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Full text of "Nosotros"

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NOSOTROS 


NOSOTROS 

REVISTA  MENSUAL  DE  LETRAS 
ARTE  -  HISTORIA  -  FILOSOFÍA  Y  CIENCIAS  SOCIALES 

FUNDADA  EL    l.o    DE   AGOSTO   Dfi   1907 

POR  Alfredo  A.  Bianchi  y  Roberto  F.  Giusti 


DIRECTORES 

ALFREDO  A.  BIANCHI  -  JULIO  NOÉ 


AÑO   XVI   —   TOMO   XLI 


BUENOS  AIRES 
1922 


'AÑO  XVI  Mayo  de;  1922  Núm.  156 


NOSOTROS 


GIOVANNI  VERGA 


GiovANNi  Verga  ha  fallecido  el  28  de  enero  del  año  corrien- 
te. Su  muerte  ha  renovado  en  Italia  los  mismos  problemas 
de  arte  y  las  mismas  discusiones  planteados  y  entablados  hace 
dos  años,  cuando  se  quiso  festejar  el  80.°  aniversario  del  gran 
escritor. 

Como  es  sabido,  Giovanni  Verga  inició  su  carrera  literaria 
con  relatos  de  tipo  estrictamente  romántico,  publicados  entre 
t86o  y  1873  •  ^^^  peccatrice,  Storia  di  una  capinera,  Bva,  Tigre 
rede.  Todos  los  personajes  de  estos  relatos  pertenecen  a  la  bur- 
guesía y  a  la  aristocracia;  buenos  mozos,  lindas  mujeres,  ele- 
gancias, amores  de  sociedad;  el  diario  de  una  monja  hecha  reli- 
giosa por  fuerza ;  la  historia  de  una  traidora  que  lleva  a  la  muerte 
a  su  enamorado;  castillos  románticos,  leyendas,  enfermedades  del 
pecho,  epítetos  poéticos,  epistolarios  de  amor;  en  una  palabra,  y 
para  entendernos  algo,  la  repetición  de  Dumas  hijo. 

Pero  un  buen  día  cayó  en  manos  de  Verga,  que  hasta  en- 
tonces había  vivido  en  la  sociedad  de  Florencia  y  de  Milán,  un 
diario  de  un  capitán  de  mar  de  sus  países,  lleno  de  errores  de 
ortografía  y  de  sintaxis,  pero  vivo  y  apasionante.  Fué  como  una 
luz  para  él,  en  cuyo  ánimo,  evidentemente,  habíase  ido  intensifi- 
cando, en  esos  años,  un  cierto  disgusto  del  propio  arte.  Además, 
habíanse  ido  acumulando  en  él  muchas  observaciones  de  la 
vida.  ¿Por  qué  —  decíale  esa  luz  —  no  haces  hablar  a  tus 
personajes  como  ese  capitán  de  mar,  por  qué  no  escoges  los 
campesinos,  los  burgueses  de  tu  región,  con  sus  ridiculeces,  con 
sus  pasiones,  con  sus  sufrimientos,  y  con  sus  vanos  heroísmos? 


6  NOSOTROS 

En  1874  aparece  el  primer  boceto  siciliano,  Ncdda;  en  1880. 
la  Vita  dei  Campi,  cuyos  dos  primeros  cuentos  son  Cavallcrui 
rusticana  y  La  Lupa,  y  en  1881,  /  Malavoglia  (considerada  como 
su  obra  maestra)  ;  en  1888,  Mastro  Don  Gesualdo,  y  luego,  o  al 
mismo  tiempo,  //  marito  di  Elena,  varias  colecciones  de  cuentos, 
entre  las  que  tiene  especial  importancia  la  titulada  Novelle  rustí- 
canc.  Es  todo  otro  mundo  y  todo  otro  estilo.  Estas  son  pasiones 
violentas  y  simples,  de  gente  adherida  a  la  tierra,  a  lo  suyo,  a  la 
propia  mujer,  pasiones  de  campesinos,  de  señores,  de  curas,  de 
marineros,  de  Sicilia.  Ya  no  son  divagaciones  sentimentales  en 
torno  al  tema  único  del  amor,  sino  una  prosa  prieta  y  sólida,  sin 
imágenes,  a  menudo  dura  e  incorrecta,  con  un  diálogo  sobrio  y 
seco.  Verga  apareció  completamente  cambiado;  encontró  su  es- 
tilo, y  adquirió  fisonomía  propia. 

Ahora  bien:  el  hecho  extraño,  indiscutible,  es  que  el  Verga 
romántico,  un  poco  falso,  algo  vulgar,  que  los  críticos  y  los  lite- 
ratos y  los  hombres  de  buen  gusto  no  quieren  leer  ya,  es  todavía 
el  preferido  por  el  gran  público,  se  le  lee  y  se  le  reimprime  en 
millares  de  ejemplares;  en  tanto  que  el  Verga  de  las  obras  maes- 
tras, aquel  a  quien  los  críticos  ponen  al  lado  de  Manzoni  y  por 
encima  de  D'Annunzio,  aquel  a  quien  los  jóvenes  de  las  genera- 
ciones recientes  han  honrado,  no  es  seguido  por  el  público,  y  para 
agotar  dos  mil  ejemplares  de  /  Malavoglia  se  han  necesitado 
veinte  años,  aproximadamente! 

* 
♦     * 

Si  el  gran  público  italiano  no  ha  comprendido  a  Verga,  lo 
proprio  ha  sucedido  en  el  extranjero,  pero  por  otro  motivo.  El 
público  extranjero,  que  no  ha  podido  leer  a  Verga  en  el  original, 
lo  ha  visto  simplemente  bajo  la  etiqueta  de  la  escuela  a  la  que 
él  decía  pertenecer:  la  escuela  verista.  En  1884,  después  del  triun- 
fo teatral  que  con  la  Duse  obtuvo  Cavallcría  Rusticana,  Emilio 
Zola  escribía  a  Verga:  "On  m'a  parlé  de  votre  grand  succés  au 
théátre,  dont  je  ne  me  puis  rendre  compte,  malheuresement,  car 
c'est  peine  si  je  lis  l'italien.  leí,  nous  partageons  encoré.  II  faut 
vaincre  chez  vous,  et  peut-étre  votre  victoire  nous  encouragerat- 


GIOVANNI  VERGA  7 

elle  á  París."  ¿Giovanni  Verga  era  solamente  un  verista  o,  peor 
aún,  un  zoliano? 

Algunos  años  después,  hallándose  Zola  en  Roma,  con  el 
desfachatado  propósito  de  "prepararse"  en  quince  días  para  es- 
cribir uno  de  sus  libros  más  estúpidos,  Roma,  conoció  personal- 
mente a  Verga,  y  luego  dijo  a  un  amigo  común:  "On  me  dit  que 
votre  amí  Verga  est  un  grand  écrivaín;  mais  íl  n'a  pas  des  idees 
tres  arrétées."  Zola  expresaba  una  impresión  justa;  había  adver- 
tido que  Verga  no  era  uno  de  los  discípulos  del  verismo;  Verga 
era  una  personalidad.  Verga  difiere  de  Zola  como  la  obra  espon- 
tánea de  la  naturaleza  difiere  de  la  obra  artificial  del  hombre; 
como  un  alimento  de  carne  fresca  difiere  de  uno  de  conserva. 
Zola,  en  comparación  con  Verga,  es  un  novelista  de  tesis,  que 
ha  estudiado  todos  los  detalles  pero  no  ha  visto  el  conjunto,  y 
que  trata  los  hechos  psicológicos  y  sociales  según  sus  ideas  y  no 
conforme  a  las  propias  observaciones.  Zola  no  vive  la  vida  de 
sus  personajes,  que  se  mueven  como  marionetas  mecánicas ;  Ver- 
ga se  mantiene  ajeno  a  sus  personajes  porque  estos  viven  por 
su  cuenta,  con  una  lógica  propia,  con  una  propia  fantasía,  con 
sus  propias  pasiones.  Según  la  fórmula  verista,  el  novelista  no 
interviene  ni  en  uno  ni  en  otro  caso,  pero  por  una  razón  bien 
distinta :  Zola  no  interviene  porque  levanta  un  mundo  mecánico. 
Verga  no  interviene  porque  crea  un  mundo  humano. 

En  otra  parte  he  hecho  la  observación  sobre  el  extraño  des- 
tino de  muchos  artistas  italianos  que,  más  artistas  que  teóricos, 
ajenos  a  las  ideas  generales  y  a  las  escuelas  (la  primera  "escuela" 
literaria  italiana  ha  sido  el  futurismo,  de  evidente  imitación  ex- 
tranjera), han  tenido  la  desgracia  de  ser  incluidos  en  alguna  es- 
cuela extranjera,  francesa  casi  siempre,  y  como  es  más  cómodo 
y  más  fácil  para  el  público  recordar  una  etiqueta  que  advertir 
las  características  de  un  artista,  aquellos  conservaron  una  noto- 
riedad de  discípulos  donde  podían  ser  maestros.  Verga  es  uno 
de  esos  casos  típicos. 

* 

La  diferencia  principal  que  existe  entre  Verga  y  los  veris- 
tas,  ha  sido  señalada  en  un  estudio  magistral  por  un  joven  crítico 


8  NOSOTROS 

de  la  escuela  crcciana.  El  nos  dice:  "Verga  no  ha  seguido  al  ve- 
rismo en  el  gusto  malsano  de  no  representar  la  vida  sino  en  sus 
dolorosas  miserias,  en  sus  miserias  desagradables  y  en  sus  obsce- 
nas desnudeces.  Verga  fué  un  escritor  profundamente  moral, 
pero  no  en  el  sentido  de  que  se  haya  complacido  en  moralismos 
o  porque  haya  esquivado  argumentos  de  fácil  lubricidad,  sino  en 
un  sentido  más  alto,  porque  humanizó  la  vida  de  los  brutos,  de 
los  vencidos.  Aquellos  brutos,  aquellos  vencidos,  que  eran  estu- 
diados en  su  animalidad  repugnante  por  los  veristas  amanerados, 
pasaron  por  los  relatos  de  Verga  trágicamente  vibrantes  en  su 
primitiva  humanidad.  El  positivismo  de  las  mentes  llevaba  a  ver 
en  la  vida  del  hombre  un  mecanismo  que  se  moviese  por  virtud 
y  fuerza  de  los  instintos,  de  enfermedades  hereditarias,  de  idio- 
sincracias  fisiológicas;  Verga  olvidó  las  brutales  y  groseras  rece- 
tas de  la  patología,  para  ver  la  vida,  y  no  la  enfermedad  en  todas 
partes,  y  sentir  las  fuertes  y  sanas  palpitaciones  cuanto  más  des- 
cuidadas fueren  en  las  exquisitas  búsquedas  de  los  psicólogos 
intelectualistas  y  cuanto  más  inescuchadas  por  los  mismos  prota- 
gonistas que  sufren  casi  sin  reflexionar  y  filosofar  sobre  sus  su- 
frimientos. Verga  restaura  el  reino  del  alma,  donde  el  verismo 
mecanizaba  la  vida;  idealiza  allá  donde  los  otros  ahogan  el  ligero 
aliento  por  el  cual  la  poesía  vive  en  todas  las  cosas  del  mundo; 
esculpe  hombres,  allí  donde  otros  reunían  documentos  humanos. 
Si  se  quiere  notar  la  exacta  diferencia  entre  Verga  y  el  dis- 
cípulo del  verismo,  compárese  Verga  con  el  D'Annunzio  del  pe- 
ríodo verista,  cuando  escribía  Le  Novclle  della  Pescara.  La  di- 
ferencia es  la  misma  que  existe  entre  un  hombre  de  personalidad 
y  un  hombre  sin  personalidad. 


En  efecto,  Verga  no  se  había  renovado  yendo  en  busca  de 
los  documentos  humanos,  estudiando,  como  lo  hacía  Zola,  los  li- 
bros más  que  la  vida,  o  preocupándose  del  estilo,  como  lo  hacía 
Flaubert.  El  se  había  renovado  volviendo  a  su  provincia  y  obser- 
vando a  quienes  tenía  en  torno.  Es  característica  de  los  escri- 
tores italianos,  que,  en  más  o  en.  menos,  todos  son  regionales, 


GIOVANNI  VERGA  9 

que  todos  se  fortalecen  cuando  buscan  la  propia  tierra  na- 
tiva. Papini  es  florentino  de  espíritu  y  se  lo  advierte  en  su 
vocabulario  y  en  su  estilo;  Moretti  es  de  Romana  y  como  tal 
aparece  en  sus  novelas;  Panzini  es  también  de  Romana  y  se  le 
nota  en  sus  mejores  trozos;  y  no  por  nada  es  Croce  napolitano 
cuando  llena  de  anécdotas  burlescas  a  sus  polémicas.  Prescindien- 
do de  los  escritores  dialectales,  como  Di  Giacomo  o  Trilussa,  o 
Barbarani,  y  también  de  los  que  han  tomado  de  la  provincia  o  de 
la  región  el  asunto  de  sus  escritos  como  Grazia  Deledda,  todo 
escritor  italiano  conserva  características  regionales  en  el  color, 
en  la  sintaxis,  en  el  lenguaje  que  adopta.  Verga  es,  en  ese  sen- 
tido, uno  de  los  más  regionales.  Su  idioma  italiano  tiene  dejos 
del  dialecto  siciliano. 

Se  ha  hallado  a  si  mismo,  hallando  a  Sicilia.  Ha  abandonado 
el  cosmopolitismo  de  las  ciudades,  las  bailarinas,  la  vida  de  tea- 
tro, los  salones  y  se  hizo  más  grande  y  más  clásico  con  reducirse 
a  la  vida  de  los  castillos  y  de  las  casonas,  a  los  dramas  del  pan, 
del  amor  de  aldea,  de  la  posesión  de  la  tierra,  de  la  malaria  y  de 
la  pobreza.  El  arte  es  límite,  es  mojón  que  cierra  y  no  abertura 
y  divagación.  Con  frecuencia  en  un  artista,  tomar  un  tema  más 
pequeño  y  más  adaptado  es  hacerse  más  grande.  Verga  ha  gana- 
do en  solidez,  en  severidad,  en  sentido  religioso,  lo  que  parecía 
perder  en  extensión  y  en  variedad. 


Muchos  discuten  si  la  mejor  novela  de  Verga  es  /  Malavo- 
glia  o  Mastro  Don  Gesiialdo. 

I  Malavoglia  son  de  1881  y  aparecen  como  la  primera  parte 
de  un  gran  ciclo  de  novelas  titulado  *Xos  vencidos"  que  Verga 
tenía  el  propósito  de  escribir,  y  del  que  dejó  incompleta  la  tercera 
parte :  La  duchessa  di  Leyra. 

I  Malavoglia  es  un  estudio  sincero  y  desapasionado  de  una 
familia  de  pescadores,  en  cuyo  antiguo  sistema  patriarcal  nacen 
ya  las  primeras  inquietudes  por  el  bienestar,  suscitadas  por  la 
vida  moderna ;  las  que  llevan  la  familia  a  la  ruina.  Un  sentido  de 
fatalidad,  no  insinuado  artificialmente  por  el  escritor,  sino  sen- 


10  NOSOTROS 

tido  directamente  por  los  personajes  que  aparecen  en  el  relato, 
da  a  la  novela  una  entonación  trágica.  Es  una  tragedia  de  gente 
humilde,  en  la  que  son  héroes  los  hombres,  sin  sospecharlo  si- 
quiera, silenciosos  héroes  del  deber,  del  trabajo,  del  honor  do- 
méstico, de  la  fidelidad. 

La  tragedia  nace  de  una  barca  cargada  que  la  familia  del 
patrón  Ntoni  ha  comprado  a  crédito.  La  barca  se  ha  perdido, 
es  preciso  pagar  la  carga  a  un  acreedor  feroz ;  es  preciso  so- 
portar los  embrollos  del  intermediario  de  la  aldea;  es  preciso 
soportar  el  descrédito  y  el  alejamiento  de  todos  los  amigos  de 
la  aldea,  que  os  abandonan  cuando  caéis  en  la  miseria.  Pero  el 
verdadero  mal  de  la- casa  de  los  Malavoglia  es  el  hijo,  que  al 
volver  del  servicio  militar  ha  traido  pocas  ganas  de  trabajar  y 
los  vicios  de  la  ciudad.  Tórnase  borrachín,  mantenido  por  las  mu- 
jeres, acaba  en  la  cárcel  después  de  dar  una  puñalada;  la  hija 
tiene  amoríos  y  huye  a  la  ciudad  a  buscar  hombres  por  las  ca- 
lles. Historia  común,  cotidiana;  pero  la  fuerza  de  un  artista  no 
consiste  en  la  invención  del  relato,  sino  en  la  forma  de  desarro- 
llarlo. La  fuerza  propia  de  Verga  está  en  la  representación  vigo- 
rosa de  esa  gente,  en  la  que  no  hay  ni  un  personaje  carente  de 
relieve  o  al  que  no  oigamos  hablar  de  verdad.  Como  en  las  obras 
clásicas,  el  personaje  principal  de  /  Malavoglia  es  la  familia  en- 
tera; y  acaso  toda  la  región.  Las  pasiones  simples  y  profundas 
que  animan  a  los  protagonistas  se  trasmiten  como  en  ondas  a 
todos  cuantos  los  rodean,  y  como  en  las  antiguas  tragedias,  el  país 
hace  coro  a  las  desventuras  y  a  los  dolores  de  los  personajes.  A 
esta  especie  de  tragedia  antigua  se  aproxima  también  el  género 
de  los  sentimientos  que  animan  a  los  humildes  pescadores  de 
Trezza:  la  religión  de  la  casa,  de  la  familia,  de  la  honestidad,  de 
la  autoridad  paterna,  la  que  vuelve  a  triunfar  al  terminar  el  rela- 
to, porque  los  hijos  sobrevivientes  de  la  catástrofe  pónense  a  tra- 
bajar, readquieren  la  casa  perdida,  lanzan  de  nuevo  la  barca  al 
mar  y  de  nuevo  pescan  y  hacen  economías. 

Mostró  Don  Gesualdo  es,  por  el  contrario,  el  drama  de  la 
riqueza  y  de  la  posesión.  Es  el  hombre  que  se  ha  elevado  de  la 
nada,  con  las  manos  aún  marcadas  por  el  trabajo  diario,  pero  con 
la  cabeza  firme  y  la  voluntad  constante  de  aumentar  la  riquezas. 
Ha  hecho  una  gran  fortuna,  pero  la  ve  dilapidada  por  el  yerno 


GIOVANNI  VERGA  11 

y  por  la  hija.  Con  su  dinero  llega  a  los  ambientes  aristocráticos, 
que  lo  destrozan  apenas  lo  tienen  a  mano.  También  él  es  un  ven- 
cido y  lo  comprende  .jcuando  está  por  morir.  Todo  le  ha  fraca- 
sado: su  matrimonio  con  una  aristócrata,  su  hija  que  ha  hereda- 
do los  rasgos  de  su  mujer  y  no  los  suyos  propios ;  el  yerno,  gran 
señor  despilfarrador  y  frío. 

La  grandeza  de  Verga  reside  en  que  sus  personajes  no  se 
nos  aparecen  buenos  o  malos ;  son  repugnantes  o  admirables,  pero 
vivos;  son  pedazos  de  vida  sobre  los  que  es  imposible  dar  jui- 
cios. Viven  de  tal  modo,  que  se  siente  amistad  por  ellos,  porque 
es  posible  penetrar  hasta  lo  más  profundo  de  su  mentalidad.  Na- 
da se  nos  oculta  de  su  corazón.  Verga  sabe  cómo  razona  un  pes- 
cador, y  cómo  un  barón  siciliano,  sabe  penetrar  en  el  corazón  de 
las  criadas  y  en  el  de  las  damas. 

Pero  Verga  no  ha  sido  conocido  en  el  extranjero  por  esas 
novelas  como  por  su  Cavalleria  rusticana,  que  no  ha  sido  con- 
siderada como  una  obra  de  arte  literario,  sino  como  un  tema  de 
exotismo  y  de  folklore.  No  se  ha  visto  en  la  Cavalleria  rusticana 
uno  de  los  más  bellos  cuentos  de  la  literatura  europea,  potente 
sobre  todo  por  la  sobriedad  de  los  medios  con  los  cuales  se  ex- 
presan los  personajes  de  barbarie  primitiva,  pero  de  sentimien- 
tos nobles  y  contenidos.  Sin  embargo,  no  se  lee  la  novela  ni  en 
Italia  ni  en  el  extranjero,  pero  se  asiste  al  drama  teatral,  que 
algunos  groseros  artistas,  como  Giovanni  Grasso,  hacen  a  modo 
de  un  drama  policial,  de  un  drama  de  sangre.  Desaparece  toda 
la  delicadeza  psicológica  de  los  sentimientos.  La  tragedia  espi- 
ritual de  Turidú,  el  bello  hersagliere,  que  no  puede  casarse 
con  Lola  a  causa  de  su  pobreza,  y  a  la  que  toma  Alfio  —  que 
tiene  cuatro  muías  en  el  establo  — ,  y  los  celos,  por  los  cuales 
Turidú  llega  a  vencer  la  virtud  de  Lola,  haciendo  el  amor  a  Santa, 
en  la  casa  de  enfrente;  y  luego  la  venganza  de  Santa,  engañada 
por  Turidú,  a  quien  denuncia  ante  Alfio,  y  el  duelo  bárbaro  del 
fin,  que  no  se  vé,  pero  que  un  niño  anuncia,  como  en  las  trage- 
dias antiguas:  "Han  muerto  a  Turidú";  todos  estos  sentimien- 
tos de  espíritus  simples,  pero  profundos  de  pasión,  nobles  y  ge- 
nerosos como  de  hidalgos  españoles,  piérdense  casi  por  completo 
en  la  escena. 


12  NOSOTROS 


*     * 


El  arte  y  el  hombre  fueron  iguales  en  Verga.  Como  de 
D'Annunzio  se  puede  decir  que  todo  en  él  es  arte  o  artificio,  de 
Verga  se  diría  que  todo  es  prosa  y  seriedad.  Nadie  fué  más  re- 
miso que  él  a  la  notoriedad.  Su  vida  fué  siempre  simple  y  re- 
tirada. Era  de  vieja  familia  noble;  vivió  en  sus  tierras,  que 
administró  desde  la  muerte  de  un  hermano,  de  cuyos  hijos  de- 
bió cuidar.  No  concedía  entrevistas,  jamás  hablaba  de  arte  sino 
con  unos  pocos  amigos  íntimos.  Su  figura  era  noble,  severa, 
retraída;  llevaba  celosamente  sus  pasiones  y  sus  dolores,  sin  con- 
fiarlos a  nadie.  Un  crítico  advirtió  en  él  algo  de  español,  como 
en  Mastro  don  Gesualdo;  algo  de  noble,  del  señor  español  que 
tiene  su  casa  bien  cerrada  a  la  ajena  curiosidad. 

Los  honores  que  se  le  rindieron  con  motivo  de  su  octogena- 
rio tuvieron  carácter  simple  y  sincero,  como  a  ese  hombre  corres- 
pondían. Representáronse  sus  dramas  en  todos  los  teatros,  las  re- 
vistas le  dedicaron  números  exclusivos,  el  Rey  lo  nombró  sena- 
dor. Aún  en  su  muerte  pareció  guardar  su  carácter  solitario  y 
retraído;  fué  hallado  una  mañana,  echado  por  tierra,  en  su  dor- 
mitorio. Había  sufrido  un  ataque,  no  hablaba  ya,  y  murió  un  día 
después.  Pareció  confirmar  con  su  muerte  silenciosa  y  solitaria 
el  carácter  de  sus  figuras,  que  no  declaman  cuando  miueren. 

GiusKPPE  Prezzolini. 


POEMAS 


Un  fantasma 


EL  hombre  que  volvía  de  la  Muerte, 
se  llegó  a  mí,  y  el  alma  quedó  fría, 
trémula  y  muda. . .  De  la  misma  suerte, 
estaba  mudo  el  hombre  que  volvía 

de  la  Muerte . . . 


Era  sin  voz  como  la  piedra .  . .  Pero 
había  en.  su  mirar  ensimismado 
el  solemne  pavor  del  que  ha  mirado 
un  gran  enigma,  y  torna  mensajero 
del  mensaje  que  aguarda  el  orbe  entero . . , 
El  hombre  mudo  se  posó  a  mi  lado. 

Y  su  faz  y  mi  faz  quedaron  juntas, 
y  me  subió  del  corazón  un  loco 
afán  de  interrogar .  . .  Mas,  poco  a  poca, 
se  helaron  en  mi  boca  las  preguntas.  . . 

Se  estremeció  la  tarde  con  un  fuerte 
gemido  de  huracán ...    Y,  paso  a  paso, 
perdióse  en  la  penumbra  del  ocaso 
el  hombre  que  volvía  de  la  Muerte . . . 


14  NOSOTROS 


Alguien  se  ha  ido 

A  I.GUIEN  O  algo  se  ha  ido . . . 
•**   ¿Por  qué, — si  no, — perdura  en  mi  conciencia 
esta  insondable  vaguedad  de  ausencia 
y  este  pavor  de  olvido? . . . 
Yo  tengo  para  mí  que  alguien  se  ha  ido. 

¿Tal  ves  aquella  noche  ya  lejana 
de  mi  primer  dolor,  cuando  una  arruga 
dejó  en  mi  frente  su  señal  temprana, 
en  invisible  y  misteriosa  fuga 
huyó,  lo  que  perdí,  por  la  ventana f. . . 

Nunca  podré  saber  cuándo  ni  dónde 
se  fué,  ni  qué  se  fué  del  lado  mió; 
yo  sólo  sé  que  a  la  canción  que  envío, 
alguien  responde . . . 


Desorientado  ser,  acaso  en  una 
noche  imprevista  volverá  a  su  centro. . 
Y  el  ansia  de  esperar  que  llevo  dentro, 
atisba  en  los  presagios  de  la  luna 
el  fantástico  signo  del  encuentro. 


CADA  día  me  cambia  en  otro  hombre; 
ahora  mismo  soy  otro  ya. 
El  hombre  de  ayer  está  muerto . . . 
¡Descanse  en  paz! . . 

Son  inútiles  los  propósitos . 
Arrepentirse .  . .  ¿Para  qué? .  . . 


POEMAS  15 


El  hombre  nuevo  de  mañana 
dictará  su  ley. 

Cada  instante,  con  un  olvido 
o  con  una  nueva  emoción, 
va  cavando  el  abismo  insondable 
de  ayer  a  hoy. 

Y  en  la  sucesión  vertiginosa 
de  este  incesante  devenir, 
la  vida  es  un  rio  que  corre  y  que  corre 
sin  rumbo  y  sin  fin.  . . 

Bajo  la  embriagues  de  lo  efímero, 
mientras  todo  viene  y  se  va, 
"hoy  es  el  hombre  y  mañana  no  parece. . 
¡Descanse  en  paz!    . 

{Y,  no  obstante,  cuando  allá  a  solas 
dialogamos  tú  y  yo, 
sentimos  que  hay  algo  que  dura, 
¡  oh,  corazófi  / . . . ) 


La  perniquebrada 


LA  chiquilla  que  mete  jugando 
los  pies  en  el  agua, 
se  divierte  pensando  que  tiene 
las  piernas  quebrada^ 

Con  las  manos  en  púdico  gesto, 
recoge  las  faldas, 
y  hasta  medio  muslo 
se  mete  en  el  agua, 


16  NOSOTROS 

con  que  la  fractura 

resulta  vmy  alta. 

El  cristal  que  tiembla,  retuerce  y  deforma 

sus  columnas  blancas, 

y  ella  ríe 

de  la  extravagancia . . . 

¿Por  qué  de  repente  saca  del  arroyo 
las  piernas  mojadas 
y  en  precipitado  ademán  las  cubre 
sin  enjugarlas?. . . 

¿Sintió  el  beso  prófugo 
de  alguna  mirada f 
¿Rumor  de  pisadas  furtivas 
sobre  la  hojarasca? . . . 

¡Cómo  corre 
la  muchacha! 

¡Cómo  evoca  la  noble  carrera 
de  Atalanta! 

¡Qué  bien  que  bate  los  remos 
la  perniquebrada! . . . 

EnriquiS  González  Martínez. 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA 

Breves  anotaciones 

CUANDO  alguien  nombra  a  Venezuela,  y  eso  de  tarde  en  tarde, 
lo  primero  que  se  le  ocurre  al  confiado-  interlocutor  es 
creer  que  se  encuentra  frente  a  un  poeta,  que  a  tal  ha  llegado 
■la  divulgación  de  la  poesía  en  aquella  fogosa  tierra  del  trópico. 

Alguien  llamó  a  Caracas  la  "Atenas  americana",  pues  allí 
floreció  más  que  en  ningún  otro  pueblo  del  continente  la 
poesía . 

Tiene  Caracas  la  particularidad  de  hallarse  a  922  metros 
Fobre  el  nivel  del  mar,  haciendo  de  su  c'ima,  según  la  propia 
expresión  del  barón  de  Humboldt,  una  estación  de  eterna  pri- 
mavera. 

"A    la    falda  de   un   monte   que   engalana 
feraz  verdura  de  perpetuo  Abril, 
tendida  está  cual  virgen  musulmana 
Caracas,   la  gentil". 

Así  cantó  el  poeta  la  situación  de  la  tranquila  capital  de 
Venezuela. 

Es  Caracas  una  ciudad  de  canto,  que  descansa  su  vida  fati- 
gada al  pie  del  gigantesco  Avila  y  a  la  que  arrulla  sus  penas  el 
manso  Guaire  que  se  mueve  lentamente  a  través  de  sonreído 
corazón  de  ciudad  casi  colonial.  La  invitación  a  la  poesía  es  una 
continua  clarinada  de  su  naturaleza  pródiga. 

Con  el  alma  más  que  con  los  ojos  o  con  los  ojos 
del  alma,  el  descubridor  de  Venezuela,  muy  dado  a  la  me- 
táfora,   le    vio    un    parecido    con    la    ciudad    lacustre    de    Ve- 


18  NOSOTROS 

necia,  pues  allí  en  el  lago  ele  Maracaibo,  los  indígenas  cons- 
truían sus  viviendas  sobr^  el  agua.  Venezuela  parecía  ser  el 
diminutivo  de  Venecia.  Hoy,  por  lo  menos,  no  existe  aquella 
particularidad  edilicia  para  que  podamos  creer  en  el  aserto  de 
la  historia.  Hoy  se  ha  cambiado  esa  construcción  indo-vene- 
zolana —  digámoslo  así  en  honor  a  la  ¡historia,  que  siempre  fué 
ésta  coqueta  —  por  ciudades  más  flotantes  aún  que  aquellas 
miserables  chozas  indianas.  Ahora  parecen  colgar  las  casas  des- 
de las  tenues  madejas  de  los  árboles,  como  si  fueran  nidos  que 
se  columbraran  sobre  el  abismo  de  luz .  .  .  Hablo  de  las  casas 
de  esos  pájaros  embobados,  borrachos  de  la  luz  de  un  sol  me- 
ridiano y  cielo  azul  de  trópico:  los  poetas.  Difícil  la  comarca 
que  no  los  cuente  a  bandadas ;  difícil  el  pueblo  que  no  los  arru- 
lle entre  sus  murmuradores  riachos  de  linfas  cristalinas ;  difícil, 
tn  fin.  la  casa  que  no  hospede  a  uno  de  estos  locos  de  corazón, 
que  aman  y  se  divierten  como  los  niños,  confiesan  a  la  luna  sus 
pesares  o  sueñan  despiertos.  Se  advierte  en  el  temperamento 
de  estos  un  trasunto  o  reflejo  fidedigno  de  lo  que  es  la  natu- 
raleza: fuente  de  colorido,  poblado  de  imágenes  seductoras,  de 
combinaciones  de  luz,  como  un  cuadro  movible  por  el  que  pasa- 
ran sucesivamente  mil  creaciones  de  belleza  intocada.  Si  el 
alucinamiento  mental  del  hombre  del  trópico  no  fuera  el  estado 
normal  de  la  naturaleza  que  le  rodea,  que  le  adormece,  que  le 
embriaga  los  sentidos,  ya  se  hubiese  definido  en  hiperestesia  ^o 
en  locura  esa  extraña  idea  de  la  poesía.  Pero  nada  puede  subs- 
traerse a  esa  desbordante  incitación  de  una  naturaleza  fuerte  en 
todas  sus  manifestaciones,  en  donde  el  panteísmo,  de  sus  cam- 
piñas mueve  a  una  molicie  espiritual,  como  si  fueran  las  tristes 
comarcas  de  la  Galilea. . . 

De  pquí  que  la  mayor  parte  de  la  literatura  venezolana  sea 
bucólici  o  cuando  menos  naturalista.  Tienen  los  poetas  de  toda 
la  repúb^ca  el  mayor  incentivo,  el  más  puro  lenguaje  que  pare- 
ce aquilr.tar  en  el  hombre  las  virtudes  amorosas  del  suelo  pró- 
digo. Y  por  la  morosa  frondosidad  o  ramificación  de  las  ima- 
ginaciones fugaces,  muchas  de  las  poesías  adolecen  de  ese  ligero 
chispazo  o  espontaneidad  que  las  hace  de  una  naturaleza  diá- 
fana e  insustancial. 

Por  más  que  muchos  de  los  poetas  siguieron  las  huellas  del. 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  19 

mágico  apóstol  Rubén  Darío  y  besaron  sus  sandalias  de  esteta 
rabino  o  de  opulento  nabab  del  estilo  ampuloso,  revolucionario 
en  el  fondo  más  que  en  la  misma  forma,  como  Andrés  Eloy 
de  la  Rosa,  con  su  libro  tan  descabellado  en  el  fondo  como  en  el 
título :  Carnes  y  porcelanas,  que  lo  único  bueno  era  el  prólogo 
de  Rufino  Blanco  Fombona,  Arvelo  Larriva,  emotivo,  senti- 
mental y  de  verbo  conturbador,  otros  han  sostenido  el  moder- 
nismo sin  caer  en  la  empeñada  tarea  de  engarzar  ripios  en  la 
inmaculada  corona  del  Apolo  helénico  o  de  hacer  piruetas  al 
bronce  de  Góngora  y  Argote. 

Los   poetas   venezolanos  no  han   formado   ninguna   escuela. 
Acaso  tiendan  todos  hacia  una  pureza  de  sentimiento  que  tenga 
a'gún  nexo  con  la  escuela  romántica  francesa.     El  culteranismo 
no  es  tampoco  raro  en  el   Caribe,   pero   puede   casi   asegurarse 
que   no   se   ha   arraigado   mayormente,   debido   a   que   en   modo 
alguno  está  de  acuerdo  con  el  ambiente.     Los  grandes  maestros 
venezolanos  Andrés  Bello  y  Pérez  Bonalde,  sentimentales  y  sen- 
tenciosos, amantes  de  dar  en  la  expresión  del  verso  una  clari- 
videncia   filosófica,    han   sido   pocos   continuados    en   las    nuevas 
generaciones.     Ni  el  último  gran  vastago  del  Parnaso,  Heraclio 
Martín  de  la  Guardia,  que  murió  siendo  anciano  y  de  una  fres- 
cura intelectual  sólo  comparable  a  la  de  Guido  y  Spano,  aunque 
de  una  manera  más  impetuosa,  se  ha  visto  sucedido  en  la  Vene- 
zuela actual   .  Verdad  es   que  aquella  escuela  ha  desaparecido, 
llevándose  lo  mejor  que  ha  dado  la  poesía.    Crisis  análoga  la 
experimentan  todos  los  países  pero  no  es  otra  cosa  que  la  nueva 
escuela  del  objetivismo  literario  que  ha  removido  las  bases  de 
la  literatura  universal.     Ni  el  fenómeno  tan  fuerte  de  la  gue- 
rra, que  ha  afectado  hasta  a  los  países  más  ajenos  a  ella,  ha 
sacado  de  la  monotonía  panteísta  a  la  poesía  venezolana.     Nin- 
gún  movimiento   reaccionario   o   revolucionario   ejerce   una   pre- 
sión para  darle  otra, vitalidad  a  ese  quietismo  intelectual  en  que 
se  vive !     El  mundo  que  habitan  los  poetas  tiene  una  tranquili- 
dad de  estanques  adormilados,  en  donde  enormes   lotos  —  los 
pensamientos  —  gestan  con  una  lentitud  casi  inerte.     Se  mira  a 
través  de  una  atmósfera  demasiado  azul,  y  las  cosas  son  irreales 
y  falsas.     Los  mismos  seres  se  desfiguran  ante  sus  ojos  y  ad- 


20  NOSOTROS 

quieren  las   formas   de  entes   fabulosos,  como  arrancados   de   la 
fantasía  de  la  población  de  Marte. 

La  producción  asidua  de  estos  poetas,  diseminada  en  revistas 
y  en  diarios,  en  donde  vean  motivo  de  publicidad,  que  les  des- 
cargue el  alma  y  la  mente  del  pesado  dolor  de  vivir,  dejan  detrás 
de  sí  un  montón  de  hojarasca  como  un  vendaval  enfurecido  en 
otoño.  No  encuentran  otra  alegría  que  exhibirse  como  seres  tris- 
tes, golpeados  por  la  suerte,  extenuados,  desengañados,  olvidados 
por  las  damas,  en  una  palabra,  llamando  más  a  compasión  que  re- 
flejando en  el  estilo  plenitud  de  ánimo  y  coraje  de  hombre. 
Poesía  escrita  como  por  eunucos  en  la  solaz  mansedumbre  del 
serrallo,  acusando  poca  virilidad,  ninguna  potencia  vital. 

La  poesía  personalista,  que  es  la  que  generalizó  la  escuela  del 
romanticismo,  es  la  que  cuenta  con  más  prosélitos,  porque,  apar- 
te de  aliviar  al  autor,  le  da  la  sensación  de  que  las  miradas  y  los 
corazones  se  inclinan  hacia  sus  inconsolables  tristezas.  Llega  a 
tanto  el  poder  de  las  mentfras  que  las  elucubraciones  de  Edgardo 
Alian  Poe,  de  Hoffmann  o  las  torturantes  reflexiones  macabras 
de  Espronceda,  son  pálidas  ante  las  sugestivas  imágenes  que  evo- 
can estos  poetas  alucinados. 

Dirán  los  poetas  que  cantar  a  la  realidad  es  ponerse  al  ser- 
vicio de  vulgares  mercenarios.  Pero  la  realidad  no  es  la  vulga- 
ridad. Precisamente  tiene  el  artista  a  su  alcance  en  donde  poder 
buscar  el  quid  de  la  belleza  vital  de  lo  que  se  vive,  dejando  a  un 
lado  lo  que  pueda  ser  objeto  de  la  menor  repulsa.  En  los  poetas 
venezolanos  se  descubre  esa  poderosa  virtud  de  extraer  el  néc- 
tar en  donde  el  vulgo  descubriría  un  sucio  manantial.  La  her- 
mandad directa  con  la  naturaleza,  la  fusión  del  paisaje  lugareño 
siempre  nuevo,  siempre  hermoso,  en  el  alma  contemplativa,  ha 
creado  ese  nexo  circunstancial  por  el  que  el  hombre  se  identifica 
£  lo  que  vive,  confirmando  el  hermoso  aforismo  de  que  "el  hom- 
bre es  producto  del  ambiente". 

Dejándome  llevar  por  la  mente  me  extravío  por  entre  tanto 
vericueto,  cuando  debiera,  con  la  índole  de  este  estudio,  circuns- 
cribirme a  la  lejana  Venezuela. 

Por  lo  que  toca  a  la  actual  poética  de  Venezuela  es  esencial- 
mente universal.  La  moda  literaria  hace  presumir  a  los  poetas, 
hace  ajustar  los  gustos  y  emplazar  lo  corriente  hacia  el  aplauso 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  21 

del  día.  La  difusión  del  libro,  del  diario,  hace  que  las  produccio- 
nes sean  tenidas  en  poca  monta  en  medio  de  la  subasta  de  tanta 
baratija  intelectual.  Hay  poetas  jóvenes  que  cuentan  un  acervo 
de  obras  que  da  una  sensación  de  la  monomanía  literaria  de  nues- 
tros días.  En  Venezuela  tiene  la  producción  literaria  una  afli- 
gente  situación:  las  casas  editoriales  brillan  por  su  ausencia.  Re- 
cientemente se  ha  formado  una  bajo  la  dirección  del  escritor  es- 
pañol Ramírez  Ángel  que  irá  sacando  del  fondo  de  las  bibliote- 
cas originales  dignos  de  la  luz  y  del  aire  del  mundo  de  lo  que 
vive.  Es  frecuente  encontrar  entre  los  papeles  de  un  modesto  es- 
critor veinte  y  más  obras  inéditas,  que  han  tenido  que  dormir  al- 
gunas edades  entre  las  ruinas  de  un  cuarto  o  los  empolvados  ana- 
queles de  una  biblioteca.  Se  escriben  obras  de  teatro  esperando 
que  éste  se  constituya.  Es  como  adquirir  el  freno  para  el  caballo 
que  traerá  el  porvenir.  La  creación  del  teatro  nacional  venezolano 
abrirá  las  puertas  a  brillantes  escritores  que  hoy  tienen  que  con- 
tentarse con  el  artículo  del  periódico,  no  siempre  grato  ni  leído,  ^ 
L  con  ir  almacenando  los  manuscritos  para  solaz  de  los  insectos 
c  alimañas  que  se  comen  las  ideas  junto  con  el  papel.  Es  una  de 
de  las  causas,  a  mi  manera  de  ver,  por  qué  se  escribe  tanto  en  ver- 
so en  los  países  en  que  los  vehículos  de  publicidad  son  deficientes. 
La  intensidad  productora  intelectual  necesita  el  estímulo  o  el  aci- 
cate de  conquistar  la  remuneración  en  metálico.  Y  los  versos  no 
se  pagan.  La  montaña  de  versos  que  se  dan  a  la  publicidad  de- 
nuncia claramente  el  desgaste  orgánico  de  la  raza,  la  deficiencia 
\del  espíritu  en  la  sociedad. En  Venezuela,  como  en  los  demás  paí- 
ses tropicales,  la  excitación  de  la  naturaleza  hace  irrupciones  fe- 
briles en  el  cerebro.  Es  esa  una  causa  de  la  inagotable  relajación 
i  que  ha  llegado  la  poesía,  cuya  lira  anda  en  manos  de  todo  linaje. 
La  zona  tórrida  es  la  potente  incubadora  que  hace  evolucionar  to- 
das las  cosas.  El  pesimismo  habitual  de  toda  la  poesía  es  nada 
más  que  el  agotamiento  que  presupone  esa  constante  tensión  de 
producir,  de  superarse  por  cantidad,  de  ser  inagotable. 

"En  una  de  las  encantadoras  cartas  que  Emerson  escribió  a 
Carlyle  —  he  leído  en  una  obra  —  el  filósofo  se  lamentaba  con 
con  su  amigo  de  sus  tenaces  aunque  vanos  esfuerzos  por  abarcar 
la  obra  total  de  Goethe."  Treinticinco  he  leído  —  escribe  con 
amargura  —  pero  no  puedo  leer  las  otras  treinticinco.  Este  caso 


22  NOSOTROS 

de  Goethe,  caso  de  genio,  es  poco  común  cuando  a  la  calidad  de 
los  escritos  se  trata.  El  caso  de  fecundidad  de  don  Benito  Pérez 
Galdós,  señala  también  aquella  dualidad  del  genio  alemán. 

Pero  las  corrientes  modernas  de  la  literatura  contemporánea 
tienden  a  la  vaguedad,  como  si  fueran  de  aire  para  expandirse, 
dilatarse  y  correr  en  pocas  horas  lo  que  otros  han  necesitado  cen- 
turias para  pasar  de  un  pueblo  a  otro.  Nadie  tendría  la  pacien- 
cia de  Milton  o  de  Cervantes.  La  literatura  de  hoy  exige  esa 
futilidad,  esa  literatura  de  tren,  de  vértigo,  pueril  y  vago,  que  dis- 
traiga antes  que  señale  un  camino  hacia  un  problema.  El  diario, 
la  revista,  la  novela  corta,  es  la  literatura  del  siglo. 

Tiene  Venezuela  buenos  cuentistas  como  Urbaneja  Achel- 
poll,  del  que  me  ocuparé  más  adelante,  que  bien  merecerían  tm 
puesto  de  honor  en  las  letras  castellanas,  por  la  pureza  del  estilo 
—  culto  que  se  venera  con  suma  unción  en  aquella  soñadora  tierra 
que  riega  el  impetuoso  Caribe  —  y  por  la  penetración  psicológica 
de  sus  cuentos  bien  observados  y  mejor  expresados.  No  hace 
muchos  años  que  en  el  concurso  organizado  por  el  Ateneo  Nacio- 
nal Argentino,  una  novela  de  Urbaneja  Achelpoll,  titulada  ¡Bn  el 
país!.  . .  obtenía  un  premio,  habiendo  tocado  el  primero  a  La  casa 
de  los  cuervos,  de  Martínez  Zuviría.  A  través  del  Atlántico  vino 
aquella  pobre  novela,  dando  tumbos  entre  el  oleaje  del  mar  y  del 
río  de  la  Plata,  a  ocupar  un  puesto  de  honor  entre  las  mejores. 

La  flor  que  se  abre  con  más  fuerza  en  Venezuela  es  la  tier- 
na poesía,  de  una  suave  armonía  lamartiniana .  Abundan  las  églo- 
gas, los  idilios  en  el  fondo  de  una  naturaleza  que  besa  un  sol  fe- 
cundo y  acaricia  la  fecundidad  lujuriosa  de  sus  campiñas.  El 
nombre  de  Andrés  Mata,  consagrado  en  toda  América  como  uno 
de  los  primeros  líricos,  es  común  a  las  musas  de  ambos  continen- 
tes. Sus  versos  sentimentales,  de  una  música  de  arpa,  del  arpa  de 
Carril  que  era  "dulce  y  triste  como  el  recuerdo  de  las  alegrías 
pasadas",  tienen  un  lugar  preferente  en  el  recitado.  Triunfante 
en  casi  todos  los  certámenes  poéticos,  dio  en  sus  Anfpras  Penté- 
licas  motivos  más  que  suficientes  para  acreditarlo  ante  la  crítica 
severa  e  imparcial.  Escribe  muy  poco;  pero  cuando  da  una  poe- 
sía puede  considerarse  que  es  un  búcaro  de  tiernas  madreselvas 
que  embriaga  el  ambiente  por  mucho  tiempo.  Su  popularidad 
es  grande  en  Venezuela. 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  23 

De  un  tiempo  a  esta  parte  dirige  el  diario  Bl  Universal,  que 
junto  con  Bl  Nuevo  Diario,  que  dirige  el  intenso  publicista  y  so- 
ciólogo Laureano  Vallenilla  Lanz,  comparten  la  opinión  pública 
en  Venezuela. 

Actualmente  está  Andrés  Mata  en  París  en  viaje  de  bodas 
y  el  gobierno  de  Francia  le  ha  conferido  la  honrosa  Cruz  de  la 
Legión  de  Honor,  que  habla  bien  alto  del  servicio  prestado  a  la 
patria  espiritual  de  la  humanidad  durante  el  penoso  período  de  la. 
guerra,  como  así  mismo  del  alto  valor  intelectual  del  poeta  de 
Ánforas  Pentélicas  y  del  periodista  venezolano.  Andrés  Mata  ha 
creado  una  escuela  de  lirismo  que  sobrevive  incólume  a  la  ava- 
lancha de  las  corrientes  del  transformismo  que  hoy  agita  al  mun- 
do entero.  Es  el  poeta  tierno,  no  con  esa  ternura  del  tintero,  para 
persuadir  a  las  damas  soñadoras,  sino  el  fino  madrigalista,  el 
sonoro  ruiseñor  que  alegra  el  jardín  en  las  radiosas  mañanas  de 
primavera . 

Su  numen  es  un  tranquilo  manantial  que  corre  por  entre  las 
ocultas  violetas  llevándose  en  la  corriente  el  filtro  montaraz  de 
esas  flores  para  perfumar  los  jardines  selváticos,  para  ofrecer  a 
los  pájaros  un  encanto  que  les  hará  cantar  sus  amores,  sus  ale- 
grías, sus  plegarias. 

* 

Habré  de  citar  mucho  en  el  curso  de  esta  disertación  algunas 
líneas  de  mis  artículos  publicados  en  este  país  como  en  Venezue- 
la. No  lo  toméis  por  pedantería.  Me  valgo  de  mis  propias  mule- 
tas para  evitar  la  falla  de  mis  pasos. 

En  el  volumen  H  de  la  Biblioteca  de  Autores  Jóvenes  que  se 
titula  Antología  de  Autores  Jóvenes,  página  39,  decía  lo  siguien- 
te :  "A  tal  extremo  llegó  la  curiosidad  pública  respecto  a  Améri  - 
ca,  que  su  divulgación  se  hizo  tan  popular  en  Europa,  que  los  más 
grandes  eruditos  distrajeron  sus  investigaciones  en  los  Archivos 
de  Indias,  desentrañando  del  anónimo  documentos  importantes 
para  la  justa  rehabilitación  de  la  Historia.  Pero  no  insistiremos 
en  este  asunto  de  índole  prehistórica  o  de  carácter  esencialmente 
bibliográfico,  pues  en  la  limitación  de  estas  líneas  no  llegaríamos 
siquiera  a  bosquejar  las  aristas  del  majestuoso  edificio  de  las  con- 


24  NOSOTROS 

quistas  y  civilizaciones  europeas  en  América.  El  objeto  que  nos 
ocupa,  si  bien  se  liga  a  aquellas  insinuaciones  históricas,  es  señalar 
el  desconocimiento  de  los  países  entre  si,  bosquejados  a  diario  por 
la  determinada  monomanía  del  rasgo  de  la  postrer  noticia  telegrá- 
fica, que  ya  se  constituye  en  una  tensión  nerviosa  susceptible  de 
refinados  anhelos  mundanales.  . . 

"El  concepto  de  americanismo,  aquí  mismo  en  América,  es 
vago,  inconsistente  e  insustancial.  Los  pueblos  americanos  limitan 
sus  conocimientos  a  simples  amistades  de  cancillería,  a  esa  co- 
iriente  que  nace  en  la  obligación  del  formulismo  diplomático,  al 
absurdo  intercambio  de  febriles  deportes,  que  en  lugar  de  estre- 
char viñados,  disocia  voluntades,  por  la  eterna  cuestión  entre  el 
vencido  y  el  vencedor.  Todos  esos  lazos  de  fraternidad  oficiosa 
se  disuelven  como  los  castillos  de  naipes  creados  por  la  lírica  fan- 
tasía. . ." 

Más  adelante,  decía:  "Cuando  los  países  americanos  lleguen 
al  convencimiento  de  que  se  conocen,  la  misma  naturaleza  exten-  \ 
derá  sus  brazos,  como  madre  benéfica,  para  cubrirlos  a  todos  en 
su  regazo  de  amor  y  de  cariño.  A  esto  debemos,  pues,  de  tender 
todos  los  americanos,  tratando  de  hacer  conocer  unos  países  en 
otros,  transfundiendo  sus  vidas,  asociando  voluntades,  impulsan- 
do las  corrientes  hacia  otras  corrientes  que  lleven  un  curso  deter- 
minado. Hacer  del  alma  de  los  pueblos  el  alma  de  An^érica,  hacer 
de  su  dolor  un  dolor  común,  una  misma  carne  para  soportar  la 
amargura  y  para  gozar  las  espontáneas  horas  de  alegría.  ¿Cómo 
se  logrará  eso?  Conociéndose  entre  sí.  Y  esto  concierne  a  los 
que  pueden  vulgarizar  la  obra  colectiva  de  América." 

Así  escribí,  entre  otras  cosas,  esas  cuantas  líneas.  Hoy  las 
ratifico  con  toda  mi  amargura.  La  realidad  viene  siempre  en  ayu- 
da de  estas  tristes  verdades  a  confesarnos  su  misión  ingrata :  sólo 
se  cruzan  correspondencia  o  telegramas  los  pueblos  americanos 
cuando  una  revolución  estalla  y  eso  a  título  de  conjurar  el  peli- 
gro, como  el  asustadizo  inquilino  que  ve  quemar^  una  casa  ve- 
cina a  la  suya. 

De  un  tiempo  a  esta  parte  es  España  la  que  se  acerca  a  la 
América  por  sus  delegados  intelectuales.  En  lo  que  respecta  a 
Venezuela,  la  visita  de  don  Eduardo  Marquina,  el  ilustre  autor 
de  Las  hijas  del  Cid,  de  esa  intensa  leyenda  trágica  inspirada  en 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  25 

el  poema  del  héroe  castellano,  tendió  un  hilo  de  afinidad  más 

fuerte  aun  entre  los  dos  pueblos .  El  poeta  Mata  lo  saludó  con  los 

versos  que  traducen  una  verdad  que  la  madre  patria  siente  con 

orgullo : 

"Podéis  decir  en  España 

que  aquí  no  se  ha  puesto  el  sol". 

Luego  estuvo  el  novelista,  si  no  el  primero  de  España,  uno 
de  los  que  mantienen  el  nombre  ibero  en  seguro  apogeo,  don 
Eduardo  Zamacois,  quien  me  confesó  una  tarde  en  palabras  ar- 
dorosas que  aquello  es  España  misma,  la  España  de  la  juerga, 
del  toreo  y  de  la  despreocupación,  pero  también  la  del  ateneo, 
las  aulas  y  la  intelectualidad  vital  de  nuestro  siglo. 

Y  ahora  mismo,  la  España  de  los  Valera,  de  los  Clarín,  de 
los  Unamuno,  de  los  Gasset,  envía  al  egregio  cantor  y  príncipe  de 
la  poesía  castellana  de  este  siglo  de  oro  de  la  patria  de  Cervantes, 
don  Francisco  Villaespesa.  La  estruendosa  ovación  y  el  homena- 
je rendidos  en  Caracas  a  este  poeta,  es  sólo  comparable  a  la  admi- 
ración del  pueblo  griego  a  sus  más  gloriosos  paladines.  Las  con- 
ferencias poéticas  del  ilustre  vate  le  dieron  todo  el  abrigo  de  aque- 
lla culta  sociedad.  Villaespesa,  que  es  un  creador  de  las  emocio- 
nantes figuras  del  teatro  contemporáneo,  probó  también  de  que 
puede  ser  un  gran  actor.  Para  lo  cual  representó  la  fina  come- 
dia portuguesa  del  célebre  dramaturgo  Julio  Dantas,  "La  cena 
de  los  Cardenales",  que  él  adaptó  a  la  escena  española.  La  acción 
de  esta  sutil  comedia  pasa  en  el  Vaticano,  a  principio  del  si- 
glo xviii.  El  cardenal  Rufo,  que  es  toda  la  gallardía  española  del 
siglo  XVII,  lo  representó  Villaespesa;  el  cardenal  Montmorency, 
que  es  la  Francia  galante  del  Rey  Sol,  el  joven  poeta  venezolano 
Andrés  Eloy  Blanco  y  el  cardenal  Gonzaga,  que  resucita  en  sus 
palabras  el  alma  sentimental  y  honda  de  Portugal,  por  otro  es- 
critor. 

j  Quiero  así  señalar  con  este  detalle  lo  bien  que  suena  en  Ve- 
nezuela cuanto  tenga  timbre  de  cultura!  ¿Por  qué  los  pueblos 
americanos  no  hacen  lo  mismo,  y  junto  a  ese  personaje  frío,  me- 
ticuloso, que  se  llama  Excelencia  o  su  dignísima  Excelencia  el  se- 
ñor Ministro,  vaya  de  escudero  el  traductor  del  alma  del  pueblo 
representado?  Sería  eso  la  diplomacia  intelectual. 

Un  escritor  argentino  ha  recorrido  la  América  haciendo,  aL 


26  NOSOTROS 

mismo  tiempo  que  el  honor,  el  conocimiento  intelectual  de  los 
pueblos  americanos:  don  Manuel  Ugarte. 

Tiene  la  Argentina  como  representante  intelectual  en  España 
al  poeta  Alberto  Ghiraldo,  hondo  en  el  pensar,  sincero  en  el  de- 
cir. Y  tiene  Venezuela  como  representante  de  su  intelectualidad 
allí  mismo  a  don  Rufino  Blanco-Fombona.  Y  decir  esto,  es  decir 
mucho.  Blanco-Fombona  es  hoy  por  hoy  en  el  viejo  mundo  el 
exponente  más  elevado  de  la  cultura  americana. 

En  La  Nación,  de  marzo  de  191 1,  decía  Rubén  Darío:  "Fom- 
bona,  como  todos  los  que  hemos  luchado  en  la  batalla  lírica  de 
nuestra  América  española,  proclama  con  la  doctrina  y  el  ejemplo, 
la  libertad  de  la  expresión  y  del  verso.  Erudito  y  políglota,  sabe 
aplicar  recursos  de  técnica  extranjera  en  nuestro  idioma,  como 
t)tros  lo  hemos  hecho,  pero  aun  cuando  us^  del  modo  libre  a  la 
francesa,  conserva  un  don  del  ritmo  que  le  es  personal." 

Concebir  que  en  el  continente  americano  haya  algo  de  re- 
lieve desi>i.iés  del  aplastante  azote  del  intenso  Pío  Baroja,  es  algo 
que  nos  tiene  inquietos. . .  En  vano  hemos  recurrido  mentalmente 
a  los  nombres  de  Gómez  Carrillo,  de  Blanco-Fombona,  García 
Calderón,  de  Sanín  Cano,  de  Pedro  César  Domínici  y  de  otros 
tantos  que  nosotros  tenemos  por  mucho.  Pero  lo  que  ha  dicho  el 
autor  de  Juventud,  egolatría,  por  algo  lo  ha  dicho.  Unos  se  in- 
-clinan  a  creer  que  Baroja  es  un  enemigo  sistemático  de  América, 
que  no  analiza,  que  no  inquiere,  que  no  penetra .  Otros,  más  prác- 
ticos, lo  toman  como  un  problema  de  librería  y  se  complacen  en 
descubrir  en  el  sarcasmo  irónico  del  famoso  novelista  algo  de  re- 
criminación por  la  exigua  venta  de  sus  intensos  libros.  Yo  no 
creo  eso.  Debe  ser  que  el  señor  Baroja  ha  escrito  eso  por  una  de 
las  tantas  humoradas  que  todos  tenemos  y  que  él  acopia  con  ex- 
quisitez espartana. 

Gómez  Baquero,  hablando  de  Juventud,  egolatría,  dice :  "Han 
encontrado  el  libro,  cínico,  demoledor  o  algo  así  más  atenuado 
en  el  mismo  orden."  Yo  por  mi  parte,  creo  que  es  este  uno  de  los 
pocos  libros  que  levantan  el  espíritu  americano.  Aquí,  por  lo  me- 
nos, nadie  lo  tiene  por  cínico,  ni  por  demoledor;  sino  por  edifica- 
dor. Llamar  a  todo  un  continente  estúpido  es  tener  demasiado 
.  interés  en  que  no  lo  sea,  para  que  así  pueda  comprender  al  Zuloa- 
ga  de  la  literatura  ebria  de  colorido .  Ha  hecho  mal  Marquina  en 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  27 

apretarle  las  clavijas  al  laúd  de  Baroja,  porque  aquí  en  América 
hsiy  afinadores,  y  uno  de  ellos,  Blanco-Fombona,  es  un  maestro 
en  el  arte.  La  gente  le  escucha,  aunque  haya  salido  del  continente 
"estúpido" . 

Rufino  Blanco-Fombona  tiene  algo  de  picador  en  su  prosa. 
Su  estilo,  nervioso,  agitado,  convulso,  de  frases  novedosas  y  gi- 
ros audaces,  le  descubre  como  a  un  hombre  entregado  a  una  con- 
cepción de  carácter  nítidamente  personal.  Para  los  chafalmejas, 
que  forman  hoy  escuelas  con  ideas  timoratas,  Blanco-Fombona 
es  una  moneda  de  cuño  francés,  como  todo  aquello  que  se  desta- 
ca de  en  medio  de  la  estupidez  incásica  que  descubrió  Baroja  en 
uno  de  sus  últimos  viajes  de  estudio.  Aquellos  chafalmejas  tienen 
el  espíritu  de  la  imitación,  tienen  el  obcecado  prurito  de  buscar  el 
calco  hasta  en  la  originalidad  más  definida  como  la  de  Blanco- 
Fombona,  como  siempre  se  la  achacaron  a  Darío,  sacudiéndole 
aquellos  clásicos  matamoscas  con  el  hisop.'llo  de  las  escuelas  de 
Francia. . .  Hasta  el  más  personal  de  los  novelistas  españoles, 
Felipe  Trigo,  se  encontró  un  día  con  que  se  parecía  a  Maupass^nt, 
a  Flaubert,  a  Zola,  a  Kipling,  a  France,  etcétera  y  a  casi  toda  la 
academia  francesa... 

Y  muchos  escritores  americanos  no  lo  son  —  larvas  parasi- 
tarias que  se  contentan  en  permanecer  dentro  de  la  baba  de  la 
procreación — ,  precisamente,  por  haber  remedado  a  los  Verlaine, 
a  los  Murger,  hasta  en  la  heterogénea  vestimenta,  creando  hasta 
un  visionario  Barrio  Latino,  reconocido  por  chamagosas  materias 
de  bohemia,  por  deudas  improvisadas  y  por  aventuras  de  perso- 
najes folletinescos,  en  donde  rueda  la  dama  de  alcurnia  y  el  mari- 
do de  pacotilla.  En  Europa  no  se  ha  perdonado  el  momento  para 
echar  sobre  América  el  excedente  de  sus  defectos  intelectuales. 
América  ha  sido  por  mucho  tiempo  el  sumidero  de  los  desperdi- 
cios europeos.  Y  con  estas  materias  de  trastienda  es  que  se  han 
formado  muchos,  impuros  por  su  naturaleza  o  por  sus  formas. 
Aquel  que  ha  podido  asimilar  mayor  cantidad  de  alimentos  euro- 
peos y  ha  podido  robustecer  mejor  su  sistema,  ha  sido  el  mejor 
exponente  de  desecho  intelectual,  y  con  él  es  que  aparentemente 
se  ha  constituido  el  palacio  de  Apolo  para  desdoro  de  la  América 
española ! 

Corresponde,  precisamente  a  Blanco-Fombona,  el  orgullo  de 


28  NOSOTROS 

la  tendencia  emancipadora  de  las  letras  americanas.  Es  él  uno  de 
los  pocos  americanistas  de  corazón  que  ha  combatido  para  cortar 
a  la  intelectualidad  americana  ese  ganglio  gálico  que  la  hace  su- 
balterna, cuando  no  esclava.  Es  por  esta  causa  que  los  críticos 
europeos  tienen  la  obligación  de  mirar  en  toda  la  literatura  ame- 
ricana la  tendencia  de  imitación.  Que  me  digan  esos  críticos  que 
Rodó  tiene  algo  de  Remy  de  Gourmont  o  de  Flaubert  y  les  diré 
que  muchos  de  los  metecos  francófilos  tienen  lo  que  han  robado 
en  la  colmena  de  Ariel. . .  Que  me  digan  los  apolíneos  mancebos 
de  la  Galia  que  Darío  tuvo  mucho  de  Verlaine,  y  les  contestaré 
que  muchos  de  los  académicos  de  las  rancias  escuelas  remozaron 
sus  plumas  remojándolas  en  la  fuente  del  más  francés  de  los 
franceses,  de  la  América.  Que  me  digan  los  líricos  que  Lugones 
tiene  el  alma  oriental  y  el  corazón  francés,  que  ha  libado  la  miel 
en  los  panales  en  que  Musset  refrescó  sus  puros  labios  de  adoles- 
cente, y  me  echaré  a  reír,  pero  a  reir  llorando,  considerando  con 
dolor  que  cuando  no  es  un  crítico  que  nos  llama  copistas,  es  un 
novelista  de  nota  que  nos  acomoda  modestamente  el  título  de  es- 
túpidos. . . 

Dice  Blanco-Fombona  en  su  libro  Cantos  de  la  prisión  y  del 
destierro:  "Una  cosa  que  me  ha  llamado  siempre  la  atención:  el 
que  los  hispanoamericanos  que  viven  a  dos  o  tres  mil  millas  de 
París,  en  sus  tierras  más  o  menos  calientes,  estén  al  tanto,  no  de 
las  novedades  literarias  extranjeras  que  valgan  la  pena  de  cono- 
cerse y  estudiarse,  sino  de  las  extravagantes,  grotescas  y  desco- 
nocidas gavillas  de  "ratés"  o  de  escandalosos  principiantes  pari- 
sienses que  se  quieren  imponer  por  el  ruido,  que  se  decoran  de 
nombres  sonoros,  se  conciertan  en  cenáculos  de  gritones,  publican 
maniífestos  iconoclastas  y  fundan  revistas  que  sólo  ellos  leen  y 
que  duran  el  espacio  de  una  mañana  como  las  rosas  de  Malherba." 
Rubén  Darío  es  uno  de  los  culpables  de  ese  dilettantismo  de 
lo  extraño.  En  su  libro  Astil  hablaba  de  París  y  no  lo  había  visto. 

¡Es  como  ser  familiar  en  la  luna! 

Para  esos  peregrinos  la  tierra  de  Promisión  es  el  París  de  la 
bohemia,  de  los  restorantes,  de  las  cocotas  homeopáticas,  de  las 
"gargonniéres",  de  las  "midinettes"  y  de  los  etcéteras  creados 
por  las  mentes  ilusas  o  alcohohzadas .  Bástales  un  viaje  a  aquel 
lincón  del  arte  para  consagrar  ante  el  mundo  entero  el  prestigio 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  29 

de  arcabucero  (siglo  xiii)  cuidador  de  las  pudibundas  musas  del 
arte  puro ...  La  tal  consagración  no  es  otra  cosa  que  la  sisa  que 
pagan  los  escritores  por  su  tara  semiintelectual . 

Lugoues,  es  Lugones,  porque  ha  independizado  su  acción, 
porque  ha  creado  su  personalidad  con  'su  propia  arcilla.  Rufino 
Blanco-Fombona  lo  es  por  lo  mismo.  La  misma  personificación 
que  le  llevó  al  Parnaso  venezolano,  en  una  de  cuyas  estrofas  de- 
cía casi  salvajemente: 

"me  dan  ganas  de  beber  leche, 
de  domar  un  potro, 
de  atravesar  un  río", 

la  ha  continuado  estoicamente,  siendo  un  poeta  americano  en 
Francia  y  en  cualquier  parte.  Y,  sin  embargo,  el  crítico  venezo- 
lano Jesús  Semprún,  en  un  estudio  que  hace  de  la  poesía  de  Blan- 
co-Fombona, dice  que  "la  huella  de  Díaz  Mirón,  el  de  Lascas,  es 
evidente  en  Mediodía  campestre  y  en  Barrio  bajo. 

"El  cargo  más  absurdo  que  se  me  hace  —  dice  Blanco-Fom- 
bona, es  de  que  imité  en  Mediodía  y  Barrio  bajo,  las  Lascas,  no 
dice  cuáles,  de  Díaz  Mirón.  Semprún,  cosa  rara,  ha  caído  en  el 
estrecho  lugar  común  de  buscar  parentescos  literarios  imposibles 
entre  hijos  de  diferentes  espíritus  para  mostrar  sagacidad  o  eru- 
dición.  Homero,  cabeceas..." 

Figura  compleja  es  esta  de  Blanco-Fombona.  Por  remoza- 
dor  del  olvidado  metro  de  eneasílabos,  también  le  buscan  paren- 
tesco con  Triarte,  el  fabulista.  Se  ha  llegado  tanto  a  la  prostitu- 
ción de  la  literatura  americana  que  no  es  posible  ya  sustraerse  del 
mordaz  anatema  de  los  Zoilos  del  arte  órfico.  Desde  Bl  hombre 
de  hierro,  libro  extraño,  hasta  sus  últimas  páginas,  tienen  sabor 
de  trópico  y  olor  de  serranía.  Fluye  en  sus  páginas  saturadas 
con  el  aliento  de  la  naturaleza  su  espíritu  de  esteta  bravio,  de 
audacia  indiana  y  sonoridad  de  Olimpo.  En  sus  escritos  se  ha 
analizado  el  arreo  del  diplomático  con  el  arnés  del  bohemio  aris- 
tócrata. Bohemio  como  Gómez  Carrillo,  con  esa  bohemia  triste 
y  hermosa,  sin  un  resabio  del  gesto  verleniano,  sin  el  huraño  des- 
plante de  los  monjes  cisternienses  de  los  siglos  xii  y  xiii,  sino 
con  una  sonrisa  plácida  ante  la  belleza  de  la  vida... 

Blanco-Fombona  nació  en  Caracas  en  1874.  Ha  sido  diplo- 
mático en  distintas  ocasiones.    Ha  recorridb^el  mundo  siempre 


30  NOSOTROS 

como  poeta,  cortando  flores  de  Holanda,  de  Francia,  de  España, 
para  hacer  guirnaldas  que  él  envía  de  corazón  hacia  su  bella  ciu- 
dad natal. . .  Actualmente  reside  en  Madrid,  en  donde  dirige  con 
el  más  plausible  éxito  las  bibliotecas  "Andrés  Bello",  "Ayacucho" 
y  otras,  que  son  los  exponentes  más  relevantes  de  la  cultura  his- 
panoamericana en  Europa. 

Fombona  está  dedicado  por  entero  a  la  historia  de  Venezue- 
la. La  lejanía  obligada  de  la  patria  le  privará  de  exhumar  docu- 
mentos inéditos  como  ha  estado  haciendo  desde  hace  varios  años, 
para  la  formación  de  una  historia  digna  de  la  epopeya  nacional, 
pero  a  su  voluntad  de  hierro  él  le  ha  dicho: 

"Ponme  en  los  brazos  músculos 
y  ambición  en  el  alma!" 

Es,  sin  duda  alguna,  el  baluarte  más  digno  que  tiene  Améri- 
ca en  el  viejo  mundo.  Es  un  crítico  sagaz,  un  poeta  ebrio  de  rit- 
mo y  un  prosista  galano  por  su  forma  como  por  su  forma.  Es 
cuentista  sentimental,  de  cosas  de  la  vida,  que  dejan  su  sabor  a 
nostalgia  y  su  pureza  estética.  Sus  Cuentos  de  poeta,  que  dedi- 
ca al  poeta  Fabio  Fiallo,  son  "historias  desnudas  —  como  él  di- 
ce —  de  mayor  interés,  historias  de  esa  que  se  hablan  dos  poetas 
en  un  banco  de  la  plaza  pública,  a  la  media  noche,  cuando  el  cielo 
esté  azul,  parainentado  con  temblorosos  hilos  de  estrellas".  Ha  co- 
leccionado Las  cartas  de  Bolívar,  con  prólogo  de  Rodó,  las  Aren- 
gas y  discursos,  del  mismo,  que  ha  enriquecido  a  ambas  con  no- 
tas hondas  que  señalan  siempre  un  rumbo  al  estudio  por  la  nove- 
dad de  sus  investigaciones  históricas  y  sociales.  Trovas  y  trova- 
dores. Más  allá  de  los  horizontes,  vertida  al  francés  por  Raisin, 
traductor  éste  de  dos  libros  de  Leopoldo  Díaz;  libros  de  contro- 
versia, tal  como  su  contestación  al  libro  del  norteamericano  W. 
T.  Stead  The  Americanisaiion  of  the  World;  Contes  Amerkains 
y  Littérature  d'outremer,  escritas  en  francés,  La  lámpara  de  Ala- 
dino,  El  hombre  de  oro  y  múltiples  obras  más. 

Tiene  la  misma  sed  de  colorido  que  Gómez  Carrillo  y  Ama- 
do Ñervo.  Tiene  el  alma  de  colibrí  que  hunde  el  pico  en  el  seno 
de  las  rosas  más  tiernas  buscando  la  primera  ambrosía.  Es  un 
poeta  sincero,  y  tan  sincero,  que  se  pregunta,  cuando  le  hablan 
de  parentescos  literarios:  "Muy  humilde  prosador  y  más  humilde 
poeta  me  he  considerado  siempre .  Mi  vaso  es  más  pequeño  que  el 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA'  81 

de  Musset;  pero  en  mi  vaso  me  acostumbré  a  beber  y  no  en  el 
de  los  demás .  ¿  Orgullo  ?  No  tal .  ¿  Temperamento  ?  j  Que  me  di- 
gan de  quién  son  estos  dolores  que  he  sentido  y  cantado!" 

Sí.  Blanco-Fombona  ha  sufrido  mucho  su  orgullo  ancestral. 
Las  nubes  le  han  dado  músculos  en  los  brazos  y  ambiciones  en  el 
alma.  Con  sus  brazos  hase  colocado  en  duelo  legal,  en  distintas 
ocasiones,  y  con  ellos  mismos  ha  restañado  la  sangre  de  muchas 
heridas ;  y  con  las  ambiciones  de  su  alma  ha  podido  hacer  grande 
a  la  América  con  su  obra  americanista,  señalándola  como  hija  dig- 
na de  Castilla  aun  en  las  más  ebrias  cruzadas  del  cosmopolitis- 
mo, no  consagrando  su  nombre  con  adjetivos  a  la  usanza  del  feu- 
do realista,  de  Carlos  el  Temerario,  Felipe  el  Hermoso,  sino  con 
el  suyo  propio  unido  a  su  obra  fecunda  y  esencialmente  ameri- 
canista. 

Hay  mucho  que  decir  de  este  hábil  jardinero  de  las  rosas  de 
Meleagro ;  pero  hay  mucho  que  esperar  de  su  honda  inquietud  por 
las  visiones  del  arte . . . 

La  obra  de  Fombona  es  variable  tanto  en  forma  como  en  el 
fondo.  Poeta  de  altura,  historiador  de  grandes  alientos,  aristó- 
crata de  cuna,  diplomático  "galantüomo",  gallardo  de  figura,  arro- 
gante de  gesto,  espadachín  de  escuela  y  de  honor,  su  historia  está 
nutrida  de  episodios  que  me  veo  supeditado  a  reflejar  por  el  re- 
ducido espacio  a  que  tengo  que  someterme.  Hemos  de  dedicarle 
más  aliento  —  mañana  o  pasado  —  a  este  poderoso  maestro  de 
la  cultura  hispana. 

Otro  dómine  de  la  intelectualidad  venezolana,  que  por  anto- 
nomasia se  le  llama  "maestro"  es  el  autor  mil  veces  alabado  en 
Europa  y  América,  don  Manuel  Díaz  Rodríguez,  de  novelas  y 
sensaciones  de  viaje.  Estilista  ático,  el  romance  castellano  entre 
sus  dedos  y  la  pluma  toma  transparencia  de  gema :  rubíes,  esme- 
raídas,  ónix,  crisoberilos,  con  luz  intensa  en  el  fondo,  son  las  ar- 
monías de  este  Benvenuto  Cellini.  Si  se  pudieran  rehacer  sus 
palabras  y  darle  una  formación  llevarían  la  esbeltez  del  Apolo  de 
Belvedere  o  la  Venus  de  Milo.  Es  el  gran  cincelador  del  idioma. 
Burila  las  palabras  cómo  D'Annunzio  o  Fierre  Louys.  Pero  sin 
buscar  en  los  otros  lo  que  le  da  el  propio  idioma. 

Es  el  doctor  Manuel  Díaz  Rodríguez  silencioso,  de  corte  aris- 
tocrático, de  modales  que  envidiarían  los  tribunos  y  glosarían  los . 


82  NOSOTROS 

más  gentiles  hombres  de  la  cortesanía  de  Grecia,  rulcro  en  el 
vestir,  sereno  y  reposado  en  el  andar,  de  mirada  triste  tras  lentes 
wilsonianos,  es  un  hombreestilista  hasta  en  la  pulida  indumenta- 
ria. Rodó  le  señaló  como  uno  de  los  mejores  prosadores  de  Amé- 
rica. Y  Rodó  era  franco.  El  autor  de  los  Motivos  de  Proteo,  te- 
nía una  analogía  intensa  con  el  autor  de  Camino  de  perfección. 
Recientemente  abandonó  el  cargo  de  Ministro  de  Instrucción 
Pública  en  Venezuela  y  emprendió  viaje  a  Europa,  siguiendo  así 
su  afán  de  ver  y  amar  por  sus  propios  ojos  el  ruinoso  escombro 
que  dejó  la  guerra.  Tal  vez  oigamos  sus  palabras  litúrgicas  lle- 
nando de  luto  el  suelo  de  Europa . . . 

Muy  poco  he  podido  leer  acerca  de  la  vida  de  este  gallardo 
paladín  de  las  estrofas  de  oro .  Escribe  con  buril  de  punta  de  dia- 
mante. El  papiro  egipcio  asentaría  más  a  sus  manos  de  refinado 
prosador.  Como  decía,  muy  poco  sé  de  la  vida  de  Díaz  Rodrí- 
guez. Le  recuerdo  cuando  yo  era  un  muchacho  que  empezaba  a 
sentir  deseos  de  escribir,  que  lo  veía  pasar  por  la  plaza  Bolívar, 
de  Caracas,  con  aquella  gravedad  académica,  siempre  vestido  de 
negro,  mirando  muy  bajo,  pensando  muy  alto.  En  cuantos  libros 
he  leído  de  este  autor,  tiene  su  prosa  una  serenidad  transparente 
de  estanque  dormido.  Por  tener  un  estilo  pulimentado  no  es  cul- 
teranismo el  suyo,  sino  simple  modalidad  de  su  espíritu  exquisito 
de  hombre  digno  del  renacimiento  florentino.  No  tiene  su  prosa 
el  epicureismo  de  la  de  Rufino  Blanco-Fombona,  a  quien  el  crí- 
tico venezolano  doctor  Jesús  Semprún  llama  poeta  de  juventud. 
Trata  de  explicar  este  término,  diciendo :  "Blanco-Fombona  es  in- 
tensamente sensualista  y,  si  se  quiere,  hasta  sensual."  Luego 
prosigue  el  intenso  crítico  venezolano :  "La  mayor  parte  de  'los  que 
entre  nosotros  leen  a  D'Annunzio  —  pongo  por  ejemplo  —  lo  ha- 
cen seducidos  por  la  vibrante  sensualidad  y  por  el  erotismo  desafo- 
rado de  sus  libros.  Hablo  de  nuestro  público,  del  que  yo  conoz- 
co bien,  del  que  se  engulle  las  traducciones  de  Maucci,  donde  el 
artista  italiano  aparece  pálido  y  deforme,  si  no  es  en  la  brama 
perenne  y  subrepticia  de  sus  personajes.  A  este  propósito  quiero 
contar  una  anécdota  que  me  han  referido  y  que  viene  muy  a  cuen- 
to. Un  palurdo  se  detuvo  en  cierta  ocasión  frente  al  escaparate 
de  una  librería,  en  el  cual  estaba  exhibiéndose  el  flamante  volu- 
men de  los  Cuentos  de  color,  de  Díaz  Rodríguez.  Paróse  el  hom- 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  83 

bre  a  mirar  buen  trecho  el  libro  y  luego  entró  en  el  establecimien- 
to y  pidió  un  ejemplar  de  los  cuentos.  Cierto  escritor,  que  estaba 
atisbando  al  hombre,  quedóse  encantado  al  ver  cómo  el  vulgo  bus- 
caba y  leía  las  obras  de  nuestro  gran  estilista.  Pero  resultó  que 
al  poco  el  hombre  volvió  a  entrar  en  la  librería,  reclamando  que 
le  devolviesen  su  dinero,  porque  lo  habían  engañado:  él  creía  que 
aquellos  eran  ¡cuentos  verdes!,  vale  decir,  obscenos". 

Sin  embargo,  no  estoy  de  acuerdo  con  las  observaciones  del 
doctor  Semprún.  Esta  simple  modalidad  no  es  lo  suficiente  para 
creer  que  en  Venezuela  o,  mejor  dicho,  en  Caracas,  sea  leída  más 
la  pornografía  que  cualquier  otro  género  literario.  Hay  en  todo 
país  un  público  que  sólo  busca  el  albañal  en  los  libros,  que  admi- 
tan más  a  Paúl  de  Kock  que  a  Anatole  France.  Pero  en  Caracas 
predomina,  más  bien,  si  cabe,  el  lector  de  sensiblerías,  de  roman- 
ticismo hueco,  de  cosas  haladles.  La  prosa  de  Díaz  Rodríguez  re- 
quiere una  dialéctica  superior.  Se  dirige  más  al  espíritu  que  al 
incesante  espejismo  de  las  cosas.  Su  sentimentalismo  le  hace  des- 
cubrir un  alma  doliente  en  cada  ser.  Las  cosas  para  el  insigne 
autor  de  Camino  de  perfección  están  como  veladas  por  una  at- 
mósfera de  vapores  de  color  rosa.  Sus  Sermones  líricos  es  un  li- 
bro formidable  de  crítica  serena,  de  altura  apolínea,  en  que  el 
sello  de  su  aticismo  pone  como  un  escudo  de  distinción  en  cada 
pensamiento.  Pero  transcurre  en  el  sereno  maestro  con  atildada 
parsimonia,  con  intensa  claridad  de  ideas . . .  Sangre  patricia  y 
Cuentos  de  color,  tienen  el  colorido  de  su  prosa  diáfana  y  las  pa- 
labras ruedan  como  esferas  de  cristal  sobre  un  hilo  de  luz .  ídolos 
rotos  es  una  novela  triste,  de  factura  nostálgica,  brumosa  y  algo 
mórbida.  La  gesta  del  trópico  pasa  por  los  libros  de  este  sereno 
escritor,  de  este  estilista,  con  las  múltiples  manifestaciones  de 
una  fibra  tristemente  sensual  y  ebria  de  colorido.  Es  panteísta 
y  le  gusta  saborear  el  olor  de  la  selva,  la  evolución  fuerte  de  los 
seres,  la  agitación  lenta  de  las  cosas  en  una  naturaleza  en  que  todo 
es  amor  y  fuerza,  harmonía  y  sensación.  El  estilo  de  Díaz  Rodrí- 
guez tiene  ese  sentimentalismo  brumoso  que  pone  Pierre  Loti  en 
sus  novelas.  Pero  el  escritor  venezolano  purifica  más  la  frase. 
En  el  tomo  De  mis  romerías  nos  da  la  idea  de  que  somos  nos- 
otros los  lectores  'los  que  atravesamos  las  callejas  de  Stambul  o 
bebemos  el  café  de   Constantinopla,   que  allí   sólo   saben  hacer, 


84  NOSOTROS 

según  el  ilustre  viajero.  Vemos,  entusiasmados,  las  columnas  del 
humo  perfumado  del  narguilé.  Vemos  pasar  las  aguas  del  Bos- 
foro, de  azul  pulido.  El  amor  despertado  por  una  mujer  turca  y 
la  desilusión  de  no  volverla  a  ver  más  nunca ... 

En  fin,  este  ático  y  galano  prosista,  me  atrevo  a  asegurarlo 
sin  temor  de  incurrir  en  ninguna  exageración,  que  sucede  en  las 
ietras  castellanas  al  malogrado  maestro  José  Enrique  Rodó. 

Diaz  Rodríguez,  que  recientemente  deja  la  cartera  de  mi- 
nistro, y  se  va  a  Europa  a  perseguir  nuevamente  su  ilusión  de 
sempiterno  enamorado  de  la  luz  y  el  aire  nuevos,  expone  el  me- 
jor nombre  de  la  Venezuela  intelectual  contemporánea.  Es  autor 
de  numerosos  libros,  entre  los  cuales  se  destacan:  Sensaciones  de 
viaje  (189Ó),  Confidencias  de  Psiquis  (1897),  De  mis  romerías 
(1898),  un  tomo  de  cuentos,  la  novela  ídolos  rotos,  Camino  de 
perfección,  Semwnes  líricos,  numerosos  escritos  diversos,  artícu- 
los, conferencias,  en  cada  una  de  las  cuales  ha  puesto  su  rúbrica 
de  atildado  prosista  y  galano  temperamento  sentimental. 

José  Rafael  Pocaterra  rompe  la  monotonía  y  la  trivialidad 
de  la  literatura  venezolana  con  una  novela  de  colorido :  Vidas  os- 
curas, que  pinta  con  una  fidelidad  incontrastable  cuadros  que  bien 
podrían  llevar  la  firma  de  Pereda,  por  la  chispeante  agilidad  del 
relato  o  la  del  gran  maestro  Flaubert  por  el  realismo,  por  el  bello 
realismo  de  sus  pinceladas  en  que  revela  el  amor,  el  deseo  todo  y 
la  existencia  atormentada  de  sus  personajes.  Pocaterra  tiene  ap- 
titudes para  cargar  con  la  sagrada  responsabilidad  de  ser  el  ver- 
dadero novelista  venezolano,  el  que  arrancará  de  sus  llanos  vidas 
humildes  y  las  hará  exponer  ante  quien  corresponda  la  situación 
angustiosa  en  que  se  vive.  E'l  estilo  de  este  autor  es  el  que  con- 
viene. Mezcla  a  la  calma  bochornosa  de  los  paisajes  de  Venezue- 
Li,  que  tienen  un  ambiente  pesado  de  modorra,  esa  vida  insegura, 
valentona  y  circunstancial  del  cacique.  La  intromisión  de  los  mo- 
dismos caraqueños,  tan  irónicos  como  oportunistas,  deja  en  el 
espíritu  del  lector  un  zumo  agridulce,  como  si  hincara  el  diente 
en  una  fruta  no  demasiado  madura.  La  pintura  de  los  caracteres 
se  acentúa  con  rasgos  de  una  psicología  equilibrada .  Tiene  la  per- 
ceptiva de  la  lógica,  y  al  ponerla  en  boca  de  sus  personajes,  nada 
discurren  de  más  ni  nada  suprimen  en  el  diálogo,  de  un  naturalis- 
mo casi  gráfico.   Describe  con  tecnicismo,  con  sagacidad,  en  un 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  85 

estilo  suelto,  picaresco,  vivo,  chispeante . . .  Pocaterra  habrá  de 
dar  obras  de  más  aliento,  ya  que  es  un  costumbrista  vivaz,  cuan- 
do una  a  esa  línea  que  marca  el  derrotero  de  una  raza  la  intensa 
descripción  del  espíritu  sombrío  que  flota  en  aquel  ambiente  casi 
inmóvil  del  trópico.  Repito  que  las  aptitudes  de  este  autor  son 
superiores,  porque  es  uno  de  los  pocos  escritores  venezolanos  que 
penetran  a  la  realidad,  aunque  sea  sin  dañar  esa  atmósfera  mi- 
liunochesca  que  envuelve  a  todas  las  cosas  venezolanas. 

Urbaneja  Achelpoll  es  más  mordaz.  Se  sienten  las  garras 
de  su  prosa,  a  veces  áspera,  clavándose  en  la  carne  cansada  de 
la.  víctima.  Tiene  también  un  admirable  dominio  de  pluma.  Co- 
noce las  costumbres,  las  vive,  las  enseña.  Son  en  su  fondo  estos 
admirables  autores,  dos  emancipados,  dos  rebeldes,  que  no  se 
sujetan  a  esa  escuela  vaga  e  insustancial  que  predomina  tanto 
en  Venezuela  como  en  los  demás  países  intertropicales.  Bn  este 
país...!  tiene  un  cariz  de  bronce  gravado  con  agua  fuerte.  El 
relieve  del  medallón  adquiere  una  claridad  definida.  Es  un  cuen- 
tista que  parece  juntar  al  colorido  una  emoción  genésica. 

Otro  autor  joven,  gran  amigo  mío  compañero  en  mis  pri- 
meros pasos  literarios,  es  Ramón  Hurtado.  Su  primer  libro 
Cofias,  nieblas  y  molinos,  escrito  durante  su  estada  consular  en 
Holanda,  es  una  filigrana  de  corte  florentino.  Su  estilo  se  le  ha 
comparado  al  de  Gómez  Carrillo,  y  en  algunos  pasajes  es  supe- 
rior al  del  celebrado  escritor  centroamericano.  Es  uno  de  esos 
escritores  que  por  su  rtiovilidad  debena  andar  siempre  de  viaje, 
extrayendo  de  esas  caminatas  los  encantos  de  los  paisajes  y  las 
dulces  y  encantadoras  sonrisas  de  las  mujeres.  Es  en  esto  como 
en  el  pulimento  de  frases,  buen  discípulo  de  Díaz  Rodríguez. 
Sobre  todo,  tiene  Hurtado  una  buena  y  amplia  concepción  de 
la  Belleza.  Si  el  medio  ambiente  no  le  cierra,  como  un  círculo 
de  hierro,  si  no  se  envanece;  si  no  soporta  su  frente  apolínea 
la  refrescante  brisa  de  la  lisonja,  Hurtado  será,  en  el  correr 
de  los  años,  una  de  las  figuras  descollantes  de  la  América  es- 
pañola. 

Es  tan  poco  conocida  la  literatura  contemporánea  de  Vene- 
zuela, que  yo  mismo  he  tenido* que  hacer  como  'los  turcos:  re- 
coger y  guardar  todo  pedazo  de  papel  escrito,  "porque  puede 
contener  el  nombre  de  Alá".     De  vez  en  cuando  recibo  diarios, 


36  NOSOTROS 

un  libro,  un  folleto . . ,  Eso  sabemos  de  la  Venezuela  de  hoy. 
El  poco  intercambio  con  la  Argentina  hace  esa  obra  de  reco- 
nocimiento. 

La  obra  más  conocida  de  la  literatura  venezolana  de  nues- 
tros días  es,  sin  duda  alguna,  Dyonisos,  de  Pedro  César  Do- 
minici,  autor  también  de  Bl  triunfo  del  ideal,  y  últimamente 
del  libro  de  artículos  que  publicó  en  París,  en  1907,  titulado 
De  Lutecia,  de  arte  y  crítica.  Es  Dominici  uno  de  esos  pacien- 
tes escritores  que  liman  y  pulimentan  con  amor  de  artífices 
las  palabras.  Pero  no  es  solamente  en  las  palabras  en  donde 
leside  el  valor  de  su  obra.     Es  un  esteta  superiorizado. 

Dyonisos  fué  lo  suficiente  para  inmortalizar  el  nombre  de 
Dominici.  No  ha  mucho  que  el  célebre  y  fastuoso  Pompeyo 
Gener  acudió  a  las  fuentes  áticas  de  Dyonisos  para  refrescar 
las  páginas  de  un  libro  casi  suyo.  Le  valió  este  acto  a  Gener 
ser  desacreditado  ante  el  mundo  de  las  letras  como  un  vulgar 
y  escándalo^  plagiario.  Y  Dominici,  el  puro  autor  de  la  cele- 
bérrima no-ma,  se  vio  más  alto  por  el  arrojo  desenfrenado  del 
Tristemente  célebre  Gener...  Es  Dominici  un  fiel  escudero  del 
Renacimiento  italiano.  Su  libro  resume  una  época.  Pinta  a  lo 
vivo  cuadros  y  costumbres  con  una  pulcra  mano  de  artista,  de 
cincelador,  de  filigranista. 

Dice  él  en  el  prólogo  de  De  Lutecia:  "¿Por  qué  entonces, 
después  de  Dyonisos,  no  haber  dado  a  luz  otra  novela,  sino  un 
libro  de  arte  y  crítica?  Razones  no  me  faltaron.  En  primer 
lugar,  el  temor  de  desmerecer  presentándome  ahora  con  una  hija 
indigna  de  su  hermana  mayor;  además,  el  campo,  de  la  novela 
resulta,  en  cierto  modo,  estrecho;  su  estructura  no  permite  las 
divagaciones  críticas,  a  menos  de  hacer  cierta  armonía  que  cons- 
tituye su  principal  encanto;  ni  el  hilo  de  la  trama  se  presta  para 
emitir  opiniones  sobre  todo  asunto.  Al  contrario,  estos  libros 
de  arte  son  infinitos  como  el  piélago,  y  pintorescos  como  un 
jardín.  Nada  detiene  las  imágenes  de  la  fantasía;  libremente 
vuela  el  ave  por  doquier,  persiguiendo  caprichos,  cantando  en- 
sueños, hablando  de  amor  y  de  belleza;  triste  a  veces,  alegre 
ctras,  irónico,  entusiasta,  displicente;  y  las  ideas  van  de  uno  a 
otro  tema  como  abejas  de  flor  en  flor,  enseñando,  recreando, 
divagando.     Por  otra  parte,  de  Lutecia  siempre  habrá  algo  nue- 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  37 

vo  que  decir;  deliciosa  ciudad  de  amor,  sus  entrañas  son  in- 
agotables, y  como  las  diosas  del  viejo  paganismo,  concibe  cada 
noche,  y  con  la  aurora  lanza  an  universo  asombrado  los  gér- 
menes de  su  infinita  procreación  espiritual." 

Es,  además,  un  atildado  crítico  de  arte.  Cualquier  moder- 
no autor  francés  firmaría  con  orgullo  cualquier  trabajo  del  más 
eminente  crítico  americano.  Sus  páginas  están  llenas  de  una 
belleza,  de  unas  sensaciones,  de  unas  emociones  bien  vividas  y 
pensadas.  Familiarizado  con  los  autores  todos  y  la  literatura 
de  Francia,  ha  dicho  de  la  obra  de  Jean  Lombard:  "En  los 
años  en  que  Bourget  triunfaba  con  su  snobismo  psicológico  y 
su  pornografía  perfumada,  en  que  muerto  Goncourt,  loco  Mau- 
passant,  inválido  Daudet,  la  novela,  no  obstante  el  feroz  esfuer- 
zo de  Zola,  habíase  transformado  en  libro  de  "budoir",  Jean 
Lombard  inició  el  renacimiento  de  la  novela  de  alto  vuelo  y  gran- 
de aliento,  rememorando  el  ciclo  histórico  que  después  conti- 
nuaron Fierre  Louys,  Champsaur,  Paul  Adam  y  Bertheroy,  im- 
pregnando a  la  literatura  contemporánea  un  vigoroso  movimien- 
to, bañando  con  sangre  lo  que  sucumbía  de  anemia,  entre  pei- 
nadores femeninos  y  polvos  de  arroz." 

Con  Pedro  Emilio  Coll,  L.  M.  Urbaneja  y  Achelpoll,  fundó 
Dominici  en  Caracas  una  revista  titulada  Cosmópolis,  hermana 
de  la  argentina  Mercurio  de  América  y  de  la  Revista  Azul,  de 
Gutiérrez  Nájera  en  Méjico.  Fué  la  época  del  florecimiento 
en  Venezuela.  Gil  Fortoul  enseñaba  a  pensar,  dando  soluciones 
de  una  alta  filosofía  a  los  problemas  más  trascendentales  de 
Venezuela,  y  César  Zumeta  cantaba  con  su  prosa  melosa  y  ática 
las  nuevas  corrientes  literarias  del  país.  Zumeta  tenía  la  direc- 
ción de  aquella  floreciente  Atenas  americana.  Nunca  fueron  más 
lozanas  las  letras  en  Caracas  que  con  estos    jóvenes    maestros. 

Eloy  G.  González  ya  tenía  el  empaque  de  historiógrafo  de 
peso.  Al  margen  de  la  epopeya  ya  le  aureolaba,  ya  le  distin- 
guía entre  la  aventajada  escuela  de  rancios  académicos  de  secu- 
lares renombres. 

Siglo  de  oro  de  Venezuela,  sus  letras  recorrían  el  conti- 
nente, llegaban  a  Europa  y  traducían  el  paradigma  tradicional 
que  la  distinguiera  como  tierra  de  literatos.  Abiertos  los  nuevos 
nimbos  a  las  corrientes  modernas,  la  literatura  alcanzó  su  más 


38  NOSOTROS 

alto  exponente.  La  fama,  que  según  Virgilio  adquiere  fuerzas 
en  su  carrera,  hizo  volver  los  ojos  a  Venezuela. 

Luego  Zumeta,  Dominici,  Blanco-Forrtbona,  'Coll  y  otros 
se  fueron  a  Europa.  La  nueva  escuela  que  siguió,  si  bien  atil- 
dada, generosa,  leal,  perdió  las  riendas  del  pegaso  inmortal 
del  siglo  de  oro  venezolano,  para  continuar  esa  escuela  difusa 
de  la  poesía  que  nada  construye  en  los  pueblos. 

En  cambio,  la  moderna  escuela  histórica  de  Venezuela  se 
vuelve  al  pasado  glorioso  del  cantor  de  Venezuela  heroica,  don 
Eduardo  Blanco,  y  entra  en  las  corrientes  filosóficas  del  siglo, 
se  remoza  y  busca  los  lauros.  Tiene  ^  Laureano  Vallenilla 
Lanz,  con  su  comentada  obra  Sobre  evolución  étnica  y  social 
en  Venezuela,  su  más  acentuado  sociólogo.  Me  ocuparé  en 
ctra  oportunidad  de  "los  historiógrafos  de  la  actual  Venezuela", 
que  es,  a  mi  manera  de  ver,  la  más  importante  cuanto  más  des- 
tacada tarea  de  sus  hombres  de  nuevo  cuño  republicano-demo- 
crático. Bastaría  tan  sólo  los  nombres  de  Gil  Fortoul,  con 
su  Historia  constitucional  de  Venezuela,  Carlos  A.  Villanueva, 
con  su  Fernando  VII  y  los  nuevos  estados  y  Dentro  de  la  Co- 
siata,  de  Eloy  G.  González,  para  comprender  de  que  hoy  por 
hoy  ocupa  Venezuela  en  esta  rama  de  la  literatura  una  formi- 
dable trinchera  de  pensamiento  y  de  acción.  Gracias  a  los  nue- 
vos historiadores  se  han  dilucidado  graves  problemas  tanto  de 
sociología  como   de  antropología  y  economía  política. 

Atribuye  el  crítico  venezolano  doctor  Jesús  Semprún  de 
que  los  autores  que  predominan  son  aquellos  que  intensifican 
los  deseos  con  chocantes  pornografías.  Yo  creo  que  eso  ocurre 
en  todos  los  países.  Es  un  postre  que  nunca  falta  en  toda  mesa. 
Tanto  lo  come  la  niña  cursi  como  el  hastiado  de  condimentados 
manjares.  Es,  en  otros  términos,  la  tregua  de  solaz  al  hondo 
afán  de  ilustrarse.  Dice  el  estimado  maestro  Ssmprún:  "El 
vulgo  culto  es  una  terrible  plaga  social  que  padecemos,  como 
todos  los  pueblos  jóvenes.  Lo  forma  gente  de  toda  calaña,  que 
visten  con  decencia,  saben  leer  y,  a  lo  menos  algunas,  han  viajado 
un  poco.  Gente  superficial  en  todo,  en  las  ideas  que  son  posti- 
zas, en  la  cultura  que  es  epidérmica,  en  la  sensualidad  que  es 
fingida  o  enfermiza.  Es  gente  que  sabe  el  francés  necesario 
para  leer  una  novela  de  Paul  Bourget,  que  cree  que  París  y  la 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  39 

Francia  son  el  houlevard,  que  da  opinión  sobre  los  trajes  de 
las  actrices  con  una  seriedad  de  modista,  que  tienen  siempre 
un  oráculo  a  cuyo  dictamen  ajustan  sus  palabras :  ese  oráculo 
es  a  veces  un  escritor  extranjero,  ordinariamente  una  medianía : 
a  veces  es  una  revista  a  la  que  están  suscritos,  a  veces  un  amigo 
a  quien  suponen  profundamente  versado  en  cuestión  de  buen 
tono...  Gente  que  nunca  ahonda  nada,  ni  piensa  por  si  propia, 
ni  es  capaz  de  enfrentarse  a  su  conciencia  en  busca  de  una  opi- 
nión" Así  se  expresa  con  acritud,  si  se  quiere,  el  erudito  cri- 
tico de  la  Venezuela  contemporánea.  Pero  es :  así.  La  gente  no 
se  toma  la  molestia  de  pensar .  Escribí  yo  una  vez  en  una  revista : 
"En  general,  se  carece  de  opinión.  El  mal  radica  en  un  fenónie- 
•no:  que  no  somos  sinceros.  Se  teme  discutir  con  la  opinión  del 
médico,  aunque  se  expongan  razonaríiieníJos  convincentes;  se 
teme  profanar  al  legista,  trasluciendo  errores  vitales;  se  teme 
discutir  al  poeta  o  al  escritor,  creyéndoles  siempre  dotados  de 
una  superioridad  inconmovible,  porque  estamos  bajo  la  infuen- 
cia  de  un  fenómeno  social:  el  doctorado.  Fenómeno  que  está 
suplantando  grandes  valores,  tanto  morales  como  intelectuales, 
rezagando  a  hombres  de  valía  en  apartados  rincones  de  mediocri- 
dad, consiguiendo  con  ello  crear  un  carácter  subalterno  enta- 
blado a  todo  aquello  que  no  esté  secundado  por  un  título,  aunque 
no  sea  otro  que  el- lujoso  papel  satinado  colocado  en  la  parte 
más  visible  de  un  hipotético  estudio."  No  me  arrepiento  de  ha- 
ber escrito  eso.  Tanto  es  así  que  ahora  .  me  he  atrevido,  con 
esta  sana  serenidad  de  mi  espíritu  a  juzgar  hombres  y  cosas, 
no  arredrándome  la  mirada  despectiva  del  ajusticiado  ni  la  gra- 
titud del  que  a  mi  juicio  he  loado,  admirado  y  sentido. 

Mucho  habría  en  Venezuela  que  hacer  y  decir,  que  cortar 
3  quemar,  para  que  de  esa  hojarasca  de  los  versos  que  nada  dicen 
quedara  una  ceniza.  Y  así  como  la  del  féniz,  resurgiese  a  la 
vida  una  juventud  más  sólida,  más  pujante,  que  diese  junto  a 
los  maestros  que  he  señalado  —  como  Blanco-Fómbona,  Domi- 
nici,  Díaz  Rodríguez,  Zumeta,  Urbatteja  AchelpoU,  Hurtado, 
Pocaterra  y  otros  —  el  impulso  necesario  para  hacer  que  de  la 
desvencijada  escuela  brotase  nuevamente  la  Atenas  americana, 
como  alguien  llamó  a  Caracas,  desterrando  para  siempre  esa  dis- 


40  NOSOTROS 

ciplina  del  verso  llorón,  mediocre,  vacío  como  un  odre  y  vago 
como  una  leve  columna  de  humo  perfumado- 
La  gesta  espiritual  de  los  pueblos  rio  son  versos.  Y  en 
Venezuela,  sobre  todo  en  la  capital,  los  versos  constituyen  imo 
de  los  primeros  alimentos.  No  es  nada  extraño  ver  a  un  minis- 
tro cambiar  la  prosa  de  la  literatura  oficial  para  darse  a  cantar 
en  versos  -la  acariciada  frente  de  la  diosa  Ceres.  Los  versos  son 
tanto  deleite  de  los  pueblos  como  postración  e  inactividad  de  su 
vida  mercantil.  La  música,  como  los  versos,  sólo  recrean  el 
alma  cansada  de  los  pueblos ;  pero  si  ella  se  tiene  para  todo : 
para  la  boda,  el  saludo,  la  sonrisa,  se  troca  en  una  melancolía 
o  en  un  vicio  de  clorosis  espiritual  que  incita  a  la  raza  a  esa 
mercia,  solo  comparable  a  la  que  se  advertía  en  las  cortes  de 
los  bufones  y  polichinelas...  El  hierro  se  templa  al  rojo  para 
hacer  el  acero.  Así  el  cerebro  de  los  pueblos  se  hace  fuerte  en 
esa  fragua  del  estudio  razonado. 

La  juventud  se  retempla  con  el  pensamiento.  Los  versos 
son  bellas  rosas  para  el  jarrón  de  una  noche.  En  el  vergel  ve- 
nezolano abundan  estos  tristes  jardineros  de  las  rosas  melan- 
cólicas. Jardineros  de  manos  ducales,  en  cuyos  dedos  bien  es- 
tarían las  gemas  de  un  Benvenuto  Cellini.  El  perfume  de  esas 
rosas  narcotiza  y  les  hace  una  vida  artificial  de  embriaguez. 
Son  el  "triste  puñado  de  dol<)r  humano",  de  que  nos  habla  Lu- 
gones. 

Difícil  sería  ensayar  una  antología  de  poetas  venezolanos. 
Tarea  fuerte  para  recopilar  un  mundo  de  versos.  Existe  la  idea 
de  que  allí  son  poetas  los  vigilantes  y  los  cocheros.  A  la  plé- 
yade de  galanos  poetas  cuyos  nombres  no  cito  y  que  merecen 
el  elogio,  hay  otra  multitud  de  poetas  personalistas,  plañideros, 
casi  llorones,  que  siempre  están  al  acecho  de  la  melancolía  y  el 
otoño  para  espigar  en  pensamientos  sombríos,  misteriosos,  té- 
tricos y  sentimentales.  Los  que  merecen  la  corona  de  laure- 
les, además  de  los  ya  nombrados  y  cuya  obra  no  analizo  por 
no  hacerme  demasiado  extenso,  son:  Juan  E.  Arcia,  hondo  y  ga- 
lano; Felipe  Valderrama,  periodista,  cuentista  de  nota  y  admi- 
rable traductor  de  francés;  Emiliano  Hernández,  Juan  Santaella, 
Juan  Duzán,  Fombona  Pachano,  E.  Planchart  Loynaz,  Diega 
Córdoba,  Juan  Miguel  Alarcón,  Sergio  Medina,  Alejandro  Fuen- 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  41 

mayor,  Michelena  FortouJ,  Lavado  Isava,  Guillermo  Austria, 
Ildemaro  e  Ismael  Urdaneta,  Fernández  García,  Luis  Felipq 
Blanco  y  otros  muchos  que  no  recuerdo. 

Destacado  de  esta  gloriosa  estirpe  de  trovadores  es  la  figura 
bizarra,  de  temperamento  fogoso,  de  intensa  vibración,  del  siem- 
pre laureado  poeta  Udón  Pérez.  Es,  con  el  abate  deserto  Carlos 
Borges,  imo  de  los  mejores  portaliras  de  esa  dorada  juventud, 
del  verso  hidalgo,  meduloso,  en  que  los  cantos  están  como  las  ale- 
gorías en  el  relieve  del  bronce. 

Fundidas  están  hoy  en  Venezuela  dos  generaciones:  en  la 
que  se  destaca  mi  ilustre  maestro,  gran  talento,  hombre  pulcro, 
erudito  y  gentil  poeta:  don  Felipe  Tejera.  Le  recuerdo  desde 
estas  lejanías.  Aún  le  veo  ante  el  pupitre  hablándonos  de  Ho- 
racio y  de  Virgilio,  de  literatura  americana,  e  incitándonos  a 
perseverar  en  la  senda  que  él,  ya  anciano,  caminaba  con  cariño... 
Aún  veo  su  noble  barba  entrecana,  su  cara  de  apóstol,  su  son- 
risa plácida  de  maestro,  caminando  con  gallardía  e  ir  luego  jun- 
tos por  los  pasillos  de  la  universidad  de  Caracas  y  luego  acom- 
pañarlo por  las  calles  e  ir  yo  orgulloso  de  ser  su  fiel  escudero. 
Otro  adalid  de  la  pasada  generación  es  don  Eduardo  Calcaño. 
Erudito,  culto  apolonida,  bizarro  prosista,  maestro  pulcro. 

De  la  nueva  escuela  se  destaca  nítidamente  el  cuentista  y 
costumbrista  Rafael  Bolívar  Coronado.  También  Rómulo  Ga- 
llegos, buen  cuentista,  de  diversos  géneros,  pone  en  sus  persona- 
jes estudios  psicológicos  dignos  del  ambiente  localista.  Carlos  Paz 
García,  de  estilo  preciso,  articulista  probo,  crítico  docto.  Juan 
Churión,  que  interrumpe  su  carrera  diplomática  para  esculpir  fi- 
nas prosas  y  malos  versos. 

En  lo  didáctico  la  nueva  generación  cuenta  con  tres  ele- 
mentos :  los  doctores  Luis  Razetti,  cirujano  famoso  y  escritor 
fecundo;  Diego  Carbonell,  autodidacta  y  publicista  bien  acogido 
por  la  prensa  de  ambos  mundos,  médico  también,  y  el  galeno 
Francisco  Giménez  Arraiz,  que  escribe  con  el  escalpelo  y  opera 
con  la  pluma.  Al  doctor  Razetti  le  es  tan  familiar  el  bisturí 
como  la  péñola.  Para  él  es  lo  mismo  la  difícil  operación  como 
el  problema  científico  que  desmenuza  en  pulida  prosa  o  en  ga- 
lana disertación  académica. 

Si   bien  he  podido    recoger   una   parte   de   la   nueva   gesta 


42  NOSOTROS 

intelectual  de  \'enezuela,  gran  parte  de  sus  co-factores  disertan 
de  mi  alcance.  Sabemos  tan  poco  de  la  Venezuela  actual,  que  se 
hace  imposible  desde  esta  extremidad  del  continente  abarcar  la 
obra  de  cultura  intelectual  de  aquel  pueblo  tan  dado  a  las  bue- 
nas letras.  No  somos  pesimistas  para  el  día  lejano  en  que  los 
intelectuales  argentinos  y  venezolanos  se  den  un  abrazo  a  través 
del  continente,  salvando  el  hondo  abismo  del  océano,  porque  es 
una  misma  su  historia  y  sus  afinidades  fraternales.  No  hay  evo- 
lución de  arte,  acento  de  cultura,  nota  de  aspiración  intelectual, 
que  no  tenga  eco  en  la  sociedad  de  Caracas.  No  es  Caracas  la 
Tolosa  inmortal  y  capital  durante  seis  siglos  de  la  poesía  ga- 
lante, con  su  Consistorio  del  Gay  saber,  ni  la  Provenza  aquella 
del  siglo  XIV,  sino  la  tranquila  ciudad,  galante  en  demasía,  so- 
berbia en  sus  notas  de  arte,  que  rinde  un  tributo  a  la  mujer  y 
la  exalta  en  reina  del  amor  y  la  poesía.  Allí  se  confunden  nobles 
y  menestrales  en  el  templo  de  Apolo. 

Frente  al  Avila,  gigantesco  monarca,  dormita  la  ciudad  de 
Santiago  de  León  de  Caracas.  Bajo  el  cielo  nítidamente  azul  vi- 
ven sus  poetas  una  vida  bucólica,  como  los  tiernos  pastores  de 
Li  Arcadia.  La  tristeza  del  muzárabe  pone  su  dejo  insaciable 
de  melancolía.  Pero  Caracas  sabe  también  reir.  Con  su  risa 
de  andaluza,  con  sus  zambras,  con  sus  guzlas.  Revive  en  cada 
momento  y  en  cada  gesto  el  espíritu  romántico  de  España.  Bien 
lo  dice  el  gesto  de  sus  mujeres  y  ese  redondel  de  la  plaza  de 
toros,  de  donde  suele  salir  en  andas  del  populacho  el  valiente 
torero.  Pero  también  a  ese  mismo  pueblo  le  cupo  la  gloria  de 
llevar  sobre  los  hombros  al  eximio  cantor  de  la  España  son- 
riente: Marquina.  Ese  mismo  pueblo  ha  tributado  a  Villaespesa 
un  homenaje  fervoroso.  Pueblo  sentimental,  su  espíritu  tiene 
un  abandono  peculiarísimo. 

El  maestro  Díaz  Rodríguez  ha  aconsejado  a  los  poetas,  ex- 
hortándolos de  esta  manera:  "con  la  música  de  vuestros  versos, 
pero  también,  ¡  oh,  poetas !,  con  el  sudor  del  trabajo  y  la  san- 
gre de  vuestros  corazones,  forjad  ese  poema  de  la  patria  fuerte 
y  una  que  la  podéis  llevar  sobre  el  corazón  como  un  joyel,  y 
esgrimirla,  si  fuese  preciso,  con  vuestras  manos  como  un  pu- 
ñal, o  ponerla  sobre  vuestras  frentes  como  un  escudo,  y  habréis 
cumplido  con  vuestro  deber  para  con  los  antepasados,  comple- 


VENEZUELA  INTELECTUAL  CONTEMPORÁNEA  48 

tando  su  obra,  lo  que  al  mismo  tiempo  significaría  tener  cum- 
plido vuestro  deber  para  con  los  hijos  de  vuestros  hijos  y  vues- 
tros más  lejanos  descendientes.  Desgreciado,  dice  Leonardo,  el 
hijo  que  no  sobrepuja  en  algún  respecto  a  su  padre".  Así  ha 
dicho  el  maestro. 

Así  queremos  ver  a  los  poetas:  ayudar  al  país  con  la  pluma 
y  el  arado.  Que  sepa  el  mundo  que  los  bardos  no  sólo  son 
las  cigarras  que  cantan  a  la  primavera.  Que  saben,  como  Wash- 
ington, después  de  la  república,  hacer  el  arado.  Que  con  esas 
manos  pálidas  como  lirios  pueden  sembrar,  trabajar  y  honrar  a 
la  patria  con  ía  potente  voluntad  de  la  acción.  Que  sea  la  poesía 
solaz  de  los  pueblos,  pero  nunca  dominio,  absolutismo...  Sólo  así 
podrán  merecer  el  atributo  de  las  gracias  y  la  alegría  de  los 
pueblos. 

M.  García  Hernández. 


LOS  POEMAS  DE  LA  INMOVILIDAD 


Yo  soy  la  piedra  inmóvil. 


\/ o  soy  la  piedra  inmóvil  junto  al  camino  vivo; 

■      El  árbol  envidioso  de  la  nube  andariega; 
Estoy  sentada  y  muda  al  borde  de  la  Vida, 
Mientras  la  senda  sigue  su  marcha  hacia  el  futuro. 

Pasan  inquietos  seres,  caminantes,  arrieros. 
Parejas  enlazadas,  y  familias  contentas, 
Chiquillos  juguetones,  hirvientes  de  energías, 
Pasan  ancianos,  pasa  la  juventud,  . . .  se  van . . . 

Pasan,  pasan ...    Yo  siempre  en  mi  lugar  estoy . . 
Soy  la  piedra  sentada  un  día  y  otro  día, 
El  árbol  engarzado  en  la  misma  actitud . . . 

^Arbol,  piedra,  persona...    Ya  no  sé  lo  que  soy... 


A  la  victoria  de  Samotracia 

Para  Mauricio  Cravotto. 

Oh!  Victoria,  Victoria,  mármol  divino, 
Como  yo  condenada  a  la  inmovilidad; 
Con  toda  el  alma  puesta  en  las  alas  abiertas, 
Mutilada  en  el  ímpetu  supremo  de  volar . . . 


LOS  POEMAS  DE  LA  INMOVILIDAD  45 

Ansia  de  movimiento!  Anhelo  de  elevarse. 
De  correr,  de  subir,  en  vuelo  magistral; 
Deseo   doloroso  a  fuerza  de  imposible 
De  andar...  de  andar...   de  andar... 

Oh!  Victoria,  Victoria  de  Samotracia,  » 

Imagen  de  mi  vida  toda  inmovilidad; 
En  el  mármol  divino,  hecho  cárcel  del  vuelo. 
Ansia  desesperada,  enorme,  de  volar! . . . 


Palabras . 


•  ••    Mm^ 


AS  palabras 
Deformaron  el  alma,  y  la  enlodaron .... 
¿Bn  qué  silencio  te  hallaré  algún  día. 
Tú,  que  ignoras  acaso,  que  mi  silencio 
Tiene  tu  misma  voz? 

En  el  misterio  de  sus  aguas  quietcís, 
Inmóvil  y  desnuda, 

• — Blanco  nenúfar  —  floreció  mi  alma; 
Y  ascendió  su  corola  del  silencio 
Cálido  y  aterciopelado, 
Donde  una  inmensa  floración  se  abre 


A  través  de  sus  aguas  de  misterio 
¿Qué  heroísmo  floral  ha  de  enviarme 
Su  amoroso  mensaje 
De  corola  a  corola, 
Y  fecundar  mi  pensamiento. 
Navegando  callado,  en  el  océano 
Lustral  de   los  silencios f 

Las  palabras 

Deformaron  el  alma,  y  la  enlodaron 


4«                                              NOSOTROS 
Descenderé  otra  vez 

P*V  ASCENDERÉ  Otra  vez  hasta  el  profundo 
*--'    Abismo  de  mi  océano  infinito. 
En  cuya  superficie, 
Por  el  encanto  de  una  vela  blanca, 
Por  la  dulzura  de  una  brisa  nueva. 
Por  el  azul  de  un  cielo  más  tranquilo, 
Dejé  flotar  las  horas  deleznables 
En  sufrir  de  esperanza;  de  la  vieja. 
Terca  esperanza  de  otros  días. . . 
Descenderé  otra  vez  hasta  perderme 
En  el  nirvana  de  las  aguas  quietas; 
Allá,  en  el  fondo,  en  eh palacio  oculto. 
Que  elevaron  más  hondo  que  las  olas. 
Más  profundo  que  todas  las  borrascas. 
Los  misteriosos  dioses,  las  extrañas 
Potencias  que  gobiernan  mi  destino . . . 

Y  cogeré  las  flores  monstruosas, 

Y  forjaré  en  el  fondo  del  abism^o 
Las  perlas,  los  corales,  las  madréporas. 
Que  son  dolor,  renunciación  y  calmea, . . 
El  naufragio  despojo 

No  flotará  perdido  en  el  océano, 

Y  no  sabrá  la  Vida^ 

La  misteriosa  i'ida  de  mi  alma.  . . 


Sed 


LA  sed  me  devoraba. . .  Una  sed  tan  ardiente. 
Que  por  todos  los  poros  absorbiera  humedad. 
Mi  cuerpo  era  un  desierto  de  arena  tan  candente. 
Que  a  empapar  no  bastara  toda  el  agua  del  mar. . . 

Y  puse  mi  garganta  como  cauce  de  un  río; 

Y  por  ella  pasó,  cantando,  la  corriente. 
Toda  abierta  a  su  fresco  y  verde  murmurio. 
El  agua  acariciaba  mi  sequedad  doliente. . . 

Y  bebí,  bebí  toda  la  linfa  cristalina; 

Y  goteaba  diamantes  de  la  cabeza  al  pié. 


LOS  POEMAS  DE  LA  INMOVILIDAD  47 

¡Ay!  no  bastó  a  mis  ansias,  la  fuente  cantarína: 
¡Yo  misma  he  de  ser  agua  para  apagar  mi  sed! 


Y 


Ya  nunca  más. 

'a  nunca  más  olvidaré  el  oscuro 
Sabor  que  mis  raíces 
Chuparon  de  la  tierra; 
Que  ascendió  por  mis  venas, 
Se  hizo  cal  en  mis  huesos, 

Y  por  los  finos  hilos  de  mis  nervios, 
Llevó  hasta  mi  cerebro 

Bl  hondo  y  trágico  sentido  de  la  vida. 

Se  desgajó  mi  tallo,  y  en  prodigio 
Maravilloso  y  nuevo. 
Eché  a  andar  por  el  mundo; 
Mas  nunca  ya  podré  olvidar  el  húmedo 
Sabor  de  mis  raíces. . . 

Y  cuando  vuelva  un  día 
En  abraso  esta  vez  definitivo 
A  ser  raíz  eterna. 
Recordaré  de  nuevo  las  oscuras, 
Húmedas  sensaciones  de  la  tierra. 
Planta  otra  vez  me  ahincaré  en  el  humus. 
Planta  otra  vez  ascenderé  en  el  éter, 

Y  entregaré  a  la  luz  y  a  las  caricias 
Del  viento,  mi  follaje. . . 

Y  acaso  un  día  la  nostalgia  vuelva 
De  andar,  de  andar,  de  nuevo, 

Y  de  la  copa  verde  de  mí  tnisma. 
Sin  saber  como  fué,  volará  un  ave 
A  la  región  del  éter.  . . 

Ave,  planta,  cerebro,  flor,  peñasco. 
Eterno  cielo,  sucesión  eterna.  .  . 

Luisa  Luisi. 

Montevideo,  1922. 


EL  CONSTRUCTOR  DE  QUIMERAS 

Hubo  una  vez  un  hombre...  ¿Cuándo  no  hubo  un  hombre, 
hermanos,  y  sobre  qué  palabras  se  inclinará  ansiosamente 
ía  atención  de  los  hombres  si  ellas  no  libertan  el  rumor  apasio- 
nado del  humano  vivir  que  aprisionan  sus  senos?  ¿Y  qué  hay 
en  la  tierra  y  en  la  mar  y  sobre  la  mar  y  sobre  la  tierra,  hacia 
la  que  vaya  nuestra  temblorosa  curiosidad,  si  sobre  el  camino 
ondulante  de  las  aguas  y  si  sobre  los  senderos  pedregosos  de  la 
tierra  nuestra  pupila  insomne  no  atisba  el  rastro  fugitivo  de 
pisadas  de  hombre?  Y  aún  en  la  hondura  de  los  cielos  tempes- 
tuosos, en  la  profundidad  serena  de  los  cielos,  ¿qué  habrá  si 
ojo  de  hombre  no  la  contempla  y  corazón  de  hombre  no  la  siente 
y  pensamiento  de  hombre  no  se  asoma  sobre  las  bocas  insonda- 
bles de  su  abismo?     Hubo  una  vez  un  hombre... 

Cuando  era  niño,  vivía  en  una  de  esas  humildes  casas  que 
manos  oscuras  y  olvidadas  construyen  en  los  viejos  barrios  sub- 
urbanos ;  una  de  esas  silenciosas  casas  que  se  suelen  ver  desde 
los  trenes  en  marcha,  cuando  los  hombres  fatigados  huyen  de 
la  gran  ciudad  entenebrecida  por  las  primeras  sombras  noctur- 
nas. Los  trenes  pasan  rápidamente  y  los  chicos  saludan  con  las 
manos  a  las  gentes  que  miran  pensativas  desde  las  ventanas  de 
los  coches,  conducidas  por  sus  destinos  más  allá  o  más  acá  de 
sus  deseos  y  de  sus  sueños. 

El  niño  vivía  allí.  Hacia  su  espalda  rugía  la  vorágine  enor- 
me de  la  gran  ciudad  de  carne  y  ladrillo;  frente  a  sus  ojos  abríase 
la  curva  horizontal  de  las  llanuras  que  acogen  a  todos  los  pasos 
aventureros.  Sobre  su  cabeza  combábase  el  arco  profundo  del 
cielo. 

La  casa  era  solitaria  y  triste.  Tenía  uno  de  esos  viejos 
patios  poblados  de  tiestos  floridos,  donde  siempre  hay  un  hú- 
medo pozo  que  asila  en  su  brocal  hospitalario  ciertas  flores  humil- 


EL  CONSTRUCTOR  DE  QUIMERAS  49 

des  que  a  la  hora  crepuscular  de  la  tarde  riegan  solícitas  manos 
maternales.  El  grave  chirrido  diario  de  la  polea  anunciaba  la 
presencia  del  gran  balde  chorreante  de  agua  elástica  y  fresca, 
surgida  de  la  hondura  del  pozo,  como  una  pura  oferta  líquida  de 
la  tierra  fervorosa.  Y  eri  el  agua  abrevaba  la  fatiga  del  hombre, 
la  sed  de  las  plantas  y  la  boca  tierna  de  los  niños.  Que  esa  es  la 
bondad  del  agua,  hermanos. 

Espaciábase  el  patio  en  un  vasto  terreno  inculto,  el  cual 
cubríase  en  los  días  estivales  de  azules  borrajas  silvestres,  al- 
rededor de  las  cuales  zumbaban  pardas  abejas  afanosas.  Ha- 
cia el  fondo,  contra  el  muro  musgoso,  encorvábanse  un  grupo 
de  higueras  revestidas  de  bíblica  severidad.  Al  llegar  la  noche, 
las  luciérnagas  subían  del  campo  húmedo  como  un  gotear  lumi- 
noso y  fantástico.  Cuando  los  primeros  aguaceros  del  otoño 
caían  sobre  el  planeta  sediento,  olfateábase  en  el  aire  el  aeré  y 
grato  olor  de  la  tierra  mojada. 

Crecía  el  niño  en  la  gracia  del  Señor.  Por  frente  a  la  casa 
humilde,  hundiéndose  en  las  llanuras  arcanas,  los  veloces  trenes 
pasaban  cargados  de  bullicio.  En  la  noche  marchaban  como  ful- 
gurantes columnas  fugitivas  y  durante  el  día  como  tropeles  de 
gigantescos  animales  en  atemorizada  fuga.  Y  al  verlos  pasar, 
una  secreta  ansiedad  encendíase  en  los  ojos  del  niño.  Su  sem- 
blante se  oscurecía  como  la  ventana  de  un  taller  en  donde  se  for- 
jase quién  sabe  qué  obra  incógnita. 

En  veces,  tendido  sobre  el  vientre  tibio  de  la  tierra,  respi- 
raba la  fragancia  vegetal  de  las  hierbas  y  escuchaba  esas  es- 
condidas corrientes  de  pequeños  rumores  que  se  deslizan  im- 
perceptiblemente por  entre  los  pastizales  agrestes.  Sus  ojios 
contemplaban  el  cielo,  extendido  allá  arriba  como  un  ancho  mar 
poblado  de  flotantes  nubes  o  seguían,  abstraídos,  el  pausado  vo- 
lar de  aves  desconocidas  que  cruzaban  desde  un  horizonte  hacia 
el  otro  horizonte.  Entonces,  el  alma  del  niño  colmábase  de  algo 
impalpable  y  profundo  que  parecía  ascender  desde  sus  más  os- 
earos ángulos  y  volar  ansiosamente  hacia  los  trenes  fugaces,  ha- 
cia las  nubes  fantásticas  o  asentarse  con  blandura  callada  sobre 
la  verde  terneza  de  las  hierbas  campesinas.  A  su  espalda,  un 
gran  halo  de  fulgores  rojizos  proyectados  hacia  los  cie'os  som- 
bríos anunciaba  la  presencia  de  la  gran  ciudad.     Frente  a  sus 


60  NOSOTROS 

ojos,  las  llanuras  brindaban  sus  caminos  a  la  impaciencia  inquie- 
ta de  osados  viajeros  andariegos.  Las  miradas  del  niño 
profundizábanse  hacia  el  resplandor  prodigioso  o  se  volvían  hen- 
chidas de  graves  reflejos  hacia  lo  desconocido  de  las  llanuras. 
Y  había  en  el  fondo  de  ellas  algo  como  la  sombra  interna  de  un 
taller  oscuro  en  donde  diligentes  manos  trabajaran  en  quién  sabe 
qué  imaginadas   forjas. 

Había  en  la  casa  una  ventana.  No  pasaba  de  ser  una  de 
esas  humildes  ventanas  de  enrejados  de  hierro  que  amparan  los 
tesoros  del  pobre  contra  las  asechanzas  de  rondadores  furtivos. 
Cierto  día,  salió  de  la  morada  humilde  una  caja  donde  no  había 
nada  que  valiera  nada  para  los  millones  de  hombres  que  pueblan 
la  superficie  de  la  tierra.  No  había  en  ella  nada  más  que  un 
postrado  cuerpo  de  madre.  Y  al  pasar  el  fúnebre  cortejo  por 
frente  a  la  ventana,  pensó  el  niño  que  sus  brazos  eran  tan 
fuertes  que  torcían  los  hierros  para  que  por  entre  ellos  saliera 
su  desesperado  adiós.  Y  cuando  se  alejaba  el  grupo  de  silen- 
ciosas personas  que  llevaban  a  la  muerte  su  lastimera  ofrenda, 
los  ojos  del  niño  contemplaban  los  hierros,  sin  duda  torcidos  por 
ti  esfuerzo  de  su  dolor.  Asombrábase  su  alma  de  que  nadie 
viera  aquello ;  y  pensando  en  eso  se  olvidaba  de  llorar. 

Aconteció  otra  vez  que  en  cierto  sitio  los  muchachos  juga- 
ban a  trepar  hasta  lo  alto  de  un  mástil  sólidamente  fijado  en  el 
suelo.  Unos  alcanzaban  hasta  el  ápice  y  otros  se  deslizaban 
desde  mediana  altura;  mas  todos  ensayaban  sus  esfuerzos  y  loá- 
banse mutuamente  por  su  vigor  y  destreza.  El  niño  sentía  hondos 
deseos  de  subir  pero  retiróse  silenciosamente  sin  atreverse  a 
probar.  Seguía  sus  pasos  el  rumor  jubiloso  de  la  algazara  in- 
fantil. Y  más  tarde,  tendido  sobre  la  hierba  tibia,  los  ojos  fi- 
jos en  pequeños  pájaros  que  piaban  por  los  cercanos  ramajes, 
pensaba  que  sus  músculos,  ágiles  y  fuertes,  izábanlo  victoriosa- 
mente hasta  la  cima  del  mástil,  aclamada  su  proeza  por  la  alegre 
muchedumbre.  Y  lo  pensó  tan  hondamente,  que  lanzándose  con 
presteza  por  entre  las  gentes,  sorprendíase  de  que  no  le  detu- 
viesen para  cumplimentarle.  Al  pasar  nuevamente  frente  al  más- 
til ya  solitario,  experimentó  esa  honda  sensación  de  júbilo  que 
provoca  la  victoria  lograda.  Y  cuando  meditaba  en  esas  cosas 
ensombrecíase  su  frente  como  la  ventana  ahumada  de  una  es- 


EL  CONSTRUCTOR  DE  QUIMERAS  51 

condida  fragua.  Por  cierto  que  cuando  las  personas  sensatas 
pasaban  a  su  lado  no  alcanzaban  a  divisar  nada  más  que  un  pe- 
queño niño  demasiado  pensativo  para  su  edad. 

El  niño  tornóse  en  hombre  y  uno  de  los  trenes  fugitivos 
lo  arrebató  al  pasar  y  condújolo  hacia  la  gran  ciudad  de  carne 
y  ladrillo.  Vinieron  los  días  y  se  fueron  los  días ;  la  plata  asomó 
en  sus  cabellos  y  el  tiempo  curvó  sutilmente  sus  espaldas.  Pa- 
saban las  generaciones  a  su  vera  como  una  oscura  y  relampa- 
gueante nube  preñada  de  pasión  y  de  misterio.  Pasaban  las 
jóvenes  con  sus  gracias  y  los  niños  con  su  candor.  Iban  los 
hombres  marchando  afanosos  hacia  sus  fines;  los  unos  condu- 
cían a  las  multitudes  y  los  otros  destilaban  oro  con  el  hambre 
y  la  sed  de  las  gentes.  Caían  aquéllos  y  el  pie  de  los  que  se- 
guían levantaba  el  puñado  de  polvo  necesario  para  cubrirlos. 
Las  voces  sonoras  tornábanse  opacas  y  los  gritos  de  esperanza 
en  lastimero  plañir.  Y  el  hombre  que  fuera  niño  avanzaba  hu- 
mildemente por  la  vida,  rozado  por  todas  las  aristas  y  esquivo 
•t  todas  las  luces.  Su  paso  era  incierto  y  su  andar  indeciso; 
frecuentemente,  avergonzábale  su  viejo  calzado  y  sus  viejas  ro- 
pas; frecuentemente,  sobre  la  mesa  de  los  suyos  cerníase  el 
sombrío  malestar  de  la  pobreza.  Y  sus  amigos  confiábanse  en 
secreto  su  lastimosa  incapacidad  para  hacer  las  cosas  positivas 
en  que  emplean  las  manos  todas  las  gentes  dotadas  de  sentido 
común. 

Mas  en  el  fulgor  de  sus  ojos  y  en  la  serenidad  apacible  de 
su  frente  traslucíase  la  actividad  fecunda  de  una  escondida  fra- 
gua interior.  En  lo  profundo  de  sus  ojos  desdoblábanse  espa- 
cios infinitos  poblados  de  quien  sabe  qué  maravillosas  creacio- 
nes de  belleza  y  de  equidad.  Y  había  entonces  en  su  semblante 
la  placentera  conformidad  de  los  hombres  felices. 

Hasta  que  murió  un  día.  El  ángel  de  la  muerte  arrojóle 
al  pasar  una  mirada  y  el  corazón  del  hombre  detuvo  su  latir. 
Agrupados  frente  a  su  tumba  sus  amigos,  confiáronse  su 
l)erplejidad.  Estos  amigos  llamábanse,  acaso,  Elifaz  Tema- 
nita.  Baldad  Sugita  y  Sofar  Naamatita.  En  verdad,  que  esos 
eran  los  nombres  de  los  amigos  de  Job;  mas,  ¡quién  sabe! 
¡  Quién  sabe  si  estos  también  no  eran  llamados  ^gjj  Entre  los 
hombres  hay  más  semejanzas  de  las  que  perciben  las  personas 


52  NOSOTROS 

sutiles.  Y  estaba  presente  otro  amigo  más,  un  cierto  José  de 
Arimatea,  cuyo  nombre  también  ha  sido  escrito  en  alguna  parte. 

Y  dijo  Eli  faz: 

— Embarazosa  es  nuestra  situación,  amigos  ¿qué  podemos 
escribir  sobre  la  loza  que  cubre  sus  restos?  Bien  se  me  alcanza 
que  es  menester  añadir  a  su  nombre  algunas  palabras  que  real- 
cen sus  niéritos  ante  las  gentes  que  pasan.  Además,  la  gloria 
de  las  personas  muertas  honra  a  los  amigos  que  las  sobreviven. 
Es  una  retribución  a  la  amistad.  He  aquí,  sin  embargo,  que 
él  nada  hizo  en  su  vida.  Vivió  ociosamente  y  en  la  oscuridad. 
Dilapidó  sus  días  como  un  caudal  sin  valor.  No  esculpió  pie- 
dra, ni  pintó  lienzo,  ni  arrancó  sonido,  ni  escribió  palabra,  ni 
acumuló  fortuna,  ni  adquirió  fama,  ni  hizo  cosa  alguna  de  esas 
que  se  dejan  como  simiente  en  el  polvo  cósmico  de  la  eterni- 
dad.   Mucho  lo  amamos  pero  fuerza  es  hablar  así. 

— En  verdad  —  habló  a  su  vez  Baldad  Sugita  —  que  es 
tarea  dolorosa  de  la  amistad  ésta  de  decir  quién  fué  y  qué 
hizo  el  amigo  que  murió.  Cierto  que  lo  amamos  grandemente; 
mas  el  amor  no  debe  oscurecer  la  claridad  de  nuestro  juicio. 
Fué  su  vida  como  una  línea  borrosa  trazada  en  la  sombra.  Si 
quiso  no  pudo,  y  si  pudo  no  quiso.  Como  el  criado  timorato 
de  la  parábola,  enterró  su  talento  y  dejó  que  hombres  hábiles  y 
diligentes  sacaran  pingüe  provecho  de  los  suyos.  Digámoslo 
en  voz  baja  para  que  no  se  enteren  quienes  no  deben  oír;  fué 
un  fracasado,  como  dicen  las  gentes  de  hoy. 

Tomó  entonces  la  palabra  Sofar  Naamatita,  quien,  hasta 
entonces,  escuchaba  meditabundo  los  discursos  de  los  que  habla- 
ran antes  que  él. 

— Amigos  —  dijo  —  bella  cosa  es  la  sinceridad.  Bien- 
aventurada sea  la  muerte  de  este  hombre  porque  nos  ha  per- 
mitido ser  sinceros  con  él.  Yo  amo  la  sinceridad  sobre  todas 
la?  cosas  y  a  ella  sacrifico  hasta  las  afecciones  más  caras.  Nada 
más  hermoso  que  decir  cosas  desagradables  del  amigo  muerto 
cuando  abrigamos  la  convicción  de  que  ellas  son  verdaderas. 
La  equidad  debe  prevalecer  sobre  la  amistad  y  es  esa  una  legí- 
tima manera  de  ganar  fama  de  justos.  Propongo  que  ponga- 
mos sobre  esta  lápida  la  siguiente  incripción:  "Aquí  yace  un 
hombre  que  no  merece  piedad". 


EL  CONSTRUCTOR  DE  QUIMERAS  53 

Absortos  y  satisfechos,  oyéronle  Elifaz  y  Baldad.  Apres- 
tábanse todos  a  grabar  en  la  piedra  la  leyenda  justiciera  cuan- 
do acercóse  a  ellos  José  de  Arimatea.  Este,  habiase  mantenido 
entretanto,  alejado  y  silencioso. 

— Sabiamente  he  oído  hablar  —  dijo —  ¿mas  quién  puede 
afirmar  que  en  la  sabiduría  reside  el  secreto  de  la  bondad? 
Hay  que  ser  justos  —  decís  vosotros.  ¿Y  quién  forjó  la  vara 
para  medir  la  falta  del  que  yerra  y  la  virtud  del  que  acierta? 
No  existe  varón  capaz  de  afirmar  que  se  profundizó  en  el  áni- 
ma de  su  vecino  y  que  descifró  el  signo  inscripto  en  la  frente  de 
su  hermano.  ¿  Cómo,  entonces,  os  atrevéis  a  decir :  éste  vivió 
ociosamente  y  no  merece  piedad?  Visteis  la  vida  del  hombre 
como  quién  examina  el  reverso  grosero  de  la  estofa  sin  alcanzar 
la  belleza  que  luce  en  su  otra  faz . . . 

— ¿Y  qué  utilidad  tiene  todo  eso?  interrumpióle  en  alta 
voz  Sofar  Naamatita,  el  cual  añadió  en  voz  baja:  — Las  ex- 
presiones de  éste  transcienden  a  la  retórica  de  su  amigo  el  Ga- 
lileo  que  murió  crucificado.  Siempre  he  creído  en  la  influen- 
cia perniciosa  de  las  malas  compañías. 

Encogiéndose  levemente  de  hombros  prosiguió  el  de  Ari- 
matea : 

— ¿Quién  conoce  el  destino  postrero  de  las  cosas  que  pasan 
y  perecen  ante  nuestros  ojos  sin  utilidad  visible?  En  el  princi- 
pio de  los  tiempos  crecía  un  árbol  anchuroso  y  elevado  y  he  ahí 
que  el  rayo  lo  derribó  y  el  terremoto  precipitó  su  tronco  y  sus 
ramas  en  los  senos  sombríos  de  la  tierra.  Y  vosotros  decís : 
¿de  qué  sirve  hacer  crecer  un  árbol  para  aniquilarlo  neciamente 
con  el  fuego  celeste  y  soterrarlo  en  la  entraña  ignota  del  pla- 
neta? Mas  el  torrente  de  los  tiempos  prosigue  su  deslizamien- 
to sempiterno  y  en  las  honduras  de  la  tierra  el  tronco  del  árbol 
milenario  se  transforma  en  gema  prodigiosa  y  deslumbradora 
que  la  mano  del  esclavo  encuentra  y  que  paga  la  libertad  de 
quien  lo  descubrió  y  refulge  maravillosamente  en  la  diadema 
del  rey.  . . 

— Observo,  amigo  —  objetó  con  sorna  Baldad  Sugita  — 
que  beneficiáis  de  descubrimientos  químicos  posteriores  a_  vues- 
tra existencia.     Eso  se  llama  incurrir  en  un  anacronismo.   (En- 


64  NOSOTROS 

tre  los  amigos  de  Job  este  Baldad  Sugita  gozaba  fama  de  iró- 
nico e  incisivo.  Poseía  lo  que  hoy  se  llama  espíritu  crítico). 

— Además  —  expuso  a  su  vez  Elifaz  —  no  es  un  procedi- 
miento dialéctico  aceptable  ese  de  <lirigirse  a  da  sensibilidjad 
cuando  es  necesario  persuadir  a  la  razón.  No  quiero  ser  con- 
movido sino  convencido. 

Perplejo  estuvo  algunos  momentos  José  de  Arimatea,  y, 
después,  lleno  aun  de  confusión,  dijo : 

—Perdonad,  amigos;  confieso  haber  incurrido  en  un  error. 
Ciertas  lecturas,  de  esas  denominadas  edificantes  y  colmadas  de 
zumo  moral,  hiciéronme  creer  que  este  era  un  caso  de  apólogo. 
Entendía  que  en  circunstancias  iguales  la  exhortación  del  tes- 
tigo benévolo  termina  por  reducir  a  sus  adversarios.  Eso  se 
llama  hacer  triunfar  la  virtud.  Proponíame,  pues  demostrar 
que  la  vida  interior  de  este  hombre  ha  sido  tan  rica  y  fecunda 
para  sí  misma  como  pobre  fué  y  estéril  su  vida  exterior.  Indu- 
cido por  mi  vanidad,  intentaba  probar  que  el  espectáculo  ar- 
monioso de  una  existencia  feliz  por  transformación  íntima  de 
su  propio  destino,  contiene,  a  la  vez,  una  lección  estética  y  una 
noble  enseñanza  de  moral.  Es  menester  —  decíame  —  que  al- 
guna vez  el  hombre  no  viva  solamente  de  pan  y  responda  vic- 
toriosamente a  las  disciplinas  materiales  de  la  vida  construyén- 
dose con  los  elementos  de  su  espíritu  un  exclusivo  mundo  inte- 
rior.  Este  se  profundizó  y  ensanchó  en  sí  mismo  de  tal  manera 
que  al  infinito  cósmico  opuso  humildemente  su  infinito  espiri- 
tual. Para  él  fueron  las  compensaciones  que  el  vivir  ofrece,-  no 
como  galardón  desdeñable  y  efímera  vanidad,  sino  como  tesoro 
ganado  y  acaudalado  para  sí,  como  batalla  reñida  y  alcanzada, 
como  amor  conseguido  y  solaz  alcanzado.  La  diligencia  infa- 
tigable de  su  espíritu  realizó  todos  sus  propósitos,  coronó  todas 
sus  ambiciones,  alcanzó  todas  sus  glorias,  engendró  activamente 
en  el  seno  de  la  eternidad.     Fué  un  hombre  feliz . . . 

— Advierto  —  expresó  con  displicencia  Baldad  Sugita  — 
que  describís  eso  que  se  llama  un  soñador. 

— Y  aun  admitiendo  —  intervino  nuevamente  Elifaz  — 
que  el  hombre  haya  vivido  hermosamente  para  sí  ¿qué  gana  la 
sociedad   con   ello?   Por   que   no  podemos   olvidar   que   es   todo 


EL  CONSTRUCTOR  DE  QUIMERAS  65 

l)ombre  un  producto  social  y  que  su  mérito  debe  ser  estimado 
según  su  finalidad. 

—Olvidáis,  amigos  —  replicó  sonriente  José  de  Arimatea  — 
que  habia  desistido  ya  de  mi  osada  pretensión.  Ciertamente,  el 
espectáculo  de  una  vida  plenamente  desinteresada,  no  es,  como 
creía,  fuente  de  ideal  y  camino  de  elevación  para  los  hombres. 
De  otro  modo,  acaso  respondería  que  una  vida  de  hombre  no 
termina  en  sí  misma  y  que  su  utilidad  florece  más  allá^  de  su 
espacio  y  de-  su  momento.  He  visto  alguna  vez,  entre  nume- 
rosos vasos  colmados  de  licores,  uno  en  el  que  se  operaba  lenta 
y  secretamente  una  preciada  destilación.  La  gente  entraba  y  salía 
y  tomaba  los  vasos  llenos  y  estos  enorgullecíanse  con  su  utili- 
dad y  desdeñaban  al  vaso  olvidado  en  el  ángulo  donde  alguien 
lo  colocara  alguna  vez.  ¿  Y  qué  se  le  alcanzaba  a  la  arcilla  del  se- 
creto de  la  esencia  futura  cuya  fragancia  preciada  elaborábase 
en  el  seno  recóndito  del  vaso  desdeñado?  Hombres  hay,  ter- 
minó José  de  Arimatea...  Y  su  reflexión  quedó  suspensa  por 
que  tomando  el  cincel  abandonado  por  Sofar  Naamatita,  escul- 
pió rápidamente  en  la  piedra  estas  palabras: 

"Aquí  yace  un  constructor  de  quimeras". 

La  luz  del  sol  crepuscular  manchaba  de  oro  resplandeciente 
el  horizonte  y  en  lo  alto  del  firmamento  ensombrecido  insinuá- 
banse tímidas  estrellas.  Una  ráfaga  tibia  y  oliente  a  silvestre  ma- 
ciega  sopló  desde  la  llanura  próxima.  Y  los  amigos  de  Job,  ale- 
járonse desdeñosamente  sin  tornar  una  sola  vez  la  cabeza.  Lo 
que  prueba  que  en  el  hombre-  justo  más  imperio  tiene  la  justicia 
que  la  amistad.    Y  esto  también  fué  escrito  hace  mucho  tiempo. 

Víctor  Juan  Guili,oi\ 


POEMAS  EXALTADOS 


I 

ME  pesaba  su  nombre  como  un  grillo  de  hierro, 
me  pesaba  su  nombre  como  férrea  cadena, 
me  pesaba  su  nombre  como  un  fardo  en  los  hombros, 
como  atada  a  mi  cuello  me  pesara  una  piedra. 

Ya  no  está  junto  al  mío  la  injuria  de  su  nombre 
y.  . .  me  pesa . 

Me  pesaba  su  am-or  ambicioso  y  mezquino, 
me  pesaba  su  amor  de  deseo  y  de  queja, 
me  pesaba  su  amor  que  más  que  amor  fué  odio, 
í«  dignidad  abrupta  que  más  era  soberbia. 

Ya  no  tengo  su  amor,  su  dignidad,  su  odio 
y . . .  me  pesa. 

Me  pesaban  sus  celos  pendientes  de  mis  gestos, 
me  pesaban  sus  celos  candentes  de  tragedia, 
me  pesaban  sus  celos  adustos,  implacables 
envolviendo  mi  cuerpo  con  obscura  sospecha.  . . 

Ya  no  tengo  sus  celos,  su  sospecha,  su  injuria 
y  ¡Dios  mío!  me  pesa.  . . 


II 

Nunca  ya  un  tal  amor  incendiará  mi  vida: 
para  quererte  así  me  declaro  vencida. 


POEMAS  EXALTADOS  57 

Cual  racimo  exprimido  en  un  vaso  de  arcilla, 
así  en  la  suya  ruin,  mi  alma  pura  y  sencilla 

dejó  su  jugo  dulce .  . .  ¿  Qué  podré  darte  ya 
de  candido,  de  nuevo,  de  virginal? .  . .  ¡Bstá 

mi  corazón  marchito,  marchito! .  ..Vea  buscar 
una  novicia  ingenua  en  el  arte  de  aw^r. 

El  era  digno,  es  cierto,  pero  entonces  la  vida 
no  me  había  enseñado  que  puede  ser  fingida 

la  exaltación  más  loca  de  amor. . .  Mentira  vil 
la  querella  más  dulce  y  el  beso  más  gentil. . . 

Hoy,  lo  sé  todo.  Acaso  yo  también  he  fingido 
y  mis  labios,  mi  boca,  mi  sonrisa  han  mentido. 

Alguna  ves,  quién  sabe  si  una  lágrima  ardiente 
me  hizo,  siendo  culpable,  pasar  por  inocente. 

Sé  el  registro  total  de  mi  vos  porque  pueda 
ser,  a  mi  voluntad,  amarga,  dulce  y  queda. . . 


Tú  e^es  muy  grande  y  noble,  y  él  era  infame  y  necio, 
a  tí  te  admiro  tanto  como  a  él  le  desprecio, 

pero  no  hay  dos  amores  iguales  en  la  vida 
y  para  amarte  así  me  declaro  vencida! 


III 

No  entendió  mi  cariño 
que  era  un  amor  de  madre 
y  era  un  amor  de  niño. 


-^^  NOSOTROS 

A^o  entendió  mi  ambición, 
que  si  le  hurtaba  el  cuerpo 
le  daba  el  corazón. 

No  entendió  mi  locura 
que  le  abrasó  las  manos 
sedienta  de  ternura. 

No  entendió  nú  martirio : 
buscar,  buscar  un  alma 
con  singular  delirio. 

No  comprendió  mi  amor: 
diamante  bien  pulido 
con  llamas  de  dolor. 

¡No  me  comprendió  nunca! 
y  así  fué  como  entonces 
quedó  mi  vida  trunca.  . . 

Cuando  busqué  sus  labios 
me  mordieron  sus  dientes 
infiriéndome  agravios. 

Cuando  busqué  sus  ojos, 
me  hirieron  sus  miradas 
como  dos  dardos  rojos. 

Cuando  busqué  su  pecho, 
me  asaltó  su  deseo 
como  huracán  deshecho . . . 

No  me  entendió. . .  Partimos 
por  sendas  diferentes 
y. . .  ni  adiós  nos  dijimos!. . . 

María  MonvuIv. 

Santiago  de   Chile,    1922. 


HALIMA 

Leyenda  dramáítica  en  un  acto 

de;  Moisés  Kantor 


Halima. 
Nadar. 
El   Sultán. 
La   Sultana. 
El  Visir. 
Zulema. 


PERSONAJES : 


Zaid. 

Ali. 

Malee. 

Amet. 

Ismael. 


Pescadores    campesinos,    el    pueblo. 


ACTO  ÚNICO 

La  escena  representa  la  cubierta  de  un  barco. 

En  la  perspectiva  se  ve  el  río  y  un  bosque  frondoso  en  la  orilla  dere- 
cha. A  la  izquierda  la  costa  es  rocosa. 

Escena  Primera 

Bl  Sultán,  La  Sultana,  El  Visir,  Zaid,  Ali,  Amci  y  el  séquito. 

El  Sultán. — Cuéntanos,  Zaid,  cómo  pasó  esa  desgracia . . . 

Zaid. — Ya  la  conté,  Señor... 

Bl  Snltán. — Repítela . . . 

La  Sultana. — ¡Aunque  la  repita  mil  veces,  Halima  no  vol- 
verá a  la  vida! 

Bl  Sultán.— \Cd.\\2i\   {A  Zaid)   ¡Habla  tú!... 

Zaid. — Esta  mañana,  Señor,  al  contar  mis  ovejitas,  advertí 
que  una  me  faltaba;  en  seguida  fui  a  buscarla;  llegué  a  las  ori- 
llas del  río;  mi  ovejita  caminaba  confiada  y  tranquila  entre  las 
aguas  mansas  que  bañaban  las  rocas.  Yo  la  llevé  en  mis  brazos, 
temiendo  que  se  ahogase. . . 


60  NOSOTROS 

En  esto  oí  un  grito  desesperado  que  me  heló  el  corazón; 
busqué  con  la  mirada  alrededor  mío  y  vi  con  espanto  en  aquella 
roca  escarpada  a  un  fantasma  que  levantó  sus  brazos,  como  le- 
vanta sus  alas  un  pájaro  herido,  perseguido  por  el  cazador,  y  se 
lanzó  al  río.  . . 

Dejando  a  mi  ovejita  lejos  de  la  orilla,  corrí  con  todas  mis 
fuerzas  hacia  aquel  sitio,  pero  cuando  llegué,  ya  era  tarde:  el 
agua  estaba  tranquila  como  si  nada  hubiese  pasado;  de  su  seno 
se  levantaba  el  enorme  disco  del  sol  naciente,  rojo  como  sangre. 
Apenas  se  oía  el  rumor  del  aleteo  de  los  pájaros.  Fijé  mi  mi- 
rada en  las  profundidades  del  río,  pero  no  vi  más  que  mi  propia 
imagen . . .  Pensativo  y  triste  me  di  vuelta,  y,  i  oh  dolor !  mi  ove- 
jita de  nuevo  se  había  acercado  a  la  orilla.  Corrí  hacia  ella,  pero 
cuando  llegué,  ya  era  tarde:  arrastrada  por  la  corriente  mi  pobre 
ovejita  desapareció  para  siempre. . . 

El  Sultán. — ¿Y  eso  es  todo? 

Zaid. — Todo,  mi  amo . , . 

Ali. — (Se  arrodilla  ante  el  Sultán).  Señor,  yo  vi  más  que 
Zaid,  y  si  no  me  castigas,  te  lo  contaré. . . 

Bl  Sultán. — i  Habla ! . . . 

Ali. — Buscaba  un  cabrito  de  mi  rebaño...  Lo  vi  a  lo  lejos 
saltando  por  encima  de  las  rocas,  como  un  pequeño  diablillo .  . . 
Corrí  tras  él  para  agarrarlo,  y  al  acercarme  a  las  rocas  reconocí 
a  Halinia .  .  . 

Voces. — Ali  vio  a  Hahma.    Escuchad.    Escuchad... 

El  Sultán. — ¿Estaba  desesperada? 

Alt. — Estaba  tranquila. 

El  Sultán.— ¿Orahz? 

Ali. — Maldecía. 

El  Sultán. — ^¿A  quién? 

Ali. — j  Oh,  Sultán,  no  te  lo  diré ! . . . 

El  Sultán. — j  Habla,  si  aprecias  tu  vida ! .  . . 

Ali. — Apreciándola,  debería  callarme... 

El  Sultán. — ¡  Habla  sin  temor ! . . . 

Ali. — . . .  Te  maldecía  a  tí . . . 

El  Sultán. — ¿Oíste  sus  palabras? 

Ali. — (Temblando).    Las  oí... 

El  Sultán. — Repítelas ... 


HALIMA  61 

Alí. — (Angustioso).  ...  Maldito  sea  aquel,  dijo  Halima, 
que  me  arrebató  del  lado  de  mi  Nadar . , .  Maldito  sea  el  hombre 
que  a  la  fuerza  quiere  conquistar  mi  amor  que  guardo  sólo  para 
mi  Nadar .  . ,  Maldito  sea  el  hombre  que,  poseyendo  todas  las  ri- 
quezas, quiere  robarme  mi  único  tesoro :  mi  amor  por  mi  Na- 
dar.. .  Maldito  sea,  maldito  para  siglos  y  siglos...  Y  dichas 
estas  palabras,  se  arrojó  al  río... 

El  Sultán. — ¿Por  qué  no  trataste  de  salvarla? 

Alí. — ¡  No  pude,  Señor . . .  Quise  correr,  pero  mis  piernas 
no  me  obedecían. .  .  quise  gritar,  pero  se  me  cortó  el  aliento,  y 
sólo  un  gemido  salió  de  mi  garganta.  . . 

Bl  Sultán. — (A  uno  del  séquito).    Llévalo. .  . 

Alt. —  (Arrodillado).  Perdóname,  Señor,  yo  no  hice  más 
que  repetir  las  palabras  de  Halima,  yo  no  hice  más . . . 

Bl  Sultán. — i  Las  repetiste ! 

Alí. — i  Por  orden  tuya,  Señor ;  las  repetí  por  orden  tuya, 
Señor ! 

Bl  Sultán. — ¡Y  morirás! 

Ali. —  (Con  un  grito  de  angustia).  ¡Oh,  Alah!  (Se  arras- 
tra' a  los  pies  del  Sultán).  ¡Piedad,  piedad,  Señor  mío...  Mi 
amada  Maisara  se  morirá  de  pena  y  dolor . . . 

Bl  Visir. — ¡  Perdónale  la  vida,  Majestad ! 

Bl  Sultán. — La  vida  y  la  muerte  de  mis  subditos  están  en 
mis  manos.  Visir;  incluso  la  tuya...    No  lo  olvides... 

Alí. —  (Bn  la  misma  posición).  Y  mis  pobres  cabritos  pe- 
recerán de  hambre  y  de  sed .  . . 

Bl  Sultán. — ¡Apartadlo  de  mis  ojos!  (Dos  siervos  del  Sul- 
tán sujetan  a  Alí,  retirándole  de  la  escena.  Bste,  al  pasar  por 
medio  de  la  muchedumbre  que  murmura  descontenta,  vuelve  su 
rostro). 

Alí. — (Con  bravura).  Y  dijo  más  Halima:  ¡Que  eres  un 
tirano ! 

Bl  Sultán. —  (A  sus  siervos).  ¡Dispersadlos!...  (Los  sier- 
vos obligan  con  sus  sables  a  la  muchedumbre  a  alejarse  a  mayor 
distancia  de  la  escena.  Del  lado  de  las  rocas  llega  un  bote  con 
pescadores ;  tres  de  ellos  suben  al  barco,  se  inclinan  ante  el 
Sultán  ) . 

ler.   pescador. — ¡Todo    fué    inútil,    Señor!    Hemos   tendido 


62  NOSOTROS 

nuestra  red  en  todas  direcciones,  y  no  apareció  más  que  arena. 
2."   pescador. — Nuestros   esfuerzos   fueron   inútiles   y,   ade- 
más. Señor,  una  fuerza  superior  se  nos  presentó  en  el  camino. . . 
Bl  Sultán. — ¡  Habéis  tomado  vuestro  miedo  por  una  fuerza 
superior!  ¡Temed!  ¡Temblad  ante  la  justicia  de  mi  cólera! 

ler.  pescador. — ¡No  sabemos  lo  que  es  el  miedo,  Señor!  Lu- 
chamos cuerpo  a  cuerpo  cuando  vemos  al  enemigo  al  frente,  pero 
no  podemos  nada  contra  los  espectros! 
El  Sultán. — ¿Qué  espectros? 

\cr.  pescador. — Al  anochecer  hemos  tendido  la  red  en  el  mis- 
mo sitio  donde  Halima  se  ahogó.  Hicimos  un  esfuerzo  para  sa- 
carla, pero  no  salió.  Entonces  pusimos  todos  manos  a  la  obra. 
Catorce  brazos  vigorosos  se  unieron  para  vencer  la  resistencia. 
Todo  fué  en  vano:  alguien  la  retenía  con  fuerza  inaudita.  Tira- 
mos más  y  sacamos  la  red  hecha  pedazos. 

Bl  Sultán. — ¡Imposible! 

2."  pescador. — Y  hubo  más,  Señor;  del  fondo  del  río  perci- 
bimos un  sonido  como  si  fuese  de  una  campana.  El  cielo  se  ha- 
bía puesto  rojo  como  sangre  y  el  bosque  parecía  encendido  por 
sus  rayos.  El  agua  misma,  la  clara  y  dulce  agua  del  río  se  había 
vuelto  turbia  e  inquieta.  Alrededor  nuestro  la  atmósfera  se  hizo 
tan  rara  que  no  podríamos  explicártelo.  Llevante  la  mano  hacia 
mis  ojos  y  sentí,  cosa  extraña,  dos  gruesas  lágrimas,  yo,  que 
nunca  lloro,  Señor  mío . . . 

icr.  pescador. — ¡Ninguno  de  nosotros  osó  mirar  a  la  roca 
maldita  desde  donde  se  lanzó  al  río  la  desdichada  Halima! 

2.°  pescador. — ...De  repente  oímos  un  canto  lúgubre  que 
llegaba  del  lado  de  las  rocas . . . 

ler.  percador. — Llegaba  del  lado  de  las  rocas,  pero  nosotros 
mirábamos  al  lado  opuesto . . . 

2."  pescador. — Así  fué . . .  hasta  que  una  fuerza  irresistible 
nos  obligó  a  volver  nuestros  rostros . . . 

ler.  percador. — Y  vimos. .  . 

2."  pescador. — ^Y  vimos. \. 

Bl  Stiltán. — ¿A  quién,  por  fin? 

Los  pescadores. — ¡A  Halima,  Señor!  (Voces  de  admira- 
ción). 

La  Sultana. — Vamonos  de  aquí,  amado  mío:  esa  mujer  ha 


HALIAÍA  63 

encantado  todo  y  a  todos.  Fué  una  hechicera.  Olvídala. , .  Ven  a 
nuestro  alcázar  y  me  sentaré  a  tus  pies,  besaré  tus  manos  y 
bendeciré  todas  las  horas  de  tu  existencia.    ¡Ven,  amado  mío! 

El  Sultán. — ¡Quiero  saber  toda  la  verdad! 

La  Sultana. — L,a  verdad  de  la  ilusión,  mi  Señor... 

Bl  Siiltán. —  {Al  Visir).  ¿Qué  dices  tú,  que  siempre  callas? 
¡La  leve  sonrisa  en  tus  labios  me  irrita  y  tu  cabeza  majestosa 
de  profeta  me  inspira  el  deseo  de  verla  en  manos  del  verdugo! 

El  Visir. —  (Sonriendo  ligeramente).  ...  Pronto  caerá  por 
sí  misma,  Señor ...    Sé  paciente . . . 

El  Sultán. — ¿Qué  dices  tú  a  las  palabras  de  la  Sultana? 

El  Visir. — .  .  .  tanto  vale  conocer  la  verdad  de  la  ilusión, 
como  la  ilusión  de  la  verdad . . . 

El  Sultán. — (Irónicamente).  ¡Celebro  tu  sabiduría!...  (A 
los  pescadores).    ¡Continuad  vuestro  relato! 

ler.  pescador. — . . .    era  divinamente  hermosa. . . 

2."  pescador. — ...  sus  largos  cabellos  sueltos  cubrían  su 
cuerpo  que  parecía  de  nácar . . . 

El  Sultán. — ¿Qué  decía  en  su  canto? 

ler.  pescador. — ¡  No  se  entendían  las  palabras ! 

2."  pescador. — Salvo  una,  Señor,  salvo  una. 

El  Sultán. — ¿Y  esa  fué? 

Los  pescadores. — Nadar. . . 

El  Sultán. —  (Sombrío).    ¡El  nombre  de  su  amante! 

ler.  pescador. — ¡El  nombre  de  su  amado.  Señor! 

El  Sultán. — . .  .  del  hombre  más  feliz  en  el  mundo. . .  (Ri- 
sas maliciosas  de  algunos  esbirros). 

Un  esbirro. — ¡  Quisiera  ver  esa  cara  feliz,  cuando  lo  encuen- 
tre y  lo  entregue  a  las  manos  del  verdugo.   Já-já. . . 

El  Sultán. — ¡  Basta  de  palabras !  ¡  Levantad  las  velas !  ¡  Pre- 
paraos a  partir! 

La  Sultana. — ¿Dónde,  amado  mío? 

El  Sultán. — ¡  A  recorrer  todo  el  río !  De  un  extremo  al  otro, 
sin  descanso,  hasta  encontrar  a  Halima!  ¡Adelante,  adelante! 

Amet. —  (Capitán  del  barco).  El  cielo  se  ha  nublado,  Se- 
ñor, y  el  viento  Sur  anuncia  una  tempestad. 

El  Sultán. — ¡  Cumplid  mis  órdenes ! 


64  NOSOTROS 

Amet. — ¡La  tempestad  será  terrible,  Señor!  Corremos  pe- 
ligro... 

Bl  Sultán. — ¡  Más  peligro  corres  tú  en  contradecirme ! 

Amet. — Mi  vida  está  en.  manos  de  Alah. . .  El  río  tiene  es- 
collos peligrosísimos,  Señor,  y  el  barco,  al  chocar  contra  ellos, 
puede  romperse  en  mil  pedazos .  .  . 

El  Sultán. — ^i  Ocupa  tu  puesto  y  cumple  con  tu  deber !  {Amet 
inclinándose  se  aleja). 

La  Sultana. — ¡  De  mí  te  olvidas ! .  . . 

El  Sultán. — ¡No!...  (grita  a  sus  marinos):  ¡Abrid  cami- 
no a  vuestra  soberana!  (A  dos  esbirros):  ¡Conducidla  al  al- 
cázar ! 

La  Sultana. — . . .   Me  quedo . . .   contigo . . . 

El  Sultán. — ^Tu  vida  correrá  peligro... 

La  Sultana. — Mi  vida  eres  tú. . .  No  tengo  más  vida  que  tú... 

Los  pescadores. — ¡  Nob'.e  Sultana,  te  besamos  las  manos... 
¡Que  Alah  te  bendiga!...    (Bajan  del  barco). 

El  Sultán. — (Como  en  un  acceso  de  locura,  corre  de  un  lado 
al  otro).  ¡Adelante!  ¡Todos  a  sus  puestos!  ¡Adelante!  ¡Ade- 
lante !    (A  lo  lejos  relampaguea . . . ) 

Escena  II 

La  muchedumbre  en  la  orilla  del  río. 
Entre  ella  Zulema,  la  madre  de  Ilalima. 

ler.  campesino. — Vamonos.    La  tempestad  se  acerca.. . 

2."  campesino. — (Mirando  al  cielo).    Está  lejos  aún... 

3er.  campesino. — El  tirano  está  furioso  porque  no  tiene  el 
mismo  poder  sobre  los  muertos  que  sobre  los  vivos . . . 

ler.  campesino. — . . .  Pero  se  cree  más  fuerte  que  la  tempes- 
tad.. .  ha  desafiado  a  la  tempestad  y  se  lanzó  contra  viento  y 
marea . . . 

Un  anciano. —  (En  vos  baja).    . .  .  Huye  de  sí  mismo. . . 

Zulema. —  (Solloza).    Halima. . .    Halima... 

Voces. — Es  Zulema,  la  madre  de  Halima.  . . 

Una  voz. — ¡  Pobre  madre ! . .  . 

Zidema. — (Llorando).  ¡Tan  hermosa  y  tan  buena  se  quitó 
la  vida,  olvidándose  que  mataba  también  a  su  madre. . . 


HALIMA  65 

Un  campesino. — ¿Por  qué  se  quitó  la  vida  su  hija? 

Voces. — i  No  lo  sabes  ?  Oid ...  no  lo  sabe . . . 

Bl  campesino. — Nada  sé.  Soy  de  otro  pueblo  y  al  verlos 
reunidos  aquí,  me  acerqué . . . 

Zulema. — {Contenta  de  poder  hablar  de  su  hija).  Yo  te  lo 
contaré...  Halima  y  yo  hemos  sido  felices...  Teníamos  bas- 
tante para  vivir  y  nunca  faltaba  en  casa  el  pan  y  la  alegría. 

La  alegría  la  traía  Halima . . .  Cantaba  siempre ...  a  la  vi- 
ída. . .  al  Sol,  a  las  estrellas,  a  las  flores,  a  Alah. . .  Debía  casar- 
se con  Nadar,  el  cazador.  ¡  Oh,  cómo  se  amaban ! . . .  Eramos  fe- 
lices los  tres :  Halima,  Nadar  y  yo,  y  no  sabíamos  que  la  desdicha 
estaba  cerca. 

Un  día,  ¡qué  día  fatal!,  el  Sultán,  al  pasar  a  caballo  con  su 
séquito  frente  a  nuestra  casita,  vio  a  Halima,  y  por  desgracia 
nuestra  se  enamoró  de  ella. . .  Desde  aquel  día  la  paz  huyó  de 
nuestro  hogar...  Mensajero  tras  mensajero  vinieron  a  conven- 
cer a  Halima  para  que  fuera  la  amante  del  Sultán.  ¡  Qué  regalos 
no  llevaron  consigo!  Perlas  y  diamantes,  záfiros  y  rubíes,  esme- 
raldas y  turquesas,  todo  lo  ponían  a  los  pies  de  mi  Halima. 

Una  mujer. — ¿Y  ella? 

Zulema. — Lo  rechazaba  todo  con  desdén . . . 

La  mujer. — ¡  Qué  tonta  fué  tu  hija ! 

Zulema. — {Sin  escucharla).  Rechazaba  todo  y  a  todo  tenía 
una  sola  contestación :  Amo  a  mi  Nadar . . .  Amo  a  mi  Nadar. 

Una  voz. — Tu  hija  fué  tan  hermosa  como  una  estrella  ma- 
tutina . . . 

Zulema. — Nadar  se  volvía  cada  vez  más  y  más  sombrío . . . 
Riñeron. . .  Antes  nunca  había  entre  ellos  la  más  leve  discordia. 
Yo  todo  lo  escuchaba  y  lo  veía,  pero  hacía  como  si  fuese  sorda  y 
ciega.  El  le  reprochaba  su  infidelidad.  Pobre  Nadar,  enceguecido 
por  los  celos  él  se  imaginaba  lo  que  Halima  no  tenía  ni  en  su 
pensamiento  ni  en  su  corazón.  "Toma  las  joyas,  le  decía,  y  vete 
a  vivir  con  el  Sultán.  Serás  su  amante,  tendrás  muchos  servi- 
dores y  vivirás  en  un  hermoso  alcázar.  El  Sultán  te  ama . . . 
Caminarás  sobre  flores  y  te  olvidarás  de  tu  Nadar."  Y  lloraba  el 
pobre. . .  Y  mi  Halima  se  sentaba  a  sus  pies,  tomaba  sus  manos 
en  las  suyas  y  las  besaba,  y  las  lágrimas  de  mi  Plalima  se  mez- 
claban con  las  lágrimas  de  Nadar. 


66  NOSOTROS 

{La  muchedumbre  escucha  con  ansiedad).  Una  noche,  oh 
Alah,  ¡  qué  noche  fué  aquella !  me  despertó  un  grito  de  angustia, 
el  grito  de  mi  Halima. . .  Se  debatía  entre  los  brazos  de  los  es- 
birros que  el  Sultán  envió  para  robármela;  gritaba  desesperada- 
mente: ¡madre  mía,  sálvame!  Yo,  arrodillada,  uní  mis  manos, 
implorando  me  dejasen  a  mi  hija,  mi  único  bien,  pero  fué  en 
vano ;  me  arrastré  por  el  suelo,  me  abracé  a  los  pies  de  los  ver- 
dugos. . .  todo  fué  inútil;  se  llevaron  a  mi  hija,  se  llevaron  a  Ha- 
lima.  . .  Y  desde  entonces,  queridos  míes,  no  dejo  de  llorar,  mis 
ojos  están  ciegos  de  llorar... 

Voces. — ¡Venganza,  venganza  contra  el  tirano  infame! 

Ziilema. — Ayer  supe  que  se  había  muerto  arrojándose  al 
río,  y  no  sé  cómo  vivo  aún,  ni  para  qué  Alah  necesita  la  vida  de 
su  pobre  sierva,  de  su  pobre  sierva  desdichada. . . 

Voces. — I  Venganza,  venganza ! 

Una  mujer. — ¿Y  Nadar?  Dinos,  madre:  ¿qué  se  ha  hecho 
de  Nadar? 

Zulema. — . . .  No  sé,  hija  mía. . .  Cuando  supo  el  rapto  de 
Halima,  se  volvió  loco . . .  Desde  entonces  no  lo  he  vuelto  a 
ver . . . 

Una  vos. — Su  cabeza  está  a  precio . . . 

Voces. — Lo  sabemos,  pero  nadie  lo  delatará. 

Ismael. — ^Já,  já ! . . . 

Voces. — ¡Es  Ismael!  Buscadlo...  buscadlo...  ¡Ah!  aquí 
te  tenemos . . . 

Ismael. — ¡  Déjenme ! . . .    Soy  servidor  del  Sultán. . . 

Voces.— ^l  Traidor ! . . . 

Ismael. — No  soy  traidor. 

Una  r'Oi:.—¡ Verdugo !  ¡Vil  traidor,  que  vende  a  sus  her- 
manos ! . . . 

L^mael. — Soy  servidor  del  Sultán,  y  ¡ay  de  Nadar  si  se  en- 
cuentríi  en  mi  camino . . . 

Una  vos. — ¿Lo  delatarás? 

Ismael. — Lo  entregaré  al  Sultán  y  cobraré  el  precio  de  su 
cabeza  en  oro  sonante. 

Voces. — ¡Traidor,  vil! 

Una  vos. — ¡Matadlo! 

Ismael.— ^{No  es  visible  para  el  público  durante  todo  el  tiem- 


HALIMA  67 

po  que  dura  la  escena.  Se  oye  tan  sólo  su  vos  de  angustia)  : 
¡  Perdonad !  ¡  En  nombre  de  Alah,  perdonadme  la  vida ! 

La  primera  voz. — ¡Matadlo  en  nombre  de  Alah!  {^Se  levan- 
tan varias  manos  y  aplastan  al  espía . . .  Muchos,  aterrorizados, 
huyen).  De  repente,  llega  un  grito  del  lado  de  las  rocas  i  ¡Ha- 
li-ma !  ¡  Ha-li-ma ! 

Voces. — i  Es  Nadar !  ¡  Es  Nadar,  el  loco  Nadar ! . . .  Va- 
monos, vamonos  de  aquí.  .  .  El  lugar  está  embrujado.  (La  muí- 
titud  se  dispersa...  Sobre  la  escena  queda  el  cadáver  del  espía. 
Se- repite  el  grito:  Ha-li-ma,  Ha-li-ma). 

Durante  la  escena  se  oyen  con  intervalos  truenos  lejanos  que  al  final 
se  acentúan,  confundiéndose  con  los  gritos  de  Nadar. 

Escena  III 

El  mismo  barco  en  la  orilla  del  río.  Es  media  noche. 
En  el  barco,  Malee  y  su  perro. 

Malee. —  {Acariciando  al  perro).  Así  es,  amigo  mío,  todo 
tiene  su  fin,  pero  al  terminar  todo  empieza  de  nuevo;  el  princi- 
pio y  el  fin  se  confunden.  Así  es . . .  A  la  primavera  con  sus  ro- 
sas y  sus  flores,  sigue  el  verano  caluroso,  después  viene  el  otoño 
y  caen  las  hojas  y  la  tierra  se  entristece,  hasta  que  el  invierno  la 
envuelve  en  su  manto  blanco  de  nieve . . .  Pero  después  del  in- 
vierno vuelve  de  nuevo  la  primavera  con  sus  rosas,  con  sus  flo- 
res y  con  sus  pájaros. . .  ;  lo  único  que  no  vuelve,  amigo,  es  la 
vida :  lo  muerto,  muerto  está .  . .  Nadie  devolverá  la  vida  a  nues- 
tra Halima.  ¿Qué  dices?  ¿piensas  lo  mismo?  Así  es,  amigo;  el 
perro  y  el  hombre  sabemos  que  la  muerte  no  devuelve  su  presa... 

Te  diré  otra  cosa,  ya  que  eres  el  único  ser  en  el  mundo  que 
has  venido  a  verme . . . ,  debes  saber  que  el  río  se  negó  a  devolver 
el  cadáver  de  la  pobre  Halima.  Dos  días  y  dos  noches  duró  la 
tempestad  y  estábamos  a  punto  de  perecer.  El  viento  silbaba,  bus- 
cando estrecharnos  en  sus  brazos  vigorosos,  pero  el  Sultán  le- 
vantaba su  voz  que  se  confundía  con  el  rugido  de  la  tempestad 
y  ordenaba  seguir  adelante.  Todos  temblaban;  sólo  la  Sultana 
oraba  en  silencio. 

Te  digo  la  verdad,  amigo,  la  pura  verdad :  el  río  escondió 


68  NOSOTROS 

para  siempre  el  cuerpo  de  la  desdichada  Halima.  ¿Porqué  lo 
hizo  ?  Porque  Halima  es  de  Nadar  y  no  del  Sultán . . . 

Y  te  diré  en  voz  baja,  muy  baja. . .  :  el  Sultán,  nuestro  gran 
Sultán,  es  un  tirano . . .  nos  roba  las  haciendas,  nos  transforma 
en  esclavos  y  nos  arrebata  lo  que  vale  más  que  ricas  haciendas  y 
que  todos  los  tesoros  del  mundo :  nos  arrebata  nuestros  seres  que- 
ridos. . .  j  Ah!  podría  contarte  una  larga  historia. . .  pero,  ¿por- 
qué te  inquietas?  ¿qué  buscas?  Nadie  está  en  el  barco  desde  que 
lo  dejaron  el  Sultán  y  su  séquito.  ¡  Cálmate !  Solos  estamos 
aquí:  yo,  tú,  y  ese  río  magnífico  en  que  se  miran  las  estrellas,  y 
aquel  bosque  espeso,  envuelto  en  el  manto  negro  de  la  noche  que 
parece  dormido,  y  aquellas  rocas  que  se  esfuman  en  lontananza 
y  que  se  han  vuelto  lúgubres  desde  que  vieron  a  Halima  lanzarse 
al  río,  y . .  en  alguna  parte  del  río,  en  su  fondo  mismo,  está  Ha  • 
lima  acariciada  por  sus  aguas  dulces  y  buenas,  y,  por  encima  de 
todo,  levanta  tu  vista,  amigo;  por  encima  de  todo  está  el  subli- 
me Alah. . . 

Pero  ¿  por  qué  te  inquietas  ?  ¡  Habrá  subido  alguien  al  barco ! 
¡A  esta  hora!    (Se  acerca  Nadar). 

Malee. — ¿Quién  eres,  amigo?  ¿No  contestas?  ¿Qué  quie- 
res? ¿Qué  buscas  aquí? 

Nadar. — Busco  la  muerte. 

Malee. — ¿Y  por  qué  viniste  a  buscar  la  muerte  aquí  y  no 
en  otra  parte?  Te  equivocaste  de  sitio,  amigo;  aquí  no  hay  más 
que  seres  felices:  este  perro  y  yo,  y  el  cielo  estrellado,  y  la  cal- 
ma del  aire,  y  el  leve  murmullo  del  río,  y  la  paz  en  las  almas,  y 
Alah  en  los  cielos . . . 

Nadar. — ...   Soy  Nadar... 

Malee. — ¡Ah!  tú  eres  Nadar  y  vienes  a  preguntar  por  tu 
Halima. . .  No  la  encontraron.  El  río  se  apiadó  de  Halima  y  de 
tí  y  no  entregó  el  cuerpo  de  la  muerta  al  tirano.  (Bondadoso). 
Siéntate,  Nadar . . .  aquí . . .  Reparte  el  bocado  con  el  perro  y 
conmigo.  Me  imagino  que  no  has  comido  durante  varios  días. 
¿Rechazas?  No  soy  un  Sultán,  para  que  apartes  mi  mano.  ¿Ves? 
¡te  lo  doy  con  todo  el  corazón!  (Nadar  toma  el  pedazo  de  pan 
de  manos  de  Malee). 

Malee. — Y  ahora,  mi  querido  huésped,  te  prepararemos  un 
lecho. . .  la  noche  es  avanzada  y  el  sueño  nos  hará  bien  a  todos. 


HALIMA  69 

{Preparando  la  cama).  No  será  muy  blando  tu  lecho,  pero  más 
duro  es  el  fondo  del  río  hacia  donde  tú  lanzas  constantemente 
las  miradas ;  nosotros,  mi  amigo  y  yo,  iremos  a  acostarnos  lo  más 
lejos  posible,  para  no  serte  molestos. 

Nadar. — ¿  Sabes  que  mi  cabeza  está  a  precio  ? 

Malee. — ¿Cómo  no  he  de  saberlo?  ¡Todo  el  mundo  lo  sabe! 
j  pero  aquí  no  hay  delatores,  amigo !  No  te  delataremos  ni  el 
perro,  ni  yo . . .  Duerme  tranquilo  y  que  Alah  sea  contigo ! 

Nadar. — (Solo).  Se  acerca  al  borde  del  barco.  En  voz  baja: 
Halima, . .  Halima. . .  (estira  sus  brazos  para  lanzarse  al  río; 
es  detenido  por  una  voz  suave  que  pronuncia  su  nombre). 

Nadar. — ¡Es  la  voz  de  mi  Halima! 

Halima. — ¡  Nadar ! 

Nadar. — ¡Es  Halima!  ' 

Halima. — ^Amado  mío . . .   ¡  Nadar ! 

Nadar. — (Dase  vuelta.  En  la  obscuridad  se  destaca  una  si- 
lueta de  mujer).  ¡Oh,  HaHma!  Tú,  tú. . .  {La  toma  en  sus  bra- 
zos, la  cubre  de  besos).  Eres  tú...  No  sueño...  ni  estoy  deli- 
rando . . .  Son  tus  cabellos  hermosos  los  que  acaricio  con  mis  ma- 
nos, es  tu  dulce  boca  la  que  beso,  son  tus  ojos  que  cautivan,  los 
que  me  miran  al  alma.  Eres  tú . . .  tú . . .  Tú  no  has  muerto . . . 
Cuéntame,  cómo  te  salvaste. . .  Te  escondiste  en  medio  de  las 
rocas  y  ahora  has  venido  a  reunirte  conmigo ...  ¿  Cómo  has  vi- 
vido tantos  días  sin  alimentarte  ?  ¡  Ah ! . . .  por  eso  estás  pálida, 
tan  pálida  como  si  de  verdad  hubieras  muerto . . .  Amada  mía . . . 
Alma  mía . . .  Toma  ese  pan,  me  lo  dio  Malee,  el  bueno  de  Ma- 
lee.. .  Lo  rechazas,  no  lo  quieres . . .  Dime  que  mi  aliento  te 
fortifica,  murmúrame  que  mis  besos  te  devuelven  la  vida. . .  ha- 
bla, amada  mía,  te  lo  suplico . . . 

Halima. — ¡  Nadar !  ¡  Nadar ! 

Nadar. — No  dices  más  que  Nadar,  no  sabes  más  que  repe- 
tir :  Nadar ...  Y  yo  te  suplico,  dime  cómo  te  salvaste,  cuéntame 
cómo  se  produjo  ese  milagro. . .  No  contestas. . .  no  contestas. . . 
Pero  tú  estás  viva,  alma  mía,  a  tí  te  abrazo,  a  tí  te  beso  las  ma- 
nos, a  tí  te  acaricio  los  pies . . .  Pero  tus  manos  y  tus  pies  están 
helados  y  extf aña  tu  mirada . . .  Habla,  querida,  habla . . .  por- 
que este  silencio  me  mortifica,  me  aterra  tu  silencio ...  ¿Te  dor- 
miste ? . . .  Te  dormiste  en  mis  brazos  como  un  niño  en  el  rega- 


70  NOSOTROS 

zo  de  su  madre . . .  Duerme  tranquila,  amada  mía,  tu  Nadar  está 
contigo,  ya  nunca  te  abandonará  tu  Nadar ...  i  Cómo  te  anhe- 
laba, alma  mía,  cómo  te  buscaba !  Ya  iba  a  reunirme  contigo  en 
el  fondo  del  río  cuando  se  produjo  ese  milagro:  tú  has  vuelto 
a  la  vida  y  estás  en  mis  brazos . . .  pero  estás  fría  y  mis  manos 
se  hielan  al  contacto  con  tu  cuerpo ...  y  tus  cabellos  están  húme- 
dos, como  si  recién  hubieras  salido  del  agua. . .  y  tus  ojos  cerra- 
dos !  Oh,  estoy  loco,  estoy  loco . . .  Despierta . . .  Despierta . . . 
Todo  está  tranquilo ...  y  tú  duermes  confiada  como  una  niña 
en  los  brazos  de  su  madre. . .  y  yo  estoy  loco. . .  beso  tu  frente 
tan  clara  como  el  marfil,  arreglo  tus  cabellos  que  te  cubren  como 
un  manto,  te  levanto  alto,  muy  alto  y  grito :  Halima  es  mía . . . 
Halima  es  mía . . .  ¡  quién  se  atreverá  ahora  a  arrebatarme  a  mi 
Halima !  El  mismo  Sultán ...  j  Ah ! . . .  Ahí  viene  el  enemigo, 
el  monstruo,  ya  se  acerca . . .  alarga  su  brazo  maldito,  quiere  ro- 
barme a  mi  Halima  (grita  desesperadamente):  No...  No... 
Despierta,  Halima . . .  Despierta ...  el  Sultán  de  nuevo  busca 
apoderarse  de  tí,  el  tirano  extendió  una  red  sobre  toda  la  tierra 
para  apresarte.    ¡  Socorro,  socorro ! . . . 

Halima. — Amado  mío,  no  temas.  El  Sultán  no  tiene  poder 
alguno  sobre  la  muerte. 

Nadar. — ¿Y  a  quién  tengo  en  mis  brazos? 

Halima. — A  tu  Halima,  a  tu  Halima  tienes  en  tus  brazos . . . 

Nadar. — . ..   ¿Pero  has  muerto?... 

Halima. — No  para  ti.  Sigo  viviendo  para  ti  porque  me  amas 
con  toda  tu  alma,  Nadar. 

Nadar. — . . .  ¿Y  esa  boca  que  me  besa? 

Halima. — ^Es  de  tu  Halima. 

Nadar. — . . .  ¿Y  esos  ojos  en  que  se  hunde  toda  mi  pena? 

Halima. — Son  de  tu  Halima. 

Nadar. — ...  ¿Y  ese  corazón,  cuyos  latidos  oigo  tan  clara- 
mente ? 

Halima. — Es  de  tu  Halima. 

Nadar. — ...  ¿Pero  estás  muerta?... 

Halima. — Estoy  muerta.  Nadar.  {Nadar  entre  gemidos,  se 
¡desvanece.  Entra  Malee  con  una  linterna  en  la  m^no,  acompa- 
ñado del  perro.  La  escena  se  ilumina  con  una  luz  rojiza.  Nadar 
yace  en  el  suelo  muerto.) 


HALIMA  71 

Malee. — (Menea  la  cabeza).  Es  lo  mejor  que  ha  podido 
sucederte,  Nadar.  (Dirigiéndose  al  perro).  ¿No  es  cierto,  ami- 
go mío?  (Acomoda  el  cadáver  en  el  lecho  preparado  anterior-^ 
mente.) 

FrN. 
Buenos  Aires,  Febrero  de  1922. 


POESÍAS 


Gracias  te  doy  por  mi  dolor 


GRvVCiAS  te  doy  por  mi  dolor. 
Por  mi  dolor  sagrado 
Que  me  torna  en  capas  de  eterno  amor. 
Por  él  en  ti  me  siento  trasformado, 
Amoroso  Hacedor. 
Si  esta  alma  que  me  diste 
Sólo  fuera  capaz  de  la  alegría 
Yo  tu  celeste  voz  no  escucharía 
Sino  a  medias.  Señor. 
Por  eso,  estando  triste. 
Siento  la  augusta  dicha  en  que  consiste 
La  existencia  y  su  candido-  esplendor. 


* 


Son  las  blancas  estrellas 
Signos  del  soberano  sufrimiento 
Que  tiene  el  vasto  mundo  en  movimiento. 
Son  las  límpidas  huellas 
Del  espíritu  trágico  que  anima 
Mi  ser  y  que  en  ti  mismo  es  suma  esencia. 
Bajo  su  luz  afronto  la  existencia. 
Que  en  ellas  tu  dulzura  me  sublima, 
Y  pienso  que  la  muerte 
Equivale  tan  sólo  a  una  apariencia 
No  menos  transitoria 


poesías  73 

Que  el  reverbero  de  oro  del- rocío. 

Así  yo  soy  el  fuerte 

Dominador  de  la  terrena  gloria, 

Porque  el  dolor  es  mío, 

Porque  es  mío  el  dolor, 

Y  en  el  ser  esencial  sin  valla  viva, 

Sin  límite  de  edades 

Que  el  Universo  para  el  Bien  motiva. 

En  ti,  puro  Señor, 

Me  abismo  coronado  de  santas  claridades. 


Cáliz  de  luz  etérea 


ALTA  noche  de  luna. 
Bajo  la  brisa  gélida 
Preludian  los  mustios  duraznillos 
Vago  cantar  de  pena. 
¡  Quizá  las  tristes  notas 
Venían  de  la  entraña  de  fuego  de  la  tierra! 
Semejaban  los  rígidos  arbustos 
Ubano  sideral  en  la  tiniebla. 
El  agua  plateada 
Era  una  luna  inmensa. 

Imploré  al  infinito. . . 
Acostado  en  la  arena 
Movíase  en  mi  mente  el  Universo. 
Mis  ojos  penetraban  las  tinieblas. 
Por  ellos  en  mi  sangre 
Entraba  el  río  de  oro  de  las  dulces  estrellas. 

Repetían  las  aguas 
Su  adusta  melopea. 
Una  lunar  gaviota 

Sesgó  en  rápido  vuelo  las  blancuras  etéreas. 
Lo  mismo  que  ante  un  ara 


74  NOSOTROS 

Me  arrodillé  en  la  arena. 

¡En  el  hueco  temblante  de  mi  fnano 

Recogí  un  agua  azul,  viva  de  estrellas! 

Y  bebí  el  infinito 

En  ese  momentáneo  cáliz  de  luz  eterna. 


Fugaz  belleza 

DEL  verde  camalote 
Una  flor  arranqué.  Las  aguas  límpidas 
Semejaban  m«  nujnto  de  zafiro. 
A  casa  me  volví  con  la  flor  lila. 

Decíame:  es  profundo 
Como  la  Muerte  el  enervante  aroma 
De  esta  flor,  y  sus  pétalos  ¡tan  bellos! 
Parecen  de  amatista  vaporosa. 
Nunca  mejor  regalo 
Brindó  al  hombre  el  bogar  bajo  la  aurora. 

Humeaba  el  crepúsculo. 
Fué  entre  su  opaca  púrpura  mi  asombro. 
Negra  y  viscosa  vi  la  flor  egregia. 
Ya  sin  perfume  era  cual  tenue  lodo. 
¡Era  cual  lodo  escurridizo  y  negro 
La  flor  en  el  crepúsculo  de  oro ! 

Arturo  Vázquez  Cey. 
Paraná,  1922. 


MAÑANA... 


C  STADA  tendido  en  la  cama.    Boca  arriba.    Los  ojos  tristes, 
'— •   como  olvidados,  fijos  en  el  techo.  Recién  se  despertaba. 

Sentía  cierta  fatiga.  Los  hombros  doloridos,  la  cabeza,  va- 
gamente pesada,  también.  Paladeó  un  momento,  y  torcióse  su 
boca  en  un  visaje  de  asco.  Se  revolvió  pesaroso  en  el  lecho. 
"¿  Qué  hora  sería . . .  ?" 

Husmeó  en  su  torno.  Sentía  como  un  efluvio  de  frescura. 
Esparcidas  por  el  cuarto  veíanse  unas  frescas  hojas  de  vid.  Por 
'la  banderola  abierta,  alguna  racha  matinal  las  había  traído. 

Miró  hacia  afuera  a  través  de  los  blancos  visillos  de  la  ven- 
tana. Abstraído  quedó  mirando  largo  rato.  Los  cristales  le  pa- 
recieron picados  de  rocío. 

El  verde  de  la  tupida  parra  transparentado  vagamente  por  el 
sol,  cobraba  tono  y  encanto  esmeralda.  Por  una  que  otra  aber- 
tura veíanse  claros  retazos  de  cielo.  Olvidó  su  fatiga  cual  al  lle- 
gar se  olvida  la  pesadez  del  haz.  Y,  presintiendo  la  mañana  es- 
plendorosa, fresca,  retadora  de  amor,  sus  nervios,  como  al  roce 
de  un  muslo  femenino,  se  tendieron  vibrando. 

El  día  anterior  sábado,  había  hecho,  para  cumplirlo  aquella 
mañana,  el  propósito  de  madrugar.  Al  atardecer  reafirmó  su  re- 
solución poniéndose  torvo  y  haciendo,  con  el  ademán,  un  movi- 
miento enérgico  de  avance.  Ahí,  sobfe  el  velador  estaba,  la  copa 
hacia  abajo,  el  sombrero  de  paja  no  estrenado  aún.  Dentro  de  él 
la  corbata  elegida,  que  era  la  negra  volandera.  Recordando  indig- 
nado los  otros  propósitos  de  igual  índole,  todos  frustrados,  era 
que,  la  tarde  anterior,  habíase  puesto  torvo. 

"Pero  será  posible  que  yo . .  .    ¡  No !  ¡  No !  Mañana  me  verá 


76  NOSOTROS 

el  alba  en  alguna  colina.  Tendré  ofrendando  a  las  rachas  el  pe- 
cho ,  la  frente,  la  cabellera.  Aproximaré  la  voluntad  a  mi  espí- 
ritu como  unos  labios  panidas  al  canuto  melódico.  Y  entonces . . . 
entonces,  alzado  en  vilo  por  la  inspiración,  lograré  el  canto  prodi- 
gioso que  pugna  y  bulle  en  mí  alma". 

Después  de  cenar  habia  rogado  resuelto  a  la  dulce  madre: 
" — ¡Mamá!  Mañana,  ¿Sabes?  Al  clarear  no  más...  ¡No!  An- 
tes... Cuando  te  levantes  para  ir  a  tu  primera  misa. . .  ¿Conve- 
nidos, mamá?  ¿Me  despertarás?  ¿Cierto? 

Las  hermanas  lo  miraron  en  silencio.  Se  agitaba  pálido  y 
con  los  ojos  extrañamente  febriles. 

La  mirada  de  la  madre  dulce  y  siempre  intranquila  por  el 
hijo  enfermo,  se  empañó  de  pena. 

" — Sí,  hijo...  Ya  sabes  lo  que  dijo  el  médico...  Te  hará 
bien ...  ¡  Y  me  alegrarás  mucho,  mucho,  no  te  imaginas  cuánto ! 
Pero  ahora,  sosiégate...  Pasemos  a  la  sala...  Tú,  Laura,  toca- 
rás un  poco  el  piano...  La  oiremos  todos  juntos  y  después,  ¡a 
descansar!  ¿Me  harás  caso,  hijo?  Una  vez  siquiera.  ¿Verdad?'* 

Agachó  el  hijo  la  cabeza  dejando  ver  la  nuca  flaca  y  lívida. 
Al  rato  la  levantó,  sereno  ya. 

" — Pero,  mamá. . ."  La  miró  un  momento  y  viola  angustio- 
samente suspensa  de  su  respuesta.  Se  contrajo  receloso  y  como 
dolorido.  En  seguida  volvió  la  agitación  a  ponerle  febriles  los 
ojos.  De  pie,  estremecióse,  agitando  los  brazos.  —  "Ustedes  es- 
tán obsesionados !  ¡  Me  creen  enfermo,  sin  voluntad,  agonizan- 
te!..." 

" — Pero,  hijo,  quien..." 

El  ansia  cruel,  con  que  tantas  veces  había  luchado,  volvióle 
potente.  Esa  vez,  creyéndose  humillado  por  la  angustia  materna, 
ni  forcejeó. 

" — Y  si  fuera  cierto...  ¡digan!  díganme:  ¿Quién  tendría 
la  culpa?  ¿Yo  acaso?  ¡A  ver!  ¡Digan!  ¡Hablen!" 

" — Hijo. . .  por  Dios. . .  cálmate. . .  Si  yo. . ." 

La  madre,  ahogada  la  voz,  lloraba  en  silencio.  Su  cabeza 
cana  doblada,  como  en  la  penumbra  de  un  hoyo,  sobre  el  hundido 
pecho . 

El  costado  izquierdo  palpitaba  contraído  de  dolor. 

"—Hijo...   si  yo..." 


MAÑANA...  77 

Todo  había  pasado  como  una  racha  fría.  En  el  hijo  la  exal- 
tación súbita,  acaso  inconsciente,  tuvo  sólo  una  intensidad  oscu- 
ra y  fugaz.  El  llanto  materno  calmóle.  Y  rodeó  amoroso  el  cue- 
llo de  la  anciana. 

" — Mi  "vieja"...  ¿Tú  me  haces  caso?  Tonta...  Pero  de- 
ja... deja  que  te  serene  la  frente  con  un  beso...  Mi  "vieja" 
querida. . .  Mañana,  ¡ya  sabes!,  zamarréame  sin  consideración. . . 
Ahora  voy  a  tranquear  un  rato...  Vuelvo  en  seguida...  Tú, 
Laura,  empieza  "La  Sonatina" . . .  Antes  de  que  la  termines  es- 
taré de  vuelta ..." 

Salió  seguido  por  las  miradas  de  las  hermanas  y  de  la  ma- 
dre, llorosa  aún.   El  hombro  izquierdo,  flaco  y  hundido. 

Iba  un  poco  avergonzado.  "¡Pobre  vieja!"  Ella  con  el  do- 
lor de  todos  agrandado  en  el  inmenso  suyo .  También  es  demasia- 
do aprensiva !  Pero  mañana ...  ¡Ya  verá !  Yo  estaré  despierto 
antes  del  primer  rumor  de  la  mañana ...  Al  rato  oiré  sus  pasos 
leves. . .  En  seguida,  suave,  el  crujir  de  la  puerta. . .  Me  haré  el 
dormido . .  .  Ella  cautelosa  asomará  la  cabeza . . .  Aceleraré  la  res- 
piración y  me  creerá  sumido  en  profundo  sueño . , .  Sintiendo 
pena  de  despertarme  quedará  indecisa ...  La  puerta  muy  suave 
se  volverá  a  cerrar...  Oiré  con  los  ojos  entornados  la  primera 
campana  llamando  a  misa.  Al  rato,  otra  vez,  crujirá  la  puerta. 
Volverá  a  dudar.  Pero  viene  con  el  desayuno.  Oigo  el  temble- 
queo de  la  taza  sobre  la  bandeja,  siento  el  aroma  del  chocolate. 
Lo  va  a  depositar,  de  puntillas,  sobre  el  velador.  Doy,  entonces, 
un  estruendoso  ronquido.  Se  sobresalta  y  la  bandeja  duda  en 
sus  manos.  Sofocada  murmura:  "Qué  muchacho  este..."  Se 
sienta,  sigilosamente,  al  borde  de  mi  cama.  Así  pasa  un  rato. 
De  pronto  escucha:  Es  la  segunda  campanada.  Y  al  fin  se 
anima : 

"— j  Raúl !  ¡  Raúl !  Que  ya  es  tarde ..."  "— ¡  Hijo !  ¡  Vamos ! 
¡Levántate!..."  —  Que  son  las  7,  hijo...  Sé  bueno...  ¡Arri- 
ba !  —  Que  son  las  8,  Raúl . . .  Vieras  la  mañana  ¡  qué  hermosa 
está!  Vamos,  hijo..."  Se  desespera.  Su  mano  rugosa  apenas 
toca  mi  hombro.  " — 'Pero,  hijo...  ¡Raúl!"  Nada.  " — Mira  que 
es  tarde . . .  Son  las  9 . . .  El  desayuno  se  te  enfría ...  La  mañana 
se  va ... " 


78  NOSOTROS 

Suena  la  tercer  campanada.  Nótase  en  su  son  una  inusitada 
prisa.   Parece  que  apremia: 

^' — Sé  bueno. . .   Hazme  caso,  hijo. . ." 

No  puedo  sabiendo  su  angustia,  retenerla  más.  Voy  ya.  Pe- 
ro... ¡No!  ¡La  alegría  no  sería  tanta!  Sigo  roncando.  " — Hijo, 
hijo...  Qué  muchacho  este,  Dios  mío...  —  Hijo..."  La  con- 
goja quiebra  su  voz...  Sale  para  buscar  el  velo  y  el  libro  de 
misa.  Vuelve.  La  siento  aproximarse,  ansiosa.  Se  asoma  espe- 
ranzada en  que  Dios  habrá  escuchado  su  ruego,  despertando  a  su 
hijo.  Pero  no.  Cree  ya  todo  inútil.  "Oh,  Dios  mío..."  Se  dis- 
pone a  irse.  Inclínase,  suave,  tierna,  para  besarme. . .  Me  cuelgo 
a  su  cuello. . .  " — Mi  "vieja"  querida. . .   Si  estaba  despierto. . ." 

La  alegría  que  reservaba  a  la  madre,  la  seguridad  de  su  rea- 
lización llenóle  de  regocijo  y  ánimo.  Sintió  el  murmullo  incitan- 
te de  la  noche  cálida .  Todo  rumor  parecía  bisbiceo . . . 

Había  caminado  unas  cuadras,  cuando  alguien  lo  tomó  del 
brazo.   Se  volvió  sorprendido. 

—¡Hola!,  tú... 

—Yo... 

— ¿Hacia  dónde? 

Tomados  del  brazo,  perdiéronse,  hablando  animadamente. 


* 


"¿  Qué  hora  sería"  Fijóse,  entonces,  que  sobre  el  velador  es- 
taba el  desayuno.  Se  incorporó  súbito.  "¡  Diablos !"  Llevóse  la 
taza  a  los  labios  y  la  retiró  en  seguida.  Estaba  fría.  Se  dejó  caer 
sobre  la  cama.  Sentía  otra  vez,  la  boca,  amarga,  los  hombros  do- 
loridos.   Se  apretó  la  frente.   "Yo  no  sé..." 

Recordó  que  había  trasnochado.  Pero  al  acostarse  la  reso- 
lución de  madrugar  estaba  enhiesta  en  su  ánimo.  Segurísimo  de 
cumplirla  se  había  dormido. 

Ahora  ya  serían  las  lo. . .  Miró  otra  vez  por  la  ventana. . . 
Parecióle  que  el  sol  calcinaba  todo.  Los  escasos  transeúntes  an- 
darían rozando  las  paredes,  sudorosos .  . .  Cruzando  la  calle  o  en 
algún  solitario  zaguán  se  vería  uno  que  otro  perro,  la  lengua  go- 
teando . 


MAÑANA...  79 

¡Ya  serían  las  lo,  las  ii!  Y  él,  ahí,  dolorido  el  cuerpo,  la 
boca  amarga. 

¿Y  la  alegría  guardada  a  la  madre  para  esa  mañana?  Pobre 
"vieja"...  La  habría  dejado  ir  así  no  más...  Quizás  profirien- 
do, en  la  inconsciencia  de  la  fatiga,  alguna  palabrota.  "¡Si  pare- 
ce mentira ! . . . "  Apretando  la  cara  en  la  almohada  se  le  sintió 
sollozar.  Una  puntada  larga,  interminable,  le  atormentaba  el  co- 
razón.  Poco  a  poco  'la  fué  olvidando.   Y  quedóse  dormido. 


Cuando  despertó  serían  las  seis  de  la  tarde.  Oscurecía. 

Todo  en  silencio.  De  pronto  el  fragor  del  tren  pasando  por 
el  puente  cercano.  Un  silbido,  cerca,  estridente ;  otro  lejos,  apa- 
gado, apenas  perceptible. 

Junto  a  la  puerta  oyóse  a  un  grillo .  Más  allá  la  acequia  mur- 
murante. I/OS  ojos  y  el  espíritu  fijos,  quedó  asombrado  como 
ante  un  inesperado  presente. 

Era  una  dulce  paz  desprovista  de  deseos.  Un  abandono.  AÜ- 
go  inmaterial.  Parecíale  tener  la  cabeza  sobre  un  hombro  amado. 
Pasó  un  rato  tras  otro.  Oyó,  de  repente,  voces  cerca  de  su  cuar- 
to.  Y  tembló  de  misteriosa  angustia. 

Las  oyó  más  cerca.  Una  sonaba  alta,  cantarína.  Las  otras 
quedas . 

" — ¿Pero  vamos  a  ir  solas?  ¿Y  tú  hermano?"  Los  ojos  del 
enfermo  cobraron  rara  ferocidad... 

— "l  Despacio !  ¡  No  hagas  ruido !  ¡  Qué  muchacha !  No  ves 
que  duerme . . .  Mamá  encargó  que  no  lo  molestáramos . . .  Tras- 
nochó y  ha  de  estar  cansado. . . 

Siguió  un  rato  el  murmullo.  Y  las  voces  se  alejaron. 

Volvió  a  oír  junto  a  la  puerta  el  canto  del  grillo.  Más  allá  la 
acequia  murmurante.  Sonrió.  Era  Luisa  la  muchacha  rubia  de 
los  labios  húmedos...  Siempre  lo  miraba  con  los  ojos  entorna- 
dos y  lo  llenaba  de  diosmas .  ¡  Si  sólo  faltaba  que  se  le  colgara  al 
cuello!  Sintió  fugaz  un  tironeo  en  el  corazón.  Y  su  boca  se  con- 
trajo un  momento.  El...  él  se  le  mostraba  hosco,  cierto...  y, 
a  veces,  hasta  cruel ...  i  Por  qué  ?  Vaya  a  saber .  . .  Pero  le  escri- 
biría un  poema . . .    Mañana  mismo ...    Sí . . .    El   estaba  seguro 


80  NOSOTROS 

que  la  quería.  Bueno.  El  quería  a  todos.  A  las  hermanas,  a  Lui- 
sa, al  sol,  al  aire ...  a  los  grillos ...  al  agua  de  la  acequia . . . 

Se  dobló  un  poco  sobre  el  costado  izquierdo.  Parpadeó  co- 
mo si  no  viera...  "De  mamá,  ni  que  hablar...  "Vieja"  queri- 
da... ¡Ya  verá ! . . .  ¡  Ya . . .  verá !  Mañana . . .   Maña ..." 

Se  estremeció...  Mientras  sus  ojos  se  iban  poniendo  vi- 
driosos, sonreía . . . 

A'.  Salvador  Irigoyen. 

Buenos  Aires,  1922. 


LAS  GRANDES  NOVELAS  AMERICANAS 

*'Un  perdido"  de  Eduardo  Barrios 

Pocx>s  libros  nos  han  producido  una  impresión  tan  honda  y  con- 
turbadora como  Un  perdido  de  Eduardo  Barrios.  Pero  he 
aquí  que  siendo  una  novela  analítica,  es  también  la  obra  de  un 
formidable  artista,  que  ora  pinta,  ora  fotografía.  El  mayor  mé- 
rito de  este  trabajo  maestro,  que  basta,  por  sí  solo,  para  definir 
ima  gran  personalidad  literaria,  es  la  concepción  grandiosa,  pues 
Barrios  ha  metido  en  su  libro,  no  ya  solo  la  historia  emocionada 
de  una  vasta  familia,  sino  también  la  vida  palpitante  de  su  cu- 
rioso país.  ¿Recordáis  la  técnica  ciclópea  de  Zola,  aquel  Zola  de 
Germinal,  que  mueve  muchedumbres?...  Pues  con  Zola  tiene 
un  entronque  victorioso  el  novelista  chileno.  Los  que  escribimos 
novelas,  sabemos  bien  el  trabajo  que  da  mantener  una  docena  de 
personajes  en  tal  forma,  que  los  rasgos  de  cada  uno  dejen  de; 
confundirse  con  los  de  cualquier  otro.  Calcúlese,  pues,  el  esfuer- 
zo realizado  por  este  artista  de  América,  presentándonos  veinte- 
nas, quizás  cientos  de  personajes,  sin  que  echemos  de  menos  en 
ninguno  de  ellos  eso  que  suelen  llamar  los  críticos  "calor  de  hu- 
manidad". 

Desde  luego,  advertimos  la  ductilidad  de  Barrios,  tan  hábil 
para  presentarnos  un  carácter  sentimental,  como  para  definirnos 
a  un  descreído  ironista,  como  para  caracterizar  esos  grotescos 
histriones  que  pasan  por  la  vida  como  figuras  de  comedia.  Nada 
se  resiste  a  su  pluma,  que  ahora  parece  tajante  bisturí  y  que 
luego  se  convierte  en  pincel  taumatúrgico.  Barrios  es  psicólogo 
y  filósofo,  es  descripcionista  y  sabe  de  los  modernos  proble- 
mas que  en  vano  trata  de  resolver  la  Sociología.  Al  reproducir 
un  lugar  o  una  figura,  tiene  procedimientos  diversos ;  y  mientras 


82  NOSOTROS 

para  hacer  el  retrato  de  una  suave  heroína  recurre  a  la  limpia 
acuarela,  para  darnos  un  fondo  sombrío  sobre  el  que  actúan  fi- 
guras tenebrosas,  recurre  al  aguafuerte  tan  rotimda  y  viril.  De 
esto  que  llamaremos  técnicamente  "profusión  de  medios",  emana 
la  enorme  variedad  de  su  novela,  semejante  a  una  incursión  por 
la  selva,  que  nunca  nos  presenta  dos  anchos  cuadros  idénticos. 

¿Va  a  sernos  posible  sugerir  el  asunto  de  Un  perdido f  No 
estamos  muy  seguros  de  lograr  tal  empresa.  En  la  primera  par- 
te —  en  la  primera  línea  —  nos  encontramos  ya  al  protagonista, 
que  es  Luis,  este  niño  de  quien  dice  su  familia  toda,  que  "tiene 
alma  de  Vera  en  cuerpo  de  Bernales". 

El  viejo  experimentado,  docto  y  sentimental,  le  ha  dicho  a 
su  nietito:  "Cuando  seas  hombre,  trata  de  cultivar  un  arte". 
Esta  sola  recomendación  nos  dice  ya  la  clase  de  hombre  que  es 
Papá  Juan,  figura  admirable,  la  más  romántica,  generosa  y  her- 
mosa de  todo  el  libro.  Papá  Juan  pertenece  a  ese  linaje  de  hom- 
bres superiores  —  superiores  sin  alarde,  sin  jactancia  —  que 
todos  hemos  admirado,  aun  niños,  pues  que  el  idealismo  escapaba 
con  sus  palabras  cómo  un  perfume,  evocador  de  vastos  panora- 
mas, sobre  los  que  sus  figuras  aventajadas  parecían  recortarse 
con  majestad. 

Papá  Juan,  que  ha  sido  andariego  en  su  juventud  ("anda- 
riego a  lo  gran  señor"),  y  misia  Gertrudis,  que  vino  de  un  viaje 
a  Alemania  con  su  catolicismo  vigorizado,  son  los  abuelos  de  este 
párvulo  reflexivo  y  triste,  cuyo  crecimiento  vamos  a  seguir,  hasta 
verlo  hecho  un  hombre  sin  voluntad,  tan  sin  gobierno,  que  amán- 
dole mucho  en  su  desgracia,  vamos  a  irritarnos  contra  él,  porque 
no  lucha  y  se  resigna  a  ser  en  la  vida  un  vencido :  "un  perdido", 
como  con  una  inmensa  piedad  escribe  Eduardo  Barrios. 

— Entonces —  me  diréis  — ,  si  tanto  desagrada  el  carácter 
de  Luis,  ¿cómo  puede  agradarnos  tanto  una  novela  que  tiene  se- 
mejante protagonista? 

He  ahí,  precisamente,  el  triunfo  del  arte,  la  magnífica  vic- 
toria obtenida  por  el  artista.  A  poco  de  leer,  Eduardo  Barrios 
se  adueña  de  nuestro  ánimo.  Nos  sugestiona.  Ha  vencido  la 
indiferencia  y  hasta  destruido  el  "espíritu  defensivo"  del  lector. 
Porque  el  lector  — :  vosotros  lectores,  ¿no  lo  habéis  observado? 
—  al  abrir  un  libro,  se  dijera  que  intenta  defenderse  contra  las 


LAS   GRANDES   NOVELAS  AMERICANAS  83 

sugestiones  del  artista.  Está  deseando  hallar  una  falla  para  de- 
cirse en  su  fuero  interno:  "Este  paisaje  está  mal;  ese  carácter 
es  falso,  aquella  situación  es  absurda".  De  ese  modo,  al  final,  va 
a  tener  la  certeza  de  que  la  obra  le  satisface  —  en  el  supuesto 
de  que  le  haya  gustado  —  le  satisface,  repetimos,  pero  con  reser- 
vas, con  restricciones.  Por  eso  los  autores,  que  saben  la  clase  de 
lucha  que  hay  que  sostener  con  el  público  (lucha  simbolizada  por 
un  ingenio  contemporáneo  como  la  del  domador  y  las  fieras) 
optan,  comunmente,  por  los  asuntos  simpáticos. 

Seguro  de  su  fuerza,  el  gran  novelista  chileno  no  ha  busca- 
do ventajas.  Ha  ido,  derechamente,  a  explotar  el  hondo  filón 
de  la  vida,  tantas  veces  ingrata,  pero  tan  llenas  de  sugestiones,  de 
emociones,  de  enseñanzas . . . 

Nos  resistimos  a  creer  que  haya  en  Un  perdido  episodios 
imaginados.  Más  bien  se  creería  que  el  autor  encadenó  hedios 
que  le  fueron  familiares.  Desde  luego,  la  niñez  de  Luis  Ber- 
nales  —  en  cuanto  se  refiere  a  la  contextura  espiritual  —  debe 
ser  la  niñez  de  Eduardo  Barrios,  carácter  dotado  de  un  senti- 
mentalismo precoz.  El  consejo  de  Horacio:  Si  vis  me  flere  do- 
lendum  est,  primmn  ipsi  tibi  (Si  quieres  que  yo  llore  has  de  llo- 
rar tú  primero),  Eduardo  Barrios  lo  cumple  honradamente,  es- 
crupulosamente. 

De  una  mujercita  que  creció  "algo  enfermiza  por  el  mimo" 
(era  unigénita"»,  "instruida  con  adorno  y  hacendosidad  monjil, 
nace  Luis  Bernales.  Su  padre  es  un  capitán  de  la  guarnición 
de  Quillota,  el  pueblo  donde  viven  los  Vera,  en  un  viejo  edificio 
andaluz,  "con  veintitantas  habitaciones,  ancho  zaguán,  un  primer 
patio  florido  en  arriates  y  un  segundo  plantado  de  naranjos,  con 
hortaliza  y  quinta  frutal  en  el  fondo".  Rosario,  la  madre  de  Luis, 
es  una  mujer  sin  relieve  y  el  capitán,  a  poco  de  casados,  vuelve 
al  hogar  ebrio,  trascendiendo  a  esos  perfumes  intensos  tan  del 
gusto  de  las  mujeres  que...  se  entregan  con  facilidad.  Cuando 
el  militar  riñe  con  Rosario  y  hasta  se  jacta  de  haber  cenado  en 
compañía  de  una  artista  de  zarzuela,  ella  llora  sin  tregua.  "Lloró 
toda  la  madrugada,  mientras  dormía  su  marido  el  sueño  profun- 
do del  alcohol ;  pero  a  la  mañana  siguiente  salió  de  su  cuarto  con 
la  tranquilidad  de  una  decisión". 

Luis  nació  cuando  su  hermanita  Rosario  cumplía  los  cinco 


84  NOSOTROS 

años.  Anselmo,  el  primogénito,  contaba  seis.  "Mucho  querían 
ios  abuelos  a  los  otros  niños,  pero  a  éste  (Luis)  lo  recibieron  a 
la  edad  en  que  ya  se  principia  a  cüiochear".  Anotemos  rasgos 
esenciales  en  aquella  infancia:  "Se  crió  blando  y  modosito,  tími- 
do con  los  extraños  y  tierno  con  los  suyos.  Tan  solo  el  padre, 
que  le  atraía  por  el  brillo  del  uniforme,  le  azoraba  un  tanto  con 
sus  exabruptos  de  soldado".  Hay  un  detalle  psicológico  que 
acredita  la  finura  del  observador.  Es  aquel  por  el  cual  la  fami- 
lia descubre  una  extraordinaria  sensibilidad  en  la  criatura.  Cuan- 
do da  un  beso,  suspira.  "Los  otros  chicos  ensayaron,  besándole 
repetidas  veces,  entre  risas  maravilladas.  En  efecto,  el  niño  de- 
volvía el  beso,  acurrucábase  feliz  en  el  regazo  de  su  madre  y 
repetía  el  suspiro,  tembloroso  de  emoción". 

Y  Papá  Juan,  todo  comprensión  cordial,  explicaba  a  la  hija 
desgraciada  en  amores: 

— Yo  te  aseguraría  Rosario,  si  fuera  un  pedante,  que  en  este 
niño  ha  florecido  tu  dolor. 

Porque  Papá  Juan  sabe  que  el  estado  de  nuestro  ánimo,  al 
procrear,  "imprime  su  tono  en  el  hijo".  Y  Rosario  ha  concebido 
a  Luis  cuando  tenía  su  sensibilidad  irritada. 

De  este  modo,  con  valiosos  aportes  psicológicos,  con  minu- 
ciosa atención,  Eduardo  Barrios  nos  va  describiendo  el  alma  de 
su  protagonista.  El  jardín  familiar  exacerba  su  imaginación  y 
debilita,  con  su  fragante  placidez,  "las  fuerzas  de  acción"  del  pe- 
queño. "Habituándose  a  soñarlo  todo  y  a  quedarse  satisfecho 
de  lo  ilusorio,  se  hacía  tímido".  Y  el  psicólogo  reflexiona:  "Hay 
un  instinto  que  enseña  a  los  tímidos  que  solo  en  sueños  es  todo 
perfecto,  sin  dolores  ni  fracasos".  Es  curioso  ver  como  se  en- 
gendra —  siendo  muy  pequeño  Luis  —  el  desacuerdo  espiritual 
que  ha  de  separar  siempre  de  su  padre  al  hijo.  Y  he  aquí  uno  de 
los  aspectos  trascendentes,  más  útiles,  de  esta  novela :  lo  que 
instruye  respecto  a  la  educación  infantil. 

Para  sugerir  de  qué  clase  es  la  ideología  de  Papá  Juan,  no 
tenemos  más  que  copiar  esta  frase  que  dice  un  día,  discutiendo, 
en  presencia  de  su  nieto:  "La  bondad  y  la  poesía,  que  son  hijas 
de  la  inocencia,  ahondan  más  que  la  justicia".  Aquella  mañana, 
Luis  que  había  cumphdo  ya  once  años,  "se  marchó  al  liceo  do- 
minado por  la  tristeza  vaga  de  las  cosas  que  no  se  entienden,  y 


LAS   GRANDES   NOVELAS  AMERICANAS  85 

que  no  obstante  deprimen  el  corazón  con  entrevistos,  sospecha- 
dos conceptos  desfavorables  a  la  propia  personalidad".  Ya  en  el 
prólogo  de  la  obra,  Manuel  Gálvez  —  este  novelista  argentino 
con  estructura  balzaniana,  como  lo  reconoce  el  propio  Barrios  — 
nos  ha  dicho  que  Luis  es  "un  descendiente  espiritual  de  Federi- 
co Aíoreu  y,  como  el  admirable  personaje  de  la  novela  de  Flau- 
bert,  una  víctima  de  la  educación  sentimental".  Su  ascendencia 
novelesca,  habría  que  buscarla  en  el  Adolfo  y  en  Wherter. 

No  podemos  seguir,  paso  a  paso,  el  robusto  desenvolvimien- 
to de  la  novela,  pues  el  empeño  nos  exigiría  un  muy  grande  tra- 
bajo de  síntesis,  reclamando  muy  ancho  espacio  la  publicación. 
El  novelista  relata  costumbres  chilenas,  sencillas,  pueblerinas,  de- 
votas, y  nos  sugiere  aquella  naturaleza  a  fuertes  pinceladas,  como 
puede  apreciarse  en  esta  lacónica  descripción  del  verano: 

"Pronto  avanzó  noviembre  con  la  preparación  de  exámenes, 
y  días  bochornosos.  Disminuían  los  paseos.  El  campo  perdía 
sus  atractivos.  El  sol  parecía  un  crisol  candente  dentro  de  un 
horno,  rabiaba  el  azul  del  cielo,  retorcíanse  como  torturados  los 
rastrojos  amarillos  y  el  viento  no  hacía  más  que  levantar  nubes 
de  polvo  en  los  callejones  y  poner  cenicientos  los  árboles". 

Misia  Gertrudis,  cada  vez  más  devota,  muere  en  forma  ex- 
traña, mientras  organiza  sus  fiestas  religiosas,  aquellas  fiestas 
que  Papá  Juan,  el  esposo,  siempre  descreído,  iba  a  ver  de  cuan- 
do en  cuando.  Porque  "era  sensible  a  la  grata  emoción  que  cau- 
sa el  sentir  a  una  muchedumbre  de  almas  obscuras,  gruesas  y 
torpes,  afinarse,  aun  cuando  ello  sea  temporal  y  artificiosamente, 
en  un.  concierto  apacible  de  gesto,  visión,  perfume,  color  y  so- 
nido". Un  deseo  de  elevación  nacía  en  todos  los  pechos.  ¿Divi- 
nidad?... ¿Poesía?...  Para  el  viejo  caballero  chileno  las  dos 
palabras  representaban  lo  mismo.  La  abuelita  se  mató,  rodando 
del  altar,  abrazada  a  la  virgen  que  en  aquel  momento  estaba  vis- 
tiendo. Sólo  la  forma  como  Barrios  describe  este  episodio,  con 
sus  efectos  dentro  de  la  vieja  casona  de  los  Vera,  da  idea  de  su 
singular  capacidad  de  novelista. 

Ruedan  los  días  de  una  manera  gris  y  dolorosa,  apagada- 
mente, dentro  del  caserón.  Rosario,  la  mamá  de  Luis,  enferma 
a  consecuencia  de  la  desgracia.  Debemos  prepararnos  para  asis- 
tir al  derrumbe  de  aquel  hogar  patricio,  que  nos  parecía  tan  só- 


86  NOSOTROS 

lido.  Sobrevienen  estrecheces  económicas.  Su  quinta  rinde  poco. 
"No  podía  don  Juan  explotar  a  los  peones,  ni  regatear  con  los 
verduleros,  pobres  individuos  cuyas  compras  iban  a  la  reventa  en 
el  mercado.  Y  es  que  don  Juan  era  generoso  hasta  la  debilidad, 
hasta  preferir  el' verse  algo  explotado,  antes  que  sorprenderse  él 
en  cualquiera  de  esos  gestos  de  avaricia  menguada  que  rebajan  el 
espíritu  en  una  íntima  vergüenza".  Perdió  su  chacra,  perdió  su 
Dique  (desmoronado  por  un  temporal),  perdió  la  esperanza  de 
obtener  ingresos  bastantes  con  la  quintita . . . 

Y  cuando  lo  perdió  todo,  como  habremos  visto  leyendo  el 
magnífico,  el  estupendo  final  del  capítulo  X,  se  fué  lejos  y  escri- 
bió a  menudo  "cartas  valientes" . . .  Hasta  que  en  el  otoño,  "al 
cabo  de  un  silencio  tan  corto  que  no  alcanzó  a  producir  alarma 
en  la  familia",  lo  trajeron  encerrado  en  un  tosco  ataúd. 

Si  habéis  leído,  con  la  emoción  debida  este  Hbro  de  emoción, 
al  llegar  aquí,  amando  como  amáis  a  Papá  Juan,  vais  a  sentir  des- 
garrada vuestra  alma.  Mucho  más  habéis  de  sufrir  luego,  pero 
no  os  importe,  que  el  dolor  que  produce  la  verdadera  obra  de  arte, 
es  tan  refinado,  tan  quintaesenciado,  que  de  dolor  se  transforma 
en  placer. 

La  muerte  de  Rosario,  la  mamá  de  Luis,  por  esperada,  es 
menos  afligente.  Pero  ¿y  la  situación  de  aquel  niño  mimoso,  re- 
flexivo y  sentimental?. . .  ¿Qué  va  a  ser  de  Luisito,  con  un  padre 
al  que  no  comprende  y  que  no  le  comprende,  con  un  hermano 
despreocupado  y  egoísta,  que  estudia,  recluido  en  el  colegio,  la 
carrera  naval  ? . . .  Cierto  que  le  queda  su  hermana  Charito,  po- 
cos años  mayor  que  él,  pero  ¿qué  puede  hacer  por  Luis  esta 
niña  ojerosa,  escuálida,  vencida,  que  tuvo  crisis  de  nervios  — 
en  las  que  "se  retorcía  los  brazos  y  lanzaba  alaridos"  —  al  morir  la 
madre?...  Luis  había  sido  marcado,  como  por  un  hierro  can- 
dente, por  la  desgracia.  Y  entrevio  "que  la  vida  involucra  una  ley 
inflexible,  indiferente  y  dura.  Estas  penetraciones  sutiles  de  sus 
catorce  años,  sentimentales  e  intuitivas,  en  ningún  caso  ideológicas, 
dejábanle  suspenso  y  asustado."  Lo  que  sufrió  el  día  del  entie- 
rro de  la  madre  llega  a  las  lindes  de  la  tragedia  clásica. 

De  Quillota,  Luis  ya  mozalbete,  va  a  Iquique,  en  compañía 
del  padre,  que  ahora  está  allí  de  guarnición.  Charito  marcha  con 
una  tía  y  Anselmo  sigue  sus  cursos  en  la  Escuela  Naval.    Ya  teñe- 


LAS  GRANDES  NOVELAS  AMERICANAS  87 

mos  desbaratada  la  familia.  Luis  desconfía  de  su  padre,  aquel 
hombre  cuyo  carácter  no  comprende  y  del  que  supone  que  nunca 
lo  ha  querido.  Aquí  empieza  la  parte  más  difícil  —  más  difícil 
para  el  autor  —  de  la  novela.  Es  un  alarde  psicológico.  Manuel 
Gálvez,  al  evocarla,  asegura:  "Aquella  situación  de  alejamiento 
entre  el  padre  y  el  hijo,  producida  por  la  timidez  de  los  dos,  está 
analizada  con  la  hondura  de  un  maestro".  Porque  habéis  de  saber 
que  Luis,  observador  y  analítico  comcf  es,  llega  a  descubrir,  tras 
los  gestos  destemplados  del  padre  (gestos  destemplados  que  remar- 
ca su  condición,  un  poco  tosca,  de  soldado)  cierta  timidez  solo 
comparable  a  la  suya. 

Y  es  aquí,  cuando  el  protagonista  vive  alojado  en  el  cuartel  de 
Iquique,  cuando  la  novela  se  hace  verdaderamente  realista,  porque 
las  cosas  exteriores  ocupan  más^sitio  que  el  hondo  drama  inte- 
rior. Aquí  el  desarrollo  se  entretiene,  se  retarda,  con  lá  descrip- 
ción de  la  ciudad  salitrera,  a  donde  llega  un  barco  cargado  de 
cómicos  españoles,  groseros,  estridentes;  en  donde  trabajan  afa- 
nosos millares  de  braceros;  en  donde  las  mancebías  tienen  un  ca- 
rácter particular,  con  aquellas  mujeres  que  si  macularon  su  cuer- 
po con  todos  los  impudores,  tienen  un  alma  limpia,  incontaminada, 
susceptible  de  experimentar  grandes  sentimientos:  la  bondad,  la 
generosidad,  la  piedad,  el  amor. . . 

Hasta  cuando  Barrios  alude  a  tipos  incidentales,  de  pasada, 
sabe  caracterizarlos  de  modo  que  hieren  nuestra  imaginación. 
Ved  este  personaje  exótico  en  un  baile  del  cabaret:  "Un  inglés 
muy  alto,  cuyos  huesos  poblaban  de  ángulos  el  traje  de  franela 
gris,  valsaba  saltón  y  risible,  la  frente  hacia  arriba  y  el  brazo  iz- 
quierdo tieso,  para  marcar  el  compás".  Si  un  día  vamos  a  alguno 
de  esos  puntos  lejanos,  donde  hacen  escala  los  vapores  ingleses, 
nosotros  vamos  a  encontrarnos  en  algún  café  cantante,  cierto  su- 
jeto alto  y  anguloso  que  va  a  hacernos  recordar  el  "mister"  baila- 
rín de  Barrios.  Pero  lo  que  no  olvidaremos  nunca  son  las  mozas 
de  Iquique,  aquellas  mujeres  que  viven  del  amor,  y  que  "el  amor 
suaviza,  las  nutre  de  ideas  fraternales,  salva  su  alma  de  la  grose- 
ría en  que  naufragan  sus  hermanas  de  otros  pueblos,  de  casi 
todas  las  ciudades,  donde  se  las  cuenta  solo  entre  las  cosas  útiles 
al  desahogo  de  la  bestia  masculina*^.  Y  es  que  como  dice  otro 
personaje  simpático,  el  teniente  Blanco,  "lo  mejor  de  Iquique,  sin 


88  NOSOTROS 

duda,  es  un  instinto  de  solidaridad  en  que  se  amparan  vagabundos 
y  aventureros".  Y  es  preciso  proclamarlo :  descripciones  de  pue- 
blos enteros,  descripciones  espectaculares  como  esta  magnífica  que 
introduce  Barrios  en  Un  perdido,  no  abundan  en  las  letras  caste- 
llanas, ni  aquende  ni  allende  el  Océano. 

En  Iquique,  el  pobre  Luis  tiene  en  su  vida  una  eclosión  glo- 
riosa. Ama  y  es  amado.  Hasta  que  la  fatalidad  derrumba  su 
castillo  de  naipes  con  un  zarpazo.  El  teniente  Blanco  lo  ha  dicho : 
''Nacemos  con  la  suerte  echada".  Y  Papá  Juan  sugería:  "Apenas 
si  el  corazón,  como  una  linterna  ciega,  nos  guía  en  la  oscuridad". 
Alguien  ha  dicho  que  este  libro  debiera  terminar  en  donde  em- 
pieza la  segunda  parte,  aunque  otro  es  nuestro  modo  de  ver. 
Sucede  que  la  tensión  nerviosa,  en  los  lectores,  se  hace  tan  grande^ 
que  precisamos  llegar  hasta  el  final  para  lograr  quedarnos  tran- 
quilos. En  una  palabra:  parece  que  la  segunda  parte  interesa 
menos,  por  lo  mucho  que  interesa.  Esto  que  a  primera  vista  cree- 
ríase  paradoja,  explica  la  avidez  con  que  se  devoran  los  capítulos 
finales. 

Siendo  mayores  las  andanzas  de  Luis,  transformado  en  hom- 
bre, mayor  ha  de  ser  lógicamente,  el  número  de  personajes  secun- 
darios con  que  habremos  de  enfrentarnos.  El  psicólogo  no  falla. 
Ni  un  solo  tipo  se  nos  antoja  falso.  La  lógica  más  extricta,  y  por 
ende  más  cruel,  preside  el  desenvolvimiento  de  la  novela.  Nos 
familiarizamos  con  cien  aspectos  de  la  vida  en  Santiago  de  Chile. 
Aparecen  familias  que.  pueden  considerarse  representativas,  no 
solo  de  Santiago,  sino  de  toda  Sud  América,  ya  que  estos  pueblos 
nuevos,  con  idéntica  tradición,  tienen  costumbres  tan  semejantes. 

Antes  que  enterar  del  contenido  social  y  artístico  de  Un  per- 
dido —  capítulo  por  capítulo,  detalle  por  detalle  — ,  urge  encarecer 
la  importancia  de  esta  novela,  a  juicio  de  Gal  vez,  la  mejor  que 
ha  hecho  un  hispano-americano.  Carecemos  de  erudición  para 
sentar  afirmaciones  de  tal  modo  excluyentes,  en  tal  forma  abso- 
lutas, pero,  desde  luego  dejamos  constancia  de  nuestra  admira- 
ción por  un  artista  al  que  bastaría  su  obra  Un  perdido,  para 
hacerlo  inolvidable.  Quien  de  tal  modo  forja  los  caracteres,  quien 
con  tanta  maestría  urde  una  trama,  quien  tan  gallardamente  des- 
cribe tipos  y  ambientes,  quien  inocula  un  germen  de  inquietud  con 
procedimientos  tan  lícitos,  quien  tanto  nos  hace  gozar  y  sufrir. . . 


LAS  GRANDES  NOVELAS  AMERICANAS  89 

¡  y  pensar !,  es  un  novelista  eximio  que,  brotado  en  ambientes  don- 
de la  literatura  admite  la  consagración  (obsérvese  que  no  decimos 
el  profesionalismo),  habría  dejado  en  su  pos  una  vasta  obra  digna 
de  la  universalidad,  máxima  gloria  que  han  merecido  los  Balzac, 
los  Dickens,  los  Galdós  y  los  Tolstoy.  Es  decir :  los  más  grandes 
novelistas  del  mundo. 

Vicente  A.  Saeaverri. 
Estación  Corrales   (R.  O.  del  U.),  1922. 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA 


Centenarios.  —  Mürger  y  Feuillet.  —  Flaubert  y  su  ejemplo.  — 
Moliere  inmortal  y  nuestro  teatro.  —  La  resurrección 
de  Gobineau- 

TANTOS  han  sido  los  centenarios  celebrados  en  estos  últimos 
tiempos  que,  a  fé  mía,  seríame  difícil  enumerarlos  total- 
mente.   Me  pierdo  en  la  cuenta. 

Conviene,  desde  luego,  tener  un  criterio  para  juzgar  esos 
centenarios.  Unos  presentan  un  significado  esencial,  otros  no 
tienen  más  importancia  que  la  de  recordar  que  el  señor  Fulano 
de  Tal  ha  nacido  hace  cien  años.    El  matiz  es  importante. 

Es  harto  evidente  que  el  pobre  Octavio  Feuillet  y  el  pobre 
Mürger  (por  no  citar  otros  entre  el  número  de  los  escritores 
cuyos  centenarios  se  han  celebrado)  significan  muy  poco  ante 
nuestro  espíritu.  Tuvieron  su  hora  de  celebridad,  pero  cuando 
leemos  sus  obras  quedamos  estupefactos:  tanto  han  envejecido. 
La  necedad  aristocrática  de  Feuillet  y  la  necedad  barrio-lati- 
nesca  de  Mürger  nos  parecen  igualmente   lejanas   de  nosotros. 

Pero  si  de  más  cerca  examináramos  las  cosas,  seríamos, 
sin  duda  alguna,  más  modestos.  Es  preciso  no  engañarse:  sólo 
los  nombres  y  los  trajes  cambian,  pero  el  espíritu  es  siempre  el 
mismo.  Siempre  habrán  gentes  como  Feuillet  que  escribirán 
novelas  mundanas,  morales,  de  un  sentimentalismo  de  agua  de 
rosa.  Y  yo  podría  (si  no  fuera  vano  este  pequeño  juego)  nom- 
brar en  cada  generación  de  las  posteriores  a  Feuillet,  el  escritor 
que  llenó  esta  misión  tan  poco  envidiable.  Y  lo  mismo  podría 
hacer  con  respecto  a  Mürger,  pues  siempre  habrán  escritores 
dispuestos  a  componer  novelas  de  bohemios. 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  ül 

El  caso  es  que,  al  producirse  cada  obra,  nos  engañamos  so- 
bre la  cualidad  de  la  mercadería,  a  causa  de  ser  joven  el  autor, 
de  ser  nuestro  contemporáneo,  y  de  que  él  toma  de  los  verda- 
deros renovadores  de  su  época  algunas  audacias  y  gracias  de 
forma  que  disfrazan  de  modo  más  o  menos  acertado  el  viejo 
rostro  fatigado  de  este  tema  eterno.  Pero  llega  un  momento  en 
la  vida  en  que  no  se  gusta  sino  de  las  cosas  bellas,  y  entonces, 
sea  el  que  fuere  el  talento  puesto,  no  os  escapa  la  secreta  vul- 
garidad, la  íntima  pobreza  de  esas  historias.  Los  héroes  son 
siempre,  en  el  fondo,  unos  burgueses  (en  el  sentido  en  que  los 
entendía  Flaubert  cuando  decía:  "llamo  burgués  a  todo  ser  que 
piensa  bajamente").  Se  divierten  y  hacen  cosas  disparatadas 
en  las  obras  de  Mürger.  En  las  de  Feuillet  quieren  aparecer 
dignamente.  Pero  jamás  pasa  nada  realmente  elevado.  Jamás 
ilumina  estas  aventuras  un  resplandor  de  poesía,  aventuras  que 
tienen  al  dinero  por  único  resorte.  Hoy,  de  tan  aburridos,  estos 
libros  se  nos  caen  de  las  manos.    Y  con  toda  justicia. 

En  cuanto  a  los  centenarios  de  estos  escritores,  no  dan  sino 
ocasión  a  algunos  escultores  oficiales  de  hacer  un  busto  o  una 
estatua  y  de  decir  un  discurso  o  hacer  un  viaje  a  algunos  dipu- 
tados o  ministros.   Lo  que  no  es  muy  interesante. 

Otra  cosa  muy  distinta  es  con  respecto  a  Flaubert.  Flaubert 
no  ha  dejado  de  vivir  entre  nosotros;  Flaubert  es  un  alto  ejem- 
plo. Las  generaciones  que  se  sucedieron  después  de  su  muerte 
han  profesado  un  invariable  culto  por  sus  obras  y  por  su  vida, 
porque  su  vida  fué  muy  noble,  muy  desinteresada  y  consagrada 
por  entero  a  la  literatura,  es  decir,  a  un  ideal. 

Por  lo  demás,  es  preciso  no  olvidar  a  fin  de  explicar  tal  so- 
brevivencia en  nuestras  almas,  esto  que  señala  Albert  Thibaudet 
en  la  Revuc  hebdomadaire: 

Murió  en  1880,  pero  su  existencia  literaria  se  prolongó  mucho  des- 
pués de  su  muerte.  Había  publicado  seis  volúmenes,  aproximadamente: 
la  publicación  del  epistolario  y  de  las  obras  postumas,  aunque  muy  in- 
completa aún,  ha  triplicado  ese  número  y  ha  dado  a  Flaubert  una  vida 
de  ultratumba  que  lo  ha  engrandecido.  Las  obras  postumas  han  facilitado 
la  comprensión  de  la  precocidad  y  de  la  fecundidad  verdaderas  de  un 
escritor  a  quien  sus  escrúpulos  de  artista  obligaban  a  publicar  tarde  y  poco. 
Nos  han  abierto  el  laboratorio  interior  de  Flaubert,  nos  han  mostrado  el 
vigoroso  mantillo  que  nutría  a  sus  admirables  árboles.  Aumentará  aún 
más  este  conocimiento  cuando  la  entrega  de  los  manuscritos  de  Flaubert 
a  una  biblioteca  pública   permita  hacer   ediciones   criticas   de   sus   grandes 


92  NOSOTROS 

libros.     No  hay  escritor  que  pueda  perder   nienos  que  él  en  esta  muestra 
de  sus  reconditeces  y  secretos. 

Mucho  han  hecho,  en  efecto,  las  obras  postumas  por  el  pres- 
tigio de  Flaubert.  Consiguiéronle  la  adhesión  de  cuantos  no  po- 
dían aceptar  sino  de  mal  grado  la  doctrina  un  tanto  helada  según 
la  cual  una  obra  no  podía  publicarse  sino  después  de  ser  some- 
tida a  un  trabajo  intenso,  fatigoso  e  interminable.  Durante  mu- 
chos años  nos  cargaron  con  esas  teorías;  el  más  estéril  infeliz, 
incapaz  de  publicar  más  de  un  folleto  cada  diez  años,  justificaba 
su  pereza  con  el  ejemplo  de  Flaubert.  Gracias  al  "epistolario" 
vemos  aparecer  tras  el  autor  definitivo  y  un  poco  frío  de  la 
Tentación  y  de  Salambó,  un  hombre,  un  improvisador,  un  ver- 
dadero artista,  a  mi  sentir:  nervioso,  desigual,  viviente.  Sea  la 
que  fuere  nuestra  convicción  con  respecto  al  gran  problema  de 
la  obra  de  arte,  ya  la  consideremos  como  una  efusión  directa  del 
temperamento  o  como  el  resultado  artificial  de  una  prolongada 
paciencia  (y  lo  probable  es  que  la  verdad  esté  en  una  dosis  igual 
de  estas  dos  doctrinas),  hallamos  en  Flaubert  al  maestro  que 
nos  es  necesario.  Tiene  suficiente  lirismo  para  gustar  a  los  poe- 
tas; la  pureza  de  su  vida  no  puede  dejar  de  satisfacer  a  los  que 
apenas  creen  que  los  azares  del  destino  pueden  hacer  germinar 
el  grano  de  genio  en  el  cerebro  de  los  "malos  muchachos" ;  es  el 
tipo  acabado  del  hombre  de  gabinete,  de  aquel  cuya  vida, 
según  la  palabra  terrible  y  profunda  de  Hallarme,  tiende  entera- 
mente a  la  realización  de  una  obra  maestra.  Además,  los  nervio- 
sos, los  sensibles,  los  afeminados,  los  fantaseadores  no  pueden 
sino  admirar  su  idioma  formidable,  sus  impulsos,  todo  ese  vigor 
de  improvisación  que  contuvo  siempre,  por  principio,  pero  que 
no  obstante  existe  y  que  en  el  Epistolario  se  desboca. 

Sigue  siendo,  y  sin  duda  lo  será  por  mucho  tiempo  aún,  un 
maestro,  uno  de  nuestros  más  auténticos  directores  espirituales. 

En  cuanto  al  tricentenario  de  Moliere,  ha  sido  para  toda 
Francia  ocasión  de  reconocer,  una  vez  más,  la  extraña,  la  indes- 
tructible juventud  de  este  genio  cómico.  Abundantemente  han 
tratado  de  él  todos  los  diarios  y  revistas.    Sobre  todos  los  esce- 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  93 

narios  han  sido  representadas  sus  obras.  Y  un  poco  en  todas 
partes  las  han  comentado  los  conferencistas.  Tan  poco  nos  ha 
fatigado  todo  esto,  que  algunos  han  creído  pobre  el  homenaje. 
Hubieran  deseado  homenajes  más  oficiales  aún,  más  numerosos 
y  de  más  boato. 

Yo  creo,  por  mi  parte,  que  mejor  hubiera  sido,  simplemen- 
te, representarle  de  manera  más  integral.  Pensad  que  no  todas 
sus  piezas  están  en  el  repertorio.  Es,  tal  vez,  muy  divertido  que 
un  teatro  de  segundo  orden  dé  una  obra  de'  Moliere  que  en 
la  Comedia  francesa  no  se  representa  nunca.  Pero  esto  no  de- 
biera suceder.  Y  además,  si  el  público  francés  estuviera  bien 
compenetrado  de  su  autor  nacional,  mostraría  tal  vez  más  seve- 
ridad para  con  las  obras  de  los  fabricantes  de  comedias  que 
abastecen  a  nuestros  actuales  escenarios. 

Salvo  el  caso  de  algunos  pocos  (que  con  mucha  dificultad 
logran  imponerse)  nuestros  anuncios  teatrales  no  celebran  sino 
prestigios  equívocos,  vulgares.  No  parecen  los  productores  tener 
otro  deseo  que  ganar  dinero.  Y  es  contra  esta  bajeza  de  las  cos- 
tumbres y  de  la  mediocridad  literaria  que  fué  su  consecuencia, 
que  Jacques  Copean  fundó  su  Vieux-Colomhier,  que  con  tanta 
justicia  se  hizo  tan  rápidamente  famoso. 

Sobrados  ataques  hemos  oído  contra  tan  generosa  empresa. 
Y  los  más  pérfidos  no  fueron  los  de  los  comienzos,  sino  los  que 
se  le  dirigieron  después  de  los  primeros  éxitos . . .  Burlonas  ob- 
jeciones de  los  que  insinúan:  "Sí,  pero,  lo  sabe  usted,  en  el  fon- 
do, eso  no  significa  nada.  Eso  nada  nos  enseña . . .  Además, 
¿qué  quiere  usted?  el  teatro  es  el  teatro.  Tiene  sus  leyes  propias, 
sus  necesidades.    El  del  bonlevard  tenía  sus  méritos". 

Este  hallazgo  de  méritos  en  el  teatro  del  boulevard,  después 
de  haber  fingido  comprender  y  admirar  al  Vieux-Colomhier,  es 
la  eterna  táctica  del  burgués  que  ha  transigido  con  Claudel  for- 
zado por  la  opinión  de  la  juventud,  pero  que  solo  espera  una  oca- 
sión para  volver  a  un  Octavio  Feuillet,  apenas  aparezca  ese  viejo 
pompier  bajo  una  máscara  de  juventud.  Y  entonces  juzgará  de 
viejo  gusto  a  Claudel.  Tantas  evoluciones  de  este  género  he 
visto,  que  ya  no  me  sorprenderían. 

Volviendo  al  Vieux-C olomhier ,  es  preciso  aceptar  que,  mal- 
grado  toda  especie  de  snobs,  su  ejemplo  es  óptimo  ya  que  Bel- 


OA  NOSOTROS 

gica  lo  ha  seguido.  Jules  Delacre  ha  fundado  en  Bruselas  el 
Théátrc  de  Marais,  concebido  aproximadamente  según  la  fór- 
mula del  de  Copeau,  pero  acaso  con  más  libertad  y  fantasía.  El 
caso  es  que  Jules  Delacre  es  un  poeta  como  lo  prueba  su  deli- 
cioso y  emocionante  Chant  provincial,  uno  de  los  mejores  éxitos 
de  la  poesía  intimista  posterior  a  Francis  Jammes.  No  puedo 
menos  que  citar  aquí  algunas  líneas  de  la  carta  que  sobre  este 
particular  me  ha  escrito  otro  poeta  adorable,  llamado  Jean  Do- 
minique,  que  fué  uno  de  los  más  entusiastas  partidarios  de  esta 
iniciativa  del  Théátre  de  Marais: 

Ha  sido  un  éxito  completo.  El  genio  de  este  poeta  comediante  se 
pone,  por  fin,  maravillosamente  de  manifiesto,  y  a  la  vez  en  todos  los 
sentidos . . . 

Delacre  ha  traído  nuevamente  la  poesía  a  los  escenarios.  La  simpli- 
ficación del  decorado  es,  por  su  ingenio,  la  deliciosa  transposición  de  la 
vida  en  la  irrealidad.  Su  joven  compañía  es  ya  homogénea.  El  espectáculo 
es  ahora  una  diversión  que  el  espíritu  desea.  El  arte  es  atendido  con 
una  probidad  y  una  distinción  perfectas. 

¡Qué  admirable  fórmula,  y  a  mi  ver  definitiva  es  esa:  "la 
diversión  que  el  espíritu  desea!"  No  hay,  en  efecto,  otra  defini- 
ción de  lo  que  debe  ser  el  espectáculo.  Y  es  porque  la  mayo- 
ría de  las  piezas  representadas  en  los  houlevares  no  pueden  ya 
satisfacer  nuestro  espíritu,  que  es  tan  profunda  la  decadencia 
del  teatro.  No  hay  necesidad  de  romperse  la  cabeza  para  hallar 
la  razón  por  la  cual,  en  plena  temporada,  ha  debido  cerrarse  uno 
de  los  más  célebres  teatros  de  París,  y  abrirse  en  él  un  cinema- 
tógrafo.   De  sobra  tenemos  de  esas  antiguallas. 

Pero,  ¿qué  se  nos  importa,  al  fin  y  al  cabo?  Los  esfuerzos 
que  esos  señores  de  los  grandes  éxitos  hacen  por  atraer  en  Pa- 
rís un  público  indiferente,  y  en  el  extranjero  por  confundir  el 
prestigio  de  Francia  con  su  producción  de  pacotilla,  no  impedi- 
rán que  iniciativas  de  la  índole  del  Vieux-Colombier,  de  la  Petite 
scéne,  del  Théátre  du  Marais,  etc.,  atraigan  al  verdadero  públi- 
co, impongan  las  obras,  y,  en  una  palabra,  vivan  y  demuestren 
nuestra  vitalidad  estética, 

* 
*     * 

La  publicación  seguida  de  dos  obras  agotadas  de  Gobineau: 
Ternove  y  Souvenirs  de   Voy  age,  la  reedición  de  las  Pléiades, 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  95 

han  vuelto  a  dar  últimamente  cierta  actualidad  a  la  figura  inte- 
resantísima de  ese  gran  francés,  tan  injustamente  ignorado  des- 
de hace  muchos  años.    Muy  larnentable  es  que  la  situación  parti- 
cularmente difícil  por  que  atraviesa  la  librería  francesa  a  con- 
secuencia de  la  guerra,  nos  ha  de  privar  por  mucho  tiempo  aún 
de  una  edición  completa  de  Gobineau,  ya  que  los  libros  que  ac- 
tualmente poseemos  de  él  no  nos  pueden  dar  una  idea  de  con- 
junto sobre  su  pensamiento.   Es  extrañamente  compleja,  en  efec- 
to, la  fisonomía  espiritual  de  este  gentilhombre  de  antaño,  a  la 
vez   diplomático,  viajero,  poeta,   novelista,   ensayista,   etnógrafo, 
historiador,  soñador,  que  a  pesar  de  conocer  el  Oriente  perma- 
neció tan  occidental,  y  que  fué  ante  todo  y  sobre  todo,  el  tipo 
acabado   del  europeo.    Por  ello,   y   por   algunas   paradojas   exce- 
sivamente famosas  sobre  la  superioridad  de  la  raza  germánica, 
gustó   a   los   alemanes,   los   que   al   adoptarlo   diéronse   el   gusto 
bastante  perverso  de  humillarnos  diciéndonos  que  nosotros  no 
sabíamos  honrar  a  nuestras  propias  glorias.    Pero  era  por  esa 
particularidad   de   su  europeísmo  que  no  le  comprendíamos  en 
una  época  en  que  creíamos  que  nuestra  seguridad  fincaba  en  el 
particularismo.    Gracias  a  Dios  y  al  sacudimiento  de  todas  las 
nociones  que  la  guerra  trajo  como  consecuencia,  hemos  aprendi- 
do, o  vuelto  a  saber,  que  existe  una  tradición  francesa  más  alta, 
más  vasta  y  más  profunda  que  consiste,  precisamente,  en  asimi- 
larnos lo  más  posible  las  mentalidades  extranjeras,  y  que  lejos 
de  entorpecer  nuestras  cualidades  específicas,  esa  actitud  acoge- 
dora nos  pone  en  nuestro  propio  papel.    En  cuanto  a  mí,  tal  ha 
sido  la  idea  que  he  sostenido  siempre  y  que  he  tratado  en  mi 
primera  crónica  de  Nosotros,  en  Mayo  de  1921.    En  la  actuali- 
dad, los  estudiosos  de  Francia  no  deben  hacer  más  para  recupe- 
rar a  Gobineau,  para  quitárselo  a  los  alemanes,  que  leerlo,  cosa 
muy  simple.    Advertirán  entonces  que  para  ser  aún  más  nacio- 
nal es  preciso  despojarse  de  todo  nacionalismo,  como  lo  hizo  ese 
autor  que,  al  esforzarse  por  conocer  los  espíritus  más  extraños 
a  su  raza,  no  hizo  sino  aumentar  su  propia  conciencia.     ¿Qué 
importa  que  a  veces  se  haya  engañado,  que  entre  los  millares  de 
teorías,  de  paradojas  y  de  observaciones  vertidas  con  magnífica 
profusión  en  toda  su  obra,  hay  absurdos  y  falsedades?    Es  pre- 
ferible equivocarse  de  tal  modo  que  tener  razón  sosteniendo  una 


96  NOSOTROS 

pequeñísima  idea  exacta,  la  que,  por  lo  demás,  no  sabemos  si 
será  discutida  dentro  de  un  siglo.  Lo  esencial  es  ver  con  claro- 
videncia én  los  caracteres  y  en  las  almas.  Y  Gobineau  es  ,ante 
todo,  un  psicólogo  distinguido.  No  entiendo  por  ello  solamente 
un  analista  sutil  de  una  situación  que  se  desarrolla  con  la  segu- 
ridad con  que  se  desarrollaría  un  teorema  de  geometría,  sino 
más  bien  un  observador  de  las  reacciones  reales  que  recíproca  e 
indefinidamente  ejercen  en  los  hombres  el  alma  y  el  cuerpo,  el 
individuo  y  el  medio.  Los  héroes  de  Gobineau  no  son  fantoches 
de  novelista  mundano,  autómatas  de  movimientos  previstos;  son 
hombres  y  mujeres  de  verdad,  vistos  en  la  vida,  con  todas  las 
particularidades  y  ondulaciones  de  la  propia  psicología.  Y  como 
los  ve  desde  cierta  altura,  sin  ser  esclavo  de  su  creación,  hay  en 
su  obra  cierto  humorismo  filosófico  que  se  me  antoja  ser  una  de 
las  causas  de  su  impopularidad.  El  lector  habitual  no  gusta  de 
que  un  autor  juzgue  a  los  personajes  de  su  libro:  su  natural  sen- 
timentalismo necesita  hallar  en  el  novelista  un  sentimentalismo 
fraternal,  un  enternecimiento  que  le  parece  garantía  de  since- 
ridad. 

Gobineau  no  podía  ni  quería  dar  esa  garantía.  Espíritu  al- 
tamente aristocrático,  libre,  orgulloso,  no  hacía  más  concesiones 
en  este  terreno  de  las  que  podía  hacer  en  política,  en  la  que  re- 
accionaba francamente,  valientemente,  contra  toda  sentimentali- 
dad  demagógica.  En  esto  último,  se  le  ha  comparado,  no  sin 
razón,  a  Nietzsche,  del  que  en  cierto  modo  fué  precursor  por  su 
doctrina  de  la  moral  de  los  fuertes. 

Las  ideas  han  evolucionado  suficientemente  desde  entonces 
para  que  tales  teorías  no  causen  ya  a  los  esclarecidos  amigos  de 
la  cavtsa  popular  el  enojo  que  entonces  debieron  provocarle. 
Honra  a  José  Enrique  Rodó  haber  sido  uno  de  los  primeros  en 
buscar  una  conciliación  entre  el  ideal  democrático  y  el  ideal  aris- 
tocrático. Ya  nadie  cree  hoy  día  que  la  raza  de  los  conductores 
sea  la  enemiga  natural  de  los  pueblos.  Por  el  contrario,  su  fun- 
ción es  dar  a  los  pueblos  las  orientaciones  de  que  han  menes- 
ter. Si  Gobineau  parece  reaccionario  al  sostener  los  derechos  de 
los  "hijos  de  reyes",  es  debido  a  la  irritación  perfectamente  ex- 
plicable que  le  producía  el  espectáculo  de  un  orden  social  en  el 
que  la  democracia,  desorganizada  aún,  parecía  un  trastocamien- 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  97 

to  anárquico  de  los  valores,  que  no  dejaba  lugar  a  esos  conduc- 
tores del  mundo.  Pero  ya  ha  pasado  ese  periodo.  Caliban  ha 
leido  los  libros  de  Próspero  y  ha  aprendido  su  sabia  prudencia. 
Sabe  también  que  no  será  legítima  su  usurpación  mientras  no 
alcance  a  Próspero,  su  modelo.  Si  Gobineau  viviera  sería  el  pri- 
mero en  reconocer  que  el  mundo  se  ha  transformado  hacia  sus 
ideas,  y  le  sobraba  lealtad  intelectual  para  no  encastillarse  en 
principios  ajenos  a  épocas  que  no  podía  prever. 

Existen  dos  maneras  de  ser  reaccionarios :  una  consiste  en 
vincularse  sentimental  y  estrechamente  a  un  viejo  orden  de  co- 
sas, probado  por  las  selecciones  del  pasado;  la  otra  estriba  en 
salvaguardar  del  pasado  lo  que  debe  subsistir  para  que  el  fu- 
turo no  sea  desorden  y  locura.  La  primera  es  la  de  los  tontos ; 
la  segunda  la  de  los  inteligentes.  La  segunda  fué  la  de  Gobineau. 
Es  por  ello  que  la  lectura  de  sus  obras,  lejos  de  dejar  una  im- 
presión de  pasadismo,  aparece,  por  el  contrario,  como  muy  subs- 
tancial, muy  viviente,  muy  actual.  La  familiaridad  con  una 
mentalidad  de  tal  índole  no  puede  ser  sino  infinitamente  venta- 
josa para  los  moralistas,  para  los  políticos,  para  los  pedagogos, 
para  todos  los  que  están  llamados,  en  fin,  a  formar  y  a  dirigir 
prácticamente/'a  los  hombres. 

Frangís  de  Miomandr^. 


NOTAS  DE  ARTE 


G.  López  Naguil 

MUY  pocos  éramos  los  que,  con  evidente  reconcomio,  nos  atre- 
víamos a  reprocharle  al  figurista  la  vanidad  de  su  obra 
convencional.  Entonces,  nuestras  voces  agrias  disonaban  en  el 
dulzón  concierto  común.  Hoy,  aquellos  pocos  nos  sentimos  sa- 
tisfechos, reconfortados  por  la  laboriosa  y  honesta  tarea  de  López 
Naguil  que  se  muestra  artista  consciente  de  su  fuerza  expre- 
siva. 

Bien  sabido  es  que  este  joven  pintor  de  figuras  amaneradas, 
despreciando  triunfos  fáciles  supo  abandonar  las  comodidades  de 
su  situación  y,  casi  sin  rumbo,  fuese  lejos  de  aquí,  convencido 
de  que  era  el  único  medio  de  quebrantar  esa  suerte  de  sortilegio 
envolvente.  Por  ello,  acaso  como  en  pocos,  su  viaje  a  "La  Isla 
de  Oro"  tiene,  significación.  En  López  Naguil  el  viaje  se  jus- 
tifica, mientras  que  en  otros  no  es  más  que  el  exponente  de  fal- 
sos conceptos  o  de  espejismos. 

Aparte'  de  los  beneficios  incalculables  que  los  Museos  re- 
portan, especialmente  en  los  artistas  ya  provectos,  y  pasando  por 
alto  las  enseñanzas  de  todo  orden  que  el  viajar  otorga  (con  las 
consiguientes  pérdidas  de  tiempo  para  trabajar  y  experimentar- 
se) resulta  evidente  que  un  viaje  a  Mallorca,  tan  ensoñado  por 
muchos,  está  muy  lejos  de  ser  una  tabla  de  salvación  como  creen 
tantos  jóvenes  paisajistas  nuestros,  convencidos  de  que  con  "cam- 
biar de  naturaleza"   se  transforman  ellos  mismos. 

Como  son  legión  los  que  esperan  de  la  casualidad  lo  que 
tan  sólo  puede  ser  fruto  del  estudio  y  del  trabajo,  bueno  será 
recordarles   las   persuasivas    y    bellísimas    páginas   literarias   de 


NOTAS  DE  ARTE  99 

Schopenhauer  donde  razona  y  explica  que  en  el  paisaje  lo  ver- 
dadero es  por  sí  mismo  obra  estética  de  la  naturaleza. 

Palabras  que  son  un  magisterio  de  energía,  pero  que  des- 
graciadamente resultan  inaccesibles  a  los  que  a  la  propia  carencia 
de  voluntad  creadora  llaman  "falta  de  ambiente" ...  Y  si  es 
evidente  que  son  raros  los  círculos  artísticos,  donde  con  el  co- 
mercio de  las  ideas  logran  permutas  convenientes,  es  cierto,  tam- 
bién, que  un  artista  se  hace  ambiente  si  tiene  personalidad. 

Por  lo  tanto  afirmamos  que  López  Naguil  obró  acertada- 
mente al  irse,  y  no  porque  el  medio  "e  fallara,  como  creen  muchos 
impotentes,  sino,  al  contrario,  para  alejarse  del  ambiente,  asfi- 
xiante de  tan  premioso. 

A  esos  que  slieñan  con  Baleares  misteriosas  y  remotas,  bue- 
no será  recordarles  que  aquí  tenemos  sobrados  motivos  intere- 
santes :  nuestra  inmensa  urbe  y  sus  suburbios ;  el  Puerto  Nuevo 
de  prolijas  y  firmes  líneas  y  el  puerto  decrépito  que  cruje  la 
elejía  de  su  maderamen  inconsistente;  la  costa  del  río,  y  por 
fin,  el  Delta...,  digámoslo:  tanto  como  para  inmortalizar  un 
buen  millar  de  pintores. 

Vanos  son  muchos  programas  y  proyectos  —  enseñaba 
Claude  Monet  — ;  siendo  todo  bello,  por  una  faz  o  por  la  otra, 
y  digno  de  ser  pintado,  urge  retransmitirlo,  porque  la  vida  re- 
sulta harto  breve  para  fijar  la  variedad  de  aspectos  y  lo  infinito 
de  sus  sensaciones. 

Si  se  exceptúa  a  Fader  que  ve  maravillosamente  a  las  sie- 
rras cordobesas ;  ítalo  Botti  que  sabe  representar  la  gama  de 
grises  de  nuestros  puertos  y  la  pesadumbre  de  los  caseríos  de 
madera  y  zinc;  Ángel  D.  Vena  que  fijó  extraordinariamente 
la  armonía  del  "campo  y  su  laguna" ;  Rodolfo  Franco  que  logró 
retransmitir  la  ocre  monotonía  de  los  paisajes  santiagueños ; 
Walter  de  Navazio  que  exaltó  la  gracia  conmovedora  de  los 
cambiantes  sauces  enamorados  del  río,  los  demás,  pintan  cosas 
que  pueden  ser  de  aquí  como  de  cualquier  parte.  Descontando 
a  los  nombrados  ¿quién  da  obras  donde  las  cosas,  sorprendidas 
en  su  existencia  independiente,  asumen  verdadera  representación 
de  la  naturaleza  en  gracia  de  artista  que  las  hace  propias? 

Es  que  nuestros  pintores  quieren  "triunfar  de  golpe",  harto 
rápidamente,  y  sin  mayor  esfuerzo.  Así,  confiando  con  la  ayu- 


100  NOSOTROS 

da  del  encanto  de  bellezas  exóticas  abandonan  lo  propio,  aquello 
que  siempre  tuvieron  a  su  vista  y  que,  por  lo  mismo,  mejor 
conocen,  para  ir  en  busca  de  panoramas  lejanos. 

Y  manchan  telones  con  largas  pinceladas,  más  pretenciosas 
qvie  sabias ;  hacen  cuadros  y  desprecian  el  boceto . . .  ¡  En  verdad 
puede  decirse  que  pocos  son  los  que  perciben  la  voz  fraternal 
de  un  simple  árbol,  buen  camarada  de  toda  hora. . .  ! 


* 
* 


Volviendo  a  López  Naguil  cumple  aclarar  que  si  bien  viajó 
hacia  el  fácil  triunfo  que  la  opulencia  de  Mallorca  brinda,  su 
honestidad  le  impidió  la  rebusca  de  lo  insólitamente  pintoresco. 

Compenetrado,  sin  duda,  de  la  belleza  absoluta  de  esas  re- 
giones, no  intentó  las  partes  más  decorativas,  (casi  inasibles 
por  su  variable  multiforme  encanto)  ;  ponderadamente  eligió  te- 
mas sencillos,  como  si  dijéramos  un  pedazo  de  paisaje,  para  po- 
derlos profundizar. 

Tito  Cittadini,  acaso  el  más  interesante  del  grupo  que  po- 
dríamos llamar  de  Mallorca,  prefiere  las  cimas  atornasoladas  de 
las  montañas  y  las  reverberaciones  de  las  aguas  del  mar  baleá- 
rico :  engarce  dé  piedras  extrañas  que  aprisionan  la  mágica 
gema. 

Octavio  Pinto  recorta  la  policromía  de  sus  pinceladas  fuer- 
tes en  vastos  panoramas  fantásticos. 

Boveri,  el  más  débil  de  ellos,  sólo  persigue  una  deslumbran- 
te impresión  decorativa,  exagerando  los  contrastes  de  tonalidades, 
para  obtener  efectos. 

López  Naguil  es  el  más  ponderado  de  todos ;  descartando 
tres  o  cuatro  telas  inferiores,  y  que  recuerdan  a  Mir  y  Anglada 
por  momentos,  nos  parece  el  único  que  ha  comprendido  la  voz 
del  árbol. 

Bl  Pi  Jove  no  es  la  más  atrayente  de  sus  obras :  notamos 
los  planos  posteriores  que  se  adelantan  sobremanera;  sin  embar- 
po.  ya  apuntan  en  esta  tela  condiciones  admirables,  las  sombras 
están  tratadas  con  soltura  y  están  sólidamente  realizados  los 
troncos  nudosos  y  recios. 


NOTAS  DE  ARTE  101 

De  las  catorce  telas  expuestas  en  el  salón  Müller  las  que 
más  nos  entusiasman  llevan  los  números  2,  7  y  11. 

Olivos  de  Val  d'en  March  evidencia  a  un  poderoso  paisa- 
jista capaz  de  retener  en  la  tela  las  más  variadas  irradiaciones 
de  la  luz  y  el  fulgor  multiforme  de  las  cosas  bajo  las  caricias 
del  sol...  Árbol  por  árbol,  rama  por  rama,  hoja  por  hoja  en 
esta  tela  vibran,  palpitan.  A  lo  lejos  un  trozo  de  cielo,  que  nos 
dice  de  toda  la  bóveda  celeste,  cubierto  por  la  roca  prieta  de  un 
monte   matizado  con  colores   finos,   es   simplemente   armonioso. 

Invierno  es  una  prueba  acabada  de  su  capacidad  para  reali- 
zar las  sombras,  que  no  son  la  ausencia  de  la  luz  —  hay  que 
repetirlo  siempre  porque  muchos  no  lo  saben  —  sino  que  son 
luces  de  otra  calidad  y  de  valor  menor. 

Puig  Tomi,  es,  según  nuestro  sentir,  la  más  hermosa  y  com- 
pleta de  sus  telas ;  los  planos  están  resueltos  hábilmente ;  todo 
tiene  su  valor.  Y,  conmueve  el  cariño  fértil  del  pintor,  que  trata 
la  materia  con  un  empaste  recio  y  que  no  obstante  logra  tor- 
narla suave,  difusa  y  luminosa. 

Otoño  en  la  huerta  es  inferior;  poco  sólido  el  monte  que 
además  de  su  monotonía  se  viene  adelante;  en  cuanto  al  caserío 
hace  pensar  en  ciertos  pintores  andaluces  que  pintan  las  cosas 
con  el  "color  local",  completamente  de  manera. 

Primavera  en  la  huerta  es  superior ;  es  una  tela  completa 
y  que  no  carece  de  gracia,  aun  cuando  ciertos  tonos  crudos  en 
el  primer  plano :  verdes  venenosos  de  algunos  repollos  gigantes- 
cos y  un  prado  rojizo,  cómo  cancha  de.  "tennis",  aminoran  la 
belleza  del  conjunto. 

Ternellas  tiene  un  cielo  luminoso,  rico  de  color  y  con  mon- 
tañas de  laderas  verdegueantes,  amparando  un  caserío  de  piedras, 
que  nos  hace  pensar  en  el  calor  de  nido  de  su  interior.  . . 

La  honestidad  artística  y  su  voluntad  de  trabajo  colocan  a 
López  Naguil  en  im  lugar  de  vanguardia  entre  nuestros  buenos 
artistas.  Las  telas  que  expone  en  el  Salón  Müller,  recordando 
la  frase  de  Delacroix,  son  un  verdadero  "festival  para  los  ojos". 

Arturo  Lagorio. 


NUESTRA  DEMOSTRACIÓN  A  E.  GONZÁLEZ  MARTINE?^ 


^^  ON  todo  éxito  sirvióse  el  ii  del  actual,  en  uno  de  los  salones 
^-^  del  Aue's  Keller,  el  banquete  que  a  iniciativa  de  la  direc- 
ción de  NosOTROvS  ofreció  a  Enrique  González  Martínez  un  grupo 
de  admiradores  argentinos. 

En  la  fiesta  dominó  el  espíritu  de  cordial  amistad  que  Carac- 
teriza a  las  comidas  de  Nosotros. 

A  los  postres,  ofreció  el  banquete  nuestro  director,  Julio 
Noé,  a  quien  contestó  el  obsequiado.  Nuevamente  debió  ponerse 
de  pié  el  poeta  para  satisfacer  el  deseo  unánime  de  oírle  recitar 
algunas  de  sus  composiciones,  que  fueron  largamente  aplaudidas. 

Alfredo  A.  Bianchi  leyó  en  seguida  el  soneto  de  Bartolomé 
Galíndez,  que  más  adelante  publicamos,  y  a  pedido  de  todos  reci- 
taron algunas  poesías  originales  Calixto  Oyuela,  A.  Medís  Bo- 
lio,  Fernández  Moreno  y  Rafael  Alberto  Arríeta. 

Cerróse  la  fiesta  después  de  aplaudir  calurosamente  a  la  exi- 
mia cantante  mejicana  señora  Fanny  Anitúa,  que  hizo  conocer 
unas  bellísimas  canciones  de  su  país,  y  a  la  señora  Gloria  Bayar- 
do  y  señor  Alemany  Villa,  que  recitaron  composiciones  de  poetas 
mejicanos. 

Asistieron  al  banquete: 

Señora  de  González  Martínez,  señora  Fanny  Anitúa,  seño- 
ra Gloria  Bayardo  y  señorita  Adelía  di  Cario;  señores  Manuel 
Malbrán,  general  Cuervo  Márquez,  Carlos  Ibarguren,  José  In- 
genieros, Calixto  Oyuela,  Diego  Luis  Molinari,  Encargado  de 
Negocios  de  Bolivia,  José  León  Suárez,  B.  Fernández  Moreno, 
Rafael  Alberto  Arríeta,  A.  Medís  Bolio,  L.  Padilla  Ñervo,  Jor- 
ge M.  Rohde,  Roberto  V.  Giustí,  Emilio  Suárez  Calimano,  Julio 
Rinaldini,  Alemany  Villa,  L.   Ponce  y  Gómez,  Alberto   Palcos. 


NUESTRA  DEMOST.  A  E.  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ       103 

Samuel  Glusberg,  Luis  Reissig,  Alberto  F.  Pezzi,  M,  Ferraría, 
Elias  Treves,  Héctor  Ripa  Alberdi,  Ignacio  Córdoba  (hijo),  J. 
E.  Pinero  (hijo),  Alfredo  G.  Torcelli,  Alfredo  A.  Bianchi  y  Ju- 
lio Noé. 

Excusaron  su  inasistencia  los  señores :  Jacinto  Benavente, 
Ricardo  Rojas,  Alberto  de  Oliveira,  A.  Muñoz  Vernazza,  Pe- 
dro César  Dominici,  Emilio  del  Solar,  Jorge  Mitre,  Luis  Be- 
risso,  Emilio  Berisso,  Luis  Méndez  Calzada,  Arturo  Capdevila, 
Ricardo  Levene,  Leopoldo  Duran,  Bartolomé  Galíndez,  Antonio 
Aita  y  Arturo  de  la  Mota. 

Discurso  de  Julio  Noé 

Maestro : 

Una  muy  grande  y  muy  firme  admiración  por  vuestra  obra, 
nos  reúne  esta  noche  en  torno  vuestro.  Hemos  tendido  nueva- 
mente la  mesa  amical  que  fué  honrada  hace  tres  años  por  Amado 
Ñervo,  y  que,  desgraciadamente  para  los  que  sabíamos  su  gran- 
deza de  orador,  no  tuvo  a  Jesús  Urueta. 

Vuestra  patria,  señor,  que  quiso  hacernos  conocer  el  calor 
de  su  afecto  encomendando  a  dos  de  sus  hijos  más  preclaros  la 
misión  de  representarla  entre  nosotros,  nos  envía  en  vos  al  pri- 
mero y  al  más  alto  de  sus  nuevos  poetas. 

Vuestra  poesía  es  la  de  toda  una  generación:  de  esta  activa, 
talentosa  y  fuerte  generación  de  Vasconcelos,  de  Antonio  Caso, 
de  Pedro  Ilenríquez  Ureña,  de  Alfonso  Reyes,  de  todos  los  que 
han  hecho  a  México  Moderno,  la  revista  tan  querida  y  tan  sim- 
pática, que  vos  habéis  fundado.  Poesía  prieta,  austera,  clásica 
en  la  más  honrada  acepción,  firme  como  un  mármol,  labrada 
como  una  joya,  cálida  como  un  corazón.  Después  de  Ñervo,  de 
Tablada,  de  Urbina,  dóciles  a  la  musicalidad  maravillosa  con  que 
el  modernismo  rompió  el  decadente  verso  español  de  los  siglos 
XVni  y  XIX,  vuestro  verso,  señor,  no  quiere  sino  reflejar  lo 
más  puro  del  pensamiento  y  de  la  emoción,  sin  brillo  sensual, 
sin  acorde  sorprendente. 

Pertenecéis  a  una  generación  intelectualista,  agitada  por 
hondos  problemas  filosóficos  y  morales.  Vos  mismo  habéis  acon- 
.sejado: 


104  NOSOTROS 

"Busca  en  todas  las  cosas  un  alma  y  un  sentido 
oculto;  no  te  ciñas  a  la  apariencia  vana." 

Por  eso  vuestra  poesía  tiene  cierta  reconditez  que,  si  no  fué 
ignorada  por  vuestros  antecesores  inmediatos,  no  fué,  como  en 
vos,  predominante.  Habéis  comenzado  eh  el  amor  de  las  cosas 
exteriores,  pero  entrado  muy  pronto  en  la  vida  profunda.  Desde 
entonces,  vuestra  alma  no  sale  de  sí  misma,  que  es  lo  mismo  que 
no  salir  del  alma  humana  toda  ella.  Por  eso  habéis  podido  decir 
en  vuestro  últiíjio  libro: 

"...   en  mis  versos  flota,  diafanidad  o  arcano, 
la  vida  que  es  de  todos.    Quien  lea,  no  se  asombre 
de  hallar  en  mis  poemas  la  integridad  de  un  hombre, 
sin  nada  que  no  sea  profundamente  humano". 

Nada  más  lejos  de  vos  que  el  artificio  que  con  las  Prosas 
Profanas  se  introdujo  en  la  poesía  de  Hispano- América.  Habéis 
dicho  en  un  famoso  soneto: 

"Tuércele  el  cuello  al  cisne  de  engañoso  plumaje 
que  da  su  nota  blanca  al  azul  de  la  fuente; 
él   pasea   su   gracia   no   más,   pero   no   siente 
el  alma  de  las  cosas  ni  la  voz  del  paisaje. 

"Huye  de  toda  forma  y  de  todo  lenguaje 
que  no  vayan  acordes  con  el  ritmo  latente 
de  la  vida  profunda,  y  adora  intensamente 
la  vida  y  que  la  vida  comprenda  tu  homenaje. 

"Mira  al  sapiente  buho  cómo  tiende  las  alas 
desde  el  Olimpo,  deja  el  regazo  de  Palas, 
y  posa  en  aquel  árbol  su  vuelo  taciturno. 

"El  no  tiene  la  gracia  cTel  cisne,  mas  su  inquieta 
pupila  que  se  clava  en  la  sombra,   interpreta 
el   misterioso   libro  del   silencio   nocturno." 

Curioso  de  la  poesía  universal,  habéis  buscado  en  todas  las 
literaturas  las  obras  de  más  sazón,  de  mayor  plenitud  formal  y 
espiritual.  De  vuestras  frecuentaciones  habéis  recogido  en  el  vaso 
castellano  toda  la  esencia  y  todo  el  perfume  que  unos  cuantos 
poetas  franceses  pusieron  en  sus  versos.  Vuestras  versiones  reco- 
gidas en  el  libro  Jardines  de  Prancia  son  ejemplares  por  su  fide- 
lidad, por  su  compostura,  por  su  justeza. 

Sois,  además,  en  nuestra  América  un  ciudadano  de  la  patria 
grande,  como  Rodó  llamaba  a  todos  estos  pueblos  de  origen  es- 


NUESTRA  DEMOST.  A  E.  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ      105 

pañol  que,  lejos  de  diferenciarse  con  el  transcurso  de  las  edades, 
adquieren  cada  vez  más  un  maravilloso  sello  de  comunidad. 

Es  con  pudor  que  trato  de  este  tema.  Tanto  y  tan  falso  se 
ha  dicho  sobre  la  unificación  de  Hispano-América,  deseo  de  los 
escritores  más  que  de  los  políticos,  que  ya  parece  infame  lugar 
común,  grato  a  los  filisteos.  Y  bien,  aunque  así  sea  no  dejaremos 
los  que  desde  Méjico  hasta  la  Argentina  nos  inquietamos  por  el 
futuro  de  nuestra  América  y  por  la  suerte  de  la  humanidad,  de 
luchar  por  este  sueño. 

Como  compatriota,  señor,  os  recibimos  los  que  esta  noche 
os  rodeamos,  como  provinciano  de  la  patria  grande,  de  la  que  nos- 
otros también  somos  provincianos,  y  al  aplaudiros  con  el  calor 
que  la  admiración  ix)ne  en  nosotros,  aplaudimos  a  uno  de  los 
más  altos  y  más  nobles  poetas  de  la  estirpe  nuestra.  También 
vuestra  poesía  es  nuestra  poesía,  y  vuestra  gloria  es  nuestra 
honra. 

Alzo  la  copa  en  nombre  de  todos  por  vos,  señor,  por  Méjico, 
hermana  nuestra,  por  todos  los  que  en  ella  sienten  como  senti- 
mos nosotros,  y  por  todos  los  que  en  América  no  han  olvidado  el 
sueño  de  Bolívar. 


Discurso  de  Enrique  González   Martínez 

Nobles  amigos  míos : 

Me  confundiría  la  magnitud  de  este  homenaje  si  no  lo  inter- 
pretara cpmo  la  manifestación  generosa  del  espíritu  argentino  al 
viajero  que  no  cuenta  con  más  títulos  para  sentarse  entre  vos- 
otros, que  el  de  su  fervorosa  amistad  hacia  el  grupo  selecto  que 
hoy  nos  congrega  y  el  de  su  admiración  creciente  hacia  el  alma 
de  este  gran  pueblo,  que,  no  .contento  con  sus  triunfos  eiconómi- 
cos,  sabe  dar  a  nuestra  América  el  maravilloso  contingente  de 
sus  pensadores  y  de  sus  artistas,  comprendiendo  acaso  que,  sin 
ello,  no  sería  ni  tan  noble  ni  tan  grande. 

De  cualquier  misión  que  aquí  se  me  haya  confiado,  ninguna 
podría  enorgullecermee  como  la  de  sentirme  portador  de  un  men- 
saje espiritual  de  mi  país  para  el  vuestro.  Este  mensaje,  ya  en 
otras  ocasiones  hombres  de  verdadero  valer  os  lo  han  traído,  y 
por  él  áabéis  c[ue  nada  vuestro  nos  es  extraño,  y  que  en  México 


106  NOSOTROS 

se  aplaude  vuestro  arte  y  se  ensalza  vuestra  ciencia  con  el  mismo 
calor  con  que  se  enaltecen  la  ciencia,  el  arte  y  el  pensamiento  me- 
xicanos. Ahora  bien,  si  el  mensaje  es  alto,  conviene  repetirlo 
para  fortalecerlo  y  eternizarlo;  y  si  es  grande,  en  gracia  de  esa 
magnitud  debéis  olvidar  la  insignificancia  del  mensajero. 

Creo  firmemente  en  ese  ideal  americano  de  que  acaba  de 
hablar  mi  amigo  Noé,  y  lamento  como  él  que  fines  bastardos 
lo  empequeñezcan  y  deformen  hasta  hacerlo  perder  su  justo 
sentido.  Creo  en  ese  ideal  qu  sembró  España,  que  la  sangre 
aborigen  fecundó  y  modificó  reciamente,  y  que  los  esfuerzos  y 
las  luchas  de  un  siglo  en  veinte  pueblos  le  han  dado  caracteres 
inconfundibles.  Creo  en  ese  ideal  hecho  a  la  vez  de  tradición,  de 
actualidad  y  de  futuro,  que  nos  da  fuerza  y  cohesión  para  afron- 
tar el  porvenir  que  no  tarda,  que  no  puede  tardar  a  menos  de  un 
inesperado  cataclismo.  Y  yo  espero  que  ese  cataclismo  no  vendrá, 
y  estoy  convencido  de  que  mañana  ningún  pueblo,  desde  el  Río 
Bravo  del  Norte  hasta  la  región  más  austral  de  América,  ha  de 
sentirse  solo. 

Por  esta  razón  juzgo  simbólico  el  nombre  de  la  revista  a 
quien  debo  esta  fiesta  inolvidable  y  que  sostiene  hace  más  de  tres 
lustros  un  estandarte  de  pensamiento  y  de  belleza,  al  cual  otra 
bandera,  allá  en  la  patria  de  Sierra  y  de  Gutiérrez  Nájera,  de 
Morelos  y  de  Juárez,  hace  signos  fraternos.  Nosotros  .  .  .  Nom- 
bre a  un  tiempo  mismo  restrictivo  y  acogedor.  Nosotros. . . 
¿  quiénes  ? .  .  .  ¿  vosotros  ? .  .  .  No ;  ni  todos  los  argentinos  ni  sólo 
los  argentinos.  Porque  los  que  no  crean  en  este  puro  y  común 
ideal  de  verdad  y  de  belleza,  serán  expulsados  de  su  recinto  como 
indignos  mercaderes  del  templo ;  y,  en  cambio,  los  que  de  lejos 
vibran  al  unísono  con  este  ímpetu  de  amor  y  de  vida,  se  os  in- 
corporan y  se  hacen  vuestros;  porque  esos  son  los  hermanos. 
Jos  que  tiemblan  con  nuestro  propio  temblor,  los  que  van  con 
nosotros  al  través  de  la  vida  y  de  la  muerte. 

No  importan  las  inquietudes  del  momento;  no  importa  que, 
aun  en  los  dominios  del  arte,  surjan  sacudimientos  de  la  hora 
que  pudieran  parecer  disolventes.  Los  tuvimos  nosotros  para  de- 
purar y  justificar  el  pasado,  y  es  legítimo  que  la  obra  de  hoy  entre 
en  el  crisol  que  elimina  las  escorias.  Bien  venida  la  juventud  ico- 
noclasta, porque  si  de  ella  se  dice  que  es  injusta,  también  ha  dicho 


NUESTRA  DEMOST.  A  E.  GONZÁLEZ  MARTÍNEZ       107 

Schiller  con  su  palabra  de  poeta:  "los  jóvenes  siempre  tienen 
razón". 

Permitidme,  señores,  que  a  este  homenaje  que  me  deja  tré- 
mulo de  emoción,  solamente  conteste  con  una  palabra:  gracias. 
Y  dejadme  que,  para  terminar,  alce  mi  copa,  amigos  míos,  por 
vosotros,  es  decir. . .   por  Nosotros. 

Soneto  de  Bartolomé  Galíndez 

Este  gran  don  Enrique  González  y  Martínez 
nieto  de  Moctezuma,  con  arterias  del  Cid, 
trae  a  tierras  de  rosas  puñados  de  jazmines 
y  en  su  lira,  las  siete  cuerdas  de  Al-Motamid. 

El  que  del  alma  supo  arrancar  la  armonía 
honda  de  lo  que  teje,  oculto,  el  corazón, 
y  que  de  toda  esa  alma  hizo  una  sinfonía 
como  una  copa  llena  de  luna  y  de  emoción, 

sabrá  hoy  que  la  obra  que  deslumhra  y  conmueve 
lo  mismo  que  la  flor  que  brota  de  la  nieve, 
halla  afán  en  los  hombres  que  hablamos  español. 

Sea,  pues,  esta  fiesta  como  un  canto  sonoro, 
y  que  mi  amistad  ponga  en  su  vino  de  oro, 
hoja  a  hoja,  mía  rosa  coronada  de  sol. 


EDUCACIÓN 


El  ciclo  escolar  en  la  provincia  de  Buenos  Aires 

EN  SU  mensaje  inaugural,  el  nuevo  gobernador  de  la  provin- 
cia de  Buenos  Aires,  don  José  Luis  Cantilo,  ha  expresado 
el  propósito  de  ampliar  el  ciclo  escolar  que  rige  actualmente  en 
la  provincia,  en  un  año  más  (es  decir  que,  el  ciclo  comenzará  a 
los  7  años  de  edad,  en  lugar  de  los  8),  en  cuanto  lo  permita  el 
estado  de  los  recursos  financieros. 

Como  se  trata  de  un  propósito  sano,  fuera  de  toda  duda, 
con  proyecciones  para  la  cultura  general  del  país,  dada  la  enorme 
importancia  que  en  éste  tiene  la  provincia  de  Buenos  Aires,  que- 
remos demostrar  como  el  óbice  de  los  recursos  no  existe,  a  nues- 
tro juicio,  sino  en  parte  relativamente  mínima,  si  se  considera, 
por  un  lado,  lo  adelantado  que  se  tiene  ya  en  la  práctica,  al  mar- 
gen de  la  ley,  en  punto  a  gastos,  y,  por  otro,  los  grandes  beneficios 
que  se  recogerían  de  inmediato,  escolares  y  de  orden  moral  en 
general,  para  la  infancia,  los  maestros  y  el  público. 

Si  la  realidad  estuviera  en  correspondencia  armoniosa  con 
las  disposiciones  legales  que  tratan  de  la  materja,  habría  que  pen- 
sar, seguramente,  en  un  gran  esfuerzo  económico.  El  nuevo  go- 
bernador, desde  luego,  con  la  discreción  que  le  impone  el  alto 
cargo,  parte  de  este  supuesto  en  su  primer  mensaje.  Pero  es  que 
en  la  práctica  las  cosas  pasan  de  otra  manera. 

En  el  año  1905  (i),  se  sancionó  la  actual  ley  provincial  de 
educación  común  que  redujo  el  ciclo  escolar  obligatorio  al  período 


(i)  Antes,  por  la  ley  de  1875,  el  ciclo  abarcaba  desde  los  6 
hasta  los  14  años,-  esto  es,  lo  mismo  que  dispone  la  ley  nacional  de 
1884,  que  rige  actualmente. 


EDUCACIÓN  109 

comprendido  entre  las  edades  de  8  y  12  años,  exclusive  ésta,  con 
el  siguiente  doble  pro]X)sito:  reducir  el  analfabetismo  sin  nuevas 
erogaciones,  dadas  las  dificultades  financieras  del  momento,  y 
comenz,ar  la  enseñanza  primaria  en  edad  más  adecuada  desde  los 
puntos  de  vista  físico  y  psíquico. 

El  primer  propósito  se  obtenía  porque,  reduciendo  el  ciclo 
escolar,  duplicábase  la  capacidad  de  las  aulas  existentes.  El  pro- 
cedimiento era  bien  sencillo :  librando  al  Estado  de  la  obligación 
impuesta  por  la  ley  anterior  (1875)  de  enseñar  a  los  niños  de  6, 
7,  12  y  13  años  de  edad  (i)  cjuedaban  asientos  libres  para  todos 
aquellos  que,  comprendidos  entre  los  8  y  11  años  cumplidos,  no 
podían  en  ese  entonces  recibir  enseñanza  escolar  debido  a  la  falta 
de  asientos. 

Así,  según  las  palabras  del  entonces  gobernador,  señor 
Ugarte,  había,  al  tiempo  en  que  las  cámaras  legislativas  conside- 
ra])an  su  proyecto  de  ley,  sobre  una  población  escolar  de  240.000 
niños,  1 18. 941  "condenados  a  vivir  en  anhelante  indigencia  inte- 
lectual por  falta  de  capacidad  en  las  escuelas". 

Con  reducir  el  ciclo  escolar  al  período  comprendido  entre  los 
8  y  los  IT  años  se  reducía  automáticamente  la  población  escolar 
a  120.000  niños,  de  los  cuales  habría  que  deducir  aún  los  con- 
currentes a  las  escuelas'  nacionales  y  a  las  privadas  y  los  que 
aprenden  en  sus  hogares,  de  donde  resultaba,  más  o  menos,  un 
saldo  de  100.000,  de  quienes  tendrían  que  hacerse  cargo  las  es- 
cuelas de  la  provincia,  es  decir,  muy  aproximadamente,  la  canti- 
dad permitida  por  la  capacidad  de  dichas  escuelas.  De  este  modo, 
no  quedaría  ningún  niño  sin  recibir  el  mínimum  de  instrucción. 
Disminuyendo  la  intensidad  para  ganar  en  la  extensión,  según 
las  propias  palabras  de  aquel  gobernador,  "se  educaría  la  integri- 
dad del  analfabeto  que  pesa  como  masa  inerte  sobre  el  destino 
colectivo".  Se  conceptuó  que  de  esta  manera^  se  combatía  el  pri- 
vilegio resultante  de  la  antedicha  situación  de  hecho,  en  la  cual 
quedaban  fuera  de  las  escuelas,  sm  instrucción  alguna,  casi  120 
mil  niños.  Se  entendió  satisfacer  "el  objeto  de  la  educación  co- 

(i)  Correlativamente,  se  refundían  el  primer  grado  inferior  y 
el  primero  adelantado,  en  uno  so'o  y  se  suprimían  para  la  Rratuidad 
(que  es,  por  otra  parte,  una  gratudad  que  no  llega  a  ser'o  del  todo'» 
los  grados  quinto  y  sexto  cuyos  estudiantes  deberían  pagar  en  ade- 
lante una   matrícula   de  veinte   pesos   moneda   nacional. 


lio  NOSOTROS 

mún:  colocar  a  todos  los  ciudadanos  en  condición  de  aprender", 
y  se  dijo:  "quién  sabe  si  al  discernir  así  la  educación  en  la  me- 
dida necesaria  no  preparamos  el  advenimiento  de  grandes  ciuda- 
danos". 

El  entonces  director  general  de  escuelas  de  la  provincia  de 
Buenos  Aires,  doctor  Manuel  Bahía,  aprobó  afectuosa  y  decidi- 
damente esta  iniciativa.  El  doctor  Pinedo,  que  fué  también  direc- 
tor general  de  escuelas,  la  apoyó  desde  su  banca  de  legislador. 

Con  procedimiento  tan  sencillo  se  disminuyeron  en  seguida 
los  analfabetos.  Tenía  que  ser  así.  Si  el  ciclo  se  hubiera  rebajado 
a  un  año,  los  analfabetos  hubieran  sido  todavía  muchos  menos. 
La  conclusión  es  clara.  A  los  efectos,  de  las  estadísticas  respecti- 
vas, sólo  se  consideran  analfabetos,  como  se  sabe,  a  los  niños 
que  estando  dentro  del  ciclo  escolar  no  concurren  a  las  escuelas 
o  reciben  instrucción  en  sus  casas  y  cuanto  menor  sea  el  período 
obligatorio,  menos  serán  los  que  queden  comprendidos  en  él  y 
menos,  por  tanto,  los  analfabetos.  Es  obvio. 

Supongo  que  las  primeras  estadísticas  fueron  halagadoras. 

Pero  la  ineficacia  de  la  ley  no  podía  mantenerse  oculta  mu- 
cho tiempo.  La  desazón  mental  producida  a  este  respecto  en  los 
encargados  de  dirigir  la  instrucción  pública  provincial  puede  in- 
ferirse de  estas  palabras  que  copio  de  la  memoria  que,  en  1912, 
publicó  el  doctor  Vega,  director  general  de  escuelas  en  esa  época: 

"La  realidad  es  que  la  ley  citada  (la  de  1905)  no  se  ha  cum- 
pildo  hasta  el  presente  en  toda  su  estrictez,  como  con  franqueza 
lo  han  declarado  ya  otras  administraciones  escolares  ante  la  ob- 
servación de  los  hechos  y,  lo  que  es  más  grave,  ante  la  perspec- 
tiva de  clausurar  centenares  de  escuelas  y  abandonar  a  la  igno- 
rancia miles  de  niños,  si  el  criterio  práctico  y  racional  del  fun- 
cionario educador  se  hubiera  subordinado  al  texto  rígido  e  infle- 
xible de  la  ley." 

"En  las  escuelas  públicas  de  la  provincia  ha  habido  y  habrá, 
sin  duda,  actualmente,  muchos  niños  menores  de  ocho  años,  a 
quienes  el  Estado  no  extiende  la  obligación  de  educar,  pero  esta 
infracción  es  el  resultado  de  la  costumbre  arraigada  en  los  hoga- 
res" (i),  etc. 


(i)     Memoria  de  la  Dirección  G.  de  Bscuelas  de  la  provincia  de  Bue- 
nos  Aires,  correspondiente  a  los  años  1910  y  191 1. — La  Plata,  1912. 


EDUCACIÓN  lU 

vSi  se  analizan  estas  frases  se  observará  acaso  algo  de  exa- 
geración en  la  expresión  "clausurar  centenares  de  escuelas",  pero 
no  se  la  encontrará,  con  toda  seguridad,  en  su  complementaria 
"abandonar  a  la  ignorancia  miles  de  niños". 

Como  hecho  de  fuerza  igualmente  persuasiva,  merece  recor- 
darse lo  ocurrido  en  1916,  cuando  el  director  general  en  ese  mo- 
mento, doctor  Sánchez  Sorondo,  quiso  que  se  cumpliera  estric- 
tamente la  ley,  resultado  de  lo  cual  fué  un  disminuir  tan  grande 
en  la  cantidad  de  educandos,  que  se  levantó  la  prohibición  mucho 
más  pronto  de  lo  que  era  de  esperar. 

Consecuencia  de  todo  esto,  es  la  tolerancia  de  medio  año  es- 
colar que  todavía  se  practica  hoy  en  todas  las  escuelas  de  la  pro- 
vincia con  el  consentimiento  de  las  autoridades  seccionales  y  ge- 
nerales de  la  instrucción  pública.  La  ley  de  1905  exige  como  mí- 
nimum para  poder  ser  inscripto  en  una  escuela  provincial,  ocho 
años  cumplidos,  pero  sabido  es  que  todas  las  escuelas  de  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires,  aún  las  más  escrupulosas,  admiten  sin 
observación  alguna  a  los  niños  que  cumplan  los  8  años  antes  del 
I."  de  Julio  del  ejercicio  escolar  al  que  ingresan.  Entre  los  alum- 
nos que  figuran  en  las  estadísticas  oficiales  como  teniendo  ocho 
años  de  edad  existen,  pues,  muchos  de  siete  en  estas  condiciones, 
sin  contar  los  aún  menores  que  se  infiltran  a  favor  de  distintas 
circunstancias. 

Se  puede,  pues,  afirmar  que  la  ley  de  1905  no  se  ha  cumpli- 
do nunca,  desde  su  promulgación  hasta  la  fecha.  Más  aún,  se 
puede  asegurar  que,  de  haberse  cumplido,  se  habría  agravado  el 
problema  del  analfabetismo  y  hubiérale  ocurrido  a  la  institución 
escolar  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  lo  que  al  primer  ferro- 
carril, "el  cohete  de  míster  Stevenson",  a  estar  a  las  referencias 
de  su  primer  maquinista  cronológico,  y  no  el  último  en  competen- 
cia fe  ingenio,  según  lo  he  leído  hace  pocos  días  en  una  de  las 
revistas  más  importantes  del  país : 

"El  público  estaba  siempre  inventando  cosas  nuevas  para 
probar  la  fuerza  del  tren .  Unos  querían  atar  el  último  vagón 
a  un  tronco  o  poner  frente  a  la  máquina  una  yunta  de  bueyes, 
o  bien  poner  vigas  encima  de  la  vía  para  ver  si  las  ruedas 
podían  cortarlas.  En  cierta  ocasión,  un  escocés  que  venía  en 
el  tren  dijo  que  si  los  carriles   fuesen  más  lisos  o  estuvieren 


112  NOSOTROS 

lubrificados,  la  máquina  correría  más.  Otro  viajero  era  de 
opinión  contraria.  En  vez  de  consultarme  a  mi,  en  la  primera 
estación  hicieron  una  apuesta.  Mientras  yo  estaba  ocupado  pro- 
curándome agua  y  combustible,  ellos  y  otros  viajeros  que  se 
ofrecieron  de  mil  amores  para  colaborar  en  la  tarea,  "lubrifi- 
caron" unos  cien  metros  de  vías  con  grasa  y  otras  sustancias. 
Como  es  de  suponer,  la  vía  quedó  demasiado  resbaladiza,  y  las 
ruedas  comenzaron  a  girar  con  asombrosa  rapidez  mientras  el  tren 
permanecía  inmóvil.  Para  seguir  el  viaje,  no'  hubo  más  remedio 
que  tomar  arena  del  camino  y  echarla  sobre  los  rieles". 

En  el  caso  que  estudiamos  en  este  artículo,  la  institución 
escolar  viene  a  ser  como  el  primer  tren  de  Stevenson ;  el  lubri- 
ficante es  la  ley  de  1905;  y  la  arena  salvadora  está  admirable- 
mente representada  por  la  "trampa"  a  que  ha  habido  que  recu- 
rrir en  la  práctica  para  que  el  tren  continuara  la  marcha.  .  . 

Para  completar  más  el  fenómeno,  la  matrícula  de  veinte 
pesos  moneda  nacional  que  deben  pagar  los  alumnos  de  quinto 
y  sexto  grados  (i)  ("cursos  complementarios"  fuera  del  ciclo), 
ha  sido  sustituida  por  la  primitiva  de  un  peso,  igual  a  la  de  los 
cursos  del  ciclo  común. 

Es  que  esa  ley,  como  el  lubrificante  del  escocés,  violentaba 
la  naturaleza  de  las  cosas.  Cosas  de  las  más  fundamentales? 
en  los  conceptos  y  los  fenómenos  jurídicos  y  sociales  no  se  con- 
sideraron para  nada  en  ella.  Ni  la  tradición  o  las  costumbres  de 
la  sociedad,  ni  la  estructura  de  ésta  en  el  ambiente  donde  la  nue- 
va ley  iba  a  set  aplicada,  ni  la  capacidad  infantil,  psicológica  v 
fisiológica,  ni  los  grandes  ejemplos  de  las  naciones  que  orientan 
la  civilización  contemporánea.  Ni  Inglaterra,  ni  Francia,  ni  Ale- 
mania, ni  Estados  Unidos,  con  su  porcentaje  de  analfabetos  que 
varía  del  i  al  4  %  fueron  considerados  como  ejemplos  dignos 
de  imitación,  en  lo  que  se  refiere  a  la  edad  adecuada  para  iniciar 
a  los  niños  en  el  aprendizaje  escolar. 

En  cambio,  la  ley  de  1905  cerraba  las  puertas  de  las  escue- 
las -públicas  a  los  niños  de  6  y  7  años,  edades  estas  de  las  más 
])ropicias,  como  puede  probarse  con  las  estadísticas  nacionales  v 
extranjeras,  para  que  los  padres  envíen  de  buena  voluntad  sus 


(i)     Ley  de   1905,  arts.   11   y   12. 


EDUCACIÓN  113 

hijos  a  la  escuela.  Esta  paternal  buena  voluntad,  desde  el  punto 
de  vista  colectivo,  no  es  sólo  un  resultado  de  la  costumbre  o  de 
la  rutina;  es,  también,  en  gran  parte,  un  derivado  de  necesida- 
des económicas.  Son  muchos,  desgraciadamente,  los  padres  que 
cuando  sus  hijos  tienen  lo  u  ii  años  de  edad,  a  veces  antes, 
dejan  de  enviarlos  a  la  escuela  porque  los  colocan  a  sueldo  o 
los  necesitan  como  pequeños  auxiliares  en  los  trabajos  domés- 
ticos o  en  las  tierras  de  labor;  y  otros,  muchos  también,  los  en- 
vían un  poco  más,  pero,  con  largas  interrupciones:  la  cosecha 
del  maíz,  la  cosecha  de  la  papa,  la  cosecha  del  poroto,  en  una 
palabra:  la  recolección  del  pan  de  cada  día  que  no  siempre  se 
efectúa  con  facilidad.  Y  como  es  tan  difícil  a  veces,  no  pocaá, 
hacer  el  distingo  ¿qué  se  hace?  Por  otra  parte,  aún  sin  dar 
importancia  a  esos  casos,  si  ello  puede  admitirse,  la  vigilancia 
de  los  consejos  escolares  y  de  las  comisiones  vecinales  y  la  de 
las  comisarías  de  policía,  en  lo  que  toca  a  la  obligatoriedad  de 
la  asistencia  escolar,  se  practica  con  tanta  escasez,  debido  en  oca- 
siones a  lasitud  o  despreocupación,  pero,  en  ocasiones  también, 
y  en  gran  parte,  a  los  comprensibles  obstáculos  aludidos  en  el 
párrafo  anterior,  que  es  inútil  buscar  por  ahí  el  remedio  más 
apropiado. 

Ni  nuestras  costumbres,  rli  nuestro  estado  en  la  técnica  co- 
rrespondiente, ni  la  densidad  de  nuestra  población,  nos  han  per- 
mitido el  cumplimiento  de  la  obligación  escolar  en  la  medida 
que  lo  demandan  nuestras  aspiraciones  y  nuestras  necesidades 
de  cultura. 

Por  eso,  hubiera  sido  mucho  más  acertado,  teniendo  en 
cuenta  las  circunstancias,  ya  que  de  adoptar  un  reducido  ciclo 
obligatorio  se  trataba,  comenzarlo  a  los  7  años  o  aún  a  los  6. 
Y  para  los  mayores  de  9  o  10,  según  el  caso,  hubiera  quedado 
el  recurso  a  que  se  refiere  la  ley  en  su  artículo  4.°  y  que  el 
reglamento  general  de  escuelas  de  la  provincia  aclara  cuando  dice 
en  el  artículo  60  que  "una  vez  cerrado  el  período  de  inscripción, 
y  siempre  que  hubiese  capacidad,  podrán  admitirse  alumnos  de 
12,  13  y  14  años  de  edad  que  no  hayan  completado  el  mínimum 
de  instrucción  obligatoria.  Pero  no  se  hizo;  se  pensó  que  la 
edad  fisiológica  y  psicológicamente  más  adecuada  era  la  de  los 
8  años  cumplidos.    De  esto  me  ocuparé  también. 


114  NOSOTROS 

Por  mi  parte,  como  lo  he  de  repetir  luego,  creo  que  el  ciclo 
obligatorio  debe  tener  cierta  elasticidad,  pues  opino  que  las  uni- 
formidades si  bien  son  convenientes  y  necesarias,  no  deben  ni 
pueden  ser  nunca  absolutas.  Asi  se  podría  establecer  como  ci- 
clo escolar  el  comprendido  entre  los  7  y  los  14  años  de  edad  y 
como  obligación  u  obligatoriedad,  según  se  ha  dado  en  decir 
ahora,  cuatro  o  cinco  años  dentro  de  éstos,  que  los  padres  o 
encargados  podrían  elegir,  siempre  con  sujeción  a  un  límite,  por 
ejemplo,  el  de  que  ningún  niño  podría  pasar  de  los  8  años  sin 
ser  inscripto  en  alguna  escuela,  ya  sea  para  -cursar  estudios  en 
sus  aulas  o  para  dar  en  ella  solam'ente  el  examen  como  lo  per- 
mite la  ley  nuestra  y  sus  similares  extranjeras,  al  autorizar  la 
enseñanza  de  lo^  niños  en  sus  propios  domicilios. 

Conceptúo  que  en  esta  forma  ocuparíamos,  racional  y  cien- 
tíficamente —  me  refiero  también  al  orden  nacional  —  un  lugar 
más  destacado  en  la  legislación  universal  que  rige  la  materia. 

Con  tal  elasticidad  se  consultaría  más  la  diferencia  indivi- 
dual de  los  niños,  pues,  como  es  harto  sabido,  no  todos  flore- 
cen al  mismo  tiempo  en  su  capacidad  físico-mental.  Bien  se 
dice  que  una  es  la  edad  cronológica  y  otra  la  anátomo-fisioló- 
gica.  Y  esto  nos  dá  pié  para  entrar  en  el  segundo  punto  en  que 
se  fundó  la  ley  de  1905,  la  capacidad  física  y  psíquica  de  los 
niños. 

En  realidad,  deberíamos  darlo  ya  por  tratado  con  aquello 
de  "una  es  la  edad  cronológica  y  otra  la  biológica  o  anátomo- 
fisiológica"  que  acabamos  de  emplear.  Pero,  he  ahí  que  los 
médicos  y  los  pedagogos  han  dado  en  discurrir  y  discutir  a  pro- 
pósito de  si  para  comenzar  estudios  en  la  escuela  primaria  con- 
viene más  la  edad  de  6  años,  o  de  7,  o  la  de  8,  o  la  de  9.  Ha 
sido  esto  im  largo  analizar  y  comparar  de  la  talla  y  el  peso  y 
desarrollo  del  cuerpo;  peso  y  volumen  y  desarrollo  del  encéfalo 
y  del  cráneo;  ontogénesis  del  sistema  nervioso,  madurez  de  las 
células,  mielinización  de  las  fibras,  estado  de  las  glándulas  de 
secreción  interna,  etc.,  etc.  Finalmente,  ya  sea  por  sus  estudios 
directos,  o  por  la  comparación  de  estudios  diferentes,  unos  han 
llegado  a  la  conclusión  de  que  la  mejor  edad  es  la  de  8  años  o 
la  de  9  y  otros  la  de  7,  y  aún  la  de  los  6.  Así,  el  director  del 
cuerpo  médico  escolar  de  La  Plata,  Dr.  Carlos  Cometto,  acaba 


EDUCACIÓN  115 

de  publicar,  en  el  Boletín  de  higiene  escolar,  un  extenso  artículo, 
en  el  cual,  fundándose  en  los  estudios  y  la  opinión  de  numero- 
sos autores,  llega,  a  la  conclusión  terminante  de  que  la  mejor 
edad  es  la  de  7  años  cumplidos.  Sin  embargo,  deteniéndonos 
en  las  palabras  de  los  autores  que  cita,  observamos  que  hay  es- 
tudios y  opiniones  muy  respetables,  según  los  cuales  recién  a 
los  8  años  es  cuando  el  niño  se  encuentra  en  condiciones  de  so- 
portar los  primeros  pasos  de  la  escuela  sin  correr  el  inminente 
riesgo  de  serios  perjuicios  para  su  tierno  organismo :  así,  las 
investigaciones  de  Bernard  Pérez  sobre  la  memoria;  las  de  Kais 
y  J.  Scury  acerca  de  la  mielinización  de  las  fibras  tangenciales 
superficiales  de  la  masa  encefálica  y  los  mismos  resultados  que 
el  Dr.  Cometto  saca  de  las  tablas  de  Broca.  La  tabla  de  Binet 
con  referencia  a  los  niños  de  las  escuelas  primarias  de  Francia, 
de  4  años  en  adelante,  no  deja  llegar  a  conclusión  definitiva.  En 
cambio,  los  trabajos  y  las  tablas  de  otros  autores,  también  ilus- 
tres, permiten  sostener  que  a  los  7  años  se  puede  enviar  sin  pe- 
ligro un  niño  a  la  escuela  y  hasta  que  es  para  ello  singularmente 
propicio  este  fugaz  momento  de  la  vida,  pues  que,  durante  él, 
se  opera  una  especie  de  "calma  fisiológica"  en  lo  que  atañe  al 
desarrollo  del  organismo.  A  estar  a  la  tabla  de  Variot  y  Chau- 
met  esta  calma  es  efectiva.  Por  otra  parte,  las  investigaciones 
hechas  hace  algunos  años  en  La  Plata  con  alumnos  de  la  escue- 
la primaria  nacional  anexa  a  la  universidad  y  de  la  anexa  a  la 
normal  de  maestras  (ambas  con  ciclo  de  6  a  14  años)  confron- 
tadas con  las  estadísticas  de  Roberts  (inglesa),  Quetelet  (belga) 
y  Nicéforo  (italiana)  dan  una  diferencia  favorable  para  los 
niños  argentinos  (i),  Hay  que  tener  en- cuenta  que  se  trataba 
de  niños  cuya  enseñanza  era  de  ciclo  igual  al  de  los  extranjeros 
comparados,  pues,  si  no,  bien  podría  decirse  que,  precisamente, 
el  ciclo  menor  los  beneficiaba. 

En  verdad,  lo  único  que  nos  demuestran  estas  investigacio- 
nes y  opiniones  es  lo  mismo  que  se  induce  en  la  observación  dia- 
ria de  las  escuelas  y  los  hogares:  los  niños  se  desarrollan  unos 
más  pronto  que  otros.  A  igualdad  de  edades,  distintos  niños  nos 
presentan  en  su  estado  general,  físico  y  mental,  condiciones  muy 
diversas,  ora  sea  desde  el  punto  de  vista  de  su  adelanto,  ora 


(i)     Archivqs  de  Pedagogía  y  Ciencias  Afines.  La  Plata,  icy>6  y  1908. 


116  NOSOTROS 

de  las  formas  o  maneras  de  ese  adelanto.  Chicos  que  a  los  7 
años  se  muestran  mucho  más  listos  que  otros  de  su  edad,  a  los 
8  o  a  los  9,  o  más  tarde,  se  quedan  atrás  para  in  eternum,  o 
el  día  menos  pensado  surgen  de  nuevo  a  la  vanguardia,  de  don- 
de los  sacarán  o  no  las  circunstancias  de  la  vida. 

Tales  circunstancias,  sobre  todo  desde  el  punto  de  vista  so- 
cial, no  son  tan  múltiples  en  la  infancia  como  en  la  edad  adulta; 
sin  embargo,  se  cuentan  en  número  y  acción  importantes  las  que 
determinan  variaciones  en  el  desarrollo  pueril:  la  raza,  la  heren- 
cia, las  enfermedades,  las  condiciones  económicas,  de  las  cuales 
derivan  algunas  tan  determinantes,  como  la  alimentación  y  la 
vivienda.  Agregúese  a  ello  las  características  que  ofrece  nuestro 
país,  formado  hoy  por  hombres  de  todas  las  razas,  las  más  va- 
riadas costumbres  y  condiciones  económicas  y  se  verá  como  ja- 
más podría  aplicarse  mejor  aquello  de  una  es  la  edad  cronoló- 
gica y  otra  la  anátomo- fisiológica  o,  dicho  en  términos  menos 
ásperos,  una  es  la  edad  "contada"  en  años  y  otra  la  que  realizan 
las  demás  circunstancias  de  la  vida,  que  son  muchas  y  muy  po- 
derosas . 

Esto  me  obliga  a  insistir  en  la  conveniencia  de  darle  cierta 
elasticidad  al  ciclo  obligatorio  escolar  o,  dicho  en  otras  palabras, 
a  establecer  una  diferencia  entre  ciclo  escolar  y  obligación  esco- 
lar. Lo  cual,  si  se  estableciera  desde  ahora,  sería  asimismo,  en 
cierto  sentido,  un  paso  más  gradual  en  lo  concerniente  a  los  te- 
midos recursos  económicos  que  demandaría  la  reforma.  En  la 
Gran  Bretaña  existe» algo  parecido:  la  asistencia  escolar  obliga- 
toria comienza  a  los  5  años,  pero,  la  ley  faculta  a  las  autoridades 
locales,  previo  permiso  del  C.  de  Educación,  a  conceder  que  la 
obligación  principie  a  los  seis. 

En  Inglaterra,  la  última  ley  de  educación  (1918)  establece 
como  ciclo  escolar  obligatorio,  con  la  salvedad  apuntada,  el  com- 
prendido entre  los  5  y  los  14  años  de  edad;  en  Francia,  la  obli- 
gación comienza  a  los  6  y  termina  a  los  13 ;  en  Alemania,  a  los 
6  y  concluye  a  los  14  cumplidos ;  en  los  Estados  Unidos  de  Norte 
América,  aunque,  en  general,  predomina  este  último  ciclo,  hay 
bastante  variedad  en  el  conjunto  de  los  Estados.  Pero  dadas  las 
características  de  esa  nación,  en  todos  sus  aspectos  relativamente 
a  la  preparación  de  sus  ciudadanos;  dado   el  rol  enorme   que 


EDUCACIÓN  117 

juega  allí  la  iniciativa  privada  en  materia  de  enseñanza,  bien 
puede  decirse,  felizmente  para  ella,  que  allí  no  hace  falta  la 
imposición  obligatoria  de  la  instrucción  pública.  El  lunar  deriva 
allí  de  la  tradicional  cuestión  de  razas.  Por  eso,  en  muchos  esta- 
dos del  sur  la  enseñanza  primaria  no  es  obligatoria . . . 

La  cuestión,  en  lo  que  atañe  a  la  aptitud  infantil,  no  es 
iniciar  la  obra  a  los  6  años  o  a  los  8  o  a  los  9;  la  cuestión  es 
graduar  la  enseñanza  de  acuerdo  con  la  capacidad  integral  de 
los  niños,  sus  conveniencias  y  las  conveniencias  sociales.  Entre 
nosotros,  tenemos  el  mal  de  los  programas  recargados  y  unila- 
terales en  el  sentido  intelectualista,  mal  tan  conocido  como  el  del 
urbanismo,  el  de  las  malas  viviendas,  el  de  la  mortalidad  infan- 
til y  tantos  otros,  pero,  también  tan  combatido  y  tan  invicto! 

Desde  dicho  punto  de  vista,  juzgo  que  la  ampliación  del 
ciclo  escolar  de  la  provincia  en  un  año  más  traería  de  inmediato 
una  mayor  graduación  y  eficacia  en  la  enseñanza  con  el  desdo- 
blamiento del  actual  primer  grado  en  dos,  tal  como  existe  en 
el  orden  nacional,  siendo  esto,  por  lo  demás,  una  necesidad  sen- 
tida en  la  diaria  experiencia  de  las  maestros,  puesta  ya  de  mani- 
fiesto por  los  directores  de  las  escuelas  -  provinciales  en  una  en- 
cuesta reciente. 

Se  resolverían  así  tres  cuestiones:  la  cuestión  social,  de  que 
he  hablado  más  arriba ;  la  cuestión  de  la  capacidad"  psico-f ísica 
de  los  pequeños  educandos  y  la  cuestión  didáctica  que  acabo  de 
expresar. 

La  cuestión  social  es  algo  más  que  la  tendencia  general  de 
padres,  maestros  y  autoridades  en  el  sentido  de  enviar  los  niños 
a  la  escuela  antes  de  los  ocho  años.  Es  que  haciéndolo  así  se 
tiene  la  agradable  perspectiva  de  que  todos  aquellos  niños  a  quie- 
nes sus  padres  retiran  de  las  escuelas,  por  las  causas  citadas,  a  los 
10  u  II  años,  o  antes,  aprovechen  un  año  más  de  enseñanza,  lo 
cual  redundará  en  beneficios  nada  despreciables  para  la  instrucción 
general  del  pueblo.  Puédese,  asimismo,  abrigar  la  esperanza  de  que 
la  instrucción,  al  hacerse  más  gradual  se  haga  también  más  com- 
pleta, más  integral.  Al  descargar  a  los  programas  de  las  excesivas 
nociones  intelectuales,  se  podrá  prestar  mayor  atención  a  la  vida 
física,  por  la  salud  del  cuerpo,  sin  cuya  condición  en  sus  individuos 
los  pueblos  no  pueden  ser  fuertes ;  al  canto  y  a  la  música,  que  pre- 


118  NOSOTROS 

disponen  a  la  alegría  y  educan  el  sentimiento,  riquezas  incompara- 
bles para  la  vida  de  los  humanos;  al  dibujo  y  a  las  labores 
manuales  que  sirven  también,  organizados  con  seriedad,  para 
entretener  dichosamente  al  espíritu  o  para  distraerlo  en  los  mo- 
mentos de  dolor,  y  que  preparan,  además,  para  el  adelanto  indi- 
vidual en  los  oficios  y  profesiones  y  para  el  progreso  colectivo 
que  dan  las  industrias,  cuando  se  las  maneja  con  conocimiento 
de  causa  y  con  amor  al  país  en  el  cual  se  ha  aprendido. 


Dije  ya  que  además  de  la  tolerancia  expresa  de  medio  año 
escolar  que  existe  por  parte  de  las  autoridades,  se  producen  otros 
aportes  de  niños  menores  de  8  años,  es  decir,  teniendo  en  cuenta 
dicha  tolerancia,  menores  de  7  años  y  8  meses  de  edad.  Un  estu- 
dio analítico  de  los  registros  de  inscripción  en  las  escuelas,  desde 
1905  hasta  la  fecha,  demostraría  mucbo  en  este  sentido. 

Si  la  ley  de  1905  se  hubiera  cumplido  en  lo  que  toca  a  la 
edad  mínima  que  ella  impone,  sería  lo  ordinario  observar  en 
los  colegios  secundarios  establecidos  por  la  nación  en  la  provin- 
cia, que  los  jóvenes  egresados  del  sexto  grado  primario  ingre- 
saran a  aquellos  cumplidos  ya  los  14  años.  Pero,  lo  raro,  precisa- 
mente, es  encontrar  en  el  primer  curso  de  los  colegios  nacionales 
que  funcionan  en  la  provincia  niños  de  14  o  más  años  de  edad. 

Hay  aportes  de  esos  que  se  producen  a  pesar  del  mayor 
contralor  posible,  yo  no  sé  cómo.  A  más,  las  escuelas  primarias 
nacionales  que  funcionan  en  la  provincia  (cursos  de  aplicación 
de  las  escuelas  normales  y  escuelas  de  la  ley  Láinez)  admiten 
niños  desde  los  6  años  de  edad ;  lo  mismo  hacen  las  escuelas 
particulares.  Así  un  educando  de  8  años  recién  cumplidos  pue- 
de llegar  a  una  escuela  provincial  en  condiciones  de  pasar  al 
tercer  grado. 

Ahora  bien,  recordemos  que  los  autores  de  la  ley  de  1905 
m.anifestafon  que  combatían  un  privilegio  al  querer  destruir  la 
diferencia  odiosa  entre  niños  para  los  cuales  había  asientos  en 
las  escuelas  de  la  provincia  y  niños  para  quienes  no  los  había. 
Vimos  ya  que  si  la  ley  se  hubiera  aplicado  con  toda  la  estrictez 
"posible",  según  las  propias  declaraciones  de  las  autoridades  es- 
colares, habrían  quedado   fuera  de  las  escuelas  más  niños  que 


EDUCACIÓN  119 

antes.  Y  con  todo  esto,  a  mi  juicio,  la  ley  que  quería  combatir 
un  privilegio,  en  lugar  de  destruirlo,  creó  otro  en  la  práctica: 
por  su  imperio,  se  estableció  que  en  la  provincia  de  Buenos  Ai- 
res hay  niños  que  pueden  iniciar  la  instrucción  escolar  a  los  6 
años  (ya  que  sus  disposiciones  no  alcanzan  legalmente  a  las 
escuelas  nacionales  y  no  pueden  evitar  que  los  admitan  las  pri- 
vadas) y  niños  que  no  pueden  obtenerla  hasta  cumplir  los  8. 

Otro  aspecto  poco  grato  de  la  ley  de  1905  es  que,  entre  todas 
las  leyes  escolares,  "ha  batido  el  record"  en  lo  que  se  refiere  al 
fomento  de  la  mentira.  En  innúmeras  ocasiones  han  mentido 
los  padres,  han  mentido  los  maestros  y  se  ha  enseñado  a  mentir 
a  los  niños,  para  que  pudieran  ingresar  a  la  escuela  antes  de  los 
8  años  de  edad. 

No  se  necesita  mucha  sutileza  para  comprender  cuan  gran- 
de es  la  trascendencia  social  que  puede  tener  el  enseñar  a  men- 
tir a  los  niños,  con  la  conciencia  de  su  infantil  mentira  y  la  de 
muchos  de  sus  compañeros,  cuando  llegan  por  vez  primera  a  la 
escuela  con  la  vaga,  pero  profunda,  entrañada  emoción,  de  que 
van  a  aprender  el  arte  o  el  modo  de  ser  útiles  a  sus  semejantes 
y  a  sí  mismos.  Así  el  tradicional  sentimiento  de  desprecio  a  la 
ley,  de  que  nos  han  hablado  Juan  Agustín  García  (i)  y  Carlos 
Octavio  Bunge  (2),  encuentra  en  el  blando  espíritu  de  los  neó- 
fitos escolares  campo  propicio  donde  afirmarse. 

Este  arte  de  mentir  se  divulgó  tanto,  con  la  protección, 
puede  decirse,  de  la  sociedad  entera ;  adquirió  caracteres  tan  se- 
rios, que  las  autoridades  escolares  hubieron  de  llegar  a  la  tran- 
sacción, en  el  límite  de  la  ley,  pero  del  lado  de  afuera,  a  que 
hice  referencia,  como  un  medio  desesperado  para  conciliar  en 
lo  factible  a  las  dos  entidades  reñidas  ya  en  forma  alarmante: 
el  pueblo  y  la  ley. 


Se  afirma  que  la  ampliación  del  ciclo  escolar  en  un  año  más, 
representará  la  incorporación  de  unos  50.000  niños  nuevos,  apar- 
te el  acrecentamiento  ordinario,  y  costará  más  de  dos  millones 


(i)     Introducción  al  esitidio  de  las  Ciencias  Sociales  y   La  Ciudad'. 
Indiana. 

(2)     Nuestra  América. 


120  NOSOTROS 

de  pesos  anuales.  El  cálculo  me  parece  un  tanto  exagerado.  Si 
se  tiene  en  cuenta  la  gran  cantidad  de  educandos  de  7  años 
que,  por  los  motivos  antedichos,  se  admiten  todos  los  años  en 
las  escuelas,  malgrado  la  ley  de  1905,  se  verán  disminuir  enor- 
memente esas  cantidades.  Además,  debe  descontarse  aparte  que 
las  escuelas  rurales,  salvo  rarísimas  excepciones,  no  necesitarán 
aumentar  en  nada,  por  esta  causal,  su  capacidad  ni  su  personal 
actuales.  De  un  lado,  la  escasa  asistencia  de  niños  que  las  ca- 
racteriza; de  otro,  las  dificultades  con  que  se  tropieza  muchas 
veces  para  obtener  los  certificados  de  edad,  son  motivos  sufi- 
cientes para  inferir  la  afirmación  anterior.  En  último  caso  po- 
dría recurrirse  a  un  procedimiento  parecido  al  que  se  usa  en 
Alemania  y  que  nuestra  ley  nacional  4874  autoriza,  con  las  lla- 
madas escuelas  de  medio  día,  y  aún  me  parece  mejor  adoptar  un 
arbitrio  de  días  comunes  y  días  alternos  de  que  me  ocuparé  otra 
vez.  Hay  que  descontar  también  lo  relativo  a  edificación  y  mo- 
biliario, pues  que,  con  el  sistema  del  doble  turno  ya  usado  en 
la  actualidad,  hay  suficiente  con  los  edificios  y  los  muebles  exis- 
tentes. Funcionan  muchas  escuelas  de  doble  turno  que  tienen 
en  ambos  o  en  alguno  de  ellos  aulas  desocupadas;  existen  otras 
muchas  de  un  solo  turno  que  funcionarían,  llegado  el  caso,  con 
dos,  sin  necesidad  de  agregarles  un  solo  banco,  fuera  de  la  or- 
dinaria provisión  que  se  hace  más. o  menos  periódicamente.  Que- 
darían los  niños  pobres,  a  los  cuales  habría  que  dar  gratuita- 
mente los  libros  y  demás  útiles  del  primer  grado.  Pero,  si  esto 
no  sería  otra  cosa  que  adelantar  en  un  año  los  gastos  que  forzo- 
samente se  harían  al  siguiente,  cuando  se  incorporaran  a  la  es- 
cuela, si  la  ley  actual  se  cumpliera  con  estrictez.  Y  no  se  diga 
que  no  es  lo  mismo,  a  causa  de  la  cantidad  de  educandos  que 
ingresarían  de  golpe  el  año  próximo,  pues,  de  cumplirse  estric- 
tamente la  ley  vigente,  debieran  asistir  muchos  más  niños  de 
los  que  concurren  a  todos  los  grados,  especialmente  del  2"  al  4°. 
En  resumen,  conceptúo  que  con  una  tercera  o  una  cuarta 
parte  de  las  cantidades  anotadas,  sobre  todo  si  se  adopta  la  elas- 
ticidad en  el  ciclo  obligatorio,  habrá  más  que  suficiente  para 
atender  a  los  gastos  que  demande  la  reforma  que  en  la  ley  de 
educación  común  de  1905  proyecta  el  nuevo  gobernador  de  Bue- 
nos Aires,  a  mi  entender,  con  gran  acierto. 


EDUCACIÓN  121 

Por  lo  demás,  buena  parte  de  los  recursos  necesarios  deben 
ser  producidos  por  la  ley  de  impuesto  a  las  sucesiones. 

Y  después  de  todo,  el  medio  millón  o  el  millón  de  pesos  a 
gastarse,  estará  compensado  con  exceso  en  las  ventajas  morales 
y  sociales  que  he  enunciado. 

Por  mi  parte,  hago  votos  porque  el  nuevo  gobernador  de 
Buenos  Aires  vaya  todavía  más  allá  en  otros  aspectos  de  la  ins- 
trucción pública,  entre  ellos  el  de  las  escuelas  rurales  que  según 
palabras  hermosas  de  los  legisladores  de  1875,  entre  ellas  las  de 
José  Manuel  Estrada,  debieran  ser  las  escuelas  mejores  con  los 
mejores  maestros  del  país;  y  el  de  la  gratuidad  de  la  enseñanza 
primaria,  que  la  Constitución  nacional  y  la  de  la  provincia  esta- 
tuyen sabiamente  y  que  las  leyes  de  entrambas  no  cumplen  sino 
a  medias. 

Marcos  Manuiíl  Bianco. 
La  Plata,  mayo  de  1922. 


bibliografía 


Letras  Hispano-americanas 

Literatura  Cubana  (Ensayos  críticos),  por  José  María  Chacón  y  Calvo. 
(Biblioteca  Calleja,  Madrid,   1922). 

I  ÍN  crítico  excelente  que  acaso  no  conoce  aún  el  lector,  es  el  cubano 
^  José  María  Chacón  y  Calvo.  Muy  joven  todavía  —  veintisiete  o 
veintiocho  años  le  calculamos  —  ha  realizado  una  obra  de  relativa  abun- 
dancia y  de  importancia  indiscutible.  Libros  de  temprana  erudición  lleva 
escritos  (Cen'antes  y  el  Romancero,  Tablar  de  variantes  en  las  poesías 
líricas  de  la  Avellaneda,  Las  cien  mejores  poesías  cubanas,)  que  con  este 
de  Ensayos  de  literatura  cubana  y  su  anterior  titulado  Hcrmanito  menor 
le  colocan  entre  los  primeros  escritores  jóvenes  de  Hispano- América. 

No  son  nuevas  las  monografías  que  componen  este  volumen.  Son  de 
1913.  1914  y  }9^Z\  "OS  dice  el  autor  en  la  advertencia  preliminar,  es  decir, 
de  sus  más  juveniles  años.  Tratan  de  los  orígenes  de  la  poesía  cubana, 
de  los  romances^  tradicionales,  de  la  Avellaneda  y  de  José  María  Heredia. 

Gran  conocimiento  de  esos  temas  muestra  el  señor  Chacón,  mucho 
escrúpulo  erudito,  fina  sensibilidad  y  penetrante  juicio. 

Chacón  y  Calvo  puede  llegar  a  ser  uno  de  los  más  grandes  críticos 
de  nuestro  idioma.     Quiera  la  suerte  que  no  se  pierda. 

J.    N. 
Letras  Españolas 

Don  Juan,  novela  de  Azorín.  Rafael  Caro  Raggio,  editor.     Madrid,   1922. 

HÁSF.  contagiado  "Azorín"  de  la  universal  curiosidad  que  en  estos  últi- 
mos años  despierta  la  figura  del  Burlador.  ¿Necesidad  de  confesión? 
Acaso.  La  sensibilidad  y  los  conceptos  de  los  personajes  eternos  y  re- 
presentativos —  Don  Juan,  Fausto,  Don  Quijote,  Hamlet  —  no  son  radi- 
calmente opuestos  entre  sí,  ni  son  exclusivos  de  esas  figuras  de  la  ima- 
ginación. En  todos  los  humanos,  en  proporción  desigual,  viven,  pobre- 
mente por  cierto,  el  sensual  y  el  idealista,  el  que  ha  vivido  sin  advertirlo 
y  el  que  va  hacia  la  duda  y  la  muerte  por  la  suma  advertencia  del  vivir. 
Quieren  los  hombres  de  ahora  enfrentarse  con  el  Don  Juan  que  llevan 
dentro,  y  al  exponerlo  se  confiesan.  Diverso  y  contradictorio  es,  pues, 
el  Burlador  en  cada  una  de  sus  encarnaciones.  ¿  Serán  también  contra- 
dictorias y  diversas  las  representaciones  que  acaso  tengamos  pronto  del 
Quijote,  de  Hamlet,  de  Fausto? 

En  la  novela  de  "Azorín"   Don  Juan  ha  dejado  de  ser   el  Burlador. 


bibliografía  1¿3 

"Un  día  adoleció  gravemente,  dice  "Azorín".  No  llegó  a  morir,  pero  su 
espiriíu  salió  de  la  grave  enfermedad  profundamente  transform.ado".  Es 
ahora  piadoso  y  caritativo,  mora  en  una  pequeña  ciudad  y  tiene  unos 
cuantos  amigos.  Con  todos  alterna,  mas  no  regala  vanamente  su  amistad. 
Visita  al  obispo,  charla  con  el  aurífice,  recorre  la  ciudad  con  el  médico, 
pregunta  al  labriego  por  sus  siembras,  platica  con  el  gobernador,  se  inte- 
resa por  los  desdichados.  "Conoce  una  chiquilla  de  diez  y  ocho  años,  de 
ojos  anchos  y  negros,  sonriente,  alegre,  estrepitosa,  que  quiere  tentar  a 
Don  Juan.  Pero  Don  Juan  calla.  Conoce  a  una  monja,  Sor  Natividad, 
bella  de  form.as.  Viole  un  día  las  piernas,  al  prendérsele  la  larga  túnica 
entre  un  ramaje.  Pero  Don  Juan  que  ha  dicho:  "Hermosa",  elogiando 
una  tracería  del  patio  de  San  Pablo,  ha  repetido:  "Verdaderamente... 
hermosa"  al  posar  la  vista  en  los  ojos  de  Sor  Natividad.  Nada  más.  Lue- 
go, Don  Juan  entra  a  sagrado. 

" — Hermano  Juan:  ¿por  qué  es  usted  tan  pobrecito?  ¿Es  verdad  que 
ha  sido  usted  muy  rico? 

— Todos  hemos  sido  ricos  en  el  mundo;  todos  lo  somos.  Las  ri- 
quezas las  llevamos  en  el  corazón.  ¡  Ay  del  que  no  lleve  en  el  corazón 
las  riquezas ! 

— Hermano  Juan :  Si  ha  sido  usted  rico,  ¿  cómo  se  puede  acostum- 
brar  a  vivir  tan  pobre? 

— Yo  no  soy  pobre,  hija  m.ía.  Es  pobre  el  que  lo  necesita  todo,  y  no 
tiene  nada.     Yo  no  necesito  nada  de  los  bienes  del  mundo. 

— Pero  sus  riquezas,  hermano  Juan,  ¿las  perdió  usted  por  azares  de 
la  fortuna,  o  las  abandonó  de  grado? 

— Mi  pensamiento  está  en  lo  futuro,  y  no  en  el  pasado ;  mi  pensa- 
miento está  en  la  bondad  de  los  hombres,  y  no  en  sus  maldades. 

— Hermano  Juan :  dicen  que  usted  vivía  en  un  palacio.  ¿  Es  verdad  ? 

— Mis  palacios  son  los  vientos,  y  el  agua,  las  montañas  y  los  árboles. 

— Hermano  Juan :   ¿  cuántos  criados  tenía  usted  ? 

— Los  criados  que  tengo  son  las  avecicas  del  cielo  y  las  florecillas  de 
los  caminos. 

— Herm.ano  Juan :  su  mesa  de  usted  era  espléndida ;  había  en  ella  de 
los  más  exquisitos  manjares. 

— Mis  manjares  son  ahora  el  pan  de  los  buenos  corazones. 

— Hermano  Juan :  usted  ha  visitado  todos  los  países  del  mundo. 
¿Habrá  visto  usted  todas  las  maravillas? 

— Las  maravillas  que  yo  veo  ahora  son  la  fe  de  las  almas  ingenuas 
y  la  esperanza  que  nunca  acaba. 

— Hermano  Juan :  no  me  atrevo  a  decirlo ;  pero  he  oído  contar  que 
usted  ha  amado  mucho  y  que  todas  las  mujeres  se  le  rendían. 

— El  amor  que  conozco  ahora  es  el  amor  m.ás  alto.  Es  la  piedad 
por  todo. 

(Una  palomita  blanca  volaba  por  el  azul)". 

Finísima  y  delicadísima  es  la  emoción  aquí  guardada,  pero  nada  más 
que  emoción  y  un  estilo  ejemplar  hay  en  este  libro.  Mucho  es  eso,  no  hay 
duda.  Pero  es  tan  pobre  la  invención,  tan  "quelque  chose  de  ríen"  como 
decía  Racine,  que  no  nos  es  muy  fácil  aceptar  este  libro  como  una  novela, 
ni  este  Don  Juan  como  el  Burlador. 

J.    N. 

Las  Columnas  de  Hércules.  Farsa   novelesca,    por   Luis   Araquisiain.    — 
Editorial  Mundo  Latino.  —  Madrid,   1921. 

I.  —  No  está  muy  distante  en  el  tiem.po,  pero  sí  asaz  puesta  en  lejanía 
por  la  evolución  social,  aquella  poca  en  que  Armando  Palacio  Valdés  nos 
contó  las  malandanzas  y  desventuras  que  Bl  cuarto  poder  —  hoy  Las  Co- 


124  NOSOTROS 

lumnas  de  Hércules  —  atrajo  sobre  los  pacíficos  habitantes  de  la  humilde 
y  quimérica  villa  de  Sarrio,  por  humana  desviación  de  un  proyecto  en  sus 
orígenes,  lleno  de  los  mejores  propósitos.  Esta  distancia  espiritual  ha  ca- 
vado un  abismo  entre  las  éticas  de  antaño  y  ogaño,  y  sin  embargo  han 
permanecido  inmunes  ciertas  inodalidades,  en  las  que  a  lo  sumo  se  han 
revelado  variaciones  de  expresión  como  muestra  de  las  nuevas  influencias, 
sin  que  el  proceso  psicológico  generador  se  haya  desviado  de  su  trillada 
ruta. 

Don  Rosendo  Belinchón,  rey  del  bacalao  en  la  costa  cantábrica,  y  don 
Herculano  Cacodoro,  artífice  de  las  pildoras  herculinas,  tienen  tm  paren- 
tesco de  primer  grado,  guardadas  las  proporciones  entre  ios  escenarios, 
épocas  y  aventuras  de  su  vida  novelesca,  demostrándonos  la  de  don  Her- 
culano Cacodoro  esa  inmanencia  en  ciertas  modalidades  éticas,  aludida  al 
comienzo  de  estas  líneas,  a  través  de  los  años  de  tiempo  y  espirituales 
transcurridos  desde  la  aparición  de  la  novela  de  Palacio  Vaídés  que  creó 
al  fundador  de  El  Faro  de  Sarrio  hasta  la  de  Las  Columnas  de  Hércules. 

Y  nos  abstenemos  de  llamar  también  novela  a  esta  obra  por  que  no 
lo  es,  aunque  tampoco  nos  parezca  farsa  novelesca  como  lo  quiere  su 
autor.  Alguien  la  ha  llamado  ensayo  de  novela  política;  tal  vez,  sin  lo 
de  política;  nosotros,  forzados  a  bautizarla,  quizá  nos  inclináramos  a 
hacerlo  así :  discurso  satírico  sobre  los  orígenes  del  periodismo  moderno, 
sus  bases  e  influencia  en  la  república.  Sale  algo  largo,  pero  la  culpa  no 
es  del  bautista  ni  del  recién  nacido,  sino  del  padre.  El  autor  la  ha  llamado 
farsa  novelesca,  decíamos,  lo  cual  ya  es  una  redundancia  si  nos  atenemos 
a  la  definición  de  farsa  que  dá  el  diccionario :  "Representación  de  alguna 
cosa  sucedida  o  no,  histórica  o  imaginaria,  verosímil  o  inverosímil;  espe- 
cie de  fábula,  ficción  o  invención  para  entretener  o  divertir  o  para  enseñar 
cautivando".  A  menos  que  lo  haga  deliberadamente  para  establecer  el  ca- 
rácter del  libro  excluyendo  la  posibilidad  de  que  alguien  lo  estime  como 
"representación  de  cosa  sucedida".  En  cuanto  a  la  denominación  de  An- 
drenio,  hemos  dicho  que  tal  vez  la  aceptaríamos  en  sus  dos  primeros  tér- 
minos :  ensayo  de  novela ;  pero  no  en  su  tercero :  política.  De  ponerle 
mote,  cayérale  mejor  sociología.  Es  incidental  en  Las  Columnas  de  Hér- 
cules la  política,  siendo  capital  su  carácter  especulativo  en  el  orden  social. 
Política,  entonces,  por  lo  que  de  ella  cae  dentro  de  éste;  pero  muy  secun- 
dariamente. 

II.  —  Araquistain,  que  tiene  un  fino  sentido  crítico,  si  por  tal  se  en- 
tiende noción  de  la  medida,  es  siempre  el  primero  en  juzgar  sus  obras, 
porque  defender  el  punto  débil  ya  es  conocerlo  y  así  procede  él.  Lo  hemos 
visto  en  El  Peligro  Yanqui  y  volvemos  a  verlo  en  Las  Columnas  de  Hér- 
cules. Las  palabras  de  Meredith,  puestas  al  frente  de  ésta,  son  como  una 
justificación  y  dicen:  "El  Espíritu  Cómico  concibe  una  situación  definida 
para  cierto  número  de  personajes,  y  con  objeto  de  ir  tras  ellos  y  sus  dis- 
cursos, rechaza  todo  lo  que  es  accesoi:.io",  y  el  primer  punto  débil  del  libro 
es  la  absoluta  carencia  de  lo  accesorio.  ¿Hasta  qué  punto  puede  determi- 
narse el  límite  de  lo  accesorio?  Prescindir  de  ello  es  quitar  perspectiva  a 
la  "situación  definida"  y  a  los  "personajes",  achatando  aquella  y  estos,  que 
en  el  arte,  solo  el  contraste  por  la  sabia  disposición  de  lo  esencial  y  lo  su- 
perfino, anima  la  creación  con  calor  de  vida;  donde  el  equilibrio  se  aban- 
dona, por  seguir  tras  una  situación,  cáese  en  peligrosa  monotonía.  Tal  el 
caso  presente.  Con  los  valiosos  elementos  que  Araquistain  ha  tenido  en  la 
mano  y  su  preparación,  pudo  construir  no  un  ensayo,  ni  una  farsa,  ni  un 
discurso,  etc.,  sino  una  verdadera  novela  henchida  de  humanidad.  En  vez 
de  esto  nos  enconíram.os  con  algo  amorfo,  donde  hay  muchas  cosas  eu 
germen;  se  salva  del  fracaso  gracias  al  estilo  vigoroso  y  a  las  originales 


bibliografía  125 

ideas,  muestra  de  todo  lo  cual  han  tenido  los  lectores  de  Nosotros  con  p1 
capítulo  aparecido  en  estas  páginas. 

En  Las  columnas  de  Hércules  casi  no  encontramos  acción,  y  la  poquí- 
sima existente  se  desenvuelve  larga  y  trabajosamente.  Cada  capítulo,  mu- 
chos hay  de  relleno,  es  un  alegato  periodístico  o  un  discurso  contra  ideas 
o  personas.  Hay  ocasiones  en  que  esperamos  ver  la  mano  del  novelista 
aprovechando  las  situaciones  que  se  plantea  para  dar  esos  brochazos  ma- 
ravillosos con  que  se  deñne  un  airibiente,  se  traza  un  personaje  o  se  remata 
un  cuadro ;  pero  nuestra  ilusión  se  desvanece  como  la  llama  de  una  cerilla : 
casi  al  producirse.  No  por  gastado  el  tema  hubiera  sido  menos  propicia 
la  ocasión  de  la  visita  de  Escudero  y  Cacodoro  al  Banco  para  pintar  el 
medio  en  forma  más  amplia  de  lo  que  está  hecho,  con  más  clara  visión  y 
más  acierto ;  terminar  la  desleída  figura  de  Hipólita,  sin  embargo  la  más 
interesante  del  libro  por  lo  que  sugiere,  caricaturizar  menos  a  Cacodoro 
y  contornear  más  el  marco  general  poniendo  fin  a  tantos  trozos  inconclu- 
sos, boceteados,  empresa  de  mayor  valía  hubiera  sido. 

Nos  extendemos  en  estas  apreciaciones,  al  parecer  violentas,  pero  que 
no  encierran  más  violencia  que  la  de  una  profunda  simpatía  por  Araquis- 
tain,  precisamente  por  esto  y  por  considerarle  digno  de  que  se  le  hable  así. 
De  lo  contrario,  el  silencio  habiera  sido  más  expresivo. 

Si  Araquistain  ha  llamado  su  obra  "farsa  novelesca"  maguer  la  re- 
dundancia ya  según  decimos  más  arriba,  para  exclilir  la  posibilidad  de  qu2 
se  la  estime  como  "representación  de  cosa  sucedida",  defiende  así  otro 
punto  vulnerable  de  ella.  El  fusilamiento  de  Ferrer,  del. que  las  izquierdas 
españolas  hicieron  pobre  bandera,  porque  pobres  de  valores  y  de  acción 
eran  ellas  también ;  el  asesinato  de  Dato,  que  casi  elogia  Araquistain ;  la 
guerra  de  Marruecos,  como  sucesos,  y  Dato  mismo,  Maura,  La  Cierva, 
Romanones,  Melquíades  Alvarez,  Mariano  de  Cavia,  y  toda  una  suerte  de 
dioses  mayores  y  menores  del  periodismo  y  la  política  españolas,  como 
personas,  bajo  nombres  o  acciones  demasiado  transparentes,  pasan  por  Las 
Columnas  de  Hércules  en  forma  tal  que  no  deja  duda,  si  alguna  quedara, 
por  otra  parte,  de  que  la  obra  es  "representación  y  bien  recargada  en  co- 
lores de  cosa  sucedida"  —  acotación  al  margen  de  los  sucesos,  diríamos 
nosotros.  j, 

Araquistain,  hombre  unilateral,  hasta  ahora,  si  los  hay,  en  ese  país 
de  la  unilateralidad  que  es  España,  ha  comunicado  a  su  libro  el  apasiona- 
miento del  político  y  del  periodista  que  existen  en  él.  Así  al  leerlo,  a 
veces  nos  parece  estar  leyendo  una  crónica  suya  sobre  personas  o  ideas; 
y  oyendo  expresarse  a  cada  uno  de  I05  personajes  oímos  siempre  a  Ara- 
quistain, no  solamente  en  ideas,  sino  en  léxico,  en  terminología.  El  arte 
del  novelista,  su  primer  condición  esencial,  es  saber  ocultarse  tras  su  crea- 
ción lo  más  humanamente  posible,  que  como  dice  Jean  Paul  en  la  cita 
puesta  por  Araquistain  al  frente  de  su  libro  *'En  el  poeta  la  Humanidad 
se  dirige  sólo  a  la  Humanidad ;  pero  no  este  hombre  a  aquel  hombre". 
Y  aquí  encontramos  el  otro  punto  débil  de  la  obra,  el  que  nuestro  autor, 
como  buen  conocedor  de  sí  mismo,  trata  de  defender  con  las  palabras  del 
ilustre  humorista,  queriendo  hacernos  creer  que  él  ha  procedido  así  cuando 
es  precisamente  lo  contrario. 

Nos  decía  Blasco  Ibáñez  cierta  vez,  que  la  razón  por  que  se  fabrican 
tantos  libros  de  versos  y  pergeñan  tantas  obras  teatrales,  mientras  apare- 
cen tan  pocas  novelas,  radica  en  que  para  lo  primero  un  esfuerzo  mínimo 
e  intermitente  basta,  mientras  que  para  lo  segundo  es  necesario  una  larga 
y  empeñosa  contracción". 

El  trabajador  que  es  Araquistain  ha  afrontado  el  esfuerzo  de  empuje 
con  mano,  aunque  débil  en  este  empeño  inicial,  presagiadora  de  músculo. 
La  prueba,  por  lo  que  tiene  de  revelación,  nos  incita  a  aplaudirle.    Si  el 


12G  NOSOTROS 

aplauso  le  llega  con  previas  limitaciones,  es  porque  nuestro  humilde  enten- 
der las  considera  justas ;  así  no  podrá  sonarle,  tampoco,  a  palmas  de  "cla- 
que", lo  cual  para  un  hombre  como  el  director  de  España  sería  un  insulto. 

Una  censura  tanto  como  un  aplauso  razonado,  son  siempre  tm  elogio : 
cuándo  aquella,  quién  la  ejecuta  presupone  en  el  censurado  capacidad  y 
voluntad  de  rectificación  y  lealmente  lo  incita  a  enderezar  el  yerro;  cuando 
elogio,  afirma  esas  capacidades. 

Y  rectificar  una  orientación  equivocada  obedeciendo  a{  juicio  de  quie- 
nes honestamente  lo  den,  es  siempre  un  triunfo;  y  el  más  difícil:  el 
triunfo  sobre  sí  mismo. 

E.  S.  C. 

El  peligro  yanki,  por  Luis  Araquistain.  Publicaciones  "España",  Madrid, 
1921. 

I. — El  autor  de  este  libro  visitó  Estados  Unidos  en  las  postrimerías 
del  año  19,  como  delegado  de  los  obreros  españoles  a  la  Conferencia  Inter- 
nacional del  Trabajo  que  se  celebró  en  Washington  por  aquel  entonces. 

Espíritu  moderno,  inquieto  y  observador,  no  perdió  la  oportunidad  de 
estudiar  de  cerca  ese  "inmenso  crisol  que  es  la  República  norteamericana" 
—  inmenso,  decimos  nosotros,  cuantitativa  no  cualitativamente  —  y  de 
dar  su  interpretación  desde  los  dos  puntos  de  vista  de  su  doble  personali- 
dad de  político  y  escritor.  El  primero  ha  dictado  los  capítulos  de  "La 
Evolución  Económica",  "La  Evolución  Social",  "La  Política  Internacio- 
nal" ;  el  segundo  los  de  "Interpretaciones  y  Visiones",  "El  feminismo", 
"La  Hispanof ilia"  y  "La  Prensa" ;  pero  en  ambos  hay  una  armónica  pro- 
porción del  político  y  del  escritor  que  delata  al  periodista  —  cuando  el 
periodista,  cómo  en  este  caso,  lo  es  a  la  manera  de  un  Barzini,  de  un  Sté- 
phane  Lauzanne,  de  un  Huret,  todos  también  ilustres  peregrinos  al  hormi- 
guero yanki. 

Confiesa  Araquistain,  al  frente  de  su  libro,  la  forzada  celeridad  con 
que  ha  debido  tratar  los  temas  y  añadamos  nosotros  que  ello,  unido  a  la 
falta  de  un  plan  orgánico,  le  ha  restado  robustez,  contextura,  al  libro,  mu- 
chos de  cuyos  capítulos,  si  no  todos,  fueron  crónicas  periodísticas,  cir- 
cunstancia que  explica,  sin  más  argumentos,  lo  anterior. 

El  autor  cree,  sin  embargo,  "haber  rozado  todas  las  fuerzas  actuales  y 
latentes"  del  país  objeto  de  su  estudio  y  la  conclusión  que  de  ello  saca 
está  sintetizada  en  el  título  del  libro.  Disentimos  en  su  creencia  aunque 
suscribimos  la  síntesis  que  implica  el  título.  Falta  entre  los  estudios  que 
se  le  olvidaron,  uno  sobre  la  influencia  judía  en  las  orientaciones  de  la 
vida  yanki  —  al  tratar  de  Gompers  y  su  patriarcado  roza  el  tema  si  bien 
impensadamente  y  sin  concretarlo,  como  lo  roza  en  mijchos  otros  mo- 
mentos, por  que  la  influencia  judía  está  en  todo  dentro  de  la  vida  yanki, 
llegando  nosotros  a  afirmar  que  el  peligro  yanki  es  una  involucración  del 
peligro  judío.  Falta  —  y  de  ello  se  hubiera  apercibido  Araquistain  de 
prolongar  su  viaje  hasta  el"  Oeste  —  estudiar  el  yanki  del  Pacífico,  tan  de- 
semejante al  del  Atlántico,  al  que  es  superior  en  todo  y  él  lo  sabe  y  lo 
dice.  De  estas  dos  fuerzas  contrarias  puede  salir  la  sorpresa  del  porvenir. 
Araquistain  ha  rozado,  si,  todas  las  fuerzas  que  mueven  la  vida  yanki 
y  sus  actos  de  más  inmediata  sensacionalidad  y  actualidad,  los  cuales  otros 
viajeros,  así  como  muchos  estudiosos  yankis,  también  sometieron  a  juicio; 
pero,  a  nuestro  modo  de  ver,  yendo  demasiado  a  lo  externo,  ha  olvidado 
mezclarse  en  las  corrientes  espirituales  de  su  mundo  en  busca  de  más 
íntimas  y  convincentes  razones  para  robustecer  la  atroz  profecía,  hecha 
pesadilla  en  todos  los  cerebros  de  hispano-américa  que  no  se  pagan  de 
doctrinas  y  sentimentalismo  gubernamentales :    el  peligro   yanki. 

Complemento  deseado  de  estos  estudios  hubiera  sido  prolongarlos  hasta 


bibliografía  127 

México.  Conocido  el  mal,  conocer  el  órgano  por  donde  puede  empezar  su 
acción  disolvente.  Asi  podria  concretarse  más  plásticamente,  con  acen- 
tuado relieve  la  futura  tragedia  en  que  seremos  obligados  actores,  si  la 
conciencia  de  nuestro  destino  no  nos  abandona  en  el  trance.  Nueva  Es- 
paña será  la  que  —  semblanza  de  la  vieja  España  que  defendió  la  civi- 
lización latina  del  avance  semita  cerniendo  en  el  tamiz  cristiano  las  semi- 
llas exóticas,  —  por  profético  destino  de  su  nombre  deba  sufrir  el  choque 
de  estos  nuevos  bárbaros  y  limitarlos  a  sus  fronteras  en  defensa  de  la 
integridad  de  Hispano-américa. 

11.  —  Diagnosticar  el  mal  es  el  primer  paso  en  la  senda  de  la  cura- 
ción, siguiendo  aquel  aforismo  de  Leonardo:  las  enfermedades  son  la 
salud  del  cuerpo.  Pero  este  mal  que  nos  acecha,  empezó,  hace  ya  un  buen 
tiempo,  en  forma  lenta  y  segura,  su  acción  disolvente ;  nadie  ignora  el  origen 
ni  la  patología,  todos  se  plañen ;  y,  mientras,  las  llagas  crecen  en  carne  de 
nuestra  carne  sin  que  el  taumaturgo  capaz  haga  verdad  la  sentencia  vin- 
ciana.  El  poder  deletéreo  es  superior  a  la  fuerza  vital,  mejor  dicho  a  la 
volimtad  vital,  infinitamente  superior  a  aquella,  quebrada  por  la  molicie 
en  que  el  mal  halla  su  mejor  aliado. 

¿Dónde  está  en  Hispano-américa  el  cerebro  que  suelde  los  sentimien- 
tos de  toda  la  raza,  haciendo  un  único  e  inmenso  sentimiento  semi-cósmico 
de  acción  y  de  voluntad  con  que  librar  la  batalla?  Si  fuera  unánime, 
como  lo  es  en  nosotros,  el  Deseo  violento  y  profundo  de  esa  Encarnación, 
El  existiría.  Busquemos,  pues,  esa  unanimidad  y  El  será.  Que  urge  el 
tiempo,  libros  como  el  de  Araquistain  nos  lo  dicen  a  voces  y  conviene  qiie 
ellas  sean  sonoras  y  continuas  para  mantener  despierto  y  acuciar  el  espí- 
ritu de  Hispano-américa. 

E.    S.    C. 

Libros  escolares 

Curso  de  Historia  de  literatura  castellana,  Texto  y  antología,  por 
Rcné  Bastianini.  Tomo  I :  Desde  los  orígenes  hasta  el  siglo  XVI. 
Buenos  Aires,  1922. 

.1  Tno  más?  Esta  es  la  pregunta  que  invariablemente  nos  hacemos  cada 
¿  ^  vez  que  llega  a  nosotros  un  libro  destinado  a  servir  de  manual  en  nues- 
tros colegios.  La  mayor  parte  de  estos  libros  no  pertenecen  a  la  litera- 
tura, propiamente  hablando,  sino  a  la  industria  del  libro.  Responden  a  un 
programa  determinado  y  sirven  a  maestros  y  alumnos,  respectivamente, 
para  tomar  y  dar  la  lección.  Obras  escritas  en  frío,  sin  ningún  entusias- 
mo, carentes  de  estilo,  pesadas  y  espesas,  contribuyen  no  poco  a  favorecer 
la  antipatía  que  los  muchachos  sienten  por  sus  libros  de  estudio.  Indu- 
dablemente, hay  sus  excepciones,  libros  que  son  ^verdaderas  obras  maestras 
en  su  género,  ílenos  de  vida  y  de  calor;  y  refiriéndonos  solamente  a  aque- 
llos de  carácter  análogo  al  que  nos  sugiere  estos  comentarios,  citaremos 
entre  esas  excepciones,  el  de  Don  Calixto  Oyuela,  Teoría  Literaria,  tra- 
tado original  de  preceptiva,  que  si  tiene  algunos  defectos  considerado  como 
obra  didáctica,  ellos  dimanan  (lo  que  parece  paradojal)  de  sus  excelen- 
cias como  obra  de  arte.  Pues  el  Dr.  Calixto  Oyuela,  artista  antes  que 
nada,  se  enamora  a  veces  de  algunos  de  los  temas  que  aborda,  y,  olvidan- 
do que  su  obra  es  im  tratado  elemental,  se  eleva  a  una  altura  muy  supe-, 
rior  con  relación  a  la  inteligencia  media  de  los  jóvenes  a  quienes  se  dirije. 
Industria  y  no  literatura  hemos  dicho,  y  añadiremos  que  esa  indus- 
tria del  libro  de  texto  es  poderosísima  en  nuestro  país,  está  muy  bien 
organizada  y  dispone  de  influencias  de  extraordinaria  eficacia.    Tanto  que. 


128  NOSOTROS 

hace  algún  tiempo,  los  protectores  de  ella,  esto  es,  las  personas  ligadas  a 
los  intereses  que  esa  industria  ha  creado,  hicieron  fracasar  un  proyecto  de 
reforma  a  los  planes  vigentes,  en  los  colegios  nacionales.  Fácil  es  supo- 
ner que  una  reform.a  de  los  planes,  y  con  ella,  de  los  programas,  hubiera 
reducido  a  cero  el  valor  de  muchas  ediciones,  con  el  natural  quebranto 
para  autores  3'  editores. 

Con  tales  prejuicios  sobre  los  libros  de  texto,  un  tanto  atenuados  ante 
éste  que  comentamos,  gracias  al  prestigio  del  autor  y  al  conocimiento 
que  teníamos  de  su  anterior  obra,  abrimos  el  Curso  de  Literatura  Castellana, 
del  Sr.  Rene  Bastianini. 

Y  leímos  el  primer  párrafo,  que  dice  asi : 

"  El  conocimiento  de  un  pueblo  tan  complejo  como  el  español,  en  cuya 
"  formación  han  intervenido  tantos  otros,  es  decir,  el  conocimiento  de 
"  las  razas  que  sucesivamente  poblaron,  conquistaron  o  visitaron  la  Pe- 
"  nínsula  Ibérica,  por  lo  mismo  que  nos  permitirá  referir  cada  uno  de 
"  los  rasgos  más  salientes  de  dicho  pueblo  español  a  su  origen  verdadero, 
"donde  muchas  veces  hasta  cabrá  observarlos  en  su  forma  pura,  es  indu- 
"  dablemente  el  mej  or  camino  para  comprender  los  varios  aspectos  de  su 
"  historia,  comenzando  por  los  literarios,  más  dependientes  que  otro  cuales- 
'"  quiera  del  temperamento  de  la  raza  cuya  expresión  vienen  a  ser." 

No  comprendimos  nada  de  lo  que  habíamos  leído.  Después  de  re- 
petida la  lectura  llegamos  a  columbrar  el  pensamiento  del  autor,  perdido 
entre  una  maraña  de  oraciones  incidentales.  Y  nos  dijimos:  Si  toda  la 
obra  está  escrita  en  ese  tono,  con  tan  enrevesada  sintaxis,  con  tan  bru- 
moso estilo,  el  libro  que  tenemos  en  las  manos  es  uno  de  tantos. 

Felizmente,  la  desagradable  impresión  que  nos  produjo  el  párrafo 
que  hemos  copiado  se  desvaneció  bien  pronto.  El  autor,  después  de  este 
tropezón  incial,  da  algunos  otros,  hasta  caer  de  bruces  a  veecs ;  pero,  en 
general,  camina  con  paso  seguro,  señor  de  su  asunto  y  dueño  de  adecua- 
dos medios  de  expresión.  Sin  que  en  ningún  momento  sea  brillante,  su 
estilo,  salvo  los  casos  a  que  acabamos  de  referirnos,  es  claro  y  sencillo,  y 
acomodado  a  la  índole  y  a  la  finalidad  de  la  obra. 

El  señor  Rene  Bastianini,  miembro  destacado  de  nuestra  docencia, 
ha  escrito  varias  obras  didácticas,  la  mayor  parte  de  ellas  sobre  mate- 
rias relacionadas  con  el  lenguaje.  Sus  manuales  de  gramática  son  exce- 
lentes, llenos  de  una  riquísima  ejemplificación,  que  el  autor  ha  cose- 
chado directamente  en  sus  lecturas  de  los  más  conocidos  autores  espa- 
ñoles y  argentinos.  El  Sr.  Bastianini  ha  modernizado  la  enseñanza  de  la 
gramática  afiliándose  a  la  escuela  de  Benot  y  vulgarizando  las  teorías  de 
este  gran  escritor.  En  el  Curso  de  Historia  de  la  Literatura,  el  Sr.  Bas- 
tianini se  propone,  según  sus  propias  palabras,  "despertar  en  sus  jóvenes 
lectores  el  interés  por  la  Literatura  Castellana  mediante  un  conocimiento 
lo  más  acabado  y  objetivo  posible  de  la  misma  en  sus  tópicos  esenciales." 
Al  efecto,  el  autor  no  se  reduce  a  señalar  por  orden  cronológico  la  apa- 
rición de  tales  escritores  y  de  tales  tendencias  literarias,  y  a  dar  su  opi- 
nión sobre  el  valer  o  importancia  de  unos  y  otras,  como  la  mayoría  de 
los  autores  de  manuales  análogos  al  suyo ;  sino  que,  además  de  eso,  expone 
las  relaciones  (cuando  existen)  entre  la  ficción  literaria  y  la  realidad  que 
la  ha  engendrado,  el  origen  de  las  principales  obras,  una  síntesis  bien 
completa  y  clara  de  éstas,  y  trozos  de  las  mismas  elegidos  ton  sumo 
acierto.  De  este  modo  procura  que  el  alumno  se  ponga  en  contacto  con 
los  maestros  castellanos,  y,  como  finalidad  (única  a  nuestro  entender  que 
debe  tener  la  enseñanza  de  la  literatura),  adquiera  una  cultura  literaria 
que  en  adelante  ha  de  servirle,  mucho  más,  por  cierto,  que  sus  estudios  de 
preceptiva  y  de  gramática,  para  el  dominio  de   sus   medios  de   expresión. 

Hasta  ahora,  y  hablando  en  términos  generales,  la  escuela  no  ha  dado 
a  los   alumnos  que   estudian   literatura,   esa   cultura  a   que   nos   referimos 


bibliografía  129 

más  arriba.  La  escuela  les  inculca  algunos  conocimientos  de  retórica  y 
les  señala  la  existencia  de  ciertos  y  determinados  autores ;  pero  no  los 
pone  en  correspondencia  con  las  obras  maestras  del  ingenio  humano.  Apre- 
surémonos a  decir  que  de  esta  falla  no  es  culpable  el  profesor,  como  po- 
dríamos probarlo  si  no  fuera  otro  el  objeto  de  estas  líneas. 

El  libro  del  Sr.  Bastianini,  gracias  a  su  método  y  a  la  copiosa  antolo- 
gía que  lo  integra,  servirá  al  joven  estudiante  para  que  entre  en  relación 
íntima  con  las  más  importantes  obras  de  la  literatura  castellana,  les  cobre 
simpatía,  goce  de  las  emociones  que  ellas  producen,  y  junto  con  esto, 
afirme  su  gusto  y  su  criterio  estético.  Y  como  quiera  que  el  autor,  de 
acuerdo  con  las  teorías  expresadas  por  Taine  en  su  Filosofía  del  Arte,  da 
suma  importancia  al  estudio  del  "clima  moral"  en  que  se  desarrollan  las 
obras  a  las  cuales  se  refiere,  el  libro  del  Sr.  Bastianini  servirá  también, 
a  los  jóvenes  especialmente  dedicados  a  las  letras,  para  que  adquieran  una 
cabal  comprensión  de  las  causas  determinantes  de  muchos  fenómenos 
literarios. 

J.  F.  C. 

f  Folletos 

Memoria  de  la  Sección  de  Historia  (1920-1021),  por  Emilio  Ravigna- 
ni,  director  de  la  Sección.  (Facultad  de  Filosofía  y  Letras.  Buenos 
Aires,   1921). 

pT  h  doctor  Emilio  Ravignani,  director  de  la  sección  de  historia  de  la 
*—  Facultad  de  Filosofía  y  Letras,  ha  publicado  en  un  folleto  la  memo- 
ria .elevada  al  decano  de  esa  casa  de  estudios,  en  octubre  último.  En  ella 
reseña  la  organización  de  los  trabajos  de  la  sección,  las  donaciones  y 
préstamos  de  documentos  que  le  hicieron  diversos  particulares,  la  influen- 
cia que  la  sección  ejerce  en  los  estudios  de  la  Facultad,  el  éxito  que  sus 
publicaciones  obtienen  en  el  extranjero  y  otros  detalles  administrativos. 
Por  todo  se  advierte  el  entusiasmo  y  competencia  que  el  director  y 
los  adscripíos  de  la  sección  de  historia  ponen  en  sus  tareas,  tan  útiles  a 
la  cultura  argentina.  Algún  día  comentaremos  como  corresponde)  la 
valiosa  obra  de  esos  investigadores. 


Los  escritores  argentinos  juzgados  en  el  extranjero 


La  actualidad  intelectual  argentina 

pr  N  la  revista  francesa  L'Opinion  Ci5  de  abril)  ha  consagrado  Ik&inoel 
■—    Gahisto  un  artículo  a  la  actividad  presente  de  los  escritores  argei|tinos. 

En  él  no  pierde  de  vista,  como  era  de  esperarse,  la  influencia  que  so- 
bre el  desenvolvimiento  intelectual  argentino  ejerce  la  cultura  francesa. 
Por  eso  dice,  no  debe  molestar  sobradamente  a  Francia  el  hecho  de  que  la 
Argentina  se  rehusara  a  formar  parte  de  la  Liga  de  las  Naciones.  Por  el 
contrario,  es,  a  juicio  del  articulista,  cálido  nuestro  afecto  por  Francia 
como  lo  probaría  la  acogida  dispensada  a  Paul  Fort. 

Trata  luego  del  éxito  alcanzado  en  París  por  la  compañía  dramática 
de  Camila  Quiroga,  que  consagró  la  fama  de  Florencio  Sánchez,  y  probó 
con  obras  de  Vicente  Martínez  Cuitiño,  Julio  Sánchez  Gardel,  Gregorio 
de  Laferrore  lo  que  puede  ser  la  actividad  dramática  de  im  centenar  de 
autores  igualmente  hábiles. 

La  Argentina  —  dice  más  adelante  —  quiere,  intelectualmente,  vivir 
su  vida  propia,  y  prodiga  los  sentimientos  de  este  nacionalismo  en  moda. 
Las  universidades  sufren  una  radical  transformación  en  virtud  del  espí- 
ritu nuevo  que  las  anima,  al  propio  tiempo  que  intensifican  sus  estudios. 
En  Buenos  Aires,  Ernesto  Quesada  estudia  con  igual  imparcialidad  cien- 
tífica la  filosofía  de  Augusto  Comte  que  el  relativismo  del  alemán  Oswald 
Spengler.  En  La  Plata  aparece  periódicamente  una  publicación  en  la  que 
el  articulisía  ha  podido  comprobar  el  cuidado  científico  con  que  Corio- 
lano  Alberini,  Enrique  Mouchet  y  Alfredo  Franccschi  han  escrito  sus 
monografías.  Aunque  no  conozca  muy  bien  el  señor  Gahisto  el  desarrollo 
alcanzado  por  los  estudios  históricos,  se  refiere  a  la  Historia  dr  la ^  Lite- 
ratura Argentina,  de  Rojas  y  al  difundido  manual  escolar  de  Ricardo 
Levene. 

Luego  hace  el  elogio  de  Paúl  Groussac,  "que  fué  el  primero  en  ex- 
poner concienzudamente,  de  acuerdo  con  una  documentación  de  benedictino, 
los  hechos  históricas,  al  propio  tiempo  que  daba  valerosamente  a  veces,  un 
juicio  imparcial  sobre  los  hombres.  Emigrado  hace  cerca  de  sesenta  años, 
argentino  de  adopción,  personaje  oficial,  director  de  la  Biblioteca  Nacional, 
ha  publicado  durante  la  guerra,  en  Le  Courrier  de  La  Plata,  artículos  "en 
favor  de  la  causa  del  derecho"  que  eran  modelos  de  dialéctica.  Hace  poco 
los  escritores  de  las  nuevas  generaciones,  agrupados  por  la  revista  Nos- 
otros, se  reunieron  en  una  manifestación  de  simpatía  en  torno  de  este 
veterano  escritor,  un  poco  apartado  ahora  de  su  afiebrada  actividad  y  en 
la  que  emocionado  recordó  sus  orígenes". 

Enseguida  se  refiere  el  articulista  a  la  obra  realizada  por   Nosotros. 

"La  evolución  realizada  por  esta  revista  —  dice  —  que  en  sus  actua- 
les quince  años  ha  llegado  a  ser  una  de  las  más  importantes  de  toda  la. 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  131 

América  española,  y  la  más  literaria  de  todas,  es  muy  significativa"  (des- 
de el  punto  de  vista  en  que  el  señor  Gahisto  se  coloca).  "En  virtud 
de  su  título  debía  en  sus  comienzos,  consagrarse  únicamente  a  hacer  co- 
nocer los  poetas  y  prosistas  argentinos.  Era  la  época  en  que  la  opinión 
general  atribuía  a  la  Argentina  preocupaciones  exclusivamente  mercanti- 
les, y  en  la  que  se  creía  por  completo  extraña  a  esas  tierras  de  incalcu- 
lables riquezas  materiales,  toda  aspiración  idealista. 

"Paulatinamente  han  figurado  en  los  sumarios  de  esta  publicación  ca- 
da vez  más  ecléctica,  todos  los  nombres  conocidos  de  los  autores  hispano- 
americanos, desde  F.  García  Godoy,  de  Santo  Domingo,  y  A.  Hernández 
Cata  de  Cuba,  hasta  Francisco  Contreras  o  Armando  Donoso,  de  Chile  y 
Rufino  Blanco  Fombona,  de  Venezuela.  Tiene  Nosotros  en  la  actualidad 
crónicas  extranjeras  e  informa  a  su  público,  con  espíritu  de  sincera  im- 
parcialidad, sobre  los  acontecimientos  de  la  vida  intelectual  de  Europa  y 
de  América.  Sin  duda  alguna,  la  élite  argentina  ha  evolucionado  en  estos 
últimos  quince  años.  Afectaba,  y  aún  afecta,  de  introducir  en  el  idioma 
libertades  e  incorrecciones  que  la  independizan  del  desdeñoso  academismo 
español,  pero  envía  a  la  península,  sin  embargo,  a  escritores  y  artistas  cu- 
riosos de  cuanto  se  refiere  al  Solar  de  la  rasa,  y  escucha  con  atención  las 
palabras  de  Ortega  y  Gasset  o  de  algún  otro  español  que  visita  la  capital 
y  las  provincias  y  que,  favorecido  por  la  comunidad  de  idioma,  resume 
sus  impresiones  y  observaciones  en  un  juicio  penetrante". 

Gahisto  estudia  enseguida  las  manifestaciones  literarias  del  criollismo: 
las  milongas,  tristes,  estilos  y  vidalitas  que,  contrariamente  a  lo  que 
acontece  en  otros  países  sudamericanos,  han  podido  llevar  sus  resonancias 
a  los  ambientes  cultos  de  las  ciudades.  "Así  Bl  Payador  es  el  título  de 
una  obra  de  Leopoldo  Lugones,  escritor  cuyo  nombre,  después  de  la  muerte 
de  Rodó,  es  uno  de  los  más  justamente  afamados  en  Europa.  La  tradi- 
ción iniciada  por  el  Martín  Fierro,  poema  heroico  consagrado  por  Her- 
nández, a  mediados  del  último  siglo,  a  la  gloria  del  gaucho  legendario,  por 
Santos  Vega  de  Rafael  Obligado,  se  transforma  sin  extender  sus  medios 
de  expresión,  y  así  reciementemente  Edmundo  Montagne  expresa  en  La 
Guitarra  del  Pueblo  el  deseo  de  afirmar  en  este  punto  la  unión  del  pasado 
con  el  futuro.  Los  complejos  espíritus  actuales  se  forman,  sin  embargo, 
con  prescindencia  de  todo  elemento  rústico,  y  el  carácter  de  muchos  to- 
mos de  versos  se  advierte  por  sus  propios  títulos :  Harpas  en  el  silencio, 
de  Eugenio  Díaz  Romero;  Languidez,  de  Alfonsina  Storni;  Bl  Ala  de 
Sombra,  de  Pedro  Miguel  Obligado;  Las  noches  de  Oro,  del  exquisito 
Rafael  Alberto  Arrieta,  y  también  Un  Camino  en  la  Selva,  del  fino  es- 
critor Ernesto  Mario  Barreda,  o  La  Urna,  de  Enrique  Banchs.  Obras 
armoniosas  pero,  según  el  crítico  Alfredo  A.  Bianchi,  obras  de  artistas 
'más  próximas  de  Watteau  que  del  gaucho". 

Trata  luego  de  los  novelistas :  "¿  Benito  Lynch,  autor  de  Raqueta  y 
Los  Caranchos  de  la  Florida,  relatos  sobrios  y  vigorosos,  obtendrá  en  Euro- 
pa la  acogida  que  merece;  Hugo  Wast,  evocador  perfecto  del  pasado,  nos 
hará  leer  en  francés  La  Corbata  Celeste  o  alguna  otra  de  sus  novelas  his- 
tóricas ;  y  Manuel  Gálvez,  premio  nacional  de  literatura  en  1918,  verá  tra- 
ducido en  Francia,  como  en  los  Estados  Unidos  o  en  Italia,  a  uno  de  sus 
vigorosos  cuadros  de  vida  provinciana  como  son  La  Maestra  Normal  y 
La  Sombra  del  Convenio,  o  bien  Nacha  Regules,  novela  del  Montmartre 
porteño?  Estamos  lejos  de  los  años  en  que  el  héroe  de  las  novelas  hispano- 
americanas era  un  hijo  de  familia  aristocrática,  que  a  su  regreso  de  Euro- 
pa impregnado  de  refinamientos  estéticos  de  un  París  artificial,  luchaba 
entre  su  neurosis  o  su  talento  y  las  rutinas  del  ambiente  nativo.  El  ambien- 
te ha  cambiado  en  la  Argentina,  y  el  hijo  pródigo  se  asimila  con  fervor, 
como  Vicente  Salaverri  lo  ha  demostrado  en  dos  novelas  atrayentes :  Este 
era  un  país  y  El  Corazón  de  María.  Los  rasgos  que  ayer  le  repelían  son 


132  NOSOTROS 

los  que  hoy  considera  más  atrayentes.  Y  son  los  que  más  pueden  cauti- 
varnos." 

Termina  el  artículo  diciendo : 

"La  República  Argentina  ha  vivido  en  estos  últimos  diez  años  vma 
etapa  intelectual  sin  igual,  con  fuerzas  aun  suficientemente  fecundas  para 
obtener  resultados  todavía  mayores  de  su  juventud  creadora." 

La  evolución  de  las  ideas  argentinas,  por  José  Ingenieros. 

pr  N  la  Ret'ista  do  Brasil,  Monteiro  Lobato  ha  consagrado  un  artículo  a 
*^    la  última  obra  de  Ingenieros. 

"Ningún  nombre  en  las  letras  argentinas  se  ha  difundido  tanto  entre 
nosotros  como  el  de  Ingenieros.  Sus  obras  andan  por  todas  partes  y  se 
venden  cada  vez  más.  Crece  su  prestigio  y  su  opinión  es  citada  siempre 
como  argumento  de  valor. 

"Y  con  toda  justicia.  Ingenieros,  además  de  ser  un  científico  de  gran 
envergadura  capaz  de  amplias  visiones  de  síntesis,  tiene  un  estilo  seductor, 
claro  y  ameno,  sin  el  defecto  de  la  elocuencia  pomposa  tan  frecuente  en 
los  sudamericanos  de  origen  español .  Ideas  claras  en  estilo  claro :  el  eterno 
secreto . 

"Y  por  serlo  así,  ningún  espíritu  culto,  aquí  por  América,  deja  de  in- 
cluirlo en  su  biblioteca,  en  los  estantes  donde  hasta  hace  poco  sólo  figu- 
raban nombres  europeos.  Eso  obliga  a  nuestra  crítica  informativa  el  de- 
ber de  dar  noticia  de  sus  libros  con  menos  apresuramiento  del  que  es  co- 
mún para  la  producción  mental  sudamericana." 

Monteiro  Lobato  reseña  a  continuación  el  contenido  de  los  dos  volú- 
menes aparecidos  hasta  ahora  de  La  evolución  de  las  ideas  argentinas,  es- 
pecialmente del  segundo  que  trata  de  la  Restauración.  Refiriéndose  a  Ro- 
sas y  al  sistema  de  terror  que  implantara,  dice  Monteiro  Lobato:  "Sin  este 
invento  los  pronunciamientos  se  hu1)ieran  sucedido  con  frecuencia  y  la  in- 
dustria ganadera  no  hubiera  logrado  echar  los  cimientos  sobre  los  cuales 
se  yergue  la  gran  Argentina  actual. 

"Parécenos  que  Ingenieros,  dominado  por  noble  indignación  contra  la 
tiranía  teocrática  de  Rosas,  no  confiere  el  verdadero  mérito  a  este  aspcctu 
del  fenómeno ;  como  también  nos  parece  que  el  futuro  sociólogo  perdo- 
nará a  Rosas  sus  crímenes  en  mérito  de  la  innegable  utilidad  que  de  ellos 
obtuviera  el  país.  Si  en  el  terreno  material  la  paz  despótica  apresuró  el 
advenimiento  de  la  nación  moderna,  bastante  contribuyó  en  lo  moral  a  do- 
meñar el  carácter  argentino.  La  atroz  persecución  del  liberalismo  llevó 
al  destierro  a  sus  más  nobles  representantes,  y  en  él  templáronse  feliz- 
mente, de  modo  que,  despus  de  caído  el  tirano,  continuaron  la  obra  de  la 
revolución  en  un  país  ya  muy  diferente  del  primitivo,  .porque  había  sido 
enriquecido  y  dominado  por  la  fuerza  y  domado  por  eL  freno  terrible  del 
formidable  domador  de  hombres.  De  ahí  la  facilidad  con  la  que,  después 
de  pequeuas  oscilaciones,  entró  la  nación  argentina  en  la  magnífica  esta- 
bilidad actual." 

V 

Nuevos  poemas,  por  Fernández  Moreno. 

P  N  los  días  que  corremos  parece  que  la  poesía  tiende  a  desenvolverse 
■—  de  toda  percalina  para  manifestarse  en  una  suprema  desnudez  ideo- 
lógica. 

Fernández  Moreno  —  cuyos  libros  anteriores  le  han  conquistado  el 
merecido  puesto  que  hoy  ocupa  en  la  literatura  americana  —  se  nos  pre- 
senta ya  seguro,  sin  vacilaciones,  caminando  por  este  sendero  de  la  poesía 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  133 

de  fondo.  Al  revés  de  muchos  poetas  de  nuestra  generación,  él  da  poca  im- 
portancia a  la  forma  (a  la  forma  nueva)  y  pone  en  palabras  vulgares  lo 
más  sensacional  o  íntimo  de  un  ambiente  o  de  un  estado  de  alma. 

Si  lo  vemos  inclinarse  sobre  las  aguas  de  un  lago,  no  es  sólo  para  con- 
teniplar  la  belleza  del  añil  de  las  aguas,  ni  su  estática  quietud.  Sus  ojos 
atisban  en  la  hondura  con  afán  de  sorprender  lo  oculto,  de  apoderarse  del 
secreto  que  escapa  a  las  miradas  de  los  otros  hombres  temerosos  del  do- 
lor y  del  análisis. 

Es  fino,  leve,  diáfano,  selecto.  La  tercera  parte  de  Nuevos  poemas 
continuación  del  libro  Campo  argentino  es  la  que  más  alto  lirismo  encie- 
rra. A  veces  suena  un  poco  a  Machado,  pero  nunca  pierde  completamente 
su  acento  personal. 

{España,  de  Madrid). 


LAS  REVISTAS 


La  amargura  de  Henri  Bataille 

CON  este  título,  "Corpus  Barga"  ha  publicado  el  siguiente  artículo   en 
El  Sol  de  Madrid  (i6  de  marco). 

El  ilustre  autor  ha  muerto  de  una  manera  teatral.  Vivía,  como 
buen  pariseño,  fuera  de  París.  Tenía  puesto  piso  en  París,  magnífica- 
mente, como  Debussy,  como  Anatole  France,  que  tiene,  no  un  piso,  un 
hotel,  en  la  Avenida  del  Bosque  de  Bolonia,  y  cuando  estaba  montando 
una  obra,  tomaba  además  una  casa  o  habitaciones  en  un  hotel  cerca 
del  teatro.  Para  escribir  se  refugiaba  en  su  "chateau"  del  Aisne.  Para 
corregir  las  pruebas,  es  decir,  para  gozar  de  sus  triunfos,  pues  la  obra 
que  iba  a  publicarse  es  que  se  acababa  de  estrenar,  vivía  en  los  aledaños 
de  París,  en  su  finca  cortesana  de  la  Malmaison.  Ha  sido  aquí,  donde 
a  la  vuelta  de  un  paseo  por  su  parque  y  cuando  iba  a  la  bililioteca  a 
corregir  las  pruebas  de  La  carne  hnviana.  le  ha  cogido  una  angustia  y 
ha  caído  desplomado.  Su  intérprete  de  La  Posesión,  la  actriz  Ivona 
de  Bray,  que  se  vestía  para  ir  al  teatro,  dio  hasta  París,  por  teléfono, 
voces    de    dolor. 

•*      *v     * 

Henry  Bataille  ha  sido  uno  de  los  hombres  que  se  haya  podido 
dar  mejor  vida  en  nuestra  época.  Tuvo  medios  y  tuvo  fines.  Tuvo 
dinero  antes  de  ganarlo :  su  familia  era  de  la  alta,  de  la  rica 
burguesía.  Tuvo  un  talento  que  no  tardó  en  ser  consagrado  por  el  éxito. 
Bataille  era  meridional  y  semita.  Se  ha  dicho  del  teatro  francés  con- 
temporáneo, del  teatro  del  bulevar,  que  era  obra  de  judíos,  a  partir  del 
empresario  y  hasta  a  contar  el  último  tramoyista.  El  hermano  en  éxito 
de  Plenry  Bataille,  Henry  Bernstein,  es  semita  asimismo.  Y  también 
lo  es  Porto-Riche.  Pero  el  teatro  de  Porto-Riche  es  otra  cosa  que  el  de 
Bernstein  y  el  de  Bataille,  los  cuales,  si  son  diferentes,  son  los  dos  me- 
lodramáticos. Y  todavía,  el  de  Bataille,  si  es  exclusivo  y  deformador, 
no  deja  de  ser  sincero,  no  suena  tan  a  falso  como  el  de  Bernstein,  o 
como  el  de  Curel,  que  suena  a  falso  por  otros  motivos.  Francois  de 
Curel  vive  casi  todo  el  año,  como  un  gran  señor,  en  sus  bosques  de  caza 
de  los  Vosgos.  Georges  de  Porto-Riche  vive  recogido  en  su  puesto  de 
la  Biblioteca  Mazarina.  Henry  Bernstem  sigue  siendo  "el  hombre  de 
teatro",  es  director  de  uno  de  los  principales  teatros  del  bulevar.  Henry 
Bataille  ha  muerto  dejando  sus  dos  últimas  obras  puestas  en  dos  esce- 
nas también  de   las   más   a   la   vista   de   París. 


LAS  REVISTAS  135 


La  Posesión  y  La  carne  humana  no  han  tenido  mucho  éxito 
entre  los  críticos.  Mejor  dicho:  ahora  en  París  no  hay  críticos;  hay 
unos  literatos  revisteros  de  otros  literatos.^  Sigue,  naturalmente,  ha- 
biendo literatos  que  hacen  profesión  de  críticos,  y,  desde  luego,  pro- 
fesores de  la  historia  literaria ;  pero  el  tono  está  dado,  cual  en  otras 
partes,  y,  si  se  repara,  como  en  las  mejores  épocas,  por  la  ausencia  es- 
pecial de  críticos  y  la  agudización  general  del  espíritu  crítico.  En  la 
crítica  teatral  ha  repercutido,  pues,  la  crítica  de  la  literatura  contra  lo 
pcorativo  del  teatro.  Después  del  teatro  romántico,  y  del  naturalista  y 
sentimental  de  Augier  y  de  Dumas  hijo,  los  literatos  franceses  habían 
llegado  a  considerar  el  teatro  como  un  arte  inferior,  extramuros  de  la 
literatura,  el  escalón  más  bajo  de  la  escala  que  sube  a  las  regiones  del 
lirismo.  Los  mismos  que  rehabilitaban  el  teatro,  como  Henry  Becque, 
el  autor  naturalista  de  La  Parisicnne,  el  "Teatro  libre",  de  Antoine, 
y  los  importadores  de  Ibsen  y  de  Hauptrnann,  lo  hacían  en  reacción 
contra  él  y  apoj'ados  en  ese  juicio  despectivo.  Claro  está  que  un  arte 
puede  ser  más  grosero  cuanto  más  se  presta  a  utilizaciones,  a  funciones 
ajenas  a  su  inutilidad.  Hasta  en  el  teatro  más  puro,  la  tragedia  griega, 
se  adivinan  los  motivos  nada  estéticos,  sino  políticos  y  religiosos,  que  de- 
bían intervenir  en  su  éxito.  Hoy,  cuando  el  último  —  ya  es  el  pen- 
último —  rehabilitador  del  teatro  francés  era,  no  ya  el  teatro  natura- 
lista de  Henry  Becque,  el  religioso  de  Paul  Claudel,  y  pasaba  el  "Tea- 
tro libre"  a  ser  el  teatro  clásico  del  "Palomar  Viejo",  ha  sido  el  teatro 
de  Henry  Bataille,  sancionado  por  el  gran  público  de  los  bulevares,  una 
de  las  víctimas  más  propiciatorias  para  que  una  crítica  cualquiera,  con 
mayor  o  menor  acierto,  le  disparara  esas  plumas  que  añadidas  a  im 
pedazo   de   madera   hacen,   como   decía   Chamfort,  una   flecha. 

Hs      He,     5|C 

Henry  Bataille  se  sentía  herido  precisamente  porque  era  artista  y 
literato.  Antes  que  "hombre  de  teatro",  empezó  por  ser  pintor  y  poeta. 
Sus  libros  de  versos:  La  cámara  blanca.  B^  hermoso  viaje,  La 
divina  tragedia,  La  cuadratura  deV  amor  (los  dos  últimos  publicados 
después  de  la  guerra)  no  le  han  dado  en  la  poesía  el  nombre  oue 
Mamá  Colibrí,  La  marcha  nupcial,  La  virgen  loca,  La  Falena,  El 
animador.  Las  antorchas,  etcétera,  le  han  dado  en  el  teatro.  Fué 
sin  embargo,  poeta  lo  suficiente  para  amargarse  sus  triunfos  teatra- 
les. No  parece  que  haya  llegado  a  una  obra  -  tipo  como  La  enamorada, 
de  Porto  -  Riche,  o  La  Parisiense,  de  Becque.  por  no  citar  más  que 
del  género  femenino.  Mamá  Colibrí  es  una  Fedra...  colibrí.  Y  por  la 
impresión  de  conjunto  que  se  puede  tener  de  un  teatro  visto  repre- 
sentar salteado,  creo  que  el  teatro  de  Bataille  tampoco  vale  lo  que  el  de 
Aucier  v  el  de  Dumas  hijo.  Estos  se  hallaban  mis  cerca  de  Balzac. 
Henry  Bataille  ha  contribuido  indudablemente  a  la:  franqueza,  o,  si 
se  quiere,  al  cinismo,  que  es  un  valor  del  teatro  francés  moderno.  Lo 
mejor  de  Bataille  está  en  su  sinceridad:  una  de  sus  primeras  obras  tea- 
trales fué  traducir  Resurrección,  de  Tolstoi.  Si  no  ha  escrito  otra 
obra  igual,  no  ha  sido  por  falta  de  intenciones,  sino  de  posibilidades. 
Y  acaso  la  posibilidad  que  más  le  ha  faltado  para  ello  ha  sido  la  vida 
honda,  de  interés.  Toda  una  literatura  francesa,  no  sólo  teatral,  también 
novelesca  y  hasta  poética,  de  la  poesía  mis  moderna,  viene  queriendo 
salir,  por  naturalismo,  por  dinamismo  o  por  sorpr'^sa  directamente  de 
la  vida ;  quiere,  en  fin,  llagar  a  la  última  consecuencia  del  romanticismo. 
Pero  nada  menos  romántico  que  la  vida  actual  de  los  literatos   franceses. 


lae  NOSOTROS 


Mauricio  Barres  y  Fierre  Loti  no  han  ido  en  su  inquietud  más 
allá  de  cierto  espiritual  turismo.  Por  mucho  que  Loti  maldiga  de  la 
Agencia  Cook,  su  literatura,  que  hubiera  podido  ser  tan  sorprendente, 
no  pasa  de  ser  una  literatura  para  señoritas  y  otros  espíritus  turistas. 
La  maravillosa  filigrana  de  Barres  conduce  a  la  nada  psicológica,  por- 
que no  tiene  nada  que  hacer  en  el  medio  en  que  ha  hecho  su  laberinto. 
Parece  así  muy  lógico  que  Barres .  haya  querido  dar  políticamente  a  ese 
medio  un  aire  heroico  y  religioso ;  mas  tal  nacionalismo  la  verdad  es 
que  resulta  igual  de  opuesto  al  de  Dantón  que  al  de  Dostoiewsky :  es 
el  sostén  de  la  burguesía,  incapaz  de  ima  espiritualidad  superior  a  la 
que  le  presta  Paul  Bourget.  Anatole  France,  con  mejor  inspiración,  lleva 
por  la  senda  de  la  tranquilidad  y  la  abundancia,  a  cultivar  la  literatura 
sabia.  Las  mismas  condiciones  son  propicias  para  la  especulación  filo- 
.sófica.  Dentro  de  la  literatura  práctica,  aplicada  a  casos,  suele  también, 
en  efecto,  ser  un  hombre  desde  su  rincón  quien  cambia  la  visión  del 
mundo :  Flaubert  dio  una  visión,  que  es  poco  decir  dantesca,  de  la  vida 
aldeana  (¿hay  alguna  novela  de  Dostoiewsky  tan  emotivamente  horrible 
como  Madame  Bovaryf)  ;  y  nada  menos  que  una  visión  nueva  es  lo 
que  intenta  dar,  operando  sobre  la  vida  del  gran  mundo,  y,  si  no  desde 
un  rincón  o  lado,  desde  una  hondura,  este  novelista,  Marcelo  Proust,  de 
quien  se  viene  hablando  tanto.  Sin  embargo,  los  literatos  franceses, 
bien  dotados  y  pertenecientes  a  lo  que  el  joven  Mauricio  Rostand  llama 
con  delicias  "literatura  personal",  ¿qué  no  hubieran  hecho  de  llevar  la 
vida,  no  ya  de  algunos  literatos  rusos  o  escandinavos,  de  algunos  litera- 
tos británicos  o  españoles  ?  Ha  habido  la  guerra ;  pero  si  tuviera  aquí 
espacio  para  seguir  la  relación  entre  la  literatura  y  la  guerra,  fortalece- 
ría estas  apreciaciones.  En  la  poesía  francesa  moderna,  la  más  moderna, 
con  aportes  extranjeros,  se  quiere  hacer  como  una  revolución  personal 
del  universo,  y  las  jóvenes  personas  (algunas  hasta  han  recogido  "la 
fiebre"  de  les  Estados  Unidos)  no  salen  del  siempre  tan  fino  "esprit" 
parisiense  o  de  sus  empleos.  ¿  Será  su  propósito  viable  ?  Rimbaud,  el 
precursor  de  esta  poesía,  cuando  vino  a  París  con  Batean  ivre,  traía 
ya  marcado  su  fugaz  y  extraño  destino,  había  huido  de  su  casa  y  aban- 
donado, como  los  grandes  románticos  lord  Byron,  Chateaubriand,  utia 
hermana,    esa   pobre    Isabel    que   hemos   conocido    últimamente. 

*  *,  * 

Todos  los  esfuerzos  de  sinceridad  fueron  en  Bataille  lo  excesivo  y 
la  deformación  quizá,  porque  se  empleaban  en  sacar  humanidad  de  una 
vida  poco  cantera.  Lo  humano  hondamente  humano,  de  Henry  Bataille 
fué  su  propia  vida,  inevitable  de  halago  y  amargura.  Estaba  fisiológica 
como  socialmentc  predispuesto.  Rodeado  de  voluptuosidades,  debía  vivir 
en  mía  desolación  sexual.  Una  de  las  escenas  íiltimas  de  su  Don  Juan, 
Bl  hombre  de  la  rosa,  no  la  escena  de  los  cinco  duros,  parece  muy 
significativa.  Era  de  los  que  no  saben  ser  castos.  Se  diría  que  tuvo 
la  triste  belleza  de  encarnar  uno  de  esos  tipos  finales  de  una  clase  de 
una  sociedad.  Sirva  ello  de  consuelo  a  los  pobres  envidiosos  de  las 
grandezas  humanas.  Y  sirva  la  figura  de  este  artista  como  aviso  para 
los  que  sueñan  con  dedicarse  al  arte.  Bataille  parece  haber  sido  en  este 
género  el  prototipo  del  infeliz.  Y  no  le  faltaba  nada,  ni  el  talento.  ¡Ah!, 
para  ser  marinero  en  el  'Hiateau  ivre"  de  las  letras  hay  que  tener  hiers 
puestos   los  calzones. 


LAS  REVISTAS  137 

A    propósito    del    poema    sipnóptico 
sobre  tres  pianos. 

pr  N  La  Vie  des  Lettres   (febrero),  Nicolás  Beauduhij  su  director,  ha  pu- 
^   blicado  el  artículo  siguiente: 

Algunos  poetas  cuya  estimación  me  es  particularmente  cara,  me  han 
pedido  que  les  defina  lo  que  yo  entiendo  por  poemas  sobre  tres  planos. 
En  el  primer  momento  he  titubeado  en  responderles,  por  temor  de  caer 
en  una  exposición  con  aspectos  de  manifiesto.  Por  ternor  también  de  su- 
ministrar  un   pretexto   cualquiera   a   un   nuevo   dogmatismo. 

Que  esos  amigos  se  tranquilicen ;  yo  rechazo  de  antemano  toda^  idea 
de  un  sistema  a  priori,  toda  esquemítización  demasiado  matemática. 
Ko  digo:  ¡he  aquí  la  verdad!,  sino:  he  aquí  un  poco  de  mi  verdad. 
Por  lo  tanto,  apreciación  absolulamenle  personal.  Dicho  esto,  y  con  las 
restricciones  que  ello  comporta,  me  siento  más  libre  frente  a  ellos  y^  a 
mí  mismo  para  hablar  de  mis  investigaciones  de  orden  puramente  téc- 
nico,   como    será    agradable    comprobarlo. 

Que  me  excusen  de  antemano  de  hacer  hincapié  en  mis  experien- 
cias. Que  comprendan  cuan  delicado  es  para  un  autor  el  tener  que 
citarse : 

Desde  1912  (época  en  que  yo  componía  Bl  Hombre  Cosmogónico), 
sentía  cómo  el  verso  libre,  en  correspondencia  tan  perfecta  con  la  sen- 
sibilidad musical  de  los  puros  poetas  simbolistas,  no  era  suficiente  ya 
para  dar  con  limpidez  todo  el  sincronismo  del  mundo  moderno.  Además, 
experimentaba  una  real  laxitud  visual  y  auditiva  en  el  empleo  de  las 
mismas  formas,  en  servicio  desde  hacía  más  de  treinta  años.  De  ahí, 
¿por   qué   no  decirlo?,   el   deseo  de   un   nuevo   instrumento. 

Durante  este  período  (1912-1919),  y  en  el  curso  de  los  azares  de  la 
guerra,  me  apliqué  a  la  descomposición  de  las  viejas  formas :  pochades, 
poemas  instantáneos,  anecdóticos,  caleidoscópicos,  etc.  Este  período  de 
destrucción  del  verso  libre  simbolista  se  continúa  todavía  en  un  gran 
número  de  poetas  de  mi  generación  y  aún  en  los  más  interesantes  de 
entre  los  recién  llegados. 

Ahora  bien,  por  temperamento,  por  razón,  por  necesidad  de  simpli- 
ficación y  de  claridad,  dirigía  mis  investigaciones  hacia  un  orden  lírico 
nuevo,  en  relación  con  las  leyes  orgánicas  universales,  y  orientado  hacia 
la    unidad. 

Los  descubrimientos  científicos,  aún  los  más  maravillosos,  que  na- 
cen cada  veinticuatro  horas,  y  trastornan,  según  dicen,  las  concepciones 
humanas,  no  me  parecieron  una  justificación  suficiente  para  la  perma- 
nencia de  mi   sistema. 

El  poema  en  versos  libres,  aún  deformado,  incoherente,  desasido, 
sin  ritmo  y  proyectando  en  explosiones  las  palabras  que  se  desparraman, 
no  m.e  parecía  que  reflejara  perfectamente,  con  nitidez  y  prontitud  la 
multiplicidad    de    las    cosas    del    día. 

Y  yo  pensaba :  ¿  cuál  será  el  Regulador  de  la  poesía  ?  ¿  Encontrará 
ésta  su  orden  nuevo,  como  su  hermana  más  evolucionada,  la  pintura? 
La  naturaleza  no  es  un  caos.  Hay  una  lógica  en  el  mundo,  aún  cuando 
ésta  se  nos  escape.  Hay  un  equilibrio,  a  pesar  del  desequilibrio  aparente. 
La  obra  de  arte  nos  revela  siempre  una  poderosa  construcción  en  la 
base,  una  disciplina,  una  jerarquía  de  los  valores.  Crear  fuera  de  los 
números  no  es  crear.  En  toda  construcción  hay  una  simetría,  una  equi- 
valencia. Un  caos  no  es  una  arquitectura.  Hay  leyes  eternas.  Son  esas 
leyes  organizadoras,  internas,  que  yo  me  forzaba  en  encontrar,  no  en  las 
lecciones  del  academismo,  no  en  los  cánones  de  las  sorbonas  universitarias, 
no  en  las  otras  necrópolis,  aún  las  florecidas,  sino  en  la  confrontación  de 
las  leyes  de  mi  individuo  con  las  grandes  leyes  que  gobiernan  el  mundo. 


138  NOSOTROS 

Mi  voluntad  era  pues  la  de  construir  y  no  de  improvisar.  Crear  for- 
mas nuevas  y  no  contentarme  con  copiar  servilmente  las  que  ya  existían. 

Cansado  del  poema  unilateral  (en  versos  clásicos,  rimados  o  blancos) 
del  poema  solo,  del  recitativo,  de  la  cantata,  del  verso  tan  propicio  a  la 
declamación,  buscaba  ante  todo  una  forma  nueva  en  un  desenvolvimiento 
paralelo  binario  de  mi  lirismo.  Pero  me  apercibí  rápidamente  que  la 
oposición  binaria  impide  toda  síntesis ;  los  contrarios  no  se  pueden  aliar. 
Por  otra  parte,  el  binario  es  por  esencia  estático  y  rompe  la  unidad. 

Ensayé  pues  un  lirismo  trilateral  (Poema  de  la  ausencia,  1914-1919. 
Ritmos  y  cantos  de  la  renovación.  1919)  y  desde  esos  primeros  ensayos 
tuve  la  percepción  muy  neta  de  un  instrumento  nuevo,  lleno  de  recursos 
infinitos,  en  perfecta  concordancia  con  lo  universal.  Había  encontrado, 
como  muy.  bien  se  me  dijo  después,  "la  poesía  de  la  cifra  plástica  que  rige 
el  universo". 

El  ternario,  número  creador  por  excelencia,  signo  espiritual  de  la 
creación,  es  esencialmente  dinámico,  organizador  y  permite  la  acción.  Es 
la  raíz  de  todo,  el  término  intermediario  que  unifica  los  antagonismos,  el 
agente  que  pone  en  contacto.  "Tres  es  la  fórmula  de  los  mundos  creados" 
ha  escrito  Balzac. 

En  efecto,  se  le  encuentra  en  la  base  de  toda  operación  intelectual  abs- 
tracta. En  lógica  todo  razonamiento  supone  tres  términos.  Es  necesario 
tres  sensaciones  para  concebir  una  idea,  tres  aspectos  para  que  una  noción 
se  haga  distinta.  En  la  naturaleza,  igualmente,  toda  manifestación  es  tri- 
ple. Tres  las  propiedades  esenciales  de  la  materia :  peso,  afinidad,  cohe- 
sión. Tres  los' principios  fundamentales  en  mecánica:  inercia,  movimiento 
continuo,  equilibrio.  Tres  las  especies  de  movimiento :  constante,  acele- 
rado, retardado.  Tres  los  elementos  de  la  geometría,  correspondientes  a 
las  tres  dimensiones  del  espacio:  la  línea,  la  superficie,  el  volumen.  Tres 
las  especies  de  números  en  aritmética :  números  enteros,  fraccionarios  y 
fracciones.  Tres  los  colores  fundamentales  de  la  luz:  el  rojo  (calórico), 
el  azul  (electroquímico),  el  amarillo  (luminoso).  Tres  las  notas  del  acor- 
de perfecto.   Tres  los  puntos  de  apoyo  del  equilibrio  estable,  etc.,  etc. 

Además,  este  número  creador  por  excelencia  me  parece  encontrar  no 
solamente  su  justificación  en  la  forma  exterior  del  poema,  sino  corres- 
ponder también  al  plan  físico,  al  plan  intelectual  y  al  plan  de  la  intuición, 
por  la  expresión  de  la  vida  total,  que  es  a  la  vez  sensual,  sentimental  y 
mental  (los  sentidos,  el  corazón  y  el  espíritu),  por  medio  de  las  palabras, 
de  los  sonidos  y  de  las  ideas  imágenes. 

Esto  fué  primeramente  para  mí  im  problema  casi  exclusivamente 
formal.  Una  vez  en  posesión  de  la  cifra  plástica  que  rige  el  universo,  por 
necesidad  de  simplificación  y  sin  caer  por  esto  en  el  ideograma,  concebí 
el  poema  con  su  arquitectura  triple~,j  una,  dispuesta  según  las  leyes  geo- 
métricas eternas  yv  permitiendo  una  significación  extensa  con  un  mnimo 
de  elementos. 

La  organización  gráfica  que  concentré  primero  muy  particular- 
mente sobre  el  plano  central  (Signos  Dobles,  Bnnoia)  se  extiende  hoy 
sobre  los  otros  planos  (Bl  hombre  cosmogónico),  preocupándome  cada  vez 
m.ás  de  las  relaciones  que  entre  sí  mantienen  las  formas  interiores  del  jjoe- 
ma,  sin  perjudicar  a  su  perfecta  legibilidad. 

Así  mi  creación  se  organiza  según  una  estructura  interna,  del  mismo 
orden  que  la  que  preside  a  la  organización  de  las  formas  naturales.  El 
nuevo  equilibrio  del  poema  se  realiza  según  una  simetría  hecha  de  la  co- 
operación de  elementos  cualitativos  y  cuantitativos. 

Los  elementos  cualitativos  son  tres ;  y  participan  de  los  tres  planos  del 
poema : 

i.°  —  Los  valores  psíquicos  o  de  inspiración. 

2°  —  Los  elementos  rítmicos. 

3.°  —  Los  elementos  de  expresión,  de  evocación  y  cíe  sugestión. 


LAS  REVISTAS  lí59 

Igtialmente  tres  elementos  cuantitativos  concurren  a  su  organización 
•material : 

l.°  —  La  simetría  formal  por  equilibrio  de  los  planos  (con  el  esote- 
rismo  que  esto  comporta). 

2."  —  El  agrupamiento  y  elección  de  las  palabras  por  analogías  (so- 
nidos, timbres,  colores). 

3.°  —  Los  números, 

A  mi  juicio,  las  nuevas  palabras  escritas  se  dirigen  no  solamente  al 
oído  (como  lo  hacían  los  simbolistas),  sino  también  a  la  vista.  De  donde 
la  legitimidad  de  los  nuevos  dispositivos  de  escritura,  por  la  realización 
figurativa  de  ideografías  líricas  (Fantasía  de  Asia)  encaminándose,  pue- 
de ser,  hacia  un  poema  puramente  semántico,  aparte  del  ilusionismo  y  la 
pesantez  de  las  palabras. 

Pero  no  nos  anticipemos.  ¡  Quien  puede  prever  el  término  final  de 
la  evolución  de  las  formas  líricas ! 

Sí,  tipográficamente,  el  aspecto  del  poema  de  hoy  es  otro  que  el  de 
ayer,  sus  diferencias  internas  son  aun  más  considerables.  Sin  duda  su 
incomprensibilidad  aparente  puede  sorprender  y  causar  una  ruptura  mo- 
mentánea con  la  inteligencia,  pero  incomprensible  hoy,  no  lo  será  más 
mañana.  Por  esto  un  poco  de  verdad  objetiva  debe  ser  incluida  en  él.  Es 
por  esto  que  si  las  formas  poéticas  cambian  materialmente,  ellas  no  deben 
transgredir  las  leyes  eternas  del  número,  ni  las  de  selección  que  eliminan 
los  aportes  inútilmente  complejos.  El  poema  sinóptico  sobre  tres  planos 
es  para  mí  en  su  simplicidad  sintética,  una  ordenación  y  clasificación  rá- 
pida, que  de  tal  modo  evita  un  lento  desarrollo  unilateral  y  fastidioso. 

Los  medios  de  expresión  de  los  técnicos  de  ayer  han  perdido  toda 
acción  sobre  mí.  I,as  palabras  mismas,  presentadas  en  el  antiguo  orden 
sintáxico  han  cesado  de  ser  "seres  vivientes".  Para  ser  generadoras  de 
emociones  deben  tomar  una  nueva  figura.  Lo  subconciente  tiene,  un  valor 
indiscutible  en  toda  creación  artística.  Pero  a  un  lado,  y  puede  ser  por 
encima,  hay  la  inteligencia  que  organiza  y  elige.  Sin  ella  abandonamos  el 
dominio  del  arte  por  el  reino  de  los  topos,  donde  se  confunden  mezclados 
la  tontería  y  el  genio. 

James  Joyce 

'^  uEvo,  completamente  nuevo,  es  el  nombre  literario  de  James  Joyce  que, 
*_  desde  hace  dos  o  tres  años,  se  ha  impuesto  con  extraordinaria  noto- 
riedad entre  la  gente  de  letras  de  su  generación.  Ningún  crítico,  salvo 
Valéry  Larbaud  que  le  ha  consagrado  un  estudio  que  La  NouveUe  Revue 
Frangaise  (abril),  publica,  se  ha  ocupado  de  su  obra,  y  apenas  si  la  parte 
más  culta  del  público  inglés  y  del  norteamericano  comienza  a  conocerlo. 
Algunos  le  consideran  el  más  grande  de  los  actuales  escritores  ingleses,  el 
igual  de  Swift,  de  Sterne  y  de  Fielding.  Los  que  han  leído  su  Retrato 
del  Artista  en  su  Juventud  y  los  fragmentos  del  Ulises  publicados  en  una 
revista  de  Nueva  York  en  1919  y  1920  preveen  que  la  nombradla  y  la  in- 
fluencia de  James  Joyce  serán  muy  grandes. 

Nacido  en  1882  en  Dublin,  de  vieja  familia  católica,  se  educó  con  los 
jesuítas  y  cursó  sus  estudios  superiores  en  París,  desde  donde  se  trasladó 
a  Zurich,  Trieste,  Roma.  En  Italia  vivió  durante  catorce  años  y  formó 
su  familia. 

Su  primera  obra  es  ima  colección  de  36  pequeños  poemas,  titulada 
Mitsica  de  Cámara.  Aunque  a  primera  vista  parecieran  simples  poemas 
de  amor,  los  críticos  advirtieron  que  ellos  seguían  o  más  bien  renovaban 
una  gran  tradición :  la  de  la  canción  isabelina.  Joyce  no  la  imitó  grosera- 
mente, sino  que,  obedeciendo  a  las  mismas  leyes  prosódicas-  que  Dowland 


140  NOSOTROS 

y  Campion,  sus  más  grandes  cultores  autiguos,  cantó  bajo  el  nombre  de 
amor,  la  alegría  de  vivir,  la  salud,  la  gracia  y  la  belleza,  pero  siendo  mo- 
derno en  la  expresión  como  en  el  sentimiento.  El  éxito  que  obtuvo  fué 
muy  grande,  y  bastó  esta  plaqucttc  para  colocar  a  Joyce  entre  los  mejo- 
res poetas  irlandeses  de  la  generación  de   1900. 

Interesado  en  describir  caracteres  humanos,  púsose  a  escribir  unos 
cuentos  que  en  número  de  quince  aparecieron  en  1914  con  el  título  Gentes 
de  Dublm.  Su  mundo  es  el  mismo  que  el  del  Retrato  del  Artista  y  del  de 
Ulises.  Es  Dublin  y  los  hombres  y  las  mujeres  de  Dublín.  Sus  figuras 
se  destacan  con  gran  relieve  sobre  el  fondo  de  las  calles,  de  las  plazas,  del 
puerto  y  de  la  bahía  de  Dublín. 

Dos  años  después  ptlblicó  en  Nueva  York  el  Retrato  del  Artista  en 
Sjt  Juventud.  En  este  libro,  que  tiene  forma  de  novela,  Joycc  se  ha  pro- 
puesto reconstruir  la  infancia  y  la  adolescencia  de  un  artista  en  un  medio 
y  circunstancias  determinados.  Al  mismo  tiempo,  según  el  título  lo 
indica,  es,  en  cierto  modo,  la  historia  de  la  juventud  del  artista  en  gene- 
ral, es  decir,  de  todo  hombre  dotado  de  temperamento  de  artista. 

El  héroe  —  el  artista  —  se  llama  Stephen  Dedalus,  lo  que  fuerza 
a  considerar  una  de  las  dificultades  de  la  obra  de  Joyce:  su  simbolismo, 
que  volveremos  a  encontrar  en  Ulises  y  qtte  será  la  trama  misma  de  ese 
libro  extraordinario. 

Aunque  el  nombre  de  Stephen  Dedalus  sea  simbólico,  su  juventud  es 
la  de  James  Joyce,  aunque  permanezca  apartado  de  los  intereses  y  apetitos 
que  llevan  a  la  acción  vulgar  y  solo  se  preocupe  por  conocer,  por  com- 
prender y  ptir  expresar. 

Grande  fué  el  éxito  de  este  libro,  que,  desde  su  publicación,  hizo  co- 
nocer el  nombre  de  Joyce  entre  los  escritores.  Fué  el  suyo  un  éxito  de 
escándalo.  Los  críticos,  especialmente  los  ingleses  y  protestantes,  que- 
daron fastidiados  por  la  franqueza  y  falta  de  respeto  humano  que  mos- 
traban esas  "confesiones".  Alguno  ha  dicho  que  es  un  libro  "extraordina- 
riamente n'al  educado".  "Es  seguro  —  dice  Valéry  Larbaud  —  que  otro 
hubiera  sido  el  tono  de  la  prensa  en  un  país  católico.  En  Francia  se  han 
publicado  en  estos  últimos  diez  años  varias  novelas  en  las  que  un  colegial 
se  debate  entre  sus  creenciaá  o  sus  costumbres  religiosas  y  las  exigencias 
de  sus  sentidos  que  le  fuerzan  a  hacer  furtivas  visitas  a  casas  libertinas. 
De  hecho,  el  mejor  artículo  de  crítica  consagrado  al  Retrato  del  Artista 
ha  sido  el  de  la  "Dublín  Review",  una  de  las  grandes  revistas  del  m.undo 
católico,  dirigida  o  por   lo  menos  inspirada  por  curas". 

Para  la  lectura  del  Ulises  se  necesita  ser  dueño  de  considerable  cul- 
tura clásica.  Quien  no  la  poseyera  lo  abandonará  apenas  abierto.  A  pesar 
de  su  título,  ninguno  de  sus  personajes  se  llama  Ulises,  nombre  que  —  por 
lo  demás  —  solo  se  le  lee  cuatro  veces.  Cuesta  un  poco  enterarse  del  asun- 
to. Sabe,  por  incidencia,  que  la  acción  se  desarrolla  en  Dublín,  reconoce 
al  héroe  del  Retrato  del  Artista,  Stephen  Dedalus,  regresado  de  París  y 
frecuentador  de  ambientes  intelectuales  de  la  capital  irlandesa.  Luego, 
el  lector  conocerá  a  Leopold  Bloom  a  quien  va  a  seguir  paso  a  paso  du- 
rante todo  un  día  y  parte  de  la  noche,  ^es  decir,  durante  los  quince  capí- 
tulos que,  con  los  tres  primeros,  constituyen  todo  el  libro  de  800  páginas. 
Así,  este  enorme  libro  cuenta  un  solo  día  o,  para  ser  más  exacto,  comienza 
a  ¡as  ocho  de  la  mañana  y  termina  a  la  madrugada  siguiente,  a  las  tres. 

Esos  dos  personajes,  Dedalus  y  Bloom,  sirven  de  vehículo  al  autor 
para  presentar  toda  clase  de  ambientes,  para  hacer  hablar  a  tipos  repre- 
sentativos. Las  conversaciones  no  son  típicas,  solamente,  de  determina- 
dos individuos :  algunas  son  verdaderos  ensayos  filosóficos,  teológicos,  de 
crítica  literaria,  de  sátira  política,  de  historia.  También  se  exponen  v 
discuten   teorías  científicas. 

Joyce  ha  querido  en  su    Ulises  representar  el  hombre  moral,   intelec- 


LAS   Rr, VISTAS  IH 

tual  y  fisiológico  en  su  integridad,  y  a  causa  de  ello,  se  ha  visto  forzado 
a  tratar  del  instinto  sexual  y  de  sus  diversas  manifestaciones  y  perver- 
siones. Como  los  grandes  casuistas,  trata  libremente  este  asunto,  y  lo 
trata  en  inglés  como  aquellos  lo  hicieron  en  latín,  sin  cuidarse  para  nada 
de  los  escrúpulos  de  los  laicos.  Su  intención  no  es  ni  picaresca,  ni  sensual ; 
describe  y  representa,  simplemente;  y,  en  su  libro,  las  manifestaciones  del 
instinto  sexual  no  preocupan  ni  más  ni  menos  que  la  piedad,  por  ejem- 
plo, o  la  curiosidad  científica.  Es  en  los  m.onólogos  interiores  de  los 
personajes,  y  no  en  sus  conversaciones,  donde  aparecen  el  instinto  sexual 
y  la  imaginación  erótica,  por  ejemplo,  en  el  gran  monólogo  interior  de 
Penélope,  la  mujer  de  Bloom,  que  también  es  símbolo  de  Gé,  la  tierra. 
En  ese  trozo,  que  no  es  de  los  que  más  pasajes  obscenos  contiene,  abun- 
dan las  expresiones  más  crudas.  El  idiom.a  inglés  es  muy  rico  en  pala- 
bras obscenas,  y  el  autor  de  Ulises  anduvo  mucho  y  audazmente  en  ese 
vocabulario. 

Estos  pasajes  provocaron,  en  los  Estados  Unidos,  la  intervención  de 
la  Sociedad  para  la  Supresión  del  Vicio.  Sin  embargo,  el  libro  de  Joyce 
no  es  licencioso,  sino  obsceno. 

Aun  tardará  bastante,  sin  duda  alguna,  en  llegar  al  público  la  obra 
de  Joyce,  cuyo  Ulises  acaba  de  editarse  en  volumen,  y  en  limitada  edición, 
a  principios  de  febrero  último. 

Poetas  judíos  nacidos  en  la  guerra 

T  A  literatura  judía  —  dice  L.  Blumenfeld  en  un  artículo  aparecido  en 
*-'  Ciarte  (i.°  de  abril)  atraviesa  un  período  de  actividad  importantísi- 
ma, cuyas  principales  tendencias  es  difícil  resumir  en  un  artículo  de  re- 
vista. 

"Contrariamente  a  lo  que  acontece  a  las  demás  literaturas,  la  de  len- 
gua yidisch  sufre  la  ley  de  descentralización  que  le  impone  el  destino  del 
pueblo  de  Israel...". 

El  articulista  no  quiere  sino  tratar  brevemente  de  los  poetas  yidisch 
de  Ukrania,  revelados  durante  la  gran  guerra. 

"En  1919,  revelóse  el  poeta  Hopstein,  originario  de  una  colonia  ukra- 
niana.  El  joven  huérfano  tan  poco  se  diferenció  de  sus  compañeros  no 
judíos,  que  pudo  pasar  por  cristiano  y  beneficiarse  de  este  modo,  bajo  el 
régimen   zarista,  de   la  instrucción  escolar   superior. 

Hopstein  quedó  así  fundido  en  la  masa  ucraniana,  considerado  como  au- 
tóctono y  viviendo  la  vida  de  todos,  lejos  de  toda  cultura  judía  y  aun  de 
la  más  mínima  influencia  yidisch.  La  guerra  de  1914  le  sorprendió  en  la 
Universidad.  Había  escrito  ya  unos  versos  rusos,  pero  llevado  bajo  ban- 
dera, el  joven  poeta  fué  puesto  por  azar  entre  judíos,  de  quienes  conoció 
la  literatura  yidisch. 

Tuvo  de  inmediato  el  deseo  de  conocer  el  idioma  de  sus  padres,  y  así 
aprendió  el  yidisch.  Dos  años  después,  Hopstein  llegó  a  componer  esti- 
mables poemas  en  ese  idioma.  Actualmente  sus  versos  son  de  forma  per- 
fecta, armoniosos  y  fáciles,  de  ritmo  pleno  y  exquisita  suavidad.  Aunque 
es  socialista  convencido  y  reflexivo,  Hopstein  no  canta  a  su  ideal.  En  sus 
versos,  Hopstein  dice  su  voluntad  de  acción,  de  trabajo.  Desea  trabajar 
incesantemente,  hasta  quedar  rendido.  Quiere  contar  cada  día  los  tesoros 
de  su  esfuerzo  acumulado.  Sueña  con  tiempos  y  lugares  armoniosos,  de 
calma. serena,  de  piadoso  recogimiento.  Desconfía  de  la  turba  efervescen- 
te y  caótica ;  teme  las  multitudes,  pues  podría  perder  sus  tesoros  líricos. 

Algo  hay  en  él  del  misticismo  ardiente  y  patético  de  Alejandro  Blok, 
sentimiento  que,  da  a  sus  poemas  un  valor  universal,  panhumano. 

Otro  poeta  yidisch  surgido  de  la  guerra,  es  Leib  Cvitko.  No  es  calmo 
como  Hopstein,  sino  agresivo  y  áspero. 


143  NOSOTROS 

Cvitko  tuvo  que  ganarse  la  vida  desde  la  edad  de  ocho  años,  aprendió 
a  pintar  carteles  j'  a  confeccionar  calzado.  Crecido  ya,  supo  que  descen- 
día de  célebres  rabinos,  y  así  orientóse  hacia  las  letras. 

Espíritu  inquieto  e  investigador,  Cvitko  sufre  de  que,  según  la  pala- 
bra de  Schopenhauer,  "bajo  las  ropas  estamos  desmidas".  Empéñase  en 
cortiprender  al  mundo,  pero  se  queja  de  hallar  lodo  en  su  camino...  En 
uno  de  sus  poemas.  Los  Rubios,  el  poeta  procura  conciliar  el  europeo  con 
el  judío,  pero  renuncia  a  la  idea  de  que  estemos  aun  muy  lejos  de  mere- 
cer la  paz  universal  de  los  espíritus  y  de  los  corazones. 

Moisés  Cartoun  es  natural  de  Petjara,  en  Ukrania,  y  acaba  de  reve- 
larse gran  poeta  popular. 

Las  privaciones  de  los  años  de  la  guerra,  y,  sobre  todo  los  crímenes 
atroces  perpetrados  por  los  invasores  civiles  en  los  barrios  judíos,  hicie- 
ron de  este  miserable  el  poeta  trágico  de  Ucrania. 

Ha  descripto  los  sufrimientos  judíos  bajo  las  botas  de  los  aventure- 
ros ;  ha  grabado  el  martirologio  de  Israel  con  una  potencia  de  ex- 
presión tal,  y  en  un  idioma  tan  admirable  simple  y  sobrio,  que  sorprenden 
extraordinariamente  al  lector. 

Además  de  la  epopeya  lamentable  de  los  judíos  perseguidos,  ha  escrito 
una  serie  de  composiciones  llenas  de  mágica  gracia.  Cartoun  versifica 
como  respira,  con  toda  naturalidad.  Su  poema  es  a  veces  un  canto  erótico, 
pero  sano,  vigoroso,  —  a  veces  un  paisaje  ukraniano  en  que  la  naturaleza 
parece  arreglarse  para  alegrar  el  corazón  humano. 

En  sus  33  años  de  edad,  Cartoun  ha  creado  una  obra  —  ¡y  en  qué 
circunstancias !  —  de  primer  orden.  Le  ha  bastado  poseer  el  don  maravi- 
lloso que  no  se  adquiere,  de  ver  ante  sí,  de  escuchar  el  idioma  del  pueblo. 
Siéntese  ante  él  un  alma  desbordante  de  lirismo  puro,  un  corazón  generoso 
abierto  a  todas  las  sensaciones,  y  un  hondo  sentimiento  de  la  naturaleza. 

He  aquí  una  composición  de  Cartoun : 

A     LAS     MUCHACHAS    JUDÍAS 

Hermana  querida,  hermana  matirizada,  —  a  tus  pies  me  arrojo,  como 
ante  dios.  —  ¿Dónde  estáa  tus  grandes  ojos  negros?  —  ¿Dónde  tu  mirada 
pura  y  luminosa? 

¿Dórde  están  los  rostros  encantadores,  —  que  tan  tiernamente  mecen 
al  corazón?  —  Ellos  tejían  el  sueño,  despertando  sentimientos  dulces,  — 
y  creaban  una  melodiosa  languidez ...  —  ¿  Dónde  están  ?  ¿  Dónde  están, . . . 
¡  Oh,  ángel  de  dolor !  —  Tu  rostro  marchito  inclínase  hacia  el  suelo,  — 
sufres  en  tu  ser  ultrajado  —  Y  tus  ojos...   ¡No  tienes  más  ojos! 

Tu  cuerpo  violado,  tu  alma  calcinada,  —  el  sueño  de  la  doncella  pro- 
fanado  bajamente 

.  Pueblo  mío,  qué  quedan  sino  piedras  —  de  tu  tesoro  mara- 
villoso? 

Sombr-'s  s-H+arias,  piedras  semimuertas,  —  rodadas  al  azar,  sin  tre- 
gua, —  nrv-tVos  si  os  encontráis  con  esas  piedras-sombras,  —  arrojaos 
por  tierra,  en  señal  de  duelo. 

Nn  ierñ'h  al  cielo  vuestros  brazos  suplicantes,  —  y  no  pidáis  ya 
a  Dios  la  libertad.  —  Jamás  el  cielo  cicatrizará  vuestras  heridas  —  e 
impotente  es  la  venganza  —  cuando  tantos  son  los  dolores ...  —  Perma- 
neced mudos  como  lápidas. 


NOTAS  Y  COMENTARIOS 


Francisco  Chelía 

VEINTICINCO  años  de  dedicación  a  la  enseñanza  acaba  de  cum- 
plir nuestro  amigo  Francisco  Chelía. 

De  todos  es  conocido  el  establecimiento  ejemplar  que  Chelía 
dirige  con  gran  cariño  y  competencia .  El  Colegio  Internacional, 
de  Olivos,  instalado  en  uno  de  los  más  bellos  sitios  cercanos  a 
Buenos  Aires,  ha  logrado  por  el  esfuerzo  de  nuestro  amigo  desta- 
carse entre  nuestras  casas  de  enseñanza.  Colegio  de  puertas 
abiertas,  entre  amplios  jardines,  llenos  de  sol,  de  luz,  de  alegría, 
es  el  de  Chelía.  Muchos  de  nuestros  hombres  de  letras  han  ense- 
ñado en  sus  aulas,  y  todos  han  admirado  el  extraordinario  tacto 
del  director  que  sabe  imponerse  por  su  bondad,  por  la  amistad 
que  ofrece  a  sus  discípulos. 

Chelía  es  el  perfecto  educador  moderno,  tan  distinto  de  los 
antiguos  maestros.  Por  eso  ha  conquistado  tantas  simpatías,  tan- 
tas adhesiones  a  la  bella  y  noble  obra  que  realiza. 


Un  gran  intérprete  de   Chopin 

LA  empresa  Ouesada-Grassi,    ha  iniciado  este  año  su  tempo- 
rada de  conciertos  presentándonos  a  un  gtan  pianista  ruso: 
Alejandro  Brailowsky. 

Casi  sin  reclame,  dio  su  primer  concierto  en  el  Teatro  Odeón 
ante  un  reducido  público;  pero  éste,  desde  los  primeros  compa- 
ses de  la  Sonata  de  Litzs,  dedicada  a  Schumann,  se  dio  cuenta 
de  que  Brailowsky  era  uno  de  los  más  completos  pianistas  que 
nos  han  visitado  y  lo  demostró  escuchando   religiosamente  esa. 


144  NOSOTROS 

larga  y  pesada  sonata  que,  sin  embargo,  se  oía  esta  vez  con  un 
raro  placer. 

Desde  ese  instante  el  público  le  perteneció.  Brailowsky 
lleva  ya  dados  ocho  conciertos,  con  un  éxito  cada  día  mayor.  Esta 
vez  siquiera,  las  alumnas  de  Conservatorios  han  comprendido 
cuanto  pueden  aprender  escuchando  a  los  grandes  concertistas. 
Menos  mal. 

Piezas  clásicas  y  piezas  modernas,  hizo  gustar  igualmente 
Brailowsky  en  sus  ocho  nutridos  programas ;  pero  en  lo  que  se 
ha  revelado  insuperable,  casi  diríamos  perfecto,  es  en  sus  inter- 
pretaciones de  Chopin.  Las  Baladas,  los  Estudios,  los  Preludios, 
las  Polonesas,  los  Nocturnos,  las  Mazurcas,  los  Valses,  en  fin, 
todo  Chopin,  adquiere  en  sus  manos  sones  desconocidos.  Se 
compenetra  de  tal  modo  con  esa  música,  que  dudamos  que  el 
mismo  Chopin  pueda  haberla  sentido  más.  Buenos  Aires  ha 
oído  a  muchos  grandes  pianistas  y  entre  ellos  a  dos  inolvidables 
intérpretes  de  Chopin:  Paderewski  y'Miecio  Horszowski.  Brai- 
lowsky ha  tenido  el  divino  poder  de  hacernos  olvidar  a  aquellos. 

Si  estas  breves  líneas  admirativas  contribuyeran  a  aumentar 
en  algo  los  oyentes  de  este  gran  artista,  nos  daríamos  por  com- 
placidos. 

Nosotros. 


Año  XVI  Junio  de  1922  Núm.  157 


NOSOTROS 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE 


UNO  de  los  hombres  que  han  hablado  de  teatro  con  más  pro- 
fundidad de  acierto,  más  conocimiento  de  causa  y  podría 
añadir  que  con  mayor  comprobación  de  efectos  ha  sido  Henri 
Bataille.  Hoy  que  la  guadaña  de  la  implacable  sació  en  él  sus 
apetitos,  sus  palabras  tienen  ya,  sobre  el  valor  real  de  su  buen 
tono,  el  temblor  prof ético  y  sagrado  de  las  cosas  eternas .  El  verbo 
ha  recibido  un  bautismo  de  luz  y  como  bate  sobre  él  sus  alas  la 
Paloma  del  Espíritu,  el  verbo  tiene  ya  palpitación  de  Credo. 

Decía,  pues,  Henri  Bataille  que  en  el  teatro  sólo  hay  dos 
personajes:  el  Hombre  y  la  Fatalidad.  No  nombró  a  la  mujer. 
Cualquier  espíritu  medianamente  sutil  comprenderá,  sin  embar- 
go, que  la  mujer  quedaba  implícitamente  inclusa  en  el  genial  y 
conciso  reparto.  Ahora  bien;  ¿en  qué  clasificación  se  la  incluía? 
¿  Quedaba  adscrita  en  la  acepción  de  generalidad  del  término 
hombre — ampliada  hasta  la  significación  de  humanidad  —  o  por 
el  contrario  en  aquel  otro  que  abarca,  terrible  y  tenebroso  todas 
las- modalidades  de  la  Fatalidad?  De  cualquier  manera,  la  mujer, 
fatalidad  contra  el  hombre,  o  compañera  del  hombre  contra  y  bajo 
«1  peso  de  la  fatalidad,  humanidad  o  designio,  juguete  o  causa, 
estaba,  como  veis,  implícitamente  comprendida  en  la  clasificación 
de  Bataille.  Y  la  gracia  con  que  él  supo  escamotearla  es,  preci- 
samente el  golpe  teatral  con  que  al  autor  dramático  le  plugo  sazo- 
nar la  frase  del  pensador.  Y  aun  podríamos  decir  que  es  un  efec- 
to escénico  que  tiene  todos  los  recursos  de  buena  ley.  Por  eso 
el  pensador  no  supo  fruncirle  el  ceño  y  lo  prohijó  sin  escrúpulos, 


146  NOSOTROS 

con  lo  que  Bataille  vino  a  ser  una  coquetería  de  sí  mismo.  Por- 
que sin  temor  a  errar  puede  decirse  que  la  frase  es  toda  una  teo- 
ría, toda  una  definición  del  teatro.  Y  que  en  ese  inquietante  mis- 
terio del  tercer  término,  en  esa  duplicidad  de  asignaciones  con 
que  la  mujer,  levadura  y  fermento  de  las  pasiones  del  mundo,  in- 
terviene en  él,  enraiza  su  potencialidad,  su  dinamismo  y,  en  defi- 
nitiva, su  positivo  valor.  De  cierta  manera,  y  sin  que  pueda  en- 
tenderse nunca  que  pretendemos  rebajar  la  categoría  hasta  la  en- 
tendedera  vulgaridad  de  las  anécdotas,  podríamos  decir,  hablando 
de  teatro,  lo  que  los  hombres,  hablando  del  mundo,  han  tenido 
miedo  secular  de  confesarse  a  sí  mismo:  la  mujer  es  la  ley. 

Ahora  bien,  y  sin  perder  nunca  de  vista  la  frase  de  Bataille 
que  nos  ha  servido  de  punto  de  partida:  la  mujer  queda  conside- 
rada como  fatalidad  que  preside  o  como  pedazo  de  humanidad 
que  sufre,  que  triunfa  o  que  sucumbe  en  el  combate  contra  aque- 
llas otras  fuerzas  que  la  hostilizan  desde  el  fondo  impenetrable  y 
eterno  de  lo  inasequible. 

De  cualquier  modo  es  un  acierto  y  puede  servirnos  como 
programa  y  como  índice  la  frase  de  Bataille:  "En  el  teatro  sólo 
hay  dos  personajes:  el  hombre  y  la  fatalidad". 

En  el  arte  dramático  la  fatalidad  viene  a  ser,  sobre  todo  desde 
un  punto  de  vista  escénico,  lo  que  en  filosofía  se  llama  orden  ló- 
gico de  las  cosas;  es  decir,  una  concatenación  de  causas  para  toda 
clase  de  efectos  sin  dejar  ni  un  hecho  aislado  ni  tan  sólo  perdido 
en  la  vaguedad  de  lo  arbitrario.  Quieren,  sin  embargo,  algunos 
filósofos  considerar  estos  hechos  cuyas  causas  no  han  sido  bien 
determinadas  como  hijos  del  azar  y  a  ello  oponen  los  demás  que 
ese  asar  se  llama  precisamente  limitación  de  la  capacidad  del  en- 
tendimiento, incapacidad  humana  para  llegar,  en  aquel  caso  con- 
creto hasta  la  aprehensión  cabal  y  perfecta  de  las  causas  origina- 
les y  primarias. 

El  ejemplo  de  Galileo  es  expresivo.  A  veces  la  penetración, 
en  desasimiento  y  lejanía  de  todas  las  normalidades  acostumbra- 
das, es  bautizada  con  el  nombre  de  intuición,  palabra  alada  y  mis- 
teriosa en  que  un  águila  joven,  con  ansias  de  infinito,  parece  batir 
las  alas  gozosas ... 

Humanidad,  fatalidad,  azar,  intuición,  penetración ...  He 
aquí,  enunciados  y  revueltos,  todos  los  términos  del  teorema  del 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  147 

arte  teatral  en  el  que  ha  llegado  a  magistral  excelencia  don  Jacin- 
to Benavente. 

Encarado,  en  el  vasto  panorama  circular,  con  los  dos  uni- 
versales y  eternos  personajes,  el  ilustre  dramaturgo  español  ha 
producido  una  labor  que,  sin  perder  jamás  la  armoniosa  unidad 
de  su  belleza  y  de  su  acierto,  es  de  una  riquísima  variedad. 

Yo  no  sabría  cómo  clasificarla.  Bien  es  verdad  que  he  sido 
siempre  dentro  de  mi  natural  timidez  —  me  considero  el  más 
audaz  de  los  tímidos  y  el  más  tímido  de  los  audaces  - —  un  poco 
rebelde  a  las  clasificaciones  y  a  las  normas  inmutables.  No  sé 
bien  qué  cosa  sea  esa  de  los  géneros  teatrales  ni  la  necesidad  de 
que  el  nudo,  desarrollo  y  desenlace  —  creo  que  se  dice  así  —  sigan 
una  ley  determinada.  Ni  siquiera  me  parece  demasiado  exacta 
la  frase  de  Buffon:  "el  estilo  es  el  hombre",  salvo  en  el  caso,  ex- 
cepcional y  magnífico  de  la  escritora  Jorge  Sand. 

Yo  no  sabría,  pues,  clasificar  con  acierto  la  obra  total  de 
nuestro  gran  autor  dramático.  Me  consuela  pensar  que  a  cual- 
quier otro  más  capacitado,  con  mayores  hábitos  de  orden  que  yo, 
le  pasaría  lo  mismo. 

Me  imagino  la  escena.  Nuestro  estudioso  entra  en  su  estu- 
dio. Quiero  dar  a  la  frase  todos  sus  sentidos.  Uno  de  ellos,  na- 
turalmente, es  material.  Nuestro  estudioso  es  un  crítico  erudito 
y  entra,  a  menudos  pasos,  en  su  estudio.  Muchas  revistas,  un  dic- 
cionario enciclopédico,  —  que  representa  en  la  cultura  lo  que  los 
motores  en  la  locomoción:  avance  en  la  velocidad,  retroceso  en  la 
gracia  —  y  algunos  libros.  Muebles  a  la  americana.  Un  clasifi- 
cador. ¡No  faltaba  más!  Hay  una  discreta  claridad  en  el  cuarto. 
Es  de  noche.  La  lámpara  abrigada  y  cálida  es  una  pupila  abierta 
sobre  el  dolor  del  mundo.  Afuera  en  la  infinita  lejanía  celeste, 
las  estrellas  curiosas  van  contando  las  luces  de  la  ciudad.  Como 
acaban  pronto,  empiezan  de  nuevo  y  como  en  la  ciudad  se  han 
encendido  y  apagado  tantas  veces,  cada  vez  cuentan  las  estrellas 
un  número  distinto.  Finalmente,  acaban  por  marearse  con  el  dul- 
ce juego,  y  entornan  las  pupilas,  muertas  de  sueño  a  punto  que  el 
sol,  que  las  estorba  espiando,  rompe  a  reír,  jocundo  y  feliz... 
Lo  mismo  le  sucede  a  nuestro  crítico .  Ha  empezado  bien  su  labor. 
Veamos.  Letra  B.  Benavente  (Jacinto).  Dramaturgo  español, 
etc.,  etc.  Esta  primera  ficha,  no  tiene  dificultad.   Las  siguientes 


148  NOSOTROS 

tampoco.  ¿La  Malquerida?  Letra  D.  Drama.  Letra  R,  rural,  etc., 
etc..  Pero  ¡ay!  existen  obras  que  no  caben  en  el  fichero.  El 
crítico  da  vueltas  al  magín,  da  vueltas  a  la  obra,  da  vueltas  al  abe- 
cedario. ¡Y  no  hay  modo!  ¡No  encajan!  Cada  noche  quedan  sin 
clasificar  un  montón  de  obras,  siempre  las  mismas.  Y  lo  peor 
del  caso  es  que  a  fuerza  de  torturas  y  disquisiciones,  el  crítico 
cambia  a  cada  hora  la  clasificación  de  las  que  ya  tenía  fichadas. 
Y  las  letras  y  las  clasificaciones  le  bailan  una  horrible  zarabanda 
en  la  cabeza.  Y  la  C  parece  apretarle  como  dos  garfios  en  el 
cuello,  y  la  D  bincha  el  abdomen  en  una  risa  exasperante  y  la  V 
de  los  simbolismos  se  alarga  y  retuerce  y  a  veces  parece  una 
horca  y  a  veces  una  sierpe . . .  Naturalmente,  como  las  estrellas 
que  se  descontaban  cada  vez,  nuestro  hombre,  acaba  por  marearse, 
pero  huérfano  de  aquella  serenidad  de  las  azules  esferas  side- 
rales, se  exaspera  e  irrita  y  arremete  contra  el  autor  rebelde,  con- 
tra las  obras  resbaladizas  que  se  le  escurren  de  las  manos ...  Y  no 
hay  un  alma  buena  que,  apiadada  de  su  desespero,  le  aconseje: 
j  Vea,  amigo ;  véndase  el  fichero  ! 

Por  no  haberse  vendido  a  tiempo  los  ficheros  los  críticos  de 
España  —  los  tenían  entonces  nuevecitos  —  y  por  la  propaganda 
interna  a  favor  de  los  "bureaux"  norteamericanos  (con  nombres 
franceses,  naturalmente,  no  hay  que  olvidar  esto,  tratándose  del 
teatro)  se  explica  la  insolencia  y  hostilidad  con  que  tropezó  en 
sus  comienzos  la  obra  de  Benavente. 

Irrumpió  libre  y  sola,  independiente  y  arisca,  a  despecho  de 
sus  sonrisas  —  a  la  manera  que  había  un  indicio  salvaje  en  el 
divino  Rubens  a  despecho  de  sus  manos  de  marqués.  Se  albo- 
rotó el  cotarro.  Una  ráfaga  de  aire  penetró  por  la  ventana  — 
abierta  a  la  calle,  a  la  ciudad,  al  mundo!  y  esparció  alegremente 
—  se  sentía  toda  ella  infautada  por  las  locuras  de  la  lejanía  — 
todas  las  papeletas.  Como  es  natural,  todos  los  fabricantes  de 
ficheros,  todos  los  catalogadores  herméticos  y  mohosos,  todos  los 
guardadores  del  sueño  del  Gran  Durmiente  Inalterable,  mesnada 
de  los  bien  hallados,  carroña  de  la  estupidez,  formaron  cruzada 
y  una  vez  más  sirvieron  a  la  Incomprensión  y  acataron  su  capi- 
tanía. 

Sin  embargo,  a  pesar  de  todo  el  vocerío  hostil,  de  toda  la 
sorpresa  y  su  derivado  escándalo,  la  fórmula  que  el  autor  de  La 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  149 

gata  de  Angora  y  La  comida  de  las  Fieras  aportaba  al  secular  y 
glorioso  tablado  español  se  reducía,  en  síntesis,  a  la  misma  que 
preconizaba  Bataille.  Dos  personajes:  Humanidad  y  Fatalidad. 

Hablando  con  sinceridad  absoluta,  no  puede  decirse  que  la 
literatura  teatral  de  Jacinto  Benavente  surgiese  como  una  oposi- 
ción a  las  viejas  escuelas,  como  un  arma  de  combate  contra  las 
tendencias  entonces  dominantes,  como  una  floración  de  hetero- 
doxias, cuya  levadura  hubiese  fermentado  en  el  silencio  de  las 
largas  cogitaciones  fecundas. 

No.  La  aparición  en  la  escena  española  del  que  después 
había  de  ser  autor  de  La  Noche  del  Sábado,  no  revistió  aqueKos 
signos  y  aquellos  caracteres  de  que  premeditadamente  se  rodea, 
en  el  mundo  del  arte,  el  caudillo  rebelde. 

A  este  propósito,  son  del  todo  reveladoras  unas  palabras 
que  el  propio  autor  de  La  Fuersa  Bruta  escribió  algunos  años 
más  tarde : 

"Más  de  una  vez  he  dicho  que  es  ridículo  hablar  de  romper 
moldes  en  el  Teatro  y  menos  en  el  teatro  español  en  donde  desde 
La  Celestina  a  los  autos  sacramentales,  hay  modelos  para  cuan- 
to en  lo  humano  y  divino  puede  ser  llevado  al  teatro.  No  hay 
que  romper  nada,  ni  siquiera  ensanchar ;  lo  que  sí  es  necesario 
es  no  limitar  el  Teatro  a  un  solo  molde,  así  sea  el  de  última 
moda"... 

No  se  nos  caigan  del  oído  estas  palabras  porque  ellas,  amen 
de  explicarnos  lo  que  aconteció  al  aparecer  en  la  literatura  dramá- 
tica el  nombre  de  Benavente,  es  una  definición  de  toda  la  manera 
del  ilustre  autor,  de  esa  manera  jamás  amanerada,  de  ese  estilo, 
de  ese  modo  suyo  que  abarca  y  domina  todas  las  modas  y  arran- 
cándolas de  la  frialdad  marmórea^e  los  sarcófagos  estéticos  las 
vivífica  y  anima  con  un  hálito  genial  de  creación. 

Sencillamente,  toda  la  novedad  estribaba  en  esto.  Era  por 
tanto,  más  que  superficial  y  de  fórmula,  sustancial  y  de  fondo. 
Lo  que  con  él  se  renovaba  no  era  el  recetario  al  uso  sino  algo 
más  racial  y  enjundioso.  En  los  odres  viejos  entraba  crepi- 
tante e  hirviente,  el  mosto  nuevo.  Y  porque  en  la  quietud  del 
aire  había  sido  hecha  la  señal  sagrada,  iba  a  hacerse,  entre  la 
expectación  religiosa  de  los  elementos,  la  transubstaciación. 

Ello  explica  suficientemente  el  estupor  de  los  viejos  sacer- 


150  NOSOTROS 

dotes  del  Templo.     Pero  sobre  las  ruinas  de  los  altares  palpita- 
ban en  la  luz  los  ecos  de  los  ritos  eternos. 

Sería,  aunque  muy  interesante,  demasiado  largo  examinar 
detenidamente  la  situación  de  la  escena  española,  cuando  empezó 
a  ofrendarle  Benavente  la  maravilla  de  sus  dones. 

"Pero  para  el  modesto  cometido  que  me  he  impuesto,  forzoso 
me  será  referirme  un~poco  al  concepto  teatral  que  había  puesto 
en  boga  la  genialidad  de  un  autor  romántico:  He  querido  nom- 
brar a  Don  José  Echegaray. 

Me  apresuro  a  declarar  que  siento  veneración  y  respeto  por 
su  memoria.  Al  fin  y  al  cabo,  digan  lo  que  quieran  los  que  le 
han  atacado,  casi  siempre  por  lo  que  tiene  de  más  admirable,  el 
autor  de  El  gran  galeota  ha  sido  un  momento  el  teatro  español. 
Aquellos  autores  que  después,  y  hecha  precisa  excepción  de  el 
autor  de  La  Malquerida,  puedan  decir  lo  mismo,  tiren  la  primera 
piedra.  (Apenas  si  algún  crítico  incipiente,  de  esos  de  quienes 
el  mismo  Echegaray  dijera  que  salían  con  arpón  a  la  pesca  de 
sardinas,  se  inclina  a  recoger  un  pedrusco). 

Ya  lo  estáis  viendo.     Ningún  autor  dramático  se  ha  atrevido. 

. . .  En  cierta  ocasión  y  en  lugar  de  cuyo  nombre  es  verdad 
que  no  me  acuerdo  y  aunque  me  acordase  me  acogería,  como  tan- 
tos otros,  al  clásiso  recurso  afásico  que  inmortalizó  Cervantes, 
se  veía  ante  los  Tribunales  un  proceso  escandaloso.  Tal  tono 
de  intensa  procacidad,  de  peligrosas  revelaciones,  fué  aparecien- 
do en  el  incansable  sucederse  de  declaraciones  y  folios  que,  en  la 
mitad  de  la  vista  pública,  el  Presidente  de  la  Sala,  interrumpiendo 
la  sesión  hubo  de  decir  así : 

— Por  la  índole  escabrosa  del  proceso,  suplico  a  las  damas 
decentes  que  tengan  la  bondad  de  retirarse. 

Hubo  un  terrible  momento,  un  divino  minuto  de  vacilación. 
Unas  a  otras  se  miraban  las  damas  sonriendo.  Pudo  más  en  ellas 
la  curiosidad  que  la  natural,  indiscutible  y  abroquelada  inocencia. 
(Y  es  bien  que  así  sucediese,  que  ésta  no  corría  peligro  y  aquélla 
si  es  madrasta  de  todo  pecado  es  también  madre  de  todo  cono- 
cimiento). Quiero,  pues,  decir  que  ninguna  dama  decente  se 
marchó  del  salón.  Con  lo  cual  dieron  a  entender  que  lo  eran 
todas;  pero  el  juez  que  tenía  para  la  sutilidad  de  las  entende- 
deras el  obstáculo  de  las  telarañas  legalistas,  dijo  así : 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  151 

— Ahora,  los  ujieres  echarán  a  todas  las  demás... 

En  este  proceso  de  Echegaray,  retirados  los  críticos  decentes, 
echaremos  a  todos  los  demás  y  en  gracia  a  su  potencialidad 
vigorosa  de  imaginación,  a  su  estro  romántico,  a  la  genialidad 
tumultuosa  de  su  cerebro,  absolveremos  de  todas  sus  culpas  a 
Don  José  Echegaray,  a  quien  un  gran  polígrafo  español,  uniendo 
en  una  sola  frase  el  mayor  elogio  y  la  máxima  censura,  definió 
exactamente  diciendo  que  era  el  genio  sin  talento. 

Por  este  resquicio  penetraremos  para  establecer  las  debidas 
comparaciones,  siempre  a  la  luz  de  la  frase  de  Bataille,  lámpara 
que  hemos  escogido  para  iluminar  la  senda. 

En  el  teatro  de  Echegaray  —  y  escojo  al  autor  de  Bl  Estig- 
ma como,  término  de  comparación  precisamente  honrándole  como 
a  genio  representativo,  —  concedido  el  absurdo  puede  llegarse 
a  la  ficción  de  la  vida.  En  el  teatro  de  Benavente,  concedida 
la  verdad  de  la  vida,  puede  llegarse  hasta  el  absurdo.  En  el  tea- 
tro anterior  a  Benavente,  los  dos  personajes  a  que  se  refiere  Ba- 
taille se  llaman  Muñeco  y  Capricho,  hasta  en  problemas  tan  hu- 
manos y  del  día  como  el  de  El  gran  galeota.  En  el  teatro  de  Be- 
navente se  llaman  Hombre  y  Fatalidad,  hasta  en  ficciones  de 
tinglado  como  Los  intereses  creados,  en  la  que  la  humanidad  es 
tan  una  que  hasta  al  mismo  Polichinela  le  rezuma  por  la  defor- 
midad de  sus  jorobas.  Como  un  niño  demasiado  precoz,  los  auto- 
res tejían  sus  fábulas  con  personajes  de  papel  recortado.  Como 
un  hombre  que  sonríe  porque  está  demasiado  triste,  Benavente 
ba  tejido  sus  fábulas  con  criaturas  de  carne  y  hueso...  Y  si  a 
veces  las  ha  recortado  de  las  bellas  láminas  policromadas  —  La 
copa  encantada,  Mefistofela,  Y  va  de  cuento,  La  Cenicienta  — ■ 
las  ha  movido  como  a  criaturas  humanas.  Con  hilos  de  oro  las 
tenía  atadas  a  sus  muñecas,  podría  decirse  con  adulación.  Más 
exacto  sería  decir  con  arterias  y  venas  sutiles  a  la  vasta  red  que 
emerge  del  corazón  del  mundo. 

El  arte  de  Benavente  resultaba,  pues,  nuevo  por  gracia  de 
un  secreto :  humanidad.     Ese  es  el  crisma  que  le  surge. 

El  procedimiento  vivo  de  este  arte  resultaba  nuevo  por  vir- 
tud de  considerar  a  la  fatalidad,  no  como  un  azar  o  un  capricho, 
sino  como  el  orden  lógico  de  las  cosas. 

Consideremos   brevemente   este  punto. 


152  NOSOTROS 

En  el  teatro  benaventiano,  la  fatalidad  es  un  trágico  con- 
flicto: el  conflicto  entre  la  verdad  de  la  vida  y  la  verdad  del  co- 
razón. 

He  ahí,  a  mi  juicio,  reducido  a  una  fórmula  sintética  todo 
el  teatro  del  prodigioso  autor  de  Señora  Ama. 

No  por  gozar  de  la  ilusión  de  un  acierto  sino  con  deseo  de 
aclarar  la  idea,  quisiera  añadir  que  acaso,  en  el  conjunto  de  la 
obra  de  Benavente,  no  hallaríamos  una  excepción. 

En  toda  ella,  y  en  cualquiera  de  sus  manifestaciones  aisla- 
das, encontraremos  esta  pugna,  este  contraste,  esta  oposición  en- 
tre las  dos  verdades,  como  nervio  y  eje,  culminación  y  centro, 
de  las  pasiones,  de  los  conflictos,  de  las  incidencias  que  consti- 
tuyen la  trama  de  ésta. 

Radica  ahí  acaso,  primariamente,  toda  la  excelencia  del  arte 
maravilloso  de  nuestro  gran  dramaturgo.  Porque,  al  acertar 
con  esta  fórmula  fatal  de  la  verdad  de  la  vida  frente  a  la  verdad 
del  corazón,  ha  acertado  a  condensar,  a  hacer  una  y  palpitadora 
toda  la  inquietud  amarga,  pero  al  fin  y  al  cabo,  gloriosa,  del 
dolor  humano,  de  este  dolor  de  vivir  que  nos  redime  de  haber 
nacido. 

Este  conflicto  trágico,  esta  fatalidad  u  orden  lógico  de  las 
cosas  reviste  en  la  totalidad  de  la  obra  benaventiana,  maravi- 
llosa y  riquísima  variedad  de  expresión  y  de  matizaciones.  En^ 
el  proceso  total  del  dolor  humano,  el  dramaturgo  escoge  cada 
vez  un  momento  distinto  o  una  faceta  diferente;  pero,  siempre, 
como  en  la  vida,  el  orden  lógico  de  las  cosas,  la  fatalidad  radica 
en  la  misma  terrible  realidad  del  trágico  conflicto. 

Podríamos  seguir  paso  a  paso  toda  la  producción  benaven- 
tiana y  en  cada  una  de  las  obras  que  la  constituyen  hallaríamos 
la  presencia,  espiritual  y  magnífica,  de  este  sentimiento.  El  ideal 
es  el  perfecto  acuerdo  entre  las  dos  verdades ;  la  de  nuestra  vida 
y  la  de  nuestro  corazón.  La  lucha  por  este  ideal,  consciente  o 
inconscientemente,  es  el  paso  por  la  vida.  La  pugna,  la  oposi- 
ción, el  fracaso  desesperado,  la  resignación  sumisa,  la  rebeldía  o 
el  éxito  en  que  acaba  esta  lucha,  son  las  variedades  escénicas  con 
que  se  teatraliza. 

Ya  en  este  terreno  artístico  de  la  teatralización,  hay  que 
considerar  un  buen  elemento  que  se  funde  con  los  otros  y  que 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  153 

reviste  los  mismos  caracteres  trágicos :  la  verdad  de  los  demás, 
el  conflicto  de  los  demás,  el  desacuerdo  o  la  conformidad  en  que 
se  hallan  la  verdad  de  su  vida  y  la  verdad  de  su  corazón  y  el 
acuerdo  o  desaveniencia  de  las  verdades  de  unas  y  otras. 

¿Imagináis  el  vasto  panorama?  Mar  tumultuoso  y  fiero, 
mar  verde,  mar  bravo,  es  el  mundo  que  se  divisa.  Y  así  como 
cabe  todo  el  eterno  rumor  de  la  mar  salada  en  la  concha  de 
un  caracol  marino,  así  en  el  acierto  de  una  bella  obra  dramática 
cabe  todo  el  sabor  y  todo  el  dolor  eternos  de  este  mar  del  mun- 
do. Todo  consiste  en  la  manera  de  acercarse  el  caracol  al  oído. 
"Pintar  a  brochazos,  pero  con  tal  arte  que  a  distancia  parezca 
que  se  pintó  una  miniatura,  es  toda  la  dificultad  y  todo  el  arte 
del  teatro",  ha  escrito  Benavente. 

De  cómo  esa  concepción  de  la  fatalidad  que  he  dicho  que  es 
el  nervio  del  arte  teatral  del  autor  de  La  Princesa  Bebé  está  sen- 
tida por  él  con  entera  pureza  y  de  cómo  es  verdad  que  responde 
a  algo  más  hondo  y  trascendente  que  un  mero  y  accidental  crite- 
rio literario,  pueden  dar  idea  estas  otras  palabras  del  maestro, 
que  aunque  no  fueron  escritas  a  este  propósito,  creo  que  pueden 
perfectamente  ser  aplicadas  a  él: 

"No  corramos,  como  Don  Quijote,  las  aventuras  de  nues- 
tros libros.  No  sea  nuestra  vida  el  producto  de  nuestro  arte, 
sino  nuestro  arte  el  producto  de  nuestra  vida". 

Como  veis,  se  encierra  en  estas  frases  todo  un  credo  que 
favorece  mi  exégesis.  Palpita  en  ellas  el  constante  anhelo,  el 
fervor  infinito,  el  deseo  indomeñado  de  penetrar  la  verdad  de  la 
vida  y  ponerla  de  acuerdo  con  la  verdad  del  corazón. 

Si  dispusiéramos  de  mayor  espacio,  de  más  tiempo  o  si  es- 
tuviésemos reunidos  aquí  sesudos  académicos,  engolados  y  gra- 
ves, podría  ahora  ir  haciendo  una  relación  de  obras  de  Benavente 
y  desentrañando,  en  cada  una  de  ellas,  el  sentido  y  la  manera  con 
que  el  conflicto  nace  y  se  desarrolla.  Al  fin  y  al  cabo,  a  mí  po-^ 
dríais  permitírmelo,  porque  yo  hace  tiempo  que  me  vendí  el 
fichero. 

Pero  bastará  a  este  respecto  hacer  la  advertencia  —  no  fue- 
ran a  creer  los  eruditos  que  se  nos  pasó  por  alto  la  posible  ob- 
jeción —  de  que  si  en  algunas  obras  de  Benavente  esta  manera 
de  sentir  la  fatalidad  parece  contradictoria  con  la  que  se  maní- 


154  NOSOTROS 

fiesta  en  otras  del  mismo  autor,  La  Malquerida  y  Una  pobre  mu- 
jer, por  no  citar  más  que  dos  en  las  que  la  contradicción  pudiera 
parecer  más  flagrante  a  la  mirada  erudita,  ello  obedece  no  a  mo- 
dificación del  sentido  intimo  y  racial  de  su  manera  de  conside- 
rar el  mundo,  sino  a  variaciones  que  le  aconsejan,  para  servicio 
de  la  misma,  el  instinto  y  las  necesidades  del  arte.  El  pensador 
escoje  las  modalidades  y  de  distinto  modo  las  expone,  pero  no 
menoscaba  con  ello  la  armoniosa  unidad  espiritual  de  su  doc- 
trina. 

Y  si,  por  ejemplo,  en  La  Malquerida  la  pugna  trágica  y  te- 
rrible entre  las  verdades  del  corazón  y  la  verdad  de  la  vida,  en- 
ciende en  las  postrimerías  el  chispazo  fortuito  de  una  fatalidad 
irreparable,  en  Una  pobre  mujer,  el  choque  de  las  fatalidades 
adversas  va  poniendo,  ante  el  alma  atormentada  y  dolorida,  de 
relieve  y  al  desnudo  la  pugna  entre  las  verdades  cuyo  equilibrio 
perfecto  y  cuya  normal  coyunda  son  la  felicidad  humana.  Ved 
también,  de  pasada,  cómo  en  La  propia  estimación  la  pequenez 
de  una  fatalidad  vulgar  —  el  orden  lógico  de  las  cosas,  maese 
filósofo!  —  viene  a  poner  su  gotita  de  hiél  en  esa  felicidad  tan 
difícilmente  conquistada. 

Creo  que  estas  consideraciones  aclaran  muchos  de  esos  ca- 
sos y  de  esas  cosas  que,  a  veces,  han  desorientado  a  los  críticos 
que  no  se  contentan  casi  nunca  con  ver  las  cosas  por  el  lado  más 
sencillo.  Con  ocasión  del  triunfo  clamoroso  de  La  Malquerida, 
uno  de  sus  comentaristas  más  entuasiastas  dijo  que,  en  la  escena 
final,  había  pasado  por  el  escenario  una  ráfaga  de  la  tragedia 
griega.  Pero,  señor,  ¡  qué  manía  de  complicar  las  cosas !  Si  en 
La  Malquerida  ■ —  que  es  un  brillante  nítido  e  impecable  —  hay 
alguna  cosa  más  clara,  más  humana,  más  sangrante  que  las  otras, 
es  el  final,  muy  distinto,  por  cierto,  a  la  manera  trágica  de  los 
griegos,  donde  la  fatalidad  era  irrasonada,  divina,  sobrenatural, 
mientras  que  aquí  es  natural  y  humana.  Pero  el  caso  era  traer 
h  colación  a  Esquilo,  y  fué  gran  lástima  no  poder  complicar,  por 
esta  vez,  a  Ibsen.  Se  conoce  que  había  empeño  en  que  Don  Ja- 
cinto rompiera  un  molde.  ¡  Y  el  molde  tenía  forma  de  corazón ! 

Quiero  hablaros  ahora  de  algo  que  creo  que  es  la  más  alta 
justicia  que  se  debe  al  autor  de  La  honra  de  los  hombres.  He- 
mos llegado  al  instante  atormentado  y  glorioso  en  que  el  dolor 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  155 

y  el  sacrificio,  en  que  la  conciencia  de  un  deber  estético  y  aquel 
infinito  deseo  insaciable  que  Prometeo  legó  a  sus  hijos,  justifi- 
can, en  el  caso  de  Benavente,  la  magistral  excelencia  de  su  arte, 
consagrándola  para  la  inmortalidad. 

Tuvo  el  maestro  un  Domingo  de  Ramos.  A  lo  largo  de  la 
senda  recorrida,  como  mojones  que  señalaban  las  jornadas,  que- 
daban las  obras  maestras :  La  noche  del  sábado,  Los  intereses 
creados,  La  Malquerida,  Bl  collar  de  estrellas;  tantas  y  tantas 
que  fué  hecha  palpitación  de  palmas  y  temblor  de  laureles  a  su 
paso.  Se  adamascaron  los  corazones  y  a  ellos  se  asomaron  entu- 
siastas y  voceadoras,  la  admiración  y  la  loa.  Unánimes  y  totales 
fueron  el  aplauso  y  el  elogio.  La  victoria  se  detuvo  sobre  él 
como  un  ave  de  augurio  y  en  el  jardín  de  su  alma  podían  cantar 
los  ruiseñores.  Fué  su  consagración  y  su  gloria.  Había  llegado 
con  unánime  reconocimiento  a  la  más  alta  esfera,  águila  caudal 
sobre  el  vuelo  de  los  gorriones. 

Se  le  reconoció  y  admiró  como  maestro,  con  una  total  con- 
formidad raramente  lograda.  Maestro  en  el  estilo,  en  la  gracia, 
en  la  ironía,  maestro  en  el  arte  de  infundir  vida  a  las  criaturas 
de  su  espíritu  y  en  aquel  otro  de  diseñar  las  figuras  secundarias; 
maestro  impecable  en  forjar  episodios  subalternos  y  complemen- 
tarios, maestro  en  el  garbo  y  galanura  del  diálogo. 

En  una  palabra :  había  acertado  con  una  fórmula  teatral  per- 
fecta y  era  un  autor  indiscutible. 

Pero  este  autor  indiscutible,  este  hombre  que  de  una  ma- 
nera tan  absoluta  había  llegado  a  saborear  en  vida  las  mieles  de 
la  gloria,  es  el  mismo  que  había  escrito  estas  palabras  con  las 
que,  para  refrigerio  en  la  propia  aridez  quiero  regalarme  y  para 
reposo  dé  vuestra  fatiga  quiero  regalaros  el  oído : 

"El  espíritu  de  los  verdaderos,  de  los  grandes  artistas  no  es 
como  el  de  las  medianías  que  parece  hallarse  siempre  a  gusto  en 
sus  obras,  como  en  mansión  propia  y  acomodada;  para  el  verda- 
dero artista  la  obra  es  como  cárcel  de  su  espíritu  y  sobre  ella  flota 
siempre,  con  la  tristeza  de  un  anhelo  infinito,  algo  que  busca 
huida  y  es  lo  mejor  de  su  espíritu ;  no  lo  que  está  en  sus  obras, 
sino  lo  que  de  ellas  se  escapa". 

Y  la  gloria  le  fué  cárcel  a  su  espíritu.  Y  huyó  de  las  como- 
didades del  triunfo.  Y  él,  que  había  llegado  a  una  fórmula  per- 


156  NOSOTROS 

fecta,  rompió  la  receta,  abandonó  la  senda  ya  demasiado  fácil 
de  sus  triunfos,  y  andariego  y  apóstol,  como  la  mística  Doctora 
de  Avila,  se  dio  a  la  aventura  y  a  la  tentación  de  los  caminos 
nuevos,  con  ansia  de  desflorar  los  nuevos  secretos,  acaso  para 
saciar  la  tristeza  de  sus  anhelos  infinitos,  seguro  de  que  hay 
siempre  un  más  allá  al  que  no  se  llegará  nunca  en  una  obra  y 
que  "no  puede  acabar  cuando  la  farsa  acaba". 

He  aquí,  en  mi  concepto,  la  culminación  de  un  ejemplar 
magisterio.  En  esta  renovación  —  luz  de  aurora  en  la  frente 
de  los  elegidos  —  cuya  falta  reprocha  y  condena  Ortega  y  Gas- 
set  en  la  delicia  total  de  la  obra  de  Anatole  France,  radica  en 
mi  sentir  la  mayor  de  las  causas  en  virtud  de  las  cuales  puede 
el  autor  de  El  Dragón  de  Fuego  ser  admirado  como  maestro. 
Acaso  sea  esta  su  más  bella,  su  más  alta,  su  más  trascendente 
lección.  Acaso  sea  éste  su  mejor  gesto  docente,  su  más  fervoroso 
verbo  de  educador. 

Si  examináis  esta  que  podríamos  llamar  segunda  época  en 
la  portentosa  totalidad  de  su  obra,  veréis  a  Benavente  rechazar 
la   comodidad   de   los   éxitos   seguros,   desprenderse   del    secreto 
adquirido,  tirar  al  mar  la  llave  del  arca  y  afanarse  por  hallar  en 
una  nueva  inquietud  una  nueva  eternidad.    Le  veréis  prescindir 
de  todo  aquello  que  le  ha  valido  titulación  magistral,  del  donaire 
ostentoso,   del   diálogo   sutil,    del   episodio   interesante,   para   es- 
culpir sobre  la  carne  viva,  sin  aderezos ;  para  pintar  a  grandes 
brochazos,  siempre  en  rebusca  de  un  más  allá,  deseoso  de  plas- 
mar las  inquietudes  de  su  espíritu  -^—  tan  ricas  todavía  que  no 
han  podido  sus  obras  aprisionarlas  a  todas  —  en  una  nueva  fór- 
mula sintética  del  arte  teatral.  Y  siempre  avizorando  todos  los 
dolores,  abarcando  todos  los  panoramas,  queriendo  encerrar  en 
la  belleza  del  arte  las  palpitaciones  universales  y   eternas.    De 
esta  segunda  época  —  la  de  su  teatro  sintético,  sin  episodios  ni 
complementos,  desnudo,  real,  conciso  —  son  La  ley  de  los  hijos; 
La  Vestal  de  Occidente;  Por  ser  con  todos  leal,  ser  para  todo^^ 
traidor;  Una  pobre  mujer;  Una  señora;  La  honra  de  los  hom- 
bres; etc. 

Cualquiera  de  ellas  es  una  prueba  honrosa  de  esta  tentativa 
del  maestro  para  arrancar  del  fondo  inagotable  de  la  vida  una 


EL  TEATRO  DE  JACINTO  BENAVENTE  157 

manera  nueva.  Cada  una  de  ellas  es  un  jalón  glorioso  en  este 
camino  que  el  consagrado,  libre  por  su  propia  voluntad  del  teso- 
ro indiscutido,  ha  empezado  a  recorrer,  con  el  hatillo  al  hombro, 
gozoso  y  animoso,  valiente  y  sonriente,  como  un  chaval. 

Comprendéis,  desde  luego,  toda  la  gallardía,  toda  la  fuerza 
de  este  gesto,  toda  el  ansia  de  infinito  que  palpita  en  él.  La  me- 
dida de  la  perfección  había  sido  colmada  para  todos,  menos  para 
el  propio  autor,  que  eternamente  insatisfecho,  como  verdadero 
artista,  con  fervor  indomeñado  y  prepotente,  veía  aún  las  cimas 
no  escaladas,  los  futuros  orígenes,  como  amado  que  sabe  el  se- 
creto de  una  profusa  cabellera  intonsa. 

No  habían  cesado  las  aclamaciones  y  los  vítores ;  todavía  el 
mundo  alborozado  proclamaba  la  soberanía  espiritual  del  maes- 
tro, cuando  éste,  apartado  del  bullicioso  clamoreo,  emprendía  la 
nueva  senda. 

Ya  imaginaréis  el  estupor  y  la  desorientación.  La  polilla  y 
la  carroña  dieron  fe  de  vida.  Crugieron  en  los  desvanes  todos 
los  ficheros,  bajo  las  telarañas  que  ensucian  la  luz.  Y  en  algu- 
nos casos,  del  todo  lamentables,  la  suficiencia  de  los  comentado- 
res llegó,  en  la  hostil  torpeza,  cerrando  los  ojos  a'  la  grandeza 
generosa  de  este  gesto,  a  insinuar,  en  el  momento  de  más  gloria 
del  maestro,  que  se  iniciaba  la  decadencia.  Es  preciso  decir  estas 
cosas,  yo  siento  el  ímpetu  imperativo  de  decirlas,  para  satisfacer 
mi  propia  conciencia  y  para  poner  una  gota  de  bálsamo  en  la  po- 
sible herida. 

Se  llegó  a  insinuar,  señores,  que  Jacinto  Benaveríte  perdía 
la  agilidad,  la  gracia,  el  dominio  que  le  destacaron  con  tan  pode- 
roso relieve.  Se  caía  en  el  absurdo  de  suponerle  falto  de  pericia 
teatral,  a  él,  que  en  una  sola,  breve  y  episódica  escena  de  El  collar 
de  estrellas,  había  tocado  todos  los  registros  del  corazón  humano 
y  había  conducido  a  las  multitudes  desde  la  risa  a  las  lágrimas ! 
No  se  quería  ver  el  voluntario  abandono  que  de  todas  aquellas 
cosas,  que  dominaba  como  quizá  nadie  dominó  en  España,  había 
hecho,  tentando  de  explorar  las  selvas  vírgenes. 

Mientras  tanto  él  iba  cumpliendo  su  propósito  y  en  algunas 
de  sus  obras  de  esta  segunda  época,  en  Una  pobre  mujer,  por 
ejemplo,  y  sobre  todo,  en  esa  joya  limpiamente,  audazmente  ta- 


158  NOSOTROS 

liada  que  se  llama  La  honra  de  los  hombres,  llegaba  tan  cerca  de 
la  perfección  sintética,  que  alcanzará  el  teatro  del  porvenir,  que 
su  acierto  nos  procuraba  el  escalofrío  expectante  de  lo  profetice ! 

Y  al  mismo  tiempo,  con  una  genialidad  de  adivinación  casi 
poética,  sus  actividades  se  extendían  al  mundo  teatral  de  la  pan- 
talla, al  cinematógrafo,  por  manera  que,  ahora  que  el  mundo 
corre  tan  aprisa,  él,  adelantándose  a  su  tiempo,  quería  que  su 
tiempo  adelantase  un  poco  y  caminaba  resueltamente  por  las  tíos 
sendas  —  teatro  sintético,  cinematógrafo  —  que  han  de  ser  las 
dos  formas  del  arte  teatral  del  porvenir. 

He  ahí,  en  mi  concepto,  el  mayor  mérito,  la  más  alta  virtud 
del  autor  de  La  losa  de  los  sueños. 

En  el  momento  en  que  otros  de  los  pocos  artistas  llegados 
a  esa  plenitud  de  consagración,  a  esa  dorada  madurez  de  perfec- 
fección,  se  tienden,  perezosos  o  exhaustos,  a  la  sombra  del  laurel 
profuso  o  se  esterilizan  rumiando  su  propio  recetario,  en  una  es- 
pecie de  espiritual  onanismo  censurable,  él  ha  acertado  a  ser  un 
innovador. 

Rai^ael  Marquina. 


EL  PAYADOR 


PAYADOR  de  melenas  nazarenas; 
Poeta  del  desierto, 
Todavía  sin  bronce  y  sin  estampa; 
Orillando  los  siglos  has  llegado  hasta  América; 
Tu  estirpe  abrió  los  ojos  en  Provenza 

Y  los  cerró  en  la  Pampa. 

Señor  de  las  cuatro  lejanías; 

I  Abre  y  aventurero 

Ambiúabas  sin  rumbo  y  sin  embargo, 

Latían  todos  los  rumbos 

Debajo  del  alón  de  tu  chambergo. 

Sencilla  era  tu  brújula; 

Cualquiera  de  los  puntos  cardinales 

Para  tí  era  el  Norte; 

Y  el  único  cerco  que  lograba  encerrarte 
Bra  el  del  horizonte. 


Vivías  a  la  buena  o  a  la  mala  ventura 

—  Igual  a  una  semilla  fuera  del  surco  — 

Carozo  de  alegría  que  en  cuanto  se  aquietaba 

Se  abría  hasta  ser  árbol, 

Llenando  todo  el  pago  de  músicas  y  fiestas, 

Como  el  ombú  pampeano  abarca  todo  un  paisaje 

Desde  su  corpulencia. 


160  NOSOTROS 

No  exigías  gran  cosa  para  lucir  tu  arte: 
Una  copa;  un  contrario;  si  era  gallo,  mejor; 
Como  tienen  los  pájaros  su  trino  en  la  garganta 
Tú  tenías  toda  la  poesía  en  la  vos. 

La  guitarra  en  tus  brazos  era  corno  una  hija 

Peque Tiita  y  sin  madre, 

Y  tú  le  cantabas  para  hacerla  dormir; 

La  guitarra  en  tus  brazos  era  como  una  madre 

Cuya  leche,  escurrida  por  muchas  arterias. 

Ha  llegado  hasta  mí. 


Le2>antado  hacia  atrás  con  orgullo  el  sombrero. 

Te  apretaba  el  barbijo  la  nube  de  la  barba; 

Y  entre  la  barba  y  el  bigote  unidos 

—  Cada  ves  que  cantabas  — 

Tu  boca  amanecía  como  un  churrinche  en  su  nido. 


El  cráneo  de  un  vacuno  te  servía  de  asiento 

—  Y  si  picabas  alto  —  de  trono  un  mostrador; 

Oyentes  primitivos  sentados  en  cuclillas 

Te  escuchaban  solemnes  puestos  en  derredor, 

Y  desde  los  palenques 

Un  coro  de  coscojas  venía  a  acompañarte 

Con  la  carraspera  férrea  de  su  son. 

Entre  cosas  de  viejo  e  intuiciones  de  niño. 
Eras  bueno,  eras  malo,  todo,  ¡que  más  remedio! 
Vuelta  a  vuelta  te  echaban  al  camino  del  medio. 
Por  aquí  el  malón  rubio;  por  allá  el  malón  indio. 


Pelo  negro  o  canoso;  difícil  darte  edad; 
La  suerte,  si  era  mala,  te  doblaba  los  años; 
Hijo  de  la  intemperie,  ¡cómo   eras  de  rudo! 
Hijo  de  la  Fortuna,  ¡cómo  eras  de  sabio! 


EL  PAYADOR  161 

Tu  hilacha  de  dulzura,  es  verdad,  la  mostrabas 
En  las  puntas  de  los  dedos  y  en  el  filo  de  los  labios. 

Te  gustaba  el  peligro,  el  azar  y  las  faldas;       ^ 

Y  cuando  Lucifer  estaba  de  tu  lado, 

Las  brujas  te  veían  cruzar  desde  los  ranchos'. 
La  luna  en  el  herraje  y  una  mujer  en  ancas. 

Pasabas,  y  a  la  espalda  te  llevabas  la  fiesta; 
La  alegría  volaba  detrás  de  tu  canción; 

Y  por  el  campo  se  estiraba  un  silencio 
Negro  y  armosioso  como  un  calderón. 

Vivías  en  belleza  pero  sin  tú  saberlo; 
Natura,  siendo  ciega,  hace  el  bien  como  el  mal; 
Si  la  lluvia  al  mojarte  te  ensuciaba  de  cielo. 
Te  alzaba  el  arco  iris  una  entrada  triunfal. 

Fernán  Sii,va  Valdés. 

Montevideo,  1922. 


UNA  VALIOSA  EDICIÓN  DE  QUEVEDO 

(Horas  de  ocio). 

CÓMO  llegó  a  nuestras  manos,  fué  cosa  de  la  amistad.  Mero- 
deábamos por  Córdoba  de  Andalucía,  hace  ya  largos  años, 
yendo  a  parar  a  su  biblioteca,  apolillado  camaranchón  donde  un 
joven  de  barba  negra  hubo  de  atendernos  por  ausencia  del  en- 
cargado. Resultaba  también  una  visita,  pero  de  confianza.  Se 
puso  a  nuestra  disposición  y  nos  fué  muy  útil,  ahorrándonos  el 
tiempo  de  una  búsqueda  infructuosa.  Luego  salimos  a  pasear 
por  la  ciudad  del  antiguo  califato,  entrando  por  fin  a  una  rebo- 
tica, para  ver  dos  cuadros  interesantes  que  allí  había:  uno  de 
Averroes  y  el  otro  de  Góngora. 

Eran  de  buena  escuela,  atribuidos  a  Valdés  Leal,  y  se  con- 
servaban muy  bien.  El  filósofo  árabe-español,  surgía  de  la  tela 
bajo  un  turbante  rojo,  enmarañado  de  cejas  y  barbas,  con  los 
ojos  ardientes.  El  poeta,  con  su  gran  calva  que  le  iba  de  sien  a 
sien,  revestía  el  cerrado  hábito  de  Santiago,  lo  que  le  daba  una 
marcada  apariencia  de  teólogo. 

Conversando  de  estas  cosas  y  otras,  llegamos  a  fraternizar. 
Así  fué  que  ya  en  Madrid,  meses  después  cuando  nos  vimos,  la 
amistad  había  echado  raíces  en  nuestros  corazones.  Era  un  hi- 
dalgo de  Granada,  llamado  José  Ruiz-Coelho,  alma  noble  y  des- 
interesada. Fué  él  quien  puso  en  nuestras  manos  el  valioso  libro. 
Inútiles  las  protestas.  Nos  lo  envió  a  la  casa,  con  la  promesa  de 
aceptarlo,  que  ya  le  había  escrito  la  dedicatoria.  Así,  pues,  lo 
guardamos. 

Mucha  tierra  y  mar  cruzara  dentro  de  la  alforja  y  hasta  co- 
rrió los  riesgos  de  una  inundación,  de  la  que  salimos  ilesos.  Y 
ahora  está  allí,  con  su  apariencia  de  misal,   forrado  en  grueso 


UNA  VALIOSA  EDICIÓN  DE  QUEVEDO  163 

cordobán  bermejo,  borradas  ya  por  el  uso  y  el  tiempo  las  letras 
del  título,  que  fueron  estampadas  en  oro. 

Todavía  conservan  su  áureo  matiz  los  adornos  de  las  tapas 
y  el  canto  de  las  hojas,  y  con  la  pátina  de  los  años,  se  acentúa  en 
todo  el  libro  un  sello  marcado  de  cosa  muy  valiosa  y  vieja.  Es 
una  edición  holandesa  del  siglo  XVII,  conteniendo  todas  las  poe- 
sías de  Don  Francisco  de  Quevedo  y  Villegas. 

Pero  sus  méritos  no  paran  allí,  con  ser  ya  muchos.  Ahí  es 
nada,  una  obra  impresa  con  tal  magnificencia,  en  la  ciudad  de 
Aniberes,  durante  el  año  de  1699,  por  los  célebres  editores  Hen- 
rico  y  Cornelio  Verdussen!  Y  tan  completa  en  su  género.  Pues 
si  bien  resulta  solo  el  III  tomo,  contiene  en  sí  la  total  producción 
poética  de  aquel  inquietante  y  contradictorio  carácter,  cuyo  gran 
talento  y  vasta  ilustración,  se  despilfarraron  al  decir  de  Herrera, 
en  un  verdadero  derroche  a  los  cuatro  vientos  del  espíritu. 

Pero,  las  sales  de  su  ingenio  fueron  tan  corrosivas  algunas 
veces,  que  el  Santo  Oficio  hizo  de  sus  obras  satíricas  un  obligado 
motivo  de  expurgos  y  quematinas.  Y  de  allí  que  la  prosa  de 
Quevedo,  con  ser  ya  copiosa,  aparezca  en  nuestros  días  reducida 
a  muy  mermadas  proporciones. 

No  sucedió  lo  propio  con  sus  poesías,  seguramente  por  an- 
dar en  labios  de  todos,  lo  que  facilitó  la  compilación.  Sólo  en  so- 
netos se  alcanza  a  la  extraordinaria  cifra  de  cuatrocientos  sesenta 
y  dos.  Y  no  contemos  los  romances,  de  que  fué  tan  fecundo;  las 
letrillas,  tan  donosas  a  veces,  y  otras  tan  desvergonzadas,  y  las 
jácaras,  madrigales  y  entremeses... 

Hecha  la  edición,  sobre  la  obra  ya  impresa  se  extendían  los 
expurgos. 

Pues,  —  ya  eso  íbamos,  —  en  nuestro  ejemplar  de  poesías 
quevedescas,  el  Santo  Oficio  ha  puesto  la  mano.  Y  por  si  no  bas- 
taran las  tachas  que  lo  testimonian,  leemos-  en  la  carátula  inte- 
rior del  libro,  la  diligencia  que  así  lo  previene.  Bajo  una  pequeña 
cruz,  se  extiende  la  fórmula  establecida:  "Expurgado  por  el  ín- 
dice del  Sto  Ofo  de  1707.  Madrid  y  Nov.  3.  1724.  L.  Claudio 
Adolfo  de  Malboan.  S." 

Con  lo  que  la  obra  resulta  todo  un  documento  bibliográfico 
de  la  época. 

Más  de  cincuenta  años  habían  transcurrido  desde  qué  el  au- 


164  NOSOTROS 

tor  muriera;  los  hombres  de  su  época  ya  desaparecidos;  hacíase 
inútil  una  limpieza  de  carácter  político  o,  diremos  "social",  para 
emplear  un  término  moderno.  Los  expurgos,  pues,  se  limitan  en 
este  libro  a  asuntos  de  índole  religiosa,  dejando  en  libertad  las 
demás  licencias  de  que  tan  pródigo  fué  Don  Francisco.  Y  así 
vemos  íntegramente  eliminado  el  inocente  madrigal  que  se  titula 
A  un  bostezo.  Sin  embargo,  puede  leerse  bien  por  haber  em- 
palidecido la  tinta  con  que  fueron  tachados  los  versos,  y  resaltar 
la  impresión  tipográfica  a  través  de  ella  y  de  la  tira  de  papel  que, 
para  mayor  precaución,  se  pegaba  encima  de  la  parte  "limpiada". 
Véase,  sino,  cómo  hemos  logrado  reconstruirlo: 


A  UN  BOSTEZO 


(Madrigal) 


Bostezó   Floris,    y   su   mano   hermosa 
Cortesmente   tirana    y   religiosa, 
_Tres   cruces   de   sus   dedos    celestiales 
^Engastó  en  perlas  y  cerró  en  corales, 
Crucificando    en    labios   carmesíes, 
O   en    puertas   de    rubíes, 
Sus  dedos  de  jazmín  y  casta  rosa. 
Yo   que   alumbradas   de   sus   vivas    luces 
Sobre  claveles   rojos  vi  tres  cruces, 
Hurtar  quise  el  engaste  de  una  de  ellas, 
Por  ver  si  mi  delito  o  mi  fortuna, 
Por  mal  o  buen  ladrón  me  diera  una :  , 

Y  fuera  buen   ladrón   robando   estrellas. 
Mas   no   pudiendo   hurtarlas, 

Y  mereciendo   apenas   adorarlas. 
Divino  humilladero 

De   toda   libertad,    dije:    yo   muero, 
Si  no  en  cruces,  por  ellas,  donde  veo 
Morir   virgen   y  mártir   mi   deseo. 

En  cambio  no  lleva  ninguna  tacha  el  célebre  romance  Donde 
refiere  él  mismo  sus  defectos  en  bocas  de  otros,  con  ser  muy 
suelto  de  intención  y  palabras;  asombrando  que  brotara  de  la 
misma  pluma  que  tan  nobles  poesías  morales  y  estoicas  escribiera, 
talvez  al  día  siguiente. 

Curiosa  contradicción  la  de  este  espíritu,  que  recorre  toda  la 
escala,  desde  la  baja  suciedad  hasta  los  límites  de  la  más  alta 
serenidad  filosófica!  Y  eso  prueba  una  vez  más  la  idiosincrasia 
del  poeta,  en  quien  no  debe  verse  un  ejemplo,  sino  un  espejo  de 
la  humanidad.  El  poeta  no  tiene  por  misión  ser  guía  de  una 
época,  sino  rene  jar  todos  los  aspectos  espirituales  de  esa  época. 


UNA  VALIOSA  EDICIÓN  DE  QUEVEDO  165 

Cuando  quiere  conducir,  fracasa;  pero  en  cambio,  nadie  como 
él  sabe  trazarnos  el  cuadro  de  la  edad  en  que  le  tocó  vivir.  Y 
Quevedo  lo  realizó  en  muy  alto  grado.  Valiente,  licencioso,  reli- 
gioso, moral ...  y  tan  estoico,  dentro  de  aquella  corrupción,  de 
aquella  pequenez  sofocante! 

Aparece,  pues,  en  toda  su  integridad  el  romance  susodicho, 
en  cuyos  cuatro  primeros  versos  hallamos,  sin  embargo,  expre- 
sado todo  lo  que  hay  de  franqueza  y  entereza  en  el  alma  de 
Quevedo : 

Muchos   dicen   mal   de   mí 
Y  yo  digo  mal  de  muchos; 
Mi  decir  es  más  valiente 
Por  ser  tantos  y  ser  uno... 

Difícil  es,  sin  duda,  poner  cortapisas  a  la  inteligencia.  Has- 
ta en  este  caso,  pues  casi  todo  lo  expurgado  del  libro  se  lee  hoy 
con  cierta  facilidad.  Por  otra  parte,  parece  que  tales  funciones 
se  efectuaban  un  tanto  al  azar  y,  naturalmente,  con  un  criterio 
al  uso  del  revisador.  La  tarea  debía  ser  fatigosa  y  no  siempre 
se  cumplía  íntegramente.  El  libro  aparece  revisado  nada  más 
que  hasta  la  página  378,  siendo  que  el  volumen  tiene  572,  Las 
tachas  poco  a  poco  se  van  haciendo  más  breves,  hasta  que  des- 
aparecen. Y  ya  es  heroicidad!  El  libro  tomándolo  así,  de  una 
sentada,  se  torna  fatigoso  arriba  de  las  doscientas  páginas.  El 
conceptismo  de  Quevedo,  su  torturada  quintaesencia,  ese  marti- 
rizar el  pensamiento  y  el  idioma  para  sutilizarlo  en  intención, 
resulta  en  nuestros  días  muy  pesado  de  sobrellevar.  Se  lee  sal- 
teado el  libro:  aquí  un  soneto,  allá  un  romance,  acullá  cualquier 
letrilla  o  jácara...  Luego,  la  gran  erudición  del  autor,  es  otro 
lastre  que  hace  más  pesada  la  tarea.  Únicamente  lo  que  tiene 
vida  se  salva.  ¿A  qué  gastarse  las  fuerzas  en  acrecentar  sabidu- 
ría, en  destilar  un  estilo  alquitarado,  si  todo  eso  le  será  vano  en 
los  siglos  que  vengan,  más  curiosos  sin  duda  en  averiguar  cómo 
se  vivía  en  esa  edad? 

Y  pensar  que  los  "culteranos"  le  llamaban  ingenio  del  "agua- 
chirle", por  lo  excesivamente  fácil  que  les  resultaba  su  lectura! 
¿Pero,  quién  entiende  ahora  una  palabra  de  Las  Soledades  de 
Góngora?  Provechosa  enseñanza  para  los  que,  en  nuestros  días, 
pretenden  caer  otra  vez  en  hermetismos  y   fórmulas   sibilinas, 


166  NOSOTROS 

cuando  solo  el  sentimiento  y  la  sencillez,  son  la  pareja  de  luz  que 
atraviesa  los  siglos,  fecundando  las  almas ! . . . 

Volviendo  al  volumen  como  curiosidad  bibliogiiáfica,  diremos 
que  la  familia. Verdussen.  "mercaderes  de  libros",  fué  célebre  en 
Amberes  por  sus  ediciones,  durante  más  de  un  siglo. 

En  1699,  como  hemos  dicho,  aparece  allí  esta  primera  edi- 
ción de  Quevedo,  publicada  por  Heñrico  y  Cornelio  Verdussen, 
dividida  en  tres  tomos,  e  "ilustrada  con  estampas  muy  donosas 
y  apropiadas  a  la  materia".  Soló  el  tercer  volumen  se  halla  en 
nuestro  poder,  conteniendo  todas  las  poesías,  aunque  las  estam- 
pas no  figuran  en  él.  Y  las  tenía,  realmente,  muy  donosas  la  edi- 
ción, a  juzgar  por  las  que  se  advierten  en  el  primer  volumen, 
existente  en  nuestra  Biblioteca  Nacional.  Es  éste  un  ejemplar 
roto  y  apolillado,  donde  figuran  muchas  prosas  serias  y  satíricas, 
como  la  "Vida  de  Marco  Bruto",  el  "Alguacil  alguacilado",  "La 
hora  de  todos  y  la  fortuna  con  seso"  (Fantasía  moral).  No  está 
expurgado,  y  ésto  le  quita  el  resto  de  su  escaso  valor,  pues  el 
ejemplar  es  una  criba  de  polillas.  Lo  ilustran  láminas  grabadas 
en  acero,  de  Bouttats  y  Harrewyn. 

Hasta  1726  no  encontramos  otra  nueva  edición  de  la  casa 

Verdussen .   Y  es  ahora  la  viuda  de  Henrico  quien  aparece,  ya 

fallecidos  los  dos  seguramente.    Esta  última  edición  es  la  única 

citada  en  Rivadeneyra^  seguramente  por  ser  menos  conocida  la 

nuestra,  que  erí  orden  cronológico,  viene  a  ser  la  5-  en  la  serie 

general.    Veamos : 

¡ 
i'    edición  Madrid   1648,  por  Diego  Díaz  de  la  Carrera. 
2"  „       Bruselas    1661,   por   Francisco    Foppens. 

3'  „       Madrid   1668,  por  Melchor   Sánchez. 

4'  „       Bruselas   1670,   por   Francisco   Foppens. 

5'  „       Amberes  1699,  por  Henrico  y  Cornelio  Verdussen. 

Ya  en  1672  hallamos  un  Verdussen  imprimiendo  el  Quijote, 
ilustrado  por  Bouttats  (inventor  et  fecit),  edición  que  se  repite 
en- 1697,  1 7 19  y  1770,  estando  otra  vez  una  viuda  de  Verdussen 
al  frente  de  la  casa  editorial. 

Comparado  el  ejemplar  de  Quevedo  en  nuestro  poder,  con 
el  que  se  halla  en  la  Biblioteca  Nacional,  siendo  de  la  misma  edi- 
ción, se  les  nota  algunas  diferencias.  Por  lo  pronto,  el  nuestro 
es  más  rico  en  la  encuademación,  lo  que  hace  suponer  que  para 


UNA  VAUOSA  EDICIÓN  DE  QUEVEDO  167 

el  tomo  de  las  poesías  se  tuvo  mayor  acicalamiento.  En  cambio 
la  portada  del  otro  se  halla  impresa  en  tinta  roja.  El  papel,  si  es 
el  mismo,  idéntica  la  tipografía  y  el  formato  en  4." 

Hemos  ojeado  muchas  veces  el  extraordinario  volumen,  re- 
cordando la  vida  tan  múltiple  y  agitada  del  poeta.  Embajador 
de  Osuna  ante  el  papa,  perseguido  luego  en  Venecia,  hasta  el  pun- 
to de  tener  que  disfrazarse  de  mendigo  para  escapar  a  la  muerte, 
don  Francisco  de  Quevedo  llena  durante  unos  años  con  su  per- 
sonalidad el  suelo  de  Italia.  Intrigas  palaciegas  le  confinan,  por 
fin,  en  esa  torre  de  Juan-Abad,  de  la  que  fué  señor  y  que  más 
le  sirvió  de  prisión  que  de  señorío. 

Por  todas  partes  da  prueba  de  sagacidad,  de  poderosa  inte- 
ligencia y  gran  ilustración.  Conoce  varias  lenguas  orientales,  es 
maestro  en  el  latín  y  el  griego,  habla  y  escribe  el  italiano  como  su 
propio  idioma;,  posee  el  francés.  Todos  los  conocimientos  de  la 
época  "le  eran  a  él  familiares  y  aún  pueden  decirse  propios:  ma- 
temáticas, astronomía,  filosofía,  derecho  civil . . .  poseía  con  alto 
aplauso  y  admiración  de  los  doctos".  Escribe  un  Discurso  sobre 
la  moneda  dé  vellón;  llega  hasta  secretario  de  Felipe  IV;  co- 
rrige los  trabajos  de  Mariana,  es  amigo  de  Cervantes  y  Lope 
de  Vega ...  Y  todo  esto  interrumpido  por  largas  reclusiones 
a  que  su  espíritu  mordaz,  su  rígida  y  acre  censura  le  conducen, 
hostilizado  por  un  valido  que  termina  por  encerrarlo  en  la  maz- 
morra de  San  Marcos,  de  León. 

Luego,  su  vida  literaria  tan  estrechamente  unida  a  sus  aven- 
turas donjuanescas.  De  todo  hay  en  él.  Caudillo  del  "conceptis- 
mo", libra  tremendas  batallas  contra  Góngora  y  sus  discípulos, 
que  han  hecho  del  "culteranismo"  la  religión  estética  de  la  épo- 
ca. Todos  le  atacan  y  él  cierra  contra  todos,  con  la  pluma  y  con 
la  espada.  Su  prosa  es  una  serie  de  libelos;  de  cualquiera  de  sus 
poesías  satíricas  puede  decirse:  ¿contra  quién  va? 

Y  detrás  de  su  vida  agitada  y  terrible,  el  moralista  y  el  es- 
toico. La  misma  pluma  regodeante  que  escribe  la  Vida  del  Bus- 
cón, traza  también,  en  noble  estilo,  la  Vida  de  Marco  Bruto.  Y 
su  musa  de  arrabal,  que  chorrea  indecencias  y  malicias  en  sonetos 
y  romances,  halla  luego  los  graves  acentos  de  la  epístola  "contra 
las  costumbres  de  los  castellanos",  o  los  giros  magestuosos  de  la 
silva,  en  el  "sermón  estoico  de  censura  moral" . . . 


168  NOSOTROS 

El  poeta  es  así. 

Pero,  al  decir  de  sus  comentadores,  su  vida  fué  un  increible 
fracaso.  En  medio  de  una  corte  regida  por  un  rey  endeble,  go- 
bernada por  insignificantes  privados,  pudo  por  un  momento  di- 
rigir los  destinos  de  España.  ¡  Y  con  cuánto  más  acierto !  No  lo 
intentó  siquiera;  allí  dentro  todo  su  valer  se  desmenuza.  Y" cuan- 
do recurre  a  la  sátira  para  estigmatizar  la  tremenda  corrupción 
que  le  rodea,  para  abrir  los  ojos  de  un  monarca  libertino  y  has- 
tiado, se  le  encierra  en  el  húmedo  calabozo,  donde  agoniza  cua- 
tro años,  saliendo  para  morir. 

Hay  un  profundo  escepticismo  en  la  respuesta  que  da  al 
mensajero  que  viene  a  prenderle: 

— Señor  don  Francisco,  perdone,  que  ya  sabe  como  son  es- 
tas cosas. 

— Sí  señor,  ya  sé  yo  que  estas  cosas  son  como  todas  las  de- 
más ... 

Ernesto  Mario  Barreda. 


EL  ATORRANTE 


ERA  al  atardecer  del  25  de  Mayo.  El  día  había  sido  ruidoso  y 
espléndido.  Grandes  desfiles,  explosiones  de  ingente  patrio- 
tismo. Himnos  marciales  que  recordaban,  como  eternos  ecos  los 
albores  de  la  independencia  patria.  Sobre  ellos  había  flotado,  se- 
vero y  majestuoso,  el  Himno  Nacional.  Como -cada  año,  cubrió 
la  fecha  con  sus  épicas  estrofas. 

Poco  a  poco,  las  multitudes  se  deshacían.  Los  torrentes  hu- 
manos que  inundaban  las  calles  y  las  plazas  de  la  urbe,  dismi- 
nuían su  caudal  y  convertíanse  insensiblemente  en  arroyos  fugi- 
tivos del  gran  cauce.  La  normalidad,  alterada  por  la  gloriosa 
conmemoración,  recobraba  su  dominio.  Las  últimas  voces  del 
día  perdíanse  en  la  reacción  silenciosa  que  sucede  al  estruendo  de 
las  aglomeraciones. 

En  la  obscuridad  del  cielo  comenzaban  a  parpadear  estrellas. 
Cayó  la  noche:'" una  inmensa  fatiga  tras  la  agitación  y  el  entu- 
siasmo del  inmortal  aniversario. 


En  el  Paseo  de  Julio  se  amontonaba  abigarrada  multitud. 
La  multitud  de  siempre.  Honrados  obreros  y  malevos,  hombres 
del  campo,  extranjeros  en  su  mayor  parte:  italianos,  turcos,  es- 
pañoles, árabes,  sirios,  algunos  alemanes  e  hindúes.  Tres  dimi- 
nutos japoneses,  riendo  y  mostrando  sus  blancos  dientes,  cruza- 
ban por  entre  los  grupos  europeos  y  americanos.  Destacábanse 
fácilmente  altos  y  fornidos  ingleses  y  yanquis,  fumando  en  pi- 
pas cargadas  de  rubio  tabaco.  Sus  cabezas,  erguidas  y  altaneras, 
sobrepujaban  el  nivel  de  las  demás  cabezas.  Marchaban  rígidos, 
con  paso  rítmico,  indiferentes  a  la  corriente  humana  que  a  su  de- 


170  NOSOTROS 

rredor  se  extendía.  Dos  borrachos,  codeándose  y  tropezando, 
mascullaban  palabras  sin  sentido.    Nadie  les  hacía  caso. 

Salían  de  los  fondines  vahos  de  desagradable  olor ;  ante  las 
cerradas  armerías  fijábanse  ojos  de  asesino,  como  si  quisiesen 
vislumbrar  la  brillante  hoja  del  facón  y  la  pavonada  culata  del 
revólver.  Algunos  atorrantes,  medio  echados  en  los  umbrales, 
vivían  su  vida  ordinaria.  Nada  querían  saber  de  lo  acontecido 
aquel  día.  Para  ellos  era  un  día  como  los  demás.  No  tenían  pa- 
tria.   Habían  olvidado  lo  que  la  palabra  significa. 

Como  larvas  informes,  generadoras  de  una  especie  animal 
infecunda,  íbanse  levantando  poco  a  poco.  Asquerosos  murcié- 
lagos que  se  disponían  a  tender  su  vuelo  nocturno,  veíanse  acá 
y  allá  indefinibles  siluetas  formadas,  al  parecer,  por  fragmentos 
y  restos  de  otros  seres. 

A  las  22,  poco  más  o  menos,  uno  de  aquellos  numerosos  ato- 
rrantes, soñoliento,  alzó  su  extraña  cabeza.  Miraba  sin  ver.  No 
parecía  un  hombre.  Apenas  un  despojo  humano.  Bajo  la  sucie- 
dad y  la  miseria,  su  edad  resultaba  un  enigma.  Podría  tener 
treinta  años  y  podría  tener  sesenta.  La  paupérrima  indumenta- 
ria, contribuía  al  aspecto  mísero  y  grotesco  del  atorrante. 

Figuraos  una  larga  cabellera  enmarañada,  de  un  rubio  sucio 
cruzado  por  numerosos  hilos  blanquecinos.  Una  barba  enorme 
e  informe.  Entre  la  cabellera  y  la  barba  se  distinguían,  con  gran 
dificultad,  las  facciones  del  triste  personaje.  Una  viejísima  ga- 
lera, que  años  atrás  tal  vez  fuese  negra,  abollada  su  copa  y  me- 
dio desprendidas  sus  alas,  se  aguantaba  trabajosamente  sobre  la 
áspera  selva  capilar.  Cubría  el  cuerpo  del  miserable  un  raído  so- 
bretodo, deshilachado,  huérfano  de  una  manga  y  no  muy  seguro 
de  la  otra.  El  pantalón  que  ocultaba  los  flacos  muslos  y  piernas 
del  atorrante,  era  digno  del  sobretodo.  Quién  sabe  si  en  sus 
buenos  tiempos  fué  de  cuadritos  blancos  y  negros ;  pero  resulta- 
ba, en  la  actualidad,  muy  difícil  la  comprobación  de  tal  aserto. 
Uno  de  los  pies  del  pobre  hombre  iba  calzado  con  una  zapato  sin 
suela;  el  otro,  usaba  un  botín  no  menos  lastimoso. 

Despedía  el  atorrante  a  su  derredor  un  hálito  pestilente  y 
hediondo:  conjunción  de  miseria,  de  suciedad,  de  abandono,  de 
un  algo  indefinible  que  semejaba  el  compendio  de  todas  las  de- 
generaciones humanas. 


EL  ATORRANTE  171 

Densa  era  la  obscuridad.  El  viento  agitaba  débilmente  los 
árboles  del  Paseo  de  Julio.  Ivlegaban  los  rumores  del  puerto  a 
manera  de  voces  perdidas  y  lastimeras.  Parecían  conjuntos  de 
sollozos  y  quejas  procedentes  de  todaí>  las  tierras  del  mundo. 

Nuestro  atorrante,  después  de  largo  soliloquip,  tal  vez  una 
diatriba  contra  su  habitual  pereza,  levantóse,  echóse  la  andrajosa 
iDolsa  a  cuestas  y  emprendió,  sin  rumbo,  vacilante  marcha. 

A  media  cuadra,  se  detuvo.  Ante  la  puerta  de  un  hospedaje, 
disputaban  acaloradamente  un  hombre  y  una  mujer.  No  era  di- 
fícil conocer  la  naturaleza  de  ambos.  Hablaban  en  francés,  un 
francés  canallesco.  El  hombre,  trémulo  de  ira,  amenazaba  de 
muerte  a  su  interlocutora.  Era  ella  una  infeliz  que,  harta  de  los 
malos  tratos  de  aquel  hombre,  se  había  emancipado  de  su  odiosa 
tutela.  Pero  él  encontró  la  pista  y  se  disponía  a  p.edir  cuentas  a 
la  m.ujer  de  la  partida  que  le  había  jugado. 

Un  grupo  de  curiosos  rodeaba  a  la  pareja.  El  grupo,  co- 
mentando el  violento  diálogo  con  toda  clase  de  frases  groseras, 
hacíase  cada  vez  más  compacto.  El  atorrante,  envuelto  y  empu- 
jado por  los  curiosos,  tropezó  con  la  mujer,  que  retrocedía  ante 
la  inminencia  de  la  muerte. 

Brilló  un  cuchillo.  La  hoja  se  hundió  en  el  pecho  de  la  fran- 
cesa. Oyóse  un  grito,  un  grito  penetrante  y  desgarrador.  La 
víctima  se  desplomó  casi  encima  del  atorrante.  Sonaron  pitos  de 
auxilio.  Entre  los  vigilantes  y  el  asesino  se  trabó  desesperada 
lucha.  Un  vigilante  fué  levemente  herido  de  una  cuchillada. 
Pero  el  victimario,  molido  a  porrazos,  no  tardó  en  sucumbir. 

El  atorrante,  dando  codazos  y  empellones,  desapareció.  En 
imo  de  los  bolsillos  de  su  raído  sobretodo,  se  hallaba  la  cartera 
de  la  muerta. 


Quince  años  antes  de  los  hechos  acabados  de  referir,  había 
llegado  a  Buenos  Aires,  ávido  de  fortuna  y  de  placeres,  Vanni 
Nigra.  Nacido  en  un  pueblito  de  las  inmediaciones  del  lago  de 
Orta,  en  medio  de  aquella  frondosa  vegetación  que  irradian  los 
Alpes,  estudió  en  la  facultad  de  Ingeniería  de  Turín.  Era  un  mu- 
chacho impetuoso  y  enérgico,  de  un  atrevimiento  sin  límites. 
Los  obstáculos,  según  él,  sólo  existían  para  las  almas  "timoratas. 


172  NOSOTROS 

Los  escrúpulos  considerábalos  como  invenciones  de  los  hombres 
inteligentes  para  contener  los  impulsos  de  sus  rivales. 

No  era,  sin  embargo,  un  hombre  vulgar.  Sus  apetitos  des- 
enfrenados y  su  anhelo  por  las  riquezas  y  los  placeres,  dejábanle 
tiempo  para  apasionarse  por  la  carrera  que  había  emprendido  y 
que  estudiaba  brillantemente.  Dedicóse  también  con  ahinco  a  las 
letras  y  las  artes.  Era  un  melómano  impenitente  y  se  contaba 
entre  los  más  fogosos  admiradores  de  D'Annunzio. 

Recibido  de  ingeniero,  convenció  fácilmente  a  sus  padres  del 
gran  porvenir  que  en  la  Argentina  le  esperaba. 

Veinticinco  años  tenía  Vanni  cuando  pisó  por  primera  vez 
el  puerto  de  Buenos  Aires.  Poco  dinero  en  su  bolsillo,  pero  en 
su  espíritu  una  enorme  cantidad  de  audacia. 

Rápidamente  se  abrió  camino.  Asociado  a  unos  connaciona- 
les suyos  que  se  dedicaban  a  la  construcción  de  casas,  inició  una 
marcha  frenética  en  pos  de  la  soñada  fortuna. 

El  dinero  acudía  a  montones  hacia  Nigra.  Marchábanle  los 
negocios  viento  en  popa.  Sus  socios  lo  consideraban  como  un 
predestinado.  Era  el  hombre  de  la  buena  estrella.  Éxito  seguro 
en  todo  asunto  de  su  incumbencia. 

Pero  paralelamente  a  la  genialidad  en  ganar  dinero,  existía 
ingénito  en  Nigra  el  instinto  del  derroche  y  del  vicio.  Ese  para- 
lelismo se  alteró.  El  ambicioso  piamontés,  el  osado  conquistador 
de  América,  cedía  lentamente  a  la  molicie  y  a  la  disipación.  Pa- 
recía cómo  si  se  apagase  en  él  aquel  antiguo  fuego  de  luchador, 
de  atleta  de  las  finanzas. 

Rápida  como  la  ascensión  fué  la  caída.  Vanni  substituyó  su 
primitivo  lema:  Voluntad,  Energía,  Trabajo,  por  este  otro:  Mu- 
jeres, Vino,  Juego.  El  piamontés  rodaba,  rodaba  hacia  ese  abis- 
mo insondable  y  voraginoso  que  jamás  devuelve  sus  víctimas.  In- 
tervino en  toda  clase  de  operaciones  dolosas,  en  numerosos  nego- 
cios turbios.    Albergóle,  por  algunos  meses,  la  Penitenciaría. 

Al  sahr,  no  supo"  Vanni  qué  camino  debía  emprender.  Difí- 
cil le  era  reanudar  su  antigua  vida  de  trabajo,  desde  que  debía 
iniciarla  en  un  ambiente  de  humildad  y  de  pobreza.  Durante  al- 
gún tiempo  vivió,  bien  o  mal,  de  las  carreras.  í)espués,  del  pe- 
chazo. I^a  vagancia  fué  el  término  de  una  actividad  que  pudo 
haber  tenido  espléndido  coronamiento. 


EL  ATORRANTE  173 

Vanni  Nigra  se  convirtió  en  el  más  perfecto  de  los  atorran- 


tes. 


Sentado  en  solitario  banco  del  Paseo  de  Julio,  sumido  en  dé- 
bil obscuridad  iluminada  por  los  reflejos  de  lejanos  faroles,  Ni- 
gra, con  los  ojos  desorbitados  por  la  avaricia  y  la  concupiscen- 
cia, contaba  los  billetes  robados:  cuatrocientos  cincuenta  pesos. 

Vanni  no  durmió  aquella  noche.  Tuvo  asimismo  buen  cui- 
dado de  no  frecuentar  lugares  demasiado  desiertos.  Intimidá- 
banle los  ladrones.    Sentíase  rodeado  de  asesinos. 

El  atorrante,  estrujando  convulsivamente  la  cartera  en  su  bol- 
sillo, veía  por  todas  partes  ojos  feroces,  manos  que  se  alargaban 
en  busca  de  su  tesoro;  creía  percibir  la  rápida  trayectoria  de  las 
cachiporras,  parecíale  sentir  en  sus  carnes  la  fría  y  afilada  hoja 
del  cuchillo . . .  Nigra  vagaba  en  pleno  terror,  acosado  por  es- 
pantosas pesadillas , . . 

¡Noche  larga  y  triste!  Más  larga  y  más  triste  que  aquellas 
pasadas  con  algunos  mendrugos  de  pan  y  sendos  tragos  de  agua 
€n  el  cuerpo . . . 

Por  fin  clareó  la  aurora.  Una  aurora  mortecina,  cubierta 
por  retazos  nebulosos  de  color  gris  sucio.  Las  aguas  del  puerto 
se  iluminaron  débilmente.  Comenzaron  los  buques  a  dibujar  sus 
formas  sobré  el  oro  tembloroso  de  las  aguas. 

Nigra  tomó,  resueltamente,  una  determinación. 

La  de  convertirse,  exteriormente  por  lo  menos,  en  un  hom- 
bre como  los  demás. 

Pero. . .  ¿en  qué  forma  debía  iniciar  su  regeneración  física? 

Tiró  su  asquerosa  bolsa.  Apenas  se  abrió  la  primera  arme- 
ría del  Paseo  de  Julio,  compró  unas  tijeras  muy  baratas.  Con 
«lias  se  cortó  la  cabellera  y  la  barba.  Después,  en  un  boliche,  ad- 
quirió por  la  cantidad  de  treinta  pesos,  un  traje  de  saco.  Compró 
también  un  sombrero,  unos  botines  y  una  muda  completa  de  ropa 
blanca.  Con  el  lío  a  cuestas,  se  dirigió  a  una  casa  de  baños.  Su 
cuerpo  gozó  el  placer  del  agua,  placer  intenso,  placer  olvidado, 
que  devolvió  a  Vanni  un  soplo  de  juventud  y  de  alegría.  Dejó 
en  el  baño  la  ropa  sucia.  La  ropa  limpia  interior  le  dio  agilidad, 
imprimióle  desos  de  caminar  y  de  moverse.  Al  salir,  entró  a  una 
peluquería  que  halló  al  paso. 


174  NOSOTROS 

Nigra,  completamente  transformado,  llegó  a  la  Avenida  de 
Mayo.  Era  un  hombre  alto  y  muy  delgado,  casi  escuálido,  de 
nariz  aguileña,  ojos  obscuros,  barba  prominente.  Su  afeitada 
cara  tema  un  matiz  simpático. 

Caminó  algunas  cuadras.  Apretóle  el  hambre  y  entró  a  un 
restaurant  de  la  calle  Victoria.  Un  restaurant  modesto.  Pero  al 
verse  ante  los  manteles,  Vanni  se  sintió  feliz.  Comió  con  vora- 
cidad un  enorme  plato  de  tallarines,  un  asado  y  postres.  Aquella 
inusitada  cantidad  de  alimentos,  prodújole'una  digestión  pesada. 
Anduvo  arriba  y  abajo  por  la,  A  venida.  Finalmente,  se  sentó  en 
un  café. 

Era,  al  parecer,  un  hombre  como  los  demás.  Faltaba  ver  lo 
que  durarla  su  tetorno  a  la  humanidad. 

La  vereda  era  un  continuo  tránsito.  Nigra  no  sabía  si  so- 
ñaba o  si  estaba  despierto.  Ante  él  circulaba  una  multitud  de 
gentes  apresuradas,  camino  de  sus  ocupaciones.  Autos  y  coches 
metían  ruido  ensordecedor.  Los  vendedores  de  diarios,  de  mo- 
nederos, cinturones  y  carteras,  los  lustrabotas  ambulantes  y  toda 
esa  innúniera  cantidad  de  pequeños  comerciantes  callejeros  iban 
y  venían  pregonando  la  excelencia  de  sus  mercaderías,  mostrán- 
dolas a  los  ojos  desdeñosos  o  complacientes  de  los  transeúntes  y 
concurrentes  a  los  cafés. 

Vanni,  como  aquelloá  hombres  del  campo  que  acuden  por 
primera  vez  a  una  gran  ciudad,  que  se  deslumhran  y  marean  en 
el  flujo  y  reflujo  de  las  aglomeraciones  humanas,  y  se  aturden  y 
desorientan  por  el  temor  de  ser  aplastados  bajo  las  ruedas  de  au- 
tos, coches  y  tranvías,  miraba  azorado  aquella  enorme  vida  ciu- 
dadana que  le  rodeaba.  Y  no  obstante,  hacía  veinticinco  años 
que  residía  en  Buenos  Aires ;  pero  los  últimos  tiempos  pasólos 
vegetando  miserablemente,  aislado  en  una  vida  interior  cada 
vez  más  obscura  y  triste,  sin  deseos,  ilusiones  ni  esperanzas,  anu- 
lando su  pensamiento  en  una  gama  de  insensibles  y  descendentes 
gradaciones  hasta  llegar  a  la  absoluta  animalidad  que  no  se  rige 
por  otras  leyes  que  las  del  hambre,  del  hambre  exigente  e  impla- 
cable, aullando,  gimiendo,  retorciéndose  cuando  no  se  la  satis- 
face y  gozando  el  éxtasis  de  la  suprema  bestialidad  cuando  se 
siente  colmada  con  exceso. 


EL  ATORRANTE  175 

Nigra,  con  la  cabeza  turbia  por  los  vapores  de  la  digestión, 
comenzaba  a  razonar  y  a  ver  un  poco  de  claridad  entre  las  som- 
bras de  su  mente.  Pero  en  la  nueva  vida  que  iniciaba  intervenían 
más  sus  ojos  que  su  cerebro.  Las  visiones  externas  todavía  no 
cristalizaban  bien  en  su  sensorio.  Eran  algo  así  como  imágenes 
flotantes,  vagas,  indefinibles.  El  despertar  de  las  ideas  se  efec- 
tuaba en  él  de  un  modo  lento  y  rudimentario.  El  antiguo  hombre 
de  ciencia  coordinaba  sus  sensaciones  como  aquél  que  quiere 
comprender  cosas  superiores  a  su  intelecto. 

Sentíase  el  piamontés  a  manera  de  un  ,cuerpo  muerto  que 
gozase,  milagrosamente,  de  pequeñas  e  indefinibles  dosis  de  con- 
ciencia. Pero  notó  que  ésta  iba  adquiriendo  más  facultades  a 
medida  que  el  tiempo  transcurría.  Se  ensanchaba  lentamente  el 
reducido  círculo  de  sus  impresiones.  Abríasele  largo  horizonte 
retrospectivo,  reflejando  imágenes  casi  olvidadas. 

Vanni  revivió,  como  al  través  de  opaco  velo,  el  lejano  pasa- 
do de  su  niñez :  vio  fija  en  él  la  mirada  severa  del  padre,  sintió 
en  su  cabecita  de  niño  las  amorosas  manos  de  la  madre,  oyó  gri- 
tar y  patalear  a  la  hermanita,  una  nena  preciosa,  rubia  como  el 
oro,  traviesa  como  un  diablillo.  Los  padres  habrían  muerto,  se- 
guramente; pero,  ¿y  Gina?  ¿Qué  sería  de  ella?  ¿Habría  muerto 
también?  !<  "^ 

De  su  casa,  situada  en  la  vertiente  de  una  montaña,  ante  las 
nieves  del  Monte  Rosa,  el  muchacho  se  encaminó  a  Turín.  Allí, 
conjuntamente  con  la  afición  a  la  Ingeniería,  se  desarrollaron  en 
el  novel  estudiante  los  apetitos  de  posesión  y  de  riqueza,  y  tam- 
bién sus  entusiasmos  artísticos  y  literarios.  Fué  aquella  su  vida 
un  estado  de  semi-bohemia,  pero  el  ambicioso  Vanni  no  antepuso 
nunca  lo  secundario  a  lo  principal.  Loqueaba  en  grande,  pero 
estudiaba  con  toda  su  voluntad,  con  toda  su  inteligencia  y  apli- 
cación.   Quería  ser  algo  y  lo  sería. 

Después  vino  la  vida  en  Buenos  Aires,  el  vértigo  de  los  ne- 
gocios, la  fiebre  del  dinero.  Luego...  se  apagó  lentamente  aque- 
lla energía  que  pareciera  indomable.  El  vicio  triunfó  en  todas 
sus  fases  de  una  serie  de  cualidades  afeadas,  sin  embargo,  por  la 
carencia  de  escrúpulos  y  el  desprecio  del  recto  proceder.  La  ca- 
tástrofe se  produjo  fatalmente... 

Vanni,    nervioso,    queriendo   rechazar   aquella   nube   de  re- 


176  NOSOTROS 

cuerdos  que  le  envolvía  implacableinente  en  sus  tristes  piegos, 
se  levantó.  Quizá  caminando  un  poco  se  serenaría  su  espíritu. 
Fué  en  vano. 

Sentóse  en  otro  café  y  pidió  un  San  Martín.  La  bebida  le 
hizo  daño.  Entonces,  no  muy  seguro  de  sus  pasos,  se  dirigió  a 
un  hospedaje  de  la  calle  Bernardo  de  Irigoyen,  y  se  tendió  en  la 
cama.  A  las  diez  y  ocho  despertó  de  su  sueño,  que  no  había  sido 
otra  cosa  que  una  sucesión  de  pesadillas. 

No  tardó  en  sentirse  mejorado.  El  sueño,  con  todos  los  in- 
convenientes que  le  acompañaron,  le  alivió  bastante.  Cenó  en  el 
mismo  hospedaje  con  bastante  apetito,  y  entre  plato  y  plato  ojeó 
un  diario.  I^eyó  cosas  que  le  dejaron  estupefacto.  El  mundo  se 
había  transformado  desde  que  dejó  de  pertenecer  a  él.  Habían 
tenido  lugar  acontecimientos  increíbles . . .  Todo  estaba  cambia- 
do y  revuelto . . .  Resucitaron  Polonia,  Bohemia,  Finlandia,  y  su 
propia  patria  se  extendía  hasta  las  márgenes  orientales  del  Adriá- 
tico . . . 

Pero  la  noticia  que  más  le  afectó  fué  la  siguiente:  en  el  Co- 
lón se  daba,  aquella  noche  La  Walkiria.  Nigra  quiso  oírla  de 
nuevo.    Quiso  renacer,  evocar  sensaciones  olvidadas. 

El  piamontés  salió  a  la  calle.  Se  sumergió  en  la  gran  ciudad, 
que  comenzaba  su  vida  nocturna.  ¡  Qué  movimiento !  Encantá- 
banle, por  primera  vez,  después  de  su  resurrección,  las  lindas 
muchachas  que  se  cruzaban  en  s\\  camino.  Pasos  ligeritos,  rit- 
mos cadenciosos,  voces  suaves  y  argentinas,  siluetas  finísimas  y 
flexibles,  aladas  ondulaciones  que  pasaban  y  desaparecían ...  A 
menudo  vela  muchachos  parados  en  las  esquinas  que  se  adelan- 
taban hacia  las  deliciosas  maripositas,  cambiando  apretones  de 
manos,  sonrisas  y  palabras  cariñosas ... 

Vanni  sacudió  su  cabeza  como  si  quisiese  rechazar  aquellas 
visiones  que  le  hacían  daño.  Su  tristeza  aumentaba  en  medio  de 
la  felicidad  ajena.  Procuró  no  ver.  ¡Adelante!  Intensa  y  fecun- 
da impresión  de  arte  bañaría  en  breve  su  espíritu  y  lo  purificaría 
de  todo  dolor . . . 

El  Teatro  Colón  aparecía  como  una  síntesis  de  la  riqueza 
porteña.  Derroche  de  lujo,  de  opulencia,  de  fausto.  Perfumes 
mundanos,  aristocráticos,  de  alta  distinción,  ascendían  a  las  ga- 


EL  ATORRANTE  177 

lerías  del  coliseo.  En  palcos  y  plateas  se  combinaban  el  rígido 
frac,  uniforme  y  monótono,  con  la  riquísima  variedad  de  los 
vestidos  femeninos,  mosaico  de  finísimas  telas,  gama  colorida  al 
infinito.  En  hermosas  cabezas  de  mujer,  artísticamente  peinadas, 
brillaban  todos  los  colores  del  cabello.  En  orejas,  escotes,  bra- 
zos, se  agitaban  mundos  de  piedras  preciosas. 

El  teatro  era  un  ascua  de  oro,  resplandor  fabuloso  de  luz. 
Los  pisos  altos  desprendían  rumores  de  colmena.  Movíanse  las 
cabezas,  murmullos  de  impaciencia  creciendo  y  decreciendo,  re- 
corrían los  ámbitos  de  la  inmensa  sala. 

Mirando  desde  arriba,  veíanse  los  concurrentes  a  palcos  y 
plateas  como  si  fuesen  figuras  automáticas.  Sus  gestos  eran  len- 
tos y  armónicos,  sin  apresuramiento.  Orden  y  silencio  reinaban 
abajo,  en  oposición  a  la  impaciencia  de  las  alturas. 

Los  músicos  ocupaban  ya  sus  respectivos  sitios.  Apagáronse 
gradualmente  las  luces  del  teatro  y. , . 

Una  furiosa  tempestad,  en  medio  de  la  cual  se  oía  rugir  la 
voz  potente  y  formidable  de  Donner,  se  desarrolló  en  la  orquesta. 
Al  través  del  vendaval,  se  percibía  la  fuga  de  Sigmund,  perse- 
guido por  enemigos  implacables ...  ' 
Vanni,  desde  el  paraíso,  seguía  anhelante  el  trágico  preludio. 
Un  nuevo  ser  se  despertaba  en  él :  un  espíritu  estético  superior, 
aquel  mismo  espíritu  que  le  acompañara  en  sus  años  de  juventud, 
entre  los  malos  instintos,  a  manera  de  rayos  luminosos . . . 

A  la  cabana  de  Hunding  acababa  de  entrar,  agobiado  de  fa- 
tiga, un  hombre :  Sigmund. 

Después,  una  blanca  y  poética  figura  de  mujer,  la  suave 
Siglinda,  daba  de  beber  al  sediento.  La  llegada  de  Hunding,  con 
su  tema  áspero  y  rudo,  puso  fin  al  diálogo  precursor  de  la  trage- 
dia. Cuando  Sigmund  quedó  solo,  vacilando  sus  miradas  entre 
el  rastro  luminoso  que  Siglinda  dejara  tras  ella  y  el  puño  del  v 
sagrado  Nothung,  hundido  por  Wotan  en  el  tronco  del  fresno, 
Vanni  experimentó  exaltación  increíble.  Sumergíase  su  alma  en 
aquellos  raudales  de  poesía,  volaba  en  alas  de  inexpresables  de- 
seos :  despertábase  en  él  un  mundo  romántico,  surgiendo  de  la 
miserable  prosa  actual  de  su  vida.  . . 

Pero  cuando  la  Primavera,  abriendo  de  par  en  par  las  puer- 
tas de  la  cabana,  ostentando  sus  infinitos  mantos  de  verdor  y  de- 


178  NOSOTROS 

Tramando  por  doquier  flores  y  perfumes,  envolvió  a  Sigmund  y 
Siglinda  extasiados  en  su  inmenso  amor,  y  se  los  llevó  por  el  ca- 
mino que  conduce  a  la  muerte,  Nigra  sintióse  mal.  Quiso  salir 
del  teatro.  Bajó  lentamente  la  larga  escalera,  por  entre  los  gru- 
pos de  concurrentes  que  comentaban  con  calor  la  ejecución  de  la 
obra. 

Al  llegar  a  la  calle,  el  aire  de  la  noche  circuló  a  su  derredor 
como  una  caricia.  Templada  era  la  noche.  Ligeras  nubecillas 
blancas,  a  guisa  de  velos  transparentes,  se  tendían  entre  las  es- 
trellas. Giraban  caprichosamente,  se  diluían  como  finísimas  he- 
bras de  algodón,  se  juntaban  formando  moles  imponentes.  Y 
detrás  de  aquel  luminoso  juego,  reinaba  el  profundo  azul  in- 
finito. 

Noche  de  invierno  serena  y  melancólica,  misterio  visible  y 
sensible  de  otros  misterios  impenetrables  a  la  pequenez  humana, 
hablaba  a  Nigra  con  lenguaje  revelador  de  cosas  nunca  vistas  ni 
sentidas. 

El  hombre  resucitado,  extremeciéndose  al  impulso  de  cre- 
ciente fiebre,  caminaba  lentamente  por  la  calle  Tucumán,  en  di- 
rección al  puerto.  Caminaba  en  estado  sonambúlico.  Una  fuerza 
desconocida  dirigía  sus  pasos.  No  era  él  quien  andaba.  Era  un 
nuevo  ser  formado  con  restos  dispersos  de  su  antigua  naturaleza. 
Pero  aquellos  restos  eran  las  partículas  de  oro  desprendidas  de 
la  escoria,  de  las  substancias  vulgares  que  las  habían  envuelto. 
Fulguraban  en  la  obscuridad  como  átomos  de  luz  y  rodeaban  al 
pobre  Vanni  de  fantástico  chisporroteo. 

Nigra  soñaba.  Soñaba  y  caminaba.  Atravesaba  las  cuadras 
sin  ver  nada.  Ni  siquiera  veía  a  sus  compañeros  de  miseria,  los 
atorrantes,  que  dormían  pesadamente  en  los  umbrales  de  las 
puertas,  estirados  unos,  convertidos  otros  en  inmundos  ovillos . . . 
Soñaba  siempre. .  . 

. .  .  Era  otro  hombre.  Un  hombre  nuevo.  Florecían  en  él 
los  sentimientos  más  exquisitos  y  puros.  Era  joven  y  simpático, 
y,  como  un  loco,  se  había  enamorado.  No  sabía  si  su  amada  era 
la  propia  Siglinda,  mujer  de  origen  divino,  o  cualquiera  de  aque- 
llas lindas  modistillas,  vaporosas  y  alegres,  que  mariposeaban  a 
manera  de  efluvios.  Su  amor  era  un  éxtasis :  Siglinda,  o  bien  la 
deliciosa  muchacha  vista  en  la  calle,  correspondía  amorosamente 


EL  ATORRANTE  179 

a  su  pasión.  Vivía  en  plena  felicidad  y  su  compañera  también. 
Su  felicidad  no  tenía  nubes. 

Vanni  seguía  caminando  y  soñando.  Era  un  ingeniero  emi- 
nente. Intachable  su  proceder.  Alta  la  cabeza,  no  tenía  que  aver- 
gonzarse de  indignas  acciones.  Su  nombre  merecía  el  respeto 
del  mundo  científico.  La  compañera  de  su  vida  participaba  de 
los  triunfos  de  él. 

Gozaba  el  piamontés  de  la  más  pura  dicha  doméstica.  Go- 
zaba de  una  poesía  tranquila,  apacible,  serena,  sin  caer  nunca  en 
las  bajas  miaterialidades  de  la  prosa.  Había  hallado  aquel  punto 
maravilloso  en  que  la  imaginación  confina  con  lo  real. 

Soñando,  soñando,  Ñigra  tropezó  y  estuvo  próximo  a  caer. 
Había  dado  contra  el  pie  de  un,  atorrante  dormido,  que  llegaba 
hasta  la  mitad  de  la  acera. 

Fué  un  golpe  moral  terrible.  Un  retorno  brutal  a  la  reali- 
dad.  El  aviso  de  un  triste  ambiente  que  no  quería  ser  olvidado. 

Pero . . .  ¿  qué  extraña  locura  se  había  apoderado  de  Vanni  ? 
¿Qué  estrofas  idílicas  cantaron  en  su  mente,  henchidas  de  paz, 
de  reposo,  reflejando  venturoso  presente  y  anunciando  no  menos 
feliz  porvenir?  ¿Qué  alegre  llamada,  qué  cristalinos  sones  de 
campanas  recorrieron  los  aires  y  se  perdieron  en  los  negros  es- 
pacios apagando  melancólicamente  sus  ecos? 

Todo  se  desvaneció.  El  pie  de  un  atorrante,  rígido  como  el 
de  un  muerto,  puso  término,  momentáneamente,  a  los  raros  en- 
sueños de  Nigra. 

No  tardó  éste  en  sentir  arder  de  nuevo  su  cabeza.  La  fiebre 
volvía  a  él.  Pero  era  una  fiebre  maravillosa,  que  seguía  trans- 
formando su  ser.  Aniquilaba  arraigados  defectos,  anulaba  vicios 
substanciales  y  ejercía  ingente  presión  sobre  la  mínima  parte  de 
bondad  que  en  su  naturaleza  existía,  convirtiéndola  en  palanca 
de  nuevas  fuerzas  y  abriendo  rutas  desconocidas.  De  una  débil 
raíz,  apenas  hundida  en  la  tierra,  nacería  gigantesco  y  frondoso 
árbol .  . . 

Nigra  se  embarcaría  pronto  para  su  país  natal.  Allá  se  in- 
clinaría sobre  la  tumba  de  sus  padres  y  regresaría  a  la  Argentina 
trayéndose  a  su  hermanita.  Si  fuese  casada,  vendrían  con  ella 
su  marido  y  sus  hijitos,  que  jugarían  con  los  que  él  tendría  de 
Siglinda. . . 


160  NOSOTROS 

Al  llegar  al  Paseo  de  Julio  se  sefenó  algo  la  mente  de  Ni- 
gra.  Pero  se  serenó  para  ensombrecerse  al  instante.  Largo  ex- 
tremecimiento  recorrió  su  cuerpo  al  recordar  el  motivo  que  ori- 
ginara su  reincorporación  al  mundo  de  los  seres  pensantes.  Unos 
cuantos  pesos  manchados  con  la  sangre  de  una  pobre  mujer  ase- 
sinada. . . 

Vanni  sintió  frío.  Un  frío  que  helaba  sus  huesos  y  amora- 
taba su  miserable  carne.  Con  el  frío  volvió  a  la  realidad,  Y  la 
realidad,  con  voz  apagada  y  lúgubre,  le  anunció  el  fin  de  los  pe- 
sos robados,  y  su  reingreso  al  gremio  de  los  atorrantes,  espec- 
tros vivientes,  sombras  de  seres  que  fueron . . . 

El  piamontés  quiso  rebelarse  contra  el  destino.  Lucharía 
para  rehacer  su  vida.  ¿Pero  en  dónde  hallaría  el  coraje  para 
ello  ?  Si  la  voluntad  no  fuese  suficiente,  recorrería  el  mundo  has- 
ta encontrar  la  fuente  de  los  milagros.  En  ella  bañaría  su  ardo- 
rosa cabeza  y  la  levantaría  reconfortado,  mirando  sin  pestañear 
las  barreras  que  opone  el  mundo  a  los  héroes  y  mártires  de  la 
regeneración . . . 

Soñando,  soñando,  atravesó  Vanni  los  jardines  del  Paseo  de 
Julio  y  llegó  al  puerto.  Fuerte  viento  comenzaba  a  soplar  desde 
el  Sud.  Arrastraba  en  su  rápida  marcha  inmensas  aglomeracio- 
nes de  nubes,  entre  las  cuales  fulguraban  lejanos  relámpagos. 

Iba  acambiar  el  tiempo.  Balanceábanse  violentamente  los 
buques,  crujían  cadenas  y  cuerdas.  Las  aguas  del  puerto,  tur- 
bias y  r^egras,  agitábanse  ruidosamente. 

La  noche  se  invadía  del  sopor  que  precede  a  las  tormentas. 
Ni  una  sola  estrella  brillaba  en  el  cielo. 

Vanni  contempló  fijamente  las  aguas.  Le  parecía  ver  en  su 
agitación  el  poder  de  fuerzas  hipnóticas.  Puntas  de  imanes  aso- 
maban en  los  vértices  de  las  olas. 

Y  se  dio  cuenta,  instantáneamente,  de  que  aquellas  aguas 
poseían  un  pensamiento  y  que,  además,  hablaban.  Emitían  con- 
ceptos tan  claros  y  precisos  como  los  que  se  originan  en  las  me- 
jores organizaciones  mentales. 

Díjole  así  la  voz  áé[%io:  "No  luches  más,  pobre  alucinado, 
contra  los  espejismos  que  en  tu  imaginación  se  forman.  La  tie- 
rra nada  tiene  ya  que  ofrecerte.  Todo  te  lo  dio  y  todo  lo  recha- 
zaste.   Tenías  voluntad,  tenías  inteligencia,  ¿qué  te  faltaba?  Su- 


Ely  ATORRANTE  181 

fre  y  calla,  si  es  que  quieres  vivir.    Pero  si  alienta  en  ti  un  soplo 
de  razón,  ven  a  mi  seno  y  en  él  hallarás  el  supremo  reposo,  el 
eterno  consuelo  a  todos  tus  dolores". 
— Dice  muy  bien,  murmuró  Nigra. 

Y  la  voz  del  río  prosiguió:  "Mis  aguas  son  turbias  y  roji- 
zas, pero  son  también  compasivas  y  buenas.  Ellas  te  llevarán  tal 
vez  a  las  azules  olas  del  Atlántico  por  donde  viniste  a  mis  orillas, 
sediento  de  fortuna  y  de  placeres.  Mecerán  tu  cuerpo  hasta  su 
descomposición  final,  y  te  recordarán  las  armonías  y  los  ritmos 
de  aquellas  músicas  que  embellecieron  tu  juventud  y  te  han  aca- 
riciado por  última  vez  esta  noche.  Rodeado  de  eterna  agitación, 
alcanzarás  el  silencio  y  la  quietud  del  Nirvana.  Ven  a  mí,  que 
la  tierra  te  rechaza ..." 

— Dice  muy  bien,  volvió  a  murmurar  Nigra. 
Las  tinieblas  se  hacían  cada  vez  más  densas. 
Vanni,  aterrado,  doblegóse  bajo  el  peso  de  un  puño  de  plo- 
mo que  le  empujaba  hacia  adelante. 

Sintióse  en  el  vacío,  después  en  la  frialdad  del  agua. 

Y  la  voz  del  río  rezó  la  última  oración  por  el  alm^a  de  Vanni 


Nigra. 


Jerónimo  Zanné. 


MI  CIUDAD 


Olí  mi  ciudad  sonora,  multámine  y  activa, 
oh  mi  ciudad  inquieta! 
Al  verte  esta  mañana  bajo  la  gloria  viva 
de  este  sol  de  verano,  me  he  sentido  poeta. . . 

Y  he  echado  a  andar  por  estas  tus  calles  empedradas, 
algunas  pintorescas,  sonrientes  y  animadas, 
algunas  muy  vulgares,  monótonas  y  grises, 
a  descubrir  bellezas  que  tendrás  ignoradas, 
a  descubrir  fealdades  {también  te  han  sido  dadas) 
y  a  oír  lo  que  me  dices! 


La  calle  céntrica 

HU  aqí{í  la  calle  céntrica,  he  aquí  la  calle  inquieta 
de  mri  ciudad  sonora.   Bs  amplia  y  es  lujosa; 
feérica  de  noche,  de  día  bulliciosa 
y  siempre  algo  coqueta. 
Es  un  recto  tentáculo,  una  arteria  apoplética 
que  palpita  en  el  ritmo  de  la  gran  muchedumbre ; 
es  uniforme,  limpia,  también  tiene  su  estética 
y  cada  acera  ofrece  un  cuadro  de  costumbre. 
Aquí  ya  existe  un  poco  de  gracia  y  de  belleza. 
¿Que  no  tiene  carácter f  ¿Que  no  existe  el  estilo 
en  las  altas  fachadas?  ¿Que  no  tiene  pureza 
de  gusto  el  edificio f   ¡Qué  importa!  El  Rosario 
es  caprichoso  y  nuevo,  no  tiene  idiosincrasia; 
multiforme,  cambiante,  interesante  y  vario 
y  enemigo  de  cánones.    Tiene  su  fuerte  gracia 


MI  CIUDAD  183 

el  gusto  de  lo  áspero.   Mi  calle  predilecta 

es  ésta  de  edificios  enormes,  desiguales: 

junto  cu  una  casa  baja  hay  otra  que  proyecta 

hacia  el  cielo  infinito 

su  contextura  sólida  de  líneas  colosales, 

de  hierro  y  de  paredes  que  imitan  el  granito. 

Bn  la  rubia  mañana 
esta  calle  se  llena  de  muchedumbre  espesa 
gesticulante,  briosa.    Mi  ciudad  tiene  esa 
fiebre  del  movimiento:  la  fiebre  americana. 

Gusto  andar  por  sus  anchas  y  límpidas  aceras 
flanqueadas  de  comercios,  de  tiendas  y  de  bares, 
de  vastos  almacenes,  de  lujosas  vidrieras, 
de  espléndidos  hoteles  y  nutridos  basares. 
Camino  a  pasos  lentos,  pues  en  la  acera  inquieta 
sólo  yo  rompo  el  ritmo,  sólo  yo  voy  cansado, 
con  mi  pena  secreta, 

envidiando  a  los  hombres  que  pasan  a  mi  lado 
todos  activos,  rientes,  con  la  alegría  pura 
que  no  tienen  aquéllos  que  sólo  han  caminado  . 
por  las  calles  dolientes  de  la  literatura. . . 


La  calle  suburbana 

Sobrí:  la  calle  opaca  del  barrio  suburbano 
la  luz  palpita  intensa;  el  gran  sol  de  verano 
diluye  su  acuarela  sobre  todas  las  cosas. 

Su  luminoso  toque 
resbala  en  la  fachada  de  la  casita  obrera 
que  aun  no  tiene  revoque 
y  se  extiende  a  lo  largo  de  los  tapiales  rojos, 
ilumina  la  acera 

escasa  y  derruida,  y  filtra  en  los  manojos 
verdes  y  tembladores  del  tierno  paraíso 
que  es  un  oasis  breve  de  sombra  y  de  verdura 
al  borde  de  las  calles  grises  y  polvorosas. 
Los  verdes  paraísos...  los  árboles  humildes 


18i  NOSOTROS 

que  decoran  las  calles  tristes  y  silenciosas! 

Arbolitos  redondos  de  copas  regulares 

que  verterán  frescura 

al  {indar  de  los  años!  Arbolitos  queridos 

sencillos^  familiares, 

que  al  llegar  a  floridos 

perfumarán  de  un  leve  perfume  de  reseda 

las  lloran  graves,  lentas,  de  las  tardes  calladas! 

Bn  esta  mañanita  luminosa  y  reidera 
la  calle  suburbana,  tan  monótona  y  queda 
se  puebla  de  rumores. .  .   Corren  por  las  calzadas 
tres  chicuelos  alegres;  van  sucios  y  desnudos 
y  muestran  el  ombligo. 

De  un  portoncito  sórdido  sale  una  vendedora 
de  lecJntgas  y  pollos,  con  dos  bolsas  atadas; 
es  una  viejecita  inquieta  y  charladora 
y  seca  como  un  higo. 

Sobre  un  carrito  enano,  desvencijado  y  raro 
que,  al  rodar  dando  tumbos  por  los  baches  rechina, 
un  hombrón  de  vo3  gruesa,  de  timbre  grave  y  claro, 
un  hom.brón  imponente 
resongón  e  insolente 
con  la  pobre  vecina 

que  no  puede  pagar  muy  cara  la  verdura, 
va  gritando  a  los  vientos :  ''Hay  papa,  mandarina, 
naranja  paraguaya,  coliflor  y  banana. .  /■' 

Por  sus  gestos,  su  modo,  su  vos  amplia  y  segura 
muy  fácil  se  adivina 
que  el  viejo  verdulero 
ha  educado  sus  dones  de  cantor  callejero 
en  la  sonora  lírica  de  la  escuela  italiana. 
Bn  el  carrito  estólido,  entre  el  verdor  oscuro 
de  las  legumbres,  brillan  al  sol  rubias  naranjas 
como  bruñidas  bolas  de  purísimo  oro. 

Aparecen  de  pronto,  esquivando  las  sanjas 
y  al  anuncio  sonoro 

de  sus  cien  cascabeles,  el  carro  del  lechero, 
del  buen  vasco  lechero 


MI  CIUDAD  185 

que,  bajándose  ágil,  bonachón  y  sincero 
distribuye  la  leche  —  chorro  de  nieve  pura  — 
a  las  pobres  mujeres. 

La  opaca  callejuela 
del  barrio  suburbano  se  va  animando  ahora 
y  la  suave  acuarela 

de  la  mañana  clara  se  hace  más  viva  y  dura; 
el  sol  la  incendia  en  pleno  y  ya  no  es  incolora, 
y  es  que  el  gran  sol  la  cubre  de  un  milagroso  velo, 
pues  la  calleja  mísera,  para  su  gran  pobreza 
sólo  ese  lujo  tiene  que  le  viene  del  cielo . . . 
No  miremos  andrajos,  no  miremos  tristeza! 
Usos  chiquillos  sucios,  bajo  la  luz  se  visten 
de  un  traje  luminoso;  el  obrero  de  blusa 
tiene  contornos  áureos. ...   Y,  oh  milagro!  una  musa 
viene  hacia  mí.  . .  la  calle  se  lleiui  de  armonía. . . 

Bs  una  joven  rubia;  se  adelanta  con  gracia 
y  se  acerca  y  me  mira.   Bl  poeta  querría 
ofrecer  a  su  suave  y  fina  aristocracia 
una  palabra  sola...  Pero  la  rubia  pasa 
y  yo  me  quedo  mudo; 
su  boquita  de  brasa, 

sus  ojos,  su  pie  breve,  su  pasito  menudo, 
su  cara  marfilina 
y  su  brazo  desnudo 

me  dejaron  extático.  Ahora  la  mata  aurina 
de  su  gran  cabellera,  vista  de  atrás,  se  agita 
y  bajo  el  sol  palpita 

como  una  ideal  bandera . . .  la  muchacha  se  aleja  . 
con  paso  apresurado.   Bs  la  buena  maestrita 
de  la  escuela  del  barrio;  su  figurita  grácil 
y  delicada  pone  sobre  la  gris  calleja 
una  adorable  nota  de  gracia  y  de  finura. 

La  maestrita  del  barrio,  del  pobre  barrio  obrero, 
que  ofrece  al  hijo  ajeno  su  amorosa  ternura 
y  quizá  para  siempre  guardará  prisionero 
en  su  corazoncito  como  en  jardín  cerrado 
un  capullo  de  amores,  un  capullo  que  nunca 


186  NOSOTROS 

ha  de  llegar  a  abrirse,  el  capuUito  amad.o 

de  un  amor  imposible,  de  una  esperanza  trunca . . 

La  siguen  varios  niños  camino  de  la  escuela 
y,  después  de  decirle  '^buenos  días,  señorita", 
pasan  delante,  riendo,  al  ver  que  Pablo  "pela" 
al  chambón  de  Luis  la  última  bolita. . . 

Más  allá  está  la  escuela  alegre  y  bulliciosa 
y  más  allá  se  pierde  la  calle. . .  pocas  casas 
de  madera  y  de  lata. . .  luego  el  tapiz  verdoso 
de  un  alfalfar  y  luego  la  extensión  luminosa 
del  campo  abierto  y  llano. 
Oh,  callejuelas  áridas  que  ofrecéis  tan  escasas 
bellezas  al  viandante!  Oh,  barrio  suburbano 
tan  pobre  de  carácter,  tan  hostil,  desolado, 
vulgar,  grisáceo,  opaco . . . ! 

Bn  mi  ciudad  inquieta 
esta  calleja  mísera  y  este  barrio  apartado 
cuánto  dicen  al  poeta. . . ! 


El  Paraná 

MI  río  no  tiene  agua  quieta  ni  trasparente 
ni  tiene  esos  rumores  que  las  églogas  dicen; 
es  silencioso,  opaco,  de  plomiza  corriente 
y  no  tiene  remansos  que  brillen  o  se  irisen. 

Pero  es  profundo  y  amplio  y  en  su  dormido  cauce 
caben  barcos    inmensos.   En  su  lejana  orilla 
verdea  el  juncal,  el  tala,  el  algarrobo,  el  sauce 
y  se  extiende  la  arena  luciente  y  amarilla. 
Por  su  caudal  arriban  los  ventrudos  vapores 
de  amplísimas  bodegas 
trayéndonos  en  cargas  fabulosos  valores 
para  llevarse  luego  millones  de  fanegas 
de  grueso  y  rubio  trigo.   Mi  río  no  es  trasparente 
pero  es  pujante  y  amplio,  es  útil  y  es  modesto . . . 
y  a  mi  Rosario  práctico  le  viene  bien  todo  esto . . . 


MI  CIUDAD  187 


El  Parque 


UN  montículo  trunco,  verdoso  y  pintoresco 
y  al  pie  una  gruta  blanca;  detrás  una  arboleda 
de  frondasón  espesa  (vasto  panneaux  goyesco) 
y  más  acá  un  gran  lago  de  epidermis  de  seda. 
Muchas  columnas  albas,  clásicas,  elegantes 
y  una  avenida  extensa  por  donde  van  los  coches 
ricos  y  charolados,  los  autos  trepidantes 
y  una  hilera  infinita  de  cien  focos  gigantes 
que  incendian  de  luz  blanca  las  perfumadas  noches. . . 

Y  luego  el  rosedal,  florecido  y  coqueto, 
con  surtidores  tersos  y  aromadas  glorietas, 
con  cisnes  serpentinos  en  el  estanque  quieto, 
con  mAijeres  hermosas, 
y  muchas,  muchas  rosas 
para  los  flacos  poetas! 


Las  barrancas  de  Alberdi 

BARRANCAS  de  mi  río,  altas  y  recortadas 
en  felpudos  festones  de  céspedes  verdosos; 
barrancas  caprichosas,  frescas  y  salpicadas 
de  flore  cillas  vivas, 

de  tréboles  fragantes  y  de  árboles  lustrosos. 
Sobre  la  falda  oscura  destácanse  los  fríos 
chalets  aristocráticos,  tan  pulidos  y  ufanos; 
más  allá  un  promontorio 

y  luego,  allá  a  lo  lejos,  los  brazos  de  los  ríos, 
con  gestos  voluptuosos,  largos  gestos  humanos, 
que  intentan  abrazar  el  gran  cuerpo  ilusorio 
de  las  islas  lejanas.   Algunos  camalotes 
que  navegan  errantes 

traen  hasta  la  barranca  su  presente  de  brotes 
de  flores  y  de  frutos;  jardincillos  flotantes 
desprendidos  quién  sabe  de  qué  frescos  islotes 
de  qué  playas  distantes . . . ! 


188  NOSOTROS 


El  Saladillo 


UN  paisaje  de  líneas  onduladas  y  varias, 
un  ambiente  algo  "chic"  de  "cottages  y  villas", 
pocas  casas  proletarias, 
pocas  cosas  sencillas. 

Aquí  hay  dinero  y  triunfa  Churriguera  y  sus  cosas; 
hay  grutas  de  artificio,  estatiiitas  de  yeso, 
mucho  "papier  maché"  y  entre  las  frescas  rosas 
hay  cigüeñas  de  palo.  . .    Eucaliptus  inmóviles 
desgreñados  y  altivos 

contemplan  desde  lo  alto,  un  poco  pensativos, 
los  locos  automóviles 

retaliando  a  lo  largo  de  inmensas  avenidas 
tan  quietas  y  extendidas 
que  parecen  dormidas. 

Suavísimas  colinas 
se  acuestan  a  lo  lejos  hasta  llegar  al  rio 
en  gradaciones  leves:  son  pintorescas,  finas 
y  tienen  sus  matices. 

El  Saladillo  es  una 
Suiza  de  miniatura,  con  su  breve  arroyuelo, 
sus  casas  luminosas,  su  accidentado  suelo 
y  habitantes  pacíficos  de  mediana  fortuna. . . 


Las  mujeres 

M  UJIERES  del  Rosario!  Muchachuelas 
de  los  barrios  humildes;  obreritas 
alegres,  casquivanas  y  locuelas, 
de  años  escasos,  cortas  pollcritas, 
sonrientes,  coquetuelas, 
que  vais  por  la  tnañana  . 
en  bandas  bulliciosas 
a  dejar  en  la  fábrica  tirana 
las  florecidas  rosas 


MI  CIUDAD  189 


de  vuestra  fresca  juventud...    Obreras 
del  dedal  y  la  aguja. . .    Muchachitas 
que  debéis  trabajar  ''para  la  casa" 
y  empesáis  a  sufrir  tan  jovencitas! 

El  poeta  que  pasa 
y  os  quiere  y  os  sigue  a  veces 
por  oír  vuestra  charla  y  vuestra  risa, 
sabe  vuestro  dolor,  presiente  todo 
lo  que  vais  a  sufrir.  Pobre  y  sumisa 
ha  de  ser  vuestra  vida  y  tal  vez  llegue 
a  mancharse  en  el  lodo. 
Un  amor,  tal  vez  nada.  . .    Un  mal  marido 
más  tarde .  . .  quizá  os  pegue 
cuando  venga  borracho...    Quizá  alguna 
conocerá  el  amor  y  habrá  tenido 
muchos  hijos  (la  única  fortuna)  .  . . 

Obreritas  amadas,  obreritas 
de  manos  pequeñitas 
que  vais  a  coser  bolsas  y  os  pincháis 
los  deditos  rosados 
en  el  áspero  cáñamo .  . .   mujeres 
que  nunca  fuisteis  niñas,  yo  quisiera 
veros  siempre  en  bandadas  por  la  acera 
así,  como  os  miro  hoy,  frescas,  gozosas, 
sin  pensar  en  la  vida  'del  mañana, 
siendo  siempre  pimpollos,  nunca  rosas. . . 

Y  vosotras  las  ricas,  las  que  vais 
en  actitud  inmóvil 
sobre  el  rico  automóvil 
y  nunca  abandonáis 
esa  actitud  hierática  y  serena 
qar   timen  las  estatuas  bizantinas, 
vosotras,  rosarinas, 
que  parecéis  llevar  alguna  pena 
cuando  os  miro  pasar  tristes  y  altivas 
por  la  calle  de  Córdoba,  a  la  tarde, 
lejanas,  pensativas, 
y  sin  embargo  suaves  y  adorables; 


190  NOSOTROS 

vosotras  las  esquivas, 

y  por  eso  tal  ves  las  más  deseables, 

sonreíd  a  la  vida,  haced  que  surjan 

de  vuestros  labios  frescos  y  aromados 

las  floridas  sonrisas. . .   sonreíos 

oh  mujeres  gallardas...    Vuestros  fríos 

y  lánguidos  ojos  asombrados 

que  se  llenen  de  luz  de  la  alegría! 

Así  seréis  más  bellas,  más  amadas, 

luminosas,  deseadas, 

V  ha  de  tener  más  luz  la  ciudad  mía! 


Los  hombres 

HOMBRES  de  mi  ciudad,  hombres  activos 
llegados  hasta  aquí  desde  regiones 
distintas  y  lejanas, 
que  hacéis  a  mi  ciudad  cosmopolita 
y  creáis  las  razas  sanas 
de  las  nuevas  naciones! 

Mi  ciudad  os  invita 
a  que  la  hagáis  vivir  de  vida  intensa; 
en  mi  ciudad  se  piensa 
sólo  para  el  presente  y  el  mañafia; 
la  gente  vii'e  aquí  para  el  futuro 
y  es  audaz,  positivista,  nietzcheana! 

En  la  lucha  incesante  y  cuotidiana 
sólo  vencen  los  fuertes.   Sed  bravios, 
luchadores,  valientes, 
luchad  con  bello  gesto,  sonrientes, 
que  aunque  estéis  ante  el  ara  del  dios  Oro 
no  debéis  estar  tristes.  . . 

Esto  sólo 
lo  serán  unos  pocos  en  Rosario; 
los  tristes  sólo  irán  con  su  incensario 
humildes  y  dolientes 
a  rezar  por  las  gentes 
ante  el  ara  de  Apolo. 


MI  CIUDAD  191 


Envío 


OH  mi  ciudad  que  tienes  la  infinita  belleza 
de  todas  tus  mujeres  suaves  y  luminosas; 
que  vives  persiguiendo  a  la  diosa  Riqueza 
entre  el  trajín  diario  de  tus  calles  ruidosas. 
Ciudad  americana,  joven,  fuerte,  pujante: 
algunos  te  reprochan  de  ser  cartaginesa, 
de  ser  muy  comerciante 
y  de  dar  a  Mammón  o  al  Becerro  de  Oro 
lo  mejor  de  tu  mesa. 

Oh  mi  ciudad  que  tienes  el  inmenso  tesoro 
de  los  .grandes  mercados,  del  más  vasto  granero, 
y  quemas  ante  el  ara  de  templos  mercenarios 
en  hondos  incensarios 
la  mirra  del  Dinero : 

Dentro  de  tus  cien  Fábricas  y  de  tus  cien  Talleres 
el  Capital  se  anida,  se  desarrolla,  aumenta, 
pero,  oh  ciudad,  escúchame,  si  por  algo  me  quieres 
y  perdona  si  el  pobre  poeta  se  lamenta: 
aquí,  junto  al  suburbio,  también  está  el  andrajo, 
aquí  también  he  .visto  a  la  familia  hambrienta 
que  no  alcanza  a  comer  tras  el  día  de  trabajo. . . 

Oh  mi  ciudad!,  yo  busco  en  tí  toda  belleza; 
quiero  verte  sin  velos,  real  y  verdadera 
cual  si  fueras  el  cuerpo  desnudo  de  la  Amada; 

sigue  por  los  caminos  áureos  de  la  Riqueza, 
sé  laboriosa,  fuerte,  vive  la  vida  austera 
de  la  cruenta  jornada, 

pero  ¡oh  ciudad!  no  quiero  que  te  llamen  fenicia 
ni  debes  ser  cruel,  desolante  ni  fría. . . 

¡Oh  mi  ciudad  no  olvides  a  la  diosa  Justicia 
ni  a  la  diosa  Poesía! 

Marcos  L^nzoni. 

Rosario,   1921. 


LA  PATRIA  DE  CULÓN 


A  mi  regreso  del  extranjero,  donde  permanecí  bastante  tiempo, 
por  razones  de  salud,  tuve  noticias  de  haber  aparecido  en  la 
muy  acreditada  revista  Nosotros,  un  articulo  del  señor  Rómulo 
D.  Carbia,  fuertemente  agresivo  para  mí,  a  propósito  de  un  libro 
que  publiqué  jáltimamente  intitulado  La  Patria  de  Colón.  Lo  leí, 
vi  que  más  que  una  crítica  serena  de  mi  libro,  era  un  desahogo 
contra  mi  persona,  y  me  pareció  que  lo  más  prudente  sería  no 
ocuparme  de  él.  Pero  pasó  algún  tiempo,  alguien  me  advirtió 
que  se  notaba  con  extrañeza  mi  silencio  ante  los  ataques  del  señor 
Carbia  y  comprendí  que,  efectivamente,  esos  ataques  merecían 
una  sencilla  respuesta,  y  que  haría  mal  si  la  omitiese. 

La  razón  de  ese  artículo  y  de  su  tono  despectivo,  es  muy 
sencilla.  Mi  referido  libro,  en  su  capítulo  XL  colocaba  al  señor 
Carbia  en  una  situación  muy  desairada,  dadas  sus  pretensiones 
de  maestro,  ya  que  quedaba  a  la  vista  su  ligereza  en  materias  de 
apreciación  histórica  y  no  encontró  otro  expe^Jiente  mejor  para 
salir  del  paso  que  el  de  hacer  críticas  de  orden  personal,  totalmen- 
te injustas. 

Ocupándose  de  mi  libro,  escribe:  "Lo  primero  que  de  él 
puede  decirse  — y  esto  ya  lo  invalida —  es  que  se  trata  de  un  ale 
gato  curial.  El  autor  que  es  abogado ..."  Es  decir,  que  por  ser 
abogado  el  autor  y  por  demostrar  claramente  lo  que  se  propone, 
documentándolo,  el  libro  no  puede  ser  sino  un  alegato  curial.  ¡  Y 
queda  invalidado !  Según  eso,  mis  libros  Piscursos,  Narraciones 
y  algunos  otros,  muy  modestos,  sí,  pero  míos,  no  pueden  conte- 
ner otra  cosa  que  alegatos.   Es  una  curiosa  manera  de  razonar. 

Dice  también  que  creyéndome  yo  poseedor  de  la  prueba  de- 
finitiva de  la  tesis  de  la  patria  española  de  Colón,  "me  lancé  como 


LA  PATRIA  DE  COLON  193 

esforzado  paladín"  a  la  empresa  de  un  libro,  a  mi  juicio,  final, 
aplastador,  pulverizante.  Y  no  hay  tal  cosa.  La  honradez  y  la 
verdad  con  que  procede  el  señor  Carbia,  queda  de  manifiesto  ante 
lo  que  digo  en  el  prólogo  de  mi  obra,  pág.  17:  "Lejos  de  mí  al 
dar  un  paso  tan  aventurado  (la  publicación  del  libro)  la  vana 
pretensión  de  haber  arribado  a  una  demostración  que  no  admita 
réplica,  puesto  que  nada  hay  en  la  vida  que  no  tenga  su  pro  y  su 
contra" .  .  .  Manifiesto  además,  que  me  mueven,  al  hacer  esa 
publicación,  "el  deseo  y  la  esperanza  de  que  los  antecedentes  por 
"  por  mí  expuestos  sean  tomados  en  consideración  por  los  que 
"  tienen  la  misión  y  el  deber  de  velar  por  la  pureza  de  la  historia 
"  — entre  los  que  jamás  pensé  incluir  al  señor  Carbia —  a  fin  de 
"  que,  dedicando  al  asunto  el  atento  y  concienzudo  estudio  que 
"  merece,  hagan  la  luz  de  una  vez  por  todas,  ya  que  es  hoy  po- 
"  sible,  sea  en  el  sentido  que  fuere  (con  lo  cual  yo' no  afirmo  nada 
"categóricamente)  alrededor  de  aquello  mismo  que  Colón^  como 
"  se  ha  dicho,  pretendió  que  fuera  un  misterio  para  todos".  Y 
esto  es  precisamente  todo  lo  contrario  de  lo  que  el  señor  Carbia 
me  atribuye  caprichosamente:  que  diga  o  crea  yo  que  mi  trabajo 
es  final,  aplastador,  pulverizante. 

Para  él  sí  que  fué  realmente  aplastador.  Yo  no  lo  dije,  pero 
así  vino  a  resultar.  Digo  en  mi  libro  (págs.  202  y  siguientes),  el 
cual  calificó  él  de  alegato  curialesco,  que  el  opúsculo  Origen  y 
Patria  de  Colón  que  él  publicó  en  1918,  plagado  de  errores  ga- 
rrafales, aparece  entre  ellos  el  inverosímil  de  que  Colón  apenas 
conocía  el  castellano,  y  que  todos  los  documentos  de  que  tenemos 
noticia,  emanados  de  él,  son  la  obra  de  sus  amanuenses  o  secreta- 
rios. Para  demostrar  que  esta  afirmación  es  enteramente  falsa 
y  absolutamente  caprichosa,  le  recuerdo  en  la  pág.  216  de  mi  ale- 
gato, lo  que  él  mismo  demuestra  conocer  en  una  «ota  de  su 
opúsculo,  y  es,  ante  todo,  lo  que  dice  Colón  en  su  carta  de  4  de 
Abril  de  1502,  dirigida  al  P.  Gorricio:  "Allá  van  por  mi  arquita 
para  algunas  escrituras.  La  carta  escribiré  de  mi  mano".  El  i." 
de  Diciembre  de  1504,  escribía  a  su  hijo  Diego:  "A  Diego  Mén- 
dez dá  mis  encomiendas  y  que  vea  ésta.  Mi  mal  no  consiente 
que  escriba,  salvo  de  noche,  porque  el  día  me  priva  de  la  fuerza 
de  las  víanos" ;  prueba  evidente  de  que,  cuando  le  parecía  bien, 
escribía  con  su  propia  mano,  no  con  las  de  sus  amanuenses.    En 


1^4  NOSOTROS 

la  carta  dirigida  al  mismo  en  29  del  propio  mes  y  año,  escribía : .  . . 
"dile  que  non  le  escribo  particularmente  por  la  gran  pena  que 
llevo  en  la  péndula"  (la  pluma). 

Como  se  vé,  el  reconocimiento  de  Colón  de  ser  él  mismo 
quien  escribía,  si  no  todas,  muchas  de  sus  cartas,  no  puede  ser 
más  categórico,  ni  más  claro.  El  señor  Carbia,  dice  que  Colón 
escribía  las  cartas  a  su  manera,  destrozando  el  idioma,  y  que  un 
amanuense  las  arreglaba  y  escribía  después  en  buen  castellano; 
pero  la  prueba  de  que  también  esta  hipótesis,  además  de  ser  ri- 
dicula, es  falsa  de  toda  falsedad,  la  tenemos  en  forma  notarial  y 
fehaciente.  '  En  efecto:  el  escribano  don  Pedro  de  Hinojado,  al 
autorizar  onte  siete  testigos,  el  testamento  que  otorgó  Colón  en 
Valladolid  el  19  de  Marzo  de  1506,  el  día  antes  de  su  muerte, 
dice,  dando  fé  de  ello:  "E  agora  añadiendo  al  dicho  su  testa- 
mento, él  tenía  escrito  de  su  mano  e  letra  un  escrito  que  ante  mi 
dicho  escribano  presentó  que  dijo  estaba  escrito  de  su  mano  e  le- 
tra, e  firmado  de  su  nombre" ...  Y  más  adelante :  .  . .  "Su  tenor 
de  la  cual  dicha  escritura  que  estaba  escrita  de  letra  e  mano  del 
mismo  Almirante,  e  firmada  de  su  nombre  de  verbo  ad  verbum, 
es  este  que  se  sigue". . .  A  continuación  va  el  bien  conocido  tes- 
tamento de  Colón,  muy  extenso  y  escrito  todo  él  en  buen  caste- 
llano. La  solemne  declaración  del  escribano  Hinojado,  ante  siete 
testigos,  al  autorizar  un  documento  de  tan  excepcional  impor- 
tancia, excluye  hasta  la  más  remota  posibilidad  de  que  no  fuese 
la  del  propio  otorgante  la  mano  que  lo  escribió.  Debe  agregarse 
a  todo  lo  dicho  que  Colón,  "el  de  la  capa  raída  y  pobre",  según 
su  grande  amigo  el  historiador  Bernáldez,  no  estuvo  siempre,  ni 
mucho  menos,  en  condiciones  de  llevar  consigo  secretarios  y  ama- 
nuenses. En  su  Lettera  raríssima,  de  1503,  es  decir,  a  los  once 
años  del  descubrimiento,  escribía  a  los  Reyes:  "Que  hoy  día  no 
tengo  en  Castilla  ni  una  teja;  si  quiero  comer,  o  dormir,  no  ten- 
go, salvo  el  mesón  o  taberna,  y  las  más  de  las  veces  falta  para 
pagar  el  escote".  Es  decir,  que  quien  no  disponía  de  una  teja, 
ni  tenía  para  pagar  su  comida,  llevaba  invariablemente  consigo 
el  consiguiente  séquito  de  secretarios  y  amanuenses.  ¡Es  com.o 
para  felicitar  al  señor  Carbia  por  su  magno  descubrimiento !  Co- 
mo se  vé,  yo  demuestro  con  claridad  meridiana  que  la  hipótesis 
echada  a  volar  por  el  señor  Carbia,  es  enteramente  caprichosa. 


LA  PATRIA  DE  COLON  196 

infundada,  en  suma,  falsa.  Yo  pruebo  con  las  propias  palabras 
del  Descubridor  y  con  la  fé  que  merece  nada  menos  que  la  ates- 
tación de  un  escribano  público,  es  decir,  con  la  mayor  suma  po- 
sible de  elementos  de  convicción,  que  sus  escritos  eran  de  su 
mano  e  letra;  y  en  cuanto  a  que  él  castellano  de  sus  escritos  era 
un  buen  castellano,  salvo  alguna  palabra  gallega,  sin  mezcla  nin- 
guna de  genovés,  o  de  otro  idioma,  puede  verlo  cualquiera. 

Lo  más  curioso  del  caso  es  que  el  señor  Carbia,  en  su 
opúsculo,  pág.  .29,  nos  dice:  "O  los  escritos  no  son  del  Almi- 
rante, pues  no  es  dable  que  un  extranjero  manejase  así  el  idioma 
de  Castilla,  o  hay  que  convenir  en  que  ellos  aportan  una  prueba 
cumplida  de  su  origen  hispánico".  Pues  bien:  como  se  ha  visto, 
un  escribano  público,  en  un  documento  que  suscribe,  ante  siete 
testigos,  el  propio  Colón  nos  dice,  bajo  su  fé,  que  el  Almirante 
es  el  autor  de  un  documento  extensísimo  — el  testamento —  todo 
él  en  correcto  castellano ;  y  entonces,  quedamos  en  que,  según  el 
señor  Carbia,  ello  es  prueba  cumplida  del  origen  hispánico  de 
Colón,  que  es  lo  que  pretende  negar  y  combatir,  valiéndose  para 
ello  de  las  más  absurdas  suposiciones. 

Yo  creo  demostrar  en  mi  libro  que  el  Descubridor  tuvo  es- 
peciales motivos  para  ocultar  su  patria  y  que  si  llegó  a  decirse 
nacido  en  Genova  — lo  que  jamás  pudo  probarse,  pues  veinte 
pueblos  de  Italia  se  disputan  el  honor  de  ser  su  cuna —  fué  en 
un  documento  que  otorgó  en  España  fundando  un  mayorazgo  en 
aquella  Ciudad  (donde  tales  mayorazgos  no  existían,  ni  eran  re- 
conocidos), y  quiso  dar  base  con  aquel  reconocimiento  a  esa 
fundación  que  creyó  necesaria,  para  que  una  nación  "poderosa 
por  la  mar"  fuese  garantía  de  sus  derechos  como  descubridor  de 
las  Indias,  los  cuales  temía  le  fuesen  desconocidos  por  Fernando 
el  Católico ;  creo  demostrar,  asimismo,  que  su  verdadero  apellido 
de  Colón,  desconocido  en  Italia,  es  netamente  español,  así  como 
que  Colón  no  hablaba  el  italiano;  y,  finalmente,  que  el  Descubri- 
dor reconoció  a  España  con  sus  hechos  reiteradamente  como  pa- 
tria suya,  que  al  español  le  llamó  nuestro  romance,  y  que  jamás 
se  naturalizó  en  España,  lo  que  sería  inadmisible,  pues  fué  almi- 
rante y  virrey,  mientras  conservase  el  carácter  de  extranjero. 

¿Que  al  demostrar  todo  esto  y  mucho  más,  he  incurrido  en 
ingenuidades,  como  dice  el  señor  Carbia?    Según  la  manera  que 


196  NOSOTROS 

tiene  este  señor  de  apreciar  las  ideas  de  los  demás,  es  bien  posi- 
ble. ¿Que  mi  trabajo  contiene  errores?  Nada  tendría  de  par- 
ticular. Hominum  est  errare.  No  lo  son  los  que  él  indica,  pero 
en  cambio  yo  le  podría  señalar  algunos  de  que  he  podido  darme 
cuenta  después  de  impreso  el  libro,  a  causa  de  la  premura  con 
que  fué  compuesto,  los  cuales,  al  no  ser  vistos  ppr  el  señor  Car- 
bia,  demuestran  cómo  ciega  el  apasionamiento. 

Aludiendo  a  mi  propósito  de  escribir  con  todo  detenimiento 
un  libro  sobre  el  asunto,  dice :  "prepara,  con  el  concomitante  par- 
che de  tambor,  que,  a  su  hora  hará  temblar  la  tierra  sobre  la  que 
descansan  los  edificios  de  sus  adversarios",  lo  cual  no  deja  de 
ser  bastante  chabacano;  y  no  sabiendo* ya  cómo  extremar  su  crí- 
tica, quiere  demostrar  que  conozco  muy  bien  el  castellano,  por- 
que en  mi  libro  (pág.  loi),  aparece  la  palabra  geringor,a,  en  la 
que  vé  el  más  ignorante  que  rio  hay  otra  cosa  que  una  n  traspues- 
ta por  el  tipógrafo,  y,  por  lo  tanto,  un  mero  descuido  de  correc- 
ción. Es  como  si  yo  cometiese  la  inocente  torpeza  de  decir  que 
él  no  conoce  el  idioma  por  haber  escrito  en  su  artículo  inflencia 
por  influencia  (pág.  362).  Puedo  decir,  en  cambio,  que  al  escribir 
toponomía  (ese  se  vé  que  es  error  suyo,  no  tipográfico),  ha  co- 
metido un  feo  barbarismo,  pues  se  dice  toponimia,-  de  topos,  en 
griego,  lugar,  y  onyma,  nombre,  en  francés  toponymie.  (Eche- 
garay.  Dice.  Etim.  Tomo  V,  pág.  528). 

Diré  para  terminar,  que  La  Patria  de  Colón  — después  de 
todo,  una  sencilla  conferencia  amplificada, —  no  salió  a  luz,  se- 
gún se  ha  dicho,  con  la  necia  pretensión  de  que  fuese  inacatable, 
ni  mucho  menos.  Juzgúela  cada  cual  como  quiera,  que,  sobre  sus 
razonamientos  y  conclusiones,  no  he  de  contender  con  nadie.  Las 
observaciones  y  censuras  de  que  haya  sido  y  pueda  ser  objeto, 
bienvenidas  sean,  que  acaso  me  resulten  provechosas  para  el  día 
de  mañana.  Yo  esperé  verla  criticada,  combatida,  maltratada; 
pero  confieso  que  jamás  pude  sospechar  que  ella  resultase  tan 
mortificante  para  el  amor  propio  del  señor  Carbia. 

■  ^  ■  ■  {  t 

Raíae;!.  Cai^zada. 


SONETOS 


Naturaleza 


MADRE  Naturaleza:  sobre  los  mismos  ejes 
eternamente  giras  tu  globo  de  cristal; 
Penélope  perpetua  que  tejes  y  destejes 
siempre  distinta  tela,  siempre  una  tela  igual. 

Cada  día  eres  nueva,  siendo  siempre  inmutable, 
armonía  suprema  regida  por  el  Sol; 
en  ti  nada  se  pierde  ni  hay  nada  despreciable, 
pues  todo  lo  refundes  en  tu  augusto  crisol. 

Hoy  es  lo  que  ayer  fuera,  lo  que  será  mañana; 
en  tu  seno  la  muerte  con  la  vida  se  hermana, 
porque  en  tus  sabias  leyes  la  muerte  es  gestación.  . . 

Y  las  generaciones  se  suceden  como  ondas 

de  un  mismo  mar,  o  como  las  hojas  de  las  frondas 

que  son  otras  e  iguales  cada  renovación. 


Momento 


GALICADA  tristeza  del  mal  que  me  hicieron, 
dolor  angustioso  del  mal  que  yo  hice, 
felices  recuerdos  que  el  alma  bendice 
de  los  venturosos  días  que  se  fueron. 


198  NOSOTROS 


Frase  que  en  los  labios,  a  flor,  se  deshizo 
y,  al  no  ser,  por  eso  la  dicha  fué  trunca; 
único  momento  que  no  vuelve  nunca, 
y  aquella  palabra  que  tanto  mal  hizo. 

Bn  esta  manaría  neblinosa  y  fría, 

todo  se  ha  volcado  sobre  el  alma^mía, 

de  golpe,  lo  mismo  que  agobiante  carga... 

Y  he  retrocedido  con  el  pensamiento 
hacia  aquel  recodo,  hasta  aquel  momento 
que  torció  mi  vida  por  la  senda  amarga. 


Humildemente . . . 

Señor:  yo  no  soy  nada,  soy  una  sombra  apenas, 
una  pálida  sombra  de  un  pálido  reflejo.  ., 
si  me  colmas  de  goces  o  me  cargas  de  penas 
es  lo  mismo,  pues  nunca  de  tu  senda  me  alejo. 

Bn  la  flor  que  sonríe,  en  la  estrella  encendida, 
en  el  ave  que  canta,  en  el  viento  que  implora; 
en  todo  lo  que  alienta,  sufre  y,  en  fin,  es  vida, 
por  simpatía  mi  alma  sonríe,   canta  o  llora. 

Para  mí  no  hay  más  gloria,  ni  religión,  ni  ciencia, 
que  sentir  hasta  el  fondo  tranquila  la  conciencia 
por  tener  la  certeza  del  bien  y  la  verdad.  . . 

Y  humildemente   espero  que  la  última  gota 
de  la  clepsidra  caiga  junto  a  la  carne  rota, 
y  el  espíritu  alcance  la  gran  serenidad .  . . 

Juan  Burchi. 

Buenos  Aires,  1922. 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA 

Henri  Bataille  y  la  sensibilidad  de  ayer.  —  El  asunto  de  los 
manuscritos  Goncourt-  —  El  siglo  XIX :  sus  amigos  y  sus 
enemigos. 

HRNRi  Bataille  ha  muerto.  No  ofendemos  su  memoria  si  de- 
cimos que  por  fin  se  nos  presenta  la  ocasión  de  juzgarlo 
con  completa  imparcialidad.  Unía  a  la  natural  irritabilidad  de 
los  poetas  una  tan  aguda  susceptibilidad  de  dramaturgo,  que  no 
admitía  la  más  mínima  crítica,  por  más  prudente  y  cortés  que 
fuera.  Creía  que  quienes  no  estaban  con  él  estaban  en  contra  de 
él.  Y  consideraba  como  verdadera  traición  todo  artículo  que  no 
fuera  suficientemente  elogioso.  Se  recuerdan  los  procedimientos 
que  últimamente  empleaba  para  asegurarse  de  que  nadie  faltaría 
el  respeto  a  su  obra-  había  prohibido  la  asistencia  a  los  estrenos 
de  sus  piezas  a  los  periodistas  cuyas  crónicas  le  habían  disgus- 
tado la  vez  precedente.  El  sistema  pareció  injurioso.  Era,  sin 
duda,  ingenuo.  ¿Cómo  puede  imaginarse  un  autor  dramático,  que 
de  tal  modo  va  a  entorpecer  la  opinión  del  público?  Henri  Ba- 
taille debió  advertir  que,  desde  hacía  tiempo,  esa  opinión  le 
abandonaba.  Pero  no  por  eso  veía  mejor.  Creíase,  simplemente, 
víctima  de  lo  que  acontece  siempre  a  los  grandes  artistas,  aisla- 
dos cuando  su  obra  se  torna  más  grande  y  más  significativa.  De 
buena  fé  creía  en  su  genio,-  en  su  misión.  Sería  injusto  pensar 
que  los  manifiestos  con  que  hacía  preceder  en  los  diarios  cada 
uno  de  sus  estrenos,  fueran  exclusivamente  tretas  de  publicidad. 
Servíase"<de  la  publicidad  para  algo  que  él  creía  elevado.  Ya  no 
separaba  su  persona  de  su  obra,  ni  esta  obra  de  la' función  que 
creía  ejercer  en  la  formación  moral  de  sus  contemporáneos, 
i  Extraña  ilusión,  si  se  piensa  en  lo  que  sus  primeras  comedias 
tenían  de  mórbido  y  de  inquietante!  En  esa  época,  cuando  fueron 


200  NOSOTROS 

estrenadas  La  Marche  Nuptiale,  Maman  Colibrí,  La  Vierge 
Folie,  La  Femme  Nue,  él  no  se  creía  un  educador :  bastábale  con 
saber  que  agitaba  nuestros  nervios.  Y  si  entonces  se  le  hubiera 
acusado  de  "desmoralizarnos",  lo  hubiera  aceptado  como  un  elo- 
gio. No  están  aún  muy  lejanos  esos  tiempos,  y  personas  aún  muy 
jóvenes  recuerdan  la  inquietud  con  que  el  público  de  los  es- 
trenos, el  Tout-Paris,  acogía  esas  piezas  un  tanto  podridas  pero 
atrayentes  y  de  sentimiento  frecuentemente  verdadero.  Algo  ha- 
bía en  ello  de  alucinación  colectiva  muy  curiosa:  los  más  pon- 
derados críticos  perdían  todo  contralor  y  en  sus  crónicas  hacían 
empleo  de  los  más  desmesurados  términos.  Los  comunes  espec- 
tadores se  quedaban  como  enloquecidos.  En  esos  hombres  mimosos 
y  seductores,  en  esas  mujeres  de  nerviosidad  semienfermiza,  re- 
conocían a  hermanos  y  hermanas  más  audaces,  más  arriesgados 
que  ellos  mismos,  ,puesto  que  eran  capaces  de  jugar  toda  la  vida 
en  un  arranque  de  pasión. 

Jamás  he  sido  de  los  que  gustaban  de  ese  género  de  teatro. 
Las  situaciones  dramáticas  de  Henri  Bataille  me  parecían  basa- 
das sobre  débiles  fundamentos .  Arbitrarias  en  su  alcance,  ellas 
se  desarrollaban  según  una  lógica  enteramente  artificial  y  se  re- 
solvían al  acaso.  Además,  el  idioma  empleado  era  a  la  vez  im- 
preciso y  pretencioso,  forzado,  extraño,  mezclado  siempre  a 
un  pathos  misterioso.  Pero  debo  reconocer  la  virtud  que  conte- 
nían esas  piezas  irritantes,  ya  que  a  pesar  de  sus  defectos,  co- 
rrespondían a  un  deseo  secreto,  profundo,  del  público  moderno. 
Por  lo  demás,  de  todos  los  dramaturgos  de  moda  entonces,  Hen- 
ri Bataille  era  el  único  que  demostraba  un  especial  cuidado  de 
verdad  psicológica  y  de  poesía.  Nunca  puede  olvidar  del  todo  que 
había  escrito  La  Chambre  Blanche  y  Le  Beaii  Voyage.  Sus  hé- 
roes más  ásperos  jamás  tenían  esa  dureza  que  es  propia  de  los 
personajes  de  Bernstein,  por  ejemplo.  Enternecíanse  ante  las 
mujeres,  y  sus  crímenes  eran,  después  de  todo,  crímenes  de  amor. 

Desde  este  punto  de  vista,  PTenri  Bataille  fué  durante  lar- 
gos años,  uno  de  los  espejos  de  nuestra  sensibilidad.  Sensibilidad 
blanda  y  enfermiza,  a  veces  un  tanto  perversa,  deformada,  ca- 
prichosa, alterada  por  el  erotismo,  lo  que  se  quiera,  pero  sensi- 
bilidad siempre,  y  si  se  pretende  juzgar  severamente  a  este  escri- 
tor, debemos  juzgarnos  de  igual  manera.  Imposible  le  será  al 
historiador   de  nuestras  costumbres,   entre   1900  y   1914,  omitir 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  201 

un  capítulo  consagrado  a  Henri  Bataille,  no  porque  sea  uno  de 
nuestros  maestros,  sino  por  ser  un  notable  testigo ,  Y  esto,  — 
piénsese  lo  que  se  quiera  de  la  forma  literaria  —  es  algo  muy  im- 
portante. 

Si  Henri  Bataille  se  hubiera  mantenido  ahí,  nos  hubiera  sido 
posible  seguirle.  Pero,  con  la  guerra,  una  evolución  se  operó  en 
fu  espíritu.  Quiso  no  solamente  proporcionarnos  un  espejo,  sino 
señalarnos  una  razón  de  vivir.  Afrontó  los  grandes  temas.  Mo- 
ralizó, i 

Moralizar,  en  el  teatro,  es  siempre  un  error.  Para  él  era 
doble  error,  puesto  que  carecía  de  envergadura  suficiente.  Había 
nacido  sentimental  y  debía  serlo  durante  toda  su  vida.  Nada  hay 
más  extraño,  más  penoso,  que  el  esfuerzo  que  él  realiza  a  fin  de 
adaptar  a  sus  nuevos  propósitos,  su  natural  temperamento.  Pro- 
cura crear  personajes  sobrehumanos,  o  totalmente  representati- 
vos. Apenas  logra  inflar  vagas  tripas,  que  flotan  en  una  niebla 
de  abstracciones.  Para  decirlo  todo  de  una  vez,  su  teatro  se  hace 
más  falso  y  aburrido.  Es  que  carecía  de  la  vitalidad  necesaria 
para  la  deseada  renovación.  Le  escapan  por  completo  las  nuevas 
formas  que  adoptó  la  sensibilidad  de  la  juventud.  Vagamente  de- 
bió darse  cuenta  de  ello,  y  esta  dolorosa  sospecha  que  él  tenía  de 
la  realidad,  debió  provocarle  la  irritada  actitud  de  que  hemos  ha- 
blado. No  pudiendo  aceptar  el  relegamiento  que  sospechaba,  hacía 
esfuerzos  por  luchar,  pero'  lo  hacía  sin  esperanza,  de  manera  in- 
coherente y  cada  vez  más  solo. 

Este  es  el  doloroso  destino  de  los  artistas  que  comienzan  a 
envejecer  cuando  no  han  tenido  la  prudencia  de  reahzar  la  pro- 
pia obra  por  encima  de  los  gustos  coetáneos.  No  se  debe  tomar 
demasiado  en  serio  a  los  contemporáneos,  y  no  se  debe  creer  que 
sea  definitiva  y  eterna  su  manera  de  encarar  los  problemas  del 
corazón  y  de  la  vida .  . .  Pues  llega  un  momento  en  el  que  se 
advierte  con  terror  que  se  ha  trabajado  en  algo  efímero.  Como 
muchos  otros,  Henri  Bataille  hizo  esta  amarga  comprobación  en 
los  últimos  años  de  su  vida.  Pero  ya  carecían  de  poder  el  lángui- 
do violín  con  que  encantaba  la  generación  precedente  y  el  clarín 
con  el  que  creía  llamar  y  agrupar  en  torno  suyo  a  la  subsiguiente. 
Cuando  querramos  recordarle,  sin  sufrir  desilusión  alguna,  nos 
será  preciso  volver  a  leer  ese  delicioso  libro  que  se  titula  Le  Beau 


202  NOSOTROS 

Voyage,  en  el  que  la  sensibilidad  del  poeta  florece  en  la  intacta 
frescura  de  su  adolescencia.  Hay  en  él  tan  sinceras,  puras  y  vivas 
efusiones,  que  no  parecen  de  una  época  determinada  .Son  flores 
un  tanto  agrestes,  como  las  que  se  recogen  en  la  Antología.  Po- 
drían vivir  siglos. 


* 
*     * 


Hace  tiempo  que  deseo  hablaros  del  asunto  de  los  manus- 
critos de  los  Goncourt,  aunque  siempre  me  retiene  el  temor  de 
dar,  también  yo,  sobrada  importancia  a  algo  que  en  nada  la 
tuvo.  Pero  lo  trataré  aunque  más  no  sea  que  para  reducirlo  a  sus 
debidas  proporciones. 

Desde  hace  tiempo  (más  de  un  año)  algunos  diarios  llevan 
—  sobre  todo  en  verano,  cuando  es  escaso  el  tiraje  —  una  en- 
carnecida y  bastante  pérfida  campaña  contra  la  Academia  Gon- 
court. La  acusan  de  retardar,  por  pereza  o  por  más  oscuras  ra- 
zones, la  publicación  de  la  parte  inédita  del  Diario  de  los  Gon- 
court, que  dicha  Academia  estaba  obligada  a  dar  a  luz,  ya  que  es 
la  ejecutora  testamentaria  de  los  dos  gentileshombres  de  letras. 

Esta  campaña  fué  llevada  con  suficiente  acierto  como  para 
hacer  creer  al  público  en  toda  clase  de  malos  propósitos  por  par- 
te de  los  Die::.  De  acuerdo  con  cuanto  he  leído  sobre  el  particu- 
lar, hubiera  llegado  a  la  conclusión  siguiente,  si  no  conociera  por 
otros  medios  la  absoluta  verdad :  "Los  dies  quieren  aprovechar 
de  las  ventajas  que  por  un  lado  les  proporciona  la  anualidad  le- 
gada por  los  Goncourt,  y  por  otro  la  enorme  publicidad  que 
anualmente  les  produce  el  pertenecer  al  jurado  del  Premio  más 
importante  moralmente,  que  existe  en  la  literatura.  Pero  cuando 
se  trata  de  trabajar,  de  ejecutar  las  cláusulas  del  testamento,  se 
rehusan." 

Pues  no  hay  nada  de  esto.  El  texto  del  testamento  es  claro 
y  explícito.  Dispone  que  los  manuscritos  inéditos  podrán  ser 
publicados  veinte  años  después  de  la  muerte  de  Edmundo  de 
Goncourt,  bajo  la  dirección  de  los  miembros  de  la  Academia 
que  en  ese  entonces  sobrevivieran,  No  les  ordena  en  modo  al- 
guno de  hacerlo.   Les  deja,  pues,  ante  todo,  la  libertad  de  esco- 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  203 

ger  fecha,  y  luego,  implícitamente.,  el  derecho  de  elegir  entre 
esa  enorme  cantidad  de  notas  lo  que  puede  ser  publicado  sin 
temor  de  escandalizar  a  algunos  contemporáneos  bastante  mal- 
tratados. 

En  el  deseo  de  hacer  creer  al  público  que  los  Diez  están 
en  el  deber  de  publicar  todo  inmediatamente ,  los  periodistas  que 
han  iniciado  esta  campaña  realizan  un  doble  juego. 

Pues  una  de  dos:  o  cederán  los  Diez  por  temor  de  malen- 
tendidos y  de  escándalos,  y  entonces  les  enrostrarán  que  han 
traicionado  la  memoria  de  su  benefactor  publicando  textos  ten- 
<iientes  a  mostrarle  en  sus  días  de  mal  humor,  como  un  ser 
perverso  y  cruel,  o  bien  resistirán,  y  seguirán  siendo  acusados 
de  faltar  a  su  deber  de  legatarios.  Y  esto,  prescindiendo  de 
cuanto  puede  hacerse,  entre  tanto,  para  explotar  a  antojo  las 
divergencias  de  criterio  que  fatalmente  se  producirán  entre  ellos, 
con  respecto  a  la  actitud  que  les  conviene  asumir.  Puede  ase- 
gurarse que  desde  hace  un  año  viven  envenenados  por  esta 
absurda  historia.  He  creído  oportuno  poner  las  cosas  en  su 
debido  sitio,  ya  que  además  de  ser  los  Diez  las  más  honradas 
personas  del  mundo,  son  hombres  de  letras  en  la  más  noble 
acepción  del  término,  aparte  de  ser  extremadamente  injusto 
que  se  les  haya  hecho  motivo  de  esta  broma  de  colegiales , . . 


* 
*     * 


Detesto,  en  principio,  las  encuestas.  En  el  noventa  y  nue- 
ve por  ciento  de  los  casos,  son  iniciadas  por  personas  que  no 
sabiendo  cómo  obtener  algunas  líneas  de  autores  célebres  y  bien 
remunerados,  las  consiguen  de  esta  habilidosa  manera. 

Ante  tales  casos,  la  primera  idea  que  os  ocurre,  es  de  abtene- 
ros.  Luego  se  reflexiona,  se  piensa  si  ello  es  acertado,  y  por  fin, 
se  concede.  Y  el  juego  queda  hecho.  Es  así  que,  periódicamente, 
Barres,  Bergson,  Pierre  Mille,  dicen  lo  que  piensan  sobre  la 
moda  de  los  vestidos,  sobre  la  joven  literatura,  sobre  la  música 
del  porvenir,  sobre  un  sin  fin  de  cosas  carentes  de  importan- 
cia.   Decididamente,   detesto   las  encuestas. 

Pero  es  preciso  hacer  excepciones.   Por  ejemplo  con  la  que 


204  NOSOTROS 

Les  Marges  ha  iniciado  sobre  el  siglo  XIX.  No  se  trata  de  una 
mera  inquisición,  sino  que  obedece  a  una  realidad. 

Es,  en  efecto,  harto  verdadero  que  desde  un  tiempo  a  esta 
parte,  algunos  escritores  (algunos  periodistas,  para  ser  más 
exactos)  han  atacado  violentamente  al  siglo  XIX,  en  nombre 
de  la  inteligencia.  Parece  que  hasta  lo  han  llamado  "el  estú- 
pido siglo  XIX". 

Sonreiremos  algún  día  de  tales  excesos.  Pero  lo  que  es 
indudable,  sin  duda  alguna,  es  que,  tal  como  lo  asegura  Mau- 
rice  Le  Blond,  en  Les  Marges,  comentando  las  contestaciones 
recibidas  "estamos  en  presencia  de  una  campaña  colectiva  que 
no  es  de  hoy  (tiene  sus  orígenes  en  los  escritos  de  Maurras 
y  de  Lasserre,  por  no  citar  otros  nombres)  y  que  tiende  a  des- 
naturalizar }'  escarnecer  en  conjunto,  la  época  más  fecunda  y 
brillante  de  nuestra  historia  literaria". 

Y  Emile  Henriot  asegura  que  "el  proceso  iniciado  contra  el 
siglo  XIX  es  un  proceso  político".  Como  tal,  no  debiera  intere- 
sarnos," porque,  como  lo  recordaréis,  nos  hemos  propuesto  al 
iniciar  esta  serie  de  estudios,  no  colocarnos  jamás  en  un  punto 
de  vista  ajeno  a  la  literatura.  Pero  cuando  se  trata  de  defender 
la  integridad  de  ese  punto  de  vista,  nos  vemos  en  la  necesidad 
de  intervenir.  La  tendencia  de  los  escritores  que  se  proponen 
restar  méritos  al  siglo  XIX,  es  de  las  más  peligrosas.  Quiere, 
ni  más  ni  menos,  que  reemplazar  los .  verdaderos  valores  esté- 
ticos por  valores  políticos,  cuya  autenticidad  es,  por  lo  demás, 
discutida  por  los  adversarios.  Ahora  bien,  nosotros  no  podemos 
dejarnos  arrastrar  a  tal  terreno:  pues  es  el  de  la  esclavitud.  Aun- 
que los  clericales  escojan  su  siglo  en  oposición  al  de  los  anticle- 
ricales, y  que  los  republicanos  escojan  otro  para  denigrar  el  de  los 
monárquicos,  nosotros  los  literatos  debemos  permanecer  resuel- 
tamente ajenos  a  estos  ridículos  debates. 

Es  por  odio  hacia  Juan  Jacobo  y  hacia  su  estirpe,  es  por 
odio  hacia  el  romanticismo  (considerado  como  efecto  de  la  re- 
volución) que  los  actuales  enemigos  del  siglo  XIX  realizan  su 
campaña  pueril.  Nosotros  no  debemos  inmiscuirnos  en  tales  de- 
bates. Juan  Jacobo  y  sus  resultados,  todo  el  romanticismo  y 
la  admirable  floración  literaria  de  la  segunda  mitad  de  ese  siglo 
tan  denso,  tan  rico,  nos  pertenecen,  fuera  de  toda  consideración 
política.    Tanto  peor  si  Chateaubriand,  Lamartine,   Hugo,  Bau- 


CRÓNICA  DE  LA  VIDA  INTELECTUAL  FRANCESA  205 

delaire,  Vigny,  Renán,  Balzac,  P'Iaubert,  Stendhal,  Taine,  Ver- 
laine,  Mallarmé,  parecen  difíciles  de  regimentar,  postumamente, 
en  un  partido  determinado.  Lo  lamento  por  ese  partido,  fastidia- 
do evidentemente  de  no  tener  para  glorificar  sino  más  menguadas 
personalidades.  Pero  no  entro,  ni  jamás  entraré  en  tales  conside- 
raciones. Y  con  júbilo  compruebo  que  la  mayoría  de  mis  co- 
legas se  ha  expedido  en  tal  sentido,  aunque  a  menudo  sus  opi- 
niones personales  les  habrían  inclinado  hacia  la  política  de  los 
partidos  en  lucha.  Les  ha  parecido  de  previa  necesidad  salvar 
el  patrimonio  amenazado :  las  grandes  obras  acusadas  para  po- 
ner a  salvo  sabe  Dios  qué  frágil  teoría  de  gobierno. 

No  quiere  decir  esto  que  el  siglo  XIX  sea  en  todo  admi- 
rable. Ya  tiene  desperdicios,  y  muchos  más  tendrá  sin  duda. 
Pero  puede  vaticinarse  desde  ya  lo  que  permanecerá  intacto^  lo 
<iue  desafiará  al  tiempo.  Y  no  es  preciso  tener  gran  sabiduría 
para  sospechar  que  sobrevivirá  lo  que  ha  sido  concebido  con 
prescindencia  de  todo  pensamiento  político.  Las  más  geniales  con- 
cepciones políticas  de  Balzac,  de  Taine  o  de  Baude'aire,  por  ejem- 
plo, que  en  un  determinado  momento  parecieran  profecías,  han 
caducado  ya.  Del  siglo  XIX,  como  de  los  restantes,  sólo  quedará 
lo  que  se  ha  consagrado  al  corazón  humano.  Esto  es  lo  que 
constituye  el  fondo  clásico  de  nuestra  literatura,  y  cada  siglo 
aporta  su  contingente  al  tesoro  total. 

Dicho  esto  —  todas  las  opiniones  son  aceptables  —  no  pue- 
do menos  que  sonreír  cuando  Blaise  Cendras  responde:  "De- 
testo el  siglo  XIX,  siglo  de  Napoleón,  de  los  tiradores  (brete- 
lies)   y  de  la  civilización  del  gas". 

Sonrío  porque  pienso,  aunque  no  quiera,  en  el  joven  del  año 
2OI0,  que  a  su  vez  afirmará:  "Detesto  el  siglo  XX,  siglo  de 
Wilson,  de  los  cinturones  y  de  la  electricidad". 

Y  también  sonrío  cuando  Fagus,  que  es  un  poeta  admira- 
ble, escribe : 

"Chateaubriand,  Nerón-Narciso,  pondría  fuego  a  la  Ciudad 
"  con  tal  de  llorar  noblemente  sobre  sus  ruinas ;  Lamartine,  es 
"  un  resplandeciente  cisne  con  cerebro  de  ruiseñor ;  Vigny,  falso 
"  Chatterton,  se  cree  un  Moisés  (o  un  Samson  cuando  Madame 
"  Dorval  le  hace  alguna  picardía)  ;  el  infortunado  Musset  lloraba 
"  o  se  embriagaba  cuando  Madame  Sand  lo  trata  como  Ma- 
"  dame  Dorval  a  su  tocayo ;  Madame  Sand  tutea  a  Dios  antes 


06  NOSOTROS 

"  de  cada  amancebamiento,  y  se  pone  a  escribir  novelas  una  vez- 
"  terminado ;  Michelet,  solterona  apasionada ;  Renán,  sub^Mi- 
"  chelet,  "si-no,  no-si" ;  Anatole  France,  Renán  sádico ;  Dümas 
"padre,  que  no  hizo  solo  sus  novelas,  pero,  (al  menos  él  lo  cree) 
"hizo  enteramente  solo  la  revolución  de  1830;  Hugo,  Júpiter  de 
"  circo,  Tartufo  -  Padre  Eterno,  bobo  épico  pero  práctico,  come  el 
"pan  del  destierro  con  rosbif  también  del  destierro..." 

Sonrío  porque  la  caricatura  es  divertida  y  puede  repetirse 
fácilmente,  ya  que  de  tal  modo  pueden  ser  tratados  los  grandes 
hombres  de  todo  tiempo,  y  que  esta  sátira  carece  de  intención 
política . 

La  libertad  absoluta,  total,  es  para  los  escritores  el  más 
precioso  de  todos  los  bienes,  el  único.  Me  es  grato  advertir  una 
vez  más  que  las  doctrinas  especiosas  de  los  politicastros  no  tie- 
nen eco  entre  mis  coetáneos  de  prestigio,  que  son,  en  resumidas 
cuentas,  los  directores  del  pensamiento  y  de  la  sensibilidad  con- 
temporáneos. 

Frangís  de  Miomandrí;. 

París ;  Mayo,  1922. 


NOTAS  DE  ACTUALIDAD 

Genova  y  La  Haya 

EL,  tiburón  y  el  oso  han  salido  a  escena,  nuevamente,  dán- 
dose la  mano.  Prácticamente  se  ha  demostrado  que  un  di- 
plomático ruso  puede  viajar  hasta  Inglaterra  sin  visar  sus  pa- 
saportes en  Francia,  sin  cobijarse  bajo  el  cielo  que  ama  el 
sagaz  Anatolio.  Y  el  síntoma  es  revelador,  como  se  verá  más 
adelante . 

La  "Conferencia,  de  Genova"  ha  seguido  el  curso  lento  y 
ordenado  de  los  acontecimientos  previstos;  y  lo  que  en  aparien- 
cia fué  una  brillante  demagogia  política,  ha  resultado  una  vic- 
toria de  la  gran  industria  que  es  la  política  de  los  intereses. 

Cuando  decimos  que  Lloyd  George  obra  en  virtud  de  una 
previsión  y  ateniéndose  a  las  conveniencias  para  el  porvenir, 
cuando  elogiamos  su  fácil  audacia  generosa  lo  hacemos  sin  ol- 
vidar que  Inglaterra  hace  esfuerzos  por  aminorar  la  paralización 
en  la  actividad  de  su  industria,  que  necesita  colocar  sus  produc- 
tos, disminuir  la  desocupación,  obtener  combustible.  Y  su  acer- 
camiento a  Rusia,  su  política  de  reconstrucción  no  es  prueba 
de  su  ojo  avizor  ni  de  su  compasión  por  las  desgracias  ajenas: 
es  una  fatal  imposición  de  sus  intereses  amenazados. 

Inglaterra  sigue  otra  ruta  político  -  económica  que  la  de 
Francia.  A  la  "entente"  de  la  guerra  ha  sucedido  el  desacuerdo 
de  la  paz.  Es  decir:  se  ha  retornado  a  una  situación  parecida  a 
la  de  principios  de  1914.  Pero  entonces  había  una  Alemania 
limpiándose  los  pies  a  la  puerta,,  lista  para  entrar.  Entonces 
había  una  comunión  más  en  la  "entente",  que  hoy  no  existe  por- 
que el  enemigo  no  piensa  usar  las  armas  que  le  dieron  la  derro- 
ta. Usará  otras:  la  baja  del  marco,  la  competencia  sin  límites, 
etc. ;  hasta  la  hora  en  que  Francia  se  decida  a  liquidar  el  pasado 


208  NOSOTROS      •> 

haciendo  una  razonable  y  buena  rebaja  en  su  crédito  total  por 
reparaciones . 

PVancia,  que  hace  ocho  años  era  la  Diosa  preferida  de  las 
bellas  conquistas,  ha  cruzado  el  punto  culminante  de  su  órbita. 
De  su  apoteosis  hay  abundantes  cenizas.  Ellas  cubren  las  hue- 
llas del  pensamiento  en  marcha  que  durante  varias  décadas  fué 
a  rendirle  su  homenaje.  ¿Dónde  está  la  humanidad  que  dirige 
sus  miradas  a  Francia?...  Si  ésta  pregunta  se  lanzara:  ¿ha- 
bría quién  la  respondiese  haciendo  algo  más  que  localizar  aquí 
y  allí  vagos  grupos?.  . .  "¡  Ah!  Sí"  —  se  diría.  —  "Está  el  Pacha 
de  la  Ciudad  Santa  de  Alulay  Idris,  que  ha  obsequiado  a  M.  Mi- 
llerand  con  cuarenta  clases  de  postres  distintos;  están  los  es- 
pectadores de  "La  Opera"  que  han  ido  a  celebrar  la  "troupe"  de 
Mme.  Rasimi;  están  los  admiradores  de  Anatole  France..." 
i  A.h :  de  France  no !  El,  menos  feliz  que  Romain  Rolland  porque 
no  había  nacido  para  actuar  en  estas  emergencias,  es  la  espiritua- 
lización de  la  Francia  del  14  hacia  atrás,  de  la  que  estaba  orgu- 
llosa  la  humanidad .  La  de  hoy  es  la  de  P'och  y  Poincaré ;  la 
que  ha  ganado  la  guerra,  que  no  puede  ser  una  Francia  pacifista. 
La  de  hoy  es  la  misma  que  embarcó  a  Inglaterra  en  las  ridiculas 
incursiones  de  Koltchak  y  sus  émulos,  que  apresuró  la  caduci- 
dad de  la  "entente"  militar  junto  con  las  sanciones  por  incumpli- 
miento del  Tratado  de  Versalles,  La  de  hoy  que  ha  perdido  la 
gracia  de  ser  bella  y  hacer  imiversal  el  espíritu  de  su  pueblo. 

Es  la  ley  del  Destino  que  dá  contantes  y  sonantes  triunfos 
a  cambio  de  las  alas.  Y  es,  en  términos  concretos,  la  ley  del 
desarrollo  de  Francia  que  tiende,  como  otrora,  a  bastarse  a  sí 
misma. 

Ella  cierra  sus  puertas.  Sus  regiones  devastadas  se  recons- 
truyen. Quiere  que  se  le  pague  y  que  se  reconozca,  como  incon- 
movible y  aplicable,  el  soberano  principio  de  la  propiedad  pri- 
vada. Esta  ha  sido  su  política  en  Genova,  invariablemente.  Su 
irreconciliable  actitud  para  con-  el  bolshevikismo  nace  de  la  nece- 
sidad de  proteger  sus  intereses  por  adquisición  de  derechos  a  sus 
antiguos  dueños  en  las  cuencas  petrolíferas,  amenazados  por  las 
concesiones  que  el  soviet  promete  a  diversos  sindicatos.  Quiere 
un  acercamiento  con  Rusia  pero  al  igual  que  el  del  perro  al  amo, 
siempre  que  no  le  ponga  las  patas  encima.  Su  autoridad  prefe- 
rida es  la  de  dirigir  la  política  Europea  cuyos   hilos  ahora   se 


NOTAS   DE  ACTUALIDAD  209 

mueven  dirigidos  por  Londres  y  Moscú;  Berlín  y  Moscú  luego 
y  al  final  esta  última,  frente  a  su  viejo  enemigo  el  Japón.  Es 
el  desplazamiento  que  está  sufriendo  la  hegemonía  política  ha- 
cia el  Oriente. 

Alemania  ha  ido  a  Genova  como  un  secreto  amigo  de  Rusia 
a  dar  el  gran  golpe.  Su  tratado,  que  radica  en  la  necesidad  de 
la  expansión  de  su  industria  que  busca  campos  de  acción  para 
su  actividad  floreciente,  ha  servido  para  su  propaganda  en  fa- 
vor de  los  tratados  sin  indemnizaciones ...  o  con  las  menos  in- 
demnizaciones posibles.  Pero  esto  es  de  un  efecto  momentáneo, 
mientras  el  engrudo  mantiene  firme  el  cartel,  pues  ni  a  Rusia 
ni  a  Alemania  le  hubiera  convenido  verse  envueltas  en  líos  por 
cuestión  de  reparaciones.  Necesitan  marchar  de  acuerdo.  Dar 
ía  impresión  de  que  están  unidas  en . . ,  el  destierro .  Esto  favo- 
rece la  política  de  "acercamiento"  que  propicia  Inglaterra,  deseo- 
sa de  contar  con  la  benevolencia  de  Francia  a  quien  asegura  que 
la  mejor  manera  de  evitar  la  peligrosa  alianza  germano-rusa  es 
entrar  en  relaciones  bien  directas  y  amistosas  con  ellas. 

Pero  Francia  menea  la  cabeza  y  mantiene  reserva  viendo 
al  diablo  delante. 

En  cuanto  a  Rusia,  punto  capital  de  la  Conferencia,  ha  des- 
empeñado con  destreza  su  duro  y  difícil  papel  de  solicitante. 
Duro  por  la  urgente  necesidad  de  conseguir  créditos.  Pero  ella 
•no  ha  ido  a  hipotecar,  como  le  hubiera  acontecido  a  Austria, 
sino  a  negociar.  Tiene  el  petróleo  del  cu^l  Inglaterra  está  anhe- 
losa .  Cuando  Lloyd  George  dice :  "hay  que  reconstruir  a  Ru- 
sia" quiere  decir :  "hay  que  apoderarse  del  petróleo  de  Rusia". 
Y  todo  su  empeño  en  Genova  fué  hallar  una  fórmula  aceptable 
por  Francia  para  intervenir  en  Rusia.  Tanto  ha  exagerado 
Poincaré  el  peligro  alemán  y  tan  absorta  está  Francia  en  el 
problema  de  las  reparaciones,  que  Lloyd  George  no  tiene  más 
que  introducir  la  discordia  en  la  "Entente"  para  conseguir  lo  que 
desea  a  cambio  de  la  "solidaridad".  Así  consiguió  ir  de  Cannes 
a  Genova,  que  no  se  devolviese  el  memorándum  ruso  del  ii  de 
Mayo,  que  se  transigiese  con  el  Tratado  ruso-germano  de  Ra- 
pallo  y  que  se  realizase  la  conferencia  de  peritos  en  La  Haya. 
El  peligro  para  Inglaterra  está  que  en  esta  Conferencia  no  se 
apruebe  el  principio  de  la  propiedad  nacionalizada,  expuesto  y 
sostenido  por  el  Soviet,  y  de  que  a  éste  no  se  le  permita,  en 


210  NOSOTROS 

casos  donde  juzgue  posible  la  compensación,  indemnizar  en  me- 
tálico (con  el  oro  inglés)  a  los  antiguos  propietarios  o  celebrar 
con  ellos  o  sociedades  donde  tengan  participación,  contratos  de 
arrendamiento  o  concesión  con  respecto  a  las  cuencas  petrolíferas. 

De  ocurrir  esto  se  le  escaparía  de  las  manos  el  acariciado 
monopolio,  uniría  a  Francia  y  a  Bélgica  con  su  fuerte  rival 
Estados  Unidos.  Quedaría  frente,  a  una  Alemania  próspera  a 
quien  no  podría  exigir  el  pago  regular  o  el  simple  pago  de  las 
reparaciones,  debido  a  su  política  de  sabotage  para  con  el  Tra- 
do  de  Versalles. 

Pero  ella  cuenta  con  sus  buenas  libras  de  que  están  necesi- 
tados los  bolshevikis,  el  buen  tino  de  éstos,  la  simpatía  oficiosa 
de  Italia  y  la  ausencia  de  Estados  Unidos.  Con  esto  y  la  ayuda 
de  Holanda,  con  quien  está  asociada  para  la  explotación  de  las 
minas  de  Petróleo,  puede  aspirar  a  entrar  en  un  arreglo  formal 
con  Rusia  sin  detenerse  por  las  inquietudes  de  Francia. 

Pero  para  ésto:  ¿tendrá  Inglaterra  que  reconocer  o  forzar 
a  reconocer  "de  jure"  al  gobierno  de  los  soviets? 

Esa  es  la  nueva  alternativa  que  ofrece  Rusia  después  de 
la  no  ratificación  del  Tratado  con  Italia.  Y  para  queLloyd 
George  salga  triunfante  del  período  de  prueba  a  que  lo  han  so- 
metido los  partidos  políticos  ingleses,  tendrá  que  ir  de  La  Playa 
a  Londres,  no  con  un  monopolio,  porque  el  Soviet  prefiere  va- 
rios rivales  a  un  enemigo,  pero  sí  con  una  especial  concesión 
para  la  explotación  de  los  yacimientos  petrolíferos,  a  fin  de  ven- 
cer la  resistencia  del  conservadorismo  político  del  Imperio  alen- 
tado por  los  repetidos  ataques  de  los  Partidos  Socialistas  y  Labo- 
ristas a  la  obra  de  los  Soviets. 

Francia  ha  conseguido  postergar  el  debate  político  haciendo 
de  la  Conferencia  de  La  Haya  una  conferencia  de  peritos.  Pero 
este  es  un  mediano  triunfo,  casi  nulo  para  el  futuro  de  Europa, 
porque  en  Cannes  quedó  vencida  la  política  de  aislamiento  de 
Francia  por  la  política  de  cooperación  de  Inglaterra;  porque  con 
esa  postergación  Francia  ha  querido  retardar  el  acercamiento  entre 
los  pueblos ;  porque  sus  peritos  irán  a  obstaculizar  la  concordia 
de  los  intereses,  no  siendo  en  el  fondo  más  que  funestos  políticos. 

Francia,  con  Foch  y  Poincaré,  distrae  la  atención  del  mun- 
do con  la  liquidación  de  la  gran  guerra.  Su  militarismo  consiste 
en  quitar  al  financista  lo  que  dá  al  oficial:  la  solución  de  su 


NOTAS   DE  ACTUALIDAD  211 

porvenir.  Confía  que,  en  lo  que  más  directamente  le  atañe,  sus 
armas  le  darán  definitivamente  la  razón.  Pero,  ¿a  quién  piensa 
atacar  y  contra  quién  está  armada? 

Ale  atrevo  a  responder  que  está,  no  contra  Alemania,  pero 
sí  contra  la  solidaridad  de  los  pueblos,  en  defensa  de  su  exclu- 
sivo nacionalismo  económico.  Francia  por  Francia  y  nada  más 
que  para  Francia.  Se  acabó  Francia  para  la  humanidad  que  le 
dio  su  grandeza. 

Estados  Unidos  se  mantiene  alejada  de  la  contienda  de  la 
paz.  Ha  rehusado  la  responsabilidad  de  Genova  y  La  Haya. 
Teme  la  tortuosa  política  de  Francia  qué  .embaucó  al  más  con- 
fiado y  paladín  de  sus  políticos,  al  noble  Wilson,  otro  agotado 
por  la  lucha  cruenta  entre  el  ideal  y  la  implacable  realidad,  como 
el  gran  Lenín,  postrado  en  el  momento  que  trata  de  evitar  para 
su  pueblo  la  catástrofe.  Su  pueblo  embrutecido  por  el  zarismo, 
bloqueado,  castigado  por  Francia,  Inglaterra,  Alemania,  Japón, 
que  han  pretendido  dividirla,  destrozarla,  sofocar  con  sus  saté- 
lites la  revolución  que  iba  a  ventilar  sus  errores  y  sus  crímenes... 

Pero  la  racha  ha  pasado.  Ha  sido  posible  cubrir  con  un 
velo  de  fantasía  los  grandes  males.  No  son  los  de  Rusia,  cura- 
bles por  la  organización,  el  crédito  y  el  trabajo.  Es  el  mal  de 
las  grandes  hegemonías,  ya  sean  éstas  del  chauvinismo^  de  la 
industria,  de  la  autocracia.  Francia,  que  anunció  un  porvenir, 
mantiene  las  pavesas  de  un  condenable  pasado.  Junto  a  ella, 
como  satélite,  está  Bélgica. 

¿Y  Japón?...  De  su  estructura  medioeval,  de  su  gobierno 
imperialista  y  aristocrático,  unido  a  su  actividad  y  prosperidad 
germana,  que  magistralmente  nos  ha  descripto  Wells  en  su  co- 
rrespondencia a  La  Nación  sobre  la  Conferencia  del  Pacífico, 
sólo  cabe  hallar  en  él  otro  perturbador  para  cuando  Rusia  sea  la 
clave  y  la  mano  que  rija  los  destinos  políticos  de  Europa.  .  . 
con  vistas  al  Oriente.  Se  ha  sometido  a  lo  dispuesto  en  Washin- 
gton para  no  comprometer  o  no  denunciar  su  verdadera  política, 
porque  aún  "no  es  hora"  o  porque,  acaso,  haya  un  estremeci- 
miento en  las  cunas  donde  respira  el  nuevo  pueblo  del  Japón. 

Entre  tanto  tiene  las  ga,rras  puestas  en  Siberia. 

Italia  ha  cumplido  en  Genova^  honradamente,  su  pesado  pa- 
pel de  hospitalaria  y  mediadora.  Se  ha  rehabilitado.  Se  ha  ga- 
nado la  simpatía  de  todos  los  que  no  tienen  bonos  de  la  deuda 


212  NOSOTROS 

rusa  ni  han  sido  dueños  de  propiedades  confiscadas  por  el  So- 
viet. Ha  guardado  las  formas  de  una  armonía  que  no  existe 
para  no  desairar  a  Poincaré,  suscribiendo  notas  sin  fé  alguna  en 
su  éxito  y  de  las  que  se  ha  reído  a  hurtadillas  el  tiburón  diablo  de 
Lloyd  George.  Decididamente,  Barthou  fué  un  hombre  peligroso 
y  entretenido.  Si  la  delegación  rusa  hubiese  accedido  a  sus  exi- 
gencias era  como  salir  de  Rusia  a  buscar  leña  y  volver  desnudo. 

En  Genova  se  descifró  el  porvenir  político  de  Europa.  Ha 
triunfado  la  cooperación.  En  La  Haya  los  peritos  tratarán  de 
darle  forma  y  los  sindicatos  la  aplicarán  si  les  conviene.  De  esta 
divergencia  nacerán  nuevas  reuniones  donde  Estados  Unidos 
quizás  se  decida  a  poner  en  marcha  su  máquina  y  España  deje 
de  representar  el  limitado  j^apel  de  hasta  ahora.  Cuando  esto 
último  ocurra  será  porque,  al  fin,  (y  téngase  en  cuenta  la  idio- 
sincracia  de  quien  gobierna  España)  se  encara  el  gran  principio 
de  la  solidaridad  económica,  que  debió  ser  el  espíritu  de  la  Con- 
ferencia de  Genova. 

Podemos  decir  que,  con  Genova,  nos  hemos  dejado  enga- 
ñar por  Lloyd  George  y  que  los  periodistas  se  prestaron  a  ello. 
Quiso  presentar  al  mundo  político  sus  "peligrosos"  futuros  abas- 
tecedores y  clientes,  miembros  de  la  nueva  razón  social  "Soviets 
and  Soviets",  en  una  reunión  interesante  para  que  no  se  le  repro- 
chase el  haber  contraído  enlace  a  escondidas  con  ellos,  y  porque 
sabía  que  iba  a  confundir  a  Francia  y  restarle  simpatizantes.  Y 
sus  deseos  de  que  se  discutiesen  las  reparaciones  fué  un  "bluff" 
para  atemorizar  a  Francia  y  comprar  con  el  retiro  de  su  pro- 
puesta la  transigencia  de  Poincaré  para  una  acción  futura. 

Pero  el  problema  de  las  reparaciones,  que  es  el  problema  de 
la  paz  con  relación  a  la  pasada  guerra,  tiene  que  ser  tocado.  Y 
entonces,  si  Norte  América,  la  única  esperanza  de  la  tozudez 
francesa,  ratifica  el  pensamiento  de  Morgan  y  las  previsiones  de 
Me.  Keynes,  volverá  a  renacer  la  perdida  confianza  de  que  esta 
generación  muera  tranquila. 

¿A  qué  otra  cosa  podemos  aspirar  si  la  conquista  del  petró- 
leo nos  anuncia  otro  desastre,  a  menos  que  el  proletariado,  la 
única  eterna  víctima  en  la  paz  y  en  la  guerra,  imponga  la  verda- 
dera cooperación  entre  los  pueblos? 


JiaTAS  DE  ACTUALIDAD  213 


Walter  Rathenau 

P  L  crimen  político  es  el  arte  de  intimidar  a  los  pusilánimes. 
■— '  Es  un  perturbador  por  excelencia.  No  remedia:  detiene. 
Un  reformador  puede  divinizar  su  doctrina  substrayéndola  del 
tibio  acogimiento  o  del  olvido  por  algún  sacrificio  donde  el 
cuerpo  se  redime  de  sus  males  salvando  al  alma  en  tortura.  Es 
la  última  de  las  grandes  galanterías  de  las  que,  en  el  hecho,  se 
exige  la  responsabilidad.  Una  muerte,  en  tales  circunstancias, 
deja  un  alma  libre,  eterna  y  peligrosa  para  los  malos  enemigos. 

\\'alter  Rathenau  no  fué  un  genio,  un  reformador,  ni  un 
héroe.  Era  una  de  esas  inteligencias  equilibradas  que  se  cons- 
tituyen con  cierta  uniformidad  en  la  activa  Alemania;  bien  que, 
o  veces,  se  une  a  ellas  un  atrevida  aire  de  precisión  y  una  auto- 
ridad de  propaganda  que  nuestra  suspicacia  latina  rotula  con  el 
calificativo  de  pedantería. 

Alemania  es  la  nación  del  equilibrio  entre  sus  partes  y  Ra- 
thenau era,  esencialmente,  un  alemán  en  toda  la  regla.  Recelo- 
sos están,  aún,  Francia  y  otros  aliados  suyos  por  lo  que  ellos  lla- 
man cambio  de  careta,  dudando  de  sus  pacifistas  protestas  de 
conciliación,  tanto  de  simpatía  como  de  intereses.  Ellos  no  con- 
ciben que  una  Alemania  que  fué.  pan-germanista  pueda  llegar  a 
ser  "pan-humanista".  Pero  es  que  el  militarismo,  tan  regimen- 
tado y  difundido  como  estuvo,  no  fué  más  que  una  de  las  múlti- 
ples ocupaciones  de  su  capacidad  de  equilibrio.  El  militarismo 
no  niveló  a  los  alemanes ;  fueron  estos  quienes,  por  su  marcada 
homogeneidad,  hicieron  popular  .  el  militarismo.  Su  homogenei- 
dad que  ha  tenido  la  virtud  de  facilitar  la  total  redención  de  los 
analfabetos. 

Walter  Rathenau  fué  un  gran  organizador  tanto  en  la  gue- 
rra como  en  la  paz.  Gran  acaudalado  y  gran  industrial,  a  pesar 
de  su  delicada  y  especial  posición  no  fué  de  los  que  precipitaron 
la  guerra.  Concluida  ésta,  colaboró,  incesantemente,  en  la  obra 
de  restauración.  Conocedor  de  la  idiosincracia  de  su  pueblo,  in- 
dicóle su  deber :  reparar  el  daño  a  la  riqueza  de  las  naciones  y 
los  hombres,  y  el  daño  a  la  obra  de  perfección  de  la  humanidad. 
Sabía  que  no  estaba  solo  y  que  iba  a  triunfar. 

El  acuerdo  de  Wiesbaden  y  el  Tratado  ruso-alemán  de  Ra- 


2U  NOSOTROS 

pallo  diéronle  gran  renombre  político.  Hubiera  sido  un  gran 
canciller  y  un  gran  presidente.  Estaba  llamado  a  ello  a  pesar  de 
la  tenaz  oposición  de  Stinnes,  el  hombre  siniestro  que  estará  rela- 
miéndose de  gusto,  y  que  contribuyó  al  fracaso  del  empréstito 
internacional  que  mejoraría  las  finanzas  alemanas. 

Pero  su  obra  será  continuada:  debe  serlo.  La  cólera  de  los 
pangermanistas,  los  kaiseristas  y  los  "junkers",  frente  a  la  polí- 
tica de  cumplimiento  y  concordia  que  los  declara  culpables  y 
aleja  cada  vez  más  la  posibilidad  de  que  vuelvan  a  adueñarse  de] 
poder  sobre  la  funesta  plataforma  política  de  desquite,  es  la  que 
ha  armado  la  mano  asesina  que  abatió  a  Rathenau. 

Esta  vida  estaba  salvando  a  Alemania  de  la  gran  crisis  fi- 
nanciera que  sufre.  La  muerte  de  Rathenau  ha  salvado  al  go- 
bierno socialista  a  la  alemana  de  Ebert  el  débil.  Contra  los  impe- 
rialistas está  otra  vez  alerta  el  pueblo.  Habrá  que  esperar  a  que 
fenezca  esta  generación,  que  quiso  brillar  y  triunfar  con  la  guerra, 
antes  de  soltar  las  armas  de  la  mano.  ¿Cuáles  son  éstas?  La 
huelga  general  que  venció  la  contrarrevolución  de  von  Kapp.  El 
ejército  de  los  proletarios  que  hubiera  podido  limpiar  a  Alema- 
nia de  esos  abrojos  con  solo  quererlo. 

¡Ah!  Era  en  aquellos  días,  que  no  han  de  repetirse,  de 
angustiosas  perspectivas  para  los  culpables,  en  que  los  soldados 
volvían  de  la  guerra. . .  ! 

LouEs  Reissig. 

Junio,  25  de  1922. 


LETRAS  ARGENTINAS 


Sobre   nuestra   incultura,   por   Juan  Agustín  García.  (Cooperativa  Edito- 
rial "Buenos  Aires",  1922). 

CUANDO,  cada  seis  o  diez  años,  una  nueva  generación  inicia  en 
nuestro  país  su  vida  intelectual,  varios  indicios  hacen  supo- 
ner que  esta  inmensa  e  ignorada  Argentina  va  a  ser  pensada  se- 
riamente. Tempranas  inquietudes  plantean  al  honrado  espíritu 
juvenil  un  cúmulo  de  problemas  que,  apenas  enfocados,  quedan 
preteridos.  Nunca  llega  después,  para  esa  generación,  el  momen- 
to de  tratarlos  debidamente,  como  si  al  andar  el  camino  fuera  ad- 
quiriendo conciencia  de  su  incapacidad  para  la  conceptuación. 

Vagas  ideas  tenemos  todos  formadas  en  torno  de  nuestra 
nación,  las  vagas  ideas  que  nacen  de  superficiales  sensaciones. 
Muy  latinos,  y  sobre  todo  muy  españoles,  los  argentinos  pertene- 
cemos a  la  casta  de  los  hombres  sensuales  que  Ortega  y  Gasset 
opone  a  la  casta  de  los  meditadores.  Estos,  dice,  "viven  en 
la  dimensión  de  la  profundidad" ;  para  los  otros  "es  el  mundo  una 
reverberante  superficie". 

Superficie  reverberante  fué  la  Argentina  para  sus  escritores 
clásicos.  Excepción  hecha  de  Sarmiento,  que  ha  tenido  unas  cuan- 
tas intuiciones  geniales,  los  demás  no  han  podido  alzar  la  mirada 
por  encima  "de  algún  problemita  de  derecho  público".  Reverbe- 
rante superficie  es  también  para  sus  actuales  escritores.  Ni  Lu- 
gones,  tan  dado  a  tomar  posición  filosófica;  ni  Rojas,  oráculo  re- 
conocido de  nuestra  nacionalidad ;  ni  Ingenieros,  historiador  inte- 
ligentísimo de  las  ideas  argentinas,  han  ahondado  nuestra  informe 
realidad.  ¿  Será  que  ésta  es  indómita  al  concepto,  como  alguna 
vez  nos  lo  ha  dicho  el  mismo  Ortega  y  Gasset  ?  Acaso ;  pero  aun 
no  se  ha  intentado  la  adecuada  explicación,  que  es  preciso  dar 


216  NOSOTROS 

cuanto  antes.  Bien  dice  el  doctor  García  en  su  libro  reciente :  "Te- 
nemos que  desentrañar  la  figura  animadora  de  la  patria,  a  fuerza 
de  estudios  desinteresados.  Esa  imagen  debe  re'.acionarse  por  un 
análisis  bien  prolijo  con  toda  la  vida  argentina.  Hay  que  demos- 
trar la  unidad  intrínseca  de  esa  vida,  y  cómo  todos  los  hechos, 
todas  las  ideas,  todas  las  tendencias  obedecen  en  el  fondo  a  una 
voluntad  única  que  preside  desde  sus  orígenes  la  evolución  de  la 
patria  argentina".  No  lo  haremos  si  no  logramos  deshacernos 
de  todos  los  prejuicios,  si  no  desechamos  las  fáciles  explicacio- 
nes y,  sobre  todo,  si  no  ponemos  en  el  estudio  de  nuestros  proble- 
m.as  un  apasionado  espíritu  de  libertad  y  de  verdad. 

En  el  nuevo  libro  del  doctor  Juan  Agustín  García  es  ese  espí- 
ritu de  verdad  lo  que  más  seducirá  al  lector.  Equivocadas  o  no, 
el  autor  de  La  ciudad  indiana  no  disimula  en  estas  páginas  sus 
íntimas  ideas.  Las  expone  con  sencillez,  como  en  conversación  algo 
deshilvanada  y  saltarina,  pero  en  todo  momento  se  advierte  la 
presencia  de  un  espíritu  que  ha  estudiado  y  meditado  mucho,  de 
una  sensibilidad  finísima  que  no  puede  aceptar  sin  protesta  cier- 
tas descamisadas  modalidades  de  nuestra  actualidad  nacional. 

Desde  1880  data,  a  juicio  del  doctor  García,  nuestra  incul- 
tura fundamental.  "Spencer,  Haeckel,  Lombroso  y  sus  discípulos 
entraron  triunfalmente  en  nuestra  mentalidad;  algo  contrapesa- 
dos por  Renán,  Macaulay,  Buckle  y  los  poetas  y  novelistas  que 
fueron  nuestros  compañeros  íntimos  en  esos  dulces  años  de  la 
vida.  ¡  Qué  tiempos !  Bain,  los  análisis  de  Ribot,  Taine,  en  su  faz 
menos  simpática,  arrebataban  las  inteligencias.  Esas  negaciones 
del  espíritu,  de  la  voluntad  libre,  del  alma ;  el  determinismo  im- 
pecable de  la  mecánica !  El  pensar  y  el  sentir,  la  literatura,  la  filo- 
sofía, la  abnegación,  el  heroísmo,  el  arte,  el  entusiasmo.  .  .  eran 
simples  residuos  fisiológicos !" 

No  es  necesario  transcribir  todas  las  palabras , en  que  recuer- 
da el  doctor  García  el  espíritu  de  esa  época  positivista  y  grosera 
que  trajo  el  naturalismo  zolesco  a  la  literatura,  la  enseñanza  tor- 
pemente utilitaria  a  la  educación  pública,  el  nacionalismo  fetichis- 
ta al  estudio  de  la  historia.  De  todos  los  lectores  es  conocido  ese 
espíritu  primario,  elemental.  Cuarenta  años  han  pasado  desde  en- 
tonces, varias  cosechas  se  han  recogido  ya  de  esa  siembra  nefas- 
ta, y  muchas,   seguramente,   deberemos   levantar  aún.    Estamos, 


LETRAS  ARGENTINAS  217 

pues,  en  plena  incultura,  quebrados  todos  los  principios  altruistas, 
todas  las  ideas  de  cooperación  social,  borradas  las  fronteras  que 
establecen  la  mayor  inteligencia,  la  mayor  cultura,  el  mayor  tra- 
bajo. "¡Naides  es  más  que  naides!  viene  gritando  nuestra  demo- 
cracia desde  el  fondo  de  la  Pampa  y  desde  los  años  lejanos",  dice 
el  doctor  García ;  naides  es  más  que  naides,  repiten  en  el  comité 
político,  en  el  parlamento,  en  la  universidad  las  nuevas  gentes  de 
la  república.  Nuestra  democracia  ha  equivocado,  sin  duda  alguna, 
sus  rumbos  esenciales,  y  los  ha  equivocado  porque  después  de  ha- 
ber roto  los  vínculos  con  el  pasado,  de  haber  quebrado  la  tradición, 
no  se  ha  formado  una  nueva  conciencia  nacional.  Acaso  no  ha  lle- 
gado aún  el  momento  de  enjuiciar  severamente  a  la  escuela  ar- 
gentina, a  la  universidad  sobre  todo,  pero  será  menester  de  que 
algún  día  se  las  acuse  de  la  desviación  cultural  que  hemos  su- 
frido. Bajo  las  apariencias  brillantes  de  una  más  difundida  y 
elemental  instrucción,  yacen  inertes  los  pocos  principios  que 
hasta  las  proximidades  del  8o  fundaron  nuestra  mejor  cultura:  el 
clasicismo  que  dio  a  Gutiérrez,  a  López,  a  Mitre,  a  Vélez,  a  Al- 
berdi,  a  Avellaneda,  el  hondo  conocimiento  de  nuestras  tradicio- 
nes raciales,  la  afiebrada  inquietud  por  dotarnos  cuanto  antes  de 
historia  escrita,  de  legislación,  de  buen  gusto,  de  forrtias  proceres. 
La  escuela  nueva,  torpemente  práctica,  "preparó  varias  genera- 
ciones de  hombres  superficiales,  que  dan  la  impresión  de  un  fan- 
toche al  que  se  le  pegaron  con  engrudo  letreros  científicos :  aquí 
idioma,  allá  literatura,  ciencias,  filosofía,  arte..." 

No  desespera-  el  doctor  García  de  poder  ver  salvada  nuestra 
cultura.  Es  preciso  ante  todo,  nos  dice,  que  se  dé  tma  enseñanza 
racional  del  idioma.  "Una  enseñanza  racional  del  castellano  debe- 
ría dividirse  en  cinco  o  seis  años.  Durante  los  tres  primeros  cur- 
sos una  hora  diaria  —  se  consagra  el  tiempo  a  la  lectura  de  los 
clásicos,  comentarios  y  ejercicios  de  redacción.  Así  en  una  forma 
inconsciente,  intuitiva,  el  niño  se  compenetra  de  las  cualidades  del 
buen  estilo,  del  decir  claro,  sobrio  y  elegante.  Después  de  leer  a 
Gracián,  Castelar  es  intolerable,  y  junto  con  Castelar  otros  ora- 
dores derivados  de  ese  tono,  que  pululan  en  todos  los  países  de  ha- 
bla española.  Cuando  se  han  vivido  tres  o  cuatro  años  en  un  trato 
familiar  con  Jorge  Manrique  y  sus  coetáneos,  se  siente  un  cierto 
rubor  al  leer  a  Mármol  o  Almafuerte.  Y  por  más  que  algún  ani- 


218  NOSOTROS 

versario  lo  requiera,  si  hablamos  de  su  arte  seremos  discretos,  mo- 
derados, de  una  prudencia  en  el  elogio  llena  de  virtudes  y  méri. 
tos.  No  sé  donde  pondríamos  a  Santos  Vega  y  Martín  Fierro,  pero 
seguramente  su  ideal  de  belleza  no  sería  el  más  apropiado  para 
consuelo  o  distracción  de  nuestras  almas." 

Es  interesante  la  postura  del  doctor  García.  Siendo  como  es 
él  tan  netamente  argentino,  incapaz  ■ —  como  hace  poco  nos  lo  ha 
dicho  —  de  no  escribir  nada  que  no  se  refiera  a  la  vida  argen- 
tina, no  cree  ni  en  nuestra  literatura  propiamente  nacional,  ni  en 
la  excelencia  de  las  historiografía  pragmática,  orguUosa  y  vana. 
Ks  ]a  suya  una  dignísima  posición  de  estudioso  y,  de  hombre  de 
buen  gusto,  a  quien  molesta  el  nacionalismo  gritón  e  ininteli- 
gente que  ha  crecido  con  nuestra  incultura.  Cree,  por  eso,  de  ur- 
gente necesidad  rehacer  nuestra  historiografía,  presentar  nues- 
tros prohombres  en  toda  su  humanidad,  con  todos  los  defectos 
que  ocultan  los  historiadores  mediocres  y  cuya  revelación  irrita 
al  energumenismo  patriótico.  El  doctor  García  está  en  lo  cierto. 
Groussac  ha  dicho  ya:  "Por  ahora  no  concibo  en  la  América  del 
Sur  la  aparición  remota  de  historiadores  "nacionales"  que,  talen- 
to aparte,  escriban  de  San  Martín  o  Bolívar  con  la  misma  libertad 
que  Lanfrey  y  Taine,  sin  ser  lapidados,  escribieron  de  Napo- 
león". Va  naciendo,  pues,  una  nueva  necesidad  entre  nuestros 
mejores  historiadores,  y  si  aun  no  está  próxima  la  ppoca  en  que 
estas  esperanzas  de  hoy  lleguen  a  las  escuelas  como  obra  ya  reali- 
zada, debe  alegrarnos  que  sobre  el  oscuro  horizonte  asomen  ya 
unos  rayos  de  luz. 

Esto  mismo  nos  consuela  de  la  visión  tremendamente  pesi- 
mista del  doctor  García.  Ha  cambiado  mucho,  sin  duda  alguna, 
nuestra  sociedad.  Elementos  de  toda  clase  han  dado  vivo  color 
y  firme  relieve  a  todo  lo  plebeyo  que  durante  casi  toda  nuestra 
historia  pasó  inadvertido.  Pero  sería  injusto  afirmar  que  han 
perdido  valor  nuestras  clases  representativas  de  la  cultura.  Des- 
pués de  la  gran  época  de  Sarmiento,  Alberdi,  López,  Mitre,  Gu- 
tiérrez, Vélez,  Avellaneda,  no  ha  tenido  nuestro  país  —  a  pesar 
de  la  incultura  que  el  doctor  García  señala  —  época  mejor  que  la 
presente.  Poeta  y  prosista  más  grande  que  Lugones  no  tuvo  nues- 
tro país  hasta  ahora,  ni  tuvo  estilistas  como  Larreta  o  como  Án- 
gel de  Estrada;  Rojas  realiza  una  obra  tan  alta  y  digna  como  la 


LETRAS  ARGENTINAS  219 

de  Gutiérrez,  y  jamás  hubo  un  número  tan  grande  y  de  tanta  in- 
quietud espiritual  como  el  de  los  nuevos  escritores  actuales. 

Pero  a  pesar  de  ésto,  blanda  es  la  médula  de  nuestra  cultu- 
ra. ¿Por  qué?  ¿Por  qué  los  argentinos  no  hemos  podido  aún  dar 
fisonomía  propia  a  nuestra  civilización,  carácter  a  nuestra  perso- 
nalidad? El  doctor  García  roza  el  problema  sin  llegar  a  su  en- 
traña. No  importa.  Su  libro,  inquietante  de  verdad,  insinúa  asun- 
tos que  deben  ser  pensados  y  analizados  largamente.  Si  aun  no 
tenemos  el  libro  que  nos  explique,  tenemos  con  este  del  doctor 
García  un  elemento  excelente  para  alcanzar  la  definitiva  explica- 
ción. Y  esto  no  es  poco. 

Julio  Noé. 


En  el  próximo  número  trataremos,  entre  otros,  de  los  siguientes  li- 
bros :  Las  vísperas  de  Caseros,  por  Arturo  Capdevila ;  El  Sofista,  pot 
Diego  Luis  Molinari ;  De  Tucumán,  por  Fausto  Burgos.  Y  acaso  de  La 
tragedia  de  un  hombre  fuerte,  la  última  novela  de  Manuel  Gálvez. 


EDUCACIÓN 

De  la  "silabización  oracional" 

UNO  de  nuestros  profesores  más  estudiosos,  el  señor  José  A. 
Natale,  acaba  de  exponer  en  un  pequeño  folleto  un  nuevo 
procedimiento  para  la  enseñanza  de  la  lectura  en  la  escuela  pri- 
maria, procedimiento  que  él  denomina  de  "silabización  oracio- 
nal", y  que  aplica  de  inmediato  en  su  libro  La  Primavera,  tam- 
bién nuevo,  preparado  para  que  sirva  de  texto  en  el  2."  año  de 
las  escuelas  primarias. 

El  método  de  la  silabización  oracional,  dice  Natale,  después 
de  citar  a  Benot,  tiende  al  aseguramiento  de  la  fuerza  integra- 
dora  de  la  lengua,  por  el  estudio  de  todas  las  silabas  de  unión 
de  las  palabras  en  la  masa  elocutiva  y,  además,  procura  el  justo 
enlace  expresivo, 

"Porque  si  bien  es  cierto  que  cada  palabra  debe  ser  pronun- 
ciada, sea  aisladamente  o  en  la  oración,  con  todos  sus  accidentes 
fónicos  —  para  que  su  personalidad  lingual  resulte  inconfundi- 
ble, inequívoca ;  no  lo  es  menos  que  las  distintas  palabras  de  la 
oración  tienen  una  relación  de  coordinación  fónica.  Esta  rela- 
ción de  coordinación  fónica  se  establece  al  hablar,  de  un  modo 
natural,  por  concatenación  silábica  en  cada  palabra,  y  de  estas 
entre  sí,  en  la  oración". 

Benot,  a  este  respecto,  dice :  "A  veces,  al  hablar,  pueden 
pronunciarse  sin  intermitencias  dos  vocales,  una  final  de  una 
palabra,  y  otra  inicial  de  la  palabra  que  inmediatamente  siga, 
como  cuando  decimos:  La  unidad;  la  imagen;  mi  afán;  ejem- 
plos que  se  pronuncian :   Lau-nidad  ;  lai-magen ;  mia-f  án. 

"Dichas  combinaciones  de  vocales  (prosigue  Benot)  pro- 
nunciadas sin  intermitencias,  no  obstante  pertenecer  a  palabras 
distintas,  reciben  el  nombre  de  sinalefas". 


221  ,  EDUCACIÓN 

Pueden  unirse  tres,  cuatro  y  hasta  cinco  vocales  pertene- 
cientes a  dos  o  más  palabras,  en  una  sola  sílaba,  y  en  este  caso 
la  correspondiente  sinalefa  se  denomina  triptongo,  tetraptongo 
o  pentaptongo,  por  sinalefa. 

V.  gr. :  Más  precia  el  ruiseñor  su  pobre  nido  (iae,  tripton- 
go) ;  Estos  Fabio,  ¡ay  dolor  que  ves  ahora;  (ioai,  tetraptongo; 
Volvió  a  Eurídice  el  misero  los  ojos,  (ioaeu,  pentaptongo)  . 

Esto  que  ocurre  entre  vocales,  formando  diptongo,  trip- 
tongo, tetraptongo,  pentaptongo  por  sinalefa  (y  aún  hexapton- 
gos,  v.  gr. :  "Y  el  móvil  ácueo  a  Europa  se  encamina"— (ueoaeu) 
— ocurre  también,  agrega  Natale,  entre  sílabas  términoiniciales 
del  discurso,  como  puede  verse  en  las  silabizaciones  que  figuran 
el  pie  de  las  lecturas  del  libro  Primavera. 

Más  adelante,  después  de  referirse  a  los  vacíos  que  encuen- 
tra en  la  metodología  corriente  de  la  lectura,  agrega:  "El  método 
de  la  silabización  oracional  tiene  —  de  consiguiente  —  un  doble 
rol :  de  totalización  fónica  (coordinativa)  de  la  masa  elocutiva 
y  de  diferenciación  sensible  entre  ésta  y  sus  distintas  uniones". 

"Si  al  hablar  se  siente  la  necesidad  de  unir  las  palabras  unas 
-con  otras,  y  de  que  éstas  conserven  —  al  mismo  tiempo  —  todo 
su  valor  fónico ;  nada  más  lógico,  pues,  que  el  ejercitar  las  com- 
binaciones silábicas  por  sinalefa;  y  de  percibir  las  diferencias 
de  sonidos  entre  estas  combinaciones  y  la  manera  como  se  unen 
las  palabras  en  la  masa  elocutiva". 

En  cierto  sentido,  estamos  de  acuerdo  con  nuestro  distin- 
guido amigo.  Creemos  que  el  procedimiento  que  él  nos  presen- 
ta, es,  en  principio,  un  buen  aporte  para  la  enseñanza  de  la 
lectura  corriente  y,  sobre  todo,  para  el  aprendizaje  de  la  dicción 
correcta,  tan  poco  común  entre  nosotros.  Todos  los  procedi- 
mientos que  se  encuentren  para  ejercitar  con  eficacia  la  vocali- 
zación, en  relación  con  el  lenguaje,  deben  ser  bienvenidos. 

Es  cada  vez  más  necesario  dar  una  importancia  grande  a 
la  gimnasia  bucal,  a  la  articulación  de  los  sonidos,  a  los  ejerci- 
cios de  fonetización.  Preciso  es  reconocer  que  en  general  no 
pronuncian  bien  los  argentinos. 

No  debemos  olvidar,  po»  otra  parte,  que  nuestra  población 

está  formada  por  elementos  de  diverso  origen,  particularmente 

,en  cuanto  a  la  lengua;  hijos  inmediatos  de  extranjeros  muchos 

de  ellos,  los  cuales  extranjeros  son  muy  diferentes  entre  sí,  y 


222  NOSOTROS 

que  aún  en  los  elementos  de  larga  sedimentación  nacional  hay 
variados  defectos  idiomáticos  que  combatir. 

Desde  un  punto  de  vista  general,  opino  que  no  se  han  usado 
en  el  país  mejores  libros  que  los  del  señor  José  Henríquez  Fi- 
gueira,  que  ya  tienen  varios  lustros  de  vida. 

El  año  próximo  pasado  el  señor  Mercante  escribió  un  libro 
de  buena  base  para  segundo  o  tercer  grado,  La  Lámina,  mucho 
mejor,  en  mi  concepto,  que  el  que  más  o  menos  al  mismo  tiem- 
po publicó  con  destino  al  primer  grado,  dividido  en  dos  volúme- 
nes,  {La  Cartilla  y  Leo). 

El  señor  Mercante,  en  La  Lámina,  se  apoyó,  por  una  parte, 
en  las  indicaciones  y  el  acierto  del  señor  Figueira,  y  por  otra, 
enriqueció  su  libro  con  ejercicios  fundados,  como  él  mismo  lo 
dice  en  el  prólogo,  en  Legouvé,  Chervin  y  Sala,  particularmente 
en  este  último  (i). 

Después  de  este  no  conozco  ningún  nuevo  aporte  para  la 
enseñanza  de  la  mecánica  de  la  lectura  hasta  el  trabajo  del  señor 
Natale.  Repito  que  en  principio  me  parece  una  útil  contribución 
el  método  de  que  nos  habla  en  su  folleto,  aunque  no  comparto 
la  actitud  que  da  al  valor  de  lo  que  él  llama  "silabización  por  si- 
nalefa", pareciéndome  mucho  más  racional  quedarse  ordinaria- 
mente con  la  vocalización  por  sinalefa  de  que  nos  habla  Benot, 
y  .creo  qué  sólo  excepcionalmente  permite  el  idioma,  en  la  coor- 
dinación elocutiva,  llegar  a  la  silabización  tal  como  la  preconiza 
Natale. 

Así,  por  ejemplo,  en  la  expresión: 

"Las  plantas  acaban"  (lección  i'  de  Primavera),  no  creo 
que  la  s  pueda  desprenderse  de  la  sílaba  tas  de  la  palabra  plantas, 
para  agregarse  a  la  sílaba  a  de  la  palabra  acaban,  según  la  sila- 
bización que  Natale  hace  al  pie  de  esa  lección,  y,  como  ella  otras 
muchas,  en  esa  y  otras  lecciones,  na  obstante  lo  que  afirma  res- 
pecto a  contracciones  falsas  en  la  página  i6  de  su  folleto  y  al 
vicio  muy  corriente  en  los  niños  de  no  pluralizar  en  la  página  17 
del  mismo.  Ni  veo  el  objeto  de  ejercitar  el  silabeo  de  sa,  según 
la  nota  al  pie  de  la  lección  i*  de  Primavera,  cuando  en  realidad 
lo  que  habría  que  silabear  es  tas  -  a'  y  varias  veces. 

Y  ahora  tomaré  un  ejemplo   en   singular:   "Azul   inmensi- 


(i)     Cura  de  la  balbuzie. 


EDUCACIÓN  '-^23 

dad"  {La  Primavera,  página  24).  No  me  parece  tampoco  que 
pueda  la  /  de  azul  desprenderse  de  su  sílaba  para  formar  Un 
con  la  primera  silaba  de  inmensidad,  salvo  licencia  de  las  musas, 
ni  encuentro  que  convenga  el  ejercicio  en  2.°  grado  de  la  escuela 
primaria.  La  /  siempre  formará  parte  de  la  sílaba  zul.  Nunca 
de  in.  Lo  que  he  podido  observar  es  que  al  pronunciar  azul  in- 
mensidad están  todavía  en  el  aire  las  últimas  vibraciones  de  la  I 
cuando  ya  emitimos  la  in  Azul-in)  y,  entonces,  alguna  tonali- 
dad recibe  la  i  de  la  consonante  antecesora,  pero,  nunca  llega  el 
hecho,  en  mi  concepto,  a  facultar  para  la  ejercitación  en  Un,  se- 
gún indica  Natale.  A  no  ser  que  se  use  de  este  modo  de  la 
"silabización  oracional"  para  que  resalte  por  contraste,  por  ejer- 
cicio del  error,  la  buena  dicción.  Pero  si  es  así,  ello  no  está,  a 
nuestro  juicio,  suficientemente  explicado  a  los  maestros  en  el 
folleto  y  menos  resulta  del  desarrollo  del  libro  La  Primavera, 
escrito,  como  dijimos,  para  niños  de  segundo  grado.  Aparte  de 
que  el  error  no  debe  ejercitarse  centralmente  o  básicamente,  di- 
ríamos, ni  mucho  menos,  como  parece  resultar  de  la  exposición 
y  el  natural  entusiasmo  del  autor  en  el  libro  y  el  folleto. 

Cierto  que  Natale  nos  dice  que  "el  ejercicio  de  la  silabiza- 
ción por  sinalefa  concluirá  por  perfeccionar  precisamente  la 
agudeza  auditiva  del  niño ;  quien,  al  leer,  tendrá  presente  la 
coordinación  silábica  por  sinalefa  u  oracional  y  evitará  recalcar- 
la, a  fin  de  que  se  insinúe  apenas  en  la  oración".  Nos  parece 
mucho  para  un  niño  y  nos  inclinamos  a  creer  que  el  ejercicio 
de  "silabilización  oracional",  en  forma  principal,  le  dispondrá 
los  órganos  de  la  fonación  hacia  el  error  y,  entonces,  se  necesi- 
tará a  cada  rato  de  un  esfuerzo  más  de  inhibición  infantil  que, 
me  parece,  conviene  evitar. 

En  fin,  conceptuamos  que  Natale  indica  un  buen  procedi- 
miento auxiliar,  pero  que  por  exceso  de  amor  a  su  hallazgo  lo  ha 
perjudicado  en  este  su  primer  ensayo.  Creemos  que  debe  acer- 
carse más  aún  a  Benot  y  buscar  una  aplicación  aún  más  en  ar- 
monía con  la  estructura  del  lenguaje  y  la  naturaleza  infantil.  Y 
creemos  que  ello  le  será  posible. 


224  NOSOTROS 


Los   últimos   progresos   de   la   enseñanza   vocacional   en   los 
Estados  Unidos  de  N.  A. 

EL  Boletín  de  la  Unión  Panamericana,  en  su  número  del  mes 
corriente  está,  casi  en  su  totalidad,  dedicado  a  reseñar  los 
progresos  alcanzados  en  estos  últimos  años  por  la  enseñanza  vo- 
cacional en  los  Estados  Unidos  de  Norte  América. 

Luego  de  algunas  consideraciones  a  propósito  de  la  ense- 
ñanza pública  en  general  y,  particularmente,  de  la  educación  vo- 
cacional, como  función  de  las  democracias,  se  refiere  el  prólogo 
a  la  falta  de  coordinación  y  correlación  que  en  este  punto  tienen 
los  actuales  sistemas  de  enseñanza,  "el  mayor  punto  débil",  asi 
en  la  democracia  estadounidense  como,  en  grado  variable,  en  los 
sistemas  educativos  del  mundo  entero.  Manifiesta  después  que, 
no  obstante  lo  dicho,  esta  fase  educativa  ha  progresado  con  len- 
titud, pero  finalmente,  en  los  E.  U.  de  N.  A.,  "como  lo  demues- 
tran las  concesiones  de  tierras  y  la  aprobación  de  la  primera  ley 
Morrill  en  1862  y  de  la  segunda  en  1890,  así  como  varias  otras 
medidas  legislativas  que  culminaron  en  la  ley  Smith  -  Hughes 
en  1917  y  .Smith-Sears  en  1918." 

La  educación  vocacional,  dice  el  A.,  una  vez  bajo  el  domi- 
nio federal,  responde  a  dos  grupos  bien  definidos  de  estudiantes : 
Los  estudiantes  de  ambos  sexos  de  las  escuelas  públicas  que  ya  a 
partir  de  los  catorce  años  se  disponen  a  desempeñar  una  ocupa- 
ción determinada  pueden  recibir  la  instrucción  correspondiente 
en  escuelas  vocacionales  diurnas ;  en  tanto  que  aquellos  que,  sin 
preparación  especial  alguna,  han  empezado  a  ganarse  la  vida 
pueden  adquirir  la  enseñanza  vocacional  ya  en  escuelas  noctur- 
nas creadas  para  el  efecto,  o  ya  en  las  de  asistencia  parcial. 

Aproximadamente,  dos  millones  de  niños  alcanzan  anual- 
mente en  E.  U.  de  N.  A.  una  edad  determinada.  Más  o  menos 
a  la  edad  de  diez  y  siete  años,  y  aun  antes,  la  mitad  de  los  esco- 
lares abandonan  las  aulas.  A  la  edad  de  catorce  o  quince  años, 
el  41.4  por  ciento,  o  sea  los  dos  quintos,  han  salido  a  trabajar, 
mientras  que  el  19.8  por  ciento  de  las  niñas,  o  sea  un  quinto 
del  total,  ya  están  ganando  su  vida  al  cumplir  la  misma  edad. 
Se  calcula  que  en  el  año  1918  cerca  de  ochocientos  mil  varones 
y  cuatrocientas  mil  niñas  entre  las  edades  de  14  y  15  años,  ha- 


EDUCACIÓN  225 

bían  encontrado  empleo  de  esta  suerte,  y  puede  tenerse  por  se- 
guro que  en  los  Estados  Unidos  no  ha  disminuido, 

"Es  evidente  que  el  gran  número  de  niños  que  se  retira  de 
las  escuelas  elementales  a  edad  temprana  sin  haber  gozado  la 
oportunidad  de  elegir  una  ocupación  o  siquiera  de  comprender 
medianamente  la  necesidad  de  prepararse  para  una  de  ellas,  van 
a  parar  a  empleos  sin  porvenir  y  desprovistos  de  alicientes  edu- 
cativos". 

Los  demás  capítulos  del  volumen  que  nos  ocupa  están  des- 
tinados a  estudiar  en  particular  la  educación  física  en  los  Esta- 
dos Unidos  de  N.  A.,  los  juegos,  los  deportes,  las  escuelas  de 
artes  y  oficios,  educación  comercial,  asistencia  de  los  enfermos, 
vocación  ideal  para  la  mujer,  economía  doméstica,  escuelas  de 
guarda-bosques,   etc. 

Según  la  ley  federal  de  1917,  pueden  organizarse  seis  tipos 
de  escuelas :  a)  escuelas  o  clases  de  unidad  de  oficio ;  b)  escue- 
las o  clases  de  industria  general;  c)  escuelas  o  clases  de  parte 
de  tiempo  para  ampliación  de  oficio;  d)  escuelas  o  clases  de 
parte  de  tiempo  preparatoria  de  oficio;  e)  de  parte  de  tiempo 
para  continuación  general;  f)   industriales  nocturnas. 

Todas  estas  escuelas,  aparte  las  condiciones  particulares 
que  derivan  de  las  denominaciones  que  hemos  mencionado  y  que 
el  Boletín  de  la  Unión  Panameñcana  refiere  en  detalle,  deben 
proporcionar  instrucción  primaria  y  tener  sus  planes  aprobados 
en  última  revisión  por  la  Junta  Federal.  En  todas,  salvo  las  noc- 
turnas, para  las  cuales  rige  la  de  16,  la  edad  mínima  para  ingre- 
sar es  la  de  14  años. 

Numerosas  y  nítidas  fotografías  han  sido  distribuidas  en 
este  número  muy  ilustrativo  del  Boletín  de  la  Unión  Paname- 
ricana. 

Aparte  todo  lo  que  atañe  a  la  educación  vocacional  y  sus 
relaciones  con  la  enseñanza  general  y  las  otras  especiales,  son 
singularmente  valiosas  las  pocas  palabras  con  que  el  prologuista 
se  refiere  a  las  edades  en  que  el  41.4  y  el  50  por  ciento  de  los 
escolares  abandonan  las  escuelas. 

Para  nuestro  país,  cuyos  niños  en  su  mayor  parte  (los  que 
asisten)  dejan  las  aulas  en  los  primeros  grados  de  la  enseñanza 
primaria,  es  de  algún  interés  esa  referencia. 


S'-ití  NOSOTROS 


Exposición  de  arte  calchaquí 

EN  un  modesto  salón  de  la  ciudad  de  La  Plata,  situado  en  la 
calle  47  entre  7  y  8,  visitamos  hace  algunos  días  la  exposi- 
ción de  arte  del  señor  Adolfo  Travascio  y  las  señoritas  Ercilia 
y  Emilia  Flores  Ortega. 

El  saloncito  estaba  atestado  de  pequeñas  obras  artísticas 
(urnas,  cacharros,  platos,  muebles,  tapices,  mantos,  cortinas,  et- 
cétera), inspirados  la  mayoría  en  el  arte  calchaquí  y  algunos  en 
el  peruano  y  azteca.  Sentimos  allí,  mientras  nuestra  vista  iba  de 
cosa  en  cosa,  una  impresión  de  simpatía  hacia  el  esfuerzo  inteli- 
gente de  estos  artistas  que  van  a  buscar  en  el  viejo  arte  de  los 
indígenas,  viejo  por  su  vida  y  viejo  por  su  muerte,  largamente 
enterrada,  largamente  olvidada,  nuevos  elementos  para  ampliar 
los  horizontes  de"  arte  moderno;  reanimarlo,  diríamos,  con  el 
resurgimiento  de  aquel.  Reanimarlo:  esta  es  la  expresión  que 
mas  acabadamente  conviene,  a  nuestro  juicio,  al  estado  de  espí- 
ritu de  estos  artistas  que,  posesos  por  su  idea,  al  par  que  dueños 
de  ella,  van  desenterrando  de  los  escondrijos  de  la  tierra  y  los 
museos  manifestaciones  estéticas  de  las  muertas  poblaciones  in- 
dígenas, las  cuales,  en  esto  del  arte,  están  resultando  no  ser  tan 
salvajes  y  sandias,  ni  tan  difuntas,  como  suelen  serlo  en  algunos 
aprendizajes  de  historia. 

Reanimar  el  arte  moderno  con  el  arte  de  las  tribus  autócto- 
nas :  creemos  haber  oído  algo  así  a  uno  de  los  artistas  autores 
de  la  exposición  que  nos  ocupa.  No  sabemos  si  el  verbo  podrá 
ser  aplicable  al  resultado  final  que  logre  en  la  realidad  objetiva 
esta  orientación,  ni  siquiera  si  será  propio  para  referirse  con  él 
a  las  posibilidades  a  que  puede  aspirar  en  su  desenvolvimiento, 
pero,  lo  cierto  es  que  responde  a  un  nobilísimo  deseo  estético  y 
a  un  hermoso  sentimiento  humano :  agrandar  el  arte  y  agrandar 
la  historia  con  una  obra  de  justicia  postuma;  acaso,  engrandecer 
a  la  misma  personalidad  humana  del  futuro,  por  ejemplo,  para 
cuando  un  pueblo  se  encuentre  frente  a  otro  desconocido  o  in- 
comprensible de  momento ... 

Pero,  estamos  divagando.  Lo  exacto  es  que  en  el  local  de 
la  exposición  la  simpatía  se  elevaba  de  punto  a  medida  que  íba- 
mos comprobando  en  los  distintos  objetos  presentados,  particu- 


,     EDUCACIÓN  227 

larmente  en  los  de  cerámica  y  algunos  de  tapicería  y  mueblería, 
así  las  bondades  del  arte  calchaquí  (había  también  lindas  mues- 
tras del  incásico  y  el  azteca)  como  la  felicidad  con  que  los  ex- 
positores han  reproducido  en  determinados  objetos  y  estilizado 
en  otros,  bella  variedad  de  guardas  y  otras  composiciones  de  líneas 
y  colores,  la  mayoría  de  las  cuales  son  mgnas  de  ocupar  lugar 
honroso  en  la  ornamentación  de  nuestras  ciudades. 

Y  para  limitarnos  al  objeto  de  esta  sección,  diremos  que 
este  arte  merece  ser  considerado  como  elemento  digno  de  entrar 
a  formar  parte  de  nuestra  arquitectura  escolar  y  decorado  co- 
rrespondiente, mucho  más,  a  nuestro  parecer,  que  algunos  bajos 
relieves  preparados  en  cierta  ocasión  para  una  escuela  monu- 
mental. Esto,  además,  naturalmente,  de  su  derecho  a  tener  par- 
te  en  los  programas  de  dibujo  infantil. 


Dos  actos  honrosos 

EL  primero  es  el  del  profesor  de  derecho  romano  doctor  Car- 
los Ibarguren  al  presentar  su  renuncia  con  motivo  de  la 
resolución  del  consejo  directivo  de  la  Facultad  de  Derecho  de 
Buenos  Aires  refundiendo  los  dos  cursos  de  dicha  asignatura, 
no  obstante  resoluciones  anteriores  y  el  dictamen  unánime  de  la 
comisión  de  enseñanza. 

Es  muy  posible  que  se  trate  de  una  cuestión  en  que  encua- 
dren las  dos  opiniones,  si  se  considera  el  asunto  con  abstracción 
de  las  últimas  agitaciones  universitarias  y,  con  mayor  razón,  si 
éstas  son  tenidas  en  cuenta.  De  cualquier  manera,  la  renuncia 
del  doctor  Ibarguren  es  un  hecho  que  le  honra. 

Pero,  la  actitud  del  eminente  jurisconsulto  y  publicista  ha 
motivado  otra,  que  a  nuestro  juicio,  es  la  más  auspiciosa.  Nos 
referimos  a  la  nota  enviada  por  el  Centro  Estudiantes  de  De- 
recho al  Consejo  Directivo  de  la  Facultad  solicitando  la  reconsi- 
deración de  la  medida  por  la  cual  se  refunden  los  dos  cursos  de 
derecho  romano. 

En  un  momento  en  que  todo  parece  concurrir  para  presen- 
tar a  los  estudiantes  de  los  colegios  secundarios  y  especiales  y  a 
los  universitarios  como  buscando  por  cualesquiera  medios,  sola- 
pados y  bruscos,  el  rebajamiento  de  sus  tareas,  la  nota  del  Cen- 


228  NOSOTROS 

tro  Estudiantes  de  Derecho  de  la  capital  federal  viene  a  demos- 
trar que  existe  en  la  juventud  estudiosa  la  capacidad  para  las 
nobles  espontaneidades  del  espíritu,  en  el  doble  sentido  del  me- 
joramiento de  su  cultura  y  el  respeto  a  sus  maestros. 


Edad  escolar 

DESPUÉS  que  entregamos  a  la  imprenta  el  artículo  que  apa- 
reció en  el  número  pasado,  el  doctor  Alfredo  Calcagno, 
profesor  de  psicopedagogía  en  la  universidad  platense  y  diplo- 
mado por  la  Universidad  de  Bruselas,  publicó  en  El  Argentino 
de  La  Plata  un  estudio  en  el  cual  sostiene,  fundado  en  conside- 
raciones de  orden  social,  especialmente  en  la  precocidad  infantil, 
y  sus  consecuencias,  que  recién  a  los  diez  años  están  nuestros 
niños  en  condiciones  de  incorporarse  a  la  escuela  primaria. 

Nos  ocuparemos  en  el  número  próximo  del  interesante  es- 
tudio de  nuestro  estimado  amigo.  La  falta  de  tiempo  nos  impi- 
de hacerlo  ahora. 

Marcos  M.  BivAnco, 
Monte,  Junio   1922. 


CRÓNICA  MUSICAL 


El  Teatro  Colón. 


A  PESAR  de  lo  pedantesco  y  antipático  que  resulta  dárselas  de 
profeta,  se  nos  permitirá  adoptar  esa  actitud  llena  de  sufi- 
ciencia, en  lo  referente  a  la  temporada  del  Colón.  Cierto  es  que 
hemos  acertado  en  una  profecía  que  estaba  al  alcance  de  un 
niño  de  quinto  grado  y  de  un  medianísimo  observador,  dotado 
de  orejas  para  oir,  de  escasa  memoria  para  recordar  lo  que  pasó 
el  año  pasado  y  de  un  gramo  de  materia  gris  para  hacer  deduc- 
ciones perogrullescas ;  facultades  muy  medianas,  como  se  ve,  y 
que  es  verdaderamente  lamentable  no  posean  los  miembros  del 
Concejo  Deliberante,  que,  con  nuestra  cristiana  benevolencia  y 
nuestro  incorregible  optimismo,  consideramos  ser  los  únicos 
que  han  actuado  con  cierta  libertad  y  cierto  criterio,  en  el  bo- 
chornoso asunto  del  coliseo  municipal. 

En  la  actual  temporada,  hay  cinco  abonos:  de  moda  a  mar- 
tes y  jueves  y  a  viernes  y  domingo,  vespertinas  a  domingo  y  a 
miércoles,  popular  a  sábado  por  la  noche,  lo  que  da  siete  fun- 
ciones semanales,  a  las  que  deben  agregarse :  popularísimas  el 
lunes  por  la  noche,  extraordinarias  el  miércoles  por  la  noche  y 
sábado  de  tarde;  en  total  diez  representaciones  en  siete  días, 
siempre  que  no  haya  un  feriado,  en  cuyo  caso  llegan  a  once  o 
doce;  "record"  que  no  será  batido  por  ningún  teatro  lírico  del 
mundo  civilizado ;  bajo  ese  punto  de  vista  nuestro  único  coliseo 
fiscal  es  el  primero  del  universo,  lo  que  nos  llenaría  de  patriotero 
orgullo,  sin  otro  "record",  derivado  de  aquel,  el  de  las  funciones 
más  detestables  que  han  oido  orejas  humanas,  en  escenas  líricas 
que  pretenden  ser  de  primer  orden. 


230  NOSOTROS 

La  empresa  Da  Rosa-Mocchi,  que  al  fin  y  al  cabo  es  una 
empresa  comercial,  que  se  dedica  a  la  ópera,  como  otras  se  de- 
dican al  negocio  de  zapatería,  tiene  derecho  a  dar  tantas  fun- 
ciones semanales  si  se  lo  toleran  el  público,  y  quienes,  según 
dicen  ellos  muy  ufanos,  están  en  el  deber  de  velar  por  los  pres- 
tigios del  Colón . . .  Cierto  es,  que  al  hablar  de  prestigio,  no  se 
aclara  el  sentido  dado  al  vocablo ;  si,  como  lo  suponemos,  se  trata 
del  comercial  —  dé  acuerdo  con  el  criterio  imperante  en  el  alma- 
cén de  la  esquina,  que  será  tanto  más  prestigioso,  cuanto  mayor 
número  de  latas  de  atún  y  kilos  de  garbanzos  expenda  por  dia- 
rio, no  negamos  que  el  resultado  es  más  que  discreto,  es  hala\ 
gador,  y  lo  será  más,  cuando,  siguiendo  la  evolución  progresista 
que  impera  en  toda  la  creación,  en  el  reino  mineral,  vegetal  y 
animal,  sobre  todo,  se  habiliten  las  tardes,  libres  ahora,  y  las 
mañanas,  para  dar  funciones,  y  no  proponemos  las  madruga- 
das, porque  eso  tendría  un  tufillo  a  "cabaret"  y  un  comerciante, 
aunque  sea  empresario  lírico,  no  osa  elevar  un  negocio  a  cier- 
tas alturas ! 

Para  nosotros,  de  ello  deriva  nuestra  divergencia  con  lo  que 
acontece  en  el  Colón,  otros  factores  son  los  que  pueden  darle 
prestigio.  Si  tuviéramos  el  honroso  cargo  de  velar  por  él  —  y 
Dios  perdone  la  osada  intención !  —  asentaríamos  los  siguientes 
principios :  cuando  un  gobierno,  nacional  o  comunal,  construye 
un  teatro,  es  para  contribuir  al  progreso  artístico  y  a  la  cultura 
del  pueblo,  no  para  que  su  empresario  prostituya  el  arte,  deso- 
riente el  gusto  del  público  y  excluya  a  las  clases  poco  adineradas, 
aumentando  el  precio  de  las  localidades  altas,  como  se  ha  hecho 
este  año;  que  el  prestigio  no  es  cuestión  de  cantidad,  pero  sí  de 
calidad,  de  probidad  artística  y  comercial  (esta  no  existe  cuando 
se  prometen  espectáculos  de  25  pesos  la  platea  y  5  la  galería  alta, 
y  se  dan  muchos  que  con  diez  y  uno,  estarían  bien  pagos)  ;  ba- 
sándonos en  estudios  científicos,  aplicados  con  éxito  en  todas 
partes,  asentaríamos  que  la  cantidad  de  trabajo  eficaz,  que  puede 
desarrollar  un  hombre,  tiene  un  límite,  pasado  el  cual,  el  trabajo 
es  de  más  en  más  deficiente,  lo  que  acontece  con  la  orquesta  del 
Colón,  abrumada  por  una  labor  superior  a  las  fuerzas  humanas; 
proclamaríamos  que  un  teatro  lírico  no  es  un  cinematógrafo  y 
que  una  ópera  no  es  una  película  que  basta  colocar  en  un  aparato 


CRÓNICA  MUSICAL  -^31 

y  dar  vuelta  a  la  manija;  otras  cosas  más  trataríamos  de  decir, 
por  más  que,  con  toda  seguridad,  imitando  a  Cyrano,  no  se  nos 
toleraría  "decir  la  cuarta  parte  de  la  mitad  del  principio  de  una" 
sin  que  nos  colocaran  la  camisa  de  fuerza  y  nos  enviaran,  con 
severa  custodia,   de  pensionista   del   doctor   Cabred . . . 

¿Quién,  sino  un  loco  peligroso,  puede  asentar  cosas  tan 
disparatadas?  El  teatro  Colón,  en  nuestro  progreso  y  en  nuestra 
evolución,  es  el  testigo  inamovible,  es  el  punto  de  referencia  que 
nos  señala  lo  que  media  entre  lo  que  éramos  y  lo  que  somos;  y, 
para  que  el  contraste  sea  mayor,  y,  por  lo  tanto,  mayores  las 
enseñanzas,  los  espíritus  sutiles  que  custodian  amorosamente  esa 
sagrada  reliquia  del  pasado,  hacen  lo  humanamente  posible  — 
¡y  vaya  si  lo  consiguen!  —  para  que  ella  pierda  sus  raras  cuali- 
dades. En  el  antiguo  y  glorioso  teatro  de  la  Opera,  se  daban  cua- 
tro funciones  por  semana,  y  una  vez  que  otra,  una  extraordina- 
ria ;  en  el  Colón  se  dan  diez,  como  mínimum . . .  Las  carretas  de 
bueyes  se  han  transformado  en  veloces  automóviles ;  los  loda- 
zales, en  calles  asfaltadas ;  el  candil,  en  lámpara  eléctrica ;  los 
bodegones,  en  lujosos  hoteles ;  las  antiguas  tiendas,  en  almacenes 
que  rivalizan  con  los  de  París ;  los  ruinosos  edificios  escolares, 
en  palacios  monumentales ;  las  salas  de  audiciones,  antes  desier- 
tas, llénanse  de  culta  y  entusiasta  concurrencia;  multiplícanse  las 
bibliotecas,  los  museos,  las  sociedades  culturales ;  el  teatro  na- 
cional, del  circo,  pasó  a  las  más  elegantes  salas  de  espectáculos,  y 
ha  triunfado  en  América  y  en  Europa;  tenemos  pintores,  escul- 
tores, compositores,  novelistas  y  poetas ;  sólo  el  Teatro  Colón, 
ante  esa  marcha  hacia  adelante  de  nuestro  pueblo,  en  la  totalidad 
de  sus  actividades  espirituales  y  materiales,  retrocede,  va  hacia 
atrás,  a  pesar  de  que  su  anti-estética  mole  de  estación  ferrovia- 
ria, debería  guiarlo  hacia  el  porvenir .  . .  Hablemos  con  respeto 
de  ese  edificio  de  argamasa  y  de  ladrillo,  de  mármoles  y  bronces 
simulados,  tan  simulados  como  sus  espectáculos,  porque  es  el 
eterno  ejemplo  de  lo  que  no  debemos  ser,  cada  cual  en  su  espe- 
cialidad respectiva,  si  queremos  civilizarnos,  adquirir  una  cultu- 
ra y  desarrollarla,  educar  artística  y  estéticamente  al  pueblo,  des- 
preciar el  espíritu  de  lucro,  la  inmoralidad,  la  concupiscencia,  y 
contribuir  a  que  el  pueblo  argentino  ocupe  un  día  un  sitio  hono- 
rable entre  las  razas  creadoras. 


232  NOSOTROS 

Las  bases  formuladas  para  la  licitación  del  coliseo  munici- 
pal, menos  de  un  mes  después  de  inaugurada  la  temporada  lírica, 
proclaman  a  gritos  su  inconmensurable  estupidez  y  su  inutilidad 
para  dar  prestigio  al  Colón  y  para  contribuir  en  algo  a  la  cultura 
musical  del  pueblo. 

Con  un  criterio  que  no  queremos  considerar  malicioso,  hase 
dejado  la  resolución  de  los  más  importantes  problemas,  a  la  co- 
misión administradora,  que  los  ha  resuelto  en  sentido  contrario 
a  la  lógica  y  al  beneficio  estético  que  debe  esperarse  de  un  teatro 
municipal,  vale  decir,  de  un  instituto  de  cultura,  pero,  eso  sí,  muy 
de  acuerdo  con  los  intereses  materiales  de  la  empresa.  Así,  no  se 
limitó  el  número  de  espectáculos,  como  se  hizo  en  la  anterior 
licitación ;  se  dan  hoy  diez  funciones  semanales  como  mínimo,  la 
que  imposibilita  preparar  las  obras;  en  el  Marconi  no  se  llega 
nunca  a  tantas  representaciones  por  semana.  No  se  impuso  la 
obligación  de  montar  dos  óperas  argentinas  (cierto  que  el  año 
pasado,  a  pesar  del  famoso  concurso,  y  de  su  inepto  fallo,  como 
el  empresario  Bonetti  no  quiso  dar  las  obras  argentinas,  salió 
con  la  suya),  la  comisión  administradora  consiente  en  que  solo 
vaya  a  escena  un  acto,  Flor  de  nieve,  de  Constantino  Gaito,  que- 
dando para  el  año  próximo  Use,  de  Gilardo  Gilardi,  con  lo  que, 
en  vez  de  las  seis  óperas  de  autores  locales  que  debieron  repre- 
sentarse de  192 1  a  1923,  irán  dos,  en  un  acto  cada  una,  extraño 
modo  de  favorecer  el  arte  local,  que  no  está  al  alcance  de  nuestro 
modesto  intelecto.  Con  toda  razón,  no  se  toleró  que  el  empresa- 
rio Bonetti  aumentara  el  precio  de  las  localidades  altas.  Este  año, 
de  acuerdo  con  la  comisión  administradora,  el  paraíso  (llamado 
Galería  Alta)  sufre  un  aumento  de  67  %,  pasa  de  3  á  5  pesos,  lo 
que  puede  considerarse  como  prohibitivo  para  el  obrero  y  pe- 
queño empleado,  que  pierde  así  la  única  localidad  accesible,  de 
vez  en  cuando,  a  su  modesto  bolsillo;  la  tertulia  alta  y  la  cazuela 
(en  la  antigua  Opera,  regía  para  esta  la  misma  tarifa  que  para  el 
paraíso,  pues  se  la  había  creado  para  que  las  señoras  y  niñas  sin 
fortuna,  pudieran  gozar  cómodamente  de  los  espectáculos;  re- 
cordemos de  paso,  que  la  Opera,  donde  se  tenía  en  cuenta  la 
educación  musical  del  sexo  débil,  era  un  teatro  particular . , . ) 
cuestan  hoy  diez  pesos  (25  %  de  aumento)  lo  que  hace  de  ellas, 
localidades  para  gente  pudiente;  dato  que  pasamos  al  democrá- 


CRÓNICA   MUSICAL  233 

tico  Concejo  Deliberante,  para  que  contemple  su  obra...  La 
platea,  en  cambio,  muy  aristocrática,  por  cierto,  sólo  tiene  13  % 
de  aumento ;  de  modo  que  el  dandy  que  desea  lucir  su  frac,  tiene 
que  pagar  tres  pesos  más  que  el  año  pasado  por  su  platea,  y  el 
obrero,  que  anhela  oir  música  —  buena,  sería  irrisorio  preten- 
derlo —  dos  pesos . . .  proporción  que  mucho  habla  en  favor  de 
quienes  la  han  tolerado! 

Cierto  es  que  existen  las  funciones  extraordinarias  del  miér- 
coles por  la  noche  y  del  sábado  por  la  tarde,  y  las  popularísimas 
del  lunes,  en  teoría  a  cuatro  pesos  la  platea ;  pero  además  de 
que  en  aquellas  la  reducción  en  los  precios  de  las  localidades  al- 
tas, no  está  en  proporción  con  la  de  las  bajas,  la  reventa  organi- 
zada directamente  por  la  empresa,  a  vista  y  paciencia  de  la  poli- 
cía, de  los  inspectores  municipales  y  de  la  comisión  administra- 
dora, ciega  como  quien  no  quiere  ver,  anula  las  ventajas  ofrecidas 
al  publico  por  esas  funciones. 

En  la  calle  Cerrito,  al  quinientos  setenta  y  tantos,  un  ex- 
empleado de  la  empresa,  en  un  comedor  de  casa  de  familia,  tiene 
a  vista  de  todos,  la  taquilla  íntegra  del  Colón  (sólo  las  localida- 
des desde  las  que  no  se  ve  la  escena  vende  la  empresa  en  bole- 
tería, al  precio  estipulado)  y  acepta  cualquier  encargo  de  palcos, 
platea,  cazuela,  tertulia,  galería  alta,  paraíso,  para  cualquier  fun- 
ción, con  un  recargo  que  varía  según  el  interés  que  haya  en  el 
pedido.  Así,  para  El  Oro  del  Rin,  cobróse  6  pesos  por  la  Galería 
Alta  y  se  anunció  con  sin  igual  descaro,  que  para  la  "primera" 
de  JValkiria  se  elevaría  el  precio  a  7  pesos ;  en  cuanto  a  las  fun- 
ciones del  lunes,  a  4  pesos  la  platea,  como  lo  ha  denunciado  La 
Razón  el  13  de  Junio  y  como  lo  hemos  comprobado  personalmen- 
te, las  localidades  están  agotadas  antes  de  ponerse  en  venta  en 
boletería,  es  decir,  el  día  anterior  a  la  función. .  .  En  la  calle 
Cerrito,  el  interesado  puede  conseguir  el  teatro  íntegro,  pero  a 
10  y  hasta  12  pesos  la  platea. . .  No  nos  extraña  ya  que  la  em- 
presa Da  Rosa-Mocchi  haya  ofrecido,  con  tanta  generosidad, 
mayor  número  de  funciones  popularísimas  que  las  exigidas 
por  las  bases  de  arrendamiento,  pues  más  le  convienen  esas  re- 
presentaciones a  10  ó  12  pesos  la  platea,  —  en  reventa,  se  en- 
tiende, —  que  las  vespertinas  o  del  sábado  por  la  noche,  que, 
no  obstante  un  abono  probablemente  simulado,  en  parte,  no  de- 


234  NOSOTROS 

jan  un  número  tan  grande  para  ese  comercio  inmoral  y  único  en 
Buenos  Aires ;  pues  debe  de  saberse,  que  únicamente  en  el  teatro 
municipal  existe  reventa,  y  esto  merced  a  que  la  empresa  la  ha 
organizado  por  su  cuenta  y  provecho.  Tanto  es  así,  que  en  los 
teatros  nacionales  —  Parravicini,  Caseaux,  Vittone- Pomar,  Na- 
cional, etc.  —  enormemente  concurridos,  las  empresas  han  supri- 
mido ese  comercio  ilegal,  cuando  asi  lo  han  deseado.  Si  en  el 
Colón  se  movilizaran  las  fuerzas  que  acaban  de  sostener  a  los 
señores  Da  Rosa-Mocchi  en  su  inmoralidad,  en  su  falta  de  cum- 
plimiento a  la  palabra  empeñada,  en  sus  atentados  contra  el  arte 
y  la  cultura,  la  reventa  desaparecería  como  por  encanto ;  pero  es 
que  esas  múltiples  fuerzas,  de  acuerdo  con  la  idiosincrasia  del 
ambiente,  no  se  mueven  para  defender  el  derecho,  para  combatir 
un  abuso,  para  oponerse  a  los  pillos.  . .  Pedid  lo  pesos  a  un  ami- 
go para  dar  de  comer-^  vuestra  familia,  os  lo  negará,  pedidle 
100  para  una  redoblona  o  para  la  quiniela  y  os  ofrecerá  200; 
solicitad  de  una  persona  influyente,  un  puesto  que  os  saque  de 
la  miseria,  la  cosa  irá  para  largo;  rogadle,  si  habéis  cometido 
una  fechoría,  que  os  saque  de  la  cárcel,  y  en  el  día  lo  conse- 
guirá. . . 

En  1920,  la  comisión  administradora  aseguraba  que  para 
1921,  las  cosas  irían  mejor,  pero  en  ella  no  se  dieron  obras  ar- 
gentinas y  el  repertorio  fué  anticuado  y  malo;  en  1921  anunció 
novedades  trascendentales  para  1922  y  las  cosas  van  de  mal  en 
peor ;  causa  pavor  el  pensar  si  promete  nuevas  maravillas  para 
1923,  lo  que  será  el  Colón  ese  año;  la  imaginación  más  calentu- 
rienta y  fantástica,  no  concibe  lo  que  acontecerá . . . 


Hablemos  ahora  de  los  espectáculos  y  de  los  que  en  ellos 
intervienen. 

La  orquesta  no  es  mala,  por  más  que  casi  la  mitad  de  sus 
cuerdas  sean  de  no  muy  buena  calidad ;  pero  es  inferior  a  la  de 
años  pasados,  pese  a  la  empresa  y  sus  amigos,  que  la  proclaman 
la  mejor  y  más  completa  que  se  haya  oído  en  Buenos  Aires.  Para 
ello  se  basan  en  que  es  la  primera  orquesta  formada  por  concur- 
so, lo  que  es  cierto,  pero  como  a  dicho  concurso  no  se  presenta- 
ron muchos  de  los  mejores  elementos  existentes  en  el  país  y  que 


CRÓNICA   MUSICAL  235 

en  años  anteriores  actuaron  en  el  Colón,  el  argumento  carece  de 
peso  y  de  verdad.  Vaya  un  ejemplo:  hasta  1921,  en  el  primer 
atril  de  las  violas,  estaban  Bruno  Bandini  y  Edgardo  Gambuzzi, 
primera  y  segunda  viola,  respectivamente,  y  en  mucho,  los  más 
notables  intrumentistas  en  el  género;  este  año,  Gambuzzi  es  pri- 
mera viola,  pero  Bandini  no  forma  parte  de  la  orquesta,  reem- 
plazándolo un  violista  de  menores  condiciones ;  luego,  ese  pri- 
mer atril  no  puede  igualarse  al  de  antes.  Lo  dicho  para  las  violas 
puede  repetirse  para  muchos  atriles  de  violines,  violoncelos  y 
contrabajos;  y  ya  tiene  el  lector  la  explicación  de  la  inferioridad 
de  las  cuerdas,  en  un  país  como  el  nuestro,  en  que  ellas  han  lla- 
mado siempre  la  atención  de  los  grandes  directores -extranjeros. 

A  pesar  de  esta  falla,  la  actuación  de  la  orquesta  podría  ser 
más  eficaz,  si  ensayara  suficientemente  y  si  se  exigiera  de  ella  lo 
máximo  que  científicamente  puede  dar ;  pero  en  el  loquero  del 
Colón,  con  diez  o  más  funciones  semanales  y  algunos  ensayos — 
no  muchos  —  y  con  la  representación  'en  tres  semanas  —  desde 
el  21  de  Mayo  hasta  el  9  de  Junio  —  de  ocho  óperas:  Parsifal, 
Oro  del  Rin,  Caballero  de  la  Rosa,  Carmen,  Rigoletto,  Piccolo 
Marat,  Isabeau  y  Tosca,  y,  además,  un  acto  de  Traviata  y  otro 
de  Favorita,  el  preludio  de  Loliengrin  y  la  obertura  de  Tann- 
hauser,  los  músicos,  arrasados,  desorientados  ante  tantas  obras 
de  distintos  estilos,  y  a  las  órdenes  de  tantas  batutas,  la  del  aca- 
démico y  frío  Weingartner,  la  del  fogoso  y  epiléptico  Mascagni, 
la  de  Bellezza  —  un  genio  descubierto  en  Buenos  Aires,  para 
uso  y  provecho  de  Mocchi  —  ensayando  de  mañana,  tocando  de 
tarde  y  de  noche,  los  músicos,  repetimos,  ya  ni  saben  lo  que  ha- 
cen, leen  su  parte  con  la  atención  requerida  en  un  primer  ensa- 
yo, olvidándose  de  los  matices,  de  las  innumerables  indicaciones 
que  deben  dar ' —  si  tienen  tiempo  para  ello,  lo  que  nos  parece 
dudoso  —  los  directores.  . .  Y  así  desfilan  maravillosas  partitu- 
ras, la  de  Parsifal,  la  de  Oro  del  Rin.  la  de  Caballero  de  la  Rosa, 
sin  pulimento  alguno,  sin  equilibrio  de  sonoridades,  sin  afinación, 
con  suciedades,  desde  el  primer  hasta  el  último  compás ;  todo  ello 
muy  explicable,  pero  no  tolerable  en  un  teatro  de  25  pesos  la 
platea. 

Félix  Weingartner,  como  aconteció  hace  dos  años,  aunque 
en  menor  grado,  resulta  un  director  muy  inferior  a  su  fama.  El 


86  NOSOTROS 

hecho  de  que  haya  reincidido  con  Walter  Mocchi,  es  sintomático* 
sabido  es  que  el  gran  Arturo  Toscanini,  la  probidad  artística  per- 
sonificada, ha  declarado  que  "prefiere  barrer  las  calles  de  Milán, 
a  dirigir  la  orquesta  en  un  teatro  de  Mocchi . . . "  Otro  tanto  nos 
han  dicho  Tullio  Serafín  y  Héctor  Panizza,  otro  tanto  declaró 
André  Messager,  asqueado  por  la  temporada  de  1916,  que  fué 
una  maravilla  comparada  a  la  de  este  año.  ¿Cómo  todo  un  Wein- 
gartner  no  concuerda  con  esos  ilustres  colegas  y  acepta  actuar 
en  condiciones  tan  desastrosas  para  el  arte  —  lo  primordial  en 
un  artista  —  y  para  su  fama?. . . 

Si  algo  se  merece  un  elogio  sin  reservas  este  año,  es  el  cua- 
dro de  cantantes  alemanes.  Albert  Lavignac  exige  del  cantante: 
"que  haya  adquirido  el  conocimiento  completo  y  la  inteligencia 
del  personaje,  y  sepa  íntegramente  de  memoria  su  parte  y  su 
papel :  música,  texto  literario,  gestos  y  actitudes ..."  Los  gran- 
des artistas  líricos  germanos  que  nos  visitan  por  primera  vez, 
llenan,  con  creces,  esas  condiciones:  cultos,  musicales,  compren- 
sivos, actores  consumados  y  cantantes  insuperables,  dan  a  los 
papeles  wagnerianos,  una  línea,  una  majestuosidad  natural,  se 
desempeñan  con  una  soltura  y  una  compenetración  del  estilo  del 
gran  genio,  a  las  cuales  no  estamos  habituados;  la  soprano  Wild- 
brun,  maneja  maravillosamente  la  voz  y  prueba  toda  la  belleza 
y  delicadeza  del  "entubado",  es  además,  una  actriz  inteligente, 
como  lo  probó  en  los  papeles  de  Kundry  y  de  la  Maríscala  del 
Caballero  de  la  Rosa;  el  tenor  Kirchoff,  fué  un  buen  Parsifal  y 
im  admirable  Loge;  Schipper,  en  Amfortas  y  Wotan,  el  bajo 
Bandler  en  Klingsor  y  Alberico,  el  bajo  Braun  en  Gurnemanz  y 
Fasolt,  Bechstein  en  Mime,  y  las  señoras  Alice  Mertens,  Lotte 
Lehmann  y  Jaeger-Weigert,  en  Fricka,  Freia  y  Eida,  tuvieron 
una  actuación  digna  del  más  entusiasta  de  los  elogios,  digna  de 
las  obras  inmortales  que  interpretaban. . .  Si  la  orquesta,  los  de- 
corados, los  juegos  escénicos,  hubieran  estado  a  la  altura  de  la 
interpretación  de  estos  eximios  cantantes-artistas,  Parsifal  y 
Oro  del  Rin  hubieran  resultado  representaciones  insuperables. 
Por  desgracia,  la  sequedad,  la  carencia  de  flexibilidad,  de  elasti- 
cidad de  la  batuta  de  Weingartner  (no  hablamos  de  la  falta  de 
matiz,  de  equilibrio,  de  afinación,  imputables  a  los  escasos  en- 
sayos que  el  capellmeister  alemán  no  debió  tolerar,  como  no  la 


CRÓNICA  MUSICAL  237 

toleraron  ni  Mancinelli  para  Sigfredo  y  Maestros  Cantores,  ni 
Toscanini  para  Tristón  y  Ariadne  et  Barbe  Bleue,  de  intensa  e 
imperecedera  memoria)  no  dieron  el  realce  y  la  variedad  reque- 
ridos por  esas  inmortales  partituras;  el  decorado  más  bien  po- 
bre, inadecuado  en  el  acto  de  las  niñas  flores  de  Parsifal,  los  pri- 
meros planos  descuidados  —  ¡  qué  distintos  eran  los  de  la  Opera 
Cómica  de  París,  en  nuestra  Opera  en  191 1  y  los  de  los  bailes 
rusos  de  Diaghileff  en  el  Colón,  en  1913  y  1916!  —  en  suma  lo 
de  siempre:  decorados  inferiores  a  los  de  los  buenos  teatros  na- 
cionales ! 

La  representación  integral  de  la  Tetralogía,  no  será,  pues, 
una  nota  superior  de  arte,  pues  sólo  los  cantantes  alemanes  es- 
tarán a  la  altura  de  su  misión:  además,  no  se  trata  de  una  pre- 
sentación del  admirable  y  colosal  poema  de  Wagner,  que  forma 
tin  todo  homogéneo  en  su  prólogo  y  tres  jornadas,  sino  en  la 
inclusión,  en  el  repertorio,  de  Oro  del  Rin,  Walkiria,  Sigfredo  y 
Ocaso  de  los  Dioses,  que  se  dan  con  "intermezzos"  musicales  de 
mucho  menor  mérito  artístico.  Así,  entre  Oro  del  Rin  y  Walki- 
ria, han  ido  Isabeau,  Tosca,  Barbero  y  otras  obras,  lo  que  equi- 
vale, como  ya  lo  hemos  dicho  en  otra  parte,  a  anunciar  La  Ores- 
tiada  de  Esquilo  y  distribuirla  del  modo  siguiente:  Agamenón, 
"Don  Juan  de  Serrallonga",  "Raffles",  Las  Coéforas,  "La  por- 
tera de  la  fábrica",  "La  dame  de  chez  Maxim's",  Las  euméni- 
des...  Semejante  distribución,  si  bien  nada  quita  al  mérito  en 
sí  de  cada  jornada,  que  tiene  vida  propia  por  sí  sola,  en  cambio 
destruye  totalmente  el  significado  artístico,  estético,  filosófico, 
único  en  los  anales  del  teatro  musical,  de  esa  Tetralogía  que  se 
anunció  con  tanto  bombo  y  platillo.  Creemos  que  la  "Asociación 
Wagneriana"  que  con  tan  huraño  celo  ha  velado  siempre  por  la 
obra  del  genio  de  Bayreuth  y  que  desde  tantos  años  viene  pidien- 
do la  representación  de  El  anillo  de  los  Nibelungos,  debería  pre- 
sentar una  formal  protesta  a  la  empresa  Da  Rosa-Mocchi,  en- 
viando, como  es  hábito  en  ella,  una  copia  a  cada  diario  de  esta 
ciudad,  para  su  publicación. 

Los  demás  espectáculos  fueron  más  bien  de  regular  para 
abajo.  Si  en  Caballero  de  la  Rosa,  estuvo  notable  la  soprano  Wild- 
brun,  bien  el  bajo  Girino  y  Gilda  della  Rizza  (a  quien  no  con- 
viene la  vecindad  de  la  gran  cantante  alemana)  la  orquesta  re- 


2^8  NOSOTROS 

sultó  incolora,  sin  matiz,  sucia;  en  Carmen  se  lució  Gabriela  Be- 
zansoni,  notable  cantante,  pero  el  tenor  Fleta,  el  más  tenor  de 
los  tenores,  la  suficiencia  y  la  amusicalidad  hechas  hombre,  me- 
reció una  silbatina;  //  Piccolo  Marat,  Tosca,  Isabeau,  Rigolctto, 
fueron  espectáculos  desiguales,  desajustados,  sin  las  grandes 
figuras  vocales  que  justifican  su  representación. 

El  público,  que  no  se  deja  embaucar  por  los  elogios  hiperbó- 
licos de  la  crítica,  parece  darse  cuenta  del  engaño,  pues  las  en- 
tradas máximas  son  registradas  cuando  actúan  los  alemanes,  sín- 
toma halagador  para  Buenos  Aires. 

Tal  es,  hasta  ahora,  la  temporada  del  Colón,  fruto  de  unas 
bases  de  arrendamiento  confeccionadas  para  favorecer  a  la  em- 
presa, único  fin  que  parece  tener  el  coliseo  municipal. 

Por  datos  fidedignos,  sabemos  que  los  ciento  veinte  compo- 
nentes de  la  Filarmónica  de  Viena,  anunciados,  se  han  reducido 
a  sesenta,  completándose  la  orquesta  con  elementos  locales.  Ello 
significa  un  nuevo  engaño  y  un  nuevo  atentado  contra  el  arte, 
pues  no  es  lo  mismo  una  masa  orquestal  homogénea  y  que  posee 
a  fondo  el  estilo  sinfónico,  que  una  semi-improvisada,  como  será 
la  que  oiremos  este  año.  Esta  nueva  violación  del  contrato,  bas- 
taría para  su  rescisión,  en  lo  que  no  debemos  pensar,  desde  que 
comisión  administrativa,  autoridades  municipales  y  Concejo  De- 
liberante —  no  nos  engañan  ciertas  paradas  —  son  incondiciona- 
les aliados  de  la  empresa. 

Si  existiera  una  sección  Vida  Social  en  Nosotros^  sería  edi- 
ficante publicar  una  nómina  de  las  familias  de  periodistas  y 
empleados  públicos,  así  como  de  sus  relaciones,  que  ocupan 
palcos  en  el  Colón,  no  obstante  carecer  de  recursos  para  ello.  .  . 
Esto  explica  muchas  cosas,  muchas  amabilidades,  muchas  bene- 
volencias ! 


Conciertos 

Artistas  argiéntinos 

DK.TEMOS  el  aire  pestilente  del  teatro,  para  respirar  aire  puro 
en  la  música  de  concierto.  Cuando  un  gran  virtuoso,  un 
conjunto  de  cámara  o  un  buen  discípulo  de  conservatorio  deciden 
dar  una  serie  o  una  audición,  dedícase  a  estudiar  a  fondo  las 


CRÓNICA   MUSICAL  "¿39 

obras  del  programa:  según  referencias  personales,  el  gran  Risler 
está  repasando  desde  principios  del  año  pasado,  las  32  sonatas 
de  Beethoven  que  nos  hará  oir  en  breve;  al  genial  Ricardo  Vi- 
ñes,  vímosle  repetir  diez,  veinte,  treinta  veces  un  rasgo  difícil 
(Mancinelli  hizo  tocar  28  veces  el  Murmullo  de  la  selva),  el 
Cuarteto  de  "Diapasón"  ensayó  veinte  o  más  veces  los  últimos 
cuartetos  de  Beethoven  y  más  de  un  concertista  en  ciernes,  de 
nuestra  relación,  pásase  meses  estudiando  un  programa  que  dura 
hora  y  media.  Eso  es  probidad,  amor  al  arte,  respeto  por  las 
obras,  por  sí  mismo  y  por  el  público ;  eso  es  hacer  patria  y  cultu- 
ra, es  propender  al  progreso  y  al  enaltecimiento  de  una  carrera, 
es,  en  una  palabra,  ser  hombre  de  bien  y  de  provecho  para  sus 
semejantes ! 

Iniciemos  nuestra  crónica  con  un  acontecimiento  inaudito : 
un  concierto  sinfónico.  "La  Asociación  sinfónica  de  Buenos  Ai- 
res" se  honró  confiando  la  dirección  de  su  primer  concierto,  a 
un  joven  artista  argentino,  el  maestro  Celestino  Piaggio,  cuyos 
éxitos  como  director  sinfónico  en  Rumania,  donde  se  le  ofrecie- 
ra, en  forma  permanente,  los  conciertos  dominicales,  conocíamos 
por  crónicas  firmadas  por  ilustres  críticos.  Grato  es  constatar 
que  dichas  crónicas  no  sólo  no  mentían,  sino  que  eran  inferiores 
a  la  realidad ;  Celestino  Piaggio  es  un  gran  director  de  orquesta, 
posee  condiciones  innatas  para  ello,  condiciones  que  ha  sabido 
desarrollar  mediante  una  cultura  vasta  y  profunda,  y  también 
con  las  enseñanzas  que  le  diera  en  Leipzig  el  célebre  y  malogrado 
Arturo  Nikisch.  En  un  programa  que  abarcaba  casi  todas  las 
tendencias  de  la  música  de  orquesta:  el  más  puro  clasicismo  con 
la  London  Symphonie  de  Haydn,  el  más  elevado  y  severo  misti- 
cismo, con  Redención,  de  "César  Franck,  la  intimidad  y  la  delica- 
deza con  el  Idilio  de  Sigfredo,  de  Wagner,  y  el  intenso  colorido 
y  la  nota  pintoresca  con  España,  de  Chabrier,  el  joven  y  talento- 
so maestro  argentino,  no  decayó  en  ninguna  de  sus  interpreta- 
ciones; su  batuta,  flexible,  expresiva,  precisa,  arrastra  y  subyuga 
a  la  orquesta  y  la  lleva  con  seguridad,  donde  quiere.  Tenemos 
pues,  un  gran  director ;  si  algún  día  Buenos  Aires  posee  una 
orquesta  sinfónica  permanente,  Piaggio  la  dirigirá,  como  el  me- 
xicano Julián  Carrillo  dirige  la  Orquesta  Sinfónica  Nacional  de 
México ;  los  españoles  Arbos  y  Pérez  Casas  la  Sinfónica  y  Fi- 


240  NOSOTROS 

larmónica  de  Madrid,  y  Lamotte  de  Grignon,  la  de  Barcelona; 
los  franceses  Chevillar,  Pierné  y  René-Bathou,  los  conciertos 
Lamoureux,  Colonne  y  Pasdeloups,  de  París,  y  asi  sucesivamen- 
te en  Italia,  Alemania,  Polonia,  Rusia  maximalista,  etc.,  etc.,  ca- 
da país  confia  la  dirección  de  sus  orquestas  a  artistas  propios. 
El  triunfo  decisivo  y  sin  reservas  de  Celestino  Piaggio,.  al  acre- 
ditar la  existencia  de  una  gran  batuta  argentina,  nos  la  señala 
para  regir  los  destinos  de  nuestra  primera  sociedad  sinfónica, 
que  no  hay  por  qué  ir  a  buscar  afuera,  lo  que  se  tiene  en  casa. 

Entre  los  jóvenes  argentinos  que  han  sobresalido  en  el  pe- 
ríodo abarcado  por  esta  crónica,  mencionaremos :  Leónidas  Mas- 
trostéfano  y  Lía  Cimaglia,.  pianistas,  y  Remo  Bolognini,  violinis- 
ta. Mastrostéfano,  alejado  del  arte  por  razones  de  salud,  cuando 
era  un  niño  prodigio,  vuelve  más  hecho,  con  un  estilo  más  per- 
sonal y  más  musical,  con  una  sensibilidad  en  pleno  desarrollo  y 
con  un  dominio  más  seguro  del  piano:  que  siga  estudiando,  cul- 
tivando el  espíritu,  que  lea  mucho,  y  será  un  eximio  concertista, 
pues  quien  llega  a  su  edad,  a  ser  lo  que  es,  tiene  ante  sí  un  por- 
venir brillante.  Lía  Cimaglia,  también  discípula  de  Alberto  Wi- 
lliams, es  una  niña  extraordinariamente  dotada,  menos  hecha  que 
Mastrostéfano,  pero  de  porvenir  halagüeño,  a  la  que  recomenda- 
mos igualmente,  cultura  musical  y  general,  imprescindible  hoy 
para  ser  buen  concertista-intérprete.  Remo  Bolognini  es  un  vio- 
linista nato :  su  sonoridad  es  hermosa,  su  musicalidad  rara,  sus 
dotes  técnicas  estupendas ;  ya  es  un  violinista  fogueado,  que  nada 
tiene  que  aprender,  a  excepción  de  profundizar  sus  estudios  de 
la  música  y  sus  conocimientos  artísticos.  ¡  Qué  desaliento  causa 
oir  artistas  de  esa  talla,  de  quienes  todo  puede  esperarse,  y  que 
se  malograrán  acaso,  como  tantos  se  han  malogrado,  por  carencia 
de  estímulo,  por  indiferencia  de  los  metecos  que  pretenden  orien- 
tar al  país.  Se  abre  en  el  Colón  una  academia  de  canto  coral  y 
de  baile,  que  tiende  a  formar  el  personal  subalterno  del  teatro 
para  provecho  comercial  de  empresarios,  y  todo  es  elogio  y  aplau- 
sos a  esa  iniciativa  interesante,  sin  duda,  como  colaboradora  de 
los  artistas,  pero  que  no  tiene  la  trascendencia  de  una  escuela 
pianística  y  violinística;  en  cambio,  da  un  concierto  de  música 
seria  un  joven  argentino  bien  dotado,  que  puede  llegar  a  ser  una 


CRÓNICA   MUSICAL  241 

celebridad  para  el  arte  y  para  su  patria,  nadie  concurre  a  ese  re- 
cital y  nadie  se  ocupa  de  él. 

Rafael  González,  concertista  consagrado,  y  Jorge  C.  Fanelli, 
en  vías  de  consagrarse,  han  tenido  una  notable  actuación  a  dos 
pianos  en  la  "Asociación  Wagneriana",  donde  evidenciaron  am- 
bos sus  sobresalientes  cualidades;  señalaremos  en.  la  misma  So- 
ciedad el  recital  de  canto  de  la  señorita  Sara  César,  que  actuó 
en  el  Coliseo  en  años  anteriores  y  que  necesita  estudiar  mucho 
aún,  para  desempeñarse  con  acierto  en  el  lied. 

Artistas  e;xtranjkros 

i^EjANDRO  Brailowsky  ha  triunfado  en  Buenos  Aires,  como 
en  París  y  en  Madrid.  Es  un  joven  artista  de  medios  técni- 
cos poco  comunes;  digitación  a  prueba  de  todas  las  dificultades, 
variado  juego  de  sonoridades  y  extremada  sencillez,  carencia  de 
efectismo;  musicalmente  es  interesante  y  personal;  en  Chopin, 
sobre  todo,  es  un  insuperable  intérprete,  viril,  emotivo,  sin  esa 
sentimentalidad  enfermiza  que  suele  darse  a  las  obras  del  gran 
genio  polaco;  en  los  autores  rusos:  Mussorgsky,  Balakireff, 
Scriabine,  etc.,  también  logra  maravillosas  interpretaciones;  pero 
es  tan  artista,  que  en  los  autores  románticos  y  clásicos,  raya 
siempre  a  una  altura  que  quisiera  alcanzar  más  de  un  pianista 
de  fama. 

María  Teresa  Canettoli  y  Antonieta  Webb-James,  son  dos 
inteligentes  sonatistas  de  violín  y  piano,  que  están  desarrollando 
una  historia  de  la  sonata,  sumamente  interesante,  por  las  obras 
y  por  la  inteligencia  y  musicalidad  de  las  intérpretes. 

Gastó;ví  o.  Tai^amón. 


BIBLIOGRAFÍA 

LETRAS  HISPANO-AMERICANAS 

Discursos,  por  Mariano  Ara.nburo  yJ^G^-^^Ü^^'-S^^^^^^ 
no".  —  Biblioteca.  —  Publicado  por  J.  «jarcia  monje.         w.      j 

Costa  Rica,  (A.  C). 

r oí-  iLSarUSS  Tél^n;  Trigo,  nos  dice  el  reputado  critico 

cubano  don  José  Mana  Chacón  y  Calvo-  ^^^  ^^j^^^^ 

''En  la  alta  tradición  de  la  oratoria  cub^^^^^  q       ^^^^^^^        ^^^^.^^^ 

tan  fulgurantes  como  los  ^^^^^^^^Li^Z  Ar^^^  y  Machado,  autor 
como  los  de  Enrique  José  ^^^^^f^'n,^  íeoreseníando  otras  muchas  tenden- 
de  los  discursos  que  se  ^f^^^"?^"  ¿^'^ J^g^f^^o'^a  del  fervoroso  y  sabio 
cias,   encarna,   cual   ninguno    la   del   casticismo    m  ^^^^^  ^^,^^_ 

culto  de  la  lengua  nativa.  Nació  en  una  de  1^^  ^^^  "p  b^^^^,    ^^^^^ 

ñas,  en  Camaguey,  "el  ^«^-^^f^^"  l^^^flf  ?„'  ^^l^"  un^^^ien  caracterizada 
hace  muy  pocos  anos  un  sello  P^"f  "f  ^^Lr  alli  echó  las  firmes  bases 
fisonomía  local    Allí  ^-°  1°¿  Pyf  Sesc  nc  íse  trasSdó  a  España,   fre- 

a  uno  de  sus  maestros  egregios  „^.^u:Y,.\msi    serie   de   discursos    que 

"Datan    de    aquellos    tiempos    lf"*^*^^'^'';"'geno  volumen,   los   Mono- 
reunió,  algún  tiempo  después,  ^".^^^f.  en  un  bel  o  yo w        , 
grafos   Oratorios    áonát   la   esencia   profunda  de     J^^  ^U'  ^^^,^_ 

trante  del  historiador  y.el'ngen^o  ^f  ^  ?f  forma    Años  antes  la  seriedad 

sámente  con  la  "3^^ j^.c^s^l^^t'ít^'n.tentiíado  con  uña  obra   fundamental 
de  sus  estudios  jurídicos  se  había  Patentizado  con  t^na  o  ^^ 

sobre   La    Capacidad    OvtK   mientras    sus   ¿h.^rfaa.n..   en  ^^ 

clIal-aSrcorSmiríbTe  írtf^^^lfpatbr^rcomo  crítico  muy  pers- 

''''''l^1^.n  había  formado  d^itivan^^- ^-onaHd^ 

te    un  tiempo,   en  el  antiguo  partido   Autonomista         '^^     i  j^  ^ueva 

de  las  más 'serias  y.  fecundas  que  ha  habido  en  C^^^^^^^^ 

í^rarnociríetT^^^^^^^^  contem%ráneas  y  de 


bibliografía  243 

su  régimen  de  necesaria  e  incesante  evolución.  Fué  así,  con  un  insigne 
estadista  y  tribuno,  don  Elíseo  Giberga,  apóstol  fuerte  y  convincente  del 
tan-íiispanismo  en  Cuba,  sistema  harmonioso  de  relaciones  espirituales, 
en  el  cual  deberán  basarse,  por  forzosa  manera,  las  ideas  políticas  pan- 
americanas. Sobre  este  culto  de  la  raza  se  cimenta  y  magnifica,  en  el  ora- 
dor, el  culto  de  la  patria :  por  ello,  junto  a  la  "Oración  de  la  Raza",  pieza 
oratoria  de  lírica  estructura,  verá  el  leyente,  en  este  volumen,  el  comen- 
tario vivido  y  luminoso  de  un  texto  de  José  Martí,  que  el  orador  quisiera 
que  fuese  como  e7'angelio  para  todos  los  cubanos. 

*"L,os  que  no  han  aceptado  la  propaganda  doctrinal  del  orador,  se.  han 
rendido  a  la  honradez  intima  de  sus  ideas  y  a  la  sugestión  de  su  viril  elo- 
cuencia. Ella  es  castiza,  netamente  casieilana,  no  por  el  arcaísmo  inopor- 
tuno, no  por  el  giro  desusado,  lleno  de  afectación  (tal  es  el  casticismo 
amanerado)  sinp  por  virtudes  substanciales:  por  la  construcción  amplia 
y  harmoniosa  del  período,  por  la  frase  larga,  si  bien  sujeta  a  ciertas  lineas 
de  severa  parquedad,  que  corona  musicalmente  el  adjetivo,  de  energía  con- 
centrada y  sintética.  La  clausula  es  transparente,  luminosa;  la  idea  en- 
garza con  tal  perfección  en  el  vocablo,  que  si  sustituimos  éste  por  el  más 
análogo,  sufre  aquélla  en  la  integridad  del  concepto.  í\o  hay  en  el  orador 
ni  siUiUlacrp  verbal,  ni  énfasis  ruidoso  que  pugnen  por  ocultar  la  pobreza 
ideológica  del  discurso.  Elocuente  es  la  forma  usual  de  su  oración,  pero  no 
declamatoria  ni  bombástica,  y  más  mira  la  elocuencia  a  los  afectos,  por 
obra  de  un  ardiente  entusiasmo,  que  a  los  sentidos :  así  no  es  una  elocuen- 
cia descriptiva,  visual  o  externa,  sino  cordialisima  elocuencia,  que  habla 
a  los  más  caros  afectos  e  ideas  del  espíritu. 

"Todo  apostolado  —  cuando  no  se  cimenta  en 'una  cultura  integral, 
en  un  completo  amor  humano  —  es  propenso  a  limitaciones.  El  apostolado 
tradicionalista  de  Aramburo,  que  en  política  produce  el  pan-hispanismo, 
en  F'ilosofía  el  Dogmatismo  Católico,  en  literatura  el  penetrante  sentido 
de  lo  clásico,  no  es  limitado  ni  intolerante.  Humanista,  en  la  concepción 
vasta  del  vocablo,  nutrió  su  espíritu  en  las  más  diversas  disciplinas,  por 
ello  el  jurista,  que  cree  en  la  virtualidad  del  Derecho  Civil  Romano,  ha 
podido  ser  también,  en  sus  estudios  sobre  la  codificación  cubana,  un  gran 
propagandista  de  las  reformas  sociales  en  el  Derecho  Civil,  y  el  clásico 
que  ha  hecho  como  patrimonio  propio  de  la  lengua  inagotable  de  los  Cer- 
vantes y  Granada,  ha  comprendido  también,  con  profunda  visión,  las  ten- 
dencias modernas  del  arte,  y  ha  comentado  a  Ibsen  y  ha  escrito  páginas 
elocuentes  sobre  el  modernismo  de  Santos  Chocano,  el  majestuoso  evoca- 
dor de  las  viejas  ciudades  coloniales.  De  esta  suerte  su  obra,  tan  varia 
y  tan  rica,  es  afirmación  vigorosa  de  las  virtudes  del  pasado  y  de  las  que 
caracterizan  a   la  realidad  contemporánea." 

B. 


LETRAS  INGLESAS 

Eugenics  and  other  Evils,  por  G.  K.  Chestcrton.  —  i  vol.  de  i88  pgs. 
Cassell  and  Company.  London,   1922. 

L  autor  dice  haber   escrito  antes  de  la  guerra,   las  notas   preliminares 
sobre  la  ciencia  de  la  Eugenia.  Esta  era  entonces  el  tópico  a  la  moda, 
y  la  gravedad  de  las  consecuencias  que  Chesterton  cree  implicadas  en  la 
práctica  de  esa  teoría  que  amenazaba  realizarse  cada  vez  más  prontamente, 
lo  condujo  a  tomar  el  asunto  "demasiado  en  serio",  le  parece  ahora. 

Los   resultados   de   la   guerra,   en   la   que   según    Chesterton   se  habían 
empeñado  en  lucha  el  oficialismo  y  la  organización  científicos  del  Estado 


244  NOSOTROS 

.  •     ^   1.         A^  in    PrUtiandad    presentaban  una  alternativa 
con  la  más  vieja  cultura  de   l^^ristmndad    P  ^^    ^^^^^.^^ 

que   en   cualquier    caso   hac  a    "Sf^"!    y  si  era  vencido,  por  innecesaria, 
desesperada,  si  elprus.anismo  triunfad    y  si  c  ^^^^^-¿^.^..¿^  a  Pru- 

Pero.^omo  las  clases  ¿«"Sf^íf^^í^Sogo  se  ve  impelido  a  publicar 
sia  como  un  modelo,  el  ^f  ^"If  ^"í^^'^^a  de  la  derrota  de  Prusia. 
esas  notas,  después  que  ^ace  tre    a„os  ya  üe  i        ^^^^^^^^^   prácticos,   en 
La   Eugenia   es   una  tendencia   de   propos  remediar  vicios 

cada  uno  de  los  casos  ^«^  .J^,^.^^%^°^\^3^„'3'^Ss  produce  una  conformidad 
o  males  colectivos.  La  evidencia  de  esos  "^^i^^^  P  instituido  en  sus  re- 
tan grande  con  los  Procedimientos  de  ^osque^  ^  ^^  ^^^^_ 
mediadores  titulados,  que  J^"f^.f  ^  ios  p  opósitos  filantrópicos  de  los 
Símsta's^o  pl-r^atu^aí'dSar^isde  U,  si  ejercen  una  candad  no 
-^^iSÍ^ieS  í^^:Sf  siiS  ^^;^al   -trari.  ^^^  ^unda^en.   d 

derecho  del  Estado  f  '"I^^^^IF  P//"  S  para^rr.^^     un  gran  mal".       , 
este  caso,  dice  él.  el  Estado  ,;f,^"^"f;^  ¿do  práctico  que  la  teoría 

Aunque  a  los  eugenis  as  les  i"!^»^^^^^,";;',^.^^'  '1",/algo  muv  importante 
de  la  Eugenia,  detrás  de  las  tent^^^^^f  ^^"/^^^^^^ 

que  se  debe  combatir  en  el  terreno  de  Ja  teo  j,,^  ¿^  ^^,  ^agos 

de  la  nueva  moral  que  ^^sulta  de  la  Lugcnia    >     a  ^^^  ^.^^^  ^^ 

argumentos  filosóficos  en  q,f  .^^^f ^'^^'Se  se  1  ama:  "sumario  de  una 
-Chcsterton.  El  último  capitulo  j^^"^J^^''de  lo  capítulos  anteriores, 
falsa  teoría".  En  é  «-,/^^"'^^„¿„reria  posibnidad'de  tener  en  cuenta 
El  primer  punto  de  la  Eugenia  es  la  y  j^  ^^rdice  los  casamientos 
al  niño  futuro  a^^°'?^'f'■^^,,l4'P^„^as  coas  hayan  sobrevenido  a  los 
entre  enfermos  e  -validos^  rnwon^tido.  De  ma^.era  que  la  Eugenia 
novios    después    de   haberse    comproii.cL  „ov,a,   si   esta 

celebrará  al  buen  Eugems  a  ^"^^^JÍj"^  cS  co  El^  implica  la  crí- 
hubiese   sufridopor  ^^emplo  un   accide^i^e   cicns^  ^^^^   ^ 

tica  de  las  nociones  ^.^^  ^asta  ahora  hab,an  proa  ^^^^^^.^^j^,^^^   ¿,   ,a 

ración  por  e  mantenimiento  ff.  jj^n  "os  n" ños  no  se  hallarían  peor 
seguridad.  Sin  duda,  agrega  ^'^^f^5;^V^J''°i  a  respuesta  de  Chcsterton  a 
poí  el  hecho  de  no  ser  ^^'^os  de  cobardes     La  r^^^^^  ^^^,^^^3  ^^^,, 

ia  cuestión  de  tener  en  cuenta  a  «^  ¿'"^  ,^^„^,^Se  con  nuístros  contem- 
por   la   posteridad   como   no   sea  tratar   uiguai 

poráneos?"  nneden  imnedir  los   casamientos   ab- 

"^      Y   en  cuanto  a  los  resortes   que  P^^den  impea  ^^ 

surdos   "siempre  habrá  algo  flf  ,  1"|J"^„"¿^™  ,^o  ía   carcaiada" . 
dónales:    esa   |"í  f  "'^'2^".?pf^J„^tic^v  la  leyónos  hace  acordar  del  no- 
Un  capítulo  llamado     El  j^^ff''  1   el  que  de  la  psicología  del  ma- 
table  capítulo  segundo  de   Ortodoxia   ^  el  que  cíe        J  ^^^     ^^  ^^tu- 

níaco.  Chcsterton  saca  consecuencias  que  "^>\'f ^^¿"^/"^aravinosa  de  éste 
dio  de  las  perturbaciones  "^^ma^es  es  ^^^^^^'\^  desafía  al  mundo,. 
Aladino  de  los  argumentos  ^^^^^'^^^  ^„  ^¿^a  ^.alterable  afirmación  - 
lo  niega..  Todas  las  '¿^---|^-Seit"re  nosotros  y  el  maníaco  no  es 
que  lo  que   es  no   es.    La  diterencia   emi  presentarse,   sino   sobre 

sobre  como  se  presentan  las  ^°^^a/ ¿.^^°7  iJ^tTco  está  fuera  de  la  ley 
lo  que  evidentemente  son...  P.o'^./5^,fv,Srps  sanos  podemos  conde- 
pública...  Y  sólo  por  la  ""^"'"^/^^c^f^iee  que  u"  ^rbof  es  la  columna 
narlo  como  completamente  «eP^'-^.<^^°-J^jl''JX  ios  otros  hombres  dicen 
de  un  farol  él  es  í^- '■  F^  ;f  ¿  ^  EuJeíSas  es  que  alguien  o  algo 
que  es  un  árbol . . .  El  principio  de  '°.;  '„"'¡  i^ridad  con  que  los  hom- 
debe  criticar  a  los  hombres  con  .'^  ^^^büiSd  es  que  no  pueden  definir 
bres  critican  a  los  ocos  Su  P':^'^^^.^^^^^^'¿'f.a?  a  determ^  si  un  in- 
al  que  contraloreará  a  los  demás  ^Q";?"4'tas  pueden  prever  la  venida 
dividuo   puede   casarse   o   no?   Los   especialistas   pueaen   y 


bibliografía  245 

de  calamidades,  pero  eso  no  quiere  decir  que  tengan  el  derecho  de  decidir 
qué  es  una  calamidad.  ¿Qué  enfermedades  va  a  ser  consideradas  impe- 
dimentos? y  ¿quién   lo  va  a  decidir? 

Si  fueran  los  hombres  comunes,  las  disputas  sobrevinientes,  dificul- 
tarían la  tarea.  El  despotismo  de  unos  pocos  higienistas  tampoco  con- 
viene según  Chesterton,  porque  no  podemos  contar  con  la  aparición  de 
muchos  filósofos  cósmicos,  únicos  que  podrían  conocer  más  que  nosotros 
acerca  de   la  sanidad  normal  y  anormal. 

Otra  grave  deficiencia  con  que  tropieza  la  Eugenia  es  lo  poco  que 
sabemos  de  la  herencia,  para  poner  en  manos  de  unos  hombres  que  pueden 
engañar  o  engañarse,  un  poder  cuyo  ejercicio  comportaría  tan  inmensa 
responsabilidad. 

El  último  argumento  teórico  de  Chesterton  en  contra  de  la  Eugenia 
es  que  los  eugenistas  quieren  establecer  su  autoridad,  no  porque  sepan 
mucho  de  la  herencia,  sino  porque  precisamente  una  vez  establecida  su 
libre  experimentación,  llegarían  a  saber  algo.  Chesterton  denomina  esta 
situación :  "la  Iglesia  Establecida  de  la  Duda",  y  dice :  "El  jugador  des- 
cuidado no  tiene  dinero  en  el  bolsillo;  sólo  tiene  ideas  en  su  cabeza.  Estos 
jugadores  (los  eugenistas)  no  tienen  ideas  en  la  cabeza;  sólo  tienen  di- 
nero en  los  bolsillos.  Pero  creen  que  si  con  ese  dinero  pudieran  comprar 
una  gran  sociedad  en  la  cual  experimentar,  algo  semejante  a  una  idea 
llegaría  al  cabo  a  su  mente.  Eso  es  la  Eugenia".  Como  epigrama  la 
fraseas   muy   extendida ;   como   resumen   es   bastante   clara   y   concisa. 

En   la   segunda   parte  de  La   Eugenia  y   otros  males,  el   autor   trata- 
de    cosas   que    realmente   existen,   de    los    motivos   y   propósitos    prácticos 
de  los  eugenistas. 

Páginas  impresionantes  son  aquellas  en  que  Chesterton  describe  la 
trampa  en  que  se  halla  el  pobre,  quien  si  en  el  pasado  no  tenía  la  igual- 
dad, sí  tenía  la  seguridad,  mientras  que  ahora  no  ha  conseguido  la  igual- 
dad y  se  le  ha  destruido  la  seguridad ;  y  lo  absurdo  de  las  leyes  que 
castigan  a  los  que  no  se  retiran  a  su  hogar  porque  no  lo  tienen,  o  que 
prohiBen    la   mendicidad,    etc. 

La  caza  del  epigrama  no  es  una  manía  de  la  que  Chesterton  tenga 
probabilidades  de  librarse  jamás.  Ni  nos  disgusta.  A  veces,  en  medio 
del  amaneramiento  nos  encontramos  con  simples  palabras  que  nos  lle- 
gan más  rápidamente  al  corazón  que  la  rectitud  uniforme  de  un  dis- 
curso fácil.  Es  que  es  notable  el  poder  emotivo  y  práctico  d^,  las  palabras 
sencillas  en  la  pluma  de  los  escritores  complicados.  La  repentina  ternura 
de  Thackeray  y  la  ocasional  ingenuidad  de  Heine  tienen  más  atractivo 
que  todas  las  palideces  y  jeremiadas  sentimentales. 

J.   I. 

Books  on  the  table,  por    Edmund   Gosse.  —    i    vol.   de   348   págs.,   W. 
Heinemann,   London,    1921. 

Los  artículos  que  integran  el  volumen  fueron  publicados  en  el  Sun- 
day  Times,  y  su  brevedad,  como  dice  el  autor,  era  inevitable  puesto  que 
el  espacio  dedicado  a  los  libros  tiene  que  ser  el  que  sobra  entre  el  dedi- 
cado al  Foot-Ball  y  el  dedicado  a  la  Liga  de  Las   Naciones. 

Dos  estudios  sobre  literatura  latina,  uno  sobre  Ausonio  y  otro  so- 
bre Frontón,  son  deliciosos  por  la  gracia  y  la  independencia  no  profe- 
sorales que  muestran. 

Para  Edmundo  Gosse  la  lectura  de  los  autores  clásicos  es  de  placer. 
Por  eso,  al  juzgar  ciertas  publicaciones  de  vulgarización  las  aprueba 
teniendo  en  cuenta  a  los  aficionados,  sin  importársele  nada  de  los  pro- 
fesionales. 


246  NOSOTROS 

La  maj'oria  de  los  artículos  trata  de  literatura  inglesa.  En  el  de- 
dicado a  Mr.  Lucas,  media  pagina  al  principio  nos  sitúa  perfectamente 
donde  mejor  podemos  apreciar  histórica  y  artísticamente  esa  form.a  tan 
inglesa  de  literatura  que  fué  "inventada  por  Montaigne  en  la  segunda 
historia  de  la  torre  de  su  castillo  en  el  mes  de  Marzo  de  1571".  Lucas 
no  es  un  predicador,  no  ha  cedido  a  la  costumbre  muy  inglesa  de  ocu- 
par un  pulpito.  "Las  reflexiones  morales,  sobre  todo  si  son  introducidas 
con  cierto  pulido  aire  de  solemnidad,  son  para  el  público  británico  lo 
que  las  zanahorias  a  una  borrica".  Mr.  Lucas  desdeña  de  despertar  el 
apetito   de   los   lectores   con   esas   legumbres. 

Bn  el  artículo  llamado  La  autobiografía  y  la  señora  de  Asquith,  con 
motivo  de  ese  libro  de  éxito  de  escándalo,  Gosse  recuerda  de  las  viejas 
autobiografías  las  más  conocidas,  dividiéndolas  en  dos  clases,  según  su 
hábito  de  historiador  literario.  La  clasificación  es  inocente,  y  además 
empíricamente  tiene  su  utilidad.  La  actitud  de  Gosse  frente  al  libro  de 
la»  señora  de  Asquith  no  es  nada  cantiana.  El  cant  lo  han  tenido  esta  vez 
algunos  críticos  extranjeros  que  han  condenado  el  libro  conio  inmoral. 
Nuestro  crítico  dice  que  "lo  que  sólo  cuenta.  •  al  cabo,  es  el  talento,  y 
la  veracidad  de   la  narración,  y   la   revelación  del   carácter  del   escritor". 

Muy  lindos  son  los  artículos  dedicados  a  Clongh,  el  amigo  celebrado 
por  Arnold  en  su  Thirsys,  a  Locker,  a  Zoffany.  Una  rápida  apreciación 
ÚQ.  Carlyle  contiene  un  acerado  epigrama  ("Nada  puede  hacer  que  el  más 
lindo  perro  sea  querido  por  aquellos  que  durante  toda  la  noche  son  per- 
turbados por  sus  interminables  ladridos  a  la  luna"),  y  una  justiciera  exal- 
tación de  la  cualidad  pictórica  de  Carlyle. 

Estas  deliciosas  figulinas  son  tan  elegantes  como  las  de  Lemaítre, 
y  tan  libres  de  sistema,  como  no  sea  la  manera  muy  personal  del  escritor 
para  encarar  I05  asuntos, 

J.  I. 

Some    Contemporary   Novelists,   por    R.    Brimley   Johnson.    —    i    vol. 
r  ^^de  221  págs.  L.  Parsons,  London,   1922. 

El  autor  de  este  libro  ya  había  publicado  una  serie  de  estudios  so- 
bre Algunas  N^o7'elistas  Contemporáneas.  Ahora  nos  da  la  continuación 
en  el  presente  volumen  sobre  Algunos  Novelistas  Contemporáneos.  Estu- 
dia en  él  la  personalidad  de  los  novelistas  jóvenes  más  en  vista:  Walpole, 
George,  Mackenzie,  Beresford,  Swinerton  y  otros.  Estos  estudios,  como 
los  de  la  serie  precedente,  están  escritos  en  una  forma  entusiasta,  impe- 
tuosa; rebosan  en  admiración  por  la  juventud,  como  lo  hacen  los  nove- 
listas comentados.  Johnson  com.enta  al  detalle  y  atinadamente  las  obras  de 
los  autores  a  medida  que  va  dando  algunos  de  los  argumentos  de  esas 
obras.  Con  su  tema  ha  hecho  un  relato  animado,  a  veces  muy  feliz,  con 
com.entarios ;  pero  carece  el  libro  de  orden  en  la  exposición,  y  de  una 
perspectiva  cómoda. 

El  libro  que  sobre  el  mismo  asunto  escribió  hace  poco  Abel  Che- 
valley.  Le  román  anglais  de  notre  tenips,  es  mucho  más  ordenado,  ele- 
gante y  claro.  En  cambio,  el  critico  francés  todavía  camina  enredado 
en  los  últimos  hilos  de  la  alpargata  naturalista.  Su  criterio  artístico  es 
el  de  la  imitación  de  la  realidad,  de  la  vida.  Y  no  hay  criterio  menos 
apropiado  para  comprender  la  novela  inglesa.  En  eso  Brimley  Johnson 
aventaja  a  Chevalley.  Su  criterio  no  se  define  expresamente,  pero  aquí 
y  allá  se,  ve  que  es  el  de  la  libre  creación  artística. 

J.   I. 


bibliografía  247 


LIBROS  VARIOS 

Código  Bolchevique  del  Matrimonio.  —  Traducción  del  francés  por 
Julio  A.  Araujo  Müller  y  Enrique  Bares  Peralta,  con  un  prólogo  del 
Doctor  Aicides  Calandrelli.  —  Editorial  Tor  —  Moreno,  i  167  — 
Buenos  Aires  —    1922. 

LA  Editorial  Tor  acaba  de  editar  en  un  folleto  de  80  páginas,  este  pri- 
mer Código  de  Leyes  de  la  República  Rusa  Federativa  de  los  Soviets, 
compuesto  de  262  artículos,  votados  el  16  de  Setiembre  de  1918  por  el 
Comité  Central  de  Soviets  y  que  trata  del  estado  civil,  del  matrimonio, 
de  la   familia  y  de  las  instituciones  tutelares. 

El  doctor  Aicides  Calandrelli,  profesor  de  Derecho  Civil  Comparado 
de  la  Facultad  de  Ciencias  Jurídicas  de  La  Plata,  nos  dice  en  el  prólogo 
que  siendo  este  Código  "expresión  transaccional  de  las  nuevas  aspiracio- 
nes rusas,  ofrece  diversos  aspectos  interesantes,  que  se  imponen  al  aná- 
lisis sereno  de  políticos,  juristas  y  filósofos,  porque  es  él,  al  mismo  tiem- 
po, producto  de  un  nuevo  régimen  constitucional  y  obra  legal  constructiva 
de  principios  innovadores  conformados  en  moldes  originales  recién  fun- 
didos". 

Más  adelante,  refiriéndose  a  los  artículos  relativos  a  la  disolución 
del  matrimonio,  agrega,  "que  la  construcción  legislativa  del  Código  Bol- 
chevique, en  este  particular,  no  es  artificial,  y  postiza  como  las  similares 
de  otros  países,  a  los  cuales  enorgullecen  sus  leyes  y  sus  códigos.  El 
Código  Bolchevique  aspira  a  que  se  consoliden  los  matrimonios  contraí- 
dos con  afecto  verdadero  y  perduren  sólo  ellos,  a  virtud  de  ese  vínculo 
espiritual,  el  único  capaz  de  lograr  prácticamente  el  fin  trascendental  del 
m.atrimonio.  En  su  ausencia,  el  matrimonio  es  una  irrealidad.  Mante- 
nerlo así  es  una  hipocresía.  Complicar  y  dificultar  su  disolución,  un 
factor  de   perturbación    inútil   y   pernicioso". 

"Agregúense  a  esto  las  previsiones  de  la  ley  relativas  a  la  prueba  de 
la  filiación,  concretadas  en  disposiciones  aparentemente  inaceptables,  pero 
con  un  fondo  moral  y  filosóficamente  respetable,  y  se  apreciará  debida- 
mente, el  principio  fundamental  del  Derecho  Bolchevique,  según  el  cual 
la  base  de  la  familia  es  la  filiación  efectiva :  ninguna  diferencia  se  esta- 
blece  entre   el  parentesco   natural  y   el  parentesco   legítimo." 

"Otra  aspiración  socialista  ha  realizado  este  Código :  la  supresión 
del  derecho  de  sucesión ;  y  la  ha  realizado  con  una  decisión  que  no  se 
debilita  mucho  por  la  transitoria  excepción  consagrada  relativamente  a 
las  fortunas  de  diez  mil  rublos :  los  hijos  no  tienen  derecho  a  los  bienes 
de  los  padres  y  éstos  no  tienen  derecho  a  los  bienes  de  los  hijos." 

Creemos,  como  el  prologuista,  que  los  jóvenes  Julio  A.  Araujo  Mü- 
ller y  Enrique  Bares  Peralta,  realizando  esta  traducción  han  hecho  obra 
buena  y  de  innegable  utilidad. 

B. 


LA  ARGENTINA  JUZGADA  EN  EL  EXTRANJERO 


DEi.  libro  Críticas  de  Sinceridad  y  Exactitud  que  acaba  de  publicar  en 
Caracas  D.  Laureano  ValleniUa  Lanz,  extraemos  el  presente  capitulo. 
Se  titula  "La  Argentitia  que  piensa"  y  está  dedicado  al  señor  doctor 
IV.  J.  Holiand,  Director  del  Museo  Carnegie,  en  Pittsburg. 

Acabo  de  leer  en  La  Nación,  de  Buenos  Aires,  una  nota  bibliográfica 
sobre  la  última  obra  de  usted  titulada  To  tlte  River  Plata  and  Dack. 
Tratándose  de  un  alto  pensador  como  lo  es  usted,  cuyo  nombre  es  conocido 
ya  por  algunos  de  los  paises  hispano-parlantes,  es  de  todo  punto  imposible 
dejar  pasar  en  silencio  ciertos  conceptos  absolutamente  infundados  sobre 
la  historia  de  la  Gran  República  del  Plata  en  comparación  con  la  de  los 
otros   pueblos  de   la   América   llamada   latina. 

Para  tratar  el  asunto  con  la  seriedad  que  debe  hacerlo  un  hombre 
de  su  reputación,  la  base  primordial  la  constituye,  sin  duda  alguna,  un 
perfecto  conocimiento  de  la  evolución  histórica  de  todos  estos  pueblos, 
los  cuales,  por  multitud  de  causas,  no  pueden  agruparse  en  una  sola  co- 
munidad étnica  y  social,  tanto  por  las  inliuencias  mesológicas  como  por  la 
diversidad  de  grados  en  que  se  hizo,  en  cada  una  de  ellas,  la  fusión  de 
las  tres  razas  que  concurrieron  a  formar  su  población  indo-afro-hispana, 
como  por  aquí  decimos. 

Usted  demuestra  conocer  muy  poco  la  historia  de  la  República  Argen- 
tina, que  es  precisamente  uno  de  los  países  donde  el  caudillismo  y  la 
anarquía  asumieron  caracteres  más  bárbaros  y  sangrientos,  a  pesar  del 
ejemplo  de  patriotismo  que  le  dejó  el  General  San  Martín  en  su  rapidí- 
sima actuación  durante  la  guerra  de  Independencia.  ¿Profesa  usted  la 
teoría  que  da  a  la  acción  individual  una  mfluencia  decisiva  en  la  evolu- 
ción política  de  los  pueblos ?  ¿O  cree  usted  que  los  instintos  políticos 
de  éstos  dependen,  antes  que  todo,  de  las  influencias  ancestrales?  Los 
Estados  Unidos  ¿  son  una  obra  exclusiva  de  Washington  o  representan 
una  faz  de  la  evolución  de  la  raza  anglosajona,  cuyos  representantes 
echaron  las  bases  de  la  nacionalidad?  No  es  posible  creer,  que  un  hombre 
de  la  raza  de  usted  esté  afiliado  exclusivamente  a  la  teoría  individualista, 
que  sería  la  negación  más  completa  de  la  historia  misma  de  su  país,  donde 
las  intituciones  políticas  y  las  formas  sociales  tienen  sus  orígenes  remo- 
tos, según  lo  demuestra  Stevens,  (i)  en  la  madre  patria,  y  en  donde  la 
tradición,  hondamente  arraigada  y  firmemente  conservada  por  la  ausencia 
del  rnestizaje,  ahoga  casi  por  completo  la  acción  individual  y  resiste  hasta 
las  influencias  del  medio  físico  y  telúrico. 

Por  eso  creo  que  el  objeto  que  usted  se  ha  propuesto  en  su  libro, 
ha  sido  únicamente  el  de  halagar  el  orgullo  de  los  argentinos,  pagando, 
con  un  olvido  momentáneo  de  las  ideas  y  sentimientos  que  deben  preva- 

(i)     Las    fuentes    de   la    Constitución    de    los    Estados   Unidos. 


LA  ARGENTINA  JUZGADA  EN  EL  EXTRANJERO  249 

lecer  en  un  angio-americano,  la  hospitalidad  que  le  brindara  aquel  país. 
Esto  se  comprende  ciarauíenie,  por  la  lacuidad  con  que  usted  lia  caído 
en  ..el  lugar  común  de  esiauíecer  ei  oDiigaüo  paraielo  entre  bau  iviartuí  y 
Bolívar,  üepnnuendo  a  este  para  levantar  ai  otro,  como  lo  han  hecho 
tantos  escritores  intonsos  y  suuvencionaüos,  sui  detenerse  a  analizar,  como 
esta  oUiígado  a  hacerlo  un  escritor  de  la  alta  mentaiiüad  de  usieu,  el  me- 
dio en  que  actuaron  los  dos  graneles  caudillos  de  la  independencia  riispauo- 
Americana,  y  las  diversas  taces  de  la  revolución  en  el  continente,  usted 
alirma  que  San  Martin  íiüertó  la  mitad  de  la  America  del  dur ;  pero 
cana  que  Bolívar  iioertó  la  otra  mitad  y  completó  con  las  campanas  del 
Perú,  la  oDra  que  San  Martin  dejó  incompleta,  i  esto  lo  ahrmo  el  mis- 
mo San  Martin,  en  documentos  que  deDe  necesariamente  conocer  el  es- 
critor que  se  aventure  a  tratar,  siquiera  sea  inciden talmente,  sobre  la 
historia   de   la   emancipación    liispano-Americana. 

Es  sensible  que  usted,  al  hacerse  lenguas  sobre  las  excelencias  del 
republicanismo  democrático  de  la  ¿-s^rgemina,  aparezca  en  contradicción 
con  ios  mas  notables  pensadores  de  aquel  país,  quienes  critican  consciente- 
inente  los  grandes  tropiezos  que  aún  sufre  aüí  el  íuncionamiento  de  las 
instituciones  libres.  Lsted  habrá  leído  seguramente  a  Ayarragaray,  Bun- 
ge,  Kivaroia,  Ricardo  Rojas  y  tantos  otros  que,  guiados  por  lui  criterio 
esencialmente  cientííico,  exponen  los  defectos  de  aquella  democracia  alu- 
vional, donde  el  sentimiento  de  la  nacionalidad  se  ha  ido  debilitando  por 
la  enorme  afluencia  del  elemento  extranjero.  Ricardo  Rojas,  que  es  un 
gran  pensador  y  un  grande  escritor,  con  una  probidad  y  un  patriotismo 
ejemplarísimos  ha  escrito  un  libro:  La  Restauración  i\ acionalista,  cuyo 
solo  titulo  lo  dice  todo.  , 

No  hay  proporción  alguna  entre  lo  que  pueden  ganar  los  pueblos  con 
esas  exageradas  alabanzas  de  los  extranjeros  y  lo  que  en  realidad  pierden 
en  reputación  los  escritores  que  las  prodigan.  Pero  hay  algo  mas  censu- 
rable ai'in :  el  fundar  aquellas  alabanzas  en  la  depresión  de  otros  países , 
cuya  evolución  y  cuya  historia  se  ignoran.  Todos  estos  pueblos  de  Amé- 
rica son  muy  dignos  de  estudio.  Cada  uno  de  ellos  tiene  faces  distintas 
como  son  distintos  su  clima,  sti  constitución  geográfica  y  geológica,  su 
flora  y  su  fauna. 

Usted  cree  que  nosotros,  los  hispano-americanos,  no  debemos  lla- 
marnos latinos.  Usted  parte  del  supuesto  negado  de  la  existencia  en  el 
mundo  de  una  raca  latina,  en  sentido  puramente  etnológico."  Usted  sabe 
que  el  factor  raza,  y  este  asunto  está  admirablemente  tratado  por 
Ward,  (i)  se  halla  hoy  relegado  por  la  ciencia  a  un  término  muy  se- 
cundario, y  que  la  antroposociología  es  desde  hace  algún  tiempo  una 
ciencia  en  derrota.  Cuando  los  hispano-americanos  hablamos  de  pueblos 
de  ra::a  latina,  tomamos  el  término  raxra  por  el  de  mentalidad,  psicología, 
alma,  espíritu,  cultura,  porque  nadie  puede  negar  la  influencia  de  Roma 
en  los  pueblos  de  razas  distintas  que  estuvieron  sometidos  al  Imperio,  y 
que  heredaron,  junto  con  el  espíritu 'de  la  lengua  latina,  el  espíritu  de 
.sus  institución' s  políticas  y  sociales.  Un  grande  escritor  hispano-ame- 
ricano,  don  Andrés  Bello,  el  educador  de  Chile,  hijo  de  Venezuela,  con- 
sideró al  pueblo  español,  tanto  por  el  idioma  como  por  la  índole  institu- 
cional y  la  forma  colonizadora,  como  el  heredero  más  directo  del  imperio 
romano.  Están  en  lo  cierto  quienes  tomando  el  término  ra::a  en  un  sen- 
tido puramente  sociológico,  consideran-  a  los  franceses,  italianos,  espa- 
ñoles, portugueses  e  hispano-americanos,  como  pueblos  de  raza  latina,  po- 
seedores todos  de  una  psicología  especial,  que  hasta  los  inclina  fisiológi- 
camente al  cruzamiento,  en  condiciones  ventajosísimas  para  sus  productos. 
Todo  el  mundo  sabe  la  separación,  el  aislamiento  irreductible  en  que  viven 
los  italianos  en  los  Estados  Unidos,  sin  mezclarse  con  el  elemento  anglo- 


(i)      Sociologia    pura. 


250  NOSOTROS 

y 

sajón,  cuando  en  Hispano-América  y  especialmente  en  Argentina,  a  donde 
han  acudido  en  mayor  número,  se  funden  inmediatamente  con  la  pobla- 
ción ibero-americana,  (como  quiere  usted  que  se  diga),  al  extremo  de 
que  "sea  el  elemento  italiano  el  que  ha  dado  más  hijos  argentinos." 

En  ese  tópico  de  la  mentalidad  o  de  la  raza  latina,  se  funda  todo 
el  libro  de  Ricardo  Rojas,  preconizando  para  su  país  la  necesidad  de  una 
educación  apropiada,  que  restaure  el  nacionalismo,  es  decir,  que  devuelva 
sus  fueros  a  la  tradición  latina.  Entre  los  medios  pedagógicos  propues- 
tos por  Rojas,  está  en  primer  término  la  enseñanza  de  la  historia :  "El 
Profesor  de  Historia  —  dice  —  deberá  hacer  comprender  a  sus  alumnos, 
que  la  tradición  es  la  base  natural  de  la  Historia,  y  que  siendo  nosotros 
latinos  de  espíritu,  españoles  de  idioma,  americanos  de  territorio,  debemos 
estudiar  esas  tres  faces  sucesivas  de  nuestra  tradición,  antes  de  estudiar 
la  propia  nacionalidad." 

La  República  Argentina  es  sin  duda  alguna  el  país  de  Hispano- 
América  que  menos  necesidad  tiene  de  subvencionar  extranjeros  que  va- 
yan a  estudiar  su  evolución  social.  Ella  puede  envanecerse  de  haber  pro- 
ducido el  primer  sociólogo  de!  Nuevo  Atundo,  en  el  eminente  Sarmiento. 
En  facundo  y  en  Conflicto  y  Armonía  de  las  rocas  de  América,  se  ha- 
llan esbozadas  todas,  absolutamente  todas  las  teorías  sociológicas  de  ra- 
cional aplicación  en  el  desenvolvimiento  de  estos  pueblos.  Quien  conozca 
a  fondo  la  literatura  de  la  ciencia  social,  podría  fácilmente  anotar  al 
margen  de  las  obras  de  Sarmiento,  los  nombres  de  los  sociólogos  que 
más  tarde  han  expuesto  las  diversas  teorías  que  al  presente  se  disputan 
el  dominio  de  la  sociología.  ¿  Por  qué  no  habrán  emprendido  los  argen- 
tinos, un  trabajo  de  análisis  que  llevara  por  título  "Sarmiento  y  la  Cien- 
cia ^foderna"?  Ingenieros,  encuentra  expuestos  por  el  grande  hombre 
los  hechos  que  revelan  el  móvil  económico  de  la  revolución  de  la  Inde- 
pendencia, de  acuerdo  con  la  teoría  preconizada  primero  por  Marx  y 
más  tarde  por  Aquiles  Loria ;  y  fácil  es  ver  cómo  en  la  etiología  del 
caudillisnlo  argentino,  que  tanta  semejanza  tiene  con  el  de  otros  países 
de  igual  constitución  geográfica,  se  halla  comprobada  la  doctrina  de  Mat- 
teuzzi  fi),  sobre  la  influencia  del  medio  físico  y  telúrico,  y  la  de  Ratzel, 
que  mira  el  medio  geográfico  como  el  factor  esencial  en  la  formación  de 
las  sociedades. 

En  el  sentido  intelectual,  la  poderosa  individualidad  de  Sarmiento  sí 
ha  jugado,  como  la  de  Andrés  Bello  en  Chile,  un  pnpel  importantísimo  en 
el  desenvolvimiento  de  la  República  Argentina.  El  "método"  de  Sar- 
miento, que  es  genial  porque  está  fundado  en  la  observación  minuciosa 
y  consciente  de  los  hechos,  cualidad  que  aquel  hombre  poseyó  en  tan 
alto  grado  como  el  Libertador  Simón  Bolívar,  quien  tantas  cosas  pro- 
fundas dejó  escritas  sobre  nuestra  América;  ese  método,  que  está  dentro 
del  más  iusto  criterio  de  la  ciencia  moderna,  ha  tenido  en  aquel  país  un 
selecto  grupo  de  continuadores  que  constituyen  una  élite,  de  la  cual  podría 
envanecerse  cualcuiera  de  1os  pueblos  de  antigua  civilización,  y  que  vale 
más  para  el  estudio  de  su  psicología  que  todas  las  cosechas  de  ganados  y 
cereales,  que  todas  esas  fortunas  fabulosas  donde  los  modernos  adora- 
dores del  bíblico  Becerro  han  hallado  im  motivo  inagotable  de  alabanzas 
y  una  fuente  más  inagotable  aún  de  proventos,  por  halagar  la  vanidad 
de  aquellos  a  quienes  Avarragaray  llama  los  enriquecidos,  "porque  ape- 
nas les  basta  ver  hacia  dos  generaciones  atrás,  para  encontrarse  con  unas 
botas  de  potro  o  con  un  par  de  alpargatas". 

Fn  esa  élite,  está  representado  lo  que  Novicow  considera  como  el 
si'nsoriíiv'i .  el  cerebro  nue  elabora  los  pensamientos  y  los  sentimientos 
del  agregado  social.  Fn  medio  de  la  afluencia  enorme  de  gentes  de 
todas   las   razas,    llegadas   allí   como   los    aventureros   de   todas    las    épocas 


fi^     Los    factores    de    la    evolución    de    los    pueblos. 


LA  ARGENTINA  JUZGADA  EN  EL  EXTRANJERO         251 

a  explotar  el  suelo,  a  solicitar  fortuna  por  cuantos  medios  lícitos  e  ilí- 
citos sean  posibles,  la  Argentina  continúa  y  continuará  siempre  repre- 
sentada por  sus  hombres  de  ciencia,  por  sus  poetas,  por  sus  literatos  y 
por  sus  artistas,  aunque  ellos  mismos  se  quejen  de  que  "la  falta  de  cul- 
tura, la  indiferencia  con  médula  mercantil,  el  poco  apego  al  concepto, 
sean  obstáculos  que  privan  al  escritor  de  base  para  cimentar  su  fama."  (i) 
Sírvales  de  consuelo  la  observación  del  mismo  sociólogo  ruso  de  que  la 
éli'.e  social  (intelectual,  artística  y  científica)  permanece  frecuentemente 
extraña  a  la  plutocracia  y  al  gobierno.  "Toda  una  ciudad,  toda  una 
nación  —  ha  dichu  Anatole  BVance  —  residen  en  algunas  personas  que 
piensan   con   más    fuerza   y   más    claridad   que   las   otras..."  , 

La  Argentina  intelectual,  la  que  yo  admiro,  la  que  yo  aprecio  en 
hornbres  como  Vicente  Fidel  López,  Joaquín  V.  González,  los  Ramos 
Mejía,  Ernesto  Quesada,  Ayarragaray,  Ricardo  Rojas,  Carlus  Octavio 
Bunge,  Rodolfo  Rivarola,  Lugones,  Larreta,  Alberini,  Justo,  para  no 
nombrar  sino  unos  pocos  de  los  más  representativos  en  dos  generaciones, 
«sa  es  la  que  desconocen  todos  los  escritores  extranjeros  que  llegan  a 
Buenos  Aires  a  no  admirar  sino  los  estupendos  progresos  materiales  y, 
como  Gómez  Carrillo,  a  hacer  superficiales  comparaciones .  entre  la  Ave- 
nida de   Mayo  y   los   bulevares   de   París. 

Usted  desconoce  también  la  existencia  de  esa  Argentina  intelectual, 
y  aunque  parece  que  usted  quiso  limitarse  únicamente  al  estudio  del  suelo 
y  del  desarrollo  de  la  riqueza,  su  incursión  por  otros  dominios  le  obliga- 
ba a  hablar  de  la  mentalidad  del  país,  por  más  que  usted  se  detenga 
ante  la  consideración  de  que  el  argentino  ha  dejado  de  ser  político  para 
convertirse,  como  el  compatriota  de  usted,  en  "un  ardiente  perseguidor 
del  dóllar". 

Dice  usted  que  "el  reinado  supremo  allí  es  ahora  el  del  espíritu  co- 
mercial e  industrial".  ¿Le  parece  a  usted  que  es  éste  también  el  único, 
el  supremo  ideal  de  un  pueblo?  Los  pueblos  millonarios,  como  los  hom- 
bres millonarios,  después  de  haber  solicitado  en  el  acaparamiento  insa- 
ciable del  pro  el  colmo  de  la  felicidad  terrenal,  se  tornan  idealistas  y 
llegan  a  la  pretensión,  casi  nunca  realizada,  de  querer  comprar  con  sus 
millones  un  poco  de  la  reputación  que  los  otros  hombres  y  los  otros  pueblos 
conquistan  por  los  únicos  esfuerzos'  de  su  espíritu.  Y  la  vida  comprueba, 
que  no  siempre  la  capacidad  intelectual  se  halla  en  razón  directa  de  la 
capacidad  económica.  El  fundador  de  ese  Musco  de  que  usted  es  Direc- 
tor, es  un  elocuentísimo  ejemplo  de  que  el  hombre  de  cierto  nivel  inte- 
lectual, no  puede  satisfacerse  únicamente  con  el  brillo  de  sus  millones. 
Míster  Carnegie  es  un  idealista,  un  exagerado  idealista  que  ha  venido  ali- 
mentando una  de  las  mayores  utopias  que  ha  podido  concebir  el  cerebro 
humano:  la  paz  universal.  Míster  Carnegie  es  casi  un  poeta,  que  se 
halla  hoy  a  pique  de  ver  destruido  por  los  cañones  alemanes  el  hermoso 
palacio  de  La  Haya,  consagrado  como  un  templo  a  sus  ensueños  paci- 
fistas.   (2) 

Los  pueblos  no  viven  sino  por  la  obra  de  sus  hombres  intelectuales. 
La  historia  no  se  ha  hecho  nunca  con  el  solo  elemento  de  la  estadística; 
y  Grecia  fulgurará  en  los  anales  del  género  humano  con  más  vivos  res- 
plandores  que   Cartago. 

La  Argentina,  representada  en  xa  estatua  de  Sarmiento,  a  cuyos  pies 
corren  indiferentes  esas  multitudes  aluvionales,  ardientes  perseguidoras  del 
dóllar,  hablará  siempre  más  alto  en  el  mundo,  que  esa  Argentina  cose- 
chera, donde,  según  usted  afirma,  ejerce  Mercurio  el  reinado  supremo. 
Todavía,  afortunadamente  para  el  espíritu  humano,  existen  muchos  tontos 


d')     AcÉVEDo-DÍAZ.    Los    Nuestros. 
(2)     Este  artículo   fué  escrito   en    1915. 


252  NOSOTROS 

en  el  mundo  para  quienes  Emerson,  Poe  y  William  James  representan 
más  brillantemente  a  la  patria  de  usted  que  los  reyes  del  acero  o  del 
petróleo. 

Cuando  Ricardo  Rojas  se  presentó  al  Ateneo  de  Madrid  en  1908, 
y  quiso  dar  a  conocer  a  su  patria,  no  se  le  ocurrió  deslumhrar  al  audi- 
torio con  el  recuerdo  de  los  tabuiosos  progresos  y  de  las  engañosas  pers- 
pectivas que  sirvieron  al.  español  Blasco  Ibanez,  convenido  en  perseguidor 
ardiente  del  dóUar,  para  arrastrar  en  pus  de  sus  ambiciones  pecuniarias 
una  multitud  de  sus  compatriotas,  resucitando  Eidorado  legendario,  con 
sus  brillantes  mirajes  y  sus  espantosas  realidades;  Rojas  hizo  lo  estaba 
en  absoluta  consonancia  con  su  mentalidad  latina  y  con  su  corazón  de 
patriota :  habló  "en  nombre  del  idealismo  impersonal  que  constituye  la 
norma  de  su  vida  civil  y  del  fecundo  anhelo  que,  desde  el  primer  instante 
de  su  carrera  literaria,  le  movió  a  servir  dentro  de  su  patria  a  la  res- 
tauración de  las  tradiciones  castizas,  y  fuera  de  ella  al  acercamiento  de 
los  pueblos  hispanos".  Y  en  una  síntesis  admirable,  trazó  la  vida  y  la 
obra  de  Olegario  Andrade,  el  gran  poeta  "que  por  la  sonoridad  de  sus 
estrofas,  por  la  grandeza  de  su  fantasía,  por  la  espontaneidad  de  su 
inspiración,  por  el  hálito  de  sus  virtudes  civiles  y  por  los  épicos  alien- 
tos que  animan  toda  su  obra,  ocupa  en  las  jerarquías  literarias  del  Río 
de  la  Plata  puesto  de  preeminencia,  y  ofrece  a  la  vez  una  inexpresa  con- 
cordancia entre  los  ideales  de  sus  cantos  y  los  ideales  que  han  glorificado 
los  más  bellos  monumentos  de  la  evolución  argentina!" 

Imposibde  sería  negar  la  importancia  de  las  funciones  ejercidas  en 
los  organismos  superiores  por  cada  uno  de  los  órganos  que  los  constituyen, 
pero  nadie  negara  tampoco  que  en  la  sociedad  como  en  el  hombre,  — 
aceptando  las  analogías  establecidas  por  el  biologismo  social  —  el  cere- 
bro  desempeña   más   nobles    funciones   que    el.  estómago. 

Es  por  esa  razón  que  considero  como  un  acto  de  inconsciencia,  que 
hiere  profundamente  nuestros  idealismos  latino-americanos,  el  aplauso  con 
que  la  prensa  de  Buenos  Aires  recibe  esos  libros  en  que  se  desconoce  la 
ol)ra  de  la  hitelectualidad  argentina,  para  presentar  a  la  patria  de  Al- 
berdi  como  una  California  de  proporciones  colosales,  donde  el  reinado 
supremo,  como  usted  afirma,  corresponde  exclusivamente  al  espíritu  co- 
mercial. Esa  será  la  Argentina  que  usted  ha  querido  ver,  pero  no  el 
pueblo  latino  que,  a  pesar  de  su  portentosa  transformación  económica, 
ha  conservado  sus  tradiciones  intelectuales,  de  Sarmiento  a  Ricardo  Ro- 
jas" de  Olegario  Andrade  a  Leopoldo  Lugones.  Es  triste  ver  cómo  los 
escritores  extranjeros  silencian  por  completo  esa  faz  de  la  evolución  de 
aquel  pueblo,  ciue  en  nuestro  concepto,  puramente  latino,  es  sin  duda 
alguna   la  más   elevada  y   la  más  noble. 

Laureano  Vai.i,í;nii,I/A  I<anz. 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  JUZGADOS  EN  EL 
EXTRANJERO 


Ensayo  histórico  sobre  la  Revolución  de  Mayo  y  Mariano  Moreno, 

por  Ricardo   Levene. 

EN  ¡a  Revista  del  Instituto  Histórico  y  Geográfico  del  Uruguay   (To- 
mo II,  N°  i;   1921)   se  ha  publicado  con  las  iniciales  del  historiador 
don   Gustavo   Gallinal,   el   juicio   siguiente : 

Forma  parte  de  la  serie  que  publica  la  Facultad  de  Derecho  y  Cien- 
cias Sociales  de  Buenos  Aires,  este  libro  que  el  doctor  Ricardo  Levene 
consagra  a  estudiar  algunos  aspectos  de  la  revolución  de  Mayo,  singu- 
larmente   el    aspecto    económico,    institucional    y    jurídico. 

Acaso  el  estudio  económico,  con  ser  los  otros  indicados  muy  nutri- 
dos, es  el  que  está  expuesto  con  mayor  acopio  de  datos,  más  rico  en 
antecedentes  ignorados  o  esclarecidos  más  profundamente  por  una  crí- 
tica nueva.  Rastrea  el  autor  las  transformaciones  profundas  que  mo- 
difican la  estructura  económica  de  la  sociedad  colonial  durante  el  siglo 
XVIII.  Las  vastas  reformas  impulsadas  por  los  grandes  estadistas  que 
ilustran  los  reinados  diversos  de  la  dinastía  borbónica,  son  el  preludio 
y  la  preparación  de  la  que  trae  consigo  el  movimiento  emancipador  de 
1810.  Este  movimiento  es  su  culminación  y  coronamiento.  El  reglamento 
de  comercio  libre,  el  comercio  negrero  y  con  colonias  extranjeras,  estas 
y  otras  innovaciones  que  la  iniciativa  de  gobernantes  esclarecidos  o  im- 
periosas necesidades  económicas  fueron  estableciendo,  forman  y  robus- 
tecen en  el  naciente  espíritu  público,  la  conciencia  de  la  artificiosidad 
antinatural  y  opresora  del  régimen  antiguo.  La  lucha  económica  se  agu- 
diza al  aproximarse  la  época  revolucionaria, .  pronunciándose  la  banca- 
rrota económica  y  fin'anciera  del  régimen.  En  1806  y  1808  el  Cabildo 
de  Buenos  Aires  vota  por  sí  nuevos  impuestos,  infringiendo  por  la  fa- 
talidad de  las  cosas  una  de  las  más  preciosas  regalías  de  la  corona.  A 
raíz  de  la  ocupación  inglesa,  los  comerciantes  de  Montevideo,  que  han 
beneficiado  del  comercio  con  los  mercaderes  que  acompañaron  a  los  in- 
vasores, protestan  cuando  la  autoridad  intenta  reprimirlo.  La  célebre 
medida  del  virrey  Cisneros  es  inspirada  en  motivos  políticos  principal- 
mente :  aquella  trascendental  resolución  tendía  a  arrebatar  hábilmente  la 
bandera  de  la  reforma  económica  de  manos  de  los  descontentos.  Moreno 
combatió  en  vano,  sin  ser  oído,  las  restricciones  con  que  "el  virrey  con- 
temporizador" desvirtuó  en  mucha  parte  el  alcance  práctico  de  aquella 
innovación.  En  1808,  la  Corte  portuguesa  refugiada  en  el  Brasil,  bajo 
la  inspiración  de  un  economista  preclaro,  José  da  Silva  Lisboa,  había 
abierto  al  comercio  los  puertos  de  aquella  colonia,  en  forma  mucho  más 
amplia  y  liberal  que  el  virrey  español  en  el  Río  de  la  Plata.  En  los 
últimos  años  los  trabajos  y  contribuciones  documentales  de  los  escritores 


254  NOSOTROS 

argentinos  han  aportado  un  enorme  caudal  de  datos  y  antecedentes  para 
renovar  la  historia  económica  de  la  revolución;  ellos  permiten  poner  bajo 
una  luz  nueva  y  juzgar  en  forma  diversa  de  los  historiadores  clásicos 
estos  antecedentes.  El  doctor  Ricardo  Levene,  que  ha  sido  uno  de  los 
más  laboriosos  y  fecundos  obreros  de  esa  tarea,  realiza  en  este  libro  un 
ensayo   de   síntesis  y  coordinación   muy  valioso. 

La  lucha  por  el  derecho  nuevo,  la  formación  de  la  nueva  conciencia 
jurídica,  es  otro  de  los  tópicos  del  libro.  Cuando  Moreno  se  educa  en 
la  Universidad  de  Chuquisaca,  se  debaten  en  el  escenario  del  Alto  Perú 
dos  figuras  representativas  y  contrarias,  manteniendo  una  lucha  tenaz. 
Victoriande  Villava,  fiscal  de  la  Audiencia  de  Charcas,  el  austero  juez 
residenciador  del  virrey  marqués  de  Loreto,  escribe  el  discurso  sobre  la 
Mita  de  Potosí,  rebosante  de  ideas  humanitarias  y  defiende  contra  Fran- 
cisco de  Paula  Sanz,  erigido  en  corrompido  defensor  de  los  intereses 
creados  y  los  perjuicios  económicos,  los  derechos  vitales  de  los  aboríge- 
nes explotados.  Villava  es  autor  de  los  Apuniamienfos  para  la  reforma 
del  reino,  en  los  que  bullen  novedosas  ideas  de  cambios  políticos  y  so- 
ciales. Mariano  Moreno  conoce,  acaso,  personalmente  a  Villava  y  sufre, 
sin  duda,  su   influencia. 

Su  Disertación  jurídica  sobre  el  servicio  personal  de  los  indios,  com- 
prueba que  ha  fructificado  en  él  aquella  simiente  espiritual  de  amor  a 
los  humildes  y  a  los  indios  americanos,  cuya  condición  le  inspira  nobles 
páginas.  Producida  la  revolución,  desde  la  Caseta  Moreno  saludó  a  Vi- 
llava, ya  muerto,  como  uno  de   los  precursores  de  la   emancipación. 

Anotamos  también,  como  un  4ema  sugerente  de  meditación  y  de  estu- 
dio, que  el  autor  señala  la  influencia  de  los  grandes  maestros  del  derecho 
indiano  " —  particularmente  de  Solórzano  Pereyra  —  sobre  la  ideología 
de  los  hombres  de  la  revolución.  En  Moreno,  afirma,  "acaso,  han  tenido 
tanta  significación  política  las  lecturas  y  comentarios  del  Contrato  So- 
cial de  Rousseau,  como  las  de  la  Política  Indiana  de  Solórzano". 

Los  intentos  de  independencia  en  el  Río  de  la  Plata  son  materia 
narrada  en  varios  capítulos.  A  partir  de  1781,  reseña  o  estudia  los  si- 
guientes movimientos  de  rebeldía :  la  pesquisa  del  oidor  Bazo  y  Berry 
en  1805,  las  causas  seguidas  contra  Rodríguez  Peña  y  Paroissien,  contra 
Martín  Alzaga  y  Sentenach,  los  sucesos  relacionados  con  los  ingleses 
invasores,  los  diversos  planes  relativos  a  la  infanta  Carlota  Joaquina, 
la  actuación  de  Pueyrredón,  como  representante  en  España,  el  movimiento 
de  Chuquisaca,  la  revolución  de  La  Paz,  y,  finalmente,  la  agitación  de 
los  núcleos  patriotas  en  Buenos  Aires,  en  los  sucesos  de  1809  y  1810... 
Estos  estudios,  que  hemos  reseñado  en  forma  muy  sumaria  e  incompleta, 
llenan  el  volumen  primero. 

El  segundo  se  abre  estudiando  el  órgano  y  fórmula  jurídica  de  la 
Revolución.  El  Cabildo  abierto  representa  más  bien  para  el  autor,  du- 
rante mucho  tiempo,  "a  modo  de  un  acuerdo  general  de  la  administra- 
ción", de  vecinos  conspicuos.  Al  descomponerse  el  régimen  colonial, 
caducan  las  viejas  jerarquías  y  el  pueblo  se  acerca  a  golpear  las  cerradas 
puertas  de  las  salas  dé  acuerdos.  I,a  fórmula  de  la  revolución,  la  Junta, 
es  proclamada  de  Montevideo  y  Buenos  Aires  por  Pérez  Castellano,  Puey- 
rredón,   Moldes,    Castelli,    Moreno... 

El  Congreso  General  de  22  de  mayo  es,  estudiado  íntimamente,  para 
el  doctor  Levene,  una  institución  nueva  "engendrada  _  e  impuesta  por  los 
acontecimientos",  apartada  del  tipo  clásico  del  Cabildo  abierto,  aunque 
sea  en  la  forma  lo  mismo.  En  él  interviene  la  entidad  "pueblo".  Estudia 
largamente  el  desarrollo  de  esta  asamblea  y  las  fórmulas  en  torno  de  las 
cuales  giró  la  pugna  de  los  partidos,  si  de  partidos  puede  hablarse.  "Esta- 
ba ausente  el  enérgico  director  espiritual"  de  aquel  Congreso.  El  pueblo 
anónimo,   capitaneado  por  French  y   Berutti,   salvó  a  la  revolución. 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  256 

El  doctor  Levene  distingtie  en  esta  hora  primera  tres  partidos :  el 
extremo  núcleo  que  encarna  el  derecho  histórico  y  defiende  su  conser- 
vación ;  el  extremo  opuesto  que  tiende  hacia  la  revolución  por  la  inde- 
pendencia y  es  en  su  mayoría  monarquista,  y  el  moderado,  que  aspira 
a  la  realización  de  reformas  generales. 

La  acción  de  las  instituciones  del  régimen  antiguo,  el  Cabildo,  la 
Audiencia,  los  gobernadores  intendentes,  es  estudiada  sucesivamente.  Y 
la  formación  de  los  diversos  núcleos  de  reacción  en  el  Aito  Perú,  Cór- 
doba, Montevideo . . .  Aqui  se  encuentra  el  escritor  con  el  famoso  plan 
terrorista  que,  atribuido  a  Moreno,  ha  provocado  tan  fuertes  y  apasio- 
nadas contradicciones.  El  análisis  del  doctor  Levene  agrega  presunciones 
nuevas  fuertes  para  la  tesis  negativa,  la  que,  en  una  polémica  que  nos 
resulta  en  la  forma  por  demás  áspera,  defendió  Groussac  con  crítica 
admirable  por  su  penetración  y   su  vigor  dialéctico. 

El  doctor  Levene  ha  identificado,  por  confrontación  de  letras,  al  au- 
tor de  la  copia  del  Plan  que  conserva  el  Archivo  de  Indias:  se  trata 
(el  descubrimiento  es  muy  sugerente  para  quien  recuerde  las  deducciones 
de  Groussac),  del  teniente  de  artillería  montevideano  Andrés  Alvarez  de 
Toledo.  El  estudio  del  doctor  Levene  no  es  absolutamente  concluyente, 
pero  hace  mucha  fuerza  a  la  convicción.  Se  desprende,  salvo  prueba  en 
contrario,   que   el   Plan  es  apócrifo. 

Menos  convincentes  nos  resuiian  las  consideraciones  sobre  el  "cas- 
tigo ejemplar",  llevado  a  cabo  con  respecto  a  los  vencidos,  y  rendidos, 
conspiradores  de  Córdoba  y  Alto  Perú,  Moreno  no  es  el  único  autor,  sin 
duda,  pero  es  "la  cabeza  pesante  y  el  brazo  enérgico"  y  puesto  que  re- 
coge con  justicia  de  aquella  Junta  de  que  fué  nervio  la  mayor  gloria, 
justo  es  también  que  recoja  las  máximas  responsai)ilidadc:s  históricas.  El 
castigo  ejemplar  no  queda  justificado  —  o  expiicado,  porque  el  autor 
parece  establecer  ese  matiz  —  mostrando  los  peligros  reales  que  amena- 
zaban a  la  revolución  y  los  propósitos  condenables  de  los  conspiradores. 
La  revolución  no  necesitaba  derramar  sangre  de  Liniers  para  salvarse. 
Lord  Stranford  interpretó  bien  un  sentimiento  desfavorable  que  causó 
aquella  política  terrorista.  Y  luego,  si  la  represión  sangrienta  ejercida 
por  los  patriotas  es  explicable,  también  debe  serlo  la  que  ejecuten  los 
defensores  del  régimen  antiguo,  creyendo  igualmente  salvar  la  causa  de 
la  justicia.  El  señor  Paul  Groussac,  ya  que  recientemente  nos  hemos  re- 
ferido a  él  séanos  lícito  aceptar  ahora  su  opinión,  ha  escrito  un  relato 
admirable,  lleno  de  color  y  henchido  de  fuerte  emoción  sobre  la  tragedia 
en  que  terminó  la  vida  del  héroe  de  la  Reconquista.  Nosotros  creemos 
que  está  esa  página  tan  llena  de  verdad  como  de  hermosura.  Siempre 
la  sangre  de  las  víctimas  clama  al  cielo.  Siempre  la  política  terrorista, 
al  crear  mártiies,  suscita  vengadores.  Jamás  ha  hecho  caer  las  armas 
de  manos  de  ningún  soldado. 

El  comienzo  de  la  obra  orgánica  de  la  Revolución,  el  estudio  minu- 
cioso de  los  aspectos  diplomático,  económico  y  político  de  la  labor  de 
la  primera  Junta,  es  el  tema  de  los  capítulos  finales  del  libro.  Detiénese 
el  escritor  a  analizar  las  ideas  constitucionales  de  Moreno.  A  la  luz, 
en  parte,  de  nuevos  documentos  que  exhuma,  estudia  la  actividad  extra- 
ordinaria de  Moreno,  su  acción  fulminante  en  aquel  breve  e  intenso  mt)- 
mento  de  su  vida  pública,  fugaz  y  fulgurante  como  una  estrella  que 
cruza   dejando   un    rastro    fosforescente    en    la    sombra. 

La  diplomacia  inicial  de  la  Junta  Gubernativa,  su  política  interna  y 
su  acción  administrativa,  ocupan  nutridos  capítulos.  La  investigación  de 
las  ideas  de  Moreno  hecha  sobre  los  escritos  conocidos  y  sobre  otros 
numerosos  que  el  autor  ha  descubierto  y  publica,  es  parte  principalísima 
del  trabajo.  Con  respecto  al  pensamiento  de  Moreno  en  materia  de  fe- 
deralismo, el  criterio  del  autor  establece  un  distingo  entre  la  teoría  y  la 


256  NOSOTROS 

práctica.  En  la  práctica,  la  Junta  de  que  fué  inspirador,  siguió  una 
püUtica  centralizadora,  determinada  por  razones  de  necesidad  inmediata 
de  la  causa  revolucionaria;  en  teoría  "'Ja  docirina  abrazada  por  los  hom- 
bres die  Buenos  Aires  en  1810  —  y  Moreno  a  su  frente  —  para  organizar 
el  país  en  cuya  obra  querian  ponerse  de  ininediato,  es  federal".  Las 
fórmulas  en  que  encuentra  afirmada  esa  convicción  federal  de  Moreno, 
nos  resultan  vagas  fórmulas,  promesas  sin  contornos  precisos  y  nítidos 
de  notas  oficiales,  en  las  que  no  alienta  el  espíritu  del  federalismo  his- 
tórico. 

En  definitiva :  el  doctor  Ricardo  Eevene  trae  una  contribución  do- 
cumental y  crítica  considerable  para  el  estudio  del  período  que  su  obra 
.abraza.  Aporta  nuevos  elementos  de  juicio,  documentos  numerosos  y  de 
verdadero  interés,  escritos  inéditos  que  permiten  estudiarlo  y  estudiar  tam- 
bién la  personalidad  de  Moreno,  su  formación  espiritual,  su  actuación 
atiíes  de  la  Revolución  de  Aiayo  y  en  el  seno  de  la  Junta  de  1810.  Abun- 
dan también  en  la  obra  los  puntos  de  vista  nuevos  y  originales,  las  su- 
gestiones para  poner  bajo  una  nueva  luz,  sucesos,  instituciones  y  perso- 
nalidades hisióncas.  Esa  obra  ha  absorbido  años  de  labor  inteligente, 
íiemos  -señalado  al  pasar  algún  tema  de  disidencia  con  las  opiniones  y 
juicios  que  en  ella  vierte  su  autor;  podríamos  señalar  otros,  si  tal  tarea 
fuera  para  una  breve  nota  de  información.  Dicho  queda  que  hay  en  ella 
mucho  que  aprender.  Digamos  ahora  que  la  forma  en  que  está  escrita 
es  sobria  y  eficaz :  es  una  obra  de  investigación  y  de  estudio,  en  la  que 
no  falta  tampoco  aquel  género  de  hermosura  severa  que  resulta  del  mé- 
todo excelente  a  que  se  ajustan  sus  partes  todas,  del  principio  de  orden, 
de  claridad  y  de  armonía  que   la  preside. 

El  Himno  de  mi  Trabajo,    poesías,  por  Bmesto  Mario  Barreda. 

A  PARTE  del  título  de  este  libro,  que  no  me  gusta,  pues  se  me  antoja  como 
•*  forzado,  como  de  escaso  relieve  poético,  creo  cumplir  un  deber  do 
rudimentaria  justicia  declarando  que  el  contenido  de  este  tomo  es  digno 
en  un  todo  del  merecido  renombre  de  que  disfruta  su  celebrado  autor  en 
las  letras  Jiispanoamericanas.  Ernesto  Mario  Barreda  es  ya  un  poeta 
consagrado  por  la  crítica  serena  y  reflexiva.  En  su  frente  resplandece 
con  singular  brillo  la  diadema  apolínea.  Ha  publicado  ya  varios  libros 
de  versos  y  en  todos  ellos  se  ve  un  espíritu  en  personal  proceso  de  evo- 
lución que,  sin  abdicar  en  lo  más  mínimo  nada  de  lo  que  constituye  su 
fondo  imaginativo  y  sensible,  sabe  y  puede  espaciarse  a  sus  anchas  por 
esferas  muy  luminosas  de  sanos  y  redentores  aspectos  de  la  realidad 
circunstante. 

En  la  poesía  con  que  se  abre  este  libro.  La  ciudad,  nos  da  una  muy 
armoniosa  sensación  de  vida  urbana,  un  verdadero  cuadro  pleno  de  pin- 
torescos atisbos,   en  que  nada   sobra  o  desentona... 

Pero  donde  su  facultad  descriptiva  se  complace  más,  es  más  sentida, 
más  intensa,  es  cuando  refleja  en  sus  creaciones  poéticas,  con  vigorosas 
pinceladas,  la  vida  del  campo,  los  mik  sugerentes  aspectos  de^  la  natu- 
raleza virgen.  Entre  su  espíritu  y  el  campo  hay  no  sé  qué  afinidad 
íntima  y  estrecha,  que  él  sabe  reflejar  de  inconfundible  y  muy  atrayentc 
rnanera  en  sus  sonoras  y  expresivas  estrofas.  Por  eso  exclama  con  ver- 
dadera vibración   íntima : 

Yo  soy  el  que  siembra,  yo  soy  el  que  canta. 
De  pájaro  tengo,-  de  germen  palpito: 
"  Y  al  himno  profundo  que  el  mundo  levanta, 

Responde  mi  vida  con  todo  su  grito! 

En  estos  versos  hay  ideas  y  sentimientos  y  no  escasa  intensidad 
emotiva.     En   las   imágenes,   siempre   pintorescas    y   acertadas,    se  advierte 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  257 

cierta  frescura  de  imaginación  creadora,  muy  digna  de  tenerse  en  cuenta 
al   hablar  de   este  notable  poeta   argentino. 

No  es  un  innovador  rítmico,  aunque  tampoco  es  monótono  o  cansado 
en  sus  moldes  de  expresión  poética.  Con  metrificación  diversa,  sin  ce- 
ñirse a  una  constante  medida  silábica,  forma  una  variedad  de  combina- 
ciones estróficas  de  cierta  musicalidad,  en  que  vibra  de  continuo  un  ritmo 
muy  peculiar  y  atrayente,  de  positiva  vibración  lírica,  donde  aparece  en 
todos   los  instantes  una  personalidad  de  poeta,  de  genuino  poeta. 

Fed.  García  Godoy. 

Santo  Domingo. 


LAS  REVISTAS 


Don  Ramón  María  del  Valle  Inclán 

P  N  Hermes  {marzo),  la  notable  revista  de  Bilbao,  se  ha  publicado  el  si- 
^    guíente  artículo  de  Sahador  de  Madaríaga: 

Hay -al  Norte  de  la  Península  española  una  región  en  la  que  el  Piri- 
neo7  después  de  haber  vencido  al  mar  en  varios  centenares  de  leguas,  ceda 
al  fin  a  los  asaltos  del  agua  y  se  resquebraja.  En  esta  región,  tierra  y  mar 
se  entrelazan  íntimamente  formando  senos  marinos  que  los  habitantes  de- 
signan característicamente  feminizando  la  palabra  castellana  río. — Son  las 
tranquilas  y  poéticas  rías  de  Galicia.  Aquí,  el  espíritu  roqueño  y  duro  de  la 
España  del  Norte  se  ablanda  a  los  vientos  que  soplan  del  mar,  templados 
por  la  Corriente  del  Golfo  y  cargados  de  una  humedad  que  reviste  valles 
y  colinas  de  un  rico  manto  de  verdor.  El  roble  añoso  y  el  frondoso  casta- 
ño pueblan  los  flancos  y  cimas  de  las  ondulantes  alturas  y  largas  hileras 
de  temblorosos  abedules  acompañan  a  los  abundantes  y  rumorosos  ríos. 
Los  valles  son  amplios ;  las  alturas  no  con  exceso  imponentes  y  la  luz  se 
filtra  a  través  de  los  delicados  velos  que  las  hadas  del  agua  tejen  en  el  aire 
—  ya  una  invisible  humedad,  ya  grises  nieblas,  ya  lanosa  bruma,  ya  el 
cendal  de  seda  de  la  lluvia  que  pende  en  el  «spacio  silencioso.  Ni  demasia- 
do estrecho,  como  en  Vasconia,  ni  demasiado  ancho,  como  en  las  llanuras 
de  Castilla,  el  paisaje  tiene  la  capacidad  más  propicia  a  la  vida  comunal. 
Es  animado  y  pacífico,  tranquilo  y  rumoroso  con  los  rumores  del  agua  y 
de  los  animales  y  de  los  seres  humanos  y  de  ilimitados  y  ondulantes  fo- 
llajes. 

El  nombre  de  esta  tierra  —  Galicia  —  guarda  estrecha  relación  filo- 
lógica con  todo  un  grupo  de  nombres  —  Portugal,  Galia,  Gaélico,  Gales, 
Walon  —  que  parecen  indicar  cierto  parentesco  de  raza  o  lengua  entre  va- 
rios pueblos  de  la  Europa  occidental .  Es  pues  país  favorito  para  las  lu- 
cubraciones del  celtomaniaco,  y  aun  a  los  creyentes  en  la  "Bestia  Rubia" 
no  deja  de  ofrecer  el  dato  sugestivo  dfe  una  antigua  dominación  por  la 
tribu  germánica  de  los  Suevos  que  parece  haber  dejado  trazas  en  ciertos 
tipos  de  gran  belleza,  pelirrojos  y  de  azuladas  pupilas. 

Sea  esto  como  fuere,  el  caso  es  que  el  tipo  gallego  difiere  notable- 
mente del  castellano.  La  lengua  de  Galicia  puede  definirse  someramente 
como  un  portugués  libre  de  la  evolución  nasal  que  el  portugués  propia- 
mente dicho  ha  sufrido,  quizá  bajo  la  influencia  francesa.  El  gallego  es 
pues  más  blando  y  melodioso  que  el  castellano  y  tan  superior  a  él  en  cua- 
lidad lírica  como  inferior  en  poder  dramático.  En  lo  literario,  existe  aná- 
loga relación  entre  el  genio  castellano  y  el  de  Galicia.  Es  hoy  opinión 
general  que  la  poesía  castellana  nació  en  forma  épica  y  dramática  y  que 
recibió  de  Galicia  su  vena  lírica,  a  tal  punto  que  los  poetas  castellanos,  de 
cualquier  región  de  Castilla  que  fuesen,  en  gallego  cantaron  sus  primeros 


LAS  REVISTAS  259 

ensayos  líricos  aun  cuando  se  expresasen  en  castellano  para  los  fines  más 
utilitarios  de  la  narración  y  de  ia  moraleja. 

Se  ha  querido  explicar  a  veces  la  admirable  floración  de  la  poesía 
gallega  que  tuvo  lugar  en  los  siglos  xni  y  xiv  por  la  influencia  provenzal 
que  penetró  hasta  Galicia  por  el  Camino  de  Santiago.  La  hipóicsis  no 
me  parece  ni  suficiente  ni  necesaria,  puesto  que  ni  explica  por  qué  tal  in- 
fluencia no  hizo  brotar  similares  floraciones  líricas  en  el  largo  trecho  del 
Camino  que  queda  fuera  de  Galicia,  ni  tiene  cuenta  de  que,  en  sus  formas 
más  sentidas  y  originales,  la  poesía  gallega  fué  püpu:ar,  es  decir,  jiacida 
en  las  capas  menos  accesibles  a  la  influencia  de  un  arte  expresado  en  len- 
gua extranjera.  Hay  además  entre  una  y  otra  poesía  una  diferencia  nota- 
ble, a  saber,  que  mientras  en  el  arte  de  Provenza  la  forma  resulta  de  la 
aplicación  de  diseños  intelectuales,  en  la  poesía  gallega  es  natural  expre- 
sión de  un  sentimiento  musical  tan  en  armonía  con  el  carácter  del  país  que 
ha  conservado  hasta  la  fecha  sus  rasgos  típicos.  La  conclusión  natural  es 
que  la  poesía  gallega,  más  o  menos  estimulada  por  influencias  extrañas, 
debe  su  origen  a  tendencias  innatas  en  la  raza  y  tierra  en  que  floreció. 

Por  su  sentido  de  la  melodía,  por  su  gracia  meiga  y  su  don  emotivo,  la 
poesía  gallega  se  distingue  netamente  de  la  castellana.  Hasta  hoy  perduran 
dos  rasgos  que  se  han  observado  en  sus  formas  medioevales :  es  hoy  co- 
mo antaño  una  poesía  en  la  que  predomina  el  tema  del  amor ;  y  está  conce- 
bida las  más  de  las  veces  desde  el  punto  de  vista  de  la  mujer,  y  aun  a  ve- 
ces creada  por  mujeres.  Así  pues,  la  poesía  gallega  es  tres  veces  femeni- 
na: por  su  punto  de  vista  (sino  por  su  origen  mismo),  por  el  predominio 
del  amor  entre  sus  temas,  y  por  su  ternura.  Añadamos  un  cuarto  rasgo 
femenino,  un  sentido  de  la  forma  que  no  es  externo  o  intelectual,  sino  mu- 
sical e  interno  y  debido  directamente  a  la  emoción. 

En  el  siglo  XIX,  Galicia  ha  probado  la  persistencia  de  todos  estos  ca- 
racteres de  su  poesía  dando  a  las  letras  españolas  una  poetisa  genial :  Ro- 
salía Castro,  cuyos  poemas  son  las  m's  ricos  en  emoción  sincera  y  los  más 
originales  en  forma  y  melodía  que  España  ha  producido  en  los  tiempos 
modernos  hasta  el  advenimiento  de  la  escuela  contemporánea  con  Rubén 
Darío.  El  espíritu  gallego  se  halla  hoy  en  día  admirable  si  menos  fiel- 
mente representado  en  las  letras  españolas  por  un  poeta  y  novelista  de  gran 
talento,  imaginación  y  aptitud  artística :  Don  Ramón  María  del  Valle 
Inclán. 

Un  buen  nombre  es  tan  necesario  al  poeta  como  un  buen  marco  a  un 
cuadro .  ¡  Mera  fachada !  Puede  ser .  Pero  no  olvidemos  que  la  fachada  es 
parte,  y  no  la  menos  importante,  del  edificio.  Shakespeare  no  sería  el  mis- 
mo si  se  llamase  Bacon  (i),  argumento  que  debiera  bastar  para  rebatir 
la  herejía  baconiana.  El  nombre  de  Milton  es  una  rotundidad  digna  de  la 
poesía  del  Paraíso  Perdido.  Hay  poetas  que  no  han  tenido  suerte  con  sus 
nombres  —  así  Corneille,  aunque  a  decir  verdad  el  adjetivo  cornélien  no 
deja  de  tener  cierta  grandeza  intrínseca  e  independiente  de  la  obra  que  de- 
signa; otros,  que  corrigieron  en  esto  al  destino  con  seguro  instinto  de 
como  debían  llamarse  —  así,  Arouet  que  admirablemente  se  confirmó 
Voltaire.  Hubo  un  instante  en  que,  a  causa  de  graves  desaveniencias,  lin- 
dantes con  el  divorcio,  entre  el  General  y  Madame  Hugo,  Víctor  Hugo 
estuvo  a  punto  de  llevar  por  nombre  Víctor  Trébuchet,  hecho  que  habría 
influido  de  seguro  en  su  poesía.  Pero  en  general  los  poetas  franceses  reci- 
ben de  la  naturaleza  nombres  de  feliz  propiedad.  Los  de  Villon.  M?rot, 
Baudelaire,  Leconte  de  Lisie,  son  verdaderos  retratos  de  los  poetas  que 
los  llevaron.  Y  no  se  eche  de  lado  como  frivola  esta  disquisición.  Por  ab- 
surdo que  parezca,  no  cabe  duda  de  que  Nietzsche,  apóstol  del  vigor  v  de 
la  acción,  tiene  en  el  vulgo  seudo-leído  fama  de  lo  contrarío  a  causa  de 
las  asociaciones  subconscientes  que  se  forman  entre  su  nombre  y  conceptos 

(i)     Que  quiere   decir  tocino. 


260  NOSOTROS 

negativos  o  que  pasan  por  tales,  como  nirvana,  nihilismo,  nilchevo.  En 
nuestros  días,  Stravinsky  lucha  no  sólo  contra  arraigados  hábitos  auditi- 
vos sino  también  contra  la  idea  de  extravagancia  que  sugiere  su  propio 
nombre.  Y  en  la  ascensión  de  Goethe  al  pináculo  de  la  gloria  europea  no 
cabe  negar  que  actuó  sobre  su  alma  como  sobre  el  sentir  público  la  suges- 
tión de  un  nombre  tan  majestuoso,  en  alemán  semidivino.    (Gott:   Dios). 

Don  Ramón  María  del  Valle  Inclán  es  un  poeta  de  excelente  oído 
para  los  sones  y  ritmos  del  lenguaje.  Propio  es  pues  que  su  nombre  cante 
naturalmente  un  endecasílabo  heroico  si  bien  de  moderno  andar.  Es  un 
verso  tan  perfecto  y  de  cualidades  tan  equilibradas  que  el  arte  no  podría 
ii  más  allá.  La  naturaleza,  en  este  caso  representada  por  sus  padrinos,  re- 
veló tan  sutil  sentido  de  la  prosodia  castellana  como  el  propio  Valle  Inclán, 
al  insertar  ese  admirable  María,  cuya  grácil  y  femenina  cadencia  alarga 
el  verso  hasta  el  número  heroico  suavizando  a  la  vez  la  acusada  sucesión 
de  acentos  masculinos  que  contiene.  Rubén  Darío,  que  sabía  de  estas  co- 
sas, sintió  de  tal  modo  la  fascinación  de  este  verso  patronímico  que  hizo  de 
él  el  refrán  de  su  famosa  balada  en  honor  del  poeta  cuyo  nombre  canta. 
Pero,  aparte  su  cualidad  musical,  este  nombre  es  representativo  de  nuestro 
poeta  por  otros  rasgos  no  menos  típicos  —  así,  el  sentido  de  la  forma  que 
revela,  forma  bien  dibujada  y  neta,  si  bien  quizá  demasiado  exclusiva- 
mente auditiva ;  así,  su  caballeresca  sonoridad,  que  sugiere  el  elemento  no- 
biliario, más  que  aristocrático,  del  arte  de  Valle  Inclán, ;  así  el  simbólico 
María,  que  recuerda  la  importancia  que  la  mujer  ocupa  en  la  obra  del  poe- 
ta ;  así  la  osadía  de  un  nombre  tan  altisonante  frente  a  la  ramplona  sen- 
cillez del  mundo  moderno,  que  indica  que  don  Ramón  María  del  Valle  In- 
clán no  teme  pasar  por  singular  y  demodado,  ni  aun  por  sospechoso  de 
complacerse  en   "épater  le  bourgeois". 

Don  Ramón  María  del  Valle  Inclán  es  entre  los  poetas  españoles  qui- 
zá el  más  rico  en  sentido  musical  y  en  forma.  El  encanto  especial  de  su 
poesía  se  debe  en  buena  parte  al  juego  de  acuerdo  y  oposición  entre  dos 
tendencias  ya  observadas  en  la  poesía  gallega  antigua  y  que  se  dan  en  él 
—  una  vena  popular,  rica  en  emoción  y  ritmo,  y  una  afición  consciente 
por  los  refinamientos  formales  del  genio  exquisito  de  Francia.  Nuestro 
poeta  no  ignora  la  existencia  de  esta  doble  corriente  en  su  obra,  como  lo 
prueba  el  siguiente  dístico,  por  él  aplicado  a  su  deliciosa  Marquesa  Rosa- 
linda, pero  que  puede  generalizarse  a  toda  su  poesía: 

Olor   de   rosa  y   de   manzana 
Tendrán   mis  versos  a  la   vez. 

El  fresco  y  campesino  de  la  manzana  es  el  que  predomina  en  sus  Aro- 
mas de  Leyenda  (1906).  Este  libro  de  versos  canta  a  Galicia,  una  Galicia 
quizá  algo  demodada  y  embellecida,  con  sus  calladas  colinas,  sus  errantes 
ganados  y  pastores,  sus  ermitaños  y  peregrinos,  su  atmósfera  gris  que  cu- 
bre con  su  manto  protector  leyendas  siempre  vivas  y  nunca  muertas  creen- 
cias. En  este  humor,  que  es  en  él  el  más  genuinamente  poético,  Valle 
Inclán  busca  inspiración  en  el  pueblo.  Cada  uno  de  los  poemas  de  este 
libro  surge  de  la  contemplación  de  ima  copla  popular  gallega  que  va  in- 
serta al  final.  Admirable  ejemplo  de  este  estado  de  espíritu,  lleno  de  sabi- 
duría y  de  experiencia  y  de  emoción  contenida,  que  nuestro  poeta  ha  sa- 
bido sentir  en  el  pueblo,  es  la  siguiente  joya  popular,  tema  de  una  de  sus 
poesías : 

Fuxe,   meu   menino, 
Que   vou    a    chorar. 
Séntate    n'a    porta 
A   ver    choviscar. 

Junto  con  esta  emoción  humana  que  encuentra  en  la  tierra  de  su  país 
natal,  A^'alle  Inclán  revela  en  estos  poemas  su  delicada  sensibilidad  para  la 
percepción  de  los  aspectos  más   fugaces  de  la  naturaleza  y  una  facultad 


LAS  REVISTAS  261 

excepcional  paar  expresarlos  sin  esfuerzo  aparente,  como  si  el  procedi- 
miento fuese  de  lo  más  sencillo.  Y  en  efecto,  lo  es,  puesto  que  consiste 
en  dar  a  cada  palabra  su  pleno  valor  poético : 

Húmeda   de   la   aurora,   despierta   la   campana... 

sólo  que  este  sencillo  procedimiento  no  puede  aplicarse  más  que  por  aque- 
llos a  quienes  han  revelado  las  cosas  mismas  que  las  palabras  representan 
todo  el  valor  poético  que  poseen.  Y  en  esta  cualidad  precisamente  es  en  la 
que  nuestro  poeta  gallego  aventaja  a  todos  los  que  han  cantado  en  caste- 
llano desde  Garcilaso.  En  él  el  Genio  del  Agua,  que  reina  en  su  tierra 
natal,  ha  suavizado,  sin  domeñarle  del  todo,  al  Genio  del  Fuego  que  con  el 
Genio  del  Aire  es  el  inspirador  de  la  verdadera  poesía  casieiiana,  y  así 
Valle  Inclán  es  el  poeta  español  que  mejor  sabe  expresar  la  naturaleza 
con  esa  manera  casi  acariciadora  quedes  el  mayor  encanto  de  Garcilaso. 

También  recuerda  Valle  Inclán  a  Garcilaso  en  su  aptitud  para  asimi- 
larse el  refinamiento  extranjero.  En  nuestros  días,  no  es  ya  iialia  sino 
Francia  quien  dirige  la  evolución  de  las  formas  poéticas.  Valle  Inclán  co- 
noce todos  los  secretos  profesionales  de  Gauticr  y  de  Banville,  de  Baude- 
laire  y  de  Verlaine,  de  Regnier  y  de  Viellé-Griffin.  Y  sin  embargo,  es 
dudoso  que  los  haya  estudiado.  Las  gracias  del  arte  francés  parecen  flo- 
recer espontáneamente  en  este  poeta  dotado  por  su  raza  de  la  dosis  justa 
de  sensibilidad  para  emocionar  a  su  musa  sin  hacerle  perder  el  equilibrado 
ritmo  de  su  andar.  Esta  medida  en  la  emoción,  que  nos  recuerda  que 
Galia  y  Galicia  tienen  la  misma  raíz,  hace  de  nuestro  poeta,  español  por 
temperamento  y  visión,  un  francés  en  cuanto  al  gusto  y  la  forma.  Su  emo- 
ción, aun  cuando  real,  se  deja  dominar  fácilmente  y,  por  decirlo  así,  re- 
flejar hacia  el  mundo  externo  de  donde  procede.  El  poeta  sabe  escoger 
la  distancia  exacta  para  que  su  impresión  tome  forma  y  se  haga  arte. 
Valle  Inclán  es  en  suma,  rara  avis  de  las  letras  españolas,  tm  artista. 

La  obra  maestra  de  su  arte  cortesano  y  "francés"  es  su  Marquesa 
Rosalinda.  Esta  comedia  poética  es  una  joya  única  en  la  ppesia  castella- 
na, y  prueba  de  modo  brillante  que  el  lenguaje  varonil  que  sólo  parece 
apto  para  el  épico  romance,  el  intenso  lirismo  de  los  místicos,  la  grandi- 
locuencia de  la  oda  convencional  y  el  metálico  trompeteo  de  los  cantos  de 
guerra,  puede  hacerse  tan  grácil  y  esbelto  como  una  marquesa  versallesca, 
tan  sutil  como  un  abate  del  diez  y  ocho,  tan  nonchalant  como  un  deca- 
dente verlainiano,  tan  exquisitamente  humorisia  como  una  ópera  de  iviozart. 
La  intriga  se  halla  concebida  y  desarrollada  en  ese  humor,  medio  broma 
medio  serio,  que  es  el  verdadero  humor  de  la  comedia,  tan  fácil  en  sí  y  sin 
embargo  tan  difícil  de  alcanzar.  Es  el  tono  de  aquella  frase  exquisita  que 
la  Marquesa  Rosalinda  exhala  dejándose  caer  sobre  un  banco  en  un  seto 
de  su  jardín: 

Para   llorar    penas,    ¡qué   lindo    retiro! 
¡Lo    menos    tres    ecos    tiene    aquí    un    suspiro  1 

Este  tono  de  chanza,  casi,  pero  no  del  todo  frivolo,  delicadamente  in- 
telectual, pero  no  sin  sentimiento,  es  más  complejo,  rnás  preciosista  de  lo 
corriente  en  la  literatura  española.  Tanto  su  seriedad  innata  como  cierta 
estolidez  que  le  es  peculiar  suelen  impedir  en  el  genio  español  la  eclosión 
de  estas  finas  flores  que  Valle  Inclán  llama  "rosas  de  Galia". 

A  decir  verdad,  la  inspiración  francesa  de  La  Marquesa  Rosalinda  se 
manifiesta  en  más  de  un  aspecto.  Nótanse  de  cuando  en  vez  toques  que  re- 
cuerdan a  Rostand.  Así,  los  espadachines  parecen  reminiscencia  de  aquel 
delicioso  Straforel  de  Les  Romanesques  cuya  cuenta  por  una  derrota  simu- 
lada por  contrata  reza  en  un  solo  verso : 

Habit    froissé:    vingt   francs;    amour    prope:    quarente. 


262  NOSOTROS 

Pero  esta  influencia  de  Rostaiid  no  pasa  de  ser  mero  estimulo  a  la 
tendencia  humorística  de  nuestro  poeta,  cuyo  temperamento  es  demasiado 
español  para  permitir  que  su  poesía  degenere  en  un  tejido  de  retruécanos 
rimados.  El  elemento  pupular,  nunca  ausente  en  V'alie  Inclan,  aunque  a  ve- 
ces pase  a  segundo  piano,  da  cuerpo  y  consistencia  a  sus  obras  en  aparien- 
cia más  artificiales.  Y  asi  se  noia  en  esta  comedia  cierta  esencia  española 
que  las  gracias  francesas^  dejan  intacta  y  aun  realzan  por  contraste  en  lo 
que  tiene  de  antagonista  al  genio  francés.  En  ciertos  elementos  fundamen- 
taics  de  la  obra  —  el  carácter  de  la  marquesa,  por  ejemplo,  —  así  como 
en  algunos  detalles  del  diálogo  —  como  las  punas  al  complacíence  mar- 
qués —  la  obra  es  casi  agresivamente  española.  En  cuanto  a  gracia  rítmi- 
ca, La  Marquesa  Rosalinda  no  tiene  rival  en  castellano.  I\o  hay  en  ella 
escena  que  no  esté  cantada  en  su  melodía  propia,  verso  que  no  esté  entona- 
do, palabra  que  no  case  sentido  y  son  con  la  más  feliz  armonía.  Valga 
como  ejemplo  una  cuarteta  del  prólogo  —  todas  son  perfectas  —  que 
canta  y  baila  lo  que  dice  con  encantadora  espontaneidad : 

Como   en    la   gaita   del   galaico 
Pastor  de   la   orilla   del   Miño, 
Salta  la  gracia  del  trocaico 
Vil  so,    ligero    como    un    niño. 

Y  sin  embargo,  todo  no  es  gallego  —  ya  de  corte,  ya  de  aldea  —  en 
don  Ramón  María  del  Valle  Inclán.  Este  mismo  nombre,  tan  en  tono  ma- 
yor, bastaría  para  recordar  la  vena  heroica  de  la  poesía  que  lo  hace  ilustre. 
El  poeta  que  cantó  una  rapsodia  pastoral  en  su  Aromas  de  Leyenda  y  un 
cuento  ingenioso  y  cortesano  en  su  Marquesa  Rosalinda,  ha  probado  qtie  su 
voz  sabe  elevarse  al  tono  épico  con  un  poema  dramático  de  gran  belleza. 
Voces  de  Gesta  (1912)  es  un  poema  moderno  por  su  forma  y  pulimento, 
por  lo  impecable  de  su  lenguaje  y  estilo,  por  el  juego  deliberado  de  sus  efec- 
tos dramáticos  y  los  hábiles  recursos  de  su  orqtiestación ;  pero  antiguo  por 
su  visión  primitiva  del  alma  humana,  con  sus  virtudes  todavía  virginales  a 
la  luz  matinal  del  ser,  y  sus  pasiones  errabtmdas  y  libres  como  lobos  en  los 
tenebrosos  bosques  de  tierras  inexploradas.  Este  contraste  entre  una  na- 
turaleza humana  primitiva  y  tempestuosa  y  el  arte  refinado  que  la  refleja 
como  un  espejo  límpido  e  impasible,  habría  dado  a  Voces  de  Gesla  la  fría 
perfección  de  una  obra  parnasiana  si,  otra  vez,  el  elemento  popular  no 
le  hubiera  aportado  la  humildad,  el  movimiento  y  el  calor  de  la  vida. 

Ahora  bien,  el  genio  épico-dramático  no  es  típicamente  gallego,  sino 
castellano.  Valle  Inclán  es  pues  un  gallego  asimilado  por  Castilla.  A  la 
poesía  castellana  aporta  el  don  lírico  que  distingue  a  su  país,  pero  el  fuer- 
te poder  dramático  de  Castilla  halla  en  él  pronta  respuesta.  Porque  no  es 
posible  considerar  a  Voces  de  Gesta  como  mera  incursión  en  un  arte  que 
le  es  ajeno.  Antes  por  el  contrario,  lo  dramático  es  elemento  tan  impor- 
tante de  su  arte  que  bien  pudiera  ser  la  mejor  avenida  para  comprender  su 
verdadera  personalidad. 

Los  tres  elementos  de  la  poesía  de  Valle  Inclán,  el  lírico-popular,  el 
lírico-refinado  y  el  épico-dramático,  constituyen  también  sus  novelas.  No 
es  fácil  marcar  la  frontera  entre  ambos  géneros,  tratándose  de  un  artista 
tan  imaginativo  en  lo  poético,  tan  poético  en  la  narración.  Valle  Inclán, 
en  efecto,  rehusa  toda  atención  a  la  vida  rutinaria  que  todos  vivimos  —  o 
al  menos  parecemos  vivir.  De  igual  modo  que  por  las  calles  aburguesadas 
de  nuestras  poblaciones  modernas  pasea  su  altiva  y  anticuada  figura,  la 
manga  vacía  de  su  brazo  manco,  las  largas  barbas  frailunas,  los  anteojos 
de  concha  y  la  fugitiva,  ascética  frente,  así  opone  a  las  muchedumbres  ata- 
readas y  ruidosas,  que  piden  justicia  y  verdad,  un  arte  indiferente  a  los 
ideales  modernos  y  dedicado  por  entero  a  la  glorificación  de  las  pasiones : 


LAS  REVISTAS  263 

Había  sonado  para  mí  la  hora  en  que  se  apagan  los  ardores  de  la 
sangre,  y  en  que  las  pasiones  del  amor,  del  orgullo  y  de  la  cólera,  las 
pasiones  nobles  y  sagradas  que  animaron  a  los  dioses  antiguos,  se  hacen 
esclavas    de    la    razón. 

Así  habla  en  su  invierno  el  héroe  valleinclanesco,  el  Marqués  de 
Bradomín.  Este  melancólico  don  Juan,  como  el  poeta  que  lo  creó,  con- 
templa la  vida  en  actitud  puramente  estética  y  admira  las  pasiones  por 
su  belleza  intrínseca  como  fuerzas  naturales  que  manifiestan  su  prístino 
vigor  en  la  más  noble  de  las  criaturas :  el  hombre.  Así,  pues,  su  punto 
de  vista  no  es  el  del  tratante  de  caballos,  que  naturalmente  los  prefiere 
domados  y  útiles,  sino  el  del  escultor  que  los  goza  más  cuando  indómitos 
y  bellos.  Valle  ínclán,  por  lo  tanto,  se  retrae  instintivamente  de  la  ciu- 
dad, con  su  sistema  de  leyes  que  impone  a  cada  cual  un  mínimo  de 
virtud  y  doblega  las  pasiones  bajo  el  peso  de  las  ordenanzas  munici- 
pales. Su  inspiración  se  enciende  en  aquellos  rincones  de  España  en  que 
todavía  remansa  —  o  remansaba,  pues  lo  que  llaman  la  corriente  4^1 
progreso  todo  lo  invade  —  una  vida  regida  por  las  tradiciones  primi- 
tivas del  señorío:  abajo,  una  humildad  hacia  los  señores  que  va  de  la 
fidelidad  heroica  al  más  abyecto  servilismo;  arriba,  un  hábito  de  mando, 
una  autoridad  fundada  en  el  valor  y  en  las  grandes  tradiciones,  un 
egotismo  que  a  veces  degenera  en  licencia  y  tiranía ;  y  por  sobre  todo, 
las  arraigadas  creencias  de  una  religión  que  nubes  de  superstición  oscu- 
recen pero  que  es  capaz  de  dar  a  la  vida  más  miserable  la  luz  de  un 
sentido   y    el    calor    de   una    esperanza. 

Este  mundo  primitivo  en  el  que  las  pasiones  crecen  más  puras  y 
ricas  que  en  nuestras  civilizaciones  urbanas  es  el  que  Valle  Inclan  des- 
cribe en  sus  novelas.  Cada  uno  de  los  tres  elementos  de  su  arte  pre- 
domina en  cada  uno  de  los  tres  grupos  que  con  sus  novelas  pueden 
formarse.  El  primero,  cuyo  modelo  es  Flor  de  Santidad,  está  inspirado 
en  el  lirismo  campesino  y  religioso  de  Aromas  de  Leyenda.  El  se- 
gundo, representado  por  las  Sonatas,  es  el  paralelo  en  prosa  de  la  poe- 
sía cortesana  y  fina  de  La  Marquesa  Rosalinda.  La  vena  épico-dramá- 
tica de  Voces  de  Gesta  aparece  más  vigorosa  que  nunca  en  sus  dos  co- 
medias bárbaras.  Águila  de  Blasón  yRomance  de  Lobos. 

flor  de  Santidad  en  un  cuadro  de  vida  campesina  gallega,  de  tono 
eminentemente  poético.  Las  pasiones  que  en  él  aparecen  son  las  que 
animan  al  hombre  primitivo :  avaricia  y  caridad ;  bondad  y  venganza ; 
abnegación  y  concupiscencia  —  moviéndose  en  un  ambiente  de  sombras 
bajo  nubes  de  superstición.  La  figura  central  es  una  pastora  huérfana 
que  se  entrega  a  un  peregrino  creyéndole  encarnación  de  Jesucristo.  Es 
un  relato  rico  en  esa  emoción  musical  que  es  el  secreto  de  nuestro  poeta 
novelista;  tan  sencillo  y  humilde  en  su  asunto  como  un  cuento  de  aldea, 
pero  escrito  en  diapasón  algo  más  alto  que  el  de  la  mera  narración, 
Obsérvanse  en  esta  obra  los  rasgos  típicos  del  genio  gallego  —  el  sen- 
tido musical,  el  predominio  de  lo  femenino  y  esa  atmósfera  especial  de 
comunidad  en  mansión,  cocina  y  camino  que  hace  a  Galicia  tan  social  y 
rumorosa.  Pero  esa  obra  que  deja  una  impresión  desagradable;  algo 
así  como  resentimiento  contra  el  autor  por  la  actitud  equívoca  con  la 
que  nos  hace  exhibición  de  las  pobres  gentes  que  describe :  ni  fuera  de 
ellas,  como  artista  objetivo  que  ve  sin  participar,  ni  dentro  de  ellas 
como  creyente  en  sus  modos  de  pensar  y  sentir.  Valle  ínclán  nos  habla 
en  esta  novela  con  voz  que  suena  a  insinceridad. 

Análoga  impresión  tras  las  cuatro  exquisitas  sonatas.  En  ellas,  el 
sentido  musical  y  formal  triunfa  hasta  el  punto  de  dictar  a  la  obra 
su  plan  y  su  título.  Son  cuatro  sonatas,  una  para  cada  estación,  y  co- 
rrespondientes a  cuatro  momentos  de  la  vida  de  Xavier  de  Bradomín,  es- 
pecie de  Don  Juan  decadente  y  melancólico  que  escribe  sus  memorias 
en   la  ancianidad   para   que   el   mundo   sepa  de   sus   triunfos   antes   de  que 


264  NOSOTROS 

llegue  la  hora  del  arrepentimiento.  El  tipo  de  Don  Juan  ejerce  sobre 
Valle  Inclán  curiosa  fascinación,  hasta  el  punto  de  que  es  quizá  el  único 
masculino  que  haya  desarrollado  plenamente  en  su  obra.  La  explica- 
ción es  sencilla  y  la  hallamos  en  un  rasgo  ya  citado  de  la  poesía  gallega 
—  a  saber,  la  atención  preeminente  que  concede  a  la  mujer.  Don  Juan 
es  el  tipo  masculino  mas  en  armonía  con  esia  actitud  gallega,  puesto 
que  vive  obseso  por  la  mujer.  Y  aun  hay  inás.  Don  Juan  presenta 
la  tendencia  central  del  ser  femenino,  la  que  hace  del  amor,  no  un 
mero  episodio  de  la  vida,  como  en  el  hombre,  sino  el  eje  mismo  de  la 
existencia.  Don  Juan  es  pues  en  cierto  modo  un  ser  esencialmente 
femenino  y  el  Don  Juan  de  las  sonatas  lo  es  en  grado  especial.  Lo 
cual,  claro  está,  no  quiere  decir  que  sea  afeminado.  Colócalo  el  autor 
en  cierta  zona  de  añeja  aristocracia  española  que  en  la  stgunda  mitad 
del  siglo  diez  y  nueve  se  dejaba  deslizar  lentamente  por  la  pendiente  de 
la  decadencia  en  sus  agrestes  mansiones,  con  una  tranquilidad  apenas 
turbada  de  cuando  en  vez  por  aventuras  sin  gran  empeño  en  pro  de  la 
causa  carlista.  Con  su  infalible  instinto  verbal,  nuestro  poeta  novelista 
rehuye  para  su  Don  Juan  el  nombre  consagrado.  Xavier  de  Bradomín 
es  admirable:  un  nombre  que  delicadamenle  sugiere  un  catolicismo  in- 
telectual, decadente  y  estético;  un  apellido  gallego  en  su  cadencia  pero 
que  es  como  un  eco  lejano  del  nomlire  del  galante  Brantóme.  En  cuanto 
al  retrato  de  su  héroe,  tres  palabras  le  bastan :  "Era  feo,  católico  y 
sentimental". 

Muy  sentimental.  Lo  que  significa  que,  más  que  sentir,  habla  de 
sentimiento.  Pero  concedamos  que  habla  admirablemente,  contando  como 
cuenta  con  todos  los  recursos  del  arte  de  su  creador.  Estas  cuatro  so- 
natas son  impecables  ejercicios  de  estilo  —  y  no  de  ese  estilo  bruñido 
e  implacablemente  exacto  de  Flaubert  al  que  tantas  jaquecas  d<  origen 
puramente  estético  se  deben,  sino  de  esa  forma  de  perfecta  soltura  que 
fluye  en  ritmo  con  la  emoción  y  fielmente  la  refleja.  Son  cuatro  can- 
ciones de  amor.  Pero  no  es  Xavier,  el  bien  amado,  quien  les  da  su  ri- 
queza emotiva,  sino  las  mujeres  que  fascinara  en  su  vida  aventurera. 
Todas  ellas  aparecen  admirables  si  ligera  y  delicadamente  delineadas  por 
un  observador  que  pudo  adentrarse  hasta  los  más  íntimos  retiros  de  sus 
corazones  permaneciendo  bastante  frío  para  anotar  en  ellas  los  movi- 
mientos del  amor.  En  las  Sonatas,  todas  las  mujeres  están  en  serio. 
Sólo  el  amado  no  lo  está.  Xavier  no  sale  de  ese  humor  semiserio, 
semifrívolo  que  inspiró  La  Marquesa  Rosalinda,  sólo  que  aquí  lo  frivolo 
se  oculta  más  en  lo  hondo,  bajo  una  aguamuerta  de  sentimiento,  y  pierde 
por  tanto  en  gracia  y  atractivo  por  faltarle  el  aire  libre  de  la  since- 
ridad. Hay  en  el  carácter  de  Xavier  una  subcorriente  de  escepticismo 
que  da  a  sus  melancólicas  melodías  un  tono  falso  y  engañador.  Un 
franco  cinismo  nos  parecería  más  honorable  y  ameno  que  todo  este 
canf  sentimental.  Porque  este  Don  Juan  que  va  por  el  mundo  fascinando 
mujeres  no  es  sólo  incapaz  de  corresponder  a  su  amor  con  amor,  por 
efímero  que  sea,  sino  que  vive  lo  bastante  bajo  para  no  saber  respetar 
las  almas  que  se  abren  a  él.  Miente  a  sus  amantes  en  cuanto  a  los 
hechos  —  pero  esto  puede  perdonársele,  puesto  que  tal  mentir  es  indis- 
pensable a  todo  Don  Juan,  —  y  he  aquí  confirmado  el  carácter  femenino 
del  tipo.  Pero,  lo  que  es  más  grave,  miente  a  sus  amantes  en  espíritu. 
Juega  con  ellas  de  manera  siempre  desagradable  y  a  veces  repulsiva. 
Este  rasgo  se  va  acentuando  en  la  impresión  del  lector  hasta  dar  al 
traste  con  la  nobleza  inplícita  del  personaje.  No  le  faltan  a  Bradomín 
las  cualidades  varoniles  y  animales  de  la  nobleza :  valor,  orguollo  } 
cierta  autoridad  natural.  Pero  su  generosidad  no  pasa  de  ser  externa 
y  ostentosa ;  su  lealtad  hacia  el  rey  mero  capricho  de  dilettanle;  su 
sensibilidad,  nunca  más  que  curiosidad  estimulada  por  el  deseo  carnal ; 
de  la  religión,  sólo  conoce  el  lado  pintoresco;  y  así,  el  personaje  que  el 
autor  quiso  hacer  noble,  carece  de  la  nobleza  del  corazón. 


LAS  REVISTAS  265 

Más  rudo  y  tosco,  pero  más  grande,  es  el  tipo  de  noble  español 
que  Valle  Inclán  ha  creado  en  su  don  Juan  Manuel  Montenegro,  el  hé- 
roe de  sus  dos  "Comedias  Bárbaras".  Hállanse  escritas  estas  dos  nove- 
las dramáticas  en  esa  forma  dialogada  a  que  tienden  los  novelistas  es- 
pañoles desde  el  autor  de  La  Celestina  hasta  Galdós.  La  primera  de 
ellas,  Águila  de  Blasón,  puede  considerarse  como  el  esbozo  de  lo  que 
el  autor  lleva  a  cabo  en  la  segunda.  Esta,  Romance  de  Lobos,  es  una 
obra  maestra  de  vigor  dramático,  con  toda  la  calidad  violenta  de  una 
aguafuerte  de  Goya.  Don  Juan  Manuel  es  una  espléndida  bestia  huma- 
na, especie  de  Centauro  de  las  pasiones  —  las  nobles  como  las  bajas  — , 
tirano  amado  y  temido  de  toda  la  aldeanía,  que  deja  poco  a  poco  des- 
leírse su  fortuna  en  dones  a  padres  y  maridos  avaros  y  complacientes. 
La  fuerza  bárbara  del  drama  surge  de  la  oposición  entre  la  imperiosa 
voluntad  de  don  Juan  Manuel  y  la  conducta  brutal  de  sus  cinco  hijos, 
herederos  de  sus  indómitas  pasiones  pero  no  de  su  tradicional  nobleza. 
El  hecho  central  es  la  muerte  de  Dama  Maria,  la  paciente  esposa  de 
don  Juan  Manuel,  la  madre  desolada  de  los  cinco  lobeznos.  La  visión 
que  alcanza  a  don  Juan  Manuel  en  la  noche  cuando,  borracho,  vuelve 
de  la  feria,- y  le  derriba  del  caballo;  la  travesía  nocturna  a  que,  sin 
arredrarse  por  la  tormenta,  obliga  a  los  marineros  con  sus  insultantes 
sarcasmos ;  su  encuentro  en  la  cueva  donde,  náufrago,  se  refugia,  con 
un  grupo  de  vagabundos  y  mendigos  a  quienes  guía  a  su  casa  para  dis- 
tribuirles limosnas  en  descargo  de  sus  pecados ;  el  saqueo  de  la  mansión 
por  los  cinco  desalmados  bandidos,  mientras  su  madre  yace  sobre  el 
lecho  de  muerte ;  el  combate  entre  don  Juan  Manuel  y  su  hijo  mayor, 
cortado  por  un  gigantesco  lazarado,  cuya  impávida  y  religiosa  majestad 
obliga  al  mal  hijo  a  detener  su  brazo  alzado;  la  desesperación  de  don 
Juan  Manuel  a  la  vista  de  su  mujer  muerta;  su  confesión  pública;  y 
aquella  admirable  escena  final,  cuando  el  anciano  señor,  a  la  cabeza  de 
sus  mendigos,  llama  a  las  puertas  del  palacio,  ya  en  poder  de  los  cinco; 
la  puerta  que  se  abre ;  don  Juan  Manuel  que  se  adelanta ;  los  mendigos  que 
vacilan,  luego,  con  el  lazarado  a  la  cabeza,  le  siguen;  y  la  lucha:  el  mal 
hijo  que  golpea  a  un  mendigo;  don  Juan  Manuel  que  lo  abofetea;  el 
mal  hifo  que  hunde  el  puño  en  el  rostro  venerable  de  su  padre;  y  el 
lazarado  que  avanza  y  hace  morder  el  polvo  al  desalmado  truhán  entre 
los  clamores  de  la  turba  de  pordioseros . . .  todas  estas  escenas  viven  con 
tan  generosa  inspiración  que  el  mismo  lenguaje  canta  como  harpa  a! 
viento  de  la  tempestad,  y  que,  sin  esfuerzo  alguno,  el  tono  dramático 
se  hace   lírico. 

La  escena  final  sobre  todo,  da  al  drama  una  gravedad  que  lo  eleva 
por  encima  de  lo  meramente  pintoresco.  Porque,  en  general,  la  figura 
de  don  Juan  Manuel  como  la  de  sus  cinco  hijos,  padece  los  defectos 
de  sus  cualidades.  Es  demasiado  elemental  en  su  romántico  desenfreno. 
Le  falta  sutileza.  Esta  falta  de  sutileza  es  precisamente  la  causa  de 
que  Águila  de  Blasón,  pese  a  su  indudable  vigor  y  a  la  excelencia  dra- 
mática de  su  intriga,  resulte  obra  poco  satisfactoria.  Romance  de  Lnbns 
se  salva  por  el  elemento  popular,  que  tantas  veces  acude  al  socorro  de 
nuestro  poeta  cuando  su  fantasía  amenaza  arrebatarle  el  sentido  común ; 
y  también  porque  en  esta,  obra  la  religión,  que  en  Valle  Incl-'m  suele  no  ser 
sino  pretexto  para  descripciones  y  condimentación  psicológica  para  pa- 
ladares estragados,  se  eleva  a  la  seriedad  y  al  propósito,  de  m.odo  que 
don  Juan  Manuel  es  al  fin  sincero,  y  es  al  fin  hombre. 

Y  sin  embargo,  aun  en  Romance  de  Lobos,  no  deja  de  sonar  de 
cuándo  en  vez  la  nota  discordante  de  la  insinceridad.  Es  ya  una  metá- 
fora rebuscada,  ya  una  frase  ampulosa,  ya  un  sentimiento  forzado,  que 
aparecen  en  cuanto  amaina  la  furia  de  la  acción,  y  el  autor  puede  oírse 


266  NOSOTROS 

a  sí  mismo  y  tiene  tiempo  para  pensar  en  lo  que  hace.  De  modo  que, 
aun  en  esta  su  obra  maestra,  Valle  Inclán  no  nos  permite  olvidar  que 
el  meíal  de  su  arte  no  es  tan  puro  como  por  su  esplendor  podríamos 
imaginar. 

¿  A  qué  se  debe,  pues,  que  este  arte,  vigoroso  y  exquisito  como  es, 
nos  resulLe  insuficiente?  ¿Cómo  es  que  no  vive  en  nosotros,  como  Ham- 
let  o  Dün  Quijote,  sino  que  permanece  exterior,  sobre  la  chimenea  o 
solire  la  mesa,  como  una  tabaquera  cincelada?  Ya  hemos  apuntado  que 
alcanza  rara  vez  a  la  seriedad.  En  un  caso  —  La  Marquesa  Rosalinda 
■ —  la  magia  primorosa  del  arte  troca  esta  falta  de  seriedad  en  pura 
delicia.  Mas  La  Marquesa  Rosalinda  es  una  comedia  y  la  seriedad  de 
cierto  tipo  de  comedia  consiste  precisamente  en  no  ser  seria.  En  otro 
caso  —  Romance  de  Lobos  —  este  arte  se  eleva  a  un  alto  nivel  lírico- 
dramático  y  crea  en  particular  una  escena  que  merece  la  posteridad. 
Pero  en  general,  aun  reconociendo  que  el  artista  canta  bien  y  pinta 
admirablemente,  nos  queda  la  impresión  de  que  el  arte  de  Valle  Inclán 
suena   a   hueco.    ¿Por   qué? 

Siempre  que  la  labor  de  un  artista  parece  adolecer  de  un  defecto 
dominante,  conviene  buscar  las  raíces  de  este  defecto  en  la  misma  re- 
gión en  que  se  ocultan  las  raíces  de  su  principal  virtud.  Ahora  bien, 
la  principal  virtud  literaria  de  Valle  Inclán,  la  cualidad  a  la  que  debe 
su  obra  la  excelencia  de  su  forma  y  su  musicalidad  emotiva,  es  la  pu- 
reza de  su  actitud  estética.  Valle  ínclán  presenta  su  alma  a  la  natu- 
raleza como  un  espejo  de  limpidez  no  empañada  por  preocupación  al- 
guna, moral  o  filosófica.  Ve,  siente  y  refleja  en  pura  paz.  No  otra 
cosa  cabe  exigir  del  artista.  Debe  —  o  mejor,  sólo  puede  —  concebirse 
la  obra  de  arte  en  una  actitud  estética  pura,  que  no  turben  ni  el  deseo 
de  enseñar  ni  el  de  aprender.  Pero  si  la  actitud  del  artista  ha  de  per- 
manecer libre  de  toda  influencia  ética  o  filosófica,  no  así  el  artista  mismo. 
He  aquí  la  misma  médula  de  la  manoseada  cuestión  del  "arte  por  el 
arte".  Sí.  Desde  luego.  El  arte  por  el  arte.  Pero  a  condición  de  que 
el  artista  tenga  una  mente  pensante  y  una  conciencia  responsable.  Sea 
su  actitud,  al  crear,  puramente  estética,  mas  no  el  alma  que  tal  actitud 
adi^pta.  La  ética  y  Ta  filosofía  no  son  ciertamente  la  música  del  arte, 
pero  sí  la  caja  sonora  que  le  da  su  profundidad  y  armonía.  Mire  el 
artista  a  la  vida  con  ojos  puramente  estéticos,  pero  como  su  mente  no 
respire  las  cumbres  del  pensamiento  y  su  alma  no  sea  fi«l  a  su  divino 
origen,  su  arte  no  se  elevará  nunca  por  encima  del  arte  del  bordador  — 
y  nunca   crecerá. 

He  aquí,  en  mi  opinión,  el  flaco  del  arte  de  Valle  Inclán.  La  pu- 
reza de  su  actitud  estética  no  se  debe  sólo  a  la  tendencia  natural  de 
un  artista  creador,  sino  también  a  cierta  indiferencia  intrínseca  hacia 
los  grandes  problemas  filosóficos  y  morales.  Meramente  estética,  su 
emoción  no  evoca  resonancia  alguna  en  las  cámaras  de  su  alnia.  El 
vacío  en  el  que  vibran  las  cuerdas  de  su  sensibilidad  refleja  su  inanidad 
sobre  la  nota  oue  rinden.  La  misma  emoción,  falta  de  resonancias 
mentales  y  morales,  pierde  cuerpo  y  realidad.  De  aquí  la  nota  insincera 
que  se  observa  en  su  obra.  Aparece  al  desnudo  la  preocupación  literaria 
y  se  percibe  el  olor  del  taller.  De  cuando  en  cuando,  expresiones  li- 
brescas, tales  como  "piedras  célticas"  o  la  palabra  "clásico"  en  la  frase 
siguiente,  de  Romance  de  Lobos,  aplicada  a  la  tez  de  una  vieia:  "'...con 
ese  color  oscuro  y  cl'^sico  que  tienen  las  nueces  de  los  nogales  centena- 
rios..."' Así  se  explica  la  indiferencia  con  la  que  Valle  Inclán  maneja 
las  pasiones  más  sagradas  del  hombre  sin  que  le  quede  en  las  manos  el 
menor    temblor   —   circunstancia   que    le    lleva    a    cometer    curiosas    faltas 


LAS  REVISTAS  287 

de  gusto  (i)  ;  así  también,  el  prurito  de  buscar  lo  meramente  extraño 
y  pintoresco,  lo  horrible  y  lo  mórbido  —  manifestaciones  todas  de  una 
sensibilidad  estética  muy  desarrollada  pero  sin  guía  filosófica  ni  lastre 
moral. 

Y  no  se  entienda  que  Valle  Inclán  carece  de  vigor  y  curiosidad 
mentales.  Lejos  de  ello.  Abundan  en  sus  libros  los  más  ingeniosos  sím- 
bolos, ideas  e  imágenes,  que  revelan  un  intelecto  penetrante.  No  adolece 
su  obra  de  falta  de  ideas  ni  se  pretende  aquí  tampoco  que  padezca  por 
estar  inspirada  en  una  filosofía  amoral.  Esta  filosofía,  la  que  sostiene 
la  libertad  de  las  pasiones  en  frente  de  la  disciplina  y  la  represión,  es 
perfectamente  defendible  y  el  haberla  escogido  deliberadamente  por  suya 
implica  en  Valle  Inclán  discernimiento  y  capacidad  ideológica  que  nadie 
piensa  en  negarle.  Falla  Valle  Inclán,  no  en  carecer  de  filosofía,  ni 
en  tenerla  mala,  sino  en  que,  una  vez  adoptada,  no  consigue  convencernos 
de  que  cree  en  su  verdad  intrínseca.  Antes  al  contrario,  nos  deja  con 
la  impresión  de  que  ha  elegido  esta  ideología  porque  le  convenía  más  que 
otra  alguna  para  sus  fines  estéticos  —  .es  decir,  al  fin  y  al  cabo,  arbi- 
trariamente. Y  esta  impresión  misma  basta  para  minar  la  vitalidad  de 
su   misma   emoción   estética. 

La  frivolidad  es  pues  la  avispa  estéril  que  devora  el  corazón  de  la 
bella  "rosa  de  Galia",  plantada  en  tierra  gallega  por  don  Ramón  María 
del  Valle  Inclán.  Y  este  es  el  secreto  que  exi^Hca  por  qué  la  rosa  no 
crece,  antes  bien,  cada  vez  más  pálida,  deja  de  cuando  en  cuando  caer 
tm  pétalo,  siempre  exquisito,  siempre  perfumado,  siempre  delicado  y  fino, 
y  siempre  el  mismo. 


Alfonso  Reyes. 

jp   N  Cuba  Contemporánea  (febrero  1922)   se  ha  publicado  este  estudio 
*•-    sobre  la  obra  de  Alfonso  Reyes.    Lo  firma  Manuel  F.  Cestero. 

I 

UNA    GRAN    PATRIA 

La  América  Latina  no  cuenta  con  una  patria  mejor,  ni  con  un  cen- 
tro de  mayor  cultura. 

Desgraciadamente  se  ha  querido  juzgar  a  México  a  través  de  la  po- 
lítica de  Don  Porfirio  Díaz,  de  los  acontecimientos  desarrollados  a  raíz 
de  su  caída,  y  de  los  últimos  sucesos  que  dieron  en  tierra  con  aquel  otro 
equivocado  que  tuvo,  en  determinado  momento,  la  visión  de  un  hombre 
justo. 

Periodistas  y  publicistas  de  aquí  y  de  allá  se  han  aprovechado  de  estos 
sucesos  para  formular  torcidas  opiniones  sobre  México.  Y  a  México  no 
se  le  puede  juzgar  en  armonía  con  esos  hechos  y  esos  hombres,  a  menos 
que  se  quiera  ex  profeso  incurrir  en  injusticias. 

Para  juzgarlo  conscientemente  se  requiere  preparación  y  cultura.  Co- 
nocer  la  historia   mexicana,   sus    intelectuales,    sus   museos   y   planteles   de 


(i)  Vot  ejemplo,  el  episodio  con  Isabel  en  la  Sonata  de  Otoño.  Concha,  una 
de  sus  amantes,  ha  llamado  a  su  casa  a  Bradomín,  porque  se  muere.  Tras  breves 
días  de  gozo,  empeora  y  espira  de  madrugada  en  los  brazos  de  él,  en  la  alcoba  de  él. 
Xavier  vaga  por  el  palacio  en  busca  de  Isabel,  su  prima,  a  fin  de  que  le  ayude,  a 
llevar  el  cadáver  a  la  alcoba  de  la  muerta  para  evitar  el  escándalo.  Llama  a  la  puerta 
de  Isabel,  que  duerme.  Entra,  y_  toca  el  brazo  desnudo.  Despierta  ella  y  como,  na- 
turalmente, está  enamorada  de  él,  interpreta  la  situación  a  la  luz  de  sus  propias 
ilusiones.  Xavier  olvida  al  instante  su  amante  muerta  y  saca  todo  el  partido  posible 
de   las   circunstancias. 


2b8  NOSOTROS 

educación,  sus  costumbres  y  lo  que  es  matriz  fecunda  de  acciones  gene- 
rosas :    la   noble   y   virtuosa    familia   mexicana. 

Porque  Aiexico  es,  por  encima  de  todo,  una  gran  patria  donde  se 
fimden  como   en  un  crisol   maravilloso,   ideas  de   progreso   y   civilización. 

No  es  patria  de  charlatanes  la  que  produce  filósofos  tan  intijiigentes 
como  Antonio  Caso  y  José  \  asconcclos,  poetas  tan  altos  como  Diaz 
Alirón,  L'rbina,  González  Martínez,  Tablada,  Alanuel  de  la  Parra,  Rafael 
López  y  María  Enriqueta  (cito  gente  viva)  ;  historiadores  tan  cultos  como 
Carlos  Pereyra;  escritores  cosiumbristas  como  Isidoro  Fabela;  arqui- 
tectos como  Federico  Mistral;  educadores  como  Ezequiel  Chávez;  soció- 
logos como  Emilio  Rabasa ;  humoristas  como  Arturo  Torre ;  latinistas 
como  Aíariano  Silva;  compositur^s  como  Manuel  Ponce;  artistas  como 
Julián  Carrillo ;  novelistas  como  Carlos  González  Peña ;  y  crítico  tan 
sabio  como  Alfonso  Reies,  cuentista  y  poeta,  que  me  ofrece  feliz  ocasió'i 
para  hilvanar  estas  líneas  en  justa  loa  del  México  que  queremos  y  esti- 
mamos, como  a  una  segunda  patria,  todos  los  intelectuales  hispanoame- 
ricanos . 

II 

EX    HOMBRE 

Yo  no  tengo  la  satisfacción  de  conocer  personalmente  a  Alfonso  Re- 
yes. He  leído  algunos  libros  suyos  y  oigo  hablar  de  él  a  Pedro  Henrí- 
quez    Ureña  y   a   muchos    mexicanos   dignos   de   ser    escuchados. 

Pero  si  por  sus  obras  puede  juzgarse  a  un  autor  —  cosa  no  siempre 
fácil—,  Alfonso  Reyes  resulta  un  hombre  de  bien,  un  idealista  "apto  y 
enérgico  en  todo  ejercicio  del  alma".  Ya  lo  dijo  el  Maestro  antillano: 
"bien  vive  quien  bien  piensa  y  dice". 

Es  hombre  de  paciencia,  orfebre  que  talla  con  amor  sus  libros,  los 
pule  y  los  entrega  al  público,  silenciosamente,  con  la  dignidad  con  que 
se  cumple  un  deber. 

Motivos  ajenos  a  su  deseo  lo  alejaron  de  México,  yéndose  a  Madrid 
a  plantar  su  tienda.  Hace  de  esto  algunos  años,  y  desde  entonces  ha 
seguido  con  cívico  interés  el  curso  de  los  acontecimientos  que  llenan  la 
vida  de  México  en  los  dos  últimos  lustros. 

En  Madrid  ha  escrito  sobre  política  mexicana,  sin  incurrir  en  la  vul- 
garidad en  que  incurren  los  escritores  políticos  al  mezclar  con  la  más 
sublime  de  las  ciencias  sociales,  los  errores  y  las  debilidades  de  los 
hombres . 

Cuando  sobre  México  habla  o  escribe,  lo  hace  como  cumple  a  un 
ciudadano,  salvando  siempre  la  lagiuia  de  los  personalismos,  puesta  la  mi- 
rada  en   más   amplios   horizontes . 

En  medio  de  las  penalidades  padecidas,  Alfonso  Reyes  no  ha  lanzado 
jamás  una  queja  contra  nadie.  Mientras  dentro  de  la  patria  y  fuera  de 
ella  sus  compatriotas  libraban  rudas  campañas,  con  la  espada  los  prime- 
ros, con  la  pluma  los  segimdos,  campañas  en  las  cuales  era  siempre  Mé- 
xico el  perdidoso,  Alfonso  Reyes  devanaba  discretamente  la  niadeja  de 
su  saber  para  decir  la  verdad  de  la  hora,  la  verdad  del  trabajo,  de  las 
reformas,  de  la  justicia  social  que  comienza  en  todas  partes  donde  se 
persigue  la  felicidad  de  los  pueblos,  por  darle  a  cada  uno  lo  suyo. 

Sus  trabajos  en  Madrid  bastan  para  consagrarle  hombre  de  saber, 
"pleno  de  la  cultura  española  y  de  una  educación  de  verdadero  aristarco 
literario". 

Ha  trabajado  mucho  y  con  buen  éxito.  Trabajo  asiduo,  sin  vagar 
para  emplearlo  en  otros  menesteres  que  no  sean  los  muy  austeros  que 
aconsejan  seguir  todos  los  buenos  que  en  el  mundo  son. 


LAS  REVISTAS  269 

III 

EL  PORTA 

Cada  uno  de  los  países  de  América  Latina  tiene  su  poesía  propia. 
La    tiene    Chile,    la    Argentina,    Colombia,    Perú,    Venezuela... 

No  hay,  como  se  dice,  una  poesía  hispanoamericana,  sino  tantas  como 
naciones    forman    nuestra    América    ( i ) . 

Si  yo  tuviera  la  cultura  de  Pedro  o  del  mismo  Alfonso,  dedicaría 
tres  o  cuatro  años  de  mi  vida  para  escribir  un  libro  en  el  que  se  demos- 
trara la  diferencia  que  existe  entre  una  y  otra  poesía. 

Servirían  de  base  a  mi  trabajo,  estos  factores:  el  factor  geográfico, 
el   factor  étnico,  el  histórico,  el  religioso... 

La  posición  geográfica  de  Chile,  que  da  la  impresión  de  una  línea 
angosta  que  zigzaguea  a  lo  largo  del  Océano  Pacífico,  tiene,  a  mi  ver, 
capital  importancia  en  la  poesía  chilena. 

La  Pampa  argentina,  que  se  pierde  sin  cuidado  hasta  donde  nuestra 
vista   no  alcanza,   desempeña   papel    principal    en    la   poesía   argentina. 

La  presencia  del  sacerdote  católico  en  Colombia,  su  influencia  en  las 
cuestiones  políticas  y  sociales,   tiene  que  ver  con   la  poesía  colombiana. 

El  genio  "áel  Libertador,  sus  campañas  heroicas,  su  personalidad,  tie- 
nen máxima   importancia   en   la   poesía   venezolana. 

La  civilización  azteca,  la  colonización  española,  los  palacios,  las  igle- 
sias,  las  estatuas,   se  reflejan,   se  acentúan   en   la   poesía   mexicana. 

Libro  interesante  sería  éste  que  la  falta  de  saber  me  impide  escribir; 
libro  que  no  se  ha  escrito,  a  pesar  de  que  hay  entre  nosotros  gente  capaz 
de  realizarlo. 

Yo  pienso :  ¿  Por  qué  no  tiene  Chile,  como  la  Argentina,  un  Alma- 
fuerte,  cuya  poesía  suena  como  un  trueno  que  rueda  por  los  espacios? 
¿  Por  qué  la  poesía  chilena  es  recta,  seca,  sin  que  participe  del  encanto 
de  la  curva?  i  Por  qué  la  poesía  colombiana  es  mística?  ¿Por  qué  la 
venezolana  es  casi  toda  lírica?  ¿Por  qué  la  mexicana  es  simbólico-román- 
tica   con   ventanas   abiertas   al   campo   de   las   especulaciones    filosóficas? 

De  estas  cosas  hablaba  una  mañana  con  el  poeta  mexicano  José  Juan 
Tablada  mientras  comíamos  regocijados  en  un  restaurante  italiano.  El 
poeta  me  escuchaba  sin  agregar  ni  quitar  una  coma  a  mis  observaciones. 


De  todas  estas  poesías  siento  predilección  por  la  mexicana.  La  chi- 
lena no  me  satisface;  la  argentina  suena  a  fanfarria;  la  colombiana,  ¡o 
mismo  que  la  peruana,  huele  a  empolvado  breviario;  la  venezolana  se 
mesa  aún  los  cabellos  como  en  1830  y  da  la  imipresión  del  toque  de  un 
tambor  guerrero.  No  hay  que  citar  en  contra  de  estas  afirmaciones  los 
nombres  de  Gabriela  Mistral,  Leopoldo  Lugones,  Santos  Chocano,  Gui- 
llermo Valencia,  Rufino  Blanco-Fombona,  etc.,  etc.,  que  son  casos  de 
excepción . 

y  me  satisface  la  poesía  mexicana  por  la  dignidad  que  la  reviste, 
por  su  discreción,  por  su  sobriedad,  cualidades  muy  aztecas.  La  coloni- 
zación española  dejó  muchas  cosas  buenas  en  México,  pero  las  virtudes 
capitales   del   mexicano  no   son  de   cuño   ibero,    la  discreción    entre   ellas. 


(i)  Ya  Pedro  Henríquez  Ureña  en  su  notable  conferencia  sobre  Don  Juan 
Ruiz  de  Alarcón,  página  7,  al  referirse  a  la  literatura  hispanoamericana,  dice:  "Pero 
así  como  existen  características  regionales  en  la  literatura  de  las  provincias  de 
España — Andalucía  por  ejemplo,  o  Valencia, — han  de  existir,  y  existen,  las  caracte- 
Tsticas  nacionales  de  la  producción  literaria,  todavia  informe,  en  cada  uno  de  los 
¡países   de  América   española." 


270  NOSOTROS 

Puede  que  el  virreinato  dejara  entre  sus  virtudes  la  cortesía  que  distin- 
gue al  mexicano,  pero  la  sobriedad  que  informa  la  labor  de  sus  intelec- 
tuales no  es  fruto  de  la  colonización.  El  español  no  es  sobrio.  Azorin 
es  una  excepción.  Tampoco  es  digna  la  poesía  castellana,  no  obstante 
Don  Ramón  del  Valle  Inclán.  Tampoco  es  sensible.  El  mismo  gran  poeta 
Juan  Ramón  Jiménez  carece,  en  la  mayoría  de  sus  versos,  de  esa  sensi- 
bilidad que  toca  a  las  puertas   del  alma  y  la  pone  a  vibrar  dulcemente. 

España  ha  dado  muy  pocos  poetas.  Generalmente  se  confunde  allí 
al  vate  con  el  poeta. 

Alfonso  Reyes  es  ejemplo  de  poeta  digno,  discreto  y  sobrio.  Digni- 
dad artística  en   el   sentido   en   que   lo   explicaba   Rubén    Darío. 

Un  soplo  ateniense  mueve  las  alas  de  los  versos  de  Reyes.  Versos 
que  no  fueron  hechos  para  ser  recitados  en  nuestras  veladas  tropicales ; 
ni  para  ser  aprendidos  de  memoria  por  nuestras  niñas  románticas,  ni  para 
ser  impresos  en  nuestras  cursis  revistas  literarias.  Fueron  escritos  para 
ser  leídos  en  los  cenáculos. 

Copio  al  azar  dos  poesías : 

La  Elegía  de  Itaca 

Ni    forma  de  la   vida,   ni   pensamiento   pasa, 
ni   luz,   ni   voz,    ni   tengo    calor   ni   compañía, 
cuando  súbitamente,  rompiendo  el  alma  mía, 
penetran,   como  pájaros,   los  ruidos  de  la  casa. 

1  Claro   rumor   del   agua   bajo   los  platanares, 
y   cantos   de   las  aves   en   el   amanecer! 
Y    ;oh,   visión   de  las   nobles   figuras   familiares, 
que  ya  no  he  de  miraros  donde  estabais  ayer! 

Dispersos  los  hermanos  ¿qué  harás,  antigua  casa, 
adonde    cada    objeto    me    saluda    ya? 
I  Si  hasta  la  misma  tierra,  después  que  el  agua  pasa, 
ansiosa  'me  pregunta  si   ya  no  pasará! 

Camina  con   tu   cruz:    llévate   peregrino, 
lo   poco  que  Euardábamos  He   paz  y   de  virtud. 
Yo  voy  también  abriendo  con  los  pies  el  camino, 
soltando    a    cada    trecho    mi    gota    de    salud. 

Los  remos  temblorosos  esperan  la  partida: 
Itaca  y  mis  recuerdos — ¡ay,  amigos!, — adiós; 
somos  dos  en  la  barca:  el  agua  está  dormida. 
I  Ya  diremos  los  cantos  del  mar  entre  los  dos! 

A  este  poema  parece  que  lo  anima   el  espíritu  de   Platón. 
La  Mandolina  de   Otoño   que  transcribo  en  seguida,   me  parece  digna 
de  la  pluma  de  Rubén  o  del  delicioso  Don  Ramón : 

Ya    rompes   mandolina,    de    lamentos, 
gotas   de   trino   salpicando   al   prado 
y   revuelcan    las   faldas   de   los   vientos 
el    oro    fatigado . 

En  el  crepúsculo  del  año  canta, 
ceñida   de  violetas   la   garganta. 

— ¡Venturosa   de   ti! — clama  la   rosa 
que,    falleciente,    al    rodrigón    se   aprieta; 
y  al   eco   del  suspiro   "venturosa", 
se  abre  azul   de  celos,   la  violeta. 

El   listado   melón   desaparece 
bajo    racimos    como    de   corales, 
y   es  una   mandolina   que   florece, 
perezosa   entre  sueños  vegetales. 


LAS  REVISTAS  271 

IJn   éxtasis   de   son   la   araña   huelga; 
salta   la   abeja    como    chispa    fatua, 
y    el   heno   de   los   árboles   descuelga 
su  blanco  airón   a   coronar,  la   estatua. 

En   el  crepúsculo   del  año   emita, 
ceñida   de   violetas   la   garganta. 

(Pero — memorias   que   el   otoño   dora, 
ácidamente,   con   punzante   júbilo!- — 
si   a   nuevas   fiestas  amanezco   ahora, 
otras  recuerdo   con    un    llanto   súbito) . 

De   mis    delicias   joya    cortesana, 
de    mis    virtudes    rosa    campesina, 
óyeme,   tú:   que   para  ti   se   ufana, 
temblando,   el  alma  de  mi  mandolina. 

y   en    el   crepúsculo   del   año   canta, 
ceñida   de   violetas   la   garganta. 

IV 

EL   CRÍTICO 

Como  ensayista  Alfonso  Reyes  conserva  la  misma  actitud  helénica 
de   sus   versos,   la   misma   gracia. 

Algimas  veces  su  crítica  se  ladea  a  lo  irónico,  otras  veces  a  lo  hu- 
morístico, que  no  gusta  a  Vasconcelos.  Pero  este  humorismo  no  es  de 
marca  inglesa :  apenas  se  insinúa  con  una  sonrisa  que  jamás  se  convierte 
en  carcajada. 

Sin  duda  Alfon.so  Reyes  es  en  la  hora  presente  el  crítico  más  no- 
table de  México.  Forma  vanguardia  de  honor  en  nuestra  América  con 
estos  nombres  ya  consagrados :  Pedro  Henríquez  Ureíía,  Enrique  José 
Varona,  Sanín  Cano,  Rufino  Blanco-Fombona,  Federico  García  Godoy, 
los  hermanos  García  Calderón,  Eugenio  Petit  y  otros  pocos  que  apenas 
pueden  contarse  con  los  dedos. 

Gabriel  Alomar  en  unas  notas  críticas  que  publicó  en  Los  Lunes  de 
El  Imparcial,  de  Madrid,  sobre  el  láltimo  de  los  libros  de  Alfonso,  clasi- 
fica de  heiniano  el  humorismo  de  Reyes,  en  lo  cual  ha  tenido  acierto  el  crí- 
tico espafíol.  Este  humorismo  se  advierte  no  sólo  en  el  libro  que  juzga 
Alomar,  FJ  Plano   Oblicuo,  sino  también  en  El  Suicida. 

Don  Federico  de  Onis,  catedrático  de  la  Universidad  de  Colurnbia, 
al  terminar  la  lectura  de  El  Suicida,  dijo  que  este  libro  era  uno  de  los 
más  notables  que  se  habían  publicado  en  castellano  en  estos  últimos  años. 
Realmente,  es  un  libro  notable.  Le  encuentro  un  defecto,  no  obstante: 
en  algunas  de  sus  páginas  hay  exuberancia  de  erudición.  Pero  al  lado 
de  esto,  que  a  mi  entender  es  un  defecto  mínimo  iqué  belleza,  qué  pul- 
critud en  la  dicción,  en  el  estilo  de  suyo  sostenido  siempre  en  un  plano 
horizontal  de  contornos   elegantes   y  amables   perspectivas ! 

La  crítica  que  se  hace  en  este  libro  enseña  sin  aburrir;  deleita  sin 
empalagar . 

Hay  algo  más  que  un  crítico  en  las  páginas  jugosas  de  El  Suicida'. 
hay  un   filósofo.    Quiero  citar  algunas  de   las   ideas  que  he  anotado. 

Cuando  Reyes  habla  del  neurasténico  y  sus  actos,  avanza  la  idea  de 
que  "su  lucidez,  su  exceso  de  intenciones  y  sensibilidades  lo  ha  enfer- 
mado" ;  se  refiere  a  las  obras  de  carácter  realista  de  baja  calidad  y  afir- 
rna  que  "están  llenas  de  esos  seres  bajamente  pasivos  a  quienes  la  vida 
contenta  por  la  sensación".  Luego  agrega:  "No  se  les  confunda  con  los 
viciosos".  Estos  últimos  "pertenecen  a  la  categoría  de  los  protestantes, 
de  los  que  transforman  la  materia".    Más  adelante  dice:   "La  aceptación 


272  NOSOTROS 

materialista  de  la  vida  tampoco  se  habrá  de  confundir  con  la  materia 
misma".  Alfonso  cree  "que  una  gran  parte  de  la  educación  consiste  en 
aplicar  los  métodos  del  vicio :  como  cuando  se  trata  de  hacer  bueno  un 
niño   naturalmente   malo". 

Al  referirse  a  la  primera  opinión  del  hombre  sobre  la  materia  dice 
que  tal  opinión  es  "el  espíritu  mismo".  Y  de  la  opinión  a  la  crítica  "sólo 
hay  una  diferencia  de  celeridad,  pero  no  de  sentido.  El  espíritu  es  la 
critica  misma ;  para  aceptar  hay  que  haber  criticado  mal .  Y  aquí  está 
lo  negro  de   la   cuestión". 

Sólo  leyendo  y  meditando  sobre  las  páginas  de  Hegel  se  pueden 
concebir   y   madurar   tan   altos    pensamientos. 

La  sonrisa — escribe  Alfonso — no  es  inmediatamente  iitil  para  el  mantenimiento 
corpóreo.  Antes  del  pensamiento  filosófico  o  de  la  verdadera  creación  estética,  la 
sonriFa  es  la  primera  desviación  de  la  estricta  gravedad  vital.  Desviación  levísima, 
declinación  casi  imperceptible  y  que  acaso  es  la  misma  flor  de  la  plenitud  orgánica, 
del  bienestar  fisiológico;  pero  que,  desarrollada,  llegará  a  las  mayores  alturas  del 
idealismo:  a  juzgar  el  mundo  como  fantasía  o  capricho  del  pensamiento.  La  sonrisa 
es  la  primera  opinión  del  espíritu  sobre  el  pensamiento. 

Son  muy  bellas  y  muy  intensas  las  ¡deas  que  tesora  este  libro  de  ama- 
bles filosofías  que  no  punzan  ni  siembran  en  el  espíritu  gérmenes  de  ese 
amargor  doloroso  que  inquieta   la  conciencia. 

Quiero  copiar  de  El  Suicida  algunos  pensamientos  que  sin  duda  al- 
guna sabrá  agradecer  el  lector.  Aíe  permitiré  ponerles  sendos  títulos  que 
yo  espero  merezcan  la  aprobación  del  autor. 

Escritores  precoces  y  tardíos 

Los  escritores  precoces  suelen  pasar  por  la  vida  desplegando  sus  tornasoles  técni- 
cos,  sin   que   ellos  ni   nadie   sepan,   al   fin,   lo   que   tenían   que   contarnos. 

A  veces,  en  cambio,  esos  escritores  tardíos  son  como  el  viajero  de  la  Grecia 
clásica,  para  quien  la  pluma  sustituye  al  bordón  de  los  peregrinos;  y — utensilio  pro- 
pio de  la  vejez— sólo  la  usan  para  recordar,  cuando  ya  no  pueden  viajar  más.  En- 
tonces,   los   tardíos   tienen   siempre   algo    que   decirnos... 

Un   instinto  santo 

Cuando  otro  escritor,  valenciano  por  de  contado,  compara  a  la  mujer  desnuda 
con  la  fruta  mondada,  apela  a  un  instinto  santo,  a  un  apetito  tan  generoso  y  salu- 
dable que  no  se  le  podría  tachar. 

Larra  se  mató  por  amor 

Si  yo,  fundándome  en  datos  biográficos,  asegurase  ahora  que  Larra  se  suicidó 
por  amor,  toda  España  nueva  se  alzaría  contra  mí  para  reivindicar  a  su  mártir,  al 
■nártir   de   la   protesta   nacional. 

El  hombre  que  a  Todos  justifica 

Y  en  cada  hombre  hay  varios:  uno  que  afirma,  otro  que  niega,  otro  que  a  ambos 
admira,  el  que  de  todos  juntos  se  ríe,  y  otro — jel  último? — que  a  todos  los  justifica 
y   se   hecha   a   dormir   tranquilamente. 

La  libertad  no  existe 

Si  el  hombre  quiere  la  renovación,  es  porque  no  le  satisface  lo  actual:  es,  por- 
^^■uv,  en  el  fondo,  protesta,  sonríe.  Su  alma  de  renovación  es  la  libertad.  Y  la 
libertad  es  lo  que  no  existe,  es  el  otro  mundo,  de  donde  el  hombre  quisiera  atraer 
virtudes  a  la  tierra. 

El  Héroe  de  Gracián 

Nd  es  la  sumisión,  la  aceptación  pasiva,  sino  la  colaboración  con  el  mundo 
— secre\o  de  la  victoria. — Se  logra  (si  cabe  en  esto  la  educación)  poi  nna  voluntad 
de  astucia  perennemente  renovada,  por  una  actitud  ágil  y  eléctrica,  oue  acecha  la 
idea  y,  vn  cuanto  brota,  la  trasmuta  en  nervio  y  en  chispazo.  Es  un  paralelismo 
profundo  del  yo  con  la  historia.  Es  la  estrella,  la  fortuna  positiva  del  Héroe  de 
Oracian.   ivl  varón  de  la  libertad,  que  ella  crea,   se  llama  el  fuerte. 


LAS  REVISTAS  273 

Se  sabe  al  fin  que  nada  sabe 

Cuando  s,-  está  en  el  secreto  de  todos  los  sistemas,  se  vive  en  una  perpetua 
crisis,  se  es  cr.tico,  se  es  huésped  de  todas  las  ciudades  sin  ser  ciudadano  de  ningu- 
na, grave  ofens.i  para  el  sentido  político  de  la  vida.  Se  ha  revisado  ya  la  historia 
humana  y  se  sabe  que  las  cosas  se  transforman  en  sus  contrarios.  En  rigor,  e  intensa 
si  no  extensamente,  se  han  leído  ya  todos  los  libros.  Se  sabe;  es  decir,  se  sabe  que 
nada   sabe. 

La  conciencia  es  dolor 

Pero  el  espíritu  crítico,  supone,  un  estado  de  padecimiento.  Todo  lo  reduce  a 
conciencia,  y  la  conciencia,   en  su  definición  misma,  no   es   más  que  dolor. 

Lo  cerebral  español 

La  médula  ha  rezado,  entre  españoles;  ella  ha  sido  elocuente;  ella  ha  escrito  el 
Teatro;  ella  fué  lírica;  ella  pintora — en  ausencia  del  encéaflo.  Lo  cerebral  no  es  lo 
español,  liste  pueblo  de  medulares  no  ha  tenido  nunca  necesidad  de  pensamiento. 
O  rarísimas  veces  por   excepción. 

V 

tL    CUSKTISTA 

Confieso  que  el  último  Ubro  de  Reyes,  Bl  Plano  Oblicuo,  llegó  a 
inquietarme.  Yo  soy  de  los  que  atribuyen  importancia  máxima  al  titu- 
lado de  las  obras.  Ya  he  hablado  de  esto  en  mi  Ensayo  sobre  José  Sixto 
<le  Sola.  Me  inquietó  de  este  libro  su  título,  de  tal  modo  que,  aun  de? 
pues  de  releerlo,  no  daba  con  su  justificación.  Cosa  tremenda  es  la  su 
gestión.  Decimos  dos  y  dos  son  cinco,  volvemos  a  sumar  y  repetimos 
cinco  hasta  que  viene  una  mano  serena  y  justa  y  nos  saca  del  error- 
Basta  una  sola  lectura  de  El  Plano  Oblicuo  para  ver  claro  y  justo  su 
título.  Las  cosas  que  narra  Alfonso  no  suceden  ni  se  desarrollan  de  una 
manera  normal.  De  ahí  el  título.  Pero  como  cosas  oblicuas  engendran 
cosas  oblicuas,  yo  llegué,  después  de  paciente  examen,  a  justificar  a  mi 
modo  el  título  de  esta  interesante  colección  de  cuentos  y  diálogos.  Y 
como  a  mí  mismo  llegó  a  entretenerme  el  trabajo  hecho,  no  vacilo  en 
explicarlo. 

Basta  elegir  un  solo  cuento,  La  Ciaiio,  verbigracia,  para  demostrar 
lo  que  me  propongo.  "''■'' 

Se  empieza  a  leer  y  al  punto  se  nos  conduce  a  la  Capilla  de  la  Emo- 
ción. Junto  con  Alfonso  nos  deslizamos  por  un  plano  oblicuo  cubierto 
de  flores  penetrantes  y  raras ;  pero  de  pronto,  cuando  más  embebidos  es- 
tamos en  la  lectura,  ya  dentro  de  la  capilla.  Reyes  nos  suelta  de  la  mano 
y   descendemos    como    si    patináramos    serenamente. 

i  Aquí  está  lo  que  tanto  he  buscado  1  Sigo  leyendo  y  en  todo  lo  de- 
más veo  comprobada  mi  observación.  Y  esta  observación  me  hace  caer 
en  otra :  a  pesar  de  las  fechas  distintas  de  los  cuentos  y  los  diálogos, 
todos  parecen  escritos  en  1919.  El  estilo  es  igual,  uniforme,  pulido,  co- 
rrecto. En  1910  Alfonso  Reyes  no  se  cuidaba  de  que  sus  párrafos  fueran 
cortos  o  largos.  Cotéjese  el  párrafo  que  se  copia  más  adelante  con  cual- 
quiera de  los  párrafos  de  El  Plano   Oblicuo  y   se  notará   la  diferencia. 

A  la  muerte  de  Othon — escribe  Reyes  en  igio — respondieron,  por  toda  la  patria, 
el  llanto  de  los  poetas  y  las  oraciones  fúnebres  de  ritual,  pero,  en  lo  profundo  de 
los'  ánimos,  para  quienes  teníamos  ya  el  hábito  de  su  presencia  y  su  trato  y  que 
le  asociábamos,  tal  vez,  al  coro  de  nuestros  recuerdos  familiares,  una  sublevación 
infinita,  un  anhelo  de  afirmar,  sobre  toda  ley,  la  perennidad  del  amigo,  la  inmor- 
talidad del  poeta;  por  donde  formamos  la  intención  de  alzar  sobre  su  tumba  reciente, 
un  monumento,  al  menos  para  la  fantasía,  aplicando  las  mejores  fuerzas  a  la  con- 
sagración de  nuestro  poeta,  y  recordando,  a  quienes  nos  concediesen  su  acatamiento, 
que  nos  falta  todavía  dedicarle  un  vividero  tributo  y  propagar,  uniendo  nuestras 
voces,  los  cantos  sublimes  brotados  de  su  corazón  incomparable  y  a  los  que  una 
humildad  sobrehumana,  obrando  todavía  desde  la  muerte,  quiere  hoy  replegar  a  los 
labios  del  cantor  y  sumirlos  en  su  sepulcro. 


27i  NOSOTROS 

Este  párrafo  es  de  factura  española:   largo,  cansado... 

Acttialmente  Alfonso  Reyes  escribe  párrafos  ágiles,  cortos,  sobrios. 
Y  en  cuentos  y  diálogos  del  libro  en  que  me  ocupo  no  se  nota  diferencia 
de  estilo.  No  niego  que  conforme  a  fechas  que  figuran  al  pie  de  cada 
trabajo  éstos  hayan  sido  realmente  escritos  entonces,  pero  afirmo  que 
todos  han  sido  corregidos,  retocados,  adaptados  a  la  manera  actual  de 
Reyes .  ! 

Y  continúo  con  mi  primera  observación,  que  al  fin  sólo  servirá  para 
hacer  sonreír  a  Reyes  y  distraer  al  que  leyere : 

Leo  en  La   Cena: 

%  Tuve  que  correr  a  través  de  calles  desconocidas.  El  término  de  mi  marcha  pa- 
recía correr  delante  de  mis  pasos,  y  la  hora  de  la  cita  palpitaba  ya  en  los  relojes 
públicos.  Las  calles  estaban  solas.  Serpientes  de  focos  eléctricos  bailaban  delante 
de  mis  ojos.  A  cada  instante  surgían  glorietas,  sembrados  arriates  cuya  verdura 
a  la  luz  artificial  de  la  noche,  cobraban  una  elegancia  irreal.  Creo  haber  visto 
multitudes  de  torres — no  sé  si  en  las  casas,  si  en  las  glorietas — ,  que  ostentaban  a 
los  cuatro   vientos,   por  una  iluminación  interior,   cuatro   redondas   esferas   de   reloj. 

La  emoción  se  alarga  hasta  el  párrafo  siguiente  que  remata  con  esta 
oración : 

No  sé  cuanto  tiempo  transcurrió,  en  tanto  que  yo  dormía  en  el  marco  de  mi 
respiración   agitada. 

Véase  ahora  cómo  se  corta  la  emoción  en  el  párrafo  que  sigue : 

Entonces,  para  disponer  mi  ánimo,  retrocedí  hacia  motivos  de  mi  presencia  en 
aquel  lugar.  Por  la  mañana,  el  correo  rae  había  llevado  una  esquela  breve  y  suges- 
tiva.   En    el   ángulo   del   papel   se   leían,    manuscritas,    las   señas   de   una   casa. 

El  autor  sigue  discurriendo  tranquilamente  hasta  detenerse  en  esta 
reflexión : 

Cuando  a  veces,  en  mis  pesadillas,  evoco  aquella -noche  fantástica  (cuya  fanta- 
sía está  hecha  de  cosas  cotidianas  y  «siyo  equívoco  misterioso  crece  sobre  la  humilde 
raíz  de  lo  posible),  paréceme  iadeari  ¿^  través  de  avenidas  de  reloies  y  torreones, 
solemnes  como   esfinges  en   la  calzadt  "  de  algún  templo   egipcio. 

Pero  de  pronto  nos  levanta  el  ánimo,  nos  mueve  los  nervios  con  el 
párrafo  siguiente: 

La  puerta  se  abrió.  Yo  estaba  vuelto  a  la  calle  y  vi,  de  súbito,  caer  sobre  el 
suelo  un  cuadro  de  luz  que  arrojaba,  junto  con  mi  sombra,  la  sombra  de  una  mujer 
desconocida. 

Párrafo  seguido  se  rompe  o  se  suspende  la  emoción : 

Volvíme:  con  la  luz  por  la  espalda  y  sobre  mis  ojos  deslumhrados  aquella  mu- 
jer no   era   para   mí   más   que   una   silueta... 

Alguien  que  hubiera  seguido  atentamente  mis  ejemplos  para  demos- 
trar o  justificar  el  título  del  libro  que  tan  buenos  ratos  me  ha  hecho 
pasar,  me  argumentaría :  "Eso  tiene  que  ser  así,  puesto  que  en  toda  obra 
de  carácter  narrativo  no  se  puede  mantener  tendida  siempre  la  cuerda 
lírica".  Pero  a  esta  observación  se  me  ocurría  contestar:  "Eso  está  bien 
en  cuanto  al  estilo  grandilocuente,  pero  no  en  cuanto  al  fondo  de  la  cosa 
misma  que  se  cuenta.  Fíjese  mi  crítico  que  no  busco  la  emoción  por  el 
lado  en  que  la  ha  visto  mi  impugnador,  sino  en  el  fondo  de  la  cosa  que 
se  cuenta,   no   en  las  palabras,   no   en  el   estilo". 

El  hilo  de  la  emoción  se  corta  hasta  la  línea  14  de  la  página  10. 
De  ahí  en  lo  adelante  se  regresa  de  nuevo  a  la  capilla: 


LAS  REVISTAS  '^75 

Su  silueta  habíase  colorado  ya  de  facciones;  su  cara  me  habría  resultado  insig- 
nificante a  no  ser  por  una  expresión  marcada  de  piedad...;  sus  cabellos  castaaos, 
algo  flojos  en  el  peinado,  acabaron  de  precipitar  una  extraña  convicción  en  mi 
mente:  todo  aquel  ser  me  pareció  plegarse  y  formarse  a  las  sugestiones  de  un 
nombre. . . . 

Y  estas  observaciones  que  he  hecho  en  el  primer  cuento  del  libro  con- 
vienen a  los  demás  trabajos  que  lo  informan.  Basta  leer  la  obra  dete- 
nidamente para  verlo  asi. 

Para  muchos,  quizás  no  haya  la  emoción  que  yo  he  encontrado  en 
los  párrafos  anotados.  ¡Es  tan  difícil  determinar,  fijar  el  grado  de  sen- 
sibilidad o   mejor  dicho   los  matices   múltiples  de   las   sensaciones  I 

Muchas  veces  lo  que  emociona  a  un  filósofo  no  logra  hacer  huella 
en  el  sensorio  de  un  poeta ;  y  lo  que  emociona  a  un  poeta  pasa  inadver- 
tido a  los  ojos  de  un   filósofo. 

Yo  he  visto  conmovido  a  Vasconcelos  en  Carnegie  Hall,  escuchando 
uno  de  los  tantos  motivos  de  la  Novena  Sinfonía,  que  a  mi  no  me  ha 
causado  impresión  alguna ;  no  la  Sinfonía  en  su  totalidad,  sino  el  motivo 
a  que  aludo.  Yo  he  visto  a  Pedro  Henríquez  Ureña  extasiado  en  un 
cuadrito  de  Cezanne  que  cientos  de  personas  han  pasado  por  delanie  de 
él  indiferentes.  Yo  he  visto  llorar  a  mucha  gente  oyendo  óperas  italianas 
que  a  mí  me  hacen  dormir.  He  visto  a  Jacinto  B.  Peynado  enjugarse 
las  lágrimas  escuchando  Bohemia,  que  me  resulta  música  de  organillo. 
En  cambio,  yo  siento  profunda  sensación  cuando  escucho  los  Nocturnos 
de  Chopin,  cuando  contemplo  la  Copa  de  Benvenutto,  cuando  oigo  recitar 
a  Santos  Chocano  o  contemplo  los  cuadros  del   Greco. 

Este  libro  de  Alfonso  Reyes  lo  leyó  Rene  Borgia,  que  es  alma  de 
poeta,  y  cuando  lo  hubo  terminado  me  dijo:  "Es  un  libro  bien  escrito, 
pero  no  me  ha  entusiasmado".  El  mismo  libro  lo  leyó  una  amiguita  igno- 
rante en  cuestiones  literarias  y  me  confesó  que  la  habían  emocionado  al- 
gunos diálogos,  y  que  La   Cena  no  la  dejó  dormir  bien. 

Recuerdo,  siendo  un  niño,  haber  visto  al  Señor  Hostos  explicando  o 
dictando  conmovido  unos  capítulos  de  la  Moral  Social  mientras  sus  dis- 
cípulos  permanecían    impasibles. 

Es  cosa  sumamente  difícil  determinar  o  clasificar  las  sensaciones  que 
una  obra  puede  causar  a  lectores  diferentes. 

El  Plano  Oblicuo  es  libro  bien  escrito,  hecho  con  paciencia  de  orfebre. 
No  es  libro  para  todos,  sino  para  una  parte  selecta  de  lectores. 

Gabriel  Alomar, -en  unas  notas  citadas  arriba,  escribe: 

■f 
La  divina  ironía  sonríe  (no  sé  si  tristemente)  bajo  esas  narraciones  de  gracioso 
funambulisnio.  Un  ave  ha  pasado  sobre  nuestra  lectura.  ;  El  cuervo  de  Poe?  ¿El 
buho  de  Atenas?  Yo  creo  que  es  el  azor  invisible  de  nuestras  cetrerías,  siempre  a 
la  caza  de  la  emoción  eternamente  nueva.  Hay  en  esas  páginas,  singularmente,  un 
diálogo  entre  Aquiles  y  Helena  que  parece  continuación  mental  de  las  escenas  del 
segundo  Fausto,  cuando  Mefistófeles,  disfrazado  de  Forkya,  prorrumpe  en  burlas 
sardónicas,  en  pleno  retorno  a  la  herencia  trágica,  cuando  Helena  traspone  de  nuevo 
el  umbral  de  Menelao  en  Micenas.  Rectifico:  He  dicho  ironía  y  debí  decir  Humor. 
Esa  página  y  las  del  otro  diálogo  burlesco-ervidito  entre  Eneas  y  Ulises,  son  cepas 
de  la  vid  heiniana.  Reyes  es  un  bulbul  mexicano  que  anidó  en  los  parques  de  Dus- 
eeldorf...  Pero  que  aprendió  también  a  cantar  en  el  jardín  paterno  de  Hardenberg, 
"a   quien   los   libros   llaman    Novalis..." 


D 


Portugal  y  su  lirismo 

E    Hermes     (Abril)     tomamos    este    interesantísimo    artículo    de    Ra- 
miro de  Maeztii : 


"La  influencia  del  lirismo  portugués  sobre  la  literatura  castellana 
ha  sido  tan  grande  que  no  seria  exageración  decir  que  los  mejores  tiem- 
pos literarios  de  Castilla  han  sido  aquellos  en  que  más  se  ha  dejado  in- 
fluir por  el  espíritu  galaico  lusitano.     En  los  siglos  XHI  y  XIV  la  lengua 


276  NOSOTROS 

luso-galaica  era  hablada  corrientemente  por  las  clases  cultas  y  cortesanas 
de  España.  Era  el  idioma  de  la  literatura,  en  tanto  que  el  castellano  no 
era  sino  la  lengtia  popular.  Puede  decirse  que  la  literatura  castellana  es 
de  raíces  portuguesas,  aunque  no  tarda  en  emanciparse  y  para  el  fin  del 
siglo  XV  y  comienzos  del  XVI  es  el  castellano  el  que  adquiere  la  pri- 
macía, en  la  -prosa  de  la  Celestina  y  en  los  versos  de  Jorge  Manrique, 
al  punto  de  que  el  ilustre  doctor  Ricardo  Jorge  cuenta  que :  "El  orgu- 
lloso portugués  don  Juan  II  dijo  una  vez  que  todo  hombre  de  bien  que 
se  preciase  debía  saber  las  Coplas  de  memoria,  e  incontinente  su  co- 
rrector de  estilo,  el  ilustrado  García  de  Rezende,  recitó  el  Recuerde  el 
alma  dormida   hasta   el    fin   del    rosario   magnífico  de    estrofas". 

Adviértase  que  cuando  los  castellanos  hubieron  pagado  a  los  portu- 
gueses su  deuda  literaria  habían  ya  transformado  la  pura  lírica  que  de 
los  portugueses  recibieron  en  lírica  dramática,  como  la  de  los  versos  de 
Manrique,  o  en  puro  drama,  "tragi-comedia",  dice  su  autor,  como  es 
la  Cclcslina.  Lo  extraordinario  es  que,  al  cabo  de  los  siglos,  el  espíritu 
portugués  sigue  caracterizándose,  en  su  culminación  suprema,  por  la  pura 
sentimentalidad  de  su  poesía  lírica  y  por  el  culto  de  la  verdad  en  la 
historia,  mientras  que  el  genio  castellano  se  caracteriza  siempre,  en  sus 
mejores  obras,  por  su  gran  invención  en  la  novela  y  en  el  drama  y  por 
el  gusto  de  las  realidades,  con  su  sal  y  saínete  y  sus  miserias.  Hoy  como 
ayer,  los  portugueses  son  los  primeros  como  líricos  y  como  historiado- 
res. Superan  a  los  demás  hispanos  en  sentimiento  y  en  ternura.  No  es 
que  sea  su  patetismo  más  profundo,  sino  que  surge  envuelto  en  melan- 
colía y  en  "saudad".  El  alma  portuguesa  supera  siempre  a  la  castellana 
en  la  capacidad  para  vivir  fuera  de  sí  misma,  porque  vive  en  el  objeto 
amado,  aunque  se  lo  hayan  llevado  el  tiempo  o  el  espacio,  y  mejor  si 
está  ausente  que  presente,  lo  que  no  evita  que  el  alma  se  entristezca  al 
sentirse  fuera  de  sí  misma  y  esta  melancolía  musical  es  uno  de  los  gran- 
des  encantos   de   la   lírica   lusitana. 

Pero  aún  en  los  tiempos  en  que  era  ya  predominante  la  lengua  cas- 
tellana el'  genio  portugués  fecunda  nuestro  espíritu  con  dos  grandes  no- 
velas de  caballerías:  el  Aruadís  de  Caula,  de  Lobeira,  y  el  Palmerín  de 
Inglaterra,  de  Francisco  de  Moráis,  y  con  la  primera  de  las  novelas 
pastoriles,  la  Diana,  de  Jorge  de  Montemor,  Montemayor,  como  le  lla- 
mamos en  el  idioma  en  que  escribió  su  novela.  Claro  está  que  a  la 
fecundación  portuguesa  no  tarda  en  responder  la  creación  castellana  y 
así  puede  decirse  que  el  Quijote  es  la  respuesta  realista  que  da  Castilla 
tanto  a  los  libros  de  caballería  como  a  la  novela  pastoril.  El  portugués 
es  romántico,  y  por  eso  produce  la  novela  pastoril  en  que  puede  dar 
rienda  suelta  a  su  subjetivismo,  a  su  erotismo,  a  su  vaguedad  —  y  tam, 
bien  a  su  afectación  y  a  su  plañido,  porque  las  cualidades  raramente  de- 
jan de  ir  acompañadas  de  defectos — ,  pero  es  el  castellano  el  que  se  afron- 
ta con  la  vida  y  la  recorta  en  caracteres  inmortales,  como  los  de  la 
Celestina,  el  Lasarjllo,  Al f orache,  Obregón,  y  Bl   Gran   Tacaño. 

También  aparece  la  influencia  lusitana  en  el  uso  constante  que  ha- 
cen nuestros  escritores  máximos  de  los  temas  portugueses.  En  Tirso,  en 
Cervantes,  en  Calderón  y  en  Lope  abundan  los  temas  portugueses  y  ahora 
todavía,  si  preguntáis  a  Ricardo  Calvo  cuáles  son  los  dramas  de  corte 
romántico  que  más  impresión  causan  en  los  públicos  de  las  provincias 
españolas,  oiréis  que  son  Reinar  Después  de  Morir,  y  Traidor,  Inconfeso 
y  Mártir,  en  que  se  tratan  por  el  espíritu  castellano  dos  temas  portu- 
gueses: el  de  los  amores  del  Infante  Don  Pedro  con  Doña  Inés  de 
Castro  y  el  de  la  leyenda  del  Encubierto:  el  Rey  Don  Sebastián.  Y 
cuando  preguntéis  por  los  espíritus  que  tuvieron  mayor  influencia  en  la 
formación  de  Don  Miguel  de  Cervantes  'tendréis  que  responderos  que, 
además   de   los   portugueses   que   escribieron   los   libros   de   caballerías   más 


\LAS  REVISTAS  ,  277 

queridos  por   Don   Quijote,  uno   de  ellos   fué   Camoes   y  otro,   León   He- 
breo, el  autor  de  los  Diálogos  de  Amor,  ambos  portugueses. 

Esa  influencia  no  habría  podido  ser  tan  grande  de  no  haber  sen- 
tido los  castellanos  que  los  portugueses  eran  distintos  de  ellos.  Esta 
diferencia  origina  reproches  mutuos.  Lope  se  burla,  en  un  magnífico 
epigrama,  de  ""Un  portugués  que  lloraba".  Son  numerosos  los  epigramas 
de  nuestros  siglos  XVI  y  XVII  sobre  los  portugueses  que  se  mantienen 
de  amor  y  se  mueren  de  amor,  y  los  epitafios  epigramáticos,  como  el 
de  aquel  f  idalgo  que  hizo  poner  en  su  sepulcro :  "No  murió  a  manos 
de  ningún  castellano,  pero  sí  a  manos  del  amor".  Los  castellanos  de  en- 
tonces llamaban  a  los  portugueses  "derretidos,  azucarados,  llorones,  miel 
y  manteca,  fantásticos  que  aman  de  oídas  y  sin  saber  a  quién".  Todavía 
es  esto  mismo  lo  que  reprochan  los  castellanos  inteligentes  de  ahora  a 
los  portugueses  contemporáneos.  Y  hoy,  como  antaño,  los  portugueses 
reconocen,  en  el  fondo,  la  justeza  del  reproche  y  declaran  paladina  y 
orguUosamente  haber  nacido  para  ser  siervos  del  amor.  El  exquisito  poe- 
ta Lopes  Vieira  habla  del  "Beso  portugués"  como  si  los  portugueses 
supieran  apretar  los  labios  contra  la  piel  de  otra  persona  por  algún  pro- 
cedimiento patentado  e  inasequible  para  los  extranjeros.  En  cambio,  los 
portugueses  nos  reprochaban,  y  nos  reprochan,  que  en  toda  la  vida  no 
llegamos  a  pronunciar  exactamente  sus  vocales,  en  lo  que  tienen  muchí- 
sima razón,  y  de  que  ellos  nos  entienden  y  nosotros  no  les  entendemos, 
en  lo  que  ya  no  tienen  sino  considerable  parte  de  razón. 

La  verdad  es  que  todos  somos  hispanos  y  que  nos  completamos 
mutuamente.  Cuando  un  gran  portugués,  como  Andrés  de  Resende,  dice: 
"Hispani  omnes  sumus"  (la  cita  es  de  la  benemérita  señora  Michaelis 
de  Vasconcellos),  cuando  Almeida  Garrett  explica:  *' Somos  hispanos,  e 
aevemos  chamar  Hispanos  a  qtiantos  habitarnos  a  pcninsula  hispánica", 
siento  que  se  me  humedecen  los  ojos,  pero  ahora,  después^ de  haber  vi- 
vido unas  semanas  en  la  "tierra  del  cantar  saudoso"  y  de  haberme  estado 
saturando  de  sus  poetas  líricos,  veo  más  claro  que  la  causa  de  que  me ' 
emocione  cuando  un  portugués  me  dice  que  todos  somos  hispanos  no  es 
que  yo  me  sienta  halagado  en  cierto  secreto  imperialismo,  porque  no  ten- 
go el  menor  deseo  de  que  nuestro  Ministro  de  Hacienda  cobre  tributos 
en  Lisboa,  sino  que  me  emociona  la  conciencia  de  lo  incompleto  que  so- 
mos los  hombres  y  de  lo  mucho  que  nos  necesitamos  los  unos  a  los  otros, 
porque  el  alma  portuguesa  se  derrite  sin  un  poco  del  realismo  castellano 
y  la  castellana  se  fosiliza  como  no  sienta  fluir  dentro  de  sí  otro  poco 
del  jugo  lírico  que  sobra  en  Portugal. 

Solo  que  no  sería  justo  con  los  portugueses,  ni  con  la  verdad  histó- 
rica, si  dejase  entender  que  la  influencia  del  lirismo  portugués  no  había 
trascendido  de  la  península;  porque  así  como  la  influencia  de  la  dramá- 
tica y  del  realismo  castellanos  de  nuestro  buen  tiempo  se  puede  percibir 
a  todo  lo  ancho  de  la  literatura  universal  en  los  últimos  siglos,  así  tam- 
bién ha  aportado  el  lirismo  portugués  al  numdo  la  revelación  de  un 
aspecto  del  alma  humana  que  los  demás  pueblos  descuidaban.  La  influen- 
cia de  la  Diana,  de  Montemayor  y  de  la  novela  pastoril  es  incontestable 
en  el  origen  del  romanticismo,  que  no  es  otra  cosa  que  la  bucólica  ver- 
sallesca y  el  culto  de  la  Naturaleza  y  del  sentimiento  de  Rousseau.  Las 
Cartas  Portuguesas,  que  la  monja  lusitana  Mariana  Aleo  forado  escribió, 
en  un  francés  lleno  de  portuguesismo :  —  Mendes  moy  que  vous  voules 
que  je  tneure  d'atnour  pour  vous! — ,  a  un  caballero  francés  en  el  siglo 
XVII,  provocaron  el  advenimiento  de  todo  un  género :  el  de  la  novela 
epistolar  apasionada,  que  comienza  en  La  Nouvelle  Helo'ise  y  en  las  Liai- 
sons  Danger cuses.  Un  espíritu  que  sepa  pensar  al  mismo  tiempo,  en  lo 
posible,  de  prisa  y  con  firmeza  no  necesita  de  otros  documentos  para  adi- 
vinar que  el  romanticismo  todo  proviene  históricamente,  en  su  raíz  sen- 
timental, del  país  de  la  "Saudad",  de  los  "luares"  y  de  las  "magoas". 


278  NOSOTROS 


*      * 

Pero  antes  de  mostrar  el  modo  como  la  dulzura  del  clima  portugués 
y  la  aspereza  del  castellano  condicionan  las  literaturas  de  ambos  pueblos 
he  de  llamar  la  atención  sobre  la  influencia  que  en  la  pintura  de  ambos 
paises  ejercen,  porque  siendo  la  pintura  el  arte  que  más  entra  por  los 
ojos,  su  luz  nos  servirá  después  para  esclarecer,  en  lo  posible,  diferencias 
cuyo   último   secreto   se  pierde  en   el   misterio. 

Portugal  ha  tenido  la  fortuna  de  descubrir  en  la  generación  última 
a  uno  de  los  clásicos  de  su  arte  pictórico  que  es,  al  mismo  tiempo,  uno 
de  los  mejores  retratistas  de  todos  los  tiempos.  Me  refiero  al  pintor 
Nuno  Gon calves,  cuyos  dos  trípticos,  que  versan  ambos  sobre  la  "Ado- 
ración de  San  Vicente",  figuran  ahora  en  el  puesto  de  honor  del  Museo 
Nacional  de  Arte  Antiguo,  de  Lisboa.  Al  mismo  tiempo  han  encontrado 
los  soberbios  trípticos  en  la  persona  de  don  José  de  Figueiredo,  Director 
del  Museo,  el  más  perspicaz  de  los  intérpretes  y  el  más  enamorado  de 
los  apologistas.  En  ambas  obras  la  figura  eje  es  San  Vicente.  En  el 
painel  central  de  uno  de  ellos  la  figura  principal,  después  de  la  del  santo, 
es  un  arzobispo  a  quien  rodean  sus  acompañantes  de  adoración  al  santo. 
Las  figuras  del  painel  de  la  derecha  son  caballeros,  las  del  painel  de  la 
izquierda,  pescadores.  En  el  painel  central  del  otro  tríptico,  la  figura 
principal,  siempre  después  de  la  del  S^nto,  es  el  Infante  Don  Enrique, 
(queda  dicho  con  ello  que  el  cuadro  es  del  siglo  XV),  seguido  de  sus 
hombres  y  precedido  del  Rey  Don  Alfonso  V  y  el  del  Infante  Don  Juan. 
En  el  painel  de  la  izquierda  hay  frailes ;  en  el  de  la  derecha,  ge  nos 
muestra  una  reliquia,  mientras  un  rabino  abre  su  Talmud.  En  junto  hay, 
si  no  me  engaño,  59  figuras  diferentes.  Todas  ellas,  retratos  de  firmeza 
inolvidable. 

¿En  qué  se  caracteriza  el  arte  de  Nuno  Goncalves?  "Ve  con  los  ojos 
del  alma",  dice  justamente  el  señor  Figueiredo,  "pero  mira  también 
atentamente  la  realidad  con  los  del  rostro,  no  olvidándose  de  un  trazo, 
de  un  plano,  de  un  detalle".  Lo  que  para  nosotros  significa  ver  con  los 
ojos  del  rostro  es  cosa  clara:  ver  el  objeto  que  se  nos  pone  por  delante 
como  un  obstáculo  que  se .  interpone  en  nuestro  campo  visual  y  anali- 
zarlo en  sus  colores  y  en  sus  líneas.  Lo  que  sea  ver  con  los  ojos  del 
alma  no  es  ya  tan  claro  y  para  hacerlo  ver  me  serviré  de  un  ejemplo. 
Los  japoneses  caricaturizan  nuestro  arte  occidental  diciendo  que  nosotros 
cogemos  una  modelo,  la  vestimos  de  una  armadura,  la  trasportamos  al 
lienzo  y  llamamos  al  cuadro  Juana  de  Arco.  Los  iaponesos,  en  cambio, 
antes  de  ponerse  a  pintar  un  tipo  de  la  fuerza  y  delicadeza  de  Juana  de 
Arco  se  disciplinarían  durante  varias  semanas  por  njedio  de  ayunos  y  de 
ejercicios  de  concentración  espiritual  hasta  juzgarse  capaces  de  sentir  a 
Juana  de  Arco  y  de  identificarse  con  ella  y  con  su  causa,  y  solo  entonces 
se  pondrían  a  pintarla.    Esto  es  pintar  con  los  ojos  del  alma 

Pintar  con  los  ojos  del  alma  es  infundirse  con  la  imaginación  en  el 
ser  pintado,  moverse  con  sus  movimientos  y  sentir  sus  formas  como  lími- 
tes. Esta  es  la  pintura  de  los  japoneses  y  los  chinos.  Se  la  reprocha  su 
carácter  abstracto.  No  pinta,  por  ejemplo,'  a  un  guerrero  determinado 
sino  al  guerrero  en  general.  Pero  esto  no  es  sino  el  resultado  inevitable 
de  su  punto  de  vista.  Cuando  se  empieza  por  romper  el  "Principium  indt- 
vidustionis"  no  hay  derecho  después  a  quejarse  de  que  haya  desaparecido 
el   individuo. 

Pintar  con  los  ojos  del  rostro  es  sentir  el  objeto  pintado  como  materia 
imnenetrable  a  nuestra  mirada,  como  no-yo,  como  otra  cosa.  Esta  es 
toda  la  pintura  occidental,  a  la  que  también  pertenece  la  portuguesa,  solo 


LAS   REVISTAS  279 

que  en  el  alma  portuguesa  es  demasiado  fuerte  el  espíritu  lírico  para  que 
no  se  salga  un  poco  de  los  moldes  de  la  civilización  en  que  se  produce. 

El  Infante  Don  Enrique,  en  el  tríptico  de  Gonqalvez,  es  bien  el  com- 
batiente de  Ceuta  y  de  Alcacer,  el  que  sacrificó  al  Infante  Don  Fernando 
y  dejó  asesinar  al  Infante  Don  Pedro,  pero  también  el  que  medita  y  di- 
rige en  Sagres  el  descubrimiento  del  mar.  Su  cara  está  llena  de  una  fuer- 
za y  de  un  misticismo  sobrehumanos.  Todas  las  figuras  están  bañadas  de 
emoción  religiosa  con  la  sola  excepción  de  la  del  pintor  mismo,  que  se 
encuentra  en  uno  de  los  lienzas.  Nuno  Gonqalves  es  el  único  que  no  está 
adorando  al  Santo,  sino  mirando  fijamente  hacia  afuera,  hacia  la  realidad. 
La  razón  es  que  el  pintor  tenía  que  mirarse  en  algún  espejo  para  verse  y 
no  le  era  posible  estarse  mirando  y  dar  a  su  cara  la  expresión  de  quien 
está  mirando  a  un  santo. 

Si  de  la  obra  de  Gontjalves  pasamos  a  la  pintura  portuguesa,  en  ge- 
neral, no  hay  más  remedio  que  aceptar  el  juici  odel  señor  Figueiredo 
cuando  dice  que  el  arte  portugués  carece  de  la  estilización  de  la  pintura 
italiana  y  del  realismo  de  la  holandesa.  "El  arte  portugués  es  un  arte 
tranquilo,  dulcemente  contempíativo,  que  ve  simultáneamente  con  los  ojus 
del  alma  y  con  los  del  cuerpo,  sin  los  grandes  vuelos  del  arte  italiano,  pero 
también  sin  las  crudezas  en  que  a  veces  cae  el  arte  holandés".  Los  Cal- 
varios italianos  se  distinguen  por  la  .^mposición  cuidadosa,  teatral ;  los 
holandeses,  por  el  realismo  individual  y  fuerte  de  las  figuras ;  los  portu- 
gueses, por  la  emoción.  Todos  sus  personajes  viven  el  'drama  en  que  in- 
tervienen, pero  lo  viven  y  lo  expresan  con  dulzura,  porque  las  figuras  es- 
tán observadas  al  mismo  tiempo  con  justeza  y  amor,  y  hasta  el  diablo 
mismo  es  tratado  por  los  portugueses  con  respeto. 

Este  arte  plácido  huye  de  las  violentas  contorsiones  que  tan  a  menu- 
do se  encuentran  en  las  telas  españolas,  y  tambiétí  de  nuestras  estridencias 
de  color.  Mientras  los  artistas  castellanos  prefieren  las  escenas  de  marti- 
rologio en  la  vida  de  un  santo,  los  portugueses  pintan  más  gustosos  sus 
virtudes  o  sus  milagros.  La  mayor  violencia  de  color  de  la  pintura  cas- 
tellana procede,  según  el  señor  Figueiredo,  de  que  la  mayor  fuerza  del 
sol  castellano  ahoga  los  medios  tonos,  y  esta  es  la  causa  de  que  sea  más 
difícil  a  los  artistas  castellanos  y  meditcrránicos  la  verdadera  armonía 
del  color,  que  nace  de  la  gradación.  La  violencia  de  la  naturaleza  hace 
difícil  el  lirismo  al  pintor  de  Castilla.  En  cambio  induce  a  sus  ^rtistas 
plásticos,  pintores  y  escultores,  a  poner  en  juego  los  músculos  todos  de 
las  figuras  de  sus  santos,  en  tanto  que  los  portugueses  se  contentan  con 
representar  a  los  suyos  en  actitudes  de  beatitud  o  de  videncia  estática, 
que  no  muestran  su  expresión  sino  en  el  rostro,  mientras  que  de  tal  suerte 
exageran  la  suya  las  figuras  de  las  obras  castellanas  que  frecuentemente 
parece  están  bailando. 

* 
*      * 

Ya  hemos  acumulado  la  casi  totalidad  de  los  elementos  de  los  cuales 
vamos  a  derivar  la  idea  justificadora  de  este  escrito.  De  una  parte,  el 
hecho  histórico  de  que  la  literatura  portuguesa  ha  sido  predominantemente 
lírica,  en'  tanto  que  la  castellana  ha  sido  principalmente  dramática  y  rea- 
lista ;  de  otra  parte,  el  contraste  entre  el  clima  suave  de  Portugal,  ni 
demasiado  seco,  ni  demasiado  húmedo,  ni  demasiado  cálido,  ni  demasiado 
frío,  ni  demasiado  claro,  ni  demasiado  oscuro,  y  el  clima  hecho  de  exce- 
sos, pero  árido,  en  total,  de  Castilla  y  de  la  costa  del  Mediterráneo ;  y 
de  otra  parte,  la  influencia  de  este  clima  en  el  arte  pictórico  de  ambos 
pueblos.     Cuando    contrastábamos    la    beatitud    de    las    figuras    portuguesas 


280  NOSOTROS 

con    la   violencia   casi    coreográfica   de   las    castellanas    estábamos   a   punto 
de  dejar  escapar  prematuramente  nuestro  secreto  del  tintero. 

Pero  el  dualismo  entre  lirismo  y  dramatismo  no  es  cosa,  sin  embargo, 
que  se  produzca  en  la  superficie  del  espíritu.  Viene  de  muy  dentro,  quizás 
de  más  adentro  que  la  división  que  Schopenhauer  hace  del  mundo  en  Va-" 
luntad  y  Representación,  de  más  adentro  que  la  división  que  Nietzsche 
hace  del  arte  en  apolíneo  y  dionisiaco.  Voluntad  y  Representación  entran 
lo  mismo  en  la  lírica  que  en  la  dramática;  la  plástica  no  es  necesaria- 
mente apolínea,  como  Nietzsche  la  concibe ;  bastará  visualizar  la  escul- 
tura española  o  la  pintura  de  Ribera,  Zurbarán.  el  Greco  o  Goya  para 
que  se  os  haga  evidente  la  presencia  de  un  fuerte  elemento  dionisiaco  en 
las  artes  plásticas.  Ni  toda  la  poesía  lírica  — ^_  nuestro  Rubén,  por  ejem- 
plo, es,  generalmente,  un  lírico  dramático,  y  esta  es  una  de  las  muchas 
cosas  que  todavía  no  se  han  dicho  acerca  de  Rubén — ,  ni  sería  posible  la 
dramática  de  Shakespeare  ni  la  epopeya  de  Camoes  sin  el  lirismo  pode- 
roso de  ambos  poetas. 

Que  el  drama  es  acción  y  lucha  ya  es  sabido.  Pero,  ¿qué  es  lirismo? 
¿Es  el  amor?  No  andaríamos  muy  lejos  de  definirlo  si  dijéramos  que 
lirismo  es  la  vida  vista  por  el  amor,  si  no  fuera  porque  también  el  con- 
flicto dramático  puede  ser  percibido  por  el  amor,  y  porque  el  amor  mis- 
mo puede  ser  dividido  en  lírico  y  dramático,  con  lo  que  ya  os  indico  que 
estos  conceptos  últimos  mezclan  y  entretejen  sus  raíces  en  un  nudo  gor- 
diano, en  el  que  no  es  fácil  empresa  la  investigación  de  las  identidades. 
Quizás  consigamos  -mejor  nuestro  objeto  si  volvemos  sobre  el  contraste 
que  apuntábamos  atrás  entre  ver  con  los  ojos  del  alma  3'  ver  con  los  ojos 
de  la  cara. 

Supongamos  que  nos  sentimos  bien,  que  una  brisa  agradable  nos  orea 
la  cara,  que  un  paisaje  armonioso  nos  acaricia  la  mirada.  Estamos  bien, 
no  tenemos  prisa,  gozamos  del  presente,  ningún  deseo  violento  nos  hosti- 
ga. En  esta  situación  de  bienaventuranza  surge  un  objeto  nuevo,  cosa  es 
persona,  a  la  contemplación  de  nuestros  ojos.  No  hay  razón  para  que 
nos  sintamos  temerosos  de  ese  objeto.  No  es  una  piedra  que  se  nos  echa 
encima,  no  es  un  enemigo  que  nos  amenaza.  Estamos  saturados  de  amo- 
rosidad,  puesto  que  nos  sentimos  bien.  ¿  Qué  hace  entonces  la  curiosidad 
estimulada  por  la  presencia  de  ese  objeto  nuevo?  Lo  sigue  con  los  ojos, 
la  imaginación  nuestra  se  objetiva,  nos  infundimos  con  la  imaginación 
en  el  objeto,  nos  hacemos  objeto,  sentimos  su  peso,  sus  movimientos  y 
sus  límites  como  propios.    Esta  es  la  visión  lírica  del  mundo. 

Pero  supongamos  que  no  estamos  en  la  actitud  de  abandono  y  de 
confianza  del  que  se  encuentra  bien.  Supongamos  que  nos  sentimos,  por 
una  u  otra  causa  ,  de  centinela  alerta  frente  al  mundo  y  que  es  entonces 
cuando  se  nos  parece  un  nuevo  objeto.  ¿Qué  haremos  sino  echarle  el 
alto?  Es,  desde  luego,  otra  cosa  que  nosotros,  una  amenaza,  desde  luego 
un  no-yo.  Hemos  de  analizarlo  como  realidad,  hemos  de  considerarlo 
como  posible  antagonista.  Es  posible ,  que,  además  de  antagonista,  sea 
nuestro  ideaf  amoroso.  Es  posible  que  se  convierta  desde  el  primer  mo- 
mento en  ladrón  de  nuestra  alma,  que  se  imponga  a  nuestra  voluntad. 
También  es  posible  que,  por  el  contrario,  sea  nuestra  voluntad  la  que 
sienta  el  empeño  de  apropiarse  del  nuevo  objeto.  De  todos  modos  surge 
una  lucha,  aún  en  el  seno  del  amor,  para  ver  cual  de  los  dos  se  impone 
al  otro.    Aquí  va  a  haber  un  vencedor  y  un  vencido : 

Cazador    que    a    raza    vas 
de    nni'er    o     de    Ifón, 
¡ay  de  ti  si  no  le  das 
en     mitad     del     corazón! 

decía  nuestro  Dicenta  que  no  fué  tampoco  un  lírico  lírico,  sino  un  lírico 
dramático.     Rubén,    en    cambio,    sentiría   desatársele    su    teoría    de    sátiros. 


LAS  REVISTAS  281 

los  coretes  o  los  coribantes  que  bailan  sobre  un  pellejo  de  vino  en  honor 
de  Dionisio  o  de  Cibeles.  Es  que  se  ha  roto  la  unidad  de  cuerpo  y  alma 
que  constituye  el  hombre.  El  alma  va  por  un  lado ;  el  cuerpo,  simbolizado 
por  los  sátiros,  marcha  por  otro  lado.  Se  ama,  sin  querer  o  contra  el 
querer.  Este  es  el  amor  dramático,  esencialmente  español ;  de  una  parte 
se  pierde  la  libertad,  o  se  trata  de  hacérsela  perder  a  nuestra  víctima ;  de 
otra  parte,  se  escinde  nuestro  ser  en  cuerpo  y  alma;  el  resultado  es  siem- 
pre lucha  y  tormento  y  drama. 

Ni  contigo,  ni  sin  tí,  ' 
tienen  mis  males  remedio; 
contigo,  poique  me  matas 
y    sin    tí,    porque    me    muero. 

El  amor  lírico,  el  amor  que  el  pueblo  portugués  canta  preferente- 
mente en  sus  cantares,  es  ajeno  a  toda  lucha.  Se  caracteriza  por  su  aban- 
dono total,  de  cuerpo  y  alma.  Perdonadme  si  os  traduzco  mal  un  par  de 
cantares : 

Aquí    está    mi    corazón, 
si    quieres,    matarlo    puedes; 
mira    que    estás    dentro    de   él 
y    si    me    matas,    te    mueres. 

O  este  otro,  que  tiene  fama  de  ser  el  más  hermoso  del  país : 

Me   llamaste   vida   tuya 
y    yo    tu    alma    a    ser    aspiro, 
la   vida    acaba    en    la    muerte 
y    el   alma   sigue   camino. 

Acaso  prefiriera  yo  estos  otros : 

Hijo    soy    de    las    estrellas, 
junto    al    cielo    fui    criado, 
perdíme    en    la    noche    oscura 
y    en    tu    pecho    fui    encontrado. 

Mi   corazón    es   un    río, 
lleno    de    aguas,    mete    miedo, 
sécase    mi    corazón 
y    se    riega    tu   arboledo. 

Portugal  posee  en  Joao  de  Dcus  uno  de  los  poetas  más  grandes  del 
amor  lírico  que  ha  producido  el  mundo,  incluyerido  los  poetas  de  la  India 
y  del  Extremo  Oriente.  El  siglo  XIX,  quizás  tan  grande  en  la  literatura 
portuguesa  como  el  XVI,  produjo  un  poeta  en  que  el  alma  del  pueblo  por- 
tugués volvió  a  encarnar  en  un  genio  místico  y  naturalista,  como  también 
lo  fuera  Camoes.  Faltóle  a  Joao  de  Deus  el  estro  épico  de  Camoes.  Qui- 
zás superó  en  delicadeza  al  mismo  autor  de  As  Lusiadas.  No  me  atrevo 
a  traducir  sus  versos  porque  esta  es  empresa  reservada  a  la  mano  de  un 
gran  lírico.  Pero  aquí  está  el  amor  que  nada  teme  y  nada  pide,  y  lo  da 
todo.  La  Mujer  deja  aquí  de  ser  el  tercer  enemigo  del  alma.  Es  la  más 
bella  representación  de  Dios.  El  poeta  necesita  decir  expresamente  que 
"Ama  también  a  Dios"  para  que  no  creamos  que  la  divinidad  tiene  a  sus 
ojos  forma  de  mujer.  Este  hombre  confunde  la  curva  del  pecho  de  su 
amada  con  la  del  cielo  de  los  justos  sin  que  lleguemos  a  escandalizarnos. 
La  voliTptuosidad  misma  se  hace  casta  en  su  pluma  y  es  que  el  poeta,  en 
su  éxtasis  lirico,  se  olvida  de  sí  mismo  y  nos  hace  olvidarnos  de  nosotros 
mismos  para  sumirnos  en  un  sueño  de  nieve  y  de  coral. 

Que  este  sueño  es  infinitamente  peligroso  no  necesito  decirlo.  En  el 
amor  dramático,  cuando  menos,  nos  estamos  defendiendo  todo  el  tiempo. 
En  el  amor  lírico,  en  cambio,  nos  entregamos  sin  defensa.  Pero  lo  que 
quiero  decir,  y  con  ello  habré  cumplido  el  objeto  que  me  proponía  en  este 


282  NOSOTROS 

escrito,  es  que  en  Portugal  se  da  un  lirismo  puro,  que  es  una  entrega  en- 
tera del  espíritu,  que  esta  lírica  es  la  ruptura  del  "principium  individua- 
tionis",  que  Nietzsche  creía  equivocadamente  que  se  da  en  la  tragedia,  y 
que  este  lirismo  se  ha  dado  en  Portugal,  en  parte  por  razones  que  siempre 
se  perderán  en  el  misterio,  pero  también,  en  parte,  porque  el  ser  humano 
se  siente  envuelto  en  aquella  tierra  por  un  ambiente  que  es  una  caricia, 
y  por  la  misma  razón  de  que  los  conflictos  del  amor  se  dan  con  más  fre- 
cuencia entre  las  clases  de  la  sociedad  que  tienen  satisfechas  sus  necesida- 
des materiales. 

Portugal  posee  a  la  hora  actual  los  mejores  poetas  líricos  de  Europa. 
Si  no  fuera  porque  escribir  verso  en  portugués  es,  mundialmente  hablan- 
do, escribir  en  secreto,  hace  ya  muchos  años  que  el  Premio  Nobel  habría 
coronado  las  sienes  de  Guerra  Junqueiro,  el  más  alto  lírico  latino.  Esto 
que  digo  de  Guerra  Junqueiro  podrá  decirse  también  de  don  Eugenio  de 
Castro  y  quizás  tenga  que  decirse  de  cualquiera  otro  de  los  grandes  poetas 
vivos  que  Portugal  tiene,  como  Teixeira  de  Pascoaes,  Correa  d'Oliveira, 
Vieira  d'Almeida.  Lopes  Vieira,  Jaime  Cortecan,  y  no  pretendo  agotar  la 
lista,  porque  me  hallo  todavía  en  el  período  de  descubrimiento  y  entusias- 
mo y  no  me  siento  con  saber  bastante  para  pretender  orientar  a  nadie  en 
el  océano  de  la  literatura  portuguesa,  que  no  es  a  este  respecto,  país  pe- 
queño. 

La  riqueza  lírica  del  país  vecino  me  ha  emocionado  tanto  que  no  re- 
cuerdo haber  sentido  antes  impresión  tan  profnnda  al  visitar  pueblo  al- 
guno extranjero,  ni  Francia,  ni  Italia,  ni  Suiza,  ni  Alemania,  ni  Bélgica, 
ni  Holanda,  ni  Inglaterra.  Solo  los  países  del  Extremo  Oriente,  que  nun- 
ca visité.,  han  dejado  en  mi  ánimo  una  visión  de  ensueño  como  la  que  de 
Portugal  me  he  traído.  Salvando  las  distancias  personales,  mi  viaie  a 
Portugal  ha  sido  para  mí  lo  que  fué  para  Goethe  el  viaje  a  Italia.  Estoy 
seguro  que  de  haberlo  hecho  más  joven  habría  sido  otra  la  dirección  de 
mi  vida  espiritual. 

La  menor  de  las  consecuencias  que  he  sacado  es  la  necesidad  de  que 
nos  conozcamos  españoles  y  portugueses  más  íntimamente,  pero  que  des- 
aparezcan, por  parte  de  los  portugueses,  los  prejuicios  históricos  y  por 
parte  de  los  españoles,  la  indiferencia  y  la  apatía.  Nos  necesitamos  mu- 
tuamente. Vuelvo  a  decir  que  los  castellanos  corren  serio  peligro  de  mo- 
rirse de  aridez  en  sus  estepas  como  no  vuelva  a  regar  su  alma,  como  la 
regó  en  el  Siglo  de  Oro,  el  jugo  de  la  lírica  portuguesa  y  que  también  el 
alma  portuguesa  corre  peligro  de  deshacerse  como  no  se  le  endurezca  la 
espina  dorsal  al  contacto,  y  en  amistosa  rivalidad,  con  el  alma  española. 
Por  eso  no  pido  siquiera  que  los  portugueses  se  curen  del  recelo  que  les 
inspiramos,  aunque  sí  pido  al  cielo  que  ese  recelo  no  tenga  nunca  el  me- 
nor motivo  de  justificación.  Pero  si  no  padeciéramos  en  todo  el  mundo 
de  tin  exceso  de  nacionalismo  y  de  seleccionismo,  que  ha  escindido  la  uni- 
versalidad de  Dios  y  nos  hace  adorar  a  dioses  nacionales  o  a  dioses  pro- 
letarios o  de  la  gente  "bien"  —  porque  a  esto  ha  venido  a  reducirse  la 
religiosidad  de  los  modernos — ,  si  continuásemos  crevendo,  como  creímos 
antaño,  en  un  Dios  universal  y  si  la  creencia  en  un  Dios  universal  uniera 
a  las  distintas  culturas  nacionales  en  una  ciudad  cultural  superior,  como 
lo  fué  la  Cristiandad  en  la  Edad  Media,  no  sería  posible  que  la  humanidad 
culta  desconociera,  como  desconoce,  la  existencia  en  Portugal  de  los  más 
ricos  manantiales  de  lirismo,  esa  suprema  flor  del  alma,  porque  si  sunieran 
los  escritores  y  poetas^  del  mundo  que  esos  manantiales  están  en  Portugal, 
todas  las  plumas  distinguidas  del  mundo  trocaríanse  en  lanzas  para  de- 
fender la  integridad  de  im  suelo,  que  ningún  gigante,  ni  emperador  avieso 
se  atrevería  a  violar,  porque  todos  los  poetas  de  la  tierra  lo  considerarían 
como  su  Benares  y  su  Aíeca,  su  Atenas  y  su  Jerusalén". 


NOTAS  Y  COMENTARIOS 

Fundación  del  Instituto  de  la 
Universidad  de  París  en  Buenos 
Aires. 

CON  la  fundación  del  Instituto  de  la  Universidad  de  París  en 
Buenos  Aires,  realizada  oficialmente  el  17  de  Junio  en  el 
paraninfo  de  la  Universidad,  agrégase  a  nuestros  centros  de  alta 
cultura  uno  de  valor  sumo,  que  no  será  únicamente  —  como  el 
doctor  Ibarguren  dijo  en  su  discurso  —  "un  factor  más  de  ense- 
ñanza, sino  también  un  eficacísimo  vehículo  de  intercabio  espiri- 
tual con  Francia". 

Antes  que  a  nadie,  ha  brindado  su  alta  tribuna  al  profesor 
M.  Ernest  Martinenche,  el  eminente  hispanista  que  en  París  man- 
tiene vivo,  en  la  cátedra  que  profesa  y  én  las  revistas  que  dirige, 
el  culto  por  la  literatura  española.  M.  Martinenche  es  un  gran 
maestro :  erudito  sin  pesadez,  claro,  elocuente.  Sus  lecciones  so- 
bre Moliere  han  de  ser  dignas,  sin  duda  alguna,  del  grande  hom- 
bre. Ningún  tema  pudo  ser  mejor  que  el  que  su  teatro  ofrece. 
Si  Moliere  no  es  lo  esencial  del  genio  literario  de  Francia,  es,  por 
lo  menos,  lo  más  puro  y  eterno.  Bien  está,  pues,  que  se  trate  de  él 
en  las  lecciones  inaugurales  de  un  Instituto  francés. 

Discurso  dei,  Dr.  Caritos  Ibargurein 

Señores : 

El  Instituto  de  la  Universidad  de  París  en  Buenos  Aires,  que 
tengo  la  honra  de  presidir  y  que  inauguramos  en  este  acto,  desem- 
peñará una  función  trascendental  en  el  desenvolvimiento  de  la 
cultura  argentina.  No  es  únicamente  un  factor  más  de  enseñanza 
el  que  se  incorpora  hoy  a  nuestra  vida  universitaria,  sino  también 
un  eficacísimo  vehículo  de  intercambio  espiritual  con  Francia. 

Francia  no  ha  necesitado  de  organismos  especiales  para  ejer- 
cer   entre   nosotros    la   profunda    influencia    que   universalmente 
irradia  con  su  pensamiento  y  con  su  arte;  pero  ahora  ella  quiere 
/ 


284  NOSOTROS 

mantener  con  los  argentinos  un  vínculo  intelectual  más  vivo  que 
el  del  libro  y  el  de  la  revista  científica  o  literaria,  cual  es  el  de 
la  enseñanza  personal  de  sus  más  eminentes  profesores.  El  pen- 
samiento frg,ncés  será  traído  de  esta  suerte  por  la  voz  de  sus 
más  elevados  exponentes  en  la  cátedra,  y  la  juventud  estudiosa 
lo  recibirá  en  la  forma  sistematizada  de  cursos  universitarios. 
La  semilla  no  vendrá,  pues,  dispersa  y  enfriada,  como  hasta  hoy 
en  las  hojas  de  millares  y  milares  de  libros,  sino  que  caerá  en 
nuestro  surco  elemental  derramada  amorosamente  por  el  propio 
labrador  que  la  cosechó  en  su  pródiga  tierra. 

Y  los  maestros,  después  de  habernos  enseñado,  retornarán 
a  su  patria  con  algo  ajeno  a  las  disciplinas,  a  las  bibliotecas  y  a 
las  especulaciones  ideológicas,  algo  nuevo  para  ellos  que  les  in- 
fundirá una  sugestión  extraña  y  múltiple:  la  visión  de  un  pue- 
blo naciente  que,  sin  haber  definido  aún  su  perfil,  pugna  impe- 
tuoso en  este  momento  de  unánime  pesimismo  por  romper  su 
larva  y  por  hallar  sus  alas.  Esos  obreros  de  cultura  milenaria 
llevarán  de  aquí  una  impresión  de  fuerza  adolescente,  informe 
y  rica  como  materia  prima,  y  al  volver  al  seno  ilustre  de  sus 
academias  revelarán  a  sus  colegas  todas  las  posibilidades  que 
guarda  para  el  mundo  esta  América  llamada,  con  acierto,  latina. 

Es  verdad  que  en  América  del  Sud  se  confunden  las  razas 
y  que  los  vastagos  sienten  en  su  sangre  y  en  su  alma  latidos  de 
la  carne  y  del  espíritu  de  todos  los  pueblos ;  pero  hay  una  línea 
étnica  directriz  que  da  a  estos  países  su  carácter  peculiar:  el  hijo 
de  la  humanidad,  que  se  está  elaborando  en  este  continente  con 
la  fusión  de  los  hombres  venidos  de  las  más  diversas  comarcas 
del  globo,  lleva  dentro  de  sí,  en  medio  de  las  heterogéneas  co- 
rrientes espirituales  que  agitan  su  formación,  el  germen  lumi- 
noso de  la  latinidad. 

Francia  nos  dirige  hoy  con  preferencia  su  mirada  maternal. 
Nosotros  habíamosla  contemplado  filialmente  desde  muy  largo 
tiempo  porque  nuestra  afinidad  con  ella  proviene  de  lazos  que 
nos  hermanan  con  un  mismo  modo  de  sentir. 

La  unión  espiritual  entre  los  pueblos  no  es  nunca  el  exclu- 
sivo resutado  de  una  obra  de  diplomacia  o  de  política  si  no  hay 
en  ellos  una  sensibilidad  semejante  que  vibre,  por  igual,  al  mismo 
diapasón.    En  esa  identidad  finca  la  ignota  fuerza  que  estrecha 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  285 

las  almas  y  las  abre  de  la  misma  manera  para  recibir  la  onda 
misteriosa  del  universo. 

Por  ello  nosotros  queremos  y  comprendemos  el  alma  fran- 
cesa, que  representa  en  la  civilización  contemporánea  lo  que  la 
griega  significó  en  los  tiempos  clásicos:  lleva  la  claridad  a  la 
hondura  y  la  gracia  a  la  meditación,  parece  liviana  por  ser  alada, 
y  ligera  porque  es  sutil,  difunde  armoniosamente  por  el  mundo 
la  cultura  propia  y  ajena  y  refleja  sus  imágenes  dando  a  las  for- 
mas la  voluptuosidad  inquieta  y  la  belleza  serena. 

Bien  venido  sea  en  Buenos  Aires  este  Instituto  qixe  nos  trae 
de  Francia,  con  sus  grandes  maestros,  las  vibraciones  de  su  pen- 
sar y  de  su  sentir. 

Nuestra  sección  "Letras  Argentinas" 

ANÍBAL  Norberto  Ponce  que  desde  hace  dos  años  atendía  con 
gran  competencia  y  éxito  la  crítica  de  los  libros  argentinos 
en  prosa,  nos  ha  pedido  relevo.  Sus  ocupaciones  profesionales 
y  sus  particulares  estudios  le  fuerzan  por  ahora  a  apartarse  del 
comentario  de  la  literatura  argentina  actual,  cada  día  más  abun- 
dóte y  compleja. 

Siete  son  con  Ponce  los  que  en  los  quince  años  que  Nosotros 
Teva  de  vida  han  atendido  esta  sección :  Giusti,  Melián  Laf inur, 
Coronado,  Laferrére,  Trazusta,  Noé,  han  ejercido  con  mayor  o 
menor  constancia  esas  funciones,  que  si  fueran  más  gratas,  no 
hubieran  sido  ejercidas  por  tantos. 

Ponce  las  abandona  cuando  su  prestigio  de  critico  agudo  y 
austero  comenzaba  a  afianzarse.  Muy  joven  y  muy  argentino, 
la  inquietud  le  lleva  a  tantear  otros  caminos,  a  explorar  otras 
rutas.  Como  esas  rutas  y  esos  caminos  son  de  la  inteligencia, 
"Ponce  ha  de  llegar  a  término,  sin  duda  alguna,  si  así  lo  quiere. 
Reemplazará  a  Ponce,  nuestro  director  Julio  Noé.  Rafael 
de  Diego  seguirá  ocupándose  de  los  libros  de  versos. 

El  Teatro  de  Jacinto  Benavente 

MUY  complacidos  publicamos  en  este  número  la  excelente 
conferencia  que  sobre  Bl  teatro  de  Jacinto  Benavente,  leyó  el 
escritor  español  Rafael  Marquina,  hermano  del  poeta,  en  la  fies- 
ta que  el  Ateneo  Universitario  realizó  en  honor  de  Benavente, 


286  NOSOTROS 

en  el  salón  de  actos  de  la  Facultad  de  Ciencias  Económicas,  el 
día  de  Mayo  próximo  pasado. 

En  dicha  fiesta  —  que  tuvo  un  gran  éxito  —  el  ilustre 
dramaturgo  expuso  a  la  juventud  un  magnífico  credo  idealista 
y  a  continuación  la  admirable  artista  Berta  Singermann  recitó 
diversas  composiciones  de  nuestros  poetas  jóvenes 

Las    publicaciones    universita- 
rias. —  Boletín  de  la  Facultad  de 
«  Ciencias  Económicas,  Comerciales 

y  Políticas  del  Rosario. 

Alas  revistas  que  aparecen  en  el  país,  especialmente  dedica- 
das a  estudios  de  índole  universitaria  y  a  la  divulgación  de 
los  problemas  de  carácter  científico  y  cultural,  debe  agregarse  el 
Boletín  bimensual  que  publica  el  Seminario  de  la  Facultad  de 
Ciencias  Economices,  Comerciales  y  Políticas  que  forma  parte 
de  la  Universidad  Nacional  del  Litoral. 

Los  trabajos  que  contiene  la  entrega  primera  del  Boletín 
son  realmente  de  mérito,  debiendo  mencionarse  de  un  modo  es- 
pecial una  conferencia  pronunciada  por  el  Dr.  Ardoino  Martini 
al  inaugurar  en  dicha  Facultad  el  Curso  de  Tecnología  Indus- 
trial y  Rural,  una  interesante  monografía  del  estudiante  señor 
Luis  J.  Castelli  sobre  "Clasificación  de  los  gastos  de  la  provin- 
cia de  Santa  Fe",  "La  deuda  pública  nacional  al  31  de  Diciem- 
bre de  19 19",  por  el  estudiante  Amadeo  V.  Re,  del  curso  de 
contadores. 

No  desmerece  en  lo  más  mínimo  el  número  segundo  del 
Boletín  de  la  Facultad  de  Ciencias  Económicas,  Comerciales  y 
Políticas  instalada  en  el  Rosario  en  el  edificio  de  la  Escuela  de 
Comercio.  Forman  parte  del  sumario  de  la  segunda  entrega,  "El 
Censo  Argentino  de  1914",  por  el  Dr.  Franz  Kuhn;  Variaciones 
de  precio  de  los  artículos  de  primera  necesidad  en  la  ciudad  de 
Rosario,  monografía  presentada  por  el  estudiante  Nicolás  J. 
Bressan,  con  gráficos  demostrativos,  y  varias  notas  de  interés 
para  el  profesorado  y  estudiantes  de  la  Universidad  Nacional  del 
Litoral. 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  "'ift' 

Un    verdadero    niño    prodigio: 
Víctor   Hormaechea 

El,  sábado  17  del  corriente  se  realizó  en  el  Salón  Teatro  el 
recital  anunciado  por  el  joven  violinista  argentino  Víctor 
Hormaechea,  primer  premio  y  medalla  de  oro  del  Conservatorio 
"Buenos  Aires",  que  dirige  el  maestro  Alberto  VVixliams. 

Hormaechea,  discípulo  del  gran  violinista  Andrés  Gaos,  de- 
mostró, desde  la  primer  pieza,  un  absoluto  dominio  del  instru- 
mento y  una  serenidad  rara  en  un  muchacho  de  15  años  que  por 
primera  vez  se  presentaba  en  público  con  un  programa  de  tanto 
compromiso.  Una  gran  técnica  y  una  profunda  compenetración 
del  sentido  de  cada  obra,  puso  en  evidencia  el  concertista,  que 
triunfó  plenamente.  Si  Hormaechea  continúa  estudiando  seria- 
mente, podemos  afirmar  que  tendremos  en  él,  en  breve,  un  gran 
artista  de  fama  mundial. 

Su  programa  se  componía  de  la  Sonata  opus  2  de  Veracini, 
la  Leyenda  opus.  17  y  Obertass  de  Wieniaswsky,  Moto  Perpetuo 
de  Ríes,  la  Rapsodia  Húngara  opus.  43  de  Hauser,  dos  páginas 
de  Williams-Gaos,  que  tuvo  que  repetir,  y  el  Scherzo-Tarantella, 
opus.  16  de  Wieniaswsky.- 

Es  de  lamentar  que,  como  de  costumbre,  no  concurriera  nin- 
guno de  los  críticos  de  los  grandes  diarios.  Se  trataba  de  la 
presentación  de  un  artista  argentino.  Nuestro  crítico  Gastón  O. 
Talamón  ha  hecho  notar  hace  poco  este  antiargentinismo  artís- 
tico, con  motivo  de  un  concierto  anterior  de  Leónidas  Mastrosté- 
fano  y  Lia  Cimagha. 

Sólo  vimos  al  señor  Salustiano  Frías,  crítico  de  El  Telé- 
grafo, quien  dedicó  al  recital  de  Hormaechea,  un  entusiasta  co- 
mentario. 

Asociación   Cultural   de   Bahía 
Blanca. 

ESTA   importante   Asociación   Cultural   acaba   de   publicar,   en 
un  elegante  y  lujoso  fascículo,  la  Memoria  y  Balance  del 
2.°  período:  1921. 

De  la  lectura  de  dicha  Memoria  nos  enteramos,  muy  com- 
placidos,   del   éxito,    cada   día   creciente,    de    la   Asociación,   que 


288  NOSOTROS 

cuenta  ya  con  mil  seiscientos  socios,  divididos  en  dos  turnos, 
a  fin  de  que  todos  ellos  puedan  asistir  a  las  conferencias  y  audi- 
ciones musicales.  Desde  su  iniciación,  el  29  de  Noviembre  de 
1919  hasta  el  último,  realizado  el  13  de  Noviembre  del  año  ppdo. 
lleva  dados  la  Asociación  treinta  y  un  festivales.  Al  igual  de 
sus  congéneres  y  antecesoras — la  Asociación  IVagneriana  de  Bue- 
nos Aires  y  Bl  Círculo  de  Rosario — por  el  local  de  sus  audiciones 
han  desfilado  una  serie  de  notables  conferencistas,  músicos  y 
cantantes.  Así,  en  el  último  año,  los  socios  de  la  Asociación  Cul- 
tural de  Bahía  Blanca,  han  podido  oir  a  Alfonsina  Storni  y 
Augusto  Sebastiani,  a  Carlos  Galef fi,  a  Backhaus,  a  Segovia,  al 
Cuarteto  Wendling,  a  Rosario  Pino,  a  Friedmann,  a  Ninon  Va- 
llin  y  Armand  Crabbé  y  finalmente  al  Dr.  Joaquín  V.  González, 
quien  dio  dos  interesantes  conferencias  sobre  Poesía  Regional 
Argentina :  Juan  Carlos  Dávalos,  Carlos  B.  Quiroga  y  Luis  L. 
Franco,  una,  y  sobre  Literatura  Mística  Argentina  y  el  Padre 
Bsqiiiú,  la  otra. 

Nos  congratulamos  del  éxito  de  esta  seria  institución  de  cul- 
tura y  deseamos  que  en  todas  las  principales  ciudades  de  la  Re- 
jjública  sea  imitado  el  ejemplo  dado  hasta  ahora  por  Rosario, 
Bahía  Blanca,  Pergamino  y  Tres  Arroyos. 

Una  buena  revista  oficial: 
"Riel  y  Fomento". 

No  es  frecuente  que  las  administraciones  públicas  editen  revis- 
tas, y  menos  frecuente  aun  que  editen  buenas  revistas.  La 
que  ha  comenzado  a  publicar  la  Administración  de  Ferrocarriles 
de  Estado  debe  ser  especialmente  señalada  a  los  lectores.  Es  in- 
teligentemente nacionalista,  llena  de  sabor  argentino.  Está,  ade- 
más, bien  escrita,  bien  ilustrada  y  bien  impresa. 

Los  autores  presentados  al  Con- 
curso literario  de  la  Municipalidad 
han  designado  su  representante  en 
el  Jurado. 

CON  la  designación  de  Julio   Noé  ha  quedado   integrado  — 
un  poco  tarde,  por  cierto  . —  el  jurado  que  discernirá  los 
premios  a  las  obras  literarias  publicadas  en  192 1. 

"Nosotros''. 


AÑO  XVI  Julio  de  1922  Núm.  158 

——y 

NOSOTROS 


BUENOS  AIRES   CREPUSCULAR 


COMO  en  un  cuento  de  Coppée,  un  paseante  bohemio  se  de- 
tiene a  contemplar  una  puesta  de  sol  otoñal,  admirado  de 
su  magnificencia,  mientras  a  su  alrededor  pasan  las  gentes  afa- 
nadas, que  se  codean,  se  tropiezan  sin  mirarse  siquiera  —  mucho 
menos  al  cielo,  tan  pegadas  van  a  la  tierra  —  y  al  ocultafte  el 
Sol  por  completo  y  apagarse  las  luces  de  su  ocaso,  el  bohemio, 
orgulloso,  exclama:  "Esta  tarde  se  ha  puesto  el  Sol  para  mí 
solamente",  así  quiero  yo  brindaros  una  puesta  de  Sol  en  Buenos 
Aires. 

Desde  mi  balcón  la  contemplé  muchas  veces.  Es  la  hora 
admirable.  No  puede  aprovecharse  su  riqueza;  pero  el  Sol  al 
esconderse  en  Buenos  Aires,  es  pródigo  de  esplendores.  Desde 
mi  balcón,  a  buena  altura,  se  descubre  gran  parte  de  la  ciudad. 
De  día  cuenta  su  verdadera  historia :  crecer,  progresar,  agran- 
darse, enriquecerse.  .  .  Sobre  las  casas  sencillas,  de  vida  fami- 
liar, de  modesto  comercio,  con  sus  terrazas  espaciosas,  llanas,  se 
yerguen  insolentes  los  edificios  modernos,  masas  pujantes,  torres 
de  Babel  que  pretenden  escalar  el  cielo,  y  como  en  la  Torre  de 
Babel,  confusión  de  lenguas,  que  discuten,  debaten  de  negocios 
y  tráficos.  Ostentan  abigarrada  arquitectura.  No  hay  nación, 
no  hay  estilo  que  no  haya  pasado  por  ellas.  Destacándose  arro- 
gante, se  alza  la  cúpula  del  palacio  legislativo.  Hay  imperio  y 
severidad  en  su  arrogancia.  Todo  ello  es  la  cosmópolis  activa, 
industriosa,  comercial,  rica  en  trabajos  y  placeres  que  han  de  ser 
la  recompensa  del  trabajo. 


290  NOSOTROS 

A  la  puesta  del  Sol  vá  acallándose  todo  aquello,  que  es 
como  griterío  de  pujanza.  Va  suavizándose  y  afinándose  entre 
una  bruma  acuosa.  Es  como  una  acuarela  sin  colores  chillones, 
diluidos  todos  sobre  un  fondo  argentado:  amarillos  de  rosa  té 
con  rosados  visos  de  nácar,  verdes  de  mar  en  lontananza  y  algún 
desgarrón  sangriento,  como  llamarada  de  un  incendio  lejano... 
Y  poco  a  poco,  es  por  fin  el  azul  de  la  noche.  Y  ya  en  la  noche, 
Buenos  Aires  parece  ima  ciudad  oriental,  morisca.  Los  rasca- 
cielos espiritualizan  su  mole  y  parecen  como  alminares  de  mez- 
quita. Bajo  ellos,  las  mil  terrazas  se  tienden  misteriosas,  y  nadie 
extrañaría  ver  aparecer  en  ellas  blancos  alquiceles  morunos  o  de 
ellas  percibirse  rasgueos  de  guzlas,  preludio  del  lamento  de  una 
canción.  De  la  tierra  sube  una  niebla  de  oro,  que  es  como  el 
resplandor  de  una  fiesta  de  antorchas  y  luminarias  nupciales .  .  . 
Es  otra  ciudad . . .  Santos  Vega  venció  al  diablo  con  su  cantar 
criollo :  el  diablo  le  había  vencido  antes  con  su  endiablada  alga- 
rabía: ruidos  de  Jazz-band  infernal. 

El  día  es  del  diablo;  la  noche  es  del  poeta.  Comprenderéis 
que  yo  me  acoja  a  los  poetas  y  con  ellos  sueñe,  como  a  la  pues- 
ta del  Sol,  como  en  la  noche,  que  encanta  la  perspectiva  de  la 
gran  ciudad,  desde  mi  alto  balcón,  donde  yo  quisiera,  como  el 
almuédano,  llamar  a  los  poetas  a  la  oración  de  las  almas  creyen- 
tes en  nuestra  verdad :  la  belleza ! . . . 

Jacinto  Benaventeí. 


CADA    día... 


A    Vicente  A.  Salaverri. 

/^  ADA  día  acreciéntase  la  dicha 

^-^   Que  ofréceme  el  dolor; 

Cada  día  acreciéntase  el  dolor 

Que  ofréceme  Id  dicha; 

Cada  día  que  voy  dejando  atrás 

Me  fuerza  a  vivir  más; 

Por  esto  muero  más :  soy  más  amor . . . 

Cuanto  más  vivo  más  de  mí  deserto .  . . 

Cuando  viva  del  todo,  estaré  muerto. 

Fernando  Maristany. 
Barcelona,  Noviembre  1921. 


ESCRITORES  URUGUAYOS 

CARLOS  REYLES,  novelista 

LA  compleja  personalidad  de  Carlos  Rey  les,  la  más  vigorosa 
acaso  de  toda  la  América  latina,  sólo  comparable  en  inten- 
sidad y  riqueza  a  la  de  Leopoldo  Lugones,  se  destaca  en  la  lite- 
ratura con  dos  relieves  magistrales:  como  filósofo  y  como  no- 
velista. 

La  doctrina  filosófica  de  nuestro  autor,  esbozada,  o  mejor 
dicho,  comenzada  en  La  Muerte  del  Cisne  —  libro  impetuoso, 
un  poco  agresivo  y  polemizador,  pero  hondo,  implacable,  vigo- 
roso como  una  espada  justiciera,  y  armonioso  al  mismo  tiempo, 
de  una  armonía  de  estilo  que  adquiere  plasticidades  mórbidas,  — 
se  completa  y  redondea  como  una  maravillosa  cúpula  en  los 
Diálogos  Olímpicos,  en  donde  la  serenidad  de  la  madurez  inte- 
lectual pone  una  hondura,  una  esperanza  grave,  un  idealismo  re- 
flexivo, como  la  melancólica  serenidad  de  una  tarde  de  otoño. 

La  Muerte  del  Cisne  es  la  desolada  borrasca,  la  embriaguez 
dolorosa  de  los  primeros,  hondos^  desengaños,  frente  a  la  inani- 
dad de  los  grandes  ideales,  en  una  época  en  que  el  refinamiento 
de  la  civilización,  colmando  todos  los  deseos  y  halagando  todos 
los  apetitos,  dejó  en  el  alma  la  sequedad  estéril,  el  amargo  sabor 
de  una  fiesta  continua. 

Pero  viene  la  guerra,  la  sacudida  brutal,  la  catástrofe  im- 
prevista que  pasa  como  una  ráfaga  de  tormenta  sobre  la  dulzura 
y  la  molicie  del  principio  del  siglo,  e  invierte  todos  los  valores ; 
y  el  espíritu  adormecido  en  su  escepticismo,  en  medio  del  refina- 
miento de  una  sociedad  que  produjera  el  A  rebours  de  Huys- 
mans,  se  siente  extremecido  por  un  impulso  nuevo,  y  despierta 


ESCRITORES  URUGUAYOS  298 

vigoroso,  con  un  vigor  insospechado,  al  latigazo  cruel  de  las  pri- 
vaciones y  de  los  horrores  de  la  guerra. 

Y  hete  aquí  que  la  flor  de  la  esperanza  y  del  idealismo,  bro- 
ta tímidamente  primero,  y  florece  después  maravillosamente,  de 
la  misma  desencantada  doctrina  de  La  Muerte  del  Cisne.  Los 
Diálogos  Olímpicos,  proclaman  la  necesidad  y  la  eficacia  de  un 
ideal  humano;  pero  en  la  imposibilidad  de  encontrarlo  más  allá 
de  la  vida,  fuera  de  la  conciencia  propia,  descubre  como  por  en- 
canto, dentro  del  mismo  ser,  la  ignorada  facultad  de  crear  sus 
propias  ilusiones,  de  forjarse  dentro  de  sí  la  razón  misma  de 
vivir,  y  proclama  así  el  triunfo  definitivo  de  Irene,  la  vida,  y 
de  Pandora,  la  esperanza.  * 

Pero  dejemos  para  otro  artículo  la  grata  tarea  de  desarrollar 
detalladamente  como  lo  merece,  la  original  doctrina  filosófica  de 
nuestro  autor,  para  concretarnos  a  la  otra  faz,  tan  interesante 
aunque  no  tan  profunda,  del  insigne  escritor  uruguayo.  Beba, 
La  Raza  de  Caín,  El  Terruño,  y  ahora  El  Embrujo  de  Sevilla, 
constituyen,  cronológicamente,  la  obra  novelesca  de  Carlos 
Reyles. 

Su  vigoroso  talento,  presenta  en  cada  uno  de  estos  libros, 
una  faceta  diferente,  nunca  repetida.  Podríamos  decir,  sin  te- 
mor de  equivocarnos  mucho,  que  es  la  primera,  la  novela  de 
ambiente  nacional ;  pintura  exacta  de  nuestro  medio  rural.  No- 
vela de  análisis  psicológico,  La  Raza  de  Caín;  de  tesis,  El  Te- 
rruño; El  Embrujo  de  Sevilla,  la  última  novela,  recientemente 
publicada,  reúne,  en  maravilloso  conjunto,  las  características  de 
todas  las  demás  novelas  juntas,  y  es  al  mismo  tiempo,  novela 
de  ambiente,  de  análisis,  y  en  menor  grado,  novela  también  de 
tesis. 

Al  tratar  de  cada  una  de  estas  novelas  en  particular,  iremos 
desarrollando  estos  puntos  de  vista  especiales. 

I 
"Beba" 

ES  la  primera  novela  definitiva   de   Reyles,  y   la  que  le  dá 
nombre  consagratorio.    Y  al  asegurar  esto,  no  desconoce- 
mos una  tentativa  juvenil,  escrita  a  los  diez  y  ocho  años  y  titu- 


294  NOSOTROS 

lada  Por  la  Vida,  pues  aun  cuando  en  ella  aparezcan  ya  las  me- 
jores cualidades  del  escritor,  en  forma  embrionaria  todavía,  el 
análisis  psicológico,  un  don  de  observación  poco  común,  y  esa 
sensación  de  lo  vivido  que  dan  todas  las  obras  de  nuestro  ilustre 
compatriota,  no  queremos  ser  más  realistas  que  el  rey,  ya  que 
su  autor  la  ha  descalificado.  No  tienen  derecho  los  críticos  de 
considerar  forzosamente  una  obra  de  juventud,  que  por  ser  de 
juventud,  pudo  ser  dada  a  la  publicidad,  por  inexperiencia  del 
autor. 

Empecemos,  pues,  por  Beba,  que  consideraremos  como  pri- 
mera obra  y  brillante  éxito  de  crítica  y  de  librería.  Reyles  se 
presenta  en  esta  novela,  escrita  a  los  veinte  y  seis  años,  con  un 
dominio  completo  del  idioma  y  de  la  técnica.  Nada  falta  en 
ella:  ni  los  magistrales  cuadros  de  nuestra  campaña,  ni  el  aná- 
lisis psicológico  de  los  personajes,  que  ha  de  culminar  en  La 
Rasa  de  Caín,  para  no  ser  ya  sobrepasado,  ni  por  El  Terruño, 
ni  aún  por  El  Embrujo  de  Sevilla,  que  casi  todos  los  críticos 
consideran  su  obra  maestra. 

Beba,  no  es,  sin  embargo,  una  novela  psicológica.  Y  aun 
cuando  su  autor  no  demuestre  mayor  afición  a  las  largas  des- 
cripciones, podemos  asegurar  que  es  una  novela  de  ambiente, 
nuestra  novela,  en  la  que  las  faenas  y  la  vida  del  campo,  en  una 
estancia  modelo,  viven  a  nuestros  ojos  con  una  realidad  sor- 
prendente. En  El  Terruíw  volverá  Reyles  más  adelante  a  re- 
coger el  mismo  cuadro  y  el  mismo  ambiente,  y  a  hacerlos  pal- 
pitar magistralmente  ante  nuestros  ojos.  Pero  El  Embrión  con 
sus  potreros,  sus  caballerizas,  y  sus  pesebres,  con  la  huerta  y  los 
tres  caminos  que  a  él  conducen,  con  sus  reproductores  de  raza 
y  sus  sementales  finos:  Comet  y  Germinal,  tiene  una  vida  más 
honda,  más  espontánea  que  El  Ombú.  Porque  en  el  primero 
puso  su  autor,  todo  el  entusiasmo  juvenil  que  las  tareas  gana- 
deras practicadas  como  una  obra  de  arte  y  de  inteligencia,  des- 
pertaban en  este  gcntleman-farmer,  en  el  que  el  estanciero  em- 
prendedor y  progresista,  comparte  con  el  literato  una  vida  ad- 
mirable de  labor  y  de  éxito. 

En  Beba,  como  en  El  Terruño,  el  literato  y  el  ganadero  se 
funden  en  una  sola  personalidad,  para  dar  a  la  ganadería,  con- 
cebida como  una  tarea  intelectual,  el  apoyo  y  el  brillo  de  la  lite- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  295 

ratura,  embelleciéndola  y  ennobleciéndola  con  una  idea  de  per- 
feccionamiento que  hace  del  ganadero,  al  decir  de  Gustavo  Ri- 
bero, casi  un  dios,  puesto  que  es  capaz  de  modelar  sus  criaturas 
con  arreglo  a  una  norma  propuesta;  y  da  en  cambio  a  la  novela, 
el  fundamento  grave  y  la  nobleza  de  una  idea  que  sostiene  y  de- 
fiende. 

En  este  sentido  es  Beba,  al  mismo  tiempo  que  el  admirable 
cuadro  de  nuestra  campaña,  un  estudio  interesantisimo  de  las 
faenas  ganaderas,  en  donde  no  falta  siquiera,  el  apoyo .  de  las 
citas  científicas  que,  acaso  desde  el  punto  de  vista  del  interés 
puramente  novelesco  de  la  obra,  haga  un  tanto  pesado  y  lento 
el  desenvolvimiento  de  la  acción. 

Gustavo  Ribero,  el  protagonista  de  la  obra,  es  un  carácter 
entero  de  hombre:  enérgico,  trabajador,  inteligente,  al  que  una 
vida  interior  muy  honda  e  intensa,  ha  hecho  encontrar  frivola  y 
sin  atractivos  la  sociedad  de  Montevideo,  que  abandona  definiti- 
vamente para  dedicarse  por  completo  a  la  persecución  del  objeto 
de  sus  afanes :  una  raza  caballar,  que  por  cruzamiento  entre 
consanguíneos,  sea  el  compendio  de  las  mejores  cualidades  de 
sus  padres.  Pacientemente,  luchando  contra  la  inercia,  la  des- 
confianza, la  rutina  de  los  hombres,  prosigue  Ribero  su  empeño 
con  el  entusiasmo,  de  un  creador  y  la  voluntad  tesonera  de  un 
convencido.  A  este  objeto  ha  dedicado  su  vida,  solitaria  y  sin 
afectos  desde  el  matrimonio  de  su  sobrina  Beba  con  un  joven 
elegante  e  inútil  de  la  sociedad  montevideana.  Este  matrimonio 
ha  sido  un  gran  dolor  en  la  vida  de  Ribero,  ya  que  un  amor  es- 
condido, y  la  alegría  inconsciente  con  que  ella  se  separó  de  su 
tío  labraron  en  éste  un  profundo  desconsuelo.  En  vano  al  verse 
solo,  joven  aún  y  en  posesión  de  cuantiosa  fortuna,  quiso  bus- 
car compañera  en  la  capital,  entre  las  jóvenes  de  su  clase. 

Desilusionado  de  todas,  llevando  siempre  fresca  en  el  alma 
la  imagen  querida,  y  quemante  el  escozor  de  su  indiferencia, 
vuelve  a  Bl  Embrión  para  dedicar  por  entero  a  su  proyecto  las 
ricas  energías  de  su  vida.  Y  allí  lo  encuentra  de  nuevo  su  so- 
brina, que,  en  compañía  de  su  esposo  y  la  familia  de  éste  va  a 
pasar  unos  meses  de  campo  en  la  estancia  de  Ribero. 

El  alma  fina,  romántica  y  apasionada  de  Beba  no  ha  podido 
encontrar  la   felicidad   en  el  carácter,  bueno   sí,   pero   insigñifi- 


296  NOSOTROS 

cante  e  inútil  de  Rafael  Benavente.  Y  el  divorcio  de  las  almas 
se  ha  producido,  inevitable. 

Todo,  la  educación  ''sincera  y  abierta  de  Beba,  su  tempera- 
mento, el  ejemplo  de  trabajo  y  energía  de  Tito,  su  amor  al 
campo  y  a  la  naturaleza,  que  en  sus  imaginaciones  de  niña  con- 
sideraba como  "una  matrona  hermosota  y  sensible",  su  mismo 
nacimiento  de  una  aventura  de  amor  estaban  en  abierto  des- 
acuerdo con  la  educación  frivola  y  un  tanto  disimulada,  con  el 
ideal  de  elegancia,  moderación  y  buen  tono  de  los  Benavente, 
a  quienes  chocaba  como  ima  falta,  el  entusiasmo  creador  de  tío 
y  sobrina. 

He  aquí  ya  esbozado  el  conflicto  entre  la  ciudad  y  el  campo, 
que  ha  de  ser  más  adelante  el  tema  fundamental  de  Bl  Terruño. 
Como  Ega  de  Queiroz,  aunque  en  otro  sentido,  nuestro  autor 
tan  refinado,  tan  artista,  tan  civilizado,  como  el  célebre  escritor 
portugués,  dará  también  el  triunfo  a  la  campaña  productora,  fe- 
cunda y  sana,  sobre  la  ciudad  frivola,  soñadora  y  hueca. 

El  hondo  amor  de  Reyles  por  el  campo  se  manifiesta  plena- 
mente en  estas  dos  novelas,  de  las  Cuales  hay  en  Beba  —  libre 
de  la  tesis  y  de  la  propaganda  que  determinan  el  objeto  de  Bl 
Terruño,  y  a  pesar  de  la  madurez  intelectual,  de  un  mayor  ve- 
rismo, de  un  -dominio  máximo  de  lenguaje  y  de  técnica  que 
distinguen  a  esta  última  novela  —  mayor  frescura,  espontaneidad 
e  interés  en  las  descripciones. 

A  pesar  de  ser  Beba,  más  que  otra  cosa,  una  novela  de  am- 
biente, en  la  que  las  amplias  perspectivas  de  los  campos  ocupan 
preferente  atención  y  en  que  el  verdadero  protagonista  de  la 
novela,  más  que  Ribero,  más  que  Beba,  es  el  trabajo  del  campo, 
los  caracteres  llevan  ya  la  marca  definitiva  de  su  autor. 

Ribero  y  Beba  ante  todo,  son  dos  faces,  masculina  y  feme- 
nina, del  mismo  tipo,  en  los  que  muchos  rasgos  aparecen,  de  su 
mismo  creador.  El  amor  de  Ribero  a  las  tareas  de  la  ganadería, 
su  espíritu  amplio  y  refinado,  su  carácter  enérgico  y  reservado, 
sus  mismas  ideas,  pertenecen  por  entero  a  Reyles,  que  dio  tam- 
bién a  Beba  algunos  de  sus  entusiasmos,  sus  aspiraciones,  sus 
ensueños  y  su  amor  apasionado  por  la  naturaleza;  y  por  encima 
de  esto  su  intensa  vida  interior  y  el  gusto  por  los  análisis  psico- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  297 

lógicos,  que  han  de  ser  también  más  adelante,  rasgo  caracterís- 
tico de  Julio  Guzmán  y  de  Jacinto  B.  Cacio,  en  Bl  Extraño  y 
La  Rasa  de  Caín.  Pero  junto  al  tío  y  a  la  sobrina,  que  son  los 
ejes  centrales  de  la  obra,  aparecen  diseñados,  y  aún  más  que 
diseñados,  vivos  y  enteros,  otros  caracteres:  Benavente,  hin- 
chado de  vanidad  social,  imponente  y  vacío,  con  algo  de  aquel 
Pacheco  que  el  fino  humorista  portugués  creó  definitivamente; 
Ramoncito,  cuyo  solo  seudónimo  de  Tulipán  en  las  crónicas  so- 
ciales, lo  pinta  de  cuerpo  entero;  y  bueno,  sin  embargo,  con  ex- 
celentes cualidades,  que  malogró  para  siempre  un  matrimonio  de 
interés. 

Con  mano  segura  e  implacable  pinta  nuestro  autor  la  si- 
tuación miserable  y  ridicula  de  tantos  jóvenes  inútiles,  que  capa- 
ces sólo  de  llevar  elegantemente  un  traje  impecable,  y  de  asistir 
a  las  reuniones  de  nuestro  primer  centro  social,  creen  realizar 
un  productivo  negocio  con  la  conquista  de  una  rica  heredera,  y 
venden  así  su  libertad  y  su  personalidad  como  Esaú  por  un  plato 
de  lentejas,  que  en  este  caso  es  un  palco  en  la  ópera,  automóvil 
hoy,  carruaje  cuando  Reyles  escribía  su  novela.  La  misma  si- 
tuación aunque  en  caracteres  completamente  diversos,  aparece 
también  en  La  Rasa  de  Caín,  con  el  casamiento  interesado  de 
Julio  Guzmán.  Crueles,  pero  finas  y  sutiles,  las  observaciones 
que  Ramoncito  hace  desde  el  palco,  sobre  la  brillante  concurren- 
cia que  llena  el  teatro  y  en  la  cual  el  príncipe  consorte  se  com- 
place en  estudiar  a  sus  colegas  y  futuros  colegas,  advirtiendo  en 
ellos  los  progresos  ineludibles  de  su  propio  mal.  Falta  de  ca- 
rácter, ausencia  de  ideales  y  de  energías  que  hacen  vender  por 
un  precio  irrisorio,  —  ya  que  toda  la  riqueza  y  toda  la  conside- 
ración social  son  moneda  falsa  para  tan  valioso  tesoro  —  "la 
sana  alegría  que  perdió,  nobles  aspiraciones  que  huyeron  al  pri- 
mer encuentro  con  el  sanchismo  de  don  Pascual,  espíritu  brioso, 
sano  y  libre,  no  empequeñecido  aún  con  el  comercio  humano  y 
prosa  de  la  vida,  que  tuvo  que  enchalecar". 

Aunque  secundaria  la  figura  de  Ramoncito,  noble  y  gene- 
roso, pero  malogrado  por  los  Benavente  y  por  su  propia  inutili- 
dad, se  destaca  con  relieves  propios.  Más  borrosa  la  de  Rafael, 
es  sin  embargo,  bastante  significativa;  y  algo  caricaturesca  la 
de  Benavente.    Pepa  y  Mariquita,  se  pierden  en  la  insignificancia 


298  NOSOTROS 

y  la  frivolidad  que  les  son  propias.  Hay,  en  cambio,  en  el  cau- 
dillo Pedro  Quiñones  rasgos  que  parecen  esculpidos  en  una  me- 
dalla antigua,  con  el  mismo  vigor  y  la  misma  realidad,  que  ha 
de  aparecer  en  Bl  Terruño,  otro  caudillo  diferente,  épico,  rudo, 
primitivo,  de  una  fuerza  y  un  vigor  sorprendentes.  Rey  les  ha 
conocido  bien  a  estos  caudillos,  últimas  figuras  de  una  epopeya, 
de  la  cual  no  queda  ya  sino  el  recuerdo  en  nuestra  campaña  que, 
ella  también,  va  perdiendo  al  contacto  de  la  civilización  que 
avanza,  sus  caracteres  típicos.  Quiñones  carece  de  la  salvaje 
grandeza  de  don  Pantaleón.  Es  el  comandante  equívoco,  el  hom- 
bre de  los  servicios  turbios  al  gobierno,  al  que  se  recompensa 
con  una  jefaturía  política  sin  poderse  precisar  por  cuál  hazaña. 
Reyles  lo  retrata  en  menos  de  dos  páginas ;  pero  en  estas  breves 
líneas,  tiene  el  retrato  del  caudillo  una  vida  intensa  y  un  hondo 
verismo,  por  que  está  tomado  de  la  realidad  viviente. 

Menos  interesante  para  nosotros  que  los  caracteres  diseña- 
dos y  que  la  pintura  del  ambiente  es  el  argumento  mismo  de  la 
novela.  Mientras  Ribero  ocultó  con  energía  y  reserva  su  amor 
por  Beba,  nos  fué  hondamente  simpático,  y  simpática  también 
la  figura  de  su  sobrina.  Pero  nos  resulta  algo  violenta  la  situa- 
ción, forzosa  por  otra  parte,  de  que  se  vale  el  autor  para  que 
Ribero  confiese  sus  sentimientos.  Esa  larga  odisea  en  una  canoa 
frágil  a  lo  largo  del  Río  Negro  desbordado,  se  nos  antoja  un 
poco  exagerada.  Reyles  hace  pasar  un  día  y  una  noche  a  Beba 
y  a  su  tío,  a  merced  del  río  crecido,  que  ha  llegado  a  cubrir  los 
árboles  de  las  orillas;  y  durante  tan  largo  tiempo,  la  canoa  no 
se  ha  estrellado  contra  ningún  tronco  de  árbol,  ni  siquiera  se  ha 
dado  vuelta  a  impulsos  de  la  corriente.  Pero  este  detalle  que 
apenas  empaña  la  perfección  de  la  novela,  es  insignificante  junto 
a  las  bellas  cualidades  que  ostenta  el  libro;  y  era  por  otra  parte 
necesario  al  desenlace  de  la  novela.  Dado  el  carácter  de  Ribero 
sólo  una  circunstancia  excepcional  podía  determinarlo  a  confe- 
sar su  amor.  Y  esta  circunstancia  romántica  en  grado  sumo 
puede  ser  verosímil ;  aunque  no  lo  sea  tanto,  el  haber  dejado 
embarcar  a  Beba  sola  en  una  canoa  atada  por  una  simple  cuerda 
a  la  embarcación,  dado  el  estado  peligrosísimo  del  río. 

Natural,  hasta  cierto  punto,  el  sentimiento  de  Beba  al  en- 
tregarse a  su  tío,  ya  que  la  convivencia  de  su  esposo  y  de  Ri- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  299 

bero,  al  colocar  a  ambos  frente  a  frente,  permitió  a  la  sobrina 
una  comparación  toda  en  favor  de  Tito,  agravada  de  antemano 
por  la  desilusión  matrimonial  de  Beba.  Esta,  separada  luego  de 
su  esposo,  es  más  firme,  más  noble,  más  desinteresada  en  sus 
sentimientos  que  Ribero,  a  quien  trabajan  hasta  hacerlo  desgra- 
ciado, ideas  y  supersticiones  que  no  están  a  la  altura  de  su  ca- 
rácter. El  mal  cariz  que  toman  los  negocios  de  Ribero,  casi  al 
mismo  tiempo  de  su  unión  con  Beba,  la  deserción  de  sus  colabo- 
radores y  la  reprobación  que  adivina  en  cuantos  lo  rodean,  no 
son,  a  nuestro  juicio,  motivos  que  justifiquen  el  abandono  de 
Beba,  el  cual  la  lleva  al  suicidio,  único  camino  que  le  quedaba 
a  la  infeliz  mujer.  Hay  en  el  carácter  de  Ribero  una  claudica- 
ción que  nos  duele  como  una  falla  en  una  obra  casi  perfecta. 
Ribero  noble,  desinteresado,  enérgico;  acostumbrado  a  contar 
sólo  consigo  mismo  y  con  su  elevada  conciencia,  nos  desconcier- 
ta en  sus  arrebatos  y  en  sus  descorazonamientos."  Cierto  es  que 
el  fracaso  de  sus  más  grandes  esperanzas,  la  enfermedad  here- 
ditaria de  sus  potrillos,  que  el  cruzamiento  entre  consanguíneos 
agravó  hasta  determinar  su  inservibilidad  en  el  momento  en  que 
la  venta  debía  salvar  a  la  estancia  de  las  pérdidas  causadas  por 
el  ganado  vacuno,  son  motivos  harto  suficientes  para  agriar  un 
carácter. 

Nos  sorprende,  sin  embargo,  en  Ribero  —  de  quien  la  mis- 
ma Beba  dice  a  Ramoncito:  "Su  vida  no  es  vida,  siempre  agitado 
por  alguna  nueva  duda  o  preocupación,  ni  come,  ni  descansa: 
todo  el  día  anda  de  aquí  para  allá,  en  continuo  trajín,  como  si 
quisiera  infundirle  su  aliento  a  todo  lo  que  lo  rodea,  y  hacer 
andar  las  cosas  tan  aprisa  como  sus  deseos.  Monta  a  caballo  a 
las  cuatro  de  la  mañana  y  ya  no  se  apea  hasta  las  siete  de  la 
noche.  Yo  estoy  con  el  alma  en  un  hilo,  siempre,  esperando  que 
caiga  enfermo  de  un  momento  a  otro ..."  —  esa  ignorancia  res- 
pecto al  estado  real  de  sus  potros,  conociendo,  como  conocía,  la 
lucha  sorda,  la  envidia,  la  mala  voluntad  de  sus  colaboradores. 
Pero  es  en  cambio  impresionante  la  escena  en  que,  desesperado 
ante  el  fracaso  de  todas  sus  aspiraciones,  dá  muerte  a  Germinal, 
exclamando  en  un  arrebato  de  pasajera  locura:  "Tú  también 
contra  mí,  tú  también  me  engañas.  Verás  como  yo  te  arreglo". 
Y  lívido  de  ira,  sin  que  Ramoncito  ni  Beba  pudieran  evitarlo. 


300  NOSOTROS 

sacó  la  filosa  daga,  hundiéndola  hasta  el  mango,  de  un  golpe,  en 
el  pecho  de  Germinal". 

Son  significativas  del  estado  anímico  de  Ribero,  las  pala- 
bras que  dirige  luego  a  Beba,  después  de  haber  tenido  por  un 
momento  la  intención  de  suprimirse  él  mismo:  "Te  lo  he  dicho, 
todo  lo  nuestro  está  maldito" . . . 

Termina  la  novela  con  un  episodio  que  hace  más  impresio- 
nante el  drama  de  Ribero:  Beba  da  a  luz,  en  Montevideo,  mien- 
tras su  tío  y  amante  se  dirige  a  Europa  a  vender  personalmente 
un  lote  de  ganado  fino,  una  criatura  monstruosa  que  nace  muer- 
ta. Es  la  última  y  definitiva  confirmación  del  fracaso  total  de  las 
teorías  de  Ribero,  sobre  la  cruza  entre  consanguíneos.  Este  lo 
ignora,  puesto  que  Reyles  ha  tenido  el  buen  gusto  de  no  agobiar 
a  su  protagonista  con  tantas  derrotas ;  pero  Beba,  que  cifraba 
sus  más  ardientes  esperanzas  en  el  hijo  por  venir,  para  recon- 
quistar el  alma  de  su  amante,  no  resiste  al  dolor  de  su  desen- 
gaño terrible,  y  decide  morir  antes  que  verse  abandonada  del 
todo  por  Ribero. 

Hay,  en  el  carácter  de  Beba,  tratado  por  su  autor  con  visi- 
ble complacencia  y  hasta  con  cariño,  mayor  entereza,  más  eleva- 
ción y  más  lógica  consecuencia  que  en  el  de  su  tío.  Esta  vez 
ha  puesto  Reyles,  como  más  adelante  lo  hará  con  Mamagela  en 
El  Terruño,  todo  el  interés  de  su  novela  en  la  figura  de  una 
mujer.  Y  nos  es  grato  consignar  aquí  las  ideas  de  noble  femi- 
nismo que,  en  un  autor  como  el  que  nos  ocupa,  son  más  dignas 
de  tomarse  en  cuenta. 

Dice  Reyles  en  el  diario  de  Beba :  "...  Es  mentira  y  men- 
tira eso  que  Dios  te  dé  con  una  mano  facultades  preciosas  y  con 
la  otra  te  obhgue  a  sofocarlas,  a  aniquilarlas ;  no  hay  ninguna 
razón  humana,  ni  divina  que  te  obligue  a  ser  víctima  silenciosa 
del  egoísmo  de  los  hombres,  a  aceptar  sin  decir  oste  ni  moste, 
el  reducido  hueco  que  te  dejan  en  el  mundo.  Y  cuidado  que 
está  mal  hecho  el  mundo!  Como  cosa  de  los  hombres,  parece 
que  todo  ha  sido  dispuesto  en  contra  nuestra.  Para  ser  mujeres, 
verdaderamente  mujeres,  y  lograr,  si  no  la  felicidad,  al  menos 
el  casamiento,  tenemos  que  anularnos,  que  matar  todo  pujo  de 
individualidad,  y  no  ver  ni  oír,  sino  por  los  ojos  y  los  oídos  de 
los  hombres.     ¡Ah,  perros!  nos  idiotizan  para  dominarnos  a  su 


ESCRITORES  URUGUAYOS  301 

antojo;  de  otra  manera  no  nos  quieren,  y  como  no  tenemos  más 
misión  que  serles  agradables,  porque  el  matrimonio  es  el  único 
porvenir  que  nos  han  dejado  en  la  vida,  dicho  se  está  que  nos 
dejamos  idiotizar :  ¡  qué  remedio !  Este  trabajo  de  desorganiza- 
ción empieza  muy  temprano,  desde  la  cuna.  Debemos  ser  boni- 
tas y  frivolas,  y  toda  nuestra  educación  tiende  a  esto:  a  con- 
vertirnos en  un  primoroso  juguete  dotado  de  una  sensibilidad 
exquisita  y  de  mil  monerías  intelectuales,  que  la  exprofesa  divi- 
sión de  nuestra  inteligencia  da  como  fruto,  contribuyendo  a  em- 
bellecernos y  a  anularnos.  ¡Pobres  mujeres!  Las  que  por  natu- 
raleza repugnan  tan  bárbaro  sacrificio,  es  casi  seguro  que  no 
encontrarán  quien  les  diga  "por  ahí  te  pudras";  y  las  que  lo- 
gran anularse  no  obtienen  muchas  veces,  así  y  todo,  la  felicidad, 
pues  por  no  tener  hijos  u  otras  causas  que  aridecen  la  vida  del 
matrimonio,  y  también  por  no  casarse  —  caso  muy  frecuente  — 
se  encuentran  sin  objeto  en  la  vida,  preguntándose  todas  per- 
plejas para  qué  diablos  han  venido  al  mundo?...  ¿Pero  dónde 
tienen  los  ojos  estos  sabihondos  legisladores?  ¿dónde  esas  águi- 
las de  la  economía  política,  que  se  devanan  los  sesos  para  hacer 
mezquinos  ahorros,  y  no  ven  las  riquezas,  el  tesoro  que  en  for- 
ma de  actividades  despreciadas  se  les  escapa  por  entre  los  dedos  ? 
¿En  qué  pensarán  esos  señores,  cuando  a  toda  costa  procuran 
atraer  inmigrantes  y  no  aprovechan  lo  que  sin  costo  alguno  tie- 
nen al  alcance  de  la  mano,  el  contingente  de  la  mitad  de  la  po- 
blación que  permanece  quieto,  como  petrificado?  vSerá  que  no 
servimos  para  nada  absolutamente?  Verdad  es  que  la  dignifi- 
cación de  la  mujer  no  se  ha  hecho  en  París,  y  como  no  se  ha 
hecho  en  París,  claro ..." 

He  transcrito  tan  larga  página  por  que  es  curioso  hacer  no- 
tar cómo  el  problema  de  la  mujer  ha  sido  expuesto  desde  el  do- 
ble punto  de  vista  de  la  propia  mujer,  y  de  la  economía  social, 
por  un  autor  de  ideas  en  general  conservadoras  y  enemigo  de- 
clarado del  socialismo  que  se  precia  de  ser  el  defensor  de  la 
mujer.  Estas  líneas  fueron  escritas  el  año  1894.  Casi  treinta 
años  después,  la  guerra  mundial  ha  resuelto,  o  casi  resuelto,  el 
problema  en  el  mismo  sentido.  Es  necesario  hacer  resaltar,  al 
mismo  tiempo,  que  en  ninguna  de  las  obras  posteriores  de  núes- 


302  NOSOTROS 

tro   ilustre   compatriota,   vuelve   a   aparecer   la   menor   alusión  a 
dicho  problema. 

II 

Las  Academias 

SIGUUN  en  orden  cronológico  a  Beba,  las  Academias.  Como  su 
nombre  lo  indica,  son  ellas  estudios  semejantes  a  los  que  los 
pintores  y  escultores  realizan  en  el  taller,  para  adquirir  la  maes- 
tría necesaria  a  la  realización  de  la  obra  de  arte.  Y,  en  efecto, 
cada  una  de  las  novelas  de  Reyles,  menos  solamente  Beba,  y  Por 
la  Vida,  han  sido  precedidas  por  un  estudio  de  carácter,  que 
reaparece  luego,  más  o  menos  modificado,  en  la  novela.  Son  las 
Academias:  Primitivo,  fechado  en  1896;  Bl  Extraño,  1897,  y 
El  Sueño  de  Rapiña  en  1898.  No  incluye  en  ellas  el  autor,  un 
original  y  hermoso  cuento,  asaz  diverso  al  resto  de  su  obra,  apa- 
recido en  La  Revista  Nacional,  que  dirigía  Rodó,  el  rual  publicó 
en  ella,  a  propósito  de  estas  mismas  Academias,  su  célebre  ar- 
tículo La  novela  nueva,  que  con  El  que  vendrá,  dieron  justa 
nombradía  al  inmortal  autor  de  Ariel  y  de  Motivos  de  Proteo. 

Tampoco  se  incluye  en  las  Academias,  un  artículo,  que  bajo 
el  epígrafe  de  La  Vida,  publicó  nuestro  autor  en  la  Revista  de 
América,  allá  por  el  año  1912,  ni  tampoco  el  Capricho  de  Goya, 
aparecido  en  El  Cuento  Ilustrado  de  Buenos  Aires,  el  año  1918, 
y  que  constituye  el  esbozo  de  su  última  novela  El  Embrujo  de 
Sevilla. 

Del  cuento  aquel  no  tenemos  conocimiento  que  haya  hecho 
Reyles  novela  alguna.  Primitivo  se  funde  casi  íntegro  en  El 
Terruño.  El  E.vtraño  es  uno  de  los  caracteres  más  interesantes 
de  La  Rasa  de  Caín,  convertido  en  su  protagonista ;  y  tr\  El 
Sueno  de  Rapiña  están  en  germen  las  ideas  fundamentales  de  la 
Metafísica  del  Oro,  segunda  parte  de  La  Muerte  del  Cisne. 

Estas  repetidas  observaciones,  revelan  algo  más  que  simples 
coincidencias;  y  sí,  el  procedimiento  deliberadamente  seguido  por 
nuestro  primer  novelista,  y  que  da  a  sus  libros  la  autoridad  de 
las  obras  largo  tiempo  maduradas ;  al  mismo  tiempo  que  revelan 
su  afición  decidida  por  el  estudio  de  los  caracteres,  más  que  por 


ESCRITORES  URUGUAYOS  303 

la  acción  o  la  pintura  del  ambiente.  Aparte  el  programa  litera- 
rio que  lucen  a  su  frente  Primitivo  y  Bl  Extraño,  aparte  la  reali- 
zación misma  de  ese  programa  que  sorprendió  y  aún  escandalizó 
a  nuestro  ambiente  por  la  novedad  que  introducía  y  por  el  refi- 
namiento de  una  cultura  excepcional  en  ese  tiempo,  que  supo- 
nían las  Academias,  —  absorbidas  en  la  obra  posterior  del  literato, 
a  donde  puede  ir  a  buscarlas  el  crítico  para  hacer  su  análisis 
definitivo, —  nos  interesan  principalmente,  por  lo  que  nos  descu- 
bren del  procedimiento  seguido  en  su  tarea  por  nuestro  autor. 
Ellas  significan  para  nosotros,  un  rasgo  peculiar  del  escritor, 
que  sorprende  en  la  realidad  un  caso  interesante,  y  lo  recrea 
vivo  y  entero  en  una  de  sus  Academias.  Tales,  Primitivo,  cuyo 
mismo  nombre  es  ya  un  símbolo,  puesto  que  revela  la  natura- 
leza primitiva,  ingenua,  ruda  y  buena,  ante  el  contacto  brutal 
de  la  vida;  y  El.  Extraño,  que  con  su  mismo  nombre  de  Julio 
Guzmán,  y  apenas  alterado,  aparecerá  luego  en  La  Raza  de 
Caín. 

De  El  Sueño  de  Rapiña  no  ha  tomado  su  autor  el  carácter, 
que  no  existe,  ni  la  form.a  simbólica  y  fantástica,  únicas  en 
esta  Academia,  de  toda  la  obra  de  Carlos  Rey  les ;  pero  ese 
mismo  himno  al  oro,  poseído  y  disfrutado  en  sueños,  con  todas 
sus  excelencias  calumniadas  y  todos  sus  valores  negados  por 
una  hipocresía  sin  carácter,  las  recoge  luego,  y  profundizadas 
en  honda  filosofía  y  concepto  económico  y  social  van  constituir 
la  segunda  parte  de  ese  libro  fuerte  y  recio,  profundo  y  armo- 
nioso que  se  llama  La  Muerte  del  Cisne. 

Se  nos  antoja  que  nuestro  escritor  recoge  de  inmediato  la 
riqueza  psicológica  que  encuentra  a  mano,  y  en  lugar  de  con- 
servarla en  notas,  disecadas  y  sin  vida,  crea  con  ella,  en  se- 
guida, caracteres  vivos,  y  los  deja  de  pie,  completos  y  defini- 
tivos, para  utilizarlos  cuando  el  tiempo  lo  requiera. 

De  Primitivo  poco  ha  sido  modificado  al  incorporarlo,  ín- 
tegro, en  El  Terruño.  Apenas  el  nombre  de  la  mujer,  Adelina, 
que  se  convierte  en  Celedonia  en  la  novela,  y  de  la  cual  se  nos 
da  ahora,  como  antecedente  valiosísimo  para  comprender  su 
conducta,  un  temperamento  excesivo  que  obligó  a  su  madre,  la 
prudente  y  cauta  Mamagela,  a  casarla  joven  con  uno  de  sus 
peones  de  mayor  confianza,   Primitivo,  que  es  además   su  ahí- 


30A  NOSOTROS 

jado,  y  cuyas  condiciones  de  laboriosidad  y  honradez  eran  ga- 
rantía suficiente  de  felicidad  para  su  hija.  Con  mayor  acierto 
aún  suprime  Reyles  en  El  Terruño  el  episodio  de  la  moneda, 
que  revelaba  un  refinamiento  de  crueldad  tal  vez  poco  en  ar- 
monía con  el  alma  ruda,  primitiva,  toda  instinto,  del  gaucho 
bueno  y  trabajador.  Nada  pierde  por  eso  la  dramaticidad  de  la 
escena,  cuya  mayor  hondura  está  en  la  lenta  y  progresiva  dege- 
neración del  alma  sencilla  de  Primitivo,  en  su  envilecimiento 
incurable,  en  la  pérdida  absoluta  de  su  voluntad  de  bien  y  de 
trabajo,  una  vez  perdido  el  objeto  de  ella,  y  en  la  notable  psi- 
cología de  Celedonia,  en  la  cual  el  dolor-  del  mal  producido,  y 
la  piedad  que  él  despierta,  encienden  en  su  conciencia  oscura 
el  primer  destello  del  remordimiento,  y  un  extraño  e  incons- 
ciente orgullo  de  haber  producido  por  su  sola  influencia  tanto 
cariño  y  una  tan  radical  transformación  en  el  alma  de  su  es- 
poso. "Al  ver  a  su  esposo  silencioso  y  huraño  junto  al  fogón 
o  debajo  del  ombú,  preguntábase:  "¿Qué  pasará  por  su  alma 
ahora  ?  ¿  Me  estará  maldiciendo  ? . . . "  y  se  sentía  morir  de  an- 
gustia. "¿Y  todo  viene  de  aquello f"  interrogábase  a  continua- 
ción, y  empezaba  a  percatarse  de  que  allá,  en  las  reconditeces 
de  su  alma,  nacía  violento  odio  contra  el  amante,  y  juntamente, 
un  sentimiento  indefinible,  extraña  mezcla  de  admiración,  lás- 
tima y  respeto  hacia  el  marido  burlado  que  la  martirizaba,  es 
verdad,  pero  por  vengarse,  sin  duda,  de  la  afrenta  que  ella  le 
había  inferido.  Reconocía  su  culpa,  cometida  sin  pasión  ni  sen- 
sualismo, por  debilidad  tan  sólo;  pero  más  que  la  falta  misma 
la  atormentaban  las  consecuencias  de  ella :  la  vida  miserable 
que  vino  luego ;  y,  sobre  todo,  la  abyección  del  esposo,  cuyo 
relajamiento   físico  y  moral  seguía  espantada  paso  a  paso. 

"i  Qué  malo  debe  ser  lo  que  hice !"  pensaba  vagamente  al 
verlo  regresar  de  la  pulpería  vacilando  sobre  las  piernas,  las 
ropas  desaliñadas  y  el  rostro  embrutecido  por  la  embriaguez. 
Y  se  asustaba  de  su  delito  y  disponíase  a  aceptar,  sin  protesta, 
las  mayores  torturas  para  purgarlo ..." 

"La  relajación  de  aquel  hombre,  antes  tan  bueno  y  sano  y 
ahora  abyecto,  era  obra  suya,  y  este  hondo,  aunque  confuso 
sentimiento,  daba  margen  en  el  alma  femenina  y  nada  dura  de 
Celedonia,  a  ternezas  inauditas  e  inclinación  amorosa,  explicable 


ESCRITORES  URUGUAYOS  305 

tan  sólo  considerando  que  las  Evas  suelen  sentir  perversa  pre- 
dilección por  el  hombre  que,  a  causa  de  ellas,  sufre  y  se  envi- 
lece..." 

Reyles  acierta  maravillosamente  en  estos  casos  de  descom- 
posición moral.  Para  su  duro  y  cruel  escalpelo  no  tiene  secreto 
alguno  el  alma  humana,  y  ya  se  llame  Menchaca  en  La  Raza  de 
Caín  y  sea  un  honrado  pulpero  con  visos  de  periodista  y  con- 
<iuctor  de  pueblos,  ya  sea  el  alma  rudimentaria  del  gaucho  bue- 
no, la  influencia  desmoralizadora  de  la  mujer  labran  en  ambos, 
la  terrible  e  impresionante  degradación,  que  termina  épicamen- 
te en  el  último,  con  el  incendio  de  la  estancia,  y  más  oscura- 
mente, más  dolorosamente  en  el  primero,  con  la  total  abyec- 
ción del  alcohólico.  Hay  una  grandeza  sombría,  una  desespe- 
rada belleza  en  estos  cuadros  morales  en  los  que  vive  la  dra- 
mática pintura  de  los  novelistas  rusos.  Estos  dos  casos,  sobre 
todo,  estudiados  en  dos  individualidades  y  en  dos  medios  dife- 
rentes, revelan  en  el  autor  una  hondura  de  observación  y  de 
perspicacia,  un  don  psicológico,  sólo  comparable  a  los  de  los 
grandes  novelistas  y  dramaturgos  del  Norte:  Ibsen,  Dostoiews- 
ky,  Andreieff,  Hamsum,  Bjoerson,  etc. 

Nada  tiene  que  envidiarles  nuestro  insigne  novelista,  en 
cuanto  a  poder  creador  de  caracteres.  En  el  caso  de  Prirnitivo, 
sobre  todo,  uno  de  los  más  reales  y  trágicos  de  toda  la  obra 
del  escritor,  esta  degradación  brusca,  como  si  del  alma  ruda 
hubiera  caído  de  pronto  la  delgada  capa  de  civilización  que  cu- 
briera el  fondo  salvaje  e  instintivo,  sorprende  por  lo  brutal  y 
definitivo.  Parece  como  que  una  mano  invisible  se  hubiera  en- 
tretenido en  romper  los  hilos  ocultos,  los  internos  resortes  de 
ese  organismo  moral,  y  lo  hubiera  entregado,  como  un  inservi- 
ble pelele,  a  las  fuerzas  indisciplinadas  y  hereditarias  de  sus 
salvajes  antecesores. 

Bl  Extraño,  no  ha  sido,  como  Primitivo  en  Bl  Terruño, 
insertado  íntegro  en  La  Rasa  de  Caín.  Es  más  bien  un  antece- 
dente, un  estudio  previo  de  carácter,  una  verdadera  Academia, 
en  una  palabra.  Julio  Guzmán  vive,  en  Bl  Extraño,  con  su  fa- 
milia materna,  de  la  cual  se  encuentra  ya  divorciado  por  su 
educación  y  por  sus  gustos,  como  lo  estará  también,  más  ade- 
lante, con  la  familia  de  su  esposa. 


306  NOSOTROS 

) 

La  Rasa  de  Caín  ahondará  el  estudio  del  carácter,  lo  con- 
vertirá de  academia  en  obra  completa  y  definitiva;  pero  en  Bl 
Extraño,  se  encuentran  ya  las  observaciones  primordiales  que 
dan  consistencia  y  personalidad  propias  a  la  figura  de  Guzmán. 
En  La  Rasa  de  Caín,  la  vida,  con  sus  golpes  repetidos,  y  la 
propia  madurez  del  carácter,  han  trabajado  los  sentimientos 
frivolos  y  la  despreocupación  de  El  Extraño;  lo  han  amargado, 
con  el  análisis  implacable  y  roedor;  y  el  dolor  de  su  único  amor 
perdido,  y  de  su  vida  destrozada  por  las  peligrosas  experien- 
cias sentimentales,  —  amarga  consecuencia  de  su  aventura  con 
Sara  y  Cora,  —  han  abierto  una  herida  difícil  de  cerrar  en  esa 
alma  atormentada. 

Falta  en  El  Extraño  el  elemento  de  simpatía  humana,  de 
piedad,  que  el  dolor  de  la  vida  ha  de  poner  en  el  Julio  Guzmán 
de  La  Rasa  de  Caín;  algo  de  suavidad,  de  lástima,  por  esa 
criatura  poco  simpática,  y  en  exceso  egoísta  de  la  academia. 

A  pesar  de  sus  culpas  y  de  sus  errores ;  a  pesar  de  su 
egoísmo  estéril,  que  lo  hacen  incapaz  de  darse  a  los  otros,  y  de 
conquistarlos  así,  definitivamente,  el  Julio  Guzmán  de  La  Rasa 
de  Caín,  inspira  compasión.  No  así  el  de  El  Extraño,  que  no 
ha  sufrido,  y  que  no  se  ha  humanizado,  por  lo  tanto,  todavía. 

Nada  tiene  de  raro,  pues,  que  el  eminente  crítico  español 
don  Juan  Valera  no  haya  encontrado  en  él,  ese  elemento  de  sim- 
patía que  no  había  puesto  tampoco  en  su  protagonista,  el  au- 
tor. Los  que  quisieron  identificar  con  Carlos  Reyles,  por  que 
éste  le  prestara  su  refinamiento  artístico  y  su  cultura  intelec- 
tual, al  Julio  Guzmán  de  la  Academia,  hallaron  naturalmente, 
que  la  parte  moral  del  personaje  no  coincidía  con  la  de  su  pa- 
dre espiritual.  Y  se  detuvieron,  sorprendidos,  en  las  últimas 
páginas,  porque  reconocieron  en  ellas  y  sólo  en  ellas,  que  no 
había  sido  el  intento  del  novelista  entregar  semejante  carácter 
a  nuestra  admiración. 

Sin  embargo,  bien  claro  lo  decía  su  autor  en  el  prólogo; 
en  ese  prólogo  tan  comentado  y  tan  audas  para  ciertos  críticos 
de  la  época,  y  que  se  nos  antoja  hoy,  natural  movimiento  artís- 
tico de  una  juventud  briosa  y  rebosante  de  energías,  cuya  con- 
fianza en  sí  mismo  no  podía  menos  que  chocar  a  los  eternos 
fiilesteos  de  todos  los  tiempos: 


ESCRITORES  URUGUAYOS  307 

"A  pesar  de  Portimata  y  Jacinta,  La  Fe,  Su  Único  Hijo, 
y  otras  obras  de  indagación  psicológica,  la  novela  española,  nu- 
triéndose sin  cesar  del  vigoroso  realismo  con  que  la  robustecie- 
ron los  Cota,  Cervantes,  Hurtado  de  Mendoza,  Alemanes,  Espine- 
les y  Quevedos,  es  actualmente,  en  su  esencia  y  en  sus  cualida- 
des castizas  —  que  no  consisten  en  el  estudio  de  caracteres  y 
pasiones,  sino  en  la  pintura  de  costumbres  y  en  la  gracia,  fres- 
cura y  amenidad  del  relato  —  lo  que  fué  en  el  gran  siglo  XVI 
y  principios  del  XVII :  costumbrista  y  picaresca,  cuadros  de 
género  de  exacta  observación,  magníficos  paisajes,  escenas  re- 
gocijadas, mucha  luz  y  mucha  travesura ;  un  procedimiento 
grande  y  simple  que  ha  engendrado  obras  verdaderamente  her- 
mosas, pero  locales  y  epidérmicas,  demasiado  epidérmicas  para 
sorprender  los  estados  de  alma  de  la  nerviosa  generación  actual 
y  satisfacer  su  curiosidad  del  misterio  de  la  vida..." 

"...  Para  conseguirlo  tomaré  colores  de  todas  las  paletas, 
estudiando  preferentemente  al  hombre  sacudido  por  los  males 
y  pesares,  por  que  éstos  son  la  mejor  piedra  de  toque  para  des- 
cubrir el  verdadero  metal  del  alma ..."    ( i ) . 

Estos  párrafos  del  prólogo  manifiestan  bien  claramente  la 
posición  de  espíritu  del  autor,  que  no  se  equivocaba  en  su  apre- 
ciación sobre  la  novela  española,  que  fué  siempre  ajena  a  las 
sutilezas  y  refinamientos  del  espíritu,  a  las  complejidades  y 
exotismos,  característicos  de  los  analistas  franceses  con  Bour- 
get,  Prévost,  y  Huysmans  a  la  cabeza,  y  de  los  cuales  fué 
maestro  hoy  indiscutido,  Enrique  Beyle;  a  las  perversiones  in- 
telectuales a  lo  D'Annunzio  o  a  la  trágica  grandeza  de  Tour- 
gueneff,  Gorki  o  Dostoieswky. 

Y  cuando  el  autor  de  un  ensayo  como  Bl  Extraño  se  toma 
la  molestia  de  indicar  su  propósito  con  frases  de  una  claridad 
que  no  deja  lugar  alguno  a  la  duda  o  a  falsas  interpretaciones ; 
cuando  el  Des  Bsseintes,  de  Huysmans,  indica  bien  a  las  cla- 
ras la  ascendencia  espiritual  de  Julio  Guzmán,  cuyo  modelo  de 
carne  y  hueso  bien  pudo  ser  para  éste  como  lo  fué  para  aquél, 
ese  conde  de  Montesquieu  Fézénsac  que  acaba  de  morir  en 
Francia,  complicado  y  sutil,  de  un  complicado  refinamiento, 
elegante   hasta   la   exageración,    enamorado    de    toda   manifesta- 


(i)     Subrayado  por  el  autor  del  artículo. 


808  NOSOTROS 

ción  de  arte  difícil  que  no  esté,  por  lo  tanto,  al  alcance  del  vul- 
go; que  rimaba  versos  sabios  y  daba  conferencias  sobre  ele- 
gancia en  Nueva  York,  ¿por  qué  ocurrírsele  a  nadie  que  deba 
ser  su  modelo  el  propio  Reyles,  cuya  vida  de  enérgico  trabajo 
y  de  voluntad  indomable,  es  un  viviente  desmentido  a  tal  inter- 
pretación? Tanto  daría,  entonces,  atribuir  al  mismo,  las  men- 
guadas condiciones  del  Tóeles  de  El  Terruño,  sólo  porque  mu- 
chas veces  ponga  su  autor,  en  tal  boca,  ideas  y  expresiones  que 
le  son  caras.  Con  semejante  criterio,  cada  novelista  aparecería 
retratado  en  sus  propias  obras,  lo  que  los  obligaría  a  no  pintar 
sino  caracteres  elevados  y  nobles,  para  que  no  les  fueran  acha- 
cadas las  pasiones  y  defectos  de  sus  protagonistas. 

La  fuerte  y  avasalladora  personalidad  de  Carlos  Reyles, 
el  cuño  profundo  de  sus  ideas  se  imprimen,  en  general,  con 
tanta  fuerza,  y  con  tanta  vehemencia  son  expuestas,  que  acaso 
esta  sola  circunstancia  haya  podido  inducir  en  tal  error  a  lec- 
tores poco  atentos  y  menos  avisados. 

Se  pregunta  algún  crítico  si  después  de  realizadas  estas 
Academias,  el  lector  ha  visto  cumplido  el  programa  que  a  su 
frente  figura.  Contesto  sin  vacilar,  que  si  aquel  ha  comprendido 
bien  ese  programa,  no  puede  verse  defraudado  en  sus  esperan- 
zas. Tanto  Primitivo  como  El  Extraño,  son,  en  efecto,  vigoro- 
sas y  perdurables  tentativas  de  un  arte  moderno,  como  lo  pro- 
metía su  autor;  arte  que  luego  se  ha  visto  realizado  por  com- 
pleto, en  la  novela  psicológica  La  Raza  de  Caín  y  en  la  novela 
de  tesis  El  Terruño,  a  las  cuales  completa,  en  un  magnífico  ex- 
ponente de  arte  puro,  este  Embrujo  de  Sevilla,  que  ha  venido 
a  coronar  con  su  éxito  clamoroso,  la  ya  robusta  gloria  de  su 
autor. 

III 
"La  Raza  de  Caín" 

ViKNE  luego  La  Rasa  de  Caín,  para  mí  la  más  perfecta  de 
todas  sus  novelas,  no  sólo  por  la  fuerza  del  análisis,  sino 
por  la  composición  misma,  la  consistencia  de  su  factura,  y  el 
vigor  y  la  eficacia  del  lenguaje. 

Nada   falta,   como   nada   sobra   en  ella;  todas   sus  escenas, 


ESCRITORES  URUGUAYOS  809 

todos  los  detalles  aparecen  no  solamente  como  justos,  sino  tam- 
bién como  imprescindibles. 

La  modalidad  artistica  de  Reyles  ya  aparecida  en  las  Aca- 
demias, y  entre  ellas  particularmente  en  Bl  Extraño,  cobra  to- 
do su  vigor  en  esta  novela.  El  análisis  psicológico  adquiere  aquí 
finura  y  minuciosidad  sólo  comparables  a  las  de  un  Paul  Bour- 
get.  El  paisaje  queda  relegado  a  segundo  plano.  Las  figuras  se 
destacan  vigorosamente  sobre  el  amplio  telón  de  fondo  de  la 
estancia,  o  en  los  estrechos  limites  de  un  salón  de  Montevideo. 
Pero  el  ambiente  poco  influye  en  la  novela.  Montevideo,  Buenos 
Aires,  Madrid  o  San  Petersburgo,  cualquier  ciudad  sería  igual- 
mente buena  para  albergar  a  nuestros  personajes.  El  drama, 
hondo,  vigoroso,  cruelmente  sutil,  se  desarrolla  todo  entero  en 
el  alma  y  en  la  conciencia  de  Guzmán  y  de  Cacio,  en  primer 
término,  en  la  de  Menchaca  después. 

No  necesitaba  Carlos  Reyles  agregar  a  la  terrible  tragedia 
interna  de  estos  personajes,  los  dos  homicidios  que  son  como 
la  materialización  de  aquélla,  para  dar  mayor  realidad  al  drama 
psicológico.  Un  soplo  de  fatalidad,  semejante  al  que  dio  gran- 
deza al  teatro  griego,  unido  a  un  sentido  ruso  de  morbosidad 
anímica,  pasa  violentamente  sobre  estas  páginas  dolorosas,  sa- 
cudidas de  veracidad  y  realismo,  como  si  algo  del  alma  san- 
grante de  su  autor  palpitara  en  ellas. 

El  refinamiento  psicológico  de  Dostoiewsky  parece  en  al- 
gunas ocasiones  disecar  el  alma  atormentada  de  Cacio,  la  figura 
oscura  del  hijo  de  Caín.  Y  sin  embargo,  a  pesar  de  las  tinieblas 
en  que  refulge  a  veces  con  destellos  azufrados,  esa  alma  no  nos 
merece  del  todo  condenación  y  odio.  Algo  de  piedad  nos  inunda 
a  veces,  a  pesar  de  su  mismo  creador,  que  fuera  más  de  una 
vez  implacable  con  él;  y  que,  sin  embargo  y  aún  a  despecho  de 
sí  mismo  abre  una  puerta  de  redención  a  su  infortunio,  y  deja 
vislumbrar  un  poco  de  lástima,  un  poco  de  dolor  por  esa  ator- 
mentada conciencia. 

Cacio  no  es  un  malvado.  Lo  hicieron  malo  los  prejuicios 
aristocráticos  de  sus  bienhechores,  que  no  quisieron  ver  nunca 
en  él  sino  al  hijo  del  gringo;  sus  ambiciones  desmedidas,  su 
falta  de  voluntad  y  de  energía  para  sobreponerse  a  las  condi- 
ciones deprimentes  de  su  medio,  y  la   falta   de  aptitudes,  que 


810  NOSOTROS 

como  al  Tóeles  de  Bl  Terruño,  lo  precipita  en  los  tormentos  y 
las  amarguras  del  fracaso. 

Y  sin  embargo,  hay  en  el  esfuerzo  de  Cacio  por  levantarse 
de  su  medio,  más  dignidad  y  hasta  algo  de  grandeza,  que  lo 
hacen,  en  cierto  modo,  superior  a  Guzmán.  Reyles  parece  re- 
procharle el  querer  salir  de  su  medio;  el  aspirar  a  un  escalón 
superior  de  la  arbitraria  escala  de  valores  sociales,  construida, 
sin  embargo,  más  que  con  el  mérito  propio,  con  los  prejuicios 
de  las  castas  y  de  las  fortunas. 

El  mal  de  Cacio  no  está  en  esa  aspiración,  aún  sea  ella  su- 
perior a  sus  facultades,  sino  más  bien  en  la  sensibilidad  exacer- 
bada de  su  alma,  incapaz  de  soportar  los  golpes  inevitables  en 
la  áspera  lucha  por  la  vida;  en  el  desconocimiento  de  sus  pro- 
pias limitaciones,  que  no  le  permite  elegir,  para  llegar  al  éxito, 
el  camino  conforme  a  sus  aptitudes  y  a  sus  debilidades,  y,  di- 
gámoslo de  una  vez,  —  ya  que  este  es  el  .móvil  fundamental 
del  libro  y  la  lección  bien  clara,  por  cierto,  que  encierra,  —  en 
su  falta  absoluta  de  voluntad  y  de  energía  para  cumplir  los  de- 
signios ambiciosos   de   su   espíritu. 

Algunos  críticos  han  querido  ver  solamente  la  parte  ab- 
yecta del  carácter  de  Cacio.  "Odio  y  desprecio,  dice  uno  de 
ellos,  ha  puesto  Reyles  en  ese  retrato."  Nosotros  miramos  esta 
figura  con  ojos  más  piadosos.  Por  veces  sus  insanias  se  nos 
antojan  fútiles  vanidades  de  criatura,  como  cuando  pone  toda 
su  alegría  en  el '  lucimiento  de  un  bastón  de  ballena  con  puño 
de  oro,  o  en  el  estreno  de  un  traje  nuevo.  Y  sin  embargo,  estas 
mismas  niñerías  pueden  tener  un  significado  más  profundo 
que  el  de  la  simple  vanidad. 

En  el  exterior  cuidado  y  compuesto,  fundamenta  la  ma- 
yoría el  grado  de  estimación  y  respeto  que  le  merece  una  per- 
sona, y  no  olvidemos  que  Cacio  tiene  hambre  y  sed  de  conside- 
ración social.  Claro  está  que  un  espíritu  elevado  no  ha  de  poner 
toda  su  ambición  en  el  vestir;  pero  en  Cacio  el  rasgo  apuntado, 
que  intensifica  más  aún  la  satisfacción  infantil  que  demuestra, 
es  un  acierto  más  del  notable  novelista. 

Pero  lo  que  hace  de  Cacio  un  ser  interesante,  a  pesar  de 
sus  defectos  vulgarísimos :  la  vanidad,  la  ambición  excesiva,  la 
debilidad  de  su  carácter  y  más  que  todo  su  servilismo  repug- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  311 

nante,  —  consecuencia  natural  de  su  falta  de  carácter  —  son 
las  buenas  cualidades  que  hubieran  nacido  de  esos  mismos  de- 
fectos, a  ser  éstos  bien  encaminados.  La  diferencia  de  cultura 
entre  el  individuo  y  su  familia  primero,  y  luego  entre  el  mismo 
y  el  medio  donde  le  toca  actuar,  produce,  fatalmente  estos  ca- 
sos de  inadaptación  y  sufrimiento  que,  en  las  naturalezas  finas 
y  cultivadas,  determinan  un  Julio  Guzmán,  amargado  y  destruí- 
do  por  el  fracaso  final,  y  que  busca  en  el  cultivo  estéril  de  su 
yo,  refugio  contra  las  amarguras  de  la  vida ;  y  en  naturalezas 
más  groseras,  el  tipo  de  Cacio,  a  quien  acaba  de  malograr  la 
falta  de  simpatía  y  de  calor  de  sentimiento.  Porque  lo  más  cu- 
rioso de  estas  naturalezas  sin  refinamiento,  es  que,  por  poco 
que  gusten  la  miel  de  las  satisfacciones  de  amor  propio,  pueden 
convertirse,  si  no  en  destacadas  personalidades,  por  lo  menos 
en  discretos  individuos  útiles  a  la  sociedad  en  la  medida  de  sus 
fuerzas.  Los  tipos  como  Julio  Guzmán,  por  lo  mismo  que  su 
cultura  los  refina  excesivamente,  no  se  contentan,  ni  pueden  con- 
tentarse ya  con  tales  satisfacciones.  A  los  primeros,  como  el 
mismo  Cacio  lo  dice,  un  elogio  basta  para  darles  calor  y  feli- 
cidad por  todo  un  día,  y  en  este  estado  de  espíritu  son  servi- 
ciales y  hasta  generosos;  lo  que  no  puede  ocurrir  ya  con  los 
otros,  viciados  demasiado,  para  poder  reaccionar  tan  fácilmente. 

Esa  misma  sed  de  revancha  social  de  que  sufren  los  Cacio, 
puede  ser  levadura  fecunda  para  impelirlos  a  realizar  algunos 
de  sus  sueños,  cuando,  de  acuerdo  con  otra  voluntad  que  los 
sostenga,  y  disciplinada  en  la  experiencia,  encuenj^j-e  su  lugar 
y  sus  circunstancias  propicias.  De  Cacios  más  afortunados  que 
el  de  La  Raza  de  Caín  está  plagado  el  universo,  y  son  ellos  los 
que  aportan  el  mayor  contingente  a  la  triunfante  raza  de  las 
mediocridades.  Son  menos  peligrosos  para  la  sociedad,  que  los 
Julio  Guzmán,  por  eso  mismo  que  son  menos  cultos  y  menos 
refinados,  y  por  lo  tanto  menos  conscientes  del  mal  que  hacen. 
Y  menos  responsables  también.  Lo  que  determina  el  fracaso 
definitivo  de  Cacio,  no  son  tanto  sus  menguadas  condiciones 
morales,  cuánto  el  no  haber  sabido  buscar  el  medio  que  le  fuera 
propicio. 

La  vecindad  de  los  Crooker,  en  primer  término,  le  es  fu- 
nesta. Ya  su  primera  falta,  cometida  en  un  momento  de  incons- 


312  NOSOTROS 

ciencia,  y  que  aquellos  tienen  la  nobleza  de  perdonar,  lo  coloca 
en  una  posición  de  inferioridad,  fatal  para  el  carácter  vanidoso 
de  Cacio.  Otro  hombre  habría  buscado  rehabilitarse  lejos  de 
esa  familia  y  volver  a  ella  con  su  conciencia  limpia  de  aquella 
culpa.  Pero  para  hacerlo,  necesitara  de  la  voluntad,  que  es  la 
falla  primordial  del  carácter  estudiado  . 

Todo  el  drama  de  Cacio  está  en  no  haberlo  reconocido  así. 
Y  toda  su  nobleza,  el  destello  de  nobleza  que  ilumina  a  veces 
el  sombrío  panorama  de  su  alma,  en  el  sufrimiento  que  le  roe 
el  corazón  y  lo  redime,  en  cierto  modo,  de  su  abyección.  Por- 
que tal  sufrimiento  no  es  tan  solo  envidia  y  amor  propio, — 
que  estos  sentimientos  no  son  capaces  de  inspirar  un  vislumbre 
siquiera  de  simpatía,  —  sino  en  algo  más  doloroso  y  más  pro- 
fundo :  el  dolor  del  solitario,  del  paria,  que  no  encuentra  una 
alma  piadosa  que  lo  comprenda  y  se  apiade  de  sus  penas.  Tienen 
sed  de  amor,  sed  de  virtud,  sed  de  perfección  y  son  en  esto 
superiores,  aunque  no  los  consigan,  a  los  que  nacen  buenos  o 
bellos,  y  el  serlos  no  les  produce  esfuerzo  alguno.  Desde  el 
punto  de  vista  del  mérito  y  del  esfuerzo,  tiene  razón  la  doctri- 
na cristiana,  que  otorga  mayor  premio  al  pecador  endurecido 
que  se  arrepiente  de  sus  culpas,  que  al  justo  que  lo  es  sin  es- 
fuerzo y  sin  violencia.  Y  luego,  tiene  razón  Cacio  al  asegurar 
que  sólo  en  la  prueba  del  dolor  se  reconoce  a  las  almas.  Poco 
cuesta,  en  efecto,  ser  generosos  y  buenos,  cuando  la  vida  nos 
sonríe  y  nos  colma  de  dones ;  lo  difícil  es  serlo  cuando  del 
propio  sufrimiento  hemos  de  sacar  fuerzas  para  los  otros, 
cuando  ellas  apenas  alcanzan  para  soportarnos  a  nosotros  mis- 
mos. Y  sin  embargo,  es  en  las  grandes  crisis  de  dolor  cuando 
las  almas  muestran  el  verdadero  metal  de  que  están  hechas. 
Pero  es  preciso  que  este  dolor  sea  puro.  Y  el  de  Cacio,  no  lo 
es.  Por  eso  en  lugar  de  elevar,  corrompe.  A  pesar  de  todo,  Ca- 
cio lleva  en  sí,  los  gérmenes  de  muchas  virtudes :  "...  En  la 
niñez,  nos  dice,  atesoraba  mi  alma  todos  los  sentimientos  nobles 
y  generosos,  hasta  era  un  poco  romántico,  y  hubiera  sido  capaz 
de  cualquier  afección  desinteresada  o  de  cualquier  sacrificio. 
Como  me  creía  bien  dotado,  acariciaba  todas  las  esperanzas, 
delicadas  florecitas  que  la  vida,  como  un  sol  canicular,  fué 
agostando     implacablemente,    implacablemente,    hasta    no     dejar 


ESCRITORES  URUGUAYOS  31S 

una. . .  Y  mi  alma  quedó  seca  y  aridecida.  Me  convertí  en  una 
criatura  rencorosa,  y  cuanto  más  vivía,  es  decir,  cuanto  más 
completamente  frustrados  eran  mis  sueños  de  ventura,  de  amor, 
de  poder,  más  rencor  acumulaba.  De  esta  manera  me  volví  hos- 
til para  los  otros.  Y  de  todos  mis  sufrimientos  tenía  la  culpa 
Arturo..." 

Arturo  es,  en  efecto,  la  mala  sombra  de  Cacio.  Hermoso, 
rico,  simpático,  obtiene  sin  esfuerzo,  por  el  solo  concurso  de 
su  nacimiento  y  de  su  riqueza,  lo  que  todos  los  esfuerzos  y  tra- 
bajos de  Cacio  no  han  podido  conseguir.  Es  la  suerte  misma 
quien  lo  muestra  a  Cacio  como  una  ironía  amarga;  y  es  al  mis- 
mo tiempo,  uno  de  aquellos  a  quienes  llama  Barres  "les  bar- 
bares", la  sombra  negra  y  fatídica,  a  cuyo  contacto  "se  convier- 
ten en  odio  y  en  rencor,  los  mejoies  impulsos  del  alma.  Más 
aún  que  Amelia  para  Guzmán,  Arturo  es  para  Cacio  la  causa 
de  todas  sus  desventuras. 

Todos  hemos  encontrado  alguna  vez  en  la  existencia,  una 
de  esas  personas  cuya  sola  presencia  es  suficiente  a  paralizar 
todos  los  movimientos  espontáneos  del  espíritu.  Un  abismo  de 
hielo  nos  separa  de  ellos.  Sentimos  que  jamás,  a  pesar  de  los 
esfuerzos,  a  pesar  de  toda  la  nobleza  de  nuestros  actos,  y  de 
sus  prístinas  intenciones,  les  arrancaremos  un  solo  movimiento 
de  simpatía,  un  solo  latido  de  comprensión  y  de  afecto.  Una 
sonrisa  burlona,  una  mirada"  de  indiferencia  o  de  desprecio,  a 
veces  ni  eso  siquiera,  bastan  a  transformar  en  desconfianza  las 
mejores  intenciones.  Como  la  funesta  aruera,  extienden  sobre 
nuestra  alma  la  sombra  maléfica  de  su  alma.  Son  les  barbares, 
los  enemigos  espirituales,  los  extranjeros  irreductibles,  de  nues- 
tra patria  espiritual.  Pueden  ellos  ser  para  sus  semejantes,  bue- 
nos, afectuosos,  comprensivos.  Pero  les  falta  para  nosotros,  esa 
íntima  y  misteriosa  armonía,  que  nos  hace  vibrar  al  unísono 
con  nuestros  semejantes. 

Les  falta,  tal  vez,  un  pasado  de  experiencias  comunes,  a 
que  puedan  referirse,  aún  antes  de  hablar,  las  miradas,  los  ges- 
tos, hasta  el  sonido  de  la  voz  o  el  corte  de  los  ojos.  Misteriosas 
afinidades  de  las  almas  que,  a  la  manera  de  los  cuerpos  quími- 
cos, determinan  reacciones  diferentes,  de  composición  y  de  des- 
composición. Tal  Arturo  para  Cacio,  agravado  con  la  concien- 


su  NOSOTROS 

da  de  la  influencia  nefasta  de  aquél  y  con  la  superioridad  de  la 
riqueza  y  de  la  fuerza.  Tal  Amelia,  en  su  acción  paralizante 
sobre  Guzmán. 

Cacio  es,  sin  embargo,  o  mejor  dicho,  hubiera  sido,  un  ser 
afectuoso  y  sensible.  Como  en  toda  criatura  educada  sin  amor 
ni  simpatía,  el  alma  de  Cacio  es  seca  y  aridecida.  Le  ha  faltado 
el  riego  fecundante  y  amoroso  de  un  afecto  inclinado  solícito 
sobre  su  infancia;  la  mano  de  tma  mujer  en  esa  vida;  la  cálida 
simpatía  de  una  hermana  o  de  una  novia,  para  templar  sus  frial- 
dades y  limar  sus  asperezas.  El  mismo  lo  dice,  con  una  frase 
admirable:  "El  cariño  que  no  puede  brotar,  se  convierte  en 
odio."  Y  de  esta  manera  nos  explica  su  autor,  en  una  sola  línea 
toda  la  complicada  psicología  de  su  personaje.  Nadie  ha  dicho 
aún,  en  efecto,  todo  el  drama  oscuro  y  silencioso,  todas  las  te- 
rribles y  ulteriores  consecuencias  que  para  él  mismo  y  para  los 
demás,  incuba  el  alma  tan  frágil  y  tan  misteriosa  de  los  niños ; 
todo  el  dolor  escondido  por  ese  extraño  pudor  de  las  criaturas, 
por  su  sensibilidad,  que  una  sola  palabra  basta  para  replegar 
sobre  ellas  mismas  y  hacerlas  impenetrables  a  los  que  a  ellas  no 
se  dirigen  con  el  poderoso  talismán  del  cariño.  Este  carácter 
malogrado,  esta  vida  fracasada,  esta  terrible  lección  que  el  autor 
dedica  a  la  juventud  de  su  patria,  en  las  breves  y  expresivas 
líneas  que  encabezan  el  libro,  debería  también  ser  aprovechada 
por  todo  educador  y  aún  por  todos  los  padres,  ya  que  no  basta 
muchas  veces  la  sola  guía  del  cariño,  para  penetrar  en  las  re- 
conditeces todavía  inexploradas  de  la  psicología  infantil.  Hon- 
da y  dolorosa  y  amarga  lección  la  de  este  libro,  hermoso  por  su 
realización  y  por  su  intento;  por  el  sufrimiento  que  destilan  sus 
páginas  y  por  el  talento  asombroso  de  su  autor,  que  así  ha  pe- 
netrado hasta  los  últimos  secretos  del  corazón  humano. 


La  figura  de  Guzmán  es  la  misma  de  Cacio,  pero  en  un 
plano  superior  del  espíritu.  La  misma  abulia,  la  misma  sensibi- 
lidad exacerbada,  el  mismo  análisis  demoledor  de  sí  mismo,  en 
un  espíritu  refinado  y  artista  que  centuplica,  con  la  visión  cons- 
ciente  del   propio  rebajamiento,   las   torturas   morales   del   otro. 


ESCRITORES  URUGUAYOS  315 

Pero  Guzmán  es  más  culpable  que  Cacio,  por  lo  mismo  que 
tiene  una  educación  superior,  un  espíritu  más  refinado,  y  un 
amor  abnegado  y  constante  que  lo  conforta  y  lo  acompaña.  El 
amor  desinteresado  de  la  "Taciturna"  debió  hacer  otro  hombre 
de  Guzmán,  como  el  entrevisto  amor  de  Laura  estaba  a  punto 
de  realizar  el  milagro  en  el  alma  oscura  y  caótica  de  Cacio. 

Encontramos  en  La  Rasa  de  Caín  un  Guzmán  mucho  más 
desgraciado,  pero  también,  por  eso  mismo,  mucho  más  huma- 
nizado que  en  Bl  Extraño.  La  equivocación  de  su  vida,  que 
quiso  rehacer  por  su  matrimonio  con  Amelia  Croocker,  después 
de  su  imperdonable  aventura  con  Sara  y  Cora,  en  Bl  Extraño 
ha  concluido  su  obra  de  desmoralización.  El  carácter  de  Ame- 
lia, sencillo,  prudente,  reservado,  un  poco  alicorto  para  los  vue- 
los de  la  inteligencia,  de  que  tanto  gustaba  Guzmán,  no  podía, 
■en  forma  alguna,  convenir  al  analista  y  complicado  de  su  espo- 
so. Y  luego,  el  matrimonio  efectuado  sin  amor,  sin  estimación 
siquiera,  el  interés  pecuniario  que  la  esposa  acaba  por  compren- 
der como  único  móvil  de  su  marido,  no  puede  sino  ahondar  la 
separación  entre  ambos.  Sólo  una  abnegación  absoluta,  un  amor 
que  no  pide  sino  el  sacrificio,  y  que  lo  cumple  luego,  definitivo 
y  total ;  sólo  el  alma  desinteresada  y  noble  de  Sara,  podía  com- 
prender y  soportar  a  Guzmán. 

Y  aún  este  carácter,  ha  de  caer  también  aniquilado  por  el 
egoísmo  sin  grandeza  de  su  amante.  Para  las  almas  como  Guz- 
mán y  como  Cacio,  a  pesar  de  toda  la  humana  piedad  que  nos 
inspiren,  no  puede  haber  excusa  para  el  mal  que  a  su  paso  de- 
rraman. Y  para  ellos  mismos,  sólo  un  fuerte,  un  avasallador 
entusiasmo  puede  arrastrarlos  a  la  consecución  de  un  objeto 
noble  en  la  vida ;  pero  estos  mismos  entusiasmos,  si  es  que  ellos 
llegan  alguna  vez  a  florecer  en  sus  almas,  no  tienen  la  conti- 
nuidad, ni  la  intensidad  suficientes  para  vencer  cada  día  y  to- 
dos los  días,  los  pequeños  obstáculos,  'la  lentitud  natural  del 
tiempo ;  y  caen  con  la  misma  rapidez  con  que  se  manifestaron, 
ante  la  primera  dificultad  que  se  les  presenta.  Guzmán  es  más 
abúlico  aún  que  Cacio  y  más  analista  también;  y  por  esto  mis- 
mo más  desgraciado  que  éste.  Su  refinada  cultura,  mostrándo- 
le, en  un  momento  dado,  todas  las  razones  que  en  un  sentido 
y  otro  militan  para  resolverse  o  no  a  la  acción,  determinan  su 


316  NOSOTROS 

inercia,  como  en  el  sobado  ejemplo  del  asno  de  Buridán.  Por- 
que falta  en  Guzmán,  sobre  todo,  cosa  que  no  acontece  en  Ca- 
cio,  un  interés  profundo,  una  ilusión  vital  que  dirija  su  exis- 
tencia. Ella  ha  perdido  para  él  todos  sus  atractivos,  desde  que 
aquilató  una  vez  por  todas  la  inanidad  de  la  humana  obra.  "El 
afán  de  perfección  y  el  idealismo  intransigente  de  los  solitarios 
contribuyeron  también  a  cortarle  los  brazos  para  toda  tarea, 
porque  la  más  noble  le  parecía  imperfecta,  insignificante,  poco 
trascendental,  comparada  a  los  vuelos  de  su  espíritu  y  a  las 
aspiraciones  de  su  alma  enamorada  de  lo  absoluto.  Las  antino- 
mias fatales  del  pensamiento  y  de  la  acción  se  levantaban  entre 
él  y  la  realidad  de  la  vida,  como  «n  espeso  muro.  Quería  obrar 
tan  perfectamente,  que  no  obraba  de  ninguna  manera..." 

"...  Peinar  frases,  agrega  más  adelante,  escribir  por  va- 
nidad, vivir  cultivando  puerilmente  la  propia  reputación  en  pe- 
riódicos y  revistas  más  o  menos  insignificantes,  para  no  dejar 
sino  el  renombre  de  especialista,  deleznable  y  perecedero,  ¡  ri- 
dículo destino ! . . . "  Falta  además  a  Guzmán  el  concepto  vital 
del  esfuerzo.  Parecen  a  primera  vista,  —  tan  sutiles  son  las 
paradojas  que  sabe  presentarnos,  —  de  positivo  valer  las  razo- 
nes que  aduce  en  defensa  de  su  inacción.  La  vida  puramente 
contemplativa  tiene  también  sus  defensores  y  sus  partidarios; 
pero  es  preciso  que  ella  vaya  acompañada  de  un  renunciamiento 
total  a  todos  los  goces  materiales,  que  es  lo  que  constituye  su 
precio  y  su  grandeza.  La  voluntad  que  desplegaron  en  ello  los 
monjes  y  eremitas  de  los  siglos  pasados,  aunque  equivocada  en 
su  finalidad,  tiene  sin  embargo,  su  imponente  grandeza.  Para 
un  alma  sin  fé,  y  a  quien  no  seducen  los  vulgares  atractivos  de 
la  gloria  o  de  la  riqueza,  solamente  la  realización  del  esfuerzo 
diariamente  cumplido,  y  del  trabajo  aceptado  libremente,  con 
dignidad  y  contento,  pueden  llenar  las  horas,  de  otro  modo  in- 
terminables de  la  existencia.  Pero  también  esta  humilde  satis- 
facción le  fué  negada,  ya  que  si  aquellos  no  responden  a  la 
propia  vocación,  son  tormento  en  lugar  de  alegría,  y  no  existían 
para  Guzmán  los  que  debieran  ser  su  norma  y  guía. 

Su  cultura  demasiado  refinada,  para  un  país  que  necesita 
todavía  más  energías  vírgenes  y  primitiva^  que  frutos  tardíos 
de  civilizaciones  decadentes;  su  posición  desahogada,  que  no  le 


ESCRITORES  URUGUAYOS  317 

exigía  con  el  apremio  de  las  necesidades  no  satisfechas,  el  tra- 
bajo constante  y  remunerador,  exacerbaron  esa  su  predisposi- 
ción innata  al  análisis  y  a  la  inercia,  que  llevan  forzosamente  al 
fracaso  primero,  y  a  la  neurastenia  después.  Porque  Guzmán, 
es,  sin  duda,  un  poco  neurasténico,  con  la  neurastenia  de  los 
desocupados.  Para  caracteres  así  fueron  imaginados,  sin  duda, 
esos  refugios  monásticos,  en  donde  la  regla  religiosa,  previendo 
de  antemano  el  empleo  de  cada  hora  y  de  cada  minuto  del  día, 
no  deja  a  la  iniciativa  de  sus  miembros  la  mínima  ocasión  <le 
manifestarse.  El  reglamento  sustituye  a  la  personalidad  humana 
y  la  transforma  en  una  máquina  completamente  pasiva.  Pero  el 
ser  que  carece  de  la  voluntad  de  resolverse  halla  una  honda  sa- 
tisfacción en  que  otros  piensen  y  obren  por  él.  Reyles  nos  mues- 
tra uno  de  estos  casos,  pero  librado  a  sus  propias  fuerzas,  y  el 
resultado  nefasto  de  una  vida  semejante. 

No  es  en  Guzmán,  como  en  Cacio,  la  dolorosa  consecuencia 
de  una  niñez  sin  afectos  lo  que  produce  la  amargura  y  el  rencor 
de  su  alma;  de  naturaleza  más  elevada,  con  más  nobles  y  supe- 
riores condiciones  de  nacimiento  y  de  educación,  llega,  sin  em- 
bargo, a  la  misma  pendiente,  y  por  ella  rueda  al  mismo  abismo. 
Guzmán  no  gusta  oir  a  Cacio  reconocerlo  como  su  hermano  espi- 
ritual, y  tiene  razón,  en  lo  que  se  refiere  a  elevación  de  senti- 
mientos. Pero  hay  en  Cacio  un  elemento  superior  al  primero,  y 
es  el  deseo,  embrionario  siquiera  de  superarse,  y  el  esfuerzo,  y 
la  voluntad  que  pone  en  hacerlo.  Si  cae  vencido,  no  es  sin  algo 
de  lucha  que  no  existe  en  Guzmán.  Y  por  esto,  solamente  por 
esto,  Cacio  nos  inspira  mayor  piedad  que  aquél. 

Hay  también  en  Cacio  una  circunstancia  que  explica  algo 
de  su  vileza:  durante  su  niñez,  la  influencia  nefasta  de  Arturo, 
el  niño  rico  y  adulado  de  la  escuela,  solamente  porque  es  rico,  y 
no  por  sus  prendas  personales,  fué  acaso  la  determinante  defi- 
nitiva de  la  corrupción  de  su  alma.  Y  otra  vez  encontramos  en 
este  libro  admirable  una  eficaz  lección  para  los  educadores. 

No  es  posible  calcular  las  consecuencias,  a  veces  aterradoras 
que  produce  en  el  alma  de  los  niños,  de  una  sensibilidad  extra- 
ordinaria, los  actos  de  injusticia  o  de  arbitraria  preferencia,  de 
aquellos  que,  por  su  carácter  de  maestros,  son  los  encargados  de 
distribuir  las  recompensas  morales  del  esfuerzo.  Como  en  el  caso 


318  NOSOTROS 

de  Cacio,  basta  a  veces  un  episodio,  en  apariencia  insignificante^ 
de  la  niñez,  para  determinar  el  fracaso  completo  de  una  vida. 
Nunca  serán  bastante  suaves  y  delicadas  las  manos  encargadas 
de  manejar  esa  cosa  tan  frágil  y  tan  misteriosa  que  es  el  alma 
de  un  niño. 

Y  aunque  en  el  caso  de  que  hablamos  no  parece  haber  inter- 
venido el  maestro,  juzgúese  de  su  influencia,  si  la  de  un  simple 
compañero  fué  suficiente  a  causar  tales  estragos.  Por  no  haberle 
reconocido  superioridad  desde  el  primer  día  que  Arturo  se  pre- 
sentó a  la  escuela,  se  propuso  éste  hacerle  pagar  caro  su  conato 
de  rebelión.  "Una  vez  Cacio  lo  obsequió  con  guindas;  comióselas 
Arturo  sin  darle  las  gracias,  y  luego  le  arrojó  los  carozos  a  la 
cabeza,  y  le  dijo,  como  si  hubiera  adivinado  la  oculta  intención 
del  presente :  "Yo  no  me  llamo  guindas."  Lo  curioso  del  caso  era 
que  con  los  demás  niños  mostrábase  afable,  francote,  juguetón 
y  nada  camorrista;  las  asperezas  las  reservaba  para  Cacio,  con 
el  fin,  sin  duda,  de  hacerle  purgar  debidamente  el  conato  de  re- 
belión del  primer  día.  Su  instinto  de  señor  feudal  lo  impulsaba 
a  ser  duro  e  inhumano  con  los  que  intentaban  escapar  a  su  do- 
minio. 

Transcurrió  el  tiempo,  y  la  mano  férrea  de  Arturo,  que 
oprimía  sin  saberlo,  envileció  a  su  condiscípulo  al  sugerirle  de 
mil  modos  la  certeza  de  su  propia  inferioridad,  a  cuya  alquimia 
poderosa  no  resiste  sin  descomponerse  el  oro  del  alma . . . 

"...  Un  día,  dice  Cacio,  como  me  negara  a  comer  un  pedazo 
de  torta  que  él  había  tirado,  me  amenazó  para  la  salida,  dicién- 
dome :  "Yo  te  voy  a  enseñar  a  comer  torta."  Al  salir  de  la  es- 
cuela y  delante  de  nuestros  condiscípulos  nos  trabamos  en  lucha; 
me  arrojó  al  suelo,  y  cogiendo  un  excremento  de  vaca,  me  lo 
refregó  sin  piedad  por  los  hocicos,  repitiendo,  entre  las  risas  de 
nuestros  compañeros:  "Come  torta,  come  torta..." 

"Sí...  fuiste  generoso,  contesta  más  adelante  al  mismo  Ar- 
turo, cuando  éste  le  recuerda  una  intervención  generosa  de  su 
parte;  pero  para  serlo,  confiesa  que  necesitaste  verme  vencido  y 
pidiendo  misericordia;  y  luego,  con  melancolía  sincera,  como 
quien  habla  de  males  que  ya  no  tienen  remedio,  pero  que  nos 
afligen  todavía,  añadió,  bajando  los  ojos:  — Me  enseñaste  la  ac- 
titud de  los  domesticados  y  a  dudar  de  mis  fuerzas,  y  nunca  he 


ESCRITORES  URUGUAYOS  31» 

vuelto  a  tener  confianza  en  mí.  Tú  no  lo  creerás,  pero  te  debo 
grandes  dolores." 


Junto  a  estos  dos  fracasados  por  distintas    razones,  y  con 
diferente  grado  de  responsabilidad,  la  figura  de  Menchaca,  es  la 
descomposición  de  un  carácter,  llegado  ya  a  su  completa  madu- 
rez, como  un  organismo  que  disasocia  la, gangrena  no  detenida 
a  tiempo  por  la  penosa  pero  imprescindible  operación  quirúrgica. 
Para  Menchaca  es  Ana,  su  esposa,  el  miembro  gangrenado  que 
la  pusilanimidad  del  primero  no  se  atrevió  a  separar  de  su  exis- 
tencia, antes  de  que  ésta  se  contaminara  del  todo.  Por  no  haber 
sabido  querer,  en  un  momento  dado,  por  tolerar  luego,  como  na- 
tural consecuencia  de  esta  falta  primera  de  energía,  los  caprichos 
y  las  fantasías  culpables  de  Ana,  esa  vida  fué  lentamente  envile- 
ciéndose,  arruinándose,   rodando  poco    a   poco,   por    la   funesta 
pendiente  de  las  complacencias  innobles,  hasta  despeñarse  al  fin 
definitivamente,  en  el  abismo  de  la  embriaguez  y  de  la  miseria. 
Es  realmente  admirable  la  observación  del  detalle,  desde  el 
abandono  del  pueblo,  donde  tenía  su  negocio  próspero,  para  acce- 
der a  un  capricho  injustificado  de  la  esposa,  ya  enamorada  de 
otro  hombre,  a  quien  sigue  en  su  marcha  a  la  capital ;  la  toleran- 
cia de  su  culpable  coquetería,  y  por  fin  el  conocimiento  y  la  acep- 
tación de  su  afrentosa  postura,  hasta  la  ruina  total  de  su  fortuna 
conseguida  a  costa  de  tantos  y  tan  largos  sacrificios.  La  última 
escena,  sobre  todo,  de  cruel  vesanía,  en  donde  el  marido  ultraja- 
do ruega  a  su  esposa  de  rodillas  que  no  le  confiese  la  verdad, 
grotesca  y  terrible  como  una  escena  de  L'Eternel  mari,  de  Dos- 
toiewsky,  hasta  la  comida  que  el  amante  de  Ana  le  ofrece  y  a  la 
cual  asiste   también  el   infeliz    Menchaca,   repugna  y   apiada  al 
mismo  tiempo,  como  el  cuerpo  del  enfermo  que  despide  ya  el 
olor  de  la  espantosa  podredumbre.  Cuando  Guzmán  lo  encuentra 
por  la  calle,  ebrio,  sucio,  abandonado,  miserable,  pero  acarician- 
do aún  la  absurda  esperanza  de  reconquistar  a  su  esposa,  siente 
el  profundo  disgusto,  la  dolorosa  impresión  que  produce  el  es- 
pectáculo de  una  personalidad,  que  se  ha  conocido  sana,  en  plena 
descomposición.    Del  mismo  modo  que  el  profesor  presenta  a  sus 
discípulos  una  llaga  gangrenada  que  extiende  su  infección  por 


820  NOSOTROS 

todo  el  organismo,  nos  muestra  Reyles,  implacablemente,  todas 
las  fases  de  la  descomposición  moral  de  un  individuo,  producida 
por  ía  falta  absoluta  de  energía  moral.  Y  es  otra  lección  más, 
terrible,  amarga;  pero  eficaz  por  lo  terrible  y  por  lo  amarga. 

Dejemos  a  Ana,  que  no  es  como  los  otros  personajes  de  la 
novela,  ejemplo  y  lección  dolorosa.  La  ambición,  la  vanidad, 
ninguna  cualidad  buena,  ningún  impulso  elevado,  ni  siquiera  el 
deseo  de  ser  mejor,  ni  una  aspiración  tan  sólo  de  mejoramiento, 
la  redimen  de  su  abyección.  No  es  el  amor  que  puede  hacerlo, 
puesto  que  al  verse  abandonada  por  Arturo,  a  quien  pareció 
amar  un  momento,  busca  en  otro  hombre  cualquiera,  el  lujo  y  el 
placer  que  ambiciona.  Hermana  de  Cacio,  no  tiene  de  éste  la 
honda  capacidad  de  sufrimiento  y  de  amor,  que  lo  conducen  al 
crimen,  pero  no  lo  prostituyen. 

Sólo  Crocker,  silencioso  y  reservado,  cumpliendo  sin  desfa- 
llecimiento ni  vacilaciones  el  deber  obscuro  de  cada  día,  sacrifi- 
cando sencillamente  a  los  suyos  su  placer  y  su  descanso,  y  Sara, 
la  amante  desgraciada  y  noble  de  Guzmán,  ponen  tm  toque  de 
luz  en  este  sombrío  cuadro  psicológico.  Carola  y  Laura,  —  víc- 
tima infeliz  de  las  aberraciones  de  Cacio,  —  juveniles  y  conten- 
tas, no  tienen  personalidad  definida  aún,  por  más  que  ya  se  per- 
filan en  la  última  los  rasgos  dominadores  y  altaneros  de  los 
Crocker. 

La  dedicatoria  que  ostenta  la  página  primera  del  libro  ex- 
plica sin  necesidad  de  mayores  comentarios,  la  finalidad  perse- 
guida por  su  autor  con  la  publicación  de  esta  novela  y  que  he- 
mos intentado  exponer  desde  nuestro  punto  de  vista,  lo  más  cla- 
ramente posible.  Dice  así:  "Respetuosa  y  humildemente  dedico 
a  la  juventud  de  mi  país,  este  libro  doloroso,  pero  acaso  salu- 
dable." 

Las  lecciones  amargas  no  son  en  general  las  que  más  agra- 
dan. El  autor  pudo  comprobarlo  directamente,  gracias  a  los  du- 
los  e  injustos  ataques  que  por  tal  ocasión  le  fueron  dirigidos. 
Ningún  crítico  imparcial  desconoce  hoy  la  eficacia  del  intento, 
como  no  desconoció  antes  la  suma  de  arte  y  de  talento  que  reúne 
La  Rasa  de  Caín. 

Luisa  Luisi. 

Montevideo,   1922. 

{Concluirá). 


EN  EL  CAÑAVERAL 


MISTERIOSAMENTE  llegó  al  retiro, 
Bn  el  misterio  del  cañaveral. 
— "¡Ay!"  El  suspiro 
Se  ahogó  en  mi  beso.  {Los  follajes 
Parloteaban  frescos  como  agua  manantial) . 
Sus  bellos  ojos  salvajes 

De  halcón,  me  miraron  como  pidiendo  albricias. 
Me  embriagué  y  la  embriagué  con  mis  caricias.  . . 
Y,  corona  del  Amor  que  eterno  siembra, 
Fué  un  triunfo  de  macho  y  un  triunfo  de  hembra. 

Se  ha  ido,  mas  dejando  mis  sentidos  llenos 

De  ella:  su  rumor,  su  suavidad,  su  fragancia. 

Sil  ansia 

Temerosa  y  loca, 

La  humedad  de  su  boca  en  mi  boca 

Y  en  mis  manos  el  temblor  de  sus  senos... 

Miro  en  la  hierba  la  huella 
Amorosa  del  cuerpo  de  ella; 

Y  pienso,  estremeciéndome,  en  el  regalo  ardiente 
De  mi  cuerpo  a  su   cuerpo,  profundamente ; 

En  su  vientre,  pálido  como  mi  frente. 

Que  en  sagrada  y  secreta 

Labor  de  madre 

Puede  darme  la  gloria  de  ser  padre, 

Grande  como  la  de  ser  poeta. 

lyUís  L.  Franco. 


UNA  INICIACIÓN  EN  LA  ETERNIDAD 


EN  los  primeros  instantes  que  siguieron  a  su  muerte,  el  señor 
Pardón  hallóse  trabado  sobremanera.  La  situación  era  nue- 
va para  él,  y  apenas  sabía  lo  que  en  tal  circunstancia  es  conve- 
niente que  haga  un  hombre  bien  educado.  Conocía  las  prácticas 
del  mundo,  pero  no  las  del  otro  mundo.  Empero,  cediendo  a  un 
instinto  ancestral,  salió  de  su  propio  cuerpo  e  instalóse  sobre  su 
pecho.  En  tal  posición,  hizo  esfuerzos  por  reflexionar,  pero  no 
se  dio  prisa:  tenía  la  eternidad  ante  sí. 

Harto  engañosos  son  los  primeros  minutos  de  una  eternidad. 
Cuando  siempre  se  ha  existido  y  siempre  se  ha  existir,  uno  se 
adapta  a  su  estado  y  ya  no  se  piensa  más,  pero  cuando  se  dan 
los  primeros  pasos  en  un  camino  que  no  tiene  fin,  no  es  posible 
dejar  de  hallarlo  extenso  y  de  sentirse  angustiado.  El  señor  Par- 
dón miró  el  reloj. 

— ¡  Dios  mío,  —  suspiró,  —  qué  lentas  marchan  sus  agujas ! 

Luego,  sin  que  se  hubiera  dado  cuenta  del  origen  de  esta 
noción,  supo  que  en  el  momento  de  su  muerte,  su  viuda,  sin  sa- 
berse bien  por  qué,  había  detenido  la  marcha  del  reloj.  Com- 
prendió entonces  que  esa  era  la  imagen  de  la  eternidad :  un  reloj 
cuyas  agujas  no  se  mueven;  y  despreocupóse  de  ello. 

En  torno  suyo,  las  gentes  andaban,  hablaban,  lloraban  y  se 
movían  de  insoportable  manera.  El  percibía  a  la  vez  sus  palabras 
y  sus  pensamientos  más  íntimos ;  si  aún  le  hubiera  sido  posible 
sentir,  hubiera  reido  de  buen  grado,  j'a  que  el  contraste  era  ver- 
daderamente cómico,  pero  estaba  muerto,  y  todo  eso  le  era  por 
completo   indiferente. 

Tampoco  le  molestaba  que  sus  viejos  amigos  rociaran  su 
cuerpo  con  agua  bendita,  como  si  hubieran  querido  ahogarlo;  ni- 


UNA  INICIACIÓN  EN  LA  ETERNIDAD  323 

le  divertían  el  fastidio  que  ellos  sentían  al  visitar  un  cadáver,  ni 
las  mentiras  que  cambiaban  con  la  esposa  ya  libre. 

Eranles  más  extrañas  esas  personas  que  acababa  de  aban- 
donar, que  las  que  están  muertas  desde  hace  diez  mil  años;  no 
le  interesaban  ya  ni  sus  pensamientos  ni  sus  actos;  ya  no  sentía 
ni  tristeza,  ni  placer,  ni  sorpresa. 

En  i,s^ual  estado  de  espíritu  asistió  a  la  colocación  de  su 
cuerpo  en  el  ataúd;  vio  sin  pena  encerrar  su  despojo  en  un  cajón 
de  mediocre  apariencia,  cuyo  precio  desmayó  a  su  viuda,  que 
lo  juzgaba  exagerado. 

Luego  pensó  en  viajar;  era  éste  un  deseo  suyo  de  la  infan- 
cia, que  no  había  podido  realizar  en  la  edad  madura.  Pero  ya  no 
le  atraía  eso ;  a  la  vez  que  el  tiempo,  el  espacio  había  dejado  de 
existir  para  él;  poco  le  importaba  ahora  estar  aquí  o  en  otra 
parte. 

Sin  embargo  siguió  su  entierro. 

Sobre  su  tumba  rozó  el  alma  de  su  padre,  que  se  hizo  re- 
conocer. 

— ¡Pardiez!  —  dijo,  —  no  me  fastidia  encontraros;  el  es- 
pacio me  parece  terriblemente  vacío  y  no  se  encuentra  alma  vi- 
viente. 

— Desengañaos,  hijo  mío,  todos  estamos  en  él;  pero  tene- 
mos la  facultad  de  ponernos  de  manifiesto  cuando  sólo  nos  place, 
y  en  el  tiempo  restante  formamos  la  nada. 

— Pero  os  ponéis  de  manifiesto  los  unos  a  los  otros,  a  fin 
de  tratar  de  las  cosas  eternas. 

Nunca,  hijo  mío.  A  tal  punto  todo  nos  es  igual,  que  de  eso 
no  sentimos  deseo  alguno,  aparte  de  que  carecemos  de  deseo  y 
de  curiosidad,  pero  si  los  tuviéramos,  sería  lo  mismo,  pues  con 
la  eternidad  ante  nosotros  nos  sobraría  tiempo  para  satisfacerlos. 
Fuera  del  tiempo  y  del  espacio,  es  corno  si  no  existiérañios. 

— Sin  embargo,  ahora  os  ponéis  de  manifiesto,  puesto  que 
os  escucho. 

— Es  que  vos  sois  mi  hijo,  y  es  conveniente  de  que  alguien 
conteste  vuestras  preguntas,  si  algunas  tenéis  que  hacer. 

— ¿Cómo  es,  padre  mío,  que  estáis  aún  en  este  mismo  lugar 
donde  os  dejamos  hace  treinta  años,  cuando  habéis  muerto? 

— ¿Y  por  qué  estaría  en  otro?  ¿No  os  he  dicho  que  todo 


324  NOSOTROS 

nos  es  igual?  Además,  ¿qué  significan  treinta  años?  Un  día  vi 
a  Cleopatra,  que  desde  muchos  siglos  estaba  en  el  mismo  lugar. 

— Luego  os  habéis  molestado  en  ir  a  verla. . . 

— i  Pero  qué  idea  tenéis  del  esi^acio  ?  Nosotros  podemos  re- 
velarnos de  uno  a  otro  polo,  como  en  la  misma  tumba.  Esto  es 
fácilmente  explicable. 

— Por  lo  menos,  Cleopatra  os  habrá  dicho  muchas  cosas 
interesantes. 

— Nada  nos  interesa  ya,  os  lo  he  dicho.  Podemos  saberlo 
todo,  per  ¿qué  queréis  que  hagamos  del  conocimiento?,  nos  hemos 
muerto,  hijo  mío,  ¿lo  habéis  olvidado? 

— Y  a  Dios,  ¿cuándo  se  le  ve? 

— Vive  muy  retirado.  Es  como  nosotros,  no  se  revela;  algu- 
nos pretenden  que  antaño  él  los  vio.  Pero:  ¡antaño!  Esto  signi- 
fica poco  en  la  eternidad.  Algunos  llegan  a  sostener  que  él  no 
existe,  otros  dudan;  ¡ni  siquiera  esto  nos  interesa!  Por  lo  de- 
más, exista  o  no,  ello  es  detalle  que  apenas  afecta  a  su  natu- 
raleza. 

—  Luego  vos  sabéis  cuál  es  su  naturaleza. . . 

— Así  lo  creo,  hijo  mío. 

— Pues  entonces,  ¿qué  es  Dios? 

— Dios,  hijo  mío,  es  la  Indiferencia! 

— ¿La  Indiferencia?  ¿Pero  qué  hacéis,  padre  mío,  de  la 
justicia  divina,  del  paraíso  y  del  infierno? 

— Tonterías,  puras  tonterías.  Estáis  apenas  muerto  y  ya  os 
parecen  remotas,  inútiles  y  sin  consecuencias  las  acciones  de  los 
hombres.  ¿Porqué  quisierais  que  Dios,  que  es  eterno  como  vos 
mismo,  que  Dios  que  es  semejante  a  los  muertos  y  que  es  la 
esencia  misma  de  la  muerte  puesto  que  nunca  ha  vivido,  por  qué 
quisierais  que  se  preocupara? 

La  viuda  del  señor  Pardón,  sus  primos  y  sus  amigos  habían 
abandonado  el  cementerio,  y  contentos  de  poder  conversar  a  su 
antojo,  echáronse  a  andar  por  las  calles  soleadas  hacia  sus  pla- 
ceres, hacia  sus  ocupaciones  o,  simplemente,  hacia  la  mesa  donde 
les  esperaba  la  comida.  Los  sepultureros,  que  habían  almorzado 
de  antemano,  cerraban  la  tumba  y  removían  las  flores.  Uno  de 
ellos  tomó  algunas  rosas  para  ofrecérselas  a  su  novia.  Luego  se 
marcharon. 


UNA  INICIACIÓN  EN  LA  ETERNIDAD  325 

El  señor  Pardón  no  prestó  atención  a  estas  cosas,  y  después 
de  un  silencio  que  duró  dos  segundos  o  dos  siglos,  terminó: 

— Según  lo  que  me  habéis  dicho,  padre  mío,  creo  que  lo  más 
sensato  en  nuestro  estado  es  hacerse  el  muerto. 

— Yo  también  creo,  hijo  mío,  que  es  igualmente  vano  saber 
como  ignorar,  vano  pensar  en  cosas  vanas,  vano  cambiar  de  sitio, 
vano  existir  cuando  se  es  inmaterial,  y  cuando  ya  nada  son  ni 
el  tiempo  ni  el  espacio.  Sin  embargo,  si  algún  esclarecimiento 
necesitarais  en  el  curso  de  la  Eternidad,  no  temáis  evocarme ; 
estaré  junto  a  tí;  pero,  por  lo  demás,  pronto  sabréis  tanto  como 
yo.    Por  eso  os  digo  adiós,  hijo  mío. 

Y  las  almas  de  los  Pardón,  padre  e  hijo,  sumiéronse  en  un 
sueño  sin  ensueños,  semejante  en  todo  a  la  eterna  nada. 

Max   Daireaux. 


Max  Daireaux,  escritor  francés  nacido  en  la  Argentina  de  una  fa- 
milia de  escritores  y  legistas  que  en  nuestro  país  alcatifaron  justo  renom- 
bre, es  autor  de  novelas  que  la  crítica  parisiense  ha  juzgado  con  gran 
elogio.  Su  último  libro  "Timón  le  magnifique",  pone  de  relieve  en  grado 
sumo  el  humorismo  un  tanto  amargo  que  a  Daireaux  caracteriza.  Aun- 
que las  letras  argentinas  han  perdido  en  él  a  uno  de  los  escritores  que 
más  las  hubiera  honrado,  Daireaux  sigue  con  sumo  interés  nuestro  actual 
movimiento  literario.  Varias  veces  ha  traducido  al  francés  con  gran- 
acierto,  páginas  de  nuestros  mejores  escritores,  y  acaso  algún  día  comen- 
te ante  su  piiblico  la  obra  de  sus  compatriotas.  Max  Daireaux  será 
nuestro  colaborador  asiduo. 


ESCRITORES  VENEZOLANOS 


Introducción 

UNA  labor  continua,  fervorosa  y  consciente,  no  tardará  en 
hacer  madurar  el  ideal  del  hispanoanlericanismo,  en  la  fu- 
sión espiritual  de  todos  los  pueblos  de  habla  castellana ;  y,  sin 
embargo,  después  de  visitar  algunas  repúblicas  de  la  América 
esi)añola,  se  comprende  la  necesidad  de  una  labor  aún  más  ele- 
mental :  la  del  Sudamericanismo,  incluyendo  en  esta  acepción  a 
Centro-América,  para  colocar  un  solo  término  en  contraposición 
al  de  Norte  América,  y  oponer,  frente  al  Panamericanismo  (ab- 
sorción yanki)  el  Sudamericanismo,  como  un  baluarte  para  la 
defensa  de  los  intereses  de  la  América  española. 

Sud  América  está  todavía  dividida  por  una  vieja  discusión 
inútil,  en  la  que  están  ausentes  los  propios  interesados:  San 
Martin  y  Bolívar.  Y  aparte  de  esta  rencilla  continental,  las  rela- 
ciones entre  vecinos  no  son  tampoco  nada  cordiales:  Chile  y  el 
Perú  andan  malquistados,  pues  el  problema  de  Tacna  y  Ari- 
ca no  ofrece  por  ahora  una  solución  que  satisfaga  a  los  perua- 
nos, y  en  las  ruedas  de  este  carro  de  guerra  va  enganchada 
también  Bolivia.  Venezuela  y  Colombia  están  siempre  a  la  gre- 
ña y  no  pasa  mucho  tiempo  sin  que  el  odio  latente  en  los  dos 
pueblos  se  manifieste  en  un  choque  diplomático  o  en  una  agria 
campaña  periodística. 

Esto  es  grave.  Pero  es  un  síntoma  aún  más  grave,  el  aleja- 
miento en  que  Se  hallan  todas  las  repúblicas  hispano-americanas ; 
la  falta  de  curiosidad  que  existe  por  el  conocimiento  mutuo  de 
los  pueblos,  de  su  política,  de  su  arte,  de  su  literatura,  de  sus 
costumbres ...  Y  es  forzoso  que  esta  falta  de  conocimiento  se 
traduzca  en  una  falta  de  amor. 


ESCRITORES  VENEZOLANOS  327 

Para  Venezuela,  la  Argentina  es  tan  desconocida  como  el 
Egipto,  y  vice-versa.  E  igual  pasa  con  las  demás  repúblicas.  (Es 
claro  que  hablo  de  la  gran  masa,  del  pueblo  en  general,  pues  la 
minoría  intelectual  está  obligada  a  conocer  tanto  la  Argentina 
como  el  Egipto.) 

Sólo  un  gran  conocimiento  mutuo,  puede  crear  una  aprecia- 
ción justa,  y  sólo  por  ese  conocimiento  y  por  esa  justicia  se  pue- 
de llegar  al  amor.  Es  cierto  que  la  dificultad  de  comunicaciones 
es  un  gran  obstáculo  para  ese  conocimiento,  pero  no  es  menos 
cierto  también  que  las  repúblicas  de  Hispano- América  no  han  he- 
cho nada  por  suplir  esa  dificultad  de  comunicaciones  con  un  gran 
interés  y  una  honrada  interpretación  de  los  hechos. 

Lo  que  más  distanciados  tiene  a  los  pueblos  de  nuestra  Amé- 
rica, son  sus  apreciaciones  históricas.  En  cada  república  se  en- 
seña una  historia  diferente,  cada  una  tiene  sus  héroes  particula- 
res y  ocurre  con  frecuencia  que,  para  exaltar  a  los  propios  se 
deprime  y  oscurece  a  los  del  vecino.  Y,  como  en  la  educación 
de  nuestros  pueblos,  figura  todavía  en  primer  término  la  exalta- 
ción heroica  de  la  Independencia,  porque  está  muy  cerca  de  nos- 
otros y  porque  es  nuestra  única  tradición,  resulta  que  el  estudio 
parcial  de  la  historia  ha  sido  lo  que  más  nos  ha  perjudicado  en 
nuestra  vida  de  relación. 

La  América  española  necesita  de  historiadores  conscientes 
e  imparciales,  y  se  impone  la  reunión  de  un  Congreso  de  histo- 
riadores sudamericanos,  que  se  entreguen  a  la  tarea  de  la  crea- 
ción de  una  historia  del  continente,  simple  y  clara,  que  sirva  de 
texto  en  todas  las  escuelas  de  la  América  española,  desde  la  Ar- 
gentina a  Méjico. 

Este  sería  el  primer  gran  paso  hacia  el  Sudamericanismo.  Y 
el  más  eficaz.  Porque  abriría  a  la  mirada  del  niño  un  horizonte 
más  amplio  y  se  le  iniciaría  en  la  costumbre  de  mirar  como  suyos 
los  problemas  de  toda  su  raza,  de  toda  la  América  española.  Se 
prepararía  así  una  generación  capacitada  para  realizar  una  am- 
plia política  continental  y  actuar  com.o  le  corresponde  en  la  his- 
toria del  planeta. 

Esbozada  esta  idea,  nosotros  contribuiremos  a  su  realiza- 
ción en  lo  que  a  nuestro  medio  de  acción  corresponde:  el  cono- 
cimiento  literario.    Un   azar   trajo   a   estas   playas   venezolanas, 


828  NOSOTROS 

nuestra  barca  —  la  de  nuestro  espíritu  —  cargada  de  ilusión  y 
ensueño.  Y  nuestra  curiosidad  intelectual  ha  buscado  todas 
aquellas  manifestaciones  del  arte  y  la  literatura  que  pudieran  en- 
sanchar el  área  de  su  conocimiento,  ofrecer  una  visión  espiritual 
nueva  de  las  cosas  y  las  gentes;  completar  nuestra  impresión 
estética  del  país  que  visitábamos. 

En  la  literatura  venezolana  hay  hombres  que  han  elevado 
su  talla  por  encima  de  la  frontera,  y  que  sería  pueril  tratar  de 
descubrir :  tales,  como  en  lo  antiguo,  un  Andrés  Bello  y  entre  los 
modernos  Manuel  Díaz  Rodríguez,  pero  también  es  cierto  que 
sólo  se  puede  conseguir  su  cabal  interpretación  dentro  del  pai- 
saje que  les  vio  nacer.  Otros  valores  literarios  hay,  menos  co- 
nocidos, pero  no  por  eso  menos  considerables ;  y  todos  cuantos 
hayan  logrado  interesarme  de  algún  modo,  tendrán  en  mis  pá- 
ginas un  comentario. 

La  literatura  de  Hispano-América  es  apenas  conocida;  sólo 
aquellos  autores  que  han  pasado  por  España  y  cuyos  libros  son 
administrados  por  las  grandes  casas  editoras  de  la  Península, 
son  conocidos  y  leídos  en  todo  el  continente,  por  eso  creemos 
de  urgente  necesidad  una  obra  de  divulgación  en  este  sentido ; 
sacar  del  anónimo  aquellos  nombres  literarios  que  tengan  algún 
valor,  como  la  primera  medida  para  facilitar  la  labor  de  un  gran 
crítico  que  sitúe  a  los  escritores  de  Hispano-América  en  el  lugar 
que  les  corresponda  en  la  historia  de  la  literatura  española,  a 
la  cual  tienen  que  ir  forzosamente  unidos  por  la  voluntad  de  ese 
Destino  superior  que  nos  dio  un  mismo  y  maravilloso  idioma. 


Juan  Vicente  González 

COMO  consecuencia  de  la  normalización  de  la  vida  política 
y  social  de  Venezuela,  un  sereno  espíritu  de  crítica  está 
resucitando  aquellos  valores  intelectuales  que  tuvieron  un  gran 
relieve  en  la  vida  pasada,  y  que  debido  al  desorden  y  la  turbu- 
lencia de  las  guerras  civiles  permanecieron  largo  tiempo  olvi- 
dados . 

Y  entre  esos  escritores,  cuya  obra  se  está  exhumando  para 
beneficio  de  las  letras  hispano-americanas,  se  destaca  el  nombre 


ESCRITORES    VENEZOLANOS  329 

de  Juan  Vicente  González,  un  gran  prosista,  gloria  del  roman- 
ticismo. Dos  libros  suyos  se  han  publicado  recientemente:  la 
Biografía  del  General  José  Félix  Ribas, .  por  la  editorial  Amé- 
rica, de  Madrid;  y  las  Páginas  Escogidas  (Selección  y  notas  de 
Mariano  Picón  Salas),  por  la  editorial  Victoria,  de  Caracas. 

Juan  Vicente  González  es  uno  de  los  primeros  escritores 
de  la  América-española  y  sus  obras,  además  de  encerrar  una 
gran  belleza  literaria,  son  un  espejo  maravilloso  de  la  vida  y 
las  costumbres  de  su  tiempo,  un  reflejo  exacto  del  estado  político 
y  social  de  su  patria,  en  los  años  caóticos  de  su  vida.  Con  fre- 
cuencia hemos  oído  en  Venezuela  establecer  un  paralelo  entre 
Juan  Vicente  González  y  nuestro  gran  Sarmiento,  pero  existe 
entre  los  dos  una  diferencia  fundamental :  Sarmiento  era  un 
hombre  de  acción  y  Juan  Vicente  González  carece  en  absoluto  de 
esta  condición  de  carácter.  Hay,  sí,  un  punto  de  contacto  en  estos 
dos  grandes  espíritus :  su  fina  sensibilidad  para  percibir  los  ma- 
les de  la  Patria  y  su  romántica  exaltación  al  poner  el  dedo  en 
la  llaga .  Pero  mientras  el  escritor  venezolano  se  recogía  en  el 
aislamiento  y  la  meditación,  el  argentino  se  lanzaba  al  combate, 
haciendo  fulgurar  su  pluma  como  una  espada  en  la  victoria. 
Sarmiento  tenía  una  personalidad  múltiple,  tumultuosa  y  genial, 
capaz  de  crear  una  nacionalidad ;  Juan  Vicente  González  es  sólo 
un  definidor,  un  crítico  y  sobre  todo  un  formidable  tempera- 
mento literario,  que  se  agiganta  en  la  polémica. 

A  Juan  Vicente  González  lo  mató,  como  hombre  de  acción, 
el  querer  armonizar  el  credo  democrático  de  los  Enciclopedistas 
y  las  teorías  de  la  Revolución  francesa,  con  un  riguroso  catoli- 
cismo. El  dinamismo  de  sus  ideas  se  nos  aparece  paralizado  por 
la  estática  religiosa,  y  es  que  en  él  predominaba  el  artista. 

A  través  de  su  prosa  admirable,  vemos  desarrollarse  el  pro- 
ceso de  la  descomposición  política  de  la  colonia,  la  influencia 
de  todas  las  ideas,  la  creación  de  los  partidos,  el  relieve  de  los 
hombres  que  se  destacaban  en  su  actuación ;  y  sobre  todo,  vemos 
el  asombro,  el  espanto  de  un  hombre  superior,  que  atesoraba 
toda  la  cultura  de  su  época  y  que  veía  cómo  se  quebrantaban 
sus  normas  más  puras  y  claras  de 'civilización.  En  estos  casos, 
triunfa  el  hombre  que  sabe  transformar  sus  normas  en  armas ; 
cosa  para  la  cual  Juan  Vicente  González  no  estaba  capacitado 


^30  NOSOTROS 

por  la  naturaleza.  Esto  hace  que  en  su  obra  esté  ausente  el 
grito  de  combate  y  que  se  refugie  en  la  polémica,  la  crítica  o  el 
lamento,  donde  su  espíritu  literario  se  hizo  agresivo  y  alcanzó 
las  notas  más  patéticas  del  dolor  y  la  protesta. 

*     * 

Un  escritor  como  Juan  Vicente  González,  en  su  época  y  en 
Venezuela,  no  podía  gozar  de  la  serenidad  necesaria,  del  largo 
ocio  indispensable  a  una  obra  de  arte  de  consideración,  al  libro ; 
su  campo  de  acción  debía  estar  forzosamente  en  el  periódico. 
Por  eso,  Juan  Vicente  González  fué  sobre  todo,  un  maravilloso 
periodista;  y  cuantos  quieren  reconstruir  total  o  parcialmente  su 
obra,  tienen  que  realizar  una  minuciosa  pesquisa  entre  los  diarios 
y  revistas  de  su  época.  Su  palabra  se  desparramó,  como  una  si- 
miente magnífica,  en  las  columnas  de  El  Venezolano,  Bl  Diario 
de  la  Tarde,  Bl  Heraldo,  fundado  por  él,  la  Revista  Literaria. . . 

Por  eso  toda  su  obra  es  fragmentaria,  salvo  su  Biografía 
de  Ribas  y  su  Historia  Universal,  que  son  apenas  esbozos  de  li- 
bros, pero ...  i  qué  esbozos !  Lo  demás  son  artículos  sueltos,  ca- 
pítulos de  libros  comenzados,  que  los  azares  y  necesidades  de 
su  vida  le  impidieron  dar  término,  para  desdicha  de  las  letras 
hispano-americanas.  Todo  esto  en  aras  de  un  nefasto  exceso  de 
política,  o  mejor  dicho,  politiquería  picaresca  y  sangrienta,  que 
ha  impedido  hasta  ahora  el  libre  desarrollo  de  las  actividades  del 
espíritu  en  algunas  repúblicas  de  nuestra  América. 

Entre  las  páginas  de  Juan  Vicente  González  nos  es  fácil 
encontrar  las  expresiones  exactas  de  su  temperamento,  por  donde 
asoma  el  artista,  arrebatado  al  arte  por  la  política.  Escuchemos 
su  propia  voz:  —  "¿Por  qué  he  de  luchar  yo  con  las  tempesta- 
des políticas,  contra  el  movimiento  continuo  de  las  pasiones,  con 
la  ambición,  las  venganzas  y  crímenes  de  los  hombres?  A  mí  no 
me  tienta  el  esplendor  de  honores  ni  riquezas ;  más  que  lanzar 
mi  nave  al  proceloso  mar,  amado  de  Aquilón,  me  es  grato,  cerca 
de  la  orilla,  en  tímida  barca,  cruzar  sonriendo  las  tranquilas  aguas 
del  lago.  La  política  es  vma  Diosa  austera  y  sangrienta:  su 
templo  ahuyenta  por  el  crúor  de  la  sangre  que  lo  ennegrece; 


ESCRITORES    VENEZOLANOS  331 

-esos  ambiciosos  que  corona  la  fortuna,  son  víctimas  destinadas 
a  sus  cruentas  aras". 

Y,  sin  embargo,  muy  pocas  veces  pudo  realizar  este  ideal 
de  artista  contemplativo,  pues  casi  siempre  agitó  su  prosa  la  vio- 
lencia de  las  furias.  En  el  fondo,  era  un  conservador,  porque 
el  arte  necesita  de  la  serena  armonía  de  lo  establecido  para  crear 
sus  obras.  Y  si  llega  a  ser  enemigo  de  un  orden  de  cosas,  es 
porque  aspira  a  un  orden  más  perfecto.  Por  eso  le  horrorizaba 
a  Juan  Vicente  González  el  sedimento  de  anarquía  existente  en 
la  guerra  de  la  Independencia;  así,  al  finalizar  uno  de  sus  ad- 
mirables capítulos  de  la  Biografía  del  General  José  Félix  Ribas, 
dice:  "El  poder  de  las  tempestades  flotaba  en  las  manos  de  Mi- 
randa ... 

"D.  Andrés  Moreno,  que  con  D.  Rafael  Jugo  y  D.  Vicente 
Tejera,  fueron  enviados  a  Coro  y  Maracaibo  para  extender  la 
revolución,  acababa  de  abrir  un  teatro  más  democrático  a  sus 
violencias.  Llegaba  de  Puerto  Rico,  donde  había  arrastrado  pri- 
siones, y  llevada  al  cuello  la  cadena  con  que  le  había  honrado  el 
Congreso,  hecha  de  eslabones,  en  que  se  leía:  "La  sufrí  por  la 
Patria" ;  y  aunque  de  carácter  apacible  y  de  costumbres  dulces, 
ofreció  los  amplios  salones  de  su  casa  a  un  club  más  demagó- 
gico que  la  Sociedad  Patriótica,  el  Club  de  los  Sincamisa,  donde 
se  bailaba,  extrafia  y  grotescamente,  al  son  de  está  canción,  com- 
puesta por  los  Landaetas : 

"Aunque    pobre    y    sin    camisa, 
un  baile  tengo  que  dar, 
y  en  lugar  de  la  guitarra, 
cañones   resonarán. 
Que  bailen  los  Sincamisa, 
¡  y  viva  el  son  del  cañón ! 

"¡  Caracas  se  precipitaba  por  los  abismos  de  Francia !  Era  el 
%a  ira  de  sus  revolucionarios". 

Sus  temores  no  eran  infundados.  Hombre  de  una  cultura 
extraordinaria  y  de  inteligencia  excepcional,  sufrió  la  amargura 
de  ver  hollados  sus  más  caros  ideales,  y  de  ver  cómo  primero 
la  guerra  de  independencia  y  luego  la  guerra  civil,  aniquilaba  a 
los  hombres  mejores,  en  los  que  se  podía  fiar  el  porvenir  de  la 
Patria,  y  que  fué  el  origen  del  largo  estancamiento  del  progreso 
en  Venezuela. 


332  NOSOTROS 

Como  desgarraduras  de  su  propia  carne  sintió  los  dolores 
de  su  patria ;  fué  el  poeta  de  su  desdicha  y  su  dolor .  Ved,  si  no, 
cómo  nos  retrata  su  dolorosa  imagen:  —  "¿Esa  que  miro  sobre 
la  dura  tierra,  maniatada,  medio  oculto  el  rostro  en  descompues- 
to velo,  desatada  al  aire  la  cabellera  nudosa,  esclava  que  pre- 
gona el  pregonero,  esa  es  la  patria  mía  ?  j  Cuántas  heridas !  ¡  qué 
palidez!  ¡qué  sangre!  Díme,  díme,  madre  amada,  ¿quién  ultrajó 
tu  beldad  y  mancilló  tu  decoro?  No  habrá  quien  te  vea  y  no 
diga  suspirando:  —  Ella  fué  grande  y  tuvo  nobles  y  valientes 
hijos;  ya  no  es  la  misma.  Cómo  has  caído  de  la  excelsa  altura? 
¿Todos  te  traicionaron?  ¿Nadie  luchó  por  tí?  ¿Ninguno  de  los 
tuyos  te  defendió?  ¡Ah!  Baja  avergonzados  los  ojos  y  llora,  sí, 
llora,  que  bien  tienes  de  qué,   Patria  querida"^ 

Y  al  hablar  de  la  muerte  de  Andrés  Bello,  en  Chile,  tiene 
acentos  de  infinita  amargura  al  comentar  el  destierro  voluntario 
del  gran  ]5oeta,  que  exaló  su  último  aliento  lejos  de  su  patria 
que,  perturbada  por  las  guerras  civiles,  no  podía  dedicar  a  las 
artes  y  a  la  poesía  la  atención  y  el  espacio  que  ellas  requieren. 
"¡Ah!  —  exclama  Juan  Vicente  González  —  ¿por  qué  no  di- 
rigió sus  pasos  a  la  amada  patria,  hacia  los  sitios  encantados 
que  amó  de  niño,  donde  la  anciana  madre  le  esperó  hasta  ayer, 
donde  lloran  hoy  sus  hermanos  y  deudos?  Hace  tiempo  que  ha- 
bría descansado  de  la  vida  el  Gran  Poeta;  señalado  con  dedo 
mofador  y  objeto  de  sacrilega  risa,  el  generoso  anciano  habría 
mendigado  como  Homero,  habría  sido  proscrito  como  Dante ; 
como  Tasso,  hubiera  sido  preso  por  loco ;  como  Camoens,  habría 
perecido  de  hambre  en  hospital  oscuro.  Salvóse  el  Néstor  de  las 
letras  de  la  gloria  del  martirio!" 

La  lectura  de  estas  líneas  nos  informan  bien  del  sentido 
heroico  de  la  vida  del  escritpr  en  la  época  y  en  el  medio  en  que 
actuó  Juan  Vicente  González,  que  murió  pobre,  en  Caracas,  en 
t866,  a  los  58  años,  viendo  cómo  el  tesoro  de  sus  ideas,  que  ha- 
bía esparcido  pródigamente,  se  perdía  en  el  mar  turbulento  que 
lo  rodeaba. 

Juan  Vicente  González  era  un  espíritu  selecto,  producido 
por  la  civilización  colonial  española,  en  el  cual  floreció,  en  toda 
su  pureza  el  ideal  de  Independencia,  pero  no  como  un  estado  de 
anarquía,   si   no  como  un   deseo   de   orden   superior,   como  una 


ESCRITORES   VENEZOLANOS  333 

aspiración  a  un  estado  de  justicia  y  progreso  más  perfecto.  Era 
un  espíritu  absolutamente  europeo,  inflamado  por  la  llama  po- 
derosa del  Romanticismo  que  ardía  en  el'  propio  corazón  de  la 
civilización  occidental:  Francia.  Y  América,  contaba  con  otras 
fuerzas  nuevas,  desconocidas,  avasalladoras.  El  equilibrio  polí- 
tico y  social  tendría  forzosamente  que  tardar  en  restablecerse 
mucho  más  que  en  Europa,  y  esto  hace  que,  mientras  los  acon- 
tecimientos históricos  se  suceden  y  desenvuelven  de  acuerdo  con 
las  leyes  de  la  naturaleza,  estas  altas  figuras  intelectuales,  se 
levanten  en  un  plano  aparte,  solitarias  y  dolorosas,  como  en  el 
caso  representativo  de  Juan  Vicente  González,  que  con  Andrés 
Bello  y  Rafael  M*.  Baralt,  forman  en  Venezuela  la  excelsa  tri- 
nidad de  escritores  notabilísimos,  detenidos  en  la  puerta  de  un 
pasado  espléndido,  del  templo  de  una  civilización,  que  invadió 
un  día  el  potro  salvaje  de  los  campos  de  América,  dejando  un 
gesto  de  asombro  y  de  espanto  en  sus  marmóreos  rostros  de 
Dioses  del  Olimpo;  el  potro  montado  por  el  hombre  de  los  pam- 
pas, que  no  conocía  el  lenguaje  de  aquellos  sabios  representantes 
de  la  ciudad,  los  que,  como  premio  a  la  guerra  de  Independencia 
le  ofrecían  unas  normas  ajenas  a  su  comprensión,  más  débiles 
que  sus  armas . . . 

VaIvEntín   dé   Pedro. 

Caracas,  marzo  1922. 


EL  FRANCÉS,  EL  CASTELLANO  Y  EL  PROFESOR 
MARTINENCHE 


p  L  lector  me  concederá  fácilmente  que  los  mozos  japoneses 
^--  de  café  abundan  hoy  en  Buenos  Aires.  Cuando  yo  entro 
en  un  café  y  acude  uno  de  esos  mozos  y  me  pregunta:  "¿Qué 
toma,  señor?",  me  conmuevo  todo,  y  voy  a  decir  por  qué.  Pien- 
se en  que  ese  hombre,  de  otra  raza,  de  un  poderoso  país  com- 
pletamente extraño  al  nuestro,  no  sólo  se  ha  dignado  venir  hasta 
nosotros,  sino  que  hasta  se  ha  tomado  la  pena  de  aprender  la 
combinación  que  nosotros,  gente  española,  hemos  hecho  con  los 
sonidos  vocales  para  entendernos;  pienso  en  eso  y  me  digo:  "Es 
una  distinción  que  este  hombre  nos  hace,  indudablemente;  es 
un  honor",  y  así  me  conmuevo. 

Lo  mismo  llego  a  enternecerme  cuando  sé  de  un  francés,  de 
un  inglés,  de  un  alemán,  de  un  italiano,  de  un  hombre  de  otra 
lengua  que  estudia  con  ahinco  nuestra  literatura.  A  tales  hom- 
bres se  los  acostumbra  a  llamar  hispanistas.  Confesaré  que  nin- 
guno de  los  habidos  ni  existentes  me  parece  genial,  ni  mucho  me- 
nos, a  no  ser  que  alguno,  como  Schopenhauer,  lo  sea  por  otra 
razón  que  por  su  hispanismo.  Son  todos  ellos,  en  mi  modo  de 
ver,  desde  Schack  hasta  Ernesto  Merimée  o  Farinelli,  excelentes 
eruditos  nada  más,  con  prolijos  conocimientos  literarios,  pero 
sin  que  de  boca  de  alguno  haya  salido  todavía  una  observación 
profunda  en  la  materia  y  sin  que  uno  solo  (y  aquí  se  incluyen 
también  los  mismos  españoles,  empezando  por  Menéndez  y  Pe- 
layo),  haya  sido  capaz  de  organizar  espiritualmente  toda  esa  lite- 
ratura española  que  materialmente  han  ordenado  en  su  mayor 
parte.  Con  todo,  ellos  son  hombres  que,  a  lo  mejor,  han  dedi- 
cado su  vida  a  estudiar  las  obras  de  nuestro  idioma,  y  este  solo' 


EL  FRANCÉS,  EL  CASTELLANO  3BS 

hecho  me  llena  de  grata  confusión,  por  la  parte  de  honra  que 
con  él  me  alcanza  como  miembro  de  la  sociedad  de  nuestro 
idioma. 

Creo  así  dejar  claramente  establecido  que  el  profesor  Er- 
nesto Martinenche,  señalado  hispanista  francés,  ahora  en  función 
de  cátedra  en  Buenos  Aires,  tiene  para  mí,  por  adelantado,  un» 
fuerte  motivo  de  simpatía  personal  mezclada  con  sincera  grati- 
tud, aparte  del  derecho  a  la  consideración  debida  a  su  talento  y 
a  sus  estudios  de  toda  índole.  Tal  advertencia  atenuará,  al  me- 
nos, mi  atrevimiento  al  manifestar  mi  discrepancia  con  él  en  un 
punto,  como  lo  voy  a  hacer. 

Es,  pues,  el  caso  que,  al  inaugurarse  el  otro  día,  en  nuestra 
Universidad,  el  curso  de  literatura  del  Instituto  de  la  Universi- 
dad de  París,  que  estará  a  cargo  del  profesor  Martinenche,  el 
profesor  dijo:  que  el  idioma  castellano  está  atrasado  en  dos  si- 
glos con  relación  al  francés,  porque  permanece  aún  en  el  período 
de  la  oratoria  y  la  grandilocuencia,  que  en  Francia  corresponde 
a  Bossuet ;  y  que  así  como  Voltaire  sacó  de  ese  período  al  fran- 
cés, flexibilizándolo  y  haciéndolo  más  apto  para  la  expresión  de 
todas  las  ideas  y  todos  los  sentimientos,  el  castellano  necesita  un 
Voltaire  también  que  lo  torne  más  dúctil. 

Pues  bien:  replico  con  mi  mejor  modo,  que  eso  es  una  pue- 
rilidad del  profesor  Martinenche.  Puerilidad,  según  todas  mis- 
presunciones,  no  es  término  ofensivo. 

Siempre  he  tenido  entre  ojo  a  los  juicios  colectivos.  Contra 
todo  lo  que  se  suele  pensar  comúnmente,  varias  veces -he  soste- 
nido que  la  primera  tendencia  del  hombre  es  la  generalización; 
avanzando  un  poco,  me  atrevería  a  decir  que  es  una  de  las  pa- 
siones primarias.  El  hombre  inculto,  viendo  a  un  italiano  atra- 
vesado dice  fácilmente:  "Todos  los  italianos  son  asesinos"; 
viendo  a  un  español  zote:  "Todos  los  gallegos  son  brutos";  vien- 
do a  un  ruso  {iuerco:  "Los  rusos  son  todos  sucios",  y  así  suce- 
sivamente. Es  un  movimiento  natural,  sobre  todo  en  cuanto  toca 
a  los  defectos  humanos:  sentimos  repulsión  por  un  individuo 
cualquiera  y  nuestro  pasionismo  no  se  satisface  con  menos  que 
con  extender  a  toda  una  clase,  a  todo  un  pueblo,  a  toda  una 
raza  el  defecto  que  en  ése  individuo  nos  ha  repugnado.  "¡  Estos 
gringos,  estos  gallegos,  estos  moscovitas,  estos  franchutes!"    En 


336  NOSOTROS 

los  ilustres  conventillos  de  Buenos  Aires,  todos  los  pueblos  del 
orbe  están  clasificados  sobre  la  base  de  media  docena  de  indivi- 
duos. Sí,  es  un  acto  de  pura  pasión,  vale  decir,  un  acto  de  pri- 
mitivismo e  incultura.  Por  eso  tengo  mis  reservas  para  los  jui- 
cios colectivos.  El  hombre  culto  y  de  razón  ejercitada,  siente, 
tal  vez,  el  deseo  de  lanzarlos ;  pero  su  espíritu  precavido  le  con- 
tiene oportunamente,  como  le  contiene  de  proferir  una  blasfemia 
en  un  instante  de  ira. 

En  calidad  de  juicio  colectivo,  pues,  ya  ve  el  lector  qué  pre- 
vención desfavorable  abrigo  para  el  del  profesor  Martinenche.  Me 
parece  una  habladuría  de  conventillo  llevada  audazmente  a  una 
cátedra  universitaria,  así  como  si  a  mí  se  me  ocurriese  decir 
ahora,  basado  en  su  ejemplo,  que  todos  los  franceses  son  "chau- 
vinistas". 

Pero  prescindamos  del  carácter  genérico  de  tal  juicio  y  exa- 
minémoslo en  su  condición  específica.  Dos  afirmaciones  distin- 
tas entraña  bajo  esta  condición:  i.",  que  el  idioma  castellano  per- 
manece aún  en  el  período  de  la  oratoria;  2.*,  que,  por  tal  causa, 
es  menos  apto  que  el  francés  para  expresar  todas  las  ideas  y  to- 
dos los  sentimientos. 

Deseo  que  este  artículo  sea  una  refutación  terminante  del 
destacado  hispanista.  Para  serlo,  debo  ofrecer  en  él  dos  cuali- 
dades principales:  una  teoría  sana  y  concluyente  y  una  demos- 
tración práctica  de  mi  teoría.  De  consiguiente,  el  lector  me  ex- 
cusará si  procedo  con  cierta  parsimonia  en  mi  demostración,  lo 
que  no  tiene  otro  objeto  que  satisfacer  esas  dos  necesidades. 

Digo,  pues,  con  respecto  a  la  afirmación  primera,  que  el 
profesor  parisiense  no  demuestra  tener  presente  toda  la  litera- 
tura española  al  hablar  así.  Por  lo  general,  al  referirse  a  nues- 
tra literatura  se  piensa  nada  más  que  en  Cervantes,  y  de  Cer- 
vantes, nada  más  que  en  el  Quijote.  Entre  los  profanos  o  entre 
los  que  no  tienen  deberes  de  especialistas,  es  legítima  en  cierto 
modo  esta  restricción,  porque  Cervantes  representa  hasta  hoy 
mismo  el  producto  máximo  de  nuestra  literatura,  y  de  Cervantes 
es  el  Quijote  lo  máximo  también  y  característico.  Ahora  bien, 
liaciendo  a  un  lado  no  pocas  páginas  del  libro  inmortal  en  que 
el  autor  se  sale  de  las  particularidades  de  su  estilo,  Cervantes 
tiene,  en  efecto,  como  distintivo  de  escritor,  la  grandilocuencia 


EL  FRANCÉS.  EL  CASTELLANO  837 

tocada  de  oratoria  y  el  afán  de  la  rotundidez  del  período.  Pero, 
si  un  neófito  puede  extender  a  todo  el  lenguaje  escrito  español 
esa  particularidad  del  de  Don  Quijote,  a  un  erudito  y  profesor 
no  le  está  permitido  hacer  lo  propio,  so  pena  de  tener  que  acha- 
carle ligereza  u  olvido. 

Antes  del  Quijote,  en  España  se  habían  escrito  muchas  y 
muy  celebradas  obras  literarias  que  no  tenían  nada  de  grandi- 
locuente en  el  estilo.  No  mencionaré  las  poéticas,  porque  tendría 
que  hacer  valer  previamente  la  argumentación  del  verso  en  cues- 
tiones de  estilo.  Las  obras  dramáticas,  ya  sean  en  verso  o  en 
prosa,  también  las  relegaré,  porque  podría  observárseme  que  en 
ellas  no  consta  propiamente  el  "lenguaje  escrito",  sino  el  "len- 
guaje hablado",  al  cual  no  alude  el  señor  Martinenche.  Nos  que- 
dan las  novelescas  y  las  doctrinarias  en  prosa.  De  ellas,  basta 
recordar  las  más  difundidas:  la  famosa  carta  del  Marqués  de 
Santillana  al  Condestable  de  Portugal ;  Bl  Conde  Lucanor  de 
Juan  Manuel ;  El  viaje  de  Turquía,  atribuido  a  Cristóbal  de  Vi- 
Ualón;  La  Lozana  Andaluza  de  Francisco  Delicado;  la  traduc- 
ción del  Cortegiano  de  Castiglione  por  Boscán ;  El  Lazarillo  de 
Tormes.  ¿En  cuál  de  estas  producciones  priva  el  empaque  ese 
de  que  nos  habla  el  profesor?  Ya  antes  que  en  todas  ellas,  en 
las  del  padre  de  la  prosa  castellana,  en  Alfonso  el  Sabio,  suma- 
mente elocuentes  para  el  caso  por  tratarse  de  obras  escritas  por 
una  porción  de  gente,  podía  verse  al  lado  de  la  oratoria  la  más 
llana  conversación ;  pero  pensemos  sobre  todo  en  El  Conde  Lu- 
canor, en  ese  su  lenguaje  tan  sencillo,  tan  sin  aparato,  tan  flexi- 
ble que  es  la  conversación  misma,  la  charla  casera  de  un  hombre 
copiada  inteligentemente  y  con  toda  su  gracia  y  frescura,  y  con- 
vengamos en  que  no  hay  cómo  traer  a  cuento  el  énfasis  de 
Bossuet. 

Contemporáneamente  a  Cervantes,  ya  no  hay  necesidad  de 
mencionar  más  que  un  nombre  para  ofrecer  un  ejemplo  signifi- 
cativo de.  lenguaje  igualmente  ajeno  a  la  oratoria.  El  señor 
Martinenche  se  ha  dedicado  con  especialidad  a  Lope  de  Vega. 
¿Cómo  podría  demostrarnos  que  La  Dorotea  (que  tomo  en  cali- 
dad de  novela  dialogada)  es  una  obra  de  estilo  grandilocuente, 
enfático,  rotundo,  cuando,  al  revés,  casi  parece  pecar  por  estre- 
ñimiento?   Sólo  con  deplorable  ligereza  se  puede  afirmar  que  un 


338  NOSOTROS 

idioma  en  que  se  expresó  el  autor  de  La  mosa  de  Cántaro  perma- 
nece aún  en  el  período  inflado  de  Bossuet.  Y  Cervantes  mismo, 
fuera  del  Quijote,  de  sus  versos  y  de  sus  comedias,  bien  que 
maneja  el  lenguaje  llano  en  algunas  novelas  ejemplares,  como 
en  Rinronete  y  Cortadillo,  en  El  celoso  extremeño  y  en  Bl  casa- 
miento engañoso,  y  estaría  por  decir  que  en  el  Coloquio  de  los 
perros,  que  casi  no  parece  de  la  misma  pluma  que  el  Quijote. 

Pues  posteriormente  a  Cervantes,  ¿no  ha  existido  Queve- 
do?  Es  preciso  dominarse  con  un  penoso  esfuerzo  para  no  dar 
suelta  a  la  indignación  cuando  se  oye  hablar  de  la  rigidez  del 
castellano  después  de  haber  leído  a  Quevedo.  Nos  cita  el  señor 
Maríinenche  a  Voltaire.  Sostengo  que,  en  cuanto  a  soltura  y  fle- 
xibilidad de  lenguaje,  Voltaire  no  ha  hecho  en  Francia  ni  la  mi- 
tad de  lo  que  Quevedo  hizo  en  Espafia,  sin  que  esto  sea  com- 
pararlos ni  anteponer  uno  a  otro  en  otros  puntos  de  mira.  Vol- 
taire no  tiene  más  que  una  cuerda,  una  cuerda  admirablemente 
pulsada,  pero  una  sola :  la  elegante  frivolidad :  es  frivolo  cuando 
pinta  a  Cándido,  frivolo  cuando  se  ríe  de  Leibnitz  o  combate  se- 
riamente a  Shakespeare  o  zahiere  con  ensañamiento  a  Federico 
el  grande ;  frivolo  cuando  toca  los  mil  y  un  temas  tan  diversos  del 
diccionario  filosófico;  frivolo,  en  fin,  cuando  construye  tragedias 
históricas.  En  cambio  Quevedo,  ¿qué  otro  ejemplo  hay  en  la 
historia  literaria  de  ningún  país  que  le  sobrepuje  en  variación  y 
adaptabilidad  ?  Si  el  Parnaso  español  no  fuera,  una  obra  poética, 
podríamos  comparar  uno  de  los  sonetos  de  Clío  o  Melpómene 
con  una  de  las  letrillas  de  Terpsícore  y  veríamos  con  qué  docili- 
dad obedece  el  autor  a  musas  tan  distintas,  adoptando  ante  cada 
una  la  tesitura  espiritual  que  corresponde,  y  no  como  Vojtaire, 
que,  para  bien  o  para  mal  del  arte  o  de  la  filosofía,  pero  para 
evidente  circunscripción  del  idioma,  todas  las  musas  las  ve  bajo 
un  solo  prisma.  Reflexionemos,  aunque  solo  sea  de  pasada,  ya 
que  hemos  resuelto  no  apelar  a  la  poesía,  en  la  riqueza  de  ex- 
presividad que  representa  este  hecho  de  que  en  un  idioma  ha- 
yan podido  florecer,  como  en  el  español,  tantas  especies  y  tantas 
formas  poéticas,  al  contrario  de  lo  que  sucede  en  Francia,  donde 
el  alejandrino  necesariamente  pomposo  viene  imperando  constan- 
temente. Pero  fijémonos  en  la  obra  prosaica  de  Quevedo,  en  la 
Vida  de  Marco  Bruto  o  en  la  Introducción  a  la  vida  devota,  por 


EL  FRANCÉS,  EL  CASTELLANO  339 

una  parte,  tan  graves,  tan  hondas,  tan  recogidas,  tan  serenas,  y, 
por  otra,  en  la  Vida  del  Buscón  o  en  Los  sueños,  tan  regocija- 
dos, tan  chistosos,  tal  volterianos,  vaya.  De  autor  que  ha  dado 
forma  casi  perfecta  a  ideas  y  a  sentimientos  tan  varios ;  de  au- 
tor que  en  una  misma  nota  ha  obtenido  variaciones  de  matiz  que 
constituyen  una  nota  nueva,  como  los  ha  obtenido  él  en  la  sá- 
tira escribiendo  la  Epístola  al  conde-duque  de  Olivares  y  Pode- 
roso caballero;  de  este  autor,  ¿hay  derecho  a  decir  que  no  tuvo 
a  su  disposición  un  idioma  flexible,  dúctil,  adaptable?  ¿Qué  es- 
critor ha  realizado  nunca  los  malabarismos,  el  hipérbaton,  la  dis- 
locación que  Quevedo  con  el  castellano? 

Una  disculpa  tiene  el  profesor  Martinenche  al  desconocer  así 
a  Quevedo,  y  es  que  si  él  no  lo  ha  sabido  leer,  tampoco  han  sa- 
bido leerlo  los  eruditos  españoles.  El  primero  que  inteligente- 
mente lo  ha  leído,  es  un  diletante  en  la  materia:  Eugenio  D'Ors 
— un  diletante,  pero  un  hombre  de  genio.  Aconsejo  humilde- 
mente al  profesor  francés  que  lea  El  valle  de  Josafat  y  adqui- 
rirá una  guía  insospechada  para  conocer  al  creador  de  don 
Pablos. 

Quevedo  formó  escuela:  el  conceptismo,  que  se- extendió 
locamente  y  llegó  a  ser  una  plaga  nacional,  como  el  culteranismo 
de  Góngora.  No  la  formó  Cervantes;  sólo  un  franco  imitador 
suyo  en  todos  sus  modos  (menos  en  el  decoro  sexual)  se  halla 
cincuenta  años  después:  María  de  Zayas,  esa  picara  mujer  que 
tan  bien  había  leído  El  curioso  impertinente  y  las  Novelas  ejem- 
plares. Con  todo,  convengo  en  que  durante  los  siglos  XVII, 
XVIII  y  XIX,  aun  bajo  la  influencia  francesa,  más  imperio 
tuvo  entre  los  escritores  castellanos  el  lenguaje  de  Cervantes 
que  el  de  los  demás  clásicos  españoles ;  pero,  aparte  de  que  el  idio- 
ma ya  había  dado  pruebas  definitivas  de  su  variedad,  por  ahí 
aparecen  de  pronto  Moratín  hijo  y  Larra  que  no  están  tocados 
de  la  oratoria  cervantesca,  y  hácense  en  España  traducciones  de 
todos  los  idiomas  del  mundo,  sin  que  se  sepa  que  el  traductor, 
frecuentemente  traidor  por  otros  motivos,  se  hubiera  visto  impo- 
sibilitado de  verter  al  castellano  las  ideas  extrañas  por  indocili- 
dad del  idioma. 

Vengamos,  por  fin,  a  los  contemporáneos  nuestros.  Si  el 
señor  Martinenche  se  detiene  en  Ricardo  León,  es  probable  que 


840  NOSOTROS 

pueda  abonar  su  aserto,  y,  desgraciadamente,  todos  estos  hispa- 
nistas acostumbran  a  ignorar  de  la  literatura  española  de  los  úl- 
timos treinta  años  todo  lo  que  no  sea  Ricardo  León  y  demás 
colegas  de  enquistamiento  espiritual.  Pero  yo  afirmo :  Ricardo 
León,  con  todos  los  peninsulares  de  su  tono  literario,  está  al 
margen  de  la  literatura  española  contemporánea.  Para  juzgar 
con  conocimiento  de  causa  esa  literatura,  debe  tomarse  a  escri- 
tores como  Azorín  o  Benavente;  y  dígame  el  lector  si  existen 
literatos  más  extraños  que  estos  a  la  grandilocuencia  y  a  la  ora- 
toria. Me  quedo  absorto  al  pensar  que  no  me  había  hecho  cargo 
de  que  Benavente  y  Azorín  escribían  en  el  estilo  de  Bossuet.  ¿  En 
cuál  escribirán,  entonces.  Ortega  y  Gasset,  Baroja,  Valle  Inclán, 
García  Morente,  Araquistain,  Diez  Cañedo,  Martínez  Sierra, 
Rivas  Cherif,  Gómez  de  la  Serna?  Dios  mío,  ¿en  cuál  escribía 
Galdós?  Por  lo  menos,  por  lo  menos,  en  el  de  la  Chanson  de 
Roland. 

Bueno,  ahora  olvidemos  la  argumentación  histórica  para 
discurrir  lógicamente.  En  esta  nueva  posición,  podríamos  con- 
cederle al  señor  Martinenche  que  nuestro  idioma  observa  aún 
formas  grandilocuentes,  esas  formas  en  que  se  cuida  la  perora- 
ción, el  énfasis  y  la  rotundidez  del  período.  Muy  bien;  pero 
¿por  qué  esto  había  de  ser  un  defecto?  ¿Por  qué  el  español,  su- 
poniendo que  prefiriese  el  período  extenso,  había  de  ser  inferior 
al  francés,  que  preferiría  la  frase  como  período?  Tal  caracterís- 
tica, en  caso  de  existir,  sería  una  simple  modalidad,  que,  como 
todas  las  modalidades,  presenta  sus  defectos,  naturalmente,  pero 
también  sus  ventajas.  Entre  los  defectos,  el  principal  es  tener 
que  echar  mano  a  menudo  de  miembros  accesorios  y  hasta,  a 
veces,  superfluos  en  el  discurso;  pero,  en  cambio,  con  ello  se 
obtiene  la  solidez  y  la  arquitectura  que  no  da  el  estilo  justa- 
mente llamado  telegráfico,  y  esta  es  una  de  sus  ventajas  princi- 
pales, harto  compensadora. 

Voy  más  allá:  opino  que  el  período  extenso  significa  una 
perfección  sobre  el  período  trunco  (dentro  de  una  discreta  me- 
dida, se  entiende),  de  la  misma  manera  que  el  lenguaje  orgánico 
del  adulto  significa  un  progreso  sobre  el  balbuceo  infantil.  Leyen- 
do el  francés  típico,  leyendo  ese  francés  del  período  trunco  y  ex- 
tremadamente elíptico,  que,  sin  ser  todo  el  francés,  es  el  que  el 


EL  FRANCÉS,  EL  CASTELLANO  341 

profesor  Martinenche  opone  victoriosamente  al  español,  más  des- 
arrollado, más  exuberante,  más  lato,  no  puedo  deshacerme  de 
la  idea  de  que  leo  un  idioma  pueril,  un  idioma  que  no  es  más 
que  un  bosquejo,  un  idioma  que,  al  contrario  de  lo  que  se  sos- 
tiene, quizá  expresa  las  ideas  esenciales,  pero  permanece  mudo 
para  los  matices,  o  bien,  a  la  inversa,  toca  el  matiz,  pero  no  pue- 
de seguir  la  línea  conceptual,  ofreciendo  la  misma  incompatibili- 
dad para  la  plenitud  de  expresión  que  en  el  terreno  del  pensa- 
miento ofrece  un  pensador  fragmentario,  como  La  Rochefou- 
cauld,  frente  a  un  pensador  orgánico,  como  Descartes. 

Además,  observemos  que  el  francés  de  que  venimos  ha- 
blando no  ha  aprovechado  realmente  las  ventajas  del  período 
breve  en  cuanto  a  evitar  la  superfluidad.  Sr  nosotros,  con  nues- 
tras "parrafadas",  prodigamos  los  relativos,  los  auxiliares,  los  ge- 
rundios, el  pleonasmo  y  demás  florescencias,  los  franceses... 
¿quién  ignora  el  estupendo  derroche  de  pronombres  que  hacen?; 
lo  cual  contribuye  por  otro  lado  a  dar  a  su  idioma  ese  carácter 
de  balbuceo  que  le  asigno  (siquiera  sea  aparente),  pues  con  tan 
reiterados  recuerdos  y  advertencias  como  representa  el  pronom- 
bre insistente,  se  tiene  la  sensación  de  que  se  camina  con  nodriza 
o  andadores. 

Además  aun,  hay  que  desechar  la  opinión  romántica  de  que 
el  idioma  es  mero  instrumento  —  opinión  que  tácitamente  acepta 
en  sus  afirmaciones  el  profesor  francés.  Es  instrumento,  sí ;  es- 
tov  dispuesto  a  admitir  que  es  instrumento  ante  todo ;  pero  no 
instrumento  únicamente.  El  idioma,  encima  de  servirnos  como 
vehículo  de  expresión,  tiene  un  objeto  en  sí  mismo  (no  existiría 
la  obra  puramente  literaria  si  no  lo  tuviera),  y  desde  el  mo- 
mento en  que  se  le  puede  considerar  objetivamente,  debe  cui- 
darse su  estructura  como  se  cuida  su  comunicatividad.  Preci- 
samente eso  es  lo  que  entraña  ese  afán  español  del  período  ex- 
tenso y  redondo:  preocupación  estructural  o  arquitectónica,  aun- 
que muchas  veces  haya  llevado  a  viciosos  extremos.  El  Emir 
Emín  Arslan,  que,  al  parecer,  escribe  en  francés,  me  decía  hace 
tiempo  que  al  ponerse  a  leer  en  nuestro  idioma  le  había  asom- 
brado encontrar  párrafos  hasta  de  una  página.  No  había  adver- 
tido que  estaba  leyendo  arquitectura. 

Si,  pues,  históricamente  no  se  justifica  la  afirmación  pri- 


842  NOSOTROS 

mera  de  nuestro  hispanista,  lógicamente  menos  aún,  ya  que  se- 
ñala como  defecto  y  atraso  lo  que,  supuesto  que  exista,  ni  es 
atraso  ni  defecto.  Pero  el  profesor  Martinenche  dice  más:  dice 
que  el  estado  ese  en  que  considera  nuestra  lengua  literaria  no 
se  presta  a  una  amplitud  y  multiplicidad  de  expresión,  y  aquí 
viene  la  segunda  de  las  dos  afirmaciones  en  que  partí  su  juicio. 
Debo  advertir  que  hace  años  leí  una  opinión  semejante  en 
otro  excelente  hispanista  francés,  el  señor  Paul  Groussac.  Cuan- 
do la  leí  (creo  que  en  el  Viaje  intelectual)  me  entregué  a  hon- 
das reflexiones  por  respeto  a  la  autoridad  de  quien  la  emitía  y, 
sobre  todo,  por  el  deseo  de  reconocer  una  posible  verdad.  El 
francés  —  pensaba  para  mí  —  expresa  mejor  que  el  castellano 
las  ideas  y  los  sentimientos :  quiere  decirse,  entonces  —  concluía, 
—  que  nosotros,  gente  hispana,  nos  morimos  sin  expresar  mu- 
chos sentimientos  y  muchas  ideas,  o  muchos  matices  de  las  que 
al  fin  expresamos,  por  la  fatalidad  de  poseer  un  idioma  imper- 
fecto e  indócil.  ¿  Será  exacto  ?  —  me  preguntaba  después,  con 
una  consternación  explicable.  —  Por  vía  de  prueba,  examiné  la 
literatura  del  señor  Groussac. 

Cuando  este  buen  hispanista  escribe  en  francés  ( Un  cnignie 
littéraire,  por  ejemplo),  es  ágil,  llano,  claro,  completo,  casi  ar- 
monioso; su  pensamiento  se  desarrolla  sin  trabas,  su  gozo  es  co- 
municativo, su  indignación  vibra.  Dícese  que  la  prueba  conclu- 
yente  de  que  se  ha  logrado  dominar  un  idioma  extraño,  es  saber 
indignarse  en  él ;  por  eso,  quizá,  entre  nosotros,  pocas  veces  ve- 
mos a  un  extranjero  indignarse  en  español.  Si  esto  es  así  y  la 
supertición  popular  no  miente,  el  señor  Groussac  ha  llegado  a 
dominar  el  castellano,  porque,  en  efecto,  se  indigna  en  castellano 
tan  bien  como  en  francés :  véase  por  ejemplo  el  mismo  Viaje  in- 
telectual en  su  edición  última,  donde  la  cólera,  no  ya  la  indigna- 
ción nada  más,  por  cierto  atolondramiento  que  al  autor  le  des- 
cubrió Menéndez  y  Pelayo,  está  expresada  con  maestría.  Pero, 
desdichadamente,  el  señor  Groussac  no  se  comporta  con  igual 
felicidad  en  otros  sentimientos  ni  en  ninguna  idea:  fuera  de  la 
irritación,  en  castellano  es  duro,  penoso,  incierto,  como  si  los 
vocablos  y  las  oraciones,  en  vez  de  servirle  de  viaducto,  le  resul- 
tasen una  valla  insalvable. 

Atento  a  este  examen,  pues,  no  tuve  más  remedio  que  reco- 


EL  FRANCÉS,  EL  CASTELLANO  343 

nocer  que  nuestro  idioma  es  más  torpe  que  el  de  los  franceses. 
Por  escribir  en  español,  el  señor  Groussac  se  morirá  sin  expresar 
la  mitad  de  sus  ideas  y  de  sus  sentimientos. 

Pero  una  cosa  se  me  ocurre  en  este  instante.  El  idioma  ¿es 
algo  que  se  nos  da  hecho,  para  satisfacer  una  necesidad  deter- 
minada, como  para  trasladarnos  rápidamente  de  un  lado  a  otro 
se  nos  da  una  bicicleta,  un  automóvil,  un  tren?  No.  Tal  vez  la 
facultad  de  hablar  nos  la  ha  dado  Díqs  así,  de  pronto ;  pero  el 
idioma,  es  decir,  una  variación  particular  de  la  facultad  de  ha- 
blar, es  objeto  que  nos  hemos  creado  nosotros  mismos,  respon- 
diendo a  particulares  exigencias  de  nuestro  espíritu.  Dedúcese, 
entonces,  que  nuestros  idiomas  son  producto  de  nuestros  modos 
de  pensar  y  de  sentir.  Ahora  bien :  el  señor  Groussac  es  francés, 
siente  y  piensa  como  francés,  siente  y  piensa  en  íntima  comuni- 
dad con  esa  entidad  geográfica,  étnica,  histórica,  etc.,  que  se  de- 
nomina Francia :  ¿  cómo,  pues,  ha  de  poder  expresarse  libre- 
mente, sin  embarazo,  en  español,  esto  es,  en  un  idioma  producto 
de  otros  modos  de  sentir  y  de  pensar? 

Vuelvo,  en  consecuencia,  sobre  mis  pasos.  Nuestro  idioma 
no  es  más  torpe  ni  más  nada  que  el  francés.  Si  el  señor  Grous- 
sac halla  tropiezo  en  él  para  expresarse,  es  porque  no  piensa  en 
él,  y  no  le  asiste  honestamente  el  derecho  de  atribuir  al  objeto 
lo  que  es  defecto  suyo. 

Pienso  que  algo  parecido  ha  de  ocurrirle  al  señor  Martinen- 
che.  Es  francés,  y  no  dudo  de  que  el  castellano  ha  de  resultarle 
para  él  menos  apto  que  su  lengua.  Pero  ¿cabe  razonablemente 
que,  de  lo  que  es  embarazo  exclusivo  suyo,  deduzca  un  engorro 
universal?  Cualquiera  de  nosotros  que  empieza  a  estudiar  fran- 
cés, lo  primero  que  piensa  es  que  "estos  franceses  no  dan  a  las 
letras  su  sonido  propio".  ¡  Miren  que  pronunciar  ua  donde  dice  oi, 
o  donde  dice  eau,  y  donde  dice  /.'  Pues  si  por  desdicha  a  alguno 
se  nos  ocurriera  llevar  esta  observación  infantil  a  una  cátedra 
universitaria,  no  haríamos  ni  más  ni  menos  que  lo  que  hace  el 
señor  Martinenche  al  llevar  la  suya  a  una  tribuna  de  nuestra  Uni- 
versidad. ¿Recordará  el  profesor  a  aquel  buen  portugués  de  la 
redondilla  que  se  asombraba  de  que  en  Francia  hasta  los  niños 
"parlasen  gabacho",  cuando  él,  adulto,  no  lo  podía  hablar?  En 
un  sentido  inverso,  él  es  también  el  portugués  que  no  comprende 


344  NOSOTROS 

cómo  nosotros  podemos  hablar  una  lengua  que  a  él  le  es  penoso 
manejar,  porque  le  es  extraña. 

He  concluido  mi  argumentación.  Falta,  para  completar  la 
réplica,  la  demostración  práctica  prometida.  Pero  el  lector  dirá 
si  necesito  dar  otra  que  este  mismo  artículo,  en  el  que.  no  obs- 
tante estar  escrito  en  español,  he  dicho  todo  lo  que  tenía  que 
decir. 

José  Gabriei,. 

Junio  de   1922. 


ES  MEJOR  IGNORAR 


QUISE  desde  muy  niño  saber,  saber,  saber... 
Claro  que  yo  jugaba...    con  Kant  y  Baudelaire. 
Y  cuanto  más  bebía,  más  quería  beber. . . 


Nunca  anhelé,  como  otros,  caballos  de  cartón. . . 
(Bn  verdad,  los  juguetes  no  fueron  mi  atracción)  . 
Mis  golosinas  eran  la  Biblia  y  Juan- Ramón. 


Recuerdo   que  los  reyes,  los   tres  reyes  de   Oriente, 
mis  votos  complacían,  trayéndome  un  presente 
de  las  "prosas  profanas"  del  gran  dios  imponente. 


O  bien  los  singulares 

y  bellos  colmenares 

de  Ñervo  y  de  Machado,  númenes  tutelares. 


Quise  desde  muy  niño  saber,  saber,  saber. . . 
Claro  que  yo  jugaba...   con  Kant  y  Baudelaire, 
Y  cuanto  más  bebía,  más  quería  beber .  . . 


Bste  es,  pues,  el  motivo  de  mi  complejidad . 
La  verdad,  que  buscaba  con  tal  celeridad, 
me  absorbió  todo  el  jugo  de  la  infantilidad . 


346  NOSOTROS 

Decepcionadamente,  hoy  llego  a  deducir, 
que  la  verdad  es  reir,  reir,  sólo  reír, 
y  es  mejor  ignorar,  para  mejor  vivir. . . 
(Todos  los  hombres  tristes  se  debieran  morir). 

F.   Bermúdkz  Franco. 


COLÓN   Y  EL   CASTELLANO 

(Respuesífl  al  Dr.  Calzada) 


Non  incendas  carbones . . .,  ne  in- 
cenderis  in   igne  flainmae   illius. 
(Sapientia  Sirach,  cap.  IX,  vers.  13) 


El.  doctor  Rafael  Calzada  ha  dado  a  luz.  Trátase  de  cinco 
gemelas  venidas  al  mundo  después  de  un  largo  periodo  de 
gravidez  y  aparecidas,  en  forma  de  páginas,  en  el  número  de 
Nosotros  correspondiente  a  Junio  de  1922,  once  meses  cum- 
plidos después  de  publicado,  en  la  misma  revista,  un  juicio  mío 
sobre  su  libro  La  patria  de  Colón.  He  apuntado  que  las  ge- 
melas alcanzan  a  cinco  y  no  puedo  excusarme  de  advertir  que 
suman,  precisamente,  el  número  cabal  de  heridas  de  todo  cru- 
cificado. Ellas,  que  son  la  consecuencia  de  los  tres  clavos  y  un 
lanzazo  que  en  mi  anterior  artículo  se  llamaron:  a)  ingenuida- 
des; b)  contradicciones;  c)  inexactitudes;  y  d)  falta  de  ver- 
sación histórica  (i),  han  resultado,  necesariamente,  sanguino- 
lentas y  desgarradas,  como  las  de  todos  los  Cristos  en  cuya 
formidable  tortura,  y  con  derroche  de  horror,  quisieron  los  pin- 
tores primitivos  sintetizar  la  expresión  cumplida  de  los  agravios 
del  pecado.  Para  justificar  el  retardo  patológico  de  su  alumbra- 
miento, el  doctor  Calzada  alude  a  un  reciente  viaje  por  el  ex- 
tranjero, que  le  impidió  tener  noticia  oportuna  de  mi  crítica. 
Y  es  curiosa  la  coincidencia:  Fué  también  en  el  extranjero, 
según  nos  los  asevera  en  las  páginas  28  y  29  de  su  libro,  donde 


(i)     Nosotros,  Julio  de   1921,  N.°   146,  págs.  354  y  siguientes. 


34  8  NOSOTROS 

se  enteró  de  la  tesis  de  García  de  la  Riega  ( i ) .  Por  lo  visto, 
todo  autoriza  a  pensar  que  en  materia  de  informaciones  básicas 
sobre  asuntos  colombinos,  el  doctor  Calzada  anda  siempre  por 
el   extranjero. . . 

Pero,  analicemos  el  parto.  Las  cinco  páginas  que  lo  cons- 
tituyen, ni  siquiera  son  originales,  es  decir  hechas  a  medida. 
Se  antojan  algo  así  como  una  misma  ropa  amoldada  a  un  nuevo^ 
propietario,  o  lo  que  es  lo  mismo :  un  simple  arreglo  de  ropa- 
vejero. Porque  el  doctor  Calzada  es  hasta  autoplagtario .  A 
falta  de  nuevas  razones,  mejores  datos  y  prosa  más  eficaz,  ét 
distinguido  abogado  reedita  las  viejas  páginas,  sin  indicar,  con 
las  necesarias  comillas,  que  se  trata  de  algo  que  ya  fué,  ni  más 
ni  menos  como  su  diputación  a  Cortes,  la  cual,  sin  embargo^ 
va  precedida,  en  la  enunciación  de  sus  siete  títulos  y  dos  etcé- 
teras,  por  un  significativo  ex,  equivalente,  para  el  caso,  al  signo 
ortográfico  cuya  ausencia  le  señalo.  En  definitiva,  el  doctor 
Calzada  se  ha  concretado  a  copiarse  a  sí  mismo.  De  sus  cinco 
gemelas,  dos  y  media,  por  lo  menos,  son  una  reproducción  tex- 
tual de  otras  tantas  de  su  libro.  Cotéjense,  sino,  las  páginas 
194  y  siguientes  del  último  número  de  Nosotros,  con  las  210 
y  siguientes  del  volumen:  La  patria  de  Colón,  y  se  verificará 
el  aserto.  Como  quiera  que  sea,  empero,  y  a  pesar  de  descono- 
cerle al  doctor  Calzada,  en  forma  absoluta,  autoridad  para  ocu- 
parse de  esta  clase  de  menesteres  científicos,  voy  a  puntualizar, 
con  nuevos  elementos  de  prueba,  la  seriedad  de  las  afirmacio- 
nes que  he  apimtado  en  mi  trabajo:  Origen  y  patria  de  Cristó- 
bal Colón,  acerca  del  desconocimiento  que  el  almirante  tuvo  del 
idioma  de  Castilla.  En  esas  aseveraciones,  como  en  todas  las 
formuladas  en  mi  vida  de  estudioso,  he  procedido  con  absoluta 
honestidad  y  con  muchísimo  celo  del  oficio.  Por  eso,  pues,  el 
análisis  que  sobre  la  documentación  colombina  tengo  realizado,, 
es  la  más  absoluta  negación  de  cuanto  se  parezca  a  un  alega- 


(i)  La  patria  de  Colón.  Dice  textualmente:  Debo  confesar  que  al  en- 
contrarme, allá  por  el  año  1900  viajando  por  los  países  del  Oriente,  en  una 
revista  madrileña,  con  un  articulo  intitulado :  "Cristóbal  Colón  ¿de  Pon- 
tevedra?, no  pude  por  menos  de  sonreír.  Aquello  no  podía  ser  sino  la 
obra  de  un  desocupado  de  buen  humor,  Y  en  nota  nos  aclara  que  el 
hallazgo  tuvo  lugar  en  tránsito  a  Palestina,  aquella  misma  tierra  que  en 
su  libro,  graciosamente,  confunde  con  las  regiones  del  Gran  Kan.  es 
decir,  con  la  China   (pág.  39  del  alegato). 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  »49 

to  (i).  Resulta,  a  lo  sumo,  el  fallo  de  un  juez,  que,  seguramente, 
no  está  a  la  altura  de  Salomón,  pero  sí  en  un  plano  suficiente 
como  para  pronunciarse,  sin  embarazo  alguno,  sobre  el  pinto- 
resco libro  del  doctor  Calzada.  La  conciencia  de  ello,  después 
de  todo,  me  resuelve  a  no  detenerme  en  una  respuesta  meticu- 
losa a  las  expresiones  de  desahogo  que  el  doctor  Calzada  gasta 
conmigo,  particularmente  porque  su  origen  bastardo  está  a  la 
vista.  Dice,  en  una  de  ellas,  por  ejemplo,  que  jamás  ha  pen- 
sado en  incluirme  entre  los  que  tienen  la  misión  de  velar  por 
la  pureza  de  la  historia  (2),  y  ello  a  pesar,  dedica  cinco  páginas 
de  su  libro  a  mi  trabajo,  considerándome  entre  los  más  caracte- 
risados  impugnadores  de  la  patria  española  de  Colón  (3),  aun- 
que lamentándose  de  que  un  hombre  de  la  ilustración  y  del  buen 
sentido  míos  (4),  haya  podido  establecer  las  conclusiones  que 
aparecen  en  la  monografía.  Sí,  a  la  postre,  fuéramos  a  ba- 
lancear antecedentes  y  obra  realizada  en  materia  de  asuntos  ame- 
ricanos, es  seguro  que  no  habría  de  ser  yo  el  que  saliera  con  el 
peor  de  los  lotes.  Porque  —  ello  está  en  evidencia  —  el  doctor 
Calzada  sólo  podría  documentar  su  autoridad  con  su  diploma 
de  abogado,  sus  despachos  de  miembro  correspondiente  de  una 
academia  de  legislación  y  de  otra  de  artistas,  y  sus  títulos  de 
propiedad  —  caducados  ya  —  sobre  los  enseres  de  El  Diario 
Español  y  de  la  Revista  de  los  tribunales  (5).    No  puedo  cerrar 


Ci)  Así  lo  ha  entendido  la  serena  crítica  italiana,  qite  palrióticamente 
puede  serme  adversa,  desde  que  en  mi  trabajo  he  establecido  que  la 
Raccolta  no  suministra  la  prueba  cumplida  de  la  itaüanidad  del  almi- 
rante. El  doctor  José  Imbelloni,  sin  embargo,  que  con  sobrado  prestigio 
representa  entre  nosotros  a  la  más  alta  mentalidad  italiana,  ha  escrito 
textualmente : 

Un  luogo  de  preferensa  merita  l'erudito  e  ntedifato  lavoro  di  un  ar- 
gentino —  Rómulo  D.  Carbia  — :  "Origen  }'  patria  de  Colón",  etc.. 
che  costifuisce  la  piú  accurata  e  diligente  discussione  critica  di  tutfa  la 
documentasione  colombiana.  Anche  non  accettandone  per  completo  le 
scettiche  conclusioni,  qiiesta  monografía  puó  essere  consultafa  con  pro- 
fitto  degli  stiidiosi  d' Italia.  ("Pensiero  Italiano  d'oltre  Océano",  anno  L 
fac.  in,  pag.  28.) 

(2)  Nosotros.  N."  157,  pág.  193. 

(3)  La  patria  de  Colón,  pág.  18  y  págs.  209  y  siguientes.  • 

(4)  ídem,  pág.  209,  líneas  18  y  19. 

(5)  Esto  es  lo  que  reza  la  portada  de  su  libro.  Tengo  la  duda, 
sin  embargo,  de  que  alguno  de  los  dos  etcéteras  que  siguen  a  la  nómina 
de  los  títulos,  sea  un  encubierto  enunciado  de  su  autoridad  en  materia  de 
historia  americana. 


350  NOSOTROS 

esta  parte  de  mi  réplica,  empero,  sin  advertir  que  no  se  ajusta 
mucho  a  la  verdad  el  distinguido  defensor  de  de  la  Riega,  cuando, 
en  su  respuesta  a  mi  critica,  pretende  desvirtuar  mis  afirmacio- 
nes acerca  de  la  intención  con  que  preparó  su  libro.  Dije,  en 
su  oportunidad,  que  el  doctor  Calzada  había  aspirado  a  pre- 
sentar un  trabajo  final,  aplastad or,  pulverizante.  El,  arrepentido 
ahora  del  exceso,  quiere  ^egar  que  haya  tenido  semejante  anhelo, 
y  glosa  ciertos  párrafos  innocuos  del  prólogo  de  su  libro  donde 
se  alude  a  la  posibilidad  de  las  objeciones  y  de  las  enmiendas 
a  la  obra.  Para  reafirmar  mi  calificación  anterior  y  desauto- 
zar  sus  novísimas  aseveraciones,  me  basta  remitir  al  lector  ho- 
nesto a  la  página  112  de  La  patria  de  Colón,  donde  se  lee: 

. . .  pienso  que  no  ha  sido  pequeña  mi  suerte  al  haber  en- 
contrado entre  los  autógrafos  existentes  en  la  Biblioteca  Colom- 
bina, de  Sevilla,  la  prueba  plena,  incontestable,  de  que  Cristóbal 
Colón,  no  era  italiano... 

Si  las  palabras  transcriptas  no  denuncian  la  aspiración  de 
que  el  libro  en  el  que  figuran  aspira  a  ser  lo  que  he  aseverado, 
tendremos  que  convenir  en  que  la  expresión:  prueba  incontes- 
table, no  expresa  la  idea  de  cosa  sin  impugnación  posible,  como 
ensera  el  diccionario  de  la  lengua.  Y  cosa  inexpugnable  —  esto 
no  admite  duda  —  es  equivalente  a  final,  aplastadora,  pulveri- 
;:ante :  ¿Lo  ha  entendido  ahora  el  doctor  Calzada ?  Ya  se  vé, 
pues,  que  no  he  procedido  deshonestamente  al  hacer  la  califi- 
cación que  he  hecho  del  hilarante  alegato  en  favor  de  de  la 
Riega  (i). 

II 

Todas  las  molestias  que  mi  trabajo  Origen  y  patria  de  Cris- 
tóbal Colón  ha  producido  al  doctor  Calzada,  giran  alrededor  de 
las  demostraciones  que  he  formulado  sobre  el  desconocimiento 
que  el  almirante  tenía  del  idioma  de  España.    Para  el  doctor 


(i)  El  doctor  Calzada  dice  que  mi  trabajo  está  plagado  de  errores 
garrafales  (Nosotros.  N.°  157,  pág.  193),  pero  ni  por  asomo  se  atreve 
a  indicarlos.  Bien  sabe  que  yo  no  he  confundido  la  Palestina  con  la 
China,  que  estoy  enterado  de  que  los  genoveses  del  siglo  XV  no  eran 
compatriotas  de  los  florentinos,  y  que  conozco  muchas  otras  cosas  que 
para  él  presentan  aspecto  de  enigmas  nigrománticos. 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  351 

Calzada  (pág.  112  de  su  libro),  la  prueba  incontestable  de  que 
Colón  no  era  italiano  se  halla  en  un  autógrafo  suyo  que  dice: 

Del  ambra  es  cierto  nascere  in  india  soto  tierra  he  yo  ne 
ho  fato  cavare  in  molti  monti  in  la  isola  de  feyti  bel  de  ofir  bel 
de  cipango,  a  la  quale  habió  posto  nome  spagnola  y  ne  o  trovato 
piega  grande  como  el  capo,  ma  no  tota  chiara,  salvo  de  chiaro  y 
parda  y  otra  negra,  y  vene  asay  (i). 

Salta  a  la  vista,  aún  de  los  menos  entendidos,  que  esta  nota 
fué  escrita  por  alguien  que,  sin  dominar  el  idioma  castellano, 
pretendía  expresarse  en  él.  Así  lo  ha  reconocido  la  crítica  se- 
ria. El  doctor  Calzada,  en  cambio,  se  empeña  en  querernos  con- 
vencer de  que  aquello  que  Colón  se  propuso,  en  esta  nota,  fué 
nada  menos  que  fingirse  genovés.  Sus  pruebas,  en  lo  que  hace 
a  este  particular,  son  a  cual  más  peregrina    (2).     Y,  natural- 


(i)     Raccolta,  parte   I,   vol.   IH,   serie   E,   tav.    CI   y   de   la   Rosa   y 
López :  Libros  y  autógrafos  de  Colón,  apéndice. 

(2)  Véanse  los  capítulos  V  y  VI  de  La  patria  de  Colón,  que  son 
una  verdadera  ostra  perlera.  Bastará  para  certificarlo  la  denuncia  de 
que  el  doctor  Calzada  se  empeña  en  demostrar,  con  el  análisis  particular 
de  cada  vocablo  de  la  nota  al  libro  de  Plinio,  que  he  copiado  más  arriba, 
que  Colón  la  quiso  escribir  en  italiano,  seguramente  para  hacer  creer  lo 
que  afirmaba  acerca  de  su  origen.  Y  lo  curioso  resulta  que  es  la  única 
tentativa  grafológica  de  semejante  propósito.  Mas  lógico  habría  sido 
escribir  largas  epístolas  en  el  idioma  del  Dante,  —  o  en  el  dialecto  de 
Genova  —  y  no  una  brevísima  nota  marginal  que,  por  estar  puesta  en 
un  libro  de  uso  privado,  debía,  necesariamente,  pasar  inadvertida  para 
aquellos  a  quienes  el  almirante  quería  engallar.  En  mi  trabajo  he  afir- 
mado que  dicha  nota  fué  escrita  por  Colón  con  intención  de  hacerlo  en 
castellano.  Mi  aserto  está  a  la  vista.  El  giro  de  toda  la  nota  corres- 
ponde a  ese  idioma,  aunque  el  léxico  dista  bastante  de  ser  el  adecuado. 
Y  se  explica.  En  el  trato  diario  con  españoles  durante  más  de  quince 
años  —  la  nota  fué  escrita  en  1500  o  1501  —  tuvo  el  almirante  que 
contagiarse  del  giro  del  idioma.  Ello  está  patente  en  la  nota,  la  que, 
por  otra  parte,  no  denuncia  la  intención  de  expresar  cuanto  dice  el  doc- 
tor Calzada.  Para  que  se  vea  cómo  hasta  cuando  se  arriesga  a  filólogo, 
dá  lamentables  tropezones,  dejaré  constancia  de  que  la  frase:  isola  de 
feiti. . .  a  la  qiiale  habió  posto  nome  spagnola,  ,no  puede  interpretarse 
como  lo  ha  hecho  el  doctor  Calzada  en  su  afán  ¿^rialesco,  es  decir,  por 
la  equivalente :  a  la  cual  había  puesto,  etc.,  sino  por  la  de :  a  la  cual  tengo 
puesto,  etc.  "Habió"  posto  es  una  expresión  que  está  revelando  una  mar- 
cada influencia  latina,  puesto  que  en  latín  el  verbo  es  habere  (tener)  y 
su  primera  persona :  habió.  En  consecuencia,  nunca  pudo  decirse,  como 
lo  ha  hecho  el  doctor  Calzada,  que  Colón,  desconociendo  el  italiano, 
escribió  habió  donde  debió  escribir  aveva  (pág.  loi).  Para  cualquiera 
que  lea  la  célebre  nota  al  libro  de  Plinio,  lo  que  ella  evidencia  es  que 
quien  desea  escribir  en  castellano  y  no  lo  logra,  se  deja  influenciar  antes 
que  por  nada,  por  el  bajo  latín  de  fines  del  siglo  XV.  El  doctor  Calzada 
que  en  materia  idiomática  es  innegablemente  patizambo,  ignora  todo 
esto,  y  no  es  el  caso  que  me  empeñe  en  latinizarlo  a  esta  altura  de  su  vida. 


853  NOSOTROS 

mente,  en  trance  ya  de  desbarrancamiento  sin  remedio,  llega  a 
otros  extremos  increíbles.  Porque  es  el  caso  que  no  sólo  pre- 
tende probar  que  Colón,  para  despistar,  se  permitió  un  día  la 
humorada  de  chapurrar  la  lengua  de  Alighieri,  sino  que  hasta 
llegó  al  exceso  de  componer  versos  castellanos.  Verdaderamente 
—  dice  —  seria  cosa  de  sorprenderse  de  que  después  de  esa  su 
su  vida  marítima  "tan  italiana",  y  de  sus  "catorce  años"  de  Lis- 
boa, hubiese  podido  defender  la  pureza  de  su  idioma  al  extremo 
de  escribir  con  toda  corrección  versos  como  los  de  la  glosa  del 
"Memorare  novissima  tua"  del  Libro  de  las  Profecías. . .  (i). 
Pues  bien:  ni  el  Libro  de  las  Profecías  es  original  de  Colón, 
puesto  que  se  trata  de  trozos  de  diversos  autores  copiados,  por 
lo  menos,  por  cuatro  amanuenses  distintos,  ni  el  almirante  escri- 
bió jamás  en  verso.  La  aseveración  que  el  doctor  Calzada  hace, 
no  sólo  denuncia  su  completa  falta  de  conocimientos  en  materia 
histórica  americana,  sino,  también  —  cosa  grave  en  quien  es 
miembro  correspondiente  de  la  Sociedad  de  Escritores,  de  Ma- 
drid —  una  inocencia  inexplicable  en  el  propio  idioma  de  su 
país  de  origen.  Y  esto  digo  porque  los  versos  que  el  doctor 
Calzada  tan  generosamente  le  adjudica  al  almirante,  ni  son  su- 
yos ni  son  correctos.  A  este  respecto  ha  escrito  de  la  Rosa  y 
López,  ocupándose  de  las  Profecías : 

Otros  apuntes  heterogéneos  aparecen  en  el  libro,  entre  ellos 
algunos  versos  místicos,  ensayos  deplorables  de  algún  aficionado 
al  metro  castellano.  En  esto  debió  fundarse  el  historiador  Ir- 
ving  para  atribuir  pretensiones  poéticas  al  almirante;  pero  se 
engañó  completamente,  porque  los  versos  pertenecen  a  uno  dg 
los  copistas  (2). 

Pero  hay  más,  y  es  lo  que  he  llamado  grave  por  el  des- 
conocimiento idiomático  que  denuncia:  La  noticia  de  que  Colón 
escribió  versos,  la  ha  tomado  mi  distinguido  contradictor  de  una 


(i)  La  patria  de  Colón,  pág.  iii.  En  la  página  94  inserta  la 
primera  estrofa  del  Memorare.  El  párrafo  que  más  arriba  he  transcrito 
es  bastante  embrollado,  pero  de  los  que  le  anteceden  y  de  los  que  le  si- 
guen, se  desprende  que  entraña  la  aseveración  de  que  Colón  era  poeta. 
Por  otra  parte,  en  la  pág.  95,  aludiendo  a  Colón,  el  doctor  Calzada  habla 
de  sus  versos  y  en  la  siguiente  dice  que  el  almirante  aprendió  el  castellano 
en  España,  y  no  ya  viejo,  porque  en  edad  madura  no  se  aprende  ningún 
idioma  con  perfección,  y  menos  con  la  necesaria  para  poder  versificar 
en  él. . . 

(2)     Libros   y   autógrafos,   pág.   25. 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  353 

carta  del  almirante  que  va  como  introito  en  el  Libro  de  las  Pro- 
fecías, y  en  la  que  se  lee: 

Cuando  vine  aquí  comencé  a  sacar  las  abtoridades  que  me 
parecía  que  hadan  al  caso  de  Jerusalem.  . .  para  después  toríiar- 
las  a  rever  y  las  poner  en  rima  ...   (i). 

Los  compiladores  de  la  Raccolta,  que  en  materia  de  caste- 
llano no  debían  pisar  muy  fuerte,  tradujeron  la  expresión  poner 
en  rima,  por  ridurli  in  forma  poética  (2),  y  el  doctor  Calzada 
cayó  en  el  enredo.  Porque  —  es  bueno  se  vaya  tomando  nota 
de  quién  es  ^  que  comete  errores  garrafales  —  la  expresión 
poner  en  rima,  significó  antes  y  significa  ahora,  colocar  las  co- 
sas en  orden,  unas  sobre  otras  (3).  Colón  quiso  indicar  que 
su  intención  era  esa,  y  su  secretario,  para  dar  una  idea  de  ello, 
utilizó  la  voz  rima  en  la  acepción  que  acabo  de  apuntar  (4) . 
El  desliz  del  doctor  Calzada,  como  se  vé,  tiene  todas  las  carac- 
terísticas de  lo  lapidario  y  me  autoriza  a  declarar,  nuevamente, 
que  carece  de  competencia  aun  en  las  cosas  más  elementales  del 
oficio  de  historiador.  Pero  como  el  ilustre  ex-diputado  a  Cortes, 
no  se  corta  en  el  despeñadero,  su  desliz  va  como  si  dijéramos 
con  estrambote.  Pretendiendo  desautorizar,  con  datos  documen- 
tados, mi  afirmación  de  que  eran  los  amanuenses  de  Colón  los 
que  pulían  y  ponían  en  limpio  sus  epístolas,  declara  que  el  des- 
cubridor no  estuvo  siempre,  ni  mucho  menos,  en  condiciones  de 
llevar  consigo  secretarios,  y  cita,  en  corroboración  de  su  aserto, 
la  Lettera  rarissima  de  1503,  en  la  que  el  almirante  se  queja  de 
su  pobreza  (5).  Si  el  doctor  Calzada  no  hiciera  alegatos,  que 
se  caracterizan  por  la  visión  unilateral  de  todo,  habría  advertido 
que  en  el  mismo  testamento  de  1506  que  menta,  Colón  aparece - 
teniendo  a  su  servicio  nada  menos  que  cinco  criados  (6).     Por 


(i)  Documentos  inéditos  para  la  historia  de  América,  i*  serie, 
tomo  38,  pág.  517. 

(2)  Raccolta.   parte    1,   vol.    H,    pág.    LVIL 

(3)  Diccionario  de  la  lengua,  (autoridades).  Madrid,  1737,  tomo  V, 
pág.   622,   columna   segunda. 

(4)  El    original    reza:    y    las   poner   en   rima   en   su    (lugar   a 

donde  ficies)    en  al   caso...    (Lo  que  va  entre  corchetes  es  lo  que  falta, 
por  rotura,  y  que  la  versión  paleográfica  ha  agregado). 

(5)  La  patria  de  Colón,  pág.  212.  Según  todos  los  indicios,  el 
doctor  Calzada  parece  ignorar  cuanto  ha  aclarado  Harrisse  acerca  de  la 
supuesta  pobreza  de  Colón    (Cristophe  Colomb,  11,  pág.   136.) 

(6)  Raccolta,   parte   I,   vol.    H,   pág.   260. 


854  NOSOTROS 

otra  parte,  Diego  Méndez,  servidor  del  almirante,  como  es  sa- 
bido, deja  constancia  en  su  codicilo  de  que  trabajó  de  noche  y 
de  día  en  los  negocios  del  descubridor  (i)  y  todos  cuantos  se 
han  ocupado  de  reunir  papeles  autógrafos  de  Colón,  han  conve- 
nido en  que  muchísimos  de  ellos  son  obra  de  sus  secretarios. 

Y  voy  a  terminar,  este  apartado,  precisamente  con  la  con- 
sideración de  lo  que  el  doctor  Calzada  conceptúa  más  fulminante 
en  mi  contra.  Quiero  referirme  a  las  expresiones  que  figuran 
en  algimas  epístolas  de  Colón  donde  éste  alude  a  sus  trabajos 
pendolísticos  y  a  las  declaraciones  que  hace  el  escribano  ante 
quien  testó  en  1506,  y  según  las  cuales  el  original  del  documento 
habría  sido  visto  por  el  nombrado  funcionario,  escrito  de  letra 
e  mano  del  dicho  almirante  y,  en  tal  concepto,  insertado,  pun- 
tualmente, en  el  cuerpo  de  la  importante  pieza  que,  como  se  sos- 
pechará, está  escrita  en  correcto  castellano.  En  cuanto  a  lo  pri- 
mero, es  decir,  a  las  alusiones  que  Colón  apunta  en  sus  cartas, 
he  establecido  ya  (páginas  35  y  36  de  mi  trabajo)  que  nada  re- 
velan en  favor  de  la  tesis  opuesta  a  la  mía,  en  razón  de  que  ellas 
figuran  en  epístolas  cuya  grafía  difiere,  totalmente,  de  aquella 
que  se  acepta  como  propia  del  almirante,  y  porque,  además,  esas 
mismas  cartas  denuncian  en  diversos  detalles,  que  son  copias  y 
no  originales  de  quien  las  subscribe.  La  simple  visión,  de  las 
fotografías  de  esas  epístolas  que  publica  la  Raccolta,  lleva  al 
convencimiento  de  la  exactitud  de  mis  aseveraciones.  Además, 
¿cómo  podrá  explicarse  que  aquella  misma  persona,  que,  ya  en- 
trada en  años,  escribía  en  1500  o  1501,  con  la  incorrección  que 
denuncia  la  nota  que  he  copiado  más  arriba,  fuera  la  misma 
que  dos  años  más  tarde  redactaba  cartas  tan  relativamente  li- 
terarias como  aquellas  dirigidas  a  Diego  que  publica  Navarrete? 
Si  esto  no  basta,  apunto  esta  otra  prueba  de  carácter  material: 
Entre  los  rasgos,  la  carga  de  tinta,  y  hasta  el  pulso  del  que  fir- 
ma las  epístolas  y  los  similares  del  texto  de  las  piezas,  hay  tan- 
tas y  tan  visibles  diferencias  que  sólo  una  profunda  obstinación 
puede  hacer  que  se  diga  lo  que  dice  el  doctor  Calzada  en  contra 
de  mis  afirmaciones  en  este  asunto. 

Y  ahora  bien:  si  es  tan  falaz  la  objeción  que  a  ese  respecto 


(i)     Navarrete:    Colección   de    los   viajes,   etc.     Tomo    I,    pág.    473, 
inserta  la  pieza  a  que  aludo. 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  355 

me  hace  el  doctor  Calzada,  más  lo  es  aquella  otra  que  se  refiere 
al  testamento  de  1506.  En  este  documento,  según  se  sabe,  el 
escribano  autorizante  declara  que  inserta  en  el  cuerpo  de  la  es- 
critura un  original  que  estaba  escrito  de  letra  e  mano  del  dicho 
almirante  e  firmada  de  stt  nombre,  y  que  ese  original  de  verbo 
ad_  vcrbum  es  este  que  sigue. . .  Y  transcribe  un  documento  de 
corriente  redacción   española. 

El  doctor  Calzada  que  imperfectamente  copia  esta  parte  del 
famoso  documento  (i),  no  cae  en  cuenta  de  que  el  escribano 
no  dice  que  trasla.da  el  original,  que  tiene  delante,  ad  pedem 
litterae  o  ad  litteram,  que  son  las  dos  formas  latinas  de  expre- 
sar la  idea  de  copia  ejecutada  con  sujeción  absoluta  al  texto, 
hasta  en  su  grafía  (2).  La  expresión  que  usa  el  notario,  en 
cambio,  es  la  de  verbo  ad  verbiim,  que  corresponde,  en  diplomá- 
tica española,  a  las  copias  o  transcripciones  llamadas  propia- 
mente literales,  es  decir,  hechas  de  acuerdo  con  el  sentido  exacto 
y  propio  de  las  palabras,  y  no  con  su  grafía  ni  con  su  construc- 
ción gramatical  absoluta  (3).  No  debiera  empeñarme  en  una 
disertación  de  este  carácter  si  el  doctor  Calzada  supiera  latín  — 
y  si  lo  sabe  que  vaya  paladeando  el  versículo  de  la  Sapientia  de 
Sirach,  que  he  puesto  como  mote  a  esta  nota  de  réplica — ;  o  si 
conociera  la  historia  política  y  literaria  de  su  país :  pero  es  el 
caso  que  nada  de  ello  está  en  evidencia  en  su  labor  conocida. 
Esto  me  obliga,  pues,  a  dedicar  unas  líneas  al  significado  exacto 
de  la  expresión  latina  que  figura  en  el  testamento  colombino  de 
1 506.  y  que  el  distinguido  abogado  de  la  Riega,  ha  pretendido 
echarme  encima,  algo  así  como  para  pulverizarme.  \ 

De  verbo  ad  verbum,  que  no  es  una  expresión  clásica,  quedó 
en  uso  en  España,  entre  la  gente  curialesca,  como  una  de  las 
tantas  reliquias  filológicas  que  el  bajo  latín  que  precedió  y  que 


(i)  Nosotros,  N.°  157,  prig.  194.  El  doctor  Calzada  es  infiel  a 
la  verdad  documental  cuando  transcribe  piezas  paleográficas.  Cotéjese, 
sino,  su  transcripción  con  el  texto  que  inserta  la  Raccolta,  parte  1,  vol. 
n,  pág.  260. 

(2)  El  doctor  Calzada  ignora  lo  que  Forcellini  establece  con 
toda  claridad,  es  decir,  que  la  expresión  castellana  palabra  por  palabra, 
en  el  sentido  textual  tiene  su  equivalente  en  la  latina:  ad  litteram  (Véase: 
Totius  lattnitatis  lexicón,  lll,  pág.  782). 

(3)  FrEund:  Grand  diclicnnaire  de  la  langue  latine,  IH,  colum. 
IT,  trae  ejemplos  que  comprueban  que  la  expresión  ad  verbum  equivale 
a  nuestro  término:   literal,  que  no  es  sinónimo  de  textual. 


356  NOSOTROS 

intervino  en  la  formación  del  castellano,  fué  dejando,  dijéramos 
que  extraviadas,  a  su  paso.  Procediendo,  como  procedía,  del 
purista  y  simple  ad  verhum  —  que  usara  Cicerón,  según  Freund, 
—  conservó  en  su  nueva  forma  el  sentido  de  la  pristina,  y  fué 
empleada  por  los  notarios  cuando  al  trasladar  de  los  protocolos 
escrituras  arcaicas,  trataban  de  darles  textos  más  inteligibles  y 
menos  dados  a  confusión.  En  los  casos  en  que  el  traslado  o 
copia  era  ad  littcram,  es  decir,  con  absoluta  exactitud  grafoló- 
gica,  la  expresión  empleada  era  ésta:  treslado  de  una  escritura, 
su  tenor  de  la  cual  es  en  esta  guisa. 

Y  ello,  naturalmente,  en  el  siglo  XV  y  principios  del  inme- 
diato, pues  más  tarde  el  modo  de  significar  que  el  traslado  era 
ad  lilteram,  consistió  en  emplear  la  frase:  escripto,  el  tenor  del 
cual  es  el  siguiente,  u  otra  parecida  (i).  En  los  documentos 
relativos  a  la  dignidad  del  almirantazgo  de  Castilla  que  agregó 
Navarrete  como  apéndice  al  tomo  I  de  su  Colección  de  los  via- 
jes, etc.,  —  todos  ellos  del  siglo  XV — ,  las  expresiones  que 
figuran  al  frente  de  los  traslados  rezan  así : 

a)  ...  escritura. . .   su  tenor  de  la  cual  dice  en  esta  guisa 

(pág-  503)- 

b)  ...  carta. . .   su  tenor  de  la  cual  es  este  que  sigue... 

(pág.   504). 

c)  ...  carta. . .  fecha  en  esta  guisa. . .    (pág.  505)  . 

En  un  solo  caso  de  este  revelador  manejo  documental,  el 
notario  emplea  la  frase:  de  verbo  ad  verhum  (2),  y  es,  preci- 
samente, cuando  después  de  realizar  el  traslado  de  una  escritura 
de  privilegio,  datada  en  1405,  en  época  del  rey  don  Enrique  III 
de  Castilla,  quiere  dejar  constancia  de  que  ha  acomodado  su 
texto  al  modo  literario  imperante  en  el  momento  de  efectuarse 
la  copia  (3),  Esta  tiene  efecto  —  previa  larga  tramitación  y 
gran  comparendo  de  testigos  —  en  el  reinado  de  don  Juan  II 


(i)  Véanse,  entre  muchos,  los  documentos  que  inserta  Medina  en 
el  tomo  II  de  su  Gaboto,  págs.  257  y  siguientes. 

(2)  Navarrete:  Colección  de  los  viajes,  etc.,  tomo  I,  pág.  515, 
línea  28. 

(3)  Los  actuarios,  que  eran  dos,  dicen  textualmente,  al  pie  del 
documento,  que  hacen  la  copia  concertándola  de  verbo  ad  verbuin.  Esta 
declaración  y  el  cotejo  de  la  pieza  con  otras  similares  de  su  misma  época, 
que  difieren  profundamente  en  su  forma  literaria,  lleva  al  convenci- 
miento de  cuanto  he  establecido  más  arriba. 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  357 

de  Castilla  que,  como  es  sabido,  es  uno  de  los  períodos  más 
brillantes  de  las  primeras  épocas  de  la  historia  literaria  españo- 
la (i).  El  afán  de  cultura  que  tenía  el  joven  rey  —  hecho 
mayor  de  edad  a  los  trece  años  —  se  extendió  a  toda  la  corte 
y  lógico  resultó  que  alcanzara  hasta  el  empeño  de  poner  en  ro- 
mance corriente  lo  que  antes  de  entonces  había  sido  compuesto 
en  prosa  incorrecta  o  bárbara  (2).  Los  traslados,  por  lo  tanto, 
no  se  hacían  ad  litteram  sino  de  verbo  ad  verbunt,  expresión 
barbarizada  entonces  con  la  anteposición  de  la  preposición  de  y 
del  sustantivo  verbo,  para  denotar  que  las  copias  eran  literales, 
es  decir,  con  sujeción  al  sentido  exacto  de  las  palabras.  Y  si 
se  duda  de  ello,  descompóngase  la  expresión:  Verbo  significa 
en  este  caso,  por  ser  substituto  de  verbum,  exactamente,  pala- 
bra, y,  en  consecuencia,  de  verbo  debe  traducirse:  de  palabra; 
y  como  ad  verbum  equivale  a  literal,  la  expresión  de  verbo  ad 
verbum  reemplazó  a  la  castellana:  de  palabra  a  palabra  y  se  usó 
para  significar  que  las  copias  se  hacían  sustituyendo  las  voces 
bárbaras  o  arcaicas  por  sus  equivalentes  del  romance  en  boga, 
pero  en  todo  de  acuerdo  con  el  sentido  exacto  de  las  contenidas 
en  el  texto  original.  El  notario  que  dio  fe  en  el  testamento  de 
Colón  de  1506,  por  lo  tanto,  al  estampar  la  expresión  que  el 
doctor  Calzada  cree  reveladora  de  que  lo  que  sigue  es  la  copia 
ad  litteram  de  un  original  redactado  en  castellano  por  el  almi- 
rante, no  hizo  otra  cosa  que  dejar  constancia  de  que  ponía  en 
correcto  romance  lo  que  el  descubridor  había  escrito,  seguramen- 
te, en  su  característica  gerigonza,  de  la  que  es  spécimen  la  nota 
con  que  exornara  los  márgenes  del  libro  de  Plinio. 


(i)  Véase  PuymaigrE:  La  Cour  littéraire  de  Don  Juan  II  de 
CastUle,  Paris  1873,  2  vols.  Si  se  quiere  tener  noticia  documentada  de 
la  preocupación  que  el  célebre  monarca  tuvo  por  todo  lo  atañedero  al 
oficio  notarial,  bastará  recorrer  las  Ordenanzas  reales  de  Castilla,  hechas 
por  Díaz  de  Montalvo  por  mandato  de  los  Reyes  Católicos,  y  en  las  que 
fueron  incorporadas  muchas  disposiciones  datadas  en  fecha  correspon- 
diente al  reinado  de  don  Juan  IL  Todas  revelan  que  la  condición  primor- 
dial exigida  a  los  escribanos  era  la  de  una  suficiencia  particular  y  cul- 
tural no  corrientes. 

(2)  Para  formarse  un  concepto  del  asunto,  cotéjense  ios  docu- 
mentos que  inserta  Navarrete,  en  el  lugar  que  he  citado,  con  los  que 
trae  Aíuñoz  y  Rivero  en  su  Manual  de  paleografía  diplomática,  págs.  419, 
422,  425,  etc.  En  la  colección  de  Muñoz  se  advierte,  todavía,  en  los 
documentos,  un  dejo  del  bajo  latín  y  del  romance  bárbaro,  cosas  ambas 
que  no  despuntan  en  la  prosa  del  traslado  de  verbum  ad  verbum  que 
publica  Navarrete. 


358  NOSOTROS 


III 


El  doctor  Calzada  dice  en  su  libro  (pág.  209),  y  repite  en 
su  respuesta  a  mi  crítica,  que  mi  aseveración  de  que  Colón  no 
conocía  el  castellano /es  completamente  infundada.  Pues  bien: 
voy  a  finalizar  esta  réplica,  que  será  la  iiltima  que  dirija  al 
doctor  Calzada  en  forma  polemística  —  sintetizando  las  pruebas 
de  mis  conclusiones  sobre  el  particular,  que  divido  en  dos  dis- 
tintas categorías:  a)  testimoniales,  y  b)  documentales.  Hedías 
aquí : 

a)  testimoniales: 

I.*  Declaración  del  P.  Las  Casas,  que  según  se  sabe 
fué  amigo  personal  de  Colón  el  cual  en  su  Historia 
(II,  324),  manifiesta  que  el  almirante  ;ío  sabia  bien 
la  lengua  castellana. 

2*  Aseveración  del  físico  García  Ferrando,  quien  en 
15 1 5  declara,  en  ima  actuación  judicial,  que  el  des- 
cubridor, al  llegar  a  la  Rábida,  tenia  en  su  lengua 
—  es  decir,  en  su  manera  de  hablar  —  despusyción 
de  otra  tyerra  o  Reyno  ageno  (Colee,  de  doc.  inéd. 
reí.  al  descubrimiento,  etc.,  segunda  serie,  tomo 
,    VIII,  191,  pregunta  13). 

b)  documentales: 

I."  Notas  marginales  al  libro  de  Plinio.  existente  en  la 
Biblioteca  Colombina,  de  Sevilla,  que  fueron  es- 
critas personalmente  por  el  almirante,  en  1500  o 
1 50 1,  es  decir,  después  del  descubrimiento,  y  cuya 
redacción  revela  la  absoluta  falta  de  dominio  en 
el  idioma. 

2."  Conclusiones  críticas  acerca  de  que  la  mayoría  de 
las  piezas  que  se  conservan  del  descubridor  no  son 
autógrafas,  y  demostraciones  paleográficas  mías 
que  evidencian  que  ninguna  de  las  cartas  que  se 
consideran  como  del  almirante  son,  en  su  forma 
actual,  manuscritos  originales  suyos.  (Ver  la  prue- 
ba de  las  numerosas  láminas  que  se  insertan  en 
mi  trabajo) . 


COLON  Y  EL  CASTELLANO  359 

Todos  estos  elementos  de  juicio,  que  el  doctor  Calzada  no 
se  ha  animado  a  rebatir  yendo  como  he  ido  yo  hasta  a  la  pa- 
leografía armado  de  un  microscopio,  suministran  base  suficien- 
te a  todas  y  a  cada  una  de  mis  conclusiones  adversas  a  la  hi- 
pótesis de  que  Colón  dominaba  el  castellano. 

Pero,  ¿debo  continuar?  Entiendo  que  no,  puesto  que  ni 
es  prudente  polemizar  con  un  lego  en  estos  asuntos,  ni  resulta 
tolerable  que  me  empeñe  en  hacer  ciencia  para  contener  loa  des- 
manes de  un  abogado  en  trance  de  defensa.  Porque,  a  la  postre: 
mientras  yo  cumplo  con  mi  oficio  de  historiógrafo,  el  doctor 
Calzada  litiga,  que  es  lo  mismo  que  decir  que  vé  parcialmente 
las  cosas,  porque  así  cuadra  a  la  defensa  del  cliente  que  le  ha 
confiado  la  querella.  Y  en  eso,  después  de  todo,  es  en  lo  que 
consiste  la  falla  fundamental  de  cuanto  ha  escrito  el  doctor  Cal- 
zada, a  quien  Dios  guarde  de  las  llamas  a  que  alude  el  hijo  de 
Sirach . . , 

RÓMuivO  D.   Carbia. 
Temperley,  Julio  de   1922. 


EL  GRAN  SACRIFICIO 


EN  la  tarde  infinita  de  asombro  y  de  tristeza, 
La  sangre  de  los  montes  el  ciclo  está  cubriendo. 
Y  el  sol  es  el  llagado  corazón  de  la  tierra 
Que  la  mano  de  dios  de  pronto  ha  descubierto.  . . 


La  muda  espectativa  del  árbol,  agua  y  piedra, 
La  presencia  denuncia  de  un  sustancial  misterio. 
Y  el  mundo  es  una  roja  y  astral  palingenesia 
Bajo  la  enorme  herida  del  divino  escalpelo. 


Desbordantes  de  sangre  los  ríos  son  arterias; 

Y  las  nubes  son  glándulas  que  muestran  su  secreto; 

Y  hay  un  espanto  eterno  y  una  alegría  eterna, 
Que  fluyen  ccni  la  sangre  colmando  el  universo. 


Tensionado  hasta  el  límite,  en  un  instante  vuela 
Sobre  seres  y  cosas  lo  infinito  del  tiempo; 
Mientras  el  gran  demiurgo   la  herida  abierta  cierra 
Sin  zozobra,  aplicando  su  cauterio  de  fuego. 


Y  una  ceniza  gris,  cubre  la  llaga  eterna; 

Y  un  sopor  adormece  todo  el  sangrado  cuerpo. 
Mientras  llenas  de  angustia  sobre  el  cadáver  velan 
Las  cosas  implorando  por  su  renacimiento. 


EL  GRAN  SACRIFICIO  361 

Y  en  la  noche  callada  cual  la  noche  postrera 
Como  salpicaduras  del  sangriento  misterio, 
Palpitan  las  estrellas  sobre  la  vía  láctea 
Cicatriz  absoluta  que  la  llaga  ha  cubierto... 

A.  Brandan  Caraffa. 


NOTAS  DE  ACTUALIDAD 


La  conferencia  del  Pacífico 

LK  ultima  gran  guerra  llevó  a  la  bancarrota  el  principio,  que 
quiso  tomar  cuerpo  de  derecho,  de  las  hegemonías  raciales. 
La  "necesidad"  de  expansión  no  pudo  llegar  a  ser  justificativo 
legal  de  ninguna  conquista.  Vencida  la  teoría,  que  la  constancia 
interesada  señaló  como  consecuencia  de  la  fatal  lucha  por  la  vida, 
erigida  en  norma  y  sistema,  los  juristas  y  los  políticos  buscaron, 
con  afán,  otra  doctrina  más  acorde  con  el  despertar  de  sus  con- 
ciencias. Del  espíritu  de  conquista  pasaron  al  de  transigencia; 
de  és-te  al  de  concordia.  Era  im  lenitivo,  una  nota  de  arrepenti- 
miento. Pero  eran  palabras;  eran,  acaso,  sentimientos  sin  orden 
y  sin  arraigo.  Tanteos,  conjeturas  sobre  los  nuevos  tiempos.  Se 
tropezó,  entonces,  con  la  panacea  de  la  auto-determinación,  se 
intentó  dividir,  aún  más,  a  los  hombres,  de  acuerdo  con  sus  ca- 
racterísticas de  pueblo.  Candidamente  se  creyó  que  satisfaciendo 
reivindicaciones  regionales  o  nacionales  se  eliminaba  la  posibili- 
dad de  las  guerras. 

Las  reivindicaciones  son  graves  motivos  de  trastornos  inter- 
nacionales, más  peligrosos  que  los  de  independencia  porque  ab- 
sorben la  atención  del  país  exclusivamente  por  cuestión  de  inte- 
reses. Si  durante  cuarenta  y  cuatro  años  Francia  clamó  por  Al- 
sacia  y  Lorena ;  si  Italia  aguardó,  pacientemente,  la  hora  de  aco- 
ger en  su  seno  las  provincias  irredentas ;  si  el  Perú  ha  levantado 
su  voz  de  protesta  en  América  por  la  devolución  de  Tacna  y 
Arica:  no  ha  sido  obedeciendo  a  un  exaltado  amor  por  las  her- 
manas arrancadas  al  hogar  nacional,  sino  porque  ellas  satisfacen 
reconocidas  conveniencias  nacionales.  ¿Qué  hubiera  sido  de  ellas 
si  ninguna  riqueza  o  seguridad  hubiese  hecho  popular  y  sentida 
la  causa  de  la  reivindicación?...     Fácil  es  predecirlo.    Caerían 


NOTAS  DE  ACTUALIDAD  868 

bajo  el  exclusivo  dominio  de  la  pequeña  política  o  la  literatura 
(esta  última  todavía»  sensible  a  juzgar  sobre  lo  que  no  entraña 
una  lucrativa  o  gloriosa  empresa).  Y  un  día,  las  pobres  irreden- 
tas  podrían  hallarse  en  condición  de  redimirse,  automáticamente, 
por  transformaciones  que  no  provocaron.  Puede  ser  que,  enton- 
ces, se  las  condenase  a  la  libertad,  desnudas  'en  una  plaza  pú- 
blica. 

La  reivindicación  desempeña  la  parte  dramática  del  proble- 
ma del  Pacífico.  Pero  éste  es  anterior  a  la  guerra  de  1879.  Na- 
ció con  el  espíritu  de  expansión  chileno,  su  conveniencia  de  ex- 
tender sus  límites:  más  allá  de  Atacama;  más  allá  de  los  Andes, 
si  hubiese  podido.  El  aislamiento  interamericano,  la  desorgani- 
zación reinante  en  Perú  y  Bolivia  y  su  fuerza  bélica  favorecen 
sus  planes.  Manda  avanzadas  de  salitreros  a  Bolivia ;  negocia, 
conquista;  pacta  con  Melgarejo,  el  funesto  y  cómico  Melgarejo, 
y  utiliza  el  conflicto  de  la  compañía  salitrera  para  provocar  la 
guerra  acariciada. 

El  20  de  Octubre,  de  1883  se  celebra  el  Tratado  de  Ancón. 
Chile,  victoriosa,  obtiene  Tarapacá  y,  temporalmente,  Tacna  y 
Arica.  Bolivia,  desposeída  de  su  litoral,  firma,  posteriorfnente. 
un  tratado. 

No  son  ninguno  de  los  dos,  virtualmente,  tratados  de  paz; 
puesto  que  dos  naciones  vencidas  se  someten  a  la  voluntad  de  la 
vencedora.  Lógicamente,  el  conflicto  debe  reanudarse.  Se  esta- 
blece un  plebiscito  —  cuyas  condiciones  deben  convenirse  ulte- 
riormente —  para  determinar  la  soberanía  de  Tacna  y  Arica, 
que  no  se  realiza.  Hay  una  secuela  de  conflictos  suplementarios, 
Fírmanse  protocolos,  realízanse  conferencias;  pero  durante  trein- 
ta y  ocho  años  América  se  siente  amenazada  en  su  tranquilidad. 
Chile,  en  virtud  de  su  propio  desarrollo,  va  chilenizando  las  re- 
giones sujetas  a  plebiscito.  Aún  sin  expulsar  un  solo  peruano, 
lo  hubiese  conseguido.  Hay  en  ella  un  afán  de  expansión  que 
sobrepuja.  Su  política  absorbente  determina,  en  el  hecho,  la  ca- 
ducidad del  tratado.  La  ejecución  del  plebiscito,  que  Perú  ya  no 
desea,  se  posterga  indefiriidamente. 

Pero  llega  el  día  en  que  toma  cuerpo  en  América  la  idea 
de  la  solidaridad.  Para  ello  es  preciso  conocer  las  semejanzas  y 
las  diferencias.    Establecer  el  juicio  popular.    Chile,  como  ven- 


364  NOSOTROS 

cedor,  tiene  la  responsabilidad  de  un  tratado.  Llega  el  día  en 
que  Estados  Unidos  de  Norte  América  abandona  su  política  in- 
tervencionista y  su  imperialismo  industrial.  Quiere  rehabilitarse 
ante  la  conciencia  americana  y  aprovecha  la  oportunidad,  ya  pre- 
vista, de  un  nuevo  desacuerdo  entre  Perú  y  Chile,  para  invitar- 
los a  resolver,  amistosamente,  el  viejo  conflicto. 

Van  los  plenipotenciarios  a  Washington :  Chile  dispuesto  a 
defender  el  Tratado  de  Ancón;  Perú  a  dirigir  las  negociaciones 
hacia  el  arbitraje  amplio,  que  comprenda  toda  la  cuestión  del 
Pacífico.  Hay  un  intento  de  considerar  las  aspiraciones  de  Bo- 
livia,  pero  no  se  quiere  comprometer  las  negociaciones,  ni  pro- 
longarlas. En  realidad,  una  reconsideración  o  nulidad  del  Tra- 
tado de  Ancón  afectaría,  de  igual  modo,  al  Chileno-Boliviano. 

La  idea  del  arbitraje  va  implícita  con  la  intervención  de  Es- 
tados Unidos.  Esa  es  la  base  de  las  negociaciones.  En  adelante 
se  trata  de  darle  una  aplicación  que  no  hiera  susceptibilidades 
nacionales.  Cuando  el  buen  sentido  aconseja  ceder,  siempre  hay 
una  mirada  de  recelo  hacia  el  pasado.  Se  consulta,  entonces,  al 
gobierno;  más  que  para  rehuir  responsabilidades,  para  conocer 
el  estado  de  ánimo  del  pueblo,  al  que  se  ha  envilecido  con  men- 
tiras que  hoy  desaparecen  con  un  par  de  plumadas. 

Y  tócale  a  Estados  Unidos  intervenir  como  amigable  com- 
ponedor. Perú  exije  el  arbitraje  para  determinar  la  soberanía 
de  Tacna  y  Arica.  Chile  quiere  limitarlo  con  respecto  al  ar- 
tículo 3.°  del  Tratado  de  Ancón,  que  trata  del  plebiscito.  Pero 
han  transcurrido  29  años  desde  que  éste  debió  realizarse.  ¿En 
qué  condiciones  podría  efectuarse  ahora?.. .  He  aquí  la  dificul- 
tad. ¿Debe  decidirse  la  soberanía  de  Tacna  y  Arica  de  1922  con 
la  voluntad  de  los  hombres  de  1883?  ¿Es  honesto  representar  la 
farsa  de  un  plebiscito  cuando  se  conocen  los  resultados,  de  an- 
temano ? 

Y  al  fin  se  conviene,  con  toda  suerte  de  lances  y  escaramu- 
zas, en  el  siguiente  protocolo  y  acta  complementaria: 

PROTOCOLO 

"  Reunidos  en  Washington,  de  conformidad  con  la  invitación  del  Go- 
"  bierno  de  Estados  Unidos,  para  procurar  la  solución  de  la  larga  contro- 
"  versia  relacionada  con  las  disposiciones  no  cumplidas  del  Tratado  de  Paz^ 
"de  20  de  Octubre  de  1883,  los  infrascriptos  han  acordado: 


NOTAS  DE  ACTUALIDAD 


365 


"  Artículo  i.°  —  Queda  constancia  de  que  las  únicas  dificultades  deri- 
vadas del  Tratado  de  Paz,  sobre  las  cuales  los  dos  países  no  se  han  puesto 
'de  acuerdo,  son  las  cuestiones  que  etuanan  de  las  estipulaciones  no  cuni- 
'  plidas  del  articulo  3.°  de  dicho  Tratado. 

"  Artículo  2°  —  Las  dificultades  a  que  se  refiere  el  artículo  anterior 
'  serán  sometidas  al  arbitraje  del  Presidente  de  Estados  Unidos,  quien  las 
'  resolverá  sin  ulterior  recurso,  con  audiencia  de  las  partes  y  en  vista  de 
las  alegaciones  y  probanzas  que  éstas  presenten.  Los  plazos  y  procedi- 
ríiientos  serán  determinados  por  el  arbitro. 

"Artículo  3.°  —  El  presente  protocolo  será  sometido  a  la  aprobación 
de  los  respectivos  Gobiernos  y  las  ratificaciones  serán  canjeadas  en 
Washington  por  intermedio  de  los  representantes  diplomáticos  de  Chile 
y  del  Perú,  dentro  del  plazo  máximo  de  tres  meses  ". 


ACTA  COMPLEMENTARIA 

"  A  fin  de  precisar  el  alcance  del  arbitraje  estipulado  en  el  artículo  2." 
del  protocolo,  suscripto  en  esta  fecha,  los  infrascriptos  acuerdan  dejar 
establecido  los  siguientes  puntos : 

"  Primero :  Está  comprendida  en  el  arbitraje  la  siguiente  cuestión  pro- 
movida por  el  Perú  en  la  reunión  celebrada  por  la  Conferencia  el  2y  de 
Mayo  último :  "Con  el  objeto  de  determinar  la  manera  en  que  debe  ciarse 
cumplimiento  a  lo  estipulado  en  el  artículo  3.°  del  Tratado  de  Ancón,  se 
somete  a  arbitraje  si  procede  o  nó,  en  las  circunstancias  actuales,  la  rea- 
lización del  plebiscito.  El  Gobierno  de  Chile  puede  oponer  por  su  parte 
ante  el  arbitro  todas  las  alegaciones  que  crea  conveniente  a  su  deíensa. 

"  Segundo :  En  caso  de  que  se  declare  la  procedencia,  el  arbitro  queda 
facultado  para  determinar  sus  condiciones. 

"  Tercero :  Si  el  arbitro  decidiera  la  improcedencia  del  plebiscito,  am- 
bas partes,  a  requerimiento  de  cualquiera  de  ellas,  discutirán  acerca  de 
la  situación  creada  por  este  fallo.  Es  entendido,  en  el  interés  de  la  paz 
y  del  buen  orden,  que,  en  este  caso,  y  mientras  esté  pendiente  un  acuerdo 
acerca  de  la  disposición  del  territorio,  no  se  perturbará  la  organización 
administrativa  de  las  provincias. 

"  Cuarto :  En  caso  de  que  no  se  pusieran  de  acuerdo,  los  dos  Gobier- 
nos solicitarán,  para  este  efecto,  los  buenos  oficios  del  Gobierno  de 
Estados  Unidos. 

"  Quinto ;  Están  igualmente  comprendidos  en  el  arbitraje  las  reclama- 
ciones pendientes  sobre  Tarata  y  Chilcaya,  según  lo  determine  la  suerte 
definitiva  del  territorio  a  que  se  refiere  el  artículo  3.°  de  dicho  Tratado. 

"  Esta  acta  forma  parte  integrante  del  protocolo  de  su  referencia." 


T^a  solución  de  este  litigio,  que  América  ansia  con  justifica- 
ble impaciencia,  está  en  manos  de  Estados  Unidos.  Un  Tratado 
que  trató  de  legalizar  una  anexión  es  repudiable.  El  pueblo  chi- 
leno tiene  que  sentirse  molesto  y  atado  en  sus  relaciones  para  el 
porvenir,  ante  la  mirada  acusadora  de  América.  Ya  no  se  trata 
de  discutir  quién  tuvo  la  culpa  de  la  no  realización  del  plebiscito. 
Los  documentos  oficiales  nada  prueban  cuando  la  conciencia  se 
siente  herida  por  la  injusticia. 


366     .  NOSOTROS 

Esperamos  que  Mr,  Harding  se  pronuncie  en  contra  (kl  ple- 
biscito. Su  elección  es  acertada  por  parte  de  los  litigantes.  Hu- 
biera sido  un  lamentable  error  dar  intervención  a  una  Corte  de 
Justicia.  Lo  que  se  necesita  no  es  la  interpretación  de  un  Trata- 
do, sino  la  reafirmación  de  un  derecho  político  de  soberanía. 

Rechazado  el  plebiscito  tomará  cuerpo  la  idea  del  arbitraje, 
si  las  partes  no  transan  o  convienen.  El  artículo  cuarto  del  acta 
complementaria  prevé  la  continuación  de  los  buenos  oficios  de 
Estados  Unidos.  Y  han  de  tener  éxito.  Esto  será  en  vísperas 
de  la  Conferencia  Panamericana  de  1923. 

¿Quién  quiere  ir  a  ella  sin  las  manos  limpias  y  sin  la  con- 
ciencia tranquila? 

El  hambre  en  Rusia 

FRiTjOD  Nansen  persevera,  con  acierto,  en  su  obra.  Ha  sal- 
vado millares  de  niños,  faltos  de  abrigo  y  alimento.  No  les 
ha  interrogado,  sin  duda,  sobre  sus  convicciones  políticas.  Les 
ha  dado  el  pan  sin  averiguar  su  nombre.  Valientemente,  sin 
propaganda  recreativa,  ha  coadyuvado  a  solucionar  la  crisis  de 
hambre  que  afecta  a  una  parte  de  Rusia.  Es  un  noble  corazón 
y  una  voluntad  recia.  Pero  para  despertar  de  su  modorra  sen- 
sualista al  mundo  ha  tenido  que  mostrar,  por  medio  del  cinema- 
tógrafo, cuadros  horrorosos  de  miseria.  Recién,  entonces,  mu- 
chas manos,  sobrecogidas,  ayudaron,  j  Es  una  vergüenza  im- 
perdonable ! 

Entre  nosotros,  donde  hay  hasta  sociedades  que  premian  la 
virtud  todos  los  años,  la  acción  de  socorro  es  limitada,  no  es 
popular.  Debe  y  puede  conseguirse.  ¿Qué  dicen,  qué  piensan 
los  que  en  esta  República,  los  que  en  América  forman  la  clase, 
a  veces  mal  constituida,  de  intelectuales?  ¿Dónde  está  la  obra 
que  corresponda  a  su  prédica,  tan  orgullosamente  expuesta  en 
sus  libros  de  amor,  de  justicia,  acaso  de  verdad? 

La  Nación,  en  un  gesto  que  la  honra,  ha  iniciado  una  colecta 
j  ha  comunicado  detalles  precisos  sobre  la  misión  Nansen  y  la 
rápida  manera  de  ayudarla.  No  hay  más  que  girar  al  "Banco 
de  Londres  y  Río  de  la  Plata"  o  depositar  en  él,  en  la  cuenta 
corriente  "Save  the  Children  Fund"  cualquier  suma  de  dinero,^ 


NOTAS  DE  ACTUALIDAD  367 

por  insignificante  que  parezca;  comunicándolo  luego  al  Señor 
E.  Stanley  Cutts,  Florida  183,  encargado  de  remitir  los  fondos. 

Pienso  si  todos  los  que  dan  algo  de  su  espíritu  a  la  pluma 
responderán  a  este  nuevo  llamado  de  Nansen.  j  Si  así  fuera. . . ! 
}Tay  múltiples  maneras  de  colaborar.  ,  Solamente  séame  permi- 
tido aconsejar  que  no  se  ponga  en  práctica  una,  productiva  y 
cómoda :  dar  fiestas. 

Sería  una  forma  de  perpetuar  el  egoísmo  enmascarado  en 
los  hombres. 

,Louí;s  Rkissig. 
Julio  24  de  1922. 


UNA   EXPOSICIÓN  DE  DON  MIGUEL  VILADRICH 


"  ¿  Qué  dirá  mi  grande  amigo  Alcántara  al 
"  sorprenderme  en  su  huerto  robando  su  f  ru- 
"  ta  ?  Verdaderamente  que  cuando  nos  pone- 
"  mos  a  hablar  de  lo  que  no  entendemos,  bien 
"  sentimos  esa  inquietud  que  muerde  a  quién 
"entra  sin  permiso  en  la  heredad  ajena:  la 
"  ley  de  propiedad  que  hollamos  nos  hiere  las 
"  plantas  de  los  pies  y  nuestras  miradas  bus- 
"  can,  tras  de  las  bardas,  al  vigilante  encar- 
"  gado  de  echarnos  fuera."  (José  Ortega  y 
Gasset,  Personas,  obras,  cosas...  2*  edición. 
Renacimiento,  p.   I2g). 

Porque;  sabido  es  que  don  Francisco  Alcántara  es  crítico  de 
cosas  de  pintura  y  escultura  para  el  diario  Bl  Sol  que  se 
publica  en  Madrid,  y  sabido  es  también  que  nada  hay  que  indigne 
más  a  los  hombres  de  una  profesión  cualquiera  que  los  profanos 
nos  pongamos  a  opinar  en  ella.  Por  eso  he  copiado  las  palabras 
de  Ortega  y  Gasset  que  más  arriba  quedan  transcriptas  para 
ofrecer  mis  disculpas  al  señor  Navarro  Monzó  que  ejerce  la 
profesión  de  crítico  en  nuestro  diario  La  Nación.  Y  nada  más 
que  esas  palabras  y  no  las  que  inmediatamente  les  siguen  en  la 
mencionada  obra  del  escritor  español,  porque  ellas  nada  o  muy 
poco  tienen  que  ver  con  nuestro  crítico. 

Aunque,  bien  mirado,  una  exposición  de  Viladrich  es  dis- 
culpa suficiente  para  que  escribamos  sobre  arte.  Hay  cosas, 
palabras,  que  al  verlas  u  oírlas  parece  como  que  nos  ensanchan 
el  espíritu  y  nos  hacen  rebasarnos;  que  es  como  verternos  en  las 
cosas  que  nos  rodean.  Y  todo  eso  nada  más  que  por  efecto  de 
la  plenitud  que  produce  en  nosotros  la  contemplación  de  una 
obra  admirable;  porque  el  oír  es  también  una  manera  de  contem- 
plar, contemplar  con  los  oídos  en  vez  de  los  ojos.  Recuerdo  que 
cuando  recorrí  por  primera  vez,  y  todas  las  veces,  las  magníficas 
salas  del  Museo  del  Prado,  en  Madrid,  o  aquellas  destinadas  al 
gran  Berruguete  en  el  Museo  de  Valladolid,  salí  de  aquellos  sitios 


UNA  EXPOSICIÓN  DE  DON  MIGUEL  VILADRICH         369 

cx)n  la  sensación  de  que  algo  se  me  iba  a  reventar  adentro  del 
cuerpo  y  era  que  necesitaba  comunicar  a  alguien  mis  impresio- 
nes. 

Y  una  cosa  parecida  nos  pasa  con  esta  exposición  de  Vila- 
drich,  que  es  la  segunda  que  este  artista  realiza  entre  nosotros. 
Y  no  por  una  antojadiza  asociación  de  ideas  evocamos  aquellas 
magníficas  residencias  de  arte,  sino  porque  realmente  las  telas 
de  Viladrich  están  un  poco  fuera  de  lugar  en  este  salón  de 
Witcomb,  entre  un  escaparate  y  un  taller  de  fotografías.  Para 
ellas  habríamos  menester  de  un  Museo,  y  no  como  el  nuestro 
que  más  parece  por  su  forma  y  contenido  un  barracón  de  fei-ia, 
mal  administrado  además,  sino  un  Museo  que  contuviese  nada 
más  que  obras  de  valía  para  que  se  acordasen  con  ellas  las  telas 
de  Viladrich.  Porque  eso  de  que  una  obra  buena  vale  donde- 
quiera se  coloque  es  una  pura  tontería. . . 

Pero  dejemos  esto  para  más  adelante,  que  lo  que  nos  impor- 
ta por  ahora  es  ocuparnos  de  este  pintor  que  tanta  rencilla  mue- 
ve donde  se  presenta.  Porque  no  solo  aquí  se  le  discute ;  en 
España,  su  patria,  la  crítica  baladí,  oficial,  esa  misma  que  ha 
encumbrado  ese  grosero  arte  que  se  llama  de  la  regencia  repre- 
sentado por  los  Benlliure,  los  Moreno  Carbonero,  y  que  en  rea- 
lidad no  es  arte  —  ha  desconocido  a  Viladrich  hasta  el  derecho 
de  que  sus  obras  se  exhiban  en  las  exposiciones  oficiales.  Claro 
está  que  no  todos  piensan  como  esa  crítica  que  no  hace,  en  fin 
de  cuentas,  otra  cosa  que  servir  los  gustos  de  la  burguesía  que 
les  paga.  Espíritus  cultos  de  dentro  y  de  fuera  de  España  se 
agruparon  alrededor  de  Viladrich,  los  mismos  que  acompañaron 
a  Julio  Antonio,  ese  otro  gran  español,  que  solo  fué  reconocido 
en  el  momento  mismo  de  su  muerte  y  aun  por  los  mismos  que  lo 
negaron  un  día  antes.  Los  cuales  esperan  talvez  que  también  se 
muera  Viladrich  para  descolgar  de  su  armería  los  elogios  que 
hoy  le  niegan;  pero  Viladrich  parece  que  no  tiene  ningún  deseo 
de  darles  gusto  por  ahora.  Con  lo  que  hace  muy  bien.  A  Vila- 
drich le  basta  con  el  aplauso  de  unos  cuantos  espíritus  selectos 
y  una  media  docena  de  compradores  inteligentes  que  le  ayudan 
a  vivir.  "En  poco  tiempo  hace  Viladrich  ventas  por  unos  cuantos 
miles  de  duros.  La  colección  del  conde  de  Pradere  y  el  Museo 
(le  la  Hispanic  Society  de  Nueva  York  poseen  algunas  obras  de 


370  NOSOTROS 

Viladrich  que  los  jurados  españoles  no  supieron  comprender". 
Esto  lo  escribe  el  inteligente  crítico  Juan  de  la  Encina  en  el  nú- 
mero correspondiente  al  22  de  Noviembre  de  191 7  de  la  revista 
España.  También  nuestro  Museo  cuenta  con  una  de  sus  obras, 
"Seis  hereus".  la  que  le  fué  donada  por  la  colectividad  catalana 
residente  en  el  país  por  pedido  de  Pi  Suñer. 

He  citado  junto  al  de  Viladrich  el  nombre  de  Julio  Antonio, 
del  que  fué  inseparable  compañero  en  vida  desde  el  día  en  que 
>vSe  conocieron  y  con  el  que,  juntos,  recorrieron  gran  parte  de  los 
pueblos  de  España  en  busca  de  motivos  de  arte:  ¡admirables  an- 
danzas en  que  nunca  faltó  el  escándalo  con  la  burguesía  pueble- 
rina! Y  es  curioso  como  estos  dos  renovadores  del  arte  español 
—  Zuloaga  no  se  cuenta  porque  es,  en  el  tiempo,  un  predecesor 
de  ese  movimiento  —  han  ido  a  buscar  inspiración  en  el  pasado. 
I^ero  este  fenómeno  no  es  solo  de  España,  el  mismo  puede  ob- 
servarse en  todas  partes,  Francia  inclusive.  El  último  decenio 
del  siglo  XIX  marca  una  notable  reacción  idealista  en  todos  los 
aspectos  de  la  vida.  En  filosofía,  por  ejemplo,  cae  de  muerte  el 
positivismo  de  teneduría  de  libros  de  Spencer,  como  lo  ha  lla- 
mado Papini,  para  dar  cabida  a  tendencias  neo-idealistas,  prin- 
cipalmente al  intuicionismo  de  Bergson,  al  mismo  tiempo  c[ue  el 
valor  de  la  ciencia  se  restringe  a  más  justos  límites;  en  el  arte 
y  muy  especialmente  en  la  pintura  (la  escultura  nunca  se  ha 
apartado  tanto  de  sus  fuentes),  esa  reacción  se  produce  contra 
la  preocupación  puramente  técnica  que  caracteriza  al  impresio- 
nismo: éste,  al  proponerse  nada  más  que  problemas  de  ejecución, 
luz,  color,  volumen,  movimiento  (ninguno  de  esos  problemas  es 
exclusivo  del  impresionismo,  recuérdese  al  Greco,  a  Velázquez, 
a  Rembrandt,  a  Goya;  solamente  que  en  los  impresionistas  esos 
problemas  se  convierten  en  el  problema  único),  tenía  necesaria- 
mente que  producir  obras  de  valor  anecdótico,  útiles,  desde  luego, 
como  esfuerzo  para  crear  nuevos  medios  de  expresión;  pero  el 
arte  es  algo  más  que  los  medios  de  expresión  que  emplea.  El 
arte  requiere  un  contenido  que  vaya  más  allá  de  esos  simples 
medios  de  expresión.  "Pintar  algo  en  un  cuadro,  dice  Ortega  y 
Gasset,  es  dotarlo  de  condiciones  de  vida  eterna"  y  más  adelante 
insiste:  "Esto  ha  de  pintar  el  pintor:  las  condiciones  perpetuas 
de  vitalidad.     Esto  han  hecho  todos  los  pinceles  heroicos." 


UNA  EXPOSICIÓN  DE  DON,  MIGUEL  VILADRICH         371 

¿Y  qué  cosa  más  natural  y  también  más  revolucionaria  al 
mismo  tiempo  (porque  nada  es  más  natural  que  el  revoluciona- 
rismo)  que  volver  a  las  obras  que  han  sobrevivido  a  los  siglos 
para  descubrir  en  ellas  el  secreto  de  su  eternidad  y  continuar  la 
obra  en  el  punto  mismo  en  que  aquellos  la  han  dejado?  En  eso, 
ni  más  ni  menos  —  escribe  a  propósito  de  Viladrich  don  Ramón 
Pérez  de  Ayala  — ,  consiste  toda  revolución :  "en  volver  a  un 
punto  determinado,  y  volver  otra  vez,  o  sea,  revolver,  hasta  que 
se  aprende  a  andar  el  camino  recto."  Mientras  Julio  Antonio 
aprende  en  las  esculturas  románicas  y  de  los  iberos  el  secreto  de 
su  arte,  Viladrich  se  vuelve  a  los  primitivos  catalanes  y  descu- 
bre en  Vergós,  en  Dalmau,  maravillas  de  expresividad  que  no 
se  encuentran  en  ninguna  otra  pintura  y  que  estos  artistas  toma- 
-roñ  de  los  flamencos.  Sabido  es  que  Van  Eyck,  Juan,  visitó 
las  costas  de  Levante  en  el  primer  cuarto  del  siglo  XV  y  que  se 
conquistó  muchos  adeptos  en  Valencia  y  Cataluña;  el  arte  cata- 
lán de  aquella  época  se  deja  ganar  por  esa  influencia,  aunque  en 
los  artistas  catalanes  adquiere  una  cierta  aspereza  que  ha  de  ser 
en  lo  sucesivo  su  característica.  Natural  es  que  Viladrich  se 
dejara  ganar  por  ese  arte,  todo  sinceridad.  No  es  en  él  sola- 
mente un  sentimiento  instintivo  de  raza.  Viladrich  ve  la  vida  un 
poco  con  ojos  y  el  espíritu  de  los  artistas  de  su  tierra  del  siglo 
XV.  Y  esto  talvez  porque  hay  en  Viladrich  en  el  fondo  un  cam- 
pesino. Por  eso  se  fué  a  Fraga.  Para  los  fragatinos  Viladrich 
es  un  campesino  que  se  ha  puesto  a  pintar.  Como  Tolstoi  era 
un  mujik  que  escribía.  Y  allí,  en  Fraga,  en  un  castillo  que  se 
dice  fué  de  Urganda  y  que  el  Ayuntamiento  le  ha  concedido  por 
cien  años,  pinta  sus  telas  que  han  de  sobrevivirle  en  el  tiempo. 

Eternidad,  sentido  de  eternidad,  eso  es  lo  que  hay  en  todas 
las  telas  que  pinta  Viladrich.  Cuando  apenas  tenía  21  años  rea- 
liza el  tríptico  "Mis  funerales"  —  una  obra  valedera;  y  desde 
entonces  ya  no  se  desvía.  Como  técnico,  Viladrich  es  un  maes- 
tro desde  que  comienza  a  pintar.  En  adelante,  solo  variará  una 
que  otra  característica  de  su  arte.  Cuando  su  primera  exposi- 
ción en  el  salón  Müller,  di j  irnos  de  Viladrich  que  era  un  pintor 
fundamentalmente  trágico;  en  esta  nueva  exposición  que  realiza 
en  el  salón  Witcomb,  a  tres  años  apenas  de  distancia  de  la  pri- 
mera, Viladrich  se  nos  presenta  más  optimista,  pintura  y  tipos 


372  NOSOTROS 

respiran  jovialidad :  es  la  campiña  de  Fraga  que  nos  sonríe  desde 
las  telas  de  Viladrich.  Y  en  eso,  talvez  algo  tenga  que  ver  su 
matrimonio  con  doña  Ana  Morera;  que  así  influye  en  la  obra 
del  artista  todo  cambio  en  su  vida  íntima. 

Y  luego,  qué  unidad  fundamental  en  toda  su  obra!  En  pre- 
sencia de  sus  telas,  sin  querer,  las  vamos  relacionando  unas  con 
otras,  agrupándolas  entre  sí.  Es  que  las  obras  de  Viladrich  se 
completan  una  en  otra,  son  como  fragmentos  de  España  que  se 
van  dando  cita  para  instalarse  en  las  silenciosas  naves  del  cas- 
tillo de  Fraga.  Y  he  aquí,  como  sin  querer,  hemos  venido  a 
resolver  un  problema  de  ubicación  que  nos  había  salido  al  paso 
al  comienzo  de  este  artículo.  Coincidencia  extraña!  ¿No  habrá 
ya  Viladrich  pintado  su  primera  tela,  adivinando  su  ulterior  des- 
tino? Y  qué  en  su  ambiente  estará  allí  la  obra  de  Viladrich, 
en  aquel  castillo  levantado  en  medio  de  la  campiña  fragatina  tra- 
bajada por  hombres  ingenuos,  y  al  que  de  tarde  en  tarde  llega- 
rán religiosamente  unos  pocos  espíritus  curiosos  y  amadores  de 
belleza  a  buscar  momentos  de  arte  y  de  meditación,  como  a  un 
refugio ! 

envío  : 

para  el  Sr.  Julio  Navarro  Monsó 
Cuenta  Julio  Camba  en  uno  de  los  sabrosos  artículos  conte- 
nidos en  su  libro  titulado  La  rana  viajera,  de  un  jugador  que 
jugaba  a  la  ruleta  nada  más  que  para  demostrar  a  quien  quisiera 
escucharle  que  a  este  juego  siempre  se  pierde.  Y  lo  cierto  es 
que  siempre,  o  casi  siempre,  se  salía  con  la  suya,  es  decir  que 
perdía.  Como  el  jugador  de  Camba,  Sr.  Navarro  Monzó,  usted 
nunca  acierta,  por  lo  menos  cuando  sobre  cosas  de  arte  escribe; 
rara  habilidad  esta  suya  de  no  acertar!  Ni  con  los  de  casa  ni 
con  los  de  afuera.  Nombres?  Vayan  a  cuenta:  Fader,  Gramajo 
Gutiérrez,  los  hermanos  Zubiaurre,  Viladrich.  En  cambio  ¿qué 
hay  de  mediocre  que  usted  no  haya  elogiado?  Mejor  dicho  ¿qué 
ha  elogiado  usted  que  no  sea  mediocre  o  malo?  Entretanto  y 
mientras  siga  Vd.  haciendo  crítica  —  Vd.  debe  retirarse  cuanto 
antes  —  yo  seguiré  leyéndolo  religiosamente ;  vaya  a  saber,  tal- 
vez acierte  Vd.  alguna  vez :  es  cuestión  de  tropezar  con  la  flauta. 

Simón  Scheimberg. 

i8  de  Julio  de  1922. 


LA  ORQUESTA  DE  LA  ASOCIACIÓN  DEL  PROFESORADO 

ORQUESTAL 


Eiv  primer  concierto  de  la  orquesta  de  la  Asociación  del  Pro- 
fesorado Orquestal  fué  una  afirmación  rotunda  de  sus 
méritos.  Y  tanto  compartió  el  público  este  sentimiento,  que  la 
ovación  tributada  al  director  y  a  sus  músicos  puede  considerarse 
como  una  de  las  más  expresivas  y  conmovedoras  que  hemos 
oído.  Hasta  aquella  parte  de  la  concurrencia  más  exigente  y 
más  reacia,  hasta  la  más  prevenida,  que  no  faltaba,  por  cierto, 
hubo  de  rendirse  a  una  evidencia  que  era  proclamada  en  cada 
obra  y  en  cada  acorde.  ¿Qué  decir,  entonces,  del  efecto  reco- 
gido por  el  público  imparcial,  ingenuamente  abierto  a  la  suges- 
tión del  espectáculo?  Ya  en  el  comienzo,  al  estallar  el  angustioso 
atranque  de  la  "Quinta  vSinfonía",  la  orquesta  se  había  pose- 
sionado del  auditorio.  Desde  ese  momento,  se  estableció  entre 
los  ejecutantes  y  el  público  esa  corriente  de  simpatía,  esa  identi- 
ficación absoluta  que  rara  vez  se  producen  en  estos  difíciles  ca- 
sos, por  cuanto  revelan  que  la  expresión  es  perfectamente  lo- 
grada por  parte  de  los  que  interpretan,  y  adecuada  la  compren- 
sión por  parte  de  los  que  escuchan.  La  atención  del  público 
era  tan  grande,  que  podemos  decir  que  estaba  en  acecho  de  los 
menores  detalles  y  de  los  más  sutiles  matices.  Esas  impresiones 
completas  rara  vez  se  experimentan,  y  es  conmovedor  el  cariño 
con  que  las  suelen  evocar  los  músicos  o  los  escritores  de  sen- 
sibilidad aguzada  cuando  hurgan  en  el  precioso  archivo  de  sus 
recuerdos  artísticos.  Casi  siempre  se  tropieza,  en  esas  manifes- 
ta(;íones,  con  alguna  minucia  fastidiosa,  con  algún  inconveniente 
que,  por  más  insignificante  que  sea,  echa  a  perder  la  armonía 
del  conjunto.    Por  eso  es  raro  encontrar  un  artista  de  verdad, 


374  NOSOTROS 

o  tan  sólo  un  entendido  saga;?:  e  inteligente,  qvie  exprese  admi- 
ración incondicional  por  una  de  las  expresiones  de  arte  más 
complejas  que  existen,  por  el  carácter  y  la  multiplicidad  de  los 
elementos  que  en  ella  intervienen,  cuál  es  una  orquesta.  Pero 
el  concierto  de  la  Asociación  del  Profesorado  Orquestal  ha  lle- 
nado todas  esas  condiciones:  no  faltaba  allí  ni  habilidad  técnica 
en  los  músicos,  ni  empaste  de  las  diversas  sonoridades,  ni  em- 
peño en  la  dirección.  Más  aún:  había  un  elemento  precioso, 
insustituible,  impagable:  el  entusiasmo  y  el  calor.  Hemos  visto 
temblar  los  arcos  en  las  manos  de  los  músicos,  y  concentrar  su 
atención  sobre  las  dificultades  como  si  el  honor  estuviera  com- 
plicado en  ello.  Una  orquesta  pundonorosa  y  viril  como  ésa, 
no  jniede  ser  cotizada  sino  al  precio  que  la  mantiene:  uu  pro- 
pósito desinteresado  y  noble. 

Las  dos  pruebas  decisivas  del  concierto  las  constituían  la 
"Quinta  Sinfonía  en  do  menor",  de  Beethoven,  y  el  "Capricho 
Español",  de  Rimsky  Korssakow :  el  espíritu  clasico-romántico 
se  daba  la  mano  con  la  sensibilidad  y  el  virtuosismo  moderno 
del  compositor  ruso,  en  un  hermanazgo  muy  propio  para  satis- 
facer los  gustos  eclécticos  del  público.  Si  la  primera  obra  esta- 
ba destinada  a  destacar  la  disciplina  y  la  fusión  de  la  orquesta 
como  unidad  compleja,  la  segunda  debía  señalar  los  méritos  de 
sus  elementos  individuales,  y  ambas  poner  de  manifiesto  la  com- 
prensión del  director  de  esas  dos  expresiones  musicales  tan  di- 
versas, y  hasta  opuestas  en  cierto  sentido. 

Desde  el  primer  instante,  como  hemos  dicho,  nos  llamaron 
singularmente  la  atención  las  cualidades  de  la  orquesta.  Esto 
debe  señalarse,  y  alguien  lo  ha  calificado  así  desde  un  periódico, 
como  un  verdadero  acontecimiento,  porque  la  formación  de  un 
Jiomogéneo  y  descollante  conjunto  sinfónico  era  el  anhelo  más 
ferviente  de  los  músicos  argentinos,  y  en  verdad  podemos  decir, 
recién  ahora,  que  Buenos  Aires  cuenta  con  él  merced  al  esfuerzo 
y  la  perseverancia  de  la  Asociación  del  Profesorado  Orquestal. 
Aquellas  cualidades,  pudimos  apreciarlas  sucesivamente  en  todo 
el  curso  de  la  "Quinta   Sinfonía". 

Después  del  arranque  inicial,  que  acreditó  el  vigor  de  los 
arcos,  y  después  que  el  cuarteto  de  cuerdas  repitiera  el  dúctil 
motivo  como  un  eco  persistente,  la  afirmación  de  la  trompa  en 


LA  ORQUESTA  DEL  PROFESORADO  ORQUESTAL         375 

medio  del  repentino  silencio  nos  mostró  que  ¡al  fin!  podíamos 
oir  en  Buenos  Aires  un  perfecto  instrumentista  de  este  género. 
El  desarrollo  de  este  tiempo  no  fué  sino  una  creciente  exal- 
tación, y  el  vigor  cada  vez  más  grande  con  que  fué  ejecutado 
infundió  al  motivo  musical  el  matiz  que  corresponde  a  su  sen- 
tido poético  y  simbólico.  La  mayor  fuerza  y  decisión  que  a  cada 
instante  cobraba,  gracias  al  entusiasmo  de  los  intérpretes,  nos 
demostró  fielmente  que  estábamos  en  presencia  de  una  fatali-, 
dad  obstinada.  Este  cuadro  sombrío  no  fué  iluminado  sino  por 
la  breve  frase  del  oboe,  en  cuyos  sonidos,  debemos  decirlo  en. 
honor  del  instrumentista,  excepcionalmente  dulces  y  matizados, 
se  reflejó  la  resignada  melancolía  que  trasuntan. 

La  serenidad  con  que  ejecutaron  los  violoncelos  y  las  vio- 
las el  motivo  fluido  del  andante,  nos  mostró  otras  virtudes  en 
la  cuerda,  cuáles  eran,  por  ejemplo,  la  flexibilidad  y  el  armo- 
nioso equilibrio.  Después  de  la  solerrine  reiteración  de  las  ma- 
deras y  metales,  subrayada  por  el  ritmo  enérgico  de  las  cuerdas, 
toda  esa  agitación  indefiniblemente  dolorosa  pareció  esfumarse 
en  las  notas  lentas  de  los  violines,  que,  perdiéndose  en  la  más 
velada  lejanía,  expresaron  una  especie  de  lánguido  renuncia- 
miento. Pero  este  matiz  poético  logró  su  mayor  efecto  cuando 
el  fagot,  con  desfalleciente  expresión,  llevó  la  melodía  hasta  el 
bajo  de  las  violas  y  violoncelos,  en  donde  fué  extinguiéndose 
con  preciso  pero  moribundo  acento,  como  un  dolor  que  se  re- 
pliega sobre  sí  mismo . . .  Aquí,  como  en  otros  momentos  de  la 
obra,  hemos  adivinado  la  labor  delicada  y  discreta  del  director, 
que  con  tanto  arte  ha  sabido  arrancar  a  la  partitura  efectos 
hasta  entonces  insospechados. 

La  ejecución  del  scherso  sorprendió  por  la  chispeante  li- 
gereza y  agilidad  de  los  arcos.  Sobre  todo  impresionó  vivamente 
al  público  la  viril  energía  que  infundieron  al  arranque  de  la  se- 
gunda parte.  No  es  posible  aquí  pasar  en  silencio  la  magnífica 
fila  de  contrabajos,  cuyo  rumor,  durante  todo  el  scherzo,  se  oyó 
brotar  con  extraordinaria  nitidez  del  fondo  más  remoto  de  la 
orquesta ,  Y  el  relieve  con  que  las  violas  repitieron  el  motivo 
en  medio  del  oportuno  silenciamiento  de  los  celos  y  contrabajos, 
prestó  un  interesante  matiz  al  fragmento,  que  fué  preparado  con 
lujo  de  detalles  por  el  director.   También  los  celos,  a  cuya  ca- 


376  NOSOTROS 

beza  forman  Castro,  Vilaclara  y  Pratesi,  se  distinguieron  aquí 
por  su  singular  energía. 

Cerrando  los  ojos,  y  sólo  oyendo  la  avasalladora  explosión 
del  canto  de  amor  y  libertad  que  es  el  final,  se  colegía  que  de- 
bían ser  muy  juveniles  las  manos  que  empuñaban  los  arcos. 
Después  de  la  angustia  del  primer  tiempo,  del  dolor  meditativo 
y  a  veces  rebelde  del  andante,  después  del  dramático  episodio 
del  scherco,  el  allegro  último,  especie  de  canto  triunfal  en  que 
se  disgrega  y  aniquila  el  concentrado  tormento  de  las  partes  pre- 
cedentes, nos  produjo  una  verdadera  sensación  de  alivio.  A  todo 
ello,  se  añadió  la  aparición  de  los  trombones,  hasta  entonces  si- 
lenciosos en  todo  el  curso  de  la  sinfonía,  y  que  son  tres  notables 
ejemplares  en  cuanto  al  empaste,  la  afinación  y  la  sonoridad. 
Al  decirnos,  días  pasados,  Mascagni,  que  se  trataba  de  una  or- 
questa sana  y  joven,  según  sus  propias  palabras,  recordamos  la 
ejecución  del  final  de  la  Quinta  Sinfonía,  y  comprendimos  el 
verdadero  alcance  de  lo  que  el  maestro  nos  expresaba.  La  ley 
de  la  eterna  renovación  se  cumple  aquí  como  en  todas  partes,  y 
siempre  serán  bienvenidas  las  causas  que,  dolorosas  o  no,  pro- 
mueven la  actividad  de  los  jóvenes.  Muchos  somos  los  que  he- 
mos dado  al  concierto  inaugural  del  primero  de  Julio  ese  signi- 
ficado, y  al  estallar  los  acordes  liberadores  que  inician  el  Final 
de  la  Sinfonía,  hemos  saludado  en  medio  de  la  emoción  unánime 
del  público,  el  advenimiento  de  una  nueva,  pura  y  desinteresada 
generación  de  músicos. 

La  hermosísima  Overtura  del  maestro  Williams  gustó  mu- 
cho al  público,  así  como  la  forma  en  que  fué  vertida,  tanto  que 
a  las  últimas  notas  se  unieron  los  primeros  aplausos  que  señala- 
ron el  éxito  de  esa  inolvidable  jornada. 

Como  dijéramos  más  arriba,  el  exuberante  y  meridional 
"Capricho  Español"  acreditó  los  valores  individuales  encerrados 
en  esa  orquesta,  no  menos  que  la  singular  pericia  con  que  di- 
rige Zaslawsky  las  obras  de  sus  compatriotas.  Remo  Bolognini 
es  el  admirable  violinista  de  siempre.  Ejecutó  con  luminosa  ni- 
tidez los  difíciles  arpegios  y  los  agudos  armónicos  de  su  parte 
de  solista.  José  María  Castro  se  distinguió  por  la  corrección 
y  la  exquisita  musicalidad  que  son  sus  rasgos  sobresalientes.  No 
menos  elogios  merece  la  señorita  Herminia  Baldassari.     Ángel 


LA  ORQUESTA  DEL  PROFESORADO  ORQUESTAL        377 

Martucci  fué  en  todo  momento  un  flautista  impecable.  La  Or- 
questa de  la  Asociación  del  Profesorado  Orquestal  cuenta,  pues, 
con  un  grupo  de  solistas  verdaderamente  selecto. 

"Doubinouskha"  se  ejecutaba  por  primera  vez  en  Buenos 
Aires.  Rimsky  Korssakow  recogió  en  el  seno  del  pueblo  la  me- 
lodía substancial  de  esa  pieza  sinfónica,  y  añadió  a  su  elemental 
encanto  todo  el  sabio  artificio  del  orquestador  moderno.  Ha- 
biendo pasado  por  los  labios  de  los  mujiks  que  pueblan  la 
estepa,  ese  tema  tiene  cierto  carácter  combativo  que  revela  su 
origen  proletario;  pero  la  influencia  étnica  ha  estampado  allí 
también  su  inconfundible  sello  de  contemplativa  melancolía.  Ese 
canto  tiene  hoy  un  significado  que  a  ningún  espíritu  puede  es- 
capar: a  su  través  se  adivina  al  obrero  libertario,  pero  nó  a 
otro  sino  al  eslavo,  con  sus  siglos  de  esclavitud  y  de  esperanza 
mística,  en  cuya  carne  el  látigo,  y  en  cuyo  espíritu  la  prédica  del 
pope  han  hundido  la  milenaria  e  histórica  resignación.  "Dou- 
binouskha''  fué  acogido  con  tales  muestras  de  aprobación,  que 
hubo  de  repetirse. 

Ya  hemos  hablado,  al  pasar,  de  los  indiscutibles  méritos  que 
adornan  la  personalidad  de  Georges  Zaslawsky.  Hay  que  reco- 
nocer que  la  impresión  que  la  Quinta  Sinfonía  ha  causado  se 
debe  en  grandísima  parte  a  su  labor.  La  minuciosidad  con  que 
fueron  vertidos  los  más  insignificantes  detalles  en  el  ritmo  y  los 
matices,  nos  demuestra  que  su  actividad  en  el  ensayo  debió  ser 
intehgente,  empeñosa  y  vigilante.  Si  nunca  hemos  oído  desgra- 
narse las  notas  de  los  violines  con  tanta  nitidez  en  ciertos  pasajes 
difíciles,  como,  por  ejemplo,  en  algunos  de  los  dos  Allegros  de 
la  sinfonía,  no  hay  que  desconocer  en  ello  el  resultado  de  la 
perseverancia  de  Zaslawsky.  Sin  embargo,  hubieron  quienes 
manifestaron  algún  descontento  con  respecto  a  este  director. 
Esas  actitudes  parecían  inspiradas  en  un  patriotismo  que,  en  úl- 
timo caso,  es  reducible  a  un  "démodé  chauvinisme" .  Hoy  se 
olvida  aún  con  demasiada  frecuencia  que  el  arte  es  tierra  de 
nadie,  y  que  defender  en  él  las  banderías  resulta  una  simple 
ingenuidad  provincial...  A  cualquier  espíritu  sereno  admira  el 
ver  especular  sobre  el  arte  como  algunos  teorizantes  especulan 
sobre  temas  de  economía  política,  y  defender  el  proteccionismo 
en  la  música  con  el  mismo  afán  con  que  suelen  defenderlo  los 


378  NOSOTROS 

mercantilistas  en  el  terreno  de  la  política  comercial.  Ruskin, 
desde  lo  alto  de  su  "Muñera  Pulveris",  contemplarla  con  una 
sonrisa  de  irónico  desprecio  a  esos  que  asimilan  en  tal  forma 
el  intercambio  estético  a  la  cuestión  de  las  industrias  naciona- 
les.. .  ¡Qué  pobre  concepto  tienen  ellos  del  peculiar  "poder  dona 
vida"  del  arte!  Ya  que  las  fronteras  permanecen  aún  en  la 
geografía  política,  ¿porqué  no  suprimirlas  siquiera  en  el  inter- 
cambio estético?  La  infiltración  amplia,  aunque  penosa  y  épica, 
del  wagnerismo  en  los  países  latinos;  la  polémica  que  sin  duda 
será  histórica  sostenida  por  Painlevé  y  Einstein  en  la  Sorbona, 
son  síntomas  de  que  este  siglo  verá  la  muerte  de  los  prejuicios 
que  separan  a  las  escuelas  científicas,  artísticas  y  literarias  de 
los  diversos  países.  Pero  no  quería  referirme  sino  a  un  intento 
de  hostilidad  contra  el  maestro  Zaslawsky  iniciado  por  algunos 
críticos,  inspirada  aparentemente  en  un  nacionalismo  que  aún 
siendo  sincero  como  ellos  dicen,  no  serviría  en  ningún  caso  ni 
siquiera  como  pretexto.  Por  otra  parte,  el  arte  nacional  ocupa 
en  esos  conciertos  un  puesto  digno  y  merecido. 

I./as  audiciones  de  la  Orquesta  Filarmónica  están  demostran- 
do que  la  Asociación  del  Profesorado  Orquestal,  tiene  invalora- 
bles elementos  a  su  disposición  para  desarrollar  la  encomiable 
obra  cultural  a  que  se  ha  entregado.  Sus  conciertos  populares 
demuestran,  además,  que  podrá  divulgar  en  la  masa  del  pueblo 
un  goce  que  hasta  ahora  era  poco  más  o  menos  patrimonio  ex- 
clusivo de  privilegiados.  Le  corresponde,  pues,  a  los  poderes 
oficiales  apoyarla  moral  y  materialmente  en  el  logro  de  sus  aspi- 
raciones, ya  que  el  público  lo  ha  hecho  en  una  forma  tan  elo- 
cuente como  justiciera. 

Homi;ro  M.  GuGi.rEi:vMiNi. 


NOTAS  DE  ARTE 


Alfredo  Guido 

Desde;  aquella  época  en  que  Alfredo  Guido  deseoso  de.  comen- 
zar la  lucha,  presentábase  a  las  direcciones  de  revistas  con 
la  sola  recomendación  de  sus  dibujos  sorprendentes,  han  pasado 
poco  más  de  diez  años.  Eran  los  comienzos  de  su  obra,  y  en 
ellos  evidenciaba  ya  esas  dotes  que  no  le  abandonarían  más,  por- 
que eran  instintivas:  distinción  absoluta  en  el  arabesco,  pro- 
fundo el  trazo  hasta  llegar  al  fondo  de  la  obra  ilustrada;  afán 
de  caracterizar  sus  interpretaciones,  volviéndolas  inconfundi- 
bles. 

En  el  Magazine,  donde  se  inició,  en  Caras  y  Caretas,  Plus 
Ultra,  Revista  del  Circulo,  Apolo,  Revista  de  Música  y  otras,  ha 
dejado  su  marca  de  dibujante  exquisito  y  comprensivo. 

Ejercitándose  siempre,  llegó  a  manejar  el  punzón  con  envi- 
diable habilidad  para  darnos  sus  aguafuertes  excelentes,  ya  con 
el  fin  de  lograr  efectos  decorativos  estilizados;  o,  también  al 
modo  de  los  antiguos  con  sus  cartones  y  sus  "sanguinas",  para 
anotar,  sintéticamente,  con  constancia  envidiable,  movimientos 
y  sensaciones  fugitivas. 

Ávido  de  saber,  a  ciencia  cierta,  nuestros  orígenes  autócto- 
nos ;  poseído  del  sentimiento  piadoso  que  inspira  el  desmembra- 
miento y  destrucción  de  Tahuantinsuyu,  fuese  desde  los  contra- 
fuertes calchaquíes  hasta  el  Cuzco  imperial  para  traernos  los  úl- 
timos resplandores  de  la  gualda  diadema  de  Inti  el  Sol. . .  Y 
si  es  cierto  que,  a  veces,  confundía  en  sus  cacharros  los  estilos 
calchaquí  con  los  inca-aymará,  hay  que  decir  que  obtuvo  efectos 
admirables  al  variarlos,  enriqueciéndolos  con  su  sensibilidad , . . 
Otro  tanto  se  puede  decir  de  los  muebles  típicos  que  admiramos 


380  NOSOTROS 

en  el  Salón  de  Arte  Decorativo  de  1921.  En  ellos  mostró  su  fér- 
til fantasía  y  su  ingénita  distinción,  dibujando  cofres,  mampa- 
ras, marcos,  candelabros,  máscaras,  y  etc.  que  el  exquisito  buril 
del  escultor  Luis  C.  Rovatti  —  un  tallista  de  excepción  —  lle- 
vara a  término  con  el  fervor  de  un  florentino  del  mil  seiscientos. 
Por  tanto,  un  artista  tan  completo  como  Alfredo  Guido  es 
caso  de  señalarse  en  un  país  donde  rige  la  unilateralidad  super- 
ficial. 

* 

*  * 

Alfredo  Guido  no  obtuvo  el  primer  premio  del  Salón 
Anual ;  ni  ninguno  de  los  premios  municipales . 

Alfredo  Guido  sin  ayudas  oficiales  se  impuso  en  la  Bienal 
de  Venecia  con  su  admirable  Retrato  de  hombre  (no  premiado 
en  el  Salón  de  1920)  llamando  justamente  la  atención  de  la  crí- 
tica independiente. 

Alfredo  Guido,  sin  descorazonarse  con  las  injusticias,  afi- 
nando su  instrumento  visual  y  profundizando  sus  experiencias; 
trabajando  tesoneramente  con  fe,  llegó  a  una  posición  prominen- 
te por  su  propio  esfuerzo;  y,  precisamente  por  su  ansia  de  po- 
seer un  mayor  dominio  de  su  arte. 

Alejado  de  Buenos  Aires,  desde  la  voluntaria  reclusión  flo- 
rida de  su  taller  de  Rosario,  nos  envía,  periódicamente,  su  cose- 
cha.    Y  la  de  este  año  es  excepcional. 

* 

*  * 

Entrando  al  Salón  Müller,  sobre  sus  paredes  neutras,  las 
telas  daban  cierta  impresión  de  normalidad  algo  monocorde. 
Unas  y  otras  parecen  atraernos  por  igual. 

Observando  mejor  esa  primera  impresión  se  desvanece.  Ad- 
vertimos el  fermento  del  arte  y  las  batallas  del  artista:  compren- 
demos su  afán  de  huir  de  lo  fotográfico  y  su  ansia  de  no  caer  en 
trivialidad  alguna.  Avaloramos  la  lucha  contra  sus  fantasmas 
internos  — prejuicios  de  escuelas,  inclinación  a  las  normas  acep- 
tadas—  que  procuran  desviarle  de  las  formas  puras  de  la  natu- 
raleza, quien  parece  rebelarse  castamente  a  la  tiranía  de  la  vo- 
luntad creadora. 


NOTAS  DE  ARTE  381 

Porque  no  basta  trazar  los  rasgos  característicos  eternos, 
esenciales  para  dar  esa  imponente  nobleza,  sólida  y  persuasiva 
que  es  el  estilo.  El  artista  deberá  dar  su  emoción  para  resolver 
el  dualismo  de  sus  concepciones  más  íntimas  y  las  apariencias 
externas;  y  sentirá  que  existen  discrepancias  entre  unas  y  otras, 
como  si  ellas  quisieran  sobrepujarse,  alternativamente,  en  una 
disputa  desesperada.  De  donde  que,  solo  con  un  acendrado  amor 
el  artista  logra  fusionarlas,  fundiéndolas  maravillosamente  con 
el  calor  de  su  creación  omnipotente. 


Como  se  sabe,  la  palabra  no  podría  dar  idea  acabada  de  un 
cuadro,  y  menos  aún  de  una  tela  como  el  Cristo.  Todo  es  suave. 
Dulzura  de  tintas,  matización  acertadísima  en  las  figuras  acce- 
sorias, que  ofrecen  partidos  de  sombras  que  contrastan  con  la 
luminosidad  que  envuelve  al  desnudo  marfilino  y  a  esa  ternura 
resplandeciente  del  semblante.  Concepción  de  apasionada  idea- 
lidad y  de  absoluto  espiritualismo ;  solo  comparable  al  magistral 
Retrato  de  ítalo  Botti. 

Los  que  conocemos  la  fineza  natural  y  la  sensibilidad  dul- 
císima del  modelo,  avaloramos  la  realización  de  esa  tela.  Sobre 
un  fondo  azulado  nocturnal,  destácase  la  figura  del  paisajista; 
tiene  en  sus  manos,  como  varita  mágica,  su  pincel;  y  en  los  ojos 
dulces 

...    Si   rispecchia   ampio   e  quieto 
II   divino   del    pian   silenzio    verde... 

una  especie  de  bata,  de  burdo  tejido,  contribuye  a  darle  aparien- 
cias de  profeso . . . 

El  Desnudo  es,  otra  de  las  obras  que  colocan  a  tan  elevado 
nivel  esta  muestra  del  versado  artista.  Y  hemos  de  recordar  a 
los  galantes  y  excelsos  maestros  franceses  del  mil  setecientos 
para  apreciar  debidamente  la  armonía  de  esta  tela.  Envueltas  en 
la  caricia  del  color,  las  líneas  adquieren  docilidad  y,  como  tremo- 
lantes, se  entregan  a  la  emoción  del  artista,  que  con  sus  pincela- 
das acariciadoras  da  el  calor  sensual  que  alienta  su  tipo  fe- 
menino . 


382  NOSOTROS 

Las  demás  figuras,  sin  exceptuar  una  siquiera,  ofrecen  al- 
gún interés.  Sea  por  la  habilidad  con  que  están  dispuestas  las 
graduaciones  cromáticas,  como  en  el  Retrato  de  Niña  (N.°  8), 
o  bien  por  las  sabias  esfumaduras  de  los  grises  del  otro  Retrato 
de  Niña  o  por  la  distinción  de  líneas  y  fineza  de  colorido  del 
bellísimo  Retrato  del  Sr.  B.  Castagnino ;  o  por  la  solidez  de  fac- 
tura de  la  Mujer  sentada  o  por  la  singular  obtención  de  volú- 
menes de  La  Estudiante. 

La  Niña  de  la  rosa  es,  acaso,  la  obra  que  más  cumplida- 
mente responde  a  la  finalidad  estética  de  Guido. 

Es  de  admirar  su  trabajo  concienzudo  y  tenaz  para  resol- 
ver el  fondo  de  tonos  fríos,  y  donde  los  violados  de  la  sedosa 
basquina  resaltan  ondulosos  sobre  los  senos  pequeñitos.  Según 
nuestro  sentir  podría  llamarse  la  niña  de  los  ojos  singulares,  tan 
atrayente  es  su  tristeza  y  tan  conturbador  su  hondp  mirar, 

Bl  hombre  del  yugo  que  parecería  expuesto  para  demos- 
trarnos que  el  artista  también  sabe  sentir  la  vida  rústica  y  que 
puede  pintar  con  rapidez  efectista,  no  es  la  más  recomendable 
de  sus  obras.  El  brazo  izquierdo  de  esa  tela  es  chato,  y  su  con- 
junto no  persuade. 

Sin  duda  alguna,  mejor  ha  hecho  esa  serie  de  manos  y  bra- 
zos que  ennoblecen  sus  obras  y  donde  tantas  dificultades  ha 
resuelto. 

* 
*     * 

Pese  a  la  opinión  de  cierto  crítico,  es  indudable  que  los 
Paisajes  son  inferiores  a  las  figuras.  El  mismo  artista  lo  ha  de 
reconocer  así.  Su  intención  es  evidente,  limitada  al  "estudio" 
de  cielos,  nubes  y  efectos  de  luz...  Así  y  todo,  ya  se  los  qui- 
sieran para  sí  tantos  especialistas  del  paisaje. . . 


Defectos  desgraciadamente  no   faltan,  y  cumple  señalarlos. 

Aimque  pueda  parecer  odiosa  la  indicación,  nuestro  artista 
deberá  preocuparse  aún  más  de  los  volúmenes.  A  veces,  tal  vez 
encantado  por  el  tejido  orgánico  de  los  colores,  parece  desen- 


NOTAS  DE  ARTE  383 

tenderse  de  la  solidez  de  la  plástica.  Así  nos  hace  ver  un  brazo 
deficiente  como  el  izquierdo  de  la  niña  de  la  rosa.  La  boca  de  la 
niña  del  moño  es  fofa  y  sus  piernas  no  tienen  cmlidad  de  mate- 
ria. Uno  de  los  desnudos  es  completamente  chato  y,  cosa  rara 
en  un  dibujante  tan  excelente  como  Guido,  está  mal  dibujado. . . 

Resumiendo :  mucha  honestidad  artística,  voluntad  creado- 
ra ejemplar,  suma  distinción,  y  sobre  todo  plena  conciencia  de 
las  dificultades  a  superar. 

Estamos  seguros  que  nuestro  artista,  como  pocos  entre  nos- 
otros, sabe  que  es  menester  aunar  la  fuerza  expresiva  de  los  más 
modernos  con  la  solidez  y  sobriedad  del  estilo  antiguo ...  Y  no 
dudamos  que  será  suya  "l'armonica  proporzionalitá,  la  quale  é 
composta  di  divine  proporzioni"  mentada  ejemplarmente  por 
Leonardo  en  su  Trattato  della  Pittura. 

Arturo  Lagorio. 


EDUCACIÓN 


Edad  escolar 

EN  el  artículo  a  que  nos  referimos  en  el  número  anterior,  el 
Dr.  Alfredo  D.  Calcagno  manifiesta  su  desacuerdo  con  los 
que  han  sostenido  la  conveniencia  de  ampliar  el  ciclo  escolar  de 
la  provincia  de  Buenos  Aires,  en  el  sentido  de  que  éste  comience 
a  los  siete  años  de  edad  en  lugar  de  a  los  ocho,  según  lo  pres- 
cribe la  ley  vigente. 

El  doctor  Calcagno  afirma  que  "el  niño  que  entre  a  la  es- 
cuela a  los  diez  años  hace  en  dos  lo  mismo  que  a  los  demás  les 
ha  costado  cuatro,  con  menor  esfuerzo,  con  menos  fatiga,  con 
menos  deformación",  y  asevera,  además,  que  tanto  nuestros  ma- 
les universitarios  como  los  de  la  segunda  enseñanza  y  afines,  en 
lo  que  respecta  a  los  estudiantes  —  tela  que  aún  está  por  cortar — 
tienen  como  causa  fundamental  su  extremada  juventud".  De 
todo  lo  cual  concluye  que  se  debe  retardar  todo  lo  posible  la  ini- 
ciación del  proceso  educativo. 

Para  concluir  pronto,  nos  bastaría  decir  a  nuestro  estimado 
amigo  que  si  el  niño  que  entra  a  los  diez  años  de  edad  "hace  en 
dos  años,  con  menor  esfuerzo,  con  menos  fatiga,  etc.,  lo  mismo 
que  a  los  demás  les  ha  costado  cuatro,  los  jóvenes  estudiantes 
(que  según  la  ley  de  la  provincia  comienzan  su  enseñanza  pri- 
maria a  los  ocho  años  de  edad)  llegarían  al  ciclo  secundario,  y 
después  al  universitario,  exactamente  como  ahora,  en  cuanto  a 
edad.  De  donde  resulta  que  si  la  causa  fundamental  de  los  ma- 
les universitarios,  etc.,  en  cuanto  a  los  estudiantes,  es  la  extre- 
mada juventud  de  éstos,  no  habríamos  curado  el  mal. 

Pero,  el  doctor  Calcagno,  con  toda  la  autoridad  que  le  da  su 
título  de  doctor  en  paidología,  diplomado  en  Bruselas,  y  profe- 


EDUCACIÓN  385 

sor  de  psicopedagogía  en  la  universidad  nacional  de  La  Plata, 
dice  también  que  los  que  aconsejan  sobre  la  amplitud  del  ciclo 
escolar  primario  o  secundario,  o  sobre  el  mínimum  de  edad 
exigible  para  el  ingreso,  etc.,  están  en  la  obligación  ineludible  de 
experimentar  seriamente,  de  investigar  cientificamente,  de  pre- 
parar estadísticas  fidedignas,  siguiendo  a  los  alumnos  a  través 
del  ciclo  escolar,  etc.,  etc. 

El  doctor  Calcagno  repite,  por  otra  parte,  el  viejo  concepto 
de  que  la  precocidad  infantil  es  un  problema  esencialmente  latino 
y  agrega  que  si  el  problema  es  serio  para  los  latinos  de  Europa, 
lo  es  más  aún  para  nosotros,  porque  nuestros  niños  son  aún  más 
precoces  en  el  desarrollo  físico  y  psíquico. 

Antes  de  esto  se  ocupa  del  significado  y  el  concepto  de  pre- 
cocidad, al  que  determina  transcribiendo  una  clasificación  según 
la  cual  "hay,  por  lo  menos,  seis  tijfos  fundamentales":  i,  la  pre- 
cocidad natural  étnica ;  2,  la  precocidad  normal  femenina ;  3.  la 
precocidad  anormal  atávica;  4,  la  precocidad  anormal  profética; 
5,  la  precocidad  teratológica  o  monstruosa;  6.  la  precocidad  pa- 
tológica o  morbosa.  Después,  siguiendo  la  misma  tesis,  enumera 
las  posibles  causas  de  esas  varias  clases  de  precocidad  y  agrega: 
"De  todos  estos  tipos  de  precocidad,  surge  únicamente  con  valor 
positivo,  el  que  corresponde  a  la  precocidad  profética  del  in- 
genio dentro  de  cada  pueblo,  que  e§,  justamente,  el  tipo  más 
raro".  "Todos  los  tipos  restantes  señalan  un  carácter  de  infe- 
rioridad según  el  caso,  del  individuo  respecto  a  los  demás  indi- 
viduos de  su  pueblo ;  del  pueblo,  respecto  a  los  demás  pueblos 
de  su  misma  raza;  de  la  raza,  respecto  a  otros  grupos  étnicos". 

"De  donde  resulta  que  si  se  la  encara  con  criterio  biológico, 
lejos  de  ser  halagadora  como  se  pretende,  la  precocidad  en  el 
desarrollo  y  en  el  crecimiento  físico  y  psíquico  de  nuestros  niños 
con  respecto  a  los  niños  franceses,  italianos,  alemanes,  ingleses, 
etc.,  demostrada  por  los  estudios  estadísticos  del  laboratorio  de 
psicopedagogía  de  la  universidad  de  La  Plata,  adquiere  un  sig- 
nificado negativo  de  consecuencias  alarmantes,  desde  todo  punto 
de  vista,  ya  sea  el  individual,  el  social,  el  económico,  el  político, 
o  cualquier  otro". 

Dejando  de  lado  los  estudios  estadísticos  del  laboratorio  de 
psicopedagogía  de  la  universidad  de  La  Plata,  que  son  muy  re- 


386  NOSOTROS 

clucidos  y  muy  discutibles,  no  entendemos  que  se  remedien  los 
inconvenientes  de  tal  precocidad,  de  un  modo  general,  conside- 
rando el  aspecto  de  la  instrucción  pública  de  nuestro  país  en  su 
complejidad,  con  retardar  el  ingreso  de  los  niños  a  la  enseñanza 
primaria.  Otra  cosa  es  la  conveniencia  de  modificar  a  esta,  en 
los  primeros  años  o  en  todo  el  ciclo,  si  se  quiere. 

Desde  luego,  el  fenómeno  de  la  precocidad  en  los  distintos 
pueblos,  dentro  de  la  escuela  que  comentamos,  no  guarda  una  re- 
lación directa  ni  mucho  menos  con  la  asistencia  de  los  niños  a 
las  escuelas.  Así,  en  Alemania  e  Inglaterra  la  cantidad  relativa 
de  escolares  de  seis  años  en  adelante  es  mayor  que  en  Francia, 
y  en  ésta  que  en  Italia,  y  en  Italia  que  en  la  Argentina. 

Desde  otro  punto  de  vista,  habría  que  demostrar  que  los 
peligrosos  efectos  de  la  precocidad  son  mayores,  tomando  solo 
lugares  de  poblaciones  afines,  donde  se  inicia  en  edad  más  tem- 
prana el  ciclo  primario  escolar.  Por  ejemplo,  podría  la  investi- 
gación reducirse  a  nuestro  país  y  probar  que  en  las  provincias, 
donde  la  enseñanza  primaria  se  comienza  a  recibir  a  los  seis  años 
de  edad,  hay  resultados  más  alarmantes,  en  lo  que  toca  a  los 
efectos  de  la  precocidad,  que  en  la  provincia  de  Buenos  Aires, 
donde  el  ciclo  primario  empieza  a  los  ocho  años.  Podrían  tomar- 
se sólo  las  ciudades  o  las  ciudades  y  la  campaña.  Descuento  a  la 
capital  federal  porque  tal  vez  se  notara  allí  una  mayor  comple- 
jidad del  problema.  Emprendida  la  investigación,  habría  que  ais- 
lar los  factores  ajenos  a  la  escuela  misma  y  sacar  con  cuidado 
las  conclusiones.  En  fin,  podría  ser  este  un  trabajo  honroso  para 
los  estudios  estadísticos  de  laboratorios. 

Por  otra  parte,  si  el  fenómeno  de  la  precocidad  tuviera  al- 
guna fatal  relación  con  la  iniciación  escolar  seria  muy  intere- 
sante explicar  cómo  países  aun  dentro  de  la  latinidad,  que  cui- 
dan mucho  de  aquella  y  que  ocupan  lugar  destacado  en  la  civili- 
zación, tienen  leyes,  y  leyes  que  se  cumplen,  según  las  cuales  la 
obligación  de  asistir  a  las  aulas  primarias  comienza  a  los  5  o  a 
los  6  años.  Y  sería  difícil  explicar,  por  ejemplo,  cómo  la  revo- 
lucionaria escuela  de  Bierges  y  sus  similares  (i)  tiene  niños 
desde  la  edad  de  siete  años  y  cómo  uno  de  sus  paladines,  Faria 


(i)     Una  escuela  nueva  en  Bélgica.  En  el  número   137  de  Nosotros 
(Octubre  de  1920),  nos  ocupamos  de  este  libro. 


EDUCACIÓN  887 

de  Vasconcellos,  escribe:  ""Inútil  es  decir  que  el  criterio  de  la 
edad  es  enteramente  relativo ;  que  el  limite  varía  con  cada  indi- 
viduo, y  que  el  cuadro  de  nuestras  secciones  posee  la  flexibilidad 
necesaria  para  tener  en  cuenta  este  hecho.  De  siete  a  catorce 
años  la  enseñanza  general  es  la  misma  para  todos.  Hay  ramas 
que  son  obligatorias  para  todos  los  niños  —  ciencias  naturales, 
matemáticas,  lengua  materna  y  extranjeras,  historia  y  geografía. 
—  Este  es  el  programa  de  nuestras  secciones  preparatoria  y  ge- 
neral". Sería  también  arduo  armonizarlo  con  esta  manifestación 
de  la  revolucionaria  Montessbri:  "Así,  el  niño  de  cuatro  o  cinco 
años  se  convierte  en  una  persona  que  se  basta  a  sí  misma,  que 
sabe  observar  inteligentemente  las  cosas,  que  sabe  leer  y  escri- 
bir, etc."  fi).  Hasta  vamos  a  transcribir  unas  líneas  de  EUen 
Key  que  nos  parecen  exageradas:  "El  mayor  absurdo  de  la  edu- 
cación moderna  es  la  continua  busca  de  libros  "propios"  para  las 
diversas  edades,  cuando  se  trata  de  una  cosa  tan  individual  que 
casi  podría  ser  decidida  por  los  mismos  niños.  Haced  una  hogue- 
ra con  los  "libros  para  niños"  y  abrid  a  la  infancia  las  puertas  de 
las  grandes  literaturas ;  ellos  mismos  comprenderán  lo  que  aún 
es  prematuro.  Si  un  muchacho  lee  el  Fausto  a  los  diez  años  — -  y 
conozco  algunos  casos  —  sacará  de  su  lectura  una  impresión 
duradera  que  no  será  obstáculo  para  que  reciba  otras  diversas 
a  los  veinte  años,  a  los  treinta,  y  así  sucesivamente.  En  cuanto 
a  los  "peligros",  en  los  libros  de  verdadero  valor  son  insignifi- 
cantes ;  pasan  por  encima  de  aquello  que  más  tarde  podría  exci- 
tarles" (2).  Ya  se  ve  que  estos  autores  discuten  los  procedi- 
mientos, los  métodos,  los  programas,  pero,  no  creen  necesario 
retardar  el  ingreso  infantil  a  la  enseñanza  primaria. 

He  hecho  estas  citas  tomadas  de  la  legislación  y  la  práctica 
de  los  países  que  marchan  a  la  cabeza  de  la  civilización  latina  y 
sajona  y  de  los  didactas  modernos  más  avanzados  en  el  sentido 
del  respeto  y  el  amor  hacia  la  naturaleza  y  el  desarrollo  físico 
y  psíquico  de  los  niños,  para  no  aparecer  como  demasiado  creído 
en  mi  propia  capacidad  de  observación,  a  la  cual  me  referí  en 
parte,  implícitamente,  en  mi  artículo  Bl  ciclo  escolar  en  la  pro- 


(i)     Artículo  de  la  Dra.  Montessori,  Revista  de  Pedagogía,  Madrid,  Ju- 
nio 1922. 

(2)     El  siglo  de  los  niños 


388  NOSOTROS 

vincia  de  Buenos  Aires,  publicado  en  el  N."  156  de  Nosotros. 
Demás  está  decir  que,  ante  el  reto  de  mi  estimado  amigo  a  los 
que  se  muestran  partidarios  de  que  dicho  ciclo  se  amplíe  en  lo 
que  se  refiere  a  la  edad  mínima  (i),  reto  acompañado  de  una 
incitación  a  la  "experimentación  seria",  la  "investigación  cientí- 
fica", etc.,  etc.,  me  ratifico  en  mis  observaciones  y  conclusiones. 
Desde  luego,  estas  no  se  fundan  en  experimentos  y  estadísticas 
de  laboratorio,  que  también  las  he  hecho  alguna  vez,  sino  en  la 
vida  misma  de  las  escuelas  de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  en 
relación  con  la  capacidad  infantil,  con  el  ambiente  social,  con  las 
escuelas  del  resto  del  país,  y  con  los  deberes  y  aspiraciones  cul- 
turales de  la  República.  En  este  sentido,  hemos  apoyado  la  idea 
expresada  por  el  nuevo  gobernador  de  la  provincia  en  su  mensaje 
inaugural  y  hemos  manifestado  nuestra  concordancia  con  la 
conclusión  final  del  doctor  Cometto,  director  del  cuerpo  médico 
escolar  respectivo,  no  obstante  cierta  contradicción  entre  los  dis- 
tintos datos  que  se  encuentran  en  su  artículo  (2)  y  que  hemos 
señalado. 

El  doctor  Calcagno  se  ha  percatado,  indudablemente,  de  que 
hay  cosas  que  andan  mal  en  las  enseñanzas  secundaria,  normal, 
especial,  universitaria,  etc.,  pero,  también  indudablemente,  se  ha 
precipitado  al  atribuir  la  causa  primera  (no  empleamos  el  tér- 
mino en  sentido  teológico)  de  los  males  observados,  en  lo  que  se 
refiere  a  los  estudiantes,  a  la  edad  en  que  han  sido  estos  intro- 
ducidos al  ciclo  primario,  en  especial  enlace  con  la  precocidad 
latina. 

Si  el  doctor  Calcagno  hubiera  censurado  los  procedimientos, 
los  planes,  la  extensión  de  los  ciclos,  los  programas,  etc.,  tal  vez 
hubiera  conseguido  que  los  educandos  permanecieran  más  tiem- 
po en  la  escuela  primaria  y  así  llegarían  más  crecidos  a  la  secun- 
daria, y  a  la  especial  y,  alargando  algo  a  éstas,  dilataríase  todavía 
el  arribo  al  período  universitario.  Por  este  camino  se  habría 
acercado  más,  acaso,  al  remedio  que  parece  buscar. 

Seguramente  tiene,  en  el  fondo  de  su  pensamiento,  un  tanto 
de  razón  en  lo  que  incumbe  a  la  edad.  Hasta  coincidimos  con  él 


(i)     Opino  que  debe  ampliarse  en  la  mínima  y  en  la  máxima. 

(2)  Boletín  de  Higiene  Escolar,  La  Plata,  enero  1922,  aparecido,  con 
algún  atraso,  a  mediados  de  mayo.  Por  lo  demás,  el  Dr.  Cometto  y  otros 
habían  manifestado  la  misma  opinión  mucho  antes. 


EDUCACIÓN  389 

de  alguna  manera  cuando  escribíamos:  "Por  mi  parte,  creo  que 
el  ciclo  obligatorio  debe  tener  cierta  elasticidad,  pues  opinó  que 
las  uniformidades  si  bien  son  convenientes  y  necesarias,  no  deben 
ni  pueden  ser  nunca  absolutas.  Así  se  podría  establecer  como 
ciclo  escolar  el  comprendido  entre  los  7  y  los  14  años  de  edad, 
y  como  obligación  u  obligatoriedad,  según  se  ha  dado  en  decir 
ahora,  cuatro  o  cinco  años  dentro  de  éstos,  que  loS  padres  o  en- 
cargados podrían  elegir,  siempre  con  sujeción  a  un  límite,  por 
ejemplo,  el  de  que  ningún  niño  pudiera  pasar  de  los  8  años  sin 
ser  inscripto  en  alguna  escuela,  ya  sea  para  cursar  estudios  en 
sus  aulas  o  para  dar  en  ella  solamente  el  examen,  como  lo  per- 
mite la  ley  nuestra  y  sus  similares  extranjeras,  al  autorizar  la 
enseñanza  de  los  niños  en  sus  propios  domicilios.  Conceptúo  que 
en  esta  forma  ocuparíamos,  racional  y  científicamente  —  me  re- 
fiero tampién  al  orden  nacional  —  un  lugar  más  destacado  en  la 
legislación  universal  que  rige  la  materia.  Con  tal  elasticidad 
se  consultaría  más  la  diferencia  individual  de  los  niños,  pues, 
como  es  harto  sabido,  no  todos  florecen  al  mismo  tiempo  en  su 
capacidad  físico-mental.  Bien  se  dice  que  una  es  la  edad  cro- 
nológica y  otra  la  anátomo-f  isiológica"    ( i )  . 

El  doctor  Calcagno  ha  partido  quizás  de  un  principio  ver- 
dadero, pero  ha  prescindido  de  otros  concomitantes  y  de  algunos 
interferentes.  Le  ha  pasado  algo  de  un  fenómeno  muy  conocido 
en  psicología  y  que  el  doctor  Vaz  Ferreyra  explicaba  así :  "Con- 
cibiendo ideas  verdaderas,  pero  violentándolas,  llevándolas  mu- 
cho más  allá  del  punto  preciso,  u  olvidando  otras  ideas  verdade- 
ras y  fecundas  que  pudieran  contrabalancear  y  corregir  a  aque- 
llas, nos  equivocamos  a  menudo  de  una  manera  excepcionalmente 
peligrosa,  porque  el  punto  de  partida  nos  ha  dado  una  "convic- 
ción" que  nos  conduce  insensiblemente  al  error"   (2). 

Por  lo  demás,  la  cuestión  de  la  precocidad  de  los  latinos 
con  respecto  a  los  sajones  (tan  vinculada  a  la  pubertad)  que 
algunos,  singularmente  en  la  segunda  mitad  del  siglo  XIX,  han 
relacionado  con  la  supuesta  superioridad  de  la  "raza  rubia",  es 
ima  cuestión  ya  vieja,  cuyos  efectos  no  concebimos  que  deban 
atenuarse  demorando  el  ingreso  de  los  niños  a  las  escuelas.  Al 


(i)     Nosotros,  mayo  1922. 
(2)     Ideas  y  observaciones. 


390  NOSOTROS 

contrario,  podría  sostenerse  que  el  paliativo  o  el  contrapeso  de  la 
decantada  precocidad  psico-física  debe  darlo  la  escuela  con  una 
educación  equilibrada. 

La  pesadilla  de  la  superioridad  de  las  ramas  sajonas  con 
respecto  a  la  latina  y  con  ella  la  superioridad  de  los  pueblos  de 
pubertad  más  tardía,  étnicamente  considerados,  fué  una  de  esas 
rachas  de  la  ciencia  antropológica  que,  como  tantas  otras,  ha  pa- 
sado ya  al  archivo  de  las  curiosidades  históricas.  De  otro  modo, 
no  sería  posible  comprender  la  civilización  egipcia,  ni  la  griega, 
ni  la  romana,  ni  la  del  renacimiento  italiano.  No  sería  tampoco 
explicable  la  superioridad  literaria  y  pictórica  española  de  los 
siglos  XVI  y  XVII,  ni  la  Francia  del  XVII  y  el  XVIII :  Luis 
de  León,  Lope,  Cervantes,  Murillo,  Quevedo,  Pascal,  Moliere, 
Voltaire,  para  citar  sólo  a  muy  pocos  de  los  de  estos  últimos 
pueblos,  no  son  sino  flores,  entre  las  más  lozanas,  de  unos  cuan- 
tos rosales  que  estaban  llenos,  y  llenaron  la  tierra  con  sus  perfu- 
mes, y  la  embellecerán  todavía  mientras  la  tierra  exista. 

La  situación  privilegiada  en  que  se  encuentran  hoy,  dentro 
de  la  civilización  universal,  algunos  de  los  más  grandes  países 
sajones,  es  resultante  de  muchos  factores,  sobre  todo  sociales; 
acciones  y  reacciones  múltiples  y  variadas,  que  no  es  posible  re- 
ducirlas a  la  fórmula  simplista  de  la  pubertad  tardía.  El  tejido 
de  los  fenómenos  psíquicos  y  sociales  es  muy  complicado  y  no 
se  da  así  no  más  con  las  puntas  de  los  hilos.  Porque  aquí  el  hilo 
es  plural  y  las  puntas  muy  delgadas,  más  seguramente  que  las  del 
cabello  de  marras. 

Pero,  en  fin,  el  propósito  del  doctor  Calcagno,  es  bueno. 
Hasta  podríamos  decir  que  hemos  coincidido  en  intenciones,  en 
lo  que  se  refiere  a  la  necesidad  nacional  de  no  abusar  de  la  inte- 
ligencia de  nuestros  niños.  Así,  en  nuestro  artículo  del  número 
de  mayo  decíamos:  "Desde  dicho  punto  de  vista,  juzgo  que  la 
ampliación  del  ciclo  escolar  de  la  provincia  en  un  año  más,  traería 
de  inmediato  una  mayor  graduación  y  eficacia  en  la  enseñanza 
con  el  desdoblamiento  del  actual  primer  grado  en  dos,"  etc.,  etc. 
"Puédese,  asimismo,  abrigar  la  esperanza  de  que  la  instrucción, 
al  hacerse  más  gradual,  se  haga  también  más  completa,  más  in- 
tegral. Al  descargar  a  los  programas  de  las  excesivas  nociones 
intelectuales",  etc.,  etc. 


EDUCACIÓN  191 

Sólo  que  nosotros  hemos  tratado  el  "caso"  como  un  asunto 
muy  complejo,  por  cierto,  donde  además  de  considerar  y  utilizar 
las  explicaciones  teóricas  respetables,  hemos  dado  una  gran  im- 
portancia a  las  fuerzas  sociales  que,  al  fin  y  al  cabo,  son  fuerzas 
naturales  y,  por  tanto,  con  toda  la  inercia  y  la  potencialidad  de 
éstas.  Hemos  considerado  a  nuestra  colectividad  como  a  un  gran 
río  cuyo  curso  hay  que  rectificar,  pero,  de  cuyas  corrientes  no 
se  puede  prescindir ;  como  a  una  gran  casa  que  hay  que  rehacer 
pero,  a  la  cual  no  se  puede  voltear  mientras  la  nueva  construc- 
ción no  esté  en  condiciones  de  contener  mejorado  o,  por  lo  menos, 
igual,  todo  lo  que  la  vieja  contiene. 

Para  modificar  a  las  sociedades  hay  que  aprovechar,  por  lo 
general,  si  no  siempre,  sus  propias  fuerzas,  sus  virtudes  y  hasta 
sus  defectos,  —  hay  que  apoyarse  en  ellas,  por  decirlo  así,  como 
para  podar  a  los  montes  hay  que  apoyarse  en  sus  árboles. 

Censo  Escolar 

La  administración  escolar  de  la  provincia  de  Córdoba  a 
cuyo  frente  se  hallan  don  Augusto  Schmiedecke,  como  director 
general,  y  don  Juan  Aymerich,  como  inspector  general,  ha  pu- 
blicado en  un  volumen  de  536  páginas  el  censo  escolar  levantado 
en  octubre  de  1921.  Las  numerosas  cifras  de  la  operación  están 
distribuidas  cuidadosamente  por  departamentos,  secciones  y  pe- 
danías,  clases  de  escuelas,  sexos,  edades  y  nacionalidades  de 
alumnos  y  maestros,  etc.,  etc.  El  volumen  contiene,  además,  va- 
rios cuadros  gráficos  y  4  mapas  en  colores. 

De  acuerdo  con  esos  datos,  la  población  escolar  cordobesa 
alcanzaba  el  i.°  de  octubre  ppdo.  a  180.500  niños  de  5  a  14 
años  de  edad,  lo  que,  comparado  con  la  cantidad  correspondiente 
del  censo  de  1909,  acusa  un  aumento  de  77.864  escolares  entre 
ambos  sexos.  Cabe  anotar  aquí  que  la  obligación  escolar  comien- 
za a  los  7  años  y  que  si  en  este  censo  se  considera  como  pobla- 
ción escolar  la  de  5  y  6  años  de  edad,  es  para  facilitar  la  com- 
paración con  el  censo  nacional  de  1909.  De  esto  resulta,  empero, 
que  el  porcentaje  de  analfabetos  parece  mayor  de  lo  que  lo  es 
en  realidad,  según  lo  expresa  su  mismo  redactor,  del  cual  trans- 
cribimos  los   párrafos   siguientes : 


S92  NOSOTROS 

"De  la  comparación  de  los  dos  cuadros  (1909  y  1921)  re- 
salta el  franco  avance  del  alfabetismo,  pues  mientras  en  1909 
representaba  el  40.45  por  ciento  de  la  población  escolar,  en  1921 
asciende  al  49.73   %. 

"Los  semialf abetos,  que  son  el  10.19  por  ciento,  el  año  1909, 
ahora  tan  sólo  alcanzan  al  1.72  %,  cifra  ésta  que  en  verdad 
sorprende,  precisamente  por  la  circunstancia  antes  mencionada." 

"Lo  que  ciertamente  no  dejaría  de  alarmar  es  el  elevado 
porcentaje  que  acusa  el  analfabetismo,  si  no  se  tuviera  en  cuenta 
el  grande  aislamiento  de  los  núcleos  de  población,  la  vasta  ex- 
tensión del  territorio,  el  difícil  acceso  a  la  escuela,  como  lo  de- 
muestra el  hecho  de  que  más  de  treinta  y  ocho  millares  de  niños 
no  asisten  a  ella  por  la  distancia. 

"También  si  tenemos  presente  que  en  el  gran  número  de 
analfabetos  van  incluidos  los  niños  de  cinco  y  seis  años,  para 
los  cuales  no  rige  la  obligación  escolar,  y  que  suman  41.083, 
desaparece  el  pesimismo,  dando  paso  a  la  más  halagüeña  espe- 
ranza sobre  el  porvenir  de  las  nuevas  generaciones." 

En  1909  los  alfabetos  eran  41.522;  los  semialfabetos  10.461 
y  los  analfabetos  50.653,  y  en  1921,  los  alfabetos  89.764,  los 
semialfabetos  3.103,  y  los  analfabetos  87.633. 

Conferencias  didácticas 

Con  motivo  de  las  vacaciones  de  invierno,  se  realizó  en  el 
salón  mayor  de  la  universidad  nacional  de  La  Plata,  por  inicia- 
tiva del  decano  de  la  F'acultad  de  Humanidades  y  Ciencias  de  la 
Educación,  doctor  Ricardo  Levene,  una  serie  de  conferencias 
públicas,  del  10  al  14  del  mes  corriente,  a  cargo  de  conocidos 
educacionistas  de  la  Capital  Federal  y  la  provincia  de  Buenos 
Aires,  y  destinadas  principalmente  a  ilustrar  el  criterio  y  orien- 
tar la  obra  de  los  maestros  primarios  que  quisieiin  libremente 
concurrir. 

La  Dirección  General  de  Escuelas  de  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires  contribuyó  a  ese  plan  cultural  concediendo  pasajes 
gratuitos  a  los  maestros  que  viven  en  los  pueblos  cercanos  a  La 
Plata  y  Buenos  Aires.  Se  dieron  las  clases  siguientes:  Pablo  H. 
Pizzurno,   "El  trabajo  manual  educativo"  y  "La  lectura  y  las 


EDUCACIÓN  -39.? 

bibliotecas  infantiles";  Enrique  Romero  Brest,  "Concepto  esco- 
lar de  la  educación  física"  y  "El  sistema  argentino  de  educación 
física";  Juan  C.  Vignati,  "La  educación  de  nuestra  escuela  pú- 
blica ante  las  soluciones  propuestas  por  los  nuevos  sistemas  de 
enseñanza.  —  Las  reformas  de  la  educación  primaria  actual"  y 
"Carácter  técnico  de  las  organizaciones  directivas  de  la  escuela 
primaria."  "Nuevas  posiciones  del  maestro  y  del  alumno;  nue- 
vos principios  de  organización  del  trabajo  escolar";  León  Glau- 
zer,  "Enseñanza  del  dibujo  en  las  escuelas  primarias";  "Juan 
Francisco  Jáuregui,  "Las  manualidades  en  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires";  Alfredo  D,  Calcagno,  "Necesidad  de  plantear  el 
problema  del  estudio  previo  del  educando  como  tarea  inicial  de 
toda  labor  docente."  Debido  a  que  no  hubo  tiempo  suficiente,  el 
doctor  Eduardo  J.  Bullrich  no  pudo  desarrollar  íntegramente  su 
tema  sobre  escuelas  de  continuación.  El  doctor  José  Rezzano  no 
pudo  concurrir  por  razones  de  salud. 

Salvo  los  que  trataron  los  asuntos  particulares  determinados 
en  los  títulos  del  anuncio  respectivo,  los  conferencistas  hablaron 
sobre  necesidades  y  orientaciones  generales  de  la  educación  en  el 
momento  presente. 

Torios  estuvieron  de  acuerdo  en  dos  puntos:  i.°,  los  graves 
males  que  aquejan  al  armazón  y  al  contenido  de  la  enseñanza 
primaria  y  normal ;  2.°,  la  necesidad  de  buscar  a  ello  remedio 
pronto  y  eficaz.  En  todo  esto  estuvieron,  además,  de  acuerdo  con 
lo  que  viene  repitiendo  la  crítica  pedagógica  desde  hace  varios 
lustros.  Pero  en  cuanto  entraron  a  señalar  las  reformas  necesa- 
rias, algunas  de  las  cuales  tienen  ya  principio  de  ejecución,  no 
hubo,  desgraciadamente,  tanta  semejanza  en  los  pareceres  y  has- 
ta fué  fácil  notar  en  algunos  la  displicencia  o  la  sorna  con  que 
contemplan  las  ideas  y  las  obras  diferentes  de  las  propias. 

Acaso  estas  conferencias  hayan  servido  para  que  se  produzca 
una  mayor  compenetración,  o  siquiera  buena  voluntad,  entre 
hombres  que,  indudablemente,  ejercen  por  el  ascendiente  de  su 
larga  actuación  docente,  o  por  sus  cargos  técnicos  y  administra- 
tivos, considerable  influencia  en  el  desarrollo  de  la  enseñanza 
primaria  argentina.  Porque  es  posible,  a  nuestro  juicio,  que  si 
se  acercaran  más  unos  a  otros,  si  se  prestaran  más  atención  re- 
cíproca, encontraríanse  con  que  hay  en  el  fondo  de  todos  ellos- 


S94  NOSOTROS 

el  común  buen  deseo  de  hacer  progresar  a  la  instrucción  pública, 
y  muchas  ideas  comunes,  y  otras  que  son  conciliables  para  la 
mejor  realización  de  su  propósito.  Se  percatarían  también  de 
que  mostrando  esa  posibilidad  de  conciliación,  ilustrarían  mejor 
el  criterio  y  asegurarían  más  la  orientación  futura  de  los  maes- 
tros primarios. 

Por  lo  demás,  en  lo  que  atañe  a  la  iniciativa  de  organizar 
estas  clases,  que  corresponde  al  doctor  Levene,  la  creemos  muy 
bien  inspirada  y  hasta  pensamos  que  su  repetición  puede  contri- 
buir en  gran  manera  a  la  finalidad  que  hemos  enunciado. 

Desde  luego,  la  enorme  cantidad  de  maestros  de  Buenos 
Aires,  La  Plata  y  pueblos  cercanos  que  concurrieron,  hasta  no 
dejar  ni  una  silla  libre  en  el  amplísimo  salón  del  colegio  secun- 
dario de  la  Universidad,  ni  un  claro  en  los  pasillos  laterales,  don- 
de muchos  estuvieron  de  pie  más  de  dos  horas  continuas,  prueba 
evidentemente  el  gran  interés  de  los  docentes  por  ilustrar  su  cri- 
terio y  ampliar  sus  puntos  de  vista. 


El   método   Montessori  y   la   educación   moderna 

En  la  Revista  de  Pedagogía,  de  Madrid  (año  I,  núm.  6), 
correspondiente  a  junio  ppdo.,  la  doctora  Montessori  publica, 
bajo  el  mismo  epígrafe  que  encabeza  estas  líneas,  un  artículo 
muy  interesante  del  cual  extractamos  los  párrafos  siguientes : 

"Lo  que  diferencia  el  Método  Montessori  de  los  moderna- 
mente surgidos  en  las  llamadas  "escuelas  nuevas"  es  la  interpre- 
tación de  las  necesidades  profundas  del  alma  humana.  Las  lla- 
madas "repúblicas  infantiles"  consideran  las  acciones  externas 
como  las  que  dirigen  y  perfeccionan  al  hombre.  Estas  han  puesto 
sobre  la  responsabilidad  de  la  colectividad  infantil  la  sanción  a 
los  propios  actos,  colocando  en  manos  de  los  niños  principios 
sociales  que  rigen  la  vida-  del  adulto  y  creando  una  especie  de 
"democracia"  en  la  escuela." 

"Nada  de  todo  esto  se  encuentra  en  el  Método  Montessori. 
Es  un  punto  de  vista  puramente  naturalista  o  más  bien  espiritual, 
aquel  que  únicamente  informa  al  Método  Montessori.  La  busca 
de  la  "salud  psíquica"  y  por  ello  la  posibilidad  de  satisfacer  las 
necesidades  espirituales  del  alma  humana,  es  el  único  fin  de  la 


EDUCACIÓN  395 

escuela  Montessori.  No  debemos  dar  a  los  niños  no  maduros 
nuestros  principios  sociales,  no  debemos  hacer  de  jueces,  ni  de 
directores  en  la  colectividad  de  los  niños,  sino  sólo  dar  los  me- 
dios necesarios  a  fin  de  que  los  niños  alcancen  la  plenitud  en  la 
conquista  de  la  salud  interior.  Un  compañero  que  sanciona  a  sus 
condiscípulos  va  contra  la  ley  de  justicia  que  dice:  "No  juzgar", 
y,  además,  descarga  sobre  los  hombros  de  las  generaciones  futu- 
ras los  errores  y  las  injusticias  sociales  que  quizás  son  un  impe- 
dimento a  nuestra  felicidad  y  a  nuestra  bondad.  Dejemos  que 
las  vidas  nuevas  se  manifiesten  en  sus  naturales  expresiones  y 
quizá  nosotros,  los  adultos,  aprendamos  de  los  niños  más  altas 
formas  de  justicia  y  de  moralidad. 


"Hasta  en  las  escuelas  llamadas  modernas,  donde  se  cree 
dar  la  educación  individual,  existe  una  marcada  diferencia  con 
las  escuelas  Montessori.  Allí  existe  un  maestro  que  enseña  a 
cada  alumno  en  lugar  de  enseñar  uniformemente  a  la  colectivi- 
dad. Concepto  profundamente  diferente  del  Montessori,  que 
consiste  en  librar  al  niño  del  maestro  que  enseña  y  en  sustituir 
al  maestro  por  un  ambiente  donde  el  niño  pueda  escoger  lo  que 
es  apropiado  a  su  propio  esfuerzo  y  a  las  necesidades  íntimas  de 
su  personalidad. 

"En  fin,  hasta  el  otro  criterio  moderno  de  tener  que  conocer 
al  educando  antes  de  educarlo,  sobre  el  cual  se  funda  la  antedi- 
cha "educación  individual",  es  también  distinto  del  principio 
científico  del  Método  Montessori.  vSegún  éste,  no  se  puede  cono- 
cer el  "educando"  a  priori,  porque  las  actividades  psíquicas  pro- 
fundas son  latentes  y  sólo  la  concentración  y  la  actividad  pueden 
revelarlos.  Y  por  ello,  la  educación  misma  es  la  que  hace  mani- 
fiestos los.  caracteres  psíquicos  infantiles:  es  la  "pedagogía  la 
que  revela  a  la  psicología  y  no  viceversa.  Para  conocer  al  niño  es 
necesario  ofrecerle  los  medios  necesarios  a  su  vida  interior  y 
dejarle  en  libertad  de  manifestarse". 

Marcos  M.  Blanco. 

Las  Flores,  julio  1922. 


LA  VIDA  POLÍTICA  DE  LA  AMÉRICA  LATINA 


En  exta  sección  transcribiremos  cuanto  articith.- 
de  interés  se  f'ubiique  en  el  extranjero  sobre  la  vida 
política  de  nuestra  América.  Muchas  son  ¡as  páginas 
que  podríamos  hacer  conocer,  porque  no  son  escasas 
las  que  sobre  el  tema  se  escriben  en  nuestras  inquie- 
tas repúblicas.  Pero  prescindiremos  de  todas  las  que 
se  refieran  a  la  lucha  diaria,  a  la  política  militante, 
a  las  banderías  partidistas.  Reproduciremos  sola- 
mente las  piesas  que  encaren  la  vida  política  de  la 
América  latina  desde  un  punto  de  vista  doctrinaria 
o  teórico,  y  aquellas  que  consideren  especialmente  la 
política  general  de  estos  pueblos  en  sus  mutuas  re- 
laciones y  en  sus  vínculos  con  los  extraños. 

Nueva  ley  de  los  tres  estados 

\7 ARIAS  veces  se  ha  formulado  en  los  últimos  tiempos  la  teoría,  segu- 
"  ramente  exacta,  de  que  las  nacionalidades  son  una  forma  de  or- 
ganización social  que  pronto  será  reemplazada  por  federaciones  de  pueblos 
i'nidos  entre  sí,  ya  no  únicamente  por  un  pacto  político,  ni  tampoco  por 
ti  solo  efecto  de  los  intereses  comerciales,  sino  por  los  lazos  más  estre- 
chos de  la  tradición,  el  idioma  y  la  sangre.  Dentro  de  esta  teoría  • — 
esbozada  antes  de  la  guerra  por  los  alemanes  y  contradicha  en  cierto 
sentido  por  los  vencedores  —  las  nacionalidades  constituyen  una  forma 
transitoria  que  se  inicia  al  terminar  la  Edad  Media  y  llega  a  esplendor 
cabal  a  fines  del  siglo  XIX.  Época  que  ve  dividirse  los  hombres  de 
una  misma  raza  y  de  una  misma  lengua  en  fracciones  y  subfracciones 
independientes,  que  combaten  unas  contra  otras  o  se  mantienen  aparta- 
das aun  cuando  a  veces  procedan  de  un  mismo  tronco. 

Pueblos  de  habla  y  de  raza  distintas  se  juntan  más  o  menos  forza- 
damente para  constituir  naciones  jamás  confundidas,  como  Austria  Hun- 
gría, o  grandes  reinos  que  han  llegado  a  ser  casi  homogéneos  como 
Inglaterra  y  España.  Otras  veces,  como  en  el  caso  de  los  países  de 
América,  una  misma  sangre,  a  causa  de  la  naturaleza  del  terreno,  se 
ha  visto  disgregada  y  subdividida  hasta  hacer  veinte  naciones  débiles 
de  una  antigua  dominación  fuerte  y  poderosa.  Y  estos  absurdos,  debidos 
a  circunstancias  territoriales,  económicas,  políticas,  a  circunstancias,  des- 
de el  punto  de  vista  del  espíritu,  mezquinas  y  fortuitas,  llegan,  sin  em- 
bargo, a  enraizar  en  el  corazón  de  los  pueblos,  dando  lugar  a  los  mil 
prejuicios   y   aberraciones    del    patriotismo    nacional. 

Patriotismo  corresponde  a  nacionalismo  y  se  resuelve  en  el  culta 
de  la  bandera,  y  la  adhesión  al  territorio  de  una  antigua  provincia,  de 
un  gran  imperio.  ¿De  dónde  procede  este  modo  de  sentir,  extraño  para 
una  reflexión  despejada? 


LA  VIDA  POLÍTICA  DE  LA  AMÉRICA  LATINA  397 

Anteriormente  a  la  fundación  de  las  nacionalidades  había  tribus  y 
grandes  imperios.  El  gran  imperio  militar  era  una  expresión  de  la  tribu, 
y  el  uno  y  la  otra  procedían  de  la  conquista  que  junta  ciegamente  a 
los  pueblos.  Cierto  que  en  Grecia  y  Roma  aparte  del  yugo  militar  y 
de  la  situación  geográfica  existía  cierta  comunidad  de  sangre  y  un  idio- 
ma común ;  a  pesar  de  eso,  ambos  imperios  constituyeron  conglomera- 
dos de  pueblos  y  de  razas,  unidos  por  la  necesidad  y  prestos  a  desinte- 
grarse tan  pronto  como  cesara  la  amenaza  de  las  espadas.  En  ellos  el 
conquistador  no  asimila:  sojuzga;  no  impone  su  lengua  ni  sus  dioses, 
su  conquista  no  es  espiritual  y  por  lo  mismo  ni  perdura  ni  transforma 
a  los  vencidos,  y  ni  siquiera  intenta  crear  con  ellos  humanidad   nueva. 

El  ideal  nacional  representa  un  progreso  sobre  tal  forma  primitiva 
de  organización  porque  tiende  a  fundar  organismos  más  homogéneos. 
Algunas  veces  no  lo  logra,  como  en  el  caso  de  Austria  Hungría,  porcjue 
la  sola  obra  de  la  fuerza  no  es  perdurable :  pero  cuando  la  nacionalidad 
se  constituye  sobre  la  base  de  un  ideal  generoso,  se  obtienen  éxitos  como 
Francia,  que  es  venerable  por  su  devoción  a  la  libertad,  o  como  España 
que  es  grande  porque  supo  crear  un  nuevo  mundo  en  América.  Sin 
embargo,  no  es  la  nacionalidad  el  tipo  acabado  de  la  organización  social, 
porque  a  semejanza  de  la  tribu  guerrera  y  del  imperio  antiguo,  la  na- 
cionalidad se  funda  en  las  necesidades  de  la  geografía,  en  las  ventajas 
del  comercio  y  en  los  dictados  de  la  fuerza,  causas  todas  ajenas  a  la 
voluntad  humana.  Y  la  civilización  desde  sus  comienzos  es  una  lucha 
entre  las  fuerzas  naturales  que  siguen  determinada  trayectoria  repetida 
y  fija,  y  las  fuerzas  del  espíritu  que  se  empeñan  en  crear  un  orden 
nuevo  por  encima  de  la  necesidad  y  del  girar  siempre  en  circulo.  Lucha 
del  movimiento  en  espiral  que  es  el  del  espíritu  y  el  círculo  que  repre- 
senta la  necesidad  constreñida  a  repetirse.  El  poderío  del  espíritu,  im- 
poniendo leyes  a  las  cosas,  se  manifiesta  en  el  orden  social  en  un  anhelo 
como  de  patria  más  libre  y  grande.  De  allí  que  cada  día  se  nos  hagan 
más  intolerables  las  divisiones  arbitrarias  que  entre  nosotros  ha  impues- 
to el  medio,  y  circunstancias  como,  por  ejemplo,  que  sea  uno  el  patrio- 
tismo chileno  y  otro  el  patriotismo  argentino,  y  así  sucesivamente;  de 
igual  manera,  nuestra  conciencia  exige  que  la  política  no  la  gobiernen 
ya  las  conveniencias  locales  ni  la  limiten  los  obstáculos  del  territorio, 
sino  que  obedezca  los  dictados  del  espíritu  cuya  misión  es  reformar  el 
ambiente  para  imponerle  nueva  .ley  y  sentido.  Esta  ansia  contemporá- 
nea de  rebasar  el  patriotismo,  de  dilatar  las  fronteras,  de  celebrar  pactos 
y  alianzas  según  nuestro  gusto  y  no  de  acuerdo  con  nuestras  conve- 
niencias materiales ;  este  poderío  del  espíritu  que  en  todos  los  órdenes 
se  afirma  avasallador,  nos  permite  formular  una  ley  de  desarrollo,  una 
especie  de  "ley  de  los  tres  estados"  —  tomando  de  Comte  sólo  el  nom- 
bre —  una  ley  de  tres  períodos  de  la  organización   de  los  pueblos. 

El  primero  de  estos  estados  es  el  período  materialista  en  que  el 
trato  de  tribu  a  tribu  se  sujeta  a  las  necesidades  y  azares  de  las  emi- 
graciones y  el  trueque  de  los  productos.  La  ley  de  este  primer  estado 
es  la  guerra.  El  segundo  período  lo  llamaremos  intelectualista,  porque 
durante  él  las  relaciones  internacionales  se  fundan  en  la  conveniencia 
y  el  cálculo ;  comienza  a  triunfar  la  inteligencia  sobre  la  fuerza  bruta 
y  se  establecen  fronteras  estratégicas  después  de  que  la  guerra  ha  de- 
finido el  poder  de  cada  nación.  Los  grandes  imperios  de  la  antigüedad 
participaron  de  los  caracteres  del  primero  y  segundo  períodos,  y  las 
nacionalidades  modernas  viven  todavía  en  el  segundo.  El  tercer  período 
está  por  venir  y  lo  llamamos  estético,  porque  en  él  las  relaciones  de  los 
pueblos  se  regirán  libremente  por  la  simpatía  y  el  gusto.  El  gusto,  que 
es  ley  suprema  de  la  vida  interior  y  que  hacia  fuera  se  manifiesta  como 


198  NOSOTROS 

simpatía  y  belleza,  llegará  a  ser  entonces  la  norma  indiscutible  del  orden 
público  y  de  las   relaciones   entre   los   Estados. 

Y  el  advenimiento  del  período  del  gusto  y  de  la  simpatía  será  bas- 
tante para  suprimir  la  discordia  entre  los  hombres,  porque  las  antipa- 
tías y  las  opiniones  del  juicio  estético  suelen  ser  profundas,  pero  se 
resuelven  en  júbilo  y  no  en  rencor,  y  los  otros  conflictos,  los  conflictos 
verdaderos,  dependen  de  causas  materiales,  que  sólo  la  igualdad  econó- 
mica relativa  puede  suprimir.  En  efecto,  la  discordia  y  la  guerra  depen- 
den de  que  los  hombres  se  reproducen  con  exceso  en  un  planeta  cuya 
superficie  tiene  un  límite,  pero  la  educación,  reduciendo  el  número  y 
perfeccionando  la  calidad,  convertirá  al  hombre  en  cosa  preciosa  que 
sea  orgullo  y  regocijo  de  cada  uno  de  sus  semejantes.  De  esta  suerte 
los  conflictos  materiales  se  irán  resolviendo  y  la  vida  sólo  conservará 
los  dolores  que  sirven  de  estímulo  al  espíritu  y  le  impiden  caer  en  la 
conformidad   que   es   causa    de   todo    lo    mediocre   y   terrestre. 

i  Caminamos  hacia  el  período  que  está  regido  por  la  ley  del  gusto  I 
Operan  entonces  los  apetitos  más  francos  e  intensos,  pero  se  sacian  o 
quedan  abolidos,  porque  la  conciencia  clarividente  los  desdeña  para 
anegarse  en  el  poder  infinito. 

KL    TERCER    PERÍODO    EN    HISPANOAMÉRICA 

Concretándonos  a  nuestro  mundo  hispano-americano,  ¿qué  es  me- 
nester que  hagamos  para  apresurar  el  advenimiento  del  período  estético 
de   la  humanidad? 

Se  han  aconsejado  medidas  políticas,  medidas  económicas  y  me- 
didas morales.  La  unión  política  la  previo  Simón  Bolívar  —  el  genio 
más  preclaro  de  nuestra  raza — .  Sus  planes  luminosos  aún  hoy  parecen 
perfectos.  Desgraciadamente  la  tesis  de  la  nacionalidad,  los  prejuicios 
de  campanarios  y  las  barreras  físicas  lan  hecho  que  subsista  sólo  como 
sueño  lo  que  debiera  ser  una  resplandeciente  realidad.  El  medio  físico 
en  este  caso  ha  colaborado  para  que  nosotros  adoptemos  las  teorías  du- 
dosas que  en  nombre  de  pequeñas  glorias  mtiltiplican  los  patriotismos 
con  mengua  de  los  grandes  ideales  humanitarios  y  étnicos.  Esta  des- 
orientación de  los  sentimientos  ha  traído  todo  este  siglo  caótico  de  nues- 
tra historia  continental  en  que  hemos  visto  acuchillarse  a  hermanos  y  en 
que  hemos  contemplado  con  disgusto  y  asombro  que  alguna  vez  nues- 
tros países  tuvieron  que  aceptar  auxilios  extraños  para  deíender  suá 
intereses  contra  la  agresión  de  una  potencia  de  la  misma  estirpe.  Afor- 
tunadamente México  no  ha  emprendido  una  guerra  de  agresión,  pero 
si  mañana  gobiernos  criminales  pretendiesen  crear  un  conflicto,  nuestro 
deber  será  oponernos  a  sus  resoluciones  y  negarnos  a  batir  la  bandera 
de  Guatemala  o  cualquiera  de  las  banderas  que  ondean  hacia  el  Sur. 
Pues  en  el  instante  mismo  en  que  se  mira  hacia  el  Sur,  concluye  el 
patriotism.o  y  nace  en  nuestros  corazones  el  amor  mucho  más  grande 
de  la  raza  en  el  continente. 

Las  almas  están  ahora  muy  cerca  pero  las  manos  siguen  distantes. 
Ya  no  son  los  días  sombríos  del  porfirismo  en  que  los  pensadores  de 
la  época  hacían  creer  al  obtuso  déspota  que  con  un  buen  embajador  en 
Washington  basta,  y  que  además  había  que  mandar  a  Francia  algún  se- 
ñor rico  para  convencer  a  los  franceses  que  no  todos  usábamos  plumas ; 
pasaron  para  nosotros  esos  días  tristes  y  ha  pasado  también  para  toda 
la  América  Latina  el  período  simiesco  del  afrancesamiento  y  del  extran- 
jerismo, en  que  copiábamos  como  simios  los  gestos  de  la  cultura  sin 
compenetrarnos  de  su  sentido.  Ha  pasado  todo  eso;  pero  ahora  es  me- 
nester que  tome  impulso  una  nueva  era  activa ;  una  gran  época  de  cons- 


LA  YIDA  POLÍTICA  DE  LA  AMÉRICA  LATINA  3^9 

trucciones  y  de  creaciones,  de  puentes  y  de  vías  férreas,  de  barcos  y 
transportes ;  la  gran  época  en  que  el  espíritu,  aprovechando  la  fuerza 
misma  de  las  cosas,  las  haga  a  su  manera,  y  una  para  siempre  lo  que 
la  naturaleza  dividió  con  el  provisionalismo  augusto  de  sus  cordilleras, 
y  sus  bosques,  y  sus   mares. 

Emprendamos  obras  materiales,  pero  obras  cuya  mira  no  sea  el 
lucro  sino  el  servicio  de  los  más  altos  intereses,  y  el  lucro  vendrá  por 
añadidura ;  hagamos  política  ya  no  simplemente  nacionalista  sino  conti- 
nental y  humana,  poniendo  por  encima  de  todas  nuestras  acciones  po- 
líticas, y  después  de  que  la  justicia  interior  esté  satisfecha,  el  criterio 
hispanoamericano,  como  norma  invariable  de  todas  nuestras  acciones  pa- 
trióticas. 

LA    BARRERA    ECONÓMICA 

Una  de  las  calamidades  inherentes  al  nacionalismo  es  la  aduana 
que  marca  la  frontera  con  el  sello  de  la  expoliación  y  la  desunión.  Lo 
primero  que  deberíamos  suprimir  es  la  aduana.  El  zollverein,  la  liga 
aduanera:  ese  es  el  primer  paso  de  nuestra  salvación  como  raza.  Du- 
rante la  guerra  europea  debimos  celebrar  un  pacto  general,  pero  ya 
que  no  se  hizo  así,  suprimamos  prontamente,  por  lo  menos,  las  aduanas 
que  existen  entre  México  y  Guatemala,  entre  el  Uruguay  y  la  Argen- 
tina, entre  Chile  y  el  Perú.  Un  simple  tratado  de  comercio  libre  entre 
México  y  Guatemala  hubiera  significado  más  para  la  unidad  latino- 
americana que  todos  los  alardes  y  proyectos  descabellados  con  que  dis- 
trajo la  atención  de  los  ingenuos  el  gobierno  espurio  que  no  supo  apro- 
vechar para  nosotros  el,  magno  conflicto  europeo.  Todas  las  perogru- 
lladas que  entonces  repetían  los  aduladores  con  el  pomposo  título  de 
doctrina  Carranza,  fueron  vanos  como  es  criminal  o  es  vano  todo  lo 
que  toca  la  mano  del  déspota. 

PROPAGANDA  EXENTA  DE   RENCORES 

Un  buen  número  de  los  propagandistas  de  la  unión  latinoamericana 
funda  su  credo  eu  ataques  más  o  menos  legítimos  contra  los  Estados 
Unidos  del  Norte.  Particularmente  en  los  últimos  años  y  a  consecuencia 
de  actos  inexcusables,  los  liberales  hispano-americanos,  que  a  principios 
del  siglo  se  mostraban  entusiastas  de  casi  todo  lo  anglosajón,  ven  ahora 
con  justo  recelo  la  transformación  de  la  noble  República  de  Lincoln  en 
un  vasto  imperio  amenazante.  Legítimos  son  estos  temores,  pero  es  me- 
nester hacer  constar  que  la  unión  latino-americana  no  es  sólo  un  acto 
de  defensa,  sino  un  ideal  mucho  más  antiguo  que  la  situación  contem- 
poránea y  mucho  más  alto  que  cualquier  interés  del  momento ;  un  mo- 
vimiento fundado  en  el  derecho  que  nos  asiste  de  unirnos  libremente  a 
nuesuas  simpatías  e  intereses  y  de  acuerdo  con  la  ley  espiritual  que  en 
estos  instantes  transforma  las  organizaciones  sociales  del  planeta.  La 
hora  de  las  rivalidades,  si  acaso  ella  es  inevitable,  debiera  estar  muy 
distante,  pues  todavía  hay  en  el  continente  mucho  espacio  libre  para  la 
acción  de  las  dos  razas  que  lo  pueblan,  y  ambas  necesitan  de  los  benefi- 
cios que  resultan  de  un  trato  leal,  sin  sombra  de  odio,  aunque  resguardado 
por  la  más  celosa  autonomía.  Al  mismo  tiempo,  es  menester  convencerse 
de  que  nuestra  fuerza  no  se  afirma  lanzando  improperios,  sino  corrigien- 
do los  males  internos  que  son  la  causa  determinante  de  nuestras  cala- 
midades. Para  tener  el  derecho  de  censurar  la  idiosincrasia  extranjerd 
se  necesita  ser  superior  moralmente  al  extranjero,  y  un  pueblo  sometido 
al  despotismo  no   puede   acusar   los   vicios   de   otro,   ni   tiene  derecho   de 


400  NOSOTROS 

opinar  sobre  él .  Lo  único  que  tiene  es  un  deber,  el  deber  exigente,  el 
deber  primordial,  de  derrocar,  de  matar,  de  aniquilar  al  déspota.  Lo3 
Estados  Unidos  se  reirán  con  razón  de  nuestros  ataques  mientras  vean 
que  interiormente  nuestra  vida  social  es  corrompida ;  por  eso  no  debemos 
conceder  el  derecho  de  exhibirse  como  campeones  del  hispano-america- 
nismo  o  del  patriotismo,  a  los  Cipriano  Castro,  ni  a  los  Victoriano  Huerta, 
y  tantos  otros  falsos  héroes  que  la  estupidez  y  la  maldad  forjan.  Quienes 
oprimen  y  envilecen  a  sus  hermanos,  no  tienen  y  no  tendrán  lugar  en 
las  páginas  de  gloria  del  Continente. 

DESPOTISMO    Y    PATRIOTISMO 

Los  países  que  no  soportan  dictaduras  prolongadas,  rara  vez  tienen 
que  sufrir  la  agresión  extranjera.  Chile  y  la  Argentina,  por  ejemplo, 
han  sido  respetados  porque  difícilmente  se  ataca  a  un  pueblo  cuya  vida 
interior  es  decorosa.  En  cambio,  la  Venezuela  de  Cipriano  Castro  fué 
combatida  porque  se  fundaba  en  la  injusticia  y  tenía  de  enemigo  a  los 
mejores  hijos  de  Venezuela.  Una  Colombia  clerical  tenía  que  perder  a 
Panamá.  El  México  de  Santa  Anna,  enfermo  de  vanagloria  y  de  mentira, 
hubo  de  provocar  las  agresiones  que  tan  caro  costaron  a  nuestra  patria. 
Los  déspotas  hacen  concesiones  ilegítimas  al  extranjero  o  persiguen  a 
los  nacionales  a  tal  punto,  que  llega  a  gozar  de  mayores  privilegios  un 
extranjero;  pero  así  que  llega  la  hora  de  la  justicia,  así  que  los  pueblos 
se  disponen  a  la  venganza,  los  Victoriano  Huerta  y  los  Cipriano  Castro 
del  Continente,  injurian  a  los  Estados  Unidos  del  Norte  para  calumniar 
a  los  revolucionarios  que  los  combaten,  acusándolos  de  complicidad  con 
el  poderoso.  Entonces  la  patriotería  engañada  grita  por  las  calles  en 
defensa  del  déspota,  contra  quien  debiera  combatir.  De  esta  manera  el 
despotismo  y  la  patriotería  trabajan  en  contra  de  los  intereses  de  nuestra 
civilización  y  hacen  que  no  podamos  juntarnos.  Pues  no  podemos  jun- 
tarnos mientras  no  seamos  libres  todos,  mientras  no  acabemos  de  com- 
prender que  el  propósito  primero  del  hispanoamericano  debe  ser  el  ani- 
quilamiento de  las  tirarías,  de  todas  las  tiranías  del   Continente. 

EL    PROBLEMA    DEL    BRASIL 

La  fuerza  de  los  impulsos  espirituales  es  capaz  de  reformar  la  geo- 
grafía y  de  borrar  en  un  instante  todos  los  prejuicios  del  nacionalismo; 
pero  el  Brasil  ¿acaso  no  tiene  otro  idioma,  tradiciones  y  origen  distintos 
de  los  nuestros;  y  sus  intereses  no  llegarán  a  estar  en  conflicto  con  los 
de   la   América   Española? 

El  Brasil  realizó  su  independencia  pacíficamente,  de  suerte  que  no 
se  verificaron  allí  las  transformaciones  radicales  que  la  guerra  de  in- 
dependencia produjo  desde  el  Bravo  hasta  el  Plata.  Social  y  política- 
mente, el  Brasil  ha  continuado  unido  a  su  patria  de  origen,  de  una  manera 
mucho  más  íntima  que  nosotros  con  España.  De  esta  suerte  y  a  causa 
de  la  evolución  normal,  el  Brasil  se  ha  conservado  criollo;  no  ha  roto 
su  tradición,  no  se  ha  hecho  cosa  nueva  en  el  mismo  grado  en  que  lo 
somos  nosotros. 

Por  otra  parte,  los  grandes  recursos  que  el  país  posee;  su  territorio 
inmenso  y  feracísimo,  su  creciente  población,  todo  lo  lleva  a  convertirse 
en  una  gran  potencia;  una  de  las  primeras  del  mundo,  así  que  la  ciencia 
aprenda  a  vencer  los  inconvenientes'  que  el  excesivo  calor  opone  a  la  vida 
humana,  pero  sin  prescindir  de  su  riqueza  germinadora,  ni  de  la  magní- 
fica potencialidad  que  da  al  ambiente. 


LA  VIDA  POLÍTICA  DE  LA  AMÉRICA  LATINA  401 

Quizás  antes  de  un  siglo,  el  Brasil,  henchido  de  población,  comen- 
zará a  abrirse  nuevos  caminos ;  se  sentirá  tal  vez  ahogado  por  el  abrazo 
hispánico  desde  el  Plata,  a  través  de  Bolivia  y  Perú,  hasta  Colombia  y 
Venezuela ;  y  así  como  los  Estados  Unidos  de  América  codiciaron  y  ob- 
tuvieron la  California,  el  Brasil  quizás  llegue  a  codiciar  el  Perú  y  lo 
obtendrá,  si  antes  el  Perú  no  puebla  con  su  noble  raza  laboriosa,  toda 
la  región  amazónica  que  le  pertenece  —  una  región  donde  ya  el  Brasil 
ha  realizado  avances  considerables,  gracias  al  estancamiento  de  la  po- 
blación peruana — .  Y  al  caso  del  Brasil  hay  que  agregar  otros  muchos 
síntomas  adversos :  por  más  que  el  sentimiento  de  los  pueblos  afirme  los 
deseos  de  la  unión,  ¿para  qué  son  esas  escuadras  en  que  se  malgasta  un 
dinero  que  tanta  falta  hace  para  el  desarrollo  interno?  Junto  con  muchos 
beneficios,  heredamos  de  Europa  una  infinidad  de  prejuicios  y  de  vi- 
cios :  la  ambición  de  territorio,  aunque  no  lo  necesitemos ;  el  nacionalismo 
que  derrocha  esfuerzos  colectivos  en  alimentar  rivalidades  necias,  pero 
se  desentiende  de  los  grandes  proyectos  generosos  y  prácticamente  fecun- 
dos. Basta  mirar  el  mapa  de  la  América  del  Sur  para  comprender  la 
obra  del  nacionalismo  estrecho  y  ambicioso  que  nos  ha  dominado  durante 
un  siglo.  Países  divididos;  países  dispersos,  disputas  de  fronteras,  cor- 
dilleras que  separan  a  los  pueblos,  desiertos  que  prolongan  esas  distancias, 
envidias  que  las  ahondan  y  por  encima  de  todo  esto,  un  sueño  qué  parece 
vano ;  un  sueño  formulado  hace  un  siglo  por  la  boca  prof ética  del  liber- 
tador y  que  nosotros,  hombres  pequeños,   no  hemos   podido  cumplir. 

Los  hechos,  se  nos  dice,  poseen  una  fuerza  incontrastable;  la  dura 
realidad  de  los  hechos,  en  efecto,  nos  parece  a , veces  más  fuerte  que  el 
valor  de  las  palabras,  y  al  fin  y  al  cabo  sólo  de  palabras  dispone  el  que 
piensa  y  pretende  reformar  con  el  pensamiento ;  pero  al  mismo  tiempo, 
frente  a  esta  doctrina  inglesa,  hay  que  poner  la  otra,  que  corresponde  al 
tercer  período  de  las  relaciones  sociales,  la  doctrina  de  que  el  espíritu  no 
es  más  que  un  esfuerzo  victorioso  sobre  la  ley  ciega  de  los  hechos,  y 
de  que  si  este  esfuerzo  no  fuera  capaz  de  reformar  el  medio  ambiente, 
la  humanidad  jamás  se  habría  levantado  del  nivel  del  bruto.  Una  con- 
templación inteligente  de  la  historia  demuestra  que  las  acciones,  las  vo- 
luntades, las  aspiraciones  de  los  hombres,  forman  una  corriente  suprema 
que  pasa  pot  encima  del  medio  y  de  todos  los  lugares  comimes  del  ma- 
terialismo. El  alma  de  los  pueblos  vigorosos  e  iluminados  constituye  un 
factor  mucho  más  importante  que  todas  las  fatalidades  ambientes.  La 
historia  de  nuestro  continente  comenzó  con  un  cambio  de  la  geografía 
del  mundo ;  nada  de  extraño  tendrá,  pues,  que  andando  los  años  veamos 
operarse  un  cambio  espiritual  que  transforme  las  relaciones  humanas 
haciéndolas  depender,  ya  no  del  comercio,  ni  del  medio  físico,  ni  de  la 
necesidad   estratégica,    sino   del   albcdrío   y  del    goce. 

Todo  esto  que  se  intenta  expresar  en  forma  obscura  y  difusa,  se 
me  apareció  muy  claro  una  vez,  y  no  fué  por  obra  de  la  razón  raciorfal, 
de  por  sí  tan  vacía  de  sentido,  sino  por  aquel  otro  supremo  juicio  que 
Kant  llamó  "juicio  estético",  del  cual  es  fácil  deducir  una  ley  de  afini- 
dades y  fusiones  no  alógicas,  ni  lógicas,  sino  estéticas  y  sintéticas.  El 
caso  ocurrió  en  un  teatro  limeño ;  el  anuncio  de  bailes  y  canciones  del 
Brasil  había  llenado  la  sala;  el  lujo  de  aquellas  mujeres  finas  y  vivaces, 
de  dulces   ojos   sentimentales,    entretenía   la   espera. 

Salió  por  fin  la  pareja  brasileña  y  comenzaron  las  machichas  y  los 
fados,  alternando  con  canciones  en  portugués ;  era  ella  mórbida  y  deli- 
cada, de  ojos  negros  inmensos  y  una  suavidad  fascinadora.  Con  voz 
clara  y  un  dejo  de  gracia  inolvidable  cantaba  y  repetía  una  copla:  "No 
hay  lugar  como  el  Sertao",  y  se  movía  con  la  soltura  melodiosa  de  la 
bailarina   ibérica.    Mirándola   nos   parecía   estar   en   presencia   de  una   de 


402  NOSOTROS 

las  hermosas  de  Eqa  de  Queiróz  y  aún  hacía  pensar  en  las  caricias  in- 
citantes de  que  él  nos  habla  en  su  picaresco  y  magnífico  estilo. 

Pero  aparte  de  asociaciones  literarias,  el  arte  intenso  y  espontáneo  de 
la  bailarina  nos  producía  goce  como  de  quien  vuelve  a  algo  suyo  igno- 
rado o  muy  distante,  o  como  si  del  fondo  de  nuestra  conciencia  étnica 
naciesen  emociones  de  dicha  profunda  jamás  gustada.  Aquello  era  ex- 
traño pero  no  discorde.  No  era  el  son,  tantas  veces  escuchado,  pero  nunca 
afín,  del  "rag-time"  sajón  que  parece  desarrollar  una  esfera  de  sensibili- 
dad a  donde  no  podemos  ni  queremos  entrar ;  era  mi  canto  oído  por 
primera  vez,  y  sin  embargo,  sonaba  amable  y  familiar  como  la  voz  de 
una  amante  conocida  en  sueños  y  cuya  queja  descubría  los  bosques  lo- 
zanos, los  <onfines  ilimitados  del  pródigo  Brasil,  donde  una  raza  her- 
mana nos  acoge  y  nos  invita  a  quedarnos.  Por  eso  el  estribillo  de  la 
canción  despertaba  músicas  interiores :  "No  hay  lugar  como  el  Sertao", 
y  el  enigmático  Sertao  subía  en  la  imaginación  como  un  símbolo  de  toda 
la  dulce  América  del  Sur. 

Muchas  gentes  dirán  que  esta  es  una  manera  trivial  de  discutir  pro- 
blemas graves.  Pero  a  mí  la  lección  de  la  bailarina  me  parece  más  pro- 
funda que  m.uchas  sociologías;  ella  enseña  que  así  que  se  junten,  por  el 
crecimiento  y  la  proximidad,  las  dos  razas  afines,  la  brasileña  y  la  nues- 
tra, no  van  a  quedar  como  estamos  con  otras,  pegados,  pero  no  confim- 
didos ;  sino  que  allí  sí  la  simpatía  unirá  las  conciencias,  y  la  pasión 
amorosa  romperá  las  barreras  políticas.  Allí  la  común  sensibilidad  esté- 
tica desarrollará  una  cultura  homogénea,  el  ideal  colectivo  prevalecerá 
sobre  las  rivalidades  del  interés,  y  siendo  como  uno  en  el  alma,  seremos 
uno  en  historia  y  en  bienes  —  los  hispanos  y  los  lusitanos  —  hasta  el 
día  en  que  pueda  decirse  igual  cosa  de  todos  los  pueblos  de  la  tierra, 
en  esta  civilización  indo-española  que  ya  hace  tiempo  adoptó  la  divisa 
de:   América  para  la  Humanidad. 

Y  si  es  cierto  que  pretendemos  crear  una  civilización  benéfica  para 
toda  la  humanidad,  ¿no  resultará  nuestro  culto  de  la  raza  un  retroceso 
respecto  de  los  ideales  socialistas  que  ya  predican  el  sacrificio  del  patrio- 
tismo para  servir   mejor  el   interés  general  de  todos   los   hombres? 

No  es  un  retroceso,  porque  la  era  estética  supone  que  no  sólo  las 
naciones,  sino  también  los  individuos,  regirán  sus  actos,  ya  no  por  el 
móvil  de  la  codicia  y  el  odio,  sino  por  la  ley  de  belleza  y  de  amor,  que 
es  innata  en  los  corazones. 

Una  vez  que  los  conflictos  económicos  sean  resueltos  equitativamente, 
y  así  que  ya  no  haya  explotadores  ni  esclavos,  no  existirán  tampoco  odioi 
internacionales,  ni  antipatías  de  raza,  y  entonces  cada  pueblo  cultivará 
sus  características  propias  sin  ánimo  de  rivalidad,  sino  más  bien  con  el 
afán  de  enriquecer  el  acervo  de  la  civilización.  Las  diferencias  indivi- 
duales serán  motivo  de  estímulo  y  de  goce,  y  se  resolverán  sin  choques 
en  ti  anhelo  común  que  a  todos  nos  impele  hacia  arriba. 

I^a  riqueza  dentro  de  la  unidad,  esto  es,  el  individuo,  y  cada  estirpe 
es  como  un  género  en  la  multiplicidad  de  los  aspectos  de  la  belleza.  Y 
en  el  orden  moral  una  estirpe  se  constituye,  más  bien  que  por  la  sangre, 
por  las  ideas  y  la  especial  manera  de  concebir  lo  hermoso.  Este  modo 
de  considerar  el  proceso  de  la  historia,  no  se  funda  en  una  clasificación 
arbitraria,  sino  que  corresponde  al  mismo  proceso  del  espíritu  humano 
en  su  desarrollo  terrestre.  Primero  es  la  individualidad  dominada  por 
el  apetito,  gobernada  por  la  necesidad ;  después  la  inteligencia  amplía  la 
acción  del  yo  y  se  adapta  a  sí  misma  una  parte  del  mundo;  y  finalmente 
aparece  el  sentido  estético,  el  juicio  estético  distinto  y  superior  al  inte- 
lectual y  al  ético,  explorando  el  universo  para  construir  un  mundo  desin- 
teresado y  mejor  que  los  otros :  lejos  de  que  el  individuo  sea  un  producto 
y  consecuencia  de  su  medio,  el  milagro  de  la  conciencia  es  lo  que  cons- 


.  LA  VIDA  POLÍTICA  DE  LA  AMÉRICA  LATINA  408 

truye  y  transfigura  el  medio,  no  siendo  el  universo  más  que  una  ilusión 
nuestra,  una  especie  de  nebulosa  que  rodea  el  alma,  y  que  acaso  es  tra- 
sunto de   realidad   divina,   pero   no    la   realidad    misma. 

José  Vasconcelos. 

Ministro    de   Educación    Pública 
de  Méjico. 

iBl  Maestro,  de   Méjico) . 


Panamericanismo  y  compañía 

r^E  Méjico  se  nos  pide  la  inserción  de  este  artículo  de  nuestro  colaborador 
'-^  P.  García  Godoy,  aparecido  en  el  periódico  dominicano  Nacional-Moca 
(Setiembre   17  de   1921). 

Con  este  título  aparece  en  la  edición  de  Junio  de  la  muy  prestigiosa 
revista  Nosotros,  de  Buenos  Aires,  un  extenso  artículo  del  distinguido 
escritor  argentino  Alfredo  Colmo  en  que  estudia  principalmente  el  caso 
dominicano  "a  la  luz  de  los  datos  más  imparciales  que  me  ha  sido 
posible  encontrar",  según  dice  textualmente.  Los  tales  datos  son  por 
entero  erróneos.  El  artículo  de  Colmo  resulta  en  realidad  de  verdad 
un  colmo  de  inexactitudes  y  de  apreciaciones  enteramente  equivocadas. 
Creeríase,  al  leerlo  con  atención,  que  el  objetivo  primordial  del  notable 
intelectual  bonaerense  ha  sido  sino  justificarla  por  todos  conceptos  injus- 
tificable ocupación  militar  que  hoy  pesa  sobre  nosotros,  por  \o  menos 
atenuarla  en  un  sentido  \m  si  es  no  es  favorable  al  procaz  imperialis- 
mo yanqui.  Tal  cosa  resulta  por  todo  extremo  dolorosa  tratándose  de 
un  latino-americano  de  subidos  quilates  intelectuales  a  cuya  considera- 
ción reflexiva  no  puede  escapársele  que  el  violento  atropello  del  pueblo 
dominicano  es  pura  y  simplemente  un  caso  de  fuerza  brutal  y  agresiva 
cometido  a  mansalva  por  un  gobierno  inmensamente  poderoso  con  un 
pueblo   más   inmensamente   débil   e   inerme... 

Ese  "sentimiento  de  fulminación  contra  los  Estados  Unidos",  de  que 
habla  Colmo,  se  justifica  y  explica  por  razones  a  cual  más  concluyente. 
Veamos  parte  por  parte  los  graves  errores  en  que  incurre  el  distinguido 
intelectual  argentino.  Dice,  lo  que  no  es  ni  remotamente  verdad,  que 
"con  el  consentimiento  del  Presidente  Jiménez  los  Estados  Unidos  des- 
embarcaron 1.800  marinos  en  distintos  puertos",  y  agrega  más  adelante, 
refiriéndose  al  Presidente  interino  Dr.  Henríquez  y  Carvajal,  que  "co- 
mo este  pretendiera  ser  Presidente  contra  lo  convenido,  los  Estados 
L^nidos  ocuparon  militarmente  el  país"...  Todo  eso  es  falso  por  com- 
pleto. Justamente  por  no  querer  el  Presidente  Henríquez  convenir  en 
las  imposiciones  abusivas  de  los  Estados  Unidos,  fué  que  abandonó  hon- 
rosamente el  poder  en  que  estuvo  cerca  de  cuatro  meses  sin  sueldo  ni 
él  ni  ningún  empleado  nacional,  pues  dueños  los  yanquis  de  las  Adua- 
nas, principal  renta  nacional,  suspendieron  el  servicio  del  presupuesto 
para  así,  por  hambre,  constreñir,  lo  que  no  lograron,  a  que  el  gobierno 
del  Dr.  Henríquez  diera  su  aprobación  a  las  condiciones  lesionadoras 
de   la   soberanía   nacional   que   se   le   querían   imponer   coercitivamente. 

El  pretexto  para  la  Ocupación  invocado  en  la  proclama  a  que  hace 
alusión  el  escritor  porteño,  no  puede  ser  más  pueril  e  inconsciente.  Así 
lo  han  puesto  en  evidencia  en  los  mismos  Estados  Unidos  distinguidos 
escritores  norteamericanos.  Las  cláusulas  de  la  Convención,  de  carácter 
puramente  económico,  celebrada  con  los  Estados  Unidos,  se  cumplieron 
siempre  religiosamente  por  parte  de  los  dominicanos  aun  en  momentos 
de  turbulencias  y  luchas  de  nuestro  doloroso  y  vitando  personalismo  po- 


40á  NOSOTROS 

litico...  Y  refiriéndose  a  la  honorable  comisión  de  propaganda  domini- 
cana que  hace  poco  recorrió  los  países  del  Plata,  dice  Colroo,  con  equi- 
vocación estupenda,  que  esa  misión  por  representar  "menos  un  pueblo 
que  una  familia  dominante,  abre  margen  al  pensamiento  de  que  esa  mi- 
sión  va   ventilando   intereses   demasiado   propios   antes   que   públicos"... 

Falso  por  completo.  Esa  misión  representaba  el  querer  y  la  voluntad 
unánimes  del  pueblo  dominicano.  Y,  persistiendo  en  su  gravísimo  error 
de  apreciación,  dice  Colmo  que  "la  población  dominicana  no  sólo  no  ha 
hecho  sentir  su  resistencia,  sino  que  en  algunos  casos  ha  llegado  a  elo- 
giarla y  a  pedir  que  continúe.  Eso  así  de  parte  de  periodistas,  que  han 
gozado  de  libertad,  que  antes  no  tenían,  para  expresar  sus  opiniones. 
Eso  así  de  parte  de  los  comerciantes  e  industriales  que  han  podido  des- 
envolverse dentro  de  la  confianza  y  seguridad  que  inspira  una  situación 
no  turbada  por  revueltas,  antes  demasiado  frecuentes"...  ¿A  qué  copiar 
más?  ¿De  dónde  tomaría  Colmo  datos  tan  falsos?...  Por  circunstan- 
cias que  saltan  a  la  vista  sólo  pudo  oponerse  una  brevísima  resistencia 
?rmada  al  invasor  extranjero,  pero  la  resistencia  pacífica  a  aceptar  su 
dominio  ha  sido  tenaz,  firme- e  irreducible.  Ahora  mismo,  el  presidente 
Harding  ofrece  devolver  su  usurpada  independencia  al  pueblo  domini- 
cano, subordinando  su  ofrecimiento  a  condiciones  previas  que  reducirían 
a  poco  más  de  cero  nuestra  soberanía  nacional...  El  pueblo  dominica- 
no, con  ima  unanimidad  pocas  veces  vista  en  la  historia,  se  ha  erguido 
como  un  solo  hombre  para  rechazarla  altivamente.  Y  en  esa  noble  y 
patriótica  actitud  permanece. 

He  refutado  en  parte  (hay  más  digno  de  refutación)  el  artículo 
de  Colmo,  no  sólo  por  haberse  publicado  en  Nosotros,  revista  que  goza 
merecidamente  de  alta  autoridad  intelectual  y  moral  en  la  América  la- 
lina  y  de  la  que  me  honro  en  ser  colaborador,  sino,  principalmente,  porque 
las  falsas  apreciaciones  contenidas  en  el  artículo  de  referencia  no  sólo 
prueban  desconocimiento  del  caso  dominicano,  sino  que  tienden  a  des- 
\irtuar  la  opinión  en  un  sentido  desfavorable  a  nuestras  invariables 
aspiraciones  de  restauración  nacional...  En  meses  pasados  visitó  el  puer- 
to de  Santo  Domingo  el  acorazado  argentino  9  de  Julio,  siendo  recibido 
con  grandes  muestras  de  fraternidad  latino-americana  por  el  pueblo  do- 
minicano. Argentinos  y  dominicanos  se  confundieron  en  estrecho  y  pro- 
longado abrazo.  Y  es  que  no  obstante  la  inmensidad  de  los  mares,  sen- 
timos que  en  el  fondo  somos  uno  mismo,  que  procedemos  del  mismo 
tronco,  que  origen,  lengua,  tradiciones,  civilización,  nos  enlazan  gloriosa 
y  perdurablemente. 

Federico   García   Godoy. 


BIBLIOGRAFÍA 


LETRAS  FRANCESAS 

Batouala,    vcritahle  román  négre,  por  Rene  Maran. — Albin  Michel,  París. 

p  N  Francia  ha  sido  siempre  abundantísima  la  llamada  literatura  colo- 
*-'  nial.  Partiendo  de  Les  Civilisés,  del  admirable  Farrére,  y  La  divine 
chanson  —  Myriam  Harry  —  sin  remontarse  hasta  más  allá  de  "Bug- 
Jargal". —  citamos  al  azar  —  el  bibliófilo  encuentra  un  henchido  catá- 
logo para  todos  los  gustos.  Desde  la  lejana  Indo-China  hasta  el  cercano 
Túnez,  desde  la  isla  Mauricio  —  Alejandro  Dumas  también  llevó  su 
exhuberante  fantasía  al  océano  Indico  hasta  el  mar  de  las  Antillas  en 
que  Hugo  fué  a  buscar  teatro  para  su  primer  novela,  los  autores  fran- 
ceses han  explotado  todos  los  paisajes  coloniales  con  varia  maestría  y 
fortuna.  L'Atlantide  fué  el  íiltimo  paseo  de  gran  éxito  por  entre  los 
espejismos  del  Sahara.  Y  apenas  comenzaba  a  extinguirse  el  clamor 
de  la  caravana  admiradora  de  Antinéa,  aparece  ante  la  atención  pública 
Batouala,  traída  igualmente  a  la  fama  por  los  "Diez". 

En  medio  de  tan  profusa  producción  consagrada  a  tan  separados  y 
diferentes  países,  los  indígenas  propiamente  dicho  no  habían  encontrado 
hasta  hoy  su  novelista;  el  blanco,  europeo  o  criollo,  siempre  prevalecía 
en  las  ficciones,  ofreciendo  solo  en  sus  relaciones  con  el  medio  y  los 
autóctonos,  el  tema  básico  de  toda  esa  literatura.  Muy  secundariamente, 
aquí  y  allá,  algún  cuadro  de  colores  violentos  o  de  índole  sentimental, 
para  ofrecer  una  ligera  idea  del  elemento  nativo  en  su  propio  ambiente. 

Algún  recalcitrante,  estamos  seguros,  nos  preguntará  si  hemos  leído 
Fierre  Loti ...  Le  contestamos :  sí  señor  y,  a  veces,  leyéndole,  también 
nos  ha  ganado  el  aburrimiento.  Por  otra  parte  el  contraalmirante  Viaud, 
pinta  los  países  exóticos,  un  Japón  o  una  Turquía,  como  han  sido  vistos 
y  sentidos  por  él.  Y  nosotros  estamos  buscando,  y  pedimos,  un  Japón 
o  un  Congo  o  una  Argelia,  vistos  y  sentidos  por  un  japonés,  un  congolés 
o  un  argelino,  o  por  un  europeo  que  los  viera  y  sintiera  como  éstos  y 
cuyas  visiones  y  sensaciones  enfocaran  y  reflejaran  japoneses,  congo- 
leses o  argelinos,  con  alma  propia,  no  prestada  y  actuando  en  sus  propios 
medios. 

Rene  Maran,  negro  africano,  del  África  ecuatorial  francesa,  ha  llena- 
do el  vacío  con  Batouala,  donde  el  hombre  blanco,  el  europeo  coloniza- 
dor, no  desempeña  otro  papel  que  el  de  la  fatalidad.  En  Batouala  el  blan- 
co pasa  por  la  obra  como  la  Arlesiana  en  el  poema  dramático  de  Daudet 
que  lleva  ese  nombre. 

Y  Batouala,  premio  Goncourt  de  1921,  más  que  una  novela,  es  tam- 
bién  un   verdadero    poema   en   prosa.      El    mismo   autor,    olvidándose   del 


406  NOSOTROS 

subtítulo,  dice  de  su  libro  en  el  prólogo :  "II  n'est  á  vrai  diré,  qu'une 
succession  d'eaux  fortes",  y  realmente  no  podemos  encontrar  definición 
más  acertada.  * 

Pasamos  por  alto  el  valor  de  documento  político  que  Marán  quiere 
dar  a  su  obra  y  que  indudablemente  tuvo  en  cuenta  la  Academia  Gon- 
court.  La  "cuestión  negra"  no  es  de  hoy  en  los  países  donde  se  agita  la 
prolíf  ica  raza  y  sobre  todo  en  su  continente  de  origen ;  pero  está  fuera 
de  nuestro  alcance.  Limitémonos,  a  realzar  el  mérito  de  Baiouala,  que 
es  mucho,  como  obra  literaria. 

Manocl  Gahisto,  a  quien  Marán  le  dedica  su  libro,  a  raíz  del  otor- 
gamiento del  premio  Goncourt,  publicó,  en  la  edición  parisién  del  Diario 
de  A'otícias,  de  Lisboa,  un  artículo  en  el  cual  revelaba  interioridades  de  la 
carrera  literaria  del  nuevo  laureado.  Por  él  se  descubren  los  escrúpulos 
que  cambiaron  en  más  de  una  ocasión  las  páginas  inéditas  de  Batánala, 
persiguiendo  un  incesante  perfeccionamiento.  Según  propia  confesión, 
el  autor  durante  seis  años  trabajó  en  ella,  con  una  conciencia  cada  vez 
más  exigente,  para  hacerla  a  cada  nueva  corrección  más  objetiva,  ocul- 
tándose hasta  la  perfección  detrás  de  sus  documentos,  por  temor  de 
que  habiendo  recibido  él  una  educación  europea  y  vivido  largos  períodos 
de  tiempo  en  Francia,  involuntariamente  se  filtraran  sus  ideas,  sus  ex- 
presiones, sus  sentimientos,  entre  las  páginas  de  sus  manuscritos,  for- 
mados con  todo  lo  que  su  espíritu  observador  recogió  en  largos  paseos 
por  la  selva  congolesa. 

Fuerza  es  confesar  el  logro  de  ese  propósito;  el  lector  medianamente 
agudo,  el  viajero  avisado,  todos  aquellos  que  están  acostumbrados  a  ver, 
han  tenido  que  percibir  la  animada  fidelidad  con  que  Rene  Maran  trans- 
mite la  vida  angustiosa,  primitiva  y  selvática,  de  las  tribus  negras  del 
África  occidental  francesa. 

Acción  apenas  si  la  hay  en  Baiouala;  ella  es  simple  como  sus  perso- 
najes. Uno,  el  epónimo,  nos  dice :  "Travailler  peu,  ct  pour  soi,  man- 
ger,  boire.  et  dormir...",  mientras  otro  añade:  "Le  lit,  les  victualles,  le 
gateau  de  inanioc,  l'homme,  la  dance  et  le  tabac,  il  n'y  a  que  ga  de  vrai". 
Siendo  estos  sus  ideales,  idénticos  a  aquellos  que  en  todo  tiempo  agitaron 
la  tribu  en  los  cuatros  vientos  del  planeta  —  no  pueden  originar  otros 
movimientos  que  los  limitadísimos  de  orden  animal :  lucha  por  la  liber- 
tad. —  asegurando  con  ella  la  satisfacción  de  los  apetitos  —  por  el 
sustento  y  por  la  hembra.  Y,  a  lo  sumo,  como  concesión  al  orden  espi- 
ritual, y  en  virtud  de  sus  relaciones  inmediatas  con  el  animal,  la  preocu- 
pación del  múltiple  misterio  ofrecido  por  la  naturaleza  a  sus  mentalidades 
infantiles  cristalizada  en  algunas  leyendas. 

Poco,  en  verdad,  todo  ello,  para  construir  un  libro  interesante.  De 
ahí  el  mérito  de  Rene  Marán. 

Sagaz  observador,  espíritu  imparcial  ansioso  de  objetividad,  y  ser- 
vido por  finísima  sensibilidad,  con  estilo  original,  rico,  vigoroso,  remo- 
zado por  la  savia  silvestre  de  su  país,  presenta  una  sucesión  de  aguas 
fuertes  a  cual  más  inimitable.  Todas  son  de  brillante  colorido,  henchi- 
das de  sentimiento  pánico,  de  verismo ;  y  de  novedad  maguer  lo  primi- 
tivo del  medio.  Sorteando  la  pobreza  del  asunto,  por  que  como  ya  lo 
hemos  dicho  es  inevitable  si  se  quiere  guardar  fidelidad  en  la  copia, 
Marán  se  aplica  mientras  pinta  los  episodios  elementales  de  la  vida  de 
un  jefe  negro  venido  a  menos  por  causa  de  la  dominación  extranjera,  a 
ir  descubriendo  los  pensamientos  que  ocupan  ese  cerebro  rudimentario. 
De  esta  manera  es  fiel  a  la  escena,  al  personaje  y  a  su  propósito  político; 
de  una  y  otros  su  pluma  logra  darnos  exacta  idea.  Sus  descripciones  de 
la  manigua  tropical  expanden  un  vaho  de  bestia  y  de  flora  exótica  que 
fustiga  nuestro  civilizado  olfato  como  un  latigazo  de  aire  libre.     Cuando 


bibliografía  407 

sus  negros  hablan,  las  ideas,  la  terminología  y  los  símiles  son  perfecta- 
mente propios ;  el  autor  no  necesita  decir  quien  habla  2P''1U6  nadie 
fuera  de  un  negro  salvaje  puede  expresarse  así. 

Y  no  se  diga  que  este  verismo  le  resta  belleza  a  Batouala;  Marán  ha 
sabido  armonizar  humanamente  la  realidad  con  el  arte  llegando  en  ello 
a   la  perfección. 

Hay  cuadros  como  el  que  sirve  de  pórtico:  el  despertar  de  la  selva 
y  sus  pobladores,  animales,  hombres,  mujeres;  el  del  llamamiento  a  las 
fiestas  de  la  circuncisión,  y  la  misma  "ga'nza";  el  del  tornado  en  la 
naturaleza  y  la  tempestad  de  los  celos  en  las  mujeres ;  el  de  la  lluvia, 
divinidad  de  los  bosques ;  el  del  deseo  y  el  adulterio ;  el  de  la  caza  por 
el  fuego;  el  de  muerte  de  Batouala  y  de  su  padre,  —  he  citado  casi 
todo  el  libro  —  que,  bien  unidos  por  el  nexo  novelesco  o  ya  solos,  como 
piezas  de  antología,  revisten  la  belleza  suficiente  para  que  cualquiera  de 
ellos  consagre  a  quien  los  hizo. 

Una  vez  más  la  Academia  Goncourt,  conservando  su  pura  tradi- 
ción, ha  ungido  justicieramente  a  un  autor  del  que  se  pueden  esperar 
muchas  cosas.  ¡  Qué  Maran  no  f  ruste  nuestras  predicciones  y  nuestro 
juicio  de  hoy ! 

E.  SuÁREZ  Caumano. 


Les    Taupes,   por  Francis  de  Miomandre.  —  Emile  Paul,  fréres,  1922. 

"H  ^^  gentes  a  quienes  hace  mal  la  felicidad  ajena",  oímos  decir  todos 
'  *  los  días.  Y  muchos  sabemos  de  algún  caso  de  intoxicación  seme- 
jante, a  poco  que  hayamos  vivido  y  por  junto  a  nosotros  haya  pasado,  es- 
ijuiva  y  casquivana,  la  tan  adorada  Diosa. 

A  esas  gentes  "felicífobas"  Ha  querido  pintar  en  su  novela  "Les  Taupes" 
nuestro  colaborador  Francis  de  Miomandre,  eligiendo  para  sus  personajes 
el  ambiente  provinciano,  ese  ambiente  tan  admirablemente  observado  y  des- 
cripto  por  los  grandes  novelistas  franceses  del  siglo  pasado  en  tantas  obras 
maestras  de  la  literatura  universal. 

Es  indudable  que  Miomandre  ha  elegido  deliberadamente  la  provincia 
como  teatro  de  su  obra,  porque  tal  vez  sólo  en  ese  medio  retardado  y  con- 
servador pueda  ser  realidad  su  ficción.  La  provincia,  en  Francia  y  un  poco 
también  en  todas  partes,  ha  conservado  sus  características  a  través  de  todlas 
las  evoluciones.  Así  como  en  medio  de  los  océanos  hay  zonas  hasta  donde  no 
llega  el  inquieto  trabajo  de  los  vientos  y  de  las  aguas,  en  medio  de  las 
naciones  —  entendiendo  las  capitales,  las  grandes  ciudades,  por  periferia 
espiritual  —  se  encuentran  esos  "mares  de  los  sargasos".  A  su  alrededor 
pueden  realizarse  los  más  complicados  cultivos  de  ideas  y  germinar  las 
más  exóticas  simientes  que  en  ellos  sólo  arraigará  el  grano  indígena. 

Este  hecho  únicamente  es  celebrable  cuando  del  grano  así  arraigado 
fabrícase  la  saludable  levadura  depuradora ;  cuando  la  provincia  es  la  re- 
serva enérgica  que  las  naciones  echan  en  la  balanza  en  los  momentos  deci- 
sivos de  sus  crisis.  Pero  no  así  cuando  el  hermetismo  obstinado  a  toda 
mezcla  trae  consigo  el  debilitamiento,  la  esterilización.  Hay  dos  zonas  bien 
definidas  dentro  de  toda  provincia.  — ¿  Necesitaremos  repetir  que  damos  al 
vocablo  la  acepción  de  espiritual?  —  La  provincia  levadura  y  la  provin- 
cia polilla :  una  que  es  fuerza  activa,  la  otra  que  es  fuerza  negativa,  la 
provincia  que  se  abre  lenta  pero  concienzudamente  a  la  evolución  y  la  que 
ni  siquiera  se  niega  a  ella  porque  negarse  significaría  acción. 

En  esta  provincia  estática  en  la  cual  las  gentes  viven  entregadas  a  sus 
pequeñas  pasiones,  incapaces  de  abrir  las  puertas  de  su  curiosidad  y  de  su 
comprensión  —  al  fin  seres  humanos,  alguna  tendrán  —  más  allá  de  sus 


408  NOSOTROS 

mezquinos  intereses,  en  esta  provincia  ya  tan  conocida  a  través  de  los  gran- 
des escritores  que  la  inmortalizaron,  viven  los  personajes  de  Miomandre, 
algunos  de  los  cuales  son  retratos  vigorosos,  de  pinceladas  definidas. 

A  las  señoritas  Eulalie  y  Lucienne  Louvicourt,  los  topos  de  la  novela, 
molesta  la  felicidad  de  quienes  las  rodean  y  a  destruirla  concienzudamente 
van  sus  esfuerzos,  imas  veces  por  puro  espíritu  de  malignidad,  otras  ven- 
gando lo  que  ellas  creen  un  atentado  a  sus  derechos.  Sus  propósitos  siem- 
pre se  logran,  no  tanto  por  la  eficacia  de  la  acción  que  desenvuelven  las 
señoritas  Louvicourt  como  por  la  fuerza  de  las  circunstancias  acumuladas 
providencialmente  en  favor  de  ellas.  Las  dos  solteronas  son  tipos  en  los 
que  Miomandre  ha  puesto  todo  el  amor  del  novelista  y  por  eso,  entre  los 
de  su  novela,  son  los  que  tienen  más  humano  realce.  Eulalie  y  Lucienne 
viven  para  su  labor  de  topos,  socavando  a  cada  ocasión  propicia 
el  terreno  en  que  operan  aquellos  a  quienes  van  dirigidos  sus  tiros ;.  las 
alimenta  esa  envidia  de  las  mujeres  insignificantes  que  llegaron  a  los  veinti- 
cinco sin  despertar  a  su  paso  ni  la  mirada  codiciosa  de  los  hombres  ni  la 
inquisitiva  de  las  mujeres.  Por  eso  les  molesta  el  amor,  la  alegría,  la  salud, 
el  bienestar  material  de  los  demás.  Y  en  vez  de  aplicarse  a  buscar  para 
sí  todos  esos  dones  que  la  vida  a  veces  niega  un  poco  y  al  final  acuerda, 
encarnízanse  en  arrebatarlos  a  quienes  los  poseen,  no  para  gozarlos  ellas, 
lo  cual  siempre  sería  una  niíuiera  de  obtenerlos  —  manera  algo  reñida, 
es  cierto,  con  las  buenas  costumbres,  pero  al  fin  y  al  cabo  manera  —  sino 
por  el  placer  de  que  nadie  ostente  lo  que  ellas  no  pueden  ostentar. 

Sin  afianzárseles  si  pueden  lograr  lo  que  hacen  perder  a  los  demás,  es 
decir,  sin  que  su  acción  haya  tenido  conciencia  del  fin,  la  casualidad  bien 
aprovechada  —  llamémosla  la  suerte  —  quiere  otorgarles  un  bien  de  cuya 
propiedad  contribuyeron  a  desposeer  a  sus  dueños  legítimos.  Y  ahí  culmina 
la  labor  que  se  impusieron,  después  de  haberse  debatido  largo  tiempo  en  la 
sordidez  de  sus  almas  huérfanas  de  afecciones,  3e  luz,  de  horizontes,  aunque 
sea  la  suya  una  victoria  de  Pirro. 

Es  muy  amarga  la  tesis  del  señor  de  Miomandre.  Ante  las  maquina- 
ciones de  sus  topos  contra  los  personajes  que  encarnan  todo  lo  contrario 
que  las  señoritas  Louvicourt,  éstos  apenas  resisten  o  defienden  sus  inte- 
reses, su  amor,  lo  que  constituye  la  razón  de  ser  de  sus  vidas.  Los  mismos 
topos  también  ie  hunden  en  la  esterilidad  y  la  ruina,  cuando  el  que  para 
ollo§  es  un  triunfo  podía  haberles  dado  aplomo  en  su  marcha  por  la  nueva 
senda.  Sobre  toda  la  acción  planea  una  nube  de  pesimismo,  de  desencanto, 
de  anulación.  Allí  nadie  alcanza  a  coronar  un  esfuerzo  porque  nadie  lo 
(juiere  con  firmeza.  Los  únicos  que  así  lo  aparentan,  terminan  claudicando 
por  egoísmo,  por  ceguera. 

Sombríos  los  colores  del  cuadro.  Miomandre  ha  puesto  todos  los  gri- 
ses de  su  paleta  en  acabarlo.  Sólo  al  amor  legitimado  —  que  legítimos  lo 
son  todos  —  parece  concederle  un  claro  en  el  horizonte,  después  de  la  de- 
rrota, cuando  uno  de  los  personajes  dice: 

— "Eux  du  mojns,  il  ont  l'espoir..." 

El  mismo  que  a  renglón  seguido  comenta,  por  sí  mismo,  melancólica  y 
amargamente : 

— "Tout  le  monde  n'a  pas  l'espoir". 

,  E.  SuAREz  Cai,imano. 


bibliografía  409 


ARTE 

Quelques  Peintres  du  Temps  Présent,  por  Georges  Turpin.  —  Editions 
de  la  Revue  Littéraire'et  Artistique,  París,   1922. 

p  N  el  reducido  albergue  de  59  páginas  nos  presenta  Turpin  a  Georges 
*^  Barat  Levraux,  Maurice  Barbey,  Elisée  Cavaillon,  Roland  Chavenon, 
Margueritte  Crissay,  Paul  C.  Delaroche,  André  Favory,  Antoine  Fierre  Gal- 
lien,  Gilardoni,  Máxime  Juan,  André  lyhote,  Jean  Peské,  Henry  Ramey  y 
P.  ísern  y  Alié,  en  total  catorce  pintores.  Y  todavía  queda  espacio  para 
unas  cuantas  ilustraciones. 

Todo  esto  quiere  decir  que  son  a  la  manera  de  notas  de  catálogo,  jui- 
cios relámpagos,  impresiones  de  exposición,  las  páginas  consagradas  a  cada 
pintor  de  los  citados.  Sin  embargo,  el  señor  Turpin  consigue  darnos,  a 
veces,  una  sumaria  idea  de  la  orientación  pictórica  y  del  acierto  con  que  a 
su  juicio  la  persiguen  los  artistas  a  quienes  juzga.  Y  esas  veces  son  cuan- 
do logra  apartarse  de  la  nota  literaria,"  hecha  a  base  de  palabras  más  o 
menos  bellamente  engarzadas,  y  entra  en  el  campo  de  la  verdadera  especu- 
lación estética,  confronta  escuelas,  habla  de  arte,  ejecución,  colores,  combi- 
naciones, sin  empeñat-se  mucho,  a  su  vez,  en  querer,  él  también,  hacer 
cuadros  con  la  pluma. 

Claro  está  que  en  59  páginas  sobre  14  pintores,  es  cuantitativamente  im- 
posible lograr  este  ideal  de  la  crítica  artística,  a  menos  de  poseer  un  don 
sobrenatural  concisión. 

Por  eso  hemos  dicho  "una  sumaria  idea".  Si  el  señor  Turpin  hubiera 
suprimido  nombres  de  una  parte  y  de  otra  ampliado  detenidamente  el  es- 
pacio que  consagra  a  otros,  los  lectores  se  lo  hubieran  agradecido  mucho 
más,  con  el  consiguiente  beneficio  para  su  obra. 

Esperemos  que  para  la  próxima  ocasión  así  sea. 

E.  S.  C. 


Las  sonatas  para  piano  de  Beethoven.  Su  historia  y  análisis,  por 
Ernesto  de  la  Guardia.  —  Asociación  Wagneriana  de  Buenos  Aires, 
1922. 

UN  filósofo  español  ha  dicho  últimamente  de  Beethoven  algunas  he- 
rejías, pero  fuerza  es  confesar  que  ellas  tienen,  un  poco,  carácter 
de  reacción  contra  el  dilettantismo  novelero  que  en  todas  partes  exclama: 
¡  Ah,  Beethoven,  el  claro  de  Luna,  la  patética,  la  novena ! . . .  poniendo  los 
ojos  en  blanco,  porque  ha  oído  decir  que  es  de  buen  gusto  alabar  al  for- 
midable sordo. 

En  esta  chidad,  llamada  "Conservatrópolis"  justicieramente,  el  dilet- 
tantismo musical  alcanza  proporciones  inusitadas,  que  cuidan  de  desarro- 
llar en  provecho  propio  un  sinnúmero  de  comerciantes  en  arte.  A  los 
ojos  del  extranjero  Buenos  Aires  ha  de  parecer  la  ciudad  más  musicófila 
del  mundo,  tanto  por  la  cantidad  de  gente  que  concurre  a  los  lugares 
donde  algún  instrumento  hace  ruido,  cuanto  por  el  bullicio  con  que  esas 
multitudes  exteriorizan  su  entusiasmo.  La  mayoría  son  mujeres  —  hoy 
es  ardua  la  caza  del  marido  —  lo  que  hace  más  extraño  tales  apasiona- 
mientos  febriles... 

Alguien  preguntará :  ¿  de  qué  manera  sería  posible  remediar  el  mal  ? 
Y  nosotros  contestaríamos :  aprovechándolo.  Si  toda  esa  energía  fuera 
encaminada  hacia  el  estudio  metódico  y  razonado  de  la  música,  a  la  edu- 


410  NOSOTROS 

cación  de  la  sensibilidad,  en  vez  de  niñas  cursis  y  pollos  almibarados 
que  van  en  gran  mayoría  a  lucirse  en  las  salas  de  conciertos,  veríamos 
seres  humanos  emocionados  en  cuyos  ojos  se  encendería  esa  llama  que 
brilla  más  tranquilamente  cuanto  más  intenso  es  el  fuego. 

Pero  quienes  oficialmente  tienen  el  deber  de  cumplir  tareas  seme- 
jantes las  han  abandonado  en  manos  mercenarias  y  quienes  por  hacer 
oficio  de  críticos  han  podido  cooperar  a  tan  necesaria  obra  escasos  andan 
de  medios  con  que  realizarla.  No  es  un  secreto  para  nadie  que  la  crítica 
musical  y  la  artística,  son  hechas  en  Buenos  Aires  a  base  de  retórica, 
por  personajes  campanudos,  salvo  excepciones  contadísimas  y  honrosí- 
simas. 

Lo  que  en  medio  de  todo,  casi  es  disculpable :  también  la  música  y 
los  cuadros  y  las  esculturas  hace  buen  rato  que  a  base  de  literatura  se 
están  haciendo,   j  Oh  los  poemas  de  sonidos,   los  sonetos  de  luces ! . . . 

De  las  excepciones  honrosísimas  a  que  acabamos  de  aludir  una  es 
Ernesto  de  la  Guardia.  En  1916  la  Sociedad  Wagneriana  hizo  eje- 
cutar para  sus  socios  las  treinta  y  dos  sonatas  de  Beethoven,  que  fueron 
comentadas  y  explicadas  al  público  —  haciendo  obra  de  profilaxis  tan 
indispensable  en  el  montón  de  los  dilettantis  —  por  Ernesto  de  la  Guar- 
dia. Los  apuntes  utilizados  entonces  para  tal  fin,  le  han  servido  de  base 
a  su  libro  Las  Sonatas  para  piano  de  Beethoven,  llegado  en  estos  días 
a  nuestra  mesa. 

Como  "una  obra  de  carácter  especialmente  pedagógico"  la  presenta 
su  autor.  Si  la  crítica  debe  ser  positiva  su  más  alto  fin  es  el  pedagó- 
gico. ¿Cúmplese  el  propósito  de  este  libro?  Por  entero.  Las  sonatas 
TARA  PIANO  DE  Bkethovkn  cs  uua  obra  orgánica,  constructiva,  llena  de 
sólida  erudición  y  de  buen  gusto,  condiciones  ambas  tan  difíciles  de  reunir. 
Cumple  la  misión  pedagógica  que  le  señalara  de  la  Guardia,  por  su  ten- 
dencia histórica,  de  análisis  técnico  y  de  crítica  a  la  vez,  que  le  da  valor 
de  obra  consultiva.  La  bibliografía  —  ya  tan  nutrida,  acerca  de  Beethoven, 
cuenta  desde  ahora  con  una  obra  más  fundamental. 

La  parte  puramente  histórica  puede  ser  leída  por  un  profano  en 
técnica  musical  y  la  encontrará  interesantísima;  las  páginas  destinadas, 
a  la  vez,  al  análisis  técnico  y  la  crítica  interpretativa,  están  más  directa- 
mente dirigidas  a  quienes  ya  posean  los  conocimientos  necesarios  para 
comprender  al  maestro  y  a  su  comentarista. 

Este  libro,  aparecido  en  el  momento  en  que  Risler  ejecuta  con  su 
reconocida  maestría  las  treinta  y  dos  sonatas  en  el  teatro  Avenida,  pro- 
porciona a  los  estudiosos  de  Buenos  Aires,  que  también  los  hay  y  en  can- 
tidad, la  ocasión  única  de  seguir  un  verdadero  curso  teórico-práctico  de 
la  sonata,   guiados  por  dos  maestros. 

E.    S.    C. 


LAS  REVISTAS 


¿Lengua   castellana   o   lengua   española? 

CJabriKl  Alomar  ha  publicado  en  "Vida  Nueva"  el  articulo  que  repro- 
^  ducimos. 

La  Real  Academia  Española  ha  decidido  cambiar  la  designación  tra- 
dicional de  "lengua  castellana"  por  la  de  "lengua  española".  No  se  crea 
que  esta  determinación  es  cosa  baladí.  Considero  inexcusable  una  expli- 
cación de  los  motivos  que  hayan  originado,  porque,  seguramente  han  in- 
fluido en  ella  las  intenciones  políticas,  mucho  más  que  las  precisiones  cien- 
tíficas. Por  lo  demás,  ya  los  periódicos  revelaron  que  no  se  ha  llegado  a 
esa  innovación  sin  un  previo  debate  acalorado  entre  los  académicos. 

He  de  comenzar  pidiendo  excusa  a  este  periódico  por  las  disparidades 
que  pueda  haber  entre  su  criterio  y  el  mío.  Creo  que  mi  ya  abundante 
producción  castellana  rne  autoriza  a  hablar  de  estas  materias  con  la  in- 
dispensable libertad  de  espíritu.  Aseguro  a  mis  lectores  que  ningún  rastro 
de  pasión  catalanista  moverá  mi  pluma. 

Si  el  cambio  de  la  expresión  "lengua  castellana"  por  "lengua  espa- 
ñola" no  indica  más  que  el  prevalecimiento  de  la  forma  dialectal  caste- 
llana sobre  sus  derivadas,  sobre  las  formas  léxicas,  fraternales  o  filiales, 
como  lenguaje  de  cultura  ("sermo  nobilis")  o  selección  simpática  de  sus 
dialectos  específicos,  el  neologismo  "lengua  española"  me  parecería  acep- 
table. Por  un  uso  análogo,  en  Italia,  el  triunfo  del  toscano  sobre  sus  dia- 
lectos congéneres  lo  transformó  en  lengua  italiana,  como  idioma  de  cultura 
nacional,  por  encima  de  sus  múltiples  formas  populares  y  vivas.  Así  tam- 
bién quedó  como  lengua  griega  de  cultura  la  forma  dialectal  ática,  preva- 
leciendo sobre  las  otras  formas  homogéneas  del  pueblo  heleno.  El  caso 
de  la  lengua  francesa  es  diverso,  porque  ella  recibió  su  nombre  de  la  isla 
de  Francia;  como  la  isla  de  Francia  extendió  el  suyo,  generalizándolo  a 
todo  el  Estado  que  se  formó  sobre  la  mayor  parte  de  la  antigua  Galia.  A 
nadie  se  le  ocurriría,  en  cambio,  llamar  lengua  británica  al  inglés,  exclu- 
yendo Jos  grupos  célticos  del  archipiélago. 

Pero  admitiendo  la  expresión  "lengua  española",  nos  encontraremos 
con  una  generalización  incompleta,  porque  no  abarca  toda  la  amplitud  geo- 
gráfica de  la  lengua  castellana  en  la  riqueza  gloriosa  de  su  prole  ameri- 
cana. vSi  hay  una  aparente  desproporción  entre  el  calificativo  de  "castella- 
na" y  la  extensión  "española"  de  la  lengua,  mucho  más  la  habrá  entre 
su  calificativo  de  española  y  su  radio  internacional  que  abarca  dos  conti- 
nentes. Por  una  visión  menguada,  por  una  confusión  infantil  e  indocta 
entre  la  extensión  material  y  la  grandeza  ideológica,  ha  querido  conver- 
tirse la  designación  regional  de  castellana  en  designación  nacional  de  es- 


412  NOSOTROS 

pañola;  pero  siguiendo  el  mismo  criterio,  debería  buscarse  ahora  otro  cali- 
ficativo más  alto,  más  genérico,  a  fin  de  dar  categoría  internacional  o  de 
raza  a  la  nueva  designación  geográfica.  Y  si  se  dice  que  el  nombre  de 
lengua  española  es  una  designación  honorífica  para  expresar  el  origen  pa- 
trio, con  mayor  motivo  debe  conservarse  la  misma  honorífica  designación 
en  favor  de  Castilla,  mucho  más  teniendo  en  cuenta  que  asi  se  observa 
mayor  fidelidad  histórica  y  filosófica. 

Pero  examinemos  ahora  la  cuestión  desde  un  punto  de  vista  muy  di- 
verso. Si  decimos  "lengua  española"  ¿hablaremos  con  propiedad?  De  nin- 
gima  manera ;  y  ahí  está  precisamente  el  alcance  político  y  extracicntífico 
de  la  cuestión.  ¿Es  el  castellano  la  única  lengua  española?  El  resto 
de  las  formas  léxicas  que  hablan  los  españoles  ¿  son  "dialectos",  esto  es, 
variedades  del  castellano,  modos  concretos  de  un  idioma  que  los  comprende 
a  todos  en  implícita  luiidad?  Esta  es  una  cuestión  científica  y  técnica;  no 
una  cuestión  que  pueda  resolverse  por  un  úkase  oficial.  Todo  el  que  tenga 
nociones  de  geografía  filológica  sabe  que  existen  en  España  tres  idiomas 
vivos :  el  central,  el  oriental  y  el  occidental.  El  primero,  que  es  el  mayor 
de  extensión,  es  el  castellanp,  el  segundo  es  el  catalán  con  sus  variedades 
locales ;  el  tercero  es  el  galaico  portugués.  Dejo  aparte  el  idioma  vasco, 
que  no  pertenece  al  sistema  común  de  las  lenguas  europeas. 

Estas  tres  lenguas  son  expresión  respectiva  de  grupos  nacionales  ét- 
nicas diversos  que  no  corresponden  exactamente  a  las  fronteras  actuales 
del  Estado.  De  modo  que  el  calificativo  de  nacionalidad  o  nación  no  tiene 
el  valor  histórico  gue  le  dan  los  que  la  confunden  con  el  Estado,  como  si 
el  ser  o  no  nación  dependiera  de  las  disposiciones  oficiales ;  ni  la  categoría 
de  idioma  equivale  a  la  oficialidad  de  un  léxico.  Muy  al  contrario :  la  cua- 
lidad de  "oficial",  atribuida  a  im  idioma  en  vez  de  añadirle  importancia 
esencial  le  comunica  el  peligro  de  los  envaramientos  y  rigideces  académicas 
de  los  prosaísmos  vagos,  inexpresivos  y  burocráticos ;  le  pone  en  trance  de 
petrificación  y  estatismo  quitándole  aquella  virtud  dinámica,  aquella  viva 
agilidad    productora  de  futuras  e  infinitas  transformaciones. 

Una  de  esas  intrusiones  de  oficialismo,  de  academicismo  glacial,  es  la 
que  acaba  de  sufrir  la  lengua  castellana.  Ello  se  debe  a  la  desvirtuación 
lenta  que  ha  sufrido  también  la  Academia,  en  la  cual  predominan  los  pro- 
fanos, los  curanderos  venidos  del  mundo  político,  sobre  los  técnicos  y  los 
artistas.  De  aquí  que  haya  podido  producirse  ese  rescripto  imperial  tan 
claramente  tendencioso. 

Tendencioso  ¿de  qué?  Voy  a  decirlo  en  una  palabra  duramente  propia: 
de  separatismo.  No  reconociendo  como  lengua  española  más  que  el  caste- 
llano, es  evidente  que  quedan  excluidos  (aparte  del  vasco)  el  galaico  y  el 
catalán.  Y  conviene  ahora  advertir  que  con  el  catalán  ha  pasado  un  fenó- 
meno parecido  al  de  esa  intrusión  política  en  terreno  técnico.  En  las  re- 
giones cuyo  lenguaje  es  derivación  dialectal  del  idioma  catalán,  como  las 
Baleares  y  Valencia,  un  indocto  prurito  de  diversificación  o  personalismo  ha 
querido  que  aqtiellas  variedades  léxicas  apareciesen  como  entidades  con  vida 
independiente  y  propia;  y  así  se  ha  querido  hablar  de  lengua  mallorquína, 
y,  sobre  todo,  de  lengua  valenciana.  ¡  Absurda  pretensión  I  Otras  veces,  re- 
curriendo a  un  sistema  inverso  con  el  mismo  fin  disimulador,  se  ha  querido 
presentar  a  esos  dialectos  de  catalán  como  productos  de  ima  imaginaria 
unidad  "lemosina",  para  evitar  así  la  primacía  histórica  y  metropolitana  de 
Cataluña.       Todo  eso  son  debilidades  e,  infantilismo  provincianos. 

Lo  positivo  es  que  ahora  ha  querido  excluirse  de  la  integridad  cultural 
(entiéndase  bien,  "cultural")  española,  a  Vasconia,  a  Galicia,  y  a  Cataluña 
en  toda  la  amplitud  de'  sus  dominios  léxicos.  Y  como  yo  me  precio  de  ser 
un  fuerte  admirador  de  la  lengua  castellana,  pero  también  un  filial  adepto 
de  mi  lengTia  nativa,  de  mi  lengua   familiar  y  poética,  que  es  el  catalán. 


-LAS  REVISTAS  413 

no  puedo  dejar   pasar   sin   mi   protesta  la  indirecta  expulsión  que  contra 
nosotros  se  dicta. 

Y  voy  a  terminar  citando  un  texto  venerable  que  en  esta  cuestión  de- 
bería ser  definitiva.  Dice  así,  refiriéndose  a  la  expresión  de  "lengua  espa- 
ñola" :  "Frase  mal  sonante  y  rara  vez  oída  de  nuestros  clásicos  que  se  pre- 
-  ciaron  siempre  de  escribir  el  castellano.  Tan  española  es  la  lengua  catalana, 
como  la  castellana  o  la  portuguesa".  ¿  Sabéis  quien  es_  el  autor  de  esas 
palabras  contundentes?  Don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo,  en  "La  ciencia 
española". 

Las  canciones  japonesas  de  Strawinsky. 

p  N  Cosmópolis   (.Junio)  se  ha  publicado  el  siguiente  artículo  de  Adolfo 
'-'    Solazar : 

No  voy  a  insistir  ahora  en  una  cosa  de  todos  conocida :  en  la  influen- 
cia que  el  arte  oriental  y  extremo  oriental  ha  ejercido  sobre  tantos  artistas 
europeos,  sobre  los  modernos  muy  especialmente  y  en  un  grado  particula- 
rísimo en  Igor  Strawinsky.  He  aquí,  ahora,  un  ejemplo  temprano  de  su 
producción  y  que  cuenta  ya  diez  años  de  fecha,  y  comparársele  si  se  quie- 
ren hacer  finas  deducciones  con  sus  últimas  obras,  serán  estas  las  canciones 
acompañadas  por  instrumentos  diversos,  las  pequeñas  piezas  de  curiosas 
orquestaciones,  o  las  simples  "piezas  para  clarinete  sólo"  las  cuales  pueden 
servir  como  testimonio  sintomático  en  la  busca  del  "perfil  actual".  Me 
refiero  al  hablar  de  esa  obra  temprana  de  Strawinsky  a  sus  deliciosas  Tres 
poesías  de  la  lírica  japonesa,  en  las  que  la  voz  de  soprano,  está  envuelta 
por  una  sutil  red  musical  tejida  por  dos  flautas,  dos  clarinetes,  piano,  dos 
violines.  viola  y  violonchelo. 

En  los  casos  más  inteligentes  la  influencia  oriental  que  se  ejerce  sobre 
nuestro  mundo  más  occidental,  es  menos  cuestión  de  temperamento,  de 
raza,  ni  de  gusto  de  coleccionista  de  cosas  exóticas,  que  cuestión  de  fino 
sentido  de  línea,  por  la  claridad  sintética  y  la  concisión  tan  sabrosamente 
expresiva  de  ese  arte  lejano  que  incitan  al  occidental  a  buscar  una  manera 
de  expresión  análoga — pero  no  semejante,  esto  es,  no  reproducción  de  ella — 
y  cuyo  efecto  instantáneo  en  el  artista  que  le  siente  es  un  indefinible  sabor 
de  ironía  que  queda  en  el  fondo  de  su  concepto. 

Por  temperamento,  Strawinsky  es  un  oriental.  Por  su  cultura,  es  un 
occidental ;  dándose  en  él  entonces  reunidas,  su  doble  influencia  que  el 
orientalismo  ejerce  en  los  artistas.  Un  orientalismo  "próximo"  a  su  raza 
y  otro  orientalismo  "extremo",  a  causa  de  su  condición  de  occidental.  Por 
ambos  motivos,  una  mezcla  exquisita,  rara,  única.  Y  puede  encontrarse  uu 
ejemplo  de  ello — cardenalicio  bocado — en  las   Tres  canciones  japonesas. 

Por  nada  del  mundo  hay  en  ellas  un  intento  de  reproducción  del  am- 
biente, de  descripciones  de  paisaje.  Y  sin  embargo  existen  claras  intencio- 
nes alusivas  al  sentido  de  los  breves  poemitas.  ¡Pero  de  qué  manera  esti- 
lizadas !  ¡  Con  qué  fino  sentido  irónico  están  manejadas  y  con  qué  aguda 
sonrisa  están  cantadas  sus  frases ! 

Pero  apenas  podría  comprenderse  bien  la  intención  de  Strawinsky  al 
poner  en  música  esas  breves  gotas  poéticas — deliciosamente  irisadas  y  lle- 
nas de  perfume,  sin  tener  previamente  un  concepto  definido  de  lo  que  la 
poesía  japonesa  supone  y  de  sus  principales  características.  El  señor  W.  G. 
Astón,  autor  de  un  manual  muy  conocido  nos  informa  ya  de  que  la  poeáía 
japonesa,  tan  eminentemente  distinta  de  la  europea,  restringida  tanto  en  su 
alcance  como  en  sus  recursos,  es  notable  particularmente  por  sus  limita- 
ciones ;  por  lo  que  no  tiene,  más  que  por  lo  que  posee  realmente.  No  Iiay 
en  japonés  largas  poesías  ni  huellas  de  poemas  épicos.  Auno  los  poemas 


414  NOSOTílOS 

narrativos  son  muy  cortos,  y  solamente  hasta  el  siglo  xiv  no  aparece  la 
poesía  dramática.  La  poesía  japonesa,  reducida  al  corto  poema  lírico,  pue- 
de, a  íalta  de  otro  término  mejor,  ser  considerada  como  lo  que  se  llama 
en  literatura  epigramas.  Es  esencialmente  la  expresión  de  una  emoción, 
añade  exactamente  su  escritor.  Y  en  el  cambiante  panorama  de  la  natura- 
leza, reducido  a  unos  términos  exquisitos  lo  que  constituye  preferentemente 
para  el  japonés  fuente  de  sus  emociones  poéticas.  Jamás  se  encuentra  en 
esa  poesía  una  representación  del  amor,  por  discreta  o  velada  que  estu- 
viese. En  su  lugar,  la  lluvia,  las  primeras  nieves,  el  monte  Fusi-Jama,  el 
cerezo  en  flor,  las  ramas  floridas  del  ciruelo,  los  patos  silvestres,  las 
rosadas  neblinas  primaverales...  Son  temas  exquisitos  y  constantes,  a  los 
que  dan  una  música  especial  la  triste  queja  del  Hototoghisu,  el  cú-cú  ja- 
ponés, o  la  larga  melodía  del  Ugüisu  ruiseñor  de  aquellas  latitudes. 

A  su  significación  espiritual,  añádase  la  forma  particular  de  esas  pe- 
queñas obras  y  su  prosodia  particular,  donde  a  la  simplicidad  extremada 
del  ritmo  se  una  la  falta  total  de  la  rima.  En  el  refinamiento,  en  la  elec- 
ción de  los  vocablos,  en  su  enlace  esencialmente  musical  en  la  delicadeza 
suma  de  la  expresión  y  en  la  delicadeza  de  los  conceptos,  en  lo  que  se  fun- 
damenta esa  poesía,  Strawinsky,  además  de  todas  esas  cualidades,  ha  tenido 
en  cuenta  muy  especialmente  que  en  la  poesía  japonesa  no  existe  la  suce- 
sión regular  de  silabas  acentuadas  y  no  acentuadas,  peculiar  a  la  poesía 
europea,  y  que,  teniendo  en  japonés  todas  las  vocales  la  misma  longitud, 
no  existe,  en  consecuencia,  la  cantidad.  Esa  uniformidad  en  la  acentuación 
ha  sido  considerada  como  un  paralelo  a  la  falta  de  perspectiva  de  la  pintu- 
ra japonesa,  cuya  influencia  en  el  arte  europeo  actual  ha  sido,  como  se 
sabe,  muy  importante. 

Cuando  Strawinsky  puso  en  música  esas  cancioncillas,  no  estaba  aún 
de  moda  entre  los  poetas  franceses — y  españoles — el  ílai-Kai  de  cuyas  bre- 
ves delicias  hay  multitud  de  ejemplos  en  el  ya  famoso  librito  de  Paul- 
Lonís  Conchoud  Sages  et  Poetes  d'Asie,  con  sus  tres  versos  de  cinco,  siete 
y  cinco  sílabas  (¡un  poema  de  diecisiete  sílabas!)  ¡Qué  imponderable 
confetti  poético!  Pudo  verse  el  efecto  producido  por  esa  fresca  lluvia  de 
poesía  en  los  poetas  de  la  Nouvelle  Revtie  Frangaise  cuando  intentaron  re- 
producirla en  su  jardín ;  o  bien  en  La  Pluma  madrileña,  que  publicó  alguna 
proposición  para  occidentalizarla.  Naturalmente,  los  músicos  de  hoy  no 
podían  permanecer  mudos  ante  esas  incitaciones,  sobre  todo  después  del 
ejemplo  de  Strawinsky. 

No  fueron  Hai-Kais  los  poemillas  que  este  músico  transportó  a  un 
arte  todo  luz  y  brillo  de  cristal,  sino  otro  género  de  poernitas  enanos,  los 
tankas,  otra  forma  que,  aunque  menos  popular  que  el  Hai-Kai  es  tan  co- 
rriente como  él  y  tiene  un  cierto  prestigio  grave  de  cosa  remota  y  erudita. 
Parece  ser  en  efecto  que  el  Hai-Kai  data  del  siglo  xvii,  acaso  de  algunos 
lustros  antes,  pero  el  lankas  proviene  nada  menos  que  del  siglo  vii  ú  viii 
y  está  exento  de  toda  influencia  china  o  de  ciertas  familiaridades  propias 
al  Hai-Kai  que.  según  se  (fice,  le  restan  alguna  consideración  entre  las 
gentes  del  país.  Un  poco  más  extenso  que  corto,  pues  cuenta  hasta  cinco 
versos  de  cinco  y  siete  sílabas,  alternativamente,  ¡no  menos  de  treinta  y 
una  sílabas!,  es  algo  menos  oscuro  que  aquél,  el  cual  propende  para  nos- 
otros, a  lo  menos  un  poco  a  su  sibilinismo  que  es,  precisamente,  una  de 
sus  cosas  más  atractivas  para  el  refinado  occidental. 

Es  probable  que  Strawinsky  leyese  esos  tankas  en  la  traducción  fa- 
mosa de  Tihgerald,  o  acaso  en  alguna  retraducción  de  ésta.  Todos  los  mo- 
delos de  que  se  ha  servido  y  que  pertenecen  a  épocas  lejanas  entre  sí,  se 
incluyen  en  una  cierta  recopilación  titulada  Kokinciú  que  formó,  hacia  el 
año  905,  un  buen  nipón  llamado  Kiu-To,  y  que  contenía  más  de  mil  tan- 
kas. tan  famosas,  que  el  saberlas  de  memoria  era  artículo  de  necesidad  en 


LAS  REVISTAS  415 

una  muchachita  bien  educada  de  aquellos  siglos,  juntamente  con  la  escri- 
tura y  la  música,  antes  de  adorno. 

La  gestación  musical  de  esas  obrillas  no  parece  haber  sido  nada  fácil, 
pues  están  compuestas  en  un  intervalo  de  más  de  un  año.  Las  traduccio- 
nes de  que  se  ha  servido  Strawinsky,  fueron  selectas  por  Maurice  Delage, 
y  por  las  que  nos  permitimos  reproducir.  Veamos  la  primera. 

Descehdons  au   jardín; 
je  voulais  te  monter   les  fleurs  blanches. 
L,a   neige   torabe. .  . 
Tout   est-il  fleurs  ici, 
ou   neige   blanche? 

La  curiosa  inflexión  de  la  voz  proviene  a  la  vez  de  su  valor  silábico 
siempre  igual  y  de  la  repetición  del  giro  que  termina  cada  miembro  de 
frase,  agudo  y  penetrante  como  una  flor  de  nieve  que  se  filtrase  entre  la 
nostalgia  de  la  monótona  melodía  melancólica  que,  soportada  por  armonías 
de  impalpables  matices,  repite  su  arabesco  en  cada  uno  de  los  trece  com- 
pases de  que  se  compone  la  música  del  tanka.  La  poesía  es  de  Akahito,  uno 
de  los  más  famosos  poetas  del  período  Naza  (siglo  viii),  especie  de  siglo 
de  oro  de  la  poesía  japonesa. 

El  segundo  es  de  Mazatsumi,  y  es  uno  de  los  tankas  más  antiguos, 
casi  un  siglo  anterior  al  de  Akahito.  Un  chorro  de  música  cristalina  inunda 
la  voz  extasiada  en  su  sorpresa. 

Avril    parait. 
Brissaut    la   glace   de   leur   écorce 

bondisseut  joyeux  dans  le  ruisselet  des  flots  écumeux. 
lis    veulent    étre    les    premieres    fleurs    blanches. 
du   joyeirx   Printemps. 

Las  notas  de  la  melodía  tienen  en  este  tanka  dos  valores  (corcheas  y 
negras),  pero  Strawinsky  ha  procurado  la  misma  falta  de  acentuación  que 
en  la  obrita  anterior,  según  se  indicó  como  cosa  característica  de  la  proso- 
dia japonesa.  Igual  persistencia  y  disimulada  repetición  en  el  diseño. 

i  Pero  qué  maravillosa  claridad  y  qué  transparencia  sonora  la  de  ese 
verdadero  arroyo  cristalino  que  serpentea  entre  trinos,  pissicatos  y  vivos 
rasgos  por  entre  los  nueve  instrum.entos  de  la  admirable  orquesta  en  mi- 
niatura ! 

I  Y  qué  suave  misterio  hondo,  el  del  comienzo  del  tercer  poema  con  sus 
saltos  de  séptima  y  sus  juegos  semitonales !  Procedimientos  melódicos, 
análogos  a  los  anteriores,  cantan  la  duda  de  los  primeros  versos,  en  los 
que  la  mirada  escudriña  en  una  lejanía  blanca ; 

Qu'apercoit-on   si   blanc   au   loin? 
On    dirait    partout    des    nuages 
entre    les    collines. 

Pero  un  éxtasis  cuya  expresión  nos  recuerda  la  del  primer  tanka  nos 
explica  la  deliciosa  sorpresa: 

.  . .  des   cersiers  épanouis 

fétent  enfins  I'arrivé  du  Printemps 

en  sonoridades  tan  finas  y  exquisitamente  matizadas  como  esa  paleta  poé- 
tica en  cuyo  fondo  blanco  se  bordan  los  tonos  leves  de  las  flores  del 
cerezo. 

Una  gama  de  nácar  —  el  cromatismo  más  rico  y  más  fino  envuelto 
en  un  atonalidad  fertina...  Su  poeta  es  el  más  moderno  de  los  tres  que  se 
se  encuentran  en  esta  serie.  Tsaraiuki  o  Tsuraj'uqui  perteneció  al  siglo  x, 
cuyos  comienzos  señalan  un  renacimiento  de  la  poesía  japonesa,  después  de 


416  NOSOTROS 

haber  sufrido  ésta  una  grave  crisis  en  cuyo  largo  período  absorbieran  todo 
el  interés  de  los  japoneses  las  letras  y  la  cultura  china.  La  aparición  re- 
dentora de  Tsaraiuki  fué  acogida  desdeñosamente  por  sus  contemporá- 
neos, pero  su  resurrección  del  viejo  ianka  fué  tan  eficaz  que  continuó  has- 
ta nuestros  días,  despuéj  de  ser  compilados  en  la  ya  citada  colección  Ko- 
kinciú  y  simultáneamente  con  su  reducción  popular,  el  Kai-Kai. 

Strawinsky  encontró  una  antología  de  esas  obritas  en  un  puesto  de  li- 
bros viejos  de  Petrogrado,  y  las  cualidades  de  tan  curiosa  y  delicada  poe- 
sía le  incitaron  a  hacer  algo  que  le  reprodujere  musicalmente;  pero  aun- 
que su  cultura  es  vasta  y  refinada,  nada  parece  hacer  sospechar  que  haya 
seguido  otro  camino  para  componer  estas  canciones  que  el  de  la  pura  in- 
tuición. Nada  de  erudiciones,  ni  conato  alguno  de  imitación  de  músicas 
autóctonas.  I^  lectura  de  esos  poemas  produce  en  el  compositor  una  im- 
presión puramente  estética  que  él  reproduce  en  forma  musical,  y  sólo  a  la 
originalidad  y  agudeza  de  su  sensación  y  a  la  perspicacia  de  su  genio  es  a 
lo  que  se  debe  que  el  resultado  sea  de  un  sorprendente  efecto  evocador. 
Únicamente  es  la  fantasía  lo  que  entra  en  juego,  pero  como  facultad  alta- 
mente cultivada  y  de  precisa  exactitud  en  sus  imágenes. 

Las  tres  canciones  están  dedicadas,  la  primera  al  traductor,  Delage; 
la  segunda  a  Maurice  Ravel,  y  la  última  a  Florent  Schmidt.  He  aquí  en 
estas  dedicatorias  la  mejor  prueba  de  la  estima  en  que  tiene  su  autor  a 
estas  tres  joyitas  del  arte  contemporáneo. 

Opiniones  de  un  crítico  bolchevique 

GUsTiNOv  ha  publicado  en  el  Boletín  Ruso  de  los  Obreros  del  Arte 
•  una  serie  de  artículos  sobre  la  literatura  rusa  y  la  revolución.  Usti- 
nov  es  revolucionario  extremista,  bolchevique,  partidario  de  la  lucha  de 
clases,  y.  como  es  natural,  juzga  las  cosas  de  la  literatura  con  un  criterio 
que  muchos  consideran  inaceptable,  pero  que  da  a  sus  juicios,  precisa- 
mente por  esa  circunstancia,  un  interés  particular.  En  su  primer  artículo, 
Ustinov  recuerda  que  a  principios  de  1918  una  sociedad  literaria  de  Mos- 
cou, en  la  cual  figuraban  Bunin,  Smelev,  A.  Tolsty  y  otros  escritores 
y  poetas,  expulsó  de  su  seno  a  A.  Serafimovich,  por  estimar  que  había 
traicionado  la  causa  del  arte  al  mezclarse  en  política  y  aceptar  el  puesto 
de  redactor  literario  de  un  diario  bolchevique  de  Moscou.  "La  expulsión 
de  Serafimovich  de  esa  sociedad  literaria  —  escribe  el  crítico  bolchevi- 
que —  fué  el  primer  disparo  hecho  contra  la  revolución  de  obreros  y 
campesinos  desde  el  campo  de  la  burguesía  intelectual",  y  opina  que  los 
intelectuales  burgueses,  con  su  teoría  del  arte  por  el  arte,  fueron  los 
primeros   en   no   mirar   con   imparcialidad   la   guerra  de   clases. 

"El  fenómeno  era  de  esperar  porque  —  dice  Ustinov  en  su  segundo 
artículo — ;  la  literatura  rusa  del  oscuro  período  que  siguió  a  la  abortada 
revolución  de  1905  estaba  condenada  a  esta  vida,  porque  su  espíritu  era 
esencialmente  antisocial  y  anárquico.  Ninguna  escuela  firmemente  arrai- 
gada se  abrió  camino,  y,  en  cambio,  florecieron  centenares  de  movimien- 
tos, que  se  hundieron  todos  en  la  fútil  exploración  de  experimentos  mís- 
ticos y  eróticos". 

Ustinov  analiza  brevemente  después  las  obras  de  los  escritores  rusos 
más  notables  de  ese  período,  y  opina  que,  desde  el  punto  de  vista  psici- 
lógico,  lo  más  notable  es  que,  en  todas  las  obras  rusas  de  espíritu  anar- 
quista que  ponen  en  primer  término  la  personalidad,  ésta  ha  ido,  invaria- 
blemente, al  desastre :  y  agrega :  "Aquellos  que,  en  palabras,  extremaron 
sus  esfuerzos  para  afirmar  su  personalidad,  tuvieron  de  hecho  el  mismo 
inevitable  e  invariable   fin:   la  personalidad   individualista,   cualquiera  que 


LAS  REVISTAS  417 

sea  el  camino  que  tome,  está  condenada  al  desastre.   La  Historia  lo  con- 
firma  plenamente" . 

No  tuvieron  mejor  suerte  los  "idealistas"  que  miraron  la  revolución 
■bolchevique  como  un  "hermoso  sueño"  y  nada  sabían,  en  realidad,  ni  del 
pueblo  ni  de  su  vida.  Alejandro  Blok  —  muerto  no  hace  mucho  —  per- 
terteció  al  número  de  esos  idealistas  y  se  manifestó  en  su  poema  Los 
Doce  un  simbolista  de  primera  fila.  "Blok  —  continúa  Ustinov — ,  como 
muchos  otros  poetas  después  de  él,  dio  a  la  revolución  de  noviembre 
(bolchevique),  una  interpretación  idealista.  La  vio  como  un  "bandole- 
rismo sagrado",  como  la  continuación  de  la  rebelión  de  Stenka  Razin, 
como  el  Calvario  de  Rusia,  redentora  de  las  "suciedades  de  la  vida" ; 
pero  Blok  se  equivocó  en  su  concepto  místico  y  metafísico  de  la  revolu- 
ción. Rusia  ha  ido  más  allá  del  Calvario,  no  en  nombre  de  la  cultura 
occidental,  sino  en  nombre  de  la  cultura  del  mundo,  y  en  primer  lugar 
de  la  propia.  El  error  de  Blok  fué  respetado  por  todos  los  escritores 
rusos,  aun  por  los  que  simpatizaban  con  la  revolución.  Uno  de  los  más 
originales  poetas  rusos,  Nicolás  Kluiev,  vio  también  como  un  bandolerismo 
sagrado,  y  así  la  vieron  Pedro  Orieshin,  V.  Kamensky  y  otros.  Mientras 
la  revolución  pasaba  por  su  período  romántico,  el  error  no  tuvo  mucha 
importancia ;  pero  se  tornó  grave  en  el  último  período,  el  período  prác- 
tico, el  período  de  prueba  de  la  guerra  civil  y  de  la  lucha  para  reconstruir 
la  vida  económica  de  Rusia.  Los  burgueses  románticos  e  idealistas,  así 
en  política  como  en  literatura,  se  alejaron  de  la  revolución  y  algunos  de 
ellos  se  pasaron  a  sus  enemigos.  Políticos  románticos  como  los  socia- 
listas revolucionarios  de  la  izquierda,  abandonaron  el  escenario  de  la  re- 
volución. Poetas  "populares"  como  Blok,  Kluiev  y  sus  discípulos,  se 
retiraron  de  la  revolución  y  se  abandonaron  a  un  pesimismo  desolado, 
al   viejo   modo   idealista". 

A  continuación,  el  crítico  bolchevique  agrega :  "Un  destino  parecido 
tuvieron  los  novelistas.  Idealismo,  populismo,  y  las  viejas,  tradicionales, 
formas  de  vida,  tan  fáciles  de  combatir,  habían  desaparecido.  Los  días 
de  las  palabras  sentimentales  pasaron  y  fueron  reemplazados  por  duros 
días  de  trabajo,  de  acción  práctica.  Los  escritores  resultaron  totalmente 
inaptos  para  la  acción  y  la  nueva  época  no  tenía  empleo  para  su  soñadora 
inactividad.  Se  alejaron,  y  muchos  de  ellos,  considerándose  candidamente 
como  revolucionarios  rechazados,  se  fueron  con  amargura  en  el  corazón,  • 
creyéndose   víctimas". 

Uslinov  habla  después  del  futurismo  y  se  detiene  largamente  en  la 
personalidad  de  su  apóstol  en  Rusia,  Vladimiro  Maiakovsky,  que  empezó 
por  usar  un  chaqué  amarillo  para  distinguirse  de  los  demás.  "Maiakov- 
sky, dice  Stinov,  no  es  poeta;  es  uno  del  público.  Ese  inteligente  lector 
se  cansó  del  lánguido,  monótono,  canturreo  de  los  poetas,  de  sus  inaca- 
bables repeticiones  y  de  su  aguda  rivalidad  por  gustar  al  público.  Las 
palabras  azucaradas  profesionalmente  poéticas,  los  viejos,  gastados  y  vul- 
gares metros,  rimas  e  imágenes,  los  temas  invariables  —  todo  eso  debía 
ser  destruido  para  crear  algo  nuevo,  y  resueltamente,  con  estupendas 
energías  y  perseverancia,  Maiakovsky  se  dio  a  la  tarea  de  destrucción". 
La  revolución  bolchevique  favoreció,  naturalmente,  esa  tarea,  y  el  Ma- 
rinetti  ruso  la  ha  continuado  infatigable,  en  todos  los  campos  de  la  li- 
teratura, especialmente  el  teatro.  Ha  suprimido  el  telón;  todo  se  prepara 
en  el  escenario  a  la  vista  de  los  espectadores,  que  pueden  hasta  interrum- 
pir a  los  artistas  cuando  les  parece  conveniente;  de  los  viejos  procedi- 
mientos del  arte  dramático  no  ha  dejado  casi  nada.  "No  puede  dudarse, 
concluye  Ustinov,  de  la  eficacia  del  golpe  dado  por  Maiakovsky  a  la 
rutina,  a  los  métodos  y  a  las  ideas  del  antiguo  teatro.  Poco  importa 
que  el  teatro  del  porvenir  conserve  mucho,  poco  o  nada  de  sus  reformas, 
y  es  probable  también  que   muy  poco  de  él  quede  en  la   futura  poesía; 


418  NOSOTROS 

pero  Maiakovsky  no  ha  venido  a  crear,  sino  a  destruir.  Con  las  fuertes 
barridas  de  su  gigantesca  escoba,  ha  limpiado  el  camino  para  el  arte  que 
todavía  está  por  venir". 


Otra  literatura  rusa 

pr  N  España  se  ha  publicado  esta  nota  de  Enrique  Dies  -  Cañedo. 

No  hablaremos  aquí  de  esa  literatura  que  va  formándose  en  la  Ru- 
sia roja,  y  de  la  cual  sólo  noticias  fragmentarias  nos  llegan.  Habla- 
remos de  una  literatura  de  emigrad. )S  y  de  la  nueva  luz  que  por  ella  se 
derrama  sobre  un  panorama  que  podíamos  creer  conocido. 

Cualquier  historia  literaria  nos  cuenta  la  importante  contribución  que 
a  las  letras  rusas  dieron  siempre  los  emigrados.  En  el  libro  de  Kropotkine 
hay  p'iginas  interesantísimas  acerca  de  esto.  Cuanto  tenia  viso  de  pensa- 
miento político  a  la  moderna,  sobraba  en  la  Rusia  de  los  zares.  Mu- 
chos libros  del  propio  León  Tolstoy  tenían  que  imprimirse  fuera. 

Hoy,  al  contrario,  emigran  los  escritores  que  no  hubieran  padecido 
persecución  bajo  el  régimen  derribado,  junto  a  otros  igualmente  mal- 
quistos antes  que  ahora.  Es  natural  que.  así  como  los  emigrados  anti- 
guos presentaron  a  Europa  una  literatura  revolucionaria,  con  el  culto 
del  pueblo,  exaltando  siempre  tipos  de  escritores  que,  si  no  forzados  a 
emigrar,  veíanse  siempre  vejados  por  las  autoridades  del  imperio,  así 
los  emigrados  de  ahora  nos  hagan  ver  un  arte,  refinado,  aristocrático, 
que  florería  junto  al  otro  y  que  no  acertábamos  a  ver  sino  como  ex- 
cepción brillante. 

I,a  escena  nos  ha  dado  las,  primeras  revelaciones.  Los  bailes  ru- 
sos que  recorrieron  en  triunfo  la  Europa  entera  nos  dijeron  que  el 
astroso  mujik  o  el  exhombre  no  eran  únicos  héroes  de  aquel  mundo  ar- 
tístico. En  traduciones  recientisimas,  escritores  como  Ivan  Bunin,  so- 
noramente elogiado  por  el  mismo  Gorki,  nos  hacen  ver  al  campesino 
ruso  muy  distinto  de  como  le  vislumbrábamos  en  Tolstoy,  en  Korolenko, 
en  Gorki,  aun  en  Chéjof  a  ratos.  Ivan  Bunin  "de  la  Academia  Rusa" 
dicen  las  portadas  de  sus  libros.  Dmitri  Mcjejkowski,  autor  de  vastas 
novelas  históricas  traducidas  al  español  desde  hace  años,  delata  el  "ad- 
venimiento del  Cam",  dando  el  nombre  del  hijo  maldito  de  Noé  a  lo 
vil  y  a  lo  feo  que  hoy  se  erige  en  el  trono  del  mundo  y  acoge  a  los 
escritores  que  antes  fueron  exaltados  por  la  turba  cuando  ésta  los  aban- 
dona, escarneciéndolos:  "Chéjof  y  Gorki  —  dice  —  son  en  verdad  pro- 
fetas, pero  no  en  el  sentido  que  pudiera  creerse  o  que  pudieron  creer 
ellos  mismos.  Son  profetas,  porque  bendicen  lo  que  quisieron  maldecir 
y  maldicen  lo  que  quisieron  bendecir.  Quisieron  probar  que,  sin  Dios,  el 
hombre  es  Dios ;  y  probaron  que  es  un  animal ;  peor  todavía,  una  res ; 
peor  que  una  res,  un  cadáver ;  peor  que  un  cadáver :  nada"'. . .  En 
cuanto  a  Andréycf,  no  es  lógico  si,  después  de  haber  visto  tan  profunda- 
mente la  revolución  no  reniega  de  ella. 

Hay  que  sentir  en  esta  crítica  contrarrevolucionaria,  la  parte  del 
dolor.  Los  que  la  han  hecho,  además  de  ser  gente  "de  orden",  han 
¿tenido  que  sufrir  cruelmente;  quizá  han  salvado  su  vida  tras  duras  pena- 
lidades. No  se  percataron,  tal  vez,  de  la  opresión  en  que  los  más  vi- 
vían y  ahora  se  duelen  de  ver  oprimidos  a  los  menos,  culpables  o  no... 
La  realidad  es  muy  dura :   más  vale  olvidar. 

Para  olvidar,  he  aquí  el  espectáculo  de  una  Rusia  luiosa  y  fan- 
tástica, hoy  al  parecer  abolida,  o  desterrada  por  lo  menos.  Ahí  va. 
Sergio   Diaghilef   con   sus   bailarines;    ahí   va    Nikita    Balief    con   sus   có- 


LAS  REVISTAS  419 

micos;  las  arlequinadas  de  Evréinof  triunfan  en  Londres  {Lo  más  im- 
portante, se  llama  la  última,  aún  no  traducida,  "comedia  para  unos  y 
drama  para  otros")  ;  en  París,  El  Amor,  Libro  de  Oro,  de  Alejo  Tols- 
toy,  resucita  el  tiempo  galante  de  Catalina  IL  Arte  refinado,  cultivador  de 
la  sensación  exquisita.  Vedlo  concentrarse  en  las  páginas  del  Jar-Ptitsa 
(El  Pájaro  de  Fuego),  publicada  espléndidamente  en   Berlín. 

¿En  esto  quda  es  vasto  soplo  humanitario  del  siglo  XIX?  ¿En 
esto  y  en  el  espresionismo,  futurista,  cubismo,  imaginismo  que  privan 
en   la   Rusia   Roja? 

Un  escritor  americano  en  París 

ir  i,  distinguido  poeta  francés  León  Bocquel,  co-dircctor  de  la  revista 
'-'  de  Bruselas  "la  Rcnaissance  d'Occident",  publica  en  el  número  de 
marzo  una  interesante  "Lettre  de  París",  en  la  cual  habla  extensamente 
de  la  vida  y  la  obra  de  Francisco  Contreras. 

En  casa  de  Francisco  Contreras  se  reúnen  con  agrado,  cada  quince 
días,  algunos  de  los  representanes  menos  discutidos  de  las  letras  de  hoy. 
La  reunión  es  escogida.  Allí  se  encuentra  comunmente,  alrededor  de  Paut 
Fort,  el  Príncipe,  un  grupo  de  nobles  poetas  o  prosistas :  Víctor  Emile 
Afichelet  tan  feviente  amigo  de  la  juventud,  Saint  Georges  de  Bohelier 
que  evoca  los  tiempos  heroicos  del  Naturismo,  Ernest  Raynaud,  el  his- 
toriador del  .Simbolismo,  gracias  a  la  cual  Baudelaire  entra  j^a  entre 
los  grandes  clásicos  franceses;  Louis  Mandin,  el  tierno  poeta  de  "Ariel" 
y  de  "Notre  Passion" ;  Fernand  Divoire,  presidente  de  los  "Courrie- 
ristes"  literarios  de  París;  el  parado  jal  y  elocuente  Jean  Royere,  Georges 
Polti  que  conoce  "las  treinta  y  seis  situaciones  dramáticas",  el  cabelludo 
Charles  de  Saint-Cyr,  inventor  del  "intensismo"  poético ;  Nicolás  Bau- 
duin.  en  constante  evolución ;  A.  Shneeberger  que  es  ún  crítico  de  arte 
sirppatizante  con  las  innovaciones  técnicas,  otros  aún.  Allí'  se  hallan 
también  el  docto  Henri  Mazel  a  quien  escuchamos  siempre  con  provecho 
y  cf^n  placer;  Louis  Dumur,  cuvas  novelas  sobre  la  guerra.  Mach  París f 
y  el  Bnucher  de  Verdún,  le  han  puesto  en  primer  plano;  Louis  Richard 
Mouchct.  un  cerebro  bien  organizado ;  Jean  de  Gourmont,  hermano  de 
Pemy ;  Gastón  Picard,  el  cuentista  de  La  Confession  du  Chat  y  de  La 
B'^uaie  Blm;  algunas  veces,  también.  Van  Beyer,  el  discreto  Gahisto; 
directores  de  revis^^as  como  Maurice  Landeau,  escritores  de  pasaje,  como 
Jean    Francis-Boouf,    de    vuelta    del    Cotonou. 

No  se  recitan  poemas  en  casa  de  Francisco  Contreras,  pero  ciertos 
días  se  hace  buena  música  v,  entonces,  compiten  el  compositor  Carol 
Berar  y  el  escritor  músico  W.  Bertheval.  El  elemento  artista  aparece 
representado  por  Robert  IMortier,  el  pintor  español  Fermín  Arango,  el 
es^^atunrio  rntpl^n  José  Clara,  madame  Suzanne  de  Gourmont,  escul- 
tora  de  calidad ;  madame  Van  Bever  de  la  Quintinie,  pintora  y  minia- 
turis^^a,  sin  omitir  a  la  dueña  de  casa,  madame  Contreras,  quien  con  su 
nombre  de  soltera,  A.  Alphonse,  expone  en  los  diversos  Salones  de 
París,  figuras  y  naturalezas  muertas  de  un  bello  colorido.  Fste  año 
se  han  hecho  notar  en  los  "Independientes",  donde  su  manera  detona 
felizmente  entre  las  extravagancias  y  el  mal  gusto  común,  sus  tres 
envíos :  "Feí-nme  á  la  Cape",  "Coin  de  cuisine"  y  "Coin  de  bureau",  que 
afirman  sólidas  cualidades. 

Fn  el  círculo  de  las  señoras  que  tienen  a  la  rué  Le  Verrier,  sería 
imp'»'-dnn?ble  omitir  a  madame  Claude  T,emaitre,  conocida  por  algunas 
bupnas  novólas  y  a  madame  vSourioux-Picard  para  nuien  ha  sido  es- 
crito  Le   Coeur   se   donne.   Y    luego,    los    poetas,    cuando   no   son   célibes 


420  NOSOTROS 

endurecidos,    llevan    a    sus    esposas    que    componen,    un    poco    aparte,    un 
amable  decamerón. 

Francisco  Ccntreras,  que  sabe  agrupar  así  las  simpatías,  es,  él 
mismo,  un  poeta,  aunque  le  conoscamos  sobre  todo  como  crítico,  desde 
que  redacta  en  el  Mercure  de  France  la  'sección  "Lettres  Hispano-ame- 
ricaines".  Como  tal,  por  lo  demás,  ha  colaborado,  de  manera  inter- 
mitente, en  París- Journal,  L'Eclair.  Le  Gaulois,  La  France,  La  Répu- 
blique  Frangaise,  y  en  algunos  grandes  diarios  de  provincia,  según  la 
caprichosa  actualidad.  Además,  envía  continuamente  artículos  sugestivos 
que  reflejan  bien  el  movimiento  literario,  a  varias  revistas  de  la  Amé- 
rica Latina,  como  Nosotros  de  Buenos  Aires,  Zig-Zag  de  Santiago  de 
Chile.  Rezñsta  de  Revistas  de  México,  Cuba  Confcniporánca  de  La 
Habana,  y  sobre  todo,  a  Caras  y  Caretas,  el  bello  magazin  argentino. 
Lo  cual  no  le  impide  colaborar  aun  en  la  suntuosa  revista  Mermes,  de 
Bilbao... 

Francisco  Contreras  nació  en  Chile  en  1878.  Entró  en  las  letras 
en  1898  con  un  volumen  de  versos:  Esmaltines.  "Se  siente  en  él,  ha 
observado  justamente  M.  Jean  Royere,  la  influencia  de  Stephane  Ma- 
llarmé.  Este  libro  fué  muy  combatido  por  los  críticos  que  represen- 
taban en  la  América  del  Sur  el  viejo  espíritu  académico,  pero  fué  muy 
bien  acogido  por  los  jóvenes".  Le  siguieron  después  Toisón  (1906), 
Romances  de  hoy  (1907),  La  Piedad  Sentimental  (1911)  que  prologó 
Rubén  Darío.  En  estos  últimos  libros  se  nota  aun  la  influencia  francesa, 
pero  menos  directa,  más  fundida.  Es  la  influencia  de  Baudelaire  y^ 
de  Verlaine,  del  Verlaine  íntimo,  acariciador,  dulce  y  triste  sin  razón, 
y  que  escucha  en  los  días  de  melancolía  y  de  pena  "el  canto  monótono 
de  la  lluvia,  sobre  el  suelo  y  sobre  los  techos".  Muchos  de  los  poemas 
de  Contreras  aun  a  través  de  la  traducción,  guardan  un  acento  ver- 
laineano.  Asi  su  "Esmeralda".  Luna  de  la  Patria  y  Otros  Poemas, 
que  él  publicó- en  1913,  es  un  canto  de  vuelta  a  la  tierra,  un  lamento  algo 
ossiánico   y   romántico,    todo    impregnado   de    la    misma   dulzura    fluida... 

Desde  1905  Francisco  Contreras  reside  en  París  Ha  publicado  aquí 
diversos  estudios  críticos  sobre  personalidades  contemporáneas  de  muy 
opuestas  direcciones :  Huysmans,  Barres,  Rodin,  Carricre,  en  Los  Mo- 
dernos (1909).  Ha  seguido  publicando  ensayos  y  narraciones  de  viajes, 
que  son,  además,  bellas  páginas  de  crítica  de  arte.  Así,  sucesivamente, 
ha  evocado  y  precisado,  como  hombre  prendado  de  saber  y  de  pinto- 
resco, la  Italia  en  Alma  y  Panoramas  (1910),  la  España,  a  la  cual 
le  atraían  atavismo  imperiosos,  en  Tierras  de  Reliquias  (1902)  ;  Flandes, 
la  Holanda,  Inglaterra,  en  Los  Países  Grises  (1916),  que  tomaron  de  la 
época  en  que  este  libro  apareció,  un  carácter  de  palpitante  actualidad, 
al  menos  en  lo  que  a  Bélgica  se  refiere.  Concurrentemente  a  esta  obra 
en  su  lengua  natal,  Contreras  ha  publicado  en  francés  dos  libros  que 
tocan  de  cerca  los  acontecimientos  que  conmovieron  la  vieja  Europa, 
sin  dejar  indiferentes  a  las  jóvenes  naciones  de  América.  En  Le  Chili  et 
la  France  ha  deplorado  y  explicado  muy  lúcidamente  la  especie  de  mala 
inteligencia  que,  en  el  terreno  económico  separa  a  sus  compatriotas  de 
los  franceses,  siendo  que,  intelectualmente,  ex'ste  entre  sus  países  tan- 
tos vínculos  de  parentesco.  Asimismo,  en  sus  Bcrivains  Contemporains 
de  l'Amérique  ^spagnole,  reconoce  en  la  mayoría  de  los  prosistas  y 
poetas  de  su  continente,  la  influencia  de  nuetro  genio  nacional.  El  rinde 
así  un  doble  y  bello  homenaje  al  pensamiento  y  a  la  cultura  de  la  Fran- 
cia, haciendo  paralelamente,  en  dos  lenguas,  una  encuesta  minuciosa  e 
imparcial  sobre  las  tendencias,  acciones  y  reacciones  que  se  producen 
a  los  dos  lados  del   océano.    , 


LAS  REVISTAS  421 

Contreras  se  prepara  a  publicar  simultáneamente,  en  español  y  en 
francés,  un  ciclo  de  novelas,  en  parte  autobiográficas,  con  el  título  ge- 
neral de  "La  Novela  del  Nuevo  Mundo".  La  primera.  La  Ville  Mar- 
veUleuse,  recuerdos  de  la  infancia  recreados  a  través  de  una  brillante  ima- 
ginación y  de  una  emoción  que  sabe  ser  irónica,  aparecerá  próximamente. 
Lo  cual  no  le  distrae  de  preparar  a  sus  horas,  sus  poemas  de  la  Tierra 
y  del  Ciclo,  de  vasto  título  que  recuerda  los  "laudes"  ambiciosos  de  ese 
otro  latino  y  admirable  lírico  que  es  Gabriel  D'Annunzio. 
. .  Así,  Francisco  Contreras  aparece  bajo  el  triple  aspecto  de  poeta, 
crítico  y  novelista.  Estas  tres  fases  de  su  talento  se  encuentran,  por  lo 
demás,  más  estrechamente  unidas  que  lo  que  pondría,  a  primera  vista, 
creerse.  Pues  el  novelista,  al  crítico  y  el  poeta  obedecen  fielmente  a  las 
reglas  intuitivas  de  una  diciplina  y  de  una  tradición.  El  esteta  está  en  la 
base  del  prosista  y  del  poeta  que  se  amoldan  a  las  leyes  precisas,  que 
su  crítica  le  ha  permitido  examinar  y  comprobar. 


Bernardo  G.  Barros 

I— I  A  muerto  recientemente  en  Cuba  uno  de  los  escritores  y  críticos  más 
■  '  interesantes  de  aquel  país :  Bernardo  G.  Barros,  el  autor  del  no- 
table libro  L.a  caricatura  contemporánea,  y  uno  de  los  redactores  de  la 
revista  Cuba  contemporánea.  En  el  último  número  que  nos  ha  llegado 
de  esta  publicación,  dice   Mario   Guiral   Moreno,   su  actual   director. 

"Bernardo  G.  Barros,  quien  al  morir  el  20  de  mayo  último  sólo  con- 
taba treinta  y  dos  años  —  había  nacido  el  25  de  enero  de  1890  — ,  cul- 
tivó diversos  géneros  literarios :  la  crónica,  el  fuento,  la  oratoria  acadé- 
mica, la  crítica  y  el  periodismo,  hallándose  fragmentada  y  dispersa  c^si 
toda  su  producción  literaria  en  diarios  y  revistas  de  Cuba  y  extranjeros. 
Algunos  de  sus  cuentos  v  crónicas  publicados  en  los  periódicos  haba- 
neros La  Discusión.  El  Mundo  y  Diario  de  la  Marina  y  en  las  revistas 
tituladas  Letras,  Hl  Mundo  Ilustrado,  El  Fígaro  y  otras  publicaciones 
cubanas,  fueron  reproducidos  por  El  Universal  y  El  Tiempo  Ilustrado, 
de  'México,  El  Universal,  de  Caracas.  Variedades,  de  Lima,  y  otros  pe- 
riódicos  importantes   de   la   América   latina. 

En  iQoq  pronunció  en  el  Ateneo  de  La  Habana  una  conferencia  so- 
bre La  cultura  japonesa,  cuya  lectura  fué  recomendada  por  la  Revista 
de  la  EacuUad  de  Letras  y  Ciencias  a  los  alumnos  de  la  Escuela  de 
Letras  y   Filosofía  de   la  Universidad   Nacional. 

En  1910  pronunció,  en  el  mismo  Ateneo,  otra  conferencia,  sobre  el 
pintor  Fontuny,  llenando  con  ella  un  turno  de  la  primera  serie  orga- 
nizada por  la  "Sociedad  de  Conferencias",  que  él  contribuyó  a  formar 
secundando  con  entusiasmo  la  iniciativa  de  sus  fundadores :  Jesús  Cas- 
tellanos y  Max   Henríquez  Ureña. 

Al  siguiente  año  (ioti),  con  ocasión  de  la  exposición  de  caricatu- 
ras del  señor  Conrado  W.  Massaguer,  efectuada  también  en  los  salones 
del  Ateneo,  pronunció  una  conferencia  acerca  de  La  Caricatura  Mo- 
derna, que  fué  la  primera  manifestación  de  su  tendencia  a  especializarse, 
preferentemente,  pn  el  conocimiento  y  crítica  de  la  caricatura,  según 
reveló  en  años   subsiguientes. 

Su  novela  La  senda  nueva,  edición  de  "La  Novela  Cubana",  que 
publicó  en  191?.  dio  a  conocer  sus  aptitudes  en  este  difícil  género,  oue 
no  volvió  a  cultivar  hasta  estos  últimos  tiempos,  en  los  cuales  escribió 
una  nueva  novela,  La  Red  que  deió  sin  conclnir.  y  uno  de  cuyos  más 
salientes  canítulos  —  el  que  intituló  El  Candidato — ,  lo  publicó  Cuba 
Contemporánea  en  su  número  correspondiente  al  mes  de  junio  del  pró- 
ximo  pasado   año. 


422  NOSOTROS 

Colaboró  en  la  Revista  de  América,  de  París,  a  la  cual  dio  su  mag- 
nífico estudio  sobre  la  literatura  cubana,  que  reprodujo  íntegramente  el 
diario  habanero  La  Discusión.  Pero  de  todas  las  publicaciones  cubanas, 
la  que  guarda  en  sus  páginas  la  mayor  y  más  valiosa  producción  litera- 
ria de  Barros,  es  la  revista  £1  Fígaro,  a  la  que  consagró  todos  sus  entu- 
siasmos y  de  la  cual  era,  desde  hace  algunos  años.  Secretario  de  Re- 
dacción. En  ella  unas  veces  con  su  firma  y  otras  con  el  seudónimo 
Ariel,  publicó  crónicas,  cuentos,  críticas  literarias  y  de  artes  y  nume- 
rosas bibliografías.  Su  labor  de  crítico  fué  intensa  y  continua,  estu- 
diando diversos  aspectos  y  manifestaciones  de  la  vida  artística  en  Cuba 
y  en  el  extranjero.  Rodó,  d'Annu'nzio,  Brieux,  Rostand,  García  Calde- 
rón, Urbina  y  algunos  otros  escritores  y  poetas  fueron  estudiados  por 
Barros  desde  las  páginas  de  El  Fígaro;  a  otros,  como  Alfredo  Capus, 
Tules  Claretic,  Mistral,  Lemaitre  y  la  Avellaneda,  los  hizo  desfilar  ante 
el  público  por  las  páginas  del  Heraldo  de  Cuba,  diario  habanero  a  cuya 
redacción  perteneció,  desde  1914  hasta  1917,  nuestro  compañero  extinto, 
teniendo  a  su  cargo  una  secdón  fija  titulada  La  Vida  Literaria,  y  tam- 
bién los  editoriales  sobre  política  internacional,  en  los  cuales  libró  una 
brillante  campaña  en  favor  de  las  naciones  aliadas  y  de  una  estrecha 
solidaridad   entre    todas    las    Repúblicas    latinoamericanas. 

Como  traductor  competente  y  escrupuloso,  merecen  citarse  su  ver- 
sión castellana  del  libro  Silhouettes  Allrinandes,  de  Paul  Louis  Hervier, 
y  la  de  la  novela  L'Adjudant  Bancit,  de  Maree!  Prevost,  ambas  publi- 
cadas en  el  citado  diario. 

Fué  Barros,  además,  colaborador  de  la  Revista  de  Bellas  Artes,  que 
editaba  la  Secretaría  de  Instrucción  Pública,  en  la  cual  dio  a  conocer 
juicios  críticos  sobre  los  varios  Salones  o  Exposiciones  de  cuadros  de 
pinturas  efectuados  en  Cuba  durante  los  años  anteriores,  así  como  tam- 
bién, estudios  acerca  de  Las  orientaciones  del  Arte  Moderno,  y  un  ex- 
tenso trabajo  biográfico  y  crítico  sobre  el  notable  pintor  cubano  Leo- 
poldo  Romañach. 

Pero  de  todas  las  actividades  de  Barros,  la  que  le  valió  maj'ores 
éxitos  y  le  sirvió  para  destacar  con  caracteres  vigorosos  su  personalidad, 
fué  su  asidua  y  fructuosa  dedicación  al  estudio  del  arte  humorístico, 
cuyo  desenvolvimiento  siguió  con  insuperable  constancia  en  estos  últimos 
años,  habiendo  publicado,  además  de  immerosos  artículos,  entre  los  cua- 
les merecen  cita  especial  los  que  vieron  la  luz  en  la  excelente  revista 
Social,  de  La  Habana,  acerca  de  los  principales  dibujantes  contemporá- 
neos, su  notable  obra  La  Caricatura  Contemporánea,  en  dos  volúmenes, 
de  268  y  292  páginas,  que  forman  parte  de  la  "Biblioteca  Andrés  Bello" 
y  fueron  publicados  por  la  Editorial  América,  de  Madrid,  en  1918.  Esta 
excelente  obra,  en  la  cual  hizo  Barros  un  completo  estudio  del  arte 
humorístico  en  todos  los  países,  mereció  los  más  cálidos  elogios  de  la 
crítica,  .  en   Europa  y  en  América. 

Aun  cuando  el  teatro  fué  uno  de  los  pocos  géneros  literarios  que 
dejó  de  cultivar  nuestro  malogrado  compañero,  fué  él  uno  de  los  fun- 
dadores de  la  Sociedad  Teatro  Cubano,  constituida  con  el  propósito  de 
estimular  la  producción  teatral  en  Cuba  y  de  hacer  representar  las  bue- 
nas obras  de  los  escritores  cubanos. 

Fué  Barros,  finalmente,  desde  el  año  1918.  Director  del  Diario  de 
Sesiones  del  Senado,  cargo  que  desempeñó  hasta  el  momento  de  su 
fallecimiento. 

Cuba  Contemporánea  tuvo  en  Barros,  durante  los  primeros  años  de 
publicación,  un  valioso  colaborador,  que  en  distintas  ocasiones  honró  sus 
páginas  con  diversos  trabajos,  entre  l-^s  cuales  son  dir^nos  de  recordarse, 
por  su  mérito  su  artículo  sobre  La  Caricatura  en  Cuba  y  el  ensayo  que 


LAS  REVISTAS  423 

hizo  sobre  el  poeta  argentino  Alberto  Ghiraído,  que  reprodujo  íntegro  la 
revista  Cervantes,  de  Madrid.  Años  después,  desde  el  i.°  de  enero  de 
1919,    figuró   en   el   número  de   los   redactores   de   Cuba   Contemporánea. 

Barros  había  sido  electo  individuo  de  número  de  la  Academia  Na- 
cional de  Artes  y  Letras,  para  ocupar  el  sillón  que  dejara  vacante  en 
su  Sección  de  Literatura  la  insigne  poetisa  Aurelia  Castillo  de  Gonzá- 
lez. Fl  discurso  de  ingreso  en  dicha  Corporación,  que  Barros  terminó 
padeciendo  ya  la  cruel  dolencia  que  lo  llevó  a  la  tumba,  no  pudo  ser 
contestado,  porque  cuando  se  disponía  a  llenar  su  cometido  el  acadé- 
mico designado  para  hacerlo,  don  Mariano  Aramburo  y  Machado,  la 
muerte  se  interpuso  entre  ambos,  brusca  e  impía,  segando  la  vida  de 
Barros,  después  de  entenebrecer  con  densas  sombras  aquel  cerebro  vigo- 
roso y  lúcido. . ." 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  JUZGADOS  EN  EL 
EXTRANJERO 


La  Argentina  (Estado  social  de  un  pueblo),  por  Alberto  Gliiraldo. 

VVy  ÁSHINGTON  dijo :  "Es  preferible  que  las  llanuras  estén  cubiertas  de 
**  sangre  antes  que  habitadas  por  esclavos."  Recuerda  Alberto  Ghiral- 
do  este  pensamiento  en  su  libro,  que  es,  más  que  un  estudio  crítico  de  la 
época  de  un  pueblo  un  grito  de  dolor  ante  una  tragedia  injustificada.  Y 
coincide  con  Washington  en  que  su  país  debe  librarse  de  la  esclavitud  de 
una  vez  mediante  un  sacrificio  profundo,  pero  único. 

Es  lamentable  que  Alberto  Ghiraldo  no  pueda  decir  estas  cosas  en  su 
patria.  Las  dice  en  la  nuestra,  que  puede  tenerla  por  suya ;  pero  no  es  igual. 
Lo  que  pasa  en  la  Argentina  es,  sencillamente,  algo  de  lo  que  pasa  en  el 
mundo.  La  lucha  entre  los  dos  grandes  elementos  en  pugna;  capital  y  tra- 
bajo. Miedo  arriba,  producido,  naturalmente,  por  un  estremecimiento  de 
la  conciencia ;  aprovechamiento  de  un  ente  que  existe  en  todos  los  países ; 
el  vago,  el  que  va  para  asesino,  que  se  vende  por  ser  autoridad  unos  días ; 
es  decir,  por  librarse  de  la  pesadilla  de  la  autoridad... 

Todo  esto,  dicho  por  Alberto  Ghiraldo  en  su  patria,  produciría  un  gran 
bien :  liquidaría  un  período  de  terror,  que  no  se  ha  liquidado,  y  daría  toda 
la  pu'anza  al  acuerdo  último  de  abolir  la  pena  de  muerte. 

Un  hombre  que^'tiene  una  idea  ha  de  poder  expresarla  sin  limitación. 
Si  es  un  absurdo,  peor  para  el  hombre;  si  es  un  acierto,  mejor  para  la  hu- 
manidad. T^as  ideas,  pues,  deben  ser  intangibles.  Perseguir  a  los  hombres 
por  las  ideas  es  como  pretender  levantar  un  muro  de  arcilla  en  el  océano ; 
las  ideas  son  tan_sutiles.  que  se  escapan  a  toda  vigilancia.  Y  es  tanto  mayor 
su  pujanza  cuanto  más  se  las  excita. 

Por  ejemplo,  este  libro  no  lo  hubiera  escrito  Alberto  Ghiraldo  fuera 
de  su  patria  si  las  cosas  que  dice  las  hubiera  podido  decir  allí,  buscando  una 
rectificación  de  conducta.  Nada  sabía  Europa  de  aleunas  cosns  que  nos 
cuenta  el  novelista  un  poco  desesperadamente.  ¿Por  qué  se  le  obliíró  a  ello? 

Alberto  Ghiraldo,  ni  siendo  comunista,  ni  anarquista  merecería  un  tan 
profundo  rigor.  Comunistas  anarquistas  y  sindicalistas  hay  en  todos  los 
países  que  actúan  en  la  defensa  de  sus  ideales.  Y  nadie  se  espanta  por  ello. 
Alberto  Ghiraldo,  que  recuerda  con  veneración  a  Sarmiento,  que  limita  su 
acción  a  que  se  den  normas  de  justicia,  de  paz  v  de  amor  a  su  pueblo,  a  ane 
se  declaren  abolidas  algunas  leyes  de  excepción,  más  que  un  hombre  peli- 
groso es  un  vidente  a  quien  se  debe  retener  y  emplear  en  la  captación  de 
voluntades,  en  abonar  la  tierra  para  que  dé  mejor  fruto  la  cosecha  humana. 

¿Lo  que  refiere  en  su  libro?  A  través  de  una  gran  huelga  en  cualquier 
país,  se  puede  tener  una  idea  de  lo  que  examina  el  escritor  argentino  en  su 
obra.  Luchas  entre  la  policía  y  el  pueblo,  choques  sangrientos,  bárbaras  es- 


LOS  ESCRITORES  ARGENTINOS  425 

cenas.  Muertos  por  centenares,  heridos  por  millares...   La  batalla  constan- 
te entre  dos  poderes  que  se  discuten  la  hegemonía. 

La  narración  es  vibrante,  como  salida  de  los  puntos  de  su  pluma  bravia 
y  de  luchador. 

(El  Sol,  de  Madrid). 


Valle  Negro,  por  Hugo  Wast. 

El,  país  argentino  va  adquiriendo,  o  mejor :  va  consolidando  su  fisono- 
mía. Es  una  nación  con  todos  sus  atributos,  y  en  pleno  desarrollo  pa- 
cifico irá  paulatinamente  avanzando  en  la  América  hasta  ocupar  su  papel 
de  directora  de  los  destinos  continentales.  Con  el  viaje  de  la  notable  actriz 
Camila  Quiroga  se  ha  hecho  saber  a  los  demás  pueblos  hermanos  y  a  algu- 
nos de  Europa  lo  que  ya  sabían  las  personas  cultas :  que  la  Argentina  tiene 
un  teatro  pujante,  en  formación  según  Juan  Pablo  Echagüe,  pero  lleno  de 
vigor,  nuevo.  Con  el  envío  de  obras  como  las  de  Hugo  Wast  se  prueba  que 
tiene  la  Argentina  un  novelista  nacional. 

Frt//^  Negro  es  una  novela  de  líneas  clásicas  escrita  sobre  diversos  epi- 
sodios ocurridos  en  las  tierras  argentinas  de  Córdoba.  Esta  obra  es  una  de 
las  que  más  han  circulado  en  el  extranjero,  y  sin  embargo  no  es  de  las  que 
han  sido  reproducidas  en  mayor  número  de  ejemplares.  Ya  Hugo  Wast  ha 
logrado  llegar  en  algunas  de  sus  novelas  a  los  ochenta  y  noventa  mil  ejem- 
plares. Valle  Negro  ha  llegado  a  los  cuarenta  mil. 

Sólo  esas  notas  estadísticas  darán  idea  del  favor  que  ha  alcanzado  el 
autor  de  Valle  Negro.  Y  es  justo  decir  que  no  ha  forjado  el  éxito  con  re- 
cursos reprochables,  con  pornografías  o  concesiones  a  la  vulgaridad  o  a  la 
ignorancia  de  las  turbas.  Hugo  Wast — Alartínez  Zuviría  en  la  vida  públi- 
ca— ,  ha  escrito  novelas  de  ambiente  nacional  en  las  que  ha  reflejado  las 
pasiones  de  su  pueblo,  los  dramas  rurales  o  ciudadanos  de  la  Argentina,  los 
sucesos  del  país,  sin  servilismos  ni  componendas.  Ha  tenido  por  norma  el 
arte  en  sus  inmutables  reglas,  y  la  verdad,  siempre  relativa,  de  las  ficciones 
novelescas. 

En  Valle  Negro  se  muestra  ya  novelista  experimentado  en  el  desen- 
volvimiento de  la  acción  y  en  el  manejo  de  los  personajes.  El  dolor  es  el 
protagonista  de  la  novela ;  el  dolor,  que  agosta  la  vida  de  Flavia  de  Vis- 
carra  y  que  tiene  en  la  existencia  de  Mirra  una  dirección  persistente  hacia 
el  bien ;  el  dolor  que  vuelve  taciturnos  a  los  eternos  enemigos  de  don  Jesús 
de  Viscarra  y  don  Pablo  Camargo,  representantes  de  los  odios  seculares  de 
sus  familias.  Bajo  la  influencia  de  ese  impalpable  protagonista,  presente  en 
todos  los  instantes,  se  llega  al  doloroso  final  en  que  se  despiden  los  enamo- 
rados Gracián  y  Mirra.  Aquél  va  a  casarse  con  otra  mujer,  que  no  quiere, 
para  continuar  su  senda  de  dolor. 

Enriquh  Gay  Calbó. 

(Cuba  Contemporánea,  junio,    1922). 


NOTAS  Y  COMENTARIOS 


Nuestra  demostración  a  Jacin- 
to Benavente. 

El,  1 8  del  actual  fué  servido  en  el  "restaurant"  del  Pasaje 
Güemes  el  banquete  organizado  por  Nosotros  en  honor  de 
D.  Jacinto  Benavente. 

Más  de  cuarenta  escritores  reuniéronse  en  torno  del  maes- 
tro, tantas  veces  aplaudido  y  siempre  muy  admirado. 

A  los  postres,  Benavente  leyó  las  admirables  páginas  que 
en  este  número  publicamos  en  primer  lugar,  y  que  le  valieron 
una  ovación  calurosísima. 

Asistieron  al  banquete: 

Enrique  González  Martínez,  José  Ingenieros,  Clemente  One- 
iH,  Pedro  Miguel  Obligado,  J.  Málaga  Grenet,  Joaquín  de  Vedia, 
Roberto  Gaché,  Arturo  Cancela,  Arturo  Giménez  Pastor,  Diego 
lyuis  MoHnari,  Roberto  F.  Giusti,  Carlos  Obligado,  Jorge  Max 
Rohde,  Rodolfo  Franco,  Francisco  Chelía,  Enrique  M.  Amorim, 
J.  Roigt,  Arturo  Lagorio,  M.  Ferraría,  Osear  Alberto  Ibar,  Al- 
berto Nin  Frías,  Juan  Burghi,  Foleo  Testena,  Elias  Karothy, 
Emilio  Alonso  Criado,  F,  Icasate  Laríos,  Julio  Rinaldini,  Ale- 
jandro Castiñeiras,  Luis  Pascarella,  G.  Fingermann,  Antonio 
Mediz  Bolio,  Julio  Irazusta,  A.  Gutiérrez  Diez,  J.  Frumkin,  J. 
Lozano  Casanova,  Pedro  González  Gastellú,  Loues  Reissig,  César 
Corbellini,  Aloisés  Kantor,  Alberto  Palcos,  Alfredo  A.  Bianchi  y 
Julio  Noé. 

Excusaron  su  asistencia: 

Ricardo  Rojas,  Manuel  Gálvez,  José  María  Monner  Sans  y 
Bartolomé  Galíndez. 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  427 

Instituto  de  la  Universidad  de 
París  en  Buenos  Aires. 

Eh  3  del  actual  quedó  aprobada  la  carta  orgánica  del  Instituto 
de  la  Universidad  de  París  y  Buenos  Aires,  y  fueron  ele- 
gidas sus  autoridades. 

El  Instituto  de  la  Universidad  de  París  en  Buenos  Aires  se  proponte 
promover  el  intercambio  intelectual  entre  la  República  Argentina  y  Fran- 
cia, favoreciendo  la  recíproca  investigación  científica,  literaria  y  artística, 
por  parte  de  los  universitarios  e  intelectuales  argentinos  y  franceses  res- 
pectivamente. 

En  consecuencia,  se  creará  también  el  Instituto  de  la  Universidad  de 
Buenos  Aires  en  París. 

El  Instituto  de  la  Universidad  de  París  en  Buenos  Aires  tendrá  su 
sede  en  esta  ciudad  y  estará  dirigido  por  un  Comité  compuesto  por  el  mi- 
nistro de  Francia  y  los  señores  Paúl  Groussac,  Ramón  Arana,  Maximiliano 
Aberastury,  Carlos  Alberto  Acevedo,  Toribio  Ayerza,  Gregorio  Aráoz 
Alfaro,  Marco  Aurelio  Avellaneda,  Eduardo  Araujo,  José  Arce.  Ricardo 
Aldao,  Coriolano  Alberini,  Jorge  A.  Mitre,  Ernesto  Bosch,  Adolfo  Bioy, 
N.  Besio  Moreno,  Elíseo  Cantón,  Miguel  Ángel  Cárcano,  Ramón  J.  Cár- 
■cano,  Aliguel  F.  Casares.  Tomns  R.  Cullen,  Ernesto  de  la  Cárcova,  José 
luis  Cantilo,  Manuel  Caries,  Domingo  Cabred,  Mariano  Castex,  Luis  B. 
Estrada.  José  A.  Estévez,  Manuel  B.  Gonnet,  Joaquín  V.  González,  Luis 
Mitre,  Juan  Carlos  Garay,  Ángel  Gallardo,  Vicente  C.  Gallo.  Alejandro 
Grunning  Rosas.  Carlos  Ibarguren,  Emilio  Giménez  Zapiola,  Norberto 
Pinero.  Enrique  Larreta,  Eleodoro  Lobos,  Lucio  López,  Leopoldo  Lugo- 
nes.  Mariuel  L'^inez,  Alfredo  Lanari.  Norberto  Láinez.  Jorge  Lavalle 
Cobo,  Julio  López  Mañán  Leopoldo  Meló,  Julio  A.  Roca,  Carlos  Mada- 
riasra.  Rr-dolfo  Moreno  Diego  I.uis  Molinari,  Alvaro  Newton,  Julio  Noé, 
Martín  Noel,  Adolfo  Orma.  Alberto  Palomeque.  Ezeouiel  Ramos  Meiía, 
Ricardo  Rojas,  Ángel  Sánchez  Elía,  Nerio  Rojas,  Raúl  Sánchez  Elía, 
Emilio  Ravignani,  Alberto  J.  Rodríguez,  Carlos  Rosetí^  Carlos  Saavedra 
Lamas.  Fernando  Sapuier.  Matías  G.  Sánchez  Sorondo,  Luis  María  To- 
rres. Alberto  J.  Vignes,  Carlos  Alberto  Lcumann.  Juan  José  Vitón,  José 
A.  Víale,  Alfredo  Vivot,  Guillermo  Watson,  Clodomiro  Zavalía,  y  por 
toda  otra  persona  nombrada  por  mayoría  de  votos  en  asamblea  general 
ordinaria  del  Comité. 

El  Comité  eleo-irn  de  Su  seno,  por  mavoría  de  votos  y  por  el  término 
de  tres  años  un  pre'íiden'^e,  un  secretario  general  y  un  tesorero  que  com- 
pondr-^n  la  Junta  Eiecutiva.  Elegirá  igualmente  un  Consejo  compuesto 
de  diez  y  seis  miembros.  Además  es  miem.bro  nato  de  este  Consejo  el 
ministro  de  Francia. 

T  a  Tunta  Fiecufiva  tet^dr-í  a  su  cargo  la  administración  del  Instituto 
en  Buenos  Aires,  su  dirección,  sus  relaciones  con  las  Universidades  y 
otras  entVlades  de  cu^+ura  de  la  República  Argentina  y  todos  los  dem^s 
actos  relativos  a  su  funcionamiento  v  plena  realización,  estando  especial- 
mente facultada  para  nombrar  de  entre  los  miembros  del  Comité,  uno  o 
m^s  de1p"-p(lrs  r>ntp  íps  Universidades  y  otros  Centros  de  cultura  argentinos 
que  le  estén  vinculados 

Fl  Conseio  sesionará  convocado  por  la  Junta  y  serñn  sus  funciones 
las  de  aprobar  e1  nresunupsto  anual,  dictar  toda  rcírlamentación  y  orde- 
nanza nup  se  requiera  v  deliberar  sobre  los  asuntos  ciue  le  sean  sometidos. 

El  Consejo  sesionará  con  un  quorum  de  seis  miembros,   incluidos  los 


428  .NOSOTROS 

que  componen  la  Junta,  siempre  que  ésta  los  convoque  para  someter  algún 
asunto  a  su  consideración. 

h.n  caso  de  renuncia  u  otro  impedimento  definitivo  de  cualquiera  de 
los  miembros  de  la  Junta,  éste  sera  substituido  hasta  el  término  de  su 
períoro  por  una  persona  nombrada  por  el  Consejo,  convocado  al  objeto  por 
los  miembros  restantes  de  aquélla. 

El  Comité  sera  convocado  por  la  Junta  una  vez  por  año,  en  el  mes 
de  noviembre,  para  reunirse  en  asamblea  ordinaria  y  podra  sesionar  con 
quince  de  sus  miembros  presentes.  . 

Con  igual  número  de  miemlpros  formará  quorum  para  sesionar  en 
asamblea  extraordüiaria,  siempre  que  a  tal  efecto  sea  convocado  por  la 
Junta. 

¿,n  sus  relaciones  con  la  Universidad  Nacional  de  Buenos  Aires  el 
Instituto  se  entenderá  con  lá  Comisión  creada  por  la  ordenanza  de  17  de 
mayo  de  1922,  compuesta  por  los  decanos  de  las  seis  Facultades  y  presi- 
dida por  el  rector.  Con  esa  Comisión  del  Instituto  se  pondrá  de  acuerdo 
en  el  mes  de  diciembre  de  cada  ano,  sobre  la  organización  de  los  cursos 
para  el  siguiente  año,  como  también  para  proponer  los  profesores  cuya 
enseñanza  se  desearía  en  ese  ciclo,  a  ia  Univeisiüad  de  i^ans  o  ai  "Uroupc- 
ment  des  Universités  et  Grandes  Kcoles  de  hrance  pour  íes  relations  de 
l'Amérique  Latine"  del  que  es  corresponsal  en   Buenos  Aires. 

Los  cursos  y  las  conferencias  estarán  a  cargo  de  profesores  propuestos 
por  el  Comité  de  la  Universidad  de  Paris  y  designados  por  ésta. 

Los  cursos  y  las  conferencias  se  dictaran  en  los  lugares  que  el  Comité 
indique  o  proporcione  y  podrán  ser,  según  resuelva  este  mismo,  públicas  o 
privadas  para  inscriptos. 

Existirá  en  el  Instituto  de  una  manera  permanente,  un  profesor  agre- 
gado nombrado  por  dos  años  por  la  Instrucción  Pública  de  Francia.  Sus 
funciones  serán  las  que  le  señale  la  Junta  Ejecutiva,  de  acuerdo  con  la. 
Universidad,  ademas  de  las  docentes  en  la  dirección  de  seminarios  e  inves- 
tigaciones con  los  estudiantes,  a  quienes  podrá  otorgar  certificados  de  los 
cursos  seguidos  en  el  Instituto,  previo  examen  de  acuerdo  con  la  regla- 
mentación que  ai  efecto  se  dictará. 

Tanto  los  profesores  como  el  delegado  a  que  se  refiere  el  presente  ar- 
tículo, recibirán  sus  emolumentos  del  Comité,  quien  decidirá  cada  año  el 
monto  de  los  mismos  para  el  siguiente. 

El  tesoro  del  Instituto  se  compondrá :  i.°  De  una  subvención  del  Go- 
bierno francés,  dada  en  nombre  de  la  Universidad  de  París ;  2.°  una  sub- 
vención de  la  Universidad  Nacional  de  Buenos  Aires  (ordenanza  del  17  de 
mayo  de  1922)  ;  3.°,  de  las  subvenciones  o  subsidios  que  le  acuerden  los  Go- 
biernos nacional,  provinciales  o  municipales ;  4.°,  de  toda  otra  subvención  o 
subsidio  que  le  acuerden  otras  Universidades,  centros  de  cultura,  institucio- 
nes sociales  o  particulares  y  de  donaciones  o  productos  de  subscripciones. 

Todos  los  fondos  del  Instituto  se  depositarán  a  su  nombre  y  a  la  orden 
conjunta  del  presidente  y  del  tesorero  del  Comité  en  el  Banco  de  la  Nación 
Argentina. 

Los  fondos  del  Instituto  se  destinarán  a  costear  sus  gastos  y  en  primer 
término  a  los  que  se  refiere  el  artículo  IX. 

Con  sus  reservas  se  procurará  cumplir  ampliamente  los  fines  de  su 
creación. 

Las  autoridades  definitivas  se  constituyeron  en  esta  forma: 

Presidente,    D.    Carlos    Ibarguren;    secretario   general,    don 

Adolfo  Bioy;  tesorero,  D.  Raiíl  Sánchez  Elía;  consejeros,  Gre- 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  429 

gorio  Aráoz  Alfaro,  Coriolano  Alberini,  Nicolás  Besio  Moreno, 
Miguel  Ángel  Cárcano,  Tomás  R.  Cullen,  Mariano  R.  Castex, 
Paul  Groussac,  Enrique  Larreta,  Leopoldo  Lugones,  Jorge  La- 
valle  Cobo,  Carlos  Madariaga,  Diego  Luis  Molinari,  Martín  Noel, 
Julio  Noé,  Carlos  Saavedra  Lamas  y  Clodomiro  Zavalía. 


Un  manifiesto  interesante 

Los  jóvenes  Héctor  Ripa  Alberdi,  Arnaldo  Orfila  Reynal, 
Pablo  Vrillaud  y  Enrique  Dreyzin,  ex-delegados  al  Con- 
greso Internacional  de  Estudiantes,  que  se  celebró  en  México  en 
€l  mes  de  Setiembre  del  año  próximo  pasado,  acaban  de  dirigir 
a  los  estudiantes  universitarios  de  la  República,  un  manifiesto 
que  creemos  útil  reproducir.   Dice  así: 

ESTUDIANTES  UNIVERSITARIOS  DE  LA  REPÚBLICA 

La  Federación  Argentina  nos  designó  para  que  la  representáramos 
en  el  Congreso  que  debía  reunirse  en  Setiembre  del  año  próximo  pasado 
en  la  ciudad  de  México.  Sabíamos  la  responsabilidad  que  ello  involucra- 
ba, por  cuanto  la  inquieta  hora  universitaria  que  estaba  viviendo  el  país 
nos  irrponía  el  deber  de  reflejarla,  llevando  una  palabra  nueva  a  la  ju- 
ventud del  mundo,  palabra  encendida  en  la  lucha  revolucionaria,  y  que 
tuviera  en  su  seno  una  afirmación  para  lo  porvenir.  Con  el  anhelo  fer- 
viente de  llevar  esa  voz  de  una  juventud  que  creíamos  había  despertado 
a  una  vida  superior,  afrontamos  las  incomodidades  de  un  largo  viaje. 
Llegamos  a  México;  y  en  el  seno  del  Congreso  hicimos  vivir  por  un 
instante  el  ideal  colectivo  de  nuestras  masas  estudiantiles :  sus  luchas  vio- 
lentas contra  el  espíritu  estático  de  la  Universidad,  su  esfuerzo  titánico 
por  la  propia  emancipación,  el  dolor  de  los  maestros  que  nos  traicionaron, 
el  placer  de  las  multitudes  que  nos  aplaudieron,  la  gloria  de  \er  triunfar 
una  fé,  un  concepto  idealista,  una  fuerza  renovadora.  Les  referimos 
nuestra  agitada  historia  de  tm  instante,  haciendo  resaltar  lo  que  repre- 
sentaría, especialmente  para  los  pueblos  de  América,  un  ideal  colectivo, 
generoso,  creador,  encendiendo  las  grandes  masas  universitarias  y  lle- 
vándolas a  ejecutar  con  el  brazo  aquello  que  vislumbraron  con  el  pensa- 
miento. Y  así  fué  que  hallamos  en  aquella  juventud  allí  reunida  un  solo 
torazón  para  nuestro  afecto  y  una  sola  voluntad  para  nuestros  deseos. 
Planteados  los  problemas  fundamentales  se  esbozó  un  amplio  plan  de 
acción  a  desarrollar.  La  Internacional  estudiantil  debía  ser  el  tronco  de 
una  vasta  solidaridad,  la  base  de  una  fuerte  comunidad  de  voluntades 
que  recogiendo  las  esperanzas  de  la  hora  actual,  llevara  todo  el  vigor  de 
las  fuerzas  nuevas  al  campo  de  los  que  luchan  en  la  gran  guerra  cristiana 
de  redimir  al  hombre  de  los  terrenos  yugos  a  que  le  unciera  el  hombre. 
NaHic  con  mrs  derechos  que  la  conciencia  limpia  de  la  juventud  para 
sa'ir  en  demanda  de  crs?s  nobles;  nadie  con  m?s  deberes  que  la  juven- 
tud  para   exigir   y   esperar    la   palabra  de   la   justicia   social. 

Así  lo  entendimos  todos  y  así  lo  afirmamos  en  una  profesión  de  fé 


430  NOSOTROS 

para  lo  porvenir.  Claro,  que,  lógicamente,  debía  preceder  al  desarrolla 
de  estos  propósitos  unajtotal  revisión  de  los  métodos  de  enseñanza,  para 
que  las  nuevas  corrientes  de  la  cuiiura  nos  dieran  universidades  que  no  se 
colocaran  al  margen  de  la  vida;  para  que  dichos  institutos  dejaran  de 
ser  esa  cosa  artificial  y  vacía  donde  con  cuatro  inmuiabies  conocimientos 
se  fabrica  el  profesional,  y  se  turnaran  en  algo  m..s  saDío  y  mas  humano 
a  la  vez,  es  decir,  en  una  fuente  de  sabiduría  en  donde  el  hombre  pudiera 
sentirse  hombre  en  la  totalidad  de  su'  fuerza  creadora  dentro  del  mundo. 
En  esos  nuevos  crisoles  de  la  vida  y  del  saber  se  purificaría  la  nueva 
conciencia  de  los  hombres,  y  saldrían  las  multitudes  redimidas  de  su 
caparazón  de  siglos  muertos,  dispuestas  a  hacer  vivir  en  la  acción  la 
ideología  de  los  mas  altos  pensadores.  Pero  todas  estas  cosas,  en  aque- 
lla hora  optimista  de  México  no  fueron  más  que  entrevistas  nubes  de 
esperanza.  Aquel  conjunto  de  voluntades  fuertes  y  solidarias  no  eran 
mas  que  un  gran  bloque  virgen ;  era  menester  sacar  de  su  entraña  la 
nueva  estatua.  Y  se  eligió  a  la  ciudad  de  Buenos  Aires  como  taller  para 
realizar   esa  labor. 

El  segundo  Congreso  Internacional  debía  dar  forma  definitiva  a 
aquellos  ideales  hondamente  sentidos  y  confusamente  expresados.  Y  se 
puso  el  pensamiento  en  esta  tierra  porque  en  una  hora  de  exa.tación  lírica 
tuvimos  la  ingenuidad  de  creer  en  la  emancipación  intelectual  de  nuestra^» 
masas  universitarias. 

Pero  he  aquí,  compañeros  estudiantes  de  la  República,  que  todo  esíe 
optimismo  se  derrumba  frente  al  espectáculo  desolador  que  ofrecen  en  la 
actualidad  las  instituciones  estudiantiles  del  país.  La  más  absoiuta  miseria 
intelectual  corroe  la  autoridad  que  en  algún  instante  tuvieron  dichas  ins- 
tituciones. 

Al  volver  la  pesada  ola  de  la  reacción,  con  su  carga  de  oportunistas 
y  politiqueros,  ha  barrido  tcdo  el  prestigio  que  se.  conquistara  cuando  los 
valores  éticos  fueron  la  causa  de  toda  acción,  al  par  que  la  pauta  orien- 
tadora en  la  apreciación  de  los  hombres.  ISo  hay  una  idea  noble,  no  hay 
una  aspiración  elevada  que  encauce  y  mueva  la  labor  de  los  centros. 
Todo  ha  quedado  reducido  a  una  miserable  lucha  electoral  con  las  mismas 
bajas  pasie-nes  y  los  turbios  procedimientos  que  caracterizan  a  los  que 
hacen  de  la  política  el  mercado  de  sus  apetitos. 

Si  alguna  vez  se  creyó  que  la  misión  educadora  de  las  instituciones 
estudiantiles  era  la  razón  misma  de  su  existencia,  hoy  ese  concepto  no 
existe  sino  en  los  que  con  el  más  hondo  dolor  asistimos  al  fracaso  de 
nuestros  sueños  cuando  apenas  habían  nacido  nuestras  esperanzas. 

Ante  el  espectáculo  inmoral  que  ofrece  la  F.  U.  A.,  culpable  de  la 
desmoralización  nacional,  ¿qué  pedemos  hacer  los  que  tuvimos  fe  en  un 
porvenir  donde  gobernaran  los  hombres  esclarecidos  por  la  inteligencia  y 
la  aristocracia  de  la  conducta?  Nq  queda  otro  camino  que  el  de  lanz.ir 
a  la  faz  de  la  República  una  palabra  vibrante,  que  sea  a  la  vez  denuncia, 
y  azote  para  los  que  traicionaron  los  ideales  de  una  juventud  que  lus 
supo  hacer  triunfar  sacrificando  muchos  sentimientos  y  afrontando  largas 
horas  de  lucha. 

Después  de  haber  derrumbado  organizaciones  universitarias,  después 
de  haber  arrojado  de  sus  posiciones  a  los  maestros  de  una  generación 
para  afirmar  la  base  de  una  ética  en  la  conducta  de  los  hombres,  venimos 
a  demostrar  que  somos  incapaces  de  implantar  esos  mismos  principios  en 
nuestras  propias  instituciones. 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  431, 

Los  premios  nacionales  de  1920 
y  1921. 

Los  Jurados  designados  por  la  Universidad  para  adjudicar  los 
premios  nacionales  de  ciencias  y  letras,  correspondientes  a 
1920  y  192 1,  han  elevado  en  el  curso  de  este  mes  sus  respectivos 
dictámenes. 

Prescindamos  de  las  obras  científicas  premiadas,  y  refirá- 
mosnos solamente  a  las  de  letras.  De  las  obras  publicadas  en 
1920  obtuvo  el  primer  premio  de  30.000  pesos  el  libro  Las  Obli- 
gaciones en  general,  del  Dr.  Alfredo  Colmo.  El  segundo  premio 
de  20.000  pesos  correspondió,  dividido  en  partes  iguales,  a  Lan- 
guidez:, de  Alfonsina  Storni  y  a  Las  vírgenes  del  sol,  de  Ataliva 
Herrera,  y  el  tercero,  de  10.000  pesos,  fué  dividido  entre  Carlos 
Alberto  I^eumann  por  su  novela  Adriana  Zumarán,  H.  Caillet 
Bois  por  sus  Poemas,  y  Hernán  Félix  Gómez,  por  su  obra  La 
vida  pública  del  doctor  Juan  Pujol. 

De  las  obras  aparecidas  en  192 1,  obtuvo  el  primer  premio 
el  Ensayo  sobre  la  Revolución  de  Mayo  y  Mariano  Moreno,  de! 
Dr.  Ricardo  Levene ;  el  segundo,  el  libro  La  guerra  del  Paraguay, 
del  coronel  Juan  Beverina,  y  fué  dividido  ej  tercero  entre  los 
doctores  Fernando  Cermesoni  y  Rafael  Bielsa,  por  sus  libros 
Contratos  comerciales  y  Derecho  administrativo,  respectivamente. 

Folco  Testena 

FoLCo  Testena  parte  en  estos  días  hacia  Italia.  Después  de 
más  de  una  década  de  intensa  e  ininterrumpida  labor  en  los 
diarios  y  revistas  italianos  del  Río  de  la  Plata,  y  de  haber  dado 
a  las  publicaciones  nacionales  del  Uruguay  y  de  la  Argentina  lo 
mejor  de  su  ingenio  vivísimo  y  de  su  apasionado  temperamento, 
Folco  Testena,  joven  aún  y  todavía  con  todas  sus  energías  de 
luchador,  reintegraráse  a  la  vida  de  su  país,  agitada  en  estos 
días  de  mundial  desorientación. 

Testena  es  un  gran  amigo  de  la  literatura  rioplatense.  Tra- 
ductor admirable  de  nuestros  poetas,  mucho  hizo  en  los  años  que 
aquí  vivió  por  llevar  al  conocimiento  de  sus  compatriotas  lo  me- 
jor de  nuestra  lírica.  Como  lo  hizo  por  sincera  y  desinteresada 
devoción,  ganóse  con  la  amistad  ,  la  admiración  de  todos.    Mu- 


432  NOSOTROS 

cho  hará  aún,  sin  duda  alguna,  por  la  difusión  de  nuestras  letras 
el  vigoroso  traductor  del  Martín  Fierro.  Por  lo  menos  quiere 
dejar  tendido  con  estos  países  que  tiene  por  patria  adoptiva,  un 
estrecho  lazo  de  vinculación  artística. 

Desde  Europa  nos  enviará  periódicas  correspondencias  so- 
bre el  arte,  la  literatura  y  la  política  de  aquellas  agitadas  y  fati- 
gadas sociedades.  Nosotros,  que  siempre  le  tuvo  por  uno  de  sus 
buenos  amigos,  al  desearle  un  buen  viaje,  le  dice  "hasta  luego". 

La  Cooperativa  Editorial  "Bue- 
nos Aires"  renovó  su  directorio. 

EN  la  asamblea  ordinaria  de  la  Editorial  "Buenos  Aires",  rea- 
lizada el  24  del  corriente,  fueron  elegidos  miembros  del  di- 
rectorio para  el  período  1922-23,  los  señores  Manuel  Calvez,  Ro- 
berto F.  Giusti,  Arturo  Capdevila,  Carlos  Muzio  Sáenz-Peña  y 
Alejandro  Castiñeiras.    Reeligióse  síndico  a  Julio  Noé. 

"Nosotros". 


En  los  hoteles, 
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perior e  ideas  generales  que  exce- 
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(    zación  científica. 


SüscripcJóD  anua):  10  $  inoneda  argentina 
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Redacción  y  Administración 

ifEIII0iDEMl¥0  638  -  BDEiSV 


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Director:     E.     MARTINENCHE 

Redactores  en  Jefe: 
Charles  Lesea,  V.  García  Calderón 

aparece    el    i.»    de   cada   mes    en    entregas 
de   96   páginas. 

Colaboradores:  Condesa  Mathieu  de 
Noalles,  Rachilde,  Gérard  d'Houville,  Louis 
Bertrand,  André  Gide,  André  Suarés,  León 
íiaíidet,  Paul  Fort^  Camille  Mauclair,  Leo- 
llóldo  Lugones,  I^rancisco  García  Calde- 
rón, Ángel  de  jRstrada,  Francisco  L.  de 
la  Barra,  Graga  Aranha,  Carlos  Reyles, 
Alfonso  Reyes,  Gonzalo  Zaldumbide,  Hugo 
D.   Barbagelata,  A.  Zérega  -  Fombona,  etc. 

Suscripción  anual:  Fr,  42. 

BOULEVAR  de  COURCELLES, 
84.  parís  (17*.) 

Se  aceptan  suscripciones  en  la  Admi- 
nistración   de   Nosotros. 


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COOPERATIVA  EDITORIAL  «BUENOS  AIRES» 

DIRECTORIO:  Manuel  Gálvez,  presidente;  Roberto  F,  Giusti,  secreta- 
rio; Alejandro  Castiñejrras,  Arturo  Capdevila,  Carlos  Muzio  Sáenz 
Peña,  vocales;  Julio  Noé,   síndico. 

Fundada  en  1917,  en  cinco  años  ha  editado  58  libros  y  más  de  100.000 
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Año  XVI  Agosto  du  1922  Núm.  159 


NOSOTROS 


ROGELIO   YRURTIA 


UNA  silenciosa  labor  de  dos  décadas  — densa  de  estudio  y 
proba  hasta  la  exasperación —  ha  hecho  de  Rogelio  Yrurtia 
no  solamente  el  primer  escultor  argentino  sino,  también,  uno  de 
los  más  resaltantes  artistas  contemporáneos.  Afirmación  tan  ca- 
tegórica no  ha  de  tildarse,  empero,  de  excesiva  si  se  recuerda 
que,  ya  en  1903,  críticos  mundialmente  reputados  como  Camille 
Mauclair,  Arxene  Alexandre,  Charles  Morice  y  Gabriel  Maurai, 
al  señalar  a  la  atención  europea  su  revelador  grupo  Las  Pecado- 
ras — expuesto  en  aquel  Salón  des  Artistes  Franjáis —  acudían  a 
los  más  altos  elogios,  que  uno  de  ellos  subrrayaba  con  estas  pala- 
bras, por  cierto  singulares,  en  páginas  tan  severas  y  mesuradas 
como  las  del  Mercure  de  Prancc :  "El  señor  Rogelio  Yrurtia  debe 
contarse  entre  los  muy  pocos  estatuarios,  de  nuestro  tiempo"... 
Más  tarde,  Rubén  Darío,  Eduardo  Schiaffino,  Martín  A.  Malha- 
rro,  Carlos  E.  Zuberbühler,  Leopoldo  Lugones  y  Ernesto  de  la 
Cárcova  — desde  las  columnas  de  respeto  o  las  posiciones  de  con- 
sejo— exaltaron,  aquí,  tal  prístina  jerarquía  que,  poco  después, 
(191  i)  refrendara  yo  en  La  Nación  y  en  Pallas;  y  que,  ahora, 
ratifica  sin  discrepancia  la  crítica  ponderada  del  país. 

Parecería,  entonces,  ocioso  — al  considerar  su  actual  obra 
máxima —  detenerse  previamente  sobre  filiación  tan  genuina.  Sin 
embargo,  esto,  que  en  centros  de  cultura  acendrada  resultaría 
redundante,  requiérese  aún  en  Buenos  Aires.  Debido,  en  efecto, 
al  sobresalto  de  un  medio  heteróclito,  espiritualmente  improvisa- 
do, donde  el  exitismo  genérico  posterga,  en  la  más  rasa  displicen- 


434  NOSOTROS 

cía,  el  esfuerzo  único,  intenso  y  recóndito,  para  proclamar,  en 
cambio,  lo  ostensible :  "el  rendimiento  de  lo  múltiple,  de  la  mate- 
ria numérica,  cuantitativa. . ."  —  conforme  al  decir,  muy  estricto, 
también  para  nosotros,  de  Luis  Araquistain — ;  concíbese  que  la 
personalidad  artística  de  Rogelio  Yrurtia  sea  todavía  un  valor 
solamente  aquilatado  por  nuestra  exigua  élite  intelectual.  Poco 
importa  que,  desde  1905,  —  en  las  diversas  muestras  de  Florida 
y  en  los  Salones  oficiales  del  Retiro —  expusiera  primero,  aquel 
su  consagrado  grupo  Las  Pecadoras,  y,  luego,  la  magnífica  su- 
cesión de  torsos  y  cabezas  que,  aún  dentro  de  la  restricción  frag- 
mentaria, son  piezas  que  honrarían,  como  honran  el  nuestro, 
cualquier  museo  de  arte  moderno  del  mundo;  de  nada  le  vale, 
tampoco,  aquel  profundo  bronce  que  perpetúa,  en  los  jardines  del 
Hospital  de  Clínicas,  el  ejemplo  sabio  y  altruista  de  un  Alejandro 
Castro,  ni  el  admirable  boceto  en  piedra  de  El  Puéhlo  de  Mayo 
en  marcha,  que  se  conserva  en  el  Pabellón  Argentino  como  peren- 
ne protesta  contra  aquel  malhadado  fallo  del  Jurado  que  dicta- 
minó en  el  concurso  internacional  del  Monumento  a  la  Indepen- 
cia. . .  Como  no  se  rebajase  a  improvisar,  en  unos  cuantos  meses, 
siquiera  un  par  de  esos  deslavados  simulacros  "ad-hoc"  con  que, 
doce  años  atrás,  cierto  repentino  afán  conmemorativo  ofendiera 
la  digna  parquedad  estatuaria  de  la  capital,  Rogelio  Yrurtia,  para 
la  mayoría  de  sus  compatriotas,  no  cuenta  como  entidad  artística 
de  primera  magnitud.  Y  no  se  crea  que  me  refiero  únicamente  al 
"gran  público"...  El  asunto  del  monumento  Rivadavia  es  de 
ayer,  no  más;  y  entre  tanta  incidencia  lamentable,  hemos  visto 
con  asombro  a  personas  de  la  clase  letrada  del  país  calificar 
de  "piezas  de  salón"  obras  como  Serenidad  y  la  magistral 
cabeza  de  Dorrego  que  enaltecen  las  salas  argentinas  de  nuestro 
Museo.  Y,  aún  en  cierto  ambiente  de  cultura  artística,  no  fueron 
pocos  los  sufragios  condicionales.  Reconocíasele,  sin  duda,  haber 
modelado  soberbios  trozos  y  algunos  penetrantes  retratos;  pero, 
para  acordarle  el  valor  primordial  a  que  aludiéramos  al  comienzo, 
requerían  un  monumento...  Ah!  la  pueril  obsesión  del  monu- 
mento! Ya  verá  quien  me  siga  en  el  transcurso  de  estos  apun- 
tes, la  decena  de  monumentos  que  ha  plasmado,  destruido  y  vuel- 
to a  levantar,  Rogelio  Yrurtia,  durante  veinte  años  de  tesonero 
trabajo,  en  su  increíble  empeño  de  sinceridad  y  de  ulterior  per- 


ROGELIO  YRURTIA  435 

fección;  pero,  con  todo,  da  pena  pensar  que,  no  el  vulgo,  sino 
hombres  con  pretensión  de  conocedores,  e  indiscutiblemente  ins- 
truidos, para  aquilatar  un  talento  de  estatuario  necesitaban  el 
factor  numérico,  cuantitativo . . .  Verdaderamente,  es  gran  suerte 
que  exista  tan  copiosa  exégesis  arqueológica,  pues  de  otra  manera, 
por  ser  el  Antinoo  del  Belvedere  la  pieza  única  de  un  artista  des- 
conocido, casi  no  merecía  el  honor  de  un  recuerdo . . . 

Rogelio  Yrurtia  — salvados  los  lústrales  desgarramientos  que 
apareja  siempre  la  vocación  incomprendida  — a  poco  de  estudiíir 
con  Lucio  Correa  Morales  partió  a  Europa,  triunfante  en  el  con- 
curso de  becas  de  1898,  Eran  tiempos  promisorios  de  primera 
juventud,  pero  que  ya  permitían  a  Rubén  Darío  presentarlo  así : 
"Rogelio  Yrurtia  es  joven,  pero  su  talento  es  de  una  fuerza  só- 
lida y  madura.  Comenzó  sus  estudios  en  Buenos  Aires,  ha  hecho 
el  viaje  a  Italia  indispensable  para  todo  artista,  y  luego  ha  venido 
a  París  pensionado  por  el  gobierno.  De  un  carácter  reconcentrado, 
retraído,  tímido  como  todos  los  vigorosos,  ha  vivido  siempre  de- 
dicado a  su  arte,  en  esta  maravillosa  metrópoli  de  metrópolis;  y 
ninguno  de  los  halagos  y  tentaciones  de  este  ambiente  de  placeres 
lo  ha  arrancado  a  su  meditación  y  a  su  ensueño,  defendido  por 
una  labor  continua  y  una  soledad  discreta.  En  las  almas  de  los 
artistas  existen  las  vírgenes  cuerdas  y  las  vírgenes  locas.  La  de 
Yrurtia  es  de  las  cuerdas.  Su  cultura  no  es  extensa,  pero  es 
firme.  No  quiere  hacer  literatura  de  mármol  o  de  bronce.  Ha 
encarnado,  simplemente  y  humanamente,  el  problema  de  la  vida. 
Ha  puesto  los  ojos  de  su  espíritu  y  de  su  cuerpo  en  el  espectáculo 
del  sufrimiento  humano.  Como  Constantin  Meunier,  se  ha  senti- 
do conmovido  por  el  Trabajo;  y,  como  Rodin,  a  quien  admira, 
por  la  dominación  del  Amor  omnipotente  que  arde  en  la  tierra. 
Y  ha  visto  discretamente,  sin  lentes  de  preocupación  ni  anteojos 
académicos.  Con  esto  ya  está  significado  que  no  existe  en  él  la 
tendencia  a  lo  retórico  y,  menos,  a  lo  bonito,  ni  la  sujeción  a  los 
fríos  cánones  de  los  dirigentes  diplomados.  Es  un  talento  leal 
consigo  mismo.  Aunque  tenga  sus  admiraciones,  no  juzga  que 
deba  sujetarse  al  yugo  de  los  maestros". 


436  NOSOTROS 

Me  he  extendido  deliberadamente  en  la  transcripción,  no  solo 
porque,  en  pocas  líneas,  el  maestro  da  una  síntesis  profunda  del 
carácter  de  este  artista,  sino  también,  y  particularmente,  porque 
aun  no  siendo  la  crítica  de  artes  plásticas  un  ejercicio  predilecto 
y  especializado  del  Poeta  de  América,  contiene  frases  que,  salvo 
comprensibles  transmutaciones  al  avanzar  en  su  carrera,  entran 
muy  hondo  en  la  obra  de  nuestro  escultor.  Así  cuando  dice :  "No 
quiere  hacer  literatura  de  mármol  o  de  bronce'' ;  "ha  encarnado 
simplemente  y  humanamente  el  problema  de  la  vida" ;  "ha  visto  sin 
lentes  de  preocupación" ;  "no  existe  en  él  la  tendencia  de  lo  retó- 
rico"; lo  excluye,  definitivamente,  de  esa  tendencia  filosofástrica 
y  pontificante  que  entonces  amagaba  convertir  la  escultura  en  un 
balbuceo  de  intenciones,  más  o  menos  propias,  y  que,  ahora,  a 
fuerza  de  malgastada,  se  arrastra  en  las  puerilidades  técnicas  de 
los  vieux  jcux.  Pero  nótese  bien,  no  quiero  con  esto  decir  que  la 
ofcra  de  Yrurtia  sea  simplemente  formal ;  plástica  y,  por  lo  mis- 
mo, ázima  del  influjo  recóndito  —  emocional  o  intelectual  —  el 
único  que  torna  imperecedera  la  obra  de  arte  moderna.  Quiero 
significar  con  ello,  que,  así  como  para  el  logro  del  hondo  con- 
cepto, no  subordina  ni  prescinde  nunca  de  la  observación  directa 
— como  ocurre  a  veces,  en  ciertas  síntesis  simbólicas  de  Rodin — ; 
al  sentirse  conmovido  por  los  quebrantos  de  la  pasión  o  la  armo- 
nía de  la  línea,  su  composición  no  caerá  por  eso  en  la  verba  melo- 
dramática de  un  Bistolfi  o  en  los  primores  decorativos  de  un 
Dalou. 

Y,  así,  habiéndole  sido  muy  fácil  impresionar  a  su  público 
con  actitudes  extrañas  o  postulados  abstrusos  —  despreciando  el 
Renacimiento,  y  lo  gótico  y  lo  románico,  para  presentarse  como 
un  renovador  providencial  de  lo  egineto,  de  lo  egipcio  o  de  lo 
Khmer  —  ha  preferido,  en  su  honrado  orgullo,  la  notoriedad  tar- 
día antes  que  descender  a  las  complacencias  que  impone  el  sno- 
bismo o  de  violentar  sus  convicciones  estéticas.  Su  propósito  in- 
quebrantable fué  mantenerse  él  mismo,  sin  la  menor  concesión  ni 
al  intelectualismo  agudo,  ni  a  las  preferencias  decorativas  de  la 
masa.  Y  del  mismo  modo  que  en  la  expresión  del  símbolo  nunca 
sacrifica  la  justeza  plástica,  cuando  se  preocupa  del  arabesco  lo 
alcanza  siempre  magistralmente,  sin  desmedro  del  concepto  y  sin 
trastornar  la  interpretación  de  la  naturaleza.   De  ahí  la  íntima 


G^ 


\y^ 


\.    \ 


Rogelio    Yrurtia 


ROGELIO  YRURTIA  437 

y  profunda  concordancia  entre  lo  ideológico  y  lo  sensorial  que 
vertebraliza  toda  su  obra;  y  que  el  modelado  trasunta  luego  en 
ese  perfecto  equilibrio  de  valores  escultóricos,  es  decir:  de  líneas, 
de  planos  y  de  volúmenes. 

Bien  pudo  decir,  entonces,  Darío :  "Es  un  talento  leal  con- 
sigo mismo". 

*     * 

Sin  embargo,  aquel  admirable  grupo  de  Las  Pecadoras  — 
cuya  ordenación  horizontal  iba  a  perdurar  en  sus  siguientes  con- 
juntos monumentales  (El  Pueblo  de  Mayo  en  Marcha,  Canto  al 
Trabajo) — al  mismo  tiempo  que  lo  colocaba,  a  los  treinta  años,  en 
el  primer  plano  de  la  escultura  moderna,  aparejóle  la  mortifica- 
ción de  verse,  en  el  acto,  filiado  en  la  imaginaria  escuela  rodiniana. 
El  fácil  recuerdo  de  la  línea  de  composición  de  Les  Bourgeois  de 
Calais,  así  como  la  ausencia  del  elemento  arquitectónico,  se  im- 
puso a  los  cronistas ;  y,  sin  mayor  examen,  aventuróse  la  especie. 
Sin  tener  en  cuenta  que  Rodín  — como  bien  se  ve  ahora —  no 
podía  ser  jefe  de  una  escuela  en  mérito  a  la  misma  estructura 
excepcional  y,  por  tanto,  intransfundible  de  su  arte,  no  se  reparó 
en  que  Yrurtia  no  se  le  parecía  siquiera  en  lo  que  cualquier  alum- 
no de  academia  puede  apropiarse  del  autor  de  Le  Beiser,  es 
decir:  del  sesgo  fonnal,  accesible  como  toda  técnica. 

Con  todo,  aquella  arbitraria  filiación  hizo  camino ;  y  recuer- 
do que  en  noviembre  de  191 1,  a  raíz  de  la  presentación  mía  en 
La  Nación  de  cierta  vista  fragmentaria  de  Bl  Triunfo  del  Tra- 
bajo (i),  hube  de  verme  envuelto  en  tal  mal  entendido.  Por 
fortuna,  la  casi  inmediata  exposición  en  lo  de  Witcomb  de  un 
torso  y  dos  cabezas  de  Yrurtia,  permitióme  aclarar,  en  las  mismas 
columnas,  el  alcance  de  la  malhadada  cita  que  lo  provocara. 

El  autor  de  Bl  Pueblo  de  Mayo  en  Marcha  —  había  escrito 
yo  —  ha  demostrado  en  anteriores  obras  hasta  qué  punto  domina 
la  ciencia  del  modelado  y  de  qué  manera  sorprende  la  imagen 
fugaz  de  las  actitudes.  La  arcilla,  bajo  sus  manos,  cobra  morbi- 
dez, color  y  hasta  tibieza;  de  tal  modo  el  cuerpo  que  simula  se 


Museo. 


(i)     Título   originario   del   actual   Canto   al    Trabajo   expuesto   en   el 
eo. 


438  NOSOTROS 

encarna  en  realidad.  Y  la  acción,  para  él,  no  es  solamente  "la 
transición  de  una  actitud  a  otra",  "el  desarrollo  de  un  acto  a  tra- 
vés de  un  personaje",  sino  la  actitud  misma  sensibilizada.  Como 
el  sutil  protagonista  de  La  -  Bas,  comprende  Yrurtia  "que  la  cu- 
riosidad en  el  arte  comienza  allí  donde  los  sentidos  dejan  de  ser- 
vir" ;  pero  que  no  ignora,  por  cierto,  el  apotegma  de  Rodin  para 
los  que  quieren  practicar  esa  religión :' "el  primer  mandamiento 
es :  saber  modelar  bien  un  brazo,  un  torso,  un  muslo" . . .  Esta 
cita  de  un  libro  no  muy  divulgado,  entonces,  entre  nosotros,  dio 
posiblemente  margen  para  que  críticos  ocasionales,  y  por  lo  tanto 
demasiado  perspicaces,  descubrieran  un  propósito  de  hacer  deri- 
var nuestro  escultor  del  gran  estatuario  francés.  La  rectificación 
detenida  no  cabía  en  una  simple  nota  periodística.  Para  eso  están 
las  monografías  de  arte  y  las  publicaciones  especiales  (este  es  el 
caso)  en  las  que  es  posible  analizar  las  filiaciones.  Entre  tanto, 
la  cita  de  Les  Bntretiens  d'Art,  de  Auguste  Rodín,  reunidos  por 
Paul  Gssel,  quería  expresar  esto:  el  escultor  moderno  de  más 
universal  renombre,  a  quien  se  le  hace  aparecer,  acaso  demasiado 
genéricamente,  como  el  paladín  del  desgaire  de  la  forma  con  tal 
de  obtener  intensas  síntesis  de  expresión,  aconseja  lo  que  de  ante- 
mano ha  realizado  nuestro  compatriota.  Nada  más.  Es  así  que 
añadía:  Pero  hay  algo  más  recóndito  en  el  arte  de  Yrurtia.  No 
es  de  los  estatuarios  que  se  contentan  con  reproducir  la  realidad 
tangible  de  los  cuerpos,  ni  es  tampoco  de  los  que  se  obstinan  en 
infundir  ideas,  anhelos,  y  emociones,  desdeñando  la  forma  que 
los  contienen.  Espiritualista  y  sensitivo,  a  la  vez,  anima  sus 
creaciones  aunando  a  la  llama  interior  la  verdad  de  la  carne  que 
plasma.  Para  él  todo  el  cuerpo  tiene  expresión;  todo  "el  cuerpo 
piensa,  así  como  siente,  de  pies  a  cabeza.  La  idea,  lo  mismo  que 
la  sensación,  se  le  aparecen  como  presencias,  al  punto  de  que  de 
él  también  pueda  afirmarse  que  ha  logrado  sensibilizar  los  ensue- 
ños y  espiritualizar  las  sensaciones.  Y,  así,  gracias  a  esa  doble 
percepción  del  ser,  le  es  dado  a  Yrurtia  vivificar  las  síntesis  más 
abstractas  y  dar  carácter  preciso  a  un  cuerpo  mutilado.  Es  el  caso 
del  torso  aludido,  el  que,  por  sí  solo,  bastaría  para  confirmar  la 
personalidad  original  y  desbordante  de  Yrurtia.  En  él  hay  dos 
cosas :  la  perfección  asombrosa  del  modelado  — de  una  interpreta- 
ción anatómica  tan  estricta  que  se  puede  sentir  hasta  en  las  pal- 


I 


ROGELIO  YRURTIA  ^  43i) 

mas  de  las  manos  —  y  la  estructura  interior,  la  presencia  invisi- 
ble de  la  persona  con  sus  ritmos  y  sus  actitudes  futuras,  cuando 
el  grado  de  realización  llegue  a  ser  total.  Sin  necesidad  de  preve- 
nirlo, cualquier  ojo  avisor  adivina,  en  los  músculos  hinchados  — 
pero  no  deformes —  en  todas  las  lineas  heroicas  de  la  postura, 
que  tal  fragmento  pertenece  tanto  por  la  potencia  patética  como 
por  su  calidad  prástica,  a  un  cuerpo  de  triunfador   ( i ) . 

Comprobado  esto  ¿para  qué  investigar  posibles  accidentales 
puntos  de  contacto,  dentro  o  fuera  de  la  fisonomía  artística  de  la 
época,  entre  tal  y  cual  artista  de  talento  ?  ¿  No  se  ha  dicho  que  los 
aspectos  inesperados  de  "abocetamiento"  en  las  síntesis  de  Rodín 
no  eran  sino  imitaciones  de  las  obras  que  dejó  sin  terminar  Mi- 
guel Ángel  y  que  se  conservan  en  el  Museo  Nacional  de  Flo- 
rencia? Por  de  pronto  Yrurtia,  aun  admitiendo  esa  conjetural 
influencia  rodiniana,  no  trasluce  en  sus  obras  las  características, 
"la  marca",  del  maestro;  circunstancia  que,  unida  a  la  absoluta 
divergencia  ética,  ló  substrae  de  toda  presunción  de  disciplina. 
Extremando  la  policía  de  sus  orígenes  artísticos  —  todos  los 
tienen  menos  los  genios  —  habría  que  ir  a  la  Grecia  clásica,  aca- 
so a  través  de  la  obra  de  Rodín,  pero  siempre  en  un  púgil  esfuer- 
zo de  liberación,  a  la  que  ha  llegado  en  tal  plenitud  de  persona- 
lidad que  hace  olvidar  todos  los  trayectos. 

Por  lo  demás,  en  cualquier  arte  y  en  cualquier  época,  podría 
señalarse  el  substractum  originario  del  artista  desconcertante. 
Cuando  Ugo  Ojetti  dijo  de  Joseph  Israéls  que  era  "un  pintor  que 
ha  cumplido  el  milagro  de  imitar  a  Rembrandt",  ya  subrayé,  por 
lo  que  a  la  pintura  se  refiere  (2),  la  inanidad  del  resabido  paren- 
tesco. Limitándome  a  los  modernos,  recordaba  como  todos  los 
comentadores,  al  considerar  los  paisajistas  franceses  de  183Q,  de- 
ducen de  los  cuadros  pequeños  y  de  los  aspectos  ingenuos  — "sin- 
ceramente agrestes" —  la  influencia  de  fórmulas  holandesas.  Y 
el  concretarlas  en  Rousseau,  directamente  de  Ruysdaél  ¿ha  dado 
fundamento  a  alguien  para  disminuir  el  mérito  del  primero?  No 
puede  hablarse  de  John  Constable  sin  recordar  a  Hobbema  y  a 
Ruysdaél.    Investigando  la  orientación  de  Millet,  llégase  al  re- 


(i)     En  efecto,  tratábase  del  torso  de  una  de  las  principales  figuras 
de  Bl  Triunfo  del  Trabajo. 

(2)     La  Belleza  Invisible,  pág.  85. 


440  NOSOTROS 

cuerdo  de  \'an  Ostade  y  Fierre  Breughel,  así  como  se  descul)re, 
en  las  sorpresas  de  su  técnica,  los  medios  del  Mantegna ...  Y 
Puvis  de  Chavannes,  ¿no  sur  je  acaso,  esporádicamente,  de  los 
cuatrocentistas  ? . . ,    " 

Ahora  bien,  tratándose  de  un  argentino  contemporáneo,  po- 
dria  citarse  varios  ejemplos,  entre  muchos,  que  demuestran,  al  par 
de  la  excesiva  facilidad  de  ese  juego  inocuo,  la  absoluta  falta  de 
importancia  de  la  filiación.  ¿Quién  ignora  que  el  Fader  de  cali- 
dad —  el  Fader  animalista  —  hay  que  investigarlo  en  Zügel,  y 
que  las  expresiones  emocionales  y  pasionales  de  Zonza  Briano 
tentaron  antes,  genialmente,  a  Medardo  Rosso?  ¿Fader  y  Zonza 
líriano  dejan,  por  eso,  de  ser  dos  grandes  artistas  argentinos  ? . . . 

Tal  preocupación  es  secundaria  y  solo  en  afán  especioso  pue- 
de removerse.  Yrurtia,  sin  su  enorme  talento,  sin  su  sobresaltada 
sensibilidad  y  sin  su  peculiar  maestría,  hubiese  sido  uno  de  tan- 
tos, más  o  menos  beneficiado  por  las  "comandes"  oficiales,  a 
pesar  de  las  más  directas  sugestiones  de  los  maestros  modernos  o 
antiguos.  Si  hoy  está  al  frente  de  los  escultores  contemporá- 
neos ;  si  su  renombre  ha  traspuesto  las  fronteras  y  los  mares,  es 
por  que  él  vale  por  sí  solo  — por  la  unidad  de  su  conciencia  y  su 
fervor  de  belleza — ;  y  porque  su  vocación,  después  de  cruentas 
luchas,  se  realiza  conforme  al  destino,  que  dio  a  sus  manos  el 
privilegio  de  haber  sido  hechas  para  lo  que  hacen  tan  admira- 
blemente. 

Después  de  aquel  triunfo  en  París,  con  Las  Pecadoras,  la 
obra  de  Yrurtia  creció  infatigablemente,  en  el  mismo  impetuoso  e 
inalterable  silencio.  Durante  cuatro  años  (1903 -1907)  y  sin 
otra  solución  de  continuidad  que  la  de  un  rápido  viaje  a  Buenos 
Aires  (1905),  para  exponer  en  el  antiguo  Salón  Costa  aquella 
composición  y  una  serie  de  profundos  estudios  de  torsos,  cabezas 
y  miembros,  este  empecinado  de  la  verdad  y  de  la  perfección  rea- 
lizara un  trabajo  tal  que,  discretamente  aprovechado  por  cual- 
quier exitista,  le  hubiera  valido  en  su  patria,  con  el  aplauso  de  los 
técnicos  y  de  los  conocedores  de  condición,  la  admiración  sonante 
de  las  multitudes.    Pero  como  él,  sin  desdeñar  su  público,  solo 


ROGELIO  YRURTIA  441 

aspiraba  a  presentársele  con  una  obra  digna  de  lo  que  le  imponía 
su  conciencia  estricta  —  haciéndose  temerarias  ilusiones  respecto 
a  la  progresiva  cultura  artística  de  su  país  —  mantenía  rigurosa- 
mente, impetuosamente  oculta  su  producción  atribulada  y  armo- 
niosa. De  ahí  que,  no  obstante  los  artículos  encomiásticos,  a  que 
nos  hemos  referido  al  principio,  la  impresión  general  fuese  la 
de  una  obra  inconclusa;  y,  como  no  podía  hablarse  de  displi- 
cencia frente  a  un  trabajador  "de  sol  a  sol";  y  como  no  podía 
negársele,  tampoco,  entusiasmo  activo  y  arduo  amor  por  su  arte, 
las  almas  caritativas  —  al  ver  que  era  más  fácil  y  más  rápido 
(y  sobre  todo  más  provechoso)  fundar  un  banco  o  un  frigorífico, 
pronunciaron  la  palabra,  en  nuestro  medio  tremenda  pero  que 
habría  hecho  sonreír  en  Europa:  impotencia! 

Por  fortuna  los  que,  entonces,  habían  tenido  la  suerte  de  se- 
guirlo de  cerca — cuatro  o  cinco  hombres  realmente  de  calidad :  he 
nombrado  a  Don  Guillermo  Udaondo,  Rubén  Darío,  Carlos  E. 
Zuberbühler,  Martín  A.  Malharro,  Eduardo  Schiaffino  y  Carlos 
Delcasse  —  cada  cual  en  su  rango  y  en  su  dedicación  especial, 
salieron  en  su  defensa.  Al  cargo  de  lentitud  —  el  único  consis- 
tente —  que  enarbolaban  los  demasiados  entusiastas  y  sospecho- 
sos proclamadores  de  esta  impotencia  de  un  gran  artista  argenti- 
no, pudieron  ellos,  sin  duda,  oponer  resabidos  ejemplos  —  anti- 
guos y  modernos  —  de  perdurables  artistas  del  pensamiento  y  de 
la  forma  que,  precisamente,  gracias  a  ella  (que  significa  respeto 
por  su  arte,  autocrítica,  afán  de  perfección)  legaran  sus  nombres 
al  respeto  y  la  admiración  universales.  Pero  como  hubiera  sido 
lo  mismo  que  predicar  en  el  desierto  —  en  el  peor  de  los  desier- 
tos: un  desierto  habitado  por  hombres  ignaros  y  pretenciosos  — 
evitaron  la  polémica  inútil  y  lo  defendieron  como  lo  exigía  el 
momento.  Prescindieron  de  los  habitantes  del  Desierto  y  obtu- 
vieron para  el  alto  artista  reconcentrado,  el  encargo  de  los  monu- 
mentos: Bl  Triunfo  del  Trabajo  y  el  de  Dorrego.  Tuvieron 
la  suerte  de  que  al  frente  del  municipio  de  la  Capital  estuviese 
entonces  (1907)  un  hombre  de  calidad  patricia  y  de  espíritu  avi- 
zor, don  Carlos  Torcuato  de  Alvear  y  de  que  en  la  Comisión  del 
Monumento  a  Dorrego  formaran  personas  que  no  desdeñaban 
aunar  al  prestigio  social  el  desvelo  de  las  lecturas  y  la  capacidad 


412  NOSOTROS 

<Je  comprender.  I'uéronle,  pues,  encomendados  a  Yrurtia  los  dos 
grandes  monumentos. 

Pero  si  tan  honroso  encargo  levanta  el  espíritu  del  artista, 
no  cree  éste  que,  por  ello,  ha  de  malbaratar  sus  creaciones  en 
términos  perentorios.  Pasan  dos,  tres,  cuatro  años,  y  el  público 
y  las  comisiones  no  ven  surgir,  como  por  arte  de  encantamiento, 
los  simulacros  simbólicos  o  conmemorativos  que  ya  tenían  desti- 
nado sitio. . ,  Vuelven  a  renacer  las  desconfianzas  y  las  sospe- 
chas . . .  No  importa  que  los  que  tuvieron  la  suerte  de  visitar  su 
taller  en  Boulogne-sur-Seine,  demuestren  que  esa  lentitud  signi- 
fica todo  lo  contrario  a  impotencia ;  que  recuerden  al  público  im- 
paciente que  la  obra  de  arte  no  puede  realizarse  a  plazo  fijo,  como 
una  operación  de  Bolsa  o  como  la  edificación  de  un  rascacielo. 
No  importa  que  señalen  sus  numerosas  obras  fragmentarias  ya 
terminadas,  de  las  cuales  bastaría  una  sola  para  dar  fama  a  lui 
escultor  —  tal  el  torso  aquel  en  que  insisto  —  y  que  pueblan  el 
ampHo  y  recogido  recinto  de  su  taller  y  serán,  en  todo  tiempo, 
irrefutables  testimonios  de  su  capacidad  inmediata  de  realización. 
No  importa.  Esa  lentitud  será  una  de  las  causas  de  que,  dos 
años  después,  no  obstante  su  boceto  admirable,  no  se  le  acuerde 
la  ejecución  del  Monumento  a  la  Independencia.  Me  refiero  al 
Pueblo  de  Mayo  en  Marcha  que  conservamos  en  el  Museo  y  que 
merece  acápite  especial. 

*. 
*     * 

Esa  maquette  del  Monumento  a  la  Independencia,  es  decir, 
un  fragmento  de  ella:  El  Pueblo  de  Mayo  en  Marcha  —  pues 
la  obra  se  integraba  con  un  gran  Arco  de  Triunfo,  de  las  pro- 
porciones del  de  L'Etoile  y  de  estilo  greco-romano  —  constituye 
la  parte  substantiva  del  proyecto.  Todos  recuerdan  cómo  ter- 
minó aquel  zarandeado  concurso  internacional  al  que  concurrie- 
ron sesenta  y  tres  escultores  tentados  por  el  monto  fastuoso  de 
las  recompensas.  Después  del  examen  eliminatorio,  quedaron 
para  la  elección  definitiva  solamente  seis  proyectos  firmados  por 
Eberlein,  Blay,  Gasq,  Lagae,  Moretti-Brizzolara  e  Yrurtia.  Las 
cinco  maquettes  extranjeras  eran  evidentemente  inferiores  como 
obras  de  estatuaria  vwnumenta},  a  la  de  Yrurtia. .AlgAn  sesgo  ar- 


ROGELIO  YRURTIA  443 

quitectónico,  como  el  aportado  por  Moretti  en  el  de  los  italianos ; 
o  esta  línea  decorativa,  graciosa  y  esbelta,  como  la  ondulada  por 
el  belga  Lagae,  prestaban  algún  interés  al  conjunto  extranjero; 
pero  en  cuanto  a  originalidad  de  la  concepción  y  al  valor  escul- 
tórico, todos,  insisto,  fueron  inferiores  al  de  nuestro  compa- 
triota . 

La  ideación  concretábase,  en  ellos,  en  la  consabida  masa  ar- 
quitectónica que  fundamenta  análogos  simulacros,  espiritualmen- 
te  alemanes  o  italianos,  coronados  por  los  eternos  "chiches"  alegó- 
ricos de  la  República,  la  Libertad,  la  Acción,  la  Justicia,  etc.,^ 
etc. ;  defendidas  por  grupos  de  soldados  de  calcomanías,  al  man- 
do de  generales  interamericanos,  en  aparatosos  entreveros  de  fo- 
lletín . 

En  lo  que  respecta  a  la  ejecución,  para  adivinar  lo  que 
resultaría,  basta  dar  un  vistazo  al  histriónico  pedestal  con  que 
Eberlein  ha  ofendido  la  antigua  y  honrada  estatua  ecuestre  de 
San  Martín,  en  el  Retiro.  Después  de  ese  arquetipo  de  ramplo- 
na escultura  guerrera  de  encomienda,  todo  puede  imaginarse . . . 

Entre  tanto,  he  aquí  como  describe  el  proyecto  de  Yrurtia, 
Charles  Morice,  cuyas  palabras  reproduzco  textualmente  para 
alejar  la  menor  sospecha  de  chauvinismo  en  una  reseña  que,  ne- 
cesariamente, debería  resultarme  altamente  admirativa. 

"El  señor  Yrurtia,  hijo  del  país  que  él  celebra,  debía  encon- 
trar lo  que  ni  aún  pudieron  sospechar  sus  competidores  extranje- 
ros, quiero  decir  el  verdadero  carácter  de  una  obra  patriótica: 
el  amor  orgulloso,  expansivo,  alegre. 

Ha  imaginado  un  arco  de  triunfo,  cuyo  estilo  greco-romano 
recuerda  los  lazos  latinos  de  su  patria;  y,  a  esta  parte  arquitec- 
tónica de  su  composición,  ha  prodigado  todos  los  atributos  de 
la  magnitud  de  la  fiesta,  Pero,  en  torno  de  esta  visión  de  Apo- 
teosis, no  ha  evocado  las  imágenes  de  la  violencia,  ni  del  homi- 
cidio. A  la  Independencia  de  su  pueblo  ha  dado,  por  único  de- 
fensor, su  mismo  pueblo :  una  multitud  desnuda,  pacífica,  dichosa, 
que  se  prepara  para  desfilar  bajo  la  bóveda  heroica  en  un  ritmo 
de  danza. 

He  ahí,  clara,  deslumbrante,  evidente,  la  verdadera,  la  bue- 
na, la  bella  y  noble  Idea.  Es  en  su  corazón,  que  el  artista  pa- 
triota debía  descubrirla;  v  la  absoluta  sinceridad  del  sentimiento 


444  NOSOTROS 

ha  determinado  el  perfecto  ajuste  de  la  invención.  No  era  por 
señales  de  desconfianza  o  de  amenazas  frente  el  porvenir,  que  de- 
bía celebrarse  una  fecha  gloriosa  del  pasado  nacional,  sino  por 
la  gratitud  extasiada  del  presente,  por  la  alegría  profunda  de 
los  vivos.  Y  todas  esas  actitudes  flexibles,  que  esbozan  enlaza- 
mientos,  —  todas  esas  bocas  sonrientes  que  desean  besarse ;  toda 
esa  expansión  de  juventud  fuerte,  amorosa,  libre  y  que  procla- 
ma, con  irrefutable  elocuencia,  que  el  esfuerzo  de  los  antepasa- 
dos no  fué  vano,  demuestran  que  se  encuentra  verdaderamente 
cumplida  la  obra  de  la  emancipación,  que  la  parte  que  toca  a 
los  que  ahora  vienen,  es  gozar  de  ella  y  trasmitirla  entera,  in- 
tacta, a  los  que  vendrán". 

Así  las  cosas  y  previniendo  la  posibilidad  de  que  el  Jurado, 
cuyos  miembros  no  todos  eran  artistas,  cometiera  una  irrepara- 
ble error,  algunos  espíritus  nobles  y  conscientes  de  la  gravedad 
del  momento  histórico,  —  entre  ellos  D.  Carlos  Zuberbühler 
y  el  doctor  Carlos  Delcasse  —  dieron  la  voz  de  alerta,  desde  la 
prensa  seria  del  país.  Pero  fué  inútil.  El  error  se  cometió  y 
la  injusticia  fué  consumada.  El  monumento  se  otorgó  a  los  se- 
ñores ^Moretti  y  Brizzolara  con  el  lamentable  epílogo  que  se  co- 
noce. 

* 
*     * 

El  Triunfo  del  Trabajo  —  que  tal  fué  el  título  originario 
—  encomendóselo,  en  1907  (i),  el  avisor  y  progresista  ex-inten- 
dente  Don  Carlos  T.  de  Alvear.  Más  tarde,  durante  el  genitivo 
proceso  de  la  creación,  transfundiólo  Yrurtia  en  el  que  hoy  man- 
tiene; de  la  misma  manera  que  en  cambio  de  las  seis  figuras 
de  la  maqiicttc,  nos  entrega  ahora  esta  púgil  teoría  de  catorce 
bronces.  El  artista,  así  como  no  escatimara  esfuerzos  tampoco 
creyó  que  estaba  obligado  a  ahorrar  tiempo.    Habría  prometido 


(1)  Por  más  que,  en  materia  de  arte,  la  lentitud  en  la  ejecución  de 
una  obra  sea  más  bien  una  garantía  de  acierto  que  una  presunción  de  aban- 
dono, es  bueno  puntualizar  la  data.  Así,  a  lo  menos,  podrá  el  gran  público 
comprender  que  Yrurtia  no  ha  sido  excesivamente  moroso.  Dos  años  antes 
(1905)  dos  ilustres  escultores  italianos  —  Calandra  y  Rubino  —  se  encar- 
garon del  monumento  a  Mitre  que  todavía  no  conocemos,  mientras  que 
Hl  Canto  al  Trabajo  ha  esperado  un  año  en  la  Aduana  esta  oportunidad. 


Dorrego 


ROGELIO  YRURTIA  4i5 

una  Obra  —  no  un  convencional  simulacro  escultórico  —  y  que- 
ría entregar  una  Obra.  Su  ingenuidad  supuso  que  aquí,  como 
Europa,  todo  el  mundo  sabría  que,  en  materia  dfe  arte,  el  logro 
de  la  calidad  compensa,  con  creces,  el  tiempo  transcurrido.  Los 
años  son  fugaces  y  la  creación  de  belleza  es  eterna . . .  Pero 
volvamo»  al  tema . 

Encargado,  como  dije,  por  el  intendente  Alvear  en  1907,  a 
medida  que  el  artista  ahondaba  la  concepción  de  su  proyecto  pri- 
mitivo, fué  aumentando  el  número  de  las  figuras  hasta  cuadru- 
plicarlas; modelándolas  una  y  otra  vez,  hasta  llevarlas  al  yeso, 
para,  en  su  torturador  afán  de  superarse,  destruirlas  un  día  y 
volver  a  la  arcilla,  ansioso  de  lograr  un  límite  extremo  de  per- 
fección, tal  como  solamente  le  será  dado  verlas  en  el  mundo 
virtual  de  su  ensueño. 

Y,  en  verdad,  la  manera  como  Yrurtia  ha  interpretado  el  te- 
ma es  de  originalidad  y  de  expresión  únicas .  En  su  obra,  el 
triunfo  del  trabajo,  no  se  concreta  al  coronamiento  de  la  ardua 
brega  del  hombre  en  la  hostilidad  de  la  Vida,  sino  que  apareja 
episodios  más  hondos  y  más  complejos,  al  desarrollar  también, 
y  sincrónicamente,  el  proceso  de  su  avance  social.  A  la  tensión 
de  músculos  en  el  primer  surco,  acompaña  como  un  gesto  de 
reflexión  el  repudio  de  la  vida  pastoril  y  nómade;  más  adelante, 
la  tierra  ya  más  blanda  y  las  actitudes  menos  hoscas,  sugieren 
la  era  agrícola,  en  cuya  paz  la  familia  se  congrega;  y,  por  últi- 
mo, de  una  púgil  serenidad  de  la  tribu  —  siempre  ¡  adelante ! 
y  con  el  consuelo  de  las  mujeres  cada  vez  más  femeninas  — 
surge  el  triunfador,  como  una  proa,  coronado  por  la  devoción 
y  el  amor  ya  evidentes  de  las  mujeres,  que  perpetuarán,  en  el 
misterio  de  los  misterios,  el  denuedo  de  su  esfuerzo  y  la  perti- 
nacia de  su  cabeza  inclinada.  Y  esos  son,  en  verdad,  los  hom- 
bres del  surdor  de  la  frente  en  la  acepción  noble,  es  decir,  an- 
tigua, del  actual  lugar  común.  Desde  el  padre  que,  en  la  noche 
arcaica,  al  regresar  de  la  montaña  todavía  cárdena  de  crepúsculo 
o  de  la  selva  fosca  -de  rugidos,  se  pasaba  la  mano  por  la  frente, 
junto  a  la  mesa  monolítica  donde  esperaban  los  hijos  con  la 
madre  que  sabía  cosas  del  principio  del  mundo,  hasta  el  pionner 
moderno  que,  en  una  aurora  inesperada,  enctientra  toda  desnu- 
da, a  la  Fortuna,  al  doblar  de  un  camino,  Rogelio  Yrurtia  ha  sim- 


446  NOSOTROS 

bolizado  plásticamente  y  con  arte  maravilloso,  el  poema  heroico 
del  Esfuerzo  y  del  Progreso  humanos. 

Y  el  Triunfo  se  alcanza  allí,  al  borde  de  la  era  industrial, 
antes  del  primer  artificio,  es  decir,  de  la  primera  astucia;  antes 
del  primer  comercio,  es  decir:  del  primer  agio.  Un  lapso  más 
y  "el  sudor  de  la  frente"  se  convierte  en  una  de  esas  frases  cuyo 
sentido,  al  decir  de  Maeterlinck,  no  es  inútil  interrogar,  de  tiem- 
po en  tiempo,  pues  cubren  con  una  vestidura  invariable  senti- 
mientos y  actitudes  que  se  ha  transformado. 

Ese  mismo  atribulado  empeño  de  perfección,  es  el  que  le 
ha  impedido  entregar,  todavía,  el  monumento  a  Borrego,  cuyo 
trozo  principal  —  figura  ecuestre  —  ha  sido  varias  veces  ter- 
minada en  forma  insuperable,  al  decir  de  los  que  pudieron  con- 
templarla en  sus  diversas  fases.  Respecto  al  caballo,  es  opinión 
unánime  que  en  la  escultura  moderna,  no  se  ha  logrado  una 
realización  más  viva  y  de  más  noble  estilo.  Desgraciadamente, 
el  celo  con  que  el  artista  defiende  su  obra  de  inoportunas  divul- 
gaciones, impide  ofrecer  aquí  una  reproducción  de  ese  valiosí- 
simo trabajo. 

Pero,  en  la  misma  torturante  meditación  de  su  obra,  el 
triunfo  del  trabajo  conviértese,  al  colmarse,  en  el  Canto  al  Tra- 
bajo. ¿Cómo  así?  Naturalmente,  dolorosamente,  mejor  dicho. 
En  una  vigilia,  mientras  el  estatuario  trata  de  desentrañar  el 
símbolo  que  sus  manos  han  de  plasmar,  sobrecógelo  esta  vaci- 
lación: ¿puede  existir  un  triunfo  sin  que  se  transfunda  en  canto? 
¿  No  es  el  canto  el  que  ha  de  perpetuar  el  triunfo  ?  Y,  en  defi- 
nitiva ¿qué  significa  el  triunfo  del  hombre,  ante  la  hostilidad 
de  la  vida,  sin  el  concurso,  sin  la  inquietud,  sin  la  fuerza  tre- 
mendamente débil  de  la  compañera?  Y,  luego,  ¿de  qué  le  ser- 
virla el  triunfo  al  hombre  si,  a  la  vez,  no  pudiera  cantarlo. .  .  ? 
Todo  lo  que  en  la  historia  del  mundo  ha  sido  substancial  o  bello 
se  ha  cantado  siempre;  se  ha  cantado  con  la  música,  con  la  tra- 
gedia, con  la  arquitectura,  con  el  verso,  con  el  mármol  y  con 
el  bronce...  Y,  en  medio  de  la  irremediable  miseria  de  nuestra 
condición  humana,  ha  sido  siempre  el  don  del  canto,  el  que  nos 
diera  una  fugaz  ilusión  de  eternidad;  —  gracias  a  esa  "arcilla 
ideal"  que,  como  una  lámpara,  mantiene  ardiendo,  desde  el  prin- 


ROGELIO  YRURTIA  447 

cipio  de  todas  las  edades,  el  omnipotente  fuego  del  Amor  purO;, 
del  Amor  esfuerzo,  del  Amor  esperanza,  que  vivifica  la  Tierra. 

Y  esto  es  todo  el  monumento  de  Yrurtia,  contemplado  desde 
el  plano  conceptivo.  (Desde  el  punto  de  vista  técnico-profesio- 
nal sería  ridículo  agregar  una  palabra  a  lo  que  dijéramos 
más  arriba) .  Se  trata,  pues,  de  un  canto  al  trabajo  desintere- 
sado; al  trabajo  que,  sin  prescindir,  por  eso,  del  legítimo  pro- 
vecho (léase:  progreso)  no  olvida  ni  descuida  la  concomitancia 
espiritual ;  puesto  que,  al  fin  y  al  cabo,  ella  constituye  su  fuerza 
de  impulsión.  Y  es  así  como  Yrurtia  concibe  y  realiza  —  desde 
la  tribu  originaria  hasta  la  actual  era  industrial  —  el  proceso  det 
trabajo  sano,  exento  de  mercantilismos  y  de  especulaciones... 
Yrurtia  canta  el  trabajo  digno  y  el  santo  influjo  de  la  mujer  com- 
prensiva, la  mujer  espíritu  —  propulsora  o  sedante,  según  los 
momentos  —  que  debiera  acompañar  al  hombre,  conforme  al 
destino  que  le  ha  marcado  Dios . . . 

Y,  entonces,  —  desarrollando  siempre  la  eficacia  de  ese 
impulso  cosmogónico  del  eterno  Amor  —  nos  presenta  esta  armo- 
niosa teoría  —  admirable  como  concepto  y  como  realización  del 
trabajo,  cruento  al  principio  y  luego  dulcificado,  del  hombre  que, 
al  triunfar,  le  reconoce  a  la  compañera  —  plásticamente  indistin- 
ta en  el  lapso  pastoril  y  nómade  —  su  valor  espiritual  y  sensitivo. 
Llegado  al  vértice  de  la  vida  moderna,  a  la  ciispide  de  su  trabajo, 
el  triunfador  encuentra,  como  una  bendición  del  cielo,  el  consuelo 
y  el  primor  de  la  "mujer-femenina":  —  El  sabroso  avatar  de  la 
misma  "mujer-esfuerzo"  que  lo  acompañara  en  los  momentos  ris- 
pidos —  cuando  él  no  tenía  tiempo  para  ver  cómo  se  redondea- 
ba» los  muslos  y  como  nacía  una  tímida  fresa  en  la  impecable 
)'  tensa  curva  del  seno. 

Atii.10  Chiappori. 


Hora  de  tinieblas. 


LA  COPA  DE  DAVID 


"Ipsi   ergo   sibi   erant   graviores   tenebrís' 
Sap.  Cap.  XVII.  v.  20. 


PRESiílNTo  las  tinieblas  de  Moisés,  sobre  el  mundo, 
y  un  frío  aterrador  de  un  Enero  a  otro  Uñero. 
Bl  silencio  se  puebla  de  un  misterio  profundo 
— La  Caridad,  se  aleja  del  camino  de  acero  — 

Ignoramos  al  pobre,  reímos  del  caído, 
y  una  vana  parodia  de  carne  es  el  Amor; 
el  Orgullo,  reemplaza  el  Respeto  perdido, 
y  allá  en  el  Alto,  calla,  el  Verbo  del  Señor. 

Entretanto:  la  hierba  es  verde  en  la  pradera, 
el  ave  dá  su  canto  y  describe  su  vuelo, 
corre  el  agua,  la  rosa  abre  en  la  primavera, 
y  el  Sol,  vuelca  su  copa  desde  el  azul  del  cielo! . . . 

El  espejo. 

».  "Aestimatus  sum  cum  descentibus  in  lacum. 

Psalm.  LXXXVII.  v.  5. 

Y  me  detuviste  en  el  camino  del  lago, 
con  tu  voz  "suave  como  el  aceite", 
y  comprendí,  que  en  la  dispersión  de  lo  vago 
me  esperaba  la  muerte. 

Con  el  oro  que  me  diera  la  tarde, 
compré  el  espejo  de  la  Serenidad 


LA  COPA  DE  DAVID  '  449 

y  el  lago  se  alejó  —  místico  y  grave  — 
hasta  confundirse  con  su  claridad. 

El  cristal  enfermo. 

A  PRiíNDÍ  desde  niño  por  extraño  destino, 
*^   —  hecho  de  inmenso  anhelo  y  de  sueños  lejanos  — 
a  llevar  candorosa  por  todos  los  caminos, 
como  copa  sedienta:  el  alma,  entre  mis  manos. 

Entonces  el  amor  la  llenaba  de  aurora 
y  de  aquella  locura  suave  que  nos  hechiza .  . . 
Hoy,  en  cambio,  la  copa  tiembla  y  se  descolora, 
la  levanto,  y  sólo  hallo  amargura  y  ceniza.  . . 

El  árbol  muerto. 

HE  visto  en  el  jardín  un  árbol  muerto, 
cuyo   rugoso   tronco  atormentado, 
por  bondadosa  hiedra  recubierto, 
vive  del  esplendor  que  le  han  prestado. 

Asi  en  la  gracia  de  los  años  idos, 
en  un  sutil    y  postrimer  empeño, 
el  dulce  amor,  engaña  mis  sentidos 
y  finge  verde,  el  ya  marchito  leño. 

Ira  rosa  de  seda. 

Ar.'^ABARÉ  al  Señor  en  la  vos  de  mis  hijos, 
en  su  risa  está  mi  redención. 

—  ^lllá  en  la  Isla  de  los  Sentidos, 
Armida,  llora  nuestra  separación. 

Como  el  sonido,  como  el  humo,  vos  de  la  carne  te  perdí!... 
que  ya  al  crepúsculo  de  la  mañana,  el  de  la  noche  sucedió. 
Como  libélula  en  invierno,  el  beso  ha  muerto  para  mí. 

—  Con  el  cadáver  de  una  rosa,  rosa  de  seda  se  Jormó. — 


4B0  NOSOTROS 

El  niño  y  el  gorrión. 

El,  buen  gorrión  y  el  niño  conversan  en  su  idioma, 
bajo  la  familiar  gravedad  de  la  fronda. . . 
El  Señor  manifiesta  su  amor  en  la  paloma, 
y  su  aquiescencia,  en  el  murmullo  de  las  hojas. 

Y  yo  digo:  ¡Inocencia!  prolóngame  la  vida! 
¡Verdad  sencilla!,  llena  mi  corazón! 
Ya  no  quiero  más  ciencia  que  la  no  aprendida, 
esa  que  hace  entenderse  al  niño  y  al  gorrión. 


FERNÁN  P'Éivix  DE  Amador. 
MCMXXII. 


ESCRITORES  URUGUAYOS 

CARLOS  REYLES,  novelista 

(Conclusión) 

IV 
"El  Terruño" 

Es  ésta  la  menos  novelesca  de  todas  las  novelas  de  Reyles, 
por  más  que  haya  en  ella  muchos  episodios  de  real  y  viva 
dramaticidad.  Pero  lo  que  constituye  su  verdadera  finalidad  no 
es,  como  en  La  Rasa  de  Caín  o  El  Embrujo  de  Sevilla,  la  trama 
novelesca  o  el  sólo  análisis  psicológico.  Más  íntimamente  enla- 
zada se  encuentra  con  Beba,  con  la  que  comparte,  en  algo,  la  pré- 
dica apasionada  por  la  explotación  de  las  riquezas  rurales,  y  la 
descripción  de  las  faenas  camperas.  A  pesar  de  ello  El  Terruño 
es  esencialmente  distinto  de  aquélla.  En  Beba,  la  pintura  del 
campo,  la  explicación  de  un  concepto  más  elevado  de  los  trabajos 
propios  de  éste,  practicados  sobre  una  base  científica  y  con  mé- 
todos razonados,  son,  más  que  el  episodio  romántico,  la  verdade- 
ra finalidad  del  libro.  El  Terruño  es  todo  él  una  obra  de  tesis  y 
de  propaganda. 

El  conflicto  que  ya  se  esbozara  entre  la  ciudad,  personificada 
por  la  familia  Benavente,  y  el  campo,  simbolizado  por  Beba  y 
por  Ribero,  cobra  en  El  Terruño  los  relieves  de  una  verdadera 
oposición  y  hasta  de  lucha,  en  la  que  el  autor  dará  el  triunfo  to- 
tal y  completo  a  la  campaña.  Pero  no  solamente,  como  en  la  no- 
vela de  Ega  de  Queiroz,  por  Su  salud  moral  y  física,  sino  con 
una'  trascendencia  que,  en  nuestros  países  americanos,  y  más  en 


452  NOSOTROS 

el  Uruguay  acaso  que  en  otro  alguno,  toma  el  carácter  de  un 
verdadero  problema  económico  y  social. 

Parte  el  novelista  de  la  tácita  premisa,  que  la  única  riqueza, 
la  única  industria  hasta  hoy  verdaderamente  explotable  en  nues- 
tro país  es  la  ganadería.  No  tenemos,  en  efecto,  por  lo  menos  no 
han  sido  hasta  ahora  descubiertas  y  explotadas,  minas  de  carbón 
ni  hierro,  en  escala  suficiente  para  ser  consideradas  base  necesa- 
ria de  toda  indusuia  fabril;  la  agricultura  en  grande  ha  fraca- 
sado, acaso  debido  a  las  dificultades  del  riego,  acaso  a  la  desi- 
gualdad del  clima,  acaso  a  la  poca  profundidad  de  la  capa  de 
tierra  vegetal,  llamada  humus. 

Sentada  ideológicamente  esta  premisa,  Reyles,  con  clarivi- 
dencia y  generosidad  poco  comunes,  intenta  persuadir  a  sus  se- 
mejantes de  la  necesidad  y  la  urgencia  de  atender  y  explotar  de 
inmediato,  y  de  una  manera  razonada  y  científica,  esta  fuente  de 
riquezas,  de  la  cual  no  se  ha  contentado  con  extraer  egoistamen- 
te  su  fortuna  personal.  Pero  no  sólo  por  la  novela,  el  artículo 
periodístico,  el  discurso  o  el  folleto,  se  ha  consagrado  Reyles  a 
esta  magna  obra,  que  no  han  reconocido  suficientemente  sus  con- 
ciudadanos. Hombre  de  acción  y  de  energía,  su  ejemplo  y  su 
actuación  en  la  ganadería  del  país  le  hacen  acreedor  al  respeto 
y  a  la  consideración  de  sus  compatriotas.  Fundador  de  la  "Fe- 
deración Rural  del  Uruguay",  asociación  que  tiene  por  objeto 
'*reunir  en  un  apretado  haz  las  energías  dispersas  o  latentes  del 
trabajo  rural,  para  que  adquieran  conciencia  de  sí  mismas  y  des- 
envuelvan su  benéfico  influjo  en  los  destinos  comunes,"  al  decir 
del  malogrado  Rodó,  todos  sus  esfuerzos  se  han  dirigido  siempre 
a  ese  fin. 

Desde  este  punto  de  vista  Bl  Terruño  se  enlaza  directamen- 
te con  El  Ideal  Nuevo,  con  Una  Fuerza  Disciplinante,  y  con  toda 
la  obra  de  acción  práctica  del  Reyles  estanciero  y  político.  Acaso 
esta  misma  circunstancia,  única  en  toda  la  obra  novelesca  de 
nuestro  compatriota.,  reste  algo  de  interés  a  la  trama  novelesca 
del  libro,  y  la  haga  a  ratos,  pesada  y  lenta.  Tal  vez  sea  esta  la 
razón  por  la  que,  de  todas  sus  novelas,  sea  Bl  Terruño  la  que 
menor  éxito  popular  ha  tenido.  La  Raza  de  Caín  y  sobre  todo 
Bl  Embrujo  de  Sevilla,  han  tenido  popularidad  muy  superior. 

Y  sin  embargo,  hay  en  El  Terruño  riqueza  de  caracteres, 


ESCRITORES  URUGUAYOS  453 

dramaticidad  psicológica,  vigor  de  colorido  y  profundidad  de 
miras,  mayores  acaso  que  en  las  dos  obras  citadas.  Como  inten- 
ción, como  trascendencia,  como  originalidad  americana.  El  Te- 
rruño es  superior  a  las  demás  novelas  de  Reyles,  aunque  le  gane 
en  realización  artística  y  en  fuerza  pasional  Bl  Embrujo  de  Se- 
villa,  y  en  dramaticidad  y  hondura  psicológica.  La  Rasa  de  Caín. 
Esta  última  pudo  ser  escrita  por  un  autor  extranjero;  por  un 
español.  El  Embrujo.  El  Terruño  sólo  pudo  ser  escrito  por  un 
uruguayo,  y  entre  éstos  solamente  por  Carlos  Reyles.  Todas  sus 
ideas,  todas  sus  esperanzas,  el  objeto  mismo  de  su  vida,  sus  más 
caras  aspiraciones,  están  contenidas  en  El  Terruño,  y  algo  tam- 
bién en  Beba. 

La  Rasa  de  Caín  es  la  expresión  de  una  parte,  y  acaso  para 
él  la  menos  honda,  de  su  vasta  riqueza  espiritual:  su  cultura,  su 
refinamiento,  su  amor  por  lo  complejo  y  por  lo  exótico.  El  Em- 
brujo de  Sevilla  revela  otra  tendencia,  tal  vez  hereditaria,  de  su 
riquísimo  temperamento :  su  violencia  pasional,  su  afinidad  y  su 
amor  por  el  españolismo.  Pero  El  Terruño  será  siempre  la  obra 
que  arranca  de  lo  más  hondo  y  de  lo  más  castizo  de  su  autor. 
Por  no  haber  comprendido  esta  ulterior  trascendencia  de  la  obra, 
su  significado  racial,  y  mejor  aún  que  de  raza,  de  tierra  y  de 
pueblo  que  contiene,  por  haberlo  juzgado  solamente  desde  el 
punto  de  vista  novelesco  y  psicológico,  los  críticos  de  la  ciudad 
sólo  vieron  lo  que  a  la  ciudad  y  a  su  cultura  se  refería,  olvidan- 
do que  su  autor,  no  podía  renegar  de  lo  que  constituye  para  él, 
atractivo  y  razón  de  la  existencia :  el  grogreso  material  y  moral, 
e!  cultivo  y  el  ornamento  del  espíritu,  la  satisfacción  de  las  nece- 
sidades estéticas  e  intelectuales,  que  por  encontrar  demasiado 
pobres  en  su  patria,  va  a  buscar,  con  harta  frecuencia,  a  las  gran- 
des capitales  europeas.  Pero  esta  fior  de  civilización  y  de  cultura, 
el  arte,  la  ciencia,  la  especulación  desinteresada  del  espíritu,  que 
tanto  añoraba  Rodó  en  nuestras  primitivas  sociedades  america- 
nas, Reyles  quiere  desentrañarlas  de  lo  más  hondo  e  intrínseco 
de  su  tierra.  Como  el  labrador  cjue  para  obtener  sabrosos  frutos 
y  encantadoras  flores,  empieza  por  remover  la  tierra  y  arrojar 
en  ella  las  simientes,  nuestro  escritor  dirige  sus  esfuerzos  a  la 
campaña,  en  cuya  riqueza  ha  de  asentar  sus  raíces,  el  árbol  fu- 
turo de  la  civilización  y  la  cultura.  Con  los  ojos  puestos  en  ese 


4r-4  NOSOTROS 

ideal  de  refinamiento  estético  e  intelectual,  que  sólo  florece  sobro 
r.na  amplia  independencia  económica,  predica  Reyles  el  trabajo, 
la  energía,  los  egoísmos  fecundos  que  han  de  darnos,  con  la  ri- 
queza, la  posibilidad  de  conquistar  los  frutos  tardíos  de  la  cultura 
nacional.  No  otro  significado  tienen,  a  mi  modo  de  ver.  La  Muer- 
te del  Cisne,  con  la  cual  se  enlaza  en  cierto  modo  la  novela  que' 
comento,  y  todo  el  resto  de- su  obra  de  propagandista  y  de  traba- 
jador. En  Reyles,  en  efecto,  no  es  posible  comprender  el  signifi- 
cado profundo  de  su  obra  compleja,  si  no  se  conoce  al  mismo 
tiempo  su  vida  toda,  sus  ideas  generales  y  su  actuación  política. 
Ellos  están  tan  íntimamente  ligados  unos  a  otros  que  forman  un 
todo  único,  armónico  y  definitivo,  del  cual  acaso,  solamente  La 
Rasa  de  Caín  y  El  Embrujo  de  Sevilla  revelan  facetas  más  in- 
dependientes, con  más  floja  trabazón  a  ese  núcleo  íntimo  y  pro- 
fundo de  su  personalidad. 

Tiene  El  Terruño  párrafos  enteros,  que  traducen  el  mismo 
estado  de  espíritu  que  el  que  dio  nacimiento  a  La  Muerte  del 
Cisne,  como  cuando  dice  Tóeles,  por  ejemplo:  "Yo,  criatura  vi- 
viente y  animal  razonable,  soy  una  sutil  encarnación  de  las  fuer- 
zas siderales,  como  todas  las  cosas  d^l  universo  y  el  universo 
mismo.  La  fuerza  es  Dios :  todo  sale  de  ella  y  a  ella  vuelve ; 
indicio  del  común  origen  es  el  carácter  guerrero  de  todos  los  fe- 
nómenos, así  físicos  como  morales,  pensó  un  día  mientras  repun- 
taba la  majada.  Hijo  de  aquella  divinidad  terrible,  el  hombre 
por  naturaleza  tiende  a  dominar;  es  deseo  de  poder  que  diría 
Hobbes;  voluntad  de  dominación  que  diría  Nietzsche;  egoísmo, 
en  ima  palabra,  como  digo  yo,  y  lo  más  humano  del  hombre,  y 
por  lo  tanto  lo  más  egoísta,  es  la  inteligencia,  que,  en  efecto,  es 
egoísmo  integral,  interés  puro,  utilidad  inmediata;  de  igual  modo 
que  lo  más  social  de  la  sociedad  es  el  dinero,  por  ser  la  conden- 
sación más  perfecta  de  aquel  egoísmo,  de  aquel  interés,  de  aque- 
lla utilidad.  Estas  verdades  entrañan  la  negación  rotunda  de  las 
morales  del  desinterés,  y  explican  metafísicamente,  que  las  rela- 
ciones de  los  hombres,  sean,  en  el  fondo,  relaciones  pecunia- 
rias" .  . .    etc. 

En  este  tono  discurre  largamente  Tóeles,  exponiendo  en  El 
Terruño  las  mismas  ideas,  casi  con  las  mismas  frases,  que  en 
La  Muerte  del  Cisne  habían  constituido  ya  la  Filosofía  de  La 


ESCRITORES  URUGUAYOS  455 

Fuerza  del  mismo  escritor.  Pero  lo  curioso  del  caso  es  que  en 
Bl  Terruño  no  es  Mamagela,  sino  Tóeles,  quien  expone  las  teo- 
rías utilitarias,  que  han  dado  a  la  primera  y  a  su  familia  el  bien- 
estar material  y  la  satisfacción  de  una  vida  de  trabajo  y  de  tran- 
quilidad. El  mismo  autor  lo  dice:  "Harta  al  fin  (Mamagela)  de 
tanta  novedad  filosófica  y  descreimiento,  rebatiólo  a  su  manera, 
y  entonces,  por  caso  peregrino,  aunque  frecuente,  ya  que  todos 
suelen  hacer  lo  contrario  de  lo  que  piensan,  la  utilitaria  Mama- 
gela defendió  las  doctrinas  del  desinterés,  como  buena  cristiana 
vieja  que  era,  y  el  lírico  Tóeles  los  intereses  materiales  y  las 
morales  egoístas." 

"Las  modernas  civilizaciones,  dice  el  mismo  Tóeles  en  otra 
ocasión,  no  tienen  otro  terruño  donde  echar  raíces ;  como  sólo  lo 
tuvieron  en  la  lucha  y  dominio  religioso  o  guerrero,  que,  en  el 
fondo,  eran  también  conquista  y  dominación  económica.  Los 
idealismos  y  doctrinas  desinteresadas  en  eso  remataron  siempre. 
Cada  hombre  es  una  especie  de  maravilloso  substratum  de  la 
energía  universal,  una  gravitación  sobre  sí,  un  egoísmo  irreduci- 
ble; y  lo  que  urge  a  mi  entender,  es  disciplinar  ese  egoísmo,  no 
destruirlo  o  amenguarlo,  porque  sería  amenguar  y  destruir  la 
vida  misma.  En  estos  tiempos,  mejores  que  los  otros,  digan  lo 
que  digan,  la  virtud  por  excelencia,  la  virtud  más  virtuosa  es  la 
de  acaparar  y  producir.  He  ahí  la  forma  actual  del  deseo  del  po- 
der, que  vale  tanto  como  decir  el  alma  de  las  criaturas.  Qué  mu- 
cho que  lo  primordial  sea  la  producción  de  riquezas,  si  sólo  esa 
gimnasia  permite  las  más  soberbias  expansiones  de  la  cultura  y 
pone  en  juego  y  afina  todas  las  facultades  humanas,  amén  de 
abrevar  la  sed  de  vivir,  que  la  religión,  la  filosofía  y  el  arte,  des- 
piertan sin  satisfacer...  etc." 

De  este  modo  continúa  Tóeles  exponiendo  la  doctrina  filo- 
sófica de  La  Muerte  del  Cisne.  Pero  no  son  sólo  estas  reminis- 
cencias filosóficas,  que  encontramos  en  Bl  Terruño.  Ya  se  esboza 
en  él,  aunque  de  una  manera  simbólica  y  apenas  diferenciada,  la 
idea  madre  que  ha  de  dar  más  adelante  la  original  filosofía  de 
Los  Diálogos  Olímpicos,  que  rematan  en  puro  y  desinteresado 
idealismo,  las  doctrinas  utilitarias  del  libro  anterior.  Y  en  esto, 
que  es"  la  más  grande  originalidad  de  nuestro  compatriota,  reco- 
nocida y  aplaudida  ampliamente  por  toda  la  crítica  francesa,  está, 


456  NOSOTROS 

podríamos  decir,  encerrada  toda  entera,  en  el  episodio  atribuido 
a  Papagoyo,  el  esposo  de  Mamagela. 

En  plena  revolución,  y  por  compromisos  partidarios  y  per- 
sonales con  el  caudillo  nacionalista,  Pantaleón,  Goyo,  ya  cercano 
a  los  sesenta  años,  abandona  su  casa  por  la  noche,  a  hurto  de 
Mamagela,  para  incorporarse  a  la  partida  revolucionaria  de  este 
caudillo.  En  compañía  de  su  criado  Poroso,  armados  ambos  y 
montados  en  sus  respectivos  fletes,  se  alejan  del  almacén  que 
junto  con  la  cabana,  constituye  la  posesión  de  El  Ombú. 

Las  sombras  espesas  los  circundan  por  todas  partes.  Sigilo- 
samente se  alejan  de  las  casas,  y  cuando  habían  andado  ya  al- 
gunas leguas,  les  pareció  escuchar  rumor  de  cascos  de  caballos. 
Poroso  intenta  volverse  atrás,  pues  las  fuerzas  del  comandante 
Carranca,  enemigo  mortal  de  Pantaleón,  .andaban  por  los  alre- 
dedores, y  habían  aparecido  pocos  días  antes,  los  cadáveres  de 
tres  nacionalistas,  mozos  jóvenes  y  garridos,  que  buscaban  tam- 
bién incorporarse  a  sus  correligionarios. 

A  poco  de  seguir  andando,  oyeron  más  claras  y  distintas, 
pisadas  de  caballos  en  todo  su  alrededor,  y  fuerza  les  fué  retro- 
ceder hacia  las  casas.  Pero  al  sentirse  rodeados  por  todos  lados, 
el  temor  hizo  presa  de  sus  ánimos,  y  en  carrera  desesperada,  pre- 
tendieron burlar  a  sus  perseguidores. 

"La  idea  de  que  podían  cortarle  la  retirada  iba  tomando 
cada  vez  más  cuerpo  en  la  mente  de  Poroso.  Se  veía  alcanzado, 
rodeado,  volteado  del  caballo,  y  pasado  a  cuchillo.  Y  sin  darle 
paz  al  rebenque  y  la  espuela,  encomendábase  precipitadamente 
a  todos  los  santos.  Papagoyo  espoleaba  al  overo  sin  piedad,  mal- 
diciendo a  su  compadre,  que  en  aquellas  apreturas  lo  ponía ..." 

"Muy  cerca  de  las  casas,  cuando  ya  se  creían  salvos,  un  ji- 
nete se  plantó  delante  de  ellos,  cerrándoles  el  paso.  Imposible  era 
desviarse,  menos  retroceder. 

Papagoyo  se  encomendó  a  la  virgen,  y  arremetió  con  bríos. 
Oyóse  un  alarido  formidable  y  desgarrador,  como  el  de  un  gi- 
gante al  desplomarse  con  las,  entrañas  rotas,  y  casi  simultánea- 
mente el  lamento  sordo  del  pulpero,  que  Poroso  vio  rodar  por 
tierra  y  quedar  tendido  boca  arriba..."  Después  de  recogido 
por  la  gente  de  la  casa  y  luego  del  consiguiente  alboroto,  susto, 
y  relato  del  pardo  que  contó  la  aventura  guerrera  del  patrón, 


ESCRITORES  URUGUAYOS  457 

pusieron  a  Papagoyo  en  la  cama,  le  desabrocharon  las  ropas,  "y 
descubierto  el  pecho,  notaron  sobre  la  piel  blanquísima  dos  man- 
chas grandes  y  amoratadas  como  dos  alcauciles.  —  Es  un  par 
de  bolazos  —  aseguró  gravemente  Foroso".  Cuando  el  pulpero 
con  árnica  y  agua  sedativa,  refirió  nuevamente  su  aventura. 
Mador  observó  la  lanza  que  estaba  tinta  en  sangre  hasta  la  me- 
dia luna.  Todos  la  examinaron  a  su  vez  y  admiraron  al  héroe 
de  tan  grande  hazaña. 

Pero  en  medio  de  la  noche,  poco  antes  de  amanecer,  Ma- 
magela,  a  quien  la  idea  del  cristiano  muerto  insepulto,  y  de 
la  venganza  que  el  hecho  no  podía  dejar  de  atraerles,  impedía 
dormir,  a  pesar  de  las  fatigas  de  la  noche  memorable,  se  levantó 
cautelosamente  y  salió  al  campo.  "Lo  primero  que  divisó  fué 
el  overo  ensillado  aún  y  pastando  tranquilamente ;  un  poco  más 
lejos  el  borrico  dormía,  tendido  sobre  la  hierba  húmeda;  pero 
del  salvaje  difunto,  ni  rastros.  Recorrió  el  campo  en  todas  di- 
recciones; nada.  El  caballo  pastaba;  el  burro  dormía  con  el 
cuello  tendido  y  las  patas  estiradas.  En  una  de  las  pasadas,  la 
señora  viéndolo  tan  inmóvil,  acercóse  más  a  él  y  pudo  cercio- 
rarse, con  pasmo,  que  estaba  muerto;  en  el  mismo  degolladero 
tenía  abierta  una  ancha  herida,  y  a  cosa  de  diez  centímetros, 
otras  dos  pequeñas  y  poco  profundas.  Mamagela  comprendió 
porqué  la  lanza  de  Papagoyo  tenía  eri  la  media  luna  algunos 
pelitos,  y  porqué  éste  había  caído  del  caballo  con  dos  bolazos 
€n  el  pecho". 

Pero  en  lugar  de  comunicar  al  héroe  su  descubrimiento, 
hizo  enterrar  al  burro  en  secreto,  ocultando  cuidadosamente  a 
todos  y  especialmente  a  su  esposo,  la  verdadera  significación 
de  su  hazaña.  "Es  preciso  que  Goyo  siga  creyendo  en  la  muerte 
del  salvaje,  le  dijo  a  su  criado  al  tiempo  que  hacían  desaparecer 
el  cuerpo  del  animal  —  y  convencido  de  que  en  el  monte  queda 
enterrado.   Así  no  volverá  más  a  las  andadas,  ¿adivinas?" 

"La  proeza  de  Papagoyo  se  divulga  presto  entre  sus  corre- 
ligionarios y  c|Jó  margen  a  muchas  invenciones  y  comentos.  Pa- 
pagoyo recibía,  lleno  de  rubor,  silenciosos  pero  expresivos  apre- 
tones de  manos  de  aquellos  amigos  que,  de  mil  modos  parecían 
decirle :  "Respetamos  su  silencio,  pero  lo  admiramos  sin  re- 
servas".   Así  fomentada  y  cultivada  por  Mamagela,  se  divulgó 


458  NOSOTROS 

y  extendió  la  leyenda.  Papagoyo  se  sentía  feliz.  Todas  las  ma- 
firinas,  al  abrir  el  almacén,  dirigíale  desde  la  puerta  una  furtiva 
mirada  al  monte  de  sauces,  y  su  conciencia  de  partidario  que- 
daba tranquila  y  gozosa". 

Más  adelante,  cuando  Tóeles,  víctima  de  sus  atribulados 
pensamientos,  víctima  sobre  todo  de  su  inadaptabilidad  a  las 
circunstancias  materiales  y  prosaicas  del  trabajo  diario,  mezqui- 
no y  sin  aliciente,  se  entrega  ante  Mamagela  a  sus  perpetuas 
cavilaciones,  cuando  en  brazos  de  su  descorazonamiento  y  su 
análisis  perturbador,  exclama:  "El  alma  de  los  muertos  y  la 
voluntad  de  los  vivos,  luchando  encarnizadamente  dentro  de  nos- 
otros, nos  empujan  de  aquí  y  de  allá,  nos  traen  y  nos  llevan, 
nos  suben  y  nos  bajan ;  instintos  animales  y  virtudes  adquiridas, 
intereses  y  sentimientos,  apetitos  y  aspiraciones,  atribuíannos  y 
marean ;  los  sentidos  nos  engañan  a  porfía,  y  deslumhran  las 
fantasmagorías  del  mundo  y  la  razón  misma,  esa  facultad  de 
la  que  tanto  se  ufa,na  el  hombre,  no  hace  otra  cosa  que  crear 
espejismos,  tras  los  cuales,  desatentados,  corremos..."  casi  con 
las  mismaí?  palabras  con  que  se  ha  de  expresar  Dionisos  en  los 
Diálogos  Olímpicos  —  Mamagela,  por  cuya  boca  habla  la  ex- 
periencia de  siglos  y  la  razón  de  todos  los  días;  Mamagela,  la 
sabiduría  popular,  a  quien  le  está  encomendado  el  culto  del  ho- 
gar y  de  los  intereses  primordiales,  ha  de  contestar  sabiamente, 
expresando  ya  en  embrión  toda  la  teoría  filosófica  de  los  Diá- 
logos, después  de  relatarle  la  verdad  completa  sobre  la  belicosa 
hazaña  de  Papagoyo:  "De  tejas  arriba.  Dios;  de  tejas  abajo,  la 
fam.ilia.  Para  cumplir  cristianamente  mis  deberes  de  esposa  y 
de  madre  y  fortalecerme  en  mi  empeño,  aparte  de  mis  oraciones, 
me  decía:  ¿qué  sería,  Angela,  de  Goyo  y  de  tus  hijos,  sin  tí? 
Eres  la  providencia  de  los  tuyos;  abre  el  ojo,  mira  donde  pones 
el  pié,  vela  por  ellos  noche  y  día;  tú  eres  responsable  de  esas 
vidas",  y  el  pensar  así,  me  hacía  económica,  trabajadora,  preca- 
vida, y,  además,  dichosa.  Tú,  que  no  tienes  religión,  ni  crees 
en  nada,  (y  por  eso  andas  como  bola  sin  manija,  dicho  sea  entre 
paréntesis)  me  dirás  que  era  víctima  de  un  engaño,  de  una  ilu- 
sión. A  eso  respondo  que  esa  ilusión  me  hacía  y  me  hace  vivir. 
Era  y  es  mi  salvaje  muerto.  Y,  créeme,  Tóeles;  cree  a  esta  vieja 
que  tiene  menos  letras,   pero  más  ciencia  del  mundo    que    tú : 


ESCRITORES  URUGUAYOS  459 

para  vivir  es  preciso  que  cada  uno  tenga  su  burro  enterrado. 
¿Qué  importa  que  sea  un  burro  y  no  un  salvaje  como  Goyo 
cree?  Para  él  y  para  todos,  y  buen  cuidado  he  tenido  yo  de  que 
íisí  sea,  es  un  salvaje,  lo  cual  vale  decir:  deber  cumplido,  tran- 
(juilidad  de  conciencia,  tributo  pagado  a  la  causa  de  los  nuestros, 
Y  en  resumen,  la  seguridad  mía  de  que  no  abandonará  insensata- 
mente familia  y  hacienda,  y  se  irá  a  la  guerra.  Ya  ves  si  tiene 
importancia  lo  del  burrito". 

He  aquí,  pues,  esbozado  en  el  símbolo  de  un  burro,  y  por 
boca  de  la  pintoresca  Mamagela,  el  papel  de  la  ilusión,  a  que 
dará  Reyles,  en  los  Diálogos,  la  misión  filosófica  más  alta.  La 
inteligencia  se  forja  sus  propios  espejismos,  tras  los  cuales  co- 
rre luego,  en  una  ininterrumpida  carrera  hacia  la  muerte;  pero 
estos  mismos  espejismos  son  la  única  razón  de  la  existencia.  En 
la  de  Mamagela  se  llamará  religión,  amor  a  la  familia,  interés 
inmediato  y  material.  Y  por  no  tener  la  fuerza  impulsiva  y  con- 
soladora de  éstos,  el  idealismo  vacilante  de  Tóeles  no  es  sufi- 
ciente a  dar  interés  y  color  a  su  existencia.  Tóeles  sabe  que  son 
espejismos,  ilusiones  que  cada  cual  se  forja  en  relación  a  las 
necesidades  de  su  espíritu  y  de  su  vida,  y  de  este  conocimiento 
y  de  este  desencanto  nace  su  infelicidad.  Y  así  se  lo  dice  a 
Mamagela :  "¿  Y  no  le  parece  triste,  doña  Angela,  que  la  felici- 
dad humana  tenga  por  cimiento,  cosa  tan  deleznable  y  pasajera 
como  lo  es  una  superchería  ? . .  .  Por  otra  parte  le  diré  que  hay 
dos  clases  de  criaturas :  unas  que  nacen  para  enterrar  al  burro ; 
otras  para  desenterrarlo.  Las  primeras  constituyen  la  generali- 
dad; las  segundas  marcan  la  excepción;  aquellas  triunfan  y  go- 
zan ;  éstas  luchan  y  padecen  sin  triunfar ;  pero  sus  torturas  son, 
si  bien  se  mira,  altamente  estimulantes  y  útiles  para  el  mundo ; 
desenterrando  burros  podridos  lo  obligan  a  matar  y  enterrar 
otros  nuevos,  y  así  se  remudan  y  están  siempre  frescas  las  ilu- 
siona'^. Comprendo  cuán  necesaria  es  la  mentira,  lo  que  los  fi- 
lósofos llaman  ahora  la  ilusión  vital ;  pero  no  puedo  vivir  en 
ella..." 


El  carácter  de  Tóeles,  complejo  y  contradictorio  como  la 
vida  misma,  desconcierta  y  sorprende  en  su  misma  complejidad. 
Mucho  más  hondo  y  trascendente  que  lo  han  visto  la  general  i- 


460  NOSOTROS 

dad  de  los  críticos,  tiene  una  significación  que  va  más  allá  de 
un  mero  simbolismo.  Es,  indudablemente,  la  cultura  sin  raíces 
en  la  vida,  la  aspiración  desordenada  sin  el  cimiento  de  una  só- 
lida aptitud,  el  idealismo  huero  y  declamador  sin  el  contrapeso 
de  las  realidades  positivas.  Es  también  el  producto  descentrado 
de  una  falsa  cultura  universitaria,  que  tiene  por  delante  un  mu- 
ro de  libros  que  la  separa  de  la  vida;  es,  por  último,  la  vanidad 
desmedida ;  y,  como  dice  Rodó :  "la  especulación  nebulosa  y  esté- 
ril, la  retórica  vacua,  la  semiciencia  hinchada  de  pedantería,  la 
sensualidad  del  aplauso  y  de  la  fama,  el  radicalismo  quimérico 
y  declamador;  todos  los  vicios  de  la  degeneración  de  la  cultura 
de  universidad  y  ateneo,  arrebatando  una  cabeza  vana,  donde 
porfían  la  insuficiencia  de  la  facultad  y  la  exorbitancia  de  la 
vocación" . 

Pero  si  no  fuera  Tóeles  nada  más  que  esto,  el  personaje  de 
Bl  7^erruño,  no  sería  nada  más  que  una  caricatura,  un  remedo 
sin  importancia  de  la  realidad,  bueno  tan  sólo  para  producir  un 
momento  de  expansión  o  un  mero  encogimiento  de  hombros. 
Pero  en  toda  criatura  humana,  aún  en  la  más  abyecta,  hay  un 
elemento  de  simpatía  que  la  eleva  por  sobre  su  misma  abyección, 
cuando  es  sincero  el  dolor.  Y  Tóeles  sufre.  Sufre  hondamente  y 
sinceramente.  Y  así  acaba  por  reconocerlo  la  misma  Mamagela: 
"Mamagela  comprendió  que  no  eran  dengosidades,  sino  penas 
hondas  las  que  afligían  a  Tóeles,  y  trató  de  consolarlo". 

Es  que  la  vida  y  la  experiencia  del  trabajo,  operaron  un 
hondo  cambio  en  esa  mente  atormentada.  Lo  que  al  principio 
de  la  novela  es,  en  el  profesor,  retórica  vana,  discursos  y  frases 
literarias  sin  arraigo  verdadero  en  el  alma,  se  truecan  en  dolor, 
legítimo  y  real,  ante  el  fracaso  de  la  propia  vida,  y  su  experien- 
cia negativa  del  trabajo  del  campo.  Es  el  dolor  de  los  inadap- 
tados, de  los  que  constatan  un  abismo  entre  su  visión  del  mundo 
y  la  de  los  que  lo  rodean;  los  que  se  sienten  extranjeros,  extra- 
viados y  todo,  en  medio  de  sus  semejantes;  los  que  han  equivocado 
su  camino,  y  ya  no  pueden  volver  atrás.  Son  los  solitarios,  los 
incomprendidos,  los  que,  "al  partir,  erraron  la  pista,  y  constitu- 
yen el  círculo  de  los  fracasados,  el  más  terrible  de  los  círculos 
infernales  de  Dante",  al  decir  del  mismo  autor.  Son  los  Julio 
Guzmán,  los  Jacinto  Cacio,  y  aún  en  cierto  modo  los  Cuenca 


ESCRITORES  URUGUAYOS  4G1 

de  Bl  Bmhriijo  de  Sevilla;  cada  uno  en  ün  medio  diferente,  con 
tina  cultura  y  aspiraciones  distintas,  pero  hermanos  todos  en 
su  doloroso  aislamiento  de  la  realidad,  y  en  su  disolvente  amor 
al  análisis.  Todos  tienen  algo  que  repugna  a  la  sensata  mentali- 
dad del  común  de  las  gentes:  la  ineptitud  y  falta  de  carácter  que 
termina  en  falta  de  dignidad  y  de  hombría  en  Guzmán;  la  vul- 
garidad mediocre  y  vanidosa  de  Cacio;  la  suficiencia  pedante  y 
grandilocuente  de  Tóeles.  Acaso  Cuenca  es  el  único  que  se 
salva  de  estas  taras  originales.  Pero  a  todos  los  levanta  por  so- 
bre sus  propias  inferioridades  e  insuficiencias,  un  soplo  de  dolor 
hondo  y  humano,  que  despierta  en  el  lector,  y  por  veces  en  el 
autor  mismo,  un  secreto  sentimiento  de  piedad.  La  piedad  que 
despierta  todo  sufrimiento,  aún  sea  él,  producto  de  los  propios 
errores.  Y  Tóeles  paga  generosamente  con  esa  moneda,  la  equi- 
vocación fatal  de  su  juventud,  la  oquedad  de  su  cultura,  y  más 
que  todo,  su  mal  comprendido  idealismo  y  desinterés. 

Pero  la  intención  verdadera  del  autor,  como  decía  más  arri- 
ba, es  más  profunda  que  la  mera  pintura  de  un  carácter.  Sus 
acerbas  y,  a  las  veces  mordaces  saetas,  las  abiertas  acusaciones 
que  hieren  a  su  criatura,  van  más  lejos  que  ella,  y  después  de 
atravesarla,  van  a  herir  a  todo  el  sistema  actual  de  cultura  uni- 
versitaria ;  a  la  educación  general  que  atiborra  de  conocimien- 
tos las  cabezas  estudiantiles,  y  desdeña  los  caracteres  y  las  vo- 
luntades que  abandona  por  completo  a  sí  mismas,  sin  preocuparse 
para  nada  de  su  cultura,  y  sobre  las  cuales,  sin  embargo,  puede 
únicamente  afianzar  el  éxito,  esa  misma  cultura. 

Y  por  esta  intención  oculta.  Tóeles  se  levanta,  de  simple  y 
vulgar  caricatura,  de  personaje  despreciable  y  mísero,  a  víctima 
indefensa  de  un  equivocado  sistema  de  enseñanza.  Reyles  no 
ha  recargado,  de  intento,  a  su  protagonista,  con  las  negras  tintas 
de  la  antipatía,  como  lo  hizo  en  La  Raza  de  Caín,  con  Cacio ; 
porque  no  es  él  mismo  responsable  del  propio  fracaso.  De  ha- 
berlo hecho  así,  hubiera  quedado  limitado  a  una  sola  criatura, 
el  proceso  de  todo  un  sistema  de  cultura. 

Al  contrario,  la  figura  de  Tóeles,  se  levanta  por  fin,  gracias 
a  sus  impulsos  vitales,  desviados  pero  no  destruidos,  sobre  la 
misma  falsedad  de  su  cultura,  y  termina  la  novela  con  el  triunfo 
del  hombre  trabajador  y  adaptado  por  fin  a  su  medio,  gracias 


402  NOSOTROS 

;1  sacrificio  final  de  sus  aspiraciones  de  cultura  superior;  es  de- 
cir, que  la  vida  con  sus  exigencias  y  sus  fiecesidades,  se  liberta 
al  cabo  de  larga  y  dolorosa  lucha,  de  todas  las  malezas  intelec- 
tuales que  pretendieron  ahogarla.  No  es  todo  imbecilidad  e  ilu- 
sión en  el  carácter  de  Tóeles:  es,  sobre  todo,  falsedad  de  cul- 
tura, desproporción  entre  ésta  y  la  voluntad,  que  ha  sido  descui- 
dada primero,  destruida  después,  por  una  educación  equivocada. 
Es  la  tnisma  desproporción  simbólica  entre  una  frente  demasiado 
grande,  y  una  cabeza  demasiado  pequeña;  de  una  cabeza  a  su 
vez  demasiado  grande  para  un  cuerpo  demasiado  pequeño;  y 
entre  el  último,  por  fin,  con  respecto  a  las  extremidades  infe- 
riores. Y  no  es  ésta,  simple  casualidad.  Por  ella  ha  querido 
representar  el  autor,  la  desproporción  real,  y  no  simbólica,  entre 
la  capital,  europeizada  y  culta,  con  300.000  habitantes  de  pobla- 
ción, con  todos  los  adelantos  de  la  ciencia  y  todas  las  comodi- 
dades del  progreso,  y  una  campaña  pobre,  desmedrado  cuerpo 
])ara  tan  grande  cabeza.  Y  si  en  Tóeles  la  cabeza  absorbió  todas 
las  energías  de  su  cuerpo  endeble  y  enfermizo,  el  fenómeno  se 
repite  de  nuevo  en  nuestro  país  en  donde  la  ciudad  absorbe  para 
sí  las  fuerzas  todas  de  la  campaña  a  la  que  deja  luego  completa- 
mente exhausta. 

Toda  la  prédica  de  Reyles,  simbólica  esta  vez,  tiende  a  vol- 
ver a  su  equilibrio  la  mala  distribución  de  las  energías,  devol- 
viendo a  la  campaña,  las  legítimas  fuerzas  que  le  corresponden; 
al  cuerpo,  un  sano  y  urgente  egoísmo,  impidiendo  que  ellas  se 
esterilicen  en  un  vano  empeño  de  inútil  cultura.  Es  para  dirigir 
a  la  juventud  vacilante,  descarrilada  por  huecas  declamaciones 
literarias,  hacia  las  fuentes  de  la  riqueza,  del  trabajo  y  de  la 
energía  encerradas  en  nuestra  campaña,  que  El  Terruño  simbo- 
liza, aunque  por  veces  exagere,  la  oposición  real  entre  la  ciudad 
y  el  campo.  ^ 

Por  otra  parte,  el  carácter  de  Tóeles,  tomado  de  la  realidad 
viva,  no  es  una  mera  fantasía  del  autor:  él  existe  verdadera- 
mente entre  nosotros,  y  a  más  de  uno  habrá  tocado  encontrarlo 
alguna  vez  en  su  vida. 

'La  misma  acción  disolvente,  de  la  falsa  cultura,  sobre  una 
criatura  esta  vez  sencilla  y  sana,  está  personificada  en  Amabí, 
discípula  y  esposa  de  Tóeles,  hecha  a  imagen  y  semejanza  suya. 


ESCRITORES  URUGUAYOS  46S 

La  misma  descarriada  vocación;  la  misma  hueca  y  declamatoria 
palabrería ;  la  misma  pedantesca  e  insoportable  suficiencia  del 
profesor,  pasaron,  con  sus  ideas  y  sus  enseñanzas,  a  la  discípula. 
Pero  más  ingenua,  más  simple  que  su  marido,  y  sin  siquiera  la 
personalidad  que  absorbe  y  hace  suyas  las  ideas  adquiridas, 
Amabí  es  apenas  una  caricatura  de  su  esposo.  Así,  mientras 
la  ilusión  amorosa  veló  sus  defectos  y  la  mezquindad  de  su  ca- 
rácter, pudo  creer  la  ilusa  maestra,  en  el  genio  de  su  profesor 
y  esposo;  y  éste  en  la  inteligencia  y  clara  comprensión  de  Ama- 
bí; pero  así  que  la  realidad  cotidiana  despojó  a  ambos  de  sus 
ficticios  prestigios,  se  vieron  en  la  fealdad  y  pobreza  reales  de 
sus  propias  almas.  Lo  que  en  la  de  Tóeles  era  al  fin,  mala  y 
todo,  sustancia  propia,  sólo  es  artificiosidad  y  remedo  en  la  de 
la  hija  de  Mamagela.  Esto  mismo  al  ser  constatado  por  el  in- 
feliz Tóeles,  avivaba  su  descontento,  y  producía  la  exasperación 
de  su  ánimo.  Era  el  alma  de  su  esposa,  como  un  espejo  defor- 
mante, en  el  cual  se  veía  diariamente  el  profesor,  con  sus  rasgos 
más  acusados  aún  dentro  de  su  imperfección:  "El  lenguaje  con- 
ceptuoso de  la  latiniparla  aprendido  de  él,  y  sentimientos  levan- 
tados de  que  hacía  alarde,  también  lo  sacaba  de  quicio  y  hasta 
los  gestos  y  ademanes  protocolares  de  la  profesora,  que  en  el 
accionar  como  en  el  decir,  le  había  tomado  los  puntos  a  su  ma- 
rido, enfadaban  a  éste  por  parecerle  remedo  e  ironía  de  los  suyos, 
y  ella  despiadado  espejo  en  el  que  él  se  veía  en  caricatura. 

Cuando  la  infatuada  maestra  decía  con  el  dedo  meñique 
en  alto  a  guisa  de  cola  gatuna:  "La  belleza  es  eterna",  impulsos 
sentía  Tóeles  de  arrancárselo  de  una  dentellada.  Pero  por  eso 
mismo  que  en  Amabí  los  desplantes  literarios  y  aficiones  a 
empresas  nobles  y  desinteresadas  tienen  más  de  postizo  qu,e  de 
real:  como  en  ella  la  ponzoña  literaria  no  ha  llegado  al  fondo, 
que  es  aún  sano  y  sencillo,  como  que  hijo  de  la  sensata  y  ra- 
zonable Mamagela,  tales  actitudes  chocan  más  aún  que  en  Tó- 
eles y  la  hacen  más  desagradable  y  fastidiosa;  pero  caen  en  cam- 
bio, como  floja  vestidura,  al  primer  choque  con  la  realidad  dura 
y  sana  del  campo.  Amabí  vuelve  a  ser  la  mujer  trabajadora, 
sencilla,  animosa,  cuando  la  maternidad  y  la  vida  del  campo,  la 
vuelven  a  la  realidad  de  su  naturaleza  propia,  mientras  Tóeles, 
envenenado  hasta  en  lasXúltimas  fibras,  sufre  y  se  debate  largo 


404  NOSOTROS 

tiempo,  antes  de  someterse  a  las  duras  exigencias  de  la  necesi- 
dad. Frente  a  estas  dos  víctimas  de  la  cultura  equivocada,  fren- 
te a  estos  dos  ilusos,  decepcionados  y  duramente  castigados,  se 
levanta  serena,  segura  de  sí  misma,  sensata,  firme,  enérgica,  la 
figura  de  IMamagela.  Una  gran  confianza  en  sus  dotes  natura- 
les la  hace  considerarse  centro  y  providencia  de  los  suyos.  Y 
este  convencimiento,  arraigado  en  la  debilidad  de  su  esposo  y 
en  sus  éxitos  continuos,  le  dan  la  energía  y  la  seguridad  de  que 
carece  Tóeles.  Lleva  en  la  sangre  un  pasado  de  civilización  y 
de  trabajo  que  la  levantan  por  sobre  la  incuria  y  el  abandono 
de  la  criolla  nativa.  Hija  de  españoles  venidos  a  menos,  tiene 
de  ellos  el  gusto  del  trabajo  y  de  la  prosperidad,  de  que  carecen 
en  general  nuestros  nativos.  Si  Tóeles  no  es  toda  la  ciudad,  doña 
Angela  está  lejos  de  ser  toda  la  campaña,  más  semejante  a  Pa- 
pagoyo,  indolente,  débil,  enemigo  de  todo  esfuerzo,  siempre  con 
el  mate  en  una  mano  y  la  caldera  en  la  otra,  que  a  su  vigilante 
y  activa  compañera .  Hay  en  esta  circunstancia  un  nuevo  acierto 
de  Reyles.  El  porvenir  de  nuestra  campaña,  en  efecto,  no  por- 
tenece  a  nuestros  criollos  nativos,  que  son  generalmente,  incul- 
tos e  imprevisores,  sino  a  la  nueva  raza  que  se  forma,  hija  de 
extranjeros,  primera  generación  que  arraiga  en  el  terruño  sus 
raíces  propias,  pero  que  trae  de  sus  ascendientes  los  hábitos  de 
disciplina  y  del  trabajo,  el  amor  a  la  vegetación  nacida  del  es- 
fuerzo, y  el  deseo  sano  y  necesario  de  enriquecerse.  A  ellos 
se  deben  las  plantaciones  de  árboles,  el  cultivo  razonado,  la  cría 
metódica,  que  transforma  los  áridos  y  desolados  campos,  las 
agrias  cuchillas,  los  pastizales  amarillentos,  en  el  verde  y  alegre 
paisaje  de  ciertas  localidades,  y  cambia  los  miserables  y  sucios 
ranchos  de  paja  y  de  terrón  en  confortables  viviendas  de  ladrillo 
y  cal;  la  que  perfora  la  tierra  en  busca  de  agua  y  pone  la  nota 
alegre  de  los  molinos  sobre  la  aridez  desolada  de  los  campos. 

No  hubiera  tenido  ese  sabor  de  realidad,  esa  vitalidad  asom- 
brosa, esa  naturalidad  espontánea,  el  carácter  de  Mamagela,  a 
haberlo  hecho  su  autor  puramente  criollo.  De  su  tío  cura  tiene 
la  afición  a  la  lectura,  y  las  ideas  generales ;  de  su  padre,  hidalgo 
venido  a  menos,  la  dignidad  y  la  entereza  del  carácter . 

De  España  le  vienen  la  alegría  retozona,  los  refranes  opor- 
tunos, y  ese  sentido  común,  alicorto  pero  clarividente  y  justo, 


ESCRITORES  URUGUAYOS  465 

que  hizo  de  Sancho  Panza  una  figura  tan  real  y  verdadera  como 
la  de  don  Quijote.  ¿Y  no  son  acaso,  de  ambas  figuras  inmorta- 
les, avatares  criollos,  el  idealismo  vago  de  Tóeles,  sin  la  nobleza 
del  hidalgo  manchego,  y  la  sensatez  más  razonable  y  desintere- 
sada de  Mamagela,  superior  en  esto  al  escudero? 

Pero  ésta  no  encarna  solamente,  en  la  novela  de  Reyles,  la 
campaña  sana  y  fecunda,  frente  a  la  ciudad  y  a  su  mal  com- 
prendida cultura;  es,  además,  la  encarnación  de  los  egoísmos 
bien  entendidos,  que  fueron  defendidos  ya  en  La  Muerte  del 
Cisne,  y  que  al  arraigarse  en  la  realidad  inmediata  y  concreta, 
acaban  por  rematar  en  generosidad,  en  desinterés,  en  altruismo. 

Al  hundir  sus  raíces  vigirosas  en  la  tierra,  se  afianza  en 
ella  y  resiste  los  vientos  huracanados  de  la  adversidad  y  el  in- 
fortunio. Lo  que  era  espíritu  de  familia,  interés  por  las  ganan- 
cias, esfuerzos  interesados,  se  transforma  en  protección  a  los 
allegados,  como  cuando  intenta  Mamagela  reconstruir  el  hogar 
destrozado  de  Primitivo ;  y  en  su  fracaso,  salva  del  naufragio,  lo 
único  que  puede  ser  salvado:  la  criatura  inocente,  víctima  sin 
culpa  de  los  errores  ajenos;  o  cuando  ampara  a  Tóeles  en  su 
pobreza,  y  lo  vuelve,  con  sus  consejos,  a  la  realidad  de  las  cosas 
y  convierte  las  riquezas  adquiridas  en  posibilidad  y  ejercicio  de 
la  caridad,  en  progreso  y  grandeza  de  la  patria. 

En  un  discurso  cuya  verosimilitud  pone  en  duda  algún  crí- 
tico, lo  dice  terminantemente  la  castellana  de  El  Omhú,  al  inau- 
gurar la  cabana,  en  que  acaba  de  transformar  la  primitiva  pul- 
pería, con  la  llegada  de  un  plantel  de  borregas  finas :  "El  pro- 
greso de  nuestro  amado  país  pende  del  progreso  de  la  campaña ; 
hasta  los  niños  de  teta  lo  saben.  La  campaña,  aunque  no  lo 
digan  los  doctores,  es  la  vaca  lechera  de  la  nación.  Sí,  señores, 
todos  nos  nutrimos  de  ella,  desde  el  Presidente  de  la  República, 
hasta  el  último  gaucho.  Y  bien,  mientras  en  las  ciudades  discur- 
sean y  tragan  viento  o  papan  moscas,  ocupémonos  nosotros  en 
doblarle  el  vellón  a  las  ovejas  y  el  peso  a  las  vacas.  Voy  a 
revelarles  un  secreto,  que  no  quiero  llevarme  a  la  tumba,  ni  -pu- 
drirme con  él:  los  rodeos  y  las  majadas,  son  las  únicas  cosas 
serias  del  país". 

Y  más  adelante  agrega :  "...  qué  vale  más :  un  discurso 
de  cuarenta  horas  o  un  carnero  de  cuarenta  libras?  Lo  primero 


463  NOSOTROS 

es  puro  viento,  palabras  embusteras  que  entran  por  un  oído  y 
salen  por  el  otro;  humo  que  va  a  las  nubes  y  deja  vacías  las 
manos;  lo  segundo  es  labor,  inteligencia,  pan  en  la  casa  del  po- 
bre, abundancia  en  la  casa  del  rico,  y  conciencia  tranquila  en  la 
casa  de  todos;  es  también  plata  en  el  banco,  abono  del  mundo, 
semilla  de  prosperidad;  si  se  echa  en  la  tierra  brotan  las  casitas 
blancas  como  palomas,  los  rodeos  de  mil  cabezas,  los  ferrocarri- 
les, los  palacios,  las  ciudades,  los  bosques,  y  el  bienestar  de  las 
familias.  . ," 

Así,  y  a  un  mismo  tiempo,  concilía  y  funde  Rey  les  en  esta 
novela,  sus  dos  grandes  prédicas,  que  pueden  reducirse  a  una 
sola.  Es  Mamagela,  la  encarnación  del  egoísmo  individual,  de 
donde  parte,  para  levantarse  a  un  generoso  desinterés ;  y  es 
también,  el  egoísmo  social  que  parte  del  trabajo  rural,  remunc- 
rador  y  concreto,  para  elevarse  al  progreso  y  a  la  civilización 
del  país.  De  este  oculto  sentido  de  su  principal  figura,  nace 
la  fuerza  de  su  actuación  en  la  novela,  que  adquiere  a  ratos,  la 
vehemencia  de  la  prédica  y  a  ratos  la  profundidad  de  la  filo- 
sofía. Y  por  su  tono  y  por  su  intención  El  Terruño  es  her- 
mano carnal  de  La  Muerte  del  Cisne;  y  como  éste  tiene  también, 
a  veces,  las  exageraciones  propias  de  los  libros  de  combate.  Eli- 
gió Reyles  la  forma  de  novela,  y  puso  en  ella  el  vigor  analítico 
y  la  fuerza  creadora  de  personajes,  que  hacen  de  él,  un  nove- 
lista de  garra  poderosa;  pero  conserva  el  libro,  a  pesar  de  ello, 
su  fisonomía  inconfundible,  de  propaganda  filosófica  y  social, 
y  de  enseñanza  eficaz. 

Pero  a  pesar  de  todo,  la  fuerza  dramática,  es  en  ciertos 
episodios,  tan  vigorosa,  el  colorido  tan  real,  la  descripción  tan 
exacta,  que  parece  estarse  viviendo  la  concreta  realidad  de  los 
hechos.  Tal,  el  capítulo  IV  todo  entero,  que  es  un  trozo  vivo 
de  nuestra  historia  nacional:  todo  el  episodio  ád  Paso  del  Par- 
que en  la  revolución  de  1904,  está  allí  descrito  con  un  vigor  y 
una  eficacia  tan  maravillosas,  que  se  apoderan  del  lector,  y  le 
hacen  vivir  la  dramática  lucha  que  un  pequeño  destacamento 
nacionalista  sostiene  heroicamente  para  distraer  las  fuerzas  del 
Gobierno,  y  permitir  que  el  parque  pueda  incorporarse  al  grueso 
del  ejército  revolucionario.  El  paso  de  las  carretas  por  el  Río 
Negro,  mientras  los  últimos  combatientes  perecen  bajo  fuerzas 


ESCRITORES  URUGUAYOS  467 

superiores,  y  más  que  nada,  la  muerte  de  Pantaleón,  son  de  una 
fuerza  épica  tal,  que  "reclaman,  al  decir  de  Rodó,  la  lengua  oxi- 
dada y  los  ásperos  metros  de  un  cantar  de  gesta".  Los  que  re- 
procharon a  Rey  les  el  exceso  de  subjetivismo,  y  un  análisis 
demasiado  minucioso  en  sus  novelas,  deberían  releer  este  capí- 
tulo, en  el  que  se  destaca,  inconfundible,  un  narrador  dramático 
y  colorista,  de  primera  fuerza. 

Hay  en  todo  este  libro,  materia,  no  para  una,  sino  para 
varias  novelas ;  o  mejor  aún,  son  varias  las  novelas  que  en  ella 
coexisten  y  compenetran  su  interés ;  tal  el  episodio  de  Primitivo ; 
tal  la  novela  histórica  de  Pantaleón. 

Reyles  no  ha  ensayado  aún,  esta  última  clase  de  novela, 
que  dio  renombre  seguro  a  Eduardo  Acevedo  Díaz,  el  novelista 
injustamente  olvidado  antes  de  tiempo;  pero  de  intentarlo,  es 
seguro  que  obtendría  éxito  clamoroso  y  justo.  Lo  prueba  su- 
ficientemente, el  capítulo  de  que  hablábamos. 

Alrededor  de  estas  figuras,  las  apenas  esbozadas  de  Cele- 
donia y  el  Sacristán,  y  la  indolente  y  débil  de  Papagoyo  ponen 
su  nota  de  interés  complementario. 

Un  sentido  cómico,  inusitado  en  nuestro  autor,  y  que  no 
nos  parece  su  fuerte,  pone  de  vez  en  cuando,  su  ligero  toque. 
El  estilo,  fuerte,  musculoso,  castizo,  y  al  mismo  tiempo,  moderno 
y  viril,  se  esmalta  en  esta  novela  de  algunas  ci:udezas  de  expre- 
sión, acaso  demasiado  fij^ertes  para  nuestro  gusto.  Estas,  y  la 
nota  cómica,  que  no  se  avienen  con  el  sentido  trascendente  de 
la  obra,  son  lo  que  menos  nos  agrada  de  ella. 

Ivuce  Bl  Terruño  a  su  frente,  una  carta  del  autor,  dirigida 
a  José  Enrique  Rodó,  en  estilo  del  más  puro  clasicismo,  de  corte 
y  sabor  arcaicos,  "en  la  que  ha  hecho  derroche  Reyles  de  su 
conocimiento  de  la  lengua  y  de  la  riqueza  de  su  léxico.  Un 
soneto,  que  con  otra  composición  de  la  misma  índole,  constitu- 
yen tDda  la  producción  poética  del  autor  de  Ariel,  precede  al 
prólogo  de  éste,  que  encabeza  la  obra.  Es  de  notar  que  sea  El 
Terruño  la  única  obra  de  Reyles  que  lleva  prólogo  de  otro  es- 
critor. La  altivez  solitaria  y  esquiva  del  autor  de  La  Raza  de 
Caín  no  buscó  nunca  padrino  o  rodrigón  para  sus  hijos  inte- 
lectuales. ¿Por  qué  lo  hizo  al  tratarse  de  Bl  Terruño f  No  lo 
sabemos.    Pero  es  necesario  afirmar   que  un  prólogo,  aún   sea 


468  NOSOTROS 

éste  de  tan  alto  talento  como  el  de  Rodó,  no  agrega,  ni  puede 
agregar  valor  alguno,  a  la  obra  recia,  profunda  y  originalísiina 
de  Carlos  Reyles. 

V  '      * 

"El  Embrujo  de  Sevilla" 

HENOS  aquí  en  un  ambiente,  y  con  una  trama  completamente 
distintas  de  la  novela  anterior.  Cinco  años  separan  su  apa- 
rición de  la  de  aquella ;  cinco  años  fecundos  sin  embargo,  du- 
rante los  cuales,  y  en  medio  de  la  formidable  contienda  europea, 
esbozó  y  realizó  Reyles  su  obra  más  original  y  más  honda,  que 
acaba  de  ser  ampliamente  consagrada  por  toda  la  crítica  euro- 
pea: los  dos  tomos  de  los  Diálogos  Olímpicos,  en  los  cuales  des- 
arrolla y  remata  en  forma  personalísima  la  esbozada  teoría  fi- 
losófica de  La  Muerte  del  Cisne.  Bl  Embrujo  no  tiene  ninguna 
de  las  características  de  las  otras  novelas  de  Reyles.  En  ella 
las  fuerzas  instintivas  y  pasionales,  lá  suhconciencia,  toma  una 
amplia  y  decidida  revancha  sobre  el  análisis  psicológico  que  do- 
mina en  las  otras.  Es  toda  ella,  una  novela  de  pasión  y  de 
embrujo.  El  verdadero  protagonista  de  la  obra,  es  Sevilla:  Se- 
villa con  su  cielo  de  luz,  con  sus  colores,  con  su  sensualidad 
y  su  misticismo,  con  sus  corridas  de  toros  y  sus  procesiones  de 
Semana  Santa;  con  su  embriaguez  constante  y  su  exaltación  de 
la  vida:  Sevilla  —  bruja,  que  entre  sus  calles  y  sus  torres,  entre 
sus  rejas  y  sus  flores,  entre  sus  mujeres  y  sus  toreros,  aprisionó 
hace  años  ya  a  nuestro  autor,  reteniéndolo  preso  de  su  encanto 
siete  meses  en  lugar  de  siete  días.  Y  desde  entonces,  el  alma 
apasionada  y  romántica  de  la  ciudad  andaluza  ejerció  su  cons- 
tante atracción  sobre  el  espíritu  del  novelista,  en  la  forma  de 
un  decidido  empeño  de  escribir  su  novela  sevillana.  De  191 8 
data  la  publicación  de  su  esbozo,  que  bajo  el  título  de  Capricho 
de  Coya,  publicó  El  Cuento  Ilustrado  de  Buenos  Aires.  La 
educación  clásica  y  el  amor  por  las  cosas  españolas,  llevaban  a 
Carlos  Reyles  a  escribir  esta  novela  que  es  el  más  grande  y 
clamoroso  éxito  de  su  vida  literaria,  y  que  ha  sido  considerada 
obra  maestra,  por  escritores  de  la  talla  de  Ramón  Pérez  de  Aya- 
la,  de  Enrique  Larreta,  y  otros. 


ESCRITORES  URUGUAYOS  469 

El  autor  de  El  Terruño  ha  olvidado  bajo  la  gloria  del  sol, 
y  frente  al  áureo  redondel,  la  preocupación  constante  de  su  vida, 
aunque  no  tanto,  sin  embargo,  que  no  aparezcan  alguna  vez  las 
características  propias  de  su  temperamento. 

Pero  no  es  en  ella  el  ferviente  propagandista  de  la  energía, 
como  en  El  Terruño  y  en  La  Muerte  del  Cisne,  el  filósofo 
nietzscheano,  el  analista  minucioso  de  Beha,  y  sobre  todo  de 
La  Raza  de  Caín.  En  plena  madurez  de  su  vida,  un  soplo  de 
pasión  y  de  tragedia  primitivas  lo  levantan  en  la  inconsciente 
vertiginosidad  de  sus  alas.  Embrujo  de  sol,  de  amor,  de  arte, 
de  gloria;  todas  las  fiebres  de  la  existencia  palpitan  en  las  pá- 
ginas de  este  libro,  el  más  apasionado,  el  más  lleno  de  vida  y 
de  color  de  todos  los  de  nuestro  compatriota. 

Sevilla  vive,  palpita,  sufre  y  ama  en  las  páginas  magistrales 
de  Reyles,  con  sus  miserias,  sus  donosuras,  sus  trajes  de  luces, 
y  el  acre  sabor  de  sus  tahlaos,  que  ostentan,  como  ciertas  meda- 
llas, dos  fases  antitéticas,  vigorosamente  representadas  por  los 
dos  lienzos  del  pintor  Cuenca:  "Arriba  y  abajo".        / 

"En  estos  días  el  sol  reverbera  en  las  paredes  blancas  y  arde 
en  los  tejados;  la  manzanilla  corre  a  ríos,  las  ventanas  florecen, 
las  casas  cantan,  las  hembras  dejan  al  pasar  un  rastro  perfu- 
mado. La  ciudad  entera  huele  a  vino,  a  claveles,  a  ropa  blanca 
de  mujer.  Suenan  por ^todas  partes  guitarras,  castañuelas  y  or- 
ganillos. Los  botones,  las.  yemas,  los  capullos,  las  coplas  revien- 
tan en  los  patios,  y  en  las  bocas  de  las  mocitas  estallan  los  besos. 

"Por  las  noches  las  rejas  hablan.  La  primavera,  cargada  de 
aromas  y  cantares  viene  de  los  jardines,  las  huertas  y  los  cam- 
pos; alegra  los  tugurios  sombríos,  las  sórdidas  callejuelas,  y 
transforma  con  sus  artes  mágicas,  la  fealdad  y  la  miseria,  en 
donosura  y  esplendor.  El  añil  del  cielo  tórnase  azul  rabioso.  Los 
azulejos  fulguran.  La  luz  viste  la  Giralda  de  sangre  y  fuego, 
reanií.ia  los  revoques  muertos  de  la  Torre  de  Oro  y  del  Alcá- 
zar, y  hace  del  Guadalquivir  moreno,  un  río  de  plata  viva.  Las 
gentes  ebrias  de  sol,  circulan  sin  reposo  por  las  calles  sonoras ; 
ríen,  bromean,  requiebran  a  las  gachís  de  polleras  almidonadas, 
que  pasan  derramando  sal,  y  entran  en  las  tabernas". 

En  ninguna  de  las  anteriores  novelas  de  Reyles,  encontra- 
mos una  descripción  tan  llena  de  luz  y  de  color,  como  ésta  que 


470  NOSOTROS 

acabamos  de  transcribir.  La  primavera  de  Sevilla  fulg-ura  ante 
nuestros  ojos  con  su  cuádruple  embriaguez  de  sol,  de  flores, 
de  amor  3'  de  vino.  Tiene  la  misma  fuerza,  el  mismo  colorido, 
el  mismo  vigor  que  la  página  primera  del  libro,  en  donde  se 
describe  el  café  de  "El  Tronío":  "Este  ocupa  un  vetusto  edifi- 
cio de  techo  de  teja,  cubierto  de  jaramagos  y  jardín,  balconada 
de  hierro,  y  ancho  patio  de  mármol  blanco,  con  alicatado  de 
desvanecidos  azulejos  y  columnas  de  capitel  mudejar.  En  el 
centro  del  patio  ríe  una  fuente  diminuta,  de  mármol  también, 
rodeada  de  tiestos  de  flores.  Un  chorrito  de  agua  retozón  surge 
de  la  fuente,  se  abre  a  un  metro  de  altura  y  cae  como  una  lluvia 
de  diamantes  en  el  tazón  sonoro.  La  luz  entra  por  una  claraboya 
de  cristales  coloreados,  cerrada  en  invierno,  abierta  e  intercep- 
tada con  un  toldo,  que  imita  una  manta  jerezana,  en  los  rigores 
de  la  canícula;  por  ese  arte  el  patio  se  conservaba  luminoso  y  ti- 
bio en  la  estación  fría,  velado  y  fresco  en  el  verano.  Y  en  el  an- 
cho patio  de  paredes  enjalbegadas  de  cal,  bajo  los  corredores 
que  forman  abajo  las  galerías  altas  y  frente  a  frente,  se  hacen 
guiños  y  prestan  mutua  y  eficaz  ayuda,  el  tablao  y  el  mostrador, 
la  gracia  y  el  nogocio". 

Es  en  este  marco,  sobre  el  tablao,  que  ha  de  aparecer  la 
Trianera,  la  bailadora  que  condensa  en  su  cuerpo  magnífico, 
todas  las  gracias,  todos  los  perfumes,  toda  la  sensualidad  de  la 
ciudad  andaluza;  y  en  su  alma,  la  pasión,  el  instinto,  las  fuerzas 
ciegas  e  irresistibles  que  han  de  armar  su  brazo  contra  el  amante, 
hondamente  querido,  sin  embargo.  "Por  su  provocativa  belleza, 
picante  gracia,  ojos  gachones  y  presumidos  andares,  a  los  parro- 
quianos se  les  antojaba  aquella  primorosa  muñeca,  la  encarna- 
ción viviente,  no  ya  de  la  maja  graciosa  y  brava,  sino  de  la 
mismísima  Andalucía" . 

Tal  es  la  protagonista  de  Bl  Embrujo,  cuyo  baile  flamenco 
ha  de  encarnar  para  Sevilla,  el  alma  misma  de  Andalucía.  Ella 
y  Sevilla,  Sevilla  y  ella  son  toda  la  novela.  ¿Es  la  ciudad  quien 
presta  su  encanto  y  su  embrujo  a  la  Trianera,  o  ésta  quien  dá 
a  Sevilla  uno  de  sus  mayores  encantos?  Una  y  otra  se  compe- 
netran de  tal  modo,  son  de  tal  manera,  alma  y  cuerpo  de  un 
mismo  pueblo,  que  éste  adora  en  la  mujer,  —  a  quien  completa 
luego  el  torero,  —  su  propia  idiosincracia .    Porque  la  Pura  es 


ESCRITORES  URUGUAYOS  471 

algo  más  que  una  de  tantas  artistas  de  tablao.  Tiene  una  per- 
sonalidad que  le  es  propia,  su  ambición  personal,  su  chalaúra 
en  fin,  sin  la  cual,  al  decir  del  autor,  ni  hombres  ni  pueblos 
pueden  vivir.  Su  contacto  con  pintores  y  artistas  en  general, 
ha  afinado  su  sensibilidad  y  dado  forma  al  instinto  oscuro  del 
baile,  que  existia  en  ella.  Su  niñez  desamparada,  su  aventura 
dolorosa  con  el  Pitoche  han  puesto  en  su  alma  el  deseo  de  una 
amplia  y  ruidosa  revancha;  su  desilusión  en  amores,  es  la  le- 
vadura que  la  lleva  a  realizar  grandes  cosas. 

Ha  hecho  del  baile  andaluz  su  arte,  y  aspira  con  él,  a  con- 
quistar el  mundo. 

Su  belleza  y  su  gracia  le  han  dado  ya,  fortuna  y  nombre; 
pero  esto  no  es  sino  el  escalón  necesario  para  ascender  a  la  re- 
gión más  alta  de  la  gloria.  Quiere  traducir  el  alma  de  Sevilla, 
desentrañarla  de  las  canciones  populares,  con  que  se  acompaña 
en  sus  bailes.  Así  se  lo  dice  a  Paco:  "Quiero  hacer  de  cada 
baile  un  cuadro,  lo  que  llaman  por  allá,  un  balé,  y  de  cada  cante, 
una  interpretación  coreográfica,  con  su  decorado  propio  y  mú- 
sica típica.  ¿Chanelas? .. .  Imagina  lo  que  sería  interpretar,  bai- 
lando, el  alma  de  la  saeta,  mientras  desfilan  por  las  calles  oscu- 
ras de  Seviya  los  Pasos,  los  Nazarenos,  las  muchedumbres; 
mimar  la  malagueña  en  un  patio  andaluz ;  la  soleá  en  la  cocina 
de  un  cortijo;  la  scguiriya  en  una  barraca  de  gitanos;  calcula 
Jo  que  podrían  ser  las  decoraciones,  los  trajes  y  la  música..." 
^  No  es  un  alma  vulgar  la  que  tiene  tales  aspiraciones,  y  un 
-concepto  tan  elevado  de  su  arte,  aún  sea  éste,  arte  de  tablao 
popular.  Y  es  que  Reyles  no  puede  pintar  en  sus  riovelas,  alnnas 
vulgares.  Hay  algo  en  todos  sus  personajes,  que  los  levanta 
sobre  la  vulgaridad  y  la  chatura.  Hasta  cuando  intenta  expresa- 
mente, darnos  seres  inferiores,  pone  en  ellos  un  soplo,  una  in- 
tención de  tragedia  o  de  dolor,  que  los  nimba  con  un  halo  propio. 
Todos  llevan,  como  marca  inconfundible,  la  garra  poderosa  de 
su  autor. 

Hija  del  pueblo,  con  sangre  gitana  y  pasiones  gitanas,  la 
Pura  es,  sin  embargo,  una  criatura  excepcional,  nacida  para  el 
amor  y  la  tragedia,  para  los  destinos  sangrientos  o  sublimes 
pero  jamás  vulgares.  El  encuentro  de  una  criatura  así  con  Paco 
Quiñones,  el   mozo  crudo  que,    descendiente  de   familia    noble. 


472  NOSOTROS 

tuvo  el  arresto  de  hacerse  torero  e  imponer  su  gesto  al  respeto 
y  a  la  consideración  de  sus  iguales,  no  podía  sino  producir  la 
chispa  violenta  de  la  pasión.  Y  ésta  estalla  en  efecto,  aunque 
espiritualizada  por  el  alma  ennoblecida  de  la  bailadora,  harta 
de  los  amores  carnales  y  del  bajo  materialismo  de  los  hombres. 

Y  he  aquí  lo  curioso:  Paco  Quiñones,  que  tuvo  por  novia 
a  una  niña  de  su  misma  condición,  a  quien  a  pesar  de  la  ruptura, 
sigue  queriendo,  constata,  con  explicable  sorpresa  que:  "Pastora, 
la  niña,  sólo  me  inspira  ahora,  deseos  carnales,  y  ésta,  la  gachí 
de  tronío,  amor  puro".  El  torero  y  la  bailadora  se  quieren  con 
tocia  el  alma.  Juntos,  después  de  una  noche  de  juerga,  y  desde 
la  gótica  mole  de  la  catedral,  contemplando  a  sus  pies  el  apre- 
tado caserío  de  la  ciudad  andaluza :  'Uos  Alcázares  tan  pobres  y 
ceñudos  por  fuera,  tan  ricos  y  risueños  por  dentro;  la  Lonja, 
reservada,  adusta,  como  una  viuda  vestida  a  la  inglesa;  la  Fá- 
brica de  Tabacos,  San  Telmo,  el  puente  de  Triana. . .  y  los  bo- 
rriquiyos  que  van  y  vienen  cargados  de  todo;  la  torre  de  Santa 
Ana,  el  rojo  frontis  de  San  Jacinto,  rojo  de  vergüenza  de  verse 
tan  feo,  y  allá  a  lo  lejos,  Coria.  Gelves,  San  Juan  de  Aznalfa- 
rache,  Castilleja  de  la  Cuesta.  .  .",  se  juraron  amor,  y  se  prome- 
tieron conquistar  a  Sevilla  ni  más  ni  menos  que  lo  hubiera  he- 
cho el  Cid  Campeador  con  la  ciudad  del  Oso  y  del  Madroño. 

"Tú,  torero  célebre,  yo  bailadora  de  rumbo!  Seviya  es  nues- 
tra, Paquiyo.  Tendida  ahí,  nos  abre  los  brazos.  Vamos  a  con- 
quistarla, a  hacerla  vibrar  como  una  cuerda  de  violín,  a  quitarle 
las  mordazas  que  no  la  dejan  decir  lo  que  quiere,  a  embriagarla 
y  a  emborracharnos  con  los  propios  zumos  de  ella".  Y  Paco, 
contagiado  por  -la  exaltación  de  la  Trianera,  siente  que  arde  en 
él,  el  mismo  deseo  loco  de  dominio  y  de  amor :  "Mirándola  con- 
tigo desde  estas  alturas,  exclama,  la  veo  como  nunca  la  vi,  Pu- 
riya .  ¡  Cuántas  cosas,  cuántas  cosas ! . . .  los  Sultanes,  los  Reyes, 
los  conquistadores,  los  majos,  los  claveles,  los  toreros,  la  man- 
zaniya,  las  soleares,  don  Pedro,  don  Juan...  Aquí  oró  Colón, 
allí  murió  Hernán  Cortés,  más  allá  está  enterrado  Guzmán  el 
Bueno,  en  aquel  sitio  escribió  Cervantes  Bl  Quijote,  en  aquel 
otro  habitó  Santa  Teresa .  .  .  Tienes  razón,  Puriya :  Seviya  nos 
tiende  los  brazos;  vamos  a  conquistarla.  A  tu  lado  me  acometen 


.    ESCRITORES  URUGUAYOS  473 

ímpetus  de  hacer  cosas  grandes,  barbaridades  gordas.  Tú  tam- 
bién eres  un  embrujo,  Puriya". 

Y  ella,  con  los  ojos  llenos  de  lágrimas  y  el  pecho  agitador 
"Paco  de  mi  vida!  Seviya  de  mi  alma...  !" 

Sueño  enorme,  en  donde  reviven  otra  vez,  las  ambiciones 

caras  a  su  autor:  el  deseo  de  poder,  el  ansia  de  dominación 

esta  vez  perfumado,  embellecido,  por  un  sueño  más  suave,  de 
amor — .  Gloria  y  amor;  amor  y  arte:  ¿quién,  con  un  alma  un 
poco  elevada,  no  lo  ha  tenido  alguna  vez?  Pero  en  la  novela, 
como  en  la  realidad,  amor  y  arte,  son  demasiado  absorbentes 
para  reinar  unidos ;  y  uno  acaba  siempre  por  devorar  al  otro . 
A  las  espaldas  de  Pura,  vela  el  destino  con  la  figura  del  Pi- 
toche . 

El  Pitoche,  primer  amante  de  la  Trianera,  —  y  el  hombre 
que  la  perdió,  abandonándola  luego,  en  horas  de  miseria  y  amar- 
gura, —  la  desea  otra  vez,  apasionadamente,  cuando  después 
(le  tres  años  de  ausencia  vuelve  a  aparecer  ante  él,  en  el  tablado 
de  "El  Tronío",  con  el  doble  prestigio  de  sus  joyas  y  de  su  fama. 
El  Pitoche,  aquien  aborrece  ahora  la  bailadora,  toda  entregada 
a  su  nuevo  amor,  conserva  a  pesar  de  ella  misma,  un  secreto  e 
inconsciente  dominio,  sobre  la  memoria  oscura  de  su  carne.  Y 
por  esto,  cuando  próxima  a  partir  con  Paco,  se  intercepta  al 
paso  de  ellos  el  cantaor,  cegado  de  ira  y  de  celos,  y  acuciado 
por  su  rival  Arguello  para  que  suprima  al  torero,  Pura,  viendo 
a  su  ex-amante  próximo  a  expirar  bajo  la  mano  de  Paco,  arre- 
bata a  éste  su  daga,  y  la  clava  en  la  espalda  del  hombre  a  quien 
adora.  En  esté  trágico  episodio,  en  donde  las  fuerzas  oscuras 
del  alma  de  la  Trianera  y  acaso  también  de  todo  el  pueblo,  triun- 
tan  de  su  voluntad,  de  su  conciencia,  y  aún  de  su  mismo  amor, 
como  aquella  terrible  divinidad  que  llamaron  los  griegos  An- 
iianké,  termina  el  Capricho  de  Coya. 

El  Embrujo  continúa  y  desenvuelve  el  drama,  dándole  ma- 
yor vigor  y  más  honda  trascendencia  huinana  en  la  turbada 
conciencia  de  la  Pura. 

Despierta  la  Trianera  de  su  pasajera  alucinación  de  locura, 
se  encuentra  con  la  doble  y  terrible  consecuencia  de  su  actor 
su  amor  perdido,  y  remacha,  como  no  deja  de  hacérselo  sentir 
el  Pitoche,  a  su  ex-amante.  Empieza  entonces  el  trágico  huir 
a  través  de  las  calles  oscuras  de  la  ciudad-bruja,  y  las  frecuentes 


474  NOSOTROS 

estaciones  en  las  tabernas,  en  donde  el  alcohol  y  las  coplas  ador- 
mecen las  penas,,  y  permiten  olvidar . . . 

Paco  salva  de  su  herida,  que  todos  atribuyen  a  Arguello, 
aparecido  muerto  en  el  puente  de  Triana  por  su  propio  suegro. 
La  cartera  y  el  reloj  de  Paco,  encontrados  en  los  bolsillos  del 
cadáver,  y  la  circunstancia  de  ser  la  navaja  del  mismo,  que  es- 
grimiera el  Pitoche,  reforzado  todo  con  la  posterior  declaración 
de  Paco,  bastan  y  sobran  para  atribuir  al  muerto,  el  crimen  co- 
metido, y  salvar  a  la  bailadora  de  la  mala  posición  en  que  hu- 
biera quedado. 

Pero  aquí  solamente  comienza  la  verdadera  tragedia;  la 
tragedia  íntima  de  la  Pura,  que  odia  cada  vez  más  al  cantador 
y  a  quien  el  roedor  remordimiento,  que  no  ahoga  su  pasión 
por  el  torero,  lleva  a  un  paso  de  la  locura.  Cuenca,  el  pintor 
amigo,  es  su  refugio  y  su  consuelo.  Durante  toda  la  larga  pos- 
tración de  Paco  y  durante  su  convalecencia,  no  ha  preguntado 
una  sola  vez  por  Pura,  ni  permite  que  su  amigo  la  miente.  Y 
esto  desconcierta  al  pintor  y  desespera  a  la  bailadora,  hasta  que 
la  amplia  confesión  de  ésta  conmueve  a  Cuenca  y  le  hace  pro- 
meter que  intercederá  por  ella.  Pura  obtiene  al  fin  el  perdón 
de  su  amante,  del  cual,  sin  embargo  se  aleja,  y  permite  así, 
como  una  expiación  de  su  culpa,  el  matrimonio  de  aquel  con 
Pastora,  que  consiente  por  fin  el  ganadero,  ante  el  noble  arresto 
de  ella,  que  abandona  su  casa  paterna  para  ir  a  cuidar  de  su 
novio . 

Lo  más  notable  de  esta  novela,  además  del  ambiente  en  sí, 
notabilísimo,  es  la  psicología  de  la  Pura.  Esa  contradicción  vi- 
viente entre  su  amor  y  su  crimen,  el  gesto  impulsivo  en  el  que 
obran  fuerzas  inconscientes  e  irresistibles  es  un  verdadero  acier- 
to. En  el  Capricho  de  Goya  dejaba  entender  el  autor  que  fuera 
la  pasión  por  su  ex  amante,  de  súbito  rediviva  ante  el  peligro 
que  éste  corría,  quien  armara  el  brazo  homicida  de  la  bailadora. 
En  El  Embrujo  de  Sevilla  el  hecho  cobra  mucha  mayor  fuerza 
y  se  trueca,  de  un  crimen  vulgar,  en  una  notable  observación 
del  alma  femenina;  en  una  más  honda  tragedia,  en  un  soplo  de 
misterio  psicológico  que  viene  de  quién  sabe  qué  profundos  re- 
daños, qué  complicados  abismos  del  espíritu,  al  dejar  en  la  os- 
■^curidad  completa,  los  móviles  desconocidos  para  la  misma  autora 


ESCRITORES  URUGUAYOS  475 

del  drama.  Sólo  Pastora,  mujer  también,  y  también  enamorada 
del  torero,  tiene  una  vaga  sospecha,  vislumbra  una  luz  que  pa- 
rece iluminarla,  cuando  enterada  de  los  hechos  por  boca  de  su 
mismo  novio,  exclama:  "Quizá  te  quería  demasiado...  Las 
andaluzas  tenemos  una  manera  de  querer  muy  enrevesada ..." 
Las  andaluzas  y  las  mujeres  todas,  y  aún  todos  los  hombres. 

El  alma  humana  es  demasiado  compleja  para  poder  ordenar 
cada  acto  en  su  respectivo  casillero,  y  cuando  la  sacuden  pasio- 
nes violentas,  se  revuelve  y  trastorna  como  un  vaso  en  donde 
los  líquidos  no  obedecen  ya  a  la  ley  de  sus  densidades. 

Desentrañar  esa  complejidad  y  esa  contradicción  del  alma, 
es  lo  que  da  tan  hondo  sabor  de  tragedla,  de  dolor,  de  realidad 
humana,  a  la  obra  de  los  novelistas  rusos,  a  los  cuales,  en  cierto 
modo,  se  parece  nuestro  escritor.  Y  este  sentido  de  lo  trágico, 
unido  a  un  vigoroso  talento  descriptivo  que  ya  señaláramos  en 
Bl  Terruño,  cobra  más  sahentes  relieves  en  la  descripción  de 
la  Semana  Santa  de  Sevilla,  la  página  tal  vez  más  emocionante 
de  toda  la  obra  de  Carlos  Reyles.  Hay,  indudablemente,  mucho 
de  carnavalesco  y  de  teatral  en  esas  procesiones  efectuadas  du- 
rante la  noche,  y  en  las  que,  las  imágenes  de  Cristo  y  de  la 
Virgen,  cubiertas  de  joyas  y  deslumbrantes  de  lujo  y  de  riqueza, 
desfilan  entre  dos  filas  de  nazarenos  encapuchados,  portadores 
de  sendos  blandones  encendidos. 

Las  luces,  las  joyas,  la  muchedumbre ;  y  sobre  todo  ello,  la 
saeta,  el  canto  religioso  popular  que  horada  la  atmósfera  y  parte 
como  una  flecha  lírica  para  clavarse  en  la  Virgen  a  quien  va 
generalmente  dedicado,  es  la  forma  más  violenta,  más  sensual, 
más  impresionante  del  culto,  que  ya  tiene  de  por  sí  mucho  de 
teatral  en  esas  cálidas  regiones  meridionales,  que  aún  conservan 
mucho  del  sensualismo  árabe,  no  solamente  en  su  religión,  por 
católica  que  ella  sea,  sino  en  casi  todas  las  demás  manifestacio- 
nes de  su  vida.  Pero  es  indudable,  que  todo  ello  enciende  el  mis- 
ticismo, embriaga  de  religión,  como  un  mosto  lo  haría  en  otra 
forma,  el  alma  sedienta  de  emociones  del  pueblo  andaluz ;  impo- 
ne con  su  deslumbrante  aparatosidad  y  concluye  en  emoción 
religiosa,  lo  que  había  comenzado  por  ser  emoción  heroica  en 
el  redondel.  No  se  concebiría  al  pueblo  andaluz,  sin  los  toros 
y  sin  las  procesiones  de  Semana  Santa.  Unos  y  otras  se  atraen 


47G  NOSOTROS 

y  se  complementan.  El  pueblo  andaluz,  y  en  general,  el  pueblo 
todo  español,  es  esencialmente  emotivo.  Exalta  y  exagera  los 
sentimientos,  que  carecen  en  él  de  términos  medios.  Lo 
mismo  es  heroísmo,  valor  exaltado,  caballerosidad,  mis- 
ticismo, pasión,  que  crueldad,  violencia,  o  bandolerismo.  El 
mismo  metal  con  cjue  fueron  forjados  el  Cid  y  los  conquistado- 
res, forjo  también  a  Ignacio  de  Loyola,  a  Torquemada,  y  a  los 
bandidos  que  en  la  Sierra  Morena  asaltaban  a  los  transeúntes 
y  respetaban,  según  la-  leyenda,  a  las  mujeres  y  a  los  desvalidos. 
Santa  Teresa  y  Hernán  Cortés,  Busto  Tabera  y  Don  Juan  Te- 
norio, Rodrigo  de  Vivar,  Pizarro  y  los  grandes  capitanes,  El 
Greco  y  Zurbarán:  todos  exaltados,  violentos,  en  el  arte  y  en 
la  vida,  místicos,  sombríos,  sensuales,  apasionados,  o  heroicos . . . 
Alma  compleja  y  riquísima,  que  atrae  y  subyuga  con  su 
orgullo  y  su  miseria,  su  valor  indomable,  y  su  desprecio  incom- 
l)rensible  por  el  trabajo  y  el  progreso. 

De  este  pueblo  sorprendente,  exagerado,  es  trasunto  fiel  la 
corrida  de  toros,  —  el  espectáculo  nacional  por  excelencia,  her- 
mano espiritual  de  las  procesiones  y  del  canto  y  baile  flamencos, 
que  no  llegan  a  comprender  los  demás  pueblos  de  Europa.  Sería 
preciso  estar  allí,  y  presenciar  el  espectáculo  uno  mismo,  para 
comprender  cómo  hombres  y^aún  mujeres,  inofensivos  y  bonda- 
dosos, y  aún  cultos  e  instruidos,  llegan  a  amar  semejantes  alar- 
des de  crueldad  y  de  valor.  Un  compatriota  nuestro,  decidido 
impugnador  de  tan  salvaje  diversión,  nos  decía  sin  embargo  el 
hechizo  invencible,  sufrido  al  presenciar  una  corrida;  la  embria- 
guez de  sol,  de  sangre,  de  heroísmo,  la  exaltación  contagiosa 
del  público,  el  mareo  de  colores  y  de  luz  que  contribuye  a  anes- 
tesiar los  sentimientos  naturales  de  piedad,  y  de  conmiseración 
para  las  pobres  bestias  sacrificadas  inútilmente,  en  un  inútil 
alarde  de  valor.  Embriaguez  de  peligro,  que  mucho  más  que  el 
frío  convencimiento,  hizo  tantos  héroes,  en  las  trágicas  jornadas 
de  la  Guerra.  Pero  sea  ello  lo  que  fuere;  explicado  como  se 
quiera,  y  hasta  tolerable  en  ciertas  regiones  de  España  que  es- 
grimen la  tradición  como  arma  de  polémica,  ello  no  implica  en 
modo  alguno,  su  posible  implantación  en  otros  medios,  ni  cree- 
mos remotamente,  que  haya  sido  tal  la  intención  que  algunos 
críticos  han  querido  ver  en  la  notable  novela  de  nuestro  compa- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  477 

triota .  Creemos  más ;  que  ellas  han  de  desaparecer  dentro  de  no 
mucho  tiempo,  de  su  misma  tierra  de  origen,  como  ya  lo  hace 
esperar  la  campaña  emprendida  alli  mismo  por  un  grupo  deci- 
dido de  valientes  intelectuales,  como  desaparecerán  también,  des- 
graciadamente, las  pintorescas  Procesiones,  y  ya  lo  ha  hecho 
casi  completamente,  el  legendario  bandolerismo,  últimos  resabios 
de  un  pasado  grandioso,  degenerado  en  el  tiempo,  y  pasado,  al 
fin.  La  descripción  que  hace  Reyles  de  las  corridas,  es  viva, 
coloreada,  emocionante,  como  pocas.  El  arte  taurino,  no  tiene 
secretos  para  él.  Asombra  el  conocimiento  que  de  tal  arte  hace 
derroche,  aunque  su  misma  condición  de  ganadero,  pero  no  de 
reses  bravas,  es  antecedente  digno  de  tomarse  en  cuenta  para 
explicar  esa  afición.  Pero,  lo  repetimos,  no  creemos  en  una  in- 
tención de  propaganda,  de  parte  de  nuestro  compatriota.  Reyles, 
que  posee  él  mismo,  muchas  de  las  cualidades  y  de  los  defectos 
del  alma  española,  es  como  ella,  apasionado  y  violento. 

El  mismo  ardor  que  pusiera  otrora  en  la  defensa  de  síís 
teorías  filosóficas,  pone  hoy  en  su  amor  por  las  cosas  españolas, 
de  las  cuales  desentraña,  según  su  peculiar  idiosincracia,  el  ele- 
mento trascendente  y  oculto,  que  escapa  a  la  generalidad  de  los 
hombres,  y  que  hizo  decir  a  Sanín  Cano,  que  posee  un  riquísimo 
sentido  esotérico.  Reyles  ve  las  corridas  de  toros,  con  ojos  de 
artista  y  de  filósofo.  Olvida  la  inutilidad  cruel  del  sacrificio  de 
caballos  y  toros,  y  también  de  toreros,  de  los  cuales  —  estadís- 
tica roja  —  se  alistan  los  nombres  de  los  sacrificados  en  estos 
últimos  años,  con  pavorosa  abundancia.  Lo  olvida  para  embria- 
garse, únicamente,  con  el  alarde  de  valor,  con  la  emoción  san- 
grienta del  peligro,  con  la  gracia,  la  virilidad,  el  tnacJúsmo,  y 
el  rumbo  del  torero ;  todas  cualidades  no  despreciables,  cierta- 
mente, pero  que  se  pierden  estériles,  sino  perjudiciales,  en  el 
áureo  redondel,  cuando  no  se  prolongan  en  las  tabernas  y  epi- 
logan ti  gusto  acre  de  la  sangre,  con  el  crimen  vulgar.  El  mismo 
lo  reconoce  así.  Por  boca  de  don  Gaspar  asegura:  'Paco  a  su 
manera,  es  un  estimulante  de  energía,  un  hombre  providencial. 
Suscitar  entusiasmos,  fiebres,  ardores,  no  ha  sido  nunca  tarea 
baladí.  A  otros  les  corresponde  encausar  esas  fuerzas".  Confe- 
sión explícita  de  que  tales  energías,  nacen  y  mueren  como  fuegos 
fatuos,  en  la  plaza  de  toros.    Pero  sin  discutir  la  eficacia  o  la 


478  NOSOTROS 

legitimidad  de  tales  espectáculos,  reconozcamos  que  Reyles  lia 
pintado  con  mano  maestra,  como  no  lo  ha  hecho  hasta  ahora 
ningún  español,  el  espectáculo  español  por  excelencia,  y  que 
Paco  Quiñones,  es  el  aspecto  varonil,  macho,  como  lo  dice  el 
autor,  valiente,  desenfadado,  gracioso  y  despreocupado  del  pue- 
blo andaluz,  como  la  Pura  lo  es  de  su  femenidad,  su  pasión,  su 
belleza  y  su  gracia.  Uno  y  otra  son  toda  Sevilla  y  aún  toda  An- 
dalucía. De  ahí  su  hondo  significado  y  el  embrujo  irresistible 
de  la  novela,  en  la  cual  ha  condensado  su  autor  todo  el  embrujo 
de  la  capital  andaluza.  El  éxito  resonante,  sin  precedentes  en 
la  novela  americana,  que  ha  obtenido  la  obra  en  todas  las  clases 
sociales,  y  de  la  cual  se  está  tirando  ahora  en  Madrid  una  edi- 
ción de  20.000  ejemplares,  la  explica  su  autor,  diciendo  que  ha 
acertado  a  pintar,  con  sus  tintas  alegres  y  tristes,  a  la  Sevilla 
que  todos  llevábamos  en  la  imaginación.  Modestia  de  autor,  so- 
lamente. Yo  creo,  mejor,  con  Enrique  Larreta,  que  Reyles  "pa- 
rece ignorar  el  milagro  de  arte  que  él  mismo  ha  realizado". 

Hemos  dejado  expresamente  para  lo  último,  la  figura  del. 
pintor  Cuenca,  que  encarna  en  Bl  Embrujo  la  personalidad  refi- 
nada, culta  y  artista,  trasunto  acaso  del  mismo  autor,  y  al  que 
encomienda  Reyles  la  expresión  de  sus  propios  pensamientos. 
Como  en  el  Ribero  de  Beba  y  en  el  Guzmán  de  La  Rasa  de  Caín, 
ha  dado  nuestro  autor  a  Cuenca  algunas  de  sus  características 
personales,  que  aparecen  también  en  don  Antonio  Míguez,  el 
ganadero  de  reses  bravas,  padre  de  Pastora  y  de  Pepe.  Cuenca 
es  la  figura  más  interesante  de  la  novela.  Artista  de  talento, 
pone  en  sus  cuadros  una  trascendencia  y  un  sentido  esotérico 
que  escapan  a  los  críticos  y  a  los  jurados,  como  más  de  una  vez 
ha  acontecido  con  el  propio  Reyles.  Su  arte  es  su  vida,  y  a  él 
entrega  las  fuerzas  de  su  alma,  sin  empleo  en  su  soledad  de 
hombre  sin  familia  y  sin  amores.  Es  el  elemento  culto,  refinado, 
crítico,  del  pueblo  español;  la  encarnación  de  la  clase  intelec- 
tual, a  la  que  le  está  encomendado  el  "encauzar  y  dirigir  las 
energías  que  el  torero  despierta  y  exalta  en  la  Puaza".  En  sus 
conversaciones  de  arte  y  de  filosofía  encontramos  los  rastros,  y 
aún  las  ideas  completas  de  su  autor,  según  lo  observ£,mos  ya 
también  en  Bl  Terruño,  con  la  teoría  filosófica  de  los  Diálogos, 
y  en  La  Rasa  de  Caín  y  Beba  con  La  Muerte  del  Cisne.   Porque 


ESCRITORES  URUGUAYOS  179 

Reyles,  aún  siendo  en  Bl  Embrujo,  menos  Reyles  que  en  sus 
demás  novelas,  no  deja  por  eso  de  serlo,  como  lo  es  más  inten- 
samente en  Bl  Terruño  que  en  ninguna  otra. 

Y  como  tal  no  se  contenta  con  escribir  una  novela  intere- 
santísima, llena  de  vida,  de  pasión,  de  luz  y  de  colores :  filósofo  al 
fin,  y  filósofo  siempre,  busca  bajo  la  magia  de  la  ciudad  andaluza, 
el  alma  misma  del  pueblo;  le  preocupa  su  presente  inferior  a  sus 
condiciones  reales  y  a  su  mismo  pasado;  su  futuro  incierto  y  os- 
curo. "Nuestra  manera  de  entender  la  vida  es  un  perpetuo  deleite, 
que  en  otras  partes  se  busca  apasionadamente,  y  cuesta  muy  caro 
producir.  Aquí  el  que  bebe  una  caña  de  Jerez,  bebe  y  come;  el 
que  trabaja,  juega;  el  que  sufre,  goza;  el  que  llora,  canta.  Con 
unas  rejas,  unos  azulejos,  y  unas  macetas  de  flores,  logramos  ob- 
tener el  hechizo,  que  buscan  y  no  siempre  logran  las  grandes  ca- 
pitales, con  la  aparatosa  ostentación  de  su  trabajo,  su  ciencia  y 
su  riqueza.  Dios  no  nos  da  la  ciencia,  pero  nos  da  la  gracia;  no 
sabemos  trabajar,  pero  sabemos  divertirnos.  Otros  fabrican  lo- 
comotoras ;  nosotros,  castañuelas ;  y  como  todos  nos  encamina- 
mos al  sepulcro,  sería  cosa  de  averiguar,  si  es  mejor  hacerlo  pa- 
sando las  de  Caín  y  aprisa,  o  lenta  y  alegremente.  ¿  Crees  tú  que 
es  más  útil  y  noble  crear  riquezas  que  engendrar  goces  ?  ¿  Que  así 
no  se  puede  vivir?  Infundios,  así  vamos  viviendo,  y  muy  guapa- 
mente. Cada  uno  a  lo  suyo.  Somos  diferentes,  pero  no  inferiores 
a  los  demás  hombres. . .". 

Es  el  eterno  pleito  entre  la  cigarra  y  la  hormiga, 
entre  el  artista  y  el  industrial,  que  nuestro  artista  falla 
esta  vez  en  beneficio  de  los  primeros.  Andalucía  es  la  ci- 
garra española  que  canta,  bebe  y  ama  su  eterno  verano  de 
luz  y  de  color.  Pleito  insoluble,  puesto  que  no  existe  pleito,  ya 
que  unos  y  otros  son  igualmente  necesarios  a  la  vida.  Cada  uno- 
a  lo  suyo.  "Un  pueblo  que  desprecia  el  pellejo,  el  trabajo,  la  ri- 
queza y  el  saber,  y  ama  el  tronío,  la  valentía,  la  gracia  y  el  goce, 
no  está  demás  en  este  picaro  mundo".  Lo  curioso  del  caso  es 
que  sea  Carlos  Reyles,  el  autor  de  Bl  Terruño  y  de  La  Muerte 
del  Cisne,  el  fervoroso  propangandista  del  trabajo,  de  la  energía 
creadora,  de  los  egoísmos  fecundos,  quien  tan  exactamente  haya 
sabido  comprender  y  traducir  el  alma  andaluza.  Acaso  el  con- 
traste entre  sus  propios  ideales  y  la  frivolidad  de  este  pueblo, 


480'  NOSOTROS 

se  lo  haya  hecho  amar  como  es,  pueblo-cigarra,  artista,  apasio- 
nado, trágico  e  imprevisor. 

No  en  balde  fué  el  inglés  Irving  quien  salvó  de  una  ruina 
inminente,  el  milagroso  edificio  de  la  Alhambra,  abandonada  y  a 
medio  destruir  por  la  incuria  ignorante  de  sus  propios  poseedo- 
res; no  en  balde  fueron  los  franceses  Merimée  y  Gautier,  pri- 
mero, y  Barres,  luego,  quienes  inmortalizaron  el  tipo  de  la  chula, 
y  dieron  el  gusto  del  españolismo  a  los  demás  pueblos  europeos ; 
no  en  balde  fué  el  alemán  Heine,  quien  mejor  penetró  el  sentido 
último  y  el  hondo  valor  psicológico  de  la  obra  maestra  de  la  lite- 
ratura española:  no  en  balde  es  hoy  un  americano,  y  el  de  más 
opuestas  tendencias,  quien  descubre  y  manifiesta  en  una  obra  in- 
mortal, el  alma  intensa  del  pueblo  andaluz.  Bajo  la  frivolidad 
aparente  de  esa  alma  busca  y  desentraña  Reyles  el  manantial  fe- 
cundo de  las  virtudes  raciales:  "Somos  un  pueblo  macho  y  ne- 
cesitamos emociones  fuertes,  para  no  caer,  para  no  bastardear- 
nos. Si  las  viejas  virtudes  españolas  no  han  muerto  ya  por  falta 
de  empleo,  es  quizá  por  que  la  magia  del  redondel  las  galvaniza 
y  conserva.  La  bizarría  y  la  majeza  que  no  podemos  poner  en 
la  industria  y  el  comercio,  las  ponemos  en  el  arte  taurino,  el 
más  viril  y  arrogante  de  todos ...  Lo  que  el  pueblo  adora  en 
el  ruedo,  no  es  lo  que  dicen  los  periodistas,  'iino  la  gallardía  del 
pasado,  la  bravura,  los  desplantes  donjuanescos,  el  tronío,  el 
cogote  tieso,  la  sal  y  la  pimienta  de  la  raza",  dice  Paco  Quiñones, 
el  torero  andaluz  por  excelencia;  que  por  haber  sido  criado  en 
la  nobleza  de  que  formaba  parte,  tiene  una  'educación  y  un  refi- 
namiento de  que  carecen  en  general  las  gentes  de  coleta. 

Cuenca,  más  reposado,  más  culto,  más  instruido,  ve  las  co- 
sas con  mayor  alcance.  "La  verdadera  psicología  del  alma  espa- 
ñola, dice,  la  han  hecho  los  maestros  del  pincel,  y  así  mismo,  los 
maestros  de  la  pluma,  que  con  la  novela  picaresca,  más  hondo 
penetraron  en  la  entraña  del  pueblo".  Y  en  otra  ocasión  agrega : 
"No  es  el  quijotismo,  sino  el  sanchopancismo,  el  que  nos  ha  lle- 
vado a  la  pérdida  de  Cuba,  último  florón  de  aquella  espléndida 
corona  colonial  que  nos  legaron  los  Reyes  Católicos.  Acaso  es 
un  bien.  Reducidos  a  nosotros  mismos ;  obligados  a  cultivar  nues- 
tro propio  jardín,  quizás  sabremos  hacer  otra  vez  obra  de  varo- 
nes, obra  de  machos  cogotudos .  .  .    Caballero  del  ideal  —  y  aquí 


ESCRITORES  URUGUAYOS  481 

volvemos  a  encontrar  a  Reyles,  el  verdadero  Reyles,  el  de  los 
Diálogos  Olímpicos  y  de  Bl  Terruño  —  no  desdeñes  por  prosaica, 
la  moderna  aventura  del  trabajo,  por  que  éste  lleva  en  si  la  en- 
jundia de  muchos  ideales,  y  es  el  más  fiel  servidor  de  la  grande 
esperanza  del  hombre  en  que  esos  ideales  se  congregan  y  fun- 
den. ¿  Pero  qué  camino  seguir  ?  ¿  Qué  métodos  emplear  ?  Las 
divergencias  de  parecer  son  múltiples  y  grandes.  Cada  doctor 
propone  una  pócima  diferente.  A  mi,  aunque  simple  y  pecador, 
se  líie  ocurre  que  lo  primero  será  conocernos,  saber  lo  que  so- 
mos y  lo  que  pretendemos  ser,  y  en  seguida  indagar  en  qué  y 
en  qué  no  concuerda  nuestro  instinto  de  dominio  y  nuestra  ilu- 
sión vital,  los  grandes  resortes  de  la  vida  intensa,  con  la  grande 
esperanza  de  libertad,  justicia  y  amor  que  es  por  excelencia,  la 
ilusión  vital  del  hombre,  lo  que  lo  hace  vivir  humanamente,  lo 
que  legitima  sus  aspiraciones  superiores,  triplica  sus  fuerzas  y  lo 
incita  a  bregar  sin  descanso  bajo  la  greña  del  sol.  ¿Cómo  encau- 
zar sin  menoscabo,  sin  bastardearnos,  las  viejas  energías  de  la 
raza  en  los  canales  de  la  actividad  moderna?  ¿Cómo  ser  moder- 
nos sin  dejar  de  ser  españoles  castizos?. . ." 

Planteado  el  problema  español,  que,  como  dice  Cuenca,  cada 
doctor  resuelve  a  su  manera,  Reyles  le  da  la  solución,  que  ni  no 
fuera  la  verdadera,  nos  lo  parece,  por  lo  menos,  a  nosotros. 
"Hay  mucha  miseria,  mucha  ignorancia,  mucho  orgullo",  afirman 
los  comensales  del  pintor.  "Contra  la  miseria,  trabajo;  contra  la 
ignorancia,  aprender;  contra  el  orgullo,  viajar".  Pero  el  andaluz, 
según  afirma  Paco,  "está  hecho  para  la  juerga,  no  para  el  tra- 
bajo". 

"El  trabajo  es  juerga,  cuando  se  trabaja  con  gusto,  asegura 
el  pintor.  Eso  de  nuestra  ingénita  pereza  es  cuento,  Paco.  Más 
energías  derrochamos  nosotros  en  bailar,  que  otros  en  majar  el 
hierro.  Empleémosla  en  producir  las  riquezas  materiales  y  espi- 
rituales, sólo  que  están  en  las  entrañas  de  la  tierra,  ocultas  y  sin 
empleo.  Descubrir  filones,  hacer  posos  muy  hondos,  y  sacar  afue-^ 
ra  el  material  propio,  he  ahí  lo  que  nos  hace  falta.  Inútil  es 
echarle  la  culpa  de  nuestra  decadencia  a  los  Austrias,  a  los  Bor- 
bones,  a  los  malos  Gobiernos ;  ni  pensar  que  la  triaca  del  mal  está 
en  la  monarquía,  en  la  República  o  el  socialismo.  Hace  siglos 
que  todos,  cada  cual  en  lo  suyo,  veníamos  preparando  la  pérdida 


482  NOSOTROS 

de  Cuba,  por  que  nadie,  en  lo  suyo,  hacía  lo  suyo ...  Ya  hay  ba- 
rnmtos  de  ese  deseo  de  abrir  pozos  hondos  y  sacar  a  luz  el  ma- 
terial castizo.  Renace  la  azulejería;  renace  el  admirable  arte  de 
les  rejeros;  renace  la  moda  mudejar  de  tallar  el  ladrillo  con  el 
mismo  primor  que  la  piedra.  Los  pintores  desentierran  al  Greco 
y  a  Valdez  Leal;  los  escritores  a  Góngora  y  a  Gracián;  los  ar- 
quitectos empiezan  a  ver  al  enigmático  Churriguera,  y  todos  a 
sentir  lo  español.  Y  aquí  está  la  Pura,  bailadora  de  buten,  doc- 
tora del  tablao,  que  nos  va  a  descubrir  ahora  mismo,  con  su  in- 
terpretación coreográfica  de  la  malagueña,  una  faceta  del  alma 
andaluza". 

He  aquí,  pues,  en  esta  larga  cita,  expuesto  y  resuelto,  el 
problema  español,  en  una  forma. original  y  nueva,  que  por  apar- 
tarse de  los  viejos  pleitos  políticos  y  concretarse  al  pueblo  mis- 
mo, y  en  él  a  cada  uno  de  sus  individuos,  se  nos  antoja  la  forma 
más  real  y  más  segura  de  triunfo.  He  ahí  esbozado  todo  un 
tratado  de  pedagogía  social,  individual  y  política,  que  deja  en 
libertad  a  todas  las  creencias,  a  todas  las  opiniones,  a  todos  los 
partidos  políticos.  Buscar  su  verdad,  y  conformarse  a  ella;  he 
ahí  la  fórmula  mágica  que  ha  de  hacer  del  trabajo  una  juerga 
perpetua;  que  ha  de  dar  la  felicidad  personal  y  la  grandeza  y  la 
prosperidad  del  pueblo, 

Reyles  no  ha  olvidado  su  verdad,  en  esta  novela,  y  a  ella 
vuelve  a  pesar  de  la  novela  misma.  Esta  consecuencia  consigo 
mismo,  esta  conformidad  completa,  da  un  precio  inestimable  a 
toda  su  obra,  y  pone  en  toda  ella,  el  sello  inconfundible  de  su 
personalidad. 

El  estilo  de  este  libro,  recio,  fuerte,  vigoroso,  como  todo  el 
estilo  de  Reyles  es,  sin  embargo,  diferente  al  de  las  demás  nove- 
las de  nuestro  autor.  La  jerga  andaluza  se  mezcla  pintoresca- 
mente al  lenguaje  castizo,  y  contribuye  a  darle  un  sabor  pecu- 
liar de  regionalismo.  Su  autor  he  penetrado  hondamente  el  alma 
del  pueblo  que  pinta:  enamorado  de  él,  con  él  se  ha  compenetra- 
do, hasta  apropiarse  como  suyas  las  expresiones  populares. 

Bl  Embrujo  de  Sevilla  es  la  más  novelesca,  la  más  movida, 
la  menos  filosófica  de  todas  las  novelas  de  Reyles ;  y  esto  explica 
tal  vez,  la  enorme  difusión  y  el  éxito  ruidoso  de  la  obra,  ya  que 
fueran  acaso,  impedimento  a  la  popularidad  de  otras,  el  conté- 


ESCRITORES  URUGUAYOS  483 

nido  filosófico,  que  las  hacen  difíciles  para  el  público  no  prepa- 
rado para  gustarlas. 

Carlos  Reyles  es,  en  efecto,  lo  que  se  llama  un  autor  difícil. 
Y  esto  que  es  timbre  honrosísimo  de  gloria,  dificulta,  casi  siem- 
pre, la  popularidad,  que  alcanzan  rápidamente  otros  autores,  cuya 
producción  se  encuentra,  por  su  inferioridad,  más  al  alcance  del 
público  lector. 

Pocos  escritores  en  América  pueden  ostentar  un  bagaje  li- 
terario tan  original  y  profundo  como  el  de  nuestro  compatriota. 
Su  obra  de  novelista,  basta  para  colocarlo  a  la  cabeza  de  los  es- 
critores americanos,  y  sin  embargo,  es  más  personal  aún  y  más 
notable  su  obra  de  filósofo,  que  estudiaremos  más  adelante,  en 
«tro  artículo. 

Luisa  Luisi. 

Montevideo,    1922 . 


LA  EFUSIÓN  ANTIGUA 

Divagación. 

A  la  maytbria  de  Pedro  Mario  Delheyk. 

EN  la  rada,  asfixiante  de  olor  a  frigorífico 
que  halaga  las  narices  del  patriotismo,  pues 
le  habla  de  las  riquezas  de  este  suelo  prolífico, 
aunque  asome,  inquietante,  la  pipa  del  inglés, 

se  destacaba  ayer  en  un  corte  magnífico 
una  bella  goleta  de  unos  doscientos  pies: 
alzaba  cinco  palos  hacia  el  azid  beatífico 
y  hundía  cinco  palos  en  el  agua,  al  revés. 

— "Eleonor  R.  Pearson" — decían  letras  de  oro. 
¡Eufónica  leyenda,  hemistiquio  sonoro: 
cuántos  labios  en  cuántos  puertos  te  rezarán! .  . . 
Te  habría  silabeado  voluptuoso  el  poeta 
rumiando  un  parnasiano  soneto  a  la  goleta 
dedicado  a  la  novia  muerta  del  capitán. 

La  luz  buena  del  Amor. 

XLII 

DIVAGANTES  los  ojos,   tremida  la  palabra, 
Incoherente  la  idea,   nuestra  esperanza  labra 
El  hogar  de  mañana.  De  improviso  te  quedas 
Mirándome  y  te  ríes  interminablemente 
Con  risa  de  chiquillo.   Te  digo: 


LA  EFUSIÓN  ANTIGUA  486 

hasta  que  puedas 
Ser  una  esposa  seria  hay  que'  esperar  diez  años. — 
Haces  un  imposible  voto  de  seriedad, 
Y  en  un  gesto  magnífico  que  yo  no  sé  expresar 
Te  acomodas  sobre  mi  pecho  como  a  esperar  la  eternidad. 

La  casa  vieja. 

ELivA  está  a  mi  lado,  grave  la  mirada. 
La  hoja  en  que  escribe   desborda  de  letras 
desiguales,  claras.   Parece  que  brincan 
bajo  su  manita  volubles  ideas. 
Blla  está  a  mi  lado  y  escribe.    Yo  sueño. 
Por  su  perfil  dulce,   como  sobre  seda 
resbalan  los  rayos  de  la  luz  hermana. 
Mirándola  encuentro  mi  vida  perfecta. 

¡Qué  paz  en  el  fondo  claro  de  las  almas, 
qué  paz  en  la  atmósfera  blanca  de  la  pieza! 
El  rumor  de  lluvia  —  ¿desde  cuándo  llueve? — 
eterniza  el  blando  momento.    ¡  Que  llueva, 
que  no  cese  nunca  de  llover  Dios  mío! 
Ya  no  he  de  hacer  otra  cosa  que  quererla .  . . 
El  lecho  se  nos  brinda  amplio,  tibio,  blanco, 
desde  la  penumbra,  por  la  abierta  puerta. 

Un  rumor  de  pronto,  la  ha  sobrecogido. 
— El  viento  —  le  he  dicho. 

— Alguien  anda  afuera.  . . — 
Nos  callamos,  hondo.  Sólo  se  percibe 
el  fragor  del  río  que  baja  la  cuesta. 
Sin  decirnos  nada,  mirándonos,  pálidos, 
nos  hundimos  juntos  en  la  misma  idea: 
¡Si  el  río  siguiera  creciendo,   creciendo, 
como  hace  quince  años,  cuando  la  tragedia ! 

Un  momento  antes,  espectral  de  flaca 
como  el  alma  errante  de  la  raza  muerta, 


486  NOSOTROS 

enfrente  a  la  lámpara,  gangosa  y  horrible 
nos  contó  la  historia  la  vieja  sirvienta. 
Sus  ojos  pequeños  y  negros  lucían 
sobre  las  arrugas  de  la  cara  seca; 
parecía  que  iban  a  crujir  sus  huesos 
cuando  sacudía  la  triste  cabeza : 

"Todo  el  día  lloviera  y  toda  la  noche 
y  la  noche  todos  pasaron  en  vela. 
Con  la  luz  del  alba  vinieron  las  aguas 
espumosas,  lívidas,  trágicas,  hambrientas. 
Como  un  león  monstruoso  la  casa  mordían. 
De  un  zarposo  hundieron  las  primeras  piezas. 
Hubo  un  grito  unánime  de  pobres  mujeres 
y  cayóse  autarcas  la  señora  vieja. 


Llueve,  llueve,  llueve . . .  El  fragor  del  río 
que  aulla  a  la  noche,  nos  desasosiega. 
En  un  soplo  helado  pasan  los  espíritus 
de  los  moradores  de  la  casa  vieja. 
Nos  damos  la  mano.  En  sus  ojos  late 
un  presentimiento  de  vagas  tragedias, 
pero  se  nos  brinda  blanco  y  tibio  el  lecho 
desde  la  penumbra  por  la  abierta  puerta.  . 

Alberto  Mendioroz. 
Salta,  1922. 


LA  TIERRA  DEL  FAISÁN  Y  DEL  VENADO 


El  caminante 

P"  N  el  Mayab,  cuando  el  sol  está  bajando,  y  el  aire  comienza 
*— '   a  refrescar,  el  caminante  va  por  los  caminos. 

Caminos  anchos  son  unos,  de  piedra  blanca,  que  son  rectos 
y  no  tienen  subidas  ni  bajadas.  Estos  fueron  hechos  por  nues- 
tros padres  antiguos,  de  pueblo  a  pueblo,  y  sirven  todavía. 

Otros  son  las  veredas  que  abrieron  por  los  bosques  los  gran- 
des animales,  y  por  ellos  van  los  hombres  también  y  acortan  su 
camino. 

El  caminante  va  siempre  callado  y  con  paso  igual,  y  así  hace 
jornadas  largas  sin  cansarse^ 

Oye,  y  aprende  cosas  viejas.  El  caminante  que  va  a  ir  muy 
lejos,  no  se  detiene  a  mirar  las  cosas  del  monte  ni  del  suelo. 
Camina  y  camina,  siempre  al  mismo  paso  y  sólo  ve  hacia  adelante. 

Si  oye  detrás  de  sí  voces  de  otros  que  vienen,  no  vuelve  la 
cabeza  para  mirarlos,  y  si  pasan  junto  a  él,  no.  les  pregunta  a 
dónde  van.  Si  le  piden  agua,  alarga  el  calabazo  lleno  y  si  le 
interrogan  responde,  y  nada  más.     Y  sigue  caminando. 

A  veces,  cuando  ya  va  a  ponerse  el  sol  y  ha  caminado  mucho, 
siente  que  cae  en  él  la  fatiga.  Entonces,  arranca  de  un  árbol 
una  ramita  con  hojas  verdes  y  con  ella  se  dá  suavemente  en  las 
rodillas,  mientras  marcha. 

Esto  le  alegra  las  fuerzas  y  a  cada  paso  está  más  animoso  y 
no  se  acuerda  del  cansancio.  Si  lleva  carga,  la  carga  se  le  alijera 
y  sus  pies  se  ponen  ágiles.  Una  vez  la  derecha  y  otra  la  izquier- 
da, se  azota  acariciándose  con  la  rama  las  rodillas,  y  así  llega  a 


488  NOSOTROS 

donde  va  y  no  necesita  reposo.     ¿Entiendes  esto?     Esto  se  sabe 
desde^ace  mil  años  y  algo  más  y  parece  muy  sencillo. 

El  caminante  que  va  callado  por  los  caminos  es  como  si  estu- 
viera aprendiendo  cosas  nuevas,  porque  su  pensamiento  lleva  el 
compás  de  sus  pasos  en  el  silencio,  y  también  camina. 

Si  pusiera  su  atención  en  las  pequeñas  cosas  que  hay  a  uno 
y  otro  lado  y  a  cada  rato  se  detuviese,  no  llegaría  a  la  hora  en 
que  debe  llegar. 

Si  tomara  carrera  para  llegar  más  pronto  llegaría  más  tarde, 
porque  habría  de  reposar  un  tiempo,  después  de  haberse  esfor- 
zado.    Todo  esto  lo  sabe  el  que  hace  camino  en  el  Mayab. 

El  caminante  recoje  en  sus  oídos  el  canto  del  pájaro  y  el 
rugido  del  tigre ;  pero  no  se  detiene  ni  se  apresura. 

Y  no  está  solo,  muchas  cosas  le  van  acompañando.  Unas 
por  bien  y  otras  por  mal. 

Cuando  el  camino  comienza  a  ser  obscuro,  y  el  sol  ya  no  ve 
la  tierra,  baja  volando  el  gran  pájaro  que  dicen  pujuy,  que  es  el 
pájaro  que  viene  de  lo  hondo  y  de  lo  pálido  de  la  tarde.  Sólo 
aparece  a  la  hora  en  que  no  es  de  día  ni  de  noche,  y  es  de  color 
de  la  ceniza  en  que  se  ha  consumido  el  sol. 

Todos  los  que  van  caminando  en  la  última  hora  del  atarde- 
cer ven  este  pájaro.  Atraviesa  volando  con  sus  alas  anchas  y 
cae  de  pronto  en  medio  del  camino,  enfrente  del  que  va  por  él. 
Y  dá  un  grito  que  no  es  semejante  a  otro  ninguno,  y  espera  que 
el  caminante  llegue  cerca.  Entonces  sacude  sus  grandes  alas, 
grita  y  vuela  y  aparece  de  nuevo  más  allá.  El  caminante  mira  al 
pájaro  de  la  tarde  siempre  delante  de  él,  gritando  y  volando,  hasta 
que  cierra  la  noche.    Luego  no  vuelve  a  verlo  ni  a  oírlo. 

El  que  está  acostumbrado  a  andar  por  los  caminos  y  es 
viejo  en  la  soledad,  sabe  lo  que  busca  este  pájaro  extraño,  que 
no  tiene  su  nido  en  ninguna  parte  y  que  baja  a  buscar  a  los  ca- 
minantes y  grita  delante  de  ellos. 

A  quien  no  lo  ha  visto  nunca,  le  da  miedo.  Porque  es  muy 
raro  lo  que  hace,  y  su  grito  es  frío  y  tembloroso  como  el  de  un 
niño  que  se  muere.  Y  además,  nunca  viene  sino  en  la  hora  en 
que  las  cosas  que  se  ven  parecen  otras. 

En  el  silencio  del  camino,  su  grito  llama  al  caminante  y  sus 
alas  sacuden  el  viento  y  su  sombra  pasa  como  azotando  los  ojos. 


EL  CAMINANTE  489 

En  el  punto  en  que  es  de  noche,  vuela  y  cae  junto  a  los 
pies  del  viajero,  y  grita  la  última  vez,  como  si  tuviera  dolor  de 
que  no  le  entendieran  y  perdiese  la  esperanza. 

Y  después  se  va,  con  mucho  y  violento  ruido  de  sus  alas,  para 
ya  no  volver.     ¿Qué  quiere  decir  esto? 

Esta, es  una  de  las^osas  misteriosas  que  hay  en  los  caminos. 
Parece  que  no  es  nada,  pero  es  mucho.  Si  eres  caminante, 
piensa  en  ella  y  acaso  la  comprenderás. 

Por  el  Mayab  se  puede  caminar  de  noche,  aunque  no  venga 
la  luna  y  las  estrellas  estén  escondidas  en  lo  negro. 

Porque  la  tierra  del  Mayab  tiene  luz.  Una  luz  que  viene 
de  abajo  y  se  va  difundiendo  por  la  noche  para  alumbrar  al  que 
lo  necesita. 

Porque  la  tierra  del  Mayab  es  santa,  desde  antes  de  que  tu- 
viera nombre.  Debajo  de  ella  está  hoy  lo  que  en  los  tiempos 
muy  antiguos  estuvo  encima.    Y  eso  es  lo  que  da  luz. 

Así  el  hijo  del  Mayab  puede  h  por  el  campo,  en  la  mitad 
oscura  de  la  noche,  sin  tropezar  con  las  piedras  ni  herirse  con  las 
espinas.     Hay  quien  le  alumbra. 

El  indio  va  solo  y  en  silencio  por  lo  espeso  de  los  montes, 
muy  adentro  de  la  noche  y  oye  lo  que  no  ve.  Porque  de  la  tierra 
salen  voces  que  le  hablan. 

Llena  está  la  noche  para  el  caminante  de  buen  sosiego  y  de 
frescura  cuando  sabe  ver  y  oir,  y  siente  el  poder  de  la  tierra. 

Santa  es  la  tierra  del  Ma3'ab! 

Antonio  Mediz  Bolio. 


EL  "TESTAMENTO"  DE  VÍCTOR  LOCCHI 

Y  EL  DE  "DON  QUIJOTE"  DE  QUEVEDO 


DOBERDÓ.  Obscuro  ki^ar  del  Carso,  de  cuyo  nombre  nadie 
puede  acordarse  sin  despertar  visiones  de  atrocidades  y  de 
sangre.  Fué  escrito  allí,  entre  el  estruendo  heroico  de  los  caño- 
nes y  las  prosaicas  columnas  de  cifras  alineadas  en  los  registros, 
el  más  humano  y  sincero  poema  que  haya  surgido  hasta  hoy  de 
la  polvareda  de  emociones  que  nos  dejó  la  guerra.  Su  autor  fué 
Víctor  Locchi,  teniente  del  cuerpo  de  Comisariado  Militar. 

El  título  de  la  poesía  es  Testamento.  Y  en  verdad  su  des- 
arrollo tiene  la  forma  exterior  de  un  acta  testamentaria.  El  poe- 
ta, pensando  que  podría  morir  de  un  momento  a  otro,  se  propo- 
ne repartir  sus  bienes  entre  amigos  y  parientes.  No  oculta  que  la 
que  va  a  tocarle  es  una  muerte  vulgar,  como  suele  haber  tantas 
en  las  guerras  modernas,  en  que  las  escenas  de  la  vieja  caballería 
han  sido  suplidas  por  las  ordenadas  y  prefijadas  acciones  de  "peo- 
nes de  tablero".  El  poeta  no  desperdicia  ese  elemento  —  negati- 
vo —  de  poesía,  cuando  imagina  que  una  granada  austríaca  puede 
sorprenderle  en  la  cama,  víctima  sin  laureles : 

e  che  sogni   in  questo   letto 
d'aver  vinto  ancb'io  battaglie 
guando   forse  moriró 
mentre    dormo,    a    Doberdó. 

Y  en  eso  fué  profeta.  Si  no  en  la  cama,  la  muerte  lo  cogió 
igualmente  de  espaldas,  víctima  sin  laureles.  Víctor  Locchi  pere- 
ció ahogado  con  toda  la  tripulación  y  las  tropas  que  se  encontra- 
ban a  borde  del  transporte  "Minas",  torpedeado  en  el  mar  Adriá- 
tico el  13  de  Febrero  de  19 17.  Contaba  veinte  y  ocho  años,  ha- 


EL  TESTAMENTO  DE  LOCCHI  Y  EL  DE  D.  QUIJOTE  491 

hiendo  nacido  en  Toscana  (Figline  Valdarno)  en  1889.  La  for- 
tuna literaria  que  ha  alcanzado  post  morfcni  nos  lo  presenta  co- 
mo el  símbolo  de  las  infinitas  juventudes  tronchadas  sin  gloria 
por  la  guerra  traicionera  de  nuestros  días,  que  no  conoce  el  res- 
plandor de  los  cascos  metálicos,  ni  el  remolinar  de  la, arena,  ni 
el  "fragoroso  resonar"  de  los  cuerpos  tumbados  por  el  suelo,  ni 
algún  otro  aspecto  de  la  estética  antigua  del  Epos;  guerra  metó- 
dica y  burocrática  como  el  siglo  que  la  ha  parido,  y  a  la  que  solo 
puede  compararse  el  rostro  de  la  Gorgona,  cuya  vista  horrorosa 
convertía  en  piedra  al  que  la  miraba. 

Tres  maldiciones  hacen  la  urdimbre,  en  la  balada  romántica 
de  Heine.  Tres  dramas  malditos  se  desarrollan  en  la  oda  del  te- 
niente de  Doberdó. 

Primero:  El  drama  familiar.  El  poeta  había  perdido  a  su 
padre  en  una  tremenda  tragedia  que  recuerda  al  Medioevo.  Era  su 
padre  bello,  joven  y  valeroso,  y  cayó  muerto  bajo  el  puñal  de 
unos  sicarios,  mientras  el  poeta  se  encontraba  todavía  en  el  seno 
materno.  La  oda  recuerda  en  varios  pasajes  al  desaparecido: 

Di   trent'anni    assassinato 
padre   buono,    dolce   padre 
l'ebbi  anch'io  nel   rnio  cnstato 
quelle  lame  infami  e  ladre ; 

y  el  grito  del  herido  al  caer  bajo  los  golpes  traicioneros  ha  reso- 
nado en  el  vientre  de  la  madre  del  poeta,  en  donde  él  se  agitaba 
"todavía  ciego"  iiíacia  la  vida: 

il  tuo  grido  é  risonato 

fin  nel  ventre  di  mia  madre 

En  otro  lugar,  al  destinar  sus  prendas  de  vestir,  deja  al  po- 
bre padre  asesinado  su  gabán,  para  que  sea  extendido  sobre  la 
tumba  del  muerto  y  el  huracán  no  destruya  la  belleza  del  rostro : 

ítem,   lascio    il    mío  ^  pastrano 
alia    lomba    dell'Ucciso, 
che   non    guasti    Turaprano 
la  bellczza  del  suo  viso ; 

e  mi  porga  egli  la  mano 

quando  andró  su  in  paradiso, 
ben  ch'io  sia  piccolo  e  iroso 
e    Luí    grande    e    generoso. 


492  NOSOTROS 

Quien  conozca  por  experiencia  propia  e^os  gabanes  militares 
verde-grises  y  haya  buscado  en  sus  altos  cuellos,  de  pieles  de  zorro 
o  de  oveja,  el  abrigo  contra  el  viento  helado  de  septentrión,  que 
llegaba  silencioso  y  pertinaz  desde  los  desfiladeros  alpinos  y  pe- 
netraba hasta  los  huesos;  quien  haya  observado  con  cuánta  dili- 
gencia se  acostumbraba  sacudirlo  y  desdoblarlo  después  de  las 
largas  lluvias  que  lo  convertían  en  un  guiñapo  piadoso ;  quien  ima- 
gine lo  que  significaba  esa  prenda  para  el  soldado  en  la  guerra 
de  montaña,  puede  acaso  apreciar  en  toda  su  ingenuidad  enter- 
necedora  la  oferta  del  gabán,  para  defender  la  tumba  paterna. 

La  predestinación  trágica  que  perseguía  al  poeta  aún  antes 
que  saliese  a  la  luz  no  tenía  que  limitarse  a  la  violenta  desapari- 
ción del  jefe  de  la  familia.  Mayores  injurias  le  reservaba  la 
suerte,  de  tal  modo  que,  habiéndose  nombrado  un  administrador 
de  los  bienes  sucesorios,  al  cabo  de  pocos  años,  abusando  de  la 
inexperiencia  de  la  pobre  viuda,  los  había  devorado  entera- 
mente. Empezaba  así  el  poeta  una  vida  entristecida,  la  vida  de 
las  pequeñas  dificultades,  de  la  dolorosa  miseria,  entre  una  her- 
mana, Pía.  dócil  y  bondadosa,  y  la  madre  enlutada,  con  los  ojos 
í)erennemente  llenos  de  lágrimas,  su  madre  que 

..ha   franto   il   core 

e  ogni  giorno  aiich'essa  muore. 

En  el  poema  el  teniente  recuerda  todas  estas  dolorosas  cir- 
cunstancias, y,  como  última  venganza  testamentaria,  lega  al  tutor 
"tutto  ció  che  m'ha  rubato",  mientras  que  al  defensor  del  asesino 
tiianda  su  propia  piel  para  pagar  las  costas  del  juicio,  y  a  esta 
añade  "il  pianto  di  mia  madre".  Al  asesino  del  padre  destina 

tre  coltelli  che  ho  nel  seno 
tre   serpenli   che  ho  nel   cuore 
e    tre    fiaschi    di    veleno. 


Si^sto  no  basta, 


.  .i!  mió  dolpre 
gli  sia  veste^  a  ciel  sereno, 
e  il  mió  sangue  gli  sía  vino 
guando  trinca   con   Caino. 


EL  TESTAMENTO.  DE  LOCCHI  Y  EL  DE  D.  QUIJOTE  493 

Si  no  basta  todavía 

..lo   fracassi 
tutto  il  vento  ch'é  nel  cielo 
lo    colpiscan    tutti    i    sassi, 
lo   raggricci  tutto  il  gelo; 
e,  se  muor,  che  non  trapassi 
senza   ch'io   gli    metta   il   velo, 
che    lo    íissi    nclla    faccia, 
mentre  ingialla  e  si  raddiaccia. 

El  segundo  drama  es  el  de  la  gloria.  Noches  transcurridas 
en  su  pueblo  natal  velando  en  la  labor  de  las  rimas  y  en  las  tre- 
pidaciones de  la  fantasía  que  construye  nuevos  mundos  y  los 
derriba,  largos  combates  de  una  pobreza  idealista  y  fecunda  en 
poesía,  luchas  con  críticos  ásperos  y  pedantes ;  eso  se  deja  des- 
cubrir entre  las  apresuradas  y  apremiantes  construcciones  e  imá- 
genes del  poeta,  que  tuvo  que  escribir  entre  el  ruido  estruendoso 
de  la  artillería. 

Recuerda  sus  mejores  sonetos : 

i  sonetti  miei  piú  belli 
dalla  punta  di  coltello, 

recuerda  los  desalientos  y  decepciones  que  nunca  suelen  faltar  a 
los  jóvenes  que  tienen  un  camino  delante  de  sus  ojos,  y  a  los 
críticos  envidiosos  deja  el  manjar  de  su  cráneo  y  de  sus  huesos : 

ítem,    lascio   ai   gran    Minossi 
di   tremila  e  piú  gazzette    . 
il   mió   cranio   e  tutti   gli   ossi 
da    mangiar    senza    forchette. 
Che  si  sazi  ognuno  e  ingrossi 
e    poi    fulmini    saette 
e    poi,    sazio    di    haldoria, 
mi  conceda  un  pó  di  gloria. 

El  tercer  drama  es  ía  guerra.  La  guerra  llena  el  ambiente 
en  que  el  poeta  escribe,  fluctúa  en  el  aire  que  él  respira.  No  sola- 
mente recuerda  a  cada  rato  su  inmanencia,  con  el  tronar  de  las 
piezas  de  sitio  y  el  crepitar  de  la  fusilería,  sino  que  le  proporcio- 
na inspiración  y  motivos,  para  manifestar  sus  emociones  y  sen- 
timientos :  la  mesa  misma  en  que  trabaja  es  una  de  esas  desnudas 
mesas  de  cuartel  que  han  visto  escribir  infinitas  cartas  de  soldado 


49i  ^  NOSOTROS 

a  la  madre  o  a  la  novia;  el  poeta  vive  en  la  batalla,  y  de  todos 
lados,  con  multiforme  aspecto,  la  batalla  lo  envuelve. 

Pero  si  la  batalla  lo  envuelve,  la  guerra  no  lo  posee,  ni  lo 
deshumaniza.  La  suerte  de  este  poeta  de  excepción  es  haber 
tenido  una  historia  más  horrenda  que  las  niismas  atrocidades  que 
lo  circundan.  Aquí  está  el  secreto  de  porqué  su  poema  no  puede 
confundirse  con  ninguna  de  las  mil  composiciones  líricas  o  épi- 
cas, en  prosa  o  en  verso,  que  han  nacido  de  la  guerra  en  todos 
los  idiomas,  y  que,  por  truculentas  o  increíbles,  o  por  declama- 
torias y  patrioteras,  carecen  de  poesía. 

Vive  en  la  oda  el  poeta,  y  canta  sus  amores  y  sus  odios 
vehementes;  vive  alrededor  del  poeta  la  batalla,  que  se  agita  y 
truena,  y  el  poeta  también  la  canta;  y  sobre  todas  las  voces,  del 
amor  y  del  odio,  sobre  los  ruidos  de  la  pólvoía,  más  alto,  más 
alto,  en  las  nubes,  se*  eleva  el  llanto  del  dolor  humano,  la  rebelión 
ante  la  injusticia,  el  idealismo  dolorido  de  los  angustiados,  y  tam- 
bién, a  ratos,  la  risa  escéptica  del  filósofo. 

Antes  de  su  muerte  el  poeta  quiere  rematar  la  oda,  como  es 
de  costumbre  —  dice  —  entre. los  sabios,  con  algunas  enseñan- 
zas. Al  que  intenta  gozar  del  paraíso  del  amor  advierte  que  siem- 
pre una  linda  cabeza  al  posarse  en  su  pecho  puede  ser  atraída 
por  el  sonido  de  monedas.  Al  que  sigue  el  camino  del  saber,  dice 
que  estudie  en  paz,  sin  preocuparse  de  la  ignorancia  envidiosa 
que  lo  circunda.  Aconseja  a  todos  hacerse  ricos,  para  adquirir 
gentileza  e  ingenio  raro. 

lo   che   il   sacco   ereditai 
sgonfio,  e  rosi  il  pane  amaro 
con  la  talpe  dei  sdaí, 
so  che  forza  é  il  tuo  danaro. 

Pero  se  consuela  en  pensar  que  no  es  el  dinero  la  fuerza 
absoluta  y  "suprema: 

Ma  una  cosa  é  ancor  piú   forte : 
la   gran    falce   della   morte. 

El  poeta,  ya  listo  para  dar  su  adiós  al  mundo,  mientras  con- 
dena el   suicidio,  demuestra  haberse  moralmente  elevado   hasta 


EL  TESTAMENTO  DE  LOCCHI  Y  EL  DE  D.  QUIJOTE  495 

adquirir    la   perfecta    "apatheia",    perseguida    tan    afanosamente 
por  budistas  y  estoicos: 

Non  ti  uccider,  non  é  bello ; 
ma  se  Lei  batte  alie  porte, 
butta   in   pace   il   tuo    fardello 
e  va' .  in   pace   alia   tua   sor  te. 
E'    un    tremendo    indovinello 
sia  la  vita  che  la  morte 

Esta  es  la  filosofía  abierta  y  cálida  de  Víctor  Locchi,  y  con, 
estos  dictámenes  el  poeta  cierra  su  testamento,  fechándolo  "des- 
de el  sector  de  Gorizia,  en  la  segunda  primavera  de  guerra",  es 
decir,  de  1916.  Diez  meses  más  tarde  debía  terminar  su  existen- 
,  cía  trágicamente,  asistiendo  a  su  propio  fin,  con  los  ojos  abiertos 
a  una  escena  de  terror,  al  grito  de  millares  de  hombres,  jóve- 
nes como  él,  que  se  sintieron  ya  cadáveres  en  la  "certidumbre  des- 
nuda de  la  muerte".  Había  pedido  muy  poco,  el  poeta,  para  su 
tumba;  algunos  lirios  sobre  el  ataúd,  cuatro  lajas  sobre  la  fosa 

Date    gigli   alia   mia   bara, 
térra    asciutta    dove    giaccio... 

¿Qué  otra  cosa  más  sencilla  podía  pedir,  que  la  tierra  bien 
seca  para  su  sepultura?  La  suerte  lo  ha  burlado  también  en  eso, 
con  refinada  ironía ... 


Habría  llenado  aquí  mi  cometido,  que  era  el  de  hacer 
conocer  ese  poeta  .pobre  y  dolorido,  que  floreció  en  la  gue- 
rra, entre  dos  primaveras  de  sangre,  cuyo  dolor  fué  más  vasto 
qtie  el  mismo  dolor  de  la  batalla,  cuyo  canto  es  un  bordado  mara- 
villoso, Uxia  copa  medieval  en  que  se  funden  laudes  religiosas, 
perfumes  de  prado,  gritos  de  muerte  y  venganza,  romances  de 
caballería.  Quise  presentar  su  Testamento  a  los  lectores,  para 
que  lo  distingan  entre  los  muchos  cantos  de  la  guerra,  que  no 
contienen  vida,  que  es  lo  que  principalmente  debe  encerrar  la 
poesía.  De  una  sencilla  presentación  no  excede,  en  el  fondo,  el 
significado    de   muchos   trabajos    de   nuestros   críticos    clásicos: 


496  NOSOTROS 

"miren  ,amigos,  hemos  encontrado  en  tal  parte,  tal  pozo  de  fres- 
ca agua  cristalina,  tal  oasis  lleno  de  reposo  y  verdura,  para  des- 
cansar en  los  caminos  del  desierto". 

A  esta  presentación  pura  y  sencilla  se  añadieron  luego  las 
flores  de  la  erudición.  Más  tardé,  se  perdió  el  sentido  primitivo, 
y  la  crítica  literaria  se  trocó  en  un  acrobatismo  histórico,  gloto- 
lógico  y  filológico:  la  finalidad  primera  había  desaparecido  bajo 
las  superestructuras. 

Pláceme  recordar  lo  que  hemos  discutido  ima  extraña  no- 
clie  ,en  un  extraño  lugar,  con  un  profesor  de  filosofía  transfor- 
mado en  capitán  de  bombarderos  y  que  solía  tener  bajo  la  bolsa 
de  trapos  que  le  servía  de  almohada  dos  o  tres  volúmenes  sobre 
Protágoras  y  los  presocráticos.  Una  noche,  despertado  por  la 
alarma  de  un  asalto  enemigo  dirigió  el  fuego  de  sus  cuatro  bom- 
bardas estruendosas  con  energía  y  serenidad  espiritual,  como  si 
se  tratara  de  la  epífrasis  de  un  diálogo  platónico. 

Otra  noche,  mientras  que  los  morteros  descansaban,  discuti- 
mos largamente  en  torno  de  la  crítica  literaria  de  nuestros  días. 
El  filósofo-bombardero  dijo  que  por  suerte  la  tarea  de  los  filólo- 
gos no  es  infinita,  pues  podremos  acabar  con  ella  en  unos  cuantos 
años,  confiando  a  unos  cientos  de  literatos,  el  trabajo  de  glosar 
y  comparar,  en  grandes  oficinas  públicas,  las  3  ó  4  mil  obras 
clásicas  que  se  poseen  de  todas  las  literaturas,  cuyas  "combina- 
ciones" y  "permutas"  del  lenguaje  matemático  son  limitadas  por 
la  conocida  fórmula  algebraica.  Yo  pienso  que  eso  está  muy 
bien  dicho.  Pienso  también  que  ciertas  cosas  se  dejaban  ver  con 
mayor  claridad  a  las  luces  de  la  artillería. 

vSin  embargo,  no  creo  que  toda  comparación  o  derivación 
sea  una  flor  de  trapo.  Hay  lugares  y  situaciones  literarias  en  que 
la  lectura  de  repeticiones  e  inspiraciones  clásicas  no  tan  solo  pue- 
de iluminar  el  íntimo  pensamiento,  sino  transportarnos  al  mismo 
medio  emotivo  del  autor,  y  empaparnos  de  la  misma  preparación 
sentimental.  Dante,  .al  encontrar  a  Beatriz  en  los  confines  del 
Purgatorio,  no  emplea  en  vano  el  conocido  endecasílabo: 

conosco   i  segni   deH'antica   fiamma, 
que  es  traducción  literal  del  virgiliano 

agnosco    veteris    vestigia    flammae 


'Eh  TESTAMENTO  DE  LOCCHI  Y  EL  DE  D.  QUIJOTE 


497 


con  que  Dido  describe  a  su  hermana  Ana  el  amoroso  fuego  des- 
pertado por  el  náufrago  troyano.  Los  dos  lugares  se  funden  en 
el  alma  del  lector  en  una  misma  emoción,  y  hasta  las  palabras  y 
sonidos  del  "dolce  stil  novo"  reciben  nuevo  encanto  sentimental 
y  fonético  por  su  acercamiento  con  la  forma  épica  antigua. 

Volviendo  al  Testamento  de  Víctor  Locchi,  diré  que  ya 
su  forma  de  versificación  y  el  esquema  métrico  me  habían  dado 
que  pensar.  El  uso  del  octosílabo,  en  estrofas  de  ocho  versos, 
traía  inmediatamente  a  la  memoria  las  antiguas  composiciones 
de  la  lírica  popular  y  religiosa  del  Medioevo.  Jacopone  da  Todi 
y  Ranieri  Fasani  de  Perusa  son  los  primeros  nombres  que  vie- 
nen a  la  mente  al  leer  el  exordio  franciscano  de  Víctor  Locchi 

Nel   buon   nome   di   suor   Chiara 
e    del    Frate    Poverello 
di  mió  padre  steso  in  bara 
per   ferita  di  coltello... 

y  es  indudable  que  Locchi  haya  leído  con  amor  las  laudes  reli- 
giosas, sea  las  primitivas,  más  fieles  a  las  secuencias  latinas  del 
estilo  del  Verhnm  caro 


Seqiicntia : 

In  hoc  anni  circuló 
vita  datur  saéculó 
nati  nobis  p'rvuló 

de   Virgine   María 


Lauda : 

San  Francisco,  amor  dilecto 
Christo  t'ha  nel  suo  ccspecto 
per    (ho)    che    fcsti   ben   perfecto 
e    suo    diricto    servitore, 


sean  las  más  refinadas,  cuyo  esquema  de  consonantes  es  ABBA 
y  ABAB,  y  que,  combinando  a  menudo  dos  cuartetos,  preparaba 
la  invención  de  la  octava  rima  en  octosílabos,  metro  espontáneo 
en  que  el  pueblo  toscano  cantó  por  más  de  tres  siglos  sus  ba- 
ladas y  canciones. 

La  estancia  de  ocho  versos  octosílabos  que  así  se  había  ve- 
nido iormando  conservábase  en  la  Italia  central  como  el  metro 
característico  del  pueblo  cuando,  al  concluir  del  siglo  XV,  Lo- 
renzo el  Magnífico  y  el  Policiano  compusieron  sus  cantos  car- 
navalescos y  canciones  de  baile,  que  nos  muestran  cómo  el 
ardor  religioso  de  los  siglos  XH,  XITI  y  XTV  habíase  desvane- 
cido, y  el  alma  del  pueblo  se  embriagaba  en  'despreocupadas  ale- 
grías. Pero  bien  pronto  el  octosílabo  debía  ceder  ante  otro  verso, 


498  NOSOTROS 

que  ya  habían  ennoblecido  los  poetas  del  300,  y  el  pueblo  comen- 
zó a  componer  en  endecasílabos,  strambotti,  rispetti  y  stornelli. 
No  sucedió  lo  mismo  en  España,  donde  el  octosílabo  siguió  sien- 
do el  metro  popular  por  excelencia,  y  después  de  haber  dado  las 
normas  rítmicas  para  las  leyendas  inimitables  del  Romancero, 
guardó  hasta  muy  tarde,  por  la  virtud  conservadora  del  pueblo, 
sus  prerrogativas  de  verso  lírico. 

Guiado  por  estas  consideraciones,  no  me  fué  difícil  sospe- 
char que  Locchi  hubiese  tomado  una  más  directa  inspiración 
para  sus  estancias  de  octosílabos  en  la  literatura  española,  y  que 
el  teniente  de  Doberdó  hubiese  reunido  de  dos  en  dos  las  redon- 
dillas con  esa  rima  de  pareado  al  final  que  constituye  el  secreto 
armónico  de  los  rispetti  de  Toscana. 

No  sin  maravilla  pude  comprobar  que  no  solamente  las  "ra- 
zones métricas",  sino  también  algunas  modalidades  de  dicción 
y  urdimbre  se  encuentran  en  la  famosa  composición  de  Quevedo, 
Testamento  de  Don  Quijote.  De  allí  Locchi  trajo  de  seguro  la 
inspiración  de  la  forma  testamentaria. 

La  fórmula  notarial  referente  a  la  salud  del  cuerpo  y  lu- 
cidez mental  se  encuentra  en  los  dos  poemas  al  frente  de  las 
disposiciones  propiamente  dichas: 

Quevedo ;  Locchi : 

Y  en  lo  de  su  entero  juicio  Sano   in   corpo   é   sano   in   mente... 

que  ponéis  a  usancia  vuesa ... 

y  los  difirentes  legados  siguen  con  idéntica  sucesión;  el  curia- 
lesco Ítem  usado  por  Quevedo  una  sola  vez,  se  encuentra  repeti- 
do numerosas  veces  en  el  segundo,  con  gran  efecto  de  estilo : 

Quevedo :  Locchi : 

ítem,  al  buen  Rocinante  ítem,    lascio   al    mió   tutore 

dejo  los  prados  y  selvas...  tutto  ció  che  m'ha  rubato... 

...ítem   lascio  a   chi   difese 
l'assassino  di  mió  padre... 
...ítem,   lascio   ai  roiei   fratelli 
di    cinqu'anni    di    galera... 

Los  despojos  materiales  de  su  cuerpo  manda  Don  Quijote 
a  la  tierra: 


EL  TESTAMENTO  DE  LOCCHI  Y  EL  DE  D.  QUIJOTE  499 


A  la  tierra  mando  el  cuerpo 
coma  mi  cuerpo  la  tierra, 

y  ^1  poeta  de  Doberdó  los  "manda",  también  para  que  los  coman, 
a  sus  críticos  literarios: 

ítem  lascio  ai  gran  Minossi 
di  tremila  e  piú  gazzette, 
il  mió  cranio  e  tutti  gli  ossi 
da  manglar  senza  forchette. 

Se  despoja  Don  Quijote  de  todas  sus  armas,  y  el  teniente 
de  las  prendas  de  vestir,  pero  no  deja  de  legar  a  sus  deudos  y 
amigos  también  los  bienes  de  la  vida  y  de  la  tierra,  y  aún  bienes 
-  fantásticos : 

A    Sancho   mando  las   islas 
que  gané   con  tanta  guerra, 
cop  que  si  no  queda  rico 
aislado   a   lo   menos   queda 

dice  Quevedo,  y  bajo  la  sabrosa  ironía  de  este  último  concepto, 
es  fácil,  sin  embargo,  descubrir  un  perfumado  recuerdo  de  caba- 
llerías y  ensueños,  en  abierto  contrasté  con  la  pobreza  real;  estos 
sentimientos  tienen  el  paralelo  en  la  oferta  que  Locchi  hace  a  su 
mujer  amada,  la  Lunella,  "dolce  amica,  única  donna": 

E   le  lascio  i  miei   castclli 
nelle  nubi   e  il   mió  reame 
senza  leggi,  armi  e  balzelli, 
visto    in    sogno,    avendo    fame, 

en  cuyos  versos  el  alma  de  Quijote,  que  en  Quevedo  gime  tal 
vez  bajo  el  peso  de  muy  groseras  btirlas,  mtiéstrase  viviente 
en  el  poeta  de  Doberdó,  más  pura  y  cristalina  y  más  ferviente  de 
ideal.     ^ 

Observación  curiosa  es  ésta:  que  el  hilo  lógico  de  Quevedo, 
al  pasar  de  las  islas  de  Sancho  a  la  cuartilla  sigttiente,  se  halla 
perfectamente  seguido  en  la  segunda  mitad  de  la  estancia  de  la 
Lunella,  pues  si  Don  Quijote  lega  "los  prados  y  selvas"  |  que  crió 
el  Señor  del  cielo",  Locchi  sigue  repartiendo  las  bellezas  de  la 
creación 


600  NOSOTROS 

E   le   lascio   dcgli   uccelli 
tutti   i  canti,   e   delle   raiue 
tutti    i  fiori,    e  il    ciel    sereno 
quando   c'é   l'arcobaleno. 

Nadie,  pues,  puede  negar  que  el  Testamento  de  Locchi  tiene 
en  el  Testamento  de  Don  Quijote  una  de  sus  fuentes  de  inspira- 
ción y  el  principal  modelo.  Modelo  —  se  entiende  —  en  cuanto  a  la 
forma  y  estructura  del  poema,  lo  que  no  quita  en  lo  más  mínimo 
al  trájíico  teniente  el  mérito  de  haber  escrito  con  suma  originali- 
dad. Respecto  a  la  eficacia,  no  hay  medio  de  establecer  compara- 
ciones. Baste  recordar  las  diferencias  inmensas  del  tiempo,  del 
ambiente,  de  la  finalidad  misma,  entre  las  jocosas  estrofas  del 
hidalgo  madrileño  del  siglo  XVII  y  la  oda  de  este  pobre  joven 
toscano,  nacido  en  la  desgracia,  despojado  de  sus  bienes  en  la 
niñez,  que  pasó  cinco  años  en  la  cárcel  por  haber  intentado  ven- 
gar el  asesinato  del  padre,  que  aprendió  las  letras  para  encontrar 
consuelo  en  la  miseria,  y  que,  mientras  presiente  su  muerte  sin 
gloria  y  sin  sepultura,  escribe  a  la  luz  de  una  vela,  en  un  ángulo 
muerto  de  la  batalla. 

J.  Imbelloni, 


El  alba 


La  tarde 


Nocturno 


POEMAS 
DIBUJOS  SOBRE  UN  PUERTO 


pTií  paisaje  marino 
*— '    en  pesados  colores  se  dibuja. 
Duermen  las  cosas.    Al  salir  el  alba 
parece  sobre  el  mar  una  burbuja. 

Y  la  vida  es  apenas 
un  milagroso  reposar  de  barcas 
en  la  mansa  quietud  de  las  arenas. 


RUEDAN  las  olas  frágiles 
en  los  atardeceres 
como   limpias   canciones   de   mujeres. 


EL  silencio  por  nada  se  quebranta 
y  nadie  lo  deplora. 
Sólo  se  canta 
a  la  puerta  del  sol,  desde  la  aurora. 

Y  la  luna  con  ser 
de  luz,  a  nuestro  dulce  parecer. 


502  NOSOTROS 

nos  parece  sonora 

cuando  derraman  sus  manos  ligeras 

las  ágiles  sombras  de-  las  palmeras. 


Elegía 


Cantar 


Oración 


veces  me  dan  ganas  de  llorar; 
pero  las  suple  el  mar. 


SAi-ivN  las  barcas  al  amanecer. 
No  se  dejan  amar, 
pues  suelen  no  volver 
o  sólo  regresan  a  descansar. 


LA  barca  morena  de  un  pescador, 
cansada  de  bogar, 
sobre  la  arena  se  puso  a  rezar: 
¡Hazme,  Señor, 
un  puerto  en  las  orillas  de  mi  mar! 


UNA  POBRE  CONCIENCIA 


UN  anciano  consume  su  tabaco 
en  la  vieja  cachimba  de  nogal. 
La  tarde  es  solamente^  un  cielo  opaco 
y  el  recuerdo  amarillo  de  un  rosal. 

El  anciano  dormita. . . 
¡Bs  tan  triste  la  tarde  para  ver 


POEMAS  503 

un  reloj  descompuesto  y  la  infinita 

crueldad  de  un  calendario  con  la  fecha  de  ayer! 

Y  silencio.    Un  silencio  propicio 
para  rememorar 
cómo  canta  Mía  boca  la  lectura 
de  la  antigua  conseja  familiar. 

Bn  el  fino  paisaje  se  depura 
una  tristeza  del  atardecer, 
y  el  reloj  descompuesto  parece  una  dolida 
conciencia  de  caoba  en  la  pared. 

Una  pobre  conciencia,  cuya  charla 
con  la  vieja  cachimba  de  nogal, 
es  el  agrio  murmullo  de  un  postigo 
y  el  recuerdo  amarillo  de  un  rosal. 


NOCTURNO  DE  LA  VISITA 


LSTA  noche  sin  luces  y  esta  lluvia  constante 
son  para  las  historias  de  graves  peregrinos 
que  dejaban  el  lodo  de  sus  buenos  caminos, 
cegados  por  la  recia  tempestad  del  instante, 
y  con  paso  más  firme  seguían  adelante 
al  lucir  de  los  nuevos  joyeles  matutinos. 

Esta  noche  sin  luces  aguardo  ante  mi  puerta 
los  tres  toques  de  aldaba  que  tocará  un  viajero 
y,  no  obstante,  podría  negarle  mi  dinero, 
el  calor  de  la  alcoba  y  la  paz  de  mi  huerta. 
Mas  él  vendrá  a  mi  casa  y  al  corazón  alerta, 
porque^  siempre  me  busca  cuando  yo  no  lo  quiero. 

Y  recostado  junto  al  espejo  que  brilla, 
vuelto  un  campo  de  luz  en  las  horas  serenas, 


504  NOSOTROS 

al  vaivén  de  sus  manos  blancas  como  a."ucenas 
me  contará  su  historia  agradable  y  sencilla 
y  a  sus  labios,  ocultos  por  la  barba  amarilla, 
han  de  fluir  los  dulces  cantos  de  las  sirenas. 

Yo  no  podré  vencerle. . .   Yo  no  tendré  la  mano 
fuerte  para  arrojarle  de  mi  casa  tranquila 
y  apenas  un  relámpago  fugas  de  su  pupila 
le  da  el  orgullo  mínimo  de  llamarme  su  hermano, 
mientras  retiene  un  sueño  del  corasen  humano 
la  lluvia  pescadora  con  sus  redes  en  fila. 

Pero  tú,  que  de  nobles  éxtasis  te  revistes, 
nunca  toques  la  puerta  para  dar  hospedaje. 
Cierra  bien  tus  oídos  cuando  suene  un  ramaje 
movido  por  la  mano  trémula  de  los  tristes 
y  busca  los  divinos  bálsamos  si  resistes 
a  no  saber  el  ímpetu  fantástico  del  viaje. 

José  Gorostiza. 
México. 


LAS  NOVELAS  DEL  URUGUAY 


"El  hijo  del  león",  por  Vicente  A.  Salaverri  (i) 

Entre;  los  escritores  nacionales  contemporáneos  más  perse- 
verantes y  laboriosos  que  cultivan  el  tema  inagotado  del 
ambiente  de  campo,  Vicente  A.  Salaverri  ocupa  tal  vez  el  lu- 
gar de  avanzada.  Tal  aserto  requiere  su  correspondiente  ex- 
plicación . 

Eduardo  Acevedo  Díaz  con  sus  poéticas  descripciones  y  cua- 
dros de  evocación  patriótica  y  de  reconstrucción  histórica,  se- 
ñaló el  rumbo  cierto  y  dio  a  la  literatura  nacional  enjundiosas 
novelas  como  culminación  de  su  época,  las  que  en  la  relatividad 
del  tiempo  y  del  momento,  son  magníficas  expresiones  de  la 
cultura  americana. 

Javier  de  Viana  apartóse  del  romanticismo  evocativo  del 
creador  de  Ismael  y  dio  en  la  flor  de  hacer  naturalismo  cien- 
tífico y,  más  comúnmente,  realismo  romántico.  Combinando  su 
cultura  universitaria  con  su  experiencia  gaucha  concibió  escenas 
de  admirable  belleza,  que  hicieron  columbrar  la  posibilidad  de 
un  triunfo  vencedor  del  olvido.  La  vida  cruel,  con  sus  peren- 
torias exigencias  menudas,  lo  obligó  a  modificar  la  inicial  di- 
rección de  su  noble  empresa  y  desmigajó  su  fortuna  cerebral  en 
bosquejar  sensaciones,  esbozar  tipos  y  labrar  cuentos  que,  en 
la  fugacidad  de  sus  vislumbres,  revelan  la  diestra  mano  del 
maestro  que  pudo  ser  en  la  gran  novela  de  ambiente  gauchesco. 

Surge  con  Viana  el  poderoso  Reyles,  inquieto  trabajador 
cuyos  ojos  no  miran  por  dos  veces  el  mismo  paisaje.  Como  si 
tuviera  temor  de  ser  monótono,  no  insiste  en  un  mismo  motivo 
sabiéndose   dueño    de   todas    las   pojtencias   dionisíacas.    Recorre 


(i)     Editado  por  la  Cooperativa  Editorial  "Buenos  Aires",  1922. 


506  NOSOTROS 

los  caminos  más  diversos  y  llega,  tras  el  reposado  dialogar  olím- 
pico, a  detener  sus  ojos  encandilados  de  resplandores  clásicos, 
en  el  mantón  floreado  de  una  bailadora  del  cante  hondo. 

Después  de  Reyles,  Cione,  y  luego,  Pérez  Petit. . . 

Excluidos  Acevedo  Díaz  y  Viana,  ninguno  de  sus  conti- 
nuadoKes  hace  del  asunto  campero  su  tema  favorito,  ni  se  da 
por  entero  a  consagrarle  la  plenitud  de  su  vigor  intelectual.  Sus 
obras  parecen  más  bien  intentos  y  escarceos  felices  en  cuya  ati- 
nada tendencia  no  persisten.  Unos  se  disgregan  en  rabores  co- 
tidianas sin  trascendencia ;  otros,  más  polimorfos,  en  tareas  ecléc- 
ticas; algunos  abandonan  resueltamente  la  obra  comenzada,  y. 
muy  pocos,  sordos  al  éxito,  encauzan  por  nuevos  derroteros  su 
personalidad  ya  definida. 

Y  bien,  de  los  modernos,  de  los  que  están  en  plenitud  de 
I^roducción  en  el  grupo  del  "novecientos"  uruguayo,  Salaverri 
viene  a  resultar  el  más  infatigable,  el  más  perseverante  y  el  más 
dedicado  a  la  atenta  observación  del  medio  campesino,  impulsado 
a  ello,  quizás,  por  su  dinámica  actividad  calcada  en  una  a  modo 
de  energética  sajona. 

Salaverri  es,  por  ahora,  el  único  que  consagra  en  el  Uru- 
guay su  existencia  de  literato  a  documentar,  para  lo  porvenir, 
la  época  actual. 

Por  sus  novelas  desfila  el  campo  nativo,  la  estancia  nueva 
con  sus  hombres  modernos,  con  sus  mil  y  un  aspectos  que  ca- 
racterizan sus  modalidades  sugerentes.  El  terruño  abierto,  libre 
de  todo  límite,  ya  quedó,  para  siempre,  pintado  con  mano  se- 
gura en  las  novelas  poemáticas  y  evocativas  de  Acevedo  Díaz. 
Algunos  detalles  del  gaucho  que  se  iba  arrollado  por  la  civili- 
zación y  ixírseguido  por  la  policía,  logró  aprisionarlos  Viana  con 
pinceladas  sobrias  y  contornos  precisos. 

Ahora  Salaverri  plasma  en  su  obra  múltiple,  la  vida  qu- 
se  rehace  renovándose  y  adaptándose  más  y  mejor  tras  cada 
día,  la  vida  en  el  campo,  con  el  patrón  extranjero  o  extranje- 
rizado y  las  peonadas  que  ya  no  saben  o  no  pueden  hacer  um 
lazo,  tirar  un  "pial  de  volcao",  marcar  a  campo  y  cielo,  doma: 
a  rebenque  y  sin  padrinos ... 

En  la  producción  del  autor  de  Bl  corasón  de  Maña  los  tu- 
pamaros de  Grito  de  Gloria  no  tienen  lugar ;  los  criollos  paya- 


LAS  NOVELAS  DEL  URUGUAY  507 

dores  de  Gaucha  pasan  a  perderse  en  la  sombra  de  lo  sin  retor- 
no ;  sólo  asoman,  con  nítidos  perfiles,  los  paisanos  procedentes 
de  los  aluviones  inmigratorios  o  de  las  adaptaciones  imposter- 
gables, cautos  y  parcos,  supersticiosos  o  desconfiados,  con  su 
poco  de  apatía  para  los  rudos  trabajos,  saudosos  de  los  buenos 
tiempos  que  perduran  en  el  acordeón  dominguero,  en  la  guita- 
rra gaucha  o  en  la  décima  de  los  poetas  de  la  ciudad  en  forma- 
ción y  cuyo  lenguaje  constituye  un  elemento  digno  para  desta- 
car interesante»  manifestaciones  de  un  folk-Iore  atrayente,  ju- 
goso y  pintoresco. 

Salaverri  abarca  el  conflicto  eterno  de  la  ciudad  y  el  campo 
y  fija  sus  caracteres  en  páginas  que  serán  historiales,  a  los  que 
tendrá  que  ir  el  investigador  de  mañana  cuando  intente  recons- 
truir el  proceso  de  la  hora  actual. 

El  periodista  de  estilo  rápido  e  intención  certera  que  hay 
en  el  costumbrista  de  El  hijo  del  león  suele  sobreponerse  a  toda 
extorsionante  exigencia  del  arte,  cuando  de  por  medio  está  la 
clara  exposición  de  los  acontecimientos,  y  así  lo  vemos  sacrificar 
el  pulimento  de  la  frase  y  aún  la  acostumbrad^  trabazón  que 
impone  el  rigorismo  técnico  cada  vez  que  ellos  se  oponen  a  la 
verdad  del  relato  o  a  la  narración  fiel  de  los  sucesos.  Y  como 
Salaverri  escribe  en  América  y  para  americanos,  su  léxico  linda 
entre  la  pureza  académica  y  el  trastrueque  dialectal. 

La  tendencia  a  sintetizar  en  un  manojo  de  páginas  una  exis- 
tencia turbulenta,  lo  llevó  a  provocar  y  a  afrontar  el  escándalo 
literario  de  La  mujer  inmolada.  No  creemos  que  sea  esta  su 
manera  más  loable  y  de  aquí  la  circunstancia  de  que  nos  resul- 
ten sus  obras  capitales  iííf^  era  un  país.  ..  y  Bl  hijo  del  león. 
en  el  aspecto  que  venimos  comentando. 

La  reciente  novela  de  Salaverri  reafirma  sus  méritos  de  es- 
critor. Hay  en  la  nueva  obra  más  técnica  y  más  dominio  de  Iri 
narración  y  de  la  descripción,  pues  le  bastan  unos  pocos  trazos 
para  dar  la  impresión  completa  y  ello  es  el  resultado  de  la  vo 
luntad  tesonera  y  de  la  actividad  sin  pareja. 

La  misma  normalidad  del  argumento  de  Bl  hijo  del  león 
convence  de  que  Salaverri  tiene  por  preocupación  primordial, 
trasladar  al  libro  que  perdura,  la  fugacidad  de  lo  cotidiano,  sin 
retorcidas   complicaciones.    Aquí   están,   por   tanto,   los  hombres 


508  NOSOTROS 

rurales  de  todos  los  días  con  su  desvaída  personalidad,  con  sus 
imprecisos  rasgos  comunes.  Sobre  este  escollo  que  presenta  al 
novelista  la  viva  realidad,  trabaja  Salaverri  sin  decaimientos, 
presintiendo  o  ahondando  las  líneas  típicas. 

Méritos  son  estos  que  vale  la  pena  destacar  en  un  medio 
donde  la  novela  no  tiene  quien  le  entregue  todo  el  corazón. 

Aguardemos  a  que  en  las  obras  de  futuro,  descubra  la  crí- 
tica amorosa  y  comprensiva  — ■  "estimación  justa  de  los  valores 
relativos"  —  la  presencia  de  un  novelista  completo. 

«      José  Pereira  Rodríguez, 


i 


LETRAS  ARGENTINAS 


PROSA 

Las  vísperas  de   Caseros,    por    Arturo    Capdevila.   —   Agencia   General 
de  Librería  y  Publicaciones.  Buenos  Aires,   1922. 

NUNCA  como  en  estos  últimos  años  ha  sido  recordada  la  per- 
sonalidad de  Rosas.  ¿Por  mero  azar?  ¿O  porque  el  pre- 
sente estado  del  espiritu  colectivo  tiene  similitudes  con  el  que  dio 
ambiente  a  la  tiranía?  Casi  a  diario  evocan  al  dictador  los  orado- 
res políticos  de  la  oposición,  Groussac  lo  mueve  en  las  escenas 
de  un  drama,  Larreta  lo  toma  en  otro  por  fatal  protagonista, 
Juan  Agustín  García  le  trae  a  memoria,  dos  novelistas  populares 
le  muestran  en  obras  de  ambiente  coetáneo,  y  Carlos  Ibarguren, 
desde  la  cátedra  universitaria,  estudia  con  documentos  a  mano 
la  extraordinaria  figura  del  dictador  y  los  acontecimientos  polí- 
ticos de  su  época. 

Y  ahora  le  tenemos  de  nuevo  en  las  páginas  de  Arturo  Cap- 
devila. No  es  de  pura  imaginación  su  libro  reciente.  Tampoco 
es  de  historia.  De  historias  más  bien,  —  él  mismo  lo  dice.  "Soy 
de  los  que  piensan  — nos  advierte —  que  la  verdadera  historia  no 
está  en  los  grandes  hechos  sino  en  los  pequeños  hechos,  así  como 
el  mar  no  está  en  el  filo  espumoso  de  sus  tormentas  sino  en  su 
inmensa  extensión  horizontal  y  uniforme".  Y  esos  pequeños  he- 
chos a  los  que  solo  el  buen  catador  sabe  dar  importancia,  Cap- 
devila los  toma  de  las  viejas  gacetas  rosistas :  El  Agente  Comer- 
cial del  Plata,  el  Diario  de  Avisos  y  el  Diario  de  la  Tarde.  Me- 
jor que  con  los  fríos  documentos  oficiales,  pueden  evocarse  con 
ellos  las  vísperas  de  Caseros  en  Buenos  Aires,  porque  refieren  la 
vida   simple,   menuda  y   cotidiana,   las   despreocupadas   diversio- 


510  NOSOTROS 

nes,  los  matices  pasionales,  las  agitaciones  normales  del  pueblo  eit 
esos  años  de  185 1  y  1852,  del  topoderío  y  derrumbre  rosistas. 

Es  preciso  poseer  una  muy  ñna  sensibilidad  y  no  poca  ima- 
ginación para  que  de  las  muertas  crónicas,  de  las  frías  líneas,  re- 
nazcan los  personajes  históricos,  el  ambiente  en  medio  del  cual 
se  movieron  y  las  pasiones  que  los  agitaron.  Capdevila  no  his- 
toria los  acontecimientos  de  los  días  postreros  de  la  tiranía; 
evoca,  simplemente,  algunos  de  sus  protagonistas  y  algunos  de 
sus  momentos,  pero  la  perfección  del  detalle  hace  pensar  en  lo 
notable  que  hubiera  sido  el  cuadro  entero  hecho  de  su  mano. 

En  ningún  momento  ahueca  la  voz,  ni  ensombrece  las  tintas, 
tan  del  gusto  de  los  escritores  que  en  el  siglo  pasado  trataron  de 
la  tiranía.  Por  el  contrario,  mueve  por  todo  el  libro  un  estilo 
algo  zumbón,  muy  simpático,  muy  vivo,  y  a  ratos,  tal  vez,  algo 
fuera  de  tono. 

Las  Vísperas  de  Caseros  es  uno  de  los  tres  o  cuatro  mejores 
libros  del  año.  Páginas  hay,  como  las  que  describen  las  fiestas 
que  la  negrada  ofrece  a  Manuelita  con  motivo  de  su  cumpleaños, 
o  las  que  retratan  a  la  hija  del  tnano,  que  son  de  escritor  llegado 
al  pleno  dominio  de  sus  medios,  simples  y  fáciles  como  la  belle- 
za misma. 

El    Sofista  —  Comedia  de  las  ideas  fundamentales,  por  Diego  Luis  Mo- 
linari  —  Sociedad  Editorial  Argentina;   Buenos  Aires,    1922. 

EDS  estudiantes  que  hacia  1909  iniciaron  en  la  Facultad  de 
Derecho  su  carrera  universitaria,"  conocieron  en  las  aulas 
y  patios  de  la  vieja  casa  de  la  calle  Moreno  a  un  muchacho  que 
no  era  como  los  otros.  Contábanse  de  él  numerosas  anécdotas 
que  daban  a  su  personalidad  contornos  harto  extraños.  Rebelde, 
iconoclasta,  estudioso  aunque  mal  estudiante,  decíase  que  en  todo 
tenía  opinión  formada  y  que  pocas  veces,  sino  nunca,  compartía 
la  de  la  cátedra.  Se  le  reconocía  talento  y  no  se  dudaba  de  su 
temprana  erudición;  por  eso  nadie  le  confundía  con  esos  desor- 
bitatlos  personajes  que  en  su  juventud  son  conocidos  por  las  uni- 
versidades y  en  su  madurez  por  los  manicomios.  Sus  exámenes 
■"eran  un  espectáculo,  y  sus  polémicas  y  conflictos  una  necesidad. 
Aunque  los  años  transcurrieran,  apenas  se  domeñaba  el  carácter 


LETRAS  ARGENTINAS  511 

de  ese  estudiante  irregular,  disconforme,  estrafalario.  Ni  si- 
quiera le  aquietaron  varios  viajes  al  extranjero,  que  forman,  por 
lo  común  con  una  más  clara  visión  de  las  cosas,  el  espíritu  de 
escepticismo  y  de  tolerancia.  Apasionado  ha  sido  en  sus  prime- 
vos estudios  de  historia  argentina  y  en  sus  críticas  a  nuestros 
historiógrafos,  y  si  su  arisco  temperamento  se  ha  sujetado  un 
tanto  en  la  subsecretaría  de  Relaciones  Exteriores,  es  porque 
ya  va  dejando  de  ser  niño  el  antiguo  enfant  terrible. 

De  la  época  de  su  más  tremenda  disconformidad  data  Bl 
Sofista.  Gustaba  entolices  piruetear  con  la  razón,  escamotear 
juicios,  sorprender  al  oyente.  A  veces  se  enredaba  en  su  mala- 
bar i  smo  y  se  trababa  en  la  argumentación,  pero  no  por  eso  per- 
día la  serenidad  ni  mejoraba  el  juego.  Nada  tenía  de  escéptico 
ni  de  pesimista;  quería  cambiar  el  aspecto  de  todas  las  cosas, 
pero  creía  en  ellas  y  aceptaba  la  posibilidad  de  mejoramiento. 
El  Sofista,  pues,  aunque  sincero  resultado  de  un  momento  espi- 
ritual particularísimo,  no  refleja  lo  más  hondo  e  íntimo  de  la 
personalidad  del  autor,  puesta  de  manifiesto  más  claramente  en 
su  labor  de  historiógrafo. 

De  Bl  Sofista  puede  decirse  que  es  la  obra  de  un  caprichoso 
estudiante  de  filosofía.  Lo  que  hace  tiempo  ha  dejado  de  ser  el 
señor  Molinari. 

Juuo  NoÉ. 


poesía 

La  fiesta  del  mundo,  por    Arturo   Capdevila.    Ediciones  selectas  "Amé- 
rica".   Buenos  Aires,  1922. 

HACií  poco  elogiábamos  BA  himno  de  mi  trabajo,  obra  bella 
por  cierto  del  poeta  Ernesto  Mario  Barreda,  de  la  que  tu- 
vimos oopsión  de  apreciar  su  optimismo  sano.  Era  el  espectáculo 
de  la  vida,  reflejado  en  un  corazón  de  hombre  todo  sentimiento. 
No  era  posible  hacer  observación  alguna.  La  infinita  mayoría 
de  los  hombres  necesitan  ser  alentados  en  esa  forma;  necesitan 
para  poder  marchar,  el  redoble  sonoro  que  va  directamente  a 
conmover  sus  nervios  motores.  De  ahí  que  el  himno  sea  una 
obra  nobilísima. 


512  NOSOTROS 

Pero  hoy  debemos  hablar  con  nuestras  palabras  más  en- 
tusiastas de  otro  libro,  muy  opuesto  por  cierto  al  citado  de  Ba- 
rreda. Debemos  ocuparnos  de  La  fiesta  del  mundo,  un  volumen 
de  poesías  del  poeta  Arturo  Capdevila. 

Que  después  áeMelpómene  y  de  Bl  libro  de  la  noche,  se 
pueda  ver  en  el  mundo  una  fiesta,  nos  parecía  harto  sugerente, 
aunque  por  cierto  nada  hubiera  tenido  de  extraño ;  el  caso  es 
que  abrimos  el  volumen  con  curiosidad. 

Desde  las  primeras  estrofas  advertimos  que  el  cantor  lle- 
gaba un  poco  tarde  a  la  fiesta:  "Las  luces  apagaban  ya". 

Seguimos  leyendo;  canciones  y  canciones,  todas  denuncia- 
doras de  un  alma  sabia,  si  es  posible  decirlo,  y  tal  vez  demasiado 
vivida.  Pues  es  el  caso  que  aquí  no  se  trata  de  la  música  desti- 
nada a  fortalecer  a  la  muchedumbre,  de  por  sí  propensa  al  des- 
fallecimiento, que  debe  ser  salvada  de  la  catástrofe;  aquí  es  la 
voz  que  se  eleva  como  sobre  las  ruinas  de  todas  las  ilusiones 
y  de  todas  las  desesperanzas,  para  hablar  de  una  fé  más  alta, 
de  una  esperanza  más  cierta,  algo 

. . .  que  el  alma  espera,  desde  el  principio  espera, 
una  infinita  cosa  sin  cuándo  ni  porqué ! 

Esta  es  la  <:anción  con  que  se  consolará  la  tristeza  del  fuer- 
te, de  aquel  que  tras  idas  y  venidas  por  lo  humano  y  lo  divino, 
ha  concluido  por  saber  que: 

Al    fin   se   vio   que   el    mundo    solamente 


cañizo  y  armazón; 

cuatro  cañas  clavadas  en  la  arena 

y  en  las  cañas  abierto  un  pabellón. 

Al   fin  se  vio  que  estas  someras  cañas 
la  desnuda  verdad  del  mundo  son, 
y  sus  locos  colores  de  la  vida 
tienda  que  puso  la  imaginación. 

Y  luego  el  amor,  la  justicia,  la  riqueza,  el  poder,  todo  va 
dejando  caer  su  máscara,  para  presentar  su  rostro  de  sombra. 
Y  sin  embargo  no  es  este  libro  la  obra  de  un  pesimista,  ni  la 
de  un  escéptico,  ni  la  de  un  crónico ;  es  la  canción  de  un  hombre 
lleno  de  amor  y  saturado  de  una  fe  santa  que  da  su  nota  más 
conmovedora  y  humana  celebrando  "A  la  recién  nacida". 


ivETRAS  ARGENTINAS  51B 

Ya  no  es  el  sentimiento  lírico  de  los  Jardines  solos,  ni  esa 
desesperación  trágica  de  Melpómene;  tampoco  el  alma  cantante 
-de  El  Poema  de  Nenúfar,  ni  el  trascendentalismo  de  El  libro  de 
la  Noche;  aquí  es  algo  más  cierto,  más  doloroso  y  más  dulce: 

Menos  luz  en  los  ojos;  las  manos 
un   poco    más  viejas : 
i  eso  es  todo ! . . .   Y  el  alma  en  el  fondo 
acaso  más  triste,  más  sola  y  más  buena. 

Con  todo  puede  que  en  este  libro  estén  las  páginas  más 
valiosas  de  Capdevila,  aunque,  en  general,  se  trate  de  una  obra 
que  será  gustada  por  pocos  y  sentida  por  menos. 


Cantos  de  la  Montaña,  por    Juan  Carlos  Davalas.    Buenos  Aires,   192 1. 

JUAN  Carlos  Dávalos,  es  sin  duda  uno  de  nuestros  poetas  re- 
presentativos, no  tanto  tal  vez  por  lo  que  hay  de  personal 
en  su  obra,  sino  por  los  motivos  en  que  se  inspira. 

De  todos  modos,  Cantos  de  la  Montaña,  encierra  una  buena 
serie  de  poemas,  suficiente  por  su  valor  para  que  el  poeta  de 
Salta  dé  por  bien  ganada  la  popularidad  de  que  disfruta. 

Basta  una  rápida  lectura  de  este  libro  para  advertir  las  defi- 
ciencias que  restan  mérito  a  la  mayoría  de  las  composiciones; 
deficiencias  que  son  lamentables,  puesto,  que  en  general  se  deben 
a  una  falta  de  trabajo.  Aquí  se  echa  de  menos  aquel  amor  pro- 
longado, que  nos  indicara  nuestro  gran  Banchs. 

Hay  un  exceso  de  falsa  expontaneidad,  puesto  que  solo  ésta 
puede  tener  tal  nombre  cuando  dá  de  sí  fácilmente  obras  perfec- 
tas, mas  pudiera  confundirse  con  impotencia  o  descuido  cuando 
lleva  por  el  camino  de  la  vulgaridad  siempre  tan  defectuosa. 

En  algunas  páginas,  Dávalos  se  presenta  como  un  romántico, 
solo  interesado  en  trasmitirnos  un  exaltado  sentimiento  amoroso  ; 
otras  veces  se  revela  un  poeta  moderno,  conocedor  del  valor  de 
la  emoción  del  paisaje  del  cual  sabe  acusar  todos  sus  valores; 
pero  es  precisamente  al  darnos  las  leyendas  y  cuadros  donde 
menos  se  advierten  tanto  la  primera,  como  las  últimas  condicio- 
nes apuntadas. 

Y  es  lástima  desde  que  todos  se  reduce  a  una  cuestión  de 
oficio. 


514  NOSOTROS 

Puede  que  ello  no  sea  óbice  para  que  Dávalos  llegue  a  ser 
uno  de  nuestros  poetas  más  leídos,  dado  el  interés  que  despiertan 
sus  producciones;  sin  embargo,  a  medida  que  se  releen  estos 
cantos,  causa  pena  verlo  dejar  de  mano,  con  harta  ligereza,  poe- 
mas que  debieron  ser  pequeñas  obras  maestras. 

Poemas  de  provincia,   por   Alfredo    R.    Búfano.    Cooperativa    Editorial 
Buenos   Aires.    Buenos   Aires,    1921. 

EL  poeta  de  Las  canciones  de   mi  casa,   reaparece   ahora   en 
Poemas  de  provincia  más  cumplidamente  que  en  Misa  de 
réquiem. 

La  nueva  producción,  sin  embargo,  no  tiene  la  importancia 
que  sería  deseable  para  que  logre  destacarse  entre  los  libros  del 
momento.  Adviértese  desde  las  primeras  páginas  una  falta  de 
novedad  que  debemos  indicar,  ya  que  los  motivos  de  los  poemas 
—  así  quiere  llamarlos  su  autor  —  ya  muy  tratados,  no  alcanzan 
en  los  versos  del  señor  Búfano  mayor  relieve.  Con  esto  quere- 
mos decir  que  estos  temas  conocidos,  solo  pueden  impresionar 
cuando  al  ser  presentados  nuevamente  acusan  algún  mérito,  cual 
podría  ser  el  de  una  forma  excelente. 

En  cambio,  el  poeta  de  Las  canciones  adopta  en  su  reciente 
libro  una  forma  desprovista  en  general  de  mayor  valor  artístico. 
No  se  vé  más  que  la  simple  descripción  de  un  tema  que  todos 
nos  sabemos  de  memoria.  Sería  casi  imposible  indicar  alguna 
frase  o  imagen  que  salga  de  lo  común. 

Creemos  que  el  simplismo  sentimental,  de  continuarse  en 
esta  forma,  no  puede  interesar  a  nadie  que  tenga  un  poco  de  cul- 
tura y  para  que  interese  debe  superar  en  mucho  a  cuanto  se  ha 
escrito  hasta  ahora. 

Como  podrá  suponerse,  no  faltan  notas  agradables  en  que 
aparece  el  poeta  que  indudablemente  hay  en  Búfano,  rico  de  un 
sentimiento  im  tanto  romántico. 

Campanas  en  la  tarde,  por   González    Carbalho.    Buenos    Aires,    1921. 

TAL  vez  lo  que  perjudica  a  este  hbro  sea  que  el  mismo  grado 
de  emoción  — es  una  larga  desesperanza  no   intensa —  se 
encuentra  en  todas  sus  páginas.    Si  hay  un  estado,  que  no  ad- 


LETRAS  ARGENTINAS  515 

mite  términos  medios  y  que  se  hace  intolerable  cuando,  sin  tener 
intensidad,  tampoco  se  presenta  en  una  forma  más  delicada,  es 
el  de  la  tristeza. 

De  no  ser  profunda,  la  tristeza  es  una  emoción  débil  y  de 
una  debilidad  vulgar,  irritante  por  su  monotonía,  tan  parecida  a 
esos  llantos  interminables  de  las  criaturas  que,  sin  lágrimas,  si- 
guen gimoteando  minutos  y  minutos,  de  puro  mal  criados. 

Cualquier  composición  de  Las  campanas  en  la  tarde,  sepa- 
radamente, da  idea  de  un  temperamento  sentimental,  sin  mayor 
personalidad,  pero  que  tampoco  puede  desagradar  tanto  como  le- 
yendo el  libro  página  tras  página,  pues  para  mayor  inconveniente 
entre  una  composición  y  otra  el  motivo  no  tiene  mayores  dife- 
rencias. 


Canción  de  vacaciones,  por    Carlos    Merlino.      "Los    Nuevos".    Buenos 
Aires,  1922. 

C  I.  grupo  "Los  Nuevos"  ha  editado  este  volumen  de  versos. 
*— '  Nótase  que  se  trata  de  un  poeta  festivo,  pero  que  aún  cuan- 
do su  intención  fuera  la  de  componer  una  obra  de  humorismo, 
éste  es  de  tan  poco  carácter,  que  todo  da  la  impresión  de  haber 
sido  realizado  en  serio  y,  naturalmente,  como  serio,  resulta  de- 
masiado inocuo. 

Rafael  de;  Diego. 


CRÓNICA  DE  ARTE 


Rogelio   Yrurtia 

LA  consigna  dada  por  Prometeo  a  los  Titanes :  — vosotros  sois 
los   trabajadores,   trabajad —   se   ha   cumplido   nuevamente. 

Y  como  en  la  Metamorfosis,  la  rudis  indigestaque  moles  tuvo, 
por  obra  de  uno  de  nuestra  tierra,  renovadas  formas  de  belleza 
perenne:   Meteriem  superabat  opus. 

Mas  no  pudo  ser  sin  que  el  artífice  perdiera  parte  de  su 
juventud  y  toda  su  ilusión  ingenua.  La  lucha  fué  larga  y  áspera, 
y  el  silencio  no  fué  el  menor  de  sus  enemigos. 

En  19 lo,  expuso,  a  la  admiración  de  los  menos,  su  pode- 
roso "Monumento  al  Pueblo  de  Mayo"  y  no  fué  suficiente. 
No  bastó  esa  obra,  que  aún  se  puede  admirar  en  el  Museo  Na- 
cional, para  destruir  cualquier  duda;  quedó  en  "Boceto"  para 
vergüenza  nuestra,  no  llegando  a  su  concreción  en  esta  ciudad 
de  los  cien  y  un  monumentos. 

Entre  tanto,  continuó  trabajando  fervorosamente.  Se  anun- 
ciaron Las  Pecadoras  y  Prometeo,  y  no  fueron  apreciadas.  Tam- 
poco llegaron  al  pueblo  las  ^loticias  de  las  distinciones  que  su 
labor  excelente  merecía  en  Paris.    Siempre  el  silencio. . . 

Los  contados  comentadores  de  esos  tiempos  eran  desoídos. 

Y  llegóse  a  afirmar  que  la  obra  de  Rogelio  Yrurtia  era  puramen- 
te literaria,  debida  a  elementos  extraños  al  arle  escultórico. 

Y  ni  aún  con  el  extraordinario  envío  de  cuatro  "cabezas",  al 
Salón  de  1920,  logró  acreditarse,  no  obstante  ser  ellas,  —  bue- 
no es  recordarlo,  —  como  un  resumen  de  su  vida:  "Dos  eran 
de  hombre  y  dos  de  mujer  — según  uno  de  los  primeros  comen- 
tadores, el  comprensivo  crítico  de  arte,  M,  Rojas  Silveyra — 
aquellas  expresaban  sentimientos  dramáticos  —  una,  la  reflexión, 


NOTAS  DE  ARTE  517 

otra,  la  fatalidad —  y  éstas  dos,  líricos  estados  de  alma  que  se  ex- 
pandían en  aroma  de  juventud.  La  gracia  simple  del  modelado 
de  éstas  contrasta  con  la  nerviosa  concentración  de  aquéllas,  pero 
allí,  en  los- cuatro  ángulos  de  la  pequeña  sala,  son  cuatro  esfinges 
silenciosas  que  guardan  entre  sus  ojos  dormidos  el  secreto  de  la 
belleza,  de  la  espiritualidad,  del  carácter  y  de  la  fatalidad". 

Resumen  de  la  vida,  hemos  dicho  y  que  no  todos  justipre- 
ciaron. De  ahí,  que  el  artista  amargado  no  haya  querido  llegar 
hasta  el  alma  de  sus  conciudadnos ;  en  parte  por  su  natural  re- 
traimieno  pesimista  y,  aún  más,  porque  no  se  consideraba  apre- 
ciado como  se  merecía.  No  insistamos  acerca  de  esa  manifiesta 
incomprensión  del  ambiente,  ni  de  la  falta  de  fe  en  su  capacidad 
artística,  que  Rogelio  Yrurtia  supo  soportarlas  con  dignidad. 

Justipreciando  su  potencia  creadora,  bien  sabía  que  su  obra 
iba  a  ser  para  todos;  aún  para  aquellos  mismos  que  otrora  cre- 
yeron cubrir  con  el  barro  de  la  propia  inferioridad  su  talla  gi- 
gantesca; lo  mismo  para  los  que  nunca  se  ocuparon  de  él,  como 
para  aquellos  pocos,  bien  pocos,  que  supieron  aguardar  sin  inde- 
cisiones la  realización  ansiada  de  su  obra  titánica. 

Y  para  todos  fué  el  sumo  bien  de  este  Canto  al  Trabajo,  Y, 
con  el  privilegio  de  las  obras  excelsas,  cada  observador  halló  col- 
madas sus  propias  aspiraciones. 

* 

Con  la  detención  que  es  menester,  Atilio  Chiapori,  otro  es- 
clarecido comentarista  de  Yrurtia,  expondrá  en  estas  mismas 
páginas  el  sign-ificado  profundo  de  esta  obra,  que  hace  época  en 
nuestra  historia  artística,  y  coloca  a  nuestro  país  entre  los  más 
altos  valores  de  la  escultura. 

Y  cuenta  que  no  olvidamos  a  Eugenio  Baroni  con  su  mara- 
villoso 'Monumento  al  Dante,  ni  a  Iván  Mestrovich  y  ni  al  mismo 
Rodin. 

Tanto  el  genovés  Baroni,  como  el  serbio  Mestrovich,  son  es- 
cultores de  la  fuerza.  La  estética  de  ambos  tiene  analogías  con 
el  arte  caldeo.  Tomando  su  punto  de  partida  en  los  exponentes 
que  mostraban.  las  excavaciones  de  Deilofoy  en  Sirpula  y  en  las 


518  NOSOTROS 

que  fueron  tierras  caldeas,  encantados,  llenos  de  maravilla  por  la 
belleza  de  esas  enormes  estatuas  de  dolerita  que  yacían  bajo  las 
tumbas  de  Ninive  y  Babilonia  sintieron  una  atracción  por  lo 
deforme ;  y,  en  casos,  llegaron  a  lo  monstruoso  intencionada- 
mente. 

Las  dos  estatuas  de  Gigelmes  "  el  rey  persa  cazador  de 
leones"  y  "el  friso  de  los  buitres"  pueden  servirnos  para  carac- 
terizarlos. Y,  no  obstante  que,  a  veces,  como  en  "Madre  e  Hijo" 
de  Mestrovich  y  en  "La  Madre  Benedicente"  de  Baroni,  se  ad- 
vierta una  "catarsis"  del  sentimiento  épico,  la  ternura  hace  aflo- 
jar el  arco  tenso  del  esfuerzo  bárbaro  y  primitivo. 

En  Rodin  ya  tenemos  la  armonía  griega;  pero,  advertimos 
en  el  plasmador  genial  una  preferencia  por  las  expresiones  de 
realismo,  concentrando  como  en  "El  Pensador"  su  idealidad  es- 
tética en  un  dinamismo  de  fuerzas  externas. 

El  nuestro  es  más  interior.  Con  esa  plenitud  espiritual  que 
algunos  en  el  Renacimiento  tuvieron,  que  se  ejemplariza  en  Meu- 
nier,  y  que  Julio  Antonio  iba  logrando,  Yrurtia  sabe  dar  solu- 
ciones de  belleza  pura  a  nuestros  problemas  del  mundo  real. 
Hay  en  Yrurtia  una  riqueza  interior,  obrando  en  gracia  de  su 
apasionada  idealidad,  capaz  de  todo  bien  y  que  se  transmite  pe- 
rennemente. Sin  temor  de  caer  en  el  ditirambo  se  puede  afirmar 
que  a  él  parece  referirse  el  famoso  dicho  hindú :  "el  que  halla  re- 
poso en  la  acción  y  la  acción  dentro  del  reposo,  ese  es  el  sabio". 
Esto  para  los  menos ;  para  los  demás,  la  cautivante  fuerza  expre- 
siva de  la  materia  que  vibra  en  cada  parte  de  ese  gran  todo. 

Es  un  bloque  imponente,  milenario,  tallado  por  las  lenguas 
de  fuego  del  rayo  y  por  la  caricia  de  las  aguas  de  mar  y  por  el 
abrazo  del  cable,  movido  por  los  siervos,  la  gleba  —  síntesis 
del  esfuerzo  continuado  — arrastrado  como  si  hubiera  que  mo- 
ver todo  el  dolor  del  mundo —  por  la  cadena  secular  — unión  de 
lo  finito  con  lo  infinito  de  la  ruta.  Y  la  piedra  de  los  siglos  avanza. 

Los  más  viejos  continúan  trabajando  esforzadamente,  aun- 
que ya  dieron  todo  cuanto  tenían  de  sí.  Y  si  no  fuera  por  la 
"bíblica  varona"  que  los  alienta,  cedieran  a  la  fatiga.  Pero  avan- 
zan ilusionados  por  la  atracción  del  triunfo! 

La  gracia  de  una  doncella  purificada  de  eternidad  y  la  be- 


NOTAS  DE  ARTE  519 

lleza  del  ensueño  purificado  de  amor,  señalan  la  ruta  sempiterna, 
enguirnaldada  por  la  ilusión  de  tres  infantes . . . 

Solo  la  representación  formal  de  la  obra  puede  llevarnos  a 
su  explicación  absoluta.  Que  como  en  el  mito,  la  materia  canta . . . 

Cada  cual  hallara  en  su  simbología  sendas  explicaciones,  filo- 
sóficas y  artísticas. 

Nosotros  sólo  apuntaremos  algunas  observaciones  atingentes 
a  los  fundamentos  mecánicos  — digamos  asi —  de  la  plástica  de 
esta  grandiosa  obra.  Ante  todo  el  ambiente  del  Museo  resulta 
pequeño  para  su  magnitud. 

Recluida  la  obra  en  líneas  estrechas,  rígidas,  se  le  quita  su 
primordial  condición :  el  desarrollo  de  su  vibración  constante, 
que  al  quebrarse  en  mil-  partidas  lineales  se  animaría,  como  des- 
doblando su  estructura,  sacudida  por  los  contrastes  de  líneas  y 
volúmenes  y  propagando  como  el  sonido  ondulaciones  simpá- 
ticas. 

Compenetrados  de  esta  capacidad  espiritual,  veamos  la  ma- 
teria, 

A  pesar  de  la  monocromía  aparente  del  bronce,  el  artista  ha 
obtenido  calidades  de  tonos  sorprendentes.  Su  pulgar  sensible 
no  sólo  ha  extremecido  la  materia  para  infundirle  su  condición 
humana,  ha  impregnado  a  sus  figuras  de  colores  cálidos  y  fríos 
con  la  magia  de  los  clarobscuros. 

Sin  duda  envuelta  en  la  atmósfera  amplia  de  una  plaza,  se 
apreciaría  mejor.  Mañana,  proyectada  en  forma,  su  grandeza 
se  percibirá  con  el  ritmo  que  la  mueve  y  que  no  se  aprecia  hoy 
al  mirarla  en  fragmentos.  De  ahí  esa  sensación  oprimente  que 
experimentamos  al  aproximarnos  al  Canto  del  Trabajo  que,  cum- 
ple confesarlo,  al  principio  desconcierta.  Y  nos  acoje  la  sensa- 
ción de  nuestra  pequenez,  algo  así  como  el  sentimiento  que  de- 
bió experimentar  Julio  II  cuando  el  genio  de  Miguel  Ángel  ha- 
cíale bailotear  ante  su  mirada  asombrada,  las  cuarenta  figuras 
de  su  tumba,  glorificación  de  su  genio  y  del  triunfo  de  la  Santa 
Sede  sobre  el  mundo.  Hay  sensaciones  que  no  se  explican.  Ju- 
lio II,  con  ser  el  más  heroico  y  altivo  de  los  pontífices  ro- 
manos, no  supo  hacer  que  la  obra  se  realizara.  Tal  vez  tuvo 
miedo. 

Yrurtia  sabe  disciplinar  su  fuerza,  consciente  de  su  poderío. 


520  NOSOTROS 

atempera  su  fogosa  facultad  creadora  con  cierto  olimpismo.  Y 
de  esa  su  contención  surgen  maravillosos  contrastes :  venusidad 
de  formas  y  ternura  de  sentimientos.  Porque  sabe  agrupar  sus 
figuras  de  manera  que  se  complementen,  formando  esa  armonía 
que  todos  advierten,  aunque  no  todos  aciertan  a  explicar.  Al 
modo  de  esa  repartición  trilógica  de  sus  grupos  que,  como  tres 
parábolas,  propagan  su  euritmia,  que  va  más  allá  de  la  forma 
material  para  integrarse  en  la  plenitud  transcendente  del  espacio 
espiritualizado.  Y  así  planeó  esa  obra,  seguro  de  su  realización, 
sin  tener  los  acostumbrados  preconceptos  académicos,  porque  el 
Canto  al  Trabajo  puede  ser  visto  en  el  plano  que  el  observador 
se  halle.  Orlado  por  el  césped  siempre  verde  de  una  plaza,  los 
infantes  parecerán  avanzar.  Y  su  marcha  será  una  trayectoria 
de  continuada  ilusión.  Ejemplo  del  triunfo  del  trabajo,  regido 
por  esa  suerte  de  ensueño  que  nunca  pasa. . . 

Canto  eterno,  perdurable  como  la  gloria  de  este  moderno 
Dédalo  que  aprisionó  en  sus  crisoles,  la  forma  y  el  espíritu,  el 
ensueño  y  la  acción. 

Ángel  Vena 

LE  desconocen  cuantos  afirman  que  tan  solo  en  estos  dos  úl- 
timos años  supo  mostrarse  interesante,  o  sea  desde  que  ex- 
puso su  bello  Paisaje  de  Invierno  en  el  Salón  de  1920.  Todos 
los  temperamentos,  naturalmente  bien  dotados,  se  depuran  de 
algunos  defectos  al  evolucionar.  Como  Vena,  que  ya  tiene  una 
larga  experiencia,  en  una  edad  en  que  Claude  Monet,  no  obs- 
tante la  suprema  sensibilidad  de  percepción  en  sus  pupilas  y  de 
la  maestría  de  su  pincel,  no  lograba  evitar  ciertos  desequilibrios  y 
exacerbaciones  de  color.  Inevitables  en  quienes  desean  arran- 
car a  la  naturaTeza  su  secreto,  que  padece  rebelarse  al  principio. 
Solo  con  amor  continuado,  con  sinceridad  absoluta,  se  sabe  la 
gran  palabra.  Entonces  el  artista  logra  aprisionar  las  sensacio- 
nes reales  en  forma  persuasiva. 

Antes,  el  menos  avisado  descubría  en  las  telas  de  Vena 
que  las  partes  iluminadas  eran  porciones  anaranjadas,  que  es 
la  tinta  predominante  en  el  espectro  solar,  y  a  las  sombras  con- 
vertidas en  grandes  masas  de  azules  que  es  el  tono  complemen- 


NOTAS  DE  ARTE  521 

Jario.  Errores  difíciles  de  salvar,  Monet  empleó  su  vida  en 
esa  tarea.  Porque,  digámoslo  una  vez  más,  no  basta  con  dispo- 
ner de  los  colores  como  los  maestros  indican,  es  menester  algo 
que  no  se  aprende :  la  intuición  cromática,  y  que  los  que  la  po- 
seen solo  la  perciben  en  contacto  con  la  naturaleza. 

Los  que  pudimos  observar  el  rápido  desarrollo  de  la  obra 
de  este  artista,  podemos  asegurar  que  desde  sus  primeras  telas 
se  evidenciaban  esas  dotes  ingénitas.  Fácil  era  advertir,  v.  g. 
en  Los  tres  (1916)  y  Tarde  pesada  (1917)  la  anunciación  de 
su  obra  futura.  Había  en  ellas  una  suma  de  "espíritu  de  aven- 
tura" —  condición  esencial  para  la  culminación  artística,  según 
los  futuristas  —  solo  comparable  a  su  afán  constante  de  repro- 
ducir a  la  naturaleza,  observada  con  ese  fervor  ejemplar  de  los 
impresionistas.  Porque  Vena  fué  un  admirador  de  los  maes- 
tros del  impresionismo. 

Impresionismo,  hemos  dicho ;  y,  es  necesario,  ante  todo, 
entendernos  bien  acerca  de  esta  palabra,  que  para  muchos  no 
es  más  que  un  ente  responsable  de  todas  las  deficiencias  artís- 
ticas. 

Según  esos,  significa  carencia  del  aliento  indispensable,  in- 
capacidad manifiesta  de  cumplir  una  obra  grande.  Predisposi- 
ción a  lo  pequeño.  Amor  por  las  realizaciones  fragmentarias, 
de  donde,  esa  impotencia  para  sintetizar,  organizándolas  en  uni- 
dades homogéneas  emociones  que  esas  verdades  suscitan  en  los 
espíritus  sensibles.  En  suma,  para  ellos  es  la  negación  absoluta 
de  lo  grandioso,  enemistad  por  la  belleza  pura.  De  modo  que' 
es  común  oírles  decir  con  toda  naturalidad,  refiriéndose  a  un 
apunte  equivocado  o  a  una  tela  incumplida :  es  una  impresión .  .  . 

Torturas  a  la  verdad  que  es  menester  combatir  sin  des- 
canso. Injusticia  por  ciertas  palabras  que,  como  "simbolismo", 
"wagnerismo",  "impresionismo",  han  adquirido  significados  ar- 
bitrario? Que  una  poesía  es  incomprensible  y  su  autor  no  ha 
sabido  expresar  su  pensamiento  clarificándolo  —  filtrándale,  di- 
gamos así  —  dicen:  poema  simbolista...  Acordes  de  quintas 
aumentadas,  abuso  de  "tubas"  y  "cornos  con  sordina" :  obra 
wagneriana .  .  .  ¿No  cumple  trabajar  insistentemente  para  des- 
arraigar esos  preconceptos  ? 

Impresionismo,  aún  en  el  sentido  más  teórico  de  la  palabra. 


522  NOSOTROS 

significa  una  escuela  que  ofrece  elementos  primordiales:  rebus- 
ca asidua  de  sensaciones  con  modos  veloces  —  siempre  que  su 
autor  posea  facultades  expresivas  preparadas,  amaestradas .  . . 
presupone,  también,  esa  observación  insistente  de  las  armonías, 
de  las  variantes,  a  veces  de  las  deformaciones  que  en  la  natura- 
leza opera  la  luz,  primer  elemento  de  la  realización  pictórica. 
Pero,  más  particularmente,  sobre  todo  es  esa  repugnancia  inven- 
cible por  cualquier  principio  escolástico  que  tienda  a  hacer  del 
arte  una  ejercitación  conceptuosa  o  meramente  decorativa. 

¿Hemos  de  agregar,  entonces,  que  lo  más  interesante  del 
impresionismo  es  esa  inquietud  por  superar  las  formas  ya  lo- 
gradas, y  que  obliga  a  desentendernos  de  ellos  mismos? 

Por  ello,  nos  interesamos  tanto  por  este  pintor  nuestro,  no 
Satisfecho  con  esas  normas  fijas  y  esos  principios  preconcebidos, 
que  gusta  de  los  impresionistas  su  fervor  por  la  naturaleza,  pero 
que  no  sigue  fielmente  su  técnica. 

Profundizando  bien  se  advierte  que  con  esa  mezcla  de  im- 
presionismo y  divisionismo  reacciona  contra  cualquier  tendencia 
fija.  De  ahí  que  chocara  a  muchos  y  que  precisamente  por  ello 
nos  interesara  tanto. 

Y  admirábamos  en  él  ese  "espíritu  de  aventura"  unido  a  su 
voluntad  de  crear  y  regido  por  una  tenacidad  maravillosa.  Por 
ello  estudiaba  las  gradaciones  más  finas  de  los  verdes  más  grises 
a  los  cardenillos  más  venenosos  —  que  también  la  naturaleza 
pone  ante  la  visión  artista  esos  contrastes  chocantes  —  y  con  una 
conciencia  de  las  propias  fuerzas  desconcertante  ¿quién  no  re- 
cuerda esos  enormes  caballos  tratados  con  seguridad  y  va- 
lentía ? 

Hoy  es,  sin  duda,  aun  más  personal.  Esta  exposición 
realizada  en  el  Salón  Müller  débese,  como  tantos  otros  aconteci- 
mientos, a  la  injusticia  de  los  Salones  Anuales. 

Todos  recordarán  que  en  las  tres  telas  del  año  pasado  mos- 
traba variantes  temáticas  extraordinarias ;  pero  especialmente  en 
Bl  campo  y  su  laguna,  que  debió  ser  premiada,  se  perfilaba  el 
artista  de  cuerpo  entero.  Por  su  armonía,  por  su  síntesis  y  por 
su  emoción  merecía  ser  tratada  con  más  respeto. 

Sin  amilanarse  por  la  injusticia  palmaria,  halló  por  el  con- 


NOTAS  DE  ARTE  523 

trario  en  esos  contrastes  el  estímulo  necesario  para  trabajar  y 
triunfar. 

Fuese  a  las  sierras  cordobesas  dispuesto  a  conseguir  esa 
l)elleza  que  de  años  viene  buscando  Fernando  Fader. 

Son  veinte  telas,  trabajadas  con  tanto  empeño  que  parece- 
rían representar  toda  una  vida  ejemplar. 

Así  ha  dicho  el  poema  de  la  montaña,  cuyas  "pircas"  cal- 
chaquíes  ponen  la  tristeza  de  sus  razas  milenarias.  En  esos 
vastos  panoramas  ha  sabido  poner  el  verde  chillón  de  los  cocos, 
la  perenne  gracia  de  los  molles  y  el  perfume  de  sus  espinillos, 
despreciando  cualquier  receta  cumpliendo  su  sentir  plástico;  ha 
recogido  la  emoción  de  esos  mediodías  devorados  por  soles  im- 
placables y  la  cortina  de  las  brumas  que  velan  los  sistemas 
de  sierras. 

Algunos  le  han  observado  su  monotonía  y  su  fineza  de  to- 
nos sin  contrastes.  Acaso  tengan  razón  en  lo  primero.  En  cuanto 
a  las  luces  harto  difusas  no  hay  que  olvidar  que  la  "plena  luz 
decolora  las  tintas".  .  . 

Mañana,  cuando  obtenga  un  mayor  contraste  en  los  volú- 
menes y  aligere  aun  más  las  nubes,  habrá  mejorado  notablemen- 
te. Así  y  todo  no  es  osado  aventurar  que  ocupa  un  lugar  de 
vanguardia  entre  los  paisajistas  argentinos;  que,  como  lo  han  de- 
mostrado en  Venecia,  no  son  de  los  últimos. 

Arturo  Lagorio. 


EDUCACIÓN 


Otra  vez  Martín  Fierro 

HACE  algún  tiempo,  nos  referimos  de  paso  en  Nosotros  (i> 
a  la  obra  de  reivindicación  nacionalista  iniciada  en  nuestro 
país,  no  muchos  años  atrás.  Tuvimos  entonces  el  placer  de  se- 
ñalar el  lugar  destacado  que  cabe  en  la  tarea  a  nuestro  eminente 
hombre  de  letras,  que  es  también  eminente  profesor,  don  Ricar- 
do Rojas.  También  nos  ocupamos  allí  de  los  muchos  escritos 
aparecidos  dentro  de  la  tendencia  y  dijimos  que,  en  nuestro  con- 
cepto, el  punto  culminante  de  esos  trabajos  lo  marcan  los  rela- 
tivos a  la  poesía  tradicionalista  que  tuvieron  por  objeto  el  poema 
Martín  P ierro. 

Se  le  han  hecho  a  este  trabajo  admirable  de  Hernández 
tantos  elogios,  agregábamos,  se  le  han  descubierto  tantas  virtu- 
des, que,  en  verdad,  cualquiera  otra  obra  política  de  tendencia 
tradicionalista,  por  mucho  que  se  alabe  queda  relegada  a  un 
plano  muy  inferior. 

vSegún  los  panegiristas  a  que  me  refiero,  el  poema  Martín 
Fierro  constituye  nuestra  verdadera  epopeya,  la  expresión  épica 
de  nuestra  nacionalidad,  y,  bajo  este  aspecto,  es  comparable  a 
la  canción  de  Rolando,  relativamente  a  Francia,  al  poema  del 
Cid  respecto  de  España,  y  aún  a  la  Ilíada  en  lo  que  toca  a  Gre- 
cia.   Es  interesantísima  esta  interpretación. 

Desde  el  punto  de  vista  político  y  militar,  en  la  Ilíada,  en 
la  Canción  de  Rolando,  en  el  Poema  del  Cid,  se  canta  a  una 
fuerza  que  surge,  a  la  aurora  de  una  sociedad,  al  nacimiento, 
el  renacimiento  o  la  afirmación  de  una  nacionalidad  y  del  idioma 


(i)     N."  131,  Abril  de   1920. 


EDUCACIÓN  525 

que  retrata  su  alma  prístina;  cuyos  autores  y  primeros  elementos 
son  los  personajes  y  los  asuntos  favoritos  del  poeta. 

En  Martín  Fierro,  el  poema  es  el  lamento  de  la  derrota 
definitiva  de  una  raza,  como  se  ha  convenido  en  llamarla,  de  una 
fuerza  que  se  va,  que  muere  porque  su  propia  nacionalidad,  en 
momento  de  íntima  y  trascendental  evolución,  la  rechaza,  todo 
lo  que  puede,  de  lo  substancial  de  su  seno  o,  por  decirlo  mejor, 
la  disuelve  en  otros  elementos  más  poderosos  que  empiezan  a 
bullir  en  sus  entrañas,  a  arraigarse  y  multiplicarse,  después  de 
haber  sido  deseados  durante  mucho  tiempo  por  el  ideal  nacional. 

Los  personajes  y  las  obras  que  se  poetizan  en  las  primeras 
tres  composiciones  son  fundamento  en  que  se  siente  apoyada 
una  nacionalidad  que  vive;  los  personajes  y  las  acciones  que  se 
poetizan  en  Martín  Fierro  son  los  elementos  eliminados  por 
un  ideal  nacional,  con  mucho  dolor  si  se  quiere,  pero,  en  virtud 
de  una  necesidad  superior  de  su  propio  progreso. 

Además,  la  acción  guerrera  que  se  narra  o,  mejor  dicho, 
de  la  cual  se  narran  algunos  episodios,  más  o  menos  aislados, 
en  el  poema,  es  de  discutible  aceptación  como  valor  fundamental 
en  la  constitución  de  nuestra  sociedad,  particularmente  en  lo 
que  toca  a  la  actitud  del  mismo  protagonista.  Desde  luego,  éste 
es  enrolado  en  las  tropas  que  van  a  luchar  contra  los  indios  a 
pesar  de  su  voluntad .  Es  posible  que  tuviera  razón  al  decir 
que  se  ejercía  contra  él  una  venganza  cuando  se  le  incluyó  en 
el  contingente,  pero  es  lo  cierto  que  no  va  por  su  decisión  a 
pelear  contra  el  "indiaje" : 

"Cantando  estaba  una  vez  * 

en    una    gran    diversión 

y  aprovechó  la  ocasión 

como  quiso  el  juez  de  paz... 

se  presentó  y  ahí  no  más 

hizo  una  arriada  en  montón. 


Y  ansí   sufrí  ese   castigo 

tal  vez  por  culpas  ajenas..." 

Luego,  todo  lo  hace  a  disgusto  en  el  ejército,  hasta  que  se 
escapa  de  sus  filas,  pasa  la  frontera  (dejo  de  lado  lo  de  "vaca- 
yendo  gente  al  baile"  y  el  homicidio  del  negro)  y  busca  refugio 


526  NOSOTROS 

en  las  tolderías  de  los  indios,  es  decir,  en  el  campo  enemigo  : 
tal  es  "la  ida".  En  las  tolderías  se  disgusta  otra  vez,  por  motivos 
justificados,  y  entonces  resuelve  desandar ;  repasa  la  frontera  y 
sigue  su  peregrinaje  de  pago  en  pago  y  de  pulpería  en  pulpería, 
en  busca  del  sosiego  que  ya  no  volverá. 

Desde  el  punto  de  vista  idiomático,  Martín  Fierro  no  se- 
ñala ninguna  etapa  ni  es  punto  de  partida  de  nada.  Su  idioma, 
salvo  vocablos  aislados,  que  no  alteran  absolutamente  el  conjun- 
to, es  un  modo  popular  del  castellano,  tan  español  que  lo  han 
reconocido  como  muy  tal  grandes  críticos  de  la  península  ibé- 
rica. 

Desde  el  punto  de  vista  social,  es  reflejo  real  y  vigorosa 
(y  aquí  está  su  gran  valor  literario)  de  costumbres  populares, 
pero,  la  mayor  parte  de  las  que  en  el  poema  viven  y  vivirán, 
antes  son  repudiadas  que  toleradas  por  el  ideal  de  la  nacionali- 
dad: el  culto  del  coraje  por  capricho  o  porque  sí,  a  base  de  cu- 
chillo o  facón,  el  desprecio  de  la  ley  y  la  autoridad  por  parte 
de  los  subditos ;  el  abuso  constante  de  ésta  por  parte  de  los  que 
mandan ;  el  empinar  el  codo ;  el  provocar  sin  razón,  sin  otra  ra- 
zón que  la  de  haberse  embriagado  adrede ;  el  desahogarse  con  el 
débil  o  el  infeliz  de  la  ira  o  el  descontento  producido  por  el 
atropello  del  más  fuerte.  Y  obsérvese,  desde  este  punto  de  vista, 
que  no  hay  mucha  diferencia  en  lo  fundamental  entre  el  gaucho 
Martín  Fierro,  el  sargento  Cruz  y  los  jefes  civiles  y  militares 
que  uno  ve  departir,  accionar  y  obrar  en  la  narración :  todos  son 
gauchos  de  costumbres  parecidas. 

Se,  ha  dicho  que  también  hay  bajeza  en  las  grandes  epope- 
yas, V .  gr .  en  los  cantos  de  Homero ;  convenido ;  i^ero,  en  esta 
clase  de  comparaciones,  conviene,  ante  todo,  levantar  la  mirada, 
pues,  si  no,  corremos  el  riesgo  de  que  las  cosas  más  grandes  nos 
resultan  asimismo  las  más  bajas ;  ya  lo  dice  la  expresión  corrien- 
te: a  grandes  cumbres,  grandes  abismos. 

En  fin,  el  poema  es  una  narración  que  podría  titularse : 
"desgracias  de  un  gaucho  errante"  o  "las  peregrinaciones  de  un 
gaucho  perseguido  por  el  gobierno"  (agregúese  injustamente,  si 
esto  es  firme  convicción  de  quien  lo  asevera),  pero  nunca  podrá 
ser  la  epopeya  nacional,  ni  siquiera  una  epopeya  nacional  o  una 
expresión  épica  de  la  nacionalidad,  a  menos  que  se  quiera  darle 


EDUCACIÓN  527 

este  carácter  dominante,  precisamente,  por  lo  que  el  poema  no 
dice,  o  por  lo  que  alude  de  peso  y  apenas  en  algún  lugar:  la 
participación  heroica  del  gaucho  en  la  guerra  de  la  independen- 
cia o  en  las  labores  de  la  tierra  o  en  las  luchas  con  las  fuerzas 
naturales,  desde  el  punto  de  vista  de  algún  ideal  nacional  o  hu- 
mano, o  en  las  otras  guerras  nacionales,  o  en  la  "conquista"  del 
desierto . 

Entiendo  que  el  Martín  Fierro  es  un  admirable  reflejo  de 
costumbres  populares,  vivido,  pintoresco,  lleno  de  vigor  y  de 
imágenes  felicísimas,  una  gran  obra  literaria  comparable  más  a 
los  sainetes  de  Don  Ramón  de  la  Cruz,  por  ejemplo,  que  a  la 
canción  de  Rolando  o  al  poema  del  Cid,  Tanto  valdría  hacer 
epopeya  nacional  española  de  El  estudiante  de  Salamanca  o  del 
Don  Juan  Tenorio. 

Me  repito  en  todo  esto  a  raíz  de  un  consejo  reciente  de  Ri- 
cardo Rojas.  Está  en  La  Nación  del  30  de  julio  pasado.  Al  estu- 
diar la  provincia  de  Buenos  Aires,  en  el  acápite  La  autonomía 
espiritual,  se  refiere  a  lo  mucho  hecho  aquí,  en  las  ciudades  de 
de  esta  provincia,  en  muy  poco  tiempo  y  añade:  "Asombra  el 
ver  en  esos  pueblos  incipientes,  heterogéneos  y  nuevos,  el  es- 
fuerzo que  realizan  por  difundir  la  cultura.  Pero,  la  obra  es 
todavía  individual  e  inconexa,  y,  sobre  todo,  falta  en  ellos  la 
conciencia  del  municipio,  como  falta  en  la  población  total  de 
la  provincia  la  conciencia  de  su  tradición  pampeana.  La  lenta 
formación,  hoy  librada  a  la  acción  del  tiempo,  habría, de  acele- 
rarse si  los  maestros,  los  escritores  y  los  gobernantes  de  Buenos 
Aires  se  concertaren  para  esa  labor  de  autonomía  espiritual.  Con 
sólo  un  libro  tan  local  como  el  Martín  fierro,  debidamente  ma- 
nejado en  las  escuelas,  la  conciencia  estética  territorial  se  des- 
pertaría en  pocos  años,  dándonos  frutos  admirables"   ( i )  . 

Claro  está  que  ese  "debidamente  manejado"  es  restrictivo. 
La  cuestión  está  en  explicarlo.  Sería  ello  obra  digna  de  un  gran 
encomio  y  de  la  mayor  gratitud,  en  mi  concepto  al  menos,  la 
parte  de  los  maestros  de  la  provincia  de  Buenos  Aires. 

Marcos  Manuei.  Bitango. 
Rauch,  Agosto,   1922. 

(i)  La  Nación,  Buenos  Aires,  Julio  30  de  1922  (Ediciones  de  los 
domingos)  . 


CRÓNICA  MUSICAL  | 


Colón 


VEINTICINCO  Óperas  representadas  y  ciento  seis  funciones  en 
un  lapso  de  setenta  y  siete  días,  tal  es  el  elocuente  balance 
de  la  décima  quinta  temporada  del  Teatro  Colón.  Estas  cifras 
asombrosas,  aterradoras,  no  necesitan  comentarios,  bastan  para 
acreditar  el  concepto  artístico  imperante  en  las  bases  de  arren- 
damiento, que  no  ha  podido  evitar  que  se  lleve  a  cabo  semejan- 
te monstruosidad,  semejante  atentado. 

Elogiar  la  excelencia  de  los  espectáculos  y  el  elevado  nivel 
musical  de  la  temporada,  es  tonto,  pues  a  diez  funciones  sema- 
nales, con  un  estreno  o  reestreno  cada  tres  días,  figurando  en  el 
repertorio  cinco  de  las  más  largas  y  difíciles  partituras  de  Wag- 
ner  y  una  de  Ricardo  Strauss,  no  hay  posibilidad  humana  de  pre- 
parar discretamente  una  ópera ;  a  menos  de  contar  con  la  inter- 
vención del  Espíritu  Santo  y  de  una  batuta  de  origen  divino ; 
mas,  ni  en  Weingartner,  ni  en  Mascagni,  ni  en  el  mismísimo 
Belleza,  hemos  notado  signo  alguno  de  divinidad . . . 

Los  voceros  de  la  empresa,  declaran  que  ella  ha  perdido  di- 
nero, o,  que  por  lo  menos,  llegó  apenas  a  equilibrar  entradas  y 
salidas.  . .  Puede  que  así  sea,  y  que  el  oficio  de  empresario  lírico 
resulte  un  oficio  perro,  de  heroísmo,  de  abnegación,  de  sacrifi- 
cios, de  ruina  segura.  ¿  Porqué,  entonces,  los  Sres.  Da  Rosa  y 
Mocchi,  se  prenden  con  uñas  y  dientes  al  coliseo  municipal  ? 
¿porqué,  cuando  operaban  en  el  Coliseo,  ansiaban  volver  al  Co- 
lón?... Misterio.  Todos  proclaman  que  el  teatro  de  la  Plaza 
Lavalle  es  el  tonel  de  las  Danaides,  pero  todos  ansian  disfrutar 
de  su  escenario . . .  Verdaderamente  aún  hay  heroísmo  en  el 
mundo,  y  los  actuales  empresarios  se  merecen  un  buen  premio: 


CRÓNICA   MUSICAL  529 

una  subvencioncilla  municipal,  la  exención  de  alquiler  para  el 
año  próximo.  No  dudamos  que  la  comisión  administradora  y  el 
Concejo  Deliberante,  que  han  sido  tan  malos,  tan  severos,  lan 
exigentes,  que  casi  llevaron  a  la  ruina  a  los  dos  angelicales  em- 
presarios, tendrán  un  gesto  de  humanidad  para  ellos .  .  .  Como 
argumento  en  favor  de  esa  amabilidad,  aconsejamos  a  la  em- 
presa, que  saque  a  relucir  el  teatro  lírico  argentino,  proyectado 
por  la  "Sociedad  Nacional  de  Música"  y  del  que  se  apropió 
aquella  —  el  término  es  suave,  estamos  hoy  en  tren  de  benevo- 
lencia —  con  el  encomiable  afán  de  evitar  una  labor  ímproba  a 
los  compositores  argentinos,  que  no  deben  perder  lastimosamente 
el  tiempo  organizando  teatros  líricos  y  orquestas  sinfónicas  y 
velando  por  sus  intereses,  cuando  existen  empresarios  abnegados 
y  desinteresados,  que  anhelan  hacerse  cargo  de  la  ingrata  tarea. 

No  dudamos  que  el  honorable  Concejo  se  apiadará  de  la 
afligente  situación  de  la  empresa  y  la  eximirá  del  pago  de  los 
225.000  pesos  que  debe  abonar  desde  el  año  próximo  en  con- 
cepto de  alquiler  por  el  teatro;  ¿qué  significa  esa  suma  en  un 
presupuesto  de  cerca  de  ochenta  millones?  y  además,  es  necesa- 
rio hacer  algo  por  el  arte;  ya  que  se  desechó  el  proyecto  de  la 
"Sociedad  Nacional  de  Música"  que  preveía  un  déficit  de  ochen- 
ta mil  pesos,  suma  fabulosa,  bien  se  puede  donar  a  los  señores 
Da  Rosa  y  Mocchi  más  de  doscientos  mil,  que  merecidos  se  los 
tienen,  los  pobrecitos,  dado  el  empeño  que  se  han  tomado  este 
año  por  salir  airosos  del  atolladero. . .  El  Concejo  no  puede  exi- 
gir más  de  diez  funciones  semanales,  ¡  qué  diablos,  un  gesto  de 
desprendimieri^o,  pues,  y  no  hablemos  más  del  asunto ! 

Volvamos  a  la  temporada :  en  ella  se  estrenaron  tres  obras : 
Señóla  del  Villaggio  de  Félix  Weingartner,  Julieta  y  Romeo  de 
Ricardo  Zandonai  y  Flor  de  nieve  de  Constantino  Gaito. 

Si  este  fuera  un  país  normal,  es  decir:  donde  las  obras  de 
autores  jóvenes  locales  se  juzgan  con  simpatía,  que  no  excluye 
la  justicia,  teniendo  en  cuenta  el  ambiente,  la  inexperiencia  por 
falta  de  oir  las  propias  obras,  considerando  que  en  el  mundo  no, 
abundan  los  genios,  no  tendríamos  inconveniente  alguno  en  si- 
lenciar la  astracanada  nipono-musical  del  Sr.  Weingartner ;  pero, 
dado  que  al  autor  argentino  se  le  exige  ser  un  Wagner  o  un  De- 
bussy,  que  se  le  señala,  con  no  disimulada   fruición  todos   sus 


530  NOSOTROS 

defectos,  más  por  malevolencia  que  por  orientarlo,  y  que  al  ex- 
tranjero se  le  detalla  sus  cualidades,  no  vemos  por  qué  razón  no 
diremos  que  La  Scuola  del  Villaggio  es  rematadamente  mala, 
peor  aún,  desde  que  es  el  vacío  absoluto,  es  un  prodigio  de  in- 
conciencía,  que  asombra  haya  subido  a  escena  en  el  Colón.  No 
hay  casi  música  en  la  partitura  de  Weingartner  y  lo  poco  que  hay, 
o  es  ñoño,  o  es  japoneria  pucciniana,  de  Madama  Buttcrfly. . . 
Pese  a  los  aplaudidores,  más  o  menos  oficiales,  el  fracaso  fué  ro- 
tundo, sin  compostura,  a  pesar  de  los  elogios  dé  la  prensa  y  de 
su  empeño  por  descubrir  las  intenciones  del  autor,  que  muy  pro- 
bablemente no  tuvo  ninguna . . . 

Ricardo  Zandonai,  nada  agrega  a  su  fama  con  Julieta  y 
Romeo.  Para  comentar  el  drama  inmortal  de  Shakespeare,  me- 
nester es  ser  un  Shakespeare  musical ;  ello  es  difícil,  pues  solo 
el  gran  Verdi  en  Otello  yPalstaff  logró  escribir  partituras  dignas 
del  gran  dramaturgo  inglés;  los  demás:  Rossini,  Gounod,  Ber- 
lioz,  Bloch  y  otros,  empequeñecieron  las  obras  al  musicarlas, 
perdieron,  por  ende,  Jamentablemente  el  tiempo ;  que  otra  cosa  no 
hace  quien  aspira  a  lo*  que  no  está  a  su  alcance. . . 

Es  indiscutible  que  la  elección  del  drama  a  comentarse,  evi- 
dencia la  orientación  estética  del  compositor,  pero  también  acre- 
dita su  tino  y  esa  cualidad  tan  necesaria  en  la  vida,  la  de  cono- 
cerse a  sí  mismo,  que,  al  parecer,_no  posee  Ricardo  Zandonai, 
pues  ha  elegido  un  drama  pasional,  careciendo  de  esa  nota.  En 
toda  la  partitura,  honesta,  moderna,  bien  intencionada,  colorida 
a  ratos,  nótase  esa  lucha  por  traducir  las  pasiones  que  se  agitan 
y  se  desarrollan  en  la  escena.  Las  frases,  de  corte  verista,  se 
inician,  pero  no  se  explayan.  A  primera  vista,  parecería  que  el 
autor,  consciente  de  la  escasa  elegancia  de  su  inventiva  melódica 
—  verista  vergonzante  —  se  contiene  por  temor  de  caer  en  la 
frase  vulgar  y  grandilocuente.  Pero  nó,  no  es  así,  pues,  contra- 
riamente a  lo  que  siempre  acontece,  la  partitura  de  Romeo  y  Ju- 
lieta, en  la  nota  pasional,  se  desarrolla  en  sentido  inverso  al  dra- 
ma: se  inicia  con  acentos  no  escasos  de  vigor,  pero  cae  paulati- 
namente en  el  intelectualismo,  y  el  grandioso  e  intenso  final  no 
arranca  ningún  grito  musical  capaz  de  conmover  al  auditorio .  . . 

La 'instrumentación  es  moderna  y  de  buen  efecto;  al  oirla,^ 
parecería  que  Zandonai  estaría  más  a  sus  anchas  en  un  ambien- 


CRÓNICA   MUSICAL  531 

te  colorido,  en  un  argumento  que  no  exigiera  pasiones,  pero  sí 
pintorescos  toques  orquestales . .  .  Acaso  en  esta  nota,  el  compo- 
sitor italiano,  a  quien,  con  o  sin  razón,  se  le  da  como  aspirante  a 
continuador  de  Verdi,  escribiría  obras  interesantes  y  de  éxito. 

Poco  acertado  estuvo  el  compositor  argentino  Constantino 
Gaito  en  la  elección  del  libreto,  de  una  ineptitud  única,  pese  a  su 
teatralidad  barata  y  vulgar  y  al  efectismo  de  sus  escenas  invero- 
símiles ...  El  caso  de  Flor  de  Nieve  es  inverso  del  anterior : 
drama  estúpido,  partitura  muy  superior  en  todo  sentido.  En  ella 
nótase  al  hombre  de  teatro,  al  instrumentador  brillante,  al  artista 
que  mucho  y  bueno  podría  dar,  como  ya  lo  ha  dado,  si  renovara 
un  poco  su  concepción  del  teatro  lírico:  es  un  error,  muy  difun- 
dido, decir  que  música  y  teatro  son  dos  cosas  diferentes;  claro 
está  que  en  éste  no  puede  uno  olvidarse  de  lo  que  pasa  en  escena, 
y  escribir  una  partitura  netamente  sinfónica ;  todo  está  en  buscar 
un  libreto  que  permita  equilibrar  las  exigencias  de  la  música  y 
las  del  teatro,  de  la  acción ;  pues  de  ese  equilibrio  surgirá  la  obra 
de  arte.  Es  tan  erróneo  sacrificarlo  todo  a  la  trama  sinfónica 
(solo  el  genio  colosal  de  Wagner  pudo  salir  airoso,  —  ¡y  de  qué 
manera!  —  de  esa  prueba  difícil,  pues  sus  imitadores,  que  son 
muchos,  no  han  logrado  sino  aburrir  al  auditorio),  como  no  pre- 
ocuparse de  otra  cosa  que  de  la  acción  dramática. 

Constantino  Gaito,  a  pesar  del  malhadado  libreto,  ha  tenido 
momentos  felices ;  es  indudable  que  lo  mejor  de  su  bella  parti- 
tura es  el  coro  de  los  gitanos  y  la  danza  de  Maritza,  cuyo  colo- 
rido oriental  trae  una  nota  exótica  y  nueva,  del  mejor  efecto, 
que  quiebra  la  monotonía  de  un  estilo,  el  estilo  operístico,  ya  casi 
agotado.  Los  compositores  europeos  buscan,  de  más  en  más,  en 
lejanos  países,  la  renovación,  parcial  sino  total,  de  sus  proce- 
dimientos y  del  ambiente  de  sus  obras:  Iris,  Buttcrfly,  Siberia. 
PanciuUa  del  West,  en  Italia;  Maronf,  L'heure  espagnole,  Pama- 
vanti,  en  Franaia:  Salomé,  en  Alemania,  acreditan  esa  tenden- 
cia, que  también  adoptan  nuestros  compositores  europeizantes, 
pero  con  un  criterio^  de  imitación  inexplicable.  Si  se  desea  una 
nota  nueva,  ¿por  qué  pedirla  al  Oriente,  cuando  se  tiene  en  casa 
un  venero  rico  y  virgen?  Que  el  europeo,  ignorante  del  cancio- 
nero de  América,  mire  hacia  el  país  de  las  mil  y  una  noches, 
bien  está;  pero  que  el  argentino  haga  otro  tanto,  nos  parece  una 


532  NOSOTROS 

anomalía. . .  Como  ya  lo  hemos  escrito  en  otra  parte,  Caito  hu- 
biera podido  ubicar  la  acción  de  su  ópera  en  las  colonias  ítalo- 
criollas  de  Santa  Fe,  ponemos  por  caso,  ello  le  hubiera  permitido 
esplayar  su  lirismo,  de  corte  tan  italiano,  introducir  la  nota  exó- 
tica, es  decir,  la  de  nuestras  canciones...  Una  tentativa  seme- 
jante, si  llegara  a  tener  ima  realización  feliz— Caito  es  capaz  de 
ello  —  conseguiría  un  éxito  enorme  en  toda  la  República  y  en 
Italia,  donde  centenares  de  miles  de  peninsulares,  que  han  vivi- 
do en  nuestro  país,  aplaudirían  una  obra  que  les  recordara  la 
vida  pasada  en  el  suelo  argentino. 

Los  coros,  muy  numerosos  en  Flor  de  Nieve,  están  bien  tra- 
tados y  agradan  por  su  belle.ra;  el  de  los  labradores,  es  fresco  y 
pastoril ;  el  del  final,  tétrico  y  dramático,  pueden  considerarse 
como  los  mejores ;  el  dúo  de  amor,  es  intenso  y  de  un  lirismo 
generoso ;  en  cuanto  a  la  instruirtentación,  moderna,  es  digna  del 
mayor  elogio. 

En  resumen ;  una  obra  simpática  y  meritoria,  digna  de  res- 
peto, y,  sobre  todo,  de  mejor  trato  por  parte  de  la  empresa,  que 
a  pesar  del  éxito  caluroso  conseguido  por  aquella,  sólo  fué  a  es- 
cena una  vez...  ¡Magnífico!  se  representa  un  acto  argentino  en 
toda  la  temporada,  lo  que  es  ya  una  insolencia  y  una  falta  de 
respeto  para  con  el  arte  nacional,  y  de  los  cinco  turnos  de  abono, 
uno  solo  tiene  la  dicha  de  oiría. . .  Es  la  primera  vez  en  el  Co- 
lón (descartamos  el  caso  de  La  Angelical  Mamielita,  que  fraca- 
só lastimosamente),  que  a  una  obra  argentina  le  sucede  lo  que 
a  Flor  de  Nieve.  ¿  Dónde  está  ese  interés  de  la  empresa  por  el 
arte  nacional,  del  que  tanto  se  habló  antes  de  conseguir  el  tea- 
tro?... 

Las  demás  obras  representadas  eran  conocidas;  no  hay  por 
qué  hablar  de  ellas. 

Mencionemos  Parsifal  y  la  Tetralogía,  que  un  admirable 
cuadro  de  cantantes-artistas  alemanes  interpretó  maravillf^sa- 
mente ;  como  ya  lo  hemos  dicho,  y  lamentado,  la  orquesta,  no 
muy  buena,  cansada  e  insufi^cienfemente  ensayada,  no  estuvo  a 
la  altura  de  su  misión ;  Félix  Weingartner  supo  inculcarle  los 
ritmos  exigidos  y  los  tiempos  justos,  pero  no  pudo  o  no  quiso, 
detallar  las  geniales  partituras,  verdaderas  joyas  cinceladas,  que 


CRÓNICA   MUSICAL  533 

merecen  mejor  trato;  en  cuanto  al  decorado,  juego  de  luces,  etc., 
lo  de  siempre,  lo  que  no  es  un  elogio. 

En  realidad,  una  temporada  brillante  en  el  papel  y  medio- 
cre ante  los  hechos.  Para  nada  sirve  un  buen  repertorio,  un 
gran  cuadro  de  cantantes  y  un  director  de  fama  mundial,  si  esos 
elementos  no  pueden  ensayar,  estudiar,  prepararse  como  es  de- 
bido. El  eterno  defecto  de  la  empresa  Da  Rosa-Mocchi  es  ese 
que  señalamos:  grandes  nombres  para  atraer  al  público,  malas 
y  precipitadas  funciones;  sacar  el  máximo  rendimiento  del  valer 
comercial  de  obras  y  artistas,  sin  preocuparse  de  lo  que  pueden 
dar  en  el  campo  del  arte. . .  Esto  lo  sabíamos:  el  Concejo  Deli- 
berante lo  ignoraba  o  fingía  ignorarlo  —  el  resultado  es  el  mis- 
mo —  por  esto  ha  vuelto  el  Colón  a  ser  una  usina. 

Orquesta  Filarmónica  de  Viena 

LA   Orquesta  Filarmónica  de  Viena,  que  actúa  en  el   Colón, 
es  un  organismo  estupendo,  sujeto,  como  todo  lo  humano, 
a  fallas  y  defectos,  pero  digno  de  admiración. 

Esta  orquesta,  fundada,  si  mal  no  recordamos,  hacia  1840, 
ha  idp  renovándose  paulatinamente,  de  modo  que  puede  decirse 
que  conserva  intacta  la  gran  tradición  clásico- romántica,  en  cu- 
yas obras  llega  al  mayor  grado  de  perfección;  dirigida  por  emi- 
iiencias,  formada  por  instrumentistas  cultos,  imbuidos  en  el  es- 
píritu de  la  música  pura,  en  el  que  han  nacido  y  han  desarrolla- 
do su  carrera,  conscientes  de  sus  deberes  y  amantes  de  su  arte, 
la  Filarmónica  de  Viena  posee  cualidades  artísticas  e  intelec- 
tuales sobresalientes.  Unidad  racial,  unidad  espiritual,  unidad 
de  escuela,  son  factores  inapreciables,  imprescindibles,  para  for- 
mar una  orquesta  de  primer  orden.  .  .  Tonto  es  discutir  el  mé- 
rito de  tal  o  cual  instrumentista,  hacer  comparaciones  individua- 
les, buscnr  cinco  pies  al  gato,  cuando  lo  primordial  en  un 
conjunto  es  el  estilo,  la  precisión,  el  equilibrio,  las  gradaciones 
sonoras  y  demás  cualidades  que  posee  la  gran  institución  austría- 
ca ;  lo  demás,  es  lo  de  menos,  y  depende  del  factor  humano,  imper- 
fecto siempre...  ¿Que  hay  lunares  en  ciertas  ejecuciones?  Es 
cierto,  lo  confesamos,  y  lo  consideramos  una  saludable  enseñanza 
para  todos  —  el   que  firma  no  se  excluye  —  desde  que  aquí 


534  NOSOTROS 

no  solemos  perdonar  a  los  nuestros  la  más  pequeña  falla,  cuando 
está  visto  que  organismos  admirables  no  están  exentos  de  ella. 

El  Mtro.  Félix  Weingartner,  ha  tenido,  por  fin,  ocasión  de 
lucirse;  justo  es  reconocer  que  su  fama  de  eminente  intérprete 
beethoveniano  es  merecida;  sus  versiones  de  las  sinfonías  quinta 
y  sexta,  fueron  notables.  Está  visto  que  las  obras  rítmicas  sob 
las  que  más  de  acuerdo  están  con  el  gran  Capellmeister,  cuyo 
temperamento,  poco  propenso  a  la  ternura,  a  la  emotividad,  a  la 
delicadeza,  se  explayó  con  toda  libertad  en  la  quinta  de  Beetho- 
ven ;  en  cambio,  en  el  Idilio  de  Sigfrido  erró  el  espíritu  de  ínti- 
ma ternura  de  que  está  impregnada  esta  página.  Hemos  criticado 
la  actuación  Weingartner  hasta  hoy,  nos  complacemos  en  elo- 
giarla ahora,  con  las  reservas  del  caso.  Gran  director,  sí ;  el  más 
grande  de  los  directores,  no .  . . 

Pocas  novedades  nos  ha  ofrecido  hasta  hoy  la  Orquesta  Pi- 
larnwnica  de  Viena;  señalemos  tres  páginas  admirables:  dos 
fragmentos  del  Misterio  de  Sa?i  Sebastián,  La  cour  des  lys  y  La 
chambre-wagique  de  Debussy,  maravillas  de  sonoridades  nue- 
vas, extremadamente  delicadas,  de  efectos  raros,  algo  de  muy 
refinado  y  muy  moderno ;  la  segunda,  sobre  todo,  es  una  verda- 
dera joya,  es  una  página  mágica  en  la  más  pura  acepción  del 
vocablo,  ,iQue  no  hay  emoción?  Nada  importa  cuando  se  llega 
a  semejante  maestría;  Debussy  ha  dado  ima  nota  nueva,  en  1h 
orquesta,  creado  el  ambiente  sonoro,  con  miles  de  matices ;  ya 
llegará  el  gran  genio  sintético  que,  libre  de  las  preocupaciones 
del  creador,  del  inventor,  unirá  ese  ambiente,  a  la  emoción,  a  la 
línea  melódica  amplia  y  generosa,  y  tendremos  entonces  una 
nueva  manifestación  musical  completa,  más  rica  y  más  variada 
que  las  del  pasado,  y  Claudio  Debussy  será  el  que  más  ha  con- 
tribuido a  ese  progreso . . .  Más  vale  decir  algo  nuevo,  dar  un 
empuje  a  la  evolución  del  arte  que  encastillarse  en  la  tradición. 
La  tercera  obra  importante  fué :  los  Fuegos  de  artificio  del 
gran  Igor  Stravinsky.  Impresionismo  puro,  pero  qué  maravi- 
llosa instrumentación,  qué  virtuosismo  orquestal !  El  auditorio  asis- 
te a  un  fuego  de  artificio  sonoro,  vense  los  buscapiés,  los  moline- 
tes, los  cohetes,  las  bombas  de  estruendo . .  .  Comparadas  a  las 
sutilezas  y  delicadezas  de  Chambre  Magique,  la  obra  de  Stra- 
vinsky está  en  el  polo  opuesto :  ya  no  es  el  misterio,  sino  la  vida. 


CRÓNICA  MUSICAL  5B5 

los  fuegos  multicolores,  los  que  sugiere  esa  instrumentación  des- 
lumbradora, escrita  a  los  25  años,  cuando  a  esa  edad  tantos  mú- 
sicos célebres  se  lo  pasan  copiando  a  sus  mayores . . . 

La  obertura  de  la  ópera  cómica  Madame  Kobold,  de  Wein- 
gartner,"es  una  página  lamentable,  capaz  de  hacerle  odiar  a  uno 
la  música  por  largo  tiempo;  apenas  superior  es  la  sinfonía  op  13 
del  mismo  autor,  que  nos  convence  de  las  escasísimas  condicio- 
nes de  creador  poseídas  por  el  célebre  capellmeister .  . . 

Las  Escenas  Argentinas  de  Carlos  López  Buchardo,  que  la 
Filarmónica  de  Viena  nos  hizo  oir,  son  dos  páginas  —  La  Cam- 
pera y  Día  de  Fiesta-Ul  Arroyo  —  dignas  de  codearse  con  obras 
célebres  europeas ;  ejecutadas  entre  VArlessienve  y  La  Cour  des 
Lys,  de  Debussy,  se  sostuvo  valientemente.  López  Buchardo, 
y  no  se  ofenda  con  lo  que  le  decimos,  para  nosotros  el  mayor  de 
los  elogios,  posee  un  alma  de  payador ;  siente  y  traduce  al  más 
puro  estilo  popular  pampeano,  las  emociones  y  las  sensaciones 
que  embargan  su  alma;  claro  está,  con  una  inspiración  realzada 
por  las  galas  de  la  técnica  moderna.  En  La  Campera,  canta  con 
toda  la  delicadeza  y  la  suave  melancolía  de  un  aeda  del  llano; 
en  Día  de  Fiesta,  nos  sugiere  el  bullicio  de  un  baile,  predomi- 
nando el  Gato,  cuyos  ritmos  tan  característicos,  ha  sabido  apro- 
vechar; en  Bl  Arroyo,  a  las  poéticas  orillas  de  un  río,  canta  la 
calandria  en  los  sauces,  paséase  una  pareja,  que  abandona  el 
bullicio  para  entregarse  a  una  dulce  intimidad  amorosa.  . .  Emo- 
ción, color,  alegría,  emanan  de  esa  partitura,  tan  nuestras,  tan 
sentidas,  tan  delicadas,  que  vale  mucho  más  que  ciertas  obras 
híbridas  y  sin  carácter  tan  comunes  en  la  música  argentina.  En 
otro  número  de  esta  serie,  que  hemos  oído  en  su  reducción  pia- 
nística, López  Buchardo  aprovecha  también  los  ritmos  del  Gato, 
pero  de  diferente  manera  y  con  rasgos  suaves  y  personales, 
¿Cuándo  oiremos  esa  página,  que  esperamos  con  impaciencia, 
convencidos  del  deleite  que  nos  proporcionará? 

Los  pianistas 

LA  temporada  pianística  ha  sido  este  año  particularmente  in- 
tensa.   Joaquín   Nin,  Alejandro  Brailowsl<y,  Leopoldo  Go- 
dowsky.  Rosita  Renard,  entre  los  desconocidos;  Eduardo  Risler, 


536  NOSOTROS 

Arturo  Rubinstein,  José  Vianna  da  Motta,  etc.,  forman  un  nú- 
cleo ca])az  de  satisfacer  todos  los  gustos  del  más  exigente  de 
los  públicos. 

Joaquín  Nin  es  un  artista  de  excepción ;  artista  en  el  más 
amplio  sentido  del  vocablo :  escritor  y  musicólogo  profundo,  au- 
tor de  dos  libros  robustos  y  orientadores :  Por  el  arte  e  Ideas 
y  Comentarios  y  de  una  admirable  profesión  de  fé  artística  y 
estética  publicada  en  La  Ra::ón,  que  debería  ser  el  catecismo  de 
todos  los  concertistas;  pianista  eximio,  que  no  se  concreta  a 
ejecutar  obras,  pues  las  estudia  con  elevado  criterio,  se  compe- 
netra de  la  época  en  que  han  sido  escritas,  de  las  intenciones 
del  autor,  se  dedica  a  la  investigación  en  archivos  y  bibliotecas, 
lo  que  le  permite  descubrir  obras  nuevas  como  esas  sonatas  del 
Padre  vSoler  (1729-1783)  y  de  Mateo  Albeniz  (1770?  -  1831), 
que  nos  dio  a  conocer  en  el  Cervantes,  admirador  de  los  cla- 
vecinistas,  a  cuyas  obras  ha  dedicado  parte  de  su  bella  carrera; 
sosteniendo  con  razón  y  con  argumentos  irrefutables,  que  ellas 
deben  ejecutarse  en  el  piano  y  no  en  el  clave  moderno;  su  vida 
es  la  de  un  apóstol  y  de  un  esteta;  esteta  lo  es  hasta  cuando 
toca  el  piano,  pues  jamás  hemos  visto  mayor  sencillez  de  acti- 
tud —  Joaquín  Nin  cree,  y  bien  cree,  que  la  expresión,  la  emo- 
ción de  las  obras,  no  están  en  los  aspavientos,  en  los  gestos  des- 
orbitados, sino  en  lo  que  ejecutan  las  manos  guiadas  por  el  ser 
interior  del  intérprete. 

Con  qué  llaneza  interpretó  el  Concierto  Bach,  tan  difícil, 
con  qué  maravillosa  delicadeza  y  noble  estilo,  nos  ofreció  Sor 
Mónica  de  Couperin,  dos  sonatas  de  Scarlatti  y  las  sonatas  en 
re  y  ja  sostenido  del  Padre  Soler  y  en  re  de  Mateo  Albeniz, 
en  las  que  tuvimos  el  placer  de  encontrar  influencias  del  cancio- 
nero hispánico,  prueba  evidente  que  el  célebre  Padre  Eximeno, 
cuando  escribió  "que  sobre  la  música  popular,  debe  cada  pueblo 
comentar  su  arte  sonoro",  tradujo  ya  una  aspiración  de  los  ar- 
tistas de  su  patria. .  .  En  "La  Cathedrale  Angloutie"  y  "Chil- 
dren's  Córner"  de  Debussy,  Joaquín  Nin  acreditó  que  el  impre- 
sionismo cuenta  en  él,  con  un  intérprete  inteligente  y  personal. 

Circunstancias  desgraciadas ;  una  co-actuación  con  un  detes- 
table cuarteto  vocal  y  con  un  cuarteto  de  cuerdas  mucho  más 
discreto,   pero   no   suficientemente   meritorio   para   justificar    su 


CRÓNICA  MUSICAL  537 

venida  al  país,  existiendo  aquí  conjuntos  mejores,  no  permitie- 
ran que  el  gran  concertista  cubano  tuviera  el  éxito  que  se  me- 
rece; éxito  que  impuso  de  inmediato  entre  los  artistas  y  buenos 
aficionados,  en  realidad  los  únicos  que  pueden  valorar  los  mé- 
ritos de  Nin. 

De  Alejandro  Brailowsky,  notable  en  Chopin  y  Schu- 
mann,  poco  diremos,  desde  que  ya  se  le  ha  juzgado  en  estas 
columnas.  Se  trata  de  un  admirable  artista,  dotado  de  fina  sen- 
sibilidad y  de  una  técnica  clara;  de  un  pianista  que  se  ha  im- 
puesto en  todas  partes,  especialmente  en  el  mundo  femenino,  sin 
que  para  ello  haya  necesitado  recurrir  a  argumentos  ajenos  a 
su  arte. 

Leopoldo  Godowsky,  que  llegó  precedido  de  larga  fama,  ha 
tenido,  sobre  todo,  un  éxito  de  sionismo:  le  ha  beneficiado  la 
prédica  del  gran  rabino  de  Jerusalem. . .  Técnico  formidable, 
y,  rasgo  sumamente  simpático,  exento  de  todo  efectismo,  pues 
hace  las  más  asombrosas  proezas,  sin  que  el  público  se  de  cuenta 
de  ellas ;  intérprete  menos  interesante,  pero  serio ;  arreglador  la- 
mentable, pues,  en  realidad,  desarregla  en  beneficio  propio,  las 
obras  de  los  demás;  Godowsky  posee  medios  notables  para  im- 
ponerse y  lo  consigue,  sobre  todo  en  Estados  Unidos,  donde  se 
aprecian  las  proezas  virtuosísticas  y  donde  se  dá  escasa  impor- 
tancia a  la  musicalidad. 

Arturo  Rubinstein,  brillante  y  efectista,  como  siempre,  ad- 
mirablemente dotado,  si  se  quiere,  pero  harto  propenso  a  las 
grandes  sonoridades,  al  aceleramiento  de  los  movimientos  y  al 
"arreglo"  de  las  obras,  cuando  ellas  le  incomodan,  como  acon- 
tece con  Iberia  de  Albeniz .  .  .  Gran  colorista,  sus  medios  le  per- 
miten descollar  en  los  modernos,  los  españoles  sobre  todo;  en  los 
románticos,  Chopin  y  Schumann,  no  nos  convence,  a  pesar  del 
aire  inspirado  que  toma  cuando  llega  un  pasaje  sentimental,  re- 
curso cursi  que  no  debería  emplear  un  pianista  tan  seguro  de  su 
público.  Entre  las  obras  que  nos  dio  a  conocer,  señalemos  O 
prole  do  Bebé,  del  gran  compositor  brasileño  Héctor  Villa  Lo- 
bos; se  trata  de  una  serie  de  piezas  muy  modernas,  muy  debus- 
systas,  en  los  cuales  el  autor  evoca  la  vida  de  diversas  muñecas : 
negra,  mulata,  indígena,  caracterizados  con  motivos  y  ritmos 
populares,  de  gran  efecto  pianístico.  Villa  Lobos,  es  ya  una  glo- 


638  NOSOTROS 

ría  de  la  música  ibero-americana,  cuya  obra  debería  difundirse 
entre  nosotros. 

Vianna  da  Motta,  eximio  intérprete  de  Bach,  cuyo  espíritu 
severo  está  en  intima  concordancia  con  su  temperamento ;  in- 
térprete algo  frío  y  académico  de  Beethoven  y  de  los  románticos, 
a  los  que  les  quita  empuje  y  emoción,  no  ha  conseguido  mayor 
éxito  entre  nosotros.  Es  indudable  que  se  trata  de  un  artista 
sobrio,  digno  del  mayor  aprecio  intelectual,  pero  que  no.  logra 
arrastrar  al  público,  y  conste  que  no  nos  referimos  a  las  damas, 
sino  al  auditor  culto,  pero  no  intelectualizado. 

Eduardo  Risler,  ha  tenido  su  éxito  esperado  en  el  ciclo  Bee- 
thoven. Las  32  sonatas,  interpretadas  con  el  estilo,  la  probidad, 
la  inteligencia  musical,  que  son  habituales  en  este  gran  artista, 
el  más  querido  y  admirado  por  nuestro  público,  han  constituido 
un  gran  acontecimiento  artístico,  coronado  por  el  más  brillante 
de  los  éxitos.  Ocioso  nos  parece  extendernos  sobre  Risler,  del 
que  nos  hemos  ocupado  con  el  entusiasmo  que  se  merece. 

Emeric  Stefaniai,  dio  la  nota  cómica,  grotesca,  con  sus  con- 
ciertos con  proyeciones  luminosas!  Para  él,  la  Marcha  Fúnebre 
de  Chopin  es  color  violeta,  hallazgo  genial  que  nos  dejó  asom- 
brados . . . 

Gastóín   o.  Tat.a-ón. 


bibliografía 


LETRAS  HISPANO  -  AMERICANAS 

El  conquistador  español  del  siglo   XVI.  Ensayo  de  interpretación,  por 
R.  Blanco-Pomhona.  —  Editorial  Mundo  Latino,  Madrid. 

LA  variada  obra  de  este  autor  cuyas  múltiples  orientaciones  son  cono- 
cidas :  historia,  crítica,  novela  y  poesía,  acaba  de  ser  aumentada  con 
Bl  conquistador  español  del  siglo  XVI,  libro  elegantemente  impreso,  com- 
puesto,   según    su    autor,    en    defensa    de    los    conquistadores    de    América. 

Divídese  en  dos  partes  que  estudian,  en  unas  trescientas  páginas, 
los  Caracteres  de  España,  la  primera,  y  Los  conquistadoras  la  segunda. 
Fué  esta  última  parte,  primitivamente,  y  algo  más  reducida,  prólogo 
puesto  a  uno  de  los  volúmenes  de  documentos  extraídos  del  Archivo  de 
Indias  por  Roberto  Levillier.  Después,  corregido  y  aumentado,  tuvo 
destino  de  folleto;  y  éste  dio  a  Blanco  Fombona  la  idea  de  hacer  más 
completa  la  presentación  de  la  interesante  figura  de  los  conquistadores, 
añadiendo,  entonces,  la  que  hoy  es  primera  parte,  o  sea  el  estudio  del 
medio  en  que  éstos  se  formaron,  para  ir  así  de  su  envoltura  espiritual 
a  su  acción ;  con  lo  que  quedó  construido  el  libro,  tal  como  ahora  po- 
demos  leerlo.    Así   lo   cuenta   su   autor. 

"El  carácter  de  un  pueblo,  en  lo  que  tiene  de  esencial,  se  refleja 
en  los  grupos  sociales  que  lo  integran:  clero,  ejército,  literatos,  etc.,  y  se 
refleia  por  consiguiente  en  la  acción  de  estos  grupos :  modo  de  ser 
religioso,   manera  de   conducirse  en   la   guerra,   literatura,   etc." 

Así  dice  Blanco  Fombona  al  abrir  el  capítulo  primero  de  "Carac- 
teres de  España",  parte  que,  siguiendo  tal  postulado,  se  aplica  a  pre- 
sentarnos en  otros  tantos  capítulos,  "Los  Snntos  españoles".  "La  arro- 
gancia española",  "El  espíritu  filosófico".  "El  factor  religioso",  "Du- 
reza de  la  rar/i",  "Incanacidad  administrativa",  para  concretar  en  "Pala- 
bras finales"  las  consecuencias  a  que  llega,  después  de  tal  exposición. 

Un  plan  muy  seme'ante  preside  la  secrunda  parte,  cuyos  doce  ca- 
pítulos van  desde  "El  Renacimiento  Español"  hasta  "El  ocaso  de  los 
Conquistadores",  después  de  h;iber  estudiado  la  "clase  social  a  que  éstos 
pertenecen,  su  ignorancia,  religiosidad,  fiebre  de  oro,  heroísmo,  dina- 
mismo, crueldad  y  desarrollo  de  la  personalidad". 

II. — Hay  dos  maneras  clásicas  de  defender  a  un  acusado :  probando  la 
falsedad  de  la  inculpación  o  .iusHfic^ndola.  Claro  está  que  la  primera 
adolece  del  serio  innconveniente  de  no  bastar  sino  a  la  defensa  de  los 
inocentes  o  a  la  confesión  indirecta  de  los  tímidos:  recordemos  el  pri- 
mitivo e  infantil  "mamá,  yo  no  fui,  pero  no  volveré  más",  con  que  se 
anticipa  el  niño  al  entrecejo  inquisitivo  de  la  madre.  En  cambio  l;.i 
segunda  ábrese  generosa  a  cuantos  se  precien  de  su  dialéctica  y  lo  mismo 


540  NOSOTROS 

sirve  para  que  sea  condenado  un  inocente  que  absuelto  el  más  abyectO' 
criminal. 

Cuando  se  trata  de  causas  que  no  se  ventilan  ante  otro  tribunal  que 
ese  grave  y  austero  de  la  historia,  al  cual  nunca  se  apela  sino  en  ca- 
rácter puramente  lírico,  es  más  elegante  emplear  la  última  manera. 
Así  cada  interpretación  será  un  fallo,  entrando  hasta  los  más  contra- 
dictorios, y  la  vindicta  personal  de  cada  juez  quedará  cumplida  sin  que 
Clio,  por  eso,  haya  cambiado  de  color. 

Los  conquistadores  españoles  de  América  han  merecido,  además  de 
la  de  Conquistadores,  toda  suerte  de  calificaciones,  originando  cada  una 
de  éstas  una  nutrida  bibliografía. 

¿Eran  santos,  ladrones  o  bandidos;  eran  nobles  guerreros  o  burdos 
ganapanes?..  Nosotros,  con  ese  instinto  de  sencillez  que  el  hombre  con- 
serva largo  tiempo,  si  ha  logrado  guardarse  un  poco  de  la  erudición, 
diremos  que  eran  hombres.  Y  nada  más.  Como  hombres,  y  hombres  de 
gTierra,  para  nosotros  no  necesitan  ser  defendidos.  Si  hubieran  preten- 
dido ser  otra  cosa  que  lo  que  fueron,  cabría  la  defensa ;  mas  ninguno  de 
ellos  tuvo  otra  ambición  que  la  de  ser  lo  que  fué.  Cada  uno  cumplió 
con  su  destino. 

Sin  embargo,  cl  señor  Blanco  Fombona  afirma  que  ha  escrito  su  libro 
para  defenderlos ;   menester  es  que  hayan  necesitado  de  defensa. 

IIl. — ¿Cómo  los  defiende  el  señor  Blanco  Fombona?  No  necesitamos 
hacer  la  apología  pero  ni  siquiera  la  presentación  de  este  escritor,  suficiente- 
niente  conocido  en  Hispano-América.  Quienes  le  admiran  estarán  seguros 
de  que  su  defensa  es  magistral ;  quienes  le  detractan  han  de  enrostrarle 
innúmeros  defectos.    Como  siempre,   faltará  el  sentido  de   la  medida. 

Nosotros,  aunque  ya  hemos  adelantado  nuestra  opinión  en  cuanto 
a  la  necesidad  de  la  defensa,  debemos  decir  aquí,  siempre  guardando  nuestra 
sencillez,  que  "Los  Conquistadores  del  siglo  XVI"  es  un  libro  no  exento 
de  interés,  escrito  en  prosa  ágil  y  elegante,  el  cual  muestra  de  nuevo 
el  amor  del  señor  Fombona  por  los  estudios  históricos.  Para  demostrar 
que  amor  no  quita  conocimiento,  Blanco  Fombona  abre  su  libro  con  mía 
autocrítica  razonable:  ella  es,  sin  duda,  la  mejor  crítica  entre  las  que  se  le 
harán  al  libro.  Lo  cual  nos  eximiría  de  hacer  la  nuestra,  si  éste  fuera 
el   lugar  para   ello,  ya  que  tal   opinión  nos   merece  la   suya. 

Únicamente  nos  permitiremos  algunos  comentarios,  a  tiempo  de  ter- 
minar. 

Afirma  el  señor  Blanco  Fombona  en  distintos  lugares  de  su  libro 
que  el  español  tiene  innata  tendencia  a  la  guerra,  que  es  un  pueblo  gue- 
rrero, batallador,  etc.  Veamos :  España  lucha  contra  los  cartagineses, 
contra  los  romanos,  contra  los  bárbaros,  contra  los  árabes,  contra  Na- 
poleón. Quince  siglos  de  guerra  por  defender  la  casa:  a  la  fuerza  ahor- 
can, dice  el  popular  refranero.  Veamos  afuera :  Italia,,  Francia,  Alema- 
nia, Bélgica.  España  defiende  lo  que  heredaron  sus  soberanos,  mientras 
puede;  convengamos  que  con  intransigencia,  pero  admitamos  en  su  des- 
cargo que  pocos  se  resignan  a  perder  lo  habido.  En  América :  ¿  Puede 
llamarse  guerra  a  la  conquista?  Si  se  contesta  afirmativamente,  admi- 
timos que  ella  es  tal  vez  la  única  guerra  de  España  con  caracteres 
netos  de  guerra  invasora  y  ambiciosa,  no  con  aspecto  de  defensa. 
La  guerra  de  Bélgica,  últimamente,  no  acredita  la  tendencia  guerrera 
de  los  belgas.  Todos  sabemos  defendernos  bien.  Quedamos,  pues,  en 
que  el  espíritu  guerrero  de  España  es  espíritu  de  independencia.  Y  nada 
más.  Vea,  ahora,  el  señor  Blanco  Fombona  con  que  ganas  se  bate 
en  el  Rif  —  mal  dirigida,  es  verdad,  —  cuando  se  le  alcanza  que  la 
rapaz    mano    extranjera    ensaya    una    nueva    piratería;    y    vea    como    se 


bibliografía  541 

batía  a  desgano  en  1909  cuando  la  bandera  de  guerra  era  el  ensanche 
de    las    fronteras    patrias. 

De  acuerdo  en  que  los  españoles  son  intransigentes  e  intolerantes ; 
pero  no  se  nos  alcanzan  las  deducciones  que  de  ello  saca  el  señor 
Blanco  Fombona ;  a  saber :  la  mediocridad  de  los  actores  españoles 
y  el  que  no  existan  sinagogas  y  capillas  protestantes  en  España.  La 
mediocridad  de  les  actores  españoles  es  un  hecho ;  sus  causas  no  opi- 
namos que  obedezcan  a  la  intransigencia.  Pero  dejemos  esto.^  No  exis- 
ten sinagogas  porque,  afortunadamente,  en  España  no  existen  judíos ; 
pero  capillas  protestantes  sí,  señor  Fombona ;  nosotros  hemos  visitado 
en  una  sola  provincia  de  España  cinco  capillas ;  bien  es  cierto  que  en 
dicha  provincia  es  numerosa  la  colonia  británica;  mas,  ¿dónde  no  hay 
protestantes  ni  judíos  para  qué  diablos  son  necesarias  las  sinagogas  y 
capillas  protestantes?   A   menos   que  no   sea   para   probar   la   tolerancia... 

Fs  lo  mismo  que  probar  la  "crueleza"  (sic)  y  la  insensibilidad  espa- 
ñolas con  el  hecho  de  que  los  castellanos  comen  el  jamón  crudo  y  la  carne 
adobada.  Nosotros  queremos  recordar  que  tf^dos  los  países  del  norte 
adoran  el  pescado  crudo  y  del  jamón  no  digamos  nada:  hasta  aquí, 
señor  Fombona,  comemos  buenos  emparedados  de  jamón  ahumado  y  cru- 
tli^o  "en  vida".  Y  todos  somos  hombres  llenos  de  piedad  y  conmise- 
ración. 

El  afán  de  acumular  pruebas  trae  esos  tropiezos  y  este  otro :  ase- 
gurar, en  apoyo  del  sentimiento  individualista  que  caracteriza  al  espa- 
ñol, que  "los  trapistas,  fenómenos  de  antisociabilidad  que  han  desapare- 
cido de  casi  todo  el  mundo,  ai'm  perduran  y  florecen  en  algunos  rincones 
de  España".  Efectivarrente,  el  núcleo  más  numeroso  y  poderoso  de  la 
Trapa   se  halla  en   Bélfrica. 

Fl  señor  Blanco  Fombona,  todos  lo  sabemos,  es  un  admirador  in- 
condicional de  Bolívar.  Si  no  lo  supiéramos,  el  siguiente  párrafo 
aclararía  nuestro  juicio :  "Es+e  gran  sueño  de  Bolívar  (el  im.perio  republi- 
cano de  los  Andes)  que  fué  el  más  alto  honor  de  su  vida,  saho  el  de 
haber  real'';:ado  la  emancipación  del  Contincnfe. . ."  Cada  hombre  tiene 
sus  devociones  y  si  es  tolerante  v  justo  no  niega  los  Dioses  del  vecino. 
El  señor  Fombona  llama  el  continente  a  Venezuela,  Colombia,  Ecuador 
y  Boüvia,  para  olvidarse  de  San  Martín.  Si  dudáramos  que  el  espíritu 
de  España  vive  en  América  y  fuésemos  buscando  ejemplos,  inspir'^n- 
donos  en  "Los  Conquistadores  del  siglo  XVI",  afirmaríamos  rotunda- 
mente que  la  intransigencia  e  intolerancia  del  señor  Fombona  es  la 
pí-noba  más  palmaria  He  la  supervivencia  entre  nosotros  de  aquel  senti- 
miento que  llevó  a  Felipe  II  a  dar  un  hijo  a  la  Inquisición,  —  según  la 
leyenda. 

Y  pnsam.os  por  alto  el  adjetivo  con  que  obsequ'a  a  Rivadavia  por 
su  op^si'-ión  a  los  p'anes  del  "Libertador".  Los  microbios  eran,  el  mismo 
señor  Fombona  lo  dice,  el  espíritu  de  la  raza,  pero  no  sin  saberlo  como 
lo  afir*^a  dicho  señor,  sino  con  la  perfec+a  conciencia  de  sus  actiis : 
tenían  derpasi''do  cerca  el  ejemplo  de  Napoleón  para  no  temer  al  "hom- 
bre  de   genio". 

Aquella  época  no  era  propicia  para  la  realización  del  sueño  de 
Bolívar,  porque  sólo  él  lo  quería  y  esa  voluntad  era  un  peligro  cernido  so- 
bre 'a  libertad  de  las  jóvenes  repúblicas.  Hoy  comienza  a  cundir  la  idea: 
av«r  un  ministro  mejicano  y  un  ex-minis^rov  boliviano  decían  altas  cosas  des- 
de nUas  tribunas  por  !a  unión  de  la  América  Hispana,  que  terminará  con  la 
unión  a  la  Ibérica.  Les  gérmenes  flotan  ya  en  los  vientos  que  barren 
Sud    América;   pronto_caerán  en  el   surco  de  'a   fecunda  tierra  de   Co^ón. 

Tal    vez   nuestros   hijos    puedan   ser   ciudadanos   de    Hispano- América. 

E.    SuAREz    Calimano. 


542  NOSOTROS 

la    leyenda    Benaventina,    por    Xciucsio    Cauuics.    ~    Editorial    Martiií 
Fierro,   Buenos   Aires,    1922. 

>^  osoTEOS  profesamos  a  Florencio  Sánchez,  mientras  vivió,  amistad 
^^  sincera  y  alta  estima  literaria,  sentimientos  que  aún  después  de 
muerto  aquél  hemos  mantenido  sin  ostentación  ni  "tapage",  guardándonos 
como  del_  fuego  de  hiperestesiarlos,  en  lo  que  no  hemos  hecho  otra  cosa 
que  seguir  uña  invariable  norm.a  de  conducta. 

La  noción  de  la  medida  no  es  patrimonio  de  muchos,  entre  nosotros. 
pe  igual  manera  que  del  Greco  se  ha  dicho  que  un  astigmatismo  pronun- 
ciado lo  llevó  a  la  deformación  de  sus  figuras,  las  cuales  él  veía  así, 
del  noventa  por  ciento  de  quienes  escriben  sobre  terceros  en  nuestra 
América  podría  afirmarse  que  padecen  un  defecto  visual  semejante,  por  lo 
menos  en  los  ojos  del  espíritu;  y  de  ahí  que  deformen,  tal  vez  honra- 
damente si  en  ello  estriba  la  causa,  cuantas  figuras  entran  en  su  campo 
de  observación. 

Unas  veces  la  deformación  es  en  sentido  aumentativo,  otras  en  dimi- 
nutivo; jamás  logran  dar  la  impresión  exacta  de  la  persona  u  obra 
objeto  de  su  juicio;  o  la  enaltecen  tartarinescamente,  perjudicándola,  eu 
vez  de  favorecerla,  a  los  ojos  de  quien  sabe  medir  y  mide  antes  de 
ceder  a  las  opiniones  externas,  o  la  abruman  de  defectos,  con  tal 
acopio  que  a  nadie  se  le  ocurre  puedan  ser  justos. 

Traemos  a  Florencio  Sánchez  a  cuentas  y  decimos  todo  esto,  porque 
en  el  "a  guisa  de  prólogo"  que  abre  La  leyenda  Benaventina,  el  prolo- 
guista reúne  en  amigable  consorcio  a  Shaw,  Osear  Wiide,  Ibsen.  Haupt- 
mann,  Sudermann,  Wedeking,  Gorki,  Mirbeau  y  Florencio  Sánchez,  para 
decir,  a  renglón  jeguido,  guardando  la  misma  lógica  que  la  de  tan  abiga- 
rrada compañía  —  Mirbeau  y  Shaw,  Osear  Wilde  y  Gorki  — ,  que 
Florencio  Sánchez  fué  "infinitamente  más  dramaturgo  y  más  pensador 
que  Jacinto  Benavente  y  que  cualquier  autor  dramático  de  habla  cas- 
tellana". Y  por  si  aún  podía  abrigarse  una  mínima  y  fugaz  duda,  añade 
parodiando  el  aragonés  "que  valemos  tanto  como  vos  y  todos  juntos 
más  que  vos"...:  "Cuitiño,  Pico,  Sánchez  Gardel,  A.  Berutti,  Weisbach 
y  otros,  que  aisladamente  superan  al  autor  de  "La  Malquerida"  y  en 
conjunto  representan  un  valor  artístico  superior  al  del  actual  teatro 
español." 

Después  de  todo  esto  viene  el  libro.  Fórmanlo  nueve  capítulos  que 
llevan  el  título  de  otras  tantas  obras  de  Benavente:  "La  Losa  de  los 
sueños",  "Señora  Ama",  "Rosas  de  Otoño",  "Los  Malhechores  del  bien", 
"Los  Intereses  creados",  "La  Noche  del  Sábado",  "La  Comida  de  las 
Fieras",  "La  Ciudad  alegre  y  confiada"  y  "La  Inmaculada  de  los  Do- 
lores". 

i  Son  estos  capítulos  más  justos,  mejor  pensados,  de  mayor  ponde- 
ración y  espíritu  crítico  que  el   prólogo?    Rotundamente  no. 

A  Benavente  se  le  ha  combatido  mucho  últimamente.  Es  lógico,  hu- 
mano y  sobre  todo  indispensable,  que  cada  generación  revise  los  valores 
de  la  anterior,  si  quiere  saber  de  dónde  viene  y  a  dónde  debe  ir;  pero 
esa  tarea  se  hace  con  talento  o  no  se  hace.  Los  que  han  acometido 
la  de  revisar  a  Benavente  hasta  ahora,  han  demostrado  abundar  en  pre- 
paración y ,  perspicacia.  Lamentamos  no  poder  decir  lo  mismo  de  "La 
Leyenda  Benaventina". 

E.   SuAREz   Caijmano. 


bibliografía  543 

Kaleidoscopio,    por   Víctor  H.   Escala.  —  Yokohama,   1922. 

ACASO  sea  el  de  viajes,  el  género  literario  más  envejecido  de  los  que 
actualmente  se  cultivan.  Conocido  todo  el  mundo  y  sentido  ya  por 
todas  las  sensibilidades,  ¿qué  puede  ver  el  nuevo  viajero  de  los  cercanos 
o  de  los  remotos  países,  que  ya  no  vieron  sus  predecesores?  Todo 
está  visto  y  todo  está  descripto,  por  desgracia.  El  asombro  ante  las 
tierras  desconocidas,  que  era  para  los  hombres  del  pasado  la  emoción 
más  honda  que  el  andar  por  el  mundo  podía  proporcionales,  ya  no  nos 
espera  en  región  alguna.  ¿  Nos  extrañará,  entonces,  que  sean  tan  po- 
cos los  libros  de  viajes  que  actualmente  se  publican,  y  que,  por  lo  co- 
mún,   no    sea    muy   grande    su    mérito  F" 

Víctor  H.  Escala,  escritor  ecuatoriano,  ha  logrado,  a  pesar  de  las 
dificultades  que  ese  género  ofrece  en  la  actualidad,  dar  interés  a  las 
páginas  de  su  viaje  al  Japón.  Joven,  algo  sensual  y  un  tanto  humo- 
rista, Escala  no  ve  sino  lo  superficial  de  las  cosas,  pero  su  visión  es 
nítida  y  armoniosa. 

No  olvidaremos  el  nombre  de  este  escritor.  ¿Será  porque  presentimos 
la  proximidad  de  una  excelente  obra  suya? 

J.  N. 


Ansiedad    (cuentos),  por  B.  de  Salterain  Herrera.  —  Maximino  García, 
Editor  —  Montevideo,    1922. 

QUINCE  cuentos  breves  forman  este  libro  de  ciento  treinta  páginas. 
El  estilo  desaliñado  y  el  léxico  pobre  no  realzan  los  temas,  cuya 
originalidad,  fuerza  es  que  seamos  sinceros,  tampoco  alcanza  vuelos  inu- 
sitados. 

Hay  un  "leit-motif"  que  sirve  de  nexo  a  estos  cuentos,  y  el  autor, 
certeramente   sin  duda,   lo   llama  ansiedad,  —  tituló  del   libro. 

Los  primeros  cuentes  son  los  más  flojos;  de  los  últimos  alguno 
puede  salvarse.  La  tendencia  del  autor  _— -  hoy  muy  desarrollada  por 
cierto  entre  los  escritores  jóvenes,  —  a  imitar  a  Pío  Baroja,  no  en  su 
imaginación,  ni  en  la  originalidad  de  sus  ideas  y  de  ^  sus  tipos,  sino 
en  su  estilo  descoyuntado  y  seco  —  lo  menos  que  debía  ser  objeto  de 
imitación   —   lo   lleva   por   mal   camino. 

Entendemos  que  el  señor  de  Salterain  hallaría  su  vena  explotando 
el  género  epistolar.  Hay  en  Ansiedad  algunas  cartas  y  en  ellas  encon- 
tramos  motivos   para    fundar   nuestra   anterior   afirmacióm 

A  las  cartas  no  sabemos  si  alguien  las  ha  definido  cómo  una  conver- 
sación por  escrito.  El  señor  de  Salterain  sabe  conversar  sencillamente 
con  la  pluma  en  la  mano  y  saber  hacer  que  sus  personajes  escriban  guar- 
dando esa  difícil  facilidad  de  la  sencillez.    Lo  cual  no  es  poco. 

E.  S.  C. 


AI  rumor  de  la  fuente...,  por  José  A.  Balseiro.  —  Editorial  Real  Her- 
manos ;    San   Juan,   P.   R.,    1922. 

PARA  el  señor  Balseiro,  poeta  de  Puerto  Rico,  no  ha  de  ser  difícil 
tarea  la  de  escribir' versos.  Cuando  a  la  natural  devoción  que  en  la 
juventud  se  tiene  por  las  bellas  cosas  del  mundo  —  el  amor,  la  mujer, 
la  primavera  — ,  se  agrega  una  innata  facilidad  de  tejer  versos,  no  tarda 
en   producirse   la   lírica   floración.    La  del   señor   Balseiro   ha   sido   abun- 


544  NOSOTROS 

dante,  pero  no  muy  rica.    A  ratos  él  mismo  lo  advierte.    Dice  en  un  auto- 
retrato  : 

. . . !  Cómo    ser  xltchosos    si    siempre   son    pequeños 
mis    humanos    csfutizcs    ante    la    sed    tremenda 
que    tienen    mis    divinos    y    artisticos    ensueños 
que    emprenden,    día   tras   dia,    una    nueva    contienda! 

Si  el  señor  Balseiro  no  se  dejara  engañar  por  su  facilidad  para 
la  versificación,  si  tuviera  mejor  gusto  y  más  finas  emociones,  sus  poe- 
sías serían  muy  estimables. 

J.  N. 

La  fiesta  del  corazón,  por  Juan  Gusnián  Cruchaga,  —  1922. 

'T   RTSTTv  es  la  musa  del  señor  Cruchaga.  No  de  la  tristeza  que  nace  del 
*       dolor,  ni  de  la  que  lega  la  derrota,  sino  de  la  que  dejan  los  días  que 
pasan,  de  los  afectes  que  se  entibian,  de  las  ilusiones  que  se  desvanecen,  de 
la  noche  que  avanza. 

Sus  versos  no  sorprenderán,  sin  duda  alguna,  pero  el  lector  que  los  ha 
pronunciado  quedará  envuelto  en  una  nubécula  gris.  La  gris  nubecilla  que 
ha  velado  el  noble  espíritu  de  este  pequeño  poeta. 

J.   N. 


LETRAS  ITALIANAS 

Amici,  por  Giuscppc  Prcszolini.  —  Vallecchi,  edítore.  1922. 

CON  encantadora  simplicidad  y  modestia,  Giuseppe  Prezzolini,  nues- 
tro eminente  colaborador,  dice  en  las  páginas  iniciales  de  este 
libro  consagrado  a  comentar  la  obra  de  algunos  amigos  suyos :  'Mucho 
soiié  cuanüo  era  niño:  llegar  a  ser  un  gran  escritor,  acaso  un  filósofo,  tal 
vez  un  profeta  o  un  refoni.ador.  Poco  a  poco,  al  hacer  severa  crítica  de 
los  demás,  también  a  mí  mismo  me  juzgué  severamente.  No  soy  un 
escritor,  no  tengo  originalidad  de  filósofo,  y  desconfío  de  aquellos  que 
quieren  rehacer  el  mundo.  Pero  creo  tener  una  cierta  claridad  de  ideas, 
la  capacidad  de  advenir  el  carácter  de  un  hombre  o  de  un  movimiento, 
la  íu.rza  de  voluntad  para  no  dejarme  seducir  pjr  la  amistad  o  enceguc- 
por  el  odio  al  apreciar  m.éritos  y  al  descubrir  defectos.  A  cierta 
altura  de  mi  vida,  sepultados  ya  los  propósitos  y  turbaciones  román- 
ticas, me  dediqué  a  ser  "hombre  útil"  a  los  demás. 

Por  ejemplo:  esclarecer  ciertas  ideas  a  los  italianos,  indicarles  su 
inferioridad  para  n.ejorarlcs,  caracterizar  pueblos  y  movimientos  ex- 
tranjercs,  traducir  de  varíes  idiomas,  hacer  conocer  jóvenes  de  mérito, 
seña'.ar  grandezas  desconocidas :  lo  que  se  llama  obra  de  cultura,  y  tam- 
bién hacer  fosos  y  rozas,  plantar  árboles,  enramarlos,  reforzarlos,  sem- 
brar, cercar,  cortar  el  paslizal,  y  todas  las  operaciones  de  un  buen  agri- 
cultor. 

Sí,  siempre  me  propuse  ser  útil.  Acaso  no  lo  haya  logrado  siempre, 
pero  esa  fué  mi  intención  Siem.pre  me  puse  al  servicio  de  un  hombre 
cuyo  mérito  era  preciso  hacer  conocer,  de  una  idea  que  era  preciso  hacer 
triunfar,  de  una  prrpagar.da  que  hacer  extensiva.  Este  fué  el  carácter 
de  la  Voce  principalmente,  pero  también  es  un  poco  el  carácter  de  todos 
mis  escritos.  Por  esto,  jamís  he  dado  im.portancia  a  las  cosas  "mías", 
que  debían  ser  escalera,  pedestal  y  trampolín  para  los  demás,  que  valían 
más    que    yo.     Acaso    sea    un    "empresario    de    cultura"    como    se    me    ha 


bibliografía  645 

dicho.  Mi  mérito  consiste  en  no  haber  querido  ser  más,  en  tiempos 
en  que  Italia  está  llena  de  almas  de  empleados  que  escriben  poesías,  de 
escépticos  que  se  hacen  los  profetas,  de  ambiciosos  discípulos  que  se 
hacen   los   maestros,  de  sabios  arribistas   que   profesan   el    idealismo. 

Hubiera  podido  ser  un  discreto  estudioso  de  filosofía,  un  mediocre 
cuentista  o  novelista,  un  historiador  bastante  apreciable.  Prefiero  ser  un 
útil  divulgador  y  el  que  ha  reconocido,  cuando  ningún  editor  y  ningún 
director  de  diario  lo  hubiera  hecho,  el  valor  de  hombres  (  y  cito  al  azar 
tipos  opuestos)  como  Papini,  Soffici,  Slatafer,  Bastianelli,  Cecchi,  Bor- 
gese,    berra,   Ambrosini,    Panzini,    Ruta,    Pizzetti,    Amendola. 

"Sin  duda  alguna,  todos  ellos  se  hubieran  abierto  camino  por  sí 
solos,  y  a  los  que  por  cierto  no  he  descubierto,  pero  conmigo  han  dado 
otro  tono  a  Italia  del  que  se  conocía  hace  quince  años,  cuando  se  im- 
primían Leonardo  y  La  Voce.  Y  si  no  he  cuidado  de  mis  cosas,  he 
cuidado  de  las  de  estos  amigos  míos,  que  son  mi  verdadera  gloria,  y 
tan  satisfecho  estoy  de  haberlos  conocido  y  tanto  me  halagan  su  esti- 
mación y  afecto,  que  no  la  cambiaría  por  ninguna  otra,  porque  sería 
cambiar  mi  vida  misma.  Vale  más  un  buen  periodista  que  un  mediocre 
profeta,  más  una  obra  modesta  y  honrada,  en  proporción  a  las  propias 
fuerzas,  que  toda  la  falsa  genialidad  que  por  todas  partes  se  advierte  y 
que  me  repele  con  su  mal  olor  moral  y  con  su  infinito  ridículo." 

En  extenso  hemos  transcripto  estas  palabras  de  Prezzolini  porque  en 
ellas  hace  encantadora  profesión  de  fe  uno  de  los  espíritus  mas  nobles, 
más  honrados,  más  sensatos  de  la  generación  italiana  que  está  hoy 
en  la  plenitud  de  sus  fuerzas.  Y  las  hemos  transcripto  porque  pueden 
servir  de  lección  en  nuestro  país,  y  porque  desearíamos  que  algún  es- 
píritu desorientado  por  el  ambiente  de  insinceridad  y  simulación,  hallara 
su   senda   de   luz. 

En  Amici,  Prezzolini  traza  muy  justas  siluetas  de  Croce,  Einaudi, 
Jahier,  Lombardo-Radice,  Panzini,  Papini,  Salvemini,  Slatafer  y  Sof- 
fici. Siluetas,  decimos,  porque  sólo  traza  las  líneas  fundamentales  de  la 
personalidad   intelectual   de  cada  uno,   sin   forzar   el  análisis. 

La  claridad,  la  fina  comprensión,  el  honrado  juicio  que  a  nuestro  co- 
laborador caracterizan,  no  están  ausentes  de  estas  paginas  extraordi- 
nariamente simpáticas. 

J.  N. 


LIBROS  VARIOS 

Ediciones  de  obras  clásicas,  por    la    Universidad   Nacional  de   México. 

*^A  Universidad  Nacional  de  Méjico  ha  iniciado  la  publicación  de  una 
serie  de  obras  fundamentales  con  el  propósito  de  difundir  la  cultura 
clásica  junto  con  los  rasgos  esenciales  del  pensamiento  moderno : 
"Lo  escaso  y  lo  incompleto  de  las  ediciones  castellanas  de  los  libros 
más  importantes  del  mundo,  ha  sido  causa  de  que  entre  nosotros  las 
personas  cultas  tengan  que  dedicar  gran  atención  al  estudio  de  las 
lenguas  extranjeras,  principalmente  al  inglés  y  al  francés,  y  de  que  la 
gran  masa  de  la  población  desconozca  los  libros  geniales",  dice  en  una 
Ilota  preliminar  don  José  Vasconcelos,  actual  ministro  de  Educación 
pública,  y  rector  de  la .  Universidad  al  tiempo  de  resolverse  la  edición 
de  estas  obras.  Y  continúa :  "Publicar  en  español  ediciones  clásicas 
es  por  lo  mismo  una  doble  necesidad  de  patriotismo  y  de  cultura.  De 
Patriotismo,  porque  ningún  pueblo  que  se  respeta  debe  conformarse  con 
que    sea    indispensable    el    uso    de    un    idioma    extraño    para    conocer    las 


546  NOSOTROS 

cumbre  del  pensamiento;  de  cultura,  porque  no  se  concibe  una -ilus- 
tración, ni  siquiera  mediocre,  que  carezca  del  conocimiento  indicado. 
"Creemos  que  ha  llegado  para  nuestra  raza  hispano-americana  un 
período  de  renovación  vigorosa  y  autónoma,  que  no  puede  asentarse  en 
sólidas  bases  si  seguimos  de  siervos  del  pensamiento  francés  o  del  pen- 
samiento inglés  o  de  cualquiera  otra  tendencia  extraña.  Creemos  que 
las  razas  —  caracterizadas  nmy  particularmente  por  las  lenguas  —  son 
el  órgano  por  el  que  la  historia  expresa  las  distintas  fases  del  es- 
píritu humano  en  su  lucha  por  conquistar  la  verdad  y  el  bien,  y  creemos 
que  sólo  afirmando  y  depurando  el  concepto  de  la  raza  y  el  vigor  de 
la  raza,  se  logra  ese  poder  que  en  seguida  conduce  a  la  universalidad, 
meta  suprema  de  la  realización  humana.  Universalidad  es  nuestra  as- 
piración, mas  para  lograrla  es  menester  que  nos  asentemos  en  las 
fuertes  raíces  de  nuestro  tronco  étnico  y  que  en  seguida  exploremos  el 
mundo  y  lo  expresemos  conforme  al  ingenio  y  al  temperamento  nues- 
tros, porque  el  progreso  del  mundo  exige  de  nosotros  una  interpretación 
personal  y  una  expresión  característica  y  única  de  su  vida  que  nosotros 
vivimos.  Y  el  primer  paso  para  la  elaboración  de  xma  cultura  propia, 
es  traducir  todo  el  acervo  de  la  cultura  contemporánea  a  los  moldes  de 
nuestra  lengua,  y  en  seguida  difundir  libros  castellanos,  para  que  sin 
menoscabo  de  la  ilustración  general,  se  expulse  el  libro  escrito  en  idioma 
extranjero.  En  este  sentido^  las  ediciones  de  la  Universidad  Nacional  de 
México,  llegarán  a  ser  útiles  no  sólo  para  los  mexicanos,  sino  también 
para  todos  los  hijos  de  la  raza  nuestra,  desde  el  Bravo  hasta  el  Plata, 
ya  qque  muchas  de  las  obras  de  esta  serie  no  han  sido  traducidas  ja- 
más  a  nuestra   lengua   común." 

Dignas  de  un  pueblo  de  honda  cultura  son  estas  ediciones  de  la  Univer- 
sidad de  México,  bellamente  impresas  y  encuadernadas.  Cuidadosamente 
han  sido  hechas  las  traducciones,  más  atentas  a  guardar  la  exactitud  que 
a  conservar  la  belleza.  Se  han  publicado  hasta  ahora  La  Iliada,  La  Odi- 
sea, los  Diálogos  más  notables  de  Platón,  las  Tragedia^  de  Esquilo  y  de 
Eurípides,  y  la  Divina  Comedia.  Seguirán  algunos  dramas  de  Shakes- 
peare (¿porque  dice  el  Sr.  Vasconcelos  que  estos  se  editarán  por  con- 
descendencia con  la  opinión  corriente"?)  y  varios  de  Lope,  con  algo  de 
Calderón  y  el  Quijote.  Seguirán  después  algunos  volúmenes  de  poetas 
y  prosistas  hispano-americanos  y  mexicanos,  y  finalmente  el  Fausto,  y 
los  dramas  de  Ibsen  y  de  Bernard  •  Shaw,  y  también  libros  de  Galdós,  de 
Tolstoy,  de  Rolland  y  de  Tagore. 

"La  divulgación  de  estas  obras  —  dice  el  prologuista  —  viene  a 
constituir  la  segunda  parte  de  la  campaña  que  estamos  desarrollando  con- 
tra el  analfabetismo,  pues  de  esta  manera  después  de  enseñar  a  leer,  damos 
lo   que   debe    leerse,   seguros   de   ofrecer    lo   mejor    que   existe". 

¿  Podría  lograrse  que  estas  bellas  ediciones  estuvieran  en  las  princi- 
pales bibliotecas  argentinas?  La  Universidad  de  México  nos  haría  un 
gran  bien. 

L.    D. 

Cuaresmas  del  Duque  Job,  por  Manuel  Gutierres  Nájera;  La  Limeña, 
por  Ricardo  Palma  y  Las  mejores  coplas  españolas,  seleccionadas 
por  V.  García  Calderón.  (Casa  Editorial  Franco  -  Ibero  -  Americana ; 
París). 

En  tomitos  deliciosamente  presentados  nos  ofrece  Ventura  García  Cal- 
derón —  cuyo  buen  gusto  no  se  desmiente  nunca  —  una  de  las  obras  menos 
conocidas  de  Gutiérrez  Nájera,  las  mejores  tradiciones  peruanas  de  Palma 


BIBLIOGRAPIA  547 

referentes  a  la  limeña,  y  las  mejores  coplas  españolas,  agrupadas  al  aca- 
so,  sin   pretensión  erudita.  '' 

¿  Necesitamos  recomendar  estos  tomitos  ?  No,  ciertamente.  El  nom- 
bre de  Ventura  García  Calderón  ofrece  sobrada  garantía  a  los  lectores,  y 
la  belleza  de  estas  diminutas  y  encantadoras  ediciones  les  tentará  de  inme- 
diato. 

N. 

Viajes.  —  I.  De  Valparaíso  a  París,  por  Domingo  P.  Sarmiento.  Con 
una  introducción  de  Julio  Noé.  —  Edición  de  "La  Cultura  Argentina"; 
Buenos  Aires.  1922. 

A  CABA  de  aparecer  el  primer  volumen  de  los  tres  en  que  La  Cullura 
**  Argentina  publicará  los  Viajes  por  Europa,  África  y  América,  de 
Sarmiento.  El  segundo  tomo  llevará  las  páginas  que  tratan  de  España, 
Italia  y  África,  y  el  tercero  las  que  Sarmiento  escribió  sobre  los  Estados 
Unidos. 

Es  el  de  Viajes  uno  de  los  libros  menos  conocidos  de  nuestro  escritor 
y  de  los  que  más  merecen  ser  leídos.  Bástenos  recordar  que  de  sus 
páginas  sobre  España,  tan  burladas  por  Villergas,  ha  dicho  "Azorín"  que 
pueden  ser  colocadas,  por  su  agudeza  y  profundidad,  al  lado  de  las  de 
Saint- Simón. 

N. 

Los  baños  de  sol,    por  el  Dr.  Herminio  Castells.  —  Biblioteca  de  Medi- 
cina   práctica.    —    Editorial    "Cervantes",    Barcelona. 

T\  ESdE  que  Rollier  fundó  en  1903  su  Sanatorio  de  Leysin,  destinado  al 
•-^  tratamiento  de  muchas  enfermedades  por  la  aplicación  de  la  luz  solar, 
inaugurando  con  ello  la  helioterapía  sistemática,  hasta  nuestros  días  en  que 
raro  es  el  médico  que  no  ha  ensayado  con  éxito  la  terapéutica  solar,  el 
progreso  de  tal  sistema  curativo  ha  sido  en  verdad  sorprendente. 

Los  baños  de  sol  del  Dr.  Castells,  forma  un  folleto  de  80  páginas 
donde  su  autor  vulgariza,  en  forma  sucinta,  las  ventajas  que  ellos  pueden 
reportar  en  la  prevención  y  cura  de  muchas  enfermedades. 

Dedica  el  primer  capítulo  a  historiar  los  orígenes  y  desarrollo  del 
empleo  del  baño  solar  en  la  medicina,  tratando  después,  en  los  suce- 
sivos, su  influencia  en  el  organismo,  cómo  debe  regularse,  casos  en 
que   se   aplica   o    se    prohibe,    horas   de   exposición,    etc. 

Dada  la  amplitud  que  ha  adquirido  la  práctica  del  baño  de  sol,  tanto 
en  nuestras  playas  como  en  nuestras  ciudades,  este  librito  del  Dr.  Castells 
constituye  un  apreciable  aporte  para  quienes,  sin  más  guía  facultativa,  los 
ensayan,  por  hallarse  al  alcance  de  todas  las  inteligencias,  sin  perder  por 
ello   su  carácter   científico. 

E.  S.  C. 


LAS  REVISTAS 


£1  nacionalismo  japonés 

r^EL  Boletín  de  la  Universidad  de  México  tomamos  esta  conferencia 
*-'  pronunciada  Por  Rabindranath  Tagore  en  la  Universidad  japonesa  de 
Keio  Gijoku 

He  recorrido  muchas  tierras  y  conocido  gente  de  todas  las  jerarquías; 
pero  nunca  en  mis  viajes  he  sentido  la  presencia  de  lo  humano  como  entre 
vosotros.  En  otros  grandes  países  resaltan  los  indicios  del  poder  del  hom- 
bre, y  he  visto  grandes  organizaciones,  poderosas  de  eficacia  en  todos  sus 
aspectos.  Allí  son  extraordinarios  los  alardes  que  se  hacen  y  la  extra- 
vagancia que  se  muestra  en  el  vestir,  en  el  mueblaje  y  en  los  festivales. 
Parece  que  os  echan  a  un  rincón,  como  al  pobre  entrometido  en  un  íectín ; 
y.  o  despiertan  vuestra  envidia,  u  os  dejan  suspensos  de  asombro.  Allí 
no  sentís  que  lo  supremo  es  el  hombre,  sino  que  se  os  arroja  contra  un 
sinnúmero  estupendo  de  cosas  que  os-  enajenan.  Pero  en  el  Japón  el  ele- 
mento predominante  no  es  el  lucimiento  del  poder  o  de  la  riqueza.  Aquí 
vemos  en  todas  partes  emblemas  de  amor  y  de  admiración  más  bien  que  de 
amliición  y  avaricia.  Aquí  vemos  un  pueblo  cuyo  corazón  se  ha  entregado 
y  distribuido  profusamente,  en  sus  utensilios  más  comunes  de  la  vida  dia- 
ria, en  sus  instituciones  sociales,  en  su  trato  siempre  tan  cuidadosamente 
perfecto,  y  en  su  manejo  de  las  cosas,  que  aquí  no  sólo  son  adecuadas  a 
sus  fines  sino  llenas  de  gracia  en  todos  sus  aspectos. 

La  impresión  más  honda  que  tengo  de  este  país,  es  la  convicción  de 
que  habéis  comprendido  el  secreto  de  la  naturaleza,  no  por  medio  de  mé- 
todos analíticos,  sino  por  una  gran  simpatía.  Habéis  comprendido  su  idio- 
ma de  líneas,  su  música  colores,  la  simetría  de  sus  irregularidades,  la  ca- 
dencia de  su  libertad  de  movimientos ;  habéis  visto  cómo  —  sabia  pastora  — , 
conduce  sus  inmensas  muchedumbres  de  cosas,  evitando  fricciones ;  cómo  los 
mismos  conflictos  que  se  originan  de  sus  creaciones  se  desenvuelven  en 
danza  y  música ;  cómo  su  exuberancia  tiene  aspecto  de  plenitud  y  abandono 
generoso  y  no  de  mero  lucimiento  y  disipación.  Habéis,  descubierto  que  la 
naturaleza  hace  acervo  de  sus  fuerzas  en  forma  de  bellezas ;  y  esta  belleza 
es  la  que,  como  una  madre,  amamanta  en  su  seno  las  fuerzas  gigantes, 
manteniéndolas  repletas  de  vigor  y,  sin  embargo,  reposadas.  Habéis  sa- 
bido que  las  energías  de  la  naturaleza  se  salvan  del  desgaste,  por  el  ritmo 
de  una  gracia  perfecta,  y  que  con  la  ternura  de  sus  curvas  alivia  el  can- 
sancio de  los  músculos  del  mundo.  Siento  que  vosotros  habéis  podido  asi- 
níilar  estos  secretos  en'~  vuestra  vida,  y  la  verdad  que  descansa  en  la  her- 
mosura de  las  cosas  bellas  ha  pasado  a  vuestras  almas.  El  mero  conoci- 
mento  de  las  cosas  es  algo  que  puede  adquirirse  en  corto  tiempo;  pero 
el  espíritu  de  las  cosas  sólo  puede  comprenderse  y  poseerse  con  siglos  de 
educación  y  disciplina.  Dominar  a  la  naturaleza  exteriormente  es  mucho 
más  sencillo  que  poseerla  en  el  deleite  del  amor,  lo  cual  es  obra  del  verda- 


LAS  REVISTAS  549 

dero  genio.  Vuestra  raza  ha  demostrado  tener  ese  genio,  y  lo  ha  demos- 
trado no  por  medio  de  adquisiciones,  sino  de  creaciones,  no  haciendo  gala 
de  los  aspectos  exteriores,  sino  poniendo  de  manifiesto  su  reino  interior. 
Esta  fuerza  creadora  la  tienen  todas  las  naciones,  y  en  todas  partes  es 
activa  y  se  apodera  de  la  naturaleza  de  los  hombres  y  los  forja  de  acuerdo 
con  sus  ideales.  Pero  es  aquí,  en  el  Japón,  donde  ha  tenido  su  mejor 
triunfo,  penetrando  profundamente  en  el  ánimo  de  todos  y  templando  sus 
músculos  y  sus  nervios.  Vuestros  instintos  se  han  vuelto  certeros ;  vuestros 
sentidos  agudos ;  vuestras  manos  han  adquirido  habilidad  natural.  El  genio 
de  Europa»  ha  dado  a  sus  pueblos  la  virtud  de  organización  que  se  ha  mani- 
festado principalmente  en  la  política,  en  el  comercio  y  en  la  coordinación 
de  los  conocimientos  científicos.  El  genio  del  Japón  os  ha  dado  la  visión 
de  la  hermosura  de  la  naturaleza,  habilitándoos  para  comprenderla  en  vues- 
tra vida. 

Cada  civilización  particular  es  la  interpretación  de  una  particular  expe- 
ciencia  humana.  Europa  parece  haber  sentido  hondamente  el  conflicto  de 
las  cosas  en  el  universo,  a  las  cuales  es  posible  gobernar  sólo  conquistán- 
dolas. Por  ello,  Europa  siempre  se  mantiene  lista  para  pelear,  y  la  mejor 
parte  de  su  atención  se  dedica  a  organizar  fuerzas.  Pero  el  <J apon  ha 
sentido  en  su  munro  el  roce  de  una  presencia  divina  que  ha  evocado  ai  su 
alma  un  sentimiento  de  reverente  adoración.  El  Japón  no  se  vanagloria  de 
su  dominio  de  la  naturaleza,  sino  que  a  los  pies  de  ella  ofrece,  con  cui- 
dado y  júbilo  infinitos,  sus  dádivas  de  amor.  Sus  relaciones  con  el  mundo 
son  las  más  hondas  relaciones  del  corazón.  El  Japón  ha  establecido  este 
espiritual  lazo  de  amor  entre  su  pueblo  y  las  colinas  de  su  tierra,  su  mar. 
sus  ríos  y  sus  bosques  en  todos  sus  estados  de  floración  y  variada  fisono- 
mía de  ramajes.  El  Japón  ha  captado  en  su  seno  el  susurro,  el  murmullo 
y  el  suspiro  de  sus  montes,  y  el  misterio  doliente  de  sus  olas ;  ha  estudiado 
el  sol  y  la  luna  en  sus  luces  y  sombras,  y  con  alegría,  cierra  sus  bazares 
y  talleres  y  sale  a  saludar  a  las  estaciones  en  huertos,  jardines  y  maizales. 
Este  abrirse  del  corazón  humano  al  alma  del  mundo,  no  es  experiencia 
exclusiva  de  vuestras  clases  privilegiadas,  no  es  producto  forzado  de  cul- 
tura exótica,  sino  que  pertenece  a  vuestros  hombres  y  mujeres  de  toda  con- 
dición. En  vuestra  civilización  se  ha  encamado  esta  experiencia  de  vues- 
tras almas :  hallar  personalidad  en  el  corazón  del  mundo.  Vuestra  civili- 
zación es  la  de  las  relaciones  humanas.  Vuestra  obligación  para  con  el 
Estado  ha  asumido  naturalmente  el  carácter  de  deber  filial ;  vuestra  na- 
ción es  una  gran  familia  de  la  cual  es  patriarca  el  Emperador.  Vuestra 
unidad  no  es  resultado  de  compañerismo  en  armas  para  fines  defensivos 
xt  ofensivos,  ni  de  asociamiento  en  aventuras  de  pillaje  para  dividiros  el 
peligro  y  el  botín.  No  es  tampoco  consecuencia  de  la  necesidad  de  orga- 
nizaros  para  fines  ulteriores  cualesquiera,  sino  que  es  una  extensión  de  la 
familia  y  de  las  obligaciones  del  corazón  en  un  vasto  campo  de  espacio  y 
de  tiempo.  El  ideal  de  "maitri"  sirve  de  base  a  vuestra  cultura :  "maitri" 
con  los  hombres  y  "maitri"  con  la  Naturaleza.  Y  la  verdadera  expresión 
de  este  amor  está  en  el  lenguaje  de  lo  bello,  que  con  tal  abundancia  existe 
en  vuestro  pueblo.  Por  eso  un  extranjero  como  yo,  lejos  de  sentir  envidia 
o  humillación  ante  semejantes  tributos  de  la  belleza,  o  frente  a  tales  crea- 
ciones de  amor,  se  siente  dispuesto  a  ser  partícipe  de  la  alegría  y  de  la 
gloria  de  estas  revelaciones  del  corazón  humano. 

Todo  lo  cual  me  ha  hecho  más  receloso  aún  respecto  del  cambio  que 
amenaza  a  la  civilización  japonesa,  como  si  se  tratase  de  una  amenaza 
dirigida  a  mí  -mismo.  Pues  la  inmensa  heterogeneidad  de  la  edad  moderna 
cuyo  lazo  común  único  es  el  del  atilitarismo,  en  parte  alguna  se  halla  ex- 
puesto tan  lastimosamente  contra  la  dignidad  y  la  escondida  fuerza  de  la 
belleza  pudorosa,  como  en  el  Japón. 


550  NOSOTROS 

Pero  el  peligro  _  estriba  en  esto :  en  que  la  fealdad  organizada  ha 
asaltado  tn  masa  al  intelecto  y  lo  ha  vencido  por  su  agresiva  persistencia 
y  por  la  fuerza  de  su  burla  contra  los  más  hondos  sentimientos  humanáis. 
Su  dura  intromisión  nos  la  hace  fuertemente  visible,  dominando  a  nuestros 
sentidos,  y  entonces  le  llevamos  sacrificios  a  su  altar  como  hacen  los  sal- 
vajes con  el  fetiche,  que  parece  poderoso  de  tan  odioso  que  es.  Por  eso 
da  qué  temer  su  rivalidad  con  las  cosas  que  son  modestas  y  profundas  y 
que  tienen  sutil  delicadeza  de  vida. 

Estoy  seguro  de  que  en  vuestro  país  hay  hombres  que  .no  tienen 
simpatía  por  vuestros  ideales  heredados ;  hombres  cuya  ambición*  es  ganar 
en  vez  de  crecer.  Con  altanera  voz  proclaman  que  han  modernizado  el 
Japón.  Convengo  con  ellos  en  creer  que  el  espíritu  de  la  raza  debe  armo- 
nizarse con  el  espíritu  del  tiempo,  pero  debo  advertirles  que  el  modernizar 
no  es  más  que  una  mera  afectación  del  modernismo,  así  como  él  poetizar 
no  es  sino  una  afectación  de  la  poesía.  Es  sólo  cosa  bufa,  en  la  que  la  afec- 
tación resulta  más  ruidosa  que  el  original,  y  demasiado  literal.  Débese  re- 
cordar que  quienes  de  veras  tienen  espíritu  moderno,  no  necesitan  mo- 
dernizar, así  como  los  verdaderos  valientes  no  son  fanfarrones.  El  moder- 
nismo no  está  en  los  trajes  de  los  europeos,  ni  en  los  horrendos  edificios 
donde  internan  a  sus  niños  para  educarlos,  ni  en  las  casas  cuadradas  de 
paredes  lisas,  perforadas  por  ventanas  en  líneas  paralelas,  donde  la  gente 
vive  enjaulada  toda  su  vida.  Y  ciertamente,  el  modernismo  tampoco  está 
en  los  sombreros  de  las  mujeres,  recargados  de  incongruencias.  Estas  co- 
sas no  son  de  la  época  moderna,  sino  meramente  de  Europa.  El  verdadero 
modernismo  es  la  libertad  intelectual  y  no  la  esclavitud  del  gusto.  Es  la 
independencia  del  pensamiento  y  de  la  acción  y  no  el  tutelaje  bajo  la  fé- 
rula de  maestros  de  escuela  europeos.  El  modernismo  es  ciencia,  pero  no 
su  mala  aplicación  en  la  vida,  ni  la  mera  imitación  que  practican  nuestros 
enseñadores  de  ciencia,  los  cuales  la  reducen  a  una  superstición,  invocando 
su  ayuda  absurdamente  aún  en  los  casos  más  imposibles. 

La  vida  que  se  basa  en  mera  ciencia,  tiene  potentes  atractivos  para 
ciertos  hombres,  porque  posee  todas  las  características  del  deporte :  simula 
seriedad,  pero  no  es  profunda.  Cuando  vais  de  caza,  mientras  menos  mise- 
ricordiosos sois,  tanto  mejor ;  pues  vuestro  fin  único  es  perseguir  la  presa 
y  darle  muerte;  sentir  que  sois  animal  superior,  que  vuestro  método  de 
destrucción  es  completo  y  perfecto  Y  la  vida  basada  en  la  ciencia  es,  de 
igual  modo,  superficial.  Persigue  el  buen  éxito  con  habilidad  y  entereza. 
pero  poco  caso  hace  de  la  condición  superior  del  hombre.  Pero  aquéllos 
cuyas  mentes  son  lo  bastante  crudas  para  fundar  su  vida  en  la  creencia  o 
suposición  de  que  el  hombre  es  sólo  un  cazador  y  su  paraíso  el  de  los 
"sportmen",  habrá  de  tener  un  rudo  despertar  en  medio  de  sus  trofeos  de 
esqueletos  y  calaveras. 

De  ninguna  manera  quiero  dar  a  entender  que  pienso  que  el  Japón 
debe  descuidar  la  adquisición  de  armamentos  modernos  para  su  defensa. 
Lo  que  d(-seo  expresar  es  que  este  armamento  jamás  debe  ir  más  allá  de  su 
instinto  de  conservación.  El  Japón  debe  comprender  que  su  fuerza  real  no 
está  en  las  arm.as,  sino  en  los  hombres  que  manejan  esas  armas;  y  que 
cuando  estos  hombres,  en  su  ansiedad  de  tener  poderío,  multiplican  sus 
armas  a  costo  de  sus  almas,  son  ellos,  más  bien  que  sus  enemigos,  los  que 
corren  mayor  peligro. 

Es  tan  fácil  hacer  daño  a  lo  que  vive,  que  se  impone  protegerlo.  En 
la  naturaleza,  la  vida  se  protege  cubriéndose  con  materiales  de  la  vida 
misma.  Esta  protección  se  armoniza  en  todo  con  el  desarrollo  vital ;  de 
lo  contrario,  a  la  hora  de  su  prueba,  resultaría  inútil.  El  hombre  vivo 
encuentra  su  verdadera  protección  en  los  ideales  espirituales,  que  van 
acordes  con  su  vida  y  crecen  a  medida  que  él  mismo  crece.     Pero,  desgra- 


LAS  REVISTAS  551 

ciadamente,  no  toda  la  protección  que  emplea  tiene  vida;  su  coraza  es 
en  parte,  de  acero,  inerte,  mecánica.  Por  lo  tanto,  al  servirse  de  ella,  el 
hombre  ha  de  cuidarse  y  protegerse  contra  su  tiranía.  Si  es  lo  bastante 
débil  para  doblegarse  hasta  caber  en  su  armadura,  o  dejar  de  crecer  para 
estar  siempre  ajustado  dentro  de  ella,  su  protección  resulta  un  suicidio 
gradual  por  encogimiento  de  su  alma.  Y  el  Japón  debiera  tener  sufi- 
ciente fe  en  la  ley  moral  de  la  existencia  para  decirse  con  convicción  a 
sí  mismo  que  las  naciones  occidentales  persiguen  el  suicidio,  aplastando 
su  humanidad  bajo  el  inmenso  peso  de  organizaciones,  que  han  creado 
para  mantenerse  potentes  y  para  subyugar  a  las  demás. 

Lo  que  para  el  Japón  es  peligroso  no  es  la  imitación  de  los  rasgos 
exteriores  del  Occidente,  sino  la  aceptación  del  motivo  predominante  del 
nacionalismo  occidental.  Sus  ideales  sociales  ya  dan  indicios  de  derrota 
en  manos  de  los  políticos.  Ya  veo  su  lema,  tomando  de  la  ciencia,  de 
"La  supervivencia  de  los  más  aptos"  y  escrito  en  letras  gruesas  al  co- 
mienzo de  su  historia  de  hoy;  el  lema  que  significa  "Ayúdate,  y  poco  te 
importa  lo  que  les  cueste  a  los  demás" ;  el  lema  de  los  ciegos  que  creen 
sólo  en  lo  que  palpan  porque  no  pueden  ver.  Pero  los  que  pueden  ver, 
saben  qlie  los  hombres  están  de  tal  manera  entrelazados,  que  cuando 
golpeamos  a  alguien,  recibimos  ese  golpe  de  rechazo.  La  ley  moral,  que 
es  el  más  grande  de  los  descubrimientos  del  hombre,  es  el  descubrimiento 
de  esta  maravillosa  verdad :  que  el  hombre  se  hace  más  verdaderamente 
hombre  mientras  más  se  descubre  en  sus  semejantes.  Este  principio  no 
sólo  tiene  un  valor  subjetivo,  sino  que  se  manifiesta  en  todos  los  cam- 
pos de  nuestra  vida.  Y  las  naciones  que  diligentemente  cultivan  la  ce- 
guedad moral  como  culto  de  patriotismo,  acabarán  su  existencia  en  una 
muerte  súbita  y  violenta.  En  pasadas  edades  teníamos  invasiones,  pero 
éstas  nunca  afectaron  hondamente  el  alma  del  pueblo.  No  eran  sino 
resultado  de  ambiciones  individuales.  Y  el  pueblo,  inocente  de  las  res- 
ponsabilidades de  la  parte  más  ruin  y  odiosa  de  esas  aventuras,  sacaba 
todas  las  ventajas  de  las  disciplinas  heroicas  y  humanas  que  de  ellas 
se  derivaban.  Así  se  desarrolló  su  lealtad  a  toda  prueba,  su  devoción 
entera  a  las  obligaciones  del  honor,  su  fuerza,  nacida  de  su  abnegación  y 
de  su  aceptación  impertérrita  de  la  muerte  y  del  peligro.  Por  eso  los 
ideales  asentados  en  el  corazón  del  pueblo  no  sufrían  cambio  serio  alguno 
con  el  cambio  de  la  política  adoptada  por  los  rej^es  o  los  generales.  Pero 
ahora,  en  todos  los  países  donde  prevalece  el  concepto  occidental  del  na- 
cionalismo, se  les  enseña  a  los  pueblos,  desde  su  infancia,  por  toda 
clase  de  medios,  a  dar  alas  a  los  odios  y  a  las  malas  ambiciones,  fabri- 
cando medias  verdades  y  tergiversando  la  historia;  falsificando  persis- 
tentemente el  carácter  de  las  otras  razas  y  cultivando  malos  sentimientos 
hacia  ellas ;  levantando  monumentos  en  conmemoración  de  sucesos,  fre- 
cuentemente falsos,  que  por  amor  a  la  humanidad  fuera  mejor  olvidarlos; 
y  de  otros  tantos  modos  fermentando  amenazas  para  los  países  vecinos 
y  para  las  razas  diferentes  a  la  de  aquellos  países.  Esto  está  envene- 
nando la  purísima  fuente  de  la  humanidad  y  arrojando  una  ola  de  des- 
crédito sobre  los  ideales  surgidos  de  la  vida  de  hombres  que  fueron  nues- 
tras más  grandes  y  mejores  preseas.  Está  haciendo  de  un  enorme  egoís- 
mo la  religión  universal  de  las  naciones.  Podemos  aceptarlo  todo  de 
m.anos  de  la  ciencia;  pero  no  éste  elixir  de  muerte  moral.  Jamás  penséis 
que  el  daño  que  hagáis  a  otras  razas  no  ha  de  recaer  sobre  vosotros; 
que  las  enemistades  que  lleguéis  a  sembrar  a  vuestro  alrededor  podrán 
ser  murallas  que  mañana  defiendan  vuestros  hogares.  Inculcar  en  las 
mentes  de  un  pueblo  una  vanidad  anormal  de  su  propia  superioridad, 
enseñarle  a  enorgullecerse  de  su  insensibilidad  moral  y  de  su  riqueza  mal 
adquirida,   perpetuar   la  humillación   de   las   naciones    vencidas   exhibiendo 


552  NOSOTROS 

trofeos  ganados  en  la  guerra,  y  emplear  las  escuelas  para  hacer  nacer  en 
los  niños  el  desprecio  por  los  otros  pueblos,  es  tomar  del  Occidente  su 
gangrena;    gangrena   que   se   hincha   destruyendo   toda   vitalidad. 

Las  cosechas  de  cereales,  necesarias  a  nuestro  sostenimiento,  son  re- 
'  sultado  de  siglos  de  selección  y  de  cuidados.  Pero  la  vegetación  que  no 
ha  de  servirnos  de  alimento,  no  requiere  ni  ha  requerido  la  paciente  aten- 
ción de  las  generaciones.  No  es  fácil  cosa  acabar  con  la  cizaña ;  pero  sí 
lo  es  destruir  las  cosechas  alimenticias  .abandonándolas  y  dejándolas  vol- 
ver a  su  estado  primitivo  de  silvestres.  Asimismo,  la  cultura  que  tan 
bondadosamente  se  ha  adaptado  a  vuestro  suelo  —  que  es  tan  íntima  de 
la  vida,  tan  humana  — ,  no  sólo  en  las  edades  pasadas  requirió  labranza 
y  escardadura,  sino  que  todavía  requiere  solicitud.  Lo  que  es  meramente 
moderno  —  como  la  ciencia  y  los  métodos  de  organización  —  puede  ser 
irasplantado ;  pero  lo  que  es  vitalmente  humano  tiene  fibras  tan  delica- 
das y  raíces  tan  numerosas  y  tan  hondas,  que  muere  si  se  le  arranca  de 
su  suelo.  Por  eso  temo  tanto  la  ruda  presión  que  sobre  vosotros  hayan  de 
ejercer  los  ideales  políticos  del  Occidente.  En  la  civilización  política,  el 
Estado  es  cosa  abstracta  y  las  relaciones  humanas  cosa  utilitaria.  Es 
fácil  manejarlos  porque  no  arraigan  en  los  sentimientos.  Medio  siglo 
os  ha  bastado  para  dominar  esta  máquina ;  y  hay  entre  vosotros  hom- 
bres que  tanto  la  aman,  que  ese  cariño  excede  a  su  cariño  por  los  ideales 
vivos  que  nacieron  al  nacer  vuestra  nación  y  que  vuestros  siglos  de  vida 
amamantaron.  Se  diría  un  niño  que  en  la  excitación  de  sus  juegos  se 
figura  que  quiere  más  a  sus  juguetes  que  a  su  madre. 

El  hombre  en  su  mayor  grandeza  es  inconsciente.  Vuestra  civiliza- 
ción, cuyo  resorte  principal  es  el  lazo  de  las  relaciones  humanas,  se  ha 
nutrido  en  las  profundidades  de  una  vida  plena  de  salud,  más  allá  del 
espionaje  del  análisis  de  uno  mismo.  Pero  las  relaciones  meramente 
políticas  son  conscientes  del  todo;  son  una  eruptiva  inflamación  de  agre- 
sividad. Revientan  forzosamente  en  medio  de  vuestra  atención.  Y  ha 
llegado  el  tiempo  en  que  debáis  tener  conciencia  entera  de  la  vrdad  que 
es  vuestra  vida,  para  que  no  se  os  halle  descuidados.  El  pasado  ha  sido 
dádiva  que  Dios  os  ha  hecho.     Respecto  del  presente,  os  toca  escoger. 

Las  preguntas  que  habéis  de  haceros  son  éstas :  "¿  Hemos  entendido 
mal  el  mundo  y  hemos  basado  nuestra  relación  con  él  sobre  una  igno- 
rancia de  la  naturaleza  humana  ?  ¿  Hace  bien  el  instinto  del  Occidente  en 
edificar  el  bienestar  de  sus  pueblos  detrás  de  las  barricadas  de  una  des- 
confianza universal  de  la  humanidad?" 

Debéis  haber  notado  un  fuerte  acento  de  temor  siempre  que  en  el 
Occidente  se  ha  discutido  la  posibilidad  de  que  se  engrandezca  una  raza 
oriental.  La  razón  de  esto  es  que  el  poder  por  cuya  virtud  el  Occidente 
vive  engrandecido,  es  un  poder  malévolo.  Mientras  el  Occidente  lo  posee, 
está  segura  su  existencia,  y  el  resto  del  mundo  temblará.  La  ambición 
vital  de  la  actual  civilización  de  Europa  es  tener  al  diablo  en  posesión 
exclusiva.  Todos  sus  armamentos  y  su  diplomacia  tieneden  a  ese  fin. 
Pero  este  costoso  ritual  para  invocar  al  Espíritu  Malo,  conduce,  a  través 
de  un  sendero  de  prosperidad,  al  borde  de  un  precipicio.  Las  furias  de 
terror  que  el  Occidente  ha  desatado  sobre  el  mundo  de  Dios,  ahora  se 
echan  contra  el  Occidente  mismo  y  lo  impelen  a  prepararse  para  mayores 
exhibiciones  dé  brutalidad  y  de  espanto.  Esto  le  roba  todo  descanso  y  no 
le  deja  pensar  en  nada  sino  en  los  peligros  que  causa  a  los  demás  y  en 
que  él  mismo  incurre.  En  aras  de  este  diablo  de  la  política,  el  Occi- 
dente sacrifica  a  los  demás  países.  Se  harta  de  la  carne  muerta  de  esas 
víctimas  y  así  engorda,  mientras  permanecen  frescos  los  cadáveres;  pero 
seguramente  habrán  de  podrirse  al   fin,  y  los  muertos  se  vengarán  difun- 


LAS  REVISTAS  653 

diendo  a  los  cuatro  vientos  su  podredumbre  y  envenenando  la  vitalidad 
del  que  se  harta. 

El  Japón -poseía  su  tesoro  de  humanidad,  su-  armonía  de  heroísmo  y 
de  belleza,  su  profundidad  de  imperio  sobre  sí  mismo  y  su  riqueza  ác 
expresión  propia.  Sin  embargo,  las  naciones  occidentales  no  supieron 
respetarlo  hasta  que  probó  que  las  jaurías  de  Satanás  no  se  crían  sola- 
mente en  las  perreras  de  Europa,  sino  que  también  pueden  domesticarse 
en  el  Japón  y  alimentarse  aquí  con  las  miserias  humanas.  Admiten 
que  e!  Japón  es  su  igual  sólo  porque  saben  que,  como  ellas,  tiene  la  llave 
que  puede  abrir,  a  la  hora  que  se  quiera,  las  fuentes  de  fuego  del  infierno, 
y  bailar  con  música  europea  la  danza  del  saqueo,  del  asesinato  y  de  la 
violación  de  mujeres  inocentes,  mientras  el  mundo  se  apresura  a  su 
suina.  Sabemos  que  el  hombre,  en  sus  primeras  etapas  anteriores  a  su 
m.adurez  moral,  reverenciaba  sólo  a  los  dioses  cuya  malevolencia  le  ins- 
piraba temor.  ¿  Pero  acaso  será  éste  el  ideal  de  los  hombres  hacia  el 
cual  podamos  volver  la  vista  con  orgullo?  Después  de  siglos  de  civili- 
zación, he  aquí  que  '.as  naciones  se  temen  las  unas  a  las  otras  como  bes- 
tias feroces  que  se  acechan  de  noche;  que  cierran  sus  puertas  a  la  hospi- 
talidad; que  se  juntan  sólo  para  fines  de  agresión  y  defensa;  que  escon- 
den como  en  madrigueras  sus  secretos  de  comercio,  de  estado,  de  arma- 
mentos ;  que  se  hacen  dádivas  de  paz  echándoles  a  sus  mastines  ladra- 
dores, para  aquietarlos,  la  carne  de  pueblos  que  no  les  pertenecen ;  que 
mantienen  humilladas  a  las  razas  caídas,  haciendo  vanos  sus  esfuerzos 
por  levantarse ;  que  con  la  diestra  ofrecen  religión  a  los  pueblos  débiles, 
mientras  que  con  la  izquierda  les  roban  de  todo  lo  posible.  ¿  Habrá  algo 
en  esta  civilización  que  podamos  envidiar?  ¿Hemos  de  doblar  la  rodilla 
ante  el  espíritu  de  este  nacionalismo  que  por  todas  partes  riega  semillas 
de  temor,  de  avaricia,  de  sospecha ;  de  las  desvergonzadas  mentiras  de 
su  diplomacia,  de  las  untuosas  palabras  falsas  con  que  profesa  la  paz  y 
la  buena  voluntad  y  la  fraternidad  universal  de  los,  hombres  ?  ¿  Puede 
caber  en  nosotros  titubeo  alguno  de  si  obramos  con  juicio  o  estúpidamen- 
te al  acercarnos  al  marcado  occidental  a  cambiar  por  semejante  producto 
extranjero  nuestra  grande  y  noble  herencia?  Bien  sé  qué  difícil  es  cono- 
cerse a  sí  mismo :  el  ebrio  niega  hasta  con  furia  su  evidente  borracher.i. 
Sin  embargo,  el  Occidente  ha  comprendido  en  parte  su  situación,  y  se 
empefía  en  resolver  sus  problemas  haciendo  experimentos.  Pero  es  como 
un  glotón  que  no  tiene  valor  moral  para  dejar  su  destemplanza  y  que 
locamente  se  figura  que  puede  curarse  las  pesadillas  de  su  indigestión  a 
fuerza  de  medicinas.  Europa  no  está  lista  para  abandonar  su  inhuma- 
nidad política  ni  las  baas  pasiones  que  esa  inhumanidad  enciende.  Cree 
sólo  en  modificar  sistemas  y  no  en  cambiar  de  voluntad  y  de  corazón. 

Compraremos  sus  sistemas  hechos  a  máquina,  no  con  nuestros  cora- 
zones sino  con  nuestro  cerebro.  Les  haremos  hangares  donde  alojarlos, 
pero  no  tendrán  cabida  ni  en  nuestras  ciudades  ni  en  nuestros  templos. 
Hay  razas  que  adoran  a  los  animales  que  destazan.  De  ellas  comprare- 
mos carne  cuando  tengamos  hambre  pero  nunca  la  adoración  que  acom- 
paña al  destazamiento.  No  debemos  viciar  la  mentalidad  de  huesírc.s 
hijos  con  la  superstición  de  que  "busincss  is  husiness",  de  que  la  mora- 
lidad cesa  en  cuestiones  de  negocios,  de  que  la  guerra  tiene  su  código 
aparte,  de  que  la  política  es  política  y  nada  sabe  ni  tiene  que  saber  de 
humanidad.  Sepamos  que  en  cuestiones  de  negocios,  de  guerra  3'  de 
política,  no  son  la  política,  la  guerra,  ni  los  negocios,  finalidades  supre- 
mas ;  que  siempre  hay  algo  por  encima  de  ellos  a  que  deben  ajustarse. 

En  el  Japón  habéis  desarrollado  vuestra  industria  indígena.  En  I3  gra- 
cia de  sus  productos,  en  su  fuerza  de_£luración,  en  lá  perfección  de  sus  pe- 
queños detalles,  podéis  ver  cómo  era  esa  industria  escrupulosamente  hon- 


654  NOSOTROS 

rada.  Pero  os  ha  inundado  el  oleaje  de  engaños  procedentes  de  aquella  parte 
del  mundo  don  de  "los  negocios  son  negocios" — y  la  honradez  es  admitida 
sólo  como  medida  de  prudencia  ¿  No  os  avergonzaréis  mirando  cómo  los 
anuncios  comerciales  no  sólo  llenan  de  mentiras  y  exageraciones  vuestras 
ciudades,  sino  que  invaden  también  la  verdura  de  vuestros  campos  donde 
honradamente  labran  la  tierra  los  campesinos,  y  la  cima  de  vuestras  lomas 
que  son  las  primeras  en  saludar  la  pura  luz  de  la  mañana?  Es  tan  fácil 
entorpecer  nuestro  sentido  del  honor  y  de  la  delicadeza,  endureciéndolo 
constatemente,  mientras  innumerables  mentiras  se  pavonean  al  aire  libre 
en  nombre  de  los  negocios,  de  la  política  y  del  patriotismo,  que  cualquier 
protesta  contra  su  intromisión  perpetua  en  nuestras  vidas  se  toma  por  sen- 
timentalismo, indigno  de  verdadera  hombría. 

Y  ya  se  da  el  caso  de  que  los  hijos  de  aquellos  héroes  que  eran  fir- 
mes en  su  palabra  hasta  la  muerte,  que  desdeñaban  engañar  a  sus  seme- 
jantes por  mero  provecho  material,  que  aun  en  sus  luchas  preferían  la 
derrota  por  sobre  cualquier  otro  acto  no  honorable,  despliegan  gran  acti- 
vidad en  el  comercio  de  las  mentiras  y  no  se  sienten  humillados  de  sacar- 
le ventaja  al  engaño.-  Y  esto  se  ha  realizado  gracias  al  sortilegio  de  la  pa- 
labra moderno.  Pero  si  lo  moderno  es  sacar  ventajas  de  todo,  valiéndose 
de  cualquier  medio,  la  belleza,  en  cambio  es  de  todas  las  edades.  Si  el  egoís- 
mo mezquino  es  moderno,  los  ideales  humanos  no  son  invenciones  nuevas. 
Y  debemos  saber  que  por  muy  moderna  que  sea  la  maña  ventajosa  que  sa- 
crifica a  los  hombres  en  nombre  de  métodos  y  de  máquinas,  jamás  llegará 
a  constituir  tradición. 

Pero  al  tratar  de  libertar  nuestro  ánimo  de  las  pretensiones  arrogan- 
tes de  Europa  y  de  salvarnos  de  la  arena  movediza  de  nuestro  propio  ca- 
pricho, puede  ser  que  caigamos  en  el  otro  extremo  y  nos  ceguemos  con  un 
recelo  general  de  todo  lo  del  Occidente.  La  reacción  creada  por  la  desilu- 
sión será  tan  falsa  como  el  primer  golpe  de  ilusin.  Tócanos  ajustamos  a 
un  estado  mental  normal  en  el  que  podamos  prever  claramente  los  peligros 
que  nos  acechan  y  evitarlos,  sin  depar  de  ser  justos  para  con  la  fuente  de 
donde  nos  vienen  aquellos  peligros.  Siempre  habrá  en  nosotros  la  tentación 
natural  de  pagarle  a  Europa  en  su  propia  moneda,  de  devolverle  despre- 
cio por  desprecio  y  mal  por  mal.  Pero  eso  .sería  también  imitar  a  Europa, 
en  uno  de  sus  rasgos  más  feos,  que  demuestra  en  su  trato  con  los  pueblos 
que  denomina  amarillos  o  rojos,  morenos  o  negros.  Y  este  es  un  punto 
en  el  que  debemos  los  orientales  confesarnos  culpables,  admitiendo  que 
nuestro  pecado  ha  sido  grande,  si  no  mayor  que  el  de  los  europeos,  cuando 
hemos  insultado  a  la  humanidad  tratando  con  desprecio  y  crueldad  infini- 
tos a  hombres  de  credo,  de  color  o  de  castas  diferentes.  Sólo  porque  te- 
memos a  nuestra  debilidad  propia,  que  se  deja  vencer  con  sólo  la  presencia 
de  una  fuerza  cualquiera,  intentamos  substituirla  por  .otra  debilidad :  la  de 
cegarnos  voluntariamente  ante  las  glorias  occidentales.  Cuando  conozca- 
mos la  Europa  que  es  de  verdad  grande  y  buena,  nos  podremos  librar  de 
la  Europa 'avara  y  mezquina.  Nada  hay  más  fácil  que  el  ser  injusto  cuando 
sólo  se  contemplan  las  ruindades  y  se  sienten  las  miserias  humanas.  El 
pesimismo  nace  de  forjar  teorías  mientras  nos  agobia  el  sufrimiento.  Per- 
demos fe  en  la  verdad  que  existe  en  el  fondo  de  ella  y  que  la  fortalece 
cuando  cae  defrotada,  haciendo  surgir  una  nueva  vida  de  las  entrañas  de  la 
vida  aniquilada.  Debemos  admitir  que  en  el  Occidente  hay  un  alma  viva 
que,  aunque  inadvertida,  lucha  contra  la  enormidad  de  las  organizaciones 
cuyo  peso  aplasta  a  hombres,  mujeres  y  niños,  y  cuyas  necesidades  mecá- 
nicas echan  a  un  lado  leyes  espirituales  y  humanas.  Y  esa  alma  no  permite 
que  se  embrutezcan '  del  todo  sus  ^sensibilidades  con  los  peligrosos  hábitos 
de  desdén  hacia  las  razas  con  quienes  no  se  tiene  simpatía  natural.  El  Oc- 
cidente jamás  podría  haber  llegado  a  la  eminencia  de  que  goza  si  su  fuerza 


LAS  REVISTAS  555 

fuera  sólo  la  del  animal  bruto  o  la  de  la  máquina.  La  porción  divina  de  su 
■corazón  propio  sangra  por  las  heridas  que  sus  manos  han  hecho  al  mundo, 
y  de  este  dolor  de  su  superior  naturaleza  brota  el  bálsamo  escondido  que 
curará  todas  esas  heridas.  Una  y  otra  vez  el  Occidente  ha  luchado  contra 
sí  mismo,  rompiendo  las  cadenas  que  con  sus  propias  manos  había  forjado 
para  brazos  y  piernas  desvalidas,  y  aunque  a  punta  de  espada  y  por  avari- 
cia de  oro  hizo  beber  veneno  a  una  gran  nación,  él  mismo  volvió  en  sí  y 
retrocedió  ante  semejante  atentado  y  trató  de  lavarse  las  manchas  de  las 
manos.  Este  hecho  demostró  que  había  recónditas  fuentes  de  humanidad 
en  lugares  que  parecían  del  todo  secos  y  estériles.  Probó  que  los  cimien- 
tos de  verdad  en  el  espíritu  del  Occidente,  al  sobrevivir  a  tales  actitudes 
de  cruel  cobardía,  no  eran  de  avaricia  sino  de  reverencia  para  ideales  no 
egoístas.  Fuera  absolutamente  injusto,  tanto  para  nosotros  como  para 
Europa,  decir  que  ella  ha  fascinado  a  la  moderna  mentalidad  oriental  con 
la  sola  exhibición  de  su  pujanza.  A  través  del  humo  de  sus  cañones  y  de 
la  polvareda  de  sus  mercados,  la  luz  de  su  naturaleza  moral  ha  lanzado 
brillantes  destellos,  y  de  ella  hemos  recibido  el  ideal  de  libertad  ética,  cuyos 
fundamentos  son  más  hondos  que  los  convencionalismos  sociales  y  cuyo 
campo  de  actividad  abarca  al  mundo  entero. 

Instintivamente  el  Oriente  ha  sentido,  aún  en  medio  de  su  aversión 
por  el  Occidente,  que  tiene  mucho  que  aprender  de  Europa,  no  sólo  res- 
pecto de  los  elementos  de  la  fuerza  bruta,  sino  respecto  de  la  fuente  inte- 
rior de  la  fuerza,  que  brota  de  la  inteligencia  y  de  la  naturaleza  moral  del 
hombre.  Europa  nos  ha  estado  enseñando  que  las  más  altas  obligaciones 
del  bien  púb)ico  están  por  encima  de  las  de  la  familia  y  de  la  tribu,  y  que 
la  ley  debe  ser  sagrada  para  que  la  sociedad  sea  cosa  independiente  del 
capricho  individual  y  su  progreso  sea  continuo,  y  para  que  todos  los  hom- 
bres por  igual,  sin  distinción  de  rango,  tengan  garantías  de  justicia.  Sobre 
todo,  Europa  ha  mantenido  en  alto  el  estandarte  de  la  libertad,  durante  si- 
glos de  martirio  y  de  conquistas  espirituales :  libertad  de  conciencia,  liber- 
tad de  pensamiento  y  de  acción,  libertad  en  los  ideales  artísticos  y  litera- 
rios. Y  porque  Europa  se  ha  ganado  nuestro  respeto,  ofrece  en  lo  que  tiene 
de  turbulento,  de  débil  y  de  falso,  un  gran  peligro  para  nosotros,  un  peli- 
gro que  es  como  veneno  que  se  nos  podría  servir  con  las  mejores  viandas. 
Una  seguridad  tenemos,  con  la  cual  esperamos  contar,  y  es  la  de  que  pode- 
mos llamar  a  la  Europa  misma  a  que  se  una  con  nosotros  para  resistir  sus 
propias  tentaciones  y  para  combatir  sus  usurpaciones  propias ;  porque  ella 
misma  se  ha  forjado  una  norma  de  perfección  que  nos  permitirá  señalar 
sus  faltas  y  medir  el  tamaño  de  sus  yerros  y  citarla  ante  sus  propios  tri- 
bunales y  ponerla  en  vergüenza . . .  Vergüenza  que  será  indicio  del  verda- 
<iero  orgullo  de  su  nobleza. 

Pero  nuestro  temor  es  que  lo  que  ahora  parece  fortaleza  de  Europa, 
no  sea  indicio  de  salud  sino  lo  contrario;  pues  esa  pujanza  bien  puede  no 
ser  sino  resultado  del  desequilibrio  de  la  vida.  Nuestro  temor  se  basa  en 
que  el  mal  posee  una  fascinación  fatal  cuando  toma  dimensiones  colosales, 
y  en  que,  aunque  tarde  o  temprano  tenga  que  perder  su  centro  de  gravedad 
a  causa  de  su  desproporción  anormal,  el  daño  que  produzca  antes  de  caer 
ya  no  pueda  remediarse.  Por  tanto,  os  pido  que  tengáis  fuerte  fe  y  claro 
entendimiento  de  que  el  enorme  y  rnidosi  tren  del  progreso  moderno,  que 
corre  sobre  ruedas  de  ambición,  no  tardur.í  mucho  en  despedazarse.  Tendrá 
choques  inevitables,  ya  que  sólo  puede  rodar  a  lo  largo  de  vías  propias, 
porque  es  demasiado  pesado  para  escoger  su  curso  libremente.  Una  vez  que 
se  descarrile,  su  interminable  cola  de  vehículos  quedará  destrozada.  Ven- 
drá el  día  en  que  el  tren  no  sea  sino  un  montón  de  ruinas  que  obstruya 
seriamente  el  tráfico  del  mundo.  ¿Acaso  no  vemos  3a  señales  de  ello? 
^  Acaso  no  nos  llega  ya,  a  través  del  ruido  de  la  guerra,  de  los  alaridos  del 


55G  NOSOTROS 

i;dio,  de  ios  quejidos  de  la  desesperación — por  entre  en  remolino  que  re- 
vuelve la  suciedad  indominable  que  se  ha  acumulado  en  el  fondo  de  este 
nacionalismo — ,  una  voz  que  nos  grita  al  alma  anunciándonos  que  la  torre 
del  egoísmo  nacional  llamada  Patritismo,  en  cuya  cúspide  se  ha  enarbo- 
lado  la  bandera  de  la  traición  contra  el  cielo,  tiembla  y  está  por  caer  con 
un  gran  ruido,  bajo  el  peso  de  su  enormidad,  y  de  que  su  enseña  besará 
el  polvo  y  la  luz  de  su  antorcha  quedará  extinguida  para  siempre? 

Hermanos  míos,  cuando  esta  roja  luz  de  la  conflagración  lance  la  risa 
de  su  chisporroteo  hacia  los  luceros,  guardad  vuestra  fe,  fija  en  las  estre- 
llas y  no  en  el  fuego  de  la  destrucción.  Porque  cuando  este  incendio  se 
consuma  a  sí  mismo,  y  se  apague,  dejando  sólo  su  memento  de  ceniza,  la 
luz  eterna  se  encenderá  de  nuevo  en  ^1  Oriente ;  Oriente  que  ha  sido  cuna 
del  sol  auroral  de  la  historia  del  horhbre.  ¡  Y  quién  sabe  si  ese  dia  haya 
tenido  ya  su  amanecer,  en  el  confín  más  oriental  del  Asia !  Yo  ofrezco, 
como  ofreciera  mi  antepasado  "rishis",  mi  saludo  a  eáa  aurora  del  Oriente 
destinada  a  iluminar  una  vez  más  al  mundo  entero. 

Bien  sé  que  mi  voz  es  demasiado  débil  para  elevarse  sobre  la  algarabía 
de  estos  alborotados  tiempos.  Cualquier  bribonzuelo  callejero  puede  fácil- 
¡ncnte  arrojarme  el  epíteto  de  quijotesco.  El  apodo  se  me  quedará  pren- 
.dido  en  los  faldones  del  saco,  sirviendo  de  señal  para  que  las  personas  res- 
petables me  nieguen  consideración.  Yo  sé  el  peligro  que  corre  entre  las  vi- 
gorosas muchedumbres  atléticas  aquél  a  quien  apodan  idealista,  en  estos 
días  en  que  los  tronos  han  perdido  su  dignidad  y  los  profetas  se  han  vuelto 
anacronismos,  y  el  ruido  que  ahoga  a  todas  las  voces  es  el  del  mercado. 
Sin  embargo,  cuando  un  día,  desde  las  afueras  de  Yokohama — la  ciudad 
erizada  de  brillantes  mercachiflerías  modernas — ,  vi  ponerse  el  sol  por  so- 
bre vuestro  mar  del  Sur,  y  miré  su  paz  y  su  majestad  entre  vuestras  coli- 
nas revestidas  de  pinos,  mientras  se  desvanecía  el  gran  Fujiyama  en  el  ho- 
rizonte dorado,  como  un  dios  vencido  por  su  propio  brillo,  la  música  de  la 
eternidad  se  desbordó  entre  el  silencio  del  anochecer,  y  sentí,  entonces,  que 
'os  cielos  y  la  tierra  y  la  poesía  lírica  de  la  aurora  y  del  ocaso,  están  con 
los  poetas  y  con  los  idealistas  y  no  con  los  hombres  del  mercado  que  tan 
robusto  desprecio  tienen  para  todo  sentimiento.  Y  sentí  también  que,  des- 
pués d&  haber  olvidado  su  propia  divinidad,  el  hoinbre  recordará  de  nuevo 
queM  cielo  siempre  está  en  contacto  con  su  mundo,  y  que  este  mundo  nunca 
podrá  ser  del  todo  abandonado  a  que  lo  despedacen  los  lobos  en  acecho  de 
la  era  moderna,  sedientos  de  sangre  y  que  aullan  a  la  luna. 

Sobre  la  figuración  de  Unamuno 
en  la  inquietud  política  e  intelectual 
de  nuestros  días. 

MERCURIO  Peruano,  la  simpática  revista  mensual  de  Ciencias  Sociales 
y  Letras,  que  dirige  en  Lima  nuestro  viejo  amigo  Víctor  Andrés 
Belaúnde,  publica  en  su  número  47  (Mayo,  1922),  el  siguiente  interesante 
artículo  de  Edwin  Bhnore,  sobre    Unamuno. 

Conforme  lo  afirma  Salvador  de  Madariaga  en  un  estudio  que  re- 
señaremos luego,  Unamuno  es  hoy  la  primera  figura  literaria  de  España, 
si  nó  por  ciertas  cualidades  singulares  en  que  pueden  aventajarle  escri- 
tores de  la  clase  de  Bar  o  ja,  Azorín,  Ortega,  Avala,  Valle  Inclán  y  Blasco 
Ibáñez  (para  limitarnos  a  los  que  cita  Madariaga)  sí,  como  él  dice  "por 
la  altura  de  su  propósito  y  por  la  seriedad  y  lealtad  con  las  que  tal 
D.  Quijote  ha  servido  toda  su  vida  a  su  inasequible  Dulcinea".  Debido 
a  esa  altura  de  su  propósito,  a  la  pasión  noble  y  hermosa  que  pone  eu 
sus    empeños    culturales,    en    su    verdadero    apostolado    del    alma    y    de    la 


LAS  REVISTAS  557 

inteligencia,  Unamuno  es  hoy,  como  lo  viene  siendo  desde  hace  más  de 
veinte  años,  un  escritor  del  cual  no  es  posible  prescindir.  Por  una  razón 
u  otra,  por  una  u  otra  circunstancia,  las  ideas  y  las  opiniones  del  ya 
tal  vez  sexagenario  rector  de  Salamanca,  se  imponen  en  todos  los  am- 
bientes culturales  de  habla  española.  Podría  citarse  el  caso  de  Unamuno 
como  ejemplo  de  lo  que  valen  y  significan  la  intención  docente  y  el  fer- 
vor apostólico  en  las  labores  literarias.  Tipo  del  escritor  pragmático  y, 
en  un  alto  sentido,  utilitarista,  Unamuno  es  a  la  vez  un  precursor  y  un 
rezagado.  Mezcla  de  pensador  contemplativo  y  de  hombre  de  acción, 
rietre  las  condiciones  de  lo  que  Whitman  llamaba  "the  divine  literatas" 
cuando  anunciaba  una  nueva  era  de  apostolado  laico.  Al  lado  de  escri- 
tores de  esta  índole,  es  una  época  como  la  nuestra,  los  literatos  al  parecer 
serenos,  pero  en  realidad  apáticos  y  sin  fibra,  que  hacen  de  la  ecuanimidad 
una  norma  y  de  la  indiferencia  una  escuela,  tienen  que  quedar  obscure- 
cidos. Por  lo  mismo  que  se  ha  perpetrado  tantas  mistificaciones  que 
han  terminado  por  desvirtuar  el  valor  y  la  razón  de  ser  de  las  cosas  li- 
terarias, el  literato  de  verdad,  el  escritor  de  raza,  de  temperamento  y  de 
vocación  tiene  que  distinguirse  por  la  pasión,  por  el  entusiasmo,  por  l;t 
combatividad  y  por  la  inquietud,  del  mero  especulador  o  mercenario  de 
las  letras. . . 

Mas  no  es  este  el  lugar  para  disquisiciones  críticas ;  nuestro  objeto 
se  limita  ahora  a  reseñar  brevemente  un  artículo  y  una  carta  del  gran 
pensador  vasco,  y  poner  ligeras  apostillas  a  un  estudio  dedicado  al  mismo 
por  un  paisano,  el  ya  mencionado  crítico   Salvador  de   Madariaga. 

I 

A  propósito  del  artículo  titulado  Piel  enferma,  que  Unamuno  publicó 
el  año  pasado  en  momentos  de  inocultable  amargura  y  cuando  todavía 
no  haba  iniciado  la  nueva  etapa  de  combatividad  cívica  en  que  hoy  se 
halla  empeñado,  sino  que  más  bien  parecía  abandonarse  a  los  juegos 
ideológicos  a  que  nos  tiene  acostumbrados,  escribanos :  Se  va  diciendo 
que  Unamuno  decae.  No  tal ;  el  maestro  es  hoy  más  fuerte  que  nunca. 
Como  siempre,  en  esta  nueva  hora  agitadísima  de  la  vida  universa,  el 
zahareño  pen.sador  de  las  recias  afirmaciones  y  de  las  sutiles  paradojas,  se 
enfrenta  a  la  realidad  con  un  denodado  valor,  en  él  típico.  En  el  artículo 
que  estos  comentarios  nos  surgiere,  Unamuno  observa  en  la  espiritualidad 
de  nuestro  tiempo,  desorientación,  cansancio,  desaliento,  cobardía,  hipo- 
cresía. "No  recordamos,  dice,  un  miedo  a  la  verdad  como  el  que  hoy 
aflige  a  los  pobres  espíritus  de  esos  que  creen  que  está  en  peligro  la 
civilización"...  ''No  ya  los  gobiernos  sino  hasta  los  pueblos  mismos  caen 
en  la  blasfemia  de  declarar  que  hay  verdades  antipatrióticas"...  (Siga- 
mos poniendo  aquí  lo  que  dice  el  maestro;  el  comentario,  después).  "Al 
que  esto  dice  ahora  y  aquí  se  le  está  llamando  apasionado  porgue  siente 
¡a  congoja  de  esta  opresión  del  espíritu  público"...  "porque  no  quiere 
callarse  ante  la  injusticia  organizada"...  "Añaden  que  pasión  quita  cono- 
cimiento, y  no  es  así,  sino  que  le  dá". 

El  no  lo  dice,  pero  Unamuno  parece  referirse  en  su  artículo  al  mundo 
político  y  cultural  de  España,  sobre  todo  cuando  dirige  su  atención  a 
modalidades  más  concretas  del  espíritu  de  nuestros  días,  cuando  habla 
de  la  "insensibilidad" ;  cuando  afirma  que  se  ha  perdido  "la  facultad  de 
indignarse";  cuando  se  queja  de  tener  que  dedicarse  a  "criar  y  calentar 
ideas  que  no  tienen  padres  más  jóvenes".  Mas  si  el  bizarro  autor  de 
Contra  esto  y  aquello,  título  que  pinta  admirablemente  su  actitud,  prin- 
cipia generalizando,  termina  por  concretarse  a  España,  y  es  a  este  res- 
pecto que  se  hacen  precisos  nuestros  apuntes.  ¿Hasta  qué  límites  los 
reproches  y  las  quejas  del   severo  pensador   son  aplicables,   no  solamente 


558  ^  NOSOTROS 

a  España  y  a  nuestro  mundo  americano,  al  que  alude,  sino  al  mundo 
entero?  ¿Qué  zonas  del  mundo  cultural  son  las  que  habría  que  reivin- 
dicar de  los  cargos  enérgicamente  hechos  a  los  que  ocupan  posiciones  de 
responsabilidad  moral  o  intelectual,  por  este  crítico  de  gran  estilo  que 
habla  en   nombre  de   los   ideales  humanos  por   excelencia? 

En  cuanto  a  la  desorientación  que  reina  en  los  campos  de  la  literatura, 
del  arte  y  de  la  ciencia,  la  observación  abarca  al  mundo  entero.  Pasado 
el  auge  del  esplritualismo  bergsoniano,  ¿qué  norma  filosófica,  qué  estruc- 
tura de  ideas,  ha  venido  a  reemplazar  esa  corriente,  dando  cierta  consis- 
tencia a  la  amorfa  mentalidad  moderna?  Se  ha  hablado  de  una  vuelta 
al  racionalismo  y  al  clasicismo;  pero  perdura  la  inquietud  romántica,  una 
obstinada  pasión  metafísica  invade  los  corazones  y  las  mentes.  Esto,  que 
pasa  en  el  campo  especulativo,  repercute  en  las  formas  más  cercanas  a 
día!...  Son  obstáculos  que  '^oy,  indudablemente,  se  multiplican  por  ma- 
hay  de  todo  en  la  viña  del  Señor.  Y  los  mismos  luchadores  de  la  eterna 
lid  que  hoy  parecen  vencidos,  mañana  se  levantan  con  una  nueva  palabra 
de  fuego  ardiendo  en  los  labios  profetices,  j  La  hipocresía,  la  cobar- 
día ! . . .  ion  obstáculos  que  hoy,  indudablemente,  se  multiplican  por  ma- 
nera odiosa  y  desesperante  para  los  que  tienen  fé  en  la  verdad  y  la  aman 
sin  temor;  más  ¡  son  obstáculos  tan  desdeñables,  tan  ineficaces,  de  suyo, 
como  vallas  opuestas  al  progreso  espiritual!...  Wells  y  una  cohorte 
de  modernos  Jeremías  claman  el  peligro  en  que  la  civilización  se  halla. 
Algunos  estadistas  y  publicistas  del  régimen  que  quiere  eternizarse  hacen 
eco  farisaico  a  esas  voces  graves  y  honestas;  y  tiene  amplia  razón  Una- 
muno  cuando  afirma  que  "el  arte,  la  literatura  y  la  ciencia  se  han  hecho 
hipócritas",  y  cuando  agrega  que  se  han  hecho  hipócritas  y  cobardes  los 
que  las  cultivan.  Pero  hay  que  distinguir;  pues  si  nó  todos  los  pensa- 
dores modernos  están  dispuestos  a  arrojarse  en  brazos  del  radicalismo, 
buena  porción  de  ellos,  y  los  que  surgen  día  a  día  como  nuevos  astros 
venidos  a  propagar  la  nueva  luz,  marchan  hacia  el  porvenir  con  pasó 
firme  y  decidido.  Tal  vez  sean  indispensables  esa  mesura,  esa  cautela, 
esa  ponderación,  manifestadas  por  algunos,  que  exaspera  a  Unamuno; 
no  vayan  a  justificarse  tesis  como  la  que  sostiene  Stewart  Patón,  en 
The  Vale  Review,  sobre  la  psicología  del  radical,  cuya  inquietud  e  irrita- 
bilidad atribúyense  al  personal  fracaso...  (r)  o  a  circunstancias  de  orden 
personal,  como,  según  afirma  se  le  ha  hecho  presente  al  gran  maestro 
salmantino. 

Si;  hay  que  sentir  la  congoja  producida  por  la  opresión  que  hoy 
sufre  el  espíritu  público,  no  solo  en  España  y  nuestra  América,  sino  en 
el  mundo  entero.  Pero  es  preciso,  es  urgente  que  quienes  protestan  y 
no^  quieren  humillarse  ante  un  régimen  de  mentiras  convencionales,  de 
crímenes  inveterados  y  de  injusticias  sistemáticas,  den  pruebas  de  saberse 
refrenar  en  el  ímpetu  apasionado  que  la  conciencia  de  la  verdad  y  del 
bien  enciende  en  el  alma.  Es  cierto :  pasión  no  quita  conocimiento ; 
más  bien  le  dá.  Pero  el  conocimiento  que  dá  la  pasión  no  es,  por  fervo- 
roso,^ indisciplinable;  más  bien,  cuanto  más  disciplinado,  más  enérgico 
y  rnás  eficaz.  Hay  que  cuidar  sólo  que  no  se  haga  de  esta  reflexión  un 
sofisma  al  cual  como  en  una  trampa,  se  haga  caer  a  los  espíritus  libres, 
audaces   y   fuertes,   para  domesticarlos   en   ella... 

II 

En  Febrero  último,  es  decir  cuando  la  fuerte  voluntad  civil  de 
Unaniuno    y    su    recio    espíritu    crítico    agitaban    la    opinión    en    España, 

d)  Una  crítica  semejante,  aunque  menos  penetrante,  del  espíritu  radical, 
es    la    que    hizo    Walter    Weyl    en    su   libro    titulado   Tired   Radicáis. 


LAS  REVISTAS  559 

intentando  hacerla  salir  de  la  apatía  en  que  se  hallaba  sumida,  la  notable 
revista  bonaerense  KosoTros  reprodujo  el  estudio  de  Salvador  de  Ma- 
dariaga  sobre  la  personalidad  de  Unamuno  a  que  nos  hemos  referido; 
estudio  originalmente  publicado  en  la  revista  vasca  Mermes.  Con  sus 
artículos  de  entonces,  con  los  mítines  de  protesta  y  las  actuaciones  en  el 
Ateneo  de  Madrid  y  en  la  Casa  del  Pueblo  — en  los  que  seguramente 
ejerció  preponderante  influencia  el  maestro —  y  luego  con  su  entrevista 
con  el  Rey  y  los  ataques  de  que  ha  sido  objeto  en  el  Parlamento  espa- 
cspañol  contemporáneo,  situando  en  Salamanca,  como  ha  escrito  Alberto 
de  don  Benito  como  líder  de  la  opinión  liberal  en  la  Península;  ha  pro- 
bado cuánta  razón  tienen  los  que  le  colocan  a  la  cabeza  del  pensamiento 
español  contemporáneo,  situado  en  Salamanca,  como  ha  escrito  Alberto  ' 
Insua  "las  células  más  jugosas  del  cerebro  español".  Unamuno,  después 
de  dolerse,  con  esa  viril  quejumbre  suya,  del  marasmo  y  la  indolencia 
del  medio  intelectual  y  cultural  de  su  país,  se  ha  lanzado  decididamen- 
te a  la  lucha,  no  sin  medir  toda  la  trascendencia  de  su  actitud.  Y  ha 
cogido  con  mano  firme  un  cetro  que,  con  no  disimulado  orgullo,  opone 
al  del  Rey.  Se  ha  percibido  en  España  el  sabor  antiguo  de  esta  actitud 
que  hará  honor  para  siempre  a  la  altivez  del  carácter  ibérico,  y  han 
comparado  con  Sócrates  — acaso  con  intención  burlesca —  a  este  pensa- 
dor audaz  que  pone  por  encima  de  todo,  aún  en  una  época  como  la 
nuestra,  la  dignidad  del  pensamiento.  Veamos  lo  que  de  tamaño  hombre 
dice   Madariaga. 

Preclaro  ejemplar  de  la  raza  céltica,  Unamuno  muestra,  a  los  ojos 
del  crítico  vasco,  como  primera  señal  de  su  grandeza  ética,  la  "expre- 
sión combativa,  pero  de  nobles  combates,  por  cima  de  los  galardones  del 
mundo".  Luego  señala  Madariaga,  la  vitalidad,  el  orgullo  de  la  pasión. 
En  cuanto  a  esta  última  condición,  el  comentarista,  cree  necesario  hacer 
una  salvedad :  la  palabra  pasión  ha  sido  rebajada ;  tratándose  de  don 
Miguel  no  sabe  usarse  sino  el  alto  significado  del  vocablo,  de  cuya 
entraña,  como  en  un  párrafo  anterior  ha  podido  verse,  hace  el  maestro, 
con  la  sabiduría  de  siempre,  una  fuente  de  luz  y  de  vida. 

Unamuno  — lo  da  a  entender  con  palabras  del  maestro  el  crítico — ■ 
no  es  "un  mero  hombre  de  letras,  sino  también  un  hombre".  Y  este 
es  un  punto  en  el  que  aunque  sea  de  paso  debemos  insistir.  Se  ha  gene- 
ralizado mucho  el  criterio  que  hace  de  la  literatura  una  cosa  separada  o 
separable  de  la  vida.  Esa  será  —  diría  el  maestro  —  la  "literatería", 
cosa  no  solamente  distinta,  sino  opuesta.  En  ese  criterio  se  basan  los 
malos  escritores,  los  mixtificadores  y  simuladores  que  medran  en  el 
cam.po  de  las  letras  (hoy  principalmente  del  periodismo)  con  grave 
daño  de  la  cultura  general.  A  este  respecto  Unamuno  se  ha  hecho  acree- 
dor de  la  gratitud  de  todos  los  que  aman  el  arte  de  las  letras  como  una 
cosa  trascendente.  Ha  sido  implacable  para  con  la  ramplonería  vana  y 
ampulosa,  para  con  la  astuta  bellaquería  y  para  » con  la  paciencia,  la 
tenacidad  y  la  estolidez  de  los  incontables  necios  que  no  aportan  al  len- 
guaje escrito  sino  la  mezquindad  de  su  espíritu,  la  aridez  de  su  pensa- 
miento y  el  ansia  sórdida  de  su  vanidad.  Es  a  estas  huestes  de  la  me- 
diocridad letrada  a  las  que  se  debe  el  desprestigio  en  que  se  halla  sumida 
(principalmente  en  los  países  latinos,  donde,  a  este  respecto,  ha  habida 
mayor  lenidad)  la  delicada  y  noble  profesión  literaria.  Comprendiendo 
Unamuno  las  graves  consecuencias  que  el  predominio  social  y  político  de 
falsos  letrados  acarrea  a  las  sociedades  y  a  los  pueblos,  ha  dedicado 
buena  parte  de  sus  escritos  a  combatir  incansablemente  a  los  malos 
escritores,  a  los  políticos  sin  espíritu,  a  los  explotadores  de  la  popula- 
ridad, a  los  merodeadores  del  éxito.  Y  ahora  que  la  opinión  pública 
tiene    por    doquiera    mentores    de    sano    espíritu    y    claro    entendimiento. 


560  NOSOTROS 

cuando  la  voz  de  un  apóstol  como  Unamuno  se  levanta  para  proclamar 
verdades  necesarias,  o  para  ejercer  el  ingrato  deber  de  la  censura,  el 
eco  la  reproduce  al  infinito:  Unamuno  no  dirá,  como  Larra,  que  escribir 
es    llorar... 

III 

Nuestro  intento,  al  referirnos  al  estudio  que  acabamos  de  glosar 
libremente,  ha  sido,  por  supuesto,  dar  una  reseña.  Hemos  querido  tan 
solo  asociar,  algunos  de  los  conceptos  en  él  contenidos,  a  nuestros  apun- 
tes, reforzando  con  autorizadas  y  frescas  opiniones  nuestro  criterio. 
Para  terminar  este  articulo  que  nos  hemos  visto  obligados  a  reducir 
inevitablemente,  fáltanos  hacer  imas  cuantas  observaciones  acerca  de 
la  carta  dirigida  por  Unamuno,  desde  Salamanca,  donde  le  tienen  "como 
.preso",  a  los  estudiantes  chilenos.  Algunas  de  las  excelencias  del  ca- 
rácter de  Unamuno,  como  escritor  y  como  hombre,  dan  a  esa  carta  una 
autoridad   y   un   vigor    extraordinarios.  •■ 

El  primer  "gesto"  de  Unamuno  al  escribir  esa  carta  es  adelantarse 
al  homenaje  que  "a  modo  de  aliento  a  su  labor"  los  redactores  de 
Jtnwntud  pensaban  dedicarle.  El  maestro  se  adelanta  según  declara, 
para  que  no  influya  el  halago  de  lo  que  le  digan  en  lo  que  él  a  su  vez 
quiere  expresar :  "unas  palabras  que  lleguen  ahí  calientes  de  indignación 
que  es  hoy  la  única  vida  que  merecerse  vivirse",  palabras  motivadas  por 
el  atropello  cometido  por  las  "hordas  de  la  civilización"  contra  los  re- 
presentantes del  pensamiento  libre  y  avanzado  en  la  juventud  chilena. 
Unamuno  está  en  su  lugar  en  esta  aventura  transoceánica  de  Quijote 
redivivo.  Víctima  él  mismo  de  la  canallesca  opresión  de  un  menguado 
oficialismo  convencional  y  rastrero,  hiérguese  airado  contra  el  abuso 
cometido  en  desmedro  de  sus  hermanos  en  el  ideal  de  libertad  y  altivez 
que  le  enamora.  Clama  a  un  tiempo  mismo  contra  el  "régimen  de  clan- 
destinidad y  de  engaño"  que  predomina  en  el  mundo  político  español,  y 
contra  la  injusticia  cometida  con  sus  discípulos  de  América.  Y  la  voz 
de  este  Quijote  la  interpretan  y  comprenden  veinte  millones  de  hombres. 
Los  Oui jotes  del  siglo  xx  no  se  hicieron  para  hacer  reír  a  duques,  ma- 
landrínes y  bellacos.  Nadie  se  atreve  a  contrastarlos  cuendo  dicen :  Vos- 
otros 1os  oue  pedís  orden,  disciplina,  obediencia,  mansedumbre...  sois 
simples  fariseos  "accionistas  del  patriotismo".  Vosotros  sois  de  la  raza 
de  los  que  hicieron  crucificar  el  Cristo  por  antipatriota. . .  Vociferáis 
— conservamos  la  palabra  del  maestro — sobre  el  principio  de  autoridad 
para  que  no  se  vea  que  la  civilización  se  asienta  sobre  el  fin  de  autoridad 
y  que  rsfe  -fin  es  la  iu^irm...  Justicia,  que  es  el  reconocimiento  de  la  li- 
bre individualidad,  que  cada  individuo  vale  por  todo  el  universo,  y  es  infi- 
nito el  precio  del  espíritu..." 

En  cuanto  a  la  cuestión  del  Pacífico,  Unamuno,  en  su  carta,  lejos  de 
caer  en  los  circunloquios  y  eufemismos  mediante  los  cuales  otros  publicis- 
tas extranjeros  disimulan  su  pensamiento  o  su  ignorancia  del  fondo  de  la 
cuestión,  toca  de  lleno  el  punto  capital  sobre  el  cual  tanto  los  peruanos, 
como  los  chilenos  del  temple  magnífico  de  Carlos  Vicuña,  debemos  insis. 
tir.  "Ahí  como  aquí — dic" — ha  sido  una  oligarquía  pseudo-aristocrática, 
plutocr-ífica,  que  tenía  su  tesoro  cerca  del  altar  y  al  amparo  del  cuartel,  la 
oue  ha  dado  origen  a  vupstra  leyenda  negra,  a  la  levenda  del  Chile  imperia- 
lista, r"i'itarista,  prusiani/ado.  revolcándose  en  guano  y  en  salitre".  "¡Y 
esos — continúa — eso.s  hablan  de  patria!  Los  accionistas  del  patriotismo. 
Pñ'-a  ellos  la  patria  es  una  empresa  o  una  hipoteca  de  los  tenedores  de  la 
deuda.  V  l^s  sin  tierra  son  los  sin  patria;  los  que  sudan  bajo  la  tierra  en 
os^T-as  galerías,  sin  recibir  la  lu^  del  Sol  que  sobré  todos  luce".  "He  visto 
— sigue  diciendo — que   se   os   acusa   de   vendidos   a   la   tierra   peruana.    No 


LAS  REVISTAS  561 

podían  acudir  a  otra  argucia.  Es  lo  de  todas  partes.  Esos  accionistas  del 
patriotismo  no  se  explican  actitud  ninguna  sino  por  dinero,  que  es  su  úni- 
co dios." 

De  las  anteriores  palabras,  elocuentes  de  suyo,  y  que  envuelven  copia 
considerable  de  sagaces  observaciones,  sólo  queremos  insistir — no  nos  da 
para  más  el  espacio — en  esa  que  asimila  el  Estado  moderno  a  las  empresas 
comerciales.  Sólo  mediante  el  tenaz  esfuerzo  de  quienes  se  avergonzarían 
de  que  las  naciones  quedasen  reducidas  a  un  mecanismo  de  explotación,  a 
una  e.specie  de  super-trusts  cuyo  único  fin  fuese  el  acaparamiento  de  mer- 
cados de  materias  primas  y, de  pueblos  tributarios,  puede  conjurar  el  pe- 
ligro inminente  de  que  vaya  a  parar  a  eso  la  un  tiempo  orgullosa  civili- 
zación occidental.  Conceptos  como  estos  que  hace  pocos  años  parecían  ex- 
travagancias en  boca  de  los  pensadores  avanzados,  hoy  se  ven  repetidos  por 
los  hombres  públicos,  por  los  políticos  más  reticentes  y  conservadores. 
Ante  la  inmensidad  del  cataclismo  que  el  antagonismo  de  intereses,  irre- 
ductibles a  ninguna  razón  ni  sentimiento  humanos,  parece  llamado  a  pro- 
ducir, los  mismos  ministros  antes  confiados  en  su  poder  para  manejar 
prudentemente  las  potencias  arbitrarias,  las  ambiciones  y  los  odios  que  se 
basan  en  lo  m-^s  oscuro  y  bajo  de  la  naturaleza  humana,  retroceden  es- 
pantados. En  Washington,  en  Genova,  frente  a  las  procelosas  nubes  que 
vienen  de  oriente  los  gestores  de  la  política  occidental,  cuya  crítica  esta- 
mos en  aptitud  de  hacer  los  hispano-americanos,  han  empezado  a  reconocer, 
en  parte,  sus  errores;  es  preciso  obligarlos  a  que  modifiquen  radicalmente 
€l  espíritu  que  los  guía,  la  concepción  misma  de  la  vida  del  hombre  sobre 
el  pequeño  globo  en  que  hoy  se  agita.  Para  realizar  este  propósito,  para 
infundir  las  nuevas  convicciones  donde  quiera  que  haya  una  inteligencia 
sana  y  un  corazón  honrado,  han  surgido  pensadores  de  un  nuevo  tipo ;  y 
Unamuno,  recio  ejemplar  de  la  raza  hispánica,  hombre  que  con  un  vigor 
extraordinario  sintetiza  los  ideales  antiguos  y  los  nuevos,  es  un  corifeo 
magnifico,  un  representativo  eficacísimo  de  la  nueva  aristarquía. 


ün  casuista  de  almas:  Marcel  Proust. 

T^  E   Hermes.  la  rei/ista  del  país  vasco,   tomamos   el  siguiente  artículo 
'-^    de  Arfhnr  Symons. 

Marcel  Proust  colabora  en  La  Nouvelle  Revue  Pranqaise  con  veinti- 
cinco p'iginas  sobre  Baudelaire,  en  las  cuales  se  revela  como  casi  un  crí- 
tico creador ;  su  prosa  abunda  en  elogios  apasionados,  tiene  una  rara 
originab'dad.  sutil  y  evocadora.  A  modo  de  comparación  con  Baude- 
laire, elige  Baos  endornii  de  Víctor  Hugo,  que,  según  él,  raya  en  lo  su- 
blime, del  mismo  modo  que  Swinburne  eligió,  por  su  magnificencia, 
Rizpa!h,.de  Tennyson 

Después  de  sus  alabanzas,  Proust  apunta  estos  dos  juicios:  "Mais 
la  encoré  la  fabrication  —  la  fabrication  rncme  de  l'impalpable  —  est 
visible.  Et  alors  un  moment  qui  devrait  etre  si  mystérieux,  il  n'a  nulle 
impression  de  mystcre".  Lo  extraño  es  que  Baudelaire,  quien  sólo  hasta 
cierto  punto  admiraba  a  Hugo,  dice  en  su  artículo  en  1863 :  "Víctor  Hugo 
était,  d'S  le  principe,  l'homme  le  mieux  doué,  le  plus  visiblement  élu 
pour  exprimer  par  la  poésie  ce  que  j'appelerai  le  mystére  de  la  vie". 
También  es  curioso  el  hecho  de  que  los  exasperados  nervios  de  Baude- 
laire. sus  infortunios,  sus  intensos  sufrimientos  espirituales  y  físicos, 
se  hallen  un  tanto  reflejados  en  el  escritor  a  que  me  refiero,  quien  con- 
fiesa —  confesión  siniestra  — :  "Naturellement,  condamné,  depuis  tant 
d'annécs  á  vivre  dans  une  chambre  aux  volets  fermés,  qu'éclaire  la 
seule  electricité,  j 'envié  les  belles  promenades  du  sage  de  Mantoue". 


562  NOSOTROS 

Les  Flevrs  du  Mal  es  la  creación  más  fascinadora,  singular,  pene- 
trante y  extraordinaria  de  todo  un  mundo,  nunca  formado  en  edades 
modernas.  Es  un  libro  sublime  en  sus  rasgos,  siniestro  y  sagrado,  satá- 
nico y  místico;  un  libro  que  embriaga  los  sentidos,  que  invade  el  espíritu, 
por  decirlo  así.  en  alas  de  un  torbellino  perfumado;  un  libro  donde  el 
perfume  se  convierte  en  color,  donde  el  calor  del  hogar  se  trueca  en 
el  frío  de  noches  ii^vernales ;  un  libro  lleno  de  una  belleza  malvada  y 
terrible ;  ai  que  el  crimen  y  el  vicio  se  manifiestan,  sin  piedad  ni  malicia, 
en  su  repugnante  desnudez ;  donde  el  espíritu  del  fraile  malo,  en  su 
claustro  solitario,  implora  una  tregua  a  las  tentaciones  de  su  alma. 
Muchos  de  los  versos  más  siniestros  de  Baudelaire  me  recuerdan  ciertos 
tapices  que  vi  en  La  Chaisc-Dicu,  en  Auvergne:  Eva  al  lado  de  la  ser- 
piente, bajo  la  mirada  de  Dios,  cubriéndose  con  hojas  de  higuera,  des- 
greñada su  rubia  cabellera.  El  Diablo  enroscado  por  una  serpiente 
asiendo  un  cetro  negro  cuya  extremidad  es  un  látigo ;  lenguas  de  fuego 
ascienden  detrás  de  él.  Es  un  preludio,  un  tanto  tétrico,  a  esta  visión 
de  juicio  final  que  presenta  la  Danza  de  la  Muerte  en  el  reverso  de  la 
pared  de  que  cuelgan  estos  tapices;  muestran  ellos  el  obscuro  nivel  a 
que,  pudiera  decirse,  que  la  muerte  reduce  a  la  vida.  Viejos  y  deterio- 
rados se  desvanecen  de  la  pared  que  ha  de  perpetuar  su  mortalidad,  para 
convertirse  en  los  espectros  mismos  Hay  algo  en  el  horror  de  su  be- 
lleza que  recuerda  dos  líneas  de  Alfred  de  Vigny;  una  de  ellas  muestra 
su   exasperación   contra   la  Tentadora,   Dalila : 

«Ferame  malade  et  douze   fois  impure;» 

la  Otra  es  tan  primitiva,  tan  elemental,  como  algo  de  la  Biblia : 
«La  Femme  aura  Gomorrhe  et  l'homme  aura   Sodonie». 

Proust  se  torna  ingenioso;  más  aún,  singular  en  extremo,  cuando  dice 
de  Baudelaire:  "Cet  amour  semble  chérir  chez  la  femme  avant  tous 
les  cheveux,  les  pieds  et  les  genoux".  No  es  el  crítico,  sino  el  novelista 
introspectivo,  el  novelista  sutil  y  sensitivo,  quien  escribe  como  pudiera 
haber  escrito  Lacios.  En  cuanto  a  Hugo,  palabras  y  palabras.  Proust 
dice :  "Les  majuscules  d'Hugo,  ses  dialogues  avec  Dieu,  tant  de  tinta- 
marre".  Depravado  en  la  visión  como  en  el  instinto,  paréceme  que  este 
escritor  se  halla  bajo  la  influencia  de  los  Goncourt;  en  realidad,  con- 
fiesa que  ve  la  vida  a  través  de  nervios  morbosos.  "Notre  oeuvre  entier 
— dice  Edmond  de  Goncourt — repose  sur  la  maladie  nerveuse;  les  peintres 
de  la  maladie,  nous  les  avons  tirées  de  nous  mémes,  et,  á  forcé  de  nous 
disséquer,  nous  sommes  arrivés  á  une  sensitivité  supra  aigué  que  blessaient 
les  infiniment  petits  de  la  vie".  Pudiera  decirse  que,  en  los  Goncourt, 
la  visión  de  la  realidad  es  un  sentido  exagerado  de  la  verdad  de  las  cosas ; 
el  misnip  sentido  que  los  nervios  enfermizos  nos  dan,  aguzando  la  vi- 
veza de  cada  sensación ;  o  algo  parecido  a  la  impresión  que  derivamos  del 
haschish,  que  sencillamente  intensifica,  de  una  manera  velada  y  fragante 
el  encanto  o  el  desagrado  de  las  cosas  exteriores,  la  noción  del  tiempo, 
la  noción  del  espacio.  Como  en  el  mundo  de  Whistler,  vemos  en  el  mun- 
do de  los  .Goncourt  ciudades  en  las  cuales  hay  siempre  fuegos  artifi- 
ciales en  "Cremorne",  y  bellas  mujeres  —  como  las  de  Carlos  Conder  — 
que  se  reflejaban  en  espejos,  raras  y  primorosas. 

Así  Thomas  Gordon  Nake,  cuyo  punto  de  vista  no  es  desemejante, 
en  cierto  modo  un  realista,  al  menos  con  respecto  a  los  detalles  externos, 
pierde  todo  el  interés  en  la  realidad  de  lo  exterior.  Una  nueva  especie 
de  fenómenos  absorbe  su  atención,  que  se  torna  más  y  más  íntima,  más 
exclusivamente  preocupada  de  los  fenómenos  del  alma,  de  la  sensación 
mórbida,  de  las  rarezas  de  la  mente  y  de  los  sentidos.    A  la  humanidad 


LAS  REVISTAS  5G3 

se  la  percibe  ahora  de  un  modo  más  que  nunca  generalizado  y  sin  em- 
bargo particularizado  modo,  en  su  esencia,  donde  se  torna  quizá  una 
abstracción,  o  también,  al  principio,  puramente  individual.  Es  él  ahora, 
en  el  verdadero  significado  de  uno  de  sus  epígrafes,  un  "Pintor  de  Almas". 
Esta  actitud  de  la  mente,  esta  forma  de  escritura,  la  técnica  singular 
del  verso,  con  su  invariable  movimiento  andante,  sus  lentas  sutilezas  de 
sonido,  color  y  sugestión,  la  curiosidad  cuasi  médica  de  sus  investiga- 
ciones en  la  materia  de  los  sueños,  el  hilo  de  la  vida  misma,  se  combinan, 
sin  duda,  para  producir  algo  nuevo  en  poesia.  Es  una  poesía  nueva,  en  -> 
que  la  ciencia  es  un  instrumento  en  la  creación  de  una  belleza  nueva 
y  rara :  la  poesía,  pudiera  decirse,  de  la  patología.  Una  gran  parte  de 
la  mejor  poesía  moderna,  de  la  poesía  de  Baudelaire,  Poe,  Rosseti  y  los 
primeros  trabajos  de  Swinburne,  tiene  cierta  realidad  patológica  que 
proviene,  en  parte,  de  una  sugestión  estética  de  lo  morboso,  y  también 
de  un  estado  de  ánimo  puramente  personal  y  enfeñnizo.  En  Nake,  sin 
embargo,  desaparece  por  completo  este  estado  de  ánimo.  Tratando  con 
preferencia  temas  enfermizos,  da  la  impresión  de  que  no  es  él  más  mór- 
bido que  el  cirujano  a  quien  vemos  entrar  anhelante  en  el  hospital.  La 
curiosidad  es  impersonal,  un  estudio,  un  interés  mental  exterior.  Y 
por  esta  razón,  puede  entrelazarse  deliberadamente  con  lo  fundamental 
de  la  poesía. 

Pater,  que  deseaba  hallar  en  todas  partes  fuerzas  productoras  de 
sensaciones  agradables,  "cada  una  de  ellas  de  naturaleza  más  o  menos' 
peculiar  y  única",  dice :  "Pocos  artistas,  ni  Goethe,  ni  siquiera  Byron, 
trabajan  con  entera  claridad,  descartando  lo  fragmentario  (déhris)  y  de- 
jándonos solamente  lo  que  el  calor  de  su  imaginación  ha  fundido  y  trans- 
formado". Y  el  calor  de  la  imaginación  de  Proust,  ¿ha  fundido  y  trans- 
formado su  material  como  Balzac  y  Rodín  transformaron  y  fundieron 
los  suyos  ?  ¿  Son  creaciones  sus  caracteres  ?  ¿  Tiene  Proust  el  extraño 
sentido  mágico,  que  es  incomunicable,  de  esa  vida,  en  las  cosas  natura- 
les ?  Creo  que  no ;  hay  en  su  prosa  demasiados  déhris  que  no  ha  elimi- 
nado. Sus  caracteres  no  viven  ante  mí  como  viven  los  caracteres  de 
Tolstoi  y  de  Gorki ;  Vasseli,  por  ejemplo,  quien  dice  de  sí  mismo, 
cuando  en  la  noche  reposa  -despierto :  "Parezco  tan  pequeño,  tan  pequeño, 
y  paréceme  que  la  tierra  se  mueve  a  mis  pies  y  que  nada  hay  en  la  tierra 
sino  yo".  No  viven,  cual  los  de  Conrad,  que  elige  como  botín  las  almas 
de  hombres,  el  botín  de  los  mares  en  las  tormentas,  y  las  lanza  a  una 
vida  exasperada.  Lo  que  en  Conrad  es  inexplicable  es  la  terrible  acti- 
vidad de  espíritu,  tras  la  cual  se  esconde  algún  demonio  que,  para  sü 
deleite,  crea  el  mal.  Nada  de  esto  hay  en  Proust :  lo  que  en  él  es  in- 
explicable es  la  exasperación  que  produce  cuando,  como  Coleridge  en 
sus  peores  momentos,  se  precipita  en  alguna  ciénaga  pestilencial,  donde 
es  llevado  a  merced  .de  un  capricho  de  aquí  a  allá  por  los  senderos  ator- 
mentados y  tortuosos  del  pensamiento,  donde  el  sujeto  tratado  se  trans- 
forma y  transfigura  hasta  convertirse  en  el  brebaje  de  un  hechicero, 
en  el  cual  reptiles  venenosos   se   retuercen   en  el   fuego. 

Los  libros  de  Proust  son  la  autobiografía  de  un  alma  sensitiva, 
para  la  que  el  mundo  visible  existe ;  pero  que  jamás  podría  decir  con 
Gautier :  "Soy  un  hombre  para  quien  existe  el  mundo  visible",  pues  en 
esta  frase  famosa  expresa  su  perspectiva  de  la  vida  y  su  opinión  sobre 
su  propia  obra  Gautier,  quien,  literariamente,  descubrió  la  prosa  des- 
criptiva, mejor  aun  la  prosa  de  un  pintor;  quien,  tanto  en  prosa  como 
en  verso,  es  el  poeta  de  la  belleza  física,  de  la  belleza  externa  de  las 
cosas.  Proust,  con  su  adoración  de  la  belleza,  da  una  impresión  igual 
de  la  belleza  de  cosas  exteriores  y  de  la  belleza  física ;  con  cuidado 
infinito,    con    precauciones    infinitas,    refleja    los    secretos    ocultos    que    nos 


564  NOSOTROS 

son  desconocidos,  de  nuestros  instintos  fatales ;  y,  a  veces,  de  esos  éx- 
tasis helados  que  Laforgue  revela  en  Moralités  Légcndaires.  Sólo  que, 
no  habiendo  leído  libros  de  magia  medioeval,  no  puede  asegurarnos  que 
los  brazos  del  diablo  sean  de  una  frialdad  tan  intensa  que  pudiera  lla- 
marse, con  una   licencia  de  lenguage,  "fiera". 

En  su  acalorada  tentativa  de  explicarse  a  sí  mismo,  su  héroe  imagi- 
nario me  recuerda  a  Rousseau,  quien  habiendo  encontrado  a  Grimm  y 
enojado  a  Voltaire.  estaba  destinado,  por  su  carácter  febril  y  vehemente, 
a  aprender  en  el  sufrimiento  lo  que  ciertamente  no  aprendió  en  el  canto ; 
ávido  de  disensiones,  se  vio  forzado  por  las  irritantes  espinas  de  sus 
celos  a  escribir  sus  Confessions,  en  las  cuales  se  despoja  de  la  exaspe- 
ración de  todos  aquellos  ojos  fijos  en  él  y.  muy  a  su  pesar,  se  lanza  a 
darse  a  conocer  a  otras  gentes ;  un  cobarde  ante  su  propia  conciencia. 
No  hay  cobardía  en  la  conciencia  del  héroe  de  Proust ;  su  sinceridad 
absoluta  y  sin  nombre  en  la  verdad  pura  de  las  cosas  le  permite  "avcc 
une  liberté  d'esprit"  competir,  casi  al  final  del  último  volumen,  en  su 
descubrimiento  de  Ai.  de  Charlus,  con  la  franqueza  de  Restif  de  la 
Bretonne  en  Monsicur  Nicolás. 

Algunas  páginas  de  Sodome  pudieron  haber  sido  inspiradas  por 
Petronio.  La  misma  fiebre  y  languidez  en  la  sangre ;  tanto  influvc 
esto  en  la  prosa  de  Petronio  y  es,  en  parte,  la  raíz  de  su  fascinación.  Se 
interesa  con  pasión  por  las  gentes,  pero  sólo  por  aquellas  cuya  natura- 
leza difiere  de  la  suya,  porque  su  voraz  curiosidad  es  impersonal.  Parte 
de  la  curiosidad  de  Proust  no  es  tan  vivida  como  impersonal.  Petro- 
nio —  como  el  escritor  a  que  me  refiero  —  es  tan  latino  que  no  emplea 
reticencia  para  decir  lo  que  siente,  ninguna  de  las  inconscientes  reti- 
cencias en  el  sentimiento  que  las  razas  más  allá  de  la  civilización  han 
inventado  en  sus  relaciones  con  la  naturaleza.  Es  esta  una  de  las  cosas 
que  las  gentes  piensan  cuando  dicen  que  la  prosa  de  Petronio  es  inmortal. 
También  lo  es  la  de  Pfoust.  Sin  embargo,  en  la  prosa  de  estos  escri- 
tores, tocados  ambos  del  espíritu  de  la  perversidad,  la  belleza  m.'is  extra- 
ordinaria proviene  de  una  elevación  de  la  naturaleza  a  algo  que  no  es 
enteramente  natural,  una  perversidad  de  la  belleza,  que  es  tan  ponzoñosa 
como  extraña. 

M.  de  Charlus  surge  de  un  infierno  oscuro  a  algún  infierno  pari- 
siense, de  su  propia  invención.  Cierto  crítico  h^bil  dijo:  "Es  la  visita, 
más  bien  el  descubrimiento,  por  un  terrible  Asmodeo.  de  un  hospital 
monstruoso".  Habiendo  de  ser  parco  en  las  citas,  eliio  esta:  "Car  ees 
deux  antees,  qui  avaicnt  été  p'acés  aux  portes  de  Sodome  pour  savoir 
si  scs  habitants,  dit  la  Gen^se,  avaient  entiérement  fait  toutes  ees  choses 
dont  le  cri  était  monté  jusqu'á  l'Eternel,  avaient  été.  on  ne  peut  que 
s'en  réiouir.  tres  mal  choise  par  le  Sei<Tneur,  le(¡uel  n'eut  du  confier  la 
tache  qu'á  im  Sodomiste".  Fn  estas  paginas  en  que  M.  de  Charlus  se  pre- 
senta a  sí  mismo,  y  que  son  un  fragmento  de  lo  que  ha  de  seguir,  hay 
una  revelación  del  vicio,  mns  desnuda,  más  premeditada  que  en  cuantos 
libros  he  leído.  No  t'ene  en  ningún  caso  la  simpatía  vergonzosa  mos- 
trada pnr  Wilde  en  TJir  Portraif  nf  Dnrian  Gray,  en  que  aquel  pirrde 
toda  noción  de  los  equivalentes  del  pecado  y  la  vergüenza,  al  estudiar 
literariamente  la  corrupción  de  un  alma.  Según  Pater,  este  "pacto  del 
diablo",  está  urdido  melodram-^t'Vnmente  entre  "el  mundo  desengañado, 
converrioral.  adulterado,  que  WiVIe  describe  tan  rrnelinente  v  con  tal 
maestría.  Fl^h^^bil  crítico  dice:  "T  a  coniorction  d"  M.  Charlus  et  du 
giletier  Jupin  est  décrite  avec  un  réalisme  qui  ne  saurait  gu^re  etre  poussé 
plus  loín".  í^igue  una  interrop-príón.  T'engo  ante  mí  una  lista  do  I03 
ncvelistas  franceses  que  escribieron  sobre  esta  rucstió-'  sexual,  d^sde 
Balzac,    Mendés.   Richepin.    Huysmans,    Rachilde,    Zola,    Flaubert,    Gautier. 


LAS  REVISTAS  565 

Jean  Lorraiii,  hasta  Léon  Claudel.  Ciertamente,  aparte  de  estos  vivientes 
documentos  "Sodome  existe,  vénale  et  menagante,  la  villa  invisible"; 
existe  en  la  imaginación  de  André  Gide,  que  creó  L'Immoraliste,  obra 
maestra,  sugestionante  y  perturbadora;  existe  en  la  imaginación  de  Proust; 
escritores  ambos  de  una  depravación  delicada,  quienes,  como  pudiera  haber 
dicho  Gourmont,  tienen  almas  muy  complicadas,  muy  intelectuales,  muy 
originales. 

Hay  en  Proust  algo  del  misticismo  corrupto  de  Huysmans,  aunque  no 
lan  peligroso;  no  tiene  aquella  psicología  que  puede  penetrar  tan  lejos 
en  la  obscuridad  del  alma,  que  los  mismos  muros  flameantes  del  mundo 
se  esfuman  en  mero  albor;  no  describe  las  aventuras  de  la  "Vanity  Fair" 
en  este  mundo;  está  interesado  en  la  revelación  de  la  propia  subconciencia ; 
las  confesiones  de  su  héroe  no  son  las  exaltaciones  del  alma.  No  es  tanto 
lo  que  se  interesa  en  aventuras,  como  en  una  sutileza  casi  claustral,  en 
relación  con  las  obscuras  pasiones  que  se  desarrollan  por  sí  mismas, 
nunca  con  verdadera  lógica.  La  curiosidad,  por  mucha  que  sea,  no  le 
encamina  hacia  la  comprensión  de  cosas  espirituales.  Del  mismo  modo 
que  Mallarmé,  deforma,  a  veces,  ingeniosamente  el  idioma  en  que  escribe; 
y  como,  en  la  mayoría,  de  estos  modernos  decadentes,  la  perversidad  de 
la  forma  y  la  perversidad  del  asunto  nos  extravía  en  sus  más  intrincadas 
páginas. 

Si  consideramos  el  estilo  de  Balzac,  vemos  que  tiene  vida,  que  tiene 
idea,  que  tiene  variedad;  que  hay  momentos  en  que  alcanza  una  belleza 
extraordinaria,  perfectamente  individual.  Para  Baudelaire  era  un  visio- 
nario apasionado.  "En  una  palabra,  el  genio  existe  en  todas  las  figuras 
de  Balzac,  aun  en  el  último  marmitón".  A  menudo  he  pensado  si  el  estiUi 
perfecto  en  la  novela  es  deseable,  o  siquiera  posible,  si  la  novela  ha  de 
ser  lo  que  de  ella  hizo  Balzac,  historia  agregada  a  la  poesía.  Un  nove- 
lista con  estilo  no  contempla  la  vida  con  visión  enteramente  objetiva. 

Tal  mera  visión  no  existe  en  Proust;  es  ésta  cual  un  espejo  empañado 
en  cuyo  fondo  fulguran  y  desaparecen  formas  extrañas.  En  el  idioma 
francés  el  único  estilo  perfecto  es  el  de  Flaubert;  aquel  estilo  que  tiene 
todos  los  méritos,  y  apenas  una  falta,  llega  a  ser  lo  que  es  mediante 
un  procedimiento  muy  diferente  al  empleado  por  casi  todos  los  escri- 
lo'-es  que  se  cuidan  de  la  forma.  No  niego  que  Stendhal  tiene  el  sen- 
tido del  ritmo,  el  cual,  más  bien  que  en  su  seca  imaginación  se  halla  en 
su  cerebro ;  en  uno  de  esos  cerebros  infecundos  situados  a  gran  distancia 
del  corazón,  cuyo  ritmo  es  demasiado  tenue  para  perturbarle.  Sin  em- 
bargo, en  el  estilo  de  Proust  hay  algo  paradójico,  singular,  cáustico;  es 
colorido  y  perfumado  y  exótico,  un  estilo  en  que  la  sensación  se  hace 
compleja,  la  flor  de  una  vida  cultivada ;  puede  llegar  a  ser  mortal,  como 
la  pasión  se  torna  ponzoñosa.  "El  mundo  del  novelista  —  escribí  en 
cierta  ocasión  — ,  lo  que  llamamos  el  mundo  real,  es  un  hurto  de  la 
materia  tomada  del  espacio ;  el  colorido  y  la  música  podrán  flotar  y 
vagar  por  sus  ámbitos,  pero  no  ha  sido  hecho  con  el  colorido  y  la  mú- 
sica, y  sus  habitantes  no  se  aperciben  de  ello".  Jamás  en  este  mundo 
vivió  d'Annunzio;  jamás  en  este  mundo  entró  Proust.  De  cualquier 
modo,  hay  en  el  último  algo  cruel,  anormal  y  sutil.  Proust  es  un  crea- 
dor de  obras  esplendorosas.  Babilonias,  Sodomas;  pero  no  nos  impre- 
siona como  Balzac ;  la  brillantez  de  su  genio  no  nos  cautiva  en  la  me- 
dida que  nos  cautiva  Balzac ;  jamás  nos  conmueve  con  su  fuego  divino 
como  Balzac ;  ni  nos  lanza,  cual  Balzac,  el  trueno  de  Dios  desde  el  cielo, 
el  grito  de  Balzac  y  característico  de  su  genio,  dotado  de  aquella  fuerza 
irónica  al  proferirlo  por  boca  de  Josépha. 

Veo  con  sorpresa  que  un  crítico  francés,  Carcassonne,  compara  a 
Proust  con  Balzac.     Como  observador  de  la  sociedad,  sí ;  como  creador, 


566  NOSOTROS 

no.  "Nunca.  —  dice  —  desde  Stendhal  y  Balzac,  puso  novelista  alguno 
tanta  realidad  en  una  novela.  Stendhal,  Balzac.  No  vacilo  en  escribir 
estos  dos  nombres  al  lado  de  Marcel  Proust.  Es  el  mejor  homenaje 
que  puedo  rendir  a  la  pujanza  y  originalidad  de  su  talento."  En  vida 
de  Balzac  fué  Benjamín  Constant,  cuyo  Adolphe  ocupa  su  puesto  inme- 
diatamente después  de  Manon  Lescaut,  un  ensayo  puramente  objetivo, 
de  una  simplicidad  incomparable,  que  se  coloca  entre  aquellos  analistas 
de  almas  complicadas  —  Lacios,  quien  escribió  un  insuperable  ensayo 
de  la  desnuda  carne  humana  en  Liaisons  Dangercuscs;  Voltaire,  Dide- 
rot;  Rousseau,  en  cuya  Nouvellc  Héloise  comienza  la  novela  pasional. 
Después  de  éstos,  Flaubert,  los  Goncourt,  Huysmaiis,  Zola,  Maupassant. 
Yo  colocaría  a  Proust  entre  estos  espíritus  extraordinarios  cuyo  métier 
es  el  análisis  de  almas  difíciles.  Browning  dijo  a  propósito  de  su  Sor- 
delh:  "Mi  fuerza  está  en  los  incidentes  sobre  la  evolución  de  un  alma: 
fuera  de  esto,  hay  poco  más  que  sea  digno  de  estudio;  al  menos,  tal  fué 
siempre  mi  opinión".  Esto  es,  en  verdad,  aplicable  a  Proust;  y  como 
me  parece,  que  parte  de  su  talento  lo  deriva  exclusivamente  de  Stendhal, 
me  imagino  su  creación,  casuística  y  cruel,  del  alma  obscena  de  M.  de 
Charlus,  al  igual  que  la  de  Stendhal  cuando  desnuda  en  público  el  alma 
de  Julien  Sorel  con  desvergüenza  premeditada  e  hipnótica.  Hay,  sin 
duda,  un  enorme  sentido  de  publicidad  en  ambas  almas;  aunque  en  el 
caso  del  último,  su  alma,  hasta  ahora,  sólo  está  semidesnuda. 


El  Virtuoso  (Drama  sin  palabras). 

LA  revista  perisiense  de  arte  Le  Crapouillot,  en  su  número  del  14  de 
Julio  de  1922,  trae  esta  picante  sátira  a  los  conciertos  de  los  grandes 
virtuosos,  muy  adaptable  a  nuestro  ambiente,  en  momentos  en  que  sopor- 
tamos una  verdadera  lluvia  de  concertistas.  Creemos  que  será  leída  con 
interés. 

PERSONAJES : 

El  gran  pianista  Una    Demi-Vierge 

Seis  críticos  musicales  Seiscientas   treinta   auditoras 

Una  mujer  casada  .  Once  hombres 

La  escena  transcurre  en  uno  de  los  teatros  de  moda,  un  viernes,  a  las  17.15 

horas.  En  el  transcurso  del  drama,  no  se  pronuncia  ninguna  palabra. 

Las  frases  que  siguen  no  son  sino  la  expresión  del  pensamiento  de  los 

personajes. 

El  crítico  calvo  y  adiposo.  —  Siempre  que  a  este  animal  no  se  le  ocu- 
rra tocar  piezas  fuera  de  programa.  Mis  lectoras  cuentan  conmigo  para 
saber  lo  que  él  ha  ejecutado,  como  si  yo  estuviera  obligado  a  conocer  la 
música! 

Ciento  cincuenta  mujeres.  —  Me  pregunto  si  será'tan  bello  corno  Du- 
mesnil...  Esas  odiosas  fotografías  de  periódicos  no  dan  ninguna  idea  de 
las  figuras  humanas  I 

El  crítico  gastrálgico.  —  Si  me  hace  perder  mi  tren,  lo  reviento  ma- 
ñana ! 

Uno  de  los  once  hombres.  —  ¡  Si  solamente  se  pudiera  fumar ! 

El  gran  Virtuoso  aparece  y  saluda.  Los  aplausos  van  IN  crescendo.  Se 
-sienta  al  piano,  se  levanta  y  saluda  nuevamente.  Extiende  los  pies,  ha- 
ce crugir  sus  falanges  y  se  pasa  un  dedo  por  el  cuello.  Es  un  joven  de 
cabello  rubio  pálido,  tipo  germano-húngaro-polaco-lituano-checoeslovaco. 
La  Demi-Vierge.  —  i  Oh,  qué  bello  es! 
Una  mujer  casada.  —  ¡  Dios  I  ¡  Qué  elegante  es  ! 


LAS  REVISTAS  567 

Una  divorciada.  —  ¡  Oh !  Sus  grandes  ojos.  ¡  Cómo  ha  debido  sufrir ! 
Ciento  diez  auditoras.  —  ¡  Ah !   ¡Yo  le  besaría  las  manos ! 
£/  Virtuoso  ataca  una  Sonata  de  Beethoven.  Bl  silencio  se  hace,  para  oír 
el  AtivEGRO  CON  Morro. 

La  Demi-Vierge.  —  ¡Adorable!  Friedmann  tocaba  esto  como  un  fox- 
trott.    i  Qué  poesía  ! 

Bl  crítico  sanguíneo.  —  ¿Qué  diablos  querrá  decir  esto:  con  niotto? 
Será  necesario  que  mire  en  el  diccionario. 

Una  mujer  casada.  —  Quisiera  escucharlo  una  noche  entera.  Su  alle- 
gro es  arrebatador.   Cómo  será  el  andante ...    ¡  Aaaaah ! . . . 

Una  rubia  bonita.  —  ¡  Qué  interpretación !  Su  alma  debe  estar  tortu- 
rada por  la  belleza  del  tema. 

Bl  Virtuoso  (tocando  un  pasaje  difícil).  —  Esta  cerveza  argentina 
está  por  encima  de  todo ! . . .  Y  tienen  la  osadía  de  llamar  a  este  jugo  de 
cigarro  "cerveza  alemana".  ¡Aah!  los  Bárbaros...  {Bn  su  furor  tropieza 
con  MI  do  sostenido  y  se  ve  obligado  a  intercalar  cuatro  compases  para 
entrar  en  el  tono.    Mira  furtivamente  a  la  sala). 

Cuatrocientas  auditoras.  —  ¡  Qué  virtuoso  incomparable ! 

Bl  grueso  financista  jovial.  —  Va  menos  ligero  que  un  caballo,  pero 
se  mueve  mejor. 

Bl  Virtuoso  (tranquilizado).  —  ¡Qué  suerte  que  no  esté  en  Leipzig 
o  en  Munich,  i  Se  me  habría  silbado !  ¡  Pero  también  allá  no  se  tiene  idea  de 
daros...  una  cerveza  semejante! 

Ba  Demi-Vierge.  —  ¡Cómo  envidio  lo  que  él  ama!  ¡  Ah  I  morir  en 
sus  brazos,  lejos  de  las  convenciones,  de  los  prejuicios  y  las  mezquinda- 
des sociales ! . . .  El  amor  está  por  encima  de  todo  y  el  arte  es  el  amor  dei- 
ficado. Yo  creo  que  tengo  el  alma  de  una  pagana  que  desgrana  rosas 
en  las  riberas  de   Cythéres. 

Bl  Virtuoso.  —  ¡  Y  esa  ensalada  de  arenques  escabechados !  ¿  Eso, 
arenques?  i  Qué  horror!  Esta  cocina  argentina  me  amenaza  con  la  urtica- 
ria...  Será  necesario  que  me  cuide. 

La  Demi-Vierge.  —  Quién  sabe  si  mis  pensamientos  paganos  no  le 
preocupan  en  este  momento...    ¡Oh!  Yo  debería  ruborizarme... 

l,a  mujer  casada.  —  ¿Será  fiel?...  Si  me  engañara,  le  cortaría  los 
dedos  o  le  hundiría  el  tírnpano. 

Bl  Virtuoso.  —  Me  pregunto  ¿qué  será  de  Clara,  en  Dresde?  Me  gus- 
taba esa  pequeña  pollita  rubia  y  rosada...  ¿Por  qué  no  me  escribirá  más? 
En  verdad  que  tenía  un  cuerpo  espléndido. 

Diez  auditoras  feas.  —  Estoy  segura  que  princesas  de  sangre  le  han 
cortejado  en  Europa...   i  Qué  de  tentaciones  para  él! 

Bl  virtuoso  ha  terminado  el  allegro.  Se  levanta  y  saluda.  Tempestad 
de  aplausos. 

Bl  Virtuoso  (saludando  todavía).  —  Es  curioso,  las  salas  de  concierto 
americanas  huelen  a  cauchú  y  a  perro  mojado.  En  Londres  a  jabón.  En 
París  y  Buenos  Aires  a  perfume  y  ropa  limpia...  Mientras  tanto,  es  ne- 
cesario que   me   cuelgue   al    adagio...    Arch    Verflucht! 

Bl  critico  nervioso  (observando  el  juego  de  pedales).  ;—  Toca  mejor 
con  los  pies  que  con  las  manos. 

La  Demi-Vierge.  —  ¡Comprende  solamente  el  inglés!  Qué  importa: 
lo  amaré  sin  hablar. 

Bl  Virtuoso.  —  Hay  una  morochita  en  un  palco  balcón  que  no  es 
desagradable...  Verdaderamente  las  otras  están  vestidas  como  fósforos. 
Demasiado  flacas  para  mí . . .  Las  prefiero  regordetas,  a  la  manera  de 
aquella  arpista  de  Hamburgo...  Se  llamaba  Fritzi,  creo...  Fritzi  Meyer 
o  Schmidt...   Le  enviaré  una  tarjeta  postal.  " 


568  NOSOTROS 

Cinco  auditoras  pasmadas.  —  ¡  Si  Beethoven  pudiera  oírlo !  Lloraría 
de  gozo. 

Fin  del  adagio.  Segunda  tempestad  de  aplausos. 

El  Virtuoso,  (volviendo  a  sentarse).  —  Y  ahora,  ese  malhadado  schcr- 
so...  Vamos  a  él...  ¡Dios!  ¡Cómo  huele  a  perro  mojado  1 

Bl  critico  artrítico.  —  Demasiado  lento. 

El  critico^  linfático.  —  i  Qué  velocidad  I 

El  Virtuoso.  —  Esto  marcha...  {Acaba  de  ejecutar  una  escala  cro- 
mática). Si  será  uno  desgraciado...  verse  obligado  a  realizar  trucos  como 
este  para  ganarse  la  vida ! 

La  Demi-Vierge.  —  ¡Qué  pasión!  ¡Su  alma  desciende  en  sus  d^dos 
divinos ! 

El  Virtuoso.  —  Este  scherzo  seduce  a  todas  las  mujeres.  La  peque- 
ña morocha  del  palco  balcón  va  a  desmayarse...  ¡Atiende  bebé...  escu- 
cha esto ! 

{Apresura  a  cien  la  hora  el  fin  del  "scherzo"  y  provoca  un  ciclón  de 
Liplausos). 

El  decano  de  la  crítica.  —  ¡  Hola !  ¡  Hola ! . . .  Se  hubiera  dicho  un 
iacho  que  rueda  por  una  escalera...  Esto  es  cubismo  musical...  En  1897, 
se  le  habría  silbado. 

El  Virtuoso.  —  Es  necesario  absolutamente  que  saque  treinta  mi!  pe- 
sos de  mi  "tournée"...  ¡A  pesar  de  todo,  qué  ladrones  estos  empresa- 
rios!... 33  %,  gastos  deducidos...  ¡Y  qué  cuentas  de  hotel!...  ¡Ah!  los 
argentinos  tratan  biep^  los  artistas..'.  Pero,  no  me  tendrán  más...  Me 
compro  un  chalet  en  los  alrededores  de  Viena  y  me  dedico  a  criar  cone- 
jos... ¡Por  Dios...  qué  sed  tengo!...  ¡Y  esa  cerveza  que  será  necesario 
beber  todavía ! . . . 

Seis  llamadas.  El  Virtuoso  se  retira  secándose  la  frente. 

La  morocha  del  palco  balcón  (la  garganta  apretada,  las  manos  húme- 
das) .  —  ¡  Dios  mío  ! . . .    i  i  Se  diría  que  me  ha  mirado ! ! 

H.  L.  Mrncken. 

(Traducido    y    adaptado  por  A.  A.  B.) 


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^l 


ASPECTOS  HORRIBLES  DEL  HAMBRE  EN  RUSIA 


Un  muerto  de  hambre 


Cr-¿ávcrcs  de  niños  en  el  patio  de  un       Niño  moribundo  de  escorbuto  prcdu- 
hospital  cido  por  el  hambre 


Transporte  de  provisiones  en  el  Volga 


Niños  hambrientos  en  Saratof 


Muertos    de   hambre    en   una    calle 


NOTAS  Y  COMENTARIOS 

Belisario  Roldan 
t  El  17  de  Agosto,  en  Alta  Gracia 

NO  es  la  hora  de  la  muerte  la  más  propicia  para  estudiar  la 
personalidad  de  los  hombres  que  por  largos  años, han  estre- 
mecido a  las  multitudes.  Más  difícil  que  durante  su  misma  vida 
es  entonces  el  análisis,  porque  si  primeramente  el  entusiasmo 
turbaba  el  juicio,  la  piedad  lo  desvía  luego. 

Quince  años  hace,  Belisario  Roldan  era  en  nuestro  país  un 
valor  indiscutido.  No  había  entonces  oídos  que  se  negaran  a  es- 
cuchar su  mágica  palabra,  ni  manos  que  se  resistieran  al  aplauso 
clamoroso.  Era  no  sólo  un  orador,  sino  la  elocuencia  misma. 
Las  más  grandes  glorias  de  la  palabra  dicha  en  español  empali- 
decían al  lado  de  su  prestigio  naciente.  Aclamábanle  todos:  los 
intelectuales,  los  políticos,  las  mujeres,  las  muchedumbres  hete- 
rogéneas. Nadie  hubiera  seguido  al  que  hubiera  puesto  en  duda 
el  valor  definitivo  de  su  elocuencia. 

No  tardó  en  callarse  la  voz  que  parecía  maravillosa.  Trata- 
dos los  cinco  o  seis  temas  que  habían  dado  al  orador  sus  triunfos 
más  formidables,  ¿con  qué  tejería  sus  nuevas  oraciones? 

El  versificador  nació  entonces.  Era  inferior,  sin  duda  al- 
guna, pero  pareció  excelso  a  las  gentes  de  cultura  elemental. 

El  hombre  de  teatro  revelóse  posteriormente.  Difícil  nos 
sería  decir  el  número  de  obras  que  Roldan  escribió  desde  el 
estreno  de  Los  contagios,  pero  es  probable  que  alcance  a  medio 
centenar.  Piezas  de  toda  índole  dio  a  nuestra  escena,  pero  nada 
o  poco  adelantó  con  él,  ni  siquiera  el  teatro  en  verso  que  Roldan 
cultivó  con  especial  cariño. 


570  NOSOTROS 

Faltóle  en  los  últimos  años  la  adhesión  de  los  grupos  me- 
jores. La  crítica  señaló  la  falsedad  de  su  poética  y  de  su  teatro, 
pero  respetó  al  orador  cuyo  prestigio  no  habla   sido  discutido. 

Cuando  en  el  futuro  se  juzgue  definitivamente  su  perso- 
nalidad, es  posible  que  sólo  al  orador  se  considere.  Pero  el  jui- 
cio no  será  tan  entusiasta  de  Belisario  Roldan  como  lo  era  el 
aplauso  de  los  que  le  oyeron  hace  quince  años.  De  sus  discur- 
sos quedarán  las  palabras  frías,  huérfanas  del  artista  extraordi- 
nario. Es  posible  que  amengüe  entonces  el  prestigio  del  orador 
que  parecía  incomparable. 

César  Iglesias  Paz 
t  El  i8  de  Agosto,  en  Buenos  Aires 

LA  muerte  de  César  Iglesias  Paz  priva  a  nuestro  teatro  de 
uno  de  sus  más  fuertes  valores  actuales.  Trece  años  de  acti- 
vidad teatral,  durante  los  cuales  estrenó  diez  y  siete  obras,  prue- 
ban su  decidida  vocación  por  una  profesión  que  no  fué  la  pri- 
mera en  elegir  su  espíritu,  pues  en  1907  terminó  su  carrera 
jurídica  con  una  tesis  sobre  La  cuestión  social,  que  hizo  vislum- 
brar para  su  autor  un  porvenir  seguro  en  el  foro  y  la  política. 
Poco  después,  al  año  siguiente,  tentó  el  teatro  con  su  primer  obra 
Más  que  la  ciencia,  cuyo  éxito  relativo  le  indujo  a  escribir  pos- 
teriormente una  comedia.  La  conquista,  que  le  valió  su  primer 
gran  triunfo.  Desde  entonces,  ya  no  abandonó  el  teatro  hasta  la 
hora  de  vSU  muerte,  que  lo  sorprende  en  plena  labor.  Su  obra 
merece  un  estudio  detenido,  superior  a  una  simple  nota.  Nuestro 
co-director,  Alfredo  A.  Bianchi,  se  ocupará  en  el  próximo  nú- 
mero de  Nosotros  de  la  obra  dramática  de  este  malogrado  es- 
critor. 

Nuestro  aniversario 

Quincí;  años  ha  cumplido  Nosotros  en  el  corriente  mes  de 
Agosto. 
Si  fuera  frecuente  en  nuestra  América  que  las  revistas  de 
la  índole  de  esta  alcanzaran  tan  prolongada  vida,  hubiera  sido 
inútil  y  supérfltio  recordar   el  aniversario  de   Nosotros.    Pero 
como  son  muy  escasas,  desgraciadamente,  las  publicaciones  que 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  571 

sobreviven  a  los  primeros  proyectos,  siempre  entusiastas,  o  a  los 
iniciales  impulsos,  siempre  viriles,  creemos  que  la  edad  que 
Nosotros  ya  lleva  alcanzada  es-  un  éxito  de  nuestra  cultura  na- 
cional. Si  no  hubieran  sido  tantos  y  tan  fieles  los  lectores  que 
esta  revista  ha  tenido  desde  su  fundación,  y  si  le  hubiera  faltado  la 
adhesión  generosa  de  nuestros  escritores^  Nosotros,  iniciada  sin 
recursos,  muy  pronto  hubiera  dejado  de  publicarse. 

No  se  nos  oculta  que  a  pesar  del  tiempo  transcurrido  y  de 
la  adquirida  experiencia,  muchos  son  los  defectos  que  tiene 
nuestra  revista.  A  pesar  de  ellos,  creemos  que  Nosotros  es  en 
la  Argentina  y  aún  en  los  demás  países  que  hablan  español,  una 
publicación  que  sirve  y  aún  puede  servir  más  a  la  cultura  de  los 
pueblos  hispano-americanos.  Tal  certidumbre  mantiene  nuestra 
constancia  v  alimenta  nuestro  entusiasmo. 


Una  carta  de  M.  Martinenche 

A   propósito  del  artículo  de  José  Gabriel  publicado  en  el  úl- 
timo número  de  Nosotros,  hemos  recibido  del  señor  Mar- 
tinenche la  siguiente  carta : 

1 7-8-91 2. 

Mon  cher  ami: 
Je  viens  de  recevoir  l'article  que  vous  avez  bien  voulu  m'en- 
voyer  de  votre  vivante  revue.  Si  vous  en  avez  l'occasion,  voulez- 
vous  diré  a  Mr.  José  Gabriel  que  son  article  n'a  á  peu  prés  aucun 
rapport  avec  ce  que  j'ai  dit?  Je  n'ai  jamáis  parlé  d'emphase 
espagnole.  A  propos  des  reproches  adressés  aux  Argentins  qui, 
dit-on,  estropient  le  castillan,  j'ai  fait  simplement  rémarquer 
que  chez  eux  s'accelére  ce  mouvement  syntaxique,  déjá  tres  sen- 
sible en  Espagne  et  qui  fait  passer  toutes  les  langues  de  la  phase 
oratoire  ou  órale  a  la  phase  écrite.  C'est  peut-étre  une  puerilité, 
mais  pas  tout  á  faitdans  le  sens  oü  Mr.  José  Gabriel  emploie  ce 
mot.  Dites  lui  aussi  par  la  méme  occasion  que  je  ne  me  suis  pas 
consacré  exclusivement  á  Lope  de  Vega,  qu'il  m'est  arrivé  de 
lire  Quevedo,  et  que  mes  travaux  personnels  portent  surtout  sur 
l'étude  de  l'influence  feconde  dans  la  littérature  fran(;aise  de 
cette  littérature  espagnole  dont  aucun  Espagnol  n'arrivera  á  me 


572  NOSOTROS 

faire  méconnaitre  la  savoureuse  originalité.  Le  ton  de  rarticle 
de  Mr.  José  Gabriel  m'a  surpris.  II  ne  revele  pas  cette  exquise 
courtoisie  dont  j'ai  eu  toujours  jusqu'á  maintenant  de  si  délica- 
tes  preuves  en  Espagne  comme  en  Argentine.  Mr.  Gabriel  me 
paraít  d'ailleurs  se  faire  de  sa  patrie  une  image  offensante  et 
rébarbative.  S'il  était  impossible  á  un  Frangais,  füt-il  un  Paul 
Groussac,  d'écrire  jamáis  correctement  en  espagnol,  c'est  done 
que  l'espagnol  serait  une  langue  inassimilable  et  inhumaine,  et 
on  s'expliquerait  mal  son  role  mondiál. 
„  Bien  affectuesement  á  vous, 

E.  Marti NENCHí. 


Un  plagio 

LA  Prensa,  diario  escrito  en  castellano  que  se  edita  en  Nueva 
York,  ha  publicado  en  su  número  de  ii  de  Mayo  último 
una  poesía  titulada  "La  transmigración",  firmada  por  el  señor 
Joseph  RoUins.  Preceden  a  los  versos,  las  -siguientes  palabras  de 
la  redacción; 

"Hoy  honramos  nuestra  sección  de  "El  Eco  de  las  Aulas" 
con  el  retrato  de  este  ilustrado  profesor,  que  con  frecuencia  nos 
distingue  enviándonos  sus  escritos  y  sus  poesías.  Ya  los  lectores 
del  Eco  están  familiarizados  con  su  firma,  con  sus  bellos  ar- 
tículos llenos  de  sentimiento  y  nobleza  de  ideas,  escritos  en  un 
elegante  estilo  y  con  sus  sentidas  e  inspiradas  poesías.  Toda  la 
labor  literaria  del  profesor  Rollins  es  en  español.  Todos  pueden 
juzgar  de  su  dominio  de  nuestra  lengua  por  sus  escritos.  Es 
profesor  de  español  en  la  Escuela  Superior  de  Patchogue,  N.  Y., 
y  es  un  gran  hispanófilo.  Conoce  a  los  hispanos  y  por  esto  ha 
aprendido  a  apreciarlos  en  sus  múltiples  y  altas  cualidades.  La 
poesía  que  publicamos  a  continuación  es  una  muestra  del  domi- 
nio que  tiene  del  castellano  el  profesor  Rollins,  y  además  de  sus 
cualidades  de  poeta  exquisito". 

Tanto  nos  aprecia  y  conoce  el  profesor  Rollins,  que  ha  que- 
rido, honrarnos  firmando  una  poesía  aparecida  en  Nosotros.  "La 
transmigración"  es,  en  efecto,  copia  de  "Avatar"  de  Juan  Bur- 
ghi,  publicada  en  estas  páginas  en  Noviembre  de  192 1.  Además, 
tan  acostumbrado   el    Prof.    Rollins   a   corregir   a   sus  alumnos,. 


NOTAS  Y  COMENTARIOS  573 

también  ha  corregido  a  nuestro  poeta.  Su  versión  tiene  algunas 
variantes  que,  demás  está  decirlo,  no  mejoran  la  original. 

Denunciado  el  plagio  por  uno  de  nuestros  lectores  neoyor- 
quinos. La  Prensa  reveló  pocos  días  después  al  verdadero  autor, 
el  señor  Burghi,  a  quien  el  profesor  Rollins,  de  puro  distraído, 
había  plagiado.  Sin  querer,  ¡  es  claro ! . . . 

Ricardo  Baeza 

Dí;i.í;gado  por  el  Comité  Internacional  que  preside  el  Dr. 
Nansen  ha  llegado  a  Buenos  Aires  Ricardo  Baeza.  De  to- 
dos es  conocida  la  inteligente  y  honrada  labor  realizada  por  él 
como  traductor  de  Hebbel,  Osear  Wilde,  D'Annunzio,  Wells, 
y  otros,  y  no  son  pocos  los  que  han  seguido  en  Bl  Sol  de  Ma- 
drid, sus  artículos  sobre  la  lucha  política  en  Irlanda  y  sobre 
el  hambre  en  Rusia. 

Baeza  inicia  en  la  Argentina  la  campaña  que  seguirá  por 
toda  Sud-América  en  favor  de  los  hambrientos  del  Volga  y  de 
Ukrania.  El  nos  ha  proporcionado  las  fotografías  que  damos  en 
este  número  de  Nosotros,  testimonios  terribles  de  la  angustio- 
sísima situación  en  que  se  hallan  millones  de  seres  humanos. 

¿Habrá  tm  corazón  que  no  se  estremezca  ante  tanta  des- 
gracia ? 

"Nosotros". 


NOSOTROS 


ÍNDICE 


B  ^ 

Barreda  Ernesto  Mario    Una  valiosa   edición    de    Que- 

vedo    162 

Benavente  Jacinto    Buenos  Aires  crepuscular   289 

Bermúdez  Franco  F Es  mejor  ignorar  (versos)   . . .  345 

Blanco  Marcos  Manuel  Educación    108,  220,  384 

Brandan   Caraffa    El  gran  sacrificio  (poesía)    . . .  360 

Burghi  Juan   Sonetos    i97 

c 

Calzada  Rafael    La  patria  de  Colón 192 

Cárbia  Rómulo  D Colón   y  el   castellano    347 

Chiappori  Atilio    Rogelio   Yrurtia    433 

D 

Daireaux  Max   Una   iniciación     en    la    eterni- 
dad  (cuento)    322 

De   Amador   Fernán   Félix    ....    La  copa  de  David  (versos)    . .  448 

De  Diego  Rafael   Letras  argentinas:  Poesía    ...  511 

De  Pedro  Valentín   Escritores    venezolanos:   Juan 

Vicente    González    326 

F 

Franco   Luis  L En   el  cañaveral   (poesía)    ....  321 


ÍNDICE  575 

G  ^— 

Pag. 

Gabriel  José El   francés,   el   castellano   y  el 

señor    Martinenche    33 

Galíndez  Bartolomé Soneto     a     Enrique     González 

Martínez    107 

García  Hernández  M Venezuela   intelectual   contem- 
poránea            17 

González   Martínez   Enrique    . . .    Poemas    13 

„  „  ,,  ...    Discurso    en    el    homenaje  de 

"Nosotros"    105 

Gorostiza  José   Poemas    501 

Guglielmini  Homero  M La   orquesta   de   la  Asociación 

del    Profesorado    Orquestal.     Z7Z 

Guillot  Víctor  Juan    El  constructor  de  quimeras   . .       48 

I 

Imbelloni  J El     "Testamento"     de     Víctor 

Locchi  y  el  de  "Don  Quijo- 
te"   de    Quevedo 490 

K 

Kantor  M Halima    (leyenda    dramática) ,       59 


Lagorio   Arturo    Notas  de  Arte :  G.  López  Na- 

guil    98 

j,              „          Notas  de  Arte:  Alfredo  Guido  379 

j,              „          ,        „        „   :    Yrurtia-Vena  516 

Lenzoni  Marcos   Mi   Ciudad   (versos)    182 

Luisi  Luisa    Poemas  de  la  inmovilidad    ...  44 

j,        Escritores    uruguayos:    Carlos 

Reyles,    novelista    292,  451 

M 

Maristany  Femando    Cada  día   (versos)    291 

Marquina    Rafael    El  teatro  de  Jacinto  Benavente  145 

Mediz  Bolio  Antonio   El    caminante    48/ 

Mendioroz  Alberto    La  efusión  antigua   (versos) . .  484 

Miomandre   Francis  de    Crónica   de   la  vida   intelectual 

francesa    88,  197 

Monvel    María Poemas   exaltados    56 


676  NOSOTROS 

N  Pág. 

Noé  Julio    Nuestra   demostración   a   Enri- 
que   González    Martínez....      102 
,,         , Letras  argentinas 213,     509 

"Nosotros"     Notas  y  Comentarios.  143,  283, 

426     509 

P 

Pereyra  Rodrígfuez  José   "El   hijo   del   León"    505 

Prezzolini   Giuseppe    Giovanni  Verga    5 

R 

Redacción  La    Bihlografía   122,  242,  405     539 

„  „     Las  Revistas   . . .   134,  254,  41 1,     548 

„  „     Los   escritores  argentinos  juz- 

gados en   el  extranjero.    130, 

258,     424 

„  , La  vida  política  en  la  América 

Latina     396 

s 

Salaverri  Vicente  A Las  grandes  novelas  america- 
nas: "L'n  perdido",  de  Eduar- 
do  Barrios    81 

Scheimberg  Simón Una  exposición  de  don  Mi- 
guel   Viladrich 368 

Silva  Valdés  Fernán  El   payador    (versos)    159 

T 

Talamón  Gastón  O Crónica   musical    229,     528 

V 

Vázquez  Cey  Arturo-  . . .  -. Poesías 72 

Y 

Yrigoyen  A.  Salvador    Mañana  (cuento)    75 

Z 

Zanné   Gerónimo    El   atorrante   (cuento)    i6tj 


w 


}     AP 

N6 
'     t.4.1 


Nosotros 


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