe archivarse para la
historia de la educación.
FERNA yüBZ MORENO. — Catnpo
Argentino. Vol. en 8.0 Buenos Aires.
Imprenta Merc^itali. 1919— Fer.so,^ (U
Negrita. Vol en 8.<'. Buenos Aircís. Im-
prenta Merca talí. 1920.
Este poeta es un cultivador, freeueo-
temente acertado, del ' sincerlsmo. Ün
poeta evidente y un artista sin hacer.
El problema de la forma (forma
visible o forma interior) existirá
siempre, sobre los" intentos de anar-
quía o los simples desenfado.s de eje-
cucii^n. La sensibilidad • exige contor-
nos y la forma \ es el ángulo facial áv
cualquier poeta.
Por esto, Campo Argentino, excei>-
tuando media docena de págiiiíis, me
parece una intención. En el desarrollo
íel libro, Fernández Moreno se en-
cuentra con el escollo de la sinceridad
sistemática, aplicable a la vida cotidia-
na : lo trivial.
Versos de Negrita acusa una joma-
da más en el dominio de las hechuras.
"Algún día serás un esqueleto, jugue-
te de marfil dentro de un féretro "
Aquí está ya el embeleso del oficio,
la visita de las tijeras. El novio de
Dalmira las manejará cada día me-
jor, porque ha demostrado sus capa-
cidades.
Sustancialmente, Fernández Moreno
es uno de los personajes /interesantes
del Sur. Ha dicho palabras muy hu-
manas. Su naturalidad y su entereza
lo distinguen. A un rico le escribe unos
versos "para que le ;regale una cn-
sa" ; a otro le pide que lo tome de
peón
Es de los que tienen buen surtido
d(- vituallas. Por su virilidad, se des-
prende de la turbamulta de bufones
indefinibles. Una de sus ideas fijas,
trabajar.
Lo aplaudimos con simpatía. La
cuerda que pulsa se halla amenaza-
da por especies toscas; pero hay li-
naje espiritual para luchar con ellas.
Lo demás — como él mismo expresa ha-
blando de las rosas —lo hace el vien-
to.—R. L. V.
RUBÉN DARÍO EN COí>ÍTA RICA,
San José de Costa Ricei, ediciones Sar-
miento, 1920, en 12o. — Es esta la se-
gunda parte del folleto que con el tí-
tulo de arriba publicó hace más de un
año la casa editorial de Garxíía Monje.
Contiene artículoe^ de reTisüís y pe-
riódicos, alusivos a Darío y publicados
72
MÉXICO MODERN(5
durante la lejana estancia del poeta
en la República del Sur y pequeñas
prosas y poemitas ocasionales del bar-
do nicaragüense. Como colección do-
cumental para la historia literaria de
Rubén Darío, el folleto de que habla-
mos tiene im positivo interés.
LAUREANO VALLENILLA LANZ.
— Cesarismo Democrático. Caracas, Em-
presa "El Cojo", 1919, en 8o.— Este es
un libro de Venezuela que no está de-
dicado a Juan Vicente Gómez. Tam-
poco se alude, ni remotamente (que
ya es mucho pedir), al vulgar tirano
que se ha encaramado sobre el sufrido
pueblo que enantes libertara Bolívar.
Sean estos los primeros elogios <iue
demos- al autor por sii libro.
Vallenilla Lanz es un excelente his-
toriador. A pesar del medio en que
vive, nada propicio a la libertad de
escribir, ha ciütivado seriamente 1»
ciencia histórica. Infatigables investi-
gaciones le han dado una vasta cultura
en historia continental ; estíl capacitado
para intentar — y ya las ha realizado-
síntesis sobre diversos períodos de la
vida venezolana ; es, ademas, un es-
critor fácil e insinuante. Todas estas
condiciones dan a su Cesai'ismo Denut-
crático un visible interés. Es una de
las ))uenas monografías históricas que
de tarde en tai^.e se producen en la
América Española.
La revolución de independencia estri
estudiada en esta monografía desde
puntos de vista no abordados decidida
mente por otros historiadores: espe-
cialmente el ad.jcctú lolítico. Valteniüa
Lanz diserta frai.camente sobr'3 el pa-
pel e importancia de los viejos cau-
dillos. \ con indudable maestría va
repartiendo y quitando lauros. Su obra
es seria y valiente.
ARTURO AAIBROGI. M Libro del
Trópico. Imprenta Nacional de San
Salvador. 1918. — Un libro tropicalmente
feo. Uno de esos fárragos, sin expresión
moral ni artístic», que se escriben a
m-illares en castellano.
El señor Ambrogi, en 352 páginas de
tipo menudo, echa mano de ese siste-
ma explicativo, enumerativo y abusivo
llamado por alguien "el escrfipulo d^^
los iliteratos".
No se podría decir* si para la historia
de las costumbres encierra alguna uti-
lidad el pesado volumen. Lo que consta
es que bajo la carrocería de su prosa
sucumbe la intrepidez del lector.
El paisaje y la existencia criollos,
requieren, para su interpretación y es-
terilización, una pluma de calidad, a
íin de no caer en los inventarios de un
servil naturalismo. R. L. V.
ADOLFO A. LÓPEZ.— ivas Carrete-
ras Nacionales. México, Dirección de
Talleres Gráficos de la Nación, 1920.
en 4o. — Con motivo de la iniciativa de
ley presentada a las Cámaras de la
Unión por la Secretaría de Comunica-
ciones y Obras Ptíblicas, para la cons-
trucción y reparación de carreteiíis, el
señor Adolfo A. López ha publicado es-
te folleto en el cual apoya el proyecto
del Gobierno y presenta un buen nti-
mero de observaciones relativas a la
mejor conservación y construcción de
caminos y empleo del auto<'amión en
las carreteras. Numerosos ejemplos
acerca de las vías de comunicación en
los Estados Unidos, se enou'>"ntran por
todo el folleto, recomendables como,
útiles para nuestro país.
Nota; feolAmente su inf urruará eu esta Sección d« loe libro» que los autores o los editore.-^
reuiitao a México Moét0rHc,~-'Lsi9 notas sin firma d*beráai s©r attibviídas acl enoar#ado de la R«Ws
tadeLibroP.— G. E.
EN EL MAR
HA saltado una oía y ha barrido la cubierta. El marinero que
entonces pasaba, en una posición paradojal, mientras la na-
ve se empinaba y recostaba, ha sido arrebatado por la ola :
el marinero que al zarpar del último puerto de Francia, mandaba
besos a la amada con las yemas de los dedos.
Ha caído el muchacho marinero en el seno del mar, entre dos
olas que se abrieron un instante y lo tragaron. No se ha visto más.
Se ha parado el buque en la inmensidad. Se han arrojado son-
das. Hombres valientes se han echado al abismo, buceando. Ha
pasado una hora. Se ha escrutado con poderosos anteojos el agua
revuelta. Ha ido cayendo la tarde. Ha pasado otra hora.
La novia, que se quedó en la playa, contestaba con la punta de
los dedos los besos del marinero enamorado. Todos lo vimos ... Y
de pronto ha sucedido lo que ha sucedido. Y han pasado dos horas
mortales y no se ha hallado nada.
Han pasado, mortales, dos horas. Se ha formado en dos filas
la tripulación, mientras entraba la noche. . . La banda ha tocado
una plegaria, una plegaria de marineros que se llevaba no sé adon-
de el viento huracanado en esa hora procelosa y obscura. . . A una
voz de mando, todos han hecho la venia, mirando al mar. El bu-
que ha vuelto a navegar en la no'che. Todos hemos llorado.
¿ Quién te hará saber mañana, muchachita de Francia, que una
ola se enamoró de tu marinero y se lo llevó consigo?
Hemos llorado todos por él y por ti. Y más por él que por ti.
Y por tu madre y por la madre de él.
Y la banda, mientras tornaba el buque a navegar, ha seguido
tocando con lúgubre compás la lúgubre plegaria: una plegaria de
marineros que se llevaba no sé adonde el viento huracanado en la
profunda noche del mar. . .
ARTURO CAPDEVILA.
VENTARRÓN
EL bóreas, como un poeta sañudo que va de viaje,
Al llegar de la montaña^ los torrentes de harmonía
De su inspiración extraña desata en la vega umbría.
En la azul linfa discreta y etv el fondo del boscaje.
Ya ante la ruina escueta gime un cántico salvaje;
Ya el ameno prado baña con furiosa gritería;
Bien sacude encina huraña con injuria ronca y fría;
Bien en la techumbre reta convulsivo de coraje!
Con su plectro imparte azotes! Y al herir las cuerdas flojas
De liras de árboles huecos de dolor ar ranea voces
Que se pierden dando botes. .-! y vibrar hace congoja*
Que en gritos roncos y secos, como en corceles veloces,
Huyen, de sus raudos trotes rugiendo entre yertas hofas.
Como apostrofes, los ecos que lastiman, como roces!
Acultzingo, marzo 25 de 1901
75
SECRETOS
AL d07inir en tu lecho trati^juila
donde un ángel hermoso y risueño
de apreciahle y radiosa pupila
vele quieto tu plácido su^,ño;
Al dormir esparciendo tu aliento
}ná,s suave que aquellos olores
con que el céfiro manso y el rÁento
cu el prado saturan las flores,
¿tú no sabes que en medio la obscura
soledad de tu tibio aposento
como un ojo celoso fulgura
contemplándote mi pensamiento?
aS*/ en las tardes de la primavera,
cuando vas sonriente en la grama.
Ja brisa oyes que llera ligera
su rumor de una rama a otra rama;
y sintiéndote ese hálito ardiente
da a tu vida su música vaga,
quema luego tu diáfana frente
y en el aire inflamado se apaga,
¿no sospechas, mi bien, que esos giros
ardorosos, de luz sólo son
de mi pecho los tiernos suspiros,
los suspiros de mi corazón?
Tal vez sueles en la hora en que el cielo
de la noche la pálida mano
va tejiendo con astros, el z'uelo
de tu mente elevar soberano
a las altas azules regiones
tras sublime ideal: tal vez sueles
perseguir, con ardor ilusiones,
ilusiones doradas que ansíeles.
MÉXICO MODERNO
Mas ¿ignoras, mi amor, que la estrella
que más fulge, a mi triste retiro
va de ti a platicarme, y que en ella
reflejada mi imagen yo miro?
GiKindo vuelca su ánfora de oro
desde Oriente en su triunfo la aurora,
derramando en el aire incoloro
su raudal que las cúspides dora,
y temblando un fulgor va derecho
a esconderse en tus labios de prisa,
y despiertas en medio del lobo
bella y fresca como una sonrisa,
¿no comprendes que el beso ardoroso
que en tu boca mi bien pone el día,
ese rayo es el beso amoroso
que mi alma, temprano te envía f
Orizaha, enero 24 de 1899.
DESFILE CRUENTO
LA pequeña ti opa por el pueblo atento
cruza con el polvo de tristes caminos;
la derrota puso terrible y sangriento
silencio en las almas de los peregrinos
de la gloria. . . Toda la mañana el zñento
ha estado tocando sus clarines finos.
Ni filas en orden, m arm4is sobre el hombro,
Frentes con arrugas. . . Hambre. . . Sed. . . Fatiga.
Cada miserable soldndo un esco^mbro
lleva en su existencia. La guerra lo obliga;
}a guerra de hermanos . . . Con ojos de asombro
ve la muchedumbre curiosa y amiga.
POEMAS 77
¿Qué sendas fatales, siniestras, obscuras,
gimieron al paso de esos infelices?
i Par a sus herida-'^ tuvieron ternuras
y tendrán honores en sus cicatrices f
¿Ceñirán su^ sietves, en coronáis puras,
caricias de flores de heroicos matices f
Tras la tropa corre tn^pel macilento
dr wujeres llenas de cariños suaves,
d^ en.tu>sia^^mos fuertes y de sentimiento,
¡í^on corno la.s lobas y como las aves!
;8o/í sublimes. . . / Todu la mañana el zñento
ha estado tocamdo sus clarines graves.
¡Pobres hombres.' Leva que los cielos clama
arrancólos de honda paz: trocó su suerte,
y de la luz libre fueron a la llama
del odio. . . y del surco fueren^ a la tnuerte. . .
hoy, que por ser grandes, la Patria derranuiy
.sangre de sus hijos, sangre brava y fuerte.
Un recluta lleva, con sus crueles cargas,
a su hijo en la espalda, chico a quien no aterra
el cansancio errante con sus horas largas,
ni el sol con sus rayos, ni la misma guerra
con sus estertores y con sus descargas. ..
jAsi hace sus hombres nuestra santa tierra!
La columna pasa .. . ¡Brillen tus destinos,
oh Patria, en la justa libertad, tesoro
legado por héroes de ejemplos divinos . . . !
toda la mañana del viento el gran coro
ha estado tocando sus clarines finos,
sus clarines graves, sus clarines de oro!
^fi.TCoac, mayo de 1911.
ROBERTO ARGUELLES BRINGAS.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA
HOJEANDO los viejos diarios madrileños, allá por los años
en que el mejicano Gaona comenzaba a torear en Tetuán de
las Victorias, sorprende encontrarse con la noticia de algún
banquete ofrecido a Ramón Gómez de la Serna; y esto, no por su
"primer" libro, como de su edad pudiera inferirse, sino para cele-
brar la aparición de su "último" libro.
Gómez de la Serna ha sido precoz: apenas comienza a disfru-
tar de las ventajas de una edad aceptable, y lleva ya publicados
numerosos libros, folletos y hojas volantes en el escandaloso ' ti-
po de los "extraordinarios". Es capaz de todo: un día publicará
en postales y en papel de fumar.
El formato, el espesor, el material y la letra, los dibujos de
Bartolozzi (mujeres desnudas y feas, antifaces, rejas cabalísticas,
tableros de ajedrez) todo da a sus libros un aire inconfundible. Su
cara, armada de la pipa, aparece de tiempo en tiempo a guisa de
mayúscula capitular; o bien alterna, a los comienzos de párrafo,
con la marca de su mano abierta: una mano regordeta y sin ele-
gancia, que ha probado ya ser muy buena para de almirez, entre
las tormentas de cierto festejo literario. Como dos compases mag-
néticos, la cara y la mano aparecen y desaparecen, y al cabo pro-
ducen el malestar de una positiva presencia humana, casi la im-
presión de un contacto. Incomodan y atraen a un tiempo, verda-
dero rompecabezas psicológico.
Gómez de la Serna — observa Icaza — es hombre que dice todo
lo que se le ocurre, escribe todo lo que dice, publica todo lo que
escribe, y regala todo lo que publica.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA 79
Gómez de la Serna puede pagarse sus caprichos y manías de
coleccionista. Además, cultiva la tertulia.
II
Hijo de familia, — con probables escapatorias — es un acabado
madrileño por sus hábitos y su mentalidad misma: con las depura-
ciones del exquisito talento propio, claro está. Vive en un barrio
que no carece de color, muy cerca de los manicomios de libros viejos.
A los madrileños llamean gatos. Este lo es en muchos senti-
dos (no obstante su expresa desconfianza por los animales de Bau-
delaire) ; aun en el amor a su rincón, — amor siempre compatible
con la ronda nocturna, — y por lo bien envuelto y voluptuosamente
arropado que está dentro de sí mismo y de su pequeño y cargadí-
simo estudio.
Su estudio es famoso: toda clase de cachivaches lo amue-
blan, cuelgan de los muros, trepan hasta el techo. Cuadros y telas,
candiles, esculturas africanas, "peponas" sin ojos, un museo de
muñecos rotos, objetos de cocina y de magia. Una chimenea de
tubo, huérfana encontrada en el fondo de las noches de enero, se
yergue en un ángulo, a modo de guerrero de bronce. No hay cosa
estrambótica que no tenga allí su representación, al lado de mu-
chas cosas bellas': de suerte que la majestad de una cabeza italia-
na contrasta con la estupidez de un zapato impar. Diminuta ima-
gen del Rastro, bric-a-brac de moda muy atrasada, (era de Euge-
ne Sué) y de todo punto anterior a las teorías microbianas de Pas-
teur
E\ rincón es digno del gato, y el gato halla en él una objeti-
vación de su alma. Aunque abráis la puerta y la ventana, aquél
es un cuarto cerrado y díscolo. Y conste, a todo esto, que Ramón
es hombre de jovialidad y cortesí¿x encantadoras y espontáneas.
Pero todo aquel ambiente en que Ví^^e, — así como la lengua en que
están escritos sus libros, — resulta un exceso antihigiénico de in-
dividualismo. Es el punto más distante de Grecia, sin salir del Me-
diterráneo.
III
El es un muchacho de corte espeso, ojos inevitables, ancho de
faccionGs, cara eficaz y patilluda, donde mi amigo Acevedo quería
8o MÉXICOMODERNO <
ver una semejanza del joven Fernando VII o un parecido de pica-
dor de toros.
¿Cómo definir a este escritor? Si la literatura española fuera
(y no es improbable) de madera de pino; si los nudos del pino
fueran un esfuerzo natural, para concentrar la fibra y transformarla
en ébano puro ; si el gusto general, por otra parte, fuese para esta
literatura lo que a la madera es la sierra, entonces Gómez de la
Serna sería uno de esos nudos rebeldes que se niegan a correr
al hilo del pino, haciendo que la sierra del artesano se rompa los
dientes y rechine de rabia.
IV
Ignoro los orígenes prehistóricos de Ramón. Sé que entre sus
inventores figura el nigromante Silverio Lanza. Me cuentan que
Ramón se presentó un día en el Ateneo y leyó una "cosa", — y se
oyeron varios rechinidos.
Desde aquel día, los perezosos ingenios de Madrid hubieran
querido arrumbar al joven escritor en el armario de los trastos
inútiles. La solución más cómoda es esa: nada es mejor que liqui-
dar cuentas, que enterrar a los muertos. Por eso dice Pío Baroja
el impío que la defunción de un amigo íntimo le llena de placer.
Esta vaga impresión de alivio ya la había confesado hace muchos
años George Bernard Shaw. Tal es la causa de muchos entierros
literarios prematuros.
Pero nada hay más amargo que la certeza de que algunos
muertos resucitan, y que un día las vamos a pagar todas juntas.
Ramón, desde sus catacumbas, iba minando la ciudad con una sor-
da y poderosa alegría. Arriba no se oía casi nada. Pero un buen
día. . .
El Antiguo Café y Botillería de Pombo, — la "Sagrada Cripta
de Pombo", como le llaman sus adeptos, — se abre disimuladamen-
te en la calle d^ Carretas, entre el edificio de la Gobernación que
mira a la Puerta del Sol, y el viejo edificio de Correos, "oscuro
como boca de lobo". Como lo ha notado su sacerdote, Pombo des-
aparece durante el día ; en el tráfago de la bulliciosa calle, esconde
la cara. De noche se enciende, — reliquia de los viejos tiempos, —
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA $i
con un lujo deteriorado y algo sucio de espejos congelados, mesi-
tas de mármol y bancos de terciopelo rojo pegados al muro,
Pombo es uno de esos cafés honrados a los que pueden con-
currir las señoras solas (pero no sólo las señoras, que sería otra
suerte de inmoralidad). Azorín sorprendió un día en Pombo a Do-
ña Pendendo, reverenda señora.
¿ Quién es Doña Pendendo ? El nombre es una creación ridicula,
combinación de sonidos españoles hecha" por una oreja extranjera.
La persona, — quizá vestida de negro, con un abultado guardapelo
marital en el pecho — pide chocolate con "picatoste" o helados de
arroz, y representa una vejez reacia, dura, pétrea, de España.
Pombo es un café viejo, merecedor del mayor respeto. Los
pombianos creen siempre "codearse" con el espectro de Goya. El
espectro entra por una puertecilla lateral que da a una calleja in-
verosímil, y adelanta — ya coj irrenco — a cortos pasos: entre el flo-
rón de la corbata y el cuello, sale a luz el cardo de la cara, la cara
arrugada, terca en su amor de cosas grotescas.
Este es el recinto nocturno de Gómez de la Serna. Aquí ha
organizado y celebra desde tiempo inmemorial su tertulia del sá-
bado. (Del sábado del hortera, porque — dice él — hay que sentirse
muy hortera del mundo). El nombre de Pombo ñgura en sus tar-
jetas, y un dibujo sutilizado de la araña de gas de Pombo apare-
ce en su papel de cartas. Se le puede escribir a Pombo, enviarle a
Pombo los aguinaldos de Navidad o los padrinos para un duelo.
Cuando publica un libro, hace la distribución desde Pombo. Se
sienta, rodeado de los suyos, en un rinconcito, junto a una mesa
que tiene las delicadas proporciones de un ataúd. Desde allí ve des-
filar el tiempo, ve pasar a la muerte disfrazada de camarero, ve
pasar a Doña Pendendo, a Goya, a la de los ojos coléricos y al
de la barba despeinada. Da banquetes de tiempo en tiempo, — ban-
quetes organizados por la comisión: R. G. de la Serna, Ramón G.
de la S., Ramón Gómez de la S., etc., etc.,— publica proclamas. Lle-
va un^ registro en que firman todos los tertulianos. Es una de las
últimas tertulias que quedan, y los guías la muestran a los foras-
teros (desde lejos) como una supervivencia.
Por allí ha pasado el fantasma de Larra; allí estuvo, no ha-
ce mucho tiempo, Picasso, y también Madama Fernández, — direc-
tora, como todo el mundo sabe, de los modelos de la Maison de
France.
Tres hombres dan carácter a esta tertulia: uno, el gran Ra-
82 MÉXICO MODERNO
món; otro, Bartolozzi; otro, Romero Calvet. Estos dos, a fuerza de
representar la tertulia en sus dibujos, le han comunicado cierto
perfil, ayudándonos, con su genio gráfico, a percibir su verdadero
sentido. Bartolozzi pone a los contertulios con altos cubiletes de
seda de los tiempos románticos. Romero Calvet dibuja la máscara
nocturna de la ciudad, y abajo, muy abajo, en la sexta o séptima
capa subterránea, la cripta de Pombo, abriendo su gran boca de
luz sobre una avenida de charcos. Allí, como larvas, se agolpan
unas figurillas humanas, — piojos de la noche de Madrid, gran ma-
drastra de gatos y diablos cojuelos por los tejados.
Pombo es una realidad trascendente, no se le puede olvidar.
Las proclamas de Pombo hablan siempre de los Iscariotes, de los
infieles y de los buenos apóstoles: recuerdan la manía persecuto-
ria de Cristo. ¿Qué tragedia se esconde en Pombo? ¿Quién Jos ha
vendido? ¿Por qué le exigen a uno ese compromiso sagrado de la
firma en cuanto se acerca ? Yo tiemblo ... ¿ Si se tratara realmente
de minar la ciudad? ¡Y pensar que, en la mesa próxima. Doña
Pendendo apura, tranquilamente, con obesos sorbos, su helado de
arroE !
VI
Ya habréis advertido que Gómez de la Serna tiene todos los
"no sé qués" de Feijóo (de Fenelón) : algo de hipnotismo, algo de
pesadilla funesta y algo de elocuencia genial. Desde luego, en el
sentido "pasatista" de la palabra, no es escritor: carece de urdim-
bre y cohesión. Todo él es instinto, — entendiéndolo sin necedades
retóricas — . Sus incursiones en la cultura son volubles y persona-
les, porque tiene lo mejor: el ritmo de la mayor cultura. No expli-
ca nunca una idea, sino que la padece, se acalambra debajo de ella,
y deja — de su tortura — una huella sobre el papel. Es españolísi-
mo: unos nervios de cien mil voltios y, como reza un romance iné-
dito: "Anatema sea el cerebro".
Cuando comenzó a escribir no hacía caso de las palabras. Las
arrojaba unas contra otras con un raro sentido de su sonoridad y,
entre tropiezos, lograba imitar con ellas sus emociones inefables.
Devolvía su confusión a las cosas, no con la segunda intención ló~
gica de Hallarme, sino con una inconsciencia de iluminado.
Ha dejado muchos intentos (dramas, cuentos, dichos), todos
valiosos y que no se pueden leer sin el escalofrío del arte. Gustan
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA 83
y hacen daño, como todo lo que reposa en una inadecuación sutiL
Y quizás a la larga maten.
Poco a poco, Gómez de la Serna parece convencerse de que no
podrá "desarrollar" una acción. Sus acciones son escenitas solda-
das artificialmente, como lo serían las cintas del cinematógrafo
sin el parpadeo de ese misterioso interruptor metálico. Y ni él ni
las palabras — tan leales — quieren resignarse a esta penosa tarea
de adición. Se cansan a la cuarta línea uno y otras. Y entonces el
escritor se va convenciendo de que tiene que escribir a chispazos,
a frases como toques eléctricos, a golpes de lucha japonesa.
Al mismo tiempo, una extraña especie de misticismo lo va do-
minando: todo él se siente untado en las cosas, en los objetos, en
esos trebejos cotidianos que empiedran la vida, — y la vida madri-
leña sobre todo, — en los mil y un juguetes trágicos que pueblan
su célula de abeja paciente. Su cara, su pipa, su mano de sortija
negra, el hoyuelo de la vecina, el grito del farolillo de gas que se
apaga y pide favor, lo van atrayendo, polarizando paulatinamente
toda su voluntad estética. Puede pasarse todo un día viendo volar
una mosca o gesticulando ante el espejo. Se abandona en las cosas
con ese pavor delicioso del que sabe asustarse solo. Las cosas alar-
gan tentáculos hacia él y van a absorberlo.
Ya para entonces, la lealtad de las palabras le ha impuesto un
estilo, un corte de frase y una adjetivación muy suyos. No es que
él haya acabado por ajustarse al lenguaje, sino que el lenguaje,
a tanto insistir, ha abierto una brecha por su espíritu, penetra por
él como un golpe de viento, y se roba sobre sus cien alas todo lo
que puede.
Pero si el escritor se alarga, si quiere soldar una idea con
otra, entonces todo se pone mal y todo se lo lleva el diablo. Sus
obras perfectas no duran más allá de las siete líneas. La línea
número ocho es el punto crítico de disgregación. Más allá, la má-
quina se resiste o se para.
Así condicionado, Gómez de la Sema es dueño de un arma
que parece un alfiler, y es capaz de crucificar con ella todos los in-
sectos ; sólo que no le puede servir como cincel de labrar estatuas.
Se interesa cada vez más en las cosas que le rodean. Ya oye
la canción del vino en las botellas, o el diálogo de amoroso despe-
cho (nuevo requiebro entre Horacio y Lidia) del caballo y la sota
de la baraja; ya le salta el corazón presintiendo que el reloj va a
dar las trece de la noche. Por toda su obra posterior hay un vaga
84^ MbXlCO MODERNO
susto de que el corazón se le ahogue ; la vida le parece una burbu-
ja muy tenue que un suspiro puede deshacer.
VII
Y, andando por esas calles de Dios, da con el Rastro. Es el
Rastro un mercado de baratijas donde caen, como en remolino, to-
dos ios desechos de la ciudad: desde la tarjeta de visita con el
pico doblado — pasando por el retratito con dedicatoria, "el guan-
te impar y el ramillete seco", la joya perdida que no se perdió, el
abanico deshilachado y cansado de hipocresías, la peluca vieja pe-
ro todavía enamorada, los hierros gastados sin ley de accidentes
del trabajo que los recompense en su desgracia, el mueble de en-
talle que nació antiguo, — hasta la trompa de locomotora o el an-
cla de buque: súbitos elefantes del Rastro, venidos no se sabe de
dónde.
En el Rastro cree ver Gómez de la Serna el comienzo y el aca-
bamiento del mundo, con una filosofía parecida a la de Quevedo.
Y al Rastro dedica todo un libro que yo pienso que durará. Ha en-
contrado así su asunto y su estilo. En adelante toda su obra gira
en tomo a temas como éste. La fortaleza de la crítica se le va
rindiendo almena por almena. Ventura García Calderón me hacía
notar las semejanzas fortuitas de Gómez de la Serna con Francis
Poictevin, ''este contemporáneo del naturalismo, que presintió to-
das las delincuencias."
De tiempo atrás Ramón venía publicando en los periódicos bre-
ves humoradas a las que, de acuerdo con su método inintelectual,
había dado el nombre de ''greguerías", — familiarmente, "gregues".
La greguería es la unidad de su pensamiento, su milímetro intelec-
tual, su "llave" de Jiu-jitsu. Y ahora que ha reunido sus gregue-
rías en un grueso volumen, tienen un aspecto formidable; son co-
mo un ejército de hormigas voladoras que pueden comerse una
ciudad; son una polilla voraz que ha caído sobre las cosechas de
la tierra. Parecen una colección de espinas microscópicas: cada
una nos clava su punzada, por siempre y para siempre.
Van a ser de ñjo muy imitadas; lo han sido ya, según dice el
prólogo. A veces quisiera uno plagiarlas. Yo he pensado seriamen-
te en hacerlo con toda regularidad y mesura, aunque urbanizándo-
las un poco: en robarles la almendra, y regarapiñarla después a
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA 85
mi modo y a mi gusto. Muchos, que no lo confiesan, sienten lo
mismo.
VIII
Tiene uno sus aficiones, sus costumbres. Matthew Arnold se
sorprendería a veces recitando un trozo de Maurice de Guerín (Les
dieux jaloux ont enfoui quelque part les temoignages de la des-
cendance des choses . . . ) ; y yo suelo recordar en las conversacio-
nes los cuentos crueles de Villiers de TIsle-Adam. Un día me
hacía notar Diez Cañedo que estos cuentos resultan mejor para
contados que para leídos; el "desarrollo" les hace daño; el asunto
lo es todo. Grómez de la Serna ha descubierto el secreto para sí:
todo es greguería, dice, aunque algunas veces — las más — nos la
dan hinchada o abortada; nuestra alma, vista al microscopio, re-
sulta hecha de greguerías.
Psicólogo de las cosas, le ha llamado Azorín: Azorín que, el 22
de noviembre de 1903, publicaba, en Alma Española, cierta pre-
ciosa notícula sobre la filosofía de las cosas, que puede conside-
rarse como un antecedente teórico de la greguería.
Pero creo que se equivoca Azorín dando a Gómez de la Ser-
na por representante de la España Niña literaria; Ramón sólo se
representa a sí mismo. Y creo que exagera recomendando la lec-
tura de las Greguerías a los niños.
— No, Azorín : Rousseau no quiere despertar en los niños cier-
tas sensibilidades que para nada van a servirles; por eso se han
creado las universidades sajonas, cuyo objeto es embrutecer un
poco y formar el callo. Además, ¿no es verdad que las greguerías
están enfermas de una dolencia verde, de un mal contagioso, es-
pañol, católico y medioeval? Dejémoslas para las personas mayo-
res, Azorín. ¡ Qué idea de nutnr a la descendencia con ajenjo !
IX
Ramón:
Hijo de tu pueblo, golfo intelectual de la Villa y Corte: bajo
la gorra sospechosa de tu ironía, te veo escabullirte, saltando so-
bre el "Carolus" de la calle empedrada, con la navaja de escribir
en la mano. Sólo tú sabes por dónde se está desangrando, gota a
gota, el corazón de Madrid.
Enero, 1918.
ALFONSO REYES.
TU AMOR DESMESURADO, POR CODICIOSO
PIERDE . . .
Tü amor desmesurado, por condicioso pierde
gran parte de lo suyo, como el labrwgo avaro
que a principios de otoño recoge sin reparo
con el maduro fruto el todavía verde.
¿Por qué me pides tanto f ¿Por qué nunca se sacia
la sed que de mi tienes? No todo yo soy huenx);
bajo la fuente clara hay un fondo de cieno
y orquídeas de pecado sobre el árbol de gracia.
Deja mejor que escoja cuÁl ha de ser tu parte
de mÁ,; déjame hacerte sacrificio votivo
sólo de lo más puro de m/i ser, y loarte
sólo con el decir más alto y noble y bello;
lo demás, vida, carne, canción, sueño o motivo,
no lo anheles ni pongas tu volutrtnd en ello!
II
Contra toda flaqueza del destino, virtuoso
me será tu recuerdo: amplio panal en donde
sus mieles, mi cariño, abeja sabia, esconde:
fruta que el amor nutre del jugo más sabroso
que asimilo arraigado de la difícil tierra :
vaso en que van poniendo mi^ ansias providentes
cantidades futuras! Cuando por las corrientes,
a lo largo de yermos, en que la vida yerra
TU AMOR DESMESURADO, POR CODICIOSO PIERDE... X/
el idealismo ndo carezca de sustento,
rióos manjares, vinos olorosos, licores
z'imficantes, higos y dátiles y flores
tendrá con recordarte el dios que va conmigo
por quien al Dios eterno en mis entrañas siento:
y OAinquc tú misma cambies, por ésto te bendigo!
SALOMÓN DE LA SELVA.
s
SARCÓFA(iO
OMOS como don primApen tomhales
— cada uno en sarcófago distinto —
que en vida vemos nuestros fnneralef*,
Vo,s reía, con sus ojos fraternales
el ángel del Dolor, desde su plinto^
y tiene el lampadario del recinto
ternuras de recuerdo en sus cristales.
Y pues la muerte de las ilusiones
puso en nuestros altivos corazones
un desdeñoso frío de Escoriales,
tú, cou el cetro dsl Amor extinto,
yOy con la espada del Ensueño al cinto ,
somos como dos príncipes tombales.
RAFAEL H. VALLE.
LA DANZA EN EL MAR
I -^ llanura del mar se mueve apenas.
Yo miro cómo se aire el agua
cortada
en dos por la alta quilla del navio.
Al dorso de una ola que se eleva
y se deshace en una lluvia hlanca,
el sol,
logra encender las lámparas del iris!
Pero el agua en seguida
se queda i^nmóvil, llana y absoluta.
Sin embargo y
la alegre hrisa con los pies desnudos,
juega y danza sobre el mar.
Si, pero allí no dejará más huella,
iiue la que dejaron los pies de las mujeres
que han jugado,
o danzado sohre mi corazón!
EMILIO ORIBE.
Méx. Mod.— 2
LA ENDEMONIADA
DEL LIBRO "el PUEBLO MARAYILLO-
80", QUE APARECERÁ PRÓXIMAMENTE
COMO todos los días después de la siesta, las cinco hermanas
estaban sentadas en el corredor, a la sombra de las enre-
daderas floridas, ocupadas en diversas labores, comentando
la vida local, añorando el tiempo ido, murmurando, soñando.
Muertos los padres, dispersos los hermanos, las cinco vivían
como siempre, vírgenes y tranquilas, en el antiguo caserón mitad
finca, mitad monasterio, cultivando flores, criando pájaros o edu-
cando ''chinas", bajo la autoridad absoluta de la primogénita, a
quien las otras respetaban como a una madre; gracias al auxilio
generoso del hermano rico, al cual todas amaban como a un padre.
Cinco princesas en su torre, cinco monjas en su convento, cinco
caracoles en su peñón.
•- Cuchita, la primogénita, sentada en una silla baja, ante un
brasero blanco de ceniza, sobre el cual roncaba un caldero de cobre,
tomaba mate correctamente, sin hacer sonar la bombilla de plata.
A pesar de su rostro marchito y su talla exigua, como empequeñe-
cida por la edad, se erguía hermosa e imponente. Su tinte mate
de marfil añejo, su nariz finamente aguileña, sus ojos verdes de
mirar lejano, su peinado pomposo realzado de alta peineta, la ha-
cían aparecer llena de distintición y majestad. Era la gran señora
de nuestra tierra, bella y altiva, nieta de capitanes y encomenderos,
descendiente de hidalgos españoles y gentiles berberiscos. Mariqui-
ta, la segunda en años, sentada en el escaño antiguo, contra la pa-
red, tejía a la aguja un paño de batista calado, inclinada ligera-
LAENDEMONIADA 91
mente sobre la labor. Esbelta y diestra, la figura fina, ajada ya,
las manos delicadas, tenía esa gentileza ñexible de las damas ha-
bituadas a las ceremonias sociales. Nadie, verdad, como ella para
conversar discretamente, para bailar contradanza, para cantar a
la vihuela. La tercera, Jovita, arrellenada sobre un taburete, cabe
un pilar, cosía nerviosamente una pieza de ropa blanca. Pequeña
y magra como Cuchita, tenía aspecto muy diferente con su cari-
lla seca, como un fruto pasmado, sus cabellos escasos, en rizos
ya grises, sus ojuelos inquietos de mirar medroso. Habríasele creí-
do una bastarda intimidada por el desprecio de las hermanas le-
gítimas. Pero he ahí a Zelmira, la flor de la familia. Apelotonada
contra Mariquita, tejía con desgano un gran chai de lana color de
fresa. Rubia, de un rubio de arrope, regordetilla y plácida, tenía
la gracia espesa, la lozanía y hasta el perfume de un durazno ma-
duro empolvado de rocío. Mimada como una niñita y educada con-
ventualmente, conservaba a pesar de sus treinta pasados, el candor
y la glotonería infantiles; robaba azúcar y manzanas, que escon-
día bajo el lecho, y en amor no sabía más que una criatura. ¿Y
Rosario, la menorcita? Echada contra el respaldo del escaño, Ro-
sario leía, ardientes los ojos, en un viejo libraco lleno de imágenes
estravagantes : las Mil y una Noches, que repasaba por la milési-
ma vez. Morena y aguda del perfil, de las manos, de la voz, no
era suya la belleza pero, vehemente y vibrante de la mirada y el
espíritu, suyos eran la perspicacia y el don de ensueño. Mareada
de fantasías, no habiendo vivido más que en soñaciones, se. pa-
saba los días leyendo cuentos de hadas o vagando por el huerto
solitario en la esperanza de encontrar entre tanta rama florida,
una varillita de virtud . . .
Las cinco hermanas.
Ante ellas se extendía bajo el oro tibio de aquel claro día de
otoño, el patio enorme, bordado de prados simétricos llenos de ma-
tas floridas; grandes malvas reales, romeros tallados ingeniosa-
mente, dalias dobles, belloritas; sombreado de viejos árboles fru-
tales: naranjos, limoneros, un toronjo precioso y, hacia un rincón,
una gran ceiba que ornaba el ventanillo del cuarto de coser con
sus racimos de flores rubíneas.
A través de los encajes de verdor se veía al fondo, el corredor
de la cocina, obscuro, con sus paredes revocadas de tierra y sus pi-
lares sin pintar; en el ángulo una ancha tinaja roja para recibir
el agua de las lluvias. Sentada a la puerta de la cocina, la china
92 MÉXICO MODERNO
cocinera, moza y bruna, de busto airoso y cabello espeso, pelaba
las legumbres para el puchero de la cena, canturreando entre la-
bios.
En el ambiente de sol y de silencio, trascendiente a hojas ver-
des, a tierra húmeda, a cabellos canos, subían de vez en vez, los
gorjeos de las avecitas domésticas; el queltehue guardián, la catita
parlanchína, los jilgueros de la jaula suspendida en el corredor, y
ondulaba el canturreo de la criada lamentante, monótono ...
Atmósfera extraña, primitiva, conventual, de otro tiempo; de
otra vida. . .
Las cinco hermanas hablaban tardamente, poniendo entre fra-
se y frase, períodos de silencio.
— . . . ¿Vieron hoy en misa a Rafaelita López?, dijo de pronto
Mariquita, sin alzar la vista de la labor. Llevaba un manto nuevo
de espumilla, con franja bordada, y un vestido flamante, de ca-
chemira color cascara, adornado de raso celeste. Parecía bañada
en agua de rosa. Se daba un aire de princesa . . .
— ¡Soberbia, niña; está soberbia con el noviazgo!, replicó Cuchi-
ta, como herida.
(Toda amiga que se casaba la irritaba vivamente: diríase que
la infligía un agravio personal). Y haciendo rodar las pupilas ra-
diosas :
— ¡ Ah !, si nosotras hubiéramos querido . . . , exclamó con ca-
lor. Entonces era la abundancia, no la antigua opulencia; la abun-
dancia... Mi padre tan trabajador, estaba rico. El comercio que
había traído de la ciudad cuando se vino al pueblo, iba cada día
mejor. . . Las talegas rebozaban de onzas, los graneros desborda-
ban de trigo, la cecina subía hasta el techo. . .
— ¡Soberbia!, asintió Mariquita, obsedida por la visión de la
novia en manto y vestido ricos.
— . . . ¡ Y mi mamita, tan delicada y tan virtuosa ! . . . No se
quitaba el chai de cachemira y no salía nunca, más que para ir a
misa ... Su casa era su reino ; nos crió como a princesas . . .
— . . . ¡Engreída!
— ... ¡Y mi hermano Gabriel, que sabía latines, estudiaba
para cura, y era la admiración del pueblo ! ¡ Tan hábil ! . . . Ahí están
los cuadros que pintaba, de colores, dibujados con tinta de jibia,
y los cofres maravillosos que hacía, todos tallados y enchapados
de conchaperla. . .
LA ENDEMONIADA
93
— ... i Melindrosa ! . . .
— . . . ¡Pero eso no era nada. . . El antiguo rango de la fami-
lia!... ¡Ouih! ¡El abuelito Tomás! ¡Don Tomás! Capitán famoso,
gobernador de las Islas del Sur ... De allá vino la familia ... ¡Un
verdadero rey ! Mandaba batallones, los indios le templaban
¡Mi prima Pabla! ¡Qué opulencia y qué campanillas! Chiquitita
pero muy blanca y tan orgullosa!. . . Siempre de seda y cuajada
de alhajas: sortijas de diamante, pendientes tamaños y el peinado
lleno de tembleques . . . Parecía una imagen bendita ... Y las tie-
rras que tenía, del mar, a la cordillera, y los esclavos y los indios
y los animales sin cuento . . . Toda la hacienda de **Semita" era de
eUa. .. ¡Ouih!
Rosario había cerrado el libro. Aquellos cuentos de la pasada
opulencia le interesaban vivamente; sólo que nunca había podido
entenderlos bien. Cuchita hablaba de manera incoherente, juzgan-
do tal vez, que como ella, el mundo entero debía saber tales histo-
rias.
— ¿Y todo eso nabrla de ser de nosotros?, pregunto para es-
timular a la antigua señorita.
— ¡ Todito ! Nosotras debíamos ser poderosas . . . Pero la ma-
la suerte. . . Estaría de Dios. . . El padre Arce. . . Sí, fué el padre
Arce, todo el mundo lo sabe ... ¡La pobrecita ! La hicieron testar
lo que se les antojó. . . Compraron a los testigos, engañaron al es-
cribano ... ¡La pobrecita estaba muerta ! . . .
— ¿Pero cómo?, interrumpió la joven emocionada.
— ¡ Ouih ! Ahí está el pleito y no saldrá jamás ... Mi padre
no quiso meterse. Mi primo Adolfo pasó toda la vida pleiteando:
al fin murió loco ...
— ¡Qué picardía! ¿Y mi hermano, José Manuel?
— ¡Oh! ¡José Manuel! Se ríe. Dice que él es capaz de ganar
una fortuna mayor. Y el pobre trabaja y trabaja. . .
Un grito agudo, sostenido de terror, de desesperación, desga-
rró el ambiente soporífero. Diríase que alguien se defendía bajo
una agresión mortal.
Las cinco hermanas hicieron girar los ojos hacia el corredor
de la cocina. Cuchita, la nariz en el aire, estiró el cuello largo,
como un gallo que va a cantar :
— ¡Margara!, gritó. Deja tranquila a esa mujer...
— Si yo no le hago nada, señorita, replicó la muchacha; es
porque entré en el cuarto, no más
94
MÉXICO MODERNO
Agitada, la anciana chupó la bombilla, ruidosamente.
— ¡Perra india!, balbuceó. Al fin se me va a acabar la pacien-
cia y le voy a dar una calda ...
— ¡Eeeeh!, interrumpió Mariquita. ¿Para qué es eso? ¿No ve
que está enferma, que tiene el "mal", la pobre?
— ¿Pero qué mal es ese, niña, que dura ya más de dos sema-
nas? Ahí está como el primer día, echada, sin hablar, sin comer,.
y si alguien se acerca, se revuelca y grita, como una condenada,
cuando no corre a esconderse en el huerto, como una loca. . .
— Espere que venga el boticario y verá, me dijo que iba a
venir lueguito, contestó la hermana prudente.
Y notando que al fondo del corredor la puerta de servicio del
almacén ocupado por la farmacia, se abría, se volvió de ese lado.
En el hueco sombrío apareció el mozo del boticario con su eterno
delantal de mezclilla. Entraba a lavar en el pozo un gran frasco
de vidrio azul, que asía con ambas manos.
— ¡Lucas! ¿Quieres decirle a tu patrón, que lo estamos espe-
rando ?
El mozo hizo una seña afirmativa, mostrando su dentadura
sana, y volvió a entrarse.
Cuchita frunció los labios, cabilosa:
— ¡Hum! Mejor sería que viniera el señor cura. Yo empiezo a
creer que estas son cosas del demonio . . .
— Todo el pueblo lo dice, murmuró Jovita, y así no más ha
de ser . . .
— Chismes, replicó Mariquita, disparates ...
Cuchita se acaloró:
— ¿Y no te acuerdas, niña, de la "espirituada" que dio tanto
que hablar ahora años? Se retorcía y gritaba, como esta china,
y cuando veía a alguien corría, subiéndose por las paredes y por el
techo como una mosca . . . Las médicas la curaban por "mal", los
doctores por tabardillo, por epilepsia . . . ¡ Nada ! No alivió hasta
que vino el finado cura, que era un santo: él tenía un cordón de
San Francisco. Le rezó los evangelios y empezó a azotarla. . . Di-
cen que él demonio se lamentaba como una criatura: "¡Señorcitoí
¿Por dónde salgo?, ¿por un ojo?, ¿por el ombligo?. . ." "Sal por
donde entraste", le contestó el santo cura y la seguía caldeando . . .
Hasta que el Malvado salió por donde entró . . .
Zelmira se estremecía de la risa contenida.
LAENDEMONIADA 95
Rosario había interrumpido su lectura.
— Yo creo que la picara está haciendo la espirituada, sonrió,
como la princesa de Bengala se hacía la loca para no casarse con
el rey. . .
— ¡ El boticario ! . . .
De la puertecilla del almacén salía un hombre seco y narigudo,
que con su larga blusa de tela gris, parecía aun más seco: alzaba
con arrogancia, la frente desnuda ornada de un gran bucle engo-
mado.
Mariquita y Cuchita salieron a su encuentro, haciendo ondu-
lar sus amplias faldas obscuras, de ese matiz indefinible dado por
el uso.
Como el hombre comenzaba a hablar en voz alta y filuda, la
primogénita, con sigilo, se llevó el índice a los labios :
— ¡Chuit!, murmuró. Vamos despacito porque si la perra in-
dia nos oye, se arranca a la huerta y . . .
Arrojó a las jóvenes una mirada imperiosa que decía clara-
mente: *'no se muevan", y guió al boticario a través del jardín.
Aquel forastero venido ¿quién sabe de dónde?, que como hacía pil-
doras componía versos, le inspiraba poca confianza. ¿No había te-
nido el atrevimiento de publicar en el periódico unos versos dedi-
cados a una señorita principal, a quien no conocía sino de vista?
Todo el pueblo los sabía de memoria ..."
Al llegar al corredor de la cocina, miró al hombre, reclamando
con gesto de la mano el mayor silencio ; avanzó de puntillas y em-
pujó quedamente una puerta semientornada.
Con precaución, entraron en el cuarto negro, sin ventanas,
perpetuamente ahogado en sombras. Hacia el fondo, sobre un ca-
mastro bajo, se agitó algo informe ; al mismo tiempo un grito pro-
fundo, desesperado, despedazó el silencio.
— ¡ Aaaaay !
Cuchita se avanzó, indignada:
— i Perra india ! ¡ Calla la boca ! . . .
Al reconocer la voz cortante de la dueña de la casa, la paciente
dejó de aullar: rompió en un llanto nervioso.
Aproximóse a su vez el farmacéutico, procurando con los ojos
aguzados penetrar la sombra. Sobre el camastro, la moza, vestida
a medias, la cara demacrada, el cabello desgreñado, se agitaba
sollipando nerviosamente, los dedos hundidos en los cobertores.
96 MÉXICO MODERNO
— ¿ Qué te duele ? ¡ Habla ! Yo vengo a sanarte . . .
Al ruido de aquel acento extraño, desplegó los párpados, es-
pantada y, apelotonándose contra la pared, se echó de nuevo a
gritar, desesperadamente.
— ¡ Aaaaay ! ¡ Aaaaay ! ¡ Aaaaay ! . . .
Pero el hombre no se arredró e inclinándose, hizo ademán de
cogerle el pulso.
Entonces la mujer se incorporó de golpe y redondeando los
ojos, mostrando los dientes, alargando las manos crispadas con las
uñas negras, se abalanzó contra el intruso como un perro rabioso.
Espantado, el boticario retrocedió atropellándose y ensor-
decido por los gritos cada vez más recios, salió del cuarto. El, que
antes había sonreído al oír decir que aquela mujer estaba poseída
del demonio, ahora al recordarlo, temblaba desconcertado. Viendo
a las dos señoras que le miraban con ojos de interrogación, se apre-
suró a disculparse: "... Los nervios... Le daría unas pildoras,
eso la calmaría ... En la botica lo esperaban ..." Y a grandes zan-
cadas atravesó el patio y entró en la farmacia.
— ¡Qué te decía yo!, exclamó Cuchita, mirando a Mariquita
con un lento meneo de su cabeza de pájaro. ¿No habría valido más
llamar al señor cura ?
Mariquita contrajo la cara en una mueca de aflicción que le era
peculiar :
— Iré a llamarlo, pues. . .
La primogénita alzó el mentón, tendiendo el largo cuello :
. — ¡Anda, niña!, gritó enrojeciendo hasta las orejas. ¡Anda!
Alejóse Mariquita, en silencio.
Paso a paso, Cuchita remontó el patio, mirando el jardín dis-
traídamente, mas no sin notar que los senderos comenzaban a en-
malezarse, que el toronjo pedía aquel año una buena poda y que
esa mata de romero tallada en forma de pájaro, necesitaba un
puntal . . .
Se arrellenó en su silla ante el brasero y se preparó un nue-
vo mate. Pretendía que, como quitaba el frío y también el calor,
ermate quitaba todavía las penas.
Jovita había desaparecido. Aprovechando la oportunidad, ha-
bía corrido a casa de su cuñada por quien sentía una amistad de
devoción. Rosario se había acogido bajo el árbol de los racimos de
LAENDEMONIADA 97
rubí. Sosteniendo a la catita sobre el canto de la mano, daba al
ofracioso pajarito una lección de pronunciación :
— ¿Catita? ¡Catita!
Y el avecita, esponjando el plumaje esmeraldino:
— ¡Catita! ¡Prrrutch! ¡Já, já, ja!
Solamente Zelmira permanecía en su sitio, silenciosa, fija en
su labor: sus labios finos, sin un ápice de sensualidad, se encres-
paban ligeramente, como conteniendo una sonrisa.
Contemplóla Cuchita con mirada lángida, mojada de ternura.
Era su predilecta: la había criado y educado como una hija. ¿Sin-
tió la joven el calor de aquella mirada? Alzó los ojos y miró a la
primogénita. Sonrieron las dos como dos niñas.
— ¡Ah!, murmuró la anciana. Qué quiere ese corazoncito ? . . .
No se te dé nada: un príncipe ha de venir a buscarte, un príncipe
en su caballo encantado.
Y rompió a reír.
Silencio. Paz aldeana o conventual. De tiempo en tiempo agu-
dos ganglores del queltehue, que pasaba sobre sus largos tarsos
a través del jardín; regocijados trémolos de los jilgueros enjaula-
dos o el ingenuo diálogo de Rosario y la catita.
A una, las tres hermanas alzaron la frente. Habían golpeado
a la puerta y pasos recios, pausados, avanzaban por el zaguán. En-
tró de un pie, un caballero de talla mediana pero fuerte, en gabán
ligero y sombrero de copa. Su rostro maduro aparecía sin embar-
go, fresco, con sus ojos brillantes y su bigote de negror intacto.
— ¡José Manuel!
Y las tres se precipitaron hacia el hermano excelente. Mas en
seguida se contuvieron. Tras el caballero se alzaba un hombrón
obeso, de buena edad, barbado hasta los pómulos, cubierto de un
largo poncho leonado y de un enorme fieltro sumido hasta las
cejas.
— Rosario, balbuceó Cuchita; abre el salón, niña.
II
Entraron en la llena de esa frescui'a trascendente a moho de
las habitaciones cerradas. Por las ventanas que Rosario abría, la
luz penetraba a chorros locos, como regocijada de invadir la alfom-
98 MÉXICO MODERNO
bra antigua a medallones floridos, las paredes ornadas de retratos
borrosos y de paisajes a la acuarela de un arte ingenuo y prolijo,
los muebles vestidos de fundas blancas, la guitarra en su rincón,
melancólica . . .
— Rosario, dijo el caballero a la joven que partía; que venga Zel-
mira. . .
Inclinóse Rosario y por la antesala, ganó el corredor. Viendo
que Zelmira no estaba ya allí, sesgó el patio a la carrera y penetró
en el dormitorio común, austero, conventual con sus camas blancas
en fila contra la pared, sus baúles claveteados, forrados de piel de
ternero; en la testera, sobre ancha cómoda, un viejo santo vestido
de terciopelo azul, franjeado de oro.
Allí estaba Zelmira ante su lecho, vistiéndose afanada. Sabía
que cuando llegaban visitas debía componerse para ir al salón. Ya
había peinado sus hermosos cabellos en un moño pomposo. En cor-
sé y enaguas albas de ruedo bordado, examinaba el vestido nuevo
extendido sobre la cama ; a lo largo de sus hombros desnudos, ater-
ciopelados y de su nuca esfumada de rizos áureos la luz que entra-
ba de través por la ventana, ponía como una cinta de plata trémula.
— Que vayas luego, chiquilla ; José Manuel te llama . . .
Dilató la joven, las pupilas, como una criatura que tiene mie-
do:
— ¡Ave María!
Nerviosa, se encuclilló y atisbo bajo el lecho. Retiró el ancho
orinal de loza a flores azules, las cajas de estaño en que guardaba
sus golosinas y extrajo las botinas nuevas con cordones. Sentóse
sobre el borde de la cama, remangóse la enagua y el refajo de fra-
nela rosa, dejando a la luz las piernas soberbias en medias a rayas
horizontales blancas, purpureas y el volante de los pantalones ca-
lado y ceñido a la carne aporcelanada; aseguróse las ligas verdes
con hebilla doradas, embutióse y atóse las botinas nerviosamente.
Se alzó golpeando con ambas manos la enagua demasiado al-
midonada. Se puso la falda de merino color caña a pliegues me-
nudos; luego el faldellín abollonado de seda verde aceituna con lu-
nares blancos; en fin, chaquetilla de la misma seda, con solapa
caña, el cuello y los puños de encajes.
Estaba encantadora. Con el polizón algo exagerado, su silueta
asumía líneas deliciosamente bufas: habríase dicho un pavo real
de cabeza minúscula y cola pomposa.
LA ENDEMONIADA gg
Cuando la joven entró en el salón, el forastero que hablaba
con voz blanca, lenta, de los trabajos y arreglos que había ejecuta-
do últimamente en las casas de su hacienda, se calló de golpe, se
puso en pie y con su mejor gracia estrechó la mano delicada que
le tendían, en la suya, espesa y peluda como una pata de puma.
— Señorita, cuánto gusto . . .
Y aterciopelando lo que pudo el acento:
—Hace tiempo que no tenía el gusto de verla; desde el día
del santo de la señorita Mercedes Ramírez ¡ Cantó una tonada
tan bonita ! . . .
— ¡Ah! hizo Zelmira, sin recordar bien aquella ñesta efectua-
da hacía tantos años: ella era entonces una muchachita.
— Canta tan bien ...
— ¡ Oh ! no. Es Mariquita la que canta ...
Pero la primogénta estaba presente:
— ^Todas cantan un poco, arrulló.
— . . .La señorita, muy bien. . .
Miró Cuchita a la joven lánguidamente:
— Vaya, niña ; canta, pues, alguna cosita ....
Obedeció Zelmira, en silencio. Tomó la guitarra y empezó a
tentar las cuerdas, deteniéndose de vez en vez para apretar algu-
na clavija. No sabía añnar ; pero como por ahí debía comenzarse . . .
— "La Morena de Oro", pidió don José Manuel, sonriendo por
las pupila.
— Esa es la de Rosario, replicó la joven : yo no la sé . . .
— ¡ Sí ! . . . , corrigió Cuchita. Tu hermano te la pide . . .
Zelmira bajó la vista e inició un punteo emocionante. Luego
con voz gutural, infantil, cantó en tono merciente de barcarola:
Bajo tu dulce cadena.
Voy en pos de tu hermosura;
desde que te vi, morena.
Te idolatro con locura.
Mas he aquí que al cantar la segunda estrofa no pudo salir de
los dos primeros versos. En vano Cuchita le sopló; turbada, con-
fundí da, recomenzó dos, tres veces sin conseguir, llegar al fácil es-
tribillo. Acalló entonces de golpe la guitarra, poniendo la palma so-
bre las cuerdas y se puso en pie, sofocada de rubor y de risa.
íoo MÉXICOMODERNO
La primogénita juzgó conveniente sonreír:
— i Qué chiquilla ! Turbarse en los versos más bonitos . . .
Empero el visitante, que escuchaba embelesado, se desconcer-
tó ; no sabiendo si debía o no dar las gracias, se inclinó, murmu-
rando un cumplimiento vago, y no hallando otro cabo por donde ini-
ciar, la conversación, plegó los labios bajo el bigote.
El caballero sonrió por los ojos, por los hoyuelos de la meji-
lla. No tenía gran amistad con aquel hombre montaraz, que venía
raras veces al pueblo, pero sabiéndolo ingenuo, laborioso y decente,
sentía por él cierta simpatía. Decidióse, pues, a hablar en su fa-
vor :
— Cuchita . . . Don Isidoro tiene algo que comunicarte ... y
a ti también, Zelmira . . .
Y viendo que el aludido no se arriesgaba a desplegar los la-
T^ios:
— ...El hombre ha trabajado bien y ha hecho fortuna...
Desea ahora establecerse, buscar una compañera. . . Y ha pen-
sado en Zelmira . . . Así ha venido a decírmelo . . .
La orgullosa señorita saltó en el sofá, como si le hubieran da-
do un alfilerazo; pero, reaccionando, miró al pretendiente de ma-
nera ambigua:
— ¿Cómo así? gorjeó en falsete.
El hombre se animó:
— Así es, señorita. . . Si la señorita Zelmira quisiera. . .
La joven lo miró con los ojos con que un niño miraría a un
ogro que viniera a pedirlo para comérselo.
Cuchita no pudo disimular más:
— ¡Cómo! gritó con voz destemplada. Usted, un hombre viu-
da, cargado de hijos. . . Un viejo, un guasón!. . ¿No nos conoce us-
ted a nosotras ? . . . ¡Mi padre ! fué un gran caballero ... ¡Mi ma-
mita, una santa! Nos crió como a princesas. Y el finado Gabriel,
¡tan hábil! Habría sido obispo si no hubiera muerto de calentu-
ra... . Y mi prima Pabla ... ¡Mi prima Pabla ! Opulenta y de tan-
tas campanillas! Sus alhajas como las de una reina, sus haciendas
del mar a la cordillera ... Y si no hubiera sido porque la engañaron,
si no hubiera sido por el padre Arce, si no hubiera sido . . .
Se había puesto en pie. Agitada, enrojecida, hablaba atrope-
lladamente, alargando el cuello, los labios, la nariz en un gesto
LA ENDEMONIADA
lOI
agresivo, irresistible. Habríase dicho un cernícalo pronto a lanzar-
se sobre un reptil.
Aterrorizado, el pobre hombre se alzó, cogió su sombrerón, dis-
culpándose como pudo:
— . . .Señorita. . . Dispense. . . yo no creía. . . señorita. . .
Retrocedió a zancadas, tomó la puerta y huyó, huyó como un
animal perseguido.
Don José Manuel, que había contemplado aquella escena con
profundo desagrado, quiso entonces encararse a la hermana impru-
dente, pero la irritada señorita estaba ya sobre él, la nariz, al aire,
las manos en alto:
— :. . .¡Y eres tú quien lo ha traído a la casa!. . . ¡Tú, que de-
berías cuidar de tus pobres hermanas ! . . . ¡Tú ... !
El caballero echó pie atrás y haciendo con la diestra un ges-
to horizontal, como diciendo: "con usted no se puede hablar", es-
capó a su vez, conteniendo la risa.
Rápida, la anciana cerró la puerta con estrépito y viendo a la
joven sentada, llorando en su pañuelo bordado:
— Anda, vete muchacha, gritó como si la pobrecilla tuviera
culpa en lo ocurrido.
Al sentirse sola, respiró con ansiedad, desahogándose:
— ¡Ufff! ^
Cruzó la antesala, atropellándose en la mesa redonda cubier-
ta jaspe y por el cuarto de cocer lleno de los cofres y las acuarelas
del hermano malogrado, salió al corredor.
—¡Ufff!
Se sentó ante el bracero y se preparó otro mate.
Mariquita se destacó del zaguán, desprendiéndose el manto,,
acalorada.
— Ya viene, cantó, viene detrás de mí. Tuve que esperar mu-
cho rato : estaba con gente . . .
A ese tiempo, en efecto, se oyeron en el zaguán los pasos
arrastrados del anciano sacerdote. Mariquita voló a su encuentro:
— Por aquí, señor. . .
Entró el buen curita, apoyándose en su recio bastón. Muy
viejo y bastante sordo, mostraba, empero, cierto vigor en el ta-
lante, y en la mirada completa lucidez. Vestía una sotana verdosa
de uso y un fieltro aludo como el que llevan los campesinos. Era>
102 MÉXICO MODERNO
no obstante, hombre no común. Había sido fraile en la capital;
disgustado por cierta fraudulenta elección de superior, había se-
cularizado y emigrado a aquel pueblo lejano, perdido entre las
montañas. Entendía en letras y artes divinas y humanas: había
ideado y dirigido la construcción de la iglesia, poseía una pequeña
biblioteca de obras antiguas, tenía un jardín maravilloso en que
había relojes de sol. . .
El pueblo lo admiraba y lo amaba.
— ¡ Doña Cuchita ! exclamó al ver a la vieja señorita que se in-
clinaba con ceremonia. Felices los ojos que la ven. . .
Y sonriendo bonachonamente :
— Aquí vengo por su enferma, a ver si le puede arrancar el
demonio del cuerpo . . .
Y mirando hacia el jardín verdegueante:
— ...¡Ah! qué bonito toronjo! ¿Cuándo me da un vastago
para injertar?. . .
Hablaba a gritos, acaso para oírse. Las señoritas, inquietas,
3onreían, sin atreverse, a rogarle que bajara la voz. Un aullido
desgarrador les hizo volverse estremecidas.
La '"espirituada" envuelta en su pañalón color de fuego, los
cabellos al aire, los pies desnudos, cruzó como una centella por el
corredor de la cocina y se perdió en el zaguán de la huerta.
El anciano que había oído, miró a la fugitiva con ojos de cu-
riosidad.
— ¿ Es esa ? . . .
— Sí, señor, y se ha arrancado a la huerta. . .¡Qué vamos a ha-
cer ahora ! . . .
— Vamos allá pues, replicó el curita con ánimo. Hace años que
no veo su huerto, doña Cuchita ...
III
Echaron a andar por el patio frondoso que el sol horizontal em-
polvaba de azufre. Rosario pronta siempre para ir al huerto, corrió
adelante... Pasaron ante la despensa por cuya puerta se divisaban,
en la sombra, grandes tinajas, petacas viejas, los restos del almofrej
de los viajes de antaño, y ganaron el segundo patio (el patio de las
aves, como lo llamaban) lleno de frutales, algunos añejos de tron-
LAENDEMONIADA 103
eos ásperos, otros jóvenes y airosos; al centro un largo emparra-
da pesado de racimos azuleantes, rojeantes, amarilleantes entre la
fronda orinecida; al fondo una alta verja de madera sofocada de en-
redaderas vistosas. Por todas partes, entre los herbajes locos, bajo el
emparrado, en redor del pozo, se veían gallinas circuidas de sus po-
lluelos, pollos esbeltos de calzas amarillas, patos vestidos de seda
verde, gansos alabastrinos y un gallo soberbio que saludó a la visi-
ta con sonora clarinada.
Miró a todos lados Cuchita, ansiosamente.
— Ha saltado la reja, murmuró Mariquita.
La anciana alargó el labio inferior y sacando del bolsillo la lla-
ve del huerto, la pasó a Rosario.
El curita contemplaba las uvas altas:
— ¡ Ah, Ah ! i Qué bonitas las uvas ! Mascatel, rosada ... ¡ Ah !,
¡ ah ! . . . ¡ Y los árboles, qué bien cuidados ! . . . ¡ Ah ! Doña Cuchita,
qué buen hortelano tiene usted ! . . . .
La antigua señorita se irguió, arrogante. Olvidó todas sus con-
gojas.
— El hortelano soy yo misma, señor, exclamó resplandeciente,
¡ Esto es mi alegría, esto es mi pasión ! Con mis manos riego los ar-
bolitos y cuando están podando no me muevo de aquí. Yo misma...
Comprendiendo que tenía para rato, la inquieta Rosario giró ha-
cia el huerto, saltando y cantando como una chiquilla.
Esa correría a través de la arboleda la entusiasmaba: el huer-
to siempre cerrado, tenía para ella un encanto misterioso, inefable.
Regocijada, abrió la reja decrépita y penetró en el vergel enorme, de
suelo accidentado, mitad ñnca, mitad jardín... La falda espesa de ár-
boles y plantas que subía de un lado, la colina velluda de viñas que
se alzaba del otro, el vallecito con álamos, sauces y una lagunita en-
tre cañas en que por la tarde cantaban las ranas, que se abría en
medio, le daban trazas de predio rústico : mas los macizos de rosas
que ponían por todas partes sus manchitas purpúreas, los bancos
viejos que se tendían aquí y allá bajo los árboles, la glorieta florida
de la viña, el vallado de maderos viejos cabelludos de parásitos le
prestaban aspecto de jardín primitivo. Habríase dicho uno de esos
cármenes orientales que abren su encanto verde en las páginas de
los viejos cuentos.
El rigor de la estación manchaba magníficamente los follajes
con todos los matices del ocre al escarlata, impregnando la arbole-
104
MÉXICO MODERNO
da de melancolía enervadora. En tanto que la dulzura de la tarde
volvía embriagantes el perfume de miel de las rosas, el aroma acre
de las hojas marchitas, el olor bueno de la tierra húmeda ....
La joven miraba, respiraba, admiraba con el alegría maravilla-
da de un niño. Su imaginación había trasmutado aquel huerto al-
deano en vergel encantado. Por un proceso mental de relación mis-
teriosa, desde niña había identificado ese lugar familiar con los pa-
rajes en que se desarrollaban los cuentos que escuchara o leyera.,
/leñándolo de cosas inverosímiles ; selvas, cavernas, torres ; poblán-
dolo de habitantes fantásticos; ogros, hadas, hechiceras, genios. Eí
cañaveral de la laguna era la tumba del buen Diego que sus herma-
nos ultimaron : la flauta que de las cañas se hiciera, delataría a los
culpables ... La cueva abierta por las lluvias en la falda tupida de
guindos, ocultaba el antro maravilloso en que Ali-Babá encontrara
el tesoro de los ladrones. ;.No era en las tinajas de la despensa
donde la valiente Georgina sorprendiera a los malhechores acurru-
cados?. . . La espesura de cerezos y ciruelos cabe el vallado, era la
selva tenebrosa en que Pulgarcito fuera abandonado por sus padres,
con sus hermanitos tímidos ... ¿ Y la glorieta de la viña ? La torre
en que la esposa de Barba Azul interroga, ansiosa, a su hermana,
mientras la hierba verdeguea y el sol reverberea.
Había tomado por el senderito de la cuesta, a través de los
árboles, entre rosales sangrientos y altas matas de nardo cuyos ta-
llos erigían, rígidos, sus estrellas de pétalos de la más suave rosa.
Arrojó una mirada al banquito que está entre los olivos viejos
de follaje como canoso. ¡ Qué encanto el sentarse allí de madrugada,
con un librito de cuentos nuevos ! . . . . Hundió los ojos en la peque-
ña caverna a la cual las raíces de los guindos prestaban estalacti-
tas. Para impedir que Cuchita la hiciera rellenar, había
puesto en el fondo, sobre una piedra, una vieja virgencita
de madera menospreciada. ¿Quién se atrevería a profanar la
gruta de nuestra Señora de Andacollo ? . . . Contempló el vallado
descollante sobre los árboles, formado por troncos justapuestos,
enormes, soberbios despojos de la selva primitiva : con su corteza co-
mo piel de serpiente, sus nudos como muñones, sus parásitas como
barbas y cabelleras, se diría una fila de esos indios gigantes que can-
tara don Alonso de Ercilla en su poema inmortal. Entre las grietas
corrían a la siesta lagartijas, en cardúmenes, y en los huecos ne-
LAENDEMONIADA 105
g-ros debía anidar algún pihuchén, ese bicho maléfico, mitad pájaro,
mitad sabandija, que bebe la sangre con la mirada.
Entre tanto, Cuchita, vuelta a la realidad por una frase de la her-
mana, había cortado en ñn su discurso y penetrado en el huerto, se-
guida del cura y de Mariquita. Mas deseando hacer admirar su vi-
ñedo, giró hacia la colina por entre el cañaveral de la laguna y el
grupo de antiguos perales con sus ramas en el cielo, a través del sen-
dero apretado de teatinas doradas, que se internaba en la viña.
Las cepas achaparradas, a la antigua usanza, con sus hojas ya
raras, manchadas de púrpura, se abatían agobiadas de racimos lo-
zanos, como cubiertos de polvo de azur : en las ramas altas tembla-
ban pámpanos luminosos, semejantes a zafiros negros.
— ¡ Qué cargada la viña ! exclamó el cura embelesado. Buen vino
de misa ha de cosechar, doña Cuchita
— ¡Válgame Dios! respondió la señorita, riendo. Con un puña-
do de uvas, que se va todo en regalos ...
Sonrió el curita, sorprendiendo la ingenua avaricia que oculta-
ba tal respuesta.
Habían llegado ante la glorieta vestida de pasionarias, esas
flores santas en que se ven, patentemente, la corona de espinas, los
clavos, el martillo de la Pasión.
Sentáronse a descansar; el señor cura parecía fatigado. ¡Qué
hermosa vista se ofrecía a la mirada ! En torno, el viñedo en fuga,
todo azulado de su fruta generosa ; en el bajo, la masa ondulada de
los árboles que el otoño enriquecía con sus matices infinitos, cálidos
y sin embargo melancólicos. Después, tras el vallado formidable, las
últimas casas del suburbio, albeantes, suspendidas sobre las barran-
cas ; luego, el campo verde y pardo, con la cinta sinuosa del camino ;
el estero azogueante entre álamos agudos, una quinta blanca bajo
un dosel de eucaliptos. Y al horizonte, las montañas, las montañas
innumerables, en oleaje majestuoso, y sobre ellas, dominador, el
Huillén con su cima intrépida, tenebrosa de boscajes, horadando el
azul blanco de la tarde.
La hora inefable vertía en el ambiente su melancolía, su paz re-
ligiosa, su suave polvareda de amatista. En la calma incomensurable
llegaban con la gravedad de las voces lejanas, los gritos de unos ni-
ños que jugaban en el camino, el trote acompasado del caballo de un
campesino que entraba en el pueblo . . .
Los tres callaban, cautivados inconscientemente por el encan-
to de las cosas.
Méx. Mod.— 3
io6 MÉXICO MODERNO
Súbito resonó la voz de Rosario, que gritaba del valle:
— ¡ Cuchita ! Aquí está, aquí está la picara ! . . .
Al mismo instante tronaron los gritos furibundos de la ende-
moniada.
La anciana se puso en pie, conmovida: había olvidado por se-
gunda vez, el objeto de aquel paseo. El cura la imitó, con su buen
ánimo habitual.
— ¡ Cucnita ! i Venga lueeego ! . . .
— ¡ Aaaay ! . . . .
Las dos señoritas se adelantaron nerviosas.
Siguiólas el cura tranquilo, sin apresurarse.
— ¡Venga lueeego!
La anciana echó a correr, como una chicuela. Guiándose por
los gritos, se dirigió hacia el fondo de la vega, junto al vallado.
Pronto alcanzó el boscaje de los ciruelos que formaban en aquel
punto una espesura enmarañada. Allí estaba Rosario palpitante, los
brazos extendidos, impidiendo la salida. Bajo el ramaje intrincado,
echada sobre las hojas muertas, la fugitiva se agitaba, se revol-
caba, gritaba como una loca.
— ¡ Aaaay ! ¡ Aaaay ! . . . .
— ¡Calla la boca, perra india!
Como por mandato divino, la mujer se aquietó, sofocó los gri-
tos. Mas luego, al notar al buen cura que se aproximaba, hizo una
mueca profunda de espanto, de desesperación y tornó a agitarse, a
aullar perdidamente.
. — ¡ Aaay ! ¡ Aaay ! ¡ Uuuuuy ! . . .
' Se estremecía epilépticamente, revolviendo la órbita de
los ojos, haciendo rechinar los dientes, retorciendo los brazos, agi-
tando en el aire los pies desnudos. Sobre su frente los cabellos se
erizaban como púas, entre sus labios amarilleaba una baba sinies-
tra.
El anciano cura retrocedió turbado. Su cara se estiró, su mi-
rada se hizo dura. Sacó de la faltriquera un viejo libro, lo abrió por
la señal verde, hizo en el aire una gran cruz y empezó a leer con voz
trémula. Las señoritas se apartaron recelosas. Sabían que el exor-
cismo es cosa grave. Al salir del cuerpo de su víctima, el diablo
revienta como una mina y deja en el aire un tufo de azufre. . . Es-
peraban, temerosas, el milagro.
Empero, a medida que el cura leía los "evangelios extraordi-
L A E N D E M o N I A D A 107
narios," la espirituada en lugar de apaciguarse, se removía y ahu-
llaba cada vez con mayor ardor.
Ensordecido, el sordo anciano cambió entonces el libro por un
formidable cordón lleno de nudos, que había traído "por si acaso" ;
y asegurándolo a la muñeca, descargó sobre el Enemigo, una lluvia
de azotes furibundos. (Sí, sobre el Enemigo, porque los golpes no
le dolerían a la mujer sino al diablo que la poseía. . . )
A tan inesperada sensación, la "china" se arrolló como una cu-
lebra, se calló: pero en seguida tornó a agitarse a saltos, como que-
riendo escapar, aullando y articulando denuestos increíbles:
— ¡ Aaaay ! ¡ Asqueroso ! ¡ Uuuuy ! ¡ Hijo de una gran !
El mozo del boticario que había venido al huerto a lavar en el
pozo el gran frasco de cristal azul, oyendo los gritos de la poseída,
se había aproximado a paso de gato. Inmóvil entre las ramas, el
frasco lleno de agua en las manos, miraba alternativamente con
ojos de zorro escondido, al cura que golpeaba a más y mejor, y a la
moza que saltaba y maldecía a mejor y más.
De pronto el anciano como iluminado por inspiración del cie-
lo, detuvo el brazo y se inclinó cuanto pudo para ver bien a la mu-
jer esfumada ya por la penumbra de la prima noche; enfocó las lí-
neas del cuerpo que el pañolón, en la agitación, dejaba por momen-
tos entrever. En seguida volvió a erguirse: su cara estaba desesti-
rada, su boca encendida por bonachona sonrisa. Se aproximó a la
dueña de casa y en voz para él baja, le dijo algo, cautelosamente.
Un fracaso agudo vibró en los oídos de los circunstantes exci-
tados, como el estruendo de una granada que hubiera reventado a un
paso. Volviéronse estupefactos. El mozo del boticario había dejado
escapar de las manos el hermoso frasco azul, que yacía en tierra he-
cho añicos.
— -i Bellaco ! rugió el señor cura, alzando su recio bastón.
Pero el golpe cayó en el vacío. El bellaco desaparecido en el
sendero frondoso, como una visión que se desvanece . . .
París, noviembre.
FRANCISCO CONTRERAS.
A PROPÓSITO DE XE TOMBEAU DE DEBUSSY'
TREINTA y siete años han transcurrido desde que el cisne de
Bayreuth enmudeció para siempre en la quietud lacustre dé
Venecia. En este largo período, el arte musical, contra lo
que opinan los espíritus rehacios a todo progreso, ha sufrido una im-
portante transformación en sus principales elementos constitu-
tivos: ritmo, melodía y ritmo. En las manos de Wagner, la heren-
cia artística de Beethoven y Weber, alcanzó un desarrollo brillan-
tísimo al formidable impulso lírico del autor de "Tristán".
Wagner creó un nuevo lenguaje musical que Europa no pudo
comprender sino después de un largo aprendizaje, durante el cual
los espíritus selectos lucharon contra la oposición de los adorado-
res del idioma sencillo de Bellini, Donizetti y Rossini, Wagner, en
efecto, amplificó la línea melódica de los maestros italianos has-
ta constituir la llamada melodía infinita destruyendo la vieja qua-
dr atura; introdujo el cromatismo y las disonancias en sus armoni-
zaciones inusitadas y opuso a los gastados moldes explotados has-
ta la saciedad por los compositores de ópera de la primera mitad
del siglo pasado nuevas combinaciones de valores, en consonan-
cia con las modificaciones armónicas y melódicas realizadas por
su genio inquieto y renovador.
El "wagnerismo" se adueñó del mundo y más tarde los com-
positores en boga — los "veristas" italianos y los representantes
de la escuela franco-alemana con Massenet a la cabeza — no pudie-
ron excluir de sus creaciones durante un cuarto de siglo los pro-
cedimientos inventados por Wagner.
Pero la imitación constante de estos procedimientos, el abuso
que de ellos llegó a hacerse, trajo como consecuencia forzosa el an-
helo de algo nuevo, la necesidad de quitarse la librea, de buscar
A PROPOSITO DE "LE TOMBEAU DE DEBUSSY'
109
otras fórmulas, otras armonías, otros ritmos, fuera de la dictadu-
ra del maestro de Bayreuth.
T la reacción se inició en las obras de Fanelli y Moussorgsky.
Fanelli, un compositor francés de origen italiano, cuyas obras
en gran parte permanecen aún inéditas, escribía el año de 1890
en una de sus originales producciones el fragmento siguiente: (1)
8.
¿No es esto "debussysmo" puro?
Las escalas por tonos, las disonancias agresivas, las sucesio-
nes de quintas y cuartas, la ausencia de una tonalidad definida, el
ansia de novedad oculta entre la politonía de sus representaciones
sonoras, el cabrilleo de modulaciones extrañas, hacen de este ra-
ro tipo de precursof, un vidente musical. Moussorgsky más libre,
más genial, producto de la gleba rusa, espíritu audaz que amasa-
ba en sus creaciones los gritos de su pueblo con la opulencia del
alma oriental, impresionó fuertemente a Debussy, durante el via-
je de éste a Rusia.
En Debussy encontraron campo propicio las rebeldías de Fa-
nelli y Moussorgsky y fructificaron especialmente en una obra
que, sin duda alguna, marca una etapa importante en la evolución
musical: Pelléas et Mélisande. El maestro francés, bien preparado
por una sólida instrucción musical y guiado por un admirable ins-
tinto de equilibrio en la forma y novedad en la armonía y en el rit-
mo, llegó a organizar un sistema armónico cuya base, a lo que pa-
rece, es la concepción del acorde alterado no como miembro de una
familia de acordes, sujeto a determinada preparación y resolución,
sino como entidad libre, como valer armónico, sin más conexiones
(1) R. Lenormand. Etucle surl'Harmonie Moderne.
no MÉXICO MODERNO
con los otros acordes que las que el instinto del compositor le se-
ñala.
Roto el engranaje secular de los acordes, destruido el sis-
tema tonal elaborado trabajosamente por los teóricos en cinco si-
glos de especulaciones matemático-musicales, se presentó ante los
ojos maravillados de los que creían que con "Parsifal" había des-
aparecido toda posibilidad de nuevas combinaciones sonoras una
extraña música politonal, en cuya armonía estaba abolido el con-
cepto de disonancia. En esta música no existían consonancias, había
acordes libres de encadenamientos (de cadenas, diría un panegi-
rista de las nuevas armonías) y de resoluciones preestablecidas.
Es decir, la música se encontraba más allá del bien y del mal;
era el camino para llegar a la negación de la tonalidad, a la músi-
ca a-tonal.
Y llegamos. Acabo de tocar las diez composiciones que for-
man **Le Tombeau de Debussy". Los más brillantes paladines de
la "libertad sonora" aportaron los extraños materiales para la
construcción del ideal monumento.
Paul Dukas, Albert Roussel, Francesco Malipiero, Eugene
Goossens, Béla Bartok, Florent Schmitt, Igor Strawinsky, Mauri-
ce Ravel, Manuel de Falla y Erik Satie, ñrman las composiciones
del "Tombeau". En todas ellas se nota, desde luego, la ausencia de
los viejos acordes perfectos. Paul Dukas, en su "plainte, au loin,
du faune", no emplea ni uno solo de ellos. La flauta del faune re-
pite su diseño desolado a lo largo de un sol obsesionante sobre el
que se engarzan armonías melancólicas.
Malipiero escribió dos páginas tristes, sin compás determina-
do. Las barras divisorias encierran ya cinco, ya siete, a veces seis
unidades de tiempo. Sin embargo, el ritmo es, en general, simé-
trico y la composición, a pesar de su autor, descubre el alma me-
lodiosa y apasionada de un italiano.
El compositor inglés Goossens, en un apretado tejido de ar-
monías que un profesor de Conservatorio no vacilaría en caliñcar
de cacofónicas, revela una real maestría en el tratamiento de la
moderna técnica de composición musical. No obstante su carácter
ultramodernista en esta página hay armonías de una belleza ex-
traña y conmovedora.
El tono rapsódico predomina en la breve composición del hún-
garo Béla Bartok. Desde el primer compás asoma la melancolía
A PROPÓSITO DE "LE TOMBEAU DE DEBUSSY" iit
grandilocuente del Lassan Magyar. La sombra del gran abate se
esfuma entre la niebla de las disonancias . . .
Más importante, por su extensión, es la obra de Florent
Schmitt, inspirada en las palabras de Paul Fort: "et Pan, au fond
des bles lunaires, s'accouda". En estas páginas escritas en el es-
tilo peculiar del autor del "Quintette" no hay "debussysmo". En
la música de Schmitt sorprende tanto el vigor de las ideas y lo
moderno de la forma como la exuberancia de los detalles de orna-
mentación, en los que no encontramos las escalas por tonos, tan
caras a Debussy.
"Homenaje para guitarra" se titula la composición de Manuel
de Falla. Es un breve pensamiento melancólicamente voluptuoso
con discretísimos toques de españolismo y en cuyo final aparece un
pequeño fragmento de la **Soirée dans Granade" de Debussy.
Ravel escribió un dúo para violín y cello, de una refinada sen-
cillez. Los dos instrumentos dialogan en contrapuntos e imitacio-
nes. Es un juego en el que las dos melodías se enlazan, se cruzan,
se persiguen y cuando alguna de ellas descansa en una nota teni-
da la otra se le acerca y la arrastra obligándola a continuar el fan-
tástico juego interrumpido.
Una melodía de doce compases escribió Satie "en souvenir
d'une admirative et douce amitié de trente ans". Página desolada,
de una extrema vaguedad tonal, armonizada con disonancias de
2as. y 9as. y en la que la voz procede por intervalos de difícil en-
tonación. Termina con un acorde de 5a. aumentada.
Pero el más extraño de los trozos que integran "Le Tombeau"
es el fragmento de Igor Strawinsky, sin compás ni matices. Algo
de fúnebre y solemne hay en esa sucesión de acordes en cuyo tra-
tamiento se advierte un infinito cuidado para no caer en la tenta-
ción de escribir un acorde perfecto.
"Le Tombeau de Debussy" señala un aspecto muy interesan-
te de la nueva estética musical. Negar la importancia que para el
porvenir de la música significa la obra de los compositores impre-
sionistas y últramodernistas, sería tanto como confesar nuestra
ineptitud para seguir una evolución que se inicia en forma violen-
ta, agresiva tal vez, pero que merece nuestro estudio y atención.
En Viena, en Berlín, en Londres, en París, en las principales
ciudades europeas se aplauden diariamente las obras más audaces
de Debussy, Ravel o Strawinsky. El público sanciona con su entu-
112 MÉXICO MODERNO
siasmo las temerarias innovaciones de los compositores modernis-
tas. Y es que en música, sobre la Matemática, sobre todas las teo-
rías y reglas, existe un supremo juez: el oído. Cuando el oído de
la multitud acepta las nuevas combinaciones sonoras sin los pre-
juicios que impone el conocimiento de las reglas de composición,
puede afirmarse que en el fondo de esas combinaciones, que los
doctos calificarían de disparatadas, existe un germen de belleza,
germen que se desarrollará, tal vez, y que podrá llegar a ser la ba-
se de una nueva estética.
La ciencia de la belleza está todavía en pañales. ¿No escu-
chamos con la misma emoción un Motete de Palestrina que una
Sonata de Beethoven? ¿No nos deleitamos con una pieza galante
de Couperin tanto como con las miniaturas exquisitas de Schu-
mann? ¿Cuándo, al oír una obra que nos emociona hemos pensa-
do en la calidad y encadenamiento de los acordes, en la clase de
cadencias empleadas por el compositor, en las faltas a las reglas
de armonía que un análisis minucioso pudiera descubrir en ella?
Sentimos la emoción sin que nos preocupe la procedencia de la
obra de arte ni los detalles que entraron en su estructura, como
al recibir el beso del sol no nos interesa saber el número de kiló-
metros que nos separan de él ni las manchas que hay en su disco.
Si hay belleza real en las obras de los compositores modernis-
tas, si en ellas como en lámparas exóticas arde la llama que encien-
de el entusiasmo, perdurarán conjuntamente con las más al-
tas creaciones musicales, porque, como se afirma en una profun-
da frase citada frecuentemente por nuestro Antonio Caso, *ia obra
de arte es igual a la obra de arte".
MANUEL M. PONCE.
I
LA JOVEN LITERATURA MEXICANA
SECCIÓN A CABGO D«
AGUSTÍN LOERA Y CHÁVÍ3Z
pl BERNARDO ORTIZ DE MONTELL ANO— Forma con José Goit)stiza Alcalá,
ÍJaime Torres Bodet y Enrique Gonzá^lez Rojo, el grupo compacto en el que »e re-
sumen las utópicas actividades del novísimo Ateneo de la Juventud, institución
de amables propósitos concebida en noble y sinc-ero impulso, y cuya desaparición
al nacer justifica a sus iniciadores. La evolución literaria no tiene réplicas y el
glorioso Ateneo de 1910, con todos sus sectarismos y malevolencias domésticos,
produjo al gi'upo contem,porá.neo má« serio de escritores y artistas.
Otüz de Montellano, optimista por joven y por poeta, lleva a sus rimas la
súbita frescura de la vida, el ansia de goces iplenos, la avidez ingenua de ensueño,
'de esperanza y de amor.
Quisiera en un instante desvanecer la huida
de las horas mortales; en un lirio el perfume
de todos los jardines ; en iin amor la vida
Cuando la tarde ingrávida sus ópalos esfuma.
En una voz quisiera la música aprehendida ;
que en un grano de mdrra tod<i oraeián sahume
y en una estrella pálida todo enxneño coincida.
i No sé qué brujo sortilegio ejerce en nuestra sensibilidad el ges^to sincero de
ingenua y espontánea vibración artístix»a. Es que en el mágico vuelo de un pafio,
en la estilización fugaz y eterna de un ritmo de danza, en el canto sonriente o en
la plástica de una actitud genial, se siente la palpitación del atributo máximo,
la gracia,
Fuiprtemente influido por la iwesía de González Martínez, modula Ortiz do
Montellano — con cierta sincera y tierna ingenuidad poética — su tentación lírica
en ascendente lucha por la conquista de la expresión precisa, del término justo,
del sentido perfecto de la proporción. Entre los i)oetas novísimos se antoja el de
'raás natural y genuino armnque en sus poemas de amior, y su balbuceo subjetivo
114 MÉXICO MODERNO
y simbólico tiene la movilidad y la inconstancia de un femenino parpadeo encan-
tador y fl-ívolo.
Yo que soy inconstante, fugitivo y divet'so
como el viento dentado de las tardes de ahril;
yo que so'y en In vida, inútil, conio un verso
donde el ensueño fuei'a de mis años redil.
Yo que me siento a veces lejos de tus encantos
Cuando el cieno oscurece los amores más santos.
Vuelvo a ti, para siempre, la inconstancia de ayer;
porque el amor perdura, silenoioso, anhelante,
sohre todos mis ye^*ros. como vivo diamante
hundido en las arenas fugaces de mi ser.
Son sus versos breves tafetanes pródigos de ilusión y ensueño, con un prraii
anhelo de varonil vigor, y algunos, que se antojan inconcluídos, dejan un dulce
sedimento romántico.
El nombre de su libro en preparación Avidez y su divis i ünul Esperanza y Fe.
eintetizan del mejor modo las inquietudes del joven poeta.
A. L. en.
T
DESOLACIÓN
RES veces he arrojado mi cántaro en el pozo
^pr o fundamente claro del amor
tres veces ha salido del fondo rumoroso
sin una gota de agua, sin un solo fulgoi\
Tres veces he pedido que me hese la fuente
con sus laMos azules trémulos de cantar
tres veces se ha negado diciendo indiferente :
tus lahios son impuros, no me pueden tocar.
Tres veces he implorado una caricia al viento,
el que nvueve las nubes, la música y la voz,
— has que sea un perfume mi débil pensamiento
y llévalo en tus alas de sii señuelo en pos.
7' res veces el amor se me ha negado:
la fuente, por tres veces, no me quiso besar,
y el viento huyó, cantando, de md lado
(mi voz era muy pobre, no le pudo alcanzar).
LA ^OVEN LITERATURA MEXICANA 115
; Y la inqmetud aumenta y la tristeza es mía !
Mis velas se desgarran ya próximo a zarpar. . . .
{Compañera sin par de mi áureo día
til me has visto llorar.)
1919.
RESIGNACIÓN
U
NA leve lamhre cubre de ruhor
las nubes más altas y el fiel mirador.
TJn presentimiento, araña sutil,
enreda en sus redes el gozo de ahíil.
ün dolor mMcera Ubre juventud
y e.rprinie en los labias uvas de inquietud.
Una vos pregunta .... no sé resiponder ....
¡El amor es poco para comprender!
Rige los destinos el Venbo de Dios
¿qué voz opondremos a tan dulee voz?
La vida lo qu/iere, cuando nos exuJta,
que probos hilemos nuestra pena oculta.
Si el amor es consta miel para los labios
sea también abeja para los a gramos.
Si hombres somos todos, es justo que todos
probemos las penas de divei'sos modos.
I
LETRAS EUROPEAS
SEtX;iÓN A CARGO DE
JAIME TORRES BODET
A PROPÓSITO DE TOLSTOI
Ms todavni tiempo ()i)ortiin<> hoy, qiio
^iiiri no ha venido la diste ncia a dar a
la obra de Tolstoi la monótona unifor-
midad que a todo lo que toca imparte,
para contempliar a través de qué vio-
lentos espasmos de pasión fué aquila-
tándose su pensamiJento y fué su Tinimo.
de turbulento y amoroso que era en un
principio, haciéndase enjuto y a la pos-
tile razonador, como el de su jjrran her-
mano solitario : J. J. Rousseau.
Es menestei- del crítico evitar, a to-
do trance, que la gloria convierta, como
Midas, en cosa ,sólida y reluciente todo
Jo que toca. Obediente a la vida, que dis-
j)ersa emociones en su constante ondu-
lacdón, debe respetar en el autor de
í|uien habla esa mágica condición de
existencia que es el derecho de varian
Es menester suyo, digo, y al decirlo
comprendo, sin embargo, que pretendo
lui imposible. Aprecio el esfuerzo, pero
sufi'o anticixmdamente la evidencia de
que, para poder valorizar sus admira-
ciones, el pilblico necesita inmovilizar
en su mente las cosas admiíadas.
Dentro de pocos años se elogiará a
Tolstoi por lo que no quiso nunca ni
Tiunoa pudo decir ; muchos empiezan ya
a íidmirarlo así, y gran i^etulaneia sería
la» nuestra si creyéramos que de efste
error de persi>ectiva pudiéramos estjir
absolutamente exentos.
;.C<>mo concibió Tolstoi, en t*n juven-
tud, el amor y cómo a través de la vida
fué alterándose la primitiva serenidad
de su pensamiento y haciéndose duro j
hostil a la original ternura t blanda
condiición que le eran propias?
;.(\>mo y por qué, esposo feliz j i>a-
dre sabio, en mitad de la cordura con-
yugal de que gozaba, volvió su yoz en
contra del amor, del matrimonio y de
la esjíecie? ¿Cómo también, amplio y
comprensivo como eiu. para toda gene-
rosa dádiva del espíritu y todo eficaz en.
sanc(ha miento del ánimo, su talento se
hizo ininteligente al sólo triunfo del
amor? Puntos sutiles todos eHos y reve-
ladores asimismo de graves coDflicto«
espirituales y de severas torturas reli-
giosas.
Cuando Tolstoi escribía las páginas
centrales (las más hermosas) de Güe-
ña y Paz, no pensaba por cierto en al-
zar voces de apóstol en contra de los
"prisioneros de amor", pretendiéndolos
redimir por el sacrificio. Nunca como en
los cíipftulos en que narra la triste his-
toria de Natalia y el príncipe Andrés,
LETRAS EUROPEAS
117
halló, poF el contrario, el amor intér-
prete más lisonjero y alwgado más per-
suasivo. No es, en este caso, el amor
romántico, todo blandura y femenina de-
jadez, no tampoco el platónico suspirar
<iue s>ume en dulces congojas el espíri-
tu severo y torturado de Messer Guido
Cavalcanti ; es e>l amor humano, divino
de sentirse tan real, hecho de juventud
y de esperanza, exagerado por las lá-
grimas, deshojado en el olvido.
Ks. desde luego, en Natalia una ex-
traña inquietud, un sentirse alada y en-
tusiástica, un encontrarlo todo fácil y
sumiso, un descubrir en el mundo con-
cordancias infinitas con el propio espi-
rito, que lo llenan de felicidad. En los
primeros instantes de su amor. Natalia
da idea de un niño que, en un lugar don-
de el eco fuera muy claro, se compla-
cdera tai repetir palabras sin sentido^
por sólo oírlas res^mar en la distancia.
Luego, la conciliación de siis inme-
diatos intereses con los del mundo se va
haciendo más difícil. El corazón rebel-
de repite en vano palabras de ternura :
el eco no las repite ya. El alma flaquea.
I^jos del príncii>e Andrés, a quien ama.
Natalia se abandona a la dulzura insi-
nuante de su adolescencia. Está, em-
briagada de perftimes, extenuada de es-
I)eranza<». En un teatro, mientras con
fatal melancolía la acaricia la música,
(la música, la eterna seductora de Tols-
toí), la presencia <le un homibre que la
deseíi la da mie<lo al alma. Su cuerpe-
cito de niña vibra con cobarde anhelar.
Una respiración la turba, un cosquilleo
la desmaya Tolstoi hubiei'a podido
manchar con una sola palabra la ima-
gen de Natalia. No quiso hacerlo, no lo
pudo quizás. Su inteligencia no había
troiKszado aún en el escollo de la into-
lerancia. Pretendía entonces ( y logró
en este caso completamente su deseo)
comprenderlo y amarlo todo con la vas-
ta imparcialidad de un Goethe, pero
agregando a ella ese sentimiento de sa-
na amistad con las cosas y con las al-
mas que es la mejor luz del intelecto.
En mitad de la fiebre de su pasión
--quizá i)or su pasión mi«ma — Natalia
sigue siendo tan pura como antes. Se
ve arrastrada al pecado, y a pesar del
uceado sigue siendo la suya un alma
diáfana y buena. ¡ Milagroso entonwsel
triunfo del artista y grande su discre-
ciOn ! Su pluma no miente, no exagera,
no equivoca. Graba. Dice la vida : pero
la dice toda entera, sin mutilacion(^v
sin doctrinas.
El amor de Sonia no es Ciomo el (K
Natalia. Ponderado y sumiso. recuer<>
el de ciertas ideales flgunis de Tour*
gueneff. Sabe en ocasiones resignarse a
ser una simple amistad ; pero la mejor
de las amiistades. Está hecho de respeto
y de piedad, es en sí mismo abnegación.
Pero entre todos los amores que Guerra
y Paz desciibe (y los hay de varias mo-
dalidades y matices) el de I'edro Be*
z^ukov es un raro accidente de human^
comprensión y de piadosa ternura. Hom-
bre acostumbrado al desorden mental
al que lo condenan su vasta erudición y
su pobre voluntad. Bezoukov i)one tmla
su alma en el amor que ofrwe a Nata-
lia. Tímido y grueso, con anteojos que
íian un aspecto ridículo de serie^lad a
la actitud sentimental y benévola, pasa
junto a Natalia con respetuosa compa-
sión, licjos de ella reconoce todas sus^
flaquezas, y las absuelve, junto a ella
las ignora, casi las ama... Siente qué
privilegio significa en una niña hermasfi
la juventud y teme herirla con un solo
gesto, indignarla con una sola confe-
sión.
¡ Cuánto ambicionaría entonces Be-
zoukov poseer la elegante distinción de
su amigo el príncipe Andrés! ¡Y qué
lejos, no obstante, se encuentra de am-
bicionarla I Es ingenuo al extr*emo de
ignorar sus ridículos, de complacerse
casi en ellos.
Noble y pueril como es su alma, no se
ii8
MÉXICO MODERNO
imede determinar si es ella la que puri-
íita el amor que contiene, o el amor
quien la ennoblece y dignifica ; pero es
más probable lo último que lo primero,
pues mientras Bezoukov cede a todas
las insinuacionas del vicio y cae en to-
da*» las flaquezas del i^ecado, en el amor
se aisla y se exalta, como sobre un al-
tar.
y si todos estos ejemplos, no bastaren
para demostrar el aprecio que tuvo
l'olstoi en las obras centrales de su vi-
da por eJ amor; allí están las amables
descripciones que hace de la vida de
Petrov. padre de Natalia, allí queda pa-
ra siempre el recuerdo de esa noche de
Navidad en que Sonia. disfrazada de
nuLiik, llena de tortura y de emoción el
alma de Nicolás.
Algo, no obstante, hay ya en Guerra
y Paz que nos hace presentir la cruel
insistencia de que Tolstoi hizo uso en la
Sonata a Kreutzer.
P^ste algo, más bien dicho, este al-
euien. es Elena Bezoukov, hermoso y
vano animal que engaña ostensiblemen-
te a su esposo, quien no hace de ello el
menor aprecio.
Y es que. Tolstoi nos lo explica ch)q
sugerente sabiduría. Bezoukov se eas6
con Elena rfn amor porque como el
trágioo personaje de la Sonata, un ins-
tante de lascivia decidió de su destino.
Flaqueza y abandono existen en el
corazón de Natalia, abandono y flaque-
za en las liviandades de Elena, y no
obstante qué abismo insalvable hay en-
tre ellas!
¡ Cómo se advierte entonces que nada
puetle la majestad del sentimiento cuan-
do lucha contra la mezíiuindad de las
aluiíis ! ; C<Jmo y con cuánta razón se
lúensa que nada vale la pasión, sino el
corazón que ella anima !
Tolstoi por esa sujeción que ata el
ciieador a la obra creada, se vio nms
tarde obligado a exagerar su doctrina,
T^ hizo áspera, incomprensiva y tor-
turante como una maldición : inútil no.
que nada tiene en el vasto escenario
de la vida esterilidad de carne mouáa,
ni tosca solidez de piedra.
México, febrero de 1921.
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
SECCIÓN A CARGO DE
MANUEL M. PONCE
Knrico Caruso ha interrumpiclo sus
i raba jo» en el Metropolitano de Nueva
"i'ork, debido a una pleuresía que le ha
obligado a guardar cama.
Según opina el doctor Sauchelli, mé-
dico del célebre tenor, la enfermedad
de Caruso no es simplemente una pleu-
resía, sino un trastorno de los órganos
productores de la voz, inclusive los pul-
mones, la pleura, los' bronquios y el tó-
rax. El doctor Sauchelli opina que las
actuales dolencias de Caruso han sido
causadas por los innumerables acci-
dentes y caídas que durante veintiséis
años ha sufrido, en la escena, el rey
de los tenores. Hace seis años que al
caer "fusilado" en "Tosca", se lesionó
la nariz y la cara ; i-ecientemente. al
derrumbarse el templo en la última es-
cena de "Sansón", una columna cayó
sobre su espina dorsal ; en otra ocasión,
en "Payasos" sufrió serias lesiones ; las
frecuentes caídas, en fin, dice el doctor
Sauchelli. han ocasionado graves tras-
tornos en la espina y en el aparato res-
piratorio de Caruso.
Kn vista de los desastrosos resultados
que las frecuentes caídas suelen produ-
cir a los cantantes ¿no sería conve-
niente — ^ya que en el teatro tutto e con-
renzionule — cambiar la forma de ma-
tar a los tenores usando en vez de \oñ
medios que se emplean actualmente...
la silla eléctrica?
Este procedimiento sería más cómodo
y, sobre todo, muy americano.
Ha llegado a Nueva York el famoso
maestro de violín, Ottakar Sevcik, lla-
mado por la Dirección del Conservato-
rio de Ithaca i)ara dirigir las clases de
violín de esa institución.
Desde 1873 la personalidad de Sev-
cik como pedagogo, es muy estimada en
Europa. Kubelik, Kocian, SchmuUer,
Cultbertson y Kennedy enti^ otros mu-
chos violinistas, proclaman con sus éxi-
tos constantes las excelencias de la es-
cuela del profesor Sevcik.
Antes de contratar al profesor Sev-
cik, los norteamericanos habían logra-
do, con el infinito poder del dólar, traer
a otro eminentísimo maestro de violín,
al profesor Auer, mentor de una bri-
llante falange de jóvenes violinistas a
cuya vanguardia marcha el estupendo
Heifetz.
Con Auer y Sevcik, los americanos
pueden afirmar que poseen a dos de los
y
120
MÉXICO MODERNO
mías ga'ancles maestros de violín del
mundo.
¿Guales serán los beneficios que re-
cibiTá eQ arte musical de Norteamérica
con la colaboración de esas dos celebri-
dades del mundo musical? Desde luego
puede anunciarse la fomíación de una
escuela violinística cuyos resultados se
palparán bien pronto en la cohesión e
identidad de medios de inteii^retación
que desarrollai*án los futuros alumnos
en las orquestas. Además, los jóvenes
dotados de aptitudes para seguir con
éxito la carrera de virtuoso, ¿dónde en-
contmrían mejores guías que en las
academias de Auer o Sevcik? Estos
maestros, con su sabiduría y su expe-
riencia, sabrán conducirlos a los más
brillantes resultados.
Kn Méxiico. del)eríamos aprovechar el
ejemiplo que no« presentan nuestros ve-
cinos del Norte, apresurándonos a con-
tratar algunos de los notables maestros
que, por las condiciones especiales en
que se encuentra Europa, vendrían a '
impartir sus enseñanzas sin grandes .síi-
criücios pecuniarios para la Nación. Es-
to isería miás provechoso para el porve-
nir de nuestro ineipiíente arte nacional,
que el envío de jóvenes a Europa con
objeto de que perfeccionen sus estu-
dios. La práctica ha demostrado que.
por regla general, los pensionada no
responden con progresos reales a la ge-
nei*osida<i del Gobierno, pues muchos
de ellos dedican la mayor parte de su
tiempo a las distracciones y paseos. En
cuanto a los que estudian y logran
crearse una situación, aunque sea mo-
desta, en el extranjeit), no regresan ya
a su patria y no dan, por consiguiente,
fruto alguno a su país, que les ayudó
en su carrera.
¡ Cuánto ganaríamos con adquisicio-
nes tan importantes como la que acaba
de hacer el Conservatorio de Ithaca !
Emilio Sauer, durante su reciente es-
tancia en Madrid, concedió una enere
viista al "Caballero Audaz", redactor de
"La Esfera".
Sauer se mostró afligido porqae en
in'iblico se afirmaba que sobre las on-
paldas del ilustre pianista pesaban ya
setenta inviernos. — "Ix) esperaba con
impaciencia. . . Tengo la vanidad de no
creerme viejo todavía ... Y como se ha
dicho por ahí que tengo setenta y un
años, lo esí)eraba a usted, confiado en
que su pluma desvanecerá este error...
— "Pues tengo cincuenta y ocho años
nada más. Nací en Hamburgo el 8 de
octubre del 02. ¡ Oh ! Si tuviera setent;i
y un años, no iwdría tocar... A ean
edad nadie, ni Moznrt. ha podido arran-
car al piano vibraciones ju.stas. . (nn-
turalmente. comentamos nosotros : Mo-
zart no pudo arrancar justas vibracio
nes al piano a esa edad. . . porque mu-
rió a los treinta y cuatro años).
El pianiiStíi vienes (hay (^ue advertir
que Sauer se naturaliKó austríaco poin
desempeñar el puesto de Director de la
Ileal Academia Musical de Viena) se
muestra encantado de España y dice
que lo que máí; le gusta son ¡los
toros ! ¿Será verdad. . . ?
A solicitud especial del "Caballero
Audaz". Sauer cuenta la historia de su
melena, 'que no siemi)re usó como otros
íirtistas. "Hace nuichos añ08, dice v\
pianista, me enaiaoré de una bellísima
mujer, compatriota mía, de la más alta
aristocracia . . . Era una gran dama ru-
bia, como una princesa pálida de las ba-
ladas de mi país. . . Después de un lar-
go cortejo, cuando yo ya enfermaba de
melancolía y de impaciencia, logré una
cita, la única... Razones de familia,
de rango, obligaron a matrimoniar a mi
amada. . . La vísijera de su boda, nos
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
121
vimos... Yo a sus pies sollozíiba mi
amor Ella se inclinó sobre mí y
lloró también, con sus manos, como li-
rios, posadas sobre mi cabeza, (lue se
doblegaba acongojada en su regazo,..
Nos separamos. Se casó. Pasó el tiem-
po... Y como recuerdo de aquel gran
amor de juventud, yo juré no cortar
nunca mi« cabellos sobne los que ella
había puesto sus manos de marfil..."
CRÓNICA MUSICAL MEXICANA
En el Anfiteatro de la Escuela Pre-
jtaratoria se celebró el día 18 del pre-
sente un notable concierto organizado
por el pianista y compositor Alejandro
Meza, exclusivamente con obras suyas
y patrocinado por la Universidad Na-
cional.
El iprograma se desarrolló ante un
público numeroso y efusi'vo. deseoso de
míinifestar al artista ciego, su simpatía
y admiración por el esfuerzo laudable
que significa la creación de obras tan
importantes como las que fueron inter-
pretadas ese día en la Preparatoria.
Un *''Minuetto" para institimentos de
arco, una "Suite" pianística, cuyo pre-
ludio interesa desde luego por su ritmo
novedoso, dos "Romanzas" para violín
y piano, tres canciones mexicanas rica-
mente armonizadas y una obra de piano
y orquesta, la "Rapsodia Mexicana",
entre otras composiciones, formaban el
programa.
Alejandro Meza es un mtísieo serio,
es un compositor de temperamento apa-
sionado, de brillante imaginación, pro-
fundamente romjántico, a pesar del de-
monio modernista que en ocasiones
intenta apartarlo de su sendero florido.
La música de Alejandro Meza finge
con frecuencia alegría y placidez ; pero
detrás de la máscara sonriente de cier-
tos procedimiientosí armónicos, de cier-
tas ornamentaciones artificiosas, suspi-
ra tristemente su melodía nostálgica y
evoca, PR Iq» ííocturnos y Mftjüurcftií
las nostalgias y tristezas chopinianas.
El artista Meza ha puesto de relieve
en la fiesta lírica de que nos ocupamos,
sus aptitudes musicwles. regidas por
una férrea voluntad y cultivadas con
entusiasmo creciente.
Merecedor de todo estímulo y aplau-
so es quien, como Meza, triunfa por su
propio esfuerzo y por su talento musi-
cal ampliamente exhibido en el curso
del concierto de la Preparatoria.
La niña Angélica Euterpe Morales,
discípula del estimable pianista don Mi-
guel Cortázar, tocó en la sala de»! Con-
serA'atorio Nacional un interesante pro-
grama cuya excelente interpretación le
valió las felioita clones entusiastas del
director y profesores de dicho jilantel.
El programa contenía obras de Beetho-
ven, Bach, Schubert. Schumann y Cho-
pin.
La "Sociedad de Con*ci:ertos". de
Guadalajara, ha realizado una brillante
labor en su última serie de conciertos.
corresi>ondiente al año de 1020. Es me-
ritoria en alto grado la obra educadora
de la "'Sociedad de Conciertos", y la
Perla de Occidente del>e felicitar.se por
contar entre sub habitantes a mrtsieo»
tm 4MI»)?Uia«i como Jo«é RoWn y su»
Méx, Mod,-Ht
MÉXICO MODERNO
distin^iidos colegas. En la soiie de con-
ciertos a i pie nos referimos no menos de
cuarenta y ocho obras diferentes fue-
ron ejecutadas.
Con giisto publicamos los tres últi-
mos programas corresiiDondientes a los
conciertos décimo, undécimo y duodé-
oimo.
Festival Reglamentario, dedicado a
la memoria del genial compositor Lud-
wig van Beethoven, Segunda Sinfonía,
re mayor, Beethoven. — ^Concierto en la
menor, Grieg. (solista, profesor J. Je-
sús Estrada.)— T/Appren ti Sorcier,
Paul Dnkas.— Peer Gynt. Suite I. Grieg.
UndrciniTi Festival 'Regla mienta rio,
Sinfonía VI, Tschaikowski, Concierto
op. 23. Mac Dowell (solista, señorita
Ana de la Cueva) Intermezzo. Ciea. —
Overtura de Phedne, Massenet.
Duodécimo Festival Reglamentario.
— Sinfonía VI, Beethoven.— Fantasía
Húngara, Eiszt (solista, señorita Sara
Robles). Danza Macabra, Saint-Saens.
— Scheherezade. Rimski-Korsakoff.
Se anuncia un "Concierto Cultural"
organizado por María Romero, cantan-
te, Leobardo M. González, recitador y
Manuel Barajas, pianista. — líl festival
está dedicado a don Adolfo de la Huer-
ta, don José Vasconcelos y don Fran-
cisco l'érez. El programa : Piano. — An-
dante Apasionado, E. Soro. Mazurka 23,
Chopin-Brassin. Valse Triste, Sibelius.
Camouflage. . . ! Barajas. Estudio Japo-
nés. Poldini y Rumores de la Caleta de
Albéniz. — II. Recitación. El Misionero.
Alfonso Cravioto. Adolfos, Manuel Ma-
chado. Poema inédito. Guillermo de Lu-
zuríaga. Los lamentos inútiles, Gilberto
Rubalcaba. Cuando duerma la amada,
A. Alvarez Pulido. Señor, no. me la
vuelvas...! E. García Carrillo y Tus
ojos negros, de Ñervo. — ^11 1. Canto. Ma-
drigal y Fleur du Matin, Chaminade.
Sérenade du Passan. Massenet. Chan-
son Árabe. Godard. Chagrín d'Amour,
Mme. Malibran. Canción del Solvej.
Grieg y Romanza de la ópern "Mor-
gana."
El joven pianista Eugenio Navarro,
tocará en un próximo recital que se
efectuará en la Preparatoria escogidas
obras de Bach, Liszt. Saint-Saens y
Chopin.
De Mérida nos comunican los pro-
gresos que realizar la Academia de pia-
no del profesor Benjamín Aznar. Un
resonante éxito fué para esíi institu-
dión el concierto de un alumno del se-
ñor Aznar. que regresó últimamente
de Italia. Feliieitamos cordialmente al
señor Aznar pov este nuevo triunfo.
Nota dk la redacción. En esta Sección se dará cuenta de todos los acontecimientos mu-
sicales importantes de que se recil>a noticia y se hará juicio de aquellos conciertos, recitales,
exámenes, etc., a los cuales haya sido invitado México Moderno.
REVISTA DE LIBROS
SECCIÓN A CARGO DE
GENARO ESTRADA
DEL CARILLÓN INTIMO. Emilio
Mcnéndez Barrióla. Biblioteca Poética.
Buenos Aires. 1920.
No se trata, seguramente, en este li-
bro de la primora salida por tierras
literarias; ni es obra de .úwentud que
exculpar pueda los balbuceos técnicos,
ni los de otro jaez; en las primeras
páginas encontramos el retrato del au-
tor y podemos decir que "ya dobló el
cabo de buena esperanza", sin que los
frutos de la madurez' física correspon-
dan a la intelectual que era de espe-
rarse.
Azorín recomienda, para valorizar a
un poeta, tomar de su obra versos ais-
lados, que, aun siendo inconexos y sin
sentido congruente, cuando son de un
poeta, "nos sugieren un estado de es-
píritu, una visión, una musicalidad. . ." ;
si para juzgar del señor Menéndez Ba-
rrióla usamos del ''poetómetro" que Azo-
rín nos propone y escogemos algunos
versos sueltos de su obra, nos encon-
tramos los siguientes :
Llevo sohre los homhros un viejo
{campanario
Mi caheza es un caos de loco visiona-
{rio....
Y aquí estoy otra vez de liendres rico,
que en lugar de argonauta fui
(horrico.
no se trata precisamente de una broma ;
el prologuista nos dice en las primeras
IDáginas : "Estos versos son la conden-
sación de una vida" y por eso, respe-
tuosamente, los comentamos.
l'n miembro más en la legión de la
ramplonería, de la frase sobada, del
cK]úritu chato y del humorismo perio-
dístico, lo que no es una recomendaciión
para la lectura del "Carillón Intimo".
B. O. M.
DE MI BLOCK. Pedro Erasmo Ca-
llcrda. México. 1920.
En un volumen de dudosa presenta-
ción ha recogido el Dr. Callorda, artícu-
los literarios publicados, casi todos, en
la prensa del Uruguay y que corres-
ponden a su iniciación por los sende-
ros de la lliiteratura. Completan el vo-
lumen atildados discursos, que en sen-
das ocasiones?, y para cumplimentar su
caráxíter diplomático, ha pronunciado
su Excelencia entrí? nosotros.
B. O. M,
PENSAMIENTOS Y FORMAS. NO-
TAS DE VIAJE. Alberto Masferrer.
San José de Costa Rica. 1921.
Como el título lo propone, ha forma-
do Alberto ¡Masferrer este volumen.
Con varios Ensayos y Notas de viaje
124
MÉXICO MODERNO
recopilíidíis casi todas en la América
Central.
De la primera parte del libro, Jos en-
sayos, espigamos los contenidos bajo
el subtítulo "Una Punta del Velo", es-
pecialmente, por sor ol mejor desarro-
llado y el de mas am])lias perspectivas,
"Las Formas".
Dentro del estilo que se ha dado en
llamar ensayos, y en donde algunas per-
sonas, como el prologuista del libro
que nos ocupa, — tilda al autor de fíl6-
sofo profundo, — creen hallar filosofía ;
dentro de tal estilo, digo, que para mí
es más bien una ''literatura ideológica'',
valga la expresión, puesto que dentro
de sus límites caben la paradoja, la
sutilización y la ironía fuera de todo
sistema, que es la base del pensamien-
to filosófico, apunta Masferrer iitiles
ideas, como este siglo exige que lo sean,
y con cierta originalidad y holgura dis-
curre su peiisamiento por los proble-
mas vitales de la hora, caracterizán-
dolo un misticismo cristiano y el opti-
mismo que dimana de él. Toda la obra
se informa en tal espíritu y en sus pos-
tulados de Fé, Esperanza y Caridad.
De las notas de viaje nos impresio-
nan "Fiesta de la Raza" y "Harapos",
escritas en un estilo inaisivo y dolien-
te, acerca del hambre y la pobreza del
indio en Centro América, (pueden ex-
tenderse las fronteras), palabras que
acusnn un hondo sentido de humanidad
y un alma limpia. Además visiones lí-
ricas del pailsaje y descripciones de
Guatemala, San Salvador, Izalco y Aca-
jutla, donde advertimos, una vez más,
el donairoso estilo del autor.
[ y B. O. M.
ORDENANZAS DE GREMIOS DE
LA NUEVA ESPAÑA. Recopilación he-
cha por el Lie. Francisco del Barrio Lo-
rcHzot. Genaro Estrada la prologó y
cuidó su imi)resión.
I'oco se sabía acerca de las condicio-
nes del trabajo en la Nueva España,
debido a la rareza de la documenta-
ción. El archíA'o de actas edilicias nun-
ca ha sido explotado convenientemen-
te y apenas si recibieron publicidad las
ordenanzas de dos o tres gremios. Ge-
naro E'strada logró obtener la recopi-
lación manuscrita del Lie. Francisca)
del Barrio Ix)renzot y la mandó a im-
primir la Secretaría de Industria, Co-
mercio y Trabajo; por lo oual. conta-
mos ya con una obra completa acerca
del trabajo en la Nueva España y con
una contribución al estudio de más vas-
tos problemas, históricos y sociológi-
cos, de nuestro país.
El prólogo de Genaro Estrada, bella-
mente escrito, no ha menester de elo-
gios. La firma de su autor lo elogia bas-
tante de por sí.
.T. G. A.
EL CORAZÓN JUGLAR. Poemas de
T,uis G. TTrbina. La Editorial Pueyo. de
Madrid, publiica el fdtimo volumen lí-
rico de nuestro gran poeta.
Nada nuevo puede decirse a propósi-
to de Urbina. pues nada nuevo nos da.
Intenta versificar en esa manera des-
cuidada, de versos recortados, tan usual
en estos días, y logra hacerlo a perfec-
ción ; pero es el mismio Urbina de siem-
l>re, sentimental y dolorido.
Hay en El Corazón Juf/lnr poemas su-
perficiales, de la vida ciudadana y vul-
gar, y poemas de profunda melancolía,
de gran intensidad emotiva, como El
Be.9o de la fíomhra. El Dolor Confiado
y El Cementerio.
La poesía moderna ha prendido en
TTrbina Abastas inquietudes de donde bro-
tan páginas esforzadas y ajenas a su
canción habitual ; parece atormentarlo
la Idea de una renovación casi impo-
REVISTA DE LIBROS
125
>ible; i)en) Urbina 110 necesita añadir
un ápice a su valía, no debe renovarse.
J. G. A.
SANTIAGO DE CHILE. 1020.— ;. Se-
rá de verdad arábisco el origen del au-
tor o la autora? Si es un pseudónimo,
hay que confesar que suena bien : orien-
tal y aurísono. El título del librito es
bello y el dibujo afrancesado de la
poitada, no es feo. Ha pasado media
hora y ya hemos leído casi todo el to-
mito. El autor, o la autora, es demasia-
do joven probablemente. Sólo de esta
manera pueden perdonársele ciertos de-
fectos. Pero lo que no podemos excusar-
le es su llanto niagaresco. Por qué, oh
santo Dios, se ha de llorar de este modo
a los veinte aííos? En último caso que
se llore así, pero sin escandalizar al
transeúnte que va a comprar una cor-
bata o unos cigarros legítimos. Pero
llorar desde un libro de versos, y a gri-
tos, es una grave falta de cortesía. Que
se llore; pero como lo aconseja el alto
y noble poeta Enriqíte González Mar-
tínez :
. . . .// soí^epa (lamente
llorar, .sí hay que llorar eomo la fuente
esroiulUla.
Lo contrario es un error moral de la
mayor iraiiwrtancia. Los poemitas del
señor o señorita Elim, están invadidos
de lugares comunes de la época de Ma-
nuel Acuña y el predilecto "Nocturno".
Carecen de toda novedad, y sólo en uno
que otro verso hay belleza. La América
Indoespañola está renovándose y sus jó-
venes poetas deben ya abandonar los
gestos i)asados y profesar la vida de
modo más resi)etuoso y sincero. Le
aconsejamos al señor o señorita Elim
que use nombre castellano, que haga
algún ejercicio corporal (tennis o po-
lo), y sobre tx)do que abra un poco más
sus ojos hacia el corazón espléndido de
nuestra América nueva.
C. P. C.
Romanzas Interiores. — Caracas. Ve-
nezuela.— El joven venezolano Ángel
Corao, es el autor de este libro de ver-
sos que hemos recibido. Libro triste, de
una tristeza que en raras páginas de la
obra no es chocante. Esa tristeza que
lleva al caos y al ridículo al noventa y
nueve por ciento de los infinitos poetas
jóvenes de Améri<'a. Ninguna persona-
lidad, absolutamente ninguna, encon-
tramos en el libro del señor Corao ; tal
vez ni la esperanza de una próxima o
remota personalidad. A veces Lugones,
otras Luis C. T/)pez. En otras veces es
Andrés Mata, el negrito poeta venezo-
lano, el que se aparece, sentimentalón
y estéril, en medio die una es>trofa. Cuan-
do un poeta llega a confesar que su vida
es un abismo, y llora femeninamente y
cita nombres de mujeres vulgares, está
perdido. Hay media docena de i>oemas
en el libro que tiene el honor de ocupar
nuestra atención, que hemos leído con
placer y por los cuales afirmamos que
el señor Ángel Corao es un poeta.
C. P. C.
Nota: Solamente ae informará en esta Sección de los libros que los autores o los editores
^emitan a México Moderíio.—hAS notas sin firma deberán ser atribuidas al encargado de la Re-
vista de Libros.— G. E.
REVISTA DE REVISTAS
SECCIÓN A CARGO DE
JAIME TORRES BODET
NOSOTROS, Buenos Aires, diciembre
de 1920.
Hojeando la interesante Revista ar-
gentina, nos sorprende "El Oro del Oto-
fío", de Lugones; poema donde, como
siempre, culmina la maestría del altí-
simo poeta. Continuando la tendencia
de "El Libro de los Paisajes", nos en-
cantan la sensitiva espiritualidad y la
"difícil facilidad" de que bace gala en
estos versos .prodigiosos.
Para delectación de quien lea. cate
algunas gotas del sagrado licor.
^EL ORO DEL OTOI^O
Una amorosa madure:: lo enerva:
Y con fatiga de pincel mediocre,
iMfi tenues espiguillas de la hierha,
rtibins de luz, sensibilizan su ocre.
Y aseda ya bajo la lenta fuga
De aquel oro más fiel, si menos rico.
El desmayo final con que se arruga
la mimosa rcjcz del abanico.
Gotea oro una fuente sin murmullo . . . .
Y al rayo diagonal del sol escuálido,
Sobredora el jilguero su capullo
allá en el sauce cada, vez más pálido.
La última pizca de oro de su trino
Resigna angustias de inminente lloro.
Y el árbol cede ante el dolor divino
de irse innriendo derramndo en oro.
LEOPOLDO LUaO^ES.
Dorada placidez de aromas llena.
Cálida miel del colmenar' sonoro.
Hojas que cubren la, asoleada arena
con rumorosa muchedumbre de oro.
La arena, con el sol, está dorada.
La nube, en áurea luz, desfleca su ampo.
Y en una palidez como encantada,
Bajo la honda quietud se dora el campo.
ORTO, Manzanillo, Cuba, enero de
1021.
Del escogido acervo literario que nos
ofrece la Revista cubana "Orto". Nues-
tro amigo, el poeta Rafael Ileliodoro
Valle, en entusiástico artículo nos da a
conocer "El caso extraordimario de Ilu-
da Conkllng". la poetisa norteamerica-
na que en octubre pasado cumpliera
REVISTA DE REVISTAS
T27
los 10 años. Y para que no tildemo.s de
oxaí^erado su dovoto homenaje, nos con-
cede la ííraeia de sorprendernos, en ver-
dad, con algunos poemas de tan raro
ingenio vertidos a nuestra lengua "11-
terail mente, puesto que se trata de tli-
fundir un tej'to sagrad f) como él mis-
mo lo dice.
lie aquí algunos de los poemas.
AGUA
La Tierra se mueve lentamente para
no derramar sus lagos y sus ríos. Tle-
va el agua en sus brazos y el cielo va
dentro del agua. ¿Qué es el agua, que
arroja plata y puede contener al cielo?
EN EL LAGO CHAPLA IN
Yo estaba desnuda como una hoja y
sentí el viento en níis hombros. Los ár-
boles se rieron cuando yo agarré un po-
co de sol entre mis manos. El viento es-
taba cazando olas y revolviendo sus
blancos bucles. ¡ Oh sauces ! dije, ¡ oh
sauces, ved el lago! No os burléis de
una niña que corre sobre vuestros pies
hundidos en la arena.
AMANECER
Hay un arroyo que yo debo de escu-
char antes de dormirme. Hay un abe-
dul que debo visitar en las noches con
claridad. Tengo que sonar algo, que es-
cuchar mucho, antes que regrese la luz
en la flecha de plata de una nube, y
me limpio los ojos y me digo : "; Debe
estar amaneciendo en esta colina I"
//. Conkling. Trad. R. H. v"!
THE HISPANIC AMERICAN HIS-
lORICAL REVIEW. Raltimore. Md.,
E. U. A. En el último número de esta in-
teresante publicación aipa recen dos ar-
tículos de especial importancia para los
lectores latinoamsericanos : Uno. On the
Proposed L'nion of Central America,
de Salomón de la Selva, y otro, CtiAhan
Authors and TMnlcers, de Rafael Heliio-
doro Valle; ambos, jóvenes escritores
centroamericanos, residentes en los Es-
tados Unidos.
Salomón de la Selva, en un inglés
correctísimo, estudia el problema de la
unión de Centro América, con cierta
ingenuidad política através de la cual
se advierte un espíritu noble. De la Sel-
va atribuye el distanciamiento de las
pequeñas Repúblicas, el egoísmo de sus
gobernantes anteriores y al apasiona-
miento de los políticos más o menos in-
fluyentes y propone que se resuelva la
unión centroamericana, lejos de estas
influencias, en Washington, bajo la des-
interesada protección de los Estados
Unidos.
Rafael Heliodoro Valle, abandonando
la ampulosidad de su estilo castellano,
dedica su escrito a diseñar rápidamen-
te las personalidades más interesan-
tes de la intelectualidad cubana.
Estos artículos no significan tanto
por sí, como por estar escritos en in-
glés y para lectores estadounidenses.
Es preciso dar a conocer las inquietu-
des, problemas e intelectos de nuestra
civilización a los Estados Unidos, ese
país grande y brutalmente civilizado.
J. G. A.
;.Será posible que un cuerpo de 10
años guarde un espíritu de toda la vida?
B. O. M.
CARAS Y CARETAS. Buenos Aires.
El número más reciente de este perió-
dico contiene la maguífica informa-
ción gráfica de siempre, dedicada con
128
MÉXICO MODERNO
especialidad, en esta ocasión, a la pre-
sencia de S. A. R. el I'ríncipe Aimone
de Savoia Aosta y S. A. el Infante Don
Fernando de Baviera, en la capital ar-
gentina, que amenaza convertirse en
una capital de opereta.
Entre el texto se encuentra una en-
trevista de Juan José Soiza Reilly con
el gran novelista Gustavo Martínez Zu-
viría. "Caras y Caretas" realiza el
ideal de una publicación popular : ale-
jarse de hi Literatura.
J. G. A.
JESÚS URUETA
Oración fúnebre leída en
el cementerio de Dolores, el
día 29 de Marzo de 1921,
al ser inhumados los restos
de Jesús Urueta.
I
Ht A sentencia del legislador de Atenas "no juzguemos de una vida
I hasta después de la muerte" pocas veces tuvo, señores, oca-
-■— ^sión mejor que ésta, en que el acatamiento y la congoja nos
congregan para ofrecer un último homenaje a los restos mortales
de quien fue, si gran pecador, ciudadano insigne e incomparable
tribuno. Porque no habiendo sido los días de Jesús Urueta ni los
de un santo, ni los de un maestro, ni los de un héroe, sino que mien-
tras ellos corrieron quedó atrás un rumor de voces no siempre uná-
nimes y a menudo discordantes, sus deudos por el corazón y por el
espíritu hemos debido esperar este momento de supremo desinte-
rés para apreciar la magnitud de nuestra pérdida, así como los con-
tendientes de Troya sólo se dieron cuenta de la estatura de Héc-
tor cuando éste yacía en el polvo. Tiene la proximidad de la muer-
te la virtud de hacernos justicieros, nobles, generosos, y, por eso,
al sorprendernos ahora nosotros una vez más ante el misterio del
ser y el no ser, el recuerdo de Urueta, cuya vida era hasta hace po-
co objeto de muy diversas apreciaciones, nos conmueve tan inten-
samente como si temblara en nuestro pecho la llama tenue y con-
fortante de la piedad humilde que llora y glorifica el fin de una exis-
tencia piadosa, o cual si nos embargaran la angustia y la inquie-
tud, la pena y el terror con que veríamos caer a nuestro héroe y jun-
to al héroe nuestra esperanza.
130 MÉXICO MODERNO
•
Cumplió con su deber primordial de hombre y de mexicano. Aquí,
donde el cultivo del espíritu y las aspiraciones a una vida superior
parecen irivitarnos a una voluntaria segregación del alma patria,
imperfecta y doliente; aquí, donde, como i)or acuerdo tácito, casi
todos los intelectuales rehuyen unir su destino a los destinos de su
país, con olvido de que las venturas nacionales, buenas o malas, li-
berarán o esclavizarán a sus descendientes; aquí Jesús Urueta, in-
telectual e ideólogo por disciplina y artista por temperamento, pro-
fesó y practicó la política, ¡ nuestra política, tan parca en los triun-
fos, tan larga en los sinsabores ! Y fué Urueta un buen ciudadano.
Un buen ciudadano porque la probidad material, el claro sentido de
lo que es nuestro y lo que no es nuestro le permitió — aquí, país don-
de rarísimas veces la preeminencia y los cargos públicos no han si-
do instrumento de malversadores y de venales — el privilegio sin
igual de morir y dejar al Estado la tarea de alimentar a su viuda y
a sus hijos. Un buen ciudadano porque la integridad mental, la
lealtad hacia sí mismo nunca le abandonaron e hicieron — aquí, país
de tergiversaciones y componendas con la conciencia — consistentes
sus actos, una su conducta. En 1908, cuando comenzaba a desentu-
mecerse y a romper sus trabas nuestro débil anhelo de pensar, de
hablar y de obrar, ya encontramos a Urueta predicando las verda-
des fundamentales bajo cuya advocación, ora sincera, ora fingida,
se ha hecho y deshecho el torbellino de los últimos diez años, y
moribundo, todavía tembló en sus labios una plegaria cívica ins-
pirada en aquellas mismas verdades. Y sus prédicas, comprensivas
y concretas, al mismo tiempo que señalaban cada uno de los aspec-
tos de nuestro enorme problema nacional, alcanzaron la perfecta ex-
presión de la propia esencia de donde ese problema arranca. En sus
artículos y sus discursos políticos se contienen todos los principios
revolucionarios por que aún estamos luchando y allí también pal-
pitan, y palpitarán eternamente, las máximas sin cuyo amparo no
es posible la vida ciudadana. Entre el bagaje del moderno pensa-
miento político mexicano, ralo como la vegetación de un páramo y
dominando, como en el páramo domina el cactus, por la arborescen-
cia de argumentaciones mentidas y adulatorias y egoístas — como el
cactus fofas, como el cactus espinosas, como el cactus repelentes —
¿qué hay mejor, ni más hospitalario, ni más alentador que aque-
JESUSURUETA 131
Has breves palabras de Urueta dichas con convicción la víspera de
una década trágica y no negadas después ni cuando los resplando-
res eran más lúgubres y hasta los entusiastas y los creyentes tor-
naban a hacerse escépticos? Entonces escribía Urueta: "Nuestros
muertos siguen siendo creadores de energía ; infatigables . . . todo
lo remueven y todo lo vivifican . . . Son la medula de nuestra histo-
ria, la vida de nuestra vida, y nos acompañarán — legión sagrada —
a la gran conquista, a la conquista de la ley . . . Es preciso, es ur-
gente que todos los mexicanos comprendan que la Constitución, só-
lo la Constitución puede salvar a la Patria. El pueblo que pone sus
destinos en manos de un hombre, por grande que éste sea, es un
pueblo insensato . . . Mientras las instituciones no funcionen nor-
malmente no se puede hablar de paz, ni de progreso, ni de libertad.
A mejores ciudadanos corresponden mejores gobiernos. Den-
tro de un buen gobierno, respetuoso de la ley, que sabe impartir
justicia, que es honrado en el manejo del haber nacional. . . los ciu-
dadanos elevan su nivel intelectual y moral, el pueblo crece en for-
taleza y en virtudes cívicas." Así pensó, así habló, así procedió
Jesús Urueta, ciudadano de México.
Vivió intensamente y para el arte. Aceptó los impulsos de su
pasión y supo entretejer con ellos, manteniéndola impoluta, inco-
rruptible, una tendencia nobilísima a contemplar las cosas bellas y
a evocarlas. Nadie logrará separar lo que fué en Urueta mera pa-
sión— pasión, es verdad, con frecuencia desordenada y arrebatada
por loco desenfreno — de lo que fue en él amor a la belleza o pro-
longación de ese amor. Pasión y amor de lo bello, la una y el otro,
émulos que acrecentaban mutuamente su vigor, integraron su alma,
presidieron a cada uno de sus actos y le llevaron a formular — son
palabras suyas — este concepto de la vida humana: "La alegría, el
dolor, el amor, el pensamiento, el alma entera, todo viene siempre
a la carne, a la cruel y deliciosa carne, ennoblecida y divinizada co-
mo una flor milagrosa por los supremos artistas ..." Esclavo de la
sugestión de lo bello, pasó a nuestro lado practicando, acaso sin sa-
berlo, pero con arrogancia y con un profundo desprecio de la hipo-
132 MÉXICO MODERNO
cresía y los tapujos sociales, esta máxima pagana — fuente del pa-
trimonio de luz legado a nosotros por el genio mediterráneo : el arte
principia y acaba en los sentidos, no es sino una sensación, ya sim-
ple, ya infinitamente complicada. Y, excesivo en todo, sincero hasta
en el error, a sus sentidos, sutilmente afinados e ilimitadamente cu-
riosos, debió Urueta sus cotidianos desaciertos y sus instantes de
suprema perfección.
De ahí su arte. Aún le vemos : en pie ; fino y esbelto ; la cabeza
ligeramente inclinada hacia adelante; próximas las manos, mien-
tras los dedos acarician nerviosos un pequeño papel, y todo él some-
tido, como si lo dominara una fuerza extraña, a un blandísimo vai-
vén, apenas perceptible. Y de pronto, cuando, al parecer, el genio
en reposo se agitaba, rompía él a hablar para deleite de su audito-
rio; porque era dulce su voz, claras sus vocales, puras sus conso-
nantes, rítmicos sus ademanes, acariciadoras sus palabras, evoca-
doras de belleza sus citas y sus reminiscencias y profundamente
generosa, sedante para el alma, bella para los oídos del cuerpo y del
espíritu la euritmia de sus discursos. Hay oradoi:es — como Justo
Sierra — cuya memoria debe perpetuarse con la lectura de sus obras.
No así Urueta: guardemos, quienes le oímos, como rescoldo sagra-
do, la imagen imborrable aunque confusa de su arte sin par, y le-
guemos a quienes no le oyeron la leyenda de su palabra — ¡ Crisósto-
mo ! — , sonora y musical como campana de oro ; pero que nadie in-
tente buscar en el molde impreso, en la rigidez de la frase escrita,
la realidad de su obra, viva, sinuosa, esencialmente del tiempo, aje-
na al espacio e imposible de nuevo sin la intervención de la mágica
virtud creadora.
Por ello la pérdida es irreparable. Queda en pie la catedral,
compendio de un genio múltiple, y las piedras ennegrecidas mantie-
nen perennemente viva la influencia de la devoción anónima, de las
manos anónimas que la erigieron; contemplan los ojos un cuadro o
una estatua, y en su esfuerzo por seguir la línea, la mirada descri-
be el mismo trazo aprisionado por los ojos creadores; se repite un
canto o los sones acordados que un músico concibiera en tiempos
pretéritos, y el oído descubre, dócil a su guía, la misma belleza re-
JESÚSURUETA 133
velada; y una historia se relata, y se recita un poema y se lee un
libro. Pero, ¿cómo volverá jamás a sacudirnos el temblor derivado
de la voz de Urueta, y de sus ademanes, y de sus pausas, y de todo
aquel peculiarísimo toque personal que él comunicaba a la frase di-
cha a su manera, a la cita hecha a su modo, a la palabra silabeada
según él sólo supo silabear? Como de todo artista cuya obra no
puede fijarse ni es transmisible, la semblanza de Urueta, su perso-
nalidad quedarán en la sombra mientras otro artista no las reviva
con su genio y les dé brillo.
Y en tanto, el dolor de la impotencia aunlenta nuestro descon-
suelo. Sobre la luminaria magnífica de su verbo, matizado en oca-
siones como un crepúsculo, él elevó una vez la figura de Altamirano
y la mostró a nuestros ojos, en un arranque de taumaturgo aman-
te de su patria, como emblema místico de la fusión espiritual de
dos razas y dos civilizaciones ; otra vez, muerto Manuel José Othón,
encarnó él de tal modo en la imagen de aquel alto poeta la poesía
inherente a la Naturaleza, a la naturaleza visible en lo pequeño y
en lo grande, en lo escueto y lo opulento, que quienes lo oyeron lle-
garon hasta Othón a través de sus palabras y pudieron acoplar
más tarde a la imagen sintética evocada por el panegirista el sen-
tido expreso y el espíritu oculto de los versos del poeta; otra vez
— y este es el recuerdo más conmovedor, el más tierno, pues revive
instantes en que fueron igualmente grandes la sencillez y el dolor —
Urueta lloró ante nosotros la muerte de Justo Sierra, y la lloró con
tal duelo, con tal duelo convirtió en lágrimas nuestro corazón — lá-
grimas copiosas, lágrimas sin literatura — que casi nos consoló de
la pérdida del maestro. Y ahora, henos aquí, incapaces de llorarlo
a él como él merece, impotentes — pese a la presencia de sus des-
pojos y a la comunidad de nuestras almas — impotentes para atraer
sobre nuestras cabezas e incorporar al ambiente que aquí nos en-
vuelve siquiera un fugaz aleteo de su espíritu, siquiera una chispa
del fuego que él encendería en nosotros si estuviera aquí tocándo-
nos con su palabra el corazón.
Ha habido, señores, desde que el hombre se dio a analizarse a sí
mismo y a analizar el universo que le rodea, una filosofía de la vida
y una filosofía de la muerte, infinitamente variadas una y otra. En
134 MÉXICO MODERNO
SU lucha diaria, o en su juego diario con las cosas del mundo (por-
que en este mundo lo que no es esfuerzo, lo que no es dolor es tan
sólo un deporte, un pasatiempo) los hombres toman de estas dos
filosofías aquello más a propósito para tranquilizarles — en medio
de este vivir inexplicable, tan oscuro en su origen como en su fina-
lidad— el ánimo de cada día y para poner de acuerdo sus actos y
su pensamiento. Y así, la muerte reviste en las páginas de los li-
bros, en las horas de la conducta innumerables aspectos, todos verda-
deros y todos falsos. Mas externamente a nosotros, en la realidad
situada más allá de nuestra percepción mental y de nuestras va-
nidades morales, la muerte es una, por lo insondable y lo inapre-
hensible; su significación íntima se nos escapa, se nos oculta como
la significación de la misma vida que vivimos y la conciencia pu-
ra que somos. Por eso, cuando nos encontramos delante del paso
real de la vida a la muerte, cuando uno de los nuestros, uno de los
que con nosotros han sido, pasa a no ser, se produce en nuestra al-
ma, como respuesta única, un vacío inconmensurable y un dolor
profundo cuyo centro quizás radique fuera de nosotros. Y brota en-
tonces desde el abismo de nuestro propio vacío, desde el fondo de la
horrible fatiga hermana de todo dolor, un voto humilde, un senci-
llo deseo sin orgullo ni vanidad, el voto que querríamos para nos-
otros, voto viejo como las fatigas y los desengaños humanos : Des-
eansa en paz,
MARTIN LUIS GUZMÁN.
ROSAS DE UNA GUIRNALDA DE HUMILDAD
PRIMERA CANCIÓN SIN MOTIVO
4 ^^\^ juventud. , . y el corazón, . . y ella
I V^J cantando en el silencio del palmar!
I Brilla en mi cielo declinante estrella,
y el corazón, la juventud y ella
me infunden vago anhelo de cantar.
Junio en sus brazos cálidos madura
de Mayo floreal la herencia opima,
y la onda musical de la luz pura
truécase en polvo de oro de la rima.
¡Oh juventud. . . y el corazón. . . y ella
vibrando en el cordaje del laúd :
ella florida, ella enardecida,
ella — todo el aroma de la vida
en la miel de la dulce juventud!
Aún tengo impulsos de cantar , . . La brisa
riega efluvios de Dios por la pradera,
toda primor de nácar y de trina
en la infantilidad de la mañana.
¿Qué es Poesía f
¡El Pensamiento Divino
hecho melodía humana!
136 MÉXICO MODERNO
II
MOMENTO
YO fuerte, yo exaltado , yo anhelante,
opreso en la urna del día,
engreído en mi corazón,
ebrio de mi fantasía,
y la Eternidad adelante. . .
adelante . . .
adelante.
III
CANCIÓN LIGERA
HACIA el jardín azul de la Ilusión,
entre las brumas de la edad,
echo a volar mi corazón.
Consumido por la pasión,
quiero volver a la infantiUdad.
Escueto y duro y triste corazón,
ebrio del acre vino de la edad,
envuelto en negras Mamas de pasión:
has de volver a la infantilvdad,
roto, cansado, viejo corazón.
¡Oh, sí! Volver a la infantiUdad,
hada el jardín azul de la Ilusión. . .
¿ Y cómo ir entre las brumas de la edad,
perdida ya la sencillez del corazón?
EL PENSAMIENTO PERDIDO . 137
IV
EL PENSAMIENTO PERDIDO
{A RAFAEL HELIODORO VALLE.)
YO tuve un pensamiento de inspiración divina,
seguro como un monte y arduo como un amor;
encerraba el secreto de la onda marinu,
del ojo de las águilas, del tinte de la flor.
Jamás lucero alguno vertió desde la aZtwra,
sobre el nocturno páramo, más dulce claridad
que el pensamiento mió sobre mi carne obscura,
hecha, por él, florida de sueño y de verdad.
Bajo su luz, la ira de mi ademán cruento
fue hermana del ziszás alegre de la hoz;
y cuando dije un día con ánimo violento :
^'¡Yo no quiero un prodigio — me basta un pensamiento!''
— estaba ya el prodigio temhlándome en la voz.
Bajo su luz el mundo reía en la alborada,
y la alborada fue mi honda de David:
¡oh ternura sin lágrimas de la luz aniñada
jugando en los racimos midieres de la vid!
En su esplendor pacífico — rubí, zafiro, día
celeste — iban las múltiples fuerzas del Bien y el Mal
(palomas y milanos) con rumbo a la Armonixi,
y todo se nutria de ciencia divinal.
Agrias tormentas — agrias como erizada roca —
entre la mente obscura y el sordo corazón:
plegaria que te vuelves, al brotar de la boca,
iracunda blasfemia o ardiente muldición:
,38 MÉXICO MODERNO
Enfermedad sagrada que hiisca lo absoluto
en nuestro ser efímero, m<is no lo puede hallar:
celeste Poesía que llevas hasta el bruto
tus perfumadas ánforas, tu lirio y tu azahar:
Soplo que extingue, al paso, la flama de la vida:
ósculo de las sombras: fatídico vaivén
entre un día futuro y una edad preterida :
ansias de azul: melódica nostalgia del Edén,
Todo bajo la lumbre del claro pensamiento
era impulso armonioso, miel, perla, vino, Abril.
El suspiro de Dios, que armonizaba el viento,
iba en mi pensamiento por el viento de Abril!
RICARDO ARENALES.
Hotel Austin.
126 Military Plaza.
San Antonio, Texas.
ESTUDIOS DE LITERATUKA RUSA
Al margen del * 'Crimen y Castigo" db Dostoiévsky
EL caso del estudiante Raskolníkoff, justamente famoso entre
ios criminalistas, es singular por la maestría con que Dos-
toiévsky lo expone. No es sencillo, por supuesto, aunque a pri-
mera vista no seamás que uno de tantos de los que la crónica negra
reseña. Es complicado porque se entra con él al misterio de las al-
mas, y porque Dostoiévsky, que tan bien sabía escudriñar los os-
curos rincones del espíritu, proyectó la luz de sus análisis sobre ca-
da accidente de las situaciones psíquicas que Raskolníkoff atravie-
sa, gracias a lo cual nos revela algunos de los secretos, que sin du-
da pululan en todas partes, pero que nosotros ignoramos porque nos
falta la mirada avizora que permite entreverlos.
Un hombre como Raskolníkoff, capaz de sentir la piedad (la más
fuerte de las emociones que Dostoiévsky describe) y capaz de hacer
el bien, aun con peligro de su propia vida; un intelectual, un psi-
cólogo, mata brutalmente a dos indefensas mujeres; las mata a
hachazos, después de engañar a la primera con una infame alevo-
sía. ¿No es esto uno de los crímenes repugnantes de los que nos
apartamos con horror apenas nos damos cuenta de que existen?
Este es el que Dostoiévsky trata en su famosa novela. Y lo primero
que se pregunta uno es: ¿por qué el personaje de ella lo comete?
Aparentemente (él lo dice así muchas veces) las mata por es-
tas razones : a una, sin propósito previo ; sólo porque se le interpu-
so en su camino; a la otra, porque es una usurera sórdida, y porque,
pesando él en la balanza de su razonamiento, para averiguar si la
vida de esa mujer, que maltrata a su hermana y que se enriquece
140 MÉXICO MODERNO
con el agio que sin entrañas ejercita, vale más o vale menos, mo-
ralmente, que la posibilidad de aprovechar una parte del dinero de
esa mujer para que él pueda tener un punto de partida sólido en la
vida, y se lance luego a una serie de buenas y grandes acciones, de-
cide que, enriquecido por el crimen, y capaz de hacer grandes bie-
nes gracias a su riqueza, valdrá más que su víctima. Fuerte con es-
te modo de ver las cosas, se dice a sí propio que no de otro modo ha
razonado cada uno de los conquistadores del mundo que, pasando
por encima de cadáveres y vertiendo sangre sin cuento, en guerras,
como lo son todas, feroces, se han apoderado de los gobiernos, las ri-
quezas y los destinos de los pueblos y han saciado con esto sus apeti-
tos y sus deseos. Puestos por encima de las leyes, porque han tenido
audacia bastante para hacerlo así, el mundo los ha colmado de ho-
nores; poetas han cantado sus hazañas y multitudes les han erigi-
do estatuas. ¿Por qué no ha de hacer él otro tanto, no para con-
quistar un país o un trono, sino para hacer el bien, que la ávida
usurera no hace? ¿Por qué no ha de hacerlo, si a fuerza de habili-
dad y aun de talento, puede conquistar la impunidad, lograr al ca-
bo la realización de todos sus deseos y vivir a la postre cortejado y
adulado, como todos los que tienen éxito en sus empresas ? ¿No es
este el caso de ciertos revolucionarios ? ¿ No debe tomar como lema,
el lema famoso: Audacia^ Audacia y Siempre Audacia, sobre todo si
lo hace por hacer grandes bienes?
Aparentemente esto es toda la razón de su crimen; (espolea-
do, no obstante, por razones secundarias: porque él es un violento
y no quiere seguir el largo camino del trabajo, que al fin lo condu-
ciría también al éxito ; porque es además orgulloso, y aun pundono-
roso, y se resiste a vivir a costa del constante sacrificio de su madre
y de su hermana, todo el tiempo que necesitaría seguir el dilatado
sendero de la labor diaria para obtener el triunfo).
Aparentemente esto es todo ; y sin embargo, él tiene dudas, has-
ta el momento supremo de su acto ; su razón sola no lo conduciría a
su delito, porque hay algo dentro de él, que lo reprueba, y que con
repugnancia lo rechaza. ¿Por qué llega entonces él? ¿Por qué lo
prepara, detalle por detalle, día por día, minuto por minuto, entre
el horror de pensarlo y el orgullo de razonarlo y de considerarlo
justificado?
La explicación última de su acto parece haber sido apenas en-
trevista por el mismo Dostoiévsky que, a pesar de esto, la indica
ESTUDIOS DE LITERATURA RUSA 141
con una rara penetración. Hay que decir que sólo la entrevio, por-
que no está sugerida más que al principio de su obra, y desapare-
ce luego totalmente en cada uno de los posteriores análisis, por
más luminosos que éstos sean. La verdadera explicación del crimen
de Raskolníkoff consiste en que los actos que su crimen constitu-
yen se desarrollan con la incontenible fuerza de una máquina, que
poco a poco, pero de un modo irremediable, se pone en movimiento,
contra la voluntad del asesino, y lo convierte en su juguete, sin
que él mismo lo sepa y dejando que apenas lo entrevea. Esto es
decir que todo ocurre en él bajo el imperio de esa casi normal con-
dición de los hombres todos, que son, como Dostoiévsky dice en el
Idiota, víctimas de "ideas mixtas" : unas, en la parte más visible de
la conciencia ; otras, emboscadas, en la sombra, y acaso por eso más
fuertes. ¿Ideas propiamente? No. Impulsos más bien; no razona-
dos, aunque los apoye un razonamiento, que es, a la par, incomple-
to, y, para tales estados de conciencia, casi extraño.
¿Quién no ha sentido tales incoercibles impulsos? ¿Quién no
sabe que en ciertos momentos de su vida, comete un acto que mil
veces se ha reprochado y que, llegada la ocasión, sabe perfectamen-
te que no debe cometer, pero que va preparando paso a paso, con
una sabia habilidad, a pesar de todo, hasta efectuarlo?
Mas entonces, si existen semejantes tendencias (instintivas
o no — ^las de Raskolníkoff no lo eran; otras lo son — ), incoercibles
en todo caso, ¿es que los hombres no son responsables? ¿e.s que lo
son en parte y en parte no lo son? Si tales tendencias — y parte de
ellas son los "complexos" psíquicos que Freud y sus discípulos están
entreviendo ahora — nacen, sin que sepamos casi cómo, y están en
nosotros escondidas, urdiendo el crimen, — o la falta, o la acción que
nos avergüenza, — y nos arrastran, aunque las reprobemos, y nos
hacen decir la palabra que no sentimos que sea nuestra, y que
nos sorprende cuando brota de nuestros labios, o perpetrar la mala
acción que nos hace ver la mano que la cometió, y que es cierta-
mente la nuestra, como si fuera la de otro, ¿cómo explicar todo
esto ? ¿ Cómo explicar lo que el mismo Dostoiévsky dice alguna vez,
cuando declara que mecánicamente, cuando hemos olvidado una cita,
nuestros pasos nos llevan a la casa donde está el hombre que nos
ha dado esa cita? Todo esto parece explicarse recordando que la
conciencia corre, lucha y vive en capas superpuestas y yuxtapuestas
o antagónicas, que se ignoran una a otra, y de las que sólo una, o
142 MÉXICO MODERNO
a veces, digamos una y media, fosforecen en el "yo". ¿Pero el "yo"
puede ser, entonces, responsable, por lo que determina en el orga-
nismo un conjunto de fenómenos subconscientes que guían la mano
sin que el alma, en lo que tiene de mejor, esté presente?
El problema, así transformado de psicológico en ético, tiene
que resolverse sin duda por la afirmativa: sí; sí es responsable el
"yo'*; sí es responsable, porque, aunque las fuerzas oscuras que al
mal conducen estén trabajando subterráneamente, el "yo" se da
cuenta de algún modo de que tales fuerzas allí existen : no sabe con-
tarlas ; no les ve la cara ; pero sabe que allí están, y que si él cambia
de ocupaciones y de medio, y les niega el apoyo de su condescenden-
cia adormecida, no podrán vencer. Por eso Raskolníkoff es culpa-
ble : no por su pervertido razonamiento ; — que él sabe que es perver-
tido y falaz — nó por la razón que él se da, al declarar, como lo haría
un niestcheano, que su proceder, pasando por encima de las leyes,
es bueno para los seres superiores, para los superhombres como los
Bonapartes, que ni son accesibles al remordimiento, ni a las debili-
dades que los traicionen ; sino por otras razones que él no se da, y
que sordamente, dentro de sí mismo, sabe que existen, aunque su
limitada inteligencia le impida verías. Podría haberse hecho cargo
de ellas, sin embargo: podría haber advertido que si un hombre,
sólo por el juicio recto o erróneo que hace de otro hombre, atenta a
la vida de éste, rompe con esto sólo sus lazos con la sociedad, y se
excluye de ella él mismo, lo cual es para él la destrucción misma de
su carácter de hombre ; pero su razonamiento no llega hasta allí ; ni
obedece por tanto a las intimaciones de su razón, que a pesar de to-
do le indica que sus consideraciones y sus dialécticas son falsas o
truncas.
•
Cometido el crimen, el castigo empieza: empieza justamente y
se desarrolla de un modo inexorable, como la consecuencia psíqui-
ca y social del crimen mismo: Raskolníkoff ha violado la coordi-
nación social, asesinando y robando, e inmediatamente se siente ex-
cluido de la sociedad: nó porque tenga que esconderse y que men-
tir, sino porque ya no puede ver de frente a sus amigos, a su ma-
dre y a su hermana; porque no puede trabajar con ellos, ni ha-
blar con ellos; porque hay un invisible e infranqueable abismo en-
tre ellos, porque la sociedad se ha roto para él; porque se siente
en el vacío, aunque todos, apasionada y amantemente, lo rodeen.
ESTUDIOS DE LITfcRATURA RUSA 143
Y como a pesar de todo, es por su esencia y su naturaleza mis-
ma, como lo somos todos los hombres, un animal social ; como la so-
ciedad le es indispensable, resulta que está condenado irremedia-
blemente a una de dos cosas : a morir, a suicidarse parcialmente en
una perpetua vida de disimulo, o a confesar su crimen, y volver así
a la comunión social : como un reprobo, sea ; como un maldito ; pe-
ro al fin, a la comunión social.
Su crimen, no obstante, aun absorbiéndolo, aun segregándolo
de la sociedad, no lo absorbe por completo; no lo segrega de una
manera absoluta : un punto queda vivo en su alma : aquel en el que
ésta se encuentra, por decirlo así, desnuda y sin piel: allí donde
sangra la llaga palpitante de la piedad por las desdichas ajenas, y
donde esa llaga arde al contacto con las desdichas y se transforma
en el fuego purificante de la caridad, es decir, en el amor.
Con ser éste tan ardiente, no logra, sin embargo, restablecer
la comunión del alma del criminal con las almas todas: para esa
es forzoso que se acabe la mentira : es preciso que el criminal con-
fiese su crimen: primero, a los seres que le inspiran piedad, o por
los que aun siente cariño; después, a los acaso indiferentes; al
fin, a los que la inspiran repulsión. Y esta es la maravillosa historia
que Dostoiévsky cuenta.
El castigo de Raskolníkoff no consiste, pues, en que la sociedad
lo rechace: ni llega a rechazarlo; porque un conjunto de circuns-
tancias alejan poco a poco de él las sospechas, hasta destruirlas
casi, y porque en torno de él, seres abnegados y amantes pugnan por
devolverle la salud y la vida : el castigo no llega tampoco cuando
materialmente, a causa de su confesión, se le condena a trabajos
forzados en Siberia, y va a extinguir allá su condena, con la cade-
na al pie, el alimento malo y escaso, y el trabajo rudo. El verda-
dero castigo está en él mismo: en que siente que ya no puede ca-
minar espiritualmente hacia nadie: que no le es dable vivir en la
comunión de las almas con ninguno; que tiene que estar, que es-
tá desterrado de la sociedad, no por la sociedad, sino por él mismo ;
no material, sino espiritualmente. El es ciertamente más desdi-
chado que el Lázaro del Evangelio; porque Lázaro en su tumba,
a los cuatro días de haber sido sepultado, aun cuando hubiera en-
trado ya en descomposición corpórea, tenía su alma, viva, libre
144 MÉXICO MODERNO
y en relación espiritual con las demás almas, en tanto que Raskol-
níkoff llevaba un alma muerta, sepultada en su cuerpo vivo.
Dostoiévsky pinta la resurrección de esa alma: no como el
cuerpo de Lázaro, llamada bruscamente a la vida por un milagro;
sino lentamente: forzada, primero, por la necesidad misma de la
naturaleza del hombre, — que mientras más humano es, es más so-
cial,— forzada, digo, a confesar su crimen y luego, poco a poco, al
través de largos meses de suplicio, obligada a sentir, más bien que
a entender, que ciertamente había sido el alma de un verdadero cri-
minal ; obligada a darse cuenta de ello, por la dulzura sublime y la
piedad sin límites de la niña desventurada que, a fuerza de abne-
gación y de ternura, y sin pedirle que así él lo hiciera, sino por el
espectáculo perenne y rutilante de la virtud que ella tenía, hizo que
al fin él cayera arrodillado a sus pies, y que, sin saberlo, personi-
ficando en ella a la humanidad, le pidiera perdón de su crimen.
Dostoiévsky no cuenta cómo haya sido esa resurrección ple-
na; pero sí hace ver que al fin Raskolníkoff estaba resucitado:
que él lo sabía ; que lo sentía en todo su ser ; y su resurrección no es
otra cosa que la restitución final de su alma a la comunión de
todas las almas. Por eso al contarlo, la prodigiosa evocación del
crimen, la transfigurante tortura del castigo, se convierten en una
tesis soberana, en la que la psicología se transforma en sociología
para que ésta se transmute en ética ; y el alma conturbada, que por
el sortilegio del arte de Dostoiévsky es conducida, aprende aquí,
como en todas las obras verdaderamente grandes, que en el sene
del horror puede germinar aún, y está en efecto germinando, la cla-
ra lumbre del amor, y que ésta es capaz todavía, como es capaz
siempre, de encender, a pesar de todo, nuevas estrellas.
EZEQUIEL A. CHA VEZ.
ELEGÍA DE LA PROVINCIANA
A JOSÉ JUAN TABLADA.
GENOVEVA : ya eres
la apóstata de la' provincia. Las mujeres
de tu casta, te gimen con el clamor deshecho
conque se gime a un/ niorihuudo en su lecho.
Y te suspiran por' infidente y ausente,
el adicto rosal, la honesta fuente,
la brisa ufana y la torcaz demerite. .\
Vas por la cortesana
metrópoli, como una perla humana,
perfecta, salomónica y liviana.
Y ruedas por la vía, y te dan su equilibrio
tus ojos y tus pies,
todavía linajes puros de ta pavés.
Pero eres el ludibrio
de los suspiros castos, del amor pudibundo
y del limpio recato de tu mundo. **
Ya descastada, eres un joyel • ,\'
renacentista, un medallón pagano '
cuya imagen emerge de un laurel.
Y ese laurel es un' trofeo cortesano, />
Pero ya tiene grietas tu troquel,
porque eres para mí' un Juramento en Vano!
Tú, la romántica Patrona
de los ensueños tempraneros
MéXfc Mo(f ¿— -
t46 MÉXICO MODERNO
de rústicos poetas cortijeros;
tú, la suave Madona
de la medrosa fantasía
del limosnero músico^ que hacia
por tíj y para ti sola,
indigentes arpegios en su indigente viola,
cuando te daba su' filarmónico ruego,
como él oscuro, mendicante y ciego!
Til, que pisaste con' tus largos pies de Infanta
el compungido trébol de un letal desamor;
tú, Genoveva, en cuya melódica garganta
se mecían las notas con, un mimo de amor
para dormir al hermano menor:
^^ Arriba del Cielo
^^está una ventana
'^por la que se asoma
^^ Señora Santa Ana. . /'
Tú, curva sonriente, ola crespa y armónica;
docto declive de columna jónica;
palpitante y arquitectónica presea
cuyo torso fragante era cual la marea
de la linea, porque era el ondulante escollo
del cincel alfarero
que copiaba una muelle voluta d-e estoraque. . .
(¿Te acuerdas, Genoveva, de tu busto criollo:
una escultura de' San Pedro Tlaquepaque. . .?)
Ahora has de llorar el escueto naufragio
de aquella saludable ignorancia: sufragio
de tu esponjada dicha de mujer,
porque ahora ya sabes tejer y destejer
tus complejos: discutes el cubismo,
coqueteas con Chesterton, ensayas a Bergson. . .
Y así has hipotecado a pausas tu emoción.
¿ Qué ha quedado de tí, si en la comarca ausente
^ y en el contrito amor de su sagrario,
ELEGÍA DE LA PROVINCIANA 147
fuiste, tácitamente,
el cumplido incensario
donde ardían los granos del copal reaccionario,
y el incienso inmanente
de la provincia triste, católica y ferviente. . . f
Mi conciencia fue el límpido metal
donde estuviste en pie, cual la dinástica
estatua pía de la Tradición. . .
Retiro el pedestal,
y te lanzo al vaivén de la sarcástica
opereta venal
diurna y nocturna de la Capital!
ENRIQUE FERNÁNDEZ LEDESMA.
26
marzo
1921
MÉXICO-TENOXTITLÁN
SE cree que los primeros pobladores de América vinieron del
Asia a esta parte del continente, después del Diluvio, pasando
por lo que hoy es el estrecho de Behring. Aunque hay varias
hipótesis sobre punto tan obscuro, es ésta la más aceptada.
Propagados en numerosas tribus, esos primeros pobladores,
por causas que se ignoran empezaron en el siglo VI a emigrar ha-
cia la parte conocida ahora con el nombre de Valle de México.
La tribu azteca fué la última en partir de un punto llamado Az-
tlán (cuya situación se desconoce), emprendiendo en 1160 una lar-
guísima y accidentada peregrinación en busca de lugar donde fijar
su asiento.
Conforme a la indicación que su dios Huitzilopochtli, llamado
también Meccitli, o por corrupción Mexitl, les hiciera por medio de
los sacerdotes, de que ese lugar no debería ser otro que aquel don-
de encontraran un águila sobre un nopal, devorando una culebra,
pusiéronse en camino, procesionalmente, al mando de su caudillo,
Acatl, y llevando a la cabeza al sacerdote Texcacoatl, que, acompa-
ñado de Cuauhcoatl y Apanecatl y de la sacerdotisa Chimalpa, por-
taba la imagen del dios al que seguía el pueblo como subyugado.
Después de atravesar durante largos años inmensas regiones,
y de detenerse por algún tiempo en distintos lugares, los aztecas
llegaron en 1245 al Valle de México, cuyo territorio y montañas
circunvecinas encontraron ya ocupados por las tribus que les pre-
cedieran.
Permanecieron diez y siete años en Chapultepec ; pasaron des-
pués a Acúleo, donde residieron cincuenta y dos años; luego, re-
ducidos a la esclavitud, vivieron en Tizapán ; más tarde estuvieron
en Acatzintitlán, al que mudaron el nombre por el de Mexicaltzingo
MÉXICO ' TENOXTITLÁN I49
en honor de sus dios Mexitli, a quien erigieron allí un templo ; des-
pués radicaron en Ixtacalco, y por último en Mixiuhtlán (hoy Er-
mita de San Antonio), a principios del siglo XIV, donde conforme
a lo prevenido por Huitzilopochtli, después de ciento sesenta y cin-
co años de peregrinación, al fin descubrieron sobre un islote del la-
go, que ocupaba el centro del Valle, el ave anunciada.
Ese día, según cálculos del historiador Sigüenza y Góngora,
fue el 18 de julio de 1327. El islote donde se encontró el nopal con
el águila posada, estuvo, según unos, en lo que hoy es el ángulo
suroeste del jardín de Catedral ; según otros, en el lugar que ahora
ocupa el jardín de la Corregidora.
Edificaron luego un pequeño templo a su dios ; se establecieron
en torno de aquél, y dieron a la nueva población el doble nombre
de Meccico-Tenochtitlán, que por corrupción se hizo México-Te-
nochtitlán. Llamóse así, en honor de su dios Huitzilopochtli o Mex-
tli (propiamente Mecitli. que significa "ombligo del maguey"), y
de Tenoch ("tuna de la piedra"), sacerdote que portaba al dios a
fin de la peregrinación.
México fué al principio un pequeño poblado de chozas de ca-
rrizo con techos de tule, edificado en el islote, y poco a poco se fué
extendiendo a otros islotes cercanos, los que pronto se vieron unidos
al principal por medio de estacadas terraplenadas con fango extraí-
do del lago, y por un sistema de islillas flotantes, llamadas Chinam-
pas, las cuales sirvieron para el cultivo de cereales y otras plan-
tas necesarias al sustento.
Declaráronse los mexicanos tributarios del rey de Atzcapot-
zalco, a quienes pertenecían aquellos lugares ; en 1337 se separaron
unas de sus tribus y fundaron Xaltelolco ("montón de tierra o are-
na"), que luego tomó el nombre de Tlaltelolco, y con él una nueva
nacionalidad ; en 1376 cambiaron de forma de su gobierno (que ha-
bía consistido en un consejo dirigido primero por Tenoch, y muer-
to éste, por Mexitzin), proclamando. rey a Acamapichtli, cuyo nom-
bre significa "el que empuña el cetro".
La conquista de cuatro pueblos comarcanos que el primer rey
hiciera, redundaron en provecho de México-Tenochtitlán, el cual,
en su ensanchamiento, pronto se vio dividido en cuatro o calpulli
barrios, que fueron : Moyotla, al suroeste (hoy de San Juan) ; Teo-
pan Zoquipan, al sureste (hoy de San Pablo) ; Cuepopa, al noroeste
(hoy de Santa María la Redonda), y Atzacualco, al noreste (hoy
150 MÉXICO MODERNO
San Sebastián). Pero el engrandecimiento de la población comenzó
realmente durante el reinado de Huitzilihuitl, sucesor de Acama-
pichtli, quien hizo edificar las primeras casas de piedra, y en que
los mexicanos empezaron a usar, hacia 1398, trajes de tela de al-
godón, en vez de la pita o ixtle que antes se usaba.
Chimalpopoca, el tercer rey, fue un monarca desafortunado y que
poco hizo por la ciudad y la nación ; pero Itzcoatl, que le siguió en
el trono, realizó nuevas y grandes conquistas que dieron principio a
la verdadera grandeza mexicana. El territorio se vio aumentado
considerablemente, y en la capital se construyó el templo mayor con-
sagrado a Huitzilopochtli ; otro a Cihmacoatl, y muchos hermosos
edificios.
Motecuhzoma Ilhuicamina, el más grande de los reyes azte-
cas, quien asumió el poder en 1440, inició su gobierno levantando un
templo al dios de la guerra en el nuevo barrio de Huitenahuac. En
1449 mandó construir por consejo de Netzahualcóyotl, rey de Tex-
coco, una albarrada o dique de piedra y mampostería, desde el pie
del cerro de la Estrella hasta Atzcoalco, con una extensión de más
de tres leguas y un espesor de quince metros, a fin de preservar la
ciudad de inundaciones como la que aquel año sufriera a causa del
crecimiento de las aguas del lago. Dividido el lago en dos, y libra-
da la parte occidental de las principales afluencias, el agua, antes
salada, convirtióse en dulce, originando una exuberante vegetación
y mayor firmeza en el terreno que permitieron transformar la pri-
mitiva ciudad en la nueva Tenochtitlán llena de soberbios edificios
y jardines. Motecuhzoma Ilhuicamina, después de hacer audaces
conquistas, de crear escuelas y de dictar sabias leyes, coronó su
obra de embellecimiento de la capital edificando un nuevo templo e
introduciendo por medio de un notable acueducto el agua de Cha-
pul tepec.
Axayacatl, quinto rey, sometió Tlaltelolco a su corona, el cual
sólo tuvo cuatro reyes que fueron Cuacuauhpitzahuac, Tlacateotl,
Cuauhtlatoa y Moquihuix, y la vecina ciudad pasó a ser un simple
barrio de México, con lo que éste ganó en extensión. Tizoc Chal-
chiutlatonac derribó en 1483 el templo de Huitzilopochtli, para
construirlo más grande y más suntuoso. Ahuizotl concluyó el tem-
plo mayor e hizo su solemne consagración ; y como en el reinado de
este monarca se descubrieron algunas minas de cantera cercanas,
la ciudad mejoró notablemente en su aspecto material.
i
MÉXICO-TENOXTITLÁN 151
Con la exaltación de Motecuhzoma o Moctezuma II, a quien
encontró la Conquista española, vino el apogeo, y grandeza postu-
ma del reino azteca y, por consiguiente, de su capital.
De la ciudad, tal como la encontraron los conquistadores y lo
que fué durante el reinado de Moctezuma II y de Cuitlahuacatzin
y Cuauhtémoc los dos últimos y efímeros emperadores aztecas, exis-
ten descripciones tan fieles, tan detalladas, que. recurriendo a
ellas podemos reconstruirla, representárnosla de modo bastante
aproximado.
Edificada, como hemos dicho, en el centro del lago que ocupa-
a el fondo del Valle de México, soberbio anfiteatro de más de no-
enta leguas en redondo, circundado completamente de altísimas
montañas entre las que descuellan el Popocatépetl, el Ixtaxihuatl y
el Ajusco, comunicábase con tierra en distintas direcciones, por
medio de tres grandes calzadas de extensión no menor de dos le-
guas cada calzada. La principal, que partía de Ixtapalapa, era "tan
ancha como dos lanzas" y tan "bien obrada'' que podían "ir por ella
ocho de a caballo a la par" ; al llegar a Churubusco, que con sus ado-
ratorios, casas y torres se hallaba edificado a uno y otro lado, parte
sobre la tierra y parte sobre el agua, la calzada torcía y tomaba rec-
ta de sur a norte; media legua antes de terminar, interrumpíala
una especie de baluarte de fuerte construcción, con dos puertas, una
para entrar y otra para salir, coronado por dos torres y seguido a
uno y otro lado de dos muros almenados, del altor de dos hombres.
Dábala remate, ya junto a la ciudad, un gran puente levadizo que,
como los idénticos de las otras calzadas, servía para aislar el pobla-
do durante la noche.
Salvado el puente, extendíase la calle principal en una longitud
como de dos tercios de legua, bordeada de "grandes casas, aposen-
tamientos y mezquitas", la cual conducía al centro de Tenochtitlán.
Era la ciudad con "más de cincuenta mil casas", tan grande "como
Sevilla y Córdoba", de calles anchas y rectas con una mitad de* tie-
rra y la otra de agua pfor la que discurrían las canoas de los trafi-
cantes, y unidas todas en los cruceros por anchos y sólidos puen-
tes. Su trazo y disposición semejábanla a Venecia grandemente. Di-
vidíase en solares como de cincuenta varas de longitud por cua-
renta de latitud, en los que de manera uniforme se hallaban dis-
tribuidos habitaciones y huertos. Sus edificios fabricados algunos
dentro del agua, eran en general de magnífica construcción, todos;
152 MÉXICOMODERNO
de terrado, cantería y piedra tetzontle, con vastos aposentos en al-
gunos de los cuales cabían hasta tres mil personas, decorados con
mármoles y jaspes, tapices y pieles; alfombrados con esteras de
palma, y rodeados de bellísimos jardines bajos y aéreos, en los que
no faltaban estanques y surtidores.
Descollaban, el templo mayor con su enorme muralla capaz
de albergar "una villa de quinientos vecinos", sus setenta y ocho
edificios interiores, sus escalinatas y sus "cuarenta torres muy al-
tas y bien obradas", la principal más grande que "la torre del tem-
plo mayor de Sevilla" : los palacios de Moctezuma, "tales y tan ma-
ravillosos'*, que, según el decir de Hernán Cortés, le era imposible
dar idea de su "bondad y grandeza" y sólo se limitaba a expresar
que en España no había "su semejable" ; finalmente, las mansiones
de los grandes señores de la corte, quienes pasaban de mil, y las
de "muchos ciudadanos ricos".
Entre las innumerables plazas, había una, la del barrio de Tlal-
telolco, tan extensa como "dos veces la ciudad de Salamanca" ; allí
se congregaban diariamente más de sesenta mil personas que com-
praban y vendían, y cuyo rumor se oía a "más de una legua". Era
tan notable, que el conquistador Bernal Díaz asegura que entre ellos
"hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, y
en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan
bien acompasada y con tanto concierto, y tamaña y llena de tanta
-gente, no la había visto". Estaba cercada de portales, y su distri-
bución era tan ordenada, tan perfecta, que cada artículo tenía lu-
gar señalado. Había una calle de herbolarios donde se vendían yer-
bas y raíces medicinales; casas "como de boticarios" donde se
vendían "las medicinas hechas, tanto potables como también un-
güentos y emplastos"; otras "como de barberos" donde rapaban
y lavaban las cabezas; otras en que "daban de comer y beber por
precio", y en las- que servían "pasteles de aves y empanadas de
pescado", tortillas de huevos, pescado guisado y toda clase de man-
jares; había puestos de esclavos; de animales de caza y domésti-
cos; de peces, frutas y verduras; de ropa, pieles, tapetes y loza;
de piedras preciosas, joyas de oro, plata, cobre, plomo, latón, esta-
ño; de plumas, conchas y caracoles; sin que faltase una policía
bien organizada que tenía a su cargo velar por el buen estado de
los comestibles y la exactitud de las medidas comerciales.
Un sistema aduanal, establecido en todas las entradas de la
MjJJ
TEMPLO Y HABITACIONES
(Códices Teilcriano. Rcmensc y Borgia)
(Cortesía de "El Maestro")
PLANO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
GEROGLÍFICO DE LA FUNDACIÓN
(Códice Duran)
(Cortesía de "El Maestro")
TRAJES GUERREROS
(Códice Duran)
{Cortesía de "El Maestro")
TEMPLO DE HUITZILOPOCHTLI
(Códice Duran)
(Cortesía de ''El Maestro")
MÉXICO-TENOXTITLÁN 15?
ciudad; una buena administración de justicia, la cual se impartía
en el Tecpancalli, enorme edificio que se alzaba frente al mercado
de Tlaltelolco, y la más estricta vigilancia urbana, completaban
el orden, la armonía de la capital del imperio de Anáhuac.
De la impresión que causara a los conquistadores, revelado-
ras son estas palabras de Bemal Díaz al describir la entrada de
Cortés y de los suyos por la calzada principal o sea la que partía
de Ixtapalapa: "Y de que vimos — dice — cosas tan admirables, no
sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante pare-
cía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la
laguna otras muchas, e víamoslo todo lleno de canoas, y en la
calzada muchas fuentes de trecho en trecho, y por delante esta-
ba la gran ciudad de México." Y cuando cuatro días después pu-
dieron contemplarla desde las terrazas del templo mayor, que era
"tan alto que todo lo señoreaba", refiere que Moctezuma, en cuya
real compañía subieron, preguntó a Cortés con exquisita amabi-
lidad si estaba cansado, y que "luego le tomó por la mano y le di-
jo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había
dentro en el agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor de
la misma laguna."
No sin razón hizo exclamar al autor del Quijote, al gran Cer-
vantes, estas palabras frente a Venecia : "... ciudad que a no ha-
ber nacido Colón, en el mundo no tuviera en él semejante: merced
al cielo y al gran Hernán Cortés que conquistó la gran México
para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le
opusiese. Estas dos famosas ciudades — prosigue — se parecen en
las calles, que son todas de agua: la de Europa, admiración del
mundo antiguo ; la de América, espanto del mundo nuevo."
Su población, formada de más de trescientos mil habitantes,
era en general disciplinada y de moralización casi perfecta. Ene-
migos del embuste y de la embriaguez, los aztecas destruían las
casas a los que tomaban licores con exceso, queriendo demostrar
con eso que los creían indignos de vivir en sociedad; tenían en
grande estima el matrimonio y les era prohibida la poligamia,
aunque los reyes y grandes señores se rodeaban de muchas espo-
sas; educaban a sus hijos con esmero y los acostumbraban al tra-
bajo ; eran, en suma, humanos, inteligentes, laboriosos y aptos pa-
ra todas las artes.
Su indumentaria, en extremo pintoresca, daba vivas notas de
154 MÉXICO MODERNO
color de aspecto físico de la ciudad. Vestían la mayor parte de
los hom'bres traje compuesto de una especie de faja o ceñidor, lla-
mado maictlatl, liado a las caderas y anudado de tal manera, que
dejaba caer sus puntas por delante y por detrás, en artística for-
ma; un manto cuadrangular, llamado lilmalUque, atado al pecho
o al cuello, cayendo en derredor del cuerpo hasta las pantorrillas,
y sandalias de cuero, llamadas factli. Las mujeres llevaban unas
camisas largas y sin mangas, designadas con el nombre de huipl-
IIL puestas varias, una encima de otra, y de distinto largor, para
dejar ver los diversos tintes y caprichosas labores de cada una;
enaguas o tzincueitl que les llegaban a los tobillos; una a manera
de toca bordada, nombrada quexquemU,y ligeros cac//i.. Los plebe-
yos usaban telas de pita o algodón bastas, y colores y adornos sen-
cillos. Los grandes señores, aparte de la finura de los tejidos y ri-
queza de los colores y adornos, se ataviaban con dos borlas de de-
licadas plumas, atadas a los cabellos y guarnecidas con oro ; traían
un gran plumaje a la espalda; en los brazos se ponían ajorcas de
oro; en el cuello sartales de piedras preciosas y perlas; en la nariz
y las orejas, turquesas y argollas de oro, ban.das de mosaicos de
plumas en el pecho, y grebas y armaduras de oro delgadas, de la
rodilla hasta el pie. Las señoras usaban las mismas prendas que
las demás mujeres, sólo que de gran riqueza; tocaban sus cabe-
llos con hilos de piedras preciosas, portaban ricos brazaletes y co-
llares, y solían pintarse la cara de un leve rojo o amarillo, los
dientes de grana, igual que el pecho y las manos, de negro los pies,
y se ponían muchos perfumes. Los monarcas extremaban todo ese
fausto hasta hacerlo estupendo; portaban cetro y calzaban sanda-
lias de oro.
Este pueblo esencialmente religioso y guerrero, que se expre-
saba en una lengua armoniosa cuya perfección, si hemos de creer
a algunos filólogos, es comparable a la del griego; que poseía en
alto grado el sentimiento de la nacionalidad, y los elementos de
una civilización, ruda si se quiere, pero que extendía su inñuencia
sobre todo el organismo social y político, este pueblo era, según
expresiones del propio Hernán Cortés, un "primor en su vestido y
servicio"; había en sus usos y trato "la manera casi de vivir que
en España, y con tanto concierto y orden como allá", que en gen-
te "tan apartada del conocimiento de Dios y la comunicación de
MÉXICO-TENOXTITLÁN 155
otras naciones de razón — agregaba — es cosa admirable ver la que
tienen en todas las cosas."
Y ese pueblo, que hizo obras grandiosas, y obras de raro arti-
ficio, y que edificó tan soberbia ciudad, era ... ¡un pueblo bárba-
ro! sólo porque practicaba los sacrificios humanos a igual de los
fenicios, los egipcios, los árabes, los cartagineses, los persas, los
griegos, los romanos, y CASI TODOS los pueblos de la antigüedad ;
pero vino la civilización, es decir, la Conquista, y no conforme ésta
con arrasar por completo tan bella ciudad, trajo las siete plagas
de que nos habla Mendieta, substituyó los sacrificios humanos con
la Inquisición, expolió y envileció a un pueblo que lo era de hecho,
y destrozó una cultura que pudo haber subsistido hasta nuestros
días, y tras un progreso de cuatro siglos más, estar evolucionando
ahora como cualquier cultura exótica (la japonesa, por ejemplo),
sin el fardo de los terribles problemas que la agitan y ensangrien-
tan, en su afán de volver a ser lo que fué en tiempos pretéritos.
LUIS CASTILLO LEDON.
(PRINCIPALES AUTORES CONSULTADOS:— Hernán Cor-
U^B, Cartas de Relación a Carlos y.— Berna! Díaz del Castillo. La coiir
^¡uista de Nueva España. — Francisco López de (íomara, Conquista de
México. — Baltazar Dorantes de Carranza, Sumaria relación de las co-
sas de Nueva España. — Cecilio A. Róbelo, Nomhres geográficos mexico-
nos del Distrito Federal).
NOTA.— Este artículo fue escrito hace varios afíos, sin otro finque el de ha-
cer obra de divulgación histórica. El autor no está de acuerdo ya con la con-
clusión a que llega, pues reconoce que la Conquista trajo costumbres, religión
y lengua superiores a las que aquí había, y que si ese magno acontecimiento
no sobreviene, no existirían las razas criolla y mestiza, a la primera de las cuales
pertenece, ni se consideraría orgulloso de poder hablar y escribir el más bello
de los idiomas.
L. C. L.
CARÁTULAS
JOSÉ VASCONCELOS
Su alma sintió las alas muy temprano. No pudieron mutilár-
selas las tijeras intelectualistas, ni los aceros de las máquinas de
esta muriente civilización sin ideal. Encendido en la divina lumbre
ha hallado su objeto supremo: "arder luminosamente".
¡A costa de cuántas zozobras y de cuántos dolores! Poseyé-
ronle todas las furias, los demonios le tuvieron asido; lo arrastró
la corriente de lo externo y las penas le infiltraron su ponzoña:
¡ todas las fiebres del sufrimiento actual ! Él, marcado ah initio por
la gracia, creyó perderla y dudó de si eran ''firmes sus motivos
ideales, si realmente eran sinceros sus nuevos misticismos".
En la vasta y poderosa sinfonía de su desarrollo, tuvo su lu-
gar el scherzo, anárquico, con su implacable crítica, con su escep-
ticismo disolvente. Era necesario "para la selección de esa cosa tur-
bia que era su conciencia", como toda conciencia. El detalle ahogó,
momentáneamente, el vibrar del' ritmo supremo.
El joven Meister salía al mundo a medir con su alma el dolor
y el engaño que hay en él, para adquirir, más tarde, la serenidad,
augusto don final.
Pero como en él persistía la inquietud, como era de esa varie-
dad psíquica que él define como irresistiblemente inclinada a la
síntesis, variedad que puede confundirse con la de los "depen-
dientes" de William James, nunca dejó de mano el problema de
los últimos fines; el misterio lo atrajo en todas sus formas, y así,
niño, gastó estérilmente largas horas imponiendo las manos so-
bre trípodes que no respondían, visitando casas de duendes, que
se negaban a asustarlo, e invocando espíritus que jamás se mani-
festaron.
CARÁTULAS 157
Hombre ya, cuando su mente puso a la vida la interrogación
ansiosa que toda mente noble le hace; cuando desencantado por el
oficial materialismo sintió algo en su interior que no se saciaba,
ciñó sus riñones con el cíngulo de la privación, y con el ritual báculo
en la mano, partió rumbo a todos los pensamientos, navegó por
todas las filosofías. Fausto buscaba a las madres.
Claro es que ya llevaba en su hato un sistema ; el que le impri-
miera prístinamente su educación católica romana; pero esta edu-
cación que basta a habituarnos a mirar más arriba de esta tierra, es
ineficaz en nuestro primer despertar intelectual, cuando, orgullosos
de nuestro cerebro, lo queremos razonar todo. Más tarde, cuando
desengañados de los otros sistemas, sutilizada nuestra conciencia
por ellos, también, nos encontramos nuevamente, en el desarrollo
cronológico de nuestros estudios, con aquella religión, volvemos a
ella en su expresión de cristianismo puro e insustituible.
K Mas antes hay que hacer el periplo. Vasconcelos entróse por
ios mármoles de Grecia. En sus plazas y en sus jardines conoció
a sus filósofos, a quienes suplicó que le resolvieran el enigma. La
escuela de Mileto le enseñó que todo es devenir; Heráclito le dio
su pesimismo fundamental, sin el cual no hay salvación para el
alma. Ante Pitágoras y Platón se arrodilló deslumhrado, como
Moisés ante la zarza ardiente. Su misticismo original se descubrió
a sí mismo, y en adelante sólo trató de acendrarse. En Plotino
supo lo que es el éxtasis, ese estado en que el alma conoce al Crea-
dor, de un modo inefable.
Y entonces, tal vez, percibió como un ritmo vaguísimo la voz
taumaturga de los Evangelios. El conocimiento por el amor, de
Jesús, su doctrina de consolación y de pureza, su gran impulso de
redimir a todas las almas, sacándolas de los empeños materiales
y señalándoles un reino de Dios supra-terrestre, elementos gran-
diosos de religión, se le aparecieron nuevamente, ya mondos de
los ropajes del catolicismo.
Luego, los filósofos alemanes acabaron de arruinar en él la
idea de que todo debe pasar por la razón. El impulso, el deseo, la
energía son la base del universo. Kant fijó en su mente que toda
metafísica es intuitiva. Con Schopenhauer recibió su espíritu el
sacramento de la confirmación en el pesimismo, y Nietzsche lo hizo
comulgar con la tragedia del mundo. En Francia, Bergson le ha
mostrado cómo deben cerrarse los ojos, abriendo el alma al rumor
invisible.
158 ' MÉXICO MODERNO
Ya es un místico acabado; ya se siente él mismo esa super-
conciencia, que se alza a lo trascendente y aprehende sus revela-
ciones. Irá a escuchar el mensaje de todos los que fueron antenas
hundidas en el infinito: Kempis, Francisco de Asís, Juan de la
Cruz, Santa Teresa, Fr. Luis de León, Ruysbroeck
Pero quedaba aún medio mundo inexplorado: el oriental, y
parte a la selva indostánica, a las ciudades sagradas como Hena-
res, para conversar con brahamanes, fakires y yoguis, trayendo
de allí un rico bagaje y el firme propósito de hacer, — como San
Pablo hiciera la síntesis de la idea griega y de la cristiana, — la sín-
tesis del pensamiento indostánico y del cristiano.
Su tendencia a lo absoluto, al monismo, había de encontrarse
holgada en la filosofía vedántica que proclama y enseña el *Tat
twam ansí", "tú eres esto". Identidad de las cosas con nuestra con-
ciencia.
Maya, la ilusión, nos cubre e impide el verdadero ser y hay
que rasgarla, para lo cual se necesita el vigor y la entereza que da
el pesimismo.
La salvación sólo se consigue por los que tratan de purificar-
se, no viendo más la eterna danza que "pakriti", la materia, teje
ante la atónita **purusha", el alma. El renunciamiento y amor son
los consejos de Buda, para lograrlo.
Pero a Vasconcelos no le satisface la salvación individual, la
de unos cuantos Budas, e imagina y sostiene que Jesús es el Buda
Maitreya, el Buda Misericordioso, que concibe y procura la salva-
ción de todos los hombres, por la exaltación, por la gracia.
¡Fecunda idea ésta que permite al cristianismo penetrar en
las conciencias vedantas, y a aquél renovarse en las concepciones
hindúes !
Imagino al ser de Jesús, ya liberado del Karma y en el seno
de Brahma, el Padre, desprendiéndose, por amor a las otras al-
mas, de la beatitud, y encarnando de nuevo, para ser guía y luz.
El misterio de la encarnación se me hace patente, y creo con
firmeza que, periódicamente, ha de verificarse esta **kalpa" in-
versa, en que una partícula bienaventurada de Brahma, baje a la
carne, para bien de los hombres.
Los sabios de los Upanishads enseñan que la materia es de
una misma sustancia que la idea; la ciencia moderna concibe al
átomo como un centro de movimiento, en el que se agitan fantás-
ticamente los electrones, que no son nada material, sino una simple
CARÁTULAS 159
potencialidad dinámica, es decir, algo inmaterial y que se confun-
de con la naturaleza de la idea. Así se realiza el monismo univer-
sal, un monismo energético que se hace estético, según la intuición
de Vasconcelos.
El materialismo había reducido todo a mecanismo, a materia;
el pensamiento mismo era una secreción del cerebro. Por reacción,
por nobleza de espíritu, Vasconcelos dice, con otros filósofos, que
la materia no es, que lo único existente es, no la idea, sino el espí-
ritu, caracterizado por el ritmo.
Descubre en el mundo dos clases de fuerza: una, la que mueve
al mundo externo y donde impera la causación, y la llama dina-
mismo newtoniano; otra, la libre, que se origina de la voluntad, y
la llama ritmo pitagórico, interpretando el "número" que predicara
Pitágoras, no en el sentido matemático, sino en el de ímpetu, de
vibración. "La energía estética, — dice — , que llamó pitagórica, en
oposición al dinamismo newtoniano, nace en la conciencia, y lejos
de abandonarse a la sucesión de los fenómenos, los arrebata en
impulso de ritmo nuevo, los asimila a la inquietud de la voluntad
y al afán de la belleza". Así, influye sobre lo externo como el dia-
pasón vibrante sobre los cuerpos que lo rodean.
El pathos estético verifica, pues, la síntesis, de lo uno en lo
múltiple.
Quien llega hasta aquí ha alcanzado la cima del conocimien-
to humano. Tal es el fondo del hombre.
Con esta sed de absoluto, con esta seguridad de poder cambiar
por un impulso exaltado de amor y de belleza, todo el ambiente,
es claro que no transigirá con lo relativo y fragmentario, con la mal-
dad y la fealdad.
En filosofía condena al ensayo por detallista y por personal;
quien no tiene asco del yo, no pasará de los linderos de lo mediocre.
Hay que crear un género nuevo, contrapuesto al tratado, que sea
como la sinfonía es a la sonata. Su originalidad se muestra también
estableciendo una nueva prueba de la inmortalidad del alma; in-
tentando renovar la mística, expresándola por imágenes auditivas
en vez de visuales.
Como es un devoto de la vida, odia a lo superficial ; auna el Mal
con la Ironía y nos dice su incompatibilidad con la elegante sonrisa
de Anatole France y con la razonadora acritud de Bernard Shaw.
También como corolarios de la supremacía del "pathos", pro-
fetiza la misión creadora que tienen que cumplir los pueblos de Amé-
,6o MÉXICO MODERNO
rica, puesto que son mezcla de carne morena, quemada por sd, y
de carne rubia, y ya que sienta la tesis atrevida y seductora de que
sólo esta combinación es fecunda, y que las razas del norte son
capaces de construir únicamente civilizaciones industriales, que re-
ducen a la esclavitud al noventa por ciento de los individuos de una
sociedad.
Y bajando a este terreno, yo creo que es bajar, de la cons-
titución actual de la humanidad, se siente apóstol y quiere llevar
la buena nueva a las almas, si es menester forzando la verdad y la
felicidad dentro de ellas. Irascimini et nollite pecare
¿Quién no tiene presente su figura cuando se enfrenta con un
auditorio, que es enfrentarse con un montón de prejuicios? ¡Cómo
los ataca ! ¡ Cómo los provoca ! Sin tregua y sin piedad.
Con el cuerpo un poco encorvado, con una voz medio quebra-
da y falta de timbre, con ademán más bien zurdo, concítase las
iras de la burguesía económica e intelectual, que es su bestia ne-
gra.
Y parecerá a quien no haya sondeado su conciencia, que no hay
en ella la inmensa dosis de bondad que encierra, porque no la denota
su cara impávida de mentón un poco sumido, de bigotillo lacio de
mestizo, y de mirada fría. Su método es atraer por contrariedad y
no por simpatía.
Y no estaría completa la semblanza si no se pintara su acti-
vidad de revolucionario. Cabe, desde luego, pensar cómo alma que
da tan poco precio a esta existencia se emplea tan insistentemente
en mejorarla.
¿Por qué quien elogia a las religiones hindúes, por no haber
derramado una sola gota de sangre, en guerra unas con otras, no
retrocede ante el estrago de las revoluciones hechas, no para lo-
grar la implantación de un ideal moral o religioso, que es lo más,
sino de un ideal económico o jurídico, que es lo menos?
El místico es el ser más activo, es cierto, pues ebrio de certi-
dumbre, nunca vacila respecto a su vía, respecto a su conducta.
¿Pero el mal puede ser medio? Arjuna dijo a Krishna antes de la ba-
talla: "Preferiré mendigar mi pan por el mundo antes que ser ase-
sino de estas gentes ..." Krishna lo alentó al combate alegando la
futilidad de la vida y de la muerte, y la salvación por medio de la
acción. Sí, la salvación propia; pero, ¿los demás se salvan?
En buena hora creer que la sociedad actual es defectuosa e in-
justa. Si, hay que condenar "la invención de la máquina, la codicia
CARÁTULAS i6i
colectiva, el exceso de la alimentación, la filosofía empírica y la
moral utilitaria"; hay que esperar que se desvanezca el régimen
capitalista y que se encumbre una aristocracia del espíritu, por-
que esa es una tendencia innata en la sociedad, no una aristocracia
meramente intelectual, como en el fantaseo de Renán, sino una
aristocracia plena del espíritu del bien y de la belleza.
Pero tal vez no estamos autorizados a demoler, sino a trans-
formar. El Buda Misericordioso dijo que en cualquier estado pue-
de conocerse la verdad y servir a Dios, y los esclavos en las er-
gástulas lo confesaron. El justo, únicamente vive por la fe: "lus-
tus autem ex fide vivit", dijo el apóstol.
Vasconcelos quizá es víctima de su inquietud, y él, que lanza
anatemas a todo optimismo de la tierra, piensa, a ratos, que la
tierra puede ser asiento de felicidad. ¿No le sucede eso en los mo-
mentos de que él nos habla, analizándose, en que siente la "inca-
pacidad de persistir en los estados de entusiasmo y de fe? ¿En
esos ratos de acedía que tan bien describe Teresa de Jesús?
Cualquiera civilización permitirá al individuo llevar una vida
espiritual, intensa y amplia, porque — él mismo proporciona este ar-
gumento— si su ritmo pitagórico es fuerte, arrastrará a las cosas,,
sin necesidad de materializarse. Este es el milagro musical.
Esa su actividad externa hace pensar — furtivamente, fugaz-
mente— si será uno de esos seres que apunta Rolland, que por des-
encanto interior, por despego a la vida, se atribuye un papel so-
cial, que desempeñan con todo entusiasmo. ¡Es el único recurso
que les queda para sentirse vivir !
El problema es para mí irresoluble; tal vez no existe el pro-
blema, sino sólo mi incomprensión.
De todos modos, estemos seguros de que encontrará al fin la
serenidad y la luz, porque hay en su alma la chispa de la caridad.
Kempis, en el extremo de la unión con Dios oraba : "Mas porque soy
aun flaco en el amor e imperfecto en la virtud, por eso tengo nece-
sidad de ser fortalecido y consolado por tí. Por eso visítame, Señor,
más veces, e instruyeme con santas doctrinas".
GENARO FERNANDEZ MAC-GREGOR.
Méx. Mod.-3
LA COMMEDIA DELL ARTE
I
DE LAS MÁSCARAS
Pantalón
Narciso
Petronilo
Escaramucha
Mezetino
Arlequín
Escapin
Polichinela
"Doctor
Capitán
Leandro
Horacio
Cintio
Nifaldín
Lelio
Francatripa
Pierrot
Comisario
Colombina
Isabel
Lelia
Brighela
Tartaglia
Cornelina
Fracisquina
Beltrana
Flamina
Gioppino
Giargulo.
LA COMMEDIA DELL ARTE ,ej
II
DE LO QUE SIGNIFICAN
Pantalón, avariento comerciante
Doctor, filosófico curandero
Capitán, espadachín fanfarrón
Polichinela, lírico gracioso (1)
Mezetino, jovenzuelo intrigante
Pierrot, mozo de molinero y romántico
Casandro, viejo burgués
Leandro, gran señor
Francatripa, glotón de macarrones
Isabel, suntuosa dama de calidad
Colombina, pispireta mozuela de barrio.
(1) El barbero. Fígaro de España, rufián, dicharachero, malicioso y cínico
ideado o mejor explotado por Beaumarchais, es indiscutible que constituye un
tipo parecido al Polichinela italiano y es además uno de los personajes de
la farsa popular española más bien delineados; pero cuya acción no perduró
por la misma volubilidad, grandilocuencia, de la literatura española de ia
época.
i64 MÉXICO MODERNO
111
DE DONDE SON (l)
Arlequín, de Bergamo
Giargulo, del Piamonte
Narciso, de Bolonia
Petronilo, de Bergamo
Beltrana, de Milán
Escaramucha, de Ñapóles
Mezetino, de Roma
Doctor, de Bolonia
Polichinela, de Roma
(1) No sólo eran de determinado higar por obra de la casualidad, sino que
constituían verdaderos tipos críticos de las figuras populares sobresalientes
de cada lugar. Como en la farsa inglesa se hace caricatura del tipo religioso
católico de Irlanda y se Ite pinta con los más exagerados colores ; en Francia se
ridiculiza al patín, al no parisino, y se determina su aspecto marsellés, etc.; y
en España se clasifican los andaluces, los catalanes, los gallegos, etc. De i¿ual
modo se formulaban en Italia los dichos personajes explotados en su teatro.
LA COMMEDIA DELL ARTE 165
IV
sus INVENTORES (l)
Arlequín, inventado por el célebre actor Parigi durante su estancia
en Francia en la época de Enrique III.
Escaramucha, inventado por el actor Tiberio Fiorelli, en Francia
(nacido en 1618 y muerto en 1696).
Mezetino, inventado por el actor italiano residente en Venecia y
llamado igualmente Mezetino (1654 a 1729).
Polichinela, inventado por el actor Silvio Fiorillo.
(1) Los nombres de los personajes provenían unas veces del nombre de los
actores, y otras veces el nombre de éstos se derivaba del de aquéllos.
"Ce n'est pas tout: le sobriquet tendait toujours il devenir la désignation
typique du role et du personnage oü avait excellé celui qui l'avait porté d'abord;
ou bien il pouvait ^tre tiré directement du nom de ce roleet de ce personnage;
dans Fun et l'autre cas il se transmettait avec le role lui-meme; et rien ne
distingue plus l'acteur qui c'est ainsi que: Bontemps au Roger Boutemps —
Gualtier Gorguille (nommé bien avant le temps du célebre farceur qui vécut
sous Louis XIÍI, dans la farce ^'Colin fils de Thenot". La meme chose exacta-
nient s'est passé pour Arlequín au siécle suivant on a fait cent pieces, oft
Arlequin paraít, et il y a eu plusieurs comédiens différents connus sous le
iiom d'A.rleauin".
i66 MÉXICO MODERNO
DE LOS ACTORES FUNAMBULESCOS
Neuber
Felicia Mallet
Hilas
Catalina Biancolelli
Maillard
Dominico
Gelosi
Flaminio Scala
Cocodrillo
Fedoli
Fiorelli
Golinetti
Sacchi
Guyou
Locatelli
Dominique
Shavardi
Thomassini
Cario Bertinazzi
Paul Frank
Gotscheel
Roscio
Gros Guillaume
Turlupin
Tabarin
Luigi
Gaspar Debureau (1)
Rouff
Legrand
Federico Lemaitre
(1) Su hijo de igual nomíbre también fué célebre actor funambulesco y
recorrió, como su padre, toda la Europa latina-
LA COMMEDIA DtLL ARTE 167
Charles.
Herblay.
Trimoville
Barbarini.
Thales (2)
Pilades
BathiHo
(2) Los tres últimos actores, aunque de la época romana, no he querido su-
primirlos, porque constituyeron la representación más graciosa de la primitiva
farsa, en la que el valor mímico era factor importantísimo y, además, sus ca-
racteres burdos, groseros, se acercan mucho al original tipo del Arlequín de
que se hahla en próximo capítulo.
i68 MÉXICO MODERNO
VI
DE SUS DIVERSOS NOMBRES
Capitán, Aspromonte, Tiribiribombo, Leontrone, Arcitonante, Es-
cabombardon de la Papirotonda, Basilisco, Fracassa, Ro-
domante, Spezzaferro, Spezzamonti, Bellerofante, Marte-
lione. Rinoceronte (1).
Arlequín, en la Roma Alitigua, Maco ; en la llamada comedia de los
atallanes durante las postrimerías de la dominación roma-
na en Italia, Buceo; en las diversas repúblicas italianas,
Sannio, luego como derivación o contracción, Sanni. (2).
(1) En España, Matamoros; en Francia, Fanfarrón.
(2) En Alemania, Hans Wurst; en Francia, Juan Potage, especie de bufón;
en Inglaterra, Jack Pudding; en Holanda, Pickelherringue.
LA COMMEDIA DELL ARTE
169
VII
DE LOS ANIMALES QUE LES ACOMPAÑAN (l)
Perros
Loros
Pá jaros -
Gatos
Osos amaestrados
Palomas
(1) En las estampas de la época se ven tales animaJ^es, y en las diversas far-
sas se cita y se habla a cada momento de ellos.
170 MÉXICO MODERNO
yiii
DE SUS RELACIONES FAMILIARES (l)
Isabel, esposa de
Pantalón, amigo del
Doctor, amo de
Arlequín, enamorado de
Colombina, doncella de Isabel y novia de
Pierrot, mozo de
Leandro.
o bien
Colombina, hija de v
Casandro, o de
Pantalón, y amante de
Arlequín, y
Pierrot y
Leandro.
(1) Las relaciones familiares fueron improvisadas por los literatos italia-
nos como Goldoni, Cerlone y Goldoni, así, pues, no tiene más significación
que el buen gusto de estos escritores, y de ninguna manera obedece a razones
reales, como pretenden algunos historiadores modernos.
LA COMMEDIA DELL ARTE 171
IX
DE LA TRAMOYA
En los contratos que celebraban los cómicos o farsantes con los em-
presarios, se expresaba por lo general lo siguiente, que es real-
mente curioso (1).
El actor está obligado :
1.", a vestirse en la cocina del teatro.
2.°, a representar de esbirros, ladrones, reyes, etc.
3.°, a vestirse conforme a las ordenanzas de los autores o escenarios
que se eligieran.
4.^, a llevar consigo mandolinas, pelucas, perros, abrigos, panderetas.
5.°, a empujar el carro, cuando las muías o caballos se cansen de ti-
rar de él.
6.°, a no cobrar nada anticipado.
7.'', a conformarse con la quiebra o bancarrota (2) de la farándula,
cuando ésta no tuviere trabajo.
S.% a encender lumbre en los altos que se hicieran estando de viaje.
9.", a danzar o gritar cuando llegue el caso, a fin de atraer al público.
(1) Extracto de un contrato del célebre empresario Rlch.
(2) Más bien bancarrota, por ser palabra netamente italiana, de banca-rota,
porque los fiscales rompían los bancos de los comerciantes que habían sido de-
clarados fallidos.
172 MÉXICO MODERNO
DE LOS PRÍNCIPEto, MAGNATES Y REYES QUE LOS PROTEGIERON
Enrique III de Francia
Catalina, Pedro y Lorenzo de Médicis
Luis XIV
Luis XIII
Femando el Católico
Francisco I
LA COMMÉDIA DELL ARTE 173
XI
DE LAS FARSAS FUNAMBULESCAS
Arlequinada, especie de pantomima, introducida en la Comedia del
arte en Italia, hacia el año 1602.
Commedia dell Arte, llamóse así a ciertas comedias ingenuas, flori-
das, a veces licenciosas (causa de su decadencia en
Italia y de las censuras continuas de los críticos y aun
del gran Goldoni, que la cultivó con fervor), que se
extendieron por toda la Europa civilizada, sobre todo
por el Norte, (Alemania, Bohemia, Francia, Flandes).
Diferenciábase de la comedia italiana denominada "eru-
dita": 1.% en que era generalmente improvisada, ate-
niéndose los actores a pequeños escenarios o argumen-
tos, quedando al ingenio de los que representaban el
adorno de la obra; y 2.", en que se representaba en
calles y plazas, mientras la "erudita" subía a palacios
y castillos.
Pantomima, de origen latino, alcanzó gran renombre en el siglo XVII,
distinguiéndose tres escuelas : la italiana, la inglesa y
la francesa (1).
AtaM'anes, farsas de la Roma antigua (de Átala, ciudad romana).
Istrionada, farsa romana de origen etrusco (de ister, en etrusco,
cómico, farsante).
(1) Esta clasificación se debe al cómico Severin-
174 ' MÉXICO MODERNO
XII
DE SUS TRAJES
Capitán, gran casaca bordada — sombrero de alas anchas adornado
con plumas de gallo — espuelas — botones dorados — bo-
tas de montar — bigotes erizados — espada "larga como
una lanza" — pelos del pecho que al erizarse agujerean
su camisa almidonada (1).
Pierrot, sombrero negro llamado de Colin — blusa blanca con botones
negros y en las mangas — zapatillas negras — pantalón
flotante — cara enharinada.
Arlequín, pantalón verde, rojo, amarillo, azul a cuadros — zapatos ne-
gros— medias hasta la rodilla, blancas — máscara o an-
tifaz negro (a veces barba negra recortada) blusa
blanca, cinturón de cuero negro — espada de madera su-
jeta por el cinturón.
En Francia no lleva máscara ni barba, se hace más
gentil.
El traje a cuadros le cubre todo el cuerpo hasta las
piernas.
En la Comedia de los Atallanes, llevaba en la cabeza
un pico de pájaro y un vestido rústico aldeano de la
época. En las farsas etruscas, llamiadas istrionadas,
llevaba una gran nariz y muy grandes bigotes.
En Grecia era un bufón grotesco y vestía piel de ñera
(león, tigre), estrechamente colocada sobre el cuerpo.
Llevaba en la mano una varilla, y en la cara una más-
cara de color pardo, en la cabeza sombrero negro o
blanco. Era un rústico campesino ateniense.
Cuando en la Roma pagana se llamaba Sannio, vestía
un traje a cuadros, llevaba la cabeza rasurada y la ca-
ra pintada.
En Herculano y Pompeya se encontraron frisos que
confirman esta descripción que desvirtúa la leyenda
del' siglo XVI italiana, que atribuye la invención de
Arlequín a un muchacho escolar disfrazado en día de
carnaval, con un traje hecho de retazos de lienzo que
le habían regalado sus camaradas.
(1) La caracterfstica de eslte personaje es que siempre aparece extranjero
en los lugares que visita.
LA COMMEDIA DELL ARTE 175
XIII
DE SU INMORALIDAD
A los farsantes italianos de los siglos XVI y XVII, les negaba la
Autoridad eclesiástica todo auxilio espiritual, en virtud de que eran
considerados los faranduleros como gente innoble y grosera.
Y esto fue causa para que fueran despreciados por la aristocracia
de la época en Italia, no así en Francia, en donde fueron muy calu-
rosamente recibidos (1).
che .danno d'últiima mano proprio allora alie máschera del Pantalone, del
Pulicinella e dell Arlecchino ... . ,
. . .la nobilitá castigiana e principesca i Re, i Papi, stessi erigiano nei loro
palagi o nelle loro capitali sontuoso teatrl;
176
MÉXICO MODERNO
XIV
DE LOS AUTORES DE OBRAS DE LAS COMEDIAS DEL ARTE
Laberio.
Publio Sirio. (1)
Paul Margaritte.
^ Hapde.
Gongibus.
Gautier.
Banville.
Catulle Mendés.
Cerlone.
Rich.
Nicolini.
Gustavo Karl.
Xavier Privas.
Pilades.
Alberzati Capacelli.
Gamillo Federici.
Alberto Nota.
Florián.
Nazarin.
Goldoni.
Garlo Gozzi.
Abate Ghiari.
Gorneille.
Marechal.
Planto.
Scarron.
Shakespeare.
Wolf.
Ben Johnson,
(1) Estas dos autores, aunque romanos, los considero como italianos, por-
que hicieron gran labor en un (sentido parecido al que se realizó posteriormen-
te en Italia.
L^ COMMEDIA DELL ARTE 177
XV
/
DE3 LAS OBRAS QUE3 REPRESENTABAN
Príncipe de las Cien Sopas, por Vernon Lee.
Farsas de Polichinela, por Francisco Cerlone.
Tres naranjas, por Cario Gozzi.
Monstruo Azul, por Carío Gozzi.
El Pájaro Verde, por Cario Gozzi.
La Naissance d'Arlequin, por Hapde.
El falso ermitaño o el Monedero falso, por Gongibus.
Danza de la Muerte, autor desconocido.
El Juicio de Paris, autor desconocido.
El chino de Dufesny, autor desconocido.
El Empresario de Smirne, por Goldoni.
Ma Mere TOie, por Catulle Mendés.
Tricornio encantado, autor desconocido.
La flauta mágica, autor desconocido.
El gendarme encantado, autor desconocido.
La Cenicienta, autor desconocido (1).
El esqueleto, por Ricardo Bell.
Pierrot en África, 'autor desconocido.
Pierrot volet de la mort, por Champleury.
La trantadue disgrazia d'Arlecchino, por Goldoni.
L'Arlecchino imperatore del mondo della luna, por Goldoni.
II figlio d'Arlecchino perduto e ritrovato, por Goldoni.
Colombine-Arlequin, por Lesage.
Colombine aux en fars oi Arlequin vainqueur de Pluton, Lesage.
Colombine mariee per complaisance, autor desconocido.
Zovan zavatino, autor desconocido.
Gina e de Relnea, autor desconocido.
La donna chi se credia avere un raba veluto, autor desconocido.
(1) Esta obra está basada en el célebre cuento de igual nombre que ha sido
i tratado por literatos de diversos países desde la antigüedad hasta nuestros
días,
Méx. Mod.~4
178 MÉXICOMODERNO
Nicolao Spranga, autor desconocido.
Perón e Cheirina, autor desconocido.
Lanternero.
Nicara e de Librina.
Del brachio e del milaneiso.
Del franzozo alogiato a tos leria del Lombardo.
Colin fils de Thenot.
Illusion comique, Corneille.
Le veritable Capitán Matamore ou le fanfarrón, por Merechal.
Les bondades du capitán Matamore, Scarron.
Preziosa, por Wolff .
Músico de Augsburgo, de Bauerufeld.
LA COMMEDIA DÉLL ARTE
179
XVI
DE LA BIBLIOGRAFÍA
Giusto Moeser
Guadrio
Micoli
F. H. Bothe
Lessing
Gryser
Goldoni
Barón de Bienfield
A. Adam
Gómez Carrillo
Marco Foscarini
Eusebio Eramite
Girolamo Tiraboschi
Cario Fontano
A. F. Ozanam
Frederick Winkel
Gio Giorgio Abrone
Petit de Juleville
E. Picot
Giuseppe Guarzoni
Harlekin oder Vertheidigung des gritesk-
komiken 1777.
Della storia e ragione d'ogni poesía.
Stpria avanti il dominio dei Romani.
Nuova enciclopedia populare italiana owero
dizionario genérale di scienze, lettere, arte,
storia, geografía, ecc. ecc. Torino, 1856.
Poeta latini scenici, 1829.
Abhandlung von den pantomimen dei alten
Pantomimische kunst des alterhums.
Commedie scelti di Milano, 1821.
Enciclopedia.
Antigüedades romanas.
El teatro de Pierrot.
Dellia letteratura veneziana libri otto di Pado-
vo 1752 infolio.
Osservazioni sopra vari punti d'istoria Ifette-
raria ef porte in alcune lettere 1756 1 v. 8."
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Anfiteatro Flavio. 1725 Roma.
Documents inedits pour servir a Thistoire
litteraire de Fltalia siglos viii xiii.
Horn Ph. D. — History of the literatura of
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Commedie e farse carnavales che nei dialetti
astigiano, milanese e f rancese misti con latino
bárbaro, Milán, 1865.
Historie du theatre en France. — Les come-
diens en France. París, 1885.
Gringore et les comediens italiens. París, 1877
II teatre italiano nel secólo XVIII. Milán, 1886.
E. ABREÜ GÓMEZ.
S. M. EL FOX
TENEMOS que aceptar como un hecho irremediable, aunque
vergonzoso para nosotros, la conquista que en materia mu-
sical ha consumado en nuestro país la poderosa República
del Norte. La invasión comenzó al paso continúo a pasos dobles y ha
terminado al trote ... de zorra, con la astucia peculiar de ese ma-
mífero carnicero. . . (¿será un fatal augurio?).
Los one steps^ los tioosteps y los fox-trots se han apoderado
de este país sin más baterías que la hatería execrable que es base
necesaria de tales bailables. Dicha batería es de invención yanqui:
nunca, ni los más atrasados pobladores de las selvas africanas ima-
ginaron nada más genuinamente salvaje. Silbos, aullidos, ruidos
inauditos y percusiones extrañas produce esta indispensable com-
pañera del fox-trot. Un hombre casi enloquecido trabaja con ma-
nos, pies, boca y cabeza y llena el ambiente de los más exóticos
rumores. Es el artista de la batería.
Y este galimatías musical, esta cacofónica amalgama de rui-
dos y sonidos inarmónicos ¡es la expresión del alma norteameri-
cana! Porque ni las fugas (en el sentido musical del vocablo) de
la señora Beach, ni las óperas de Cadman, ni las sinfonías de Car-
penter pueden considerarse como la manifestación sonora del sen-
timiento yanqui; donde éste vibra, donde se refleja como en un
espejo es en el Fox., en el astuto Fox^ que en la forma menos agre-
siva ha realizado la conquista de México.
En teatros, cines, salones y cafés; en soirées burguesas y en
bailes aristocráticos, el Fox, con su cortejo de ruidos salvajes apa-
rece como el dictador de todas las ñestas. Los valses cadenciosos,
las danzas lánguidas, los jarabes vernáculos, han cedido el campo
al despótico conquistador. En las bodegas de los almacenes de
música envejecen las producciones artísticas de Castro, de Villa-
S . M . E L F o X i8i
nueva, de Elorduy, de Rosas, de Abundio Martínez. . . El público,
que ya las ha olvidado, sólo pide Fox; Fox disfrazados de turcos,
de egipcios, de chinos o de charros mexicanos, ¡pero siempre Fox!
Miles de ejemplares circulan tanto en la Capital de la República
como en las más lejanas provincias. El foxtrotismo. es la epidemia
de nuestros días.
Mientras el Fox impera, la hatería dirige sus más certeros dis-
paros contra el buen gusto, contra la tranquilidad de quien busca
en el cine o en el restaurant un rato de solaz y — lo que es más gra-
ve aún — contra el porvenir artístico de los jóvenes músicos que ba-
jo su acción ruidosa y» destructora de toda emotividad y toda in-
terpretación artística, acaban por convertirse en autómatas de un
arte que demanda, precisamente, de los que lo profesan una ex-
quisita sensibilidad. Agobiados bajo el chaparrón ruidoso de la
hatería, bajo la monotonía exasperante de los Fox^ los jóvenes
músicos que tocan en las pequeñas agrupaciones de los cines y ca-
fés, pierden el entusiasmo, olvidan sus más nobles propósitos y
van a aumentar el montón de músicos escépticos esclavos del in-
terés, muertos para toda empresa noble y generosa.
Compuesto de formas viles y ritmos vulgares, el Fox no pue-
de despertar sino sentimientos desprovistos de nobleza y digni-
dad. No habla a la inteligencia ni al corazón; se dirige únicamente
a excitar el deseó del movimiento físico, lo cual, según Bellaigue,
es la característica de toda música inferior. Ciertos animales ex-
perimentan, también, ese deseo de movimiento físico al escuchar
determinada música bailable.
Es perniciosa, por tanto, la invasión de México por S. M. el
Fox. Y es triste, además, que nuestra juventud se entregue in-
consciente en los brazos del conquistador, sin considerar que de-
trás del baile americano que nos invade, se dibujan, como una
amenaza, los faldones del frac de Tío Sam.
MANUEL M. PONCE,
ARTES PLÁSTICAS
SE«)CIÓN A CARGO DE
MANUEL TOUSSAINT
LA EXPOSICIÓN VAZQUEZ-DIAZ,
en el Palacio de Bihliotecas y Museos de
Madrid
I. EL IMPRESIONISMO.— Un arte
en plenitud, define su época. Si el
arte no define una época, carece de
valor fundamental; no será nunca
"clásico", porque no fué actual nun-
ca. Será un arte de jamás. Y el arte
que cumple su fin ideal y espiritual,
es bueno, siempre, dos veces: en su
momento y en nuestra relativa eter-
nidad.
El impresionismo ha sido, en pintu-
ra, como el simbolismo en poesía y en
música, definidor de la vida moderna
universal; es decir, que la vida mo-
derna universal "necesitó" definirse
estéticamente y creó su arte "necesa-
rio"; quedó definida, en belleza, por
el arte. El impresionismo, pues, mar-
ca definitivamente, en la historia de
la pintura, una era artística vital.
Después de él, no es posible volver
atrás, porque el arte necesario es co-
mo la ciencia, y en él hay que partir
de cada conquista nueva. — Lo ante-
rior, como en la ciencia también, es
ya sólo curiosidad más o menos be-
lla, deleitable, admirable, pero que no
sigue añadiendo cosa, en lo técnico,
para filólogos.
En todo el mundo de civilización oc-
cidental, alerta, la pintura moderna
con valor actual, clásico, es consecuen-
cia necesaria, como fué necesario él,
del impresionismo.
2. LA PINTURA "MODERNA"
ESPAÑOLA.— En España, hasta es-
tos años más recientes, el impresio-
nismo no había producido evolución
alguna. Nuestra pintura — y nuestra
escultura — se habían deshermanado,
rezagándose, de nuestra literatura y
nuestra música, en las que, aunque el
ejemplo es contadísimo, nos habíamos
puesto al nivel de mejores países. —
Sólo algún modesto caso perdido — Re-
goyos asensual, Iturrino fácil, Mir di-
secado y esterior — y sin ascendiente. —
El cambio, en aquéllas, había sido
esterno nada más, una semirrenova-
ción, que no partía ni de sensibili-
dad en duermevela ni de refrescada
cultura espiritual e ideal; un seudo-
impresionismo, una incomprensión
del impresionismo, en suma.
Desde el impresionismo, se han pin-
tado en España, sin duda, cosas esce-
lentes y hasta cosas majistrales, si
ARTES PLÁSTICAS
iSj
se quiere; pero que no responden, digo,
a proceso evolutivo, creador; que na-
da han añadido — y han restado por
lo tanto — en afinamiento, en adelicade-
zamiento sensual, a nuestra pintura
fea, "antipática", plebeya, oscura,
aunque parezca clara, a veces; que
nada han escitado hacia la unidad de
los sentidos — hallazgo del impresio-
nismo— , hacia el arte completo.
Nuestros pintores, hoy todavía, es-
ceptuando un pequeño grupo, catala-
nes en su mayor parte — Sunyer, el
gran sensitivo, ' sobre todos; Nogués,
el rítmico, el dinámico delicioso; no
es preciso nombrar al espatriado an-
daluz Picasso — , son repetidores, tra-
suntistas, caricaturistas alíricos de los
"clásicos normales"; y su triste
obra es labor sin invención ni
trascendencia, espresión de huecos, de
vacíos; ni el ayer, porque ayer ya no
existe hoy en el tiempo, ni el hoy.
3. DELICADEZA.— Entre nosotros,
esta mal llamada — ¡de antiguo, ay! —
fuerza, herencia, en arte y en litera-
tura, del cerril realismo centronacio-
nal, deja granar pocas veces la fuer-
za verdadera, la delicadeza, espiga su-
ma de una cultura.
Es constante: después de cada co-
nato de renovación hacia lo escojido,
lo esquisito, lo esencial — estamos vién-
dolo estos años — , acaba siempre la
mayoría de la minoría por desertar
hacia el dicho odioso realismo irra-
cional, de lonja y estanco, vileza del
que llaman grande arte español; ga-
llinero de vuelo corto, alón por ala;
y el espantapájaros — ¡y el tiro negro,
si es preciso! — enmedio de la viña
verde.
— Y cada vez, se queda solo, como
un monje, en su único pie cuadrado,
el "universal", el "verdadero" de ca-
da país, el "delicado"; unos poquitos,
¡qué poquitos!, en un siglo; el aire
agudo y puro contra la doble suela
de la patria segunda, la trabada, la
presa. —
4. DANIEL VAZQUEZ-DIAZ.— El
arte de Daniel Vázquez-Díaz es un
producto conscientemente evolutivo,
renovacionario. El pintor nervense ha
asumido, desde muy joven — estancia
en París, como en el caso de Manuel
de Falla ; la literatura vieja, la mú-
sica menos, la pintura casi nada — ,
las influencias más varias, progre-
sivas y culminantes, en forma, rit-
mo y color — Renoir, Cézanne, Gau-
guin, Bourdelle— , y las ha discipli-
nado d-ía tras día, ofreciendo, en ca-
da nuevo agosto, el fruto nuevo.
— Bien dotado para "pintor", pa-
ra tenor de la paleta, pudo perderse
— y estuvo a punto — en ese abierto
montón famoso y laureado del fácil
nacionalismo pictórico, los rearrui-
nadores ladrilleros de Castilla ran-
cia, los adormilados del castellanis-
mo forzoso, ¡ay, pintores, poetas y
músicos "españoles" del día, caste-
llanos o no!; o en el otro montón —
y el mismo — del último virtuosismo
del grano, del tubo, del ademán de
los brazos armados de paleta y pin-
cel— ¡la batalla del arte! — ; grose-
ros recalentadores, aquéllos y éstos, de
la olla bien podrida, en la cocina ce-
rrada— ¡ni un tragaluz, ni chimenea
Hiquiera! — de la venta nacional. —
Vázquez-Díaz no es nativamente
un temperamento delicado — rarísi-
mos en España-^; pero la de-
licadeza lo ha ido haciendo su-
yo; él es, más cada día, de la
delicadeza. Ahora llega el momento
— los treinta y tantos del hombre
artista — de la madurez. — Ved ese
ADOLESCENTE, cenital sazón de una
disciplina íntegra, ese plateado des-
nudo vestido, esa espada, espadaña
humana, esa alma desnuda, luminosa
MÉXICO MODERNO
como una aurora de sol y luna. — ^Y
a la estniordinania comprensión amo-
rosa de la forma — amor, otra virtud
del impresionismo — , que le viene de
antes, a un profundo sentido rítmico
— ese ritmo de la pintura, que desde
El Greco parece haberse perdido en
la española — en Anglada es ritmo su-
perficial— , Vázquez-Díaz añade hoy
su novísimo color— MUJER, ESTU-
DIOS PARA UNA PINTURA MU-
RAL, DESNUDO DE LA CORTINA
AMARILLA, LA BARCA VERDE,
CABEZA CAMPESINA, PESCADO-
RES VASCOS, PUEBLO DE MAR,
MADRE CAMPESINA, ADOLES-
CENTE—, espléndida libertad de co-
lor; y su cuadro es espejo, claro co-
mo el agua más límpida, de la es-
tampa del sentido de la visión errante
que ha posado, aquí y allá, su fe ab-
sorta en la infinita ala caprichosa del
matiz — esa ilusoria realidad delicada,
hija tierna del color, que apenas se
posa ya se va ; luz casi sólo, y que es
deleite máximo del contemplativo — ;
añade hoy el estasis del mirar.
5. EL CLASICISMO..— "Clásicos
y modernos"; ¡qué absurda, qué cons-
tante distinción! Clasicismo es vir-
tud del presente y del futuro, no sólo
del pasado. Hay clásicos en el pasado,
pero los clásicos no son del pasado,
por ningún concepto temptoral; ni
ellos fueron del pasado en su día, ni
hoy son de su día solamente. Tampo-
co eso otro de "los revolucionarios de
hoy serán los clásicos de mañana".
No; revolucionarios, clásicos maña-
na y hoy. No hay oposición.
Es error inocente, creer que la ma-
yoría de hoy sanciona lo de la mino-
ría de ayer; decir: "el artista jenial
no es comprendido en su tiempo." La
mayoría de hoy llama clásicos a los
mismos que gustaba la mayoría de
ayer. No hay duda de que, para esta
mayoría, Murillo, Ribera, Velázquez
casi, son hoy "más clásicos" que El
Greco o Goya; Cervantes, Lope, más
que Góngora o Gracián.
El clasicismo, como la estética, la
ética, etc., no es nada objetivo, ni, in-
sisto, lo condiciona esencialmente el
tiempo. Está en nosotros, cuando es-
tá, como la sangre, vivo, hondo y ar-
diente; en nuestra vida diaria, no en
libró ni museo; y si queremos ser
"clásicos", hemos de encontrar en
nosotros mismos, sin consejo ni ayu-
da, nuestro propio y único clasicismo.
6. EVA AGGERHOLM DE VÁZ-
QUEZ-DÍAZ. — Paralelamente a su
marido, Eva A. de Vázquez-Díaz vie-
ne trabajando callada, hace años, en
su obra decorativa y escultórica. Ella
corre toda por dentro; es la plena y
rica rama oculta, la sensualidad ideal,
el corazón lleno, la meditación de la
entraña emotiva; oye, en su centro se-
creto, más músicas trascendentales.
Yo la llamaría "marinera de la es-
cultura", navegando por estas aguas
de formas rítmicas, músicas; que po-
dría parafrasear, a cada ola, en su
errancia, el verso májico de Baude-
laire: "A veces, la escultura me coje
como un mar".
Olas de piedra humana son sus es-
culturas, peregrinación de solitarios
o fraternales seres contemplativos,
hacia un islote invisible, existente,
sin duda, donde lo cuenta a la fe, a
la esperanza y a la caridad de la ma-
rinera que los guía, el viento.
— Y sus ensayos pictóricos, ausen-
cia triste de esta esposición . . . —
Yo creo que el misticismo panteis-
ta de esta Eva ha ido contajiando la
pintura de su Adán, con los elementos
de su claro exotismo natural y con su
muda pasión purificadora. Y el arte
de los dos se complementa, como con
cristales espirituales y materiales
ARTES PLÁSTICAS
185
combinados, en atmósferas con espe-
jismos, siendo cada uno perfectamen-
te desierto y orijinal.
y 7. NOTAS. 1. El arte ha de ser,
ante todo, "conscientemente sensual",
halagador de los "sentidos intelijen-
tes".
2. La poesía lírica, el baile, la mú-
sica, el ensayo ideolójico, tienen bas-
tante con la verdad, porque crean con
ella. La pintura, la novela, la escultu-
ra, el teatro, no tienen bastante, por-
que sólo copian con ella.
3. Hasta el impresionismo, la pin-
tura universal posterior a El Greco,
y que ha podido verlo, es toda .ante-
rior a El Greco. En el mejor ca-
so— Velázquez, por ejemplo — , apren-
de de él, pero no le añade. El impre-
sionismo aprende de El Greco, cima
altiva, definidora, de la pintura de
víia época, y le añade.
4. La cultura de la vista, ¡qué fá-
cil, qué rápida suele creer el pintor
que es; y es tan infinita! La vista es
la madre verdadera del estasis.
5. Se dice en España "sensualidad,
arte sensual", y creen que es de casa
de lenocinio. Se dice "pasión", y
creen que es í?rito, desafío, porrazo y
tentetieso. Se dice "sencillez", y creen
que es suciedad, carencia de respetos,
alarde de plebeyismo.
6. El arte bello, la "belleza bella"
contra el arte feo, la "belleza fea".
7. Ese otro nos viene contando que
va contra el chorizo, la mojama y el
garbanzo nacionales, y lo que hace es
chorizo de salón, mojama para el té
y garbanzo de convaleciente.
8. El clasicismo verdadero, el úni-
co— el jenial, no el normal: ¡ Gongo ra,
El Greco, universales solitarios, sen-
suales completos, luces de alba I — , es
actual siempre, y por eso no descien-
de nunca, ni aún con el tiempo, a la
mayoría.
y 9. — Pie en la patria casual o ele-
jida; corazón, cabeza, en el aire del
mundo. El verdadero artista nacional
— ¡cuidado con el truco! — es el artis-
ta universal.
Juan Ramón Jiménez.
Madrid, marzo de 1921.
EL ARTE MU8ICAL EN EL MUNDO
SECCIÓX A CARGO DE
MANUEL M . P O N C E
Antonio Gómez Anda nos envía des-
de París el programa de su recital pia-
nístico, en la Sala Erard, anunciado
para el 23 de febrero próximo pasado.
Como puede verse en el programa
que copiamos a continuación, Gómez
Ajidíi se jiresentó como pianista y com-
positor, interpretando obras suyas y
de otros maestros clásicos, románticos
y modernos. Esperamos la prensa mu-
sical de París para comunicar a los lec-
tores de esta sección el resultado de la
primera prueba a que se ha sujetado el
joven pianista mexicano, de la cual,
seguramente, habrá salido victorioso.
•Progranime- — Prelude et Aria (re
niineur), Haendel. Menuet, Mozart-
Alleííro. ]\[. A. liOSusi. SoinV dans Gre-
naíde, Minstrels, Danseuses de Del-
])hes Prt^lude en la niineur. Debussy.
— Siiite Moderne: Prélude, Sérenade,
(mode phrygien) Katal)ankalesis, Ba-
dinage, Thrénes a la mémoire de De-
busisy, A- Gómez Anda. — Sonate (si ma-
jeur) Allegro enérgico, andante, Scher-
zo. Ilondeau. A. (rómez Anda. — Rliap-
sodie V. Liszt-Góuicz AihIm. Ktiidc. mi
bemol. Paira nini-Liszr.
A pesar de las protestas de los músi-
cos franceses, el impuesto sobre los
pianos ha sido decretado y el presiden-
te Millerand ha promulgado ya la ley
relativa. El artículo lo. de dicha ley
dice: "Se autoriza a la ciudad de Pa-
rís para percibir desde el lo. de enero
de 1920 y durante tres años, un im-
puesto sobre los pianos, armoniums,
órganos y orquestriones mecánicos o
no mfHánicos*'. Los pianos vcrtuaTcs
pagarán 30 francos y los de cola 60
francos anuales.
Un defensor de este nuevo impuesto,
M. Maurice l'rax, se pregunta en el
'Petit Parisién'", ¿por qué no gravar
la Pler/aria de una Virgen y las esca-
/(/.v. si la leche, la mantequilla, el vino,
la carne, el conejo, la lana, las telas,
las bicicletas y hasta el aire que se res-
pira está recargado de impuestos''?
Por su parte, el director del "Monda
Musical", M. Mangeot, protesta enér-
gicamente contra esa ley que afecta
directamente a quienes, por el cultivo
de la música, contribuyen a elevar el
valor intelectual del país.
Para los últimos días del presente
mes de marzo — fecha en que con»en/a-
rá a surtir sus efectos la ley — se pre-
para una manifestación contra el nue-
vo impuesto que afecta a los in.stru-
mentos do teclado y — no nos explica-
mos la causa — ha dejado libres de ta-
sas a los instrumentos de cuerda, de
madera, de metal y de percusión.
Caruso ha entrado en franca con-
valecencia- La presencia de su herma-
no Giovanni, quien llegó de Italia en
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
i«7
el •Caronia", ha contribuido a su me-
joramiento. E! célebre tenor se encuen-
tra ya sin fiebre y ha podido perma-
necer algunas horas sentacío. Ha leí-
do la prensa, interesándose por las
cuestiones políticas y manifestó de-
seos de hacer algunas caricaturas — su
distracción favorita — sin conseguir
que esto le fuera permitido.
Los doctores aseguran que Caruso
— si no sufre una recaída — estará en
condiciones de emprender un viaje a
Italia en el curso del próximo mes de
abril.
* * *
"Móxico. su país natal, debe sentirse
orgulloso de contar con tan magnífico
artista "
"...Galindo tocó con extraordinaria
corrección y sentimiento, diciéndola
muy bien, la "Romanza en /(/", que hu-
1)0 de repetir. . .''
"...En el Hotel Palace se ha cele-
brado una gran fie.sta mexicana presi-
dida por el Embajador de INIéxico, se-
ñor Sánchez Azcona. En la fiesta tomó
parte principalísima la célebre artis-
ta mexicana Esperanza Iris, que cantó
el Himno Nacional Mexicano; la seño-
rita Ross, recitó poemas de Amado
Xervo y la señorita Centeno c:intó Ala-
rias piezas, siendo muy aplaudida. Des-
pués el notable pianista Aroca tocó ad-
mirablemente la "Rapsodia Mexicana"
de Ponce. y "Groyescas", de Granados.
Fué ovacionado con justicia el gran
violinista Rafael Galindo. tan aplau-
dido siempre, interpretó de modo ma-
gistral la "Romanza*' de Castro, y la
"Jota Aragonesa" de Sarasate. Galin-
do es un mexicano que honra a su país
y así lo estimó la distinguida concu-
rrencia que asistió a la fiesta, entre
cll;». cMsi toda la colonia mexicana,
que aplaudió con gran entusiasmo al
concertista admirable...."
■•.' * í:
María Inés González, distinguida
profesora de piano, presentó él 20 del
presente un numeroso grupo de alum-
nos, cuyos adelantos en el difícil arte
(le t(K-ar H i-iano. que<1aron demcs-
trado« por la buena interpretación que
supieron dar a las obras de! progra-
ma. Elena Butcher, Inés Maldonado.
Heatriz Pérez. Sofía ('arrefu). Guiída-
lupe González, Dolores Burcher, Caro-
lina González, Luis Castañeda. José
Rafael Mondragón, Carmen Carrefio,
Elisabeth Butcher, íllenita Murgiifa,
Teresa Maldonado, María Isabel Coli-
gnon. Rosita Ortega, Dora Collignon y
Magdalena Urrea, son los nombres da
los pequeños pianistas discípulos de la
señorita González.
Banda de .Vrtillería.— Esta Corpora-
ción tiene el alto honor de ofrecer a la
culta sociedad metropolitana, dos con-
ciertos consagrados a la memoria del
inmortal maestro Luis van Beethoven,
como un homenaje a su memoria, en el
49 aniversario de su muerte acaecida
el 26 de marzo de 1827.
Ambos conciertos serán ejecutado»
en Santa María, Colonia Roma, Chapul-
tepec y la Alameda, respectivamente,
de 10 a 1. hora oficial, los domingos 20
y 27 de marzo, ?i y 10 de abril; el se-
gundo, los domingos siguientes en el
mismo orden.
Primer Concierto. — Obertura "Bg-
mont". — Allegro del "Trío" en sí be-
mol— Scherzo de la 7a. Sinfonía. —
Marcha fúnebre. (Adagio de la Sinfo-
nía Heroica.) — Quina Sinfonía. — Ober-
tura "Eleonora*' núm. 2-
Segundo Concierto. — Obertura "Fide-
lio*',— Séptima Sinfonía (lo. y 2o. tiem-
pos).— "Adagio*' del "Septimino". —
"Scherzo'* de la 9a. Sinfonía. — Sinfonía
VI. — Sinfonía Heroica. (Allegro con
brío) — México, D. F.. marzo 26 de 1921.
— ^El Director, M. Rosas.
I $8
MÉXICO MODERNO
CRÓNICA MUSICAL MEXICANA
Con verdadera satisíacción nos ente-
ramos por la prensa de Madrid, de los
recientes triunfos alcanzados por Ra-
fael Galindo, violinista mexicano, en
la Villa y Corte.
Desde muy temprana edad demostró
Galindo — liijo del conocido violonce-
llista don Rafael — excelentes dispo-
siciones para la música y especialmen-
te para el violín. Hace aproximada-
mente quince años que marchó a Eu-
ropa, y en París, bajo la dirección del
maestro Wliite, dedicóse a perfeccio-
nar los conocimientos musicales que
había adquirido en México. Por aque-
lla época, encontrándonos en la Capital
francesa, tuvimos oportunidad de oír
a Rafael Galindo, Jr., y con alegría pu-
dimos comprobar que había aprovecha-
do el tiempo. Afinación perfecta, nota-
ble manejo del arco, sobriedad en los
portamentos, seriedad en la interpre-
tación de las obras clásicas: tales fue-
ron las cualidades salientes que apre-
ciamos en el joven virtuoso.
Después, Galindo se eclipsó. Una dé-
cada de obscuridad, de luchas incesan-
tes, tal vez, para no naufragar. Y aho-
ra, cuando muchos le creían derrotado,
aparece victorioso en la Capital de Es-
paña.
De "El Nacional", de esta ciudad, co-
piamos los siguientes juicios críticos
de la prensa española:
'•. . . .La obra (el "Concierto" en rr
mayor de Baeh), alcanzó una inter-
pretación irreprochable, no sólo por
parte de Wanda Landov/ska, sino por
la del admirable flautista Valdovinos
y la de Rafael Galindo. Este es un vio-
linista notabilísimo, un verdadero ar-
tista, cuyo sonido es delicioso. La afi-
nación es perfecta y posee expresión
y delicadeza notabilísimas. La Filar-
mónica le ha contratado como concer-
tino, y ayer Galindo demostró ante el
gran público lo que sabíamos hace mu-
cho tiempo, esto es, que para mucho
más que para ser concertino sirve. Es
un concej^tista excelente...''
". . .En el "'Largo" de Haendel alcan-
zó un triunfo tan entusiasta como le-
gítimo, el gran violinista Rafael Ga-
lindo, artista notabilísimo que sabe ex-
presar primorosamente y cuyo sonido
es delicioso. Tuvo que repetir el "Lar-
go"' tras una gran ovación. También so
lució Galindo de la "Scherazada" qiit
constituía la tercera parte del progra-
ma. . . ."'
"....Todas las obras del glorioiso
compositor — Beethoven — fueron in-
terpretadas por la Filarmónica con
mucho cariño, especialmente el "Sep-
timino", del que se repitieron después
de calurosos aplausos, el "Minueto" y
el "Scherzo"; la inmortal "V Sinfo-
nía", la "Kouumza en fa'' para violín
y orquesta, que puso de manifiesto el
arte notabilísimo del concertino de la
Filarmónica, señor Galindo, que tuvo
que repetir la deliciosa página y la
obertura de "Egmont. ..."
"...La inspiradísima "Romanza en
/(/". proiwrcionó un triunfo tan entu-
siasta como justo al gran violinista Ra-
fael Galindo. Se acreditó ayer éste, de-
finitivamente, de concertista muy no-
table, capaz de la más altas empre-
sas dentro de su arte. Con afinación
impecable, con precioso sonido, con
agilidad y delicadeza admirables, tocó
Galindo la "Romanza", causando hon-
da emoción en el auditorio, que le ova-
cionó tan calurosamente, que tuvo que
repetir la obra, con la general com-
placencia. Galindo es, por todos con-
ceptos, un artista de mucho mérito, a
quien sólo ha perjudicado hasta ahora
su excesiva modestia. Pero como el ta-
lento se abre siempre paso, no hay du-
da de que Galindo, que comienza a ser
conocido y apreciado, alcanzará en
plazo brevísimo el alto renombre a
que es acreedor.
LO SOEZ
Del libro en prbpáracióm EV Minúteme
ALGUIEN me hablaba de cómo se acentúa la desgarradora
fatalidad de lo sucio reflexionando que sólo el animal lo es.
Ante la limpieza de minerales y vegetales, impónese lo soez
como la más dolorosa de todas las formas del mal.
Si la ley universal de salvación es la de la línea, ninguna, em-
pero, cae en las aberraciones de la línea humana, trátese de la
conducta o de la fisonomía. ¿Existe algún ser más heroico que
la mujer en el momento de resistir la luz? Y, viceversa, ¿hay
alguna especie zoológica que envejezca tan trágicamente como
la hembra humana? El gesto convertido en mueca, me ultraja
no ya en mis raíces de poeta, sino en mi propia dignidad moral.
Yo sé que aquí han de sonreír cuantos me han censurado
no tener otro tema que el femenino. Pero es que nada puedo en-
tender ni sentir sino a través de la mujer. Por ella, acatando la
rima de Gustavo Adolfo, he creído en Dios; sólo por ella he cono-
cido el puñal de hielo del ateísmo. De aquí que a las mismas
cuestiones abstractas me llegue con temperamento erótico.
Tierra el sol, tierra el firmamento, tierra la luz... Así rae
duele el mal cuando despeña al corazón en enigmas tan sórdidos
como el de la virgen sepultada, que lo que negó al amante más es-
clarecido de rostro, de voluntad y de pensamiento, concédelo a la
última bestia, a la que no alcanza ni una sospecha de la luz.
El gusano roe virginidades y experiencias. Unos ingenuos
blasfeman, otros se destrozan con el cilicio. El maniqueo procla-
ma la eternidad del mal. El teólogo ortodoxo pone en silogismos
la omnipotencia y la bondad infinita del Increado. Mejor que en
i86 MÉXICO MODERNO
imaginar un poder sin límites, me complazco en ver, detrás de la
rosa de los vientos, la magna faz de Jesús, afligido porque en la
obra del Padre se mezcló un demonio soez.
Y tal ficción no será canónica; pero es el esfuerzo de un io-
jrente amor.
LA CIGÜEÑA
EN la crudeza del Adviento, la fotografía, menos que una boar-
dilla, menos que un palomar, es traspasada por cierzos es-
quimales. El fotógrafo, en mangas de camisa, enseña sus
tarjetas a la gentil señora nariguda. La señora, cigüeña costosa
al marido, publica sus brazos de pelele, fustigados por el frío, a
despecho del tul que los condimenta. Dice: "Queremos pronto
los del nene". Luego, con su gracia picante, añade, husmeando
su propio retrato: "Mucho perfil, mucha nariz". Y nos guiña el
ojo, aderezando con bromas la nariz, como quien enflora el an-
zuelo.
Señora, que turbáis a los clientes del tejaban con vuestra
delgadez de ráfaga: he descubierto vuestro juego. Coqueta alre-
dedor de vuestro defecto, lo esgrimís como el sabor de la ple-
gadiza persona. Sois cazurra y simpática, porque de vuestra ima-
gen, un poco espantapájaros, hacéis la olfativa espiral en que
se laminan los deseos. Vuestra nariz es vuestro gancho, lo sabéis
de sobra. Por ella, tentáis como el espíritu de la mostaza. Sin
«Ha, seríais correctamente insulsa, como un académico. Pero es-
ta fruslería, esta quisicosa nasal . . . Cigüeña astuta, sabéis al
dedillo que la nariz redondea vuestros brazos de pelele, y que in-
sinúa, desde el fondo que se asoma sobre los chapines, toda una
Holanda subrepticia y salutífera. En la nariz de fascinación y de
trapisonda, que os libra de la intachable sandez, se toma el pulso
-de vuestra vida, mejor que en la dúctil muñeca.
La soma de la cigüeña desata en la fotografía, a las cinco de
la tarde esquimal, una ecuatorial llovizna de caniculares granos de
igranada.
RAMÓN LÓPEZ VELARDR
UN FLIRT A BORDO
EL FLIRT de Julio Ríos con la bella norteamericana Miss Nelly,
empezó mientras cruzaba el Atlántico a bordo del Leviathén
Chicago.
Miss Nelly viajaba rumbo a Nueva York. Julio, se diragía a Lon-
dres. La casualidad los acercó, y, en buen inglés, charlaron de cosas
animadas, intimidando hasta el punto de pasar de las anécdotas
a las confidencias.
Miss Nelly era una mujer blanca, de cabellos dorados a fuego,
vale decir de un color cóbreo; una mujer digna de un flirt
a bordo por sus cualidades morales, por su belleza, por su posición . .
Y más aún cerca del Trópico, en la \inesL ecuatoriana, donde el sol,
en relación directa; influye sobre la naturaleza humana.
Julio Ríos era todo un buen mozo, buen charlador, buen gentle-
man. Supo aprovechar las circunstancias que se le ofrecían y
en los pocos días de viaje, no dejó pasar ninguna oportunidad de
poder hilvanar palabras con ella. Arrimando su hamaca, ya ofre-
ciéndole el libro entretenido de argumentación un poquito román-
tica, otro poco sentimental; ya invitándola a una pose para su
Kodac, demostraba a las claras la intención de ser simpático a
la joven. Ésta parecía comprenderlo y hasta corresponderlo ... Y
he aquí cómo se completaron las emociones del viaje hasta el punto
de hacérsele la vida ensoñativa, llena de esperanzas, cálida, honda...
Confesábase Julio, que un viaje sin flirt es un viaje donde sólo
se vé cielo y mar, mientras que ahora ; Demonios! ¡Ahora es-
taba enamorado, enamorado ! Y al pensar en que el buque corría a
una velocidad de muchas millas por hora, maldecía las máquinas, las
hélices, el humo de las chimeneas... Claro está que Julio Ríos
hubiera preferido una avería grave en las calderas o en las bode-
gas ... De ese modo se le ofrecería la ocasión de consolar a su
i88 MÉXICO MODERNO
Oriana, de alargar el viaje y de desnudar sus brazos mirando al
mar con desprecio como significándole a Miss Nelly que al lado
de él se hallaba tan segura como en la casa de diez pisos de su
padre, el fabricante de las máquinas Humward.
Su amigo el capitán del buque, le bromeaba a veces con esa serie-
dad risueña de los jóvenes lobos de mar:
— Vea, don Julio, que se le acaba la aventura. New York está
cerca . . . Unos cuantos nudos . . .
Y él veía que Nueva York estaba cerca. Ojalá lo hubiera estado
arriba del Canadá, en buena compañía con los icebergs del Norte!
Y al pensar en que Miss Nelly le miraba con ojos húmedos y labios
trémulos ! . . . Ya había compartido con ella algunas emociones : le
había, ella, dado a besar su mano y otras licencias que se permiten
en la mitad del mar, abandonada en un chaissc lom/ue, bañadas las
mejillas, los labios, los cabellos, toda ella, por la luna suave del
Trópico, sintiendo la caricia de la música del mar ...
Julio Ríos se estiraba nervioso la corbata, daba pequeños golpes
de pie sobre la cubierta, comía apurado, etc.. etc. ¡Si él pudiera
quedarse en la gran ciudad norteamericana! Pero se le esperaba
en Londres. La Compañía Anónima que él representaba en Sud
América, no querría saber nada de amores de a bordo, ni de
cabellos rubios, ni de corazón enternecido . . . ¡ Qué demonios ! El
directorio esperaba pronto, citado ya, una buena liquidación de
libras esterlinas ....
Por fin, llegó a Nueva York ...
Atrás quedó el puerto lleno de pañuelos que so agitaban en el
aire. La gran ciudad empezó a borrarse viéndose solamente sus altos
edificios de techos de pizarra. El remolcador había abandonado al
transatlántico, y éste se deslizaba sobre el agua sin esfuerzo, toman-
do velocidad al impulso de sus máquinas. Sobre cubierta, una gran
confusión hacía característico el momento que sigue a la partida:
cuerdas por allí, barricas por allá, equipajes más allá, todo en ese
desorden que huele a aceite y cuero. Y mezclado a todo ello, las
voces débiles de la tripulación todavía un poco cohibida, y las voces
fuertes de los marineros activos.
Inclinado sobre la borda, con la cabeza entre las manos y los
UN FLIRT A BORDO 189
ojos fijos en la ciudad semiborrada, se hallaba Julio Ríos ajeno
al bullicio de su alrededor. De pronto sintió unos golpecitos sobre
su hombro.
— ¿En qué piensa, señor Ríos? — di jóle la voz simpática del capi-
tán. ¿ Está Ud. mirando los peces que vienen de Nueva York ? . . .
— Pienso, capitán, que si la vida del viajero es ésta, si en cada
puerto deja un poco de su alma, no debe de llegar a su destino
sino un esqueleto sin corazón.
— ¡All right! — exclamó el joven marino lanzando al aire una
bocanada de humo — eso es lo que pasa con los barcos: llegan
casi siempre a su término sin combustible en las carboneras . .
BARTOLOMÉ GALINDEZ.
VERSOS A UNA REINA
A Jttlio Tobbi
ENAMORADO estoy de la esbeltez.
Rotunda de una Reina de Ajedrez.
Pues revela en su arquitectura.
(Calipigia y juncal;
Grupa enorme, breve cintura)
Toda una entidad moral.
No sé si será tierna
{La Reina es sorda)
Sólo tiene una pierna
¡Pero tan gorda!
Lámpara (sin luz) quinqué trágico,
Pero mística y procer toda,
Como un poste telegráfico
Prisionero en una pagoda.
Aunque inmóvil, se dijera.
Por sus enaguillas horizontales,
Que es vertiginosa hayadera
Girando en infinitas espirales.
(El General '^post mortem^' es eoue$tre
En bronce o mármol. A su vez
Tiene su busto, vertical, el caballo
En el Panteón del Ajedrez).
VERSOS A UNA REINA I9E
(El que muere primero
Y a granel es el peón,
Yictima eterna del tablero
Y de la Revolución).
Pero a ti. Reina, la m/aerte no te inquieta.
Tú renaces como las Margaritas
Y eres más que María Antonieta,
Porque mueres y resucitas.
Y miras a tu Rey senil,
Blanco, negro o color de ceniza,
A la postre tan i/nfantil,
Cual la necia torre maciza.
Lírica torre de marfil.
Reina, me encantas porque eres ^
Idéntica por cualquier lado
Y afirmas así tu reinado
Sobre las demás mujeres.
Eres tan sencilla
Que sintetizas con el disco el anca,
Y eres tan franca
Que tienes por cabeza una perilla. . .
No eres tan opulenta como Róschil,
Ni tu abolengo es tan azul que
Eclipses a la Reina Xóchil,
Nuestra Reina-Madre-del-Pulque.
Pero cual eres ha de ser,
(Algo sufragista
Y más dadaista)
La super-mujer.
Seré cómplice del Destino
Y tras de maquinal combate
Voy a servirte un jaque (mate)
Filidoresco y Argentino.
192 MÉXICO MODERNO
Con mimetismos de azahar y de marfil
Te asalto, triplemente inicuo-,
lo. — por chino, 2a. — por oblicuo,
3o. — por arfil. . .
LA REINA: Wonderful ¡It is
Sweet! Another kiss!
En mi total placidez.
Una duda me importuna,
{No todo ha de ser ¡claro! de lAtna)
¿Tuvo doncellez.
Alguna
Vez,
La Reina del Ajedrez?. . .
Nueva York.
1921.
JOSÉ JUAN TABLADA.
LA INMUTABILIDAD DEL DERECHO
DE PROPIEDAD
A PROPOSITO de las leyes que tienden a la aplicación de los
preceptos constitucionales relacionados con la propiedad, se
ha sostenido la tesis de que la misma propiedad es un derecho
definitivo e irrevocable, que ningún pueblo civilizado puede aceptar
que sea una función social y que sólo los bolchevistas son capaces de
poner en práctica tal concepto moderno de la propiedad. El señor
Díaz Dufóo en su obra "La cuestión del Petróleo," condensa esa
tesis en los términos siguientes: "Jurídica y económicamente la
base de toda vinculación de capital es el aseguramiento de la pro-
piedad, tal como 'ha sido establecida por el Derecho Romano y que
se acepta en todas las sociedades civilizadas de la tierra. lia
propiedad, según ese derecho, tiene un carácter definitivo e irre-
vocable. Así está fundada en todas las legislaciones de los Es-
tados. Y así también se fundó ese derecho en México, antes de
que las doctrinas bolchevistas estallaran en nuestro medio y en
el seno mismo del Gobierno. No es cierto que el concepto moderno
de las sociedades considere a la propiedad como función social.
No es cierto en otras palabras que el concepto moderno haya hecho
trizas a la propiedad privada."
Unas cuantas palabras bastarán para demostrar lo erróneo
de los conceptos apuntados.
No es verdad que sea inusitado declarar que la propiedad es una
función social. Tal es nada menos que la tesis de los canonistas.
En el prólogo de la obra de Monseñor Ryan sobre los salarios, se
leen estas palabras: "La idea del derecho a la existencia es cierta-
mente el centro de la doctrina canónica. Efectivamente, sobre la
necesidad y el deber de satisfacerla por los medios más eñcaces loa
194 MÉXICO MODERNO
teólogos, desde Santo Tomás, han fundado todas las instituciones
económicas y en particular la propiedad individual. Esta es a sus
ojos una función social al mismo tiempo que un derecho o más bien
un derecho justificado por la función, muy diferente por conse-
cuencia de ese derecho absoluto y exclusivo que la escuela individua-
lista tomaría de la noción de los jurisconsultos romanos." Efecti-
vamente, Santo Tomás, siguiendo a San Ambrosio, considera la pro-
piedad como siendo no un derecho primario sino secundario, es
decir, una adición que el género humano ha hecho en vista de la
utilidad social.
Los canonistas mismos consideran que la tesis de que la pro-
piedad es inmutable a pesar de los perjuicios que tal doctrina oca-
siona injustamente a los que, no la poseen, es. una teoría que se ex-
plica por el debilitamiento del espíritu cristiano. Así los verdade-
ros canonistas se admiraron de que causara extrañeza entre los ca-
tólicos que los Cardenales Gibbons y Manning hubiesen proclan^ado
qué "los derechos del hombre a su subsistencia están por encima
de los derechos de propiedad."
Es inexacto que conforme al Derecho Romano la propiedad
haya tenido el carácter intangible que sus celosos defensores le
atribuyen. La propiedad inmueble tuvo en Roma un doble carác-
ter político y religioso. En aquellos casos en que la propiedad re-
cibió una consagración religiosa era claro que era intangible. Fustel
de Coulanges en "La Ciudad Antigua" lo confirma en estos térmi-
nos: "No fueron las leyes las que garantizaron desde luego el
derecho de propiedad; fue la religión. Cada campo debía estar
rodeado como lo hemos visto para la casa, de un recinto que lo se-
paraba completamente de los dominios de las otras familias. Este
recinto no era un muro de piedra: era una banda de tierra de al-
gunos pies de ancho que debía quedar inculta y que el arado no
debía jamás tocar. Este espacio era sagrado, la ley romana lo
declaraba imprescriptible; pertenecía a la religión." En otros tér~
minos la consagración religiosa y no la ley era la que hacía inviola-
ble esa propiedad. No podía alterarse porque estaba fuera de la
acción del Estado. Mas este régimen no era el dominante en todo
d Imperio. Esta propiedad sagrada ocupaba en realidad muy poco
lugar y estaba por decirlo así fuera de las instituciones propiamente
políticas de los romanos. Es bien sabido que casi todo el territorio
dei Imperio Romano fue adquirido por conquistas. De ordinario
LA INMUTABILIDAD DEL DERECHO DE PROPIEDAD 195
el territorio conquistado se dividía en tres partes, una que era
acordada al país vencido, otra cedida o vendida a loa particulares
y la tercera conservada al Estado. Toda esta propiedad no tenía
el carácter absoluto que se le supone. Según puede verse en Sicu-
lus Flaccus (De conditione agrorum. Goez, Pág. 3), el derecho del
poseedor era un goce precario que el Estado podía a cada momento
revocar. Una renta le era impuesta en reconocimiento del dominio
eminente del Estado y por larga que fuera la posesión no podía
transformar a los poseedores en propietarios. La seguridad que
estos tenían de poseer la tierra era muy débil. Virgilio en una de
sus Églogas nos hace oír los acentos de los pequeños propietarios
despojados cuando Augusto quiso recompensar a sus veteranos
con posesiones territoriales. Más tarde la ley Thoria convirtió
a los poseedores en propietarios de casi todo el dominio del imperio ;
pero no escaparon a las confiscaciones, a pesar de que sus tierras
fueron declaradas óptimo jure prívate. No solo sino que una ley
(LII, de Evict) otorgaba expresamente el derecho de hacer con-
fiscaciones sin motivo, cuando el Emperador lo juzgara prudente.
Según Chalot (La expropiación entre los Romanos) "La constitu-
ción política de los romanos no había erigido en principio consti-
tucional el principio de la inviolabilidad de la propiedad. La pro-
piedad no había sido constituida de tal manera que no fuese im-
posible al Estado lesionar el derecho del propietario. Bajo la Re-
pública, bajo el Imperio, el Estado fue propietario y ningún derecho
pudo prevalecer contra el suyo cuando le plugo ejercitarlo."
Se nos ha hecho creer que los romanos para conservar incó-
lume el derecho de propiedad apelaban a los medios de mayor rigor
posible, sin inquietarse por el bienestar del inmenso número de pro-
letarios que poblaban el imperio. Nada es mas erróneo. Los ad-
mirables trabajos del gran jurisconsulto Ihering nos permiten for-
mamos una idea clara de la situación social de Roma y de la vigi-
lancia que el Estado tenía en la suerte económica de las clases po-
bres. El mal más grande de Roma fué la concurrencia del esclavo
con el hombre libre. El gran latifundista cultivaba sus campos por
esclavos que recibían una miserable recompensa. El hombre libre
no tenía este medio a su alcance. Cualquiera circunstancia como el
servicio militar lo obligaba a abandonar sus campos, mientras que
los del rico seguían cultivados. En otros términos la cuestión agra-
ria en Roma era una forma del peonismo que hoy nos aflige. Es
' i
196 MÉXICO MODERNO
más, los ricos romanos, como nuestros grandes terratenientes espe-
peculaban de tres maneras. Los años escasos les permitían vender
los cereales a altos precios, regularizaban las importaciones de trigo
según su conveniencia haciendo subir y bajar los precios y por fin
arrojaban cargas públicas sobre las clases pobres. El Estado roma-
no no fue indiferente a ese estado de cosas. Para demostrarlo no
hay necesidad de que nos refiramos a las leyes revolucionarias de los
Gracos. El Estado procedió siempre como hoy se pretende entre nos-
otros, o mejor dicho, más enérgicamente que como hoy se procede.
Desde luego la ley dispuso que cierto número de personas libres
trabajasen en los campos en concurrencia con los esclavos, para
proporcionar así trabajo al pueblo. La ley Licinia estableció, como
hoy nuestra Constitución, un máximum de la propiedad raíz y hasta
del rebaño prohibiendo que nadie fuese dueño de más de cien ca-
bezas de ganado mayor. Si no empleó el sistema del arrendamiento
en pequeños lotes fue porque no correspondía, dice Ihering, a laa
costumbres de la vida romana. Es más, la propiedad fue una fun-
ción social. "Era un deber social para las clases afortunadas, afirma
Ihering, compensar la superioridad que esas circunstancias les atri
buían con su generosidad ; era un deber reparar y dulcificar la in-
justicia que de ello resultaba." El hombre que no cumplía esta
función social estaba expuesto al desprecio de todo el mundo. "Sólo
un espíritu bajo y sórdido, sigue diciendo Ihering, podía aprovecharil
las ventajas de una posición privilegiada sin querer soportar los
deberes que de ella dimanaban.'* ¿Cuáles fueron las medidas or-
dinales que el Estado dictaba continuamente para aliviar la condición
de las clases inferiores además de estas excepcionales? El mismo
Ihering las enumera: I. — La concesión de tierras a la masa pobre,
ya para la fundación de colonias, ya con asignaciones sobre el ager
publicus. Continuamente los romanos formaban colonias para
evitar que la plebe degenerara. Cicerón compara esta función social
a la de la limpia de los albañales. Cuando no había tierras a la
mano el Estado las tomaba de donde podía y hasta despojando a los
particulares. II. — La introducción de la soldada para compensar
a los agricultores que abandonaban sus labores por el servicio mi-
litar. III. — Las medidas sobre los granos con objeto de establecer
el equilibrio de los precios, como lo hicieron entre nosotros las
sabias autoridades españolas, a fin de conservar el poder de com-
pra de los salarios. IV. — La remisión de las deudas. Como el siste-
ma de esclavizar a los hombres libres era tenerlos adeudados como
LA INMUTABILIDAD DEL DERECHO DE PROPIEDAD 197
a nuestros peones, el Estado puso restricciones a la tasa del in-
terés y es más, según refiere Tito Livio, el Estado intervino pa-
ra obtener la reducción de las deudas. El Estado continuamente
vigilaba por el bienestar del individuo, por funcionarios como los
ministros de bienestar social que hoy existen en Europa y que
pretende crear el Presidente de los Estados Unidos. "Vemos al
Estado, dice Ihering, obrar de una manera casi paternal, por
ejemplo, constituyendo sobre las rentas públicas dotes a las hijas
de los ciudadanos, tan merecedores de ello como faltos de recursos,
o bien sea a cargo de la casa del funcionario ausente." El mismo
cita muchos casos en los que el Estado dio alimentos a la mujer,
regaló un solar para erigir tumbas e hizo entierros por cuenta del
Estado.
Es pues un error conceder al Estado romano el carácter de im-
placable vigilante de la propiedad de los latifundistas que ordinaria-
mente se le atribuye. A pesar de que la mala repartición de las ri-
quezas originó la caída del imperio por ser ineficaces las medidas
que se dictaron y que no atacaron el mal de raíz, nosotros nos consi-
deraríamos felices si se realizaran en nuestro país algunas de esas
medidas que sirvieron para aliviar la condición de las clases pobres.
Es un error que sólo los bolchevistas han alterado el derecho de
propiedad. No queremos extendernos mucho sobre este particular.
Mencionaremos tan sólo que Francia ha sancionado una ley sobre
la siembra libre en terrenos ejenos, que Polonia ha limitado el
derecho de propiedad, llegando al extremo de confiscar sin indemni-
zación, que Rumania ha repartido las tierras entregando obligacio-
nes agrarias por cuarenta y cinco años a los propietarios de tierras.
No se ha disputado a los gobiernos el derecho de restringir la pro-
piedad en nombre del interés público. "Su derecho es incontesta-
ble, dice Letourneau (La Evolución de la Propiedad), y algunos lo
usan, por ejemplo Inglaterra, que por simple medida administrativa
disminuyó de un sólo golpe en un catorce por ciento las rentas de
los hacendados Irlandeses."
Es inexplicable que no se quiera admitir que la propiedad está
sujeta a las leyes ordinarias de la evolución y de la transforma-
ción de las instituciones. Las clases privilegiadas quieren que
la propiedad permanezca bajo la misma organización que prevale-
ció en Koma antes de la Era Cristiana. Ya no existen los motivos
religiosos de entonces, ya no existen las instituciones políticas, ya
no existe la organización económica, ya no existe nada de lo que
198 MÉXICO MODERNO
caracterizaba aquella sociedad antigua y sin embargo se pretende
que subsista la propiedad tal como la concibieron los sacerdotes ro-
manos, aunque los que tal cosa pretenden se guardan de limitarla
y de corregirla como lo hicieron los dominadores del mundo. La
propiedad no es una categoría absoluta. Ampliamente lo demostró
Spencer. No es lo mismo la propiedad en Inglaterra que en Zan~
zibar. La propiedad romana fue distinta de la de la Edad Media.
La propiedad de hace cincuenta años fue distinta de la propiedad
del antiguo régimen.
¿Cuáles son las consecuencias de detener artificialmente el
progresos de las sociedades declarando, en beneficios de unos cuantos,
inmutable a la propiedad privada? La primera ya la dijo Diodo ro
de Sicilia hablando del Egipto. "Es absurdo confiar la defensa de
un país a gentes que no poseen nada." La segunda es la de pro-
vocar movimientos bruscos porque las clases oprimidas algún día
se cansan y entonces se entregan a deplorables excesos. No en
vano se detiene el proceso natural de las cosas. El progreso de la
propiedad que hoy se pretende, lejos de ser causa de revoluciones
tiene por objeto prevenirlas.
FERNANDO GONZÁLEZ ROA.
LO QUE APRENDIÓ AQUEL PEZ
AQUEL pez era de esos grandes torpones, de ojos de recién
nacido. Siendo fuerte y estando dotado de grandes defen-
sas, un poco parecidas a los bracitos cortos de las focas, aun-
que más informes, su caza de peces pequeños no saciaba toda su
glotonería; su barriga era capaz a contener todo un cajón de pes-
cadero.
Los peces — sobre todo los listos peces pequeños — han evolu-
cionado, han prosperado y se han enterado de muchas cosas. Sa-
ben ya más muchos de ellos, que los peces humanos. En este es-
tado de sabiduría se defienden perfectamente de los peces gran-
des, de los insaciables peces con alma de tiburón. Ya saben es-
capar dando el quiebro, ya saben prever cuando se acerca el pez
temible gracias a su sistema de telegrafía sin hilos para el que les
sirven las antenas vivas de las langostas, que son proveedoras de
noticias; ya saben todos los disimulos y ya discuten sus derechos
con el pez grande y entretienen su voracidad con eso, y con la pre-
dicación de instintos más humanitarios.
Los peces grandes suelen pasar mucha hambre en el mar, y
como no pueden alimentarse más que de pescado, porque allí no
suele haber carne nunca, su hambre es mayor. Sus mercados tie-
nen muy pocos elementos. Sólo hay expendedurías de "La Coru-
ñesa" y para eso la mitad de los días como si pusiese: "No hay
pescado". ¿Es que para comer pescado fresco tendrían que ir a
Madrid o a París, o a cualquiera otra ciudad alejada del mar ?
Aquel pez grande, obeso y vacío, estaba indignado. Un régi-
men de agua sola no puede ser recomendado a nadie, y si siquiera
fuese agua dulce menos mal. ¿Pero agua rabiosamente salada!
Aquel pez, constantemente purgado por esa especie de agua
<ie carabaña que es el agua del mar, se sentía débil y pensaba que
200 MÉXICO MODERNO
si aquella falta de alimento continuaba mucho se convertiría en un
pez espada o en una anguila.
Muchas cosas se le ocurrieron para combatir la anemia, aque-
lla anemia contra la que ni el recurso cabía del aceite de hígado de
bacalao, precisamente por la carestía no sólo de bacalao, sino de
morralla y de bonquerocitos. ¿Le convendría ser vegetariano? In-
tentó ese cambio de régimen, pero le dio una indigestión de algas
porque resultaron imposibles de digerir. ¿ Le convendría alimentarse
sólo de estrellas de mar? Probó a ver, pero vio las estrellas de re-
tortijones que sufrió. ¿ Y un régimen de ostras ? Creyó que se moría.
El haber oído ponderar las ostras como lo más exquisito del mar,
pero careciendo de "abre-ostras" tuvo que comérselas cerradas, y
el cólico fue cerrado, y hubiera sido el definitivo y postrero si no
hubiera sido porque bebió más agua de mar que nunca, tanta que
provocó antes de la hora anunciada una pequeña baja mar.
No había solución. Aquel pobre pez iba ya lento como un sub-
marino sin esencia, o como en la superficie del mar un barco sin
carbón. Casi ya no remaba con sus muñones, pues estaba falto de
fuerzas.
"¡Si siquiera hubiese latas de conserva! ¿Si se pudiesen ad-
quirir unas cuantas latas de sardinas?", pensaba aquel pobre des-
graciado.
"¡Cada vez somos mejor pescados por los hombres y nosotros
pescamos menos y estos peces que se han vuelto intelectuales y se
burlan de nosotros!", exclamaba constantemente el pobre pez
vacío.
¡Ah!, pero como en ese estado de inacción es cuando surgen
grandes ideas, aquel gran pez tuvo una idea estupenda, genial, mo-
rrocotuda. Viendo que no había solución para su hambre pensó
pescar como los hombres, convertido en un verdadero pescador de
caña, transformar la caza a diente, ya anticuada, y desprestigiada,
por la caza ingeniosa.
Desde ese instante de la concepción de su gran proyecto, se
dedicó a confeccionar sus aparejos de pesca, y después de encon-
trar un anzuelo de los muchos caídos en el fondo del mar, preparó
con una correilla de alga y con una preciosa caña submarina, el
aparato completo. Cesta o bote de lata para echar la pesca no le
eran necesarios, porque toda pieza cobrada iría del anzuelo a la
boca. ¡Tenía mucha hambre atrasada!
LO QUE APRENDIÓ AQUEL PEZ 201
Dotado así de su caña y con un poco de sardina como cebo, se
puso a pescar en una montañita del fondo; y como los peces no
podían sospechar que hubiese un pescador de caña en aquellas pro-
fundidades, picaron el anzuelo con gana y aquel gran pez volvió
a recobrar sus hechuras. Estaba contentísimo, optimista, y veía que
su porvenir era el de un multimillonario en peces, que es como ser-
lo en plata de la mejor plata viva.
i Ah ! Pero corrió la voz por todo el mar. ¡ En el fondo del mar
había un pescador de caña disfrazado de pez. ¡El colmo! Aquello
no podía consentirse. Se organizaron numerosas avalanchas, ban-
cos enteros de peces para aplastar al intruso.
Los guardias temibles del mar, los tiburones, se enteraron tam-
bién y buscaron al intruso, al pobre pescador de caña y se lo co-
mieron con caña, anzuelo y todo, siendo la venganza del pez genial
que por lo menos aquel tiburón llevaría siempre como dije, como
leontina de su reloj imaginario, el pequeño anzuelo clavado en la
barriga.
RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA.
lUAx. Mod.-t
A UNA NOVICIA
▲BOIBNTB MADRIGAL
DULCE" virgen mal ceñida,
de tos ángeles amada,
para monja perjeñada
por los dedos del pudor. . .
santa que la vida olvida,
perdón si un poeta lascivo
de tu boca al rojo vivo
manda un heso turbador.
En la divina torpeza,
de tu traje y tu atavío
hatees del amor desvío
y desprecio del saber. . .
Toda 68 santa tu belleza,
pero son tu^ labios rojos ] í
y en las ascuas de tus ojos
arde u/n mundo de placer.
En la gracia fresca y pura
de Xa almendra de tu cara
A UNA NOVICIA
mi sed </•; amores repara
como en el m/mantial
hallado entre la espesura,
cuya linfa apetecida
en la noche de mi vida
tiene un encanto auroral.
Tú no sabes jeUzmsnte
lo que es sed en el camino,
y yo soy el peregrino
que escuchó el agua correr.
Piensa si habrá quien me ataje
en buscarla con locura
y, al hallarla fresca y pura,
si he de dejar de beber.
MANUEL MACHADO.
EL PODER DE LAS LETRAS
ALGUNA vez, cuando examino mi conciencia, suelo sentir es-
crúpulos por seguir cultivando las letras a mi edad, que es ya
bien avanzada. Me recuerdo a mí mismo en la adolescencia,
inclinado ya sobre los libros para devorarlos, o con la pluma en la
mano y el papel al frente para escribir; y me veo después, ahora,
cuándo casi no tengo pelo en la mollera y mis bigotes se han vuelto
blancos, consagrado tenazmente a los mismos ejercicios. ¿Es de-
bilidad de los años? ¿Es puerilidad de viejo? Necesito recapacitar
un poco para absolverme a mí mismo y obtener excusas del públi-
co, que puede haberse fastidiado de ver tantas lucubraciones mías
en libros y periódicos.
No: las letras no son diversión frivola, sino profesión seria y
trascendente; con su descubrimiento comenzó la civilización del
mundo. Aquí vendría bien una tirada erudita para hablar de los
fenicios, hebreos y griegos; de los ladrillos babilónicos, de los pa-
piros egipcios, de las tabletas romanas, y de otras muchas cosas
de gran viso y resonancia. De acuerdo con este plan podría demos-
trar que la grandeza de los pueblos y de los imperios se prolonga
más, a lo largo de la historia, por virtud de las letras, que por la
fuerza de las armas, de la riqueza o de las leyes. Y que, en tanto
que de Nínive y Babilonia no se conservan más que informes es-
combros cubiertos de vegetación ; que de la altiva Misraím tenemos
únicamente pirámides medio sepultadas en la arena; que de Israel
no nos resta más que un muro salomónico; que de Sidón y Tiro
no quedan más que paredes solitarias y truncadas columnas; que
de Grecia y Roma guarda el mundo unos cuantos monumentos de-
rruidos; y que de todo el mundo antiguo podríamos decir con Lu-
cano, i)enetrados de tristeza, ¡etiam rwinae periere/: resulta, en
cambio, que la escritura cuneiforme nos ha presentado rediviva la
EL PODER DE LAS LETRAS 205
aociedad contemporánea de los toros alados, guardianes de los
templos y palacios asirios; que los libros mosaicos nos describen el
origen del mundo y de la humanidad ; que los geroglíf icos egipcios
nos revelan el modo de ser, pensar y vivir del pueblo de los farao-
nes; y que los palimpsestos nos ponen al tanto de cuanto hicieron
y dijeron griegos y romanos, tanto en la guerra como en la paz,
así en tratándose de sus vicios y errores como de sus virtudes y
sus glorias.
He aquí el esquema grandioso de una disertación imponente,
cuyo desarrollo, empero, humildemente confieso que está.' sobre
mis fuerzas. Por otra parte, aun cuando quisiera echar sobre mis
hombros esa carga agobiadora, no me sería posible ni aun siquiera
intentarlo, porque dispongo de brevísimo tiempo para escribir estos
renglones. Doy, pues, por sentado que las letras son el alma misma
de la humanidad, perpetuada en sus misteriosos caracteres ; y que,
no viven sólo para enlazar unos siglos con otros y unas generacio-
nes con otras, sino, más que eso todavía, para unificar e identifi-
car tiempos, razas y generaciones, haciendo un conjunto total y
armónico, que forma la unidad humana al través de la historia.
El intento de demostración que antecede, podría bastar, aca-
so, a mi propósito, para librarme de culpa y pena por mi terquedad
literaria; pero, no pudiendo mantenerme en esas alturas, voy a
descender a consideraciones de orden inferior para completar mi
intento de justificación.
Más Uamza, muchacho.— Está bien, maese Pedro, voy a dejar
las eminencias de la andante caballería para hablar de asuntos
contemporáneos, pero sin salir de mi tema, porque yo tengo mis
ideas
Acabo de leer un hermoso libro de Isaac Goldberg, doctor en
filosofía, prologado por J. D. H. Ford, profesor de español y fran-
cés en la Universidad de Harvard. Su título es Studies in Spaniah
Anierican Literature, Lo he devorado con interés indecible, y me
ha ensanchado el corazón. Hablase en él con grande elogio de la
poética y literaria de los proceres de las letras hispanoamfe-
2o6 MÉXICO MODERNO
ricanas, y los nombres de Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador
Díaz Mirón, Amado Ñervo, y Enrique González Martínez, salen
a relucir a cada paso en sus elocuentes páginas. Y al lado de ellos,
en lugar muy distinguido, aparecen los de José Martí, el héroe-
poeta, Julián del Casal, José Asunción Silva, Rubén Darío y José
Santos Chocano, honra de Cuba, Colombia, Nicaragua y Perú; y
también los de José Enrique Rodó, Blanco-Fombona, Lugones y
ptros que sería largo enumerar, honra y prez de Uruguay, Vene-
zuela, y la República Argentina. Y veo que fuera del país, los me-
jicanos, y nuestros hermanos de Sudamérica, somos estimados y
aplaudidos por nuestras letras, pese al desfavorable juicio que de
todos nosotros se forma el extranjero por nuestras constantes in-
quietudes políticas y por nuestras tremendas revoluciones. Y veo
también que la fraternidad hispanoamericana va siendo obra de
verdad, pero no de la diplomacia, por campanuda que sea, sino de
los tañedores de cítara y de los escritores americanos de lengua
española.
El Dr. Ford dice, entre otras cosas, en su breve, pero sustan-
ciosa introducción: "Fue ayer nada más cuando los hombres cul-
tos de España comenzaron a manifestar un interés real por la
literatura de sus antiguas colonias del Nuevo Mundo. Antes que
don Juan Valera escribiese sus sabrosas Cartas Am erica mi^,
las personas educadas, ni mucho menos, por supuesto, los lectores
ordinarios de la Península Ibérica, se hablan dado cuenta de la
ambiciosa actividad de muchos escritores del siglo XIX, esparci-
dos en los países que se extienden entre el límite sur de los Esta-
dos Unidos y la Tierra de Fuego . . . Aunque Valera fue un espíri-
tu genial, se manifestó incapaz de evitar esa tolerancia condescen-
diente de los críticos europeos con respecto a las producciones del
alma colonial, que nosotros, en los Estados Unidos, estamos acos-
tumbrados a encontrar en la actitud de los críticos . . . nosotros, los
hermanos norteños de los hispanoamericanos, hemos vivido más
olvidados todavía de los ideales y méritos de la altura de Hispano-
américa, y es tiempo ya de que salgamos de nuestra ignorancia . . .
Cuando lo hagamos y conozcamos bien las tendencias y perfeccio-
nes de los escritores españoles de América . . . , comenzaremos for-
zosamente a concebir alta estimación hacia su celo, móviles y arte
consumado."
Y, por lo que hace al Dr. Goldberg, no hay elogio que escati-
EL PODER DE LAS LETRAS 907
me en su obra a los poetas y escritores de nuestra raza en este
continente. Según él, Díaz Mirón y Gutiérrez Nájera fueron los
grandes precursores del movimiento de renovación de las letras his-
panoamericanas; Rubén Darío es uno de los mayores poetas de la
edad presente; y José Enrique Rodó un crítico de la talla de En-
merson y Macausley. Así podemos ver a nuestras patrias ameri-
canas elevadas a grande altura en la consideración de los doctos
extranjeros. Regocijémonos. ¡Estamos tan poco acostumbrados a
recibir alabanzas y cumplidos !
Nótase por otra parte, en el espíritu general de la literatura
hispanoamericana, una tendencia poderosa y efectiva a la frater-
nidad de todos los pueblos de habla española de América, la cual
tendencia podrá dar por resultado la unión espiritual de nuestras
repúblicas.
Indico apenas las ideas por falta de tiempo ; pero creo que las
observaciones anteriores son suficientes para demostrar que gran-
de, soberano, incontrastable es el poder de las letras.
De donde deduzco que consagrarse a ellas, no es ocupación
baladí, sino de capital importancia, y que merezco perdón si a mis
años tanto las amo y con decidido empeño todavía las cultivo.
JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y ROJAS.
LA ESTANCIA EN LA MONTAÑA
Del libbo bn pbbnsá. Las sinfonias del Popocatepetl
DEL pueblo adormecido ascendí a la montaña viviente.
En las aguas de sus torrentes mi cuerpo se limpió de toda
inmundicia; entre los bosques de pinos se perfumó con la
esencia de las selvas; bajo la potencia del sol se fortificó y sobre
los hielos mis pasiones se congelaron.
Desde la cima del volcán yo vi el Mundo como un espectáculo
maravilloso y lo amé sin reticencias, profundamente, intensa-
mente.
Todo me pareció bello, hasta el Dolor, Todo me pareció por-
tentoso, hasta la Mujer, y de todas las cosas emanó una fuerza
nueva cuyo influjo yo no había sentido jamás — una palpitación
cuyo ritmo nacía de cada molécula de la materia y vibraba sobre
mis nervios con renovadora energía.
Oh, la vida . . . !
La vida es la comprensión.
UN LUMINOSO DÍA
LA CÚSPIDE de la Montaña ergida entre la altísima atmós-
fera, domina la Tierra.
Frialdad metálica y transparencia de cristal en el aire-^luz,
luz. Torrentes de luz azul inundan el espacio — afluido azul baña el
inmenso paisaje — potentes radiaciones sepultan la tierra en un
extraño silencio luminoso . . .
UN LUMINOSO día 109
En la claridad maravillosa del día un viento sutil agita las
capas superiores de la atmósfera.
Radiando, en el zenit, el Sol mira pasar el Mundo.
Desde la cima del gran domo del Volcán contemplo la tierra que
se extiende hacia el Poniente. La Montaña baja en precipicios y
se desarrolla hasta los valles en ondulaciones boscosas que se es-
fuman en la luminosidad de las llanuras.
Abajo, entre los montes, asoman cráteres carcomidos de volca-
nes extinguidos, y en el horizonte, enorme y trágico, el cráter del
Toluca sumerge su desgarrada boca en el azul impasible.
Por los largos declives que descienden desde la roca donde con-
templo el panorama, las arenas absorben las radiaciones solares
y sobre la fineza de su monotonía los más pequeños detalles son
perceptibles a grandes distancias.
Todo está marcado con dramática precisión en este paisaje
fantásticamente real : los peñascos enormes sobre ei cielo azul, los
transparentes témpanos blancos sobre la blancura de los hielos, los
pedruscos rodados por los declives de arena, los lejanos bosques, los
caminos de los valles, los sembradíos lejanísimos divididos en cua-
dros, las cordilleras colosales . . El panorama tiene el aspecto de
un mapa relieve — es frío y monótono, metálico — parece el pano-
rama de otro mundo, iluminado por otro sol.
i
Luz— luz — luz azul . . . Torrentes de luz azul que bajan en ondu-
laciones vibrantes—irradiación potente del sol— potencia desespe-
rante de la luz que agobia la Tierra
Hacia el Sur, el Ixtatzihuatl colosal, mirado desde arriba, pa-
rece un palacio de techo metálico. Se ha empequeñecido. Enormes
regiones cubiertas de bosques, de valles divididos como tableros de
ajedrez— y sobre ellos, como una pequeña pirámide, la Malinche—
están sumergidos en luz. En el horizonte, sobre el fondo del mar le-
janísimo que señala con una línea plateada la curvatura de la Tierra,
el Pico de Drizaba se levanta gigantesco y sañudo.
No hay una nube en toda la inmensa bóveda celeste. La Mon-
taña enorme desciende y se aplasta. La Tierra se ha vuelto uni-
forme. Los montes son simples arrugas bajo el cielo sereno y
210 MÉXICO MODERNO
profundo. En la frialdad sin misericordia de la altísima atmós-
fera el sol espléndido irradia ....
Luz azul — ondulaciones de luz azul sobre la Tierra — esplendor
azul — radiaciones de silencio luminoso . . .
La mitad de la Tierra está sumergida en la pupila magnánima
del Sol!
LA NOCHE
SUMERGIDA en la lluvia, la selva de cedros es un misterio hú-
medo. Los ramajes oscuros se mueven pesadamente bajo los
chorros de agua como bajo una cascada. En la opaca claridad
de la noche brumosa se esfuman los troncos negros de los árboles y
por entre el follaje espeso se filtra un tenue vaho luminoso.
Llueve — tan tupidamente llueve que la selva parece una selva
sumergida en el fondo del mar.
La profunda cañada tiene un techo de nubes. En su fondo
oscuro no se ve nada — sólo se escucha el ruido de una cascada.
Los largos esqueletos de los pinos pretenden taladrar los vien-
tres de las nubes densas. Espesas masas de vapor gravitan sobre
el bosque destruido. La atmósfera saturada de agua envuelve la
Tierra y oculta el Infinito.
La nieve irradia suavemente bajo la densa niebla. El crá-
ter enorme está azolvado de vapor. En la oscuridad de la noche se
L A NOCH E 2,1
vuelven misteriosas las oquedades de los hielos y se prolongan in-
definidamente las asperezas nevadas de la Montaña.
Espinazos helados suben, suben, suben entre mantos nebulo-
sos. De repente, una extremidad ; arriba no hay nada. Las manos
buscan otra altura. Nada La niebla espesa — el ignoto impene-
trable— nada. . o todo
La atmósfera densa marca el límite de lo explorable.
Me muevo como una larva en el fondo de un lago que se con-
gela.
En otro tiempo, la Tierra envuelta en una niebla espesa, incu-
baba en la humedad cálida, la Especie inconsciente. Y el hombre se
arrastraba en el fango como un reptil. Pero una noche — una noche
gloriosa — el azar consecutivo desgarró las nubes y el espíritu del
hombre desprendido del limo primitivo radió sobre los cielos.
Sobre tu altura suprema todo es puro, oh Montaña : tus hielos,
la atmósfera, mi pensamiento. De tu cúspide adormecida en el
silencio de la noche, el hombre como sobre un pedestal, levanta su
gigantesca estructura y sumerge en las lejanas promesas del firma-
mento constelado la inquietud de su mirada.
El Universo entero derrama sobre el Volcán el imponderable
ñuido de sus astros — ^llueve luz — llueve la luz del Cosmos sobre el
Mundo y la Montaña baña su cima nevosa en la nebulosa infinita
del Caos pulverizado en soles.
Caminando por el áspero perfil de una montaña helada — las
radiaciones del pensamiento proyectadas como la luz de un faro
212 MÉXICO MODERNO
sobre las profundidades del Espacio — ^yo comprendí la importancia
sin límites del Accidente insignificante y prodigioso que rasgó las
nubes, descubrió los Mundos y transformó la Vida en una espiral
sin fin.
De tus entrañas enroscadas en el Espacio — oh Misterio que
engendró a la Inteligencia — nació el Deseo que a través del Tiempo
y del Espacio ultrapasará siempre los límites de Lo Tangible.
Soles, sistemas y vías lácteas, oscuridades que esperan la luz
de un cálculo, nebulosas que pululan en el éter como microbios en
un tubo de ensayo, espacios infinitos saturados de universos, luz,
movimiento, matemática, armonía, todo nos pertenece. . .
Oh, noche, ¡ cómo has hecho grande al hombre !
Todo el Cosmes entrando por el microscópico canal de nuestra
pupila, palpita en las moléculas de nuestro cerebro.
La bóveda craneana encierra el Infinito.
Tú eres fascinante, oh Noche — más fascinante que la boca de
mi amada — más dulce que la palabra de mi madre — más profunda
que la sabiduría de los hombres — más terrible que el dolor — más
inmensa que el placer — ^más bella que el amor y más grande que
todos los dioses. Tú eres la más grande y la más bella de todas
las cosas porque tú eres el Porvenir.
Sobre las Moléculas luminosas de tu Misterio, el Hombre ca-
mina, y su paso levanta una polvareda de soles!
DOCTOR ATL..
LA PUÍÍALADA
A 01BB1BL ALFABO
NO supe jamás su nombre.
Una noche, en la rué de la Gaite, cuatro amigos, al salir
del taller, discutíamos de nada, cuando una picaresca mu-
chacha rozó nuestras sonrisas con las suyas borbotantes de en-
canto.
Los amigos la vieron sin contemplarla. Yo, la miré y la se-
guí.
— ¿Adonde vas, ma petite?
— Me paseo.
— ¿Quieres venir conmigo?
Sin contestarme, con ojos de pecado, me miró risueña.
Í' — ¿Quieres?. . . Anda, ven. . .
— i Si tú quieres ! . . .
— Sí, sí ; pero ... ¿adonde ?
Me hablaba con una gracia suave y natural.
— Si tu veux, ici a Thotel de Bretagne; veux tu?
— Donde quieras . . . ¡ Qué linda eres ! . . . Dame un beso . . .
Y en plena calle la hice mía con el pensamiento, en la penum-
bra de un árbol del camino y al calor de mis ardores de artista.
-T-Bon soir, patrón — dijo ella al entrar en el paupérrimo ho-
telucho.
— ¿C'est pour toute la nuit?
214 MÉXICO MODERNO
— Nó, — dije yo.
— Le cinq, alors,— dijo el hombre gordo.
Subimos.
Yo callaba. Ella sonreía, y charlando desabrochó su corpino,
hizo deslizar por las caderas mórbidas su trajecito de velours ne-
gro, y quedó en camisa.
— ¡Qué maravilla de formas, de juventud y de gracia!
Al verse admirada así, desabrochó sus labios y me besó ansiosa.
¡ Qué ardor tenían mis carnes descansadas de lujuria !
Hubo un momento en el que sus pupilas entrecerradas, el imán
de sus formas y el favor de su galante gesto, me arrojaron brus-
camente sobre aquella estatuilla pecaminosa de Montparnasse.
Mis veintitrés años cerraron los ojos y se echaron de bruces
en aquella cisterna de belleza y placer.
Abrí los brazos y tremante la estreché con fuerza el tórax.
¡Oh!... y entonces, entonces aquella mujercita linda lanzó un
grito terrible, de dolor, que me aterró.
— ¡ Ay ! . . . No, así no, así no . . .
Arqueó el cuerpo como un tallo lastimado y suspirando de muy
hondo, me imploró piedad con mirada tierna y dolorida. . .
— ¿Qué tienes? inquirí asustado.
Entonces levanté pausadamente sus ropas, y vi :
Al rededor de la cintura gallarda y blanca, una' venda blanca
tapaba una herida.
— Mira, — me dijo — ; ayer, un apache me dio aquí una puña-
lada ; — y desenvolviendo la cinta larga manchada de sangre, dejó
al aire los labios rojos y trágicos de una herida recién abierta. . .
— ¿Cómo fué?
Las mujercitas así no explican las cosas bien; es pre-
ciso adivinarles. . .
Fueron los celos. En un baile de vicio y amor el souteneur, el
apache idolatrado, estaba celoso; la insultó, la estrujó, la pegó, la
quiso matar, y casualmente el puñal no dio en el corazón.
Vivía, y vivía para él . . .
Así, herida, por las calles obscuras, silenciosas y frías de París,
iba buscando cinco francos que llevar al verdugo . . .
El amor en París es así . . .
LAPUÑALADA Jij
Ella no comprendió nunca por qué mis besos fueron tan suaves;
por qué la dejé, rozando con mis labios las puntas de sus alas, y por
qué sin amarla, escondí entre sus medias, un billete de diez fran-
cos, mi pan de una semana de miseria y de frío.
ISIDRO FABELA.
Buenos Aires, Dic. 12 de 1916.
LA SOMBRA DE KARMIDJÍS .
Del próximo libro El
David de Miguel Ange
CUSTODIAN la entrada los leones de la puerta de Micenas, si-
lenciosos, ciclópeos, heroicos. Llevo entre los labios un verso
de Sófocles: "extranjero, has llegado a la tierra de los cor-
celes rápidos " Voy a contemplar las estatuas griegas. Es de
fortísimo dinamismo espiritual, para la autoeducación, recrear los
ojos sobre la tersura de un mármol griego. Esta contemplación esti-
mula el sentido estético, da proporción y euritmia a las creaciones
alucinantes de la fantasía, llena el pecho, acuchillado por la inquie-
tud, de una aristocrática serenidad; produce una sensación de con-
trol sobre la materia, de libertad, de agilidad espiritual, que nos
hacen adueñarnos de nuestro ego, tomarnos, tal cual lo soñaron los
griegos, en una mariposa, una "psiche", un alma. Comprendo por
qué Goethe, antes de escribir la Eñgenia en Tauride, permaneció
por espacio de tres meses entre las estatuas griegas, dibujándolas
en un pequeño libro, para dar euritmia, plasticidad y proporción a
su fantasía. Sé por qué Miguel Ángel, ciego y anciano, se hacía con-
ducir al Museo, para palpar, trémulo de amor, el torso de los anti-
guos mármoles.
La escultura griega nos legó un admirable cortejo de imáge-
nes de la juventud heroica. Si por un fatal acaso, solamente nos fue-
ra dado gozar de una obra de arte única, yo escogería entre todas,
que me permitieran vivir contemplando el grupo de mármoles que nos
ha legado la estatuaria helénica. Es un cortejo blanco e impecable,
un mundo de alabastro, lleno de pureza, de serenidad, de fuerza.
Para nosotros, hombres super-civilizados, constituyen estas esta-
tuas una admirable lección; son el blanco evangelio de la religión
LA SOMBRA DE KARMIDES... 217
del cuerpo. La religión del cuerpo, he dicho, y no me arrepiento de
esa frase ; parece algo materialista, pero ya Pablo de Tarso, un após-
tol de Cristo, escribió: "Vuestro cuerpo es el templo del Dios vi-
vo". Esta es la enseñanza de los mármoles cincelados, semirrotos,
dorados por el beso de los siglos : llevar el cuerpo como el templo del
alma. Los griegos supieron vivir este pensamiento. Que la "psiche",
la mariposa, el alma, fuera guardada en un cuerpo equilibrado, es-
belto como la columna de un templo. Que el corazón rojo, latiera
álgido, bajo el arca santa de un pectoral rotundo. Se formó enton-
ces el mundo de Píndaro: los dioses aman los juegos canta el
poeta.
Culto religioso, institución nacional, fueron en la Hélade los
juegos atléticos en que el joven demuestra la donosura y la fuer-
za de su hombría. Tenían las prácticas de la palestra el privilegio
de estrechar la unidad nacional. Durante las olimpiadas se suspen-
dían las guerras. El mes que duraban los juegos, era Grecia una na-
ción unida. Heraldos, coronados de flores, proclamaban la inaugu-
ración de los días sagrados ....
Llegaban al bosque de laureles las theorías de jóvenes atle-
tas, en trirremes con veías de púrpura, o en carros dorados que re-
flejaban los rayos del sol Venían desde las regiones más lejanas
de la Grecia a compjetir en los certámenes que los dioses risueños fa-
vorecían.
Caminan los efebos en matinal theoría bajo la sombra de los
mármoles consagrados. Caminan donosos, como el alba. Brillan sus
miembros ungidos con el aceite que da suavidad y ligereza. La
musculación elástica se mueve bajo la piel tersa ; sonríen dulcemen-
te los encendidos labios escarlata; la cabellera negra ondea sobre
los hombros como un chorro de ébano diluido . . . Son el genio de
; Grecia. Los poetas, los escultores, los filósofos, harán del joven he-
I roico, sencillo, modesto y temperante, un motivo de inspiración.
j El espectáculo más grato que el pueblo griego puede ofrecer a los
' ojos radiantes de los dioses, es el cuadro de la juventud sobria y flo-
reciente.
No es posible acercarnos a Platón, dice Leroux, sino como nos
acercamos a Cristo, con respeto y amor. Platón dotó al alma de alas.
En un diálogo perfumado con brisas de los vergeles del Pireo, hace
Méx. Hod.-3
2i8 MÉXICO MODERNO
el divino pasear a Sócrates seguido por el grupo matinal de sus
discípulos, y luego, sobre un banco de la palestra, entrevistar al
joven Karmides. La luz del espíritu, ardiendo en lámpara perfec-
ta, ilumina las palabras de este diálogo. Karmides es el joven ate-
niense fuerte y calmo. Su vida espiritual es profunda. En su mente
bullen los versos de Homero, y en los músculos de su torso, se mar-
ca, en relieve, el cinturón de Apolo. Karmides es la templanza, la
"sofrosinia" de la vida del ateniense, la moderación del alma, el es-
tado del espíritu bien regulado; la proporción perfecta de los sen-
tidos superiores e inferiores, el florecimiento de la fuerza psíquica
sobre la rotundidad de los músculos perfectos. Karmides es un con-
quistador de sí propio ; su alma es una psiché. "Karmides, — ^le dice
Sócrates en el diálogo: — . . . tú estás colocado por encima de todos,
porque puedes mostrar la alianza de dos cosas, cuya unión produ-
ce los seres más perfectos de la tierra : el alma virtuosa dentro del
pecho fuerte "
Esta escena de la palestra es reveladora del espíritu de la ju-
ventud ática. Karmides no es un barbilindo, gomoso, empapado en
agua D'Orsay. Es el hombre en ñor de mocedad, educado en el gim-
nasio, respetuoso con los ñlósofos, amador de las bellas palabras,
equilibrado en todas sus facultades, serio, religioso, que inclina la
testa al escuchar las palabras suavílocuas de Sócrates, y abre su al-
ma ingenua para que los ojos del maestro penetren hasta lo más ín-
timo de su ser. Karmides está rnuy lejos de la frivolidad donjuanes-
ca y de la vanidad papagaya. A su edad es ya poeta y ñlósofo. Este
joven de aspecto abrileño podrá luchar desnudo, cuerpo a cuerpo,
con el medo de floiaute cahellera en los bosques obscuros de Platea,
o correr con la voz de la victoria en los labios y los laureles del triun-
fo en las manos en la jornada de Marathón.
Tal fue el tipo de la juventud fuerte y heroica que eternizó en
mármol la escultura griega. Estoy junto al grupo de blancas esta-
tuas. Parece que los jóvenes griegos meditan en silencio .... Qui-
siera llamarlos hermanos. Sonríe el Diskóbolo en la serenidad per-
fecta. Debe ser muy dichoso, no ha tenido que andar en camión, no
ha oído hablar de política, ni siquiera ha visto el retrato del Empe-
rador de Alemania.
En la calma religiosa acarician los jóvenes un sueño de ala-
LA SOMBRA DE KARMIDES ... 219
bastro Ha siglos que escucharon las palabras aladas de Platón,
brotando, como ancho río de dulce hablar, de los labios áulicos del
maestro Hace ya muchos siglos que los jóvenes están dormi-
dos. Hace ya muchos siglos que floreció la sonrisa de los dioses
Parece que en el ambiente, purpurado, como floración de ciruelo,
por la agonía del sol tramontano, pasa sirenciosamente, junto al en-
canto de las blancas estatuas, la sombra de Kármides
JOSÉ U. ESCOBAR.
MÚSICA Y BAILES CRIOLLOS DE LA ARGENTINA
EN el ambiente cosmopolita de la ciudad de Buenos Aires se ha
dejado sentir, por unas noches el perfume agreste de las can-
ciones y los bailes populares del interior en su acción dramá-
tica y forma melódica elemental. El interés que ha producido ello,
mentiríamos si dijéramos que ha sido universal; pero sí lo sufi-
cientemente generalizado para dar a los espectáculos de canto y
baile criollos una importancia que mucho se dudaba que alcan-
zaran.
Buenos Aires, más que ciudad ninguna, debe ser considerado
como refugio de toda actividad humana. Lo que hay de bueno y de
malo en el mundo viene a fundirse y transformarse en esta tur-
quesa que es la ciudad moderna y a producir el modelo consi-
guiente, hecho de otros pequeños modelos ya gustados en el ex-
tranjero. Una moda, por ejemplo, lanzada en Londres o París,
adquiere en Buenos Aires fisonomía propia y caracteres determi-
nados, al grado que haríamos muy mal en elogiar como parisiense
ese vestido, adorablemente sencillo, con que pretende cubrir su
cuerpo una niña bien en la calle Florida o señalarle procedencia in-
glesa a ese traje que porta, no sabemos si con elegancia o no, el ca-
ballero que se exhibe tarde a tarde en las puertas del Jockey Club.
Uno y otro, el femenino y el masculino, son esencialmente bonae-
renses. Es decir, lo más chic y lo más propio de la América toda
de la que Buenos Aires es el emporio indiscutible, tanto más cuan-
to que ni los mismos Estados Unidos gozan por estas latitudes de
ningún predicamento. Un sacrilegio, una irrisión sería pasear por
MÚSICA Y BAILES CRIOLLOS DE LA ARGENTINA 221
ia Avenida de Mayo o por Florida, escaparate de toda belleza y
muestrario de toda elegancia un traje confeccionado en alguna de
las tiendas neoyorquinas, cómodo y todo; pero de una aberración
extrema.
¿Qué será pues en lo demás? Buenos Aires no es como Mé-
xico, Lima o tan siquiera Santa Fe de Bogotá, ciudad de tradición
arraigada, costumbres vernáculas mantenidas en su mayor o me-
nor integridad; pero mantenidas al fin con solícito cuidado. La
Semana Santa ha pasado sin que apenas nos diéramos cuenta de
ello, ¿podría suceder tal cosa en México? Lucha con la corriente
cosmopolita que tiende forzosamente a borrar todo carácter propio
que pudiera establecerse. Y cosa natural, la ciudad busca su tradi-
ción o por lo menos forjársela, que diera a la ciudad una ascen-
dencia conocida en el mundo de las naciones. Y trata de lograr,
con ahinco, una cultura y hacerse de una tradición que suele ser,
por ei momento, artificial; pero que, con el tiempo adquirirá vir-
tud de sobrevivir por su propia excelencia. Mucho hará la Argenti-
na cuando en las venas de sus hijos logren mezclarse y confundir-
se las sangres tan diversas que en ellas hierven, desde la anárquica
del ruso hasta la blanda y apacible, aunque tozuda del gallego, o la
independiente y laboriosa del vasco.
Difícilmente habrá, además, en cualquier parte del mundo
ciudad que consagre mayor espacio a los espectáculos. El viajero
curioso encontrará en ella de todo, desde el concierto sinfónico y
el drama musical hasta la piecesilla jocosa, sin importancia y feble
de los tablados de género chico, sin contar con los espectáculos que
por su estragado sabor a pimienta monopolizan determinado pú-
blico. Los teatros pueden clasificarse en dos grandes secciones: los
que dedican sus escenarios a la representación de espectáculos ex-
tranjeros y los que ofrecen a la producción, cada vez creciente del
drama, la comedia o la zarzuela nacional sus tablados plantada so-
bre ellos orgullosamente la bandera celeste y oro de esta hermosa
república. No hay que buscar pues, en la ciudad cosmopolita lo
pintoresco, lo exclusivo, lo propio de la Argentina. El medio es
lo suficientemente refinado para excluir lo genuino. Habrá que
penetrar en la campaña y ver de obtener de ella lo que la ciudad
escatima con un poco de desprecio.
El gaucho criollo, con sus costumbres, andanzas y caballerías,
que suele causar risa en la ciudad cuando se presenta, cabello largo
a la espalda, "chiripá" o bombachas amplísimas, rebenque en mano
222 MÉXICO MODERNO
y facón al cinto por esas calles de Dios pobladas de niños bien que
a la moda visten, se esconde muy adentro del territorio, con sus
vagidos de arte primitivos; pero frescos y jugosos. Los rasgueos
de la guitarra, las canciones de los payadores anónimos y sobre
todo las danzas típicas y ¡ tanto ! han sabido sacudir de su modorra
a la ciudad y conmoverla en estas noches cercanas al invierno con
la frescura de una inspiración niña. Y al oirías ¡ Dios mío ! yo tam-
bién me he conmovido. Se parecen tanto a las nuestras, a las que
hemos oído cantar en el interior de nuestra tierra, en las haciendas
del Bajío, en los ranchos prendidos a la sierra, en los campos po-
blados de sonoridades . . . !
Figuraos un teatro poblado de gente acostumbrada a percibir
muy otros sonidos que los que van a señorear el escenario. El cua-
dro es pintoresco y sugestivo: un rancho preparado para la fiesta,
una rueda de cantores y bailarines ataviados con los trajes típicos
del gaucho. Los hombres de bombacha, pantalones amplios metidos
en la bota de anca de potro, o bien el chiripá, mascadas al cuello y
poncho al hombro, las mujeres con sus haldas de cretona muy hol-
gadas, de colores vivos y alegres que marcan el ritmo al revuelo de
los holanes aplanchados, la blusa de lo mismo, las trenzas a la es-
palda y una cinta o listón atada a la cabeza. El traje es de campe-
sina hacendosa, limpia y discreta. No de campirana rica. Nuestra
china vería con el rabillo del ojo a su colega la criollita del sur.
El cuadro nos es conocido: cambiad mentalmente los trajes
de los concurrentes al bodorrio y tendréis una pintura de género
tan mexicana como la que más. Poned a los gauchos el traje de
nuestros charros y a las mozas la enagua de castor, el rebozo de
Tenancingo y la camisa con randas bordadas y tendréis inmedia-
tamente una fiesta en la hacienda. La orquesta se compone en este
caso de una arpa (como la que suelen tener por nuestras casas de
vecindad los ciegos que venden azucarillos) un tambor de caja gran-
de, una flauta, un violín y una guitarra, ¿no son éstos los elemen-
tos constitutivos de cualquier orquesta rústica, en toda barbería
lugareña?
Empieza la fiesta. Se agrupan todos en redor del que tañe 1h
jarana. Van a entonar una "vidalita*'. Se llamará: "Una prenda
que dejé '' "Me causa un sentir. . ." "Ausencia. . ." ¿No cono-
céis canciones nuestras con el mismo nombre o parecido? Ahí va la
MÚSICA Y BAILES CRIOLLOS DE LA ARGENTINA
22
letra de alg:una de ellas, de estas "vidalitas" que sin tener nada de
común con nuestros cantos populares tienen tanto:
Después de deoir que si,
dices que no has de poder;
tonuí este ramo
dame un clavel.
Por los montes y espesuras,
yo caminando andaré;
tomu este rama
dame un clavel.
De pena me estoy muriendo,
los motilaos no los sé,
toma este rama
dame un clavel.
Al lado'e la sepultura
donde nU madre enterrée;
tmna este ramo
dame un clavel.
Toda la noche despierto
tan grande pena lloré;
toma este ramo
dame un clavel.
*'Adiós" te digo llorando; »
ya no te volveré a ver
toma este ramo
dame un clavel.
i. Que no tienen que ver nada con las nuestras ? Si y mucho, co-
mo ellas son producto de melancolía y de dolor las inspira una mu-
sa popular fresca y sincera y tienen un mismo origen: la copla an-
daluza, la saeta sevillana. Ahí va, por ejemplo, la letra de una
zamba :
Dolores son los que paso
tan sólo a considerar
por lo que vivo pensando,
no me tienes voluntad.
Una canción argentina, vidalita, zamba, tonadilla causando al
colombiano la misma impresión que sus guajiras, o al mexicano
que las valonas, hacen más por el acercamiento moral y espiritual
de los pueblos de América que doscientos discursos sobre inter-
cambio continental. Entre un verso y un argumento geográfico, dia-
léctico o histórico, hay que preferir lo primero, por más cercano al
corazón. Y entre una vidala y una valona hay la misma relación
224 MÉXICO MODERNO
de elementos melódicos, simples, sin complicaciones, sanos y fres-
cos como flor que crece en los campos oreada por el sol y cobijada
por el cielo. Letra ingenua, triste o melancólicamente alegre, al-
guna vez picante sin grosería y sin alarde.
Y vino la danza. La danza que todo lo expresa y que todo lo
dice, desde la emoción primaria hasta el arrebato dionisiaco de la
vida. Todo lo que llena el alma y la rebosa, todo lo que ha menes-
ter expresión y no hay sonidos capaces de manifestarla recurre a la
danza como medio ideal. La danza fue el punto de partida de todas
las artes en una civilización que no ha tenido segundo y esa "es la
razón por la cual — nos dice Edouard Schuré — fueron tan verdade-
ras." He aquí cómo nos explica don Ricardo Rojas, eminente his-
toriador de la literatura argentina, los bailes que estamos presen-
ciando: "La nomenclatura de los bailes del norte argentino su-
giere claramente la intención de sus símbolos: "el prado" es la in-
vitación galante; "el escondido" la esquivez femenina; la "zamba"
el cortejo erótico; "la chacarera", "el gato", "el marote", reme-
dan el frenesí del amante con su zapateo que se parece a los circu-
lares asedios del gallo ; el triunfo es ya la conquista epónima, coro-
namiento de la dulce aventura. En dichas danzas las partes de la
pareja no van unidas por el abrazo, y antes, por el contrario, hay
en la mimodia tal recato gentil, salado, a veces, de malicia, que
junto con la gracia de las mujeres, impresiona en ellas la delicade-
za cortés de los varones. Acaso entre todas, sea la zamba la que es-
tá destinada a un éxito mayor, por la voluptuosidad de la música
y la elegancia de los gestos ; sin excluir por ello, a los bailes de za-
pateado, que aunque son más difíciles, suelen arrebatar a bailantes
y espectadores en la loca agilidad de sus movimientos."
¿No os parece que el autor describe las mudanzas de nuestro
típico baile nacional: el jarabe? Todos esos pasos aislados, no son
sino elementos de una danza y que esa danza evoca todo un poema
de amor desde el requiebro hasta el triunfo, no de otra suerte que
los diferentes romances del romancero son trozos de una epopeya
primitiva y única, la que constituye la gente española. El jarabe es,
pues, la síntesis del drama humano que en fragmentos nos expo-
nen los bailes típicos argentinos. Agilidad de pies que se trenzan en
un canevá inverosímil de figuras, he ahí la técnica de estos bailes,
como lo es de los de nuestra tierra.
k MÚSICA Y BAILES CRIOLLOS DE LA ARGENTINA
225
¡Cómo se parecen a los nuestros! Es la exclamación que brota
de los labios de cualquiera al presenciar las evoluciones de los bai-
larines en el escenario. Sólo que la música de éstos es más monó-
tona, menos rica y pintoresca que la mexicana. No tiene esa picar-
día ingenua de nuestro jarabe que tanto se aviene a la idiosincracia
del pueblo mexicano.
Aquí está el arte genuino y verdadero de la Argentina, más
que en el tango producto voluptuoso y atormentador y hierático al
mismo tiempo de la urbe cosmopolita, más que en el "pericón",
danza por lo demás originalísima que no ha nacido como el tango
en la ciudad, sino en el campo, también en las pulperías de vascos,
en las tardes de los domingos agobiadoras de calor y al son tam-
bién de la indispensable arpa, del violín agudo y de la guitarra
compañera del payador. Por estos bailes populares la nacionalidad
se afirma más que por los discursos ayunos de sentido o por los
tratados colmados de citas de sabios y de eruditos. En España se
cultivan con esmero. Rusia ha encontrado su fórmula en ellos y
la compañía de Jean Borlim busca para los países escandinavos un
lugar preferente en la historia coreográfica de las naciones.
Buenos Aires, marzo 29 de 1921.
JULIO JIMÉNEZ RUEDA.
LA JOVEN LITERATURA MEXICANA
/ BECCIÓN A CARGO DE
AGUSTÍN LOERA Y CHA VEZ
JESÚS S. SCKLX). Un poeta de provinchi. Sin embargo, sus versos no tíenen esa
dulce melanoolía de las cosas provincianas ; se advierte en ellos al espíritu apri-
sionado en las oompílicaciones de un vida inquieta.
Soto es un inyeta. desigual : en las fuentes del sentimiento, en las ideas y eai
las aspiraciones de forma. Tiende lo mismo a la pureza, clái?ica de los versos,
como se olvida de individualizarlos y los deslava en un ambiente peculiar de
otras literaturas.
No obstante, la forma se domina con paciencia y en la juventud son naturales
y valiosa» las iiicertidumbres. I>os poetas corridos miran con cierta condescen-
dencia nuestra preocupación por dominar las palabras o realizar la nmsicalidad
de una frase.
Pero Soto tiene un problema más : El de sí mismo. Nada importa la diversidad
f:^piritual, según el momento. Todos somos así. El problema de Soto se halla
en su manera de ser más i>ermanente. Oomo casi todos los jóvenes de estos
días, manifiesta una vejez inexplicable, una grave desilusión, un dudar infinito.
Y llega a límites verdaderamente penosos:
fiíi experiencia en amor no gtvsta nada;
todos los besos me parecen yertos.
Y como si no bastara, como si no fuese ya una desventura no gustar algo
del amor, inmutable a través de las más dolorosas experiencias, la pluma de Soto
increi>a :
Asco de la vida por múltiples causas,
Alcohol, el sexo vil de la mujer,
Cosas así me lleA\an a pensar, por la frecuencia de sus manfestaciones, si
llegamos a un punto donde la literatura mata a la poesía. Dos mil afioB de
tradición literaria pesan sobre nosotros y restan pureza a las im,presioues de los
LA JOVEN LITERATURA MEXICANA 227
í^entidos, que ya 961o pueden advertir la belleza en formas estereotipadai« por
<>] Tiempo.
Ante la desolación de nuestra juventud (la mía no e» diferente) me entran
deseos Irresj^stiblee de romper el pa«ado literario; de mirar las cosas con una
primera y limpia mirada, y de formuiltar mi pensamiento en gritón que llamarla :
Poemas.
J. O.
EL CANTO DE LA LLUVIA
EN tanto que la lluvia
Golpea mi ftaícón,
Una canción doliente
Canta mi corazón.
Mi corazón lloroso.
Cansado de sufrir
Al que una daga aguda
Nunca acaha de herir.
Pero la lluui<i trae
Tanta desolación,
Que de llorar candado,
Canta mi corazón.
Las nuhes en hand'ada
Negras huyendo van;
En el monte cercano
Sombrías rodarán.
En su huida golpean
Mi cerrado balcón
Y sintiendo la, lluvia
Canta mi corazón.
228 MÉXICO MODERNO
TARDE RELIGIOSA
LATE en nd corazón una esperanza
tímida como niña e indecisa,
hoy que la tarde hace danzar la brisa
sobre tm cabellera, en dulce danza.
Algún dolor quisiera hincar su lanza
para arrugar mi frente, ahora lisa;
pero la tarde suave, que se irisa,
me hace feliz y mi ventura afianza.
Danza la brisa con amor; los vientos,
acompañados por el arpa cólica
del bosque, que harmoniza los comentos,
hacen fluir esta canción bucólica
y dan a todos mis presentimientos
una sei-ena suavidad católica.
JESÚS S. SOTO.
ARTES PLÁSTICAS
SECCIÓN A CABGO DB
RICARDO GÓMEZ RÓBELO
LA EXPOSICIÓN ROBERTO MONTENEGRO
I
Fascinadora con sortilegios orien-
tales, con hechicerías de línea y de co-
lor, y desconcertante al primer análi-
sis por la diversidad de aspectos, de
motivos y aun de técnicas, tiene la ex-
posición de Roberto Montenegro la
virtud, sutil y seduct¿ora, de un espíri-
tu y un estilo; es decir, de toda una
personalidad artística, la más afinada
e inquieta, la más exquisita y laborio-
sa, quizá, entre todas las por fortuna
distintas de nuestros fuertes pintores
jóvenes.
El conflicto, sólo aparente, de ten-
dencias, nace de la nsás grande cuali-
dad de Montenegro: orientado desde
sus primeros dibujos, — que todos re-
cordamos con el regocijo de una revela-
ción de belleza, — hacia un ideal in-
tensamente expresivo de modernidad,
y opulentamente decorativo; la flama
turbulenta que dló vida a la indómita
línea primitiva necesitaba estilizarse,
y eoneiervando su fuego, someter sus
volutas y arabescos a los dictados su-
premos del gusto estético trocado en
amo y señor de sus elementos expre-
sivos. De ahí que el artista, completo
en conciencia y voluntad, se detenga a
cada momento a documentarse y a
ilustrarse, pues para él, el mundo vi-
sible existe, y en las estructuriis natu-
rales y en los maestros afines busque
incansablemente, como lo hizo en su
tiempo Rafael de Urbino. sus ma-
teriales propios y su constante eleva-
ción. Esta depuración continua, visible
y patente en la obra Üe Montenegro,
no solamente lo ha Uevado a las con-
quistas actuales, consagradas i)or la
crítica nacional y la eurofea, sino
que le asegura, por encima de los i*e-
tóricos y críticos de receta y formula-
rio, una ascención constante, en cuya.s
epifanías escuchamos no sólo los lau-
dos de un artista, sino también las
voces triunfales de las bellezas múl-
tiples de México, que Montenegro ha
sabido hacer vibrar en las últimas
creaciones de su arte, y que hacen de
est-a exposición una sotemuidad nacio-
nal.
230
MÉXICO MODERNO
I>ecorador por excelencia, no acuidió
Montenegro por su fortuna a los te-
mafi clásicos o del Renacimiento euro-
peo, <iue no son de nuestra época ; por
su fortuna también, gozó en los co-
mienzas de su catrera las influencias
literarias y artísticas de renovación
que han vuelto a la vida a las letras
españolas en nuestro continente y su
instinto de selección lo llevó a Goya,
precursor de Baudelaire, y a Beards-
ley exégeta de Osear Wilde. Este ar-
re nei'vioso, cerebral, vidente de^ la
crisis mental contemporánea, en que
el verdadeit) idealismo, antiguo y me-
xlioeval, sufre todos los trituramientos
del llamado progreso industrial que
pasniíi a las buenas gentes, lleva con-
HÍgo la redentora moral imperativa de
una cultura rigurosa, en contra de las
inarmjónicas convulsiones de las bo-
hemias míelenudas, en el ^orte o el es-
tilo. La elegancia, cada vez, más refina-
da y más opulenta de Roberto Monte-
negro, ha nacido de esa sujeción ; y
su libertad, de una implacable disci-
plina, de un estudio infatigable, del
que son pruebas patentes esas cabezas
de ríisgos acentuadas, casi primitivos,
que dieron asunto a sus dibujos al lá-
piz, y los retratos al óleo, que forman
una historia y una evolución, en el
conocimiento de formas y colores y de
las técnicas para expresadlos.
Por igual razón, en su marcha sos-
tenida, ha estudiado Montenegro al Ti-
ziano, a Zuloaga, a Romero de Torres;
Ijara profundizar mis interpretaciones,
en espíritu y materia ; como lo ha he-
cho con Beardsley, con Dulac, y las
fuentes originales: las maravillosas
l>inturas chinas de los siglos VIII al
XV, las miniaturas persas y lias admi-
rables jicaras michoacanaiS ; para re-
crearse en los éxtaisis de la estiliza-
ción. Era absolutaimente indispensable
poseer un tesoro mental y artístico
tan puro, para desarrollar, wi deco-
raciones orquestales los temas nuexi-
canas de que la mediocridad sólo ha-
bía (podido obtener ridiculas mojigan-
gas u odiosas caricaturas.
Bebiendo en las aguas encantadas
del orientalismo, trabajando ardua-
mjente. Montenegro, con los ojos y el
corazón inflamados de amor a la tie-
iTa nuestra, ha realizado el prodigio,
y no es ya el caso de que el dandismo
estético de un poeta como J. J. Tabla-
da niegue ser "autóctono," en justa
rebeldía en contra de las necedades
pseudonacionales y la ya dicho<^-
mente archivada teoría del medio; el
arte autóctono ha encontrado su ex-
presión, y reveladas por «1 arte, des-
cubiertas y hechas patentes por él, las
bellezas que nos rodean, serán admi-
radas y amadas por los ojos de to-
da«<. "excepto de aquellos a quienes un
torpe beso majitierie los párpados ce-
rrados."
I^ peregrinación, devota de Monte-
negro, del arte modernista inglés y
francés, al de Oriente, y de éste al
nacional, es, para nuestras artes to-
das, ejemplar y trascendente; Jesús
Acevedo y Pedro Henríquez Ureña,
estudiando nuestra iliteratura, habían
señalado la suavidad crepuscular del
alma mexicana.
La observación es de clarividentes,
pero a la facultad poética hay que aña-
dir la plástica. Si la raza oprimida
y frustrada, aún gime su pérdida ideal
en sus canciones; el géj*men primitivo,
aplastado en las ciudades bajo todas
las importaciones del mal gusto, en
mercaderías, en arquitecturas y en pen-
samientos, cada vez que puede crecer
en libertad, muestra su fuerza esen-
cial y positiva, en una ardiente ima-
ginación y una potente sensualidad, y
ARTES PLÁSTICAS
2)1
oorrespondiendo a los sentidos, las ar-
tes plásticas estallan en un orienta-
lismo que €6 el verdadero genio del aJ-
uia nacional.
Desde la perfecta manera de llenar
un espacio y de estilizar una figura,
de los artífices de PaJeiique o Tenoch-
titífi-n basta los prodigios de riqueza
que había de adquirir la arquitectura
colonial, y los inagotables temas flo-
lales de su decoración, tan armónica
con éi (paisaje y el alma del pueblo;
desde los mosaicos de plumas de los
emperadores hasta las^ irisaciones des-
lumbranteis del sarape del Saltillo, de
la camáBa y el castor de la "China" po-
blana, o el joyante maqueado de la
Jícaora y la batea, un instinto igual ha
dictado la selección y creado las alu-
cinadas policromías indígenas.
Las líneas aztecas son hermanas de
Jas egipcias; la Nao de China dejó su
huella permanente en las estilizacio-
nes, en vasos y maderas de la costa del
l'acífico, y si en el interior la cerámi-
ca de Puebla se impresionó con los te-
mas góticos de las talaveras, fue poi'-
que eran más imaginativos que los del
Renacimáento, y la doble corriente
ibérica^ hija del arte oriental por los
fenicios y árabe por los califas, tenía
que concurrir, como lo hizo, con la fla-
mígei-a inspiración nativa, para crear
el arte maravilloso nacional que hasta
ahora comenzamos a conocer y que
el programa, de la Universidad, libre
de las trabas solenmísimias de antaño,
ha colocado en lugar de preferencia.
No pudo ser de otra manera: absur-
do hubiera sido llegar a conuprenderio ;
iniciar siquiera algo genuinamente
nuestro y de verdadero valor artístico,
partiendo de I-andesio y de Clavé.
El espíritu conservador y la gramá-
tica que no llega ni a "pompier", per-
sisten aún, tiienen que persistir, para
eso sirven los magísters; pero «ienti»
nueertra generación el gozo infinito de
su conquista, y aáiuel que ima vea ha
probado la ambrosía del arte, no vol-
verá jamiás a iiKlIgestarse en las es-
cuelas de momias pedantcacM ni ae
detendrá a oír los oráculos negatÍTO«
de esos Irónicos que a falta de genio,
creador, desarrollaron la malftcüi, en
la que Hon grandes maeBtroe, especUI-
mente para los homéricos fracasos. Y
Itoberto Montenegro es un triunfador.
II
A otros coi-responde hi legítima sa-
tisfacción de buscar loe defectos. Ante
la obra de un artista, que es el ma-
yor don que puede darnos él mundo, loe
amantes del arte aplauden, mtlentras
los émulos murmiu'an. Lo contrario ee
verdad cuando la mediocridad se exhi-
be; la charlatanería chilla de gasto
y sufre la apasionada devoción a la
belleza.
En la imposibilidad de comentar obra
por obra, reuniremos los grupos de que
aún no hemos hablado: HueEas direc-
tas de la primera época, qu^ natu-
ralmente llevó a Montenegro de la
Francia literaria y la Espafia del man-
tón, a Italia, la más gloriosa tierra,
en la mujer y en el arte, van afinán-
dose los dibujos hasta llegar a: *'Un
Capítulo de Casanova", "Fons Vitae",
"Indiferencia", para florecer, fascina-
dora flor del mal, la belleza es diabó-
lica, según Lavonarolíi. en el retrato
obsesionante de la Marquesa Cbsati.
la obra maestra en la serie que puede
llamarse de los dibujos "satánicos."
Por contraste, los retratos de mujer,
ai óaeo, "(decoración de un misterio,"
que dijo Alfonso Cravioto son exclu-
sivamente interpretadonee de bellesa
232
MÉXICO MODERNO
externa, expresadas con la doble ele-
gancia del modelo y del pintor.
Desde otro punto de vista, ix)r las
investigaciones técnicas, porque el ar-
tista llevó hasta su límite, el análisis
interno, a la vez que su traducción en
planos y valores, son de un gran in-
terés los retratos de homíbre. Las mu-
jeres danunzzianas, tan alejadas en su
proporción del canon clásico como
simbólicas en su anormalidad contur-
badora del idealismo trágico moderno,
irresistible de sugestión y fuego, co-
mo la Marquesa Casati, son las de
Montenegro, y también, las instinti-
vas, de enormes ojos negros y sensua-
le«, un tanto oblicuos, de nariz recta
y primitiva, de boca como flor húmeda
de sangi'e y jugo, de esii>lendentes hom-
bros tentadoi^^s, lujo de la vida, y a
quienes, como a los cisnes de Rodin,
basta con la excelencia de la línea y
en ella tienen su alma única.
En los hombres. Montenegro busca,
para darles carácter, los ra^os funda-
mentales: el de la forma y el m,ental.
Es te manera peculiar, el alfabeto va-
ronil que descifra el pintor. Así, el gui-
tarrista Segovia. alma nocturna, llena
de vitalidad, ojos que han visto mu-
cho con la penetración y la indiferen-
cia de quien vive su propia vida; bo-
ca epicúrea, sensual, golosa ; manos
sensitivas, rostro de tonos fr^cos de
carne, perfectamente armonizados con
el negro y blanco, esto es, azul de una
noche de luna.
Julio Torri, "El Hermano Dia.blo,"
nutrido de teología profana, de ojos
malignos y perspicaces, y de quien se
adivina el pensamiento tácito, y se sa-
be que al hablar sale la palabra con
saltos de Puck; el Marqués de San
Francisco, de más potencia mental que
de expresión por la elaboración conti-
nua dentro de ese cráneo enérgico ; Ge-
naro Estrada, erudito, recopilador,
magnífico amigo, con esa expresión
cordial y sana; y por último, el pántor
Fenández Ledesma y el poeta Joaquín
Méndez Rivas. el primero en color- puro,
luminoso, suscinto y vibrante, el se-
gundo miás suscinto aún, en tonalida-
des verdiazules entonadas por púrpu-
ras con los tonos rojizos de la cara;
los dos retratos perfectamente logra-
dos en su inteipretación de las es-
tnicturas corporales y mentales, y en
su principio de la economía de medios,
tan exacto en esta® síntesis como lo
es eH de la riqueza, en la decoración;
procedimientos tiránicos al falso artis-
ta y que maneja Montenegro con igual
maestría y certeza, según el carácter
del asunto. Al pasar de estos realis-
mos, (en los que se detiene el pintor
con toíla la fuerza de su imaginación
paira acrecer su ciencia con los secre-
tos de los seres naturales,) a las ilus-
traciones de Aladino, en las que se en-
trega al pleno lirismo de su persona-
lidad; la técnica de Montenegro, es
magistral.
Mas que otra influencia, lo digo co-
mo un gran elogio, recibió su espíritu
selecto la de los pintores cliinoa antes
mencionados, cuyas enseñanzas .«?e asi-
miló, no en la imitación obtusa de los
procedimientos, que marca todos los
períodos de decadencia, sino por la
agudeza de percepción y la excelen-
cia exipresiva, como verdadero artis-
ta que es, renovándolas en su contac-
to directo con la vida, haciendo a«í
obra a un tiempo exquisita y original.
Las tonalidades cálidas, de lacas y
pinturas, las ricas medias tintas, en
contraste con la vibrante calidad de
las lineáis y masas negras, de una pu-
reza impecable, avivadas por toques
de vermellón, siempre justos, hacen de
estas ilustraciones preciosos esmaltes^
*!-í^^ '
W^^
^flwB%'
L.
RUFinO TñMñYO, POR ROBERTO MQMTENlE<3RQ
Cortesía de (''El Maestro")
WB^
QEMRRO ESTRRDñ; POR ROBERTO MOMTEÑEQRO
Cortesía de {"El Maestro")
EL MñRQüÉS DE SñÑ FRñMCISCO; POR ROBERTO MOMTEMEQRO "^
Cortesía de {"El Maestro")
EL CRICO DE Iñ QRñÑñbñ, POR ROBERTO MOÑTEMEQRO
Cortesía de (''El Maestro")
ARTES PLÁSTICAS
233
de oro puro, verdaderas maraviLlas de
pintor y orfebre.
En las cabeza;g, como de ensueño,
en las manos como flores, y resu-
men de su perfección, en el dibujo de
la gaxíela, la línea, la resistencia de
la materia al espíritu que la modela-
ba, quedó vencida con la sumisión aca-
riciadora con que las tínicas divinas
wsas naturales, el arte y la mujer, se
i 'llegan al dominador que, habiendo
comenzado por ser su esclavo adorante,
m ellas encendió el fuego de la creación
liiie las conquista.
Someramente cumpliré con el deber
(le no omitir otix) grupo, formado por
"La Jicara de Olinalá," "Mateo." "El
indio de la Jicara," a los que puede
agregarse "La Ofrenda," cuadros en los
que el estudio de un tipo es tema cen-
tral : variado después, al fondo, en una
(utilización de colores que desarrollan
las tintas fundamentales en series de
armonías, reveladoras por sí solas del
decorador y el colorista.
Con ese caudal, embriagados los ojos
'O vibraciones luminosas, dueño de su
técnica, afrontó Montenegro la obra
de su corazón; las suntuosas tonalida-
des de ílas telas nacionales decorati-
vas: "La Vendedora de Pericos," y los
espléndidos proyectos para un vitral
de la Universidad, y para un friso na-
cional; sinfonías de color, en que los
verdes del nopal y del maguey, los oros
y rojos de los frutos, el índigo del cie-
lo, los mil tonos de las telas, vibran
como metales o esmaltes, y el negro,
ese gran elemento de los decoradores
de raza, adquiere las preciosas cali-
dades que lo hacen insustituible en las
lacas chinas y japonesas, en las jica-
ras con flores rojas como sangre. Al
teiTQJnar la obra, con un gesto que ha-
ce recordar a Rubens al copiar el Adán
y EVa del Tiziano, Montenegro se exal-
ta y audazmente coloca como un tro-
feo sobre la mano del indígena del
grupo central, la llama azul y roja de
un paimgallo, en la embriaguez exhl-
larante de esa orgía de luz.
Y, por fin, las agua-s fuertes y, oon
ellas, "La Tradición," en la que el al-
ma de la raza indígena ha sido exte-
riorizada, como nunca hasta ahora, en
su actitud inmóvil, entre sus propios
símbolos y sus misteriosos caracteres,
cuya lectura, ella también ha olvida-
do.
"Ba Mercado," "Los Plátano»," dos
idilios profundamente bellos en sus
líneas, sus masas y acuatintas; obras
de artista consumado, por la creación
de tipos y de escenas; la EJva indíge-
na que tiende al Adán astuto que fin-
ge indiferencia, ante su éxito de ma-
cho instintivo y fuerte, la manzana
común: después, la india madre que
amamanta al cachorro, mientras el
varón, siempre in^pasible, vigilia sin
embargo, por los suyos, con la tran-
quilidad del felino, pronto al salto. Y
en amibas, una tercera figura, la donce-
lla, que en EH Mercado atiende al r^es-
to con la sublime gentileza del bien
nacido que no atisba ni juzga de mo-
rales ajenas, pasto de los criados; y
en "Los Plátanos" ante el milagro de
la maternidad se yerigue, hierática de
noble ensueño en espera de la hora de
la revelación y la fusión supremas.
"Pájaros Negros," también en color,
oon el empleo peculiar de los blancos
para producir efectos de nácar, lumi-
noso tras de las manchas negras de
los pájaros agoreros, en pleno medio
día, a la hora en que la mujer, mode-
lo de amantes, idílica, evangélica como
la mujer de Samar, lleva el jarro y la
canasta para el almuerzo del varón.
Y como resumen y símbolo de esas
razas, bronce por fuera, brasas la san-
gre; "TaI Vendedora Peruana," obre
Méx. Mod.-4
234
MÉXICO MO DE RNO
maestra de la serie, en la vlgoroáa
í^encillez de composdjción y formas, de
negro y blanco ; en las líneas vivas, de-
liciosamente inacadémicaiS, de los per-
files; desde el vaso agudo hasta la
imse; en la admirable adaptación de
las riquísimas franjas de grecas y vo-
lutas a la austeridad llena de miste-
riosas sugestiones del conjunto; ex-
quisita en e/1 dibujo de miniatura hin-
dú de los pies; india, desde el Bravo
hasta la Tierra del Fuego, por la au-
gusta, actitud, por el enigma de la for-
ma y de ios ojos; por la vehemente
inspiración que guió la mano del ar-
tista para inscribir en esta hoja de
metal su apasionada simpatía por las
épicas espectaciones seculares.
Montenegro ha tenido todas las con-
sagraciones, r^s académicos empeder-
nidos, petrificados, lo repudian; Ru-
bén Darío, Henri de Regnier; lo ce-
lebiaron, París lo declaró suyo, Espa-
ña le abrió de par en par las rnier-
tas, y en México, donde todo lo pro-
pio es carne de víctima, lo alentaron
108 mejores artistas, hace años, y los
jueces mjás difíciles; los pintores jó-
venes y los estudiantes, lo han admi-
rado hoy con entusiasmo, al igual de
¡Los artistas y escritores de más valía.
Ante el vigor que por encima de to-
das sus calamidades, despliega el al-
ma nacional, la fe deja de ser una vir-
tud, es una cosa natural. Como en la
bellísima visión de Roberto Montene-
gro, nuestra tierra, madre fecunda en
sus artes y sus letras, es también siem-
pre joven y virginal, y como la don-
cella india, junto a la hermana, fe-
cunda ya, aguarda serenamente, segu-
ra de sí misma y de su destino, la
renorvación perpetua del milagro, en
su carne sagrada, "morena porque la
ha besado el ^1."
Junio de 1921.
R. G. R.
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
SECCIÓN A CARGO DE
MANUEL M. PONCE
Se queja Boris Schioetzer en la "Re-
viie Musicale" del desconocimiento que
existe en Francia de la joven escuela
musical rusa, cuyos representantes más
notables son Miaskowsky, Prokofieff,
LouPié, Saminsky, Oboukhoff y Ghniés-
sine. Sergio Tenejeff, el Oésar Franck
ruso, es un desconocido para los pari-
sienses.
Se sabe que Ghniéssine está en Mos-
cou, quizás trabajando en alguna nueva
obra, tal vez muriéndose de hambre, en
estos calamiitosos tiempos. Hasta hace
un año, asegura Schioetzer, Ghniéssine
había escrito solamente unas 18 obras.
¿Habrá decidido el joven m(úsico ruso
seguir el consejo de Balakirew: escri-
hid poco? La música de Ghniéssine no
eetá basada en el canto popular, ni se
parece a la de sus ilustres paisanos
ÍTschaikowsky y los Cinco. Es una músi-
ca original; expresa las emociones con
amarga, aspereza, con una voluptuosi-
dad concentrada que hace recordar a
Dostolewisky, según afirma Schioetzer.
Sólo un poema sinfónico figura entre
tus composiciones: *'Segim Shelley.'*
' ' Entre los lieds, los más interesantes son
Le ver vainqueur y Lygeia, con texto de
Edgar Poe y el Hinmo o la peste con
letra de Pushkine.
El arte de Ghniéssine es Bombrío y
doloroso. No se advierte en sus inspira-
ciones ni rastro de orientaliemo. Mas a
pesar de que la melodía popular no en-
tra en la construcción de sus obras, la
música de Ghniéssine sin ser naciona-
lista como la de Moussorgsky o Oésar
Cui, es profundamente original.
Boris de Schioetzer se queja de que los
jóvenes músicos rusos sean desconocido®
en Francia. Por nuestra parte, apenas
nos atrevemos a preguntar: ¿cuántas
décadas pasarán antes que el arte nue-
vo y fuerte de la joven escuela rusa lle-
gue hasta nosotros a través de nuestra
Orquesta Sinfónica Nacional?
Los compositores argentinos trabajan
sin descanso. Hace poco tiempo señalá-
bamos en estas mismas columnas los
trabajos destinados ai teatro que pre-
paraban, entre otros compositores, los
maestros Constantino Gaito y Gllardo
Gilardi. Además de esas obras lírlcüs,
la Sociedad Nacional de música de Bue-
236
MÉXICO MODERNO
Boe Airee ha dado a conocer yarias
obras de tendencias diversas, en las que
loB conupositores argentinos mostraron
excelentes cualidades.
M prestigio y esplendor del arte lírico
argentino contribuyeron "Kenilwort,"
cuatro actos de Alfredo Schiuma; "Sai-
ka," de Floix) M. ligarte y "Ariana y
Dionisos" de Felipe Boero. Estas obras
fueron representados en los teatros Co-
liseo y Colón.
Entre las nuevas obras sinfónicas,
pueden señalarse las "Escenas Argenti-
nas" de Carlos vliópez Buchardo, la
"Obertura Criolla" de Ernesto Dran-
gosch — de corte clásico — ^y una "Suite
Infantil" de Cayetano Troiani.
En cuanto a la música de Cámara,
Armando Schiuma presentó un "Prelu-
dio, Coral y Piñal," para Cuarteto de
arcos, piano y contrabajo ; Arturo Bem-
tti, cuatro "Semblanzas" para Cuarteto
de arcos ; Armando Chimenti, tres "Im-
proptus" para piano ; Alejandro Inzáu-
rraga, la Suite "Por sierras de Córdo-
va;" Manuel Gómez Carrillo, "Roman-
za" para canto, "Rapsodia. Santia güeña'
y "Alma Quichua" para violín y piano :
Athos Palma, "Sonata" pax*a violín y
piano; Felipe Boero, "Les Ombres
d'Hellás," melodías para canto y piano ;
Carlos Pedrell, "Melodías" sobre poe-
mas de Leopoldo Lugones y Ernesto
Drangosch "Amemos" y "En Paz" con
letia de nuestro Amado Ñervo.
No eecaisean las obras de sabor local
argentino como "El nido ausente" y
"Caminito" de Julián Aguirre ; "Triste"
de Stiattessi y el "Indiecito de Pichi
Mahuide" de Torre Bertucci.
Nuestro estimable colega "Música de
América" — de donde tomamos los ante-
lioree datos — agrega el siguiente co-
mentario a ia enumeración y crítica de
las obras argentinas cuyos nombres y
autores acabamos de copiar "ComD
se ve, nuestra Babel musical sigue, al
parecer, incólume. Como en auoe ante-
riores, se codeajQ diversas tendencias,
sin otro parentesco espiritual que el de
haber sido interpretadas en la misma
ciudad, ante un auditorio un tantito in-
diferente
Hermanadas ante la frialdad del pú-
blico, del mismo público que concurre a
los teatros nacionales, que lee las nove-
las y los libros de poetas argentinos,
que visita las exposiciones de arte de
pintores locales, son obras sin ambiente
— noe referimos a los europeizantes — en
las que se desperdician : mucho talento,
no escasa cultura y anhelo de hacer
obra honesta y noble Lástima que
así sea. En el catecismo del músico, el
primer mandamiento debería ser:, no
calcar, adaptar al ambiente, levantar
un nuevo edificio sonoro, cuyos cimien-
tos reposen en la tierra lugareña y cu-
yas torres construidas con materiales
propio», se alcen orgullosas y esbeltas,
sin recordar las de otros países.**
CRÓNICA MUSICAL MEXICANA
Carlos Chávez Ramírez es un rano
ejemplo de laboriosidad fecunda que
se destaca con rasgos vigorosos en
nuestro ambiente de pereza secular,
porque se aiparta del dolce Jar niente,
frase italiana que entre nosotros tie-
ne aplicación cotidiana.
Chávez Ramírez es pianista y com-
positor. Bajo este dobfte aspecto se pre-
sentó en el Anfiteatro de la Prepara-
toria en dos conciertos efectuados los
días 25 y 29 del pairado mes de Mayo.
Lo primero que se advierte en la«
compoeioiones de Chávez Ramírez es
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
un afán constante de modernismo, un
anhelo continuo de originalidad que,
dada la juventud del autor, está plena-
mente justificado. ¿Quién no desea en
ostos tiempos ser original? Debussy,
con sus procedimientos personalísimos,
ejerce indudable fascinación sobre los
jóvenes compositores cuyas aspiracio-
nes van más lejos que la imitación de
!os clásicos o los románticos. El pelí-
iri-o reside en pretender imitar a De-
bussy, que es inimitable. Nada detesta-
ba llanto el maestro francés como el
'i^bussysmo.
¿El reflejo debussysta es tan nota-
ble en la obra de Chávez Ramírez que
l)ueda llamarse imitación? No lo cree-
mos así. Se advierten en sus composi-
ciones, ciertamente, deter-mánados pro-
. edimientos característicos del autor
(le Peleas; pero en el fondo de ellas se
fíescubre un latente romanticismo cuya
efusión lírica no pueden destruir ni el
rapleo inmoderado de disonancias ni
persistente cambio de diseños rít-
iiicos. En el andante del "Sexteto",
aede comprobarse nuestra aseveración.
Tanto en las Romanzas para canto
,v piano como en las piezas pianísti-
<-as, Chávez Ramírez ha escrito pági-
nas de singular belleza. Recordamos
la deliciosa "Bendición", el brillante
"EJstudio IV" y "Tú eres como una
flor", saturada de íntima emoción.
237
Como pianista, Chávez Ramíre» de-
mostró en la versión de un progra-
ma ecléctico y difícil, cualidades muy
estimables: comprensión de la obra,
(Sonata de Beethoven) ; sonoridad ro-
busta, iwirticularmente en la parte gra-
ve del piano, (Funerales de Liszt) ;
buena manera de cantar, (Nocturno
de Paderewsky) ; dominio de las difi-
cultades técnicas y sobriedad en la dic-
ción, (Rapsodia de Liszt).
Carlos Chávez Ramírez es muy jo-
ven aún, a pesar de su aspecto de hom-
bre serio y un poco melancólico. Tie-
ne talento. Y se encuentra bajo la do-
ble influencia de un romanticismo que
lo inclina del lado de Schumann y
CJhopin y de un modernismo que lo
atrae con el brillo de la novedad y del
exotismo.
¿Renunciará a su romantiiclsmo pa-
ra seguir resueltamente la bandera de
los modernistas? He aquí una pregun-
ta trascendental en cuya respuesta se
encierr/a el porvenir del joven compo-
sitor.
Medítela y decida el estimable artista
la dirección que en lo futuro ha de
dar a sus inspiraciones, acatando la
voz interior de la sinceridad.
Porque la sinceridad y el estusias-
nw) son la más segura garantía de éxi-
to en toda obra de arte.
Nota db la Rbdaoción.— En esta sección se dará cuenta de todos los acontecimientos
musicales importantes deque se reciba noticia, y se hiará juicio de aquellos conciertos, recáta-
les, exámenes, etc., a los cuales haya sido invitado México Moderno.
REVISTA DE LIBROS
SECCIÓN A CAB60 DE
GENARO ESTRADA
"ESTUDIOS INDOSTANICOS", por
José Vascofwelos. Ediciones México
Moderno. 1921. 373 pp.— Es éste el libro
de unidad plena, síntesis y fundamento
de loe anteriores, en la obra humana,
humanísima de José Vasconcelos. Es
la luz cenital de una Vida. Sobre es-
tas páginas no se estremece el en-
tusiasmo pasajero, ni la Teosofía, ni
el misticismo literario de Maeterlinck,
ni la chachara de los aficionados a
escribir sobre tópicos del Oriente mis-
terioso y monstruoso. Este libro na-
da tiene que ver con la moda. De
eradición cabal, de honrada filosofía,
de intención pura, de explicación sin
alarde fatuo: tal dirán los lectores
de alma desnuda que se arrojen al agua
corriente de estas páginas, en cuyo
álveo crece el bosque antiquísimo del
enigma Como en el verso del mís-
tico, entrad aquí los que comprendéis
y amáis.
Tres ideas fundamentales se destacan
en el libro: (1) Las grandes civiliza-
ciones no son producto de los hombres
que luchan para adaptarse a un clima
hostil, sino que surgen cuando se ha
reeuelto el problema inmediato de la
adaptación al medio, así que se deja
de luchar a brazo partido para soñar
creando. (2) La conversión de la
energía sexual en mentalidad, es decir,
el triunfo de la Doctrina Yogui, gra-
das a la intervención primiaria del
alimento vegetal con su acervo de sus-
tancias químicas. (3) Las religiones
no pueden desunirse, considerarse ais-
ladamente sin penetrar a su íntima
correlación: el Cristianismo es el úl-
timo plano en el desarrollo sucesivo
de ellas, siendo el brahamanismo y el
budismo los (peldaños iniciíales.
No hay en castellano, y quizá en
inglés, una síntesis de los sistemas
centrales, de las doctrinas de la Filoso-
fía del oriente, míis clara, más sobria,
de honradez espiritual mejor depurada
que la ofrecida en este libro: hay que
leerlo para nuestro bien, para confor-
tamos con el lenitivo de su enseñanza y
la pasión discreta de su entusiasmo. Si
el capítulo "Demonología*' es atra-
yente, conturbador, la "Conclusión" es,
sin quizá, una de las páginas más bri-
llantes y sólidas de Vasconcelí». Será
"Prometeo Vencedor" la joya de su
estilística, pero "Estudios Indostáni-
REVISTA DE LIBROS
239
eos" (que no por ser trabajo de infor-
mación, de coordinación, de fé y de
esperanza es simple enunciamiento de
datos, sino lo acendrado de una Vida)
viene a afirmarnos en la opinión de
que como pensador y maestro, como
educador y hombre bueno, Vasconcelos
m halla, en nuestra América, a la van-
guardia del i>ensamiento filosófico.
Los que lo conocemos a través de su
obra y de su trato, los que somos testi-
gos de su fé, de su inmensa fe, en los
destinos del Continente de habla espa-
ñola, encarecemos la lectura de su libro
último, avivando nuestro elogio del
varón fuerte que es ejemplo cotidiano
y dádiva desinteresada. Sus páginas
darán seguro gozo a las almas selectas.
R. H. V.
CARLOS OBLIGADO. POEMAS.
Prólogo de Carmelo M. Bonet. Ilustra-
ciones y ornamentación de Rodolfo
Franco. Buenos Aires. Editorial "Vir-
tus,"1920. — He aquí un libro de versos
irreprochablemente presentado, de un
modo a la vez discreto y sugestivo : es
el libro de versos del hijo de don Rafael
Obligado, el r*oeta de las décimias so-
noras que saltaban por encima de la
pampia y recorrían el dorso de los An-
des, como un calosfrío épico de la cor-
dillera americana
Pero esa sonoridad que la moda, im-
puso y que dominó durante la última
parte del siglo pasado, ya no encuentra
eco en las tendencias actuales, que
I huyen del énfasis y loe desplantes de-
I diamatorios.
i En este libro aJt)undan IO0 ¡oh!, los
¡ay!, lasi admiraciones. La influencia
del padre se trasiluce en algo más que
en las citas y en la dedicatoria filial:
"Padre : si en lo hondo el culto de tu
memoria llevo.
Sé que tu luz me orienta, aé que tu
amor me escuda
Hoy que en la noche triste de tu par-
tida, elevo
Mis temblorosas manos hacia tu lira
muda . . .
¡ Sepa cual tú del ritmo que lo
inefable exprime I
¡Cual tú, toda beOeza, tod^t bondad
comprendía !
¡Honre cual tú la patria. Madre nues-
tra sublime!
¡Lleve hasta el fin mi paso sobre tu
dará senda!"
Estas dos estrofas;, nacidas de la
veneración justa del hijo a la memoria
paterna, explican por qué prefiere Gar-
los Obligado cantar en el mismo tono
y en las mismias rimas de forma an-
ticuada que dieron gloria a su pro-
genitor.
F. M. G. I.
AMADO ÑERVO. Acotaciones a su
vida y a su obra. Las escribió Jorge
Celso Tíndaro. Buenos Aires, 1919.--
El reciente aniversario de la muerte
de Ñervo, dal relativa actualidad en-
tre nosotros, a este libro bien intencio-
nado que nos llega con retardo consi-
derable.
Don Pedro B. Franco (Jorge Celso
Tíndaro) escribió este libro cuando el
autor de Plenitud caminaba serenamen-
te por la vida ; por consiguiente, no se
hallará en sus páginas el tono de ele-
gía que es frecuente en los libros que
tratan de Nervo,^ escritos casi todos,
— con excepción del estudio de Ory—
después de su fallecimiento.
En la primera parte de su trabajo
el autor hace una breve síntesis histó-
rica de la poesía en México, desde Sor
Juana, Ruiz de Alarcón y Navarrete,
240
MÉXICO MODERNO
entre los antiguos, hasta Díaz Mirón
Othón y ürbina, entre los modernos,
guiándose por la Antología del Cen-
tenario.
En la segunda parte, desoribiendo la
vida de Ñervo, hace un retrato espi-
ritual que puede condensarse en este
comentario, impreso en la carátula, al
pie de un busto de la Venus manca :
**Ha hecho de su vida un mármol grie-
go, sereno como ninguno." Traza una
somera biografía y trata de investigar
sus relaciones con "el anM)r, las mujeres
y el Misterio." Luego, habla de su
amor a la patria y de la impresión que
en él dejó la última guerra.
Al estudiar, en la tercera parte, la
obra de Amado Ñervo, habla de ella
primero en conjunto ; luego, tras de
opinar sobre el modernismo hispano-
americano, diserta sobre su tendencia
mística y la influencia que en su obra
tuvo la filosofía hindú. Concluye ha-
ciendo sinceras acotaciones a sus libros
en prosa y en verso, desde Perlas Ne-
gras hasta El Estanque de los Lotos,
que Jorge Celso Tíndaro conocía enton-
ces parcialmente.
Para aligerar su estudio, el autor
intercala, de cuando en cuando, alguna
impresión del momento en que lo es-
cribía, a manera de amable paréntesis.
Como un ejemplo, véase esta divaga-
ción :
•'Está abierta la ventana de mi cuar-
to, y, como todas las mañanas, se ha
parado a mirarme un chiquiOlo del ba-
rrio. Ve mi librería y me dice, lo mis-
mo de todos ios días :
— ¿No me da un libro, señor*?
Y viendo que no reparo en su per-
sona:
— Señor, señor, ¿ me regala un libro ?
Tengo que dejar de escribir. Me
acerco a la ventana y le pregunto :
— ¿Y para qué quieres un libro, si
tú todavía no sabes leer?
— Para mirar las figuras.
— ¿Y si no tiene figuras?
— Las hago. Aquí tengo un lápiz.
— Si es así... le dije y sacando del
estante un librito de versos, del que
soy único resiponsable, se lo entrego:
— Aquí tienes. Llénalo de dibujos.
Y el chiquillo se va, saltando de ale-
gría.
Vuelvo a mi mesa."
Esto nos reconcilia con los versos de
Jorge Celso Tíndaro que, a juzgar por
un soneto a Ñervo, impreso al frente
del libro, son muy inferiores a su
prosa.
F. M. G. I.
MANUAL DE GRAMÁTICA CASTE-
LLANA.— ^Arreglado en lo fundamental
conforme a la doctrina de don Andrés
Bello, ipor Carlos Gomzález Peña, Pro-
fesor de Lengua Castellana en la E3e-
cuela Nacional Preparatoria y en la
Escuela Superior de Comercio y Ad-
raifnistración. Ediciones "México Mo-
derno." 1921. — Este Manual — usando
una frase consagrada por el uso co-
mún — ^viene a llenar un vacío que exis-
tía desde hace tiempo, en las obras
de texto de nuestras escuelas, "Como
su nombre lo indica, escribe en el Pre-
facio Carlos González Peña, no es el
presente un libro original. Poco o nada
he puesto en él de mi cosecha. Trá-
tase simplemente, de un resumen o
recopilación de teorías gramaticales
conocidas y sancionadas, adaptado a
las programas hoy vigentes en las es-
cuelas de enseñanza secundaria.
De gran privanza goza entre nosotros
la doctrina de don Andrés Bello. Más
todavía : por superior decreto que am-
paró la resolución de un congreso de
profesores de Lengua Catellana, des-
de 1915 está acordado que tal doctrina
sirva de base para la enseñanza de
nuestro idioma en las escuelas de Mé-
xico.
REVISTA DE LIBROS
241
No había sido posible hasta hoy, em-
pero, dar cumplimiento al expresado
mandato. Por una parte, la obra monu-
mental de Bello no llena las condicio-
nes de un libro de texto ; bien que, des-
de elevados puntos de vista, sea ex-
celente como libro de consulta para el
profesor. Por la otra, no existía nin-
gún manual netamente escolar en el
que se hubiera desarrollado, de acuerdo
con la generalidad de nuestros progra-
mas la sabia doctrina de aquel ilustre
filólogo hispanoamericano . . .
El deseo de remediar semejante de-
ficiencia fue el que determinó la com-
posdjción de este manual . . "
F. M. G. I.
POEMAS DEL CORAZÓN AMORO-
SO por Luis Felipe Rodríguez. — Bi-
blioteca Martí, Manzanillo, Cuba, 1920.
— Debe estar orgulloso el señor Ro-
dríguez por la excelente edición de sus
prosas que pretenden ser poemas, y
por su buena presencia, puesto que su
gallarda fisonomía, evocadora de la ju-
ventud de Osear Wilde, aparece en el
forro de su libro.
Libro formado con la mayor dosis
posible de lugares comunes, acumu-
lados pacientemente, no deja en el lec-
tor otra impresión que la de fastidio
al salir de su lectura, sin haber llegado
a abrir más de una docena de páginas ;
puede opinarse de él, lo que el señor
Rodríguez pone como epígrafe de su
primer "ipoema" :
"Salí del cuarto de un hotel sin emo-
ción ninguna, (porque comprendí que en
aquel cuarto de hotel, donde viví seis
días, el amor de mi espíritu no se ha-
bía detenido ni un sólo segundo."
Es posible que durante esos seis
días haya, escrito sus Poemas del cora-
zón amoroso.
F. M. G. I.
EL ÁRBOL QUE CANTA. HiUnberto
Tejera. México, 1921.— Humberto Te-
jera es dueño de una inspiración juve-
nil y franca, que le permite abarcar con
miradas vigorosas los cfuadros más di-
versos, sin abdicar de su pereonaJidad,
que tiende a definirse con precisión.
Este pequeño volumen, encierra en
sus ciento y tantas páginas más be-
llezas y aciertos que muchos tomos vo-
luminosas de poesías. JjOs asuntos y el
papel están bien aprovechados. La ga-
ma de colores es riica y la sonoridad
de El árbol que canta produce en su
suntuosa polifonía.
Nuestra predilección en su poesía
descriptiva, está por los paisajes y las
cosas nuestras, vistas, con ojos libree de
prejuicios, con miradas llenas de sin-
ceridad, como ésta :
Mexioanita,
de bronce y de seda,
que en esta baranda
con enredaderas,
los ojos me clavas,
los dedos me trenzas,
y a mis arrebatos
ardientes contestas
con un dulce dejo
de hondas tristezas:
"Están verdes
que tú vuelvas."
F. M. G. I.
ARTE COLONIAL. Tercera serie, por
D. Manuel Romero de Terreros, Mar-
qués de San Francisco, Caéballero de
Malta, Correspondiente de las Reales
Academias Española, de la Historia
y de Bellas Artes de San Femando.
México, Librería "Cultura," MOMXXI.
— Es merecedora de elogios, por tx)doa
conceptos, la infatigable laboriosidad
del Marqués de San Francisco que en es-
tos breves tomos de Arte Colonial con-
densa el resultado de largas investi-
gaciones, tendentes a revelar las be-
242
MÉXICO MODERNO
1
llezas del Tirreinato que aun existen,
en edificiOB, muebles y objetos artísti-
cos.
En esta tercera serie, aparecen re-
unidos sus últimos , trabajos — algunos
de ellos publicados ya en la prensa —
en los que estudia "La iglesia y monas-
terio de San Agustín Acolman," "La
casa de los virreyes en Huehuetoca,"
**E1 camarín de los Remedios." "La te-
rraza de "El Caibezón." "La escultura
funerai'ia en la Nueva España," "La
sillería del coro de Guadalupe," las
"Figuras de Talavera, de Puebla," "Los
bronces dorados de Tolsa," "El vi-
drio." y la "Caligrafía coloniaü."
Cierra el presente tomo una biblio-
grafía de la Pintura en la Nueva Es-
paña.
P. M. G. I.
C. MUZIO SAENZ PEÑA. EL EPI-
CUREISMO DE OMAR KHAYYAM.
Nuevas RUBAIYAT en verso castella-
no. Buenos Aires, 1919. — En un folleto
de treinta y dos páginas ha reimpreso
Saenz-Peña este trabajo que se publicó
por primera vez en la Revista "No-
sotros," en septiembre de 1919.
¿Debemos insistir en juzgar una obra
ya conocida y apreciada por todos cuan-
tos saben que el señor Muzio Saenz
Peña es un competente conocedor de
los poetas persas y un fiel traductor
de las mejores obras de Tagore?
F. M. G. I.
ARMANDO DE MARÍA Y CAMPOS.
Visione» ürhanas. (Poesías). México,
sin año. — ¡Armando de Mária y Campos
ha transladado a nuestro ambiente el
género que cultivó con espontaneidad
el poeta argentino Evaristo Carriego, en
La Canción del Barrio y en otnos poe-
mas rebosantes de un sincero senti-
mentalismo criollo.
Tiene Mária y Campos hallazgos fe-
lices en rimas musicales e imágenes
sugestivas; maneja con soltura el so-
neto alejandrino y ha logrado fijar las
impresiones recogidas en medio del
bullicio diurno de la Capital y en los
rincones típicos de sus horas nocturnas.
Por las descripciones sintetizadas en
sus sonetos de arte menor, recuerda los
Cuadros del poeta cubano Ulloa.
El último poema, del libro. Envene-
nadora, nos descubre que el poeta de
Visiones Urbanas trata de seguir el
camino trazado por López Velarde y
Fernández Ledesma.
F. M. G. I.
"Por la Verdad Histórica". — Tercera
Parte. 1921. — Imprenta Católica.— Pa-
namá, R. de P.— El Sr. Manuel Calde-
rón Ramírez publica en este folleto
muy interesantes revelaciones, para la
Historia, relacionadas con la conducta
política de Adolfo Díaz, Enüliano Cha-
morro, Máximo H. Zepeda. y otros per.
sonajes de esa laya, entusiastas colabo-
radores de la intervención yanqui en
Nicaragua; y así presta un doble ser-
vicio a su país y al Continente.
R. H. V.
**Juventud'\ — Fiesta de la Primave-
ra.— Día de los Estudiantes. — 3a, edi-
ción definitiva. — Federación de Etetu-
diantes de Chile. — Imp. Moderna^ —
Santiago, 1921. — Trae una buena se-
lección de poemas de González Martí-
nez, con una salutación para el poeta
que hoy representa a México en aque-
lla República. También llama la aten-
ción el homenaje a Domingo Gómez Ro-
jas, o Daniel Vázquez, el estudiante
poeta y mártir, que murió en septiem-
bre de 1920 en la Casa de Orates de
aquella capital, víctima de la saña del
Ministro José Astorquiza Líbano. Fue-
ron llanto rojo, blasfemia con lelám-
REVISTA DE LIBROS
24?
pagos de oración, los poemas de aquel
que turo ''lejanos jardines en la lu-
na"; sus cartas, sus notas de diario
escritas en la pared de la ergáetula,
son ecos lúgubres del a/lma que en un
día de horror gritara: "Siento oómo
se pudre mi tristeza" ; y al fin pudo sen-
tir "sus ojos florecidos de estrellas",
el pobre, que llevaba en el corazón ra-
chas de odio para sus patibularios,
azul de incienso elegiaco en sus gritos
filiaJes. "Yo soy un maldito corazón
hecho hombre ! — sollozaba. — ¡ Un inde-
fenso y desnudo corazón de niño!"
R. H. V.
BI BLIOORAFIA CENTRO - AMERI-
CANA DE 1920.
Bl alma activa de Joaquín García
Monge continúa a la vanguardia de la
intelectualidad de Centro-América. Eü
autor de "La Mala Sombra y otros Su-
cesos" y la novela regional "El Moto"
y Director de la Biblioteca Nacional
de San José de Costa Rica, se halla al
frente de una Casa de Ideas de la que
vemos salir con periodicidad puntual
la selección de autores mundiales: "El
Convivio", de americanos, "Ediciones
Sarmiento", de "Ediciones Centro-Ame-
ricanas" y la revista "Repertorio Ame.
ricano", publicaciones ya solicitadas
por los lectores de gusto insigne. Gar-
cía Monge ha sido, en 1920, editor de
"Los Cuentos de mi Tía Panchita", de
Carmen Lira, una admirable contribu-
ción folklórica ; "En el Taller del Plate-
ro", "De Variado Sentir" y "De Atenas
y de la Filosofía", de Rómulo Tovar;
"Poesías" de José Olivares, de Nicara-
gua; "Las Coccinelas del Rosal" de
Octavio Jiménez; "El Hombre que Pa-
recía un Caballo" de Rafael ArévaJo
Martínez ; dos tomos sobre "Rubén Da-
río en Costa Rica" ; y "La Miniatura"
de Ricardo Fernández Guardia, quien
acaba de regalarnos su "Reseña Histó-
rica de Talamanoa", monografía que,
según Brenes Mesen, es la mejor de don
Ricardo desde el punto de vista esti-
lístico. Otros llbitoe costarricenses del
año: "Rosa Mística", de Luí» Do-
bles Segreda, digno de loa eepedal;
"I^is Guarías del Crepúsculo", de Na-
poleón Pacheco (versos) ; "Fuente»
Iluminadas" de R. Alvaxez Berrocal;
"Filosofía de la Crítica" y "Vocee Le-
janas", de M. Vicenzi; y "Valores Li-
terarios de Costa Rica", de Rogelio
Sotela, editor de la revista "Athenea".
En Tegucigaipa, Luis Andrés Zúñiga,
fabulista y periodista, fniblicó sus me-
jores prosas y versos en "El Banque-
te"; y el profesor Ensebio Fiallos V.
sus "Apuntamientos sobre Flora Hon-
durena".
Y no más en cuanto a libros, porque
todo el año se fue en derrocar a Tino-
co, Bertrand y Estrada Cabrera, y
los hombres de pluma se fueron al mon-
te. Está anunciada la publicación pró-
xima de ios poemas de Alfonso Gui-
llen Zelaya, de Honduras, e "Ideas y
Formas", de Alberto Masferrer, del
Salvador, ambos de la élite intelectual.
Buenas revistas son "Proceres", de
El Salvador, editada por el doctor Ra-
fael V. Castro, con la colaboración de
investigadores tan obstinados como Al-
berto Luna, Manuel Valladares, Ró-
mulo E. Durón, Víctor Jerez y Fran-
cisco Gavidia. Centro-América conme-
morará este año la primera centuria
de su independencia política (¡y qué
triste va ser el aniversario!), y co-
misionados de El Salvador y Guatema-
la están buscando en los archivos de
España aquella documentación desco-
nocida que puede servir de presea bi-
bliográfica del Centenario. La idea de
la búsqueda conjunta la tuvo el Go-
bierno costarricense, que ya designó
sus comisionados, el licenciado Pedro
Pérez Zeledón y don Ricardo Fernán-
244
M ÉXICO MODERNO
ílez Guardia, diestros escudriñadores
del pasado y literatos de primer orden.
En Honduras sale de vez en cuando
la "Revista de la Universidad", donde
se ha publicado "El Evangelio y el
Syllabus", del doctor Lorenzo Montú-
far. En el semanario "Los Sucesos",
de Tegucigalpa, lia estado revelando
páginas de la historia colonial el licen-
ciado Eduardo Martínez López, Direc-
tor de la Biblioteca Nacional. "Nica-
ragua Informativa", de Hernán Ro-
bleto (que acaba de anunciar su libro
"Barro Criollo") y "Los Domingos",
de Salvador Ruiz Morales, son los más
aprecia.bles semanarios nicaragüenses.
¡ Qué unción, qué alteza de mentalidad
la de ese Padre Azarías H. Palláis, autor
de libros de poemas como "A la Som-
bra del Agua" y "Espumas y Estre-
llas", quien no ha mucho escribió una
"Salutación a Chocano", muy bordada
en púrpura y sembrada de gemas. "Los
Archivos del Hospital Rosales", de San
Salvador y "La Juventud Médica", de
Guatemala, representan la escasa pro-
ducción científica, y la "Revista Eco-
nómica", que dirige el Barón de Fraji-
jzestein, en Tegucigalpa, es un perió-
dico que sirve de verdadera consulta.
"Centro-América", la gaceta de la Ofi-
cina Internacional Centro-Americana,
con sede en Guatemala, se sigue publi-
cando con la colaboración de Arévalo
Martínez, el licenciado Francisco Quin-
teros Andrino, etc. La "Revista de
Costa Rica", editada por J. F. Trejos
Quirós, ha insertado monografías de
verdadero mérito: "Una Vi'sita al Vol-
cán de Irazú", por R. Fernández Pe-
ralta; "Cartago y Cariay", por Carlos
Oagini; "Climatología y Selvicultura",
por Elias Leiva; "Las Costas del Sur-
oeste de Costa Rica", por M. Obregón
L. ; y "San José y sus comienzos", por
Oleto González Víquez.
En cuanto a la producción dispersa
en otras publicaciones, he aquí un re-
í
sumen : "La Historia de la Imprenta
en el Antiguo Reino de Guatemala", de
Virgilio Rodríguez Beteta, un tiempo
Director del "Diario de Centro-Aniéii-
ca" ; "Crónicas Viejas" de Víctor Mi'
guel Díaz, en el mismo periódico, so- _,
bre la Antigua Guatemala; "Proposi-
ción de la Delegación de Honduras so-
bre la Doctrina Monroe", presentada
por el ex-Presidente doctor don Poli-
carpo Bonilla en la Conferencia de la
Paz, pidiendo la definición de dicha
doctrina: "La Deuda Ethelburga, ne-
gocio de los banqueros", por Juan Ra-
món Aviles, "La Noticia", Managua;
"Foreign Debts Factor in Move to ef-
fect Central American Union", por Mr.
Edward Perry, en el "Newark Evening
News" ; y "The Ecclesiastical Policy of
Francisco Morazán and the Other
Central American Liberáis", por Miss
Mary W. Williams, en "The Híspanle
American Historical Review", de Wash-
ington.
K H. V.
LIBROS RECIBIDOS
"Matices", por A. Mariano Ferrari,
Buenos Aires. — Editorial "Virtus",
192L
La Moral Diplomática. — Versus El
Cesarismo Diplomático. — Correspon-
dencia cruzada con el Sr. William E.
González, ex-Ministro de los Estados
Unidos en Cuba y actual Embajador
en el Perú (Por Nicolás Hernández,
venezolano). — San Juan*, Puerto Rico.
—Tipografía "El Compás", 1921.
''Bolívar", por Gomelio Hispano. —
Ediciones Sarmiento. — Cuaderno 21. —
San José de Costa Rica. — Trae un co-
mentario del Prof. Roberto Brenes
Mesen.
REVISTA DE REVISTAS
SECCIÓN A CARGO DE
RAFAEL HELIODORO VALLE
"OuUura Venezolana", de febrero,
ofrece un artículo "El Hado del Liber-
tador", por Lucila L. de Pérez Díaz,
de interés para el aneodotario bolivia-
no, y unos delicados versos de Luis
Chuñan, actual Secretario de la Lega-
ción en Washington.
"IVosoíros", de Bu'enos Aires. — En las
ediciones de enero y febrero encontra-
mos "La Pesca", "Estío", y "El Agua
Corriente", poemas de Juana Ibarbou-
rou; "La Anexión a España", de F.
García Godoy, enjundioso artículo del
distinguido dominicano ; unas palabras
de Roberto F. Giusti, a nombre del
Consejo Deliberante de Buenos Aires,
en gloria de Galdós ; un estudio : "Nues-
tra Música en 1920", por Gastón D.
Talamón. Fidelino de Figueiredo pre-
senta información de primera mano
acerca de la vida y obra de Eca de
Queiros; y hay unas notas sobre Ra-
fael Barrett, apóstol y cuentista, el
mismo de "La Divina Jornada", pági-
na de consumada belleza.
*'Revi»ta de Costa Rica'\ — La sigue
dirigiendo con gran tino el Sr. J. Fran-
cisco Trejos Quiróe, quien ha logrado
congregar las más prestantes firmas
de aquella tierra. Sumario de abril y
mayo: "Nombres Geográficos de Costa
Rica", por Cleto GonzáJez Vfquez ; "Do-
mingo Jiménez", por Manuel J. Jimé-
nez; "Primera Contribución al Estudio
de los Zancudos de Costa Rica", por
Anastasio Alfaro; "La Guadalupana
en Centro-América", por Rafael Helio-
doro Valle; "Ascención al Volcán Ira-
zú", del Dr. TroUope, traducción de
Amelia Montealegre Rohrmoser.
''Cuba Contemporánea''. — Habana. —
La. dirige ahora don Mario Guiral Mo-
reno. En los números de abril y mayo
leemos: el estudio que Enrique A. Or-
tiz ha trazado sobre el Padre Las Ca-
sas y los Conquistadores Españoles en
América ; el que don José Isaac Corral
intitula "Investigaciones sobre el pe-
tróleo en Cuba" ; e ideaciones de EJnri-
que José Varona, quien sigue dando a
conocer los sonetos castellanos de una
curiosa antología.
''América Latina'*. — Esta revista, que
dirige en París don Ventura García
Oalder<3n, es un estandarte azul y blan-
co que sabe llevar bien las letras de su
heráldica. En el número de abril se
246
MÉXICO MODERNO
encomia al Marqués de Pescara, el
egregio argentino que parece haber da-
do solución a los problemas del heli-
cóptero, y que el Gobierno francés quie-
re adquirir para su gloria aviatriz.
El número de mayo está lleno de Na-
poleón I, en el primer centenario de
su muerte.
''Plus Ultra". — Buenos Airee. — En su
edición de marzo la insuperable revis-
vista bonaerense regala, como Biempre,
la pulcritud que ya la singulariza. Vie-
nen unos versos "Taza de Satsuma",
de Xavier Sorondo ; y "El Arte del Mo-
saico. La Escuela del Vaticano", por
Rafael Simboli, con superbas ilustra-
"Social". — Habana. — No eaJbe duda
que Massaguer es un brujo del buen
gusto, un gran señor de la tipografía
y el grabado, un hacedor de sorpresas
en la caricatura. Su publicación es ga-
la del arte gráfico en la América Lati-
na^ Domingo Figuerola, Caneda, maes-
tro de bibliofilia cubana, diserta magis-
tralmente sobre "Dos Libros Raros y
Preciosos" ¡Y los "Ellos" de Mas-
saguer! El número de abril fue dedi-
cado a México, y por supuesto el lá-
piz genial de García Cabral estuvo de
fiesta.
''Repertorio -Americano'*. — Quincena-
rio de los intereses continentales. —
Editor : J. García Monge.— San José de
Costa Rica, abril y mayo núm. 17 y 18.
— Se distinguen los siguientes escritos:
"Bases para un tratado entre la Repú-
blica de Costa Rica y la de los Esta-
dos Unidos de América sobre el Canal
por el Río San Juan", por Manuel
Sáenz Cordero; "La Pedagogía de la
Personalidad", por Lorenzo Luzuria-
ga; y "José Martí", por Rubén Darío.
— Acaba de iniciar el Sr. García Mon-
ge la publicación de "El Convivio de los
Niños", con los "Cuentos a Sonny" po?
S. Pérez Triana y "Tardes de Invier-
no", por Pí y Margall.
R. H. V.
"El Mae»tro'\ — Revista de Cultura
Na/cional. Núms. I y II. México
MOMXXI. — "Se funda esta Revista — es-
cribió al frente del primer número José
Vasconcelos, — con el propósito de di-
fundir conocimientos útiles entre toda
la población de la República. Nuestras
columnas serán una tribuna libre y gra.
tuita para todas las ideas nobles y pro-
vechosas, y en ningún caso estarán al
senicio ni de un partido ni de un gru-
po, sino al servicio del país entero. Ni
tampoco nos limitaremos a un credo ni
a una época. El único principio que
servirá de norma a los que aquí escri-
ban y a los que seleccionan el mdterial
que ha de publicarse en nuestro i)erió-
diico, es la convicción de que no vale
nada la cultura, de que no valen nada
las ideas, de que no vale nada el arte,
si todo ello no se inspira en el interés
general de la humanid.Jd, si todo ello
no persigue el fin de conseguir el bien-
estar relativo de todos los hombres, si
no asegura la libectail y la justicia,
indispensables para que todos desarro-
llen sus capacidades y eleven su espí-
ritu hasta la luz de los nxás altos con-
ceptos. . ."
Siguiendo ese camiao, los directores
de lia Revista, Enrique Monteverde y
Agustín Loera y Chávez, han logrado
que los dos números publicados hasta
ahora, contengan estudios trascenden-
tales, de escritores miexixíanos y de plu-
mas extranjeras, siendo los primeros,
naturalmente, inéditos.
En el primer número de "El Maestro"
aparecieron artículos de Ezequiel A.
Chavéz, José Gorostiza, Jaime Torres
Bodet, Carlos Pellicer, Ramón López
I
REVISTA DE REVISTAS 247
Velarde, Agustín Loera y Chávez, etc., Con este segundo número Be inaugura
j reproducciones de Romrain RoIIand, la "Revista Editorial Informativa/'
León Tolstoi y Bernard Shaw. En el que es una recopilación, en pocas líneas,
segundo número, escritos de Rafíiel Ra- de noticias interesantes de actualidad,
mos Pedrueza, José Siurob, José U. Es- En cada nfimero figuran, como sec-
cobar, etc., poemas de Pellicer, Torres clones permanentes, una de conoci-
Bodet y Cravioto, y entre las firmas ex- mientos prácticos y otra, dedicada a I08
tranjeras, las de Máximo Gorki, Rabin- niños, titulada "Aladino."
dranath Tagore y WiHiim Swinton. p, 51, q i.
FRANCISCO JOSÉ CASTELLANOS
A fines del año pasado murió en la
Habana el joven Dr. Franciisco José
Castellanos, que pertenecía a la nueva y
brillante generación de escritores cuba-
nos. Con el poeta Mariano Brull y con el
docto José María Chacón y Calvo for-
mó el grupo que sustituyera, para ese
incansable conversador que es Pedro
Henríquez Ureña, el cenáculo que bar
bía dejado en México y en el cual se
discutía todo.
Tradujo para la publicación mexica-
na "cultura" algunos ensa^ros de Ste-
venson; pero, aristócrata intelectual
por vocación, escribió poco. ¿Que im-
portaba la expresión escrita? El re-
finaba su espíritu en la cultura y en
la vida constantemente, por hábito
fatal, como siguiendo un movimiento
predeterminado y latente en su esen-
cia. Ai^esar de haber visitado au casa
le conocí no más a través de sus cartas
amables y apretadas de ideas en las
que se revelaba una mentalidad sutil
y laboriosa.; uno que otro ensayo suyo
me envió, que dan fe de su agilidad de
pensamiento y de su gusto por las apo-
rias de la razón. "Era — escribe su ami-
go Brull — un bienaventurado de la inte-
ligencia y del corazón, y un raro por su
abundancia de virtudes naturales y por
su temperamento de una sana, artifi-
cialidad."
Lamentamos todos la pérdida de
Francisco José Castellanos. A su fa-
milia, y a sus amigos podemos decirles :
"También nosotros lloramos su au-
sencia."
A. C. L.
TREINTA Y TRES
LA edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahomn nos sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla al beduino y a la hurí
como mía esmeralda en un rubí.
Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo,
como en la conservera las guayabas.
La piedra pómez fuera mi amuleto,
pero mi humilde Sino se contrista
porque mi boca se instala en secreto
en la feminidad del esqueleto
con un escrúpulo de diamantista.
Afluye la parábola y flamea
y gasto mis talentos en la lucha
de la Arabia feliz con Galilea.
Me asfixia en una dualidad funesta
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta^
y de Zoraida la grupa bimesta.
250 MÉXICO MODERNO
Plenitud de cabeza y corazón;
oro en los dedos y en las sienes rosas;
y el Profeta de cabras se perfila
más fuerte que los dioses y las diosas.
¡Oh plenitud cordial y reflexiva
regateas con Cristo las mercedes
de fruto y flor, y ni siquiera puedes
tu cadáver colgar en la impoluta
atmósfera imantada de un<i gruta!
RAMÓN LÓPEZ VELARDE.
ORACIÓN FÚNEBRE
PRONUNCIADA
N REPRESENTACIÓN DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL
Señores;
EN un maravilloso elogio que el poeta de 7>a Sabiduría y del
Destino ha hecho de ese otro grande muerto prematuro
que se llamó Julio Laforgue, Mauricio Maeterlinck ha es-
crito estas palabras esplendorosas e inmortales: "A todo poeta
que avanza, el guardián del templo sagrado debe de hacer estas
preguntas: ¿Eres de los que crean con las palabras o de aquéllos
que sólo repiten lo's nombres? ¿Qué cosas nuevas has visto en su
verdad o en su belleza, o bien, con qué belleza y verdad nuevas te
has encontrado en esas mismas cosas que todos los otros han vis-
to? Si el poeta no responde enseguida, si se turba o vacila un ins-
tante, seguid vuestro camino, sin volver el rostro. Ese poeta no es
de los que vienen de los lugares santos en que existen las fuentes
venerables. Pero si en el rumor más humilde cree recordar haber
mirado acaso, en su verdad o en sí^ belleza, una flor o una lágrima,
o una sonrisa, entonces, deteneos, aproximaos, escuchadle: ese
hombre de seguro, os lo envía un dios que necesita ser admirado
de manera nueva."
Ramón López Velarde, el infortunado poeta que navega ya
en su ataúd prematuro, a través de las ondas del enigma formida-
ble, pudo responder gloriosamente a las preguntas de Maeterlinck.
Nunca en la literatura patria, ojos de artista tuvieron tal acuidad
de visión, tan grande intelecto de amor para penetrar en las cosai
cada vez más allá, hasta el fondo, al empuje de una sinceridad efer-
vescente, que a veces desconcierta con la singularidad del ha-
i52 MÉXICOMODERNO
llazgo O con la magnificencia de la revelación, pero siempre nos
deslumhra con sus prestigios sensibles, desbordados en perfumes,
en sonidos o en colores sobre las ondas cálidas de sensaciones
abundosamente ingenuas, que se entrecruzan con las magias de
la imaginación y del sentimiento, dirigidas no nada más a los sen-
tidos, sino a la simpatía viviente que resucita entre nosotros el
alma secreta del misterio.
López Velarde ha sido llamado en los cenáculos el Príncipe
de las Tinieblas. Bella ironía, que castiga nuestros ojos insinceros.
El vio muchas cosas diversamente que los otros, y ver diversa-
mente que los otros, es casi siempre ver mejor que los demás. Las
pupilas de López Velarde, esas pupilas adámicas, ingenuas, primiti-
vas, que supieron explorar la Provincia amada, purificándola de lo
vulgar y dándole vastedades de Universo menor, esas pupilas brilla-
rán en los fastos de la poesía nacional, con mágicas fulguraciones
de lámpara de Aladino. Yo no conozco tan intensa fuerza de expre-
sión juntada con tan prístina sencillez de sentimiento, ni mayores
contrastes espirituales que los que hubo en este hombre que fue
medularmente provinciano hasta lo payo, y heroicamente refina-
do hasta lo delicuescente. Y de estos choques, sin duda, nacieron
esas aparentes obscuridades en lo que él mismo llamara la derrota
de la palabra no porque las palabras lo hayan traicionado nunca,
las palabras hicieron lo que podían, pero no lo pueden todo y por
eso a ocasiones hay que leer a López Velarde, por transparencia
y por intuición.
El, tan gustador de las rarezas y de les misterios, ha dejado,,
naturalmente, una obra rara y misteriosa, pero no con más miste-
rio que una flor, ni con mayor rareza que un astro. El, que sistemá-
ticamente rehuía el lugar común y la expresión trivial, nos hizo ad-
mirar inmensamente las bellas exquisiteces que hay en las cosas
más vulgares. Y acaso sea esto su más alta lección y su huella máá
mdestructible. Así como Víctor Hugo en verso memorable, encuen-
Ta la inmensidad de la humilde gota de agua, que sedienta bebe la
alondra, así López Velarde, de las palabras más sencillas referidas
a las cosas más conocidas, arranca las asociaciones más sutiles, las
armonías más singulares, mezclándolas con intenciones e impresio-
nes que se estrechan en mallas apretadas e indefinidas y que van a
estrellar su arcanidad en los limbos obscuros de lo subconscien-
te. Sinceridad y sinceridad, esto es su fuerza y esto es i.;: 'enseñan-
ORACIÓN FÚNEBRE 359
za. Admiro sobre todo, dice Camile Mauclair, a los que no se preocu-
pan por inventar facultades hiperfí sicas, forzando hasta el rompi-
miento sus medios naturales, sino que se contentan con emplearlos
en su más plena acción. Saben que esto basta para ser extraordi-
nario y que en nuestras sociedades hay más audacia y originalidad
en su más plena acepción. Saben que esto basta para ser extraordi-
ni disculpan el desarrollo plenamente individual entre hombres que
nunca se atrevieron a ser completamente ellos mismos, pero hay
muchos que sí aplauden y corren a ver las contorsiones clownescas
de aquél que sólo desea aparecer como distinto de los demás.
López Velarde ha creído, como Ruskin, que el arte es adoración,
y que toda obra bella debe consagrarse a glorificar algo que r na-
mos. El pudo dedicar su obra, como la Eureka de Edgard Poe, a los
que sienten más que a los que piensan, pues fue de los elegidos para
quienes el hecho de escribir no es una habilidad ni es un honor, si-
no un acto expresivo de caridad espiritual.
López Velarde, como André Chenier, debió exclamar al morir,
golpeándose la frente : "Aquí había algo" ; y ese algo era gran par-
te del porvenir de la literatura de México. Nos deja una tradición
que hay que desarrollar, un esfuerzo que hay que desenvolver, y
una estela que hay que seguir. Será en lo venidero, al igual que Keats
y que Laf orgue, como Cuauhtémoc en su bello verso postumo : Un
joven abuelo, López Velarde pudo decir con sinceridad la frase al-
tiva del Mariscal Lef ebre : "yo no soy un descendiente, sino un an-
tepasado:" y nosotros clamamos frente a esa obra inconcluída:
1 qué gran vino cuando lo beban nuestros nietos ! Porque López Ve-
larde, mejor que un poeta de presente, fue un gran poeta de futuro,
un luminoso obrero de quién sabe qué repliegues de eternidad, que
se agitan entre las lobregueces del porvenir insondable; y en esta
perspectiva ideal que se abre sobre los horizontes de su obra, con
audaz golpe de alas y con esplendor de aurora presagiosa, López Ve-
larde, paciente, desinteresado y fervoroso, consagrando gran parte
de su alma al desconocido mañana, como la antigüedad consagraba
altares a los dioses ignorados, aparece más alto todavía, pues ya ha
predicho el maestro de "Ariel" que la obra mejor es la que se rea-
liza sin las impaciencias del éxito inmediato; el esfuerzo más glo-
rioso es el que pone su esperanza por más allá de los horizontes del
mundo visible; y la abnegación más pura es la que se niega en lo
254 M É X ICO MOD ERNO
presente, no ya la compensación del lauro y del honor ruidosos, si-
no hasta la voluptuosidad moral de solazarse en la contemplación
de la obra consumada y del término seguro.
Y este botón de gloria que acaba de caer por el zarpazo aleve
de una muerte estúpida, ha deshojado sus últimos pétalos líri-
cos sobre la Suave Patria, en una poesía postuma estupenda, que
tiene el frenesí de las vibraciones geniales y la armonía dulce de
las realizaciones definitivas, y que oculta, entre suavidades cari-
ciosas, durezas perennes de granito y relieves indestructibles de
mármol y de bronce. Yo evoco esta poesía grandiosa y única, al des-
pedir a nuestro gran poeta, para que ella quede aquí, sobre esta
tumba, como un monumento perdurable, y porque ella sola jus-
tifica este homenaje de la Universidad Nacional de México, en cu-
yo nombre he hablado, de la Universidad que acaba de transfor-
mar transcendentalmente su lema poniendo: Por mi Raza habla-
rá el Espíritu; y la raza mexicana acaba de hablar gloriosamente
en el espíritu alado de Kamón López Velarde, en una suprema afir-
mación de vida, en una fuerte realización de belleza, y en un fecun-
do grito de amor.
ALFONSO CRAVIOTO.
I
RAMÓN LÓPEZ V EL ARDE
Le chemin dont Vépine insulte mea lambentix,
Comme une voie antique est bordé de tombeaux.
EÉGÉ^IPPE AiOREAU.
COMO Signoret, como Laforgue, como Herrera Reissig y
Saturnino Herrán, Ramón López Velarde tenía que morir
joven, antes que la madurez impositiva y segura preci-
sara las líneas del esbozo genial y arrancara de las sienes del poeta
el halo divino revelador de una germinación inquietante. Acaso
el correr de la vida le hubiera refrenado las alas púgiles y temblo-
rosas; acaso la sobriedad definitiva y el dominio perfecto hubie-
ran amortiguado el fulgor desconcertante de su audacia
No puedo imaginármelo con los cabellos grises, dueño de esa
maestría serena y reposada que asume a veces formas de cansan-
cio. No lo concibo sin rebeldías, sin avidez de ser nuevo, sin las
nobles huellas del insomnio creador, sin la tortura íntima que lu-
cha con la seguridad del propio numen, esa seguridad que es don
de predestinados y que sólo en ellos no toma el cariz agresivo de
ia mediocridad suficiente. Porque aquel mancebo de viril belleza
un poco campesina y al desgaire, sano y fuerte, con rostro de niño
grande, con modales delatores de cierta timidez provinciana, y que
evocaba la figura del ángel que acompañó a Tobías, era consciente
de su estirpe y caminaba por su senda solo, tal vez para guiar y
nunca para ser conducido.
Lo evoco en charlas familiares, suave y apacible, pero con-
vencido y sin flaquezas; cediendo en la discusión por huir de la
polémica agria, mas dispuesto a dar por prenda y garantía de sus
opiniones el verbo que ¿ fc>rjaba en la fragua de su sinceridad fer-
vorosa.
256 MÉXICO MODERNO
Yo, que tanto lo quería, que lo admiraba tanto, puse alguna
vez reparos en su obra. La malignidad fracasó y nuestra amistad
quedó incólume, porque ella se fundaba en cosas más hondas y
más altas que la miseria humana. Pero aun esos reparos mi-
núsculos dichos con la simplicidad desnuda a que es acreedor el
nombre fuerte, y perdidos en el torrente impetuoso de mis alaban-^
zas, quiero borrarlos hoy para que el homenaje de mi espíritu ví
ya a su sepulcro sin la leve apariencia de una sombra. Si no lo hi-1
ciera, creería escuchar su tierno y fraternal reproche lanzado des-
de allá donde la crítica es vana y sólo está el dolor de la muerte:
*'¿para qué, pobre amigo, triste hermano, si sabías que iba a
morir? "
Ayer, Herrán; ayer. Ñervo; ayer, Jesús Urueta. Hoy, Ramón
López Velarde . . . . ; Cómo se alarga ese fila de tumbas !
Es imposible asomarse a la obra del poeta con los ojos llenogj
de lágrimas. Ya iremos descubriendo poco a poco lo que adivina-
ron sus pupilas y no logró ver la ceguedad; ya iremos oyendo a
pausas su mensaje lírico que los oídos torpes no escucharon. Pero
'^n esta ocasión, no dejaremos que nuestros prestigios se nos im-
pongan desde afuera, sino que encenderemos nosotros mismos la
llama y la vivificaremos con nuestro soplo.
Su provincia le llorará huérfana. La Santa Patrona no le per-
mitió entrar, cardíaco y trémulo, en la nave donde una vez soñó
en castos desposorios. Rezará por él la novia ingenua cuyas exce-
lencias anotó al día en la urdimbre preciosa de sus versos .... Y k
en las calles desoladas del villorio lejano, aullará lastimeramente
a la luna aquel perro que en un viaje primaveral ladraba sin mo-
tivo ....
Santiago de Chile, a 31 de julio de 1921.
ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ
R
A
LA
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T RAMÓN LÓPEZ R
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V I
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MÉXICO
A. D.
MCMXXI
R. I. P.
CONSAGKO a su memoria este Retablo'.
Un lucero nos guia hasta el establo
Donde su numen — Niño Dios de cera —
Junto al asno ij el buey del Nacimiento,
Que humildad y potencia diéranle con s^u aliento,
De Reyes y pasteares los tributos espera.
Pues las dádivas de monarcas y zagales
Que timbraron sus versos, adornaron su cuna:
Joyas y flores, oro y ma/rjíl, mirra y panales
Hechos de sol y magas perlas hechas de luna!
Leyenda del Retablo: "No se. ha visto
Poeta de tan firme cristiandad.
Murió a los treinta y tres años de Cristo
Y en poético olor de santidad".
258 MbXICOMODERNO
"Fue en la vida el agreste actor de pastorela
Que canta villancicos, todo música y miel,
Y al fin, cambiado en ángel, sobre el torvo Luzbel,
Con un verso de oro entre los labios. . . vuela!"
"La Belleza le dio un ala ; la otra el Bien,
Viva así por los siglos de los siglos ! Amén".
3.
ESCOLIO.
Hermano cuyos éxtasis venero
Cobijados bajo tu gran sombrero
Negro y tímidamente mosquetero.
El olor de azahar y los cocuyos
Dentro de las magnolias fueron tuyos.
Y tus metales que juzgaron vanos.
Como engendros de luna, los insanos,
Cuajaron oro virgen en mis manos.
Y tu poesía que dijeron rara,
Rezumando emoción es agua clara
En botellones de Guadalajara,
(Pues con sudor de su barro mortal
Cuaja el Poeta prismas de cristal
Para que el vulgo vea al triste nmndo
Irisado, misterioso y profundo).
Fué tu barro también un incensario
Ante Xochiquetzal ; mas tu fervor
Católico, ciñó el escapulario
A LA MEMORIA DE RAMÓN LÓPEZ VELARDE 259
Y a la par desgramahas un rosario
Perfumado con ámbares de amor. . .
•
Tus júbilos ingenuos sobre la pena están
Cual sobre negro lucen, ardientes y sencillas,
Azules amapolas y rojas '^maramllas''
Las jicaras que bruñe Miclioacán.
•
Asi en la laca nítida y brillante
De tus cóncavos versos turbadores
Bebiendo el agua zarca, entre las flores,
Mira su propio rostro el caminante!
4.
Poeta municipal y rusticano.
Tu Poesía fue la Aparición
Milagrosa en el árido peñón,
Entre nimbos de rosas y de estrellas,
Y hoy nuestras almas van tras de tus huéllaos
A la Provincia en peregrinación, . .
5.
Gracias . . . ! Porque alargaste hasta la cuna
Rústica y pobre tu rayo de luna. . .
Y le pusiste letra al pertinaz
Cántico de la fuente abandonada
Que sintió los enigmas de tu faz
En su propio misterio reflejada.
*
(La fuente : compotera de azulejos
Del silencioso patio de las monjas,
Que los limones guarda y las toronjas
En dorada conserva de reflejos . . .
Y donde aún, tal vez, alvMi beata
Pero siempre golosa, en la oportuna
2éo MÉXICO MODERNO
Medianoche, hurga mieles con la plata
Oémplice de los rayos de la luna.)
•
Porque brillo de séricos mantones
De Manila, tendiste en los halcones
De la natal casona, pol)re y fea,
Al paso de las lentas procesiones*
Y en la plaza polvosa de la aldea
Despertaste un 7iidal de ruiseñores,
Entre ígneas corolas de oro y plata,
Dejando oir tu honda serenata
Y encendiendo tus luces de colores.
Pues florece en jardines de esperanza
De la Patria la gran noche sombría,
Cuando en ardiente cornucopia lanza
Tu cohete de luz su pedrería. . .
•
Y al clamor de la gente pueblerina
Que anhelados prodigios adivina.
Oros llueve, como si desde el cielo
Por damos luz, el Padre Ilhuicamina
"Arrojara los astros a su duelo!
Por los poemas que con miel de flores
Amasó tu alma — monja en penitencia —
Y como los monjiles alfajores
Huelen a miira y saben a imdulgencia.
•
Por tus poemas tan sabrosos como
Las mulitas del Corpus, que en el lomo
Llevaron hasta nuestra niñez, en sus huacales,
Fragantes y jugosas las primicias frutales,
A LA MEMORIA DE RAMÓN LÓPEZ VELARDE a6i
Porque entre albas cortinas y entre florea
De tu jardín y germinada chía,
Y naranjas con oros voladores,
Encuadras tu sentida Poesía
En un altar de Viernes de Dolores.
Porgue en tus versos armomzas y unes
Con el afán de indígenas telares
Copal de misas, ocios de San Lunes
Y aromas de verbenas populares.
Porque colgaste de tus rimas rudas
Y con pólvora sabia, hasta la escoria,
Quemaste a la Retórica, ese Judas,
En jubiloso Sábado de Gloria,.,
Porque vestiste tu ímpetu, de charro,
Y de china poblana tu alegría,
Y a nuestra sed en tic brillante jarro
De florecido y oloroso, barro,
Brindabas inebriante poesía /
JACULATORIA.
Un gran cirio en la sombra llora y arde
Por él, , . y entre murmullos feligreses
De suspiros, de llantos y de preces •'• '
Dice una vos al ánimo cobarde:
"Qué triste será la tarde
Cuando a México regrese»
Sin ver a López VeJarde. . !
Nueva. York
Agosto.
de
l»at JOSÉ JUAN TABLADA.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
SIN concluir porque sea esta mi contribución definitiva para
honrar la amada somibra de llamón López Velarde, permí-
taseme, al emprender este boceto de crítica acerca de su
gran numen, evocar la teoría de Hallarme, que da a las palabras
un vigor de concentración capaz de representar, por sí mismas y
como nexos aislados, la idea íntegi*a, el color, la forma, el peso, el
matiz y aun la calidad olfativa de la materia o abstracción que
se encarece con ellas.
Por más que parezca metafísica, esta teoría, aplicada a López
Velarde, exhibe aristas de aguda clarividencia. Porque ese fue
el hechizo del arte de Ramón: depurar los valores expresivos del
idioma, transformando su fisonomía con un malicioso maquilla ge
y libertándola, así, del estatismo académico.
El vocablo, martirizado hasta las heces de su jugo, culminó,
en las manos del poeta, en virtudes inexploradas, en intenciones
inauditas, en predestinaciones únicas.
Agotando las sumas y las restas de la sintaxis, puso, en cada
palabra de sus poemas, una voz cantante. Y en esa voz una idea mó-
vil, como la armonía de orquestación en un conjunto sinfónico.
Cierto que ese conjunto irrumpe, a veces, en rebeldías debusya-
nas; pero esa es su condición, puesto que se debate dentro de una
periferia genial.
Fernández Mac-Gregor, en un estudio escrito y pensado con
una sagacidad que lo enaltece, ha dicho que ni en ritmos ni en
ideas tiene López Velarde miedo a la séptima inarmónica. No
sólo no teme la discordancia, sino que la busca para completar
perfecciones sugestivas, yendo más allá de la forma, y obligando
RAMÓN LÓPEZ VELARDB 263
al espíritu a suspenderse en arritmias de emoción. Con todo, ja-
más bucea en exotismos volanderos o en complicaciones ajenas a
su conflicto medular.
Todos los asuntos de su poética nacen de las entrañas de lo
auténtico. Con una extraordinaria probidad íntima consagró en
cada renglón de sus poemas el fulgor de sus prismas vitales. Pris-
mas que, para los que puedan ser sus exégetas, espejearán como
facetas de diamante. Este fue su secreto para hacerse inmortal.
El señorío de su orgullo no toleró jamás tramoyas compla-
cientes. Prefirió ser arbitrario, no consigo mismo, sino con el co-
rro de lectores que intentaban intuirlo. Su obra acogió, con fre-
cuencia, materiales tan íntimos, tan personales, tan ocultos, del
ser y de la vida de Ramón, que no bastarán una inteligencia sagaz
y un decidido temperamento de crítica, para desentrañar el tu-
multo de enigmas que trepidan en sus poemas.
Dice Alfonso Cravioto, con mucho talento, que Ramón dio
a su provincia vastedades de universo menor. Yo añado que esa
preeminencia en el corazón, y por ende, en el arte de López Ve-
larde, se suspendió siempre sobre cada instante de su vida. La vi-
da de Ramón, hasta en sus mínimos reflejos, fue su universo. A
él acudió el poeta por los materiales hiperbólicos que tanto alar-
man al vulgo literario, y en él tiñó las cuerdas de la lira con el
rubor de su pureza o con la sangre de sus ritos.
Distribuyó sus materiales inconfundibles, sus materiales síi-
yos, sus materiales únicos, con un íntimo y aguzado despotismo.
No importaba que fueran opacos para la extraña conciencia, con
tal que inundasen de luz y de sabiduría las crestas de sus océanos.
En ese despotismo se envolvió siempre, ante los comentarios ino-
centes de sus críticos, sonriendo, a la postre, cuando se habló de
r>u ingenuidad y se aseguró que no tenía el espíritu adormilado.
Un rumor nimio, un matiz imperceptible, un titubeo de in-
quietud, una evocación sonámbula, un parpadeo de la conciencia,
eran bastantes para dar al poeta la clave de su emoción. No la
describía, ni la definía siquiera, puesto que para él era límpida.
La estilizaba hasta el martirio, y la arrojaba, pura como un dia-
mante, entre sus aguas cerúleas.
Alerta a su conciencia y a su mundo, ¿cómo había de hacer
concesiones al Sentido Común? Los dardos de su parábola abrie-
ron una muesca en la carne de los gramáticos, y ya el ilustre Ra-
264 MÉXICO MODERNO
fael López dijo que tuvo insomne a la Academia, y que Sancho,
lívido de inquietud, comulgó sus hostias prohibidas.
Dejó López Velarde que la cuerda de la estulticia se desen-
rollase en las manos de sus semejantes, mientras él se mecía en
su universo. Enardecido en sus propias piras, todos los hallaz-
gos de su mundo fueron para él. Por eso, la contada asamblea de
sus lectores sospecha esos hallazgos en la sombi-a y en la penum-
bra. A veces — pocas veces — a plena luz.
A propósito de estos fenómenos, que constituyen lo que ha
dado en llamarse la estética arbitraria de Ramón, departíamos él
y yo una noche, de sobremesa en El Gloho. Hablábamos de la
torpeza y de la necedad conque un personaje literario había comen-
tado La Ultima Odalisca, que era el más reciente poema de mi
amigo. Este, tras de arropar su desdén en una sonrisa escéptica,
exclamó :
— ¿Es posible que tales hombres, con tal ceguedad, intenten
depurar el mundo? Por sonreírme de su asombro, he de escribir
un poema tan simple, tan cristalino, tan llano, que los desconcierte.
Dirán que he vuelto a lo que juzgan mi sencillez de expresión;
pero nunca sabrán que en ese poema no les dejé ver sino lo que
yo quise que vieran . . .
A raíz de estas confidencias nació Humildemente , obra maes-
tra de emoción, de vigor ... y de técnica :
Cuando me sobrevenga
el cansancio del fin,..
Deliberadamente asequible, conserva, en su simplicidad, lo que
López Velarde llamaba garra, esto es, la virtud mágica de emo-
ción y de expresión para zarpar en la conciencia.
Sus arbitrariedades, o sea su rebeldía a ser complaciente
con los ojos de la multitud, se fincan en las exploraciones de su
universo que, como he dicho, era los accidentes de su ser y de su
vida. Con esos accidentes, sublimados hasta la tortura, escribió es-
tos renglones:
Mi alnva pesa y se acmigoja
porgue su peso es el arcano
sinsabor de haher conocido
la Cru4S y la floresta roja
y el cuchillo del cirujano ., ,
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
26s
Emoción hermética, para los que no atinen a dilucidar la es-
finge. De tal emoción nace este corolario:
. . .soy un harem y un hospital
colgados juntos de un ensueño.
Llevaba en sí todo el magnetismo de la vida y todos sus he-
chizados arrobos. La vida es una pura prestid i gitarión. — solía de-
cir.—Pero él era el mágico. Transformaba, por sí y para sí, los
más elementales pasajes del momento. Su magia lo llevaba a lim-
bos de sensibilidad casi hiperestésica y a intensidades expresivas
de perfección única:
Y aunque iodo mi ser grarita
cual un orbe vaciado en plonw
que en la somhra paró su rueda,
estoy colgado a la infinita
agilidad del éter, como
de un hilo esGuMido de sedo.
Puede decirse que auscultó el corazón universal:
Vivo la formidable
rida de todas y de todos.
Cada latido humano fué para él un sobresalto de júbilo, de
piedad, de amor o, de horror. Un sobresalto que ondulaba en su
carne con el fluir de su sangre; en su carne, que viene a ser siem-
pre la ecuación de su sensibilidad y de su filosofía. Ese sobresalto"
llegaba, a veces, al frenesí del iluminado, y así navegaba en su
ser, marcando con una fiel y cálida probidad las pulsaciones del
instante: Él dice:
Uno es mi fruto:
ririr en el cogollo
df cada minuto. . .
Pero si todos los tumultos himianos, de sabor y de escalas con-
tradictorias, se destilaban por su fisiología, conservando su calidad
I específica, el espíritu, con una neutralidad límpida, compendiaba
% el análisis, estilizaba la emoción y resolvía, en un esquema final
perfecto, los mórbidos elementos vitales dispersos en zozobras di-
vinas. De este sistema de depuración, nace, en López Velarde,
la prodigiosa dualidad de espíritu y materia, que hay en su arte.
Estaba engarzado fuertemente a la Vida. Discernió y sabo-
reó lo que la Vida le deparara, en adversidades, en asombros, en
M. M -2.
266 MÉXICO MODERNO
deleites. Puede decirse que su ser fué un gran tímpano que reco-
gió siempre las ondas conmovidas del mundo, hasta en sus vibra-
ciones agonizantes. A cada latido se ofrecía entero, sin restric-
ciones, con el júbilo fatal de un oficiante que entrega su sangre y
sus nervios a las solicitaciones de un rito despótico:
Mi única virtud es sentirme desollado
en el templo y la calle, en la alcoba y el prado. . .
La piedad en él no fué acomodaticia. Demacrada la Pureza c
exangüe la Lujuria, él encontraba, en los repliegues de su com-
punción, donde había diluido átomos de sadismo, la generosa mu-
nificencia :
Espiritiial \al {prójimo, mi corazón se inmola
para hacer un empréstito sin usuras aciagas
a ia clorosis virgen y azul de los Gonzagas
o la cárdena quiebra del Marqué» de Pr'iola
Daba el tesoro de su entraña, a todo lo limpio y agudo, así a
la concreta feminidad como a la abstracción más abstracta :
Todo ms pide sangre: la mujer y la estrella,
la congoja del trueno la vejez con su báculo,
el grifo que vomdta su hidráulica querella,
y la lámpara, parpadeo del tabernáculo.
Las aras cruentas de su martirologio eran, a la vez, manteles
de pureza donde reposaba el espíritu y donde el desinterés era re-
nunciación caritativa:
Dejo sin testamento »u gota tt cada ólavo
teñido con la savia de mi ritual madera;
no recojo mi mngre, ni siquiera la lavo . . .
La amalgama de materia, en el más íntegro sentido de hu-
manidad, y de espíritu, en el plano de las estilizaciones casi mís-
ticas, que constituían el eje central del ser de Ramón, queda con-
signada, con los relieves de una divisa, en estos renglones:
8i en el mirto canónico
o en el nardo we ofusco,
Ella adiviíwrá
la flor que busco;
y convicta e invicta
esforzará su celo,
en serme, llanamente,
barro para mi baiTO
y \azul para md cielo. . .
RAMÓN LÓPEZ VBLARDE 267
Su síntesis de expresión, que fue la espuma de su arte, no se
realizó jamás en análisis escuetos de laboratorio. Ondulaban en
ella las riendas del espíritu y los vuelcos del corazón. Así, des-
pués de apurar la congoja en sus alambiques, todavía anhelante
de dolor de belleza, exclama:
Santas de mi terruño, cuerpos caros
y gratas almas; ved que me he hecho añicos
y azul celeste, y luz, para rezaros ...
I Qué forma tan única de interpretar las visiones y de devol-
verlas, ya sublimadas! En su prodigioso poema postumo, excu-
í sándose ante sí mismo de poner la planta en los dinteles de lo
épico, recuerda que él sólo cantó la exquisita partitura del í/nti-
mo decoro.
Salva a su ^uave Patria de lo inicuo, en cuanto que la retira de
ílos hollados requiebros cívicos. Y crea un depurado símbolo.
Para poner en la tradición de los siglos la perenne lozanía
; del mártir emperador, le llama Cuauhtémoc joven abuelo y
para compendiar el frenesí del trueno en la tormenta, dice :
■ .. .y \wl fin derriimha las madererías
de Dios sol)re las tierras labrantías.
I Resuelve su visión en esta hipérbole, instantánea como un
pestañeo :
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros. . .
Elabora la estatua viva de la hembra de Cuauhtémoc, con
ísólo tres renglones:
.. .y por encima, halterte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de wna codorniz.
Para expresar, en su síntesis final, que los colores pat -05
quedan en el seno sudoroso de la criolla, y que ésta es una enti-
dad simbólica en su carromato chirriante, usa este giro estup .^.do:
. . .; \pupilas de abandono;
sedienta voz; la trigarante faja
en las pechugas al vapor, y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carreta ^alegórica de paja.
un encanto único: ironía miserable e íntima.
268 MÉXICO MODERNO
¿Imagináis los escrúpulos de este magno poeta para sortear
Jas ignominias de un canto civil? Con razón José Juan Tablada,
en carta última, exclama, con esa titilante inteligencia tan pro-
pia de él: ¡Qué manera de estrangular la Retórica en el corazón
de la Epopeya!
En toda su obra supo equilibar la balanza que sostenían sus
manos y que vigilaban sus ojos. En un platillo, el lastre atormen-
tado del cerebro ; en el otro, la impedimenta angustiosa del corazón.
Y entre ambos términos, sobre el fiel fidelísimo de la balanza, un
polvo de hechicería, una lágrima franciscana y un crisantemo es-
céptico, en el que todos los pétalos, menos uno, fueron Negación.
López Velarde veló por el fiel de su balanza. Con el espíritu
alerta y el corazón en llamas sostuvo la equidad de su arte, pesan-
do, con pasión, hasta la dosimetría impalpable.
Dracmas, escrúpulos y granos arrojó en la balanza su mano
bizantina, mientras las pupilas acuciosas medían el justo nivel y
un gesto beato aprobaba la tarea, a la vez falible e infalible. ¡Dú-
plice gesto, rectificado, apenas, por la sonrisa maliciosa de un car-
denal renacentista !
Fué equilátero en su poética y en su prosa. En ambas fun-
ciones del arte usó idénticas balanzas de perfección. Él mismo
decía que los poetas, cuando son maestros en la disciplina artís-
tica, descuellan en la prosa. La de él asume la misma depuración
heroica de su verso.
Alguien ha dicho, en un artículo incongruente y apresurado,
que López Velarde no era pensador. ¡Error inocente! Lo fué, y
de estirpe excelsa. Si su vocación de poeta no lo hubiese subyu-
gado, habría escrito los Tratados de la Razón. Su libro de prosas
El Minutero es un haz de dardos filosóficos. Es también el
patrimonio de nuestros siglos venturos, porque en él se dilatan
los temblores humanos y el instinto se engarza en las vértebras
de la conciencia.
Sus prosas son los espejos ustorios del idioma. En ellas hier-
ve el fuego de las revelaciones novísimas. Exentas de tambores
y de fanfarrias, mantienen en su trama el esbelto esqueleto de la
forma, donde la idea — aún enardecida — otorga la dignidad de ar-
monía. Nada de impulsivismos a m.ano airada. El tumulto, si
lo hay — que siempre lo hay — queda en la ñor de la m.édula. Este
es su valor concluyen te.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE 269
López Velarde escribió en castellano y amó su lengua . . .
pero no se aclimatará en España. Los españoles, a pesar de la
íiran sombra de Ganivet y de las rectiñcaciones de Pérez de Ayala,
siguen siendo detonantes. No importa que Ortega y Gasset piense
por media península, ni que Machado cante en el roble de los dio-
ses. Un desñle de tenores lamentables merodea por los jardines
de Apolo, y los paladares que gustan del Rioja y del Cariñena no
catarán el vino velardeano.
El exponente de valores líricos españoles que se despeña, aun
en las revistas culminantes, con instintos de horda, parece con-
firmar mi vaticinio. Ya los nombres ilustres de Marquina, Diez
Cañedo, Juan Ramón Jiménez, Carrere y dos o tres más, se aislan
en sus heredades para que pase la langosta.
Un español, tumultuoso, para no faltar a la tradición, pero
que lleva en sus jaulas al ruiseñor de América: ese poeta mórbi-
do que se llama Camín, ha sentido conmigo, en la dignidad del es-
píritu, el vilipendio de las letras peninsulares hacia los racimo»
apolíneos.
Que López Velarde vuelque sus cornucopias en Lutecia. O
que oficie en el Quirinal. En Francia o en Italia danzarán en su
pulso los minutos sonámbulos. En Francia. Que lo traduzca Mae-
terlinck, ya que se abatieron las alas de Laforgue y de Redenbach.
Que lo traduzca Maeterlinck para lanzarlo a la avidez de la inquietud
francesa, que tanto y tanto sabe canalizar la fantasía en los de-
chados de la expresión.
¡La expresión de López Velarde! Sus anzuelos se cuelgan de
los planos de lo irreal, porque se desentienden de los materiales
asequibles al literato. En él, la función descriptiva es de laya in-
ferior para su arte. No describe: sugiere, sugiere siempre. Y
con tal señorío, con tan nimio apaño, con penetración tan cabal
de los valores emocionales, con tan honda vibración de espíritu,
que su alma, para usar una expresión suya, es una equilibrista
chuparrosa infatigablemente suspendida sobre el enigma del
mundo.. ' ^'" ,-^f;:.-^..- f .
El vocablo de López Velarde, ordenado por él, incrustado por
él entre las líneas de un poema, pierde el inocente uniforme que
le conoce todo el mundo y que le vistieron la Academia y el Uso.
Sirviendo a López Velarde, como a un gran señor encerrado en su
Alcázar huraño, se atavía con una librea de magia y de deslumhra-
270 MÉXICO MODERNO
I
miento. ¡ Heteróclita y única librea que abre las puertas al concepto
procer y a la técnica egregia, y que ni siquiera se preocupa — por-
que desdeñaría tal preocupación — de retirar con el pié al Lugar -
Común !
La potencia expresiva de López Velarde vá más allá de las
fuerzas humanas. Es heroica en el máximo término del heroísmo.
Derrumbando los muros de la retórica académica, crea un léxico de
perfección y da a la palabra ductilidades de hechicería. Los mis-
mos vocablos indigentes se tocan con un penacho excelso, cuando
él los requiere.
Nadie ha creado un arte tan palpitante, tan lleno de sollozos
de belleza como López Velarde. De ese arte cuelgan los gajos de
la vida como cerezas del mundo, a la vez humildes y soberbias.
Ese arrobo de expresión se mece en el magnetismo de la car-
ne con una inagotable gama de matices vitales; se suspende del
instinto, y realiza sinfonías ideológicas como esta, de estos renglo-
nes inéditos:
En mi pecho feliz no hubo cosa
de cri»tal, terracota o madera,
que abrazada por mí, no tuviera
movimientos hunuanos de esposa.
Su expresión se deforma en los lampos escalofriantes de la
belleza. Apura los horizontes intangibles y se remonta al éter de
la hipérbole. Ya en el éter, abraza a una sombra adorada y dice:
Viaja de incógnito el fantasma de yeso,
y cuando salimo» del fin de la atmósfera,
me da medio perfil para su diálogo
y un cuarto de perfil para su beso . . .
Todo lo sintió y lo presintió su médula, licuando las visiones
en rocío espiritual de amor y de tortura.
Depuró al idioma de sus escorias vergonzantes; sopló en la
redoma de los mundos con la sabiduría de un fakir; llevó cerca
del costado izquierdo, en su mano de San Jorge de Donatello, los
palafrenes de la forma, y libertó los conceptos, aguzándolos en sus
geniales esmeriles. Hizo la apoteosis del instinto, y abrió, a gol-
pes de conciencia, un tajo en la mezquindad de su generación.
Dejó una ruta de rubí serpenteada de nardos. Este fué su
testamento. Que nuestros poetas de hoy lo recojan, porque ellos,
con los de América, impondrán sus tutelas a la lengua de Cer-
R A . ó N L ó P E Z V E L A R D E 271
vantes... pero que no se engrían demasiadamente en sus ju-
ventudes y en sus triunfos de cenáculo ; que no respiren, aliviados,
porque Ramón López Velarde haya cerrado los ojos, y que no alcen
las manos al sol, en ademanes deíficos. Hay que recordar al gran
obelisco que se nos queda de monumento, y hay que ser fervientes
y humildes para acogerse a su sombra.
¿Qué poeta hace aroma y melodía de la muerte? ¿Quién, ante
la Deidad Tremenda, baraja los destinos de un fúlgido instante,
convirtiéndolos en temblores de eternidad? Él, sólo él, en esta estu-
penda realización de forma:
. . .ün sonoro esqueleto peregrino
anda cual un laúd, por el camino.
Este clamor supremo de evocación, del poeta supremo, fun-
diéndose y difundiéndose en las entrañas del universo, es la convul-
sión del genio que serpentea en los pulsos de la inmortalidad.
En la inmortalidad se ha envuelto el poeta. Como su joven
ahílelo contemplará las centurias, pero su brazo no arrojará la
flecha del ardido patricio. Arropado en la gloria, abrirá su clá-
mide y suspenderá, sobre los reinos de la naturaleza, los tres de-
dos extendidos de su mano papal.
México, agosto de 1921.
ENRIQUE FERNÁNDEZ LEDESMA.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
ME interesó siempre López Velarde, por su afán de cosas re-
cónditas; en su conversación se notaba que tenía n.iiy vi-
vo el sentimiento del misterio ; a veces no acababa de ex-
presar del todo sus ideas porque el sentido se le iba. Esto ocurre a
menudo al que está obseído de algo profundo e inefable. Era un pro-
feta profundo que no llegó a desarrollar su mensaje; traía cosa^
nuevas y se llevó su misterio consigo, porque ni para sí mismo llegó
a definirlo.
I
JOSÉ VASCONCELOS.
CANCIÓN DE LA NOCHE DIAMANTINA
Eif LA MÜEKTK DE RAMÓN LÓPEZ VBLARÜJB
MUSA 8oIar con nardos irreales
el cielo niño del Ahril decora;
y. .. éste era el huerto de una Reina mor»
y un lirio que la aurora aljofaró;
pero mi corazón halhuce ante la aurora:
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
El tiempo fluye, la ilusión dilata
su onda azul y en lo real confluye:
¡nocñe de la entrañable serenata,
Id lágrima, el deliquio y el '^tú y yo'\ . . ;
pero mi corazón modula rima ingi'uta:
— ¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
La antqrvha crepitante está en el viento
y d^ siglos a siglos va encendida;
la Muerte sopla su hu/racán violento
y fulge más la antorcha de la vida:
¿un niño en este instante los ojos no entreabrió f
Pero mi torvo corazón no olvida:
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
Por tu frecuencia, Amor, por tu frecuencia,
por los valles letárgicos de la carne encantada —
(de un humo a^zul la hlánd/ula almohada,
de un procer vino la brumosa esencia) —
sosiégase en la noche la frente conturbada . . .
274 M É X I C O M O D E R N O
Las alondras no cantan todavía
ni mueve sus saetas el reloj;
pero mi corazón solloza en su alegría:
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
Después^ quietud. El mortuorio túmulo,
loas lúgubres y flores, oro postumo,
y, en mármol negro, el Numen desolado!
Con sus manos azules, en la tarde riente
ya mi inquietud la Muerte apaciguó . . .
Alguien diga en nú nombre, un día, va/immente:
—¡No! ¡No! ¡No! ¡No!
BIGARDO ARENALES.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
MUCHAS esperanzas estaban puestas en él porque tenía ta-
lento, porque era joven y porque las febriles imperfeccio-
nes que delataba su arte eran puntillos de técnica. Su
originalidad, servida por obedientes instrumentos de expresión, lo
hubiera convertido, sin duda, en una de esas brillantes excepciones
que trastornan los índices de las historias literarias. Su obra no
es ahora la flor espontánea y el grato anuncio del fruto porque la
muerte fijó de súbito la etapa de su evolución y detuvo bruscamen-
te un proceso de perfeccionamiento. Y disminuyó — ¡trági?a conse-
cuencia!— la figura del poeta al encerrarlo en tan estrecho e in-
flexible cuadro del tiempo, quitándolo de las abiertas perspectivas
del futuro que lo magnificaban. Queden entre las páginas de sus
Jibros, como una ofrenda a lo que, con más vida, hubiera hecho,
nuestras esperanzas cariñosas.
Nacido en provincia y educado en ella, López Velarde tiene
sin embargo audacias de escritor formado en medios más cultos.
Temperamento original y espíritu rebelde a las influencias, era frío
para celebrar las preferencias literarias. Hubiera querido revisar
por sí mismo todos los valores establecidos, y como para eso cual-
quiera vida fuera corta, se encerraba en un escepticismo inocente,
pronto a abdicar si lo estrechaban los argumentos, — más por bue-
na crianza que por convicción. Así hubiera leído más de lo que le-
3^0, no se habría amoldado nunca a modos ajenos, porque su asimi-
lación era por demás tortuosa y tiránica. Nunca le decían los li-
bros más que lo que él quería que le dijesen. Representaba un po-
co el tipo del literato que no le concede mucha importancia a la li-
teratura. Así era naturalmente, sin el gesto arrebatado del icono-
clasta ni siquiera con el énfasis del desdeñoso.
No se puede afirmar que existan en México bandos literarios,
pero es evidente que la poesía de López Velarde apareció con cier-
to aire de neutralidad amable. No desafió nunca, ni en los mo-
mentos en que era más personal y oscura ; ni el poeta la sacaba al
27Ó MÉXICO MODERNO
viento como una bandera. Vivía en un sagaz disimulo y hasta pa-
recía no darse cuenta de que una palabra suya, condenando a los
nlisteos, hubiera desencadenado iras no sospechadas. Aun para los
indiferentes su poesía era interesante como fenómeno literario y
los más reaccionarios la consideraban, sin excesos de pasión, como
la tentativa fracasada de un viaje a la luna. Entró a la literatura
sin padrinos, sin preferencias, sin propósitos, con esa calma na-
tural y grave que todos le conocimos en vida.
A la novedad de la forma agrega la de ciertos asuntos que él
inaugura en nuestra poesía. Canta la provincia, su vida pintoresca
y tranquila, sus emociones, — no tan sencillas como quiere el roman-
ticismo. No ejecuta el frío desarrollo de un tema retórico — la
provincia como modalidad de la campiña ideal impuesta por Ho-
racio— ; canta con el balbuceo del que tiene visiones directas, pin-
tando con toques de color local y descubriendo almas conocidas.
Era su provincia lo que cantaba. En este género nos deja cuadros
fabricados con delicada sensibilidad, compuestos de rasgos esen-
ciales y de guiños de ironía. Pero aunque no se reñera a la pro-
vincia, el ambiente provinciano se percibe siempre en su canto.
En su fe tenaz, en su unción, tejida en su misma carne, se adivina,
como a través de una niebla, el seminario y la parroquia del pue-
blo; y su erotismo tiene todos los francos caracteres de un vigor
campesino que solicita empleo. Su catolicismo y su erotismo son
sentimientos elementales que resultan complicados nada más en
la forma en que se expresan. ¿ Quién no está de acuerdo en que al
poeta le esperaba un futuro más lírico y más sabio?
La forma de su poesía es caprichosa, personal. Hace el ver-
so sin música, con evidentes deseos de olvidar la métrica, y aun-
que no son generalmente felices sus nuevas combinaciones, no saca
ninguna enseñanza de ello. En su verso desencajado, un instan-
táneo reñejo extraño del pensamiento ciega y hace olvidar el ritmo.
El adjetivo lo usa por aproximación, dándonos en lugar de la pa-
labra insustituible una dicción extraña, abierta sobre descompues-
tas perspectivas. No neguemos que, en ocasiones, el sistema tiene
prodigiosos resultados.
El desdén del lugar común es otra de sus características. Aque-
lla provisión de metáforas que pertenece a todo el mundo y que, se-
gún Rémy de Gourmont, usan los poetas como material donde en-
Síu-zar sus gemas originales, no aparece en los versos de López Ve-
I
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
277
Jarde. Un constante derroche de metáforas, no siempre felices, pe-
ro siempre nuevas, es su poesía. Parecía fabricarlas con desenfado
de improvisador, pero nó : son ideaciones complicadas a las que ha-
bía llegado agregando, deformando o suprimiendo términos o, sen-
cillamente, rindiéndose a dificultades de expresión. En este punto
tuvo el aspecto heroico del inventor que quiere renovar en su má-
quina hasta las piezas minúsculas y universales que no ampara la
patente. Locuciones tiene la poesía que él no quiso conocer, y
donde en derecho labora el recuerdo, él fatigaba la invención. Pe-
ro su estilo, sin perder su peculiar modo bizarro, iba ganando en
maestría.
¿Qué poetas tuvieron influencia sobre López Velarde? Cite-
mos en primer lugar a Lugones, a quien el poeta solía poner por
encima de Darío, bien está que evitando argumentos. Del brillante
Proteo literario, López Velarde prefería al consciente trabajador
de metáforas sugestivas y extrañas que revela el I Amarlo Henti-
meutol' Lecturas recientes de este libro delata la composición Kl
Minuto Cobarde y también Transmútase mi alma... Todo el es-
tilo de Zozobra es una tentativa de alcanzar la expresión lugoniana.
Hasta encontraréis ahí:
en 8u enagua violeta
los volubles matices de los climas sujeta •
con wn<i proMdad instantánea y precisa.
En sus comienzos, lecturas de Luis Carlos López pueden ha-
berle dado valor para ampliar el léxico poético y aun para forzar
la métrica, así como cierta ironía que no parece ser esencial en su
temperamento.
¿Cuál es el lugar de este poeta? Después del grupo de nues-
tros poetas mayores Ramón López Velarde viene con José Juan
Tablada a su derecha y con Roberto Arguelles Bringas a su iz-
tjuierda. Este fué de curiosa originalidad, de técnica personal y
murió joven escogido por las esperanzas de muchos para obra más
alta. José Juan Tablada señala en nuestra lírica el viento cam-
biante de las conquistas nuevas, es nuestro más inteligente adeo-
to a las últimas exageraciones del arte. Así el sugestivo poeta
de Zjozohra está entre dos artistas que representan uno el ansia de
nuevos caminos, y el otro la tragedia de las promesas truncas.
Santiago de Chile, Julio de 1921.
ANTONIO CASTRO LEAL.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE,
EL POETA DEL AMOR Y DE LA MUERTE
LOS que fuimos amigos fieles y admiradores devotos de López
Velarde debemos decir algo que, aunque sea sin relieve lite-
rario, lo presente a los ojos de los que no tuvieron la fortuna
de gozar de su trato con el doble prestigio de que estuvo investido :
Era una bella síntesis de virtudes estéticas y de cualidades humanas.
Existía una concordancia estricta entre su vida y su obra, la
misma dignidad que respaldaba los actos más nimios de su vida se
descubre hasta en los renglones más sencillos que haya escrito.
Honradez y sinceridad de hombre bueno y de artista extraordina-
rio, armonía en todas sus facultades. Él tendía diariamente la red de
sus nervios, a la vez sencilla y complicada, para recibir la más mí-
nima vibración de cuanto le rodeaba, percibía con tal exactitud la
confidencia de los seres y de las cosas que llegaba al goce y al sufri-
miento por caminos desconocidos para la mayoría de los morta-
les. Él mismo hacía residir su mayor fuerza de expresión en los
datos apremiantes y complejos que recibía de sus sentidos, datos
que acataba humilde y sumiso para no desfigurarlos y luego con
su propia sangre, según reza el verso del Dante, daba vida a su
obra en la plena integridad de pensamiento y de emoción. Facultad
de vivir en la forma más pura y elevada, lucha modesta y gran-
diosa para devolver en el paisaje ilusorio, según su propia frase,
su integridad inocente a los hombres y a las cosas. Esfuerzo he-
roico de verlo todo con ansia de comprensión absoluta y ante la im-
potencia de la palabra sintetizarlo en imágenes que tienen los atri-
butos esenciales del objeto, y dar de ese modo la idea cabal de un
estado de ánimo.
¡Qué otra cosa fueron la estética de Góngora en lo que se
refiere a los sentidos y la de Hallarme en lo que hace a las ideas !
Empeño de sugerirlo todo con el brillo del color, con la agilidad del
movimiento, con la cadencia de la música, con un auténtico perfu-
me espiritual!
RAMÓN LÓPEZ VELARDE 279
En un tiempo cultivó López Velarde el trato de Góngora, la
lectura de Gracián y la amistad intelectual de Mallarmé, amó y ad-
miró a estos supremos artífices, su estirpe era partícipe de la mis-
ma aristocracia que adornó a tan admirables maestros; sin pro-
ponérselo fue un paladín de las más bellas creaciones conceptistas
y simbolistas y no porque se complaciera en hacer un arte que
no fíiera para los mv/chos según la expresión de Góngora, fue que
su horror al lugar común y a los caminos trillados, lo llevó por ol
camino de la originalidad a crearse su propia manera. En sus últi-
mos años fue tal su afán de verlo todo en sí mismo y por sí mismo
que se abstuvo de toda lectura y de toda influencia, ya no leía au-
tor alguno, cada vez auscultaba más atentamente y descubría con
mayor certeza, el ritmo propio de la vida. El Tiempo y la Mujer,
temas esencialmente vitales, ocupan en la obra de López Velarde
el sitio predilecto, eran el polo positivo y el polo negativo de su
vida, vida colgada en la infinita agilidad del éter, como de un hi-
lo escuálido de seda, según nos dice en La Ultima Odalisca,
imagen fiel de su existencia, porque estaba a merced del más leve im-
pulso del viento y resonaban en su interior los cambios del ambien-
te con la exactitud de un vivo aparato de precisión; de esta ma-
nera nos habla en Anima Adoratix :
Mi virtud de sentir se acoge a la divisa
del harómetro lúhrico, que en su enagua violeta
los volubles matices de los climas sujeta
con una probidad instantánea y precisa.
Sentía una angustia torturante al ver dibujarse sobre el fon-
do del tiempo su propia vida y las siluetas femeninas, nos dice en
8uave Patria:
Sobre tu Capital, cada hora vuela,
Ojerosa y pintada en carretela . . .
y en Tu Palabra más fútil, había escrito, con acierto genial :
, y mis horas
van a tu zaga, hambrientas y canoras, C
como va tras el ama, por la holgura
de un patio regional, el cortesano
séquito de palomas que codicia
la gota de agua azul y el rubio grano.
Expresión candida y diáfana del hambre y sed de amor que
padecía. Él que recibía la luz dfe cada día como un bello don mila-
groso y que decía a su Creador que era su juguete agradecido,
28o méxicomoderno
pagaba religiosamente su diario tributo como nos lo dice en El Mi-
nuto Cobarde.
Eh estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pocho
como una maroa d^e tributos
onerosos,
y con gran piedad fraternal al pensar en el estrago del tiempo,
que ha convertido la sonrisa en mueca, dice A las Vírgenes:
¡El tiempo se desboca; el torhelUno
os arrastra al fatal despeñadero
d£ la Muélate;
El mismo título de su libro postumo /;/ MiniUcro nos reve-
la su esfuerzo por fijar contornos a las cosas más complejas y dar
vida a los momentos más fugaces.
El tiempo, al que justamente veía como a un enemigo embos-
cado, era su polo negativo; en tanto que la mujer, por encima de
todo, era su polo positivo. Amábanlo todas las mujeres a quiene.^
trataba, por su exquisita sabiduría, por su gesto atinado y por s\i
actitud de reverencia y deben amarlo todas las mujeres de México
porque ha sido su cantor más elevado y su panegirista más com-
prensivo; no fue él quien dijo:
Sluare patria : tú wnles por el río
de las virtudes de tu mujerío ....
no fue él quien nos habló con palabra colorista en la que reviven
nuestras impresiones de franco romanticismo y de fina sensuali-
dad» en cuadros de auténtico olor y sabor provinciano*? d ^ una pri-
ma Águeda que era:
(luto^ pupilas vei'des y nvejilla9
rubicundas) un cesto polícroma
de manzanas y uvas
en e1 ébano de un armario mwsft-
De la Orocia primitiva de Jas aldeanas:
Vasos de devoción, arcas piadosas
en que el \amor jamás se coiitamhw :
jniv^as cuyas \paredes olorosas
dan ni agua frescum campesina. ....
de las muchachas de Zacatecas:
RAMÓN LÓPEZ VELARDE ,Si
señcnHtaa con rostro» de manzana, ..
ilustraciones prófugas
de las cajus de pasas.
y sobre todo, de su Fuensanta, La del sobrio estilo,
, creatura pequeñiia
y suprema, adueñada de la cumbre
del corazón; artista u un mismo tiempo
nUnima y procer, que en las manos llevai
mi v-ida como oh jeto de tu arte!
Y después de la muerte de Fuensanta, incógnita que ha de
aclararse por expreso deseo del poeta en la segunda edición de
La sangre devota, aparece la amada de la ciudad, la que al prin-
cipio quiso llevarse a su tierra en aquella crónica que tituló: La
dama en el campo y que a la postre fue ella la que lo asimiló a
la Capital. En vez de verla como a Fuensanta, en las misas de la
madrugada del pueblo, la veía, en las misas zenitales de la ciudad,
con su :
" agudo perfil; vabcllcra
to7'mentosa; nuoa morena, ojo» fijos;
boca flexible, ávida de lo concienzudo^
hecha para dar los besos prolijos
y articular la sílaba lenta
de un minucioso idilio, y también
para persuadir a un agonizante
a que diga amén.
No la pintaba con su sombrero de pastora sobre un campo
sembrado; sino que en un Día 13, fecha de superstición, la en-
contró en pleno corazón de la urbe, y le dijo :
Adivinaba mi acucioso espíritu
tus blancas y fulmíneas paradojas:
el centelleo de tus zapatillas,
la llamarada, de tu falda lúgubre,
el látigo incisivo de tu» cejas
y el negro laminar de tus oabeUos.
En la multiplicidad de visiones que viven en sus imágenes
calosfriantes, en los sobresaltos de sus adjetivos rotundos e inu-
sitados, era siempre él, el artista sincero e íntegro que jamás vi6
la vida como un espectáculo, sino que pasó por ella como por un
campo en que se agitan las más fuertes pasiones; sobrecogido, ab-
sorto, torturado, humilde e inerme como creador y pensador quo
282 MÉXICO MODERNO
quiso penetrar en la médula de los hombres, y en la esencia del
Universo e interrogó diariamente a los magos que saben del mis-
terio del amor y de la Muerte.
•
Esta vida es una brujería, decía López Velarde ante el des-
file de fantasmas y paisajes que se barajaban en su imaginación
de artista inquieto y clarividente y esa sensación de magia se hizo
más aguda en los últimos días que pasara entre nosotros. En las
noches de angustia y pesadilla contemplaba desde su aposento la
luna en creciente y en sobrecogido silencio escuchaba el concierto
musical de los mundos. ¡El mundo es una brujería! Al amanecer,
después de haber luchado con el dolor implacable y con la asfixia
progresiva, se embelesaba con el ruido de la ciudad que despierta,
silbatos de fábrica y estrépito del tráfico, que se dibujaban sobre
una tímida luz. i La vida es una brujería! Abochornado en el ca-
liginoso mediodía de junio, envuelto en nubes de polvo que no res-
petaban su habitación bien cerrada, se inundaba de alborozo, h
pesar de que sabía que eran sus últimas horas, al oír el repique-
teo de las primeras lluvias de la estación, lluvias que le hablaban
de los campos de sus ancestros y de su provincia, lluvias que le
habían dicho al oído las bellas cosas de que nos habla en sus poe-
mas: Tierra Mojada y En las tinieblas HúinedaS' La Vida es
una brujería!
¡Él sabía que caminaba a su fin y no se revelaba, él que ante
los absurdos y los dolores de la vida tuvo la dignidad de un tau-
maturgo se veía envuelto en las sombras y no podía sino invocar
al misterio de cuanto le rodeaba !
Pasó por la vida como un taumaturgo, revistiendo de belleza
y de bondad las cosas grandes y las humildes: El amor, la amis-
tad, el cariño de los suyos, su paisaje de provincia y sus horas de
la Capital, todo era destilado, purificado con su virtud inmanente
de sublime transmutación y las cosa^ de la vida humilde nos las
presentaba con los prestigios del heroísmo y de la belleza.
Él que fue un taumaturgo, un creador de cosas bellas y un
bondadoso artífice de actos puros, fue traicionado por los genios
de las tinieblas, celosos de su facultad de volver limpio todo lo que
tocaban sus manos y luminoso cuanto atravesaba por su imagi-
nación.
Julio de 1921- PEDRO DE ALBA
elegía juvenil
ESTÁ amaneciendo'^ decía
el poeta desesperado:
¡y ya el sol había besado
la frente azulada del día!
Sangrar de pétalo estrujado,
horror de ardiente pedrería,
y el sol prolongaba su alarde
en sus embriagados verjeles:
¡Oóngora traía claveles
para Ramón López Velar de!
La tarde es como v/n pintor
embelesado y altanero:
¡el aire parece lucero,
la tierra tiembla como flor I
Lusgo una voz en el sendero:
sollozo, niebla, surtidor. . .
y se pone dulce la tarde
y está opalescicndo el nublado,
porque purpúreo y enlutado
pasa Ramón López Velar de!
Y la luna apenas asoma
tan melancólica y perlina:
¡y el aire que se hace neblina
y la fierra que se hacr aroma!
Un niño, . . un monte. . . una paloma, . .
284 MÉXICO MODERNO
y, provinciana y campesina,
la luna refulge cobarde
en la penumbra de la fronda,
como una lágrima muy honda,
como Ramón López Telar de!
Cisnes negros sobre las olas
de una la gima de amaranto;
y ¡a brisa que suelta el llunto
y suspira entre las corolas . . .
Pálidos sistroSy claran violas
sufriendo mucho en el quebranto
y en la querella y el reproche,
porque el poeta halló a la Amada
y es una alondra desmayada
sobre los brazos de la Noche. . .
México, junio de 1921.
RAFAEL HELIODORO VALLE.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
UNA música vaga, desentonada y en sordina que alcanza los
oídos a través de un paisaje quieto, pero rico de olores y
colores; una zurda orquesta que descompasa la obra de
un genio, como aquella chirimía de indígenas que encontré una tar-
de magnífica de Tabor y de amor, acompañando a un cadáver al
cementerio, y moviéndose en los surcos morenos, al ritmo antité-
tico y apenas reconocible de la marcha fúnebre de Chopin ; algo del
encanto equívoco de estas evocaciones producen los versos de Ra-
món López Velarde.
La musicalidad es lo primero que en ellos sorprende . . . antes
de entenderlos. Es una suave brisa que acaricia o que hace daño
vagamente; es un suspiro apasionado o burlón; sentimos estupor
ante las asociaciones de sustantivos poéticos y de adjetivos toma-
dos a una tecnología bárbara, adjetivos que a veces huelen a io-
doformo ; una confusión de lampos, de grisallas, de silencios inex-
plicables que mantienen hipnotizado al ensueño, pero que, al prin-
cipio, la razón no acepta. Arte ingenuo y decepcionado que se ex-
presa en una monotonía de canto llano, roto, sin embargo, por la
acentuación rara del ritmo irregular. Manso ritmo ordinario, con
olores a incienso y a manzana, a ropa almiidonada y a guayabate
monjil. Aun sin prestar atención a lo que expresa, su cadencia
nos trae ya un dejo provinciano persistente.
Y en verdad, el poeta es sólo un provinciano; un zagal que
estaba destinado a tañer su bucólica zampona en la paz puebleri-
na, y que, por ironía de la suerte, ha venido a amargar su alma y
a complicar su canto en la gran sirte de esta capital. Era, antes de
su éxodo, un primitivo, un pequeño, atónito ante la vida y que la
copiaba con la candidez de los precursores en el arte de la pintura.
Su temperamento lo asimilaba a los primitivos alemanes: en él la
inelegancia de las formas y lo sumario de la factura estaba com-
pensado ampliamente por sus dotes de invención y de movimien-
286 MEXICOMODERNO
to, por el sentido agudo del valor expresivo del detalle, por la gra-
vedad del pensamiento y del sentimiento. Tenía su manera el agra-
do de una rosa silvestre en una tabla de alfalfa florecida; su con-
ciencia escuchaba el mensaje de la poesía, con el aire tímido y so-
brecogido con que Dante Gabriel Rossetti pinta a María al reci-
bir la Anunciación. Hubiera podido ser cormano del monje Gual-
terio de Coincy que escribía sus fábulas piadosas en una celda con
vista a un huerto cerrado. Él y su escuela dirigían su arte ingenuo
a probar la debilidad humana: el hombre es una criatura muy in-
feliz y muy impotente, incapaz de todo si Dios no lo asiste y no
sostiene su voluntad vacilante.
Allá, en su pueblo natal, acólito e inocente, absorbió la paz
de la vida eclesiástica y casera sin incidentes ; su sueño se envolvía
en un rebozo de seda; veía con ojos amigos la plaza provinciana
de las dominicas; placíanle los talles y las nucas campesinas de
sus coterráneas; las penumbras frescas de su parroquia colonial;
las naderías que conmovían al pueblo, Garzón, tuvo que prender
los vuelos de su imaginación a las cosas nimias, y sus amores can-
deales fueron a su prima Águeda, a Fuensanta, la primera novia,
a quien rendía dulía diciéndole las jaculatorias con que venerara
a la Virgen de su parroquia.
Entonces era su poesía puramente objetiva, bien que ya pre-
sagiara clausura en el microcosmos.
Poco a poco descubriera su propio mundo enigmático y di-
verso. De objetivo se tornó subjetivo y, por ende, más lírico, y
pronto, de lo exterior usó únicamente como símbolo. Siguió em-
pleando las mismas imágenes familiares y dilectas, los mismos
temas provincianos; pero entrañó en ellos un significado: el vie-
jo pozo verdinoso y taciturno que, en medio a la casona, copia el
primer lucero de la noche, fue su maestro.
Como su alma naciera sensible y dependiente, el misticismo la
envolvió maternal en sus plumones; genuflecto se halla ante el
misterio, y se promete que, a la hora del cansancio final, los callo?
de sus rodillas le han de ser viático.
La civilización, el poco de civilización que encierra la Ciudad
de los Palacios, ha instilado al poeta un veneno más letal que los
de Medea. Al correr por sus venas lo ha metamorf oseado, en cierto
modo, hasta el punto de que, a veces, se duda cuál es su verdadera
fisonomía espiritual.
Esa estatura de San Cristóbal rústico, los músculos que se
RAMÓN LÓPEZVELARDE 287
acusan bajo las ropas un tanto desgarbadas, tales atrevimiento»
en sus versos modernos—ásperos y túrgidos como el deseo de un
egipán — , su voluntario hermetismo, lo harían digno de ser incluí-
do por Verlaine en su galería de poetas malditos. Recuerda a Rim-
baud hasta por aquella **su cara de ángel en destierro." Esa faz
suele ser pacata ; pero bien observada es ambigua, por cierto movi-
miento hacia atrás de la cabeza proterva ; por una ceja en rasgo de
eñe que sombrea a un ojo sarcástico y sutil ; por la boca sensual de
sonrisa siniestra. Su franca risa suena en ocasiones más irónica
que todos los relinchos de los hoiiyhnhtims de Swift.
¿Será un sacristán erótico? ¿Oirá algunas veces las misas ne-
gras de Gilíes de Rais ? A mí me parece que hasta su tercer pecado
capital es ingenuo y que iría, a lo más, a las cristianas celebracio-
nes que, en el siglo de Elagabal impulsaban a los fieles a entregarse
mutuamente a la hora del Perdón, en una basílica incipiente y ante
un Krestus colosal clavado en una Tau, que simbolizaba el princi-
pio de la vida, por derivación del oriental culto del sol.
Es, en suma, un neo-romántico, un descendiente de Rene y de
Obermman. Ellos experimentaron todas las ansias y todas las in-
quietudes ; quisieron cubrir a la creación en un gigantesco abrazo,
y, al verse muy pequeños para darlo, se rebelaron.
El romántico de hoy siente lo mismo, mas no llega hasta la
rebelión. ¿Es una fuerza o una lacra?
López Velarde es romántico aún por el hecho de que todavía
tiembla ante la mujer. (¡Líbranos, Señor, de la jactancia!) Su dra-
ma, él lo dice, es a la vez sentimental y cómico, y por sus versos
pasan amores otoñales, deslumjDrántes enlutadas en día nefasto,
mujeres cuyos nombres tienen desinencia en diminutivo, donce-
lleces que se prolongan como vacuas intrigas de ajedrez
Esa es su obsesión, aun cuando lo liberen, a ratos, las remem-
branzas de sus frescas provincianas, las propicias pasajeras de los
días lluviosos, los giros hieráticos de Tórtola Valencia o el taconeo
de estrofa de Antonia Mercé.
Por sobre esa teoría, remonta, sin embargo, un sueño: el de
la mujer que sea barro para su barro y azul para su cielo. Dejemos
que la alabe antes de que se convenza.
Se hace minúsculo conscientemente, (ser una casta pequenez,)
y dilucida su drama interior con un gesto resignado y lento. L^
decora con todo lo nimio, con todo lo insignificante y logra, asi.
i
288 M É X I C O M O D S R N O
renovar el bagaje lírico con que se expresan los sentimientos ....
aún el amor.
Ni en ritmo ni en ideas tiene miedo a la séptima inarmónica y
obtiene con ella ef ^tos prodigiosos : disonancias que dan a su verso
un encanto único ; ironía miserable e íntima.
¿Cómo logra fijar algunos aspectos de la belleza que pasa sus-
pensa en la fluidez de la vida? Desde su rincón, su alma que tiene
por única virtud el sentirse desollada, atisba: le interesa todo lo
que no tiene ñn preciso, los despilfarros de fuerza y de pasión, lo
fútil, lo que nadie mira, lo sencillo y suave, la debilidad, el pecado.,
la tristeza. Y todo eso lo traspone en imágenes, en imágenes puras.
La idea es dinámica y la imagen estática. El poeta quiere dete-
ner, con un gesto de amante en desespero, el instante fugaz y, así,
lo clava como una mariposa en un cartón de entomologista, con el
agudo alfiler de su propia inquietud. Quiere que su creación sea
un resumen de su conciencia total del momento, y, obstinadamente,
anota todas sus coincidencias.
Todos los artistas que crean según la estética de la intuición,
hacen otro tanto : asocian sus estados emotivos a todas las circuns-
tancias materiales exteriores, a las más nimias, que serán las más
personales; pero éste, que es un máximo ensimismado, prende sus
estados interiores uno al otro, los describe ambiguamente y resul-
ta, a las veces, ininteligible para los profanos. Y es que se necesita
una profunda consonancia para intuir todos los estratos de la con-
ciencia de otro espíritu y adivinar así las alusiones a ellos.
De su gramática no hay que hablar, porque ya Rafael López
le auguró excomunión mayor.
Mas sí cabe hablar, al paso, de su filosofía, aunque haya en el
mundo más cosas de las que puedan soñarse en ella. Es desencan-
tada y amarga. El poeta ha dicho valientemente que asistirá con
sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura; que toda
la ciencia, la zurda ciencia, cabe en la axila de una danzarina, y que
la norma de la vida es Eva montada en la razón pura.
¡Que en honor de estas afirmaciones, por los milenarios, des-
calzas y purificadas las juventudes vayan en peregrinación a su
sepulcro, que ha de estar ornado de una imagen bifronte: por un
lado un Salicio plorante; por el otro un reprobo que tendrá en la
mano un candil en forma de nave!
GENARO FERNÁNDEZ MAC GREGOR.
LOS TRES PERFILES
EN LA. MUEBTE DK RAMÓN LÓPEZ VELARDE
(A mis amiiros y sus atniffot Rafael Lopes, Enri-
que Fernández Ledesma y Jesíís B. González
TENÍAS tres perfiles. Tu humamdad nos vino
de lejos, aún más lejos que nos llegó el Rabino:
uno de tus perfiles llegó de las Pirámides,
hembras de brofwe han puesto luto sobre sus clámides;
¡a Esfinge del Desierto su cólera no aplaca
y sueltos los cabellos, Marta l<i egipciaca-
humedece de lágrimas la abtmdante melena
del León legendario que descampa en la arena.
Un girón de la noche mancha el cielo tranquilo,
sangra el 8oi, como un César, en las aguas del A ¿ío,
aguas como tu vida que aquí estaba en rehenes
reflejando a la Imva claran Jeimsalenes,
joyantes Macedonias y ampliar Alejandrías,
todo lo que es en smna tu perfil de otros días,
<mando en tus arenaJes, interior del Sahara,
iha cayendo un lento caudal de luna clara,
de tal modo que entonces fue la Esfinge al poeta
y dejó en sus oídos la pafabra secreta.
Tendal tres perfiles. Fue la clave absoluta
de los astros entonces quien te habló de la ruta
de esta^ fierras que ha siglos separaba al azar,
de las tierras antigu<is la ouchilla del nw/r.
Conociste la Atlántida rara y maravillosa
que hinchó al viento la púrpura de tu vela armoniosa,
y llegaste a las Indias. La 'Atlántida fue el puente
'entre estas tiehras vírgenes y el viejo Sol de Oriente.
290 MÉXICOMODERNO
Y hallaste aquí una parte de tu raza remota,,
girón de la cadena que el mar oculta rota,
venganza de los dioses que las gentes han visto^
más de ochocientos años antes de Jesucristo.
Pronto comunicaste al noble Rey poeta
la palabra armoniosa y la causa secreta^
y hubo fastuosidades y hubo versos de oro,
admirables alhajas de tu propio tesoro;
la Serpiente, señora de la Sabiduría,
el Águila, que el nido cerca del Bol tejía,
fiereza, amor y a/udacia, inspiración y anhelo,
el Caballero Tigre y el Flechador del Cielo.
Tal pasaron los lustros en los que hallaste lauros\
hasta el advenimiento del tropel de centauros,
cuando viste en un sueño de opulentos desmanes,
caer el Sol difunto sobre los tres volcanes.
No opusiste a los blancos caballeros gran fuerza,
que la ley del Destino nadie habrá quien la tuerza;,
y si el Sol ha tenido que dejar su regazo
nada harán a la postre la macana y el brazo.
Cuahutémoc aun hablaba con frases armoniosas;
tú oíste que decía: ^^mi lecho no es de rosas''..,
Y al dar su último aliento, corno flor a la brisa,
recogiste, sereno, de su faz la sonrisa
que durante treinta años de tu vida presente,
fuiste mostrando a todos, indiferentemente.
Tenías tres perfiles. El tercero que obra
desleído en las páginas fragantes de ^^ Zozobra'',
y acaso en el rincón de tu armario severo,
donde quedó suspenso de pronto ^^El Minutero',
es el perfil de un hombre risueño y con levita,
que cree en Jesucristo, sueña con Afrodita
y deshoja su cordialidad por las calles;
hombre de hispano-américa que conoce Ve7 salles,
cultiva los afectos, no desprecia el cognac,
y goza si le cuentan lances de Bergerac.
Supo bañar de rosa las mejillas resecas
de la mística musa que estudió en Zacatecas
LOSTRESPERFILES 291
y la tomó utia alegre paloma qíie a la mano
vmela tranquilamente para comer el grano.
8u musa provinciana nunca olvidó el hisopo,
pero al altar llegaba »u aroma de heliotropo,
igual que si Leonardo oficiara en la misa
y pidiera la santa Comunión Monna Lisa.
Tenían tres perfiles. Y fue por eso acaso
que los creyó la Muerte tres Ue7hzos del ocaso,
y como una cleptómana que viene envuelta en sedas,
penetró en tu recámara, robó las tres monedas,
y en su lecho de púrpura, cesáreamente obsceno^
felinamente duerme con ellas en el seno;
mietitras por ti solloza María la egipciaca,
Netzahualcóyotl mira cómo su Sol se opaca,
y las hembras criollas, ataviadas de luto,
buscan para tus sienes el laurel absoluto.
España aquí te envía {Yo mellé la segur),
los laureles del Norte y las palmas del Sur.
México, julio de 1921.
ALFONSO CAMIN.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
ME parece verlo todavía, con sus treinta y tres años ricos de
salud espiritual y física, hondamente plantado en el co-
razón de la vida, como un joven encino en el corazón de
la selva.
Me parece verlo desgarbado y risueño, enlutado y cordial, con
su juventud recoleta echada como una hija de María en el lecho
concupiscente de la ciudad. Una hija de María que tuviese el pecho
cubierto de escapularios y los ojos suspensos de todas las curiosi-
dades, aun de las más acerbas.
Me parece verlo con su plumaje de pájaro obscuro, posado en la
ilusión de la hora, hasta hundir en ella el pico agudo y antojadizo,
todavía endulzado con la miel de las frutas que el señor Cura ben-
dijo en las huertas de la provincia.
No era masón, ni Caballero de Colón. Aunque arquitecto, no
usó otra escuadra y compás, que los que con un gesto irónico puso
en sus manos el destino para levantar adoratorios a Nuestra Señora
de la Muerte. Gesto irónico, porque la Virgen que priva en los al-
tares de este máximo enamorado de la vida, acólito de sus inquietu-
des y catecúmeno de sus placeres, es la muerte; la todopoderosa y
la pontifical, la amante incorruptible e inmóvil, que lo esperaba en la
noche de junio para desposarse con él y que, llevada de una coque-
tería cruel, cortaba azahares de una luna de jueves santo, para la
fiesta de las bodas.
Tampoco era Caballero de Colón. Tenía la lírica para las socie-
dades y los ateneos. Se reservaba su religión de católico para sabo-
rear mejor la voluptuosidad del remordimiento, cuando ceñía deso-
ladamente las ánforas eternas de Afrodita con ásperos cilicios de
RAMÓN LÓPEZ VELARDE 295
penitencia. Como el rudo monje del desierto, cuántas veces azo-
taría con el hisopo los flancos de la reina de Saba, después de ha-
berla acariciado.
No era frivolo, y la flor de las elegancias bulevarderas, corría
riesgo de marchitarse a la sombra de su borsalino. Nunca habría
necesitado para sus guantes, dos obreros como Brummel que exigía
uno sólo para el pulgar. Se escandalizaba de mis corbatas vivaces y
de mis chalecos optimistas. Los contemplaba con cierto curioso asom-
bro, semejante al que sintiera un misionero de la Conquista, viendo
por primera vez un quetzal. Indignado contra su lúgubre pergeño,
que me parecía amortajar prematuramente el mérito de su corazón
florido, le decía yo entre amistosas bromas: prende a tu juventud
un manto real, como si fuera hija de rey ; mímala como a la amante
más hermosa, por fugaz, de la vida ; cómprate un canotier, córtate
un temo claro, ponte un diente de oro. El se reía de mis consejos.
Su lujo era más profundo y su elegancia menos superñcial. Estaba
en la aristocracia de su pensamiento, burlador de las cuadrículas
vigentes y en el exquisito son de su lira, desdeñosa de lisonjear al
vulgo letrado. Cada vez que la mano de López Velarde empujaba
un poema a la plaza pública, aparecía un lucero en el cielo del arte,
entre el espanto de los literatos moderados y el desconcierto de las
literaturas asustadizas. Los cenáculos babeaban, los críticos caían
enfermos de ictericia y cambiaban de forma algunos rocallosos crá-
neos académicos. No; no era un frivolo este "payito" de paso can-
cino, que atravesaba las avenidas apretando contra su pecho una
estampa de la Virgen de su pueblo, mientras enaltecía y gloriñcaba
el trivial paisaje provinciano, con la sutil paleta de Góngora y los
endiablados pinceles de Licofrón.
Venía de la provincia; de la provincia ubérrima en virtudes
donde está encajada la espina dorsal de la patria. Generalmente
hablando, en la provincia se forjan los mejores ciudadanos, los hom-
bres más útiles, los más conscientes artistas y los poetas más gran-
des. La lámpara del hogar provinciano está cargada con aceites
más limpios para alumbrar los deberes y hacer visible la señal del
misterioso destino. De la provincia vino Herrán a incorporar en
sus telas de sombra el dolor de los indios y a engastar en sus
bermellones ilustres, el cuerpo caliente de las criollas, doradas co-
mo la piel de los pumas bajo la gloria de nuestro sol. De la provincia
vino Díaz Mirón como desprendido del regazo de OnfaJia, a sacudir
en el Pindó nacional su armoniosa cabellera de color de jacinto. De
294 MÉXICO MODERNO
la provincia vino Ñervo, a aplacar las marejadas del mundo con su
gesto franciscano, aprendido en el aula mansa de su colegio de
Jacona. Y de la provincia vino López Velarde, todavía con el pie
juvenil de su musa, enrojecido por las bravas puntas de la peña
¿acatecana.
Musa complicada y sencilla, ingenua y paradójica, periférica
y central, como él mismo decía. Con la ansiedad de Margarita de
Borgoña para extenuar a innumerables amantes y con castidades
de la Virgen María para salvar a todos los pecadores. Musa que
aunque pasara por la fiebre de la ciudad, pintada y ojerosa, exten-
diendo las manos ávidas y en ademán irrefrenable al rosal de la
vida, llevaba en los cabellos olientes a flor de durazno, la bendi-
ción de la provincia. Viéndolo bien, el arrebol de sus mejillas per-
tenecía al tocador de las auroras, de aquellas que besan con santa
luz el campanario del terruño. Y las ojeras sólo eran un reflejo
de las hiedras que no pudieron profesar y que se quedaron espe-
rando su turno en las tapias del convento, ya con los cabellos cor-
tados bajo sus tocas azules. Y todavía, la musa provinciana, a
través de la falda y el refajo de seda, hacía crugir las blancas
ropas almidonadas y fieles a la pulcritud de los arcones solariegos.
Por eso le bastó la evocación de la provincia en todos sus as-
pectos, para dejarnos su St^ave Patria, en que con las cosas más
íntimas, más nuestras, más puras y más profundas de la mexicana
vida, hizo un canto bendito de belleza y de amor, que a mí me
gustaría repetir como un himno guerrero, en los momentos supre-
mos de nuestro vivir nacional.
Los que lo quisimos, tenemos que consolamos con haberlo in-
tegrado a la tierra dignamente. Gracias al corazón alerta y a la
inteligencia de Vasconcelos, le hicimos funerales de príncipe, como
lo que era, dejándolo amorosamente dormido en los brazos fríos
de Fuensanta.
RAFAEL LOPBZ.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
IN MEMORIA.M.
LOCA de luz su lira,
anegada en Apolo su fiel pira
de metáforas, tuvo,
ingenuo y sensitivo,
la llama de amor vivo
que lo hizo cantar desde el perfecto tubo
del ÓRGANO litúrgico, fuerte y contemplativo.
(De rrmy lejos la voz, sumisamente, canta
en súplica tenaz: Ora Fuensanta. ..
REX TREMENDAE MAJESTATIS,
QUI SALVANDOS SALVAS GRATIS
ILLUM SALVA FONS PIETATIS )
Gmsíó fugo de vides en la Rosa
del Mundo; fué sincero
para pecar y para, en toda cosa,
hallar siempre un pendón aventurero.
Su paraíso fue sohria manzana
coronada de hojas de infinito;
y su vital poema oual un augural grito
^anunciónos la aurora de Mañana.
(Muy lejana la voz, sumisamente, canta
en ruego enardecido: Ora Fuensanta. . . .
QUI MARI A M ABSOLVISTI
ET LATRONEM EXAUDI8TI
ILLI QUOQUE SPEM DEDTSTI. . . )
296 MEXICOMODERNO
Ramón López Velwrde :
¡qiie la luz
perpetun luzca para tu salud!
, . . .Mi Alma magdaletm, puesta en cruz,
llora aún a los pies de tu ataúd.
México, Julio de 1921.
JOSÉ D. FRÍAS.
RAMÓN LÓPEZ VELARDE
PAJIECE que un destino adverso se abate sobre los artistas de
nuestro país, impidiendo que su existencia se desenvuelva
y acabe plácidamente en el atardecer, y truncándola, despia-
dado, a mitad del camino, en plena luz. . . Sin ir hasta Gutiérrez
Nájera y Othón, muertos así, cuando el sol cenital doraba sus fren-
tes, recordemos en estos últimos años al grupo de músicos y pinto-
res y poetas, de arquitectos y oradores, a la flébil teoría que forman
Ricardo Castro y Villaseñor y Lozano, Acevedo y Arguelles Bringas
y Saturnino Herrán, Ñervo y Urueta ; unos ya frutos sápidos y ma-
duros, pero aún llenos de miel; otros apenas trepando la cuesta pi-
na, en risueña juventud, cuando el "divino tesoro" no se había es-
capado todavía de su alma y de su carne, cuando asían, con la ma-
no y el espíritu ansiosos, las cerezas de la pasión . . .
Hoy es Ramón López Velarde . . . Hoy es este gran muchacho,
nobilísimo en su arte y en su vida, todo sinceridad y emoción, todo
ánimo cordial, todo impulso generoso y amable. Hoy es este exqui-
sito poeta que en versos ora simples, ora complicados, a veces olien-
tes al tomillo de los campos, a veces al incienso de la iglesia de su
provincia, a veces también al penetrante y fuerte humor de la urbe,
pero siempre esenciales y elegantes, supo elevar nuestros espíritus
en comunión con el suyo.
Hoy es este hombre bondadoso, imbuido en una prístina fe ca-
tólica, sano moral y físicamente, que se dobla al golpe de la Átro-
pos inexorable cuando apenas había traspuesto los años mozos,
cuando parecía tener por delante la vida, es decir, la dicha ponde-
rada, el fluir y refluir del espíritu alentando en una labor pura y
fructuosa.
. . .No es éste el momento de hacer crítica de su obra. Nos
M. M.-4
298 MÉXICO MODERgNO
conturba una profunda pena, nos embarga una sincera emoción que
humedece los ojos y pone temblores en la garganta. Mañana se
hará esa labor de aquilatamiento y de análisis, y se nos dirá lo que de
su obra es efímero, si algo en ella hay efímero, y lo que, inmutable,
será rumbo para las nuevas generaciones literarias de México . . .
Nosotros, rodeando el cuerpo inerte del joven poeta, que baja
a la tumba en esta bella mañana de junio, no hacemos sino llorar
su partida inesperada, y lamentar la ausencia definitiva de su fi-
gura toda simpatía, de su espíritu todo amistad . . .
Y sobrecogidos de dolor ante la catástrofe, damos a este hom-
bre inteligente y bueno nuestra emocionada despedida, anhelando,
con un fervor y una sinceridad íntimos, que su cuenx) halle paz ba-
jo la tierra que dentro de unos minutos va a cubrirlo, y que su al-
ma goce eternamente de Dios . . .
ALEJANDRO QUIJANO.
A RAMÓN LÓPEZ VELARDE, Q. E. P. D
elegía apasionada
SOLO, con ruda soledad marina,
se fue por un sendero de la luna,
mi dorada madrina,
apagando sm Imes comp una
pestaña de lucero en la nehlvna.
El dolor me sangraba el pensamiento
y en los labios tenía
como una rosa negra mi lamento.
Las azules canéforas de mi melancolía
derramaron sus frágiles cestillos
y el sueño se dolía
con la luna de lánguidos lehreles amanllos.
Se pusieron de púrpura las liras;
las mujeres en hilos de lágrimas suspensas,
cortaron las espiras
blandamente aromadas de sus trenzas.
Y al romper mis quietudes vesperales
el gris destas congojas,
las oí, resbalar como las hojas
en los rubios jardines otoñales.
Apaguemos las lámparas, hermanos ...
De los dulces laúdes
no muevan los cordajes nuestras manos.
Se nos murieron las Siete Virtudes
al asomar
los labios finos del amanecer.
¡Ponga Dios una lenta lágrima de mujer
en los ojos del mar!
1921 JOSÉ GOROSTIZA ALCALÁ,
RAMÓN LÓPEZ VE LARDE
E3TE es el tipo del poeta futuro. La detonancia irascible huyó
despavorida en su presencia noble y suave. Y nadie como é!,
vivió cada verso y cada frase. Hurgó la frase cabal y adi-
vinó como nadie, dentro de nuestras exiguas ascendencias patrias,
la más íntegra y sintética expresión de belleza. Porque si pasa
hasta la fecha, con salvedades honrosas, por un obscuro y diabólico
hacedor, yo aseguro con mi sinceridad que esto se debe a que bajó
aterrizando en un vuelo caduco, desde la cumbre del árbol del bien
y del mal, después de oir la voz trombal de Dios que le habló, cuan-
do el pelillo áureo de las manzanas paradisiacas lo embelesaban.
Nunca como hoy, y muy a propósito de su obra, es urgente
una revaluación literaria. Debemos situar a cada uno donde es su
lugar, porque en el moderno engranaje hay orientaciones contra-
dictorias. La finalidad bella, es la sola exigencia, ya que la obra
proviene de un benéfico desgaste central. Los motivos son solamente
los "afiances'* de las emociones, los agentes en que subjetiva la
belleza, pero lo íntimo queda en aptitud de abrazar los tropeles
sensoriales. Ningún poeta como éste desdeñó altivamente los falsos
reductos de escaso quilataje, las tristezas apócrifas, los cosquilieos
parnasianos o románticos. Estos antídotos atestiguan su vulgar
aplicación, en los casilleros de todas las droguerías. Ya pueden se-
guir creaciones de lunas mártires, de fuentes silenciosas, de torres-
palomares alargadas en los crepúsculos .... y el arresto de la última
lágrima, falsa, como la cera de las perlas. La frase manoseada, la
iníperecedera sillería común. Cántese lo que se quiera, pero cán-
tese. Y que la caterva no nos venga a decantar con su "humo pro-
pio," porque ya la chimenea estaba ahumada y era de arrojarse al
balcón y vocear al primer deshollinador. ¡ No es la influencia Ig des-
RAMÓNLÓPEZVELARDB fét
deñada, sino el trasunto, porque el linaje es lícito: Hugo bebió a
Ossian, Darío a Verlaine, López Velarde a Góngora. Pero la teoría
de menores, aceptémosla como menor, y los que lucen combta y
los que se laudanizan, y los que van a los juegos florales. Pero que
aquel que sea, haya sido alcanzado por la íntima unción del venerable
aeda ciego, i Y que el dolor lo tenga, atado como a Sebastián y fle-
chado y sangrante !
Ramón López Velarde es único. Aún no regresa el cortejo de
darle el adiós definitivo, y es que se han extraviado. Al echarle la
primera palada gris, se desprendió de su órbita estelar el SagitS/-
rio ... . y estamos en tinieblas.
Sus antenas, nutridas en las caudas de gases de las almas —
cuando manejaba el orto, como a un tiro nevado de renos — hoy nos
exigen dejar el paludismo de mucho tiempo, para decirle estas zur-
das frases de amor, frente a su agonía :
Ramón, esta estafeta va perdida, en pos de tu ascensión al
tercer día, soltada como un papalote en un día de huracán, por un
aprendiz que no sabe llevar tus ciriales.
Supiste el alfabeto de las rosas, de nuestros jardines fami-
liares, descifraste el milagro de las naranjas y de los nidos de
tu plaza de armas, y con tu sangre le hiciste el ataúd a Fuensanta,
pero en los funerales se te ahogaba el corazón y ella no conoció
las sales de tus lágrimas.
Cuando te conocí, tu ambiente poético excepcional me suscitó
figuras que nacieron de la trituración de tu caudal. Llegaste hasta
mí como un carcelero a quien se le está muriendo un hijo, y que
trae en bandeja de oro mi sentencia de muerte y que al salir no
echa la aldaba paulatina. Tu breviario sin Torquemada y con Je-
sús, que fue tu vida y tu arte, con las 27 letras enjaulaste las 27
provincias.
Tu dotación, sin ser jamás de salva, se situó bajo la sombra
de tu conciencia y oyó tras el pliegue de la túnica terrosa de los
sentidos, las ruidosas columnas de las fraguas eternas.
Tutela del silencio y de la discreción, -explotada en la erección
de pequeños motivos. Corrosivo hemistiquio, antagónico del hemis-
tiquio de los explosivos. Ornamentos frescos para la misa cotidiana,
en mágicos sabores y en reflexionados y fugaces acentos con la
isabilidad de los peces. El maravilloso empleo del adjetivo tuerce
todo el valor de las frases y la agilidad del concepto, inesperada,
luce los grandes valores complementarios. Entendámoslo a golpe de
303 M E X I C o M o D E R N o
fotógrafo, cuya cámara queda deshecha en la revelación. En las hu-
mildes pezuñas de la bestia nació un hermoso poema, como de la
alada cauda de una mujer han salido sus estrofas vitales. Y bien
hubiera podido en una noche invernal, al caer el año en su lecho
de vejez, esperar ávido la llegada de los reyes magos cargados de
juguetes. Su tristeza es incompleta, desasonada, inquietante. Su
tormento viviendo en una penuria de motivos, como si todo él no
fuera sino una franqueza de antigüedades, desafín de la electrici-
dad y afín de las bizarras vajillas de Tonalá.
Más tarde se volvió hacia la onda y se trocó en primer flechero,
pero en la curvatura plena, cuando el garfio iba certero, se desplomó
la taberna de la Muerte y lo encontró en el corazón tibio y blando,
la resaca del dolor batiendo el azahar de Fuensanta y en los ojos
los siete colores en una lágrima
Cuando yo muera, mi corazón difundido en los osarios del éter,
saliendo al llamado de Dios, pedirá empapado en lágrimas de hijo
que vio desaparecer a su padre al darle la voz, apagar en un sólo
grito estrangulado, las trompetas de su juicio final!
Ags., julio 5 de 1921.
LUIS AUGUSTO KEGEL.
L
FLOR SILVESTRE
BIT LA TUMBA DE RAMÓN LÓPEZ VBLARDE
A Esfinge ha pronmiciado wna palabra extraña.
Hrní temhlado las rosas... I sis rasgó su velo.
Y yo que he comprendido la paz de la Montaña,
Lloré, (mando la alondra tendió al Amor su vuelo.
Azul es la mañana de la Muerte en victoria
y es síml)olo la frágil carrera de la Vrisa...
De un gran vigor tronchado surge un afán de gloria^
porque la Vida tiene, allá. . . a lo lejos: ¡Risa!
México, a 22 de junio de 1921.
JUAN E. COTO.
INSTANTÁNEAS MUSICALES
GUADALAJARA, la florida y culta ciudad de Occidente, mar-
cha a la vanguardia de nuestro adelanto musical. Es la tie-
rra de los cantos y los perfumes, y sus mujeres, que son ro-
sas vivientes, llevan siempre a flor de labio una canción. De los pa-
tios, cuyos muros decoran las más variadas plantas trepadoras,
salen en las quietas noches de plenilunio los aromas como himnos
de la tierra y los cantos como esencia grata del sentimiento. La
ciudad se envuelve en su manto florido y se arrulla con el coro de
olas de su Lago, que ha sabido inspirar a sus rapsodas la bella
canción :
Las olas de la laguna
una^ vienen y otras van;
unas van para Sayula
y otras para Zapotlán.
LA SOCIEDAD DE CONCIERTOS.— Un grupo de entusiastas
cultivadores de la música ha logrado, con inteligencia y constancia,
fundar y sostener una Institución artística que honra a Jalisco.
Ese grupo ha sabido crear en tomo suyo un ambiente favorable
al desarrollo de la cultura musical y comienza ya a recoger los fru-
tos: los festivales que mensualmente se efectúan en el gran Tea-
tro Degollado, obtienen un éxito creciente. Es una vergüenza para
la Capital de la República no contar con una Sociedad de Concier-
tos como la que existe en Guadalajara. (La benemérita Sociedad
de Música de Cámara ha restringido su acción a un pequefto núcleo
de aficionados — extranjeros en su mayor parte — ^y, por consiguien-
te, su campo de actividad es bien limitado).
INSTANTÁNEAS MUSICALES |05
En uno de los últimos festivales de dicha Sociedad tapatía
pude apreciar lo mucho que se ha adelantado en el camino de la
cultura. . .y de la educación en el público que asiste a oír música:
un silencio casi absoluto reina durante la ejecución de los núme-
ros del programa. El intérprete musical experimenta la sensación,
en determinados momentos, de que la inmensa sala está completa-
mente vacía.
EN EL HOSPICIO. — Un patio encuadrado por largos corredores
y convertido en jardín espléndido alegra la vista del visitante. La
piedad de algunas almas buenas, con tierna delicadeza, propor-
ciona a las pequeñuelas desheredadas un regalo constante para
sus ojos, las flores, y un placer exquisito para sus almas: los
cantos.
Las niñas no saben música. No conocen ni una nota. Apren-
den las obras de oído. ¿Os imagináis que se trata de canciones fá-
ciles y breves ? Nada más erróneo. Cantan fugas complicadas y co-
ros difíciles de un Oratorio de Massenet. La intuición musical de
estas chicas es sorprendente. Las segundas voces atacan sin va-
cilar el tema propuesto por las sopranos y conservan entonación y
ritmo a través de la maraña sonora. Esas niñas, pienso yo, deben
aprender solfeo. ¡Cuánto trabajo se ahorrarían sabiendo leer la
música! Las canciones son los postres del suculento festín lírico.
Y hasta el jardín, bañado ya por los oros del crepúsculo, lle-
gan las voces infantiles y tristes de aquel enjambre que no ha co-
nocido las ternuras maternales ni la dulzura del hogar:
Mdrchita él alma, triste él petisanvisnto . . .
*
I
LOS CONCURSOS DE PIANO.— El salón es una jaula de pája-
ros. Las alumnas conversan, ríen, comentan. ¿Cuál de ellas será la
vencedora? El público se impacienta. Por fin, el jurado llega. Suena
un timbre y comienza el desfile. Manos nerviosas, manos ágiles,
míanos guiadas por el entusiasmo o paralizadas por el miedo, desflo-
ran el poético Valse de Villanueva y una página intrincada de
Moszkowsky.
Todos los GOnourmnieSy señoritas y jóvenes, acusan excelente
3o6 MÉXICOMODERNO
dirección en sus estudios pianísticos. El Director lee los nombres
de las triunfadoras y el público aplaude. ¿Habremos dado un fa-
llo justo? ¿Cuántas veces el más audaz — aunque no sea el más in-
teligente y estudioso — vencerá a la hora de la prueba? Y pienso en
los vencidos. ¿No sentirán ensombrecida su radiante juventud por
la derrota? Decididamente, soy enemigo de los concursos.
LA ORQUESTA. — Hay disciplina e inteligencia en la orquesta
de la Sociedad de Conciertos. Músicos abnegados que tocan por la
gloria de su arte, como los obreros medioevales trabajaban por la
gloria de su Dios en las agujas de las catedrales góticas. Héroes ig-
norados, esconden su personalidad en bien de la homogeneidad del
conjunto. "¿Qué sabemos de ellos? Nada a casi nada. Son sacerdotes,
y sus nombres no nos importan. Están juntos, cautivos del vértigo
que nos darán. Desde el momento que se reunieron, constituyen
un testimonio de humanidad superior, pues llevan dentro, como
todos nosotros, el amor, el terror, el odio, el éxtasis, la caricia, el
enloquecimiento, la derrota y el triunfo; mas pueden y deben ex-
presarlos como una oración, como un examen público de la concien-
cia humana, y nosotros les hemos encargado de ello. En ese grupo
de hombres erigido en ejemplo hay, pues, como un compendio del
mundo sensible y del mundo moral". (Mauclair. La Religión de la
Música).
Con los nuevos instrumentos de viento y madera que ya se han
encargado, la orquesta de Guadalajara podrá ser considerada como
una de las agrupaciones sinfónicas más importantes de la República.
Fuera del ensayo y del concierto, se acaban la gravedad y la
disciplina en los músicos que constituyen el núcleo orquestal. Los
epigramas vuelan, los chascarrillos prenden sonrisas en los labios,
la alegría se desparrama por las diferentes familias de la orquesta,
como las claras aguas de una fuente. Y en los Colomos — ¡ panorama
delicioso! — en ágape fraternal, todos abrimos nuestros corazones
a la cordialidad y a la sana expansión del espíritu en una límpida
mañana inolvidable.
UN BELLO EJEMPLO.— ¡ Si en todas las Capitales de los Esta-
dos jse organizarán Sociedades artísticas semejantes a la Sociedad de
INSTANTÁNEAS MUSICALES jo?
Conciertos de Guadalajara J ¡ Si los músicos de la República, dándose
cuenta de la trascendental labor cultural que están llamados a des-
empeñar, se agrupasen en sus respectivos Estados e imitasen el be-
llo ejemplo de los filarmónicos tapa tíos! En poco tiempo nuestra
cultura musical alcanzaría un desarrollo que ahora no podemos
calcular. De realizarse esto, ya habría una razón para que los jóve-
nes dotados de aptitudes de concertistas, siguieran la carrera de
recitalistas. Las sociedades musicales establecidas en las principa-
les ciudades del país, avivarían el entusiasmo que para todo lo que
a música se refiere existe en nuestro pueblo y el intercambio de
virtuosos mexicanos entre las diferentes regiones de la República,
serviría de grande estímulo para nuestros incipientes artistas.
Guadalajara ha dado un importante paso en el camino del pro-
greso musical al establecer y sostener una Sociedad de Conciertos
que no sólo da prestigio a la bella Capital tapatía, sino al país entero.
¿Cuándo llegará el momento en que sacudiendo nuestra ances-
tral pereza imitemos el alto y noble ejemplo de solidaridad artística
y social que nos presenta la Perla de Occidente?
El día que emprendiésemos semejante tarea, podríamos afirmar
que la cultura musical de nuestro país estaba asegurada.
MANUEL M. PONCE.
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
SECCIÓN A CAKGO DE
MANUEL M. PONCE
Oaruso fue un artista afortunado:
desde muy joven conoció lag dulzuras
del triunfo; más taMe, la gloria y la
riqueza llenaron sai vida de satisfac-
ciones raras veces conocidas por los
artistas y, finalmente, la muerte lo li-
bró de una decadencia irremediable
cuyos primeros síntomas se anuncia-
ban ya. En los últimos tiempos, el
gran tenor se fatigaba extraordinaria-
mente durante las representaciones.
Km-onquecla con frecuencia. Recorda-
mos a este propósito la angustiosa in-
terpretación del último acto de Ma-
non de Puccini, representada duran-
te la temporada Caruso en el teatro
Iris de esta ciudad. Ea tenor ludió, en
el curso de dicha i^epresentación con
las frecuentes rebeldías de sus cuerdas
vocales y si salió avante de tan dura
prueba fue gracias a su arte admira-
ble basado en su excelente manera de
respirar. La, muerte evitó con su brus-
ca aparición que el célebre cantante
apurase el cáliz amargo del deseniga-
fio, que sintiese la frialdad de los pú-
blicos atraídos por la juventud avasa-
lladora de los nuevos astros de la es-
cena, que oyese los I pobr» Oaruso ! co-
mo triste comentario de sus primeros
fracasos. La muerte cortó su existen-
cia en plena gloria, cuando saboreaba
los ricos frutos de su brillantísima ca-
rrera.
En Ñapóles, en 1868, nació Enrice
Caruso. El Sr, Key, en interesantes
datos sobre la vida del famoso tenor,
dice que Caruso cantó como niño de
Coro en una iglesia de su ciudad natal.
Más tarde, cuando llegó la época do la
muda de la voz, el futuro ídolo de
los públicos, cantaba en los cafés, en
cuya atmósfera poco propicia para des-
arrollar las facultades de un artista,
le encontró el barítono Missiano y
lo presentó con su propio maestro, el
Sr. Vergine. Tres años estudió con
este profesor, quien no se mostraba en-
tusiasta de su nuevo alumno. Su pri-
mera aparición en un eiscenario fué
con motivo de la representación del
Amico Francesco, ópera de un mú-
sico poco conocido, Morelli, y en cuya
interpretación se distinguió notable-
mente. Ochenta liras recibió Caruso por
cuatro representaciones y, además, pa-
gó el traje.
La interpretación dea Amioo Fran-
cesco 1© proporctonó un nuevo oontEa-
to en el teatro de Caserta, donde siguió
EL ARTE MUSICAL EN EL MUNDO
?09
conquistando aplausos. Seiscientas liras
mensuales ganaba ya cuando fue a
Egipto, y a su regreso a Italia, le fue-
ron pagadas setecientas liras mensua-
les en el teatro Bellini, de Ñapóles. La
ópera elegida para la apertura de este
teatix), fue Rigoletto. Caruso cantó
mal, cohibido por la presencia de un
tenor de fama que se encontraba en
primera fila. Esta fue una de las pocas
noches desgraciadas del tenor.
Su reputación había traspasado la?
fronteras italianas y, después de can-
tar con éxito en Bologna, Milán, Ge-
nova y Livorno, emprendió un viaje
a Rusia, en cuyas principales ciudades
cantó, en 1899. Por esa época realizó
una espléndida temporada en Buenos
Aires, y a su regreso a Italia tenía tres
contratos para los años siguientes, por
los que ganaba el primer año veinti-
cinco mil, el segundo treinta y cinco
mil y el tercero cuarenta y cinco mil
liras mensuales.
En Londres debutó con Manon de
Puccini. Su primera aparición en Nue-
va York, fue en 1903, con Rigoletto.
Desde entonces ocupó el puesto de pri-
mer tenor del Metropolitan y llegó a
ser el ídolo del público norteamieri-
cano.
El gran tenor pasaba los inviernos
en los Estados Unidos y los veíanos
en Londres y en su propiedad cerca, de
Florencia. En el término de 16 aííos
cantó 549 veces en el Metropolitan y
ganó más de un millón de dólares- De-
Ja, ademAs de su hijita Gloria, dos
hijos de su primer matrimonio, uno de
los cuales estudia' actualmente en la
Culver Military Academy.
En México, es en absoluto descono-
cida la personalidad artística y la obra
musical de Lili Boulanger, malograda
musiquista francesa.
Camine Mauclair dedica en el nd-
un bello artículo a la simpáüca com-
positora, del cual tomamos los siguien-
tes datos. ^
Hija de un masico laureado con el
premio de Roma, nació Lili Boulan-
ger en Parfs, en 1893. Su hermana
mayor Nadia-excelente organista-la
inici^ en la carrera musical, para la
que desde luego demostró tan excepcio-
nales dotes, que a los seis años de edad
cantaba las melodías de Gabriel Fauré
Su precaria salud le impidió seguir
los CUIDOS del Conservatorio y en su
propio domicilio recibió las lecciones
de Caussade y Paul Vidal.
En 1913 ganó el premio de Roma con
su Cantata Faust ct Héléne y partió
para la Ciudad Eterna con la satis-
facción de ser ella la primera mujer
que obtenía tan señalada recompensa.
Este corto período de tiempo fue el
más feliz de su vida. Su inspiración
se desbordaba en obras de real impor-
tancia, como los dos poemas de or-
questa De una, triste noche y De una
mañana de Primavera, en la Plegaria
Indú, en Claridades en el Cielo...
Pero la enfermedad destruía impla-
cablemente su organismo, aun cuando
su espíritu permanecía lucido e intacta
su facultad creadora. "Nunca como en
esa época, — dice Mauclair— trabajó tan-
to ni penetró mejor los secretos de su
arte y las inspiraciones de su alma;
obediente a las voces interiores, lle-
naba con notas escritas con lápiz, en
su lecho, albums en cuyas páginas el
I)ensamIento musical se formulaba rá-
pido, imperioso, perfecto "
En 1918 moría en plena juventud la
que hubiera alcanzado, ciertamente,
^10
MÉXICO MODERNO
lajs más adtm cumbres del arte musical
francés.
Lo que más admira eu la obra de
esta genial muchacha, es la facultad
para expresar las más complicadas pa-
siones, los estados de alma más intrin-
cados, sin haber conocido otra cosa que
la vida hogareña y monótona que su
edad y su enfermedad le imponían.
"Tal vez, — escribe Mauclair — debería
creerse que algunos seres, por la purie-
za y el sufrimiento, han sido designa-
dos paxa ser dignos de decir lo
que centenares de artistas muertos
no han dicho por falta de tiem-
po " "lia rapidez de concep-
ción y de ejecución de Lili Boulan-
ger, cuya obra fue creada en siete años,
muestra que pensaba en ideas musica-
les, como ciertos calculadores piensan
en números. Pero su música es la. enun-
ciación de mil y mil voces desconoci-
das. Entre ellas ^e distingue la suya;
pero nunca sola. \Es una música cav'
gada de alnuis que resplandece sobre
la individualidad que la concibió. Y
en el arte de esta niña débil, hay la
potencia de un elemento."
Con los recientes viajes de la señora
Schumann-Heink y de Mischa Elman a
China y Japón, se ha abierto para los
concertistas europeos una nueva fuente
de explotación. En el Imperio japonés,
especialmente, la música europea es
muy gustada y bien comprendida por
los nativos, como lo prueba el hecho
de que el violinista Elman haya te-
nido casa llena en los ocho recitales
que dio en el Japón, no obstante lo ele-
vado de los precios: quince pesos el
asiento.
Lo que más llamó la atención del
virtuoso en el país del Sol Naciente
fue la cortesía, personal y colectiva de
sus habitantes y la curiosidad que és-
tos demostraban por conocer los más
pequeños detalles acerca del arte eu-
ropeo. Mostrábanse encantados al oír
el violín y, en el curso de las audicio-
nes, llenaban el escenario con marfíles.
lacas y vsedas, como homenaje al ar-
tista.
En Tokio, la Filurm&mca obsequió un
banquete a Mischa Elman. En esa oca-
sión 'le fue entregada una tarjeta con
un poema en japonés del conde Otani.
En dicha tarjeta se leía : "en recuerdo
del talento sobrenatural del señor El-
man.—Todos los pájaros enmudecieron
para escuchar encantados sus melodías
más dulces que la flauta del ruiseñor
y que el arpa del jilguero."
Esta feliz experiencia del celebrado
violinista, repetida con igual resultado
por la señora Schumann-Heink, en su
viaje al Japón, significa, quizá, el prin-
cipio de futuras actividades de los con-
certistas eu los países del Extremo
Oriente.
¿Esta nueva corriente artística a tra-
vés del océano Pacífico traerá a Nor-
teamérica y, por consiguiente a Eu-
ropa, nuevos elementos melódicos y ar-
mónicos ocultos en las exóticas tonali-
dades de esos viejos y herméticos pue-
blos? He aquí una cuestión que el tiem-
po se encargaiA de resolver.
Nota de la REDACCióN.-En esta sección se dará cuenta de todos los acontecimientoi
musicales importantes de que se reciba noticia, y se hará juicio de aquellos conciertos, recita-
les, exámenes, etc., a los cuales haya sido invitado México Moderno.
REVISTA DE LIBROS
SECCIÓN 1 CÁBQO DI
GENARO ESTRADA
EL ALMA NUEVA DE LAS COSAS
VIEJAS. — Poesías.— 1921.— Alfonso
CraiHOío.— Nuestros artistas y escri-
tores (Ponce, Montenegro, Mariano
8ilva, el malogrado Acevedo, etc.) que
iniciaron su carrera desde tan diverso
punto de partida, lian venido a con-
verger, sin embargo, en producir obras
de inspiración miexicana.
Entre éstas descuella, verbi gratia,
el magnífico libro de Genaro Estrada
El Visiomario de la Nueva España.
Fantasía» Mexicanas, lleno de pene-
trante aroma de antaño, de exquisita
ironía aprendida en las más remotas
y menos visitadas provincias de la
Literatura, y escrito en ima prosa no-
ble y sabia que constituye la admira-
ción y la desesperación de los conoce-
dores.
La vida multiforme y ubérrima de
nuestra patria está henchida de poten-
cialidades infinitas, para artistas de
cualquier orden.
Cravioto, perspicaz y escritor de la
mejor casta, dedica su lecieflte libro
de versos a exaltar los aspectos más
salientes de la época colonial, y los
elementos de esta nuestra edad media,
mexicana que tan singiularmente han
persistido en nuestra personalidad y
carácter nacionales.
Ya el excelente crítico español
Adolfo Salazar manifiesta, en artículo
reciente, el deseo de que nuestros mú-
sicos se desentiendan un poco del mo-
vimiento europeo, y retornen a las tra-
diciones vernáculas, revelando los te-
soros líricos que guarda, nuestro pue-
blo indio y criollo. La vida de la
Nueva España atrae poderosamente
las miradas e íntimas preferencias de
nuestros artistas. El fausto y esplen-
dor de la colonia, su prestigio román-
tico, sus sombrías y traecas leyendas,
su arte refinado, que nos legó tanta
maravilla arquitectónica y pictórica,
hechizan a los espíritus distinguidos
que se complacen en el morboso amor
de las cosas pasadas, y que se evaden
de nuestra época para remontarse a
otra idealizada por ia lejanía y el re-
cuerdo .
Don Luis GonzáJez ObregóD y el
Maixjués de San Francisco (a quienes
expi-esa Cravioto, en el prólogo, su
agradecimiento de mexicano) nos han
abierto fácil paso con su amena eru-
dición hacia los tres siglos de domina-
ción española.
312
MÉXICO MODERNO
EH poeta ha sabido evocar estos vie-
jos tiempos y nos ofrece una visión
ricanvente colorida, como los lienzos de
los antiguos maestros cuando una, ma-
no sabia los aligera de retoques y afei-
tes. Aparecen entonces ante nuestros
ojos los brochados mantos de las vír-
genes,
"las nubes coloradas,
"al tramontarse el sol bordadas de
oro",
los paisajes de quietud profunda, las
figuras rígidas y severas de los do-
nantes.
Cravioto como evocador, tiene el
sentido de la visión plena, total. Nos
sugiere lo pasado apelando a todas
nuestras facultades y sentidos.
Tras consignar el pormenor brillante
que más honda y larga resonancia
deja en nuestra alma, aún precisa,
completa e insiste. Y todavía nos su-
giere con la música de sus versos,
que es lenta y acompasada en La Pro-
cesión, vivaz y jocunda en La Masca^
rada, o querellosa en La Serenata del
Paje y pertinaz y lúgubre en La Inun-
dación.
Tan completo dominio sobre nuestra
imaginación lo alcanza el poeta, con su
impecable técnica y con los recursos
de su inagotable don verbal. Con pa-
labras escogidas y preciosas como ge-
mas va constelando sus joyeles.
Reciba el poeta nuestra sincera y
efusiva enhorabuena.
J. T.
MÉXICO HACIA EL FIN DEL VI-
RREINATO ESPAÑOL, — Anteceden-
tes sociológicos del Pueblo Mexicano. — •
Por el Profesor Gregorio Torres Quifi-
tero. — Primera edición. — Librería de
la Vda. de Ch. Bouret. — París y Mé-
xico.—1921. 156 pp.
De mucho provecho para quienes es-
tudian con afán y amor la historia de
la nacionalidad mex'cana, este libro
se halla respaldado por una buena do-
cumentación y por textos de investiga-
dores de primera mano que ya son
autoridad. M autor hace un boceto
de la situación social de los pobladores
de Nueva España a fines del siglo
XVIII, comenta las reformas que pro-
puso el obispo Abad y Queipo, y luego
ofrece nutrida información acerca, del
clero, el ejército, las clases sociales,
la situación económica, la cultura rei-
nante, los tipos notorios del conglo-
merado humano y el aspecto pintores-
co de la colonia. Servirá de precioso
manual de consulta para los estudio-
sos. Es una, contribución de mérito al
homenaje que se tributa a la patria
en su glorioso onomástico. Se resiente
la obra de cierto espíritu partidarista,
al hablar de los consumadores de la
Independencia, pero nada de exaUa-
ciones que afeen la circunspección
que se exige a los que se dedican a
esta suerte de análisis.
R. H. V.
CRÓNICAS COLONIALES Escrí-
belas Ricardo Fernández O^uardia. —
Trejos Hnos., San José de Costa Rica,
-1921—318 pp.
El nitinro libro del insigne cronista
viene a afirmarnos eii la opinión de
que, muerto Pepe Milla, es el más
alto representativo del género entre
los pacientes buscadores de oro del pa-
sado de Centro-América. Hijo del for-
midable investigador don León, que en
los Archivos de Indias era rey en su
reino, don Ricardo recoge la bandera
paterna y la hace tremolar toda gules
y Uses al aire espléndido de la tradi-
ción. Estas páginas se hallan impreg-
nadas del aroma bárbaro del antaOo:
por ellas pasan el caballero pirata, el
señor gobernador, el general de arti-
REVISTA DE LIBROS
313
Hería que vino a ganar en tierras de
América otro entorchado por pelear
bien contra bucaneros y zambos revol-
tosos. Son veintitrés cróniicasT muy
nutridas de información brillante, ame-
nas hasta el grado de que el libro se
lee hasta que se apaga la luz en el
candil. Porque hay que saborear es-
tas narraciones al amparo de un ca-
serón de la época romancesca en
que parece escrito, y bajo la indul-
gencia plenaria de una luz que
empieza en flama azul y oro y se amor-
tigua al cantar el primer gallo de la
alquería,. "Versos y Azotes" tiene do-
naire, y bien va al principio dei libro,
como mascarón de piedra frente a casa
condal.
LA LENTE OPACA. — El Hilo de
Sol. — Cuentos. — Los esci'ihió Flavio
Herrera. — Imprenta "Royal", Guate-
mala, julio de 1921.— 136 pp.
El poeta nos sorprende, al cabo de
cinco años de anunciarlo, con su libro
de cuentos. Herrera está considerado
con Arévalo Mattínez, la figura de
más notoriedad entre los portaliras de
Centro-América. Sus sonetos han sido
saludados con estrépito por la gente
nueva. En la prosa hace labor sobre-
saliente: la suya no tiene esa elocuen-
cia tropical que tanto caracteriza a
ílios prosistas de allende (Aviles, Ro-
dríguez Oerna, por ejemplo), sino que
se desenvuelve sin decoración, a ratos
escueta, alejándose cada día del adje-
tivo. Sabe trazar firmes líneas. "La
Pitanza" es uno de los cuentos más
sobrios que se han escrito en aquellas
tierras cálidas,
R. H. V.
Mencionaré los nombres de algunos
libros y folletos que se acaban de pu-
blicar en Centro-América: "Con el Es-
labón", por Enrique Joaé Varona,
"Pensamientos y Formfla. Nota» de
Viaje" por Alberto Masferrer y "La
Propia" (segunda edición) por Manuel
GonzáiLez Zeledóu, edicionea hechas por
García Mouge, en San Josó de Costa
Rica, así como "La Ventana y Otros
Poemas" por el poeta colombiano Dmi-
tri Ivanovitch. "Algo de Matemáticas"
por Vital Murillo; "Novia" por Luis
Dobles Segreda y "Cuentos de Amor
y de Tragedia" por Victíute Sáens.
En Honduras, el señor Enrique Sturit-
za publicó "Aventuras de un Cónsul";
el periodista Gustavo Alemán Bolaños
formuló tremendos ataques en su pan-
fleto "Máximo Hermieneglldo Zepeda",
Tipografía Pro-Patria, La Ceiba. En
El Salvador aparecieron "I^fCer y Es-
cribir" por Alberto Masferrer; la ter-
cera edición de "Historia del Salva-
dor" por el Dr. Rafael Reyes; y el
segundo volumen de "Recuerdos Sal-
vadoreños" por José Antonio Cevallos,
en que se tratan asuntos históricos
méxico-centro-americanos. De Guate-
mala la Editorial "El Sol" nos envía
las siguientes publicaciones: "Ija Se-
ñora Es Así", por Carlos Gustavo Mar-
tínez (hoy G. Martínez Nolasco) ; "Vi-
das Estériles", por Federico Alvam-
do F. ; "San Luis Gonzaga" i>or Adol-
fo Drago-Braco; "Tierras Floridas"
por Ramón Aceña Duran, y "Mlxco",
poema dramático, por Garios Rodrí-
guez Cerna. Aré^*»!© Martínez ha he-
cho una mala edición de siu poemas:
"Las Rosas de Engaddi", que serán
publicadas como se debe en México.
El Dr. Adrián Vidaurre, colabora-
dor asiduo de Estrada Cabrera, ha
reunido sus recuerdos de hombre pu-
blico durante los últimos 30 años en
recientemente publicado en la Habana.
Se anuncian un "Diccionario Botánico
de las tres América s" por el Dr. Sixto
Alberto Padilla, del SaJvador; unos
"Apuntes sobre la Bibliografía de Cos-
314
MÉXICO MODERNO
ta Rica", por Adolfo Bien; y "Costa
Rica Precolombiana'', por el Profesor
Carlos Gagiiii, quien está comisionado
por aquel Gobierno para expurgar y
editar los documentos que están en pe-
ligro de desaparecer en aquellos Ar-
chivos Nacionales. Dos libros novedo-
sos, en inglés, se hallan de venta a
última hora en las librerías estaduni-
densea: "Sailing South" por Philip S.
Marden (Houghton Mifflin editores),
quien narra su viaje por Cuba, Costa
Rica y el Canal de Panamá; y "The
Land Beyond México", por Rhys Car-
penter, (Badger editor), un tributo
debidamente pagado a las memorables
ciudades derruidas de Copan y Quiri-
guá. El Dr. Dámaso Rivas, nicara-
güense, de la Universidad de Pensil-
vania, ha dado a conocer sus investiga-
cionog científicas en un libro titulado
"Human Parasitology, with notes on
Bacteriology, Mycology, Laboratory
Diagnosis, Hematology and Serology".
R. H. V.
Eil Profesor William Gates, Presi-
dente de la Maya Society, anunció en
el último mitin en la Universidad de
John Hopkins, que los arqueólogos
america.nos emprenderán una activa se-
ne de investigaciones en Centro-Amé-
rica y Yur'atán para estudiar la cien-
cia médica aborigen y los recursos
económicos de dichas comarcas. Y a
propósito es digno de conocerse el her-
moso artículo sobre "Sabiduría Popu-
lar", debido a la, pluma de don Victo-
riano Salado Alvarez, publicado por
"La Prensa" de San Antonio de Texas
en su edición del 18 de marzo.
R. H. V.
Autores Mexicanos Modernos"), Méxi-
co, 1921.
Libro nuevo, por su concepción,
por su forma y por su espíritu, pro-
ducto de una observación pertinaz y
de las meditaciones de un cerebro fir.
me.
Concebido según las sugestiones con-
tenidas en El Monismo Estético, hace
pensar, por su armonía y desarrollo, en
una composición musical, adta y per-
fecta. La curva que se inicia suave-
mente en el Preludio, toca el punto
más alto en La tempestad sUen^osa,
ensayo que hace vibrar en nosotros,
células cerebrailes ignoradas y f^ñe
todo el brusco encanto de algunas pá-
ginas primitivas de RudyáTü Kiplin.
El Dr. Atl pinta con la pluma tan
bien como con sus pinceles. El amigo
de los volcanes, que nos' había revelado
su aspecto exterior y sus transforma-
ciones luminosas, nos lleva, como un
guía experto, a través de sus bosques
y de sus nieves en donde el viento es
como un escultor loco.
F. M. G. I.
LAS sinfonías del POPOCATE-
PETL.—Dr. Atl. —(En "Biblioteca de
poesías.— Carlos Guido y Spano.—
(En "Ediciones Mínimas". Cuadernos
mensuales de ciencias y letras. Direc-
tor: Leopoldo Duran). Año V, No. 53.
— Buenos Aires, 1920.
Consta este cuaderno de treinta y
dos páginas, que contienen once poe-
sías selectas, reputadas como las me
jores del poeta helenista.
Como una inscripción lapidaría, las
precede este elogio: "Guido y Spano,
varón preclaix) de preclara estirpe, co-
sechó frutos óptimos y escanció en co-
pa griega el zumo de nuestras viñas".
Los críticos de la Argentina^ unáni-
memente, consideran a Guido y Spano
el patriarca venerable, precursor e
iniciador de un movimiento que no lo-
gró realizar de una manera plena^ pe-
REVISTA DE LIBROS
315
ro señaló el camino con su mano vi-
gorosa, para que lo siguieran sus con-
tinuadores.
Su poesía, dulce y serena, que ya
no leen los jóvenes, arrebatados por el
vórtice del momento que huye, se re-
fugia en las antologías, de donde a
veces surge, trémula y palpitante, co-
mo el rumor de un vuelo sutil de abe-
jas del Himeto.
F. M. G. I.
DEL VERJEL INTERIOR. — Luis
Augusto Méndez. — Poesías. — Con un
prólogo de Laudado de la Cruz. Man-
zanillo, Cuba, 1921.
Este libro, publIca4o hace clncneota
años, hubiera estado de acuerdo con
las tendencias literarias de entonces, y
aun hubiera merecido aplansoe y pa-
rabienes.
En la actualidad, pasa inadvertido,
como tantos otros libros de versos que
se le parecen.
Parecería Increíble, si no viéramos
a diario ejemplos en nuestro mismo
país, que haya aún en la moderna Cu-
ba, que cuenta con tan excelentes es-
critores, quien vista sus ideas a la
moda de 1870.
F. M. G. I.
REVISTA DE REVISTAS
SECCIÓN A CARGO DE
RAFAEL HELIODORO VALLE
'*Art and Archaeology'' — Volume
XII, Number 1 — Director and editor,
Mitchell Carrol!.— Washington, D. C,
July, 1921. — Fiel a su programa de
buen gusto y de perfecta intención de
cultura, trae esta vez una. página de
Mr. D. Cartuel, sobre el estudio azteca
quo en San Francisco de California
ha instalado el señor Francisco Cor-
nejo. Dice el articulista: "Así que se
sube por las escaleras nos hallamos en
un nuevo reino de ideales y proyectos,
mientras afuera se estremece el mundo
bursátil. Los muros del vestíbulo se
hallan cubiertos de misteriosas y ex-
trañas decoraciones que atraen la aten-
ción del observador con la sola fuerza
y belleza de los diseños. Son copias de
las famosas tablas de Palenque, ciu-
dad fabulosa que ya era vieja cuando
el Descubrimiento. Son una de las más
puras realizaciones del arte primitivo
americano, en que la pujanza y la
gracia del trabajo fueron bien expre-
sados. Estos dibujos estupendamente
coloridos, en que aparecen figuras ga-
oerdota'lies rodeadas por simbolismos
raros, excitan la admiración del visi-
tante. El vestíbulo está decorado acu-
ciosamente con motivos tomados del
Arte Maya. Al entrar al salón princi-
pal nos encontramos con un verdade-
ro museo. Copias de los más famosos
monumento® de la América, antigua,
esJcultuias originales y soberbias pie-
ras de la cerámica rúiexicana de todas
las épocas, ejemplares de la industria
textil y curiosidades interesantes ador-
nan los anaqueles o reposan en las vi-
trinas. Los muros se hallan cubiertos
con dibujos brillantes y atrevidos que
no tienen émulos. No son egipcios ni
chinos, ni se asemejan a los de alguna
otra civilización pretérita. Son estric-
tamente amiericanas en su origen, son
la. herencia del arte y la cultura pila-
colombinos. Este estudio, en verdad
admirable por su espléndida colección,
es la obra de Francisco Cornejo, el
artista mexicano, que ha consagrado
15 años de paciencia y trabajo para
realizar su propósito de restaurar las
huellas de la antigua civilización del
Continente. Dueño de un fino sentido
artístico, y teniendo acceso en la ciu-
dad de México, a las más espléndidas
colecciones, tanto particulares como
públicas, fufe poderosamente influen-
ciado por los tesoros artísticos y las
reliquias arquitecturlales que Se en-
cuentran en aquella tierra, de romance
y misterio, y pronto llegó a la conclu-
sión de que las obras de ese pueblo
podrían servir de inspiración a un Arte
puramente autóctono. Aunque tal Arte
era conocido en el mundo científico,
hasta la. fecha ningún artista había em-
pleado en lo mínimo sus recursos. Si
nuestros estetas van a ser influenciados
por alguna forma de Arte, ¿por qué
no hacen uso de la riqueza decorativa
de nueetros primitivos? En el salón
RE VISTA DE REVISTAS
317
mayor del estudio el señor Cornejo
dispuso que se congregaran las exce-
lencias de sus hallazgos, como para de-
cirnos la. última palabra: lo llama el
Templo del Sol, y su intención fue
impresionar con toda la fuerza y vi-
gor que se combinan con líneas y co-
lores del Azteca y del Maya. Esto se
nota en cuanto se entra al salón. Los
efectos de luz, los diseños harmonio-
sámente enriquecidos y das combina-
ciones sutiles, interpuestas con los simr
bolismos, tienen una influencia solem-
ne. El motivo principal es el famoso
calendario azteca, reproducido por pri-
mera vez con sus colores originales,
todo esto exaltado por un mobiliario
único y una tapicería ad-hoc, para pro-
bar que el artista conoce el color y
la proporción."
^'Revista de Filosom:'--^Vu\)\icfiQÍ6n
bimestral dirigida, por José Ingenieros
-iAño VII, Núm. 3.— Buenos Aires.—
Mayo.— En la página editorial presenta
el sesuso discurso que Alfredo Colmo,
Profesor de aquella Universidad, leyó
ail inaugurarse los cursos del año ac-
tual, versando sobre "El Código Civil
en su Cincuentenario". Sobre "Miran-
da como Filósofo y Erudito", elucu-
bra magistralmente el sabio bibliógra-
fo Dr. Manuel Segundo Sánchez, Di-
rector de la Biblioteca de Caracas.
Luego nos encanta el estudio que so-
bre "La Estética de Croce" ha formu-
lado Moisés Kantor, con tan airosa
perspicuidad. En la sección bibliográ-
fica floran reproducciones de "El
Concepto de la Historia Universal"
por nuestro Antonio Caso; y "Las
ideas estéticas en la Argentina" por
Jorge M. Rohde. De positiva eficacia
resultará leer "Nuevos ideales de edu-
cación" por Ingenieros.
'ThLs C7Z¿m".--HAfío VI, Núm. 61.—
Buenos Aires. — ^Mayo.^Como siempre
pulcra, perseguida por el lector arte-
tocrático, decorada por máceos lápl-
ees. José María Salaverría habla de
los "Los Tapices de Goya"; la Pardo
Bazán envió su cuento •'El Novillo"
página que resultó postuma; sobre el
escultor argentino Legulzamón Pondal
dice cosas bellas el poeta Fernán Fé-
lix de Amador; y antes de los versoe
"El Ait)ol Solitario" de EJugenio Día«
Romero nos hechiza la Ibarbourou
con su parábola "Una Madrugada".
''ultra". — Poesía, Críüca, Arte.—
Año I, Núm. 12, Madrid, 20 de aJbrll
y 10 y 30 de Mayo.— (2Vo tiene di-
rector. Se rige por un convite directivo
anónimo), — Colaboran R. Canaino»-
iAssens, Humberto Rivas; R. GÓn\ez
de la Serna, Rafael Lasso de la Vega
y otros ángeles rebeldes. RIvas dedi-
ca a la venerable Real Academia Es-
pañola su poema "Ki-Ki-Ri-Ki". Hay
un responso en honor de Carlos Roo-
sen, que fue *'patético y solitario co-
mo un pájaro perseguido" y se repro-
ducen tres de sus prosas fa^scinantes.
J. Rivas Panedas dice: "La hora Ja-
mié md mano — cowio unn vaca mansa**
y Juan Las afirma que "La aurora
empieza a elevarse — de las piernas de
las mixijeres".
"SooiuV\ — Vol. VI, Núm. 7.— Conra-
do Massaiguer. — Habana, Julio. — El 14-
piz de R. A. Suris muestra a "Car-
mencita" en una página delirante de
coíorido. Don Federico Henríquer y
Carvajal, procer dominicano, presenta
un cuento de su país. Alvaro d© la
Hefedia traduce versos de Mario de
Artagao y los precede de un discreto
comentario. Massager sabe mantener
en alto el i^onfalón de su Jovialidad.
''Cromos'*.^ Bogotá, No. 263, Vol.
XI. — ^Director Luis Tamayo.— Bogotá,
Junio 25. — "La Nueva Granad* en
3i8
MÉXICO MODERNO
Oarabobo", es un artículo que trazó
a conciencia Max Grillo. El señor
Manrique Terán encomia "Siete Ca.-
bezas" de nuestro Eduardo Colín, pero
nada nuevo sobre el ensayista.
''Fray Mocho''.— Año X, Núm. 478.—
Buenos Aires, 21 de junio. — Es un in-
censario junto al ara secular del gran
"Bartolito", profesor de pueblos que
con pluma, y espada ratificó la poten-
cia de nuestra América. Cuenta anéc-
dotas civiles de Mitre don José M.
Niño, que son para enternecer y con-
solar. Mitre se diría en la inmensidad
de nuestros Andes morales una cima,
de ventisqueros a la que se asoma con
su más suave rosicler la luna
**The Hispanic Americcm Historical
Review. — Baltimore, Md., Vol IV, No. 2.
May, 1921. — El Dr. James A. Robertson
y el Dr. C- K. Jones bibliógrafos que
Se interesan de verdad por nuestra
América Latina, siguen realizando una
obra prestantísima en su magazine
trimestral. liaman la, atención estas
colaboraciones: "Pan Americanism and
the League of Nations" por Manoel
de Oliveira Lima; "Yankee Imperia-
lism and Spanisb-American Solida-
rity; a Oolombian Interpretatiou" por
Isaac Joslin Cox; "Bibliografía Anti-
llana" por el Dr. Carlos M. Trelles;
y el catálogo de bibliografías hispano-
americanas que prosigue con probo
empeño el Dr. Jones.
''ümversidad'\ — Número 9, Bogotá.,
Junio 9. — ^Crítica, cuestiones estudian-
tiles, información. — Esta última está
miuy oportuna, y por ella hemos segui-
do de cerca lo que hacen y piensan
en aquel núcleo nuevo, que también
se estremeció no hace mucho en sonado
mitin al pi«t estar contra das activida-
des de Juan Vicente Gómez. En cuan-
to a verso y prosa, todo colaboración
espontánea, chachara sin motivo, nada
que nos reconforte.
*'BabeV\ — Revista de Arte y Crítica.
— Tucumán, Rep. Argentina, Año I,
No. 3, Mayo. — Son preseas del número :
"'Cataliaia die Enciso", por Ricardo
Rojas; "El Compañero Iván" por Ho-
racio Quiroga ; "Los perfumes humil-
des", por R. Francisco Mazzoni. En
la revista colaboran Banchs, Fernán-
dez Moreno, Lugones, la Mistral, Pe-
dro Prado, Alfonsina Storni, el di|K
tinguido Enrique José Varona.
"Cuda Contemporánea''. — Director,
Mario Guiral Moreno. — Tomo XXVI,
No. 103. — Habana, Julio. — En cada nú-
mero empieza a tratar editorialmente
alguno de los problemas trascendenta-
les de la Isla, y en éste aparece algo
"Sobre el problema económico y la re-
for-ma constitucional" por Varona.
Don Francisco G. del Valle revive do-
cumentos para la biografía de José
de la Luz y Caballero y don Luciano
Acevedo desentierra dos libros curio-
sos en que aparecen descripciones de
la Habana, antigua.
*'La Nota". — Revista semanal. — Nú-
mero 307 — Año VI. — Buenos Aires, lo.
de julio. — Pondera las virtudes de Mi-
tre el Dr. Juan Carlos Garay, de quien
es el estudio "La Abdicación de San
Martín", (septiembre de 1822). Se diría
que está decayendo un poco el ánimo
de Emir Emín Arslán, pues se quiere
dormir sobre sus laureles.-..
''Juventud". — IV época. — No. 35.— Di-
rector, Juan Zepeda. — San Luis Potosí,
lo. de julio. — ^Es el periódico de los
estudiantes. Y he aquí que alguien re-
produce la oda inédita que ante el ca-
dáver del Lie. Marcelino Castrt) dijera
Manuel José Othón, a la edad de 18
años. ¡Crueldad de admirador!
"Xalapa".— Tomo I, Núm. 2, Revista
quincenal ilustrada. — Jalapa. — Enrí-
quez, 19 de junio. — Trae la colabora-
ción de don Cayetano Rodríguez Bel-
REVISTA DE REVISTAS
)I9
trán, quien dirige aquel Instituto del
Estado. Y en la carátula resplandecen
los ojos de Julia, que en este caso es
la Srita. Alicia Villegas Bouchez.
''La Ros\a del Tepeya&\ — Revista
mensual . — ^Director : Pbro . Jesús Gar-
cía Gutiérrez. — ^Año III, Núm. 8. — Mé-
xico, Agosto. — Sobre "El acueducto de
Sta. María de Guadalupe" diserta con
rica erudición el Sr. García. Gutiérrez,
cuya labor como bibliógrafo eclesiás-
tico, es por todos alabada. La revista
dispone de plumas como las de Gonzá-
lez Obregón y el Marqués de San Fran-
cisco, y con ello basta para asegurar
que tiene también muchos lectores.
''Revista de Costa~Ri€a'\ — Año II,
No. 10. — San José, Junio. — Muy leído
será lo que sobre "Orígenes de los
costa rricences", escribe don Oleto Gon-
zález Víquez; el estudio que sobre
"Ujarrás" preparó con esmero don
Eladio Prado, y lo que sobre "La Sub-
región Fitogeográfica Costarricense",
dice don Carlos Wercklé.
" Proceres''. — Tomo IV. — Núm. 6 y 7.
—^Director, Dr. ^Rafael V. Castro. —
San Salvador. — ^De jwsitiva importan-
cia para quienes tratan de ahondar en
el estudio de la Independencia de
América. Presenta, documentación re-
lacionada con el primer Presidente de
Centro-América, Gral. Manuel José Ar-
ce; sobre el general Filisola en El
Salvador y don Juan de Dios Mayor-
ga, agente diplomático en México
(1823) ; don José del Valle, centro-
americano que fue Ministro de Iturbide ;
el Intendente don José María Peinado
(1813) ; un recuerdo en honor de don
Dionisio de Herrera por el Dr. Rómulo
E. Durón; y datos sobre el pnócer
Mariano de Beltranena por el Dr.
Castro.
"Los. Ensayos''. — Semanario de varie-
dades.—'No. 13— Guatemala, 23 de ju-
lio.—Redactores : José Luis Yalcárcel,
Enrique Azmltia y Juan Olivero. — Co-
mo expresión de aquella juventud, está
bien la revista. En ella se da a co-
nocer lo último de los mejores poetas
y prosistas de aque41a tierra : Aréva-
lo ^lartlnez, Flavio Herrera, Aceña
Duran. Y viene carlcatum de actua-
lidad, política milijtaute, varapalo y
mandoble.
Nicaragua Industrial. — I*ublicaci6ii
mensual ilustrada. — Año I, Núm. 3. —
Managua, Junio. — Para los negociantes
y gente de empresa será muy útil bo-
jearla. Entre otros trabajos sobiiesar
•len: "El Carbón del Maíz", por C.
N. Zepeda; "Procedimientos para aca-
bar con las Taltusas" por Juan B. Ma-
gaña; "Monografía del Departamento
de Masaya" por Francisco Acuña Es-
cobar; **La Costa Atlántica", por José
Vita. — Lo cual no es óbice para que
Hernández hable de la "Música de Wag-
ner" y Cornejo recurra al verso (que
"es vaso santo") para charlarnos so-
bre los años que vienen ...
"Nicaragua Informativa". — Año V,
Núm. 52. — Managua, Junio. — Con al-
teza de entusiasmo la dirige el insigne
escritor regionalista Hernán Robleto,
uno de los espíritus más comprensi-
vos y fuertes de esa generación. El
alma adolorida de Nicaragua se queja
entre esas páginas, en que la leyenda,
el cuento, la tradición bien aliñada se
hallan como en su panoplia las armas
coruscantes. En la dulce tierra de los
lagos florecen Juan Ramón Aviles,
Carlos A. Bravo, Salvador Ruiz Mora-
les, el Padr-e Azarías H. Palláis.
"El Fígaro". — Habana. Julio. — Dos
poemas, de Bernardo Ortiz de Monte-
llano y Gregorio López Fuentes, ava-
loran la edición del prestigioso maga-
zine que dirige el Dr. Ramón A. Cá-
tala.
-'Vida Profunda". — Revista quincenal
J20
MÉXICO MODERNO
liferaria— Año I, No. 2.--San Ana (El
Salvador). — Versos de Jofé Valdés,
Manuel Escoto y Carmencita Bran-
non, todos llenos de inquietud nobilí-
sima, como ventanas abiertas hacia
el jardín interior. El director del quin-
cenal es el poeta Valdés, de lo que
más vale en tierra salvadoreña.
"THbwia Universitaria''. — Año IX,
No. 3. — Buenos Aires, Junio.
''Mosaico". — Revista quincenal. — Di-
rector David Cornejo. — Año III, Nos.
4', y 46.— 15 de mayo y lo. de junio.
Lujos. — Revista de Educación, ór-
gano del Instituto Normal de Varones
de *'El Salmdor\,—^Año I, Núm. 2.—
San Salvador, Junio 15.— Director y
Redactor: Don Francisco Machón Vi-
lanova.
*'AtlacatV\— Año I, Núm. 4.— Direc-
tor y Redactor: Abraham Ramírez Pe-
ña.—^San Salvador, Abril.
''La Carmana;\ — Editor Gerente:
Arístides de Marchena. — No. 7. — San
Salvador, Junio.
Revista de Ejército y de la Marina.
— Órgano de la Secretaría de Guerra
y Marina.— Publicación Mensual. — ^To-
mo VI.— ^AbriL— Terceira Época. — Mé-
xico, 1921.
"Fivac",— Tomo I, Ntím. 9.— Revis-
ta de actiialidades . — Director: Enri-
que W. Curtís. — México, D. F. Junio
30. — En homenaje a López Velarde,
cuya muerte nos tiene consternados
aún, publica don David N. Arce estos
versos inéditos del poeta :
EL ANCLA
Antes de echar el ancla en el tesoro
del amor postrimero, yo quisiera
correr el mundo en fiebre de carrera,
con juventud, y una pepita de oro
en los rincones de la faltriquera.
Abrazar una culebra del Nilo
que de Cleopatra se envuelva en la
(clámide,
y oir el soliloquio intranquilo
de la Virgen María en la Pirámide,
para desembarcar en mi país,
hacerme niño, y trazar con mi gis,
en la pizarra del colegio anciano
un rostro de perfil guadalupano.
Besar al Indostán y a la Oceanía.
a las fieras rayadas y doradas,
y echar el ancla a una paisana mía
de oreja breve y grandes arracadas.
Y decir al amor: "De mis pecados
los más negros están enamorados;
un miserere se alza en mis cartujas,
y va hacia tí con pasos de bebé,
como el candido islote de barbujas
navega por la taza de café.
Porque mis cinco sentidos vehementes
penetraron los cinco Continentes,
bien puedo, Amor final, poner la mano
sobre tu corazón guadalupano" . , .
Castillos y Leones. — ^Núm. 23. — ^Fun-
dador Gerente, Alfonso Camín. — Méxi-
co, D. F., 31 de julio.— Esta edición
extraordinaria fue para conmemorar
a San Ignacio de Loyola, distinguido
profesor de energía. Notable la pre-
sentación, abundante el material (y de
interés), y el genio vasco manifestán-
dose en sus múltiples heroicidades a
través de la historia. Don J . Joaquín
F. de Pardo Dufoó resuelve dudas
sobre la heráldica de los Rodríguez de
Ledesma; el Sr. Fernando de Zabala
hace una revista de "Los Vascos en
la Independencia de América" (Mina,
Bolívar, Iturbide, Hidalgo, Aldama,
Allende, etc., etc.) y Camín ofrece dos
sonetos altaneros. Don Salvador Rue-
da se presenta con la inevitable coro-
na de laurel y las dieciséis tamboras
de "Los Dieciséis Prodigios".
REVISTA DE RE VISTAS
521
*'lnúÁee". — (Revista meusual).— Ma-
drid, No. 1.— 1921.— Este es el suma-
rio de la nueva revista que aspira
a "llegar u definir y deslindar, del mo-
do más completo y perfecto posible,—
con un criterio amplísimo y estrechí-
simo a un tiempo, — la calidad más nó-
tate del genio español e hispa no-ame-
ricano": José Ortega y Gasset, "Es-
quema, de Salomé*', Azorín, "Diálogo
de un rico y un pobre; Pedro Henrí-
quez Urefia, "En la Orilla" ; Pedro
Salinas, "Poesías"; Alfonso Reyes,
"Calendario"; Adolfo Salazar, "Las
tres Normas"; J. Moreno Villa, "Lu-
ces de Pentecostés"; Corpus Barga,
"Teatro Bufo, El AYUDA DE CAMA-
RúV ; Juan Ramón Jiménez, "Disciplina
y Oasis" (prosa y verso) ; E. Diez Ca-
ñedo, "Tópicos"; Gabriel Gai'cía Ma-
rotó, *M3olor y Ritmo; Jens Peter JU-
cobson, "Poesías" (traducción de E. D.
C) y como suplemento "GÓngora re-
tratado por el Greco. Góngora y el
Greco precursores del Cubismo. Un
epistolario inédito", por los redactores.
Repertorio Americano. — ^Decenario de
los intereses continentales. — Editor, J.
García Monge. — Vol. II, No. 25. — San
José de Costa, Rica, 10 de julio de
1921. — Con la prestancia de propósitos
que siempre lo animan, el señor Gar-
cía Monge presenta a su vasto público
los tópicos de más interés, las páginas
más dilectas de los contemporáneos del
Habita. En este número vienen los tra-
bajos que a continuación se indican:
"Meditación en el Canal" por Tulio M.
Cestero; el discurso pronunciado por
José Vasconcelos, en la "Fiesta del
Maestro", de México, en mayo de este
año; un cuento de Horacio Quiit>ga.
escritor rioplateuse de los más leídos,
y que se intitula "La gallina degulüu
da"; "I^s Perlas Culturaieg" por Ra-
miro de Maeztn ; "Sucesos, ModaIida<ies
y Matices de la vida en Estados Uni-
dos" por Alberto Masferrer; "Carta de
Méjtico" por el autor de estns notas;
y unos poemas con que Jaime Torres
Bodet anuncia su próximo Ubro.
R. H. V.
"£7í Maestro:' RevUtta de Cultura Na^
cioml. Núms. 3 y 4.— México, 1921.
En el número de ''MI Maestro'', co-
rrespondiente a junio próximo pasado,
apareció el úiltimo poema de Ramón
I^pez Velarde, nuestro poeta muerto.
Esta producción suya, mientras llega
a publicarse el libro de sus poemas
dlspei-sos, quedará en el número 3 de
El Maestro, avalorando esa publica-
ción.
El artículo de Vasconcelos AristO'
erada Pulguera, es como un tiro cer-
tero y oportuno ; por eso la prensa dia-
ria se ocupó de él y lo reprodujo en
sus columnas.
En el número 4, entre otros estudio*»
interesantes, se halla el de Adoifo Sa-
lazar Indeffenismo y Europeizacián, en
el que, disertando sobre las tendencias
musicales que predominan en América,
expresa su parecer sobre nuestras ac-
tividades en ese campo artístico.
Oerran este número varias poesías
de González Martínez, adelanto de su
libro en prensti La Palabra del Viento:
un soneto de Juan Ramón Jiménez,
Octubre, y la Balada de la luz sumisa
de José Gorostiza Alcalá.
F. M. G. I.
índice del tomo II.
Número 7
Enrique Ja8é Varona. Poemas en Prosa 3
Enrique Gomales Martínez. — El Roncero Ailoidnado. La Ciudad absorta.
Luna Materna 5
Antonio Oaso.—Jja. Sonaía y la Sinfonía g
Gonzalo Zaldumbide. — Un Elegiaco Ecuatoriano 11
Alfonso Toro. — El Oará<*ter del Pueblo Español M>
Alfonso Cravioto. — Ofrenda a Urueta.. Tórtola Valencia. Nueva España... di
Jadme Twrea Bodet. — Una novela de Huysmans. Al revés 38
Manuel M. Ponoe. — Una Iniciativa 45
Agustín Loera y Chavea. — Ija Joven Literatura Mexicana :— Pedro Requena
Legarreta 48
Manuet Toussaint. — ^Artes Plásticas en México 53
Manuel M. Ponce. — El Arte Musical en el Mundo y Crónica Musical Me-
xicana ....s , 56
Genaro Estrada. — Revista de Libros 62
Número 8
Arturo Capdevila. — En el Mar 7S
RoJ)erto Arguelles Bringas.—YmtSLttón. Secreto y Desfile cruento 74
Alfonso Reyes. — Ramón Gómez de la Serna 78
Salomón de la Selva.— Tu amor desmesurado, por codicioso pierde 86
Rafael H. Faííc— Sarcófago ^
En^Uo Oribe.— Ij& danza en el Mar ^
Francisco Contreras. — La Endemoniada ^
Mwnuel M. Ponce.—K propóííito de "Le Tombeau de Debussy" 1<»
Agmtin Loera y Chávez.—ljSi Joven Literatura Mexicana.— Ho-íkirdo Ortiz
de Montellamo
Jaime Torres Bodet. —LetTBB Eurt>peas ^^^
Manuel M. Ponce.— El Arte Musical en el Mundo y Crónica Mitsical Me- ^^^
xicana ^^23
Genaro Estrada.— nevlstsL de Libros
Jaime Torres Boáet:— Revista de Revisitas
Número 9
Pág:.
Uuriín Luis GuzmÁn. — Jesüs ünieta -^^
Ricardo Arenadles. — Rosas de una Guirnalda de Humildad 135
Eseqmel A. Chaves. — Estudios de Literatura Rusa 139
Enrique Fernández Ledesma. — Elegía de la Provinciana I45
Luis Castillo Ledón, — Méxieo-Tenoxtitlán. 148
Genaro Fernández Mae-Gregor. — Carátulas 156
E. Ahreu Gómez. — La commedia del arte 162
Manuel M. Ponce. — S. M. el Fox 180
Manuel ToussaAnt. — Artes Plásticas 182
Manuel M. Poncc.—El Arte Musical en el Mundo y Crónioa Musical Mexica-
na 186
Número 10
Ramón López Velarde. — Lo soez. La cigüeña 185
Bartolomé Gaillndez. — Un fliit a bordo 187
José Juan Tablada. — ^Versos a una reina 190
Fernando González Roa.— La inmutabilidad del derecho de Propiedad 193
Ramón Gómez de la Sema. — Lo que aprendió aquel pez 199
Manuel Machado. — A una novicia 202
José López Portillo y Rojas. — El poder de Jas letras 204
Br. Atl. — La estancia en la montaña^ Un luminoso día. La noche 208
Isidro Faheia.—IjQ. Puíialada 213
José ü. Escohar. — La sombra de Kaxmídes 216
Julio Jiménez Rueda. — Música y Bailes Criollos de la Argentina 220
Agustín Loera y Chávez.—La. Joven Libenatura Mexicana. — Jesús S. Soto.. 22lQ
Riardo Gómez Rohelo. — ^Artes Plásticas en México. Exposicióu. Roberto
Montenegro 229
Manuel M. Ponce. — El Arte Musical en el Mundo y Crónica Musical Me-
xicana 235
Genaro Estrada.— ReYista. de Libros 238
Rafael Heliodoro FoiíZe.— ^Revistas de Revistas 245
Francisco José Castellanos 248
^ Número 1 1
Ramón López Velarde. — Treinta y tres 249
Alfonso Cravioto. — Oraci<in fúnebre 251
Enrique González Martínez.— Ramón López Velarde 255
José Juan Tallada. — Retablo a la memoria de Ramón Lápea Velarde 257
Enrique Fernández Ledesma. — Ramón López Velarde 262
José Vasconcelos. — Ramón López Velarde 272
Ricardo Arenales. — Canción de la noche diamatína 273
Ánionü) Castro Leal. — Ramón T>>pez Velarde 275
Pedro de Alba. — Ramón López VcOarde 278
Pág.
Rafael II. Valle. — ^Elegía Juvenil 283
Genaro Fernández Ma-c-Greffor.—Kam6n l/^xtm Velarde... líSa
Alfonso Cami7i. — Los tres perfiles 289
Rafael López. — Rauíón López Velarde jOa
José D. Fruís. — Ramón López Veáarde Ií06
Alejandro Quijano. — Ramón López Velarde iiS7
José Gorostiza Alcalá. — Elegía apasionada 29S
Imí8 Auffusto Kegel. — Ramón JjCopez VeAarde .'{00
Juan E. Coto. — Flor silvestre :i03
Manuel M. Ponoe. — Instantáneas Muisécales 304
Manuel M. Ponce. — El arte musical en el mxindo 30S
Genaro Estrada.— ^ReriBtd de Litoroe 311
Rafael Heliodoro FaWe.— Revista de Revistas 310
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•fP México moderno
63
VÍA
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PLEASE DO NOT REMOVE
CARDS OR SLIPS FROM THIS POOCET
UNIVERSITY OF TORONTO UBRARY
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