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Full text of "México moderno; revista de letras y arte"

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/     PURCHASED  FOR  THE 

UNIVERSITY  OF  TORONTO  LIBRARY 

FROM  THE 

CANADÁ  COUNCIL  SPECIAL  GRANT 

FOR 


latín -AMERICAN  STUDIES 


MÉXICO  MODERNO 


REVISTA  DE  LETRAS  Y  ARTE 

DIREaOR: 

ENRIQUE  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ 

TOMO   II. 

Febrero- Julio  de  1921. 

MÉXICO 

EDICIONES  MÉXICO   MODERNO 

1921 


POEMAS  EN  PROSA 


PERDIDOS  los  ojos  por  tu  vasta  extensión,  mar  bonancible,  có- 
mo palpita  mi  seno  al  compás  del  suave  ritmo  de  tus  pequeñas 
días.  Tal  parece  que  se  me  difunde  la  vida  ante  la  sonrisa  liala- 
gadora  de  tu  serenidad.  Ese  blanco  chapoteo  semeja  el  golpe  acariciador 
de  manecita  enguantada.  No,  no  quiero  recordar  tu  faz  espantable, 
tu  ceño  fulminante  de  los  días  en  que  desataá  los  vientos  de  las  cuatro 
plagas  de  la  tierra,  y  los  arremolinas  como  poseído  de  vértigo.  ;.Para 
qué?  Hoy  te  desperezas,  tigrezno  juguetón.  Y  el  mundo  se  alegra  en 
torno;  y  bebo  su  alegría,,  voluntariamente  olvidadizo  de  los  terro- 
res que  dejó  atrás  y  que  me  esperan. 


II 


ENTOLDABA  todo  el  cielo  un  tapiz  ceniciento,  que  rompía  a  tre- 
chos pequeña  mancha  azul,  como  sonrisa  involuntaria  en  un  ros- 
tro nublado.  La  frialdad  de  la  mañana  parecía  condensai^se.  La 
calle  desierta  dormitaba.  Sólo  un  hombre  pasaba  con  la  cabeza  sumida 
entredós  hombros  y  los  brazos  cruzados  por  detrás.  Me  hizo  el  efecto  de 
que  aquella  plancha  desbruñida  del  firmamento  descansaba  sobre  el 
viandante  y  de  que  su  a'lma    también  se  entumía  bajo  el  peso. 


E 


III 

NTRÉ  en  la  sala  de  operaciones,  vi  lia  mesa  de  blanca  piedra  toda 
manchada  de  sangre  negruzca ;  me  pareció  repulsiva,  como  si  s<>- 
bi'e  ella  flotara  espeso  vaho  de  dolor.  La  vi  otra  vez,  brillando  en 


4  MÉXICOMODERNO 

su  prístina  albura ;  el  agua  lustral  de  una  blanda  esponja  la  había  pu- 
rificado a  los  ojos.  Y  pensé  con  angustia,  con  horror,  en  eíL  campo  devas- 
tado por  la  batalla;  y  me  lo  figuré  después  recubierto  con  apacible 
manto  de  césped  mullido,  salpicado  de  manchas  de  oro. 


IV 

LA  vida,  impasible,  había  desgastado  su  cuerpo,  se  había  encarni- 
zado sin  cólera  en  sus  miembros*  nunca  antes  robustos.  Sólo 
sus  ojos  conservaban  su  brilloi,  y  su  lucidez  para  mirar  jwr 
denti^o  y  por  fuera.  Neblí  de  almas,  que  muchas  veces  se  le  revelaban 
al  desnudo.  Triste  don,  que  él  hubiera  trocado  gustoso  por  la  venda 
Manda  y  espesa  de  las  ilusiones  juveniles.  Y  recordaba  con  amargura 
que,  cuando  no  veía,  anhelaba  ver;  mientras  que  ahora  aborr-ecía  su 
perspicacia  estéril. 


QUÉ  remontadas  van  esas  aves  ligeras!   Cómo   traspasan   en   su 
vuelo  aquellos  albos  vellones  de  nubes.  Suyo,  suyo,,  todo  él  es- 
pacio inmenso.  Qué  encogida  las  ve  mi  alllma  aquí  abajo.  Tam- 
bién ella  tuvo  alas.  ¡Hace  tanto  tiempío! 

ENKIQUE  JOSÉ  VERONA. 
Habana,  3920. 


EL  ROMERO  ALUCINADO 


(DBL  I^IBBO    en    PBBN8A 
"L.A  PALABRA  DEL  VIENTO") 


ROMERO  de  la  aurora^ 
romero, 
di  si  miras  el  alba  o  el  sendero. 
Vas  de  espalda  al  oriente 
y  tu  sombra  se  alarga  indefinidamente. 
¿Por  qué  vuelven  los  ojos 
a  los  celajes  rojos, 
y  no  miras  la  faja  del  camino  f 
Hay  a  tu  frente  el  ala  de  un  destino, 
y  delante, 

se  prolonga  la  cinta  alucinante 
del  camino. 

Romero  de  la  tarde, 
romero, 
di  si  miras  la  tarde  o  el  sendero. 

Suena  en  la  lejanía 
una  conturbadora  melodía^ 
y  a  las  luces  de  ocaso, 
más  de  algún  peregrino  tuerce  el  paso 
y  de  la  buena  ruta  se  desvía, 
absorto  en  el  cobarde 
y  fatal  sortilegio  de  la  tarde. 

Romero  de  la  noche, 
romero, 
di  si  miras  la  luna  o  el  sendero. 

La  embaucadora  luna 
ensueño  y  luz  aduna. 


s 


MÉXICO      MODERNO 

Más  de  algún  peregrino^ 

esclavo  de  su  luz  perdió  el  camino^ 

y  extraviado  y  demente 

vaga  de  noche  indefinidamente . . . 

Romero  de  la  noche, 
romero^ 
di  si  miras  la  luna  o  el  sendero. 


LA  CIUDAD  ABSORTA 

OPLABA  un  manso  viento  de  aquel  lado  del  mar 
La  turba  era  una  sola  alma  para  escuchar. 


Se  concentraba  todo  en  el  vago  sonido 
que  venia  de  lejos . . .  La  tarde  era  tan  pura 
y  la  emoción  tan  honda,  que  el  alma  hubiera  oído 
el  vuelo  de  un  celaje  cruzando  por  la  altura, 
el  vuelo   de  iin  celaje 
en  la  paz  infinita  de  un  misterioso  viaje. 

Sólo  el  fnar  prolongaba  su  angustioso  tormento 
mientras  la  turba  oía  la  palabra  del  viento. 

Ciudad  que  vi  una  tarde  y  cuyo  nombre  ignoro, 
ciud<id  de  vida  unánime  y  silencios  de  oro; 
ciudad  absorta  y  muda,  ciudad  cuyo  sentido 
único  es  la  insaciable  codicia  del  oído; 
ciudad  a  quien  la  llama  de  crepúsculos  rojos 
no  despierta  una  sola  inquietud  en  los  ojos; 
ciudad  que  nada  mira,  ciudad  que  a  nada  atiende 
porque  escucha  y  comprende. . . 
Urbe  de  cuyos  hombres,  al  pasar  a  su  lado, 
no  podré  decir  nunca  que  me  hubiesen  mirado; 
vieja  ciudad  fantástica  de  quien  decir  no  acierto 
si  la  crucé  dormido  o  la  soñé  despierto . . . 
¡He  perdido  tu  rumbo!  ¿Quién  me  dirá  si  existes, 
obsesión  de  mis  horas  infecundas  y  tristes? 

¡  Quién  sabe  si  entre  sueños  te  volveré  a  escuchar, 
oh,  viento  que  soplabas  de  aquel  lado  del  mar!. . . 


LUNA      MAT  ERNA 


LUNA  MATERNA 


D£JA  caer  la  noche  sus  d()s  alas  cansadas, 
y  tú,  corazón  mío,  tiemblas  y  te  arrebujas 
cual  niño  que  en  su  lecho  de  cortinas  carradas 
pévidamente  sueña  con  relatos  de  brujas. 

Eres  niñez  insomne  en  cuna  de  tinieblas. 
Preludia  tu  garganta  el  angustioso  grito 
que  no  sonará  nunca,  y  tu  vida  repueblas 
ton  los  viejos  pavores   de  un  miMerio  infinito. 

El  toldo  de  la  noche  se  perfora  con  una 
ráfaga  repentina . . .  Pálida  e  ilusoria. 
u  tu  sueño  de  espantos  se  ha  asomado  la  luna 
como  una  huena  madre,  con  una  palmatoria 
^n  la  mano,  que  aparta  los  velos  de  la  cuna, 

ENRIQUE  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ 


LA  SONATA  Y  LA  SINFONÍA 


LLÁMASE  SONATA  (puro  sonido    de  instrumentos   músicos,  vibra- 
ción exclusiva  sin  voz  humana  ni  canción),  lal  conjunto  de  trozos 
cuya  síntesis  forma,  según  el  musicógrafo  Grove,  la  resolución  de 
'^one  of  the  rnost  singular  prohlems  ever  presented  to  the  niind  of 
man.  One  of  the  most  successful  achivements  of  his  artistic  instincts*'. 

Estriba,  la  esencia  de  la  sonata,  en  su  rica  y  variada  unidad-  Co- 
mo todo  organismo  perfecto  y  toda  producción  armoniosa  del  ingenio 
liumano  o  de  la  naturaleza,  la  sonata  no  resulta  de  parte»  disímiles 
que  se  suman  por  el  solo  capricho  del  compositor;  sino  de  la  coheren- 
te alianza  de  piezas  distintas  en  su  individualidad,  jiersonales  en  su 
significado,  ciertamente,  mas,  ligadas  por  la  forma  interna  de  una  con- 
cepción que  se  va  determinando  en  el  tiempo  como  desarrollo  estéticí> 
de  la  idea  central  o  del  conjunto  de  ideas  musicales  tan  próximas,  tan " 
lógicas  en  su  mutua  amistad,  como  los  versos  de  un  soneto  o  Jos  miem- 
bros eurítmicos  de  una  estatua. 

No  por  ello  el  orden  geométrico  o  silogístico  provee  al  secreto  de 
la  concordancia  musical.  La  lógica  de  que  se  trata  es  arralo  singular 
del  arte;  cálida  unión  de  las  partes  del  discurso  polifónico;  proporción 
artística  que,  para  la  lógica  pura,  sería  emblema  indescifrable,  aun 
cuando  fuere,  para  el  instinto  del  ingenio  creador  y  la  espontánea  com- 
prensión de  su  público,  obvia  verdad  artística  que  subyuga  a  la  intui- 
ción como  al  puro  entendimiento  la  firme  concatenación  silogística. 

Regularmente,  la  sonata  expone,  en  primer  término,  el  allegro; 
luego  el  andante  o  adagio  y,  por  último,  el  finóle.  "Suele  intercalarse, 
entre  el  primero  y  el  segundo  tiempos,  o  entre  el  sañudo  y  el  tercero, 
una  pieza  breve,  minuetto*  scherzo^  intermezzo*^  (1) 

[1]  Véase:  Lavignac.  La  Musique  et  les  Mitsiciens* 


LA  SONATA  Y  LA  SINFONÍA  9 

Dice  lo  esencial  de  la  sonata  el  primer  trozo.  Es  la  eterna  e 
iüsisitnte  actuación  del  misterio  del  mundo.  El  ritmo  que  vuelva 
constantemente  sobre  sí;  la  melodía  que  se  mJatiza,  como  la  vida 
misma,  para  anonadarse  en  el  término  universal;  la  creación  siem- 
pre fecunda  y  monótona  siempre.  Porque  el  mundo  entero  es  inven- 
telón  e  imitación,  imaginación  y  memoria,  vibración,  ritmo,  evolución 
creadora.  Las  melodías  del  primer  tiempo  de  una  sonata  clásica, 
en  su  exposición  prinnordial  y  genuino  retorno,  realizan  con  perfec- 
ción esta  intrínseca  arquitectura  de  la  música,  desarrollo  temá- 
tico que  se  basta  a  sí  mismo  y  significa  la  unidad  en  la  variedad ; 
síntesis  cósmica  patente  así  en  una  estatua  griega  como  en  un  cuadro 
de  Leonardo  o  un  poema  de  Goethe. 

El  andante  parece  más  propicio  aún  que  el  primer  tiempo  de  la 
sonata  a  la  manifestación  del  temperamento  musical  del  autor.  En 
Mozart  y  Haydn  es  un  simple  tema  con  variaciones,  dice  Lavignac; 
en  Beethoven,  una  gran  romanza  con  estrofas  diversas  que  bordan 
el  tema,  cada  vez  más  rica  y  copiosamente.  Redúcese,  por  excepción, 
al  mero  proemio  del  tiempo  final. 

El  rondó,  conforme  al  estilo  de  Mozart,  es  el  poético  rondel  trans 
cripto  a  la  música,  pura.  Insistente  prolificación  del  tema  que  pros- 
pera y  fructifica  en  variados  divertissernients,  para  anonadarse  den- 
tro de  la  concepción  fundamental.  El  placer  de  la  música  consiste 
siempre  en  la  misteriosa  transición  del  silencio  al  silencio,  que  la 
obra  de  arte  interpreta  como  un  esfuerzo  heroico  que  pugnara  por 
explayarse  en  invenciones  complejas  y  distintas,  a  imagen  del  mun- 
do mismo,  hasta  que,*  a  la  postre,  sucumbe  por  afirmar  que  nada 
merece  durar  siempre,  sino  el  ser  único  y  puro,  capaz  de  revestir  to- 
das las  formas  que  ensaya,  para  desecharlas  después  y  permanecer 
imperturbable  en  su  inviolada  esencia. 

Podría  rotularse  la  sinfonía  sonata  magna  para  orquesta.  Con 
Haydn,  el  abuelo  de  peluca  blanca  y  sonora  como  pajarera  de  cristal, 
la  sinfonía  es  jocunda  y  harmoniosa  como  la  civilización  del  siglo 
XVIII.  (Parques  de  Le  Notre,  despotismo  ilustrado  de  los  Josés 
y  los  Federicos,  pintura  literaria,  prosa  francesa  bruñida  y  perfecta, 
etc.  ¿No  decía  Tialleyrand  que,  entonces,  faisait  joie  de  vivref) . . . 
ITambién  para  el  abuelo  austríaco  hubo  siempre  alegría  dentro  del 
corazón.  Su  alma  fué  de  agua  riente  y  bulliciosa  como  el  primer  ím- 


lo  M  ÉX  I  CO      MO  DE  R  NO 

petu  de  un  surtidor.  Con  Beethoven,  la  sinfonía  se  puso  amarga  y 
profunda  como  la  vida  contemporánea;  pero,  entre  el  abuelo  feliz  y 
el  nieto  atormentado,  tendió  Mozart  su  bella  fantasía,  su  grande  y 
pura  lalma  apasionada,  y  el  encaje  maravilloso  que  hilaron  las  mú- 
sicas aranas  de  sus  rondós. 

ANTONIO  CASO. 


UN  ELEGÍACO  ECUATORIANO 


POKQUE  en  el  fondo  del  alma  es  un  elegiaco,  hay.  para  este 
poeta,  aun  en  medio  de  los  suyos,  aun  en  medio  de  sus  cam- 
pos, donde  están  sus  amores,  una  soledad,  la  más  vasta 
de  las  soledades,  la  soledad  interior,  poblada  de  inasibles  sombras, 
de  presencias  inalcanzables,  de  recuerdos  como  adioses  inacaba- 
t>les ... 

Lleva  en  el  alma  una  música,  que  excita  sin  cesar  el  canto  de 
sus  memorias,  como  el  de  un  coro  asiduo  de  plañideras.  Podría 
decirse  en  verdad  que  no  ha  cantado,  hasta  aquí,  de  lo  hondo,  sino 
a  sixs  muertos.  Le  inspirian  como  envolviéndole  de  conítinuo  en 
una  espiral  de  visiones  y  reminiscencias,  por  donde  su  alma  gemebun- 
da parece  ascender,  descender,  ir  buscando  como  obsedida  lo  que  ha 
perdido. 

Corazón  muy  humano  el  suyo,,  más  sensible  parece  al  vacíos,  a 
Ja  ausencia,  que  a  la  presencia  de  los  seres  mejor  amados:  necesita 
perderlos  para  amarlos  bien:  una  vez  desaparecidos,  en  todas  partes 
los  ve. 

La  muerte,  el  sentimiento  o  pensamiento  de  la  muerte,  su  som- 
bra suspensa  sobre  la  vida,  la  filosofía  final  del  destino  humano, 
grandeza  que  acaba  en  polvo,  todo  lo  que  es  meditar  en  la  existencia 
perecedera,  se  diría  que  es¡,  para  él,  tan  sólo  concepto  sin  forma, 
y  no  realidad  sensible ;  y  que  en  siendo  mal  universal  no  le  impresiona 
en  abstracto.  Pero  la  muerte  real  y  concreta,  la  de  los  seres  ama- 
dos, que  le  despoja  a  él  de  ellos  como  desgarrándole  y  mutilándole, 
la  muerte,  en  suma,  de  sí  mismo  en  las  muertes  de  los  demás,  que 
le  van  privando  de  sus  amores,  despoblando  su  camino  diario,  deso- 
lándole el  porvenir,  esa  muerte  que  hace  su  obra  de  devastación  en 
los  vivos  más  que  en  los  muertos  que  a  sí  se  ignoran,  ¡cómo  le  afec- 
ta...! 


12  MÉXICO      MODERNO 

Ammi,tudo  magna!  No  se  resigna.  Bu  desolado  fervor  votivo 
recomienza  cada  vez  su  treno  con  asombrada  insistencia.  El  temor 
de  que  «e  le  agote,  de  que  desfallezca  en  su  vigilia  fiel  el  dolor  insom- 
ne, renueva  sin  fin  su  duelo.  Su  ciencia  del  dolor  y  su  don  de  lá- 
grimas, mjantienen  vivos  a  sus  muertos.  Y  cuando  olvida,  por  un 
momento,  llora  de  no  haber  llorado,  padece  de  no  padecer . . . 

Me  place  esta  monotonía  de  un  corazón  que  se  obstina,  de  una 
Tena  que  manando  crece.  Y  me  place  que  su  pena  absorta  añada  a 
su  monotonía  la  del  ritmo  en  que  se  condensa  y  de  la  forma  en  que 
dum.  Siempre  iguales  de  alma  y  jamás  los  mismos,  esos  perfectos 
sonetos  fúnebres  se  diferencian  en  todo,  bajo  la  sombra  uniforme  y 
el  fin  idéntico.  Lapidarios,  simétricos,  alineados,  se  alzas  a  guisa 
de  lápidas.  O  más  bien,  esos  sonetos  concéntricos  se  suceden  uno 
tras  otro,  y  pasan  como  despertando,  en  la  estancada  tristeza  con- 
templativa, un  temblor  de  emoción  o  recuerdo,  que  se  ensancha  es- 
ti^meciendo  el  alma. 

De  las  personas,  extiende  su  duelo  a  las  cosas  familiares  aban- 
donadas. Su  melancolía  les  presta  un  alma  doliente,  constante.  Llena 
el  paisaje,  vela  el  horizonte.  Tanto  que  ya  no  sabe  si  su  pena  está 
en  ellos  o  en  él. 

Recuerdo,  que  hoy  mi  soledad  aromas, 
por  la  ternura  del  pasado,  di : 
...  el  olor  de  romero  con  que  asomas, 
¿todavía  es  del  campo,  o  está  en  mí?. . . 

No  acaba  de  desprendei^se  de  las  cosas  y  los  seres  que  la  muerte, 
y  aun  la  vida,  le  arrancan  como  de  los  brazos.  Así  amó  a  la  finca, 
al  huerto  paternales  como  a  personas  vivas  y  con  alma :  al  pasar 
su  propiedad  -a  otras  manos,  fué  como  si  aquel  sensible  rincón  de 
tierra  para  él  muriese.  La  muerte  de  la  heredad  le  dejó  en  orfandad 
más  vasta. 

Pero  ya  mi  sendero  no  termina 
en  la  sombra  olorosa  de  esa  estancia 
a  ia  que  en  vano  mi  lusión  camina . . . 


. .  .Una  tarde  la  granja  no  fué  mía : 
Se  me  eohó,  para  siempre,  en  el  camino, 
con  mi  alma  que  a  la  granja  se  volvía 
y  este  dolor  que  a  todas  partes  vino. . . 


Sentimiento  que  me  recuerda  el  de  la  visita  que  hizo  Lamartine 
a  sus  queridas  tierras  de  Saint-Point,  para  dar,  a  los  mudos  testigos 


UN  ELEGÍACO  ECUATORIANO  í3 

de  su  adolescencia  y  de  su  juventud,  aquel  adiós  que  nos  cuenta,  en 
impalpable  prosa,  en  su  cai'ta  al  señor  d'Esgrigny, — donde,  como  en 
la  sencilla  majestad  homérica  de  su  canto  a  La  tierra  natal,  la  tris- 
teza romántica  asume  una  serena  nobfleza  antigua.  Este  poeta,  de 
tjKínsibilidad  a  un  tiempo  angélica  y  voluptuosa,  nostálgica  j  des- 
prendida, cantó  en  manera  sublime  la  vulgar  vicisitud  de  ver  pasar 
a  otras  mano«  un  pedazo  de  tierra  amado: 

Bientót  un  étranger,  inconnu  du  village, 
viendra,  Vor  a  la  main,  s'emparer  de  ees  lieux . . . 

Como  siempre,  se  alzó  el  poeta  sobre  su  pena  como  sobre  es- 
combros, a  contemplar  la  vida  y  su  destino,  para,  como  va  el  río 
a  la  mar,  perder  su  propia  miseria  en  sentimiento  más  vasto.  Menos 
resignado,  con  desdén  menos  contemplativo  y  menos  bíblica  magnifi- 
cencia de  renunciamiento,  Gonzalo  Cordero  Dávila  se  obstina  amoro- 
samente» y  extiende  en  su  derredor  el  sentimiento  de  lo  perdido.  Hasta 

...el  caballo  viejo,  que  era  mío, 
porque  en  otro  poder  perdió  su  brío, 
me  apena  en  este  Julio  el  eoraísón.  . .  I 

La  naturalecia  amiga  le  acompaña.  Va  *'por  los  campos"  regando 
el  retornelo  de  su  congoja.  Parecen,  callados,  atentos,  correspon- 
derle  en  no  sé' qué  secreta  comprensión  de  intimidad.  Tanto  que  ya 
no  sabe  si  su  pena  está  en  ellos  o  en  él . . . 

Ya  los  románticos  nos  dieron  todas  las  consonancias  del  alma 
(*on  la  naturaleza,  en  su  amor  casi  .panteístico.  Y  a  pesar  de  su  dón 
de  la  inexactitud  poética,  nos  dieron,  además,  trazados  a  grandas 
raíSgos,  todos  los  grandes  cuadros,  la  belleza  universal,  genérica, 
el  alma  flotante  y  vaga  de  los  paisajes,  la  primera  impresión  del 
ánimo,  la  emoción  madre  como  si  dijéramos,  ante  los  espectácoJog 
de  la  tierra,  del  cielo,  del  mar.  Y  fundieron  el  amor  humano  en  el 
amor  de  la  naturaleza.  Este  amor  así  humanizado  cobra  en  los  mo- 
dernos un  sentido  más  individual.  Y  en  éste  nuestro  poeta,  ese  sen- 
timiento es  muy  pei'sonal :  nostálgico  y  elegiaco. 

Al  ir  con  él  ^*por  dos  campos",  se  ve  su  pena  más  que  lo$$  campos. 
Sin  embargo,  los  reconozco,  mis  dulces  campos  de  las  serranías... 
Montes  meditabundOvS ;  valles  en  que  a  la  tarde,  su  sombra 
vierte  una  austera  melancolía,  pero  que  de  día  ríen  a  todo  sol;  ha- 
ciendan  patriarcales,    rudas    y    plácidas...    Aillá,   el    páramo   lívido, 


14  MÉXICO       MODERNO 

atonnentado  por  la  constancia  del  viento  en  pena,  del  viento  loco; 
aquí  el  sembrado  trabajoso,  la  choza  prosternada,  la  loma  árida 
a  cuyo  flanco,  lentamente,  se  cicatriza  un  sendero-..  No  que  estén 
descritos,  mas  sí  sentidos  j  evocados.  Ni  descripciones  ni  discursos 
en  esta  poesía  sobria  y  plena,  toda  sentimiento.  Su  instinto  del  arte 
le  aparta  del  vicio  espontáneo  de  la  descripción  y  del  desarrollo : 
tan  dueño  está  de  su  materia,  que  una  simple  alusión  le  basta  para 
expresarla  en  su  plenitud.  Aquí  y  allá  un  toque  intenso,  que  sus- 
cita, en  vibración  indefinida,  el  complemento  de  visión  o  de  emoción 
que  hiciera  falta»  a  modo  como  en  Bécquer  por  ejemplo,  un  silen- 
cio o  un  suspiro,  una  alusión,  una  pregunta¡,  una  reticencia,  delatan 
un  drama  completo  con  su  nudo  y  su  desenlace.  En  esta  poesía  hen- 
chidá  de  silvestres  jugos,  florece  de  repente  en  un  gran  verso,  en 
un  ritmo,  en  un  epíteto,  en  un  aire,  todo  el  paisaje,  en  honda  pers- 
pectiva, con  su  color,  su  lontananza  y  su  alma  toda.  La  evocación 
surge  natural  de  detalles  simples.  El  mvás  característico  es  el  indio, 

el  indio,  esa  alma  triste  de  la  quena, 

odiado  por  sus  propias  soledades, 

y  encarnación  viviente  de  mi  pena . . .  ! 


Le  ha  puesto  como  centro  del  paisaje  El  sollozo  reiterado  de  la  flauta 
indígena  pasa  aquí  por  entre  las  estrofas  como  por  el  campo,  como 
cuando,  en  la  mansedumbre  crepuscular,  vuelve  el  peón  a  su  choza 
por  las  quebradas,  dejando  impregnado  el  sendero  de  su  obscura 
congoja  indecible. 

Después  del  errado,  falso,  o  por  lo  menos  incompleto  america- 
nismo de  intención,  que  vio  en  el  indio  de  las  selvas,  en  el  salvaje 
mal  domado  de  los  bosques,  algo  así  como  el  héroe  epónlmo  y  legí- 
timo de  una  i>oesía  americana;  después  de  las  tentativas  que,  sin 
pararse  en  la  incongruencia  y  contradicción,  hacían  blanco  a  medias 
en  eíl  protagonista,  para  lograr  dramatizar  su  fábula ;  después  de  núes 
tra  Cummidáy  después  de  las  Melodías  Indígenas,  de  candorosa  fic- 
ción incaica  y  orientalista,  de  nuestro  benemérito  Don  Juan  León 
Mera,  necesario  se  hacía — de  gég-uir  cantando  al  indio  como  asunto 
peculiar  y  característico — venir  a  dar,  por  más  exacta  y  verídica, 
en  la  poesía  del  gañán,  de  nuestro  oscuro  siervo  de  la  gleba. — Pasar 
de  lo  pintoresco  y  remoto  a  lo  patético  y  presente  a  nuestros  ojos,  era 
dejar  la  visión  del  romanticismo  por  acercarse  a  la  realidad  actual. 
Pero  algo  queda  de  la  tendencia  Romántica:  el  peligro  de  caer  én 


UN  ELEGIACO  ECUATORIANO  15 

sensiblería  y  en  melodrama,  y  de  sentir  por  el  indio  com;pasión  de 
an¿(ustias  que  en  su  alma  obliterada  tal  vez  no  existen.  Porque  el 
indio  tal  vez  ignora  la  congoja  que  para  nosotros  llora  en  su  flau- 
ta monótona :  le  obstruye  el  alma  un  estupor  de  siglos,  y  su  sileneit», 
cargado  de  atavismos  densos,  es  ineooisciente,  casi  animal.  Su  tristeza 
está  en  nosotros  más  bien  que  en  él.  Por  eso  cuando  este  poeta»  com- 
pasivo, efusivo,  ve  en  él  ^'la  encarnación  viviente  de  su  pena",  lo 
que  hace  no  es  sino  prestar  a  la  tristeza  indígena  la  suya  propia :  tris- 
teza múltiple,  sabia,  fértil  en  motivos,  tristeza  inventora,  invasora, 
que  se  escucha  y  se  complase  en  sí^  y  nada  tiene  de  común  con 
la  tristeza  del  indio,  embotada,  hermética,  profunda  sólo  por 
obscura.  Mas  si  no  existe  esta  tristeza  como  creen  verla  algunos 
otros  poetas,  dentro  del  alma  del  indio,  en  forma  de  sentimiento 
sofocado,  de  fuente  lírica  cegada,  de  meditación  que  incuba  visiones 
desesí>eradas„  de  raza  y  de  porvenir  o  de  grandeza  pretérita,  existe  la 
tristeza  física  que  imprime  un  sello  a  cuanto  le  concierne.  Gonzalo 
Cordero  Dávila  sabe  verla  admirablemente  así  en  detalle  como  en 
conjunto. 


En  medio  al  afán  de  exotismo  e  irrealidad,  que  aún  aloca  a 
poeitas '  fimberbes,  este  poeta  ha  cantado  sólo  lo  que  ven  sus  ojos  y 
su  corazón. 

Poeta  de  la  heredad,  del  huerto  amado>  del  árbol  fraternal;  fiel 
a  lo  suyo  y  a  los  suyos;  prisionero  voluntario  de  su  horizonte,  Gon- 
zalo Cordero  Dávila  ha  hallado,  dentro  del  cerco  de  los  aislantes 
montes  natales,  su  inagotable  universo.  Ha  hallado  su  centro  ahí 
donde  le  fijaba  la  ley  del  amor  primigenio,  donde  reposan  sus  muer- 
tos. Lleva  consigo  su  mundo,  porque  lo  lleva  en  su  corazón.  ¡Feliz 
concordia  del  alma  con  todas  las  cosas  hermanas,  frescura  a  toda 
aridez  en  la  pradera  por  siempre  elísea  de  la  infancia  y  la  adoles- 
cencia! . 

Su  voz  es  de  las  que  llaman  hacia  lo  propio.  Las  voces  que  nos 
incitan  a  dejar  lo  propio,  a  cambiar  de  alma,  a  buscar  a  lo  lejos  el 
otro  yo  indecible  que  inquieta  adentro,  tienen  un  fatal  encanto,  una 
turbadora,  persuasiva  insidia.  Aunque  resulte  falaz  su  prometida  fe- 
licidad,   vierten   en   nosotros    filtros    irresistibles.    ¿Cómo   negar   »u 


,6  MÉXICO      MODERNO 

seducción?  ¿Cómo  resistir  al  llamamiento  de  los  caminos  descono- 
cidos, cómo  no  amar  bajo  otros  cielos,  cómo  desoír  el  canto  innume- 
rable de  las  sirenas?  Pero  luego  vamos  por  el  mundo  como  el  Fierre 
Schlemihl  del  cuento  de  Chamissó^  que  creyó  no  perder  nada  ai  per- 
der ^u  sombra,  a  cambio  de  venturas  maravillosas.  La  buscamos  des- 
pués en  vano  por  el  suelo  ajeno ... 

Gonzalo  Cordero  Dávila,  de  natural  casi  refractario  en  litera- 
tura a  novedad  forastera,  poco  iluso  o  poco  curioso  en  lo  tocante  a 
escuelas  y  cenáculos,  no  ha  dejado  modelar  su  índole,  tal  vez  huraña, 
por  ninguna  influencia  adventicia.  Es  evidente,  sin  embargo,,  que,  preser- 
vado como  se  hallaba  de  mentira  y  de  extravío  por  su  fuerte  genio  de 
aiTaigado,  habría  ganado  mucho  sin  perder  nada  con  el  cultivo  inteli 
gente  de  los  poetas  modernos.  Cuando  se  tiene  un  armazón  interior  de 
esa  consistencia,  poco  se  arriesga  al  plegarla  a  disciplinas  extrañas. 
Habría  ganado  sobre  tmio  en  el  sentido  y  la  práctica  del  ritmo,  toda- 
vía en  él  monótono  y  amartillado  cual  si  Darío  no  hubiera  consuma- 
do su  obra  de  cíclope  sabio.  Habría  ganado  también  en  maleabilidad 
de  genio,  en  variedad  de  actitudes  líricas.  Los  mil  recursos  del  arte 
nuevo  del  verso,  del  epíteto,  de  la  imagen  en  escorzo;  la  sugestión 
evanescente  de  la  música,  de  las  pausas  llenas  de  las  resonancias  y 
correspondencias  interiores;  todo  ese  mundo  de  analogías  indeter 
minables  pero  ciertas,  incorporado  a  nuestra  visión  modeT-na  del  al- 
ma y  del  universo,  no  ha  querido  hacerlos  suyos. 

De  'haber  aprendido  el  oficio  y  educado  el  gusto  en  los  modernos, 
Gonzalo  Cordero  Dávila  hubiera  podido  ser  el  precursor  que  quizás 
faltó,  en  ejemplo  y  obras,  a  la  generación  que  se  inició  algo  tarde 
con  Arturo  Borja,  de  conmovedor  recuerdo,  perdido  demasiado  pronto 
para  la  conquista  de  hi  belleza  por  éíl  sofíada^  apenas  entrevista.  Sa 
companero  fraternal  y  dolorido,  Ernesto  Noboa  Caamaño,  que  se 
mantiene  algo  aparte  y  guarda  en  recato  excesivo  una  fina  sensibili- 
dad y  un  gusto  puro;  Humberto  Fierro,  que  ha  acertado  con  toques 
singuflares  y  sones  hondos;  varios  otros  poetas  ya  reconocidos  por  su 
innegable  talento,  que  no  es  del  caso  enumerar  aquí;  y  en  fin,  ese 
chiquillo  genial,  certero  y  melodioso,  en  quien  culmina  de  lleno, 
culminé  en  belleza,  de  pronto  claro  y  sereno,  el  movimiento  en  otros 
turbio  y  confuso :  el  malogrado  Medardo  Ángel  Silva,  en  quien  perdi- 
mos lamentablemente  un  admirable  poeta;  todos  habrían  recibido  con 
entusiasmo,  y  algunos  con  prm^echo,  el  aporte  de  renovación  que  hu- 
biera traído  un  poeta  de  la  índole  infalsifi<*ahle  de  OoiMlero  Dávila, 


UN  ELEGIACO  ECUATORIANO  17 

al  amaestrarse  en  las  tendencias  nuevas.  Desde  luego  hay  en  él, 
visible  y  connatural,  cierta  aptitud  que,  sin  duda,  hubiérale  mante- 
nido dentro  de  un  delicado  parnasianismo  de  forma,  pero  que  habría 
también  dado  a  su  don  de  imágenes,  a  su  sentido  del  alma  en  relación 
con  las  cosas  sensibilizadas  por  la  inexhausta  transfusión  lírica,  un 
giro  simbolista  tenue  y  sugeridor.  De  natural  tan  verídico,  exento 
de  falsedad  laboriosa  y  de  extravagancias  buscadas,  habría  podido 
dejar  así,  a  los  epígonos  más  recientes,  el  ejemplo  de  lo  que  m-ás 
falta  les  hace  a  ellos,  lo  que  a  él  le  caracteriza  y  a  todos  salva:  el 
respeto  a  la  verdad  y  sobre  todo  el  respeto  a  la  verdad  de  sí  mismo». 
Ha  preferido  abstenerse  y  seguir  trazando  su  surco  dentro  del 
campo  heredado.  ;Y  qué  valor  no  necesitaba,  este  joven  modesto  y 
estoico,  para  mantenerse  en  su  ser,  cuando  los  que  ahora  forman 
la  cohorte  más  vocinglera,  distribuidora  de  la  fama  diaria,  son  lo» 
muchachos  más  insinceros  y  que  a  sí  propios  se  engañan  por  hacer 
creer  a  los  demás  que  hay  algo  en  su  vanistorio  y  su  vaniloquio. 
Cuando  cursilísimós  "exquisitos",  cou  pobres  almas  literarias  com- 
puestas como  a  recortes  de  lecturas  ignorantísimas,  ?io,s  hablan, 
¡todavía!  de  sus  grotescos  Versalles,  de  las  dieciochescas  gracias 
de  princGsinas  y  mai-quesitas  de  carnaval  provinciano^  de  perversio- 
nes y  refinamientos  que  harían  sonreír  al  más  inocente  y  créduhí 
de  los  snolís,  ¡cuan  repodante  el  acento  de  la  verdad  vieja,  de  la 
verdad  viva!   I^ejos   de   la  comparsa   arlequinesca,    Gonzalo   Cordero. 

parece 

vétu  de  proHté  candida  et  de  lin  hlanc. 

Viril  y  veraz,  no  teme  empequeñecerse  con  la  pequenez   dé  lo 
propio. 

Rieii  ■n'est  vil,  ríen  n'est  grand  Váme  en  est  la  mje»ure. 

En  arte  la  medida  es  el  talento;  la  substancia  que  le  nutre,  la 
sinceridad.  A  sinceridad  y  talento,  pocos  como  éste. 


Tal  cual  es,  encabeza  también  un  movimiento  poético,  que  tiene 
de  preferencia,  por  asunto  y  marco,  lo  conterráneo.  Va  a  la  cabeza 
de  un  séquito  de  poetas  regionales  en  quien  se  ve  su  influjo  fraternal. 
Se  lo  advierte  no  sólo  en  la  adopción  y  desenvolvimiento  de  los  asur.- 

2 


i8  MÉXICO      MODERNO 

tos  de  su  señalada  predilección,  sino  en  la  manera  de  sentirlos,  de  or- 
(denarlos,  conforme  al  giro  personal  de  su  imaginación  y  de  su  ingenua 
-.sensibilidad.  Entrelaza  a  la  poesía  tradicional  una  manera  nueva  que 
Ja  distingue,  sin  divorciada,  de  la  antigua  poesía  discursiva,  elocuen- 
te, raciocinadora,,  o  simplemente  descriptiva,  genérica  o  narrativa. 

La  verdad  que  canta  no  es  nueva,  ni  es  toda  nuestra  verdad,  ni 
encierra  el  destino  de  nuestra  lírica,  llamado  a  más  amplio  horizonte. 
Pero  si  es  míenos  turbadora  que  la  voz  errante  que  nos  incita  a  partir, 
la  que  nos  llama  a  lo  propio  y  nos  invita  a  volvernos  nosotros  mis- 
mos, es  la  que  al  cabo  triunfa  de  las  demás. 

Oigamos  pues  a  este  poeta  con  la  emoción  grave  de  los  retorno^5 
definitivos.  Al  ver  ondular  en  sus  cuadros  nuestros  caros  montes  y  va- 
lles^ los  hallaremos  más  bellos  que  los  ven  desnudos  nuestros  ojos. 
Alfonso  de  Lamia rtine,  en  su  admirable  canto  a  MILLY,  su  rincón 
natal,  habla  de  la  hiedra  que  tapiza  un  muro  del  viejo  castillo  pater 
no.  Esta  hiedra  no  existía  al  tiempo  en  que  la  inventó  el  poeta.  Su 
madre, — cuenta  él  mismo  en  los  Comentarios  a  sus  Harmonies  Poe 
tiques  et  Religieuses,  sembró  la  planta  trepadora  que  su  hijo  había 
inmortalizado  antes  de  que  existiera.  Así  la  poesía  reviste  la  reali- 
dad, y  la  ficción  se  convierte  en  verdad  más  profunda  y  verídica. 

A  nuestra  tierra  desnuda,  cúbranla  nuestros  poetas  con  la  pro- 
tusa  hiedra  de  sus  cantos.  Dé  el  arte  un  alma  de  belleza  a  nuestros 
campos  humildes.  Y  ya  que  la  Historia  los  ha  revestido  aún  esca- 
samente del  prestigio  de  glorias  universales,  ya  que  falta  a  la  nove- 
dad de  nuestros  monumentos  la  nobleza  de  las  piedras  viejas,  de 
majestad  milenaria,  cúbranlos  de  viviente  y  sensitiva  hermosura  poe- 
mas nutridos  de  savia  de  amor  por  el  propio  suelo. 

Cuenca  tiene  sus  poetan  lares.  Ahí  está,  tutelar,  sagaz  y  magní- 
fico, Remigio  Crespo  Toral.  Apoya  una  mano  en  el  hombro  de  Gon- 
zalo Cordero  Dávila,  en  quien  se  afianza  así  más,  la  gloria  ya  secular 
de  la  tradición. 

París,  1920. 

GONZATX)  ZALDÜMBIDE. 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO  ESPAÑOL 


CAPÍTULO     DEL     LIBBO   "üN 
CRIMEN  DE  HERNÁN  COBTÉS" 


NO  poco  hemos  dicho  incidentalmente  acerca  del  carácter,  del 
pueblo  español  en  aquellos  tiempos ;  pero  para  comprender  me- 
jor la  época  y  estimar  los  actos  de  Cortés  en  su  verdadero  pun- 
to ée  vista,  precisa  que  penetremos  más  hondo  en  el  alma  de  ese  pue- 
blo, j  más  detenidamente  estudiemos  sus  costumbres. 

Las  razas  libio-semíticas  que  en  tan  gran  parte  contribuyeron 
a  su  formación,  dejáronle  como  herencia  cierto  fatalismo  y  desprecio 
por  la  vida,  que  le  sirvieron  de  preparación  para  llegar  a  ser  un  pue- 
blo de  combatientes  denodados  y  de  conquistadores  crueíLes  (1). 

Fué  la  pepínsula  ibérica  el  lugar  destinado  al  choque  de  razas, 
i^ligiones,  y  culturas  tan  contrapuestas,  que  hubo  de  vivir  en  perpetua 
lucha  durante  toda  la  Edad  Media;  y  esa  guerra  constante  que 
arruinaba  a  las  ciudades  y  arrasaba  y  esterilizaba  las  campiñas,  prin- 
cipalmente por  razones  de  creencia,  daba  nacimiento  a  Ha  intole- 
rancia religiosa,  al  desprecio  al  trabiajo  pacífico  y  endurecía  los 
corazones  haciéndoles  insensibles  a  la  piedad. 

Martín  Hume,  al  pintar  el  retrato  del  Cid,  ya  sea  éste  un  perso- 
naje histórico,  ya  sea  mítico  y  legendario  como  muchos  pretenden, 
ha  retratado  el  alma  del  pueblo  español  durante  la  Edad  Media ; 
dice  así:  "Rodrigo  Díaz  de  Vivar,  el  Cid,  como  fué  luego  llamado, 
ei-a  un  tipo  verdaderamente  español  de  espadachín,  un  antepasado 
directo  de  aquellos  capitanes  baladrones  que  alborotaban,  jugaban, 
reñían  y  traicionaban  al  servicio  de  Enrique  VIII  de  Inglaterra  y 
de  su  hijo,  y  de  aquellos  indomaibles  soldados  y  brigán  tes  sin  con- 


(1)  Hume.  "Historia  del  Pueblo  Español,"  p.  212. 


20  MÉXICO      MODERNO 

ciencia,  que  cayeron  sobre  América  con'  un  puñado  de  hombree,  y 
por  su  codicia  cruel  convirtieron  un  paraíso  en  un  infierno.  Despre- 
ciador  de  la  vida  propia  o  íi jena ;  valiente  basta  la  temeridad,  hostil 
a  todo  freno,  vano  y  fanfarrón,  falso  y  codicioso,  y  sin  embargo  con 
cierta  ruda  caballerosidad  de  una  especie  elástica  y  variable,  el  Cid 
Campeador,  tal  y  como  le  pintan  los  poemas  y  las  crónicas  árabes  con 
temporáneas,  fué  la  primera  encarnación  famosa  de  un  tipo  nacional 
característico^,  en  que  dominaba  la  altiva  independencia  ibera. . ."  -I) 

Y  así  como  el  héroe  nacional,  aunque  ambicioso  de  honores 
no  despreciaba  las  riquezas  ^'porque  peleaba  para  comer'',  como  dice 
eJL  romance,  así  el  pueblo  español,  al  mismo  tiempo  que  luchaba 
por  altos  ideales,  no  perdía  de  vista  sus  provechos  materiales,  y 
llegó  a  acostumbrarse  a  ganar  su  vida  por  medio  de  las  armas. 

Fué  siempre  el  pueblo  español,  sobrio,  valiente,*  puntilloso  con 
exceso  en  cuestión  de  su  honor,  y  tuvo  siempre  un  individualismo  exa- 
gerado, que  de  las  razas  que  habían  contribuido  a  su  formación  le 
venía;  pero  estas  buenas  cualidades,  cuando  se  puso  en  contacto 
con  otros  pueblos  y  se  convirtió  en  dominador  de  ellos,  se  transfor- 
maron y  cambiaron  en  defectos. 

Por  raza,  por  medio  y  por  costumbre  el  español  podía  vivir  con 
poco,  y  eso  poco  lo  adquiría  casi  siempre  por  medio  de  la  fuerza;  de 
allí  que  viera  con  profundo  desprecio  a  quienes  se  entregaban  al 
trabajo  personal  para  conseguir  el  sustento;  fundando  así  en  el  vi- 
vir ociosamente  su  puntillo  de  honor. 

Nada  caracteriza  mejor  esa  manera  de  ser,  que  aquella  historie- 
ta que  refiere  Mateo  Alemán  en  su  célebre  novela  (2 )  ;  dice  que  Guz- 
mán  de  Alfarache  servía  a  un  capitán,  pobre  de  bienes  de  fortuna, 
a  quien  daba  de  comer  con  lo  que  robaba  en  posadas  y  alojamientos ; 
y  que  cuando  su  amo  le  sorprendía  hurtando  fingía,  castigarle^  y 
concluye  diciendo' :  '^desta  manera  satisfacíamos,  él  con  su  obliga- 
ción y  yo  la  necesidad,  reparando  la  hambre  y  sustentando  la  honra/' 

El  desdén  por  los  trabajos  manuales  produjo  la  holgazanería, 
y  ésta  trajo  como  séquito  la  miseria  y  el  crimen:  de  allí  los  robos 
de  todo  género  y  las  trazas  e  invenciones  para  fraudear,  que  tan 
admirablemente  han  descrito  las  novelas  picarescas  españolas.  I^a 
miseria  en  España  durante  el  siglo  XVI    llegaba  a  tal  punto,  que 


(1)  Hume  'Historia  del  Pueblo  Español",  p.  148. 

(2)  "Guzmán  de  Alfarache". 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO  ESPAÑOL  21 

^'el  mismo   rey,   cuando  iba  de  una   a  otra   capital,   no   encontraba 
en  el  camino  alojamiento  ni  comida"  (1). 

Así  como  el  desprecio  al  trabajo  produjo  estas  consecuencias,  la 
necesidad  de  adquirirlo  todo  a  fuerza  de  armas,  dio  como  resultado 
el  que,  siendo  la  cualidad  más  apreciada  el  valor,  se  hiciera  necesario 
cuando  menos  fingirlo  cuando  se  carecía  de  él;  de  aquí  vino  la 
fanfarronería.  Por  otra  parte,  la  necesidad  de  defenderse  de  das  agre 
siones  dio  nacimiento  a  una  clase  bastante  curiosa  de  espadachines, 
que  hoy,  vistos  en  el  teatro  de  Lope  y  de  Calderón,  nos  parecen  exa- 
gerados, finchados  y  falsos;  pero  que  entonces  no  eran  sino  exac- 
tísimos retratos  de  personajes  vivientes.  Los  nobles,,  al  principiar 
el  siglo  XVI,  se  hacían  acompañar  de  matones  y  rufianes,  dispuestos 
siempre  a  pelear  o  herir  a  quien  su  señor  les  mandase ;  ya  que  la 
justicia,  ajdemás  de  tardía  en  sus  procedimientos,  estaba  mal  organi- 
zada y  era  en  exceso  venal,  como  se  ve  por  la  literatura  de  la  época; 
todo  ello  sin  contar  con  que  era  mal  visto  y  se  consideraba  deshon- 
roso el  recurrir  a  los  jueces  demandando  la  reparación  de  una  inju- 
ria (2). 

Entre  lo  que  cada  español  se  imaginaba  ser,  y  lo  que  era  en  rea^ 
lidad,  había  la  misma  distancia  que  entre  la  fantástica  vida  pintada 
por  Jos  romances  y  libros  de  caballería,  en  sus  más  locas  imagina- 
ciones y  el  vivir  miserable  fotografiado  en  Qa  novela  picaresca.  Nadie 
a  nuestro  entender  ha  descrito  mejor  ese  contráete  que  un  escritor 
español  de  aquella  época :  "Cuando  los  españoles  alcanziamos  un 
real,  dice,  somos  príncipes,  y  aunque  nos  falte,  nos  lo  hace  creer  la 
presimeión.  Si  preguntáis  a  un  mal  trapillo  quién  es,  responderos 
ha  por  lo  menos  que  desciende  de  los  godos  y  que  su  corta  suerte  le 
tiene  arrinconado,  siendo  propio  del  mundo  loco  levantar  los  bajos  y 
bajar  los  altos;  pero  que  aunque  así  sea,  no  dará  su  brazo  a  torcer, 


(1)  Formeiüii.  "Historia  de  Felipe  II,"  p.  47,  Mignete :  "El  Emperador  atra- 
vesó lentamente  el  Norte  de  Casti'Ua  la  Vieja,  andando  pocas  leguas  por  día.  Aiinaue 
su  comitiva  no  era  muy  numerosa,  hubo  de  dividirse  en  aquel  país  escabroso  y 
sin  recursos  por  la  dificultad  de  los  caminos  y  alojamientos,"  "Carlos  V,  su  Abdi- 
cación," etc.,  p.  137. 

(2)  I^  Santa  Liga  de  las  comunidades,  en  la  representación  que  pretendió 
presentar  a  Carlos  V,  pedía :  "que  se  asignasen  a  los  jueces  sueldos  fijos  y  que  no 
recibieran  ya  ninguna  parte  de  las  multas  y  confiscaciones  sobre  los  bienes  de 
los  condados ;  y  que  fuese  nula  toda  donación  de  las  hajciendas  de  las  personas 
acusadas,  si  no  se  hacía  antes  de  juicio." 


22  MÉXICO      MODERNO 

ni  se  estimará  en  menos  que  el  más  preciado  y  morirá  antes  de  ham- 
bre que  ponerse  a  oficio;  y  si  se  ponen  a.  aprender  alguno,  e»  en 
tal  desaire  que,  o  no  trabajan,  o  si  lo  hacen  es  tan  mal,  que  apenas 
se  hallará  un  buen  oficial  en  toda  España"  (1). 

Contribuyó  quizá  más  que  nada  a  acabar  de  modelar  el  carácter 
español,  la  religión.  Durante  los  once  siglos  de  la  Kecouquista,  los 
pueblos  que  habitaban  la  Península  habían  estado  luchando  ante  to- 
do por  un  ideal!  religioso :  por  sustiituir  la  cruz  a  la  media  luna. 

Los  diversos  reinos  cristianos  que  allí  se  habían  formado,  mu- 
chas veces  en  lucha  unos  contra  de  los  otros,  no  tenían  lazo  común  más 
fuerte  que  la  religión;  ella  era  la  única  que  hacíai  ceder  un  poco  el 
individualismo  exagerado  de  aquel  pueblo  altivo  que  decía :  "somos 
tan  hidalgos  como  el  rey,  dineros  menos." 

Pero  la  misma  idea  religiosa  hacía  al  español  en  extremo  sober- 
bio; porque  cada  español  se  consideraba  un  cruzado  y  las  prédicas 
de  los  eclesiásticos  habían  convencido,  aun  a  los  más  ignorantes  cam- 
pesinos, que  a  ellos  y  a  su  raza  estaba  reservada  la  gloriosa  empresa 
de  barrer  la  herejía  de  sobre  el  haz  de  la  tierra. 

'*E1  espíritu  español,  dice  Hume,  duro,  severo  y  ascético  como 
una  protesta  contra  del  agrado,  pulcritud  y  elegancia  del  árabe,  y 
contra  la  belleza  sensual  de  que  habían  revestido  su  culto  los  italia- 
nos, se  complacía  en  la  parte  dolorosa  de  la  religión,  que  era  la 
acorde  con  su  naturaleza.  Los  españoles  se  convirtieron  en  una  na- 
ción de  místicos,  en  que  cada  persona  sentía  su  propia  comunidad 
con  Dios,  y  era  capaz,  por  consiguiente,  de  cualquier  sacrificio,  de 
cualquier  heroísmo,  de  cualquier  sufrimiento  por  su  causa.  El  ideal 
supremo  del  individuo  era  ser  un  caballero  celestial,  lanzarse  a  arries- 
gadas aventuras  en  defensa  de  la  causa  de  Cristo  crucificado,  bien 
así  como  los  ya  decadentes  caballeros  andantes  habían  acometido  la 
empresa  de  acoger  damas  agraviadas...  No  sólo  los  clérigos,  sino 
los  seglares  y  los  soldados,  se  hallaban  poseídos  de  la  misma  extraña 
idea,  e  iban  a  la  guerra  con  un  espíritu  de  sacrificio,  aliviado  por 
orgías  de  espantosa  inmoralidad. . ."  (2) 

Del  carácter  guerrero  del  pueblo  español  unido  a  su  ascetismo 
religioso,  natció  su  crueldad.  Para  acabar  con  la  herejía,  que  según 
él  era  el  mayor  de  todos  los  males,  poco  le  importaba  derramar  to- 


(1)  Segunda  parte  del  "lazarillo  de  Tormes,"  p.  117, 

(2)  Op.  cit.  p. 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO  ESPAÑOL  23 

rrentes  de  sangre,  desplegar  la  mayor  dureza  con  los  vencidos  j  mos- 
trarse fanáticos  e  intolerantes;  pues  sólo  se  miraba  como  un  instru 
mentó  de  la  cólera  de  Dios  contra  de  los  enemigos  de  la  fe;  tanto 
más  cuanto  que,  según  sus  ideas,  ¿qué  importaba  que  perecieran  los 
cuerpos  de  las  criaturas  con  taH  de  que  se  salvaran  su^  almas? 

Cierto  que  la  religión  del  pueblo  bajo  era  más  aparente  que 
real,  y  puede  decirse  que  se  reducía  a  las  ceremonias  y  formas  ex- 
ternas del  culto;  pero  el  labrador  más  inculto  y  el  último  soldado 
se  consideraban  como  seres  aparte,  superiores  a  los  demás;  y  creían 
que  los  españoles  y  su  rey,  por  ranzón  de  su  fe,  eran  el  pueblo  esco- 
gido de  Dios. 

De  allí  se  originaba  su  espantosa  crueldad  con  los  vencidos, 
aquel  delirio  perseguidor  en  contra  de  los  herejes,  aquel  no  confor- 
marse ni  con  los  suplicios  más  cruentos  para  aplicarlos  a  los  que  pe- 
caban contra  de  su  credo  religioso;  de  allí  los  'horrores  de  la-  Inqui- 
sición española  y  el  desprecio  con  que  los  españoles  veían  a  todas 
las  tJemás  naciones  de  la  tierra. 

Ese  carácter  soberbio  y  amante  de  afectar  superioridad,  les  ha- 
bla atraído  a  los  castellanos  el  odio  y  la  ojeriza  de  todos  los  pueblos 
con  quienes  habían  estado  en  contacto. 

Hablando  de  esto,  se  expresa  así  un  distinguido  historiador  (1) 
''Frío  e  impenetrable,  asumiendo  un  lar rogante  tono  de  superioridad 
sobre  cualquiera  otra  nación,  en  cualquier  lugar  de  la  tierra  donde 
su  destino  le  arrojaba:  Inglaterra,  Italia  u  Holanda;  como  aliados 
o  como  enemigos,  en  todas  partes  encontramos  a  los  españoles  de 
aqtieí  tiempo,  igualmente  odiados." 

Y  Mateo  Alemán  pone  en  boca  de  uno  de  los  personajes  de  su 
novda,  "Guzmán  de  Alfarache,"  estas  palabras :  ^'Resi>onde  con  humil- 
dad a  las  malas  palabras  y  con  blandura  a  las  ásperas,  que  eres 
español  y  por  nuestra  soberbia^  siendo  mal  quistos,  en  todas  partes 
somos  aborrecidos"  (2). 

I'asaban  los  ejércitos  españoles  sobre  las  tierras  de  Europa  y  de 


\í)  Pi-escott  "History  of  the  Reigii  of  Philip  the  Second,  King  of  Spain." 
t.  t.  Véase  también  Gibbon :  "Becliine  and  Fall  of  the  Román  Empire,"  v.  II. 
p.  350.  The  '^Chaudos  Classics." 

(2)  El  papa  Paulo  IV  odiaba  tanto  a  los  españoles,  que  constantemente  de- 
cía :  que  quería  arrojar  de  Italia  a  aquella  vil  y  abyecta  ralea  de  judíos,  escoria 
del  mundo. 


24,  MÉXICO      MODERNO 

América,  como  una  maldición  bíblica,  como  los  caballeros  del  Apoca- 
lipsis, asolándolo  todo.  Ya  hemos  dicho  que  en  Italia  los  mercenarios 
de  los  demás  pueblos,  cuyos  crímenes  dejamos  referidos,  parecían 
ángeles  junto  a  los  españoles  (1).  Si  insistimos  en  este  punto,  es 
porque  aun  entre  gente  ilustrada  se  cree  que  las  crueldades  que  co- 
metieron los  españoles  en  América  eran  algo  extraordinario,  sin  ver 
que  igual  cosa  ocurría  en  las  guerras  europeas,  y  que  esas  crueldades 
fonnaban  parte  del  carácter  del  guerrero  español  dondequiera  que 
se  encontraba,  durante  el  siglo  XVI. 

Para  confirmar  lo  que  dejamos  dicho,  sólo  recordaremos  algu- 
nos ejemplos  tomados  al  azar.  Cuando  las  tropas  españolas,  después 
de  la  victoria  de  San  Quintín,  entraron  a  saco  en  la  ciudad,  no  res- 
petaron ni  a  los  muertos,  a  quienes  después  de  desnudar  les  abrían 
el  estómago  y  les  sacaban  <las  tripas  (2).  A  las  mujeres,  a  pesar 
de  las  severas  órdenes  dadas  por  el  rey,  las  desnudaban,  las  palpaban 
grotescamente  para  ver  si  ocultaban  dinero;  y  para  que  dijeran  dónde 
lo  tenían  les  daban  cuchilladas  en  la  cara  o  en  los  brazos. 

Los  horrores  cometidos  por  las  tropas  españolas  «1  mando  del 
duque,  de  Alba,  durante  la  guerra  de  los  Países  Bajos,  han  pasado  a 
la  historia  con  la  execración  universal.  En  esa  guerra,  como  el  duque 
copara  cerca  de  Maestrich  doscientos  jinetes  alemanes,  que  se  habían 
acercado  demasiado  a  su  campamento,  los  manda  desnudar,  los  en- 
cierra en  una  quinta  y  los  quema  vivos  a  la  vista  de  su  ejército  j 
del  de  el  príncipe  de  Orange. 

El  mismo  duque,  valiéndose  del  Tribunal  Sangriento  de  funesta 
recordación,  al  que  había  convertido  en  instrumento  de  su  dominio 
y  de  sus  venganzas,  y  que  condenaba  sin  pruebas,  mandó  al  cadalso 
mil  ochocientas  personas  en  el  breve  espacio  de  tres  meses ;  dejó  a  mi- 
llares de  ricos  en  la  miseria  con  sus  sentencias  de  confiscación;  hizo 
aprehender  aun  a  los  niños  hijos  de  la  nobleza ;  sujetó  a  los  más  atro- 
ces tormentos  a  los  miembros  de  la  aristocracia;  llenó  de  presos  las 
cárceles  de  Bruselas  y  las  horcas  de  colgados;  y  después  de  asesinar 
jurídicamente  a  los  condes  de  Egmont  y  de  Horn,  mandó  exhibir  sus 
cabezas,  i'ecién  cortadas,  en  bacías  de  cobre. 

Los  hoiTores  a  que  se  entregaron  los  soldados  en  la  expedición 
dirigida  por  di  marqués  de  Mondejar  contra  de  los  moriscos,  exceden 


<1)  Cantú.  Historia  Universal,  t.  IV,  p. 
<2)  Forneron.  Op.  cit.,  p.  30,  n  8. 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO  ESPAÑOL  25 

a  toda  descripción,  y  se  comprende  que  así  ocurriera  tratándose  de 
enemigos  de  raza  y  de  creencia  religiosa.  Un  cronista  de  la  época  re- 
fiere: que  habiendo  descubierto  el  ejército  que  mandaba  el  marqués 
de  los  Vélez,  a  más  de  diez  mil  mujeres  moriscas,  que  huyendo  de  la 
guerra  se  habían  refugiado  con  sus  hijos  en  las  montañas ;  a  pesar  de 
que  hacían  cruces  con  ramas  y  se  arrodillaban  diciendo :  "yo  cristia- 
na", el  diabólico  escuadrón  las  hacía  pedazos  y  las  despeñaba."  En 
menos  de  dos  horas  fueron  muertas  más  de  seis  mil  personas  y  de 
niños  desde  uno  hasta  diez  anos,  había  más  de  dos  mil  degollados. . . 
Yo  vi  por  mis  ojos,  la  cosa  más  atroz  que  jamás  habían  visto  las 
gentes:  una  morisca  cubierta  de  heridas  y  rodeada  de  cinco  de  sus 
hijos  muertos  a  vista  de  sus  ojos,  por  favorecer  al  sexto,  niño  de  pe- 
cho que  llevaba  en  los  brazos,  se  puso  boca  abajo,  y  en  esta  postura 
la  mataron,  tirándole  también  algunos  golpes  al  infante,  aunque  sin 
alcanzarle;  mas  como  estaba  bañado  en  ¡la  sangre  de  la  madre^  le  ere 
yeron  muerto.  La  mora,  revolcándose  con  las  ansias  de  la  muerte 
se  quedó  boca  arriba...  y  el  niño,  arrastrándose  como  pudo,  se  llegó 
a  ella  y  movido  de  deseo  de  mamar  se  asió  de  los  pechos  de  la  niadi-e, 
sacando  leche  mezclada  con  sangre  (1). 

Ni  eran  los  eclesiásticos  más  piadosos  y  humanos  que  el  resto  de 
los  españoles:  así,  durante  la  guerra  de  las  comunidades,  el  septua- 
genario obispo  de  Zamora,  Antonio  de  Acuña,  andaba  con  la  parte- 
sana al  hombro  combatiendo  a  los  herejes;  y  Guevara  cuenta  en  sus 
Epístolas  Familiares^  que  vio  con  sus  propios  ojos  a  nn  sacerdote 
que  con  su  escopeta  mató  once  enemigos;  "y  lo  mejor,  añade,  era 
que  al  apuntar  los  bendecía  con  el  arcabuz  y  después  los  despachaba 
con  la  bala."  ¡Extraña  religiosidad,  que  creía  justo  dar  muerte  al  con- 
trario; pero  no  admitía  que  pereciera  sin  bendiciones. 

Véase,  pues,  cómo  las  crueldades  de  los  conquistadores  españo- 
les en  América  no  excedieron  en  mucho  a  las  que  los  soldados  cas- 
tellanos competían  en  las  guerras  del  Viejo  Mundo. 

La  influencia  que  hemos  dicho  antes  que  tuvo  Italia  sobre  la 
inmoralidad  reinante  en  Europa,  fué  más  sensible  en  España  por 
el  íntimo  contacto  en  que  estuvieron  italianos  y  españoles  durante 
luengos  años,  ya  por  la  guerra,  ya  por  empresas  mercantiles  y  marí- 
timas, bien  a  causa  del  dominio  que  los  reje^  de  España  tuvieron 


<1)  Forneíon.  Op.  cit.  "La  madre  de  Carlos  V,"  p.  451. 


26  MÉXICO      MODERNO 

sobre  las  más  importantes  porciones  de  la  península  baSada  por  el 
Adriático. 

B«a  influencia  en  un  principio,  por  los  tiempos  de  Don  Juan  II, 
meramente  literaria  y  artística,  se  extendió  más  tarde  a  muchos 
usos  y  costumbres,  que  llegaron  a  ser  idénticos  en  ambos  países ;  pe- 
ro en  nada  fué  tan  preponderante  y  manifiesta  como  en  la  política. 
Los  hombres  de  Estado  españoles  mucho  tuvieron  que  aprender  de  los 
italianos  en  materia  de  perfidia;  pero  a  fe  que  resultaron  discí- 
pulos bien  aprovechados.  Y  natural  era  que  aconteciera  así»  ya  que 
de  tiempo  atrás  la  falsedad  estaba  en  uso  en  los  palacios  de  sus 
reyes  y  sólo  tuvieron  que  amaestrarse  en  el  uso  de  ciertos  proce- 
dimientos inmorales  y  delictuosos. 

Maquiavelo  cita  como  modelo  de  príncipes  al  rey  Don  Fernandi> 
el  Católico,  y  sin  duda  que  pocos  hombres  ha  habido  más  pérfidos 
y  menos  escrupuílosos,  no  sólo  en  su  época»  sino  en  todos  los  tiempos. 

Oarlos  V,  a  pesar  de  que  en  la  suya  se  le  consideraba  como 
uno  de  los  soberanos  más  clementes  y  moderados,  no  vaciló,  como 
hemos  dicho,  en  recurrir  a  los  mismos  procedimijentos  que  sus  con- 
temporáneos, para  conseguir  los  fines  políticos  que  se  proponía, 
y  así  hoy  se  puede  considerar  históricamente  probado  que  encerró 
a  su  madre  Juana^,  sin  estar  loca,  para  apoderarse  del  gobierno  (1). 
Recuérdense  también  sus  perfidias  en  la  negociación  con  la  familia 
del  elector  de  Sajonia  para  la  entrega  de  Wittemberg,  y  su  falsía 
en  sus  .'ratos  con  el  landgrave  de  Hc*se  y  sobre  todo  su  conducta 
cuando  la  toma  y  saqueo  de  Roma.  Respecto  de  ésta  se  expresa 
un  historiador  en  los  términos  siguientes:  "La  nueva  de  este  suceso 
tan  'extraordinario  e  inesperado  causó  al  emperador  tanta  sorpresa 
como  alegría;  mas  disimuló  sus  pasiones  a  sus  subditos,  a  quienes 
las  victorias  y  crímenes  de  sus  compatriotas  horrorizaban;  y  para 
mitigar  la  indignación  que  toda  la  Europa  experimentaba  por  ello, 
declaró  que  no  tenía  ninguna  parte  en  el.  saqueo  de  Roma  y  que 
híxhUi  Kído  atacada  sin  su  orden.  Escribió  a  todos  los  príncipes  sus 
aliados  participándoles  que  no  había  tenido  ningún  conocimiento  de 
las  intenciones  de  Borbón,  se  vistió  de  luto,  e  hizo  vestirlo  a  toda 
su  corte;  suspendió  los  regocijos  que  había  ordenado  por  el  naci- 
miento de  su  hijo  Felipe ;  y  por  una  hipocresía,  que  a  nadie  engañó , 
prescribió   rogativas   y   procesiones   en   toda   España   para    alciajiziar 

^1)  Forneron.  Op.  cit  '^La  madre  de  Carlos  V,"  p.  451. 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO   ESPA510L  ?7 

la  libertad  del  Papa,  libertad  que  podía  mandar  restituirle  sin  pér- 
dida de  tiempo»  por.  una  orden  expedida  a  sus  generales"  (1). 

Pero  donde  la  perfidia  de  los  reyes  de  España  en  sus  tratos 
políticos  llega  a  su  apogeo,  es  durante  el  reinado  de  Felipe -II, 
que  tuTO  que  luchar  con  rivales  tan  poderosos  y  faltos  de  honradez 
y  de  escrúpulos  en  los  negocios  de  Estado,  como  Carlos  IX  de  Fran- 
cia, Catalina  de  Médicis  e  Isabel  de  Inglaterra,  superándoles,  casi 
siempre  en  falta  de  lealtad. 

Pero  hay  que  hacer  notar  la  diferencia  capital  que  existe  en  un 
punto  entre  los  políticos  españoles  y  los  italianos;  en  tanto  que  los 
últimos  son  incrédulos  y  despreocupados,  al  gTado  de  no  arrepen- 
time  casi  Jamás  de  sus  malas  acciones,  los  primeros  no,  sóílo  son 
creyentes  sinceros,  sino  fanáticos,  y  sienten  remordimientos  de  sus 
crímenes.  Por  esto  tratando  de  justificarlos  recurren,  cf>mo  hemos 
dicho,  a  los  teólogos  para  tranquilizar  su  conciencia;  y  todavía  no 
contentos  con  esto,  cuando  llegan  a  viejos,  llenos  de  temores  por 
su  salvación  eterna,  se  consagran  a  la  expiación  de  sus  pecados, 
ya  retirándose  a  un  monasterio  como  Carlos  V,  ya  ingresando  en 
una  religión  como  el  duque  de  Gandía,  ya  entregándose  a  devociones 
y  penitencias  propias  de  un  anacoreta,  o  bien  haciendo  piadosas 
fundaciones,  como  tantos  otros  guerreros  y  políticos  españoles  me- 
nos significados. 

Estos  rangos  característicos  del  pueblo  español  de  que  hemos 
hablado,  los  encontramos  todos,  y  con  frecuencia  exagerados  en  los 
conquistadores  de  América,  muchos  de  los  cuales ,  habían  hecho  sus 
primeras  armas  en  Italia. 

ííi  es  extraño ;  ya  que  no  era  por  cierto  la  gente  más  moralizada 
y  pacífica  la  que  pasaba  al  Nuevo  Mundo;  sino  antes  bien,  casi 
siempre,  la  mías  relagadn,  intrépida  y  batalladora.  Por  eso  Cer- 
vantes apostrofa  a  las  Indias  Occidentales  de  esta  manera:  "¡Amé- 
rica! Refugio  y  amparo  de  los  desesperados  de  España,  iglesia  de  los 
alzados,  salvoconducto  de  los  homicidas,  pala  y  cubierta  de  los 
jugadores,  añagaza  general  de  las  mujeres  libres,  engaño  coraiin 
de  muchos."   (2)     Bien    sabido  es  además    que    Cristóbal  Colón  ob- 


<1)  Rabertson.  Op.  cit.  p. 

42)  Cervantes.  "Ed  Celoso  Extremeño. 


2$  MÉXICO      MODERNO 

tuvo  una  real  cédula  para  que  los  criminales  de  España,  con  ciertos 
T-equisitos,  pudiesen  pasar  al  Nuevo  Mundo. 

A  éste  venían  los  aventureros  dispuestos  a  jugar  el  todo  por  el 
lodoj  la  vida  misma,  si  necesario  era,  con  tal  de  alcanzar  fama,  ho- 
nores j  riqueza;  j  no  les  detenían  en  persecución  de  ellas,  oi  los 
naufragios,  ni  el  asesinato,  ni  las  guerras,  ni  la  traición,  ni  el  cli- 
ma ardoroso  y  malsano^  ni  las  enfermedades  má«  mortíferas. 

Su  sed  de  oro  era  inagotable;  dondequiera  que  un  español  lle- 
^ba.  lo  primero  que  se  echaba  a  buscar  era  el  codiciado  metal,  y 
los  esclavos  hi dios  nece^ariovs  para  extraerlo  del  fondo  de  la  tierra.  Y 
en  los  países  nueva/mente  descubiertos,  el  español,,  que  había  santificado 
la  intolerancia  y  la  crueldad,  al  establecer  la  Inquisición  para  perse- 
guir a  sus  connacionales  sospechosos  de  herejía^  nada  tiene  de  extraño 
que,  al  encontrarse  entre  indios  id^atras,  se  planteara  y  resolvie- 
ra a«í  este  problema:  ¿Es  acepto  a  Dios  quemar  y  arruinar  a  los 
españoles  herejes?  Sí;  luego,  cuánto  más  grato  no  será  para  éste  la 
sangre  de  los  salvajes  infieles,  que  no  creen  en  nada,  y  cuánto  más 
provechoso  será  para  los  matadores,  que  podrán  así  guardar  loá 
despojos  de  sus  víctimas  sin  remordimientos  de  conciencia  (1). 

Lo  que  en  Europa  hemos  visto  en  grande  escala,  lo  encontramos 
igualmente  en  América,  tanto  en  la  política  de  campanario  de  las 
nuevas  colonias,  cuanto  exagerado  en  lo  que  se  refiere  a  las  cruel- 
dades con  los  indígenas,  ya  que  por  su  benignidad  natural,'  y  por 
su  atraso  en  las  artes  de  la  guerra,,  presentaban  menor  resistencia 
y  tenían  menos  medios  de  defensa  que  los  europeos  enemigos  de 
España. 

La  deslealtad  que  ^hemos  puesto  de  manifiesto  al  tratarse  de 
los  soberanos  europeos  en  sus  tratos  políticos,  encontrárnosla,  de 
igual  suerte,  entre  los  conquistadores  del  Nuevo  Mundo.  Bástenos 
recordar  la  de  Diego  Velázquez  con  Colón,  su  antiguo  protector,  la 
de  Cortés  con  el  primeramente  ciliado,  y  la  de  Olid  con  Cortés;  y  en 
cuanto  a  los  tratos  y  compromisos  con  los  indígenas,  sólo  citare- 
mo«  como   ejemplos:   las  dobles   negociaciones   de   éste   con    Mocte- 


fl)  Hume.  Op.  cit,  p.  330. 


EL  CARÁCTER  DEL  PUEBLO  ESPA510L  29 

zuma  j  con  los  cenipoaltecas,  las  de  Pizarro  con  el  Inca,  y  la  trai- 
dora manera  con  que  Alvarado  dio  muerte  a  Sequechul,  señor  de 
Utatlán.  La  fuerza  y  la  astucia,  en  el  Nuevo  como  en  el  Viejo  Mun- 
do, eran  la  manera  de  adquirir  poder  y  riquezas  en  aquellos  tiem- 
pos, y  la  ingratitud  y  la  rebelión  contra  los  jefes  eran  frecuentes, 
como  se  vio  en  los  alzamientos  de  sus  subalternos  contra  Colón  y 
Vasco  Nímez  de  Balboa. 

Como  muestra  del  poco  respeto  con  que  se  veían  los  más  solem- 
nes juramentos,  sólo  citaremos  lo  ocurrido  durante  las  banderías  que 
se  suscitaron  cuando  en  México  gobernaban  los  oficiales  reales.  El 
general  Riva  Palacio  dice  así  (1)  :  ''A  cada  paso  proponía  Saüazar, 
que  como  prenda  de  unión,  se  partiera  la  hostia,  para  que  comulga- 
ran todos  de  una  misma  forma;  hízolo  así  cuando  gobernaba  por 
intrigas  de  Paz,  con  los  cuatro  oficiales  peales  y  también  para 
afianjsar  con  el  mismo  Rodrigo  de  Paz  su  alianzia  en  la  conspiración 
que  tramaban  contra  Estrada  y  Albornoz,  después  de  cambiarse  sorti- 
jas en  muestra  de  fidelidad;  el  clérigo  Bello  les  dijo  una  misa  y 
partió  la  hostia,  con  la  que  comulgaron  todos.  La  historia  nos  dice 
de  lo  poco  que  sirvieron  tales  ceremonias  y  juramentos. 

A  fin  de  no  cansar  a  nuestros  lectores,  no  hablaremos  de  las 
ci'seldades  coníetidas  en  América  por  quienes  la  conquistaron  a  quien 
sobre  ello  quiera  saber  más,  le  remitimos  al  libro  titulado :  Carácter  de 
la  Conquista  Española  en  América ,  del  distinguido  historiador  Don 
Genaro  García,  si  bien  diferimos  en  cuanto  a  las  conclusiones  que  saca 
de  dos  hechos  que  refiere. 

Atin  la  extraña  y  para  nuestros  tiempos  absurda  religiosidad, 
que  creía  fácil  hacerse  perdonar  una  vida  de  crímenes  y  orgías  con 
un  tardío  arrepentimiento  al  acercarse  la  vejez,  con  hacer  una  fun- 
dación piadosa  o  con  meterse  fraile,  la  encontramos  en  los  guerreros 
españoles  que  pasaron  al  Nuevo  Mundo,  tal  com©  la  hemos  descrito 
al  tratar  de  los  que  pasearon  sus  pendones  por  la  vieja  Europa;  j 
así  solamente  entre  los  conquistadores  de   México    se  cuentan  más 


|1)  "México  a  Través  de  los  Siglos,"  t  II,  p.  125. 


30 


MÉXICO       MODERNO 


de  catorce,  según  las  crónicas,  que  abandonaron  el  siglo  para  eatrar 
en  religión  (i). 

¡Jja.  atmósfera  de  aquella  rígida  y  extraña  fe  religiosa  enroiria 
aún  a  aquellos  que  parecía  debieran  estar  más  apartados  de  ella,  aun 
a  los  rudos  y  disolutos  aventureros  castellanos,  que  habían  venido 
a  América  a  forzar  a  la  fortuna  en  busca  de  oro! 

Quien  de  hombres  tan  valerosos,  desleales,  crueles  en  el  ©om- 
bate,  y  llenos  de  ardor  en  su  extraño  misticismo  llegara  a  ser  iefe, 
debía  por  fuerza  tener  en  grado  superlativo  las  cualidades  y  defectos 
de  sitts  subordinados;  pues  apenas  en  nuestros  tiempos  es  dable  con- 
cebir las  dotes  excepcionales  de  mando  y  la  dureza  que  éste  requería 
en  su  ejercicio,  para  someter  a  la  obediencia  a  hombres  de  la»  ener- 
gías de  los  conquistadores;  pero  hombre  de  tal  suerte  dotado  j  a 
quien  nada  le  faltaba,  fué  el  conquistador  de  México  Hernán  Cortés. 

ALFONSO  TOBO. 


(1)  "Muchos  de  los  viejos  conquistadores  tomaron  el  hábito  de  religiosos: 
euéntanse  entre  ellos  Alonso  de  Aguilar,  que  se  hizo  rico  y  fué  dueñq  de  la 
venta  de  Aguilar,  entre  Veracruz  y  Puebla,  que  profesó  religioso  dominico ;  Diego 
de  Altamirano,  que  murió  religioso  de  San  Francisco ;  Gaspar  Burguifllos,  paje  de 
Cortea,  también  rico,  que  entró  de  novicio  franciscano,  dejó  luego  el  convento, 
volvió  a  poco  tiempo  y  murió  religiosamente;  Gaspar  Díaz,  encomendero  rico, 
abandonó  sus  indios,  metióse  ermitaño  en  los  bosques  de  Huejotzingo,  y  atrajo  allí 
otros  compañeros  que  pasaron  la  misma  vida ;  Alonso  Duran,  que  de  sacristán, 
vivió  algún  tiempo  en  México  y  metióse  a  religioso  mercenario ;  Pedro  Eíscalan- 
te,  riKío  y  mentado  galanteador,  profesó  en  San  Francisco ;  lo  mismo  hicieron 
Carlos  Portillo,  soldado  de  la  guardia  de  Cortés;  Juan  Quintero,  que  gozaba  de 
grandes  encomiendas,  y  Jacinto  de  Portillo,  conocido  después  por  Fray  Cantos; 
Lorenzo  Suárez  mató  a  su  mujer  y  metióse  fraile;  Rodrigo  Villasinda  profe- 
só en  la  religión  de  San  Francisco,  y  Alonso  de  Navarrete  señor  de  Coyuca,  mu- 
rió religioso  agustino."  Riva  Palacio.  "México  a  Través  de  los  Siglos",  t.  II.  p,  2S7. 


OFRENDA  A  ÜRUETA 


MAESTRO  fúlgido  y  sonoro 
Que  intensificas  el  decoro 
De  la  expresión,  y  con  tu  luz 
Enciendes  el  relámpago  de  urna  gloria  de  oro, 

Y  vuelcas  los  joyeros  de  olímpico  tesoro, 
Gnomo  de  Ofir  y  sacerdote  de  Ormms. 

Colón  de  un  nuevo  mundo  de  esplendor  y  elegancia, 
Juntaste   olivos   griegos  con   los   Uses   de    Francia, 
El  marqués  verlainiano  y  el  menkhrudo  egipán; 
D^Annunzio  te  dio  uVas  de  latina  fragancia, 
Hugo  te  dio  sus  címbalos  de  augusta  resonancia, 

Y  te  cohija  anuahle  la  somJbra  de  Renán. 

Tu  musa  era  una  Reina  de  Saha  que  regía 
Magnificencia  y  pompas^  bálsamo  y  armonía, 
Sedas  y  mármol*  púrpura  y  marfil; 

Y  la  cuadrija  de  Helios  propicia  fué  a  tu  paso 
Cuando  abrevaba  estrellan  la  sed  de  tu  Pegaso, 

Y  en  sus  fla/ncos  tu  numen  nutrió  esplendor  viril. 

Hablaron  por  tu  boca  las  Gracias,  y  a  su  aliento 
Piíidáricas  abejas  destilaron  su  miel; 

Y  en  la  caricia  alada  de  tu  ágil  pensamiento 
La  Eternidad  cabalga,  y  en  ondas  de  tu  acento 
Florece  la  verbena  y  se  enjoya  el  laurel. 


32 


MÉXICO      MODERNO 

En  tu  copüy  qu€  escancia  vinos  alucinantes, 
Navegan   las   ondinas  y  se   hañan   l<is   hacantes, 
Tu  tirso  enciende  luz  en  festival; 
O  en  azoro  contemplan  los  sátiros  distantes 
Los  paños  de  Magdala  nimbados  y  sedantes, 

Y  Galilea  erige  su  rosal. 

Tu  lira,  más  que  lira,  es  orquesta:  resuena 
Con  todos  los  matices  del  humaíio  pensar : 
Desgrana  su  aristocrática  sugestión   de  sirena 

Y  su  linfa,  que  corre  ondulante  y  serena, 
Oculta  las   bravuras  y  los  truenos  del  mar. 

Y  allá  marcha  el  cortejo  de  tu  palabra  aw'ina 
Las  Ora-cias  lo  presiden  y  Afrodita  div^ina 

Le  da  coitw  estandarte  su  gayo  cinturón; 

Pan  sopla  en  flauta,  magias  de  su  canción  eadnüa  ,* 

C anáforas  ilustres  decoran  la  vendimia 

Y  el  vellocino  de  oro  alcanza  al  fin  Jasón. 

Y  ¡oh  maestro,  enmudeces!  y  Afrodi^  desciñe  ' 
8u  cinturón  de  gracias,  el  Olinvpio  se  tiñe 

Con  las  cenizas  del  ritual; 

Y  el  sátiro  en  silencio  la  flauta  rompe  triste, 

Y  todo  calla,  y  todo  de  luto  se  reviste 
Bajo  la  sombra  funeral. 

Pero  en  la  noche  espesa  un  esplendor  persiste 

Y  nos  alum'bra:  ¿tu  ideal! 

Enero  17  de  1921. 


TÓRTOLA  VALENCIA 


La  Tórtola  es  un  brujo  logaritmo) 
Celeste,  pitagórico  y  sensual : 
€ame  de  gracia  presta  al  ritmo 
Y  ha^e  visible  el  alma  musical. 


A   JOSÉ   VASCONCELOS. 
FILÓSOFO    DEL    HAI!  K 


TÓRTOLA       VALENCIA 

Traza  ol  arrchafo  de  la  maja  maga 

Y  se  abre  Ja  música  corno  un  clavel 
Del  jardín  de  Goya  y  de  ZuJoaga, 

¥  la  hatiita  es  un  pincel. 

O  vuelca  las  tragedias  que  moran 

En  las  cápsulas  de  oro  de  Chopin^  y  et  Dolor 
Se  expandCy  y  formas  y  líneas  lloran 
Sinfímía  en  angustia  mayor. 

Y  ulula  con  Anitra,  y  se  debate, 

Y  en  el  impulso  bravo  del  embate, 
El  cabello,  en  relámpago  de  acero, 

Se  extiende  en  flamas  negras,  sesgo  y  fiero : 
Llamarada  rugiente  en  el  comísate. 

Y  retruena  el  Furor  en  el  pandero. 

Y  Salomé  desgarra  su  alarido; 

Y  la  Lujwria,  en  celo,  mMa  y  quema; 

Y  el  vértigo  es  un  choque  y  un  úhirrido: 

Y  deshoja  Osear  Wilde  su  crisantema. 

O  arqueolo(/iza  con  el  incienso 

Y  asciende  Egipto  y  su  pasado  inmenso, 
Entre  las  espirales  del  ritual; 

Y  la  dan^a  es  solemne  y  angular,  y  en  su  esmero 
Exprime  de  la  música  un  licor  de  palmero 
Que  es  sangre  de  hierático  chacal. 

Hawai  le  da  su  faldellín  de  ram^is, 

Y  en  las  agitaciones  pecuUceres, 
Vibra  el  Deseo  en  avidez  de  llamas, 

Y  los  crótalos  son  caniculares, 

Y  en  la  carne  desnuda  brotan  llamas, 

Y  aromas  del  Cantar  de  los  Cantares. 

O  de  sus  piernas  el  compás  alado 
Dibuja,  coribante,  la  Bacanal: 
Matemático  del  Pecado 

Y  geómetra  del  círculo  del  Mal. 


33 


34 


MÉXICO      MODERNO 

Y  olor  de  tirsos  y  rugir  de  leones^ 
Címbalo  y  slstro  en  rojas  vihra^dones, 
Rosas  que  sangran  frenesí  aficestral, 
Furias  que  muerden^  gritos  y  estrujones 

De  lascivia  en  relámpagos ,  y  culebreantes  inflexiones. 
Cantaridizan  aire  pasional. 

O  del  Danubio  en  la  cerúlea  linfa 

Baña  su  sueño  en  dulce  morbidez^ 
Y,  como  Diana,  se  convierte  en  ninfa, 

Y  ardiente  y  casta  es  a  la  vez. 

O  porcelana  de  horno  aladinesco, 

Muñeca  azul  de  noches  encantadas, 
Procer  e  ingenuo  surge  el  arabesco, 
Con  un  lunar  de  Francia  picaresco, 

Y  un  mucho  de  Perrault  y  cuento  de  hadas. 

Y  Puck  la  sigue,  y  Mab  es  su  madrina. 
Riegan  perlas  de  Ofir  gnomos  traviesos, 
Los  silfos  cantan  blanda  sonatina, 

Y  caricia  es  la  luz  dorada  y  fina, 

Y  en  la  crujiente  seda  tiemblan  besos. 

Y  acude  el  cisne  de  rosado  pico 

\\Leda  se  esconde  bajo  del  plumón) 

Y  UAi  estertor  suave  rompe  el  abanico 
Que  ocultara  andrógina  y  ambigua  pasión. 

Y  con  Asah  el  misterio  rige  y  norma; 

Pierde  la  Muerte  su  macabra  forma: 

Y  es  un  velo  tremante  que  se  pliega. 
Un  ritmo  que  se  apaga, 

Una  quietud  que  llega, . 

Una  curva  que  en  rectas  se  diluye. 

Una  silueta  vaga 

Que  esfuma  su  parábola  fortuita: 

¡Paralela  infinita 

Del  círculo  que  se  abre  y  que  concluye! 


TÓRTOLA      VALENCIA  35 

Ágil,  Tórtola^  explora  y  escudriña; 

Y  en  el  desmayo  de  sus  ritmos  flojos 
O  al  calor  de  frenéticos  y  sabios, 

Se  alza  el  Eterno  Símbolo,  y  su  viña 
Abre  fiestas  de  amor  para  los  ojos 

Y  destila  su  miel  para  los  labios. 

Lis  de  Indostán  o  trágica  violeta, 
Madroño  zíngaro,  lotus  oriental, 
Su  cuerpo  es  un  jardín  y  una  paleta 
Con  la  que  pinta  músico  poeta, 
Pompas  que  sopla  en  flauta  de  cristal, 

Bayaderas  de  fríso^  bacantes  de  Alejandro, 
Tanagras  y  M  y  riñas,  mármol  y  palisandro. 
Joyas  de  carne  y  luz  monumental, 

Y  elegancias  y  aroman,  y  misterios  de  Sandro, 

Y  la  Mujer  en  su  magnificencia  triunfal. 

Asi  pasa:  pintura  de  colores  musicales; 

Enciclopedia  de  amor  intensamente  femenina; 
Aristócrata  y  fúlgida  como   los   cristales; 
Con  mucho  de  ángel,  de  lumia  y  de  felina; 
Eva  de  Paraísos  Artifioiates, 
Apsara,  almea,  danzarina. . . 
¡Bailarina  divina!  ¡ Divina  bailarina! 

Etiero  de  1921. 


NUEVA  ESPAÑA 

De  el  libro  ea  prensa 
Poemas  Coloniales 

A  agUvSiín  lokka  y  cha  vez 


E 


N    el   estanque   añoso   del   jardín   colonial 
duerme  el  rumor  ilustre  del  ensueño  ancestral. 


Sus  linfas,  que  se  arrugan  como  seda  joyante, 
saben  de  la  prosapia  gentil  del  guardainfante, 
del  abolengo  altivo  de  la  robusta  espada. 


36  MÉXICOMODERNO 

de  egregios  tahihartes  de  Cardóla  y  Granada^ 
del  vargueño  de  sándalo,  de  la  hopalanda  fhm, 
y  de  las  suavidades  del  damasco  de  China. 

Aquí  alzó  el  azulejo  su  procer  Talavera; 
y  sus  cristalerías  de  piedra^  el  Churriguera; 
y  una  blonda  virreina  edhó  aquí  su  peineta 
de  carey,  en  memoria  de  su  paje  poeta, 
que  se  ahogó  entre  las  ondas  de  su  mala  fortuna 
cazador  de  suspiros  y  pescador  de  luna. 

Y  en  un  vuelo  de  halcones  pasa  tropa  adventicia: 
son  los  Conquistadores:  hierro,  sangre  y  codicia, 
bravos  hombres  de  presa;  y  un  rudo  gerifalte 
heraldiza  su  alcurnia  y  decora  su  esmalte, 

Y  el  misterio  alimenta  Catalina  de  Erazo 
con  sus  ul)res  de  acero  y  su  andrógino  trazo; 
y  sonrisa  es  el  robo  que  se  afína  y  se  aguza 
con  el  picaro  ingenio  de  Martín  Garatuza. 

El  Conde  de  Santiago  se  irgue  con  su  lebrel, 

y  atisba  con  siniestro  mirar  Dort  Juan  Manuel. 

Y  teologuiza  clásico  Fray  de  la  Yeracruz^ 
y  Gante  lega  al  indio  sus  gérmenes  de  Iti^. 
Atraviesa  una  estrella  de  amor:  el  misionero; 

y  una  sombra  con  garras:  el  fosco  encomendero. 

Y  el  corsario  se  esboza  como  águila  marina 
acechando  el  velamen  de  la  Nao  de  China. 
Santo  Tomás  incrédulo  quiere  tocar  la  llaga 
de  Jesús  en  el  cuadro  de  Sebastián  de  Arteaga. 
Don  Carlos  de  Sigüenza  destaca  su  perilla, 

y  su  antiparra  casi  le  cubre  la  mejilla; 

Sor  Juana  alza  libélulas  de  frágil  vibración; 

y  es  volcán  la  joroba  de  Juan  Ruiz  de  Alarcón. 

Y  el  otoño  sus  oros  en  sordina  desgrana; 
en  un  rezo  de  frailes  murmura  una  campana 
llamando  a  santiguarse  en  la  hora  de  queda; 

y  una  monja  levanta  su  mirada  de  seda 

y  su  mano  de  nácar,  en  un  místico  ascenso; 

y  su  cuerpo  eS  un  lirio  perfumado  de  incienso. 


NUEVA     ESPANA 

y  en  su  toca  nevada  las  blancuras  esplenden 
como  dos  floripondios  (¡uc  su.  pétalo  extienden. 

Edad  contradictoria  que  alumbrada  se  ve 
por  el  ardor  chirriante  de  los  Autos  de  Fe, 
y  por  brillo  de  rasos,  y  azul  de  porcelanas, 
y  matices  de  cirios  y  elegancias  mundanas. 
Jaramugos  la  enmarcan,  la  decora  Xa  yedra, 
y  Xa  ungen  los  aceites  de  la  imagen  de  piedra. 

Edad  de  flor  de  acero  y  de  luz  de  coraza, 
en  que  el  crisol  crepita  en  fundición  de  raza: 
fogosa  y  ruda  y  hosca,  como  un  dragón  de  China; 
O  alada  y  leve  y  grácil,  como  una  muselina. 

Edad  de  paz  de  seda  y  de  fulgor  de  laca, 
con  incendios  de  trópico  y  con  ritmos  de  hamaca : 
el  halcón  es  su  pájaro,  su  flor  es  el  madroño^ 
el  incienso  es  su  aroma,  y  su  marco  el  Otoño. 
Y  cruzan  por  el  aire  de  ópalo  y  de  zafiros, 
una  hoja,  otra  hoja,  otra  hoja...  y  suspiros.  .. 

Y  en  el  estanque  añoso  del  jardín  colonial 
duerme  el  rumor  iluMre  del  ensueño  ancestral. 

Enero  20  de  1921. 

ALFONSO  GRAVIOTO. 


37 


UNA  NOVELA  DE  HUYSMANS 
AL  REVÉS 

HAY  algunas  obras  (Al  Revés  es  una  de  ellas)  a  las  que  el  crítico 
debe  acercarse  con  minuciosas  precauciones.  No  todas  ellas 
son  obras  maestras,  antes  bien  en  su  mayoría  son  pequeños 
trabajos  en  los  que  se  nota  la  ausencia  del  amplio  soplo  del  genio, 
pero  esto  mismo  constituye     una  verdadera  dificultad. 

Libros  existen,,  grandes  y  bellos,  bella  y  sobre  todo  humanos,,  a  los 
cuales  el  humano  sentimiento  se  enlaza  por  modo  indisoluble ;  con 
ellos  aparece  el  extraño  fenómeno  de  una  obra  colectiva  que  los  siglos 
van  formando  lentamente.  Así  el  Quijote,  así  Hamlet^  así  la  Ilíada. 
Llegamos  a  leerlos,  influidos  por  el  juicio  que  sobre  ellos  la  huma- 
nidad ha  formulado;  entre  verso  y  verso  de  la  Ilíada  y  entre  discur- 
sos y  aventura  del  inmortal  caballero  cervantino  encontramos,  fres- 
ca aún,  la  opinión  de  aquellos  que  nos  han  precedido. 

Por  ventura  (algunos  piensan  que  por  desgracia)  cada  genera- 
ción tiene  una  magnífica  idea  de  sí  propia  y  todo  lector  juvenil  ad- 
quiere pronto  la  certeza  de  la  personalidad  de  sus  imípresiones.  Al- 
gunos hay  que,  en  afortunada  ocasión,  (^encubrieron  al  Dante  (como 
en  la  novela  de  Mérimée)   y  salieron  a  la  calle  a  pregonarlo. 

La  crítica  se  adhiere  con  tal  intimidad  a  la  obra  de  arte  y  la 
modifica  tan  rápidamente  que,  en  la  mayoría  de  las  veces,  es  falso 
imaginar  las  tendencias  originales  que  la  informaron.  Nuestra  vi- 
sión influye  y  define  todo  lo  que  vemos  de  tan  extraña  suerte  que 
una  parte  del  génesis  artístico  está  en  nosotros,  lectores  sin  tras- 
cendencia, en  la  opinión  que  la  plática  familiar  formula  en  torno  a 
un  libro  nuevo,  en  el  aplauso  o  el  silencio  que  continúan  la  audición 
de  una  sonata  o  de  un  Concertó. 

La  labor  del  crítico  en  estos  casos  es  harto  sencilla  y  casi  siem- 
pre segura.  Sin  salir  de  sí  mismo,  sin  consultar  más  volumen  que  su 


UNA  NOVELA  DE  HUYSMANS  39 

propia  sensibilidad  encuentra,  la  fraf<e  justa,  el  elogio  acertado,  el 
reproche  perfecto. 

Todo  hombre  es  la  suma  de  las  generaciones  que  le  han  prece- 
dido; sólo  que  por  desgracia  muy  pocos  son  los  que  tienen  conciencia 
de  serlo,  y  por  esto  los  genios  son  tan  poco  numerosos. 

Otra  es  la  labor  del  que  se  allega  a  un  libro  nuevo.  Al  abrirlo 
un  extraño  temblor  mueve  su  mano:  ¿no  desflora  acaso  un  destino? 

Y  cuando  este  juicio  que  va  a  dictar  no  es  un  bautismo  (como 
no  puede  serlo  en  este  caso  tratándose  de  Al  Revés,  obra  que  tan  di- 
versas opiniones  ha  promovido)  un  nuevo  obstáculo  surge:  ¿cómo  es- 
cuchar voces  tan  opuestas?  ¿opiniones  tan  contrarias,  cómo  conci- 
liarias ? 

Hubiéramos  escogido  un  camino :  consultar  al  autor.  Pero  esto, 
que  no  es  siempre  fácil,  resulta  a  menudo  comprometedor.  Gracias 
al  prólogo  que  Hu.ysmans  dio  en  1903  a  su  obra  nos  encontramos  au- 
torizados para  hablar,  sin  peligros,  de  cosa  tan  sutil  como  es  siempre 
la  opinión  que  se  forma  el  creador^  de  la  cosa  creada. 

''Al  Revés — nos  dice  el  novelista — no  es  la  última  obra  de  mi 
primera  manera,  sino  antes  bien  la  primera  de  mi  época  cristiana". 
Nada  más  cierto.  Cierta  también,  ciertísima,  la  frase  de  Barbey:  Des- 
pués de  haber  escrito  A  Rchours  sólo  quedan  al  autor  dos  caminos: 
o  la  boca  de  un  revólver  o  los  pies  de  la  cruz. 

El  señor  Huysmans  nos  explica  cómo  la  virgen  María  le  hizo 
preferir  este  largo  sendero  de  torturas  que  es  la  vida  al  rápido  desen- 
lace del  suicidio.  Algunos  pensarán  que  el  señor  Huysmans,  y  muchos 
en  su  caso,  habrían  sabido  escoger  sin  necesidad  de  tan  celestial 
ayuda. 

Dejemos,  pues,  este  punto  acerca  del  cual  estamos  de  acuerdo 
con  el  autor  y  veamos  a  qué  tesis  obedeció  A  Rehoitrs  en  su  creación, 
si  tesis  preconcebida  hubo.  A  Rehonrs  fué  obra  inconsciente,  involun- 
taria, una  reacción  casi  fisiológica  en  contra  de  la  influencia  natu- 
ralista de  Zolá  y  de  la  "Veladas  de  Médan".  Hizo  en  este  punto  Huys- 
mans lo  que  decía  el  señor  de  Roannez:  "Descubro  luego  los  motivos, 
pero  desde  un  principio  las  cosas  me  agradan  o  me  repugnan". 

"Esa  necesidad  que  experimentaba — nos  dice — de  abrir  las  ven- 
tanas, de  huir  del  medio  en  que  me  asfixiaba,  y  el  deseo  que  tenía  de 
sacudir  los  prejuicios  y  romper  los  límites  de  la  novela,  de  fhaicer  in- 
tervenir en  ella  el  arte,  la  ciencia,  la  historia ;  esto  era  lo  que  más 
profundamente  me  llamaba,  en  aquella  época,  la  atención.  Suprimir 


40 


MÉXICO      MODERNO 


la  intriga  tradicional,  la  pasión  misma,  concentrar  la  luz  sobre  un 
solo  personaje,  hacer  algo  nuevo  a  todo  trance". 

Y  ahora  podemos  preguntarnos :  ¿cuándo  con  tanta  claridad  se 
er.uncia  todo  un  sistema  de  doctrina  estética,  puede  calificarse  de 
espontánea  la  creación  de  una  obra  como  A  Rehoursf  No,  y  parece 
confirmar  nuestra  creencia  el  hecho  de  que  entre  todas  las  páginas  del 
libro,  no  haya  ninguna  en  la  que  no  aparezca  el  deseo  de  hacer  algo 
nuevo j  el  afán  de  ahrir  las  ventanas. 

Tenemos  pues  (claramente  indicados)  los  caracteres  más  genera- 
les de  lo  que  pretende  Huysmans:  lo.  romper  los  límites  de  Xa  novela, 
designio  aventurado  y  sobre  todo  vago.  2o.  Hacer  intervenir  en  ella 
arte,  historia  y  ciencm.  Zo.  Concentrar  la  Iwi  sohre  un  »olo  personaje. 

¿Consiguió  el  autor  lo  que  pretendía?  ¿Qué  es  entonces  A  Re- 
hours?  ¿Es  la  historia  de  un  amor  desventurado?  ¿La  trágica  his- 
toria de  Calisto  e  Melibea?  ¿El  íntimo  naufragio  de  Ofelia?  Nada  de 
esto.  Huysmans  nos  lo  dice  terminantemente :  quiso  desde  un  prin- 
cipio suprimir  la  intriga  tradicional,  la  pasión,  la  mujer  mimna . . . 
y  lo  logró.  ¿Oómo?  Des  Esseintes  es  un  Eené  eunuco,  un  Obermann 
afeminado,  y  en  esta  degeneración  del  personaje  está  el  recóndito 
origen  romántico  del  libro.  Comparemos. 

¿Cuál  es  el  deseo  de  Rene?  Odia  el  ruido  de  la  sociedad,  los  tor- 
mentos del  mundo;  hay  en  él  un  fondo  de  ascetismo,  un  deseo  de 
renunciación  casi  egoísta.  Ahora  bien  Des  Esseintes,  que  empezó  por 
ser  un  frivolo  dandy,  terminó  por  no  poder  soportar  la  visión  de 
un  rostro  humano.  "Positivamente  — narra  el  autor —  sufría  al  ver 
ciertas  fisonomías,  consideraba  como  insultos  la  expresión  benévola 
u  hosca  de  algunos  rostros,  sentía  ganas  de  abofetear  al  sefíor  que  se 
pasea  cerrando  los  párpados  con  aire  doctoral,  al  otro  que  se  sonríe 
en  los  espejos,  aquel  en  fin  que  parece  esconder  un  mundo  de  pen- 
samientos profundos  mientras  devora,  con  el  entrecejo  fruncido,  la 
seicción  de  sociales  y  personales  de  los  diarios"  (A  Rehours,  Pág.  34). 
Si  la  semejanza  es  ostensible,  la  diferencia  no  lo  es  menos.  Rene  es 
originalmente  un  pesimista  (observemos  que  es  la  única  manera  real 
de  serlo  sinceramente).  Des  Esseintes,  por  el  contrario,  atraviesa  los 
salones  más  refinados  de  París;  el  primero  narra  al  viejo  Chactas  su 
tristeza  hajo  el  árhol  del  desierto,  el  segundo  se  inventa  una  soledad 
artificial,  llena  de  luz  déctrica,  de  calefactores  y  refinamientos  socia- 
les. El  uno  dice  a  la  sociedad:  te  repudio,  en  mí  hallaré  mi  tesoro;  el 


UNA  NOVELA  DE  HUYSMANS  41 

segundo  la  desprecia  pero  no  puede  abandonarla,  lo  retiene  ix)r  un  nú- 
mero infinito  de  vínculos  que  él  mismo  no  sabría  descubrir. 

Des  Esseintes  exige  una  soledad  absoluta,  pero  no  sabe  renun- 
ciar a  sus  tés  importados  de  la  China,  a  sus  libros  favoritos,  delicio- 
samente encuadernados,  a  su  tortuga  de  oro  y  a  sus  piedras  raras. 

Hay  en  La  Ciudad  y  las  Sierras  de  Queiroz  un  personaje — el  pro- 
tagonista— que  tiene  un  parecido  extraordinario  con  Des  Esseintes, 
ambos  empezaron  por  ser  curiosos  y  terminaron  por  convertirse  en 
maniáticos.  Se  rodearon  de  pequeñas  costumbres  despóticas  que  im- 
pidierop  después  en  ellos  toda  actividad  personal.  No  obstante,  el 
personaje  de  Queiroz  es  un  hombre  sano;  algunos  meses  pasados  en 
el  campo  lo  reconcilian  con  la  naturaleza  y  la  novela  termina  con 
un  par  de  bodas  de  Camaicho  y  un  buen  copón  de  ese  vinillo  de  Por- 
tugal que  inspiraba  al  último  de  los  Ramires  la  gloriosa  gesta  de  don 
Tructesindo. 

En  Des  Esseintes  no  hay  un  so] o  resorte  consistente :  todos  están 
rotos.  ¿La  mujer?  este  raro  personaje  inventaría  los  artificios  de  la 
senilidad  más  rebelde  sin  poder  exaltar  su  impotencia...  ¿La  ambi- 
ción? sumergido  en  un  sillón  de  valetudinario,  vé  cerrados  todos  los 
caminos  que  llevan  al  triunfo.  ¿Cómo  poderlos  numea  recorrer?  En  la 
posada  de  la  gloria  nadie  sabría  servirle  esos  brebajes  que  le  endul- 
zan la  existencia,  y  él  que  tanto  desprecia  a  los  burgueses,  ve  su  an- 
helo limitado  por  el  más  ridículo  de  los  temores:  el  de  viajar.  ¿El 
arte?  A  primera  vista  parecía  que  en  él  podría  únicamente  hallar  un 
refugio  su  extenuada  humanidad,  pero,  además  de  gustarlo  como  un 
simple  dilettante,  el  arte  no  es  para  él  más  que  un  objeto  de  insanas 
teorías.  Lleno  áe  las  ideas  que  Wilde  resume  con  aína  brillante  dia- 
léctica paradógica  en  Intenciones,  Des  Esseintes  odia  todo  lo  que  es 
sencillo  y  natural.  El  nombre  de  Rousseau  no  aparece  una  sola  vez 
en  todo  el  volumen,  y  de  haber  aparecido  lo  hubieran  acompañado  las 
más  procaces  injurias. 

Por  un  pequeño  mecanismo  que  está  en  el  fondo  de  muchas  doc- 
trinas, Des  Esseintes  piensa  que  sólo  lo  artificial  es  lo  bello  y  con  la 
mayor  tranquilidad  escribe  frases  como  ésta : 

"En  resumen,  en  la  perfumería,  el  artista  completa  el  aroma  ini 
cial  de  la  naturaleza. .  ." 

Esta  estética  es  capaz  de  hacernos  sonreír;  no  que  sea  imposible 
este  procedimiento,  sino  que  es  característico  de  ciertos  géneros  es- 


42  MÉXICO       MODERNO 

pecialísimos,  como  la  caricatura,  (lue  están  en  im  término  medio  en- 
tre el  arte  y  la  vida. 


Agregaremos  algunas  palabras  a  esíe  artículo  (que  va  adqui- 
riendo ya  proporciones  involuntariamente  extensas)  sobre  el  estilo  de 
Huysmaus. 

El  maestro  a  cuya  influencia  inmediata  está  sometido  es  segura- 
mente Flaubert  y  paia  aquel  que  sabe  leer  entre  líneas  se  advierte 
que  Salammbó  ha  sido  más  asiduamente  hojeado  que  Mme.  Bovary. 
Todo  esto  lo  confiesa  casi  el  autor  al  tratar  de  la  literatura  latina  en 
un  capítulo  lleno  de  medula  sobre  los  escritores  de  la  de-adencia. 

En  esas  páginas  amorosamente  escritas  hace  un  brillante  elogio 
del  Satiricen  o  Sátira  de  Petronio.  Lástima  grande  es  que  el  señor 
Huysmans  haya  creído  imposible  hacer  el  elogio  de  algunos  escritores 
generalmente  olvidados,  sin  permitirse  irreverencias  dolorosas  parii 
otros,  celebrados  con  unanimidad.  Así  los  párrafos  en  que  la  frase 
robusta,  melodiosa  y  solemne  de  Cicerón  y  el  verso  suavísimo  de 
Virgilio  son  tratados  de  intolerables  antigüedades,  no  pueden  dejar 
de  parecemos  sencillamente  necios.  No  creáis  sin  embargo  que  el  más 
pequeño  remordimiento  pueda  esconderse  en  el  espíritu  del  autor;  el 
prefacio  de  1903  afirma  orgullosamente  las  ideas  juveniles  y  pretende 
autorizarlas  con  la  madurez  de  un  juicio  ya  sereno. 

Al  admirar  en  Petronio,,  a  quien  Justo — Lipsio  calificaba  de  auc 
tor  purissimae  impuritatís^  la  riqueza  de  un  léxico  que  no  desdeñó 
jamás  las  palabras  de  procedencia  más  sospechosa  y  la  aceptación  de 
giros  decadentes  y  de  barbarismos  como  en  el  Satiricón  ]>ululan  (bu 
bliotheca  y  Ephigenia  v.  gr.),  Huysmans  nos  indica  claramente  a 
cual  doctrina  obedecerá  en  su  obra  y  así,  desde  la  primera  frase  del 
prefacio  nos  encontramos  con  términos  técnicos  y  modismos  de  origen 
científico  o  popular. 

Pero  este  procedimiento  que  ofrece  sin  duda  ventajas  eminentes  y 
asegura  al  lenguaje  literario  una  elasticidad  y  una  virtud  renovadora 
muy  difíciles  siempre  de  obtener,  no  deja  de  presentar  serios  peligros. 
Así  se  llega  casi  insensiblemente  al  galimatías  y  al  preciosismo  como 
cuando,  describiendo  el  cielo  de  una  noche  de  invierno,  dice  Huvs- 


UNA  NOVELA  D'E  HUYSMANS  43 

nians:  ainsi  (¡i(-u¡ie  haute  tenture  de  contre-hermine,  le  ciel  se  levait 
devant  luí  (A  Reboiirs,  Pág.  01.) 

I^]ii  el  tt'rreiK)  de  las  .ingestiones  (¿no  es  este  divino  objeto  de  su- 
gerir derecho  que  el  artista  constantemente  i-eivindica?)  Huysmans 
es  un  discípulo  ferviente  de  Baudelaire.  Hahla  de  él  con  noble  entu- 
siasmo; Des  Esseintes  poseía  impresos  en  finísimo  pergamino  tres 
sonetos  suyos;  el  autor  no  coloca  entre  ellos  el  tan  conocido  de  Co- 
rrcKpoHdcnoias  pero  a  nadie  se  esconde  que  de  toda  la  obra  de  Bau- 
delaire es  el  que  lia  informado  mayor  niimero  de  tendencias  entre 
los  literatos  llamados  decadentes. 

Hemos  dejado  para  los  postres  el  asunto  religioso  de  A  Rehours. 
Pensamos  que  es  lo  más  interesante  del  volumen  como  estfudio  psi- 
cológico cuidadosamente  logrado  y,  si  debemos  hablar  sinceramente. 
c(mio  confesión  que  es  del  novelista. 

Las  causas  del  misticismo  que  lo  invade  fácilmente  se  descubren 
y  con  exactitud  se  enumeran :  la  enseñanza  jesuítica  que  aniquila 
la  voluntad  y  hace  de  ella  un  resorte  secundario,  un  hilo  conductor 
de  superior  energía,  nn  deseo  .«^lensual  de  seguridad,  lo  que  R.  de 
Gourmont  ha  llamado  deliciosamente  el  camino  de  terciopelo;  los  re- 
finamientos teológicos,  resultado  necesario  de  una  lectura  incesante 
de  los  padres  más  sutiles  de  la  iglesia  católioa,  refinamientos  que 
hacen  del  pensamiento  una  máquina  complicada  y  difícil;  la  soledad^ 
que  como  sabemos,  es  la  más  poderosa  de  las  grandes  voces  cristianas 
y  la  que  mayores  adeptos  hace  al  misticismo. 

Además  de  estas  razones  generales,  que  no  tienen  nada  de  ver- 
gonzoso, Huysmans  deja  adivinar  muchas  otras  más  especiales  pero 
más  escabrosas  también,  que  presentan  al  ¡lector  un  terreno  resbala- 
dizo, lleno  de  emanaciones  deletéreas,  y  en  el  cual  sólo  tras  largas 
vacilaciones  nos  atrevemos  a  penetrar. 

Hay  todavía  aquí  (¿y  en  dónde  pudiera  no  haberlos?)  motivos 
simplemente  literarios  y  razones  puramente  ideológicas. 

La  lectura  de  Schopenhauer  y  el  pesimismo  de  su  filosofía  apa- 
recen aquí  como  determinantes;  sin  embargo  hay  algo  más  (lo  único 
que  por  ahora  nos  interesa)  y  esto  nos  recuerda  la  procedencia  natu- 
ralista de  Huysmans. 

Los  motivos  verdaderos  son  para  él  culeramente  materiales:  his- 
teria,, impotencia,  sadismo. 

Como  veis  nos  encontramos  muv  lejos  de  la  conversión  religiosa 


44 


MÉXICO   'MODERNO 


intempestiva  que  el  romanticismo  había  puesto  de  moda;  la  ciencia 
ha  invadido  el  campo  de  la  literatura  y  tenemos  que  desprendernos 
de  los  buenos  procedimientos  de  antaño,  tan  comprensibles  y  tan  su- 
marios. Nos  encontramos  muy  lejos  también  (aun  en  el  terreno  de  la 
literatura  contemporánea)  de  casos  semejantes  pero  cuánto  más  no- 
bles y  más  humanos .  Quiero  sólo  citar  con  el  fin  de  oponerlo  al  des- 
medrado personaje  de  A  Réhours  el  nombre  de  Juan  Criistóbal  Craft, 
ciudadano  del  mundo,  de  cuya  vida  ihizo  Romain  Rolland  obra  per- 
fecta 

Leed  La  Zarza  Ardiente,  en  cuyo  volumen  se  relata  la  historia 
de  la  conversión  religiosa  de  Juan  Cristóbal.  Los  motivos  fundamen- 
tales son  los  mismos,  sin  embargo  qué  caminos  tan  diversos  sigue  la 
piedad  para  llegar  a  la  morada  de  una  alma  pura  y  fuerte ! 

No  sin  propósito  deliberado  citamos  el  nombre  y  la  obra  de  Ro- 
main Rolland.  Mientras  existan  glóbulos  rojos  en  el  organismo  de  la 
literatura  contemporánea  será  digno  de  imitación  este  robusto  ejem- 
plo que  nos  dá  la  Francia  de  ahora  que  sabe  hacer  fraternizar  en  su 
seno  tendencias  tan  opuestas  como  las  de  Huysmans  y  R.  Rolland. 

No  nos  atrevemos  a  compararlas.  Nuestra  opinión  será  de  todos 
conocida  cuando  hayamos  dicho  que  es  muchas  veces  necesario  res- 
pirar el  aire  puro  de  las  cumbres  al  salir  de  la  atmósfera  viciada 
de  las  grandes  capitales.  Es  bueno  por  consiguiente  poseer  literaturas 
diversas  y  no  es  inútil  gustarlas  contradictorias.  El  contraste  es  base 
de  conocimiento  y  símbolo  de  vida.  Después  de  muchos  siglos  La 
Rochefoucauld  sigue  teniendo  razón :  no  hay  acaso  mayor  locura  que 
la  de  ser  demasiado  cuerdo. 

JAIME  TORRES  BODET. 


UNA  INICIATIVA 


SE  quejan  frecuentemente  nuestros  compositores  de  música  se- 
ria de  las  dificultades  que  es  preciso  vencer  para  editar  una 
composición  de  cierta  im;portancia. 

El  editor,  como  buen  fenicio,  atiende  a  la  prosperidad  de  su  co- 
mercio j  lanza  li  la  publicidad  la  música  de  venta  fácil  que  es,  por 
lo  general,  música  bailable  exenta  de  grandes  dificultades  técnicas. 
Las  obras  serlas — cela  va  sans  diré — se  quedan  durmiendo  en  los  es- 
tantes de  los  compositores. 

A  riesgo  de  predicar  en  desierto,  vamos  a  exponer  una  idea  que 
estimamos  de  fácil  realización,  encaminada  a  estimular  a  nuestros 
compositores. 

Nada  ¡hay,  en  efecto,  más  halagador  para  un  compositor,  como  ver 
sus  obras  impresas.  La  seguridad  de  que  sus  manuscritos  no  se  per- 
derán ya ;  la  facilidad  que  para  la  ejecución  de  ellas  significa  que  es- 
tén editadas;  la  posibilidad  de  enviarlas  fuera  del  país  \y,  por  con- 
siguiente, darlas  a  conocer  en  los  más  importantes  centros  musicales; 
todas  estas  ventajas  le  recompensan  ampliamente  de  las  horas  de  tra- 
bajo, de  la  ardua  labor  que  ha  debido  realizar  para  dejar  consigna- 
das en  el  papel  pautado  sus  inspiraciones. 

Pero  la  edición  de  la  música  es  costosa  y  el  compositor  de  mú- 
sica seria  en  México,  está  condenado  a  vivir  de  otras  actividades — 
clases,  cines,  teatros,  etc. — ^menos  de  lo  que  constituye  el  objeto  de 
su  existencia,  el  por  qué  de  su  vida:  la  compogición. 

Hemos  tenido  a  pesar  de  la  hostilidad  del  medio  ambiente,  al- 
gunos maestros  casi  heroicos  que  han  abordado  los  géneros  sinfónico, 
religioso,  lírico-dramático  y  de  cámara  y  cuyos  esfuerzos  han  ñau- 


40  MÉXICO       MODERNO 

fmgado  en  el  océano  de  nuestra  frivolidad  e  indiferencia.  Y  esos  es- 
fuerzos traducidos  en  obras  teatrales  o  sinfónicas  no  han  jKxlido  ser 
aquilatados  en  otros  países  donde,  tal  vez,  hubieran  sido  mejor  esti- 
mados. 

'¿Por  qué  Keofar,  Atzimha,  El  Reij  Poeta,  Zulenia,  Nicolás  Bravo ^ 
Rudelf  Morgana,  etc.  no  han  traspa.sado  nuestras  fronteras?  Porque 
no  han  sido  impresas. 


Existe  en  México  un  modesto  artista  grabador  de  música,  cuyos 
trabajos  han  merecido  los  más  calurosos  aplausos  de  propios  y  extra- 
iios.  Las  ediciones  hechas  por  I>.  Gustavo  Beraud — así  se  llama  el  gra- 
bador a  que  nos  referimos — son  tan  perfectas  como  las  que  se  ejecutan 
en  Alemania.  Su  larga  práctica  en  el  arte  de  la  zincografía  lo  acredita 
como  el  más  experto  en  este  importante  ramo  del  arte  musical.  Y 
bien,  con  elemento  tan  estimable  ¿no  se  podría  emprender  la  noble 
campana  de  estimular  a  los  compositores  mexicanos? 

Una  serie  de  concursos  cuyos  premios  consistirían  en  la  edición 
de  las  obras  premiadas  ¿no  sería  un  aguijón  para  despertar  los  dor- 
midos entusiasmos  de  nuestros  m¡úsicos? 

La  edición  de  una  obra  sinfónica  o  de  cámara  trae  aparejada  la 
facilidad  de  enviarla  a  las  diferentes  agrupaciones  artísticas  europeas 
o  norteamericanas,  las  cuales,  indudablemente,  se  interesarían  por  las 
composiciones  de  real  valor  artístico,  cuj-a  aparición  en  este  México 
tan  combatido  y  calumniado  borraría,  aunque  sólo  fuese  en  parte, 
la  opinión  adversa  que  acerca  de  nosotros  y  en  especial  de  nuestra 
cultura,  se  tiene  en  el  extranjero. 

En  estos  rápidos  apuntes  sobre  uíi  asunto  (|ue  entraña  una  i^al 
importancia  para  el  porvenir  del  arte  musical  en  nuestra  patria,  no 
hemos  pretendido  sino  esbozar  la  forma  de  estimular  la  producci<')n 
musical  mexicana  y  señalar — para  que  se  le  utilice  en  su  oportuni- 
dad— ^^al  creador  del  arte  de  la  zincografía  en  México. 

Si  la  República  Argentina  gasta  cincuenta  mil  pesos  anualmente 
para  premiar  las  mejores  obras  de  sus  artistas,  ¿por  qué  en  nuestro 


UNA    INICIATIVA  47 

país  no  se  dedica  una  pequeña  suma  destinada  a  salvar  del  olvido  las 
obras  más  notables  de  nuestros  compositores? 

Nos  complace  imaginar  que  el  entusiasta  y  culto  Rector  de  la  Uni- 
versidad Nacional  sabrá  hacer  viable  esta  iniciativa — ^si  la  juzga  opor- 
tuna— y  así  despertará  una  noble  emulación  entre  los  compositores 
de  música  elevada. 

Estamos  seguros  que  los  buenos  resultados  en  favor  de  nuestro 
incipiente  arte  musical,  no  se  harían  esperar. 

MANUEL  M.  POKCE. 


♦      ^ 


LA  JOVEN  LITERATURA  MEXICANA 

SECCIÓN   A   CARGO   DK 

AGUSTÍN   LOERA  Y  CHÁVEZ 


PEDRO  REQUENA  LEGARRETA.  Aún  no  lo  conocíamos,  hasta  que  un 
buen  amigo,  en  generoso  rapto  de  comunicativa  nostalgia,  nos  lo  descubrió  desde 
New  York,  en  frases  amables  de  profeta-viajciv).  Era  en  1918  el  príncipe  gen- 
til de  los  cenáculos  artísticos  hispano-americános  en  la  Ciudad  Tentáculo.  Apues- 
to doncel  de  distinción  wildiana  y  porte  refinado,  cautivaba  con  su  avasallado- 
ra atracción  de  irresistible  magia :  vivaz  y  cultísimo  decir,  espontánea  dono- 
sura en  el  tiato,  nobleza  espiritual  y  gracia  de  efebo.  Su  nombre,  de  cristalinas 
sonoridades,  presagiaba  añoranzas,  y  la  brillante  juventud  de  sándalo  traía  remi- 
niscencias de  las  místicas  noches  del  Ramadán  y  el  delicado  enigma  de  una 
rosa  fragante  de  Meshed  prendida,  en  sortilegio  de  juglar,  a  un  anhelo  pujan- 
te de  caballero  merovingio.  Tal  así  de  múltiple  y  ágil,  generoso  y  jovial,  atra- 
yente  y  luminoso  en  su  guapa  mocedad,  lo  imaginamos  al  reconstruir  su  figura 
precoz,  de  hombre  y  de  poeta,  devanando  los  hilos  de  su  mosaico  lírico.  Loar  a 
la  juventud  artística  en  él,  es  entonar  el  himno  de  la  divina  gracia,  el  canto 
de  la  fe  áurea  y  potente,  proclamar  el  arraigo  viril  a  las  bellezas  de  la  vida, 
al  perpetuo  seguro  de  la  pureza  espiritual  en  una  sincera  aspiración  creadora, 
generosa  en  su  impulso,  tenaz  en  su  cultivo,  exultada  por  el  toque  de  la  rara  bon- 
dad y  transfiguiada  por  la  visión  de  un  hondo  fatalismo  que  apremia  la  labor 
y  purifica  la  acción. 

Su  obra  caudalosa  y  varia  revela  una  espontánea  e  inagotable  fecundidad 
de  inquisitiva  y  multiforme  expectación ;  y  es  que  la  vida  fué  para  él  pródiga 
y  generosa ;  jamás  sonaron  a  sus  puertas  las  homéricas  miserias  del  rapsoda, 
aunque  supo  beber,  con  ademán  pagano,  en  los  festines  de  Odiseo,  la  crátera 
sonora  escanciada  una  y  mil  veces  al  apagarse  el  canto.  Completo  a  los  veinti- 
cinco años,  hay  en  sus  versos  la  síntesis  de  una  existencia  bien  vivida :  dolor  y  en- 
sueño, piedad  y  anheló,  púgil  impulso  y  m^stiica  visión  de  los  paisajes,  y  sobre 
todo,  el  irisado  tul  de  un  vibrante  e  irresistible  amor — dúctil  e  incorpóreo — 
cristalizado  en  mil  fortuitas  aventuras  de  anónimo  y  galante  devaneo Pe- 
ro si  la  fortuna  brindó  a  su  vida  muelle  y  acogedor  albergrue,  el  óleo  de  la  lia* 


LA  JOVEN  LITERATURA   MtXICANA 


4^ 


iiui  interior  dio  a  su  lámpara  titilaciones  de  intermitente  y  luminosa  predes- 
rinacién  fatalista,  que  ungía  de  inquietud  y  aureolaba  de  supremo  dolor  su 
dí^sbordante  estrofa.  Así  despunta  entre  un  oriental  y  delicado  sensualismo, 
í-ieito  asomo  de  desencanto,  que  no  acertó  a  apagar  el  quemante  gozo  inter- 
no, al  anuncio  cercano  de  los  pálidos  toques  de  queda. 

La  desbordante  espontaneidad  de  su  rima,  objetiva  y  clarifica  en  demasía 
Ja  ondulante  emoción  y  es  a  veces  en  el  sonoro  ritmo  externo,  con  la  expre- 
sión precisa  y  borbotante,  donde  su  gran  fuerza  imaginativa  despliega  la  metá- 
lica cauda  de  su  vuelo.  Es  que  una  ingenua  naturalidad  e  irrefrenable  tenta- 
ción de  modular  su  canto,  lo  llevaba  a  la  orquestación  de  las  contemplaciones 
vividas  o  soñadas,  antojándose  ver  tm  él  la  encarnación  de  la  verídica  conseja 
que  nos  pinta  al  iioeta  saludando  a  la  luz  con  balbuceos  armónicos,  jáu  vibra- 
ción emotiva  tiota  en  una  sencillez  de  musicales  ritmos  sin  técnicas  difí- 
ciles ni  rebuscamientos  hondos,  y  no  por  desconocimiento  de  las  más  complica- 
das formas,  ya  que  para  glorioso  ejemplo  de  nuestros  jóvenes  poetas,  ítequena 
Jx>garreta  poseyó  un  caudal  de  lecturas  y  erudición  como  no  ha  habido  entre 
rnMíStros  escritores  de  cinco  lustros  quien  lo  tenga. 

8us  traducciones  de  los  Poemas  y  Cantos  de  la  (Irán  (iuerra  encierran  la 
manifestación  de  sus  vastísimas  lecturas  en  cinco  o  seis  lenguas  y  en  ellas 
va,  con  lucidez  que  encanta,  del  odio  vigoroso  y  brutal  de  los  germíinos  a  la 
augusta  resignación  e  indomable  coraje  de  los  belgas,  magnánimos  como  un 
a[>acible  paisaje  de  Flandes;  de  la  hábil  y  untuosa  dejadez,  mezclada  con  arro- 
gancia socarrona  de  los  ingleses,  al  heroico  valor  y  pictórica  ternura  de  los 
galos,  a  través  de  austro-húngaros,  canadienses,  norteamericanos,  indúes,  irlan- 
deses, italianos,  montenegrinos,  turcos  y  ruso«.  La  exubiírante  facilidad  de  ver- 
sificar le  permitió  encontrar  la  manera  simpática  y  acertada  de  trasmitir,  con 
h>»  encantos  del  original,  en  la  donosura  de  nuestra  lengua,  los  gi'itos  de  odio* 
de  veinte  pueblos  trágicos  que  se  devoraban. 


Hacer  crítica  de  una  obia  caudalosísima  de  dos  años,  »?„  un  poeta  que 
muere  cuando  los  renuevos  apenas  marcan  su  rotunda  suavidad  de  seno  ntír 
bil,  s'ería  labor  de  tildsteo.  Dejo  a  otros  la  empresa  de  señalai;  imperfecciones 
técnicas,  descuidos  de  fecundidad,  ligerezas  de  forma,  excesos  de  filosofía, 
desahogos  de  exiliado,  y  fallas  de  cohesión. . .  Queden  sus  versos  como  él  alcan- 
aO  a  esciibirlos  y  no  haya  mano,  por  sabia  y  providente,  que  se  atreva  a  tocar- 
Jos,  ya  que  no  habría  disculpa  para  tan  monstruosa  profanación. 

Yo  me  conformo  con  saludar  en  Requena  Legarreta  al  espíritu  representa- 
tivo de  una  generación  ideal,  en  que  la  l)ondad  y  el  amor  aure<)lan  la  grael:i 
iiimortal  que  la  belleza  canta,  en  la  síntesis  de  uno  divino  vocablo:  juvenin-d. 

'  ,  A.  L.  Cfí. 


50  MÉXICO      MODERNO 

ENTRE     LAS     SOMBRAS 

RUSTICA  VIII 


ES  la  noche  tan  negra,  que  inunda  mis  pupilas 
suscitando  en  mi  alma  la  noción  del  abismo, 
y  siento  amargamente  que  las  sombras  tranquilas 
immdan  a  la  tierra  surgiendo  de  mí  mismo. 

No  hay  un  astro  que  alumbre,  ni  hay  un  faro  que  guíe, 
no  sé  a  dónde  dirijo  mi,  paso  vacilante, 
sólo  escucho  el  sarcasmo  del  arroyo  que  ríe 
y  el  graznido  siniestro  de  algún  pájaro  errante. 

Y  nvis  brazos  se  extienden  hacia  el  fin  de  la  ruta, 
por  buscar  otros  brazos  más  allá  del  nirvana, 
y  se  asoma  a  mi  espíritu  una  noche  absoluta 
a  través  de  mis  ojos  como  de  una  ventana 

¡Y  todas  esas  ansias  que  en  la  sangre  hacen  eco. 
van  apretando  en  torno  de  nd  garganta  un  nudo, 
acude  el  Üutito  al  ojo,  y  el  ojo  sigue  seco; 
acude  el  giHto  al  labio,  y  el  labio  sigue  mudo! 

Más  allá  de  las  sombras,  ¿por  qué  busco  luz  pura? 
¿Por  qué  bursco  otros  pasos  que  conduzcan  al  mío? 
¡Si  al  ahrir  más  los  ojos  contemplo  más  negrura 
y  al  abrir  más  los  brazos  abarco  más  vacío! 

¡Hay  una  luz  oculta  dentro  de  cada  cosa; 
buscándole,  alma  mía,  reviértete  a  tí  misma, 
vei'ás  en  tus  sentidos  como  se  muestra  hermosa 
y  como  se  difunde  cual  a  través  de  un  prisma ! 

Llámala  como  quieras,  amor  o  fé,  que  el  nombre 
poco  importa  a  la  esencia,  y  es  muy  débil  barrera 
la  que  a  la  luz  oponen  los  párpados  del  hombre^ 
ipara  poder  privarlo  de  un4i  luz  verdadera. 

Con  ella  harás  un  foco  de  cada  punto  of<vuro. 
y  se  hará  luminoso  lo  que  toque  tu  mano, 
se  hará  el  júbilo  casto  y  el  dolor  se  hará  puro 
y  tendrás  la  belleza  que  ahora  buscas  en  vano. 


LA  JOVEN  LITERATURA  MEXICANA 

Prueba  una  vez  y  aguarda,  y  si  fallas,  insiste; 
no  pienses  sin  esfuerzo  alcarusar  tu  destino; 
aquel  que  espera  y  btisca  sabiendo  que  ella  existe, 
encuentra  menos  duras  las  piedras  del  camino . . . 


¡  La  aurora  como  mi  ave,  se  reclina  en  los  prados, 
la  combate  a  lo  lejos  la  canción  de  Caronte, 
y  yo  voy  como  Homero  con  los  ojos  cerrados 
y  los  brazos  abiertos  hacia  el  gran  hori4sonte!. . . . 


EN  ESTA  COPA  DE  CRISTAL 

ANACREÓNTICA  V. 


EN  esta  copa  de  cristal  sencillo 
desprovista  de  adornos  meicen^rios ; 
con  la  graeia  y  soltu/ra  con  que  ciñe 
la  vid  al  mármol,  se  plegó  su  mano. 

Su  cristal  entibióse  con  el  vino, 
y  perfumóse  suavemente,  cuando 
se  posaron,  como  una  mariposa 
sobre  una  rosa  cárdena,  sus  labios. 

La  mano,  sin  joyeles,  parecía 
hermana  del  cristal  límpido  y  diáfano; 
y  armmiizando  sus  matices  rojos, 
el  labio  y  el  licor,  eran  hermanos. 

Solos  con  nuestro  amor  aquella  tarde 
en  que  alegres  y  jóvenes  brindamos, 
sobre  la  copa,  trémulos  se  uniermi. 
nuestros  labios  y  amantes  nuestras  manos. 

Mas  la  tarde  pasó  porque  es  preciso 
que  mueran  flwes  y  que  emigren  pájaros; 
y  de  mi  vida  por  los  cielos  grises, 
también  sus  gracias  y  su  anwr  pasaron. 


52  MÉXICO      MODERNO 

Hoy  la  copa  subsiste  como  estuvo 
antes  de  haber  latido  entre  su  muño, 
y  vivido  al  contacto  lumiinoso, 
inefable  y  sediento  de  sus  labios. 

\Es  verdad  que  su  forma  nada  guarda, 
ni  recuerda  ni  siente;  y  sin  embargo 
en  ella  anida  su  primer  caricia, 
y  en  sus  cristales  de  su  ser  hay  algo. 

¡No  la  toques,  amigo,  escancia  y  bebe 
mi  mejor  vino  en  mis  mejores  vasos, 
que  esta  copa  sencilla  es  algo  suyo, 
y  por  eso  es  tan  sólo  de  mis  labios! 

• 

LA  ALEGORÍA  DEL  ÁGUILA 

UN  día  miré  a  un  águila  volar  sobre  mis  hatos 
y  desplomarse  a  tierra  veloz  contra  su  presa, 
y  yo  corrí  tras  ella;  los  ciegos  arrebatos 
daban  alas  potentes  a  mis  pies  en  la  empresa. 

El  águila,  consciente  del  poder  de  sus  plumas, 
con  m<ij€Stad  subía  por  el  plácido  ambiente ; 
yo  trepaba  los  riscos,  como  saltan  los  pumas, 
y  buscalm  la  citim  con  ahinco  creciente 

De  iprmito,  de  un  impulso  gigantesco,  llegando 
más  alto  que  las  rocas  más  enhiestas,  atento 
•^  Vi  al  águila  soberbia  sobre  vZ  monte  flotando, 

como  un  aMro  de  plumas  en  el  gris  firmamento. 

Más  allá  de  las  cosas  más  altas,  la>s  estrellas 
parecían  burlarse  de  mi  estéril  porfía; 
^iró  vertiginosa  mi  honda  contra  ellas, 
y  puse  en  aquel  tiro  mi  total  energía. 

Partió  la  piedra  rauda,  conw  un  rayo  ha<}ia  el  (Helo; 
plegó  las  alas  recias  el  águila  potente, 
y  la  vi  derrumbarse  inerte  sobre  el  suelo, 
m4inchando  los  terrones  cmi  su  sangre  caliente. 

¡  y  yo  envidié  su  muerte  entonces,  y  he  querido 
coronar  mi  existencia  con  un  trágico  salto 
del  Ideal  supremo  apurar  el  sentido, 
y  morir  en  el  vuelo  de  mi  ensueño  más  alto! 


PEDRO  REQUENA  LEGARKHTrA 


¡ín!»iu-^í'"r 


ARTES  PLÁSTICAS  EN  MÉXICO 

SECCIÓN  A  CARGO  DB 

MANUEL     TOUSSAINT 


LA     EXPOSICIÓN     DEL    DR.    ATL 


Presenciamos  ahora  una  exposiíción 
de  pinturas,  diversa  de  las  que  es- 
tamos habituados  a  conocer.  El  Dr.  Atl 
exhibe  su  labor  de  los  últimos  meses, 
y  quien  no  tenga  telarañas  en  los  ojos, 
puede  ver  delineado  a  grandes,  pero 
firmes  trazos,  todo  un  espíritu.  Este 
revolucionario,  cuya  obra  corre  pare- 
jas con  el  movimiento  social  que  hace 
diez  años  sacude  a  nuestra  patria,  ha 
comenzado  por  revolucionar  en  su  pro- 
pio espíritu  y  su  obra  se  enlaza  de  tal 
manera  con  su  actividad  ideológica, 
siempre  en  movimiento,  que  casi  es 
imposible  juzgarlo  independientemente 
de  su  tiempo. 

Procuremos  haK^er  abstracción  de  la 
resonancia  que  las  actividades  políti- 
cas del  Dr.  Atl  hayan  podido  tener  en 
su  arte,  olvidemos  al  demagogo,  porque 
su  demagogia  es  acaso  lo  menos  inte- 
resante de  su  obra,  y  hagamos  lo  po- 
sible por  estudiar  un  momento  la  re- 
volución espiritual  de  este  pintor,  dé 
este  ideólogo  furibundo,  que  ha  tra- 
tado de  aplicar  siempre  su  teoría  a  la 
prá<?tica  con  resultado  vario  y  cam- 
biante. 

Atl  ha  comenzado  naturalmente  por 


destruir  cuanto  en  él  existía  de  la- 
bor académica,  porque  existía,  porque 
nadie  puede  librarse  de  que  se  ate  a 
su  cuello,  aun  cuando  sea  un  momento, 
uno  de  los  múltiples  y  movibles  bra- 
zos del  pulpo :  llegará  más  tarde  el 
momento  que  las  meditaciones  ayuden 
a  los  ojos  y  en  que  la  rebeldía  de  unos 
cuantos  iluminados  reconforte  nues- 
tra audacia,  para  rebelarnos  contra  la 
casi  invencible  pesadez  del  tradiiciona- 
lismo. 

Todo  lo  que  hay  de  blii-ff  al  princi- 
pio, inevitable  y  casi  necesario  como  los 
disturbios  al  principio  de  todo  reno- 
vamiento  civil,  desaparecen  cuando  lle- 
gan más  reposadas  las  tardes .  de  la 
vida,  cuando  el  artista  se  convence  de 
que  hay  que  dejar  algo  y  que  la  poste- 
ridad no  nos  tomará  en  serio  si  en- 
tre los  discreteos  del  momento  y  los 
entusiasmos  brillantes  no  queda,  a  v'é- 
ces  olvidada,  desconocida,  la  obra  qué 
tenga  en  sí  fuerza  bastante  para  ha- 
blar por  sí  sola,  cuando  el  cerebro  ha- 
ya dejado  de  vivir,  cuando  el  ojo  se 
haya  extinguido,  cuando  la  mano  iner- 
te no  pueda  expresar  las  inquietudes 
que  conmuevan  nuestro  espíritu.        '"" 


54 


MÉXICO       MODERNO 


Entonces  la  sinceridad  se  impone  co- 
mo último  baluarte  contra  todos  los 
exclüsivimos  e  intransigencias  de  es- 
cuela y  llega  el  momento  culminante  de 
la  vida  del  pintor.  Creo  no  equivocarme 
aJ  asegurar  en  estos  momentos  que 
el  Dr.  Atl  comienza  a  expresarse  sin- 
ceramente ante  sí  mismo. 

Esta  exposición  enseña  muchas  co- 
sas: estudiantes  de  arte  que  ambicio- 
náis conocer  cómo  expresan  sus  emo- 
ciones los  grandes  visionarios,  para  po- 
der así  dar  forma  aígún  día  de  modo 
peculiar  vuestro  a  las  inquietudes  que 
os  conmueven,  aprended  aquí  todo  lo 
que  se  ofrece  a  vuestra  avidez.  Nc  to- 
méis la  parte  personal  de  este  pintor, 
no  tratéis  de  aprovecharos  de  su  proce- 
dimiento, apreciad  únicamente  las  rela- 
ciones que  encontréis  entre  las  ideas 
de  este  artista  y  su  capacidad  de  expre- 
sión, su  modalidad  peculiar,  su  esti- 
lo en  una  palabra.  Así  podréis  adqui- 
rir- un  procedimiento  vuestro,  un  es- 
tilo vuestro. 

Yo  no  sé  si  el  pintor  tendría  o  no 
mira  premeditada  al  exhibir,  junto 
datos  sencillos  apegados  a  la  natura- 
leza; pero  yo  veo  toda  una  evolución* 
el  dibujo  preciso,  fiel,  en  que  la  mano 
seguía  dócilmente  las  indicaciones  del 
ojo,  como  si  el  espíritu  creador  durmie- 
se aletargado  por  breves  momentos. 
Véanse  sus  dibujos  al  carbón,  hechos 
con  una  serenidad  y  criterio,  con  una 
falta  de  teoría  verdaderamente  encan- 
tadora. El  dibujante  se  revela,  ha  si- 
do el  intérprete  más  fiel  del  paisaje, 
y  apenas  si  una  leve  melancolía  cubr^ 
discretamente  la  serenidad  de  estos 
volcanes,  cuyos  penachos  parpadean  en 
el  crepúsculo.  Fundándose  en  estos  da- 
tos, datos  firmísimos  como  cimientos  de 
roca,  el  espíritu  creador,  verdadero 
germen  del  arte,  ha  venido  a  desarro- 
llar s^is  maravillosas  y  embri.iadac  vi- 
siones. CJolaboraba  también  el  estud 


detallado  de  los  efectos  cromaticos, 
la  ley  de  los  complementarios,  esas 
mil  leyes  recónditas  que  sólo  los  ini- 
ciados conocen  y  de  la  que  se  deriva 
toda  armonía  colorista.  Entonces  srr- 
ge  la  serie  magnífica  <de  paisajes.  r.\S 
NUBES  EN  EL  CREPUSClir.O  (núm. 
12),  LA  HUMAREDA  DEL  VOLCAN 
A  MEDIODÍA  (núm.  52)  ATLAUTLA 
(núm.  43),  para  no  citar  sino  algunos 
de  los  más  hermosos ;  estos  son  paisa- 
jes sentidos  a  través  de  im  espíritu, 
única  sensación  de  paisajes  que  tolera 
el  arte  de  nuestro  tiempo.  No  ha  ha- 
bido una  imitación  fotográfica  de  la 
naturaleza,  ha  sido  una  espíritu  el 
que  ha  extendido  su  soplo  por  un  mo- 
mento del  día. 

Todavía  hay  una  nueva  etapa  de  su 
creación,  y  el  artista  se  entrega  a 
los  arrebatos  de  un  simbolismo  más 
elevado  y  más  personal.  Ahora  son  los 
volcíanes  seres  de  trascendencia  re- 
mota que  laten  con  espíritu  propio  ca- 
da uno;  ahora  se  descubren  paisajes 
de  lo  suprasensible  en  que  la  natura^ 
leza  dio  los  fundamentos,  sin  loa  con- 
vencionalismos, sin  la  frialdad  insen- 
sible de  la  arista  y  de  la  masa.  En  es- 
tas creaciones  se  llega  al  arte  má«  pu- 
ro que  se  pueda  imaginar  y  a  la  vez 
al  más  verídico,  al  más  sencillo.  El 
vulgo  trata  de  entender,  nosotros  sa- 
bemos que  frente  a  estas  sinfonías  de 
color,  de  fuego  y  de  sbmbra,  sólo  debe- 
mos sentir.  Algunos  de  estos  paisajes 
me  parecen  inferiores  a  otros,  por  ra- 
zones de  técnica,  por  ejemplo  LA  GRAN 
OLA  (núm.  62)  me  parece  mucho  me- 
nos luminosa,  mucho  menos  real,  que 
El  Tumbo  (número  66,)  a  causa  de 
que  los  toques  de  color  vivo  han 
sido  sobrepuestos  a  un  fondo  blanco 
que  de  lejos  parece  encerrar  el  vacío, 
negro,  incoloro,  en  tanto  que  ésta 
(núm.   66)    es   luminosa   como   ^   dia- 


ARTES  PLÁSTICAS  EN  MÉXICO 


55 


mant«  j  ligera  como  la  espuma  Mil  ma- 
tices la  convierten  en  una  irisación 
fantástica,  pero  llena  de  luz;  la  gran 
mancha  roja  y  la  gran  mancha  negra 
despiertan  en  nuestra  pupila  coloracio- 
nes que  el  pintor  no  ha  puesto,  pero 
que  ha  evocado.  Estas  obras  me  pa- 
recen muy  estrechas  dentro  de  su  mar- 
co de  madera;  imagino  salones  de  pers- 
pectiva infinita,  decorados  con  estas 
fantásticas  pinturas,  y  en  los  cuales  la 
luz,  el  amWente,  la  distancia  se  com- 
binan para  realzar  la  obra  y  darle  una 
finalidad  precisa.  No  podemos  tomar- 
las sino  como  muestras  de  lo  que  es- 
ta pintura  llegará  a  ser,  seguramente. 

Coronamiento  de  sus  ideales  pictó- 
rico» es  el  retrato  marcado  con  el 
niiniiero  75.  La  figura  parece  de  nie- 
ve cemplicada  con  armiño;  las  ma- 
nos han  sido  dibujadas  con  una  ex- 
traordinaria certeza,  el  rostro  parece 
simbolizar  una  enoime  inquietud  en 
frente  del  maravilloso  paisaje;  ¿qué 
relaciones  recónditas  hay  entre  es- 
ta mujer  y  el  cráter  del  volcán?  La 
montaña  se  yergue  detrás  y  la  nievo 
es  aún  más  cruel  que  el  velo  de  la 
figura  femenina ;  pero  sobre  las  cres- 
tas  del   cráter   hay    un  ribete  de  oro 

Para  conseguir  la  realización  de  sus 
ideales  artísticos,  el  pintor  ha  tratado 
de  crear  una  técnica  peculiar  suya;  un 


procedimiento  que  le  permite  fijar  ins- 
tantáneamente un  aspecto  de  paisaje  en 
grandes  dimensiones,  ejecutar  rápida- 
mente como  él  dice,  im  apunte  o  cu- 
brir una  muralla.  Este  procedimiento 
permite  los  más  inusitados  efectos  cro- 
máticos, superponer  colores  sin  que  se 
fundan  como  acontece  con  el  óleo,  es 
decir,  se  llega  al  divisionismo  perfec- 
to, porque  la  pasta  de  colores  permite 
de  modo  natural,  lo  que  los  artistas  que 
no  usan  ese  sistema  tratan  de  hacer 
a  costa  de  grandes  esfuerzos  visibles. 
Las  obris  parecen  algimas  veces  pin- 
tadas al  pasteU  otras  veces  tienen  el 
aspecto  de  la  antigua  pintura  a  la  en- 
cáustica ;  sea  como  fuere,  el  resulta- 
do es  excelente.  El  que  recorre  esta 
exposición  podrá  o  no  salir  de  ella  con 
la  convicción  de  haber  encontrado  su 
propio  artista,  pero  no  podrá  menos  de 
reconocer  que  ha  habido  labor  sincera, 
y  que,  teorías  aparte,  el  pintor  ha  rea- 
lizado obra  bella.  En  una  exposición 
como  ésta  más  que  determinados  cua- 
dros es  la  tenidencia  general  la  que  de- 
be apreciar,  es  la  tonalidad  especial  del 
artista  la  que  debe  dejarse  escucihar. 
Me  figuro  que  con  unos  cuantos  hom- 
bres dispuestos  a  la  emoción  que  él 
quiera  evocarles,  el  pintor  debe  darse 
por  completamente  satisfecho. 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 

SECCIÓN  A  CARGO  DE 

MANUEL     M.    PONCE 


Traducidas  por  Boris  de  Markevith, 
se  han  publicado  recientemente  en 
Francia  algunas  de  las  cartas  que 
Borodine  envió  a  su  esposa  durante  su 
viaje  por  Alemania  y  en  las  cuales  el 
gran  músico  ruso  pinta  con  vivos  co- 
lores sus  entrevistas  con  Liszt,  en  Wei- 
mar. 

En  una  de  esas  cartas,  Borodine  nos 
muestra  al  gran  abate  entregado  a 
sus  tareas  de  maestro :  "...  Liszt,  a  ve- 
ces, detenía  a  sus  alumnos  durante  la 
ejecución  de  alguna  obra,  se  sentaba 
él  mismo  al  piano,  tocaba,  mostraba, 
hacía  toda  clase  de  observaciones- 
frecuentemente  humorísticas,  llenas  de 
esprii  y  de  benevolencia — con  las  que 
causaba  la  hilaridad  aún  del  discípulo 
a  quien  iban  dirigidas.  Nunca  se  dis- 
gustaba ni  se  alteraba  y  los  alumnos 
jamás  se  ofendían.  "Ensayad  de  tocar 
al  estilo  de  Vera",  les  decía,  cuando  de- 
seaba que  alguno  de  ellos  recurriese  n 
los  ardides  que  empleaba  Vera  Tima- 
noff — su  discípula  predilecta — para  sa- 
lir avante  de  las  dificultades  que  se  le 
presentaban  frecuentemente,  debido  a 
la  pequenez  de  sus  manos.  Y  reía  de 
buena  gana  cuando  alguno  no  obtenía 
el  resultado  apetecido  y  confesaba  que 


no  podía  tocar  el  pasaje  difícil.  Enton- 
ces Liszt  se  sentaba  frente  al  piano 
y  decía  :  "mostradnos  cómo  es  que  no 
podéis  tocar."  (Nun  zeigen  Sie  uns 
Wie  Sie  das  nicht  Konnen.) 

"Cuando  tocó  su  turno  a  la  señorita 
Tiníanoff.  Liszt  le  indicó  que  tocara 
la  Rapsodia  en  md  hcmol  nuiyor,  pie- 
zíi  que  la  joven  pianista  preparaba  a 
la  sazón  para  un  próximo  concierto  en 
Kissingen.  Después  de  hacerle  algunas 
pequeííias  y  juiciosas  observaciones,  el 
maestro  se  puso  a  tocar  algunos  pasa- 
jes con  sus  dedos  de  hierro.  "¡  Esto  de- 
be ser  absolutamente  como  un  cortee- 
jo  triunfal  !*'  decía  Liszt.  Y  saltando 
de  su  asiento  tomó  a  la  señorita  Ti- 
manoff  por  un  brazo  y  comenzó  a  me- 
dir la  sala  con  pasos  majestuosos,  can- 
tando el  tema  de  la  Rapsodia.  Todos 
reían  alegremente.  Cuando  la  señorita 
Timanoff  tocó  por  segunda  vez  la  Rap- 
sodia poniendo  en  práctica  las  obser- 
vaciones que  el  maestro  le  había  hecho. 
Liszt  me  dijo :  "esta  pequeña  Vera  es 
verdaderamente  notable."  Y  dirigiéndo- 
se a  la  pianista :  "Si  tocáis  en  vuestro 
próximo  concierto  de  la  manera  como  lo 
acabáis  de  hacer,  sabed  que  cualesquie- 
ra que  sean  las  ovaciones  que  se  os  tri- 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


57 


buteía,  siempre  serán  inferiores  a  lo  tiiiv 
merecéis."  La  señorita  Timanoff,  to<ia 
sonrojada,  lloraba  de  felicidad.  í-.iszí 
la  acarició  con  ternura  y  ella  le  l)esó 
la  mamo.  Todas  las  disoípulas,  por  otra 
partí*,  acostum'bran  besarle  la  mano  sin 
avergonzarse  y  él  las  acaricia  en  la  fren- 
te, en  las  mejillas,  en  las  espaldas;  a 
veces,  cuando  ¡desea  llamar  su  atención 
sobre  alguna  cosa,  les  pegia  un  poco 
fuerte  en  la  espalda.  Por  lo  general, 
entre  él  y  sus  discípulos,  las  relaciones 
son  sencillas,  familiares  y  cordiales  j 
más  bien  que  relaciones  entre  profesor 
y  alumno  son  como  de  padre  a  hijo  o 
más  exactamente  de  abuelo  a  nietos." 
"A  «US  observaciones,  algunas  veces, 
no  les  falta  malicia,  sobre  todo  tratün- 
dose  de  Leipzig.  "¡  Oh,  no  toquéis  así, 
tocad  de  esta  otra  manera !...  sólo  en 
Leipzig  se  toca  así"...  Y  agrega  :"  allá  os 
enseñarán  lo  que  es  una  sexta  aumeii- 
tíida  y  creen  que  eso  basta ;  pero  la 
manera  de  tocarla,  no  os  la  enseñarán 
jamás."  O  bien :  "en  Leipzig  encontra- 
rían eso  muy  bonito,"  observa  a  pro- 
pósito de  cierto  pasaje  de  un  estudio  de 
Chopin,  tocado  mediocremente  y  sin 
colorido." 

"Es  necesario  hacer  notar  que  Liszt 
no  elige  los  estudios  y  obras*  que  de- 
ben tocar  sus  discípulos;  son  éstos  lo>i 
que  seleccionan  a  su  gusto  la  música 
que  más  les  conviene.  Por  supuesto  que 
los  discípulos  se  cuidan  bien  de  comen- 
zar el  estudio  de  una  obra  sin  antes 
consultar  la  opinión  del  maestro,  pues 
sucede  con  frecuencia  que  si  no  es  de 
su  agrado  la  pieza  que  el  alumno  toca, 
no  lo  deje  seguir  adelante  y  le  diga  : 
"dejad  eso....  qué  idea  de  tocar  una 
cosa  tan  fastidiosa . . "' 

"En  fin,  Liszt  concede  poca  aten- 
ción a  la  técnica,  a  la  posición  de  los 
dedos,  etc. ;  pero  se  interesa  especial- 
mente por  todo  lo  que  se  relaciona  con 
el  carácter  y  la  expresión  de  la  obra. 


Es  preciso  hacer  constar  que,  salvo  ra- 
ras excepciones,  todos  los  discípulos 
I>oseen  una  buena  técnica,  aunque  sus 
estudios  preparatorios  hayan  sido  rea- 
lizados con  diferentes  sistemas." 

"Delante  de  mí,  tocaron  dos  discípu- 
los y  tres  discípulas.  Cuando  las  alum- 
nas  comenzaron  a  partir,  Liszt  las  acom- 
pañó a  la  antecámara  y  ayudó  a  algu- 
nas de  entre  ellas  a  ponerse  el  abrigo. 
Muchas  jóvenes,  al  despediise,  le  besa- 
ban la  mano.  El  Jes  besaba  la  frente. 
Me  parece  que  es,  entre  paréntesis,  un 
famoso  amante  del  bello  sexo." 

"Una  vez  que  todos  se  marcharon, 
me  dijo,  siguiéndolos  con  los  ojos : 
"¡qué  buenos  son,  ¿sabéis?  y  cuánta 
vida  en  todo  ello !"  A  lo  que  yo  res- 
pondí: si  existe  allí  verdaderamente 
la  vida,  es  debido  a  vos,  querido  maes- 
tro, que  habéis  sido  el  creador  de  ella." 


En  Viena  se  celebró  un  "Festival  Ra- 
vel"  dedicado  a  las  obras  del  jefe  ac- 
tual del  modernismo  musical  en  Fran- 
cia. Por  conducto  del  ministro  fran- 
cés en  Austria,  el  autor  de  Daphnis  et 
Cloé",  fué  invitado  para  tomar  parte 
en  las  fiestas  musicales  organizadas  en 
su  honor. 

Alfredo  Casella  envía  al  'Monde  Mu- 
sical", desde  Viena,  algunas  notas  muy 
interesantes  a  propósito  del  referido 
festival.  De  entre  ellas  traducimos  las 
más  salientes: 

"Los  últimos  resplandores  del  inmenso 
incendio  mundial,  se  apagan.  I^  iTa — 
esa  horrible  herencia  que  las  clases  do- 
minadoras despiertan  y  exasperan  pe- 
riódicamente entre  los  pueblos  para  lo- 
grar más  fácilmente  sus  fines  de  rapiña 
y  violencia — se  extingue  ya.  Los  hom- 
bres que,  aún  en  medio  de  la  lucha  en- 


58 


MÉXICO      MODERNO 


carnizada  no  fueíoii  enemigos,  sino  que 
se  vieron  constreñidos  a  guardar  un 
doloroso  silencio,  se  encuentran  nue- 
vamente, Y  se  interrogan  con  ansia, 
se  comunican  sus  pensamientos,  sus  tra- 
bajos del  tiempo  de  la  guerra.  La  gran 
reconstrucción  comienza.  La  sola  fra- 
ternidad esencial  entre  los  hombres — 
la  de  la  ciencia  y  el  arte — se  extiende 
de  nuevo  en  toda  su  inmensidad." 

"Bn  este  ano*  he  podido  asistir  a 
dos  manifestaciones  ^'internacionales" 
infinitamente  significativas:  al  "Fes- 
tival Mahler"  en  Amsterdam  y  al 
"Festival  Ravel"  de  Viena.  En  las 
fiestas  de  Holanda  se  vio — por  la  pri- 
mera vez  desde  el  Congreso  musical 
de  París  de  1914 —  que  el  antiguo 
mundo  artístico  internacional  resur- 
gía nuevamente  y  sus  representantes 
fraternizaban  libres  ya  del  yugo  de  la 
política  que  un  día  los  dividiera  en 
dos  facciones  enemigas.  Mas  estas  so- 
lemnidades fueron  obra  de  un  país 
neutral.  Era  necesario  que  uno  de  los 
países  hcligerantes  iniciara  el  gran  ges- 
to de  suprema  reconciliación." 

""Im  gloria  de  esta  actitud  corres- 
ponde a  Austria,  ia  primera  entre  las 
naciones  ex-beligerantes  que  tuvo  la 
delicada  idea  de  invitar  a  un  compo- 
sitor enemigo  a  un  festival  de  sus 
obras." 

"Y  la  elección  recayó  sobre  un  mú- 
sico que  hoy  por  hoy — sin  duda  algu- 
na— es  la  personalidad  más  poderosa 
y  oríginal  de  la  escuela  francesa :  Mau- 
ricio Ravel.  Es  necesario  agregar,  en 
honor  de  Ravel,  que  su  actitud  ha  sido 
en  todo  digna  de  las"  atenciones  que 
los  vieneses  le  prodigaron.  Cuándo  los 
organizadores  del  Festival  le  suplica- 
ron que  designara  a  los  intérpretes  de 
sus  obras,  este  compositor*,  cuyo  pa- 
triotismo es  indiscutible,  nombró  un 
director  alemán  (Osear  Fried)  una  can- 
se comunica  sus  pensamientos,  sus  tra- 


tante polaca  (María  Freund)  y  ua 
pianista  italiano  (el  que  escribe  estas 
líneas).  Esto  es  lo  que  se  llama  ser 
un    buen    "Europeo" 

"Es  difícil  describir  en  pocas  pala- 
bras la  cordial  recepción  que  tanto 
el  público  como  la  prensa  y  los  músi- 
cos de  Viena  hicieron  a  Ravel.  Bl  éxi- 
to fué  francamente  entusiasta.  El  pú- 
blico austríaco  confirmó  en  los  concier- 
tos efectuados  los  días  22  y  25  de  oc- 
tubre (1920) — dedicados  a  obras  or- 
questales y  de  cámara,  respectivamen- 
te— su  fácil  y  rara  comprensión,  su  al- 
ta cultura  y  su  perfecta  educación, 
cualidades  éstas  que  siempre  fueron 
patrimonio  de  los  vieneses." 

"Personalmente,  debo  hacer  mención 
de  la  intensa  alegría  que  experimen- 
té al  tocar  el  Trío  con  los  jóvenes  hún- 
garos Lehner  y  Hartmann,  dos  músi- 
cos simplemente  extraordinarios.  Es 
indispensable  que  París  conozca  cuanto 
antes  el  Cuarteto,  cuyo  jefe  es  Lehner. 
No  existe  en  el  mundo  ninguno  más  in- 
teligente ni)  más  musical." 

"Existe  en  la  Capital  austriaoa  una 
sociedad  que  efectúa  cada  viernes  un 
concierto  de  música  de  cámara  y  cuyo 
presidente  es  Arnold  Schonberg:  la 
Verein  für  mnisikalische  Privat-Auf- 
führungen  in  Wien'^  (Sociedad  viene- 
sa  de  Audiciones  musicales  Privadas). 

"En  estas  Audiciones  sólo  los  miem- 
bros de  la  Sociedad  son  admitidos;  no 
se  permite  la  entrada  a  los  represen- 
tantes de  la  prensa  y  están  prohibi- 
dos los  aplausos.  No  está  por  demá«" 
que  en  Francia  y  en  Italia  se  sepa 
que  esta  Sociedad,  durante  la  guerra. 
se  tocaron  obras  de  compositores  vi- 
vientes franceses,  italianos  y  rusos.  De- 
bemos reconocer  lealmente,  que  mien- 
tras Wagner  era  l)Oijvoteado  en  Fran- 
cia   y    Beethoven    en    Italia,    nuestros 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


59 


antiguos  enemigos  tocaban,  en  la  mis- 
ma época,  música  de  Debussy,  Ravel, 
PuocIbí  o  Strawlnski." 


debilidades  del  señor  Roes,  y  de  segu- 
ro se  le  perdonarán  al  i-ecordar  sus 
flores...    ¡ah,  y  qué  bellas  eran!..." 


"láuj  a  mi  pesar  debo  suspender  es- 
tas notas  demasiado  condensadas  y  rá- 
pida», Y  ya  que  las  fronteras  políti"- 
cas  se  han  abierto,  séame  permitido 
manifestar  el  deseo  de  que  París  y 
Roma  conozcan  personalmente  al  mú- 
sico cuya  figura  se  agiganta  cada  día 
más  y  que  parece  haber  llevado  la  "li- 
bertad sonora"  hasta  el  extremo  lími- 
te: ArBoldo  Schonberg." 


Entre  las  reseñas  de  los  numerosos 
conciertos  que  a  diario  se  celebran 
en  París,  hemos  leído  una  que  es  mo- 
delo de  crítica  sutil,  cuya  ironía,  ve- 
lada tenuemente  con  suaves  artificios 
literarios,  resulta  más  punzante  que 
un  ataque   violento  o   apasionado. 

Se  trata  del  pianista  Paul  Roes. 

"Pianista  holandés,  — dice  el  críti- 
co—  PauJ  Roes  tuvo  la  feliz  idea  de 
mandar  colocar  una  canasta  de  rosas 
frente  al  piano  ante  el  cual  tomó  asien- 
to. Hsas  lindas  oyentes,  de  vestidos  ro- 
jos o  blancos,  eran  deliciosas.  ¡Cuán- 
ta juventud,  cuánta  frescura,  cuánta 
poesía  había  en  ellas!  A  pesar  de  su 
impasibilidad,  parecía  que  inspiraban 
al  pianista.  Desgraciadamente  fueron 
impotentes  para  darle  el  mínhniím  de 
técnica  que  reclama  la  interpretación 
de  obras  de  Bach,  Beethoven,  Schu- 
mann  y  Chopin. 

"iSifi    embargo,    deben    olvidarse    las 


Un  grupo  de  compositores  modernis- 
tas ha  decidido  construir  i3or  medio  dé 
varias  composiciones  la  "Tumba  de 
Debussy".  No  hay  que  olvidar  que  los 
poetas  y  músicos  del  siglo  XVI  erigían 
"tumbas"  literarias  o  musicales  de 
los  artistas  muertos.  Ravel,  en  nuestrx>s 
días,  ha  compuesto  una  suite  ijititu- 
lada   "Le  Tombeau  de  Couperin." 

Para  la  erección  de  la  "tumba"  de 
Debussy,  han  contribuido  liéla  Bartok. 
Paul  Dukas,  Albert  Roussel.  Francesco 
Malipiero,  Eugéne  Goossens,  Florent 
Schmitt,  ^Igor  Strawinsky.  Maurict^ 
Ravel,    Manuel  de  Falla  y   Erik  Satie. 

Las  piedras  angulares  de  este  singu- 
lar "monumento"  las  han  puesto  Igoi 
Strawinsky  y  Erik.  Satie.  El  primero 
escribió  sólo  dos  páginas  que  llevan 
por  título  "Fragment  de  Synphonies 
pour  Instruments  a  vent".  Esta  compo- 
sición de  un  extraño  colorido  no  pre- 
senta ni  tiempo,  ni  matices  y  ofrece  un 
aspecto  interesante  de  la  nueva  esté- 
tica musical. 

Erik  Satie,  por  su  parte,  inspirán- 
dose en  Lamartine,  escribió  una  pági 
na  plañidera  en  cuya  trama  armónica 
se   mezclan  los  más   diversos  estilos. 

Las  obras  que  integran  "I^  Tombeai 
de  Debussy"  han  sido  publicadas  por 
la  "Revue  Musicale"  de  Paris  en  su 
número  de  diciembre  próximo  pasado, 
dedicado  al  autor  de  "Pelléas".  • 


6o 


MÉXICO      MODERNO 


CRÓNICA  MUSICAL  MEXICANA 


Julián  Carrillo  no  descansa. 
Apenas  terminada  la  segunda  serie  do 
las  Sinfonías  de  Beethoven  efectuadas 
en  el  Teatro  Iris,  inaugura  los  concier- 
tos de  música  de  Cámara  en  el  Anfi- 
teatro de  la  Escuela  Nacional  Prepara- 
toria. 

La  concurrencia,  poco  numerosa — 
quizás  por  tratarse  de*  la  primera  au- 
dición— pudo  comprobar  el  domingo 
36  del  presente  mes,  la  actividad  de) 
maestro  Carrillo,  quien  acompañado 
por  la  señorita  profesora  Herrera  y 
Ogazón,  interpretó  la  Sonata  a  Kreut- 
zer  y,  secundado  por  los  señores  Galin- 
d(0,  Ix)mán  y  Carlos,  nos  tradujo  la  ju- 
veni]  inspiración  de  Haydn  y  las  má- 
gicas armonías  beethovianas. 

No  podrían  exigirse  a  ima  agrupa- 
ción recientemente  formada,  como  el 
flamante  Cuarteto  del  Conservatorio, 
las  cualidades  que  sólo  una  larga  prác- 
tica proporciona  a  instituciones  simi- 
lares. El  renunciamiento  de  la  perso- 
nalidad en  aras  de  la  perfección  del 
conjunto,  es  la  primera  condición  pa- 
ra la  interpretación  ideal  de  la  mú- 
sica de  C4mara. 

En  la  presentación  del  "Cuarteto" 
fundado  por  el  maestro  Carrillo,  ano- 
tamos algunas  felices  versiones  en  las 
obras  del  programa,  especialmiente  los 
tiempos  lo.  y  3o.  del  admirable  Cuarte- 
to op.  IS  níim.  O  de  Beetboven. 

i  Si  la  viola  hubiese  participado  un 
poco  de  su  exuberante  sonoridad  a  su 
colega  el  violín  segundo!  El  conjunto 
habría,  ciertamente,  ganado  en  equili- 
bno. 


eminente  pianista  Eduardo  Ilisler,  po;- 
Mauricio  Dumesnil. 

"Risler — ^nos  dice  Gómez  Anda — se 
interesó  por  mí  y  me  manifestó  el  de- 
seo de  aprender  mi  Sonatíi.  La  "Sere- 
nata Mexicana"  le  encantó  y  me  h.iz<o 
tocarla  tres  veces ..." 

Nos  alegramos  de  estos  primeros 
éxitos  del  joven  pianista  mexicano  y 
esperamos  que  al  lado  de  un  miaestro 
como  Risler,  su  indiscutible  talento  al- 
canzará un  espléndido  desarrolla, 


Carmencita  Pérez,  pianista  y  Domin- 
go Taltavull,  violonchelista,  son  dos  ar- 
tistas españoles  que  desde  hace  algún 
tiempo  vienen  realizando  una  importan- 
te serie  de  conciertos,  en  los  cuales 
han  demostrado  plenamente  sus  exce- 
lentes  cualidades    de    recitalistas. 

El  público — ignoramos  la  causa — no 
ha  asistido  en  número  suficiente  para 
llenar  todas  las  localidades  de  la«  sa- 
las donde  se  han  presentado  estos  no- 
tables artistas. 

A  iniciativa  del  Rector  de  la  Univer-- 
sidad  licenciado  José  Vasconcelos,  am- 
bos peregrinos  del  arte  tocaron  el  si- 
guiente programa  en  el  Conservatorio 
Nacional:  I. — Sonata  op.  40,  Beetbo- 
ven. ( Piano  y  Violonchelo. )  II. — Tocca- 
ta  y  Fuga  en  re  menor,  Bach-Tausig. 
Nocturno  III,  Liszt.  Triana,  Albéniz. 
(Piano  solo.)  III. — Sarabanda,  Bach. 
Danza  Alemana,  Mozart.  Siciliana.  Fau- 
ré.  Hilandera,  Dunkier.  (Violonchelo  só- 
lo.) 


Desde   París   nos   comunica   Antonio 
Gómez    Anda,    quo    fué    presentado    al 


La  "Sociedad  de  Conciertos"  de  Gua- 
dala jar-a  ha  elegido  su  junta  directiva 


CRÓNICA    MUSICAL   MbXlCANA 


6i 


para  ei  presente  año :  Presidente,  pro- 
fesor José  Rolón ;  Vicepresidente,  11- 
i^enoiado  Manuel  K.  Orendaln;  Secre- 
tario, Víctor  de  Castro;  Prosecretario, 
licenciado  González;  Tesorero,  doctor 
Pérez  Gómez;  Subtewororo,  Víctor  Sil- 
va. 

V^ooales :  señora  ('oucepción  S.  viuda 
de  Bernardelli ;  señorita  Otilia  Cama- 
rena  Morfín  ;  señorita  Norma  Geist ;  se- 
ñorita Enriqueta  Ruíz;  señor  Jorge  Pa- 
lomar ;  Ingeniero  Agustín  Basa  ve  : 
J>uis  G.  CavStañeda ;  e  ingeniero  Aurv- 
}ío  Acevea. 


En  el  Salón  del  Museo  Nacional  se 
celebfó  un  Concierto  organizado  i>or 
la  "Escuela  Libre  de  Música  y  Decla- 
mación" y  en  el  cual  tomaron  parte 
tres  alumnos  de  la  díase  de  piano  de 
la  señora  profesora  Ana  María  Char- 
les. 

T^s  señoritas  Hortensia  Casas  Co- 
ronado, Esperanza  Ramos  y  el  señor 
Salvador  Marmolejo,  tocaron,  acompa- 
ñados por  la  orquestíi  que  dirige  el  pro- 
fesor Váztiuez,  los  oonciertos  op.  2(>. 
de  Mozart,  el  op.  20  del  mismo  autor 
y  el  <^.  15  de  Beethoveu,  respectivamen- 
te. El  público  premió  con  grandes  aplau- 
sos tanto  a  los  ejecutantes  como  a  su 
profesora. 

•1  ^ 

Bu  el  mismo  local  tuvo  lugar  el  con- 
cierto  de  presentación   de   la    señorita 


Stella  Bannack,  discípula  de  la  señora 
profesora  María  Elena  G.  de  García. 
Además,  de  las  obras  de  Grieg,  Gioi- 
dano,  Mozart,  AVagnrer,  Sainü-Saens. 
!  iszt  y  Carr  lio  que  tnnló  la  señoril^ 
Bannack,  en  el  programa  figuraban  al- 
gunas piezas  de  cítíira  y  arpa  y  dos  con- 
juntos vocales. 


El  domingo  2  del  presente  se  cele- 
bró en  el  'J"'eatro  Iris  el  beneficio  del 
maestro  CaiTillo,  director  de  la  Orques- 
ta Sinfónica  Nacional,  con  el  siguiente 
programa:  I. — Obertuní  de  la  Opera 
"T^ohengrin,"  Wagner.  II. — (Mandones 
alemanas,  por  el  Orfeón  Alemán.  111. — 
Sinfonía  Patética,  Tschaikowsky.  VI. — 
Concierto  para  dos  violines,  Bach.  (Se- 
ñores José  Rocabruna  y  Ezequieil  Sie- 
rra). V.— Obertura  de  "Tannbaiiser^*, 
Wagner. 


El  encargado  de  esta  SecH?ión  eúrisl' 
por  medio  de  la«  presentes  líneas  la 
expresión  de  su  profundo  agra<cteei- 
miento  a  la  importante  revista  ''Mú- 
sica de  América"  de  Buenos  Aires,  por 
la  reproducción  que  en  su  número  IV. 
se  sirvió  hacer  del  ''Estudio  sobre  la 
música  mexicana"  y  de  las  cancioneí?' 
•'Lejos  de  tí"  y  'Las  Mañanitas,"  así 
como  por*  la  nota  tan  halagadora  «orno 
inmerecida  que  sobre  su  personaliSaad' 
aparece  en  el  referido  número. 


Nota  de  la  rebaCCiów.  Eb  esta  Sección  se  dará  cuenta  de  todos  los  acontecimieiitOB  »»- 
sical€a  importantes  de  que  se  reciba  noticia  y  se  hari  juicio  de  aquellos  conciertos,  recítale»^ 
exámenes,  etc.,  a  los  cuales  haya  sido  invitado  Hexico  Moderno. 


\ 


REVISTA     DE     LIBROS 

8ECCIÓN    A   CARGO    DK 

GENARO     ESTRADA 


MARTIN  LUIS  GUZMAN.— A  Ori- 
ílas  úel  Httdson.  México,  Lib.  Editorial 
íle  Andrés  Botas  e  hijo,  1920,  en  8o. — 
Entre  los  artistas  jóvenes  de  México 
es  Martín  Luis  Guzmán  uno  de  los  pen- 
samientos más  seria  y  noblemente  pre- 
parados para  las  especulaciones  estéti- 
cas y  sociales  y,  también,  uno  de  los 
íiue  encierran  y  concentran  más  vigor 
para  acometer  empresaiS  en  que  se  her- 
manen savia  de  humanidad  y  exalta- 
ción lírica.  Su  obra  todavía  breve  y 
lenta,  encierra,  no  obstante,  signos  de 
verdadera  fortaleza  espiritual  y  gran- 
des realizaciones  de  belleza. 

A  Oritlds  del  Hudson  colecciona  en- 
sayos y  poemas,  crítica,  artículos  de 
política  y  breves  notas,  escritos  no 
hace  mucho  tiempo  en  la  agitada  New 
York;  y  este  sólo  libio  es  suficiente 
para  enseñar,  a  quien  quisiera  conocer 
persoaalidades  literaria^  d/e  México, 
las  posibilidades  mentales  de  Guzmán; 
porque  encierra  en  pocas  páginas  todo 
el  vaJor  diverso,  pujante  y  ágil  de  que 
es  capaz  el  excelente  ensayista  me- 
xicano. 

Tienen  sus  ensayos  esa  agudez  críti- 
ca que  a  tan  pocos  es  dado  poseer,  y 
que  se  matiifiesta,  una  veces,  en  la  per- 
cepción clara  y  honda  de  las  cosas  y. 


otras,  en  la  expresión  más  adecuada. 
En  los  escritos  de  Guzmán,  la  parte 
expresiva  es  siempre  superada  por  la 
penetración  y  la  novedad  ideológica; 
siempre  sabe  hallar  la  novedad  en  los 
aspectos  internos  y  objetivos  de  un 
asunto  y  sus  exégesis  mentales  »ott,  en 
este  punto,  cautivadoras.  De  tal  «raer- 
te, sus  prosas  poemáticas  siguen  alen- 
do ensayos  sin  perder  ni  un  puiíto  de 
delicadeza  y  sugerencia  poéticas.  Pero 
lo  que  señala  y  distingue  a  Guzm&n  en 
la  nueva  literatura  mexicana  es,  más 
que  todo  eso,  su  fuerte  y  alto  entu- 
siasmo por  llevar  a  las  letras  un  so- 
plo vigoroso  de  verdad  social.  EJl  qui- 
siera que  los  artistas  vivieran  más  le- 
jos de  la  literatura  y  más  cerca  del 
mundo,  y  que  su  aspecto  estético  se 
resolviera  armoniosamente  entre  los  li- 
bros y  los  problemas  sociales.  Loa  dio- 
ses terribles  en  México — el  miedo  j  Isl 
adulación — mantienen  a  los  escritores 
retirados  de  todo  contacto  político,  y 
cuando  llegan  a  los  puestos  oficiales 
abdican  o  esconden  todo  interés  por 
las  cuestiones  del  Gobierno.  Por  egoís- 
mo— afirma  Guzmán — los  intelectuales 
mexicanos  no  cumplen  su  propio  des- 
tino ni  hacen  una  patria  para  que  sus 
hijos  realicen  el  suyo.   Los  intelectua- 


REVISTA  DE  LIBROS 


63 


les  en  política  ha  sido  objeto  de  un 
estudio  publioado  recientemente  en  Es- 
paña :  parece  que  allá,  como  aquí,  hay 
escritoi'es  que  creen  que  no  son  los 
intelectuales  los  llamados  a  interve- 
nir en  esa  cosa  informe,  abstracta  y 
a  veces  dolorocja,  que  se  llama  la  po- 
lítica. 

JÜSTIN  H.  SMITH.— The  War  with 
M^o^ico. — New  York,  The  Macmillan 
Q).,  2  vols.  en  4.* — Hace  más  de  diez 
años  visitó  México  Justin  H.  Smith. 
Sü  presencia  pasó  inadvertida,  menos 
para  unas  tres  o  cuatro  personas  que 
sabían  que  Smith  es  uno  de  los  prin- 
cipales historiadores  norteamericanos. 
Algo  semejante  puede  decirse  de  Cun- 
ningham,  excelente  historiador  que  es- 
tuvo en  México  hace  apenas  medio  año 
y  que  ahora  se  encuentra  en  España 
documentándose  para  su  obra  sobre  el 
Consejo  de  Indias.  Cunningham  es  autor 
de  magníficas  monografías  históricas  y 
muy  pronto  hemos  de  publicar  es  espa- 
ñol su  estudio  sobre  la  audiencia  en  las 
colonias  españolas. 

Justin  II.  Smith  ha  empleado  unos 
doce  años  en  escribir  su  obra  sobre  la 
guerra  entre  México  y  los  Estados  Uni- 
dos en  1847  y  la  aparición  de  este  li- 
bro ha  sido  sensacional  en  la  nación 
vecina.  Su  trabajo  es  el  prinuero  que 
se  realiza  de  manera  formal  y  es,  tam- 
bién, lo  más  importante  que  se  ha  hecho 
sobre  la  materia.  Algunos  escritores 
norteamericanos  consideran  que  es  un 
libro  que  viene  a  terminar,  definitiva- 
mente, con  la  creencia  muy'  generali- 
zada de  que  la  guerra  del  47  es  un 
atropello  de  los  Estados  Unidos.  El 
crítico  del  'New'  York  Sun  llega  a 
pensar  que  la  gran  nación  uebe  gra- 
titud al  profesor  Smith  por  haber  es- 
crito esta  obra,  porque  en  ella  se  ha- 
cen ver  que  son  infundados  los  concep- 
tos en  que  se  tiene  generalmente  a  los 
gobernantes .  norteamericanos  de  aque- 


lla época,  que  lograron  arrebatar  a 
México  una  parte  muy  considerable  de 
su  territorio. 

Pues  bien,  si  para  nosotros  los  mexi- 
canos, el  libro  de  Justin  Smith  no  e» 
el  desiderátum,  ni  la  última  palabra, 
en  un  asunto  que  tan  profundamente 
hirió  nuestra  dignidad  nacional,  sí  re- 
vela el  trabajo  más  serio  y  trascenden- 
tal que  hasta  ahora  se  haya  intentado 
para  explicar  la  guerra  del  47;  y  de- 
bemos acogerlo  como  el  mejor  esfuer- 
zo acerca  de  una  época  que  fué  tan 
fecunda  en  desastres  para  México. 

Después  de  este  valor — el  primero  e« 
calidad — el  libro  ofrece  otros  que  me- 
recen señalarse:  en  efecto,  todos  los 
impresos  sobre  la  materia,  todos  los 
documentos  que  pudieron  encontrarse 
en  los  archivos  oficiales  y  privados,  fue- 
ron minuciosamente  revisados  y  com- 
pulsados por  Smith.  En  este  punto, 
conceptuamos  de  notable  la  bibliogra- 
fía que  presenta  The  War  with  Mesci- 
co.  Justin  Smith  revisó  documentos  de 
los  gobiernos  mexicanos  y  norteameri- 
canos, los  de  guerra  y  los  diplomá- 
ticos; de  nuestro  Archivo  General  de 
la  Nación :  los  de  algunos  Estados 
y  municipios  mexicanos;  archivos  de 
la  Gran  Bretaña,  Francia,  España  y 
varios  países  latinoamericanos;  de 
bibliotecas  públicas  y  de  colecciones 
privadas;  periódicos  de  la  época  y,  en 
general,  fuentes  de  primera  mano  en 
el  mayor  número  deseable;  se  puso 
al  habla  con  supervivientes  de  la  épo- 
ca, recorrió  personalmente  los  luga- 
res donde  se  desarrollaron  las  prin- 
cipales batallas  y  encuentros,  y  estudió 
de  la  manera  más  detenida  que  le  fué 
posible,  la  psicología  del  pueblo  me- 
xicano. Cree  el  autor  que  más  de  las 
nueve  décimas  partes  del  material  uti- 
lizado en  la  obra  puede  considerarse 
como  nuevo. 

El  propio  historiador  atribuye  a  su 


64 


MÉXICO      MODERNO 


obra  un  resultado  definitivo,  cuan- 
do dioe:  "Como  consecuencia  particu- 
lar de  esta  completa  inquisición,  apa- 
rece ahora  revestido  de  un  carácter 
del  todo  diferente  un  episodio  que, 
así  en  los  Estados  Unidos  como  en 
el  extranjero,  ha  sixlo  conceptuado  des- 
honroso para  nosotros.  Es  de  presu- 
mir que  tal  resultado  será  grato  a 
los  americanos  patriotas;  pero  el  au- 
tor debe  confesar  ingenuamente  que 
emprendió  la  tarea  sin  projwnerse,  ni 
aun  imaginar  alcanzarlo.  Su  parecer 
acerca  de  la  guerra,  al  iniciar  sus  iu- 
vestigacioncH  especiales,  coincidía  subs- 
tancialmente  con  el  predominante  en  la 
Nueva  Inglaterra,  y  tomó  entre  manos 
f'l  asunto  sólo  porque  estaba  conven- 
cido de  que  éste  no  había  sido  estu- 
diado a  fondo.  Tal  convicción,  si  va 
.1  decir  la  verdad,  parece  ir  ganando 
terreno  rápidamente  y  se  cree  que  de 
hoy  en  adelante  sólo  se  aceptarán 
nuevas  opiniones  fundadas  en  los  he- 
chos, en  lugar  de  las  que  i>or  largó 
tiempo  han  descansado  sobre  perjuicios 
tradicionales  e  informes  falsos".  ¿Ha- 
bremos de  aceptar  completamente  la 
ingenuidad  de  que  habla  el  escritor  so- 
bre todo  si  se  tiene  a  la  vista  circuns- 
tancias porteriores  que  pueden  lígarso 
con  las  que  dieron  origen  a  la  guerra? 
I^  reconocida  competencia  y  seriedad 
de  Smith,  como  historiador,  nos  obli- 
gan a  atender  formalmente  sus  ex- 
presiones. 

En  pocas  palabras:  el  libro  The  Wur 
with  México  ha  sido  recibido—y  aun 
el  autor  lo  presenta  así — como  una  jus- 
tiíicacSón  cíe  los  Estados  TJniílos  y 
como  un  eiror  de  México;  quiere  ha- 
cer ereer  que  lejos  de  ser  ellos  los 
agresores,  las  hostilidades  fueron  pro- 
vocadas y  apresuradas  por  nosotros. 

La  cuestión  de  Texas,  que  fué  en  rea  - 
lidad  la  inicial  del  rompimiento,  en- 
ciena,    efectivamente,    repetidos    eiro- 


res  de  parte  de  los  políticos  mexicanos 
■de  la  ér>oca,  y  verdaderas  aberracione« 
de  los  téjanos.  Por  imparciaJ  y  se- 
reno que  aparezca  en  este  asunto  el 
juicio  del  historiador,  quedan  palpa- 
bles los  hechos  <ionsumados  pc<r  el 
gobierno  noiteamericano  de  aquel 
tiempo.  Se  desprende  de  estas  pfi,ginas 
que  comientamos,  que  Mr.  PolJi  íiixo 
todo  lo  posible  para  impedir  el  Tom- 
pimiento  de  hostilidades.  ¿Pero  de  ha- 
berlo conseguido,  no  habría  siido  igual 
el  resultado,  es  decir,  ¿puede  asegu- 
rar Ju»tin  Smith  que  no  habría  so- 
brevenido la  anexión? 

El  juicio  acerca  de  la  psicología 
y  de  las  posibilidades  bélicas  de  am- 
bos países,  es  digno  de  toda  aten- 
ción, por  la  profunda  penetración 
<jue  encierra  y  el  espíritu  justiciero 
que  lo  anima,  tanto  como  por  la  exac- 
titud de  los  informes  en  que  »e  sus- 
íenta.  A  pesar  del  método  rigurosa- 
mente histórico  y  moderno  con  que 
fué  escrito  este  libro,  no  faltan  en 
sus  páginas  amenidad  y  a  veces  cier- 
to desenfado  qufe  presta  a  la  obfa 
uji    color    evidentemente    agradable. 

El  historiador  I'riestley  encuentra 
particularmente  notables  estoí*  pusa- 
jt>s  de  la  obra   de  Mr.    Smith: 

"México,  sin  emliargo — informó  un 
ministro  inglés — jvíz^ado  simplein<»níe 
por  apariencias  exteriores,  es  cma 
cosa  enteramiente  diferente  de)  Mé- 
xico visto  por  el  interior.  A  ubo  Je 
pueden  ofrecer  una  docena  de  casas 
con  todo  lo  que  contienen  y,  no  obf^ 
tante,  dormir  en  3a  calle  muerto  de 
hambre.  Estos  hombres,  amigoe  y  ca- 
maradas,  están  intrigando  diariamen- 
te y  conspirando  el  uno  contra  el  otro. 
Hable  usted  con  un  orador  elocuente 
y  encontrará  que  sus  hermoeas  idea« 
son  vagas  e  impracticables.  Si  díBCOte 
usted  con  él,  o  excitará  so  cólera. 
destruyendo  sos  opiniíonef»,  o  raerwíerá 


REVISTA  DE  LIBROS 


65 


su  desprecio — puesto  que  comprende 
su  ignorancia — ,  dejándose  derrotar 
por  él.  Nótese  con  qué  ligereza  hablan 
de  la  religión  lo  cual  se  considera 
como  de  buena  forma.  La  iglesia  se 
estima  como  una  institución  para  mu- 
jeres. Pero  en  el  fondo  casi  todo  ol 
mundo  tiene  un  temor  mortal  del  más 
allá,  (.♦orno  un  niño  teme  a  la  obscu- 
ridad y  así.  cuando  alguien  está  en- 
fermo de  graA^edafd,  está  dispuesto  a 
postrarse  ante  un  sac^erdote.  La  ro- 
bustez aparente  de  estos  hombres,  de- 
bida en  gran  parte  a  su  indolencia, 
es  frecuentemente  minada  por  los  ac*- 
cidentes  de  la  lascivia,  lo  cnal  con- 
fiesan sin  escrúpulo.  Difícilmente  se 
encuentra  un  marido  que  sea  leal  a  sn 
promesa"....  "poco  en  lo  material, 
intelectual  y  en  el  orden  moral,  era 
realmente  sólido  en  el  México  de  1845. 
Evidentemente  que  el  pueblo  estaba 
poco  acondicionaido  para  gobernarse 
por  sí  mismo.  Evidentemente,  también, 
era  improbable  que  pudiera  tratar,  de 
manera  conveniente,  una  cuestión  gra- 
ve y  complicada,  que  requería  toda  Iü 
mayor  serenidad  de  juicio  y  nn  do 
minio  perfecito  de  sí  mismo;  y,  en 
particular,  las  malas  inteligencias  en- 
tre los  mexicanos  y  una  nación  como 
los  Estados  Unidos,  eran  cosa  segu- 
ra que  no  sólo  tendrían  lugar,  sino 
que  indudablemente  provocarían  des- 
órdenes". 

Estas  y  otras  consideraciones,  qui- 
zás todavía  más  acres,  están  ^uili- 
bradas  por  estas  otras  que  .Justin 
Smith  presenta  contra  sus  compatrio- 
tas los  noríetam'ericv'inos  de  aquellíi 
época  : 

"Cuando  las  tropas  americanas  se 
hallaban  abajo  de  >'ew  Orleans,  co- 
metieron algunos  desórdenes,  quiero 
decir,  se  dedicaron  al  saqueo:  y  cuan- 
do entraxon  en  país  enemigo  m  con- 
virtieron— dijo    un    oficial    de    lín^a— 


en  un  cuerpo  viviente  de  pestilencia 
moral.  El  crimen  marcaba  sus  hue- 
llas y  dondequiera  que  ponían  sus 
plantas,  dejaban  la  marca  indeleble 
de  la  infamia.  Para  satisfaceri  sus 
deseoÉi,  abríanse  esta blecimfien tos  en 
todas  clases  de  desorden,  y  las  calles 
estaban  constantemente  llenas  de  ofi- 
ciales y  soldados  armados,  borrachos, 
disputadores  e  insolentes.  Uno  de  ellos 
sacó  la  pistola  contra  el  Cónsul  inglés, 
simplemente  porque  éste  llevaba  un 
bastón  negro;  cometieron  muchas  de- 
predaciones; y  antes  del  10  de  julio, 
cuando  menos  cinco  o  seis  personas 
indefensas  habían  sido  muertas  por 
diversión^.  Sin  emhargo,  la  sombra 
más  negra  del  cuadro  registróse  en 
Nuevo  México.  Armijo  recompensó 
al  pueblo  por  sus  actos  de  tiranía  y 
robo,  permitiéndole  toda  clase  de  li- 
bertades en  su  vida  social  La  virtud 
era  poco  conocida  y  aun  menos  es- 
timada. Hasta  las  mujeres  de  desafia- 
ban con  puñales  o  con  cuchillos  de 
carnicero.  Los  bailes,  en  los  que  todas 
las  clases  sociales  se  mezclaban  con 
bullicio,  eran  las  prindfpiales  diver- 
siones ;  anunciábanlos  las'  dampanas 
de  la  iglesia,  y  en  la  misa  los  mismos 
músicos  tocaban  los  mismos  sones. 
Lo  que  en  segundo  lugar  se  estimaba 
tal  vez  más,  eran  el  juego  y  las  pe- 
leas de  gallos,  y  venían  luego  vicios 
que  míis  h¿en  parecían  necesidades 
que  pasatiempos  de  la  existencia.  Los 
soldados  se  rehusaban  a  ejecutar  el  po- 
co trabajo  que  había  y  se  burlaban  de 
las  reglas  de  la  disciplina.  La  tropa 
más  asquerosa  e  indisciplinada  que  ja- 
más haya  visto  reunida,  fué  la  descrip- 
ción de  nn  viajero  inglés  verídico,  res- 
pecto de  las  fuerzas  americanas;  y  un 
soldado  escribió  en  su  diario:  Estoy 
seguro  de  que  nunca  se  encontrará  umi 
cuadrilla  de  honbbres  más  borrachos  ni 
más  depr atoados.  Para-  ser  querido,  tí 
oficial   teoía   que   ser   relajado  en   sus 


66 


MÉXICO     M  OÍD  E  R  N  O 


oostumbres,  y  ser  impopular  equivalía 
— como  fué  sabido  de  los  buenos  oficia- 
les— a  encontrarse  cou  una  pistola  o 
un  sable  enfrente  del  rostro.  La  mitad 
de  los  capitanes — decía  una  carta — ^pue 
den  encontrarse  noche  a  noche  en  ma- 
los sitios. 

La  glosa  que  acerca  de  este  intere- 
santísimo libro  hace  el  profesor  Pries- 
tley  puede  /darnos  todavía  observacio- 
nes de  todo  punto  reveladoras :  observa 
el  comentarista  que  citamx)s  la  grsxiíx 
importanciíi  que  tienen  los  diversos  pa- 
l)eles  que  se  atribuyen  a  Jos  principales 
personajes  de  la  contienda.  Canalizo 
f^ra  "'un  perro  infiel,  que  una  vez  reci- 
bió muchos  puntapiés'* ;  Ciríaco  Váz- 
quez, un  valiente  que  murió  en  su 
puesto  de  combate;  Anaya  tenía  '/una 
cara  agria  y  amoratada" ;  Valencia  era 
''un  consi>irador,  un  ebrio,  un  tonto  y 
un  volcán'' ;  Gorostlza,  el  negociador  de 
lus  límites,  "era  un  hombre  de  mundo, 
agradable  e  ingenioso:  pero  no  era  to- 
pógrafo, ni  abogado,  ni  aun  diplomáti- 
co; era  el  Presidente  Herrera  "un  ciu- 
daidano  patriota,  razonable  y  honrado ". 
a  pesar  de  ,su  caída  posterior,  cuando 
abandonó  el  palacio  "con  todo  el  cuer- 
po de  sus  jefe»  y  funíñonarios  leales. 
con  su  cara  apacible  y  sus  respetables 
patillas,  en  un  coche  de  alquiler".  Por 
parte  de  los  americanos,  Butler  aparec«- 
como  "una  desgracia  nacional,  un  es- 
padachín y  matasiete,  pillo  y  penden- 
ciero";  Twiggs  estaba  dotado  de  un 
cerebro  que  era  "sencillamente  lo  que 
sobró  después  de  liaber  sido  amasada 
su  espina  dorsal";  Pillow,  después  de 
su  fiasco  en  í'erro  Gordo,  "echó  a  co 
rrer'' ;  Cadwalader,  "un  veterano  aci- 
calado de  las  paradas  de  la  calle  Ches- 
nut";  "el  cuerpo  de  voluntarios  estaba 
mandado  pí>r  vagabundos  sin  mérito, 
algunos  de  Iojk  cuales  habían  sido  ex- 
puleado»  del  servicio  militar  por  m&Xn 
eondueta  trvnt»  ftl  iMidml«o'\  Polk   apii- 


rece  en  estf  libro  con  sus  pantalones 
ajustados,  sus  zapatos  rechinantes  y  su 
tontera  encefálica ;  y  Taylor,  si  bien 
se  le  pinta  como  hombre  de  virtudes 
domésticas  y  valor  personal,  se  le  re- 
chaza por  su  incompetencia,  su  insu- 
bordinación y  su  insufrible  ambición. 

Este  libro,  cuyo  solo  anuncio  intere- 
sará, sin  duda,  a  los  lectores  de  "Mé- 
xico Moderno"  debe  ser  leído  con  inte- 
rés por  los  mexicanos.  Pretende  ser  jus- 
tificativo de  la  actitud  norteamericana 
por  la  guerra  del  47,  por  más  que  su 
autor  y  los  comentaristas  crean  que 
llega  cuanüo,  después  de  muchos  años, 
hay  una  opinión  ya  formada,  justa  o 
errónea,  que  atribuye  toda  la  culpabili- 
dad de  ];í  contienda  a  los  políticos  del 
Norte.  De  todos  modos  delnmos  cele- 
brar que  llegue  en  el  mismo  momento 
en  que  nuestro  gobierno,  despreciando 
¡ntemperaucia¿;  y  rescjuemores  anterio- 
res— y  afortunadamente  para  ambos 
países — plantea  vigorosamente  una  po- 
lítica de  inteligencia  con  los  Estado:^ 
Unidos. 

FRANCISCO  FERNANDEZ  DEL 
CASTILLO— 7>oñ(í  Catalina  Xuárez 
Marcayda,  pHmcra  espolia  de  Hernán 
Corten,  u  su  familia.  (México.  Imprentn 
\'ictoria,  1920),  en  4o. — No  hace  mucho 
ti(»mpo  que  el  inteligente  historiador  y 
abogado,  Alfonso  Toro,  publicó  un  estu- 
dio documentado  por  el  cual  se  venía. 
si  no  a  la  convicción,  quizás  a  la  vehe- 
mente sospecha  de  que  el  primer  con- 
iiuiiítador  de  México.  Hernán  Cortés, 
había  asesinado  a  "la  Marcaida",  su 
primera  esposa,  después  de  una  violen- 
ta disputa  que  se  produjo  en  Coyoacán, 
allá  por  el  Siglo  XVL  El  estudio  del 
señ(jr  Toro  produjo  el  más  vivo  inte- 
rés, por  referirse  a  la  principal  figura 
de  la  conquista  española  en  México  y 
por  tratar  de  dilucidar  un  punto  te- 
ciebroso  d«  nuestra  remot*  lüBtoria. 

Por  •!  atfo  d«  1522  y  e»  •!  eur.*!»  dtf 


REVISTA  DE  LIBROS 


67 


una  cena  en  I;(  cas»  del  coministador, 
doña  Catalina  Jiiárc/  reconvino  a  un 
tal  80IÍS,  capitAn  úo  l;i  artillerífi.  en 
esta    forma  : 

-  \'o,s,  Solís.  Uü  queréis  sino  oeupar 
a  mis  indios  en  otra  cosa  de  la  que  yo 
les  mando  e  non  se  face  lo  que  yo 
quiero. 

Contestó  Solís : 

— Yo,  sefioi-íi.  no  los  ocupo,  allí  está 
su  merced  que  los  o(U]>a  y  manda. — Y 
señalaba  a  Cortés. 
I  — Yo  vos  prometo — repuso  doña  Ca 
talina— que  antes  de  muchos  días  haré 
yo  de  manera  que  nadie  tení?a  qué  en- 
tender con  lo  mío. 

A  lo  que  contesté)  Cortés  en  son  de 
chíicota : 

—Con  lo  vuestro,  señora,  yo  no  quie- 
ro nada  de  lo  vuestro. 

Riéronse  los  comensales,  levantóse 
indijíuada  doña  (Catalina  y  se  retiró  a 
su  alcoba,  de  donde  a  la  media  noche 
salía  Hernán  Cortés  para  avisar  a  sus 
criados  y  parientes  que  su  mujer  esta- 
ba enferma.  Cuando  entraron  a  la  chi- 
mara, encontraron  a  1^  Marcaida  muer- 
ta, humedecidas  las  ropas  de  la  cama 
y  el  cadáver  con  ciertos  signos  que  des- 
pués se  atribuyeron  a  estrangulamien- 
to.  Desde  la  muerte  de  doña  Catalina 
corrieron  rumores  de  que  había  sido 
asesinada  por  su  marido  y  cuando  vino 
posteriormente  el  proceso  del  primer 
conquistador,  llovieron  las  acusaciones 
sobre  Cortéis. 

Ahora,  en  el  libro  en  que  nos  ocupa- 
mos, el  señor  D.  Francisco  Fernández 
del  Castillo,  historiador  académico,  in- 
fatigable investigador  en  los  papeles  del 
Archivo  General  de  la  Nación  y  muy 
conooido  entre  las  gentes  de  letras, 
especialmente  por  su  Historia  de  San 
Ángel,  presenta  una  vehemente  y  ca- 
lurosísima defensa  de  la  inocencia  de 
Cortés  en  la  muerte  de  doña  Catalina 
Juárez.    Para    Fernández    del    Castillo 


todo  es  obra  de  la  imaginación  popular, 
hábilmente  manejada  por  los  numerosos 
enemigos  de  Cortés ;  por  los  partidarios 
de  Velázquez,  Gobernador  de  Cuba;  ca- 
lumnias de  los  envidiosos  y  despechados 
que  no  a  lea  ucearon  reparto  del  botín 
de  gueria  y  propaganda  antiespafíola 
de  los  numerosos  escritores  que  después 
de  la  independencia  se  desataron  contra 
la  vieja  metrópoli.  En  su  concepto,  no 
Hay  testimonios  serios  que  acrediten  la 
acusación.  Los  miembros  de  la  Audien- 
cia, Guzmán,  Delgadillo  y  Matienzo,  en- 
cuéntralos el  historiador  como  princi- 
pales responsables  de  la  versión  del  ho- 
micidio, propalada  hasta  nuestros  djas. 

El  señor  Fernández  del  Castillo  se 
acoge  a  la  respetable  opinión  de  nues- 
tro eminente  García  Icazbalceta,  quien 
asienta  en  su  erudito  libro  sobre  Fray 
•Juan  de  Zumárraga  que  "no  se  le  pue- 
de dar  mucha  fe  a  un  proceso  formado 
por  el  encono,  guiado  por  la  mala  fe 
y  sostenido  por  el  temor  o  por  las  de- 
claraciones interesadas  de  enemigos  de- 
clarados o  de  ruines  sobornadores" : 
desecha  por  inverosímiles  las  declara- 
ciones de  algunos  testigos  o  las  rechaza 
por  falsas ;  cree  ver  en  las  acusaciones 
intrigas  de  partido  y  encuentra,  por 
fin,  malas  interpretaciones  históricas 
relacionadas  con  la  vida  de  Cortés. 

Si  la  Marcaida  ha  sido  señalada  prin- 
cipalmente por  su  muerte,  es  natural 
que  todo  lo  relacionado  con  esto  sea 
el  asunto  principal  en  la  obra  que  nos 
presenta  el  señor  Fernández  del  Cas- 
tillo ;  pero  no  imran  ahí  sus  investiga- 
ciones, y  dase  a  estudiar  largamente 
la  genealogía  de  la  famosa  dama,  ha- 
llando, de  paso,  relaciones  con  persona- 
jes que  por  otras  causas  brillan  en  la 
historia  de  la  colonia.  Así.  Fray  Miguel 
de  Guevara,  a  quien  se  atribuyó  la  pa- 
ternidad del  bello  soneto,  joya  de  anto- 
logías castellanas.:  "No  me  mueve,  mi 
Dios,    para    quererte",    repútalo    Fer- 


68 


MÉXICO      MODERNO 


oAndez  del  Castillo  como  a  un  leiigio- 
so  de  mediocre  valor  literario,  hombre 
vicioso  y  dado  a  escándalos  e  indigno 
misionero  de  Cristo.  Sus  costumbres 
relajadas  no  lo  acreditan  como  a  mís- 
tico de  alto  espíritu,  capaz  de 
haber  concebido  el  famoso  soneto, 
paternidad  que,  por  otra  parte,  dejó 
ya  dilucidada  el  P.  Vela  en  su  biblio- 
grafía agustiniana,  de  1913.  Encuén- 
transe  también  en  la  flamante  mono- 
grafía muy  interesantes  informaciones 
acerca  de  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz, 
de  las  fundaciones  de  conventos,  de 
particularidades  de  la  vida  monástica 
y  en  especial  sde  la  indumentaria  con- 
ventual; de  los  asaltos  de  los  piratas 
en  el  Mar  Caribe;  sabrosas  anécdotas 
de  la  Marquesa  del  Valle  de  Orizaba. 
y,  para  que  todo  sea  pintoresco,  no 
faltan  los  comentarios  políticos  sobre 
liberales  y  conservadores,  ni  siquiera 
una  rápida  crónica  sobre  gentes  y  he- 
chos del  desapareoido  Jockey  Club  de 
México.  Adornan  la  obra  hasta  diez  y 
ocho  láminas  con  curiosas  reproduccio- 
nes de  retratos,  portadas  de  libros  ma- 
nuscritos, actas  de  profesiones  monás- 
ticas, escudos  nobiliarios  y  árboles  ge- 
nealógicos. 

Los  materiales  de  Doria  Catalina 
Xuárez  Marcayña  los  lia  tomado  el  se- 
ñor Fernández  del  Castillo  de  su  obra 
inédita  Biografías  de  Conquistadores 
d^  México  y  Guatemala,  en  la  cual  se 
ocupa  hace  algtín  tiempo  y  aparecerá 
muy  pronto. 

MANUEL  VELASQUEZ  ANDRADE. 
— Moral  Ocasional,  México,  1920,  en  8o. 
— El  profesor  don  Manuel  Velásquez 
Andrade,  que  publicó  en  otro  tiempo  al- 
gunos opúsculos  relativos  a  Ejercicios 
Físicos,  acaba  de  dar  a  la  estampa  una 
monografía  titulada  Moral  Ocasional. 
Nos  dice  el  señor  Velásquez  que  en  el 
Congreso  Pedagógico  reunido  en  Jala- 
pa  en   1915.    algunos   maestros   oyeron 


con  extrañeza  la  expresión  mor<fl  vra- 
sional,  usada  en  vez  de  enseñanza  mo- 
ral o  educación  moral.  No  había  moti- 
vo, en  nufestro  concepto,  para  tal  ex- 
trañeza, pues  desde  que  se  viene  abo- 
gando porque  la  Moral  no  se  enseñe 
por  medio  de  preceptos  aprendidos  de 
memoria,  sino  haciendo  que  los  niños 
se  ejerciten  en  la  práctica  de  acciones 
buenas,  se  han  venido  usando  los  nom- 
bres de  moral  práctica,  moral  en  ac- 
ción y  otros  varios  para  designar  la 
educación  moral.  No  es  nuevo  lo  de  oca- 
sional: los  buenos  educadores  han  apro- 
vechado siempre  cuanta  ocasión  se  les 
ha  presentado  para  corregir  lo  malo  en 
los  educandos,  para  inculcarles  lo  bue- 
no y  para  ejercitarlos  en  hacer  el  bien. 
El  autor  señala  prolijamente  a  los 
maestr'03  las  ocasiones  que  deben  apro- 
vechar para  la  educación  moral.  Les 
habla  del  ambiente  de  la  escuela,  de  la 
actividad  del  niño  en  la  misma,  de  la 
personalidad  del  mae^tno,  de  la  lectu- 
ra, de  la  vida  de  la  comunidad  y  de 
la  de  la  nación  como  excelentes  moti- 
vos para  lograr  buena  enseñanza  mo- 
ral. 

¿No  será  pedir  demasiado  a  la  escue- 
la? ¿Es  factible  que  el  maestro  esté  a 
cada  instante  y  momento  ocupado  en 
asuntos  éticos?  ¿Qué  tiempo  le  queda 
para  las  labores  instructivas?  En  esto 
de  la  educación  moral  hay  en  los  maes- 
tros teóricos  más  deseos  generosos  que 
sentido  práctico.  Moralizar  al  mayor 
número  posible  de  individuos,  es  algo 
muy  urgente:  nadie  lo  duda;  pero  en 
esta  gran  tarea,  la  familia  y  la  socie- 
dad deben  tomar  a  su  carino  una  bue- 
na parte. 

El  bello  ideal  sería  que  el  niño  vivie- 
ra en  un  medio  sano,  donde  el  maes- 
tro, la  familia  y  la  comunidad  fueran 
un   constante  buen   ejemplo. 

De  todos  modos  debemos  agradecer 
al  señor  Velásquez  Andrade  su.s  bue- 
nos deseos.1^.  A. 


RfeVlSTA  DE  LIBROS 


69 


AM2U>0  ÑERVO  -  06/aí  completns 
Biblioteca  Nueva,  Madrid,  1920,  en  80. 
— La  Biblioteca  Nueva,  empresa  edito- 
rial española,  está  publicando,  con  éxi- 
$  to  evideate,  las  obras  completas  de 
nuestro  gran  poeta  Amado  Ñervo  .y  la 
edición  ha  sido  coníiada  al  docto  cui- 
dado de  otro  ilustre  escritor  mexica- 
no:  Alfonso  Reyes. 

Algo  más  de  diez  volúmenes  han  apa- 
recido hasta  ahora  y  probablemente 
otros  diez  completarán  la  colección. 
Los  mejores  estudios  críticos  sobre  la 
obra  y  la  personalidad  del  vate  de 
Elevación  encuéntranse  al  frente  de 
cada  uno  de  los  tomos ;  algunos  volú- 
menes contendrán  todo  lo  que  Ñervo 
publicara  en  revistas  y  periódicos,  no 
coleccionado  anteriormente  en  libros, 
y  otros  ofrecerán  verdaderas  sorpre- 
sas con  la  publicación  de  trabajos  que 
habían  permanecido  inéditos.  En  uno 
de  los  tomos  aparecerá  una  bibliogra- 
fía de  Ñervo,  tan  completa,  que  no  se 
omitirá  en  ella  ni  lo  más  reciente  que 
se  ha  escrito  en  materia  sobre  el  poeta. 

Quiere  Alfonso  Reyes  que  esta  pu- 
blicación no  se  limite  a  los  libros  co- 
nocidos, sino  que  sean  una  obra  en  con- 
tinuo desenvolvimiento,  fuera  de  todo 
plan  que  le  marque  "programa"  y  aler- 
ta a  prohijar  cuantas  variantes  vayan 
siendo  aportadas,  rectificaciones  y  d8 
tos  poco  conocidos. 

ALBERTO  MARÍA  CARREÑO.- 
HomenajGS  Postumos.  Joaquín  D.  Ca- 
sasús.  (México,  sin  pie  de  imprenta). 
1920,  en  4o. — ^Con  motivo  de  la  llegada 
a  México  de  los  restos  de  don  Joaquín 
D.  Casasús,  su  antiguo  secretario  y 
amigo  don  Alberto  María  Carreño  ha 
publicado  un  libro  en  donde  están  re- 
unidos biografías,  artículos  necroló- 
gicos, discursos  y  reseñas  de  prensa 
en  honor  del  que  en  vida  fuera  muy 
distinguido  economista,  escritor  y  diplo- 
mático. 

Contiene  el  postumo  homenaje,  una 
extensa  biografía  del  Sr.  Carreño,  una 
crónica  de  don  Rafael  López,  dos  ar- 
tículos de  "El  Universal",  uno  de  don 


\  ictoriano  Salado  Alvares,  y  oraciones 
fúnebres  de  don  Atenedoro  Monroy. 
don  Manuel  Puga  y  Acal,  don  Enrique 
Martínez  Sobral,  don  Rafael  Sierra  j 
(Ion   Alberto   María    Carreño. 

DR.  NICOLÁS  LE^>N.— .VoííW  de  la.s 
lecciones  orales  del  profeso^'  doctor 
Nicolás  León  en  la  Escuela  Nacional 
de  Bibliotecarios  y  Archiveros.  Méxi- 
co, Antigua  Imprenta  de  Murgía, 
U>1S,  en  4o. — Acaba  de  circular  este 
lil)ro.  cuya  utilidad  será  verdaderamen- 
te estimada,  sobre  todo  si  se  tiene  eii 
cuenta  cuan  difícil  es,  en  nuestro  país, 
la  adquisición  de  obras  técnicas  de  bi- 
bliografía cion  fines  de  vulgarización. 

El  doctor  León  es,  quizás,  el  primer 
bibliógrafo  de  los  que  actualmente  vi- 
ven en  México.  Sus  libros  de  caiia  ín- 
dole, folletos,  artículos  de  prensa,  etc.. 
comprenden  298  ítulos;  ha  reimpreso 
OG  obras  y  monografías  de  varios  au- 
tores y  anuncia  tener  inéditos  67  ar- 
tículos. De  esta  vasta  producción,  unji 
buena  parte  se  refiere  a  bibliografía. 
Su  principal  obra  sobre  la  materia  es 
la  Bibliografía  Mexicana  del  Siglo 
XVIII,  todavía  no  terminada  y  del  ma- 
yor interés  para  el  historiador  y  el 
enidito.  Ha  descubierto  varios  impresos 
mexicanos  del  siglo  XVI  y  se  recorda- 
rá que,  debido  principalmente  a  la«! 
esfuerzos  del  doctor  I^ón,  existió  ha- 
ce algunos  años  un  Instituto  Mexica- 
no de  Bibliografía. 

El  nuevo  libro  es  un  verdadero  ma- 
nual que  deben  leer  cuidadosamente  v 
asimilar  todos  nuestros  bibliotecarios 
y  archiveros  y  los  estudiantes  de  es- 
tas profesiones.  Divídese  la  obra  en  tres 
secciones :  biblioteca,  biblioteconomía  y 
lectores,  con  capítulos  en  donde  se  des- 
arrollan con  la  mayor  extensión  po- 
sible en  un  manual,  las  particularida- 
des de  cada  uno  de  aquellos  asuntos, 
y  cierra  el  libro  un  apéndice  con  la 
lección  inaugural  de  la  cátedra  de  bi- 


70 


MÉXICO      MODERNO 


l>li<i|('conomía  gu  la  extinta  flsciiela  (if 
l»iIiliotecarios,  dooiimentos  oficiales  so- 
bre la  fundación  de  ésta,  plan  para 
nna  reorganización  do  la  escuela  v  una 
bibliografía  del  autor. 

I^  idea  del  doctor  León  p.ira  irniilaii- 
tar  nuevamente  en  nuestra  I  niver.sidad 
Nacional,  carreras  de  bibliotecarios  y 
archiveros,  es  dv  las  (Kue  merecen  aten- 
ción inmediata ;  porque  en  México  va 
siendo  ya  un  asunto  difícil  encontrar 
clasificadores  y  cataloga  dores  para  las 
bibliotecas  y  los  archivos  pnblioos.  De 
implantarse  el  vasto  plan  de  ])ibliote- 
cas  que  encierra  el  proyecto  del  Rec- 
tor de  la  Universidad  para  la  creación 
de  una  Secretaría  de  Instrucción  Píi- 
blica,  sería  necesario,  por  adelantado, 
encontrar  los  bibliotecarios  con  la  com- 
petencia necesaria,  y  esa  tarea  se  ve- 
ría notablemente  impulsada  con  el  fun- 
cionamiento de  una  escuela  del  ramo. 

DR.  EDUARDO  ALVAREZ.—Baset 
para  un  Conpreso  Centroamericano  de 
Obreros,  San  Salvador,  Impi'enta  de 
J.  B.  Cisneros,  1920,  en  4,o  — Inicia  el 
Dr.  Álvarez  la  creación  de  un  Congre- 
so Obrero  Centroamericano  que  dis- 
cuta y  llegue  a  resoluciones  prácticas 
sobre  los  puntos  siguientes:  sociabili- 
dad, unión  y  cooperación  obrera ;  i>o- 
sición  social,  moral  y  económica  de  la 
mujer  que  trabaja ;  intercambio  de 
obreros,  salarios  que  permitan  al  tra- 
bajador una  vida  humana  y  jornada 
de  ocho  horas;  trabajadores  del  cam- 
po, cultura,  antialcoholismo;  unifica- 
ción de  la  legislación  obrera  en  los 
países  ístmicos,  el  obrerismo  centro- 
americano ante  los  poderes  constituí- 
dos,  problema  internacional  de  aquellos 
países  con  relación  a  los  Estados  Uni- 
dos y  estudio  del  unionismo  desde  el 
punto  de  vista  obrero. 

La  tendencia  del  folleto  del  Dr.  Ái- 
vanez  es  indudablemente  de  gran  im- 
portancia para  los  pueblos  de  Centro- 
América  <iue  han  evolucionado  muy 
poco  en  el  sentido  de  la  protección 
debida   al  trabajador.     Es  éste  explo- 


tado sin  misericordia,  especialmente 
el  del  campo,  que  carece,  a  veces,  lo 
mismo  el  hombre  <iue  la  mujer,  aun 
de  un  miserable  vestido  de  manta  (lue 
cubra  su  desnudez. 

El  autí-r  va  un  poco  lejos  al  tratar 
de  .la  mujer  obrera  que.  en  todo  Cen- 
troamérica.  y  especialmente  en  El  Sal- 
vador, lleva  una  vida  cruel,  trabajan- 
do largas  y  fatigosas  horas  en  el  cam- 
po, en  el  taller  o  en  el  comercio  ín- 
fimo, y  teniendo  qué  atender  a  las 
duras  faenas  de  su  misérrimo  hogar. 
La  lástima  que  al  Dr.  Álvarez  inspi- 
ra la  mujer  centroamericana  de  la  ciar 
Ho.  huínilde,  se  refleja  al  prohijar  las 
opiniones  de  Monicow  respecto  a  las 
relaciones  sexuales  y  al  nacimiento  de 
los  hijos.  Analiza  el  autor,  aunque  so- 
meramente, las  condiciones  del  traba- 
jador del  campo,  el  cual,  según  expre- 
sa, es  un  esclavo.  Su  salario  es  dp 
veinticinco  centavos,  tres  o  cuatro  tor- 
tillas y  un  puñado  de  frijol  a  veces  sin 
sal ;  vive  en  chozas  de  paja  o  a  la 
intemperie,  queda  inhábil  para  el  tra- 
bajo a  los  treinta  y  cinco  afíos  y  mue- 
re antes  de  lo«  cuarenta  y  cinco.  ¡  Su 
miseria  es  inmensa !.  exclama. 

Prevé  el  Dr.  Álvarez  la  intervención 
conquistadora  de  los  Estados  Tenidos, 
y  pretende  que  el  obrerismo  centroame- 
ricano esté  en  contacto  con  el  obre- 
rismo yanqui,  que  se  ha  mostrado  amigo 
de  aquellos  países.  Por  último,  estima 
que  con  la  unión  "se  centuplica rún  las 
fuerza*!  del  conjunto  obrero,  su  pro- 
tección .será  mfis  extensa,  sus  campos 
de  acción  más  vastos,  más  fecunda  y 

poderosa  sn  obra  de  cultura " 

En  el  Alto  Relieve  del  Problema 
Unionista,  vuelve  el  Dr.  Álvarez  sobre 
el  tema  de  la  intervención  de  los  Es- 
tados Unidos  en  los  asuntos  de  las  cin- 
co Repúblicas,  la  cual  ha  producido 
una  doble  tiranía :  la  de  los  poderes 
constituidos  que  pesa  sobre  los  habitan- 
tes, y  la  de  los  imperativos  del  Gobier- 
no de  Washington  que  se  traducen  en 
disposiciones  financieras,  «Comerciales 
y  políticas.  Una  Intervención  directa, 
afiade,  como  en  el  caso  de  Nicaragua, 


REVISTA  DE  LIBROS 


71 


sería  mil  veces  peor,  pues  que  en  aquel 
país,  según  expresa  Mr.  John  Konneth 
T*urner.  al  que  cita,  "las  elecciones  he- 
chas bajo  la  supervisión  de  las  fuerzas 
americanas,  han  tenido  tanto  de  far- 
sa, como  las  elecciones  manipuladas  en 
México  en  los  días  más  negros  del 
despotismo  de  Porfirio  Díaz".  Opina  el 
autor  que  la  unKio,  centroamiericana 
deben  hacerla  los  pueblos  y  no  los  go- 
biernos, debiéndose  convocar  primera- 
mente asambleas  seccionjiles  popu- 
lareis y  después  una  asamblea  popu- 
lar centroamericana. 

El  folleto  está  escrito  en  un  estilo 
fácil  y  claro,  no  exento  de  cierto  ner- 
viosismo y  elegancia. — J.  P. 

BL  ALMA  DE  LA  ESCTJEr^.— San 
José  de  Gosta  Rica. — Falcó  y  Borra;^, 
1920,  en  12o. — Tina  iniciativa  presenta- 
da por  un  sacerdote  apellidado  Mene- 
ses,  diputado  por  el  Departamento  de 
Oartago,  y  que.  a  lo  que  parece,  vive 
fuera  de  siu  siglo,  dio  origen  a  las  pá- 
ginas a  que  nos  referimos  en  esta  no- 
ta. La  proposición  del  padre  Meneses 
tiende  a  la  implantación  de  la  ense- 
ñanza religiosa  y  ¿atólica,  de  manera 
obligatoria,  en  la  pequeña  república  íst- 
mica. El  folleto  contiene  artículos  de 
diversos  autores  en  defensa  de  la  ense- 
ñanza laica,  figurando  entre  los  signa- 
tarios de  los  tales  artículos,  los  nom- 
bres de  Ricardo  Jiménez.  Miguel  Anto- 
nio Caro.  F.  Tañida  del  Mármol.  Luis 
de  Zuleta.  Clemenceau,  Francisco  Fe- 
rrer,  Dr.  Santiago  Ramón  y  Cajjal,  An- 
selmo Lorenzo  y  otros. 

La  iniciativa  uyedloelval  tíjel  señor 
Meneses  es  un  documento  curioso,  que 
con  este  título  debe  archivarse  para  la 
historia  de  la  educación. 

FERNA  yüBZ  MORENO.  —  Catnpo 
Argentino.  Vol.  en  8.0  Buenos  Aires. 
Imprenta  Merc^itali.  1919— Fer.so,^  (U 
Negrita.  Vol  en  8.<'.  Buenos  Aircís.  Im- 
prenta  Merca  talí.   1920. 

Este  poeta  es  un  cultivador,  freeueo- 
temente  acertado,  del '  sincerlsmo.    Ün 


poeta  evidente  y  un  artista  sin  hacer. 

El  problema  de  la  forma  (forma 
visible  o  forma  interior)  existirá 
siempre,  sobre  los"  intentos  de  anar- 
quía o  los  simples  desenfado.s  de  eje- 
cucii^n.  La  sensibilidad  •  exige  contor- 
nos y  la  forma  \ es  el  ángulo  facial  áv 
cualquier  poeta. 

Por  esto,  Campo  Argentino,  excei>- 
tuando  media  docena  de  págiiiíis,  me 
parece  una  intención.  En  el  desarrollo 
íel  libro,  Fernández  Moreno  se  en- 
cuentra con  el  escollo  de  la  sinceridad 
sistemática,  aplicable  a  la  vida  cotidia- 
na :  lo  trivial. 

Versos  de  Negrita  acusa  una  joma- 
da más  en  el  dominio  de  las  hechuras. 
"Algún  día  serás  un  esqueleto,  jugue- 
te de  marfil  dentro  de  un  féretro " 

Aquí  está  ya  el  embeleso  del  oficio, 
la  visita  de  las  tijeras.  El  novio  de 
Dalmira  las  manejará  cada  día  me- 
jor, porque  ha  demostrado  sus  capa- 
cidades. 

Sustancialmente,  Fernández  Moreno 
es  uno  de  los  personajes  /interesantes 
del  Sur.  Ha  dicho  palabras  muy  hu- 
manas. Su  naturalidad  y  su  entereza 
lo  distinguen.  A  un  rico  le  escribe  unos 
versos  "para  que  le  ;regale  una  cn- 
sa" ;  a  otro  le  pide  que  lo  tome  de 
peón 

Es  de  los  que  tienen  buen  surtido 
d(-  vituallas.  Por  su  virilidad,  se  des- 
prende de  la  turbamulta  de  bufones 
indefinibles.  Una  de  sus  ideas  fijas, 
trabajar. 

Lo  aplaudimos  con  simpatía.  La 
cuerda  que  pulsa  se  halla  amenaza- 
da por  especies  toscas;  pero  hay  li- 
naje espiritual  para  luchar  con  ellas. 
Lo  demás — como  él  mismo  expresa  ha- 
blando de  las  rosas  —lo  hace  el  vien- 
to.—R.   L.   V. 

RUBÉN  DARÍO  EN  COí>ÍTA  RICA, 
San  José  de  Costa  Ricei,  ediciones  Sar- 
miento, 1920,  en  12o. — Es  esta  la  se- 
gunda parte  del  folleto  que  con  el  tí- 
tulo de  arriba  publicó  hace  más  de  un 
año  la  casa  editorial  de  Garxíía  Monje. 

Contiene  artículoe^  de  reTisüís  y  pe- 
riódicos, alusivos  a  Darío  y  publicados 


72 


MÉXICO     MODERN(5 


durante  la  lejana  estancia  del  poeta 
en  la  República  del  Sur  y  pequeñas 
prosas  y  poemitas  ocasionales  del  bar- 
do nicaragüense.  Como  colección  do- 
cumental para  la  historia  literaria  de 
Rubén  Darío,  el  folleto  de  que  habla- 
mos tiene  im  positivo  interés. 

LAUREANO  VALLENILLA  LANZ. 
— Cesarismo  Democrático.  Caracas,  Em- 
presa "El  Cojo",  1919,  en  8o.— Este  es 
un  libro  de  Venezuela  que  no  está  de- 
dicado a  Juan  Vicente  Gómez.  Tam- 
poco se  alude,  ni  remotamente  (que 
ya  es  mucho  pedir),  al  vulgar  tirano 
que  se  ha  encaramado  sobre  el  sufrido 
pueblo  que  enantes  libertara  Bolívar. 
Sean  estos  los  primeros  elogios  <iue 
demos-  al  autor  por  sii  libro. 

Vallenilla  Lanz  es  un  excelente  his- 
toriador. A  pesar  del  medio  en  que 
vive,  nada  propicio  a  la  libertad  de 
escribir,  ha  ciütivado  seriamente  1» 
ciencia  histórica.  Infatigables  investi- 
gaciones le  han  dado  una  vasta  cultura 
en  historia  continental ;  estíl  capacitado 
para  intentar — y  ya  las  ha  realizado- 
síntesis  sobre  diversos  períodos  de  la 
vida  venezolana ;  es,  ademas,  un  es- 
critor fácil  e  insinuante.  Todas  estas 
condiciones  dan  a  su  Cesai'ismo  Denut- 
crático  un  visible  interés.  Es  una  de 
las  ))uenas  monografías  históricas  que 
de  tarde  en  tai^.e  se  producen  en  la 
América  Española. 

La  revolución  de  independencia  estri 
estudiada  en  esta  monografía  desde 
puntos  de  vista  no  abordados  decidida 
mente  por  otros  historiadores:  espe- 
cialmente el  ad.jcctú  lolítico.  Valteniüa 
Lanz  diserta  frai.camente  sobr'3  el  pa- 
pel e  importancia  de  los  viejos  cau- 
dillos.   \     con     indudable    maestría    va 


repartiendo  y  quitando  lauros.  Su  obra 
es  seria  y  valiente. 

ARTURO  AAIBROGI.  M  Libro  del 
Trópico.  Imprenta  Nacional  de  San 
Salvador.  1918. — Un  libro  tropicalmente 
feo.  Uno  de  esos  fárragos,  sin  expresión 
moral  ni  artístic»,  que  se  escriben  a 
m-illares   en   castellano. 

El  señor  Ambrogi,  en  352  páginas  de 
tipo  menudo,  echa  mano  de  ese  siste- 
ma explicativo,  enumerativo  y  abusivo 
llamado  por  alguien  "el  escrfipulo  d^^ 
los  iliteratos". 

No  se  podría  decir*  si  para  la  historia 
de  las  costumbres  encierra  alguna  uti- 
lidad el  pesado  volumen.  Lo  que  consta 
es  que  bajo  la  carrocería  de  su  prosa 
sucumbe  la  intrepidez  del  lector. 

El  paisaje  y  la  existencia  criollos, 
requieren,  para  su  interpretación  y  es- 
terilización, una  pluma  de  calidad,  a 
íin  de  no  caer  en  los  inventarios  de  un 
servil  naturalismo.  R.  L.  V. 

ADOLFO  A.  LÓPEZ.— ivas  Carrete- 
ras Nacionales.  México,  Dirección  de 
Talleres  Gráficos  de  la  Nación,  1920. 
en  4o. — Con  motivo  de  la  iniciativa  de 
ley  presentada  a  las  Cámaras  de  la 
Unión  por  la  Secretaría  de  Comunica- 
ciones y  Obras  Ptíblicas,  para  la  cons- 
trucción y  reparación  de  carreteiíis,  el 
señor  Adolfo  A.  López  ha  publicado  es- 
te folleto  en  el  cual  apoya  el  proyecto 
del  Gobierno  y  presenta  un  buen  nti- 
mero  de  observaciones  relativas  a  la 
mejor  conservación  y  construcción  de 
caminos  y  empleo  del  auto<'amión  en 
las  carreteras.  Numerosos  ejemplos 
acerca  de  las  vías  de  comunicación  en 
los  Estados  Unidos,  se  enou'>"ntran  por 
todo  el  folleto,  recomendables  como, 
útiles  para  nuestro  país. 


Nota;  feolAmente  su  inf urruará  eu  esta  Sección  d«  loe  libro»  que  los  autores  o  los  editore.-^ 
reuiitao  a  México  Moét0rHc,~-'Lsi9  notas  sin  firma  d*beráai  s©r  attibviídas  acl  enoar#ado  de  la  R«Ws 
tadeLibroP.— G.  E. 


EN  EL  MAR 


HA  saltado  una  oía  y  ha  barrido  la  cubierta.  El  marinero  que 
entonces  pasaba,  en  una  posición  paradojal,  mientras  la  na- 
ve se  empinaba  y  recostaba,  ha  sido  arrebatado  por  la  ola : 
el  marinero  que  al  zarpar  del  último  puerto  de  Francia,  mandaba 
besos  a  la  amada  con  las  yemas  de  los  dedos. 

Ha  caído  el  muchacho  marinero  en  el  seno  del  mar,  entre  dos 
olas  que  se  abrieron  un  instante  y  lo  tragaron.  No  se  ha  visto  más. 

Se  ha  parado  el  buque  en  la  inmensidad.  Se  han  arrojado  son- 
das. Hombres  valientes  se  han  echado  al  abismo,  buceando.  Ha 
pasado  una  hora.  Se  ha  escrutado  con  poderosos  anteojos  el  agua 
revuelta.  Ha  ido  cayendo  la  tarde.  Ha  pasado  otra  hora. 

La  novia,  que  se  quedó  en  la  playa,  contestaba  con  la  punta  de 
los  dedos  los  besos  del  marinero  enamorado.  Todos  lo  vimos ...  Y 
de  pronto  ha  sucedido  lo  que  ha  sucedido.  Y  han  pasado  dos  horas 
mortales  y  no  se  ha  hallado  nada. 

Han  pasado,  mortales,  dos  horas.  Se  ha  formado  en  dos  filas 
la  tripulación,  mientras  entraba  la  noche.  .  .  La  banda  ha  tocado 
una  plegaria,  una  plegaria  de  marineros  que  se  llevaba  no  sé  adon- 
de el  viento  huracanado  en  esa  hora  procelosa  y  obscura.  .  .  A  una 
voz  de  mando,  todos  han  hecho  la  venia,  mirando  al  mar.  El  bu- 
que ha  vuelto  a  navegar  en  la  no'che.  Todos  hemos  llorado. 

¿  Quién  te  hará  saber  mañana,  muchachita  de  Francia,  que  una 
ola  se  enamoró  de  tu  marinero  y  se  lo  llevó  consigo? 

Hemos  llorado  todos  por  él  y  por  ti.  Y  más  por  él  que  por  ti. 
Y  por  tu  madre  y  por  la  madre  de  él. 

Y  la  banda,  mientras  tornaba  el  buque  a  navegar,  ha  seguido 
tocando  con  lúgubre  compás  la  lúgubre  plegaria:  una  plegaria  de 
marineros  que  se  llevaba  no  sé  adonde  el  viento  huracanado  en  la 
profunda  noche  del  mar. .  . 

ARTURO  CAPDEVILA. 


VENTARRÓN 


EL  bóreas,  como  un  poeta  sañudo  que  va  de  viaje, 
Al  llegar  de  la  montaña^  los  torrentes  de  harmonía 
De  su  inspiración  extraña  desata  en  la  vega  umbría. 
En  la  azul  linfa  discreta  y  etv  el  fondo  del  boscaje. 


Ya  ante  la  ruina  escueta  gime  un  cántico  salvaje; 
Ya  el  ameno  prado  baña  con  furiosa  gritería; 
Bien  sacude  encina  huraña  con  injuria  ronca  y  fría; 
Bien  en  la  techumbre  reta  convulsivo  de  coraje! 


Con  su  plectro  imparte  azotes!  Y  al  herir  las  cuerdas  flojas 
De  liras  de  árboles  huecos  de  dolor  ar ranea  voces 


Que  se  pierden  dando  botes. .-!  y  vibrar  hace  congoja* 
Que  en  gritos  roncos  y  secos,  como  en  corceles  veloces, 


Huyen,  de  sus  raudos  trotes  rugiendo  entre  yertas  hofas. 
Como  apostrofes,  los  ecos  que  lastiman,  como  roces! 


Acultzingo,  marzo  25  de  1901 


75 


SECRETOS 


AL  d07inir  en  tu  lecho  trati^juila 
donde  un  ángel  hermoso  y  risueño 
de  apreciahle  y  radiosa  pupila 
vele  quieto  tu  plácido  su^,ño; 

Al  dormir  esparciendo  tu   aliento 
}ná,s  suave  que  aquellos  olores 
con   que  el  céfiro  manso  y  el  rÁento 
cu  el  prado  saturan  las  flores, 

¿tú  no  sabes  que  en  medio  la  obscura 
soledad  de  tu  tibio  aposento 
como  un  ojo  celoso  fulgura 
contemplándote    mi   pensamiento? 

aS*/  en  las  tardes  de  la  primavera, 
cuando   vas   sonriente   en    la   grama. 
Ja  brisa  oyes  que  llera  ligera 
su  rumor  de  una  rama  a  otra  rama; 

y  sintiéndote  ese  hálito  ardiente 
da  a  tu  vida  su  música  vaga, 
quema  luego  tu  diáfana  frente 
y  en  el  aire  inflamado  se  apaga, 

¿no  sospechas,  mi  bien,  que  esos  giros 
ardorosos,  de  luz  sólo  son 
de  mi  pecho  los  tiernos  suspiros, 
los  suspiros  de  mi  corazón? 

Tal  vez  sueles  en  la  hora  en   que  el  cielo 
de  la  noche  la  pálida  mano 
va  tejiendo  con  astros,  el  z'uelo 
de  tu  mente  elevar  soberano 

a  las  altas  azules  regiones 
tras   sublime   ideal:    tal   vez  sueles 
perseguir,   con    ardor   ilusiones, 
ilusiones   doradas    que   ansíeles. 


MÉXICO       MODERNO 

Mas  ¿ignoras,  mi  amor,  que  la  estrella 
que  más  fulge,  a  mi  triste  retiro 
va  de  ti  a  platicarme,  y  que  en  ella 
reflejada  mi  imagen  yo  miro? 

GiKindo  vuelca  su  ánfora  de  oro 
desde  Oriente  en  su  triunfo  la  aurora, 
derramando  en  el   aire  incoloro 
su  raudal  que  las  cúspides  dora, 

y  temblando  un  fulgor  va  derecho 
a  esconderse  en  tus  labios  de  prisa, 
y  despiertas  en  medio  del  lobo 
bella  y  fresca  como  una  sonrisa, 

¿no  comprendes  que  el  beso  ardoroso 
que  en  tu  boca  mi  bien  pone  el  día, 
ese  rayo  es  el  beso  amoroso 
que  mi  alma,  temprano  te  envía  f 

Orizaha,  enero  24   de  1899. 


DESFILE  CRUENTO 


LA  pequeña  ti  opa  por  el  pueblo  atento 
cruza  con  el  polvo  de  tristes  caminos; 
la  derrota  puso  terrible  y  sangriento 
silencio  en  las  almas  de  los  peregrinos 
de  la  gloria.  . .   Toda  la  mañana  el  zñento 
ha  estado  tocando  sus  clarines  finos. 

Ni  filas  en  orden,  m  arm4is  sobre  el  hombro, 
Frentes  con  arrugas.  . .  Hambre.  . .   Sed.  . .  Fatiga. 
Cada  miserable  soldndo  un  esco^mbro 
lleva  en  su  existencia.  La  guerra  lo  obliga; 
}a  guerra  de  hermanos . . .  Con  ojos  de  asombro 
ve  la  muchedumbre  curiosa  y  amiga. 


POEMAS  77 

¿Qué  sendas  fatales,  siniestras,  obscuras, 
gimieron  al  paso  de  esos  infelices? 
i  Par  a  sus  herida-'^  tuvieron  ternuras 
y  tendrán  honores  en  sus  cicatrices  f 
¿Ceñirán  su^  sietves,  en  coronáis  puras, 
caricias  de  flores  de  heroicos  matices  f 

Tras  la  tropa  corre  tn^pel  macilento 
dr  wujeres  llenas  de  cariños  suaves, 
d^  en.tu>sia^^mos  fuertes  y  de  sentimiento, 
¡í^on  corno  la.s  lobas  y  como  las  aves! 
;8o/í  sublimes.  . .  /  Todu  la  mañana  el  zñento 
ha  estado  tocamdo  sus  clarines  graves. 

¡Pobres  hombres.'  Leva  que  los  cielos  clama 
arrancólos  de  honda  paz:  trocó  su  suerte, 
y  de  la  luz  libre  fueron  a  la  llama 
del  odio.  . .  y  del  surco  fueren^  a  la  tnuerte. . . 
hoy,  que  por  ser  grandes,  la  Patria  derranuiy 
.sangre  de  sus  hijos,  sangre  brava  y  fuerte. 

Un  recluta  lleva,  con  sus  crueles  cargas, 
a  su  hijo  en  la  espalda,  chico  a  quien  no  aterra 
el  cansancio  errante  con  sus  horas  largas, 
ni  el  sol  con  sus  rayos,  ni  la  misma  guerra 
con  sus  estertores  y  con  sus  descargas. .. 
jAsi  hace  sus  hombres  nuestra  santa  tierra! 

La  columna  pasa .. .  ¡Brillen  tus  destinos, 
oh  Patria,  en  la  justa  libertad,  tesoro 
legado  por  héroes  de  ejemplos  divinos .  . . ! 
toda  la  mañana  del  viento  el  gran  coro 
ha  estado  tocando  sus  clarines  finos, 
sus  clarines  graves,  sus  clarines  de  oro! 

^fi.TCoac,  mayo  de  1911. 

ROBERTO  ARGUELLES  BRINGAS. 


RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA 


HOJEANDO  los  viejos  diarios  madrileños,  allá  por  los  años 
en  que  el  mejicano  Gaona  comenzaba  a  torear  en  Tetuán  de 
las  Victorias,  sorprende  encontrarse  con  la  noticia  de  algún 
banquete  ofrecido  a  Ramón  Gómez  de  la  Serna;  y  esto,  no  por  su 
"primer"  libro,  como  de  su  edad  pudiera  inferirse,  sino  para  cele- 
brar la  aparición  de  su  "último"  libro. 

Gómez  de  la  Serna  ha  sido  precoz:  apenas  comienza  a  disfru- 
tar de  las  ventajas  de  una  edad  aceptable,  y  lleva  ya  publicados 
numerosos  libros,  folletos  y  hojas  volantes  en  el  escandaloso '  ti- 
po de  los  "extraordinarios".  Es  capaz  de  todo:  un  día  publicará 
en  postales  y  en  papel  de  fumar. 

El  formato,  el  espesor,  el  material  y  la  letra,  los  dibujos  de 
Bartolozzi  (mujeres  desnudas  y  feas,  antifaces,  rejas  cabalísticas, 
tableros  de  ajedrez)  todo  da  a  sus  libros  un  aire  inconfundible.  Su 
cara,  armada  de  la  pipa,  aparece  de  tiempo  en  tiempo  a  guisa  de 
mayúscula  capitular;  o  bien  alterna,  a  los  comienzos  de  párrafo, 
con  la  marca  de  su  mano  abierta:  una  mano  regordeta  y  sin  ele- 
gancia, que  ha  probado  ya  ser  muy  buena  para  de  almirez,  entre 
las  tormentas  de  cierto  festejo  literario.  Como  dos  compases  mag- 
néticos, la  cara  y  la  mano  aparecen  y  desaparecen,  y  al  cabo  pro- 
ducen el  malestar  de  una  positiva  presencia  humana,  casi  la  im- 
presión de  un  contacto.  Incomodan  y  atraen  a  un  tiempo,  verda- 
dero rompecabezas  psicológico. 

Gómez  de  la  Serna — observa  Icaza — es  hombre  que  dice  todo 
lo  que  se  le  ocurre,  escribe  todo  lo  que  dice,  publica  todo  lo  que 
escribe,  y  regala  todo  lo  que  publica. 


RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA  79 

Gómez  de  la  Serna  puede  pagarse  sus  caprichos  y  manías  de 
coleccionista.  Además,  cultiva  la  tertulia. 


II 

Hijo  de  familia, — con  probables  escapatorias — es  un  acabado 
madrileño  por  sus  hábitos  y  su  mentalidad  misma:  con  las  depura- 
ciones del  exquisito  talento  propio,  claro  está.  Vive  en  un  barrio 
que  no  carece  de  color,  muy  cerca  de  los  manicomios  de  libros  viejos. 

A  los  madrileños  llamean  gatos.  Este  lo  es  en  muchos  senti- 
dos (no  obstante  su  expresa  desconfianza  por  los  animales  de  Bau- 
delaire)  ;  aun  en  el  amor  a  su  rincón, — amor  siempre  compatible 
con  la  ronda  nocturna, — y  por  lo  bien  envuelto  y  voluptuosamente 
arropado  que  está  dentro  de  sí  mismo  y  de  su  pequeño  y  cargadí- 
simo estudio. 

Su  estudio  es  famoso:  toda  clase  de  cachivaches  lo  amue- 
blan, cuelgan  de  los  muros,  trepan  hasta  el  techo.  Cuadros  y  telas, 
candiles,  esculturas  africanas,  "peponas"  sin  ojos,  un  museo  de 
muñecos  rotos,  objetos  de  cocina  y  de  magia.  Una  chimenea  de 
tubo,  huérfana  encontrada  en  el  fondo  de  las  noches  de  enero,  se 
yergue  en  un  ángulo,  a  modo  de  guerrero  de  bronce.  No  hay  cosa 
estrambótica  que  no  tenga  allí  su  representación,  al  lado  de  mu- 
chas cosas  bellas':  de  suerte  que  la  majestad  de  una  cabeza  italia- 
na contrasta  con  la  estupidez  de  un  zapato  impar.  Diminuta  ima- 
gen del  Rastro,  bric-a-brac  de  moda  muy  atrasada,  (era  de  Euge- 
ne  Sué)  y  de  todo  punto  anterior  a  las  teorías  microbianas  de  Pas- 
teur 

E\  rincón  es  digno  del  gato,  y  el  gato  halla  en  él  una  objeti- 
vación de  su  alma.  Aunque  abráis  la  puerta  y  la  ventana,  aquél 
es  un  cuarto  cerrado  y  díscolo.  Y  conste,  a  todo  esto,  que  Ramón 
es  hombre  de  jovialidad  y  cortesí¿x  encantadoras  y  espontáneas. 
Pero  todo  aquel  ambiente  en  que  Ví^^e, — así  como  la  lengua  en  que 
están  escritos  sus  libros, — resulta  un  exceso  antihigiénico  de  in- 
dividualismo. Es  el  punto  más  distante  de  Grecia,  sin  salir  del  Me- 
diterráneo. 

III 

El  es  un  muchacho  de  corte  espeso,  ojos  inevitables,  ancho  de 
faccionGs,  cara  eficaz  y  patilluda,  donde  mi  amigo  Acevedo  quería 


8o  MÉXICOMODERNO  < 

ver  una  semejanza  del  joven  Fernando  VII  o  un  parecido  de  pica- 
dor de  toros. 

¿Cómo  definir  a  este  escritor?  Si  la  literatura  española  fuera 
(y  no  es  improbable)  de  madera  de  pino;  si  los  nudos  del  pino 
fueran  un  esfuerzo  natural,  para  concentrar  la  fibra  y  transformarla 
en  ébano  puro ;  si  el  gusto  general,  por  otra  parte,  fuese  para  esta 
literatura  lo  que  a  la  madera  es  la  sierra,  entonces  Gómez  de  la 
Serna  sería  uno  de  esos  nudos  rebeldes  que  se  niegan  a  correr 
al  hilo  del  pino,  haciendo  que  la  sierra  del  artesano  se  rompa  los 
dientes  y  rechine  de  rabia. 

IV 

Ignoro  los  orígenes  prehistóricos  de  Ramón.  Sé  que  entre  sus 
inventores  figura  el  nigromante  Silverio  Lanza.  Me  cuentan  que 
Ramón  se  presentó  un  día  en  el  Ateneo  y  leyó  una  "cosa", — y  se 
oyeron  varios  rechinidos. 

Desde  aquel  día,  los  perezosos  ingenios  de  Madrid  hubieran 
querido  arrumbar  al  joven  escritor  en  el  armario  de  los  trastos 
inútiles.  La  solución  más  cómoda  es  esa:  nada  es  mejor  que  liqui- 
dar cuentas,  que  enterrar  a  los  muertos.  Por  eso  dice  Pío  Baroja 
el  impío  que  la  defunción  de  un  amigo  íntimo  le  llena  de  placer. 
Esta  vaga  impresión  de  alivio  ya  la  había  confesado  hace  muchos 
años  George  Bernard  Shaw.  Tal  es  la  causa  de  muchos  entierros 
literarios  prematuros. 

Pero  nada  hay  más  amargo  que  la  certeza  de  que  algunos 
muertos  resucitan,  y  que  un  día  las  vamos  a  pagar  todas  juntas. 
Ramón,  desde  sus  catacumbas,  iba  minando  la  ciudad  con  una  sor- 
da y  poderosa  alegría.  Arriba  no  se  oía  casi  nada.  Pero  un  buen 
día. . . 


El  Antiguo  Café  y  Botillería  de  Pombo, — la  "Sagrada  Cripta 
de  Pombo",  como  le  llaman  sus  adeptos, — se  abre  disimuladamen- 
te en  la  calle  d^  Carretas,  entre  el  edificio  de  la  Gobernación  que 
mira  a  la  Puerta  del  Sol,  y  el  viejo  edificio  de  Correos,  "oscuro 
como  boca  de  lobo".  Como  lo  ha  notado  su  sacerdote,  Pombo  des- 
aparece durante  el  día ;  en  el  tráfago  de  la  bulliciosa  calle,  esconde 
la  cara.  De  noche  se  enciende, — reliquia  de  los  viejos  tiempos, — 


RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA  $i 

con  un  lujo  deteriorado  y  algo  sucio  de  espejos  congelados,  mesi- 
tas  de  mármol  y  bancos  de  terciopelo  rojo  pegados  al  muro, 

Pombo  es  uno  de  esos  cafés  honrados  a  los  que  pueden  con- 
currir las  señoras  solas  (pero  no  sólo  las  señoras,  que  sería  otra 
suerte  de  inmoralidad).  Azorín  sorprendió  un  día  en  Pombo  a  Do- 
ña Pendendo,  reverenda  señora. 

¿  Quién  es  Doña  Pendendo  ?  El  nombre  es  una  creación  ridicula, 
combinación  de  sonidos  españoles  hecha" por  una  oreja  extranjera. 
La  persona, — quizá  vestida  de  negro,  con  un  abultado  guardapelo 
marital  en  el  pecho — pide  chocolate  con  "picatoste"  o  helados  de 
arroz,  y  representa  una  vejez  reacia,  dura,  pétrea,  de  España. 

Pombo  es  un  café  viejo,  merecedor  del  mayor  respeto.  Los 
pombianos  creen  siempre  "codearse"  con  el  espectro  de  Goya.  El 
espectro  entra  por  una  puertecilla  lateral  que  da  a  una  calleja  in- 
verosímil, y  adelanta — ya  coj irrenco — a  cortos  pasos:  entre  el  flo- 
rón de  la  corbata  y  el  cuello,  sale  a  luz  el  cardo  de  la  cara,  la  cara 
arrugada,  terca  en  su  amor  de  cosas  grotescas. 

Este  es  el  recinto  nocturno  de  Gómez  de  la  Serna.  Aquí  ha 
organizado  y  celebra  desde  tiempo  inmemorial  su  tertulia  del  sá- 
bado. (Del  sábado  del  hortera,  porque — dice  él — hay  que  sentirse 
muy  hortera  del  mundo).  El  nombre  de  Pombo  ñgura  en  sus  tar- 
jetas, y  un  dibujo  sutilizado  de  la  araña  de  gas  de  Pombo  apare- 
ce en  su  papel  de  cartas.  Se  le  puede  escribir  a  Pombo,  enviarle  a 
Pombo  los  aguinaldos  de  Navidad  o  los  padrinos  para  un  duelo. 
Cuando  publica  un  libro,  hace  la  distribución  desde  Pombo.  Se 
sienta,  rodeado  de  los  suyos,  en  un  rinconcito,  junto  a  una  mesa 
que  tiene  las  delicadas  proporciones  de  un  ataúd.  Desde  allí  ve  des- 
filar el  tiempo,  ve  pasar  a  la  muerte  disfrazada  de  camarero,  ve 
pasar  a  Doña  Pendendo,  a  Goya,  a  la  de  los  ojos  coléricos  y  al 
de  la  barba  despeinada.  Da  banquetes  de  tiempo  en  tiempo, — ban- 
quetes organizados  por  la  comisión:  R.  G.  de  la  Serna,  Ramón  G. 
de  la  S.,  Ramón  Gómez  de  la  S.,  etc.,  etc.,— publica  proclamas.  Lle- 
va un^  registro  en  que  firman  todos  los  tertulianos.  Es  una  de  las 
últimas  tertulias  que  quedan,  y  los  guías  la  muestran  a  los  foras- 
teros (desde  lejos)  como  una  supervivencia. 

Por  allí  ha  pasado  el  fantasma  de  Larra;  allí  estuvo,  no  ha- 
ce mucho  tiempo,  Picasso,  y  también  Madama  Fernández, — direc- 
tora, como  todo  el  mundo  sabe,  de  los  modelos  de  la  Maison  de 
France. 

Tres  hombres  dan  carácter  a  esta  tertulia:  uno,  el  gran  Ra- 


82  MÉXICO      MODERNO 

món;  otro,  Bartolozzi;  otro,  Romero  Calvet.  Estos  dos,  a  fuerza  de 
representar  la  tertulia  en  sus  dibujos,  le  han  comunicado  cierto 
perfil,  ayudándonos,  con  su  genio  gráfico,  a  percibir  su  verdadero 
sentido.  Bartolozzi  pone  a  los  contertulios  con  altos  cubiletes  de 
seda  de  los  tiempos  románticos.  Romero  Calvet  dibuja  la  máscara 
nocturna  de  la  ciudad,  y  abajo,  muy  abajo,  en  la  sexta  o  séptima 
capa  subterránea,  la  cripta  de  Pombo,  abriendo  su  gran  boca  de 
luz  sobre  una  avenida  de  charcos.  Allí,  como  larvas,  se  agolpan 
unas  figurillas  humanas, — piojos  de  la  noche  de  Madrid,  gran  ma- 
drastra de  gatos  y  diablos  cojuelos  por  los  tejados. 

Pombo  es  una  realidad  trascendente,  no  se  le  puede  olvidar. 
Las  proclamas  de  Pombo  hablan  siempre  de  los  Iscariotes,  de  los 
infieles  y  de  los  buenos  apóstoles:  recuerdan  la  manía  persecuto- 
ria de  Cristo.  ¿Qué  tragedia  se  esconde  en  Pombo?  ¿Quién  Jos  ha 
vendido?  ¿Por  qué  le  exigen  a  uno  ese  compromiso  sagrado  de  la 
firma  en  cuanto  se  acerca  ?  Yo  tiemblo ...  ¿  Si  se  tratara  realmente 
de  minar  la  ciudad?  ¡Y  pensar  que,  en  la  mesa  próxima.  Doña 
Pendendo  apura,  tranquilamente,  con  obesos  sorbos,  su  helado  de 
arroE ! 

VI 

Ya  habréis  advertido  que  Gómez  de  la  Serna  tiene  todos  los 
"no  sé  qués"  de  Feijóo  (de  Fenelón) :  algo  de  hipnotismo,  algo  de 
pesadilla  funesta  y  algo  de  elocuencia  genial.  Desde  luego,  en  el 
sentido  "pasatista"  de  la  palabra,  no  es  escritor:  carece  de  urdim- 
bre y  cohesión.  Todo  él  es  instinto, — entendiéndolo  sin  necedades 
retóricas — .  Sus  incursiones  en  la  cultura  son  volubles  y  persona- 
les, porque  tiene  lo  mejor:  el  ritmo  de  la  mayor  cultura.  No  expli- 
ca nunca  una  idea,  sino  que  la  padece,  se  acalambra  debajo  de  ella, 
y  deja — de  su  tortura — una  huella  sobre  el  papel.  Es  españolísi- 
mo:  unos  nervios  de  cien  mil  voltios  y,  como  reza  un  romance  iné- 
dito: "Anatema  sea  el  cerebro". 

Cuando  comenzó  a  escribir  no  hacía  caso  de  las  palabras.  Las 
arrojaba  unas  contra  otras  con  un  raro  sentido  de  su  sonoridad  y, 
entre  tropiezos,  lograba  imitar  con  ellas  sus  emociones  inefables. 
Devolvía  su  confusión  a  las  cosas,  no  con  la  segunda  intención  ló~ 
gica  de  Hallarme,  sino  con  una  inconsciencia  de  iluminado. 

Ha  dejado  muchos  intentos  (dramas,  cuentos,  dichos),  todos 
valiosos  y  que  no  se  pueden  leer  sin  el  escalofrío  del  arte.  Gustan 


RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA  83 

y  hacen  daño,  como  todo  lo  que  reposa  en  una  inadecuación  sutiL 
Y  quizás  a  la  larga  maten. 

Poco  a  poco,  Gómez  de  la  Serna  parece  convencerse  de  que  no 
podrá  "desarrollar"  una  acción.  Sus  acciones  son  escenitas  solda- 
das artificialmente,  como  lo  serían  las  cintas  del  cinematógrafo 
sin  el  parpadeo  de  ese  misterioso  interruptor  metálico.  Y  ni  él  ni 
las  palabras — tan  leales — quieren  resignarse  a  esta  penosa  tarea 
de  adición.  Se  cansan  a  la  cuarta  línea  uno  y  otras.  Y  entonces  el 
escritor  se  va  convenciendo  de  que  tiene  que  escribir  a  chispazos, 
a  frases  como  toques  eléctricos,  a  golpes  de  lucha  japonesa. 

Al  mismo  tiempo,  una  extraña  especie  de  misticismo  lo  va  do- 
minando: todo  él  se  siente  untado  en  las  cosas,  en  los  objetos,  en 
esos  trebejos  cotidianos  que  empiedran  la  vida, — y  la  vida  madri- 
leña sobre  todo, —  en  los  mil  y  un  juguetes  trágicos  que  pueblan 
su  célula  de  abeja  paciente.  Su  cara,  su  pipa,  su  mano  de  sortija 
negra,  el  hoyuelo  de  la  vecina,  el  grito  del  farolillo  de  gas  que  se 
apaga  y  pide  favor,  lo  van  atrayendo,  polarizando  paulatinamente 
toda  su  voluntad  estética.  Puede  pasarse  todo  un  día  viendo  volar 
una  mosca  o  gesticulando  ante  el  espejo.  Se  abandona  en  las  cosas 
con  ese  pavor  delicioso  del  que  sabe  asustarse  solo.  Las  cosas  alar- 
gan tentáculos  hacia  él  y  van  a  absorberlo. 

Ya  para  entonces,  la  lealtad  de  las  palabras  le  ha  impuesto  un 
estilo,  un  corte  de  frase  y  una  adjetivación  muy  suyos.  No  es  que 
él  haya  acabado  por  ajustarse  al  lenguaje,  sino  que  el  lenguaje, 
a  tanto  insistir,  ha  abierto  una  brecha  por  su  espíritu,  penetra  por 
él  como  un  golpe  de  viento,  y  se  roba  sobre  sus  cien  alas  todo  lo 
que  puede. 

Pero  si  el  escritor  se  alarga,  si  quiere  soldar  una  idea  con 
otra,  entonces  todo  se  pone  mal  y  todo  se  lo  lleva  el  diablo.  Sus 
obras  perfectas  no  duran  más  allá  de  las  siete  líneas.  La  línea 
número  ocho  es  el  punto  crítico  de  disgregación.  Más  allá,  la  má- 
quina se  resiste  o  se  para. 

Así  condicionado,  Gómez  de  la  Sema  es  dueño  de  un  arma 
que  parece  un  alfiler,  y  es  capaz  de  crucificar  con  ella  todos  los  in- 
sectos ;  sólo  que  no  le  puede  servir  como  cincel  de  labrar  estatuas. 

Se  interesa  cada  vez  más  en  las  cosas  que  le  rodean.  Ya  oye 
la  canción  del  vino  en  las  botellas,  o  el  diálogo  de  amoroso  despe- 
cho (nuevo  requiebro  entre  Horacio  y  Lidia)  del  caballo  y  la  sota 
de  la  baraja;  ya  le  salta  el  corazón  presintiendo  que  el  reloj  va  a 
dar  las  trece  de  la  noche.  Por  toda  su  obra  posterior  hay  un  vaga 


84^  MbXlCO      MODERNO 

susto  de  que  el  corazón  se  le  ahogue ;  la  vida  le  parece  una  burbu- 
ja muy  tenue  que  un  suspiro  puede  deshacer. 


VII 

Y,  andando  por  esas  calles  de  Dios,  da  con  el  Rastro.  Es  el 
Rastro  un  mercado  de  baratijas  donde  caen,  como  en  remolino,  to- 
dos ios  desechos  de  la  ciudad:  desde  la  tarjeta  de  visita  con  el 
pico  doblado — pasando  por  el  retratito  con  dedicatoria,  "el  guan- 
te impar  y  el  ramillete  seco",  la  joya  perdida  que  no  se  perdió,  el 
abanico  deshilachado  y  cansado  de  hipocresías,  la  peluca  vieja  pe- 
ro todavía  enamorada,  los  hierros  gastados  sin  ley  de  accidentes 
del  trabajo  que  los  recompense  en  su  desgracia,  el  mueble  de  en- 
talle que  nació  antiguo, — hasta  la  trompa  de  locomotora  o  el  an- 
cla de  buque:  súbitos  elefantes  del  Rastro,  venidos  no  se  sabe  de 
dónde. 

En  el  Rastro  cree  ver  Gómez  de  la  Serna  el  comienzo  y  el  aca- 
bamiento del  mundo,  con  una  filosofía  parecida  a  la  de  Quevedo. 
Y  al  Rastro  dedica  todo  un  libro  que  yo  pienso  que  durará.  Ha  en- 
contrado así  su  asunto  y  su  estilo.  En  adelante  toda  su  obra  gira 
en  tomo  a  temas  como  éste.  La  fortaleza  de  la  crítica  se  le  va 
rindiendo  almena  por  almena.  Ventura  García  Calderón  me  hacía 
notar  las  semejanzas  fortuitas  de  Gómez  de  la  Serna  con  Francis 
Poictevin,  ''este  contemporáneo  del  naturalismo,  que  presintió  to- 
das las  delincuencias." 

De  tiempo  atrás  Ramón  venía  publicando  en  los  periódicos  bre- 
ves humoradas  a  las  que,  de  acuerdo  con  su  método  inintelectual, 
había  dado  el  nombre  de  ''greguerías", — familiarmente,  "gregues". 
La  greguería  es  la  unidad  de  su  pensamiento,  su  milímetro  intelec- 
tual, su  "llave"  de  Jiu-jitsu.  Y  ahora  que  ha  reunido  sus  gregue- 
rías en  un  grueso  volumen,  tienen  un  aspecto  formidable;  son  co- 
mo un  ejército  de  hormigas  voladoras  que  pueden  comerse  una 
ciudad;  son  una  polilla  voraz  que  ha  caído  sobre  las  cosechas  de 
la  tierra.  Parecen  una  colección  de  espinas  microscópicas:  cada 
una  nos  clava  su  punzada,  por  siempre  y  para  siempre. 

Van  a  ser  de  ñjo  muy  imitadas;  lo  han  sido  ya,  según  dice  el 
prólogo.  A  veces  quisiera  uno  plagiarlas.  Yo  he  pensado  seriamen- 
te en  hacerlo  con  toda  regularidad  y  mesura,  aunque  urbanizándo- 
las un  poco:  en  robarles  la  almendra,  y  regarapiñarla  después  a 


RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA  85 

mi  modo  y  a  mi  gusto.  Muchos,  que  no  lo  confiesan,  sienten  lo 
mismo. 

VIII 

Tiene  uno  sus  aficiones,  sus  costumbres.  Matthew  Arnold  se 
sorprendería  a  veces  recitando  un  trozo  de  Maurice  de  Guerín  (Les 
dieux  jaloux  ont  enfoui  quelque  part  les  temoignages  de  la  des- 
cendance  des  choses . .  . ) ;  y  yo  suelo  recordar  en  las  conversacio- 
nes los  cuentos  crueles  de  Villiers  de  TIsle-Adam.  Un  día  me 
hacía  notar  Diez  Cañedo  que  estos  cuentos  resultan  mejor  para 
contados  que  para  leídos;  el  "desarrollo"  les  hace  daño;  el  asunto 
lo  es  todo.  Grómez  de  la  Serna  ha  descubierto  el  secreto  para  sí: 
todo  es  greguería,  dice,  aunque  algunas  veces — las  más — nos  la 
dan  hinchada  o  abortada;  nuestra  alma,  vista  al  microscopio,  re- 
sulta hecha  de  greguerías. 

Psicólogo  de  las  cosas,  le  ha  llamado  Azorín:  Azorín  que,  el  22 
de  noviembre  de  1903,  publicaba,  en  Alma  Española,  cierta  pre- 
ciosa notícula  sobre  la  filosofía  de  las  cosas,  que  puede  conside- 
rarse como  un  antecedente  teórico  de  la  greguería. 

Pero  creo  que  se  equivoca  Azorín  dando  a  Gómez  de  la  Ser- 
na por  representante  de  la  España  Niña  literaria;  Ramón  sólo  se 
representa  a  sí  mismo.  Y  creo  que  exagera  recomendando  la  lec- 
tura de  las  Greguerías  a  los  niños. 

— No,  Azorín :  Rousseau  no  quiere  despertar  en  los  niños  cier- 
tas sensibilidades  que  para  nada  van  a  servirles;  por  eso  se  han 
creado  las  universidades  sajonas,  cuyo  objeto  es  embrutecer  un 
poco  y  formar  el  callo.  Además,  ¿no  es  verdad  que  las  greguerías 
están  enfermas  de  una  dolencia  verde,  de  un  mal  contagioso,  es- 
pañol, católico  y  medioeval?  Dejémoslas  para  las  personas  mayo- 
res, Azorín.  ¡  Qué  idea  de  nutnr  a  la  descendencia  con  ajenjo ! 

IX 
Ramón: 

Hijo  de  tu  pueblo,  golfo  intelectual  de  la  Villa  y  Corte:  bajo 
la  gorra  sospechosa  de  tu  ironía,  te  veo  escabullirte,  saltando  so- 
bre el  "Carolus"  de  la  calle  empedrada,  con  la  navaja  de  escribir 
en  la  mano.  Sólo  tú  sabes  por  dónde  se  está  desangrando,  gota  a 
gota,  el  corazón  de  Madrid. 
Enero,  1918. 

ALFONSO  REYES. 


TU  AMOR  DESMESURADO,  POR  CODICIOSO 
PIERDE . . . 


Tü  amor  desmesurado,  por  condicioso  pierde 
gran  parte  de  lo  suyo,  como  el  labrwgo  avaro 
que  a  principios  de  otoño  recoge  sin  reparo 
con  el  maduro  fruto  el  todavía  verde. 

¿Por  qué  me  pides  tanto f  ¿Por  qué  nunca  se  sacia 
la  sed  que  de  mi  tienes?  No  todo  yo  soy  huenx); 
bajo  la  fuente  clara  hay  un  fondo  de  cieno 
y  orquídeas  de  pecado  sobre  el  árbol  de  gracia. 

Deja  mejor  que  escoja  cuÁl  ha  de  ser  tu  parte 
de  mÁ,;  déjame  hacerte  sacrificio  votivo 
sólo  de  lo  más  puro  de  m/i  ser,  y  loarte 

sólo  con  el  decir  más  alto  y  noble  y  bello; 
lo  demás,  vida,  carne,  canción,  sueño  o  motivo, 
no  lo  anheles  ni  pongas  tu  volutrtnd  en  ello! 

II 

Contra  toda  flaqueza  del  destino,  virtuoso 
me  será  tu  recuerdo:  amplio  panal  en  donde 
sus  mieles,  mi  cariño,  abeja  sabia,  esconde: 
fruta  que  el  amor  nutre  del  jugo  más  sabroso 

que  asimilo  arraigado  de  la  difícil  tierra : 
vaso  en  que  van  poniendo  mi^  ansias  providentes 
cantidades  futuras!  Cuando  por  las  corrientes, 
a  lo  largo  de  yermos,  en  que  la  vida  yerra 


TU  AMOR  DESMESURADO,  POR  CODICIOSO  PIERDE...        X/ 

el  idealismo  ndo  carezca  de  sustento, 
rióos  manjares,  vinos  olorosos,  licores 
z'imficantes,  higos  y  dátiles  y  flores 

tendrá  con  recordarte  el  dios  que  va  conmigo 
por  quien  al  Dios  eterno  en  mis  entrañas  siento: 
y  OAinquc  tú  misma  cambies,  por  ésto  te  bendigo! 


SALOMÓN  DE  LA  SELVA. 


s 


SARCÓFA(iO 


OMOS  como  don  primApen  tomhales 
— cada  uno  en  sarcófago  distinto — 
que  en  vida  vemos  nuestros  fnneralef*, 


Vo,s  reía,  con  sus  ojos  fraternales 
el  ángel  del  Dolor,  desde  su  plinto^ 
y  tiene  el  lampadario  del  recinto 
ternuras  de  recuerdo  en  sus  cristales. 

Y  pues  la  muerte  de  las  ilusiones 
puso  en  nuestros  altivos  corazones 
un  desdeñoso  frío  de  Escoriales, 

tú,  cou  el  cetro  dsl  Amor  extinto, 
yOy  con  la  espada  del  Ensueño  al  cinto , 
somos  como  dos  príncipes  tombales. 

RAFAEL  H.  VALLE. 


LA  DANZA  EN  EL  MAR 

I       -^  llanura  del  mar  se  mueve  apenas. 

Yo  miro  cómo  se  aire  el  agua 
cortada 
en  dos  por  la  alta  quilla  del  navio. 

Al  dorso  de  una  ola  que  se  eleva 
y  se  deshace  en  una  lluvia  hlanca, 
el  sol, 

logra  encender  las  lámparas  del  iris! 

Pero  el  agua  en  seguida 
se  queda  i^nmóvil,  llana  y  absoluta. 
Sin  embargo  y 

la  alegre  hrisa  con  los  pies  desnudos, 
juega  y  danza  sobre  el  mar. 

Si,  pero  allí  no  dejará  más  huella, 
iiue  la  que  dejaron  los  pies  de  las  mujeres 
que  han  jugado, 

o  danzado  sohre  mi  corazón! 


EMILIO  ORIBE. 


Méx.  Mod.— 2 


LA  ENDEMONIADA 


DEL  LIBRO  "el   PUEBLO    MARAYILLO- 
80",  QUE   APARECERÁ   PRÓXIMAMENTE 


COMO  todos  los  días  después  de  la  siesta,  las  cinco  hermanas 
estaban  sentadas  en  el  corredor,  a  la  sombra  de  las  enre- 
daderas floridas,  ocupadas  en  diversas  labores,  comentando 
la  vida  local,  añorando  el  tiempo  ido,  murmurando,  soñando. 

Muertos  los  padres,  dispersos  los  hermanos,  las  cinco  vivían 
como  siempre,  vírgenes  y  tranquilas,  en  el  antiguo  caserón  mitad 
finca,  mitad  monasterio,  cultivando  flores,  criando  pájaros  o  edu- 
cando ''chinas",  bajo  la  autoridad  absoluta  de  la  primogénita,  a 
quien  las  otras  respetaban  como  a  una  madre;  gracias  al  auxilio 
generoso  del  hermano  rico,  al  cual  todas  amaban  como  a  un  padre. 
Cinco  princesas  en  su  torre,  cinco  monjas  en  su  convento,  cinco 
caracoles  en  su  peñón. 

•-  Cuchita,  la  primogénita,  sentada  en  una  silla  baja,  ante  un 
brasero  blanco  de  ceniza,  sobre  el  cual  roncaba  un  caldero  de  cobre, 
tomaba  mate  correctamente,  sin  hacer  sonar  la  bombilla  de  plata. 
A  pesar  de  su  rostro  marchito  y  su  talla  exigua,  como  empequeñe- 
cida por  la  edad,  se  erguía  hermosa  e  imponente.  Su  tinte  mate 
de  marfil  añejo,  su  nariz  finamente  aguileña,  sus  ojos  verdes  de 
mirar  lejano,  su  peinado  pomposo  realzado  de  alta  peineta,  la  ha- 
cían aparecer  llena  de  distintición  y  majestad.  Era  la  gran  señora 
de  nuestra  tierra,  bella  y  altiva,  nieta  de  capitanes  y  encomenderos, 
descendiente  de  hidalgos  españoles  y  gentiles  berberiscos.  Mariqui- 
ta, la  segunda  en  años,  sentada  en  el  escaño  antiguo,  contra  la  pa- 
red, tejía  a  la  aguja  un  paño  de  batista  calado,  inclinada  ligera- 


LAENDEMONIADA  91 

mente  sobre  la  labor.  Esbelta  y  diestra,  la  figura  fina,  ajada  ya, 
las  manos  delicadas,  tenía  esa  gentileza  ñexible  de  las  damas  ha- 
bituadas a  las  ceremonias  sociales.  Nadie,  verdad,  como  ella  para 
conversar  discretamente,  para  bailar  contradanza,  para  cantar  a 
la  vihuela.  La  tercera,  Jovita,  arrellenada  sobre  un  taburete,  cabe 
un  pilar,  cosía  nerviosamente  una  pieza  de  ropa  blanca.  Pequeña 
y  magra  como  Cuchita,  tenía  aspecto  muy  diferente  con  su  cari- 
lla seca,  como  un  fruto  pasmado,  sus  cabellos  escasos,  en  rizos 
ya  grises,  sus  ojuelos  inquietos  de  mirar  medroso.  Habríasele  creí- 
do una  bastarda  intimidada  por  el  desprecio  de  las  hermanas  le- 
gítimas. Pero  he  ahí  a  Zelmira,  la  flor  de  la  familia.  Apelotonada 
contra  Mariquita,  tejía  con  desgano  un  gran  chai  de  lana  color  de 
fresa.  Rubia,  de  un  rubio  de  arrope,  regordetilla  y  plácida,  tenía 
la  gracia  espesa,  la  lozanía  y  hasta  el  perfume  de  un  durazno  ma- 
duro empolvado  de  rocío.  Mimada  como  una  niñita  y  educada  con- 
ventualmente, conservaba  a  pesar  de  sus  treinta  pasados,  el  candor 
y  la  glotonería  infantiles;  robaba  azúcar  y  manzanas,  que  escon- 
día bajo  el  lecho,  y  en  amor  no  sabía  más  que  una  criatura.  ¿Y 
Rosario,  la  menorcita?  Echada  contra  el  respaldo  del  escaño,  Ro- 
sario leía,  ardientes  los  ojos,  en  un  viejo  libraco  lleno  de  imágenes 
estravagantes :  las  Mil  y  una  Noches,  que  repasaba  por  la  milési- 
ma vez.  Morena  y  aguda  del  perfil,  de  las  manos,  de  la  voz,  no 
era  suya  la  belleza  pero,  vehemente  y  vibrante  de  la  mirada  y  el 
espíritu,  suyos  eran  la  perspicacia  y  el  don  de  ensueño.  Mareada 
de  fantasías,  no  habiendo  vivido  más  que  en  soñaciones,  se.  pa- 
saba los  días  leyendo  cuentos  de  hadas  o  vagando  por  el  huerto 
solitario  en  la  esperanza  de  encontrar  entre  tanta  rama  florida, 
una  varillita  de  virtud . . . 

Las  cinco  hermanas. 

Ante  ellas  se  extendía  bajo  el  oro  tibio  de  aquel  claro  día  de 
otoño,  el  patio  enorme,  bordado  de  prados  simétricos  llenos  de  ma- 
tas floridas;  grandes  malvas  reales,  romeros  tallados  ingeniosa- 
mente, dalias  dobles,  belloritas;  sombreado  de  viejos  árboles  fru- 
tales: naranjos,  limoneros,  un  toronjo  precioso  y,  hacia  un  rincón, 
una  gran  ceiba  que  ornaba  el  ventanillo  del  cuarto  de  coser  con 
sus  racimos  de  flores  rubíneas. 

A  través  de  los  encajes  de  verdor  se  veía  al  fondo,  el  corredor 
de  la  cocina,  obscuro,  con  sus  paredes  revocadas  de  tierra  y  sus  pi- 
lares sin  pintar;  en  el  ángulo  una  ancha  tinaja  roja  para  recibir 
el  agua  de  las  lluvias.  Sentada  a  la  puerta  de  la  cocina,  la  china 


92  MÉXICO      MODERNO 

cocinera,  moza  y  bruna,  de  busto  airoso  y  cabello  espeso,  pelaba 
las  legumbres  para  el  puchero  de  la  cena,  canturreando  entre  la- 
bios. 

En  el  ambiente  de  sol  y  de  silencio,  trascendiente  a  hojas  ver- 
des, a  tierra  húmeda,  a  cabellos  canos,  subían  de  vez  en  vez,  los 
gorjeos  de  las  avecitas  domésticas;  el  queltehue  guardián,  la  catita 
parlanchína,  los  jilgueros  de  la  jaula  suspendida  en  el  corredor,  y 
ondulaba  el  canturreo  de  la  criada  lamentante,  monótono ... 

Atmósfera  extraña,  primitiva,  conventual,  de  otro  tiempo;  de 
otra  vida. . . 

Las  cinco  hermanas  hablaban  tardamente,  poniendo  entre  fra- 
se y  frase,  períodos  de  silencio. 

— . . .  ¿Vieron  hoy  en  misa  a  Rafaelita  López?,  dijo  de  pronto 
Mariquita,  sin  alzar  la  vista  de  la  labor.  Llevaba  un  manto  nuevo 
de  espumilla,  con  franja  bordada,  y  un  vestido  flamante,  de  ca- 
chemira color  cascara,  adornado  de  raso  celeste.  Parecía  bañada 
en  agua  de  rosa.  Se  daba  un  aire  de  princesa . . . 

— ¡Soberbia,  niña;  está  soberbia  con  el  noviazgo!,  replicó  Cuchi- 
ta, como  herida. 

(Toda  amiga  que  se  casaba  la  irritaba  vivamente:  diríase  que 
la  infligía  un  agravio  personal).  Y  haciendo  rodar  las  pupilas  ra- 
diosas : 

— ¡  Ah !,  si  nosotras  hubiéramos  querido .  .  . ,  exclamó  con  ca- 
lor. Entonces  era  la  abundancia,  no  la  antigua  opulencia;  la  abun- 
dancia... Mi  padre  tan  trabajador,  estaba  rico.  El  comercio  que 
había  traído  de  la  ciudad  cuando  se  vino  al  pueblo,  iba  cada  día 
mejor. . .  Las  talegas  rebozaban  de  onzas,  los  graneros  desborda- 
ban de  trigo,  la  cecina  subía  hasta  el  techo.  . . 

— ¡Soberbia!,  asintió  Mariquita,  obsedida  por  la  visión  de  la 
novia  en  manto  y  vestido  ricos. 

— . . .  ¡  Y  mi  mamita,  tan  delicada  y  tan  virtuosa ! . . .  No  se 
quitaba  el  chai  de  cachemira  y  no  salía  nunca,  más  que  para  ir  a 
misa ...  Su  casa  era  su  reino ;  nos  crió  como  a  princesas . . . 

— . .  .   ¡Engreída! 

— ...  ¡Y  mi  hermano  Gabriel,  que  sabía  latines,  estudiaba 
para  cura,  y  era  la  admiración  del  pueblo !  ¡  Tan  hábil ! . .  .  Ahí  están 
los  cuadros  que  pintaba,  de  colores,  dibujados  con  tinta  de  jibia, 
y  los  cofres  maravillosos  que  hacía,  todos  tallados  y  enchapados 
de  conchaperla. . . 


LA    ENDEMONIADA 


93 


— ...   i  Melindrosa ! . . . 

— . . .  ¡Pero  eso  no  era  nada. . .  El  antiguo  rango  de  la  fami- 
lia!... ¡Ouih!  ¡El  abuelito  Tomás!  ¡Don  Tomás!  Capitán  famoso, 
gobernador  de  las  Islas  del  Sur ...  De  allá  vino  la  familia ...  ¡Un 

verdadero  rey !  Mandaba  batallones,  los  indios  le  templaban 

¡Mi  prima  Pabla!  ¡Qué  opulencia  y  qué  campanillas!  Chiquitita 
pero  muy  blanca  y  tan  orgullosa!. . .  Siempre  de  seda  y  cuajada 
de  alhajas:  sortijas  de  diamante,  pendientes  tamaños  y  el  peinado 
lleno  de  tembleques . . .  Parecía  una  imagen  bendita ...  Y  las  tie- 
rras que  tenía,  del  mar,  a  la  cordillera,  y  los  esclavos  y  los  indios 
y  los  animales  sin  cuento . .  .  Toda  la  hacienda  de  **Semita"  era  de 
eUa.  ..  ¡Ouih! 

Rosario  había  cerrado  el  libro.  Aquellos  cuentos  de  la  pasada 
opulencia  le  interesaban  vivamente;  sólo  que  nunca  había  podido 
entenderlos  bien.  Cuchita  hablaba  de  manera  incoherente,  juzgan- 
do tal  vez,  que  como  ella,  el  mundo  entero  debía  saber  tales  histo- 
rias. 

— ¿Y  todo  eso  nabrla  de  ser  de  nosotros?,  pregunto  para  es- 
timular a  la  antigua  señorita. 

— ¡  Todito !  Nosotras  debíamos  ser  poderosas . . .  Pero  la  ma- 
la suerte. . .  Estaría  de  Dios. . .  El  padre  Arce. . .  Sí,  fué  el  padre 
Arce,  todo  el  mundo  lo  sabe ...  ¡La  pobrecita !  La  hicieron  testar 
lo  que  se  les  antojó.  . .  Compraron  a  los  testigos,  engañaron  al  es- 
cribano ...  ¡La  pobrecita  estaba  muerta ! . .  . 

— ¿Pero  cómo?,  interrumpió  la  joven  emocionada. 

— ¡  Ouih !  Ahí  está  el  pleito  y  no  saldrá  jamás ...  Mi  padre 
no  quiso  meterse.  Mi  primo  Adolfo  pasó  toda  la  vida  pleiteando: 
al  fin  murió  loco ... 

— ¡Qué  picardía!  ¿Y  mi  hermano,  José  Manuel? 

— ¡Oh!  ¡José  Manuel!  Se  ríe.  Dice  que  él  es  capaz  de  ganar 
una  fortuna  mayor.  Y  el  pobre  trabaja  y  trabaja. . . 

Un  grito  agudo,  sostenido  de  terror,  de  desesperación,  desga- 
rró el  ambiente  soporífero.  Diríase  que  alguien  se  defendía  bajo 
una  agresión  mortal. 

Las  cinco  hermanas  hicieron  girar  los  ojos  hacia  el  corredor 
de  la  cocina.  Cuchita,  la  nariz  en  el  aire,  estiró  el  cuello  largo, 
como  un  gallo  que  va  a  cantar : 

— ¡Margara!,  gritó.  Deja  tranquila  a  esa  mujer... 

— Si  yo  no  le  hago  nada,  señorita,  replicó  la  muchacha;  es 
porque  entré  en  el  cuarto,  no  más 


94 


MÉXICO       MODERNO 


Agitada,  la  anciana  chupó  la  bombilla,  ruidosamente. 

— ¡Perra  india!,  balbuceó.  Al  fin  se  me  va  a  acabar  la  pacien- 
cia y  le  voy  a  dar  una  calda ... 

— ¡Eeeeh!,  interrumpió  Mariquita.  ¿Para  qué  es  eso?  ¿No  ve 
que  está  enferma,  que  tiene  el  "mal",  la  pobre? 

— ¿Pero  qué  mal  es  ese,  niña,  que  dura  ya  más  de  dos  sema- 
nas? Ahí  está  como  el  primer  día,  echada,  sin  hablar,  sin  comer,. 
y  si  alguien  se  acerca,  se  revuelca  y  grita,  como  una  condenada, 
cuando  no  corre  a  esconderse  en  el  huerto,  como  una  loca. . . 

— Espere  que  venga  el  boticario  y  verá,  me  dijo  que  iba  a 
venir  lueguito,  contestó  la  hermana  prudente. 

Y  notando  que  al  fondo  del  corredor  la  puerta  de  servicio  del 
almacén  ocupado  por  la  farmacia,  se  abría,  se  volvió  de  ese  lado. 
En  el  hueco  sombrío  apareció  el  mozo  del  boticario  con  su  eterno 
delantal  de  mezclilla.  Entraba  a  lavar  en  el  pozo  un  gran  frasco 
de  vidrio  azul,  que  asía  con  ambas  manos. 

— ¡Lucas!  ¿Quieres  decirle  a  tu  patrón,  que  lo  estamos  espe- 
rando ? 

El  mozo  hizo  una  seña  afirmativa,  mostrando  su  dentadura 
sana,  y  volvió  a  entrarse. 

Cuchita  frunció  los  labios,  cabilosa: 

— ¡Hum!  Mejor  sería  que  viniera  el  señor  cura.  Yo  empiezo  a 
creer  que  estas  son  cosas  del  demonio . . . 

— Todo  el  pueblo  lo  dice,  murmuró  Jovita,  y  así  no  más  ha 
de  ser . . . 

— Chismes,  replicó  Mariquita,  disparates ... 

Cuchita  se  acaloró: 

— ¿Y  no  te  acuerdas,  niña,  de  la  "espirituada"  que  dio  tanto 
que  hablar  ahora  años?  Se  retorcía  y  gritaba,  como  esta  china, 
y  cuando  veía  a  alguien  corría,  subiéndose  por  las  paredes  y  por  el 
techo  como  una  mosca .  . .  Las  médicas  la  curaban  por  "mal",  los 
doctores  por  tabardillo,  por  epilepsia .  .  .  ¡  Nada !  No  alivió  hasta 
que  vino  el  finado  cura,  que  era  un  santo:  él  tenía  un  cordón  de 
San  Francisco.  Le  rezó  los  evangelios  y  empezó  a  azotarla.  . .  Di- 
cen que  él  demonio  se  lamentaba  como  una  criatura:  "¡Señorcitoí 
¿Por  dónde  salgo?,  ¿por  un  ojo?,  ¿por  el  ombligo?. . ."  "Sal  por 
donde  entraste",  le  contestó  el  santo  cura  y  la  seguía  caldeando . . . 
Hasta  que  el  Malvado  salió  por  donde  entró . .  . 

Zelmira  se  estremecía  de  la  risa  contenida. 


LAENDEMONIADA  95 

Rosario  había  interrumpido  su  lectura. 

— Yo  creo  que  la  picara  está  haciendo  la  espirituada,  sonrió, 
como  la  princesa  de  Bengala  se  hacía  la  loca  para  no  casarse  con 
el  rey. . . 

— ¡  El  boticario ! . . . 

De  la  puertecilla  del  almacén  salía  un  hombre  seco  y  narigudo, 
que  con  su  larga  blusa  de  tela  gris,  parecía  aun  más  seco:  alzaba 
con  arrogancia,  la  frente  desnuda  ornada  de  un  gran  bucle  engo- 
mado. 

Mariquita  y  Cuchita  salieron  a  su  encuentro,  haciendo  ondu- 
lar sus  amplias  faldas  obscuras,  de  ese  matiz  indefinible  dado  por 
el  uso. 

Como  el  hombre  comenzaba  a  hablar  en  voz  alta  y  filuda,  la 
primogénita,  con  sigilo,  se  llevó  el  índice  a  los  labios : 

— ¡Chuit!,  murmuró.  Vamos  despacito  porque  si  la  perra  in- 
dia nos  oye,  se  arranca  a  la  huerta  y . .  . 

Arrojó  a  las  jóvenes  una  mirada  imperiosa  que  decía  clara- 
mente: *'no  se  muevan",  y  guió  al  boticario  a  través  del  jardín. 
Aquel  forastero  venido  ¿quién  sabe  de  dónde?,  que  como  hacía  pil- 
doras componía  versos,  le  inspiraba  poca  confianza.  ¿No  había  te- 
nido el  atrevimiento  de  publicar  en  el  periódico  unos  versos  dedi- 
cados a  una  señorita  principal,  a  quien  no  conocía  sino  de  vista? 
Todo  el  pueblo  los  sabía  de  memoria ..." 

Al  llegar  al  corredor  de  la  cocina,  miró  al  hombre,  reclamando 
con  gesto  de  la  mano  el  mayor  silencio ;  avanzó  de  puntillas  y  em- 
pujó quedamente  una  puerta  semientornada. 

Con  precaución,  entraron  en  el  cuarto  negro,  sin  ventanas, 
perpetuamente  ahogado  en  sombras.  Hacia  el  fondo,  sobre  un  ca- 
mastro bajo,  se  agitó  algo  informe ;  al  mismo  tiempo  un  grito  pro- 
fundo, desesperado,  despedazó  el  silencio. 

— ¡  Aaaaay ! 

Cuchita  se  avanzó,  indignada: 

— i  Perra  india !  ¡  Calla  la  boca ! .  . . 

Al  reconocer  la  voz  cortante  de  la  dueña  de  la  casa,  la  paciente 
dejó  de  aullar:  rompió  en  un  llanto  nervioso. 

Aproximóse  a  su  vez  el  farmacéutico,  procurando  con  los  ojos 
aguzados  penetrar  la  sombra.  Sobre  el  camastro,  la  moza,  vestida 
a  medias,  la  cara  demacrada,  el  cabello  desgreñado,  se  agitaba 
sollipando  nerviosamente,  los  dedos  hundidos  en  los  cobertores. 


96  MÉXICO      MODERNO 

— ¿  Qué  te  duele  ?  ¡  Habla !  Yo  vengo  a  sanarte . . . 

Al  ruido  de  aquel  acento  extraño,  desplegó  los  párpados,  es- 
pantada y,  apelotonándose  contra  la  pared,  se  echó  de  nuevo  a 
gritar,  desesperadamente. 

— ¡  Aaaaay !  ¡  Aaaaay !  ¡  Aaaaay ! . . . 

Pero  el  hombre  no  se  arredró  e  inclinándose,  hizo  ademán  de 
cogerle  el  pulso. 

Entonces  la  mujer  se  incorporó  de  golpe  y  redondeando  los 
ojos,  mostrando  los  dientes,  alargando  las  manos  crispadas  con  las 
uñas  negras,  se  abalanzó  contra  el  intruso  como  un  perro  rabioso. 

Espantado,  el  boticario  retrocedió  atropellándose  y  ensor- 
decido por  los  gritos  cada  vez  más  recios,  salió  del  cuarto.  El,  que 
antes  había  sonreído  al  oír  decir  que  aquela  mujer  estaba  poseída 
del  demonio,  ahora  al  recordarlo,  temblaba  desconcertado.  Viendo 
a  las  dos  señoras  que  le  miraban  con  ojos  de  interrogación,  se  apre- 
suró a  disculparse:  "...  Los  nervios...  Le  daría  unas  pildoras, 
eso  la  calmaría ...  En  la  botica  lo  esperaban ..."  Y  a  grandes  zan- 
cadas atravesó  el  patio  y  entró  en  la  farmacia. 

— ¡Qué  te  decía  yo!,  exclamó  Cuchita,  mirando  a  Mariquita 
con  un  lento  meneo  de  su  cabeza  de  pájaro.  ¿No  habría  valido  más 
llamar  al  señor  cura  ? 

Mariquita  contrajo  la  cara  en  una  mueca  de  aflicción  que  le  era 
peculiar : 

— Iré  a  llamarlo,  pues. . . 

La  primogénita  alzó  el  mentón,  tendiendo  el  largo  cuello : 
.    — ¡Anda,  niña!,  gritó  enrojeciendo  hasta  las  orejas.  ¡Anda! 

Alejóse  Mariquita,  en  silencio. 

Paso  a  paso,  Cuchita  remontó  el  patio,  mirando  el  jardín  dis- 
traídamente, mas  no  sin  notar  que  los  senderos  comenzaban  a  en- 
malezarse, que  el  toronjo  pedía  aquel  año  una  buena  poda  y  que 
esa  mata  de  romero  tallada  en  forma  de  pájaro,  necesitaba  un 
puntal . . . 

Se  arrellenó  en  su  silla  ante  el  brasero  y  se  preparó  un  nue- 
vo mate.  Pretendía  que,  como  quitaba  el  frío  y  también  el  calor, 
ermate  quitaba  todavía  las  penas. 

Jovita  había  desaparecido.  Aprovechando  la  oportunidad,  ha- 
bía corrido  a  casa  de  su  cuñada  por  quien  sentía  una  amistad  de 
devoción.  Rosario  se  había  acogido  bajo  el  árbol  de  los  racimos  de 


LAENDEMONIADA  97 

rubí.  Sosteniendo  a  la  catita  sobre  el  canto  de  la  mano,  daba  al 
ofracioso  pajarito  una  lección  de  pronunciación : 
— ¿Catita?  ¡Catita! 

Y  el  avecita,  esponjando  el  plumaje  esmeraldino: 
— ¡Catita!  ¡Prrrutch!  ¡Já,  já,  ja! 

Solamente  Zelmira  permanecía  en  su  sitio,  silenciosa,  fija  en 
su  labor:  sus  labios  finos,  sin  un  ápice  de  sensualidad,  se  encres- 
paban ligeramente,  como  conteniendo  una  sonrisa. 

Contemplóla  Cuchita  con  mirada  lángida,  mojada  de  ternura. 
Era  su  predilecta:  la  había  criado  y  educado  como  una  hija.  ¿Sin- 
tió la  joven  el  calor  de  aquella  mirada?  Alzó  los  ojos  y  miró  a  la 
primogénita.  Sonrieron  las  dos  como  dos  niñas. 

— ¡Ah!,  murmuró  la  anciana.  Qué  quiere  ese  corazoncito  ? . . . 
No  se  te  dé  nada:  un  príncipe  ha  de  venir  a  buscarte,  un  príncipe 
en  su  caballo  encantado. 

Y  rompió  a  reír. 

Silencio.  Paz  aldeana  o  conventual.  De  tiempo  en  tiempo  agu- 
dos ganglores  del  queltehue,  que  pasaba  sobre  sus  largos  tarsos 
a  través  del  jardín;  regocijados  trémolos  de  los  jilgueros  enjaula- 
dos o  el  ingenuo  diálogo  de  Rosario  y  la  catita. 

A  una,  las  tres  hermanas  alzaron  la  frente.  Habían  golpeado 
a  la  puerta  y  pasos  recios,  pausados,  avanzaban  por  el  zaguán.  En- 
tró de  un  pie,  un  caballero  de  talla  mediana  pero  fuerte,  en  gabán 
ligero  y  sombrero  de  copa.  Su  rostro  maduro  aparecía  sin  embar- 
go, fresco,  con  sus  ojos  brillantes  y  su  bigote  de  negror  intacto. 

— ¡José  Manuel! 

Y  las  tres  se  precipitaron  hacia  el  hermano  excelente.  Mas  en 
seguida  se  contuvieron.  Tras  el  caballero  se  alzaba  un  hombrón 
obeso,  de  buena  edad,  barbado  hasta  los  pómulos,  cubierto  de  un 
largo  poncho  leonado  y  de  un  enorme  fieltro  sumido  hasta  las 
cejas. 

— Rosario,  balbuceó  Cuchita;  abre  el  salón,  niña. 


II 


Entraron  en  la  llena  de  esa  frescui'a  trascendente  a  moho  de 
las  habitaciones  cerradas.  Por  las  ventanas  que  Rosario  abría,  la 
luz  penetraba  a  chorros  locos,  como  regocijada  de  invadir  la  alfom- 


98  MÉXICO      MODERNO 

bra  antigua  a  medallones  floridos,  las  paredes  ornadas  de  retratos 
borrosos  y  de  paisajes  a  la  acuarela  de  un  arte  ingenuo  y  prolijo, 
los  muebles  vestidos  de  fundas  blancas,  la  guitarra  en  su  rincón, 
melancólica . . . 

— Rosario,  dijo  el  caballero  a  la  joven  que  partía;  que  venga  Zel- 
mira. . . 

Inclinóse  Rosario  y  por  la  antesala,  ganó  el  corredor.  Viendo 
que  Zelmira  no  estaba  ya  allí,  sesgó  el  patio  a  la  carrera  y  penetró 
en  el  dormitorio  común,  austero,  conventual  con  sus  camas  blancas 
en  fila  contra  la  pared,  sus  baúles  claveteados,  forrados  de  piel  de 
ternero;  en  la  testera,  sobre  ancha  cómoda,  un  viejo  santo  vestido 
de  terciopelo  azul,  franjeado  de  oro. 

Allí  estaba  Zelmira  ante  su  lecho,  vistiéndose  afanada.  Sabía 
que  cuando  llegaban  visitas  debía  componerse  para  ir  al  salón.  Ya 
había  peinado  sus  hermosos  cabellos  en  un  moño  pomposo.  En  cor- 
sé y  enaguas  albas  de  ruedo  bordado,  examinaba  el  vestido  nuevo 
extendido  sobre  la  cama ;  a  lo  largo  de  sus  hombros  desnudos,  ater- 
ciopelados y  de  su  nuca  esfumada  de  rizos  áureos  la  luz  que  entra- 
ba de  través  por  la  ventana,  ponía  como  una  cinta  de  plata  trémula. 

— Que  vayas  luego,  chiquilla ;  José  Manuel  te  llama . . . 

Dilató  la  joven,  las  pupilas,  como  una  criatura  que  tiene  mie- 
do: 

— ¡Ave  María! 

Nerviosa,  se  encuclilló  y  atisbo  bajo  el  lecho.  Retiró  el  ancho 
orinal  de  loza  a  flores  azules,  las  cajas  de  estaño  en  que  guardaba 
sus  golosinas  y  extrajo  las  botinas  nuevas  con  cordones.  Sentóse 
sobre  el  borde  de  la  cama,  remangóse  la  enagua  y  el  refajo  de  fra- 
nela rosa,  dejando  a  la  luz  las  piernas  soberbias  en  medias  a  rayas 
horizontales  blancas,  purpureas  y  el  volante  de  los  pantalones  ca- 
lado y  ceñido  a  la  carne  aporcelanada;  aseguróse  las  ligas  verdes 
con  hebilla  doradas,  embutióse  y  atóse  las  botinas  nerviosamente. 

Se  alzó  golpeando  con  ambas  manos  la  enagua  demasiado  al- 
midonada. Se  puso  la  falda  de  merino  color  caña  a  pliegues  me- 
nudos; luego  el  faldellín  abollonado  de  seda  verde  aceituna  con  lu- 
nares blancos;  en  fin,  chaquetilla  de  la  misma  seda,  con  solapa 
caña,  el  cuello  y  los  puños  de  encajes. 

Estaba  encantadora.  Con  el  polizón  algo  exagerado,  su  silueta 
asumía  líneas  deliciosamente  bufas:  habríase  dicho  un  pavo  real 
de  cabeza  minúscula  y  cola  pomposa. 


LA     ENDEMONIADA  gg 

Cuando  la  joven  entró  en  el  salón,  el  forastero  que  hablaba 
con  voz  blanca,  lenta,  de  los  trabajos  y  arreglos  que  había  ejecuta- 
do últimamente  en  las  casas  de  su  hacienda,  se  calló  de  golpe,  se 
puso  en  pie  y  con  su  mejor  gracia  estrechó  la  mano  delicada  que 
le  tendían,  en  la  suya,  espesa  y  peluda  como  una  pata  de  puma. 

— Señorita,  cuánto  gusto . . . 

Y  aterciopelando  lo  que  pudo  el  acento: 

—Hace  tiempo  que  no  tenía  el  gusto  de  verla;  desde  el  día 

del  santo  de  la  señorita  Mercedes  Ramírez ¡  Cantó  una  tonada 

tan  bonita ! .  . . 

— ¡Ah!  hizo  Zelmira,  sin  recordar  bien  aquella  ñesta  efectua- 
da hacía  tantos  años:  ella  era  entonces  una  muchachita. 

— Canta  tan  bien ... 

— ¡  Oh !  no.  Es  Mariquita  la  que  canta ... 

Pero  la  primogénta  estaba  presente: 

— ^Todas  cantan  un  poco,  arrulló. 

— . .  .La  señorita,  muy  bien. . . 

Miró  Cuchita  a  la  joven  lánguidamente: 

— Vaya,  niña ;  canta,  pues,  alguna  cosita .... 

Obedeció  Zelmira,  en  silencio.  Tomó  la  guitarra  y  empezó  a 
tentar  las  cuerdas,  deteniéndose  de  vez  en  vez  para  apretar  algu- 
na clavija.  No  sabía  añnar ;  pero  como  por  ahí  debía  comenzarse . . . 

— "La  Morena  de  Oro",  pidió  don  José  Manuel,  sonriendo  por 
las  pupila. 

— Esa  es  la  de  Rosario,  replicó  la  joven :  yo  no  la  sé .  . . 

— ¡  Sí ! . .  . ,  corrigió  Cuchita.  Tu  hermano  te  la  pide . . . 

Zelmira  bajó  la  vista  e  inició  un  punteo  emocionante.  Luego 
con  voz  gutural,  infantil,  cantó  en  tono  merciente  de  barcarola: 

Bajo  tu  dulce  cadena. 
Voy  en  pos  de  tu  hermosura; 
desde  que  te  vi,  morena. 
Te  idolatro  con  locura. 

Mas  he  aquí  que  al  cantar  la  segunda  estrofa  no  pudo  salir  de 
los  dos  primeros  versos.  En  vano  Cuchita  le  sopló;  turbada,  con- 
fundí da,  recomenzó  dos,  tres  veces  sin  conseguir,  llegar  al  fácil  es- 
tribillo. Acalló  entonces  de  golpe  la  guitarra,  poniendo  la  palma  so- 
bre las  cuerdas  y  se  puso  en  pie,  sofocada  de  rubor  y  de  risa. 


íoo  MÉXICOMODERNO 

La  primogénita  juzgó  conveniente  sonreír: 

— i  Qué  chiquilla !  Turbarse  en  los  versos  más  bonitos . . . 

Empero  el  visitante,  que  escuchaba  embelesado,  se  desconcer- 
tó ;  no  sabiendo  si  debía  o  no  dar  las  gracias,  se  inclinó,  murmu- 
rando un  cumplimiento  vago,  y  no  hallando  otro  cabo  por  donde  ini- 
ciar, la  conversación,  plegó  los  labios  bajo  el  bigote. 

El  caballero  sonrió  por  los  ojos,  por  los  hoyuelos  de  la  meji- 
lla. No  tenía  gran  amistad  con  aquel  hombre  montaraz,  que  venía 
raras  veces  al  pueblo,  pero  sabiéndolo  ingenuo,  laborioso  y  decente, 
sentía  por  él  cierta  simpatía.  Decidióse,  pues,  a  hablar  en  su  fa- 
vor : 

— Cuchita . .  .  Don  Isidoro  tiene  algo  que  comunicarte ...  y 
a  ti  también,  Zelmira . . . 

Y  viendo  que  el  aludido  no  se  arriesgaba  a  desplegar  los  la- 
T^ios: 

—  ...El  hombre  ha  trabajado  bien  y  ha  hecho  fortuna... 
Desea  ahora  establecerse,  buscar  una  compañera. . .  Y  ha  pen- 
sado en  Zelmira . .  .  Así  ha  venido  a  decírmelo .  . . 

La  orgullosa  señorita  saltó  en  el  sofá,  como  si  le  hubieran  da- 
do un  alfilerazo;  pero,  reaccionando,  miró  al  pretendiente  de  ma- 
nera ambigua: 

— ¿Cómo  así?  gorjeó  en  falsete. 

El  hombre  se  animó: 

— Así  es,  señorita.  . .   Si  la  señorita  Zelmira  quisiera.  . . 

La  joven  lo  miró  con  los  ojos  con  que  un  niño  miraría  a  un 
ogro  que  viniera  a  pedirlo  para  comérselo. 

Cuchita  no  pudo  disimular  más: 

— ¡Cómo!  gritó  con  voz  destemplada.  Usted,  un  hombre  viu- 
da, cargado  de  hijos. . .  Un  viejo,  un  guasón!.  .  ¿No  nos  conoce  us- 
ted a  nosotras  ? .  .  .  ¡Mi  padre !  fué  un  gran  caballero ...  ¡Mi  ma- 
mita, una  santa!  Nos  crió  como  a  princesas.  Y  el  finado  Gabriel, 
¡tan  hábil!  Habría  sido  obispo  si  no  hubiera  muerto  de  calentu- 
ra... .  Y  mi  prima  Pabla ...  ¡Mi  prima  Pabla !  Opulenta  y  de  tan- 
tas campanillas!  Sus  alhajas  como  las  de  una  reina,  sus  haciendas 
del  mar  a  la  cordillera ...  Y  si  no  hubiera  sido  porque  la  engañaron, 
si  no  hubiera  sido  por  el  padre  Arce,  si  no  hubiera  sido .  . . 

Se  había  puesto  en  pie.  Agitada,  enrojecida,  hablaba  atrope- 
lladamente, alargando  el  cuello,  los  labios,  la  nariz  en  un  gesto 


LA    ENDEMONIADA 


lOI 


agresivo,  irresistible.  Habríase  dicho  un  cernícalo  pronto  a  lanzar- 
se  sobre  un  reptil. 

Aterrorizado,  el  pobre  hombre  se  alzó,  cogió  su  sombrerón,  dis- 
culpándose como  pudo: 

— .  .  .Señorita.  . .   Dispense.  . .  yo  no  creía. . .   señorita. . . 

Retrocedió  a  zancadas,  tomó  la  puerta  y  huyó,  huyó  como  un 
animal  perseguido. 

Don  José  Manuel,  que  había  contemplado  aquella  escena  con 
profundo  desagrado,  quiso  entonces  encararse  a  la  hermana  impru- 
dente, pero  la  irritada  señorita  estaba  ya  sobre  él,  la  nariz,  al  aire, 
las  manos  en  alto: 

— :.  .  .¡Y  eres  tú  quien  lo  ha  traído  a  la  casa!. . .  ¡Tú,  que  de- 
berías cuidar  de  tus  pobres  hermanas ! .  .  .  ¡Tú ...  ! 

El  caballero  echó  pie  atrás  y  haciendo  con  la  diestra  un  ges- 
to horizontal,  como  diciendo:  "con  usted  no  se  puede  hablar",  es- 
capó a  su  vez,  conteniendo  la  risa. 

Rápida,  la  anciana  cerró  la  puerta  con  estrépito  y  viendo  a  la 
joven  sentada,  llorando  en  su  pañuelo  bordado: 

— Anda,  vete  muchacha,  gritó  como  si  la  pobrecilla  tuviera 
culpa  en  lo  ocurrido. 

Al  sentirse  sola,  respiró  con  ansiedad,  desahogándose: 

— ¡Ufff!       ^ 

Cruzó  la  antesala,  atropellándose  en  la  mesa  redonda  cubier- 
ta jaspe  y  por  el  cuarto  de  cocer  lleno  de  los  cofres  y  las  acuarelas 
del  hermano  malogrado,  salió  al  corredor. 

—¡Ufff! 

Se  sentó  ante  el  bracero  y  se  preparó  otro  mate. 

Mariquita  se  destacó  del  zaguán,  desprendiéndose  el  manto,, 
acalorada. 

— Ya  viene,  cantó,  viene  detrás  de  mí.  Tuve  que  esperar  mu- 
cho rato :  estaba  con  gente .  .  . 

A  ese  tiempo,  en  efecto,  se  oyeron  en  el  zaguán  los  pasos 
arrastrados  del  anciano  sacerdote.  Mariquita  voló  a  su  encuentro: 

— Por  aquí,  señor. . . 

Entró  el  buen  curita,  apoyándose  en  su  recio  bastón.  Muy 
viejo  y  bastante  sordo,  mostraba,  empero,  cierto  vigor  en  el  ta- 
lante, y  en  la  mirada  completa  lucidez.  Vestía  una  sotana  verdosa 
de  uso  y  un  fieltro   aludo  como  el  que  llevan  los  campesinos.  Era> 


102  MÉXICO      MODERNO 

no  obstante,  hombre  no  común.  Había  sido  fraile  en  la  capital; 
disgustado  por  cierta  fraudulenta  elección  de  superior,  había  se- 
cularizado y  emigrado  a  aquel  pueblo  lejano,  perdido  entre  las 
montañas.  Entendía  en  letras  y  artes  divinas  y  humanas:  había 
ideado  y  dirigido  la  construcción  de  la  iglesia,  poseía  una  pequeña 
biblioteca  de  obras  antiguas,  tenía  un  jardín  maravilloso  en  que 
había  relojes  de  sol.  .  . 

El  pueblo  lo  admiraba  y  lo  amaba. 

— ¡  Doña  Cuchita !  exclamó  al  ver  a  la  vieja  señorita  que  se  in- 
clinaba con  ceremonia.  Felices  los  ojos  que  la  ven. . . 

Y  sonriendo  bonachonamente : 

— Aquí  vengo  por  su  enferma,  a  ver  si  le  puede  arrancar  el 
demonio  del  cuerpo . . . 

Y  mirando  hacia  el  jardín  verdegueante: 

—  ...¡Ah!  qué  bonito  toronjo!  ¿Cuándo  me  da  un  vastago 
para  injertar?.  .  . 

Hablaba  a  gritos,  acaso  para  oírse.  Las  señoritas,  inquietas, 
3onreían,  sin  atreverse,  a  rogarle  que  bajara  la  voz.  Un  aullido 
desgarrador  les  hizo  volverse  estremecidas. 

La  '"espirituada"  envuelta  en  su  pañalón  color  de  fuego,  los 
cabellos  al  aire,  los  pies  desnudos,  cruzó  como  una  centella  por  el 
corredor  de  la  cocina  y  se  perdió  en  el  zaguán  de  la  huerta. 

El  anciano  que  había  oído,  miró  a  la  fugitiva  con  ojos  de  cu- 
riosidad. 

— ¿  Es  esa  ? . . . 

— Sí,  señor,  y  se  ha  arrancado  a  la  huerta. .  .¡Qué  vamos  a  ha- 
cer ahora ! . . . 

— Vamos  allá  pues,  replicó  el  curita  con  ánimo.  Hace  años  que 
no  veo  su  huerto,  doña  Cuchita ... 


III 

Echaron  a  andar  por  el  patio  frondoso  que  el  sol  horizontal  em- 
polvaba de  azufre.  Rosario  pronta  siempre  para  ir  al  huerto,  corrió 
adelante...  Pasaron  ante  la  despensa  por  cuya  puerta  se  divisaban, 
en  la  sombra,  grandes  tinajas,  petacas  viejas,  los  restos  del  almofrej 
de  los  viajes  de  antaño,  y  ganaron  el  segundo  patio  (el  patio  de  las 
aves,  como  lo  llamaban)  lleno  de  frutales,  algunos  añejos  de  tron- 


LAENDEMONIADA  103 

eos  ásperos,  otros  jóvenes  y  airosos;  al  centro  un  largo  emparra- 
da pesado  de  racimos  azuleantes,  rojeantes,  amarilleantes  entre  la 
fronda  orinecida;  al  fondo  una  alta  verja  de  madera  sofocada  de  en- 
redaderas vistosas.  Por  todas  partes,  entre  los  herbajes  locos,  bajo  el 
emparrado,  en  redor  del  pozo,  se  veían  gallinas  circuidas  de  sus  po- 
lluelos,  pollos  esbeltos  de  calzas  amarillas,  patos  vestidos  de  seda 
verde,  gansos  alabastrinos  y  un  gallo  soberbio  que  saludó  a  la  visi- 
ta con  sonora  clarinada. 

Miró  a  todos  lados  Cuchita,  ansiosamente. 

— Ha  saltado  la  reja,  murmuró  Mariquita. 

La  anciana  alargó  el  labio  inferior  y  sacando  del  bolsillo  la  lla- 
ve del  huerto,  la  pasó  a  Rosario. 

El  curita  contemplaba  las  uvas  altas: 

— ¡  Ah,  Ah !  i  Qué  bonitas  las  uvas !  Mascatel,  rosada ...  ¡  Ah !, 
¡  ah ! . . .  ¡  Y  los  árboles,  qué  bien  cuidados ! . . .  ¡  Ah !  Doña  Cuchita, 
qué  buen  hortelano  tiene  usted ! . . . . 

La  antigua  señorita  se  irguió,  arrogante.  Olvidó  todas  sus  con- 
gojas. 

— El  hortelano  soy  yo  misma,  señor,  exclamó  resplandeciente, 
¡  Esto  es  mi  alegría,  esto  es  mi  pasión !  Con  mis  manos  riego  los  ar- 
bolitos  y  cuando  están  podando  no  me  muevo  de  aquí.  Yo  misma... 

Comprendiendo  que  tenía  para  rato,  la  inquieta  Rosario  giró  ha- 
cia el  huerto,  saltando  y  cantando  como  una  chiquilla. 

Esa  correría  a  través  de  la  arboleda  la  entusiasmaba:  el  huer- 
to siempre  cerrado,  tenía  para  ella  un  encanto  misterioso,  inefable. 
Regocijada,  abrió  la  reja  decrépita  y  penetró  en  el  vergel  enorme,  de 
suelo  accidentado,  mitad  ñnca,  mitad  jardín...  La  falda  espesa  de  ár- 
boles y  plantas  que  subía  de  un  lado,  la  colina  velluda  de  viñas  que 
se  alzaba  del  otro,  el  vallecito  con  álamos,  sauces  y  una  lagunita  en- 
tre cañas  en  que  por  la  tarde  cantaban  las  ranas,  que  se  abría  en 
medio,  le  daban  trazas  de  predio  rústico :  mas  los  macizos  de  rosas 
que  ponían  por  todas  partes  sus  manchitas  purpúreas,  los  bancos 
viejos  que  se  tendían  aquí  y  allá  bajo  los  árboles,  la  glorieta  florida 
de  la  viña,  el  vallado  de  maderos  viejos  cabelludos  de  parásitos  le 
prestaban  aspecto  de  jardín  primitivo.  Habríase  dicho  uno  de  esos 
cármenes  orientales  que  abren  su  encanto  verde  en  las  páginas  de 
los  viejos  cuentos. 

El  rigor  de  la  estación  manchaba  magníficamente  los  follajes 
con  todos  los  matices  del  ocre  al  escarlata,  impregnando  la  arbole- 


104 


MÉXICO      MODERNO 


da  de  melancolía  enervadora.  En  tanto  que  la  dulzura  de  la  tarde 
volvía  embriagantes  el  perfume  de  miel  de  las  rosas,  el  aroma  acre 
de  las  hojas  marchitas,  el  olor  bueno  de  la  tierra  húmeda .... 

La  joven  miraba,  respiraba,  admiraba  con  el  alegría  maravilla- 
da de  un  niño.  Su  imaginación  había  trasmutado  aquel  huerto  al- 
deano en  vergel  encantado.  Por  un  proceso  mental  de  relación  mis- 
teriosa, desde  niña  había  identificado  ese  lugar  familiar  con  los  pa- 
rajes en  que  se  desarrollaban  los  cuentos  que  escuchara  o  leyera., 
/leñándolo  de  cosas  inverosímiles ;  selvas,  cavernas,  torres ;  poblán- 
dolo de  habitantes  fantásticos;  ogros,  hadas,  hechiceras,  genios.  Eí 
cañaveral  de  la  laguna  era  la  tumba  del  buen  Diego  que  sus  herma- 
nos ultimaron :  la  flauta  que  de  las  cañas  se  hiciera,  delataría  a  los 
culpables ...  La  cueva  abierta  por  las  lluvias  en  la  falda  tupida  de 
guindos,  ocultaba  el  antro  maravilloso  en  que  Ali-Babá  encontrara 
el  tesoro  de  los  ladrones.  ;.No  era  en  las  tinajas  de  la  despensa 
donde  la  valiente  Georgina  sorprendiera  a  los  malhechores  acurru- 
cados?. . .  La  espesura  de  cerezos  y  ciruelos  cabe  el  vallado,  era  la 
selva  tenebrosa  en  que  Pulgarcito  fuera  abandonado  por  sus  padres, 
con  sus  hermanitos  tímidos ...  ¿  Y  la  glorieta  de  la  viña  ?  La  torre 
en  que  la  esposa  de  Barba  Azul  interroga,  ansiosa,  a  su  hermana, 
mientras  la  hierba  verdeguea  y  el  sol  reverberea. 

Había  tomado  por  el  senderito  de  la  cuesta,  a  través  de  los 
árboles,  entre  rosales  sangrientos  y  altas  matas  de  nardo  cuyos  ta- 
llos erigían,  rígidos,  sus  estrellas  de  pétalos  de  la  más  suave  rosa. 
Arrojó  una  mirada  al  banquito  que  está  entre  los  olivos  viejos 
de  follaje  como  canoso.  ¡  Qué  encanto  el  sentarse  allí  de  madrugada, 
con  un  librito  de  cuentos  nuevos ! .  .  .  .  Hundió  los  ojos  en  la  peque- 
ña caverna  a  la  cual  las  raíces  de  los  guindos  prestaban  estalacti- 
tas. Para  impedir  que  Cuchita  la  hiciera  rellenar,  había 
puesto  en  el  fondo,  sobre  una  piedra,  una  vieja  virgencita 
de  madera  menospreciada.  ¿Quién  se  atrevería  a  profanar  la 
gruta  de  nuestra  Señora  de  Andacollo  ? . . .  Contempló  el  vallado 
descollante  sobre  los  árboles,  formado  por  troncos  justapuestos, 
enormes,  soberbios  despojos  de  la  selva  primitiva :  con  su  corteza  co- 
mo piel  de  serpiente,  sus  nudos  como  muñones,  sus  parásitas  como 
barbas  y  cabelleras,  se  diría  una  fila  de  esos  indios  gigantes  que  can- 
tara don  Alonso  de  Ercilla  en  su  poema  inmortal.  Entre  las  grietas 
corrían  a  la  siesta  lagartijas,  en  cardúmenes,  y  en  los  huecos  ne- 


LAENDEMONIADA  105 

g-ros  debía  anidar  algún  pihuchén,  ese  bicho  maléfico,  mitad  pájaro, 
mitad  sabandija,  que  bebe  la  sangre  con  la  mirada. 

Entre  tanto,  Cuchita,  vuelta  a  la  realidad  por  una  frase  de  la  her- 
mana, había  cortado  en  ñn  su  discurso  y  penetrado  en  el  huerto,  se- 
guida del  cura  y  de  Mariquita.  Mas  deseando  hacer  admirar  su  vi- 
ñedo, giró  hacia  la  colina  por  entre  el  cañaveral  de  la  laguna  y  el 
grupo  de  antiguos  perales  con  sus  ramas  en  el  cielo,  a  través  del  sen- 
dero apretado  de  teatinas  doradas,  que  se  internaba  en  la  viña. 

Las  cepas  achaparradas,  a  la  antigua  usanza,  con  sus  hojas  ya 
raras,  manchadas  de  púrpura,  se  abatían  agobiadas  de  racimos  lo- 
zanos, como  cubiertos  de  polvo  de  azur :  en  las  ramas  altas  tembla- 
ban pámpanos  luminosos,  semejantes  a  zafiros  negros. 

— ¡  Qué  cargada  la  viña !  exclamó  el  cura  embelesado.  Buen  vino 
de  misa  ha  de  cosechar,  doña  Cuchita 

— ¡Válgame  Dios!  respondió  la  señorita,  riendo.  Con  un  puña- 
do de  uvas,  que  se  va  todo  en  regalos ... 

Sonrió  el  curita,  sorprendiendo  la  ingenua  avaricia  que  oculta- 
ba tal  respuesta. 

Habían  llegado  ante  la  glorieta  vestida  de  pasionarias,  esas 
flores  santas  en  que  se  ven,  patentemente,  la  corona  de  espinas,  los 
clavos,  el  martillo  de  la  Pasión. 

Sentáronse  a  descansar;  el  señor  cura  parecía  fatigado.  ¡Qué 
hermosa  vista  se  ofrecía  a  la  mirada !  En  torno,  el  viñedo  en  fuga, 
todo  azulado  de  su  fruta  generosa ;  en  el  bajo,  la  masa  ondulada  de 
los  árboles  que  el  otoño  enriquecía  con  sus  matices  infinitos,  cálidos 
y  sin  embargo  melancólicos.  Después,  tras  el  vallado  formidable,  las 
últimas  casas  del  suburbio,  albeantes,  suspendidas  sobre  las  barran- 
cas ;  luego,  el  campo  verde  y  pardo,  con  la  cinta  sinuosa  del  camino ; 
el  estero  azogueante  entre  álamos  agudos,  una  quinta  blanca  bajo 
un  dosel  de  eucaliptos.  Y  al  horizonte,  las  montañas,  las  montañas 
innumerables,  en  oleaje  majestuoso,  y  sobre  ellas,  dominador,  el 
Huillén  con  su  cima  intrépida,  tenebrosa  de  boscajes,  horadando  el 
azul  blanco  de  la  tarde. 

La  hora  inefable  vertía  en  el  ambiente  su  melancolía,  su  paz  re- 
ligiosa, su  suave  polvareda  de  amatista.  En  la  calma  incomensurable 
llegaban  con  la  gravedad  de  las  voces  lejanas,  los  gritos  de  unos  ni- 
ños que  jugaban  en  el  camino,  el  trote  acompasado  del  caballo  de  un 
campesino  que  entraba  en  el  pueblo . . . 

Los  tres  callaban,  cautivados  inconscientemente  por  el  encan- 
to de  las  cosas. 

Méx.  Mod.— 3 


io6  MÉXICO      MODERNO 

Súbito  resonó  la  voz  de  Rosario,  que  gritaba  del  valle: 
— ¡  Cuchita !  Aquí  está,  aquí  está  la  picara ! . . . 
Al  mismo  instante  tronaron  los  gritos  furibundos  de  la  ende- 
moniada. 

La  anciana  se  puso  en  pie,  conmovida:  había  olvidado  por  se- 
gunda vez,  el  objeto  de  aquel  paseo.  El  cura  la  imitó,  con  su  buen 
ánimo  habitual. 

— ¡  Cucnita !  i  Venga  lueeego ! . . . 
— ¡  Aaaay ! . . . . 

Las  dos  señoritas  se  adelantaron  nerviosas. 
Siguiólas  el  cura  tranquilo,  sin  apresurarse. 
— ¡Venga  lueeego! 

La  anciana  echó  a  correr,  como  una  chicuela.  Guiándose  por 
los  gritos,  se  dirigió  hacia  el  fondo  de  la  vega,  junto  al  vallado. 
Pronto  alcanzó  el  boscaje  de  los  ciruelos  que  formaban  en  aquel 
punto  una  espesura  enmarañada.  Allí  estaba  Rosario  palpitante,  los 
brazos  extendidos,  impidiendo  la  salida.  Bajo  el  ramaje  intrincado, 
echada  sobre  las  hojas  muertas,  la  fugitiva  se  agitaba,  se  revol- 
caba, gritaba  como  una  loca. 
— ¡  Aaaay !  ¡  Aaaay ! . . . . 
— ¡Calla  la  boca,  perra  india! 

Como  por  mandato  divino,  la  mujer  se  aquietó,  sofocó  los  gri- 
tos. Mas  luego,  al  notar  al  buen  cura  que  se  aproximaba,  hizo  una 
mueca  profunda  de  espanto,  de  desesperación  y  tornó  a  agitarse,  a 
aullar  perdidamente. 

. — ¡  Aaay !  ¡  Aaay !  ¡  Uuuuuy ! . . . 
'  Se  estremecía  epilépticamente,  revolviendo  la  órbita  de 
los  ojos,  haciendo  rechinar  los  dientes,  retorciendo  los  brazos,  agi- 
tando en  el  aire  los  pies  desnudos.  Sobre  su  frente  los  cabellos  se 
erizaban  como  púas,  entre  sus  labios  amarilleaba  una  baba  sinies- 
tra. 

El  anciano  cura  retrocedió  turbado.  Su  cara  se  estiró,  su  mi- 
rada se  hizo  dura.  Sacó  de  la  faltriquera  un  viejo  libro,  lo  abrió  por 
la  señal  verde,  hizo  en  el  aire  una  gran  cruz  y  empezó  a  leer  con  voz 
trémula.  Las  señoritas  se  apartaron  recelosas.  Sabían  que  el  exor- 
cismo es  cosa  grave.  Al  salir  del  cuerpo  de  su  víctima,  el  diablo 
revienta  como  una  mina  y  deja  en  el  aire  un  tufo  de  azufre.  .  .  Es- 
peraban, temerosas,  el  milagro. 

Empero,  a  medida  que  el  cura  leía  los  "evangelios  extraordi- 


L  A     E  N  D  E  M  o  N  I  A  D  A  107 

narios,"  la  espirituada  en  lugar  de  apaciguarse,  se  removía  y  ahu- 
llaba  cada  vez  con  mayor  ardor. 

Ensordecido,  el  sordo  anciano  cambió  entonces  el  libro  por  un 
formidable  cordón  lleno  de  nudos,  que  había  traído  "por  si  acaso" ; 
y  asegurándolo  a  la  muñeca,  descargó  sobre  el  Enemigo,  una  lluvia 
de  azotes  furibundos.  (Sí,  sobre  el  Enemigo,  porque  los  golpes  no 
le  dolerían  a  la  mujer  sino  al  diablo  que  la  poseía. . . ) 

A  tan  inesperada  sensación,  la  "china"  se  arrolló  como  una  cu- 
lebra, se  calló:  pero  en  seguida  tornó  a  agitarse  a  saltos,  como  que- 
riendo escapar,  aullando  y  articulando  denuestos  increíbles: 

— ¡  Aaaay !  ¡  Asqueroso !  ¡  Uuuuy !  ¡  Hijo  de  una  gran ! 

El  mozo  del  boticario  que  había  venido  al  huerto  a  lavar  en  el 
pozo  el  gran  frasco  de  cristal  azul,  oyendo  los  gritos  de  la  poseída, 
se  había  aproximado  a  paso  de  gato.  Inmóvil  entre  las  ramas,  el 
frasco  lleno  de  agua  en  las  manos,  miraba  alternativamente  con 
ojos  de  zorro  escondido,  al  cura  que  golpeaba  a  más  y  mejor,  y  a  la 
moza  que  saltaba  y  maldecía  a  mejor  y  más. 

De  pronto  el  anciano  como  iluminado  por  inspiración  del  cie- 
lo, detuvo  el  brazo  y  se  inclinó  cuanto  pudo  para  ver  bien  a  la  mu- 
jer esfumada  ya  por  la  penumbra  de  la  prima  noche;  enfocó  las  lí- 
neas del  cuerpo  que  el  pañolón,  en  la  agitación,  dejaba  por  momen- 
tos entrever.  En  seguida  volvió  a  erguirse:  su  cara  estaba  desesti- 
rada, su  boca  encendida  por  bonachona  sonrisa.  Se  aproximó  a  la 
dueña  de  casa  y  en  voz  para  él  baja,  le  dijo  algo,  cautelosamente. 

Un  fracaso  agudo  vibró  en  los  oídos  de  los  circunstantes  exci- 
tados, como  el  estruendo  de  una  granada  que  hubiera  reventado  a  un 
paso.  Volviéronse  estupefactos.  El  mozo  del  boticario  había  dejado 
escapar  de  las  manos  el  hermoso  frasco  azul,  que  yacía  en  tierra  he- 
cho añicos.  

— -i  Bellaco !  rugió  el  señor  cura,  alzando  su  recio  bastón. 

Pero  el  golpe  cayó  en  el  vacío.  El  bellaco  desaparecido  en  el 
sendero  frondoso,  como  una  visión  que  se  desvanece . . . 

París,  noviembre. 

FRANCISCO  CONTRERAS. 


A  PROPÓSITO  DE  XE  TOMBEAU  DE  DEBUSSY' 


TREINTA  y  siete  años  han  transcurrido  desde  que  el  cisne  de 
Bayreuth  enmudeció  para  siempre  en  la  quietud  lacustre  dé 
Venecia.  En  este  largo  período,  el  arte  musical,  contra  lo 
que  opinan  los  espíritus  rehacios  a  todo  progreso,  ha  sufrido  una  im- 
portante transformación  en  sus  principales  elementos  constitu- 
tivos: ritmo,  melodía  y  ritmo.  En  las  manos  de  Wagner,  la  heren- 
cia artística  de  Beethoven  y  Weber,  alcanzó  un  desarrollo  brillan- 
tísimo al  formidable  impulso  lírico  del  autor  de  "Tristán". 

Wagner  creó  un  nuevo  lenguaje  musical  que  Europa  no  pudo 
comprender  sino  después  de  un  largo  aprendizaje,  durante  el  cual 
los  espíritus  selectos  lucharon  contra  la  oposición  de  los  adorado- 
res del  idioma  sencillo  de  Bellini,  Donizetti  y  Rossini,  Wagner,  en 
efecto,  amplificó  la  línea  melódica  de  los  maestros  italianos  has- 
ta constituir  la  llamada  melodía  infinita  destruyendo  la  vieja  qua- 
dr atura;  introdujo  el  cromatismo  y  las  disonancias  en  sus  armoni- 
zaciones inusitadas  y  opuso  a  los  gastados  moldes  explotados  has- 
ta la  saciedad  por  los  compositores  de  ópera  de  la  primera  mitad 
del  siglo  pasado  nuevas  combinaciones  de  valores,  en  consonan- 
cia con  las  modificaciones  armónicas  y  melódicas  realizadas  por 
su  genio  inquieto  y  renovador. 

El  "wagnerismo"  se  adueñó  del  mundo  y  más  tarde  los  com- 
positores en  boga — los  "veristas"  italianos  y  los  representantes 
de  la  escuela  franco-alemana  con  Massenet  a  la  cabeza — no  pudie- 
ron excluir  de  sus  creaciones  durante  un  cuarto  de  siglo  los  pro- 
cedimientos inventados  por  Wagner. 

Pero  la  imitación  constante  de  estos  procedimientos,  el  abuso 
que  de  ellos  llegó  a  hacerse,  trajo  como  consecuencia  forzosa  el  an- 
helo de  algo  nuevo,  la  necesidad  de  quitarse  la  librea,  de  buscar 


A  PROPOSITO  DE  "LE  TOMBEAU  DE  DEBUSSY' 


109 


otras  fórmulas,  otras  armonías,  otros  ritmos,  fuera  de  la  dictadu- 
ra del  maestro  de  Bayreuth. 

T  la  reacción  se  inició  en  las  obras  de  Fanelli  y  Moussorgsky. 

Fanelli,  un  compositor  francés  de  origen  italiano,  cuyas  obras 
en  gran  parte  permanecen  aún  inéditas,  escribía  el  año  de  1890 
en  una  de  sus  originales  producciones  el  fragmento  siguiente:  (1) 


8. 


¿No  es  esto  "debussysmo"  puro? 

Las  escalas  por  tonos,  las  disonancias  agresivas,  las  sucesio- 
nes de  quintas  y  cuartas,  la  ausencia  de  una  tonalidad  definida,  el 
ansia  de  novedad  oculta  entre  la  politonía  de  sus  representaciones 
sonoras,  el  cabrilleo  de  modulaciones  extrañas,  hacen  de  este  ra- 
ro tipo  de  precursof,  un  vidente  musical.  Moussorgsky  más  libre, 
más  genial,  producto  de  la  gleba  rusa,  espíritu  audaz  que  amasa- 
ba en  sus  creaciones  los  gritos  de  su  pueblo  con  la  opulencia  del 
alma  oriental,  impresionó  fuertemente  a  Debussy,  durante  el  via- 
je de  éste  a  Rusia. 

En  Debussy  encontraron  campo  propicio  las  rebeldías  de  Fa- 
nelli y  Moussorgsky  y  fructificaron  especialmente  en  una  obra 
que,  sin  duda  alguna,  marca  una  etapa  importante  en  la  evolución 
musical:  Pelléas  et  Mélisande.  El  maestro  francés,  bien  preparado 
por  una  sólida  instrucción  musical  y  guiado  por  un  admirable  ins- 
tinto de  equilibrio  en  la  forma  y  novedad  en  la  armonía  y  en  el  rit- 
mo, llegó  a  organizar  un  sistema  armónico  cuya  base,  a  lo  que  pa- 
rece, es  la  concepción  del  acorde  alterado  no  como  miembro  de  una 
familia  de  acordes,  sujeto  a  determinada  preparación  y  resolución, 
sino  como  entidad  libre,  como  valer  armónico,  sin  más  conexiones 


(1)    R.  Lenormand.  Etucle  surl'Harmonie  Moderne. 


no  MÉXICO      MODERNO 

con  los  otros  acordes  que  las  que  el  instinto  del  compositor  le  se- 
ñala. 

Roto  el  engranaje  secular  de  los  acordes,  destruido  el  sis- 
tema tonal  elaborado  trabajosamente  por  los  teóricos  en  cinco  si- 
glos de  especulaciones  matemático-musicales,  se  presentó  ante  los 
ojos  maravillados  de  los  que  creían  que  con  "Parsifal"  había  des- 
aparecido toda  posibilidad  de  nuevas  combinaciones  sonoras  una 
extraña  música  politonal,  en  cuya  armonía  estaba  abolido  el  con- 
cepto de  disonancia.  En  esta  música  no  existían  consonancias,  había 
acordes  libres  de  encadenamientos  (de  cadenas,  diría  un  panegi- 
rista de  las  nuevas  armonías)  y  de  resoluciones  preestablecidas. 
Es  decir,  la  música  se  encontraba  más  allá  del  bien  y  del  mal; 
era  el  camino  para  llegar  a  la  negación  de  la  tonalidad,  a  la  músi- 
ca a-tonal. 

Y  llegamos.  Acabo  de  tocar  las  diez  composiciones  que  for- 
man **Le  Tombeau  de  Debussy".  Los  más  brillantes  paladines  de 
la  "libertad  sonora"  aportaron  los  extraños  materiales  para  la 
construcción  del  ideal  monumento. 

Paul  Dukas,  Albert  Roussel,  Francesco  Malipiero,  Eugene 
Goossens,  Béla  Bartok,  Florent  Schmitt,  Igor  Strawinsky,  Mauri- 
ce  Ravel,  Manuel  de  Falla  y  Erik  Satie,  ñrman  las  composiciones 
del  "Tombeau".  En  todas  ellas  se  nota,  desde  luego,  la  ausencia  de 
los  viejos  acordes  perfectos.  Paul  Dukas,  en  su  "plainte,  au  loin, 
du  faune",  no  emplea  ni  uno  solo  de  ellos.  La  flauta  del  faune  re- 
pite su  diseño  desolado  a  lo  largo  de  un  sol  obsesionante  sobre  el 
que  se  engarzan  armonías  melancólicas. 

Malipiero  escribió  dos  páginas  tristes,  sin  compás  determina- 
do. Las  barras  divisorias  encierran  ya  cinco,  ya  siete,  a  veces  seis 
unidades  de  tiempo.  Sin  embargo,  el  ritmo  es,  en  general,  simé- 
trico y  la  composición,  a  pesar  de  su  autor,  descubre  el  alma  me- 
lodiosa y  apasionada  de  un  italiano. 

El  compositor  inglés  Goossens,  en  un  apretado  tejido  de  ar- 
monías que  un  profesor  de  Conservatorio  no  vacilaría  en  caliñcar 
de  cacofónicas,  revela  una  real  maestría  en  el  tratamiento  de  la 
moderna  técnica  de  composición  musical.  No  obstante  su  carácter 
ultramodernista  en  esta  página  hay  armonías  de  una  belleza  ex- 
traña y  conmovedora. 

El  tono  rapsódico  predomina  en  la  breve  composición  del  hún- 
garo Béla  Bartok.  Desde  el  primer  compás  asoma  la  melancolía 


A  PROPÓSITO  DE  "LE  TOMBEAU  DE  DEBUSSY"  iit 

grandilocuente  del  Lassan  Magyar.  La  sombra  del  gran  abate  se 
esfuma  entre  la  niebla  de  las  disonancias . . . 

Más  importante,  por  su  extensión,  es  la  obra  de  Florent 
Schmitt,  inspirada  en  las  palabras  de  Paul  Fort:  "et  Pan,  au  fond 
des  bles  lunaires,  s'accouda".  En  estas  páginas  escritas  en  el  es- 
tilo peculiar  del  autor  del  "Quintette"  no  hay  "debussysmo".  En 
la  música  de  Schmitt  sorprende  tanto  el  vigor  de  las  ideas  y  lo 
moderno  de  la  forma  como  la  exuberancia  de  los  detalles  de  orna- 
mentación, en  los  que  no  encontramos  las  escalas  por  tonos,  tan 
caras  a  Debussy. 

"Homenaje  para  guitarra"  se  titula  la  composición  de  Manuel 
de  Falla.  Es  un  breve  pensamiento  melancólicamente  voluptuoso 
con  discretísimos  toques  de  españolismo  y  en  cuyo  final  aparece  un 
pequeño  fragmento  de  la  **Soirée  dans  Granade"  de  Debussy. 

Ravel  escribió  un  dúo  para  violín  y  cello,  de  una  refinada  sen- 
cillez. Los  dos  instrumentos  dialogan  en  contrapuntos  e  imitacio- 
nes. Es  un  juego  en  el  que  las  dos  melodías  se  enlazan,  se  cruzan, 
se  persiguen  y  cuando  alguna  de  ellas  descansa  en  una  nota  teni- 
da la  otra  se  le  acerca  y  la  arrastra  obligándola  a  continuar  el  fan- 
tástico juego  interrumpido. 

Una  melodía  de  doce  compases  escribió  Satie  "en  souvenir 
d'une  admirative  et  douce  amitié  de  trente  ans".  Página  desolada, 
de  una  extrema  vaguedad  tonal,  armonizada  con  disonancias  de 
2as.  y  9as.  y  en  la  que  la  voz  procede  por  intervalos  de  difícil  en- 
tonación. Termina  con  un  acorde  de  5a.  aumentada. 

Pero  el  más  extraño  de  los  trozos  que  integran  "Le  Tombeau" 
es  el  fragmento  de  Igor  Strawinsky,  sin  compás  ni  matices.  Algo 
de  fúnebre  y  solemne  hay  en  esa  sucesión  de  acordes  en  cuyo  tra- 
tamiento se  advierte  un  infinito  cuidado  para  no  caer  en  la  tenta- 
ción de  escribir  un  acorde  perfecto. 

"Le  Tombeau  de  Debussy"  señala  un  aspecto  muy  interesan- 
te de  la  nueva  estética  musical.  Negar  la  importancia  que  para  el 
porvenir  de  la  música  significa  la  obra  de  los  compositores  impre- 
sionistas y  últramodernistas,  sería  tanto  como  confesar  nuestra 
ineptitud  para  seguir  una  evolución  que  se  inicia  en  forma  violen- 
ta, agresiva  tal  vez,  pero  que  merece  nuestro  estudio  y  atención. 

En  Viena,  en  Berlín,  en  Londres,  en  París,  en  las  principales 
ciudades  europeas  se  aplauden  diariamente  las  obras  más  audaces 
de  Debussy,  Ravel  o  Strawinsky.  El  público  sanciona  con  su  entu- 


112  MÉXICO      MODERNO 

siasmo  las  temerarias  innovaciones  de  los  compositores  modernis- 
tas. Y  es  que  en  música,  sobre  la  Matemática,  sobre  todas  las  teo- 
rías y  reglas,  existe  un  supremo  juez:  el  oído.  Cuando  el  oído  de 
la  multitud  acepta  las  nuevas  combinaciones  sonoras  sin  los  pre- 
juicios que  impone  el  conocimiento  de  las  reglas  de  composición, 
puede  afirmarse  que  en  el  fondo  de  esas  combinaciones,  que  los 
doctos  calificarían  de  disparatadas,  existe  un  germen  de  belleza, 
germen  que  se  desarrollará,  tal  vez,  y  que  podrá  llegar  a  ser  la  ba- 
se de  una  nueva  estética. 

La  ciencia  de  la  belleza  está  todavía  en  pañales.  ¿No  escu- 
chamos con  la  misma  emoción  un  Motete  de  Palestrina  que  una 
Sonata  de  Beethoven?  ¿No  nos  deleitamos  con  una  pieza  galante 
de  Couperin  tanto  como  con  las  miniaturas  exquisitas  de  Schu- 
mann?  ¿Cuándo,  al  oír  una  obra  que  nos  emociona  hemos  pensa- 
do en  la  calidad  y  encadenamiento  de  los  acordes,  en  la  clase  de 
cadencias  empleadas  por  el  compositor,  en  las  faltas  a  las  reglas 
de  armonía  que  un  análisis  minucioso  pudiera  descubrir  en  ella? 
Sentimos  la  emoción  sin  que  nos  preocupe  la  procedencia  de  la 
obra  de  arte  ni  los  detalles  que  entraron  en  su  estructura,  como 
al  recibir  el  beso  del  sol  no  nos  interesa  saber  el  número  de  kiló- 
metros que  nos  separan  de  él  ni  las  manchas  que  hay  en  su  disco. 

Si  hay  belleza  real  en  las  obras  de  los  compositores  modernis- 
tas, si  en  ellas  como  en  lámparas  exóticas  arde  la  llama  que  encien- 
de el  entusiasmo,  perdurarán  conjuntamente  con  las  más  al- 
tas creaciones  musicales,  porque,  como  se  afirma  en  una  profun- 
da frase  citada  frecuentemente  por  nuestro  Antonio  Caso,  *ia  obra 
de  arte  es  igual  a  la  obra  de  arte". 

MANUEL  M.  PONCE. 


I 


LA  JOVEN  LITERATURA  MEXICANA 

SECCIÓN   A   CABGO   D« 

AGUSTÍN  LOERA  Y  CHÁVÍ3Z 


pl  BERNARDO  ORTIZ  DE  MONTELL ANO— Forma  con  José  Goit)stiza  Alcalá, 
ÍJaime  Torres  Bodet  y  Enrique  Gonzá^lez  Rojo,  el  grupo  compacto  en  el  que  »e  re- 
sumen las  utópicas  actividades  del  novísimo  Ateneo  de  la  Juventud,  institución 
de  amables  propósitos  concebida  en  noble  y  sinc-ero  impulso,  y  cuya  desaparición 
al  nacer  justifica  a  sus  iniciadores.  La  evolución  literaria  no  tiene  réplicas  y  el 
glorioso  Ateneo  de  1910,  con  todos  sus  sectarismos  y  malevolencias  domésticos, 
produjo  al  gi'upo  contem,porá.neo  má«  serio  de  escritores  y  artistas. 

Otüz  de  Montellano,  optimista  por  joven  y  por  poeta,  lleva  a  sus  rimas  la 
súbita  frescura  de  la  vida,  el  ansia  de  goces  iplenos,  la  avidez  ingenua  de  ensueño, 
'de  esperanza  y  de  amor. 

Quisiera  en  un  instante  desvanecer  la  huida 
de  las  horas  mortales;  en  un  lirio  el  perfume 

de  todos  los  jardines ;  en  iin  amor  la  vida 

Cuando  la  tarde  ingrávida  sus  ópalos  esfuma. 


En  una  voz  quisiera  la  música  aprehendida ; 
que  en  un  grano  de  mdrra  tod<i  oraeián  sahume 
y  en  una  estrella  pálida  todo  enxneño  coincida. 

i  No  sé  qué  brujo  sortilegio  ejerce  en  nuestra  sensibilidad  el  ges^to  sincero  de 
ingenua  y  espontánea  vibración  artístix»a.  Es  que  en  el  mágico  vuelo  de  un  pafio, 
en  la  estilización  fugaz  y  eterna  de  un  ritmo  de  danza,  en  el  canto  sonriente  o  en 
la  plástica  de  una  actitud  genial,  se  siente  la  palpitación  del  atributo  máximo, 
la  gracia, 

Fuiprtemente  influido  por  la  iwesía  de  González  Martínez,  modula  Ortiz  do 

Montellano  — con  cierta  sincera  y  tierna  ingenuidad  poética —  su  tentación  lírica 

en  ascendente  lucha  por  la  conquista  de  la  expresión  precisa,  del  término  justo, 

del  sentido  perfecto  de  la  proporción.  Entre  los  i)oetas  novísimos  se  antoja  el  de 

'raás  natural  y  genuino  armnque  en  sus  poemas  de  amior,  y  su  balbuceo  subjetivo 


114  MÉXICO      MODERNO 

y  simbólico  tiene  la  movilidad  y  la  inconstancia  de  un  femenino  parpadeo  encan- 
tador y  fl-ívolo. 

Yo  que  soy  inconstante,  fugitivo  y  divet'so 

como  el  viento  dentado  de  las  tardes  de  ahril; 

yo  que  so'y  en  In  vida,  inútil,  conio  un  verso 

donde  el  ensueño  fuei'a  de  mis  años  redil. 


Yo  que  me  siento  a  veces  lejos  de  tus  encantos 
Cuando  el  cieno  oscurece  los  amores  más  santos. 
Vuelvo  a  ti,  para  siempre,  la  inconstancia  de  ayer; 
porque  el  amor  perdura,  silenoioso,  anhelante, 
sohre  todos  mis  ye^*ros.  como  vivo  diamante 
hundido  en  las  arenas  fugaces  de  mi  ser. 

Son  sus  versos  breves  tafetanes  pródigos  de  ilusión  y  ensueño,  con  un  prraii 
anhelo  de  varonil  vigor,  y  algunos,  que  se  antojan  inconcluídos,  dejan  un  dulce 
sedimento  romántico. 

El  nombre  de  su  libro  en  preparación  Avidez  y  su  divis  i  ünul  Esperanza  y  Fe. 
eintetizan  del  mejor  modo  las  inquietudes  del  joven  poeta. 

A.  L.  en. 


T 


DESOLACIÓN 


RES  veces  he  arrojado  mi  cántaro  en  el  pozo 

^pr  o  fundamente  claro  del  amor 

tres  veces  ha  salido  del  fondo  rumoroso 
sin  una  gota  de  agua,  sin  un  solo  fulgoi\ 


Tres  veces  he  pedido  que  me  hese  la  fuente 

con  sus  laMos  azules  trémulos  de  cantar 

tres  veces  se  ha  negado  diciendo  indiferente : 
tus  lahios  son  impuros,  no  me  pueden  tocar. 

Tres  veces  he  implorado  una  caricia  al  viento, 
el  que  nvueve  las  nubes,  la  música  y  la  voz, 
— has  que  sea  un  perfume  mi  débil  pensamiento 
y  llévalo  en  tus  alas  de  sii  señuelo  en  pos. 

7' res  veces  el  amor  se  me  ha  negado: 

la  fuente,  por  tres  veces,  no  me  quiso  besar, 

y  el  viento  huyó,  cantando,  de  md  lado 

(mi  voz  era  muy  pobre,  no  le  pudo  alcanzar). 


LA  ^OVEN  LITERATURA  MEXICANA  115 

;  Y  la  inqmetud  aumenta y  la  tristeza  es  mía ! 

Mis  velas  se  desgarran  ya  próximo  a  zarpar. . . . 
{Compañera  sin  par  de  mi  áureo  día 
til  me  has  visto  llorar.) 

1919. 


RESIGNACIÓN 


U 


NA  leve  lamhre  cubre  de  ruhor 

las  nubes  más  altas  y  el  fiel  mirador. 


TJn  presentimiento,  araña  sutil, 
enreda  en  sus  redes  el  gozo  de  ahíil. 

ün  dolor  mMcera  Ubre  juventud 

y  e.rprinie  en  los  labias  uvas  de  inquietud. 

Una  vos  pregunta ....  no  sé  resiponder .... 
¡El  amor  es  poco  para  comprender! 

Rige  los  destinos  el  Venbo  de  Dios 
¿qué  voz  opondremos  a  tan  dulee  voz? 

La  vida  lo  qu/iere,  cuando  nos  exuJta, 
que  probos  hilemos  nuestra  pena  oculta. 

Si  el  amor  es  consta  miel  para  los  labios 
sea  también  abeja  para  los  a  gramos. 

Si  hombres  somos  todos,  es  justo  que  todos 
probemos  las  penas  de  divei'sos  modos. 


I 


LETRAS      EUROPEAS 

SEtX;iÓN    A    CARGO    DE 

JAIME  TORRES   BODET 


A  PROPÓSITO  DE  TOLSTOI 

Ms  todavni  tiempo  ()i)ortiin<>  hoy,  qiio 
^iiiri  no  ha  venido  la  diste ncia  a  dar  a 
la  obra  de  Tolstoi  la  monótona  unifor- 
midad que  a  todo  lo  que  toca  imparte, 
para  contempliar  a  través  de  qué  vio- 
lentos espasmos  de  pasión  fué  aquila- 
tándose su  pensamiJento  y  fué  su  Tinimo. 
de  turbulento  y  amoroso  que  era  en  un 
principio,  haciéndase  enjuto  y  a  la  pos- 
tile razonador,  como  el  de  su  jjrran  her- 
mano solitario :  J.  J.  Rousseau. 

Es  menestei-  del  crítico  evitar,  a  to- 
do trance,  que  la  gloria  convierta,  como 
Midas,  en  cosa  ,sólida  y  reluciente  todo 
Jo  que  toca.  Obediente  a  la  vida,  que  dis- 
j)ersa  emociones  en  su  constante  ondu- 
lacdón,  debe  respetar  en  el  autor  de 
í|uien  habla  esa  mágica  condición  de 
existencia  que  es  el  derecho  de  varian 
Es  menester  suyo,  digo,  y  al  decirlo 
comprendo,  sin  embargo,  que  pretendo 
lui  imposible.  Aprecio  el  esfuerzo,  pero 
sufi'o  anticixmdamente  la  evidencia  de 
que,  para  poder  valorizar  sus  admira- 
ciones, el  pilblico  necesita  inmovilizar 
en  su  mente  las  cosas  admiíadas. 

Dentro  de  pocos  años  se  elogiará  a 
Tolstoi  por  lo  que  no  quiso  nunca  ni 
Tiunoa  pudo  decir ;  muchos  empiezan  ya 


a  íidmirarlo  así,  y  gran  i^etulaneia  sería 
la»  nuestra  si  creyéramos  que  de  efste 
error  de  persi>ectiva  pudiéramos  estjir 
absolutamente  exentos. 

;.C<>mo  concibió  Tolstoi,  en  t*n  juven- 
tud, el  amor  y  cómo  a  través  de  la  vida 
fué  alterándose  la  primitiva  serenidad 
de  su  pensamiento  y  haciéndose  duro  j 
hostil  a  la  original  ternura  t  blanda 
condiición  que  le  eran  propias? 

;.(\>mo  y  por  qué,  esposo  feliz  j  i>a- 
dre  sabio,  en  mitad  de  la  cordura  con- 
yugal de  que  gozaba,  volvió  su  yoz  en 
contra  del  amor,  del  matrimonio  y  de 
la  esjíecie?  ¿Cómo  también,  amplio  y 
comprensivo  como  eiu.  para  toda  gene- 
rosa dádiva  del  espíritu  y  todo  eficaz  en. 
sanc(ha miento  del  ánimo,  su  talento  se 
hizo  ininteligente  al  sólo  triunfo  del 
amor?  Puntos  sutiles  todos  eHos  y  reve- 
ladores asimismo  de  graves  coDflicto« 
espirituales  y  de  severas  torturas  reli- 
giosas. 

Cuando  Tolstoi  escribía  las  páginas 
centrales  (las  más  hermosas)  de  Güe- 
ña y  Paz,  no  pensaba  por  cierto  en  al- 
zar voces  de  apóstol  en  contra  de  los 
"prisioneros  de  amor",  pretendiéndolos 
redimir  por  el  sacrificio.  Nunca  como  en 
los  cíipftulos  en  que  narra  la  triste  his- 
toria de  Natalia  y  el  príncipe  Andrés, 


LETRAS    EUROPEAS 


117 


halló,  poF  el  contrario,  el  amor  intér- 
prete más  lisonjero  y  alwgado  más  per- 
suasivo. No  es,  en  este  caso,  el  amor 
romántico,  todo  blandura  y  femenina  de- 
jadez, no  tampoco  el  platónico  suspirar 
<iue  s>ume  en  dulces  congojas  el  espíri- 
tu severo  y  torturado  de  Messer  Guido 
Cavalcanti ;  es  e>l  amor  humano,  divino 
de  sentirse  tan  real,  hecho  de  juventud 
y  de  esperanza,  exagerado  por  las  lá- 
grimas, deshojado  en  el  olvido. 

Ks.  desde  luego,  en  Natalia  una  ex- 
traña inquietud,  un  sentirse  alada  y  en- 
tusiástica, un  encontrarlo  todo  fácil  y 
sumiso,  un  descubrir  en  el  mundo  con- 
cordancias infinitas  con  el  propio  espi- 
rito, que  lo  llenan  de  felicidad.  En  los 
primeros  instantes  de  su  amor.  Natalia 
da  idea  de  un  niño  que,  en  un  lugar  don- 
de el  eco  fuera  muy  claro,  se  compla- 
cdera  tai  repetir  palabras  sin  sentido^ 
por  sólo  oírlas  res^mar  en  la  distancia. 

Luego,  la  conciliación  de  siis  inme- 
diatos intereses  con  los  del  mundo  se  va 
haciendo  más  difícil.  El  corazón  rebel- 
de repite  en  vano  palabras  de  ternura : 
el  eco  no  las  repite  ya.  El  alma  flaquea. 
I^jos  del  príncii>e  Andrés,  a  quien  ama. 
Natalia  se  abandona  a  la  dulzura  insi- 
nuante de  su  adolescencia.  Está,  em- 
briagada de  perftimes,  extenuada  de  es- 
I)eranza<».  En  un  teatro,  mientras  con 
fatal  melancolía  la  acaricia  la  música, 
(la  música,  la  eterna  seductora  de  Tols- 
toí),  la  presencia  <le  un  homibre  que  la 
deseíi  la  da  mie<lo  al  alma.  Su  cuerpe- 
cito  de  niña  vibra  con  cobarde  anhelar. 
Una  respiración  la  turba,  un  cosquilleo 

la  desmaya Tolstoi  hubiei'a  podido 

manchar  con  una  sola  palabra  la  ima- 
gen de  Natalia.  No  quiso  hacerlo,  no  lo 
pudo  quizás.  Su  inteligencia  no  había 
troiKszado  aún  en  el  escollo  de  la  into- 
lerancia. Pretendía  entonces  (  y  logró 
en  este  caso  completamente  su  deseo) 
comprenderlo  y  amarlo  todo  con  la  vas- 
ta imparcialidad  de  un  Goethe,  pero 
agregando  a  ella  ese  sentimiento  de  sa- 


na amistad  con  las  cosas  y  con  las  al- 
mas que  es  la  mejor  luz  del  intelecto. 

En  mitad  de  la  fiebre  de  su  pasión 
--quizá  i)or  su  pasión  mi«ma —  Natalia 
sigue  siendo  tan  pura  como  antes.  Se 
ve  arrastrada  al  pecado,  y  a  pesar  del 
uceado  sigue  siendo  la  suya  un  alma 
diáfana  y  buena.  ¡  Milagroso  entonwsel 
triunfo  del  artista  y  grande  su  discre- 
ciOn !  Su  pluma  no  miente,  no  exagera, 
no  equivoca.  Graba.  Dice  la  vida  :  pero 
la  dice  toda  entera,  sin  mutilacion(^v 
sin  doctrinas. 

El  amor  de  Sonia  no  es  Ciomo  el  (K 
Natalia.  Ponderado  y  sumiso.  recuer<> 
el  de  ciertas  ideales  flgunis  de  Tour* 
gueneff.  Sabe  en  ocasiones  resignarse  a 
ser  una  simple  amistad ;  pero  la  mejor 
de  las  amiistades.  Está  hecho  de  respeto 
y  de  piedad,  es  en  sí  mismo  abnegación. 
Pero  entre  todos  los  amores  que  Guerra 
y  Paz  desciibe  (y  los  hay  de  varias  mo- 
dalidades y  matices)  el  de  I'edro  Be* 
z^ukov  es  un  raro  accidente  de  human^ 
comprensión  y  de  piadosa  ternura.  Hom- 
bre acostumbrado  al  desorden  mental 
al  que  lo  condenan  su  vasta  erudición  y 
su  pobre  voluntad.  Bezoukov  i)one  tmla 
su  alma  en  el  amor  que  ofrwe  a  Nata- 
lia. Tímido  y  grueso,  con  anteojos  que 
íian  un  aspecto  ridículo  de  serie^lad  a 
la  actitud  sentimental  y  benévola,  pasa 
junto  a  Natalia  con  respetuosa  compa- 
sión, licjos  de  ella  reconoce  todas  sus^ 
flaquezas,  y  las  absuelve,  junto  a  ella 
las  ignora,  casi  las  ama...  Siente  qué 
privilegio  significa  en  una  niña  hermasfi 
la  juventud  y  teme  herirla  con  un  solo 
gesto,  indignarla  con  una  sola  confe- 
sión. 

¡  Cuánto  ambicionaría  entonces  Be- 
zoukov poseer  la  elegante  distinción  de 
su  amigo  el  príncipe  Andrés!  ¡Y  qué 
lejos,  no  obstante,  se  encuentra  de  am- 
bicionarla I  Es  ingenuo  al  extr*emo  de 
ignorar  sus  ridículos,  de  complacerse 
casi  en  ellos. 

Noble  y  pueril  como  es  su  alma,  no  se 


ii8 


MÉXICO      MODERNO 


imede  determinar  si  es  ella  la  que  puri- 
íita  el  amor  que  contiene,  o  el  amor 
quien  la  ennoblece  y  dignifica ;  pero  es 
más  probable  lo  último  que  lo  primero, 
pues  mientras  Bezoukov  cede  a  todas 
las  insinuacionas  del  vicio  y  cae  en  to- 
da*» las  flaquezas  del  i^ecado,  en  el  amor 
se  aisla  y  se  exalta,  como  sobre  un  al- 
tar. 

y  si  todos  estos  ejemplos,  no  bastaren 
para  demostrar  el  aprecio  que  tuvo 
l'olstoi  en  las  obras  centrales  de  su  vi- 
da por  eJ  amor;  allí  están  las  amables 
descripciones  que  hace  de  la  vida  de 
Petrov.  padre  de  Natalia,  allí  queda  pa- 
ra siempre  el  recuerdo  de  esa  noche  de 
Navidad  en  que  Sonia.  disfrazada  de 
nuLiik,  llena  de  tortura  y  de  emoción  el 
alma  de  Nicolás. 

Algo,  no  obstante,  hay  ya  en  Guerra 
y  Paz  que  nos  hace  presentir  la  cruel 
insistencia  de  que  Tolstoi  hizo  uso  en  la 
Sonata  a  Kreutzer. 

P^ste  algo,  más  bien  dicho,  este  al- 
euien.  es  Elena  Bezoukov,  hermoso  y 
vano  animal  que  engaña  ostensiblemen- 
te a  su  esposo,  quien  no  hace  de  ello  el 
menor  aprecio. 


Y  es  que.  Tolstoi  nos  lo  explica  ch)q 
sugerente  sabiduría.  Bezoukov  se  eas6 
con  Elena  rfn  amor  porque  como  el 
trágioo  personaje  de  la  Sonata,  un  ins- 
tante de  lascivia  decidió  de  su  destino. 

Flaqueza  y  abandono  existen  en  el 
corazón  de  Natalia,  abandono  y  flaque- 
za en  las  liviandades  de  Elena,  y  no 
obstante  qué  abismo  insalvable  hay  en- 
tre ellas! 

¡  Cómo  se  advierte  entonces  que  nada 
puetle  la  majestad  del  sentimiento  cuan- 
do lucha  contra  la  mezíiuindad  de  las 
aluiíis !  ;  C<Jmo  y  con  cuánta  razón  se 
lúensa  que  nada  vale  la  pasión,  sino  el 
corazón  que  ella  anima ! 

Tolstoi  por  esa  sujeción  que  ata  el 
ciieador  a  la  obra  creada,  se  vio  nms 
tarde  obligado  a  exagerar  su  doctrina, 
T^  hizo  áspera,  incomprensiva  y  tor- 
turante como  una  maldición :  inútil  no. 
que  nada  tiene  en  el  vasto  escenario 
de  la  vida  esterilidad  de  carne  mouáa, 
ni  tosca  solidez  de  piedra. 

México,  febrero  de  1921. 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 

SECCIÓN  A  CARGO  DE 

MANUEL    M.    PONCE 


Knrico  Caruso  ha  interrumpiclo  sus 
i  raba  jo»  en  el  Metropolitano  de  Nueva 
"i'ork,  debido  a  una  pleuresía  que  le  ha 
obligado  a  guardar  cama. 

Según  opina  el  doctor  Sauchelli,  mé- 
dico del  célebre  tenor,  la  enfermedad 
de  Caruso  no  es  simplemente  una  pleu- 
resía, sino  un  trastorno  de  los  órganos 
productores  de  la  voz,  inclusive  los  pul- 
mones, la  pleura,  los'  bronquios  y  el  tó- 
rax. El  doctor  Sauchelli  opina  que  las 
actuales  dolencias  de  Caruso  han  sido 
causadas  por  los  innumerables  acci- 
dentes y  caídas  que  durante  veintiséis 
años  ha  sufrido,  en  la  escena,  el  rey 
de  los  tenores.  Hace  seis  años  que  al 
caer  "fusilado"  en  "Tosca",  se  lesionó 
la  nariz  y  la  cara  ;  i-ecientemente.  al 
derrumbarse  el  templo  en  la  última  es- 
cena de  "Sansón",  una  columna  cayó 
sobre  su  espina  dorsal ;  en  otra  ocasión, 
en  "Payasos"  sufrió  serias  lesiones ;  las 
frecuentes  caídas,  en  fin,  dice  el  doctor 
Sauchelli.  han  ocasionado  graves  tras- 
tornos en  la  espina  y  en  el  aparato  res- 
piratorio de  Caruso. 

Kn  vista  de  los  desastrosos  resultados 
que  las  frecuentes  caídas  suelen  produ- 
cir a  los  cantantes  ¿no  sería  conve- 
niente — ^ya  que  en  el  teatro  tutto  e  con- 
renzionule —  cambiar  la  forma  de  ma- 


tar a  los  tenores  usando  en  vez  de  \oñ 
medios  que  se  emplean  actualmente... 
la  silla  eléctrica? 

Este  procedimiento  sería  más  cómodo 
y,  sobre  todo,   muy  americano. 


Ha  llegado  a  Nueva  York  el  famoso 
maestro  de  violín,  Ottakar  Sevcik,  lla- 
mado por  la  Dirección  del  Conservato- 
rio de  Ithaca  i)ara  dirigir  las  clases  de 
violín  de  esa  institución. 

Desde  1873  la  personalidad  de  Sev- 
cik como  pedagogo,  es  muy  estimada  en 
Europa.  Kubelik,  Kocian,  SchmuUer, 
Cultbertson  y  Kennedy  enti^  otros  mu- 
chos violinistas,  proclaman  con  sus  éxi- 
tos constantes  las  excelencias  de  la  es- 
cuela del  profesor  Sevcik. 

Antes  de  contratar  al  profesor  Sev- 
cik, los  norteamericanos  habían  logra- 
do, con  el  infinito  poder  del  dólar,  traer 
a  otro  eminentísimo  maestro  de  violín, 
al  profesor  Auer,  mentor  de  una  bri- 
llante falange  de  jóvenes  violinistas  a 
cuya  vanguardia  marcha  el  estupendo 
Heifetz. 

Con  Auer  y  Sevcik,  los  americanos 
pueden  afirmar  que  poseen  a  dos  de  los 


y 


120 


MÉXICO      MODERNO 


mías    ga'ancles    maestros   de   violín    del 
mundo. 

¿Guales  serán  los  beneficios  que  re- 
cibiTá  eQ  arte  musical  de  Norteamérica 
con  la  colaboración  de  esas  dos  celebri- 
dades del  mundo  musical?  Desde  luego 
puede  anunciarse  la  fomíación  de  una 
escuela  violinística  cuyos  resultados  se 
palparán  bien  pronto  en  la  cohesión  e 
identidad  de  medios  de  inteii^retación 
que  desarrollai*án  los  futuros  alumnos 
en  las  orquestas.  Además,  los  jóvenes 
dotados  de  aptitudes  para  seguir  con 
éxito  la  carrera  de  virtuoso,  ¿dónde  en- 
contmrían  mejores  guías  que  en  las 
academias  de  Auer  o  Sevcik?  Estos 
maestros,  con  su  sabiduría  y  su  expe- 
riencia, sabrán  conducirlos  a  los  más 
brillantes  resultados. 

Kn  Méxiico.  del)eríamos  aprovechar  el 
ejemiplo  que  no«  presentan  nuestros  ve- 
cinos del  Norte,  apresurándonos  a  con- 
tratar algunos  de  los  notables  maestros 
que,  por  las  condiciones  especiales  en 
que  se  encuentra  Europa,  vendrían  a  ' 
impartir  sus  enseñanzas  sin  grandes  .síi- 
criücios  pecuniarios  para  la  Nación.  Es- 
to isería  miás  provechoso  para  el  porve- 
nir de  nuestro  ineipiíente  arte  nacional, 
que  el  envío  de  jóvenes  a  Europa  con 
objeto  de  que  perfeccionen  sus  estu- 
dios. La  práctica  ha  demostrado  que. 
por  regla  general,  los  pensionada  no 
responden  con  progresos  reales  a  la  ge- 
nei*osida<i  del  Gobierno,  pues  muchos 
de  ellos  dedican  la  mayor  parte  de  su 
tiempo  a  las  distracciones  y  paseos.  En 
cuanto  a  los  que  estudian  y  logran 
crearse  una  situación,  aunque  sea  mo- 
desta, en  el  extranjeit),  no  regresan  ya 
a  su  patria  y  no  dan,  por  consiguiente, 
fruto  alguno  a  su  país,  que  les  ayudó 
en  su  carrera. 

¡  Cuánto  ganaríamos  con  adquisicio- 
nes tan  importantes  como  la  que  acaba 
de  hacer  el  Conservatorio  de  Ithaca  ! 


Emilio  Sauer,  durante  su  reciente  es- 
tancia en  Madrid,  concedió  una  enere 
viista  al  "Caballero  Audaz",  redactor  de 
"La  Esfera". 

Sauer  se  mostró  afligido  porqae  en 
in'iblico  se  afirmaba  que  sobre  las  on- 
paldas  del  ilustre  pianista  pesaban  ya 
setenta  inviernos. — "Ix)  esperaba  con 
impaciencia. . .  Tengo  la  vanidad  de  no 
creerme  viejo  todavía ...  Y  como  se  ha 
dicho  por  ahí  que  tengo  setenta  y  un 
años,  lo  esí)eraba  a  usted,  confiado  en 
que  su  pluma  desvanecerá  este  error... 
— "Pues  tengo  cincuenta  y  ocho  años 
nada  más.  Nací  en  Hamburgo  el  8  de 
octubre  del  02.  ¡  Oh !  Si  tuviera  setent;i 
y  un  años,  no  iwdría  tocar...  A  ean 
edad  nadie,  ni  Moznrt.  ha  podido  arran- 
car al  piano  vibraciones  ju.stas. .  (nn- 
turalmente.  comentamos  nosotros :  Mo- 
zart  no  pudo  arrancar  justas  vibracio 
nes  al  piano  a  esa  edad. . .  porque  mu- 
rió a  los  treinta  y  cuatro  años). 

El  pianiiStíi  vienes  (hay  (^ue  advertir 
que  Sauer  se  naturaliKó  austríaco  poin 
desempeñar  el  puesto  de  Director  de  la 
Ileal  Academia  Musical  de  Viena)  se 
muestra    encantado  de  España   y  dice 

que  lo  que  máí;  le   gusta  son ¡los 

toros  !  ¿Será  verdad. . .  ? 

A  solicitud  especial  del  "Caballero 
Audaz".  Sauer  cuenta  la  historia  de  su 
melena, 'que  no  siemi)re  usó  como  otros 
íirtistas.  "Hace  nuichos  añ08,  dice  v\ 
pianista,  me  enaiaoré  de  una  bellísima 
mujer,  compatriota  mía,  de  la  más  alta 
aristocracia . . .  Era  una  gran  dama  ru- 
bia, como  una  princesa  pálida  de  las  ba- 
ladas de  mi  país. . .  Después  de  un  lar- 
go cortejo,  cuando  yo  ya  enfermaba  de 
melancolía  y  de  impaciencia,  logré  una 
cita,  la  única...  Razones  de  familia, 
de  rango,  obligaron  a  matrimoniar  a  mi 
amada. . .   La  vísijera  de  su  boda,  nos 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


121 


vimos...    Yo  a    sus  pies  sollozíiba    mi 

amor Ella   se  inclinó   sobre    mí  y 

lloró  también,  con  sus  manos,  como  li- 
rios, posadas  sobre  mi  cabeza,  (lue  se 
doblegaba  acongojada  en  su  regazo,.. 


Nos  separamos.  Se  casó.  Pasó  el  tiem- 
po... Y  como  recuerdo  de  aquel  gran 
amor  de  juventud,  yo  juré  no  cortar 
nunca  mi«  cabellos  sobne  los  que  ella 
había  puesto  sus  manos  de  marfil..." 


CRÓNICA  MUSICAL  MEXICANA 


En  el  Anfiteatro  de  la  Escuela  Pre- 
jtaratoria  se  celebró  el  día  18  del  pre- 
sente un  notable  concierto  organizado 
por  el  pianista  y  compositor  Alejandro 
Meza,  exclusivamente  con  obras  suyas 
y  patrocinado  por  la  Universidad  Na- 
cional. 

El  iprograma  se  desarrolló  ante  un 
público  numeroso  y  efusi'vo.  deseoso  de 
míinifestar  al  artista  ciego,  su  simpatía 
y  admiración  por  el  esfuerzo  laudable 
que  significa  la  creación  de  obras  tan 
importantes  como  las  que  fueron  inter- 
pretadas ese  día  en  la  Preparatoria. 

Un  *''Minuetto"  para  institimentos  de 
arco,  una  "Suite"  pianística,  cuyo  pre- 
ludio interesa  desde  luego  por  su  ritmo 
novedoso,  dos  "Romanzas"  para  violín 
y  piano,  tres  canciones  mexicanas  rica- 
mente armonizadas  y  una  obra  de  piano 
y  orquesta,  la  "Rapsodia  Mexicana", 
entre  otras  composiciones,  formaban  el 
programa. 

Alejandro  Meza  es  un  mtísieo  serio, 
es  un  compositor  de  temperamento  apa- 
sionado, de  brillante  imaginación,  pro- 
fundamente romjántico,  a  pesar  del  de- 
monio modernista  que  en  ocasiones 
intenta  apartarlo  de  su  sendero  florido. 

La  música  de  Alejandro  Meza  finge 
con  frecuencia  alegría  y  placidez ;  pero 
detrás  de  la  máscara  sonriente  de  cier- 
tos procedimiientosí  armónicos,  de  cier- 
tas ornamentaciones  artificiosas,  suspi- 
ra tristemente  su  melodía  nostálgica  y 
evoca,  PR  Iq»  ííocturnos  y  Mftjüurcftií 


las  nostalgias  y  tristezas  chopinianas. 

El  artista  Meza  ha  puesto  de  relieve 
en  la  fiesta  lírica  de  que  nos  ocupamos, 
sus  aptitudes  musicwles.  regidas  por 
una  férrea  voluntad  y  cultivadas  con 
entusiasmo  creciente. 

Merecedor  de  todo  estímulo  y  aplau- 
so es  quien,  como  Meza,  triunfa  por  su 
propio  esfuerzo  y  por  su  talento  musi- 
cal ampliamente  exhibido  en  el  curso 
del  concierto  de  la  Preparatoria. 


La  niña  Angélica  Euterpe  Morales, 
discípula  del  estimable  pianista  don  Mi- 
guel Cortázar,  tocó  en  la  sala  de»!  Con- 
serA'atorio  Nacional  un  interesante  pro- 
grama cuya  excelente  interpretación  le 
valió  las  felioita clones  entusiastas  del 
director  y  profesores  de  dicho  jilantel. 
El  programa  contenía  obras  de  Beetho- 
ven,  Bach,  Schubert.  Schumann  y  Cho- 
pin. 

La  "Sociedad  de  Con*ci:ertos".  de 
Guadalajara,  ha  realizado  una  brillante 
labor  en  su  última  serie  de  conciertos. 
corresi>ondiente  al  año  de  1020.  Es  me- 
ritoria en  alto  grado  la  obra  educadora 
de  la  "'Sociedad  de  Conciertos",  y  la 
Perla  de  Occidente  del>e  felicitar.se  por 
contar  entre  sub  habitantes  a  mrtsieo» 
tm  4MI»)?Uia«i  como  Jo«é  RoWn  y  su» 
Méx,  Mod,-Ht 


MÉXICO       MODERNO 


distin^iidos  colegas.  En  la  soiie  de  con- 
ciertos a  i  pie  nos  referimos  no  menos  de 
cuarenta  y  ocho  obras  diferentes  fue- 
ron ejecutadas. 

Con  giisto  publicamos  los  tres  últi- 
mos programas  corresiiDondientes  a  los 
conciertos  décimo,  undécimo  y  duodé- 
oimo. 

Festival  Reglamentario,  dedicado  a 
la  memoria  del  genial  compositor  Lud- 
wig  van  Beethoven,  Segunda  Sinfonía, 
re  mayor,  Beethoven. — ^Concierto  en  la 
menor,  Grieg.  (solista,  profesor  J.  Je- 
sús Estrada.)— T/Appren  ti  Sorcier, 
Paul  Dnkas.— Peer  Gynt.  Suite  I.  Grieg. 

UndrciniTi  Festival  'Regla  mienta  rio, 
Sinfonía  VI,  Tschaikowski,  Concierto 
op.  23.  Mac  Dowell  (solista,  señorita 
Ana  de  la  Cueva)  Intermezzo.  Ciea. — 
Overtura  de  Phedne,  Massenet. 

Duodécimo  Festival  Reglamentario. 
— Sinfonía  VI,  Beethoven.— Fantasía 
Húngara,  Eiszt  (solista,  señorita  Sara 
Robles).  Danza  Macabra,  Saint-Saens. 
— Scheherezade.  Rimski-Korsakoff. 


Se  anuncia  un  "Concierto  Cultural" 
organizado  por  María  Romero,  cantan- 
te, Leobardo  M.  González,  recitador  y 
Manuel  Barajas,  pianista. — líl  festival 
está  dedicado  a  don  Adolfo  de  la  Huer- 
ta, don  José  Vasconcelos  y  don  Fran- 


cisco l'érez.  El  programa  :  Piano. — An- 
dante Apasionado,  E.  Soro.  Mazurka  23, 
Chopin-Brassin.  Valse  Triste,  Sibelius. 
Camouflage. . .  !  Barajas.  Estudio  Japo- 
nés. Poldini  y  Rumores  de  la  Caleta  de 
Albéniz. — II.  Recitación.  El  Misionero. 
Alfonso  Cravioto.  Adolfos,  Manuel  Ma- 
chado. Poema  inédito.  Guillermo  de  Lu- 
zuríaga.  Los  lamentos  inútiles,  Gilberto 
Rubalcaba.  Cuando  duerma  la  amada, 
A.  Alvarez  Pulido.  Señor,  no.  me  la 
vuelvas...!  E.  García  Carrillo  y  Tus 
ojos  negros,  de  Ñervo. — ^11 1.  Canto.  Ma- 
drigal y  Fleur  du  Matin,  Chaminade. 
Sérenade  du  Passan.  Massenet.  Chan- 
son  Árabe.  Godard.  Chagrín  d'Amour, 
Mme.  Malibran.  Canción  del  Solvej. 
Grieg  y  Romanza  de  la  ópern  "Mor- 
gana." 


El  joven  pianista  Eugenio  Navarro, 
tocará  en  un  próximo  recital  que  se 
efectuará  en  la  Preparatoria  escogidas 
obras  de  Bach,  Liszt.  Saint-Saens  y 
Chopin. 

De  Mérida  nos  comunican  los  pro- 
gresos que  realizar  la  Academia  de  pia- 
no del  profesor  Benjamín  Aznar.  Un 
resonante  éxito  fué  para  esíi  institu- 
dión  el  concierto  de  un  alumno  del  se- 
ñor Aznar.  que  regresó  últimamente 
de  Italia.  Feliieitamos  cordialmente  al 
señor  Aznar  pov  este  nuevo  triunfo. 


Nota  dk  la  redacción.  En  esta  Sección  se  dará  cuenta  de  todos  los  acontecimientos  mu- 
sicales importantes  de  que  se  recil>a  noticia  y  se  hará  juicio  de  aquellos  conciertos,  recitales, 
exámenes,  etc.,  a  los  cuales  haya  sido  invitado  México  Moderno. 


REVISTA      DE      LIBROS 

SECCIÓN  A  CARGO   DE 

GENARO      ESTRADA 


DEL  CARILLÓN  INTIMO.  Emilio 
Mcnéndez  Barrióla.  Biblioteca  Poética. 
Buenos  Aires.  1920. 

No  se  trata,  seguramente,  en  este  li- 
bro de  la  primora  salida  por  tierras 
literarias;  ni  es  obra  de  .úwentud  que 
exculpar  pueda  los  balbuceos  técnicos, 
ni  los  de  otro  jaez;  en  las  primeras 
páginas  encontramos  el  retrato  del  au- 
tor y  podemos  decir  que  "ya  dobló  el 
cabo  de  buena  esperanza",  sin  que  los 
frutos  de  la  madurez'  física  correspon- 
dan a  la  intelectual  que  era  de  espe- 
rarse. 

Azorín  recomienda,  para  valorizar  a 
un  poeta,  tomar  de  su  obra  versos  ais- 
lados, que,  aun  siendo  inconexos  y  sin 
sentido  congruente,  cuando  son  de  un 
poeta,  "nos  sugieren  un  estado  de  es- 
píritu, una  visión,  una  musicalidad. . ."  ; 
si  para  juzgar  del  señor  Menéndez  Ba- 
rrióla usamos  del  ''poetómetro"  que  Azo- 
rín nos  propone  y  escogemos  algunos 
versos  sueltos  de  su  obra,  nos  encon- 
tramos los  siguientes : 

Llevo    sohre    los    homhros    un   viejo 

{campanario 

Mi  caheza  es  un  caos  de  loco  visiona- 

{rio.... 
Y  aquí  estoy  otra  vez  de  liendres  rico, 

que  en  lugar  de  argonauta  fui 

(horrico. 


no  se  trata  precisamente  de  una  broma  ; 
el  prologuista  nos  dice  en  las  primeras 
IDáginas :  "Estos  versos  son  la  conden- 
sación de  una  vida"  y  por  eso,  respe- 
tuosamente, los  comentamos. 

l'n  miembro  más  en  la  legión  de  la 
ramplonería,  de  la  frase  sobada,  del 
cK]úritu  chato  y  del  humorismo  perio- 
dístico, lo  que  no  es  una  recomendaciión 
para  la  lectura  del  "Carillón  Intimo". 

B.  O.  M. 

DE  MI  BLOCK.  Pedro  Erasmo  Ca- 
llcrda.   México.    1920. 

En  un  volumen  de  dudosa  presenta- 
ción ha  recogido  el  Dr.  Callorda,  artícu- 
los literarios  publicados,  casi  todos,  en 
la  prensa  del  Uruguay  y  que  corres- 
ponden a  su  iniciación  por  los  sende- 
ros de  la  lliiteratura.  Completan  el  vo- 
lumen atildados  discursos,  que  en  sen- 
das ocasiones?,  y  para  cumplimentar  su 
caráxíter  diplomático,  ha  pronunciado 
su  Excelencia  entrí?  nosotros. 

B.  O.  M, 

PENSAMIENTOS  Y  FORMAS.  NO- 
TAS DE  VIAJE.  Alberto  Masferrer. 
San  José  de  Costa  Rica.  1921. 

Como  el  título  lo  propone,  ha  forma- 
do   Alberto    ¡Masferrer    este    volumen. 

Con  varios  Ensayos  y  Notas  de  viaje 


124 


MÉXICO      MODERNO 


recopilíidíis  casi  todas  en  la  América 
Central. 

De  la  primera  parte  del  libro,  Jos  en- 
sayos, espigamos  los  contenidos  bajo 
el  subtítulo  "Una  Punta  del  Velo",  es- 
pecialmente, por  sor  ol  mejor  desarro- 
llado y  el  de  mas  am])lias  perspectivas, 
"Las  Formas". 

Dentro  del  estilo  que  se  ha  dado  en 
llamar  ensayos,  y  en  donde  algunas  per- 
sonas, como  el  prologuista  del  libro 
que  nos  ocupa, — tilda  al  autor  de  fíl6- 
sofo  profundo, — creen  hallar  filosofía ; 
dentro  de  tal  estilo,  digo,  que  para  mí 
es  más  bien  una  ''literatura  ideológica'', 
valga  la  expresión,  puesto  que  dentro 
de  sus  límites  caben  la  paradoja,  la 
sutilización  y  la  ironía  fuera  de  todo 
sistema,  que  es  la  base  del  pensamien- 
to filosófico,  apunta  Masferrer  iitiles 
ideas,  como  este  siglo  exige  que  lo  sean, 
y  con  cierta  originalidad  y  holgura  dis- 
curre su  peiisamiento  por  los  proble- 
mas vitales  de  la  hora,  caracterizán- 
dolo un  misticismo  cristiano  y  el  opti- 
mismo que  dimana  de  él.  Toda  la  obra 
se  informa  en  tal  espíritu  y  en  sus  pos- 
tulados de  Fé,  Esperanza  y  Caridad. 

De  las  notas  de  viaje  nos  impresio- 
nan "Fiesta  de  la  Raza"  y  "Harapos", 
escritas  en  un  estilo  inaisivo  y  dolien- 
te, acerca  del  hambre  y  la  pobreza  del 
indio  en  Centro  América,  (pueden  ex- 
tenderse las  fronteras),  palabras  que 
acusnn  un  hondo  sentido  de  humanidad 
y  un  alma  limpia.  Además  visiones  lí- 
ricas del  pailsaje  y  descripciones  de 
Guatemala,  San  Salvador,  Izalco  y  Aca- 
jutla,  donde  advertimos,  una  vez  más, 
el  donairoso  estilo  del  autor. 

[      y  B.  O.  M. 


ORDENANZAS  DE  GREMIOS  DE 
LA  NUEVA  ESPAÑA.  Recopilación  he- 
cha por  el  Lie.  Francisco  del  Barrio  Lo- 


rcHzot.  Genaro  Estrada  la  prologó  y 
cuidó  su  imi)resión. 

I'oco  se  sabía  acerca  de  las  condicio- 
nes del  trabajo  en  la  Nueva  España, 
debido  a  la  rareza  de  la  documenta- 
ción. El  archíA'o  de  actas  edilicias  nun- 
ca ha  sido  explotado  convenientemen- 
te y  apenas  si  recibieron  publicidad  las 
ordenanzas  de  dos  o  tres  gremios.  Ge- 
naro E'strada  logró  obtener  la  recopi- 
lación manuscrita  del  Lie.  Francisca) 
del  Barrio  Ix)renzot  y  la  mandó  a  im- 
primir la  Secretaría  de  Industria,  Co- 
mercio y  Trabajo;  por  lo  oual.  conta- 
mos ya  con  una  obra  completa  acerca 
del  trabajo  en  la  Nueva  España  y  con 
una  contribución  al  estudio  de  más  vas- 
tos problemas,  históricos  y  sociológi- 
cos, de  nuestro  país. 

El  prólogo  de  Genaro  Estrada,  bella- 
mente escrito,  no  ha  menester  de  elo- 
gios. La  firma  de  su  autor  lo  elogia  bas- 
tante de  por  sí. 

.T.  G.  A. 


EL  CORAZÓN  JUGLAR.  Poemas  de 
T,uis  G.  TTrbina.  La  Editorial  Pueyo.  de 
Madrid,  publiica  el  fdtimo  volumen  lí- 
rico de  nuestro  gran  poeta. 

Nada  nuevo  puede  decirse  a  propósi- 
to de  Urbina.  pues  nada  nuevo  nos  da. 
Intenta  versificar  en  esa  manera  des- 
cuidada, de  versos  recortados,  tan  usual 
en  estos  días,  y  logra  hacerlo  a  perfec- 
ción ;  pero  es  el  mismio  Urbina  de  siem- 
l>re,  sentimental  y  dolorido. 

Hay  en  El  Corazón  Juf/lnr  poemas  su- 
perficiales, de  la  vida  ciudadana  y  vul- 
gar, y  poemas  de  profunda  melancolía, 
de  gran  intensidad  emotiva,  como  El 
Be.9o  de  la  fíomhra.  El  Dolor  Confiado 
y  El  Cementerio. 

La  poesía  moderna  ha  prendido  en 
TTrbina  Abastas  inquietudes  de  donde  bro- 
tan páginas  esforzadas  y  ajenas  a  su 
canción  habitual ;  parece  atormentarlo 
la  Idea  de  una   renovación  casi  impo- 


REVISTA  DE  LIBROS 


125 


>ible;  i)en)  Urbina  110  necesita  añadir 
un  ápice  a  su  valía,  no  debe  renovarse. 

J.  G.  A. 


SANTIAGO  DE  CHILE.  1020.— ;.  Se- 
rá de  verdad  arábisco  el  origen  del  au- 
tor o  la  autora?  Si  es  un  pseudónimo, 
hay  que  confesar  que  suena  bien  :  orien- 
tal y  aurísono.  El  título  del  librito  es 
bello  y  el  dibujo  afrancesado  de  la 
poitada,  no  es  feo.  Ha  pasado  media 
hora  y  ya  hemos  leído  casi  todo  el  to- 
mito.  El  autor,  o  la  autora,  es  demasia- 
do joven  probablemente.  Sólo  de  esta 
manera  pueden  perdonársele  ciertos  de- 
fectos. Pero  lo  que  no  podemos  excusar- 
le es  su  llanto  niagaresco.  Por  qué,  oh 
santo  Dios,  se  ha  de  llorar  de  este  modo 
a  los  veinte  aííos?  En  último  caso  que 
se  llore  así,  pero  sin  escandalizar  al 
transeúnte  que  va  a  comprar  una  cor- 
bata o  unos  cigarros  legítimos.  Pero 
llorar  desde  un  libro  de  versos,  y  a  gri- 
tos, es  una  grave  falta  de  cortesía.  Que 
se  llore;  pero  como  lo  aconseja  el  alto 
y  noble  poeta  Enriqíte  González  Mar- 
tínez : 

. . . .//  soí^epa (lamente 

llorar,  .sí  hay  que  llorar  eomo  la  fuente 

esroiulUla. 

Lo  contrario  es  un  error  moral  de  la 
mayor  iraiiwrtancia.  Los  poemitas  del 
señor  o  señorita  Elim,  están  invadidos 
de  lugares  comunes  de  la  época  de  Ma- 
nuel Acuña  y  el  predilecto  "Nocturno". 
Carecen  de  toda  novedad,  y  sólo  en  uno 
que  otro  verso  hay  belleza.  La  América 


Indoespañola  está  renovándose  y  sus  jó- 
venes poetas  deben  ya  abandonar  los 
gestos  i)asados  y  profesar  la  vida  de 
modo  más  resi)etuoso  y  sincero.  Le 
aconsejamos  al  señor  o  señorita  Elim 
que  use  nombre  castellano,  que  haga 
algún  ejercicio  corporal  (tennis  o  po- 
lo), y  sobre  tx)do  que  abra  un  poco  más 
sus  ojos  hacia  el  corazón  espléndido  de 
nuestra  América  nueva. 

C.  P.  C. 


Romanzas  Interiores. — Caracas.  Ve- 
nezuela.— El  joven  venezolano  Ángel 
Corao,  es  el  autor  de  este  libro  de  ver- 
sos que  hemos  recibido.  Libro  triste,  de 
una  tristeza  que  en  raras  páginas  de  la 
obra  no  es  chocante.  Esa  tristeza  que 
lleva  al  caos  y  al  ridículo  al  noventa  y 
nueve  por  ciento  de  los  infinitos  poetas 
jóvenes  de  Améri<'a.  Ninguna  persona- 
lidad, absolutamente  ninguna,  encon- 
tramos en  el  libro  del  señor  Corao ;  tal 
vez  ni  la  esperanza  de  una  próxima  o 
remota  personalidad.  A  veces  Lugones, 
otras  Luis  C.  T/)pez.  En  otras  veces  es 
Andrés  Mata,  el  negrito  poeta  venezo- 
lano, el  que  se  aparece,  sentimentalón 
y  estéril,  en  medio  die una  es>trofa.  Cuan- 
do un  poeta  llega  a  confesar  que  su  vida 
es  un  abismo,  y  llora  femeninamente  y 
cita  nombres  de  mujeres  vulgares,  está 
perdido.  Hay  media  docena  de  i>oemas 
en  el  libro  que  tiene  el  honor  de  ocupar 
nuestra  atención,  que  hemos  leído  con 
placer  y  por  los  cuales  afirmamos  que 
el  señor  Ángel  Corao  es  un  poeta. 


C.  P.  C. 


Nota:  Solamente  ae  informará  en  esta  Sección  de  los  libros  que  los  autores  o  los  editores 
^emitan  a  México  Moderíio.—hAS  notas  sin  firma  deberán  ser  atribuidas  al  encargado  de  la  Re- 
vista de  Libros.— G.  E. 


REVISTA    DE    REVISTAS 

SECCIÓN   A   CARGO    DE 

JAIME    TORRES    BODET 


NOSOTROS,  Buenos  Aires,  diciembre 
de  1920. 

Hojeando  la  interesante  Revista  ar- 
gentina, nos  sorprende  "El  Oro  del  Oto- 
fío",  de  Lugones;  poema  donde,  como 
siempre,  culmina  la  maestría  del  altí- 
simo poeta.  Continuando  la  tendencia 
de  "El  Libro  de  los  Paisajes",  nos  en- 
cantan la  sensitiva  espiritualidad  y  la 
"difícil  facilidad"  de  que  bace  gala  en 
estos  versos  .prodigiosos. 

Para  delectación  de  quien  lea.  cate 
algunas  gotas  del  sagrado  licor. 


^EL  ORO  DEL  OTOI^O 


Una  amorosa  madure::  lo  enerva: 

Y  con  fatiga  de  pincel  mediocre, 
iMfi  tenues  espiguillas  de  la  hierha, 
rtibins  de  luz,  sensibilizan  su  ocre. 

Y  aseda  ya  bajo  la  lenta  fuga 

De  aquel  oro  más  fiel,  si  menos  rico. 
El  desmayo  final  con  que  se  arruga 
la  mimosa  rcjcz  del  abanico. 

Gotea  oro  una  fuente  sin  murmullo . . . . 

Y  al  rayo  diagonal  del  sol  escuálido, 
Sobredora  el  jilguero  su  capullo 
allá  en  el  sauce  cada,  vez  más  pálido. 

La  última  pizca  de  oro  de  su  trino 
Resigna  angustias  de  inminente  lloro. 

Y  el  árbol  cede  ante  el  dolor  divino 
de  irse  innriendo  derramndo  en  oro. 

LEOPOLDO  LUaO^ES. 


Dorada  placidez   de  aromas  llena. 
Cálida  miel  del  colmenar'  sonoro. 
Hojas  que  cubren  la,  asoleada  arena 
con  rumorosa  muchedumbre  de  oro. 

La  arena,  con  el  sol,  está  dorada. 
La  nube,  en  áurea  luz,  desfleca  su  ampo. 
Y  en  una  palidez  como  encantada, 
Bajo  la  honda  quietud  se  dora  el  campo. 


ORTO,  Manzanillo,  Cuba,  enero  de 
1021. 

Del  escogido  acervo  literario  que  nos 
ofrece  la  Revista  cubana  "Orto".  Nues- 
tro amigo,  el  poeta  Rafael  Ileliodoro 
Valle,  en  entusiástico  artículo  nos  da  a 
conocer  "El  caso  extraordimario  de  Ilu- 
da Conkllng".  la  poetisa  norteamerica- 
na   que   en   octubre   pasado   cumpliera 


REVISTA  DE  REVISTAS 


T27 


los  10  años.  Y  para  que  no  tildemo.s  de 
oxaí^erado  su  dovoto  homenaje,  nos  con- 
cede la  ííraeia  de  sorprendernos,  en  ver- 
dad, con  algunos  poemas  de  tan  raro 
ingenio  vertidos  a  nuestra  lengua  "11- 
terail mente,  puesto  que  se  trata  de  tli- 
fundir  un  tej'to  sagrad f)  como  él  mis- 
mo lo  dice. 

lie  aquí  algunos  de  los  poemas. 

AGUA 

La  Tierra  se  mueve  lentamente  para 
no  derramar  sus  lagos  y  sus  ríos.  Tle- 
va  el  agua  en  sus  brazos  y  el  cielo  va 
dentro  del  agua.  ¿Qué  es  el  agua,  que 
arroja  plata  y  puede  contener  al  cielo? 


EN  EL  LAGO  CHAPLA IN 

Yo  estaba  desnuda  como  una  hoja  y 
sentí  el  viento  en  níis  hombros.  Los  ár- 
boles se  rieron  cuando  yo  agarré  un  po- 
co de  sol  entre  mis  manos.  El  viento  es- 
taba cazando  olas  y  revolviendo  sus 
blancos  bucles.  ¡  Oh  sauces !  dije,  ¡  oh 
sauces,  ved  el  lago!  No  os  burléis  de 
una  niña  que  corre  sobre  vuestros  pies 
hundidos  en  la  arena. 


AMANECER 

Hay  un  arroyo  que  yo  debo  de  escu- 
char antes  de  dormirme.  Hay  un  abe- 
dul que  debo  visitar  en  las  noches  con 
claridad.  Tengo  que  sonar  algo,  que  es- 
cuchar mucho,  antes  que  regrese  la  luz 
en  la  flecha  de  plata  de  una  nube,  y 
me  limpio  los  ojos  y  me  digo :  ";  Debe 
estar  amaneciendo    en  esta  colina  I" 

//.  Conkling.  Trad.  R.  H.  v"! 


THE  HISPANIC  AMERICAN  HIS- 
lORICAL  REVIEW.  Raltimore.  Md., 
E.  U.  A.  En  el  último  número  de  esta  in- 
teresante publicación  aipa  recen  dos  ar- 
tículos de  especial  importancia  para  los 
lectores  latinoamsericanos :  Uno.  On  the 
Proposed  L'nion  of  Central  America, 
de  Salomón  de  la  Selva,  y  otro,  CtiAhan 
Authors  and  TMnlcers,  de  Rafael  Heliio- 
doro  Valle;  ambos,  jóvenes  escritores 
centroamericanos,  residentes  en  los  Es- 
tados Unidos. 

Salomón  de  la  Selva,  en  un  inglés 
correctísimo,  estudia  el  problema  de  la 
unión  de  Centro  América,  con  cierta 
ingenuidad  política  através  de  la  cual 
se  advierte  un  espíritu  noble.  De  la  Sel- 
va atribuye  el  distanciamiento  de  las 
pequeñas  Repúblicas,  el  egoísmo  de  sus 
gobernantes  anteriores  y  al  apasiona- 
miento de  los  políticos  más  o  menos  in- 
fluyentes y  propone  que  se  resuelva  la 
unión  centroamericana,  lejos  de  estas 
influencias,  en  Washington,  bajo  la  des- 
interesada protección  de  los  Estados 
Unidos. 

Rafael  Heliodoro  Valle,  abandonando 
la  ampulosidad  de  su  estilo  castellano, 
dedica  su  escrito  a  diseñar  rápidamen- 
te las  personalidades  más  interesan- 
tes de  la  intelectualidad  cubana. 

Estos  artículos  no  significan  tanto 
por  sí,  como  por  estar  escritos  en  in- 
glés y  para  lectores  estadounidenses. 
Es  preciso  dar  a  conocer  las  inquietu- 
des, problemas  e  intelectos  de  nuestra 
civilización  a  los  Estados  Unidos,  ese 
país  grande  y  brutalmente  civilizado. 

J.  G.  A. 


;.Será   posible  que  un   cuerpo  de   10 
años  guarde  un  espíritu  de  toda  la  vida? 

B.  O.  M. 


CARAS  Y  CARETAS.  Buenos  Aires. 
El  número  más  reciente  de  este  perió- 
dico contiene  la  maguífica  informa- 
ción gráfica  de  siempre,  dedicada  con 


128 


MÉXICO       MODERNO 


especialidad,  en  esta  ocasión,  a  la  pre- 
sencia de  S.  A.  R.  el  I'ríncipe  Aimone 
de  Savoia  Aosta  y  S.  A.  el  Infante  Don 
Fernando  de  Baviera,  en  la  capital  ar- 
gentina, que  amenaza  convertirse  en 
una  capital  de  opereta. 
Entre  el  texto  se  encuentra  una  en- 


trevista de  Juan  José  Soiza  Reilly  con 
el  gran  novelista  Gustavo  Martínez  Zu- 
viría.  "Caras  y  Caretas"  realiza  el 
ideal  de  una  publicación  popular :  ale- 
jarse de  hi  Literatura. 

J.  G.  A. 


JESÚS  URUETA 

Oración  fúnebre  leída  en 
el  cementerio  de  Dolores,  el 
día  29  de  Marzo  de  1921, 
al  ser  inhumados  los  restos 
de  Jesús  Urueta. 

I 

Ht  A  sentencia  del  legislador  de  Atenas  "no  juzguemos  de  una  vida 
I  hasta  después  de  la  muerte"  pocas  veces  tuvo,  señores,  oca- 
-■— ^sión  mejor  que  ésta,  en  que  el  acatamiento  y  la  congoja  nos 
congregan  para  ofrecer  un  último  homenaje  a  los  restos  mortales 
de  quien  fue,  si  gran  pecador,  ciudadano  insigne  e  incomparable 
tribuno.  Porque  no  habiendo  sido  los  días  de  Jesús  Urueta  ni  los 
de  un  santo,  ni  los  de  un  maestro,  ni  los  de  un  héroe,  sino  que  mien- 
tras ellos  corrieron  quedó  atrás  un  rumor  de  voces  no  siempre  uná- 
nimes y  a  menudo  discordantes,  sus  deudos  por  el  corazón  y  por  el 
espíritu  hemos  debido  esperar  este  momento  de  supremo  desinte- 
rés para  apreciar  la  magnitud  de  nuestra  pérdida,  así  como  los  con- 
tendientes de  Troya  sólo  se  dieron  cuenta  de  la  estatura  de  Héc- 
tor cuando  éste  yacía  en  el  polvo.  Tiene  la  proximidad  de  la  muer- 
te la  virtud  de  hacernos  justicieros,  nobles,  generosos,  y,  por  eso, 
al  sorprendernos  ahora  nosotros  una  vez  más  ante  el  misterio  del 
ser  y  el  no  ser,  el  recuerdo  de  Urueta,  cuya  vida  era  hasta  hace  po- 
co objeto  de  muy  diversas  apreciaciones,  nos  conmueve  tan  inten- 
samente como  si  temblara  en  nuestro  pecho  la  llama  tenue  y  con- 
fortante de  la  piedad  humilde  que  llora  y  glorifica  el  fin  de  una  exis- 
tencia piadosa,  o  cual  si  nos  embargaran  la  angustia  y  la  inquie- 
tud, la  pena  y  el  terror  con  que  veríamos  caer  a  nuestro  héroe  y  jun- 
to al  héroe  nuestra  esperanza. 


130  MÉXICO       MODERNO 

• 

Cumplió  con  su  deber  primordial  de  hombre  y  de  mexicano.  Aquí, 
donde  el  cultivo  del  espíritu  y  las  aspiraciones  a  una  vida  superior 
parecen  irivitarnos  a  una  voluntaria  segregación  del  alma  patria, 
imperfecta  y  doliente;  aquí,  donde,  como  i)or  acuerdo  tácito,  casi 
todos  los  intelectuales  rehuyen  unir  su  destino  a  los  destinos  de  su 
país,  con  olvido  de  que  las  venturas  nacionales,  buenas  o  malas,  li- 
berarán o  esclavizarán  a  sus  descendientes;  aquí  Jesús  Urueta,  in- 
telectual e  ideólogo  por  disciplina  y  artista  por  temperamento,  pro- 
fesó y  practicó  la  política,  ¡  nuestra  política,  tan  parca  en  los  triun- 
fos, tan  larga  en  los  sinsabores !  Y  fué  Urueta  un  buen  ciudadano. 
Un  buen  ciudadano  porque  la  probidad  material,  el  claro  sentido  de 
lo  que  es  nuestro  y  lo  que  no  es  nuestro  le  permitió — aquí,  país  don- 
de rarísimas  veces  la  preeminencia  y  los  cargos  públicos  no  han  si- 
do instrumento  de  malversadores  y  de  venales —  el  privilegio  sin 
igual  de  morir  y  dejar  al  Estado  la  tarea  de  alimentar  a  su  viuda  y 
a  sus  hijos.  Un  buen  ciudadano  porque  la  integridad  mental,  la 
lealtad  hacia  sí  mismo  nunca  le  abandonaron  e  hicieron — aquí,  país 
de  tergiversaciones  y  componendas  con  la  conciencia — consistentes 
sus  actos,  una  su  conducta.  En  1908,  cuando  comenzaba  a  desentu- 
mecerse y  a  romper  sus  trabas  nuestro  débil  anhelo  de  pensar,  de 
hablar  y  de  obrar,  ya  encontramos  a  Urueta  predicando  las  verda- 
des fundamentales  bajo  cuya  advocación,  ora  sincera,  ora  fingida, 
se  ha  hecho  y  deshecho  el  torbellino  de  los  últimos  diez  años,  y 
moribundo,  todavía  tembló  en  sus  labios  una  plegaria  cívica  ins- 
pirada en  aquellas  mismas  verdades.  Y  sus  prédicas,  comprensivas 
y  concretas,  al  mismo  tiempo  que  señalaban  cada  uno  de  los  aspec- 
tos de  nuestro  enorme  problema  nacional,  alcanzaron  la  perfecta  ex- 
presión de  la  propia  esencia  de  donde  ese  problema  arranca.  En  sus 
artículos  y  sus  discursos  políticos  se  contienen  todos  los  principios 
revolucionarios  por  que  aún  estamos  luchando  y  allí  también  pal- 
pitan, y  palpitarán  eternamente,  las  máximas  sin  cuyo  amparo  no 
es  posible  la  vida  ciudadana.  Entre  el  bagaje  del  moderno  pensa- 
miento político  mexicano,  ralo  como  la  vegetación  de  un  páramo  y 
dominando,  como  en  el  páramo  domina  el  cactus,  por  la  arborescen- 
cia de  argumentaciones  mentidas  y  adulatorias  y  egoístas — como  el 
cactus  fofas,  como  el  cactus  espinosas,  como  el  cactus  repelentes — 
¿qué  hay  mejor,  ni  más  hospitalario,  ni  más  alentador  que  aque- 


JESUSURUETA  131 

Has  breves  palabras  de  Urueta  dichas  con  convicción  la  víspera  de 
una  década  trágica  y  no  negadas  después  ni  cuando  los  resplando- 
res eran  más  lúgubres  y  hasta  los  entusiastas  y  los  creyentes  tor- 
naban a  hacerse  escépticos?  Entonces  escribía  Urueta:  "Nuestros 
muertos  siguen  siendo  creadores  de  energía ;  infatigables . . .  todo 
lo  remueven  y  todo  lo  vivifican . . .  Son  la  medula  de  nuestra  histo- 
ria, la  vida  de  nuestra  vida,  y  nos  acompañarán — legión  sagrada — 
a  la  gran  conquista,  a  la  conquista  de  la  ley . . .  Es  preciso,  es  ur- 
gente que  todos  los  mexicanos  comprendan  que  la  Constitución,  só- 
lo la  Constitución  puede  salvar  a  la  Patria.  El  pueblo  que  pone  sus 
destinos  en  manos  de  un  hombre,  por  grande  que  éste  sea,  es  un 
pueblo  insensato . . .  Mientras  las  instituciones  no  funcionen  nor- 
malmente no  se  puede  hablar  de  paz,  ni  de  progreso,  ni  de  libertad. 
A  mejores  ciudadanos  corresponden  mejores  gobiernos.  Den- 
tro de  un  buen  gobierno,  respetuoso  de  la  ley,  que  sabe  impartir 
justicia,  que  es  honrado  en  el  manejo  del  haber  nacional. . .  los  ciu- 
dadanos elevan  su  nivel  intelectual  y  moral,  el  pueblo  crece  en  for- 
taleza y  en  virtudes  cívicas."  Así  pensó,  así  habló,  así  procedió 
Jesús  Urueta,  ciudadano  de  México. 


Vivió  intensamente  y  para  el  arte.  Aceptó  los  impulsos  de  su 
pasión  y  supo  entretejer  con  ellos,  manteniéndola  impoluta,  inco- 
rruptible, una  tendencia  nobilísima  a  contemplar  las  cosas  bellas  y 
a  evocarlas.  Nadie  logrará  separar  lo  que  fué  en  Urueta  mera  pa- 
sión— pasión,  es  verdad,  con  frecuencia  desordenada  y  arrebatada 
por  loco  desenfreno — de  lo  que  fue  en  él  amor  a  la  belleza  o  pro- 
longación de  ese  amor.  Pasión  y  amor  de  lo  bello,  la  una  y  el  otro, 
émulos  que  acrecentaban  mutuamente  su  vigor,  integraron  su  alma, 
presidieron  a  cada  uno  de  sus  actos  y  le  llevaron  a  formular — son 
palabras  suyas —  este  concepto  de  la  vida  humana:  "La  alegría,  el 
dolor,  el  amor,  el  pensamiento,  el  alma  entera,  todo  viene  siempre 
a  la  carne,  a  la  cruel  y  deliciosa  carne,  ennoblecida  y  divinizada  co- 
mo una  flor  milagrosa  por  los  supremos  artistas ..."  Esclavo  de  la 
sugestión  de  lo  bello,  pasó  a  nuestro  lado  practicando,  acaso  sin  sa- 
berlo, pero  con  arrogancia  y  con  un  profundo  desprecio  de  la  hipo- 


132  MÉXICO      MODERNO 

cresía  y  los  tapujos  sociales,  esta  máxima  pagana — fuente  del  pa- 
trimonio de  luz  legado  a  nosotros  por  el  genio  mediterráneo :  el  arte 
principia  y  acaba  en  los  sentidos,  no  es  sino  una  sensación,  ya  sim- 
ple, ya  infinitamente  complicada.  Y,  excesivo  en  todo,  sincero  hasta 
en  el  error,  a  sus  sentidos,  sutilmente  afinados  e  ilimitadamente  cu- 
riosos, debió  Urueta  sus  cotidianos  desaciertos  y  sus  instantes  de 
suprema  perfección. 

De  ahí  su  arte.  Aún  le  vemos :  en  pie ;  fino  y  esbelto ;  la  cabeza 
ligeramente  inclinada  hacia  adelante;  próximas  las  manos,  mien- 
tras los  dedos  acarician  nerviosos  un  pequeño  papel,  y  todo  él  some- 
tido, como  si  lo  dominara  una  fuerza  extraña,  a  un  blandísimo  vai- 
vén, apenas  perceptible.  Y  de  pronto,  cuando,  al  parecer,  el  genio 
en  reposo  se  agitaba,  rompía  él  a  hablar  para  deleite  de  su  audito- 
rio; porque  era  dulce  su  voz,  claras  sus  vocales,  puras  sus  conso- 
nantes, rítmicos  sus  ademanes,  acariciadoras  sus  palabras,  evoca- 
doras de  belleza  sus  citas  y  sus  reminiscencias  y  profundamente 
generosa,  sedante  para  el  alma,  bella  para  los  oídos  del  cuerpo  y  del 
espíritu  la  euritmia  de  sus  discursos.  Hay  oradoi:es — como  Justo 
Sierra — cuya  memoria  debe  perpetuarse  con  la  lectura  de  sus  obras. 
No  así  Urueta:  guardemos,  quienes  le  oímos,  como  rescoldo  sagra- 
do, la  imagen  imborrable  aunque  confusa  de  su  arte  sin  par,  y  le- 
guemos a  quienes  no  le  oyeron  la  leyenda  de  su  palabra — ¡  Crisósto- 
mo ! — ,  sonora  y  musical  como  campana  de  oro ;  pero  que  nadie  in- 
tente  buscar  en  el  molde  impreso,  en  la  rigidez  de  la  frase  escrita, 
la  realidad  de  su  obra,  viva,  sinuosa,  esencialmente  del  tiempo,  aje- 
na al  espacio  e  imposible  de  nuevo  sin  la  intervención  de  la  mágica 
virtud  creadora. 


Por  ello  la  pérdida  es  irreparable.  Queda  en  pie  la  catedral, 
compendio  de  un  genio  múltiple,  y  las  piedras  ennegrecidas  mantie- 
nen perennemente  viva  la  influencia  de  la  devoción  anónima,  de  las 
manos  anónimas  que  la  erigieron;  contemplan  los  ojos  un  cuadro  o 
una  estatua,  y  en  su  esfuerzo  por  seguir  la  línea,  la  mirada  descri- 
be el  mismo  trazo  aprisionado  por  los  ojos  creadores;  se  repite  un 
canto  o  los  sones  acordados  que  un  músico  concibiera  en  tiempos 
pretéritos,  y  el  oído  descubre,  dócil  a  su  guía,  la  misma  belleza  re- 


JESÚSURUETA  133 

velada;  y  una  historia  se  relata,  y  se  recita  un  poema  y  se  lee  un 
libro.  Pero,  ¿cómo  volverá  jamás  a  sacudirnos  el  temblor  derivado 
de  la  voz  de  Urueta,  y  de  sus  ademanes,  y  de  sus  pausas,  y  de  todo 
aquel  peculiarísimo  toque  personal  que  él  comunicaba  a  la  frase  di- 
cha a  su  manera,  a  la  cita  hecha  a  su  modo,  a  la  palabra  silabeada 
según  él  sólo  supo  silabear?  Como  de  todo  artista  cuya  obra  no 
puede  fijarse  ni  es  transmisible,  la  semblanza  de  Urueta,  su  perso- 
nalidad quedarán  en  la  sombra  mientras  otro  artista  no  las  reviva 
con  su  genio  y  les  dé  brillo. 

Y  en  tanto,  el  dolor  de  la  impotencia  aunlenta  nuestro  descon- 
suelo. Sobre  la  luminaria  magnífica  de  su  verbo,  matizado  en  oca- 
siones como  un  crepúsculo,  él  elevó  una  vez  la  figura  de  Altamirano 
y  la  mostró  a  nuestros  ojos,  en  un  arranque  de  taumaturgo  aman- 
te de  su  patria,  como  emblema  místico  de  la  fusión  espiritual  de 
dos  razas  y  dos  civilizaciones ;  otra  vez,  muerto  Manuel  José  Othón, 
encarnó  él  de  tal  modo  en  la  imagen  de  aquel  alto  poeta  la  poesía 
inherente  a  la  Naturaleza,  a  la  naturaleza  visible  en  lo  pequeño  y 
en  lo  grande,  en  lo  escueto  y  lo  opulento,  que  quienes  lo  oyeron  lle- 
garon hasta  Othón  a  través  de  sus  palabras  y  pudieron  acoplar 
más  tarde  a  la  imagen  sintética  evocada  por  el  panegirista  el  sen- 
tido expreso  y  el  espíritu  oculto  de  los  versos  del  poeta;  otra  vez 
— y  este  es  el  recuerdo  más  conmovedor,  el  más  tierno,  pues  revive 
instantes  en  que  fueron  igualmente  grandes  la  sencillez  y  el  dolor — 
Urueta  lloró  ante  nosotros  la  muerte  de  Justo  Sierra,  y  la  lloró  con 
tal  duelo,  con  tal  duelo  convirtió  en  lágrimas  nuestro  corazón — lá- 
grimas copiosas,  lágrimas  sin  literatura — que  casi  nos  consoló  de 
la  pérdida  del  maestro.  Y  ahora,  henos  aquí,  incapaces  de  llorarlo 
a  él  como  él  merece,  impotentes — pese  a  la  presencia  de  sus  des- 
pojos y  a  la  comunidad  de  nuestras  almas — impotentes  para  atraer 
sobre  nuestras  cabezas  e  incorporar  al  ambiente  que  aquí  nos  en- 
vuelve siquiera  un  fugaz  aleteo  de  su  espíritu,  siquiera  una  chispa 
del  fuego  que  él  encendería  en  nosotros  si  estuviera  aquí  tocándo- 
nos con  su  palabra  el  corazón. 


Ha  habido,  señores,  desde  que  el  hombre  se  dio  a  analizarse  a  sí 
mismo  y  a  analizar  el  universo  que  le  rodea,  una  filosofía  de  la  vida 
y  una  filosofía  de  la  muerte,  infinitamente  variadas  una  y  otra.  En 


134  MÉXICO      MODERNO 

SU  lucha  diaria,  o  en  su  juego  diario  con  las  cosas  del  mundo  (por- 
que en  este  mundo  lo  que  no  es  esfuerzo,  lo  que  no  es  dolor  es  tan 
sólo  un  deporte,  un  pasatiempo)  los  hombres  toman  de  estas  dos 
filosofías  aquello  más  a  propósito  para  tranquilizarles — en  medio 
de  este  vivir  inexplicable,  tan  oscuro  en  su  origen  como  en  su  fina- 
lidad— el  ánimo  de  cada  día  y  para  poner  de  acuerdo  sus  actos  y 
su  pensamiento.  Y  así,  la  muerte  reviste  en  las  páginas  de  los  li- 
bros, en  las  horas  de  la  conducta  innumerables  aspectos,  todos  verda- 
deros y  todos  falsos.  Mas  externamente  a  nosotros,  en  la  realidad 
situada  más  allá  de  nuestra  percepción  mental  y  de  nuestras  va- 
nidades morales,  la  muerte  es  una,  por  lo  insondable  y  lo  inapre- 
hensible;  su  significación  íntima  se  nos  escapa,  se  nos  oculta  como 
la  significación  de  la  misma  vida  que  vivimos  y  la  conciencia  pu- 
ra que  somos.  Por  eso,  cuando  nos  encontramos  delante  del  paso 
real  de  la  vida  a  la  muerte,  cuando  uno  de  los  nuestros,  uno  de  los 
que  con  nosotros  han  sido,  pasa  a  no  ser,  se  produce  en  nuestra  al- 
ma, como  respuesta  única,  un  vacío  inconmensurable  y  un  dolor 
profundo  cuyo  centro  quizás  radique  fuera  de  nosotros.  Y  brota  en- 
tonces desde  el  abismo  de  nuestro  propio  vacío,  desde  el  fondo  de  la 
horrible  fatiga  hermana  de  todo  dolor,  un  voto  humilde,  un  senci- 
llo deseo  sin  orgullo  ni  vanidad,  el  voto  que  querríamos  para  nos- 
otros, voto  viejo  como  las  fatigas  y  los  desengaños  humanos :  Des- 
eansa  en  paz, 

MARTIN  LUIS  GUZMÁN. 


ROSAS  DE  UNA  GUIRNALDA  DE  HUMILDAD 


PRIMERA  CANCIÓN  SIN  MOTIVO 


4  ^^\^  juventud. , .  y  el  corazón, . .  y  ella 
I  V^J  cantando  en  el  silencio  del  palmar! 
I  Brilla  en  mi  cielo  declinante  estrella, 

y  el  corazón,  la  juventud  y  ella 

me  infunden  vago  anhelo  de  cantar. 

Junio  en  sus  brazos  cálidos  madura 
de  Mayo  floreal  la  herencia  opima, 
y  la  onda  musical  de  la  luz  pura 
truécase  en  polvo  de  oro  de  la  rima. 

¡Oh  juventud. . .  y  el  corazón. . .  y  ella 
vibrando  en  el  cordaje  del  laúd : 
ella  florida,  ella  enardecida, 
ella — todo  el  aroma  de  la  vida 
en  la  miel  de  la  dulce  juventud! 

Aún  tengo  impulsos  de  cantar , . .  La  brisa 
riega  efluvios  de  Dios  por  la  pradera, 
toda  primor  de  nácar  y  de  trina 
en  la  infantilidad  de  la  mañana. 

¿Qué  es  Poesía f 
¡El  Pensamiento  Divino 
hecho  melodía  humana! 


136  MÉXICO       MODERNO 

II 

MOMENTO 


YO  fuerte,  yo  exaltado ,  yo  anhelante, 
opreso  en  la  urna  del  día, 
engreído  en  mi  corazón, 
ebrio  de  mi  fantasía, 
y  la  Eternidad  adelante. . . 

adelante . . . 


adelante. 


III 
CANCIÓN  LIGERA 


HACIA  el  jardín  azul  de  la  Ilusión, 
entre  las  brumas  de  la  edad, 
echo  a  volar  mi  corazón. 
Consumido  por  la  pasión, 
quiero  volver  a  la  infantiUdad. 

Escueto  y  duro  y  triste  corazón, 
ebrio  del  acre  vino  de  la  edad, 
envuelto  en  negras  Mamas  de  pasión: 
has  de  volver  a  la  infantilvdad, 
roto,  cansado,  viejo  corazón. 

¡Oh,  sí!  Volver  a  la  infantiUdad, 
hada  el  jardín  azul  de  la  Ilusión. . . 
¿  Y  cómo  ir  entre  las  brumas  de  la  edad, 
perdida  ya  la  sencillez  del  corazón? 


EL  PENSAMIENTO  PERDIDO  .  137 

IV 
EL  PENSAMIENTO  PERDIDO 

{A  RAFAEL  HELIODORO   VALLE.) 

YO  tuve  un  pensamiento  de  inspiración  divina, 
seguro  como  un  monte  y  arduo  como  un  amor; 
encerraba  el  secreto  de  la  onda  marinu, 
del  ojo  de  las  águilas,  del  tinte  de  la  flor. 

Jamás  lucero  alguno  vertió  desde  la  aZtwra, 
sobre  el  nocturno  páramo,  más  dulce  claridad 
que  el  pensamiento  mió  sobre  mi  carne  obscura, 
hecha,  por  él,  florida  de  sueño  y  de  verdad. 

Bajo  su  luz,  la  ira  de  mi  ademán  cruento 
fue  hermana  del  ziszás  alegre  de  la  hoz; 
y  cuando  dije  un  día  con  ánimo  violento : 
^'¡Yo  no  quiero  un  prodigio — me  basta  un  pensamiento!'' 
— estaba  ya  el  prodigio  temhlándome  en  la  voz. 

Bajo  su  luz  el  mundo  reía  en  la  alborada, 
y  la  alborada  fue  mi  honda  de  David: 
¡oh  ternura  sin  lágrimas  de  la  luz  aniñada 
jugando  en  los  racimos  midieres  de  la  vid! 

En  su  esplendor  pacífico — rubí,  zafiro,  día 
celeste — iban  las  múltiples  fuerzas  del  Bien  y  el  Mal 
(palomas  y  milanos)  con  rumbo  a  la  Armonixi, 
y  todo  se  nutria  de  ciencia  divinal. 

Agrias  tormentas — agrias  como  erizada  roca — 
entre  la  mente  obscura  y  el  sordo  corazón: 
plegaria  que  te  vuelves,  al  brotar  de  la  boca, 
iracunda  blasfemia  o  ardiente  muldición: 


,38  MÉXICO      MODERNO 

Enfermedad  sagrada  que  hiisca  lo  absoluto 
en  nuestro  ser  efímero,  m<is  no  lo  puede  hallar: 
celeste  Poesía  que  llevas  hasta  el  bruto 
tus  perfumadas  ánforas,  tu  lirio  y  tu  azahar: 

Soplo  que  extingue,  al  paso,  la  flama  de  la  vida: 
ósculo  de  las  sombras:  fatídico  vaivén 
entre  un  día  futuro  y  una  edad  preterida : 
ansias  de  azul:  melódica  nostalgia  del  Edén, 

Todo  bajo  la  lumbre  del  claro  pensamiento 
era  impulso  armonioso,  miel,  perla,  vino,  Abril. 
El  suspiro  de  Dios,  que  armonizaba  el  viento, 
iba  en  mi  pensamiento  por  el  viento  de  Abril! 


RICARDO  ARENALES. 

Hotel  Austin. 
126  Military  Plaza. 
San  Antonio,  Texas. 


ESTUDIOS  DE  LITERATUKA  RUSA 

Al  margen  del  * 'Crimen  y  Castigo"  db  Dostoiévsky 

EL  caso  del  estudiante  Raskolníkoff,  justamente  famoso  entre 
ios  criminalistas,  es  singular  por  la  maestría  con  que  Dos- 
toiévsky lo  expone.  No  es  sencillo,  por  supuesto,  aunque  a  pri- 
mera vista  no  seamás  que  uno  de  tantos  de  los  que  la  crónica  negra 
reseña.  Es  complicado  porque  se  entra  con  él  al  misterio  de  las  al- 
mas, y  porque  Dostoiévsky,  que  tan  bien  sabía  escudriñar  los  os- 
curos rincones  del  espíritu,  proyectó  la  luz  de  sus  análisis  sobre  ca- 
da accidente  de  las  situaciones  psíquicas  que  Raskolníkoff  atravie- 
sa, gracias  a  lo  cual  nos  revela  algunos  de  los  secretos,  que  sin  du- 
da pululan  en  todas  partes,  pero  que  nosotros  ignoramos  porque  nos 
falta  la  mirada  avizora  que  permite  entreverlos. 

Un  hombre  como  Raskolníkoff,  capaz  de  sentir  la  piedad  (la  más 
fuerte  de  las  emociones  que  Dostoiévsky  describe)  y  capaz  de  hacer 
el  bien,  aun  con  peligro  de  su  propia  vida;  un  intelectual,  un  psi- 
cólogo, mata  brutalmente  a  dos  indefensas  mujeres;  las  mata  a 
hachazos,  después  de  engañar  a  la  primera  con  una  infame  alevo- 
sía. ¿No  es  esto  uno  de  los  crímenes  repugnantes  de  los  que  nos 
apartamos  con  horror  apenas  nos  damos  cuenta  de  que  existen? 
Este  es  el  que  Dostoiévsky  trata  en  su  famosa  novela.  Y  lo  primero 
que  se  pregunta  uno  es:  ¿por  qué  el  personaje  de  ella  lo  comete? 

Aparentemente  (él  lo  dice  así  muchas  veces)  las  mata  por  es- 
tas razones :  a  una,  sin  propósito  previo ;  sólo  porque  se  le  interpu- 
so en  su  camino;  a  la  otra,  porque  es  una  usurera  sórdida,  y  porque, 
pesando  él  en  la  balanza  de  su  razonamiento,  para  averiguar  si  la 
vida  de  esa  mujer,  que  maltrata  a  su  hermana  y  que  se  enriquece 


140  MÉXICO      MODERNO 

con  el  agio  que  sin  entrañas  ejercita,  vale  más  o  vale  menos,  mo- 
ralmente,  que  la  posibilidad  de  aprovechar  una  parte  del  dinero  de 
esa  mujer  para  que  él  pueda  tener  un  punto  de  partida  sólido  en  la 
vida,  y  se  lance  luego  a  una  serie  de  buenas  y  grandes  acciones,  de- 
cide que,  enriquecido  por  el  crimen,  y  capaz  de  hacer  grandes  bie- 
nes gracias  a  su  riqueza,  valdrá  más  que  su  víctima.  Fuerte  con  es- 
te modo  de  ver  las  cosas,  se  dice  a  sí  propio  que  no  de  otro  modo  ha 
razonado  cada  uno  de  los  conquistadores  del  mundo  que,  pasando 
por  encima  de  cadáveres  y  vertiendo  sangre  sin  cuento,  en  guerras, 
como  lo  son  todas,  feroces,  se  han  apoderado  de  los  gobiernos,  las  ri- 
quezas y  los  destinos  de  los  pueblos  y  han  saciado  con  esto  sus  apeti- 
tos y  sus  deseos.  Puestos  por  encima  de  las  leyes,  porque  han  tenido 
audacia  bastante  para  hacerlo  así,  el  mundo  los  ha  colmado  de  ho- 
nores; poetas  han  cantado  sus  hazañas  y  multitudes  les  han  erigi- 
do estatuas.  ¿Por  qué  no  ha  de  hacer  él  otro  tanto,  no  para  con- 
quistar un  país  o  un  trono,  sino  para  hacer  el  bien,  que  la  ávida 
usurera  no  hace?  ¿Por  qué  no  ha  de  hacerlo,  si  a  fuerza  de  habili- 
dad y  aun  de  talento,  puede  conquistar  la  impunidad,  lograr  al  ca- 
bo la  realización  de  todos  sus  deseos  y  vivir  a  la  postre  cortejado  y 
adulado,  como  todos  los  que  tienen  éxito  en  sus  empresas ?  ¿No  es 
este  el  caso  de  ciertos  revolucionarios  ?  ¿  No  debe  tomar  como  lema, 
el  lema  famoso:  Audacia^  Audacia  y  Siempre  Audacia,  sobre  todo  si 
lo  hace  por  hacer  grandes  bienes? 

Aparentemente  esto  es  toda  la  razón  de  su  crimen;  (espolea- 
do, no  obstante,  por  razones  secundarias:  porque  él  es  un  violento 
y  no  quiere  seguir  el  largo  camino  del  trabajo,  que  al  fin  lo  condu- 
ciría también  al  éxito ;  porque  es  además  orgulloso,  y  aun  pundono- 
roso, y  se  resiste  a  vivir  a  costa  del  constante  sacrificio  de  su  madre 
y  de  su  hermana,  todo  el  tiempo  que  necesitaría  seguir  el  dilatado 
sendero  de  la  labor  diaria  para  obtener  el  triunfo). 

Aparentemente  esto  es  todo ;  y  sin  embargo,  él  tiene  dudas,  has- 
ta el  momento  supremo  de  su  acto ;  su  razón  sola  no  lo  conduciría  a 
su  delito,  porque  hay  algo  dentro  de  él,  que  lo  reprueba,  y  que  con 
repugnancia  lo  rechaza.  ¿Por  qué  llega  entonces  él?  ¿Por  qué  lo 
prepara,  detalle  por  detalle,  día  por  día,  minuto  por  minuto,  entre 
el  horror  de  pensarlo  y  el  orgullo  de  razonarlo  y  de  considerarlo 
justificado? 

La  explicación  última  de  su  acto  parece  haber  sido  apenas  en- 
trevista por  el  mismo  Dostoiévsky  que,  a  pesar  de  esto,  la  indica 


ESTUDIOS  DE  LITERATURA  RUSA  141 

con  una  rara  penetración.  Hay  que  decir  que  sólo  la  entrevio,  por- 
que no  está  sugerida  más  que  al  principio  de  su  obra,  y  desapare- 
ce luego  totalmente  en  cada  uno  de  los  posteriores  análisis,  por 
más  luminosos  que  éstos  sean.  La  verdadera  explicación  del  crimen 
de  Raskolníkoff  consiste  en  que  los  actos  que  su  crimen  constitu- 
yen se  desarrollan  con  la  incontenible  fuerza  de  una  máquina,  que 
poco  a  poco,  pero  de  un  modo  irremediable,  se  pone  en  movimiento, 
contra  la  voluntad  del  asesino,  y  lo  convierte  en  su  juguete,  sin 
que  él  mismo  lo  sepa  y  dejando  que  apenas  lo  entrevea.  Esto  es 
decir  que  todo  ocurre  en  él  bajo  el  imperio  de  esa  casi  normal  con- 
dición de  los  hombres  todos,  que  son,  como  Dostoiévsky  dice  en  el 
Idiota,  víctimas  de  "ideas  mixtas" :  unas,  en  la  parte  más  visible  de 
la  conciencia ;  otras,  emboscadas,  en  la  sombra,  y  acaso  por  eso  más 
fuertes.  ¿Ideas  propiamente?  No.  Impulsos  más  bien;  no  razona- 
dos, aunque  los  apoye  un  razonamiento,  que  es,  a  la  par,  incomple- 
to, y,  para  tales  estados  de  conciencia,  casi  extraño. 

¿Quién  no  ha  sentido  tales  incoercibles  impulsos?  ¿Quién  no 
sabe  que  en  ciertos  momentos  de  su  vida,  comete  un  acto  que  mil 
veces  se  ha  reprochado  y  que,  llegada  la  ocasión,  sabe  perfectamen- 
te que  no  debe  cometer,  pero  que  va  preparando  paso  a  paso,  con 
una  sabia  habilidad,  a  pesar  de  todo,  hasta  efectuarlo? 

Mas  entonces,  si  existen  semejantes  tendencias  (instintivas 
o  no — ^las  de  Raskolníkoff  no  lo  eran;  otras  lo  son — ),  incoercibles 
en  todo  caso,  ¿es  que  los  hombres  no  son  responsables?  ¿e.s  que  lo 
son  en  parte  y  en  parte  no  lo  son?  Si  tales  tendencias — y  parte  de 
ellas  son  los  "complexos"  psíquicos  que  Freud  y  sus  discípulos  están 
entreviendo  ahora — nacen,  sin  que  sepamos  casi  cómo,  y  están  en 
nosotros  escondidas,  urdiendo  el  crimen, — o  la  falta,  o  la  acción  que 
nos  avergüenza, — y  nos  arrastran,  aunque  las  reprobemos,  y  nos 
hacen  decir  la  palabra  que  no  sentimos  que  sea  nuestra,  y  que 
nos  sorprende  cuando  brota  de  nuestros  labios,  o  perpetrar  la  mala 
acción  que  nos  hace  ver  la  mano  que  la  cometió,  y  que  es  cierta- 
mente la  nuestra,  como  si  fuera  la  de  otro,  ¿cómo  explicar  todo 
esto  ?  ¿  Cómo  explicar  lo  que  el  mismo  Dostoiévsky  dice  alguna  vez, 
cuando  declara  que  mecánicamente,  cuando  hemos  olvidado  una  cita, 
nuestros  pasos  nos  llevan  a  la  casa  donde  está  el  hombre  que  nos 
ha  dado  esa  cita?  Todo  esto  parece  explicarse  recordando  que  la 
conciencia  corre,  lucha  y  vive  en  capas  superpuestas  y  yuxtapuestas 
o  antagónicas,  que  se  ignoran  una  a  otra,  y  de  las  que  sólo  una,  o 


142  MÉXICO       MODERNO 

a  veces,  digamos  una  y  media,  fosforecen  en  el  "yo".  ¿Pero  el  "yo" 
puede  ser,  entonces,  responsable,  por  lo  que  determina  en  el  orga- 
nismo un  conjunto  de  fenómenos  subconscientes  que  guían  la  mano 
sin  que  el  alma,  en  lo  que  tiene  de  mejor,  esté  presente? 

El  problema,  así  transformado  de  psicológico  en  ético,  tiene 
que  resolverse  sin  duda  por  la  afirmativa:  sí;  sí  es  responsable  el 
"yo'*;  sí  es  responsable,  porque,  aunque  las  fuerzas  oscuras  que  al 
mal  conducen  estén  trabajando  subterráneamente,  el  "yo"  se  da 
cuenta  de  algún  modo  de  que  tales  fuerzas  allí  existen :  no  sabe  con- 
tarlas ;  no  les  ve  la  cara ;  pero  sabe  que  allí  están,  y  que  si  él  cambia 
de  ocupaciones  y  de  medio,  y  les  niega  el  apoyo  de  su  condescenden- 
cia adormecida,  no  podrán  vencer.  Por  eso  Raskolníkoff  es  culpa- 
ble :  no  por  su  pervertido  razonamiento ; — que  él  sabe  que  es  perver- 
tido y  falaz — nó  por  la  razón  que  él  se  da,  al  declarar,  como  lo  haría 
un  niestcheano,  que  su  proceder,  pasando  por  encima  de  las  leyes, 
es  bueno  para  los  seres  superiores,  para  los  superhombres  como  los 
Bonapartes,  que  ni  son  accesibles  al  remordimiento,  ni  a  las  debili- 
dades que  los  traicionen ;  sino  por  otras  razones  que  él  no  se  da,  y 
que  sordamente,  dentro  de  sí  mismo,  sabe  que  existen,  aunque  su 
limitada  inteligencia  le  impida  verías.  Podría  haberse  hecho  cargo 
de  ellas,  sin  embargo:  podría  haber  advertido  que  si  un  hombre, 
sólo  por  el  juicio  recto  o  erróneo  que  hace  de  otro  hombre,  atenta  a 
la  vida  de  éste,  rompe  con  esto  sólo  sus  lazos  con  la  sociedad,  y  se 
excluye  de  ella  él  mismo,  lo  cual  es  para  él  la  destrucción  misma  de 
su  carácter  de  hombre ;  pero  su  razonamiento  no  llega  hasta  allí ;  ni 
obedece  por  tanto  a  las  intimaciones  de  su  razón,  que  a  pesar  de  to- 
do le  indica  que  sus  consideraciones  y  sus  dialécticas  son  falsas  o 
truncas. 

• 

Cometido  el  crimen,  el  castigo  empieza:  empieza  justamente  y 
se  desarrolla  de  un  modo  inexorable,  como  la  consecuencia  psíqui- 
ca y  social  del  crimen  mismo:  Raskolníkoff  ha  violado  la  coordi- 
nación social,  asesinando  y  robando,  e  inmediatamente  se  siente  ex- 
cluido de  la  sociedad:  nó  porque  tenga  que  esconderse  y  que  men- 
tir, sino  porque  ya  no  puede  ver  de  frente  a  sus  amigos,  a  su  ma- 
dre y  a  su  hermana;  porque  no  puede  trabajar  con  ellos,  ni  ha- 
blar con  ellos;  porque  hay  un  invisible  e  infranqueable  abismo  en- 
tre ellos,  porque  la  sociedad  se  ha  roto  para  él;  porque  se  siente 
en  el  vacío,  aunque  todos,  apasionada  y  amantemente,  lo  rodeen. 


ESTUDIOS  DE  LITfcRATURA  RUSA  143 

Y  como  a  pesar  de  todo,  es  por  su  esencia  y  su  naturaleza  mis- 
ma, como  lo  somos  todos  los  hombres,  un  animal  social ;  como  la  so- 
ciedad le  es  indispensable,  resulta  que  está  condenado  irremedia- 
blemente a  una  de  dos  cosas :  a  morir,  a  suicidarse  parcialmente  en 
una  perpetua  vida  de  disimulo,  o  a  confesar  su  crimen,  y  volver  así 
a  la  comunión  social :  como  un  reprobo,  sea ;  como  un  maldito ;  pe- 
ro al  fin,  a  la  comunión  social. 


Su  crimen,  no  obstante,  aun  absorbiéndolo,  aun  segregándolo 
de  la  sociedad,  no  lo  absorbe  por  completo;  no  lo  segrega  de  una 
manera  absoluta :  un  punto  queda  vivo  en  su  alma :  aquel  en  el  que 
ésta  se  encuentra,  por  decirlo  así,  desnuda  y  sin  piel:  allí  donde 
sangra  la  llaga  palpitante  de  la  piedad  por  las  desdichas  ajenas,  y 
donde  esa  llaga  arde  al  contacto  con  las  desdichas  y  se  transforma 
en  el  fuego  purificante  de  la  caridad,  es  decir,  en  el  amor. 

Con  ser  éste  tan  ardiente,  no  logra,  sin  embargo,  restablecer 
la  comunión  del  alma  del  criminal  con  las  almas  todas:  para  esa 
es  forzoso  que  se  acabe  la  mentira :  es  preciso  que  el  criminal  con- 
fiese su  crimen:  primero,  a  los  seres  que  le  inspiran  piedad,  o  por 
los  que  aun  siente  cariño;  después,  a  los  acaso  indiferentes;  al 
fin,  a  los  que  la  inspiran  repulsión.  Y  esta  es  la  maravillosa  historia 
que  Dostoiévsky  cuenta. 

El  castigo  de  Raskolníkoff  no  consiste,  pues,  en  que  la  sociedad 
lo  rechace:  ni  llega  a  rechazarlo;  porque  un  conjunto  de  circuns- 
tancias alejan  poco  a  poco  de  él  las  sospechas,  hasta  destruirlas 
casi,  y  porque  en  torno  de  él,  seres  abnegados  y  amantes  pugnan  por 
devolverle  la  salud  y  la  vida :  el  castigo  no  llega  tampoco  cuando 
materialmente,  a  causa  de  su  confesión,  se  le  condena  a  trabajos 
forzados  en  Siberia,  y  va  a  extinguir  allá  su  condena,  con  la  cade- 
na al  pie,  el  alimento  malo  y  escaso,  y  el  trabajo  rudo.  El  verda- 
dero castigo  está  en  él  mismo:  en  que  siente  que  ya  no  puede  ca- 
minar espiritualmente  hacia  nadie:  que  no  le  es  dable  vivir  en  la 
comunión  de  las  almas  con  ninguno;  que  tiene  que  estar,  que  es- 
tá desterrado  de  la  sociedad,  no  por  la  sociedad,  sino  por  él  mismo ; 
no  material,  sino  espiritualmente.  El  es  ciertamente  más  desdi- 
chado que  el  Lázaro  del  Evangelio;  porque  Lázaro  en  su  tumba, 
a  los  cuatro  días  de  haber  sido  sepultado,  aun  cuando  hubiera  en- 
trado ya  en  descomposición  corpórea,  tenía  su  alma,  viva,  libre 


144  MÉXICO      MODERNO 

y  en  relación  espiritual  con  las  demás  almas,  en  tanto  que  Raskol- 
níkoff  llevaba  un  alma  muerta,  sepultada  en  su  cuerpo  vivo. 

Dostoiévsky  pinta  la  resurrección  de  esa  alma:  no  como  el 
cuerpo  de  Lázaro,  llamada  bruscamente  a  la  vida  por  un  milagro; 
sino  lentamente:  forzada,  primero,  por  la  necesidad  misma  de  la 
naturaleza  del  hombre, — que  mientras  más  humano  es,  es  más  so- 
cial,— forzada,  digo,  a  confesar  su  crimen  y  luego,  poco  a  poco,  al 
través  de  largos  meses  de  suplicio,  obligada  a  sentir,  más  bien  que 
a  entender,  que  ciertamente  había  sido  el  alma  de  un  verdadero  cri- 
minal ;  obligada  a  darse  cuenta  de  ello,  por  la  dulzura  sublime  y  la 
piedad  sin  límites  de  la  niña  desventurada  que,  a  fuerza  de  abne- 
gación y  de  ternura,  y  sin  pedirle  que  así  él  lo  hiciera,  sino  por  el 
espectáculo  perenne  y  rutilante  de  la  virtud  que  ella  tenía,  hizo  que 
al  fin  él  cayera  arrodillado  a  sus  pies,  y  que,  sin  saberlo,  personi- 
ficando en  ella  a  la  humanidad,  le  pidiera  perdón  de  su  crimen. 

Dostoiévsky  no  cuenta  cómo  haya  sido  esa  resurrección  ple- 
na; pero  sí  hace  ver  que  al  fin  Raskolníkoff  estaba  resucitado: 
que  él  lo  sabía ;  que  lo  sentía  en  todo  su  ser ;  y  su  resurrección  no  es 
otra  cosa  que  la  restitución  final  de  su  alma  a  la  comunión  de 
todas  las  almas.  Por  eso  al  contarlo,  la  prodigiosa  evocación  del 
crimen,  la  transfigurante  tortura  del  castigo,  se  convierten  en  una 
tesis  soberana,  en  la  que  la  psicología  se  transforma  en  sociología 
para  que  ésta  se  transmute  en  ética ;  y  el  alma  conturbada,  que  por 
el  sortilegio  del  arte  de  Dostoiévsky  es  conducida,  aprende  aquí, 
como  en  todas  las  obras  verdaderamente  grandes,  que  en  el  sene 
del  horror  puede  germinar  aún,  y  está  en  efecto  germinando,  la  cla- 
ra lumbre  del  amor,  y  que  ésta  es  capaz  todavía,  como  es  capaz 
siempre,  de  encender,  a  pesar  de  todo,  nuevas  estrellas. 

EZEQUIEL  A.  CHA  VEZ. 


ELEGÍA  DE  LA  PROVINCIANA 

A  JOSÉ  JUAN  TABLADA. 

GENOVEVA :  ya  eres 
la  apóstata  de  la'  provincia.  Las  mujeres 
de  tu  casta,  te  gimen  con  el  clamor  deshecho 
conque  se  gime  a  un/  niorihuudo  en  su  lecho. 

Y  te  suspiran  por'  infidente  y  ausente, 
el  adicto  rosal,  la  honesta  fuente, 

la  brisa  ufana  y  la  torcaz  demerite.  .\ 

Vas  por  la  cortesana 
metrópoli,  como  una  perla  humana, 
perfecta,  salomónica  y  liviana. 

Y  ruedas  por  la  vía,  y  te  dan  su  equilibrio 
tus  ojos  y  tus  pies, 

todavía  linajes  puros  de  ta  pavés. 

Pero  eres  el  ludibrio 
de  los  suspiros  castos,  del  amor  pudibundo 
y  del  limpio  recato  de  tu  mundo.  ** 

Ya  descastada,  eres  un  joyel  •  ,\' 

renacentista,  un  medallón  pagano  ' 

cuya  imagen  emerge  de  un  laurel. 
Y  ese  laurel  es  un'  trofeo  cortesano,  /> 

Pero  ya  tiene  grietas  tu  troquel, 
porque  eres  para  mí'  un  Juramento  en  Vano! 


Tú,  la  romántica  Patrona 
de  los  ensueños  tempraneros 


MéXfc  Mo(f  ¿— - 


t46  MÉXICO      MODERNO 

de  rústicos  poetas  cortijeros; 

tú,  la  suave  Madona 

de  la  medrosa  fantasía 

del  limosnero  músico^  que  hacia 

por  tíj  y  para  ti  sola, 

indigentes  arpegios  en  su  indigente  viola, 

cuando  te  daba  su'  filarmónico  ruego, 

como  él  oscuro,  mendicante  y  ciego! 

Til,  que  pisaste  con'  tus  largos  pies  de  Infanta 
el  compungido  trébol  de  un  letal  desamor; 
tú,  Genoveva,  en  cuya  melódica  garganta 
se  mecían  las  notas  con, un  mimo  de  amor 
para  dormir  al  hermano  menor: 

^^ Arriba  del  Cielo 
^^está  una  ventana 
'^por  la  que  se  asoma 
^^ Señora  Santa  Ana. .  /' 

Tú,  curva  sonriente,  ola  crespa  y  armónica; 
docto  declive  de  columna  jónica; 
palpitante  y  arquitectónica  presea 
cuyo  torso  fragante  era  cual  la  marea 
de  la  linea,  porque  era  el  ondulante  escollo 
del  cincel  alfarero 
que  copiaba  una  muelle  voluta  d-e  estoraque. . . 

(¿Te  acuerdas,  Genoveva,  de  tu  busto  criollo: 
una  escultura  de'  San  Pedro  Tlaquepaque. . .?) 

Ahora  has  de  llorar  el  escueto  naufragio 
de  aquella  saludable  ignorancia:  sufragio 
de  tu  esponjada  dicha  de  mujer, 
porque  ahora  ya  sabes  tejer  y  destejer 
tus  complejos:  discutes  el  cubismo, 
coqueteas  con  Chesterton,  ensayas  a  Bergson. . . 
Y  así  has  hipotecado  a  pausas  tu  emoción. 

¿  Qué  ha  quedado  de  tí,  si  en  la  comarca  ausente 
^      y  en  el  contrito  amor  de  su  sagrario, 


ELEGÍA  DE  LA  PROVINCIANA  147 

fuiste,  tácitamente, 

el  cumplido  incensario 

donde  ardían  los  granos  del  copal  reaccionario, 

y  el  incienso  inmanente 

de  la  provincia  triste,  católica  y  ferviente. . .  f 

Mi  conciencia  fue  el  límpido  metal 
donde  estuviste  en  pie,  cual  la  dinástica 
estatua  pía  de  la  Tradición. . . 

Retiro  el  pedestal, 
y  te  lanzo  al  vaivén  de  la  sarcástica 
opereta  venal 
diurna  y  nocturna  de  la  Capital! 

ENRIQUE  FERNÁNDEZ  LEDESMA. 

26 

marzo 

1921 


MÉXICO-TENOXTITLÁN 


SE  cree  que  los  primeros  pobladores  de  América  vinieron  del 
Asia  a  esta  parte  del  continente,  después  del  Diluvio,  pasando 
por  lo  que  hoy  es  el  estrecho  de  Behring.  Aunque  hay  varias 
hipótesis  sobre  punto  tan  obscuro,  es  ésta  la  más  aceptada. 

Propagados  en  numerosas  tribus,  esos  primeros  pobladores, 
por  causas  que  se  ignoran  empezaron  en  el  siglo  VI  a  emigrar  ha- 
cia la  parte  conocida  ahora  con  el  nombre  de  Valle  de  México. 
La  tribu  azteca  fué  la  última  en  partir  de  un  punto  llamado  Az- 
tlán  (cuya  situación  se  desconoce),  emprendiendo  en  1160  una  lar- 
guísima y  accidentada  peregrinación  en  busca  de  lugar  donde  fijar 
su  asiento. 

Conforme  a  la  indicación  que  su  dios  Huitzilopochtli,  llamado 
también  Meccitli,  o  por  corrupción  Mexitl,  les  hiciera  por  medio  de 
los  sacerdotes,  de  que  ese  lugar  no  debería  ser  otro  que  aquel  don- 
de encontraran  un  águila  sobre  un  nopal,  devorando  una  culebra, 
pusiéronse  en  camino,  procesionalmente,  al  mando  de  su  caudillo, 
Acatl,  y  llevando  a  la  cabeza  al  sacerdote  Texcacoatl,  que,  acompa- 
ñado de  Cuauhcoatl  y  Apanecatl  y  de  la  sacerdotisa  Chimalpa,  por- 
taba la  imagen  del  dios  al  que  seguía  el  pueblo  como  subyugado. 

Después  de  atravesar  durante  largos  años  inmensas  regiones, 
y  de  detenerse  por  algún  tiempo  en  distintos  lugares,  los  aztecas 
llegaron  en  1245  al  Valle  de  México,  cuyo  territorio  y  montañas 
circunvecinas  encontraron  ya  ocupados  por  las  tribus  que  les  pre- 
cedieran. 

Permanecieron  diez  y  siete  años  en  Chapultepec ;  pasaron  des- 
pués a  Acúleo,  donde  residieron  cincuenta  y  dos  años;  luego,  re- 
ducidos a  la  esclavitud,  vivieron  en  Tizapán ;  más  tarde  estuvieron 
en  Acatzintitlán,  al  que  mudaron  el  nombre  por  el  de  Mexicaltzingo 


MÉXICO  '  TENOXTITLÁN  I49 

en  honor  de  sus  dios  Mexitli,  a  quien  erigieron  allí  un  templo ;  des- 
pués radicaron  en  Ixtacalco,  y  por  último  en  Mixiuhtlán  (hoy  Er- 
mita de  San  Antonio),  a  principios  del  siglo  XIV,  donde  conforme 
a  lo  prevenido  por  Huitzilopochtli,  después  de  ciento  sesenta  y  cin- 
co años  de  peregrinación,  al  fin  descubrieron  sobre  un  islote  del  la- 
go, que  ocupaba  el  centro  del  Valle,  el  ave  anunciada. 

Ese  día,  según  cálculos  del  historiador  Sigüenza  y  Góngora, 
fue  el  18  de  julio  de  1327.  El  islote  donde  se  encontró  el  nopal  con 
el  águila  posada,  estuvo,  según  unos,  en  lo  que  hoy  es  el  ángulo 
suroeste  del  jardín  de  Catedral ;  según  otros,  en  el  lugar  que  ahora 
ocupa  el  jardín  de  la  Corregidora. 

Edificaron  luego  un  pequeño  templo  a  su  dios ;  se  establecieron 
en  torno  de  aquél,  y  dieron  a  la  nueva  población  el  doble  nombre 
de  Meccico-Tenochtitlán,  que  por  corrupción  se  hizo  México-Te- 
nochtitlán.  Llamóse  así,  en  honor  de  su  dios  Huitzilopochtli  o  Mex- 
tli  (propiamente  Mecitli.  que  significa  "ombligo  del  maguey"),  y 
de  Tenoch  ("tuna  de  la  piedra"),  sacerdote  que  portaba  al  dios  a 
fin  de  la  peregrinación. 

México  fué  al  principio  un  pequeño  poblado  de  chozas  de  ca- 
rrizo con  techos  de  tule,  edificado  en  el  islote,  y  poco  a  poco  se  fué 
extendiendo  a  otros  islotes  cercanos,  los  que  pronto  se  vieron  unidos 
al  principal  por  medio  de  estacadas  terraplenadas  con  fango  extraí- 
do del  lago,  y  por  un  sistema  de  islillas  flotantes,  llamadas  Chinam- 
pas, las  cuales  sirvieron  para  el  cultivo  de  cereales  y  otras  plan- 
tas necesarias  al  sustento. 

Declaráronse  los  mexicanos  tributarios  del  rey  de  Atzcapot- 
zalco,  a  quienes  pertenecían  aquellos  lugares ;  en  1337  se  separaron 
unas  de  sus  tribus  y  fundaron  Xaltelolco  ("montón  de  tierra  o  are- 
na"), que  luego  tomó  el  nombre  de  Tlaltelolco,  y  con  él  una  nueva 
nacionalidad ;  en  1376  cambiaron  de  forma  de  su  gobierno  (que  ha- 
bía consistido  en  un  consejo  dirigido  primero  por  Tenoch,  y  muer- 
to éste,  por  Mexitzin),  proclamando. rey  a  Acamapichtli,  cuyo  nom- 
bre significa  "el  que  empuña  el  cetro". 

La  conquista  de  cuatro  pueblos  comarcanos  que  el  primer  rey 
hiciera,  redundaron  en  provecho  de  México-Tenochtitlán,  el  cual, 
en  su  ensanchamiento,  pronto  se  vio  dividido  en  cuatro  o  calpulli 
barrios,  que  fueron :  Moyotla,  al  suroeste  (hoy  de  San  Juan) ;  Teo- 
pan  Zoquipan,  al  sureste  (hoy  de  San  Pablo) ;  Cuepopa,  al  noroeste 
(hoy  de  Santa  María  la  Redonda),  y  Atzacualco,  al  noreste  (hoy 


150  MÉXICO      MODERNO 

San  Sebastián).  Pero  el  engrandecimiento  de  la  población  comenzó 
realmente  durante  el  reinado  de  Huitzilihuitl,  sucesor  de  Acama- 
pichtli,  quien  hizo  edificar  las  primeras  casas  de  piedra,  y  en  que 
los  mexicanos  empezaron  a  usar,  hacia  1398,  trajes  de  tela  de  al- 
godón, en  vez  de  la  pita  o  ixtle  que  antes  se  usaba. 

Chimalpopoca,  el  tercer  rey,  fue  un  monarca  desafortunado  y  que 
poco  hizo  por  la  ciudad  y  la  nación ;  pero  Itzcoatl,  que  le  siguió  en 
el  trono,  realizó  nuevas  y  grandes  conquistas  que  dieron  principio  a 
la  verdadera  grandeza  mexicana.  El  territorio  se  vio  aumentado 
considerablemente,  y  en  la  capital  se  construyó  el  templo  mayor  con- 
sagrado a  Huitzilopochtli ;  otro  a  Cihmacoatl,  y  muchos  hermosos 
edificios. 

Motecuhzoma  Ilhuicamina,  el  más  grande  de  los  reyes  azte- 
cas, quien  asumió  el  poder  en  1440,  inició  su  gobierno  levantando  un 
templo  al  dios  de  la  guerra  en  el  nuevo  barrio  de  Huitenahuac.  En 
1449  mandó  construir  por  consejo  de  Netzahualcóyotl,  rey  de  Tex- 
coco,  una  albarrada  o  dique  de  piedra  y  mampostería,  desde  el  pie 
del  cerro  de  la  Estrella  hasta  Atzcoalco,  con  una  extensión  de  más 
de  tres  leguas  y  un  espesor  de  quince  metros,  a  fin  de  preservar  la 
ciudad  de  inundaciones  como  la  que  aquel  año  sufriera  a  causa  del 
crecimiento  de  las  aguas  del  lago.  Dividido  el  lago  en  dos,  y  libra- 
da la  parte  occidental  de  las  principales  afluencias,  el  agua,  antes 
salada,  convirtióse  en  dulce,  originando  una  exuberante  vegetación 
y  mayor  firmeza  en  el  terreno  que  permitieron  transformar  la  pri- 
mitiva ciudad  en  la  nueva  Tenochtitlán  llena  de  soberbios  edificios 
y  jardines.  Motecuhzoma  Ilhuicamina,  después  de  hacer  audaces 
conquistas,  de  crear  escuelas  y  de  dictar  sabias  leyes,  coronó  su 
obra  de  embellecimiento  de  la  capital  edificando  un  nuevo  templo  e 
introduciendo  por  medio  de  un  notable  acueducto  el  agua  de  Cha- 
pul tepec. 

Axayacatl,  quinto  rey,  sometió  Tlaltelolco  a  su  corona,  el  cual 
sólo  tuvo  cuatro  reyes  que  fueron  Cuacuauhpitzahuac,  Tlacateotl, 
Cuauhtlatoa  y  Moquihuix,  y  la  vecina  ciudad  pasó  a  ser  un  simple 
barrio  de  México,  con  lo  que  éste  ganó  en  extensión.  Tizoc  Chal- 
chiutlatonac  derribó  en  1483  el  templo  de  Huitzilopochtli,  para 
construirlo  más  grande  y  más  suntuoso.  Ahuizotl  concluyó  el  tem- 
plo mayor  e  hizo  su  solemne  consagración ;  y  como  en  el  reinado  de 
este  monarca  se  descubrieron  algunas  minas  de  cantera  cercanas, 
la  ciudad  mejoró  notablemente  en  su  aspecto  material. 


i 


MÉXICO-TENOXTITLÁN  151 

Con  la  exaltación  de  Motecuhzoma  o  Moctezuma  II,  a  quien 
encontró  la  Conquista  española,  vino  el  apogeo,  y  grandeza  postu- 
ma del  reino  azteca  y,  por  consiguiente,  de  su  capital. 

De  la  ciudad,  tal  como  la  encontraron  los  conquistadores  y  lo 
que  fué  durante  el  reinado  de  Moctezuma  II  y  de  Cuitlahuacatzin 
y  Cuauhtémoc  los  dos  últimos  y  efímeros  emperadores  aztecas,  exis- 
ten descripciones  tan  fieles,  tan  detalladas,  que.  recurriendo  a 
ellas  podemos  reconstruirla,  representárnosla  de  modo  bastante 
aproximado. 

Edificada,  como  hemos  dicho,  en  el  centro  del  lago  que  ocupa- 
a  el  fondo  del  Valle  de  México,  soberbio  anfiteatro  de  más  de  no- 
enta  leguas  en  redondo,  circundado  completamente  de  altísimas 
montañas  entre  las  que  descuellan  el  Popocatépetl,  el  Ixtaxihuatl  y 
el  Ajusco,  comunicábase  con  tierra  en  distintas  direcciones,  por 
medio  de  tres  grandes  calzadas  de  extensión  no  menor  de  dos  le- 
guas cada  calzada.  La  principal,  que  partía  de  Ixtapalapa,  era  "tan 
ancha  como  dos  lanzas"  y  tan  "bien  obrada''  que  podían  "ir  por  ella 
ocho  de  a  caballo  a  la  par" ;  al  llegar  a  Churubusco,  que  con  sus  ado- 
ratorios,  casas  y  torres  se  hallaba  edificado  a  uno  y  otro  lado,  parte 
sobre  la  tierra  y  parte  sobre  el  agua,  la  calzada  torcía  y  tomaba  rec- 
ta de  sur  a  norte;  media  legua  antes  de  terminar,  interrumpíala 
una  especie  de  baluarte  de  fuerte  construcción,  con  dos  puertas,  una 
para  entrar  y  otra  para  salir,  coronado  por  dos  torres  y  seguido  a 
uno  y  otro  lado  de  dos  muros  almenados,  del  altor  de  dos  hombres. 
Dábala  remate,  ya  junto  a  la  ciudad,  un  gran  puente  levadizo  que, 
como  los  idénticos  de  las  otras  calzadas,  servía  para  aislar  el  pobla- 
do durante  la  noche. 

Salvado  el  puente,  extendíase  la  calle  principal  en  una  longitud 
como  de  dos  tercios  de  legua,  bordeada  de  "grandes  casas,  aposen- 
tamientos y  mezquitas",  la  cual  conducía  al  centro  de  Tenochtitlán. 
Era  la  ciudad  con  "más  de  cincuenta  mil  casas",  tan  grande  "como 
Sevilla  y  Córdoba",  de  calles  anchas  y  rectas  con  una  mitad  de*  tie- 
rra y  la  otra  de  agua  pfor  la  que  discurrían  las  canoas  de  los  trafi- 
cantes, y  unidas  todas  en  los  cruceros  por  anchos  y  sólidos  puen- 
tes. Su  trazo  y  disposición  semejábanla  a  Venecia  grandemente.  Di- 
vidíase en  solares  como  de  cincuenta  varas  de  longitud  por  cua- 
renta de  latitud,  en  los  que  de  manera  uniforme  se  hallaban  dis- 
tribuidos habitaciones  y  huertos.  Sus  edificios  fabricados  algunos 
dentro  del  agua,  eran  en  general  de  magnífica  construcción,  todos; 


152  MÉXICOMODERNO 

de  terrado,  cantería  y  piedra  tetzontle,  con  vastos  aposentos  en  al- 
gunos de  los  cuales  cabían  hasta  tres  mil  personas,  decorados  con 
mármoles  y  jaspes,  tapices  y  pieles;  alfombrados  con  esteras  de 
palma,  y  rodeados  de  bellísimos  jardines  bajos  y  aéreos,  en  los  que 
no  faltaban  estanques  y  surtidores. 

Descollaban,  el  templo  mayor  con  su  enorme  muralla  capaz 
de  albergar  "una  villa  de  quinientos  vecinos",  sus  setenta  y  ocho 
edificios  interiores,  sus  escalinatas  y  sus  "cuarenta  torres  muy  al- 
tas y  bien  obradas",  la  principal  más  grande  que  "la  torre  del  tem- 
plo mayor  de  Sevilla" :  los  palacios  de  Moctezuma,  "tales  y  tan  ma- 
ravillosos'*, que,  según  el  decir  de  Hernán  Cortés,  le  era  imposible 
dar  idea  de  su  "bondad  y  grandeza"  y  sólo  se  limitaba  a  expresar 
que  en  España  no  había  "su  semejable" ;  finalmente,  las  mansiones 
de  los  grandes  señores  de  la  corte,  quienes  pasaban  de  mil,  y  las 
de  "muchos  ciudadanos  ricos". 

Entre  las  innumerables  plazas,  había  una,  la  del  barrio  de  Tlal- 
telolco,  tan  extensa  como  "dos  veces  la  ciudad  de  Salamanca" ;  allí 
se  congregaban  diariamente  más  de  sesenta  mil  personas  que  com- 
praban y  vendían,  y  cuyo  rumor  se  oía  a  "más  de  una  legua".  Era 
tan  notable,  que  el  conquistador  Bernal  Díaz  asegura  que  entre  ellos 
"hubo  soldados  que  habían  estado  en  muchas  partes  del  mundo,  y 
en  Constantinopla  y  en  toda  Italia  y  Roma,  y  dijeron  que  plaza  tan 
bien  acompasada  y  con  tanto  concierto,  y  tamaña  y  llena  de  tanta 
-gente,  no  la  había  visto".  Estaba  cercada  de  portales,  y  su  distri- 
bución era  tan  ordenada,  tan  perfecta,  que  cada  artículo  tenía  lu- 
gar señalado.  Había  una  calle  de  herbolarios  donde  se  vendían  yer- 
bas y  raíces  medicinales;  casas  "como  de  boticarios"  donde  se 
vendían  "las  medicinas  hechas,  tanto  potables  como  también  un- 
güentos y  emplastos";  otras  "como  de  barberos"  donde  rapaban 
y  lavaban  las  cabezas;  otras  en  que  "daban  de  comer  y  beber  por 
precio",  y  en  las-  que  servían  "pasteles  de  aves  y  empanadas  de 
pescado",  tortillas  de  huevos,  pescado  guisado  y  toda  clase  de  man- 
jares; había  puestos  de  esclavos;  de  animales  de  caza  y  domésti- 
cos; de  peces,  frutas  y  verduras;  de  ropa,  pieles,  tapetes  y  loza; 
de  piedras  preciosas,  joyas  de  oro,  plata,  cobre,  plomo,  latón,  esta- 
ño; de  plumas,  conchas  y  caracoles;  sin  que  faltase  una  policía 
bien  organizada  que  tenía  a  su  cargo  velar  por  el  buen  estado  de 
los  comestibles  y  la  exactitud  de  las  medidas  comerciales. 

Un  sistema  aduanal,  establecido  en  todas  las  entradas  de  la 


MjJJ 


TEMPLO     Y     HABITACIONES 
(Códices  Teilcriano.  Rcmensc  y  Borgia) 


(Cortesía  de  "El  Maestro") 


PLANO  DE  LA  CIUDAD  DE  MÉXICO 


GEROGLÍFICO  DE  LA  FUNDACIÓN 
(Códice  Duran) 


(Cortesía  de  "El  Maestro") 


TRAJES  GUERREROS 

(Códice  Duran) 


{Cortesía  de  "El  Maestro") 


TEMPLO  DE  HUITZILOPOCHTLI 

(Códice  Duran) 


(Cortesía  de  ''El  Maestro") 


MÉXICO-TENOXTITLÁN  15? 

ciudad;  una  buena  administración  de  justicia,  la  cual  se  impartía 
en  el  Tecpancalli,  enorme  edificio  que  se  alzaba  frente  al  mercado 
de  Tlaltelolco,  y  la  más  estricta  vigilancia  urbana,  completaban 
el  orden,  la  armonía  de  la  capital  del  imperio  de  Anáhuac. 

De  la  impresión  que  causara  a  los  conquistadores,  revelado- 
ras son  estas  palabras  de  Bemal  Díaz  al  describir  la  entrada  de 
Cortés  y  de  los  suyos  por  la  calzada  principal  o  sea  la  que  partía 
de  Ixtapalapa:  "Y  de  que  vimos — dice — cosas  tan  admirables,  no 
sabíamos  qué  nos  decir,  o  si  era  verdad  lo  que  por  delante  pare- 
cía, que  por  una  parte  en  tierra  había  grandes  ciudades,  y  en  la 
laguna  otras  muchas,  e  víamoslo  todo  lleno  de  canoas,  y  en  la 
calzada  muchas  fuentes  de  trecho  en  trecho,  y  por  delante  esta- 
ba la  gran  ciudad  de  México."  Y  cuando  cuatro  días  después  pu- 
dieron contemplarla  desde  las  terrazas  del  templo  mayor,  que  era 
"tan  alto  que  todo  lo  señoreaba",  refiere  que  Moctezuma,  en  cuya 
real  compañía  subieron,  preguntó  a  Cortés  con  exquisita  amabi- 
lidad si  estaba  cansado,  y  que  "luego  le  tomó  por  la  mano  y  le  di- 
jo que  mirase  su  gran  ciudad  y  todas  las  más  ciudades  que  había 
dentro  en  el  agua,  e  otros  muchos  pueblos  en  tierra  alrededor  de 
la  misma  laguna." 

No  sin  razón  hizo  exclamar  al  autor  del  Quijote,  al  gran  Cer- 
vantes, estas  palabras  frente  a  Venecia :  "...  ciudad  que  a  no  ha- 
ber nacido  Colón,  en  el  mundo  no  tuviera  en  él  semejante:  merced 
al  cielo  y  al  gran  Hernán  Cortés  que  conquistó  la  gran  México 
para  que  la  gran  Venecia  tuviese  en  alguna  manera  quien  se  le 
opusiese.  Estas  dos  famosas  ciudades — prosigue — se  parecen  en 
las  calles,  que  son  todas  de  agua:  la  de  Europa,  admiración  del 
mundo  antiguo ;  la  de  América,  espanto  del  mundo  nuevo." 

Su  población,  formada  de  más  de  trescientos  mil  habitantes, 
era  en  general  disciplinada  y  de  moralización  casi  perfecta.  Ene- 
migos del  embuste  y  de  la  embriaguez,  los  aztecas  destruían  las 
casas  a  los  que  tomaban  licores  con  exceso,  queriendo  demostrar 
con  eso  que  los  creían  indignos  de  vivir  en  sociedad;  tenían  en 
grande  estima  el  matrimonio  y  les  era  prohibida  la  poligamia, 
aunque  los  reyes  y  grandes  señores  se  rodeaban  de  muchas  espo- 
sas; educaban  a  sus  hijos  con  esmero  y  los  acostumbraban  al  tra- 
bajo ;  eran,  en  suma,  humanos,  inteligentes,  laboriosos  y  aptos  pa- 
ra todas  las  artes. 

Su  indumentaria,  en  extremo  pintoresca,  daba  vivas  notas  de 


154  MÉXICO      MODERNO 

color  de  aspecto  físico  de  la  ciudad.  Vestían  la  mayor  parte  de 
los  hom'bres  traje  compuesto  de  una  especie  de  faja  o  ceñidor,  lla- 
mado maictlatl,  liado  a  las  caderas  y  anudado  de  tal  manera,  que 
dejaba  caer  sus  puntas  por  delante  y  por  detrás,  en  artística  for- 
ma; un  manto  cuadrangular,  llamado  lilmalUque,  atado  al  pecho 
o  al  cuello,  cayendo  en  derredor  del  cuerpo  hasta  las  pantorrillas, 
y  sandalias  de  cuero,  llamadas  factli.  Las  mujeres  llevaban  unas 
camisas  largas  y  sin  mangas,  designadas  con  el  nombre  de  huipl- 
IIL  puestas  varias,  una  encima  de  otra,  y  de  distinto  largor,  para 
dejar  ver  los  diversos  tintes  y  caprichosas  labores  de  cada  una; 
enaguas  o  tzincueitl  que  les  llegaban  a  los  tobillos;  una  a  manera 
de  toca  bordada,  nombrada  quexquemU,y  ligeros  cac//i..  Los  plebe- 
yos usaban  telas  de  pita  o  algodón  bastas,  y  colores  y  adornos  sen- 
cillos. Los  grandes  señores,  aparte  de  la  finura  de  los  tejidos  y  ri- 
queza de  los  colores  y  adornos,  se  ataviaban  con  dos  borlas  de  de- 
licadas plumas,  atadas  a  los  cabellos  y  guarnecidas  con  oro ;  traían 
un  gran  plumaje  a  la  espalda;  en  los  brazos  se  ponían  ajorcas  de 
oro;  en  el  cuello  sartales  de  piedras  preciosas  y  perlas;  en  la  nariz 
y  las  orejas,  turquesas  y  argollas  de  oro,  ban.das  de  mosaicos  de 
plumas  en  el  pecho,  y  grebas  y  armaduras  de  oro  delgadas,  de  la 
rodilla  hasta  el  pie.  Las  señoras  usaban  las  mismas  prendas  que 
las  demás  mujeres,  sólo  que  de  gran  riqueza;  tocaban  sus  cabe- 
llos con  hilos  de  piedras  preciosas,  portaban  ricos  brazaletes  y  co- 
llares, y  solían  pintarse  la  cara  de  un  leve  rojo  o  amarillo,  los 
dientes  de  grana,  igual  que  el  pecho  y  las  manos,  de  negro  los  pies, 
y  se  ponían  muchos  perfumes.  Los  monarcas  extremaban  todo  ese 
fausto  hasta  hacerlo  estupendo;  portaban  cetro  y  calzaban  sanda- 
lias de  oro. 

Este  pueblo  esencialmente  religioso  y  guerrero,  que  se  expre- 
saba en  una  lengua  armoniosa  cuya  perfección,  si  hemos  de  creer 
a  algunos  filólogos,  es  comparable  a  la  del  griego;  que  poseía  en 
alto  grado  el  sentimiento  de  la  nacionalidad,  y  los  elementos  de 
una  civilización,  ruda  si  se  quiere,  pero  que  extendía  su  inñuencia 
sobre  todo  el  organismo  social  y  político,  este  pueblo  era,  según 
expresiones  del  propio  Hernán  Cortés,  un  "primor  en  su  vestido  y 
servicio";  había  en  sus  usos  y  trato  "la  manera  casi  de  vivir  que 
en  España,  y  con  tanto  concierto  y  orden  como  allá",  que  en  gen- 
te "tan  apartada  del  conocimiento  de  Dios  y  la  comunicación  de 


MÉXICO-TENOXTITLÁN  155 

otras  naciones  de  razón — agregaba — es  cosa  admirable  ver  la  que 
tienen  en  todas  las  cosas." 

Y  ese  pueblo,  que  hizo  obras  grandiosas,  y  obras  de  raro  arti- 
ficio, y  que  edificó  tan  soberbia  ciudad,  era ...  ¡un  pueblo  bárba- 
ro! sólo  porque  practicaba  los  sacrificios  humanos  a  igual  de  los 
fenicios,  los  egipcios,  los  árabes,  los  cartagineses,  los  persas,  los 
griegos,  los  romanos,  y  CASI  TODOS  los  pueblos  de  la  antigüedad ; 
pero  vino  la  civilización,  es  decir,  la  Conquista,  y  no  conforme  ésta 
con  arrasar  por  completo  tan  bella  ciudad,  trajo  las  siete  plagas 
de  que  nos  habla  Mendieta,  substituyó  los  sacrificios  humanos  con 
la  Inquisición,  expolió  y  envileció  a  un  pueblo  que  lo  era  de  hecho, 
y  destrozó  una  cultura  que  pudo  haber  subsistido  hasta  nuestros 
días,  y  tras  un  progreso  de  cuatro  siglos  más,  estar  evolucionando 
ahora  como  cualquier  cultura  exótica  (la  japonesa,  por  ejemplo), 
sin  el  fardo  de  los  terribles  problemas  que  la  agitan  y  ensangrien- 
tan, en  su  afán  de  volver  a  ser  lo  que  fué  en  tiempos  pretéritos. 

LUIS  CASTILLO  LEDON. 

(PRINCIPALES  AUTORES  CONSULTADOS:— Hernán  Cor- 
U^B,  Cartas  de  Relación  a  Carlos  y.— Berna!  Díaz  del  Castillo.  La  coiir 
^¡uista  de  Nueva  España. — Francisco  López  de  (íomara,  Conquista  de 
México. — Baltazar  Dorantes  de  Carranza,  Sumaria  relación  de  las  co- 
sas de  Nueva  España. — Cecilio  A.  Róbelo,  Nomhres  geográficos  mexico- 
nos  del  Distrito  Federal). 


NOTA.— Este  artículo  fue  escrito  hace  varios  afíos,  sin  otro  finque  el  de  ha- 
cer obra  de  divulgación  histórica.  El  autor  no  está  de  acuerdo  ya  con  la  con- 
clusión a  que  llega,  pues  reconoce  que  la  Conquista  trajo  costumbres,  religión 
y  lengua  superiores  a  las  que  aquí  había,  y  que  si  ese  magno  acontecimiento 
no  sobreviene,  no  existirían  las  razas  criolla  y  mestiza,  a  la  primera  de  las  cuales 
pertenece,  ni  se  consideraría  orgulloso  de  poder  hablar  y  escribir  el  más  bello 
de  los  idiomas. 

L.  C.  L. 


CARÁTULAS 
JOSÉ  VASCONCELOS 

Su  alma  sintió  las  alas  muy  temprano.  No  pudieron  mutilár- 
selas las  tijeras  intelectualistas,  ni  los  aceros  de  las  máquinas  de 
esta  muriente  civilización  sin  ideal.  Encendido  en  la  divina  lumbre 
ha  hallado  su  objeto  supremo:  "arder  luminosamente". 

¡A  costa  de  cuántas  zozobras  y  de  cuántos  dolores!  Poseyé- 
ronle todas  las  furias,  los  demonios  le  tuvieron  asido;  lo  arrastró 
la  corriente  de  lo  externo  y  las  penas  le  infiltraron  su  ponzoña: 
¡  todas  las  fiebres  del  sufrimiento  actual !  Él,  marcado  ah  initio  por 
la  gracia,  creyó  perderla  y  dudó  de  si  eran  ''firmes  sus  motivos 
ideales,  si  realmente  eran  sinceros  sus  nuevos  misticismos". 

En  la  vasta  y  poderosa  sinfonía  de  su  desarrollo,  tuvo  su  lu- 
gar el  scherzo,  anárquico,  con  su  implacable  crítica,  con  su  escep- 
ticismo disolvente.  Era  necesario  "para  la  selección  de  esa  cosa  tur- 
bia que  era  su  conciencia",  como  toda  conciencia.  El  detalle  ahogó, 
momentáneamente,  el  vibrar  del' ritmo  supremo. 

El  joven  Meister  salía  al  mundo  a  medir  con  su  alma  el  dolor 
y  el  engaño  que  hay  en  él,  para  adquirir,  más  tarde,  la  serenidad, 
augusto  don  final. 

Pero  como  en  él  persistía  la  inquietud,  como  era  de  esa  varie- 
dad psíquica  que  él  define  como  irresistiblemente  inclinada  a  la 
síntesis,  variedad  que  puede  confundirse  con  la  de  los  "depen- 
dientes" de  William  James,  nunca  dejó  de  mano  el  problema  de 
los  últimos  fines;  el  misterio  lo  atrajo  en  todas  sus  formas,  y  así, 
niño,  gastó  estérilmente  largas  horas  imponiendo  las  manos  so- 
bre trípodes  que  no  respondían,  visitando  casas  de  duendes,  que 
se  negaban  a  asustarlo,  e  invocando  espíritus  que  jamás  se  mani- 
festaron. 


CARÁTULAS  157 

Hombre  ya,  cuando  su  mente  puso  a  la  vida  la  interrogación 
ansiosa  que  toda  mente  noble  le  hace;  cuando  desencantado  por  el 
oficial  materialismo  sintió  algo  en  su  interior  que  no  se  saciaba, 
ciñó  sus  riñones  con  el  cíngulo  de  la  privación,  y  con  el  ritual  báculo 
en  la  mano,  partió  rumbo  a  todos  los  pensamientos,  navegó  por 
todas  las  filosofías.  Fausto  buscaba  a  las  madres. 

Claro  es  que  ya  llevaba  en  su  hato  un  sistema ;  el  que  le  impri- 
miera prístinamente  su  educación  católica  romana;  pero  esta  edu- 
cación que  basta  a  habituarnos  a  mirar  más  arriba  de  esta  tierra,  es 
ineficaz  en  nuestro  primer  despertar  intelectual,  cuando,  orgullosos 
de  nuestro  cerebro,  lo  queremos  razonar  todo.  Más  tarde,  cuando 
desengañados  de  los  otros  sistemas,  sutilizada  nuestra  conciencia 
por  ellos,  también,  nos  encontramos  nuevamente,  en  el  desarrollo 
cronológico  de  nuestros  estudios,  con  aquella  religión,  volvemos  a 
ella  en  su  expresión  de  cristianismo  puro  e  insustituible. 
K  Mas  antes  hay  que  hacer  el  periplo.  Vasconcelos  entróse  por 
ios  mármoles  de  Grecia.  En  sus  plazas  y  en  sus  jardines  conoció 
a  sus  filósofos,  a  quienes  suplicó  que  le  resolvieran  el  enigma.  La 
escuela  de  Mileto  le  enseñó  que  todo  es  devenir;  Heráclito  le  dio 
su  pesimismo  fundamental,  sin  el  cual  no  hay  salvación  para  el 
alma.  Ante  Pitágoras  y  Platón  se  arrodilló  deslumhrado,  como 
Moisés  ante  la  zarza  ardiente.  Su  misticismo  original  se  descubrió 
a  sí  mismo,  y  en  adelante  sólo  trató  de  acendrarse.  En  Plotino 
supo  lo  que  es  el  éxtasis,  ese  estado  en  que  el  alma  conoce  al  Crea- 
dor, de  un  modo  inefable. 

Y  entonces,  tal  vez,  percibió  como  un  ritmo  vaguísimo  la  voz 
taumaturga  de  los  Evangelios.  El  conocimiento  por  el  amor,  de 
Jesús,  su  doctrina  de  consolación  y  de  pureza,  su  gran  impulso  de 
redimir  a  todas  las  almas,  sacándolas  de  los  empeños  materiales 
y  señalándoles  un  reino  de  Dios  supra-terrestre,  elementos  gran- 
diosos de  religión,  se  le  aparecieron  nuevamente,  ya  mondos  de 
los  ropajes  del  catolicismo. 

Luego,  los  filósofos  alemanes  acabaron  de  arruinar  en  él  la 
idea  de  que  todo  debe  pasar  por  la  razón.  El  impulso,  el  deseo,  la 
energía  son  la  base  del  universo.  Kant  fijó  en  su  mente  que  toda 
metafísica  es  intuitiva.  Con  Schopenhauer  recibió  su  espíritu  el 
sacramento  de  la  confirmación  en  el  pesimismo,  y  Nietzsche  lo  hizo 
comulgar  con  la  tragedia  del  mundo.  En  Francia,  Bergson  le  ha 
mostrado  cómo  deben  cerrarse  los  ojos,  abriendo  el  alma  al  rumor 
invisible. 


158  '  MÉXICO      MODERNO 

Ya  es  un  místico  acabado;  ya  se  siente  él  mismo  esa  super- 
conciencia,  que  se  alza  a  lo  trascendente  y  aprehende  sus  revela- 
ciones. Irá  a  escuchar  el  mensaje  de  todos  los  que  fueron  antenas 
hundidas  en  el  infinito:  Kempis,  Francisco  de  Asís,  Juan  de  la 
Cruz,  Santa  Teresa,  Fr.  Luis  de  León,  Ruysbroeck 

Pero  quedaba  aún  medio  mundo  inexplorado:  el  oriental,  y 
parte  a  la  selva  indostánica,  a  las  ciudades  sagradas  como  Hena- 
res, para  conversar  con  brahamanes,  fakires  y  yoguis,  trayendo 
de  allí  un  rico  bagaje  y  el  firme  propósito  de  hacer, — como  San 
Pablo  hiciera  la  síntesis  de  la  idea  griega  y  de  la  cristiana, — la  sín- 
tesis del  pensamiento  indostánico  y  del  cristiano. 

Su  tendencia  a  lo  absoluto,  al  monismo,  había  de  encontrarse 
holgada  en  la  filosofía  vedántica  que  proclama  y  enseña  el  *Tat 
twam  ansí",  "tú  eres  esto".  Identidad  de  las  cosas  con  nuestra  con- 
ciencia. 

Maya,  la  ilusión,  nos  cubre  e  impide  el  verdadero  ser  y  hay 
que  rasgarla,  para  lo  cual  se  necesita  el  vigor  y  la  entereza  que  da 
el  pesimismo. 

La  salvación  sólo  se  consigue  por  los  que  tratan  de  purificar- 
se, no  viendo  más  la  eterna  danza  que  "pakriti",  la  materia,  teje 
ante  la  atónita  **purusha",  el  alma.  El  renunciamiento  y  amor  son 
los  consejos  de  Buda,  para  lograrlo. 

Pero  a  Vasconcelos  no  le  satisface  la  salvación  individual,  la 
de  unos  cuantos  Budas,  e  imagina  y  sostiene  que  Jesús  es  el  Buda 
Maitreya,  el  Buda  Misericordioso,  que  concibe  y  procura  la  salva- 
ción de  todos  los  hombres,  por  la  exaltación,  por  la  gracia. 

¡Fecunda  idea  ésta  que  permite  al  cristianismo  penetrar  en 
las  conciencias  vedantas,  y  a  aquél  renovarse  en  las  concepciones 
hindúes ! 

Imagino  al  ser  de  Jesús,  ya  liberado  del  Karma  y  en  el  seno 
de  Brahma,  el  Padre,  desprendiéndose,  por  amor  a  las  otras  al- 
mas, de  la  beatitud,  y  encarnando  de  nuevo,  para  ser  guía  y  luz. 

El  misterio  de  la  encarnación  se  me  hace  patente,  y  creo  con 
firmeza  que,  periódicamente,  ha  de  verificarse  esta  **kalpa"  in- 
versa, en  que  una  partícula  bienaventurada  de  Brahma,  baje  a  la 
carne,  para  bien  de  los  hombres. 

Los  sabios  de  los  Upanishads  enseñan  que  la  materia  es  de 
una  misma  sustancia  que  la  idea;  la  ciencia  moderna  concibe  al 
átomo  como  un  centro  de  movimiento,  en  el  que  se  agitan  fantás- 
ticamente los  electrones,  que  no  son  nada  material,  sino  una  simple 


CARÁTULAS  159 

potencialidad  dinámica,  es  decir,  algo  inmaterial  y  que  se  confun- 
de con  la  naturaleza  de  la  idea.  Así  se  realiza  el  monismo  univer- 
sal, un  monismo  energético  que  se  hace  estético,  según  la  intuición 
de  Vasconcelos. 

El  materialismo  había  reducido  todo  a  mecanismo,  a  materia; 
el  pensamiento  mismo  era  una  secreción  del  cerebro.  Por  reacción, 
por  nobleza  de  espíritu,  Vasconcelos  dice,  con  otros  filósofos,  que 
la  materia  no  es,  que  lo  único  existente  es,  no  la  idea,  sino  el  espí- 
ritu, caracterizado  por  el  ritmo. 

Descubre  en  el  mundo  dos  clases  de  fuerza:  una,  la  que  mueve 
al  mundo  externo  y  donde  impera  la  causación,  y  la  llama  dina- 
mismo newtoniano;  otra,  la  libre,  que  se  origina  de  la  voluntad,  y 
la  llama  ritmo  pitagórico,  interpretando  el  "número"  que  predicara 
Pitágoras,  no  en  el  sentido  matemático,  sino  en  el  de  ímpetu,  de 
vibración.  "La  energía  estética, — dice — ,  que  llamó  pitagórica,  en 
oposición  al  dinamismo  newtoniano,  nace  en  la  conciencia,  y  lejos 
de  abandonarse  a  la  sucesión  de  los  fenómenos,  los  arrebata  en 
impulso  de  ritmo  nuevo,  los  asimila  a  la  inquietud  de  la  voluntad 
y  al  afán  de  la  belleza".  Así,  influye  sobre  lo  externo  como  el  dia- 
pasón vibrante  sobre  los  cuerpos  que  lo  rodean. 

El  pathos  estético  verifica,  pues,  la  síntesis,  de  lo  uno  en  lo 
múltiple. 

Quien  llega  hasta  aquí  ha  alcanzado  la  cima  del  conocimien- 
to humano.  Tal  es  el  fondo  del  hombre. 

Con  esta  sed  de  absoluto,  con  esta  seguridad  de  poder  cambiar 
por  un  impulso  exaltado  de  amor  y  de  belleza,  todo  el  ambiente, 
es  claro  que  no  transigirá  con  lo  relativo  y  fragmentario,  con  la  mal- 
dad y  la  fealdad. 

En  filosofía  condena  al  ensayo  por  detallista  y  por  personal; 
quien  no  tiene  asco  del  yo,  no  pasará  de  los  linderos  de  lo  mediocre. 
Hay  que  crear  un  género  nuevo,  contrapuesto  al  tratado,  que  sea 
como  la  sinfonía  es  a  la  sonata.  Su  originalidad  se  muestra  también 
estableciendo  una  nueva  prueba  de  la  inmortalidad  del  alma;  in- 
tentando renovar  la  mística,  expresándola  por  imágenes  auditivas 
en  vez  de  visuales. 

Como  es  un  devoto  de  la  vida,  odia  a  lo  superficial ;  auna  el  Mal 
con  la  Ironía  y  nos  dice  su  incompatibilidad  con  la  elegante  sonrisa 
de  Anatole  France  y  con  la  razonadora  acritud  de  Bernard  Shaw. 

También  como  corolarios  de  la  supremacía  del  "pathos",  pro- 
fetiza la  misión  creadora  que  tienen  que  cumplir  los  pueblos  de  Amé- 


,6o  MÉXICO      MODERNO 

rica,  puesto  que  son  mezcla  de  carne  morena,  quemada  por  sd,  y 
de  carne  rubia,  y  ya  que  sienta  la  tesis  atrevida  y  seductora  de  que 
sólo  esta  combinación  es  fecunda,  y  que  las  razas  del  norte  son 
capaces  de  construir  únicamente  civilizaciones  industriales,  que  re- 
ducen a  la  esclavitud  al  noventa  por  ciento  de  los  individuos  de  una 
sociedad. 

Y  bajando  a  este  terreno,  yo  creo  que  es  bajar,  de  la  cons- 
titución actual  de  la  humanidad,  se  siente  apóstol  y  quiere  llevar 
la  buena  nueva  a  las  almas,  si  es  menester  forzando  la  verdad  y  la 
felicidad  dentro  de  ellas.  Irascimini  et  nollite  pecare 

¿Quién  no  tiene  presente  su  figura  cuando  se  enfrenta  con  un 
auditorio,  que  es  enfrentarse  con  un  montón  de  prejuicios?  ¡Cómo 
los  ataca !  ¡  Cómo  los  provoca !  Sin  tregua  y  sin  piedad. 

Con  el  cuerpo  un  poco  encorvado,  con  una  voz  medio  quebra- 
da y  falta  de  timbre,  con  ademán  más  bien  zurdo,  concítase  las 
iras  de  la  burguesía  económica  e  intelectual,  que  es  su  bestia  ne- 
gra. 

Y  parecerá  a  quien  no  haya  sondeado  su  conciencia,  que  no  hay 
en  ella  la  inmensa  dosis  de  bondad  que  encierra,  porque  no  la  denota 
su  cara  impávida  de  mentón  un  poco  sumido,  de  bigotillo  lacio  de 
mestizo,  y  de  mirada  fría.  Su  método  es  atraer  por  contrariedad  y 
no  por  simpatía. 

Y  no  estaría  completa  la  semblanza  si  no  se  pintara  su  acti- 
vidad de  revolucionario.  Cabe,  desde  luego,  pensar  cómo  alma  que 
da  tan  poco  precio  a  esta  existencia  se  emplea  tan  insistentemente 
en  mejorarla. 

¿Por  qué  quien  elogia  a  las  religiones  hindúes,  por  no  haber 
derramado  una  sola  gota  de  sangre,  en  guerra  unas  con  otras,  no 
retrocede  ante  el  estrago  de  las  revoluciones  hechas,  no  para  lo- 
grar la  implantación  de  un  ideal  moral  o  religioso,  que  es  lo  más, 
sino  de  un  ideal  económico  o  jurídico,  que  es  lo  menos? 

El  místico  es  el  ser  más  activo,  es  cierto,  pues  ebrio  de  certi- 
dumbre, nunca  vacila  respecto  a  su  vía,  respecto  a  su  conducta. 
¿Pero  el  mal  puede  ser  medio?  Arjuna  dijo  a  Krishna  antes  de  la  ba- 
talla: "Preferiré  mendigar  mi  pan  por  el  mundo  antes  que  ser  ase- 
sino de  estas  gentes ..."  Krishna  lo  alentó  al  combate  alegando  la 
futilidad  de  la  vida  y  de  la  muerte,  y  la  salvación  por  medio  de  la 
acción.  Sí,  la  salvación  propia;  pero,  ¿los  demás  se  salvan? 

En  buena  hora  creer  que  la  sociedad  actual  es  defectuosa  e  in- 
justa. Si,  hay  que  condenar  "la  invención  de  la  máquina,  la  codicia 


CARÁTULAS  i6i 

colectiva,  el  exceso  de  la  alimentación,  la  filosofía  empírica  y  la 
moral  utilitaria";  hay  que  esperar  que  se  desvanezca  el  régimen 
capitalista  y  que  se  encumbre  una  aristocracia  del  espíritu,  por- 
que esa  es  una  tendencia  innata  en  la  sociedad,  no  una  aristocracia 
meramente  intelectual,  como  en  el  fantaseo  de  Renán,  sino  una 
aristocracia  plena  del  espíritu  del  bien  y  de  la  belleza. 

Pero  tal  vez  no  estamos  autorizados  a  demoler,  sino  a  trans- 
formar. El  Buda  Misericordioso  dijo  que  en  cualquier  estado  pue- 
de conocerse  la  verdad  y  servir  a  Dios,  y  los  esclavos  en  las  er- 
gástulas  lo  confesaron.  El  justo,  únicamente  vive  por  la  fe:  "lus- 
tus  autem  ex  fide  vivit",  dijo  el  apóstol. 

Vasconcelos  quizá  es  víctima  de  su  inquietud,  y  él,  que  lanza 
anatemas  a  todo  optimismo  de  la  tierra,  piensa,  a  ratos,  que  la 
tierra  puede  ser  asiento  de  felicidad.  ¿No  le  sucede  eso  en  los  mo- 
mentos de  que  él  nos  habla,  analizándose,  en  que  siente  la  "inca- 
pacidad de  persistir  en  los  estados  de  entusiasmo  y  de  fe?  ¿En 
esos  ratos  de  acedía  que  tan  bien  describe  Teresa  de  Jesús? 

Cualquiera  civilización  permitirá  al  individuo  llevar  una  vida 
espiritual,  intensa  y  amplia,  porque — él  mismo  proporciona  este  ar- 
gumento— si  su  ritmo  pitagórico  es  fuerte,  arrastrará  a  las  cosas,, 
sin  necesidad  de  materializarse.  Este  es  el  milagro  musical. 

Esa  su  actividad  externa  hace  pensar — furtivamente,  fugaz- 
mente— si  será  uno  de  esos  seres  que  apunta  Rolland,  que  por  des- 
encanto interior,  por  despego  a  la  vida,  se  atribuye  un  papel  so- 
cial, que  desempeñan  con  todo  entusiasmo.  ¡Es  el  único  recurso 
que  les  queda  para  sentirse  vivir ! 

El  problema  es  para  mí  irresoluble;  tal  vez  no  existe  el  pro- 
blema,  sino  sólo  mi  incomprensión. 

De  todos  modos,  estemos  seguros  de  que  encontrará  al  fin  la 
serenidad  y  la  luz,  porque  hay  en  su  alma  la  chispa  de  la  caridad. 
Kempis,  en  el  extremo  de  la  unión  con  Dios  oraba :  "Mas  porque  soy 
aun  flaco  en  el  amor  e  imperfecto  en  la  virtud,  por  eso  tengo  nece- 
sidad de  ser  fortalecido  y  consolado  por  tí.  Por  eso  visítame,  Señor, 
más  veces,  e  instruyeme  con  santas  doctrinas". 

GENARO  FERNANDEZ  MAC-GREGOR. 


Méx.  Mod.-3 


LA  COMMEDIA  DELL  ARTE 
I 

DE    LAS  MÁSCARAS 

Pantalón 

Narciso 

Petronilo 

Escaramucha 

Mezetino 

Arlequín 

Escapin 

Polichinela 

"Doctor 

Capitán 

Leandro 

Horacio 

Cintio 

Nifaldín 

Lelio 

Francatripa 

Pierrot 

Comisario 

Colombina 

Isabel 

Lelia 

Brighela 

Tartaglia 

Cornelina 

Fracisquina 

Beltrana 

Flamina 

Gioppino 

Giargulo. 


LA  COMMEDIA  DELL  ARTE  ,ej 

II 
DE   LO   QUE    SIGNIFICAN 

Pantalón,  avariento  comerciante 
Doctor,  filosófico  curandero 
Capitán,  espadachín  fanfarrón 
Polichinela,  lírico  gracioso  (1) 
Mezetino,  jovenzuelo  intrigante 
Pierrot,  mozo  de  molinero  y  romántico 
Casandro,  viejo  burgués 
Leandro,  gran  señor 
Francatripa,  glotón  de  macarrones 
Isabel,  suntuosa  dama  de  calidad 
Colombina,  pispireta  mozuela  de  barrio. 


(1)  El  barbero.  Fígaro  de  España,  rufián,  dicharachero,  malicioso  y  cínico 
ideado  o  mejor  explotado  por  Beaumarchais,  es  indiscutible  que  constituye  un 
tipo  parecido  al  Polichinela  italiano  y  es  además  uno  de  los  personajes  de 
la  farsa  popular  española  más  bien  delineados;  pero  cuya  acción  no  perduró 
por  la  misma  volubilidad,  grandilocuencia,  de  la  literatura  española  de  ia 
época. 


i64  MÉXICO      MODERNO 

111 
DE   DONDE    SON   (l) 

Arlequín,  de  Bergamo 
Giargulo,  del  Piamonte 
Narciso,  de  Bolonia 
Petronilo,  de  Bergamo 
Beltrana,  de  Milán 
Escaramucha,  de  Ñapóles 
Mezetino,  de  Roma 
Doctor,  de  Bolonia 
Polichinela,  de  Roma 


(1)  No  sólo  eran  de  determinado  higar  por  obra  de  la  casualidad,  sino  que 
constituían  verdaderos  tipos  críticos  de  las  figuras  populares  sobresalientes 
de  cada  lugar.  Como  en  la  farsa  inglesa  se  hace  caricatura  del  tipo  religioso 
católico  de  Irlanda  y  se  Ite  pinta  con  los  más  exagerados  colores ;  en  Francia  se 
ridiculiza  al  patín,  al  no  parisino,  y  se  determina  su  aspecto  marsellés,  etc.;  y 
en  España  se  clasifican  los  andaluces,  los  catalanes,  los  gallegos,  etc.  De  i¿ual 
modo  se  formulaban  en  Italia  los  dichos  personajes  explotados  en  su  teatro. 


LA  COMMEDIA  DELL  ARTE  165 

IV 

sus    INVENTORES    (l) 

Arlequín,  inventado  por  el  célebre  actor  Parigi  durante  su  estancia 

en  Francia  en  la  época  de  Enrique  III. 
Escaramucha,  inventado  por  el  actor  Tiberio  Fiorelli,  en  Francia 

(nacido  en  1618  y  muerto  en  1696). 
Mezetino,  inventado  por  el  actor  italiano  residente  en  Venecia  y 

llamado  igualmente  Mezetino  (1654  a  1729). 
Polichinela,  inventado  por  el  actor  Silvio  Fiorillo. 


(1)  Los  nombres  de  los  personajes  provenían  unas  veces  del  nombre  de  los 
actores,  y  otras  veces  el  nombre  de  éstos  se  derivaba  del  de  aquéllos. 

"Ce  n'est  pas  tout:  le  sobriquet  tendait  toujours  il  devenir  la  désignation 
typique  du  role  et  du  personnage  oü  avait  excellé  celui  qui  l'avait  porté  d'abord; 
ou  bien  il  pouvait  ^tre  tiré  directement  du  nom  de  ce  roleet  de  ce  personnage; 
dans  Fun  et  l'autre  cas  il  se  transmettait  avec  le  role  lui-meme;  et  rien  ne 
distingue  plus  l'acteur  qui  c'est  ainsi  que:  Bontemps  au  Roger  Boutemps — 
Gualtier  Gorguille  (nommé  bien  avant  le  temps  du  célebre  farceur  qui  vécut 
sous  Louis  XIÍI,  dans  la  farce  ^'Colin  fils  de  Thenot".  La  meme  chose  exacta- 
nient  s'est  passé  pour  Arlequín  au  siécle  suivant  on  a  fait  cent  pieces,  oft 
Arlequin  paraít,  et  il  y  a  eu  plusieurs  comédiens  différents  connus  sous  le 
iiom  d'A.rleauin". 


i66  MÉXICO       MODERNO 


DE   LOS    ACTORES   FUNAMBULESCOS 

Neuber 

Felicia  Mallet 

Hilas 

Catalina  Biancolelli 

Maillard 

Dominico 

Gelosi 

Flaminio  Scala 

Cocodrillo 

Fedoli 

Fiorelli 

Golinetti 

Sacchi 

Guyou 

Locatelli 

Dominique 

Shavardi 

Thomassini 

Cario  Bertinazzi 

Paul  Frank 

Gotscheel 

Roscio 

Gros  Guillaume 

Turlupin 

Tabarin 

Luigi 

Gaspar  Debureau   (1) 

Rouff 

Legrand 

Federico  Lemaitre 


(1)   Su  hijo  de  igual  nomíbre  también  fué  célebre   actor  funambulesco  y 
recorrió,  como  su  padre,  toda  la  Europa  latina- 


LA  COMMEDIA  DtLL  ARTE  167 

Charles. 

Herblay. 

Trimoville 

Barbarini. 

Thales   (2) 

Pilades 

BathiHo 


(2)  Los  tres  últimos  actores,  aunque  de  la  época  romana,  no  he  querido  su- 
primirlos, porque  constituyeron  la  representación  más  graciosa  de  la  primitiva 
farsa,  en  la  que  el  valor  mímico  era  factor  importantísimo  y,  además,  sus  ca- 
racteres burdos,  groseros,  se  acercan  mucho  al  original  tipo  del  Arlequín  de 
que  se  hahla  en  próximo  capítulo. 


i68  MÉXICO      MODERNO 

VI 

DE   SUS   DIVERSOS   NOMBRES 

Capitán,  Aspromonte,  Tiribiribombo,  Leontrone,  Arcitonante,  Es- 
cabombardon  de  la  Papirotonda,  Basilisco,  Fracassa,  Ro- 
domante,  Spezzaferro,  Spezzamonti,  Bellerofante,  Marte- 
lione.  Rinoceronte  (1). 

Arlequín,  en  la  Roma  Alitigua,  Maco ;  en  la  llamada  comedia  de  los 
atallanes  durante  las  postrimerías  de  la  dominación  roma- 
na en  Italia,  Buceo;  en  las  diversas  repúblicas  italianas, 
Sannio,  luego  como  derivación  o  contracción,  Sanni.  (2). 


(1)  En  España,  Matamoros;  en  Francia,  Fanfarrón. 

(2)  En  Alemania,  Hans  Wurst;  en  Francia,  Juan  Potage,  especie  de  bufón; 
en  Inglaterra,  Jack  Pudding;  en  Holanda,  Pickelherringue. 


LA  COMMEDIA  DELL  ARTE 


169 


VII 


DE  LOS  ANIMALES  QUE  LES  ACOMPAÑAN  (l) 

Perros 

Loros 

Pá  jaros - 

Gatos 

Osos  amaestrados 

Palomas 


(1)  En  las  estampas  de  la  época  se  ven  tales  animaJ^es,  y  en  las  diversas  far- 
sas se  cita  y  se  habla  a  cada  momento  de  ellos. 


170  MÉXICO      MODERNO 

yiii 

DE    SUS    RELACIONES   FAMILIARES    (l) 

Isabel,  esposa  de 

Pantalón,  amigo  del 

Doctor,  amo  de 

Arlequín,  enamorado  de 

Colombina,  doncella  de  Isabel  y  novia  de 

Pierrot,  mozo  de 

Leandro. 

o  bien 

Colombina,  hija  de  v 

Casandro,  o  de 

Pantalón,  y  amante  de 

Arlequín,  y 

Pierrot  y 

Leandro. 


(1)  Las  relaciones  familiares  fueron  improvisadas  por  los  literatos  italia- 
nos como  Goldoni,  Cerlone  y  Goldoni,  así,  pues,  no  tiene  más  significación 
que  el  buen  gusto  de  estos  escritores,  y  de  ninguna  manera  obedece  a  razones 
reales,  como  pretenden  algunos  historiadores  modernos. 


LA  COMMEDIA  DELL  ARTE  171 

IX 

DE    LA   TRAMOYA 

En  los  contratos  que  celebraban  los  cómicos  o  farsantes  con  los  em- 
presarios, se  expresaba  por  lo  general  lo  siguiente,  que  es  real- 
mente curioso  (1). 

El  actor  está  obligado : 

1.",  a  vestirse  en  la  cocina  del  teatro. 

2.°,  a  representar  de  esbirros,  ladrones,  reyes,  etc. 

3.°,  a  vestirse  conforme  a  las  ordenanzas  de  los  autores  o  escenarios 
que  se  eligieran. 

4.^,  a  llevar  consigo  mandolinas,  pelucas,  perros,  abrigos,  panderetas. 

5.°,  a  empujar  el  carro,  cuando  las  muías  o  caballos  se  cansen  de  ti- 
rar de  él. 

6.°,  a  no  cobrar  nada  anticipado. 

7.'',  a  conformarse  con  la  quiebra  o  bancarrota  (2)  de  la  farándula, 
cuando  ésta  no  tuviere  trabajo. 

S.%  a  encender  lumbre  en  los  altos  que  se  hicieran  estando  de  viaje. 

9.",  a  danzar  o  gritar  cuando  llegue  el  caso,  a  fin  de  atraer  al  público. 


(1)  Extracto  de  un  contrato  del  célebre  empresario  Rlch. 

(2)  Más  bien  bancarrota,  por  ser  palabra  netamente  italiana,  de  banca-rota, 
porque  los  fiscales  rompían  los  bancos  de  los  comerciantes  que  habían  sido  de- 
clarados fallidos. 


172  MÉXICO      MODERNO 


DE   LOS   PRÍNCIPEto,    MAGNATES   Y   REYES  QUE   LOS  PROTEGIERON 

Enrique  III  de  Francia 

Catalina,  Pedro  y  Lorenzo  de  Médicis 

Luis  XIV 

Luis  XIII 

Femando  el  Católico 

Francisco  I 


LA   COMMÉDIA  DELL  ARTE  173 

XI 

DE   LAS   FARSAS   FUNAMBULESCAS 

Arlequinada,  especie  de  pantomima,  introducida  en  la  Comedia  del 
arte  en  Italia,  hacia  el  año  1602. 

Commedia  dell  Arte,  llamóse  así  a  ciertas  comedias  ingenuas,  flori- 
das, a  veces  licenciosas  (causa  de  su  decadencia  en 
Italia  y  de  las  censuras  continuas  de  los  críticos  y  aun 
del  gran  Goldoni,  que  la  cultivó  con  fervor),  que  se 
extendieron  por  toda  la  Europa  civilizada,  sobre  todo 
por  el  Norte,  (Alemania,  Bohemia,  Francia,  Flandes). 
Diferenciábase  de  la  comedia  italiana  denominada  "eru- 
dita": 1.%  en  que  era  generalmente  improvisada,  ate- 
niéndose los  actores  a  pequeños  escenarios  o  argumen- 
tos, quedando  al  ingenio  de  los  que  representaban  el 
adorno  de  la  obra;  y  2.",  en  que  se  representaba  en 
calles  y  plazas,  mientras  la  "erudita"  subía  a  palacios 
y  castillos. 

Pantomima,  de  origen  latino,  alcanzó  gran  renombre  en  el  siglo  XVII, 
distinguiéndose  tres  escuelas :  la  italiana,  la  inglesa  y 
la  francesa  (1). 

AtaM'anes,  farsas  de  la  Roma  antigua  (de  Átala,  ciudad  romana). 

Istrionada,  farsa  romana  de  origen  etrusco  (de  ister,  en  etrusco, 
cómico,  farsante). 


(1)  Esta  clasificación  se  debe  al  cómico  Severin- 


174  '  MÉXICO      MODERNO 

XII 

DE   SUS   TRAJES 

Capitán,  gran  casaca  bordada — sombrero  de  alas  anchas  adornado 
con  plumas  de  gallo — espuelas — botones  dorados — bo- 
tas de  montar — bigotes  erizados — espada  "larga  como 
una  lanza" — pelos  del  pecho  que  al  erizarse  agujerean 
su  camisa  almidonada  (1). 

Pierrot,  sombrero  negro  llamado  de  Colin — blusa  blanca  con  botones 
negros  y  en  las  mangas — zapatillas  negras — pantalón 
flotante — cara  enharinada. 

Arlequín,  pantalón  verde,  rojo,  amarillo,  azul  a  cuadros — zapatos  ne- 
gros— medias  hasta  la  rodilla,  blancas — máscara  o  an- 
tifaz negro  (a  veces  barba  negra  recortada)  blusa 
blanca,  cinturón  de  cuero  negro — espada  de  madera  su- 
jeta por  el  cinturón. 

En  Francia  no  lleva  máscara  ni  barba,  se  hace  más 
gentil. 

El  traje  a  cuadros  le  cubre  todo  el  cuerpo  hasta  las 
piernas. 

En  la  Comedia  de  los  Atallanes,  llevaba  en  la  cabeza 
un  pico  de  pájaro  y  un  vestido  rústico  aldeano  de  la 
época.  En  las  farsas  etruscas,  llamiadas  istrionadas, 
llevaba  una  gran  nariz  y  muy  grandes  bigotes. 
En  Grecia  era  un  bufón  grotesco  y  vestía  piel  de  ñera 
(león,  tigre),  estrechamente  colocada  sobre  el  cuerpo. 
Llevaba  en  la  mano  una  varilla,  y  en  la  cara  una  más- 
cara de  color  pardo,  en  la  cabeza  sombrero  negro  o 
blanco.  Era  un  rústico  campesino  ateniense. 
Cuando  en  la  Roma  pagana  se  llamaba  Sannio,  vestía 
un  traje  a  cuadros,  llevaba  la  cabeza  rasurada  y  la  ca- 
ra pintada. 

En  Herculano  y  Pompeya  se  encontraron  frisos  que 
confirman  esta  descripción  que  desvirtúa  la  leyenda 
del'  siglo  XVI  italiana,  que  atribuye  la  invención  de 
Arlequín  a  un  muchacho  escolar  disfrazado  en  día  de 
carnaval,  con  un  traje  hecho  de  retazos  de  lienzo  que 
le  habían  regalado  sus  camaradas. 


(1)  La  caracterfstica  de  eslte  personaje  es  que  siempre  aparece  extranjero 
en  los  lugares  que  visita. 


LA   COMMEDIA  DELL  ARTE  175 


XIII 


DE    SU   INMORALIDAD 

A  los  farsantes  italianos  de  los  siglos  XVI  y  XVII,  les  negaba  la 
Autoridad  eclesiástica  todo  auxilio  espiritual,  en  virtud  de  que  eran 
considerados  los  faranduleros  como  gente  innoble  y  grosera. 

Y  esto  fue  causa  para  que  fueran  despreciados  por  la  aristocracia 
de  la  época  en  Italia,  no  así  en  Francia,  en  donde  fueron  muy  calu- 
rosamente recibidos  (1). 


che  .danno   d'últiima  mano   proprio   allora   alie   máschera   del   Pantalone,   del 

Pulicinella  e  dell  Arlecchino ...  .  , 

. .  .la  nobilitá  castigiana  e  principesca  i  Re,  i  Papi,  stessi  erigiano  nei  loro 
palagi  o  nelle  loro  capitali  sontuoso  teatrl; 


176 


MÉXICO      MODERNO 


XIV 


DE  LOS  AUTORES  DE  OBRAS  DE  LAS  COMEDIAS  DEL  ARTE 

Laberio. 

Publio  Sirio.  (1) 
Paul  Margaritte. 
^  Hapde. 

Gongibus. 

Gautier. 

Banville. 

Catulle  Mendés. 

Cerlone. 

Rich. 

Nicolini. 

Gustavo  Karl. 

Xavier  Privas. 

Pilades. 

Alberzati  Capacelli. 

Gamillo  Federici. 

Alberto  Nota. 

Florián. 

Nazarin. 

Goldoni. 

Garlo  Gozzi. 

Abate  Ghiari. 

Gorneille. 

Marechal. 

Planto. 

Scarron. 

Shakespeare. 

Wolf. 

Ben  Johnson, 


(1)  Estas  dos  autores,  aunque  romanos,  los  considero  como  italianos,  por- 
que hicieron  gran  labor  en  un  (sentido  parecido  al  que  se  realizó  posteriormen- 
te en  Italia. 


L^   COMMEDIA  DELL  ARTE  177 


XV 


/ 

DE3  LAS  OBRAS  QUE3  REPRESENTABAN 


Príncipe  de  las  Cien  Sopas,  por  Vernon  Lee. 

Farsas  de  Polichinela,  por  Francisco  Cerlone. 

Tres  naranjas,  por  Cario  Gozzi. 

Monstruo  Azul,  por  Carío  Gozzi. 

El  Pájaro  Verde,  por  Cario  Gozzi. 

La  Naissance  d'Arlequin,  por  Hapde. 

El  falso  ermitaño  o  el  Monedero  falso,  por  Gongibus. 

Danza  de  la  Muerte,  autor  desconocido. 

El  Juicio  de  Paris,  autor  desconocido. 

El  chino  de  Dufesny,  autor  desconocido. 

El  Empresario  de  Smirne,  por  Goldoni. 

Ma  Mere  TOie,  por  Catulle  Mendés. 

Tricornio  encantado,  autor  desconocido. 

La  flauta  mágica,  autor  desconocido. 

El  gendarme  encantado,  autor  desconocido. 

La  Cenicienta,  autor  desconocido  (1). 

El  esqueleto,  por  Ricardo  Bell. 

Pierrot    en  África, 'autor  desconocido. 

Pierrot  volet  de  la  mort,  por  Champleury. 

La  trantadue  disgrazia  d'Arlecchino,  por  Goldoni. 

L'Arlecchino  imperatore  del  mondo  della  luna,  por  Goldoni. 

II  figlio  d'Arlecchino  perduto  e  ritrovato,  por  Goldoni. 

Colombine-Arlequin,  por  Lesage. 

Colombine  aux  en  fars  oi  Arlequin  vainqueur  de  Pluton,  Lesage. 

Colombine  mariee  per  complaisance,  autor  desconocido. 

Zovan  zavatino,  autor  desconocido. 

Gina  e  de  Relnea,  autor  desconocido. 

La  donna  chi  se  credia  avere  un  raba  veluto,  autor  desconocido. 


(1)  Esta  obra  está  basada  en  el  célebre  cuento  de  igual  nombre  que  ha  sido 
i   tratado  por  literatos  de  diversos  países   desde  la  antigüedad  hasta  nuestros 
días, 

Méx.  Mod.~4 


178  MÉXICOMODERNO 

Nicolao  Spranga,  autor  desconocido. 

Perón  e  Cheirina,  autor  desconocido. 

Lanternero. 

Nicara  e  de  Librina. 

Del  brachio  e  del  milaneiso. 

Del  franzozo  alogiato  a  tos  leria  del  Lombardo. 

Colin  fils  de  Thenot. 

Illusion  comique,  Corneille. 

Le  veritable  Capitán  Matamore  ou  le  fanfarrón,  por  Merechal. 

Les  bondades  du  capitán  Matamore,  Scarron. 

Preziosa,  por  Wolff . 

Músico  de  Augsburgo,  de  Bauerufeld. 


LA  COMMEDIA  DÉLL  ARTE 


179 


XVI 


DE  LA  BIBLIOGRAFÍA 


Giusto  Moeser 

Guadrio 
Micoli 


F.  H.  Bothe 

Lessing 

Gryser 

Goldoni 

Barón  de  Bienfield 

A.  Adam 

Gómez  Carrillo 

Marco  Foscarini 

Eusebio  Eramite 

Girolamo  Tiraboschi 
Cario  Fontano 
A.  F.  Ozanam 

Frederick  Winkel 


Gio  Giorgio  Abrone 


Petit  de  Juleville 

E.  Picot 

Giuseppe  Guarzoni 


Harlekin   oder   Vertheidigung   des   gritesk- 

komiken  1777. 

Della  storia  e  ragione  d'ogni  poesía. 

Stpria  avanti  il  dominio  dei  Romani. 

Nuova  enciclopedia  populare  italiana  owero 

dizionario  genérale  di  scienze,  lettere,  arte, 

storia,  geografía,  ecc.  ecc.  Torino,  1856. 

Poeta  latini  scenici,  1829. 

Abhandlung  von  den  pantomimen  dei  alten 

Pantomimische  kunst  des  alterhums. 

Commedie  scelti  di  Milano,  1821. 

Enciclopedia. 

Antigüedades  romanas. 

El  teatro  de  Pierrot. 

Dellia  letteratura  veneziana  libri  otto  di  Pado- 

vo  1752  infolio. 

Osservazioni  sopra  vari  punti  d'istoria  Ifette- 

raria  ef  porte  in  alcune  lettere  1756  1  v.  8." 

Storia  della  letterature  italiana.  Milano,  1826 

Anfiteatro  Flavio.  1725  Roma. 

Documents   inedits  pour  servir  a  Thistoire 

litteraire  de  Fltalia  siglos  viii  xiii. 

Horn  Ph.  D. — History  of  the  literatura  of 

the  scandinavian.  Chicago,  1884. 

Literatura  italiana.  Madrid,  Col.  Uni. 

Commedie  e  farse  carnavales  che  nei  dialetti 

astigiano,  milanese  e  f  rancese  misti  con  latino 

bárbaro,  Milán,  1865. 

Historie  du  theatre  en  France. — Les  come- 

diens  en  France.  París,  1885. 

Gringore  et  les  comediens  italiens.  París,  1877 

II  teatre  italiano  nel  secólo  XVIII.  Milán,  1886. 


E.  ABREÜ  GÓMEZ. 


S.  M.  EL  FOX 


TENEMOS  que  aceptar  como  un  hecho  irremediable,  aunque 
vergonzoso  para  nosotros,  la  conquista  que  en  materia  mu- 
sical ha  consumado  en  nuestro  país  la  poderosa  República 
del  Norte.  La  invasión  comenzó  al  paso  continúo  a  pasos  dobles  y  ha 
terminado  al  trote ...  de  zorra,  con  la  astucia  peculiar  de  ese  ma- 
mífero carnicero. . .   (¿será  un  fatal  augurio?). 

Los  one  steps^  los  tioosteps  y  los  fox-trots  se  han  apoderado 
de  este  país  sin  más  baterías  que  la  hatería  execrable  que  es  base 
necesaria  de  tales  bailables.  Dicha  batería  es  de  invención  yanqui: 
nunca,  ni  los  más  atrasados  pobladores  de  las  selvas  africanas  ima- 
ginaron nada  más  genuinamente  salvaje.  Silbos,  aullidos,  ruidos 
inauditos  y  percusiones  extrañas  produce  esta  indispensable  com- 
pañera del  fox-trot.  Un  hombre  casi  enloquecido  trabaja  con  ma- 
nos, pies,  boca  y  cabeza  y  llena  el  ambiente  de  los  más  exóticos 
rumores.  Es  el  artista  de  la  batería. 

Y  este  galimatías  musical,  esta  cacofónica  amalgama  de  rui- 
dos y  sonidos  inarmónicos  ¡es  la  expresión  del  alma  norteameri- 
cana! Porque  ni  las  fugas  (en  el  sentido  musical  del  vocablo)  de 
la  señora  Beach,  ni  las  óperas  de  Cadman,  ni  las  sinfonías  de  Car- 
penter  pueden  considerarse  como  la  manifestación  sonora  del  sen- 
timiento yanqui;  donde  éste  vibra,  donde  se  refleja  como  en  un 
espejo  es  en  el  Fox.,  en  el  astuto  Fox^  que  en  la  forma  menos  agre- 
siva ha  realizado  la  conquista  de  México. 

En  teatros,  cines,  salones  y  cafés;  en  soirées  burguesas  y  en 
bailes  aristocráticos,  el  Fox,  con  su  cortejo  de  ruidos  salvajes  apa- 
rece como  el  dictador  de  todas  las  ñestas.  Los  valses  cadenciosos, 
las  danzas  lánguidas,  los  jarabes  vernáculos,  han  cedido  el  campo 
al  despótico  conquistador.  En  las  bodegas  de  los  almacenes  de 
música  envejecen  las  producciones  artísticas  de  Castro,  de  Villa- 


S  .     M  .     E  L    F  o  X  i8i 

nueva,  de  Elorduy,  de  Rosas,  de  Abundio  Martínez. . .  El  público, 
que  ya  las  ha  olvidado,  sólo  pide  Fox;  Fox  disfrazados  de  turcos, 
de  egipcios,  de  chinos  o  de  charros  mexicanos,  ¡pero  siempre  Fox! 
Miles  de  ejemplares  circulan  tanto  en  la  Capital  de  la  República 
como  en  las  más  lejanas  provincias.  El  foxtrotismo.  es  la  epidemia 
de  nuestros  días. 

Mientras  el  Fox  impera,  la  hatería  dirige  sus  más  certeros  dis- 
paros contra  el  buen  gusto,  contra  la  tranquilidad  de  quien  busca 
en  el  cine  o  en  el  restaurant  un  rato  de  solaz  y — lo  que  es  más  gra- 
ve aún — contra  el  porvenir  artístico  de  los  jóvenes  músicos  que  ba- 
jo su  acción  ruidosa  y»  destructora  de  toda  emotividad  y  toda  in- 
terpretación artística,  acaban  por  convertirse  en  autómatas  de  un 
arte  que  demanda,  precisamente,  de  los  que  lo  profesan  una  ex- 
quisita sensibilidad.  Agobiados  bajo  el  chaparrón  ruidoso  de  la 
hatería,  bajo  la  monotonía  exasperante  de  los  Fox^  los  jóvenes 
músicos  que  tocan  en  las  pequeñas  agrupaciones  de  los  cines  y  ca- 
fés, pierden  el  entusiasmo,  olvidan  sus  más  nobles  propósitos  y 
van  a  aumentar  el  montón  de  músicos  escépticos  esclavos  del  in- 
terés, muertos  para  toda  empresa  noble  y  generosa. 

Compuesto  de  formas  viles  y  ritmos  vulgares,  el  Fox  no  pue- 
de despertar  sino  sentimientos  desprovistos  de  nobleza  y  digni- 
dad. No  habla  a  la  inteligencia  ni  al  corazón;  se  dirige  únicamente 
a  excitar  el  deseó  del  movimiento  físico,  lo  cual,  según  Bellaigue, 
es  la  característica  de  toda  música  inferior.  Ciertos  animales  ex- 
perimentan, también,  ese  deseo  de  movimiento  físico  al  escuchar 
determinada  música  bailable. 

Es  perniciosa,  por  tanto,  la  invasión  de  México  por  S.  M.  el 
Fox.  Y  es  triste,  además,  que  nuestra  juventud  se  entregue  in- 
consciente en  los  brazos  del  conquistador,  sin  considerar  que  de- 
trás del  baile  americano  que  nos  invade,  se  dibujan,  como  una 
amenaza,  los  faldones  del  frac  de  Tío  Sam. 


MANUEL  M.  PONCE, 


ARTES     PLÁSTICAS 

SE«)CIÓN    A    CARGO    DE 

MANUEL  TOUSSAINT 


LA  EXPOSICIÓN   VAZQUEZ-DIAZ, 

en  el  Palacio  de  Bihliotecas  y  Museos  de 
Madrid 

I.  EL  IMPRESIONISMO.— Un  arte 
en  plenitud,  define  su  época.  Si  el 
arte  no  define  una  época,  carece  de 
valor  fundamental;  no  será  nunca 
"clásico",  porque  no  fué  actual  nun- 
ca. Será  un  arte  de  jamás.  Y  el  arte 
que  cumple  su  fin  ideal  y  espiritual, 
es  bueno,  siempre,  dos  veces:  en  su 
momento  y  en  nuestra  relativa  eter- 
nidad. 

El  impresionismo  ha  sido,  en  pintu- 
ra, como  el  simbolismo  en  poesía  y  en 
música,  definidor  de  la  vida  moderna 
universal;  es  decir,  que  la  vida  mo- 
derna universal  "necesitó"  definirse 
estéticamente  y  creó  su  arte  "necesa- 
rio"; quedó  definida,  en  belleza,  por 
el  arte.  El  impresionismo,  pues,  mar- 
ca definitivamente,  en  la  historia  de 
la  pintura,  una  era  artística  vital. 
Después  de  él,  no  es  posible  volver 
atrás,  porque  el  arte  necesario  es  co- 
mo la  ciencia,  y  en  él  hay  que  partir 
de  cada  conquista  nueva. — Lo  ante- 
rior, como  en  la  ciencia  también,  es 
ya  sólo  curiosidad  más  o  menos  be- 
lla, deleitable,  admirable,  pero  que  no 


sigue  añadiendo    cosa,  en  lo  técnico, 
para  filólogos. 

En  todo  el  mundo  de  civilización  oc- 
cidental, alerta,  la  pintura  moderna 
con  valor  actual,  clásico,  es  consecuen- 
cia necesaria,  como  fué  necesario  él, 
del  impresionismo. 

2.  LA  PINTURA  "MODERNA" 
ESPAÑOLA.— En  España,  hasta  es- 
tos años  más  recientes,  el  impresio- 
nismo no  había  producido  evolución 
alguna.  Nuestra  pintura — y  nuestra 
escultura — se  habían  deshermanado, 
rezagándose,  de  nuestra  literatura  y 
nuestra  música,  en  las  que,  aunque  el 
ejemplo  es  contadísimo,  nos  habíamos 
puesto  al  nivel  de  mejores  países. — 
Sólo  algún  modesto  caso  perdido — Re- 
goyos  asensual,  Iturrino  fácil,  Mir  di- 
secado y  esterior — y  sin  ascendiente. — 
El  cambio,  en  aquéllas,  había  sido 
esterno  nada  más,  una  semirrenova- 
ción,  que  no  partía  ni  de  sensibili- 
dad en  duermevela  ni  de  refrescada 
cultura  espiritual  e  ideal;  un  seudo- 
impresionismo,  una  incomprensión 
del  impresionismo,  en  suma. 

Desde  el  impresionismo,  se  han  pin- 
tado en  España,  sin  duda,  cosas  esce- 
lentes  y  hasta   cosas   majistrales,  si 


ARTES     PLÁSTICAS 


iSj 


se  quiere;  pero  que  no  responden,  digo, 
a  proceso  evolutivo,  creador;  que  na- 
da han  añadido — y  han  restado  por 
lo  tanto — en  afinamiento,  en  adelicade- 
zamiento  sensual,  a  nuestra  pintura 
fea,  "antipática",  plebeya,  oscura, 
aunque  parezca  clara,  a  veces;  que 
nada  han  escitado  hacia  la  unidad  de 
los  sentidos — hallazgo  del  impresio- 
nismo— ,  hacia  el  arte  completo. 

Nuestros  pintores,  hoy  todavía,  es- 
ceptuando  un  pequeño  grupo,  catala- 
nes en  su  mayor  parte — Sunyer,  el 
gran  sensitivo, ' sobre  todos;  Nogués, 
el  rítmico,  el  dinámico  delicioso;  no 
es  preciso  nombrar  al  espatriado  an- 
daluz Picasso — ,  son  repetidores,  tra- 
suntistas,  caricaturistas  alíricos  de  los 
"clásicos  normales";  y  su  triste 
obra  es  labor  sin  invención  ni 
trascendencia,  espresión  de  huecos,  de 
vacíos;  ni  el  ayer,  porque  ayer  ya  no 
existe  hoy  en  el  tiempo,  ni  el  hoy. 

3.  DELICADEZA.— Entre  nosotros, 
esta  mal  llamada — ¡de  antiguo,  ay! — 
fuerza,  herencia,  en  arte  y  en  litera- 
tura, del  cerril  realismo  centronacio- 
nal,  deja  granar  pocas  veces  la  fuer- 
za verdadera,  la  delicadeza,  espiga  su- 
ma de  una  cultura. 

Es  constante:  después  de  cada  co- 
nato de  renovación  hacia  lo  escojido, 
lo  esquisito,  lo  esencial — estamos  vién- 
dolo estos  años — ,  acaba  siempre  la 
mayoría  de  la  minoría  por  desertar 
hacia  el  dicho  odioso  realismo  irra- 
cional, de  lonja  y  estanco,  vileza  del 
que  llaman  grande  arte  español;  ga- 
llinero de  vuelo  corto,  alón  por  ala; 
y  el  espantapájaros — ¡y  el  tiro  negro, 
si  es  preciso! — enmedio  de  la  viña 
verde. 

— Y  cada  vez,  se  queda  solo,  como 
un  monje,  en  su  único  pie  cuadrado, 
el  "universal",  el  "verdadero"  de  ca- 
da país,  el  "delicado";  unos  poquitos, 
¡qué  poquitos!,  en  un  siglo;  el  aire 


agudo  y  puro  contra  la  doble  suela 
de  la  patria  segunda,  la  trabada,  la 
presa. — 

4.  DANIEL  VAZQUEZ-DIAZ.— El 
arte  de  Daniel  Vázquez-Díaz  es  un 
producto  conscientemente  evolutivo, 
renovacionario.  El  pintor  nervense  ha 
asumido,  desde  muy  joven — estancia 
en  París,  como  en  el  caso  de  Manuel 
de  Falla ;  la  literatura  vieja,  la  mú- 
sica menos,  la  pintura  casi  nada — , 
las  influencias  más  varias,  progre- 
sivas y  culminantes,  en  forma,  rit- 
mo y  color — Renoir,  Cézanne,  Gau- 
guin,  Bourdelle— ,  y  las  ha  discipli- 
nado d-ía  tras  día,  ofreciendo,  en  ca- 
da  nuevo    agosto,   el   fruto   nuevo. 

— Bien  dotado  para  "pintor",  pa- 
ra tenor  de  la  paleta,  pudo  perderse 
— y  estuvo  a  punto — en  ese  abierto 
montón  famoso  y  laureado  del  fácil 
nacionalismo  pictórico,  los  rearrui- 
nadores ladrilleros  de  Castilla  ran- 
cia, los  adormilados  del  castellanis- 
mo forzoso,  ¡ay,  pintores,  poetas  y 
músicos  "españoles"  del  día,  caste- 
llanos o  no!;  o  en  el  otro  montón — 
y  el  mismo — del  último  virtuosismo 
del  grano,  del  tubo,  del  ademán  de 
los  brazos  armados  de  paleta  y  pin- 
cel— ¡la  batalla  del  arte! — ;  grose- 
ros recalentadores,  aquéllos  y  éstos,  de 
la  olla  bien  podrida,  en  la  cocina  ce- 
rrada— ¡ni  un  tragaluz,  ni  chimenea 
Hiquiera! — de  la  venta  nacional. — 

Vázquez-Díaz  no  es  nativamente 
un  temperamento  delicado — rarísi- 
mos en  España-^;  pero  la  de- 
licadeza lo  ha  ido  haciendo  su- 
yo; él  es,  más  cada  día,  de  la 
delicadeza.  Ahora  llega  el  momento 
— los  treinta  y  tantos  del  hombre 
artista — de  la  madurez. — Ved  ese 
ADOLESCENTE,  cenital  sazón  de  una 
disciplina  íntegra,  ese  plateado  des- 
nudo vestido,  esa  espada,  espadaña 
humana,  esa  alma  desnuda,  luminosa 


MÉXICO    MODERNO 


como  una  aurora  de  sol  y  luna. — ^Y 
a  la  estniordinania  comprensión  amo- 
rosa de  la  forma — amor,  otra  virtud 
del  impresionismo — ,  que  le  viene  de 
antes,  a  un  profundo  sentido  rítmico 
— ese  ritmo  de  la  pintura,  que  desde 
El  Greco  parece  haberse  perdido  en 
la  española —  en  Anglada  es  ritmo  su- 
perficial— ,  Vázquez-Díaz  añade  hoy 
su  novísimo  color— MUJER,  ESTU- 
DIOS PARA  UNA  PINTURA  MU- 
RAL, DESNUDO  DE  LA  CORTINA 
AMARILLA,  LA  BARCA  VERDE, 
CABEZA  CAMPESINA,  PESCADO- 
RES VASCOS,  PUEBLO  DE  MAR, 
MADRE  CAMPESINA,  ADOLES- 
CENTE—, espléndida  libertad  de  co- 
lor; y  su  cuadro  es  espejo,  claro  co- 
mo el  agua  más  límpida,  de  la  es- 
tampa del  sentido  de  la  visión  errante 
que  ha  posado,  aquí  y  allá,  su  fe  ab- 
sorta en  la  infinita  ala  caprichosa  del 
matiz — esa  ilusoria  realidad  delicada, 
hija  tierna  del  color,  que  apenas  se 
posa  ya  se  va ;  luz  casi  sólo,  y  que  es 
deleite  máximo  del  contemplativo — ; 
añade  hoy  el  estasis  del  mirar. 

5.  EL  CLASICISMO..— "Clásicos 
y  modernos";  ¡qué  absurda,  qué  cons- 
tante distinción!  Clasicismo  es  vir- 
tud del  presente  y  del  futuro,  no  sólo 
del  pasado.  Hay  clásicos  en  el  pasado, 
pero  los  clásicos  no  son  del  pasado, 
por  ningún  concepto  temptoral;  ni 
ellos  fueron  del  pasado  en  su  día,  ni 
hoy  son  de  su  día  solamente.  Tampo- 
co eso  otro  de  "los  revolucionarios  de 
hoy  serán  los  clásicos  de  mañana". 
No;  revolucionarios,  clásicos  maña- 
na y  hoy.  No  hay  oposición. 

Es  error  inocente,  creer  que  la  ma- 
yoría de  hoy  sanciona  lo  de  la  mino- 
ría de  ayer;  decir:  "el  artista  jenial 
no  es  comprendido  en  su  tiempo."  La 
mayoría  de  hoy  llama  clásicos  a  los 
mismos  que  gustaba  la  mayoría  de 
ayer.  No  hay  duda  de  que,  para  esta 


mayoría,  Murillo,  Ribera,  Velázquez 
casi,  son  hoy  "más  clásicos"  que  El 
Greco  o  Goya;  Cervantes,  Lope,  más 
que  Góngora  o  Gracián. 

El  clasicismo,  como  la  estética,  la 
ética,  etc.,  no  es  nada  objetivo,  ni,  in- 
sisto, lo  condiciona  esencialmente  el 
tiempo.  Está  en  nosotros,  cuando  es- 
tá, como  la  sangre,  vivo,  hondo  y  ar- 
diente; en  nuestra  vida  diaria,  no  en 
libró  ni  museo;  y  si  queremos  ser 
"clásicos",  hemos  de  encontrar  en 
nosotros  mismos,  sin  consejo  ni  ayu- 
da, nuestro  propio  y  único  clasicismo. 

6.  EVA  AGGERHOLM  DE  VÁZ- 
QUEZ-DÍAZ. —  Paralelamente  a  su 
marido,  Eva  A.  de  Vázquez-Díaz  vie- 
ne trabajando  callada,  hace  años,  en 
su  obra  decorativa  y  escultórica.  Ella 
corre  toda  por  dentro;  es  la  plena  y 
rica  rama  oculta,  la  sensualidad  ideal, 
el  corazón  lleno,  la  meditación  de  la 
entraña  emotiva;  oye,  en  su  centro  se- 
creto, más   músicas   trascendentales. 

Yo  la  llamaría  "marinera  de  la  es- 
cultura", navegando  por  estas  aguas 
de  formas  rítmicas,  músicas;  que  po- 
dría parafrasear,  a  cada  ola,  en  su 
errancia,  el  verso  májico  de  Baude- 
laire:  "A  veces,  la  escultura  me  coje 
como  un  mar". 

Olas  de  piedra  humana  son  sus  es- 
culturas, peregrinación  de  solitarios 
o  fraternales  seres  contemplativos, 
hacia  un  islote  invisible,  existente, 
sin  duda,  donde  lo  cuenta  a  la  fe,  a 
la  esperanza  y  a  la  caridad  de  la  ma- 
rinera que  los  guía,  el  viento. 

— Y  sus  ensayos  pictóricos,  ausen- 
cia triste  de  esta  esposición . . . — 

Yo  creo  que  el  misticismo  panteis- 
ta  de  esta  Eva  ha  ido  contajiando  la 
pintura  de  su  Adán,  con  los  elementos 
de  su  claro  exotismo  natural  y  con  su 
muda  pasión  purificadora.  Y  el  arte 
de  los  dos  se  complementa,  como  con 
cristales    espirituales    y    materiales 


ARTES     PLÁSTICAS 


185 


combinados,  en  atmósferas  con  espe- 
jismos, siendo  cada  uno  perfectamen- 
te desierto  y  orijinal. 

y  7.  NOTAS.  1.  El  arte  ha  de  ser, 
ante  todo,  "conscientemente  sensual", 
halagador  de  los  "sentidos  intelijen- 
tes". 

2.  La  poesía  lírica,  el  baile,  la  mú- 
sica, el  ensayo  ideolójico,  tienen  bas- 
tante con  la  verdad,  porque  crean  con 
ella.  La  pintura,  la  novela,  la  escultu- 
ra, el  teatro,  no  tienen  bastante,  por- 
que sólo  copian  con  ella. 

3.  Hasta  el  impresionismo,  la  pin- 
tura universal  posterior  a  El  Greco, 
y  que  ha  podido  verlo,  es  toda  .ante- 
rior a  El  Greco.  En  el  mejor  ca- 
so— Velázquez,  por  ejemplo — ,  apren- 
de de  él,  pero  no  le  añade.  El  impre- 
sionismo aprende  de  El  Greco,  cima 
altiva,  definidora,  de  la  pintura  de 
víia  época,  y  le  añade. 

4.  La  cultura  de  la  vista,  ¡qué  fá- 
cil, qué  rápida  suele  creer  el  pintor 
que  es;  y  es  tan  infinita!  La  vista  es 
la  madre  verdadera  del  estasis. 

5.  Se  dice  en  España  "sensualidad, 


arte  sensual",  y  creen  que  es  de  casa 
de  lenocinio.  Se  dice  "pasión",  y 
creen  que  es  í?rito,  desafío,  porrazo  y 
tentetieso.  Se  dice  "sencillez",  y  creen 
que  es  suciedad,  carencia  de  respetos, 
alarde  de  plebeyismo. 

6.  El  arte  bello,  la  "belleza  bella" 
contra  el  arte  feo,  la  "belleza  fea". 

7.  Ese  otro  nos  viene  contando  que 
va  contra  el  chorizo,  la  mojama  y  el 
garbanzo  nacionales,  y  lo  que  hace  es 
chorizo  de  salón,  mojama  para  el  té 
y  garbanzo  de  convaleciente. 

8.  El  clasicismo  verdadero,  el  úni- 
co— el  jenial,  no  el  normal:  ¡ Gongo ra, 
El  Greco,  universales  solitarios,  sen- 
suales completos,  luces  de  alba  I — ,  es 
actual  siempre,  y  por  eso  no  descien- 
de nunca,  ni  aún  con  el  tiempo,  a  la 
mayoría. 

y  9. —  Pie  en  la  patria  casual  o  ele- 
jida;  corazón,  cabeza,  en  el  aire  del 
mundo.  El  verdadero  artista  nacional 
— ¡cuidado  con  el  truco! — es  el  artis- 
ta universal. 

Juan  Ramón  Jiménez. 
Madrid,  marzo  de  1921. 


EL  ARTE  MU8ICAL  EN  EL  MUNDO 

SECCIÓX    A   CARGO    DE 

MANUEL    M  .     P  O  N  C  E 


Antonio  Gómez  Anda  nos  envía  des- 
de París  el  programa  de  su  recital  pia- 
nístico, en  la  Sala  Erard,  anunciado 
para  el  23  de  febrero  próximo  pasado. 

Como  puede  verse  en  el  programa 
que  copiamos  a  continuación,  Gómez 
Ajidíi  se  jiresentó  como  pianista  y  com- 
positor, interpretando  obras  suyas  y 
de  otros  maestros  clásicos,  románticos 
y  modernos.  Esperamos  la  prensa  mu- 
sical de  París  para  comunicar  a  los  lec- 
tores de  esta  sección  el  resultado  de  la 
primera  prueba  a  que  se  ha  sujetado  el 
joven  pianista  mexicano,  de  la  cual, 
seguramente,  habrá   salido   victorioso. 

•Progranime- — Prelude  et  Aria  (re 
niineur),  Haendel.  Menuet,  Mozart- 
Alleííro.  ]\[.  A.  liOSusi.  SoinV  dans  Gre- 
naíde,  Minstrels,  Danseuses  de  Del- 
])hes  Prt^lude  en  la  niineur.  Debussy. 
— Siiite  Moderne:  Prélude,  Sérenade, 
(mode  phrygien)  Katal)ankalesis,  Ba- 
dinage,  Thrénes  a  la  mémoire  de  De- 
busisy,  A-  Gómez  Anda. — Sonate  (si  ma- 
jeur)  Allegro  enérgico,  andante,  Scher- 
zo.  Ilondeau.  A.  (rómez  Anda. — Rliap- 
sodie  V.  Liszt-Góuicz  AihIm.  Ktiidc.  mi 
bemol.    Paira nini-Liszr. 

A  pesar  de  las  protestas  de  los  músi- 
cos franceses,  el  impuesto  sobre  los 
pianos  ha  sido  decretado  y  el  presiden- 
te Millerand  ha  promulgado  ya  la  ley 
relativa.  El  artículo  lo.  de  dicha  ley 
dice:  "Se  autoriza  a  la  ciudad  de  Pa- 


rís para  percibir  desde  el  lo.  de  enero 
de  1920  y  durante  tres  años,  un  im- 
puesto sobre  los  pianos,  armoniums, 
órganos  y  orquestriones  mecánicos  o 
no  mfHánicos*'.  Los  pianos  vcrtuaTcs 
pagarán  30  francos  y  los  de  cola  60 
francos  anuales. 

Un  defensor  de  este  nuevo  impuesto, 
M.  Maurice  l'rax,  se  pregunta  en  el 
'Petit  Parisién'",  ¿por  qué  no  gravar 
la  Pler/aria  de  una  Virgen  y  las  esca- 
/(/.v.  si  la  leche,  la  mantequilla,  el  vino, 
la  carne,  el  conejo,  la  lana,  las  telas, 
las  bicicletas  y  hasta  el  aire  que  se  res- 
pira está  recargado  de  impuestos''? 
Por  su  parte,  el  director  del  "Monda 
Musical",  M.  Mangeot,  protesta  enér- 
gicamente contra  esa  ley  que  afecta 
directamente  a  quienes,  por  el  cultivo 
de  la  música,  contribuyen  a  elevar  el 
valor  intelectual   del   país. 

Para  los  últimos  días  del  presente 
mes  de  marzo  — fecha  en  que  con»en/a- 
rá  a  surtir  sus  efectos  la  ley —  se  pre- 
para una  manifestación  contra  el  nue- 
vo impuesto  que  afecta  a  los  in.stru- 
mentos  do  teclado  y — no  nos  explica- 
mos la  causa — ha  dejado  libres  de  ta- 
sas a  los  instrumentos  de  cuerda,  de 
madera,  de  metal  y  de  percusión. 


Caruso  ha  entrado  en  franca  con- 
valecencia- La  presencia  de  su  herma- 
no Giovanni,  quien   llegó  de  Italia  en 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


i«7 


el  •Caronia",  ha  contribuido  a  su  me- 
joramiento. E!  célebre  tenor  se  encuen- 
tra ya  sin  fiebre  y  ha  podido  perma- 
necer algunas  horas  sentacío.  Ha  leí- 
do la  prensa,  interesándose  por  las 
cuestiones  políticas  y  manifestó  de- 
seos de  hacer  algunas  caricaturas  — su 
distracción  favorita —  sin  conseguir 
que  esto  le  fuera  permitido. 

Los  doctores  aseguran  que  Caruso 
— si  no  sufre  una  recaída —  estará  en 
condiciones  de  emprender  un  viaje  a 
Italia  en  el  curso  del  próximo  mes  de 

abril. 

*     *     * 

"Móxico.  su  país  natal,  debe  sentirse 
orgulloso  de  contar  con  tan  magnífico 
artista " 

"...Galindo  tocó  con  extraordinaria 
corrección  y  sentimiento,  diciéndola 
muy  bien,  la  "Romanza  en  /(/",  que  hu- 

1)0  de  repetir.  .  .'' 

"...En  el  Hotel  Palace  se  ha  cele- 
brado una  gran  fie.sta  mexicana  presi- 
dida por  el  Embajador  de  INIéxico,  se- 
ñor Sánchez  Azcona.  En  la  fiesta  tomó 
parte  principalísima  la  célebre  artis- 
ta mexicana  Esperanza  Iris,  que  cantó 
el  Himno  Nacional  Mexicano;  la  seño- 
rita Ross,  recitó  poemas  de  Amado 
Xervo  y  la  señorita  Centeno  c:intó  Ala- 
rias piezas,  siendo  muy  aplaudida.  Des- 
pués el  notable  pianista  Aroca  tocó  ad- 
mirablemente la  "Rapsodia  Mexicana" 
de  Ponce.  y  "Groyescas",  de  Granados. 
Fué  ovacionado  con  justicia  el  gran 
violinista  Rafael  Galindo.  tan  aplau- 
dido siempre,  interpretó  de  modo  ma- 
gistral la  "Romanza*'  de  Castro,  y  la 
"Jota  Aragonesa"  de  Sarasate.  Galin- 
do es  un  mexicano  que  honra  a  su  país 
y  así  lo  estimó  la  distinguida  concu- 
rrencia que  asistió  a  la  fiesta,  entre 
cll;».  cMsi  toda  la  colonia  mexicana, 
que  aplaudió  con  gran  entusiasmo  al 
concertista   admirable...." 

■•.'  *  í: 

María    Inés    González,      distinguida 


profesora  de  piano,  presentó  él  20  del 
presente  un  numeroso  grupo  de  alum- 
nos, cuyos  adelantos  en  el  difícil  arte 
(le  t(K-ar  H  i-iano.  que<1aron  demcs- 
trado«  por  la  buena  interpretación  que 
supieron  dar  a  las  obras  de!  progra- 
ma. Elena  Butcher,  Inés  Maldonado. 
Heatriz  Pérez.  Sofía  ('arrefu).  Guiída- 
lupe  González,  Dolores  Burcher,  Caro- 
lina González,  Luis  Castañeda.  José 
Rafael  Mondragón,  Carmen  Carrefio, 
Elisabeth  Butcher,  íllenita  Murgiifa, 
Teresa  Maldonado,  María  Isabel  Coli- 
gnon.  Rosita  Ortega,  Dora  Collignon  y 
Magdalena  Urrea,  son  los  nombres  da 
los  pequeños  pianistas  discípulos  de  la 
señorita  González. 


Banda  de  .Vrtillería.— Esta  Corpora- 
ción tiene  el  alto  honor  de  ofrecer  a  la 
culta  sociedad  metropolitana,  dos  con- 
ciertos consagrados  a  la  memoria  del 
inmortal  maestro  Luis  van  Beethoven, 
como  un  homenaje  a  su  memoria,  en  el 
49  aniversario  de  su  muerte  acaecida 
el  26  de  marzo  de  1827. 

Ambos  conciertos  serán  ejecutado» 
en  Santa  María,  Colonia  Roma,  Chapul- 
tepec  y  la  Alameda,  respectivamente, 
de  10  a  1.  hora  oficial,  los  domingos  20 
y  27  de  marzo,  ?i  y  10  de  abril;  el  se- 
gundo, los  domingos  siguientes  en  el 
mismo  orden. 

Primer  Concierto. — Obertura  "Bg- 
mont". — Allegro  del  "Trío"  en  sí  be- 
mol— Scherzo  de  la  7a.  Sinfonía. — 
Marcha  fúnebre.  (Adagio  de  la  Sinfo- 
nía Heroica.) — Quina  Sinfonía. — Ober- 
tura "Eleonora*'  núm.  2- 

Segundo  Concierto. — Obertura  "Fide- 
lio*',— Séptima  Sinfonía  (lo.  y  2o.  tiem- 
pos).— "Adagio*'  del  "Septimino". — 
"Scherzo'*  de  la  9a.  Sinfonía. — Sinfonía 
VI. — Sinfonía  Heroica.  (Allegro  con 
brío) — México,  D.  F..  marzo  26  de  1921. 
— ^El  Director,  M.  Rosas. 


I  $8 


MÉXICO    MODERNO 

CRÓNICA  MUSICAL  MEXICANA 


Con  verdadera  satisíacción  nos  ente- 
ramos por  la  prensa  de  Madrid,  de  los 
recientes  triunfos  alcanzados  por  Ra- 
fael Galindo,  violinista  mexicano,  en 
la  Villa  y  Corte. 

Desde  muy  temprana  edad  demostró 
Galindo  — liijo  del  conocido  violonce- 
llista  don  Rafael —  excelentes  dispo- 
siciones para  la  música  y  especialmen- 
te para  el  violín.  Hace  aproximada- 
mente quince  años  que  marchó  a  Eu- 
ropa, y  en  París,  bajo  la  dirección  del 
maestro  Wliite,  dedicóse  a  perfeccio- 
nar los  conocimientos  musicales  que 
había  adquirido  en  México.  Por  aque- 
lla época,  encontrándonos  en  la  Capital 
francesa,  tuvimos  oportunidad  de  oír 
a  Rafael  Galindo,  Jr.,  y  con  alegría  pu- 
dimos comprobar  que  había  aprovecha- 
do el  tiempo.  Afinación  perfecta,  nota- 
ble manejo  del  arco,  sobriedad  en  los 
portamentos,  seriedad  en  la  interpre- 
tación de  las  obras  clásicas:  tales  fue- 
ron las  cualidades  salientes  que  apre- 
ciamos en  el  joven  virtuoso. 

Después,  Galindo  se  eclipsó.  Una  dé- 
cada de  obscuridad,  de  luchas  incesan- 
tes, tal  vez,  para  no  naufragar.  Y  aho- 
ra, cuando  muchos  le  creían  derrotado, 
aparece  victorioso  en  la  Capital  de  Es- 
paña. 

De  "El  Nacional",  de  esta  ciudad,  co- 
piamos los  siguientes  juicios  críticos 
de  la  prensa  española: 

'•. . .  .La  obra  (el  "Concierto"  en  rr 
mayor  de  Baeh),  alcanzó  una  inter- 
pretación irreprochable,  no  sólo  por 
parte  de  Wanda  Landov/ska,  sino  por 
la  del  admirable  flautista  Valdovinos 
y  la  de  Rafael  Galindo.  Este  es  un  vio- 
linista notabilísimo,  un  verdadero  ar- 
tista, cuyo  sonido  es  delicioso.  La  afi- 
nación es  perfecta  y  posee  expresión 
y  delicadeza  notabilísimas.  La  Filar- 
mónica le  ha  contratado  como  concer- 
tino, y  ayer  Galindo  demostró  ante  el 
gran  público  lo  que  sabíamos  hace  mu- 
cho tiempo,   esto  es,  que  para  mucho 


más  que  para  ser  concertino  sirve.  Es 
un    concej^tista   excelente...'' 

". .  .En  el  "'Largo"  de  Haendel  alcan- 
zó un  triunfo  tan  entusiasta  como  le- 
gítimo, el  gran  violinista  Rafael  Ga- 
lindo, artista  notabilísimo  que  sabe  ex- 
presar primorosamente  y  cuyo  sonido 
es  delicioso.  Tuvo  que  repetir  el  "Lar- 
go"' tras  una  gran  ovación.  También  so 
lució  Galindo  de  la  "Scherazada"  qiit 
constituía  la  tercera  parte  del  progra- 
ma. .  . ."' 

"....Todas  las  obras  del  glorioiso 
compositor  — Beethoven —  fueron  in- 
terpretadas por  la  Filarmónica  con 
mucho  cariño,  especialmente  el  "Sep- 
timino",  del  que  se  repitieron  después 
de  calurosos  aplausos,  el  "Minueto"  y 
el  "Scherzo";  la  inmortal  "V  Sinfo- 
nía", la  "Kouumza  en  fa''  para  violín 
y  orquesta,  que  puso  de  manifiesto  el 
arte  notabilísimo  del  concertino  de  la 
Filarmónica,  señor  Galindo,  que  tuvo 
que  repetir  la  deliciosa  página  y  la 
obertura  de  "Egmont. ..." 

"...La  inspiradísima  "Romanza  en 
/(/".  proiwrcionó  un  triunfo  tan  entu- 
siasta como  justo  al  gran  violinista  Ra- 
fael Galindo.  Se  acreditó  ayer  éste,  de- 
finitivamente, de  concertista  muy  no- 
table, capaz  de  la  más  altas  empre- 
sas dentro  de  su  arte.  Con  afinación 
impecable,  con  precioso  sonido,  con 
agilidad  y  delicadeza  admirables,  tocó 
Galindo  la  "Romanza",  causando  hon- 
da emoción  en  el  auditorio,  que  le  ova- 
cionó tan  calurosamente,  que  tuvo  que 
repetir  la  obra,  con  la  general  com- 
placencia. Galindo  es,  por  todos  con- 
ceptos, un  artista  de  mucho  mérito,  a 
quien  sólo  ha  perjudicado  hasta  ahora 
su  excesiva  modestia.  Pero  como  el  ta- 
lento se  abre  siempre  paso,  no  hay  du- 
da de  que  Galindo,  que  comienza  a  ser 
conocido  y  apreciado,  alcanzará  en 
plazo  brevísimo  el  alto  renombre  a 
que  es  acreedor. 


LO    SOEZ 

Del  libro  en  prbpáracióm  EV  Minúteme 


ALGUIEN  me  hablaba    de  cómo  se  acentúa  la  desgarradora 
fatalidad  de  lo  sucio  reflexionando  que  sólo  el  animal  lo  es. 
Ante  la  limpieza  de  minerales  y  vegetales,  impónese  lo  soez 
como  la  más  dolorosa  de  todas  las  formas  del  mal. 

Si  la  ley  universal  de  salvación  es  la  de  la  línea,  ninguna,  em- 
pero, cae  en  las  aberraciones  de  la  línea  humana,  trátese  de  la 
conducta  o  de  la  fisonomía.  ¿Existe  algún  ser  más  heroico  que 
la  mujer  en  el  momento  de  resistir  la  luz?  Y,  viceversa,  ¿hay 
alguna  especie  zoológica  que  envejezca  tan  trágicamente  como 
la  hembra  humana?  El  gesto  convertido  en  mueca,  me  ultraja 
no  ya  en  mis  raíces  de  poeta,  sino  en  mi  propia  dignidad  moral. 

Yo  sé  que  aquí  han  de  sonreír  cuantos  me  han  censurado 
no  tener  otro  tema  que  el  femenino.  Pero  es  que  nada  puedo  en- 
tender ni  sentir  sino  a  través  de  la  mujer.  Por  ella,  acatando  la 
rima  de  Gustavo  Adolfo,  he  creído  en  Dios;  sólo  por  ella  he  cono- 
cido el  puñal  de  hielo  del  ateísmo.  De  aquí  que  a  las  mismas 
cuestiones  abstractas  me  llegue  con  temperamento   erótico. 

Tierra  el  sol,  tierra  el  firmamento,  tierra  la  luz...  Así  rae 
duele  el  mal  cuando  despeña  al  corazón  en  enigmas  tan  sórdidos 
como  el  de  la  virgen  sepultada,  que  lo  que  negó  al  amante  más  es- 
clarecido de  rostro,  de  voluntad  y  de  pensamiento,  concédelo  a  la 
última  bestia,  a  la  que  no  alcanza  ni  una  sospecha  de  la  luz. 

El  gusano  roe  virginidades  y  experiencias.  Unos  ingenuos 
blasfeman,  otros  se  destrozan  con  el  cilicio.  El  maniqueo  procla- 
ma la  eternidad  del  mal.  El  teólogo  ortodoxo  pone  en  silogismos 
la  omnipotencia  y  la  bondad  infinita  del  Increado.  Mejor  que  en 


i86  MÉXICO      MODERNO 

imaginar  un  poder  sin  límites,  me  complazco  en  ver,  detrás  de  la 
rosa  de  los  vientos,  la  magna  faz  de  Jesús,  afligido  porque  en  la 
obra  del  Padre  se  mezcló  un  demonio  soez. 

Y  tal  ficción  no  será  canónica;  pero  es  el  esfuerzo  de  un  io- 
jrente  amor. 


LA  CIGÜEÑA 


EN  la  crudeza  del  Adviento,  la  fotografía,  menos  que  una  boar- 
dilla, menos  que  un  palomar,  es  traspasada  por  cierzos  es- 
quimales. El  fotógrafo,  en  mangas  de  camisa,  enseña  sus 
tarjetas  a  la  gentil  señora  nariguda.  La  señora,  cigüeña  costosa 
al  marido,  publica  sus  brazos  de  pelele,  fustigados  por  el  frío,  a 
despecho  del  tul  que  los  condimenta.  Dice:  "Queremos  pronto 
los  del  nene".  Luego,  con  su  gracia  picante,  añade,  husmeando 
su  propio  retrato:  "Mucho  perfil,  mucha  nariz".  Y  nos  guiña  el 
ojo,  aderezando  con  bromas  la  nariz,  como  quien  enflora  el  an- 
zuelo. 

Señora,  que  turbáis  a  los  clientes  del  tejaban  con  vuestra 
delgadez  de  ráfaga:  he  descubierto  vuestro  juego.  Coqueta  alre- 
dedor de  vuestro  defecto,  lo  esgrimís  como  el  sabor  de  la  ple- 
gadiza persona.  Sois  cazurra  y  simpática,  porque  de  vuestra  ima- 
gen, un  poco  espantapájaros,  hacéis  la  olfativa  espiral  en  que 
se  laminan  los  deseos.  Vuestra  nariz  es  vuestro  gancho,  lo  sabéis 
de  sobra.  Por  ella,  tentáis  como  el  espíritu  de  la  mostaza.  Sin 
«Ha,  seríais  correctamente  insulsa,  como  un  académico.  Pero  es- 
ta fruslería,  esta  quisicosa  nasal . . .  Cigüeña  astuta,  sabéis  al 
dedillo  que  la  nariz  redondea  vuestros  brazos  de  pelele,  y  que  in- 
sinúa, desde  el  fondo  que  se  asoma  sobre  los  chapines,  toda  una 
Holanda  subrepticia  y  salutífera.  En  la  nariz  de  fascinación  y  de 
trapisonda,  que  os  libra  de  la  intachable  sandez,  se  toma  el  pulso 
-de  vuestra  vida,  mejor  que  en  la  dúctil  muñeca. 

La  soma  de  la  cigüeña  desata  en  la  fotografía,  a  las  cinco  de 
la  tarde  esquimal,  una  ecuatorial  llovizna  de  caniculares  granos  de 
igranada. 

RAMÓN  LÓPEZ  VELARDR 


UN  FLIRT  A  BORDO 

EL  FLIRT  de  Julio  Ríos  con  la  bella    norteamericana  Miss  Nelly, 
empezó  mientras  cruzaba  el  Atlántico  a  bordo  del  Leviathén 
Chicago. 

Miss  Nelly  viajaba  rumbo  a  Nueva  York.  Julio,  se  diragía  a  Lon- 
dres. La  casualidad  los  acercó,  y,  en  buen  inglés,  charlaron  de  cosas 
animadas,  intimidando  hasta  el  punto  de  pasar  de  las  anécdotas 
a  las  confidencias. 

Miss  Nelly  era  una  mujer  blanca,  de  cabellos  dorados  a  fuego, 
vale  decir  de  un  color  cóbreo;  una  mujer  digna  de  un  flirt 
a  bordo  por  sus  cualidades  morales,  por  su  belleza,  por  su  posición . . 
Y  más  aún  cerca  del  Trópico,  en  la  \inesL  ecuatoriana,  donde  el  sol, 
en  relación  directa;  influye  sobre  la  naturaleza  humana. 

Julio  Ríos  era  todo  un  buen  mozo,  buen  charlador,  buen  gentle- 
man.  Supo  aprovechar  las  circunstancias  que  se  le  ofrecían  y 
en  los  pocos  días  de  viaje,  no  dejó  pasar  ninguna  oportunidad  de 
poder  hilvanar  palabras  con  ella.  Arrimando  su  hamaca,  ya  ofre- 
ciéndole el  libro  entretenido  de  argumentación  un  poquito  román- 
tica, otro  poco  sentimental;  ya  invitándola  a  una  pose  para  su 
Kodac,  demostraba  a  las  claras  la  intención  de  ser  simpático  a 
la  joven.  Ésta  parecía  comprenderlo  y  hasta  corresponderlo ...  Y 
he  aquí  cómo  se  completaron  las  emociones  del  viaje  hasta  el  punto 
de  hacérsele  la  vida  ensoñativa,  llena  de  esperanzas,  cálida,  honda... 
Confesábase  Julio,  que  un  viaje  sin  flirt  es  un  viaje  donde  sólo 
se  vé  cielo  y  mar,  mientras  que  ahora ; Demonios!  ¡Ahora  es- 
taba enamorado,  enamorado !  Y  al  pensar  en  que  el  buque  corría  a 
una  velocidad  de  muchas  millas  por  hora,  maldecía  las  máquinas,  las 
hélices,  el  humo  de  las  chimeneas...  Claro  está  que  Julio  Ríos 
hubiera  preferido  una  avería  grave  en  las  calderas  o  en  las  bode- 
gas ...  De  ese  modo  se  le  ofrecería  la  ocasión  de  consolar  a  su 


i88  MÉXICO      MODERNO 

Oriana,  de  alargar  el  viaje  y  de  desnudar  sus  brazos  mirando  al 
mar  con  desprecio  como  significándole  a  Miss  Nelly  que  al  lado 
de  él  se  hallaba  tan  segura  como  en  la  casa  de  diez  pisos  de  su 
padre,  el  fabricante  de  las  máquinas  Humward. 

Su  amigo  el  capitán  del  buque,  le  bromeaba  a  veces  con  esa  serie- 
dad risueña  de  los  jóvenes  lobos  de  mar: 

— Vea,  don  Julio,  que  se  le  acaba  la  aventura.  New  York  está 
cerca . . .  Unos  cuantos  nudos . . . 

Y  él  veía  que  Nueva  York  estaba  cerca.  Ojalá  lo  hubiera  estado 
arriba  del  Canadá,  en  buena  compañía  con  los  icebergs  del  Norte! 
Y  al  pensar  en  que  Miss  Nelly  le  miraba  con  ojos  húmedos  y  labios 
trémulos ! . . .  Ya  había  compartido  con  ella  algunas  emociones :  le 
había,  ella,  dado  a  besar  su  mano  y  otras  licencias  que  se  permiten 
en  la  mitad  del  mar,  abandonada  en  un  chaissc  lom/ue,  bañadas  las 
mejillas,  los  labios,  los  cabellos,  toda  ella,  por  la  luna  suave  del 
Trópico,  sintiendo  la  caricia  de  la  música  del  mar  ... 

Julio  Ríos  se  estiraba  nervioso  la  corbata,  daba  pequeños  golpes 
de  pie  sobre  la  cubierta,  comía  apurado,  etc..  etc.  ¡Si  él  pudiera 
quedarse  en  la  gran  ciudad  norteamericana!  Pero  se  le  esperaba 
en  Londres.  La  Compañía  Anónima  que  él  representaba  en  Sud 
América,  no  querría  saber  nada  de  amores  de  a  bordo,  ni  de 
cabellos  rubios,  ni  de  corazón  enternecido . . .  ¡  Qué  demonios !  El 
directorio  esperaba  pronto,  citado  ya,  una  buena  liquidación  de 
libras  esterlinas .... 

Por  fin,  llegó  a  Nueva  York ... 


Atrás  quedó  el  puerto  lleno  de  pañuelos  que  so  agitaban  en  el 
aire.  La  gran  ciudad  empezó  a  borrarse  viéndose  solamente  sus  altos 
edificios  de  techos  de  pizarra.  El  remolcador  había  abandonado  al 
transatlántico,  y  éste  se  deslizaba  sobre  el  agua  sin  esfuerzo,  toman- 
do velocidad  al  impulso  de  sus  máquinas.  Sobre  cubierta,  una  gran 
confusión  hacía  característico  el  momento  que  sigue  a  la  partida: 
cuerdas  por  allí,  barricas  por  allá,  equipajes  más  allá,  todo  en  ese 
desorden  que  huele  a  aceite  y  cuero.  Y  mezclado  a  todo  ello,  las 
voces  débiles  de  la  tripulación  todavía  un  poco  cohibida,  y  las  voces 
fuertes  de  los  marineros  activos. 

Inclinado  sobre  la  borda,  con  la  cabeza  entre  las  manos  y  los 


UN  FLIRT  A  BORDO  189 

ojos  fijos  en  la  ciudad  semiborrada,  se  hallaba  Julio  Ríos  ajeno 
al  bullicio  de  su  alrededor.  De  pronto  sintió  unos  golpecitos  sobre 
su  hombro. 

— ¿En  qué  piensa,  señor  Ríos? — di  jóle  la  voz  simpática  del  capi- 
tán. ¿  Está  Ud.  mirando  los  peces  que  vienen  de  Nueva  York  ? . . . 

— Pienso,  capitán,  que  si  la  vida  del  viajero  es  ésta,  si  en  cada 
puerto  deja  un  poco  de  su  alma,  no  debe  de  llegar  a  su  destino 
sino  un  esqueleto  sin  corazón. 

— ¡All  right!  —  exclamó  el  joven  marino  lanzando  al  aire  una 
bocanada  de  humo  —  eso  es  lo  que  pasa  con  los  barcos:  llegan 
casi  siempre  a  su  término  sin  combustible  en  las  carboneras . . 

BARTOLOMÉ  GALINDEZ. 


VERSOS  A  UNA  REINA 

A  Jttlio  Tobbi 


ENAMORADO  estoy  de  la  esbeltez. 
Rotunda  de  una  Reina  de  Ajedrez. 
Pues  revela  en  su  arquitectura. 
(Calipigia  y  juncal; 
Grupa  enorme,  breve  cintura) 
Toda  una  entidad  moral. 

No  sé  si  será  tierna 
{La  Reina  es  sorda) 
Sólo  tiene  una  pierna 
¡Pero  tan  gorda! 

Lámpara    (sin   luz)    quinqué   trágico, 
Pero  mística  y  procer  toda, 
Como  un  poste  telegráfico 
Prisionero  en  una  pagoda. 

Aunque  inmóvil,  se  dijera. 
Por  sus  enaguillas  horizontales, 
Que  es  vertiginosa  hayadera 
Girando  en  infinitas  espirales. 

(El  General  '^post  mortem^'  es  eoue$tre 
En  bronce  o  mármol.  A  su  vez 
Tiene  su  busto,  vertical,  el  caballo 
En  el  Panteón  del  Ajedrez). 


VERSOS   A   UNA    REINA  I9E 

(El  que  muere  primero 

Y  a  granel  es  el  peón, 
Yictima  eterna  del  tablero 

Y  de  la  Revolución). 

Pero  a  ti.  Reina,  la  m/aerte  no  te  inquieta. 
Tú  renaces  como  las  Margaritas 

Y  eres  más  que  María  Antonieta, 
Porque  mueres  y  resucitas. 

Y  miras  a  tu  Rey  senil, 
Blanco,  negro  o  color  de  ceniza, 
A  la  postre  tan  i/nfantil, 
Cual  la  necia  torre  maciza. 
Lírica  torre  de  marfil. 

Reina,  me  encantas  porque  eres  ^ 

Idéntica  por  cualquier  lado 

Y  afirmas  así  tu  reinado 
Sobre  las  demás  mujeres. 

Eres  tan  sencilla 
Que  sintetizas  con  el  disco  el  anca, 

Y  eres  tan  franca 

Que  tienes  por  cabeza  una  perilla. . . 

No  eres  tan  opulenta  como  Róschil, 
Ni  tu  abolengo  es  tan  azul  que 
Eclipses  a  la  Reina  Xóchil, 
Nuestra  Reina-Madre-del-Pulque. 

Pero  cual  eres  ha  de  ser, 
(Algo  sufragista 

Y  más  dadaista) 
La  super-mujer. 

Seré  cómplice  del  Destino 
Y  tras  de  maquinal  combate 
Voy  a  servirte  un  jaque  (mate) 
Filidoresco  y  Argentino. 


192  MÉXICO      MODERNO 

Con  mimetismos  de  azahar  y  de  marfil 
Te  asalto,  triplemente  inicuo-, 
lo. — por  chino,  2a. — por  oblicuo, 
3o. — por  arfil. . . 


LA  REINA:  Wonderful  ¡It  is 

Sweet!  Another  kiss! 


En  mi  total  placidez. 
Una  duda  me  importuna, 
{No  todo  ha  de  ser  ¡claro!  de  lAtna) 
¿Tuvo  doncellez. 
Alguna 
Vez, 
La  Reina  del  Ajedrez?. . . 


Nueva  York. 
1921. 


JOSÉ  JUAN  TABLADA. 


LA  INMUTABILIDAD  DEL  DERECHO 
DE  PROPIEDAD 


A  PROPOSITO  de  las  leyes  que  tienden  a  la  aplicación  de  los 
preceptos  constitucionales  relacionados  con  la  propiedad,  se 
ha  sostenido  la  tesis  de  que  la  misma  propiedad  es  un  derecho 
definitivo  e  irrevocable,  que  ningún  pueblo  civilizado  puede  aceptar 
que  sea  una  función  social  y  que  sólo  los  bolchevistas  son  capaces  de 
poner  en  práctica  tal  concepto  moderno  de  la  propiedad.  El  señor 
Díaz  Dufóo  en  su  obra  "La  cuestión  del  Petróleo,"  condensa  esa 
tesis  en  los  términos  siguientes:  "Jurídica  y  económicamente  la 
base  de  toda  vinculación  de  capital  es  el  aseguramiento  de  la  pro- 
piedad, tal  como 'ha  sido  establecida  por  el  Derecho  Romano  y  que 
se  acepta  en  todas  las  sociedades  civilizadas  de  la  tierra.  lia 
propiedad,  según  ese  derecho,  tiene  un  carácter  definitivo  e  irre- 
vocable. Así  está  fundada  en  todas  las  legislaciones  de  los  Es- 
tados. Y  así  también  se  fundó  ese  derecho  en  México,  antes  de 
que  las  doctrinas  bolchevistas  estallaran  en  nuestro  medio  y  en 
el  seno  mismo  del  Gobierno.  No  es  cierto  que  el  concepto  moderno 
de  las  sociedades  considere  a  la  propiedad  como  función  social. 
No  es  cierto  en  otras  palabras  que  el  concepto  moderno  haya  hecho 
trizas  a  la  propiedad  privada." 

Unas  cuantas  palabras  bastarán  para  demostrar  lo  erróneo 
de  los  conceptos  apuntados. 

No  es  verdad  que  sea  inusitado  declarar  que  la  propiedad  es  una 
función  social.  Tal  es  nada  menos  que  la  tesis  de  los  canonistas. 
En  el  prólogo  de  la  obra  de  Monseñor  Ryan  sobre  los  salarios,  se 
leen  estas  palabras:  "La  idea  del  derecho  a  la  existencia  es  cierta- 
mente el  centro  de  la  doctrina  canónica.  Efectivamente,  sobre  la 
necesidad  y  el  deber  de  satisfacerla  por  los  medios  más  eñcaces  loa 


194  MÉXICO      MODERNO 

teólogos,  desde  Santo  Tomás,  han  fundado  todas  las  instituciones 
económicas  y  en  particular  la  propiedad  individual.  Esta  es  a  sus 
ojos  una  función  social  al  mismo  tiempo  que  un  derecho  o  más  bien 
un  derecho  justificado  por  la  función,  muy  diferente  por  conse- 
cuencia de  ese  derecho  absoluto  y  exclusivo  que  la  escuela  individua- 
lista tomaría  de  la  noción  de  los  jurisconsultos  romanos."  Efecti- 
vamente, Santo  Tomás,  siguiendo  a  San  Ambrosio,  considera  la  pro- 
piedad como  siendo  no  un  derecho  primario  sino  secundario,  es 
decir,  una  adición  que  el  género  humano  ha  hecho  en  vista  de  la 
utilidad  social. 

Los  canonistas  mismos  consideran  que  la  tesis  de  que  la  pro- 
piedad es  inmutable  a  pesar  de  los  perjuicios  que  tal  doctrina  oca- 
siona injustamente  a  los  que,  no  la  poseen,  es.  una  teoría  que  se  ex- 
plica por  el  debilitamiento  del  espíritu  cristiano.  Así  los  verdade- 
ros canonistas  se  admiraron  de  que  causara  extrañeza  entre  los  ca- 
tólicos que  los  Cardenales  Gibbons  y  Manning  hubiesen  proclan^ado 
qué  "los  derechos  del  hombre  a  su  subsistencia  están  por  encima 
de  los  derechos  de  propiedad." 

Es  inexacto  que  conforme  al  Derecho  Romano  la  propiedad 
haya  tenido  el  carácter  intangible  que  sus  celosos  defensores  le 
atribuyen.  La  propiedad  inmueble  tuvo  en  Roma  un  doble  carác- 
ter político  y  religioso.  En  aquellos  casos  en  que  la  propiedad  re- 
cibió una  consagración  religiosa  era  claro  que  era  intangible.  Fustel 
de  Coulanges  en  "La  Ciudad  Antigua"  lo  confirma  en  estos  térmi- 
nos: "No  fueron  las  leyes  las  que  garantizaron  desde  luego  el 
derecho  de  propiedad;  fue  la  religión.  Cada  campo  debía  estar 
rodeado  como  lo  hemos  visto  para  la  casa,  de  un  recinto  que  lo  se- 
paraba completamente  de  los  dominios  de  las  otras  familias.  Este 
recinto  no  era  un  muro  de  piedra:  era  una  banda  de  tierra  de  al- 
gunos pies  de  ancho  que  debía  quedar  inculta  y  que  el  arado  no 
debía  jamás  tocar.  Este  espacio  era  sagrado,  la  ley  romana  lo 
declaraba  imprescriptible;  pertenecía  a  la  religión."  En  otros  tér~ 
minos  la  consagración  religiosa  y  no  la  ley  era  la  que  hacía  inviola- 
ble esa  propiedad.  No  podía  alterarse  porque  estaba  fuera  de  la 
acción  del  Estado.  Mas  este  régimen  no  era  el  dominante  en  todo 
d  Imperio.  Esta  propiedad  sagrada  ocupaba  en  realidad  muy  poco 
lugar  y  estaba  por  decirlo  así  fuera  de  las  instituciones  propiamente 
políticas  de  los  romanos.  Es  bien  sabido  que  casi  todo  el  territorio 
dei  Imperio  Romano  fue  adquirido  por  conquistas.  De  ordinario 


LA  INMUTABILIDAD  DEL  DERECHO  DE  PROPIEDAD  195 

el  territorio  conquistado  se  dividía  en  tres  partes,  una  que  era 
acordada  al  país  vencido,  otra  cedida  o  vendida  a  loa  particulares 
y  la  tercera  conservada  al  Estado.  Toda  esta  propiedad  no  tenía 
el  carácter  absoluto  que  se  le  supone.  Según  puede  verse  en  Sicu- 
lus  Flaccus  (De  conditione  agrorum.  Goez,  Pág.  3),  el  derecho  del 
poseedor  era  un  goce  precario  que  el  Estado  podía  a  cada  momento 
revocar.  Una  renta  le  era  impuesta  en  reconocimiento  del  dominio 
eminente  del  Estado  y  por  larga  que  fuera  la  posesión  no  podía 
transformar  a  los  poseedores  en  propietarios.  La  seguridad  que 
estos  tenían  de  poseer  la  tierra  era  muy  débil.  Virgilio  en  una  de 
sus  Églogas  nos  hace  oír  los  acentos  de  los  pequeños  propietarios 
despojados  cuando  Augusto  quiso  recompensar  a  sus  veteranos 
con  posesiones  territoriales.  Más  tarde  la  ley  Thoria  convirtió 
a  los  poseedores  en  propietarios  de  casi  todo  el  dominio  del  imperio ; 
pero  no  escaparon  a  las  confiscaciones,  a  pesar  de  que  sus  tierras 
fueron  declaradas  óptimo  jure  prívate.  No  solo  sino  que  una  ley 
(LII,  de  Evict)  otorgaba  expresamente  el  derecho  de  hacer  con- 
fiscaciones sin  motivo,  cuando  el  Emperador  lo  juzgara  prudente. 
Según  Chalot  (La  expropiación  entre  los  Romanos)  "La  constitu- 
ción política  de  los  romanos  no  había  erigido  en  principio  consti- 
tucional el  principio  de  la  inviolabilidad  de  la  propiedad.  La  pro- 
piedad no  había  sido  constituida  de  tal  manera  que  no  fuese  im- 
posible al  Estado  lesionar  el  derecho  del  propietario.  Bajo  la  Re- 
pública, bajo  el  Imperio,  el  Estado  fue  propietario  y  ningún  derecho 
pudo  prevalecer  contra  el  suyo  cuando  le  plugo  ejercitarlo." 

Se  nos  ha  hecho  creer  que  los  romanos  para  conservar  incó- 
lume el  derecho  de  propiedad  apelaban  a  los  medios  de  mayor  rigor 
posible,  sin  inquietarse  por  el  bienestar  del  inmenso  número  de  pro- 
letarios que  poblaban  el  imperio.  Nada  es  mas  erróneo.  Los  ad- 
mirables trabajos  del  gran  jurisconsulto  Ihering  nos  permiten  for- 
mamos una  idea  clara  de  la  situación  social  de  Roma  y  de  la  vigi- 
lancia que  el  Estado  tenía  en  la  suerte  económica  de  las  clases  po- 
bres. El  mal  más  grande  de  Roma  fué  la  concurrencia  del  esclavo 
con  el  hombre  libre.  El  gran  latifundista  cultivaba  sus  campos  por 
esclavos  que  recibían  una  miserable  recompensa.  El  hombre  libre 
no  tenía  este  medio  a  su  alcance.  Cualquiera  circunstancia  como  el 
servicio  militar  lo  obligaba  a  abandonar  sus  campos,  mientras  que 
los  del  rico  seguían  cultivados.  En  otros  términos  la  cuestión  agra- 
ria en  Roma  era  una  forma  del  peonismo  que  hoy  nos  aflige.  Es 


'  i 


196  MÉXICO      MODERNO 

más,  los  ricos  romanos,  como  nuestros  grandes  terratenientes  espe- 
peculaban  de  tres  maneras.  Los  años  escasos  les  permitían  vender 
los  cereales  a  altos  precios,  regularizaban  las  importaciones  de  trigo 
según  su  conveniencia  haciendo  subir  y  bajar  los  precios  y  por  fin 
arrojaban  cargas  públicas  sobre  las  clases  pobres.  El  Estado  roma- 
no no  fue  indiferente  a  ese  estado  de  cosas.  Para  demostrarlo  no 
hay  necesidad  de  que  nos  refiramos  a  las  leyes  revolucionarias  de  los 
Gracos.  El  Estado  procedió  siempre  como  hoy  se  pretende  entre  nos- 
otros, o  mejor  dicho,  más  enérgicamente  que  como  hoy  se  procede. 
Desde  luego  la  ley  dispuso  que  cierto  número  de  personas  libres 
trabajasen  en  los  campos  en  concurrencia  con  los  esclavos,  para 
proporcionar  así  trabajo  al  pueblo.  La  ley  Licinia  estableció,  como 
hoy  nuestra  Constitución,  un  máximum  de  la  propiedad  raíz  y  hasta 
del  rebaño  prohibiendo  que  nadie  fuese  dueño  de  más  de  cien  ca- 
bezas de  ganado  mayor.  Si  no  empleó  el  sistema  del  arrendamiento 
en  pequeños  lotes  fue  porque  no  correspondía,  dice  Ihering,  a  laa 
costumbres  de  la  vida  romana.  Es  más,  la  propiedad  fue  una  fun- 
ción social.  "Era  un  deber  social  para  las  clases  afortunadas,  afirma 
Ihering,  compensar  la  superioridad  que  esas  circunstancias  les  atri 
buían  con  su  generosidad ;  era  un  deber  reparar  y  dulcificar  la  in- 
justicia que  de  ello  resultaba."  El  hombre  que  no  cumplía  esta 
función  social  estaba  expuesto  al  desprecio  de  todo  el  mundo.  "Sólo 
un  espíritu  bajo  y  sórdido,  sigue  diciendo  Ihering,  podía  aprovecharil 
las  ventajas  de  una  posición  privilegiada  sin  querer  soportar  los 
deberes  que  de  ella  dimanaban.'*  ¿Cuáles  fueron  las  medidas  or- 
dinales que  el  Estado  dictaba  continuamente  para  aliviar  la  condición 
de  las  clases  inferiores  además  de  estas  excepcionales?  El  mismo 
Ihering  las  enumera:  I. — La  concesión  de  tierras  a  la  masa  pobre, 
ya  para  la  fundación  de  colonias,  ya  con  asignaciones  sobre  el  ager 
publicus.  Continuamente  los  romanos  formaban  colonias  para 
evitar  que  la  plebe  degenerara.  Cicerón  compara  esta  función  social 
a  la  de  la  limpia  de  los  albañales.  Cuando  no  había  tierras  a  la 
mano  el  Estado  las  tomaba  de  donde  podía  y  hasta  despojando  a  los 
particulares.  II. — La  introducción  de  la  soldada  para  compensar 
a  los  agricultores  que  abandonaban  sus  labores  por  el  servicio  mi- 
litar. III. — Las  medidas  sobre  los  granos  con  objeto  de  establecer 
el  equilibrio  de  los  precios,  como  lo  hicieron  entre  nosotros  las 
sabias  autoridades  españolas,  a  fin  de  conservar  el  poder  de  com- 
pra de  los  salarios.  IV. — La  remisión  de  las  deudas.  Como  el  siste- 
ma de  esclavizar  a  los  hombres  libres  era  tenerlos  adeudados  como 


LA  INMUTABILIDAD  DEL  DERECHO  DE  PROPIEDAD  197 

a  nuestros  peones,  el  Estado  puso  restricciones  a  la  tasa  del  in- 
terés y  es  más,  según  refiere  Tito  Livio,  el  Estado  intervino  pa- 
ra obtener  la  reducción  de  las  deudas.  El  Estado  continuamente 
vigilaba  por  el  bienestar  del  individuo,  por  funcionarios  como  los 
ministros  de  bienestar  social  que  hoy  existen  en  Europa  y  que 
pretende  crear  el  Presidente  de  los  Estados  Unidos.  "Vemos  al 
Estado,  dice  Ihering,  obrar  de  una  manera  casi  paternal,  por 
ejemplo,  constituyendo  sobre  las  rentas  públicas  dotes  a  las  hijas 
de  los  ciudadanos,  tan  merecedores  de  ello  como  faltos  de  recursos, 
o  bien  sea  a  cargo  de  la  casa  del  funcionario  ausente."  El  mismo 
cita  muchos  casos  en  los  que  el  Estado  dio  alimentos  a  la  mujer, 
regaló  un  solar  para  erigir  tumbas  e  hizo  entierros  por  cuenta  del 
Estado. 

Es  pues  un  error  conceder  al  Estado  romano  el  carácter  de  im- 
placable vigilante  de  la  propiedad  de  los  latifundistas  que  ordinaria- 
mente se  le  atribuye.  A  pesar  de  que  la  mala  repartición  de  las  ri- 
quezas originó  la  caída  del  imperio  por  ser  ineficaces  las  medidas 
que  se  dictaron  y  que  no  atacaron  el  mal  de  raíz,  nosotros  nos  consi- 
deraríamos felices  si  se  realizaran  en  nuestro  país  algunas  de  esas 
medidas  que  sirvieron  para  aliviar  la  condición  de  las  clases  pobres. 

Es  un  error  que  sólo  los  bolchevistas  han  alterado  el  derecho  de 
propiedad.  No  queremos  extendernos  mucho  sobre  este  particular. 
Mencionaremos  tan  sólo  que  Francia  ha  sancionado  una  ley  sobre 
la  siembra  libre  en  terrenos  ejenos,  que  Polonia  ha  limitado  el 
derecho  de  propiedad,  llegando  al  extremo  de  confiscar  sin  indemni- 
zación, que  Rumania  ha  repartido  las  tierras  entregando  obligacio- 
nes agrarias  por  cuarenta  y  cinco  años  a  los  propietarios  de  tierras. 
No  se  ha  disputado  a  los  gobiernos  el  derecho  de  restringir  la  pro- 
piedad en  nombre  del  interés  público.  "Su  derecho  es  incontesta- 
ble, dice  Letourneau  (La  Evolución  de  la  Propiedad),  y  algunos  lo 
usan,  por  ejemplo  Inglaterra,  que  por  simple  medida  administrativa 
disminuyó  de  un  sólo  golpe  en  un  catorce  por  ciento  las  rentas  de 
los  hacendados  Irlandeses." 

Es  inexplicable  que  no  se  quiera  admitir  que  la  propiedad  está 
sujeta  a  las  leyes  ordinarias  de  la  evolución  y  de  la  transforma- 
ción de  las  instituciones.  Las  clases  privilegiadas  quieren  que 
la  propiedad  permanezca  bajo  la  misma  organización  que  prevale- 
ció en  Koma  antes  de  la  Era  Cristiana.  Ya  no  existen  los  motivos 
religiosos  de  entonces,  ya  no  existen  las  instituciones  políticas,  ya 
no  existe  la  organización  económica,  ya  no  existe  nada  de  lo  que 


198  MÉXICO      MODERNO 

caracterizaba  aquella  sociedad  antigua  y  sin  embargo  se  pretende 
que  subsista  la  propiedad  tal  como  la  concibieron  los  sacerdotes  ro- 
manos, aunque  los  que  tal  cosa  pretenden  se  guardan  de  limitarla 
y  de  corregirla  como  lo  hicieron  los  dominadores  del  mundo.  La 
propiedad  no  es  una  categoría  absoluta.  Ampliamente  lo  demostró 
Spencer.  No  es  lo  mismo  la  propiedad  en  Inglaterra  que  en  Zan~ 
zibar.  La  propiedad  romana  fue  distinta  de  la  de  la  Edad  Media. 
La  propiedad  de  hace  cincuenta  años  fue  distinta  de  la  propiedad 
del  antiguo  régimen. 

¿Cuáles  son  las  consecuencias  de  detener  artificialmente  el 
progresos  de  las  sociedades  declarando,  en  beneficios  de  unos  cuantos, 
inmutable  a  la  propiedad  privada?  La  primera  ya  la  dijo  Diodo ro 
de  Sicilia  hablando  del  Egipto.  "Es  absurdo  confiar  la  defensa  de 
un  país  a  gentes  que  no  poseen  nada."  La  segunda  es  la  de  pro- 
vocar movimientos  bruscos  porque  las  clases  oprimidas  algún  día 
se  cansan  y  entonces  se  entregan  a  deplorables  excesos.  No  en 
vano  se  detiene  el  proceso  natural  de  las  cosas.  El  progreso  de  la 
propiedad  que  hoy  se  pretende,  lejos  de  ser  causa  de  revoluciones 
tiene  por  objeto  prevenirlas. 

FERNANDO  GONZÁLEZ  ROA. 


LO  QUE  APRENDIÓ  AQUEL  PEZ 


AQUEL  pez  era  de  esos  grandes  torpones,  de  ojos  de  recién 
nacido.  Siendo  fuerte  y  estando  dotado  de  grandes  defen- 
sas, un  poco  parecidas  a  los  bracitos  cortos  de  las  focas,  aun- 
que más  informes,  su  caza  de  peces  pequeños  no  saciaba  toda  su 
glotonería;  su  barriga  era  capaz  a  contener  todo  un  cajón  de  pes- 
cadero. 

Los  peces — sobre  todo  los  listos  peces  pequeños — han  evolu- 
cionado, han  prosperado  y  se  han  enterado  de  muchas  cosas.  Sa- 
ben ya  más  muchos  de  ellos,  que  los  peces  humanos.  En  este  es- 
tado de  sabiduría  se  defienden  perfectamente  de  los  peces  gran- 
des, de  los  insaciables  peces  con  alma  de  tiburón.  Ya  saben  es- 
capar dando  el  quiebro,  ya  saben  prever  cuando  se  acerca  el  pez 
temible  gracias  a  su  sistema  de  telegrafía  sin  hilos  para  el  que  les 
sirven  las  antenas  vivas  de  las  langostas,  que  son  proveedoras  de 
noticias;  ya  saben  todos  los  disimulos  y  ya  discuten  sus  derechos 
con  el  pez  grande  y  entretienen  su  voracidad  con  eso,  y  con  la  pre- 
dicación de  instintos  más  humanitarios. 

Los  peces  grandes  suelen  pasar  mucha  hambre  en  el  mar,  y 
como  no  pueden  alimentarse  más  que  de  pescado,  porque  allí  no 
suele  haber  carne  nunca,  su  hambre  es  mayor.  Sus  mercados  tie- 
nen muy  pocos  elementos.  Sólo  hay  expendedurías  de  "La  Coru- 
ñesa" y  para  eso  la  mitad  de  los  días  como  si  pusiese:  "No  hay 
pescado".  ¿Es  que  para  comer  pescado  fresco  tendrían  que  ir  a 
Madrid  o  a  París,  o  a  cualquiera  otra  ciudad  alejada  del  mar  ? 

Aquel  pez  grande,  obeso  y  vacío,  estaba  indignado.  Un  régi- 
men de  agua  sola  no  puede  ser  recomendado  a  nadie,  y  si  siquiera 
fuese  agua  dulce  menos  mal.  ¿Pero  agua  rabiosamente  salada! 

Aquel  pez,  constantemente  purgado  por  esa  especie  de  agua 
<ie  carabaña  que  es  el  agua  del  mar,  se  sentía  débil  y  pensaba  que 


200  MÉXICO       MODERNO 

si  aquella  falta  de  alimento  continuaba  mucho  se  convertiría  en  un 
pez  espada  o  en  una  anguila. 

Muchas  cosas  se  le  ocurrieron  para  combatir  la  anemia,  aque- 
lla anemia  contra  la  que  ni  el  recurso  cabía  del  aceite  de  hígado  de 
bacalao,  precisamente  por  la  carestía  no  sólo  de  bacalao,  sino  de 
morralla  y  de  bonquerocitos.  ¿Le  convendría  ser  vegetariano?  In- 
tentó ese  cambio  de  régimen,  pero  le  dio  una  indigestión  de  algas 
porque  resultaron  imposibles  de  digerir.  ¿  Le  convendría  alimentarse 
sólo  de  estrellas  de  mar?  Probó  a  ver,  pero  vio  las  estrellas  de  re- 
tortijones que  sufrió.  ¿  Y  un  régimen  de  ostras  ?  Creyó  que  se  moría. 
El  haber  oído  ponderar  las  ostras  como  lo  más  exquisito  del  mar, 
pero  careciendo  de  "abre-ostras"  tuvo  que  comérselas  cerradas,  y 
el  cólico  fue  cerrado,  y  hubiera  sido  el  definitivo  y  postrero  si  no 
hubiera  sido  porque  bebió  más  agua  de  mar  que  nunca,  tanta  que 
provocó  antes  de  la  hora  anunciada  una  pequeña  baja  mar. 

No  había  solución.  Aquel  pobre  pez  iba  ya  lento  como  un  sub- 
marino sin  esencia,  o  como  en  la  superficie  del  mar  un  barco  sin 
carbón.  Casi  ya  no  remaba  con  sus  muñones,  pues  estaba  falto  de 
fuerzas. 

"¡Si  siquiera  hubiese  latas  de  conserva!  ¿Si  se  pudiesen  ad- 
quirir unas  cuantas  latas  de  sardinas?",  pensaba  aquel  pobre  des- 
graciado. 

"¡Cada  vez  somos  mejor  pescados  por  los  hombres  y  nosotros 
pescamos  menos  y  estos  peces  que  se  han  vuelto  intelectuales  y  se 
burlan  de  nosotros!",  exclamaba  constantemente  el  pobre  pez 
vacío. 

¡Ah!,  pero  como  en  ese  estado  de  inacción  es  cuando  surgen 
grandes  ideas,  aquel  gran  pez  tuvo  una  idea  estupenda,  genial,  mo- 
rrocotuda. Viendo  que  no  había  solución  para  su  hambre  pensó 
pescar  como  los  hombres,  convertido  en  un  verdadero  pescador  de 
caña,  transformar  la  caza  a  diente,  ya  anticuada,  y  desprestigiada, 
por  la  caza  ingeniosa. 

Desde  ese  instante  de  la  concepción  de  su  gran  proyecto,  se 
dedicó  a  confeccionar  sus  aparejos  de  pesca,  y  después  de  encon- 
trar un  anzuelo  de  los  muchos  caídos  en  el  fondo  del  mar,  preparó 
con  una  correilla  de  alga  y  con  una  preciosa  caña  submarina,  el 
aparato  completo.  Cesta  o  bote  de  lata  para  echar  la  pesca  no  le 
eran  necesarios,  porque  toda  pieza  cobrada  iría  del  anzuelo  a  la 
boca.  ¡Tenía  mucha  hambre  atrasada! 


LO  QUE  APRENDIÓ  AQUEL  PEZ  201 

Dotado  así  de  su  caña  y  con  un  poco  de  sardina  como  cebo,  se 
puso  a  pescar  en  una  montañita  del  fondo;  y  como  los  peces  no 
podían  sospechar  que  hubiese  un  pescador  de  caña  en  aquellas  pro- 
fundidades, picaron  el  anzuelo  con  gana  y  aquel  gran  pez  volvió 
a  recobrar  sus  hechuras.  Estaba  contentísimo,  optimista,  y  veía  que 
su  porvenir  era  el  de  un  multimillonario  en  peces,  que  es  como  ser- 
lo en  plata  de  la  mejor  plata  viva. 

i  Ah !  Pero  corrió  la  voz  por  todo  el  mar.  ¡  En  el  fondo  del  mar 
había  un  pescador  de  caña  disfrazado  de  pez.  ¡El  colmo!  Aquello 
no  podía  consentirse.  Se  organizaron  numerosas  avalanchas,  ban- 
cos enteros  de  peces  para  aplastar  al  intruso. 

Los  guardias  temibles  del  mar,  los  tiburones,  se  enteraron  tam- 
bién y  buscaron  al  intruso,  al  pobre  pescador  de  caña  y  se  lo  co- 
mieron con  caña,  anzuelo  y  todo,  siendo  la  venganza  del  pez  genial 
que  por  lo  menos  aquel  tiburón  llevaría  siempre  como  dije,  como 
leontina  de  su  reloj  imaginario,  el  pequeño  anzuelo  clavado  en  la 
barriga. 

RAMÓN  GÓMEZ  DE  LA  SERNA. 


lUAx.  Mod.-t 


A     UNA     NOVICIA 

▲BOIBNTB    MADRIGAL 


DULCE"  virgen  mal  ceñida, 
de  tos  ángeles  amada, 
para  monja  perjeñada 
por  los  dedos  del  pudor. . . 
santa  que  la  vida  olvida, 
perdón  si  un  poeta  lascivo 
de  tu  boca  al  rojo  vivo 
manda  un  heso  turbador. 


En  la  divina  torpeza, 
de  tu  traje  y  tu  atavío 
hatees  del  amor  desvío 
y  desprecio  del  saber. . . 
Toda  68  santa  tu  belleza, 
pero  son  tu^  labios  rojos  ]       í 

y  en  las  ascuas  de  tus  ojos 
arde  u/n  mundo  de  placer. 


En  la  gracia  fresca  y  pura 
de  Xa  almendra  de  tu  cara 


A     UNA      NOVICIA 

mi  sed  </•;  amores  repara 
como  en  el  m/mantial 
hallado  entre  la  espesura, 
cuya  linfa  apetecida 
en  la  noche  de  mi  vida 
tiene  un  encanto  auroral. 


Tú  no  sabes  jeUzmsnte 
lo  que  es  sed  en  el  camino, 
y  yo  soy  el  peregrino 
que  escuchó  el  agua  correr. 
Piensa  si  habrá  quien  me  ataje 
en  buscarla  con  locura 
y,  al  hallarla  fresca  y  pura, 
si  he  de  dejar  de  beber. 


MANUEL  MACHADO. 


EL  PODER  DE  LAS   LETRAS 


ALGUNA  vez,  cuando  examino  mi  conciencia,  suelo  sentir  es- 
crúpulos por  seguir  cultivando  las  letras  a  mi  edad,  que  es  ya 
bien  avanzada.  Me  recuerdo  a  mí  mismo  en  la  adolescencia, 
inclinado  ya  sobre  los  libros  para  devorarlos,  o  con  la  pluma  en  la 
mano  y  el  papel  al  frente  para  escribir;  y  me  veo  después,  ahora, 
cuándo  casi  no  tengo  pelo  en  la  mollera  y  mis  bigotes  se  han  vuelto 
blancos,  consagrado  tenazmente  a  los  mismos  ejercicios.  ¿Es  de- 
bilidad de  los  años?  ¿Es  puerilidad  de  viejo?  Necesito  recapacitar 
un  poco  para  absolverme  a  mí  mismo  y  obtener  excusas  del  públi- 
co, que  puede  haberse  fastidiado  de  ver  tantas  lucubraciones  mías 
en  libros  y  periódicos. 

No:  las  letras  no  son  diversión  frivola,  sino  profesión  seria  y 
trascendente;  con  su  descubrimiento  comenzó  la  civilización  del 
mundo.  Aquí  vendría  bien  una  tirada  erudita  para  hablar  de  los 
fenicios,  hebreos  y  griegos;  de  los  ladrillos  babilónicos,  de  los  pa- 
piros egipcios,  de  las  tabletas  romanas,  y  de  otras  muchas  cosas 
de  gran  viso  y  resonancia.  De  acuerdo  con  este  plan  podría  demos- 
trar que  la  grandeza  de  los  pueblos  y  de  los  imperios  se  prolonga 
más,  a  lo  largo  de  la  historia,  por  virtud  de  las  letras,  que  por  la 
fuerza  de  las  armas,  de  la  riqueza  o  de  las  leyes.  Y  que,  en  tanto 
que  de  Nínive  y  Babilonia  no  se  conservan  más  que  informes  es- 
combros cubiertos  de  vegetación ;  que  de  la  altiva  Misraím  tenemos 
únicamente  pirámides  medio  sepultadas  en  la  arena;  que  de  Israel 
no  nos  resta  más  que  un  muro  salomónico;  que  de  Sidón  y  Tiro 
no  quedan  más  que  paredes  solitarias  y  truncadas  columnas;  que 
de  Grecia  y  Roma  guarda  el  mundo  unos  cuantos  monumentos  de- 
rruidos; y  que  de  todo  el  mundo  antiguo  podríamos  decir  con  Lu- 
cano,  i)enetrados  de  tristeza,  ¡etiam  rwinae  periere/:  resulta,  en 
cambio,  que  la  escritura  cuneiforme  nos  ha  presentado  rediviva  la 


EL    PODER    DE     LAS    LETRAS  205 

aociedad  contemporánea  de  los  toros  alados,  guardianes  de  los 
templos  y  palacios  asirios;  que  los  libros  mosaicos  nos  describen  el 
origen  del  mundo  y  de  la  humanidad ;  que  los  geroglíf icos  egipcios 
nos  revelan  el  modo  de  ser,  pensar  y  vivir  del  pueblo  de  los  farao- 
nes; y  que  los  palimpsestos  nos  ponen  al  tanto  de  cuanto  hicieron 
y  dijeron  griegos  y  romanos,  tanto  en  la  guerra  como  en  la  paz, 
así  en  tratándose  de  sus  vicios  y  errores  como  de  sus  virtudes  y 
sus  glorias. 

He  aquí  el  esquema  grandioso  de  una  disertación  imponente, 
cuyo  desarrollo,  empero,  humildemente  confieso  que  está.'  sobre 
mis  fuerzas.  Por  otra  parte,  aun  cuando  quisiera  echar  sobre  mis 
hombros  esa  carga  agobiadora,  no  me  sería  posible  ni  aun  siquiera 
intentarlo,  porque  dispongo  de  brevísimo  tiempo  para  escribir  estos 
renglones.  Doy,  pues,  por  sentado  que  las  letras  son  el  alma  misma 
de  la  humanidad,  perpetuada  en  sus  misteriosos  caracteres ;  y  que, 
no  viven  sólo  para  enlazar  unos  siglos  con  otros  y  unas  generacio- 
nes con  otras,  sino,  más  que  eso  todavía,  para  unificar  e  identifi- 
car tiempos,  razas  y  generaciones,  haciendo  un  conjunto  total  y 
armónico,  que  forma  la  unidad  humana  al  través  de  la  historia. 


El  intento  de  demostración  que  antecede,  podría  bastar,  aca- 
so, a  mi  propósito,  para  librarme  de  culpa  y  pena  por  mi  terquedad 
literaria;  pero,  no  pudiendo  mantenerme  en  esas  alturas,  voy  a 
descender  a  consideraciones  de  orden  inferior  para  completar  mi 
intento  de  justificación. 

Más  Uamza,  muchacho.— Está  bien,  maese  Pedro,  voy  a  dejar 
las  eminencias  de  la  andante  caballería  para  hablar  de  asuntos 
contemporáneos,  pero  sin  salir  de  mi  tema,  porque  yo  tengo  mis 
ideas 

Acabo  de  leer  un  hermoso  libro  de  Isaac  Goldberg,  doctor  en 
filosofía,  prologado  por  J.  D.  H.  Ford,  profesor  de  español  y  fran- 
cés en  la  Universidad  de  Harvard.  Su  título  es  Studies  in  Spaniah 
Anierican  Literature,  Lo  he  devorado  con  interés  indecible,  y  me 
ha  ensanchado  el  corazón.  Hablase  en  él  con  grande  elogio  de  la 
poética   y   literaria   de   los   proceres   de   las   letras   hispanoamfe- 


2o6  MÉXICO      MODERNO 

ricanas,  y  los  nombres  de  Manuel  Gutiérrez  Nájera,  Salvador 
Díaz  Mirón,  Amado  Ñervo,  y  Enrique  González  Martínez,  salen 
a  relucir  a  cada  paso  en  sus  elocuentes  páginas.  Y  al  lado  de  ellos, 
en  lugar  muy  distinguido,  aparecen  los  de  José  Martí,  el  héroe- 
poeta,  Julián  del  Casal,  José  Asunción  Silva,  Rubén  Darío  y  José 
Santos  Chocano,  honra  de  Cuba,  Colombia,  Nicaragua  y  Perú;  y 
también  los  de  José  Enrique  Rodó,  Blanco-Fombona,  Lugones  y 
ptros  que  sería  largo  enumerar,  honra  y  prez  de  Uruguay,  Vene- 
zuela, y  la  República  Argentina.  Y  veo  que  fuera  del  país,  los  me- 
jicanos, y  nuestros  hermanos  de  Sudamérica,  somos  estimados  y 
aplaudidos  por  nuestras  letras,  pese  al  desfavorable  juicio  que  de 
todos  nosotros  se  forma  el  extranjero  por  nuestras  constantes  in- 
quietudes políticas  y  por  nuestras  tremendas  revoluciones.  Y  veo 
también  que  la  fraternidad  hispanoamericana  va  siendo  obra  de 
verdad,  pero  no  de  la  diplomacia,  por  campanuda  que  sea,  sino  de 
los  tañedores  de  cítara  y  de  los  escritores  americanos  de  lengua 
española. 

El  Dr.  Ford  dice,  entre  otras  cosas,  en  su  breve,  pero  sustan- 
ciosa introducción:  "Fue  ayer  nada  más  cuando  los  hombres  cul- 
tos de  España  comenzaron  a  manifestar  un  interés  real  por  la 
literatura  de  sus  antiguas  colonias  del  Nuevo  Mundo.  Antes  que 
don  Juan  Valera  escribiese  sus  sabrosas  Cartas  Am erica mi^, 
las  personas  educadas,  ni  mucho  menos,  por  supuesto,  los  lectores 
ordinarios  de  la  Península  Ibérica,  se  hablan  dado  cuenta  de  la 
ambiciosa  actividad  de  muchos  escritores  del  siglo  XIX,  esparci- 
dos en  los  países  que  se  extienden  entre  el  límite  sur  de  los  Esta- 
dos Unidos  y  la  Tierra  de  Fuego . . .  Aunque  Valera  fue  un  espíri- 
tu genial,  se  manifestó  incapaz  de  evitar  esa  tolerancia  condescen- 
diente de  los  críticos  europeos  con  respecto  a  las  producciones  del 
alma  colonial,  que  nosotros,  en  los  Estados  Unidos,  estamos  acos- 
tumbrados a  encontrar  en  la  actitud  de  los  críticos . . .  nosotros,  los 
hermanos  norteños  de  los  hispanoamericanos,  hemos  vivido  más 
olvidados  todavía  de  los  ideales  y  méritos  de  la  altura  de  Hispano- 
américa, y  es  tiempo  ya  de  que  salgamos  de  nuestra  ignorancia . . . 
Cuando  lo  hagamos  y  conozcamos  bien  las  tendencias  y  perfeccio- 
nes de  los  escritores  españoles  de  América . . . ,  comenzaremos  for- 
zosamente a  concebir  alta  estimación  hacia  su  celo,  móviles  y  arte 
consumado." 

Y,  por  lo  que  hace  al  Dr.  Goldberg,  no  hay  elogio  que  escati- 


EL  PODER  DE  LAS  LETRAS  907 

me  en  su  obra  a  los  poetas  y  escritores  de  nuestra  raza  en  este 
continente.  Según  él,  Díaz  Mirón  y  Gutiérrez  Nájera  fueron  los 
grandes  precursores  del  movimiento  de  renovación  de  las  letras  his- 
panoamericanas;  Rubén  Darío  es  uno  de  los  mayores  poetas  de  la 
edad  presente;  y  José  Enrique  Rodó  un  crítico  de  la  talla  de  En- 
merson  y  Macausley.  Así  podemos  ver  a  nuestras  patrias  ameri- 
canas elevadas  a  grande  altura  en  la  consideración  de  los  doctos 
extranjeros.  Regocijémonos.  ¡Estamos  tan  poco  acostumbrados  a 
recibir  alabanzas  y  cumplidos ! 

Nótase  por  otra  parte,  en  el  espíritu  general  de  la  literatura 
hispanoamericana,  una  tendencia  poderosa  y  efectiva  a  la  frater- 
nidad de  todos  los  pueblos  de  habla  española  de  América,  la  cual 
tendencia  podrá  dar  por  resultado  la  unión  espiritual  de  nuestras 
repúblicas. 

Indico  apenas  las  ideas  por  falta  de  tiempo ;  pero  creo  que  las 
observaciones  anteriores  son  suficientes  para  demostrar  que  gran- 
de, soberano,  incontrastable  es  el  poder  de  las  letras. 

De  donde  deduzco  que  consagrarse  a  ellas,  no  es  ocupación 
baladí,  sino  de  capital  importancia,  y  que  merezco  perdón  si  a  mis 
años  tanto  las  amo  y  con  decidido  empeño  todavía  las  cultivo. 

JOSÉ  LÓPEZ  PORTILLO  Y  ROJAS. 


LA  ESTANCIA  EN  LA  MONTAÑA 

Del  libbo  bn  pbbnsá.  Las  sinfonias  del  Popocatepetl 

DEL  pueblo  adormecido  ascendí  a  la  montaña  viviente. 
En  las  aguas  de  sus  torrentes  mi  cuerpo  se  limpió  de  toda 
inmundicia;  entre  los  bosques  de  pinos  se  perfumó  con  la 
esencia  de  las  selvas;  bajo  la  potencia  del  sol  se  fortificó  y  sobre 
los  hielos  mis  pasiones  se  congelaron. 

Desde  la  cima  del  volcán  yo  vi  el  Mundo  como  un  espectáculo 
maravilloso  y  lo  amé  sin  reticencias,  profundamente,  intensa- 
mente. 

Todo  me  pareció  bello,  hasta  el  Dolor,  Todo  me  pareció  por- 
tentoso, hasta  la  Mujer,  y  de  todas  las  cosas  emanó  una  fuerza 
nueva  cuyo  influjo  yo  no  había  sentido  jamás — una  palpitación 
cuyo  ritmo  nacía  de  cada  molécula  de  la  materia  y  vibraba  sobre 
mis  nervios  con  renovadora  energía. 

Oh,  la  vida . . . ! 

La  vida  es  la  comprensión. 


UN  LUMINOSO  DÍA 


LA  CÚSPIDE  de  la  Montaña  ergida  entre  la  altísima  atmós- 
fera, domina  la  Tierra. 
Frialdad  metálica  y  transparencia  de  cristal  en  el  aire-^luz, 
luz.  Torrentes  de  luz  azul  inundan  el  espacio — afluido  azul  baña  el 
inmenso  paisaje — potentes  radiaciones  sepultan  la  tierra  en  un 
extraño  silencio  luminoso . . . 


UN  LUMINOSO  día  109 

En  la  claridad  maravillosa  del  día  un  viento  sutil  agita  las 
capas  superiores  de  la  atmósfera. 

Radiando,  en  el  zenit,  el  Sol  mira  pasar  el  Mundo. 

Desde  la  cima  del  gran  domo  del  Volcán  contemplo  la  tierra  que 
se  extiende  hacia  el  Poniente.  La  Montaña  baja  en  precipicios  y 
se  desarrolla  hasta  los  valles  en  ondulaciones  boscosas  que  se  es- 
fuman en  la  luminosidad  de  las  llanuras. 

Abajo,  entre  los  montes,  asoman  cráteres  carcomidos  de  volca- 
nes extinguidos,  y  en  el  horizonte,  enorme  y  trágico,  el  cráter  del 
Toluca  sumerge  su  desgarrada  boca  en  el  azul  impasible. 

Por  los  largos  declives  que  descienden  desde  la  roca  donde  con- 
templo el  panorama,  las  arenas  absorben  las  radiaciones  solares 
y  sobre  la  fineza  de  su  monotonía  los  más  pequeños  detalles  son 
perceptibles  a  grandes  distancias. 

Todo  está  marcado  con  dramática  precisión  en  este  paisaje 
fantásticamente  real :  los  peñascos  enormes  sobre  ei  cielo  azul,  los 
transparentes  témpanos  blancos  sobre  la  blancura  de  los  hielos,  los 
pedruscos  rodados  por  los  declives  de  arena,  los  lejanos  bosques,  los 
caminos  de  los  valles,  los  sembradíos  lejanísimos  divididos  en  cua- 
dros, las  cordilleras  colosales . .  El  panorama  tiene  el  aspecto  de 
un  mapa  relieve — es  frío  y  monótono,  metálico — parece  el  pano- 
rama de  otro  mundo,  iluminado  por  otro  sol. 


i 


Luz— luz — luz  azul . . .  Torrentes  de  luz  azul  que  bajan  en  ondu- 
laciones vibrantes—irradiación  potente  del  sol— potencia  desespe- 
rante de  la  luz  que  agobia  la  Tierra 

Hacia  el  Sur,  el  Ixtatzihuatl  colosal,  mirado  desde  arriba,  pa- 
rece un  palacio  de  techo  metálico.  Se  ha  empequeñecido.  Enormes 
regiones  cubiertas  de  bosques,  de  valles  divididos  como  tableros  de 
ajedrez— y  sobre  ellos,  como  una  pequeña  pirámide,  la  Malinche— 
están  sumergidos  en  luz.  En  el  horizonte,  sobre  el  fondo  del  mar  le- 
janísimo que  señala  con  una  línea  plateada  la  curvatura  de  la  Tierra, 
el  Pico  de  Drizaba  se  levanta  gigantesco  y  sañudo. 

No  hay  una  nube  en  toda  la  inmensa  bóveda  celeste.  La  Mon- 
taña enorme  desciende  y  se  aplasta.  La  Tierra  se  ha  vuelto  uni- 
forme.    Los  montes  son  simples  arrugas  bajo  el  cielo  sereno  y 


210  MÉXICO      MODERNO 

profundo.  En  la  frialdad  sin  misericordia  de  la  altísima  atmós- 
fera el  sol  espléndido  irradia .... 

Luz  azul — ondulaciones  de  luz  azul  sobre  la  Tierra — esplendor 
azul — radiaciones  de  silencio  luminoso . . . 

La  mitad  de  la  Tierra  está  sumergida  en  la  pupila  magnánima 
del  Sol! 


LA      NOCHE 


SUMERGIDA  en  la  lluvia,  la  selva  de  cedros  es  un  misterio  hú- 
medo. Los  ramajes  oscuros  se  mueven  pesadamente  bajo  los 
chorros  de  agua  como  bajo  una  cascada.  En  la  opaca  claridad 
de  la  noche  brumosa  se  esfuman  los  troncos  negros  de  los  árboles  y 
por  entre  el  follaje  espeso  se  filtra  un  tenue  vaho  luminoso. 

Llueve — tan  tupidamente  llueve  que  la  selva  parece  una  selva 
sumergida  en  el  fondo  del  mar. 


La  profunda  cañada  tiene  un  techo  de  nubes.    En  su  fondo 
oscuro  no  se  ve  nada — sólo  se  escucha  el  ruido  de  una  cascada. 


Los  largos  esqueletos  de  los  pinos  pretenden  taladrar  los  vien- 
tres de  las  nubes  densas.  Espesas  masas  de  vapor  gravitan  sobre 
el  bosque  destruido.  La  atmósfera  saturada  de  agua  envuelve  la 
Tierra  y  oculta  el  Infinito. 


La  nieve  irradia  suavemente  bajo  la  densa  niebla.    El  crá- 
ter enorme  está  azolvado  de  vapor.    En  la  oscuridad  de  la  noche  se 


L  A      NOCH  E  2,1 

vuelven  misteriosas  las  oquedades  de  los  hielos  y  se  prolongan  in- 
definidamente las  asperezas  nevadas  de  la  Montaña. 

Espinazos  helados  suben,  suben,  suben  entre  mantos  nebulo- 
sos. De  repente,  una  extremidad ;  arriba  no  hay  nada.  Las  manos 
buscan  otra  altura.  Nada La  niebla  espesa — el  ignoto  impene- 
trable— nada. .  o  todo 

La  atmósfera  densa  marca  el  límite  de  lo  explorable. 

Me  muevo  como  una  larva  en  el  fondo  de  un  lago  que  se  con- 
gela. 


En  otro  tiempo,  la  Tierra  envuelta  en  una  niebla  espesa,  incu- 
baba en  la  humedad  cálida,  la  Especie  inconsciente.  Y  el  hombre  se 
arrastraba  en  el  fango  como  un  reptil.  Pero  una  noche — una  noche 
gloriosa — el  azar  consecutivo  desgarró  las  nubes  y  el  espíritu  del 
hombre  desprendido  del  limo  primitivo  radió  sobre  los  cielos. 


Sobre  tu  altura  suprema  todo  es  puro,  oh  Montaña :  tus  hielos, 
la  atmósfera,  mi  pensamiento.  De  tu  cúspide  adormecida  en  el 
silencio  de  la  noche,  el  hombre  como  sobre  un  pedestal,  levanta  su 
gigantesca  estructura  y  sumerge  en  las  lejanas  promesas  del  firma- 
mento constelado  la  inquietud  de  su  mirada. 


El  Universo  entero  derrama  sobre  el  Volcán  el  imponderable 
ñuido  de  sus  astros — ^llueve  luz — llueve  la  luz  del  Cosmos  sobre  el 
Mundo  y  la  Montaña  baña  su  cima  nevosa  en  la  nebulosa  infinita 
del  Caos  pulverizado  en  soles. 


Caminando  por  el  áspero  perfil  de  una  montaña  helada — las 
radiaciones  del  pensamiento  proyectadas  como  la  luz  de  un  faro 


212  MÉXICO      MODERNO 

sobre  las  profundidades  del  Espacio — ^yo  comprendí  la  importancia 
sin  límites  del  Accidente  insignificante  y  prodigioso  que  rasgó  las 
nubes,  descubrió  los  Mundos  y  transformó  la  Vida  en  una  espiral 
sin  fin. 

De  tus  entrañas  enroscadas  en  el  Espacio — oh  Misterio  que 
engendró  a  la  Inteligencia — nació  el  Deseo  que  a  través  del  Tiempo 
y  del  Espacio  ultrapasará  siempre  los  límites  de  Lo  Tangible. 

Soles,  sistemas  y  vías  lácteas,  oscuridades  que  esperan  la  luz 
de  un  cálculo,  nebulosas  que  pululan  en  el  éter  como  microbios  en 
un  tubo  de  ensayo,  espacios  infinitos  saturados  de  universos,  luz, 
movimiento,  matemática,  armonía,  todo  nos  pertenece. . . 

Oh,  noche,  ¡  cómo  has  hecho  grande  al  hombre ! 

Todo  el  Cosmes  entrando  por  el  microscópico  canal  de  nuestra 
pupila,  palpita  en  las  moléculas  de  nuestro  cerebro. 

La  bóveda  craneana  encierra  el  Infinito. 

Tú  eres  fascinante,  oh  Noche — más  fascinante  que  la  boca  de 
mi  amada — más  dulce  que  la  palabra  de  mi  madre — más  profunda 
que  la  sabiduría  de  los  hombres — más  terrible  que  el  dolor — más 
inmensa  que  el  placer — ^más  bella  que  el  amor  y  más  grande  que 
todos  los  dioses.  Tú  eres  la  más  grande  y  la  más  bella  de  todas 
las  cosas  porque  tú  eres  el  Porvenir. 

Sobre  las  Moléculas  luminosas  de  tu  Misterio,  el  Hombre  ca- 
mina, y  su  paso  levanta  una  polvareda  de  soles! 

DOCTOR  ATL.. 


LA  PUÍÍALADA 


A  01BB1BL  ALFABO 


NO  supe  jamás  su  nombre. 
Una  noche,  en  la  rué  de  la  Gaite,  cuatro  amigos,  al  salir 
del  taller,  discutíamos  de  nada,  cuando  una  picaresca  mu- 
chacha rozó  nuestras  sonrisas   con  las  suyas  borbotantes  de  en- 
canto. 

Los  amigos  la  vieron  sin  contemplarla.  Yo,  la  miré  y  la  se- 
guí. 

— ¿Adonde  vas,  ma  petite? 

— Me  paseo. 

— ¿Quieres  venir  conmigo? 

Sin  contestarme,  con  ojos  de  pecado,  me  miró  risueña. 

Í' — ¿Quieres?. . .  Anda,  ven. . . 
— i  Si  tú  quieres ! . . . 
— Sí,  sí ;  pero ...  ¿adonde  ? 
Me  hablaba  con  una  gracia  suave  y  natural. 
— Si  tu  veux,  ici  a  Thotel  de  Bretagne;  veux  tu? 
— Donde  quieras . . .    ¡  Qué  linda  eres ! . . .    Dame  un  beso . . . 
Y  en  plena  calle  la  hice  mía  con  el  pensamiento,  en  la  penum- 
bra de  un  árbol  del  camino  y  al  calor  de  mis  ardores  de  artista. 


-T-Bon  soir,  patrón — dijo  ella  al  entrar  en  el  paupérrimo  ho- 
telucho. 

— ¿C'est  pour  toute  la  nuit? 


214  MÉXICO      MODERNO 

— Nó, — dije  yo. 

— Le  cinq,  alors,— dijo  el  hombre  gordo. 
Subimos. 

Yo  callaba.  Ella  sonreía,  y  charlando  desabrochó  su  corpino, 
hizo  deslizar  por  las  caderas  mórbidas  su  trajecito  de  velours  ne- 
gro, y  quedó  en  camisa. 

— ¡Qué  maravilla  de  formas,  de  juventud  y  de  gracia! 
Al  verse  admirada  así,  desabrochó  sus  labios  y  me  besó  ansiosa. 
¡  Qué  ardor  tenían  mis  carnes  descansadas  de  lujuria ! 
Hubo  un  momento  en  el  que  sus  pupilas  entrecerradas,  el  imán 
de  sus  formas  y  el  favor  de  su  galante  gesto,  me  arrojaron  brus- 
camente sobre  aquella  estatuilla  pecaminosa  de  Montparnasse. 

Mis  veintitrés  años  cerraron  los  ojos  y  se  echaron  de  bruces 
en  aquella  cisterna  de  belleza  y  placer. 

Abrí  los  brazos  y  tremante  la  estreché  con  fuerza  el  tórax. 

¡Oh!...  y  entonces,  entonces  aquella  mujercita  linda  lanzó  un 
grito  terrible,  de  dolor,  que  me  aterró. 

— ¡  Ay ! . . .  No,  así  no,  así  no . . . 

Arqueó  el  cuerpo  como  un  tallo  lastimado  y  suspirando  de  muy 
hondo,  me  imploró  piedad  con  mirada  tierna  y  dolorida. . . 

— ¿Qué  tienes?  inquirí  asustado. 

Entonces  levanté  pausadamente  sus  ropas,  y  vi : 

Al  rededor  de  la  cintura  gallarda  y  blanca,  una'  venda  blanca 
tapaba  una  herida. 

— Mira, — me  dijo — ;  ayer,  un  apache  me  dio  aquí  una  puña- 
lada ;  —  y  desenvolviendo  la  cinta  larga  manchada  de  sangre,  dejó 
al  aire  los  labios  rojos  y  trágicos  de  una  herida  recién  abierta. . . 

— ¿Cómo  fué? 

Las  mujercitas  así  no  explican  las  cosas  bien;  es  pre- 
ciso adivinarles. . . 

Fueron  los  celos.  En  un  baile  de  vicio  y  amor  el  souteneur,  el 
apache  idolatrado,  estaba  celoso;  la  insultó,  la  estrujó,  la  pegó,  la 
quiso  matar,  y  casualmente  el  puñal  no  dio  en  el  corazón. 

Vivía,  y  vivía  para  él . . . 

Así,  herida,  por  las  calles  obscuras,  silenciosas  y  frías  de  París, 
iba  buscando  cinco  francos  que  llevar  al  verdugo . . . 

El  amor  en  París  es  así . . . 


LAPUÑALADA  Jij 


Ella  no  comprendió  nunca  por  qué  mis  besos  fueron  tan  suaves; 
por  qué  la  dejé,  rozando  con  mis  labios  las  puntas  de  sus  alas,  y  por 
qué  sin  amarla,  escondí  entre  sus  medias,  un  billete  de  diez  fran- 
cos, mi  pan  de  una  semana  de  miseria  y  de  frío. 

ISIDRO  FABELA. 
Buenos  Aires,  Dic.  12  de  1916. 


LA  SOMBRA  DE  KARMIDJÍS  . 


Del   próximo  libro   El 
David   de   Miguel    Ange 


CUSTODIAN  la  entrada  los  leones  de  la  puerta  de  Micenas,  si- 
lenciosos, ciclópeos,  heroicos.  Llevo  entre  los  labios  un  verso 
de  Sófocles:  "extranjero,  has  llegado  a  la  tierra  de  los  cor- 
celes rápidos "  Voy  a  contemplar  las  estatuas  griegas.  Es  de 

fortísimo  dinamismo  espiritual,  para  la  autoeducación,  recrear  los 
ojos  sobre  la  tersura  de  un  mármol  griego.  Esta  contemplación  esti- 
mula el  sentido  estético,  da  proporción  y  euritmia  a  las  creaciones 
alucinantes  de  la  fantasía,  llena  el  pecho,  acuchillado  por  la  inquie- 
tud, de  una  aristocrática  serenidad;  produce  una  sensación  de  con- 
trol sobre  la  materia,  de  libertad,  de  agilidad  espiritual,  que  nos 
hacen  adueñarnos  de  nuestro  ego,  tomarnos,  tal  cual  lo  soñaron  los 
griegos,  en  una  mariposa,  una  "psiche",  un  alma.  Comprendo  por 
qué  Goethe,  antes  de  escribir  la  Eñgenia  en  Tauride,  permaneció 
por  espacio  de  tres  meses  entre  las  estatuas  griegas,  dibujándolas 
en  un  pequeño  libro,  para  dar  euritmia,  plasticidad  y  proporción  a 
su  fantasía.  Sé  por  qué  Miguel  Ángel,  ciego  y  anciano,  se  hacía  con- 
ducir al  Museo,  para  palpar,  trémulo  de  amor,  el  torso  de  los  anti- 
guos mármoles. 

La  escultura  griega  nos  legó  un  admirable  cortejo  de  imáge- 
nes de  la  juventud  heroica.  Si  por  un  fatal  acaso,  solamente  nos  fue- 
ra dado  gozar  de  una  obra  de  arte  única,  yo  escogería  entre  todas, 
que  me  permitieran  vivir  contemplando  el  grupo  de  mármoles  que  nos 
ha  legado  la  estatuaria  helénica.  Es  un  cortejo  blanco  e  impecable, 
un  mundo  de  alabastro,  lleno  de  pureza,  de  serenidad,  de  fuerza. 
Para  nosotros,  hombres  super-civilizados,  constituyen  estas  esta- 
tuas una  admirable  lección;  son  el  blanco  evangelio  de  la  religión 


LA  SOMBRA  DE    KARMIDES...  217 

del  cuerpo.  La  religión  del  cuerpo,  he  dicho,  y  no  me  arrepiento  de 
esa  frase ;  parece  algo  materialista,  pero  ya  Pablo  de  Tarso,  un  após- 
tol de  Cristo,  escribió:  "Vuestro  cuerpo  es  el  templo  del  Dios  vi- 
vo". Esta  es  la  enseñanza  de  los  mármoles  cincelados,  semirrotos, 
dorados  por  el  beso  de  los  siglos :  llevar  el  cuerpo  como  el  templo  del 
alma.  Los  griegos  supieron  vivir  este  pensamiento.  Que  la  "psiche", 
la  mariposa,  el  alma,  fuera  guardada  en  un  cuerpo  equilibrado,  es- 
belto como  la  columna  de  un  templo.  Que  el  corazón  rojo,  latiera 
álgido,  bajo  el  arca  santa  de  un  pectoral  rotundo.  Se  formó  enton- 
ces el  mundo  de  Píndaro:  los  dioses  aman  los  juegos canta  el 

poeta. 

Culto  religioso,  institución  nacional,  fueron  en  la  Hélade  los 
juegos  atléticos  en  que  el  joven  demuestra  la  donosura  y  la  fuer- 
za de  su  hombría.  Tenían  las  prácticas  de  la  palestra  el  privilegio 
de  estrechar  la  unidad  nacional.  Durante  las  olimpiadas  se  suspen- 
dían las  guerras.  El  mes  que  duraban  los  juegos,  era  Grecia  una  na- 
ción unida.  Heraldos,  coronados  de  flores,  proclamaban  la  inaugu- 
ración de  los  días  sagrados .... 

Llegaban  al  bosque  de  laureles  las  theorías  de  jóvenes  atle- 
tas, en  trirremes  con  veías  de  púrpura,  o  en  carros  dorados  que  re- 
flejaban los  rayos  del  sol  Venían  desde  las  regiones  más  lejanas 
de  la  Grecia  a  compjetir  en  los  certámenes  que  los  dioses  risueños  fa- 
vorecían. 

Caminan  los  efebos  en  matinal  theoría  bajo  la  sombra  de  los 
mármoles  consagrados.  Caminan  donosos,  como  el  alba.  Brillan  sus 
miembros  ungidos  con  el  aceite  que  da  suavidad  y  ligereza.  La 
musculación  elástica  se  mueve  bajo  la  piel  tersa ;  sonríen  dulcemen- 
te los  encendidos  labios  escarlata;  la  cabellera  negra  ondea  sobre 
los  hombros  como  un  chorro  de  ébano  diluido . . .  Son  el  genio  de 
;  Grecia.  Los  poetas,  los  escultores,  los  filósofos,  harán  del  joven  he- 
I  roico,  sencillo,  modesto  y  temperante,  un  motivo  de  inspiración. 
j  El  espectáculo  más  grato  que  el  pueblo  griego  puede  ofrecer  a  los 
'   ojos  radiantes  de  los  dioses,  es  el  cuadro  de  la  juventud  sobria  y  flo- 
reciente. 

No  es  posible  acercarnos  a  Platón,  dice  Leroux,  sino  como  nos 
acercamos  a  Cristo,  con  respeto  y  amor.  Platón  dotó  al  alma  de  alas. 
En  un  diálogo  perfumado  con  brisas  de  los  vergeles  del  Pireo,  hace 

Méx.  Hod.-3 


2i8  MÉXICO      MODERNO 

el  divino  pasear  a  Sócrates  seguido  por  el  grupo  matinal  de  sus 
discípulos,  y  luego,  sobre  un  banco  de  la  palestra,  entrevistar  al 
joven  Karmides.  La  luz  del  espíritu,  ardiendo  en  lámpara  perfec- 
ta, ilumina  las  palabras  de  este  diálogo.  Karmides  es  el  joven  ate- 
niense fuerte  y  calmo.  Su  vida  espiritual  es  profunda.  En  su  mente 
bullen  los  versos  de  Homero,  y  en  los  músculos  de  su  torso,  se  mar- 
ca, en  relieve,  el  cinturón  de  Apolo.  Karmides  es  la  templanza,  la 
"sofrosinia"  de  la  vida  del  ateniense,  la  moderación  del  alma,  el  es- 
tado del  espíritu  bien  regulado;  la  proporción  perfecta  de  los  sen- 
tidos superiores  e  inferiores,  el  florecimiento  de  la  fuerza  psíquica 
sobre  la  rotundidad  de  los  músculos  perfectos.  Karmides  es  un  con- 
quistador de  sí  propio ;  su  alma  es  una  psiché.  "Karmides,  — ^le  dice 
Sócrates  en  el  diálogo: — . . .  tú  estás  colocado  por  encima  de  todos, 
porque  puedes  mostrar  la  alianza  de  dos  cosas,  cuya  unión  produ- 
ce los  seres  más  perfectos  de  la  tierra :  el  alma  virtuosa  dentro  del 
pecho  fuerte " 

Esta  escena  de  la  palestra  es  reveladora  del  espíritu  de  la  ju- 
ventud ática.  Karmides  no  es  un  barbilindo,  gomoso,  empapado  en 
agua  D'Orsay.  Es  el  hombre  en  ñor  de  mocedad,  educado  en  el  gim- 
nasio, respetuoso  con  los  ñlósofos,  amador  de  las  bellas  palabras, 
equilibrado  en  todas  sus  facultades,  serio,  religioso,  que  inclina  la 
testa  al  escuchar  las  palabras  suavílocuas  de  Sócrates,  y  abre  su  al- 
ma ingenua  para  que  los  ojos  del  maestro  penetren  hasta  lo  más  ín- 
timo de  su  ser.  Karmides  está  rnuy  lejos  de  la  frivolidad  donjuanes- 
ca y  de  la  vanidad  papagaya.  A  su  edad  es  ya  poeta  y  ñlósofo.  Este 
joven  de  aspecto  abrileño  podrá  luchar  desnudo,  cuerpo  a  cuerpo, 
con  el  medo  de  floiaute  cahellera  en  los  bosques  obscuros  de  Platea, 
o  correr  con  la  voz  de  la  victoria  en  los  labios  y  los  laureles  del  triun- 
fo en  las  manos  en  la  jornada  de  Marathón. 

Tal  fue  el  tipo  de  la  juventud  fuerte  y  heroica  que  eternizó  en 
mármol  la  escultura  griega.  Estoy  junto  al  grupo  de  blancas  esta- 
tuas. Parece  que  los  jóvenes  griegos  meditan  en  silencio ....  Qui- 
siera llamarlos  hermanos.  Sonríe  el  Diskóbolo  en  la  serenidad  per- 
fecta. Debe  ser  muy  dichoso,  no  ha  tenido  que  andar  en  camión,  no 
ha  oído  hablar  de  política,  ni  siquiera  ha  visto  el  retrato  del  Empe- 
rador de  Alemania. 

En  la  calma  religiosa  acarician  los  jóvenes  un  sueño  de  ala- 


LA  SOMBRA  DE  KARMIDES ...  219 

bastro Ha  siglos  que  escucharon  las  palabras  aladas  de  Platón, 

brotando,  como  ancho  río  de  dulce  hablar,  de  los  labios  áulicos  del 
maestro Hace  ya  muchos  siglos  que  los  jóvenes  están  dormi- 
dos. Hace  ya  muchos  siglos  que  floreció  la  sonrisa  de  los  dioses 

Parece  que  en  el  ambiente,  purpurado,  como  floración  de  ciruelo, 
por  la  agonía  del  sol  tramontano,  pasa  sirenciosamente,  junto  al  en- 
canto de  las  blancas  estatuas,  la  sombra  de  Kármides 

JOSÉ  U.  ESCOBAR. 


MÚSICA  Y  BAILES  CRIOLLOS  DE  LA  ARGENTINA 


EN  el  ambiente  cosmopolita  de  la  ciudad  de  Buenos  Aires  se  ha 
dejado  sentir,  por  unas  noches  el  perfume  agreste  de  las  can- 
ciones y  los  bailes  populares  del  interior  en  su  acción  dramá- 
tica y  forma  melódica  elemental.  El  interés  que  ha  producido  ello, 
mentiríamos  si  dijéramos  que  ha  sido  universal;  pero  sí  lo  sufi- 
cientemente generalizado  para  dar  a  los  espectáculos  de  canto  y 
baile  criollos  una  importancia  que  mucho  se  dudaba  que  alcan- 
zaran. 

Buenos  Aires,  más  que  ciudad  ninguna,  debe  ser  considerado 
como  refugio  de  toda  actividad  humana.  Lo  que  hay  de  bueno  y  de 
malo  en  el  mundo  viene  a  fundirse  y  transformarse  en  esta  tur- 
quesa que  es  la  ciudad  moderna  y  a  producir  el  modelo  consi- 
guiente, hecho  de  otros  pequeños  modelos  ya  gustados  en  el  ex- 
tranjero. Una  moda,  por  ejemplo,  lanzada  en  Londres  o  París, 
adquiere  en  Buenos  Aires  fisonomía  propia  y  caracteres  determi- 
nados, al  grado  que  haríamos  muy  mal  en  elogiar  como  parisiense 
ese  vestido,  adorablemente  sencillo,  con  que  pretende  cubrir  su 
cuerpo  una  niña  bien  en  la  calle  Florida  o  señalarle  procedencia  in- 
glesa a  ese  traje  que  porta,  no  sabemos  si  con  elegancia  o  no,  el  ca- 
ballero que  se  exhibe  tarde  a  tarde  en  las  puertas  del  Jockey  Club. 
Uno  y  otro,  el  femenino  y  el  masculino,  son  esencialmente  bonae- 
renses. Es  decir,  lo  más  chic  y  lo  más  propio  de  la  América  toda 
de  la  que  Buenos  Aires  es  el  emporio  indiscutible,  tanto  más  cuan- 
to que  ni  los  mismos  Estados  Unidos  gozan  por  estas  latitudes  de 
ningún  predicamento.  Un  sacrilegio,  una  irrisión  sería  pasear  por 


MÚSICA  Y  BAILES  CRIOLLOS  DE  LA  ARGENTINA  221 

ia  Avenida  de  Mayo  o  por  Florida,  escaparate  de  toda  belleza  y 
muestrario  de  toda  elegancia  un  traje  confeccionado  en  alguna  de 
las  tiendas  neoyorquinas,  cómodo  y  todo;  pero  de  una  aberración 
extrema. 

¿Qué  será  pues  en  lo  demás?  Buenos  Aires  no  es  como  Mé- 
xico, Lima  o  tan  siquiera  Santa  Fe  de  Bogotá,  ciudad  de  tradición 
arraigada,  costumbres  vernáculas  mantenidas  en  su  mayor  o  me- 
nor integridad;  pero  mantenidas  al  fin  con  solícito  cuidado.  La 
Semana  Santa  ha  pasado  sin  que  apenas  nos  diéramos  cuenta  de 
ello,  ¿podría  suceder  tal  cosa  en  México?  Lucha  con  la  corriente 
cosmopolita  que  tiende  forzosamente  a  borrar  todo  carácter  propio 
que  pudiera  establecerse.  Y  cosa  natural,  la  ciudad  busca  su  tradi- 
ción o  por  lo  menos  forjársela,  que  diera  a  la  ciudad  una  ascen- 
dencia conocida  en  el  mundo  de  las  naciones.  Y  trata  de  lograr, 
con  ahinco,  una  cultura  y  hacerse  de  una  tradición  que  suele  ser, 
por  ei  momento,  artificial;  pero  que,  con  el  tiempo  adquirirá  vir- 
tud de  sobrevivir  por  su  propia  excelencia.  Mucho  hará  la  Argenti- 
na cuando  en  las  venas  de  sus  hijos  logren  mezclarse  y  confundir- 
se las  sangres  tan  diversas  que  en  ellas  hierven,  desde  la  anárquica 
del  ruso  hasta  la  blanda  y  apacible,  aunque  tozuda  del  gallego,  o  la 
independiente  y  laboriosa  del  vasco. 

Difícilmente  habrá,  además,  en  cualquier  parte  del  mundo 
ciudad  que  consagre  mayor  espacio  a  los  espectáculos.  El  viajero 
curioso  encontrará  en  ella  de  todo,  desde  el  concierto  sinfónico  y 
el  drama  musical  hasta  la  piecesilla  jocosa,  sin  importancia  y  feble 
de  los  tablados  de  género  chico,  sin  contar  con  los  espectáculos  que 
por  su  estragado  sabor  a  pimienta  monopolizan  determinado  pú- 
blico. Los  teatros  pueden  clasificarse  en  dos  grandes  secciones:  los 
que  dedican  sus  escenarios  a  la  representación  de  espectáculos  ex- 
tranjeros y  los  que  ofrecen  a  la  producción,  cada  vez  creciente  del 
drama,  la  comedia  o  la  zarzuela  nacional  sus  tablados  plantada  so- 
bre ellos  orgullosamente  la  bandera  celeste  y  oro  de  esta  hermosa 
república.  No  hay  que  buscar  pues,  en  la  ciudad  cosmopolita  lo 
pintoresco,  lo  exclusivo,  lo  propio  de  la  Argentina.  El  medio  es 
lo  suficientemente  refinado  para  excluir  lo  genuino.  Habrá  que 
penetrar  en  la  campaña  y  ver  de  obtener  de  ella  lo  que  la  ciudad 
escatima  con  un  poco  de  desprecio. 

El  gaucho  criollo,  con  sus  costumbres,  andanzas  y  caballerías, 
que  suele  causar  risa  en  la  ciudad  cuando  se  presenta,  cabello  largo 
a  la  espalda,  "chiripá"  o  bombachas  amplísimas,  rebenque  en  mano 


222  MÉXICO      MODERNO 

y  facón  al  cinto  por  esas  calles  de  Dios  pobladas  de  niños  bien  que 
a  la  moda  visten,  se  esconde  muy  adentro  del  territorio,  con  sus 
vagidos  de  arte  primitivos;  pero  frescos  y  jugosos.  Los  rasgueos 
de  la  guitarra,  las  canciones  de  los  payadores  anónimos  y  sobre 
todo  las  danzas  típicas  y  ¡  tanto !  han  sabido  sacudir  de  su  modorra 
a  la  ciudad  y  conmoverla  en  estas  noches  cercanas  al  invierno  con 
la  frescura  de  una  inspiración  niña.  Y  al  oirías  ¡  Dios  mío !  yo  tam- 
bién me  he  conmovido.  Se  parecen  tanto  a  las  nuestras,  a  las  que 
hemos  oído  cantar  en  el  interior  de  nuestra  tierra,  en  las  haciendas 
del  Bajío,  en  los  ranchos  prendidos  a  la  sierra,  en  los  campos  po- 
blados de  sonoridades . . .  ! 

Figuraos  un  teatro  poblado  de  gente  acostumbrada  a  percibir 
muy  otros  sonidos  que  los  que  van  a  señorear  el  escenario.  El  cua- 
dro es  pintoresco  y  sugestivo:  un  rancho  preparado  para  la  fiesta, 
una  rueda  de  cantores  y  bailarines  ataviados  con  los  trajes  típicos 
del  gaucho.  Los  hombres  de  bombacha,  pantalones  amplios  metidos 
en  la  bota  de  anca  de  potro,  o  bien  el  chiripá,  mascadas  al  cuello  y 
poncho  al  hombro,  las  mujeres  con  sus  haldas  de  cretona  muy  hol- 
gadas, de  colores  vivos  y  alegres  que  marcan  el  ritmo  al  revuelo  de 
los  holanes  aplanchados,  la  blusa  de  lo  mismo,  las  trenzas  a  la  es- 
palda y  una  cinta  o  listón  atada  a  la  cabeza.  El  traje  es  de  campe- 
sina hacendosa,  limpia  y  discreta.  No  de  campirana  rica.  Nuestra 
china  vería  con  el  rabillo  del  ojo  a  su  colega  la  criollita  del  sur. 

El  cuadro  nos  es  conocido:  cambiad  mentalmente  los  trajes 
de  los  concurrentes  al  bodorrio  y  tendréis  una  pintura  de  género 
tan  mexicana  como  la  que  más.  Poned  a  los  gauchos  el  traje  de 
nuestros  charros  y  a  las  mozas  la  enagua  de  castor,  el  rebozo  de 
Tenancingo  y  la  camisa  con  randas  bordadas  y  tendréis  inmedia- 
tamente una  fiesta  en  la  hacienda.  La  orquesta  se  compone  en  este 
caso  de  una  arpa  (como  la  que  suelen  tener  por  nuestras  casas  de 
vecindad  los  ciegos  que  venden  azucarillos)  un  tambor  de  caja  gran- 
de, una  flauta,  un  violín  y  una  guitarra,  ¿no  son  éstos  los  elemen- 
tos constitutivos  de  cualquier  orquesta  rústica,  en  toda  barbería 
lugareña? 

Empieza  la  fiesta.  Se  agrupan  todos  en  redor  del  que  tañe  1h 
jarana.  Van  a  entonar  una  "vidalita*'.  Se  llamará:  "Una  prenda 
que  dejé ''  "Me  causa  un  sentir. . ."  "Ausencia. . ."  ¿No  cono- 
céis canciones  nuestras  con  el  mismo  nombre  o  parecido?   Ahí  va  la 


MÚSICA  Y  BAILES  CRIOLLOS  DE  LA  ARGENTINA 


22 


letra  de  alg:una  de  ellas,  de  estas  "vidalitas"  que  sin  tener  nada  de 
común  con  nuestros  cantos  populares  tienen  tanto: 

Después  de  deoir  que  si, 
dices  que  no  has  de  poder; 

tonuí  este  ramo 

dame  un  clavel. 

Por  los  montes  y  espesuras, 
yo  caminando  andaré; 

tomu  este  rama 

dame  un  clavel. 

De  pena  me  estoy  muriendo, 
los  motilaos  no  los  sé, 

toma  este  rama 

dame  un  clavel. 

Al  lado'e  la  sepultura 
donde   nU   madre   enterrée; 

tmna  este  ramo 

dame  un  clavel. 

Toda  la  noche  despierto 
tan  grande  pena  lloré; 

toma  este  ramo 

dame  un  clavel. 

*'Adiós"  te  digo  llorando;  » 

ya  no  te  volveré  a  ver 

toma  este  ramo 

dame  un  clavel. 

i.  Que  no  tienen  que  ver  nada  con  las  nuestras  ?  Si  y  mucho,  co- 
mo ellas  son  producto  de  melancolía  y  de  dolor  las  inspira  una  mu- 
sa popular  fresca  y  sincera  y  tienen  un  mismo  origen:  la  copla  an- 
daluza, la  saeta  sevillana.  Ahí  va,  por  ejemplo,  la  letra  de  una 
zamba : 

Dolores  son  los  que  paso 
tan  sólo  a  considerar 
por  lo  que  vivo  pensando, 
no  me  tienes  voluntad. 

Una  canción  argentina,  vidalita,  zamba,  tonadilla  causando  al 
colombiano  la  misma  impresión  que  sus  guajiras,  o  al  mexicano 
que  las  valonas,  hacen  más  por  el  acercamiento  moral  y  espiritual 
de  los  pueblos  de  América  que  doscientos  discursos  sobre  inter- 
cambio continental.  Entre  un  verso  y  un  argumento  geográfico,  dia- 
léctico o  histórico,  hay  que  preferir  lo  primero,  por  más  cercano  al 
corazón.  Y  entre  una  vidala  y  una  valona  hay  la  misma  relación 


224  MÉXICO      MODERNO 

de  elementos  melódicos,  simples,  sin  complicaciones,  sanos  y  fres- 
cos como  flor  que  crece  en  los  campos  oreada  por  el  sol  y  cobijada 
por  el  cielo.  Letra  ingenua,  triste  o  melancólicamente  alegre,  al- 
guna vez  picante  sin  grosería  y  sin  alarde. 

Y  vino  la  danza.  La  danza  que  todo  lo  expresa  y  que  todo  lo 
dice,  desde  la  emoción  primaria  hasta  el  arrebato  dionisiaco  de  la 
vida.  Todo  lo  que  llena  el  alma  y  la  rebosa,  todo  lo  que  ha  menes- 
ter expresión  y  no  hay  sonidos  capaces  de  manifestarla  recurre  a  la 
danza  como  medio  ideal.  La  danza  fue  el  punto  de  partida  de  todas 
las  artes  en  una  civilización  que  no  ha  tenido  segundo  y  esa  "es  la 
razón  por  la  cual — nos  dice  Edouard  Schuré — fueron  tan  verdade- 
ras." He  aquí  cómo  nos  explica  don  Ricardo  Rojas,  eminente  his- 
toriador de  la  literatura  argentina,  los  bailes  que  estamos  presen- 
ciando: "La  nomenclatura  de  los  bailes  del  norte  argentino  su- 
giere claramente  la  intención  de  sus  símbolos:  "el  prado"  es  la  in- 
vitación galante;  "el  escondido"  la  esquivez  femenina;  la  "zamba" 
el  cortejo  erótico;  "la  chacarera",  "el  gato",  "el  marote",  reme- 
dan el  frenesí  del  amante  con  su  zapateo  que  se  parece  a  los  circu- 
lares asedios  del  gallo ;  el  triunfo  es  ya  la  conquista  epónima,  coro- 
namiento de  la  dulce  aventura.  En  dichas  danzas  las  partes  de  la 
pareja  no  van  unidas  por  el  abrazo,  y  antes,  por  el  contrario,  hay 
en  la  mimodia  tal  recato  gentil,  salado,  a  veces,  de  malicia,  que 
junto  con  la  gracia  de  las  mujeres,  impresiona  en  ellas  la  delicade- 
za cortés  de  los  varones.  Acaso  entre  todas,  sea  la  zamba  la  que  es- 
tá destinada  a  un  éxito  mayor,  por  la  voluptuosidad  de  la  música 
y  la  elegancia  de  los  gestos ;  sin  excluir  por  ello,  a  los  bailes  de  za- 
pateado, que  aunque  son  más  difíciles,  suelen  arrebatar  a  bailantes 
y  espectadores  en  la  loca  agilidad  de  sus  movimientos." 

¿No  os  parece  que  el  autor  describe  las  mudanzas  de  nuestro 
típico  baile  nacional:  el  jarabe?  Todos  esos  pasos  aislados,  no  son 
sino  elementos  de  una  danza  y  que  esa  danza  evoca  todo  un  poema 
de  amor  desde  el  requiebro  hasta  el  triunfo,  no  de  otra  suerte  que 
los  diferentes  romances  del  romancero  son  trozos  de  una  epopeya 
primitiva  y  única,  la  que  constituye  la  gente  española.  El  jarabe  es, 
pues,  la  síntesis  del  drama  humano  que  en  fragmentos  nos  expo- 
nen los  bailes  típicos  argentinos.  Agilidad  de  pies  que  se  trenzan  en 
un  canevá  inverosímil  de  figuras,  he  ahí  la  técnica  de  estos  bailes, 
como  lo  es  de  los  de  nuestra  tierra. 


k  MÚSICA  Y  BAILES  CRIOLLOS  DE  LA  ARGENTINA 


225 


¡Cómo  se  parecen  a  los  nuestros!  Es  la  exclamación  que  brota 
de  los  labios  de  cualquiera  al  presenciar  las  evoluciones  de  los  bai- 
larines en  el  escenario.  Sólo  que  la  música  de  éstos  es  más  monó- 
tona, menos  rica  y  pintoresca  que  la  mexicana.  No  tiene  esa  picar- 
día ingenua  de  nuestro  jarabe  que  tanto  se  aviene  a  la  idiosincracia 
del  pueblo  mexicano. 

Aquí  está  el  arte  genuino  y  verdadero  de  la  Argentina,  más 
que  en  el  tango  producto  voluptuoso  y  atormentador  y  hierático  al 
mismo  tiempo  de  la  urbe  cosmopolita,  más  que  en  el  "pericón", 
danza  por  lo  demás  originalísima  que  no  ha  nacido  como  el  tango 
en  la  ciudad,  sino  en  el  campo,  también  en  las  pulperías  de  vascos, 
en  las  tardes  de  los  domingos  agobiadoras  de  calor  y  al  son  tam- 
bién de  la  indispensable  arpa,  del  violín  agudo  y  de  la  guitarra 
compañera  del  payador.  Por  estos  bailes  populares  la  nacionalidad 
se  afirma  más  que  por  los  discursos  ayunos  de  sentido  o  por  los 
tratados  colmados  de  citas  de  sabios  y  de  eruditos.  En  España  se 
cultivan  con  esmero.  Rusia  ha  encontrado  su  fórmula  en  ellos  y 
la  compañía  de  Jean  Borlim  busca  para  los  países  escandinavos  un 
lugar  preferente  en  la  historia  coreográfica  de  las  naciones. 

Buenos  Aires,  marzo  29  de  1921. 

JULIO  JIMÉNEZ  RUEDA. 


LA  JOVEN   LITERATURA  MEXICANA 

/  BECCIÓN   A  CARGO  DE 

AGUSTÍN    LOERA  Y  CHA  VEZ 


JESÚS  S.  SCKLX).  Un  poeta  de  provinchi.  Sin  embargo,  sus  versos  no  tíenen  esa 
dulce  melanoolía  de  las  cosas  provincianas ;  se  advierte  en  ellos  al  espíritu  apri- 
sionado en  las  oompílicaciones  de  un  vida  inquieta. 

Soto  es  un  inyeta.  desigual :  en  las  fuentes  del  sentimiento,  en  las  ideas  y  eai 
las  aspiraciones  de  forma.  Tiende  lo  mismo  a  la  pureza,  clái?ica  de  los  versos, 
como  se  olvida  de  individualizarlos  y  los  deslava  en  un  ambiente  peculiar  de 
otras  literaturas. 

No  obstante,  la  forma  se  domina  con  paciencia  y  en  la  juventud  son  naturales 
y  valiosa»  las  iiicertidumbres.  I>os  poetas  corridos  miran  con  cierta  condescen- 
dencia nuestra  preocupación  por  dominar  las  palabras  o  realizar  la  nmsicalidad 
de  una  frase. 

Pero  Soto  tiene  un  problema  más :  El  de  sí  mismo.  Nada  importa  la  diversidad 
f:^piritual,  según  el  momento.  Todos  somos  así.  El  problema  de  Soto  se  halla 
en  su  manera  de  ser  más  i>ermanente.  Oomo  casi  todos  los  jóvenes  de  estos 
días,  manifiesta  una  vejez  inexplicable,  una  grave  desilusión,  un  dudar  infinito. 
Y  llega  a  límites  verdaderamente  penosos: 

fiíi  experiencia  en  amor  no  gtvsta  nada; 
todos  los  besos  me  parecen  yertos. 

Y  como  si  no  bastara,  como  si  no  fuese  ya  una  desventura  no  gustar  algo 
del  amor,  inmutable  a  través  de  las  más  dolorosas  experiencias,  la  pluma  de  Soto 
increi>a : 

Asco  de  la  vida  por  múltiples  causas, 
Alcohol,  el  sexo  vil  de  la  mujer, 

Cosas  así  me  lleA\an  a  pensar,  por  la  frecuencia  de  sus  manfestaciones,  si 
llegamos  a  un  punto  donde  la  literatura  mata  a  la  poesía.  Dos  mil  afioB  de 
tradición  literaria  pesan  sobre  nosotros  y  restan  pureza  a  las  im,presioues  de  los 


LA  JOVEN  LITERATURA  MEXICANA  227 

í^entidos,  que  ya  961o  pueden  advertir  la  belleza  en  formas  estereotipadai«  por 
<>]  Tiempo. 

Ante  la  desolación  de  nuestra  juventud  (la  mía  no  e»  diferente)  me  entran 
deseos  Irresj^stiblee  de  romper  el  pa«ado  literario;  de  mirar  las  cosas  con  una 
primera  y  limpia  mirada,  y  de  formuiltar  mi  pensamiento  en  gritón  que  llamarla : 
Poemas. 

J.  O. 


EL  CANTO  DE  LA  LLUVIA 

EN  tanto  que  la  lluvia 
Golpea  mi  ftaícón, 
Una  canción  doliente 
Canta  mi  corazón. 

Mi  corazón  lloroso. 
Cansado  de  sufrir 
Al  que  una  daga  aguda 
Nunca  acaha  de  herir. 

Pero  la  lluui<i  trae 
Tanta  desolación, 
Que  de  llorar  candado, 
Canta  mi  corazón. 

Las  nuhes  en  hand'ada 
Negras  huyendo  van; 
En  el  monte  cercano 
Sombrías  rodarán. 

En  su  huida  golpean 
Mi  cerrado  balcón 
Y  sintiendo  la,  lluvia 
Canta  mi  corazón. 


228  MÉXICO       MODERNO 


TARDE  RELIGIOSA 

LATE  en  nd  corazón  una  esperanza 
tímida  como  niña  e  indecisa, 
hoy  que  la  tarde  hace  danzar  la  brisa 
sobre  tm  cabellera,  en  dulce  danza. 


Algún  dolor  quisiera  hincar  su  lanza 
para  arrugar  mi  frente,  ahora  lisa; 
pero  la  tarde  suave,  que  se  irisa, 
me  hace  feliz  y  mi  ventura  afianza. 

Danza  la  brisa  con  amor;  los  vientos, 
acompañados  por  el  arpa  cólica 
del  bosque,  que  harmoniza  los  comentos, 

hacen  fluir  esta  canción  bucólica 
y  dan  a  todos  mis  presentimientos 
una  sei-ena  suavidad  católica. 

JESÚS  S.  SOTO. 


ARTES     PLÁSTICAS 

SECCIÓN  A  CABGO  DB 

RICARDO  GÓMEZ  RÓBELO 

LA   EXPOSICIÓN   ROBERTO   MONTENEGRO 

I 


Fascinadora  con  sortilegios  orien- 
tales, con  hechicerías  de  línea  y  de  co- 
lor, y  desconcertante  al  primer  análi- 
sis por  la  diversidad  de  aspectos,  de 
motivos  y  aun  de  técnicas,  tiene  la  ex- 
posición de  Roberto  Montenegro  la 
virtud,  sutil  y  seduct¿ora,  de  un  espíri- 
tu y  un  estilo;  es  decir,  de  toda  una 
personalidad  artística,  la  más  afinada 
e  inquieta,  la  más  exquisita  y  laborio- 
sa, quizá,  entre  todas  las  por  fortuna 
distintas  de  nuestros  fuertes  pintores 
jóvenes. 

El  conflicto,  sólo  aparente,  de  ten- 
dencias, nace  de  la  nsás  grande  cuali- 
dad de  Montenegro:  orientado  desde 
sus  primeros  dibujos, — que  todos  re- 
cordamos con  el  regocijo  de  una  revela- 
ción de  belleza, — hacia  un  ideal  in- 
tensamente expresivo  de  modernidad, 
y  opulentamente  decorativo;  la  flama 
turbulenta  que  dló  vida  a  la  indómita 
línea  primitiva  necesitaba  estilizarse, 
y  eoneiervando  su  fuego,  someter  sus 
volutas  y  arabescos  a  los  dictados  su- 
premos  del   gusto   estético  trocado  en 


amo  y  señor  de  sus  elementos  expre- 
sivos. De  ahí  que  el  artista,  completo 
en  conciencia  y  voluntad,  se  detenga  a 
cada  momento  a  documentarse  y  a 
ilustrarse,  pues  para  él,  el  mundo  vi- 
sible existe,  y  en  las  estructuriis  natu- 
rales y  en  los  maestros  afines  busque 
incansablemente,  como  lo  hizo  en  su 
tiempo  Rafael  de  Urbino.  sus  ma- 
teriales propios  y  su  constante  eleva- 
ción. Esta  depuración  continua,  visible 
y  patente  en  la  obra  Üe  Montenegro, 
no  solamente  lo  ha  Uevado  a  las  con- 
quistas actuales,  consagradas  i)or  la 
crítica  nacional  y  la  eurofea,  sino 
que  le  asegura,  por  encima  de  los  i*e- 
tóricos  y  críticos  de  receta  y  formula- 
rio, una  ascención  constante,  en  cuya.s 
epifanías  escuchamos  no  sólo  los  lau- 
dos de  un  artista,  sino  también  las 
voces  triunfales  de  las  bellezas  múl- 
tiples de  México,  que  Montenegro  ha 
sabido  hacer  vibrar  en  las  últimas 
creaciones  de  su  arte,  y  que  hacen  de 
est-a  exposición  una  sotemuidad  nacio- 
nal. 


230 


MÉXICO      MODERNO 


I>ecorador  por  excelencia,  no  acuidió 
Montenegro  por  su  fortuna  a  los  te- 
mafi  clásicos  o  del  Renacimiento  euro- 
peo, <iue  no  son  de  nuestra  época ;  por 
su  fortuna  también,  gozó  en  los  co- 
mienzas de  su  catrera  las  influencias 
literarias  y  artísticas  de  renovación 
que  han  vuelto  a  la  vida  a  las  letras 
españolas  en  nuestro  continente  y  su 
instinto  de  selección  lo  llevó  a  Goya, 
precursor  de  Baudelaire,  y  a  Beards- 
ley  exégeta  de  Osear  Wilde.  Este  ar- 
re nei'vioso,  cerebral,  vidente  de^  la 
crisis  mental  contemporánea,  en  que 
el  verdadeit)  idealismo,  antiguo  y  me- 
xlioeval,  sufre  todos  los  trituramientos 
del  llamado  progreso  industrial  que 
pasniíi  a  las  buenas  gentes,  lleva  con- 
HÍgo  la  redentora  moral  imperativa  de 
una  cultura  rigurosa,  en  contra  de  las 
inarmjónicas  convulsiones  de  las  bo- 
hemias míelenudas,  en  el  ^orte  o  el  es- 
tilo. La  elegancia,  cada  vez,  más  refina- 
da y  más  opulenta  de  Roberto  Monte- 
negro, ha  nacido  de  esa  sujeción ;  y 
su  libertad,  de  una  implacable  disci- 
plina, de  un  estudio  infatigable,  del 
que  son  pruebas  patentes  esas  cabezas 
de  ríisgos  acentuadas,  casi  primitivos, 
que  dieron  asunto  a  sus  dibujos  al  lá- 
piz, y  los  retratos  al  óleo,  que  forman 
una  historia  y  una  evolución,  en  el 
conocimiento  de  formas  y  colores  y  de 
las  técnicas  para  expresadlos. 

Por  igual  razón,  en  su  marcha  sos- 
tenida, ha  estudiado  Montenegro  al  Ti- 
ziano,  a  Zuloaga,  a  Romero  de  Torres; 
Ijara  profundizar  mis  interpretaciones, 
en  espíritu  y  materia ;  como  lo  ha  he- 
cho con  Beardsley,  con  Dulac,  y  las 
fuentes  originales:  las  maravillosas 
l>inturas  chinas  de  los  siglos  VIII  al 
XV,  las  miniaturas  persas  y  lias  admi- 
rables jicaras  michoacanaiS ;  para  re- 
crearse en  los  éxtaisis  de  la  estiliza- 
ción.  Era   absolutaimente  indispensable 


poseer  un  tesoro  mental  y  artístico 
tan  puro,  para  desarrollar,  wi  deco- 
raciones orquestales  los  temas  nuexi- 
canas  de  que  la  mediocridad  sólo  ha- 
bía (podido  obtener  ridiculas  mojigan- 
gas u  odiosas  caricaturas. 

Bebiendo  en  las  aguas  encantadas 
del  orientalismo,  trabajando  ardua- 
mjente.  Montenegro,  con  los  ojos  y  el 
corazón  inflamados  de  amor  a  la  tie- 
iTa  nuestra,  ha  realizado  el  prodigio, 
y  no  es  ya  el  caso  de  que  el  dandismo 
estético  de  un  poeta  como  J.  J.  Tabla- 
da niegue  ser  "autóctono,"  en  justa 
rebeldía  en  contra  de  las  necedades 
pseudonacionales  y  la  ya  dicho<^- 
mente  archivada  teoría  del  medio;  el 
arte  autóctono  ha  encontrado  su  ex- 
presión, y  reveladas  por  «1  arte,  des- 
cubiertas y  hechas  patentes  por  él,  las 
bellezas  que  nos  rodean,  serán  admi- 
radas y  amadas  por  los  ojos  de  to- 
da«<.  "excepto  de  aquellos  a  quienes  un 
torpe  beso  majitierie  los  párpados  ce- 
rrados." 

I^  peregrinación,  devota  de  Monte- 
negro, del  arte  modernista  inglés  y 
francés,  al  de  Oriente,  y  de  éste  al 
nacional,  es,  para  nuestras  artes  to- 
das, ejemplar  y  trascendente;  Jesús 
Acevedo  y  Pedro  Henríquez  Ureña, 
estudiando  nuestra  iliteratura,  habían 
señalado  la  suavidad  crepuscular  del 
alma  mexicana. 

La  observación  es  de  clarividentes, 
pero  a  la  facultad  poética  hay  que  aña- 
dir la  plástica.  Si  la  raza  oprimida 
y  frustrada,  aún  gime  su  pérdida  ideal 
en  sus  canciones;  el  géj*men  primitivo, 
aplastado  en  las  ciudades  bajo  todas 
las  importaciones  del  mal  gusto,  en 
mercaderías,  en  arquitecturas  y  en  pen- 
samientos, cada  vez  que  puede  crecer 
en  libertad,  muestra  su  fuerza  esen- 
cial y  positiva,  en  una  ardiente  ima- 
ginación y  una  potente  sensualidad,  y 


ARTES     PLÁSTICAS 


2)1 


oorrespondiendo  a  los  sentidos,  las  ar- 
tes plásticas  estallan  en  un  orienta- 
lismo que  €6  el  verdadero  genio  del  aJ- 
uia  nacional. 

Desde  la  perfecta  manera  de  llenar 
un  espacio  y  de  estilizar  una  figura, 
de  los  artífices  de  PaJeiique  o  Tenoch- 
titífi-n  basta  los  prodigios  de  riqueza 
que  había  de  adquirir  la  arquitectura 
colonial,  y  los  inagotables  temas  flo- 
lales  de  su  decoración,  tan  armónica 
con  éi  (paisaje  y  el  alma  del  pueblo; 
desde  los  mosaicos  de  plumas  de  los 
emperadores  hasta  las^  irisaciones  des- 
lumbranteis  del  sarape  del  Saltillo,  de 
la  camáBa  y  el  castor  de  la  "China"  po- 
blana, o  el  joyante  maqueado  de  la 
Jícaora  y  la  batea,  un  instinto  igual  ha 
dictado  la  selección  y  creado  las  alu- 
cinadas policromías  indígenas. 

Las  líneas  aztecas  son  hermanas  de 
Jas  egipcias;  la  Nao  de  China  dejó  su 
huella  permanente  en  las  estilizacio- 
nes, en  vasos  y  maderas  de  la  costa  del 
l'acífico,  y  si  en  el  interior  la  cerámi- 
ca de  Puebla  se  impresionó  con  los  te- 
mas góticos  de  las  talaveras,  fue  poi'- 
que  eran  más  imaginativos  que  los  del 
Renacimáento,  y  la  doble  corriente 
ibérica^  hija  del  arte  oriental  por  los 
fenicios  y  árabe  por  los  califas,  tenía 
que  concurrir,  como  lo  hizo,  con  la  fla- 
mígei-a  inspiración  nativa,  para  crear 
el  arte  maravilloso  nacional  que  hasta 
ahora  comenzamos  a  conocer  y  que 
el  programa,  de  la  Universidad,  libre 
de  las  trabas  solenmísimias  de  antaño, 
ha  colocado  en  lugar  de  preferencia. 

No  pudo  ser  de  otra  manera:  absur- 
do hubiera  sido  llegar  a  conuprenderio ; 
iniciar  siquiera  algo  genuinamente 
nuestro  y  de  verdadero  valor  artístico, 
partiendo  de  I-andesio  y  de  Clavé. 

El  espíritu  conservador  y  la  gramá- 
tica que  no  llega  ni  a  "pompier",  per- 
sisten aún,   tiienen  que  persistir,  para 


eso  sirven  los  magísters;  pero  «ienti» 
nueertra  generación  el  gozo  infinito  de 
su  conquista,  y  aáiuel  que  ima  vea  ha 
probado  la  ambrosía  del  arte,  no  vol- 
verá  jamiás  a  iiKlIgestarse  en  las  es- 
cuelas de  momias  pedantcacM  ni  ae 
detendrá  a  oír  los  oráculos  negatÍTO« 
de  esos  Irónicos  que  a  falta  de  genio, 
creador,  desarrollaron  la  malftcüi,  en 
la  que  Hon  grandes  maeBtroe,  especUI- 
mente  para  los  homéricos  fracasos.  Y 
Itoberto  Montenegro  es  un  triunfador. 


II 


A  otros  coi-responde  hi  legítima  sa- 
tisfacción de  buscar  loe  defectos.  Ante 
la  obra  de  un  artista,  que  es  el  ma- 
yor don  que  puede  darnos  él  mundo,  loe 
amantes  del  arte  aplauden,  mtlentras 
los  émulos  murmiu'an.  Lo  contrario  ee 
verdad  cuando  la  mediocridad  se  exhi- 
be; la  charlatanería  chilla  de  gasto 
y  sufre  la  apasionada  devoción  a  la 
belleza. 

En  la  imposibilidad  de  comentar  obra 
por  obra,  reuniremos  los  grupos  de  que 
aún  no  hemos  hablado:  HueEas  direc- 
tas de  la  primera  época,  qu^  natu- 
ralmente llevó  a  Montenegro  de  la 
Francia  literaria  y  la  Espafia  del  man- 
tón, a  Italia,  la  más  gloriosa  tierra, 
en  la  mujer  y  en  el  arte,  van  afinán- 
dose los  dibujos  hasta  llegar  a:  *'Un 
Capítulo  de  Casanova",  "Fons  Vitae", 
"Indiferencia",  para  florecer,  fascina- 
dora flor  del  mal,  la  belleza  es  diabó- 
lica, según  Lavonarolíi.  en  el  retrato 
obsesionante  de  la  Marquesa  Cbsati. 
la  obra  maestra  en  la  serie  que  puede 
llamarse    de   los    dibujos    "satánicos." 

Por  contraste,  los  retratos  de  mujer, 
ai  óaeo,  "(decoración  de  un  misterio," 
que  dijo  Alfonso  Cravioto  son  exclu- 
sivamente  interpretadonee   de   bellesa 


232 


MÉXICO      MODERNO 


externa,   expresadas  con   la   doble  ele- 
gancia del  modelo  y  del  pintor. 

Desde  otro  punto  de  vista,  ix)r  las 
investigaciones  técnicas,  porque  el  ar- 
tista llevó  hasta  su  límite,  el  análisis 
interno,  a  la  vez  que  su  traducción  en 
planos  y  valores,  son  de  un  gran  in- 
terés los  retratos  de  homíbre.  Las  mu- 
jeres danunzzianas,  tan  alejadas  en  su 
proporción  del  canon  clásico  como 
simbólicas  en  su  anormalidad  contur- 
badora del  idealismo  trágico  moderno, 
irresistible  de  sugestión  y  fuego,  co- 
mo la  Marquesa  Casati,  son  las  de 
Montenegro,  y  también,  las  instinti- 
vas, de  enormes  ojos  negros  y  sensua- 
le«,  un  tanto  oblicuos,  de  nariz  recta 
y  primitiva,  de  boca  como  flor  húmeda 
de  sangi'e  y  jugo,  de  esii>lendentes  hom- 
bros tentadoi^^s,  lujo  de  la  vida,  y  a 
quienes,  como  a  los  cisnes  de  Rodin, 
basta  con  la  excelencia  de  la  línea  y 
en  ella  tienen  su  alma  única. 

En  los  hombres.  Montenegro  busca, 
para  darles  carácter,  los  ra^os  funda- 
mentales: el  de  la  forma  y  el  m,ental. 
Es  te  manera  peculiar,  el  alfabeto  va- 
ronil que  descifra  el  pintor.  Así,  el  gui- 
tarrista Segovia.  alma  nocturna,  llena 
de  vitalidad,  ojos  que  han  visto  mu- 
cho con  la  penetración  y  la  indiferen- 
cia de  quien  vive  su  propia  vida;  bo- 
ca epicúrea,  sensual,  golosa ;  manos 
sensitivas,  rostro  de  tonos  fr^cos  de 
carne,  perfectamente  armonizados  con 
el  negro  y  blanco,  esto  es,  azul  de  una 
noche  de  luna. 

Julio  Torri,  "El  Hermano  Dia.blo," 
nutrido  de  teología  profana,  de  ojos 
malignos  y  perspicaces,  y  de  quien  se 
adivina  el  pensamiento  tácito,  y  se  sa- 
be que  al  hablar  sale  la  palabra  con 
saltos  de  Puck;  el  Marqués  de  San 
Francisco,  de  más  potencia  mental  que 
de  expresión  por  la  elaboración  conti- 
nua dentro  de  ese  cráneo  enérgico ;  Ge- 


naro Estrada,  erudito,  recopilador, 
magnífico  amigo,  con  esa  expresión 
cordial  y  sana;  y  por  último,  el  pántor 
Fenández  Ledesma  y  el  poeta  Joaquín 
Méndez  Rivas.  el  primero  en  color-  puro, 
luminoso,  suscinto  y  vibrante,  el  se- 
gundo miás  suscinto  aún,  en  tonalida- 
des verdiazules  entonadas  por  púrpu- 
ras con  los  tonos  rojizos  de  la  cara; 
los  dos  retratos  perfectamente  logra- 
dos en  su  inteipretación  de  las  es- 
tnicturas  corporales  y  mentales,  y  en 
su  principio  de  la  economía  de  medios, 
tan  exacto  en  esta®  síntesis  como  lo 
es  eH  de  la  riqueza,  en  la  decoración; 
procedimientos  tiránicos  al  falso  artis- 
ta y  que  maneja  Montenegro  con  igual 
maestría  y  certeza,  según  el  carácter 
del  asunto.  Al  pasar  de  estos  realis- 
mos, (en  los  que  se  detiene  el  pintor 
con  toíla  la  fuerza  de  su  imaginación 
paira  acrecer  su  ciencia  con  los  secre- 
tos de  los  seres  naturales,)  a  las  ilus- 
traciones de  Aladino,  en  las  que  se  en- 
trega al  pleno  lirismo  de  su  persona- 
lidad;  la  técnica  de  Montenegro,  es 
magistral. 

Mas  que  otra  influencia,  lo  digo  co- 
mo un  gran  elogio,  recibió  su  espíritu 
selecto  la  de  los  pintores  cliinoa  antes 
mencionados,  cuyas  enseñanzas  .«?e  asi- 
miló, no  en  la  imitación  obtusa  de  los 
procedimientos,  que  marca  todos  los 
períodos  de  decadencia,  sino  por  la 
agudeza  de  percepción  y  la  excelen- 
cia exipresiva,  como  verdadero  artis- 
ta que  es,  renovándolas  en  su  contac- 
to directo  con  la  vida,  haciendo  a«í 
obra  a  un  tiempo  exquisita  y  original. 
Las  tonalidades  cálidas,  de  lacas  y 
pinturas,  las  ricas  medias  tintas,  en 
contraste  con  la  vibrante  calidad  de 
las  lineáis  y  masas  negras,  de  una  pu- 
reza impecable,  avivadas  por  toques 
de  vermellón,  siempre  justos,  hacen  de 
estas    ilustraciones   preciosos   esmaltes^ 


*!-í^^ ' 


W^^ 


^flwB%' 


L. 


RUFinO  TñMñYO,  POR  ROBERTO  MQMTENlE<3RQ 

Cortesía  de  (''El  Maestro") 


WB^ 


QEMRRO  ESTRRDñ;    POR   ROBERTO  MOMTEÑEQRO 

Cortesía  de  {"El  Maestro") 


EL  MñRQüÉS  DE  SñÑ    FRñMCISCO;    POR  ROBERTO  MOMTEMEQRO  "^ 

Cortesía  de  {"El  Maestro") 


EL  CRICO  DE  Iñ  QRñÑñbñ,    POR  ROBERTO  MOÑTEMEQRO 

Cortesía  de  (''El  Maestro") 


ARTES    PLÁSTICAS 


233 


de  oro  puro,  verdaderas  maraviLlas  de 
pintor  y  orfebre. 

En  las  cabeza;g,  como  de  ensueño, 
en  las  manos  como  flores,  y  resu- 
men de  su  perfección,  en  el  dibujo  de 
la  gaxíela,  la  línea,  la  resistencia  de 
la  materia  al  espíritu  que  la  modela- 
ba, quedó  vencida  con  la  sumisión  aca- 
riciadora con  que  las  tínicas  divinas 
wsas  naturales,  el  arte  y  la  mujer,  se 
i 'llegan  al  dominador  que,  habiendo 
comenzado  por  ser  su  esclavo  adorante, 
m  ellas  encendió  el  fuego  de  la  creación 
liiie  las  conquista. 

Someramente  cumpliré  con  el  deber 
(le  no  omitir  otix)  grupo,  formado  por 
"La  Jicara  de  Olinalá,"  "Mateo."  "El 
indio  de  la  Jicara,"  a  los  que  puede 
agregarse  "La  Ofrenda,"  cuadros  en  los 
que  el  estudio  de  un  tipo  es  tema  cen- 
tral :  variado  después,  al  fondo,  en  una 
(utilización  de  colores  que  desarrollan 
las  tintas  fundamentales  en  series  de 
armonías,  reveladoras  por  sí  solas  del 
decorador  y  el  colorista. 

Con  ese  caudal,  embriagados  los  ojos 
'O  vibraciones  luminosas,  dueño  de  su 
técnica,    afrontó    Montenegro    la    obra 
de  su  corazón;  las  suntuosas  tonalida- 
des  de  ílas   telas   nacionales   decorati- 
vas: "La  Vendedora  de  Pericos,"  y  los 
espléndidos   proyectos   para    un   vitral 
de  la  Universidad,  y  para  un  friso  na- 
cional;  sinfonías  de  color,  en  que  los 
verdes  del  nopal  y  del  maguey,  los  oros 
y  rojos  de  los  frutos,  el  índigo  del  cie- 
lo, los  mil  tonos  de  las  telas,  vibran 
como  metales  o  esmaltes,  y  el  negro, 
ese  gran  elemento  de  los  decoradores 
de   raza,   adquiere   las   preciosas   cali- 
dades que  lo  hacen  insustituible  en  las 
lacas  chinas  y  japonesas,  en  las  jica- 
ras con  flores  rojas  como  sangre.  Al 
teiTQJnar  la  obra,  con  un  gesto  que  ha- 
ce recordar  a  Rubens  al  copiar  el  Adán 
y  EVa  del  Tiziano,  Montenegro  se  exal- 
ta y  audazmente  coloca  como  un  tro- 


feo sobre  la  mano  del  indígena  del 
grupo  central,  la  llama  azul  y  roja  de 
un  paimgallo,  en  la  embriaguez  exhl- 
larante  de  esa  orgía  de  luz. 

Y,  por  fin,  las  agua-s  fuertes  y,  oon 
ellas,  "La  Tradición,"  en  la  que  el  al- 
ma de  la  raza  indígena  ha  sido  exte- 
riorizada,  como  nunca  hasta  ahora,  en 
su  actitud  inmóvil,  entre  sus  propios 
símbolos  y  sus  misteriosos  caracteres, 
cuya  lectura,  ella  también  ha  olvida- 
do. 

"Ba   Mercado,"   "Los   Plátano»,"   dos 
idilios     profundamente     bellos  en  sus 
líneas,  sus  masas  y  acuatintas;  obras 
de  artista  consumado,  por  la  creación 
de  tipos  y  de  escenas;  la  EJva  indíge- 
na que  tiende  al  Adán  astuto  que  fin- 
ge indiferencia,  ante  su  éxito  de  ma- 
cho   instintivo    y    fuerte,    la    manzana 
común:   después,    la   india  madre   que 
amamanta    al    cachorro,    mientras   el 
varón,    siempre    in^pasible,    vigilia    sin 
embargo,   por  los  suyos,   con   la   tran- 
quilidad  del  felino,  pronto  al  salto.  Y 
en  amibas,  una  tercera  figura,  la  donce- 
lla, que  en  EH  Mercado  atiende  al  r^es- 
to  con   la    sublime  gentileza   del   bien 
nacido  que  no  atisba  ni  juzga  de  mo- 
rales ajenas,  pasto  de  los  criados;  y 
en  "Los  Plátanos"  ante  el  milagro  de 
la  maternidad  se  yerigue,  hierática  de 
noble  ensueño  en  espera  de  la  hora  de 
la  revelación  y  la  fusión  supremas. 

"Pájaros  Negros,"  también  en  color, 
oon  el  empleo  peculiar  de  los  blancos 
para  producir  efectos  de  nácar,  lumi- 
noso tras  de  las  manchas  negras  de 
los  pájaros  agoreros,  en  pleno  medio 
día,  a  la  hora  en  que  la  mujer,  mode- 
lo de  amantes,  idílica,  evangélica  como 
la  mujer  de  Samar,  lleva  el  jarro  y  la 
canasta  para  el  almuerzo  del  varón. 

Y  como  resumen  y  símbolo  de  esas 
razas,  bronce  por  fuera,  brasas  la  san- 
gre;   "TaI    Vendedora    Peruana,"    obre 
Méx.  Mod.-4 


234 


MÉXICO      MO  DE  RNO 


maestra  de  la  serie,  en  la  vlgoroáa 
í^encillez  de  composdjción  y  formas,  de 
negro  y  blanco ;  en  las  líneas  vivas,  de- 
liciosamente inacadémicaiS,  de  los  per- 
files; desde  el  vaso  agudo  hasta  la 
imse;  en  la  admirable  adaptación  de 
las  riquísimas  franjas  de  grecas  y  vo- 
lutas a  la  austeridad  llena  de  miste- 
riosas sugestiones  del  conjunto;  ex- 
quisita en  e/1  dibujo  de  miniatura  hin- 
dú de  los  pies;  india,  desde  el  Bravo 
hasta  la  Tierra  del  Fuego,  por  la  au- 
gusta, actitud,  por  el  enigma  de  la  for- 
ma y  de  ios  ojos;  por  la  vehemente 
inspiración  que  guió  la  mano  del  ar- 
tista para  inscribir  en  esta  hoja  de 
metal  su  apasionada  simpatía  por  las 
épicas   espectaciones   seculares. 

Montenegro  ha  tenido  todas  las  con- 
sagraciones, r^s  académicos  empeder- 
nidos, petrificados,  lo  repudian;  Ru- 
bén Darío,  Henri  de  Regnier;  lo  ce- 
lebiaron,  París  lo  declaró  suyo,  Espa- 
ña le  abrió  de  par  en  par  las  rnier- 


tas,  y  en  México,  donde  todo  lo  pro- 
pio es  carne  de  víctima,  lo  alentaron 
108  mejores  artistas,  hace  años,  y  los 
jueces  mjás  difíciles;  los  pintores  jó- 
venes y  los  estudiantes,  lo  han  admi- 
rado hoy  con  entusiasmo,  al  igual  de 
¡Los  artistas  y  escritores  de  más  valía. 

Ante  el  vigor  que  por  encima  de  to- 
das sus  calamidades,  despliega  el  al- 
ma nacional,  la  fe  deja  de  ser  una  vir- 
tud, es  una  cosa  natural.  Como  en  la 
bellísima  visión  de  Roberto  Montene- 
gro, nuestra  tierra,  madre  fecunda  en 
sus  artes  y  sus  letras,  es  también  siem- 
pre joven  y  virginal,  y  como  la  don- 
cella india,  junto  a  la  hermana,  fe- 
cunda ya,  aguarda  serenamente,  segu- 
ra de  sí  misma  y  de  su  destino,  la 
renorvación  perpetua  del  milagro,  en 
su  carne  sagrada,  "morena  porque  la 
ha  besado  el  ^1." 


Junio  de  1921. 


R.  G.  R. 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 

SECCIÓN  A  CARGO   DE 

MANUEL    M.    PONCE 


Se  queja  Boris  Schioetzer  en  la  "Re- 
viie  Musicale"  del  desconocimiento  que 
existe  en  Francia  de  la  joven  escuela 
musical  rusa,  cuyos  representantes  más 
notables  son  Miaskowsky,  Prokofieff, 
LouPié,  Saminsky,  Oboukhoff  y  Ghniés- 
sine.  Sergio  Tenejeff,  el  Oésar  Franck 
ruso,  es  un  desconocido  para  los  pari- 
sienses. 

Se  sabe  que  Ghniéssine  está  en  Mos- 
cou, quizás  trabajando  en  alguna  nueva 
obra,  tal  vez  muriéndose  de  hambre,  en 
estos  calamiitosos  tiempos.  Hasta  hace 
un  año,  asegura  Schioetzer,  Ghniéssine 
había  escrito  solamente  unas  18  obras. 
¿Habrá  decidido  el  joven  m(úsico  ruso 
seguir  el  consejo  de  Balakirew:  escri- 
hid  poco?  La  música  de  Ghniéssine  no 
eetá  basada  en  el  canto  popular,  ni  se 
parece  a  la  de  sus  ilustres  paisanos 
ÍTschaikowsky  y  los  Cinco.  Es  una  músi- 
ca original;  expresa  las  emociones  con 
amarga,  aspereza,  con  una  voluptuosi- 
dad concentrada  que  hace  recordar  a 
Dostolewisky,  según  afirma  Schioetzer. 
Sólo  un  poema  sinfónico  figura  entre 
tus  composiciones:  *'Segim  Shelley.'* 
' '  Entre  los  lieds,  los  más  interesantes  son 
Le  ver  vainqueur  y  Lygeia,  con  texto  de 


Edgar  Poe  y  el  Hinmo  o  la  peste  con 
letra  de  Pushkine. 

El  arte  de  Ghniéssine  es  Bombrío  y 
doloroso.  No  se  advierte  en  sus  inspira- 
ciones ni  rastro  de  orientaliemo.  Mas  a 
pesar  de  que  la  melodía  popular  no  en- 
tra en  la  construcción  de  sus  obras,  la 
música  de  Ghniéssine  sin  ser  naciona- 
lista como  la  de  Moussorgsky  o  Oésar 
Cui,  es  profundamente  original. 

Boris  de  Schioetzer  se  queja  de  que  los 
jóvenes  músicos  rusos  sean  desconocido® 
en  Francia.  Por  nuestra  parte,  apenas 
nos  atrevemos  a  preguntar:  ¿cuántas 
décadas  pasarán  antes  que  el  arte  nue- 
vo y  fuerte  de  la  joven  escuela  rusa  lle- 
gue hasta  nosotros  a  través  de  nuestra 
Orquesta  Sinfónica  Nacional? 


Los  compositores  argentinos  trabajan 
sin  descanso.  Hace  poco  tiempo  señalá- 
bamos en  estas  mismas  columnas  los 
trabajos  destinados  ai  teatro  que  pre- 
paraban, entre  otros  compositores,  los 
maestros  Constantino  Gaito  y  Gllardo 
Gilardi.  Además  de  esas  obras  lírlcüs, 
la  Sociedad  Nacional  de  música  de  Bue- 


236 


MÉXICO      MODERNO 


Boe  Airee  ha  dado  a  conocer  yarias 
obras  de  tendencias  diversas,  en  las  que 
loB  conupositores  argentinos  mostraron 
excelentes  cualidades. 

M  prestigio  y  esplendor  del  arte  lírico 
argentino  contribuyeron  "Kenilwort," 
cuatro  actos  de  Alfredo  Schiuma;  "Sai- 
ka,"  de  Floix)  M.  ligarte  y  "Ariana  y 
Dionisos"  de  Felipe  Boero.  Estas  obras 
fueron  representados  en  los  teatros  Co- 
liseo y  Colón. 

Entre  las  nuevas  obras  sinfónicas, 
pueden  señalarse  las  "Escenas  Argenti- 
nas" de  Carlos  vliópez  Buchardo,  la 
"Obertura  Criolla"  de  Ernesto  Dran- 
gosch — de  corte  clásico — ^y  una  "Suite 
Infantil"  de  Cayetano  Troiani. 

En  cuanto  a  la  música  de  Cámara, 
Armando  Schiuma  presentó  un  "Prelu- 
dio, Coral  y  Piñal,"  para  Cuarteto  de 
arcos,  piano  y  contrabajo ;  Arturo  Bem- 
tti,  cuatro  "Semblanzas"  para  Cuarteto 
de  arcos ;  Armando  Chimenti,  tres  "Im- 
proptus"  para  piano ;  Alejandro  Inzáu- 
rraga,  la  Suite  "Por  sierras  de  Córdo- 
va;"  Manuel  Gómez  Carrillo,  "Roman- 
za" para  canto,  "Rapsodia.  Santia güeña' 
y  "Alma  Quichua"  para  violín  y  piano : 
Athos  Palma,  "Sonata"  pax*a  violín  y 
piano;  Felipe  Boero,  "Les  Ombres 
d'Hellás,"  melodías  para  canto  y  piano ; 
Carlos  Pedrell,  "Melodías"  sobre  poe- 
mas de  Leopoldo  Lugones  y  Ernesto 
Drangosch  "Amemos"  y  "En  Paz"  con 
letia  de  nuestro  Amado  Ñervo. 

No  eecaisean  las  obras  de  sabor  local 


argentino  como  "El  nido  ausente"  y 
"Caminito"  de  Julián  Aguirre ;  "Triste" 
de  Stiattessi  y  el  "Indiecito  de  Pichi 
Mahuide"  de  Torre  Bertucci. 

Nuestro  estimable  colega  "Música  de 
América" — de  donde  tomamos  los  ante- 
lioree  datos — agrega  el  siguiente  co- 
mentario a  ia  enumeración  y  crítica  de 
las  obras  argentinas  cuyos  nombres  y 

autores  acabamos  de  copiar "ComD 

se  ve,  nuestra  Babel  musical  sigue,  al 
parecer,  incólume.  Como  en  auoe  ante- 
riores, se  codeajQ  diversas  tendencias, 
sin  otro  parentesco  espiritual  que  el  de 
haber  sido  interpretadas  en  la  misma 
ciudad,  ante  un  auditorio  un  tantito  in- 
diferente  

Hermanadas  ante  la  frialdad  del  pú- 
blico, del  mismo  público  que  concurre  a 
los  teatros  nacionales,  que  lee  las  nove- 
las y  los  libros  de  poetas  argentinos, 
que  visita  las  exposiciones  de  arte  de 
pintores  locales,  son  obras  sin  ambiente 
— noe  referimos  a  los  europeizantes — en 
las  que  se  desperdician :  mucho  talento, 
no  escasa  cultura  y   anhelo  de  hacer 

obra  honesta  y  noble Lástima  que 

así  sea.  En  el  catecismo  del  músico,  el 
primer  mandamiento  debería  ser:,  no 
calcar,  adaptar  al  ambiente,  levantar 
un  nuevo  edificio  sonoro,  cuyos  cimien- 
tos reposen  en  la  tierra  lugareña  y  cu- 
yas torres  construidas  con  materiales 
propio»,  se  alcen  orgullosas  y  esbeltas, 
sin  recordar  las  de  otros  países.** 


CRÓNICA  MUSICAL    MEXICANA 


Carlos  Chávez  Ramírez  es  un  rano 
ejemplo  de  laboriosidad  fecunda  que 
se  destaca  con  rasgos  vigorosos  en 
nuestro  ambiente  de  pereza  secular, 
porque  se  aiparta  del  dolce  Jar  niente, 
frase  italiana  que  entre  nosotros  tie- 
ne aplicación  cotidiana. 


Chávez  Ramírez  es  pianista  y  com- 
positor. Bajo  este  dobfte  aspecto  se  pre- 
sentó en  el  Anfiteatro  de  la  Prepara- 
toria en  dos  conciertos  efectuados  los 
días  25  y  29  del  pairado  mes  de  Mayo. 

Lo  primero  que  se  advierte  en  la« 
compoeioiones  de   Chávez    Ramírez   es 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


un  afán  constante  de  modernismo,  un 
anhelo  continuo  de  originalidad  que, 
dada  la  juventud  del  autor,  está  plena- 
mente justificado.  ¿Quién  no  desea  en 
ostos  tiempos  ser  original?  Debussy, 
con  sus  procedimientos  personalísimos, 
ejerce  indudable  fascinación  sobre  los 
jóvenes  compositores  cuyas  aspiracio- 
nes van  más  lejos  que  la  imitación  de 
!os  clásicos  o  los  románticos.  El  pelí- 
iri-o  reside  en  pretender  imitar  a  De- 
bussy, que  es  inimitable.  Nada  detesta- 
ba llanto  el  maestro  francés  como  el 
'i^bussysmo. 

¿El   reflejo  debussysta  es  tan  nota- 
ble en  la  obra  de  Chávez  Ramírez  que 
l)ueda  llamarse  imitación?  No  lo  cree- 
mos así.  Se  advierten  en  sus  composi- 
ciones, ciertamente,   deter-mánados  pro- 
.  edimientos   característicos    del    autor 
(le  Peleas;  pero  en  el  fondo  de  ellas  se 
fíescubre  un  latente  romanticismo  cuya 
efusión  lírica  no  pueden  destruir  ni  el 
rapleo  inmoderado  de  disonancias  ni 
persistente   cambio   de   diseños   rít- 
iiicos.    En    el    andante   del    "Sexteto", 
aede  comprobarse  nuestra  aseveración. 
Tanto  en  las  Romanzas  para  canto 
,v  piano   como  en   las  piezas  pianísti- 
<-as,  Chávez  Ramírez  ha  escrito  pági- 
nas   de    singular    belleza.    Recordamos 
la    deliciosa    "Bendición",    el    brillante 
"EJstudio   IV"   y    "Tú    eres   como   una 
flor",  saturada  de  íntima  emoción. 


237 


Como  pianista,  Chávez  Ramíre»  de- 
mostró en  la  versión  de  un  progra- 
ma ecléctico  y  difícil,  cualidades  muy 
estimables:  comprensión  de  la  obra, 
(Sonata  de  Beethoven) ;  sonoridad  ro- 
busta, iwirticularmente  en  la  parte  gra- 
ve del  piano,  (Funerales  de  Liszt)  ; 
buena  manera  de  cantar,  (Nocturno 
de  Paderewsky)  ;  dominio  de  las  difi- 
cultades técnicas  y  sobriedad  en  la  dic- 
ción,   (Rapsodia  de  Liszt). 

Carlos  Chávez  Ramírez  es  muy  jo- 
ven aún,  a  pesar  de  su  aspecto  de  hom- 
bre serio  y  un  poco  melancólico.  Tie- 
ne talento.  Y  se  encuentra  bajo  la  do- 
ble influencia  de  un  romanticismo  que 
lo  inclina  del  lado  de  Schumann  y 
CJhopin  y  de  un  modernismo  que  lo 
atrae  con  el  brillo  de  la  novedad  y  del 
exotismo. 

¿Renunciará  a  su  romantiiclsmo  pa- 
ra seguir  resueltamente  la  bandera  de 
los  modernistas?  He  aquí  una  pregun- 
ta trascendental  en  cuya  respuesta  se 
encierr/a  el  porvenir  del  joven  compo- 
sitor. 

Medítela  y  decida  el  estimable  artista 
la  dirección  que  en  lo  futuro  ha  de 
dar  a  sus  inspiraciones,  acatando  la 
voz  interior  de  la  sinceridad. 

Porque  la  sinceridad  y  el  estusias- 
nw)  son  la  más  segura  garantía  de  éxi- 
to en  toda  obra  de  arte. 


Nota  db  la  Rbdaoción.— En  esta  sección  se  dará  cuenta  de  todos  los  acontecimientos 
musicales  importantes  deque  se  reciba  noticia,  y  se  hiará  juicio  de  aquellos  conciertos,  recáta- 
les, exámenes,  etc.,  a  los  cuales  haya  sido  invitado  México  Moderno. 


REVISTA      DE      LIBROS 

SECCIÓN  A  CAB60  DE 

GENARO      ESTRADA 


"ESTUDIOS  INDOSTANICOS",  por 
José  Vascofwelos.  Ediciones  México 
Moderno.  1921.  373  pp.— Es  éste  el  libro 
de  unidad  plena,  síntesis  y  fundamento 
de  loe  anteriores,  en  la  obra  humana, 
humanísima  de  José  Vasconcelos.  Es 
la  luz  cenital  de  una  Vida.  Sobre  es- 
tas páginas  no  se  estremece  el  en- 
tusiasmo pasajero,  ni  la  Teosofía,  ni 
el  misticismo  literario  de  Maeterlinck, 
ni  la  chachara  de  los  aficionados  a 
escribir  sobre  tópicos  del  Oriente  mis- 
terioso y  monstruoso.  Este  libro  na- 
da tiene  que  ver  con  la  moda.  De 
eradición  cabal,  de  honrada  filosofía, 
de  intención  pura,  de  explicación  sin 
alarde  fatuo:  tal  dirán  los  lectores 
de  alma  desnuda  que  se  arrojen  al  agua 
corriente  de  estas  páginas,  en  cuyo 
álveo  crece  el  bosque  antiquísimo  del 
enigma Como  en  el  verso  del  mís- 
tico, entrad  aquí  los  que  comprendéis 
y  amáis. 

Tres  ideas  fundamentales  se  destacan 
en  el  libro:  (1)  Las  grandes  civiliza- 
ciones no  son  producto  de  los  hombres 
que  luchan  para  adaptarse  a  un  clima 
hostil,  sino  que  surgen  cuando  se  ha 
reeuelto  el  problema  inmediato  de  la 


adaptación  al  medio,  así  que  se  deja 
de  luchar  a  brazo  partido  para  soñar 
creando.  (2)  La  conversión  de  la 
energía  sexual  en  mentalidad,  es  decir, 
el  triunfo  de  la  Doctrina  Yogui,  gra- 
das a  la  intervención  primiaria  del 
alimento  vegetal  con  su  acervo  de  sus- 
tancias químicas.  (3)  Las  religiones 
no  pueden  desunirse,  considerarse  ais- 
ladamente sin  penetrar  a  su  íntima 
correlación:  el  Cristianismo  es  el  úl- 
timo plano  en  el  desarrollo  sucesivo 
de  ellas,  siendo  el  brahamanismo  y  el 
budismo  los  (peldaños  iniciíales. 

No  hay  en  castellano,  y  quizá  en 
inglés,  una  síntesis  de  los  sistemas 
centrales,  de  las  doctrinas  de  la  Filoso- 
fía del  oriente,  míis  clara,  más  sobria, 
de  honradez  espiritual  mejor  depurada 
que  la  ofrecida  en  este  libro:  hay  que 
leerlo  para  nuestro  bien,  para  confor- 
tamos con  el  lenitivo  de  su  enseñanza  y 
la  pasión  discreta  de  su  entusiasmo.  Si 
el  capítulo  "Demonología*'  es  atra- 
yente,  conturbador,  la  "Conclusión"  es, 
sin  quizá,  una  de  las  páginas  más  bri- 
llantes y  sólidas  de  Vasconcelí».  Será 
"Prometeo  Vencedor"  la  joya  de  su 
estilística,    pero    "Estudios    Indostáni- 


REVISTA  DE  LIBROS 


239 


eos"  (que  no  por  ser  trabajo  de  infor- 
mación, de  coordinación,  de  fé  y  de 
esperanza  es  simple  enunciamiento  de 
datos,  sino  lo  acendrado  de  una  Vida) 
viene  a  afirmarnos  en  la  opinión  de 
que  como  pensador  y  maestro,  como 
educador  y  hombre  bueno,  Vasconcelos 
m  halla,  en  nuestra  América,  a  la  van- 
guardia del  i>ensamiento  filosófico. 
Los  que  lo  conocemos  a  través  de  su 
obra  y  de  su  trato,  los  que  somos  testi- 
gos de  su  fé,  de  su  inmensa  fe,  en  los 
destinos  del  Continente  de  habla  espa- 
ñola, encarecemos  la  lectura  de  su  libro 
último,  avivando  nuestro  elogio  del 
varón  fuerte  que  es  ejemplo  cotidiano 
y  dádiva  desinteresada.  Sus  páginas 
darán  seguro  gozo  a  las  almas  selectas. 

R.  H.  V. 

CARLOS  OBLIGADO.  POEMAS. 
Prólogo  de  Carmelo  M.  Bonet.  Ilustra- 
ciones y  ornamentación  de  Rodolfo 
Franco.  Buenos  Aires.  Editorial  "Vir- 
tus,"1920. — He  aquí  un  libro  de  versos 
irreprochablemente  presentado,  de  un 
modo  a  la  vez  discreto  y  sugestivo :  es 
el  libro  de  versos  del  hijo  de  don  Rafael 
Obligado,  el  r*oeta  de  las  décimias  so- 
noras que  saltaban  por  encima  de  la 
pampia  y  recorrían  el  dorso  de  los  An- 
des, como  un  calosfrío  épico  de  la  cor- 
dillera americana 

Pero  esa  sonoridad  que  la  moda,  im- 
puso y  que  dominó  durante  la  última 
parte  del  siglo  pasado,  ya  no  encuentra 
eco    en    las    tendencias    actuales,    que 

I     huyen  del  énfasis  y  loe  desplantes  de- 

I     diamatorios. 

i  En  este  libro  aJt)undan  IO0  ¡oh!,  los 
¡ay!,  lasi  admiraciones.  La  influencia 
del  padre  se  trasiluce  en  algo  más  que 
en  las  citas  y  en  la  dedicatoria  filial: 


"Padre :  si  en  lo  hondo  el  culto  de  tu 
memoria  llevo. 
Sé  que  tu  luz  me  orienta,  aé  que  tu 
amor  me  escuda 
Hoy  que  en  la  noche  triste  de  tu  par- 
tida, elevo 
Mis  temblorosas  manos  hacia  tu   lira 

muda . . . 
¡  Sepa    cual    tú    del    ritmo    que    lo 
inefable  exprime  I 
¡Cual   tú,    toda   beOeza,   tod^t   bondad 
comprendía ! 
¡Honre  cual  tú  la  patria.  Madre  nues- 
tra sublime! 
¡Lleve  hasta  el  fin  mi  paso  sobre  tu 
dará  senda!" 

Estas  dos  estrofas;,  nacidas  de  la 
veneración  justa  del  hijo  a  la  memoria 
paterna,  explican  por  qué  prefiere  Gar- 
los Obligado  cantar  en  el  mismo  tono 
y  en  las  mismias  rimas  de  forma  an- 
ticuada que  dieron  gloria  a  su  pro- 
genitor. 

F.  M.  G.  I. 

AMADO  ÑERVO.  Acotaciones  a  su 
vida  y  a  su  obra.  Las  escribió  Jorge 
Celso  Tíndaro.  Buenos  Aires,  1919.-- 
El  reciente  aniversario  de  la  muerte 
de  Ñervo,  dal  relativa  actualidad  en- 
tre nosotros,  a  este  libro  bien  intencio- 
nado que  nos  llega  con  retardo  consi- 
derable. 

Don  Pedro  B.  Franco  (Jorge  Celso 
Tíndaro)  escribió  este  libro  cuando  el 
autor  de  Plenitud  caminaba  serenamen- 
te por  la  vida ;  por  consiguiente,  no  se 
hallará  en  sus  páginas  el  tono  de  ele- 
gía que  es  frecuente  en  los  libros  que 
tratan  de  Nervo,^  escritos  casi  todos, 
— con  excepción  del  estudio  de  Ory— 
después  de  su  fallecimiento. 

En  la  primera  parte  de  su  trabajo 
el  autor  hace  una  breve  síntesis  histó- 
rica de  la  poesía  en  México,  desde  Sor 
Juana,  Ruiz  de  Alarcón  y  Navarrete, 


240 


MÉXICO      MODERNO 


entre  los  antiguos,  hasta  Díaz  Mirón 
Othón  y  ürbina,  entre  los  modernos, 
guiándose  por  la  Antología  del  Cen- 
tenario. 

En  la  segunda  parte,  desoribiendo  la 
vida  de  Ñervo,  hace  un  retrato  espi- 
ritual que  puede  condensarse  en  este 
comentario,  impreso  en  la  carátula,  al 
pie  de  un  busto  de  la  Venus  manca : 
**Ha  hecho  de  su  vida  un  mármol  grie- 
go, sereno  como  ninguno."  Traza  una 
somera  biografía  y  trata  de  investigar 
sus  relaciones  con  "el  anM)r,  las  mujeres 
y  el  Misterio."  Luego,  habla  de  su 
amor  a  la  patria  y  de  la  impresión  que 
en  él  dejó  la  última  guerra. 

Al  estudiar,  en  la  tercera  parte,  la 
obra  de  Amado  Ñervo,  habla  de  ella 
primero  en  conjunto ;  luego,  tras  de 
opinar  sobre  el  modernismo  hispano- 
americano,  diserta  sobre  su  tendencia 
mística  y  la  influencia  que  en  su  obra 
tuvo  la  filosofía  hindú.  Concluye  ha- 
ciendo sinceras  acotaciones  a  sus  libros 
en  prosa  y  en  verso,  desde  Perlas  Ne- 
gras hasta  El  Estanque  de  los  Lotos, 
que  Jorge  Celso  Tíndaro  conocía  enton- 
ces parcialmente. 

Para  aligerar  su  estudio,  el  autor 
intercala,  de  cuando  en  cuando,  alguna 
impresión  del  momento  en  que  lo  es- 
cribía, a  manera  de  amable  paréntesis. 
Como  un  ejemplo,  véase  esta  divaga- 
ción : 

•'Está  abierta  la  ventana  de  mi  cuar- 
to, y,  como  todas  las  mañanas,  se  ha 
parado  a  mirarme  un  chiquiOlo  del  ba- 
rrio. Ve  mi  librería  y  me  dice,  lo  mis- 
mo de  todos  ios  días : 

— ¿No  me  da  un  libro,  señor*? 

Y  viendo  que  no  reparo  en  su  per- 
sona: 

— Señor,  señor,  ¿  me  regala  un  libro  ? 

Tengo  que  dejar  de  escribir.  Me 
acerco  a  la  ventana  y  le  pregunto : 

— ¿Y  para  qué  quieres  un  libro,  si 
tú  todavía  no  sabes  leer? 

— Para  mirar  las  figuras. 


— ¿Y  si  no  tiene  figuras? 

— Las  hago.  Aquí  tengo  un  lápiz. 

— Si  es  así... le  dije  y  sacando  del 
estante  un  librito  de  versos,  del  que 
soy  único  resiponsable,  se  lo  entrego: 

— Aquí  tienes.  Llénalo  de  dibujos. 

Y  el  chiquillo  se  va,  saltando  de  ale- 
gría. 

Vuelvo  a  mi  mesa." 

Esto  nos  reconcilia  con  los  versos  de 
Jorge  Celso  Tíndaro  que,  a  juzgar  por 
un  soneto  a  Ñervo,  impreso  al  frente 
del  libro,  son  muy  inferiores  a  su 
prosa. 

F.  M.  G.  I. 

MANUAL  DE  GRAMÁTICA  CASTE- 
LLANA.— ^Arreglado  en  lo  fundamental 
conforme  a  la  doctrina  de  don  Andrés 
Bello,  ipor  Carlos  Gomzález  Peña,  Pro- 
fesor de  Lengua  Castellana  en  la  E3e- 
cuela  Nacional  Preparatoria  y  en  la 
Escuela  Superior  de  Comercio  y  Ad- 
raifnistración.  Ediciones  "México  Mo- 
derno." 1921. —  Este  Manual — usando 
una  frase  consagrada  por  el  uso  co- 
mún — ^viene  a  llenar  un  vacío  que  exis- 
tía desde  hace  tiempo,  en  las  obras 
de  texto  de  nuestras  escuelas,  "Como 
su  nombre  lo  indica,  escribe  en  el  Pre- 
facio Carlos  González  Peña,  no  es  el 
presente  un  libro  original.  Poco  o  nada 
he  puesto  en  él  de  mi  cosecha.  Trá- 
tase simplemente,  de  un  resumen  o 
recopilación  de  teorías  gramaticales 
conocidas  y  sancionadas,  adaptado  a 
las  programas  hoy  vigentes  en  las  es- 
cuelas de  enseñanza  secundaria. 

De  gran  privanza  goza  entre  nosotros 
la  doctrina  de  don  Andrés  Bello.  Más 
todavía :  por  superior  decreto  que  am- 
paró la  resolución  de  un  congreso  de 
profesores  de  Lengua  Catellana,  des- 
de 1915  está  acordado  que  tal  doctrina 
sirva  de  base  para  la  enseñanza  de 
nuestro  idioma  en  las  escuelas  de  Mé- 
xico. 


REVISTA  DE  LIBROS 


241 


No  había  sido  posible  hasta  hoy,  em- 
pero, dar  cumplimiento  al  expresado 
mandato.  Por  una  parte,  la  obra  monu- 
mental de  Bello  no  llena  las  condicio- 
nes de  un  libro  de  texto ;  bien  que,  des- 
de elevados  puntos  de  vista,  sea  ex- 
celente como  libro  de  consulta  para  el 
profesor.  Por  la  otra,  no  existía  nin- 
gún manual  netamente  escolar  en  el 
que  se  hubiera  desarrollado,  de  acuerdo 
con  la  generalidad  de  nuestros  progra- 
mas la  sabia  doctrina  de  aquel  ilustre 
filólogo  hispanoamericano . . . 

El  deseo  de  remediar  semejante  de- 
ficiencia fue  el  que  determinó  la  com- 
posdjción  de  este  manual . . " 

F.  M.  G.  I. 

POEMAS  DEL  CORAZÓN  AMORO- 
SO por  Luis  Felipe  Rodríguez. —  Bi- 
blioteca Martí,  Manzanillo,  Cuba,  1920. 
— Debe  estar  orgulloso  el  señor  Ro- 
dríguez por  la  excelente  edición  de  sus 
prosas  que  pretenden  ser  poemas,  y 
por  su  buena  presencia,  puesto  que  su 
gallarda  fisonomía,  evocadora  de  la  ju- 
ventud de  Osear  Wilde,  aparece  en  el 
forro  de  su  libro. 

Libro  formado  con  la  mayor  dosis 
posible  de  lugares  comunes,  acumu- 
lados pacientemente,  no  deja  en  el  lec- 
tor otra  impresión  que  la  de  fastidio 
al  salir  de  su  lectura,  sin  haber  llegado 
a  abrir  más  de  una  docena  de  páginas ; 
puede  opinarse  de  él,  lo  que  el  señor 
Rodríguez  pone  como  epígrafe  de  su 
primer  "ipoema" : 

"Salí  del  cuarto  de  un  hotel  sin  emo- 
ción ninguna,  (porque  comprendí  que  en 
aquel  cuarto  de  hotel,  donde  viví  seis 
días,  el  amor  de  mi  espíritu  no  se  ha- 
bía  detenido   ni  un  sólo  segundo." 

Es  posible  que  durante  esos  seis 
días  haya,  escrito  sus  Poemas  del  cora- 
zón amoroso. 

F.  M.  G.  I. 


EL  ÁRBOL  QUE  CANTA.  HiUnberto 
Tejera.  México,  1921.— Humberto  Te- 
jera es  dueño  de  una  inspiración  juve- 
nil y  franca,  que  le  permite  abarcar  con 
miradas  vigorosas  los  cfuadros  más  di- 
versos, sin  abdicar  de  su  pereonaJidad, 
que  tiende  a  definirse  con  precisión. 

Este  pequeño  volumen,  encierra  en 
sus  ciento  y  tantas  páginas  más  be- 
llezas y  aciertos  que  muchos  tomos  vo- 
luminosas de  poesías.  JjOs  asuntos  y  el 
papel  están  bien  aprovechados.  La  ga- 
ma de  colores  es  riica  y  la  sonoridad 
de  El  árbol  que  canta  produce  en  su 
suntuosa  polifonía. 

Nuestra  predilección  en  su  poesía 
descriptiva,  está  por  los  paisajes  y  las 
cosas  nuestras,  vistas,  con  ojos  libree  de 
prejuicios,  con  miradas  llenas  de  sin- 
ceridad, como  ésta : 

Mexioanita, 
de  bronce  y  de  seda, 
que  en  esta  baranda 
con  enredaderas, 
los  ojos  me  clavas, 
los  dedos  me  trenzas, 
y  a  mis  arrebatos 
ardientes  contestas 
con  un  dulce  dejo 
de  hondas  tristezas: 
"Están  verdes 
que  tú  vuelvas." 

F.  M.  G.  I. 

ARTE  COLONIAL.  Tercera  serie,  por 
D.  Manuel  Romero  de  Terreros,  Mar- 
qués de  San  Francisco,  Caéballero  de 
Malta,  Correspondiente  de  las  Reales 
Academias  Española,  de  la  Historia 
y  de  Bellas  Artes  de  San  Femando. 
México,  Librería  "Cultura,"  MOMXXI. 
— Es  merecedora  de  elogios,  por  tx)doa 
conceptos,  la  infatigable  laboriosidad 
del  Marqués  de  San  Francisco  que  en  es- 
tos breves  tomos  de  Arte  Colonial  con- 
densa el  resultado  de  largas  investi- 
gaciones,  tendentes  a  revelar  las  be- 


242 


MÉXICO    MODERNO 


1 


llezas  del  Tirreinato  que  aun  existen, 
en  edificiOB,  muebles  y  objetos  artísti- 
cos. 

En  esta  tercera  serie,  aparecen  re- 
unidos sus  últimos  ,  trabajos — algunos 
de  ellos  publicados  ya  en  la  prensa — 
en  los  que  estudia  "La  iglesia  y  monas- 
terio de  San  Agustín  Acolman,"  "La 
casa  de  los  virreyes  en  Huehuetoca," 
**E1  camarín  de  los  Remedios."  "La  te- 
rraza de  "El  Caibezón."  "La  escultura 
funerai'ia  en  la  Nueva  España,"  "La 
sillería  del  coro  de  Guadalupe,"  las 
"Figuras  de  Talavera,  de  Puebla,"  "Los 
bronces  dorados  de  Tolsa,"  "El  vi- 
drio." y  la  "Caligrafía  coloniaü." 

Cierra  el  presente  tomo  una  biblio- 
grafía de  la  Pintura  en  la  Nueva  Es- 
paña. 

P.  M.  G.  I. 

C.  MUZIO  SAENZ  PEÑA.  EL  EPI- 
CUREISMO DE  OMAR  KHAYYAM. 
Nuevas  RUBAIYAT  en  verso  castella- 
no. Buenos  Aires,  1919. — En  un  folleto 
de  treinta  y  dos  páginas  ha  reimpreso 
Saenz-Peña  este  trabajo  que  se  publicó 
por  primera  vez  en  la  Revista  "No- 
sotros," en  septiembre  de  1919. 

¿Debemos  insistir  en  juzgar  una  obra 
ya  conocida  y  apreciada  por  todos  cuan- 
tos saben  que  el  señor  Muzio  Saenz 
Peña  es  un  competente  conocedor  de 
los  poetas  persas  y  un  fiel  traductor 
de  las  mejores  obras  de  Tagore? 

F.  M.  G.  I. 

ARMANDO  DE  MARÍA  Y  CAMPOS. 
Visione»  ürhanas.  (Poesías).  México, 
sin  año. — ¡Armando  de  Mária  y  Campos 
ha  transladado  a  nuestro  ambiente  el 
género  que  cultivó  con  espontaneidad 
el  poeta  argentino  Evaristo  Carriego,  en 
La  Canción  del  Barrio  y  en  otnos  poe- 
mas rebosantes  de  un  sincero  senti- 
mentalismo criollo. 


Tiene  Mária  y  Campos  hallazgos  fe- 
lices en  rimas  musicales  e  imágenes 
sugestivas;  maneja  con  soltura  el  so- 
neto alejandrino  y  ha  logrado  fijar  las 
impresiones  recogidas  en  medio  del 
bullicio  diurno  de  la  Capital  y  en  los 
rincones  típicos  de  sus  horas  nocturnas. 

Por  las  descripciones  sintetizadas  en 
sus  sonetos  de  arte  menor,  recuerda  los 
Cuadros  del  poeta  cubano  Ulloa. 

El  último  poema,  del  libro.  Envene- 
nadora, nos  descubre  que  el  poeta  de 
Visiones  Urbanas  trata  de  seguir  el 
camino  trazado  por  López  Velarde  y 
Fernández  Ledesma. 

F.  M.  G.  I. 

"Por  la  Verdad  Histórica". — Tercera 
Parte.  1921. — Imprenta  Católica.— Pa- 
namá, R.  de  P.— El  Sr.  Manuel  Calde- 
rón Ramírez  publica  en  este  folleto 
muy  interesantes  revelaciones,  para  la 
Historia,  relacionadas  con  la  conducta 
política  de  Adolfo  Díaz,  Enüliano  Cha- 
morro, Máximo  H.  Zepeda.  y  otros  per. 
sonajes  de  esa  laya,  entusiastas  colabo- 
radores de  la  intervención  yanqui  en 
Nicaragua;  y  así  presta  un  doble  ser- 
vicio a  su  país  y  al  Continente. 

R.   H.  V. 

**Juventud'\ — Fiesta  de  la  Primave- 
ra.— Día  de  los  Estudiantes. — 3a,  edi- 
ción definitiva. — Federación  de  Etetu- 
diantes  de  Chile. — Imp.  Moderna^ — 
Santiago,  1921. — Trae  una  buena  se- 
lección de  poemas  de  González  Martí- 
nez, con  una  salutación  para  el  poeta 
que  hoy  representa  a  México  en  aque- 
lla República.  También  llama  la  aten- 
ción el  homenaje  a  Domingo  Gómez  Ro- 
jas, o  Daniel  Vázquez,  el  estudiante 
poeta  y  mártir,  que  murió  en  septiem- 
bre de  1920  en  la  Casa  de  Orates  de 
aquella  capital,  víctima  de  la  saña  del 
Ministro  José  Astorquiza  Líbano.  Fue- 
ron llanto  rojo,  blasfemia  con  lelám- 


REVISTA  DE  LIBROS 


24? 


pagos  de  oración,  los  poemas  de  aquel 
que  turo  ''lejanos  jardines  en  la  lu- 
na"; sus  cartas,  sus  notas  de  diario 
escritas  en  la  pared  de  la  ergáetula, 
son  ecos  lúgubres  del  a/lma  que  en  un 
día  de  horror  gritara:  "Siento  oómo 
se  pudre  mi  tristeza" ;  y  al  fin  pudo  sen- 
tir "sus  ojos  florecidos  de  estrellas", 
el  pobre,  que  llevaba  en  el  corazón  ra- 
chas de  odio  para  sus  patibularios, 
azul  de  incienso  elegiaco  en  sus  gritos 
filiaJes.  "Yo  soy  un  maldito  corazón 
hecho  hombre !  — sollozaba. —  ¡  Un  inde- 
fenso y  desnudo     corazón    de     niño!" 

R.  H.  V. 

BI BLIOORAFIA      CENTRO  -  AMERI- 
CANA DE  1920. 

Bl  alma  activa  de  Joaquín  García 
Monge  continúa  a  la  vanguardia  de  la 
intelectualidad  de  Centro-América.  Eü 
autor  de  "La  Mala  Sombra  y  otros  Su- 
cesos" y  la  novela  regional  "El  Moto" 
y  Director  de  la  Biblioteca  Nacional 
de  San  José  de  Costa  Rica,  se  halla  al 
frente  de  una  Casa  de  Ideas  de  la  que 
vemos  salir  con  periodicidad  puntual 
la  selección  de  autores  mundiales:  "El 
Convivio",  de  americanos,  "Ediciones 
Sarmiento",  de  "Ediciones  Centro-Ame- 
ricanas" y  la  revista  "Repertorio  Ame. 
ricano",  publicaciones  ya  solicitadas 
por  los  lectores  de  gusto  insigne.  Gar- 
cía Monge  ha  sido,  en  1920,  editor  de 
"Los  Cuentos  de  mi  Tía  Panchita",  de 
Carmen  Lira,  una  admirable  contribu- 
ción folklórica ;  "En  el  Taller  del  Plate- 
ro", "De  Variado  Sentir"  y  "De  Atenas 
y  de  la  Filosofía",  de  Rómulo  Tovar; 
"Poesías"  de  José  Olivares,  de  Nicara- 
gua; "Las  Coccinelas  del  Rosal"  de 
Octavio  Jiménez;  "El  Hombre  que  Pa- 
recía un  Caballo"  de  Rafael  ArévaJo 
Martínez ;  dos  tomos  sobre  "Rubén  Da- 
río en  Costa  Rica" ;  y  "La  Miniatura" 
de  Ricardo  Fernández  Guardia,  quien 
acaba  de  regalarnos  su  "Reseña  Histó- 


rica de  Talamanoa",  monografía  que, 
según  Brenes  Mesen,  es  la  mejor  de  don 
Ricardo  desde  el  punto  de  vista  esti- 
lístico. Otros  llbitoe  costarricenses  del 
año:  "Rosa  Mística",  de  Luí»  Do- 
bles Segreda,  digno  de  loa  eepedal; 
"I^is  Guarías  del  Crepúsculo",  de  Na- 
poleón Pacheco  (versos)  ;  "Fuente» 
Iluminadas"  de  R.  Alvaxez  Berrocal; 
"Filosofía  de  la  Crítica"  y  "Vocee  Le- 
janas", de  M.  Vicenzi;  y  "Valores  Li- 
terarios de  Costa  Rica",  de  Rogelio 
Sotela,  editor  de  la  revista  "Athenea". 
En  Tegucigaipa,  Luis  Andrés  Zúñiga, 
fabulista  y  periodista,  fniblicó  sus  me- 
jores prosas  y  versos  en  "El  Banque- 
te"; y  el  profesor  Ensebio  Fiallos  V. 
sus  "Apuntamientos  sobre  Flora  Hon- 
durena". 

Y  no  más  en  cuanto  a  libros,  porque 
todo  el  año  se  fue  en  derrocar  a  Tino- 
co, Bertrand  y  Estrada  Cabrera,  y 
los  hombres  de  pluma  se  fueron  al  mon- 
te. Está  anunciada  la  publicación  pró- 
xima de  ios  poemas  de  Alfonso  Gui- 
llen Zelaya,  de  Honduras,  e  "Ideas  y 
Formas",  de  Alberto  Masferrer,  del 
Salvador,  ambos  de  la  élite  intelectual. 

Buenas  revistas  son  "Proceres",  de 
El  Salvador,  editada  por  el  doctor  Ra- 
fael V.  Castro,  con  la  colaboración  de 
investigadores  tan  obstinados  como  Al- 
berto Luna,  Manuel  Valladares,  Ró- 
mulo E.  Durón,  Víctor  Jerez  y  Fran- 
cisco Gavidia.  Centro-América  conme- 
morará este  año  la  primera  centuria 
de  su  independencia  política  (¡y  qué 
triste  va  ser  el  aniversario!),  y  co- 
misionados de  El  Salvador  y  Guatema- 
la están  buscando  en  los  archivos  de 
España  aquella  documentación  desco- 
nocida que  puede  servir  de  presea  bi- 
bliográfica del  Centenario.  La  idea  de 
la  búsqueda  conjunta  la  tuvo  el  Go- 
bierno costarricense,  que  ya  designó 
sus  comisionados,  el  licenciado  Pedro 
Pérez  Zeledón  y  don  Ricardo  Fernán- 


244 


M  ÉXICO    MODERNO 


ílez  Guardia,  diestros  escudriñadores 
del  pasado  y  literatos  de  primer  orden. 

En  Honduras  sale  de  vez  en  cuando 
la  "Revista  de  la  Universidad",  donde 
se  ha  publicado  "El  Evangelio  y  el 
Syllabus",  del  doctor  Lorenzo  Montú- 
far.  En  el  semanario  "Los  Sucesos", 
de  Tegucigalpa,  lia  estado  revelando 
páginas  de  la  historia  colonial  el  licen- 
ciado Eduardo  Martínez  López,  Direc- 
tor de  la  Biblioteca  Nacional.  "Nica- 
ragua Informativa",  de  Hernán  Ro- 
bleto  (que  acaba  de  anunciar  su  libro 
"Barro  Criollo")  y  "Los  Domingos", 
de  Salvador  Ruiz  Morales,  son  los  más 
aprecia.bles  semanarios  nicaragüenses. 
¡  Qué  unción,  qué  alteza  de  mentalidad 
la  de  ese  Padre  Azarías  H.  Palláis,  autor 
de  libros  de  poemas  como  "A  la  Som- 
bra del  Agua"  y  "Espumas  y  Estre- 
llas", quien  no  ha  mucho  escribió  una 
"Salutación  a  Chocano",  muy  bordada 
en  púrpura  y  sembrada  de  gemas.  "Los 
Archivos  del  Hospital  Rosales",  de  San 
Salvador  y  "La  Juventud  Médica",  de 
Guatemala,  representan  la  escasa  pro- 
ducción científica,  y  la  "Revista  Eco- 
nómica", que  dirige  el  Barón  de  Fraji- 
jzestein,  en  Tegucigalpa,  es  un  perió- 
dico que  sirve  de  verdadera  consulta. 
"Centro-América",  la  gaceta  de  la  Ofi- 
cina Internacional  Centro-Americana, 
con  sede  en  Guatemala,  se  sigue  publi- 
cando con  la  colaboración  de  Arévalo 
Martínez,  el  licenciado  Francisco  Quin- 
teros Andrino,  etc.  La  "Revista  de 
Costa  Rica",  editada  por  J.  F.  Trejos 
Quirós,  ha  insertado  monografías  de 
verdadero  mérito:  "Una  Vi'sita  al  Vol- 
cán de  Irazú",  por  R.  Fernández  Pe- 
ralta; "Cartago  y  Cariay",  por  Carlos 
Oagini;  "Climatología  y  Selvicultura", 
por  Elias  Leiva;  "Las  Costas  del  Sur- 
oeste de  Costa  Rica",  por  M.  Obregón 
L. ;  y  "San  José  y  sus  comienzos",  por 
Oleto  González  Víquez. 

En  cuanto  a  la  producción  dispersa 
en  otras  publicaciones,  he  aquí  un  re- 


í 


sumen :  "La  Historia  de  la  Imprenta 
en  el  Antiguo  Reino  de  Guatemala",  de 
Virgilio  Rodríguez  Beteta,  un  tiempo 
Director  del  "Diario  de  Centro-Aniéii- 
ca" ;  "Crónicas  Viejas"  de  Víctor  Mi' 
guel  Díaz,  en  el  mismo  periódico,  so-  _, 
bre  la  Antigua  Guatemala;  "Proposi- 
ción de  la  Delegación  de  Honduras  so- 
bre la  Doctrina  Monroe",  presentada 
por  el  ex-Presidente  doctor  don  Poli- 
carpo  Bonilla  en  la  Conferencia  de  la 
Paz,  pidiendo  la  definición  de  dicha 
doctrina:  "La  Deuda  Ethelburga,  ne- 
gocio de  los  banqueros",  por  Juan  Ra- 
món Aviles,  "La  Noticia",  Managua; 
"Foreign  Debts  Factor  in  Move  to  ef- 
fect  Central  American  Union",  por  Mr. 
Edward  Perry,  en  el  "Newark  Evening 
News" ;  y  "The  Ecclesiastical  Policy  of 
Francisco  Morazán  and  the  Other 
Central  American  Liberáis",  por  Miss 
Mary  W.  Williams,  en  "The  Híspanle 
American  Historical  Review",  de  Wash- 
ington. 

K  H.  V. 

LIBROS  RECIBIDOS 

"Matices",  por  A.  Mariano  Ferrari, 
Buenos  Aires. — Editorial  "Virtus", 
192L 

La  Moral  Diplomática. — Versus  El 
Cesarismo  Diplomático.  —  Correspon- 
dencia cruzada  con  el  Sr.  William  E. 
González,  ex-Ministro  de  los  Estados 
Unidos  en  Cuba  y  actual  Embajador 
en  el  Perú  (Por  Nicolás  Hernández, 
venezolano). — San  Juan*,  Puerto  Rico. 
—Tipografía   "El  Compás",  1921. 

''Bolívar",  por  Gomelio  Hispano. — 
Ediciones  Sarmiento. — Cuaderno  21. — 
San  José  de  Costa  Rica. — Trae  un  co- 
mentario del  Prof.  Roberto  Brenes 
Mesen. 


REVISTA    DE    REVISTAS 

SECCIÓN  A  CARGO  DE 

RAFAEL     HELIODORO     VALLE 


"OuUura  Venezolana",  de  febrero, 
ofrece  un  artículo  "El  Hado  del  Liber- 
tador", por  Lucila  L.  de  Pérez  Díaz, 
de  interés  para  el  aneodotario  bolivia- 
no, y  unos  delicados  versos  de  Luis 
Chuñan,  actual  Secretario  de  la  Lega- 
ción en  Washington. 

"IVosoíros",  de  Bu'enos  Aires. — En  las 
ediciones  de  enero  y  febrero  encontra- 
mos "La  Pesca",  "Estío",  y  "El  Agua 
Corriente",  poemas  de  Juana  Ibarbou- 
rou;  "La  Anexión  a  España",  de  F. 
García  Godoy,  enjundioso  artículo  del 
distinguido  dominicano ;  unas  palabras 
de  Roberto  F.  Giusti,  a  nombre  del 
Consejo  Deliberante  de  Buenos  Aires, 
en  gloria  de  Galdós ;  un  estudio :  "Nues- 
tra Música  en  1920",  por  Gastón  D. 
Talamón.  Fidelino  de  Figueiredo  pre- 
senta información  de  primera  mano 
acerca  de  la  vida  y  obra  de  Eca  de 
Queiros;  y  hay  unas  notas  sobre  Ra- 
fael Barrett,  apóstol  y  cuentista,  el 
mismo  de  "La  Divina  Jornada",  pági- 
na de  consumada  belleza. 

*'Revi»ta  de  Costa  Rica'\ — La  sigue 
dirigiendo  con  gran  tino  el  Sr.  J.  Fran- 
cisco Trejos  Quiróe,  quien  ha  logrado 


congregar  las  más  prestantes  firmas 
de  aquella  tierra.  Sumario  de  abril  y 
mayo:  "Nombres  Geográficos  de  Costa 
Rica",  por  Cleto  GonzáJez  Vfquez ;  "Do- 
mingo Jiménez",  por  Manuel  J.  Jimé- 
nez;  "Primera  Contribución  al  Estudio 
de  los  Zancudos  de  Costa  Rica",  por 
Anastasio  Alfaro;  "La  Guadalupana 
en  Centro-América",  por  Rafael  Helio- 
doro  Valle;  "Ascención  al  Volcán  Ira- 
zú",  del  Dr.  TroUope,  traducción  de 
Amelia  Montealegre  Rohrmoser. 

''Cuba  Contemporánea''. —  Habana. — 
La.  dirige  ahora  don  Mario  Guiral  Mo- 
reno. En  los  números  de  abril  y  mayo 
leemos:  el  estudio  que  Enrique  A.  Or- 
tiz  ha  trazado  sobre  el  Padre  Las  Ca- 
sas y  los  Conquistadores  Españoles  en 
América ;  el  que  don  José  Isaac  Corral 
intitula  "Investigaciones  sobre  el  pe- 
tróleo en  Cuba" ;  e  ideaciones  de  EJnri- 
que  José  Varona,  quien  sigue  dando  a 
conocer  los  sonetos  castellanos  de  una 
curiosa  antología. 

''América  Latina'*. — Esta  revista,  que 
dirige  en  París  don  Ventura  García 
Oalder<3n,  es  un  estandarte  azul  y  blan- 
co que  sabe  llevar  bien  las  letras  de  su 
heráldica.   En  el  número  de  abril   se 


246 


MÉXICO    MODERNO 


encomia  al  Marqués  de  Pescara,  el 
egregio  argentino  que  parece  haber  da- 
do solución  a  los  problemas  del  heli- 
cóptero, y  que  el  Gobierno  francés  quie- 
re adquirir  para  su  gloria  aviatriz. 
El  número  de  mayo  está  lleno  de  Na- 
poleón I,  en  el  primer  centenario  de 
su  muerte. 

''Plus  Ultra". — Buenos  Airee. — En  su 
edición  de  marzo  la  insuperable  revis- 
vista  bonaerense  regala,  como  Biempre, 
la  pulcritud  que  ya  la  singulariza.  Vie- 
nen unos  versos  "Taza  de  Satsuma", 
de  Xavier  Sorondo ;  y  "El  Arte  del  Mo- 
saico. La  Escuela  del  Vaticano",  por 
Rafael  Simboli,  con   superbas  ilustra- 


"Social". — Habana. — No  eaJbe  duda 
que  Massaguer  es  un  brujo  del  buen 
gusto,  un  gran  señor  de  la  tipografía 
y  el  grabado,  un  hacedor  de  sorpresas 
en  la  caricatura.  Su  publicación  es  ga- 
la del  arte  gráfico  en  la  América  Lati- 
na^ Domingo  Figuerola,  Caneda,  maes- 
tro de  bibliofilia  cubana,  diserta  magis- 
tralmente  sobre  "Dos  Libros  Raros  y 
Preciosos"  ¡Y  los  "Ellos"  de  Mas- 
saguer! El  número  de  abril  fue  dedi- 
cado a  México,  y  por  supuesto  el  lá- 
piz genial  de  García  Cabral  estuvo  de 
fiesta. 

''Repertorio  -Americano'*. — Quincena- 
rio de  los  intereses  continentales. — 
Editor :  J.  García  Monge.— San  José  de 
Costa  Rica,  abril  y  mayo  núm.  17  y  18. 
— Se  distinguen  los  siguientes  escritos: 
"Bases  para  un  tratado  entre  la  Repú- 
blica de  Costa  Rica  y  la  de  los  Esta- 
dos Unidos  de  América  sobre  el  Canal 
por  el  Río  San  Juan",  por  Manuel 
Sáenz  Cordero;  "La  Pedagogía  de  la 
Personalidad",  por  Lorenzo  Luzuria- 
ga;  y  "José  Martí",  por  Rubén  Darío. 
— Acaba  de  iniciar  el  Sr.  García  Mon- 
ge la  publicación  de  "El  Convivio  de  los 


Niños",  con  los  "Cuentos  a  Sonny"  po? 
S.  Pérez  Triana  y  "Tardes  de  Invier- 
no", por  Pí  y  Margall. 

R.  H.  V. 

"El   Mae»tro'\ — Revista    de    Cultura 
Na/cional.    Núms.      I     y     II.     México 
MOMXXI. — "Se  funda  esta  Revista — es- 
cribió al  frente  del  primer  número  José 
Vasconcelos, — con  el   propósito  de   di- 
fundir conocimientos  útiles  entre  toda 
la  población  de  la  República.    Nuestras 
columnas  serán  una  tribuna  libre  y  gra. 
tuita  para  todas  las  ideas  nobles  y  pro- 
vechosas, y  en  ningún  caso  estarán  al 
senicio  ni  de  un  partido  ni  de  un  gru- 
po, sino  al  servicio  del  país  entero.  Ni 
tampoco  nos  limitaremos  a  un  credo  ni 
a  una   época.   El   único  principio  que 
servirá  de  norma  a  los  que  aquí  escri- 
ban y  a  los  que  seleccionan  el  mdterial 
que  ha  de  publicarse  en  nuestro  i)erió- 
diico,  es  la  convicción  de  que  no  vale 
nada  la  cultura,  de  que  no  valen  nada 
las  ideas,  de  que  no  vale  nada  el  arte, 
si  todo  ello  no  se  inspira  en  el  interés 
general  de  la  humanid.Jd,  si  todo  ello 
no  persigue  el  fin  de  conseguir  el  bien- 
estar relativo  de  todos  los  hombres,  si 
no  asegura   la  libectail   y   la  justicia, 
indispensables  para  que  todos  desarro- 
llen sus  capacidades  y  eleven  su  espí- 
ritu hasta  la  luz  de  los  nxás  altos  con- 
ceptos. . ." 

Siguiendo  ese  camiao,  los  directores 
de  lia  Revista,  Enrique  Monteverde  y 
Agustín  Loera  y  Chávez,  han  logrado 
que  los  dos  números  publicados  hasta 
ahora,  contengan  estudios  trascenden- 
tales, de  escritores  miexixíanos  y  de  plu- 
mas extranjeras,  siendo  los  primeros, 
naturalmente,  inéditos. 

En  el  primer  número  de  "El  Maestro" 
aparecieron  artículos  de  Ezequiel  A. 
Chavéz,  José  Gorostiza,  Jaime  Torres 
Bodet,   Carlos  Pellicer,   Ramón   López 


I 


REVISTA   DE   REVISTAS  247 

Velarde,  Agustín  Loera  y  Chávez,  etc.,  Con  este  segundo  número  Be  inaugura 

j  reproducciones  de  Romrain  RoIIand,  la    "Revista    Editorial    Informativa/' 

León  Tolstoi  y  Bernard  Shaw.     En  el  que  es  una  recopilación,  en  pocas  líneas, 

segundo  número,  escritos  de  Rafíiel  Ra-  de  noticias  interesantes  de  actualidad, 

mos  Pedrueza,  José  Siurob,  José  U.  Es-  En  cada  nfimero  figuran,  como  sec- 

cobar,  etc.,  poemas  de  Pellicer,  Torres  clones  permanentes,  una     de     conoci- 

Bodet  y  Cravioto,  y  entre  las  firmas  ex-  mientos  prácticos  y  otra,  dedicada  a  I08 

tranjeras,  las  de  Máximo  Gorki,  Rabin-  niños,  titulada  "Aladino." 

dranath  Tagore  y  WiHiim  Swinton.  p,   51,  q   i. 


FRANCISCO   JOSÉ    CASTELLANOS 


A  fines  del  año  pasado  murió  en  la 
Habana  el  joven  Dr.  Franciisco  José 
Castellanos,  que  pertenecía  a  la  nueva  y 
brillante  generación  de  escritores  cuba- 
nos. Con  el  poeta  Mariano  Brull  y  con  el 
docto  José  María  Chacón  y  Calvo  for- 
mó el  grupo  que  sustituyera,  para  ese 
incansable  conversador  que  es  Pedro 
Henríquez  Ureña,  el  cenáculo  que  bar 
bía  dejado  en  México  y  en  el  cual  se 
discutía  todo. 

Tradujo  para  la  publicación  mexica- 
na "cultura"  algunos  ensa^ros  de  Ste- 
venson;  pero,  aristócrata  intelectual 
por  vocación,  escribió  poco.  ¿Que  im- 
portaba la  expresión  escrita?  El  re- 
finaba  su  espíritu  en  la  cultura  y  en 
la  vida  constantemente,  por  hábito 
fatal,  como  siguiendo  un  movimiento 
predeterminado  y  latente  en  su  esen- 


cia. Ai^esar  de  haber  visitado  au  casa 
le  conocí  no  más  a  través  de  sus  cartas 
amables  y  apretadas  de  ideas  en  las 
que  se  revelaba  una  mentalidad  sutil 
y  laboriosa.;  uno  que  otro  ensayo  suyo 
me  envió,  que  dan  fe  de  su  agilidad  de 
pensamiento  y  de  su  gusto  por  las  apo- 
rias  de  la  razón.  "Era — escribe  su  ami- 
go Brull — un  bienaventurado  de  la  inte- 
ligencia y  del  corazón,  y  un  raro  por  su 
abundancia  de  virtudes  naturales  y  por 
su  temperamento  de  una  sana,  artifi- 
cialidad." 

Lamentamos  todos  la  pérdida  de 
Francisco  José  Castellanos.  A  su  fa- 
milia, y  a  sus  amigos  podemos  decirles : 

"También  nosotros  lloramos  su  au- 
sencia." 

A.    C.   L. 


TREINTA  Y  TRES 


LA  edad  del  Cristo  azul  se  me  acongoja 
porque  Mahomn  nos  sigue  tiñendo 
verde  el  espíritu  y  la  carne  roja, 
y  los  talla  al  beduino  y  a  la  hurí 
como  mía  esmeralda  en  un  rubí. 

Yo  querría  gustar  del  caldo  de  habas, 
mas  en  la  infinidad  de  mi  deseo 
se  suspenden  las  sílfides  que  veo, 
como  en  la  conservera  las  guayabas. 

La  piedra  pómez  fuera  mi  amuleto, 
pero  mi  humilde  Sino  se  contrista 
porque  mi  boca  se  instala  en  secreto 
en  la  feminidad  del  esqueleto 
con  un  escrúpulo  de  diamantista. 

Afluye  la  parábola  y  flamea 
y  gasto  mis  talentos  en  la  lucha 
de  la  Arabia  feliz  con  Galilea. 

Me  asfixia  en  una  dualidad  funesta 
Ligia,  la  mártir  de  pestaña  enhiesta^ 
y  de  Zoraida  la  grupa  bimesta. 


250  MÉXICO      MODERNO 

Plenitud  de  cabeza  y  corazón; 
oro  en  los  dedos  y  en  las  sienes  rosas; 
y  el  Profeta  de  cabras  se  perfila 
más  fuerte  que  los  dioses  y  las  diosas. 


¡Oh  plenitud  cordial  y  reflexiva 
regateas  con  Cristo  las  mercedes 
de  fruto  y  flor,  y  ni  siquiera  puedes 
tu  cadáver  colgar  en  la  impoluta 
atmósfera  imantada  de  un<i  gruta! 

RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE. 


ORACIÓN    FÚNEBRE 

PRONUNCIADA 
N     REPRESENTACIÓN    DE    LA    UNIVERSIDAD    NACIONAL 

Señores; 

EN  un  maravilloso  elogio  que  el  poeta  de  7>a  Sabiduría  y  del 
Destino  ha  hecho  de  ese  otro  grande  muerto  prematuro 
que  se  llamó  Julio  Laforgue,  Mauricio  Maeterlinck  ha  es- 
crito estas  palabras  esplendorosas  e  inmortales:  "A  todo  poeta 
que  avanza,  el  guardián  del  templo  sagrado  debe  de  hacer  estas 
preguntas:  ¿Eres  de  los  que  crean  con  las  palabras  o  de  aquéllos 
que  sólo  repiten  lo's  nombres?  ¿Qué  cosas  nuevas  has  visto  en  su 
verdad  o  en  su  belleza,  o  bien,  con  qué  belleza  y  verdad  nuevas  te 
has  encontrado  en  esas  mismas  cosas  que  todos  los  otros  han  vis- 
to? Si  el  poeta  no  responde  enseguida,  si  se  turba  o  vacila  un  ins- 
tante, seguid  vuestro  camino,  sin  volver  el  rostro.  Ese  poeta  no  es 
de  los  que  vienen  de  los  lugares  santos  en  que  existen  las  fuentes 
venerables.  Pero  si  en  el  rumor  más  humilde  cree  recordar  haber 
mirado  acaso,  en  su  verdad  o  en  sí^  belleza,  una  flor  o  una  lágrima, 
o  una  sonrisa,  entonces,  deteneos,  aproximaos,  escuchadle:  ese 
hombre  de  seguro,  os  lo  envía  un  dios  que  necesita  ser  admirado 
de  manera  nueva." 

Ramón  López  Velarde,  el  infortunado  poeta  que  navega  ya 
en  su  ataúd  prematuro,  a  través  de  las  ondas  del  enigma  formida- 
ble, pudo  responder  gloriosamente  a  las  preguntas  de  Maeterlinck. 
Nunca  en  la  literatura  patria,  ojos  de  artista  tuvieron  tal  acuidad 
de  visión,  tan  grande  intelecto  de  amor  para  penetrar  en  las  cosai 
cada  vez  más  allá,  hasta  el  fondo,  al  empuje  de  una  sinceridad  efer- 
vescente,    que  a  veces  desconcierta  con  la  singularidad    del  ha- 


i52  MÉXICOMODERNO 

llazgo  O  con  la  magnificencia  de  la  revelación,  pero  siempre  nos 
deslumhra  con  sus  prestigios  sensibles,  desbordados  en  perfumes, 
en  sonidos  o  en  colores  sobre  las  ondas  cálidas  de  sensaciones 
abundosamente  ingenuas,  que  se  entrecruzan  con  las  magias  de 
la  imaginación  y  del  sentimiento,  dirigidas  no  nada  más  a  los  sen- 
tidos, sino  a  la  simpatía  viviente  que  resucita  entre  nosotros  el 
alma  secreta  del  misterio. 

López  Velarde  ha  sido  llamado  en  los  cenáculos  el  Príncipe 
de  las  Tinieblas.  Bella  ironía,  que  castiga  nuestros  ojos  insinceros. 
El  vio  muchas  cosas  diversamente  que  los  otros,  y  ver  diversa- 
mente  que  los  otros,  es  casi  siempre  ver  mejor  que  los  demás.  Las 
pupilas  de  López  Velarde,  esas  pupilas  adámicas,  ingenuas,  primiti- 
vas, que  supieron  explorar  la  Provincia  amada,  purificándola  de  lo 
vulgar  y  dándole  vastedades  de  Universo  menor,  esas  pupilas  brilla- 
rán en  los  fastos  de  la  poesía  nacional,  con  mágicas  fulguraciones 
de  lámpara  de  Aladino.  Yo  no  conozco  tan  intensa  fuerza  de  expre- 
sión juntada  con  tan  prístina  sencillez  de  sentimiento,  ni  mayores 
contrastes  espirituales  que  los  que  hubo  en  este  hombre  que  fue 
medularmente  provinciano  hasta  lo  payo,  y  heroicamente  refina- 
do hasta  lo  delicuescente.  Y  de  estos  choques,  sin  duda,  nacieron 
esas  aparentes  obscuridades  en  lo  que  él  mismo  llamara  la  derrota 
de  la  palabra  no  porque  las  palabras  lo  hayan  traicionado  nunca, 
las  palabras  hicieron  lo  que  podían,  pero  no  lo  pueden  todo  y  por 
eso  a  ocasiones  hay  que  leer  a  López  Velarde,  por  transparencia 
y  por  intuición. 

El,  tan  gustador  de  las  rarezas  y  de  les  misterios,  ha  dejado,, 
naturalmente,  una  obra  rara  y  misteriosa,  pero  no  con  más  miste- 
rio que  una  flor,  ni  con  mayor  rareza  que  un  astro.  El,  que  sistemá- 
ticamente rehuía  el  lugar  común  y  la  expresión  trivial,  nos  hizo  ad- 
mirar inmensamente  las  bellas  exquisiteces  que  hay  en  las  cosas 
más  vulgares.  Y  acaso  sea  esto  su  más  alta  lección  y  su  huella  máá 
mdestructible.  Así  como  Víctor  Hugo  en  verso  memorable,  encuen- 
Ta  la  inmensidad  de  la  humilde  gota  de  agua,  que  sedienta  bebe  la 
alondra,  así  López  Velarde,  de  las  palabras  más  sencillas  referidas 
a  las  cosas  más  conocidas,  arranca  las  asociaciones  más  sutiles,  las 
armonías  más  singulares,  mezclándolas  con  intenciones  e  impresio- 
nes que  se  estrechan  en  mallas  apretadas  e  indefinidas  y  que  van  a 
estrellar  su  arcanidad  en  los  limbos  obscuros  de  lo  subconscien- 
te. Sinceridad  y  sinceridad,  esto  es  su  fuerza  y  esto  es  i.;:  'enseñan- 


ORACIÓN      FÚNEBRE  359 

za.  Admiro  sobre  todo,  dice  Camile  Mauclair,  a  los  que  no  se  preocu- 
pan por  inventar  facultades  hiperfí sicas,  forzando  hasta  el  rompi- 
miento sus  medios  naturales,  sino  que  se  contentan  con  emplearlos 
en  su  más  plena  acción.  Saben  que  esto  basta  para  ser  extraordi- 
nario y  que  en  nuestras  sociedades  hay  más  audacia  y  originalidad 
en  su  más  plena  acepción.  Saben  que  esto  basta  para  ser  extraordi- 
ni  disculpan  el  desarrollo  plenamente  individual  entre  hombres  que 
nunca  se  atrevieron  a  ser  completamente  ellos  mismos,  pero  hay 
muchos  que  sí  aplauden  y  corren  a  ver  las  contorsiones  clownescas 
de  aquél  que  sólo  desea  aparecer  como  distinto  de  los  demás. 

López  Velarde  ha  creído,  como  Ruskin,  que  el  arte  es  adoración, 
y  que  toda  obra  bella  debe  consagrarse  a  glorificar  algo  que  r  na- 
mos.  El  pudo  dedicar  su  obra,  como  la  Eureka  de  Edgard  Poe,  a  los 
que  sienten  más  que  a  los  que  piensan,  pues  fue  de  los  elegidos  para 
quienes  el  hecho  de  escribir  no  es  una  habilidad  ni  es  un  honor,  si- 
no un  acto  expresivo  de  caridad  espiritual. 

López  Velarde,  como  André  Chenier,  debió  exclamar  al  morir, 
golpeándose  la  frente :  "Aquí  había  algo" ;  y  ese  algo  era  gran  par- 
te del  porvenir  de  la  literatura  de  México.  Nos  deja  una  tradición 
que  hay  que  desarrollar,  un  esfuerzo  que  hay  que  desenvolver,  y 
una  estela  que  hay  que  seguir.  Será  en  lo  venidero,  al  igual  que  Keats 
y  que  Laf orgue,  como  Cuauhtémoc  en  su  bello  verso  postumo :  Un 
joven  abuelo,  López  Velarde  pudo  decir  con  sinceridad  la  frase  al- 
tiva del  Mariscal  Lef ebre :  "yo  no  soy  un  descendiente,  sino  un  an- 
tepasado:" y  nosotros  clamamos  frente  a  esa  obra  inconcluída: 
1  qué  gran  vino  cuando  lo  beban  nuestros  nietos !  Porque  López  Ve- 
larde,  mejor  que  un  poeta  de  presente,  fue  un  gran  poeta  de  futuro, 
un  luminoso  obrero  de  quién  sabe  qué  repliegues  de  eternidad,  que 
se  agitan  entre  las  lobregueces  del  porvenir  insondable;  y  en  esta 
perspectiva  ideal  que  se  abre  sobre  los  horizontes  de  su  obra,  con 
audaz  golpe  de  alas  y  con  esplendor  de  aurora  presagiosa,  López  Ve- 
larde,  paciente,  desinteresado  y  fervoroso,  consagrando  gran  parte 
de  su  alma  al  desconocido  mañana,  como  la  antigüedad  consagraba 
altares  a  los  dioses  ignorados,  aparece  más  alto  todavía,  pues  ya  ha 
predicho  el  maestro  de  "Ariel"  que  la  obra  mejor  es  la  que  se  rea- 
liza sin  las  impaciencias  del  éxito  inmediato;  el  esfuerzo  más  glo- 
rioso es  el  que  pone  su  esperanza  por  más  allá  de  los  horizontes  del 
mundo  visible;  y  la  abnegación  más  pura  es  la  que  se  niega  en  lo 


254  M  É  X  ICO      MOD  ERNO 


presente,  no  ya  la  compensación  del  lauro  y  del  honor  ruidosos,  si- 
no hasta  la  voluptuosidad  moral  de  solazarse  en  la  contemplación 
de  la  obra  consumada  y  del  término  seguro. 

Y  este  botón  de  gloria  que  acaba  de  caer  por  el  zarpazo  aleve 
de  una  muerte  estúpida,  ha  deshojado  sus  últimos  pétalos  líri- 
cos sobre  la  Suave  Patria,  en  una  poesía  postuma  estupenda,  que 
tiene  el  frenesí  de  las  vibraciones  geniales  y  la  armonía  dulce  de 
las  realizaciones  definitivas,  y  que  oculta,  entre  suavidades  cari- 
ciosas, durezas  perennes  de  granito  y  relieves  indestructibles  de 
mármol  y  de  bronce.  Yo  evoco  esta  poesía  grandiosa  y  única,  al  des- 
pedir a  nuestro  gran  poeta,  para  que  ella  quede  aquí,  sobre  esta 
tumba,  como  un  monumento  perdurable,  y  porque  ella  sola  jus- 
tifica este  homenaje  de  la  Universidad  Nacional  de  México,  en  cu- 
yo nombre  he  hablado,  de  la  Universidad  que  acaba  de  transfor- 
mar transcendentalmente  su  lema  poniendo:  Por  mi  Raza  habla- 
rá el  Espíritu;  y  la  raza  mexicana  acaba  de  hablar  gloriosamente 
en  el  espíritu  alado  de  Kamón  López  Velarde,  en  una  suprema  afir- 
mación de  vida,  en  una  fuerte  realización  de  belleza,  y  en  un  fecun- 
do grito  de  amor. 

ALFONSO  CRAVIOTO. 


I 


RAMÓN  LÓPEZ  V EL ARDE 

Le  chemin  dont  Vépine  insulte  mea  lambentix, 
Comme  une  voie  antique  est  bordé  de  tombeaux. 

EÉGÉ^IPPE  AiOREAU. 

COMO  Signoret,  como  Laforgue,  como  Herrera  Reissig  y 
Saturnino  Herrán,  Ramón  López  Velarde  tenía  que  morir 
joven,  antes  que  la  madurez  impositiva  y  segura  preci- 
sara las  líneas  del  esbozo  genial  y  arrancara  de  las  sienes  del  poeta 
el  halo  divino  revelador  de  una  germinación  inquietante.  Acaso 
el  correr  de  la  vida  le  hubiera  refrenado  las  alas  púgiles  y  temblo- 
rosas; acaso  la  sobriedad  definitiva  y  el  dominio  perfecto  hubie- 
ran amortiguado  el  fulgor  desconcertante  de  su  audacia 

No  puedo  imaginármelo  con  los  cabellos  grises,  dueño  de  esa 
maestría  serena  y  reposada  que  asume  a  veces  formas  de  cansan- 
cio. No  lo  concibo  sin  rebeldías,  sin  avidez  de  ser  nuevo,  sin  las 
nobles  huellas  del  insomnio  creador,  sin  la  tortura  íntima  que  lu- 
cha con  la  seguridad  del  propio  numen,  esa  seguridad  que  es  don 
de  predestinados  y  que  sólo  en  ellos  no  toma  el  cariz  agresivo  de 
ia  mediocridad  suficiente.  Porque  aquel  mancebo  de  viril  belleza 
un  poco  campesina  y  al  desgaire,  sano  y  fuerte,  con  rostro  de  niño 
grande,  con  modales  delatores  de  cierta  timidez  provinciana,  y  que 
evocaba  la  figura  del  ángel  que  acompañó  a  Tobías,  era  consciente 
de  su  estirpe  y  caminaba  por  su  senda  solo,  tal  vez  para  guiar  y 
nunca  para  ser  conducido. 

Lo  evoco  en  charlas  familiares,  suave  y  apacible,  pero  con- 
vencido y  sin  flaquezas;  cediendo  en  la  discusión  por  huir  de  la 
polémica  agria,  mas  dispuesto  a  dar  por  prenda  y  garantía  de  sus 
opiniones  el  verbo  que  ¿  fc>rjaba  en  la  fragua  de  su  sinceridad  fer- 
vorosa. 


256  MÉXICO      MODERNO 

Yo,  que  tanto  lo  quería,  que  lo  admiraba  tanto,  puse  alguna 
vez  reparos  en  su  obra.  La  malignidad  fracasó  y  nuestra  amistad 
quedó  incólume,  porque  ella  se  fundaba  en  cosas  más  hondas  y 
más  altas  que  la  miseria  humana.  Pero  aun  esos  reparos  mi- 
núsculos dichos  con  la  simplicidad  desnuda  a  que  es  acreedor  el 
nombre  fuerte,  y  perdidos  en  el  torrente  impetuoso  de  mis  alaban-^ 
zas,  quiero  borrarlos  hoy  para  que  el  homenaje  de  mi  espíritu  ví 
ya  a  su  sepulcro  sin  la  leve  apariencia  de  una  sombra.  Si  no  lo  hi-1 
ciera,  creería  escuchar  su  tierno  y  fraternal  reproche  lanzado  des- 
de allá  donde  la  crítica  es  vana  y  sólo  está  el  dolor  de  la  muerte: 
*'¿para  qué,  pobre  amigo,  triste  hermano,  si  sabías  que  iba  a 
morir? " 

Ayer,  Herrán;  ayer.  Ñervo;  ayer,  Jesús  Urueta.  Hoy,  Ramón 
López  Velarde . . . .  ;  Cómo  se  alarga  ese  fila  de  tumbas ! 

Es  imposible  asomarse  a  la  obra  del  poeta  con  los  ojos  llenogj 
de  lágrimas.  Ya  iremos  descubriendo  poco  a  poco  lo  que  adivina- 
ron sus  pupilas  y  no  logró  ver  la  ceguedad;  ya  iremos  oyendo  a 
pausas  su  mensaje  lírico  que  los  oídos  torpes  no  escucharon.  Pero 
'^n  esta  ocasión,  no  dejaremos  que  nuestros  prestigios  se  nos  im- 
pongan desde  afuera,  sino  que  encenderemos  nosotros  mismos  la 
llama  y  la  vivificaremos  con  nuestro  soplo. 

Su  provincia  le  llorará  huérfana.  La  Santa  Patrona  no  le  per- 
mitió entrar,  cardíaco  y  trémulo,  en  la  nave  donde  una  vez  soñó 
en  castos  desposorios.  Rezará  por  él  la  novia  ingenua  cuyas  exce- 
lencias anotó  al  día  en  la  urdimbre  preciosa  de  sus  versos ....  Y  k 
en  las  calles  desoladas  del  villorio  lejano,  aullará  lastimeramente 
a  la  luna  aquel  perro  que  en  un  viaje  primaveral  ladraba  sin  mo- 
tivo .... 

Santiago  de  Chile,  a  31  de  julio  de  1921. 

ENRIQUE  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ 


R 


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V         I 

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+  EN 

MÉXICO 

A.  D. 

MCMXXI 

R.     I.     P. 


CONSAGKO  a  su  memoria  este  Retablo'. 
Un  lucero  nos  guia  hasta  el  establo 
Donde  su  numen — Niño  Dios  de  cera — 
Junto  al  asno  ij  el  buey  del  Nacimiento, 
Que  humildad  y  potencia  diéranle  con  s^u  aliento, 
De  Reyes  y  pasteares  los  tributos  espera. 


Pues  las  dádivas  de  monarcas  y  zagales 
Que  timbraron  sus  versos,  adornaron  su  cuna: 
Joyas  y  flores,  oro  y  ma/rjíl,  mirra  y  panales 
Hechos  de  sol  y  magas  perlas  hechas  de  luna! 


Leyenda  del  Retablo:  "No  se.  ha  visto 
Poeta  de  tan  firme  cristiandad. 
Murió  a  los  treinta  y  tres  años  de  Cristo 
Y  en  poético  olor  de  santidad". 


258  MbXICOMODERNO 

"Fue  en  la  vida  el  agreste  actor  de  pastorela 
Que  canta  villancicos,  todo  música  y  miel, 
Y  al  fin,  cambiado  en  ángel,  sobre  el  torvo  Luzbel, 
Con  un  verso  de  oro  entre  los  labios. . .  vuela!" 


"La  Belleza  le  dio  un  ala ;  la  otra  el  Bien, 
Viva  así  por  los  siglos  de  los  siglos !  Amén". 

3. 

ESCOLIO. 

Hermano  cuyos  éxtasis  venero 
Cobijados  bajo  tu  gran  sombrero 
Negro  y  tímidamente  mosquetero. 


El  olor  de  azahar  y  los  cocuyos 
Dentro  de  las  magnolias  fueron  tuyos. 


Y  tus  metales  que  juzgaron  vanos. 
Como  engendros  de  luna,  los  insanos, 
Cuajaron  oro  virgen  en  mis  manos. 


Y  tu  poesía  que  dijeron  rara, 
Rezumando  emoción  es  agua  clara 
En  botellones  de  Guadalajara, 


(Pues  con  sudor  de  su  barro  mortal 
Cuaja  el  Poeta  prismas  de  cristal 
Para  que  el  vulgo  vea  al  triste  nmndo 
Irisado,  misterioso  y  profundo). 


Fué  tu  barro  también  un  incensario 
Ante  Xochiquetzal ;  mas  tu  fervor 
Católico,  ciñó  el  escapulario 


A    LA    MEMORIA    DE    RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE  259 

Y  a  la  par  desgramahas  un  rosario 
Perfumado  con  ámbares  de  amor. . . 

• 

Tus  júbilos  ingenuos  sobre  la  pena  están 
Cual  sobre  negro  lucen,  ardientes  y  sencillas, 
Azules  amapolas  y  rojas  '^maramllas'' 
Las  jicaras  que  bruñe  Miclioacán. 

• 

Asi  en  la  laca  nítida  y  brillante 
De  tus  cóncavos  versos  turbadores 
Bebiendo  el  agua  zarca,  entre  las  flores, 
Mira  su  propio  rostro  el  caminante! 

4. 

Poeta  municipal  y  rusticano. 
Tu  Poesía  fue  la  Aparición 
Milagrosa  en  el  árido  peñón, 
Entre  nimbos  de  rosas  y  de  estrellas, 

Y  hoy  nuestras  almas  van  tras  de  tus  huéllaos 
A  la  Provincia  en  peregrinación, . . 

5. 

Gracias . . . !  Porque  alargaste  hasta  la  cuna 
Rústica  y  pobre  tu  rayo  de  luna. . . 

Y  le  pusiste  letra  al  pertinaz 
Cántico  de  la  fuente  abandonada 
Que  sintió  los  enigmas  de  tu  faz 
En  su  propio  misterio  reflejada. 

* 

(La  fuente :  compotera  de  azulejos 
Del  silencioso  patio  de  las  monjas, 
Que  los  limones  guarda  y  las  toronjas 
En  dorada  conserva  de  reflejos . . . 

Y  donde  aún,  tal  vez,  alvMi  beata 
Pero  siempre  golosa,  en  la  oportuna 


2éo  MÉXICO      MODERNO 

Medianoche,  hurga  mieles  con  la  plata 
Oémplice  de  los  rayos  de  la  luna.) 

• 

Porque  brillo  de  séricos  mantones 
De  Manila,  tendiste  en  los  halcones 
De  la  natal  casona,  pol)re  y  fea, 
Al  paso  de  las  lentas  procesiones* 


Y  en  la  plaza  polvosa  de  la  aldea 
Despertaste  un  7iidal  de  ruiseñores, 
Entre  ígneas  corolas  de  oro  y  plata, 
Dejando  oir  tu  honda  serenata 

Y  encendiendo  tus  luces  de  colores. 


Pues  florece  en  jardines  de  esperanza 
De  la  Patria  la  gran  noche  sombría, 
Cuando  en  ardiente  cornucopia  lanza 
Tu  cohete  de  luz  su  pedrería. . . 

• 

Y  al  clamor  de  la  gente  pueblerina 
Que  anhelados  prodigios  adivina. 
Oros  llueve,  como  si  desde  el  cielo 
Por  damos  luz,  el  Padre  Ilhuicamina 
"Arrojara  los  astros  a  su  duelo! 


Por  los  poemas  que  con  miel  de  flores 
Amasó  tu  alma — monja  en  penitencia — 
Y  como  los  monjiles  alfajores 
Huelen  a  miira  y  saben  a  imdulgencia. 

• 

Por  tus  poemas  tan  sabrosos  como 
Las  mulitas  del  Corpus,  que  en  el  lomo 
Llevaron  hasta  nuestra  niñez,  en  sus  huacales, 
Fragantes  y  jugosas  las  primicias  frutales, 


A    LA     MEMORIA    DE    RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE  a6i 

Porque  entre  albas  cortinas  y  entre  florea 

De  tu  jardín  y  germinada  chía, 

Y  naranjas  con  oros  voladores, 

Encuadras  tu  sentida  Poesía 

En  un  altar  de  Viernes  de  Dolores. 


Porgue  en  tus  versos  armomzas  y  unes 
Con  el  afán  de  indígenas  telares 
Copal  de  misas,  ocios  de  San  Lunes 
Y  aromas  de  verbenas  populares. 


Porque  colgaste  de  tus  rimas  rudas 
Y  con  pólvora  sabia,  hasta  la  escoria, 
Quemaste  a  la  Retórica,  ese  Judas, 
En  jubiloso  Sábado  de  Gloria,., 


Porque  vestiste  tu  ímpetu,  de  charro, 

Y  de  china  poblana  tu  alegría, 

Y  a  nuestra  sed  en  tic  brillante  jarro 
De  florecido  y  oloroso,  barro, 
Brindabas  inebriante  poesía / 


JACULATORIA. 

Un  gran  cirio  en  la  sombra  llora  y  arde 

Por  él, , .  y  entre  murmullos  feligreses 

De  suspiros,  de  llantos  y  de  preces  •'•    ' 

Dice  una  vos  al  ánimo  cobarde: 

"Qué  triste  será  la  tarde 

Cuando  a  México  regrese» 

Sin  ver  a  López  VeJarde. . ! 

Nueva.  York 
Agosto. 
de 
l»at  JOSÉ  JUAN  TABLADA. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 


SIN  concluir  porque  sea  esta  mi  contribución  definitiva  para 
honrar  la  amada  somibra  de  llamón  López  Velarde,  permí- 
taseme, al  emprender  este  boceto  de  crítica  acerca  de  su 
gran  numen,  evocar  la  teoría  de  Hallarme,  que  da  a  las  palabras 
un  vigor  de  concentración  capaz  de  representar,  por  sí  mismas  y 
como  nexos  aislados,  la  idea  íntegi*a,  el  color,  la  forma,  el  peso,  el 
matiz  y  aun  la  calidad  olfativa  de  la  materia  o  abstracción  que 
se  encarece  con  ellas. 

Por  más  que  parezca  metafísica,  esta  teoría,  aplicada  a  López 
Velarde,  exhibe  aristas  de  aguda  clarividencia.  Porque  ese  fue 
el  hechizo  del  arte  de  Ramón:  depurar  los  valores  expresivos  del 
idioma,  transformando  su  fisonomía  con  un  malicioso  maquilla  ge 
y  libertándola,  así,  del  estatismo  académico. 

El  vocablo,  martirizado  hasta  las  heces  de  su  jugo,  culminó, 
en  las  manos  del  poeta,  en  virtudes  inexploradas,  en  intenciones 
inauditas,  en  predestinaciones  únicas. 

Agotando  las  sumas  y  las  restas  de  la  sintaxis,  puso,  en  cada 
palabra  de  sus  poemas,  una  voz  cantante.  Y  en  esa  voz  una  idea  mó- 
vil, como  la  armonía  de  orquestación  en  un  conjunto  sinfónico. 
Cierto  que  ese  conjunto  irrumpe,  a  veces,  en  rebeldías  debusya- 
nas;  pero  esa  es  su  condición,  puesto  que  se  debate  dentro  de  una 
periferia  genial. 

Fernández  Mac-Gregor,  en  un  estudio  escrito  y  pensado  con 
una  sagacidad  que  lo  enaltece,  ha  dicho  que  ni  en  ritmos  ni  en 
ideas  tiene  López  Velarde  miedo  a  la  séptima  inarmónica.  No 
sólo  no  teme  la  discordancia,  sino  que  la  busca  para  completar 
perfecciones  sugestivas,  yendo  más  allá  de  la  forma,  y  obligando 


RAMÓN    LÓPEZ     VELARDB  263 

al  espíritu  a  suspenderse  en  arritmias  de  emoción.  Con  todo,  ja- 
más bucea  en  exotismos  volanderos  o  en  complicaciones  ajenas  a 
su  conflicto  medular. 

Todos  los  asuntos  de  su  poética  nacen  de  las  entrañas  de  lo 
auténtico.  Con  una  extraordinaria  probidad  íntima  consagró  en 
cada  renglón  de  sus  poemas  el  fulgor  de  sus  prismas  vitales.  Pris- 
mas que,  para  los  que  puedan  ser  sus  exégetas,  espejearán  como 
facetas  de  diamante.    Este  fue  su  secreto  para  hacerse  inmortal. 

El  señorío  de  su  orgullo  no  toleró  jamás  tramoyas  compla- 
cientes. Prefirió  ser  arbitrario,  no  consigo  mismo,  sino  con  el  co- 
rro de  lectores  que  intentaban  intuirlo.  Su  obra  acogió,  con  fre- 
cuencia, materiales  tan  íntimos,  tan  personales,  tan  ocultos,  del 
ser  y  de  la  vida  de  Ramón,  que  no  bastarán  una  inteligencia  sagaz 
y  un  decidido  temperamento  de  crítica,  para  desentrañar  el  tu- 
multo de  enigmas  que  trepidan  en  sus  poemas. 

Dice  Alfonso  Cravioto,  con  mucho  talento,  que  Ramón  dio 
a  su  provincia  vastedades  de  universo  menor.  Yo  añado  que  esa 
preeminencia  en  el  corazón,  y  por  ende,  en  el  arte  de  López  Ve- 
larde,  se  suspendió  siempre  sobre  cada  instante  de  su  vida.  La  vi- 
da de  Ramón,  hasta  en  sus  mínimos  reflejos,  fue  su  universo.  A 
él  acudió  el  poeta  por  los  materiales  hiperbólicos  que  tanto  alar- 
man al  vulgo  literario,  y  en  él  tiñó  las  cuerdas  de  la  lira  con  el 
rubor  de  su  pureza  o  con  la  sangre  de  sus  ritos. 

Distribuyó  sus  materiales  inconfundibles,  sus  materiales  síi- 
yos,  sus  materiales  únicos,  con  un  íntimo  y  aguzado  despotismo. 
No  importaba  que  fueran  opacos  para  la  extraña  conciencia,  con 
tal  que  inundasen  de  luz  y  de  sabiduría  las  crestas  de  sus  océanos. 
En  ese  despotismo  se  envolvió  siempre,  ante  los  comentarios  ino- 
centes de  sus  críticos,  sonriendo,  a  la  postre,  cuando  se  habló  de 
r>u  ingenuidad  y  se  aseguró  que  no  tenía  el  espíritu  adormilado. 

Un  rumor  nimio,  un  matiz  imperceptible,  un  titubeo  de  in- 
quietud, una  evocación  sonámbula,  un  parpadeo  de  la  conciencia, 
eran  bastantes  para  dar  al  poeta  la  clave  de  su  emoción.  No  la 
describía,  ni  la  definía  siquiera,  puesto  que  para  él  era  límpida. 
La  estilizaba  hasta  el  martirio,  y  la  arrojaba,  pura  como  un  dia- 
mante, entre  sus  aguas  cerúleas. 

Alerta  a  su  conciencia  y  a  su  mundo,  ¿cómo  había  de  hacer 
concesiones  al  Sentido  Común?  Los  dardos  de  su  parábola  abrie- 
ron una  muesca  en  la  carne  de  los  gramáticos,  y  ya  el  ilustre  Ra- 


264  MÉXICO       MODERNO 

fael  López  dijo  que  tuvo  insomne  a  la  Academia,  y  que  Sancho, 
lívido  de  inquietud,  comulgó  sus  hostias  prohibidas. 

Dejó  López  Velarde  que  la  cuerda  de  la  estulticia  se  desen- 
rollase en  las  manos  de  sus  semejantes,  mientras  él  se  mecía  en 
su  universo.  Enardecido  en  sus  propias  piras,  todos  los  hallaz- 
gos de  su  mundo  fueron  para  él.  Por  eso,  la  contada  asamblea  de 
sus  lectores  sospecha  esos  hallazgos  en  la  sombi-a  y  en  la  penum- 
bra. A  veces  —  pocas  veces  —  a  plena  luz. 

A  propósito  de  estos  fenómenos,  que  constituyen  lo  que  ha 
dado  en  llamarse  la  estética  arbitraria  de  Ramón,  departíamos  él 
y  yo  una  noche,  de  sobremesa  en  El  Gloho.  Hablábamos  de  la 
torpeza  y  de  la  necedad  conque  un  personaje  literario  había  comen- 
tado La  Ultima  Odalisca,  que  era  el  más  reciente  poema  de  mi 
amigo.  Este,  tras  de  arropar  su  desdén  en  una  sonrisa  escéptica, 
exclamó : 

— ¿Es  posible  que  tales  hombres,  con  tal  ceguedad,  intenten 
depurar  el  mundo?  Por  sonreírme  de  su  asombro,  he  de  escribir 
un  poema  tan  simple,  tan  cristalino,  tan  llano,  que  los  desconcierte. 
Dirán  que  he  vuelto  a  lo  que  juzgan  mi  sencillez  de  expresión; 
pero  nunca  sabrán  que  en  ese  poema  no  les  dejé  ver  sino  lo  que 
yo  quise  que  vieran . . . 

A  raíz  de  estas  confidencias  nació  Humildemente ,  obra  maes- 
tra de  emoción,  de  vigor ...     y  de  técnica : 

Cuando  me  sobrevenga 
el  cansancio  del  fin,.. 

Deliberadamente  asequible,  conserva,  en  su  simplicidad,  lo  que 
López  Velarde  llamaba  garra,  esto  es,  la  virtud  mágica  de  emo- 
ción y  de  expresión  para  zarpar  en  la  conciencia. 

Sus  arbitrariedades,  o  sea  su  rebeldía  a  ser  complaciente 
con  los  ojos  de  la  multitud,  se  fincan  en  las  exploraciones  de  su 
universo  que,  como  he  dicho,  era  los  accidentes  de  su  ser  y  de  su 
vida.  Con  esos  accidentes,  sublimados  hasta  la  tortura,  escribió  es- 
tos renglones: 

Mi  alnva  pesa  y  se  acmigoja 
porgue  su  peso  es  el  arcano 
sinsabor  de  haher  conocido 
la  Cru4S  y  la  floresta  roja 
y  el  cuchillo  del  cirujano ., , 


RAMÓN     LÓPEZ    VELARDE 


26s 


Emoción  hermética,  para  los  que  no  atinen  a  dilucidar  la  es- 
finge.   De  tal  emoción  nace  este  corolario: 

. .  .soy  un  harem  y  un  hospital 
colgados  juntos  de  un  ensueño. 

Llevaba  en  sí  todo  el  magnetismo  de  la  vida  y  todos  sus  he- 
chizados arrobos.  La  vida  es  una  pura  prestid  i  gitarión.  — solía  de- 
cir.—Pero  él  era  el  mágico.  Transformaba,  por  sí  y  para  sí,  los 
más  elementales  pasajes  del  momento.  Su  magia  lo  llevaba  a  lim- 
bos de  sensibilidad  casi  hiperestésica  y  a  intensidades  expresivas 
de  perfección  única: 

Y  aunque  iodo  mi  ser  grarita 
cual  un  orbe  vaciado  en  plonw 
que  en  la  somhra  paró  su  rueda, 
estoy  colgado  a  la  infinita 
agilidad  del  éter,  como 
de  un  hilo  esGuMido  de  sedo. 

Puede  decirse  que  auscultó  el  corazón  universal: 

Vivo  la  formidable 
rida  de  todas  y  de  todos. 

Cada  latido  humano  fué  para  él  un  sobresalto  de  júbilo,  de 
piedad,  de  amor  o,  de  horror.  Un  sobresalto  que  ondulaba  en  su 
carne  con  el  fluir  de  su  sangre;  en  su  carne,  que  viene  a  ser  siem- 
pre  la  ecuación  de  su  sensibilidad  y  de  su  filosofía.  Ese  sobresalto" 
llegaba,  a  veces,  al  frenesí  del  iluminado,  y  así  navegaba  en  su 
ser,  marcando  con  una  fiel  y  cálida  probidad  las  pulsaciones  del 
instante:  Él  dice: 

Uno  es  mi  fruto: 
ririr  en  el  cogollo 
df  cada  minuto. . . 

Pero  si  todos  los  tumultos  himianos,  de  sabor  y  de  escalas  con- 
tradictorias, se  destilaban  por  su  fisiología,  conservando  su  calidad 
I    específica,  el  espíritu,  con  una  neutralidad  límpida,  compendiaba 
%    el  análisis,  estilizaba  la  emoción  y  resolvía,  en  un  esquema  final 
perfecto,  los  mórbidos  elementos  vitales  dispersos  en  zozobras  di- 
vinas. De  este  sistema  de  depuración,  nace,  en  López  Velarde, 
la  prodigiosa  dualidad  de  espíritu  y  materia,  que  hay  en  su  arte. 
Estaba  engarzado  fuertemente  a  la  Vida.  Discernió  y  sabo- 
reó lo  que  la  Vida  le  deparara,  en  adversidades,  en  asombros,  en 

M.  M   -2. 


266  MÉXICO      MODERNO 

deleites.  Puede  decirse  que  su  ser  fué  un  gran  tímpano  que  reco- 
gió siempre  las  ondas  conmovidas  del  mundo,  hasta  en  sus  vibra- 
ciones agonizantes.  A  cada  latido  se  ofrecía  entero,  sin  restric- 
ciones, con  el  júbilo  fatal  de  un  oficiante  que  entrega  su  sangre  y 
sus  nervios  a  las  solicitaciones  de  un  rito  despótico: 

Mi  única  virtud  es  sentirme  desollado 
en  el  templo  y  la  calle,  en  la  alcoba  y  el  prado. . . 

La  piedad  en  él  no  fué  acomodaticia.  Demacrada  la  Pureza  c 
exangüe  la  Lujuria,  él  encontraba,  en  los  repliegues  de  su  com- 
punción, donde  había  diluido  átomos  de  sadismo,  la  generosa  mu- 
nificencia : 

Espiritiial  \al  {prójimo,  mi  corazón  se  inmola 
para  hacer  un  empréstito  sin  usuras  aciagas 
a  ia  clorosis  virgen  y  azul  de  los  Gonzagas 
o  la  cárdena  quiebra  del  Marqué»  de  Pr'iola 

Daba  el  tesoro  de  su  entraña,  a  todo  lo  limpio  y  agudo,  así  a 
la  concreta  feminidad  como  a  la  abstracción  más  abstracta : 

Todo  ms  pide  sangre:  la  mujer  y  la  estrella, 
la  congoja  del  trueno  la  vejez  con  su  báculo, 
el  grifo  que  vomdta  su  hidráulica  querella, 
y  la  lámpara,  parpadeo  del  tabernáculo. 

Las  aras  cruentas  de  su  martirologio  eran,  a  la  vez,  manteles 
de  pureza  donde  reposaba  el  espíritu  y  donde  el  desinterés  era  re- 
nunciación caritativa: 

Dejo  sin  testamento  »u  gota  tt  cada  ólavo 
teñido  con  la  savia  de  mi  ritual  madera; 
no  recojo  mi  mngre,  ni  siquiera  la  lavo . . . 

La  amalgama  de  materia,  en  el  más  íntegro  sentido  de  hu- 
manidad, y  de  espíritu,  en  el  plano  de  las  estilizaciones  casi  mís- 
ticas, que  constituían  el  eje  central  del  ser  de  Ramón,  queda  con- 
signada, con  los  relieves  de  una  divisa,  en  estos  renglones: 

8i  en  el  mirto  canónico 
o  en  el  nardo  we  ofusco, 
Ella  adiviíwrá 
la  flor  que  busco; 
y  convicta  e  invicta 
esforzará  su  celo, 
en  serme,  llanamente, 
barro  para  mi  baiTO 
y  \azul  para  md  cielo. . . 


RAMÓN  LÓPEZ  VBLARDE  267 

Su  síntesis  de  expresión,  que  fue  la  espuma  de  su  arte,  no  se 
realizó  jamás  en  análisis  escuetos  de  laboratorio.  Ondulaban  en 
ella  las  riendas  del  espíritu  y  los  vuelcos  del  corazón.  Así,  des- 
pués de  apurar  la  congoja  en  sus  alambiques,  todavía  anhelante 
de  dolor  de  belleza,  exclama: 

Santas  de  mi  terruño,  cuerpos  caros 
y  gratas  almas;  ved  que  me  he  hecho  añicos 
y  azul  celeste,  y  luz,  para  rezaros ... 

I  Qué  forma  tan  única  de  interpretar  las  visiones  y  de  devol- 
verlas, ya  sublimadas!    En  su  prodigioso  poema  postumo,  excu- 
í  sándose  ante  sí  mismo    de  poner  la  planta  en  los  dinteles  de  lo 
épico,  recuerda    que  él  sólo  cantó     la    exquisita  partitura  del  í/nti- 
mo  decoro. 

Salva  a  su  ^uave  Patria  de  lo  inicuo,  en  cuanto  que  la  retira  de 
ílos  hollados  requiebros  cívicos.    Y  crea  un  depurado  símbolo. 

Para  poner  en  la  tradición  de  los  siglos  la  perenne  lozanía 
;  del    mártir    emperador,    le    llama    Cuauhtémoc  joven  abuelo    y 
para  compendiar  el  frenesí  del  trueno  en  la  tormenta,  dice : 

■  ..  .y  \wl  fin  derriimha  las  madererías 

de  Dios  sol)re  las  tierras  labrantías. 

I        Resuelve  su  visión  en  esta  hipérbole,  instantánea  como  un 
pestañeo : 

y  tu  cielo,  las  garzas  en  desliz 
y  el  relámpago  verde  de  los  loros. . . 

Elabora  la  estatua  viva  de  la  hembra  de  Cuauhtémoc,  con 
ísólo  tres  renglones: 

..  .y  por  encima,  halterte  desatado 
del  pecho  curvo  de  la  emperatriz 
como  del  pecho  de  wna  codorniz. 

Para  expresar,  en  su  síntesis  final,  que  los  colores  pat  -05 
quedan  en  el  seno  sudoroso  de  la  criolla,  y  que  ésta  es  una  enti- 
dad simbólica  en  su  carromato  chirriante,  usa  este  giro  estup  .^.do: 

. . .;  \pupilas  de  abandono; 
sedienta  voz;  la  trigarante  faja 
en  las  pechugas  al  vapor,  y  un  trono 
a  la  intemperie,  cual  una  sonaja: 
la  carreta  ^alegórica  de  paja. 

un  encanto  único:  ironía  miserable  e  íntima. 


268  MÉXICO      MODERNO 

¿Imagináis  los  escrúpulos  de  este  magno  poeta  para  sortear 
Jas  ignominias  de  un  canto  civil?  Con  razón  José  Juan  Tablada, 
en  carta  última,  exclama,  con  esa  titilante  inteligencia  tan  pro- 
pia de  él:  ¡Qué  manera  de  estrangular  la  Retórica  en  el  corazón 
de  la  Epopeya! 

En  toda  su  obra  supo  equilibar  la  balanza  que  sostenían  sus 
manos  y  que  vigilaban  sus  ojos.  En  un  platillo,  el  lastre  atormen- 
tado del  cerebro ;  en  el  otro,  la  impedimenta  angustiosa  del  corazón. 
Y  entre  ambos  términos,  sobre  el  fiel  fidelísimo  de  la  balanza,  un 
polvo  de  hechicería,  una  lágrima  franciscana  y  un  crisantemo  es- 
céptico,  en  el  que  todos  los  pétalos,  menos  uno,  fueron  Negación. 

López  Velarde  veló  por  el  fiel  de  su  balanza.  Con  el  espíritu 
alerta  y  el  corazón  en  llamas  sostuvo  la  equidad  de  su  arte,  pesan- 
do, con  pasión,  hasta  la  dosimetría  impalpable. 

Dracmas,  escrúpulos  y  granos  arrojó  en  la  balanza  su  mano 
bizantina,  mientras  las  pupilas  acuciosas  medían  el  justo  nivel  y 
un  gesto  beato  aprobaba  la  tarea,  a  la  vez  falible  e  infalible.  ¡Dú- 
plice  gesto,  rectificado,  apenas,  por  la  sonrisa  maliciosa  de  un  car- 
denal renacentista ! 

Fué  equilátero  en  su  poética  y  en  su  prosa.  En  ambas  fun- 
ciones del  arte  usó  idénticas  balanzas  de  perfección.  Él  mismo 
decía  que  los  poetas,  cuando  son  maestros  en  la  disciplina  artís- 
tica, descuellan  en  la  prosa.  La  de  él  asume  la  misma  depuración 
heroica  de  su  verso. 

Alguien  ha  dicho,  en  un  artículo  incongruente  y  apresurado, 
que  López  Velarde  no  era  pensador.  ¡Error  inocente!  Lo  fué,  y 
de  estirpe  excelsa.  Si  su  vocación  de  poeta  no  lo  hubiese  subyu- 
gado, habría  escrito  los  Tratados  de  la  Razón.  Su  libro  de  prosas 
El  Minutero  es  un  haz  de  dardos  filosóficos.  Es  también  el 
patrimonio  de  nuestros  siglos  venturos,  porque  en  él  se  dilatan 
los  temblores  humanos  y  el  instinto  se  engarza  en  las  vértebras 
de  la  conciencia. 

Sus  prosas  son  los  espejos  ustorios  del  idioma.  En  ellas  hier- 
ve el  fuego  de  las  revelaciones  novísimas.  Exentas  de  tambores 
y  de  fanfarrias,  mantienen  en  su  trama  el  esbelto  esqueleto  de  la 
forma,  donde  la  idea  —  aún  enardecida  —  otorga  la  dignidad  de  ar- 
monía. Nada  de  impulsivismos  a  m.ano  airada.  El  tumulto,  si 
lo  hay  —  que  siempre  lo  hay  —  queda  en  la  ñor  de  la  m.édula.  Este 
es  su  valor  concluyen  te. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE  269 

López  Velarde  escribió  en  castellano  y  amó  su  lengua . . . 
pero  no  se  aclimatará  en  España.  Los  españoles,  a  pesar  de  la 
íiran  sombra  de  Ganivet  y  de  las  rectiñcaciones  de  Pérez  de  Ayala, 
siguen  siendo  detonantes.  No  importa  que  Ortega  y  Gasset  piense 
por  media  península,  ni  que  Machado  cante  en  el  roble  de  los  dio- 
ses. Un  desñle  de  tenores  lamentables  merodea  por  los  jardines 
de  Apolo,  y  los  paladares  que  gustan  del  Rioja  y  del  Cariñena  no 
catarán  el  vino  velardeano. 

El  exponente  de  valores  líricos  españoles  que  se  despeña,  aun 
en  las  revistas  culminantes,  con  instintos  de  horda,  parece  con- 
firmar mi  vaticinio.  Ya  los  nombres  ilustres  de  Marquina,  Diez 
Cañedo,  Juan  Ramón  Jiménez,  Carrere  y  dos  o  tres  más,  se  aislan 
en  sus  heredades  para  que  pase  la  langosta. 

Un  español,  tumultuoso,  para  no  faltar  a  la  tradición,  pero 
que  lleva  en  sus  jaulas  al  ruiseñor  de  América:  ese  poeta  mórbi- 
do que  se  llama  Camín,  ha  sentido  conmigo,  en  la  dignidad  del  es- 
píritu, el  vilipendio  de  las  letras  peninsulares  hacia  los  racimo» 
apolíneos. 

Que  López  Velarde  vuelque  sus  cornucopias  en  Lutecia.  O 
que  oficie  en  el  Quirinal.  En  Francia  o  en  Italia  danzarán  en  su 
pulso  los  minutos  sonámbulos.  En  Francia.  Que  lo  traduzca  Mae- 
terlinck,  ya  que  se  abatieron  las  alas  de  Laforgue  y  de  Redenbach. 
Que  lo  traduzca  Maeterlinck  para  lanzarlo  a  la  avidez  de  la  inquietud 
francesa,  que  tanto  y  tanto  sabe  canalizar  la  fantasía  en  los  de- 
chados de  la  expresión. 

¡La  expresión  de  López  Velarde!  Sus  anzuelos  se  cuelgan  de 
los  planos  de  lo  irreal,  porque  se  desentienden  de  los  materiales 
asequibles  al  literato.  En  él,  la  función  descriptiva  es  de  laya  in- 
ferior para  su  arte.  No  describe:  sugiere,  sugiere  siempre.  Y 
con  tal  señorío,  con  tan  nimio  apaño,  con  penetración  tan  cabal 
de  los  valores  emocionales,  con  tan  honda  vibración  de  espíritu, 
que  su  alma,  para  usar  una  expresión  suya,  es  una  equilibrista 
chuparrosa  infatigablemente  suspendida  sobre  el  enigma  del 
mundo..  '  ^'"  ,-^f;:.-^..-   f  . 

El  vocablo  de  López  Velarde,  ordenado  por  él,  incrustado  por 
él  entre  las  líneas  de  un  poema,  pierde  el  inocente  uniforme  que 
le  conoce  todo  el  mundo  y  que  le  vistieron  la  Academia  y  el  Uso. 
Sirviendo  a  López  Velarde,  como  a  un  gran  señor  encerrado  en  su 
Alcázar  huraño,  se  atavía  con  una  librea  de  magia  y  de  deslumhra- 


270  MÉXICO       MODERNO 


I 


miento.  ¡  Heteróclita  y  única  librea  que  abre  las  puertas  al  concepto 
procer  y  a  la  técnica  egregia,  y  que  ni  siquiera  se  preocupa  —  por- 
que desdeñaría  tal  preocupación  —  de  retirar  con  el  pié  al  Lugar  - 
Común ! 

La  potencia  expresiva  de  López  Velarde  vá  más  allá  de  las 
fuerzas  humanas.  Es  heroica  en  el  máximo  término  del  heroísmo. 
Derrumbando  los  muros  de  la  retórica  académica,  crea  un  léxico  de 
perfección  y  da  a  la  palabra  ductilidades  de  hechicería.  Los  mis- 
mos vocablos  indigentes  se  tocan  con  un  penacho  excelso,  cuando 
él  los  requiere. 

Nadie  ha  creado  un  arte  tan  palpitante,  tan  lleno  de  sollozos 
de  belleza  como  López  Velarde.  De  ese  arte  cuelgan  los  gajos  de 
la  vida  como  cerezas  del  mundo,  a  la  vez  humildes  y  soberbias. 

Ese  arrobo  de  expresión  se  mece  en  el  magnetismo  de  la  car- 
ne con  una  inagotable  gama  de  matices  vitales;  se  suspende  del 
instinto,  y  realiza  sinfonías  ideológicas  como  esta,  de  estos  renglo- 
nes inéditos: 

En  mi  pecho  feliz  no  hubo  cosa 
de  cri»tal,  terracota  o  madera, 
que  abrazada  por  mí,  no  tuviera 
movimientos  hunuanos  de  esposa. 

Su  expresión  se  deforma  en  los  lampos  escalofriantes  de  la 
belleza.  Apura  los  horizontes  intangibles  y  se  remonta  al  éter  de 
la  hipérbole.  Ya  en  el  éter,  abraza  a  una  sombra  adorada  y  dice: 

Viaja  de  incógnito  el  fantasma  de  yeso, 
y  cuando  salimo»  del  fin  de  la  atmósfera, 
me  da  medio  perfil  para  su  diálogo 
y  un  cuarto  de  perfil  para  su  beso . . . 

Todo  lo  sintió  y  lo  presintió  su  médula,  licuando  las  visiones 
en  rocío  espiritual  de  amor  y  de  tortura. 

Depuró  al  idioma  de  sus  escorias  vergonzantes;  sopló  en  la 
redoma  de  los  mundos  con  la  sabiduría  de  un  fakir;  llevó  cerca 
del  costado  izquierdo,  en  su  mano  de  San  Jorge  de  Donatello,  los 
palafrenes  de  la  forma,  y  libertó  los  conceptos,  aguzándolos  en  sus 
geniales  esmeriles.  Hizo  la  apoteosis  del  instinto,  y  abrió,  a  gol- 
pes de  conciencia,  un  tajo  en  la  mezquindad  de  su  generación. 

Dejó  una  ruta  de  rubí  serpenteada  de  nardos.  Este  fué  su 
testamento.  Que  nuestros  poetas  de  hoy  lo  recojan,  porque  ellos, 
con  los  de  América,  impondrán  sus  tutelas  a  la  lengua  de  Cer- 


R  A  .    ó  N    L  ó  P  E  Z     V  E  L  A  R  D  E  271 

vantes...  pero  que  no  se  engrían  demasiadamente  en  sus  ju- 
ventudes y  en  sus  triunfos  de  cenáculo ;  que  no  respiren,  aliviados, 
porque  Ramón  López  Velarde  haya  cerrado  los  ojos,  y  que  no  alcen 
las  manos  al  sol,  en  ademanes  deíficos.  Hay  que  recordar  al  gran 
obelisco  que  se  nos  queda  de  monumento,  y  hay  que  ser  fervientes 
y  humildes  para  acogerse  a  su  sombra. 

¿Qué  poeta  hace  aroma  y  melodía  de  la  muerte?  ¿Quién,  ante 
la  Deidad  Tremenda,  baraja  los  destinos  de  un  fúlgido  instante, 
convirtiéndolos  en  temblores  de  eternidad?  Él,  sólo  él,  en  esta  estu- 
penda realización  de  forma: 

. .  .ün  sonoro  esqueleto  peregrino 
anda  cual  un  laúd,  por  el  camino. 

Este  clamor  supremo  de  evocación,  del  poeta  supremo,  fun- 
diéndose y  difundiéndose  en  las  entrañas  del  universo,  es  la  convul- 
sión del  genio  que  serpentea  en  los  pulsos  de  la  inmortalidad. 

En  la  inmortalidad  se  ha  envuelto  el  poeta.  Como  su  joven 
ahílelo  contemplará  las  centurias,  pero  su  brazo  no  arrojará  la 
flecha  del  ardido  patricio.  Arropado  en  la  gloria,  abrirá  su  clá- 
mide y  suspenderá,  sobre  los  reinos  de  la  naturaleza,  los  tres  de- 
dos extendidos  de  su  mano  papal. 

México,  agosto  de  1921. 

ENRIQUE  FERNÁNDEZ  LEDESMA. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 


ME  interesó  siempre  López  Velarde,  por  su  afán  de  cosas  re- 
cónditas; en  su  conversación  se  notaba  que  tenía  n.iiy  vi- 
vo el  sentimiento  del  misterio ;  a  veces  no  acababa  de  ex- 
presar del  todo  sus  ideas  porque  el  sentido  se  le  iba.  Esto  ocurre  a 
menudo  al  que  está  obseído  de  algo  profundo  e  inefable.  Era  un  pro- 
feta profundo  que  no  llegó  a  desarrollar  su  mensaje;  traía  cosa^ 
nuevas  y  se  llevó  su  misterio  consigo,  porque  ni  para  sí  mismo  llegó 
a  definirlo. 


I 


JOSÉ  VASCONCELOS. 


CANCIÓN  DE  LA  NOCHE  DIAMANTINA 

Eif  LA  MÜEKTK  DE  RAMÓN  LÓPEZ  VBLARÜJB 


MUSA  8oIar  con  nardos  irreales 
el  cielo  niño  del  Ahril  decora; 
y. ..  éste  era  el  huerto  de  una  Reina  mor» 
y  un  lirio  que  la  aurora  aljofaró; 
pero  mi  corazón  halhuce  ante  la  aurora: 
—¡No!  ¡No!  ¡No!  ¡No! 

El  tiempo  fluye,  la  ilusión  dilata 
su  onda  azul  y  en  lo  real  confluye: 
¡nocñe  de  la  entrañable  serenata, 
Id  lágrima,  el  deliquio  y  el  '^tú  y  yo'\  . . ; 
pero  mi  corazón  modula  rima  ingi'uta: 
— ¡No!  ¡No!  ¡No!  ¡No! 

La  antqrvha  crepitante  está  en  el  viento 
y  d^  siglos  a  siglos  va  encendida; 
la  Muerte  sopla  su  hu/racán  violento 
y  fulge  más  la  antorcha  de  la  vida: 
¿un  niño  en  este  instante  los  ojos  no  entreabrió f 
Pero  mi  torvo  corazón  no  olvida: 
—¡No!  ¡No!  ¡No!  ¡No! 

Por  tu  frecuencia,  Amor,  por  tu  frecuencia, 
por  los  valles  letárgicos  de  la  carne  encantada — 
(de  un  humo  a^zul  la  hlánd/ula  almohada, 
de  un  procer  vino  la  brumosa  esencia) — 
sosiégase  en  la  noche  la  frente  conturbada . . . 


274  M  É  X  I  C  O     M  O  D  E  R  N  O 

Las  alondras  no  cantan  todavía 
ni  mueve  sus  saetas  el  reloj; 
pero  mi  corazón  solloza  en  su  alegría: 
—¡No!  ¡No!  ¡No!  ¡No! 

Después^  quietud.  El  mortuorio  túmulo, 
loas  lúgubres  y  flores,  oro  postumo, 
y,  en  mármol  negro,  el  Numen  desolado! 
Con  sus  manos  azules,  en  la  tarde  riente 
ya  mi  inquietud  la  Muerte  apaciguó . . . 

Alguien  diga  en  nú  nombre,  un  día,  va/immente: 
—¡No!  ¡No!  ¡No!  ¡No! 

BIGARDO  ARENALES. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 

MUCHAS  esperanzas  estaban  puestas  en  él  porque  tenía  ta- 
lento, porque  era  joven  y  porque  las  febriles  imperfeccio- 
nes que  delataba  su  arte  eran  puntillos  de  técnica.  Su 
originalidad,  servida  por  obedientes  instrumentos  de  expresión,  lo 
hubiera  convertido,  sin  duda,  en  una  de  esas  brillantes  excepciones 
que  trastornan  los  índices  de  las  historias  literarias.  Su  obra  no 
es  ahora  la  flor  espontánea  y  el  grato  anuncio  del  fruto  porque  la 
muerte  fijó  de  súbito  la  etapa  de  su  evolución  y  detuvo  bruscamen- 
te un  proceso  de  perfeccionamiento.  Y  disminuyó — ¡trági?a  conse- 
cuencia!— la  figura  del  poeta  al  encerrarlo  en  tan  estrecho  e  in- 
flexible cuadro  del  tiempo,  quitándolo  de  las  abiertas  perspectivas 
del  futuro  que  lo  magnificaban.  Queden  entre  las  páginas  de  sus 
Jibros,  como  una  ofrenda  a  lo  que,  con  más  vida,  hubiera  hecho, 
nuestras  esperanzas  cariñosas. 

Nacido  en  provincia  y  educado  en  ella,  López  Velarde  tiene 
sin  embargo  audacias  de  escritor  formado  en  medios  más  cultos. 
Temperamento  original  y  espíritu  rebelde  a  las  influencias,  era  frío 
para  celebrar  las  preferencias  literarias.  Hubiera  querido  revisar 
por  sí  mismo  todos  los  valores  establecidos,  y  como  para  eso  cual- 
quiera vida  fuera  corta,  se  encerraba  en  un  escepticismo  inocente, 
pronto  a  abdicar  si  lo  estrechaban  los  argumentos, — más  por  bue- 
na crianza  que  por  convicción.  Así  hubiera  leído  más  de  lo  que  le- 
3^0,  no  se  habría  amoldado  nunca  a  modos  ajenos,  porque  su  asimi- 
lación era  por  demás  tortuosa  y  tiránica.  Nunca  le  decían  los  li- 
bros más  que  lo  que  él  quería  que  le  dijesen.  Representaba  un  po- 
co el  tipo  del  literato  que  no  le  concede  mucha  importancia  a  la  li- 
teratura. Así  era  naturalmente,  sin  el  gesto  arrebatado  del  icono- 
clasta ni  siquiera  con  el  énfasis  del  desdeñoso. 

No  se  puede  afirmar  que  existan  en  México  bandos  literarios, 
pero  es  evidente  que  la  poesía  de  López  Velarde  apareció  con  cier- 
to aire  de  neutralidad  amable.  No  desafió  nunca,  ni  en  los  mo- 
mentos en  que  era  más  personal  y  oscura ;  ni  el  poeta  la  sacaba  al 


27Ó  MÉXICO      MODERNO 

viento  como  una  bandera.  Vivía  en  un  sagaz  disimulo  y  hasta  pa- 
recía no  darse  cuenta  de  que  una  palabra  suya,  condenando  a  los 
nlisteos,  hubiera  desencadenado  iras  no  sospechadas.  Aun  para  los 
indiferentes  su  poesía  era  interesante  como  fenómeno  literario  y 
los  más  reaccionarios  la  consideraban,  sin  excesos  de  pasión,  como 
la  tentativa  fracasada  de  un  viaje  a  la  luna.  Entró  a  la  literatura 
sin  padrinos,  sin  preferencias,  sin  propósitos,  con  esa  calma  na- 
tural y  grave  que  todos  le  conocimos  en  vida. 

A  la  novedad  de  la  forma  agrega  la  de  ciertos  asuntos  que  él 
inaugura  en  nuestra  poesía.  Canta  la  provincia,  su  vida  pintoresca 
y  tranquila,  sus  emociones, — no  tan  sencillas  como  quiere  el  roman- 
ticismo. No  ejecuta  el  frío  desarrollo  de  un  tema  retórico  —  la 
provincia  como  modalidad  de  la  campiña  ideal  impuesta  por  Ho- 
racio— ;  canta  con  el  balbuceo  del  que  tiene  visiones  directas,  pin- 
tando con  toques  de  color  local  y  descubriendo  almas  conocidas. 
Era  su  provincia  lo  que  cantaba.  En  este  género  nos  deja  cuadros 
fabricados  con  delicada  sensibilidad,  compuestos  de  rasgos  esen- 
ciales y  de  guiños  de  ironía.  Pero  aunque  no  se  reñera  a  la  pro- 
vincia, el  ambiente  provinciano  se  percibe  siempre  en  su  canto. 
En  su  fe  tenaz,  en  su  unción,  tejida  en  su  misma  carne,  se  adivina, 
como  a  través  de  una  niebla,  el  seminario  y  la  parroquia  del  pue- 
blo; y  su  erotismo  tiene  todos  los  francos  caracteres  de  un  vigor 
campesino  que  solicita  empleo.  Su  catolicismo  y  su  erotismo  son 
sentimientos  elementales  que  resultan  complicados  nada  más  en 
la  forma  en  que  se  expresan.  ¿  Quién  no  está  de  acuerdo  en  que  al 
poeta  le  esperaba  un  futuro  más  lírico  y  más  sabio? 

La  forma  de  su  poesía  es  caprichosa,  personal.  Hace  el  ver- 
so sin  música,  con  evidentes  deseos  de  olvidar  la  métrica,  y  aun- 
que no  son  generalmente  felices  sus  nuevas  combinaciones,  no  saca 
ninguna  enseñanza  de  ello.  En  su  verso  desencajado,  un  instan- 
táneo reñejo  extraño  del  pensamiento  ciega  y  hace  olvidar  el  ritmo. 
El  adjetivo  lo  usa  por  aproximación,  dándonos  en  lugar  de  la  pa- 
labra insustituible  una  dicción  extraña,  abierta  sobre  descompues- 
tas perspectivas.  No  neguemos  que,  en  ocasiones,  el  sistema  tiene 
prodigiosos  resultados. 

El  desdén  del  lugar  común  es  otra  de  sus  características.  Aque- 
lla provisión  de  metáforas  que  pertenece  a  todo  el  mundo  y  que,  se- 
gún Rémy  de  Gourmont,  usan  los  poetas  como  material  donde  en- 
Síu-zar  sus  gemas  originales,  no  aparece  en  los  versos  de  López  Ve- 


I 


RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE 


277 


Jarde.  Un  constante  derroche  de  metáforas,  no  siempre  felices,  pe- 
ro siempre  nuevas,  es  su  poesía.  Parecía  fabricarlas  con  desenfado 
de  improvisador,  pero  nó :  son  ideaciones  complicadas  a  las  que  ha- 
bía llegado  agregando,  deformando  o  suprimiendo  términos  o,  sen- 
cillamente, rindiéndose  a  dificultades  de  expresión.  En  este  punto 
tuvo  el  aspecto  heroico  del  inventor  que  quiere  renovar  en  su  má- 
quina hasta  las  piezas  minúsculas  y  universales  que  no  ampara  la 
patente.  Locuciones  tiene  la  poesía  que  él  no  quiso  conocer,  y 
donde  en  derecho  labora  el  recuerdo,  él  fatigaba  la  invención.  Pe- 
ro su  estilo,  sin  perder  su  peculiar  modo  bizarro,  iba  ganando  en 
maestría. 

¿Qué  poetas  tuvieron  influencia  sobre  López  Velarde?  Cite- 
mos en  primer  lugar  a  Lugones,  a  quien  el  poeta  solía  poner  por 
encima  de  Darío,  bien  está  que  evitando  argumentos.  Del  brillante 
Proteo  literario,  López  Velarde  prefería  al  consciente  trabajador 
de  metáforas  sugestivas  y  extrañas  que  revela  el  I  Amarlo  Henti- 
meutol'  Lecturas  recientes  de  este  libro  delata  la  composición  Kl 
Minuto  Cobarde  y  también  Transmútase  mi  alma...  Todo  el  es- 
tilo de  Zozobra  es  una  tentativa  de  alcanzar  la  expresión  lugoniana. 
Hasta  encontraréis  ahí: 

en  8u  enagua  violeta 
los  volubles  matices  de  los  climas  sujeta  • 
con  wn<i  proMdad  instantánea  y  precisa. 

En  sus  comienzos,  lecturas  de  Luis  Carlos  López  pueden  ha- 
berle dado  valor  para  ampliar  el  léxico  poético  y  aun  para  forzar 
la  métrica,  así  como  cierta  ironía  que  no  parece  ser  esencial  en  su 
temperamento. 

¿Cuál  es  el  lugar  de  este  poeta?  Después  del  grupo  de  nues- 
tros poetas  mayores  Ramón  López  Velarde  viene  con  José  Juan 
Tablada  a  su  derecha  y  con  Roberto  Arguelles  Bringas  a  su  iz- 
tjuierda.  Este  fué  de  curiosa  originalidad,  de  técnica  personal  y 
murió  joven  escogido  por  las  esperanzas  de  muchos  para  obra  más 
alta.  José  Juan  Tablada  señala  en  nuestra  lírica  el  viento  cam- 
biante de  las  conquistas  nuevas,  es  nuestro  más  inteligente  adeo- 
to  a  las  últimas  exageraciones  del  arte.  Así  el  sugestivo  poeta 
de  Zjozohra  está  entre  dos  artistas  que  representan  uno  el  ansia  de 
nuevos  caminos,  y  el  otro  la  tragedia  de  las  promesas  truncas. 

Santiago  de  Chile,  Julio  de  1921. 

ANTONIO  CASTRO  LEAL. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE, 

EL    POETA    DEL    AMOR    Y    DE    LA    MUERTE 

LOS  que  fuimos  amigos  fieles  y  admiradores  devotos  de  López 
Velarde  debemos  decir  algo  que,  aunque  sea  sin  relieve  lite- 
rario, lo  presente  a  los  ojos  de  los  que  no  tuvieron  la  fortuna 
de  gozar  de  su  trato  con  el  doble  prestigio  de  que  estuvo  investido : 
Era  una  bella  síntesis  de  virtudes  estéticas  y  de  cualidades  humanas. 

Existía  una  concordancia  estricta  entre  su  vida  y  su  obra,  la 
misma  dignidad  que  respaldaba  los  actos  más  nimios  de  su  vida  se 
descubre  hasta  en  los  renglones  más  sencillos  que  haya  escrito. 
Honradez  y  sinceridad  de  hombre  bueno  y  de  artista  extraordina- 
rio, armonía  en  todas  sus  facultades.  Él  tendía  diariamente  la  red  de 
sus  nervios,  a  la  vez  sencilla  y  complicada,  para  recibir  la  más  mí- 
nima vibración  de  cuanto  le  rodeaba,  percibía  con  tal  exactitud  la 
confidencia  de  los  seres  y  de  las  cosas  que  llegaba  al  goce  y  al  sufri- 
miento por  caminos  desconocidos  para  la  mayoría  de  los  morta- 
les. Él  mismo  hacía  residir  su  mayor  fuerza  de  expresión  en  los 
datos  apremiantes  y  complejos  que  recibía  de  sus  sentidos,  datos 
que  acataba  humilde  y  sumiso  para  no  desfigurarlos  y  luego  con 
su  propia  sangre,  según  reza  el  verso  del  Dante,  daba  vida  a  su 
obra  en  la  plena  integridad  de  pensamiento  y  de  emoción.  Facultad 
de  vivir  en  la  forma  más  pura  y  elevada,  lucha  modesta  y  gran- 
diosa para  devolver  en  el  paisaje  ilusorio,  según  su  propia  frase, 
su  integridad  inocente  a  los  hombres  y  a  las  cosas.  Esfuerzo  he- 
roico de  verlo  todo  con  ansia  de  comprensión  absoluta  y  ante  la  im- 
potencia de  la  palabra  sintetizarlo  en  imágenes  que  tienen  los  atri- 
butos esenciales  del  objeto,  y  dar  de  ese  modo  la  idea  cabal  de  un 
estado  de  ánimo. 

¡Qué  otra  cosa  fueron  la  estética  de  Góngora  en  lo  que  se 
refiere  a  los  sentidos  y  la  de  Hallarme  en  lo  que  hace  a  las  ideas ! 
Empeño  de  sugerirlo  todo  con  el  brillo  del  color,  con  la  agilidad  del 
movimiento,  con  la  cadencia  de  la  música,  con  un  auténtico  perfu- 
me espiritual! 


RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE  279 

En  un  tiempo  cultivó  López  Velarde  el  trato  de  Góngora,  la 
lectura  de  Gracián  y  la  amistad  intelectual  de  Mallarmé,  amó  y  ad- 
miró a  estos  supremos  artífices,  su  estirpe  era  partícipe  de  la  mis- 
ma aristocracia  que  adornó  a  tan  admirables  maestros;  sin  pro- 
ponérselo fue  un  paladín  de  las  más  bellas  creaciones  conceptistas 
y  simbolistas  y  no  porque  se  complaciera  en  hacer  un  arte  que 
no  fíiera  para  los  mv/chos  según  la  expresión  de  Góngora,  fue  que 
su  horror  al  lugar  común  y  a  los  caminos  trillados,  lo  llevó  por  ol 
camino  de  la  originalidad  a  crearse  su  propia  manera.  En  sus  últi- 
mos años  fue  tal  su  afán  de  verlo  todo  en  sí  mismo  y  por  sí  mismo 
que  se  abstuvo  de  toda  lectura  y  de  toda  influencia,  ya  no  leía  au- 
tor alguno,  cada  vez  auscultaba  más  atentamente  y  descubría  con 
mayor  certeza,  el  ritmo  propio  de  la  vida.  El  Tiempo  y  la  Mujer, 
temas  esencialmente  vitales,  ocupan  en  la  obra  de  López  Velarde 
el  sitio  predilecto,  eran  el  polo  positivo  y  el  polo  negativo  de  su 
vida,  vida  colgada  en  la  infinita  agilidad  del  éter,  como  de  un  hi- 
lo escuálido  de  seda,  según  nos  dice  en  La  Ultima  Odalisca, 
imagen  fiel  de  su  existencia,  porque  estaba  a  merced  del  más  leve  im- 
pulso del  viento  y  resonaban  en  su  interior  los  cambios  del  ambien- 
te con  la  exactitud  de  un  vivo  aparato  de  precisión;  de  esta  ma- 
nera nos  habla  en  Anima  Adoratix : 

Mi  virtud  de  sentir  se  acoge  a  la  divisa 
del  harómetro  lúhrico,  que  en  su  enagua  violeta 
los  volubles  matices  de  los  climas  sujeta 
con  una  probidad  instantánea  y  precisa. 

Sentía  una  angustia  torturante  al  ver  dibujarse  sobre  el  fon- 
do del  tiempo  su  propia  vida  y  las  siluetas  femeninas,  nos  dice  en 
8uave  Patria: 

Sobre  tu  Capital,  cada  hora  vuela, 
Ojerosa  y  pintada  en  carretela . . . 

y  en   Tu   Palabra   más  fútil,  había  escrito,  con  acierto  genial : 

,  y  mis  horas 

van  a  tu  zaga,  hambrientas  y  canoras,  C 

como  va  tras  el  ama,  por  la  holgura 

de  un  patio  regional,  el  cortesano 

séquito  de  palomas  que  codicia 

la  gota  de  agua  azul  y  el  rubio  grano. 

Expresión  candida  y  diáfana  del  hambre  y  sed  de  amor  que 
padecía.  Él  que  recibía  la  luz  dfe  cada  día  como  un  bello  don  mila- 
groso y  que  decía  a  su  Creador  que  era  su     juguete     agradecido, 


28o  méxicomoderno 

pagaba  religiosamente  su  diario  tributo  como  nos  lo  dice  en  El  Mi- 
nuto Cobarde. 

Eh  estos  hiperbólicos  minutos 
en  que  la  vida  sube  por  mi  pocho 
como  una  maroa  d^e  tributos 
onerosos, 

y  con  gran  piedad  fraternal  al  pensar  en  el  estrago  del  tiempo, 
que  ha  convertido  la  sonrisa  en  mueca,  dice  A  las  Vírgenes: 

¡El  tiempo  se  desboca;  el  torhelUno 
os  arrastra  al  fatal  despeñadero 
d£  la  Muélate; 

El  mismo  título  de  su  libro  postumo  /;/  MiniUcro  nos  reve- 
la su  esfuerzo  por  fijar  contornos  a  las  cosas  más  complejas  y  dar 
vida  a  los  momentos  más  fugaces. 

El  tiempo,  al  que  justamente  veía  como  a  un  enemigo  embos- 
cado, era  su  polo  negativo;  en  tanto  que  la  mujer,  por  encima  de 
todo,  era  su  polo  positivo.  Amábanlo  todas  las  mujeres  a  quiene.^ 
trataba,  por  su  exquisita  sabiduría,  por  su  gesto  atinado  y  por  s\i 
actitud  de  reverencia  y  deben  amarlo  todas  las  mujeres  de  México 
porque  ha  sido  su  cantor  más  elevado  y  su  panegirista  más  com- 
prensivo; no  fue  él  quien  dijo: 

Sluare  patria  :  tú  wnles  por  el  río 
de  las  virtudes  de  tu  mujerío .... 

no  fue  él  quien  nos  habló  con  palabra  colorista  en  la  que  reviven 
nuestras  impresiones  de  franco  romanticismo  y  de  fina  sensuali- 
dad» en  cuadros  de  auténtico  olor  y  sabor  provinciano*?  d  ^  una  pri- 
ma Águeda  que  era: 

(luto^  pupilas  vei'des  y  nvejilla9 
rubicundas)   un  cesto  polícroma 
de  manzanas  y  uvas 
en  e1  ébano  de  un  armario  mwsft- 

De  la     Orocia  primitiva  de  Jas  aldeanas: 

Vasos  de  devoción,  arcas  piadosas 
en  que  el  \amor  jamás  se  coiitamhw : 
jniv^as  cuyas  \paredes  olorosas 
dan  ni  agua  frescum  campesina. .... 

de  las  muchachas  de  Zacatecas: 


RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE  ,Si 

señcnHtaa  con  rostro»  de  manzana,  .. 

ilustraciones  prófugas 
de  las  cajus  de  pasas. 

y  sobre  todo,  de  su  Fuensanta,  La  del  sobrio  estilo, 

,  creatura  pequeñiia 

y  suprema,  adueñada  de  la  cumbre 
del  corazón;  artista  u  un  mismo  tiempo 
nUnima  y  procer,  que  en  las  manos  llevai 
mi  v-ida  como  oh  jeto  de  tu  arte! 

Y  después  de  la  muerte  de  Fuensanta,  incógnita  que  ha  de 
aclararse  por  expreso  deseo  del  poeta  en  la  segunda  edición  de 
La  sangre  devota,  aparece  la  amada  de  la  ciudad,  la  que  al  prin- 
cipio quiso  llevarse  a  su  tierra  en  aquella  crónica  que  tituló:  La 
dama  en  el  campo  y  que  a  la  postre  fue  ella  la  que  lo  asimiló  a 
la  Capital.  En  vez  de  verla  como  a  Fuensanta,  en  las  misas  de  la 
madrugada  del  pueblo,  la  veía,  en  las  misas  zenitales  de  la  ciudad, 
con  su  : 

" agudo  perfil;  vabcllcra 

to7'mentosa;  nuoa  morena,  ojo»  fijos; 

boca  flexible,  ávida  de  lo  concienzudo^ 

hecha  para  dar  los  besos  prolijos 

y  articular  la  sílaba  lenta 

de  un  minucioso  idilio,  y  también 

para  persuadir  a  un  agonizante 

a  que  diga  amén. 

No  la  pintaba  con  su  sombrero  de  pastora  sobre  un  campo 
sembrado;  sino  que  en  un  Día  13,  fecha  de  superstición,  la  en- 
contró en  pleno  corazón  de  la  urbe,  y  le  dijo  : 

Adivinaba  mi  acucioso  espíritu 
tus  blancas  y  fulmíneas  paradojas: 
el  centelleo  de  tus  zapatillas, 
la  llamarada,  de  tu  falda  lúgubre, 
el  látigo  incisivo  de  tu»  cejas 
y  el  negro  laminar  de  tus  oabeUos. 

En  la  multiplicidad  de  visiones  que  viven  en  sus  imágenes 
calosfriantes,  en  los  sobresaltos  de  sus  adjetivos  rotundos  e  inu- 
sitados, era  siempre  él,  el  artista  sincero  e  íntegro  que  jamás  vi6 
la  vida  como  un  espectáculo,  sino  que  pasó  por  ella  como  por  un 
campo  en  que  se  agitan  las  más  fuertes  pasiones;  sobrecogido,  ab- 
sorto, torturado,  humilde  e  inerme  como  creador  y  pensador  quo 


282  MÉXICO      MODERNO 

quiso  penetrar  en  la  médula  de  los  hombres,  y  en  la  esencia  del 
Universo  e  interrogó  diariamente  a  los  magos  que  saben  del  mis- 
terio del  amor  y  de  la  Muerte. 

• 

Esta  vida  es  una  brujería,  decía  López  Velarde  ante  el  des- 
file de  fantasmas  y  paisajes  que  se  barajaban  en  su  imaginación 
de  artista  inquieto  y  clarividente  y  esa  sensación  de  magia  se  hizo 
más  aguda  en  los  últimos  días  que  pasara  entre  nosotros.  En  las 
noches  de  angustia  y  pesadilla  contemplaba  desde  su  aposento  la 
luna  en  creciente  y  en  sobrecogido  silencio  escuchaba  el  concierto 
musical  de  los  mundos.  ¡El  mundo  es  una  brujería!  Al  amanecer, 
después  de  haber  luchado  con  el  dolor  implacable  y  con  la  asfixia 
progresiva,  se  embelesaba  con  el  ruido  de  la  ciudad  que  despierta, 
silbatos  de  fábrica  y  estrépito  del  tráfico,  que  se  dibujaban  sobre 
una  tímida  luz.  i  La  vida  es  una  brujería!  Abochornado  en  el  ca- 
liginoso mediodía  de  junio,  envuelto  en  nubes  de  polvo  que  no  res- 
petaban su  habitación  bien  cerrada,  se  inundaba  de  alborozo,  h 
pesar  de  que  sabía  que  eran  sus  últimas  horas,  al  oír  el  repique- 
teo de  las  primeras  lluvias  de  la  estación,  lluvias  que  le  hablaban 
de  los  campos  de  sus  ancestros  y  de  su  provincia,  lluvias  que  le 
habían  dicho  al  oído  las  bellas  cosas  de  que  nos  habla  en  sus  poe- 
mas: Tierra  Mojada  y  En  las  tinieblas  HúinedaS'  La  Vida  es 
una  brujería! 

¡Él  sabía  que  caminaba  a  su  fin  y  no  se  revelaba,  él  que  ante 
los  absurdos  y  los  dolores  de  la  vida  tuvo  la  dignidad  de  un  tau- 
maturgo se  veía  envuelto  en  las  sombras  y  no  podía  sino  invocar 
al  misterio  de  cuanto  le  rodeaba ! 

Pasó  por  la  vida  como  un  taumaturgo,  revistiendo  de  belleza 
y  de  bondad  las  cosas  grandes  y  las  humildes:  El  amor,  la  amis- 
tad, el  cariño  de  los  suyos,  su  paisaje  de  provincia  y  sus  horas  de 
la  Capital,  todo  era  destilado,  purificado  con  su  virtud  inmanente 
de  sublime  transmutación  y  las  cosa^  de  la  vida  humilde  nos  las 
presentaba  con  los  prestigios  del  heroísmo  y  de  la  belleza. 

Él  que  fue  un  taumaturgo,  un  creador  de  cosas  bellas  y  un 
bondadoso  artífice  de  actos  puros,  fue  traicionado  por  los  genios 
de  las  tinieblas,  celosos  de  su  facultad  de  volver  limpio  todo  lo  que 
tocaban  sus  manos  y  luminoso  cuanto  atravesaba  por  su  imagi- 
nación. 

Julio  de  1921-  PEDRO  DE  ALBA 


elegía  juvenil 


ESTÁ  amaneciendo'^  decía 
el  poeta  desesperado: 
¡y  ya  el  sol  había  besado 
la  frente  azulada  del  día! 
Sangrar  de  pétalo  estrujado, 
horror  de  ardiente  pedrería, 
y  el  sol  prolongaba  su  alarde 
en  sus  embriagados  verjeles: 
¡Oóngora  traía  claveles 
para  Ramón  López  Velar  de! 

La  tarde  es  como  v/n  pintor 
embelesado  y  altanero: 
¡el  aire  parece  lucero, 
la  tierra  tiembla  como  flor  I 
Lusgo  una  voz  en  el  sendero: 
sollozo,  niebla,  surtidor. . . 
y  se  pone  dulce  la  tarde 
y  está  opalescicndo  el  nublado, 
porque  purpúreo  y  enlutado 
pasa  Ramón  López  Velar  de! 

Y  la  luna  apenas  asoma 
tan  melancólica  y  perlina: 
¡y  el  aire  que  se  hace  neblina 
y  la  fierra  que  se  hacr  aroma! 
Un  niño, . .  un  monte. . .  una  paloma, . . 


284  MÉXICO      MODERNO 

y,  provinciana  y  campesina, 
la  luna  refulge  cobarde 
en  la  penumbra  de  la  fronda, 
como  una  lágrima  muy  honda, 
como  Ramón  López  Telar  de! 

Cisnes  negros  sobre  las  olas 
de  una  la  gima  de  amaranto; 
y  ¡a  brisa  que  suelta  el  llunto 
y  suspira  entre  las  corolas . . . 
Pálidos  sistroSy  claran  violas 
sufriendo  mucho  en  el  quebranto 
y  en  la  querella  y  el  reproche, 
porque  el  poeta  halló  a  la  Amada 
y  es  una  alondra  desmayada 
sobre  los  brazos  de  la  Noche. . . 

México,  junio  de  1921. 

RAFAEL  HELIODORO  VALLE. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 


UNA  música  vaga,  desentonada  y  en  sordina  que  alcanza  los 
oídos  a  través  de  un  paisaje  quieto,  pero  rico  de  olores  y 
colores;  una  zurda  orquesta  que  descompasa  la  obra  de 
un  genio,  como  aquella  chirimía  de  indígenas  que  encontré  una  tar- 
de magnífica  de  Tabor  y  de  amor,  acompañando  a  un  cadáver  al 
cementerio,  y  moviéndose  en  los  surcos  morenos,  al  ritmo  antité- 
tico y  apenas  reconocible  de  la  marcha  fúnebre  de  Chopin ;  algo  del 
encanto  equívoco  de  estas  evocaciones  producen  los  versos  de  Ra- 
món López  Velarde. 

La  musicalidad  es  lo  primero  que  en  ellos  sorprende . . .  antes 
de  entenderlos.  Es  una  suave  brisa  que  acaricia  o  que  hace  daño 
vagamente;  es  un  suspiro  apasionado  o  burlón;  sentimos  estupor 
ante  las  asociaciones  de  sustantivos  poéticos  y  de  adjetivos  toma- 
dos a  una  tecnología  bárbara,  adjetivos  que  a  veces  huelen  a  io- 
doformo ;  una  confusión  de  lampos,  de  grisallas,  de  silencios  inex- 
plicables que  mantienen  hipnotizado  al  ensueño,  pero  que,  al  prin- 
cipio, la  razón  no  acepta.  Arte  ingenuo  y  decepcionado  que  se  ex- 
presa en  una  monotonía  de  canto  llano,  roto,  sin  embargo,  por  la 
acentuación  rara  del  ritmo  irregular.  Manso  ritmo  ordinario,  con 
olores  a  incienso  y  a  manzana,  a  ropa  almiidonada  y  a  guayabate 
monjil.  Aun  sin  prestar  atención  a  lo  que  expresa,  su  cadencia 
nos  trae  ya  un  dejo  provinciano  persistente. 

Y  en  verdad,  el  poeta  es  sólo  un  provinciano;  un  zagal  que 
estaba  destinado  a  tañer  su  bucólica  zampona  en  la  paz  puebleri- 
na, y  que,  por  ironía  de  la  suerte,  ha  venido  a  amargar  su  alma  y 
a  complicar  su  canto  en  la  gran  sirte  de  esta  capital.  Era,  antes  de 
su  éxodo,  un  primitivo,  un  pequeño,  atónito  ante  la  vida  y  que  la 
copiaba  con  la  candidez  de  los  precursores  en  el  arte  de  la  pintura. 
Su  temperamento  lo  asimilaba  a  los  primitivos  alemanes:  en  él  la 
inelegancia  de  las  formas  y  lo  sumario  de  la  factura  estaba  com- 
pensado ampliamente  por  sus  dotes  de  invención  y  de  movimien- 


286  MEXICOMODERNO 

to,  por  el  sentido  agudo  del  valor  expresivo  del  detalle,  por  la  gra- 
vedad del  pensamiento  y  del  sentimiento.  Tenía  su  manera  el  agra- 
do de  una  rosa  silvestre  en  una  tabla  de  alfalfa  florecida;  su  con- 
ciencia escuchaba  el  mensaje  de  la  poesía,  con  el  aire  tímido  y  so- 
brecogido con  que  Dante  Gabriel  Rossetti  pinta  a  María  al  reci- 
bir la  Anunciación.  Hubiera  podido  ser  cormano  del  monje  Gual- 
terio de  Coincy  que  escribía  sus  fábulas  piadosas  en  una  celda  con 
vista  a  un  huerto  cerrado.  Él  y  su  escuela  dirigían  su  arte  ingenuo 
a  probar  la  debilidad  humana:  el  hombre  es  una  criatura  muy  in- 
feliz y  muy  impotente,  incapaz  de  todo  si  Dios  no  lo  asiste  y  no 
sostiene  su  voluntad  vacilante. 

Allá,  en  su  pueblo  natal,  acólito  e  inocente,  absorbió  la  paz 
de  la  vida  eclesiástica  y  casera  sin  incidentes ;  su  sueño  se  envolvía 
en  un  rebozo  de  seda;  veía  con  ojos  amigos  la  plaza  provinciana 
de  las  dominicas;  placíanle  los  talles  y  las  nucas  campesinas  de 
sus  coterráneas;  las  penumbras  frescas  de  su  parroquia  colonial; 
las  naderías  que  conmovían  al  pueblo,  Garzón,  tuvo  que  prender 
los  vuelos  de  su  imaginación  a  las  cosas  nimias,  y  sus  amores  can- 
deales fueron  a  su  prima  Águeda,  a  Fuensanta,  la  primera  novia, 
a  quien  rendía  dulía  diciéndole  las  jaculatorias  con  que  venerara 
a  la  Virgen  de  su  parroquia. 

Entonces  era  su  poesía  puramente  objetiva,  bien  que  ya  pre- 
sagiara clausura  en  el  microcosmos. 

Poco  a  poco  descubriera  su  propio  mundo  enigmático  y  di- 
verso. De  objetivo  se  tornó  subjetivo  y,  por  ende,  más  lírico,  y 
pronto,  de  lo  exterior  usó  únicamente  como  símbolo.  Siguió  em- 
pleando las  mismas  imágenes  familiares  y  dilectas,  los  mismos 
temas  provincianos;  pero  entrañó  en  ellos  un  significado:  el  vie- 
jo pozo  verdinoso  y  taciturno  que,  en  medio  a  la  casona,  copia  el 
primer  lucero  de  la  noche,  fue  su  maestro. 

Como  su  alma  naciera  sensible  y  dependiente,  el  misticismo  la 
envolvió  maternal  en  sus  plumones;  genuflecto  se  halla  ante  el 
misterio,  y  se  promete  que,  a  la  hora  del  cansancio  final,  los  callo? 
de  sus  rodillas  le  han  de  ser  viático. 

La  civilización,  el  poco  de  civilización  que  encierra  la  Ciudad 
de  los  Palacios,  ha  instilado  al  poeta  un  veneno  más  letal  que  los 
de  Medea.  Al  correr  por  sus  venas  lo  ha  metamorf oseado,  en  cierto 
modo,  hasta  el  punto  de  que,  a  veces,  se  duda  cuál  es  su  verdadera 
fisonomía  espiritual. 

Esa  estatura  de  San  Cristóbal  rústico,   los  músculos    que  se 


RAMÓN     LÓPEZVELARDE  287 

acusan  bajo  las  ropas  un  tanto  desgarbadas,  tales  atrevimiento» 
en  sus  versos  modernos—ásperos  y  túrgidos  como  el  deseo  de  un 
egipán — ,  su  voluntario  hermetismo,  lo  harían  digno  de  ser  incluí- 
do  por  Verlaine  en  su  galería  de  poetas  malditos.  Recuerda  a  Rim- 
baud  hasta  por  aquella  **su  cara  de  ángel  en  destierro."  Esa  faz 
suele  ser  pacata ;  pero  bien  observada  es  ambigua,  por  cierto  movi- 
miento hacia  atrás  de  la  cabeza  proterva ;  por  una  ceja  en  rasgo  de 
eñe  que  sombrea  a  un  ojo  sarcástico  y  sutil ;  por  la  boca  sensual  de 
sonrisa  siniestra.  Su  franca  risa  suena  en  ocasiones  más  irónica 
que  todos  los  relinchos  de  los  hoiiyhnhtims  de  Swift. 

¿Será  un  sacristán  erótico?  ¿Oirá  algunas  veces  las  misas  ne- 
gras de  Gilíes  de  Rais  ?  A  mí  me  parece  que  hasta  su  tercer  pecado 
capital  es  ingenuo  y  que  iría,  a  lo  más,  a  las  cristianas  celebracio- 
nes que,  en  el  siglo  de  Elagabal  impulsaban  a  los  fieles  a  entregarse 
mutuamente  a  la  hora  del  Perdón,  en  una  basílica  incipiente  y  ante 
un  Krestus  colosal  clavado  en  una  Tau,  que  simbolizaba  el  princi- 
pio de  la  vida,  por  derivación  del  oriental  culto  del  sol. 

Es,  en  suma,  un  neo-romántico,  un  descendiente  de  Rene  y  de 
Obermman.  Ellos  experimentaron  todas  las  ansias  y  todas  las  in- 
quietudes ;  quisieron  cubrir  a  la  creación  en  un  gigantesco  abrazo, 
y,  al  verse  muy  pequeños  para  darlo,  se  rebelaron. 

El  romántico  de  hoy  siente  lo  mismo,  mas  no  llega  hasta  la 
rebelión.  ¿Es  una  fuerza  o  una  lacra? 

López  Velarde  es  romántico  aún  por  el  hecho  de  que  todavía 
tiembla  ante  la  mujer.  (¡Líbranos,  Señor,  de  la  jactancia!)  Su  dra- 
ma, él  lo  dice,  es  a  la  vez  sentimental  y  cómico,  y  por  sus  versos 
pasan  amores  otoñales,  deslumjDrántes  enlutadas  en  día  nefasto, 
mujeres  cuyos  nombres  tienen  desinencia  en  diminutivo,  donce- 
lleces que  se  prolongan  como  vacuas  intrigas  de  ajedrez 

Esa  es  su  obsesión,  aun  cuando  lo  liberen,  a  ratos,  las  remem- 
branzas de  sus  frescas  provincianas,  las  propicias  pasajeras  de  los 
días  lluviosos,  los  giros  hieráticos  de  Tórtola  Valencia  o  el  taconeo 
de  estrofa  de  Antonia  Mercé. 

Por  sobre  esa  teoría,  remonta,  sin  embargo,  un  sueño:  el  de 
la  mujer  que  sea  barro  para  su  barro  y  azul  para  su  cielo.  Dejemos 
que  la  alabe antes  de  que  se  convenza. 

Se  hace  minúsculo  conscientemente,  (ser  una  casta  pequenez,) 
y  dilucida  su  drama  interior  con  un  gesto  resignado  y  lento.  L^ 
decora  con  todo  lo  nimio,  con  todo  lo  insignificante  y  logra,  asi. 


i 


288  M  É  X  I  C  O     M  O  D  S  R  N  O 

renovar  el  bagaje  lírico  con  que  se  expresan  los  sentimientos .... 
aún  el  amor. 

Ni  en  ritmo  ni  en  ideas  tiene  miedo  a  la  séptima  inarmónica  y 
obtiene  con  ella  ef  ^tos  prodigiosos :  disonancias  que  dan  a  su  verso 
un  encanto  único ;  ironía  miserable  e  íntima. 

¿Cómo  logra  fijar  algunos  aspectos  de  la  belleza  que  pasa  sus- 
pensa en  la  fluidez  de  la  vida?  Desde  su  rincón,  su  alma  que  tiene 
por  única  virtud  el  sentirse  desollada,  atisba:  le  interesa  todo  lo 
que  no  tiene  ñn  preciso,  los  despilfarros  de  fuerza  y  de  pasión,  lo 
fútil,  lo  que  nadie  mira,  lo  sencillo  y  suave,  la  debilidad,  el  pecado., 
la  tristeza.  Y  todo  eso  lo  traspone  en  imágenes,  en  imágenes  puras. 

La  idea  es  dinámica  y  la  imagen  estática.  El  poeta  quiere  dete- 
ner, con  un  gesto  de  amante  en  desespero,  el  instante  fugaz  y,  así, 
lo  clava  como  una  mariposa  en  un  cartón  de  entomologista,  con  el 
agudo  alfiler  de  su  propia  inquietud.  Quiere  que  su  creación  sea 
un  resumen  de  su  conciencia  total  del  momento,  y,  obstinadamente, 
anota  todas  sus  coincidencias. 

Todos  los  artistas  que  crean  según  la  estética  de  la  intuición, 
hacen  otro  tanto :  asocian  sus  estados  emotivos  a  todas  las  circuns- 
tancias materiales  exteriores,  a  las  más  nimias,  que  serán  las  más 
personales;  pero  éste,  que  es  un  máximo  ensimismado,  prende  sus 
estados  interiores  uno  al  otro,  los  describe  ambiguamente  y  resul- 
ta, a  las  veces,  ininteligible  para  los  profanos.  Y  es  que  se  necesita 
una  profunda  consonancia  para  intuir  todos  los  estratos  de  la  con- 
ciencia de  otro  espíritu  y  adivinar  así  las  alusiones  a  ellos. 

De  su  gramática  no  hay  que  hablar,  porque  ya  Rafael  López 
le  auguró  excomunión  mayor. 

Mas  sí  cabe  hablar,  al  paso,  de  su  filosofía,  aunque  haya  en  el 
mundo  más  cosas  de  las  que  puedan  soñarse  en  ella.  Es  desencan- 
tada y  amarga.  El  poeta  ha  dicho  valientemente  que  asistirá  con 
sonrisa  depravada  a  las  ineptitudes  de  la  inepta  cultura;  que  toda 
la  ciencia,  la  zurda  ciencia,  cabe  en  la  axila  de  una  danzarina,  y  que 
la  norma  de  la  vida  es  Eva  montada  en  la  razón  pura. 

¡Que  en  honor  de  estas  afirmaciones,  por  los  milenarios,  des- 
calzas y  purificadas  las  juventudes  vayan  en  peregrinación  a  su 
sepulcro,  que  ha  de  estar  ornado  de  una  imagen  bifronte:  por  un 
lado  un  Salicio  plorante;  por  el  otro  un  reprobo  que  tendrá  en  la 
mano  un  candil  en  forma  de  nave! 

GENARO  FERNÁNDEZ  MAC  GREGOR. 


LOS  TRES  PERFILES 

EN   LA.    MUEBTE    DK    RAMÓN    LÓPEZ    VELARDE 

(A  mis  amiiros  y  sus  atniffot  Rafael  Lopes,  Enri- 
que Fernández  Ledesma  y  Jesíís  B.  González 

TENÍAS  tres  perfiles.  Tu  humamdad  nos  vino 
de  lejos,  aún  más  lejos  que  nos  llegó  el  Rabino: 
uno  de  tus  perfiles  llegó  de  las  Pirámides, 
hembras  de  brofwe  han  puesto  luto  sobre  sus  clámides; 
¡a  Esfinge  del  Desierto  su  cólera  no  aplaca 
y  sueltos  los  cabellos,  Marta  l<i  egipciaca- 
humedece  de  lágrimas  la  abtmdante  melena 
del  León  legendario  que  descampa  en  la  arena. 
Un  girón  de  la  noche  mancha  el  cielo  tranquilo, 
sangra  el  8oi,  como  un  César,  en  las  aguas  del  A  ¿ío, 
aguas  como  tu  vida  que  aquí  estaba  en  rehenes 
reflejando  a  la  Imva  claran  Jeimsalenes, 
joyantes  Macedonias  y  ampliar  Alejandrías, 
todo  lo  que  es  en  smna  tu  perfil  de  otros  días, 
<mando  en  tus  arenaJes,  interior  del  Sahara, 
iha  cayendo  un  lento  caudal  de  luna  clara, 
de  tal  modo  que  entonces  fue  la  Esfinge  al  poeta 
y  dejó  en  sus  oídos  la  pafabra  secreta. 

Tendal  tres  perfiles.  Fue  la  clave  absoluta 
de  los  astros  entonces  quien  te  habló  de  la  ruta 
de  esta^  fierras  que  ha  siglos  separaba  al  azar, 
de  las  tierras  antigu<is  la  ouchilla  del  nw/r. 
Conociste   la  Atlántida  rara  y  maravillosa 
que  hinchó  al  viento  la  púrpura  de  tu  vela  armoniosa, 
y  llegaste  a  las  Indias.  La  'Atlántida  fue  el  puente 
'entre  estas  tiehras  vírgenes  y  el  viejo  Sol  de  Oriente. 


290  MÉXICOMODERNO 

Y  hallaste  aquí  una  parte  de  tu  raza  remota,, 
girón  de  la  cadena  que  el  mar  oculta  rota, 
venganza  de  los  dioses  que  las  gentes  han  visto^ 
más  de  ochocientos  años  antes  de  Jesucristo. 
Pronto  comunicaste  al  noble  Rey  poeta 

la  palabra  armoniosa  y  la  causa  secreta^ 

y  hubo  fastuosidades  y  hubo  versos  de  oro, 

admirables   alhajas  de  tu   propio    tesoro; 

la  Serpiente,  señora  de  la  Sabiduría, 

el  Águila,  que  el  nido  cerca  del  Bol  tejía, 

fiereza,  amor  y  a/udacia,  inspiración  y  anhelo, 

el  Caballero  Tigre  y  el  Flechador  del  Cielo. 

Tal  pasaron  los  lustros  en  los  que  hallaste  lauros\ 

hasta  el  advenimiento  del  tropel  de  centauros, 

cuando  viste  en  un  sueño  de  opulentos  desmanes, 

caer  el  Sol  difunto  sobre   los  tres  volcanes. 

No  opusiste  a  los  blancos  caballeros  gran  fuerza, 

que  la  ley  del  Destino  nadie  habrá  quien  la  tuerza;, 

y  si  el  Sol  ha  tenido  que  dejar  su  regazo 

nada  harán  a  la  postre  la  macana  y  el  brazo. 

Cuahutémoc  aun  hablaba  con  frases  armoniosas; 

tú  oíste  que  decía:  ^^mi  lecho  no  es  de  rosas''.., 

Y  al  dar  su  último  aliento,  corno  flor  a  la  brisa, 
recogiste,  sereno,  de  su  faz  la  sonrisa 

que  durante  treinta  años  de  tu  vida  presente, 
fuiste  mostrando  a  todos,  indiferentemente. 

Tenías  tres  perfiles.  El  tercero  que  obra 
desleído  en  las  páginas  fragantes  de  ^^ Zozobra'', 
y  acaso  en  el  rincón  de  tu  armario  severo, 
donde  quedó  suspenso  de  pronto  ^^El  Minutero', 
es  el  perfil  de  un  hombre  risueño  y  con  levita, 
que  cree  en  Jesucristo,  sueña  con  Afrodita 
y  deshoja  su  cordialidad  por  las  calles; 
hombre  de  hispano-américa  que  conoce  Ve7  salles, 
cultiva  los  afectos,  no  desprecia  el  cognac, 
y  goza  si  le  cuentan  lances  de  Bergerac. 
Supo  bañar  de  rosa  las  mejillas  resecas 
de  la  mística  musa  que  estudió  en  Zacatecas 


LOSTRESPERFILES  291 

y  la  tomó  utia  alegre  paloma  qíie  a  la  mano 
vmela  tranquilamente  para  comer  el  grano. 
8u  musa  provinciana  nunca  olvidó  el  hisopo, 
pero  al  altar  llegaba  »u  aroma  de  heliotropo, 
igual  que  si  Leonardo  oficiara  en  la  misa 
y  pidiera  la  santa  Comunión  Monna  Lisa. 

Tenían  tres  perfiles.  Y  fue  por  eso  acaso 
que  los  creyó  la  Muerte  tres  Ue7hzos  del  ocaso, 
y  como  una  cleptómana  que  viene  envuelta  en  sedas, 
penetró  en  tu  recámara,  robó  las  tres  monedas, 
y  en  su  lecho  de  púrpura,  cesáreamente  obsceno^ 
felinamente  duerme  con  ellas  en  el  seno; 
mietitras  por  ti  solloza  María  la  egipciaca, 
Netzahualcóyotl  mira  cómo  su  Sol  se  opaca, 
y  las  hembras  criollas,  ataviadas  de  luto, 
buscan  para  tus  sienes  el  laurel  absoluto. 
España  aquí  te  envía  {Yo  mellé  la  segur), 
los  laureles  del  Norte  y  las  palmas  del  Sur. 

México,  julio  de  1921. 

ALFONSO  CAMIN. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 


ME  parece  verlo  todavía,  con  sus  treinta  y  tres  años  ricos  de 
salud  espiritual  y  física,  hondamente  plantado  en  el  co- 
razón de  la  vida,  como  un  joven  encino  en  el  corazón  de 
la  selva. 

Me  parece  verlo  desgarbado  y  risueño,  enlutado  y  cordial,  con 
su  juventud  recoleta  echada  como  una  hija  de  María  en  el  lecho 
concupiscente  de  la  ciudad.  Una  hija  de  María  que  tuviese  el  pecho 
cubierto  de  escapularios  y  los  ojos  suspensos  de  todas  las  curiosi- 
dades, aun  de  las  más  acerbas. 

Me  parece  verlo  con  su  plumaje  de  pájaro  obscuro,  posado  en  la 
ilusión  de  la  hora,  hasta  hundir  en  ella  el  pico  agudo  y  antojadizo, 
todavía  endulzado  con  la  miel  de  las  frutas  que  el  señor  Cura  ben- 
dijo en  las  huertas  de  la  provincia. 

No  era  masón,  ni  Caballero  de  Colón.  Aunque  arquitecto,  no 
usó  otra  escuadra  y  compás,  que  los  que  con  un  gesto  irónico  puso 
en  sus  manos  el  destino  para  levantar  adoratorios  a  Nuestra  Señora 
de  la  Muerte.  Gesto  irónico,  porque  la  Virgen  que  priva  en  los  al- 
tares de  este  máximo  enamorado  de  la  vida,  acólito  de  sus  inquietu- 
des y  catecúmeno  de  sus  placeres,  es  la  muerte;  la  todopoderosa  y 
la  pontifical,  la  amante  incorruptible  e  inmóvil,  que  lo  esperaba  en  la 
noche  de  junio  para  desposarse  con  él  y  que,  llevada  de  una  coque- 
tería cruel,  cortaba  azahares  de  una  luna  de  jueves  santo,  para  la 
fiesta  de  las  bodas. 

Tampoco  era  Caballero  de  Colón.  Tenía  la  lírica  para  las  socie- 
dades y  los  ateneos.  Se  reservaba  su  religión  de  católico  para  sabo- 
rear mejor  la  voluptuosidad  del  remordimiento,  cuando  ceñía  deso- 
ladamente  las  ánforas  eternas  de  Afrodita  con  ásperos  cilicios  de 


RAMÓN     LÓPEZ    VELARDE  295 

penitencia.  Como  el  rudo  monje  del  desierto,  cuántas  veces  azo- 
taría con  el  hisopo  los  flancos  de  la  reina  de  Saba,  después  de  ha- 
berla acariciado. 

No  era  frivolo,  y  la  flor  de  las  elegancias  bulevarderas,  corría 
riesgo  de  marchitarse  a  la  sombra  de  su  borsalino.  Nunca  habría 
necesitado  para  sus  guantes,  dos  obreros  como  Brummel  que  exigía 
uno  sólo  para  el  pulgar.  Se  escandalizaba  de  mis  corbatas  vivaces  y 
de  mis  chalecos  optimistas.  Los  contemplaba  con  cierto  curioso  asom- 
bro, semejante  al  que  sintiera  un  misionero  de  la  Conquista,  viendo 
por  primera  vez  un  quetzal.  Indignado  contra  su  lúgubre  pergeño, 
que  me  parecía  amortajar  prematuramente  el  mérito  de  su  corazón 
florido,  le  decía  yo  entre  amistosas  bromas:  prende  a  tu  juventud 
un  manto  real,  como  si  fuera  hija  de  rey ;  mímala  como  a  la  amante 
más  hermosa,  por  fugaz,  de  la  vida ;  cómprate  un  canotier,  córtate 
un  temo  claro,  ponte  un  diente  de  oro.  El  se  reía  de  mis  consejos. 
Su  lujo  era  más  profundo  y  su  elegancia  menos  superñcial.  Estaba 
en  la  aristocracia  de  su  pensamiento,  burlador  de  las  cuadrículas 
vigentes  y  en  el  exquisito  son  de  su  lira,  desdeñosa  de  lisonjear  al 
vulgo  letrado.  Cada  vez  que  la  mano  de  López  Velarde  empujaba 
un  poema  a  la  plaza  pública,  aparecía  un  lucero  en  el  cielo  del  arte, 
entre  el  espanto  de  los  literatos  moderados  y  el  desconcierto  de  las 
literaturas  asustadizas.  Los  cenáculos  babeaban,  los  críticos  caían 
enfermos  de  ictericia  y  cambiaban  de  forma  algunos  rocallosos  crá- 
neos académicos.  No;  no  era  un  frivolo  este  "payito"  de  paso  can- 
cino,  que  atravesaba  las  avenidas  apretando  contra  su  pecho  una 
estampa  de  la  Virgen  de  su  pueblo,  mientras  enaltecía  y  gloriñcaba 
el  trivial  paisaje  provinciano,  con  la  sutil  paleta  de  Góngora  y  los 
endiablados  pinceles  de  Licofrón. 

Venía  de  la  provincia;  de  la  provincia  ubérrima  en  virtudes 
donde  está  encajada  la  espina  dorsal  de  la  patria.  Generalmente 
hablando,  en  la  provincia  se  forjan  los  mejores  ciudadanos,  los  hom- 
bres  más  útiles,  los  más  conscientes  artistas  y  los  poetas  más  gran- 
des. La  lámpara  del  hogar  provinciano  está  cargada  con  aceites 
más  limpios  para  alumbrar  los  deberes  y  hacer  visible  la  señal  del 
misterioso  destino.  De  la  provincia  vino  Herrán  a  incorporar  en 
sus  telas  de  sombra  el  dolor  de  los  indios  y  a  engastar  en  sus 
bermellones  ilustres,  el  cuerpo  caliente  de  las  criollas,  doradas  co- 
mo la  piel  de  los  pumas  bajo  la  gloria  de  nuestro  sol.  De  la  provincia 
vino  Díaz  Mirón  como  desprendido  del  regazo  de  OnfaJia,  a  sacudir 
en  el  Pindó  nacional  su  armoniosa  cabellera  de  color  de  jacinto.  De 


294  MÉXICO      MODERNO 

la  provincia  vino  Ñervo,  a  aplacar  las  marejadas  del  mundo  con  su 
gesto  franciscano,  aprendido  en  el  aula  mansa  de  su  colegio  de 
Jacona.  Y  de  la  provincia  vino  López  Velarde,  todavía  con  el  pie 
juvenil  de  su  musa,  enrojecido  por  las  bravas  puntas  de  la  peña 
¿acatecana. 

Musa  complicada  y  sencilla,  ingenua  y  paradójica,  periférica 
y  central,  como  él  mismo  decía.  Con  la  ansiedad  de  Margarita  de 
Borgoña  para  extenuar  a  innumerables  amantes  y  con  castidades 
de  la  Virgen  María  para  salvar  a  todos  los  pecadores.  Musa  que 
aunque  pasara  por  la  fiebre  de  la  ciudad,  pintada  y  ojerosa,  exten- 
diendo las  manos  ávidas  y  en  ademán  irrefrenable  al  rosal  de  la 
vida,  llevaba  en  los  cabellos  olientes  a  flor  de  durazno,  la  bendi- 
ción de  la  provincia.  Viéndolo  bien,  el  arrebol  de  sus  mejillas  per- 
tenecía al  tocador  de  las  auroras,  de  aquellas  que  besan  con  santa 
luz  el  campanario  del  terruño.  Y  las  ojeras  sólo  eran  un  reflejo 
de  las  hiedras  que  no  pudieron  profesar  y  que  se  quedaron  espe- 
rando su  turno  en  las  tapias  del  convento,  ya  con  los  cabellos  cor- 
tados bajo  sus  tocas  azules.  Y  todavía,  la  musa  provinciana,  a 
través  de  la  falda  y  el  refajo  de  seda,  hacía  crugir  las  blancas 
ropas  almidonadas  y  fieles  a  la  pulcritud  de  los  arcones  solariegos. 

Por  eso  le  bastó  la  evocación  de  la  provincia  en  todos  sus  as- 
pectos, para  dejarnos  su  St^ave  Patria,  en  que  con  las  cosas  más 
íntimas,  más  nuestras,  más  puras  y  más  profundas  de  la  mexicana 
vida,  hizo  un  canto  bendito  de  belleza  y  de  amor,  que  a  mí  me 
gustaría  repetir  como  un  himno  guerrero,  en  los  momentos  supre- 
mos de  nuestro  vivir  nacional. 

Los  que  lo  quisimos,  tenemos  que  consolamos  con  haberlo  in- 
tegrado a  la  tierra  dignamente.  Gracias  al  corazón  alerta  y  a  la 
inteligencia  de  Vasconcelos,  le  hicimos  funerales  de  príncipe,  como 
lo  que  era,  dejándolo  amorosamente  dormido  en  los  brazos  fríos 
de  Fuensanta. 

RAFAEL  LOPBZ. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 

IN   MEMORIA.M. 

LOCA  de  luz  su  lira, 
anegada  en  Apolo  su  fiel  pira 
de  metáforas,  tuvo, 
ingenuo  y  sensitivo, 
la  llama  de  amor  vivo 
que  lo  hizo  cantar  desde  el  perfecto  tubo 
del  ÓRGANO  litúrgico,  fuerte  y  contemplativo. 

(De  rrmy  lejos  la  voz,  sumisamente,  canta 
en  súplica  tenaz:  Ora  Fuensanta. .. 
REX  TREMENDAE  MAJESTATIS, 
QUI  SALVANDOS  SALVAS  GRATIS 
ILLUM  SALVA  FONS  PIETATIS ) 

Gmsíó  fugo  de  vides  en  la  Rosa 
del  Mundo;  fué  sincero 
para  pecar  y  para,  en  toda  cosa, 
hallar  siempre  un  pendón  aventurero. 

Su  paraíso  fue  sohria  manzana 
coronada  de  hojas  de  infinito; 
y  su  vital  poema  oual  un  augural  grito 
^anunciónos  la  aurora  de  Mañana. 

(Muy  lejana  la  voz,  sumisamente,  canta 
en  ruego  enardecido:  Ora  Fuensanta. . . . 
QUI  MARI  A  M  ABSOLVISTI 
ET  LATRONEM  EXAUDI8TI 
ILLI  QUOQUE  SPEM  DEDTSTI. . . ) 


296  MEXICOMODERNO 

Ramón  López  Velwrde : 

¡qiie  la  luz 

perpetun  luzca  para  tu  salud! 

, . .  .Mi  Alma  magdaletm,  puesta  en  cruz, 
llora  aún  a  los  pies  de  tu  ataúd. 

México,  Julio  de  1921. 

JOSÉ  D.  FRÍAS. 


RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE 


PAJIECE  que  un  destino  adverso  se  abate  sobre  los  artistas  de 
nuestro  país,  impidiendo  que  su  existencia  se  desenvuelva 
y  acabe  plácidamente  en  el  atardecer,  y  truncándola,  despia- 
dado, a  mitad  del  camino,  en  plena  luz. . .  Sin  ir  hasta  Gutiérrez 
Nájera  y  Othón,  muertos  así,  cuando  el  sol  cenital  doraba  sus  fren- 
tes, recordemos  en  estos  últimos  años  al  grupo  de  músicos  y  pinto- 
res y  poetas,  de  arquitectos  y  oradores,  a  la  flébil  teoría  que  forman 
Ricardo  Castro  y  Villaseñor  y  Lozano,  Acevedo  y  Arguelles  Bringas 
y  Saturnino  Herrán,  Ñervo  y  Urueta ;  unos  ya  frutos  sápidos  y  ma- 
duros, pero  aún  llenos  de  miel;  otros  apenas  trepando  la  cuesta  pi- 
na, en  risueña  juventud,  cuando  el  "divino  tesoro"  no  se  había  es- 
capado todavía  de  su  alma  y  de  su  carne,  cuando  asían,  con  la  ma- 
no y  el  espíritu  ansiosos,  las  cerezas  de  la  pasión . . . 

Hoy  es  Ramón  López  Velarde . . .  Hoy  es  este  gran  muchacho, 
nobilísimo  en  su  arte  y  en  su  vida,  todo  sinceridad  y  emoción,  todo 
ánimo  cordial,  todo  impulso  generoso  y  amable.  Hoy  es  este  exqui- 
sito poeta  que  en  versos  ora  simples,  ora  complicados,  a  veces  olien- 
tes al  tomillo  de  los  campos,  a  veces  al  incienso  de  la  iglesia  de  su 
provincia,  a  veces  también  al  penetrante  y  fuerte  humor  de  la  urbe, 
pero  siempre  esenciales  y  elegantes,  supo  elevar  nuestros  espíritus 
en  comunión  con  el  suyo. 

Hoy  es  este  hombre  bondadoso,  imbuido  en  una  prístina  fe  ca- 
tólica, sano  moral  y  físicamente,  que  se  dobla  al  golpe  de  la  Átro- 
pos inexorable  cuando  apenas  había  traspuesto  los  años  mozos, 
cuando  parecía  tener  por  delante  la  vida,  es  decir,  la  dicha  ponde- 
rada, el  fluir  y  refluir  del  espíritu  alentando  en  una  labor  pura  y 
fructuosa. 

. .  .No  es  éste    el  momento  de  hacer  crítica  de  su    obra.  Nos 

M.  M.-4 


298  MÉXICO    MODERgNO 

conturba  una  profunda  pena,  nos  embarga  una  sincera  emoción  que 
humedece  los  ojos  y  pone  temblores  en  la  garganta.  Mañana  se 
hará  esa  labor  de  aquilatamiento  y  de  análisis,  y  se  nos  dirá  lo  que  de 
su  obra  es  efímero,  si  algo  en  ella  hay  efímero,  y  lo  que,  inmutable, 
será  rumbo  para  las  nuevas  generaciones  literarias  de  México . . . 

Nosotros,  rodeando  el  cuerpo  inerte  del  joven  poeta,  que  baja 
a  la  tumba  en  esta  bella  mañana  de  junio,  no  hacemos  sino  llorar 
su  partida  inesperada,  y  lamentar  la  ausencia  definitiva  de  su  fi- 
gura toda  simpatía,  de  su  espíritu  todo  amistad . . . 

Y  sobrecogidos  de  dolor  ante  la  catástrofe,  damos  a  este  hom- 
bre inteligente  y  bueno  nuestra  emocionada  despedida,  anhelando, 
con  un  fervor  y  una  sinceridad  íntimos,  que  su  cuenx)  halle  paz  ba- 
jo la  tierra  que  dentro  de  unos  minutos  va  a  cubrirlo,  y  que  su  al- 
ma goce  eternamente  de  Dios . . . 

ALEJANDRO  QUIJANO. 


A  RAMÓN  LÓPEZ  VELARDE,  Q.  E.  P.  D 
elegía  apasionada 

SOLO,  con  ruda  soledad  marina, 
se  fue  por  un  sendero  de  la  luna, 
mi  dorada  madrina, 
apagando   sm   Imes   comp   una 
pestaña  de  lucero  en  la  nehlvna. 

El  dolor  me  sangraba  el  pensamiento 
y  en  los  labios  tenía 
como  una  rosa  negra  mi  lamento. 

Las  azules  canéforas  de  mi  melancolía 
derramaron  sus  frágiles  cestillos 
y  el  sueño  se  dolía 
con  la  luna  de  lánguidos  lehreles  amanllos. 

Se  pusieron  de  púrpura  las  liras; 
las  mujeres  en  hilos  de  lágrimas  suspensas, 
cortaron  las  espiras 
blandamente  aromadas  de  sus  trenzas. 
Y  al  romper  mis  quietudes  vesperales 
el  gris  destas  congojas, 
las  oí,  resbalar  como  las  hojas 
en  los  rubios  jardines  otoñales. 

Apaguemos  las  lámparas,  hermanos ... 
De  los  dulces  laúdes 
no  muevan  los  cordajes  nuestras  manos. 
Se  nos  murieron  las  Siete  Virtudes 
al  asomar 
los  labios  finos  del  amanecer. 

¡Ponga  Dios  una  lenta  lágrima  de  mujer 
en  los  ojos  del  mar! 

1921  JOSÉ  GOROSTIZA  ALCALÁ, 


RAMÓN  LÓPEZ  VE  LARDE 


E3TE  es  el  tipo  del  poeta  futuro.  La  detonancia  irascible  huyó 
despavorida  en  su  presencia  noble  y  suave.  Y  nadie  como  é!, 
vivió  cada  verso  y  cada  frase.  Hurgó  la  frase  cabal  y  adi- 
vinó como  nadie,  dentro  de  nuestras  exiguas  ascendencias  patrias, 
la  más  íntegra  y  sintética  expresión  de  belleza.  Porque  si  pasa 
hasta  la  fecha,  con  salvedades  honrosas,  por  un  obscuro  y  diabólico 
hacedor,  yo  aseguro  con  mi  sinceridad  que  esto  se  debe  a  que  bajó 
aterrizando  en  un  vuelo  caduco,  desde  la  cumbre  del  árbol  del  bien 
y  del  mal,  después  de  oir  la  voz  trombal  de  Dios  que  le  habló,  cuan- 
do el  pelillo  áureo  de  las  manzanas  paradisiacas  lo  embelesaban. 

Nunca  como  hoy,  y  muy  a  propósito  de  su  obra,  es  urgente 
una  revaluación  literaria.  Debemos  situar  a  cada  uno  donde  es  su 
lugar,  porque  en  el  moderno  engranaje  hay  orientaciones  contra- 
dictorias. La  finalidad  bella,  es  la  sola  exigencia,  ya  que  la  obra 
proviene  de  un  benéfico  desgaste  central.  Los  motivos  son  solamente 
los  "afiances'*  de  las  emociones,  los  agentes  en  que  subjetiva  la 
belleza,  pero  lo  íntimo  queda  en  aptitud  de  abrazar  los  tropeles 
sensoriales.  Ningún  poeta  como  éste  desdeñó  altivamente  los  falsos 
reductos  de  escaso  quilataje,  las  tristezas  apócrifas,  los  cosquilieos 
parnasianos  o  románticos.  Estos  antídotos  atestiguan  su  vulgar 
aplicación,  en  los  casilleros  de  todas  las  droguerías.  Ya  pueden  se- 
guir creaciones  de  lunas  mártires,  de  fuentes  silenciosas,  de  torres- 
palomares  alargadas  en  los  crepúsculos ....  y  el  arresto  de  la  última 
lágrima,  falsa,  como  la  cera  de  las  perlas.  La  frase  manoseada,  la 
iníperecedera  sillería  común.  Cántese  lo  que  se  quiera,  pero  cán- 
tese. Y  que  la  caterva  no  nos  venga  a  decantar  con  su  "humo  pro- 
pio," porque  ya  la  chimenea  estaba  ahumada  y  era  de  arrojarse  al 
balcón  y  vocear  al  primer  deshollinador.  ¡  No  es  la  influencia  Ig  des- 


RAMÓNLÓPEZVELARDB  fét 

deñada,  sino  el  trasunto,  porque  el  linaje  es  lícito:  Hugo  bebió  a 
Ossian,  Darío  a  Verlaine,  López  Velarde  a  Góngora.  Pero  la  teoría 
de  menores,  aceptémosla  como  menor,  y  los  que  lucen  combta  y 
los  que  se  laudanizan,  y  los  que  van  a  los  juegos  florales.  Pero  que 
aquel  que  sea,  haya  sido  alcanzado  por  la  íntima  unción  del  venerable 
aeda  ciego,  i  Y  que  el  dolor  lo  tenga,  atado  como  a  Sebastián  y  fle- 
chado y  sangrante ! 

Ramón  López  Velarde  es  único.  Aún  no  regresa  el  cortejo  de 
darle  el  adiós  definitivo,  y  es  que  se  han  extraviado.  Al  echarle  la 
primera  palada  gris,  se  desprendió  de  su  órbita  estelar  el  SagitS/- 
rio ... .  y  estamos  en  tinieblas. 

Sus  antenas,  nutridas  en  las  caudas  de  gases  de  las  almas — 
cuando  manejaba  el  orto,  como  a  un  tiro  nevado  de  renos — hoy  nos 
exigen  dejar  el  paludismo  de  mucho  tiempo,  para  decirle  estas  zur- 
das frases  de  amor,  frente  a  su  agonía : 

Ramón,  esta  estafeta  va  perdida,  en  pos  de  tu  ascensión  al 
tercer  día,  soltada  como  un  papalote  en  un  día  de  huracán,  por  un 
aprendiz  que  no  sabe  llevar  tus  ciriales. 

Supiste  el  alfabeto  de  las  rosas,  de  nuestros  jardines  fami- 
liares, descifraste  el  milagro  de  las  naranjas  y  de  los  nidos  de 
tu  plaza  de  armas,  y  con  tu  sangre  le  hiciste  el  ataúd  a  Fuensanta, 
pero  en  los  funerales  se  te  ahogaba  el  corazón  y  ella  no  conoció 
las  sales  de  tus  lágrimas. 

Cuando  te  conocí,  tu  ambiente  poético  excepcional  me  suscitó 
figuras  que  nacieron  de  la  trituración  de  tu  caudal.  Llegaste  hasta 
mí  como  un  carcelero  a  quien  se  le  está  muriendo  un  hijo,  y  que 
trae  en  bandeja  de  oro  mi  sentencia  de  muerte  y  que  al  salir  no 
echa  la  aldaba  paulatina.  Tu  breviario  sin  Torquemada  y  con  Je- 
sús, que  fue  tu  vida  y  tu  arte,  con  las  27  letras  enjaulaste  las  27 
provincias. 

Tu  dotación,  sin  ser  jamás  de  salva,  se  situó  bajo  la  sombra 
de  tu  conciencia  y  oyó  tras  el  pliegue  de  la  túnica  terrosa  de  los 
sentidos,  las  ruidosas  columnas  de  las  fraguas  eternas. 

Tutela  del  silencio  y  de  la  discreción,  -explotada  en  la  erección 
de  pequeños  motivos.  Corrosivo  hemistiquio,  antagónico  del  hemis- 
tiquio de  los  explosivos.  Ornamentos  frescos  para  la  misa  cotidiana, 
en  mágicos  sabores  y  en  reflexionados  y  fugaces  acentos  con  la 
isabilidad  de  los  peces.  El  maravilloso  empleo  del  adjetivo  tuerce 
todo  el  valor  de  las  frases  y  la  agilidad  del  concepto,  inesperada, 
luce  los  grandes  valores  complementarios.  Entendámoslo  a  golpe  de 


303  M  E  X  I  C  o    M  o  D  E  R  N  o 

fotógrafo,  cuya  cámara  queda  deshecha  en  la  revelación.  En  las  hu- 
mildes pezuñas  de  la  bestia  nació  un  hermoso  poema,  como  de  la 
alada  cauda  de  una  mujer  han  salido  sus  estrofas  vitales.  Y  bien 
hubiera  podido  en  una  noche  invernal,  al  caer  el  año  en  su  lecho 
de  vejez,  esperar  ávido  la  llegada  de  los  reyes  magos  cargados  de 
juguetes.  Su  tristeza  es  incompleta,  desasonada,  inquietante.  Su 
tormento  viviendo  en  una  penuria  de  motivos,  como  si  todo  él  no 
fuera  sino  una  franqueza  de  antigüedades,  desafín  de  la  electrici- 
dad y  afín  de  las  bizarras  vajillas  de  Tonalá. 

Más  tarde  se  volvió  hacia  la  onda  y  se  trocó  en  primer  flechero, 
pero  en  la  curvatura  plena,  cuando  el  garfio  iba  certero,  se  desplomó 
la  taberna  de  la  Muerte  y  lo  encontró  en  el  corazón  tibio  y  blando, 
la  resaca  del  dolor  batiendo  el  azahar  de  Fuensanta  y  en  los  ojos 
los  siete  colores  en  una  lágrima 

Cuando  yo  muera,  mi  corazón  difundido  en  los  osarios  del  éter, 
saliendo  al  llamado  de  Dios,  pedirá  empapado  en  lágrimas  de  hijo 
que  vio  desaparecer  a  su  padre  al  darle  la  voz,  apagar  en  un  sólo 
grito  estrangulado,  las  trompetas  de  su  juicio  final! 

Ags.,  julio  5  de  1921. 

LUIS  AUGUSTO  KEGEL. 


L 


FLOR  SILVESTRE 

BIT  LA  TUMBA  DE  RAMÓN  LÓPEZ   VBLARDE 

A  Esfinge  ha  pronmiciado  wna  palabra  extraña. 


Hrní  temhlado  las  rosas...  I  sis  rasgó  su  velo. 
Y  yo  que  he  comprendido  la  paz  de  la  Montaña, 
Lloré,  (mando  la  alondra  tendió  al  Amor  su  vuelo. 

Azul  es  la  mañana  de  la  Muerte  en  victoria 
y  es  síml)olo  la  frágil  carrera  de  la  Vrisa... 
De  un  gran  vigor  tronchado  surge  un  afán  de  gloria^ 
porque  la  Vida  tiene,  allá. . .  a  lo  lejos:  ¡Risa! 

México,  a  22  de  junio  de  1921. 

JUAN   E.   COTO. 


INSTANTÁNEAS  MUSICALES 


GUADALAJARA,  la  florida  y  culta  ciudad  de  Occidente,  mar- 
cha a  la  vanguardia  de  nuestro  adelanto  musical.  Es  la  tie- 
rra de  los  cantos  y  los  perfumes,  y  sus  mujeres,  que  son  ro- 
sas vivientes,  llevan  siempre  a  flor  de  labio  una  canción.  De  los  pa- 
tios, cuyos  muros  decoran  las  más  variadas  plantas  trepadoras, 
salen  en  las  quietas  noches  de  plenilunio  los  aromas  como  himnos 
de  la  tierra  y  los  cantos  como  esencia  grata  del  sentimiento.  La 
ciudad  se  envuelve  en  su  manto  florido  y  se  arrulla  con  el  coro  de 
olas  de  su  Lago,  que  ha  sabido  inspirar  a  sus  rapsodas  la  bella 
canción : 

Las  olas  de  la  laguna 
una^  vienen  y  otras  van; 
unas  van  para  Sayula 
y  otras  para  Zapotlán. 


LA  SOCIEDAD  DE  CONCIERTOS.— Un  grupo  de  entusiastas 
cultivadores  de  la  música  ha  logrado,  con  inteligencia  y  constancia, 
fundar  y  sostener  una  Institución  artística  que  honra  a  Jalisco. 
Ese  grupo  ha  sabido  crear  en  tomo  suyo  un  ambiente  favorable 
al  desarrollo  de  la  cultura  musical  y  comienza  ya  a  recoger  los  fru- 
tos: los  festivales  que  mensualmente  se  efectúan  en  el  gran  Tea- 
tro Degollado,  obtienen  un  éxito  creciente.  Es  una  vergüenza  para 
la  Capital  de  la  República  no  contar  con  una  Sociedad  de  Concier- 
tos como  la  que  existe  en  Guadalajara.  (La  benemérita  Sociedad 
de  Música  de  Cámara  ha  restringido  su  acción  a  un  pequefto  núcleo 
de  aficionados — extranjeros  en  su  mayor  parte — ^y,  por  consiguien- 
te, su  campo  de  actividad  es  bien  limitado). 


INSTANTÁNEAS  MUSICALES  |05 

En  uno  de  los  últimos  festivales  de  dicha  Sociedad  tapatía 
pude  apreciar  lo  mucho  que  se  ha  adelantado  en  el  camino  de  la 
cultura. .  .y  de  la  educación  en  el  público  que  asiste  a  oír  música: 
un  silencio  casi  absoluto  reina  durante  la  ejecución  de  los  núme- 
ros del  programa.  El  intérprete  musical  experimenta  la  sensación, 
en  determinados  momentos,  de  que  la  inmensa  sala  está  completa- 
mente vacía. 


EN  EL  HOSPICIO. — Un  patio  encuadrado  por  largos  corredores 
y  convertido  en  jardín  espléndido  alegra  la  vista  del  visitante.  La 
piedad  de  algunas  almas  buenas,  con  tierna  delicadeza,  propor- 
ciona a  las  pequeñuelas  desheredadas  un  regalo  constante  para 
sus  ojos,  las  flores,  y  un  placer  exquisito  para  sus  almas:  los 
cantos. 

Las  niñas  no  saben  música.  No  conocen  ni  una  nota.  Apren- 
den las  obras  de  oído.  ¿Os  imagináis  que  se  trata  de  canciones  fá- 
ciles y  breves  ?  Nada  más  erróneo.  Cantan  fugas  complicadas  y  co- 
ros difíciles  de  un  Oratorio  de  Massenet.  La  intuición  musical  de 
estas  chicas  es  sorprendente.  Las  segundas  voces  atacan  sin  va- 
cilar el  tema  propuesto  por  las  sopranos  y  conservan  entonación  y 
ritmo  a  través  de  la  maraña  sonora.  Esas  niñas,  pienso  yo,  deben 
aprender  solfeo.  ¡Cuánto  trabajo  se  ahorrarían  sabiendo  leer  la 
música!  Las  canciones  son  los  postres  del  suculento  festín  lírico. 

Y  hasta  el  jardín,  bañado  ya  por  los  oros  del  crepúsculo,  lle- 
gan las  voces  infantiles  y  tristes  de  aquel  enjambre  que  no  ha  co- 
nocido las  ternuras  maternales  ni  la  dulzura  del  hogar: 

Mdrchita  él  alma,  triste  él  petisanvisnto . . . 

* 

I 

LOS  CONCURSOS  DE  PIANO.— El  salón  es  una  jaula  de  pája- 
ros. Las  alumnas  conversan,  ríen,  comentan.  ¿Cuál  de  ellas  será  la 
vencedora?  El  público  se  impacienta.  Por  fin,  el  jurado  llega.  Suena 
un  timbre  y  comienza  el  desfile.  Manos  nerviosas,  manos  ágiles, 
míanos  guiadas  por  el  entusiasmo  o  paralizadas  por  el  miedo,  desflo- 
ran el  poético  Valse  de  Villanueva  y  una  página  intrincada  de 
Moszkowsky. 

Todos  los  GOnourmnieSy  señoritas  y  jóvenes,  acusan  excelente 


3o6  MÉXICOMODERNO 

dirección  en  sus  estudios  pianísticos.  El  Director  lee  los  nombres 
de  las  triunfadoras  y  el  público  aplaude.  ¿Habremos  dado  un  fa- 
llo justo?  ¿Cuántas  veces  el  más  audaz — aunque  no  sea  el  más  in- 
teligente y  estudioso — vencerá  a  la  hora  de  la  prueba?  Y  pienso  en 
los  vencidos.  ¿No  sentirán  ensombrecida  su  radiante  juventud  por 
la  derrota?  Decididamente,  soy  enemigo  de  los  concursos. 


LA  ORQUESTA. —  Hay  disciplina  e  inteligencia  en  la  orquesta 
de  la  Sociedad  de  Conciertos.  Músicos  abnegados  que  tocan  por  la 
gloria  de  su  arte,  como  los  obreros  medioevales  trabajaban  por  la 
gloria  de  su  Dios  en  las  agujas  de  las  catedrales  góticas.  Héroes  ig- 
norados, esconden  su  personalidad  en  bien  de  la  homogeneidad  del 
conjunto.  "¿Qué  sabemos  de  ellos?  Nada  a  casi  nada.  Son  sacerdotes, 
y  sus  nombres  no  nos  importan.  Están  juntos,  cautivos  del  vértigo 
que  nos  darán.  Desde  el  momento  que  se  reunieron,  constituyen 
un  testimonio  de  humanidad  superior,  pues  llevan  dentro,  como 
todos  nosotros,  el  amor,  el  terror,  el  odio,  el  éxtasis,  la  caricia,  el 
enloquecimiento,  la  derrota  y  el  triunfo;  mas  pueden  y  deben  ex- 
presarlos como  una  oración,  como  un  examen  público  de  la  concien- 
cia humana,  y  nosotros  les  hemos  encargado  de  ello.  En  ese  grupo 
de  hombres  erigido  en  ejemplo  hay,  pues,  como  un  compendio  del 
mundo  sensible  y  del  mundo  moral".  (Mauclair.  La  Religión  de  la 
Música). 

Con  los  nuevos  instrumentos  de  viento  y  madera  que  ya  se  han 
encargado,  la  orquesta  de  Guadalajara  podrá  ser  considerada  como 
una  de  las  agrupaciones  sinfónicas  más  importantes  de  la  República. 

Fuera  del  ensayo  y  del  concierto,  se  acaban  la  gravedad  y  la 
disciplina  en  los  músicos  que  constituyen  el  núcleo  orquestal.  Los 
epigramas  vuelan,  los  chascarrillos  prenden  sonrisas  en  los  labios, 
la  alegría  se  desparrama  por  las  diferentes  familias  de  la  orquesta, 
como  las  claras  aguas  de  una  fuente.  Y  en  los  Colomos — ¡  panorama 
delicioso! — en  ágape  fraternal,  todos  abrimos  nuestros  corazones 
a  la  cordialidad  y  a  la  sana  expansión  del  espíritu  en  una  límpida 
mañana  inolvidable. 


UN  BELLO  EJEMPLO.— ¡  Si  en  todas  las  Capitales  de  los  Esta- 
dos jse  organizarán  Sociedades  artísticas  semejantes  a  la  Sociedad  de 


INSTANTÁNEAS   MUSICALES  jo? 

Conciertos  de  Guadalajara  J  ¡  Si  los  músicos  de  la  República,  dándose 
cuenta  de  la  trascendental  labor  cultural  que  están  llamados  a  des- 
empeñar, se  agrupasen  en  sus  respectivos  Estados  e  imitasen  el  be- 
llo ejemplo  de  los  filarmónicos  tapa  tíos!  En  poco  tiempo  nuestra 
cultura  musical  alcanzaría  un  desarrollo  que  ahora  no  podemos 
calcular.  De  realizarse  esto,  ya  habría  una  razón  para  que  los  jóve- 
nes dotados  de  aptitudes  de  concertistas,  siguieran  la  carrera  de 
recitalistas.  Las  sociedades  musicales  establecidas  en  las  principa- 
les ciudades  del  país,  avivarían  el  entusiasmo  que  para  todo  lo  que 
a  música  se  refiere  existe  en  nuestro  pueblo  y  el  intercambio  de 
virtuosos  mexicanos  entre  las  diferentes  regiones  de  la  República, 
serviría  de  grande  estímulo  para  nuestros  incipientes  artistas. 

Guadalajara  ha  dado  un  importante  paso  en  el  camino  del  pro- 
greso musical  al  establecer  y  sostener  una  Sociedad  de  Conciertos 
que  no  sólo  da  prestigio  a  la  bella  Capital  tapatía,  sino  al  país  entero. 

¿Cuándo  llegará  el  momento  en  que  sacudiendo  nuestra  ances- 
tral pereza  imitemos  el  alto  y  noble  ejemplo  de  solidaridad  artística 
y  social  que  nos  presenta  la  Perla  de  Occidente? 

El  día  que  emprendiésemos  semejante  tarea,  podríamos  afirmar 
que  la  cultura  musical  de  nuestro  país  estaba  asegurada. 

MANUEL  M.  PONCE. 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 

SECCIÓN    A    CAKGO    DE 

MANUEL      M.      PONCE 


Oaruso   fue  un   artista   afortunado: 
desde  muy  joven  conoció  lag  dulzuras 
del  triunfo;  más  taMe,  la  gloria  y  la 
riqueza  llenaron  sai  vida  de  satisfac- 
ciones  raras  veces  conocidas  por   los 
artistas  y,  finalmente,  la  muerte  lo  li- 
bró   de   una   decadencia    irremediable 
cuyos  primeros   síntomas  se   anuncia- 
ban ya.     En  los  últimos   tiempos,   el 
gran  tenor  se  fatigaba  extraordinaria- 
mente   durante    las    representaciones. 
Km-onquecla   con    frecuencia.    Recorda- 
mos a  este  propósito  la  angustiosa  in- 
terpretación del   último   acto   de  Ma- 
non de  Puccini,    representada    duran- 
te la   temporada  Caruso  en  el  teatro 
Iris  de  esta  ciudad.  Ea  tenor  ludió,  en 
el  curso  de  dicha  i^epresentación  con 
las  frecuentes  rebeldías  de  sus  cuerdas 
vocales  y  si  salió  avante  de  tan  dura 
prueba  fue  gracias  a  su  arte  admira- 
ble basado  en  su  excelente  manera  de 
respirar.  La,  muerte  evitó  con  su  brus- 
ca aparición  que   el   célebre   cantante 
apurase  el  cáliz  amargo  del  deseniga- 
fio,  que  sintiese  la  frialdad  de  los  pú- 
blicos atraídos  por  la  juventud  avasa- 
lladora de  los  nuevos  astros  de  la  es- 
cena, que  oyese  los  I  pobr»  Oaruso !  co- 
mo triste  comentario  de  sus  primeros 


fracasos.  La  muerte  cortó  su  existen- 
cia en  plena  gloria,  cuando  saboreaba 
los  ricos  frutos  de  su  brillantísima  ca- 
rrera. 

En  Ñapóles,  en  1868,  nació  Enrice 
Caruso.  El  Sr,  Key,  en  interesantes 
datos  sobre  la  vida  del  famoso  tenor, 
dice  que  Caruso  cantó  como  niño  de 
Coro  en  una  iglesia  de  su  ciudad  natal. 
Más  tarde,  cuando  llegó  la  época  do  la 
muda  de  la  voz,  el  futuro  ídolo  de 
los  públicos,  cantaba  en  los  cafés,  en 
cuya  atmósfera  poco  propicia  para  des- 
arrollar las  facultades  de  un  artista, 
le  encontró  el  barítono  Missiano  y 
lo  presentó  con  su  propio  maestro,  el 
Sr.  Vergine.  Tres  años  estudió  con 
este  profesor,  quien  no  se  mostraba  en- 
tusiasta de  su  nuevo  alumno.  Su  pri- 
mera aparición  en  un  eiscenario  fué 
con  motivo  de  la  representación  del 
Amico  Francesco,  ópera  de  un  mú- 
sico poco  conocido,  Morelli,  y  en  cuya 
interpretación  se  distinguió  notable- 
mente. Ochenta  liras  recibió  Caruso  por 
cuatro  representaciones  y,  además,  pa- 
gó el  traje. 

La  interpretación  dea  Amioo  Fran- 
cesco 1©  proporctonó  un  nuevo  oontEa- 
to  en  el  teatro  de  Caserta,  donde  siguió 


EL  ARTE  MUSICAL  EN  EL  MUNDO 


?09 


conquistando  aplausos.  Seiscientas  liras 
mensuales  ganaba  ya  cuando  fue  a 
Egipto,  y  a  su  regreso  a  Italia,  le  fue- 
ron pagadas  setecientas  liras  mensua- 
les en  el  teatro  Bellini,  de  Ñapóles.  La 
ópera  elegida  para  la  apertura  de  este 
teatix),  fue  Rigoletto.  Caruso  cantó 
mal,  cohibido  por  la  presencia  de  un 
tenor  de  fama  que  se  encontraba  en 
primera  fila.  Esta  fue  una  de  las  pocas 
noches  desgraciadas  del  tenor. 

Su  reputación  había  traspasado  la? 
fronteras  italianas  y,  después  de  can- 
tar con  éxito  en  Bologna,  Milán,  Ge- 
nova y  Livorno,  emprendió  un  viaje 
a  Rusia,  en  cuyas  principales  ciudades 
cantó,  en  1899.  Por  esa  época  realizó 
una  espléndida  temporada  en  Buenos 
Aires,  y  a  su  regreso  a  Italia  tenía  tres 
contratos  para  los  años  siguientes,  por 
los  que  ganaba  el  primer  año  veinti- 
cinco mil,  el  segundo  treinta  y  cinco 
mil  y  el  tercero  cuarenta  y  cinco  mil 
liras  mensuales. 

En  Londres  debutó  con  Manon  de 
Puccini.  Su  primera  aparición  en  Nue- 
va York,  fue  en  1903,  con  Rigoletto. 
Desde  entonces  ocupó  el  puesto  de  pri- 
mer tenor  del  Metropolitan  y  llegó  a 
ser  el  ídolo  del  público  norteamieri- 
cano. 

El  gran  tenor  pasaba  los  inviernos 
en  los  Estados  Unidos  y  los  veíanos 
en  Londres  y  en  su  propiedad  cerca,  de 
Florencia.  En  el  término  de  16  aííos 
cantó  549  veces  en  el  Metropolitan  y 
ganó  más  de  un  millón  de  dólares-  De- 
Ja,  ademAs  de  su  hijita  Gloria,  dos 
hijos  de  su  primer  matrimonio,  uno  de 
los  cuales  estudia'  actualmente  en  la 
Culver  Military  Academy. 


En  México,  es  en  absoluto  descono- 
cida la  personalidad  artística  y  la  obra 


musical  de  Lili  Boulanger,  malograda 
musiquista  francesa. 
Camine   Mauclair  dedica   en   el   nd- 

un  bello  artículo  a  la  simpáüca  com- 
positora,  del  cual  tomamos  los  siguien- 
tes datos.  ^ 

Hija  de  un  masico  laureado  con  el 
premio  de  Roma,  nació  Lili  Boulan- 
ger  en  Parfs,  en  1893.  Su  hermana 
mayor  Nadia-excelente  organista-la 
inici^  en  la  carrera  musical,  para  la 
que  desde  luego  demostró  tan  excepcio- 
nales dotes,  que  a  los  seis  años  de  edad 
cantaba  las  melodías  de  Gabriel  Fauré 
Su  precaria  salud  le  impidió  seguir 
los  CUIDOS  del  Conservatorio  y  en  su 
propio  domicilio  recibió  las  lecciones 
de  Caussade  y  Paul  Vidal. 

En  1913  ganó  el  premio  de  Roma  con 
su  Cantata  Faust  ct  Héléne  y  partió 
para  la  Ciudad  Eterna  con  la  satis- 
facción de  ser  ella  la  primera  mujer 
que  obtenía  tan  señalada  recompensa. 
Este  corto  período  de  tiempo  fue  el 
más  feliz  de  su  vida.  Su  inspiración 
se  desbordaba  en  obras  de  real  impor- 
tancia, como  los  dos  poemas  de  or- 
questa De  una,  triste  noche  y  De  una 
mañana  de  Primavera,  en  la  Plegaria 
Indú,  en   Claridades  en  el  Cielo... 

Pero  la  enfermedad  destruía  impla- 
cablemente su  organismo,  aun  cuando 
su  espíritu  permanecía  lucido  e  intacta 
su  facultad  creadora.  "Nunca  como  en 
esa  época, — dice  Mauclair— trabajó  tan- 
to ni  penetró  mejor  los  secretos  de  su 
arte  y  las  inspiraciones  de  su  alma; 
obediente  a  las  voces  interiores,  lle- 
naba con  notas  escritas  con  lápiz,  en 
su  lecho,  albums  en  cuyas  páginas  el 
I)ensamIento  musical  se  formulaba  rá- 
pido, imperioso,  perfecto " 

En  1918  moría  en  plena  juventud  la 
que    hubiera    alcanzado,    ciertamente, 


^10 


MÉXICO    MODERNO 


lajs  más  adtm  cumbres  del  arte  musical 
francés. 

Lo  que  más  admira  eu  la  obra  de 
esta  genial  muchacha,  es  la  facultad 
para  expresar  las  más  complicadas  pa- 
siones, los  estados  de  alma  más  intrin- 
cados, sin  haber  conocido  otra  cosa  que 
la  vida  hogareña  y  monótona  que  su 
edad  y  su  enfermedad  le  imponían. 
"Tal  vez, — escribe  Mauclair — debería 
creerse  que  algunos  seres,  por  la  purie- 
za  y  el  sufrimiento,  han  sido  designa- 
dos paxa  ser  dignos  de  decir  lo 
que  centenares  de  artistas  muertos 
no  han  dicho  por  falta  de  tiem- 
po  "  "lia  rapidez  de  concep- 
ción y  de  ejecución  de  Lili  Boulan- 
ger,  cuya  obra  fue  creada  en  siete  años, 
muestra  que  pensaba  en  ideas  musica- 
les, como  ciertos  calculadores  piensan 
en  números.  Pero  su  música  es  la.  enun- 
ciación de  mil  y  mil  voces  desconoci- 
das. Entre  ellas  ^e  distingue  la  suya; 
pero  nunca  sola.  \Es  una  música  cav' 
gada  de  alnuis  que  resplandece  sobre 
la  individualidad  que  la  concibió.  Y 
en  el  arte  de  esta  niña  débil,  hay  la 
potencia  de  un  elemento." 


Con  los  recientes  viajes  de  la  señora 
Schumann-Heink  y  de  Mischa  Elman  a 
China  y  Japón,  se  ha  abierto  para  los 
concertistas  europeos  una  nueva  fuente 
de  explotación.  En  el  Imperio  japonés, 
especialmente,  la  música  europea  es 
muy  gustada  y  bien  comprendida  por 
los  nativos,  como  lo  prueba  el  hecho 
de  que  el  violinista  Elman  haya  te- 
nido casa  llena   en  los  ocho  recitales 


que  dio  en  el  Japón,  no  obstante  lo  ele- 
vado de  los  precios:  quince  pesos  el 
asiento. 

Lo  que  más  llamó  la  atención  del 
virtuoso  en  el  país  del  Sol  Naciente 
fue  la  cortesía,  personal  y  colectiva  de 
sus  habitantes  y  la  curiosidad  que  és- 
tos demostraban  por  conocer  los  más 
pequeños  detalles  acerca  del  arte  eu- 
ropeo. Mostrábanse  encantados  al  oír 
el  violín  y,  en  el  curso  de  las  audicio- 
nes, llenaban  el  escenario  con  marfíles. 
lacas  y  vsedas,  como  homenaje  al  ar- 
tista. 

En  Tokio,  la  Filurm&mca  obsequió  un 
banquete  a  Mischa  Elman.  En  esa  oca- 
sión 'le  fue  entregada  una  tarjeta  con 
un  poema  en  japonés  del  conde  Otani. 
En  dicha  tarjeta  se  leía :  "en  recuerdo 
del  talento  sobrenatural  del  señor  El- 
man.—Todos  los  pájaros  enmudecieron 
para  escuchar  encantados  sus  melodías 
más  dulces  que  la  flauta  del  ruiseñor 
y  que  el  arpa  del  jilguero." 

Esta  feliz  experiencia  del  celebrado 
violinista,  repetida  con  igual  resultado 
por  la  señora  Schumann-Heink,  en  su 
viaje  al  Japón,  significa,  quizá,  el  prin- 
cipio de  futuras  actividades  de  los  con- 
certistas eu  los  países  del  Extremo 
Oriente. 

¿Esta  nueva  corriente  artística  a  tra- 
vés del  océano  Pacífico  traerá  a  Nor- 
teamérica y,  por  consiguiente  a  Eu- 
ropa, nuevos  elementos  melódicos  y  ar- 
mónicos ocultos  en  las  exóticas  tonali- 
dades de  esos  viejos  y  herméticos  pue- 
blos?  He  aquí  una  cuestión  que  el  tiem- 
po se  encargaiA  de  resolver. 


Nota  de  la  REDACCióN.-En  esta  sección  se  dará  cuenta  de  todos  los  acontecimientoi 
musicales  importantes  de  que  se  reciba  noticia,  y  se  hará  juicio  de  aquellos  conciertos,  recita- 
les, exámenes,  etc.,  a  los  cuales  haya  sido  invitado  México  Moderno. 


REVISTA      DE      LIBROS 

SECCIÓN    1    CÁBQO    DI 

GENARO      ESTRADA 


EL  ALMA  NUEVA  DE  LAS  COSAS 
VIEJAS.  —  Poesías.— 1921.—  Alfonso 
CraiHOío.— Nuestros  artistas  y  escri- 
tores (Ponce,  Montenegro,  Mariano 
8ilva,  el  malogrado  Acevedo,  etc.)  que 
iniciaron  su  carrera  desde  tan  diverso 
punto  de  partida,  lian  venido  a  con- 
verger, sin  embargo,  en  producir  obras 
de  inspiración  miexicana. 

Entre  éstas  descuella,  verbi  gratia, 
el  magnífico  libro  de  Genaro  Estrada 
El  Visiomario  de  la  Nueva  España. 
Fantasía»  Mexicanas,  lleno  de  pene- 
trante aroma  de  antaño,  de  exquisita 
ironía  aprendida  en  las  más  remotas 
y  menos  visitadas  provincias  de  la 
Literatura,  y  escrito  en  ima  prosa  no- 
ble y  sabia  que  constituye  la  admira- 
ción y  la  desesperación  de  los  conoce- 
dores. 

La  vida  multiforme  y  ubérrima  de 
nuestra  patria  está  henchida  de  poten- 
cialidades infinitas,  para  artistas  de 
cualquier  orden. 

Cravioto,  perspicaz  y  escritor  de  la 
mejor  casta,  dedica  su  lecieflte  libro 
de  versos  a  exaltar  los  aspectos  más 
salientes  de  la  época  colonial,  y  los 
elementos  de  esta  nuestra  edad  media, 
mexicana  que  tan  singiularmente   han 


persistido  en  nuestra  personalidad  y 
carácter  nacionales. 

Ya  el  excelente  crítico  español 
Adolfo  Salazar  manifiesta,  en  artículo 
reciente,  el  deseo  de  que  nuestros  mú- 
sicos se  desentiendan  un  poco  del  mo- 
vimiento europeo,  y  retornen  a  las  tra- 
diciones vernáculas,  revelando  los  te- 
soros líricos  que  guarda,  nuestro  pue- 
blo indio  y  criollo.  La  vida  de  la 
Nueva  España  atrae  poderosamente 
las  miradas  e  íntimas  preferencias  de 
nuestros  artistas.  El  fausto  y  esplen- 
dor de  la  colonia,  su  prestigio  román- 
tico, sus  sombrías  y  traecas  leyendas, 
su  arte  refinado,  que  nos  legó  tanta 
maravilla  arquitectónica  y  pictórica, 
hechizan  a  los  espíritus  distinguidos 
que  se  complacen  en  el  morboso  amor 
de  las  cosas  pasadas,  y  que  se  evaden 
de  nuestra  época  para  remontarse  a 
otra  idealizada  por  ia  lejanía  y  el  re- 
cuerdo . 

Don  Luis  GonzáJez  ObregóD  y  el 
Maixjués  de  San  Francisco  (a  quienes 
expi-esa  Cravioto,  en  el  prólogo,  su 
agradecimiento  de  mexicano)  nos  han 
abierto  fácil  paso  con  su  amena  eru- 
dición hacia  los  tres  siglos  de  domina- 
ción española. 


312 


MÉXICO      MODERNO 


EH  poeta  ha  sabido  evocar  estos  vie- 
jos tiempos  y  nos  ofrece  una  visión 
ricanvente  colorida,  como  los  lienzos  de 
los  antiguos  maestros  cuando  una,  ma- 
no sabia  los  aligera  de  retoques  y  afei- 
tes. Aparecen  entonces  ante  nuestros 
ojos  los  brochados  mantos  de  las  vír- 
genes, 

"las  nubes  coloradas, 
"al  tramontarse  el  sol  bordadas   de 

oro", 

los  paisajes  de  quietud  profunda,  las 
figuras  rígidas  y  severas  de  los  do- 
nantes. 

Cravioto  como  evocador,  tiene  el 
sentido  de  la  visión  plena,  total.  Nos 
sugiere  lo  pasado  apelando  a  todas 
nuestras  facultades  y  sentidos. 

Tras  consignar  el  pormenor  brillante 

que  más  honda  y  larga  resonancia 
deja  en  nuestra  alma,  aún  precisa, 
completa  e  insiste.  Y  todavía  nos  su- 
giere con  la  música  de  sus  versos, 
que  es  lenta  y  acompasada  en  La  Pro- 
cesión, vivaz  y  jocunda  en  La  Masca^ 
rada,  o  querellosa  en  La  Serenata  del 
Paje  y  pertinaz  y  lúgubre  en  La  Inun- 
dación. 

Tan  completo  dominio  sobre  nuestra 
imaginación  lo  alcanza  el  poeta,  con  su 
impecable  técnica  y  con  los  recursos 
de  su  inagotable  don  verbal.  Con  pa- 
labras escogidas  y  preciosas  como  ge- 
mas va  constelando  sus  joyeles. 

Reciba  el  poeta  nuestra  sincera  y 
efusiva  enhorabuena. 

J.   T. 


MÉXICO  HACIA  EL  FIN  DEL  VI- 
RREINATO ESPAÑOL,  —  Anteceden- 
tes sociológicos  del  Pueblo  Mexicano. — • 
Por  el  Profesor  Gregorio  Torres  Quifi- 
tero. — Primera  edición.  — Librería  de 
la  Vda.  de  Ch.  Bouret. — París  y  Mé- 
xico.—1921.    156   pp. 

De  mucho  provecho  para  quienes  es- 


tudian con  afán  y  amor  la  historia  de 
la  nacionalidad  mex'cana,  este  libro 
se  halla  respaldado  por  una  buena  do- 
cumentación y  por  textos  de  investiga- 
dores de  primera  mano  que  ya  son 
autoridad.  M  autor  hace  un  boceto 
de  la  situación  social  de  los  pobladores 
de  Nueva  España  a  fines  del  siglo 
XVIII,  comenta  las  reformas  que  pro- 
puso el  obispo  Abad  y  Queipo,  y  luego 
ofrece  nutrida  información  acerca,  del 
clero,  el  ejército,  las  clases  sociales, 
la  situación  económica,  la  cultura  rei- 
nante, los  tipos  notorios  del  conglo- 
merado humano  y  el  aspecto  pintores- 
co de  la  colonia.  Servirá  de  precioso 
manual  de  consulta  para  los  estudio- 
sos. Es  una,  contribución  de  mérito  al 
homenaje  que  se  tributa  a  la  patria 
en  su  glorioso  onomástico.  Se  resiente 
la  obra  de  cierto  espíritu  partidarista, 
al  hablar  de  los  consumadores  de  la 
Independencia,  pero  nada  de  exaUa- 
ciones  que  afeen  la  circunspección 
que  se  exige  a  los  que  se  dedican  a 
esta  suerte  de  análisis. 

R.  H.  V. 


CRÓNICAS  COLONIALES Escrí- 
belas Ricardo  Fernández  O^uardia.  — 
Trejos  Hnos.,  San  José  de  Costa  Rica, 
-1921—318  pp. 

El  nitinro  libro  del  insigne  cronista 
viene  a  afirmarnos  eii  la  opinión  de 
que,  muerto  Pepe  Milla,  es  el  más 
alto  representativo  del  género  entre 
los  pacientes  buscadores  de  oro  del  pa- 
sado  de  Centro-América.  Hijo  del  for- 
midable investigador  don  León,  que  en 
los  Archivos  de  Indias  era  rey  en  su 
reino,  don  Ricardo  recoge  la  bandera 
paterna  y  la  hace  tremolar  toda  gules 
y  Uses  al  aire  espléndido  de  la  tradi- 
ción. Estas  páginas  se  hallan  impreg- 
nadas del  aroma  bárbaro  del  antaOo: 
por  ellas  pasan  el  caballero  pirata,  el 
señor  gobernador,  el  general  de  arti- 


REVISTA  DE  LIBROS 


313 


Hería  que  vino  a  ganar  en  tierras  de 
América  otro  entorchado  por  pelear 
bien  contra  bucaneros  y  zambos  revol- 
tosos. Son  veintitrés  cróniicasT  muy 
nutridas  de  información  brillante,  ame- 
nas hasta  el  grado  de  que  el  libro  se 
lee  hasta  que  se  apaga  la  luz  en  el 
candil.  Porque  hay  que  saborear  es- 
tas narraciones  al  amparo  de  un  ca- 
serón de  la  época  romancesca  en 
que  parece  escrito,  y  bajo  la  indul- 
gencia plenaria  de  una  luz  que 
empieza  en  flama  azul  y  oro  y  se  amor- 
tigua al  cantar  el  primer  gallo  de  la 
alquería,.  "Versos  y  Azotes"  tiene  do- 
naire, y  bien  va  al  principio  dei  libro, 
como  mascarón  de  piedra  frente  a  casa 
condal. 


LA  LENTE  OPACA.  —  El  Hilo  de 
Sol.  —  Cuentos.  —  Los  esci'ihió  Flavio 
Herrera. —  Imprenta  "Royal",  Guate- 
mala, julio  de  1921.— 136  pp. 

El  poeta  nos  sorprende,  al  cabo  de 
cinco  años  de  anunciarlo,  con  su  libro 
de  cuentos.  Herrera  está  considerado 
con  Arévalo  Mattínez,  la  figura  de 
más  notoriedad  entre  los  portaliras  de 
Centro-América.  Sus  sonetos  han  sido 
saludados  con  estrépito  por  la  gente 
nueva.  En  la  prosa  hace  labor  sobre- 
saliente: la  suya  no  tiene  esa  elocuen- 
cia tropical  que  tanto  caracteriza  a 
ílios  prosistas  de  allende  (Aviles,  Ro- 
dríguez Oerna,  por  ejemplo),  sino  que 
se  desenvuelve  sin  decoración,  a  ratos 
escueta,  alejándose  cada  día  del  adje- 
tivo. Sabe  trazar  firmes  líneas.  "La 
Pitanza"  es  uno  de  los  cuentos  más 
sobrios  que  se  han  escrito  en  aquellas 
tierras  cálidas, 

R.  H.  V. 


Mencionaré  los  nombres  de  algunos 
libros  y  folletos  que  se  acaban  de  pu- 
blicar en  Centro-América:  "Con  el  Es- 
labón",    por     Enrique     Joaé     Varona, 


"Pensamientos  y  Formfla.  Nota»  de 
Viaje"  por  Alberto  Masferrer  y  "La 
Propia"  (segunda  edición)  por  Manuel 
GonzáiLez  Zeledóu,  edicionea  hechas  por 
García  Mouge,  en  San  Josó  de  Costa 
Rica,  así  como  "La  Ventana  y  Otros 
Poemas"  por  el  poeta  colombiano  Dmi- 
tri  Ivanovitch.  "Algo  de  Matemáticas" 
por  Vital  Murillo;  "Novia"  por  Luis 
Dobles  Segreda  y  "Cuentos  de  Amor 
y  de  Tragedia"  por  Victíute  Sáens. 
En  Honduras,  el  señor  Enrique  Sturit- 
za  publicó  "Aventuras  de  un  Cónsul"; 
el  periodista  Gustavo  Alemán  Bolaños 
formuló  tremendos  ataques  en  su  pan- 
fleto "Máximo  Hermieneglldo  Zepeda", 
Tipografía  Pro-Patria,  La  Ceiba.  En 
El  Salvador  aparecieron  "I^fCer  y  Es- 
cribir" por  Alberto  Masferrer;  la  ter- 
cera edición  de  "Historia  del  Salva- 
dor" por  el  Dr.  Rafael  Reyes;  y  el 
segundo  volumen  de  "Recuerdos  Sal- 
vadoreños" por  José  Antonio  Cevallos, 
en  que  se  tratan  asuntos  históricos 
méxico-centro-americanos.  De  Guate- 
mala la  Editorial  "El  Sol"  nos  envía 
las  siguientes  publicaciones:  "Ija  Se- 
ñora Es  Así",  por  Carlos  Gustavo  Mar- 
tínez (hoy  G.  Martínez  Nolasco)  ;  "Vi- 
das Estériles",  por  Federico  Alvam- 
do  F.  ;  "San  Luis  Gonzaga"  i>or  Adol- 
fo Drago-Braco;  "Tierras  Floridas" 
por  Ramón  Aceña  Duran,  y  "Mlxco", 
poema  dramático,  por  Garios  Rodrí- 
guez Cerna.  Aré^*»!©  Martínez  ha  he- 
cho una  mala  edición  de  siu  poemas: 
"Las  Rosas  de  Engaddi",  que  serán 
publicadas  como  se  debe  en  México. 

El  Dr.  Adrián  Vidaurre,  colabora- 
dor asiduo  de  Estrada  Cabrera,  ha 
reunido  sus  recuerdos  de  hombre  pu- 
blico durante  los  últimos  30  años  en 
recientemente  publicado  en  la  Habana. 
Se  anuncian  un  "Diccionario  Botánico 
de  las  tres  América s"  por  el  Dr.  Sixto 
Alberto  Padilla,  del  SaJvador;  unos 
"Apuntes  sobre  la  Bibliografía  de  Cos- 


314 


MÉXICO       MODERNO 


ta  Rica",  por  Adolfo  Bien;  y  "Costa 
Rica  Precolombiana'',  por  el  Profesor 
Carlos  Gagiiii,  quien  está  comisionado 
por  aquel  Gobierno  para  expurgar  y 
editar  los  documentos  que  están  en  pe- 
ligro de  desaparecer  en  aquellos  Ar- 
chivos Nacionales.  Dos  libros  novedo- 
sos, en  inglés,  se  hallan  de  venta  a 
última  hora  en  las  librerías  estaduni- 
densea:  "Sailing  South"  por  Philip  S. 
Marden  (Houghton  Mifflin  editores), 
quien  narra  su  viaje  por  Cuba,  Costa 
Rica  y  el  Canal  de  Panamá;  y  "The 
Land  Beyond  México",  por  Rhys  Car- 
penter,  (Badger  editor),  un  tributo 
debidamente  pagado  a  las  memorables 
ciudades  derruidas  de  Copan  y  Quiri- 
guá.  El  Dr.  Dámaso  Rivas,  nicara- 
güense, de  la  Universidad  de  Pensil- 
vania,  ha  dado  a  conocer  sus  investiga- 
cionog  científicas  en  un  libro  titulado 
"Human  Parasitology,  with  notes  on 
Bacteriology,  Mycology,  Laboratory 
Diagnosis,  Hematology  and  Serology". 
R.  H.  V. 


Eil  Profesor  William  Gates,  Presi- 
dente de  la  Maya  Society,  anunció  en 
el  último  mitin  en  la  Universidad  de 
John  Hopkins,  que  los  arqueólogos 
america.nos  emprenderán  una  activa  se- 
ne de  investigaciones  en  Centro-Amé- 
rica y  Yur'atán  para  estudiar  la  cien- 
cia médica  aborigen  y  los  recursos 
económicos  de  dichas  comarcas.  Y  a 
propósito  es  digno  de  conocerse  el  her- 
moso artículo  sobre  "Sabiduría  Popu- 
lar", debido  a  la,  pluma  de  don  Victo- 
riano Salado  Alvarez,  publicado  por 
"La  Prensa"  de  San  Antonio  de  Texas 
en  su  edición  del  18  de  marzo. 

R.  H.  V. 


Autores  Mexicanos  Modernos"),  Méxi- 
co, 1921. 

Libro  nuevo,  por  su  concepción, 
por  su  forma  y  por  su  espíritu,  pro- 
ducto de  una  observación  pertinaz  y 
de  las  meditaciones  de  un  cerebro  fir. 
me. 

Concebido  según  las  sugestiones  con- 
tenidas en  El  Monismo  Estético,  hace 
pensar,  por  su  armonía  y  desarrollo,  en 
una  composición  musical,  adta  y  per- 
fecta. La  curva  que  se  inicia  suave- 
mente en  el  Preludio,  toca  el  punto 
más  alto  en  La  tempestad  sUen^osa, 
ensayo  que  hace  vibrar  en  nosotros, 
células  cerebrailes  ignoradas  y  f^ñe 
todo  el  brusco  encanto  de  algunas  pá- 
ginas  primitivas  de   RudyáTü   Kiplin. 

El  Dr.  Atl  pinta  con  la  pluma  tan 
bien  como  con  sus  pinceles.  El  amigo 
de  los  volcanes,  que  nos'  había  revelado 
su  aspecto  exterior  y  sus  transforma- 
ciones luminosas,  nos  lleva,  como  un 
guía  experto,  a  través  de  sus  bosques 
y  de  sus  nieves  en  donde  el  viento  es 
como  un   escultor  loco. 

F.    M.   G.   I. 


LAS  sinfonías  del  POPOCATE- 
PETL.—Dr.  Atl.  —(En  "Biblioteca  de 


poesías.— Carlos  Guido  y  Spano.— 
(En  "Ediciones  Mínimas".  Cuadernos 
mensuales  de  ciencias  y  letras.  Direc- 
tor: Leopoldo  Duran).  Año  V,  No.  53. 
— Buenos  Aires,  1920. 

Consta  este  cuaderno  de  treinta  y 
dos  páginas,  que  contienen  once  poe- 
sías selectas,  reputadas  como  las  me 
jores  del  poeta  helenista. 

Como  una  inscripción  lapidaría,  las 
precede  este  elogio:  "Guido  y  Spano, 
varón  preclaix)  de  preclara  estirpe,  co- 
sechó frutos  óptimos  y  escanció  en  co- 
pa griega  el  zumo  de  nuestras  viñas". 

Los  críticos  de  la  Argentina^  unáni- 
memente, consideran  a  Guido  y  Spano 
el  patriarca  venerable,  precursor  e 
iniciador  de  un  movimiento  que  no  lo- 
gró realizar  de  una  manera  plena^  pe- 


REVISTA  DE  LIBROS 


315 


ro  señaló  el  camino  con  su  mano  vi- 
gorosa, para  que  lo  siguieran  sus  con- 
tinuadores. 

Su  poesía,  dulce  y  serena,  que  ya 
no  leen  los  jóvenes,  arrebatados  por  el 
vórtice  del  momento  que  huye,  se  re- 
fugia en  las  antologías,  de  donde  a 
veces  surge,  trémula  y  palpitante,  co- 
mo el  rumor  de  un  vuelo  sutil  de  abe- 
jas del  Himeto. 

F.  M.  G.  I. 


DEL  VERJEL  INTERIOR.  —  Luis 
Augusto  Méndez.  —  Poesías.  —  Con  un 
prólogo  de  Laudado  de  la  Cruz.  Man- 
zanillo,  Cuba,  1921. 


Este  libro,  publIca4o  hace  clncneota 
años,  hubiera  estado  de  acuerdo  con 
las  tendencias  literarias  de  entonces,  y 
aun  hubiera  merecido  aplansoe  y  pa- 
rabienes. 

En  la  actualidad,  pasa  inadvertido, 
como  tantos  otros  libros  de  versos  que 
se  le  parecen. 

Parecería  Increíble,  si  no  viéramos 
a  diario  ejemplos  en  nuestro  mismo 
país,  que  haya  aún  en  la  moderna  Cu- 
ba, que  cuenta  con  tan  excelentes  es- 
critores, quien  vista  sus  ideas  a  la 
moda  de  1870. 

F.  M.  G.  I. 


REVISTA     DE     REVISTAS 

SECCIÓN  A  CARGO  DE 

RAFAEL    HELIODORO    VALLE 


'*Art  and  Archaeology''  — Volume 
XII,  Number  1 — Director  and  editor, 
Mitchell  Carrol!.— Washington,  D.  C, 
July,  1921. — Fiel  a  su  programa  de 
buen  gusto  y  de  perfecta  intención  de 
cultura,  trae  esta  vez  una.  página  de 
Mr.  D.  Cartuel,  sobre  el  estudio  azteca 
quo  en  San  Francisco  de  California 
ha  instalado  el  señor  Francisco  Cor- 
nejo. Dice  el  articulista:  "Así  que  se 
sube  por  las  escaleras  nos  hallamos  en 
un  nuevo  reino  de  ideales  y  proyectos, 
mientras  afuera  se  estremece  el  mundo 
bursátil.  Los  muros  del  vestíbulo  se 
hallan  cubiertos  de  misteriosas  y  ex- 
trañas decoraciones  que  atraen  la  aten- 
ción del  observador  con  la  sola  fuerza 
y  belleza  de  los  diseños.  Son  copias  de 
las  famosas  tablas  de  Palenque,  ciu- 
dad fabulosa  que  ya  era  vieja  cuando 
el  Descubrimiento.  Son  una  de  las  más 
puras  realizaciones  del  arte  primitivo 
americano,  en  que  la  pujanza  y  la 
gracia  del  trabajo  fueron  bien  expre- 
sados. Estos  dibujos  estupendamente 
coloridos,  en  que  aparecen  figuras  ga- 
oerdota'lies  rodeadas  por  simbolismos 
raros,  excitan  la  admiración  del  visi- 
tante. El  vestíbulo  está  decorado  acu- 
ciosamente con  motivos  tomados  del 
Arte  Maya.  Al  entrar  al  salón  princi- 
pal nos  encontramos  con  un  verdade- 
ro museo.  Copias  de  los  más  famosos 
monumento®  de  la  América,  antigua, 
esJcultuias  originales  y  soberbias  pie- 
ras  de  la  cerámica  rúiexicana  de  todas 


las  épocas,  ejemplares  de  la  industria 
textil  y  curiosidades  interesantes  ador- 
nan los  anaqueles  o  reposan  en  las  vi- 
trinas. Los  muros  se  hallan  cubiertos 
con  dibujos  brillantes  y  atrevidos  que 
no  tienen  émulos.  No  son  egipcios  ni 
chinos,  ni  se  asemejan  a  los  de  alguna 
otra  civilización  pretérita.  Son  estric- 
tamente amiericanas  en  su  origen,  son 
la.  herencia  del  arte  y  la  cultura  pila- 
colombinos.  Este  estudio,  en  verdad 
admirable  por  su  espléndida  colección, 
es  la  obra  de  Francisco  Cornejo,  el 
artista  mexicano,  que  ha  consagrado 
15  años  de  paciencia  y  trabajo  para 
realizar  su  propósito  de  restaurar  las 
huellas  de  la  antigua  civilización  del 
Continente.  Dueño  de  un  fino  sentido 
artístico,  y  teniendo  acceso  en  la  ciu- 
dad de  México,  a  las  más  espléndidas 
colecciones,  tanto  particulares  como 
públicas,  fufe  poderosamente  influen- 
ciado por  los  tesoros  artísticos  y  las 
reliquias  arquitecturlales  que  Se  en- 
cuentran en  aquella  tierra,  de  romance 
y  misterio,  y  pronto  llegó  a  la  conclu- 
sión de  que  las  obras  de  ese  pueblo 
podrían  servir  de  inspiración  a  un  Arte 
puramente  autóctono.  Aunque  tal  Arte 
era  conocido  en  el  mundo  científico, 
hasta  la.  fecha  ningún  artista  había  em- 
pleado en  lo  mínimo  sus  recursos.  Si 
nuestros  estetas  van  a  ser  influenciados 
por  alguna  forma  de  Arte,  ¿por  qué 
no  hacen  uso  de  la  riqueza  decorativa 
de  nueetros  primitivos?    En  el  salón 


RE  VISTA    DE    REVISTAS 


317 


mayor  del  estudio  el  señor  Cornejo 
dispuso  que  se  congregaran  las  exce- 
lencias de  sus  hallazgos,  como  para  de- 
cirnos la.  última  palabra:  lo  llama  el 
Templo  del  Sol,  y  su  intención  fue 
impresionar  con  toda  la  fuerza  y  vi- 
gor que  se  combinan  con  líneas  y  co- 
lores del  Azteca  y  del  Maya.  Esto  se 
nota  en  cuanto  se  entra  al  salón.  Los 
efectos  de  luz,  los  diseños  harmonio- 
sámente  enriquecidos  y  das  combina- 
ciones sutiles,  interpuestas  con  los  simr 
bolismos,  tienen  una  influencia  solem- 
ne. El  motivo  principal  es  el  famoso 
calendario  azteca,  reproducido  por  pri- 
mera vez  con  sus  colores  originales, 
todo  esto  exaltado  por  un  mobiliario 
único  y  una  tapicería  ad-hoc,  para  pro- 
bar que  el  artista  conoce  el  color  y 
la  proporción." 

^'Revista  de  Filosom:'--^Vu\)\icfiQÍ6n 
bimestral  dirigida,  por  José  Ingenieros 
-iAño  VII,  Núm.  3.— Buenos  Aires.— 
Mayo.— En  la  página  editorial  presenta 
el  sesuso  discurso  que  Alfredo  Colmo, 
Profesor  de  aquella   Universidad,   leyó 
ail  inaugurarse  los  cursos  del  año  ac- 
tual,  versando  sobre  "El  Código  Civil 
en  su  Cincuentenario".   Sobre   "Miran- 
da   como   Filósofo   y   Erudito",    elucu- 
bra magistralmente  el  sabio  bibliógra- 
fo Dr.    Manuel  Segundo  Sánchez,  Di- 
rector  de   la     Biblioteca  de   Caracas. 
Luego  nos  encanta  el  estudio  que  so- 
bre "La  Estética  de  Croce"  ha  formu- 
lado  Moisés  Kantor,     con   tan  airosa 
perspicuidad.   En  la  sección  bibliográ- 
fica   floran    reproducciones    de      "El 
Concepto  de  la     Historia     Universal" 
por    nuestro    Antonio   Caso;     y    "Las 
ideas   estéticas   en   la   Argentina"   por 
Jorge  M.   Rohde.  De  positiva  eficacia 
resultará  leer  "Nuevos  ideales  de  edu- 
cación" por  Ingenieros. 

'ThLs   C7Z¿m".--HAfío  VI,  Núm.  61.— 
Buenos   Aires. — ^Mayo.^Como   siempre 


pulcra,  perseguida  por  el  lector  arte- 
tocrático,  decorada  por  máceos  lápl- 
ees.  José  María  Salaverría  habla  de 
los  "Los  Tapices  de  Goya";  la  Pardo 
Bazán  envió  su  cuento  •'El  Novillo" 
página  que  resultó  postuma;  sobre  el 
escultor  argentino  Legulzamón  Pondal 
dice  cosas  bellas  el  poeta  Fernán  Fé- 
lix de  Amador;  y  antes  de  los  versoe 
"El  Ait)ol  Solitario"  de  EJugenio  Día« 
Romero  nos  hechiza  la  Ibarbourou 
con  su   parábola   "Una  Madrugada". 

''ultra".  —  Poesía,  Críüca,  Arte.— 
Año  I,  Núm.  12,  Madrid,  20  de  aJbrll 
y  10  y  30  de  Mayo.— (2Vo  tiene  di- 
rector. Se  rige  por  un  convite  directivo 
anónimo),  —  Colaboran  R.  Canaino»- 
iAssens,  Humberto  Rivas;  R.  GÓn\ez 
de  la  Serna,  Rafael  Lasso  de  la  Vega 
y  otros  ángeles  rebeldes.  RIvas  dedi- 
ca a  la  venerable  Real  Academia  Es- 
pañola su  poema  "Ki-Ki-Ri-Ki".  Hay 
un  responso  en  honor  de  Carlos  Roo- 
sen,  que  fue  *'patético  y  solitario  co- 
mo un  pájaro  perseguido"  y  se  repro- 
ducen tres  de  sus  prosas  fa^scinantes. 
J.  Rivas  Panedas  dice:  "La  hora  Ja- 
mié  md  mano — cowio  unn  vaca  mansa** 
y  Juan  Las  afirma  que  "La  aurora 
empieza  a  elevarse — de  las  piernas  de 
las  mixijeres". 

"SooiuV\ — Vol.  VI,  Núm.  7.— Conra- 
do Massaiguer. — Habana,  Julio. — El  14- 
piz  de  R.  A.  Suris  muestra  a  "Car- 
mencita"  en  una  página  delirante  de 
coíorido.  Don  Federico  Henríquer  y 
Carvajal,  procer  dominicano,  presenta 
un  cuento  de  su  país.  Alvaro  d©  la 
Hefedia  traduce  versos  de  Mario  de 
Artagao  y  los  precede  de  un  discreto 
comentario.  Massager  sabe  mantener 
en  alto  el  i^onfalón  de   su  Jovialidad. 

''Cromos'*.^  Bogotá,  No.  263,  Vol. 
XI. — ^Director  Luis  Tamayo.— Bogotá, 
Junio  25. — "La     Nueva     Granad*  en 


3i8 


MÉXICO      MODERNO 


Oarabobo",  es  un  artículo  que  trazó 
a  conciencia  Max  Grillo.  El  señor 
Manrique  Terán  encomia  "Siete  Ca.- 
bezas"  de  nuestro  Eduardo  Colín,  pero 
nada  nuevo  sobre  el  ensayista. 

''Fray  Mocho''.— Año  X,  Núm.  478.— 
Buenos  Aires,  21  de  junio. — Es  un  in- 
censario junto  al  ara  secular  del  gran 
"Bartolito",  profesor  de  pueblos  que 
con  pluma,  y  espada  ratificó  la  poten- 
cia de  nuestra  América.  Cuenta  anéc- 
dotas civiles  de  Mitre  don  José  M. 
Niño,  que  son  para  enternecer  y  con- 
solar. Mitre  se  diría  en  la  inmensidad 
de  nuestros  Andes  morales  una  cima, 
de  ventisqueros  a  la  que  se  asoma  con 
su  más  suave  rosicler  la  luna 

**The  Hispanic  Americcm  Historical 
Review. — Baltimore,  Md.,  Vol  IV,  No.  2. 
May,  1921. — El  Dr.  James  A.  Robertson 
y  el  Dr.  C-  K.  Jones  bibliógrafos  que 
Se  interesan  de  verdad  por  nuestra 
América  Latina,  siguen  realizando  una 
obra  prestantísima  en  su  magazine 
trimestral.  liaman  la,  atención  estas 
colaboraciones:  "Pan  Americanism  and 
the  League  of  Nations"  por  Manoel 
de  Oliveira  Lima;  "Yankee  Imperia- 
lism  and  Spanisb-American  Solida- 
rity;  a  Oolombian  Interpretatiou"  por 
Isaac  Joslin  Cox;  "Bibliografía  Anti- 
llana" por  el  Dr.  Carlos  M.  Trelles; 
y  el  catálogo  de  bibliografías  hispano- 
americanas que  prosigue  con  probo 
empeño  el  Dr.   Jones. 

''ümversidad'\ —  Número  9,  Bogotá., 
Junio  9. — ^Crítica,  cuestiones  estudian- 
tiles, información.  —  Esta  última  está 
miuy  oportuna,  y  por  ella  hemos  segui- 
do de  cerca  lo  que  hacen  y  piensan 
en  aquel  núcleo  nuevo,  que  también 
se  estremeció  no  hace  mucho  en  sonado 
mitin  al  pi«t estar  contra  das  activida- 
des de  Juan  Vicente  Gómez.  En  cuan- 
to a  verso  y  prosa,  todo  colaboración 
espontánea,  chachara  sin  motivo,  nada 
que  nos  reconforte. 


*'BabeV\ — Revista  de  Arte  y  Crítica. 
—  Tucumán,  Rep.  Argentina,  Año  I, 
No.  3,  Mayo. — Son  preseas  del  número : 
"'Cataliaia  die  Enciso",  por  Ricardo 
Rojas;  "El  Compañero  Iván"  por  Ho- 
racio Quiroga ;  "Los  perfumes  humil- 
des", por  R.  Francisco  Mazzoni.  En 
la  revista  colaboran  Banchs,  Fernán- 
dez Moreno,  Lugones,  la  Mistral,  Pe- 
dro Prado,  Alfonsina  Storni,  el  di|K 
tinguido   Enrique  José  Varona. 

"Cuda  Contemporánea''.  —  Director, 
Mario  Guiral  Moreno. — Tomo  XXVI, 
No.  103. — Habana,  Julio. — En  cada  nú- 
mero empieza  a  tratar  editorialmente 
alguno  de  los  problemas  trascendenta- 
les de  la  Isla,  y  en  éste  aparece  algo 
"Sobre  el  problema  económico  y  la  re- 
for-ma  constitucional"  por  Varona. 
Don  Francisco  G.  del  Valle  revive  do- 
cumentos para  la  biografía  de  José 
de  la  Luz  y  Caballero  y  don  Luciano 
Acevedo  desentierra  dos  libros  curio- 
sos en  que  aparecen  descripciones  de 
la  Habana,  antigua. 

*'La  Nota". — Revista  semanal. —  Nú- 
mero 307 — Año  VI. — Buenos  Aires,  lo. 
de  julio. — Pondera  las  virtudes  de  Mi- 
tre el  Dr.  Juan  Carlos  Garay,  de  quien 
es  el  estudio  "La  Abdicación  de  San 
Martín",  (septiembre  de  1822).  Se  diría 
que  está  decayendo  un  poco  el  ánimo 
de  Emir  Emín  Arslán,  pues  se  quiere 
dormir  sobre  sus  laureles.-.. 

''Juventud". — IV  época. — No.  35.— Di- 
rector, Juan  Zepeda. — San  Luis  Potosí, 
lo.  de  julio. — ^Es  el  periódico  de  los 
estudiantes.  Y  he  aquí  que  alguien  re- 
produce la  oda  inédita  que  ante  el  ca- 
dáver del  Lie.  Marcelino  Castrt)  dijera 
Manuel  José  Othón,  a  la  edad  de  18 
años.   ¡Crueldad  de  admirador! 

"Xalapa".— Tomo  I,  Núm.  2,  Revista 
quincenal  ilustrada. —  Jalapa. —  Enrí- 
quez,  19  de  junio. — Trae  la  colabora- 
ción de  don  Cayetano  Rodríguez  Bel- 


REVISTA    DE    REVISTAS 


)I9 


trán,  quien  dirige  aquel  Instituto  del 
Estado.  Y  en  la  carátula  resplandecen 
los  ojos  de  Julia,  que  en  este  caso  es 
la   Srita.    Alicia   Villegas  Bouchez. 

''La  Ros\a  del  Tepeya&\  —  Revista 
mensual .  — ^Director :  Pbro .  Jesús  Gar- 
cía Gutiérrez. — ^Año  III,  Núm.  8. — Mé- 
xico, Agosto. — Sobre  "El  acueducto  de 
Sta.  María  de  Guadalupe"  diserta  con 
rica  erudición  el  Sr.  García.  Gutiérrez, 
cuya  labor  como  bibliógrafo  eclesiás- 
tico, es  por  todos  alabada.  La  revista 
dispone  de  plumas  como  las  de  Gonzá- 
lez Obregón  y  el  Marqués  de  San  Fran- 
cisco, y  con  ello  basta  para  asegurar 
que  tiene  también  muchos  lectores. 

''Revista  de  Costa~Ri€a'\  —  Año  II, 
No.  10. — San  José,  Junio. — Muy  leído 
será  lo  que  sobre  "Orígenes  de  los 
costa rricences",  escribe  don  Oleto  Gon- 
zález Víquez;  el  estudio  que  sobre 
"Ujarrás"  preparó  con  esmero  don 
Eladio  Prado,  y  lo  que  sobre  "La  Sub- 
región  Fitogeográfica  Costarricense", 
dice  don    Carlos  Wercklé. 

" Proceres''. — Tomo  IV. — Núm.  6  y  7. 
—^Director,  Dr.  ^Rafael  V.  Castro. — 
San  Salvador. — ^De  jwsitiva  importan- 
cia para  quienes  tratan  de  ahondar  en 
el  estudio  de  la  Independencia  de 
América.  Presenta,  documentación  re- 
lacionada con  el  primer  Presidente  de 
Centro-América,  Gral.  Manuel  José  Ar- 
ce; sobre  el  general  Filisola  en  El 
Salvador  y  don  Juan  de  Dios  Mayor- 
ga,  agente  diplomático  en  México 
(1823)  ;  don  José  del  Valle,  centro- 
americano que  fue  Ministro  de  Iturbide ; 
el  Intendente  don  José  María  Peinado 
(1813)  ;  un  recuerdo  en  honor  de  don 
Dionisio  de  Herrera  por  el  Dr.  Rómulo 
E.  Durón;  y  datos  sobre  el  pnócer 
Mariano  de  Beltranena  por  el  Dr. 
Castro. 

"Los.  Ensayos''. — Semanario  de  varie- 
dades.—'No.  13— Guatemala,  23  de  ju- 
lio.—Redactores :   José  Luis  Yalcárcel, 


Enrique  Azmltia  y  Juan  Olivero. — Co- 
mo expresión  de  aquella  juventud,  está 
bien  la  revista.  En  ella  se  da  a  co- 
nocer lo  último  de  los  mejores  poetas 
y  prosistas  de  aque41a  tierra :  Aréva- 
lo  ^lartlnez,  Flavio  Herrera,  Aceña 
Duran.  Y  viene  carlcatum  de  actua- 
lidad, política  milijtaute,  varapalo  y 
mandoble. 

Nicaragua  Industrial.  —  I*ublicaci6ii 
mensual  ilustrada. — Año  I,  Núm.  3. — 
Managua,  Junio. — Para  los  negociantes 
y  gente  de  empresa  será  muy  útil  bo- 
jearla. Entre  otros  trabajos  sobiiesar 
•len:  "El  Carbón  del  Maíz",  por  C. 
N.  Zepeda;  "Procedimientos  para  aca- 
bar con  las  Taltusas"  por  Juan  B.  Ma- 
gaña; "Monografía  del  Departamento 
de  Masaya"  por  Francisco  Acuña  Es- 
cobar; **La  Costa  Atlántica",  por  José 
Vita. — Lo  cual  no  es  óbice  para  que 
Hernández  hable  de  la  "Música  de  Wag- 
ner"  y  Cornejo  recurra  al  verso  (que 
"es  vaso  santo")  para  charlarnos  so- 
bre los  años  que  vienen ... 

"Nicaragua  Informativa".  —  Año  V, 
Núm.  52. —  Managua,  Junio. — Con  al- 
teza de  entusiasmo  la  dirige  el  insigne 
escritor  regionalista  Hernán  Robleto, 
uno  de  los  espíritus  más  comprensi- 
vos y  fuertes  de  esa  generación.  El 
alma  adolorida  de  Nicaragua  se  queja 
entre  esas  páginas,  en  que  la  leyenda, 
el  cuento,  la  tradición  bien  aliñada  se 
hallan  como  en  su  panoplia  las  armas 
coruscantes.  En  la  dulce  tierra  de  los 
lagos  florecen  Juan  Ramón  Aviles, 
Carlos  A.  Bravo,  Salvador  Ruiz  Mora- 
les, el  Padr-e  Azarías  H.   Palláis. 

"El  Fígaro".  —  Habana.  Julio.  — Dos 
poemas,  de  Bernardo  Ortiz  de  Monte- 
llano  y  Gregorio  López  Fuentes,  ava- 
loran la  edición  del  prestigioso  maga- 
zine  que  dirige  el  Dr.  Ramón  A.  Cá- 
tala. 

-'Vida  Profunda". — Revista  quincenal 


J20 


MÉXICO     MODERNO 


liferaria— Año  I,  No.  2.--San  Ana  (El 
Salvador).  —  Versos  de  Jofé  Valdés, 
Manuel  Escoto  y  Carmencita  Bran- 
non,  todos  llenos  de  inquietud  nobilí- 
sima, como  ventanas  abiertas  hacia 
el  jardín  interior.  El  director  del  quin- 
cenal es  el  poeta  Valdés,  de  lo  que 
más   vale    en   tierra    salvadoreña. 

"THbwia  Universitaria''.  — Año  IX, 
No.    3. — Buenos  Aires,   Junio. 

''Mosaico". — Revista  quincenal. —  Di- 
rector David  Cornejo. — Año  III,  Nos. 
4',  y  46.— 15  de  mayo  y  lo.  de  junio. 

Lujos. —  Revista  de  Educación,  ór- 
gano del  Instituto  Normal  de  Varones 
de  *'El  Salmdor\,—^Año  I,  Núm.  2.— 
San  Salvador,  Junio  15.— Director  y 
Redactor:  Don  Francisco  Machón  Vi- 
lanova. 

*'AtlacatV\— Año  I,  Núm.  4.— Direc- 
tor y  Redactor:  Abraham  Ramírez  Pe- 
ña.—^San  Salvador,  Abril. 

''La  Carmana;\  —  Editor  Gerente: 
Arístides  de  Marchena. — No.  7. — San 
Salvador,  Junio. 

Revista  de  Ejército  y  de  la  Marina. 
— Órgano  de  la  Secretaría  de  Guerra 
y  Marina.— Publicación  Mensual. — ^To- 
mo VI.— ^AbriL— Terceira  Época. —  Mé- 
xico, 1921. 

"Fivac",— Tomo  I,  Ntím.  9.— Revis- 
ta de  actiialidades . — Director:  Enri- 
que W.  Curtís. — México,  D.  F.  Junio 
30. — En  homenaje  a  López  Velarde, 
cuya  muerte  nos  tiene  consternados 
aún,  publica  don  David  N.  Arce  estos 
versos  inéditos  del  poeta : 

EL  ANCLA 

Antes  de  echar  el  ancla  en  el  tesoro 
del  amor  postrimero,  yo  quisiera 
correr  el  mundo  en  fiebre  de  carrera, 


con  juventud,  y  una  pepita  de  oro 
en  los  rincones  de  la  faltriquera. 
Abrazar  una  culebra  del  Nilo 
que  de  Cleopatra  se  envuelva     en  la 

(clámide, 
y   oir  el  soliloquio  intranquilo 
de  la  Virgen  María  en  la  Pirámide, 
para  desembarcar   en  mi  país, 
hacerme  niño,  y  trazar  con  mi  gis, 
en  la  pizarra   del  colegio  anciano 
un  rostro  de  perfil   guadalupano. 
Besar  al  Indostán  y  a  la  Oceanía. 
a  las  fieras  rayadas  y  doradas, 
y  echar  el  ancla  a  una  paisana  mía 
de  oreja  breve  y  grandes  arracadas. 
Y  decir  al  amor:  "De  mis  pecados 
los  más  negros  están  enamorados; 
un  miserere  se  alza  en  mis  cartujas, 
y  va  hacia  tí  con  pasos  de  bebé, 
como  el  candido  islote  de  barbujas 
navega  por  la  taza  de  café. 
Porque  mis  cinco  sentidos  vehementes 
penetraron  los  cinco  Continentes, 
bien  puedo,  Amor  final,  poner  la  mano 
sobre  tu  corazón  guadalupano" . , . 


Castillos  y  Leones. — ^Núm.  23. — ^Fun- 
dador Gerente,  Alfonso  Camín. — Méxi- 
co, D.  F.,  31  de  julio.— Esta  edición 
extraordinaria  fue  para  conmemorar 
a  San  Ignacio  de  Loyola,  distinguido 
profesor  de  energía.  Notable  la  pre- 
sentación, abundante  el  material  (y  de 
interés),  y  el  genio  vasco  manifestán- 
dose en  sus  múltiples  heroicidades  a 
través  de  la  historia.  Don  J .  Joaquín 
F.  de  Pardo  Dufoó  resuelve  dudas 
sobre  la  heráldica  de  los  Rodríguez  de 
Ledesma;  el  Sr.  Fernando  de  Zabala 
hace  una  revista  de  "Los  Vascos  en 
la  Independencia  de  América"  (Mina, 
Bolívar,  Iturbide,  Hidalgo,  Aldama, 
Allende,  etc.,  etc.)  y  Camín  ofrece  dos 
sonetos  altaneros.  Don  Salvador  Rue- 
da se  presenta  con  la  inevitable  coro- 
na de  laurel  y  las  dieciséis  tamboras 
de  "Los   Dieciséis   Prodigios". 


REVISTA    DE    RE  VISTAS 


521 


*'lnúÁee". — (Revista    meusual).— Ma- 
drid,  No.    1.— 1921.— Este  es   el  suma- 
rio   de    la   nueva    revista    que    aspira 
a  "llegar  u  definir  y  deslindar,  del  mo- 
do más  completo  y  perfecto  posible,— 
con  un  criterio  amplísimo  y  estrechí- 
simo a  un  tiempo, — la  calidad  más  nó- 
tate del   genio   español   e   hispa  no-ame- 
ricano":   José    Ortega   y   Gasset,   "Es- 
quema,   de    Salomé*',    Azorín,    "Diálogo 
de  un  rico  y  un  pobre;  Pedro  Henrí- 
quez    Urefia,    "En    la    Orilla" ;     Pedro 
Salinas,     "Poesías";     Alfonso     Reyes, 
"Calendario";     Adolfo     Salazar,     "Las 
tres  Normas";   J.    Moreno  Villa,  "Lu- 
ces  de    Pentecostés";     Corpus   Barga, 
"Teatro  Bufo,   El  AYUDA  DE  CAMA- 
RúV ;  Juan  Ramón  Jiménez,  "Disciplina 
y  Oasis"  (prosa  y  verso)  ;  E.  Diez  Ca- 
ñedo,   "Tópicos";   Gabriel    Gai'cía   Ma- 
rotó,   *M3olor  y  Ritmo;   Jens  Peter  JU- 
cobson,  "Poesías"  (traducción  de  E.  D. 
C)    y  como  suplemento   "GÓngora   re- 
tratado  por   el   Greco.    Góngora    y    el 
Greco  precursores     del     Cubismo.   Un 
epistolario  inédito",  por  los  redactores. 

Repertorio  Americano. — ^Decenario  de 
los  intereses  continentales. — Editor,  J. 
García  Monge. — Vol.  II,  No.  25. — San 
José  de  Costa,  Rica,  10  de  julio  de 
1921. — Con  la  prestancia  de  propósitos 
que  siempre  lo  animan,  el  señor  Gar- 
cía Monge  presenta  a  su  vasto  público 
los  tópicos  de  más  interés,  las  páginas 
más  dilectas  de  los  contemporáneos  del 
Habita.  En  este  número  vienen  los  tra- 
bajos que  a  continuación  se  indican: 
"Meditación  en  el  Canal"  por  Tulio  M. 
Cestero;  el  discurso  pronunciado  por 
José  Vasconcelos,  en  la  "Fiesta  del 
Maestro",  de  México,  en  mayo  de  este 


año;  un  cuento  de  Horacio  Quiit>ga. 
escritor  rioplateuse  de  los  más  leídos, 
y  que  se  intitula  "La  gallina  degulüu 
da";  "I^s  Perlas  Culturaieg"  por  Ra- 
miro de  Maeztn ;  "Sucesos,  ModaIida<ies 
y  Matices  de  la  vida  en  Estados  Uni- 
dos" por  Alberto  Masferrer;  "Carta  de 
Méjtico"  por  el  autor  de  estns  notas; 
y  unos  poemas  con  que  Jaime  Torres 
Bodet  anuncia   su  próximo  Ubro. 

R.    H.    V. 

"£7í  Maestro:'  RevUtta  de  Cultura  Na^ 
cioml.  Núms.  3  y  4.— México,   1921. 

En  el  número  de  ''MI  Maestro'',  co- 
rrespondiente a  junio  próximo  pasado, 
apareció  el  úiltimo  poema  de  Ramón 
I^pez  Velarde,  nuestro  poeta  muerto. 
Esta  producción  suya,  mientras  llega 
a  publicarse  el  libro  de  sus  poemas 
dlspei-sos,  quedará  en  el  número  3  de 
El  Maestro,  avalorando  esa  publica- 
ción. 

El  artículo  de  Vasconcelos  AristO' 
erada  Pulguera,  es  como  un  tiro  cer- 
tero y  oportuno ;  por  eso  la  prensa  dia- 
ria se  ocupó  de  él  y  lo  reprodujo  en 
sus  columnas. 

En  el  número  4,  entre  otros  estudio*» 
interesantes,  se  halla  el  de  Adoifo  Sa- 
lazar Indeffenismo  y  Europeizacián,  en 
el  que,  disertando  sobre  las  tendencias 
musicales  que  predominan  en  América, 
expresa  su  parecer  sobre  nuestras  ac- 
tividades en  ese  campo  artístico. 

Oerran  este  número  varias  poesías 
de  González  Martínez,  adelanto  de  su 
libro  en  prensti  La  Palabra  del  Viento: 
un  soneto  de  Juan  Ramón  Jiménez, 
Octubre,  y  la  Balada  de  la  luz  sumisa 
de  José  Gorostiza  Alcalá. 

F.  M.  G.  I. 


índice    del    tomo    II. 

Número    7 

Enrique  Ja8é  Varona.  Poemas  en  Prosa 3 

Enrique  Gomales  Martínez. — El   Roncero  Ailoidnado.    La   Ciudad   absorta. 

Luna  Materna   5 

Antonio  Oaso.—Jja.  Sonaía  y  la   Sinfonía g 

Gonzalo  Zaldumbide. — Un  Elegiaco  Ecuatoriano 11 

Alfonso  Toro. — El  Oará<*ter  del  Pueblo  Español M> 

Alfonso  Cravioto. — Ofrenda  a  Urueta..  Tórtola  Valencia.  Nueva  España...  di 

Jadme  Twrea  Bodet. — Una  novela  de  Huysmans.  Al  revés 38 

Manuel  M.  Ponoe. — Una  Iniciativa 45 

Agustín  Loera  y  Chavea. — Ija  Joven  Literatura  Mexicana :— Pedro  Requena 

Legarreta 48 

Manuet  Toussaint. — ^Artes  Plásticas  en   México 53 

Manuel  M.  Ponce. — El  Arte  Musical  en  el  Mundo  y  Crónica  Musical  Me- 
xicana   ....s , 56 

Genaro   Estrada. — Revista    de   Libros 62 

Número    8 

Arturo  Capdevila. — En  el  Mar 7S 

RoJ)erto  Arguelles  Bringas.—YmtSLttón.  Secreto  y  Desfile  cruento 74 

Alfonso  Reyes. — Ramón  Gómez  de  la  Serna 78 

Salomón  de  la  Selva.— Tu  amor  desmesurado,  por  codicioso  pierde 86 

Rafael  H.  Faííc— Sarcófago ^ 

En^Uo  Oribe.— Ij&   danza   en  el  Mar ^ 

Francisco   Contreras. — La    Endemoniada ^ 

Mwnuel  M.  Ponce.—K  propóííito  de  "Le  Tombeau  de  Debussy" 1<» 

Agmtin  Loera  y  Chávez.—ljSi  Joven  Literatura  Mexicana.— Ho-íkirdo  Ortiz 

de  Montellamo 

Jaime  Torres  Bodet. —LetTBB  Eurt>peas ^^^ 

Manuel  M.  Ponce.— El  Arte  Musical  en  el  Mundo  y  Crónica  Mitsical  Me-  ^^^ 

xicana ^^23 

Genaro  Estrada.— nevlstsL  de  Libros 

Jaime  Torres  Boáet:— Revista  de  Revisitas 


Número    9 


Pág:. 


Uuriín  Luis   GuzmÁn. — Jesüs   ünieta -^^ 

Ricardo  Arenadles. — Rosas  de  una   Guirnalda  de  Humildad 135 

Eseqmel  A.   Chaves. — Estudios  de  Literatura   Rusa 139 

Enrique  Fernández  Ledesma. — Elegía  de  la   Provinciana I45 

Luis    Castillo    Ledón, — Méxieo-Tenoxtitlán. 148 

Genaro   Fernández  Mae-Gregor. — Carátulas 156 

E.   Ahreu   Gómez. — La   commedia  del   arte 162 

Manuel  M.  Ponce. — S.   M.   el  Fox 180 

Manuel  ToussaAnt. — Artes  Plásticas 182 

Manuel  M.  Poncc.—El  Arte  Musical  en  el  Mundo  y  Crónioa  Musical  Mexica- 
na   186 


Número     10 

Ramón  López  Velarde. — Lo  soez.  La  cigüeña 185 

Bartolomé  Gaillndez. — Un  fliit  a  bordo 187 

José  Juan  Tablada. — ^Versos  a   una    reina 190 

Fernando  González  Roa.— La  inmutabilidad  del  derecho  de  Propiedad 193 

Ramón  Gómez  de  la  Sema. — Lo  que  aprendió  aquel  pez 199 

Manuel  Machado. — A  una  novicia 202 

José  López  Portillo  y  Rojas. — El  poder  de  Jas  letras 204 

Br.  Atl. — La  estancia  en  la  montaña^  Un  luminoso  día.  La  noche 208 

Isidro  Faheia.—IjQ.  Puíialada 213 

José  ü.  Escohar. — La  sombra  de  Kaxmídes 216 

Julio  Jiménez  Rueda. — Música  y  Bailes  Criollos  de  la  Argentina 220 

Agustín  Loera  y  Chávez.—La.  Joven  Libenatura  Mexicana. — Jesús  S.  Soto..  22lQ 
Riardo   Gómez   Rohelo. — ^Artes   Plásticas   en    México.    Exposicióu.    Roberto 

Montenegro 229 

Manuel  M.  Ponce. — El  Arte  Musical  en  el  Mundo  y  Crónica  Musical  Me- 
xicana   235 

Genaro   Estrada.— ReYista.   de   Libros 238 

Rafael  Heliodoro  FoiíZe.— ^Revistas  de  Revistas 245 

Francisco  José   Castellanos 248 


^  Número     1 1 

Ramón  López  Velarde. — Treinta  y  tres 249 

Alfonso  Cravioto. — Oraci<in   fúnebre 251 

Enrique  González  Martínez.— Ramón  López  Velarde 255 

José  Juan  Tallada. — Retablo  a  la  memoria  de  Ramón  Lápea  Velarde 257 

Enrique  Fernández  Ledesma. — Ramón  López   Velarde 262 

José    Vasconcelos. — Ramón    López    Velarde 272 

Ricardo  Arenales. — Canción  de  la  noche  diamatína 273 

Ánionü)  Castro  Leal. — Ramón  T>>pez  Velarde 275 

Pedro  de  Alba. — Ramón  López  VcOarde 278 


Pág. 

Rafael  II.   Valle. — ^Elegía  Juvenil 283 

Genaro  Fernández  Ma-c-Greffor.—Kam6n  l/^xtm  Velarde...  líSa 

Alfonso  Cami7i. — Los  tres  perfiles 289 

Rafael  López. — Rauíón  López  Velarde jOa 

José  D.  Fruís. — Ramón  López  Veáarde Ií06 

Alejandro  Quijano. — Ramón  López  Velarde iiS7 

José  Gorostiza  Alcalá. — Elegía  apasionada 29S 

Imí8  Auffusto  Kegel. — Ramón  JjCopez  VeAarde .'{00 

Juan  E.   Coto. — Flor  silvestre :i03 

Manuel  M.  Ponoe. — Instantáneas  Muisécales 304 

Manuel  M.  Ponce. — El  arte  musical  en  el  mxindo 30S 

Genaro  Estrada.— ^ReriBtd  de  Litoroe 311 

Rafael  Heliodoro  FaWe.— Revista  de  Revistas 310 


•'^--. 


•fP  México  moderno 

63 

VÍA 

t.2 


PLEASE  DO  NOT  REMOVE 
CARDS  OR  SLIPS  FROM  THIS  POOCET 

UNIVERSITY  OF  TORONTO  UBRARY 


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