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Full text of "Obras Completas"

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PRINCETON  •  NEW  JERSEY 


BX  890    .B35*1948  v.3 
Balmes,  Jaime  Luciano,  1810 

1848  . 
Obras  Completas 


o 


JAIME  BALMES 

OBRAS  COMPLETAS 


BIBLIOTECA 

DE 

AUTORES  CRISTIANOS 

BAJO  LOS  AUSPICIOS  Y  ALTA  DIRECCION  DE 
LA  PONTIFICIA  UNIVERSIDAD  DE  SALAMANCA 

LA  COMISION  DE  DICHA  PONTIFICIA 
UNIVERSIDAD  ENCARGADA  DE  LA 
INMEDIATA  RELACION  CON  LA  B.  A.  C, 
ESTA  INTEGRADA  EN  EL  AÑO  1948 
POR    LOS    SEÑORES    SIGUIENTES : 

PRESIDENTE ! 

Excmo.  y  Rvdmo.  Sr.  Dr.  Fr.  Francisco  Barbado 
Viejo,  O.  P.,  Obispo  de  Salamanca  y  Gran  Can- 
ciller de  la  Pontificia  Universidad 

vicepresidente:   limo.  Sr.  Dr.  Gregorio  Alas- 
truey,  Rector  Magnífico. 

vocales:  Sr.  Decano  de  la  Facultad  de  Sagradas 
Escrituras,  M.  R.  P.  Dr.  Fr.  Alberto  Colun- 
ga,  O.  P.;  Sr.  Decano  de  la  Facultad  de  Teología, 
R.  P.  Dr.  Aurelio  Yanguas,  S.  I. ;  Sr.  Decano 
de  la  Facultad  de  Filosofía,  R.  P.  Dr.  Fr.  Jesús 
Valbuena,  O.  P. ;  Sr.  Decano  de  la  Facultad  de 
Derecho,  R.  P.  Dr.  Fr.  Sabino  Alonso.  O.  P. ; 
Sr.  Decano  de  la  Facultad  de  Historia,  R.  P.  Dr. 
Bernardino  Llorca,  S.  I. 

secretario  :    M.  I.  Sr .  Dr.  Lorenzo  Turrado, 
Profesor. 

LA  EDITORIAL  CATOLICA,  S.  A. — Apartabo  466 
MADRID  -  MCMXLVIII 


JAIME  BALMES 


.  JAN  ; 


Obras  Completas 

TOMO    II  I 

FILOSOFIA  ELEMENTAL 

Lógica. -Etica. -Metafísica 
Historia    de   la  filosofía 

y 

EL  CRITERIO 


Edición  de  la  Biblioteca  de  Autores  Cristianos, 
dirigida  por  la  fundación  balmesiana  de  bar- 
celona, según  la  ordenada  y  anotada  por  el 
P.  Casanovas,  S.  I. 


BIBLIOTECA  DE  AUTORES  CRISTIANOS 

MADRID  -  MCMXLVIII 


NIHIL  OBSTAT 

Dr.  Andrés  de  Lucas, 
Censor. 


IMPR1MATUR : 
•f  Casimiro, 
Ob.  aux.  y  Vic.  gral. 
Madrid,  6  diciembre  de  1948 


INDICE  GENERAL 


FILOSOFIA  ELEMENTAL 

Págs. 


Prólogo  de  la  edición  «Balmesiana»   3 

LOGICA 

Prólogo  , -v.P/S"?.'.*0.?.0 V.1.      ...                         ...  ...  7 

Nociones  preliminares. 

Capítulo  I. — Objeto  y  utilidad  de  la  lógica   8 

Capítulo  II. — Facultades  del  alma  de  cuya  dirección  debe 

cuidar  la  lógica  ".      9 

LIBRO  I — Facultades  auxiliares. 

Capítulo  I. — Reglas  para   dirigir  bien  los  sentidos   12 

Capítulo  II. — La  imaginación   18 

Sección  I. — Memoria  imaginativa   18 

Relación  de  espacio  o  lugar   19 

Relación  de  tiempo     20 

Relación  de  causa  y  efecto   20 

Relación  de  semejanza   21 

Sección  II. — Inventiva  de  la  imaginación   23 

Capítulo  III. — La  sensibilidad  interna  o  facultad  del  senti- 
miento  ~                                                  ...  25 

LIBRO  II. — Facultad  principal:  el  entendimiento. 

Capítulo  I. — El  entendimiento  en  general   29 

Sección  I. — Objeto  del  entendimiento   29 

Sección  II. — La  atención  '.    29 

Sección  III. — División  de  los  actos  del  entendimiento   38 

Capítulo  II. — La  percepción   31 

Sección  I. — Definición  y  división  de  la  percepción  y  de  las 

♦       ideas   ol 


VI 


ÍNDICE  GENERAL 


Páqs. 


Sección  II. — Reglas  para  percibir  bien   33 

Sección  III. — Expresión  de  las  ideas  y  de  aus  objetos   36 

Capítulo  III. — Operaciones   auxiliares  para   la  buena  per- 
cepción                                                      :   38 

Sección  I. — La  definición   38 

Sección  II. — La  división   41 

Capítulo  IV. — El  juicio  y  la  proposición    43 

Sección  I. — Definición  y  juicio  de  la  proposición   43 

Sección  II. — División  de  las  proposiciones   44 

Sección  III. — Reglas  sobre  la  extensión  del  sujeto   46 

Sección  IV. — Reglas  sobre  la  extensión  del  predicado   47 

Sección  V. — Conversión  de  las  proposiciones   49 

Sección  VI. — Oposición  de  las  proposiciones   50 

Sección  VII. — Equivalencia  de  las  proposiciones   53 

Sección  VIII. — Proposiciones  compuestas   53 

§    1. — Proposiciones  copulativas    54 

2.  — Proposiciones  disyuntivas    54 

3.  — Proposiciones  condicionales   55 

4.  — Proposiciones  causales,  exclusivas,  exceptivas,  res- 

trictivas, reduplicativas,  principales  e  inciden- 
tales   56. 

Sección  IX.— La  falsa  suposición   58 

Sección  X. — Orden  de  los  términos   58 

Sección  XI. — Verdad,  certeza,  op  nión,  duda   59 

Capítulo  V. — El  raciocinio   61 

Sección  I. — El  raciocinio  en  general   61 

Sección  II- — Definición  y  división  del  silogismo    62 

Sección  III. — Reglas  de  los  silogismos  simples   62 

Sección  IV. — Figuras  y  modos  del  silogismo   65 

Sección  V. — Silogismos  compuestos   68 

Sección  VI. — Varias  especies  de  argumentación   70 

Sección  VIL — Paralogismos  o  falacias   72 

Sección  VIII. — Reducción  de  todas  las  reglas  del  racioci- 
nio a  una  sola    73 

LIBRO  III—  El  método. 

Capítulo  L — Los  criterios   76 

Sección  I. — Criterio  de  conciencia  o  de  sentido  íntimo   77 

Sección  II. — Criterio  de  evidencia   78 

Sección  III. — Criterio  de  sentido  común   *0 


ÍNDICE  GENERAL 


VII 


Págs. 


Capítulo  II. — Cómo  debemos  conducirnos  en  las  varias  cues- 
tiones que  se  pueden  ofrecer  a  nuestro  entendimiento   84 

Sección  I. — Clasificación  general  de  las  cuestiones   84 

Sección  II. — Cuestiones  de  posibilidad   84 

§    1. — Imposibilidad  metafísica  o  absoluta    84 

2.  — Imposibilidad  física   o   natural    86 

3.  — Imposibilidad  ordinaria  o  moral   88 

4.  — Imposibilidad  de  sentido  común   88 

Sección  III. — Cuestiones  de  existencia   90 

§    L — Coexistencia  y   sucesión    90 

2.  — Juicios  sobre  los  actos  humanos    9£ 

3.  — Autoridad  humana    94 

Sección  IV- — Cuestiones  sobre  la  naturaleza  de  las  cosas  ...  96 

Sección  V. — Uso  de  la  hipótesis   97 

Sección  VI. — Síntesis  y  análisis  .'.   98 

Sección  VII. — Necesidad  del  trabajo   99 

Sección  VIII. — La  lectura   100 

Sección  IX.— El  trato  y  la  disputa   101 

Sección  X.- — La  meditación   102 

Sección  XI. — Cuestiones  prácticas   103 

Resumen   104 

ETICA 

Prólogo   105 

Capítulo  Ii — Existencia  de  las  ideas  morales  y  su  carácter 

práctico   107 

Capítulo  II. — Condiciones  indispensables  para  el  orden  moral.  109 

Capítulo  III.- — Necesidad  de  una  regla  fija  ;  ...  Ul 

Capítulo  IV. — La  regla  de  la  moral  no  es  el  interés  privado  ...  112 

Capítulo  V. — La  moralidad  no  es  la  relación  a  la  utilidad 

pública   116 

Capítulo  VI. — Razones  contra  el  principio  utilitario  en  todos 

sentidos   118 

Capítulo  VII. — Relaciones  entre  la  moralidad  y  la  utilidad.  121 

Capítulo  VIII. — No  se  explica  bastante  la  moralidad  con  decir 

que  lo  moral  es  lo  conforme  a  la  razón   124 

Capítulo  IX. — Nada  se  explica  con  decir  que  la  moral  es  un 

hecho  absoluto  de  la  naturaleza  humana   126 

Capítulo  X. — Origen  absoluto  del  orden  moKal   126 


VIII 


ÍNDICE  GENERAL 


Págs. 

Capítulo  XI. — Cómo   de   la  moralidad   absoluta   dimana  la 

relativa1!.!  V..  ?.'7                   .  J^.?1..'.          ...  l.!.9.Tp.;fíí^i  129 

.  Capítulo  XII. — Explicación  de  las  nociones  fundamentales  del 

orden  moral     130 

Capítulo  XIII. — Cómc  se  extiende  el  orden  moral  a  lo  que  no 

le  pertenece  por  intrínseca  necesidad   132 

Capítulo  XIV. — Deberes  para  con  Dios  '.   134  - 

Capítulo  XV.— Deberes  para  consigo  mismo   136 

Sección  1. — Nociones  preliminares   136 

Sección  II. — Amor  de  sí  mismo     137 

Sección  III. — Deberes   relativos  al   entendimiento   139 

Sección  IV. — Deberes  relativos  al  orden  sensible   141 

Sección  V. — El  suicidio   145 

Sección  VI. — La  mutilación  y  otros   daños   146 

Sección  VIL — Resumen   147 

Capítulo  XVI. — El   hombre  está   destinado  a   vivir  en  so- 
ciedad  -  ...  -ji&í-^H&siffi  — .X-M\w*»s>>>2 

Capítulo  XVII. — Deberes  y  derechos  de  la  sociedad  domés- 
tica, o  sea  de  la  familia                                                ■■•  149 

Capítulo  XVIII- — Origen  del  poder  público   153 

Capítulo  XIX. — Derechos  y  deberes  recíprocos  independien- 
tes del  orden  social   155  • 

Capítulo  XX. — Ventajas  de  la  asociación   157 

Capítulo  XXI. — Objeto  y  perfección  de  la  sociedad  civil  S  160 

Capítulo  XXII. — Algunas  condiciones  fundamentales  en  toda 

organización  social   *»■ 

Capítulo  XXIII— Derecho  de  propiedad   165 

Sección  I. — Estado,  importancia  y  dificultades  de  la  cues- 
tión                  ...  D  Sí».***      165 

Sección  II. — El  principio  fundamental  del  derecho  de  pro- 
piedad es  el  trabajo    I67 

Sección  111  —Cómo  el  principio  del  trabajo  se  aplica  a  las 

transmisiones  gratuitas   I68 

Sección  IV.—  Cómo  el  pnncipio  del  trabajo  se  aplica  a  las 

transmisiones  no  gratuitas   i(>9 

Sección  V  -  La  usura   170 

Capítulo  XXIV —La  sociedad  en  sus  relaciones  con  la  moral 

y  la  religión  •   *»* 

Capítulo  XXV.— La  ley  civil   I?4 

Capítulo  XXVI.— Los  tributos   177 


ÍNDICE  GENERAL 


PágfS 

Capítulo  XXVII— Penas  y  premios    179 

Capítulo  XXVIII.— Inmortalidad  del  alma.  Premios  y  penas 
de  la  otra  vida    185 

METAFISICA 

Advertencia   195 

ESTETICA 

Nociones  preliminares  

Capítulo  I. — Necesidad,  objeto  y  condiciones  de  la  sensibili- 
dad externa   198 

Capítulo  II. — Organo  de  la  vista   2CÚ 

Capítulo  III. — Organo  del  oído  

Capítulo  IV. — Organos  del  gusto,  olfato  y  tacto   204 

Capítulo  V. — Sistema  encefálico   205 

Capítulo  VI—  Incapacidad  de  la  materia  para  sentir   206 

Capítulo  VII.— Examen  de  los  sistemas  que  atribupen  sensi- 
bilidad a  la  materia   208 

Capítulo  VIII. — Clasificación  de  las  sensaciones  en  inmanen- 
tes y  representativas  .'     t   210 

Capítulo  IX— Caracteres  distintivos  de  la  vigilia  y  del  sueño.  212 

Capítulo  X. — Realidad  externa  y  caracteres  generales  de  los 
objetos  de  la  sensación     214 

Capítulo  XI. — Análisis   de   la   objetividad   de   algunas  sen- 
saciones     216 

Capítulo  XII. — Realidad  objetiva  de  la  extensión   213 

Capítulo  XIII. — Comparación  de  la  aptitud  respectiva  de  la 
vista  y  el  tacto  para  darnos  idea  de  los  objetos  externos...  223 

Capítulo  XIV. — Qué  nos  enseñan  los  sentidos  con  respecto  al 
mundo  corpóreo   227 

Capítulo  XV. — La  imaginación,  o  sea  la  representación  sen- 
sible interna.  Su  necesidad  y  caracteres    228 

Capítulo  XVI. — Perturbaciones  de  la  representación  sensible 
interna.  Sus  relaciones  con  la  organización   232 

Capítulo  XVII. — El  placer  y  dolor  sensibles   23fi 

Capítulo  XVIII —El  sentimiento   239 

Capítulo  XIX. — Escala  de  los  seres   241 


X 


ÍNDICE  GENERAL 


IDEOLOGIA  PURA 

Págs. 

Capítulo  I. — Diferencia  entre  las  sensaciones  y  las  ideas  ...  243 

Capítulo  II. — El  espacio   246 

Capítulo  III.— Naturaleza  de  la  idea  y  de  la  percepción   249 

Capítulo  IV. — Clasificación  de  las  ideas    243 

Capítulo  V.- — Origen  de  las  ideas   256 

Capítulo  VI. — Ideas  de  ser  y  no  ser,  posibilidad  e  imposib- 

lidad,  necesidad  y  contingencia   258 

Capítulo  VII. — Ideas  de  unidad,  distinción,  número,  identidad 

y  simplicidad   261 

Capítulo  VIII. — Ideas  de  lo  absoluto  y  relativo   262 

Capítulo  IX. — Ideas  de  lo  infinito  y  de  lo  finito    263 

Capítulo  X. — Ideas  de  substancia  y  modificación   268 

Capítulo  XI. — Ideas  de  causa  y  efecto   271 

Capítulo  XII. — Idea  del  tiempo   273 

Capítulo  XIII. — Verdades  ideales  y  verdades  reales   275 

Capítulo  XIV  —  De  la  certeza   278 

Capítulo  XV. — La  ciencia ;  su  existencia,  naturaleza  y  límites.  285 

Capítulo  XVI —Relación  de  las  ideas  con  el  lenguaje   288 

Capítulo  XVII.— Consecuencias  importantes  bajo  el  aspecto 

religioso  y  moral   293 

GRAMATICA  GENERAL 
O  FILOSOFIA  DEL  LENGUAJE 

Capítulo  I. — Objeto  e  importancia  de  la  gramática  general  ...  295 

Capítulo  II. — El  signo   296 

Capítulo  III. — Signos  naturales  del  ser  sensitivo   298 

Capítulo  IV. — Los  gestos  arb-trarios  y  la  voz   299 

Capítulo  V. — Formación  de  los  sonidos   ó'Ol 

Capítulo  VI. — Se  explica  cómo  con  tan  pocos  sonidos  se  for- 
man todas  las  lenguas   306 

Capítulo  VII. — Objeto  de  las  letras  radicales  y  de  las  termi- 
naciones semejantes   308 

Capítulo  VIII. — Del  nombre   311 


ÍNDICE  GENERAL  XI 


Págs. 

Capítulo  IX.— El  artículo   316 

Capítulo  X. — El  pronombre   318 

Capítulo  XI. — El  verbo   321 

Sección  I. — Observaciones  sobre  el  método  que  se  debe  se- 
guir en  esta  discusión   321 

Sección  II. — Se  examinan  algunas  opiniones  sobre  la  natu- 
raleza del  verbo   322 

Sección  III. — Objeto  del  verbo   326 

Sección  IV- — Accidentes  del  verbo   327 

Sección  V. — Sobre  la  división  del  verbo  en  substantivo  y 

adjetivo    332 

Sección  VI. — Particip'os  y  gerundios   333 

Sección  VIL — Definición  del  verbo   334 

Capítulo  XII. — La  preposición   335 

Capítulo  XIII— El  adverbio   336 

Capítulo  XIV. — La  conjunción  y  la  interjección   337 

Capítulo  XV. — La  sintaxis   338 

Capítulo  XVI. — La  escritura   340 

Capítulo  XVII. — Por  qué  se  ha  conservado  en  el  cálculo  la 

escritura  ideográfica   344 

Capítulo  XVIII/ — Consideraciones  sobre  los  admirables  efec- 
tos de  la  palabra  y  de  la  escritura   ?   346 

PSICOLOGIA 

Capítulo  I. — Que  el  alma  humana  es  substancia   349 

Capítulo  II.- — Simplicidad  del  alma   351 

Capítulo  III. — Identidad  del  ser  que  en  nosotros  piensa  y 

siente   352 

Capítulo  IV. — Libertad  de  albedrío   353 

Capítulo  V. — Comunicación  del  alma  con  el  cuerpo   355 

Capítulo  VI. — Sitio  donde  reside  el  alma   359 

Capítulo  VII. — Observaciones  fundamentales  para  soltar  to- 
das las  dificultades  de  los  materialistas   S<>1 

Capítulo  VIII. — Sistema  del  ángulo  facial  y  de  las  relaciones 

del  cerebro  con  el  cerebelo    364 

Capítulo  IX.— Sistema  frenológico   367 

Capítulo  X  — El  alma  de  los  brutos   371 


XII 


ÍNDICE  GENERAL 


TEODICEA 

Págs. 


Capítulo  I. — Nociones  preliminares   ;>78 

Capítulo  II. — Existencia  y  origen  del  ateísmo   3o0 

Capítulo  III. — Demostración  de  la  existencia  de  Dios  como 

ser  necesario  :   381 

Capítulo  IV. — Demostración  de  la  existencia  de  Dios  como 

causa  de  la  razón  humana   383 

Capítulo  V. — Demostración  de  la  existencia  de  Dios  como  or- 
denador del  universo  '     3K5 

Capítulo  VI. — Demostración  fundada  en  la  creencia  universal 

del  género  humano    386 

Capítulo  VII. — Demostración  sacada  de  las  horribles  conse- 
cuencias del  ateísmo   387 

Capítulo  VIII. — Examen  de  la  hipótesis  del  acaso   388 

Capítulo  IX. — Hipótesis  de  las  fuerzas  de  la  naturaleza  ...  391 

Capítulo  X. — El  panteísmo   392 

Sección  I- — Idea  del  panteísmo   392 

Sección  II. — Doctrina  de  Spinosa.  El  panteísmo  examinado 

en  la  región  de  las  ideas  puras   393 

Sección  III. — El  panteísmo  examinado  en  la  experiencia 

interna  o  psicológica    396 

Secc¿ó?i  IV- — El  panteísmo  examinado   en  la  experiencia 

del  mundo  corpóreo   398 

Sección  V. — El  panteísmo  examinado  en  la  comunicación 

de  los  espíritus     399 

Capítulo  XI. — La  creación   400 

Capítulo  XII. — Atributos  de  Dios   403 

Capítulo  XIII. — Naturaleza  y  origen  del  mal   404 

HISTORIA  DE  LA  FILOSOFIA 

Prólogo   ...  411 

I.    Filosofía  de  la  India    412 

II.    Filosofía  de  la  China   416 

III.  Filosofía  de  la  Persia   416 

IV.  Los  caldeos     418 

V.    Los  egipcios   419 


ÍNDICE  GENERAL  XIII 


Págs. 


VI.    Los  fenicios  !   419 

VII.    Escuela  jónica   420 

VIII.    Pitagóricos   423 

IX.    Jenófanes   426 

X.    Parménides     427 

XI.    Zenón  de  Elea   •••  429 

XII.    Leucipo  y  Demócrito   429 

XIII.  Heráclito*  !  •••    431 

XIV.  Empédocles    432 

XV.    Sofistas  y  escépticos     433 

XVI.    Sócrates'.  ,   „   434 

XVII.    Platón   -.   436 

XVIII.    Aristóteles     441 

XIX.    Cínicos  ,.   ...  447 

XX.    Escuela  cirenaica    448 

XXI.    Escuelas  de  Elis  y  Eretria    449 

XXII.    Escuela  de  Megara   ,   449 

XXIII.  Pirrónicos   450 

XXIV.  Epicúreos   451 

XXV.    Estoicos   453 

XXVI.    La  Academia  nueva  y  la  novísima   455 

XXVII.    Cicerón    i   458 

XXVIII.    Enesidemo  y  Sexto  Empírico   461 

XIX.    Eclécticos  de  Alejandría   464 

XXX.    Neoplatónicos     465 

XXXI.    La  filosofía  entre  los  cristianos   466 

XXXII.  Tiempos  que  siguieron  a  la  irrupción  de  los  bár- 
baros            ...  '.   467 

XXXIII.  Arabes  y  judíos  ;   169 

XXXIV.  Gerberto   469 

XXXV.    Roscelin :  nominalismo  v  realismo   470 

XXXVI.    San  Anselmo   472 

XXXVII.    Abelardo  ...   473 

XXXVIII.    Santo  Tomás  de  Aquino   474 

XXXIX.    Filosofía  escolástica   475 

XL.    Roger  Bacon       406 

XLI.    Epoca  de  transición   487 

XLII.    Bacon  de  Verulam  -.  ...  489 

XLIII.    Descartes   489 

XLIV.    Gasendo   495 

XLV.    Hobbes   496 

XLVI.    Spinosa   ,   ¿  97 

XLVII.    Malebranche   498 

XLVIII.    Locke  s   501 

XLIX.    Berkeley   503 

L.    Vico   503 

LI.    Leibniz  '  504 

LII.    Buffier  y  la  escuela  escocesa  .'   508 

LUI.    Hume     509 

LIV.    Condillac   510 


XIV 


ÍNDICE  GENERAL 


Págs. 


LV.    Kant   511 

LVI.    Fichte   518 

LVII.    Schelling   521 

LVIII.    Hegel     522 

LIX.    Jacobi   523 

LX.    Lamennais   524 

LXI.    Cousin   525 

LXII.    Krause   527 

LXIII.    Ojeada  sobre  la  filosofía  y  su  historia   533 

EL  CRITERIO 

Prólogo  de  la  edición  «Balmesiana»  conmemorativa  del  cen- 
tenario de  El  criterio    541 

Indice  analítico    548 

Prospecto   551 

Capítulo  I. — Consideraciones  preliminares   ...  553 

§     1. — En  qué  consiste  el  pensar  bien.  Qué  es  la  verdad  553 

2.  — Diferentes  modos  de  conocer  la  verdad    553 

3.  — Variedad  de  ingenios    554 

4.  — La  perfección  de  las  profesiones  depende  de  la  per- 

fección con  que  se  conocen  los  objetos  de  ellas  555 

5.  — A  todos  interesa  el  pensar  bien    556 

6.  — Cómo  se  debe  enseñar  a  pensar  bien    556 

Capítulo  II—  La  atención    557 

§     1. — Definición  de  la   atención.   Su  neces'dad    558 

2 — Ventajas  de  la  atención  e  inconvenientes  de  su 

falta    558 

3.  — Cómo  debe  ser  la  atención.  Atolondrados  y  ensi- 

mismados   559 

4.  — Las   interrupciones    559 

Capítulo  III. — Elección  de  carrera   561 

§      l. — Vago  significado  de  la  palabra  «talento»    561 

2.  — Instinto  que  nos  ;ndica  la  carrera  que  mejor  se 

nos  adapta    561 

3.  — Experimento  para  discernir  el  talento  peculiar  de 

cada  niño    562 

Capítulo  IV. — Cuestiones  de  posibilidad   564 

§     1. — Una  clasificación  de  los  actos  de  nuestro  entendi- 
miento y  de  las  cuestiones  que  se  le  pueden 

ofrecer    564 

2 — Ideas  de  posibilidad  e  imposibilidad.  Sus  clasifi- 

ciones    565 

3. — En  qué  consiste  la  imposibilidad  metafísica  o  ab- 
soluta   566 


ÍNDICE  GENERAL  XV 


Págs. 


§  4.- — La  imposibilidad  absoluta  y  la  omnipotencia  di- 
vina   ...   .'flóíí    ...  ...  566 

5. — La  imposibilidad  absoluta  y   los  dogmas    566 

6 — Idea  de  la  imposibilidad  física  o  natural    567 

7. — Modo  de  juzgar  de  la  imposib'lidad  natural    567 

8 — Se  deshace  una  dificultad  sobre  los  milagros  de 

Jesucristo    568 

9. — La  imposibilidad  moral  u  ordinaria    569 

10. — Imposibilidad  del  sentido   común  impropiamente 

contenida  en  la  imposibilidad  moral    570 

Capítulo  V. — Cuestiones  de  existencia.  Conocimiento  adqui- 
rido por  el  testimonio  inmediato  de  los  sentidos    573 

§  1. — Necesidad  del  testimonio  de  los  sentidos  y  los  di- 
ferentes modos  con  que  nos  proporcionan  el  co- 
nocimiento de  las  cosas    573 

2.  — Errores  en  que  incurrimos  por  ocasión  de  los  sen- 

tidos. Su  remedio.  Ejemplos    574 

3.  — Necesidad  de  emplear  en  algunos  casos  más  de 

un  sentido  para  la  debida  comparación    575 

4.  — Los  sanos  de  cuerpo  y  enfermos  de  espíritu    576 

5 —  Sensaciones  reales,  pero  sin  objeto  externo.  Expli- 

cación de  este  fenómeno   577 

6 —  Maniáticos  y  ensimismados     578 

Capítulo  VI. — Conocimiento  de  la  existencia  de  las  cosas  ad- 
quirido mediatamente  por  los  sentidos   579 

§     1. — Transición  de  lo  sentido  a  lo  no  sentido    579 

2  — Coexistencia  y  sucesión    580 

3 — Dos  reglas  sobre  la  coexistencia  y  la  suces'ón  ...  581 

4.  — Observaciones  sobre  la  relación  de  causalidad.  Una 

regla  de  los  dialécticos    582 

5.  — Un  ejemplo    583 

6.  — Reflexiones  sobre  el  ejemplo  anterior    585 

7.  — La  razón  de  un  acto  que  parece  instint'vo    585 

Capítulo  VII. — La  lógica  acorde  con  la  caridad    586 

§  1. — Sabiduría  de  la  ley  que  prohibe  los  juicios  temera- 
rios   586 

2. — Examen  de  la  máxima  «Piensa  mal  y  no  errarás».  587 

3  — Algunas  reglas  para  juzgar  de  la  conducta  de  los 

hombres    588 

Capítulo  VIII. — De  la  autoridad  humana  en  general   592 

§     I- — Dos  condiciones  para  ser  valedero  un  testimonio.  592 

2. — Examen  y  aplicaciones  de  la  primera  condición  ...  592 

3- — Examen  y  aplicaciones  de  la  segunda  condición  ...  595 

4.  — Una  observación  sobre  el  interés  en  engañar    596 

5.  — Dificultades  para  alcanzar  la  verdad  en  mediando 

mucha  distancia  de  lugar  o  tiempo    598 


XVI 


ÍNDICE  GENERAL 


Págs. 


CaííiuLiU  IX. — Los  periódicos   5i;9 

§     1. — Una  ilusión    599 

2.  — Los  periódicos  no  lo  dicen  todo  sobre  las  personas.  599 

3.  — Los  periódicos  no  lo  dicen  todo  sobre  las  cosas.  601 

Capítulo  X.— Relaciones  de  viaies   M)2 

§      1 — Dos  partes   muy   diferentes  en  las  relaciones  de 

viajes     ...    603 

2.  — Origen  y  formación  de  algunas  relaciones  de  v  ajes.  503 

3.  — Modo  de  estudiar  un  país    605 

Capítulo  XI. — Historia   606 

§     1. — Medio  para  ahorrar  tiempo,  ayudar  a  la  memoria 

y  evitar  errores  en  los  estudios  históricos    606 

2.  — Distinción  entre  el  fondo  del  hecho  y  sus  circuns- 

tancias. Aplicaciones    607 

3.  — Algunas  reglas  para  el  estudio  de  la  historia    608 

Capítulo  XII. — Consideraciones  generales  sob>  e  el  modo  de 
conocer  la  naturaleza,  propiedad  y  relaciones  de  los 

seres    ...    613 

S     1. — Una  clasificación  de  las  ciencias    613 

2.  — Prudencia   científica  y  observaciones   para  alcan- 

zarla     614 

3.  — Los  sabios  resucitados    617 

Capítulo  XIII. — La  buena  percepción   621 

5     1.— La  idea    ...   621 

2.  — Regla  para  percibir  bien    622 

3.  — Escollo  del  análisis     625 

4.  — El  tintorero  y  el  filósofo    626 

5.  — Objetos  vistos  por  una  sola  cara    627 

6.  — Inconvenientes  de  una  percepción  demasiado  rá- 

pida   C.4fi»3».i   628 

Capítulo  XIV.— El  juicio   029 

5     1. — Qué  es  el  juicio.  Manantiales  de  error    629 

2.  — Axiomas  falsos      629 

3.  — Proposiciones  demasiado  generales    630 

4.  — Las  definiciones  inexactas    631 

5.  — Palabras   mal   definidas.    Examen   de   la  palabra 

«igualdad»    631 

6  — Aposiciones  gratuitas.  El  despeñado    635 

7.  — Preocupación   en   favor  de   una  doctrina    638 

Capítulo  XV. — El  raciocinio   640 

§     1. — Lo  que  valen  los  principios  y  las  reglas  de  la 

dialéctica    640 

2. — El  silogismo.  Observaciones  sobre  este  instrumen- 
to dialéctico      641 

3  — El  entimema   643 


ÍNDICE  GENERAL  XVII 


Págs. 


5     4. — Reflexiones  sobre  el  término  medio    644 

5. — Utilidad  de  las  formas  dialécticas    614 

Capítulo  XVI. — No  todo  lo  hace  el  discurso   649 

§     1. — La  inspiración    649 

2.  — La  meditación   1   650 

3.  — Invención  y  enseñanza   650 

§     4.— La   intuición   651 

5.  — No  está  la  dificultad  en  comprender,  sino  en  ati- 

nar. El  jugador  de  ajedrez.  Sobiesir.  Las  víbo- 
ras de  Aníbal    651 

6.  — Regla  para  meditar    653 

7  — Carácter    de    las    inteligencias    elevadas.  Notable 

doctrina  de  Santo  Tomás  de  Aquino   ...  654 

8.- — Necesidad  del  trabajo    655 

Capítulo  XVII. — La  enseñanza   656 

S     1. — Dos  objetos  de  la  enseñanza.  Diferentes  clases  de 

profesores    656 

2.  — Genios  ignorados  de  los  demás  y  de  si  mismos  ...  657 

3.  — Medios  para  descubrir  los  talentos  ocultos  y  apre- 

ciarlos en  su  valor    657 

4.  — Necesidad   de   los   estudios   elementales   660 

Capítulo  XVIII — La  invención   662 

§  1.- — Lo  que  debe  hacer  quien  carezca  del  talento  de 

invención    662 

2.  — La  autoridad  científica    663 

3.  — Modificaciones  que  ha  sufrido  en  nuestra  época  la 

autoridad  científica    663 

4.  — El  talento  de  invención.  Carrera  del  genio    665 

Capítulo  XIX. — El  entendimiento,  el  corazón  y  la  imaginación.  G66 

§     1. — Discreción  en  el  uso  de  las  facultades  del  alma. 

La   reina   Dido.   Alejandro    666 

2. — Influencia  del  corazón  sobre  la  cabeza.  Causas  y 

efectos  ...   667 

3  — Eugenio.    Sus    transformaciones    en  veinticuatro 

horas  ...   '.       ...  669 

4.  — Don  Marcelino.  Sus  cambios  políticos    673 

5.  — Anselmo.  Sus  variaciones  sobre  la  pena  de  muerte.  675 

6.  — Algunas   observaciones   para   precaverse   del  mal 

influjo  del  corazón    676 

7.  — El   amigo   convertido   en   monstruo    677 

8.  — Cavilosas  variaciones  de  los  juicios  políticos    679 

9.  — Peligros  de  la  mucha  sensibilidad.  Los  grandes  ta- 

lentos. Los  poetas   680 

10 — El  poeta  y  el  monasterio    681 

11. — Necesidad  de  tener  ideas  fijas   682 

12 — Deberes  de  la  oratoria,  de  la  poesía  y  de  las  bellas 

artes   682 


XVIII 


ÍNDICE  GENERAL 


Págs. 


§    13. — Ilusión  causada  por  los  pensamientos  revestidos  de 

imágenes    684 

Capítulo  XX. — Filosofía  de  la  Historia   685 

§     1. — En  qué  consiste  la  filosofía  de  la  historia.  Dificul- 
tad de  adquirirla  ...    685 

2  — Se  indica  un  medio  para  adelantar  en  la  filosofía 

de  la  historia    686 

3.  — Aplicación  a  la  historia  del  espíritu  humano   686 

4.  — Ejemplo  sacado  de  las  fisonomías,  que  aclara  lo  di- 

cho sobre  el  modo  de  adelantar  en  la  filosofía 

de  la  historia    687 

Capítulo  XXI  — Religión   689 

§     1. — Insensato  discurrir  de  los  indiferentes  en  materias 

de  religión    689 

2.  — El  indiferente  y  el  género  humano    689 

3.  — Tránsito  del  indiferentismo  al  examen.  Existencia 

de  D  os    690 

4.  — No  es  posible  que  todas  las  religiones  sean  verda- 

deras   691 

5.  — Es  imposible  que  todas  las  religiones  sean  igual- 

mente agradables  a  Dios    691 

6.  — Es  imposible  que  todas  las  religiones  sean  una  in- 

vención humana    691 

7.  — La  revelación  es  posible    692 

8.  — Solución  de  una  dificultad  contra  la  revelación  ...  693 

9.  — Consecuencias  de  los  párrafos  anteriores    693 

10.  — Existencia  de  la  revelación    69S 

11.  — Pruebas  históricas  de  la  existencia  de  la  revela- 

ción     894 

12.  — Los  protestantes  y  la  Iglesia  católica    696 

13.  — Errado  método  de  algunos  impugnadores  de  la  re- 

ligión   697 

14.  — La  más  alta  filosofía  acorde  con  la  fe    698 

15  — Quien  abandona  la  religión  católica  no  sabe  don- 
de refugiarse   699 

Capítulo   XXII. — El   entendimiento   práctico    700 

§     1. — Una  clasificación  de  acciones    700 

2.  — Dificultad  de  proponerse  el  debido  fin    700 

3.  — Examen  del  proverbio  «Cada  cual  es  hijo  de  sus 

obras»    701 

4.  — El  aborrecido    702 

5.  — El  arruinado    702 

6.  — El  instruido  quebrado  y  el  ignorante  rico   703 

7.  — Observaciones.  La  cavilación  y  el  buen  sentido...  705 

8.  — Del'cadeza  de  ciertos  fenómenos  intelectuales  en 

sus  relaciones  con  la  práctica    706 

9.  — Los  despropósitos    706 

10. — Entendimientos  torcidos   707 


ÍNDICE  GENERAL. 


XIX 


Págs. 


5    11  —Inhabilidad  de  dichos  hombres  para  los  negocios.  708 

12.  — Este  defecto  intelectual  suele  nacer  de  una  causa 

moral    ••• 

13.  — La  humildad  cristiana  en  sus  relaciones  con  los 

negocios  mundanos                  :   709 

14.  — Daños  acarreados  por  la  vanidad  y  la  soberbia  710 
15  — El  orgullo    711 

16—  La  vanidad                                                          •■•  712 

17 —  La  influencia  del  orgullo  es  peor  para  los  negocios 

que  la  de  la  vanidad     713 

18.  — Cotejo  entre  el  orgullo  y  la  vanidad   714 

19.  — Cuán  general  es  dicha  pasión    714 

20.  — Necesidad  de  una  lucha  continua   715 

21.  — No  es  sólo  la  soberbia  lo  que  nos  induce  a  error  al 

proponernos  un  fin    716 

22.  — Desarrollo  de  fuerzas  latentes    717 

23.  — Al  proponernos  un  fin  debemos  guardarnos  de  la 

presunción  y  de  la  excesiva  desconfianza    718 

24.  — La  pereza    718 

25.  — Una  ventaja  de   la   pereza   sobre  las  demás  pa- 

siones   718 

26.  — Origen  de  la  pereza    719 

27.  — Pereza  del  espíritu    719 

28.  — Razones  que  confirman  lo  dicho  sobre  el  origen  de 

la  pereza    720 

29.  — La  inconstancia.   Su  naturaleza  y  origen    720 

30.  — Pruebas  y  aplicaciones    721 

31.  — El  justo  medio  entre  dichos  extremos    721 

32.  — La  moral  es  la  mejor  guía  del  entendimiento  prác- 

tico   722 

33 — La  armonía  del  universo  defendida  con  el  castigo.  723 

34.  — Observaciones    sobre   las   ventajas   y  desventajas 

de  la  virtud  en  los  negocios    724 

35.  — Defensa  de  la  virtud  contra  una  inculpación  in- 

justa   724 

36.  — Defensa  de   la   sabiduría   contra   una  inculpación 

infundada   725 

37.  — Las  pasiones  son  buenos  instrumentos,  pero  malos 

consejeros    726 

38.  — Lá  hipocresía  de  las  pasiones   727 

39.  — Ejemplo.  La  venganza  bajo  dos  formas   727 

40.  — Precauciones      730 

41.  — Hipocresía  del  hombre  consigo  mismo    73'1 

42.  — El  conocimiento  de  sí  mismo    731 

43.  — El  hombre  huye  de  sí  mismo    732 

44.  — Buenos  resultados  del  reflexionar  sobre  las  pa- 

siones   733 

45.  — Sabiduría  de  la  religión  cristiana  en  la  dirección 

de  la  conducta    73'3 

46.  — Los  sentimientos  morales  auxilian  la  virtud    734 

47.  — Una  regla  para  los  juicios  prácticos    735 


XX 


ÍNDICE  GENERAL 


Págs. 


i    48— Otra  regla    736 

49  — El  hombre  riéndose  de  sí  mismo    737 

50.  — Perpetua  niñez   del  hombre    738 

51.  — Mudanza  de  don  Nicasio  en  breves  horas    739 

52.  — Los  sentimientos  por  sí  solos  son  mala  regla  de 

conducta    740 

53.  — No  impresiones  sensibles,  s'no  moral  y  razón    742 

54.  — Un  sentimiento  bueno  la  exageración  lo  hace  malo.  742 
53. — La  ciencia  es  muy  útil  a  la  práctica   746 

56.  — Inconvenientes  de  la  universalidad    747 

57.  — Fuerza  de  la  voluntad    749 

58.  — Firmeza  de  voluntad   750 

59.  — Firmeza,  energía,  ímpetu    751 

60.  — Conclusión  y  resumen  ...    754 


Curso  de 
Filosofía  Elemental 


• 


PROLOGO    DE    LA  EDICION 

«B  ALMESIANA»(I) 


La  publicación  de  la  Filosofía  fundamental  despertó  en 
muchos  el  deseo  de  tener  una  obra  elemental  para  las  cla- 
ses. Esta  idea  fué  propuesta  a  Balmes  casi  simultáneamen- 
te en  España  y  en  Francia.  Aun  sin  estas  insinuaciones  es 
de  presumir  que  Balmes  hubiera  tenido  el  mismo  pensa- 
miento, -dada  la  importancia  que  en  El  criterio  da  a  los  es- 
tudios elementales.  De  todas  estas  razones  nació  el  Curso 
de  filosofía  elemental. 

La  primera  noticia  de  él  que  encontramos  en  el  Episto- 
lario es  ya  total  y  con  aquel  aire  ejecutivo  que  tienen  todos 
los  planes  balmesianos.  Era  el  mes  de  junio  de  1846;  acaba- 
ba de  entrar  en  prensa  el  tercer  volumen  de  la  Filosofía 
fundamental,  y  escribe  a  don  Antonio  Brusi:  «Pienso  pu- 
blicar una  Filosofía  elemental,  que  deseo  esté  de  venta  a 
fines  de  septiembre  para  que  la  puedan  adoptar  los  cate- 
dráticos que  gusten.  Si  me  es  posible,  deseo  reducirla  a  un 
tomo  que,  a  lo  más,  no  exceda  mucho  el  volumen  de  El  cri- 
terio. Para  mi  gobierno  quisiera  \\  que  usted  me  dijese  a  la 
mayor  brevedad  si  esto  es  posible  en  ésa.  poniéndose  usted 
con  el  máximum  de  lo  que  puede  imprimirse,  pues  que  aun 
tardaré  un  poco  en  tener  corriente  el  original.  Se  -desea  esta 
obra  y  quiero  complacer  al  público.»  (Núm.  280.) 

Este  plan  rápido  no  se  pudo  realizar.  Pocos  días  después 
de  esta  carta.  Balmes  salió  para  Cataluña,  donde  estuvo  has- 
ta el  día  1°  de  noviembre,  ocupado  en  terminar  la  impre- 
sión de  la  Filosofía  fundamental  y  en  la  campaña  del  ma- 
trimonio real,  que  tuvo  entonces  un  desenlace  imprevisto. 
Llegado  otra  vez  a  Madrid  a  principios  de  noviembre,  pone 


1  Según  dijimos  en  el  primer  tomo,  dos  rayas  verticales  indican 
dentro  del  texto  de  la  BAC  el  lugar  en  que  acaba  y  principia  cada 
página  de  la  edición  «Balmesiana»,  según  la  numeración  indicada  en- 
tre paréntesis  en  la  parte  superior  de  la  página. 


4 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


[20,  6-7] 


manos  en  la  obra,  y  en  veintiocho  dias  dicen  que  escribió 
el  primer  volumen,  o  sea  la  Lógica.  Con  esta  velocidad  mi- 
*  raculosa  siguieron  los  demás  volúmenes.  El  día  22  de  mayo 
de  1847  escribe:  «Aquí  tenemos  la  friolera  de  27  grados  de 
calor  en  el  Réaumur;  sin  embargo,  yo  trabajo  mucho  para 
acabar  en  pocos  días  la  Filosofía  elemental,  y  espero  que 
para  el  20  de  junio  tendré  impresa  toda  la  obra,  incluyendo 
la  Historia  de  la  filosofía.  Aguado  se  me  ha  comprometido, 
y  me  tendrá  la  palabra.»  (Epistolario,  n.  330.)  Efectiva- 
mente, el  16  de  julio  escribe  a  su  hermano  que  ya  está  aca- 
bada la  impresión  y  que  ha  tirado  3.000  ejemplares  (ibídem. 
n.  331).  Resulta,  pues,  que  en  ocho  meses  se  escribieron  e 
imprimieron  los  cuatro  volúmenes  del  Curso  de  filosofía 
elemental,  y  aun  hemos  de  tener  en  cuenta  que  en  este 
tiempo  Balmes  arregló  y  empezó  a  imprimir  la  magna  co- 
lección de  los -Escritos  políticos.  Quedó  tan  rendido  y  ago- 
tado, que  a  mitad  del  mes  de  julio  se  fué  a  hacer  un  via- 
je a  Santander  y  Ontaneda.  y  de  aquí  a  París  por  tercera 
y  última  vez.  || 

En  París  le  pidieron  la  traducción  de  lados  muy  diferen- 
tes. Los  que  más  le  apremiaron  fueron  los  benedictinos  de 
Solesmes.  Du  Lac,  entonces  novicio,  le  escribía:  «En  Fran- 
cia no  tenemos  ningún  libro  de  esta  clase  que  valga  la  pena: 
los  mejores  no  valen  nada.y,  Cuando  supieron  que  el  mis- 
mo Balmes  pensaba  traducirla  al  latín.  Du  Lac  volvió  a 
escribirle:  «.Oigo  decir  con  gran  alegría  mía  que  usted  tra- 
duce al  latín  su  Filosofía  elemental,  y  siento  necesidad  de 
dirigirle  una  súplica.  Estoy  convencido  de  que,  si  esta  filoso- 
fía podía  propagarse  en  las  clases  de  nuestro-i  semÁnarios. 
donde  tienen  autores  de  una  deplorable  mediocridad,  por 
no  decir  cosa  peor,  se  lograría  un  gran  bien.  Sería  cosa  de 
gran  provecho  si  se,  arreglaban  las  cosas  de  tal  manera  que 
la  traducción  latina  de  usted  se  publicara  juntamente  en 
Francia  y  en  España,  o  al  menos  que  la  obra  se  encontrara 
fácilmente  en  París  y  en  nuestras  principales  ciudades.» 
(Carta  de. 22  de  septiembre  de  1847.)  El  mismo  arzobispo  de 
París,  monseñor  Afre.  le  prometió  que  la  pondría  de  texto 
en  su  seminario. 

Efectivamente,  Balmes  determinó  hacer  por  sí  mismo  la 
traducción  latina,  y  en  ella  puso  mano  llegando  a  Madrid, 
empezando  por  darse  largos  atracones  de  lectura  de  los  me- 
jores clásicos  para  tener  buen  estilo,  o  a  lo  menos  superior  al 
que  se  usaba  en  las  escuelas.  Queda  todavía  el  original  de 
esta  obra,  escrito  por  mano  de  Balmes  hasta  el  libro  terce- 
ro de  la  Lógica,  y  lo  demás  de  mano  de  amanuense.  En  ¿l 
trabajó  desde  el  mes  de  octubre  de  1847  hasta  que  en  Bar- 
celona la  enfermedad  le  quitó  la  pluma  de  la  mano.  El 
día  8  de  abril  escribía  a  don  Antonio  Brusi-  «Dentro  de  poco 


[20,  7-8]         PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


5 


espero  tener  traducida  ||  al  latín  mi  Filosofía  elemental, 
que  pienso  imprimir  antes  de  empezar  el  año  escolar  inme- 
diato.» (Epistolario,  n.  353.)  No  pudo  concluir  su  trabajo, 
que  terminó  el  trinitario  exclaustrado  P.  Bruno  Casáis. 
Faltando  el  autor,  la  estampación  anduvo  más  lenta  de  lo 
que  solían  las  obras  balmesianas.  El  año  1848  se  publicaron 
los  dos  volúmenes  de  Lógica  y  Metaphysica,  el  año  1849  la 
Ethica,  y  el  1850  la  Historia  Philosophiae,  todos  bajo  el  tí- 
tulo general  de  Cursus  Philosophiae  Elementalis. 

Reproducimos  el  texto  de  la  primera  edición  castellana. 
Para  uniformar  en  alguna  manera  el  tamaño  de  los  volú- 
menes de  esta  edición  hem.os  reducido  a  uno  solo  la  Lógica 
y  la  Etica,  que  Balmes  publicó  en  tomos  separados.  Tam- 
bién hemos  uniformado  el  sistema  de  titulación  del  texto, 
en  que  había  alguna  diferencia  puramente  tipográfica.  \\ 


LOGICA 


PROLOGO 


Al  escribir  este  libro  no  he  olvidado  las  observaciones 
que  emití  en  El  criterio  sobre  la  necesidad  de  reservar 
para  las  otras  partes  de  la  filosofía  las  cuestiones  ideológi- 
cas y  psicológicas.  He  procurado,  pues,  reducir  a  reglas 
breves  y  sencillas  todo  lo  que  se  requiere  para  pensar  bien ; 
y  me  abstengo  de  ventilar  cuestiones  difíciles  que  no  pue- 
den comprender  los  jóvenes  al  pisar  por  primera  vez  los 
umbrales  de  la  ciencia.  Cuando  las  examine  en  los  demás 
tratados  haré  notar  las  relaciones  que  puedan  tener  con  la 
lógica.  Convengo  en  que  algunas  de  dichas  reglas  y  las  ra- 
zones en  que  se  fundan  se  entienden  mejor  después  de  ha- 
ber hecho  estudios  serios  sobre  la  ideología  y  la  psicología, 
y  que  en  el  orden  analítico  estas  dos  ciencias  preceden  al 
arte  de  pensar ;  pero  en  los  libros  de  enseñanza  no  se  bus- 
ca lo  más  filosófico,  sino  lo  más  útil  para  enseñar.  Por  este 
motivo  se  ha  distinguido  siempre  entre  el  método  de  ense- 
ñanza y  el  de  invención. 

Tocante  a  la  exposición  de  las  formas  dialécticas  ||  he 
guardado  un  medio :  ni  les  doy  excesiva  importancia  ni 
las  estimo  en  menos  de  lo  que  merecen ;  omito  lo  superfluo, 
sin  olvidarme  da  lo  útil. 

Como  el  arte  de  pensar  no  se  aprende  con  solas  las  re- 
glas, hubiera  multiplicado  de  buena  gana  los  ejemplos  en 
que  se  viese  la  aplicación  de  las  mismas ;  pero  me  ha  re- 
traído el  temor  de  que  la  obra  saliese  demasiado  abultada, 
cuando  mi  propósito  era  reducirla  a  la  menor  dimensión 
posible.  Además,  he  creído  poderme  excusar  de  extender- 
me demasiado  con  poner  las  citas  de  El  criterio,  donde  se 
hallarán,  las  ampliaciones  correspondientes.  || 


NOCIONES  PRELIMINARES 


CAPITULO  I 

Objeto  y  utilidad  de  la  lógica 


1.  El .  objeto  de  la  lógica  es  enseñarnos  a  conocer  la 
verdad.  La  verdad  es  la  realidad.  Verum  est  id  quod  est, 
es  lo  que  es,  ha  dicho  San  Agustín.  Puede  ser  considerada 
de  dos  modos:  en  las  cosas  o  en  el  entendimiento.  La  ver- 
dad en  la  cosa  es  la  cosa  misma ;  la  verdad  en  el  entendi- 
miento es  el  conocimiento  de  la  cosa  tal  como  ésta  es  en 
sí.  A  la  primera  la  llamaremos  verdad  real  u  objetiva ;  a 
la  segunda,  formal  o  subjetiva.  «El  sol  existe»,  esto  es  una 
verdad  real  o  en  la  cosa ;  «conozco  que  el  sol  existe»,  esto 
es  una  verdad  formal  o  en  el  entendimiento. 

Los  conocimientos  no  valen  nada  si  carecen  de  verdad. 
¿De  qué  sirve  una  muchedumbre  de  pensamientos  a  los 
que  nada  corresponda?  El  entendimiento  debe  ponernos  en 
comunicación  con  los  objetos ;  si  no  los  conoce  tales  como 
son  en  sí,  dicha  comunicación  es  nula,  porque  ||  entonces  el 
conocimiento  no  se  refiere  al  objeto  real,  sino  a  una  cosa  di- 
versa (véase  El  criterio,  c.  I)  "[vol.  XV]. 

2.  La  lógica  natural  es  la  disposición  que  la  naturaleza 
nos  ha  dado  para  conocer  la  verdad.  Esta  disposición  pue- 
de perfeccionarse  con  reglas  fundadas  en  la  razón  y  en  la 
experiencia. 

Hay  reglas  para  dirigir  el  entendimiento  al  conocimien- 
to de  la  verdad  y  hay  principios  en  que  estas  reglas  se 
fundan:  el  conjunto  de  estas  reglas  y  de  estos  principios 
constituye  la  lógica  artificial.  En  cuanto  prescribe  las  re- 
glas es  arte ;  en  cuanto  señala  la  razón  de  las  reglas  es 
ciencia.  Por  ejemplo:  el  arte  prescribe  las  cualidades  de 
una  buena  definición :  la  ciencia  señala  la  razón  de  lo  pres- 
crito en  la  regla ;  el  arte  dice  cuáles  son  las  argumentacio- 


[•¿0.  12-14]  NOCIONES  PRELIMINARES. — C.  2 


9 


nes  legítimas:  la  ciencia  enseña  el  porqué  de  su  legiti- 
midad. 

Arte  es  un  conjunto  de  reglas  para  hacer  bien  alguna 
cosa ;  y  es  posible  formar  un  conjunto  de  reglas  para  lle- 
gar al  conocimiento  de  la  verdad ;  pues  que,  siendo  la  ver- 
dad el  objeto  de  nuestro  entendimiento,  para  llegar  a  ella 
debe  haber  un  camino  que  la  reflexión  puede  hacernos  co- 
nocer. Trazado  este  camino  en  un  conjunto  de  reglas  ten- 
dremos la  lógica  como  arte. 

El  entendimiento  no  es  una  facultad  ciega:  cuando  si- 
gue un  camino  sabe,  o  al  menos  puede  saber,  por  qué  le 
sigue ;  luego  es  capaz  de  señalar  la  razón  de  las  reglas  que 
observa  para  llegar  al  conocimiento  de  la  verdad.  El  con- 
junto de  estas  razones  será  la  lógica  como  ciencia.  || 

Ahora  podemos  definir  la  lógica  artificial  diciendo  que 
es  el  conjunto  de  las  reglas  que  nos  guían  para  conocer  la 
verdad  y  de  las  razones  en  que  se  fundan. 

La  lógica  artificial  puede  sernos  útil ;  pues  que  si  el  en- 
tendimiento sirve  para  dirigir  las  demás  facultades,  claro 
es  que  puede  dirigirse  a  sí  propio  por  medio  de  la  refle- 
xión. || 


CAPITULO  II 

Facultades  del  alma  de  cuya  dirección  debe 
cuidar  la  lógica 


3.  Las  verdades  son  de  diferentes  clases ;  porque  sien- 
do la  verdad  la  cosa  misma,  la  diferencia  de  las  cosas  im- 
plica diferencia  de  verdades. 

La  diferencia  de  las  verdades  exige  diferencia  de  me- 
dios para  alcanzarlas.  Esta  es  una  regla  importantísima  y 
fundamental.  No  todas  las  verdades  se  deben  buscar  por 
un  mismo  método.  Quien  discurra  del  mismo  modo  en  las 
ciencias  morales  y  en  las  matemáticas,  en  las  de  observa- 
ción que  en  las  exactas ;  quien  busque  la  verdad  en  la  li- 
teratura y  en  las  bellas  artes  por  el  mismo  método  que  en 
las  ciencias,  incurrirá  en  gravísimos  errores.  Cada  orden  de 
verdades  requiere  un  método  especial  del  que  no  se  puede 
prescindir. 

4.  El  hombre,  a  más  del  entendimiento,  tiene  otras  fa- 
cultades que  le  ponen  en  relación  con  las  cosas ;  por  lo  que 
una  buena  lógica  no  debe  limitarse  al  solo  entendimiento ; 


10 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  14-16] 


ha  de  extenderse  a  todo  cuanto  puede  influir  en  que  conoz- 
camos los  objetos  tales  como  son.  || 

Las  facultades  de  nuestra  alma  de  que  debe  ocuparse  la 
lógica  son:  la  sensibilidad  externa,  la  imaginación,  la  sen- 
sibilidad interna  o  facultad  del  sentimiento  y,  por  fin,  la 
inteligencia.  _ 

5.  La  sensibilidad  externa  es  la  que  se  ejerce  por  los 
cinco  sentidos:  la  vista,  el  oído,  el  gusto,  el  olfato  y  el  tac- 
to. Esta  nos  pone  en  comunicación  con  el  mundo  corpóreo. 

6.  La  imaginación  es  la  facultad  de  reproducir  en  nues- 
tro interior  las  impresiones  de  los  sentidos,  independien- 
temente del  ejercicio  de  éstos,  y  de  combinarlas  de  varias 
maneras,  sin  necesidad  de  sujetarse  al  orden  con  que  las 
hemos  experimentado.  Aunque  no  tengo  delante  una  pirá- 
mide que  he  visto,  reproduzco  su  imagen  en  mi  interior : 
he  aquí  un  acto  de  la  facultad  imaginativa,  el  cual  se  ejerce 
independientemente  del  sentido.  He  visto*  montañas,  he  vis- 
to oro,  mas  no  he  visto  nunca  una  montaña  de  oro ;  pero, 
si  quiero,  puedo  muy  bien  imaginármela,  en  cuyo  caso  re- 
uno  las  dos  sensaciones,  oro  y  montaña,  sin  embargo  de  no 
haberlas  hallado  juntas  en  la  realidad.  He  visto  animales,,  y 
he  visto  locomotivas  de  caminos  de  hierro ;  si  me  imagino 
un  monstruo  viviente  del  tamaño  y  las  formas  de  la  loco- 
motiva, y  el  ruido  de  ésta  le  convierto  en  bramido,  y  el 
humo  que  de  ella  se  exhala  le  trueco  en  aliento  inflamado 
que  sale  de  la  boca  y  narices  del  monstruo,  con  la  reunión 
de  dos  sensaciones  formo  un  ser  que  no  existe  en  la  rea- 
lidad. || 

7.  Difícil  es  el  explicar  con  palabras  lo  que  se  entien- 
de por  sensibilidad  interna ;  diremos,  sin  embargo,  que  es 
aquella  facultad  delicada  que  nos  pone  en  relación  con  los 
objetos,  independientemente  de  la  naturaleza  particular  de 
la  sensación  externa,  de  la  imaginación  y  del  conocimien- 
to. Esta  definición  se  comprenderá  mejor  con  ejemplos. 

Hay  un  hombre  gravemente  herido ;  todos  ven  la  misma 
herida,  saben  su  causa,  conjeturan  su  resultado.  El  sentido, 
la  imaginación,  el  conocimiento,  son  semejantes.  Se  acerca 
al  corrillo  una  mujer ;  un  grito  agudísimo  sale  del  fondo  de 
su  pecho.  ¿Ha  visto,  imaginado  ni  conocido  algo  que  no 
viesen  y  conociesen  los  otros?  No;  pero  ha  sentido  algo 
que  ellos  no  sentían;  es  la  madre  de  la  víctima:  he  aquí 
el  sentimiento.  En  esta  facultad  se  comprenden  aquí  todas 
las  pasiones. 

8.  La  inteligencia,  tomada  en  su  mayor  generalidad,  es 
la  facultad  de  conocer  las  cosas.  Estas  pueden  ser  conoci- 
das de  una  misma  manera,  y,  sin  embargo,  ser  objeto  de 
sensaciones,  imaginaciones*  y  sentimientos  muy  diferentes. 

9.  Reunamos  en  un  solo  ejemplo  el  ejercicio  de  las 


[20.  16-18]  NOCIONES  PRELIMINARES. — C.  2 


11 


cuatro  facultades  explicadas.  Supóngase  un  estanque  de 
agua  a  la  vista  de  algunas  personas.  El  agua  del  estanque 
es  objeto :  de  la  sensibilidad  externa,  esto  es,  de  la  vis- 
ta ;  2.°,  de  la  imaginación,  para  uno  que  aparte  los  ojos  del 
estanque,  pero  teniéndole  presente  en  su  interior ;  3.u,  de  la 
sensibilidad  interna,  para  uno  de  los  espectadores  que  re- 
cuerda haber  visto  anegarse  ||  en  el  mismo  estanque  una 
persona  querida  u  otro  lance  ingrato  o  agradable ;  4.°,  del 
entendimiento,  para  el  matemático  que  calcula  la  superfi- 
cie del  estanque,  el  naturalista  que  examina  las  propieda- 
des del  agua  o  el  médico  que  se  ocupa  de  la  influencia  de 
los  vapores  de  la  misma  sobre  la  salud  de  los  habitantes  de 
la  comarca. 

10.  El  conocimiento  y  el  juicio  de  la  verdad  están  única- 
mente en  el  entendimiento.  Las  demás  facultades  le  auxi- 
lian ofreciéndole  objetos  exteriores  o  afecciones  de  la  mis- 
ma alma ;  pero  ellas  en  sí  mismas  no  conocen.  La  naturale- 
za nos  las  ha  dado  para  ponernos  en  comunicación  con  los 
objetos,  para  presentárnoslos  bajo  ciertas  formas  y  afectar- 
nos de  varias  maneras ;  pero  reservando  siempre  el  verda- 
dero conocimiento  a  la  facultad  superior  que  debe  presidir 
a  todos  los  actos  internos  y  externos  del  hombre,  el  enten- 
dimiento. 

11.  Sin  embargo,  es  tal  y  tan  continua  la  necesidad  que 
el  entendimiento  tiene  de  estas  facultades,  que,  si  no  acer- 
tamos a  dirigirlas  bien,  caemos  en  muchos  errores.  Así,  aun- 
que el  entendimiento  sea  la  facultad  que  la  lógica  se  pro- 
pone principalmente  dirigir,  no  puede  desentenderse  de  las 
otras,  so  pena  de  no  lograr  lo  que  intenta. 

Como  estas  facultades  auxiliares  se  hallan  en  comunica- 
ción inmediata  con  los  objetos,  de  la  cual  carece  el  enten- 
dimiento, y,  para  que  éste  conozca,  necesita  que  aquéllas  le 
presenten  materiales  o  le  exciten  de  alguna  manera,  resul- 
ta que  estamos  expuestos  a  frecuentes  errores  por  las  equi- 
vocadas noticias  que  ellas  nos  ofrecen.  ||  Son,  por  decirlo  así, 
unos  testigos  cuya  falta  de  veracidad  extravía  al  entendi- 
miento; y  así,  antes  de  tratar  de  esta  facultad  principal, 
procuraremos  fijar  las  reglas  que  deben  tenerse  presentes 
para  evitar  que  sirvan  de  obstáculo  en  el  camino  de  la  ver- 
dad las  facultades  que  nos  han  sido  concedidas  como  un  me- 
dio para  conocerla.  || 


LIBRO  I 

FACULTADES  AUXILIARES 


CAPITULO  I 

Reglas  para  dirigir  bien  los  sentidos 


12.  El  objeto  inmediato  de  los  cinco  sentidos  es  poner- 
nos en  comunicación  con  el  mundo  corpóreo ;  pero  no  se  li- 
mita a  esto  su  utilidad,  pues  que,  excitado  nuestro  espíritu 
por  las  impresiones  sensibles,  adquiere  el  conocimiento  de 
cosas  incorpóreas. 

Para  usar  bien  de  los  sentidos  es  necesario  aplicar  las  re- 
glas siguientes : 

1." 

13.  El  órgano  del  sentido  debe  estar  sano. 

La  experiencia  de  cada  día  nos  enseña  las  alteraciones 
que  las  enfermedades  producen  en  nuestra  sensibilidad :  a 
un  paladar  indispuesto,  todo  le  parece  amargo ;  ||  el  que  ex- 
perimenta una  fuerte  calentura  siente  un  calor  o  un  frío 
intolerable  en  un  aposento  muy  templado. 


2.» 

14.  Es  preciso  atender  a  la  relación  entre  el  órgano  del 
sentido  y  los  objetos,  la  que  debe  ser  cual  corresponde  a  las 
leyes  de  cada  uno. 

Un  cuerpo  cilindrico  visto  por  el  lado  nos  presenta  su 
longitud ;  mirado  de  tal  manera  que  la  visual  sea  perpen- 


[20,  20-22]  LIB.   1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  1 


13 


dicular  a  una  de  sus  bases  nos  ofrece  un  círculo.  Estando  el 
agua  en  la  misma  temperatura  la  encontramos  fría  o  calien- 
te según  la  disposición  de  nuestra  mano.  Un  mismo  objeto 
se  nos  ofrece  de  maneras  diferentes  según  le  miramos  al  tra- 
vés de  un  vidrio  de  diversa  configuración.  Una  campiña  nos 
parece  tener  los  colores  más  o  menos  vivos  según  que  la  at- 
mósfera está  más  o  menos  transparente. 


3.a 

15.   Cada  sentido  debe  ceñirse  a  su  objeto  propio. 

Los  sentidos  tienen  objetos  característicos :  la  vista  los  co- 
lores, el  olfato  los  olores,  y  así  los  demás.  Cuando  se  quiere 
que  un  sentido  dé  testimonio  de  objetos  que  no  le  pertene- 
cen es  muy  fácil  caer  en  error.  , 

Hemos  comido  varias  veces  un  manjar  que  tiene  el 
olor  A,  el  color  B  y  el  sabor  C;  aquí  juegan  tres  sentidos, 
cada  cual  con  el  objeto  que  le  corresponde:  supongamos  || 
que  sentimos  el  olor  A,  sin  ver  el  objeto  que  le  despide,  y  que 
desde  luego  atribuímos  al  cuerpo  oloroso  el  color  B  y  el  sa- 
bor C.  Claro  es  que  sería  muy  fácil  engañarnos,  porque  el 
testimonio  de  un  sentido  le  extendemos  a  tres  objetos  dife- 
rentes, pues  que,  por  haber  hallado  unidas  estas  cualidades 
en  otro  caso,  inferimos  que  deben  estarlo  en  el  actual.  Es 
evidente  que  el  mismo  olor  A  puede  salir  de  un  cuerpo  que 
no  tenga  el  color  B  ni  el  sabor  C,  sino  otros  muy  diversos. 

La  vista  juzga  principalmente  de  los  colores,  y,  a  su  modo 
y  con  ciertas  circunstancias,  nos  hace  también  discernir  los 
tamaños  y  figuras ;  mas,  en  cuanto  a  este  último  discerni- 
miento, no  siempre  es  juez  competente,  como  se  manifiesta 
en  la  alteración  con  que  las  distancias  nos  presentan  un  mis- 
mo tamaño,  en  la  diversidad  de  figura  que  nos  ofrece  un  ob- 
jeto según  el  punto  de  vista  desde  el  cual  le  miramos,  y  tam- 
bién en  las  ilusiones  que  sufrimos,  creyendo  que  son  de  bul- 
to figuras  de  sola  perspectiva.  A  cierta  distancia  se  nos  pre- 
senta un  objeto  que  nos  parece  de  bulto,  como,  por  ejemplo, 
una  moldura,  un  pestillo  de  una  puerta  u  otra  cosa  seme- 
jante ;  pero  lo  que  en  realidad  hay  es  una  superficie  plana 
en  que  el  pintor  ha  lucido  la  habilidad  de  su  arte ;  la  som- 
bra está  distribuida  con  tal  perfección,  el  efecto  de  la  luz  en 
aquel  lugar  ha  sido  calculado  tan  exactamente,  que  el  obje- 
to nos  parece  destacarse  de  la  superficie,  y  tomamos  por  un 
cuerpo  real  lo  que  sólo  existe  en  perspectiva.  Los  ojos,  sin 
embargo,  no  nos  han  engañado ;  nos  presentan  lo  que  deben 
presentarnos  con  arreglo  a  las  leyes  de  la  luz  y  de  la  visión; 
leyes  fijas  y  conocidas  de  antemano,  como  se  manifiesta  en  el 
mismo  ||  hecho  de  haber  el  pintor  calculado  el  efecto  de  su 


14 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  22-23] 


obra  contando  con  ellas.  Luego  el  engaño  no  nos  viene  de  los 
ojos,  sino  de  haber  sacado  al  sentido  del  objeto  que  le  co- 
rresponde :  la  luz  y  los  colores.  ¿  Cómo  se  podía  prevenir  la 
equivocación?  Auxiliando  la  vista  con  el  tacto. 

Mirada  desde  lejos  una  torre  cuadrangular,  se  nos  pre- 
sentará redonda :  la  vista  tampoco  nos  engaña,  nos  ofrece  el 
objeto  tal  cual  debe  ofrecérnoslo;  pero  nosotros  le  exigimos 
que  a  demasiada  distancia  y  desde  un  punto  de  vista  no 
conveniente  distinga  entre  la  figura  redonda  y  la  cuadran- 
gular. 

El  oído,  en  muchos  casos,  nos  indica  con  bastante  aproxi- 
mación la  distancia  de  un  objeto ;  pero  es  siempre  con  suje- 
ción a  las  leyes  de  la  acústica,  fijas  y  constantes  como  las  de 
la  vista.  Si  oímos  a  un  ventrílocuo,  nos  parecerá  que  la  voz 
sale  de  un  punto  mucho  más  distante  del  que  lo  está  en  rea- 
lidad. ¿Nos  engaña  el  oído?  No;  él  dice  lo  que  debe  decir- 
nos con  arreglo  a  su  naturaleza ;  pero  nosotros,  que  ignora- 
mos las  circunstancias  excepcionales  del  objeto  que  suena,  o 
que,  aun  cuando  no  las  ignoremos,  no  estamos  acostumbra- 
dos a  las  mismas,  experimentaremos  una  ilusión  completa, 
atribuyendo  a  engaño  del  sentido  lo  que  sólo  dimana  de 
nuestra  precipitación  en  juzgar. 


4.  a 

16.  Los  sentidos  deben  auxiliarse  unos  a  otros,  y  su  tes- 
timonio acorde  es  tanto  más  fidedigno  cuanto  es  ||  mayor  el 
número  de  los  que  empleamos  para  un  mismo  objeto. 

El  manjar  que  tenía  el  olor  A.  el  color  B  y  el  sabor  C  ha 
desaparecido  de  la  mesa,  y  se  trae  otro  que  despide  el  mis- 
mo olor:  el  testimonio  del  olfato  no  basta  para  cerciorarnos 
de  la  identidad.  Pero  en  auxilio  del  olfato  vienen  los  ojos: 
no  sólo  hay  el  mismo  olor,  sino  también  el  mismo  color.  En 
vez  de  un  testigo  tenemos  dos,  y,  por  consiguiente,  se  au- 
menta la  probabilidad  de  que  el  manjar  sea  el  mismo.  Si  a 
este  testimonio  se  añade  el  del  sabor,  en  vez  de  dos  testigos 
hay  tres,  y  en  tal  caso  podremos  asegurar  la  identidad  del 
objeto. 

5.  a 

17.  No  vale  el  testimonio  de  los  sentidos  cuando  los  ha- 
llamos en  contradicción  entre  sí ;  el  fallo  debe  inclinarse  ha- 
cia aquel  que  juzga  de  su  objeto  más  propio  y  con  menos 
perturbación  en  el  medio. 

Un  palo  recto  metido  oblicuamente  dentro  del  agua  nos 
parece  curvo ;  la  mano  continúa  encontrándole  recto :  el  jui- 


[20,  23-25]      LIB.  1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  1 


15 


ció  debe  ser  favorable  a  la  mano,  porque  se  aplica  inmedia- 
tamente al  objeto;  y  no  se  debe  creer  al  ojo  que  ve  al  tra- 
vés de  un  medio  no  acostumbrado,  cual  es  el  agua. 

6.  a 

18.  No  debe  admitirse  el  testimonio  de  los  sentidos 
cuando  está  en  contradicción  con  las  leyes  de  la  naturaleza. 

Una  persona  sola  en  un  lugar  ve  que  los  cuerpos  se  ||  le- 
vantan en  alto  sin  que  haya  ninguna  causa  que  pueda  pro- 
ducir aquel  fenómeno:  debe  creer  que  todo  ha  sido  efecto 
de  su  imaginación  o  de  un  desvanecimiento  momentáneo. 

Aquí  tratamos  únicamente  del  orden  natural  y  prescin- 
dimos de  los  sucesos  milagrosos. 

7.  a 

19.  No  debe  admitirse  el  testimonio  de  nuestros  senti- 
dos cuando  está  en  contradirción  con  el  de  los  demás  hom- 
bres. 

Estando  varias  personas  reunidas  en  un  mismo  aposento, 
una  de  ellas  ve  un  espectro  que  atraviesa  la  habitación ;  si 
los  demás  no  han  visto  nada,  la  aparición  será  puramente 
fantástica ;  en  la  realidad  sólo  habrá  un  producto  de  la  ima- 
ginación. 

8.  a 

20.  Debe  sospecharse  del  testimonio  de  los  sentidos  cuan- 
do se  opone  al  curso  regular  de  las  cosas. 

A  cierta  distancia  vemos  una  persona  que  nos  parece  lle- 
var el  hábito  religioso,  por  ejemplo,  de  San  Francisco ;  como 
estamos  en  1847  y  no  los  hay  en  España,  es  muy  probable 
que  los  ojos  nos  engañan ;  en  1833  el  testimonio  de  la  vista 
habría  sido  menos  equívoco. 

En  un  país  donde  reina  la  paz  oímos  durante  largo  rato 
un  ruido  muy  semejante  al  de  un  fuego  de  cañón  ||  bien  sos- 
tenido ;  debemos  creer  que  el  oído  nos  engaña  y  que  hay 
otra  causa  cualquiera  en  que  por  de  pronto  no  acertamos ; 
en  tiempo  de  guerra  el  testimonio  del  oído  sería  de  mayor 
autoridad. 

9.  a 

21.  El  testimonio  de  los  sentidos  debe  limitarse  a  las  re- 
laciones de  los  objetos  con  nuestra  sensibilidad,  sin  exten- 
derse a  la  íntima  naturaleza  de  las  cosas. 


16 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  '  25-27  J 


Un  hombre  rudo  ve  un  papel  blanco ;  en  seguida  se  inter- 
pone un  prisma  que  descompone  la  luz ;  el  papel  queda  cu- 
bierto de  lindos  colores.  El  rudo  dice:  «Esto  no  es  la  luz; 
han  teñido  el  papel  con  algún  ingrediente;  este  vidrio  no 
puede  producir  semejante  variación.»  El  rudo  se  engaña.  ¿Y 
por  qué?  Porque,  en  vez  de  limitarse  al  objeto  de  la  vista, 
quiere  juzgar  de  la  íntima  naturaleza  de  las  cosas;  por  la 
simple  visión  pretende  conocer  bastante  la  naturaleza  de  la 
luz,  para  decir  que  es  imposible  que  pasando  por  el  prisma 
produzca  el  fenómeno  que  le  sorprende. 

Otro  ve  el  humo- que  sube  hacia  arriba,  y  cree  que  este 
cuerpo  no  gravita  hacia  la  tierra,  que  no  pesa  nada;  se  en- 
gaña, porque  extiende  el  testimonio  de  la  vista  a  la  natura- 
leza de  la  cosa.  La  vista  no  le  engaña  al  manifestarle  el 
humo  subiendo ;  la  equivocación  está  en  querer  inferir  de  la 
simple  subida  la  falta  de  gravedad. 

Un  cuerpo  nos  produce  la  sensación  de  olor ;  no  nos  en- 
gañamos en  cuanto  a  la  relación  del  órgano  con  el  objeto ; 
pero  si  queremos  determinar  el  modo  con  que  el  ||  órgano 
es  afectado  y  el  medio  con  que  se  le  transmite  la  impresión, 
el  olfato  no  dice  nada  sobre  estas  cosas. 

En  general,  el  testimonio  de  los  sentidos  es  insuficiente 
para  conocer  la  íntima  naturaleza  de  los  objetos  corpóreos. 
La  sensibilidad  se  nos  ha  dado  para  percibir  los  fenómenos, 
para  proporcionarnos  noticias ;  la  determinación  de  las  leyes 
a  que  el  mundo  está  sometido  y  el  conocimiento  de  la  esen- 
cia de  los  objetos  pertenecen  a  otra  facultad,  al  entendi- 
miento. 

10.R 

22.  Los  sentidos  deben  emplearse  sin  ninguna  pre- 
vención. 

La  experiencia  enseña  que  los  sentidos  nos  presentan  los 
objetos  diferentes,  según  que  nuestro  ánimo  está  prevenido 
de  diferente  manera.  En  una  noche  obscura  una  persona  me- 
drosa convertirá  fácilmente  en  vestiglo  amenazador  un  ár- 
bol cuyas  ramas  se  agitan  con  el  viento ;  hay  dos  más  largas 
que  las  otras,  y  en  medio  de  ellas  se  levanta  un  bulto  que 
no  es  más  que  una  porción  del  tronco  o  una  rama  más  grue- 
sa y  más  corta  que  las  demás.  ¿Quién  puede  dudar  de  que 
el  bulto  es  la  cabeza  y  los  ramos  los  brazos?  El  hombre  lo 
está  viendo,  no  puede  dudar  de  lo  que  tiene  delante  de  sus 
ojos ;  pero  lo  que  realmente  hay  es  el  miedo  en  su  cuerpo ; 
el  terrible  fantasma  es  la  cosa  más  inocente  del  mundo. 
Si  se  le  acercan  al  medroso  otros  que  lo  sean  tanto  como  él, 
verán  lo  mismo  que  él.  por  estar  prevenidos  con  el  miedo 
del  primer  espectador,  La  terrible  aparición  quedará  l!  fue- 


|20,  27-28]      UB.  1. — FACULTADES  AUXILIARES.- — C.  1 


17 


ra  de  duda  si  no  acude  algún  hombre  sereno  que  vaya  a 
devolver  al  fantasma  su  naturaleza  de  árbol. 

Al  ponerse  el  sol  en  medio  de  caprichosos  celajes,  a  veces 
la  imaginación  se  recrea  en  trocar  las  nubes  en  extravagan- 
tes figuras :  ora  es  un  castillo  rodeado  de  lindas  almenas,  en 
cuyo  centro  descuella  una  torre  colosal ;  ora  un  gigante  mon- 
tado en  un  caballo  más  grande  que  el  de  Troya ;  ora  un  mar 
de  fuego  cubi^ito  de  soberbias  naves  y  bellísimas  falúas.  Al 
principio  ci'jsta  algún  trabajo  el  coordinar  las  varias  partes, 
pero  después  de  un  vato  en  que  la  vista  trabaja  de  acuerdo 
con  la  imaginación,  poco  falta  si  las  ilusiones  no  se  convier- 
ten en  realidades;  ya  nos  parece  que  no  imaginamos,  .sino 
que  vemos. 

Las  opiniones,  les  deseos,  la  autoridad  influyen  muchísi- 
mo sobre  nuestros  sentidos.  Varias  veces  he  pensado  que  no 
sería  tan  unánime  el  fallo  favorable  a  una  orquesta  si  no  se 
supiese  de  antemano  que  la  música  es  muy  buena,  o  desde 
un  principio  no  lo  dijesen  los  inteligentes  o  los  tenidos  por 
tales.  Al  concluir  todos  están  encantados ;  y,  aunque  no  po- 
cos representan  una  verdadera  comedia  manifestando  lo  que 
no  sienten,  también  hay  otros  que  con  la  mejor  buena  fe  del 
mundo  creen  haber  percibido  la  melodía,  siquiera  tengan  un 
tímpano  más  duro  que  el  parche  de  un  tambor. 

Un  hombre  irritado  habrá  visto  con  toda  claridad  una 
sonrisa  insultante  en  los  labios  de  su  enemigo,  cuando  éste 
no  se  acordaba  siquiera  del  que  se  cree  ofendido,  y  si  bien 
comprimía  los  labios  era  para  no  hacer  un  solemne  bostezo, 
faltando  a  las  leyes  de  buena  sociedad.  Demóstenes  hu- 
yendo en  el  campo  de  batalla  creía  ||  buenamente  que  le 
agarraban  de  la  clámide,  cuando  en  realidad  no  había  otra 
cosa  que  los  arbustos  en  que  el  fugitivo  se  enzarzaba. 


11.a 

23.  Para  perfeccionar  los  sentidos  es  necesario  educar- 
los con  mucho  ejercicio  bien  dirigido. 

Todos  los  hombres  han  menester  de  esta  educación,  aun 
para  los  objetos  más  comunes ;  en  lo  más  necesario,  la  natu- 
raleza nos  la  proporciona  a  medida  que  nuestra  organización 
se  desarrolla  y  fortalece.  Es  probable  que  cuando  comenza- 
mos a  ver  no  vemos  bien ;  y  lo  mismo  debe  de  suceder  en 
los  otros  sentidos.  Con  la  experiencia  se  van  rectificando  los 
errores ;  y,  cuando  el  hombre  es  capaz  de  reflexionar  sobre 
ellos,  la  naturaleza  le  tiene  ya  educado  de  la  manera  conve- 
niente para  que  no  los  padezca. 

La  perfectibilidad  de  los  sentidos  se  extiende  en  una  es- 
cala indefinida,  como  lo  manifiesta  la  delicadeza  a  que  pue- 


2 


18 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20  28-31] 


den  llegar  en  los  ciegos  el  oído  y  el  tacto.  Los  que  se  ocupan 
en  una  clase  de  objetos  obtienen  con  el  ejercicio  una  pron- 
titud y  perfección  de  sentido  que  asombra  a  los  no  ejerci- 
tados. ¿Cuántas  pequeñas  diferencias  no  percibe  un  músico, 
que  se  escapan  del  todo  a  otros,  aun  cuando  tengan  por  na- 
turaleza el  oído  tan  fino  como  él?  ¿Cuántos  pormenores,  no 
sólo  artísticos,  sino  también  puramente  visuales,  no  se  ofre- 
cen a  un  pintor  ejercitado,  que,  sin  embargo,  se  ocultan  del 
todo  a  otros  que  tienen  la  vista  mejor,  pero  que  no  se  han 
ocupado  de  pintura?  El  paladar,  |¡  el  olfato,  el  tacto  se  per- 
feccionan también  con  el  ejercicio;  quien  está  acostumbrado 
a  delicados  manjares  nota  con  mucha  más  facilidad  las 'pe- 
queñas diferencias  del  condimento.  El  que  ha  respirado  mu- 
chos aromas  los  distingue  con  rapidez  y  exactitud.  Un  cam- 
bio de  ropa  interior,  imperceptible  para  una  persona  grose- 
ra, será  tal  vez  insoportable  a  quien  las  haya  usado  siempre 
muy  finas  (véase  El  criterio,  c.  V)  [vol.  XV].  || 


CAPITULO  II 


La  imagin  aci ó  n 


24.  La  imaginación  tiene  dos  funciones:  1.a,  reproducir 
en  lo  interior  las  sensaciones  recibidas;  2.a,  combinarlas  de 
varias  maneras.  Lo  primero  constituye  la  memoria  imagi- 
nativa, lo  segundo  la  inventiva  de  la  imaginación. 


SECCION  I 
Memoria  imaginativa 

25.  La  perfección  de  la  memoria  imaginativa  consiste 
en  que  las  sensaciones  pasadas  se  nos  representen  pronto  y 
fielmente.  Aquí  la  belleza  no  entra  para  nada ;  la  imagina- 
ción en  este  caso  debe  retratar,  y  la  perfección  del  retratis- 
ta está  en  copiar  exactamente  el  original. 

26.  La  memoria  imaginativa  es  perfectible  como  todas 
las  facultades  humanas ;  su  mejor  auxiliar  es  el  orden. 

Esta  regla  se  funda  en  un  principio  ideológico,  a  saber: 
que  las  impresiones  se  reproducen  en  nuestro  espíritu  ||  se- 
gún el  modo  con  que  las  hemos  recibido,  o  según  el  arte 
con  que  las  hemos  coordinado,  por  medio  de  la  reflexión. 


[20.  31-82]      LIB.  1.  FACULTADES  AUXILIARES.  C.  2 


19 


Visitamos  un  gran  establecimiento  fabril :  en  uno  de  sus 
departamentos  se  preparan  las  primeras  materias;  en.  otro 
se  elaboran  los  varios  objetos ;  en  otro  se  les  da  la  última 
mano;  en  otro,  por  fin,  se  los  dispone  en  bultos  o  cajones 
para  hacer  las  remesas,  o  se  les  distribuye  del  modo  con- 
veliente para  que  pueda  examinarlos  el  comprador.  Si  la 
visita  se  hace  con  desorden,  pasando  de  una  a  otra  pieza, 
recorriendo  ahora  una  parte  de  los  almacenes,  admiran- 
do luego  la  construcción  ingeniosa  de  una  máquina,  y  con- 
tinuando de  este  modo  sin  ninguna  regla,  se  verán  mu- 
chas cosas,  quizás  se  las  examinará  muy  bien  aisladamente, 
pero  será  difícil  recordarlas ;  por  el  contrario,  si  se  ha  pro- 
cedido con  método,  formándose  primero  una  idea  general 
del  edificio,  de  sus  partes  principales  y  de  los  objetos  a  que 
se  destinan,  fijándose  luego  en  las  divisiones  y  subdivisio- 
nes de  cada  departamento,  siguiendo  el  orden  de  la  fabrica- 
ción, comenzando  por  las  primeras  materias  y  acabando 
por  los  estantes  del  despacho,  se  ligará  todo  fuertemente  en 
la  memoria ;  el  recuerdo,  de  un  objeto  excitará  el  de  otro, 
y  con  poco  trabajo  se  podrá  dar  cuenta  de  todo  lo  que  se 
ha  visto,  aunque  haya  transcurrido  mucho  tiempo. 

27.  Es  necesario  acostumbrarse  a  ordenar  las  cosas  en 
la  memoria  como  en  un  libro  de  registro ;  de  esta  suerte 
se  simplifica  lo  más  complicado  y  se  retiene  sin  dificultad 
lo  que  de  otro  modo  se  olvidaría  fácilmente.  No  todos  dis- 
ponen del  tiempo  y  paciencia  que  son  menester  ||  para 
aprender  la  mnemónica,  cuya  utilidad  para  el  común  de  los 
hombres  es  harto  problemática ;  pero  todos  pueden  emplear 
esos  medios  de  orden  que  no  exigen  ningún  estudio  científi- 
co y  que  se  adquieren  fácilmente  con  un  poco  de  cuidado 
y  reflexión. 

28.  Para  recordar  con  facilidad  y  exactitud  conviene  li- 
gar los  objetos  en  la  memoria  con  alguna  relación:  ésta 
puede  ser  de  espacio  o  lugar,  de  tiempo,  de  causalidad,  de 
semejanza,  según  las  cosas  que  se  quieren  retener. 


Relación  de  espacio  o  lugar 

29.  La  experiencia  nos  enseña  que  al  acordarnos  de 
un  lugar  nos  acordamos  de  las  cosas  contenidas  en  él.  Así 
es  indudable  que  si  nos  proponemos  recordar  varios  obje- 
tos lo  conseguiremos  más  fácilmente  y  mejor  si  los  ligamos 
con  la  relación  de  un  mismo  lugar ;  lo  cual  se  logrará  to- 
mando uno  o  más  puntos  salientes  a  los  cuales  podamos  re- 
ferirnos. La  topografía  de  un  país  se  nos  conservará  en  la 
memoria  más  fácilmente  y  con  más  exactitud  si  tomamos 
alguna  cordillera  de  montañas,  la  corriente  de  un  río,  un 


20 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  32-34] 


pico  elevado  u  otra  particularidad  cualquiera  a  la  que  re- 
firamos todo  lo  demás. 


Relación  de  tiempo 

30.  En  el  tiempo  se  ordenan  los  sucesos  tomando  uno 
muy  notable  que  sea  como  un  eslabón  mayor  que  los  otros 
en  la  cadena  de  los  acontecimientos.  En  esto  II  se  funda  la 
útilísima  costumbre  de  dividir  la  historia  en  grandes  épo- 
cas, refiriéndose  a  la  fundación  o  ruina  de  un  imperio  o 
a  otro  suceso  muy  grande  por  su  naturaleza  o  resultados. 

El  curso  ordinario  de  la  vida  también  podemos  distri- 
buirlo en  épocas  notables  por  algún  acontecimiento  público 
o  privado,  ajeno  o  propio,  que  por  sus  circunstancias  espe- 
ciales deje  en  nuestro  espíritu  una  huella  difícil  de  borrar, 
como  el  principio  o  el  fin  de  una  guerra,  una  peste,  el  en- 
tronizamiento o  la  muerte  de  un  monarca,  el  fallecimiento 
de  una  persona  querida,  un  viaje,  un  cambio  de  fortuna  o 
de  posición  social,  una  nueva  situación  de  la  familia,  y  otras 
cosas  semejantes. 

31.  Es  evidente  que  si  las  dos  relaciones  de  espacio  y 
tiempo  se  unen,  grabarán  más  fuertemente  el  hecho  en  la 
memoria ;  claro  es  que  recordaremos  con  más  facilidad  una 
serie  de  acontecimientos  que  se  liguen  no  sólo  con  un  lu- 
gar muy  señalado,  sino  también  con  una  época  muy  notable. 


Relación  de  causa  y  efecto 

32.  Sobre  la  relación  de  causa  y  de  efecto  basta  tener 
presente  que  no  debe  ser  facticia,  sino  fundada  en  la  misma 
naturaleza  de  las  cosas ;  de  lo  contrario,  es  fácil  olvidarse, 
porque  fácilmente  se  olvida  lo  que  es  mero  producto  de  la 
imaginación  sin  fundamento  en  la  realidad.  || 

33.  En  cuanto  sea  posible  conviene  apoyarse  en  la  rea- 
lidad de  las  cosas:  las  ficciones,  por  ingeniosas  que  sean, 
no  sirven  tanto  como  los  hechos. 

Suele  decirse  que  los  mentirosos,  si  no  han  de  contrade- 
cirse, deben  tener  mucha  memoria ;  y  en  efecto  es  así,  como 
lo  manifiestan  las  continuas  contradicciones  en  que  incu- 
rren. Un  viajero  que  en  realidad  ha  tenido  una  aventura, 
por  ejemplo  un  gran  temporal,  un  asalto  de  ladrones,  un 
vuelco  de  carruaje,  un  vado  peligroso,  la  vista  de  una  cos- 
tumbre singular  o  de  un  fenómeno  raro  de  la  naturaleza, 
contará  siempre  la  misma  cosa  del  mismo  modo,  con  idén- 
ticas circunstancias  de  tiempo,  de  lugar  y  de  cuanto  concier- 
ne al  suceso ;  pero  un  mentiroso  que,  para  darse  impor- 


[20,  34-36]      LIB.  1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  2 


21 


tancia  o  por  el  simple  prurito  de  referir  cosas  extrañas, 
cuenta  como  real  una  aventura  fingida,  cambiará  fácil- 
mente algunas  circunstancias,  lo  cual  pondrá  de  mani- 
fiesto su  falta  de  veracidad.  Para  no  contradecirse  nunca 
no  hay  medio  más  seguro  que  referir  sencillamente  los  he- 
chos tales  como  han  sucedido,  sin  añadirles  ni  quitarles 
nada.  Así  es  que  el  reo  que  dice  la  verdad  dice  siempre  lo 
mismo,  el  que  miente  incurre  en  frecuentes  contradiccio- 
nes ;  en  lo  cual  se  funda  el  arte  del  juez  para  descubrir  la 
verdad  en  medio  de  las  imposturas  con  que  la  encubren  las 
mañas  del  crimen  o  quizá  la  timidez  de  la  inocencia. 


Relación  de  semejanza 

34.  El  recuerdo  que  nace  de  la  semejanza  es  de  los  más 
naturales.  Con  respecto  a  él  observaré  lo  mismo  |¡  que  en  el 
anterior.  La  semejanza  debe  ser  verdadera,  y  no  simple 
producto  de  nuestro  ingenio.  Un  entendimiento  agudo  des- 
cubre semejanzas  entre  las  cosas  más  diferentes;  pero  como 
no  se  fundan  en  la  realidad,  pronto  falla  el  recuerdo  de  lo 
que  en  ellas  estriba,  a  no  ser  que  la  singularidad  de  la  ocu- 
rrencia sea  tal  que  por  sí  sola  se  grabe  profundamente  en 
el  ánimo  a  causa  de  su  extrañeza  o  de  su  gracia. 

35.  A  veces  la  imaginación  nos  presenta  como  sucedi- 
das en  realidad  cosas  que  sólo  han  existido  en  nuestra  ca- 
beza. Los  calenturientos  toman  frecuentemente  por  sucesos 
positivos  lo  que  acaban  de  soñar. 

Para  evitar  las  ilusiones  de  la  imaginación  recuérdense 
las  reglas  siguientes : 


1.a 

36.  El  testimonio  de  la  imaginación  es  poco  seguro  en 
un  enfermo. 

La  experiencia  de  cada  día  nos  lo  enseña,  no  sólo  en 
los  casos  de  una  fiebre  intensa  que  produzca  un  verdadero 
delirio,  sino  también  en  las  personas  muy  debilitadas  por 
falta  de  alimento  o  de  sueño  o  por  otras  causas. 


2." 

37.  El  testimonio  de  la  imaginación  para  ser  fidedigno 
debe  ser  claro  y  constante. 

Las  ilusiones  fantásticas  suelen  ser  obscuras  y  confu- 
sas, ||  mezcladas  con  mil  cosas  inconexas,  y  además  varían 


22 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— LÓGICA 


[20,  36-37] 


con  mucha  fa'iiidad,  no  resistiendo  por  lo  común  a  un 
cambio  de  lugar  o  tiempo. 


3.a 

38.  La  imaginación  no  merece  fe  cuando  está  en  opo- 
sición con  las  leyes  de  la  naturaleza. 

Estas  leyes  son  constantes,  no  se  alteran  sino  por  mila- 
gro ;  y  la  imaginación  del  hombre  está  sujeta  a  la  influen- 
cia de  muchas  causas  que  la  pueden  trastornar.  Así,  pues, 
la  prudencia  aconseja  que,  en  caso  de  duda,  más  bien  crea- 
mos que  hay  trastorno  en  la  imaginación  que  mudanza  en 
las  leyes  de  la  naturaleza. 


4.  a 

39.  Es  preciso  desconfiar  del'  testimonio  de  la  imagina- 
ción cuando  se  opone  al  curso  regular  de  las  cosas. 

En  confirmación  de  esta  regla  pueden  aducirse  las  mis- 
mas observaciones  que  se  hicieron  con  respecto  a  los  sen- 
tidos. 

5.  a 

40.  El  testimonio  de  la  imaginación  no  merece  crédito 
cuando  se  opone  al  de  los  demás  hombres. 

Por  lo  común,  más  fácil  es  que  se  engañe  uno  solo  que 
muchos ;  y  si  éstos  son  la-  generalidad  de  los  hombres,  || 
debe  tenerse  por  cierto  que  el  engañado  es  el  individuo  que 
discuerda. 

6.  a 

41.  Para  juzgar  con  acierto  del  testimonio  de  la  imagi- 
nación debemos  consultar,  en  caso  de  duda,  la  razón,  los 
sentidos,  las  leyes  de  la  naturaleza,  el  curso  regular  de  las 
cosas,  el  testimonio  de  los  demás  hombres,  empleando  es- 
tos medios  con  arreglo  a  las  circunstancias  del  objeto  que 
la  imaginación  nos  representa. 


[20.  37-39]      LIB.  1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  2  23 


SECCION  II 
Inventiva  de  la  imaginación 

42.  La  inventiva  de  la  imaginación  consiste  en  la  fa- 
cultad de  combinar  varias  impresiones  sensibles,  indepen- 
dientemente del  modo  con  que  las  hemos  recibido. 

La  regla  fundamental  para  dirigir  bien  la  facultad  in- 
ventiva es  la  siguiente : 

43.  La  combinación  debe  ser  la  que  corresponde  al  fin 
a  que  se  destina  el  producto  de  la  imaginación. 

El  fin  principal  de  las  artes  útiles  es  la  utilidad ;  el  de 
las  bellas  es  la  belleza:  a  estos  fines  debe  subordinarse  la 
inventiva  de  la  imaginación.  Es  bueno  reunir  las  dos  cosas 
i  Liando  sea  posible ;  pero  nunca  debe  perderse  de  vista  el 
fin  respectivo.  En  un  edificio  para  habitación  la  belleza  debe 
subordinarse  a  la  utilidad,  comprendiendo  en  esta  palabra 
la  comodidad  y  cuanto  se  ||  puede  encerrar  en  la  palabra 
útil,  tratándose  dte  habitaciones.  En  un  edificio  destinado  a 
museo  de  pinturas  la  utilidad  debe  subordinarse  a  este  ob- 
jeto, construyéndole  del  modo  más  adaptado  a  que  los  cua- 
dros produzcan  debidamente  su  efecto  artístico. 

44.  La  inventiva  de  la  imaginación  puede  ser  dirigida 
por  dos  principios,  la  ciencia  o  el  gusto.  Entiendo  aquí  por 
ciencia  el  conocimiento  de  las  leyes  de  la  naturaleza ;  y  por 
gusto,  aquella  impresión  indefinible  que  nos  hace  los  obje- 
tos agradables  o  ingratos.  La  construcción  de  una  galería 
será  dirigida  por  la  ciencia  si  el  arquitecto  atiende  tan  sólo 
a  las  leyes  de  gravedad  y  equilibrio  para  dar  a  su  obra  la 
conveniente  solidez ;  y  lo  será  por  el  gusto  si  el  arquitec- 
to sólo  considera  el  efecto  que  producirá  a  la  vista. 

45.  Claro  es  que  en  ningún  caso  debemos  ponernos  en 
contradicción  con  las  leyes  de  la  naturaleza,  sacrificando  los 
principios  de  la  ciencia  a  las  inspiraciones  del  gusto.  Un 
palacio  podría  ser  muy  vistoso  y  esbelto,  pero  de  nada  ser- 
viría la  graciosa  morada  si  amenazase  desplomarse  sobre  la 
cabeza  de  sus  habitantes. 

46.  En  toda  obra  es  necesario  distinguir  entre  la  parte 
de  ciencia  y  la  de  gusto.  En  lo  primero  es  preciso  atenerse 
estrictamente  a  las  leyes  de  la  naturaleza ;  en  lo  segundo 
se  debe  atender  a  las  inspiraciones  de  la  sensibilidad,  tem- 
pladas, empero,  y  dirigidas  por  los  consejos  de  una  sana  ra- 
zón ;  para  aquello  sirven  la  geometría,  la  mecánica  y  todas 
la*  ciencias  naturales ;  para  esto  aprovecha  ||  el  estudio  de 
los  buenos  modelos  y  el  ejercicio  de  cuanto  puede  dar  cul- 
tura y  delicadeza  a  la  fantasía  y  al  corazón. 

47.  La  preferencia  por  lo  científico  o  lo  bello  debe  re- 


24 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [.20.  39-40] 


solverse  atendiendo  a  la  profesión  de  cada  uno.  El  ingenie- 
ro ha  de  cuidar  principalmente  de  la  ciencia ;  el  pintor,  de 
la  belleza. 

Una  obra  construida  con  arreglo  a  los  verdaderos  prin- 
cipios científicos  ya  tiene  su  belleza  natural,  que,  por  senci- 
lla, no  deja  de  ser  muy  agradable.  La  simple  observancia 
de  los  preceptos  científico?  asegura  a  las  construcciones  dos 
calidades  que  por  sí  solas  hermosean :  unidad  de  plan  y  re- 
gularidad en  las  partes.  Esto  por  sí  solo  ya  es  bello,  como 
lo  es  una  figura  geométrica  regular  perfectamente  deli- 
neada. 

48.  La  belleza  bien  entendida  no  está  en  contradicción 
con  las  reglas  científicas.  Jamás  será  bella  una  estatua  de 
mármol  construida  de  tal  modo  que,  según  las  reglas  de  la 
mecánica,  no  puede  sostenerse  en  pie  o  en  otra  actitud  que 
le  haya  querido  dar  el  escultor.  En  el  lienzo  no  se  caen  las 
figuras  aun  cuando  el  pintor  las  coloque  en  contradicción 
con  las  leyes  de  la  mecánica ;  mas  por  esto  no  deja  de  no- 
tarse la  deformidad,  y  el  artista  paga  con  la  pérdida  de  su 
reputación  el  menosprecio  de  las  leyes  de  la  naturaleza. 

49.  El  arte  no  siempre  anda  por  camino  trillado :  a  ve- 
ces se  levanta  en  alas  de  la  fantasía  y  divaga  por  nuevos 
mundos.  Entonces  el  artista  prescinde  de  las  ¡|  reglas  me- 
cánicas ;  pero  esta  libertad  la  adquiere  cuando  se  ocupa  de 
objetos  no  sometidos  a  las  condiciones  del  universo  corpó- 
reo. ¿Quién  exigiría  a  un  pintor  el  que  representase  una 
aparición  sublime  con.  sujeción  a  las  leyes  de  la  mecáni- 
ca? En  tales  casos  todo  se  hace  vaporoso,  aéreo,  fantástico ; 
los  cuerpos  se  espiritualizan,  por  decirlo  así ;  la  grosería  de 
la  materia  desaparece  al  impulso  de  las  ideas  y  del  sen- 
timiento. 

En  todas  las  materias,  pero  muy  especialmente  en  las  re- 
lativas a  la  imaginación,  debe  observarse  la  regla  siguiente : 

50.  Nadie  debe  escoger  una  profesión  para  la  cual  no 
tiene  disposiciones  naturales. 

La  experiencia  enseña  que  hay  hombres  muy  a  propósito 
para  las  construcciones  mecánicas,  así  como  hay  otros  in- 
capaces de  comprenderlas.  Los  extremos,  tanto  en  capaci- 
dad como  en  incapacidad,  son  raros ;  muy  raros  son  los 
que  cuentan  como  Mangiamele,  pero  también  son  muy  po- 
cos los  que  no  son  capaces  de  aprender  los  rudimentos  de 
la  aritmética.  Entre  los  extremos  hay  una  inmensa  escala, 
en  la  cual  los  ingenios  se  hallan  distribuidos ;  no  es  posi- 
ble medir  los  grados  de  ella  con  exactitud  geométrica,  pero 
una  prudente  observación  puede  hacer  notar  en  los  casos 
respectivos  si  hay  o  no  disposiciones  felices,  o  cuando  me- 
nos reculares,  para  la  profesión  que  se  trata  de  escoger 
(véase  El  crii.erio.  c.  I,  §  3.  y  c.  III)  [vol.  XV].  || 


[20,  41-42]    LIB.   1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  3 


25 


CAPITULO  III 

La  sensibilidad  interna  o  facultad 
del  sentimiento 

51.  La  facultad  del  sentimiento  debe  ser  mirada  como 
una  especie  de  resorte  para  mover  el  alma.  El  hombre  sin 
sentimientos  perdería  mucho  de  su  actividad  y  en  algunos 
casos  no  tendría  ninguna.  La  voluntad  puramente  intelec- 
tual es  fría  como  la  razón  que  la  dirige. 

52.  El  sentimiento,  no  obstante  su  utilidad  como  causa 
impulsiva,  es  un  criterio  muy  equívoco :  una  cosa  no  es 
buena  o  mala  porque  nos  agrade  o  nos  desagrade,  ni  existe 
o  deja  de  existir  porque  sea  conforme  o  contraria  a  nues- 
tros deseos ;  nos  agradan  muchas  cosas  malas  y  nos  des- 
agradan muchas  buenas ;  ora  acontece  lo  que  deseamos,  ora 
sucede  lo  contrario'.  Quien  toma  sus  gustos  por  norma  de 
sus  actos  se  hace  inconstante  y  corrompido ;  quien  juzga 
del  ser  o  no  ser  de  las  cosas  por  sus  propios  deseos  se  en- 
gaña torpemente,  formándose  mil  ilusiones  que  el  tiempo 
disipa. 

Para  dirigir  bien  el  sentimiento  recuérdense  las  reglas 
siguientes:  |¡ 

1.  » 

53.  Un  sentimiento  favorable  o  contrario  a  un  suceso 
nada  prueba  ni  en  favor  ni  en  contra  de  la  existencia  del 
mismo. 

Los  que  se  olvidan  de  esta  regla  y  juzgan  de  la  reali- 
dad de  las  cosas  por  sus  deseos,  esperanzas  o  temores,  se  li- 
sonjean con  la  idea  de  acontecimientos  favorables  o  se 
atormentan  con  la  imaginación  de  la  desgracia,  no  son  ca- 
paces de  formar  concepto  exacto  de  lo  sucedido  ni  de  pre- 
ver lo  venidero. 

2.  » 

54.  Un  sentimiento  favorable  o  contrario  a  un  acto 
nada  prueba  en  favor  ni  en  contra  de  la  moralidad  del 
mismo. 

El  vengativo  experimenta  un  fuerte  sentimiento  que  le 
excita  a  matar  a  su  enemigo ;  si  juzgásemos  del  acto  por  el 
sentimiento,  justificaríamos  el  asesinato. 


26 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  42-44 J 


El  codicioso  tiene  un  fuerte  sentimiento  que  le  aparta 
de  devolver  la  riqueza  mal  adquirida ;  si  juzgásemos  por 
el  sentimiento,  condenaríamos  la  justicia.  La  vida  entera 
del  hombre  virtuoso  es  una  lucha  con  sus  pasiones. 

3.» 

55.  El  sentimiento,  tomado  como  un  simple  hecho  na- 
tural, puede  ser  a  veces  un  indicio  muy  probable,  y  poco 
menos  que  seguro,  de  la  existencia  de  otro  hecho.  |] 

El  daño  o  el  peligro  de  una  persona,  ofrecido  a  la  vista 
de  algunas  mujeres,  revelaría  cuál  es  entre  ellas  la  verda- 
dera madre :  nadie  pone  en  duda  la  sabiduría  del  famoso 
juicio  de  Salomón. 

4 a 

56.  El  sentimiento  sirve  para  decidir  del  mérito  de  una 
obra  en  las  bellas  letras  y  en  las  artes  cuando  se  trata  de 
objetos  que  se  refieren  a  él.  * 

La  ternura,  la  delicadeza,  y  en  muchos  casos  la  belleza 
y  la  sublimidad,  no  tienen  otro  juez  que  el  sentimiento ;  en 
tales  materias,  desventurado  el  crítico  que,  abundando  en 
discurso,  es  incapaz  de  sentir. 


5.  a 

i 

57.  En  todos  los  actos  de  la  vida  el  sentimiento  debe  ser 
regido  por  la  moral. 

Este  es  el  único  medio  seguro  para  evitar  que  el  cora- 
zón nos  pierda.  El  sentimentalismo,  abandonado  a  sí  pro- 
pio, es  un  manantial  perenne  de  extravagancia  y  de  corrup- 
ción. 

6.  a 

58.  Aun  en  los  objetos  que  pertenecen  de  una  manera 
especial  a  la  jurisdicción  del  sentimiento  es  indispensable 
oír  el  dictamen  de  la  razón  y  de  la  sana  moral. 

Un  acto  puede  ser  bello  sentimentalmente,  y.  sin  embar- 
go, ser  profundamente  inmoral.  ¿Quién  negará  |l  aue  en  la 
novel?,  y  en  el  teatro  de  nuestros  días  abundan  los  rasgos 
y  pasajes  tan  propios  para  el  hechizo  del  corazón  como  fa- 
tales a  su  inocencia?  La  belleza  de  las  pasiones  no  es  siem- 
pre la  belleza  absoluta.  El  sentimiento  nos  presenta  las  co- 
sas relativamente  a  nuestra  disposición  particular;  mas 


[20,  44-45]      LIB.  1. — FACULTADES  AUXILIARES. — C.  3 


1^7 


para  juzgarlas  del  modo  debido  es  necesario  considerarlas 
como  son  en  sí,  ya  en  su  naturaleza  absoluta,  ya  en  el  con- 
junto de  sus  relaciones  con  los  demás  seres. 

.7* 

59.  Para  obrar  con  actividad  es  conveniente  avivar  el 
sentimiento  favorable  a  lo  que  se  trata  de  ejecutar. 

Todos  sabemos  por  experiencia  que,  al  estar  agitados  por 
una  pasión,  procedemos  con  más  actividad  y  energía,  y  que 
nuestras  fuerzas  toman  un  grande  incremento. 


8.  a 

60.  Cuando  queremos  evitar  un  acto  debemos  ahogar 
los  sentimientos  que  le  son  favorables. 

Proponerse  evitar  un  acto  y,  sin  embargo,  conservar  y 
fomentar  en  nuestro  pecho  una  inclinación  que  nos  impele 
a  él,  equivale  a  dejar  la  fuerza  en  la  máquina  y  querer  que 
no  se  mueva.  Suele  decirse  de  ciertas  pasiones  que  no  tie- 
nen más  remedio  que  la  fuga ;  está  máxima  puede  exten- 
derse a  todos  los  sentimientos  cuyas  consecuencias  debamos 
evitar.  El  hombre  es  tan  débil,  que  para  triunfar  de  sí  mis- 
mo necesita  muy  particularmente  ||  del  recurso  de  los  dé- 
biles, la  habilidad :  el  gran  secreto  de  ésta  consiste  en  guar- 
darse de  sí  propio,  en  evitar  el  encontrarse  oonsigo  mismo 
cara  a  cara. 

9.  a 

61.  El  auxilio  del  sentimiento  es  de  mucha  utilidad  has- 
ta en  los  trabajos  puramente  intelectuales. 

El  estudio  hecho  con  entusiasmo  es  más  intenso  y  má? 
sostenido.  El  fuego  suave,  pero  vivo,  que  arde  en  el  cora- 
zón multiplica  las  fuerzas  del  entendimiento,  le  da  más  lu- 
cidez, y,  fecundizándole  con  su  calor,  hace  brotar  en  él 
aquellas  inspiraciones  sublimes  que  cambian  la  faz  de  las 
ciencias.  No  hay  hombre  de  genio  sin  este  sentimiento  ex- 
quisito que  pertenece  de  una  manera  especial  a  la  esfera 
de  la  razón:  todos  los  grandes  pensadores  tienen  momentos 
de  elocuencia. 

10.a 

62.  El  sentimiento,  como  todas  las  demás  facultades  del 
alma*,  es  susceptible  de  educación 


28 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  45-46] 


La  experiencia  atestigua  cuán  diferente  es  el  corazón  de 
los  hombres  según  el  modo  con  que  le  han  formado  los 
padres,  los  maestros  y  las  varias  circunstancias  de  la  vida  : 
además,  también  notamos  a  cada  paso  que  las  personas  que 
han  ejercitado  mucho  los  sentimientos  con  la  lectura  de  li- 
bros a  propósito,  o  con  el  estudio  de  objetos  artísticos,  ad- 
quieren una  delicadeza  de  que  carecen  los  demás.  |j 


11.  a 

63.  La  extremada  delicadeza  de  sentimiento  no  es  sinó- 
nimo de  su  perfección  y  mucho  menos  de  su  moralidad. 

Personas  hay  excesivamente  sensibles  y  profundamente 
corrompidas.  El  quejido  de  un  doliente  será  un  tormento 
insoportable  para  una  señora  que  dejará  perecer  de  miseria 
a  sus  infelices  vecinos.  Otra  señora  menos  sensible  derra- 
mará bienes  y  consuetos  sobre  cuantos  infortunados  llaman 
a  su  puerta.  ¡Cuántas  hay  que  lloran  tiernamente  por  la 
enfermedad  de  un  perrito  y  miran  sin  compasión  la  des- 
gracia de  un  hombre!  Tal  vez  se  encontrarían  personas  sen- 
sibles que  formasen  parte  de  la  sociedad  cuyo  objeto  es  evi- 
tar el  maltratamiento  de  los  animales,  y  que  con  la  mayor 
serenidad  del  mundo  dejarán  perecer  de  miseria  a  sus  co- 
lonos para  engordar  perros  y  caballos. 

Se  dirá  tal  vez  que  en  estos  casos  no  hay  delicadeza  de 
sentimiento,  sino  afectación ;  mas  esto  no  es  exacto.  El  sen- 
timiento es  verdadero,  pero  está  extraviado ;  porque  cuan- 
do llega  a  un  excesivo  refinamiento  se  convierte  en  un  re- 
finado egoísmo. 

12.  a 

64.  Todo  sentimiento  que  se  limita  a  una  complacencia 
individual  y  que  no  nos  impulsa  a  un  acto  noble  a  los  ojos 
de  la  razón  es  un  instinto  ciego,  egoísta,  de  que  debemos 
guardarnos  (véase  El  criterio,  ce.  XIX  y  XXII)  [volu- 
men XV].  || 


LIBRO  II 


FACULTAD  PRINCIPAL: 
EL  ENTENDIMIENTO 


CAPITULO  I 

El  entendimiento  en  general 

SECCION  I 
Objeto  del  entendimiento 

65.  El  entendimiento  es  la  facultad  de  conocer.  Su  ob- 
jeto no  tiene  límites ;  no  se  circunscribe  a  las  impresiones 
de  los  cuerpos,  como  el  sentido ;  ni  a  las  representaciones 
internas  de  ellos,  como  la  imaginación ;  ni  a  determinadas 
relaciones  de  los  objetos,  como  el  sentimiento ;  se  extiende 
a  todo  lo  que  puede  ser  conocido  y,  por  consiguiente,  a  todo 
lo  que  existe  o  puede  existir. 

66.  A  más  de  la  materia  conocida  debe  atenderse  a  la 
forma  del  conocimiento,  o,  en  otros  términos,  al  modo  ||  con 
que  el  entendimiento  conocedor  se  refiere  a  la  cosa  cono- 
cida :  esto  da  origen  a  la  clasificación  de  los  actos  intelec- 
tuales y  a  las  varias  reglas  de  que  son  susceptibles.  Co- 
menzaremos por  la  condición  más  universal  e  indispensable 
en  todos  los  trabajos  intelectuales. 


SECCION  II 
La  atención 

67.  La  atención  es  la  aplicación  de  la  mente  a  un  objeto. 

68.  El  primer  medio  para  pensar  bien  es  atender  bien; 
sin  esta  condición  es  imposible  adelantar  en  ningún  estu- 
dio, porque  sin  atender  no  se  ejerce  debidamente  ningún 
acto  del  entendimiento. 


30 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  48-50] 


69.  La  atención  debe  ser  firme,  pero  suave ;  es  necesa- 
rio evitar  el  distraerse  y  el  ensimismarse.  Conviene  traba- 
jar por  adquirir  la  flexibilidad  suficiente  para  pasar  de  unos 
objetos  a  otros  según  lo  exija  el  curso  de  las  cosas.  Los 
excesivamente  delicados  en  este  punto  no  pueden  ser  inte- 
rrumpidos sin  desconcertarse.  Ningún  trabajo,  por  serio  y 
profundo  que  sea,  debe  hacernos  olvidar  de  que  somos 
hombres  y  de  que  vivimos  en  medio  de  otros  hombres. 

70.  El  secreto  para  alcanzar  una  atención  firme  sin  du- 
reza y  flexible  sin  flojedad  consiste  en  estudiar  con  méto- 
do, en  ocuparse  de  los  negocios  con  buen  orden  y  ||  cum- 
plir sus  obligaciones  con  ánimo  tranquilo  y  reposado. 

71.  La  falta  de  método  es  por  sí  sola  una  serie  de  dis- 
tracciones ;  el  desorden  en  la  conducción  de  los  negocios  es 
un  manantial  continuo  de  desconcierto,  pues,  llamando  la 
atención  hacia  muchos  lados  a  un  mismo  tiempo,  la  debilita. 
Las  pasiones  desordenadas  turban  el  corazón  e  imposibili- 
tan al  entendimiento  para  fijarse  en  objetos  diferentes  de 
los  que  a  ellas  halagan. 

72.  Todas  las  reglas  de  la  atención  pueden  reducirse  a 
lo  siguiente:  amor  de  la  verdad,  método  en  el  estudio, 
orden  en  todas  las  ocupaciones,  conciencia  pura  y  tranqui- 
la (véase  El  criterio,  c.  II)  [vol.  XV]. 


SECCION  III 
*         División  de  Jos  actos  de?  entendimiento 

73.  Los  actos  del  entendimiento  son  tres :  percepción, 
juicio  y  raciocinio. 

74.  La  percepción  es  el  acto  con  que  conocemos  la  cosa, 
sin  afirmar  ni  negar  nada  de  ella.  Si  pienso  en  un  color, 
sin  afirmar  que  sea  débil  o  subido,  feo  o  hermoso,  limitán- 
dome simplemente  a  pensar  en  el  color,  tendré  una  per- 
cepción. 

75.  El  juicio  es  el  acto  con  que  afirmamos  o  negamos 
una  cosa  de  otra.  I1 

Si  no  me  limito  a  pensar  en  el  color,  sino  que  afirmo  in- 
teriormente que  es  claro  u  obscuro,  agradable  o  ingrato, 
etcétera,  etc.,  habré  formado  un  juicio. 

76.  El  raciocinio  es  el  acto  con  que  inferimos  una  cosa 
de  otra. 

Si  pensando  en  el  mismo  color  y  examinando  sus  cali- 
dades infiero  de  éstas  los  ingredientes  que  han  formado  la 
materia  colorante  y  el  modo  con  que  se  los  ha  combinado, 
haré  un  racio~inio.  || 


[20,  51-52]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  2 


31 


CAPITULO  11 

La  percepción 


SECCION  I 

Definición  y  división  de  la  percepción  y  de  las  ideas 

77.  Los  objetos  para  ser  percibidos  deben  estar  repre- 
sentados en  nuestro  interior.  A  esta  representación  la  lla- 
mamos idea.  El  acto  con  que  conocemos  la  cosa,  sin  afirmar 
ni  negar  nada  de  ella,  se  denomina  percepción. 

78.  Conviene  no  confundir  las  representaciones  del  en- 
tendimiento con  las  de  la  imaginación :  éstas  son  una  re- 
producción interior  de  las  sensaciones ;  aquéllas  son  de  un 
orden  superior  y  forman  el  objeto  de  las  operaciones  inte- 
lectuales. Si  recuerdo  un  cítcuIo  que  he  visto  en  un  ence- 
rado, limitándome  a  reproducir  en  mi  interior  lo  que  antes 
veía  con  mis  ojos,  aquella  representación  interna  pertenece 
a  la  imaginación ;  pero  si  el  círculo  se  me  ofrece  como  una 
figura  geométrica  cuyas  propiedades  considero,  la  repre- 
sentación es  intelectual.  Para  ||  comprender  la  diferencia  de 
estas  dos  ideas  adviértase  que  la  simple  representación  del 
círculo  la  tiene  el  rudo  como  el  geómetra,  y  que  no  carecen 
de  ella  los  mismos  brutos.  Estos  recuerdan  también  las  figu- 
ras que  han  visto ;  como  el  perro  la  de  su  amo,  el  pájaro  la 
del  lugar  de  su  nido ;  y  así  todos  los  demás,  conforme  a  sus 
instintos  particulares. 

79.  La  idea,  considerada  bajo  diferentes  aspectos,  se 
divide  en  varias  clases. 

80.  Idea  clara  es  la  que  representa  con  lucidez  el  ob- 
jeto ;  y  obscura  la  que  carece  de  esta  calidad. 

81.  Idea  distinta  es  la  que  lleva  su  claridad  hasta  ha- 
cernos discernir  las  varias  propiedades  de  la  cosa,  siendo 
confusa  la  que  no  llega  a  este  punto. 

82.  Si  la  idea  nos  ofrece  todas  las  propiedades  de  la 
cosa,  se  apellida  completa ;  en  el  caso  contrario  es  incom- 
pleta. 

83.  La  idea  es  exacta  cuando  las  propiedades  de  la  cosa 
nos  las  ofrece  todas  y  con  entera  precisión  de  cuanto  no 
pertenece  a  la  cosa ;  y  es  inexacta  cuando  le  falta  alguna 
de  estas  calidades. 

84.  Se  puede  notar  que  los  caracteres  de  distinta,  com- 


32 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  52-54] 


pleta  y  exacta  no  son  otra  cosa  que  grados  de  claridad  ¡ 
porque  es  evidente  que  a  medida  que  sea  mayor  la  clari- 
dad con  que  se  nos  represente  un  objeto,  veremos  ||  en  él 
mayor  número  de  propiedades,  con  más  distinción  entre 
ellas  y  con  más  separación  de  todo  lo  que  no  le  pertenezca. 

85.  Idea  simple  es  la  que  no  se  puede  descomponer  en 
otras.  Así,  entre  las  imaginativas  lo  serán  las  de  color,  olor, 
etcétera,  etc. ;  y  entre  las  intelectuales,  la  de  ser,  pues  a 
quien  no  las  tenga  no  es  posible  explicárselas  con  palabras. 
Idea  compuesta  es  la  que  se  forma  de  varias  simples,  y  se 
conoce  en  que  se  la  puede  explicar  con  palabras.  Tal  es  la 
de  triángulo,  que  se  compone  de  las  ideas  de  tres  rectas 
unidas  y  que  cierran  una  superficie ;  hombre,  que  consta  de 
las  de  espíritu,  cuerpo  y  unión. 

86.  Idea  abstracta  es  la  que  representa  la  propiedad  sin 
inherencia  al  sujeto ;  como  sabiduría,  virtud,  hermosura. 
La  concreta  es  la  que  la  representa  inherente  al  sujeto ; 
como  sabio,  virtuoso,  hermoso. 

87.  Idea  universal  es  la  que  conviene  a  muchos  sujetos, 
como  hombre,  que  pertenece  a  todos  los  hombres ;  idea  in- 
dividual es  la  que  conviene  a  un  individuo. 

88.  Las  ideas  universales  tienen  también  el  nombre  de 
especies  y  géneros. 

89.  Especie,  o  idea  específica,  es  la  que  conviene  a  mu- 
chos individuos ;  como  caballo,  que  conviene  a  todos  los 
individuos  de  esta  especie.  |j 

90.  Género,  o  idea  genérica,  es  la  que  abraza  muchas 
especies ;  como  animal,  que  abraza  las  de  caballo,  león  y  to- 
das las  demás.  El  género  se  divide  en  supremo,  ínfimo  y 
subalterno.  El  supremo  es  el  que  no  está  contenido  en  otro ; 
como  ser,  que  es  la  idea  más  universal.  Infimo  es  el  que  no 
contiene  a  otros ;  como  metal.  Subalterno  es  el  que  está 
contenido  en  los  superiores  y  a  su  vez  contiene  a  otros ; 
como  cuerpo.  Claro  es  que,  según  sean  las  diferentes  clasifi- 
caciones de  las  ideas,  lo  serán  también  las  de  los  géneros. 
Así,  suponiendo  que  la  idea  de  reptil  nos  represente  una 
clasificación  de  animales  bajo  la  que  sólo  pongamos  las  di- 
versas especies  de  reptiles,  el  género  de  reptil  será  ínfimo ; 
pero  si  admitimos  una  clasificación  de  serpientes  en  varias 
especies,  la  misma  idea  de  reptil  será  un  género  subalterno. 

91.  La  clasificación  de  un  género  en  varias  especies  no 
se  puede  hacer  sin  fundarla  en  algo.  Esto  se  llama  dife- 
rencia :  el  género  de  animal  comprende  al  hombre  y  al 
bruto ;  el  fundamento  de  esta  clasificación  es  el  que  el  hom- 
bre es  racional  y  el  bruto  irracional.  El  género,  animal, 
junto  con  la  diferencia,  racional,  constituye  la  especie  de 
hombre ;  el  mismo  género  con  la  diferencia,  irracional, 
constituye  la  especie  de  bruto.  Así  diremos  que  la  diferen- 


[20,  54-56]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  2 


33 


cia  es  la  idea  característica  que  restringe  la  genérica  a  un 
menor  número  de  individuos. 

92.  La  idea  individual  se  llama  singular  cuando  con- 
viene a  un  individuo  determinado,  como  Sócrates;  y  par- 
ticular cuando  conviene  a  un  individuo  indeterminado, 
como  algún  filósofo.  || 

93.  Idea  colectiva  es  la  que  expresa  un  conjunto  de  in- 
dividuos unidos  con  algún  vínculo ;  como  sociedad,  nación, 
ejército,  academia. 

94.  Idea  absoluta  es  la  que  no  excita  por  necesidad  otra 
idea,  como  ser.  Idea  relativa  es  la  que  excita  por  necesidad 
otra  idea;  como  efecto,  la  de  causa;  padre,  la  de  hijo ; 
igual,  la  de  otro  igual;  mayor,  la  de  menor. 

95.  Idea  esencial  es  la  que  es  necesaria  para  el  con- 
cepto de  la  cosa ;  la  accidental,  o  modal,  es  la  que  no  im- 
plica esta  necesidad.  Un  hombre  sin  alma  racional  no  es 
hombre ;  así,  pues,  la  idea  de  racionalidad  es  esencial  al 
hombre.  Pero  un  nombre  puede  ser  sabio  o  ignorante,  vir- 
tuoso o  vicioso,  hermoso  o  feo,  sin  dejar  de  ser  hombre ; 
por  consiguiente,  estas  ideas  serán  accidentales  o  modales 
en  el  concepto  del  hombre. 


SECCION  II 
Reglas  para  percibir  bien 

96.  La  percepción  puede  ser  de  objetos  reales  o  posi- 
bles. Cuando  se  trata  de  objetos  reales,  la  perfección  de  la 
percepción  consiste  en  percibirlos  tales  como  son  en'  sí.  En 
cuanto  a  los  objetos  posibles,  la  perfección  se  cifra  en  per- 
cibirlos tales  como  deben  ser,  según  la  materia  de  que  se 
ocupa  el  pensador  y  las  condiciones  a  que  se  la  sujeta.#Esto 
se  entenderá  mejor  con  ejemplos.  || 

97.  ¿Se  trata  de  un  círculo  real,  por  ejemplo,  la  rueda  de 
una  máquina?  La  percepción  será  perfecta  si  se  conoce  con 
exactitud  la  forma  circular  de  la  rueda,  tal  como  es,  has- 
ta con  las  imperfecciones  de  su  construcción.  Si  el  círcu- 
lo de  la  rueda  no  fuese  perfecto,  el  percibirle  como  .tal  se- 
ría una  imperfección  de  la  percepción.  Si  hablamos  de  un 
círculo  posible,  entonces  la  perfección  de  la  percepción  con- 
siste en  hacer  entrar  en  la  idea  de  círculo  todo  lo  necesario 
para  la  esencia  del  mismo! 

98.  De  estas  consideraciones  se  infiere  que  el  conoci- 
miento de  la  realidad  es  tanto  más  perfecto  cuanto  más  se 
aproxima  a  ella ;  y  el  de  las  cosas  en  el  orden  de  la  posibi- 
lidad-lo  es  tanto  más  cuanto  mejor  se  cumplen  las  condi- 
ciones establecidas  en  los  casos  respectivos. 


3 


34 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  56-57] 


Para  percibir  bien  se  deben  observar  las  reglas  si- 
guientes : 

1.a 

99.  Atiéndase  al  objeto  de  que  se  trata,  apartando  la 
consideración  de  todo  lo  que  no  sea  él  mismo. 


2.a 

100.  Si  la  idea  nos  viene  por  medio  de  palabras,  fíjese 
el  sentido  de  ellas  con  toda  exactitud. 

La  confusión  de  las  palabras  produce  confusión  en  las 
ideas :  innumerables  cuestiones  se  resolverían  con  |¡  más 
acierto,  o  se  evitarían  del  todo,  si  se  tuviese  más  cuidado 
en  fijar  el  verdadero  sentido  de  los  términos. 


3.  a 

101.  Auxilíese  al  entendimiento  con  desenvolver  las  fa- 
cultades más  a  propósito  para  ponernos  en  relación  con  el 
objeto  que  hemos  de  percibir. 

En  la  literatura  y  en  las  bellas  artes  no  percibiríamos 
bien  si  no  echásemos  mano  de  la  imaginación  y  del  sen- 
timiento. 

4.  a 

102.  Cuando  la  percepción  se  refiere  a  un  objeto  simple 
conviene  aislarle  del  todo  y  contemplar  su  idea,  sin  mezcla 
de  nada  más. 

5.  a 

103.  Si  el  objeto  es  compuesto,  es  preciso  analizarle  y 
formarse  idea  clara  y  exacta  de  sus  varias  partes. 


6.a 

104.  En  el  examen  de  las  partes  no  debe  perderse  nun- 
ca de  vista  el  compuesto  a  que  se  destinan. 

Pésima  idea  se  formaría  de  las  partes  de  un  reloj  quien, 
viéndolas  por  separado,  no  atendiese  al  lugar  que  deben 
ocupar  en  la  máquina  y  a  las  funciones  que  han  de  ejercer.  || 


[20,  58-59]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  2 


35 


7.4 

105.  Para  asegurarse  de  que  la  percepción  es  cabal,  será 
bueno  hacer  la  prueba  expresando  interiormente  con  pala- 
bras la  cosa  percibida. 

Muy  a  menudo  nos  formamos  la  ilusión  de  que  hemos 
percibido  bien  el  objeto,  aunque  no  acertemos  a  expresarle 
con  exactitud.  En  general,  la  poca  propiedad  de  las  pala- 
bras indica  confusión  en  las  ideas. 

Podrá  haber  más  o  menos  cultura  en  el  lenguaje,  según 
la  educación  del  sujeto,  o  más  o  menos  propiedad,  según  el 
mayor  o  menor  conocimiento  del  idioma  y  la  mayor  o  me- 
nor costumbre  de  hablar  sobre  aquella  materia ;  pero  ello 
es  cierto  que  cuando  el  conocimiento  es  claro  y  exacto,  la 
expresión  lo  manifiesta  de  una  manera  inequívoca.  «Ya  lo 
entiendo,  pero  no  lo  sé  explicar»,  es  un  gran  recurso  para 
la  vanidad  y  la  ignorancia. 

8.  a 

106.  Debe  evitarse  con  sumo  cuidado  la  precipitación.. 

Esta  dimana  algunas  veces  de  la  misma  facilidad  percep- 
tiva, la  que  engaña  a  quien  la  posee,  haciéndole  creer  que 
ha  visto  el  fondo  de  la  cosa  cuando  no  ha  pasado  de  la  su- 
perficie ;  pero  con  harta  frecuencia  nos  precipitamos,  ya 
por  impaciencia  natural,  ya  por  pereza,  que,  a  su  modo,  es 
también  muy  activa  cuando  se  trata  de  salir  pronto  del  tra- 
bajo ;  ya  también  por  una  vanidad  pueril  que  no  nos  con- 
siente preguntar  de  nuevo,  temiendo  desacreditar  nuestra 
perspicacia.  || 

9.  a 

107.  El  acto  de  la  percepción  no  debe  estar  precedido 
ni  acompañado  de  nada  que  pueda  hacernos  formar  un  con- 
cepto errado. 

En  los  libros  y  en  las  cosas  encontramos  todo  cuanto 
queremos ;  la  preocupación  y  las  pasiones  son  a  nuestro  en- 
tendimiento lo  que  es  a  los  ojos  un  vidrio  colorado :  todo 
lo  vemos  del  mismo  color  del  vidrio. 

10.1 

108.  Es  conveniente  mirar  la  cosa  en  diferentes  tiem- 
pos en  diversas  disposiciones  de  ánimo,  para  asegurarse 
de  que  la  hemos  visto  bien. 


36 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  59-61] 


Esto  es  una  especie  de  contraprueba  excelente  para  des- 
cubrir la  verdad.  Por  la  noche,  acalorados  con  la  conver- 
sación u  otras  circunstancias,  vemos  un  objeto  de  una  ma- 
nera ;  nos  acostamos,  dormimos  tranquilamente ;  con  el 
sueño  el  cuerpo  descansa,  las  pasiones  se  calman,  el  espíri- 
tu se  sosiega ;  al  despertar  pensamos  de  nuevo  en  el  mismo 
asunto :  ya  nos  parece  todo  variado,  y  con  harta  frecuencia 
tenemos  por  un  gran  disparate  lo  que  por  la  noche  creía- 
mos una  medida  sumamente  acertada. 

Las  enfermedades,  los  disgustos,  las  incomodidades,  los 
alimentos,  la  temperatura,  en  una  palabra,  todo  cuanto 
afecta  nuestro  cuerpo  directa  o  indirectamente,  influye  tam- 
bién sobre  nuestras  percepciones;  por  cuya  razón  es  nece- 
sario tener  siempre  en  cuenta  las  disposiciones  ||  de  cuerpo 
y  de  ánimo  en  que  nos  encontramos  y  hacer  como  el  que 
se  propone  formarse  idea  perfecta  de  un  edificio,  que  procu- 
ra tomar  diferentes  puntos  de  vista. 


11.a 

109.  Si  la  percepción  se  refiere  a  objetos  que  puedan 
someterse  a  experiencia,  es  conveniente  emplear  esta  piedra 
de  toque. 

Tenemos  mucha  inclinación  a  convertir  en  hechos  nues- 
tras ideas ;  de  aquí  nacen  tantos  sistemas  extravagantes  en 
las  ciencias  y  tantos  juicios  equivocados  en  el  curso  ordi- 
nario de  la  vida.  El  pensamiento  no  altera  los  hechos  inde- 
pendientes de  él,  pero  la  impaciencia  nos  induce  a  dar  a  las 
cosas  la  forma  representada  en  nuestro  pensamiento  (véa- 
se El  criterio,  ce.  XIII  y  XIX)  [vol.  XV]. 


SECCION  III 
Expresión  de  las  ideas  y  de  sus  objetos 

110.  La  palabra  con  que  expresamos  una  cosa  percibida 
se  llama  término  o  vocablo.  Para  expresar  los  objetos  nece- 
sitamos tener  idea  de  los  mismos ;  pero  es  de  notar  que  la 
palabra  no  expresa  la  misma  idea,  sino  la  cosa  representa- 
da por  la  idea.  En  la  palabra  mar  no  se  significa  la  idea 
del  mar,  sino  el  mar  mismo.  Así  decimos :  «El  mar  está  agi- 
tado», lo  que  no  es  aplicable  a  la  idea.  || 

111.  El  término  común  o  universal  es  el  que  expresa 
una  propiedad  que  conviene  a  muchos,  como  sabio ;  el  sin- 
gular es  el  que  expresa  una  cosa  sola,  como  Platón. 


[20,  61-62]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  2 


37 


112.  Término  colectivo  es  el  que  expresa  un  conjunto 
de  seres,  como  nación,  academia,  congreso. 

113.  El  término  común  se  divide  en  unívoco,  equívoco 
y  análogo.  Unívoco  es  el  que  tiene  para  muchos  el  mismo 
significado,  como  hombre.  Equívoco  es  el  que  tiene  signifi- 
cados diversos,  como  león,  que  se  aplica  al  animal  y  a  un 
signo  celeste.  Análogo  es  el  que  tiene  un  significado  en 
parte  idéntico  y  en  parte  diverso ;  como  sano,  que,  ence- 
rrando siempre  una  relación  a  la  salud,  se  dice  del  hombre 
que  la  posee,  del  alimento  que  la  conserva,  del  medica- 
mento que  la  restablece. 

114.  Para  abreviar  observaremos  que  como  los  térmi- 
nos, aunque  expresen  las  cosas  mismas,  las  significan  me- 
diante las  ideas,  son  susceptibles  de  varias  divisiones,  del 
mismo  modo  que  las  ideas.  Así  se  llaman  términos  univer- 
sales, genéricos,  específicos,  individuales,  particulares,  sin- 
gulares, colectivos,  absolutos,  relativos,  abstractos,  concre- 
tos, etc.,  etc.,  según  expresen  ideas  de  la  clase  respectiva. 
Los  mismos  ejemplos  aducidos  al  tratar  de  las  ideas  (77  y 
siguientes)  son  aplicables  a  los  términos. 

Otras  observaciones  se  pueden  hacer  sobre  los  térmi- 
nos ;  pero  no  sería  éste  su  lugar  oportuno.  || 

115.  La  idea  se  expresa  con  la  palabra.  El  uso  de  ésta 
no  es  solamente  para  lo  exterior,  sirve  también  para  lo  in- 
terior ;  antes  de  hablar  con  los  demás  hablamos  con  nos- 
otros mismos ;  todos  experimentamos  esa  locución  interior 
con  que  el  espíritu  se  da  cuenta  a  sí  propio  de  lo  que  co- 
noce o  siente.  Las  ideas  se  ligan  con  las  palabras  y  éstas 
son  como  una  especie  de  registros  a  que  encomendamos  el 
orden  y  la  memoria  de  las  ideas. 

116.  De  esto  resulta  que  jamás  será  excesivo  el  cuida- 
do que  pongamos  en  fijar  con  propiedad  y  exactitud  el  sen- 
tido de  las  palabras,  no  sólo  de  las  que  empleamos  para  los 
demás,  sino  también  de  las  que  usamos  para  nosotros  mis- 
mos. No  puede  darse  a  entender  quien  no  se  entiende  a  sí 
propio ;  esto  último  nos  falta  con  más  frecuencia  de  lo  que 
nosotros  nos  figuramos. 

117.  Entre  las  palabras  conviene  distinguir  las  más  im- 
portantes, las  que  son,  por  decirlo  así,  el  eje  sobre  que 
gira  la  cuestión.  En  todas  las  materias  hay  algún  término 
que  descuella  entre  los  demás,  cuyo  significado  es  la  clave 
para  resolver  todas  las  dificultades.  Se  le  conoce  en  que  ex- 
presa el  punto  principal  de  la  cuestión,  y  ocurre  a  cada 
paso  en  el  curso  de  la  disputa  o  del  examen,  entrando  como 
sujeto  o  como  predicado  de  la  proposición  que  sirve  de 
tema.  II 


38 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20.  63-64] 


CAPITULO  III 

Operaciones  auxiliares  para  la  buena  percepción 


SECCION  I 
La  definición 

Para  percibir  bien  es  muy  importante  el  definir  y  di- 
vidir bien. 

118.  La  definición  es  la  explicación  de  una  cosa.  Su 
nombre  indica  su  objeto :  definir,  señalar  los  límites,  fines. 

119.  La  definición  es  de  dos  maneras,  según  que  se  pro- 
pone explicar  la  cosa  misma  o  el  sentido  de  una  palabra : 
la  primera  se  llama  propiamente  definición  de  cosa,  rei;  la 
segunda,  de  nombre,  nominis. 

120.  La  definición  para  ser  buena  debe  expresar  y  ex- 
plicar todo  lo  que  hay  en  lo  definido  y  nada  más.  Todo. 
porque  sin  esto  sería  incompleta ;  nada  más,  porque  sin 
esto  lo  definido  se  confundiría  con  cosas  distintas.  || 

La  definición  de  la  circunferencia  es  la  siguiente :  «Una 
línea  curva  reentrante,  cuyos  puntos  distan  todos  igual- 
mente de  uno  que  se  llama  centro.»  Esta  definición  sería 
imperfecta  si  le  faltase  la  palabra  reentrante,  porque  no  ex- 
presaríamos todo  lo  que  se  contiene  en  la  idea  circunfe- 
rencia y  se  la  confundiría  con  un  arco  de  círculo. 

La  definición  del  triángulo  rectilíneo  es:  «Una  superficie 
cerrada  por  tres  líneas  rectas.»  Si  a  esta  definición  le  quito 
la  palabra  rectas,  será  imperfecta,  porque  no  expreso  todo 
lo  que  está  contenido  en  la  idea  del  triángulo  rectilíneo,  y 
así  la  definición  conviene  igualmente  al  mixtilíneo  y  cur- 
vilíneo. Si  a  la  misma  definición  le  añado  la  palabra  igua- 
les, será  también  imperfecta,  porque  expresa  más  de  lo  que 
está  contenido  en  la  idea  del  triángulo  rectilíneo  en  gene- 
ral, y  la  definición  será  aplicable  únicamente  a  los  trián- 
gulos equiláteros. 

Definiremos  mal  al  hombre  si  le  llamamos  un  compues- 
to de  cuerpo  y  alma,  porque  no  diciendo  que  esta  alma  es 
espiritual  no  expresamos  todo  lo  que  está  contenido  en  la 
naturaleza  del  hombre;  y  si,  por  el  contrario,  decimos  que 
el  hombre  es  un  compuesto  de  cuerpo  y  de  alma  virtuosa, 
habremos  expresado  más  de  lo  que  está  contenido  en  la 
naturaleza  de  la  cosa  definida,  y  la  definición  convendrá  no 
al  hombre  en  general,  sino  al  hombre  virtuoso. 


[20,  64-66]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  3 


39 


121.  Para  cerciorarse  de  que  una  definición  es  perfecta 
conviene  hacer  la  prueba  aplicándola  a  la  cosa  definida,  te- 
niendo presente  la  regla  que  sigue:  || 

La  definición  debe  convenir  a  todo  lo  definido  y  a  nada 
más. 

«Animal  racional» :  Es  buena  definición  del  hombre,  por- 
que conviene  a  todos  los  hombres  y  a  nada  más  que  al 
hombre. 

«Ser  viviente» :  No  es  buena  definición,  porque  conviene 
no  sólo  al  hombre,  sino  también  a  los  brutos  y  a  las  plantas. 

«Ser  intelectual» :  La  definición  no  es  buena,  porque  es 
aplicable  también  a  los  espíritus  puros. 

«Animal  racional  virtuoso» :  La  definición  no  es  buena, 
porque  no  conviene  a  todos  los  hombres,  sino  únicamente  a 
los  virtuosos. 

122.  La  definición  puede  ser  esencial  o  descriptiva.  La 
esencial  es  la  que  explica  la  esencia  o  naturaleza  íntima  de 
la  cosa.  La  descriptiva  es  la  que  nos  da  a  conocer  la  cosa 
por  algunas  propiedades  distintivas,  mas  no  esenciales.  Si 
conociésemos  la  naturaleza  íntima  del  sol,  la  definición  en 
que  la  explicásemos  sería  esencial.  Ahora  tenemos  que 
contentarnos  con  una  definición  descriptiva,  diciendo  que 
es  el  astro  cuya  luz  constituye  lo  que  llamamos  día,  que 
nos  ofrece  las  apariencias  de  tales  o  cuales  movimientos, 
diurnos,  anuos,  que  está  en  tal  o  cual  relación  con  los  de- 
más cuerpos  celestes,  designando  así  varias  propiedades 
bastantes  para  distinguir  a  ese  astro  de  todos  los  demás, 
pero  que  no  nos  explican  su  íntima  naturaleza. 

123.  El  poco  conocimiento  de  la  esencia  de  los  objetos 
hace  que  sean  muy  contadas  las  definiciones  esenciales  ||  y 
que  en  la  mayor  parte  de  los  casos  debamos  contentarnos 
con  las  descriptivas. 

124.  Las  definiciones  que  preceden  a  las  cuestiones  de- 
ben ser  las  que  basten  para  indicarnos  la  cosa  de  que  se 
trata  y  fijar  bien  el  sentido  de  las  palabras  que  se  emplean. 
La  definición  perfecta  ha  de  estar  al  fin  de  los  tratados, 
pues  que,  debiendo  explicar  la  cosa,  ha  de  ser  el  resultado 
de  las  investigaciones.  Querer  definir  desde  luego  la  cosa 
equivale  a  suponer  lo  mismo  que  se  busca,  a  confundir  la 
semilla  con  la  cosecha. 

125.  Con  estas  observaciones  es  muy  fácil  entender  el 
sentido  y  la  razón  de  las  reglas  que  suelen  dar  los  dialéc- 
ticos para  la  buena  definición. 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  66-68] 


1.  a 

126.  Debe  ser  más  clara  que  lo  definido. 

Salta  a  los  ojos  que,  si  su  objeto  es  explicar,  debe  aclarar 
lo  que  explica. 

2.  a 

127.  Lo  definido  no  debe  entrar  en  la  definición. 

Si  lo  definido  entra  en  la  definición  no  se  habrá  adelan- 
tado nada ;  pues  para  explicar  empleamos  lo  mismo  que 
necesita  ser  explicado.  El  que  definiese  la  obligación  di- 
ciendo que  es  lo  que  nos  obliga  a  hacer  u  omitir  alguna 
cosa,  faltaría  a  la  regla ;  pues  ignorando  lo  que  es  obliga- 
ción, tampoco  sabremos  lo  que  es  obligar.  || 


3.a  . 

128.  La  definición  debe  convenir  a  todo  y  a  sólo  lo  de- 
finido. 

Esto  se  ha  explicado  más  arriba  (121). 


4.a 

129.  Debe  constar  del  género  próximo  y  de  la  última 
diferencia. 

Quien  definiese  al  hombre  una  substancia  racional  falta- 
ría a  la  primera  parte  de  esta  regla,  porque  el  género 
substancia  no  es  el  inmediato,  y  sí  el  de  animal.  La  cir- 
cunferencia es  una  curva  reentrante :  esta  definición  no  es 
buena,  porque  la  diferencia  reentrante  no  es  la  última  o  ca- 
racterística, pues  que  también  es  reentrante  la  elipse,  y  no 
por  esto  es  una  circunferencia  (120). 

130.  Algunos  encargan  que  la  definición  sea  breve ;  y, 
en  efecto,  con  tal  que  se  usen  palabras  claras,  cuantas  me- 
nos se  empleen,  mejor ;  pero  también  debe  evitarse  el  es- 
collo: Brevis  esse  laboro  obscurus  fio.  «Por  amor  a  la  bre- 
vedad me  hago  obscuro.» 

131.  Las  palabras  redundantes,  si  expresan  alguna  idea 
ajena  a  lo  definido,  hacen  mala  definición,  porque  expre- 
san más  de  lo  que  hay ;  y  si  sólo  significan  lo  que  ya  está 
dicho  con  otro  término  son  inútiles,  y,  por  tanto,  embarazan, 
cuando  no  confundan.  || 

132.  Terminaré  haciendo  notar  que  en  las  definiciones 
es  preciso  guardarse,  en  cuanto  sea  posible,  de  palabras  me- 


[20,  68-69]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  3 


41 


tafóricas  o  figuradas  en  cualquier  sentido.  En  estos  casos, 
la  imaginación  es  con  demasiada  frecuencia  un  obstáculo 
más  bien  que  un  auxilio :  la  exactitud  se  ve  sacrificada  al 
brillo  de  una  comparación  o  a  la  ingeniosidad  de  un  con- 
traste. 


SECCION  II 
La  división 

133.  La  limitación  de  nuestro  entendimiento  no  permite 
abarcar  muchas  cosas  a  un  tiempo ;  así  empleamos  el  medio 
de  considerarlas  por  separado,  lo  cual  es  preciso  no  sólo 
cuando  las  cosas  están  separadas  en  la  realidad,  sino  tam- 
bién cuando  están  unidas,  y,  a  veces,  aunque  sean  idénticas, 
Hasta  en  los  objetos  simples  distinguimos  varios  aspectos, 
a  manera  de  partes,  con  lo  cual  se  nos  facilita  la  inteligen- 
cia de  lo  que  nos  sería  muy  difícil,  o  imposible  de  entender. 
Así,  una  de  las  operaciones  más  importantes  es  la  división. 

134.  La  división  es  la  distribución  de  un  todo  en  sus 
partes. 

135.  Según  sean  las  partes  será  la  división :  cuando 
sean  reales  o  existan  en  la  realidad,  siendo  además  separa- 
bles, será  real  o  física ;  si  las  partes  no  son  separables, 
siendo  únicamente  propiedades  radicales  en  un  mismo  su- 
jeto, la  división  será  metafísica ;  cuando  ||  sean  lógicas  o 
sólo  existan  en  nuestro  entendimiento,  aunque  con  funda- 
mento en  la  cosa,  la  división  será  lógica. 

El  hombre  está  compuesto  realmente  de  dos  cosas  dis- 
tintas y  separables :  cuerpo  y  espíritu.  Dividiendo  en  estas 
dos  partes  al  hombre,  la  división  será  real.  En  el  hombre 
hay  las  propiedades  de  animal  y  de  racional,  pero  no  hay 
dos  sujetos,  porque  el  que  es  animal  es  el  mismo  que  es 
racional ;  dividiendo,  pues,  al  hombre  en  animal  y  racio- 
nal, la  división  será  metafísica.  En  eí  género  de  animal  es- 
tán comprendidos  los  hombres  y  los  brutos,  o  sea  los  ra- 
cionales y  los  irracionales ;  pero  aquí  la  palabra  contener 
no  significa  que  haya  en  la  realidad  un  ser  compuesto  de 
estas  dos  partes,  ni  que  encierre  estas  dos  propiedades, 
pues  ni  aun  es  posible  por  ser  contradictorias,  sino  que  la 
idea  de  animal  puede  convenir  a  diferentes  especies.  Así 
estas  partes  se  hallan  únicamente  en  nuestro  entendimien- 
to; y  la  división  del  animal  en  racional  e  irracional  será 
una  división  lógica. 

Si  dividimos  el  triángulo  rectilíneo  en  sus  tres  líneas,  la 
división  será  real,  porque  estas  líneas  son  partes  distintas 
y  separables.  Si  le  dividimos  en  las  dos  partes:  1.a,  figura 


42 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  69-71] 


cerrada ;  2.a,  tres  líneas,  la  división  será  metafísica ;  porque 
aunque  estas  dos  propiedades  sean  constitutivas  del  tri- 
ángulo no  son  separables  de  manera  que  la  figura  cerrada 
se  pueda  separar  de  las  tres  líneas.  Diciendo,  por  fin,  que 
el  triángulo  se  divide  en  equilátero,  isósceles  y  escaleno,  la 
división  será  lógica,  pues  aunque  no  existan  ni  puedan 
existir  en  ningún  triángulo  estas  cosas  juntas,  hay  la  idea 
general  de  triángulo  aplicable  a  diferentes  especies  del 
mismo  género.  || 


Reglas 

1.  » 

136.  En  la  división  las  partes  deben  enumerarse  todas. 
Dividiendo  el  cuerpo  humano  en  carne  y  huesos,  o  en  ca- 
beza y  tronco,  se  haría  una  división  incompleta,  porque  se 
olvidarían  otras  partes. 

2.  » 

137.  En  la  división  la  una  parte  no  debe  estar  contenida 
en  la  otra. 

Quien  dividiese  el  orbe  en  sus  partes  principales,  con- 
tando entre  ellas  la  Europa,  y  luego  añadiese  la  España,  di- 
vidiría mal,  porque  la  España  ya  está  contenida  en  la  Eu- 
ropa. Sólo  debería  hablarse  de  España  cuando  se  dividiese 
la  Europa  en  sus  partes. 

Tampoco  será  buena  la  división  del  animal  en  sensitivo 
y  racional,  pues  que  el  ser  sensitivo  está  ya  comprendido 
en  el  ser  animal. 

3.  a 

138.  Las  partes  de  la  división  deben  ser  de  una  misma 
especie. 

La  división  del  cuerpo  humano  en  sus  miembros,  como 
en  cabeza,  tronco,  brazos,  etc.,  etc.,  no  debe  mezclarse  con 
la  división  del  mismo  en  las  varias  especies  de  partes,  como 
carne,  huesos,  sangre,  etc.,  etc.  |¡ 

'  4.a 

139.  En  la  división  debe  seguirse  el  orden  natural  de 
las  cosas  o  de  las  ideas. 

No  estaría  bien  la  división  de  Europa  empezando  por 


[20,  71-73J  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


43 


Ñapóles,  saltando  luego  a  Prusia  y  siguiendo  así  un  orden 
contrario  al  que  realmente  tienen  los  países. 

La  división  de  viviente  en  racional  e  irracional  sería  de- 
fectuosa, porque  se  salta  por  encima  de  la  idea  de  sensi- 
tivo. Así  el  viviente  se  deberá  dividir  en  sensitivo  e  insensi- 
tivo ;  y  luego  el  viviente  sensitivo  o  animal  se  deberá  sub- 
dividir  en  racional  e  irracional. 


5.a 

140.    No  deben  hacerse  demasiadas  subdivisiones. 
Esto,  lejos  de  aclarar,  confunde ;  para  formar  idea  cabal 
de  los  objetos  no  conviene  reducirlos  a  polvo.  || 


CAPITULO  IV 

El  juicio  y  la  proposición 


SECCION  I 
Definición  del  juicio  y  de  la  proposición 

141.  El  juicio  es  el  acto  intelectual  con  que  afirmamos 
o  negamos  una  cosa  de  otra.  En  el  primer  caso  el  juicio  se 
llama  afirmativo ;  en  el  segundo,  negativo.  «El  sol  brilla», 
es  juicio  afirmativo;  «la  luna  no  tiene  luz  propia»,  es  jui- 
cio negativo. 

142.  La  expresión  del  juicio  con  palabras  se  llama  pro- 
posición. El  acto  interno  con  que  afirmo  que  el  día  es  her- 
moso se  llama  juicio ;  las  palabras  con  que  lo  expreso  for- 
man la  proposición.  La  explicación  de  las  varias  clases  de 
juicios  y  de  sus  reglas  es  también  la  explicación  de  las  pro- 
posiciones. Lo  que  se  -  diga,  pues,  de  las  proposiciones  se 
entenderá  dicho  de  los  juicios,  y  recíprocamente. 

143.  En  todo  juicio  hay  relación  de  una  cosa  con  otra ; 
la  que  se  afirma  o  niega  con  aquella  de  la  cual  se  afirma  o 
se  niega.  || 

Aquello  de  que  afirmamos  o  negamos  algo  se  llama  su- 
jeto ;  lo  que  afirmamos  o  negamos  se  apellida  predicado  o 
atributo. 

La  expresión  de  la  relación  del  predicado  con  el  sujeto 
se  denomina  cópula,  para  lo  cual  sirve  el  verbo  ser  expreso 
o  sobrentendido. 


44 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20.  73-751 


«La  traición  es  un  crimen» :  traición  es  el  sujeto ;  cri- 
men, el  predicado ;  es,  la  cópula. 

144.  En  muchas  proposiciones  no  se  encuentra  el  verbo 
ser  expreso,  pero  se  sobrentiende  siempre.  «Craso  tiene 
grandes  riquezas.»  «Cicerón  sobresale  por  su  elocuencia.» 
«César  se  distingue  por  su  habilidad  política.»  Equivalen  a 
estas  otras :  «Craso  es  muy  rico.»  «Cicerón  es  sobresaliente 
en  elocuencia.»  «César  es  un  político  muy  hábil.» 

El  sujeto  y  el  predicado  tampoco  se  encuentran  siempre 
expresos.  «Existo»  equivale  a  ésta :  «Yo  soy  existente.» 
«Ama»  equivale  a  ésta :  «Fulano  es  amante.»  «No  creo» 
equivale  a  ésta :  «No  es  creyente.» 


SECCION  II 
División  de  las  proposiciones 

145.  Las  proposiciones  pueden  ser  consideradas  en  sí 
mismas  o  en  las  relaciones  de  unas  con  otras.  Las  examina- 
remos bajo  ambos  aspectos. 

146.  Por  razón  de  la  cópula  se  dividen  las  proposicio- 
nes en  afirmativas  y  negativas.  Esto  se  llama  su  cualidad.  |¡ 
Afirmativa  es  la  que  afirma ;  negativa  la  que  niega. 

147.  Para  que  la  proposición  sea  negativa,  la  negación 
debe  afectar  a  la  cópula.  «La  pobreza  no  es  un  defecto.» 
Pero  si  la  negación  no  afecta  a  la  cópula,  la  proposición  no 
es  negativa.  «La  ley  no  manda  hacer  esto»,  he  aquí  una 
proposición  negativa.  «La  ley  manda  no  hacer  esto»,  he 
aquí  una  proposición  afirmativa.  La  diferencia  proviene 
del  diverso  lugar  que  la  negación  ocupa. 

148.  Por  razón  del  sujeto  las  proposiciones  se  dividen 
en  universales,  particulares,  indefinidas  y  singulares,  según 
que  el  sujeto  es  universal,  particular,  indefinido  o  singular 
Esto  se  llama  su  cantidad. 

149.  «Todo  árbol  es  vegetal.»  La  proposición  es  univer 
sal,  porque  el  sujeto  lo  es,  como  lo  indica  la  palabra  todo 

150.  «Algunos  cuerpos  son  elásticos.»  La  proposición  es 
particular,  porque  el  sujeto  lleva  el  término  algunos. 

151.  «Los  alemanes  son  meditabundos.»  La  proposición 
es  indefinida,  porque  el  sujeto,  los  alemanes,  no  está  de 
terminado,  pues  no  se  expresa  si  lo  son  todos  o  algunos. 

152.  «Newton  es  un  eminente  matemático.»  La  proposi 
ción  es  singular,  porque  el  sujeto  lo  es.  Para  que  la  ||  pro- 
posición sea  singular  no  .es  preciso  que  el  sujeto  sea  nom- 
bre propio ;  basta  que  le  acompañe  un  pronombre  u  otro 
signo  que  le  determine,  haciéndole  singular.  Por  ejemplo : 


[20,  75-76 J  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


45 


si  refiriéndome  a  un  metal  que  tengo  en  la  mano  digo : 
«Este  metal  es  plata»,  la  proposición  es  singular,  por  el 
pronombre  este.  En  vez  de  un  pronombre  puede  emplearse 
otra  determinación  o  propiedad  característica.  Por  ejem- 
plo :  ;<E1  hombre  que  dirigió  la  construcción  de  El  Esco- 
rial era  un  eminente  arquitecto.»  «El  ingeniero  que  cons- 
truyó el  túnel  de  Londres  es  digno  de  una  estatua.» 

153.  Algunos  dividen  la  proposición  universal  en  dis- 
tributiva y  colectiva.  Distributiva  es  aquella  en  que  el  pre- 
dicado conviene  a  todos  por  separado,  esto  es,  a  cada  uno 
de  los  sujetos ;  colectiva  es  aquella  en  que  el  predicado 
conviene  a  todos  juntos.  «Todos  los  españoles  son  europeos.» 
Esta  es  una  proposición  universal  distributiva,  porque  el 
ser  europeo  conviene  a  cada  español  en  particular.  «Los 
españoles  son  catorce  millones»,  es  colectiva,  porque  cada 
español  no  es  catorce  millones,  sino  todos  juntos.  Pero  la 
proposición  colectiva,  bien  examinada,  no  puede  reducirse 
a  una  especie  de  las  universales,  pues  que  hay  colectivas 
particulares,  las  hay  indefinidas  y  también  singulares. 

Por  ejemplo,  si  decimos:  «Los  gastos  del  Estado  ascien- 
den a  mil  millones»,  la  proposición  es  colectiva,  porque  se 
entiende  los  gastos  juntos;  y  es  singular,  porque  se  refiere 
a  una  colección  determinada. 

«Los  gastos  en  cualquier  Estado  no  deben  llegar  a  la  duo- 
décima parte  de  las  rentas  del  país.»  La  proposición  |l  es 
colectiva,  porque  se  habla  de  los  gastos  juntos ;  y  es  uni- 
versal, porque  se  trata  de  todas  las  colecciones  de  gastos 
de  todos  los  países. 

«Los  gastos  de  algunos  Estados  no  pasan  de  doscientos 
.millones.»  La  proposición  es  colectiva,  por  la  razón  señala- 
da;  y  es  particular,  porque  sólo  se  trata  de  algunas  colec- 
ciones de  gastos,  pues  se  habla  únicamente  de  algunos  Es- 
tados. 

«Los  gastos  de  los  Estados  son  excesivos.»  La  proposi- 
ción es  colectiva,  por  la  misma  razón ;  y  es  indefinida,  por- 
que no  se  expresa  si  lo  son  en  todas  partes  o  en  algunas. 

Así,  pues,  resulta  claro  que  las  proposiciones  colectivas 
son  de  tal  naturaleza  que  no  pueden  ser  consideradas  como 
una  especie  de  las  universales.  Su  carácter  distintivo  está 
en  el  modo  con  que  el  sujeto  se  toma,  esto  es,  en  colección. 
Con  lo  que  se  manifiesta  también  que  el  término  colectivo 
no  debe  ser  clasificado  entre  las  especies  del  común  o  uni- 
versal. 


46 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,76-78] 


SECCION  III 

Reglas  sobre  la  extensión  del  sujeto 

154.  No  hay  dificultad  en  la  extensión  del  sujeto  en  las 
proposiciones  universales,  particulares  o  singulares,  porque 
es  claro  que  en  las  universales  se  habla  de  todos  sin  ex- 
cepción ;  en  las  particulares,  de  alguno  o  algunos  indeter- 
minadamente ;  y  en  las  singulares,  de  uno  o  de  muchos, 
pero  determinadamente.  Mas  no  sucede  lo  mismo  con  las 
indefinidas.  Asi,  en  ésta :  «Los  alemanes  ||  son  meditabun- 
dos», se  puede  dudar  de  si  se  entiende  algunos  o  todos ;  esto 
es  muy  importante  el  determinarlo,  porque,  según  sea  la 
extensión  del  sujeto,  la  proposición  indefinida  será  verda- 
dera o  falsa.  Para  lograrlo  recuérdense  las  siguientes  reglas: 


1.  a 

155.  En  materias  pertenecientes  a  la  esencia  de  las  co- 
sas o  a  sus  propiedades  necesarias,  la  proposición  indefinida 
equivale  a  la  universal. 

«Los  diámetros  de  un  círculo  son  iguales» :  se  entiende 
todos  los  diámetros.  «Las  órbitas  de  los  planetas  son  elíp- 
ticas» :  se  entiende  todas  las  órbitas.  Es  evidente  que  se- 
gún la  necesidad  sea  intrínseca  o  natural,  la  proposición 
será  más  o  menos  rigurosamente  universal.  En  los  ejem- 
plos citados  la  universalidad  de  la  primera  es  necesaria- 
mente absoluta,  sin  excepción  posible,  como  fundada  en  la 
esencia  de  las  cosas ;  la  de  la  segunda  no  es  universal  con 
tanto  rigor,  porque  sólo  estriba  en  una  ley  natural  conoci- 
da por  la  observación. 

2.  a 

156.  Cuando  no  se  trata  de  la  esencia  de  las  cosas  ni  de 
sus  leyes  necesarias,  la  universalidad  es  moral,  esto  es, 
comprende  la  mayor  parte  de  los  casos.  Así,  en  el  ejemplo 
aducido  no  se  entiende  que  todos  los  alemanes  sean  medi- 
tabundos, sino  que  éste  es  el  carácter  de  aquella  nación,  y 
que  así  son  muchos  los  que  le  tienen.  Según  la  materia  de 
que  se  trate,  la  universalidad  moral  será  ||  más  o  menos 
amplia,  en  lo  cual  no  puede  fijarse  ninguna  regla,  debién- 
dose juzgar  prudencialmente  según  las  circunstancias. 

157.  Se  dice  a  veces  que  en  materia  contingente  la  pro- 
posición indefinida  equivale  a  la  particular:   esto  no  es 


[20,  78-79]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


47 


exacto.  En  toda  proposición  indefinida  hay  cierta  univer- 
salidad ;  de  lo  contrario  bastaría  uno  o  pocos  casos  para 
que  se  pudiesen  emitir  con  verdad  proposiciones  indefini- 
das. Así,  en  un  país  donde  la  mayor  parte  de  los  hombres 
tuviesen  el  cabello  rubio  podría  decirse  indefinidamente 
que  sus  habitantes  lo  tienen  negro  con  tal  que  hubiese  al- 
gunas excepciones  en  este  sentido. 


SECCION  IV 
Reglas  sobre  la  extensión  del  predicado 

158.  Hemos  visto  que  el  sujeto  de  la  proposición  puede 
tomarse  de  diferentes  modos  (sec.  II  y  III) ;  veamos  aho- 
ra lo  que  le  sucede  al  predicado  o  atributo. 

En  esta  parte  de  la  lógica  se  encuentran  algunas  cosas 
difíciles  de  comprender ;  pero  su  dificultad  sólo  nace  de 
que  no  se  advierte  bastante  que  las  reglas  dialécticas  no  son 
aquí  más  que  una  fórmula  breve  y  precisa  de  ideas  comu- 
nes y  hasta  vulgares. 

159.  El  modo  con  que  el  término  se  toma  en  una  pro- 
posición se  llama  en  términos  escolásticos  suposición.  Se 
apellida  extensión  del  término  el  convenir  a  mayor  o  menor 
número  de  sujetos.  Por  manera  que  |!  la  locución:  «tal  tér- 
mino supone  umversalmente»,  significa  lo  mismo  que  «tal 
término  se  toma  en  sentido  o  con  extensión  universal». 

160.  «Todo  hombre  es  racional.»  En  esta  proposición  el 
sujeto  se  toma  umversalmente ;  pero  ¿cómo  se  toma  el  pre- 
dicado? ¿Se  entiende  que  todo  hombre  sea  todo  racional, 
o  en  otros  términos,  la  palabra  racional  se  debe  tomar  um- 
versalmente? 

Es  evidente  que  cada  hombre  no  es  todos  los  racionales, 
sino  algún  racional ;  luego  el  predicado  racional  se  toma 
particularmente. 

De  estas  consideraciones  resulta  para  los  predicados  la 
siguiente  regla: 

1.a 

En  toda  proposición  afirmativa  el  predicado  o  atributo 
supone  particularmente. 

161.  «Ningún  metal  es  viviente.»  ¿En  qué  extensión 
debe  tomarse  el  predicado?  Salta  a  los  ojos  que  del  metal 
se  niega  no  sólo  este  o  aquel  viviente,  sino  todos  y  de  to- 
das las  clases ;  por  manera  que  la  proposición  no  sería 
verdadera  si  el  metal  fuese  siquiera  de  una  clase  de  vi- 


48 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  79-81] 


vientes.  Se  comprenderá  mejor  esto  si  se  reflexiona  que 
ningún  viviente  es  todos  los  vivientes,  sino  individuo  de 
una  clase :  y,  por  tanto,  de  todo  viviente  se  puede  negar 
cierto  viviente ;  pues  el  hombre,  aunque  viviente,  no  es  el 
caballo,  que  es  viviente.  Luego,  si  el  predicado  no  se  toma- 
se universalmente,  se  podría  decir :  «Ningún  hombre  es  vi- 
viente», y  lo  mismo  de  todas  ||  las  especies  de  vivientes ; 
pues  tomando  el  predicado  en  particular  se  podría  negar 
de  todas  las  especies,  ya  que  las  unas  no  son  las  otras,  y  de 
todos  los  individuos,  pues  los  unos  no  son  los  otros.  Esto  lo 
expresaremos  en  otra  regla. 


2.a 

En  toda  proposición  negativa  el  predicado  supone  uni- 
versalmente. 

162.  Se  llama  comprensión  de  un  término  el  número  de 
propiedades  que  significa:  así,  las  de  animal  serán  vivien- 
te y  sensitivo ;  y  las  de  hombre,  animal  racional.  La  dife- 
rencia entre  la  extensión  y  la  comprensión  está  en  que  la 
extensión  se  refiere  a  los  sujetos  a  que  el  término  conviene, 
y  la  comprensión  a  las  propiedades  que  significa. 

163.  «El  hombre  es  animal.»  En  esta  proposición  se  afir- 
man del  hombre  todas  las  propiedades  del  predicado  ani- 
mal, y  no  sería  verdadera  si  le  faltase  alguna.  Así  es  que 
la  planta,  aunque  tenga  una  de  ellas,  que  es  el  ser  vivien- 
te, no  se  puede  llamar  animal,  por  carecer  de  la  sensibili- 
dad. Por  lo  cual  estableceremos  la  siguiente  regla : 


1.a 

En  las  proposiciones  afirmativas  el  predicado  se  aplica 
al  sujeto  en  toda  su  comprensión.  |] 

164.  «La  planta  no  es  metal.»  Aquí  se  niega  de  la  plan- 
ta todo  metal,  como  si  se  dijese  que  no  es  ningún  metal ; 
pero  no  se  niegan  de  la  planta  todas  las  propiedades  conte- 
nidas en  la  idea  de  metal,  como,  por  ejemplo,  el  ser  cuerpo, 
el  ser  visible,  etc.,  etc.  De  esto  resulta  otra  regla. 


2.» 

En  las  proposiciones  negativas,  el  predicado  no  se  niega 
del  sujeto  en  toda  su  comprensión. 

165.  Resumiendo  estas  cuatro  reglas,  diremos  que  en 
las  proposiciones  afirmativas  el  predicado  se  toma  en  toda 


[20,  81-82]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


49 


su  comprensión,  mas  no  en  toda  su  extensión ;  y  en  las  ne- 
gativas se  toma  en  toda  su  extensión,  pero  no  en  toda  su 
comprensión. 

SECCION  V 
Conversión  de  las  proposiciones 

166.  La  conversión  de  las  proposiciones  es  la  transpo- 
sición de  sus  términos,  colocando  al  sujeto  en  el  lugar  del 
predicado  y  el  predicado  en  el  del  sujeto.  Las  hay  de  tres 
clases :  simple,  por  accidente  y  por  contraposición.  En  la 
simple  no  se  altera  nada  de  los  términos,  excepto  su  lu- 
gar ;  en  la  por  accidente  se  muda  la  cantidad  de  los  térmi- 
nos ;  y  en  la  por  contraposición  se  los  toma  en  sentido  ne- 
gativo, en  contraposición  al  que  antes  tenían,  o,  según  la 
expresión  de  las  escuelas,  se  los  hace  infinitos :  si  el  térmi- 
no era  cuerpo,  se  dice  no  cuerpo.  || 

167.  Buscan  los  dialécticos  de  qué  manera  pueden  con- 
vertirse las  proposiciones,  o  bien,  de  qué  modo  debe  ha- 
cerse la  transposición  para  que,  dada  la  proposición  primi- 
tiva, resulte  legítima  la  nueva.  Para  esto  señalan  la  canti- 
dad de  proposiciones  con  letras,  designando  la  universal 
afirmativa  con  A,  la  universal  negativa  con  E,  la  particu- 
lar afirmativa  con  I  y  la  particular  negativa  con  O.  Lo 
cual  expresan  con  los  siguientes  versos: 

Asserit  A.  negat  E;  verum  generaliter  ambo. 
Asserit  I,  negat  O;  sed  particulariie r  ambo. 

Las  reglas  de  la  conversión  de  las  proposiciones  se  las 
expresa  en  esta  fórmula  : 

E,  I  simpliciter  convertitur;  E,  A  per  acc.id. 
O,  A  per  contra:  sic  fit  conversio  tota. 

Lo  que  significa  que  la  proposición  universal  negativa 
designada  por  £  y  la  particular  afirmativa  por  /  se  con- 
vierten simplemente ;  que  la  universal  negativa  £  y  la 
universal  afirmativa  A  se  convierten  por  accidente ;  y  que 
la  particular  negativa  O  y  la  universal  afirmativa  A  se  con- 
vierten por  contraposición.  Esto  se  entenderá  mejor  con 
ejemplos. 

168.  E  simpliciter:  «Ningún  metal  es  viviente.»  «Nin- 
gún viviente  es  metal.»  La  conversión  simple  es  legítima ; 
porque,  como  en  las  proposiciones  negativas  el  predicado 
se  toma  umversalmente  (161),  se  niega  todo  viviente  de 


50 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  82-84] 


todo  metal,  y,  por  tanto,  se  puede  negar  todo  metal  de  todo 
viviente. 

169.  I  simpliciter:  «Algún  viviente  es  animal.»  «Algún 
animal  es  viviente.»  La  conversión  simple  es  legítima;  |¡ 
porque  en  ambos  casos  el  predicado  se  toma  particular- 
mente. Así  la  primera  proposición  equivale  a  esta  otra : 
«Algún  viviente  es  algún  animal.»  De  la  que  evidentemen- 
te resulta  la  segunda :  «Algún  animal  es  viviente ;  esto  es, 
algún  viviente.» 

170.  E  per  accidens:  «Ningún  europeo  es  americano.» 
«Algún  americano  no  es  europeo.»  La  conversión  es  legíti- 
ma ;  porque  si  por  lo  dicho  (166)  tendríamos  ningún  ame- 
ricano es  europeo,  con  mayor  razón  tendremos  que  algún 
americano  no  es  europeo. 

171.  A  per  accidens:  «Todo  planeta  es  cuerpo.»  «Algún 
cuerpo  es  planeta.»  Como  en  la  primera,  el  predicado  to- 
mado en  particular  se  aplica  a  todos  los  sujetos,  el  mismo 
predicado  en  particular  puede  ser  sujeto  a  que  se  aplique 
el  predicado  planeta:  pero  no  sería  legítima  la  conversión 
diciendo :  «Todo  cuerpo  es  planeta.» 

172.  O  per  contrapositionem.  Esta  conversión,  aunque 
legítima,  es  extraña  y  de  poco  o  ningún  uso ;  y  sólo  trata- 
mos de  ella  para  completar  la  explicación  de  estas  fórmu- 
las: «Algún  cuerpo  no  es  planeta.»  «Algún  no  planeta  es 
cuerpo.»  O  bien :  «Algún  no  planeta  no  es  no  cuerpo.» 

Por  lo  dicho  (163)  de  algún  cuerpo  se  niegan  todos  los 
planetas ;  mas  de  esto  no  sigue  que  el  predicado  cuerpo  se 
puede  negar  de  todos  los  planetas,  ni  tampoco  de  algún  pla- 
neta. Así  es  que  para  verificar  la  conversión  es  preciso  recu- 
rrir a  la  extraña  idea  de  hacer  negativo  un  ||  término,  di- 
ciendo: «Algún  no  planeta  es  cuerpo»;  o  los  dos,  como  en 
ésta :  «Algún  no  planeta  no  es  no  cuerpo.» 

173.  A  per  contrapositionem.:  «Todo  cuerpo  es  extenso.» 
«Algún  no  extenso  es  no  cuerpo.»  La  razón  es  porque,  si  el 
atributo  extenso  tomado  en  particular  conviene  a  todo 
cuerpo,  lo  que  no  sea  extenso  no  será  cuerpo,  o  será  no 
cuerpo. 

SECCION  VI 
Oposición  de  las  proposiciones 

174.  La  oposición  de  las  proposiciones  consiste  en  que? 
teniendo  los  mismos  sujetos  y  predicados,  con  igual  o  dife- 
rente cantidad  o  extensión,  la  una  sea  afirmativa  y  la  otra 
negativa. 

175.  Hay  diferentes  especies  de  oposición,  según  la  cual 


[20,  84-8C]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


51 


las  proposiciones  toman  diferentes  nombres:  contradicto- 
rias, contrarias,  subcontrarias  y  subalternas.  Suelen  desig- 
narse del  modo  siguiente,  dando  a  las  letras  A,  E,  I,  O,  la 
misma  significación  que  se  ha  dicho  más  arriba  (167). 


A    contrarias  E 


fe    %  i?  £ 


en 

Z  subcontrarias  O 


176.  A  contradictoria  de  O.  La  universal  afirmativa  y 
la  particular  negativa  son  contradictorias.  «Todo  metal  es 
cuerpo» ;  «algún  metal  no  'es  cuerpo». 

En  la  primera  se  afirma  de  todo  metal  que  es  cuerpo,  y, 
por  tanto,  de  algún  metal ;  en  la  segunda  se  niega  de  algún 
metal ;  luego  se  contradicen. 

E  contradictoria  de  I.  La  universal  negativa  y  la  par- 
ticular afirmativa  son  contradictorias.  «Ningún  planeta  es 
cometa» ;  «algún  planeta  es  cometa». 

En  la  primera  se  niega  de  todo  planeta  el  ser  cometa ; 
y  en  la  segunda  se  afirma  de  algún  planeta  el  ser  cometa. 
Esto  es  contradictorio. 

Resulta,  pues,  que  las  proposiciones  contradictorias  son 
aquellas  en  que  la  una  afirma  lo  que  la  otra  niega.  Esta  es 
la  oposición  rigurosa ;  las  demás  oposiciones  sólo  merecen 
este  nombre  en  sentido  lato ;  algunas  hay  que  ni  apariencia 
tienen  de  oposición. 

177.  A  contraria  de  E.  La  universal  afirmativa  y  la  uni- 
versal negativa  son  contrarias.  «Todos  los  africanos  son  ne- 
gros» ;  «ningún  africano  es  negro». 

En  esto  no  hay  contradicción ;  ambas  son  falsas ;  sin  que 
por  esto  pueda  decirse  que  se  verifica  a  un  tiempo  el  sí  y 
el  no,  pues  que  basta  que  algunos  africanos  sean  negros  y 
otros  no  para  que  resulten  falsas  las  dos  proposiciones. 

178.  I  subcontraria  de  O.  La  particular  afirmativa  y  la 
particular  negativa  son  subcontrarias.  «Algún  viviente  es 
sensitivo» ;  «algún  viviente  no  es  sensitivo».  Ambas  son 
verdaderas,  porque  la  planta  es  viviente  y  ||  carece  de  sen- 
sibilidad, y  el  animal  es  viviente  y  sensitivo. 

179.  í  subalterna  de  A.  La  particular  afirmativa  es  sub- 
alterna de  la  universal  afirmativa.  «Todos  los  sabios  han 
sido  estudiosos» ;  «algún  sabio  ha  sido  estudioso». 


52 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  86-87] 


Lejos  de  haber  oposición  entre  estas  proposiciones,  hay 
enlace,  pues  la  segunda  se  infiere  de  la  primera. 

180.  O  subalterna  de  E.  La  particular  negativa  es  sub- 
alterna de  la  universal  negativa.  «Ningún  vicioso  es  apre- 
ciado» ;  «algún  vicioso  no  es  apreciado». 

Puede  hacerse  la  misma  observación  que  en  el  caso  an- 
terior. 

Reglas 
I» 

181.  Las  proposiciones  contradictorias  no  pueden  ser 
ambas  verdaderas  o  falsas:  si  la  una  es  verdadera,  la  otra 
es  falsa. 

La  razón  es  porque  es  imposible  que  una  cosa  sea  y  no 
sea  a  un  mismo  tiempo. 

2.a 

182.  En  las  proposiciones  subalternas,  si  la  universal  es 
verdadera,  lo  es  la  particular,  pero  no  recíprocamente.  || 

Si  toda  virtud  es  laudable,  claro  es  que  alguna  virtud  es 
laudable.  Si  ningún  vicioso  es  apreciable,  resulta  que  al- 
gún vicioso  no  es  apreciable.  Pero  de  que  algún  cuerpo  sea 
planeta  no  se  deduce  que  todos  lo  sean ;  y  de  que  algún  sa- 
bio no  sea  virtuoso  no  se  infiere  que  ningún  sabio  lo  sea. 


3.  a 

183.  Las  contrarias  pueden  ser  ambas  falsas,  mas  no 
verdaderas. 

«Todos  los  europeos  han  visitado  la  América»  ;  «ningún 
europeo  ha  visitado  la  América».  Ambas  son  falsas.  Que 
ambas  no  pueden  ser  verdaderas  se  demuestra  de  este 
modo :  la  universal  afirmativa  verdadera  hace  verdadera  la 
particular  afirmativa  (182).  Si,  pues,  la  universal  negativa 
lo  fuese  también,  resultarían  verdaderas  dos  contradicto- 
rias, lo  que  es  imposible. 

4.  » 

184.  Las  subcontrarias  pueden  ser  ambas  verdaderas, 
pero  no  falsas. 

«Algún  africano  es  negro» ;  «algún  africano  no  es  ne- 
gro». Ambas  son  verdaderas. 

Si  ambas  subcontrarias  fuesen  falsas,  la  falsedad  de  la 


[20,  87-89]  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO.-1 — C.  4 


53 


particular  afirmativa  haría  verdadera  a  su  contradictoria 
la  universal  negativa;  y  la  falsedad  de  la  particular  nega- 
tiva haría  verdadera  la  universal  afirmativa.  Tendríamos, 
pues,  verdaderas  dos  contrarias,  lo  que  es  imposible  (183).  || 


SECCION  VII 
Equivalencia  de  las  proposiciones 

185.  Las  proposiciones  son  equivalentes  cuando  tienen 
un  mismo  valor  o  expresan  una  misma  cosa. 

186.  Las  contradictorias  se  hacen  equivalentes  con  an- 
teponer la  negación  al  sujeto  de  una  cualquiera  de  ellas. 

«Todo  hombre  es  sabio» ;  «algún  hombre  no  es  sabio». 
Son  contradictorias;  pero  se  convierten  en  equivalentes  an- 
teponiendo a  la  primera  la  partícula  negativa:  «IVo  todo 
hombre  es  sabio.»  Lo  mismo  se  logra  con  la  segunda:  «IVo 
algún  hombre  no  es  sabio» ;  pero  la  primera  forma  es  más 
natural  y  más  común. 

187.  Las  contrarias  se  hacen  equivalentes  posponiendo 
la  negación  al  sujeto  de  una  de  ellas. 

«Todo  cuerpo  es  metal»,  contrario  de  ésta,  «ningún  cuer- 
po es  metal»,  equivale  a  ella  si  se  dice:  «Todo  cuerpo  es 
no  metal.»  También  la  segunda  equivale  a  la  primera  di- 
ciendo :  «Ningún  cuerpo  es  no  metal.» 

188.  En  estos  ejemplos  la  negación  se  halla  antepuesta 
inmediatamente  al  predicado ;  a  veces  se  la  coloca  entre  el 
sujeto  y  la  cópula ;  pero  esta  forma  no  es  tan  clara.  «Todo 
cuerpo  no  es  metal» ;  «ningún  cuerpo  no  es  metal».  La  pri- 
mera es  algo  ambigua,  porque  en  ||  el  uso  común  equivale 
con  frecuencia  a  ésta :  «No  todo  cuerpo  es  metal»,  lo  que 
no  da  el  resultado  de  equivalencia. 


SECCION  VIII 
Proposiciones  compuestas 

189.    Las  proposiciones  son  simples  o  compuestas. 

Las  simples  son  las  que  expresan  la  relación  de  un  solo 
predicado  a  un  solo  objeto.  De  ellas  hemos  tratado  en  las 
secciones  anteriores.  Las  compuestas  son  las  que  contienen 
más  de  un  sujeto  o  de  un  predicado.  En  toda  proposición 
compuesta  están  contenidas  varias  simples.  Las  hay  de  mu- 
chas especies ;  pero,  como  veremos  luego,  no  todas  son  com- 


54 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA 


[20,  89-91] 


puestas  en  el  mismo  sentido,  y  algunas  se  reducen  a  la 
clase  de  simples. 


§  1. — Proposiciones  copulativas 

190.  La  copulativa  expresa  el  enlace  de  varias  afirma- 
ciones o  negaciones ;  puede  ser  de  tres  maneras :  un  solo 
sujeto  con  muchos  predicados ;  un  solo  predicado  con  mu- 
cho sujetos ;  muchos  sujetos  y  muchos  predicados. 

«Aniceto  es  virtuoso  y  sabio»  equivale  a  estas  dos : 
«Aniceto  es  virtuoso ;  Aniceto  es  sabio.» 

«Aniceto  no  es  virtuoso  ni  sabio»  equivale  a  estas  dos: 
«Aniceto  no  es  virtuoso ;  Aniceto  no  es  sabio.»  || 

«Pedro  y  Antonio  son  ricos»  equivale  a  estas  dos :  «Pe- 
dro es  rico ;  Antonio  es  rico.» 

«Pedro  y  Antonio  no  son  malos»  equivale  a  estas  dos : 
«Pedro  no  es  malo ;  Antonio  no  es  malo.» 

«Pedro  y  Antonio  no  son  aplicados  ni  instruidos»  equi- 
vale a  estas  cuatro :  «Pedro  no  es  aplicado ;  Pedro  no  es 
instruido ;  Antonio  no  es  aplicado ;  Antonio  no  es  ins- 
truido.» 

Reglo 

191.  Para  que  la  proposición  copulativa  sea  verdadera 
es  necesario  que  lo  sean  todas  las  simples  en  que  se  puede 
descomponer. 

§  2. — Proposiciones  disyuntivas 

192.  Proposición  disyuntiva  es  aquella  en  que  se  afir- 
ma uno  de  varios  extremos,  negando  implícitamente  la 
existencia  de  un  medio  entre  ellos. 

«Las  acciones  son  o  buenas  o  malas»,  equivale  a  decir 
que  no  hay  ninguna  acción  que  no  pertenezca  a  una  de  es- 
tas clases.  Si  se  puede  señalar  un  medio,  como,  por  ejemplo, 
si  hubiese  acciones  indiferentes,  la  proposición  es  falsa. 
«Este  metal  o  es  oro  o  plata.»  La  proposición  será  verda- 
dera si  se  sabe  que  entre  los  metales  que  se  tienen  a  la 
mano  no  hay  más  que  uno  de  los  dos,  o  plata  u  oro ;  de  lo 
contrario  será  falsa,  pues  podrá  ser  cobre,  plomo,  etc. 

193.  Reflexionando  sobre  la  proposición  disyuntiva,  se 
descubre  que  equivale  a  la  enumeración  de  las  clases  a  que 
puede  pertenecer  el  objeto  y  a  la  afirmación  de  que  perte- 
nece a  una  de  ellas.  «Esta  plancha  es  de  hierro,  de  plomo,  de 
cobre  o  de  bronce»,  equivale  a  decir  lo  siguiente:  «Las  cía- 


55 


ses  de  metal  de  que  puede  estar  formada  esta  plancha  son 
las  cuatro  expresadas;  la  materia  debe  pertenecer  a  una 
de  ellas  y  no  puede  ser  otra  diferente.» 

194.  Esta  observación  de  la  lógica  está  confirmada  por 
el  sentido  común :  así,  todos  entenderán  que  la  proposición 
es  falsa,  con  tal  que  se  pueda  introducir  otra  clase  de  me- 
tal, por  ejemplo,  el  acero ;  o  que  no  tenga  cabida  una  de 
las  expresadas,  como  si  alguna  circunstancia  indicase  muy 
claro  que  la  materia  no  puede  ser  plomo. 

195.  Con  esta  explicación  se  manifiesta  que  en  la  pro- 
posición disyuntiva  no  hay  varias  afirmaciones  o  negacio- 
nes ;  y  que  es  la  expresión  de  un  juicio  simple,  pues  todas 
ellas  se  comprenden  en  esta  fórmula : 

A  tal  sujeto  le  conviene  este,  o  aquel,  o  el  otro  predi- 
cado. 

196.  Luego  las  proposiciones  disyuntivas  no  se  pueden 
llamar  compuestas  en  el  sentido  de  las  copulativas,  pues  no 
comprenden,  como  éstas,  varias  proposiciones  simples,  ex- 
presivas de  otros  tantos  juicios  (190).  || 


Regla 

197.  Para  la  verdad  de  la  proposición  disyuntiva  es  ne- 
cesario que  no  se  pueda  señalar  un  medio  entre  los  miem- 
bros de  la  disyunción. 


§  3. — Proposiciones  condicionales 

198.  La  proposición  condicional  es  la  que  afirma  o  nie- 
ga una  cosa  bajo  la  condición  de  otra.  «Si  la  temperatura 
se  calienta,  el  mercurio  subirá  en  el  termómetro.»  Aquí  no 
se  afirma  ni  el  calor  de  la  atmósfera  ni  la  subida  del  mer- 
curio, sino  la  relación  de  la  subida  con  el  calor. 

199.  Reflexionando  bien  se  descubre  que  la  proposición 
condicional  se  cuenta  impropiamente  entre  las  compuestas ; 
hablando  en  rigor  es  simple,  pues  lo  que  en  ella  se  afirma 
es  la  relación  de  dependencia  de  una  cosa  respecto  a  otra. 
Así  la  proposición  anterior  podría  expresarse  en  esta  for- 
ma :  «La  subida  del  mercurio  depende  del  calor  de  la  at- 
mósfera» ;  o  en  esta  otra :  «El  calor  de  la  atmósfera  pro- 
duce la  subida  del  termómetro.» 

200.  Las  condicionales  negativas  confirman  la  misma  ob- 
servación. «Si  no  llueve  no  habrá  cosecha.»  Con  esta  propo- 
sición expresamos  la  necesaria  dependencia  en  que  está  la 
cosecha  respecto  de  la  lluvia.  Luego  no  hay  ||  más  que  una 


56 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL — LÓGICA 


[20,  93-94] 


proposición  simple:  un  solo  sujeto,  que  es  la  cosecha;  un 
solo  predicado,  que  es  la  dependencia  de  la  lluvia. 

201.  En  las  proposiciones  condicionales  la  parte  en  que 
está  la  condición  se  llama  antecedente,  y  lo  condicional  se 
llama  consecuente.  «Si  llueve  habrá  cosecha.»  Si  llueve  es  el 
antecedente,  habrá  cosecha  es  el  consecuente. 

• 

Regla 

202.  Para  la  verdad  de  estas  proposiciones  se  requiere 
que  puesto  el  antecedente  se  siga  el  consecuente,  porque 
esto  es  lo  único  que  se  afirma. 


§  4. — Proposiciones  causales,  exclusivas,  exceptivas,  restric- 
tivas, reduplicativas.  principales  e  incidentales 

203.  Suelen  contarse  otras  especies  de  proposiciones : 
causales,  exclusivas,  exceptivas,  restrictivas,  reduplicativas, 
principales  e  incidentales.  Sus  nombres  explican  su  natu- 
raleza. 

204.  Causales  son  las  que  expresan  la -causa  de  que  el 
predicado  convenga  al  sujeto.  Pueden  ser  de  varias  mane- 
ras, según  se  refieran  a  diferentes  especies  de  causalidad. 
«César  pasó  el  Rubicón  por  las  provocaciones  ||  de  sus  ene- 
migos»:  aquí  se  trata  de  una  causa  moral  impulsiva.  «Cé- 
sar pasó  el  Rubicón  para  apoderarse  del  mando  de  la  re- 
pública» :  aquí  de  una  causa  final.  «César  venció  a  Pompe- 
yo  por  la  superioridad  de  las  tropas  que  habían  hecho  la 
guerra  en  las  Galias» :  aquí  de  una  causa  eficiente.  «César 
venció  a  Pompeyo  por  la  imprevisión  de  éste» :  aquí  de  una 
causa  preparatoria. 

205.  Es  de  notar  que  en  estos  ejemplos  hay  dos  propo- 
siciones :  una  en  que  se  afirma  el  hecho :  otra  en  que  se 
señala  la  causa  del  mismo.  Fácil  sería  descomponerlas  en 
otras;  como  las  siguientes:  «César  fué  vencedor:  la  cau- 
sa de  la  victoria  de  César  fué  la  superioridad  de  sus  tro- 
pas.» Así,  pues,  estas  proposiciones  bien  analizadas  se  re- 
ducen a  las  copulativas  (190). 

206.  Hay  proposiciones  causales  en  que  nu  se  afirma  ex- 
presamente el  hecho,  y  sólo  se  indica  su  causa,  en  la  suposi- 
ción de  que  se  haya  verificado  o  se  verifique.  Por  ejemplo, 
si  se  dijese :  «Roma  se  hubiera  salvado  con  la  conservación 
de  las  antiguas  costumbres.»  Pero  estas  proposiciones  se  re- 
ducen a  la  clase  de  las  condicionales,  en  que  sólo  se  afirma 
la  dependencia  de  una  cosa  respecto  a  otra.  Así.  la  propo- 


[20,  94-t)6|  LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


57 


sición  anterior  equivale  a  ésta :  «Si  Roma  hubiese  conser- 
vado sus  antiguas  costumbres,  se  hubiera  salvado.» 

207.  Las  exclusivas  son  las  que  afirman  algo,  excluyen- 
do lo  demás.  En  unas  la  exclusión  se  refiere  al  sujeto,  en 
otras  al  predicado.  «Sólo  los  jóvenes  son  ágiles» ;  la  propo- 
sición se  puede  descomponer  en  éstas:  ||  «Los  jóvenes  son 
ágiles,  y  los  no  jóvenes  no  son  ágiles.»  La  exclusión,  pues, 
se  refiere  al  sujeto.  «Arquímedes  es  solamente  matemáti- 
co», equivale  a  éstas :  «Arquímedes  es  matemático ;  Arquí- 
medes no  posee  las  otras  ciencias.»  La  exclusión  se  refiere 
al  predicado. 

208.  De  esto  se  infiere  que  las  proposiciones  exclusivas 
equivalen  en  algún  modo  a  una  copulativa,  pues  que  encie- 
rran dos  simples :  una  afirmativa,  otra  negativa. 

209.  Las  exceptivas  afirman  o  niegan,  exceptuando. 
«Todos  los  soldados,  excepto  uno,  son  obedientes» ;  es 

igual  a  estas  dos :  «Un  soldado  no  es  obediente,  y  todos  los 
demás  son  obedientes.»  En  ésta  la  excepción  afecta  al  su- 
jeto. «Este  soldado  tiene  todas  las  cualidades  militares,  ex- 
cepto el  sufrimiento»,  equivale  a  estas  dos :  «Este  soldado 
no  tiene  sufrimiento,  y  tiene  todas  las  demás  cualidades.» 
Aquí  la  excepción  afecta  al  predicado. 

210.  Fácil  es  de  notar  que  las  proposiciones  exceptivas 
incluyen  dos  proposiciones :  una  positiva  y  otra  negativa, 
y  así  se  les  puede  aplicar  lo  dicho  de  las  exclusivas  (207). 

211.  Las  restrictivas  son  las  que  afirman  o  niegan  el 
predicado  del  sujeto,  refiriéndose  tan  sólo  a  otra  propiedad 
del  mismo  sujeto. 

«El  magistrado,  como  juez,  no  hace  caso  de  las  recomen- 
daciones ||  de  los  amigos.  El  magistrado,  como  hombre,  se 
compadece  de  los  criminales.» 

Estas  proposiciones  se  descomponen  en  dos :  «El  magis- 
trado no  atiende  a  las  recomendaciones  de  los  amigos :  el 
no  atender  el  magistrado  a  las  recomendaciones  de  los  ami- 
gos lo  hace  cuando  administra  justicia.»  Se  ve,  pues,  que 
hay  cierta  limitación  del  predicado  a  otra  propiedad  del 
sujeto. 

212.  Las  reduplicativas  son  aquellas  en  que  el  predica- 
do se  aplica  al  sujeto,  limitándose  a  la  propiedad  expresa- 
da por  el  mismo  nombre  del  sujeto.  «El  soldado,  como  sol- 
dado, no  tiene  más  voluntad  que  la  de  su  jefe.» 

213.  La  principal  es  la  que  contiene  el  sujeto  y  el  pre- 
dicado ;  y  la  incidente  la  que  explica  alguna  de  las  propie- 
dades de  uno  de  éstos.  «Los  soldados  de  César,  que  vencie- 
ron en  Farsalia,  eran  valientes.»  La  principal  es:  «Los  sol- 
dados eran  valientes»,  y  la  incidente :  «Que  vencieron  en 
Farsalia.»  «Aníbal  venció  a  los  romanos,  que  le  esperaron 
én  Cannas.»  En  ésta  la  incidente  afecta  al  predicado. 


58 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA  [20,  96-98] 


214.  Si  bien  se  reflexiona,  no  hay  aquí  dos  proposicio- 
nes, sino  únicamente  términos  complexos ;  pues  que  las  in- 
cidentes son  sólo  partes  que  completan  el  sentido  del  sujeto 
o  del  predicado.  || 


SECCION  IX 
La  falsa  suposición 

215.  Las  proposiciones  que  suponen  falsamente  la  exis- 
tencia de  un  sujeto  se  llaman  de  subiecto  non  supponente. 
como  éstas :  «Los  centauros  son  temibles» ;  porque  supone 
que  existen  los  centauros,  monstruos  fabulosos.  «El  círcu- 
lo descrito  por  Saturno  es  mayor  que  el  de  Marte.»  Tam- 
bién es  de  subiecto  non  supponente,  porque  supone  circula- 
res las  órbitas  de  los  planetas,  cuando  en  realidad  son  elíp- 
ticas. «El  vicio  más  laudable  es  la  prodigalidad» ;  pertene- 
ce a  la  misma  especie,  porque  supone  que  hay  algún  vicio 
laudable,  y  en  realidad  no  hay  ninguno. 

216.  Cuando  se  dice  que  la  proposición  es  de  subiecto 
non  supponente.  se  entiende  aquí  por  sujeto  uno  cualquiera 
de  los  términos,  pues  que  la  falsa  suposición  puede  tam- 
bién hallarse  en  el  predicado.  «El  istmo  de  Suez  es  mayor 
que  el  que  une  la  Inglaterra  con  la  Francia» ;  hay  aquí  su- 
posición falsa,  porque  se  supone  que  la  Inglaterra  se  une 
con  la  Francia  por  un  istmo,  lo  que  no  es  verdad. 

La  falsa  suposición  puede  también  hallarse  en  las  pro- 
posiciones compuestas.  Fácil  es  encontrar  ejemplos  en  que 
esto  se  verifica. 

217.  En  las  escuelas,  cuando  se  tropezaba  con  alguna 
proposición  de  subiecto  non  supponente,  se  solía  decir : 
negó  suppositum.  || 


SECCION  X 
Orden  de  los  términos 

218.  El  orden  lógico  de  los  términos  en  las  proposicio- 
nes es  el  siguiente:  el  sujeto,  la  cópula,  el  predicado  o  atri- 
buto. Pero  el  orden  lógico  no  siempre  es  el  más  natural : 
porque  según  el  modo  con  que  nos  afectan  los  objetos  ex- 
presamos en  distinto  orden  las  ideas  que  los  representan. 
El  acierto  en  las  transposiciones  de  las  palabras  es  uno  de 
los  recursos  de  los  poetas  y  oradores:  una  palabra  suma- 
mente enérgica  y  calúrosa  se  convertirá  en  lánguida  y  fría 


[28,  98-100]        LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  4 


59 


si  se  la  cambia  de  lugar.  Las  reglas  sobre  este  punto  no  co- 
rresponden a  la  lógica. 

219.  Todas  las  proposiciones  simples  o  compuestas,  sea 
cual  fuere  su  forma  y  el  orden  de  la  colocación  de  sus  tér- 
minos, pueden  reducirse  a  una  o  más  simples  en  que  se 
hallen  los  términos  en  un  orden  rigurosamente  lógico. 
Para  esto  basta  en  las  simples  descubrir  cuál  es  el  sujeto 
o  la  cosa  de  que  se  afirma  o  niega  y  cuál  el  predicado  o  la 
cosa  que  se  afirma  o  niega ;  y  en  las  compuestas  encontrar 
cuáles  son  los  componentes. 

Con  los  ejemplos  anteriores  podrán  los  jóvenes  apren- 
der fácilmente  el  modo  de  hacer  esta  descomposición. 


SECCION  XI 
Verdad,  certeza,  opinión,  duda 

220.  La  verdad  en  el  entendimiento,  o  formal,  es  la 
conformidad  de  éste  con  la  cosa.  Pero  es  de  notar  ||  que  la 
verdad  formal  propiamente  dicha  no  está  en  la  percepción, 
sino  en  el  juicio ;  porque  como  en  la  percepción  no  se 
afirma  ni  niega  nada,  no  puede  haber  conformidad  ni  opo- 
sición entre  el  acto  intelectual  y  la  realidad.  Si  concebimos 
un  gigante  de  cien  varas  de  altura,  sin  afirmar  que  exista, 
tenemos  una  representación  a  que  nada  corresponde ;  mas 
por  esto  no  erramos ;  pero  si  interiormente  afirmásemos 
que  existe  un  gigante  de  cien  varas,  entonces  caeríamos 
en  error. 

221.  Cuando  el  juicio  es  conforme  con  la  realidad  se 
llama  verdadero ;  cuando  no,  es  falso  o  erróneo.  Las  mis- 
mas denominaciones  convienen  a  la  proposición,  según  que 
es  verdadero  o  falso  el  juicio  que  se  expresa. 

222.  Certeza  es  el  asenso  firme  a  una  cosa.  La  hay  de 
cuatro  especies :  metafísica,  física,  moral  y  de  sentido 
común. 

223.  La  certeza  metafísica  es  la  que  se  funda  en  la  esen- 
cia de  las  cosas :  como  la  que  tenemos  de  que  tres  y  dos  son 
cinco,  o  que  los  diámetros  de  un  círculo  son  iguales. 

224.  Certeza  física  es  la  que  se  apoya  en  la  estabilidad 
de  las  leyes  de  la  naturaleza :  que  mañana  saldrá  el  sol,  es 
cierto  con  certeza  física ;  pero  también  podría  suceder  que 
no  saliese,  porque  Dios  puede  alterar  las  leyes  naturales 
deteniendo  a  los  astros  en  su  carrera.  || 

225.  Certeza  moral  es  la  que  estriba  en  el  orden  regular 
de  las  cosas.  Es  moralmente  cierto  que  un  magistrado  a 
quien  vemos  desempeñando  sus  funciones  es  la  persona  de 


60 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  100-101] 


tal  nombre  y  apellido ;  pero,  sin  alterarse  ni  la  esencia  de 
las  cosas  ni  las  leyes  de  la  naturaleza,  sería  posible  que  el 
supuesto  magistrado  fuese  un  impostor  que  hubiese  reem- 
plazado al  verdadero,  engañando  al  público  con  la  seme- 
janza de  su  figura  y  con  documentos  falsos. 

226.  Certeza  de  sentido  común  llamo  a  la  que  no  se 
funda  ni  en  la  esencia  de  las  cosas  ni  en  las  leyes  de  la  na- 
turaleza, pero  que  deja  tan  seguro  nuestro  asenso  como  la 
misma  certeza  física.  Tal  es,  por  ejemplo,  la  que  tenemos 
de  que,  arrojando  al  acaso  caracteres  de  imprenta,  no  se 
formaría  nunca  La  Eneida,  de  Virgilio.  Esto  se  explicará 
más  latamente  en  otro  lugar. 

227.  Los  juicios  en  que  haya  el  asenso  firme  llamado 
certeza  se  llamarán  ciertos ;  y  lo  serán  metafísica,  física, 
moralmente  o  de  sentido  común,  según  la  certeza  que  en- 
cierren. 

228.  Cuando  hay  razones  graves  en  favor  de  un  juicio, 
pero  no  tales  que  produzcan  completa  certeza,  se  le  llama 
probable,  y  más  frecuentemente  toma  el  nombre  de  opi- 
nión. Es  claro  que  la  opinión  podrá  fundarse  en  razones 
más  o  menos  graves,  según  lo  cual  su  probabilidad  se  acer- 
cará más  o  menos  a  la  certeza ;  pero  siempre  es  necesario 
que  no  llegue  a  un  asenso  del  todo  firme  y  que  traiga  consi- 
go algún  recelo  de  que  lo  contrario  ||  puede  ser  verdadero ; 
pues  sin  esto  dejaría  de  ser  opinión  y-  se  elevaría  al  grado 
de  certeza. 

229.  La  duda  es  la  suspensión  del  entendimiento  entre 
dos  juicios.  Si  la  suspensión  proviene  de  falta  de  razones 
en  pro  o  en  contra,  se  llama  negativa ;  si  dimana  de  la 
igualdad  de  razones,  se  llama  positiva.  Se  pregunta  si  ha 
llovido  más  en  Madrid  que  en  Toledo,  no  habiendo  testimo- 
nio ni  medio  alguno  para  decidir  la  cuestión :  la  duda  será 
negativa.  Dos  testigos  iguales  en  inteligencia,  veracidad  y 
en  todo  cuanto  puede  dar  peso  a  sus  palabras  sostienen  he- 
chos contradictorios,  afirmando  el  uno  lo  que  el  otro  niega : 
esto  engendrará  una  duda  positiva. 

230.  Las  reglas  para  juzgar  bien  están  en  parte  expli- 
cadas con  lo  dicho  (96  y  siguientes)  relativamente  a  la  bue- 
na percepción ;  porque  es  evidente  que  cuando  percibamos 
bien  las  cosas  atribuiremos  a  los  sujetos  los  predicados  que 
les  convienen ;  sin  embargo,  faltan  todavía  algunas  obser- 
vaciones que  pueden  auxiliar  mucho  para  evitar  el  error 
y  alcanzar  la  verdad,  las  que  expondremos  en  el  lugar 
oportuno.  || 


[20,  102-103]      I.IB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


61 


CAPITULO  V 

El  rac i ocinio 


SECCION  I 
El  i aciocinio  en  general 

231.  Raciocinio  es  el  acto  del  entendimiento  con  que  in- 
ferimos una  cosa  de  otra. 

232.  Para  esta  ilación  necesitamos  un  medio,  el  cual 
se  llama  argumento.  La  forma  en  que  expresamos  el  ra- 
ciocinio se  apellida  argumentación.  Una  serie  de  argumen- 
taciones se  denomina  razonamiento  o  discurso. 

233.  Las  proposiciones  en  que  se  hace  la  comparación 
de  los  extremos  con  el  medio  se  llaman  premisas ;  y  la  otra 
en  que  se  expresa  la  consecuencia  se  llama  conclusión. 

234.  Hablando  en  rigor,  debe  distinguirse  entre  la  con- 
secuencia y  la  proposición  con  que  se  la  expresa :  en  el  pri- 
mer caso  se  atiende  tan  sólo  al  enlace  de  la  proposición 
con  las  premisas ;  en  el  segundo  se  la  considera  ||  en  sí 
aisladamente.  «Algún  metal  es  precioso,  luego  el  oro  es 
precioso.»  Esta  última  proposición  considerada  en  sí  es 
verdadera,  pero  como  consecuencia  es  falsa ;  pues  por  ser 
precioso  algún  metal  no  se  sigue  que  el  oro  lo  sea ;  de  lo 
contrario,  lo  mismo  se  podría  decir  del  plomo  y  de  todos  los 
demás.  Así  es  que  las  consecuencias  no  se  llaman  verda- 
deras ni  falsas,  sino  legítimas  o  ilegítimas.  Una  proposición 
verdadera  puede  ser  una  consecuencia  ilegítima,  como  se 
ve  en  el  ejemplo  anterior,  y  una  proposición  falsa  puede 
ser  una  consecuencia  legítima.  «Todo  mineral  es  vegetal, 
luego  el  oro  es  vegetal.»  La  proposición  es  falsa,  pero  la 
consecuencia  es  muy  legítima. 

235.  El  fundamento  principal  de  todo  raciocinio  es  el 
principio  de  contradicción :  es  imposible  que  una  cosa  sea 
y  no  sea  a  un  mismo  tiempo.  La  conclusión  debe  estar  ya 
contenida  en  las  premisas  y,  por  tanto,  afirmada  implícita- 
mente en  una  de  ellas.  El  raciocinio  es  el  acto  con  que 
descubrimos  que  un  juicio  está  contenido  en  otro,  para  lo 
cual  nos  sirve  lo  que  llamamos  el  medio.  El  juez  sabe  que 
ha  de  aplicar  tal  pena  a  todos  los  ladrones ;  pero  como  ig- 
nora que  tal  sujeto  sea  ladrón,  ignora  que  deba  aplicarle 
la  pena.  El  juicio  «este  sujeto  merece  tal  pena»  estaba 


62 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  103-105] 


contenido  en  el  otro  general:  «todos  los  ladrones  merecen 
tal  pena» ;  mas  para  que  esto  se  descubriese  era  necesario 
un  juicio  determinado,  a  saber,  que  el  sujeto  era  ladrón. 

236.  Esta  doctrina  se  comprenderá  mejor  aplicándola  a 
las  varias  formas  de  la  argumentación,  por  lo  cual  ||  con- 
viene ante  todo  dar  a  conocer  estas  formas.  Las  principa- 
les son:  silogismo,  entimema,  epiquerema,  dilema,  sorites  o 
gradación,  inducción  y  analogía. 


SECCION  II 
Definición  y  división  del  silogismo 

237.  Silogismo  es  la  argumentación  en  que  se  comparan 
dos  extremos  con  un  tercero  para  descubrir  la  relación  que 
tienen  entre  sí. 

«Toda  la  virtud  es  laudable: 

La  prudencia  es  virtud: 

Luego  la  prudencia  es  laudable.» 

Los  dos  extremos,  prudencia  y  laudable,  se  comparan 
con  el  tercero,  virtud ;  y  de  aquí  se  deduce  que  el  atributo, 
laudable,  conviene  a  la  prudencia. 

238.  Los  extremos  comparados  se  llaman  términos : 
mayor,  el  más  general ;  y  menor,  el  otro.  El  punto  de  com- 
paración se  denomina  medio  término.  En  el  ejemplo  citado, 
prudencia  es  el  menor,  laudable  el  mayor,  virtud  el  medio. 

239.  La  premisa  en  que  se  halla  el  término  mayor  se 
llama  mayor,  y  la  otra  menor.  Es  más  frecuente  el  que 
el  mayor  sea  la  primera  del  silogismo ;  pero  aunque  mu- 
den de  lugar,  no  varía  su  naturaleza. 

240.  Los  silogismos  se  dividen  en  simples  y  compues- 
tos. Los  simples  constan  de  solas  proposiciones  simples,  || 
como  el  que  se  ha  visto  más  arriba  (237) ;  los  compuestos 
encierran  alguna  proposición  compuesta. 


SECCION  III 
Reglas  de  los  silogismos  simples 

241.  Como  el  principio  fundamental  de  los  silogismos 
es  que  las  cosas  idénticas  a  una  tercera  son  idénticas  entre 
sí  (237),  resulta  que  todas  las  reglas  de  los  silogismos  pue- 


[20,  105-1061      LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO.— C.  5 


63 


den  reducirse  a  una  sola:  la  comparación  debe  hacerse  de 
los  mismos  extremos  con  un  mismo  medio ;  pero  en  las  es- 
cuelas se  acostumbra  señalar  varias  que  pueden  mirarse 
como  explicaciones  de  la  fundamental. 

He  aquí  los  versos  en  que  se  las  expresa : 

1.  Terminus  esto  triplex:  medius,  maiorque  minorque. 

2.  Latius  hos  quam  praemissae  conclusio  non  vult. 

3.  Aut  semel  aut  iterum,  medius  generaliter  esto. 

4.  Nequáquam  médium  capiat  conclusio  fas  est. 

5.  Ambae  affirmantes  nequeunt  generare  negantem. 

6.  Peiorem  semper  sequitur  conclusio  partem. 

7.  Utraque  si  praemissa  neget,  nihil  inde  sequetur. 

8.  Nihil  sequitur  geminis  ex  particularibus  unquam. 


1.a 

242.  Todo  silogismo  debe  constar  de  solos  -tres  térmi- 
nos: mayor,  menor  y  medio. 

Sin  esto  no  se  haría  la  comparación  de  los  dos  con  un 
tercero.  Para  que  el  silogismo  sea  vicioso  no  se  necesita  que 
haya  expresamente  más  de  tres  términos ;  basta  que  uno 
de  ellos  se  tome  en  diverso  sentido  en  las  diferentes  pro- 
posiciones ;  pues  en  tal  caso,  aunque  el  ||  nombre  sea  el 
mismo,  la  significación  no  lo  es.  «Un  soldado  es  valiente ; 
un  cobarde  es  soldado ;  luego  un  cobarde  es  valiente.»  El 
medio  término,  soldado,  es  uno  en  cuanto  a  la  palabra,  pero 
no  en  su  significación ;  porque  en  la  mayor  se  trata  de  un 
soldado  distinto  del  de  la  menor.  A  esta  regla,  bien  en- 
tendida y  explicada,  se  pueden  reducir  todas  las  otras  (235). 


2.a 

243.  Los  términos  no  deben  tomarse  con  mayor  exten- 
sión en  la  conclusión  que  en  las  premisas. 

Se  reduce  a  la  primera,  porque  con  la  mayor  extensión 
se  cambian  los  términos. 


3.a 

244.  El  medio  término  se  debe  tomar  distributivamen- 
te en  una  de  las  premisas  cuando  no  sea  singular. 

Si  el  medio  término  no  se  toma  distributivamente  en  al- 
guna de  las  premisas,  sino  en  particular,  podrá  referirse  a 
diferentes  sujetos  en  las  diversas  premisas,  como  sucede 
en  el  ejemplo  anterior  (242).  Pero  si  el  medio  término  es 


64 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— LÓGICA         [20,  106-108] 


singular,  el  silogismo  será  concluyente.  «César  fué  asesi- 
nado por  Bruto ;  el  vencedor  de.  Farsalia  fué  César,  luego 
el  vencedor  de  Farsalia  fué  asesinado  por  Bruto.» 


245.    El  medio  no  debe  entrar  en  la  conclusión. 

El  medio  sirve  para  comparar  los  extremos ;  y  en  la  ¡j 
conclusión  sólo  se  debe  hallar  el  resultado,  esto  es,  la  rela- 
ción de  los  extremos  entre  sí. 


5.a 

246.  De  dos  proposiciones  afirmativas  no  se  puede  in- 
ferir una  negativa. 

De  que  dos  términos  se  identifiquen  con  un  tercero  no 
se  sigue  que  sean  distintos. 


6.  a 

247.  La  conclusión  debe  seguir  la  parte  más  débil :  esto 
es,  si  una  de  las  premisas  es  particular  o  negativa,  la  con- 
clusión debe  ser  particular  o  negativa. 

En  siendo  una  premisa  particular,  la  conclusión  debe 
serlo  también ;  así  se  infiere  de  lo  dicho  (243). 

De  que  un  extremo  se  identifique  con  un  tercero  y  otro 
no,  nunca  se  puede  seguir  que  el  uno  sea  el  otro ;  luego  la 
conclusión  no  puede  ser  afirmativa  si  una  premisa  es  ne- 
gativa. 

7.  a 

248.  De  dos  proposiciones  negativas  no  se  sigue  nada. 
En  primer  lugar,  de  dos  negativas  no  se  puede  inferir 

una  afirmativa.  Dos  términos  pueden  no  identificarse  con 
un  tercero  y,  sin  embargo,  no  ser  idénticos  entre  sí :  luego 
de  dos  proposiciones  negativas  no  se  infiere  una  afirmati- 
va. «César  no  es  Pompeyo ;  Cicerón  |j  no  es  Pompeyo»;  pero 
de  esto  no  se  infiere  que  César  sea  Cicerón. 

El  no  identificarse  dos  términos  con  un  tercero  no  prue- 
ba que  no  se  identifiquen  entre  sí ;  y  así  de  dos  negativas 
tampoco  se  infiere  una  negativa.  «Alejandro  no  es  César ; 
el  vencedor  de  Darío  no  es  César» ;  mas  de  esto  no  se  si- 
gue que  Alejandro  no  sea  el  vencedor  de  Darío.  «Homero 
no  es  Virgilio ;  el  autor  de  La  Ilíada  no  es  Virgilio» ;  mas 
de  esto  no  se  sigue  que  Homero  no  sea  el  autor  de  La  Ilíada. 


[20,  108-109]      LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


65 


8  ' 

249.   De  dos  particulares  no  se  sigue  nada. 

Si  las  dos  son  afirmativas,  todos  los  términos  se  toman 
en  particular  y,  por  consiguiente,  el  medio  término  no  es 
ni  universal  ni  singular  (244).  Si  la  una  es  negativa,  la 
conclusión  deberá  ser  negativa  (247),  en  cuyo  caso  el  predi- 
cado será  universal  (161).  No  habiendo  en  las  premisas  más 
que  un  término  que  se  tome 1  universalmente,  éste  deberá 
ser  el  extremo  o  el  medio ;  si  es  el  medio,  el  silogismo  peca 
contra  la  regla  2.a  (243) ;  si  es  el  extremo,  peca  contra 
la  3.a  (244). 

• 

SECCION  IV 

:  oqi9ü0  29  Ísl9m  oboT  .k» 

Figuras  y  modos  del  silogismo 

■ 

250.  Según  el  lugar  que  ocupa  el  medio  término,  se  di- 
viden los  silogismos  en  cuatro  clases,  llamadas  figuras.  |¡ 

En  la  primera  el  medio  término  es  sujeto  en  la  mayor 
y  predicado  en  la  menor.  En  la  segunda  es  predicado  en 
ambas.  En  la  tercera  es  sujeto  en  ambas.  En  la  cuarta  es 
predicado  en  la  mayor  y  sujeto  en  la  menor. 

Para  fijarlas  en  la  memoria  se  solía  emplear  en  las  es- 
cuelas la  fórmula  siguiente,  u  otra  semejante :  prima:  sub 
prae;  secunda:  prae  prae;  tertia:  sub  sub;  quartay  prae  sub. 

251.  La  combinación  de  las  proposiciones,  atendiendo  a 
que  sean  universales  o  particulares,  afirmativas  o  negati- 
vas, se  llama  modo  del  silogismo. 

Los  modos  se  dividen  en  directos  e  indirectos;  en  los 
directos  'el  término  mayor  es  predicado  de  la  conclusión ; 
en  los  indirectos  es  sujeto. 

252.  Representando  la  cantidad  y  la  calidad  de  las  pro- 
posiciones por  A,  E,  I,  O  (167),  y  combinándolas  de  tres  en 
tres,  se  halla  que  pueden  formarse  64  combinaciones;  pero 
sólo  resultan  19  legítimas,  que  en  las  escuelas  solían  ex- 
presarse por  los  famosos  versos: 

Barbara,  Celarent,  Darii,  Ferio,  Baralipton, 
Celantes,  Dabitis,  Fapesmo,  Frisesomorum. 
Cesare,  Camestres,  Festino,  Baroco,  Darapti, 
Felaptori,  Disamis,  Datisi,  Bocardo,  F.erison. 

Las  vocales  expresan  las  proposiciones;  esto  se  enten- 
derá mejor  con  ejemplos. 


66 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  109-111] 


253.  Barbara.  Como  la  A  está  repetida  tres  veces,  in- 
dica el  silogismo  compuesto  de  tres  universales  afirmati- 
vas. Ferio  indica  un  silogismo  en  que  la  mayor  es  |¡  univer- 
sal negativa,  E;  la  menor  particular  afirmativa,  í;  la  con- 
clusión particular  negativa,  O.  Si  la  palabra  tiene  más  de 
tres  vocales,  sólo  se  atiende  a  las  tres  primeras,  pues  las 
otras  se  han  añadido  para  la  cadencia  del  verso,  como  en 
Friseso-morum. 

254.  Barbara. 

«A.    Todo  metal  es  cuerpo : 

»A.   Todo  plomo  es  metal : 

»A.   Luego  todo  plomo  es  cuerpo.» 

Celarent. 

«E.   Ningún  metal  es  vegetal : 

»A.   Todo  plomo  es  metal : 

»E.   Luego  ningún  plomo  es  vegetal.» 

Darii. 

«A.   Todo  metal  es  cuerpo : 

»7.     Algún  mineral  es  metal: 

»J.     Luego  algún  mineral  es  cuerpo.» 

Ferio. 

«E.   Ningún  metal  es  viviente: 

»7.     Algún  cuerpo  es  metal: 

«O.   Luego  algún  cuerpo  no  es  viviente.» 

Las  cuatro  especies  anteriores  pertenecen  a  la  primera 
figura,  porque  el  medio  término,  metal,  es  sujeto  en  la  ma- 
yor y  predicado  en  la  menor.  Son  además  del  modo  directo. 

255.  Barali. 

«A.   Todo  metal  es  cuerpo : 

»A.   Todo  plomo  es  metal: 

»I.     Luego  algún  cuerpo  es  plomo.»  || 

Celantes. 

«E.   Ningún  metal  es  viviente : 

»A.   Todo  plomo  es  metal: 

»E.   Luego  ningún  viviente  es  plomo.» 

Dabitis. 

«A.   Todo  metal  es  cuerpo: 

»í.     Algún  mineral  es  metal: 

»í.     Luego  algún  cuerpo  es  mineral.» 

Fapesmo. 

«A.   Todo  metal  es  cuerpo : 

»E.   Ningún  vegetal  es  metal: 

»0.   Luego  algún  cuerpo  no  es  viviente.» 

Friseso. 

«7.     Algún  mineral  es  metal : 

»E.   Ningún  viviente  es  mineral : 

»0.   Luego  algún  metal  no  es  viviente.» 

Los  cinco  modos  anteriores  son  de  la  primera  figura  por 


[20,  111-113]      LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


67 


la  razón  señalada  (250) ;  y  son  indirectos  porque  el  término 
mayor  no  es  el  predicado,  sino  el  sujeto  de  la  conclusión 

256.  Cesare. 

«E.   Ningún  viviente  es  metal : 

»A.    Todo  plomo  es  metal : 

»E.    Luego  ningún  plomo  es  viviente.» 

Camestres. 

«A.   Todo  plomo  es  metal: 

»E.   Ningún  vegetal  es  metal : 

»E.    Luego  ningún  plomo  es  vegetal.» 

Festino. 

«E.    Ningún  vegetal  es  metal :  || 

»7.     Algún  cuerpo  es  metal : 

»0.   Luego  algún  cuerpo  no  es  vegetal.» 

Baroco. 

«A.    Todo  plomo  es  metal : 
«O.    Algún  cuerpo  no  es  metal : 
»0.   Luego  algún  cuerpo  no  es  plomo.» 
Estos  cuatro  modos  son  de  la  segunda  figura,  porque  el 
medio  término  es  siempre  predicado. 

257.  Darapti. 

«A.   Todo  metal  es  mineral : 

»A.    Todo  metal  es  cuerpo : 

»í.     Luego  algún  cuerpo  es  mineral.» 

Felapton. 

«E.   Ningún  metal  es  vegetal  : 

»A.    Todo  metal  es  cuerpo : 

»0.   Luego  algún  cuerpo  no  es  vegetal.» 

Disamis. 

«I.     Algún  metal  es  plomo: 

»A.    Todo  metal  es  cuerpo  : 

»7.     Luego  algún  cuerpo  es  plomo.» 

Datisi. 

«A.   Todo  metal  es  cuerpo : 

»7.     Algún  metal  es  plomo : 

»í.     Luego  algún  cuerpo  es  plomo.» 

Bocardo. 

«O.   Algún  metal  no  es  plomo : 

»A.   Todo  metal  es  mineral: 

»0.   Luego  algún  mineral  no  es  plomo.» 

Ferison. 

«E.   Ningún  metal  es  vegetal:  || 

»J.     Algún  metal  es  plomo: 

»0.   Luego  algún  plomo  no  es  vegetal.» 

Estos  son  de  la  tercera  figura. 


68 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  113-114J 


'  oairméi  le  gupioq  zoiosiibni  noi  y  :'.0cS)  sbe^he?-  nossi  si 

SECCION  V 

Silogismos  compuestos 

:  Isísm  29  omoíq  óboT  .£¡« 

258.  Los  silogismos  compuestos  son  condicionales,  dis- 
yuntivos o  copulativos. 

259.  Silogismo  condicional  o  hipotético  es  el  que  se  for- 
ma de  una  proposición  condicional,  de  otra  simple  en  que 
se  afirma  o  niega  una  de  las  partes  de  la  condicional  y  de 
la  conclusión. 

La  condición  se  llama  antecedente;  lo  condicional,  con- 
secuente. 

«Si  el  sol  calienta  el  tubo  del  termómetro,  el  mercurio 
subirá : 

»E1  sol  calienta  el  tubo: 
«Luego  el  mercurio  sube.» 

;9  sup'ioq  ,£iugn  sDí\ug92  bí  sü  ^o?  soDom  oií^uo  zq*sjl 

Regla  1.a 

260.  Afirmado  el  antecedente  se  debe  afirmar  el  conse- 
cuente. 

Claro  es  que  supuesta  la  relación  del  calor  del  sol  con 
la  subida  del  termómetro,  si  hay  este  calor  habrá  la  subi- 
da ;  pero  es  de  notar  que  la  afirmación  del  consecuente  no 
autoriza  para  afirmar  el  antecedente.  No  se  podría  decir : 
«Si  el  mercurio  sube,  el  sol  le  calienta» ;  ||  porque  el  mer- 
curio puede  subir  por  el  calor  de  una  estufa  o  por  otra 
causa. 

««omoíq  zt°ocr^u^  nUí&  o?9uJ    \Í«  ' 

■ 

261.  Negado  el  consecuente  se  debe  negar  el  antece- 
dente. 

Si  el  mercurio  no  sube,  señal  es  que  no  existe  la  causa 
que  le  haga  subir,  y,  por  consiguiente,  no  hay  la  del  ca- 
lor del  sol.  Pero  también  es  preciso  notar  que  de  la  nega- 
ción del  antecedente  no  se  infiere  la  del  consecuente.  Nada 
valdría  este  raciocinio :  «Si  el  sol  no  calienta  el  tubo,  el 
mercurio  no  sube»,  porque  puede  subir  por  un  calor  que  no 
sea  el  solar. 

262.  Silogismo  disyuntivo  es  el  que  consta  de  una  pro- 
posición disyuntiva,  de  otra  simple  que  afirma  o  niega  uno 
de  los  miembros  de  la  disyunción  y  de  la  conclusión. 

«Antonio  es  francés  o  alemán : 

»Es  francés: 

»Luego  no  es  alemán.» 


[20,  114-1161      LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


Regla  2.a 

263.  No  debe  haber  medio  entre  los  términos  de  la  dis- 
yunción. 

El  ejemplo  citado  no  sería  concluyente  si  Antonio  fuera 
español  o  de  otra  nación.  || 

2.*  «.02U1  29  C§9U«J« 

264.  Si  la  conclusión  es  afirmativa,  necesita  para  su  le- 
gitimidad la  negación  de  todos  los  demás  miembros,  y  si 
es  negativa  ha  menester  de  la  afirmación  de  uno. 

«La  acción  es  útil,  o  dañosa,  o  indiferente : 
»No  es  útil  ni  indiferente : 
»Luego  es  dañosa.» 

Aquí  se  afirma  bien  un  extremo  porque  se  han  negado 
los  demás. 

«La  acción  es  útil,  o  dañosa,  o  indiferente : 
»Es  útil: 

»Luego  no  es  dañosa  ni  indiferente.» 
Aquí  se  ha  afirmado  un  extremo,  y,  por  tanto,  deben 
negarse  los  otros. 

265.  Silogismo  copulativo  es  el  que  consta  de  una  propo- 
sición copulativa  negativa,  de  una  simple  y  de  la  conclu- 
sión. 

«El  hombre  no  puede  a  un  tiempo  seguir  el  impulso  de 
sus  pasiones  y  ser  virtuoso : 

»Tiberio  sigue  el  impulso  de  sus  pasiones: 

»Luego  no  es  virtuoso.»  «.itn^nim  29  ogeuJ« 

-9iq  o'maigolia  nu  29  .osífDdofq  o  ,£m979upiq3  ,0T£ 

.seteinq  9b  ecbeñEqmooB  nsv  2S2Ím 
Regla  L* 

-*I9V  -RíTíPÍTP  £al  29  9L/Q    ?OÍCT  £  Usbsiílfí  9ldÍ20Omí  ?9  OÍ29  n¿2 

266.  Los  miembros  de  la  copulativa  deben  ser  incom- 
patibles. || 

Cuando  no  hay  incompatibilidad,  el  silogismo  no  con- 
duce a  nada.  Si  alguno  quisiese  probar  que  un  sabio  no  es 
virtuoso  por  lo  mismo  que  es  sabio,  no  probaría  nada,  por- 
que no  hay  incompatibilidad  entre  la  sabiduría  y  la  virtud. 

o  jl  aoisfilím  noo  omairiBiJana  Ig  óií'iivnoo  92  obnum  13» 
-6ltm  9fi9ií  omainsitem  Í9  .smgfilim  noo  12  ¡aoigfiíim  ma 

,20"I^£ÍÍÍTt  fíIS  ¿2    '  0T9bsb*I9V  29  Oln£Í  TOO  V    10VJ3I  JJ2  H9  2013 

267.  De  la  afirmación  de  un  miembro  se  puede  pasar  a 
la  negación  del  otro. 

Si  es  virtuoso  no  sigue  el  impulso  de  sus  pasiones ;  y  si 
obedece  al  impulso  de  sus  pasiones  no  es  virtuoso. 


70 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  116-118] 


3.a 

268.  De  la  negación  de  un  miembro  no  se  sigue  la  afir- 
mación del  otro. 

«Un  hombre  no  puede  ser  a  un  mismo  tiempo  francés 
y  ruso: 

»No  es  francés  : 

»Luego  es  ruso.» 

El  silogismo  no  concluye ;  porque,  aunque  sean  incom- 
patibles las  cualidades  de  francés  y  ruso,  puede  no  ser  ni 
lo  uno  ni  lo  otro,  sino  alemán,  o  napolitano,  o  de  otro  país.  || 


SECCION  VI 
Varias  especies  de  argumentación 

269.  Entimema  es  un  silogismo  en  que  se  calla  una  de 
las  premisas,  porque  sin  expresarla  se  la  sobrentiende. 

«Todo  metal  es  mineral : 
»E1  plomo  es  metal : 
»Luego  el  plomo  es  mineral.» 

Este  silogismo  se  puede  convertir  en  uno  cualquiera  de 
estos  entimemas : 

«Todo  metal  es  mineral : 
«Luego  el  plomo  es  mineral. 
»E1  plomo  es  metal : 
»Luego  es  mineral.» 

270.  Epiquerema,  o  probanza,  es  un  silogismo  cuyas  pre- 
misas van  acompañadas  de  prueba. 

«El  hombre  debe  profesar  la  religión  verdadera,  porque 
sin  esto  es  imposible  agradar  a  Dios,  que  es  la  misma  ver- 
dad ;  la  religión  católica  es  la  verdadera,  como  lo  mani- 
fiestan los  milagros,  el  cumplimiento  de  las  profecías  y 
otras  señales  inequívocas :  luego  el  hombre  debe  profesar 
la  religión  católica.» 

271.  Dilema  es  una  argumentación  que  consta  de  una 
proposición  disyuntiva  y  de  dos  condicionales,  ambas  con- 
ducentes a  una  misma  conclusión. 

«El  mundo  se  convirtió  al  cristianismo  con  milagros  ||  o 
sin  milagros ;  si  con  milagros,  el  cristianismo  tiene  mila- 
gros en  su  favor,  y  por  tanto  es  verdadero ;  si  sin  milagros, 
el  cristianismo  hizo  un  gran  milagro  convirtiendo  el  mun- 
do sin  milagros :  luego  también  es  verdadero.» 

«El*  hombre  que  obedece  a  sus  pasiones,  o  logra  lo  que 
desea  o  no : 


[20,  118-119]       LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


71 


»Si  lo  logra  se  fastidia,  y  por  consiguiente  es  infeliz: 
»Si  no  lo  logra  está  ansioso,  y  por  lo  mismo  es  infeliz.» 

Regla  2.a 

272.  No  debe  haber  medio  entre  los  términos  de  la  dis- 
yunción. 

«El  juez  o  condena  a  muerte  al  reo  o  le  absuelve : 
»Si  lo  condena  a  muerte  es  cruel,  y  por  tanto  falta  a  la 
justicia : 

»Si  lo  absuelve  no  cumple  la  ley,  y  así  falta  también  a 
la  justicia : 

«Luego  de  todos  modos  falta  a  la  justicia.» 
El  dilema  no  concluye,  porque  entre  la  pena  de  muerte 
y  la  absolución  hay  otras  penas. 


2.  a 

273.  -Las  condicionales  deben  ser  verdaderas. 

En  el  ejemplo  citado,  el  silogismo  no  concluiría  si  el  con- 
denar a  muerte  no  fuese  crueldad  o  el  absolver  no  se  opu- 
siese a  la  ley.  || 

3.  a 

274.  Conviene  evitar  un  vicio  muy  frecuente  en  los  di- 
lemas, cual  es  el  que  puedan  retorcerse  contra  el  que  los 
propone. 

«El  soberano  o  deja  perecer  al  reo  o  le  perdona ;  si  le 
deja  perecer  es  digno  de  censura  por  inhumano;  si  le  ab- 
suelve es  también  digno  de  censura,  porque  no  deja  obrar 
a  la  justicia :  luego  de  todos  modos  es  digno  de  censura.» 

Puede  retorcerse  de  esta  manera : 

«El  soberano  o  deja  perecer  al  reo  o  le  perdona ;  si  le 
deja  perecer  no  merece  censura,  porque  deja  obrar  a  la 
justicia ;  si  le  perdona  tampoco  es  digno  de  censura,  pues 
que  es  misericordioso  en  uso  de  su  derecho :  luego  en  nin- 
gún caso  es  digno  de  censura.» 

275.  Sorites  o  gradación  es  una  serie  de  silogismos 
abreviados. 

«La  misericordia  es  virtud;  la  virtud  es  agradable  a 
Dios ;  lo  que  es  agradable  a  Dios  alcanza  premio :  luego  la 
misericordia  alcanzará  premio.» 

Equivale  a  estos  silogismos: 

«La  misericordia  es  virtud ;  la  virtud  alcanzará  premio : 
luego  la  misericordia  alcanzará  premio.» 


72 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  119-121] 


Se  prueba  la  menor:  «Lo  que  es  agradable  a  Dios  al- 
canzará premio ;  la  virtud  es  agradable  a  Dios :  luego  la 
virtud  alcanzará  premio.»  || 

276.  Inducción  es  la  argumentación  en  que.  enumeran- 
do todas  las  partes  y  viendo  que  a  cada  una  de  ellas  le  con- 
viene un  predicado,  inferimos  que  conviene  a  todos. 

La  única  regla  para  esta  argumentación  es  que  se  enu- 
meren bien  las  partes  y  que  no  se  proceda  ligeramente  de 
una  o  pocas  a  todas.  Suele  ser  difíbil  enumerar  todas  las 
partes ;  y  por  lo  mismo  conviene  guardarse  de  proposicio- 
nes demasiado  absolutas.  De  esto  trataremos  más  abajo.  ' 

277.  Analogía  es  la  argumentación  por  semejanza:  como 
si,  averiguada  la  causa  de  un  fenómeno,  inferimos  que  otro 
semejante  ha  debido  tener  la  misma  causa.  De  esto  se  tra- 
tará más  largamente  en  otro  lugar. 


SECCION  VII 

Paralogismos  o  falacias 

-noo  lo  i?.  EniubnoD  on  omaigpiia  19  .obsfio  plqrn9[9  Í9  n3 

278.  La  argumentación  viciosa  se  llama  paralogismo, 
sofisma  o  falacia.  El  nombre  de  sofisma,  y  menos  el  de  fa- 
lacia, no  suele  aplicarse  a  la  argumentación  viciosa  cuando 
está  empleada  de  buena  fe.  Entonces  se  la  llama  paralo- 
gismo ;  bien  que  algunos  llaman  paralogismo  a  la  argumen- 
tación viciosa  por  su  materia,  y  sofisma  o  falacia  a  la  que 
peca  por  su  forma. 

279.  Aunque  el  vicio  de  las  argumentaciones  puede  des- 
cubrirse con  las  reglas  que  hemos  dado  más  ||  arriba,  enu- 
meraremos rápidamente  las  que  solían  contarse  en  las  es- 
cuelas, siguiendo  a  Aristóteles. 

280.  Las  falacias  son  trece:  seis  de  dicción  y  siete  de 
cosa,  rei.  A  las  primeras  se  las  llama  gramaticales,  y  a  las 
segundas  dialécticas. 

281.  Las  de  dicción  o  palabra  son  las  siguientes:  equi- 
vocación, anfibología,  composición,  división, 1  acento,  figura 
de  dicción.  Algunas  de  éstas  son  extrañas  y  hasta  ridiculas. 

Equivocación :  «El  clima  es  dulce;  luego  es  grato  al  pa- 
ladar.» Anfibología :  «El  que  exponga  sus  caudales  en  la 
empresa  comete  una  locura :  luego  es  necesario  encerrarle 
en  la  casa  de  locos.»  Composición,  o  tránsito  a  sensu  diviso 
ad  sensum  compositum:  «El  que  está  sentado  puede  estar 
en  pie:  luego  puede  a  un  mismo  tiempo  estar  en  pie  y  sen- 
tado.» División,  o  tránsito  a  sensu  composito  ad  sensum  di- 
visum:  «Lo  blanco  no  puede  ser  encarnado :  luego  el  papel 
no  puede  teñirse  de  encarnado.»  De  acento :  «Sí  es  justo. 


[20.  121-123]       LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


73 


Si  es  justo.»  Lo  primero  es  absoluto,  lo  segundo  condicio- 
nal. Figura  de  dicción-:  «La  existencia  de  Marte  es  fabulo- 
sa:  luego  no  existe  el  planeta  Marte.» 

282.  Las  falacias  de  cosa  son  las  siguientes:  De  acciden- 
te;  tránsito  de  lo  dicho  simpliciter  a  lo  dicho  secundum 
quid,  o  de  lo  dicho  secundum  quid  a  lo  dicho  simpliciter; 
ignorancia  del  elenco;  de  consecuente;  petición  de  princi- 
pio; de  no  causa  como  causa;  de  una  pregunta  complexa, 
como  si  fuera  simple.  || 

283.  De  accidente:  «Algunos  sabios  han  sido  viciosos: 
luego  la  ciencia  es  dañosa.»  Se  condena  la  ciencia  por  un 
accidente  de  ella. 

284.  Tránsito  de  lo  dicho  simpliciter  a  lo  dicho  secun- 
dum quid,  o  viceversa:  «Engaña,  luego  miente.»  No  con- 
cluye, porque  puede  engañar  de  buena  fe.  «No  sabemos 
dónde  está  la  causa  de  donde  procede  el  calor  terrestre : 
luego  no  sabemos  que  exista.»  No  concluye  por  lo  segundo. 

285.  Ignorancia  del  elenco :  La  hay  cuando  no  se  está 
en  la  cuestión.  «El  hombre  no  puede  pensar  sin  sangre : 
luego  la  sangre  piensa.»  Buscar  el  sujeto  del  pensamiento 
no  es  lo  mismo  que  buscar  una  condición  necesaria  para  la 
vida  y,  por  tanto,  para  el  pensamiento. 

286.  De  consecuente :  Se  comete  cuando  se  peca  contra 
lo  dicho  (260).  «Si  es  sabio  es  laborioso ;  es  laborioso,  luego 
es  sabio.» 

287.  Petición  de  principio:  La  hay  cuando  se  supone 
lo  mismo  que  se  ha  de  probar.  «El  humo  sube  hacia  arriba 
porque  no  tiene  gravedad,  pues  que  es  de  la  clase  de  los 
cuerpos  leves.»  Precisamente  esto  último  es  lo  que  se  ha  de 
probar,  y,  sin  embargo,  se  aduce  como  prueba.  Esta  falacia 
se  llama  también  círculo  vicioso. 

288.  De  no  causa  por  causa :  «El  enfermo  se  halla  peor : 
luego  la  medicina  le  ha  dañado.»  El  daño  puede  haber  pro- 
venido de  otras  causas.  II 


289.  De  pregunta  complexa  como  simple:  «Los  mejica- 
nos, los  brasileños,  los  españoles,  los  franceses,  ¿son  eu- 
ropeos? Sí.  Luego  los  mejicanos,  ¿son  europeos?  No.  Luego 
los  franceses  no  son  europeos.» 


Reducción  de  todas  las  reglas  del  raciocinio  a  una  sola 

290.  He  dicho  (235)  que  todo  raciocinio  consiste  en  la 
manifestación  de  que  un  juicio  está  contenido  en  otro:  voy 
a  desenvolver  esta  observación,  que,  bien  comprendida,  bas- 


SECCION  VIII 


74 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  123-125] 


ta  para  conocer  si  un  raciocinio  cualquiera  es  legítimo  o  no, 
sin  necesidad  de  recordar  las  reglas  especiales. 

291.  La  consecuencia  legítima  debe  estar  afirmada  en 
las  premisas;  sacarla  es  poner  explícito  lo  que  estaba  im- 
plícito ;  el  medio  no  es  más  que  aquello  de  que  echamos 
mano  para  desenvolver  las  premisas  y  manifestar  que  en 
una  de  ellas  está  contenida  la  conclusión.  De  esto  resulta 
que  todo  raciocinio  se  funda  en  el  principio  de  contradic- 
ción ;  y  toda  consecuencia,  para  ser  legítima,  debe  ser  tal 
que,  no  admitiéndola,  se  afirme  y  se  niegue  una  cosa  al  mis- 
mo tiempo. 

292.  El  sofisma  es  la  argumentación  en  que  se  saca  una 
consecuencia  ilegítima  con  apariencias  de  legitimidad.  ||  En 
todo  sofisma  se  pretende  que  una  proposición  está  conteni- 
da en  otra  cuando  realmente  no  lo  está ;  el  secreto  para 
desenredarse  de  los  sofismas  es  volver  atrás,  reflexionando 
atentamente  sobre  el  verdadero  sentido  de  la  proposición 
en  que  el  sofisma  se  apoya. 

293.  Teniendo  presentes  estas  observaciones  se  puede 
resolver  desde  luego  si  una  forma  de  argumentación  es  le- 
gítima o  sofística.  En  la  dialéctica  se  dan  muchas  reglas 
para  semejantes  casos ;  no  niego  que  sean  muy  útiles,  y  en 
la  detenida  explicación  que  de  ellas  acabo  de  hacer  he  dado 
una  prueba  de  que  estoy  lejos  de  despreciarlas;  pero  no 
puedo  menos  de  observar  que  es  muy  difícil  retenerlas  en 
la  memoria  y  que  aun  recordadas,  si  se  pregunta  la  razón 
de  ellas,  se  las  debe  fundar  en  el  principio  arriba  esta- 
blecido. 

Apliquemos  esta  observación  al  silogismo  simple. 

294.  El  principio  fundamental  de  los  silogismos  simples 
es  el  siguiente :  «Las  cosas  idénticas  a  una  tercera  son 
idénticas  entre  sí.»  Quae  sunt  eadem  uni  tertio  sunt  ídem 
inter  se.  Este  principio  a  su  vez  se  reduce  al  de  contradic- 
ción. Si  A  es  C.  y  B  es  C,  A  es  B.  Puesto  que  A  es  C,  es  evi- 
dente que  al  decir  que  B  es  C  digo  también  que  A  es  B;  y 
si  lo  niego  caigo  en  contradicción  afirmando  y  negando  una 
misma  cosa  a  un  mismo  tiempo. 

295.  Así  es  que  todas  las  reglas  del  silogismo  pueden 
reducirse  a  una  sola :  se  han  de  comparar  unos  mismos  ex- 
tremos con  un  mismo  medio.  Por  el  contrario,  todos  |l  los 
vicios  de  los  silogismos  se  reducen  a  uno :  el  cambio  de  los 
extremos  o  del  medio,  aunque  la  palabra  que  los  exprese 
se  conserve  la  misma. 

296.  «Todo  cuerpo  es  grave ;  el  aire  es  cuerpo :  luego  el 
aire  es  grave.»  La  consecuencia  es  legítima,  porque  habien- 
do afirmado  que  todo  cuerpo  era  grave,  lo  afirmaba  tam- 
bién del  aire,  si  éste  era  un  cuerpo:  luego  la  conclusión 
estaba  ya  contenida  en  la  mayor  y  sólo  necesitaba  que  la 


[20,  125-126]      LIB.  2. — EL  ENTENDIMIENTO. — C.  5 


75 


menor  me  lo  manifestase  diciendo  que  el  aire  era  cuerpo, 
esto  es,  una  de  áquellas  cosas  de  que  había  afirmado  la 
gravedad. 

297.  Esta  especie  de  silogismos  estriba  en  aquel  prin- 
cipio :  «Lo  qué  se  afirma  de  todos  se  afirma  de  cada  uno.» 
El  uso  del  principio  de  contradicción  es  evidente  en  este 
caso ;  pues  que  cuando  he  dicho  todos  distributivamente, 
he  dicho  también  cada  uno.  Si  afirmo  un  predicado  de  todos 
los  cuerpos  y  después  lo  niego  de  un  cuerpo,  lo  afirmo  de 
todos  y  de  no  todos,  lo  que  es  una  contradicción. 

298.  «Algún  cuerpo  es  vegetal ;  el  metal  es  cuerpo : 
luego  el  metal  es  vegetal.»  El  silogismo  no  concluye,  por- 
que al  afirmar  que  algún  cuerpo  es  vegetal,  la  afirmación 
se  refiere  únicamente  a  ciertos  cuerpos ;  y  al  afirmar  en  la 
menor  que  el  metal  es  cuerpo,  me  refiero  a  ciertos  cuerpos 
diferentes  de  aquellos  de  que  trataba  en  la  mayor:  luego 
no  hay  comparación  de  los  dos  extremos  con  un  mismo  me- 
dio, y,  por  tanto,  no  me  contradigo  al  negar  que  sean  idén- 
ticos entre  sí.  El  defecto  |[  de  este  silogismo  se  expresa  en 
la  regla :  «De  dos  proposiciones  particulares  no  se  sigue 
nada.» 

299.  «Todo  pino  es  madera ;  todo  abeto  es  madera :  lue- 
go todo  abeto  es  pino.»  El  silogismo  no  concluye,  porque  en 
la  mayor  el  término  medio  significa  una  clase  de  madera, 
y  en  la  menor  otra  diferente.  El  vicio  de  este  silogismo  está 
expresado  en  aquella  regla :  «En  alguna  de  las  premisas  el 
medio  término  se  debe  tomar  distributivamente.»  La  razón 
es  porque  de  esta  suerte  se  logra  que  la  comparación  se 
haga  con  un  mismo  medio ;  pues  como  en  una  de  las  pre- 
misas se  habla  de  todos,  al  hablarse  en  la  otra  de  uno  se 
habla  también  del  mismo  de  que  se  habla  en  la  anterior. 

300.  Es  fácil  extender  estas  observaciones  a  todas  las 
formas  de  argumentación ;  y  será  bueno  que  se  ejerciten 
en  ello  los  alumnos,  porque  de  este  modo  se  acostumbrarán 
a  distinguir  entre  los  raciocinios  legítimos  y  los  sofísticos, 
y  simplificando  las  reglas  de  toda  buena  argumentación  las 
retendrán  sin  dificultad  en  la  memoria.  II 


cT  6  .0 — x>TVí3iMiavi3Ttí3  ja — .2  au     [92  I-es I  ,0S 


LIBRO  III 

el  obBimñs  sidjsrí  aup  9D  aegoo  sellaupfi  eb  snu  ,29  oJ29 

.bsbgvBig 

9Í29  ng  9in9biv9  89  nóboibBiínoo  9b  oxqbnnq  Í9b  02U  13 
,9ín^rfi£vií«<íní3ib  zoboi  orfoxb  9rf  obnsua  9ixp  29uq  ;  osea 
2oboí  9b  ob(3oib97q  nu  ormñB  x3  .omx  sbuo  nérdmeí  orioib  &d 
9b  orrrcñs  oí  .oq^uD  nu  9b  og9xn  oí  89íjq29b  y  2oqi9uo  20Í 
.ñbiooib&iinoo  snu  29  9up  -oí  .eoboi  on-  9b  y  2obo; 
:oqi9U9  89  ÍBígm  Í9  ;  ÍEÍaggv  29  oqi9uo  nuglA»  .862 
-loq  ,9YuIonoo  on  ostí2xgoIÍ8  13  «.Ibí9§9v  29  Ísí9m  ig  og9UÍ 
nófosmiñfi  'ú  ,Í6í9g9v  29  oqiauo  nifgís  aup  TExmñB  Ib  9up 
bI  n9  iBmiñs  Ib  y  ;  2oqi9ixo  2oti9b  b  9ín9m60xnü  979ñ9i  92 

20qi9UO  2OÍ'X9Í0  6  019X191  9m  ,Oqi9U3  29  I6Í9ÍTI  Í9  9Up  10fI9m 
0g9fjl    tlOYfim  BÍ  n9  BdsÍBlí  9Up  9b   20ÍÍ9JJP6  9b  29ín919líb 

-am  om2Ím  nu  noo  2om9iíx9  20b  20I  9b  nobsisamoo  ybíí  on 

CAPITULO  I 

■  ÍVi  629tqX9  92  Om2XgOÍÍ8  9Í29  9b    \   OÍ09Í9b  13  .12  9'lJn9  20JÍ¿ 
!9UgÍ8   98    On    8976lxJ9ÍílBq    89nobÍ30"qO'iq    80b   sG)Y    :  Bͧ91  BÍ 
LOS  CRITERIOS 

ng  9Xjpioq  ,9YuIonoo  ón  0m2ígoIÍ2  13  «.oniq  29  otgds  oboí  og 

301.  Método  es  el  orden  que  observamos  para  evitar  el 
error  y  encontrar  la  verdad. 

A  veces  se  entiende  por  método  el  conjunto  de  los  me- 
dios que  empleamos  para  lograr  dichos  objetos.  De  ambas 
cosas  trataremos  en  este  libro. 

302.  Las  fuentes  de  donde  mana  para  nosotros  el  cono- 
cimiento de  la  verdad  se  llaman  criterios ;  y  es  claro  que 
si  no  los  conocemos  nos  será  imposible  proceder  con  buen 
orden  en  la  investigación  de  la  verdad.  Así,  antes  de  dar 
las  reglas  para  el  buen  método  es  preciso  explicar  en  qué 
consisten  los  varios  criterios. 

En  general,  se  entiende  por  criterio  el  medio  para  cono- 
cer la  verdad.  De  éstos  los  hay  que  se  hallan  en  nosotros  || 
mismos,  y  son  el  de  conciencia,  el  de  evidencia,  el  de  senti- 
do común  y  el  de  los  sentidos  externos :  y  los  hay  fuera  de 
nosotros,  como  el  de  la  autoridad.  Explicaremos  más  abajo 
(sec.  III)  que  el  de  los  sentidos  externos  se  reduce  a  los  de 
conciencia. y  sentido  común,  o  más  bien,  que  se  forma  de  la 
combinación  de  éstos ;  y  el  de  autoridad  se  compone  del 
de  conciencia,  sentido  común,  evidencia  y  sentidos  externos, 
combinándose  dos  o  más  de  estos  criterios  y  de  diferentes 
maneras,  según  las  cosas  de  que  se  trata. 


[20,  128-130J 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  1 


77 


SECCION  I 

ürrc  9jjD.09ífo  oJn9mri9QX9  oí  9ud  H39b  si»  sém  s  is  oioc; 
Criterio  de  conciencia  o  de  sentido  íntimo 

303.  La  conciencia  o  sentido  íntimo  es  la  presencia  inte- 
rior de  nuestras  propias  afecciones.  Sentir,  imaginar,  pen- 
sar, querer,  son  afecciones  de  nuestra  alma  que  no  pueden 
ni  siquiera  concebirse  sin  la  presencia  íntima  de  ellas.  ¿Qué 
sería  el  sentir  si  no  experimentásemos  la  sensación?  ¿Qué 
el  pensar  si  no  experimentásemos  el  pensamiento?  ¿Qué  el 
querer  si  no  experimentásemos  el  acto  de  la  voluntad?  El 
sentido,  la  imaginación,  el  pensamiento,  la  voluntad,  todo 
desaparece  sin  esta  presencia  íntima,  pues  todo  se  reduce  a 
palabras  que  o  no  significan  nada  o  expresan  cosas  contra- 
dictorias (véase  Filosofía  fundamental,  1.  c.  XXIII)  [vo- 
lumen XVI]. 

304.  La  conciencia  es  de  dos  maneras,  directa  y  refleja. 
La  directa  es  la  simple  presencia  de  la  afección  interior ;  || 
la  refleja  es  el  acto  intelectual  dirigido  sobre  esta  presen- 
cia. Siento  un  dolor  sin  pensar  expresamente  en  que  siento 
aquel  dolor ;  la  presencia  íntima  de  la  afección  dolorosa  es 
la  conciencia  directa ;  pero  si  pienso  sobre  aquella  sensa- 
ción, el  acto  intelectual  que  podría  expresarse  de  esta  ma- 
nera :  «conozco  que  padezco»,  es  la  conciencia  refleja. 

305.  La  conciencia  directa  acompaña  a  toda  afección 
interna,  pues  que  sin  esto  no  son  concebibles  ni  la  sensibili- 
dad, ni  la  inteligencia,  ni  la  voluntad. 

La  refleja  es  un  acto  puramente  intelectual  del  todo  in- 
dependiente de  los  objetos  sobre  que  versa  y  que,  por  tan- 
to, puede  no  acompañarlos. 

306.  Creen  algunos  que  hay  afecciones  internas  inte- 
lectuales de  que  no  tenemos  conciencia ;  si  se  habla  de  la 
conciencia  refleja,  es  cierto  que  hay  muchedumbre  de  afec- 
ciones que  no  advertimos  expresamente ; "  pero  si  se  tratase 
de  la  conciencia  directa,,  la  aserción  sería  contradictoria. 

307.  El  criterio  de  la  conciencia  es  del  todo  infalible 
con  tal  que  se  ciña  a  su  objeto  propio.  Este  objeto  es  lo  que 
pasa  en  nuestro  interior.  Si  experimento  un  dolor  semejan- 
te al  que  produce  una  punzada,  no  puedo  engañarme  en  lo 
que  la  conciencia  me  dice  que  siento  aquel  dolor.  Si  la 
conciencia  me  lo  dice,  lo  siento:  sentirlo,  experimentarlo, 
tener  conciencia  de  él,  hallarse  presente  a  mi  alma,  son  co- 
sas idénticas ;  afirmar  la  una  y  negar  la  otra  sería  una  con- 
tradicción. || 

308.  Los  errores  del  criterio  de  la  conciencia  nacen  de 
que  pasamos  de  la  afección  interior  a  sus  causas  o  a  cir- 


78 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  130-131] 


cunstancias  que  no  están  bajo  la  jurisdicción  del  mismo.  No 
me  engaño  ni  puedo  engañarme  si  al  experimentar  un  dolor 
semejante  al  de  una  punzada  afirmo  que  lo  experimento ; 
pero  si  a  más  de  decir  que  lo  experimento  digo  que  me 
punzan,  ya  puedo  engañarme,  porque  extiendo  el  criterio 
de  la  conciencia  a  la  causa  del  dolor,  la  cual  no  está  presen- 
te a  mi  alma. 

309.  Hay  una  persona  que  experimenta  un  impulso  ha- 
cia una  creencia  o  una  acción ;  interiormente  le  parece  que 
hay  una  voz  que  le  enseña  una  doctrina  o  que  le  indica  un 
camino ;  no  se  engaña  ni  puede  engañarse  en  lo  que  toca 
el  fenómeno  interno.  Con  tal  que  se  limite  a  decir :  «En 
mi  interior  siento  eso»,  el  criterio  de  su  conciencia  es  in- 
falible ;  pero  si  apoyado  en  este  criterio  dice :  «Dios  me 
inspira  eso»,  pasa  del  fenómeno  a  la  causa  y  puede  caer  en 
error.  De  aquí  han  dimanado  la  extravagancia  y  el  fanatis- 
mo de  las  sectas  que  abandonaron  el  principio  de  la  autori- 
dad para  fundarse  únicamente  en  el  espíritu  privado.  Toda 
la  doctrina  del  criterio  de  la  conciencia  puede  resumirse  en 
las  reglas  siguientes : 

1.a 

310.  El  criterio  de  la  conciencia  es  infalible  cuando  se 
refiere  a  lo  que  pasa  en  nuestro  interior.  || 


2.a 

311.  El  criterio  de  la  conciencia  es  falible  cuando  sale 
de  los  límites  de  lo  que  pasa  en  nuestro  interior  exten- 
diéndose a  causas,  efectos  u  otras  circunstancias  del  fenó- 
meno interno. 


SECCION  II 
CViterio  de  evidencia 

312.  La  evidencia  suele  definirse :  la  luz  interna  con 
que  vemos  las  ideas  con  toda  claridad.  Esta  definición  tie- 
ne el  inconveniente  de  estar  compuesta  de  palabras  meta- 
fóricas, que  a  su  vez  necesitan  ser  explicadas.  Será  preci- 
so, pues,  no  contentarnos  con  ella  y  examinar  más  a  fondo 
este  punto  importante. 

313.  Es  evidente  que  tres  y  dos  hacen  cinco.  ¿Por  qué? 
Porque  analizando  lo  que  entendemos  por  cinco  vemos  que 
en  esta  idea  se  hallan  el  tres  y  el  dos,  y  que  el  cinco  no  es 


[20,  131-133] 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. 


1 


79 


otra  cosa  que  la  reunión  de  estos  dos  números.  Es  eviden- 
te que  tres  y  dos  no  hacen  seis.  ¿Por  qué?  Porque  anali- 
zando lo  que  entendemos  por  seis  vemos  que  este  número 
se  compone  de  tres  más  dos  más  uno;  y,  por  tanto,  la  re- 
unión del  tres  y  del  dos  no  completan  el  seis.  Es  evidente 
que  todos  los  radios  del  círculo  son  iguales.  ¿Por  qué?  Por- 
que examinando  lo  que  entendemos  por  círculo  vemos  que 
en  su  construcción  se  da  ya  por  supuesta  la  igualdad  del 
radio,  pues  que  [|  éste  es  la  misma  línea  con  cuya  revolu- 
ción alrededor  de  un  punto  se  construye  el  círculo.  Es  evi- 
dente que  el  diámetro  es  mayor  que  el  radio.  ¿Por  qué? 
Porque  examinando  lo  que  entendemos  por  diámetro  ve- 
mos que  está  formado  de  dos  radios  puesto  el  uno  a  conti- 
nuación del  otro. 

314.  Luego  la  evidencia  debe  definirse :  la  percepción 
de  la  identidad  o  de  la  repugnancia  de  las  ideas. 

315.  Hablando  en  rigor,  la  evidencia  es  el  acto  con  que 
encontramos  en  nuestras  ideas  aquello  que  se  ha  puesto  en 
las  mismas  o  con  que  negamos  aquello  que  habíamos  ya 
negado  de  ellas ;  es  una  especie  de  cargo  y  data  con  que  el 
entendimiento  iguala  las  salidas  con  las  entradas ;  no  pue- 
de salir  lo  que  no  había  entrado,  no  puede  hallarse  entre 
las  existencias  lo  que  ya  ha  salido.  Toda  evidencia  se  funda 
en  el  principio  de  contradicción ;  el  entendimiento  no  tiene 
evidencia  sino  cuando  descubre  un  conflicto  entre  la  con- 
firmación y  la  negación ;  afirma  con  evidencia,  porque  no 
puede  negar  sin  faltar  a  su  afirmación  propia ;  niega  con 
evidencia  cuando  no  puede  afirmar  sin  faltar  a  su  propia 
negación. 

316.  La  evidencia  es  inmediata  o  mediata.  Hay  eviden- 
cia inmediata  cuando  percibimos  desde  luego  la  identidad  o 
repugnancia  de  dos  ideas  sin  necesidad  de  ninguna  refle- 
xión y  con  sólo  entender  el  significado  de  las  palabras.  Hay 
evidencia  mediata  cuando  para  descubrir  esta  identidad  o 
repugnancia  necesitamos  reflexionar  sobre  las  ideas  mi- 
rándolas bajo  varios  aspectos  ||  o  comparándolas  con  otras. 
Si  se  nos  habla  de  un  triángulo  circular  vemos  desde  luego 
el  absurdo  sin  necesidad  de  reflexión,  porque  la  simple  idea 
del  triángulo  nos  excluye  la  del  círculo ;  esto  es  evidente 
con  evidencia  inmediata  y  para  todos  los  hombres,  aun  los 
más  ignorantes  de  los  principios  de  geometría ;  pero  quien 
no  conozca  los  elementos  de  esta  ciencia  podrá  muy  bien 
creer  que  no  es  absurdo  un  triángulo  cuyos  ángulos  sumados 
sean  mayores  que  dos  rectos :  esto  es  imposible,  contradic- 
torio, pero  la  contradicción  no  se  descubre  a  primera  vista, 
aunque  se  sepa  lo  que  es  triángulo,  lo  que  es  ángulo  y  lo 
que  son  dos  rectos.  Aquí,  pues,  no  hay  evidencia  inmedia- 
ta. Pero  haciendo  la  construcción  correspondiente  y  cono- 


80 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA        [20.  133-134] 


ciendo  los  medios  para  comparar  los  ángulos,  se  demuestra 
que  la  suma  de  los  de  un  triángulo  es  siempre  igual  a  dos 
rectos,  y  que  no  puede  sostenerse  lo  contrario  sin  incurrir 
en  contradicción.  En  este  caso  hay  evidencia  mediata. 

317.  La  piedra  de  toque  de  la  verdadera  evidencia  es  el 
principio  de  contradicción,  y  las  ilusiones  que  nos  forma- 
mos con  este  criterio  nacen  de  que  aplicamos  malamente 
dicho  principio.  Cuando  se  trata  de  evidencia  inmediata  es 
difícil  equivocarse,  pero  cuando  para  ver  la  identidad  o  la 
repugnancia  necesitamos  comparar  entre  sí  varias  ideas  ra- 
ciocinando, creemos  que  hay  contradicción  donde  no  exis- 
te, o  que  existe  donde  no  la  hay  en  la  realidad.  El  riesgo  de 
engañarnos  es  tanto  mayor  cuanto  es  más  largo  el  hilo  del 
discurso :  en  tales  casos  a  veces  nos  parece  que  el  hilo  con- 
tinúa entero  cuando  lo  hemos  ya  roto  quizá  por  mil  partes.  |¡ 

Regía  I." 

318.  Para  cerciorarse  de  que  hay  en  efecto  evidencia 
inmediata  es  necesario  que  con  toda  claridad  y  a  la  prime- 
ra ojeada  se  vea  que  el  juicio  está  enlazado  con  el  princi- 
pio de  contradicción ;  esto  es,  que  si  la  proposición  es  afir- 
mativa no  se  la  puede  negar,  o  que  si  es  negativa  no  se  la 
puede  afirmar,  sin  faltar  a  dicho  principio. 


2.» 

319.  Cuando  no  hay  evidencia  inmediata  es  necesario  ir 
siguiendo  con  suma  escrupulosidad  los  eslabones  del  racio- 
cinio y  no  pasar  nunca  adelante  cuando  el  tránsito  no 
está  justificado  por  el  principio  de  contradicción  (véase  Fi- 
losofía fundamental,  1.  1.°,  ce.  XV  y  XXIV)  [vol.  XVI]. 

SECCION  III 

Criterio  de  sentido  común 

nsicL  'slicil  ¿iboq  Biogsi*   BíS'S  sb  eejn^msís  sol  BD^onoo  qn 

320.  El  criterio  de  sentido  común,  que  también  puede 

llamarse  instinto  intelectual,  es  la  inclinación  natural  a  dar 
asenso  a  ciertas  proposiciones  que  no  nos  constan  por  evi- 
dencia ni  se  apoyan  en  el  testimonio  de  la  conciencia.  Es 
fácil  encontrar  muchos  ejemplos  en  que  experimentamos 
este  instinto  irresistible. 


L20,  134-136]  LIB.  3.— EL  MÉTODO. — C.  1 


81 


Todos  los  hombres  están  seguros  de  que  hay  un  mun- 
do |!  externo;  y,  sin  embargo,  este  mundo  no  le  tienen  pre- 
sente a  su  conciencia,  pues  que  ésta  se  limita  a  los  fenó- 
menos puramente  internos,  ni  tampoco  conocen  esta  verdad 
por  evidencia,  porque,  aun  suponiendo  la  posibilidad  de 
una  verdadera  demostración,  muchos  de  ellos  no  serían  ca- 
paces de  comprenderla  y  la  inmensa  mayoría  no  ha  pensa- 
do ni  pensará  nunca  en  demostraciones  semejantes. 

La  humanidad  entera  conoce  las  verdades  morales  y  a 
ellas  ajusta  su  conducta  o,  cuando  menos,  conoce  que  la 
debe  a  justar;  estas  verdades  no  son  fenómenos  puramente 
internos,  pues  que  abarcan  las  relaciones  del  hombre  con- 
sigo mismo,  con  sus  semejantes  y  con  Dios;  tampoco  son 
conocidas  por  demostraciones,  pues  que  la  inmensa  mayoría 
de  los  hombres,  aunque  se  ocupa  de  la  moral,  no  piensa  en 
las  teorías  morales. 

Nadie  creerá  que  quien  hace  todas  sus  acciones  al  aca- 
so haya  de  conseguir  todo  lo  que  quiera:  que  disparando 
sin  apuntar  haya  de  matar  siempre  el  ave  que  desea ;  que 
andando  sin  mirar  adonde  va  haya  de  llegar  siempre  al 
punto  que  le  conviene ;  que  metiendo  la  mano  en  una  urna 
donde  hay  millares  de  bolas  haya  de  sacar  siempre  la 
suerte  que  él  codicia ;  que  moviendo  la  pluma  al  acaso  haya 
de  resultar  escrito  todo  cuanto  desea.  La  certeza  de  que  no 
sucederán  esas  extravagancias  no  se  apoya  en  el  testimonio 
de  la  conciencia,  porque  es  claro  que  no  se  trata  de  fenó- 
menos internos,  ni  tampoco  en  el  de  la  evidencia,  porque 
semejantes  extrañezas  podrían  verificarse  sin  faltar  al  prin- 
cipio de  contradicción.  |] 

321.  Los  ejemplos  anteriores  manifiestan  que  hay  en 
nosotros  un  instinto  intelectual  que  nos  impulsa  de  una 
manera  irresistible  a  dar  asenso  a  ciertas  verdades  no  ates- 
tiguadas por  la  conciencia  ni  por  la  evidencia :  a  este  ins- 
tinto llamo  criterio  de  sentido  común :  podríamos  apellidar- 
lo instinto  intelectual.  Se  le  da  el  nombre  de  sentido  por- 
que ese  impulso  parece  tener  algo  que  le  asemeja  a  un 
sentimiento ;  se  le  da  el  título  de  común  porque  en  efecto 
es  común  a  todos  los  hombres.  Los  que  se  ponen  en  con- 
tradicción con  ese  instinto  universal,  los  que  no  tienen  sen- 
tido común,  son  mirados  como  excepciones  monstruosas  en 
el  orden  de  la  inteligencia. 

322.  El  criterio  de  los  sentidos  bien  analizado  consta 
de  dos  elementos:  el  testimonio  de  la  conciencia  y  el  ins- 
tinto intelectual.  Por  el  primero  nos  cercioramos  de  la  pre- 
sencia de  los  fenómenos  internos,  de  la  sensación  conside- 
rada en  sí  misma,  en  cuanto  es  un  hecho  puramente  sub- 
jetivo; por  el  segundo  atribuímos  una  realidad  al  objeto  de 
las  sensaciones,  hacemos  tránsito  del  fenómeno  interno  al 


5 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  136-138] 


mundo  externo,  cuidándonos  muy  poco  de  si  ese  tránsito  lo 
hacemos  pasando  por  un  puente  sólido  o  con  un  salto  por 
el  aire. 

323.  El  criterio  de  la  evidencia  se  funda  también  en 
el  testimonio  de  la  conciencia  combinado  con  el  instinto 
intelectual ;  no  sólo  creemos  que  las  cosas  nos  parecen  ta- 
les, sino  también  que  son  tales  como  nos  parecen.  Nos  pa- 
rece que  un  círculo  no  puede  ser  un  triángulo,  pero  no  nos 
] imitamos  a  la  afirmación  de  la  apariencia,  sino  que  afir- 
mamos que  en  la  realidad,  prescindiendo  de  ||  toda  apa- 
riencia interior,  un  círculo  no  puede  ser  un  triángulo.  Nos 
parece  que  una  cosa  no  puede  ser  y  no  ser  a  un  mismo 
tiempo ;  pero  nuestro  asenso  no  se  limita  al  parecer,  se  ex- 
tiende a  la  cosa  misma,  y  estamos  seguros  de  que  en  reali- 
dad, prescindiendo  de  nuestro  entendimiento,  no  se  verifica- 
rá nunca  que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo, 
porque  no  puede  verificarse.  El  testimonio  de  la  conciencia 
se  limita  al  parece.  ¿Por  qué,  pues,  pasamos  de  la  aparien- 
cia a  la  realidad,  por  qué  atribuímos  un  valor  objetivo  a 
nuestras  ideas,  por  qué  no  las  miramos  como  hechos  pura- 
mente subjetivos  a  los  cuales  las  cosas  puedan  conformarse 
o  no  conformarse?  Por  el  instinto  intelectual,  por  ese  im- 
pulso irresistible  del  cual  no  podemos  señalar  ninguna  ra- 
zón, ni  de  conciencia,  ni  de  evidencia,  ni  de  ninguna  clase, 
so  pena  de  proceder  hasta  lo  infinito.  Así  me  parece,  así  es, 
y  no  puede  ser  de  otra  manera.  ¿Por  qué?  Por  tal  razón. 
¿Y  esta  razón  en  qué  se  funda?  En  otra  apariencia,  por 
manera  que  siempre  vamos  a  parar  a  nuestro  interior,  a  un 
hecho  puramente  subjetivo,  sin  que  podamos  señalar  otro 
título  que  nos  autorice  para  hacer  tránsito  del  sujeto  al  ob- 
jeto, sino  el  de  que  a  esto  nos  hallamos  forzados  por  la  na- 
turaleza (véase  Filosofía  fundamental,  1.  l.°,  c.  XXV)  [vo- 
lumen XVI]. 

324.  El  criterio  que  se  llama  de  autoridad  se  forma  de 
una  combinación  de  los  criterios  explicados.  Oímos  la  rela- 
ción de  un  suceso  que  no  hemos  presenciado  y  damos  fe 
al  narrador.  Para  esto  se  necesita :  1.°  Oír  sus  palabras ;  he 
aquí  el  criterio  del  sentido.  2.°  Conocer  que  no  se  engaña  ni 
nos  engaña  ;  y  esto  o  bien  lo  deduciremos  ||  por  raciocinio, 
en  cuyo  caso  nos  servirá  ora  la  evidencia,  ora  la  probabili- 
dad, o  bien  creeremos  instintivamente,  y  entonces  obedece- 
mos al  sentido  común. 

325.  De  lo  dicho  se  infiere  que  el  criterio  de  la  autori- 
dad humana  puede  inducirnos  a  error  de  varios  modos ; 
pues  que  para  engañarnos  basta  que  falte  el  buen  uso  de 
alguno  de  los  criterios  explicados :  podemos  engañarnos 
oyendo  o  leyendo  mal ;  y  podemos  ser  engañados  por  el 
error  o  la  mala  fe  de  quien  nos  habla. 


(20,  138-139]  LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  1 


El  sentido  común  para  ser  infalible  debe  reunir  las  si- 
guientes condiciones: 

1.  a 

326.  La  inclinación  al  asenso  es  de  todo  punto  irresisti- 
ble, de  manera  que  el  hombre  ni  aun  con  la  reflexión  pue- 
de despojarse  de  ella. 

2.  a 

327.  Toda  verdad  de  sentido  común  es  absolutamente 
cierta  para  todo  el  linaje  humano. 

3.  a 

328.  Toda  verdad  de  sentido  común  puede  sufrir  el  exa- 
men de  la  razón.  || 

4.  a 

329.  Toda  verdad  de  sentido  común  tiene  por  objet:»  la 
satisfacción  de  alguna  gran  necesidad  de  la  vida  sensitiva, 
intelectual  o  moral. 

330.  Cuando  estos  caracteres  se  reúnen,  el  criterio  del 
sentido  común  es  absolutamente  infalible ;  y  se  puede  de- 
safiar a  los  escépticos  a  que  señalen  un  ejemplo  en  que 
haya  fallado.  A  proporción  que  estas  condiciones  se  re- 
unen  en  más  alto  grado,  el  criterio  del  sentido  común  es 
más  seguro,  debiéndose  medir  por  ellas  los  grados  de  su 
valor  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  c.  XXXII)  [vo- 
lumen XVI].  || 


84 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  140-141] 


rasnoioibnoD  29ín9iuj$ 

CAPITULO  II 

-xíaiasni  oíni/q  oboí  9b      ozaoz&  Ib  nóioBiiiloni  bJ    .328  " 

CÓMO  DEBEMOS  CONDUCIRNOS  EN  LAS  VARIAS  CUESTIONES 
QUE  SE  PUEDEN  OFRECER  A  NUESTRO  ENTENDIMIENTO 


SECCION  I 

sínamBíuIoadB  m  rrümoo  obringe  gb  bsbisv  fiboT  .728 
Clasificación  general  de  las  cuestiones 

331.  Los  actos  de  nuestro  entendimiento  se  dividen  en 
especulativos  y  prácticos :  los  especulativos  se  limitan  a  co- 
nocer, los  prácticos  nos  dirigen  para  obrar. 

332.  En  el  simple  conocimiento  de  una  cosa  se  nos  pue- 
den ofrecer  tres  cuestiones:  1.a,  si  es  posible  o  no;  2.a,  si 
existe  o  no ;  3.a,  cuál  es  su  naturaleza,  cuáles  sus  propieda- 
des y  relaciones. 

333.  En  la  práctica  nos  proponemos  siempre  algún  fin, 
de  lo  cual  nacen  dos  cuestiones:  1.a,  cuál  es  o  debe  ser  el 
fin ;  2.a,  cuál  es  el  mejor  medio  para  alcanzarle. 

SECCION  II 

„     . .         ,         ......  , 

Cuestiones  de  posibilidad 

0ii/r,9?  36m 

334.  La  imposibilidad,  así  como  la  posibilidad,  puede  ser 
metafísica,  física,  ordinaria  y  de  sentido  común.  |j  Cada  una 
de  estas  especies  da  lugar  a  consideraciones  importantes. 


§  1. — Imposibilidad  metafísica  o  absoluta 

335.  La  imposibilidad  metafísica  o  absoluta  es  la  que 
implica  contradicción,  o  en  otros  términos,  la  que  trae  con- 
sigo el  absurdo  de  que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo 
tiempo.  Dos  más  dos  igual  a  tres ;  los  diámetros  de  un  mis- 
mo círculo  desiguales ;  virtud  reprensible ;  vicio  laudable : 
son  imposibles  absolutos:  porque  se  seguiría  que  el  tres 
fuera  tres  y  no  tres,  que  el  círculo  sería  y  no  círculo,  y  que 
la  virtud  y  el  vicio  serían  vicio  y  virtud  a  un  mismo  tiempo. 

Para  juzgar  respecto  a  la  imposibilidad  metafísica  ob- 
sérvense las  siguientes  reglas : 


[20,  141-143] 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


85 


1.a 

336.  Hay  imposibilidad  absoluta  cuando  la  idea  de  una 
cosa  excluye  evidentemente  la  de  otra. 

Esta  evidencia  es  la  luz  con  que  juzgamos  hasta  de  los 
primeros  principios.  Sabemos  que  es  imposible  que  una 
cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo,  que  el  todo  sea  menor 
que  la  parte,  que  los  radios  de  un  mismo  círculo  sean  des- 
iguales, porque  lo  vemos  así  con  toda  evidencia  con  la  sim- 
ple comparación  de  las  ideas.  |l 


2.a 

337.  Cuando  no  hay  esta  contradicción,  la  cosa  es  abso- 
lutamente posible. 

La  posibilidad  absoluta  o  metafísica  no  es  más  que  la 
simple  ausencia  de  la  contradicción ;  luego  no  hay  medio 
entre  lo  imposible  y  lo  posible :  por  el  mero  hecho  de  no 
ser  una  cosa  contradictoria  ya  es  absolutamente  posible. 


3.  a 

338.  Cuando  a  primera  vista  no  descubrimos  si  dos 
ideas  se  contradicen,  es  necesario  compararlas  con  otras  que 
nos  puedan  ilustrar. 

Esta  proposición :  «Los  tres  ángulos  de  un  triángulo  va- 
len más  de  dos  rectos»  es  contradictoria ;  pero  la  contradic- 
ción no  se  présenta  al  que  ignora  los  elementos  de  la  geo- 
metría. Lo  que  se  debe  hacer  en  tal  caso  es  comparar  las 
dos  ideas,  suma  de  los  tres  ángulos,  y  la  de  dos  rectos,  con 
la  naturaleza  misma  del  triángulo,  lo  cual  manifiesta  la 
contradicción. 

4.  a 

339.  Lo  metafísicamente  imposible  lo  es  bajo  todos  los 
aspectos  y  ningún  poder  es  capaz  de  realizarlo. 

Tres  y  dos  no  formarán  nunca  siete ;  la  blasfemia  no 
será  nunca  un  acto  virtuoso.  Cuando  se  dice  que  Dios  todo 
lo  puede  no  se  entiende  que  puede  hacer  semejantes  ||  ab- 
surdos ;  de  otro  modo  se  seguiría  que  puede  pecar  y  hasta 
que  puede  destruirse  a  sí  mismo. 


86 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  143-144] 


5.a 

340.  Para  afirmar  la  imposibilidad  absoluta  es  necesa- 
rio tener  ideas  muy  claras  y  distintas  de  los  extremos  que 
se  comparan. 

Todos  los  argumentos  con  que  se  intenta  probar  que 
hay  contradicciones  en  los  misterios  de  la  religión  pecan 
contra  esta  regla ;  el  argumentante  pretende  descubrir  que 
son  contradictorias  cosas  de  que  tiene  ideas  muy  obscuras. 


6.a 

341.  Cuando  la  contradicción  es  evidente  tenemos  un 
criterio  seguro  para  negar  la  realidad  de  lo  contradictorio 
en  todos  los  casos. 

Aquí  se  verifica,  sin  excepción  ninguna,  el  principio  de 
que  negada  la  potencia  se  niega  el  acto,  porque  lo  que  es 
absolutamente  imposible  no  es  nunca:  jamás  un  círculo 
será  triangular,  jamás  la  virtud  será  reprensible. 


§  2. — Imposibilidad  física  o  natural 

342.  La  imposibilidad  física  o  natural  es  la  oposición 
de  un  hecho  a  las  leyes  de  la  naturaleza.  No  hay  imposibili- 
dad absoluta  en  que  un  cuerpo  vaya  hacia  arriba ;  ¡|  pero 
la  hay  física,  porque  esto  se  opone  a  las  leyes  de  gravedad. 

Para  juzgar  bien  en  esta  materia  obsérvense  las  reglas 
siguientes : 

1* 

343.  Evítese  el  resolver  con  demasiada  prontitud  si  un 
hecho  es  contrario  o  no  a  las  leyes  de  la  naturaleza. 

Si  hace  tres  siglos  se  hubiese  dicho  que  había  un  país 
donde  sin  caballos  ni  animales  de  ninguna  especie  recorrían 
los  hombres  doce,  quince  y  hasta  veinte  leguas  por  hora, 
muchos  habrían  sostenido  que  esto  era  naturalmente  impo- 
sible ;  y,  no  obstante,  aquel  juicio,  en  apariencia  tan  cuer- 
do, nosotros  lo  vemos  desmentido  en  los  caminos  de  hierro 
que  cruzan  la  Europa  y  la  América.  ¿Quién  no  hubiera 
dicho  que  era  naturalmente  imposible  el  sostener  dos  per- 
sonas una  conversación  estando  a  muchas  leguas  de  dis- 
tancia y  empleando  pocos  segundos  en  la  correspondencia? 
Y,  no  obstante,  lo  vemos  realizado  en  los  telégrafos  eléc- 


[20,   144-146]  LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


87 


trieos.  El  mundo  civilizado  está  lleno  de  cosas  que  antes 
se  hubieran  creído  naturalmente  imposibles. 

2.» 

344.  Para  descubrir  si  hay  en  un  hecho  imposibilidad 
natural  es  necesario  atender  a  las  causas  empleadas  y  de- 
más circunstancias  que  lo  rodean. 

En  los  siglos  de  ignorancia,  el  mismo  fenómeno  de  los 
caminos  de  hierro  no  habría  parecido  imposible  a  ||  quien 
hubiese  seguido  un  buen  método  en  la  investigación  de  la 
posibilidad.  Por  groseras  que  fuesen  las  máquinas  existentes 
a  la  sazón,  no  faltaban  algunas  cuyo  movimiento  no  se  de- 
bía a  los  animales ;  entre  ellas  había  diferencias  de  veloci- 
dad, de  dirección  y  de  otras  clases :  toda  la  cuestión  esta- 
ba, pues,  reducida  a  saber  si  era  posible  encontrar  un  nue- 
vo agente  que  moviese  una  máquina  en  la  dirección  que  se 
determinase.  A  un  hombre  de  juicio,  esto  podía  parecerle 
difícil,  mas  no  imposible.  La  transmisión  de  los  signos  por 
medio  de  los  telégrafos  eléctricos  tampoco  hubiera  pareci- 
do imposible  a  quien  hubiese  considerado  la  suma  veloci- 
dad con  que  el  aire  transmite  los  sonidos  y  con  que  los 
cuerpos  luminosos  difunden  sus  rayos  a  distancias  inmen- 
sas. El  problema  estaba  reducido  a  lo  siguiente:  ¿Es  po- 
sible que  con  el  tiempo  descubran  los  hombres  algún  agen- 
te natural  por  cuyo  medio  puedan  imitar  esas  transmisio- 
nes instantáneas?  La  resolución  no  podía  ser  dudosa,  por 
escasas  que  fuesen  las  nociones  en  las  ciencias  naturales. 

345.  Asistimos  a  un  espectáculo  en  que  un  hombre 
transforma  varios  objetos :  no  hay  ningún  aparato ;  los  me- 
dios que  se  emplean  son  palabras  misteriosas  y  maniobras 
extravagantes.  Atendidas  todas  las  circunstancias  de  la  per- 
sona, del  lugar  y  del  tiempo,  no  hay  causas  que  puedan 
producir  fenómenos  tan  sorprendentes;  ¿qué  juicio  debere- 
mos formar?  Que  no  hay  allí  la  acción  de  leyes  secretas  de 
la  naturaleza,  sino  la  habilidad  de  un  diestro  jugador  de 
manos  que  ofrece  como  asombrosas  realidades  un  conjunto 
de  vanas  apariencias.  Para  descifrar  el  enigma,  toda  nues- 
tra atención  debe  dirigirse  no  |]  a  la  eficacia  de  las  leyes 
de  la  naturaleza,  sino  a  las  manos  del  jugador,  a  los  ins- 
trumentos de  que  se  sirve  o  a  las  señas  y  acciones  de  al- 
gunos taimados  que  estarán  a  sus  alrededores.  Por  el  con- 
trario, si  los  fenómenos  sorprendentes  se  verifican  en  una 
cátedra  de  física  experimental,  donde  vemos  los  diferen- 
tes aparatos  para  poner  en  movimiento  y  combinación  los 
agentes  de  la  naturaleza,  debemos  guardarnos  de  afirmar 
que  lo  que  vemos  es  imposible  naturalmente,  por  más  ex- 
traordinario que  nos  parezca. 


88 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  146-147  \ 


¿9ín£  eup  ¿£zoz  eb  onsíí  kize  obss'iüvio  cbnum  13  .aooiií 
§  3. — Imposibilidad  ordinaria  o  moral 

346.  La  imposibilidad  ordinaria  o  moral  es  la  oposición 
al  curso  regular  u  ordinario  de  los  sucesos.  Una  persona 
conocida  generalmente  por  un  nombre  y  apellido  y  por  su 
posición  en  la  sociedad,  es  moralmente  imposible  que  no 
sea  la  que  todos  creen ;  pero  no  hay  ninguna  repugnancia 
absoluta  ni  natural  en  que  sea  un  impostor  que,  prevalido 
de  la  semejanza  u  otras  circunstancias  favorables,  se  haya 
puesto  en  lugar  del  verdadero  sujeto  cuyo  nombre  usurpa. 
Así  se  ha  visto  repetidas  veces. 

En  esta  clase  de  juicios  ténganse  presentes  las  siguien- 
tes reglas: 

1.» 

347.  Cuando  no  hay  ningún  indicio  en  contra  es  nece- 
sario contentarse  con  el  criterio  de  la  imposibilidad  ordi- 
naria. || 

La  sociedad  y  las  familias  descansan  sobre  este  criterio. 
Si  para  todo  necesitásemos  de  la  certeza  absoluta  o  de  la 
natural,  sería  preciso  renunciar  al  trato  de  los  hombres. 


-o^Iraniní  ésas  ibúctú  nsb&ci' üibsm  ovuoioq  Ibujíbít  ei 

348.  Para  conocer  si  en  un  caso  determinado  es  bastan- 
te garantía  la  imposibilidad  moral  conviene  atender  a  los 
motivos  que  hacen  posible  el  hecho  contrario. 

Es  moralmente  imposible  que  en  un  caso  particular  una 
firma  generalmente  reconocida  sea  falsificada.  Esta  segu- 
ridad debe  tranquilizarnos  en  los  negocios  pequeños ;  pero 
si  se  trata  de  una  cantidad  muy  fuerte,  el  menor  indicio  de 
falsificación  es  bastante  para  que  vacile  la  imposibilidad 
moral :  testigo,  la  experiencia. 

§  4. — Imposibilidad  de  sentido  común 

349.  La  imposibilidad  de  sentido  común  no  pertenece  a 
ninguna  de  las  especies  explicadas.  Con  un  ejemplo  se  en- 
tenderá mejor  que  con  todas  las  definiciones.  Un  hombre 
tiene  en  la  mano  un  conjunto  de  piedrezuelas :  con  los  ojos 
vendados  y  haciéndole  dar  muchas  vueltas  por  una  pieza 
se  pretende  que,  arrojando  al  acaso  el  puñado  de  piedre- 
zuelas, vayan  todas  a  pasar  por  otros  tantos  agujeros  de  di- 
mensiones iguales  a  cada  una  de  ellas.  Veinte  hombres, 


[20.  147-149] 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. 


2 


89 


también  con  los  ojos  vendados  y  dando  muchas  vueltas  en 
diferentes  sentidos,  disparan  ||  al  acaso  sus  escopetas  y  se 
pretende  que  las  veinte  balas  vayan  a  pasar  por  veinte 
agujeros  de  diámetros  exactamente  iguales  a  los  de  las  ba- 
las. Otro  hombre  tiene  en  la  mano  un  cajón  de  caracteres 
de  imprenta ;  los  arroja  al  acaso  sobre  una  mesa  y  se  pre- 
tende que  resulte  compuesta  una  carta  que  tiene  en  su  fal- 
triquera uno  de  los  circunstantes.  Es  claro  que  todas  estas 
cosas  son  imposibles ;  y,  sin  embargo,  no  hay  repugnancia 
esencial  en  las  ideas,  como  se  necesita  para  la  imposibili- 
dad absoluta,  ni  tampoco  se  oponen  al  suceso  las  leyes  de  la 
naturaleza,  como  es  preciso  para  la  imposibilidad  física ; 
pero  está  de  por  medio  la  imposibilidad  que  llamo  de  sen- 
tido común,  porque  sin  reflexión  de  ninguna  clase  todos  los 
hombres  creen  que  no  se  realizarán  casualidades  tan  extra- 
vagantes ;  y  lo  creen  con  fe  mucho  más  firme  que  en  los  ca- 
sos de  la  imposibilidad  ordinaria.  Lo  que  manifiesta  la  ne- 
cesidad de  no  confundir  estas  dos  imposibilidades. 


Regla  I* 


350.  En  los  casos  anteriores  y  en  otros  semejantes,  que 
producen  una  convicción  general  e  instantánea,  la  imposi- 
bilidad de  sentido  común  es  un  criterio  seguro  de  que  el 
hecho  no  se  ha  verificado  ni  se  verificará. 


2.» 

351.  Cuando  la  convicción  sobre  la  imposibilidad  no  es 
general  e  instantánea,  el  suceso  es  más  o  menos  probable.  || 

Para  determinar  los  grados  de  esta  probabilidad  se  debe 
formar  un  quebrado  cuyo  numerador  sea  el  de  los  casos 
favorables  y  el  denominador  el  de  los  casos  posibles. 

Si  hay  en  una  urna  noventa  y  nueve  bolas  blancas  y  una- 
negra,  la  probabilidad  de  salir  la  negra  será  igual  a  1/100; 
porque  hay  cien  casos  posibles,  que  son  las  cien  bolas,  y  hay 
uno  solo  favorable,-  que  es  la  bola  negra ;  por  manera  que 
hay  noventa  y  nueve  grados  de  probabilidad  en  favor  de 
la  salida  de  una  bola  blanca  y  uno  en  favor  de  la  negra. 

352.  Así  comprenderemos  la  profunda  razón  que  se  en- 
cierra en  la  imposibilidad  de  sentido  común.  Supongamos 
un  hombre  colocado  en  el  centro  de  un  gran  salón  y  que  se 
exige  que  con  los  ojos  vendados  dispare  al  acaso  un  tiro  y 
haga  entrar  la  bala  por  un  agujero  de  una  pulgada  de  diá- 
metro; todos  dirán  sin  reflexionar:  Esto  es  imposible.  Y 
¿por  qué?  No  lo  saben;  pero  el  cálculo  manifiesta  el  fun- 


90 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  149-151] 


damento  de  este  juicio  instintivo.  Sean  las  cuatro  paredes 
de  veinte  varas  de  longitud  cada  una  y  ocho  de  altura.  La 
superficie  de  todas  juntas  es  igual  a  829.440  pulgadas  cua- 
dradas ;  y  como  el  agujero  puede  estar  en  una  cualquiera 
de  éstas  y  la  bala  puede  pasar  por  uno  cualquiera  de  ellos, 
resulta  que  el  número  de  casos  posibles  llega  a  829.440,  y  el 
de  casos  favorables  es  uno  solo.  Luego  la  probabilidad  de 
que  suceda  así  es  tan  pequeña  que  debe  representarse  por 
el  quebrado  1/829.440.  Pero  este  quebrado,  aunque  muy  pe- 
queño, es  todavía  demasiado  grande  con  respecto  a  la  pro- 
babilidad. Para  demostrarlo  supongamos  que  en  las  cuatro 
paredes  ||  se  pintan  todas  las  pulgadas  cuadradas;  en  tal 
caso,  si  se  agujerease  una  sola,  la  probabilidad  de  pasar 
por  ella  no  está  expresada  por  dicho  quebrado.  En  efecto, 
el  quebrado  supone  que  el  número  de  los  casos  posibles  es 
únicamente  el  de  las  pulgadas  marcadas ;  y  que  si  la  bala 
no  va  a  uno  de  los  cuadritos  irá  al  otro.  Esto  es  falso,  por- 
que puede  ir  a  una  infinidad  de  intermedios :  luego  el  agu- 
jero de  una  pulgada  puede  estar  en  una  infinidad  de  posi- 
ciones diferentes,  como  se  ve  suponiendo  que  el  cuadro  se 
mueve  y  va  cubriendo  más  o  menos  las  partes  inmediatas. 
Cuando  se  atiende  a  esta  circunstancia  se  ve  que  el  número 
de  los  casos  posibles  crece  asombrosamente  y  es  mayor  que 
toda  ponderación,  y,  sin  embargo,  el  caso  favorable  es  siem- 
pre uno  solo :  acertar  en  el  punto  donde  está  el  agujero. 
Entonces  el  quebrado  es  poco  menos  que  infinito,  y,  por 
consiguiente,  es  infinitamente  pequeña  la  probabilidad  en 
sentido  favorable  (véase  El  criterio,  c.  IV)  [vol.  XV]. 


SECCION  III 
Cuestiones  de  existencia 

§  L — Coexistencia  y  sucesión 

353.  Para  conocer  la  existencia  de  una  cosa  desconocida 
necesitamos  partir  de  una  cosa  conocida  y  saber  además 
que  están  unidas  por  algún  vínculo.  Sin  esto  es  ||  imposible 
dar  un  paso.  ¿Cómo  adquirir  un  conocimiento  que  no  ten- 
go si  no  se  me  da  otro  en  que  pueda  estribar?  Tanto  val- 
dría construir  un  edificio  sin  fundamento. 

354.  De  los  objetos  unos  están  sometidos  a  nuestra  ex- 
periencia inmediata,  otros  se  hallan  ligados  con  éstos.  Veo 
el  humo ;  su  existencia  la  conozco  por  experiencia  inmedia- 
ta ;  infiero  que  hay  fuego ;  esto  me  es  conocido  por  el  en- 
lace que  tiene  con  el  humo. 


[20,  151-152]  LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


91 


355.  Como  la  íntima  naturaleza  de  los  objetos  nos  es 
poco  conocida,  nos  vemos  con  frecuencia  precisados  a  con- 
siderarlos dependientes  entre  sí,  o  porque  muchas  veces 
existen  juntos  o  porque  unos  vienen  después  de  otros.  Este 
raciocinio,  que  es  uno  de  los  fundamentales  en  las  ciencias 
de  observación  y  nos  sirve  a  cada  paso  en  los  usos  de  la 
vida,  puede  también  inducirnos  a  error:  para  evitarle  se 
deben  observar  algunas  reglas. 


1.  » 

356.  La  existencia  simultánea  de  dos  o  más  seres  o  su 
inmediata  sucesión,  consideradas  en  sí  solas,  no  prueban 
que  el  uno  dependa  del  otro. 

A  cada  paso  vemos  que  coexisten  o  se  suceden  cosas  que 
no  tienen  ninguna  relación  entre  sí.  Estar  en  un  mismo  lu- 
gar, existir  a  un  mismo  tiempo,  o  en  tiempos  inmediata- 
mente sucesivos,  son  cosas  muy  diferentes  de  la  relación 
-de  dependencia.  |¡ 

2.  » 

357.  Cuando  una  experiencia  constante  y  dilatada  nos 
muestra  dos  o  más  objetos  existentes  a  un  mismo  tiempo, 
de  tal  suerte  que  en  presentándose  el  uno  se  presente  tam- 
bién el  otro  y  en  faltando  el  uno  falte  también  el  otro, 
podemos  juzgar  sin  temor  de  equivocarnos  que  tienen  en- 
tre sí  algún  enlace,  y,  por  tanto,  de  la  existencia  del  uno 
inferiremos  legítimamente  la  existencia  del  otro. 

Con  la  presencia  de  ciertos  cuerpos  coincide  lo  que  lla- 
mamos luz  y  ver :  poco  importa  que  no  conozcamos  la  ín- 
tima naturaleza  de  estos  fenómenos ;  su  coexistencia  nos 
asegura  de  su  relación. 

3.  a 

358.  Si  dos  objetos  se  suceden  indefectiblemente,  de 
manera  que,  puesto  el  primero,  siempre  se  haya  visto  que 
seguía  el  segundo,  y  que  al  existir  éste  siempre  se  haya  no- 
tado la  precedencia  de  aquél,  podremos  deducir  con  certe- 
za que  tienen  entre  sí  alguna  dependencia. 

Después  de  un  rato  de  aplicar  el  fuego  a  un  caldero  lleno 
de  agua,  ésta  hierve :  ios  hombres  no  han  esperado  los  ade- 
lantos de  la  física  para  afirmar  que  aquel  movimiento  del 
agua  provenía  del  fuego.  El  rayo  serpea  por  los  aires,  y  un 
momento  después  el  trueno  estalla  y  retumba ;  la  sucesión 
constante  de  estos  fenómenos  ha  hecho  creer  que  el  según- 


92 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  152-154] 


do  dependía  del  primero  |¡  mucho  antes  que  se  conociese  la 
teoría  de  la  electricidad  ni  de  la  causa  y  propagación  del 
sonido. 


359.  La  dependencia  indicada  por  la  coexistencia  o  la 
sucesión  no  siempre  es  directa  de  los  objetos  entre  sí,  a 
veces  es  dependencia  de  ambos  con  respecto  a  un  tercero. 

Cuando  hay  en  un  país  tal  fruta  hay  siempre  tal  otra: 
esto  no  prueba  que  la  primera  dependa  de  la  segunda,  ni 
ésta  de  aquélla,  sino  que  ambas  dependen  de  una  causa  que 
las  produce.  Cuando  reina  una  enfermedad  reina  siempre 
tal  otra :  esto  no  prueba  que  tengan  entre  sí  relación  de 
causa  y  efecto ;  ambas  pueden  ser  independientes  entre  sí, 
pero  dependientes  de  una  misma  causa.  Dos  personas  acu- 
den a  un  mismo  sitio,  a  una  misma  hora,  durante  muchos 
días:  esto  no  prueba  que  la  idea  de  la  una  tenga  relación 
con  la  de  la  otra ;  pero  los  dos  hechos,  aunque  puramente 
casuales  el  uno  respecto  del  otro,  no  lo  son  absoluta- 
mente, sino  que  dependen  de  una  causa  tercera,  por  ejem- 
plo, de  la  hora  que  avisa  a  cada  cual  el  momento  de  acudir 
a  su  ocupación  respectiva. 

360.  La  razón  de  que  instintivamente  atribuyamos  en- 
lace, o  mutuo  o  con  un  tercero,  a  los  hechos  que  coexisten 
o  se  suceden  constantemente,  estriba  en  un  principio  que 
tenemos  profundamente  grabado  en  nuestra  alma :  donde 
hay  orden,  donde  hay  combinación,  hay  causa  que  ordena  y 
combina.  La  pura  casualidad  es  II  una  palabra  sin  sentido 
(véase  El  criterio,  c.  VI)  [vol.  XV]. 

§  2. — Juicio  sobre  los  actos  humanos 

361.  El  juicio  sobre  los  actos  humanos  está  sujeto  a  re- 
glas muy  diferentes  de  las  que  rigen  en  los  fenómenos  de 
la  naturaleza.  Estando  el  hombre  dotado  de  libre  albedrío, 
las  conjeturas  sobre  sus  acciones  ocultas  o  venideras  no 
pueden  someterse  a  riguroso  cálculo ;  no  obstante,  también 
se  pueden  dar  en  este  punto  algunas  reglas  para  juzgar  con 
probabilidades  de  acierto. 


1.* 

362.  Se  debe  fiar  poco  de  la  virtud  del  común  de  los 
hombres  cuando  está  sujeta  a  prueba  muy  dura. 

Una  pasión  muy  fuerte,  un  interés  muy  poderoso  pro- 


120,  154-156] 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


93 


ducen  un  impulso  vehemente,  a  que  el  hombre  resiste  con 
harta  dificultad  si  no  está  dotado  de  virtud  muy  acendrada, 
y  ésta  se  halla  en  pocos,  por  cuya  razón  quien  ama  el  peli- 
gro perecerá  en  él. 

b.£b'i3V  fil  T9oonoo  ñomsboq        ?oaeo  aoríoum  n3  .998 
?e  ¿on  v  9JiT9rnfiíBÍb9m  in  sífíibamni  sorneirn  aoiíoson  iba 

363.  La  máxima :  Piensa  mal  y  no  errarás,  es  inadmisi- 
ble, no  sólo  por  motivos  de  caridad,  sino  también  de  bue- 
na lógica. 

Es  evidente  que  esta  máxima  no  sirve  cuando  se  ||  trata 
de  personas  buenas.  Además,  es  muy  equívoca,  aun  cuando 
se  refiera  a  las  malas.  Un  mentiroso,  por  mucho  que  lo  sea, 
no  miente  sino  cuando  tiene  en  ello  algún  interés  o  un  gus- 
to particular ;  así  es  que,  contando  sus  palabras,  resultan 
siempre  en  mayor  número  las  verdades  que  las  mentiras ; 
el  borracha  pasa  más  horas  con  la  cabeza  clara  que  en  la 
embriaguez ;  el  disoluto  no  se  entrega  a  sus  pasiones  sino 
cuando  se  ofrece  la  oportunidad :  luego  es  muy  aventurado 
el  echar  a  mala  parte  la  generalidad  de  las  acciones  de  los 
hombres,  pues  se  corre  peligro  de  tomar  por  malas  muchas 
que  no  lo  son. 

zf.1  y  .fiBolov  nu  9b  nóioqu79  sugiínfi  b!  Eoibni  onengj  nu 
II  .2bu§£  2fií  9b  oasq  19  nBiéñífe*  asdonoo  asi  v,  agnoiDBoiiiiíeq 

ff£ÍÍS909rI   9?   019b9l¿V   E93   0Ín0mÍífí'3Í   fl!J   9Up   B'IB0!  .798 

364.  Para  conjeturar  cuál  será  la  conducta  de  una  per- 
sona en  un  caso  dado  es  preciso  conocer  su  inteligencia, 
su  índole,  carácter,  moralidad,  intereses  y  cuanto  puede 
influir  en  su  determinación. 

El  hombre,  aunque  dotado  de  libre  albedrío,  está  sujeto 
a  varias  influencias  que  contribuyen  a  decidir  su  voluntad. 
Olvidar  una  de  éstas  es  descuidar  un  dato  del  problema. 


ib  9up  9b  aoibgín  zóVb  iebri9íB  ?.orn?d9G  .398 

ssbEbiüdBdqiq  asi  b  v  b6bi9v  §1  imtnoong  bibo  lobsiisn 
365.    Debemos  guardarnos   de   pensar   que   los  demás 
obrarán  como  obraríamos  nosotros. 

Por  faltar  a  esta  regla  caemos  en  graves  y  frecuentes 
errores.  Tenemos  natural  inclinación  a  juzgar  de  los  demás 
por  nosotros  mismos :  sin  notarlo  les  atribuímos  ||  nuestras 
ideas,  afecciones  y  carácter.  Al  bueno  le  engaña  su  bondad, 
al  malo  su  malicia.  Esta  regla  está  consignada  en  un  refrán 
castellano  muy  expresivo  (véase  El  criterio,  c.  VII)  [vo- 
lumen XV]. 

-iBUgi   fI9   ,9ldh9I9iq  89  a91BllJOO  20£Ííg9Í  í.ol  9Htfi3  .078 

Y  ozsouz  Í9  rí9  9iiBq  órnoi  on  9jjp  I?  .2"£ÍonBÍ2fom;o  9b  bBb 


94 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  156-157] 


§  3. — Autoridad  humana 


366.  En  muchos  casos  no  podemos  conocer  la  verdad 
por  nosotros  mismos  inmediata  ni  mediatamente  y  nos  es 
preciso  referirnos  al  testimonio  de  los  hombres.  La  distan- 
cia de  lugar  o  tiempo  nos  impide  presenciar  el  hecho,  y 
tampoco  podemos  sacarle  por  raciocinio ;  ya  porque  depen- 
da de  la  libertad  humana,  ya  porque  proceda  de  causas 
naturales  que  nosotros  ignoramos.  ¿Cómo  puedo  saber  lo 
que  sucede  en  este  momento  en  Pekín  o  en  Nueva  York? 
Si  se  trata  de  actos  libres,  me  es  posible  conocerlos,  por- 
que no  dependen  de  ninguna  causa  necesaria ;  y  si  son 
acontecimientos  naturales,  por  ejemplo,  lluvia,  tempestad, 
terremoto,  etc.,  no  conozco  bastante  el  conjunto  de  relacio- 
nes de  las  causas  que  obran  sobre  el  globo  para  determinar 
a  priori  qué  efectos  producen  en  este  momento  en  tal  o  cual 
punto  de  la  tierra.  La  distancia  de  tiempo  impide  también 
el  conocer  los  hechos,  exceptuando  el  caso  en  que  hayan 
dejado  señales  evidentes :  como  la  abundancia  de  lava  en 
un  terreno  indica  la  antigua  erupción  de  un  volcán,  y  las 
petrificaciones  y  las  conchas  señalan  el  paso  de  las  aguas.  || 

367.  Para  que  un  testimonio  sea  valedero  se  necesitan 
dos  condiciones:  1.a,  que  el  testigo  no  sea  engañado:  2.a,  que 
no  nos  quiera  engañar.  De  poco  nos  sirve  la  veracidad  y 
buena  fe  de  un  narrador  si  él  está  engañado,  ni  nos  apro- 
vechan los  conocimientos  de  un  mentiroso  si  nos  dice  lo 
contrario  de  lo  que  sabe. 


Regla  1.a 

368.  Debemos  atender  a  los  medios  de  que  dispuso  el 
narrador  para  encontrar  la  verdad  y  a  las  probabilidades 
de  que  sea  veraz  o  no. 

2.  a 

369.  En  igualdad  de  circunstancias  es  preferible  el  tes- 
tigo ocular. 

3.  a 

370.  Entre  los  testigos  oculares  es  preferible,  en  igual- 
dad de  circunstancias,  el  que  no  tomó  parte  en  el  suceso  y 
no  ganó  ni  perdió  con  él. 


[20,  157-159] 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


95. 


4.a 

371.  Es  preciso  cotejar  la  narración  de  un  testigo  con 
la  de  otro  de  opiniones  e  intereses  diferentes.  || 

•  5.a 

372.  En  las  narraciones  conviene  distinguir  cuidadosa- 
mente entre  el  hecho  narrado  y  las  causas  que  se  le  seña- 
lan, resultados  que  se  le  atribuyen  y  juicio  de  los  escritores. 

6.  a 

373.  Los  anónimos  merecen  poca  confianza. 

7.  a 

374.  Antes  de  leer  una  narración  es  muy  importante 
conocer  la  situación  y  demás  circunstancias  del  narrador. 

8.  a 

375.  Las  obras  postumas,  publicadas  por  manos  desco- 
nocidas o  poco  seguras,  son  sospechosas  de  apócrifas  o  al- 
teradas. 

9.  a 

376.  Narraciones  fundadas  en  memorias  secretas  y  pa- 
peles inéditos  no  merecen  más  fe  que  la  que  se  debe  a 
quien  sale  responsable.  || 

10.  a 

377.  Relaciones  de  negociaciones  ocultas,  de  secretos  de 
Estado,  anécdotas  picantes  sobre  la  vida  privada  de  perso- 
najes célebres,  sobre  tenebrosas  intrigas  y  otros  asuntos  de 
esta  clase  han  de  recibirse  con  extrema  desconfianza. 


11.a 

378.  En  tratándose  de  pueblos  antiguos  o  muy  remotos, 
es  preciso  dar  poco  crédito  a  cuanto  se  nos  refiera  sobre  ri- 


96 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA        [20,  159-160] 


queza  del  país,  número  de  moradores,  tesoros  de  monarcas, 
ideas  religiosas  y  costumbres  domésticas. 

noo  osiíaaí  fiu  9b  rtóbenfin  bí  ib[9íoo  oai09iq  a3  .ITS 

12.a 

379.  Se  debe  desconfiar  mucho  de  las  relaciones  de  los 
viajeros  que  no  han  permanecido  mucho  tiempo  en  el  país 
que  nos  describen  (véase  El  criterio,  ce.  VIII,  IX,  X  y  XI) 
[vol.  XV]. 

SECCION  IV 
Cuestiones  sobre  la  naturaleza  de  las  cosas 

380.  En  las  cuestiones  que  versan  sobre  la  íntima  natu- 
raleza de  las  cosas  conviene  no  perder  de  vista  las  observa- 
ciones siguientes:  || 

aínBÍTQqmi  yum  89  nóioBTián  Gnu  '199I  9b  89ínA  .£78 

.lobjnTBn  Í9,b  ^6i^^c}^í^L(0'I^o  zárusb  y;  nóiaBUtra  fil  1900000 

381.  La  íntima  naturaleza  de  las  cosas  nos  es  frecuente- 
mente desconocida ;  de  ella  sabemos  poco  y  de  una  manera 
imperfecta. 

La  verdad  de  esta  observación  se  conoce  tanto  mejor 
cuanto  más  se  profundiza  en  las  ciencias ;  el  resultado  de 
los  trabajos  más  asiduos  y  profundos  es  la  convicción  de 
nuestra  ignorancia. 

2.a 

382.  La  mejor  resolución  de  muchas  cuestiones  es  el  co- 
nocimiento de  que  no  es  posible  resolverlas. 

Los  hombres  pierden  mucho  tiempo  en  disputas  estéri- 
les porque'  se  empeñan  en  resolver  problemas  sin  datos. 
Cuestiones  hay  que  metieron  mucho  ruido  en  el  mundo 
científico  y  que  podían  compararse  a  ésta :  El  número  de 
las  estrellas,  ¿es  par  o  impar? 

383.  Como  los  seres  se  diferencian  mucho  entre  sí  en 
naturaleza,  propiedades  y  relaciones,  el  modo  de  mirarlos  y 
el  método  de  pensar  sobre  ellos  han  de  ser  también  muy 
diferentes.  Quien  aplicase  a  las  ciencias  políticas  y  morales 
el  método  matemático  caería  en  grandes  errores :  y  quien 
juzgase  el  mérito  de  una  obra  literaria  por  un  análisis  me- 


[20,  160-162)  LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


97 


tafísico  o  dialéctico  se  parecería  a  quien  hiciese  la  autop- 
sia de  un  cuerpo  vivo.  || 

4.  » 

384.  En  las  ciencias  que  versan  sobre  objetos  necesarios 
es  preciso  atenerse  al  enlace  de  las  ideas  puras.  En  las  que 
tienen  por  objeto  la  naturaleza  es  preciso  fundarse  en  la 
observación.  En  las  que  versan  sobre  el  hombre  se  debe 
estudiar  el  corazón  humano.  En  las  morales  se  ha  de  aten- 
der a  los  eternos  principios  de  la  razón,  ilustrados  con  las 
tradiciones  universales  y  sobre  todo  por  la  religión  cris- 
tiana. 

5.  » 

385.  De  nada  sirven  todas  las  reglas  si  el  hombre  no 
está  poseído  de  un  profundo  amor  a  la  verdad  y  si  no  sabe 
despojarse  de  sus  pasiones  para  ver  en  las  cosas  lo  que 
hay  realmente  y  no  lo  que  él  desea  que  haya  (véase  El 
criterio,  desde  el  capítulo  XII  hasta  el  XX)  [vol.  XV]. 


SECCION  V 
Uso  de  la  hipótesis 

386.  Hipótesis  es  una  suposición  de  que  nos  valemos 
para  explicar  alguna  cosa.  Un  negocio  que  se  hallaba  en 
buen  estado  se  ha  echado  a  perder  repentinamente  y  se  ig- 
nora la  causa  de  semejante  extrañeza ;  no  obstante,  se  em- 
pieza a  conjeturar  y  se  explica  por  la  mala  voluntad  de  un 
enemigo  que  está  en  íntimas  |]  relaciones  con  el  que  debía 
conducirle  a  un  término  favorable.  Esto  es  una  hipótesis. 
En  la  explicación  de  los  fenómenos  naturales,  cuando  se 
ignora  su  causa  se  acude  también  a  las  hipótesis,  como  se 
puede  ver  en  las  obras  de  física. 

387.  El  uso  de  las  hipótesis,  cuando  se  las  emplea  con 
sobriedad,  puede  ser  provechoso;  ya  porque  ejercita  el  en- 
tendimiento, acostumbrándole  a  reducir  la  variedad  a  la 
unidad,  ya  también  porque  el  conocimiento  de  las  causas 
posibles  prepara  a  veces  el  de  las  causas  reales.  Pero  con- 
viene no  perder  de  vista  que  una  hipótesis  por  sí  sola  no 
prueba  nada  en  favor  de  la  realidad.  Dice:  «Esto  puede 
haber  sucedido  de  tal  manera» ;  y  si  de  aquí  se  infiere  que 
ha  sucedido  de  la  misma  manera,  se  saca  una  consecuencia 
ilegítima.  Así  en  el  ejemplo  anterior  el  negocio  puede  en 


7 


98 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  162-164] 


efecto  haberse  desgraciado  por  la  mala  voluntad  del  ene- 
migo, pero  también  es  posible  que  éste  no  haya  tenido  en 
ello  la  menor  parte  y  que,  por  el  contrario,  la  desgracia 
haya  dimanado  de  la  imprudente  oficiosidad  de  un  amigo, 
de  la  torpeza  de  uno  de  los  encargados  de  llevarle  a  cabo, 
de  los  manejos  ocultos  de  un  rival  o  de  otra  circunstancia 
cualquiera. 

388.  Las  suposiciones,  cuando  son  ingeniosas,  mayor- 
mente si  tienen  en  su  apoyo  algunos  visos  de  probabilidad, 
nos  alucinan  frecuentemente,  induciéndonos  a  graves  erro- 
res, así  en  el  estudio  de  las  ciencias  como  en  los  negocios 
comunes  de  la  vida.  «Puede  haber  sucedido  así ;  luego  ha 
sucedido  así» :  éste  es  un  raciocinio  ||  disparatado ;  y,  no 
obstante,  lo  tomamos  muchas  veces  por  una  prueba  sin 
réplica  (véase  El  criterio,  c.  XTV,  §  6)  [vol.  XV]. 

389.  De  la  posibilidad  a  la  realidad  va  mucha  distan- 
cia. Debemos  buscar  no  lo  que  puede  ser,  sino  lo  que  es: 
cuando  se  trata  de  cosas  independientes  de  nuestro  enten- 
dimiento es  necesaria  la  observación  de  los  hechos  tales 
como  son  en  sí ;  y  si  estos  hechos  se  nos  ocultan,  mejor  es 
conocer  y  confesar  nuestra  ignorancia  que  alucinarnos,  to- 
mando por  realidades  los  productos  de  nuestro  ingenio. 


SECCION  VI 

Síntesis  y  análisis 

390.  Cuando  en  los  procedimientos  se  pasa  de  lo  sim- 
ple a  lo  compuesto,  el  método  se  llama  sintético ;  cuando  se 
pasa  de  lo  compuesto  a  lo  simple,  se  llama  analítico.  Si  to- 
mamos por  separado  las  diferentes  partes  de  un  reloj,  y, 
considerándolas  primero  en  sí  mismas  y  luego  en  las  rela- 
ciones que  cada  una  tiene  con  las  otras,  vamos  componien- 
do la  máquina,  el  método  será  sintético.  Por  el  contrario, 
si  tomando  la  máquina  ya  construida  examinamos  el  movi- 
miento en  su  conjunto,  luego  investigamos  las  relaciones 
de  las  partes  entre  sí  y,  por  fin,  llegamos  al  conocimiento 
de  la  estructura  de  cada  una  de  ellas  y  de  las  funciones 
que  ejerce  en  la  máquina,  el  método  será  analítico.  Empe- 
zando por  las  primeras  nociones  de  la  geometría,  amplián- 
dolas  sucesivamente  II  por  medio  de  construcciones  y  de- 
mostraciones, se  llega  a  la  formación  de  una  curva  y  al  co- 
nocimiento de  su  naturaleza  y  propiedades:  este  método 
es  sintético.  Considerando  la  curva  en  sí  misma  y  descom- 
poniéndola de  diferentes  modos  se  llega  también  a  conocer 
su  naturaleza  y  propiedades:  este  método  es  analítico. 


[20,  164-165]  LIB.  3— EX  MÉTODO. — C.  2 


99 


391.  Se  pregunta  a  veces  cuál  de  estos  métodos  es  pre- 
ferible, y  se  suele  decir  que  el  de  síntesis  es  más  a  propó- 
sito para  la  enseñanza,  y  el  de  análisis  para  la  investigación 
e  invención.  Esta  respuesta  es  muy  juiciosa,  porque  el  maes- 
tro, que  sabe  de  antemano  el  punto  adonde  quiere  conducir 
el  entendimiento  del  discípulo,  puede  principiar  por  lo  sim- 
ple para  llegar  a  lo  compuesto  que  ya  conoce ;  pero  el  que 
ha  de  buscar  la  verdad  es  preciso  que  tome  los  objetos  ta- 
les como  se  le  ofrecen,  y  claro  es  que  no  se  le  presentan 
descompuestos  en  sus  partes,  sino  formando  un  conjunto. 

392.  No  se  crea,  sin  embargo,  que  a  estos  métodos  se 
les  pueden  fijar  lindes  exactos:  se  mezclan  continuamente, 
por  exigirlo  así  la  utilidad  y  hasta  la  necesidad.  También  se 
analiza  enseñando  y  se  compone  investigando :  la  oportu- 
nidad de  emplear  uno  u  otro  de  estos  métodos  y  el  grado  y 
el  modo  de  su  acertada  combinación  sólo  pueden  indicarlo 
las  circunstancias  del  objeto  (véase  El  criterio,  c.  XVII) 
[vol.  XV]. 

393.  Cuando  se  procede  por  el  método  sintético  con- 
viene guardarse  de  la  manía  de  componer  sin  bastantes  ele- 
mentos ;  y  en  el  uso  del  análisis  es  preciso  evitar  ||  el  que, 
a  fuerza  de  examinar  las  partes  por  separado,  se  llegue  a 
perder  de  vista  sus  relaciones  con  el  todo  (véase  El  crite- 
rio, c.  XIII,  §§  3  y  4)  [vol.  XV]. 


SECCION  VII 

Necesidad  del  trabajo  * 

394.  El  hombre  tiene  a  veces  inspiraciones  felices  que 
no  le  cuestan  ningún  trabajo;  mas,  por  lo  común,  necesita 
trabajar  si  no  quiere  vivir  en  la  ignorancia.  Las  mismas 
inspiraciones  espontáneas  no  suelen  presentarse  sino  al  que 
ha  cultivado  sus  facultades  con  mucho  ejercicio.  Sin  éste 
no  se  desarrolla  el  alma,  y,  semejante  al  cuerpo  que  está 
mucho  tiempo  sin  acción,  siente  disminuir  sus  fuerzas  y 
arrastra  una  vida  perezosa  y  lánguida.  Algunos  creen  que 
los  grandes  ingenios  son  perezosos.  ¡Gravísimo  error!  To- 
dos los  grandes  hombres  se  han  distinguido  por  una  activi- 
dad infatigable :  ésta  es  una  condición  necesaria  para  su 
grandor;  sin  ella  no  serían  grandes.  La  vanidad  impele  a 
veces  a  ocultar  los  sudores  que  cuesta  una  obra ;  pero  tén- 
gase por  cierto  que  poco  bueno  se  hace  sin  mucho  traba- 
jo; que  aun  los  que  llegan  a  adquirir  extraordinaria  facili- 
dad no  lo  consiguen  sin  haberse  preparado  con  dilatadas 
fatigas.  Deséchese,  pues,  la  vanidad  pueril  de  fingir  que  se 


100 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA         [20,  165-167] 


hace  mucho  trabajando  poco ;  nadie  debe  avergonzarse  de 
las  condiciones  impuestas  a  la  humanidad  entera ;  y  una  de 
éstas  es  que  no  hay  progreso  sin  trabajo. 

Para  trabajar  con  fruto  conviene  tener  presentes  algu- 
nas observaciones  sobre  la  lectura,  el  trato  y  la  medita- 
ción. || 


SECCION  VIII 
La  lectura 

395.  En  la  lectura  debe  cuidarse  de  dos  cosas :  escoger 
bien  los  libros  y  leerlos  bien. 

396.  Nunca  deben  leerse  libros  que  extravíen  el  enten- 
dimiento o  corrompan  el  corazón.  Las  lecturas  irreligiosas 
o  inmorales  no  conducen  a  la  ciencia ;  por  el  contrario,  son 
una  fuente  de  frivola  superficialidad. 

397.  Conviene  leer  los  autores  cuyo  nombre  es  ya  ge- 
neralmente conocido  y  respetado :  así  se  ahorra  mucho 
tiempo  y  se  adelanta  más.  Estos  escritores  eminentes  ense- 
ñan no  sólo  por  lo  que  dicen,  sino  también  por  lo  que  ha- 
cen pensar.  El  espíritu  se  nutre  con  la  doctrina  que  le  co- 
munican y  se  despierta  y  desarrolla  por  las  reflexiones 
que  le  inspiran.  Entre  dos  hombres,  uno  mediano,  otro  emi- 
nente, ¿quién  preferiría  consultar  al  mediano? 

398.  Ningún  arte  ni  ciencia  debe  estudiarse  por  dic- 
cionarios ni  enciclopedias ;  es  preciso  sujetarse  primero  al 
estudio  de  una  obra  elemental  para  dedicarse  en  seguida 
con  fruto  a  la  lectura  de  las  magistrales.  Los  diccionarios 
y  enciclopedias  sirven  para  consultar  en  casos  dados  y  re- 
frescar especies,  mas  no  para  aprender  las  cosas  a  fondo. 

399.  Non  multa  sed  multum;  «se  ha  de  leer  mucho,  pero 
no  muchos  libros» ;  ésta  es  una  regla  excelente.  La  ||  lec- 
tura es  como  el  alimento :  el  provecho  no  está  en  propor- 
ción de  lo  que  se  come,  sino  de  lo  que  se  digiere. 

400.  La  lectura  debe  ser  pausada,  atenta,  reflexiva ; 
conviene  suspenderla  con  frecuencia  para  meditar  sobre 
lo  que  se  lee ;  así  se  va  convirtiendo  en  substancia  propia  la 
substancia  del  autor;  y  se  ejecuta  en  el  entendimiento  un 
acto  semejante  al  de  las  funciones  nutritivas  del  cuerpo. 

401.  Suele  decirse  que  es  más  útil  leer  con  la  pluma  en 
la  mano,  apuntando  lo  más  importante  que  ocurre;  esta 
regla  es.  en  efecto,  muy  provechosa ;  mas  para  guardarse 
de  algunos'  inconvenientes  será  bueno  recordar  lo  siguien- 
te: 1.°,  se  corre  peligro  de  escribir  muchas  cosas  inútiles  y 
de  gastar,  haciendo  extractos,  un  tiempo  que  se  emplearía 
mejor  en  la  repetición  de  la  lectura ;  2.°,  encomendándolo 


120.  167-169J 


LIB.  3. — EL  MÉTODO. — C.  2 


101 


todo  al  papel  se  cultiva  menos  la  memoria:  el  mejor  libro 
de  apuntes  es  la  cabeza;  ésta  no  se  traspapela  ni  embara- 
za; 3.°,  cuando  se  trata  de  nombres  propios  y  de  fechas 
conviene  no  fiarse  de  la  memoria. 

402.  El  inmoderado  deseo  de  la  universalidad  es  una 
fuente  de  ignorancia.  Queriendo  saberlo  todo  se  llega  a  no 
saber  nada.  Son  pocos  los  hombres  que  han  nacido  con  ta- 
lentos bastantes  para  abarcar  todas  las  ciencias.  Así,  es 
muy  importante  el  poseer  a  fondo  una  de  ellas  y  luego  no 
hacer  incursiones  por  el  campo  de  las  otras  sino  con  la 
debida  consideración  de  las  propias  fuerzas,  del  tiempo  de 
que  se  dispone  y  de  la  profesión  ||  que  se  ha  de  ejercer. 
¿De  qué  le  sirve  a  un  militar  el  ser  botánico,  si  ignora  el 
arte  de  la  guerra?  ¿De  qué  a  un  abogado  el  ser  un  buen 
geómetra,  si  se  olvida  de  la  jurisprudencia? 


SECCION  IX 
El  trato  y  la  disputa 

403.  El  trato  con  los  hombres  puede  servirnos  de  mu- 
cho para  adelantar  en  nuestros  conocimientos. 

La  discusión  es  una  fuente  de  luz  si  se  evitan  el  espíri- 
tu de  parcialidad,  la  influencia  del  amor  propio  y  los  peli- 
gros que  hay  en  tales  casos  de  ofender  el  ajeno. 

404.  Es  digno  de  notarse  que  en  el  calor  de  la  discu- 
sión, y  a  veces  en  el  suave  movimiento  de  una  conversación 
tranquila,  nos  ocurren  pensamientos  que  jamás  se  nos  ha- 
bían ofrecido.  Las  dificultades  del  adversario,  las  observa- 
ciones de  un  amigo,  las  dudas  del  indiferente,  a  veces  las 
mismas  necedades  del  ignorante  hacen  descubrir  puntos  de 
vista  totalmente  nuevos  que  ensanchan  e  ilustran  las  cues- 
tiones. Los  espíritus  humanos  tienen  la  facultad  de  fecun- 
dizarse unos  a  otros :  se  asemejan  a  los  cuerpos  que  con  el 
roce  se  afinan  y  calientan. 

405.  Desgraciadamente  se  cae  con  sobrada  frecuencia  en 
los  defectos  arriba  mencionados:  se  tiene  el  juicio  formado 
previamente  y  no  se  piensa  en  rectificarlo,  sino  en  soste- 
nerlo ;  no  se  trata  de  buscar  la  verdad,  sino  ||  de  luchar  y 
vencer.  El  orgullo  de  los  contrincantes  se  exalta,  las  pala- 
bras son  duras,  el  tono  áspero,  cuando  no  insolente,  y  lo 
que  debía  ser  una  especie  de  asociación  en  que  cada  cual 
pusiera  en  el  fondo  común  sus  fuerzas  particulares  con  el 
objeto  de  encontrar  la  verdad,  se  convierte  en  un  desafío 
literario  en  que  se  manifiestan  pasiones  y  miserias. 

406.  Conviene  sobremanera  guardarse  del  espíritu  de 
disputa.  Cuando  no  se  espera  ningún  resultado  en  favor  de 


102 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA        [20,  169-171] 


la  verdad  es  mejor  condenarse  al  silencio,  aun  cuando  se 
oigan  proposiciones  que  se  pudieran  rebatir.  Esta  pruden- 
cia en  huir  de  disputas  ruidosas  evita  disgustos,  es  confor- 
me a  la  sana  moral  y  a  la  buena  educación  y  ahorra  un 
tiempo  precioso  que  se  puede  emplear  en  trabajos  útiles. 

407.  Pero  conviene  igualmente  buscar  el  trato  de  per- 
sonas entendidas  y  juiciosas ;  es  increíble  el  fruto  que  se 
saca  de  conversar  con  otro  sobre  las  materias  que  se  han 
estudiado.  Con  esta  comunicación  el  espíritu  se  desarrolla, 
se  aviva,  recobra  ¿as  fuerzas  debilitadas  en  las  horas  de  la 
soledad,  conoce  sus  errores,  rectifica  sus  equivocaciones,  se 
confirma  en  las  verdades  encontradas,  descubre  nuevos  ca- 
minos para  llegar  a  otras,  en  breve  rato  recoge  el  fruto  de 
largos  trabajos  de  su  interlocutor,  a  su  vez  le  comunica  los 
suyos,  da  y  recibe,  aprende  y  se  solaza.  || 


SECCION  X 
La  meditación 

408.  La  meditación  es  un  trabajo  intelectual  con  que 
procuramos  conocer  a  fondo  alguna  cosa.  La  meditación 
será  estéril  cuando  no  haya  ideas  sobre  que  fijarla ;  así, 
para  meditar  con  fruto  conviene  haber  hecho  acopio  de  ma- 
teriales por  medio  de  la  lectura,  de  la  conversación  u  ob- 
servación. 

409.  El  trato  con  los  hombres  pensadores  y  la  lectura 
de  los  autores  profundos  acostumbra  insensiblemente  a  me- 
ditar. Importa  poner  un  especial  cuidado  para  familiarizar- 
se con  esta  costumbre,  contrayendo  el  hábito  de  meditar 
sobre  todo  lo  que  se  ofrece  a  nuestra  consideración.  En 
esto  se  interesan  no  sólo  los  adelantos  científicos  y  literarios, 
sino  también  el  acierto  en  la  dirección  de  los  negocios : 
muchos  de  los  errores,  así  especulativos  como  prácticos,  na- 
cen de  la  falta  de  meditación.  Hombres  hay  que  han  leído 
en  abundancia  y  que  apenas  se  han  parado  un  instante  en 
meditar  sobre  lo  que  leyeron.  Sus  cabezas  son  una  especie 
de  depósito  de  los  pensamientos  ajenos,  nada  tienen  pro- 
pio, y,  hasta  en  sus  rasgos  de  apariencia  original,  se  descu- 
bre el  carácter  de  las  reminiscencias  de  la  lectura.  Enva- 
necidos con  la  idea  de  sus  estudios  se  imaginan  haber  lle- 
gado al  colmo  de  la  ciencia,  no  considerando  que  el  fruto 
del  trabajo  se  halla  en  proporción  no  sólo  con  el  estudio, 
sino  también  con  el  modo  de  ||  estudiar.  Otros  hay  que 
conducen  negocios,  a  veces  de  alta  importancia,  sin  haber 
reflexionado  apenas  sobre  el  objeto  que  tienen  encomenda- 
do; así  caminan  sin  plan,  sin  previsión  de  lo  que  puede 


120,  171-172]  LIB.  3. — EL  MÉTODO.— C.  2 


103 


suceder,  y  se  ven  envueltos  en  ruinas  que  les  hubiera  sido 
fácil  evitar. 

SECCION  XI 
Cuestiones  prácticas 

410.  Los  actos  prácticos  del  entendimiento  son  los  que 
nos  dirigen  en  nuestras  acciones.  ¿Qué  debo  hacer  para 
manifestar  mi  gratitud?  ¿A  qué  sacrificio  me  obliga  la 
amistad?  ¿Cuál  es  el  modo  de  ejecutar  este  o  aquel  sistema 
de  administración?  ¿Cómo  se  han  de  combinar  las  fuerzas 
motrices  para  lograr  que  una  máquina  ejerza  bien  sus  fun- 
ciones? A  estas  y  otras  semejantes  llamo  cuestiones  prác- 
ticas. 

411.  Por  los  ejemplos  aducidos  se  echa  de  ver  que  de 
estas  cuestiones  unas  se  refieren  a  objetos  sometidos  a  le- 
yes necesarias,  otras  a  nuestras  acciones  libres.  Sobre  am- 
bas emitiré  algunas  breves  observaciones,  pues  no  creo  con- 
veniente repetir  lo  que  dije  extensamente  en  El  criterio. 
c.  XXII  [vol.  XV]. 

412.  Cuando  el  hombre  quiere  obrar,  siempre  se  propo- 
ne algún  fin.  Sin  esto  su  voluntad  no  se  movería.  El  objeto 
de  su  obra  es  lograr  el  fin  propuesto.  De  aquí  resulta  que 
en  toda  operación  conviene  atender  al  fin  y  a  los  medios.  || 

413.  El  fin  en  toda  clase  de  acciones  debe  ser  moral. 
Todo  fin  contrario  a  la  moralidad  debe  ser  desechado  inexo- 
rablemente. No  hay  razones  de  arte  ni  de  ciencia  que  pue- 
dan autorizar  para  proponerse  fines  malos.  Lo  inmoral,  por 
lo  mismo  que  es  inmoral,  carece  de  verdad  y  de  belleza : 
éstas  no  se  encuentran  en  las  cosas  inmorales  cuando  se 
las  mira  con  pleno  conocimiento  y  se  prescinde  de  ciertas 
relaciones  con  nuestra  sensibilidad. 

414.  No  basta  que  el  fin  no  sea  inmoral ;  es  preciso  que 
sea  el  que  conviene  al  sujeto  y  demás  circunstancias.  El 
acierto  en  proponerse  el  fin  es  más  difícil  de  lo  que  parece. 
Esta  dificultad  nace  de  varias  causas,  siendo  una  de  ellas  el 
que,  como  todos  los  fines,  excepto  el  último,  que  es  Dios, 
son  medios  para  lograr  otro  fin,  se  necesita  frecuentemente 
mucha  reflexión  y  sagacidad  para  descubrir  cuál  es  en  un 
caso  dado  el  más  conveniente. 

415.  El  fin  debe  ser  proporcionado  a  los  medios ;  aspi- 
rar a  un  fin  careciendo  de  medios  para  lograrlo  es  gastar 
el  tiempo  inútilmente,  cuando  no  con  daño.  Son  muchos  los 
hombres  que  no  consiguen  lo  fácil  porque  se  proponen  lo 
imposible. 

416.  El  valuar  los  medios  externos  no  es  tan  difícil 
como  el  apreciar  los  internos.  Aquéllos  no  se  emplean  sin 


104 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — LÓGICA        [20,  172-175] 


éstos ;  y  precisamente  en  el  conocimiento  de  los  últimos  se 
halla  la  mayor  dificultad.  Profundamente  sabio  era  le  dicho 
de  los  antiguos:  Nosce  te  ipsum;  «conócete  a  ti  mismo».  |¡ 

417.  Al  medir  las  fuerzas  propias  debemos  guardarnos 
por  una  parte  de  la  presunción,  y  por  otra  de  la  pusilanimi- 
dad. La  presunción  nos  induce  a  empresas  superiores  a 
nuestras  fuerzas ;  pero  la  pusilanimidad  nos  retrae  de  em- 
plear las  que  poseemos,  y  auxiliada  por  la  pereza,  uno  de 
los  vicios  más  generales  en  el  linaje  humano,  quebranta  el 
brío,  enflaquece  la  actividad  y  nos  hace  inferiores  a  nos- 
otros mismos. 

418.  No  debemos  juzgar  ni  deliberar  con  respecto  a 
ningún  objeto  mientras  el  espíritu  está  bajo  la  influencia  de 
una  pasión  relativa  al  mismo  objeto.  Cuando  nos  hallamos 
bajo  semejante  influencia  vemos  al  través  de  un  vidrio  co- 
lorado: todo  nos  parece  de  un  mismo  color  (véase  El  cri- 
terio, c.  XII,  §§  37  y  siguientes)  [vol.  XV]. 

419.  Si  la  resolución  es  urgente  y  nos  sentimos  bajo  la 
influencia  de  una  pasión,  hemos  de  hacer  un  esfuerzo  para 
suponernos,  por  un  momento  siquiera,  en  el  estado  en  que 
esa  influencia  no  exista.  Esto,  por  lo  mismo  que  excita  la 
reflexión,  calma  las  pasiones,  y,  ofreciéndonos  el  recuerdo 
de  que  otras  veces  nos  ha  sucedido  ver  de  un  modo  dife- 
rente según  la  disposición  del  ánimo,  siembra  al  menos  al- 
gunas dudas  sobre  el  acierto  de  la  resolución  aconsejada 
por  las  pasiones  y  nos  ayuda  para  dominar  el  primer  im- 
pulso (véase  El  criterio,  c.  XXII,  §§  44  y  siguientes)  [volu- 
men XV]. 

420.  Los  medios  deben  ser  morales.  El  fin  no  justifica 
los  medios:  jamás  puede  ser  lícito  cometer  una  ||  mala  ac- 
ción, por  santo  que  sea  el  fin  que  nos  propongamos. 

421.  Las  pasiones  son  buenas  auxiliares  cuando  están 
dirigidas  por  la  razón  y  la  moral:  inspiran  al  entendimien- 
to, dan  firmeza  y  energía  a  la  voluntad.  [| 


RESUMEN 

422.  Profundo  amor  de  la  verdad ;  acertada  elección  de 
carrera ;  afición  al  trabajo ;  atención  firme,  sostenida  y  aco- 
modada a  los  objetos  y  circunstancias;  atinado  ejercicio  de 
las  diversas  facultades  del  alma,  según  la  materia  que  nos 
ocupa;  prudencia  en  el  fin  y  en  los  medios;  conocimiento 
de  las  propias  fuerzas,  sin  presunción  ni  pusilanimidad; 
dominio  de  sí  mismo,  sujetando  las  pasiones  a  la  volun- 
tad, y  la  voluntad  a  la  razón  y  a  la  moral :  he  aquí  los  me- 
dios para  pensar  bien,  así  en  lo  especulativo  como  en  lo 
práctico;  he  aquí  resumidas  las  reglas  de  la  lógica.  || 


E        T  I 


C  A 


PROLOGO 


Etica  llamo  a  la  ciencia  que  tiene  por  objeto  la  natura- 
leza y  el  origen  de  la  moralidad.  Cuál  sea  el  verdadero 
sentido  de  la  palabra  moralidad  no  se  puede  explicar  aquí, 
pues  que  a  ello  se  dedica  una  parte  considerable  de  este  vo- 
lumen. Algunos  han  dado  a  la  ética  el  título  de  arte  de  vi- 
vir bien,  lo  cual  no  parece  exacto,  pues  que  si  se  reuniesen 
todas  las  reglas  de  buena  conducta,  sin  acompañarlas  de 
examen,  formarían  un  arte,  mas  no  una  ciencia. 

Fácil  me  hubiera  sido  escribir  un  grueso  volumen  de 
ética  o  filosofía  moral:  es  materia  en  que  las  riquezas  abun- 
dan y  se  las  puede  tomar  de  otros  sin  que  se  conozca  el 
plagio ;  pero  he  preferido  reducir  el  tratado  a  pocas  pági- 
nas, ya  porque  lo  requiere  el  género  de  la  obra,  ya  también 
porque  las  ideas,  para  germinar,  conviene  que  no  estén  des- 
leídas. Lo  que  importa  es  asentar  los  principios  e  indicar 
con  claridad  y  precisión  el  modo  de  aplicarlos :  ciertos  por- 
menores corresponden  ||  a  una  obra  de  moral,  pero  no  a 
una  de  filosofía  moral.  La  palabra  filosofía  expresa  aquí 
examen  y  análisis  de  los  fundamentos  de  la  moral  y  de  sus 
conclusiones  capitales:  si  se  quisiese  descender  hasta  las 
últimas  consecuencias  sería  preciso  contar  con  más  tiempo 
del  que  suele  emplearse  en  esta  enseñanza. 

Se  notará  que  no  trato  separadamente  ni  del  sentido  ni 
del  sentimiento  moral:  sólo  hablo  de  ellos  cuando  la  ma- 
teria respectiva  va  ofreciendo  la  ocasión.  Si  por  sentido 
moral  se  entiende  la  percepción  instintiva  de  ciertas  rela- 
ciones morales,  queda  incluido  en  el  sentido  común,  del 
cual  forma  un  ramo ;  si  se  le  quiere  tomar  en  otra  acep- 
ción, no  la  comprendo.  El  sentimiento  moral  es  lo  que  in- 


106 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  178-179] 


dica  su  nombre :  el  sentimiento  en  sus  relaciones  morales. 
Como  mero  sentimiento  es  una  inclinación  que  nada  sig- 
nifica en  el  orden  moral  hasta  que  se  subordina  a  la  liber- 
tad y  se  encamina  a  un  objeto,  con  sujeción  a  las  condi- 
ciones morales,  en  cuyo  supuesto  el  criterio  de  su  morali- 
dad se  halla  en  alguno  de  los  capítulos  que  tratan  de  los 
deberes  y  derechos.  Todo  sentimiento  se  refiere  al  sujeto  o 
al  objeto :  así  están  señaladas  sus  reglas,  cuando  se  han 
fijado  las  de  la  moral  en  todas  sus  relaciones. 

En  el  orden  de  materias  no  he  seguido  el  método  co- 
mún: no  es  necesario  exponer  aquí  los  motivos,  ni  lo  con- 
siente tampoco  la  brevedad  que  me  he  propuesto.  No  obs- 
tante, para  juzgar  de  si  he  acertado  o  no,  hay  un  medio 
sencillo :  leer  el  tomo  con  la  mira  de  buscar  allí  un  cuer- 
po de  ciencia,  resultado  de  un  examen  riguroso.  Si  el  libro 
llena  este  objeto,  el  método  es  bueno ;  si  no,  errado.  || 

He  procurado  presentar  las  cuestiones  bajo  el  aspecto 
reclamado  por  las  necesidades  de  la  época:  si  en  algo  con- 
viene atender  a  esta  circunstancia  es  indudablemente  en  la 
moral.  Fuera  de  las  academias  pocos  hablan  de  ideología  y 
psicología ;  pero  las  cuestiones  sobre  la  sociedad,  el  poder 
público,  la  propiedad,  el  suicidio,  se  agitan  en  todas  partes. 
Es  preciso  tener  sobre  ellas  ideas  fijas  para  preservarse  de 
extravío,  y  es  indispensable  saber  tratarlas  con  el  método 
y  estilo  de  la  época,  so  pena  de  dañar  a  la  verdad  deslu- 
ciéndola. || 


120.  180-181 J 


ORDEN  MORAL. — C.  1 


107 


CAPITULO  I 

Existencia  de  las  ideas  morales  y  su  carácter  práctico 


1.  Hay  en  todos  los  hombres  ideas  morales.  Bueno, 
malo,  virtud,  vicio,  lícito,  ilícito,  derecho,  deber,  obliga- 
ción, culpa,  responsabilidad,  mérito,  demérito,  son  palabras 
que  emplea  el  ignorante  como  el  sabio  en  todos  tiempos  y 
países :  éste  es  un  lenguaje  perfectamente  entendido  por 
todo  el  linaje  humano,  sean  cuales  fueren  'las  diferencias  en 
cuanto  a  la  aplicación  del  significado  a  casos  especiales. 

2.  Las  cuestiones  de  los  filósofos  sobre  la  naturaleza  de 
las  ideas  morales  confirman  la  existencia  de  las  mismas; 
no  se  buscaría  lo  que  son  si  no  se  supiese  que  son.  No  cabe 
señalar  un  hecho  más  general  que  éste ;  no  cabe  designar 
un  orden  de  ideas  de  que  nos  sea  más  imposible  despojar- 
nos: el  hombre  encuentra  en  sí  propio  tanta  resistencia  a 
prescindir  de  la  existencia  del  orden  moral  como  de  la  del 
mundo  que  percibe  con  los  sentidos. 

Imaginaos  el  ateo  más  corrompido,  el  que  con  mayor  || 
impudencia  se  mofe  de  lo  más  santo ;  que  profese  el  prin- 
cipio de  que  la  moral  es  una  quimera  y  de  que  sólo  hay 
que  mirar  a  la  utilidad  en  todo,  buscando  el  placer  y  hu- 
yendo el  dolor ;  ese  monstruo,  tal  como  es,  no  llega  toda- 
vía a  ser  tan  perverso  como  él  quisiera,  pues  no  consigue 
el  despojarse  de  las  ideas  morales.  Hágase  la  prueba :  dí- 
gasele que  un  amigo  a  quien  ha  dispensado  muchos  favo- 
res acaba  de  hacerle  traición.  «¡Qué  ingratitud! — exclama- 
rá— ,  ¡qué  iniquidad!»  Y  no  advierte  que  la  ingratitud  y  la 
iniquidad  son  cosas  de  orden  puramente  moral  que  él  se 
empeñará  en  negar.  Figurémonos  que  el  amigo  traidor  se 
presenta  y  dice  al  ofendido:  «Es  cierto,  yo  he  hecho  lo  que 
usted  llama  una  traición ;  usted  me  dispensaba  favores ; 
pero  como  de  la  traición  me  resultaba  una  utilidad  mayor 
que  de  los  beneficios  de  usted,  he  creído  que  era  una  pueri- 
lidad el  reparar  en  la  justicia  y  en  el  agradecimiento.»  ¿Po- 
drá el  filósofo  dejar  de  irritarse  a  la  vista  de  tamaña  impu- 
dencia? ¿No  es  probable  que  le  llamará  infame,  malvado, 
monstruo  y  otros  epítetos  que  le  sugiera  la  cólera?  Y,  no 
obstante,  éste  es  el  mismo  filósofo  que  sostenía  no  haber 
orden  moral  y  que  ahora  le  proclama  con  una  contradicción 
tan  elocuente.  Quitad  el  interés  propio,  hacedle  simple  es- 
pectador de  acciones  morales  o  inmorales,  y  la  contradic- 


108 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  181-183] 


ción  será  la  misma.  Se  le  refiere  que  un  amigo  expuso  su 
vida  para  salvar  la  de  otro  amigo.  «¡Qué  acción  más  bella/», 
dirá  el  filósofo.  Por  algunas  talegas  de  pesos  fuertes  un  mi- 
litar entregó  una  fortaleza,  lo  que  causó  la  ruina  de  su  pa- 
tria. «¡Qué  villanía,  qué  bajeza,  qué  infamia!»,  dirá  tam- 
bién el  filósofo.  Esto  ¿qué  prueba?  Prueba  que  las  ideas 
morales  ||  están  profundamente  arraigadas  en  el  espíritu, 
que  son  inseparables  de  él,  que  son  hechos  primitivos,  con- 
diciones impuestas  a  nuestra  naturaleza,  contra  las  que 
nada  pueden  las  cavilaciones  de  la  filosofía. 

3.  Las  ideas  morales  no  se  nos  han  dado  como  objetos 
de  pura  contemplación,  sino  como  reglas  de  conducta;  no 
son  especulativas,  son  eminentemente  prácticas;  por  esto  no 
necesitan  del  análisis  científico  para  que  puedan  regir  al  in- 
dividuo y  a  la  sociedad.  Antes  de  las  escuelas  filosóficas  ha- 
bía moralidad  en  los  individuos  y  en  los  pueblos;  como 
antes  de  los  adelantos  de  las  ciencias  naturales  la  luz  inun- 
daba el  mundo  y  los  animales  se  aprovechaban  de  los  fenó- 
menos notados  y  explicados  por  la  catóptrica  y  la  dióptrica. 

4.  Así,  pues,  al  entrar  en  el  examen  de  la  moral  es  pre- 
ciso considerar  que  se  trata  de  un  hecho ;  las  teorías  no 
serán  verdaderas  si  no  están  acordes  con  él.  La  filosofía 
debe  explicarle,  no  alterarle,  pues  no  se  ocupa  de  un  ob- 
jeto que  ella  haya  inventado  y  que  pueda  modificar,  sino 
de  un  hecho  que  se  le  da  para  que  lo  examine. 

Por  este  motivo  los  elementos  constitutivos  de  las  ideas 
morales  es  necesario  buscarlos  en  la  razón,  en  la  concien- 
cia, en  el  sentido  común.  Siendo  reguladores  de  la  conduc- 
ta del  hombre,  no  pueden  estar  en  contradicción  con  los 
medios  perceptivos  del  humano  linaje,  y  debiendo  dominar 
en  la  conciencia,  han  de  encontrarse  en  la  conciencia 
misma.  || 

5.  La  razón,  el  sentido  común,  la  conciencia,  no  son  ex- 
clusivo patrimonio  de  los  filósofos ;  pertenecen  a  todos  los 
hombres;  por  lo  que  la  filosofía  moral  debe  comenzar  inte- 
rrogando al  linaje  humano  para  que  de  la  respuesta  pueda 
sacar  qué  es  lo  que  se  entiende  por  moral  o  inmoral  y 
cuáles  son  las  condiciones  constitutivas  de  estas  propie- 
dades. || 


[20,  184-1 85  J 


ORDEN  MORAL. — C.  2 


109 


CAPITULO  II 


Condiciones  indispensables  para  el  orden  moral 


6.  No  hay  moralidad  ni  inmoralidad  cuando  no  hay  co- 
nocimiento: nadie  ha  culpado  jamás  a  una  piedra  aunque 
con  su  caída  haya  producido  un  desastre,  ni  ha  juzgado  me- 
ritoria la  influencia  del  agua  que  da  a  las  plantas  verdor  y 
lozanía.  Este  conocimiento,  necesario  para  la  moral,  debe 
ser  superior  a  la  percepción  puramente  sensitiva,  por  cuya 
razón  están  exentos  de  responsabilidad  los  brutos.  La  mo- 
ral exige  un  conocimiento  de  relaciones  capaz  de  comparar 
los  medios  con  los  fines,  una  percepción  inteligente ;  cuan- 
do esto  falta  hay  acciones  físicas,  provechosas  o  nocivas, 
pero  no  morales  o  inmorales. 

7.  De  esto  inferiremos  que  la  primera  condición  para 
que  una  acción  pueda  pertenecer  al  orden  moral  es  la  inte- 
ligencia en  el  ser  que  la  ejecuta.  El  orden  moral  corres- 
ponde, pues,  únicamente  al  mundo  intelectual,  y  de  tal 
modo,  que  las  criaturas  racionales  sólo  están  en  él  mientras 
usan  de  razón.  En  el  sueño,  u  otra  situación  cualquiera  en 
que  el  uso  de  la  razón  esté  interrumpido,  no  hay  orden  mo- 
ral, y  si  se  imputan  algunas  ||  acciones,  como  al  borracho  el 
asesinato,  es  porque  con  su  conocimiento  anterior  había  po- 
dido prever  la  perturbación  mental  y  sus  consecuencias. 

8.  El  conocimiento  de  lo  que  se  ejecuta  no  es  suficiente 
si  el  sujeto  no  obra  con  espontaneidad  libre.  Espontanei- 
dad, porque  si  procediese  por  violencia,  como  uno  a  quien 
se  forzase  la  mano  para  escribir,  no  habría  acción  del  su- 
jeto ;  éste  no  sería  más  que  un  instrumento  necesario  del 
agente  principal.  Libertad,  porque,  aun  suponiendo  que  el 
acto  se  ejerce  con  espontaneidad  y  hasta  con  vivo  placer, 
no  hay  orden  moral  si  el  sujeto  obra  por  un  impulso  irre- 
sistible, si  no  puede  evitar  la  acción  que  ejecuta.  El  niño 
que  no  ha  llegado  al  uso  de  la  razón,  el  demente,  el  deli- 
rante, hacen  muchos  de  sus  actos  con  espontaneidad,  sin 
violencia  de  ninguna  especie,  tal  vez  con  mucho  gusto;  y, 
sin  embargo,  sus  acciones  no  son  laudables  ni  vituperables, 
no  pertenecen  al  mundo  moral,  porque  el  sujeto  que  obra 
no  procede  con  libertad  de  albedrío. 

9.  La  inteligencia,  o  sea  un  conocimiento  de  relaciones, 
y  la  libertad  son  necesarias  para  el  orden  moral ;  pero  es 
preciso  notar  que  por  relaciones  se  entiende  algo  más  que 


110 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  185-187] 


las  de  los  medios  con  los  fines,  y  por  libertad,  algo  más 
también  que  la  simple  facultad  de  hacer  o  no  hacer,  o  de 
hacer  esto  o  aquello ;  se  entiende  cierto  grado  de  conoci- 
miento y  de  libertad,  que  no  siempre  se  puede  fijar  con  ab- 
soluta precisión,  pero  que  determinan  aproximadamente  la 
razón  y  el  sentido  común.  Un  ejemplo  hará  comprender  lo 
que  quiero  decir.  || 

Un  demente  intenta  escapar  de  su  encierro  y  dispone  los 
medios  de  la  manera  más  adecuada:  suple  la  llave  con  al- 
gún hierro  que  tiene  a  la  mano,  sale  callandito,  evita  el 
t  encuentro  de  los  vigilantes,  arrima  una  escalera  a  una  pa- 
red, se  descuelga  a  la  calle  por  una  cuerda  para  evitar  el 
daño  de  la  caída,  se  dirige  a  la  casa  de  su  antiguo  enemigo 
y  le  asesina.  No  hay  duda  que  muchos  dementes  son  capa- 
ces de  proceder  así ;  y,  por  consiguiente,  hay  en  ellos  un 
conocimiento  de  relación  de  los  medios  con  el  fin.  Si  al  sa- 
lir de  la  puerta  de  su  encierro  hubiese  visto  a  un  vigilante, 
habría  retrocedido,  e  indudablemente  lo  hubiera  hecho  si 
a  la  vista  se  siguiera  la  amenaza,  por  donde  se  conoce  que 
al  ejecutar  su  acción  no  obraba  con  un  impulso  del  to'do 
irresistible  y  podía  dejar  de  obrar  en  entendiendo  que  le 
tenía  más  cuenta  para  evitar  el  castigo ;  conservaba,  pues, 
alguna  libertad ;  no  obraba  por  un  impulso  irresistible.  Sin 
embargo,  nadie  dirá  que  el  demente  fuera  responsable  del 
asesinato ;  si  algún  día  volviese  a  la  razón,  el  recuerdo  del 
homicidio  no  le  rebajaría  a  los  ojos  de  los  demás  hombres; 
sería  digno  de  lástima,  mas  no  de  vituperio. 

10.  Para  el  orden  moral  se  necesita  una  capacidad  de 
conocer  la  moralidad  de  las  acciones  y  de  proceder  libre- 
mente, conforme  a  este  conocimiento ;  la  criatura  intelec- 
tual no  está  en  el  orden  moral  sino  cuando  se  halla  comple- 
ta, por  decirlo  así,  cuando,  aunque  no  reflexione  actualmen- 
te, es  al  menos  capaz  de  reflexionar  sobre  el  orden  moral. 
Esto  es  tan  cierto,  que  no  se  culpa  a  quien  comete  con  pleno 
conocimiento  y  libertad  ||  un  acto  cuya  malicia  moral  ig- 
noraba invenciblemente.  En  el  orden  físico  los  actos  son 
lo  que  son,  prescindiendo  del  conocimiento  de  quien  los 
ejecuta ;  pero  en  el  moral  todo  depende  del  conocimiento  y 
libertad  del  que  obra,  y  este  conocimiento  y  libertad  deben 
ser  capaces  de  referirse  al  mismo  orden  moral;  de  lo  con- 
trario no  producen  acciones  que  pertenezcan  a  él.  || 


[20,  188-189] 


ORDEN  MORAL. — C.  3 


111 


CAPITULO  III 

Necesidad  de  una  regla  fija 


11.  Capacidad  de  conocer  lo  que  se  ejecuta  en  el  or- 
den físico  y  en  el  moral,  y  libertad  para  obrar  o  no  obrar: 
he  aquí  las  condiciones  que  se  necesitan  para  que  un  acto 
pueda  ser  digno  de  alabanza  o  vituperio ;  así  lo  enseña  la 
razón,  lo  juzga  el  sentido  común  y  lo  confirma  la  legisla- 
ción de  todos  los  pueblos.  Pero  hasta  aquí  hemos  encon- 
trado las  condiciones  necesarias,  mas  no  las  constituyen- 
tes; sabemos  que  aquéllas  son  indispensables  para  el  or- 
den moral,  sin  conocer  por  esto  cuál  es  la  esencia  de  la 
moralidad.  Con  conocimiento  y  libertad  se  hacen  cosas  bue- 
nas o  malas,  morales  o  inmorales;  ¿en  qué  consiste  esa 
bondad  y  malicia,  esa  moralidad  e  inmoralidad?  ¿Cuál  es  la 
razón  de  que  el  mismo  conocimiento  y  libertad  produzcan 
acciones  buenas  o  malas  según  los  objetos  a  que  se  aplican? 
Y  ante  todo,  ¿hay  alguna  regla,  fija  que  distinga  lo  bueno 
de  lo  malo? 

12.  En  el  universo  está  todo  en  un  orden,  y  no  debían 
formar  excepción  de  esta  regla  las  criaturas  racionales.  |1 
Pero  ese  orden  no  podía  ser  en  ellas  el  efecto  de  una  ley 
necesaria,  a  no  mutilar  su  naturaleza  despojándola  del  li- 
bre albedrío.  Era  preciso,  pues,  que  en  el  ejercicio  de  sus 
facultades  estuviesen  sujetas  a  un  orden  que  no  las  violen- 
tase y  que  les  dejase  lugar  a  la  transgresión.  Por  donde  se 
ve  que  la  ley  moral  no  es  para  las  criaturas  racionales  una 
influencia  de  fuerza,  sino  de  atracción,  de  limitaciones  en 
varios  sentidos,  pero  que  siempre  respeta  su  libertad  de 
obrar.  El  que  sabe  la  pena  en  que  incurre  si  falta  a  sus 
deberes  tiene  limitada  su  acción  por  la  influencia  del  te- 
mor ;  el  que  espera  una  recompensa  de  su  obra  está  atraído 
por  el  deseo  del  premio ;  pero  ambos  motivos,  así  el  repul- 
sivo como  el  atractivo,  aunque  puedan  ejercer  más  o  me- 
nos influencia  sobre  la  voluntad,  la  dejan  siempre  libre:  el 
uno  puede  cometer  el  delito  arrostrando  la  pena,  y  el  otro 
puede  omitir  la  buena  acción  renunciando  al  premio. 

13.  Por  lo  mismo  que  la  criatura  libre  no  tiene  un  prin- 
cipio determinante  necesario  de  sus  acciones,  es  preciso  bus- 
car alguna  regla  a  que  pueda  atenerse,  o  bien  dejarla  aban- 
donada a  todos  los  impulsos  de  su  naturaleza.  Esto  último 
equivaldría  a  degradar  la  criatura  racional,  haciéndola  de 
condición  inferior  a  la  de  los  brutos  y  aun  de  los  seres  in- 


112 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  189-191] 


animados,  pues  que  éstos  tienen  una  regla  a  la  cual  se 
conforman  por  necesidad.  Todo  ser  criado  ejerce  sus  fun- 
ciones en  el  orden  del  universo,  y  el  ejercicio  de  ellas  no 
puede  estar  abandonado  al  acaso  si  se  quiere  que  el  ser 
pueda  llenar  el  objeto  de  su  destino.  Así,  pues,  será  necesa- 
rio convenir  en  que  las  acciones  libres  han  de  tener  algu- 
na ||  regla,  y  en  la  conformidad  a  la  misma  debe  consistir 
la  moralidad. 

14.  Esta  regla  no  depende  del  arbitrio  de  los  hombres; 
las  acciones  no  son  morales  o  inmorales  porque  se  haya  es- 
tablecido así  por  un  convenio,  sino  por  su  íntima  naturale- 
za; ¿podrían  los  hombres  haber  hecho  que  la  piedad  filial 
fuese  un  vicio  y  el  parricidio  una  acción  virtuosa;  que  el 
agradecimiento  fuese  malo  y  la  ingratitud  buena;  que  fue- 
ra vituperable  la  lealtad  y  laudable  la  perfidia;  que  la 
templanza  mereciese  castigo  y  la  embriaguez  fuera  digna 
de  premio?  Es  evidente  que  no ;  las  ideas  de  bien  y  de  mal 
convienen  naturalmente  a  ciertas  acciones ;  nada  puede  con- 
tra eso  la  voluntad  del  hombre.  Quien  afirme  que  la  dife- 
rencia entre  el  bien  y  el  mal  es  arbitraria  contradice  a  la 
razón,  al  grito  de  la  conciencia,  al  sentido  común,  a  los 
sentimientos  más  profundos  del  corazón,  a  la  voz  de  la  hu- 
manidad, manifestada  en  la  experiencia  de  cada  día  y  en 
la  historia  de  todos  los  tiempos  y  países.  || 


CAPITULO  IV 


La  regla  de  la  moral  no  es  el  interés  privado 

15.  Supuesta  la  necesidad  y  existencia  de  una  regla  y 
probado  que  no  es  arbitraria,  sino  natural,  busquemos 
cuál  es. 

16.  Entre  los  errores  que  se  han  vertido  sobre  la  mate- 
ria merece  un  lugar  preferente  el  que  confunde  la  morali- 
dad con  la  utilidad  privada.  Según  esto,  lo  útil  a  un  indi- 
viduo es  moral  para  él ;  lo  nocivo,  inmoral ;  lo  que  no  daña 
ni  aprovecha  es  indiferente;  el  orden  moral  es  el  conjun- 
to de  las  relaciones  de  utilidad:  quien  obra  con  arreglo  a 
ellas  obra  bien,  quien  las  perturba  obra  mal.  Las  faculta- 
des de  un  ser  deben  dirigirse  a  proporcionarle  el  mayor 
bienestar  posible :  la  relación  con  el  grado  de  este  bienestar 
es  la  medida  de  la  moralidad  de  las  acciones. 

17.  Desde  luego  salta  a  los  ojos  que  este  sistema  erige 


120,  191-1931 


ORDEN  MORAL. — C.  4 


113 


en  base  de  la  moralidad  el  egoísmo:  así  comienza  por  fun- 
darla en  lo  que  le  repugna,  en  lo  que  la  destruye,  a  no  ser 
que  se  engañe  la  humanidad  entera.  «Este  ti  hombre  es  un 
egoísta ;  para  él  nada  hay  bueno  sino  lo  que  le  ofrece  utili- 
dad» ;  he  aquí  una  terrible  acusación  según  la  conciencia 
de  todo  el  género  humano ;  y,  no  obstante,  esta  acusación 
se  convierte  en  elogio  en  el  sistema  que  combatimos.  «Este 
hombre  es  egoísta ;  sólo  atiende  a  su  utilidad,  sólo  a  ella 
respeta» ;  significaría  este  absurdo :  «El  egoísta  es  altamen- 
te moral,  pues  que  sólo  respeta  la  utilidad,  esencia  de  la 
moralidad.» 

Esta  observación  basta  y  sobra  para  destruir  tan  errónea 
doctrina ;  sin  embargo,  bueno  será  examinarla  y  refutarla 
con  más  extensión  y  bajo  todos  sus  aspectos. 

18.  ¿Qué  es  la  utilidad?  Es  el  valor  de  un  medio  para 
lograr  un  fin.  Un  caballo  es  útil  porque  nos  sirve  para  mon- 
tar o  conducir  efectos ;  el  dinero  es  útil  porque  nos  sirve 
para  proveernos  de  lo  que  necesitamos ;  la  pluma  es  útil 
porque  nos  sirve  para  escribir.  Cuando  una  cosa  no  condu- 
ce a  otra  se  llama  inútil  para  ella.  Así,  pues,  las  ideas  de 
utilidad  e  inutilidad  son  esencialmente  relativas ;  lo  que  es 
útil  para  una  cosa  es  inútil  para  otra.  Lo  que  no  sólo  no 
conduce  al  fin,  sino  que  lleva  a  lo  contrario,  no  se  llama 
inútil,  sino  dañoso  o  nocivo.  Para  andar  con  desembarazo 
sirve  la  ligereza  del  traje:  será  útil  con  relación  al  objeto 
de  andar;  según  la  estación,  puede  ser  cómoda:  entonces 
será  útil  para  la  comodidad ;  en  invierno  pudiera  acarrear 
un  catarro :  será,  pues,  dañosa  a  la  salud. 

19.  Siendo  la  utilidad  una  cosa  relativa,  cuando  se 
quiera  cimentar  la  moral  sobre  la  utilidad  privada  es  ||  ne- 
cesario comenzar  por  la  definición  de  ésta,  determinando 
el  ñn  a  que  nos  hemos  de  referir:  según  sea  el  fin  será  la 
utilidad.  Sardanápalo  creía  hacer  una  cosa  que  le  era  muy 
útil  embriagándose  de  placeres,  lo  que  consideraba  como  el 
sumo  bien,  supuesto  que  hacía  poner  en  su  busto  la  famo- 
sa inscripción,  de  la  cual  dijo  con  verdad  y  gracia  Aristó- 
teles que  no  era  de  un  rey,  sino  de  un  buey :  «Tengo  lo  que 
comí,  bebí  y  gocé ;  lo  demás  ahí  queda.»  Pero  si  hubiése- 
mos preguntado  a  Sócrates  si  miraba  la  frugalidad  como 
dañosa  o  inútil,  hubiera  dicho  que,  a  más  de  juzgarla  mo- 
ral, la  creía  muy  útil  a  la  salud  y  aun  para  ciertos  goces. 
Así  lo  manifestó  cuando,  preguntado  un  día  por  qué  daba 
un  fuerte  paseo,  respondió:  «Estoy  sazonando  la  cena  con 
el  mejor  condimento,  que  es  el  hambre.» 

20.  Si  se  hace  consistir  el  fin  en  el  placer,  es  preciso  ex- 
presar en  cuál,  si  en  los  sensibles  o  en  los  intelectuales,  que 
también  tiene  los  suyos  la  inteligencia. 

21.  Poner  el  fin  del  hombre  en  los  placeres  sensibles  es 

8 


114 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,   193-195  | 


trastornar  el  orden  de  la  naturaleza,  tomando  los  medios 
por  fines  y  los  fines  por  medios.  El  placer  de  la  comida  se 
nos  ha  concedido  para  impelernos  a  satisfacer  esta  necesi- 
dad y  hacernos  el  alimento  más  saludable ;  no  nos  alimen- 
tamos para  sentir  placer,  sentimos  placer  para  que  nos  ali- 
mentemos. Lo  propio  se  puede  decir  de  los  demás,  y  en  sen- 
tido opuesto  de  los  dolores.  || 

22.  La  prueba  de  que  el  fin  no  es  el  placer  sensible  se 
ve  en  la  limitación  de  las  facultades  para  gozar ;  el  gastró- 
nomo más  voraz  está  condenado  a  privarse  de  muchas  co- 
sas si  no  quiere  morir,  y  para  la  inmensa  mayoría  de  los 
hombres  los  placeres  de  la  mesa  se  reducen  a  un  círculo 
mucho  más  estrecho.  Todos  los  demás  goces  algo  vivos  es- 
tán sujetos  a  la  misma  ley :  quien  la  infringe,  sufre ;  si 
continúa,  pierde  la  salud,  y  si  se  obstina,  muere. 

23.  Los  placeres  a  que  se  ha  dado  mayor  latitud,  y  cuyo 
goce  está  únicamente  limitado  por  las  precisas  necesida- 
des del  reposo  de  los  órganos,  son  aquellos  que  acompañan 
al  ejercicio  de  la  vista,  del  oído  y  del  tacto  en  sus  relaciones 
ordinarias  (véase  Estética,  143  y  144)  [vol.  XXI].  Vemos, 
oímos,  tocamos  continuamente  sin  experimentar  ningún 
daño ;  al  ejercicio  de  estos  sentidos  está  unido  cierto  pla- 
cer suave  (véase  Estética,  143)  [vol.  XXI],  que  el  Autor  de 
la  naturaleza  nos  ha  otorgado  para  amenizar  las  funciones 
de  la  vida.  Pero  es  de  notar  que  las  sensaciones  que  no  nos 
destruyen  ni  fatigan  son  las  que  nos  ponen  en  comunica- 
ción con  el  mundo  externo,  las  que  sirven  a  la  inteligencia 
indicio  seguro  de  que  el  hombre  no  entiende  para  gozar 
sensiblemente,  sino  que  goza  sensiblemente  para  entender. 

24.  No  puede  ser  verdadera  una  doctrina  cuyas  aplica- 
ciones no  se  atreve  a  sostener  quien  conserve  un  rastro  de 
pudor.  El  epicúreo  consecuente  debiera  hablar  de  este 
modo :  «Mi  fin  es  el  placer ;  ésta  es  la  única  regla  de  mi 
moral ;  gozo  cuanto  puedo  y  sólo  ceso  |¡  cuando  temo  mo- 
rir ;  sin  este  peligro  no  pondría  ningún  límite  a  la  sensua- 
lidad; los  festines,  las  orgías,  los  desórdenes  de  todas  cla- 
ses formarían  el  tejido  de  mi  vida,  y  entonces  sería  yo  el 
hombre  moral  por  excelencia,  porque  me  atendría  con  ri- 
gor al  principio  de  la  moralidad:  el  goce.»  ¿Quién  puede 
sufrir  tamaña  impudencia?  ¿Quién  se  atrevería  a  semejan- 
te lenguaje? 

25.  No  siendo  el  placer  sensible  la  regla  de  la  moral, 
¿lo  será  tal  vez  la  salud,  aquel  estado  en  que  se  ejercen 
con  orden  y  armonía  todas  las  funciones  de  nuestra  orga- 
nización? ¿Podremos  decir  que  es  moral  lo  que  conduce  a 
la  conservación  de  la  salud  y.  por  consiguiente,  de  la 
vida? 

26.  Desde  luego  salta  a  los  ojos  la  extrañeza  de  con- 


[20,  195-197] 


ORDEN  MORAL. — C.  4 


115 


fundir  lo  moral  con  lo  saludable  y  de  poner  lo  principal  de 
la  moralidad  en  un  lugar  tan  prosaico  como  es  la  cocina.  El 
sentido  común  distingue  entre  la  sanidad  y  la  moralidad; 
reconoce  acciones  morales  e  inmorales  con  relación  a  los 
alimentos,  a  las  habitaciones  y  a  cuanto  contribuye  a  la 
conservación  de  la  salud  y  de  la  vida ;  pero  cree  que  la  mo- 
ralidad es  algo  superior  a  estas  cosas ;  que  sólo  se  aplica 
a  ellas  como  a  un  caso  particular  por  la  unión  del  ser  in- 
teligente y  libre  a  un  cuerpo  sujeto  a  esta  especie  de  ne- 
cesidades. 

27.  La  salud  y  la  vida  no  son  para  sí  mismas,  sino  para 
el  ejercicio  de  las  facultades  vitales:  la  armonía  de  la  or- 
ganización no  es  un  fin,  es  un  medio  para  que  los  órganos 
funcionen  bien ;  luego  el  tomar  la  salud  y  ||  la  vida  como 
fines  es  trastornar  el  orden.  Suponed  un  individuo  perfec- 
tamente sano:  si  la  moralidad  consiste  en  Ja  salud,  éste  será 
el  hombre  moral  por  excelencia ;  recostadle,  pues,  en  un 
blando  sofá ;  conservadle  bien,  con  sus  ojos  claros,  su  tez 
brillante,  sus  mejillas  encarnadas,  y  mostradle  a  los  demás 
diciendo :  «He  aquí  la  virtud  en  persona ;  he  aquí  el  fin  de 
toda  moral:  estar  bien  rollizo  y  fresco.» 

La  salud  y  la  vida  son  para  ejercer  las  facultades ;  y 
como  ya  hemos  visto  que  el  término  de  éstas  no  es  el  pla- 
cer sensible,  lo  hemos  de  buscar  en  otras  superiores,  en  el 
entendimiento  y  la  voluntad. 

28.  ¿La  moralidad  se  fundará  en  la  inteligencia,  de 
suerte  que  sea  moral  todo  lo  que  conduzca  al  desarrollo  de 
las  facultades  intelectuales,  e  inmoral  lo  que  a  esto  se 
oponga? 

No  cabe  duda  en  que  esta  opinión  no  ofrece  la  repug- 
nante fealdad  de  las  anteriores ;  el  desenvolver  las  faculta- 
des intelectuales  es  una  acción  noble,  digna  del  ser  que  las 
posee;  el  sentido  moral  no  se  subleva  contra  quien  nos  pre- 
senta el  término  del  hombre  en  la  esfera  intelectual ;  la 
contemplación  de  la  verdad  es  un  acto  noble,  digno  de  una 
criatura  racional.  Sin  embargo,  esta  idea  por  sí  sola  no  nos 
explica  el  cimiento  de  la  moralidad:  nos  agrada  la  acción 
de  entender;  pero  todavía  preguntamos  en  qué  consiste  ese 
carácter  moral  de  que  la  inteligencia  se  reviste,  en  qué  la 
inmoralidad  que  con  frecuencia  la  afea  y  la  degrada.  Fin- 
gid una  criatura  racional  que  conoce  a  su  Autor;  que  por 
el  estudio  de  su  naturaleza  halla  cada  día  nuevas  razones  |l 
para  admirar  la  sabiduría  del  Hacedor  Supremo,  y  que,  sin 
embargo,  se  levanta  contra  Dios,  le  blasfema  y  desea  que 
no  exista;  esa  criatura,  aunque  continúe  desenvolviendo  y 
perfeccionando  su  inteligencia  con  el  estudio  y  la  contem- 
plación de  altas  verdades,  ¿será  moral?  Claro  es  que  no. 
Imaginad  un  filósofo  que,  dominado  por  la  pasión  del  sa- 


116 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  120,  197-199] 


ber,  no  perdona  medio  ni  fatiga  para  acrecentar  sus  cono- 
cimientos, y  que,  con  el  fin  de  proporcionarse  lo  que  desea, 
olvida  los  deberes  de  su  familia  y  de  la  sociedad,  y  es  ade- 
más injusto,  reteniendo  libros  que  no  le  pertenecen,  usur- 
pando propiedades  de  otros  para  acudir  a  los  gastos  de  sus 
experimentos,  viajes  y  demás  que  necesita  y  a  que  no  al- 
canzan sus  caudales ;  suponed  que  es  orgulloso,  insolente, 
inhumano,  ¿será  moral?  ¿Le  bastará  para  la  moralidad  su 
ardiente  pasión  por  la  ciencia?  Es  evidente  que  no. 

Luego  la  inteligencia  no  es  la  moralidad:  luego  la  per- 
fección del  entendimiento  no  es  la  única  regla  de  la  moral. 
Una  alta  inteligencia  puede  concebirse  con  profunda  inmo- 
ralidad ;  en  cuyo  caso,  lejos  de  que  la  elevación  de  la  pri- 
mera excuse  a  la  segunda,  la  hace  más  culpable ;  la  falta  es 
tanto  mayor  cuanto  más  claro  es  el  conocimiento  que  de 
ella  se  tiene. 

29.  No  hallamos,  pues,  en  la  utilidad  privada  el  funda- 
mento de  la  moralidad ;  ni  aun  refiriéndola  a  las  facultades 
intelectuales  nos  da  la  regla  buscada ;  el  ejercicio  de  éstas 
debe  someterse  a  la  regla,  pero  no  son  la  regla  misma.  De 
lo  cual  se  infiere  que  el  egoísmo,  ni  aun  en  la  acepción  más 
elevada  de  esta  palabra,  no  ||  puede  ser  el  fundamento  de  la 
moralidad.  Sucede  en  esto  como  en  las  verdades  del  orden 
intelectual  puro ;  si  se  quiere  encontrar  la  razón  de  su  ver- 
dad, necesidad  y  universalidad,  es  preciso  salir  del  indivi- 
duo y  extender  la  vista  por  regiones  más  dilatadas.  || 


CAPITULO  V 

La  moralidad  no  es  la  relación  a  la  utilidad  pública 


30.  Al  desaparecer  el  interés  privado  se  ofrece  desde 
luego  el  común.  ¿Será  posible  cimentar  la  moralidad  en  la 
utilidad  de  todos,  por  maneía  que  lo  que  conduzca  al  bien 
común  sea  moral  y  Jo  que  a  él  se  oponga  sea  inmoral? 

31.  Desde  luego  ocurre  una  grave  dificultad  contra  esta 
doctrina :  ella  rechaza  al  egoísmo  como  base  de  la  moral ; 
pero,  en  cambio,  exime  de  la  moralidad  al  individuo  en 
aquellas  acciones  que  no  tengan  relación  con  la  sociedad, 
de  suerte  que  para  un  individuo  solo,  aislado,  no  habría  or- 
den moral.  La  razón  es  evidente :  si  la  moralidad  es  la  re- 
lación al  bien  común,  cuando  esta  relación  falta  no  hay  ni 
puede  haber  moralidad :  la  consecuencia  es  profundamente 
inmoral,  pero  legítima,  necesaria;  no  hay  medio  de  eludirla. 


120.  199-201 J 


ORDEN  MORAL. 


5 


117 


Según  esta  doctrina,  un  ser  inteligente  considerado  en 
sus  relaciones  con  Dios  no  estaría  sujeto  a  la  moral ;  por 
manera  que  si  no  hubiese  sociedad,  si  hubiese  un  hombre 
solo  en  el  mundo,  este  hombre  podría  ||  hacer  lo  que  qui- 
siese con  respecto  a  sí  y  a  Dios  sin  infringir  leyes  morales. 

Además,  muchas  de  nuestras  acciones  exteriores  e  inte- 
riores no  tienen  ninguna  relación  con  la  sociedad,  son  actos 
puramente  individuales  que  no  favorecen  ni  dañan  al  bien 
común.  Admitido  que.  la  moralidad  nace  únicamente  de  sus 
relaciones  con  este  bien,  gran  parte  de  nuestras  acciones 
queda  fuera  del  orden  moral,  lo  que,  a  más  de  ser  contrario 
a  la  razón  y  al  sentido  común,  es  un  manantial  de  inmora- 
lidad. No,  no  es  necesaria  la  sociedad  para  que  tengan  exis- 
tencia y  aplicación  las  ideas  morales ;  una  criatura  inteli- 
gente que  estuviese  sola  en  el  universo  tendría  sus  deberes 
para  consigo  y  con  el  Criador ;  desde  el  momento  que  hay 
inteligencia  y  libertad  hay  el  orden  moral,  que  es  su  regla. 

32.  A  más  de  estas  dificultades  ocurre  otra  que  no  es  de 
menos  gravedad.  Si  la  norma  de  la  moral  fuese  el  bien  co- 
mún, sería  preciso  explicar  en  qué  consiste  este  bien.  ¿Será 
el  desarrollo  de  la  inteligencia,  será  el  bienestar  material, 
o  ambas  cosas  a  un  tiempo?  En  todos  los  supuestos,  la  mora- 
lidad quedará  fluctuante.  Porque  si  la  inteligencia  es  el  fin. 
se  podrá  descuidar  el  bienestar  material  y  no  será  inmoral 
el  dañarle  ni  el  destruirle.  Si  se  sobrepone  el  bienestar  ma- 
terial, entonces  la  perfección  de  los  pueblos  consistirá  en  la 
mayor  cantidad  posible  de  goces:  el  epicureismo  condena- 
do en  el  individuo  lo  trasladaremos  a  la  sociedad.  Si  son  am- 
bas cosas  a  un  tiempo,  falta  saber  en  qué  proporción  se  han 
de  combinar;  si  se  ha  de  sacrificar  II  el  uno  al  otro,  en 
ciertos  casos,  y  en  favor  de  cuál  se  ha  de  resolver  el  con- 
flicto. Nada  habrá  constante ;  la  moralidad  flotará  a  merced 
de  las  pasiones  y  caprichos  de  los  hombres ;  lo  que  unos 
llamarán  moral,  otros  lo  tendrán  por  inmoral ;  lo  que  éstos 
alabarán  como  virtud,  aquéllos  lo  condenarán  como  vicio. 

33.  Esta  incertidumbre  afectará  mucho  más  a  los  actos 
individuales  que  no  se  refieran  inmediatamente  al  bien  co- 
mún. El  suicida  dirá:  «A  la  sociedad  no  le  conviene  «n 
miembro  que  sufre  tanto  como  yo ;  quiero  hacerle  un  bien 
apartando  de  su  vista  este  cuadro  aflictivo»,  y  se  matará. 
El  ofendido  por  una  palabra  dirá:  «A  la  sociedad  no  le 
convienen  hombres  sin  honra ;  yo  debo  lavar  la  mía  con 
la  sangre  de  mi  enemigo,  o  morir»,  y  se  batirá  en  duelo.  El 
pródigo  dirá:  «A  la  sociedad  le  conviene  el  progreso  de  la 
industria  y  del  comercio ;  yo  la  fomento  con  mi  lujo  y  di- 
sipación ;  la  suerte  de  mis  hijos,  cuyo  porvenir  destruyo, 
no  vale  tanto  como  el  bien  de  la  sociedad»,  y  seguirá  dila- 
pidando. Y  como  a  estos  insensatos  no  se  los  podría  reconve- 


118 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  201-203] 


nir  con  la  ley  moral,  con  ese  conjunto  de  máximas  fijas, 
eternas,  que  arreglan  la  conducta  del  individuo  y  de  la  so- 
ciedad, necesario  sería  calcularlo  todo  por  el  resultado;  el 
cálculo  fuera  tan  variable  como  las  pasiones  y  caprichos, 
y  en  vez  de  una  moral  social  no  tendríamos  ninguna.  || 


CAPITULO  VI 

Razones  contra  el  principio  utilitario 
en  todos  sentidos 


34.  Los  que  confunden  la  moralidad  con  la  utilidad, 
sea  que  hablen  de  la  privada  o  de  la  pública,  caen  en  el 
inconveniente  de  reducir  la  moral  a  una  cuestión  de  cálcu- 
lo, no  dando  a  las  acciones  ningún  valor  intrínseco  y  apre- 
ciándolas sólo  por  el  resultado.  Esto  no  es  explicar  el  orden 
moral,  es  destruirle,  es  convertir  las  acciones  en  actos  pu- 
ramente físicos,  haciendo  del  orden  moral  una  palabra  va- 
cía. Hagámoslo  sentir  poniendo  en  escena  las  varias  doc- 
trinas y  empezando  por  la  del  interés  privado. 

Un  hombre  quiere  matar  a  su  enemigo;  ¿qué  le  diréis 
para  hacerle  desistir  de  su  intento  criminal?  Veámoslo. 

— Este  es  un  acto  injusto. 

— ¿Por  qué?  ¿Qué  es  la  injusticia?  Yo  no  reconozco  más 
justicia  ni  moralidad  que  lo  que  conviene  a  mis  intereses; 
y  ahora  para  mí  no  hay  interés  más  vivo,  más  estimulante, 
que  el  de  saciar  mi  venganza.  || 

— Pero  de  esto  le  puede  resultar  a  usted  un  grave  per- 
juicio, cayendo  en  seguida  bajo  el  rigor  de  las  leyes. 

— Procuraré  evitarlo ;  además,  estoy  completamente  se- 
guro. 

— ¿Está  usted  seguro  de  ello? 

— Sí,  del  todo;  pero  suponed  que  no  lo  estuviera,  ¿esto 
qué  importa? 

— Entonces  se  expone  usted. 

— Ciertamente;  pero  el  peligro  es  lejano,  y  la  satisfac- 
ción es  segura ;  opto  por  la  segunda  y  arrostro  el  primero. 
— Pero  esto  es  reprensible... 

— No,  porque,  según  usted,  mi  regla  es  mi  interés:  éste 
le  debo  conocer  yo ;  lo  más  que  puede  suceder  es  que 
yerre  yo  en  mis  cálculos ;  cometeré  un  error,  no  un  delito. 

— Mas  la  acción  no  dejará  de  ser  fea;  pudierais  calcu- 
lar mejor. 


[20,  203-205] 


ORDEN  MORAL. — C.  6 


119 


— Que  tal  vez  pudiera  calcular  mejor,  lo  admito ;  pero 
niego  que  un  error  de  cálculo  sea  una  cosa  fea.  ¿Hay 
algo  más  que  mi  interés?  ¿Sí  o  no?  Si  no  hay  más,  y  yo 
me  lo  juego,  por  decirlo  así,  ¿dónde  está  la  fealdad? 

— En  efecto,  si  se  tratara  sólo  de  usted,  pero  hay  de  por 
medio  la  vida  de  un  hombre  y  la  suerte  de  su  familia. 

— Cierto ;  pero  ni  esa  vida  ni  la  suerte  de  toda  una  fa- 
milia son  mi  interés;  y  supuesto  que  no  hay  otra  regla  que 
ésta,  lo  demás  es  inconducente.  Con  la  venganza  disfruto ; 
con  la  muerte  del  enemigo  me  quito  de  delante  un  objeto 
que  me  molesta:  lo  restante  no  significa  nada.  |' 

35.  Fácil  sería  extender  la  aplicación  de  la  doctrina  del 
interés  privado  a  todos  los  actos  de  la  vida,  manifestando 
que  en  último  análisis  es  la  muerte  de  toda  moral,  pues 
erige  en  única  regla  las  pasiones  y  los  caprichos. 

36.  La  doctrina  del  interés  social  o  del  bien  común  ado- 
lece de  inconvenientes  semejantes.  Ya  hemos  visto  (33) 
cómo  la  podrían  explotar  todos  los  vicios  y  delirios  de  los 
hombres :  bajo  la  engañosa  apariencia  del  desprendimiento 
encierra  la  más  deforme  inmoralidad.  En  nombre  del  bien 
común  se  han  cometido  los  más  horrendos  crímenes,  con- 
tra los  que  protesta  la  conciencia  del  género  humano ;  pero 
si  admitimos  que  la  moralidad  no  tiene  reglas  intrínsecas, 
propias,  independientes  de  sus  resultados,  esos  crímenes  se 
pueden  justificar  reduciéndolos,  cuando  menos,  a  simples 
errores  de  cálculo. 

Un  tirano  para  guardarse  de  un  enemigo  terrible  sa- 
crifica centenares  de  personas  inocentes:  la  humanidad  le 
execra,  pero  vuestra  doctrina  le  justifica.  «Así  lo  exige  el 
bien  común»,  dirá  él;  no  hay  bien  común  que  justifique  la 
maldad ;  el  fin  no  justifica  los  medios.  «Esto  último  no  es 
exacto,  responderéis  vosotros ;  la  cuestión  no  está  en  si  el 
acto  es  moral  o  inmoral  en  sí  mismo,  sino  en  si  conduce 
o  no  al  bien  común ;  según  conduzca  o  no,  será  moral  o 
inmoral,  pues  su  moralidad  o  inmoralidad  depende  de  sus 
relaciones  con  el  bien  común.  Tirano,  calcula ;  y  si  el  re- 
sultado del  cálculo  es  que  la  matanza  de  muchos  inocentes 
es  útil  al  bien  común,  sacrifícalos ;  y  si  no  lo  haces  serás  in- 
moral.» || 

37.  He  aquí  las  horribles  consecuencias  a  que  conducen 
las  doctrinas  que  aprecian  la  moralidad  por  los  resultados. 
Todo  se  reduce  a  una  cuestión  de  cálculo  que  lás  pasiones 
cuidarán  de  resolver  a  su  modo ;  y  por  desastres  que  resul- 
ten, por  más  que  lo  que  se  creía  favorable  al  interés  pri- 
vado o  al  común  le  sea  muy  dañoso,  no  hay  inmoralidad 
intrínseca,  hay  un  error  de  cálculo,  no  un  delito.  No  hay, 
pues,  nada  digno  de  alabanza  ni  vituperio ;  no  hay  mérito 
ni  demérito,  no  hay  premio  ni  castigo.  Cuando  se  aplique 


120 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  205-206J 


una  pena,  ésta  no  será  más  que  un  medio  represivo,  seme- 
jante a  los  que  se  emplean  contra  los  brutos:  el  hombre 
que  arrostre  la  multa,  la  prisión,  el  destierro,  la  muerte, 
por  cometer  un  acto  que  las  leyes  reprimen,  será,  si  se 
quiere,  un  jugador  torpe  o  temerario,  un  hombre  que  habrá 
hecho  un  negocio  desigual ;  nada  más ;  y  al  verle  morir  en 
el  patíbulo  no  deberemos  decir  que  satisface  a  la  justicia, 
que  paga  su  merecido,  que  expía  sus  crímenes,  sino  que 
liquida  una  cuenta  de  un  negocio  conducido  erradamente, 
en  cuyo  término  hay  un  cargo  contra  él,  que  es  la  pérdida 
de  la  vida. 

38.  La  razón  y  el  sentido  común  ven  en  la  moralidad 
algo  muy  superior  a  una  cuestión  de  cálculo ;  y  de  aquí  di- 
mana el  desprecio  que  se  acarrea  el  egoísmo,  la  necesidad 
que  tiene  de  ocultarse  y  de  engalanarse  con  velos  hipócri- 
tas :  de  aquí  el  aprecio  que  nos  inspira  el  desinterés  de 
quien  cumple  sus  deberes  sin  atender  a  los  resultados,  y  el 
que  consideremos  que  no  hay  belleza  moral  en  un  acto 
cuando  su  autor  sólo  se  ha  movido  por  una  razón  de  uti- 
lidad. || 

Dos  hombres  mueren  por  su  patria :  ambos  ejecutan  lo 
mismo ;  igual  es  el  bien  público  que  de  su  muerte  dima- 
na ;  igual  el  sacrificio  con  que  lo  obtienen ;  el  uno  es  ambi- 
cioso, y  sólo  se  proponía  conseguir  un  alto  puesto ;  el  otro 
es  un  sincero  amante  del  bien  público,  y  muere  porque 
cree  que  morir  es  su  deber :  ¿  de  qué  parte  está  la  morali- 
dad? La  hallamos  en  el  segundo,  que  prescinde  de  la  utili- 
dad propia ;  no  en  el  primero,  en  quien  sólo  vemos  un  cal- 
culador, que  juega  su  vida  por  la  probabilidad  de  adquirir 
lo  que  ambiciona. 

Dos  gobernantes  que  tienen  en  rehenes  a  individuos  ino- 
centes de  las  familias  del  enemigo  se  abstienen  de  matarlos 
y  atropellados,  y  les  dan  libertad. 

La  conducta  del  uno  es  motivada  por  miras  de  interés 
público,  porque  cree  que  de  este  modo  contribuye  al  triun- 
fo de  la  causa,  desarmando  la  cólera  del  enemigo  y  adqui- 
riendo a  su  gobierno  un  buen  nombre ;  la  del  otro  es  efec- 
to de  la  idea  del  deber:  les  da  libertad  porque  cree  que 
así  lo  exigen  la  humanidad  y  la  justicia:  ¿en  cuál  de  los 
dos  vemos  al  hombre  moral?  En  el  segundo,  no  en  el  pri- 
mero. 

La  razón  del  bien  común  no  nos  basta  para  que  hallemos 
moral  la  acción ;  ésta  tiene  en  ambos  el  mismo  resultado ; 
pero  la  diferente  intención  de  sus  autores  le  da  caracteres 
diversos:  en  el  uno  reconocemos  moralidad,  en  el  otro  ha- 
bilidad. I! 


[20,  207-208) 


ORDEN  MORAL. — C.  7 


121 


CAPITULO  VII 

Relaciones  entre  la  moralidad  y  la  utilidad 


39.  Al  distinguir  entre  la  utilidad  y  la  moralidad  no 
entiendo  separar  estas  dos  cosas,  de  suerte  que  la  una  ex- 
cluya a  la  otra ;  por  el  contrario,  las  considero  íntimamen- 
te unidas,  ya  que  no  en  cada  caso  particular,  al  menos  en 
su  resultado  final.  Lo  moral  es  también  útil:  un  individuo 
que  cumple  fielmente  con  sus  deberes  no  sólo  logrará  la 
felicidad  que  está  reservada  a  los  justos  después  de  la  muer- 
te, sino  que  con  mucha  frecuencia  será  dichoso  en  esta  vida, 
en  cuanto  es  posible  a  la  condición  humana.  Sus  goces  no 
serán  tan  vivos  y  variados,  como  los  del  hombre  inmoral, 
pero  serán  más  dulces,  más  constantes ;  exentos  de  amar- 
gura, no  dejarán  en  el  alma  el  roedor  gusano  del  remor- 
dimiento. Su  posición  en  la  sociedad  no  será  quizá  tan  ele- 
vada y  brillante,  pero  tampoco  le  atormentará  la  idea  de 
que  sus  iguales  le  detestan,  sus  inferiores  le  maldicen  y  sus 
superiores  le  desprecian ;  tampoco  estará  temiendo  de  con- 
tinuo una  caída  que  le  precipite  en  la  nada  y  que  le  haga 
expiar  las  villanías  y  los  delitos  ||  con  que  se  levantara  so- 
bre los  demás.  La  dicha  del  hombre  inmoral  es  ruidosa,  fas- 
tuosa; la  del  hombre  de  bien  es  modesta,  tranquila,  se  des- 
liza en  el  silencio  y  obscuridad  de  la  vida  privada,  como 
aquellos  mansos  arroyos  que  murmullan  suavemente  en 
un  valle  retirado,  sin  más  testigo  que  la  verde  hierba  que 
tapiza  sus  orillas  y  la  luz  del  cielo  que  refleja  en  su  cris- 
talina corriente. 

40.  Lo  propio  que  en  los  individuos  se  verifica  en  la 
sociedad.  Una  nación  corrompida  deslumhra  tal  vez  con  el 
esplendor  de  sus  letras  y  bellas  artes ;  pero  bajo  el  manto 
de  púrpura  y  de  oro  abriga  la  llaga  mortal  que  la  conduce 
al  sepulcro.  La  Roma  de  los  Brutos,  Camilos,  Fabios,  Man- 
lios  y  Escipiones  no  brillaba  tanto  ciertamente  como  la  xle 
los  Tiberios,  Nerones  y  Calígulas ;  sin  embargo,  la  Roma 
modesta  marchaba  a  pasos  agigantados  a  un  grandor  fabu- 
loso, al  imperio  del  mundo,  y  la  Roma  brillante  iba  a  caer 
bajo  el  hierro  de  los  bárbaros  y  a  ser  la  irrisión  de  las  na- 
ciones. Un  Estado,  por  un  acto  de  perfidia  con  que  falta  a 
los  tratados,  adquirirá  tal  vez  una  posición  importante,  una 
ventaja  del  momento;  pero  esto  no  compensa  su  descrédi- 
to a  los  ojos  del  mundo  y  los  perjuicios  que  le  ha  de  aca- 
rrear su  reputación  de  perfidia.  Un  gobierno  que  para  la 


122 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  208-210] 


administración  del  Estado  promueve  la  corrupción  y  fo- 
menta la  venalidad  conseguirá  resultados  momentáneos, 
que  le  conducirán  quizás  con  brevedad  al  fin  que  se  propo- 
ne ;  pero  dejad  pasar  el  tiempo :  la  venalidad  se  extenderá 
de  tal  modo  que  bien  pronto  faltarán  medios  para  comprar 
a  los  que  quieran  venderse ;  ||  se  presentarán,  por  decirlo 
así,  mejores  postores  en  esa  subasta  de  hombres ;  y  el  mis- 
mo gobierno  que  había  tomado  por  base  la  corrupción  se 
hundirá  bien  pronto  en  el  inmundo  lodazal,  obra  de  sus 
manos. 

41.  La  utilidad  bien  entendida  no  sólo  está  hermanada 
con  la  moralidad,  sino  que  puede  también  ser  objeto  inten- 
tado en  la  acción  moral,  sin  que  ésta  se  afee  ni  pierda  su 
carácter.  El  honrado  padre  de  familias  que  con  su  trabajo 
sustenta  a  sus  hijos  se  propone  la  utilidad  que  gana  con  el 
sudor  de  su  frente ;  el  soldado  que  muere  por  su  patria  se 
propone  el  bien  público  que  de  su  sacrificio  resulta ;  la  per- 
sona caritativa  que  socorre  al  pobre  intenta  la  utilidad  del 
socorrido ;  el  individuo  laborioso  que  se  desvela  por  apren- 
der un  arte  o  una  ciencia,  e  por  procurarse  una  posición  de- 
cente, intenta  su  utilidad  privada ;  en  1  s  medios  que  em- 
pleamos para  conservar  o  restablecer  la  salud  intentamos 
nuestra  utilidad  propia;  ¿y  quién  dirá  que  semejantes  ac- 
ciones dejan  por  esto  de  ser  morales?  ¿No  sería  bien  ex- 
traña una  moralidad  que  prescribiese  al  padre  el  trabajar 
por  el  sustento  de  su  familia  sin  intentar  esa  utilidad:  al  sol- 
dado el  morir  por  su  patria  sin  intentar  el  fruto  de  su  muer- 
te ;  al  misericordioso  el  socorrer  al  pobre  sin  intentar  la  uti- 
lidad del  infeliz ;  al  individuo  perfeccionar  sus  facultades 
o  labrar  su  fortuna  sin  intentarlo ;  a  todos  conservar  la 
salud  sin  proponernos  su  conservación?  No  se  entiende  de 
este  modo  el  desinterés  moral ;  se  entiende,  sí,  que  la  ra- 
zón constitutiva  de  la  moralidad  no  es  la  utilidad ;  se 
afirma  que  la  una  no  es  la  otra,  pero  no  que  estén  reñi- 
das ;  por  el  contrario,  ||  se  hallan  íntimamente  enlazadas. 
La  utilidad  no  constituye  la  moralidad,  pero  muchas  veces 
es  una  condición  necesaria  para  ella:  ¿cómo  se  concibe  un 
conjunto  de  relaciones  morales  en  un  hombre  cuyas  accio- 
nes no  sean  útiles  a  nadie?  La  beneficencia,  uno  de  los  más 
bellos  florones  de  la  corona  de  las  virtudes,  ¿en  qué  se  con- 
vierte si  no  se  dirige  a  la  utilidad  de  los  demás?  El  heroís- 
mo con  que  el  hombre  se  sacrifica  por  el  bien  de  sus  seme- 
jantes, ¿a  qué  se  reduce  si  se  le  separa  de  este  bien,  de  esa 
utilidad  para  los  otros?  El  hombre  puede  y  debe  intentar 
los  resultados  que  corresponden  a  cada  acción  moral ;  sin 
esta  intención  sucedería  muchas  veces  que  sus  obras  carece- 
rían de  objeto  y  que  la  moralidad  sería  una  cosa  vana  o 
una  contradicción. 


[20,  210-212] 


ORDEN  MORAL. — C.  7 


123 


42.  La  combinación  de  la  utilidad  con  la  moralidad  nos 
la  indica  nuestro  deseo  innato  de  ser  felices.  Respetamos, 
amamos  la  belleza  moral ;  éste  es  un  impulso  de  la  natura- 
leza ;  pero  también  esa  misma  naturaleza  nos  inspira  un 
irresistible  deseo  de  la  felicidad:  el  hombre  no  puede  de- 
sear ser  infeliz ;  los  mismos  males  que  se  acarrea  los  dirige 
a  procurarse  bienes  o  a  libertarse  de  otros  males  mayores: 
es  decir,  a  disminuir  su  infelicidad.  Así,  la  moral  no  está  re- 
ñida con  la  dicha ;  aun  cuando  la  razón  no  nos  lo  enseñara, 
nos  lo  indicaría  la  naturaleza,  que  nos  inspira  a  un  mismo 
tiempo  el  amor  de  la  felicidad  y  el  de  la  moral. 

43.  ¡Cosa  singular  es  la  moralidad!  Su  belleza  la  ve- 
mos, la  sentimos  en  unas  acciones,  y  nos  atrae  y  ||  cautiva ; 
la  fealdad  de  lo  inmoral  la  vemos,  la  sentimos,  nos  repugna, 
nos  repele,  nos  inspira  aversión ;  el  orden  moral  se  liga  con 
el  provecho  y  el  daño,  pero  no  es  ni  el  daño  ni  el  provecho ; 
se  dirige  a  los  resultados,  pero  es  independiente  de  ellos ;  se 
consuma  en  la  conciencia  con  el  acto  libre  de  la  voluntad,  y 
allí  merece  su  alabanza  o  vituperio,  sean  cuales  fueren  los 
efectos  imprevistos  que  caúse  er\  lo  exterior.  Tan  íntima  es 
la  relación  de  la  moral  con  el  bien  del  individuo,  de  la  so- 
ciedad y  del  linaje  humano,  que  a  primera  vista  parece  con- 
fundirse con  esos  bienes;  donde  se  halla  una  utilidad  indivi- 
dual o  general,  allí  hay  ciertas  ideas  morales  que  moderan, 
que  dirigen ;  y  al  propio  tiempo  es  tal  su  independencia  con 
respecto  a  esas  mismas  cosas  con  las  cuales  está  ligada ;  con- 
serva de  tal  modo  inalterable  su  carácter  en  medio  de  la  va- 
riedad de  los  objetos,  que  parece  no  tener  ninguna  relación 
con  ellos  y  ser  una  especie  de  divinidad  a  la  que  no  afec- 
tan las  vicisitudes  del  mundo. 

44.  Hagámoslo  sentir  con  ejemplos.  Hay  un  hombre  que 
viendo  en  peligro  a  su  patria  resuelve  dar  su  vida  para  sal- 
varla ;  no  se  propone  ni  hacer  fortuna  en  caso  de  sobrevi- 
vir al  riesgo,  ni  mejorar  la  suerte  de  su  familia,  ni  siquiera 
adquirir  celebridad ;  él  sólo  tiene  noticia  del  peligro  de  su 
patria,  y  no  le  es  posible  comunicar  la  noticia  a  nadie ;  solo, 
sin  más  testigo  que  Dios  y  su  conciencia,  sin  más  deseo  que 
el  bien  de  sus  compatricios,  marcha  al  peligro  y  muere : 
esto  es  lo  sublime  moral ;  no  sabemos  cómo  expresar  el  in- 
terés, la  admiración,  el  entusiasmo  que  nos  inspira  tan  he- 
roico ||  desprendimiento,  un  amor  tan  puro  de  la  patria,  un 
corazón  tan  grande,  una  voluntad  tan  firme.  Muere,  pero, 
¡ay!,  ha  sido  víctima  de  un  engaño  que  no  ha  podido  pre- 
ver ni  sospechar.  Su  muerte,  lejos  de  salvar  la  patria,  la  ha 
perdido  para  siempre.  El  resultado  es  desastroso.  ¿Se  dismi- 
nuye la  moralidad  y  el  heroísmo  de  la  acción?  No ;  ha  pro- 
ducido una  catástrofe,  es  verdad ;  pero  «él  no  lo  podía  pre- 
ver, diremos;  el  mérito  es  el  mismo»;  y  ¿por  qué?  Porque 


124 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  212-214] 


la  raíz  de  este  mérito  estaba  en  la  voluntad,  en  la  concien- 
cia, procedía  del  amor  puro  de  su  patria,  en  cuyas  aras  se 
inmolaba,  sin  más  testigos  que  Dios  y  su  conciencia,  y  guia- 
do por  la  idea  del  bien,  por  la  prescripción  del  deber,  por  el 
amor  de  la  virtud.  El  heroísmo  no  deja  de  serlo  por  haber 
sido  desgraciado ;  sobre  la  tumba  de  la  patria  debería  levan- 
tarse la  estatua  del  héroe. 

Hágase  la  contraprueba.  Un  hombre  vil  ocupa  una  posi- 
ción importante  de  cuya  conservación  depende  la  suerte  de 
su  patria.  El  enemigo  le  ofrece  una  cantidad,  y  se  presta  a 
venderla,  conociendo  todo  el  daño  que  resulta  de  su  acción 
infame.  Entre  tanto,  el  gobierno,  a  quien  sirve,  deseoso  de 
asegurarse  la  fidelidad  del  traidor,  le  promete  un  premio 
mayor  que  la  cantidad  de  la  venta ;  el  infame  calcula,  y,  co- 
nociendo que  le  es  más  ventajoso  el  permanecer  fiel,  conser- 
va la  posición,  la  defiende  con  obstinación  invencible  y  sal- 
va a  su  patria.  El  resultado  es  feliz;  pero  ¿qué  os  parece  del 
hombre?  Su  acción  es  felicísima,  pero  no  moral ;  por  el  con- 
trario, es  negra  como  sus  bajos  cálculos ;  todo  el  brillo  de 
los  resultados  no  es  capaz  de  ennoblecerla :  el  triunfo  que  a 
ella  es  debido  se  liga  con  el  recuerdo  de  ||  una  sórdida  es- 
peculación ;  la  patria  fué  salvada  porque  fué  el  mejor  pos- 
tor en  la  conciencia  venal ;  en  los  trofeos  de  la  victoria  de- 
searíamos ver  escrita  con  caracteres  indelebles  la  infamia 
del  vencedor.  II 


CAPITULO  VIII 

No  SE  EXPLICA  BASTANTE  LA  MORALIDAD  CON  DECIR 
QUE  LO  MORAL  ES  LO  CONFORME  A  LA  RAZÓN 


45.  La  razón  nos  prescribe  la  moral:  ¿consistirá  la  mo- 
ralidad en  la  conformidad  con  la  razón?  Analicémoslo. 

46.  ¿Qué  se  entiende  aquí  por  conformidad  a  la  razón? 
Y  ante  todo,  ¿qué  significa  la  palabra  razón?  Suele  tomarse 
en  varias  acepciones :  a  veces  expresa  la  facultad  de  pensar, 
o  el  entendimiento,  en  cuyo  sentido  se  dice  que  el  bruto  ca- 
rece de  razón  y  que  el  demente  ha  perdido  el  uso  de  la  ra- 
zón ;  a  veces  significa  el  conjunto  de  las  verdades  funda- 
mentales, que  son  como  las  leyes  de  nuestro  entendimiento, 
y  así  decimos  que  tal  o  cual  cosa  es  contraria  a  la  razón,  y 
que  lo  absurdo  es  contra  la  razón,  porque  se  halla  en  con- 
tradicción con  estas  verdades.  Por  fin,  la  razón  se  toma  fre- 
cuentemente por  la  equidad  y  justicia  moral.  «Pretende  eso 


|20,  214-216] 


ORDEN  MORAL. — C.  8 


125 


y  tiene  razón,  es  lo  justo ;  se  resiste  a  desposeerse  de  tal 
propiedad  y  no  tiene  razón,  porque  no  le  pertenece ;  exige 
en  el  contrato  condiciones  razonables» ;  ||  en  estos  y  otros 
casos,  razón  se  toma  por  equidad  o  justicia.  Ninguna  de  es- 
tas acepciones  basta  para  que  diciendo :  conforme  a  razón, 
resulte  explicado  el  carácter  constitutivo  de  la  moralidad. 

47.  Ser  conforme  a  razón,  significando  por  esta  palabra 
la  facultad  de  entender,  es  no  decir  nada.  Una  facultad  in- 
cluye actividad,  pero  ésta  puede  ejercerse  de  mil  maneras ; 
ser  conforme  a  una  actividad  es  ser  proporcionado  a  ella,  o 
ser  una  condición  que  la  desenvuelva ;  pero  en  todo  eso  nada 
encontramos  que  nos  dé  ideas  morales. 

48.  Decir  que  la  moralidad  es  la  conformidad  a  la  razón, 
esto  es,  al  conjunto  de  verdades  que  ella  conoce,  es  o  no  de- 
cir nada  o  caer  en  un  círculo  vicioso.  Porque  en  este  con- 
junto de  verdades  entran  las  morales  o  no ;  si  entran,  la 
proposición  significa  que  la  moralidad  consiste  en  la  confor- 
midad a  las  verdades  morales,  lo  que  es  explicar  la  cosa  por 
sí  misma,  y,  por  tanto,  no  aclarar  nada ;  si  no  entran,  en- 
tonces observaremos  que  la  conformidad  a  la  razón  será 
conformidad  con  lo  conocido,  y  como  este  conocimiento  pue- 
de referirse  a  mil  objetos  y  aplicarse  de  infinitas  maneras, 
nos  quedamos  sin  ninguna  regla  moral,  y  el  hombre  podrá 
cometer  las  acciones  que  quiera  en  conformidad  con  sus  co- 
nocimientos. Verdad  hay  en  los  cálculos  del  traidor;  verdad 
en  los  insidiosos  preparativos  del  asesino ;  verdad  en  las  in- 
venciones del  sensual  para  prolongar,  variar  y  avivar  sus 
placeres ;  verdad  en  las  especulaciones  del  codicioso ;  ver- 
dad en  los  planes  del  ||  ambicioso  turbulento ;  verdad  en  los 
designios  del  orgulloso  que  todo  lo  sacrifica  en  sus  aras ;  en 
tales  casos  hay  verdades  de  hecho,  conocidas,  calculadas ; 
verdad  en  las  relaciones  del  medio,  con  el  fin:  ¿diremos, 
sin  embargo,  que  hay  moralidad?  Claro  es  que  no:  luego 
el  conocimiento  por  sí  solo  no  es  regla  de  moral ;  el  cono- 
cimiento es  un  arma  de  que  podemos  hacer  bueno  y  mal 
uso ;  necesitamos,  pues,  un  principio  que  le  dirija  y  que  le 
dé  ese  carácter  que  en  sí  propio  no  tiene. 

49.  Si  por  la  palabra  razón  se  entiende  justicia,  equidad 
u  otra  idea  moral,  caemos  en  el  mismo  defecto  arriba  cen- 
surado :  se  explica  la  cosa  por  sí  misma  y  así  no  se  adelan- 
ta nada.  || 


126 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  217-219] 


CAPITULO  IX 

Nada  se  explica  con  decir  que  la  moral  es  un 
hecho  absoluto  de  la  naturaleza  humana 

50.  Las  ideas  morales  están  en  nuestro  espíritu ;  en  la 
razón  que  las  conoce,  en  la  voluntad  que  las  ama,  en  el  co- 
razón que  las  siente:  ¿podríamos  decir  que  la  moralidad  es 
un  hecho  primitivo  del  alma  y  que  su  valor  intrínseco  de- 
pende de  nuestra  propia  naturaleza  racional? 

51.  La  naturaleza  humana  en  general  es  un  ser  abstrac- 
to, en  el  que  no  puede  fundarse  una  cosa  tan  real  e  inalte- 
rable como  es  la  moralidad ;  tomada  individualmente  no  es 
otra  cosa  que  el  hombre  mismo,  y  en  éste  tampoco  se  puede 
hallar  el  origen  de  la  moral.  El  individuo  humano  es  un  ser 
contingente,  el  orden  moral  es  necesario ;  antes  que  nosotros 
existiéramos,  el  orden  moral  existía,  y  éste  continuaría  aun- 
que nosotros  fuéramos  aniquilados ;  en  ningún  individuo 
humano  se  halla  el  origen  de  una  cosa  necesaria,  luego  tam- 
poco puede  hallarse  en  su  conjunto.  Nosotros  concebimos 
las  ideas  morales  independientes,  no  sólo  de  este  ||  o  aquel 
individuo,  sino  de  toda  la  humanidad ;  aunque  no  existiese 
hombre  alguno  habría  orden  moral,  con  tal  que  hubiese  cria- 
turas racionales.  El  hombre  es  uno  de  los  seres  que  por  su 
racionalidad  son  susceptibles  del  orden  moral,  pero  no  el 
origen  de  este  orden. 

52.  Los  que  miran  la  moralidad  como  un  hecho  absolu- 
to del  espíritu  humano,  sin  ligarla  con  la  existencia  de  un 
ser  superior,  no  explican  nada ;  no  hacen  más  que  consignar 
el  hecho  de  las  ideas  y  sentimientos  morales,  para  lo  cual 
no  necesitamos,  ciertamente,  de  investigación  filosófica :  son 
cosas  que  todos  llevamos  en  el  entendimiento  y  en  el  cora- 
zón ;  para  cerciorarnos  de  ellas  bástanos  el  testimonio  de  la 
conciencia.  U 


CAPITULO  X 

Origen  absoluto  del  orden  morai 


53.  Precisados  a  salir  del  hombre  para  buscar  el  origen 
del  orden  moral,  y  siendo  claro  que  hemos  de  encontrar  la 
misma  insuficiencia  en  las  demás  criaturas,  es  necesario  que 


[20,  219-221] 


OHDEN  MORAL. — C.  10 


127 


le  busquemos  en  la  fuente  de  todo  ser,  de  toda  verdad  y  de 
todo  bien :  Dios. 

Lo  que  se  ha  dicho  (véase  Ideología,  c.  XIII)  [vol.  XXI] 
sobre  el  fundamento  de  la  posibilidad  y  de  las  verdades 
ideales  necesarias  tiene  aplicación  aquí.  Los  principios  mo- 
rales son  también  necesarios,  inmutables,  y  así  no  pueden 
fundarse  en  un  ser  contingente  y  mudable.  Luego  su  origen 
está  en  Dios. 

54.  Pero  queda  todavía  la  dificultad  sobre  el  sentido  de 
la  doctrina  que  pone  en  Dios  el  origen  de  las  verdades  mo- 
rales. ¿Se  entiende  que  dependan  de  su  libre  voluntad?  No. 
Porque  de  esto  se  seguiría  que  lo  bueno  sería  bueno  y  lo 
malo  malo  solamente  porque  Dios  lo  habría  establecido ; 
de  suerte  que  sin  mengua  de  su  santidad  hubiera  podido  ha- 
cer que  el  odio  de  la  criatura  al  Criador  fuese  una  virtud  y 
el  amor  un  ||  vicio,  que  el  aborrecer  a  todos  los  hombres  fue- 
se una  acción  laudable  y  el  amarlos  vituperable;  ¿quién 
puede  concebir  tamaños  delirios?  Por  donde  se  ve  que  el 
orden  moral  tiene  una  parte  necesaria,  independiente  de  la 
libre  voluntad  divina,  por  la  sencilla  razón  de  que  Dios,  todo 
verdad,  todo  santidad,  no  puede  alterar  la  esencia  de  las 
cosas,  pues  que  ésta  se  halla  fundada  en  la  misma  verdad 
y  santidad  infinita. 

55.  A  medida  que  se  va  analizando  la  cuestión,  el  terre- 
no se  despeja  y  nos  encontramos  con  menos  elementos  que 
puedan  pretender  a  ser  principios  de  la  moralidad ;  no  la 
hallamos  fundada  en  ninguna  criatura,  ni  tampoco  en  la 
libre  voluntad  divina,  luego  será  algo  necesario  en  Dios  mis- 
mo. El  origen  de  la  moralidad,  ¿será  la  misma  bondad  mo- 
ral de  Dios,  la  santidad  infinita?  Pero  ¿qué  es  bondad  moral, 
qué  es  santidad?  ¿Qué  queremos  significar  por  estas  pala- 
bras? He  aquí  una  nueva  dificultad. 

56.  Si  antes  de  lo  contingente  es  lo  necesario,  antes  de  lo 
condicional  lo  incondicional,  antes  de  lo  relativo  lo  absolu- 
to, claro  es  que  esa  bondad  moral,  contingente,  no  en  sí,  sino 
en  el  ser  criado ;  condicional  por  la  dependencia  de  las  con- 
diciones a  que  en  su  aplicación  está  sujeta ;  relativa  por  los 
extremos  a  que  se  refiere,  ha  de  estar  precedida  de  una  bon- 
dad moral  absoluta,  que  no  se  funde  en  otra  cosa  que  en  sí 
misma,  que  sea  la  bondad  moral  por  esencia  y  excelencia,  de 
suerte  que  en  llegando  a  ella  ya  no  sea  posible  pasar  más 
allá  en  busca  de  otras  explicaciones.  El  mismo  lenguaje  con  |! 
que  expresamos  la  razón  de  la  moralidad  indica  el  carácter 
absoluto  de  su  origen.  Conforme  a  razón,  a  la  ley  eterna,  a 
los  principios  eternos ;  estas  expresiones  indican  relación 
de  conformidad  a  una  bondad  necesaria,  es  decir,  la  depen- 
dencia en  que  lo  relativo  está  de  lo  absoluto. 

57.  ¿Cuál  es,  pues,  el  atributo  de  Dios,  o  el  acto  que 


128 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  221-222] 


concebimos  como  bondad  moral,  como  santidad?  No  es  su 
inteligencia,  ni  su  poder,  sino  el  amor  de  su  perfección  in- 
finita. El  acto  moral  por  esencia,  el  acto  constituyente,  por 
decirlo  así,  de  la  bondad  moral  de  Dios,  o  sea  de  su  santi- 
dad, es  el  amor  de  su  ser,  de  su  perfección  infinita ;  más  allá 
de  esto  nada  se  puede  concebir  que  sea  origen  de  la  moral ; 
más  puro  que  esto  no  se  puede  concebir  nada  en  el  orden 
moral.  El  amor  con  que  Dios  se  ama  a  sí  mismo  es  la  santi- 
dad, es,  por  decirlo  así,  la  moral  viviente.  Todo  lo  que  hay 
de  moralidad  real  y  posible  dimana  de  aquel  piélago  in- 
finito. 

58.  La  santidad  de  •  Dios  no  es  el  cumplimiento  de  un 
deber,  es  una  necesidad  intrínseca,  como  la  de  existir.  No  se 
puede  buscar  la  razón  del  amor  que  Dios  se  tiene  a  sí  mis- 
mo :  esto  es  una  realidad  absolutamente  necesaria.  Del  hom- 
bre se  dice  muy  bien  que  ha  de  amar  a  Dios ;  pero  de  Dios 
no  se  debe  decir  esto,  sino  que  se  ama.  enunciando  de  una 
manera  absoluta  una  verdad  absoluta.  A  quien  insistiese  en 
preguntar  por  qué  Dios  se  ama  a  sí  mismo  le  replicaríamos 
que  la  pregunta  es  tan  extraña  como  esta  otra:  ¿Por  qué 
Dios  ||  existe?  Lo  necesario  no  tiene  la  razón  de  sí  mismo 
fuera  de  sí  mismo ;  es :  y  ya  está  dicho  todo ;  nada  se  puede 
añadir.  Lo  propio  diremos  de  la  santidad :  Dios  es  infinita- 
mente santo  por  el  amor  de  sí  mismo ;  de  este  amor  no  pue- 
de señalarse  otra  razón  sino  que  es.  Pero  en  cuanto  pode- 
mos ensayar  con  nuestra  débil  razón  la  explicación  de  lo  in- 
finito, ¿concebimos  acaso  algo  más  recto,  más  conforme  a 
razón  que  el  amor  de  la  perfección  infinita?  El  amor  ha  de 
tener  algún  objeto:  éste  es  el  ser;  no  se  ama  a  la  nada: 
cuando,  pues,  hay  el  ser  por  esencia,  el  ser  infinito,  hay  el 
objeto  más  digno  de  amor.  Pero  no  insistamos  en  manifestar 
una  verdad  tan  clara  que  no  necesita  explicación. 

59.  Veamos  ahora  cómo  de  la  santidad  infinita,  del  acto 
moral  por  esencia,  del  amor  de  Dios,  de  la  moralidad  subs- 
tancial y  viviente,  dimana  la  moralidad  ideal  que  hallan 
en  sí  propias  todas  las  criaturas  intelectuales  y  que  se  reali- 
za bajo  distintas  formas  en  las  relaciones  del  mundo  inte- 
lectual. || 


|20,  223-224] 


ORDEN  MORAL. — C.  11 


129 


CAPITULO  XI 

CÓMO  DE  LA  MORALIDAD  ABSOLUTA  DIMANA  LA  RELATIVA 


60.  Dios,  viendo  desde  la  eternidad  el  mundo  actual  y 
todos  los  posibles,  veía  también  el  orden  a  que  debían  estar 
sujetas  las  criaturas  que  los  compusieran.  Una  obra  de  la 
sabiduría  infinita  no  podía  estar  en  desorden,  y  mucho  me- 
nos la  más  noble  entre  ellas,  que  era  la  intelectual.  Amán- 
dose Dios  a  sí  mismo  amaba  también  este  orden,  y  le  que- 
ría realizado  en  el  tiempo  por  las  criaturas  racionales  cuan- 
do se  dignase  sacarlas  de  la  nada.  Pero  como  esta  realiza- 
ción debía  ser  ejecutada  libremente,  pues  que  los  seres  do- 
tados de  inteligencia  no  pueden  estar  sujetos  en  sus  actos 
a  la  necesidad  como  los  irracionales,  debía  comunicárseles 
esta  regla  por  medio  del  conocimiento  con  el  cual  dirigie- 
ran su  voluntad.  Así  sucedió,  y  la  impresión  de  esta  regla 
en  nuestro  espíritu,  hecha  por  la  mano  del  Criador,  es  lo 
que  se  llama  ley  natural. 

61.  Entre  las  prescripciones  de  esta  ley  figura  en  pri- 
mera línea  el  amor  de  Dios ;  el  orden  moral  en  la  criatu- 
ra no  podía  fundarse  en  otra  cosa :  ya  que  el  ||  amor  de  Dios 
a  sí  mismo  es  la  moralidad  por  esencia,  la  participación  de 
esta  moralidad  debía  ser  también  la  participación  de  este 
amor.  Y  he  aquí  una  prueba  filosófica  de  la  profunda  sabi- 
duría de  la  religión  cristiana,  que  establece  el  amor  de 
Dios  como  el  mayor  y  primero  de  los  mandamientos. 

62.  Claro  es  que  el  hombre,  atendida  su  debilidad,  no 
puede  estar  siempre  pensando  en  el  amor  de  Dios,  por  lo 
cual  no  es  necesario  que  todos  sus  actos  lleven  de  una  ma- 
nera explícita  este  augusto  carácter ;  pero  puede,  sí,  obrar 
de  modo  que  nada  haga  contrario  a  este  amor  y  conformar 
sus  actos  al  orden  prescrito.  Cuando  así  proceda,  aunque 
sus  acciones  no  estén  expresamente  motivadas  por  este 
amor,  participan  de  él  en  alguna  manera,  y  en  esta  parti- 
cipación consiste  la  moralidad,  en  lo  contrario  la  inmora' 
lidad. 

63.  Esta  doctrina  no  es  una  mera  hipótesis  para  expli- 
car un  hecho :  si  su  exposición  no  bastase  para  manifestar 
su  verdad,  he  aquí  de  qué  modo  podríamos  confirmarla. 

La  moral  como  necesaria  y  eterna  no  se  funda  en  nin- 
guna criatura,  luego  su  origen  está  en  Dios.  La  bondad  mo- 
ral participada  ha  de  estribar  en  la  moral  por  esencia ; 


130 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  224-22C] 


ésta  es  la  santidad  divina.  Cuando  un  hombre  es  muy  bue- 
no moralmente  se  le  apellida  santo ;  la  bondad  por  esencia 
será  la  santidad  por  esencia.  La  santidad  divina  es  el  amor 
que  Dios  se  tiene  a  sí  mismo :  este  amor-  participado  hace  la 
santidad  de  la  criatura ;  el  amor  por  esencia  ha  de  ser  la 
santidad  por  ||  esencia.  Además,  los  otros  atributos  de  Dios 
no  se  refieren  directamente  al  orden  moral ;  éste  es  el  único 
en  que  descubrimos  este  carácter ;  nada  podemos  concebir 
más  bueno  y  más  santo  que  el  acto  puro,  infinito,  con  que 
Dios  ama  su  perfección  infinita. 

La  moralidad  en  la  criatura  no  puede  ser  otra  cosa  que 
una  participación  de  la  moral  divina.  La  primera  y  princi- 
pal de  estas  participaciones  es  el  amor  de  la  criatura  a  Dios. 

64.  Dios  ama  el  orden  que  corresponde  a  las  criaturas 
conforme  a  lo  que  está  en  la  sabiduría  infinita.  La  criatura, 
amando  este  orden,  ama  lo  que  Dios  ama,  lo  que  está  en 
Dios,  y,  por  consiguiente,  ama  en  algún  modo  a  Dios.  In- 
fringiendo este  orden  no  ama  a  Dios,  pues  que  obra  contra 
lo  que  El  ama.  Luego  la  criatura  participa  de  la  moralidad 
cuando  procede  con  arreglo  a  este  orden,  y  peca  cuando  le 
traspasa.  \^ 

65.  Así  hemos  encontrado  lo  absoluto  en  moral,  funda- 
mento de  lo  relativo ;  lo  infinito,  origen  de  lo  finito ;  lo 
esencial,  fuente  de  lo  participado.  Con  esta  piedra  de  toque 
podemos  recorrer  toda  la  moral  y  reconocer  la  bondad  o 
la  malicia  de  las  acciones.  || 


CAPÍTULO  XII 

Explicación  de  las  nociones  fundamentales  del 
orden  moral 

66.  Ahora  podemos  definir  el  orden  moral  y  todas  sus 
ideas  fundamentales. 

67.  La  moralidad  absoluta  y  esencial  es  la  santidad  in- 
finita, o  sea  el  acto  con  que  Dios  ama  su  perfección  infinita. 

68.  La  moralidad  en  los  seres  criados  es  el  amor  de 
Dios  explícito  o  implícito. 

69.  El  amor  explícito  es  el  acto  mismo  de  amar  a  Dios ; 
éste  es  el  acto  moral  por  excelencia. 

70.  El  amor  implícito  es  el  amor  del  orden  que  Dios 
ama  en  sus  criaturas. 

71.  El  orden  moral  es  el  orden  en  las  criaturas,  en 
cuanto  amado  por  Dios.  || 


[20,  227-2281 


ORDEN  MORAL. — C.  12 


131 


72.  Bien  moral,  relativo  y  finito,  es  lo  que  pertenece  al 
orden  amado  por  Dios  en  las  criaturas,  en  cuanto  es  reali- 
zable por  seres  inteligentes  y  libres.  Mal  moral  es  lo  que  es 
contrario  al  orden  amado  por  Dios,  en  cuanto  la  contrarie- 
dad es  realizable  por  criaturas  libres. 

73.  Vínculo  moral,  tomado  en  su  mayor  generalidad, 
es  un  límite  que  deja  intacta  la  libertad  física ;  pero  que 
influye  en  la  inteligencia  y  voluntad  del  ser  libre  para 
que  ejerza  o  no  su  acción  en  cierto  sentido.  La  voluntad  es 
físicamente  libre  para  querer  una  cosa  mala ;  pero  no  la 
quiere,  porque  es  mala  o  porque  acarrea  castigo :  he  aquí 
un  límite,  un  vínculo  moral  produciendo  su  efecto  sin  des- 
truir la  libertad. 

74.  Ley  natural  es  la  comunicación  del  orden  moral 
hecha  por  Dios  al  hombre  desde  su  creación,  en  cuanto 
produce  en  éste  un  vínculo  moral. 

75.  Mandamiento  o  precepto  es  el  acto  que  produce  este 
vínculo  moral  con  respecto  a  la  ejecución  de  una  cosa. 
Prohibición  es  el  acto  que  liga  moralmente  para  no  ejecu- 
tar una  acción. 

76.  Lícito  es  lo  que  no  contraría  el  orden  moral ;  ilícito 
lo  que  le  contraría. 

77.  Deber  es  la  sujeción  de  la  criatura  libre  al  orden 
moral.  || 

78.  La  obligación,  tomada  esta  palabra  en  su  mayor  ge- 
neralidad, se  confunde  con  el  deber.  Se  llama  obligación 
porque  la  sujeción  al  orden  moral  forma  una  especie  de 
vínculo  que,  respetando  la  libertad  física,  la  liga  en  el  or- 
den moral,  en  cuanto  la  criatura  no  puede  apartarse  de 
este  orden  sin  hacerse  culpable  y  sin  incurrir  en  una  pena. 

79.  La  idea  de  derecho  incluye  dos :  la  de  lícito  con  re- 
lación al  sujeto  que  lo  tiene,  y  la  obligación  de  los  demás 
en  respetársele. 

Camilo  puede  pasearse ;  los  otros  no  pueden  impedírse- 
lo ;  Camilo  tiene,  pues,  derecho  al  paseo.  Si  estuviese  solo 
en  el  mundo,  el  paseo  le  sería  lícito ;  pero  no  se  diría  que 
esta  licitud  (si  puedo  expresarme  así)  fuese  un  derecho. 

Salustio  puede  reclamar  el  dinero  que  ha  prestado  a  su 
amigo,  y  éste  tiene  obligación  de  devolvérselo :  en  Salustio 
hay  un  derecho. 

Luego  el  derecho  incluye  siempre  obligación  o  deber 
en  otro,  ya  sea  para  hacer,  ya  para  no  impedir. 

80.  Imputabilidad  moral  es  el  conjunto  de  las  condi- 
ciones necesarias  para  que  una  acción  pueda  ser  atribuida 
a  una  criatura  en  el  orden  moral ;  éstas  son :  conocimiento 
del  acto  imputado  y  libertad  en  su  ejecución  (c.  II). 

81.  Responsabilidad  moral  es  la  sujeción  a  la  imputabi- 
lidad y  a  sus  consecuencias.  || 


132 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  229-231 J 


82.  Culpa  es  la  misma  responsabilidad  por  una  mala 
acción.  «Es  culpable,  no  es  culpable»,  esto  es,  ha  obrado  mal 
o  no ;  es  responsable  de  un  mal  o  no. 

83.  Pecado  es  una  acción  mala.  Se  suele  aplicar  este 
nombre  a  las  acciones  malas  consideradas  únicamente  con 
relación  a  Dios.  Cuando  se  las  refiere  a  las  leyes  humanas 
se  apellidan  faltas,  delitos  o  crímenes,  según  su  gravedad  y 
naturaleza.  Hay  pecados  de  omisión. 

84.  Premio  es  un  bien  otorgado  a  un  ser  a  consecuen- 
cia de  una  acción  buena  que  le  pertenece  como  imputable. 

85.  Pena  es  un  mal  causado  al  ser  libre  por  motivo  de 
una  acción  mala  de  que  es  responsable.  El  castigo  es  la 
aplicación  de  la  pena. 

86.  Virtud  es  el  hábito  de  obrar  bien. 

87.  Vicio  es  el  hábito  de  obrar  mal. 

Para  ser  virtuoso  no  basta  ejecutar  una  acción  buena ; 
es  preciso  tener  el  hábito  de  obrar  bien ;  así  como  por  un 
acto  malo  se  hace  el  hombre  culpable,  mas  no  vicioso. 

88.  Laudable  es  el  ser  la  acción  digna  de  que  la  reco- 
nozcan y  aprecien  los  demás  como  conforme  al  orden 
moral.  || 

89.  Vituperable  es  lo  digno  de  que  los  demás  lo  reco- 
nozcan y  censuren  como  contrario  al  orden  moral. 

90.  Conciencia  es  el  dictamen  de  la  razón  que  nos  dice : 
esto  es  bueno,  aquello  es  malo. 

91.  Si  hay  verdad  en  el  juicio  de  la  moralidad  de  un 
acto,  la  conciencia  se  llama  recta ;  si  hay  error,  errónea ; 
si  hay  certeza,  cierta ;  si  hay  probabilidad,  probable.  La 
conciencia  dudosa  es  la  que  está  fluctuante  entre  el  sí 
y  el  no. 

92.  El  error  es  invencible  cuando  no  lo  hemos  podido 
evitar ;  de  lo  contrario,  es  vencible.  Lo  mismo  se  aplica  a 
la  ignorancia  de  una  obligación.  Si  por  ignorancia  invenci- 
ble cometemos  un  arto  malo,  no  somos  culpables ;  pero  la 
ignorancia  vencible  no  exime  de  culpa.  || 


CAPÍTULO  XIII 

CÓMO  SE  EXTIENDE  EL  ORDEN  MORAL  A  LO  OUE  NO  LE 
PERTENECE  POR  INTRÍNSECA  NECESIDAD 


93.  Hasta  aqui  hemos  considerado  el  orden  moral  en 
sus  relaciones  necesarias :  fáltanos  ahora  saber  cómo  se  ex- 
tiende a  muchas  cosas  que  no  participan  de  esta  necesidad. 


[20,  231-232] 


ORDEN  MORAL. 


13 


133 


Lo  que  pertenece  al  orden  moral  necesario  está  mandado 
porque  es  bueno,  o  prohibido  porque  es  malo ;  lo  que  está 
fuera  de  dicha  necesidad  es  bueno  porque  está  mandado, 
o  malo  porque  está  prohibido.  El  amor  de  Dios  está  man- 
dado porque  es  bueno ;  el  perjurio  está  prohibido  porque 
es  malo.  La  observancia  de  un  rito,  por  ejemplo,  la  absti- 
nencia de  ciertos  manjares,  es  buena  porque  está  manda- 
da; el  comer  de  ellos  es  malo  porque  está  prohibido.  Los 
mandamientos  relativos  al  orden  necesario  se  llaman  natu- 
rales, los  demás  positivos. 

94.  La  obligación  positiva  es  una  consecuencia  de  la 
natural,  o,  hablando  con  más  propiedad,  es  la  misma  obli- 
gación natural  aplicada  a  un  caso.  He  aquí  puesta  en  .un 
silogismo  la  fórmula  general  de  todas  las  ||  obligaciones 
positivas  que  emanan  de  Dios.  Es  de  ley  natural  el  obe- 
decer a  Dios  en  todo  lo  que  mande ;  es  así  que  ha  man- 
dado esto,  luego  es  de  ley  natural  el  hacer  esto.  La  mayor 
es  un  principio  de  moral  necesaria ;  la  menor  es  la  afirma- 
ción de  una  cosa  particular  que  cae  bajo  lo  comprendido 
en  aquel  principio,  luego  la  consecuencia  incluye  también 
una  obligación  natural,  o  sea  la  aplicación  de  la  ley  natu- 
ral a  un  caso  dado 

95.  *Esta  aplicación  de  los  principios  naturales  a  casos 
especiales  se  encuentra  en  todas  las  relaciones  de  la  vida. 
Casio  no  está  obligado  a  ceder  una  propiedad  a  Sempronio : 
esta  cesión  nada  tiene  que  ver  con  la  ley  natural.  Pero  si 
suponemos  que  Casio  se  ligue  por  un  contrato,  la  cesión  re- 
sultará prescrita  por  la  ley  natural.  Según  ésta,  se  debe 
cumplir  lo  pactado ;  Casio  ha  pactado  la  cesión,  luego  debe 
hacerla,  y  no  haciéndola  peca  contra  la  ley  natural. 

96.  De  la  propia  suerte  se  explican  las  obligaciones  po- 
sitivas que  emanan  de  legítima  autoridad  humana.  La  ley 
natural  prescribe  que  se  guarde  en  la  sociedad  el  orden  de- 
bido, el  cual  no  puede  subsistir  rotos  los  vínculos  de  la 
obediencia  a  la  autoridad  legítima ;  ésta  tiene,  pues,  la  san- 
ción de  la  ley  natural,  y  en  el  ejercicio  de  sus  funciones 
produce  obligación  a  causa  de  esta  misma  ley.  ¡| 


134 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  233-234] 


CAPITULO  XIV 

Deberes  para  con  Dios 


97.  Una  criatura  racional,  aunque  estuviese  enteramen- 
te sola  en  el  universo,  no  podría  prescindir  de  sus  relacio- 
nes con  el  Criador :  su  simple  existencia  le  produce  debe- 
res" hacia  el  Ser  que  se  la  ha  dado. 

98.  El  primero  de  estos  deberes  es  el  amor :  éste  es  la 
base  de  los  demás.  Por  el  amor  se  une  nuestra  voluntad 
con  el  objeto  amado,  y  la  criatura  no  está  en  el  orden  si  no 
está  unida  con  su  Criador.  El  objeto  de  la  voluntad  es  el 
bien ;  y,  por  lo  tanto,  el  objeto  esencial  de  la  voluntad  es  el 
bien  por  esencia,  el  bien  infinito. 

99.  Lo  mismo  se  nos  indica  por  la  inclinación  hacia  el 
bien  en  general  que  todos  experimentamos.  No  hay  quien 
no  ame  el  bien;  no  hay  quien  no  le  desee  bajo. una  u 
otra  forma.  Los  errores,  las  pasiones,  los  caprichos,  la  mal- 
dad, buscan  a  menudo  el  bien  en  objetos  inmorales  y  daño- 
sos ;  pero  lo  que  se  quiere  en  ellos  no  es  lo  que  tienen 
malo,  sino  lo  bueno  que  encierran.  Supuesto  ||  que  el  bien 
en  general  es  una  idea  abstracta  y  que  no  hay  bien  verda- 
dero sino  cuando  hay  un  ser  en  que  se  realiza,  este  deseo 
del  bien  en  sí  mismo  nos  indica  que  hay  algo  que  no  sólo 
es  una  cosa  buena,  sino  el  bien  en  sí  mismo.  Si  a  este  bien, 
que  es  Dios,  le  conociésemos  intuitivamente,  le  amaríamos 
con  una  feliz  necesidad ;  pero  ahora,  mientras  estamos  en 
esta  vida,  aunque  amemos  por  necesidad  el  bien  tomado 
en  general,  no  lo  amamos  en  cuanto  está  realizado  en  un 
ser,  y  por  esto  el  hombre  substituye  con  harta  frecuencia 
al  amor  del  bien  infinito  y  eterno  el  de  los.  finitos  y  pa- 
sajeros. 

100.  El  amor  de  Dios  engendra  la  veneración,  la  gra- 
titud, el  reconocimiento  de  que  todo  lo  hemos  recibido  de 
su  mano  bondadosa,  y,  por  tanto,  la  adoración  interior  con 
que  nos  humillamos  en  su  presencia  rindiéndole  los  debi- 
dos homenajes.  He  aquí  el  culto  interno. 

101.  El  hombre  ha  recibido  de  Dios  no  sólo  el  alma, 
sino  también  el  cuerpo,  y  además  tenemos  natural  inclina- 
ción a  manifestar  los  afectos  del  espíritu  por  medio  de  sig- 
nos sensibles ;  así,  pues,  en  reconocimiento  de  haber  recibi- 
do de  Dios  el  cuerpo  y  cuanto  nos  sirve  para  la  conserva- 
ción de  la  vida,  y  además  para  manifestar  por  signos  sen- 


[20,234-236]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — c.  14  135 


sibles  la  adoración  interior,  empleamos  ciertas  expresiones, 
ya  de  palabra,  como  la  oración  verbal;  ya  de  gesto,  como 
el  hincar  la  rodilla,  el  inclinarse,  el  postrarse;  ya  de  ac- 
ciones sobre  otros  objetos,  como  el  quemar  incienso,  el 
ofrecer  los  frutos  ||  de  la  tierra,  el  matar  a  un  animal,  en 
reconocimiento  del  supremo  dominio  de  Dios  sobre  todas 
las  cosas.  He  aquí  el  culto  externo. 

102.  Esta  obligación  se  funda  en  la  misma  naturaleza 
del  hombre.  Levantamos  monumentos  a  los  héroes;  guar- 
damos con  respeto  la  memoria  de  los  bienhechores  del  li- 
naje humano ;  conservamos  con  amor  y  ternura  cuanto  nos 
recuerda  a  un  padre,  un  amigo,  una  persona  querida  que 
la  muerte  nos  ha  arrebatado;  ¿y  no  manifestaríamos  ex- 
teriormente  el  amor,  el  agradecimiento,  la  adoración  que 
tributamos  a  Dios  en  nuestro  interior? 

103.  Las  costumbres  del  linaje  humano  en  todos  tiem- 
pos y  países  están  acordes  en  este  punto  con  la  sana  filoso- 
fía ;  en  medio  de  los  errores  y  extravagancias  que  nos  ofre- 
ce la  historia  de  las  falsas  religiones  vemos  una  idea  domi- 
nante, fija,  conforme  con  la  razón  y  enseñada  por  Dios  al 
primer  hombre :  la  obligación  de  manifestar  el  culto  inter- 
no con  el  externo. 

104.  La  obediencia  que  debemos  a  Dios  en  todas  las  co- 
sas se  la  debemos  también  en  lo  tocante  al  culto,  y  así  es 
que  estamos  obligados  a  tributárselo  de  la  manera  que  su 
infinita  sabiduría  nos  haya  prescrito.  De  aquí  resulta  que 
a  los  ojos  de  la  sana  moral  no  son  indiferentes  las  religio- 
nes ;  quien  sostiene  esto  las  niega  todas.  Porque,  o  es  pre- 
ciso decir  que  Dios  no  ha  revelado  nada  con  respecto  al 
culto,  o  confesar  que  quieie  que  se  haga  lo  que  ha  manda- 
do. Lo  primero  lo  combaten  |¡  sólidamente  los  apologistas 
de  la  revelación ;  lo  segundo  lo  demuestra  la  sana  filosofía. 

De  esto  se  infiere  que  el  hombre  está  obligado  a  vivir  en 
la  religión  que  Dios  ha  revelado,  y  que  quien  falta  a  esta 
obligación  infringe  la  ley  natural  y  es  culpable  a  los  ojos 
de  la  Justicia  divina. 

105.  Los  que  admiten  la  existencia  de  Dios  y  niegan  la 
posibilidad  de  la  revelación  incurren  en  una  contradicción 
manifiesta.  Si  el  hombre  puede  hablar  al  hombre,  ¿por 
qué  el  Criador  no  podrá  hablar  a  la  criatura?  Si  los  espíri- 
tus finitos  son  capaces  de  comunicar  sus  pensamientos  a 
otros,  ¿por  qué  el  espíritu  infinito  estará  privado  de  esta 
facultad?  Quien  nos  dió  el  ser,  ¿no  podrá  ponerse  en  espe- 
cial comunicación  con  su  propia  obra?  Quien  nos  dotó  de 
entendimiento,  ¿no  podrá  ilustrarle? 

Se  dirá  tal  vez  que  Dios  es  demasiado  grande  para  des- 
cender hasta  nosotros  ,  pero  reflexiónese  que  este  argumen- 
to prueba  demasiado,  y,  por  tanto,  no  prueba  nada.  Dios. 


136 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  236-238] 


siendo  infinito,  crió  seres  finitos,  y  esto  no  repugna  a  su 
infinidad;  luego  o  debemos  inferir  que  Dios  no  pudo  criar- 
nos o  es  preciso  convenir  en  que  puede  hablarnos.  || 


CAPITULO  XV 

Deberes  para  consigo  mismo 


SECCION  I 

Nociones  preliminares 

106.  El  ser  que  obra  no  sólo  con  espontaneidad,  sino 
también  con  libertad,  ha  de  tener  una  regla  que  le  fije  la 
conducta  que  debe  observar  consigo  mismo.  Los  inanima- 
dos se  perfeccionan  con  sujeción  a  leyes  necesarias,  en  cuya 
ejecución  no  tienen  ellos  sino  una  parte  pasiva,  y  los  irra- 
cionales, aunque  obran  por  un  impulso  propio,  con  la  es- 
pontaneidad de  un  viviente  sensitivo,  no  conocen  lo  que 
hacen,  pues  su  percepción  se  limita  a  lo  puramente  sensi- 
ble. Pero  el  ser  dotado  de  razón  y  de  libre  albedrío  es  due- 
ño de  su  misma  espontaneidad,  puede  usar  de  ella  de  di- 
ferentes modos,  y,  por  tanto,  necesita  que  las  condiciones 
de  su  desarrollo  y  perfección  le  estén  prescritas  en  ciertas 
reglas  que  dirijan  su  conducta.  Estas  reglas  son  los  deberes 
consigo  mismo. 

107.  Para  la  existencia  de  estos  deberes  no  es  necesa- 
ria la  sociedad.  Un  hombre  enteramente  solo  en  el  ¡|  mun- 
do tendría  deberes  consigo  propio ;  el  que  va  a  parar  a  una 
isla  desierta,  sin  esperanza  de  volver  jamás  a  reunirse  con 
sus  semejantes,  no  está  exento  de  las  leyes  de  la  moral. 

108.  Dios,  al  sacar  de  la  nada  a  una  criatura,  la  ha  des- 
tinado a  un  fin,  la  sabiduría  infinita  no  obra  al  acaso.  Este 
fin  lo  buscan  todas  las  criaturas,  usando  de  los  medios  que 
para  alcanzarle  se  les  otorgan.  Así  vemos  que  en  el  mundo 
inanimado  todo  aspira  a  desenvolverse,  caminando  de  este 
modo  a  la  perfección  respectiva. 

El  germen  sepultado  en  las  entrañas  de  la  tierra  des- 
envuelve sus  fuerzas  vitales,  se  abre  paso,  se  presenta  sobre 
la  superficie  buscando  la  saludable  influencia  del  aire,  de 
la  luz  y  del  calor,  y  al  mismo  tiempo  dilata  sus  raíces  para 
absorber  el  jugo  que  le  alimenta.  Prospera,  crece,  su  tron- 
co se  levanta  y  se  engruesa,  sus  ramas  se  extienden,  has- 


[20,  238-2401       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  137 


ta  que  llega  al  punto  de  desarrollo  necesario  para  ejercer 
las  funciones  que  le  corresponden  en  el  mundo  vegetal. 

Ese  mismo  trabajo  descubrimos  en  todos  los  productos 
de  la  tierra ;  desde  el  árbol  secular,  que  desafía  los  huraca- 
nes, hasta  la  endeble  hierba  que  vive  un  solo  día,  todos  se 
dirigen  incesantemente  a  su  respectivo  desarrollo,  todos  es- 
tán empleando  continuamente  las  fuerzas  que  se  les  han 
dado  para  ejercer  del  mejor  modo  posible  las  funciones 
qüe  les  corresponden. 

109.  Entre  los  animales  vemos  el  mismo  fenómeno.  No 
son  únicamente  las  especies  más  elevadas  las  que  ü  mues- 
tran su  laboriosidad  en  su  lugar  respectivo :  no  es  sólo  el 
caballo,  el  león,  el  elefante,  el  orangután,  son  los  gusanos 
que  se  arrastran  por  el  polvo,  son  los  insectos  que  anidan 
en  la  hoja  del  árbol,  son  las  ostras  pegadas  a  una  peña,  los 
imperceptibles  animalillos  que  sólo  distinguimos  con  el  mi- 
croscopio. Cada  cual  en  su  línea  cuida,  por  decirlo  así,  de 
cumplir  su  misión ;  y  el  mundo  de  la  vida  vegetal  y  ani- 
mal se  parece  a  un  inmenso  taller  donde  está  realizada  has- 
ta lo  infinito  la  división  del  trabajo  y  donde  cada  individuo 
cumple  con  la  parte  que  le  corresponde  para  contribuir  a 
la  obra  que  se  ha  propuesto  el  supremo  Artífice. 

110.  El  hombre,  dotado  de  tan  nobles  facultades,  está 
sujeto  a  la  misma  ley;  también  debe  buscar  su  desarrollo 
ejerciendo  sus  facultades  del  modo  que  corresponde  a  su 
naturaleza.  Pero  este  desarrollo,  aunque  sujeto  a  una  ley, 
está  encomendado  al  libre  albedrío,  y  así  es  que  se  nota  una 
diferencia  entre  el  hombre  y  los  animales  y  vegetales ;  és- 
tos adquieren  siempre  toda  la  perfección  posible  a  sus 
fuerzas  y  a  su  situación,  el  hombre  se  queda  muchas  veces 
inferior  a  lo  que  puede.  Tiene  una  inteligencia  capaz  de 
abarcar  el  mundo,  y,  sin  embargo,  abusando  de  su  libre  al- 
bedrío, la  deja  quizá  sumida  en  la  ignorancia  y  con  harta 
frecuencia  la  alimenta  de  errores ;  está  dotado  de  una  vo- 
luntad que  aspira  al  bien  infinito,  y,  no  obstante,  la  reba- 
ja, si  quiere,  hasta  hundirla  en  un  lodazal  de  corrupción 
y  miseria.  || 


SECCION  II 
Amor  de  sí  mismo 

111.  El  deber  fundamental  del  hombre  consigo  es  el 
amor  de  sí  mismo,  y  la  fórmula  general  de  la  ejecución  de 
este  deber  es  el  desarrollo  armónico  de  sus  facultades,  cual 
conviene  a  un  ser  inteligente  y  libre.  Apliquemos  estos 
principios. 


138 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  240-242] 


112.  Lo  que  está  encargado  de  llevar  algo  a  la  perfec- 
ción es  necesario  que  lo  ame,  y  el  hombre  tiene  este  encar- 
go para  consigo.  No  puede  haber  una  inclinación  continua  al 
desarrollo  y  perfección  de  las  facultades  sin  amar  este  des- 
arrollo y  perfección  del  ser  que  las  posee.  Así,  el  amor  de 
una  criatura  a  sí  misma  pertenece  al  orden  general  del  uni- 
verso ;  es  una  ley  de  todos .  los  seres  inteligentes  y  libres, 
que  pertenece  al  orden  conocido  y  amado  por  Dios.  Al  amar- 
se el  hombre  a  sí  mismo  ama  también  lo  que  Dios  ama,  y, 
por  consiguiente,  ama  en  algún  modo  al  mismo  Dios. 

El  amor  de  sí  mismo  es  tan  conforme  a  la  naturaleza  de 
las  cosas  y  se  halla  de  tal  modo  grabado  en  nuestro  espíri- 
tu, que  no  ha  sido  necesario  expresarlo  como  precepto ;  lo 
que  es  temible  es  el  abuso  del  amor,  pero  no  es  posible  que 
falte.  A  este  propósito  es  de  notar  que  en  el  Evangelio  se  ha 
dicho  que  el  principal  y  primer  mandamiento  era  amar  a 
Dios,  y  el  segundo  semejante  al  primero,  amarás  al  prójimo 
como  a  ti  mismo.  Esto  último  se  da  por  supuesto,  y  así  es 
que  se  ||  toma  por  modelo  o  regla  del  amor  a  lo  demás, 
como  a  ti  mismo. 

113.  De  esto  inferiremos  que  cuando  se  habla  del  amor 
propio  como  de  un  vicio  se  entiende  el  abuso  de  este  amor, 
que  por  desgracia  es  harto  común,  mas  no  del  amor  en  sí, 
pues  que  éste,  por  el  contrario,  es  una  de  nuestras  primeras 
obligaciones,  o  mejor  diríamos,  de  nuestras  necesidades. 

114.  El  deseo  de  la  felicidad  implica  este  amor,  y  como 
de  este  deseo  no  podemos  despojarnos  se  echa  de  ver  que  el 
amor  de  sí  mismo  es  una  necesidad.  ¿Cómo  se  concilia  su 
carácter  necesario  con  el  de  un  precepto  que  debe  suponer 
libertad?  Muy  sencillamente.  La  necesidad  le  conviene  to- 
mado el  amor  en  general,  en  cuanto  nos  lleva  a  buscar  la  fe- 
licidad también  en  general ;  pero  la  cualidad  de  precepto  le 
pertenece,  en  cuanto  se  refiere  a  las  aplicaciones  de  este 
amor,  así  con  respecto  al  objeto  determinado  en  que  pone- 
mos la  felicidad  como  a  los  medios  que  empleamos  para 
alcanzarla.  El  deseo  de  la  felicidad  es  un  hecho  necesario ; 
el  modo  de  cumplir  este  deseo  cae  bajo  el  orden  de  los  pre- 
ceptos. 

115.  Aquí  encontramos  un  ejemplo  de  cómo  está  unida 
la  moralidad  con  la  utilidad.  El  amor  de  sí  mismo  es  moral 
y  es  al  propio  tiempo  útil,  y  no  sólo  útil,  sino  necesario  para 
que  el  ser  inteligente  y  libre  llegue  al  objeto  de  su  destino.  || 

116.  El  amor  de  sí  mismo  no  puede  ser  el  término  del 
hombre  t  este  amor  por  sí  solo,  sin  aplicaciones,  no  le  pro- 
porcionaría la  felicidad  que  desea;  el  ser  feliz  por  la  con- 
templación y  amor  de  sí  propio  corresponde  sólo  a  Dios,  que 
contempla  y  ama  en  si  toda  verdad  y  todo  bien.  El  amor  de 
la  criatura  a  sí  misma  ha  de  ser  una  especie  de  impulso  que 


1.20,242-243]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  139 


la  lleve  a  la  perfección  y  a  la  felicidad,  no  su  fin  último,  y  en 
las  aplicaciones  de  este  impulso  debe  cuidar  de  no  ponerse 
en  contradicción  con  su  fin.  Para  cuyo  objeto  es  preciso  que 
no  tome  por  norma  de  su  conducta  la  satisfacción  de  todos 
sus  deseos,  sino  que  los  considere  en  su  conjunto  y  en  sus 
relaciones  y  que  únicamente  otorgue  a  cada  uno  la  parte 
que  le  corresponda,  para  que  no  se  perturbe,  y  antes  bien 
se  conserve  y  mejore,  la  armonía  de  sus  facultadés. 


SECCION  III 
Deberes  relativos  al  entendimiento 

117.  La  primera  de  las  facultades  y  que  está  como  en 
la  cima  de  la  humana  naturaleza  es  el  entendimiento,  el  cual 
conoce  la  verdad  y  sirve  de  guía  a  las  otras.  Este  es  el  ojo 
del  espíritu ;  si  no  está  bien  dispuesto,  todo  se  desordena. 

Hablan  algunos  del  entendimiento  como  si  esta  facultad 
no  estuviese  sujeta  a  ninguna  regla ;  así  excusan  todas  las 
opiniones,  todos  los  errores,  bastándoles  el  que  sea  una  ope- 
ración intelectual  para  que  la  tengan  por  inocente  e  incapaz 
de  mancha.  Es  verdad  que  un  error  es  inocente  cuando  el 
que  lo  sufre  no  ha  podido  ]|  evitarle,  y  en  este  sentido  se 
pueden  disculpar  algunos  errores ;  pero  si  se  intenta  signi- 
ficar que  el  hombre  es  libre  de  pensar  lo  que  quiera,  sin  su- 
jeción a  ninguna  ley,  haciendo  de  su  inteligencia  el  uso  que 
bien  le  parezca,  se  cae  en  una  contradicción  manifiesta.  La 
voluntad,  los  sentidos,  los  órganos,  hasta  los  miembros,  todo 
en  el  hombre  está  sujeto  a  leyes,  ¿y  no  lo  estará  el  entendi- 
miento? No  podremos  usar  de  la  última  de  nuestras  facul- 
tades sin  sujeción  al  orden  moral ;  y  la  más  noble,  la  que 
debe  dirigirlas  a  todas,  ¿estará  exenta  de  ley?  Una  acción 
de  la  mano,  del  pie,  podrán  sernos  imputadas,  ¿y  no  lo  se- 
rán las  del  entendimiento?  ¿Seremos  responsables  de  nues- 
tros actos  externos,  y  no  lo  seremos  de  los  internos?  ¿La 
moralidad  se  extenderá  a  todo,  excepto  a  lo  más  íntimo  de 
nuestra  conciencia? 

118.  Es  claro  que  no  pueden  ser  indiferentes  para  el  en- 
tendimiento la  verdad  y  el  error ;  su  perfección  consiste  en 
el  conocimiento  de  la  verdad,  luego  tenemos  un  deber  de 
buscarla  ;  y  cuando  no  empleamos  el  entendimiento  en  este 
sentido  abusamos  de  la  mejor  de  nuestras  facultades.  El  ob- 
jeto del  entendimiento  es  la  verdad,  porque  la  verdad  es  el 
ser ;  y  la  nada  no  puede  ser  objeto  de  ninguna  facultad. 
Cuando  conocemos  el  ser  conocemos  la  verdad,  y,  por  con- 
siguiente, estamos  obligados  a  procurarnos  el  conocimiento 


140 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  243-245] 


de  la  realidad  de  las  cosas.  Si  por  indolencia,  pasión  o  capri- 
cho extraviamos  nuestro  entendimiento  haciéndole  asentir 
al  error,  ya  porque  crea  existentes  objetos  que  no  existen, 
o  no  existentes  los  existentes,  ya  porque  ||  les  atribuya  re- 
laciones que  no  tienen  o  les  niegue  las  que  tienen,  faltamos 
a  la  ley  moral,  porque  nos  apartamos  del  orden  prescrito  a 
nuestra  naturaleza  por  la  sabiduría  infinita. 

El  amor  de  la  verdad  no  es  una  simple  cualidad  filosó- 
fica, sino  un  verdadero  deber  moral ;  el  procurar  ver  en  las 
cosas  lo  que  hay  y  nada  más  de  lo  que  hay,  en  lo  que  con- 
siste el  conocimiento  de  la  verdad,  no  es  sólo  un  consejo  del 
arte  de  pensar,  es  también  un  deber  prescrito  por  la  ley  de 
bien  obrar. 

119.  La  obligación  de  buscar  la  verdad  y  apartarse  del 
error  se  halla  hasta  en  el  orden  puramente  especulativo,  de 
suerte  que  quien  estudia  una  materia  sin  más  objeto  que  la 
contemplación,  y  sin  intención  alguna  de  aplicar  sus  cono- 
cimientos a  la  práctica,  tiene  también  el  deber  de  buscar  la 
verdad,  de  procurar  ver  en  el  objeto  contemplado  todo  lo 
que  hay  y  nada  más  de  lo  que  hay.  Pero  esta  obligación  de 
buscar  la  verdad  se  hace  más  grave  cuando  el  conocimiento 
no  se  limita  a  la  pura  contemplación,  sino  que  ha  de  regir- 
nos en  la  práctica.  Un  mecánico  puramente  especulativo 
que  por  indolencia  se  equivoca  en  sus  cálculos  usa  mal  de  su 
entendimiento;  pero  si  es  práctico,  sus  errores  son  de  más 
consecuencia,  y,  por  tanto,  añade  a  la  culpa  del  error  en  la 
especulativa  la  que  consigo  trae  el  exponerse  a  cometer  ye- 
rros en  la  construcción  de  las  máquinas. 

120.  Infiérese  de  esto  que  la  obligación  de  dirigir  el  en- 
tendimiento al  conocimiento  de  la  verdad  es  grave,  I  gra- 
vísima, cuando  se  trata  de  las  verdades  que  deben  arreglar 
toda  nuestra  conducta  y  de  que  depende  nuestro  último  des- 
tino. En  estas  cuestiones:  ¿Quién  soy?  ¿De  dónde  he  salido9 
¿Adonde  voy?  ¿Cuál  es  la  conducta  que  debo  seguir  en  la 
vida?  ¿Cuál  será  mi  destino  después  de  la  muerte?,  el  hom- 
bre que  se  mantiene  indiferente  o  que  se  expone  a  caer  en 
error  incurre  en  gravísima  responsabilidad  moral,  aun  pres- 
cindiendo de  toda  idea  religiosa  y  atendiendo  únicamente  a 
la  luz  de  la  filosofía.  Los  que  hablan,  pues,  de  errores,  de 
extravíos  del  entendimiento,  cual  si  en  estas  materias  no  cu- 
piese transgresión  del  orden  moral,  dicen  un  despropósito ; 
pierden  de  vista  la  ley  general  y  necesaria  que  nos  obliga 
a  desenvolver  y  perfeccionar  nuestras  facultades,  lo  que  no 
podemos  hace?  con  el  entendimiento  si  no  le  dirigimos  ha- 
cia la  verdad;  olvidan  que,  siendo  el  entendimiento  la  guía 
de  las  demás  facultades,  si  él  yerra,  errarán  todas ;  no  ad- 
vierten que,  poniéndonos  el  entendimiento  en  relación  con 
las  cosas,  si  no  las  ve  como  son  en  sí  se  perturba  por  nece- 


[29,245-247]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  141 


sidad  el  orden  en  nuestra  conducta ;  no  consideran  que  hay 
muchas  materias  en  que  e]  error  puede  ser  de  consecuen- 
cias irreparables,  y  que,  por  tanto,  no  hay  menos  culpabili- 
dad en  él  que  si  quisiéramos  andar  por  entre  horrendos  pre- 
cipicios con  los  ojos  tapados,  o  distraídos. 

121.  Aquí  también  encontramos  admirablemente  enla- 
zada la  moral  con  la  utilidad.  «Emplea  bien  el  entendimien- 
to, sírvete  de  él  para  el  conocimiento  de  la  verdad,  para  ver  9 
las  cosas  y  sus  relaciones  tales  como  son  en  sí» ;  esto  nos 
dice  la  ley  natural ;  y  el  resultado  ||  de  la  sujeción  a  este 
precepto  es  el  obrar  en  todo  de  la  manera  conveniente,  apre- 
ciando los  objetos  en  su  valor  y  conociendo,  por  consiguien- 
te, a  cuáles  debemos  dar  la  preferencia. 

122.  La  moral  en  este  punto  se  halla  también  acorde  con 
las  inclinaciones  naturales.  Todos  deseamos  conocer  la  ver- 
dad: al  error  como  error  no  podemos  asentir;  ¿acaso  cree- 
remos lo  que  juzgamos  falso?  ¿Quién  se,  satisface  con  pen- 
sar de  una  cosa  lo  que  no  es  y  no  lo  que  es?  Cuando  nece- 
sitamos del  error  para  nuestras  pasiones  le  cubrimos  con  el 
velo  de  la  verdad ;  sabemos  engañarnos  a  nosotros  mis- 
mos con  una  sagacidad  deplorable. 


SECCION  IV 
Deberes  relativos  al  orden  sensible 

123.  Si  el  hombre  fuese  un  espíritu  puro,  sus  deberes 
estarían  cumplidos  con  procurar  conocer  a  Dios  y  a  sí  mis- 
mo, con  amar  a  Dios  sobre  todo,  amarse  a  sí  mismo  y  a 
cuanto  Dios  quisiese.  No  teniendo  más  facultades  que  el  en- 
tendimiento y  la  voluntad,  su  ser  estaría  en  el  orden  moral 
dirigiendo  el  entendimiento  a  la  verdad  y  la  voluntad  al 
bien ;  pero  como  junto  con  esas  facultades  superiores  po- 
seemos otras  inferiores,  nace  de  la  relación  de  aquéllas  con 
éstas  una  serie  de  nuevos  deberes. 

124.  La  sensibilidad  se  nos  ha  dado  para  satisfacer  las 
necesidades  animales  y  para  excitar  y  fomentar  el  ||  desarro- 
llo de  las  facultades  superiores ;  así  es  que  debemos  mi- 
rarla bajo  ambos  aspectos  y  sacar  de  sus  relaciones  los  de- 
beres que  se  refieren  a  ella 

125.  Lo  que  se  ha  dicho  sobre  la  obligación  de  buscar 
en  todo  la  verdad  hace  innecesario  el  que  nos  extendamos 
sobre  el  uso  que  debemos  hacer  de  los  sentidos.,  en  cuanto 
nos  sirven  para  adquirir  el  conocimiento  de  las  cosas.  Si  he- 
mos de  buscar  la  verdad,  es  preciso  que  empleemos  los  me- 
dios de  la  manera  conveniente ;  y,  por  tanto,  es  necesario  que 


142 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  247-249} 


procuremos  usar  de  los  sentidos  del  modo  que  corresponde 
para  que  no  nos  induzcan  a  conceptos  equivocados.  Las  re- 
glas sobre  el  buen  uso  de  los  sentidos  no  son  solamente  ló- 
gicas, sino  también  morales.  Emplearlos  de  suerte  que  nos 
hagan  errar  es  valerse  de  correos  precipitados  e  impruden- 
tes, con  peligro  de  que  traigan  noticias  falsas ;  y  si  llegamos 
hasta  el  punto  de  usar  los  sentidos  con  el  secreto  designio 
de  que  nos  digan,  no  la  verdad,  sino  lo  que  halaga  nuestras 
pasiones  o  amor  propio,  entonces  cometemos  una  especie  de 
delito  de  soborno ;  nos  valemos  de  testigos  falsos  para  que 
engañen  al  entendimiento. 

126.  La  relación  de  los  sentidos  a  la  satisfacción  de  las 
necesidades  animales  y  vitales  presenta  un  nuevo  aspecto  de 
que  nacen  otros  deberes.  Pero,  si  bien  se  reflexiona,  este 
aspecto  se  halla  íntimamente  ligado  con  el  anterior ;  por- 
que, si  el  entendimiento  conoce  la  verdad,  conocerá  también 
el  verdadero  destino  de  los  sentidos,  y,  por  tanto,  el  uso  que 
de  ellos  se  ha  de  hacer.  || 

127.  La  naturaleza  misma  nos  está  enseñando  que  de- 
bemos conservar  la  vida  y  la  salud ;  a  más  del  deseo  que  a 
ello  nos  impele,  los  dolores  sensibles  nos  avisan  cuándo  la 
vida  corre  peligro  o  la  salud  se  perturba.  Así,  pues,  será  le- 
gítimo el  uso  de  los  sentidos  cuando  se  ordena  a  la  conserva- 
ción de  la  salud  y  de  la  vida,  y  será  ilegítimo  cuando  con- 
traría estos  fines.  También  aquí  se  hermana  la  moralidad 
con  la  utilidad ;  las  reglas  de  higiene  son  también  reglas  de 
moral. 

La  templanza  y  la  sobriedad  son  virtudes,  porque  nos 
prescriben  la  debida  mesura  en  la  comida  y  bebida ;  la  gula 
y  la  embriaguez  son  vicios,  porque  nos  llevan  a  un  exceso 
contrario  a  la  razón.  Los  resultados  de  la  templanza  y  de 
la  sobriedad  son  la  conservación  de  la  vida  y  de  la  salud,  el 
bienestar  suave  y  general  que  experimentamos  cuando  nues- 
tra organización  se  halla  en  el  correspondiente  equilibrio ; 
la  gula  y  la  embriaguez  producen  indigestiones,  vértigos, 
dolores  atroces  gastan  las  fuerzas  y  acaban  por  conducir  al 
sepulcro. 

128.  ¡Cosa  admirable!  El  hombre  al  excederse  en  lo 
sensible  es  castigado  también  en  lo  intelectual :  una  comida 
excesiva  produce  el  embotamiento  de  las  facultades  intelec- 
tuales por  la  pesadez  y  la  somnolencia ;  la  embriaguez  per- 
turba la  razón :  el  ebrio  no  ha  procedido  como  hombre ;  pues 
bien,  por  la  embriaguez  deja  de  ser  hombre  y  se  convierte 
en  un  objeto  de  lástima  o  de  risa.  || 

129.  He  aquí  las  reglas  morales  en  este  punto,  reduci- 
das a  un  principio  bien  sencillo :  la  medida  del  uso  de  los 
sentidos  en  sus  relaciones  con  las  necesidades  del  cuerpo  es 
la  conservación  de  la  vida  y  de  la  salud ;  la  higiene,  exten- 


[20„  249-250]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  143 


diéndose  no  sólo  a  los  alimentos,  sino  a  cuanto  tiene  rela- 
ción con  la  salud  y  la  vida.  Esta  es  una  excelente  piedra  de 
toque  para  conocer  la  moralidad  de  las  acciones  relativas  a 
las  necesidades  o  deseos  sensibles. 

Aclarémoslo  con  ejemplos.  La  pereza  es  un  vicio  a  los 
ojos  de  la  sana  moral ;  la  ociosidad  está  sembrada  de  peli- 
gros ;  en  ella  se  debilitan  las  facultades  intelectuales  y  se 
corrompe  el  corazón ;  pues  bien,  la  higiene  está  acorde  con 
las  prescripciones  morales,  la  ociosidad  es  dañosa  a  la  sa- 
lud ;  el  ejercicio,  así  el  intelectual  como  el  corporal,  es  muy 
saludable ;  para  aliviar  las  enfermedades  sirve  en  gran  ma- 
nera la  ocupación  moderada  del  cuerpo  y  del  espíritu.  Mi- 
rad al  perezoso  que  tendido  sobre  un  sofá  no  tiene  valor 
para  levantar  la  cabeza  ni  la  mano ;  el  tedio  se  apodera  de 
su  corazón,  para  hacer  bien  pronto  lugar  a  la  tristeza,  a  la 
manía  y  otros  extravíos.  Su  entendimiento,  divagando  a 
merced  de  todas  las  impresiones,  sin  sentir  la  acción  de  una 
voluntad  fuerte  que  le  sujete  a  un  punto,  se  acostumbra  a 
no  fijarse  en  nada,  se  debilita  y  vive  en  una  especie  de  som- 
nolencia. El  cuerpo  en  continua  inacción  languidece ;  las  di- 
gestiones se  hacen  mal,  la  circulación  se  retarda  y  desorde- 
na ;  el  sueño,  como  no  cae  sobre  un  cuerpo  fatigado  y  me- 
nesteroso de  descanso,  huye  de  los  ojos  o  es  interrumpido 
*  con  frecuencia ;  el  perezoso  buscaba  el  bienestar  en  la  inac- 
ción completa,  |¡  y  sólo  halla  los  males  consiguientes  al  en- 
flaquecimiento del  espíritu  y  a  las  enfermedades  del  cuerpo. 

Comparad  con  estos  resultados  los  de  la  virtud  contra- 
ria. La  costumbre  del  trabajo  inspira  afición  hacia  él:  el 
laborioso  goza  cuando  trabaja;  padece  cuando  se  le  condena 
a  la  inacción.  El  fruto  de  su  laboriosidad,  intelectual,  moral 
o  física,  le  recompensa  con  una  satisfacción  placentera : 
cuando  después  de  larga?  horas  contempla  el  resultado  de 
su  actividad  se  consuela  fácilmente  de  las  pequeñas  moles- 
tias que  ha  sufrido  y  las  tiene  por  muy  bien  empleadas.  Al 
llegar  la  hora  de  la  distracción  disfruta  porque  la  necesita ; 
su  sensibilidad  no  está  embotada  por  el  placer,  y  éste,  por 
ligero  que  sea,  se  multiplica,  se  aviva,  porque  es  una  lluvia 
que  cae  sobre  tierra  sedienta.  El  tedio,  la  tristeza,  las  ma- 
nías, los  aciagos  presentimientos  no  se  albergan  en  su  alma 
porque  no  saben  por  dónde  entrar:  como  hay  ocupación  per- 
manente, no  queda  tiempo  para  complacer  a  esas  visitas  im- 
portunas y  dañosas.  El  ejercicio  de  las  facultades  tiene  en 
continuo  movimiento  la  organización ;  y  las  alternativas  de 
trabajo  y  descanso  le  dan  aquel  punto  que  necesita  para 
desempeñar  sus  funciones  ordenadamente,  lo  que  constitu- 
ye la  salud  y  prolonga  la  vida.  Por  fin,  el  sueño,  cayendo 
sobre  una  organización  fatigada,  es  tomado  con  placer,  y  re- 
parando las  fuerzas  comunica  la  actividad,  que  se  despliega 


144 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  250-252J 


de  nuevo  cuando  el  astro  del  día,  alumbrando  el  mundo, 
viene  a  avisarnos  de  que  sonó  la  hora  del  trabajo.  || 

130.  ¿Y  qué  diremos  de  la  armonía  de  la  higiene  y  de 
la  moral  en  lo  tocante  a  los  placeres  sensuales  contrarios  a 
la  naturaleza?  La  severidad  de  la  moral  en  este  punto  se 
halla  justificada  por  la  más  sabia  previsión.  He  aquí  cómo 
se  expresa  Huffeland  en  su  Macrobiótica,  o  Arte  ríe  prolon- 
gar la  vida:  «Es  horrendo  el  sello  que  la  naturaleza  graba  en 
el  que  la  ultraja  de  este  modo :  es  una  rosa  marchita,  un  ár- 
bol secado  en  el  tiempo  de  su  mayor  lozanía,  un  cadáver 
ambulante.  Este  vicio  afrentoso  ahoga  todo  principio  vital, 
agota  todas  las  fuentes  del  vigor,  y  no  deja  tras  sí  más  que 
debilidad,  inercia,  palidez,  decadencia  de  cuerpo  y  abati- 
miento de  espíritu.  El  ojo  pierde  su  brillo  y  se  hunde  en  su 
órbita,  las  facciones  se  alargan,  desaparece  el  aire  juvenil,  y 
el  semblante  se  cubre  de  manchas  amoratadas.  La  más  leve 
impresión  afecta  desagradablemente  toda  la  economía  ani- 
mal. Falta  el  vigor  muscular;  el  sueño  es  poco  reparador; 
el  menor  movimiento  causa  fatiga ;  las  piernas  no  pueden 
soportar  el  peso  del  cuerpo ;  pónense  trémulas  las  manos,  se 
sufren  dolores  en  todos  los  miembros,  se  embotan  los  senti- 
dos, y  el  genio  se  vuelve  tétrico  y  melancólico.  Los  desgra- 
ciados que  se  entregan  a  este  vicio  hablan  poco,  parece  que 
lo  hacen  con  disgusto,  y  nada  les  queda  de  la  viveza  que  los 
caracterizara  en  otros  tiempos.  Los  jóvenes  de  talento  se  ha- 
cen hombres  comunes  y  aun  mentecatos.  El  alma  pierde  el 
gusto  de  los  pensamientos  elevados,  y  la  imaginación  está 
completamente  depravada... 


»Toda  su  vida  no  es  más  que  una  serie  de  cargos  que  |!  se 
hacen  a  sí  mismos  y  de  penosos  sentimientos  causados  por 
la  debilidad  de  que  no  saben  triunfar.  Siempre  irresolutos, 
experimentan  un  tedio  continuo  de  la  vida  que  los  conduce 
con  frecuencia  al  suicidio,  crimen  a  que  nadie  está  más  su- 
jeto que  los  que  se  entregan  a  los  goces  solitarios...  . 


»Por  otra  parte,  las  facultades  digestivas  se  desordenan ; 
se  está  continuamente  atormentado  de  incomodidades  y  ma- 
les de  estómago,  se  vicia  la  sangre,  el  pecho  se  llena  de  mu- 
cosidades,  la  piel  se  cubre  de  granos  y  úlceras,  y  sobrevie- 
nen, finalmente,  la  epilepsia,  la  consunción,  la  calentura  hé- 
tica, frecuentes  desmayos  y  una  muerte  temprana.»  Al  oír 
ese  imponente  testimonio  de  la  ciencia  sobre  los  funestos 
resultados  de  la  inmoralidad,  causan  lástima  e  indignación 


[20,  252-254]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  145 


los  que  no  alcanzan  a  comprender  por  qué  la  religión  cris- 
tiana se  muestra  tan  severa  en  todo  cuanto  puede  corrom- 
per el  corazón  de  la  juventud.  Aquí,  como  en  todas  las  cosas, 
manifiesta  el  cristianismo  su  profundo  conocimiento  de  las 
leyes  de  la  naturaleza  y  de  los  secretos  del  corazón  y  de  la 
vida.  «La  naturaleza,  dice  el  mismo  Huffeland.  no  castiga 
ninguna  acción  con  tanto  rigor  como  las  que  directamente 
la  ofenden.  Si  hay  pecados  mortales  son  sin  duda  los  que  se 
cometen  oontra  la  naturaleza.»  (Macrobiótica,  2.*  parte, 
sección  1.a,  c.  II.)  || 

SECCION  V 
El  suicidio 

131.  Al  tratar  de  las  obligaciones  del  hombre  para  con- 
sigo ocurre  la  cuestión  del  suicidio.  Es  de  notar  que  la  in- 
moralidad de  este  acto  no  puede  fundarse  únicamente  en  las 
relaciones  del  individuo  con  la  familia  o  la  sociedad ;  de 
otro  modo  se  seguiría  que  el  que  estuviese  falto  de  ellas  po- 
dría atentar  contra  su  vida. 

132.  La  razón  fundamental  de  la  inmoralidad  del  suici- 
dio está  en  que  el  hombre  perturba  el  orden  natural,  des- 
truyendo una  cosa  sobre  la  cual  no  tiene  dominio.  Somos 
usufructuarios  de  la  vida,  no  propietarios ;  se  nos  ha  con- 
cedido el  comer»  de  los  frutos  del  árbol,  y  con  el  s&icidio 
nos  tomamos  la  libertad  de  cortarle. 

¿En  qué  puede  apoyarse  el  hombre  para  llamarse  propie- 
tario de  la  vida?  ¿Se  la  ha  dado  él  a  sí  propio?  ¿Se  le  con- 
sultó acaso  para  traerle  a  ella?  ¿Dónde  estaba  antes  de  vi- 
vir? No  era ;  y  se  halló  existiendo,  no  por  su  voluntad,  sino 
por  la  del  Criador,  con  arreglo  a  las  leyes  de  la  naturaleza. 
Si  él  no  se  la  ha  dado,  ¿cómo  pretenderá  ser  su  dueño  ex- 
clusivo, de  suerte  que  la  pueda  destruir  cuando  bien  le  pa- 
rezca? Todo  le  está  indicando  que  el  vivir  no  depende  de  su 
libre  albedrío ;  a  más  de  haber  pasado  de  la  nada  al  ser  ex- 
perimenta que  la  mayor  parte  de  las  funciones  de  la  vida 
se  hacen  independientemente  de  su  voluntad:  la  ||  respira- 
ción, la  circulación  de  la  sangre,  la  digestión,  la  nutrición  y 
en  general  todas  las  funciones  vitales  se  ejercen  sin  que 
piense  en  ellas ;  sólo  cuando  es  necesario  tomar  alimento 
para  reparar  las  fuerzas,  la  voluntad  interviene,  pues  la  na- 
turaleza ha  querido  dejar  al  ser  viviente  dotado  de  espon- 
taneidad alguna  acción  sobre  los  medios  de  conservar  la 
vida ;  pero  tan  pronto  como  esto  se  cumple,  la  organización 
continúa  sus  funciones  en  los  procedimientos  de  la  nutri- 
ción y  en  todas  sus  consecuencias,  sin  que  pueda  impedirlo 
el  imperio  de  la  voluntad. 

10 


146 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  254-256] 


133.  El  deseo  de  la  conservación  de  la  vida  y  el  horror 
a  la  muerte  es  un  indicio  de  que  no  están  en  nuestra  mano. 
Los  brutos  animales,  como  obedecen  ciegamente  al  instinto 
de  la  naturaleza,  no  r>e  suicidan  nunca ;  sólo  el  hombre,  en 
fuerza  de  su  libertad,  puede  perturbar  de  una  manera  tan 
monstruosa  el  orden  natural. 

134.  El  suicida  o  ha  de  negar  la  inmortalidad  del  alma 
o  comete  la  mayor  de  las  locuras.  Si  se  atiene  a  lo  primero, 
afirmando  que  después  de  esta  vida  no  hay  nada,  el  suicidio 
no  se  excusa,  pero  se  comprende ;  y  por  desgracia  se  nota 
que  donde  cunde  la  incredulidad,  allí  cunde  también  esta 
manía  criminal.  Pero  si  el  suicida  conserva,  no  diré  la  se- 
guridad, pero  siquiera  la  más  leve  duda  sobre  la  existencia 
de  la  otra  vida,  ¿cómo  se  explica  tamaña  temeridad?  ¿Quién 
le  ha  hecho  árbitro  de  su  destino  futuro  de  tal  modo  que 
pueda  adquirirlo  cuando  bien  le  parezca?  Al  presentarse  || 
delante  de  su  Criador,  en  el  mundo  de  la  eternidad,  ¿qué 
podrá  responder  si  se  le  dice:  «¿Quién  te  ha  llamado  aquí? 
¿Quién  te  ha  dicho  que  estaba  terminada  tu  carrera  sobre 
la  tierra?  ¿Por  qué  la  has  abreviado  por  tu  sola  voluntad? 
El  que  debía  sacarte  de  la  tierra,  ¿no  es  acaso  el  mismo  que 
te  puso  en  ella?  La  razón,  el  instinto  de  la  naturaleza,  ¿no  te 
estaban  diciendo  que  el  atentar  contra  tu  vida  era  un  acto 
contrario  a  la  ley  que  se  te  había  impuesto?»  ¿Quién  le  au- 
toriza para  ir  al  otro  mundo  a  buscar  otro  destino?  ¿No  se- 
ría justo,  justísimo,  que  en  vez  de  la  felicidad  encontrase 
la  desdicha?  He  aquí,  pues,  cómo  el  suicidio,  siempre  inexcu- 
sable, no  puede  ni  siquiera  comprenderse  sino  como  una 
temeridad  insensata  en  quien  abrigue  alguna  duda  sobre  si 
hay  algo  después  de  la  muerte ;  y  así  es  muy  natural  lo  que 
enseña  la  experiencia,  de  que  se  encuentran  tan  pocos  sui- 
cidas cuando  se  conservan  las  ideas  religiosas.  Este  es  un 
buen  barómetro  para  juzgar  de  la  religiosidad  de  los  pue- 
blos :  si  son  muchos  los  individuos  que  atenían  contra  su 
vida,  señal  es-  que  se  han  enflaquecido  las  creencias  sobre  la 
inmortalidad  del  alma. 


SECCION  VI 
La  mutilación  y  otros  daños 

135.  Así  como  el  deber  de  conservar  la  vida  implica  la 
prohibición  del  suicidio,  e)  de  conservar  la  salud  incluye  la 
prohibición  de  mutilarse,  de  disminuir  en  cualquier  sentido 
la  integridad  del  cuerpo  o  de  causarse  enfermedades.  I! 

136.  No  se  quiere  decir  con  esto  que  el  hombre  por  mo- 
tivos superiores  no  pueda  mortificarse  a  sí  propio ;  pues  que 


[20,  256-257]       DEBERES  CON  DIOS  Y  CONSIGO  MISMO. — C.  15  147 


la  sujeción  del  cuerpo  al  espíritu  y  el  servicio  que  le  debe 
exige  que  cuando  para  la  perfección  del  espíritu  se  haya 
de  sacrificar  el  bienestar  del  cuerpo  no  se  repare  en  el  sa- 
crificio. Esto  puede  acontecer  por  vía  de  preservativo  o  de 
expiación ;  de  preservativo,  si,  por  ejemplo,  absteniéndose 
de  ciertos  alimentos  o  de  otros  recreos  lícitos,  se  logra  que 
el  espíritu  conserve  la  paz  y  la  buena  moral;  de  expiación, 
porque  nada  más  racional,  y  así  lo  confirman  las  costumbres 
del  linaje  humano,  que  el  ofrecer  a  Dios,  en  expiación  de 
las  faltas,  la  mortificación  voluntaria  de  quien  las  ha  co- 
metido. Pero  nada  de  esto  puede  llegar  ni  a  mutilaciones  ni 
a  detrimentos  graves  en  la  salud ;  a  todo  debe  presidir  la 
prudencia,  que  es  la  guía,  el  complemento  y  el  esmalte  de 
las  otras  virtudes. 


SECCION  VII 
Resumen 

137.  Resumiendo  los  deberes  del  hombre  para  consigo, 
diremos  que  debe  amar  a  Dios  y  amar  a  sí  mismo ;  que  debe 
la  verdad  a  su  entendimiento  y  el  bien  a  su  voluntad ;  que 
debe  a  todas  sus  facultades  la  correspondiente  armonía,  para 
que  no  sirvan  como  esclavas  las  que  deben  mandar  como 
señoras ;  que  el  uso  de  las  sensibles,  en  cuanto  se  refieren  a 
informarle  de  los  objetos,  debe  ser  cual  conviene  para  que 
no  le  induzcan  a  error,  y  en  sus  relaciones  con  el  cuerpo  de- 
ben ||  emplearse  del  modo  conducente  para  la  conservación 
de  la  vida  y  de  la  salud ;  que,  por  consiguiente,  no  puede 
en  ningún  caso  atentar  contra  su  propia  existencia ;  que 
aun  los  daños  que  se  cause  nunca  pueden  llegar  hasta  el 
punto  de  producir  enfermedades  graves  y  deben  tener  siem- 
pre un  fin  conforme  a  la  razón ;  en  una  palabra,  el  precep- 
to fundamental  del  amor  de  sí  mismo  debe  practicarle  con 
el  desarrollo  de  sus  facultades  en  un  sentido  de  perfec- 
ción y  con  arreglo  al  fin  a  que  Dios  le  ha  destinado. 

138.  No  hablo  por  separado  de  los  deberes  de  la  volun- 
tad, porque  todos  le  pertenecen ;  siendo  la  voluntad  una 
condición  necesaria  para  la  moralidad,  nada  es  bueno  ni 
malo  si  no  es  voluntario.  || 


148 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  258-259J 


CAPITULO  XVI 

El  hombre  está  destinado  a  vivir  en  sociedad 


139.  Hemos  explicado  los  deberes  del  hombre  consi- 
derado como  si  estuviese  solo  en  el  mundo,  sin  un  ser  se- 
mejante con  el  cual  pudiera  tener  relaciones ;  pero  ésta  es 
una  hipótesis  que  únicamente  tuvo  lugar  en  los  breves  mo- 
mentos que  transcurrieron  desde  la  creación  de  Adán  hasta 
la  de  Eva,  su  mujer.  Siempre  y  en  todas  partes  se  ha  en- 
contrado el  hombre  en  relación  con  sus  semejantes;  pues 
no  merecen  atención  las  raras  excepciones  de  esta  regla 
ofrecidas  por  la  historia  de  largos  siglos.  Los  que  han  vi- 
vido sin  comunicación  con  sus  semejantes  han  sufrido  este 
infortunio  por  algún  accidente :  unos  desplegada  ya  su  ra- 
zón, como  los  náufragos  arrojados  a  una  isla  desierta; 
otros  antes  del  uso  de  razón,  ya  sea  que,  abandonados  por 
sus  padres  en  la  niñez,  debieran  a  una  casualidad  feliz  el 
no  perecer,  o  bien  porque  se  haya  querido  hacer  en  ellos 
una  prueba,  como  en  los  niños  de  Egipto  y  del  Mogol 
(véase  Ideología,  c.  XVI)  [vol.  XXI].  El  aislamiento  que 
sobreviene  desplegada  ya  la  razón  es  un  accidente  rarísimo 
en  los  fastos  de  la  historia ;  el  otro,  a  más  de  ser  muy  raro  || 
también,  no  cae  bajo  la  jurisdicción  de  la  ciencia  moral, 
porque  los  individuos  que  se  hallan  en  tal  caso  se  mues- 
tran tan  estúpidos  que  se  duda  con  harto  fundamento  si 
tienen  ideas  morales  (ibíd.).  Sin  embargo,  no  será  inútil  el 
haber  considerado  al  hombre  en  un  aislamiento  hipotéti- 
co ;  porque  esto  nos  ha  enseñado  a  conocer  mejor  que  hay 
en  el  orden  moral  algo  absoluto,  necesario,  independiente 
de  las  relaciones  de  la  familia  y  de  la  sociedad,  mostrándo- 
nos la  ley  moral  presidiendo  a  los  destinos  de  toda  criatura 
inteligente  y  libre,  por  el  mero  hecho  de  su  existencia.  Las 
relaciones  en  que  vamos  a  considerar  al  hombre  nos  lleva- 
rán al  conocimiento  de  una  nueva  serie  de  obligaciones  mo- 
rales, y  al  propio  tiempo  servirán  a  completar  la  idea  de 
las  que  acabamos  de  encontrar  en  el  individuo  aislado. 

140.  Las  leyes  que  rigen  en  la  generación,  crecimiento  y 
perfección  del  hombre  físico  son  un  argumento  irrecusable 
de  que  no  puede  estar  solo ;  y  las  que  presiden  al  desarrollo 
de  sus  facultades  intelectuales  y  morales  confirman  la  mis- 
ma verdad.  Al  nacimiento  precede  la  sociedad  entre  el 
marido  y  la  mujer,  y  sigue  la  sociedad  del  hijo  con  la  ma- 


[20,  259-262] 


EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  17 


149 


dre.  Sin  estas  condiciones,  o  no  existe  el  hombre  o  muere  a 
poco  de  haber  visto  la  luz.  La  debilidad  del  recién  nacido 
indica  la  necesidad  de  amparo,  y  el  largo  tiempo  que  su  de- 
bilidad se  prolonga  manifiesta  que  este  amparo  ha  de  ser 
constante.  Dejadle  solo  cuando  acaba  de  nacer,  y  vivirá  po- 
cas horas ;  abandonadle  en  un  bosque  aun  cuando  cuente 
ya  algunos  años,  y  perecerá  sin  remedio.  La  necesidad  de  la 
comunicación  con  sus  semejantes  |¡  la  manifiestan  con  no 
menor  claridad  las  condiciones  de  su  desarrollo  intelectual 
y  moral ;  el  individuo  solitario  vive  en  la  estupidez  más 
completa :  o  no  tiéne  ideas  intelectuales  y  morales,  o  son 
tan  imperfectas  que  no  se  dejan  conocer  (véase  Ideología, 
c.  XVI)  [vol.  XXI].  De  esto  debemos  inferir  que  el  hombre 
no  está  destinado  a  vivir  solo,  sino  en  comunicación  con 
sus  semejantes ;  de  lo  contrario  será  preciso  admitir  el  des- 
propósito de  que  la  naturaleza  le  forma  para  morir  luego  de 
nacido,  o  para  vivir  en  la  estupidez  de  los  brutos  si  su  vida 
se  conservase  por  algún  accidente  feliz.  || 


CAPITULO  XVII 

Deberes  y  derechos  de  la  sociedad  doméstica,  o  sea  de 

LA  FAMILIA 


141.  La  reunión  de  los  hombres  forma  las  sociedades, 
las  que  son  de  diferentes  especies  según  los  vínculos  que  las 
constituyen.  La  primera,  la  más  natural,  la  indispensable 
para  la  conservación  del  género  humano,  es  la  de  familia. 
Su  objeto  nos  ha  de  enseñar  las  relaciones  morales  que  de 
ella  dimanan. 

142.  La  especie  humana  perecería  si  los  padres  no  cui- 
dasen de  sus  hijos,  alimentándolos,  librándolos  de  la  intem- 
perie y  preservándolos  de  tantas  causas  como  les  acarrearían 
la  muerte.  Esta  obligación  se  refiere  en  primer  lugar  a  la 
madre ;  por  esto  la  naturaleza  le  da  lo  necesario  para  ali- 
mentar al  recién  nacido,  y  pone  en  su  corazón  un  inagotable 
raudal  de  amor,  de  solicitud  y  de  ternura. 

143.  La  debilidad  de  la  mujer,  la  imposibilidad  de  pro- 
curarse por  sí  sola  la  subsistencia  para  sí  y  para  su  familia, 
están  reclamando  el  auxilio  del  padre,  sobre  ||  quien  pesa 
también  la  obligación  de  conservar  la  vida  de  los  individuos 
a  quienes  la  ha  dado.  * 

144.  Los  discursos  de  la  razón  están  de  más  cuando  se 


150 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  262-263] 


halla  de  por  medio  la  intrínseca  necesidad  de  las  cosas  y 
habla  tan  alto  la  naturaleza;  estos  deberes  son  tan  claros 
que  no  hay  necesidad  de  esforzar  los  argumentos  que  los 
prueban :  escritos  se  hallan  con  caracteres  indelebles  en  el 
corazón  de  los  padres ;  el  indecible  amor  que  profesan  a 
sus  hijos  es  una  elocuente  proclamación  de  la  ley  natural. 

145.  Claro  es  que  la  conservación  del  humano  linaje  no 
se  refiere  únicamente  a  la  vida  física,  sino  que  abraza  tam- 
bién la  intelectual  y  moral:  el  Autor  de  la  naturaleza  ha 
querido  que  se  perpetúase  la  especie  humana,  pero  no  como 
una  raza  de  brutos,  sino  como  criaturas  racionales.  La  razón 
no  se  despliega  sin  la  comunicación  intelectual ;  y  así  es 
que,  al  encomendarse  a  los  padres  el  cuidado  de  conservar 
y  perfeccionar  a  los  hijos  en  lo  físico,  se  les  ha  encomenda- 
do también  el  desarrollo  y  perfección  en  el  orden  intelectual 
y  moral.  He  aquí,  pues,  cómo  la  misma  naturaleza  nos  está 
indicando  que  los  padres  tienen  obligación  de  educar  a  sus 
hijos,  formando  su  entendimiento  y  corazón  cual  conviene 
a  criaturas  racionales. 

146.  Este  cuidado  debe  extenderse  a  largo  tiempo,  más 
todavía  que  el  relativo  a  lo  físico,  porque  la  experiencia 
enseña  que  el  niño  llega  lentamente  al  conocimiento  de  las 
verdades  de  que  necesita,  y,  sobre  todo,  ||  sus  inclinaciones 
sensibles  se  depravan  con  facilidad  y  ahogando  la  semi- 
lla de  las  ideas  morales  no  las  dejan  prevalecer  en  la  con- 
ducta: 

147.  El  común  de  los  hombres  sólo  vive  lo  necesario 
para  cuidar  de  la  educación  de  sus  hijos:  muchos  son  los 
padres  que  mueren  antes  de  que  éstos  alcancen  la  edad  adul- 
ta, y  casi  todos  descienden  al  sepulcro  sin  haber  podido  cui- 
dar de  los  menores.  Esta  verdad  se  manifiesta  en  las  tablas 
de  la  duración  de  la  vida,  y  sin  necesidad  de  cálculos  nos  lo 
está  mostrando  la  experiencia  común.  Cuando  los  padres 
tienen  de  cincuenta  a  sesenta  años,  sus  hijos  mayores  no 
pasan  de  veinte  a  treinta ;  y  a  éstos  siguen  otros  que  no  son 
todavía  capaces  de  proveer  a  su  subsistencia,  y  menos  aún 
de  dirigirse  bien  entre  los  escollos  del  mundo.  Este  hecho 
es  de  la  mayor  importancia  para  manifestar  la  necesidad  de 
que  los  vínculos  del  matrimonio  sean  durables  por  toda  la 
vida,  cuidando,  unidos  el  marido  y  la  mujer,  de  los  hijos 
que  la  Providencia  les  ha  encomendado.  Sin  esta  permanen- 
cia en  la  unión,  muchos  hijos  se  verían  abandonados  antes 
de  tiempo  y  se  perturbaría  el  orden  de  la  familia  y  de  la 
sociedad.  El  corto  plazo  de  vida  concedido  al  hombre  le  está 
indicando  que  en  vez  de  divagar  a  merced  de  sus  pasiones 
formando  nuevos  lazos  y  dando  simultáneo  origen  a  distin- 
tas familias,  se  apresure  a  cuidar  de  la  que  tiene,  porque  se 
acerca  a  pasos  rápidos  el  momento  de  bajar  al  sepulcro. 


[20,  263-265J 


EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  17 


151 


148.  Ninguna  sociedad,  por  pequeña  que  sea,  puede  con- 
servarse ordenada  sin  una  autoridad  que  la  rija ;  |¡  donde 
hay  reunión  es  preciso  que  haya  una  ley  de  unidad ;  de  lo 
contrario  es  inevitable  el  desorden.  Las  fuerzas  individua- 
les entregadas  a  sí  solas,  sin  esta  ley  de  unidad,  o  producen 
dispersión  o  acarrean  choque  y  anarquía.  De  esta  regla  no 
se  exceptúa  la  sociedad  doméstica ;  y  como  la  autoridad  no 
puede  residir  en  los  hijos,  ha  de  estar  en  los  padres.  Así,  la 
autoridad  paterna  está  fundada  en  la  misma  naturaleza,  anr 
teriormente  a  toda  sociedad  civil. 

149.  Los  límites  de  esta  autoridad  se  hallan  fijados  por 
el  objeto  de  la  misma:  debe  tener  todo  lo  necesario  para 
que  la  sociedad  de  la  familia  pueda  alcanzar  su  fin,  que  es 
la  crianza  y  educación  de  los  hijos,  de  tal  modo  que  se  per- 
petúe el  linaje  humano  con  el  debido  desarrollo  y  perfec- 
ción de  las  facultades  intelectuales  y  morales. 

150.  Antes  de  la  sociedad  con  los  hijos  hay  la  de  marido 
y  mujer,  y  entre  éstos  ha  de  haber  autoridad  para  que  haya 
orden.  La  debilidad  de  la  mujer,  las  necesidades  de  su  sexo, 
sus  inclinaciones  naturales,  el  predominio  que  en  ella  tiene 
el  sentimiento  sobre  la  reflexión,  la  misma  clase  de  medios 
que  la  naturaleza  le  ha  dado  para  adquirir  ascendiente,  todo 
está  indicando  que  no  ha  nacido  para  mandar  al  varón,  a 
quien  la  naturaleza  ha  hecho  reflexivo,  de  corazón  menos 
sensible,  sin  los  medios  y  las  artes  de  seducir,  pero  con  el  " 
aire  y  la  fuerza  de  mando.  La  autoridad  de  la  familia  se 
halla,  pues,  en  el  varón ;  la  de  la  madre  viene  en  su  auxilio 

y  la  reemplaza  cuando  falta.  || 

151.  El  derecho  de  mandar  es  correlativo  de  la  obliga- 
ción de  obediencia ;  así,  pues,  los  deberes  de  la  mujer  con 
el  marido  y  de  los  hijos  con  los  padres  están  limitados  por 
el  derecho  de  sus  respectivos  superiores  (77,  78,  79).  La  mu-' 
jer  debe  a  su  marido,  y  los  hijos  a  los  padres,  sumisión  y 
obediencia  en  todo  lo  concerniente  al  buen  orden  domés- 
tico. Cuáles  sean  las  aplicaciones  de  estos  deberes  lo  indican 
las  circunstancias,  y  no  puede  establecerse  una  regla  gene- 
ral que  fije  con  toda  exactitud  la  línea  hasta  donde  llegan 
y  de  la  que  no  pasan.  En  la  instabilidad  de  las  cosas  huma- 
nas es  inevitable  el  que  haya  muchos  casos  que  parezcan 
pedir  la  ampliación  o  la  restricción  de  la  autoridad  domés- 
tica ;  y  el  buen  orden  de  las  familias  y  de  los  Estados  ha  exi- 
gido que  los  legisladores  establecieran  reglas  para  determi- 
nar algunas  de  las  relaciones  domésticas.  De  aquí  es  el  que 
la  autoridad  conyugal  y  la  potestad  patria  tengan  diferente 
extensión  en  los  varios  tiempos  y  países,  cuyas  diferencias 
no  pertenecen  a  este  lugar  y  son  objeto  de  la  jurispru- 
dencia. 

152.  En  la  infancia  de  las  sociedades,  cuando  las  familias 


152 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  265-267] 


no  estaban  unidas  con  vínculos  bastantes  para  constituir 
verdaderos  estados  políticos,  la  potestad  patria  debía  ser 
naturalmente  muy  fuerte ;  siendo  el  único  elemento  de  or- 
den privado  y  público,  debía  tener  todo  lo  necesario  para 
llenar  su  objeto.  Pero,  a  medida  que  la  organización  social 
fué  progresando,  la  potestad  patria,  si  bien  entró  como  un 
elemento  de  orden,  no  fué  el  único ;  y  así  es  que  sus  facul- 
tades se  restringieron,'  pasando  algunas  de  ellas  al  poder  so- 
cial. En  este  punto  ||  ha  habido  variedad  en  la  legislación 
de  los  pueblos,  viéndose  sociedades  bastante  adelantadas 
donde  todavía  se  conservaba  a  la  potestad  patria  el  derecho 
de  vida  y  muerte ;  pero,  en  general,  se  puede  asegurar  que 
la  tendencia  ha  sido  de  restricción,  encaminándose  a  dejarle 
únicamente  lo  indispensable  para  la  crianza  y  educación  de 
los  hijos  y  el  buen  orden  en  la  administración  de  los  asun- 
tos domésticos. 

153.  Los  innumerables  beneficios  que  los  hijos  deben  a 
sus  padres  producen  la  obligación  de  la  gratitud ;  y  así  como 
el  padre  cuida  de  la  infancia  y  adolescencia  del  hijo,  así  el 
hijo  debe  cuidar  de  la  vejez  de  su  padre.  La  piedad  filial  es 
un  deber  sagrado ;  las  ofensas  a  los  padres  son  contra  la  na- 
turaleza ;  y  así  es  que  el  parricidio  se  ha  mirado  con  tanto 
horror  en  todos  los  pueblos,  castigándole  unos  con  suplicios 
espantosos,  y  no  señalándole  otros  ninguna  pena,  porque  las 
leyes  le  consideraban  imposible. 

154.  La  naturaleza  no  comunica  al  amor  filial  la  vive- 
za, profundidad,  ternura  y  constancia  que  distinguen  al  pa- 
terno y  materno,  en  lo  cual  se  manifiesta  la  sabiduría  del 
Criador,  que  ha  dado  un  impulso  más  irresistible  a  propor- 
ción de  que  se  dirigía  a  un  objeto  más  necesario.  Los  padres 
viven  y  el  mundo  se  conserva  a  pesar  del  cruel  comporta- 
miento de  algunos  hijos  y  de  la  gratitud  e  indiferencia  de 
muchos ;  pero  el  mundo  se  acabaría  pronto  si  este  olvido  de 
los  deberes  fuese  posible  en  los  padres.  Un  anciano  desva- 
lido molesta  a  los  hijos  que  le  asisten,  pero  la  negligencia 
de  éstos  sólo  ||  puede  abreviarle  un  poco  la  vida ;  mas  si  el 
desvalimiento  de  los  hijos  molestase  a  los  padres,  y  éstos  se 
olvidasen  de  cuidar  de  ellos  y  no  fueran  capaces  de  los  ma- 
yores sacrificios,  el- niño  perecería  cuando  apenas  empeza- 
ra a  vivir. 

155.  A  pesar  de  esta  diferencia  de  sentimientos,  la  obli- 
gación moral  de  los  hijos  para  con  los  padres  es  grave,  gra- 
vísima ;  el  amor,  la  obediencia,  el  respeto,  la  veneración,  el 
auxilio  en  las  necesidades,  la  tolerancia  de  sus  molestias,  el 
compasivo  disimulo  de  sus  faltas,  la  paciencia  en  las  enfer- 
medades y  flaquezas  de  la  vejez,  son  deberes  prescritos  por 
la  piedad  filial ;  quien  los  olvida  y  quebranta  ofende  a  la 
naturaleza,  y  en  ella  a  Dios,  su  Autor.  |j 


[20,  268-269]  EL  HOMBRE  EN  SOCTEDAD. — C.  18 


153 


CAPITULO  XVIII 

Origen  del  poder  público 


156.  La  sociedad  doméstica  no  basta  para  el  género  hu- 
mano, porque,  limitada  a  la  crianza  y  educación  de  los  hi- 
jos, no  se  extiende  a  las  relaciones  generales  establecidas 
por  motivos  de  necesidad  y  utilidad.  Sin  la  autoridad  pa- 
terna no  sería  posible  la  conservación  del  orden  entre  los 
individuos  de  una  misma  familia ;  sin  la  autoridad  política 
no  fuera  posible  conservar  el  orden  entre  las  diferentes  fa- 
milias :  éstas  serían  a  manera  de  individuos  que  lucharían 
entre  sí  continuamente,  pues  que  para  terminar  sus  desave- 
nencias no  tendrían  otro  medio  que  la  fuerza. 

157.  Supuesto  que  Dios  ha  hecho  al  hombre  para  vivir 
en  sociedad,  ha  querido  todo  lo  necesario  para  que  ésta  fue- 
ra posible,  por  donde  se  ve  que  la  existencia  de  un  poder 
público  es  de  derecho  natural  y  que  lo  es  también  la  su- 
misión a  sus  mandatos.  La  forma  de  este  poder  es  varia  se- 
gún las  circunstancias ;  los  trámites  para  llegar  a  constituir- 
se han  sido  diferentes  según  las  ideas,  costumbres  y  situa- 
ción de  los  pueblos;  pero  bajo  una  u  ||  otra  forma,  este  poder 
ha  existido,  y  ha  debido  existir  por  necesidad,  dondequie- 
ra que  los  hombres  se  han  hallado  reunidos :  sin  esto  era 
inevitable  la  anarquía  y,  por  consiguiente,  la  ruina  de  la 
sociedad. 

Esta  doctrina  es  tan  clara,  tan  sencilla,  tan  conforme  a 
la  naturaleza  de  las  cosas,  que  no  se  explica  fácilmente  por 
qué  se  ha  disputado  tanto  sobre  el  origen  del  poder :  reco- 
nocido el  carácter  social  del  hombre,  así  con  respecto  a  lo 
físico  como  a  lo  intelectual  y  moral,  el  disputar  sobre  lá  le- 
gitimidad de  la  existencia  del  poder  equivalía  a  disputar  so- 
bre la  legitimidad  de  satisfacer  una  de  las  necesidades  más 
Urgentes.  El  hombre  se  alimenta,  porque  sin  esto  moriría;  se 
viste,  se  guarece,  porque  sin  esto  sería  víctima  de  la  intem- 
perie ;  vive  en  familia,  porque  no  puede  vivir  solo;  las  fami- 
lias se  reúnen  en  sociedad,  porque  no  pueden  vivir  aisladas, 
y  reunidas  en  sociedad  están  sometidas  a  un  poder  público, 
porque  sin  él  serían  víctimas  de  la  confusión  y  acabarían 
por  dispersarse  o  perecer.  ¿Qué  necesidad  hay  de  inventar 
teorías  para  explicar  hechos  tan  naturales?  ¿Por  qué  se  han 
querido  substituir  las  cavilaciones  de  la  filosofía  a  las  pres- 
cripciones de  la  naturaleza? 


154 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  269-271] 


158.  La  variedad  de  formas  del  poder  público  es  un  he- 
cho análogo  a  la  variedad  de  alimentos,  de  trajes,  de  edifi- 
cios :  lo  que  había  en  el  fondo  era  una  necesidad  que  se  de- 
bía satisfacer,  pero  el  modo  ha  sido  diferente  según  las  ideas, 
costumbres,  climas,  estado  social  y  demás  circunstancias  de 
los  pueblos.  Esta  variedad  nada  prueba  contra  la  necesidad 
del  hecho  fundamental:  ]¡  sólo  manifiesta  la  diversidad  de 
sus  aplicaciones ;  no  indica  que  haya  dependido  de  la  libre 
voluntad,  sino  que  la  necesidad,  la  conveniencia  u  otras  cau- 
sas le  han  modificado.  La  variedad  de  alimentos,  trajes  y 
habitaciones  no  destruye  la  necesidad  de  estos  medios,  y  el 
que  a  la  vista  de  la  diversidad  de  las  formas  del  poder  pú- 
blico finge  contratos  primitivos,  por  los  cuales  los  hombres 
se  hayan  convenido  en  vivir  juntos  y  en  someterse  a  una 
autoridad,  es  no  menos  extravagante  que  quien  se  los  ima- 
ginara reunidos  para  convenir  en  vestirse,  en  edificar  casas 
y  en  dar  tal  o  cual  figura  a  sus  trajes,  tal  o  cual  forma  a 
sus  habitaciones. 

159.  ¿Cómo  se  organizó,  pues,  el  poder  público?  ¿Cuá- 
les fueron  los  trámites  de  su  formación?  Los  mismos  de  to- 
dos los  grandes  hechos,  los  cuales  no  se  sujetan  a  la  es- 
trechez y  regularidad  de  los  procedimientos  fijados  por  el 
hombre.  Debieron  de  combinarse  elementos  de  diversas  cla- 
ses según  las  circunstancias.  La  potestad  patria,  los  matri- 
monios, la  riqueza,  la  fuerza,  la  sagacidad,  los  convenios,  la 
conquista,  la  necesidad  de  protección  y  otras  causas  seme- 
jantes producirían  naturalmente  el  que  un  individuo  o  una 
familia,  una  casta,  se  levantasen  sobre  sus  semejantes  y 
ejerciesen  con  más  o  menos  limitación  las  funciones  del  po- 
der público.  A  veces  la  autoridad  de  un  padre  de  familia, 
extendiéndose  a  sus  ramas  y  dependencias,  formaría  el  tron- 
co de  un  poder  que,  vinculándose  en  una  casa  o  parentela, 
daría  príncipes  y  reyes  a  las  generaciones  que  iban  sobre- 
viniendo ;  a  veces  se  necesitarían  caudillos  que  guiasen  en 
una  transmigración,  en  una  guerra,  en  la  ||  defensa  de  los 
hogares ;  y  éstos,  levantados  por  la  necesidad  de  las  circuns- 
tancias, permanecerían  después  en  su  elevación ;  a  veces 
una  colonia  de  pueblos  más  civilizados,  empezando  por  pe- 
dir hospitalidad,  acabaría  por  establecer  un  imperio ;  a  veces 
un  hombre  extraordinario  por  su  capacidad  arrebataría  la 
admiración  de  sus  semejantes,  que,  creyéndole  enviado  por 
el  cielo,  se  someterían  gustosos  a  su  enseñanza  y  mandatos, 
vinculando  en  su  familia  el  derecho  supremo ;  en  una  pala- 
bra, el  poder  público  se  ha  formado  de  varios  modos,  bajo 
condiciones  diversas ;  y  casi  siempre  lentamente,  a  manera 
de  aquellos  terrenos  que  resultan  del  sedimento  de  los  ríos 
en  el  transcurso  de  largos  años. 

Atiéndase  a  la  formación  de  los  Estados  modernos  y  se 


[20,  271-273]         EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  19 


155 


comprenderá  la  de  los  antiguos.  ¿Acaso  la  Europa  se  ha 
constituido  bajo  un  solo  principio  que  le  haya  servido  de 
regla  constante?  La  conquista,  los  matrimonios,  la  sucesión, 
las  cesiones,  los  convenios,  las  intrigas,  las  revoluciones,  los 
libres  llamamientos,  ¿no  son  otros  tantos  orígenes  del  poder 
público  en  las  sociedades  modernas?  Así  en  su  origen  como 
en  su  desarrollo,  la  fuerza  y  el  derecho,  ¿no  andan  mezcla- 
dos con  harta  frecuencia?  Aun  en  nuestros  días,  ¿no  esta- 
mos viendo  cambios  de  formas  políticas  y  dinastías,  entre 
revoluciones,  restauraciones,  conquistas,  convenios,  transfor- 
mándose el  poder  público,  ora  bajo  las  influencias  de  la 
diplomacia,  ora  bajo  los  debates  de  una  asamblea,  ora  bajo 
la  fuerza  de  las  bayonetas  o  de  las  conmociones  populares? 
Esta  variedad,  estas  vicisitudes,  por  más  lamentables  que 
sean,  son  inevitables  atendida  la  incesante  lucha  en  que  por 
la  misma  naturaleza  de  las  ||  cosas  se  hallan  las  ideas,  las 
costumbres,  los  intereses,  y  por  los  sacudimientos  que  pro- 
duce el  choque  de  las  pasiones,  que  se  ponen  al  servicio  de 
los  elementos  combatientes.  La  misma  transformación  que 
van  sufriendo  de  continuo  las  sociedades,  adelantando  las 
unas,  retrogradando  las  otras  y  contribuyendo  todas  a  que 
se  realicen  los  destinos  que  Dios  ha  señalado  a  la  humanidad 
en  su  mansión  sobre  la  tierra,  es  una  causa  necesaria  de 
diferencias  y  un  insuperable  osbtáculo  para  que  los  hechos 
con  su  inmensa  variedad  y  amplitud  puedan  caber  en  la 
mezquina  regularidad  de  los  moldes  filosóficos.  Es  necesa- 
rio contemplar  la  sociedad  desde  un  punto  de  vista  elevado 
para  no  dejarse  deslumhrar  por  teorías  pobres  que  preten- 
den explicar  y  arreglar  el  mundo  con  algunas  fábulas,  tan 
henchidas  de  vanidad  como  faltas  de  verdad. 

160.  En  resumen :  el  objeto  del  poder  público  es  una 
necesidad  del  género  humano ;  su  valor  moral  se  funda  en 
la  ley  natural,  que  autoriza  y  manda  la  existencia  del  mis- 
mo ;  el  modo  de  su  formación  ha  dependido  de  las  circuns- 
tancias, sufriendo  la  variedad  e  instabilidad  de  las  cosas 
humanas.  || 


CAPITULO  XIX 

Derechos  y  deberes  recíprocos  independientes  del 
orden  social 


161.  Antes  de  examinar  los  derechos  y  deberes  que  se 
fundan  en  el  orden  social  conviene  advertir  que  indepen- 
dientemente de  toda  reunión  en  sociedad,  y  hasta  de  los 


156 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  273-275 J 


vínculos  de  familia,  tiene  el  hombre  obligacionnes  con  res- 
pecto a  sus  semejantes.  Basta  que  dos  individuos  se  encuen- 
tren, aunque  sea  por  casualidad  y  por  breves  momentos, 
para  que  nazcan  derechos  y  deberes  conformes  a  las  cir- 
cunstancias. 

Supóngase  que  un  hombre  enteramente  solo  en  la  tierra 
tropieza  con  otro  cuya  existencia  no  conocía ;  ¿puede  matar- 
le, atrepellarle,  ni  molestarle  en  ningún  sentido?  Es  eviden- 
te que  no.  Luego  en  ambos  la  seguridad  individual  es  un 
derecho,  y  el  respeto  a  ella  un  deber.  Al  encontrar  a  su  se- 
mejante le  ve  en  peligro  de  morir  por  enfermedad,  por  fati- 
ga, por  hambre  o  sed;  ¿puede  dejarle  abandonado  y  no  soco- 
rrerle en  su  infortunio?  Claro  es  que  no.  Luego  el  auxilio  en 
las  necesidades  es  otra  obligación  que  nace  del  simple  con- 
tacto de  hombre  con  hombre.  || 

El  decir  que  no  hay  otros  deberes  relativos  que  los  naci- 
dos de  la  organización  social  es  contrario  a  todos  los  sen- 
timientos del  corazón.  Un  navegante  en  alta  mar  divisa  a 
un  infeliz  que  está  luchando  con  las  olas;  ¿no  sería  culpa- 
ble si  pudiendo  no  le  salvara?  Aunque  el  desgraciado  per- 
teneciese a  la  raza  más  bárbara,  con  la  cual  no  fuera  posi- 
ble tener  ninguna  clase  de  relaciones,  ¿no  llamaríamos 
monstruo  de  crueldad  al  navegante  que  no  le  librase  del 
peligro?  No  hay  entre  ellos  el  vínculo  social,  pero  hay  el 
humano ;  siendo  notable  que  esta  clase  de  actos  se  llaman 
de  humanidad,  y  lo  contrario  inhumanidad,  porque  hacién- 
dolos nos  portamos  como  hombres,  y  omitiéndolos,  como 
fieras. 

162.  El  Autor  de  la  naturaleza  nos  une  a  todos  con  un 
mismo  lazo,  por  el  mero  hecho  de  hacernos  semejantes.  La 
razón  de  esto  se  halla  en  que,  no  pudiendo  el  hombre  vivir 
solo,  necesita  del  auxilio  de  los  demás ;  y  la  satisfacción  de 
esta  necesidad  queda  sin  garantía  si  todo  hombre  no  tiene 
prohibición  de  maltratar  a  otro  y  la  obligación  de  socorrer- 
le. Esta  ley  moral  es  una  condición  indispensable  para  el 
mismo  orden  físico,  y  de  aquí  es  que  Dios  la  ha  escrito  no 
sólo  en  el  entendimiento,  sino  también  en  el  corazón,  para 
que  no  sólo  la  conociésemos,  sino  también  la  sintiésemos ; 
de  suerte  que,  cuando  fuese  preciso  obrar,  el  impulso  natu- 
ral se  adelantase  a  la  reflexión.  ¿Quién  no  sufre  al  ver  su- 
frir? ¿Quién  no  experimenta  un  vivo  deseo  de  aliviar  a! 
infortunado?  ¿Quién  ve  en  peligro  la  vida  de  otro  sin  que 
instintivamente  se  arroje  a  salvarle?  En  una  calle  vemos  a 
una  persona  distraída,  que  no  advierte  que  ||  un  caballo,  un 
carruaje  la  van  a  atrepellar;  ¿necesitamos  acaso  de  la  re- 
flexión para  cogerla  del  brazo  y  librarla  de  una  desgracia? 
Los  vínculos  de  familia  ni  de  sociedad,  ¿son  necesarios  para 
que  nos  creamos  ligados  con  este  deber? 


[20,  275-277]  EX  HOMBRE  EN  SOCIEDAD.- — C.  20 


157 


163.  El  derecho  de  defensa  existe  independientemente 
de  la  organización  social.  Por  lo  mismo  que  el  hombre  pue- 
de y  debe  conservar  su  vida,  tiene  un  indisputable  derecho 
a  defenderla  contra  quien  se  la  quiere  quitar.  Por  idéntica 
razón  se  extiende  el  derecho  de  defensa  a  la  integridad  de 
los  miembros  y  al  ejercicio  de  nuestras  facultades.  Si  un 
hombre  solitario  se  viere  golpeado  por  otro,  tiene  derecho  a 
rechazar  los  golpes  pagándole  con  la  misma  moneda ;  y  si 
se  le  quisiese  coartar  en  su  libertad,  por  ejemplo,  ligándole 
o  encerrándole,  tendría  derecho  a  desembarazarse  de  su 
oficioso  custodio.  Un  salvaje  que  quiere  beber  de  una  fuen- 
te o  comer  de  la  fruta  de  un  árbol  del  desierto  no  puede  ser 
coartado  por  otro  en  el  uso  de  su  derecho ;  y  si  este  último 
pretende  lo  contrario,  el  primero  podrá  usar  de  los  medios 
convenientes  para  hacerle  entrar  en  razón. 

164.  Infiérese  de  esto  que,  independientemente  de  toda 
sociedad  doméstica  y  política,  tiene  el  individuo  derechos 
y  deberes :  derechos,  a  lo  que  necesita  para  la  conservación 
de  la  vida  y  el  racional  ejercicio  de  sus  facultades ;  debe- 
res, de  respetar  estos  mismos  derechos  en  los  demás  y  de 
socorrerles  en  sus  necesidades,  según  lo  exijan  las  circuns- 
tancias. Estos  derechos  y  deberes  se  ||  fundan  en  el  hombre 
como  hombre,  y  no  como  individuo  de  una  sociedad  organi- 
zada ;  nacen  de  una  ley  de  sociedad  universal,  que  ha  esta- 
blecido Dios  entre  todos  los  individuos  de  la  especie  hu- 
mana, por  el  mismo  hecho  de  criarlos. 

165.  Conviene  tener  bien  entendida  y  presente  esta  doc- 
trina sobre  los  derechos  y  deberes  individuales,  para  com- 
prender a  fondo  los  que  nacen  de  la  organización  social  o 
de  la  reunión  permanente  de  los  hombres  en  sociedad.  El 
hombre  no  lo  recibe  todo  de  esta  reunión ;  lleva  a  ella  un 
caudal  propio,  que  está  sujeto  a  ciertas  condiciones,  pero 
del  cual  no  es  lícito  despojarle  sin  justos  motivos.  || 


CAPITULO  XX 

Ventajas  de  la  asociación 


166.  La  reunión  de  los  hombres  en  sociedad  acarrea  a 
los  asociados  inmensas  ventajas.  La  seguridad  individual  es 
garantida  contra  las  pasiones ;  los  medios  para  la  conserva- 
ción de  la  vida  se  aumentan ;  las  fuerzas  para  dominar  la 
naturaleza  y  hacerla  contribuir  a  la  satisfacción  de  las  nece- 


158 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  277-279] 


sidades  se  multiplican  con  la  asociación ;  las  facultades  in- 
telectuales se  acrecientan  notablemente  participando  todos 
de  las  ideas  de  todos.  Manifestémoslo  con  un  ejemplo. 

Algunas  tribus  de  salvajes  se  hallan  desparramadas  por 
un  valle  plantado  de  árboles,  de  cuyo  fruto  se  sustentan. 
Mientras  los  árboles  se  conservan  bien  hay  abundancia  de 
alimentos ;  mas,  por  desgracia,  suele  acontecer  que  en  el 
tiempo  de  las  lluvias  el  valle  se  inunda  y  los  árboles  se  des- 
truyen o  deterioran.  La  causa  de  la  inundación  está  en 
que  unas  enormes  piedras  impiden  que  las  aguas  corran 
con  libertad  por  su  cauce ;  si  fuese  posible  apartarlas,  el 
peligro  desaparecería ;  y,  además,  colocándolas  en  la  em- 
bocadura del  valle,  por  donde  se  desborda  el  torrente,  en 
lugar  de  dañar  como  ahora,  ||  aprovecharían  mucho,  pues 
servirían  de  dique  y  asegurarían  para  siempre  la  conser- 
vación de  los  árboles.  Un  salvaje  concibe  esta  idea,  acome- 
te la  empresa,  forcejea,  se  fatiga,  pero  en  vano ;  cada  una 
de  las  piedras  pesa  mucho  más  de  lo  que  puede  mover  un 
hombre.  A  los  esfuerzos  del  uno  suceden  los  del  otro  con 
igual  resultado ;  aunque  los  salvajes  fuesen  un  millón,  las 
piedras  sufrirían  los  impulsos  sucesivos  y  permanecerían 
en  su  puesto.  He  aquí  los  efectos  del  aislamiento.  Introdu- 
cid ahora  el  principio  de  asociación.  Cada  piedra  necesita 
la  fuerza  de  diez  hombres :  como  la  gente  sobra,  se  reúnen 
diez  para  cada  una ;  las  piedras  eran  veinte ;  acometiendo 
la  empresa  a  un  mismo  tiempo  los  necesarios  para  todo, 
que  serán  doscientos,  una  obra  que  antes  era  absolutamen- 
te imposible  se  lleva  a  cabo  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos. 

Fácil  sería  multiplicar  los  ejemplos  análogos.  Tomad 
mil  individuos,  exigidles  que  trabajen  por  separado  sin 
unión  de  sus  fuerzas:  aunque  sean  todos  excelentes  inge- 
nieros y  arquitectos  no  alcanzarán  a  construir  un  dique  re- 
gular ni  a  levantar  un  miserable  edificio. 

167.  La  asociación  es  una  condición  indispensable  para 
el  progreso ;  sin  ella  el  género  humano  se  hallaría  reducido 
a  la  situación  de  los  brutos.  ¿Por  qué  dominamos  a  los  ani- 
males aun  cuando  alguno  de  ellos  se  declare  en  insurrec- 
ción? Porque  ellos  no  se  ayudan  recíprocamente  y  nosotros 
sí.  Un  caballo  se  rebela  contra  su  jinete  y  se  propone  de- 
rribarle o  no  dejarle  montar,  o  atrepellarle  con  mordiscos 
y  coces;  por  poco  tiempo  que  haya,  acuden  al  socorro  del 
jinete  cuantas  |'  personas  le  pueden  auxiliar,  y  el  caballo 
tiene  que  someterse  a  la  fuerza,  porque  no  puede  contra 
tantos.  Si  los  demás  caballos  se  hubiesen  asociado  a  la  in- 
surrección, y  reuniéndose  con  el  que  diera  la  señal  hubie- 
sen dado  una  batalla  en  regla,  el  triunfo  de  los  hombres 
habría  sido  harto  más  difícil,  y  probablemente  en  la  pri- 
mera refriega  quedara  dueño  del  campo  el  ejército  caballar. 


[20,  279-280]         EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  20 


159 


168.  En  la  asociación  las  fuerzas  no  se  suman,  sino  que 
se  multiplican,  y  a  veces  la  multiplicación  no  puede  expre- 
sarse por  la  ley  de  los  factores  ordinarios.  La  fuerza  de 
diez  unida  a  otra  de  diez  no  hace  sólo  veinte,  sino  ciento, 
y  a  veces  mucho  más.  Un  individuo  quiere  mover  un  peso 
que  exige  la  fuerza  de  dos :  no  consigue  nada ;  su  fuerza 
es  nula  para  el  efecto ;  la  reunión  de  otra  fuerza  como  uno 
no  sólo  compone  la  suma  de  dos,  sino  que  multiplica  la 
otra  por  un  número  infinito,  pues  que,  siendo  antes  un  va- 
lor nulo,  lo  convierte  en  un  valor  verdadero.  Las  fuerzas 
de  los  individuos  A  y  B  consideradas  en  sí  eran  1  cada  una ; 
mas  para  el  efecto  de  mover  el  peso  no  eran  nada.  Así,  los 
efectos  sucesivos  no  estaban  representados  por  1  +  1  =  2, 
pues  entonces  hubieran  movido  el  peso,  sino  por  0  +  0  —  0. 
Se  las  reúne,  impelen  a  un  mismo  tiempo,  y  el  0  se  con- 
vierte en  2.  Luego  la  reunión  hace  el  efecto  de  la  multi- 
plicación por  un  número  infinito.  Porque  considerando  al  0 
como  cantidad  infinitamente  pequeña,  no  puede  elevarse 
a  la  cantidad  finita,  2,  sin  multiplicarse  por  un  factor  in- 
finito. || 

169.  La  acumulación  de  los  medios  para  proveer  a  las 
necesidades  de  todas  especies  es  otro  de  los  resultados  im- 
portantes de  la  asociación.  Ella  liga  a  los  hombres  distan- 
tes en  lugar  y  tiempo  y  hace  que  las  generaciones  presen- 
tes se  aprovechen  del  trabajo  de  las  pasadas.  Cada  genera- 
ción consume  lo  que  necesita  y  transmite  el  residuo  a  las 
futuras,  y  este  residuo  forma  un  caudal  inmenso,  cuya  pér- 
dida nos  haría  retroceder  a  la  barbarie,  dejándonos  en  la 
más  espantosa  pobreza.  Suponed  que  una  nación  pierde  de 
repente  todo  lo  que  le  •  legaron  sus  antepasados  y  que  se 
queda  únicamente  con  lo  que  ella  ha  hecho ;  se  hallará  de 
repente  sin  ciudades,  sin  pueblos,  sin  aldea?,  con  poquísi- 
mos edificios  para  vivir ;  los  ríos,  sin  puentes  y  sin  diques ; 
la  tierra,  sin  establecimientos  de  labor ;  las  comarcas,  sin 
caminos ;  los  mares,  sin  naves,  sin  puertos,  sin  faros ;  las 
bibliotecas,  siri  libros ;  los  archivos,  sin  papeles ;  las  artes, 
sin  reglas ;  nada  quedará,  porque  puede  llamarse  nada  lo 
que  cada  generación  tiene  de  obra  propia,  si  se  compara 
con  lo  heredado.  Desgraciada  humanidad  si  perdiese  el  en- 
lace de  la  asociación  en  el  espacio  y  en  el  tiempo ;  si  en  el 
espacio,  los  hombres  se  quedarían  aislados  y  reducidos  a  la 

,  condición  de  grupos  errantes ;  si  en  el  tiempo,  la  ruptura 
con  lo  pasado  equivaldría  a  un  diluvio  universal,  y  ese  rico 
patrimonio  de  que  nos  gloriamos  se  trocaría  en  destrozadas 
tablas  en  que  apenas  sobrenadarían   algunos  miserables 

*  restos. 

170.  Admiremos  en  esto  la  sabiduría  del  Autor  de  la  na- 
turaleza, que  imponiéndonos  la  ley  de  asociación  nos  ha 


160 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  280-283] 


enseñado  un  medio  necesario  para  adelantar,  y  l|  compa- 
dezcámonos de  esos  habladores  que  han  declamado  contra 
la  sociedad,  dando  una  evidente  prueba  de  su  orgullosa 
irreflexión.  El  que  condena  la  sociedad,  el  que  la  mira  como 
un  mal  o  como  un  hecho  inútil,  se  puede  comparar  al  hijo 
insolente  que  desdeña  la  protección  de  su  padre  y  le  exige 
una  liquidación  de  cuentas ;  las  cuentas  se  liquidan,  y  el 
resultado  es  que  el  insolente  pierde  hasta  la  ropa  que  lleva 
y  se  queda  desnudo.  || 


CAPITULO  XXI 

Objeto  y  perfección  de  la  sociedad  civil 


171.  Para  conocer  a  fondo  los  derechos  y  deberes  que 
nacen  de  la  organización  social  y  cómo  en  ella  deben  regu- 
larizarse los  que  son  independientes  de  la  misma,  conviene' 
tener  presente  que  la  sociedad  no  es  para  bien  de  unos 
ni  de  pocos,  sino  de  todos ;  y,  por  consiguiente,  el  poder 
público  que  la  gobierna  no  debe  ni  puede  encaminarse  al 
solo  bien  de  un  individuo,  de  una  familia,  ni  de  una  clase, 
sino  al  de  todos  los  asociados.  Este  es  un  principio  funda- 
mental de  derecho  público.  Los  hombres  gobernados  no  son 
una  propiedad  de  quien  los  gobierna :  están,  sí,,  encomen- 
dados a  su  dirección,  y  para  que  la  dirección  pudiese  ejer- 
cerse on  orden  y  provecho  se  les  ha  prescrito  la  obedien- 
cia. Esta  doctrina  no  puede  desecharse,  a  no  ser  que  se 
quiera  anteponer  el  bien  de  uno  al  de  todos,  sosteniendo 
que  Dios  ha  criado  a  los  hombres  de  una  condición  seme- 
jante a  la  de  los  brutos,  los  que  no  viven  para  sí,  sino  para 
las  necesidades  y  regalo  de  otro.  No  se  realza  de  esta  suer- 
te la  dignidad  del  poder  público,  antes  bien  se  la  rebaja: 
la  verdadera  dignidad  del  mando  está  en  ||  mandar  para 
el  bien  de  los  que  obedecen ;  cuando  el  mando  se  dirige 
al  bien  particular  del  que  impera,  y  no  al  público,  la  au- 
toridad se  degrada,  convirtiéndose  en  cna  verdadera  ex- 
plotación. 

Esta  doctrina,  sólida  garantía  de  los  derechos  de  gober- 
nantes y  gobernados,  es  una  luz  que  se  difunde  por  todos 
los  ramos  de  la  legislación  política  y  civil. 

172.  El  interés  público,  acorde  con  la  sana  moral,  debe  . 
ser  la  piedra  de  toque  de  las  leyes,  por  lo  cual  debemos 
también  fijar  con  exactitud  cuál  es  el  verdadero  sentido 


f20,  283  285]       EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. 


21 


161 


de  las  palabras:  interés  público,  bien  público,  felicidad  pú- 
blica, palabras  que  se  emplean  a  cada  paso  y,  por  desgra- 
cia, con  harta  vaguedad.  Y,  sin  embargo,  es  imposible  co- 
nocer bien  los  princip'os  y  las  reglas  de  la  legislación  si 
el  sentido  de  dichas  expresiones  no  está  bien  determinado. 
No  iremos  a  un  punto  si  no  sabemos  dónde  está,  ni  acerta- 
remos en  un  blanco  si  no  le  vemos  clara  y  distintamente. 

La  necesidad  de  fijar  con  exactitud  el  sentido  de  las  pa- 
labras: bien,  felicidad  de  los  pueblos,  la  manifiestan  las 
varias  acepciones  en  que  se  las  toma.  Para  unos  la  felicidad 
pública  es  el  desarrollo  material,  para  otros  el  intelectual 
y  moral ;  ora  se  mira  como  más  feliz  el  pueblo  que  se  le- 
vanta sobre  los  otros  por  su  poderío,  ora  al  que  vive  tran- 
quilo y  calmoso  disfrutando  de  la  ventura  del  hogar  domés- 
tico. De  aquí  procede  la  confusión  que  reina  en  las  pala- 
bras: adelanto,  progreso,  mejoras,  desarrollo,  prosperidad, 
felicidad,  civilización,  cultura,  que  cada  cual  toma  en  el 
sentido  que  bien  le  parece,  queriendo  en  consecuencia  im- 
primir a  la  sociedad  ||  un  impulso  especial,  llevándola  por 
el  camino  de  lo  que  se  llama  felicidad  pública. 

173.  No  creo  imposible,  ni  siquiera  difícil,  el  fijar  las 
ideas  sobre  este  punto.  El  bien  público  no  puede  ser  otra 
cosa  que  la  perfección  de  la  sociedad.  ¿En  qué  consiste  esa 
perfección?  La  sociedad  es  una  reunión  de  hombres ;  esta 
reunión  será  tanto  más  perfecta  cuanto  mayor  sea  la  suma 
de  perfección  que  se  encuentre  en  el  conjunto  de  sus  indi- 
viduos y  cuanto  mejor  se  halle  distribuida  esta  suma  entre 
todos  los  miembros.  La  sociedad  es  un  ser  moral ;  conside- 
rada en  sí,  y  con  separación  de  los  individuos,  no  es  más 
que  un  objeto  abstracto ;  y,  por  consiguiente,  la  perfección 
de  ella  se  ha  de  buscar,  en  último  resultado,  en  los  indi- 
viduos que  la  componen.  Luego  la  perfección  de  la  sociedad 
es,  en  último  análisis,  la  perfección  del  hombre,  y  será  tan- 
to más  perfecta  cuanto  más  contribuya  a  la  perfección 
de  los  individuos. 

Llevada  la  cuestión  a  este  punto  de  vista,  la  resolución 
es  muy  sencilla:  la  perfección  de  la  sociedad  consiste  en  la 
organización  más  a  propósito  para  el  desarrollo  simultáneo 
y  armónico  de  todas  las  facultades  del  mayor  número  po- 
sible de  los  individuos  que  la  componen.  En  el  hombre  hay 
entendimiento,  cuyo  objeto  es  la  verdad;  hay  voluntad, 
cuya  regla  es  la  moral ;  hay  necesidades  sensibles,  cuya  sa- 
tisfacción constituye  el  bienestar  material.  Y  así,  la  socie- 
dad será  tanto  más  perfecta  cuanta  más  verdad  proporcione 
al  entendimiento  del  mayor  número,  mejor  moral  a  su  vo- 
luntad, más  cumplida  satisfacción  de  las  necesidades  ma- 
teriales. || 

174.  Ahora  podemos  señalar  exactamente  el  último  tér- 


I  T 


162 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  285-287] 


mino  de  los  adelantos  sociales,  de  la  civilización  y  de  cuan- 
to se  expresa  por  otras  palabras  semejantes,  diciendo 
que  es: 

La  mayor  inteligencia  posible  para  el  mayor  número 
posible ;  la  mayor  moralidad  posible  para  el  mayor  núme- 
ro posible ;  el  mayor  bienestar  posible  para  el  mayor  nú- 
mero posible. 

Quítese  una  cualquiera  de  estas  condiciones  y  la  per- 
fección desaparece.  Un  pueblo  inteligente,  pero  sin  morali- 
dad ni  medios  de  subsistir,  no  se  podría  llamar  perfecto ; 
también  dejaría  mucho  que  desear  el  que  fuese  moral,  pero 
al  mismo  tiempo  ignorante  y  pobre ;  y  mucho  más  todavía 
si,  abundando  de  bienestar  material,  fuese  inmoral  e  igno- 
rante. Dadle  inteligencia  y  moralidad,  pero  suponedle  en 
la  miseria,  es  digno  de  compasión ;  dadle  inteligencia  y 
bienestar,  pero  suponedle  inmoral,  merece  desprecio ;  dad- 
le, por  fin,  moralidad  y  bienestar,  pero  suponedle  ignorante, 
será  semejante  a  un  hombre  bueno,  rico  y  tonto,  lo  que 
ciertamente  no  es  modelo  de  la  perfección  humana.  || 


[CAPITULO  XXII 

Algunas  condiciones  fundamentales  en  toda 
organización  social 


175.    El  poder  público  tiene  dos  funciones:  proteger  y 
fomentar;   la  protección  consiste  en  evitar  y  reprimir  el 
mal,  el  fomento  en  promover  el  bien.  Antes  de  fomentar 
debe  proteger:  no  puede  hacer  el  bien  si  no  empieza  por 
evitar  el  mal.  Esto  último  es  más  fácil  que  lo  primero; 
porque  el  mal,  en  cuanto  perturba  el  orden  de  una  manera 
violenta,  tiene  caracteres  fijos,  inequívocos,  que  guían  para 
la  aplicación  del  remedio.  Todavía  no  se  sabe  con  certeza 
cuáles  son  los  medios  más  a  propósito  para  multiplicar  la 
población;  es  decir,  que  es  un  misterio  el  fomento  de  la 
vida;  pero  no  lo  es  su  destrucción  violenta;  el  homicidio 
no  da  lugar  a  equivocaciones.  La  producción  y  distribu- 
ción de  la  riqueza  es  un  fin  económico  para  el  cual  no  siem- 
pre se  han  conocido  los  medios  ni  se  conocen  del  todo  aho- 
ra ;  pero  la  destrucción  de  la  riqueza  es  una  cosa  palpable : 
desde  el  origen  de  las  sociedades  se  ha  castigado  a  los  in- 
cendiarios Los  medios  de  adquirir  una  propiedad  pueden 
estar  sujetos  a  dudas;  pero  no  ||  lo  está  el  despojo  que  el 
ladrón  comete  en  un  camino  o  asaltando  una  casa. 


[20,  287-288]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  22 


163 


176.  Sin  embargo,  ni  aun  en  las  funciones  protectoras 
son  siempre  tan  claros  los  deberes  del  poder  público  como 
en  los  ejemplos  aducidos ;  porque  la  protección  no  sólo  se 
encamina  a  impedir  la  violencia,  sino  también  todo  aque- 
llo que  de  un  modo  u  otro  ataca  el  derecho,  lo  cual  produce 
dificultades  y  complicaciones.  A  primera  vista  parece  que 
la  sociedad  política  debe  considerarse  como  otra  cualquiera, 
en  que  cada  miembro  lleva  su  caudal  para  percibir  su  ga- 
nancia o  exponerse  a  la  pérdida ;  pero  en  esta  compara- 
ción no  hay  cumplida  exactitud,  pues  que  algunos  de  los 
derechos  principales,  entre  ellos  el  de  propiedad,  si  pre- 
existen  en  algún  modo  a  la  organización  social,  se  hallan 
en  un  estado  muy  imperfecto.  Así  hay  muchas  cosas  en  la 
sociedad  que  el  individuo  no  lleva  a  ella,  sino  que  nacen 
de  la  misma,  por  lo  cual  es  necesario  prescindir  de  la  com- 
paración y  dar  a  la  ciencia  del  derecho  público  una  base 
más  ancha,  cual  es  la  que  llevo  indicada  (174). 

El  hombre  individual  tiene  el  deber  de  conservar  la  vida 
y  la  salud,  de  atender  a  sus  necesidades  y  desenvolver  sus 
facultades  en  el  orden  físico,  intelectual  y  moral,  con  arre- 
glo al  dictamen  de  la  razón,  reflejo  de  la  ley  eterna.  Estos 
objetos  no  puede  alcanzarlos  viviendo  enteramente  solo,  y 
así  necesita  reunirse  con  otros  para  el  auxilio  común.  Esta 
asociación,  de  la  cual  resultan  tantos  bienes  (c.  XX),  ofre- 
ce, sin  embargo,  el  inconveniente  de  limitar  en  ciertos  pun- 
tos ese  ||  mismo  desarrollo,  porque,  obrando  simultánea- 
mente las  facultades  de  los  asociados,  la  extensión  del  ejer- 
cicio de  las  de  uno  es  un  obstáculo  para  la  dilatación  de  las 
de  otro. 

Un  sistema  de  ruedas  en  una  máquina  produce  efectos 
a  que  no  alcanzaría  una  sola :  hay  más  fuerza,  más  regula- 
ridad, mejor  aplicación  del  impulso,  más  garantías  de  du- 
ración ;  pero  estas  ventajas  no  se  consiguen  sin  que  cada 
rueda  pierda,  por  decirlo  así,  una  parte  de  su  libertad,  pues 
que  para  concurrir  al  fin  es  necesario  que  todas  se  subordi- 
nen a  las  condiciones  del  sistema  general. 

177.  Ni  la  protección  ni  el  fomento  pueden  realizarse 
sino  bajo  ciertas  condiciones  que  limitan  en  algún  modo  la 
libertad  individual,  limitación  que  se  compensa  abundan- 
temente con  los  beneficios  que  de  ella  dimanan.  Las  condi- 
ciones fundamentales  de  la  organización  social  se  harán 
palpables  con  algunas  explicaciones. 

Si  el  hombre  viviera  solo;  atendería  a  sus  necesidades 
echando  mano  de  los  medios  que  le  ofreciese  la  naturaleza'; 
cogería  el  fruto  del  primer  árbol  que  le  ocurriera ;  se  gua- 
recería en  las  cuevas  donde  hallase  más  comodidades;  o 
si  levantase  alguna  choza,  elegiría  el  sitio  y  la  forma  de  la 
construcción  según  sus  necesidades  o  capricho.  El  mundo 


164 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  288-290j 


sería  suyo,  y  la  posesión  y  el  usufructo  no  conocerían  más 
límite  que  el  de  sus  fuerzas.  Desde  el  momento  que  el 
hombre  se  reúne  con  otros,  esta  libertad  se  hace  imposible; 
si  todos  conservasen  el  derecho  a  todo,  resultaría  que  na- 
die tendría  derecho  a  nada.  || 

Si  en  un  paseo  público  se  halla  una  persona  sola,  podrá 
disfrutarle  de  la  manera  que  bien  le  pareciere,  andando 
de  prisa  o  despacio,  tomando  la  dirección  que  se  le  antoje, 
variándola  con  frecuencia  y  según  cuadre  a  sus  caprichos. 
Todo  el  paseo  es  suyo,  sin  más  limitación  que  sus  fuerzas. 
Llega  otra  persona ;  la  libertad  ya  se  restringe,  porque  es 
claro  que  ninguna  de  las  dos .  puede  echar  a  correr  por 
donde  se  halla  la  otra,  tropezando  con  ella  y  lastimándola. 
Van  acudiendo  otros,  y  la  libertad  se  va  restringiendo  más, 
a  proporción  que  el  número  se  aumenta,  hasta  que  si  el 
paseo  se  llena  es  indispensable  mucho  orden  para  que  no 
resulte  la  mayor  confusión.  Si,  estando  muy  concurrido, 
unos  van  hacia  adelante,  otros  hacia  atrás,  unos  cruzan  en 
direcciones  perpendiculares,  otros  en  diagonales,  sin  curar- 
se nadie  de  la  del  vecino,  sino  tomando  cada  cual  la  prime- 
ra que  le  ocurre,  el  resultado  será  formarse  un  remolino 
de  gente  que  se  sofocarán  y  ni  siquiera  podrán  andar. 
¿Cuál  es  el  medio  de  conservar  el  orden  y  la  posible  liber- 
tad para  todos?  El  quitar  un  poco  de  libertad  a  cada  uno, 
subordinando  su  paseo  a  las  necesidades  del  orden  general. 
Si  los  que  van  toman  la  derecha,  y  los  que  vienen  la  iz- 
quierda, y  los  que  quieren  atravesar  lo  hacen  sólo  en  pun- 
tos determinados,  donde  el  paseo  tenga  más  anchura,  resul- 
tará que,  por  mucha  que  sea  la  gente,  habrá  orden,  todos 
andarán,  todos  disfrutarán  del  paseo  con  la  libertad  posi- 
ble, atendido  lo  numeroso  de  la  concurrencia.  He  aquí  uno 
de  los  hechos  fundamentales  de  la  organización  social:  res- 
tringir la  libertad  individual  lo  necesario  para  mantener  el 
orden  público  y  la  justa  libertad  de  todos.  || 

El  labrador  que  cultiva  un  campo  en  cuyos  alrededores 
no  hay  propiedades  de  otro  será  libre  de  dirigir  por  donde 
le  pareciere  las  aguas  que  le  sobran ;  de  lo  contrario  no 
podrá  dirigirlas  de  modo  que  vayan  a  parar  a  campos  aje- 
nos, inundándolos  y  causando  así  grave  perjuicio.  La  pro- 
piedad del  uno  restringe,  pues,  la  libertad  del  otro;  siendo 
todos  los  hombres  propietarios  de  algo,  todos  tienen  su  li- 
bertad limitada  por  la  propiedad  de  los  demás. 

178.  Por  esta  doctrina  se  puede  apreciar  en  su  justo  va- 
lor la  profundidad  de  los  que  hablan  de  la  libertad  indivi- 
dual como  de  una  cosa  absoluta,  a  que  no  es  lícito  tocar 
sin  una  especie  de  sacrilegio:  creen  emitir  una  observación 
filosófica  y  en  la  realidad  dicen  un  solemne  despropósito.  La 
libertad  individual  absoluta  es  imposible  en  cualquiera  or- 


(20.  290-2921     el  hombre  en  sociedad. — c.  23 


165 


ganización  social ;  los  que  la  proclaman  es  necesario  que 
empiecen  por  descomponerlo  todo,  dispersando  a  los  hom- 
bres por  los  bosques  para  que  vivan  como  las  fieras.  || 


CAPITULO  XXIII 

Derecho  de  propiedad 


SECCION  I 

Estado,  importancia  y  dificultades  de  la  cuestión 

179.  La  propiedad,  tomada  esta  palabra  en  su  acepción 
más  general,  es  la  pertenencia  de  un  objeto  a  un  sujeto 
asegurada  por  la  ley.  Si  esta  ley  es  natural,  la  propiedad 
será  natural ;  si  positiva,  positiva.  En  el  primer  sentido  po- 
dremos decir  que  el  hombre  es  propietario  de  sus  faculta- 
des intelectuales,  morales  y  físicas,  porque  la  ley  natural 
le  garantiza  esta  pertenencia,  de  suerte  que  infringe  la  ley 
quien  le  perturba  en  el  uso  de  ellas.  Ya  se  entiende  que 
aquí  se  habla  de  propiedad  sólo  en  cuanto  se  refiere  a  los 
demás  hombres,  pues  que,  considerando  al  individuo  con  re- 
lación a  Dios,  esta  propiedad  no  es  más  que  un  usufructo, 
y  en  esto  hemos  fundado  una  de  las  razones  que  prueban 
la  inmoralidad  del  suicidio  (c.  XV,  sec.  V). 

La  muchedumbre  y  variedad  de  las  relaciones  sociales 
producen  complicaciones  difíciles  en  la  adquisición  ||  y  con- 
servación de  la  propiedad ;  y  la  jurisprudencia  halla  un 
vasto  campo  donde  explayarse,  combinando  los  principios 
de  justicia  y  equidad  con  la  conveniencia  pública.  Dejando 
la  parte  que  no  corresponde  a  la  filosofía  moral,  nos  limi- 
taremos a  fijar  los  principios  generales  que  rigen  en  esta 
materia,  empezando  por  examinar  los  cimientos  en  que  es- 
triba el  derecho  de  propiedad. 

180.  ¿En  qué  se  funda  el  derecho  de  propiedad?  ¿Por 
qué  unas  cosas  pertenecen  a  un  individuo  con  exclusión  de 
los  demás?  ¿Por  qué  no  tienen  todos  derecho  a  todo? 

En  la  actualidad  es  más  necesario  que  en  otros  tiempos 
el  estudiar  a  fondo  el  principio  del  derecho  de  propiedad, 
porque  se  halla  vivamente  combatido  por  escuelas  disol- 
ventes y  amenazado  por  sectas  audaces  que  probablemente 
causarán  profundas  revoluciones  en  el  porvenir  de  las  so- 
ciedades modernas. 

181.  El  derecho  de  propiedad,  ¿puede  fundarse  en  el 


166 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  292-294] 


solo  trabajo  individual,  empleado  para  la  adquisición  de  un 
objeto?  No.  A  un  mismo  tiempo  nacen  dos  niños :  el  uno 
no  tiene  más  amparo  que  un  hospicio ;  el  otro  es  dueño  de 
inmensas  riquezas ;  y,  no  obstante,  el  segundo  no  ha  podido 
trabajar  más  que  el  primero:  ambos  acaban  de  ver  la  luz. 

182.  ¿Puede  acaso  fundarse  el  derecho  de  propiedad  en 
las  necesidades  que  se  han  de  satisfacer?  No.  De  lo  contra- 
rio sería  de  derecho  la  distribución  de  todo  ]|  por  partes 
iguales,  porque  en  el  orden  natural  todos  los  hombres  tie- 
nen idénticas  necesidades,  y  las  diferencias  que  resultan 
sólo  serían  relativas  a  las  cualidades  físicas  de  cada  uno: 
por  ejemplo,  el  ser  más  o  menos  comedor  o.  bebedor,  el 
sentir  más  o  menos  el  calor  o  el  frío.  En  este  supuesto  no 
podrían  entrar  en  consideración  las  necesidades  facticias, 
porque  en  ellas  la  desigualdad  resulta  de  la  riqueza  y,  por 
tanto,  de  un  hecho  que,  en  tal  caso,  sería  contrario  al  prin- 
cipio del  supuesto  derecho. 

183.  El  trabajo  personal  en  la  adquisición  explica  en 
algún  modo  la  propiedad  en  sus  primeros  pasos,  pero  no 
en  su  complicación,  tal  como  se  presenta  en  las  sociedades 
por  poco  adelantadas  que  se  hallen.  El  salvaje  que  mata 
una  fiera  es  propietario  de  ella,  y  el  derecho  a  alimentarse 
de  su  carne  y  cubrirse  con  su  piel  se  funda  en  el  trabajo 
que  le  ha  costado  el  adquirirla.  En  un  bosque  de  árboles 
frutales  cada  salvaje  es  propietario  de  lo  que  necesita  para 
saciar  el  hambre ;  este  derecho  se  funda  en  las  mismas  ne- 
cesidades que  ha  de  satisfacer,  y  se  aplica  a  una  fruta  espe- 
cial por  sólo  el  trabajo  de  cogerla. 

184.  Pero  esta  sencillez  del  derecho  de  propiedad  dura 
muy  poco :  no  se  conserva  ni  entre  las  hordas  errantes.  El 
salvaje  propietario  de  la  piel  de  la  fiera  quiere  transmitir- 
la a  otro :  aquí  ya  encontramos  un  nuevo  título ;  el  se- 
gundo ya  no  la  posee  por  su  trabajo,  sino  por  donación.  El 
salvaje  antes  de  morir  lega  a  sus  hijos  o  parientes  las  pie- 
les que  posee:  aquí  hallamos  ||  un  título  nuevo,  la  suce- 
sión. Todavía  en  estos  títulos  vemos  un  objeto:  la  satisfac- 
ción de  las  necesidades  de  los  individuos  a  quienes  se  trans- 
mite la  propiedad;    pero   ésta  puede  tomar  un  aspecto 
nuevo ;  el  dueño  establece  que  desde  la  muerte  de  uno 
de  sus  sucesores  posea  el  otro  que  él  determina:  aquí  ha- 
llamos la  propiedad  limitada  por  el  difunto;  éste  conti- 
núa en  cierto  modo  dominándola,  pues  que  arregla  las 
transmisiones  sucesivas.  Aun  puede  esforzarse  más  la  di- 
ficultad;  el  difunto  no  ha  querido  que  nadie  poseyese  su 
propiedad,  sino  que  se  la  conservase  como  un  recuerdo  de 
la  habilidad  y  osadía  del  cazador:  aquí  continúa  su  domi- 
nio después  de  la  muerte,  pues  que  excluye  la  posibilidad 
de  que  otro  se  haga  propietario. 


[20,  294-296]       EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  23 


167 


185.  ¿En  qué  se  fundan  esos  derechos?  ¿Por  qué  se  han 
introducido  en  la  sociedad?  ¿Cuál  es  su  límite?  ¿Cuáles  son 
las  facultades  del  poder  público  para  ampliarlos,  restrin- 
girlos o  modificarlos?  He  aquí  unas  cuestiones  que  afectan 
profundamente  a  la  organización  social  y  de  que  depende  la 
mayor  parte  de  la  legislación  civil. 

El  derecho  de  propiedad  no  se  comprende  bien  si  no  se 
le  abarca  en  todas  sus  relaciones:  los  puntos  de  vista  in- 
completos conducen  a  resultados  desastrosos.  En  pocas  ma- 
terias acarrea  errores  más  trascendentales  un  método  ex- 
clusivo;  éste  es  un  conjunto  cuyas  partes  no  se  pueden  se- 
parar sin  que  se  destrocen.  En  el  derecho  de  propiedad  se 
combinan  los  eternos  principios  de  la  moral  con  las  necesi- 
dades individuales,  domésticas  y  públicas,  y  con  miras  eco- 
nómicas, y  también  con  el  fin  l|  de  evitar  el  que  la  sociedad 
esté  entregada  a  una  turbación  continua. 

Examinemos  estos  elementos  y  veamos  la  parte  que  a 
cada  uno  corresponde. 


SECCION  II 

El  principio  fundamental  del  derecho  de  propiedad 
es  el  trabajo 

186.  Suponiendo  que  no  haya  todavía  propiedad  algu- 
na, claro  es  que  el  título  más  justo  para  su  adquisición  es 
el  trabajo  empleado  en  la  producción  o  formación  de  un 
objeto.  Un  árbol  que  está  en  la  orilla  del  mar  en  un  país  de 
salvajes  no  es  propiedad  de  nadie ;  pero  si  uno  de  ellos  le 
derriba,  le  ahueca  y  hace  de  él  una  canoa  para  navegar, 
¿cabe  título  más  justo  para  que  le  pertenezca  al  salvaje 
marino  la  propiedad  de  su  tosca  nave?  Este  derecho  se  fun- 
da en  la  misma  naturaleza  de  las  cosas.  El  árbol,  antes  de 
ser  trabajado,  no  pertenecía  a  nadie ;  pero  ahora  no  es  el 
árbol  propiamente  dicho,  sino  un  objeto  nuevo ;  sobre  la 
materia,  que  es  la  madera,  está  la  forma  de  canoa,  y  el  va- 
lor que  tiene  para  las  necesidades  de  la  navegación  es 
efecto  del  trabajo  del  artífice.  Esta  forma  es  la  expresión 
del  trabajo:  representa  las  fatigas,  las  privaciones,  el  sudor 
del  que  lo  ha  construido,  y  así  la  propiedad  en  este  caso 
es  una  especie  de  continuación  de  la  propiedad  de  las  fa- 
cultades empleadas  en  la  construcción. 

El  Autor  de  la  naturaleza  ha  querido  sujetarnos  al  tra- 
bajo; pero  este  trabajo  debe  serbos  útil;  de  lo  contrario  || 
no  tendría  objeto.  La  utilidad  no  se  realizaría  si  el  fruto 
del  trabajo  no  fuese  de  pertenencia  del  trabajador;  siendo 
todo  de  todos,  igual  derecho  tendría  el  laborioso  que  el.in- 


168 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  296-297] 


dolente;  las  fatigas  no  hallarían  recompensa,  y  así  faltaría 
el  estímulo  para  trabajar. 

Luego  el  trabajo  es  un  título  natural  para  la  propiedad 
del  fruto  del  mismo,  y  la  legislación  que  no  respete  este 
principio  es  intrínsecamente  injusta. 

187.  La  ocupación  o  aprehensión,  que  suele  contarse 
entre  los  títulos  de  adquisición  de  propiedad,  se  reduce  a  la 
del  trabajo,  pues  que  toda  ocupación  supone  una  acción 
en  quien  se  apodera  de  la  cosa.  Así  es  que  esta  propiedad 
se  extiende  según  las  huellas  que  deja  en  lo  ocupado  el 
trabajo  del  ocupante.  En  una  tierra  que  no  fuera  propie- 
dad de  nadie  no  bastaría  para  adquirirla  el  que  uno  se  pre- 
sentase en  ella  y  dijese :  «Es  mía»,  ni  tampoco  el  que  la  re- 
corriese en  todas  direcciones.  No  sería  justo  su  dominio,  ni 
tendría  derecho  a  excluir  a  los  otros,  sino  cuando  la  hu- 
biese mejorado ;  por  ejemplo,  labrándola,  cercándola  con 
un  vallado  que  asegurase  la  conservación  del  fruto  o  aca- 
rreándole agua  y  disponiendo  los  surcos  para  regarla. 


SECCION  III 

Cómo  el  principio  del  trabajo  se  aplica  a  las  transmisiones 
gratuitas 

188.  El  individuo  no  limita  sus  afecciones  a  sí  propio, 
las  extiende  a  sus  semejantes,  y  muy  particularme*ite  ||  a 
su  mujer,  hijos  y  parientes.  Cuanúo  trabaja  no  busca  sola- 
mente su  utilidad,  sino  también  la  de  las  personas  que  ama 
y  que  dependen  de  el  o  a  cüyo  bienestar  puede  contribuir. 
Esto  se  funda  en  los  más  íntimos  sentimientos  del  corazón ; 
y  la  aplicación  del  fruto  del  trabajo  del  hombre  a  la  utili- 
dad de  las  personas  de  quienes  debe  cuidar  el  operario  es 
una  condición  indispensable  para  la  conservación  de  las  fa- 
milias. Luego  el  que  los  bienes  del  padre  pasen  a  los  hijos 
es  un  principio  de  derecho  natural  que  no  se  puede  contra- 
riar sin  cegar  en  su  origen  el  amor  al  trabajo  y  perturbar 
las  relaciones  de  la  sociedad  doméstica. 

189.  La  transmisión  de  los  bienes  a  los  descendientes, 
ascendientes  y  colaterales  es  una  aplicación  del  mismo  prin- 
cipio :  la  ley  sigue  la  dirección  de  las  afecciones  del  propie- 
tario ;  garantiza  la  propiedad  transmitida  en  el  mismo  or- 
den que  supone  a  las  afecciones  del  dueño,  y  no  considera 
extinguido  el  derecho  hásta  que  supone  haber  llegado  al 
límite  de  la  afección. 

El  hombre  no  tiene  solamente  las  afecciones  de  familia ; 
las  circunstancias  le  crean  muchas  otras,  y,  aun  prescin- 


[20,  297-299J        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  23 


169 


diendo  de  los  sentimientos,  su  libre  voluntad  se  propone 
objetos  a  cuya  consecución  dedica  el  fruto  de  su  trabajo. 
La  gratitud,  la  amistad,  la  compasión,  el  respeto,  la  admi- 
ración le  ligan  con  ciertas  personas  fuera  del  círculo  de 
su  parentela,  o  le  hacen  distinguir  entre  los  individuos  de 
ella,  dando  a  unos  preferencia  sobre  otros,  sin  atenerse  a  la 
rigurosa  escala  de  mayor  o  menor  proximidad.  Miras  de 
utilidad  pública,  el  deseo  de  perpetuar  su  nombre  u  otros 
fines  hacen  que  quiera  j|  aplicar  a  un  establecimiento,  a 
una  obra,  una  parte  de  sus  bienes.  En  todos  estos  casos  me- 
dia la  voluntad  del  propietario,  y  es  digna  de  respeto  por 
motivos  de  equidad  y  de  conveniencia.  Cuanto  más  se  res- 
pete esta  voluntad  más  estímulo  tiene  el  hombre  para  tra- 
bajar; pues  que,  inclinado  a  pensar  en  el  porvenir  de  las 
personas  a  quienes  ama,  siente  que  sus  fuerzas  se  enervan 
y  su  actividad  decae  tan  pronto  como  ve  señalado  un  límite 
a  la  libre  disposición  de  lo  que  adquiere  con  su  trabajo.  De 
aquí  dimanan  la  justicia^y  la  conveniencia  de  respetar  las 
donaciones  y  los  testamentos,  esto  es,  las  transmisiones  que 
del  fruto  de  su  trabajo  hace  el  hombre  durante  su  vida  o 
para  después  de  su  muerte. 

190.  Tenemos,  pues,  que  el  principio  fundamental  de  la 
propiedad  considerada  en  la  región  del  derecho  es  el  traba- 
jo, y  que  las  transmisiones  de  ella,  reconocidas  y  sanciona- 
das por  la  ley,  vienen  a  ser  un  continuo  tributo  que  pagan 
las  leyes  al  trabajo  del  primer  poseedor.  Este  luminoso  prin- 
cipio manifiesta  cuán  sagrado  es  el  derecho  de  propiedad  y 
con  cuánta  circunspección  debe  precederse  en  todo  cuanto 
la  afecta  de  cerca  o  de  lejos ;  pero  también  enseña  cuán  mal 
uso  harían  de  sus  riquezas  los  que,  habiéndolas  heredado 
de  otro,  no  las  empleasen  para  el  bien  de  sus  semejantes 
y  consumieran  en  la  indolencia  el  fruto  de  la  actividad  del 
primer  poseedor,  valiéndose  de  la  protección  de  la  ley  para 
contrariar  el  fin  de  la  misma  ley.  || 


SECCION  IV 

Cómo  el  principio  del  trabajo  se  aplica  a  las  transmisiones 
no  gratuitas 

191.  La  transmisión  de  la  propiedad  no  siempre  es  gra- 
tuita ;  a  veces  no  hay  más  que  un  cambio ;  se  transmite  la 
una  para  adquirir  la  otra.  El  comprador  transmite  al  ven- 
dedor la  propiedad  del  dinero;  pero  es  con  la  mira  y  la 
condición  de  adquirir  la  propiedad  del  objeto  comprado. 


170 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [.20,  299-300] 


Como  toda  propiedad  se  funda  primitivamente  en  el  traba- 
jo, resulta  que  todos  los  cambios  entre  los  hombres  se  re- 
ducen a  cambiar  una  cantidad  de  trabajo.  El  cultivador  da 
a  sus  operarios  el  alimento  y  el  vestido,  los  cuales  le  han 
costado  a  él  o  a  sus  mayores  un  trabajo  físico  o  intelec- 
tual ;  pero  esto  es  en  cambio  del  trabajo  que  los  jornaleros 
le  han  hecho  y  cuyo  valor  permanece  en  la  tierra  mejora- 
da con  la  labranza.  Supongamos  que  el  pago  del  jornal  se 
hace  en  dinero :  éste  no  lo  ha  adquirido  el  dueño  sin  traba- 
jo suyo  o  de  los  suyos ;  cuando  les  da,  pues,  el  dinero  les  da 
el  fruto  de  un  trabajo.  Los  jornaleros  con  el  dinero  adquie- 
ren lo  necesario  para  su  manutención;  es  decir,  que  llevan 
en  el  dinero  un  signo  del  trabajo  que  han  hecho  para  otro ; 
por  manera  que  la  moneda  viene  a  ser  un  signo  de  una  se- 
rie de  trabajos  en  todas  las  manos  por  las  que  va  pasando. 
Es  un  valor  fácil  de  manejar  que  los  hombres  han  adoptado 
por  signo  general,  y  se  han  empleado  metales  preciosos  con 
el  fin  de  que  sea  más  difícil  adulterarle  y  de  que  el  tra- 
bajo ||  esté  garantido  en  el  mismo  valor  intrínseco  del  sig- 
no que  le  representa.  Esto  me  conduce  a  decir  dos  palabras 
sobre  un  punto  que  ha  servido  de  tema  a  muchas  decla- 
maciones. 


SECCION  V 
La  usura 

192.  Siendo  el  trabajo  el  origen  primitivo  de  la  propie- 
dad, se  echa  de  ver  cuánta  justicia,  cuán  profunda  sabi- 
duría, cuánta  previsión,  cuánto  caudal  de  economía  políti- 
ca se  encierra  en  la  ley  moral  que  prohibe  las  adquisiciones 
sin  trabajo ;  los  que  han  combatido  la  prohibición  de  la 
usura  se  han  acreditado  de  muy  superficiales,  porque  la 
usura  no  se  refiere  precisamente  al  interés  del  dinero ;  su 
principio  fundamental  es  el  siguiente: 

No  se  puede  exigir  un  fruto  de  aquello  que  no  lo 
produce. 

193.  Bien  mirada,  pues,  la  prohibición  de  la  usura  es 
una  ley  para  impedir  que  los  ricos  vivan  a  expensas  de  los 
pobres,  y  los  que  no  trabajan  abusen  de  su  posición  para 
aprovecharse  del  sudor  de  los  que  trabajan. 

Desde  este  punto  de  vista,  y  sabiendo  hacer  las  aplica- 
ciones debidas,  se  puede  responder  a  todas  las  dificultades, 
incluso  las  que  resultan  de  la  nueva  organización  industrial 
y  mercantil,  en  que  han  adquirido  especial  importancia  los 
valores  monetarios  en  metálico  o  en  papel.  || 


[20,  301-302]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  24 


171 


CAPITULO  XXIV 

LA  SOCIEDAD  EN  SUS  RELACIONES  CON  LA  MORAL 
Y  LA  RELIGIÓN 


194.  Resulta  de  la  doctrina  precedente  que  la  seguridad 
personal  y  el  respeto  a  la  propiedad  son  los  objetos  prefe- 
rentes de  la  sociedad  en  cuanto  protege ;  la  parte  que  le  in- 
cumbe en  cuanto  fomenta  no  pertenece  a  la  filosofía  moral 
sino  en  lo  que  pueda  rozarse  con  los  principios  morales. 
Me  contentaré,  pues,  con  breves  indicaciones. 

195.  A  juzgar  por  la  doctrina  de  algunos  publicistas,  la 
sociedad  civil  debe  ser  del  todo  indiferente  a  cuanto  no 
pertenezca  o  al  bienestar  material  o  al  desarrollo  de  la? 
ciencias  y  de  las  artes.  Para  ellos  el  adelanto  de  los  pue- 
blos es  el  aumento  de  su  riqueza,  y  el  término  de  su  perfec- 
ción, la  abundancia  de  goces  materiales,  fomentados  y  afina- 
dos por  las  bellas  artes  y  adornados  con  el  esplendor  de 
las  ciencias,  como  la  luz  de  antorchas  que  brillan  alrede- 
dor de  un  festín.  Formarse  semejantes  ideas  de  la  perfec- 
ción social  es  desconocer  la  dignidad  de  la  naturaleza  hu- 
mana y  olvidarse  ||  de  su  elevado  destino,  aun  en  lo  tocan- 
te a  su  vida  sobre  la  tierra.  Claro  es  que  los  deberes  de  la 
potestad  civil  no  deben  confundirse  con  los  de  la  religiosa, 
y  que  no  se  ha  de  pretender  que  le  incumba  el  cuidar  del 
hombre  interior  cuando  puede  influir  únicamente  sobre  el 
exterior ;  pero  de  aquí  a  deducir  que  la  sociedad  haya  de 
ser  atea  en  religión  y  epicúrea  en  moral  va  una  distancia 
inmensa  que  no  es  lícito  salvar.  Si  se  postergan  en  el  or- 
den civil  los  deberes  morales,  considerando  al  derecho  como 
un  simple  medio  de  organización  externa,  se  mina  por  la 
base  el  mismo  edificio  que  se  quiere  consolidar.  Las  relacio- 
nes sociales  se  simplifican  en  la  apariencia ;  pero  en  la  rea- 
lidad se  las  complica  espantosamente,  porque  no  hay  com- 

•  plicaciones  peores  que  las  que  surgen  de  las  entrañas  de 
un  pueblo  corrompido. 

196.  El  derecho  civil,  considerado  como  un  simple  me- 
dio de  organización  y  sin  relación  alguna  a  los  principios 
morales,  es  un  cuerpo  sin  alma,  una  máquina  que  ejerce 
sus  funciones  por  la  pura  fuerza  y  cuyos  movimientos  se 
paran  desde  el  instante  en  que  cesa  de  recibir  el  impulso 
externo.  El  derecho,  siendo  la  vida  de  la  sociedad  civil,  no 
puede  ser  una  cosa  muerta ;  que  si  lo  fuera,  sería  incapaz 


172 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  302-3U4] 


de  vivificar  el  cuerpo  social :  sería  una  regla  de  adminis- 
tración, sin  más  resguardo  que  un  escudo:  las  leyes  penales. 

El  legislador  no  puede  perder  nunca  de  vista  que  la  le- 
gitimidad no  es  sinónimo  de  legalidad  externa,  y  que  las 
leyes,  para  ser  respetadas,  necesitan  de  algo  más  que  los 
procedimientos  con  que  se  forman  y  las  ||  penas  con  que 
se  sancionan.  A  los  ojos  del  género  humano  sólo  es  respe- 
table lo  justo ;  y  las  leyes  dejan  de  ser  leyes  cuando  no  son 
justas,  y  pierden  el  carácter  de  justas  cuando,  aunque  entra- 
ñen justicia,  no  son  presentadas  sino  como  medios  externos 
que  no  tienen  más  principio  que  el  de  utilidad  ni  más 
sanción  que  la  fuerza.  Esta  utilidad  misma  es  bien  pronto 
disputada,  merced  a  la  variedad  de  aspectos  ofrecidos  por 
las  relaciones  sociales ;  y  esta  fuerza  es  bien  pronto  vencida, 
porque  nada  pueden  unos  pocos  que  gobiernan,  contra  los 
muchos  que  obedecen,  cuando  éstos  no  quieren  continuar 
en  la  obediencia.  A  los  hombres  se  los  debe  atraer  por  la 
esperanza  del  bien  y  contenerlos  por  el  temor  del  mal,  es 
cierto ;  pero  ambas  cosas  han  de  estar  dominadas  por  las 
ideas  de  justicia  y  moralidad,  sin  las  que  las  acciones  huma- 
nas se  reducen  a  operaciones  de  especulación  en  que  cada 
cual  discurre  a  su  modo  y  acomete  unas  u  otras  según  las 
probabilidades  de  buen  o  mal  resultado.  Entonces  el  dique 
contra  el  mal  es  la  intimidación,  y  el  fomento  del  bien  los 
medios  de  corrupción ;  es  decir,  que  la  sociedad  se  mueve 
por  los  dos  resortes  más  bajos :  el  egoísmo  y  el  miedo. 

No,  no  es  así  como  deben  organizarse  las  sociedades : 
esto  equivale  a  depositar  en  su  corazón  un  germen  de 
muerte  que  se  desenvuelve  con  tanta  mayor  rapidez  cuan- 
to son  mayores  los  adelantos  de  las  ciencias  y  de  las  artes 
y  más  copiosos  y  refinados  los  goces  sensibles.  La  sociedad, 
compuesta  de  hombres,  gobernada  por  hombres,  ordenada 
al  bien  de  los  hombres,  no  puede  estar  regida  por  principios 
contradictorios  a  los  que  rigen  al  hombre.  Este  no  alcan- 
za su  perfección  con  sólo  desenvolver  ||  sus  facultades  in- 
telectuales y  proporcionarse  bienestar  material ;  por  el  con- 
trario, si  alcanzando  ambas  cosas  está  falto  de  moralidad, 
su  depravación  es  todavía  mayor,  y,  lejos  de  que  los  goces 
le  hagan  feliz,  su  vida,  devorada  por  la  sed  de  los  placeres 
o  gastada  por  el  cansancio  y  fastidio,  es  una  continua  alter- 
nativa entre  la  exaltación  del  frenesí  y  la  postración  del 
tedio,  y  en  lugar  de  la  dicha  que  busca  encuentra  un  ma- 
nantial de  sinsabores  y  padecimientos. 

197.  La  naturaleza  del  hombre  y  la  sana  razón  están, 
pues,  enseñando  que  la  moral  es  un  verdadero  y  muy  gran- 
de interés  público,  y  que  se  la  debiera  colocar  en  primera 
línea,  siquiera  por  los  bienes  que  produce  y  los  desastres 
que  evita.  Pero  conviene  advertir  que  la  moral,  aunque  al- 


120.  304-306]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  24 


173 


tamente  útil,  no  quiere  ser  tratada  como  un  objeto  de 
mera  utilidad ;  quiere  que  se  la  respete,  se  la  ame,  por  lo 
que  es  en  sí,  y  que  los  saludables  efectos,  si  bien  se  espe- 
ren de  ella  con  entera  seguridad,  no  se  le  prefijen  como  a 
una  máquina  los  productos  de  elaboración.  Cuando  se  em- 
pieza por  ensalzar  a  la  moral  sólo  como  cosa  conveniente, 
el  discurso  pierde  su  fuerza ;  la  cuestión  se  reduce  a  cálcu- 
lo, en  cuyo  caso  los  hombres  no  están  dispuestos  a  etecuchar 
exhortaciones  a  la  virtud.  Mucho  más  se  daña  a  la  moral 
si  se  la  proclama  como  un  medio  de  dirigir  las  masas,  su- 
pliendo con  la  moralidad  la  ignorancia  del  mayor  número ; 
esto  equivale  a  predicar  la  inmoralidad,  porque  interesa  en 
favor  de  ella  una  de  las  pasiones  más  poderosas  del  hom- 
bre :  el  orgullo.  Desde  el  momento  en  que  la  moral  no  sea 
más  que  la  regla  del  vulgo  necio,  nadie  ¡|  querrá  ser  moral 
para  no  llevar  la  humillante  nota  de  ignorancia  y  necedad. 

198.  Lo  que  se  dice  de  la  moral  puede  aplicarse  a  la  re- 
ligión :  proclamada  como  un  hecho  de  mera  conveniencia, 
como  un  medio  de  gobierno  para  los  ignorantes,  pierde  su 
augusto  carácter;  deja  de  ser  una  voz  del  cielo  y  se  con- 
vierte en  un  ardid  de  los  astutos  para  dominar  a  los  tontos. 
La  religión  produce  indudablemente  bienes  inmensos  a  la 
sociedad,  hasta  en  el  orden  puramente  civil ;  contribuye 
poderosamente  para  fortalecer  la  autoridad  pública  y  hacer 
dóciles  y  razonables  a  los  pueblos ;  suple  la  falta  de  cono- 
cimientos del  mayor  número,  porque  ella  por  sí  sola  es  ya 
muy  alta  sabiduría ;  templa  las  pasiones  de  la  multitud 
con  su  influencia  suave,  'su  bondad  encantadora,  sus  inefa- 
bles consuelos,  sus  sublimes  verdades,  sus  pensamientos  de 
eternidad ;  mas  para  esto  necesita  ser  lo  que  es,  ser  reli- 
gión, ser  cosa  divina,  no  humana ;  ser  un  objeto  de  vene- 
ración, no  un  medio  de  gobierno. 

199.  ¡Qué  error!  ¡Qué  ceguera!  ¡Mirar  a  la  religión  y 
a  la  moral  como  resortes  sólo  adaptados  a  la  ignorancia,  a 
la  pobreza  y  a  la  debilidad!  ¿Acaso  los  diques  han  de  ser 
menos  fuertes  a  proporción  que  es  mayor  el  ímpetu  de  las 
aguas?  ¿Por  ventura  el  caballo  necesita  menos  del  freno 
•cuanto  es  más  indócil  y  brioso?  Las  luces  sin  moral  son  fue- 
go que  devasta ;  la  riqueza  sin  moral  es  un  incentivo  de  co- 
rrupción. El  poder  sin  moral  se  convierte  en  tiranía.  Las  lu- 
ces, la  riqueza,  el  poder,  si  les  falta  la  moral,  son  un  triple 
origen  ||  de  calamidades.  La  inmoralidad  impele  por  el  ca- 
mino del  mal ;  la  luz  y  la  riqueza  multiplican  los  medios, 
el  poder  allana  todos  los  obstáculos;  ¿se  concibe  acaso  un 
monstruo  más  horrible  que  el  que  desea  el  mal  con  ardor 
y  lo  sabe  ejecutar  de  mil  maneras,  y  dispone  de  recursos  de 
todas  clases,  y  domina  todas  las  resistencias?  No,  no  es 
verdad  que  la  religión  y  la  moral  sean  únicamente  para  el 


174 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  306-308] 


pobre  y  el  desvalido ;  no,  no  es  verdad  que  la  religión  y  la 
moral  no  deban  penetrar  en  la  mansión  del  rico  y  del  po- 
deroso. La  choza  del  pobre  sin  moral  es  un  objeto  repug- 
nante, pero  inspira  más  lástima  que  indignación ;  el  pala- 
cio del  magnate,  con  el  cortejo  de  la  inmoralidad,  es  un 
objeto  horrible :  el  oro,  la  pedrería,  la  misma  púrpura  no 
bastan  a  ocultar  la  asquerosa  fealdad  de  la  corrupción, 
como  ni  los  aromas,  ni  el  esplendoroso  aparato,  ni  Tas  pre- 
ciosas colgaduras,  ni  los  ricos  vestidos,  son  suficientes  a  dis- 
minuir el  horror  de  un  cadáver  pestilente.  La  irreligión  y 
la  inmoralidad,  cuando  están  abajo,  despiden  un  vapor  mor- 
tífero que  mata  al  poder  público,  y  cuando  están  arriba  son 
una  lluvia  de  fuego  que  todo  lo  convierte  en  polvo  y 
ceniza.  || 


CAPITULO  XXV 

La  ley  civil 


200.  A  la  luz  de  los  principios  establecidos,  y  explica- 
do ya  en  qué  consisten  la  ley  eterna  y  la  natural  al  tratar 
del  origen  y  esencia  de  la  moralidad,  podremos  formarnos 
ideas  claras  sobre  la  ley  civil. 

La  ley,  ha  dicho  con  admirable  concisión  y  sabiduría 
Santo  Tomás,  es  «una  ordenación  de  la  razón,  dirigida  al 
bien  común,  promulgada  por  el  que  tiene  el  cuidado  de  la 
comunidad».  Rationis  ordinatio.  ad  bonum  commur.e,  ab 
eo  qui  curam  communitatis  habet  promulgata. 

201.  Ordenación  de  la  razón:  Rationis  ordinatio.  Los 
seres  racionales  deben  ser  gobernados  por  la  razón,  no  por 
la  voluntad  del  que  manda.  La  voluntad  sin  la  razón  es 
pasión  o  capricho,  y  el  capricho  o  la  pasión  gobernando  son 
arbitrariedad  y  tiranía.  Y  nótese  aquí  la  profundidad  filo- 
sófica que  se  encierra  en  el  lenguaje  común:  arbitrariedad 
se  llama  al  procedimiento  ilegal  del  gobernante,  consignán- 
dose en  esta  expresión  ||  la  verdad  de  que  en  el  gobierno 
no  ha  de  proceder  por  voluntad  o  arbitrio,  sino  por  razón. 

La  moral  no  sólo  pertenece  a  la  razón,  sino  que  consti- 
tuye una  parte  de  su  esencia,  y  es  además  su  complemento, 
su  perfección,  su  ornato.  Cuando,  pues,  se  dice :  ordena- 
ción de  la  razón,  se  entiende  también  ordenación  conforme 
a  los  eternos  principios  de  la  moral ;  las  leyes  intrínseca- 
mente inmorales  no  son  leyes,  son  crímenes ;  no  favorecen 
a  la  sociedad,  la  pervierten  o  la  hunden ;  no  producen  obli- 


L20,  308-309]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. 


25 


175 


gación,  no  merecen  obediencia ;  basta  que  sin  obedecerlas 
se  las  oiga  promulgar  con  paciencia. 

Decir  que  toda  ley,  por  sólo  ser  formada,  es  ley  y  obli- 
gatoria, es  arruinar  los  fundamentos  de  la  moral,  es  con- 
tradecir al  sentido  común,  es  borrar  la  historia,  es  mentir 
a  la  humanidad,  es  proclamar  la  tiranía,  es  legitimar  el 
crimen.  ¿Qué  otras  adulaciones  desearan  Tiberio  y  Ne- 
rón y  cuantos  tiranos  han  devastado  la  faz  de  la  tierra, 
costando  a  la  humanidad  torrentes  de  sangre  y  de  lágri- 
mas? Esto  no  es  fortalecer  la  autoridad  pública,  es  matar- 
la ;  a  ella  se  la  conduce  al  abuso  de  sus  atribuciones,  y  a 
los  pueblos  se  les  viene  a  decir:  «Estáis  condenados  a  obe- 
decer cuanto  se  os  mande,  siquiera  sea  lo  más  injusto  e  in- 
moral.» ¡Ay  del  día  en  que  se  hablase  a  los  pueblos  con 
este  lenguaje  sacrilego!  Desde  entonces  se  considerarían 
en  peligro  de  ser  víctimas  de  la  tiranía,  y  su  paciencia  se 
acabaría  tan  pronto  como  tuviesen  medios  para  sacudir 
el  yugo. 

202.  Dirigida  al  bien  común:  ad  bonum  commune.  El 
cimiento  de  la  ley  es  la  justicia ;  su  objeto  el  bien  ||  co- 
mún. Las  leyes  no  deben  hacerse  para  la  utilidad  de  los 
gobernantes,  sino  de  los  gobernados :  los  pueblos  no  son 
para  los  gobiernos,  los  gobiernos  son  para  los  pueblos. 
Cuando  el  que  gobierna  atiende  a  su  utilidad  propia  y  ol- 
vida la  pública  es  tirano,  y  aunque  su  autoridad  sea  legíti- 
ma, el  uso  que  de  ella  hace  es  tiránico.  En  esto  no  cabe 
excepción  de  ninguna  clase :  toda  ley,  sea  la  que  fuere, 
debe  estar  encaminada  a  la  utilidad  pública ;  si  le  falta 
esta  condición,  no  merece  el  nombre  de  ley  (véanse  capí- 
tulos XVIII  y  XXI). 

203.  Las  leyes  pueden  distinguir  favorablemente  a  cier- 
tos individuos  y  clases  determinadas ;  pero  esta  distinción 
ha  de  ser  por  motivos  de  utilidad  general:  si  este  motivo  le 
faltase,  sería  injusta,  porque  los  hombres,  así  como  no  son 
patrimonio  del  gobierno,  no  lo  son  tampoco  de  clase  alguna. 
La  aristocracia  de  diversas  especies  que  hallamos  en  la 
historia  de  las  naciones  tenía  este  objeto,  y  cuando  se  ha 
desviado  de  él  ha  perecido.  Las  distinciones  y  preeminen- 
cias que  se  otorgan  a  los  individuos  y  a  las  clases  no  son 
títulos  dispensados  para  nutrir  el  orgullo  y  complacer  a  la 
vanidad ;  cuanta  más  elevación  mayores  obligaciones.  Las 
clases  más  altas  tienen  el  deber  de  emplear  sus  ventajas  y 
preponderancia  en  bien  de  las  inferiores ;  cuando  así  lo 
hacen  no  dispensan  una  gracia,  cumplen  un  deber;  si  lo 
olvidan,  su  altura  deja  de  ser  conveniente;  la  ley  que  la 
protege  pierde  su  vida,  que  consistía  en  la  razón  de  conve- 
niencia pública  que  justificaba  la  elevación,  y  bién  pronto 
la  Providencia  cuida  de  restablecer  el  equilibrio,  dejando 


176 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  309-311] 


que  se  desencadenen  las  tempestades  ||  y  dispersen  como 
un  puñado  de  polvo  la  obra  de  los  siglos. 

204.  Promulgada :  La  ley  no  conocida  no  obliga,  y  no 
puede  ser  conocida  si  no  está  promulgada.  Los  actos  mora- 
les* necesitan  libertad,  y  ésta  supone  el  conocimiento. 

205.  Por  el  que  tiene  el  cuidado  de  la  sociedad :  ab  eo 
qui  curam  communitatis  habet.  La  ley  debe  emanar  del  po- 
der público.  Sea  cual  fuere  la  forma  en  que  se  halle  cons- 
tituido, monárquico,  aristocrático,  democrático  o  mixto,  tie- 
ne la  facultad  de  legislar,  porque  sin  esto  le  es  imposible 
llenar  sus  funciones.  Gobernar  es  dirigir,  y  no  se  dirige 
sin  regla ;  la  regla  es  la  ley. 

206.  Es  de  notar  que  en  esta  definición  de  la  ley  no  en- 
tra la  idea  de  fuerza  ni  siquiera  como  pena :  su  profundo 
autor  creyó,  y  "con  razón,  que  la  sanción  penal  no  era  esen- 
cial a  la  ley ;  la  pena  es  el  escudo  o,  si  se  quiere,  la  espada 
de  la  ley,  mas  no  pertenece  a  su  esencia.  Por  el  contrario, 
la  pena  es  una  triste  necesidad  a  que  apela  el  legislador 
para  suplir  lo  que  falta  a  la  influencia  puramente  moral. 
La  legislación  más  perfecta  sería  aquella  en  que  no  se 
debiese  nunca  conminar,  por  aplicarse  a  hombres  que  no 
necesitasen  del  temor  de  la  pena  para  cumplir  lo  mandado. 
Cuando  el  hombre  obedece  sólo  por  el  temor  de  la  pena 
procede  como  esclavo:  compara  entre  las  ventajas  de  la 
desobediencia  y  los  males  del  castigo ;  y  encontrando  que 
éstos  no  se  compensan  con  aquéllas,  opta  por  la  obedien- 
cia. |!  Pero  si  en  vez  de  obrar  por  temor  obedece  por  razones 
puramente  morales,  porque  éste  es  su  deber,  porque  hace 
bien,  entonces  la  obediencia  le  ennoblece ;  porque,  proce- 
diendo con  entera  libertad,  con  pleno  dominio  de  sí  mis- 
mo, no  se  somete  al  hombre,  sino  a  la  ley,  y  la  ley  no  es 
para  él  una  regla  meramente  humana,  es  un  dictamen  de 
la  razón  y  de  la  justicia,  un  reflejo  de  la  verdad  eterna, 
una  emanación  de  la  santidad  y  sabiduría  infinita.  Bajo 
este  punto  de  vista,  la  ley  es  de  derecho  natural  y  divino, 
y  los  que  han  combatido  este  último  epíteto  y  le  han  mira- 
do como  emblema  de  esclavitud  debieron  de  ser  bien  su- 
perficiales cuando  no  alcanzaron  a  ver  que  ésta  era  la  úni- 
ca y  sólida  garantía  de  la  verdadera  libertad.  || 


[20,  312-3131        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD.— C.  26 


177 


CAPITULO  XXVI 

LOS  TRIBUTOS 


207.  No  es  posible  gobernar  un  Estado  sin  los  medios 
convenientes ;  de  aquí  nace  la  justicia  de  los  tributos.  La 
sociedad  protege  la  vida  y  los  intereses  de  los  asociados, 
luego  éstos  deben  contribuir  en  la  proporción,  correspon- 
diente para  formar  la  suma  necesaria  a  los  medios  de  go- 
bierno. 

208.  El  modo  de  exigir  los  tributos  está  sujeto  a  trámi- 
tes que  varían  según  las  leyes  y  costumbres  de  los  diver- 
sos países ;  pero  hay  dos  máximas  de  que  no  se  puede  nun- 
ca prescindir:  1.a,  que  no  es  lícito  exigir  más  de  lo  nece- 
sario para  el  buen  gobierno  del  Estado ;  2.a,  que  la  distribu- 
ción de  las  cargas  debe  hacerse  en  la  proporción  dictada 
por  la  justicia  y  la  equidad. 

209.  Que  no  se  puede  exigir  más  de  lo  necesario  es  in- 
dudable. El  poder  público  no  .es  el  dueño  de  las  propieda- 
des de  los  súbditos ;  cuando  éstos  le  entregan  una  cierta 
cantidad  no  le  pagan  una  deuda  como  a  dueño,  sino  que  le 
proporcionan  un  auxilio  para  gobernar  ||  bien.  Si  el  poder 
público  exige  más  de  lo  necesario,  merece  a  los  ojos  de  la 
sana  moral  el  mismo  nombre  que  se  aplica  a  los  que  usur- 
pan la  propiedad  ajena.  Este  nombre  es  duro,  pero  es  el 
propio,  agravado  más  y  más  por  la  circunstancia  de  que 
quien  atropella  es  el  mismo  que  debiera  proteger. 

210.  La  equitativa  distribución  de  las  cargas  es  otra 
máxima  fundamental.  A  más  de  que  a  esto  obliga  la  misma 
fuerza  de  las  cosas,  so  pena  de  que,  agobiando  igualmente 
al  pobre  que  al  rico,  se  destruyan  los  pequeños  capitales  y 
se  vayan  cegando  los  manantiales  de  la  riqueza  pública, 
media  en  ello  una  poderosa  razón  de  justicia.  Quien  tiene 
más,  recibe  en  la  protección  un  beneficio  mayor ;  por  lo 
mismo  que  su  propiedad  es  mayor,  ocupa  en  mayor  escala 
la  acción  protectora  del  gobierno,  y  así  está  obligado  a  con- 
tribuir en  mayor  cantidad.  Permítaseme  aclarar  la  materia 
con  un  ejemplo  sencillo.  De  dos  propietarios,  ebuno  no  tiene 
más  que  pocas  casas  en  una  calle,  el  otro  posee  todo  el  res- 
to de  ella :  se  ha  de  poner  un  vigilante  para  la  comodidad 
y  seguridad  de  la  calle,  ¿quién  duda  que  deberá  contribuir 
en  mayor  cantidad  el  que  la  posee  casi  toda? 

211.  Otra  máxima  fundamental  hay  en  la  materia  y 


12 


178 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  313-315] 


que  se  extiende  no  sólo  a  la  recaudación  e  inversión  de  los 
tributos,  sino  también  a  todo  lo  concerniente  a  la  goberna- 
ción del  Estado,  cual  es  que  el  poder  público  no  debe  ser 
considerado  nunca  como  un  verdadero  dueño  ni  de  los  cau- 
dales ni  de  los  empleos  públicos,  ||  sino  como  un  adminis- 
trador que  no  puede  disponer  de  nada  a  su  voluntad,  sino 
que  debe  proceder  siempre  por  razones  de  utilidad  pública, 
reguladas  por  la  sana  moral.  Los  caudales  públicos  sólo 
pueden  invertirse  en  bien  del  público ;  los  mismos  sueldos 
que  se  dan  a  los  empleados  no  son  otra  cosa  que  medios 
de  sostener  con  decoro  las  ruedas  de  la  administración.  Los 
empleos  no  pueden  proveerse  por  otros  motivos  que  los  de 
utilidad  pública ;  quien  se  aparta  de  esta  regla  dispone  de 
lo  que  no  es  suyo,  es  un  verdadero  defraudador.  Los  des- 
tinos no  deben  crearse  ni  conservarse  para  ocupar  a  las 
personas ;  por  el  contrario,  la  ocupación  de  éstas  no  tiene 
más  objeto  que  el  desempeño  del  destino:  cuando  los  em- 
pleos son  para  los  hombres,  y  no  los  hombres  para  los  em- 
pleos, se  invierte  el  orden,  se  comete  una  injusticia,  se 
gastan  los  caudales  de  los  pueblos,  y  el  acto  no  es  menos 
inmoral  porque  se  haga  en  mayor  escala ;  por  lo  mismo 
será  más  grave  la  responsabilidad. 

212.  Estos  son  los  verdaderos  principios  de  razón,  de 
moral,  de  justicia,  de  conveniencia,  aplicados  al  gobierno 
del  Estado.  ¡Qué  importa  el  que  la  miseria  y  la  maldad  de 
los  hombres  los  haya  desconocido  con  frecuencia!  No  cese- 
mos por  esto  de  proclamarlos ;  inculquémoslos  una  y  otra 
vez ;  grábense  profundamente  en  la  conciencia  pública, 
cuyo  poder  es  siempre  grande  para  evitar  males.  Cuando 
haya  mucha  corrupción  pensemos  que  sin  el  freno  de  la 
conciencia  pública  sería  infinitamente  mayor ;  y  así  como 
las  miserias  y  las  iniquidades  individuales  no  impiden  el 
que  se  proclame  ||  la  moral  como  regla  de  la  vida  privada, 
las  injusticias  y  los  escándalos  no  deben  nunca  desalentar 
para  que  dejen  de  proclamarse  la  moral  y  la  justicia  como 
reglas  -de  la  conducta  pública. 

La  sinrazón,  la  injusticia,  la  inmoralidad,  nunca  prescri- 
ben ;  nunca  adquieren  un  establecimiento  definitivo,  siem- 
pre tiemblan ;  y  cejan  o  no  avanzan  tanto  en  su  carrera 
cuando  oyen  las  protestas  de  la  razón,  de  la  justicia  y  de 
la  moral.  |¡ 


[20,  316-317]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  27 


179 


CAPITULO  XXVII 

Penas  y  premios 


213.  El  orden  del  universo  debe  tener  medios  de  eje- 
cución y  garantías  de  duración.  El  maquinista  toma  sus 
precauciones  para  que  su  máquina  ejerza  del  modo  conve- 
niente las  funciones  que  él  se  ha  propuesto ;  y,  en  general, 
quien  desea  llegar  a  un  fin  emplea  los  medios  aptos  para 
conseguirlo.  En  los  seres  destituidos  de  libertad,  el  orden 
se  realiza  y  mantiene  por  leyes  necesarias ;  mas  éstas  no 
son  aplicables  cuando  se  trata  de  agentes  libres.  Por  lo  que 
es  preciso  que  haya  un  suplemento  de  esta  necesidad,  un 
medio  que,  respetando  la  libertad  del  agente,  garantice  la 
ejecución  y  conservación  del  orden.  Si  así  no  fuera,  el 
mundo  de  las  inteligencias  resultaría  de  inferior  condición 
al  universo  corpóreo.  Este  medio,  esta  garantía  de  la  ejecu- 
ción y  conservación  del  orden  moral,  es  la  influencia  moral 
por  el  temor  o  la  esperanza :  la  pena  o  el  premio. 

214.  Dios  ha  prescrito  a  las  criaturas  el  orden  que  de- 
ben observar  en  su  conducta :  ellas,  en  fuerza"  de  su  liber- 
tad, pueden  no  ejecutar  lo  que  les  está  mandado;  ||  si  su- 
ponemos que  no  hay  premio  ni  pena,  la  realización  y  con- 
servación del  orden  establecido  se  halla  completamente  en 
manos  de  la  criatura ;  y  el  Criador  se  encuentra,  por  de- 
cirlo así,  desarmado  en  presencia  de  un  ser  libre  que  le 
dice :  «No  quiero.»  Esto  manifiesta  la  profunda  razón  en 
que  estriba  la  doctrina  del  premio  y  del  castigo :  con  estos 
dos  resortes  la  voluntad  queda  libre,  pero  no  sin  restric- 
ción ;  para  evitar  el  que  diga  «No  quiero»,  se  la  halaga 
con  la  esperanza  del  premio  y  se  la  intimida  con  la  ame- 
naza del  castigo ;  y  si  ni  aun  con  esto  se  consigue  el  impe- 
dirlo, y  la  criatura  insiste  en  decir:  «No  quiero»,  el  orden 
que  no  se  ha  podido  conservar  en  la  esfera  de  la  libertad 
se  restablece  en  la  de  la  necesidad ;  la  pena  impuesta  al 
culpable  es  una  compensación  dei  desorden ;  es  una  satis- 
facción tributada  al  orden  moral. 

215.  La  pena  es  un  mal  aflictivo  aplicado  al  culpable  a 
consecuencia  de  su  culpa.  Sus  objetos  son  los  siguientes: 
1.°  Amenazada,  es  un  preventivo  de  la  falta,  y,  por  consi- 
guiente, un  medio  de  realización  y  conservación  del  orden 
moral.  2.°  Aplicada,  es  una  reparación  del  desorden  moral, 
y,  por  tanto,  un  medio  de  restablecer  el  equilibrio  perdi- 


180 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  317-319] 


do.  3.°  Una  prevención  contra  ulteriores  faltas  en  el  culpa- 
ble y  una  lección  para  los  que  presencian  el  castigo. 

De  aquí  resulta  que  la  pena  tiene  los  caracteres  de  san- 
ción, expiación,  corrección  y  escarmiento.  Sanción,  en  cuan- 
to afianza  la  ley  garantizando  su  observancia.  Expiación,  en 
cuanto  es  una  reparación  del  desorden  moral.  Corrección, 
en  cuanto  se  encamina  a  la  enmienda  ||  del  culpable.  Es- 
carmiento, en  cuanto  detiene  a  los  que  la  ven  aplicada  a 
otros. 

216.  El  carácter  de  corrección  se  halla  en  toda  pena 
que  no  sea  la  última.  Así  en  la  sociedad  la  multa,  la  pri- 
sión, la  exposición,  el  destierro,  el  presidio  son  correccio- 
nales ;  pero  la  de  muerte  no  lo  es ;  no  se  encamina  a  co- 
rregir al  culpable,  pues  que  acaba  con  él. 

217.  El  único  carácter  esencial  a  toda  pena  aplicada  es 
el  de  expiación ;  porque  si  suponemos  una  sola  criatura  en 
el  mundo,  y  ésta  peca,  y  por  el  pecado  se  le  aplica  una 
pena  final,  no  habrá  objeto  de  corrección  para  el  castigado, 
ni  tampoco  de  escarmiento,  por  no  haber  otros  que  puedan 
escarmentar. 

218.  Tocante  al  carácter  preventivo,  lo  que  la  hace  san- 
ción de  la  ley  tampoco  es  absolutamente  necesario.  Por  lo 
mismo  que  existe  la  obligación  moral,  el  que  falta  a  ella 
con  el  debido  conocimiento  se  hace  responsable  y  se  some- 
te a  las  consecuencias  de  su  responsabilidad ; '  por  manera 
que,  si  suponemos  que  el  delincuente,  advirtiendo  perfec- 
tamente toda  la  fealdad  de  la  acción  que  comete,  ignora  la 
pena  señalada,  no  dejará  de  ser  penable,  a  no  ser  que  la 
pena  esté  únicamente  impuesta  para  el  caso  de  ser  cono- 
cida y  arrostrada. 

219.  Infiérese  de  esta  doctrina  que  el  mirar  las  penas 
únicamente  como  medios  correccionales  es  desconocer  su 
naturaleza.  La  pena  tiene  otros  objetos  fuera  ||  del  bien  del 
culpable ;  a  veces  atiende  a  dicho  bien,  a  veces  prescinde 
de  él  y  se  dirige  únicamente  a  la  expiación  y  escarmiento. 
La  doctrina  que  atribuye  a  las  penas  el  solo  carácter  de  co- 
rrección es  una  consecuencia  del  sistema  utilitario :  según 
éste,  el  bien  moral  es  lo  útil  con  respecto  al  mismo  que  lo 
ejecuta;  el  mal  lo  dañoso;  así,  la  reparación  o  la  pena  no 
debe  ser  otra  cosa  que  una  especie  de  lección  para  que  el 
culpable  conozca  mejor  su  utilidad,  y  un  medio  para  que 
la  busque. 

Con  semejante  doctrina  se  ennoblecen  todas  las  penas, 
no  hay  ninguna  vergonzosa ;  el  criminal  castigado  no  es 
más  que  un  infeliz  que  erró  un  cálculo  y  a  quien  se  enseña 
a  calcular  mejor.  En  tal  supuesto  no  puede  haber  ninguna 
pena  final,  ni  aun  en  lo  humano,  y  habría  mucha  inconse- 
cuencia si  no  se  condenase  la  pena  de  muerte. 


120,  319-321]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  27 


181 


220.  La  doctrina  que  quita  a  las  penas  el  carácter  de 
expiación  y  les  deja  únicamente  el  de  corrección  parece  a 
primera  vista  muy  humana;  ¿qué  cosa  más  filantrópica  que 
atender  tan  sólo  al  bien  del  mismo  culpable?  Sin  embargo, 
examinándola  a  fondo  se  la  encuentra  inmoral,  subversiva 
de  las  ideas  de  justicia,  contraria  a  los  sentimientos  del  co- 
razón y  altamente  cruel. 

221.  Si  la  pena  no  tiene  otro  objeto  que  la  corrección 
del  culpable,  se  sigue  que  el  orden  moral  no  exige  ninguna 
reparación,  sean  cuales  fuesen  las  infracciones  que  padez- 
ca :  esto  equivale  a  decir  que  no  hay  moralidad,  que  seme- 
jante idea  es  del  todo  vacía.  El  equilibrio  ||  de  la  naturaleza 
tiene  sus  medios  de  conservación  y  restablecimiento ;  ¿y 
se  pretenderá  que  de  ellos  carezca  el  mundo  moral?  Dios 
quiere  el  bien  moral ;  la  criatura,  en  fuerza  de  su  libertad, 
no  lo  quiere;  ¿prevalecerá  la  voluntad  de  la  criatura  con- 
tra la  del  Criador,  no  sólo  en  la  consumación  del  acto  malo, 
sino  también  en  todas  sus  consecuencias,  quedando  Dios  sin 
medio  alguno  para  restablecer  el  equilibrio  moral  y  el  or- 
den destruido? 

222.  Otra  consecuencia  se  sigue  de  esta  doctrina,  y  es 
que  la  pena  debiera  ser  tanto  menos  aplicable  cuanto  me- 
nos esperanza  hubiese  de  enmienda ;  por  manera  que,  si 
suponemos  una  voluntad  tan  firme  que  una  vez  decidida 
por  el  mal  fuese  muy  difícil  apartarla  de  él,  la  pena  casi 
no  tendría  objeto ;  y  si  hubiese  certeza  de  que  no  se  apar- 
taría del  mal,  la  pena  no  debiera  aplicarse.  ¿A  qué  la  co- 
rrección cuando  no  hay  esperanza  de  enmienda?  Esta  doc- 
trina es  horrible,  porque  en  vez  de  aumentar  la  pena  en 
proporción  de  la  maldad,  la  disminuye ;  y  al  extremo  del 
crimen,  a  la  obstinación  en  cometerle,  le  otorga  el  privile- 
gio de  la  inmunidad  de  todo  castigo. 

Véase,  pues,  con  cuánta  verdad  he  dicho  que  la  preten- 
dida dulzura  de  la  corrección  era  profundamente  inmoral: 
no  es  nuevo  que  se  cubran  con  el  manto  de  la  filantropía 
las  apologías  del  crimen. 

223.  El  culpable  castigado  por  pura  corrección  no  está 
bajo  la  mano  de  la  justicia,  sino  de  la  medicina:  ¿con  qué 
derecho  se  le  cura  si  él  no  quiere?  He  aquí  el  diálogo  entre 
el  penado  y  el  juez :  || 

— Has  cometido  un  delito,  y  se  te  aplican  seis  años  de 
prisión. 

— '¿Con  qué  objeto? 

— Para  que  te  corrijas. 

— ¿Conque  se  trata  solamente  de  mi  bien? 

— No  de  otra  cosa. 

— Pues,  entonces,  yo  renuncio  a  este  favor. 
— No  se  admite  la  renuncia. 


182 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — -ÉTICA 


[20.  321-323] 


— ¿Por  qué?  ¿No  se  trata  de  mi  bien?  Pues  si  yo  no  lo 
quiero,  ¿con  qué  razón  se  me  obliga  a  aceptar  el  bien  de 
estar  encerrado? 

— Es  preciso  que  la  ley  se  cumpla. 

— De  esta  precisión  me  quejo,  y  digo  que  es  injusta.  Se 
me  quieren  hacer  favores,  y  a  la  fuerza  se  me  obliga  a  acep- 
tarlos. 

Si  el  juez  no  apela  a  las  ideas  de  escarmiento  para  los 
demás,  ya  que  no  quiera  hablar  de  expiación,  es  necesario 
confesar  que  no  puede  responder  a  las  objeciones  del  delin- 
cuente ;  pero  si  habla  de  algo  que  no  sea  pura  corrección  se 
aparta  de  la  teoría  y  entra  en  el  terreno  común. 

224.  Si  se  admitiera  semejante  error,  se  trastornaría  el 
lenguaje.  No  se  podría  decir :  «El  culpable  merece  tal  pena»  ; 
sino :  «Al  culpable  le  conviene  tal  pena.»  Merecer  es  ser 
digno  de  una  cosa,  y  en  tratándose  de  castigo  envuelve  la 
idea  de  expiación.  Faltando  ésta  falta  el  merecimiento,  la 
idea  moral  de  la  pena,  y  así  resulta  una  simple  medida  de 
utilidad,  no  un  efecto  de  la  justicia. 

¿Quién  no  ve  que  esto  subvierte  todas  las  ideas  que  ri- 
gen en  el  mundo  moral  y  social,  destruyendo  por  su  base 
todos  los  principios  en  que  estriba  la  autoridad  de  la  justicia 
al  imponer  una  pena? 

225.  La  infracción  del  orden  moral  excita  un  sentimiento 
de  animadversión  contra  el  culpable.  ¿Quién  no  lo  experi- 
menta al  ver  un  acto  de  injusticia,  de  perfidia,  de  ingratitud, 
de  crueldad?  En  aquel  sentimiento  instantáneo,  ¿hay  por 
ventura  algún  interés  por  el  culpable?  No ;  por  el  contra- 
rio, dirige  la  indignación  contra  él.  Se  dirá  tal  vez  que  esto 
es  espíritu  de  venganza ;  pero  adviértase  que  con  harta  fre- 
cuencia el  sentimiento  de  indignación  es  del  todo  desintere- 
sado, pues  que  el  acto  que  nos  indigna  no  se  refiere  a  nos- 
otros ni  a  nada  nuestro,  en  cuyo  caso  será  trastornar  el  sen- 
tido de  las  palabras  el  aplicarle  el  nombre  de  venganza.  Se 
replicará  tal  vez  que  nos  interesamos  también  por  los  des- 
conocidos, y  que  por  esto  se  nos  excita  el  sentimiento  de 
venganza  cuando  vemos  un  mal  comportamiento  con  otro 
cualquiera ;  pero,  aun  dando  a  la  palabra  una  acepción  tan 
lata,  no  se  resuelve  la  dificultad,  pues  que  una  acción  infa- 
me o  vergonzosa,  aunque  no  se  refiera  a  otro,  por  ser  pura- 
mente individual,  también  nos  inspira  el  sentimiento  de 
animadversión  contra  quien  la  comete. 

226.  Además,  aquí  se  omite  el  atender  al  objeto  del  sen- 
timiento de  ira  considerado  en  sus  relaciones  morales,  lo 
que  da  a  la  cuestión  un  aspecto  nuevo.  La  palabra  vengan- 
za, en  su  acepción  común,  expresa  una  idea  mala,  porque 
significa  el  deseo  de  reparar  una  ||  ofensa  de  un  modo  inde- 
bido. Pero  si  miramos  la  ira  como  un  sentimiento  del  alma 


(  20,  323-324]        EL  HOMBRE  EN  SOCIEDAD. — C.  27  183 


que  se  levanta  contra  lo  malo,  la  ira  tiene  un  objeto  bueno 
y  puede  ser  buena ;  y  si  la  venganza  no  significase  más  que 
una  reparación  justa  y  por  los  medios  debidos,  no  expresaría 
ninguna  idea  viciosa.  Esto  es  tanta  verdad,  que  la  idea  de 
vengar  se  aplica  a  Dios,  y  El  mismo  se  atribuye  este  dere- 
cho. Las  leyes  humanas  también  vengan ;  y  así  decimos : 
«Está  satisfecha  la  vindicta  pública;  con  el  castigo  del  cul- 
pable la  sociedad  ha  quedado  vengada.» 

En  este  sentimiento  del  corazón,  que  con  harta  frecuen- 
cia acarrea  desastres,  encontramos,  pues,  un  instinto  de  jus- 
ticia, lo  cual  es  una  nueva  prueba  de  que  el  mal  aplicado  al 
culpable  como  pena  no  tiene  sólo  el  carácter  de  corrección, 
sino  también  y  principalmente  el  de  expiación.  Quien  infrin- 
ge el  orden  moral  merece  sufrir ;  cuando  el  corazón  se  su- 
bleva instintivamente  contra  una  acción  mala  obedece  al 
impulso  de  la  naturaleza,  bien  que  luego  la  razón  añade  que 
la  aplicación  de  la  pena  merecida  no  corresponde  al  par- 
ticular, sino  a  la  autoridad  humana  y  a  Dios.  El  instinto  na- 
tural nos  indica  el  merecimiento  del  castigo ;  la  ley  nos 
impide  aplicarle ;  porque  no  puede  concederse  este  derecho 
a  los  particulares  sin  que  la  sociedad  caiga  en  el  más  com- 
pleto desorden  y  sin  dar  margen  a  muchas  injusticias. 

227.  La  crueldad  es  otro  de  los  caracteres  de  la  doctri- 
na que  estamos  combatiendo.  Hagámoslo  sentir,  pues  que 
ésta  es  excelente  prueba  en  semejantes  casos.  Un  infame 
abusa  de  la  confianza  de  un  amigo ;  le  hace  ||  traición,  se 
conjura  contra  él ;  le  roba,  y  por  complemento  le  asesina. 
El  criminal  cae  bajo  la  mano  de  la  justicia.  Al  aplicarle  la 
pena,  la  ley  mira  a  la  víctima  del  crimen,  mira  a  la  socie- 
dad ultrajada,  mira  a  la  amistad  vendida,  mira  a  la  huma- 
nidad sacrificada ;  con  la  ley  está  el  corazón  de  todos  los 
hombres;  todos  exclaman:  «¡Qué  infamia!  ¡Qué  perfidia! 
¡Qué  crueldad!  Desventurado,  ¿quién  le  dijera  que  había 
de  morir  a  manos  del  mismo  a  quien  daba  continuas  mues- 
tras de  fidelidad  y  de  amor?  Caiga  sobre  la  cabeza  del  cul- 
pable la  espada  de  la  ley ;  si  esto  no  se  hace,  no  hay  justicia, 
no  hay  humanidad  sobre  la  tierra.»  En '  esta  explosión  de 
sentimientos  el  filósofo  de  la  pura  corrección  no  ve  más  que 
necedades.  No  se  trata  de  vengar  a  la  víctima  ni  a  la  socie- 
dad ;  lo  que  se  debe  procurar  es  la  enmienda  del  culpable : 
aplicarle,  sí,  una  corrección ;  pero  el  límite  de  ella  ha  de  ser 
la  esperanza  de  la  enmienda.  Sin  esto  la  pena  sería  inútil, 
sería  cruel...  Bueno  sería  aconsejar  al  filósofo  que  semejan- 
te discurso  lo  tuviese  en  monólogo  y  que  no  lo  oyese  nadie ; 
pues  de  lo  contrario  sería  posible  que  las  gentes  le  aplicasen 
a  él  un  correctivo  de  sus  teorías  sin  esperar  la  intervención 
del  juez. 

228.  He  aquí  a  lo  que  se  reduce  la  pretendida  filantro- 


184 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  324-326] 


pía :  a  una  crueldad  refinada,  a  una  injusticia  que  indig- 
na. Se  piensa  en  el  bien  del  culpable,  y  se  olvida  su  delito ; 
se  favorece  al  criminal,  y  se  posterga  a  la  víctima.  La  moral, 
la  justicia,  la  amistad,  la  humanidad  no  merecen  repara- 
ción :  todos  los  cuidados  es  preciso  concentrarlos  sobre  el 
criminal,  tratándole  como  ||  a  un  enfermo  a  quien  se  obliga 
a  tomar  una  medicina  repugnante  o  a  quien  se  hace  una 
operación  dolorosa.  Para  la  moral,  la  justicia,  la  víctima, 
para  todo  lo  más  sagrado  e  interesante  que  hay  sobre  la 
tierra,  sólo  olvido ;  para  el  crimen,  para  lo  más  repugnan- 
te que  imaginarse  pueda,  sólo  compasión. 

Contra  semejante  doctrina  protesta  la  razón,  protesta  la 
moral,  protesta  el  corazón,  protesta  el  sentido  común,  pro- 
testan las  leyes  y  costumbres  de  todos  los  pueblos,  protesta 
en  masa  el  género  humano.  Jamás  se  han  dejado  de  mirar  los 
castigos  como  expiaciones;  jamás  se  ha  considerado  la  pena 
como  simple  medio  de  corrección ;  jamás  se  la  ha  limitado  a 
la  mejora  del  culpable  prescindiendo  de  la  reparación  de- 
bida a  la  justicia. 

229.  El  carácter  expiatorio  de  la  pena  es  conforme  a  las 
costumbres  religiosas  de  todos  los  pueblos,  quienes  han  creí- 
do siempre  que  para  aplacar  a  la  divinidad  era  preciso  ofre- 
cer una  mortificación  del  culpable  o  de  algo  que  le  represen- 
te. De  aquí  la  efusión  de  sangre  en  los  sacrificios ;  de  aquí 
la  consunción  de  las  víctimas  por  el  fuego ;  de  aquí  las  pe- 
nas voluntarias  que  se  han  impuesto  los  individuos  y  los 
pueblos  cuando  han  querido  desarmar  la  cólera  divina.  Los 
culpables  vengaban  en  sí  propios  la  culpa  para  prevenir  la 
venganza  del  cielo.  ¡Tan  profundamente  grabada  tenían  en 
su  espíritu  la  idea  de  la  necesidad  de  reparación  y  de  resta- 
blecer el  equilibrio  moral  con  el  castigo  de  los  contraven- 
tores! || 

230.  En  este  caso,  como  en  todos  los  demás,  se  hallan  en 
pro  de  la  verdad  la  razón,  el  sentido  común,  los  sentimien- 
tos, las  costumbres,  la  conciencia  del  género  humano,  la  le- 
gislación, las  tradiciones  primitivas :  la  verdad,  que  es  la 
realidad,  se  halla  en  armonía  con  las  otras  realidades ;  el 
error,  que  es  la  ficción  humana,  choca  con  todo  y  no  puede 
descender  al  campo  de  los  hechos  sin  desvanecerse  como  el 
humo. 

231.  Nótese  bien  que  al  combatir  la  doctrina  contraria 
no  me  propongo  sostener  que  las  penas  no  hayan  de  ser  co- 
rreccionales ;  por  el  contrario,  afirmo  que  en  cuanto  sea  po- 
sible no  debe  el  legislador  perder  nunca  de  vista  un  objeto 
tan  importante.  El  carácter  expiatorio  se  realza  y  embellece 
cuando,  a  más  de  ser  una  justa  reparación  en  el  orden  moral, 
es  un  medio  para  la  enmienda  del  culpable:  ¿qué  más  pue- 
de desear  el  legislador  que  reparar  el  desorden  en  sí  mismo 


[20,  326-328] 


LA  OTRA  VIDA. — C.  28 


185 


y  restituir  al  orden  al  que  lo  había  infringido?  Las  leyes  hu- 
manas deben  proponerse  este  objeto  en  cuanto  sea  compati- 
ble con  la  justicia,  imitando  en  ello  a  la  ley  divina,  la  cual 
no  castiga  sino  para  mejorar,  excepto  el  caso  en  que,  llena- 
da la  medida,  cierra  el  Juez  Supremo  los  tesoros  de  su  mise- 
ricordia y  descarga  sobre  el  culpable  el  formidable  peso  de 
la  justicia. 

232.  La  mayor  parte  de  los  desórdenes  llevan  consigo 
cierta  pena  en  sus  efectos  naturales :  la  gulá,  la  embriaguez, 
la  destemplanza,  la  pereza,  la  ira,  todos  los  vicios  producen 
males  físicos  que  pueden  considerarse  como  otras  tantas  pe- 
nas que  al  propio  tiempo  nos  ||  sirven  de  freno  contra  el 
desorden  y  de  paternal  amonestación  para  que  no  nos  apar- 
temos del  camino  de  la  virtud.  Dios  ha  establecido  en  nuestra 
misma  organización  un  sistema  penal  de  corrección,  casti- 
gando el  desorden  con  el  dolor  y  haciendo  necesarias  las  pri- 
vaciones para  el  restablecimiento  del  orden.  El  glotón  satis- 
face su  apetito  desordenado,  pero  sufre  en  consecuencia  las 
molestias  y  dolores  de  la  indigestión,  siendo  notable  que  la 
ley  física  de  su  restablecimiento  es  una  privación :  la  dieta. 
En  los  demás  vicios  hallamos  un  orden  semejante:  la  pena 
tras  el  delito ;  la  privación  del  goce,  para  curar  el  mal  fí- 
sico ;  así  las  leyes  mismas  de  la  naturaleza  nos  ofrecen  una 
serie  de  penas  correccionales  y  expiatorias,  manifestándose 
en  esto  la  sabiduría  que  ha  presidido  al  orden  físico  y  al 
moral,  e  indicando  que  es  una  sola  mano  la  que  lo  ha  arre- 
glado todo,  pues  que  entre  cosas  tan  diferentes  hallamos  tal 
enlace,  tal  concierto  y  armonía.  || 


CAPITULO  XXVIII 

Inmortalidad  del  alma.  Premios  y  penas  de  la  otra  vida 


233.  Por  el  orden  mismo  de  la  materia  nos  hallamos  con- 
ducidos a  tratar  de  los  premios  y  penas  de  la  otra  vida,  lo 
cual  se  liga  con  la  inmortalidad  del  alma  y  demás  doctrinas 
religiosas.  ¿A  qué  se  reduce  la  religión  si  después  de  esta 
vida  no  hay  nada?  Si  el  alma  muere  con  el  cuerpo,  es  inútil 
hablarle  al  hombre  de  moral  y  religión :  éste  sería  el  caso  en 
que  sin  duda  respondiera :  «Comamos  y  bebamos,  que  ma- 
ñana moriremos.»  En  la  fugacidad  de  la  vida,  en  ese  bello 
sueño  que  pasa  y  desaparece,  los  instantes  de  placer  son 
preciosos  si  a  ello  se  limita  nuestra  existencia :  no  hay  en- 


186 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA 


[20,  328-330] 


I 

tonces  razón  alguna  para  dejar  de  aprovecharlos;  la  con- 
ducta epicúrea  es  consecuencia  muy  lógica  de  las  doctrinas 
que  niegan  la  inmortalidad  del  alma. 

234.  Así  como  el  principio  de  una  cosa  puede  ser  por 
creación  o  por  formación,  según  que  empieza  de  nuevo  en 
su  totalidad  o  se  compone  de  algo  que  antes  existía,  así  tam- 
bién el  fin  puede  ser  por  aniquilamiento  ||  o  por  disolución, 
según  que  se  reduce  a  la  nada  o  se  descompone  por  la  sepa- 
ración de  las  partes.  Una  máquina  no  empieza  en  su  tota- 
lidad absoluta  cuando  se  la  construye,  pues  que  sus  partes 
existían  ya  de  antemano ;  y  cuando  se  deshace  no  se  anona- 
da, pues  sus  partes  continúan  existiendo,  aunque  separadas 
o  al  menos  sin  la  disposición  en  que  antes  estaban. 

Lo  simple  no  puede  empezar  por  formación  o  composi- 
ción, ni  acabar  por  disolución ;  si  no  hay  partes,  claro  es 
que  no  pueden  reunirse,  ni  separarse,  ni  desordenarse :  lo 
simple  empieza  o  acaba  en  su  totalidad.  De  esto  se  infiere 
evidentemente  que  el  alma  humana,  siendo  simple,  no  pue- 
de acabar  por  descomposición,  y  así  la  muerte  del  cuerpo  no 
la  destruye.  Ella  no  tiene  ningún  germen  de  disolución, 
porque  no  encierra  diversidad  ni  distinción  en  su  substan- 
cia ;  por  tanto,  es  preciso  decir,  o  que  dura  para  siempre 
o  que  Dios  la  aniquila.  La  psicología  nos  demuestra  la  in- 
mortalidad intrínseca,  o  sea  la  imposibilidad  de  perecer  por 
disolución ;  ahora,  para  probar  la  inmortalidad  extrínseca, 
esto  es,  que  Dios  no  la  anonada,  es  preciso  echar  mano  de 
otra  clase  de  argumentos. 

235.  La  experiencia  nos  enseña  que  las  substancias  cor- 
póreas no  se  aniquilan,  sino  que  pasan  de  un  estado  a  otro. 
Las  moléculas  que  las  componen  están  en  continuo  movi- 
miento ;  se  hallan  en  las  entrañas  de  la  tierra,  después  se 
combinan  con  la  organización  vegetal  y  forman  parte  de 
una  planta ;  cuando  ésta  muere  continúan  bajo  la'  forma 
de  madera ;  ésta  se  pudre  o  se  quema,  y  las  moléculas  se 
dispersan  para  entrar  en  nuevas  ||  combinaciones  en  el  reino 
vegetal  o  animal ;  de  suerte  que  las  substancias  corpóreas 
recorren  un  círculo  de  transformación,  mas  no  se  anonadan. 
¿Cuál  de  los  dos  seres  es  más  noble,  más  digno,  por  decirlo 
así,  de  los  cuidados  del  Criador:  una  molécula  sin  voluntad, 
sin  pensamiento,  sin  sentido,  sin  vida,  sujeta  a  leyes  nece- 
sarias, o  un  ser  inteligente,  libre,  capaz  de  dilatar  indefini- 
damente sus  ideas  y,  sobre  todo,  de  conocer  y  amar  a  su 
Autor?  La  respuesta  no  es  dudosa;  luego  el  sostener  que  el 
alma  se  reduce  a  la  nada  es  invertir  el  orden  del  mundo,  su- 
poniendo que  lo  inferior  se  conserva  y  lo  superior  se  aca- 
ba, y  que  Dios  se  complace  en  conservar  lo  inerte  y  en 
anonadar  lo  inteligente  y  libre. 

236.  El  hombre  tiene  un  deseo  innato  de  la  inmortalidad, 


[20.  330-332] 


LA  OTRA  VIDA.  C.  28 


187 


la  idea  de  la  nada  le  contrista,  y  es  harto  evidente  que  su 
deseo  no  se  satisface  en  esta  vida,  que  por  su  extremada 
brevedad  es  comparada  con  razón  a  un  sueño.  Si  el  alma 
muere  con  el  cuerpo,  se  nos  habrá  dado  un  deseo  natural, 
cuya  satisfacción  nos  será  del  todo  imposible ;  esto  es  con- 
trario a  la  sabiduría  y  bondad  del  Criador :  Dios  castiga  a  los 
culpables,  pero  no  se  complace  en  atormentar  a  sus  criaturas 
con  irrealizables  deseos. 

Se  dirá  que  aun  en  esta  vida  deseamos  muchas  cosas  que 
no  podemos  conseguir,  y  que,  sin  embargo,  nada  se  infiere 
contra  la  bondad  y  sabiduría  de  Dios.  Pero  es  preciso  refle- 
xionar que  la  inmensidad  de  los  deseos  que  en  vida  experi- 
mentamos, aunque  varios  y  con  harta  frecuencia  extravia- 
dos, se  dirigen  todos  a  la  felicidad :  esto  busca  el  sabio  como 
el  necio,  el  virtuoso  como  el  ||  corrompido ;  unos  por  ca- 
mino verdadero,  otros  por  errado ;  el  resorte  natural  es  el 
mismo  en  todos :  el  deseo  de  ser  feliz.  Si  hay  otra  vida,  esr 
tos  deseos  pueden  cumplirse  todos,  no  en  lo  que  tienen  de 
malo  y  a  veces  de  contradictorio,  sino  en  lo  que  encierran  de 
amor  a  la  felicidad,  y,  por  tanto,  quedan  a  salvo  la  bondad 
y  sabiduría  de  Dios ;  pero  si  el  alma  muere  con  el  cuerpo, 
no  se  satisface  ni  lo  legítimo  ni  lo  ilegítimo,  ni  lo  razonable 
ni  lo  necio ;  y  tantos  deseos  vehementes  e  indestructibles 
se  han  dado  al  hombre  para  llegar,  ¿a  qué?  A  la  nada. 

237.  Supuesta  la  inmortalidad  del  alma,  no  se  ve  incon- 
veniente en  que  la  suerte  del  hombre  haya  sido  encomenda- 
da a  su  libertad,  y  que,  grabado  en  su  espíritu  el  deseo  de 
ser  feliz,  se  le  haya  otorgado  la  facultad  de  buscar  esta  di- 
cha de  varios  modos,  para  que,  si  no  la  encontrase,  la  respon- 
sabilidad fuera  suya :  así  se  explica  por  qué  unos  aman  las 
riquezas,  otros  los  placeres,  otros  la  gloria,  otros  el  poder, 
buscando  la  felicidad  en  objetos  que  no  la  encierran:  en 
tal  caso  suya  es  la  culpa ;  el  deseo  de  ser  feliz  es  natural ; 
pero  el  carácter  de  inteligentes  y  libres  exigía  que  esta  feli- 
cidad fuese  el  fruto  de  nuestras  obras,  que  llegásemos  a  ella 
por  el  conocimiento  y  la  libre  voluntad,  y  no  por  una  serie 
de  impulsos  necesarios.  Cuando  los  deseos  no  se  satisfacen 
en  esta  vida,  o  en  vez  de  gozo  hallamos  sinsabores  y  en  lugar 
de  placeres  dolor,  no  podemos  quejarnos  de  Dios,  que  nos  ha 
sujetado  a  estas  leyes  para  nuestro  propio  bien ;  y  si,  aun 
siendo  moderados  y  lícitos,  nuestros  deseos  no  se  satisfacen 
sobre  la  tierra,  ||  tampoco  hay  lugar  a  queja,  porque  no  sien- 
do ésta  nuestra  mansión  final,  y  habiendo  de  vivir  para 
siempre  en  la  otra,  la  vida  de  la  tierra  es  un  mero  tránsito, 
y  cuanto  sufrimos  aquí  no  es  más  que  una  ligera  incomodi- 
dad que  arrostra  gustoso  el  viajero  para  llegar  a  su  patria. 
Pero  todo  esto  desaparece  si  el  alma  muere  con  el  cuerpo ; 
entonces  no  hay  ninguna  explicación  plausible :  deseamos 


188 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  332-333] 


con  vehemencia,  y  no  podemos  llenar  los  deseos ;  aunque 
los  moderemos,  ajustándolos  a  razón,  tampoco  se  cumplen; 
las  privaciones  que  sufrimos  no  tienen  compensación  en 
ninguna  parte ;  nuestra  vida  es  una  ilusión  permanente, 
nuestra  existencia  una  contradicción.  El  no  ser  nos  horro- 
riza, la  inmortalidad  nos  encanta;  deseamos  vivir,  y  vivir  en 
todo ;  antes  de  abandonar  esta  tierra  queremos  dejar  re- 
cuerdos de  nuestra  existencia.  El  poderoso  construye  gran- 
des palacios  que  él  no  habitará ;  el  labrador  planta  bosques 
que  no  verá  crecidos ;  el  viajero  escribe  su  nombre  en  una 
roca  solitaria  que  leerán  las  generaciones  venideras ;  el  sabio 
se  complace  en  la  inmortalidad  de  sus  obras ;  el  conquista- 
dor, en  la  fama  de  sus  victorias ;  el  fundador  de  una  casa 
ilustre,  en  la  perpetuidad  de  su  nombre,  y  hasta  el  humilde 
padre  de  familias  se  lisonjea  con  el  pensamiento  de  que  vi- 
virá en  sus  descendientes  y  en  la  memoria  de  sus  vecinos: 
el  deseo  de  la  inmortalidad  se  manifiesta  en  todos  de  mil  ma- 
neras, bajo  diversas  formas,  pero  no  es  posible  arrancarle 
del  corazón ;  y  este  deseo  inmenso  que  vuela  al  través  de  los 
siglos,  que  se  dilata  por  las  profundidades  de  la  eternidad, 
que  nos  consuela  en  el  infortunio  y  nos  alienta  en  el  abati- 
miento ;  este  deseo  que  levanta  nuestros  ojos  hacia  un  nue- 
vo mundo  y  nos  ||  inspira  desdén  por  lo  perecedero,  ¿sólo 
se  nos  habría  dado  como  una  bella  ilusión,  como  una  men- 
tira cruel,  para  dormirnos  en  brazos  de  la  muerte  y  no  des- 
pertar jamás?  No,  esto  no  es  posible ;  esto  contradice  a  la 
bondad  y  sabiduría  de  Dios ;  esto  conduciría  a  negar  la  Pro- 
videncia, y  de  aquí  al  ateísmo. 

238.  En  el  hombre  todo  anuncia  la  inmortalidad.  Sus 
ideas  no  versan  sobre  lo  contingente,  sino  sobre  lo  necesario; 
no  merece  a  sus  ojos  el  nombre  de  ciencia  lo  que  no  se  ocu- 
pa de  lo  necesario  y,  por  consiguiente,  eterno.  Los  fenóme- 
nos pasajeros  forman  el  objeto  de  sus  observaciones  para 
llegar  al  conocimiento  de  lo  permanente ;  tiene  fija  su  vista 
a  lo  que  se  sucede  en  la  cadena  de  los  tiempos,  pero  es  para 
elevarse  a  lo  que  no  pasa  con  el  tiempo.  En  su  propia  men- 
te encierra  un  mundo  ideal,  necesario :  las  ciencias  matemá- 
ticas, ontológicas  y  morales  prescinden  de  las  condiciones 
pasajeras ;  se  forman  de  un  conjunto  de  verdades  eternas, 
indestructibles,  que  ni  nacieron  con  el  mundo  ni  perecerían 
pereciendo  el  mundo.  Siendo  esto  así,  ¿qué  misterio,  qué 
contradicción  es  el  espíritu  del  hombre,  si  tamaña  amplitud 
sólo  se  le  ha  concedido  para  los  breves  momentos  de  su  vida 
sobre  la  tierra?  Semejante  suposición,  ¿no  nos  haría  con- 
cebir la  idea  de  un  ser  maléfico  que  se  ha  complacido  en 
burlarse  de  nosotros? 

239.  En  confirmación  de  este  mismo  argumento  hay  otra 
consideración  de  mucha  gravedad.  La  mayor  parte  de  los 


[20.  333-335] 


LA  OTRA  VIDA.  C.  28 


189 


hombres  se  fijan  poco  en  esas  ideas  grandes  ||  que  forman  las 
delicias  de  una  vida  meditabunda.  Ocupados  en  sus  tareas 
ordinarias,  faltos  de  tiempo  y  preparación  para  pensar  sobre 
los  secretos  de  la  filosofía,  dejan  correr  sus  días  sin  desen- 
volver sus  facultades  intelectuales  más  allá  de  lo  necesario 
para  el  objeto  de  su  estado  y  profesión.  Considerando  a  la 
humanidad  desde  este  punto  de  vista,  se  nos  ofrece  como  un 
caudal  inmenso  de  fuerzas  intelectuales  y  morales,  del  que 
no  se  emplea  en  la  tierra  más  que  una  parte  insignificante 
comparada  con  la  totalidad.  Si  el  alma  sobrevive  al  cuerpo, 
se  concibe  muy  bien  que  estas  facultades  no  se  desenvuel- 
van aquí  en  su  mayor  parte ;  les  espera  la  eternidad,  don- 
de podrán  ejercer  sus  funciones  en  grande  escala,  y  entonces 
el  género  humano  se  parece  a  un  viajero  que  durante  el  via- 
je lleva  arrolladas  y  escondidas  las  preciosidades  que  luego 
desplegará  y  empleará  cuando  llegue  a  su  casa.  Pero  si  el 
alma  no  tiene  más  vida  que  ésta,  ¿de  qué  sirve  tanto  caudal 
de  fuerzas  intelectuales  y  morales?  ¿Qué  sabiduría  fuera 
la  que  criase  lo  que  no  había  de  servir?  Tanto  valdría  pre- 
tender que  obra  cuerdamente  el  labrador  que  esparce  sobre 
la  tierra  la  semilla  en  grande  abundancia  sabiendo  que  sólo 
han  de  brotar  pocos  granos  y  queriendo  destruir  los  tallos 
antes  que  lleguen  a  sazón. 

240.  Los  destinos  de  la  humanidad  sobre  la  tierra  no  sir- 
ven a  explicar  el  misterio  de  la  vida  si  ésta  se  acaba  con  el 
cuerpo.  Es  verdad  que  el  linaje  humano  ha  hecho  cosas  ad- 
mirables transformando  la  faz  del  globo  y  que  probablemen- 
te las  hará  mayores  en  adelante;  |¡  es  cierto  que  se  nos  ofre- 
ce a  manera  de  un  grande  individuo  encargado  de  represen- 
tar un  inmenso  drama,  cuyos  papeles  están  repartidos  entre 
las  varias  naciones  y  de  los  cuales  le  corresponde  también 
una  pequeñísima  parte  a  cada  hombre  particular ;  pero  este 
drama  tiene  un  sentido  si  la  vida  presente  se  liga  con  una 
vida  futura,  si  los  destinos  de  la  humanidad  sobre  la  tierra 
están  enlazados  con  los  de  otro  mundo ;  de  lo  contrario,  no. 
En  efecto :  reflexionando  sobre  la  historia,  y  aun  sobre  la 
experiencia  de  cada  día,  notamos  que  en  el  curso  general 
de  los  destinos  humanos  los  acontecimientos  marchan  sin 
consideración  a  los  individuos  ni  aun  a  los  pueblos :  pueblos 
e  individuos  son  como  pequeñas  ruedas  del  gran  movimien- 
to, duran  un  instante,  luego  desaparecen  por  sí  mismos,  y  si 
alguna  vez  embarazan  son  aniquilados.  Considerad  el  des- 
arrollo de  una  idea,  de  una  institución,  un  elemento  social 
cualquiera:  aparece  como  un  germen  apenas  visible,  y  se 
extiende,  se  propaga  hasta  dominar  vastos  países  por  dila- 
tados siglos.  Pero  ¿a  qué  costa?  A  costa  de  mil  ensayos 
inútiles,  tentativas  erradas,  angustias,  guerras,  devastación, 
desastres  de  todas  clases.  La  civilización  griega  se  extiende 


190 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — ÉTICA  [20,  335-337] 


por  el  Oriente,  las  luces  se  difunden,  los  pueblos,  puestos 
en  contacto,  se  desarrollan  y  adquiere  a  nueva  vida,  es  ver- 
dad; pero  medid,  si  alcanzáis,  la  cadena  de  infortunios  que 
este  adelanto  cuesta  a  la  humanidad ;  recorred  las  épocas 
de  Filipo,  Alejandro  y  sus  sucesores  hasta  que  invaden  el 
Oriente  las  legiones  romanas.  Roma  da  unidad  al  mundo, 
contribuye  a  su  civilización,  es  cierto ;  pero  mientras  con- 
templáis este  cuadro  veis  diez  siglos  ||  de  guerras  y  desastres, 
ríos  de  lágrimas  y  sangre.  Los  bárbaros  del  Norte  salen  de 
sus  bosques,  y  sus  razas,  llenas  de  vida,  rejuvenecen  las  de 
pueblos  degenerados ;  de  aquellas  hordas  se  formarán  con 
el  tiempo  las  brillantes  naciones  que  cubren  la  faz  de  la  Eu- 
ropa, es  verdad ;  pero  antes  de  llegar  a  este  resultado  trans- 
currirán otros  diez  siglos  de  calamidades  sin  cuento.  Los 
árabes  dominan  el  Mediodía  y  transmiten  a  la  civilización 
europea  algunas  luces  en  las  ciencias  y  en  las  artes ;  pero 
¿a  qué  precio  las  compra  la  humanidad?  Con  ocho  siglos  de 
guerra.  La  civilización  progresa ;  viene  el  siglo  de  los  des- 
cubrimientos ;  las  isias  orientales  y  occidentales  reciben 
nueva  vida;  pero  ¿a  qué  precio?  Fijad,  si  podéis,  la  vista  en 
los  cuadros  de  horror  que  os  ofrece  la  historia.  La  Europa 
llega  al  siglo  xvi ;  es  sabia,  culta,  rica,  poderosa ;  todavía  la 
sangre  se  continuará  vertiendo  a  torrentes,  acaudillando 
grandes  ejércitos  Gonzalo  de  Córdoba,  Carlos  V,  Gustavo, 
Luis  XIV,  Napoleón...  Y  ¿qué  hay  en  el  porvenir? 

En  esas  revoluciones  inmensas,  con  las  cuales  recorre  la 
humanidad  la  vasta  órbita  de  sus  movimientos,  los  indivi- 
duos, los  pueblos,  las  generaciones  parecen  nada ;  los  indivi- 
duos sufren  y  mueren  a  millones,  los  pueblos  son  víctimas  de 
grandes  calamidades  y  a  veces  dispersados  o  exterminados. 
Concibiendo  la  vida  de  la  humanidad  sobre  la  tierra  como 
el  tránsito  para  otra ;  viendo  en  la  cúspide  del  mundo  so- 
cial a  la  Providencia  enlazando  lo  terreno  con  lo  celeste,  lo 
temporal  con  lo  eterno,  se  comprende  la  razón  de  las  gran- 
des catástrofes,  porque  sólo  descubrimos  en  ellas  los  males 
de  un  momento,  encaminados  a  la  realización  fl  de  un  desig- 
nio superior;  pero  si  el  alma  muere  con  el  cuerpo,  ¿a  qué 
esos  padecimientos  privados  y  públicos?  ¿A  qué  el  haber 
puesto  sobre  la  tierra  una  débil  criatura  para  hacerla  sufrir 
y  morir?  ¿Dónde  está  la  compensación  de  tantos  males? 
¿Dónde  el  objeto  de  tan  desastrosas  mudanzas? 

Se  dirá  que  la  compensación  se  halla  en  el  adelanto  so- 
cial, que  el  objeto  es  la  perfección  de  la  sociedad ;  pero  esta 
respuesta  es  altamente  fútil  si  no  suponemos  la  inmortalidad 
del  alma.  La  sociedad  en  sí  no  es  otra  cosa  que  un  todo  mo- 
ral;  considerada  con  abstracción  de  los  individuos  es  un 
ser  abstracto ;  ella  es  inteligente  cuando  ellos  lo  son,  es 
moral  cuando  ellos  lo  son,  es  feliz  cuando  ellos  lo  son.  La  in- 


[20,  337-339] 


LA  OTRA  VIDA.  C.  28 


191 


teligencia,  la  moralidad,  el  bienestar  de  la  humanidad  no 
es  otra  cosa  que  la  suma  de  estas  cualidades  que  se  halla  en 
los  hombres.  Por  estas  consideraciones  se  echa  de  ver  que 
el  individuo,  aunque  pequeño,  no  puede  desaparecer  delan- 
te de  la  sociedad ;  es  infinitésimo,  si  se  quiere,  pero  de  la 
suma  de  esos  infinitésimos  la  sociedad  se  integra.  Ahora 
bien,  si  la  adquisición  de  una  idea  para  la  humanidad  ha 
costado  a  un  número  inmenso  de  sus  individuos  el  vivir  en- 
tre continuas  turbaciones  que  les  produjesen  la  ignorancia ; 
si  la  conquista  de  una  mejora  moral  ha  costado  a  muchas 
generaciones  la  agitación  y  la  esclavitud ;  si  el  adelanto  ma- 
terial lo  han  pagado  una  larga  serie  de  generaciones  con 
guerras,  incendios,  devastación,  males  sin  cuento,  ¿qué  vie- 
nen a  significar  esos  bienes,  esas  mejoras  y  adelantos?  Y 
cuando  se  reflexiona  que  las  generaciones  que  disfrutan  de 
las  adquisiciones  de  los  pasados  trabajan  y  sufren  y  ||  mue- 
ren por  adquirir  para  los  venideros,  se  nos  presenta  el  gé- 
nero humano  como  una  serie  de  operarios  que  trabajan  y  se 
afanan  y  sufren  y  mueren  para  una  cosa  ideal,  para  un  ser 
abstracto  que  llaman  la  sociedad,  presentando  una  evolu- 
ción sin  término,  sin  objeto,  sin  ninguna  razón  que  justifique 
sus  transformaciones  incesantes. 

La  humanidad  es  un  sublime  y  grande  individuo  mo- 
ral cuando  se  reconoce  a  sus  miembros  la  inmortalidad 
y  se  los  considera  pasando  sobre  la  tierra  para  llegar  a 
otro  destino.  Sin  esto  el  mismo  progreso  humanitario  es 
una  especie  de  sima  sin  fondo,  donde  se  precipitan  las  ge- 
neraciones sucesivas,  sin  saber  por  qué  ni  para  qué ;  un  mar 
sin  límites  adonde  llevan  su  caudal  los  individuos  y  los  pue- 
blos, perdiéndose  luego  en  su  inmensidad,  como  las  aguas 
de  los  ríos  en  los  abismos  del  océano. 

241.  Cuando  se  finge  por  un  momento  que  el  alma  es 
mortal,  se  apodera  del  corazón  una  profunda  tristeza  al  fijar 
la  vista  sobre  el  breve  plazo  señalado  a  nuestra  vida.  Dué- 
lese el  hombre  de  haber  visto  la  luz  del  día.  Hoja  que  el 
viento  lleva,  arista  que  el  fuego  devora,  flor  de  heno  secada 
por  el  aliento  de  la  tarde,  ¿quién  le  ha  dado  el  conocer  con 
tanta  extensión  y  amar  con  tanto  ardor,  si  sus  ojos  se  han 
de  cerrar  para  no  abrirse  jamás ;  si  su  inteligencia  se  ha  de 
extinguir  como  una  centella  que  serpea  y  muere ;  si  más  allá 
del  sepulcro  no  hay  nada,  sino  soledad,  silencio,  muerte  por 
toda  la  eternidad?...  ¿Quién  nos  ha  dado  ese  apego  a  nues- 
tros semejantes,  si  nos  hemos  de  separar  para  siempre?  j| 
¿Quién  nos  inspira  que  tanto  nos  ocupemos  de  lo  venidero, 
si  para  nosotros  no  hay  porvenir,  si  nuestro  porvenir  es  la 
nada?  ¿Quién  nos  mece  con  tantas  esperanzas,  si  no  hay  para 
nosotros  otro  destino  que  la  lobreguez  de  la  tumba?  ¡Ay  qué 
triste  fuera  entonces  el  haber  visto  la  luz  del  día,  y  el  sol  in- 


192 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— ÉTICA  [20,  339-340] 


ñamando  el  firmamento,  y  la  luna  despidiendo  su  luz  plá- 
cida y  tranquila,  y  las  estrellas  tachonando  la  bóveda  ce- 
leste como  los  blandones  de  un  inmenso  festín ;  si  a]  des- 
hacerse nuestra  frágil  organización  no  hay  para  nosotros 
nada  y  se  nos  echa  de  este  sublime  espectáculo  para  arrojar- 
nos a  un  abismo  donde  durmamos  para  siempre! 

242.  No,  no  es  así ;  éste  es  un  pensamiento  sacrilego, 
una  palabra  blasfema.  Si  así  fuese,  no  habría  Providencia, 
no  habría  Dios ;  el  mundo  fuera  una  serie  de  fenómenos  in- 
comprensibles ;  una  evolución  perenne  de  acontecimientos 
sin  objeto;  una  fatalidad  ciega  que  seguiría  su  camino  por 
las  inmensidades  del  espacio  y  del  tiempo,  sin  origen,  sin 
objeto,  sin  fin,  sin  conciencia  de  sí  propia ;  un  ser  misterioso 
que  arrojaría  de  su  seno  infinidad  de  seres  con  inteligen- 
cia, con  voluntad,  con  amor  y  con  inmensos  deseos,  y  que 
luego  los  absorbería  de  nuevo  en  sus  abismos,  como  una 
sima  que  traga  en  sus  profundidades  tenebrosas  los  pla- 
teados y  resplandecientes  lienzos  de  una  vistosa  cascada. 
Entonces  el  mundo  no  sería  una  belleza,  no  el  cosmos  de  los 
antiguos,  sino  el  caos ;  una  especie  de  fragua  donde  se  ela- 
boran en  confusa  mezcla  los  placeres  y  los  dolores,  donde 
un  ímpetu  ciego  lo  lleva  todo  en  revuelto  torbellino,  donde 
se  han  reservado  para  el  ser  más  noble,  ||  para  el  ser  inteli- 
gente y  libre,  mayor  cúmulo  de  males,  sin  compensación 
ninguna ;  donde  se  han  reunido  en  síntesis  todas  las  contra- 
dicciones :  deseo  de  luz  y  eternas  tinieblas;  expansión  ilimi- 
tada y  silencio  eterno ;  apego  a  la  vida  y  muerte  absoluta ; 
amor  al  bien,  a  lo  bello,  a  lo  grande,  y  el  destino  a  la  nada ; 
esperanzas  sin  fin,  y  por  dicha  final  un  puñado  de  polvo  dis- 
persado por  el  viento. 

¿Quién  puede  asentir  a  un  sistema  tan  absurdo  y  des- 
consolador? En  medio  del  orden,  de  la  armonía  que  admira- 
mos en  todas  las  partes  de  la  creación,  ¿quién  podrá  per- 
suadirse que  el  desorden  y  el  caos  sólo  existan  con  relación 
a  nosotros?  ¿Quién  no  aparta  con  horror  la  vista  de  ese  cua- 
dro desesperante? 

243.  Hagamos  la  contraprueba :  empecemos  por  admi- 
tir la  inmortalidad  del  alma,  y  el  caos  se  aclara ;  del  fondo 
de  sus  tinieblas  surge  la  luz,  y  el  mundo  se  presenta  otra 
vez  ordenado,  bello,  resplandeciente.  Se  explica  la  inmensi- 
dad de  nuestros  deseos,  porque  se  pueden  llenar ;  se  explica 
la  extensión  de  nuestra  inteligencia,  porque  se  ha  de  dilatar 
un  día  por  un  mundo  sin  fin ;  se  explica  la  necesidad  de  las 
ideas,  porque  desde  que  nacemos  empezamos  la  comunica- 
ción con  un  orden  inmortal ;  se  explica  la  alternativa  de 
los  placeres  y  dolores,  porque  lo  que  falta  en  esta  vida 
se  compensa  en  la  otra;  se  explican  las  evoluciones  y  las 
catástrofes  de  la  humanidad  sobre  la  tierra,  porque  se 


[20,  340-341] 


LA  OTRA  VIDA. — C.  28 


193 


ligan  con  destinos  eternos ;  se  explican  los  sufrimientos  de 
los  individuos  en  esas  transformaciones,  porque  su  vivir  no 
acaba  con  el  cuerpo ;  se  explica  el  |\  bien  de  la  sociedad  con- 
siderado en  sí  mismo,  porque  es  un  grande  objeto  intentado 
por  la  Providencia  para  enlazar  lo  pasado  con  lo  venidero, 
la  tierra  con  el  cielo,  el  tiempo  con  la  eternidad.  El  orden, 
la  armonía,  la  razón,  la  justicia  brillan  bajo  la  influencia  de 
esta  idea  consoladora ;  y  el  universo,  lejos  de  ser  un  caos, 
es  un  conjunto  admirable,  una  sociedad  inmortal  de  los  se- 
res inteligentes  y  libres,  entre  sí  y  con  su  Criador ;  en  la 
cúpula  de  este  vasto  conjunto  resplandece  el  destino  del 
hombre  en  aquella  ciudad  inmortal,  iluminada  por  la  clari- 
dad de  Dios  y  que  con  rasgos  sublimes  nos  describiera  el 
profeta  de  Patmos. 

El  orden  moral  se  explica  también  con  la  inmortalidad: 
el  bien  tiene  su  premio  y  el  mal  su  castigo ;  sobre  la  dicha 
del  culpable  pende  la  muerte  como  una  espada ;  a  sus  pies 
el  abismo  de  la  eternidad ;  si  la  virtud  está  algunas  veces 
abrumada  de  infortunio  y  marchando  sobre  la  tierra  entran 
la  pobreza,  la  humillación  y  el  sufrimiento,  levanta  al  cielo 
sus  ojos  llorosos  y  endulza  sus  lágrimas  con  un  pensamien- 
to de  esperanza. 

Así  es,  así  debe  ser;  así  lo  enseña  la  razón;  así  nos  lo 
dice  el  corazón ;  así  lo  manifiesta  la  sana  filosofía ;  así  lo 
proclama  la  religión ;  así  lo  ha  creído  siempre  el  género  hu- 
mano ;  así  lo  hallamos  en  las  tradiciones  primitivas,  en  la 
cuna  del  mundo.  || 


METAFISICA 


* 


ADVERTENCIA 


Cuéntase  que  un  compilador  de  las  obras  de  Aristóteles, 
no  sabiendo  qué  título  poner  a  varios  escritos  no  pertene- 
cientes a  la  lógica,  a  la  moral,  ni  a  la  física,  los  llamó  me- 
tafísica ;  como  post-physica;  de  donde  viene  el  que  se  haya 
dado  esta  denominación  a  la  ciencia  que  trata  de  objetos 
inmateriales,  o  de  los  materiales  considerados  tan  sólo  bajo 
una  razón  general.  Este  nombre,  aunque  inexacto  bajo  el 
aspecto  etimológico,  tiene  la  ventaja  de  estar  sancionado 
por  el  uso  y  de  expresar  un  conjunto  de  tratados  que  no 
conviene  separar,  porque  se  hallan  ligados  con  íntimas  re- 
laciones, y  a  los  cuales  es  preciso  designar  bajo  un  título 
común. 

He  comprendido  en  la  Metafísica  la  Estética,  Ideología 
pura,  Gramática  general.  Psicología  y  Teodicea.  La  Gramá- 
tica general  no  puede  separarse  de  la  Ideología:  por  lo  cual 
la  he  introducido  aquí :  si  no  se  le  otorga  el  derecho  de 
ciudad,  al  menos  no  se  le  podrá  negar  el  de  habitación,  si- 
quiera como  sirviente.  Las  cuestiones  cosmológicas  se  las 
hallará  esparcidas  en  los  diferentes  tratados ;  así  lo  exige  la 
relación  de  las  materias.  || 

La  Ontología  la  he  incluido  en  la  ideología,  porque  las 
cuestiones  ontológicas  no  se  resuelven  como  es  debido,  en 
no  situándose  en  la  región  de  las  ideas ;  para  convencerse 
de  que  nada  se  omite  de  lo  perteneciente  a  la  Ontología, 
basta  leer  el  índice  de  la  ideología.  En  esta  parte,  como  en 
todas  las  demás,  trato  las  cuestiones  nuevas  sin  olvidar  las 
antiguas. 

Empleo  el  método  analítico  o  el  sintético,  según  me  pa- 
rece mejor  para  cada  caso ;  pero  en  general  prefiero  el  ana- 
lítico, bien  que  acomodándole  a  la  capacidad  de  los  prin- 


cipiantes.  No  es  exacto  que  en  la  enseñanza  sea  siempre 
preferible  el  sintético,  mucho  menos  en  los  estudios  meta- 
físicos  ;  la  dificultad  está  en  emplear  el  análisis  de  un  modo 
adaptado  a  inteligencias  tiernas :  lo  he  intentado ;  no  me 
lisonjeo  de  haberlo  conseguido. 

Evito  el  lenguaje  embrollado  de  algunos  filósofos  mo- 
dernos ;  pero  adopto  el  que  ha  introducido  la  necesidad  o 
el  uso.  He  procurado  expresar  las  ideas  con  la  mayor  cla- 
ridad y  precisión  que  me  ha  sido  posible ;  cuidando  al  pro- 
pio tiempo  de  que  las  formas  del  «etilo  y  de  la  dicción  fue- 
sen tales,  que  los  jóvenes  al  salir  de  la  escuela  pudieran 
emplearlas  en  la  discusión  común;  ¿de  qué  sirve  el  apren- 
der cosas  buenas  si  luego  no  se  saben  expresar?  La  ense- 
ñanza no  es  para  las  pequeñas  vanidades  del  recinto  de  la 
escuela,  es  para  el  bien  del  mundo. 

La  Etica  o  Filosofía  moral,  que  ya  está  en  prensa,  y  la 
Historia  de  la  filosofía,  que  completará  la  obra,  darán  idea 
más  cumplida  del  plan,  método  y  doctrinas  de  este  curso 
elemental :  ulteriores  explicaciones  me  llevarían  demasia- 
do lejos  y  además  serían  insuficientes.  || 


ESTETICA 


NOCIONES  PRELIMINARES 


Entiendo  por  estética  la  ciencia  que  trata  de  la  sensi- 
bilidad. 

No  se  la  debe  incluir  en  la  ideología  pura,  supuesto  que 
las  sensaciones  y  las  ideas  son  objetos  diferentes.  Empiezo 
por  ella  la  metafísica,  porque  los  fenómenos  de  la  sensibi- 
lidad son  los  primeros  que  se  ofrecen  al  examinar  las  fun- 
ciones de  la  vida  animal  y  el  desarrollo  del  espíritu. 

La  metafísica  debe  principiar  por  el  estudio  de  nuestra 
alma ;  no  porque  ésta  sea  el  origen  de  las  cosas,  sino  por- 
que es  nuestro  único  punto  de  partida.  Hay  regiones  más 
altas  donde  el  observatorio  estaría  mejor ;  pero  nos  es 
preciso  contentarnos  con  el  que  se  nos  ha  dado.  Para  sentir 
y  conocer  los  objetos  jio  salimos  de  nosotros.  Los  percibi- 
mos en  cuanto  se  reflejan  en  nuestro  interior:  el  mundo 
corpóreo  se  nos  manifiesta  por  las  sensaciones,  el  incorpó- 
reo por  las  ideas ;  ambas  son  fenómenos  del  alma,  y  por  és- 
tos debemos  empezar.  || 

La  distinción  entre  lo  que  hay  en  estos  fenómenos  de 
subjetivo  y  de  objetivo  encierra  la  mayor  parte  de  la  filoso- 
fía: con  lo  subjetivo  conocemos  el  yo  o  el  alma;  con  lo  obje- 
tivo el  no  yo  o  lo  que  no  es  el  alma ;  y  el  no  y  el  no  yo  jun- 
tos encierran  todo  cuanto  existe  y  puede  existir,  pues  que 
no  hay  medio  entre  el  yo  y  el  no  yo  o  entre  el  sí  y  el  no.  Es- 
tas expresiones,  aunque  algo  extrañas,  son  ahora  de  un  uso 
bastante  general ;  cada  época  tiene  su  gusto,  y  la  filosofía  de 
nuestro  siglo  vuelve  a  la  costumbre  de  emplear  términos 
técnicos.  Esto  da  precisión,  pero  expone  a  la  obscuridad; 
como  quiera,  es  necesario  tener  noticia  de  la  moda  aunque 
no  se  la  quiera  seguir. 


198  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21.  8-10] 


La  naturaleza  del  alma  la  conocemos,  no  inmediata  e  in- 
tuitivamente, sino  por  medio  del  discurso ;  pues  que  sólo  se 
nos  manifiesta  por  los  fenómenos  que  experimentamos  en 
nuestro  interior.  Por  cuya  razón,  para  llegar  a  dicho  cono- 
cimiento, el  punto  de  partida  debe  ser  la  observación  y  aná- 
lisis de  estos  fenómenos.  Los  que  se  ofrecen  primero  son  los 
del  orden  sensible,  ya  porque  su  naturaleza  los  pone  más  al 
alcance  de  la  generalidad,  ya  porque  en  ellos  principian  a 
desenvolverse  las  facultades  del  alma  desde  que  empezamos 
a  vivir,  ya  también  porque  son  condiciones  necesarias  para 
el  desarrollo  de  la  actividad  intelectual.  || 


CAPITULO  I 

Necesidad,  objeto  y  condiciones  de  la 
sensibilidad  externa 


1.  Unido  el  espíritu  humano  a  una  porción  de  materia 
organizada  que,  como  materia,  está  sujeta  a  las  leyes  gene- 
rales del  mundo  corpóreo,  y,  como  organizada,  se  halla  bajo 
las  condiciones  impuestas  a  la  conservación  y  desarro- 
llo de  la  vida,  necesitaba  el  hombre  medios  para  percibir 
las  alteraciones  que  afectaban  su  organización,  y  para  po- 
nerse en  comunicación  con  los  cuerpos  que  le  rodean.  Sin 
esto  le  era  imposible  atender  a  sus  necesidades,  las  funcio- 
nes de  la  vida  se  habrían  ejercido  mal,  los  individuos  y  la 
especie  hubieran  perecido.  Estos  medios  son  los  cinco  senti- 
dos, con  los  cuales  el  hombre  puede  buscar  lo  saludable  y 
evitar  lo  dañoso,  combinando  sus  relaciones  con  los  seres 
externos  de  la  manera  conveniente  para  la  propia  conserva- 
ción y  la  de  la  especie.  Imaginémonos  un  viviente  sin  sen- 
tido: cuando  se  mueva  se  estrellará  en  los  objetos  que  en- 
cuentre al  paso ;  caerá  en  los  precipicios ;  no  se  apartará  de 
los  cuerpos  que  se  dirijan  sobre  él,  y  será  aplastado;  no  || 
podrá  buscar  los  alimentos  necesarios  a  su  conservación,  y 
morirá  de  hambre ;  si  se  le  ofrece  por  casualidad  algún 
manjar,  tragará  indistintamente  lo  saludable  y  lo  venenoso, 
lo  susceptible  de  digestión  como  las  materias  indisolubles ; 
en  tal  conjunto  de  circunstancias  es  inevitable  su  pronta 
destrucción.  Así  es  que  los  vegetales  están  pegados  a  la  tie- 
rra, la  cual  provee  a  la  conservación  e  incremento  de  los 
mismos,  como  una  madre  cuida  de  los  hijos  tiernos  o  im- 
béciles. 


L21.  10-12] 


ESTÉTICA.— C.  1 


199 


2.  Pero  a  más  de  esta  necesidad,  que  podríamos  llamar 
animal,  y  que  es  común  al  hombre  con  los  brutos,  nuestro 
espíritu  había  menester  de  los  sentidos  para  un  objeto  más 
importante,  cual  era  el  desarrollo  de  sus  facultades  intelec- 
tuales y  morales ;  pues  que,  prescindiendo  por  ahora  de  las 
relaciones  de  la  sensibilidad  con  la  inteligencia,  es  cierto, 
y  en  ello  convienen  todos  los  filósofos,  que  el  ejercicio  de 
los  sentidos  es  una  condición  indispensable  para  el  desarro- 
llo de  las  facultades  superiores,  ora  se  mire  a  la  sensibilidad 
como  un  verdadero  germen  de  los  actos  del  orden  intelec- 
tual, ora  se  la  considere  como  una  simple  ocasión,  a  la  que 
no  se  atribuya  el  carácter  de  causa. 

3.  De  esto  se  infiere  que  los  sentidos  nos  han  sido  dados 
con  dos  objetos:  1.°,  atender  a  las  necesidades  del  cuerpo; 

2.  °,  desarrollar  las  facultades  superiores  del  espíritu.  || 

4.  Sensación  es  la  afección  que  experimentamos  a  con- 
secuencia de  una  impresión  orgánica.  No  hay  necesidad  de 
que  la  impresión  dimane  inmediatamente  de  una  causa  dis- 
tinta de  nuestro  cuerpo :  la  simple  alteración  de  los  órganos 
por  el  ejercicio  de  sus  funciones  respectivas  nos  puede  cau- 
sar verdaderas  sensaciones  independientemente  de  las  im- 
presiones que  nos  vienen  de  fuera. 

Los  sentidos  externos  son  cinco :  vista,  oído,  gusto,  ol- 
fato y  tacto. 

5.  En  las  sensaciones  notamos  lo  siguiente:  1.°,  cuerpo  u 
otra  causa  que  afecta  alguno  de  los  órganos ;  2.°,  aparato  or- 
gánico externo  que  recibe  inmediatamente  la  impresión ; 

3.  °,  conducto  que  la  transmite ;  4.°,  aparato  orgánico  inter- 
no donde  van  a  terminar  las  impresiones ;  5.°,  afección  in- 
terna, que  llamamos  sensación,  sentir.  Así,  para  ver,  necesi- 
tamos: cuerpo  presente  iluminado,  ojo  adonde  vayan  a  pa- 
rar los  rayos  luminosos,  nervio  óptico  que  transmite  la  im- 
presión al  cerebro,  masa  cerebral,  y,  por  fin,  esa  afección 
que  llamamos  ver. 

6.  En  faltando  una  cualquiera  de  dichas  condiciones,  la 
sensación  no  existe.  La  experiencia  enseña  que,  aun  conser- 
vándose perfectamente  los  órganos,  el  viviente  deja  de  sen- 
tir si  se  cortan  o  ligan  los  nervios  que  establecen  la  comu- 
nicación del  órgano  externo  con  el  cerebro ;  y  que  para  des- 
truir toda  sensibilidad  basta  el  que  éste  no  ejerza  sus  fun- 
ciones. Quitad  en  el  ejemplo  anterior  la  presencia  del  cuer- 
po |!  iluminado,  o  el  ojo,  o  el  nervio  óptico,  o  el  cerebro,  y  la 
visión  desaparece.  Por  el  contrario,  suponed  las  cuatro  co- 
sas, pero  sin  la  afección  interna,  ver ;  hay  movimientos  de 
sólidos,  de  fluidos,  mas  no  la  sensación.  Aun  cuando  fuera 
posible  construir  una  máquina  donde  se  verificasen  exac- 
tamente los  mismos  movimientos  que  en  un  cuerpo  viviente, 
la  máquina  no  sentiría.  Supóngase  que  se  encuentran  me- 


200  FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  12-14] 


dios  químicos  para  restablecer  por  algunos  momentos  en  un 
cuerpo  difunto  el  calor,  la  circulación  de  la  sangre  y  todo 
cuanto  tiene  mientras  vive:  el  efecto  será  puramente  me- 
cánico o  químico;  en  el  cuerpo  habrá  una  especie  de  imita- 
ción de  la  vida,  no  la  vida  misma :  tendremos  la  acción  gal- 
vánica en  mayor  escala,  mas  no  verdadera  sensibilidad. 

7.  La  sensación,  pues,  se  distingue  esencialmente  de  las 
alteraciones  orgánicas ;  éstas  son  necesarias  para  ella,  pero 
no  son  ella  misma.  Las  alteraciones  orgánicas  son  hechos 
puramente  materiales ;  la  sensación  es  un  hecho  interno,  de 
conciencia,  o  sea  de  presencia  íntima  al  sujeto  que  siente : 
nunca  se  pondrá  excesivo  cuidado  en  deslindar  bien  estas 
cosas.  || 


CAPITULO  II 
Organo  de  la  vista 


8.  El  órgano  de  la  vista  es  el  ojo :  especie  de  instrumen- 
to óptico,  sumamente  delicado,  y  que  manifiesta  la  profunda 
sabiduría  que  ha  presidido  a  su  construcción. 

El  ojo  es  un  globo  de  figura  esférica  imperfecta,  pues 
está  ligeramente  aplanado  por  delante  y  por  los  lados.  Su 
estructura  es  la  siguiente :  una  membrana  exterior  llamada 
esclerótica  cubre  toda  su  superficie,  excepto  los  dos  aguje- 
ros que  tiene  delante  y  detrás ;  es  de  color  blanco,  opaca, 
dura,  de  la  consistencia  necesaria  para  ser  como  la  caja  de 
la  máquina.  En  el  agujero  de  delante,  y  en  su  borde  exte- 
rior, está  pegada,  como  un  vidrio  de  reloj,  otra  membrana 
transparente  llamada  córnea.  Estas  dos  membranas  se  ha- 
llan tan  perfectamente  unidas,  que  se  ha  llegado  a  disputar 
si  la  una  era  continuación  de  la  otra.  Dejando,  empero,  se- 
mejantes cuestiones  a  los  anatómicos  y  fisiólogos,  sólo  ob- 
servaremos que  la  córnea  se  distingue  por  su  delicadeza,  su 
transparencia  y  también  por -su  estructura.  El  agujero  de 
detrás  da  paso  ||  al  nervio  óptico,  como  veremos  más  abajo. 
A  la  esclerótica  están  pegados  los  seis  músculos,  cuatro  rec- 
tos y  dos  oblicuos,  que  sirven  para  el  movimiento  del  ojo. 

La  esclerótica  está  cubierta  en  su  parte  interior  por  otra 
membrana  negruzca,  llamada  coroides,  la  cual  hace  las  ve- 
ces de  un  tapiz  negro,  para  que  el  ojo  sea  una  verdadera  cá- 
mara obscura.  La  coroides  no  llega  a  cubrir  la  córnea,  pues 
que  si  llegase  le  quitaría  la  transparencia,  y  no  podríamos 
ver;  y  además  deja  también  expedito  el  agujero  posterior 


de  la  esclerótica  para  no  impedir  el  paso  al  nervio  óptico. 

Detrás  de  la  córnea,  y  a  cosa  de  una  línea  de  distancia,  se 
halla  el  iris,  membrana  circular,  de  varios  colores,  y  en  cuyo 
medio  hay  un  agujero  llamado  pupila.  Esta  no  se  halla  en  el 
verdadero  centro  del  círculo,  pues  deja  un  poco  más  de  es- 
pacio por  la  parte  de  las  sienes  que  por  la  de  la  nariz.  La 
cara  posterior  del  iris  está  cubierta  de  un  barniz  negruzco, 
y  se  llama  úvea.  El  iris  tiene  la  propiedad  de  fruncirse  o 
dilatarse  según  las  impresiones  de  la  luz ;  lo  cual  produce 
inversamente  la  contracción  o  dilatación  de  la  pupila,  que- 
dando el  agujero  más  estrecho  cuando  la  membrana  se  di- 
lata, y  más  ancho  cuando  ésta  se  contrae. 

El  nervio  óptico,  atravesando  por  el  agujero  posterior  de 
la  esclerótica  y  coroides,  se  dilata  sobre  la  superficie  de  ésta, 
y  forma  una  tercera  membrana  llamada  retina,  órgano  prin- 
cipal de  la  vista. 

Estas  membranas  dejan  entre  sí  espacios  que  se  ||  llenan 
de  varios  humores,  todos  adaptados  a  que  el  órgano  ejerza 
bien  sus  funciones. 

En  la  cavidad  contenida  entre  la  córnea  y  el  iris,  se  halla 
un  humor  acuoso,  claro,  transparente,  dotado  de  la  singular 
propiedad  de  no  coagularse  nunca,  ni  por  el  frío,  ni  por  el 
calor,  ni  por  el  alcohol,  ni  por  los  ácidos.  Se  halla  encerrado 
en  una  especie  de  cápsula  membranosa.  Esta  cavidad,  entre 
la  córnea  y  el  iris,  comunica  por  la  pupila  con  otra  llena  del 
mismo  humor ;  las  dos  cavidades  se  llaman  cámaras  del 
ojo ;  son  desiguales,  siendo  mayor  la  de  delante. 

Detrás  de  la  cápsula  que  contiene  el  humor  acuoso  se 
halla  otra  que  encierra  el  llamado  cristalino.  Está  situado 
en  la  dirección  de  la  pupila,  es  de  una  consistencia  media- 
na, y  le  forman,  capas  concéntricas,  cuya  consistencia  es  me- 
nor a  medida  que  se  alejan  del  centro,  por  manera  que  las 
externas  son  fluidas ;  es  transparente  como  un  cristal.  La 
membrana  que  le  contiene  es  también  transparente  y  ade- 
más elástica,  para  dejar  al  humor  los  movimientos  libres.  El 
cristalino  está  en  forma  lenticular,  y  en  su  centro  tiene  como 
dos  líneas  de  espesor.  El  humor  acuoso  de  la  segunda  cámara 
no  le  permite  el  contacto  con  la  cara  interior  del  iris  o  la 
úvea ;  esta  separación  tiene  un  objeto  importante,  porque 
estando  la  úvea  cubierta  de  un  barniz  negruzco  que  se  des- 
prende con  facilidad,  su  contacto  hubiera  empañado  el  cris- 
talino, destruyendo  o  debilitando  la  visión. 

En  la  cavidad  que  resta  entre  el  cristalino  y  la  retina  se 
halla  el  humor  vitreo,  encerrado  en  una  membrana  llamada 
por  los  antiguos  hialoides,  y  por  los  ||  modernos,  desde  Rio- 
lán,  membrana  vitrea.  Este  humor  es  gelatinoso,  viscoso,  está 
distribuido  en  celdillas,  es  menos  denso  que  el  cristalino  y 
más  que  el  acuoso ;  llena  las  tres  cuartas  partes  de  lo  inte- 


¿A¡¿1 


'METAFISICA 


L-Cl,  10-iBJ 


rior  del  ojo ;  su  figura  es  la  de  una  esfera  a  la  cual  se  hu- 
biese cortado  un  segmento  igual  a  un  tercio  de  su  volumen. 
En  su  convexidad  posterior  está  cubierto  por  la  retina. 

9.  Los  ojos  se  hallan  en  un  sitio  elevado  para  descubrir 
mejor  los  objetos ;  y  tan  acertado  es  su  lugar,  que  si  se  los 
imagina  en  otro  punto,  se  notará  que  estarían  dislocados  y 
ejercerían  muy  mal  sus  funciones.  Como  su  delicadeza  es 
tan  extremada,  era  preciso  que  estuviesen  resguardados  con 
suma  precaución ;  así  es  que  se  hallan  en  las  dos  cavidades 
llamadas  órbitas,  rodeados  de  paredes  que  los  preservan.  La 
parte  saliente  del  cráneo  les  sirve  como  de  techo;  las  cejas, 
al  paso  que  frunciéndose  templan  la  impresión  de  una  luz 
demasiado  viva,  desvían  el  sudor  que  caería  sobre  ellos  y 
les  irritaría  ;  los  párpados,  como  las  hojas  de  una  ventana, 
se  cierran  cuando  necesitamos  del  sueño,  y  durante  la  vigi- 
lia se  mueven  con  suma  agilidad,  para  disminuir  la  acción 
de  la  luz  o  evitar  un  objeto  que  pudiera  dañar  el  órgano. 
Admirablemente  próvido,  el  Autor  de  la  naturaleza  hizo 
nacer  en  los  bordes  de  los  párpados  las  pestañas,  para  que 
cubriesen  y  tapizasen  bien  las  pequeñas  hendiduras  que  pu- 
diesen dejar  los  párpados  cerrados;  y  para  que  con  su  ince- 
sante movimiento  durante  la  vigilia  sirviesen  a  manera  de 
abanicos,  ahuyentando  ||  los  insectos  y  desviando  los  demás 
cuerpos  que  revolotean  por  el  aire. 

10.  Como  si  no  bastaran  tan  exquisitas  precauciones,  la 
parte  anterior  del  ojo  está  cubierta  con  una  membrana  trans- 
parente finísima,  llamada  conjuntiva ;  ésta  es  a  manera  de 
un  cristal,  que  preserva  el  órgano  de  la  influencia  del  aire 
mientras  están  abiertas  sus  ventanas. 

11.  Un  órgano  tan  delicado,  y  que  para  recibir  la  impre- 
sión de  la  luz  no  podía  estar  cubierto  con  membranas  fuer- 
tes y  tupidas,  se  hallaba  expuesto  a  secarse  con  el  contacto 
del  aire,  padeciendo  continuas  irritaciones ;  esto  lo  ha  pre- 
venido el  Autor  de  la  naturaleza  colocando  en  la  parte  an- 
terior de  la  órbita  una  glándula,  órgano  secretorio  de  un  hu- 
mor que  de  continuo  le  humedece.  Este  humor  son  las  lá- 
grimas, y  su  cantidad  se  aumenta  con  la  serosidad  que  sale 
de  la  conjuntiva.  Así  se  hallan  los  ojos  en  un  estado  de 
blandura  que  contribuye  a  su  conservación  y  facilita  sus 
movimientos. 

Basta  el  ojo  para  demostrar  la  existencia  de  un  Supremo 
Hacedor. 

12.  La  visión  se  hace  de  esta  manera :  los  rayos  lumi- 
nosos que  salen  de  los  objetos  atraviesan  la  córnea  y  el  hu- 
mor acuoso  de  la  primera  cámara ;  en  ésta  sufren  una  re- 
fracción por  la  mayor  densidad  del  medio ;  aproximados  a 
la  perpendicular  por  la  refracción,  entran  en  la  segunda  cá- 
mara por  la  pupila ;  ||  de  allí  pasan  al  cristalino,  que  con  su 


[21,  18-20] 


ESTÉTICA. — C.  3 


203 


mayor  densidad  y  su  forma  lenticular  los  refringe  con  más 
fuerza ;  en  seguida  atraviesan  el  vitreo,  y  por  fin  llegan  a 
la  retina,  donde  pintan  inversamente  los  objetos,  esto  es,  lo 
de  abajo  arriba  y  lo  de  izquierda  a  derecha,  y  recíprocamen- 
te. Pintada  la  imagen  en  la  retina  y  conmovido  el  nervio 
óptico,  se  transmite  la  impresión  al  cerebro,  y  entonces  hav 
la  sensación  que  llamamos  ver. 

13.  Cuando  la  luz  que  hiere  la  retina  es  demasiado  viva, 
el  iris  se  dilata,  con  lo  cual  la  pupila  se  estrecha  y  deja  pa- 
sar menos  rayos:  así  es  que  la  dilatación  de  la  pupila  es 
tanto  mayor  cuanto  lo  es  la  obscuridad  en  que  nos  hallamos. 
De  esto  dimana  la  desagradable  impresión  que  se  experi- 
menta al  pasar  repentinamente  de  un  lugar  obscuro  a  otro 
iluminado ;  pues  estando  dilatada  la  pupila  recoge  demasia- 
da luz.  Por  el  contrario,  al  pasar  de  un  lugar  iluminado  a 
otro  que  lo  esté  menos,  no  vemos  tan  bien,  porque  estando 
contraída  la  pupila  no  puede  recoger  los  rayos  de  luz  que 
se  necesitan  en  mayor  número  por  ser  más  débiles.  Pasado 
algún  tiempo,  la  pupila  se  pone  en  el  punto  conveniente  y  se 
restablece  el  equilibrio  necesario  para  la  visión.  || 


CAPITULO  III 

Organo  del  oído 


«  14.  El  aparato  del  oído  consta :  de  la  oreja  exterior,  o 
cuenca,  o  pabellón,  que  con  el  conducto  auditivo  forma  una 
especie  de  bocina  acústica ;  de  la  caja  del  tímpano,  cavidad 
cubierta  por  una  membrana  delgada  y  tendida  como  el  par- 
che de  un  tambor;  y,  por  fin,  de  la  oreja  interna  o  laberinto, 
formado  por  diversas  cavidades,  donde  se  hallan  bañados 
en  un  humor  acuoso  los  delicados  filamentos  del  nervio  audi- 
tivo, órgano  de  la  sensación. 

15.  Las  vibraciones  del  aire  causadas  por  el  choque  de 
los  cuerpos,  recogidas  por  la  cuenca,  entran  en  el  conducto 
auditivo,  cuyas  sinuosidades  las  aumentan  hasta  que  llegan 
a  la  membrana  que  cubre  la  caja  del  tímpano.  Esta  es  muy 
a  propósito  para  recibir  las  vibraciones,  ya  por  su  tensión, 
ya  porque  la  caja  está  llena  de  un  aire  continuamente  reno- 
vado por  un  conducto  que  comunica  con  la  boca,  llamado 
trompa  de  Eustaquio.  Por  fin,  desde  dicha  membrana  se  co- 
munica la  vibración  a  la  cavidad  donde  ||  reside  el  nervio 
auditivo,  el  cual  está  unido  con  el  cerebro,  centro  de  todas 
las  sensaciones. 


204  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21('20-22] 


16.  ^  La  colocación  del  órgano  del  oído  en  una  de  las  par- 
tes más  elevadas  del  cuerpo  facilita  la  percepción  de  los 
sonidos ;  y  es  de  notar  que  este  órgano,  siéndonos  siempre 
necesario  para  avisarnos  las  alteraciones  que  se  verifican  en 
nuestro  alrededor,  no  tiene  ventanas:  se  halla  abierto  conti- 
nuamente ;  está  como  de  centinela  para  advertirnos  de  cual- 
quier peligro,  hasta  durante  el  sueño.  Colocadas  las  orejas 
en  los  lados,  no  es  posible  una  posición  en  que  se  hallen  ta- 
padas las  dos:  al  echarnos  sobre  un  lado  queda  descubierta 
la  del  otro.  ¡  Cuánta  sabiduría !  || 


CAPITULO  IV 


Organos  del  gusto,  olfato  y  tacto 


17.  El  principal  órgano  del  gusto  es  la  superficie  supe- 
rior y  los  bordes  de  la  lengua,  aunque  no  carecen  totalmen- 
te de  esta  sensibilidad  la  membrana  de  la  bóveda  del  pa- 
ladar, las  encías  y  los  labios.  El  sabor  se  comunica  al  cerebro 
por  medio  de  los  nervios,  cuyas  ramificaciones  se  extienden 
por  todo  el  órgano  externo.  El  sentido  del  gusto  se  halla 
donde  se  necesita  para  discernir  los  alimentos. 

18.  Como  auxiliar  del  gusto,  y  también  para  otros  usos, 
está  sobre  la  boca  el  olfato,  situado  en  una  membrana  qus 
cubre  las  fosas  nasales,  y  en  la  cual,  a  más  de  otros  nervios, 
se  hallan  los  propiamente  llamados  olfativos,  por  estar  en- 
cargados especialmente  de  esta  función. 

19.  Él  tacto,  que  nos  era  necesario  en  todos  los  puntos 
del  cuerpo,  se  halla  en  todos  ellos.  Nuestro  cuerpo  tiene  el 
tejido  celular  como  una  especie  de  cubierta  general,  cuyas 
partes  o  laminitas,  ajustándose  ||  más  entre  sí  a  medida  que 
se  acercan  a  la  superficie,  forman  una  nueva  membrana, 
que  se  llama  piel  o  dermis,  en  la  cual  se  distribuye  una  in- 
numerable multitud  de  nervios  conductores  de  la  sensación. 
Para  que  ésta  no  sea  demasiado  viva,  y  con  el  fin  de  evitar 
que  la  dermis  sé  secase  con  el  contacto  del  aire,  está  cubier- 
ta la  piel  con  la  epidermis,  membrana  transparente,  muy 
delgada,  insensible  por  carecer  de  nervios.  Sin  la  epider- 
mis sería  tan  delicada  nuestra  sensibilidad,  que  los  vestidos, 
el  aire  y  el  contacto  de  cualquier  cuerpo  nos  producirían 
dolores  insufribles,  como  se  puede  conocer  por  lo  que  nos  su- 
cede en  las  llagas  o  en  las  simples  escoriaciones.  II 


[21,  23-24] 


ESTÉTICA. — C.  5 


205 


CAPITULO  V 

Sistema  encefálico 


20.  Los  nervios  se  hallan  extendidos  como  una  red  por 
todo  el  cuerpo,  pero  ellos  no  bastan  para  sentir ;  es  necesa- 
rio que  estén  en  comunicación  con  la  masa  llamada  encé- 
falo, y  que  se  forma :  del  cerebro,  que  ocupa  toda  la  parte 
superior  del  cráneo  desde  la  frente  al  occiput;  del  cerebelo, 
que  está  en  las  fosas  occipitales,  bajo  los  lóbulos  posterio- 
res del  cerebro,  y,  por  fin,  de  la  medula  espinal,  contenida 
en  el  canal  vertebral. 

21.  En  el  sistema  nervioso  encefálico  se  halla  el  centro 
de  las  sensaciones  y  de  los  movimientos  voluntarios ;  todos 
los  músculos  que  reciben  nervios  procedentes  del  encéfalo 
están  sometidos  al  imperio  de  la  voluntad.  La  experiencia 
enseña  que,  en  cesando  la  comunicación  de  los  nervios  con 
el  centro  nervioso  encefálico,  desaparecen  el  movimiento 
voluntario  y  la  sensación ;  siendo  notable  que  en  faltando  la 
sensibilidad  en  los  nervios  se  pierde  poco  después  hasta  la 
contractilidad  de  los  músculos.  || 

22.  Para  formarse  alguna  idea  de  la  asombrosa  difusión 
de  los  nervios  en  nuestro  cuerpo,  basta  considerar  que  en 
cualquier  punto  que  nos  piquemos  con  un  alfiler  sentimos 
dolor,  lo  que  no  sucedería  si  en  aquel  lugar  no  hubiese  un 
ramo  nervioso.  Por  manera  que  no  es  posible  señalar  una 
parte  de  la  superficie  de  nuestro  cuerpo  donde  no  alcance 
algún  filamento  de  esta  red  admirable. 

23.  Se  cree  que  las  sensaciones  son  transmitidas  al  ce- 
rebro por  los  filamentos  nerviosos  que  forman  las  raíces  pos- 
teriores de  los  nervios  espinales  y  por  las  fibras  de  la  mitad 
posterior  de  la  medula ;  pero  que  el  movimiento  se  comu- 
nica a  los  músculos  por  las  fibras  que  salen  del  cerebro  y 
de  la  mitad  anterior  de  la  medula  espinal,  las  cuales  forman 
las  raíces  anteriores  de  los  nervios.  Estas  fibras  se  unen  en 
su  raíz,  y  así  se  halla  en  un  mismo  lugar  el  centro  de  la  sen- 
sación y  el  del  movimiento  voluntario.  Como  puede  suceder 
que  se  rompa  una  de  dichas  mitades,  quedando  intacta  la 
otra,  resultará  que  si  se  rompe  tan  sólo  la  que  es  conducto 
del  movimiento,  continuará  la  sensibilidad  habiéndose  per- 
dido el  movimiento.  Este  fenómeno  puede  acontecer,  ya  por 
una  perturbación  orgánica  que  afecte  a  unas  fibras  sin  lle- 
gar a  las  otras,  ya  también  por  una  ruptura  violenta.  Léese 


206  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  24-26] 


en  los  Anales  de  Cirugía  de  Francia  (enero  de  1841)  que  un 
soldado  herido  de  una  cuchillada  en  el  lado  derecho  de  la 
cerviz,  quedó  paralizado  en  dicho  lado  sin  perder  la  sensibi- 
lidad del  mismo.  Hecha  la  autopsia  se  halló  que  la  parte  an- 
terior de  la  medula  estaba  rota  y  la  posterior  intacta.  || 


CAPITULO  VI 
Incapacidad  de  la  materia  para  sentir 


24.  Hasta  aquí  hemos  examinado  las  ruedas  de  la 'má- 
quina, hemos  visto  su  movimiento,  mas  no  hemos  encontra- 
do el  agente.  En  efecto :  los  órganos  de  la  sensibilidad  nos 
ofrecen  nervios,  fibras,  vibraciones,  es  decir,  cuerpos  en 
movimiento;  pero  ¿qué  relación  tiene  un  cuerpo  movido 
con  esa  afección  interna,  de  conciencia  o  presencia  íntima, 
de  la  que  nos  damos  cuenta  a  nosotros  mismos  y  llamamos 
sentir?  Imagínense  fluidos  tenuísimos,  filamentos  sumamen- 
te delicados,  vibraciones  rapidísimas,  no  se  adelanta  nada ; 
los  cuerpos  se  hacen  más  sutiles,  pero  no  dejan  de  ser  lo 
que  son ;  todo  esto  no  nos  explica  nada  sobre  el  fenómeno 
de  nuestra  conciencia.  La  luz,  reflejando  sobre  un  cuerpo, 
llega  a  mis  ojos  y  pinta  el  objeto  en  la  retina ;  sea  en  buen 
hora;  pero  ¿por  qué  de  esa  pintura  debe  resultar  la  afec- 
ción que  llamamos  ver?  La  campana  herida  hace  vibrar  el 
aire ;  éste  comunica  su  vibración  al  tímpano,  el  cual  a  su 
vez  la  transmite  al  nervio  auditivo ;  se  comprende  perfec- 
tamente esa  serie  de  fenómenos  físicos;  pero  ¿por  qué  del  || 
ligero  movimiento  vibratorio  experimentado  por  esos  fila- 
mentos nerviosos,  y  de  su  continuación  hasta  el  cerebro,  ha 
de  resultar  esa  sensación  que  llamamos  oír?  Hágase  la  apli- 
cación a  los  demás  sentidos,  y  se  verá  que  la  física,  la  ana- 
tomía y  la  fisiología  sólo  dan  cuenta  de  movimientos ;  nos 
conducen  hasta  los  umbrales  dé  una  región  misteriosa,  y 
nos  dicen :  de  aquí  no  puedo  pasar.  Y  dicen  bien,  porque, 
en  efecto,  el  fenómeno  de  conciencia  está  separado  del  fisio- 
lógico por  un  abismo  insondable ;  allí  acaba  la  observación 
del  fisiólogo  y  se  abren  las  puertas  de  la  psicología. 

25.  El  sujeto  que  experimenta  las  sensaciones  no  es  ma- 
teria. 

El  ser  sensitivo  es  uno,  el  mismo  que  ve  es  el  que  oye. 
el  que  toca,  el  que  huele,  el  que  saborea ;  uno  mismo  es  el 
que  compara  estas  sensaciones,  y  no  podría  compararlas 


sin  experimentarlas ;  esto  nos  lo  atestigua  la  conciencia  vi- 
vísima de  lo  que  pasa  dentro  de  nosotros.  La  materia  es 
esencialmente  compuesta ;  rigurosamente  hablando,  no  es 
un  ser  uno,  sino  un  conjunto  de  seres;  las  partes,  aunque 
unidas,  permanecen  distintas,  y  cada  una  de  por  sí  es  un 
ser.  Luego  la  materia  no  puede  sentir. 

Para  hacer  más  inteligible  la  demostración  supongamos 
que  los  sujetos  de  las  sensaciones  sean  cinco  partes  distin- 
tas: A,  B,  C,  D,  E,  de  las  cuales  la  una  tenga  la  sensación 
de  ver,  la  otra  la  de  oír,  y  así  respectivamente.  A  sentirá  el 
color ;  B,  el  sonido ;  C,  el  sabor ;  D,  el  olor,  y  E,  el  frío, 
calor  u  otra  sensación  ||  de  tacto.  Como  estas  partes  serán 
distintas,  la  una  no  sentirá  lo  que  sienta  la  otra,  y  así  no 
habrá  un  ser  que  pueda  decir:  Yo  que  veo  soy  el  mismo 
que  oigo,  que  saboreo,  que  percibo  los  olores  y  las  impre- 
siones del  tacto ;  faltará,  pues,  el  centro  común,  único,  de 
las  sensaciones,  cual  lo  experimentamos  en  nuestra  con- 
ciencia. 

26.  Si  se  dijese  que  la  una  parte  comunica  su  sensación 
a  la  otra,  no  se  adelantaría  nada  para  hacer  que  todas  lo  sin- 
tiesen todo,  en  no  suponiendo  que  todas  lo  comunican  todo 
a  todas;  en  cuyo  caso  resultan  dos  inconvenientes:  1.°,  que 
no  hay  un  sujeto  sensitivo,  sino  cinco;  Juego  tampoco  se 
constituye  la  unidad  de  conciencia,  pues  se  la  distribuye  en 
cinco  sujetos ;  2.°,  que  se  multiplican  los  sujetos  sensitivos 
sin  necesidad,  pues  que  si  uno  lo  siente  todo  sobran  los 
restantes. 

27.  Además,  cada  una  de  las  partes  sensitivas  sería  o 
simple,  o  compuesta :  si  compuesta,  cada  sensación  se  distri- 
buiría en  otras,  de  las  cuales  se  podría  preguntar  lo  mis- 
mo;  si  simple,  entonces  ¿a  qué  atribuir  las  sensaciones  a 
varios  sujetos,  cuando  para  cada  una  se  necesita  y  basta 
uno  simple? 

28.  La  divisibilidad  de  los  cuerpos  es  un  hecho  que  por 
sí  solo  debe  abrumar  a  los  defensores  de  la  sensibilidad  de 
la  materia :  cada  parte,  por  pequeña  que  sea,  se  divide  en 
otras,  y  éstas  en  otras ;  por  manera  que  algunos  admiten 
la  divisibilidad  hasta  lo  infinito,  ||  y  los  que  no  llegan  a  tan- 
to confiesan  que  esta  divisibilidad  se  extiende  más  allá  de 
lo  que  alcanza  nuestra  imaginación.  Si,  pues,  la  sensación 
se  coloca  en  un  órgano  material,  se  admite  por  el  mismo  he- 
cho un  número  infinito  de  seres  sensitivos,  y,  por  tanto,  se 
destruye  el  hecho  fundamental  de  la  unidad  de  la  concien- 
cia sensitiva  que  experimentamos  dentro  de  nosotros. 

29.  ¿Quién  podrá  persuadirse  de  que  no  es  el  propio 
quien  ve  la  luz  que  quien  oye  el  ruido,  que  no  es  el  mismo 
el  que  percibe  un  sabor  que  el  que  experimenta  el  calor  o 
el  frío?  Con  este  hecho  tan  claro,  tan  íntimo,  se  pone  en 


contradicción  a  los  que  quieren  colocar  las  sensaciones  en 
los  órganos  materiales  (véase  Filosofía  fundamental.  1.  2.°, 
c.  II)  [vol.  XVII]. 

30.  A  la  vuelta  de  algún  tiempo  se  ha  mudado  la  mate- 
ria de  nuestros  órganos,  por  mañera  que,  en  opinión  de 
muchos  fisiólogos,  el  hombre  que  ha  vivido  algunos  años 
no  lleva  al  sepulcro  ni  una  sola  de  las  moléculas  que  te- 
nía al  salir  del  seno  de  su  madre.  Establecida  la  sensibili- 
dad en  los  órganos,  sería  imposible  la  continuidad  de  la 
conciencia  sensitiva ;  el  sujeto  que  sentiría  en  la  vejez  no 
sería  el  mismo  que  sentía  en  la  juventud ;  no  conservaría- 
mos, pues,  ninguna  memoria  de  las  sensaciones  pasadas,  y 
el  hombre  se  convertiría  en  una  serie  de  fenómenos  que  no 
es'  irían  unidos  por  ningún  vínculo.  Verdad  es  que  algunos 
fisiólogos  creen  que  en  medio  de  la  continua  ||  transforma- 
os u  se  conserva  algo  permanente;  mas,  sea  de  esto  lo  que 
fw.  re,  siempre  resulta  que  los  órganos  sufren  alteraciones 
m:  ^santes,  las  que  bastarían  a  destruir  la  continuidad  de  la 
ce  Jiencia  sensitiva  si  en  ellos  residiese  la  sensación. 

31.  Se  replicará  tal  vez  que,  aunque  se  cambie  la  mate- 
ria, continúa  la  forma  de  los  órganos,  y  que  ella  basta  para 
la  continuidad  de  la  conciencia ;  pero  esto  es  apelar  al  ab- 
surdo para  eludir  la  dificultad.  ¿Qué  es  la  forma  separada 
de  la  materia?  Una  pura  abstracción ;  y  un  ser  abstracto  no 
tiene  fenómenos  reales  como  lo  son  las  sensaciones.  Ade- 
más, que  tampoco  es  verdad  que  la  forma  permanezca :  con 
la  edad  los  órganos  cambian  de  tamaño,  de  figura,  de  pro- 
piedades mecánicas  y  químicas,  en  todo  sufren  alteraciones 
profundas.  Luego  nada  hay  permanente  en  la  organización : 
y  si  no  admitimos  un  sujeto  distinto  de  ella  no  es  posible 
explicar  la  continuidad  de  la  conciencia  sensitiva.  || 


CAPITULO  VII 

Examen  de  los  sistemas  que  atribuyen 
sensibilidad  a  la  materia 


32.  Algunos  han  sostenido  que  el  principio  de  la  sensi- 
bilidad estaba  en  un  flúido  llamado  nervioso;  pero  ésta  es 
una  opinión  sin  fundamento  y  contraria  a  la  razón.  El  flúi- 
do, por  tenue  que  se  le  imagine,  consta  de  partes,  tanto  más 
movibles  y  separables  cuanto  es  mayor  su  tenuidad :  luego 
militan  contra  la  sensibilidad  de  este  flúido  las  mismas  ra- 


zones  con  que  se  ha  probado  que  ningún  compuesto  es  ca- 
paz de  sentir  (c.  VI). 

33.  Los  que  ponen  el  principio  de  la  sensibilidad  en  el 
fluido  eléctrico,  identificándolo  con  el  magnético  y  galváni- 
co, tropiezan  con  las  mismas  dificultades:  este  fluido,  sea 
el  que  fuere,  tiene  partes,  y  con  ellas  es  incompatible  la 
unidad  de  la  conciencia  sensitiva.  Además,  semejante  opi- 
nión se  halla  sujeta  a  objeciones  gravísimas  hasta  en  el 
orden  puramente  fisiológico.  He  aquí  algunos  hechos.  || 

34.  Es  indudable  que  los  nervios  son  los  conductores  de 
la  sensibilidad ;  y  si  ésta  se  verificase  por  el  fluido  eléctrico, 
reinaría  la  mayor  confusión  en  las  sensaciones.  Los  ner- 
vios están  en  contacto  unos  con  otros,  y  se  cruzan  de  mil 
modos  diferentes,  pues  que  se  hallan  extendidos  como  una 
red  por  todo  el  cuerpo ;  si  la  sensación  se  transmitiese  por 
la  electricidad,  cada  sensación  se  difundiría  en  todas  di- 
recciones por  la  infinidad  de  los  filamentos  que  la  condu- 
cirían, lo  cual  nos  haría  imposible  el  sentir  nada  con  dis- 
tinción y  claridad. 

35.  Las  fibras  musculares  y  los  tendones  son  conducto- 
res de  la  electricidad,  y,  no  obstante,  no  sirven  para  la  sen- 
sación. ¿Por  qué  se  hallan  los  nervios  con  este  privilegio 
exclusivo?  Preciso  es  buscar  la  razón  en  otra  parte. 

36.  Aun  en  los  mismos  nervios  se  observa  que  transmi- 
ten la  electricidad  en  sentidos  opuestos,  lo  que  no  sucede 
en  la  sensación,  la  cual  sólo  se  comunica  de  fuera  a  den- 
tro ;  así  como  el  movimiento  voluntario  se  transmite  de 
dentro  a  fuera. 

37.  Si  se  corta  un  nervio  en  varias  partes,  y  éstas  se  po- 
nen en  contacto  por  sus  cabos,  se  nota  que  todavía  condu- 
cen la  electricidad ;  esto  no  sucede  en  la  sensación :  un  ner- 
vio cortado,  aunque  sus  extremidades  se  toquen,  permanece 
insensible. 

38.  Oigamos  a  los  adversarios.  Si  faltan  los  nervios  o  ce- 
san de  comunicarse  con  el  cerebro,  la  sensibilidad  ||  desapa- 
rece, luego  los  órganos  corpóreos  son  el  sujeto  de  la  sensi- 
bilidad. Este  es  el  Aquiles  de  los  materialistas,  y,  por  cier- 
to, que  no  es  menester  mucha  sagacidad  para  descubrir  el 
defecto  de  semejante  raciocinio.  Es  verdad  que  los  nervios 
y  el  cerebro  son  necesarios  para  la  sensación ;  pero  de  esto 
no  se  sigue  que  resida  en  ellos  la  sensación.  De  que  una  cosa 
sea  condición  indispensable  para  que  se  verifique  otra,  no 
se  infiere  que  la  primera  sea  el  sujeto  de  la  segunda. 

39.  Cuando  decimos  que  el  sujeto  que  experimenta  las 
sensaciones  es  distinto  de  la  materia,  no  negamos  que  haya 
una  relación  entre  él  y  los  órganos,  ni  que  las  funciones  de 
éstos  sean  indispensables  para  que  haya  sensación ;  sólo 
afirmamos  que  ésta  no  reside  en  los  órganos;  distinguimos 


14 


entre  el  sujeto  que  la  experimenta  y  las  condiciones  a  que 
por  su  naturaleza  se  halla  sometido  en  esta  experiencia. 

40.  Lo  que  prueba  demasiado  no  prueba  nada,  y  el  ar- 
gumento que  se  nos  objeta  adolece  de  este  vicio.  No  son 
únicamente  los  nervios  y  el  cerebro  los  necesarios  para  la 
sensibilidad ;  ésta  desaparece  también  cuando  cesa  la  circu- 
lación de  la  sangre;  ¿y  diremos  por  eso  que  la  sangre  es  la 
que  siente?  La  luz  es  necesaria  para  la  sensación  de  ver, 
el  aire  para  la  de  oír,  los  fluidos  olorosos  para  la  de  oler,  las 
cualidades  de  los  cuerpos  sabrosos  para  la  del  sabor,  las  de 
los  cuerpos  tocados  para  la  del  tacto;  ¿y  diremos  por  esto 
que  la  luz,  el  aire,  los  fluidos  y  las  ||  demás  cualidades  me- 
cánicas o  químicas  de  los  cuerpos  sean  el  sujeto  de  la  sen- 
sación? En  las  obras  de  la  naturaleza,  como  en  las  del  arte, 
hallamos  continuamente  que  una  cosa  es  condición  necesa- 
ria para  otra,  sin  que  aquélla  sea  el  sujeto  de  ésta.  En  la 
confusión  de  dos  ideas  tan  diferentes  está  el  Vicio  del  ar- 
gumento: señalada  la  diferencia,  la  objeción  se  disipa  como 
el  humo.  || 


CAPITULO  VIII 

Clasificación  de  las  sensaciones  en  inmanentes 
y  representativas 


41.  Las  sensaciones  son  de  dos  clases :  inmanentes  y 
representativas.  Llamo  inmanentes  a  las  que  son  simples 
afecciones  de  nuestra  alma,  sin  relación  a  ningún  objeto 
distinto  de  ella ;  y  representativas  a  las  que  nos  represen- 
tan algo  fuera  de  nosotros.  En  vez  de  inmanentes  y  repre- 
sentativas, también  se  las  podría  llamar  intransitivas  y  tran- 
sitivas ;  porque  las  primeras  no  nos  hacen  pasar  al  objeto, 
y  las  segundas  nos  trasladan  a  él,  haciéndonos  salir  fuera 
de  los  fenómenos  internos.  Una  sensación  dolorosa,  como  de 
una  punzada,  no  nos  ofrece  nada  distinto  de  sí  misma ; 
sólo  experimentamos  aquella  sensación,  simple  afección  de 
nuestra  alma ;  pero  la  vista  de  un  cuadro  que  tenemos  de- 
lante, o  el  tacto  de  una  bola  que  se  mueve  en  nuestra 
mano,  son  sensaciones  que  se  refieren  a  objetos  externos  re- 
presentados por  ellas  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  4.°, 
c.  X)  [vol.  XVIII].  || 

42.  Si  bien  se  reflexiona,  sólo  la  vista  y  el  tacto  tienen 
sensaciones  representativas ;  pues  que  ni  el  sonido,  ni  el 
olor,  ni  el  sabor  pueden  ser  tomados  como  copias  de  cosas 


i 


[21,  35-36] 


ESTÉTICA. — C.  8 


211 


externas.  La  vibración  del  aire  es  un  hecho  puramente  me- 
cánico que  nada  tiene  de  parecido  al  fenómeno  que  llama- 
mos oír ;  el  contacto  de  las  partículas  de  los  cuerpos  oloro- 
sos o  sabrosos  es  otro  hecho  también  mecánico  o  químico, 
que  no  puede  confundirse  con  los  fenómenos  internos  oler 
y  gustar. 

No  sucede  lo  mismo  con  la  vista  y  el  tacto,  pues  que 
estos  sentidos  nos  comunican  sensaciones  representativas 
de  algo  distinto  de  ellas ;  y  aunque  la  sensación  esté  en  nos- 
otros tenemos,  sin  embargo,  una  irresistible  inclinación  a 
mirarla  como  una  especie  de  copia  de  un  objeto  que  está 
fuera  de  nosotros. 

43.  Si  experimentamos  un  dolor  agudo  semejante  al  de 
una  punzada  o  de  una  quemadura,  sin  que  se  nos  punce  ni 
queme,  fácilmente  nos  convenceremos  de  que  no  hay  la 
causa  externa,  tan  pronto  como  nos  lo  haya  indicado  así  la 
vista  o  el  tacto ;  mas  si  vemos  un  cuadro,  nadie  nos  podrá 
persuadir  que  el  cuadro  no  existe ;  y  si  por  casualidad  tu- 
viésemos la  imaginación  trastornada  y  los  circunstantes 
nos  avisasen  de  que  nos  engañamos,  toda  la  reflexión  no 
bastaría  para  dominar  completamente  la  impresión  por  la 
cual  nos  pareciese  que  hay  en  realidad  el  cuadro.  La  razón 
de  la  diferencia  está  en  que  la  impresión  dolorosa  no  es 
por  su  naturaleza  representativa ;  y  que  si  le-  atribuímos 
un  objeto  externo  es  ||  únicamente  por  la  reflexión,  funda- 
da en  la  analogía  de  lo  que  hemos  experimentado  otras 
veces ;  y,  por  el  contrario,  la  sensación  de  la  vista  es  esen- 
cialmente representativa  del  objeto  que  la  produce. 

44.  El  ejemplo  anterior  manifiesta  que  la  vista  es  el 
sentido  representativo  por  excelencia,  pues  que  el  tacto  lo 
es  únicamente  en  sensaciones  de  cierta  clase,  y  nunca  con 
tenacidad  igual  a  la  de  la  vista.  El  frío,  el  calor,  el  dolor 
de  una  punzada  y  otras  sensaciones  semejantes  pertenecen 
al  tacto,  y,  no  obstante,  tampoco  experimentamos  una  irre- 
sistible inclinación  a  atribuirles  objeto  externo ;  siendo  muy 
de  notar  que,  aun  estando  ciertos  de  que  éste  exista,  no 
miramos  a  la  sensación  como  copia  del  mismo,  sino  como 
efecto,  excepto  el  caso  en  que  se  trata  de  figuras. 

45.  La  comparación  con  los  tres  sentidos  restantes  con- 
firma la  exactitud  de  la  clasificación.  Un  olor,  un  sabor,  los 
referimos  a  un  objeto  externo  cuando  así  lo  indican  las  cir- 
cunstancias ;  pero  cuando  se  ofrecen  dudas  no  experimen- 
tamos repugnancia  en  achacarlo  a  la  disposición  de  nues- 
tros órganos.  Tocante  al  oído  ya  es  algo  mayor  la  dificultad, 
por  la  costumbre  de  juzgar  sobre  cosas  externas ;  mas  tam- 
poco necesitamos  de  grande  esfuerzo  para  creer  que  un  rui- 
do semejante  al  de  una  catarata  está  sólo  en  nuestros  oídos 
enfermos.  Pero  ¿quién  es  capaz  de  persuadirse  que  no  hay 


212  FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  36-33] 


lo  que  ve  presente,  lo  que  cree  sentir  entre  las  manos? 
Cuando  estuviese  la  imaginación  trastornada,  un  esfuerzo 
de  reflexión  llegará  ||  quizás  a  convencer  al  maniático  de 
que,  en  efecto,  no  existen  los  tales  objetos;  pero  esta  con- 
vicción es  de  la  razón  pura,  no  alcanza  a  destruir  el  juicio 
instintivo,  por  decirlo  así,  que  nace  de  la  sensibilidad ;  y  el 
desgraciado  sufre  mucho  al  ver  contradicción  entre  lo  que 
conoce  y  lo  que  siente.  Una  parte  inflamada  nos  parece  que 
se  quema ;  sabemos  que  no  es  así  y  permanecemos  tranqui- 
los ;  pero  si  el  doliente,  por  un  trastorno  cerebral,  creyese 
ver  un  hierro  hecho  ascua  que  se  aplica  a  su  mano,  ¿quién 
lograría  tranquilizarle? 

46.  Es  de  notar  que  las  monomanías  se  refieren  muy  es- 
pecialmente a  las  sensaciones  representativas,  porque  sien- 
do éstas  las  que  nos  ponen  en  relación  con  los  objetos  ex- 
ternos, se  perturba  el  uso  de  las  facultades  intelectuales 
cuando  creemos  que  hay  realmente  esos  objetos,  no  obstan- 
te que  sólo  existen  en  nuestra  imaginación.  Una  alteración 
cerebral  que  excitase  continuamente  la  sensación  de  un 
olor  fétido,  produciría  una  monomanía  verdadera ;  pero  la 
perturbación  de  las  facultades  intelectuales  del  enfermo  no 
sería  tan  notable,  ni  tan  profunda,  ni  quizás  tan  difícil  de 
remediar,  como  si  creyese  ver  una  mano  misteriosa  que  le 
aplica  siempre  a  las  narices  el  cuerpo  fétido. 

47.  Nótese  que  por  ahora  sólo  consignamos  el  carácter 
representativo  de  algunas  sensaciones  considerado  en  gene- 
ral, prescindiendo  de  su  naturaleza  propia  y  de  su  valor 
como  criterio.  De  esto  trataremos  en  los  capítulos  si- 
guientes. || 


CAPITULO  IX 

Caracteres  distintivos  de  la  vigilia  y  del  sueño 
# 

48.  Nuestros  medios  de  comunicación  con  el  mundo 
corpóreo  son  los  sentidos ;  y  así  conviene  examinar  si  su 
testimonio  es  un  seguro  criterio  de  la  verdad. 

49.  La  cuestión  que  más  comúnmente  se  ofrece  la  pri- 
mera es  si  podemos  distinguir  el  sueño  de  la  vigilia.  Cuan- 
do soñamos  nos  parece  que  estamos  en  comunicación  actual 
con  objetos  reales,  los  que,  sin  embargo,  sólo  existen  en 
nuestra  imaginación.  Este  error  lo  padece  muchísimas  no- 
ches gran  parte  de  los  hombres,  y  lo  rectifica  todas  las  ma- 
ñanas;   ¿sería  posible  que  nuestra  vida  entera  fuese  un 


[21,  38-40] 


ESTÉTICA. — C.  9 


213 


sueño,  y  que  la  vigilia  no  fuera  más  que  un  sueño  de  nueva 
forma? 

50.  La  claridad  y  viveza  de  las  afecciones  sensibles  no 
es  suficiente  indicio  de  la  realidad  de  los  objetos.  Si  bien 
es  verdad  que  muchas  veces  las  impresiones  experimenta- 
das en  los  sueños  son  débiles  y  obscuras,  tampoco  puede  ne- 
garse que  con  harta  frecuencia  |l  son  tan  vivas  y  claras 
que  nos  causan  afecciones  de  alegría,  tristeza,  esperanza,  te- 
mor, espanto,  como  si  estuviésemos  despiertos. 

51.  Por  lo  dicho  se  ve  que  es  necesario  buscar  otras  di- 
ferencias características.  Helas  aquí:  1.a  Las  sensaciones  de 
la  vigilia  están  sujetas  a  nuestra  voluntad,  no  sólo  ei  cuan- 
to a  sus  modificaciones,  sino  también  a  su  existencia.  Veo 
este  papel  porque  quiero ;  si  no  quiero  me  lo  quito  de  de- 
lante y  la  sensación  de  la  vista  desaparece.  2.a  En  la  vigi- 
lia nos  hallamos  en  la  plenitud  de  nuestras  facultades,  re- 
flexionamos sobre  las  sensaciones,  las  comparamos  con  otras 
actuales  o  pasadas,  y  aun  con  las  soñadas,  y  esto  constan- 
temente. 3.a  Reina  un  orden  fijo  entre  las  sensaciones  de  la 
vigilia ;  se  suceden  por  una  conexión  de  causas  que  nosotros 
conocemos  y  modificamos  de  mil  maneras. 

52.  Lo  contrario  sucede  en  el  sueño :  las  sensaciones  se 
nos  ofrecen,  y  para  atraerlas  o  desviarlas  nada  puede  nues- 
tra voluntad.  No  somos  capaces  de  reflexionar  sobre  las  mis- 
mas, y  si  llegamos  a  tener  alguna  vislumbre  de  reflexión  es 
siempre  débil  e  incoherente.  Por  fin,  las  sensaciones  del  sue- 
ño se  nos  ofrecen  en  completo  desorden,  sin  relación  a  lo 
presente  ni  a  lo  pasado ;  y  cuando  están  más  conexas,  to- 
davía forman  una  cadena  rota  por  mil  puntos.  Son  grupos 
de  fenómenos  aislados,  sin  enlace  fijo  en  el  curso  de  nues- 
tra vida ;  cada  noche  nos  alucinan,  pero  cada  mañana  los 
despreciamos.  || 

53.  La  prueba  evidente  de  que  hay  una  diferencia  esen- 
cial entre  las  impresiones  del  sueño  y  las  de  la  vigilia  está 
en  que  durante  el  sueño  nunca  dudamos  siquiera  de  la 
realidad  de  las  de  la  vigilia ;  y  despiertos,  estamos  siempre 
seguros  de  que  las  del  sueño  son  vanas  ilusiones  (vé?se 
Filosofía  fundamental,  1.  2.°,  c.  III)  [vol  XVII].  || 


214 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  41-42] 


CAPITULO  X 

Realidad  externa  y  caracteres  generales  de 
los  objetos  de  la  sensación 


54.  Señalada  la  diferencia  entre  el  sueño  y  la  vigilia, 
resta  todavía  demostrar  que  a  las  sensaciones  les  corres- 
ponde algo  real  y  fuera  de  nosotros ;  porque  sin  esta  de- 
mostración los  escépticos  podían  decir  que,  aun  cuando 
haya  en  nosotros  dos  órdenes  diferentes  de  fenómenos,  cua- 
les son  los  del  sueño  y  la  vigilia,  falta  saber  si  unos  y  otros 
son  algo  más  que  puros  hechos  de  nuestra  alma,  sin  nin- 
gún objeto  externo,  o  bien  efectos  producidos  en  ella  por 
agentes  desconocidos  que  se  complazcan  en  causarnos  ilu- 
siones. Para  mayor  claridad  y  solidez  asentaré  y  probaré 
varias  proposiciones  fundamentales. 


Proposición  1.a- 

55.  Muchas  sensaciones  son  del  todo  independientes  de 
nuestra  voluntad. 

Nos  sucede  con  harta  frecuencia  experimentarlas,  no 
sólo  sin  quererlo,  sino  a  pesar  de  querer  todo  lo  ||  contrario. 
Llegan  a  nuestros  ojos  objetos  que  nos  ofenden ;  atormen- 
ta nuestros  oídos  un  ruido  molesto;  el  gusto  y  el  olfato  re- 
ciben impresiones  repugnantes,  el  frío,  el  calor,  los  cuer- 
pos duros  o  ásperos  mortifican  el  tacto;  en  las  enfermeda- 
des sentimos  dolores  crueles  que  no  podemos  evitar. 


Proposición  2.a 

56.  Aun  en  los  casos,  en  que  está  en  nuestra  mano  el 
recibir  o  no  determinadas  sensaciones,  éstas  se  hallan  su- 
jetas a  condiciones  independientes  de  nuestra  voluntad. 

Si  no  queremos  ver  la  luz  lo  conseguimos  tapándonos 
los  ojos;  pero  nos  es  imposible  dejar  de  verla  si  los  tene- 
mos abiertos.  Apartándonos  de  la  lumbre  o  del  sol  dejamos 
de  experimentar  la  sensación  del  calor;  pero  nos  es  impo- 
sible evitarla  permaneciendo  junto  al  fuego  o  expuestos  a 
los  rayos  solares.  Para  no  oír  un  ruido  no  tenemos  otro  me- 
dio que  retirarnos :  para  no  sentir  un  mal  olor  no  hay  otro 


recurso  que  taparse  las  narices  o  alejarse  del  sitio;  y  si  no 
queremos  experimentar  un  sabor  ingrato,  es  necesario  que 
no  apliquemos  al  paladar  el  cuerpo  que  lo  causa. 


Proposición  3.a- 

57.  Las  sensaciones  no  son  hechos  puramente  internos 
que  dependan  unos  de  otros. 

La  misma  sensación  nos  viene  después  de  varias  ||  muy 
diferentes  entre  sí.  La  de  la  luz,  por  ejemplo,  la  experimen- 
to después  de  una  sensación  de  tacto  que  me  resulta  de 
abrir  la  ventana ;  después  de  la  sensación  de  una  voz  aje- 
na que  me  dice  que  va  a  abrirla ;  de  la  voz  mía,  si  dispon- 
go que  se  abra ;  o  sin  ninguna  de  estas  sensaciones  viéndo- 
la abierta  de  improviso.  La  sensación  de  quemadura  en  la 
mano  la  experimento  después  de  la  sensación  de  aproxi- 
marla a  la  llama,  a  un  ascua,  a  un  hierro  ardiente.  Es  fácil 
multiplicar  los  ejemplos  de  esta  clase  en  todos  los  sentidos. 

58.  Cuando  las  sensaciones  dependen  unas  de  otras,  es 
siempre  con  limitación  a  ciertas  condiciones ;  lo  que  mani- 
fiesta que  la  serie  de  los  fenómenos  no  es  puramente  in- 
terna. 

Constantemente  después  de  la  sensación  de  abrir  una 
ventana,  veo  un  paisaje  determinado:  aquí  la  condición  de 
ver  el  paisaje  está  continuamente  enlazada  con  la  de  abrir 
el  postigo ;  pero  este  enlace  no  es  necesario,  pues  se  altera- 
rá si  un  día  me  encuentro  con  que  han  levantado  una  pa- 
red que  me  impide  la  vista. 


Proposición  4.* 

59.  Las  sensaciones  son  producidas  en  nosotros  por  cau- 
sas sometidas  a  un  orden  necesario. 

La  experiencia  atestigua  que  poniendo  ciertas  condicio- 
nes podemos  producirnos  sensaciones  determinadas:  si 
quiero  ver  muchas  veces  un  objeto,  le  veré  ||  en  realidad  si- 
tuándole delante  de  mí ;  y  otras  tantas  dejaré  de  verle  si 
me  le  quito  de  la  presencia.  Esto  indica  que  el  objeto  de  la 
sensación  no  es  libre  para  producirla  o  no,  sino  que  está 
sujeto  a  leyes  necesarias  en  sus  relaciones  con  mis  órganos. 

El  mismo  objeto,  a  pesar  de  ponérseme  delante,  no  será 
visto  si  está  a  obscuras ;  lo  que  prueba  que  en  faltando  la 
condición  de  la  luz,  la  sensación  no  puede  ser  producida  por 
el  objeto.  Luego  éste  se  halla  en  relaciones  necesarias  no 
sólo  con  mis  órganos,  sino  también  con  otros  seres  de  la  na- 


 *  


11-IOJ 


turaleza  independientes  de  la  acción  del  mismo,  como  de  la 
voluntad  del  ser  sensitivo. 

60.  Luego  las  sensaciones  son  fenómenos  producidos  en 
nuestra  alma  por  seres  distintos  de  ella,  no  sometidos  a 
nuestra  voluntad  y  sujetos  a  un  orden  necesario  entre  sí 
y  con  relación  a  nuestros  órganos.  Queda,  pues,  demostrado 
del  modo  más  riguroso  c[ue  las  sensaciones  no  son  fenóme- 
nos puramente  internos,  y,  por  consiguiente,  resulta  con- 
vencido de  contrario  a  la  razón  el  escepticismo  idealista.  || 


CAPITULO  XI 

Análisis  de  la  objetividad  de  algunas  sensaciones 


61.  Examinemos  ahora  una  cuestión  más  delicada:  ¿qué 
son  los  objetos  que  nos  causan  las  sensaciones?  El  mundo 
externo,  ¿está  realmente  representado  en  ellas  como  el  ori- 
ginal en  su  copia?  Los  colores,  los  sonidos,  el  olor,  el  sabor, 
el  calor,  el  frío  y  demás  cualidades  relativas  al  tacto,  ¿se 
hallan  realmente  en  los  objetos  o  están  sólo  en  nosotros? 

En  el  capítulo  precedente  hemos  demostrado  la  realidad 
y  ciertos  caracteres  generales  de  los  objetos ;  ahora  se  trata 
de  saber  si  esta  realidad  comparada  con  la  sensación  es 
causal  o  representada ;  en  otros  términos,  si  la  sensación  es 
una  imagen  o  sólo  un  efecto  del  objeto  que  la  produce. 

62.  Nuestras  sensaciones  de  color,  sonido,  sabor,  olor,  y 
aun  algunas  afecciones  del  tacto,  no  son  representativas  de 
cualidades  que  estén  en  los  objetos. 

63.  ¿Qué  es  el  calor  en  cuanto  sensación?  Es  una  afec- 
ción de  nuestro  ser  sensitivo ;  decir,  pues,  ||  que  en  el  ob- 
jeto mismo  hay  algo  semejante  es  atribuirle  sensibilidad. 
Un  alfiler  punzando  nos  causa  una  sensación  dolorosa;  y, 
sin  embargo,  no  nos  ocurre  siquiera  que  en  la  punta  del  al- 
filer haya  algo  parecido  al  dolor  de  la  punzada.  La  paridad 
no  admite  réplica ;  y  si  queremos  dar  a  los  cuerpos  que  nos 
calientan"  una  propiedad  semejante  al  calor  que  nos  cau- 
san, debemos,  por  la  misma  razón,  atribuir  dolores  a  la 
punta  de  un  alfiler,  al  canto  de  una  piedra,  o  a  otro  cuerpo 
que  nos  lastime. 

64.  Es  evidente  que  lo  mismo  se  puede  decir  del  frío  y 
algunas  otras  cualidades  relativas  al  tacto ;  y,  por  consi- 
guiente, debemos  inferir  que  en  los  objetos  externos  hay 
configuraciones,  movimientos,  propiedades  mecánicas  o  quí- 


[21.  46-48] 


ESTÉTICA. — C.  11 


217 


micas*  que  afectan  de  cierta  manera  nuestro  órgano;  pero 
no  que  ellos  tengan  cualidades  cuya  copia  sean  las  sensa- 
ciones. , 

65.  El  mismo  raciocinio  se  puede  aplicar  al  olor,  al  sa- 
bor y  al  sonido.  Estas  cosas  son  fenómenos  propios  del  ser 
sensitivo :  imaginar  en  la  comida  un  olor  y  sabor  semejan- 
tes a  los  que  nos  causa,  es  atribuirle  olfato  y  gusto ;  así 
como  el  hacer  del  sonido  una  cosa  externa,  inherente  al 
cuerpo  sonoro,  es  animar  hasta  los  inorgánicos,  entre  los 
cuales  se  hallan  los  más  sonoros. 

66.  Es  verdad  que  por  falta  de  reflexión  atribuímos  es- 
tas cualidades  a  los  objetos,  pero  lo  hacemos  de  una  manera 
confusa,  sin  deslindar  entre  el  |¡  carácter  de  representación 
y  el  de  efecto.  Ni  tampoco  es  del  todo  exacto  que  traslade- 
mos estas  cualidades  a  lo  exterior ;  aquí  hay  más  confusión 
de  palabras  que  de  ideas.  Pregúntese  al  hombre  más  igno- 
rante si  cree  que  en  el  fuego  haya  una  cosa  que  sienta  calor 
como  lo  siente  él,  y  responderá  que  no ;  preguntadle  si  en 
el  hielo  hay  un  ser  que  tenga  frío  como  lo  tiene  él,  y  con- 
testará que  no ;  dirá  que  el  fuego  causa  calor,  pero  no  que 
sienta  calor ;  que  el  hielo  es  frío,  mas  no  que  tenga  frío.  Si 
se  le  insta  para  que  se  deslinde  bien  estas  cosas,  se  verá  con- 
fundido, porque  no  está  acostumbrado  a  reflexionar  sobre 
ellas,  a  distinguir  lo  puramente  objetivo  de  lo  puramente 
subjetivo ;  pero  esto  no  significa  que  en  el  fondo  su  equi- 
vocación sea  tanta  como  algunos  creen. 

67.  Con  respecto  al  color  ya  se  ofrecen  más  dificultades 
para  deshacerse  de  la  preocupación ;  porque  en  realidad  te- 
nemos muy  arraigada  la  creencia  de  que  en  la  superficie 
están  los  verdaderos  colores,  y  que  nuestras  sensaciones 
no  son  más  que  una  copia  de  lo  que  hay  en  el  objeto  ex- 
terno. La  luz  nos  parece  una  condición  necesaria  para  ver 
el  color,  pero  no  el  color  mismo.  No  obstante,  reflexionando 
detenidamente,  se  descubre  que  no  hay  diferencia  entre 
esta  sensación  y  las  demás. 

68.  La  sensación  del  color,  por  lo  mismo  que  es  sensa- 
ción, es  un  fenómeno  inherente  al  ser  sensitivo ;  un  hecho 
de  conciencia :  luego  el  imaginar  fuera  de  ||  nosotros  algo 
semejante  es  atribuir  a  los  cuerpos  vistos  la  facultad  de  ver. 

69.  En  apoyo  de  esta  razón  de  estética  trascendental 
vienen  las  observaciones  físicas,  las  cuales  manifiestan  que 
en  el  color  no  hay  nada  fijo,  y  que  todo  es  relativo  a  nues- 
tra organización  y  a  los  cuerpos  intermedios.  Un  papel 
blanco  resulta  pintado  de  lindos  colores  si  se  interpone  un 
prisma  que  rompa  los  rayos  solares ;  lo  cual  muestra  que, 
según  la  dirección  de  éstos  y  el  modo  con  que  se  combinan, 
experimentamos  una  sensación  diferente.  Si  el  ojo  en  vez 
de  humores  perfectamente  transparentes  los  tuviese  colora- 


218 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  48-50] 


dos,  veríamos  los  objetos  de  diverso  color,  según  fuese  -el  de 
los  humores ;  de  lo  cual  nos  podemos  formar  una  idea  con- 
siderando que,  si  miramos  al  través  de  un  vidrio  de  color, 
todo  lo  vemos  del  mismo  color. 

70.  Sin  que  se  llegue  a  un  trastorno  de  esta  naturaleza, 
es  muy  probable  que  hay  entre  los  hombres  no  pocas  dife- 
rencias en  cuanto  a  los  colores:  no  es  regular  que  todos 
los  vean  exactamente  de  una  misma  manera  habiendo  tan- 
tas diferencias  entre  los  órganos  de  los  varios  individuos. 

71.  Estas  ligeras  diferencias,  dado  caso  que  las  haya 
en  cuanto  a  los  colores,  no  pueden  producir  ninguna  per- 
turbación en  el  uso  común,  pues  no  resultaría  ni  aun  cuan- 
do fuesen  muy  graves,  suponiendo,  por  ejemplo,  que  un 
individuo  viese  amarillo  todo  ||  lo  que  los  demás  ven  en- 
carnado. La  razón  es  porque,  siendo  el  vicio  de  nacimien- 
to, las  palabras  y  cuanto  sirviese  a  designar  los  objetos  y 
las  sensaciones  sería  lo  mismo ;  la  diferencia  estaría  en  el 
ser  sensitivo,  sin  que  jamás  la  sospechase  ni  él  ni  los  otros. 

72.  Esta  teoría  no  despoja,  por  decirlo  así,  a  la  natura- 
leza de  sus  galas  sino  para  trasladarlas  a  nuestro  interior, 
pues  que  manifiesta  que  no  tanto  se  hallan  en  los  cuerpos 
como  en  el  ser  admirable  que  está  dentro  de  nosotros.  La 
naturaleza  es  hermosa  cuando  hay  un  ser  que  conoce  o  sien- 
te su  hermosura ;  ésta  es  relativa :  si  se  le  quita  la  rela- 
ción con  lo  viviente  deja  de  ser  hermosa  y  se  convierte  en 
un  abismo  de  tinieblas  y  silencio.  La  belleza  de  los  colo- 
res, la  armonía  de  la  música,  la  fragancia  de  los  aromas, 
la  delicadeza  de  los  sabores,  están  en  nosotros ;  el  mundo  es 
un  conjunto  de  objetos  que  no  encierran  nada  parecido  a 
estos  fenómenos  del  ser  viviente;  su  belleza  principal  está 
en  sus  relaciones  con  nuestros  órganos  para  causarnos  las 
sensaciones:  lo  más  recóndito  y  admirable  de  este  asom- 
broso misterio  está  en  nosotros  mismos.  || 


CAPITULO  XII 

Realidad  objetiva  de  la  extensión 


73.  El  idealismo  quedaría  triunfante  si  no  encontráse- 
mos en  los  objetos  externos  algo  parecido  a  nuestras  sen- 
saciones ;  porque  si  después  de  haber  dicho  que  el  color, 
sonido,  olor,  sabor,  calor,  frío  y  otras  cualidades  sensibles 
no  son,  con  respecto  a  las  sensaciones  originales  que  en 
ellos  se  nos  retratan,  sino  causas  que  las  producen,  afirmé- 


[21,  50-52J 


ESTÉTICA. — C.  12 


219 


sernos  lo  mismo  de  la  extensión,  el  mundo  resultaría  in- 
extenso  y  se  arruinarían  todas  las  ideas  que  tenemos  sobre 
el  universo  corpóreo.  En  tal  caso  debiéramos  admitir  que 
hay  seres  que  causan  nuestras  sensaciones,  pero  nada  más 
sabríamos  sobre  ellos;  y  todas  las  nociones  de  la  ciencia 
geométrica  no  tendrían  ninguna  correspondencia  en  la  rea- 
lidad. Es,  pues,  de  la  mayor  importancia  el  señalar  la  dife- 
rencia entre  la  sensación  de  la  extensión  y  las  demás,  pro- 
bando que  aquélla  debe  tomarse  como  una  copia  de  lo  que 
realmente  existe  en  la  naturaleza,  y  que  los  objetos  no 
sólo  nos  causan  la  impresión  de  ciertas  formas,  sino  que, 
en  efecto,  las  poseen  semejantes  a  las  que  se  representan 
en  ||  nuestro  interior.  Demostraremos,  pues,  la  siguiente 
proposición. 

74.  La  extensión  de  los  objetos  de  nuestras  sensaciones, 
o  sea  el  conjunto  de  las  dimensiones  de  longitud,  latitud  y 
profundidad,  es  una  cosa  real  fuera  de  nosotros. 

75.  La  verdad  de  esta  proposición  se  prueba  primera- 
mente por  la  invencible  resistencia  que  experimentamos  al 
intentar  ponerla  en  duda.  Sin  dificultad  nos  persuadimos 
de  que  una  manzana  que  está  a  nuestra  vista  no  tiene  nada 
semejante  a  las  sensaciones  de  sabor  y  olor  que  nos  pro- 
duce ;  y  que  ella  en  sí  sólo  posee  ciertas  partículas  que,  lle- 
gando al  olfato  o  al  paladar,  nos  causan  dichos  efectos. 
Tampoco  encontramos  inconveniente  en  creer  que  el  frío 
o  el  calor,  tales  como  los  experimentamos  al  tocarla,  no  es- 
tán en  ella,  y  que  sólo  posee  las  cualidades  necesarias  para 
excitarlos  en  nosotros.  El  leve  ruido  que  hace  al  manosear- 
la lo  atribuímos  sin  costamos  trabajo  a  sus  vibraciones,  que 
conmueven  un  poco  el  aire.  Por  fin,  tampoco  encontramos 
mucha  dificultad  en  que  se  diga  que  su  color  no  es  una  cua- 
lidad de  la  misma,  y  que  sólo  dimana  de  la  manera  especial 
con  que  la  luz  refleja  en  su  superficie.  Pero  si,  después  de 
haber  despojado  a  la  manzana  de  sus  cualidades  sensibles, 
intentamos  despojarla  también  de  su  extensión,  afirmando 
que  no  tiene  ningún  volumen,  que  carece  de  partes,  que  su 
extensión  se  halla  sólo  representada  en  nosotros,  pero  que 
en  realidad  no  hay  ||  nada  semejante,  y  sí  únicamente  un 
ser  que  nos  produce  la  representación  interna  de  la  misma, 
nos  es  imposible  asentir  a  semejante  paradoja,  y  todos  los 
esfuerzos  de  la  voluntad  no  bastan  a  dominar  la  voz  de  la 
naturaleza.  ¿Quién  es  capaz  de  persuadirse  que  su  propio 
cuerpo  no  tiene  parte  alguna ;  que  no  es  largo,  ni  ancho,  ni 
hondo ;  que  lo  mismo  son  los  objetos  que  le  rodean ;  que 
no  hay  distancias ;  que  no  hay  cosas  grandes  ni  pequeñas ; 
y  que  todo  cuanto  significamos  con  estos  nombres  no  son 
más  que  apariencias,  fenómenos  puramente  internos,  causa- 
dos en  nosotros  por  seres  que  no  tienen  nada  semejante? 


76.  Mientras  nos  resta  en  los  objetos  la  extensión,  ex- 
plicamos cómo  nos  pueden  causar  las  sensaciones ;  porque 
de  ellos  salen  columnas  de  fluidos  que  afectan  nuestros  ór- 
ganos, su  superficie  se  aplica  a  la  de  nuestro  cuerpo  para 
producirnos  las  sensaciones  del  tacto,  y  en  ella  se  reflejan 
los  rayos  de  luz  que  vienen  a  nuestros  ojos;  pero  si  no  hay 
en  los  objetos  extensión,  no  hay  partes,  no  pueden  enviar- 
nos efluvios  ni  ofrecernos  superficies ;  todo  se  trastorna  en 
nosotros  y  fuera  de  nosotros. 

77.  La  geometría  es  una  de  las  ciencias  más  ciertas  y 
evidentes ;  y,  sin  embargo,  desaparece  del  todo  si  quita- 
mos a  los  objetos  la  extensión.  Claro  es  que  al  hablar  de 
volúmenes,  superficies  y  líneas,  no  tratamos  de  estas  cosas 
en  cuanto  están  en  nuestro  interior,  sino  en  cuanto  se  ha- 
llan en  lo  exterior  o  ||  reales  o  posibles.  Admitiendo  la  hipó- 
tesis idealista,  la  geometría  se  reduce  a  combinaciones  de 
hechos  puramente  internos,  a  los  cuales  no  se  sabe  que  co- 
rresponda ningún  objeto  real  ni  posible ;  por  consiguiente, 
pierde  su  naturaleza ;  y  una  de  las  ciencias  más  ciertas  y 
evidentes  se  reduce  a  un  juego  de  palabras  cuando  se  quie- 
ran hacer  aplicaciones  de  ella  en  lo  exterior. 

78.  Las  ciencias  naturales  desaparecen  también  en  fal- 
tando la  extensión.  Así,  por  ejemplo,  cuando  la  catóptrica 
asienta  que  en  la  luz  el  ángulo  de  reflexión  es  igual  al  án- 
gulo de  incidencia,  no  podrá  significar  otra  cosa  sino  que 
en  la  apariencia  de  eso  que  llamamos  luz,  la  apariencia  del 
ángulo  de  reflexión  es  igual  a  la  apariencia  del  ángulo  de 
incidencia.  Cuando  la  mecánica  establece  que  las  fuerzas 
de  una  palanca  están  en  razón  inversa  de  la  longitud  de  sus 
brazos,  sólo  podrá  significar  que  la  apariencia  de  las  fuer- 
zas de  una  apariencia  de  palanca  está  en  razón  inversa  de 
la  aparente  longitud  de  la  apariencia  de  sus  brazos.  En 
vano  nos  hablará  la  astronomía  de  masas,  volúmenes,  velo- 
cidad y  órbitas  de  los  cuerpos  celestes:  no  habiendo  exten- 
sión real,  sólo  habrá  apariencia  de  masas,  volúmenes,  mo- 
vimientos, velocidades  y  órbitas ;  fenómenos  internos  que 
nos  causaría  no  sabemos  qué  objeto,  y  que  por  una  extra- 
ñeza  inconcebible  nos  obligaría  a  creer  real  y  fuera  de 
nosotros  lo  que  es  meramente  ideal  y  sólo  está  en  nos- 
otros. || 

79.  La  realidad  objetiva  de  la  extensión  no  se  prueba 
solamente  manifestando  las  consecuencias  absurdas  que  de 
lo  contrario  resultarían,  sino  también  con  demostración  fun- 
dada en  la  íntima  naturaleza  de  la  cosa.  Vamos  a  ver  este 
nuevo  género  de  pruebas ;  pero  adviértase  ante  todo  que  al 
añadirla  no  se  quiere  dar  a  entender  que  la  primera  no  sea 
suficiente.  Las  demostraciones  que  estriban  en  lo  absurdo  de 
la  suposición  contraria  son  tan  sólidas  como  las  directas; 


Ot-OOJ 


BSTETICA.  C.  1¿ 


¿.¿.i. 


porque  no  puede  ser  nunca  verdad  lo  que  trae  consecuen- 
cias repugnantes.  Así,  basta  el  haber  manifestado  que  el 
negar  la  realidad  objetiva  de  la  extensión  trastorna  nues- 
tras ideas  científicas  para  que  jamás  se  la  pueda  poner  en 
duda. 

80.  La  extensión  analizada  ideológicamente  contiene : 
multiplicidad  y  continuidad.  Multiplicidad,  porque  ningún 
ser  extenso  es  uno  en  todo  el  rigor  de  la  palabra ;  por  lo 
mismo  que  es  extenso  consta  de  partes,  las  que  no  se  pue- 
den concebir  sin  ser  distintas  entre  sí.  Continuidad,  porque' 
para  formar  extensión  no  basta  que  haya  muchos  seres,  es 
preciso  que  sean  tales  y  estén  de  tal  modo  unidos  que  pue- 
dan constituirla.  Si  concebimos  muchos  espíritus  nos  resul- 
ta muchedumbre ;  y,  sin  embargo,  no  concebimos  nada  ex- 
tenso. La  aritmética  se  ocupa  siempre  de  cosas  múltiples, 
y,  no  obstante,  su  objeto  no  es  la  extensión. 

81.  Tanto  la  multiplicidad  como  la  continuidad  de  los 
seres  que  nos  causan  las  sensaciones,  podemos  conocerla 
por  medio  de  éstas.  Cuando  vemos  o  tocamos  ||  un  objeto, 
la  sensación  se  nos  ofrece  como  de  puntos  distintos  entre 
sí ;  y  esto  se  halla  en  la  misma  naturaleza  de  dichas  sensa- 
ciones. Nos  es  imposible  ver  un  objeto  si  no  hay  en  él  par- 
tes distintas  que  se  nos  presenten ;  la  vista  de  un  punto  in- 
divisible es  una  idea  contradictoria.  Lo  propio  sucede  en 
el  tacto,  pues  que  las  sensaciones  de  éste  implican  por  ne- 
cesidad una  distinción  entre  las  partes  de  cuyo  conjunto 
y  situación  nos  informa. 

82.  La  continuidad,  es  decir,  la  disposición  de  los  obje- 
tos bajo  esta  forma  que  llamamos  extensión,  es  un  hecho 
que,  aunque  de  cierto  existe  fuera  de  nosotros  y  está  repre- 
sentado en  nuestro  interior,  no  puede  sujetarse  a  riguroso 
análisis.  Nada  significa  el  decir  aue  la  extensión  es  la  ocu- 
pación del  espacio,  porque  faltará  entonces  explicar  en  qué 
consiste  la  extensión  del  mismo  espacio.  Añadir  que  ser  ex- 
tenso es  hallarse  unas  partes  fuera  de  otras  tampoco  aclara 
nada,  porque  ese  fuera  no  es  concebible  en  no  habiendo  ex- 
tensión ;  luego  entonces  se  explica  la  extensión  por  la  ex- 
tensión misma  y,  por  tanto,  se  incurre  en  el  vicio  de  hacer 
entrar  en  la  definición  la  cosa  definida. 

83.  Parece,  pues,  que  nos  es  preciso  mirar  la  extensión 
externa  como  un  hecho  que  no  podemos  analizar,  sino  para 
descubrir  en  él  la  multiplicidad  y  sujetarle  a  medida ;  y 
que  su  representación  interna  la  debemos  considerar  tam- 
bién como  un  hecho  primitivo  de  nuestro  espíritu,  que  se 
desarrolla  en  nosotros  tan  ||  pronto  como  se  ponen  en  ejer- 
cicio las  facultades  sensitivas. 

84.  Aquí  se  nos  puede  objetar  una  dificultad.  La  exten- 
sión como  representada  en  nosotros  es  un  fenómeno  pura- 


¿II  FILOSOF7A  ELEMENTAL.— METAFISICA  [21.  56-57] 


mente  interno,  es  una  sensación ;  luego  si  la  atribuímos  a 
los  objetos  externos,  los  hacemos  sensitivos.  Precisamente 
éste  es  el  raciocinio  con  que  hemos  combatido  la  realidad 
objetiva  de  las  cualidades  sensibles  consideradas  como  ti- 
pos de  nuestras  sensaciones;  ¿por  qué,  pues,  no  se  podrá 
aplicar  a  la  extensión?  La  dificultad  se  funda  en  una  pari- 
dad, y  así  quedará  desvanecida  si  señalamos  las  diferencias 
entre  uno  y  otro  caso. 

85.  La  primera  y  más  obvia  es  que  el  negar  la  realidad 
objetiva  de  las  cualidades  sensibles  como  tipos  de  nuestras 
sensaciones  no  trastorna  nuestras  ideas  científicas,  lo  que 
sucede  si  aplicamos  lo  mismo  a  la  extensión.  Así,  aun  su- 
poniendo que  el  raciocinio  nos  pareciera  concluyente  tam- 
bién para  ésta,  deberíamos  detenernos,  porque  no  hay  razón 
de  ninguna  especie  que  pueda  legitimar  la  afirmación  de 
un  absurdo.  Cuando  ocurre  un  conflicto  de  esta  naturaleza, 
y  el  absurdo  en  que  vamos  a  incurrir  es  evidente,  la  razón 
nos  prescribe  que  reconozcamos  un  vicio  oculto  en  el  argu-  . 
mentó  que  nos  lleva  a  lo  contradictorio. 

Esta  solución  desvanece  la  dificultad  apelando,  por  de- 
cirlo así,  a  una  prudencia  filosófica ;  bastaría  para  no  caer  - 
en  el  absurdo ;  sabríamos  que  hay  disparidad,  pero  ignora- 
ríamos en  qué  consiste  y  de  dónde  nace.  ||  Así  conviene  se- 
ñalar otra  diferencia  fundada  en  la  misma  naturaleza  de 
la  cosa. 

86.  La  extensión,  aunque  sea  una  condición  indispensa- 
ble para  el  uso  de  los  sentidos,  no  es  objeto  directo  de  nin- 
guno de  ellos.  La  vista  y  el  tacto,  que  son  los  que  se  refie- 
ren a  ella  de  un  modo  más  especial,  no  la  sienten  directa  e 
inmediatamente.  El  ojo  para  ver  los  colores  necesita  tener- 
los en  una  extensión,  pero  no  se  ve  la  extensión  misma, 
sino  los  colores;  el  tacto,  para  sentir  la  blandura  o  la  aspe- 
reza, necesita  una  extensión,  pero  no  siente  la  extensión  en 
sí  misma,  sino  las  cualidades  de  blandura  o  aspereza  inhe- 
rentes a  ella. 

Así,  la  extensión  debe  ser  mirada  como  una  especie  de 
sujeto  de  las  cualidades  sensibles  de  los  objetos;  pero  no 
como  objeto  inmediato  y  directo  de  la  sensibilidad.  Si  con- 
cibiésemos una  extensión  sin  olor,  sabor,  sonido,  color  ni 
propiedad  alguna  relativa  al  tacto,  sería  incapaz  de  afectar 
nuestros  sentidos. 

87.  Esta  observación  deshace  radicalmente  la  dificultad 
propuesta:  porque  si  la  extensión  no  es  un  objeto  inmedia- 
to y  directo  de  las  sensaciones,  al  afirmarla  existente  en  lo 
exterior,  no  atribuímos  a  los  objetos  extensos  el  carácter  de 
sensitivos ;  sólo  señalamos  una  propiedad  que  se  nos  hace 
perceptible  por  medio  de  los  sentidos.  He  aquí,  pues,  cómo 
no  hay  paridad  entre  las  sensaciones  propiamente  dichas  y 


[21,  57-59] 


ESTÉTICA. — C.  13 


223 


la  percepción  de  la  extensión ;  aquéllas  son  fenómenos  in- 
ternos que  no  podemos  trasladar  a  lo  externo;  ||  pero  ésta 
es  un  hecho  externo  que  se  nos  hace  perceptible  por  con- 
ducto de  los  fenómenos  internos.  Las  figuras,  que  no  son 
más  que  modificaciones  de  la  extensión,  se  hallan  represen- 
tadas en  nuestro  interior;  pero  esta  misma  representación 
es  imposible  sin  el  color ;  luego  ni  aun  la  disposición  de 
partes,  esto  es,  lo  más  característico  que  hay  en  la  exten- 
,  sión,  no  se  ofrece  directa  e  inmediatamente  a  nuestras  fa- 
cultades sensitivas. 

88.  La  geometría  trata  de  la  extensión  prescindiendo  de 
los  colores  y  de  toda  cualidad  sensible ;  entonces  no  se  halla 
la  ciencia  en  el  terreno  de  las  representaciones  sensibles, 
sino  de  las  ideas  puras,  o  sea  de  los  objetos  del  entendi- 
miento puro ;  pues  que  la  misma  geometría,  si  quiere  echar 
mano  de  las  representaciones  sensibles  o  imaginarias,  nece- 
sita emplear  el  color  u  otra  cualidad  que  pueda  afectar  los 
sentidos.  Este  carácter  de  la  extensión,  o  su  posibilidad  de 
ser  despojada  de  las  propiedades  sensibles  convirtiéndose 
en  objeto  del  entendimiento  puro,  manifiesta  más  y  más 
que  ella  en  sí,  en  su  esencia,  no  es  una  sensación,  pues  que 
si  tal  fuese  no  podría  ser  despojada  de  su  naturaleza  sensi- 
ble ;  no  se  puede  destruir  la  esencia  de  una  cosa  sin  destruir 
la  cosa  misma  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  2.°,  ce.  VIII 
y  IX ;  1.  3.°,  ce.  desde  el  I  hasta  el  VII  y  desde  el  XVIII  has- 
ta el  XXX)  [vol.  XVII].  || 


CAPITULO  XIII 

Comparación  de  la  aptitud  respectiva  de  la  vista 
y  el  tacto  para  darnos  idea  de  los  objetos  externos 


89.  Condillac  es  de  opinión  que  el  sentido  maestro  es  el 
tacto.  Según  este  filósofo,  sólo  con  el  tacto  podemos  formar- 
nos idea  de  la  extensión ;  de  manera  que  la  vista  por  sí 
sola  no  bastaría  para  darnos  idea  de  los  objetos  externos ; 
la  visión  se  nos  ofrecería  como  un  fenómeno  puramente 
subjetivo ;  no  conoceríamos  figuras,  distancias  ni  movimien- 
to. Esta  opinión  me  parece  infundada. 

90.  La  vista  tiene  por  objeto  propio  y  característico  los 
colores ;  y  los  colores  no  se  pueden  ni  siquiera  concebir  sin 
una  superficie.  Toda  superficie  es  extensa ;  luego  en  la  mis- 
ma sensación  visual  entra  por  necesidad  la  representación 
de  la  extensión. 


224 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  59-61] 


91.  Para  comprender  cómo  la  vista  puede  darnos  idea 
del  volumen,  basta  considerar  que  éste  no  es  más  que  el 
conjunto  de  las  tres  ||  dimensiones:  longitud,  latitud  y  pro- 
fundidad ;  la  vista  nos  da  idea  de  las  dos  primeras  como 
acabamos  de  demostrar  (90) ;  pues  la  superficie  implica  lon- 
gitud y  latitud ;  luego  no  hay  inconveniente  en  que  nos  la 
dé  de  la  otra. 

Se  convendrá  en  la  legitimidad  de  la  consecuencia  si  se 
reflexiona  que  las  tres  dimensiones  que  constituyen  el' volu- 
men no  se  distinguen  sino  por  la  posición  que  ocupan  res- 
pecto a  nosotros ;  la  misma  que  llamamos  longitud  del  li- 
bro, por  ejemplo,  se  convertirá  en  latitud  y  profundidad  si 
se  le  coloca  de  diferente  manera,  o  se  le  mira  desde  un  pun- 
to diverso.  Luego  el  sentido  que  percibe  las  dos  dimensio- 
nes podrá  percibir  fácilmente  la  tercera,  con  tal  que  la  va- 
riedad de  las  posiciones  de  los  objetos  le  presenten  esas  di- 
mensiones en  una  relación  diferente.  Esto  ultimo  sucede- 
rá por  necesidad,  a  causa  del  movimiento  de  los  objetos  o 
del  ojo ;  por  consiguiente,  la  vista  por  si  sola  podría  darnos 
idea  de  las  figuras  y  de  las  distancias  sin  necesidad  del  tac- 
to (véase  Filosofía  fundamental,  1.  2.°,  ce.  desde  el  X  hasta 
el  XVI)  [vol.  XVII]. 

92.  La  misma  idea  de  resistencia,  la  que  parece  exigir 
de  un  modo  más  especial  el  sentido  del  tacto,  puede  tam- 
bién resultar  de  la  sola  vista.  Para  concebirlo  adviértase 
que  no  se  trata  de  la  sensación  de  tacto  que  experimentamos 
al  encontrar  un  cuerpo  resistente,  porque  esto  equivaldría 
a  decir  que  la  vista  puede  tocar.  Se  habla,  pues,  únicamen- 
te de  la  resistencia  considerada  como  simple  relación  de 
un  |!  cuerpo  a  otro  detenido  en  su  movimiento.  Sea  un  cuer- 
po recorriendo  la  línea 

b    d    c; 

si  un  observador  ve  que  el  cuerpo  recorre  constantemente 
.toda  la  línea  b,  c,  excepto  cuando  se  interpone  otro  en  el 
punto  d,  inferirá  naturalmente  que  la  detención  del  cuerpo 
movido  depende  de  la  interposición  del  otro,  y  por  tanto  mi- 
rará a  este  último  como  resistente.  Nada  más  se  necesita 
para  formar  la  idea  de  resistencia ;  pues  la  sensación  de  tac- 
to es  un  hecho  subjetivo  del  ser  que  la  experimenta,  y  que 
nada  tiene  que  ver  con  el  objetivo,  o  sea  con  la  relación  del 
cuerpo  detenido  al  obstáculo  que  le  detiene. 

93.  El  argumento  más  grave  en  favor  de  la  opinión  que 
combatimos  es  la  experiencia  hecha  en  un  ciego,  joven  de 
trece  a  catorce  años,  a  quien  un  distinguido  cirujano  de 
Londres,  llamado  Cheselden,  hizo  la  operación  de  las  cata- 


[21  61-63| 


ESTÉTICA. — C.  13 


225 


ratas,  primero  en  un  ojo  y  después  en  el  otro.  Los  fenóme- 
nos más  notables  fueron  los  siguientes: 

1.  °  Cuando  el  niño  comenzó  a  ver  creyó  que  los  obje- 
tos tocaban  a  la  superficie  de  sus  ojos. 

2.  °  No  se  formaba  ninguna  idea  de  la  relación  de  los 
tamaños  y  distancias.  Así  no  sabía  concebir  cómo  la  casa 
podía  parecerle  a  la  vista  más  grande  que  su  gabinete.  Tam- 
poco alcanzaba  a  comprender  cómo  pudiese  haber  otros  ob- 
jetos fuera  de  los  que  veía:  todo  le  parecía  inmenso.  || 

3.  °  No  distinguía  entre  los  objetos  por  más  diferentes 
que  fueran  en  tamaño  y  forma. 

Infiere  de  esto  Condillac  que  la  vista  por  sí  sola  no  nos 
daría  idea  de  la  extensión  ni  de  las  distancias,  pues  que  ha- 
biéndola observado  en  los  primeros  pasos  de  su  ejercicio, 
dió  los  resultados  que  acabamos  de  consignar. 

94.  El  argumento  es  especioso,  y  por  de  pronto  parece 
concluyente,  pero  examinado  con  severa  crítica  se  le  en- 
cuentra muy  débil.  Para  comprender  bien  la  solución  de 
la  dificultad  conviene  también  notar  algunas  circunstan- 
cias del  hecho. 

95.  El  niño  antes  de  la  operación  no  estaba  completa- 
mente ciego :  distinguía  el  día  de  la  noche ;  y,  en  habiendo 
mucha  luz,  discernía  lo  blanco,  lo  negro  y  lo  encarnado. 
Esta  circunstancia  es  importante,  porque  manifiesta  que  el 
ciego  debía  de  tener  la  costumbre  de  considerar  los  objetos 
pegados  a  sus  párpados :  de  lo  cual  nos  formaremos  una 
idea  observando  lo  que  nos  sucede  cuando  cerramos  los  ojos 
en  medio  de  la  luz.  Así,  pues,  ya  no  es  tan  extraño  que  al 
caer  las  cataratas  creyese  que  los  objetos  que  se  le  pre- 
sentaban más  claros  estaban  en  el  mismo  sitio  al  cual  solía 
referir  las  sensaciones  obscuras. 

96.  La  confusión  de  sus  sensaciones  nuevas  sólo  prueba 
que  la  vista,  para  darnos  idea  clara  y  exacta  de  los  objetos, 
necesita  de  cierta  práctica  que  le  sirva  |¡  de  educación. 
¿Qué  sucedería  si  a  un  hombre  privado  del  tacto  se  le  des- 
pertase de  repente  este  sentido?  Es  cierto  que  sus  sensacio- 
nes al  principio  estarían  en  una  confusión  semejante.  La  ex- 
periencia de  cada  día  nos  enseña  que  el  tacto  se  perfeccio- 
na mediante  el  ejercicio ;  luego  en  sus  primeros  actos  es- 
taría en  la  mayor  imperfección. 

97.  Un  órgano  que  ejercía  sus  funciones  por  primera 
vez  debía  ser  sumamente  débil,  y  transmitir  muy  mal  las 
impresiones.  Si  nosotros,  al  pasar  repentinamente  de  las  ti- 
nieblas a  la  luz,  apenas  alcanzamos  a  distinguir  los  obje- 
tos, y  a  veces  no  vemos  casi  nada,  ¿qué  debía  suceder  en 
quien  veía  por  primera  vez  y  a  la  edad  de  trece  años? 

98.  En  la  relación  del  oculista  parece  notarse  una  con- 
tradicción :  dice  que  el  niño  no  discernía  los  objetos,  pero 

i? 


226  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  63-65] 


que  le  gustaban  con  preferencia  los  más  regulares ;  si  unos 
le  agradaban  más  que  otros,  los  discernía,  pues  que  sin  dis- 
cernimiento no  hay  preferencia. 

99.  El  no  reconocer  con  la  vista  los  objetos  que  tenía  ya 
conocidos  con  el  tacto,  tampoco  prueba  otra  cosa  sino  que 
no  estaba  acostumbrado  a  comparar  los  dos  órdenes  de  sen- 
saciones. Sabía,  por  ejemplo,  que  una  bola  le  causaba  en  el 
tacto  la  sensación  de  un  cuerpo  esférico,  pero  ignoraba  qué 
sensación  debía  causarle  a  la  vista ;  y  así  no  podía  veri- 
ficar el  reconocimiento  de  los  objetos  hasta  que  la  ex- 
periencia ||  le  hubiese  enseñado  a  combinar  las  sensaciones, 
reuniéndolas  en  uno  mismo,  como  en  su  causa  común. 

100.  Es  también  de  notar  que  se  trata  de  un  niño  de 
trece  años,  falto,  por  consiguiente,  de  espíritu  de  observa- 
ción, y  que,  en  el  atolondramiento  de  las  primeras  impre- 
siones, debía  de  decir  mil  cosas  incoherentes,  y  mucho  más 
hablando  en  una  lengua  que  no  entendía,  cual  era  la  de  las 
sensaciones  visuales.  El  sabía  los  nombres  de  los  colores, 
tamaños,  figuras,  lindes,  movimientos,  etc.,  etc. ;  pero  nada 
de  esto  podía  haber  referido  a  las  sensaciones  de  la  vista ; 
así,  hasta  que  pasase  algún  tiempo  no  pudo  responder  con 
exactitud  a  muchas  preguntas  que  se  le  harían  por  ignorar 
su  significado.  El  ciego  habla  de  los  objetos  de  la  vista ; 
mas  para  él  las  palabras  no  representan  lo  mismo  que  para 
nosotros. 

101.  La  impresión  de  agradable  o  desagradable  es  algo 
común  a  todas  las  sensaciones ;  y  he  aquí  explicado  por 
qué  el  niño,  de  quien  se  dice  que  no  distinguía  los  objetos, 
indicaba,  no  obstante,  los  que  le  eran  más  gratos.  Cuando 
se  le  preguntaría  sobre  los  límites,  tamaños  y  figuras,  no 
respondería  con  exactitud,  ya  pbr  la  debilidad  del  órgano, 
ya  por  su  atolondramiento,  ya  por  no  entender  bien  lo  que 
se  le  preguntaba;  pero  al  tratarse  de  la  sensación  de  pla- 
cer la  confusión  desaparecía;  comprendía  muy  bien  lo  que 
las  palabras  significaban,  y  por  lo  mismo  era  capaz  de  se- 
ñalar a  cuál  de  los  objetos  daba  la  preferencia.  || 

102.  De  estas  observaciones  inferimos  que  los  experi- 
mentos hechos  en  el  ciego  de  Cheselden  sólo  prueban:  que 
el  órgano  de  la  vista  no  adquiere  la  debida  fuerza  y  preci- 
sión sino  con  algún  tiempo  de  ejercicio;  que  sus  primeras 
impresiones  son  por  necesidad  confusas;  y  que.  faltando  la 
costumbre  de  compararlas  entre  sí  y  con  las  de  otros  sen- 
tidos, han  de  inducirnos  a  juicios  inexactos. 

103.  Pero  como  lo  mismo  sucede  en  todos  los  sentidos, 
resulta  que  Condillac  nada  adelanta  en  pro  de  la  superio- 
ridad del  tacto.  Sin  desconocer  la  utilidad  de  este  sentido 
para  la  rectificación  de  muchos  juicios  relativos  a  la  exten- 
sión me  parece  que,  lejos  de  que  se  le  haya  de  levantar 


[21,  65-68J 


ESTÉTICA. — C.  14 


227 


sobre  los  demás,  es  uno  de  los  más  inferiores.  Limitado  a  lo 
contiguo,  no  puede  salvar  las  distancias  ni  apreciar  sino  ob- 
jetos muy  reducidos;  su  medio  de  percepción,  la  aplica- 
ción de  superficie  con  superficie,  es  de  lo  más  grosero  y  tar- 
dío en  el  orden  de  la  sensibilidad.  La  vista  nos  ofrece  las 
estrellas  fijas,  distantes  de  nosotros  millones  de  leguas;  el 
oído  nos  avisa  de  lo  que  acaba  de  suceder  en  sitios  muy  le- 
janos; hasta  el  olfato  nos  advierte  de  la  cercanía  de  un  ob- 
jeto fétido  o  aromático. 

104.  En  la  naturaleza  misma  podemos  observar  que  el 
tacto  se  halla  en  los  últimos  límites  del  reino  animal;  es 
común  al  hombre  con  el  gusano  y  el  pólipo,  y  aun  algunos 
creen  que  con  la  hierba  llamada  sensitiva.  En  el  hombre 
se  halla  con  mayor  perfección  l|  que  en  todos  los  animales; 
mas  esto  no  indica  su  preferencia  sobre  los  demás  sentidos, 
sino  que  estaba  destinado  a  funciones  más  nobles,  entre  las 
cuales  se  distingue  el  concurrir  a  la  formación  y  rectifica- 
ción de  las  ideas  relativas  al  mundo  sensible  (véase  Lógica. 
1.  1.»  c.  I)  [vol.  XX].  || 


CAPITULO  XIV 


Qué  nos  enseñan  los  sentidos  con  respecto  al 
mundo  corpóreo 


105.  Por  el  análisis  que  precede  resulta  claro  que  los 
sentidos  no  nos  dan  a  conocer  la  naturaleza  de  los  cuerpos ; 
sólo  nos  ponen  en  relación  con  ellos,  sin  presentarnos  de 
los  mismos  otra  cosa  que  la  forma  de  la  extensión.  Así,  des- 
lindando lo  que  hay  en  nuestras  sensaciones  de  subjetivo 
y  de  objetivo,  hallamos  que,  excepto  la  extensión  y  el  prin- 
cipio de  causalidad  (física  u  ocasional)  residentes  en  los 
cuerpos,  todo  lo  demás  es  subjetivo. 

106.  La  sensibilidad  externa  es  una  facultad  que  se  nos 
ha  dado  para  la  conservación  del  individuo  y  de  la  especie 
y  para  conocer  las  relaciones  de  las  partes  del  mundo  cor- 
póreo entre  sí  y  con  nuestros  órganos :  estas  relaciones,  en 
cuanto  sujetas  a  nuestros  sentidos,  se  reducen  a  extensión 
y  movimiento. 

107.  Resumiendo  esta  doctrina,  diremos  que  los  sentidos 
nos  enseñan  lo  siguiente :  || 

1.°  Existencia  de  seres  distintos  de  nosotros  y  que  (fí- 
sica u  ocasionalmente)  influyen  sobre  nosotros. 


228  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  68-70] 


2.  °  Distinción  de  estos  seres  entre  sí,  y,  por  consiguien- 
te, multitud  en  su  conjunto. 

3.  °  Sujeción  de  los  mismos  seres  a  leyes  constantes,  en 
sus  relaciones  entre  sí  y  con  nuestros  órganos. 

4.  °  •  Forma  común  a  todos  ellos,  e  indispensable  para  que 
podamos  percibirlos  sensiblemente :  la  extensión  o  la  con- 
tinuidad. 

5.  °  Mudanzas  de  la  relación  de  las  extensiones  parciales 
con  la  extensión  total  o  en  el  espacio ;  lo  que  constituye  el 
movimiento. 

6.  °  Todos  los  medios  para  apreciar  otras  cualidades  de 
los  cuerpos,  ya  sea  en  sus  relaciones  mutuas,  ya  con  nos- 
otros, se  reducen  a  determinar  sus  efectos  por  las  modifica- 
ciones de  la  extensión.  Los  grados  de  calor  o  de  frío  son 
medidos  por  la  altura  del  mercurio  en  el  termómetro ;  para 
otras  variaciones  atmosféricas  nos  sirve  el  barómetro ;  y 
en  general  la  intensidad  de  las  fuerzas  mecánicas  y  quími- 
cas la  apreciamos  por  medidas  del  movimiento,  esto  es,  por 
relaciones  en  la  extensión  (véase  Filosofía  fundamental, 
1.  3.°,  c.  III)  [vol.  XVII].  || 


CAPITULO  XV 


La  imaginación,  o  SEA  la  representación  sensible 

INTERNA.  SU  NECESIDAD  Y  CARACTERES 


108.  Las  sensaciones  externas  son  insuficientes  para  di- 
rigirnos en  las  relaciones  con  el  mundo  corpóreo ;  por  cuya 
razón  se  nos  ha  dado  la  facultad  de  reproducir  en  nuestro 
interior,  y  sin  la  presencia  de  los  objetos,  las  impresiones 
que  ellos  nos  han  causado.  A  esta  facultad  se  la  llama  ima- 
ginación o  fantasía. 

109.  Para  convencerse  de  la  utilidad  y  necesidad  de  la 
imaginación,  considérese  lo  que  resultaría  si  ella  nos  fal- 
tase. Sólo  podríamos  tener  relaciones  con  los  objetos  pre- 
sentes;  pues  que,  no  habiendo  representación  interna,  per- 
deríamos la  memoria  de  las  sensaciones  tan  pronto  como 
dejasen  de  existir.  Esto  haría  imposible  el  satisfacer  las  ne- 
cesidades de  la  vida.  No  conoceríamos  el  alimento  que  otras 
veces  hubiésemos  tomado;  no  acertaríamos  a  volver  a  nues- 
tra habitación,  ni  la  reconoceríamos  aunque  la  encontráse- 
mos por  casualidad.  No  teniendo  memoria  |l  de  nada,  no  sa- 
bríamos lo  que  anteriormente  nos  ha  sucedido:  carecería- 
mos de  unidad  de  conciencia;  y  una  sensación  recibida  po- 


[21.  70-72] 


ESTÉTICA. — C.  15 


229 


eos  momentos  antes  nos  sería  tan  indiferente  y  desconoci- 
da como  si  la  hubiese  recibido  otro  hombre  en  el  país  más 
remoto.  Por  donde  se  manifiesta  que  la  facultad  de  repro- 
ducir en  nuestro  interior  las  sensaciones  pasadas  nos  es  ab- 
solutamente necesaria,  y  que  el  Criador  nos  ha  dotado  de 
ella  para  que  los  fenómenos  sensibles  no  fuesen  en  nos- 
otros una  serie  de  hechos  inconexos  que  a  nada  pudiera 
conducir. 

110.  La  imaginación  es  una  especie  de  continuación  de 
los  sentidos,  pues  que  sólo  representa  lo  que  ellos  nos  han 
transmitido  alguna  vez ;  pero  se  distingue  por  ciertas  pro- 
piedades características  que  importa  consignar. 

111.  Una  de  las  cualidades  distintivas  de  la  sensibili- 
dad imaginaria  está  en  que  nos  ofrece  sus  representaciones 
envueltas  con  la  idea  del  tiempo.  Al  recordar  un  paisaje 
que  hemos  visto  se  nos  presenta  en  nuestro  interior  el  pai- 
saje, no  de  una  manera  absoluta,  sino  como  reaparición  de 
una  sensación  pasada,  lo  cual  da  a  la  representación  el  ca- 
rácter de  recuerdo.  Si  se  nos  hiciese  la  descripción  de  un 
paisaje  no  visto  por  nosotros,  su  representación  no  se  nos 
ofrecería  con  el  carácter  de  recuerdo,  sino  como  un  produc- 
to de  nuestra  fantasía  excitada  por  la  narración.  || 

112.  Reflexionando  sobre  esta  cualidad,  se  echa  de  ver 
que  nos  era  absolutamente  necesaria  para  no  andar  perdi- 
dos continuamente  en  un  laberinto  de  representaciones  in- 
conexas ;  la  manía  y  la  locura  consisten  en  esa  confusión  de 
lo  real  con  lo  puramente  imaginario ;  y  el  linaje  humano  no 
debía  ser  una  reunión  de  maniáticos  y  de  locos. 

113.  La  imaginación  no  sólo  nos  reproduce  las  sensacio- 
nes pasadas,  sino  que  sigue  en  esto  un  orden  que  es  el  más 
conveniente  para  nosotros.  Al  recordar  un  lugar  o  tiempo, 
recordamos  naturalmente  las  varias  sensaciones  que  hemos 
recibido  en  ellos,  aunque  sean  muy  diversas.  La  unidad  de 
lugar  o  tiempo  les  sirve  de  lazo. 

114.  Esta  unión  de  las  sensaciones  pasadas  por  el  víncu- 
lo del  lugar  o  del  tiempo  dimana  de  que,  habiendo  sido 
recibidas  en  un  mismo  tiempo  o  lugar,  la  impresión  orgá- 
nica de  éstos  queda  naturalmente  ligada  con  la  de  las  sen- 
saciones particulares ;  y  así  en  reproduciéndose  la  una  se 
reproduce  naturalmente  la  otra. 

115.  El  objeto  de  este  vínculo  es  que  el  ser  sensitivo 
pueda  ejercer  del  modo  conveniente  sus  funciones ;  porque 
siendo  las  ideas  de  tiempo  y  lugar  puntos  fundamentales  en 
todas  las  relaciones  con  el  mundo  corpóreo,  no  podríamos 
mantenerlas  bien  si  no  se  nos  hubiese  dado  esta  preciosa  fa- 
cultad con  que  asociamos  las  sensaciones  diversas.  Para 
buscar  lo  ||  que  deseamos  es  preciso  ir  al  lugar  donde 
está ;  para  evitar  lo  nocivo  debemos  apartarnos  del  sitio 


230  FILOSOFÍA  elemental:— METAFÍSICA  [21,  72-73] 


donde  se  halla ;  si  no  tuviésemos  la  facultad  de  asociar  los 
recuerdos  por  el  lugar,  estaríamos  en  una  confusión  conti- 
nua. Lo  propio  sucede  con  el  tiempo :  esta  circunstancia  nos 
es  indispensable  en  muchos  casos;  sin  ella  no  podríamos  dar 
curso  a  los  negocios  más  comunes  de  la  vida ;  todo  lo  re- 
cordaríamos en  el  mayor  desorden.  Figurémonos  lo  que  se- 
ría un  hombre  que  pensando  en  el  día  de  ayer  no  tuviese 
la  facultad  de  recordar  las  varias  sensaciones  del  mismo 
día,  y  concebiremos  la  inmensa  importancia  de  esta  facul- 
tad asociadora  de  los  recuerdos  con  el  vínculo  del  tiempo. 

116.  La  semejanza  es  otro  de  los  lazos  que  unen  las  sen- 
saciones :  al  ver  a  un  hombre  parecido  a  otro  nos  ocurre 
desde  luego  la  idea  de  aquel  a  quien  se  parece.  No  es  ne- 
cesario detenerse  a  explicar  la  utilidad  de  esta  asociación 
de  ideas,  y,  en  cuanto  a  su  origen,  no  es  difícil  encontrarlo 
considerando  que  objetos  semejantes  producen  en  nuestros 
órganos  impresiones  semejantes,  y  por  lo  mismo  es  natural 
que  al  excitarse  la  una  se  excite  también  la  otra. 

117.  Uno  de  los  vínculos  más  preciosos  que  tienen  nues- 
tras representaciones  es  el  de  los  signos  arbitrarios,  entre 
los  cuales  figura  en  primer  puesto  la  palabra  oral  o  escrita. 
Este  es  uno  de  los  fenómenos  más  importantes  de  nuestro 
espíritu  y  uno  de  los  medios  más  eficaces  para  extender  y 
perfeccionar  ||  sus  funciones.  La  palabra  Madrid,  ni  habla- 
da ni  escrita,  tiene  semejanza  alguna  con  su  significado:  la 
capital  de  España ;  sin  embargo,  nos  basta  oírla  pronunciar 
o  leerla  para  que  se  desenvuelva  en  nuestro  interior  la  re- 
presentación de  la  populosa  villa.  El  nombre  de  una  perso- 
na no  tiene  ninguna  semejanza  con  ella ;  pero  él  basta  para 
que  se  excite  en  nosotros  la  representación  de  la  misma. 

118.  La  asociación  de  las  palabras  con  las  representacio- 
nes sensibles  es  también  una  asociación  de  sensaciones,  por- 
que la  palabra  hablada  o  escrita  produce  en  nosotros  una 
verdadera  sensación  auditiva  o  visual.  Pero  en  la  asocia- 
ción constante  y  ordenada  de  cosas  tan  diferentes  se  descu- 
bre ya  la  acción  de  una  facultad  superior  al  orden  sensiti- 
vo: la  razón,  que  distingue  al  hombre  del  bruto,  y  que  le 
coloca  a  tan  inmensa  altura  sobre  todos  los  animales,  aun 
en  lo  relativo  a  los  objetos  puramente  sensibles. 

119.  El  ejercicio  de  la  imaginación  está  en  algún  modo 
subordinado  a  la  libre  voluntad,  mas  no  con  sujeción  ab- 
soluta. La  experiencia  enseña  que  imaginamos  varios  obje- 
tos cuando  queremos  y  del  modo  que  queremos;  pero  tam- 
bién acontece  con  harta  frecuencia  que  no  nos  es  posible 
evocar  imágenes  que  se  nos  han  olvidado,  ni  dar  a  la  reapa- 
rición de  otras  el  orden  que  desearíamos,  ni  tampoco  desva- 
necer algunas  que  se  nos  ofrecen  a  pesar  nuestro,  con  mo- 
lesta y  a  veces  aflictiva  importunidad.  || 


[21,  74-75] 


ESTÉTICA. — C.  15 


231 


120.  Dependiendo  el  ejercicio  de  la  imaginación  de  las 
afecciones  del  cerebro,  y  no  estando  sujetas  las  alteracio- 
nes de  este  órgano  al  imperio  absoluto  de  la  voluntad,  se 
comprende  fácilmente  por  qué  nos  hemos  de  encontrar  mu- 
chas veces  con  representaciones  que  no  quisiéramos.  Des- 
pués de  un  suceso  que  nos  ha  causado  profunda  impresión, 
con  mucha  dificultad  evitamos  que  se  nos  represente :  la 
razón  de  este  fenómeno  se  halla  en  que  las  alteraciones  or- 
gánicas dejan  huella  tanto  más  honda,  y,  por  consiguiente, 
se  reproducen  con  tanta  mayor  facilidad,  cuanto  han  sido 
más  vivas,  cuanto  más  han  afectado  el  órgano  que  nos  las 
ha  transmitido. 

121.  No  se  limita  la  imaginación  a  la  reproducción  de 
las  sensaciones  pasadas,  sino  que,  tomando  de  ellas  lo  que 
le  conviene,  forma  conjuntos  ideales  a  que  nada  correspon- 
de en  la  realidad.  Esta  fuerza  de  combinación  es  la  base  de 
las  artes  mecánicas  y  liberales :  sin  ella  el  hombre  no  ha- 
ría nunca  nada  nuevo,  estaría  limitado  a  copiar  la  natura- 
leza de  una  manera  fija,  invariable,  sin  añadir  ni  quitar 
nada ;  la  geometría,  que  necesita  continuamente  de  combi- 
naciones de  figuras  puramente  imaginarias,  sería  también 
imposible. 

122.  La  fecundidad  de  la  imaginación  se  ejerce  a  veces 
independientemente  de  nuestra  voluntad ;  así  nos  acontece 
que  nos  ocurren  conjuntos  puramente  ideales,  ora  hermo- 
sos y  encantadores,  ora  deformes  y  horribles.  Pero  no  pue- 
de negarse  que  aquí  se  ||  manifiesta  ya  de  una  manera  más 
clara  el  imperio  de  la  voluntad  y  la  existencia  de  un  orden 
de  facultades  superiores  a  las  sensitivas.  En  pocas  palabras 
se  nos  da  la  idea  de  un  conjunto  complicadísimo  que  nos  es 
imposible  representarnos  de  pronto  en  la  imaginación ;  pero 
la  razón,  que  se  ha  penetrado  de  la  idea,  toma  bajo  su  di- 
rección a  la  fantasía  y  la  obliga  a  trazar  una  a  una  todas 
las  figuras  necesarias  y  a  representarlas  en  todas  sus  rela- 
ciones. Así  acontece  a  cada  paso  con  los  pintores,  esculto- 
res y  también  con  todos  los  constructores  mecánicos:  en 
dos  palabras  se  les  encarga  una  obra  cuyos  detalles  exigen 
prodigiosos  esfuerzos  de  imaginación  y  a  veces  muchos  años 
de  trabajo  (véase  Lógica,  1,  1.°,  ce.  I  y  II)  [vol.  XX].  || 


232 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL.^»  METAFÍSICA 


[21,  76-77] 


CAPITULO  XVI 


Perturbaciones  de  la  representación  sensible  interna 
Sus  relaciones  con  la  organización 


123.  Cuando  las  facultades  intelectuales  están  íntegras 
y  los  órganos  sensitivos  ejercen  sus  funciones  de  la  manera 
conveniente,  distinguimos  entre  la  sensación  rea]  y  la  ima- 
ginaria: así  acontece  durante  la  vigilia  mientras  el  hombre 
está  en  su  juicio. 

124.  Pero  al  cesar  los  sentidos  en  sus  funciones  como  en 
el  sueño,  si  la  facultad  de  las  representaciones  internas  se 
pone  en  acción,  se  halla  sin  el  contrapeso  de  las  impresio- 
nes externas,  y  así  nos  ofrece  sus  imágenes  con  más  vive- 
za ;  y  siendo,  por  otra  parte,  muy  escasa  o  enteramente 
nula  la  reflexión  a  causa  del  entorpecimiento  de  las  facul- 
tades intelectuales,  tomamos  por  una  realidad  lo  que  sólo 
existe  en  nuestra  fantasía. 

125.  A  los  maniáticos  no  les  falta  la  acción  de  los  sen- 
tidos externos ;  pero  la  representación  interna  ||  es  tan  viva 
a  causa  de  la  perturbación  orgánica,  que  no  pueden  distin- 
guir lo  interno  de  lo  externo. 

126.  Para  hacer  buen  uso  de  las  representaciones  ima- 
ginarias necesita  el  hombre  hallarse  en  el  pleno  ejercicio 
de  sus  facultades  tanto  sensitivas  como  intelectuales :  la 
acción  de  las  primeras  templa  la  viveza  de  la  representación 
interna  y  la  deja  en  aquel  grado  conveniente  de  palidez  in- 
dispensable para  no  confundir  lo  imaginario  con  lo  real ; 
por  medio  de  las  segundas  reflexionamos  sobre  las  sensacio- 
nes tanto  internas  como  externas,  las  comparamos  entre  sí 
y  las  discernimos,  llegando  de  este  modo  al  conocimiento  de 
la  verdad. 

127.  Así  se  explica  por  qué  las  personas  de  una  imagi- 
nación muy  viva  están  más  expuestas  al  desorden  mental. 
Semejante  viveza  depende  de  la  mayor  susceptibilidad  de 
los  órganos,  la  cual,  exaltada  con  algún  accidente,  produce 
las  perturbaciones  conocidas  con  los  nombres  de  delirio, 
manía,  monomanía  y  locura. 

128.  La  íntima  relación  de  las  sensaciones  con  la  orga- 
nización explica  muchos  fenómenos  que  sin  esto  no  podrían 
comprenderse. 

A  veces  experimentamos  sensaciones  a  que  nada  corres- 
ponde en  lo  exterior.  En  el  delirio,  en  la  manía,  en  el  sueno, 


[21,  77-79] 


ESTÉTICA. — C.  16 


233 


tenemos  realmente  la  sensación  de  objetos  que  no  están 
presentes :  la  conciencia  nos  atestigua  la  realidad  de  la 
sensación  en  nosotros,  y  de  una  manera  ||  tan  clara  y  viva 
que  no  nos  consiente  ninguna  duda ;  y,  no  obstante,  las 
reflexiones  posteriores  nos  cercioran  de  que  aquella  sensa- 
ción era  un  fenómeno  puramente  interno  al  que  nada  co- 
rrespondía en  la  realidad.  Esto  se  explica  atendiendo  a  las 
relaciones  de  la  sensibilidad  con  los  órganos. 

129.  La  sensación  depende  de  ciertas  alteraciones  orgá- 
nicas ;  y  de  éstas  no  resulta  el  fenómeno  sino  en  cuanto  se 
terminan  en  el  cerebro.  Supongamos,  pues,  que  el  cuer- 
po A,  afectando  el  órgano  externo,  produce  en  el  cerebro 
la  alteración  M,  a  la  cual  siga  por  las  leyes  de  la  natura- 
leza la  sensación  N.  Es  claro  que  si  una  causa  puramente 
interna  produce  en  el  cerebro  la  misma  alteración  M,  per- 
cibirá el  alma  la  sensación  N,  como  si  estuviese  presente  el 
cuerpo  A. 

130.  Esta  teoría  no  es  una  mera  hipótesis ;  pues  se  fun- 
da en  un  hecho  cierto,  cual  es  la  correspondencia  de  las  al- 
teraciones cerebrales  con  determinadas  sensaciones ;  y  en 
otro  muy  probable,  a  saber,  el  que  causas  puramente  inter- 
nas pueden  en  algunos  casos  producir  en  el  cerebro  altera- 
ciones idénticas  a  las  que  nacen  de  la  acción  de  los  órganos 
afectados  por  un  cuerpo  externo.  Siéndonos  desconocido  qué 
alteraciones  orgánicas  cerebrales  son  indispensables  para 
las  respectivas  sensaciones,  no  es  posible  demostrar  que 
aquéllas  pueden  dimanar  de  causas  puramente  internas ; 
pero  salta  a  los  ojos  que,  ora  consistan  dichas'  alteraciones 
en  una  vibración  de  las  fibras,  ora  en  la  circulación  de  un 
fluido  o  en  otro  movimiento  ||  cualquiera,  está  en  la  esfera 
de  la  posibilidad,  y  aun  de  muy  plausible  probabilidad,  el 
que  esas  vibraciones  o  movimientos,  sean  cuales  fueren,  se 
repitan  en  el  cerebro  sin  necesidad  de  un  agente  que  obre 
sobre  nuestros  órganos  externos. 

131.  La  imaginación,  o  bien  esa  facultad  con  que  se  re- 
presentan en  nuestro  interior  las  sensaciones  pasadas,  se 
puede  explicar  por  el  mismo  principio.  Nada  sensible  se 
nos  representa  en  lo  interior  sin  que  lo  hayamos  experi- 
mentado en  lo  exterior ,  pues  que  aun  las  representaciones 
más  extrañas  y  monstruosas  se  forman,  de  un  conjunto  de 
sensaciones  que  en  realidad  han  existido  en  nosotros.  Fin- 
jase  el  monstruo  de  que  nos  habla  Horacio ;  hermosa  cabe- 
za de  mujer,  cerviz  de  caballo,  miembros  de  diferentes  es- 
pecies cubiertos  de  raro  plumaje  y,  por  fin,  terminando  en 
un  pez  deforme ;  este  conjunto  no  lo  hemos  visto  nunca, 
pero  hemos  visto  cabezas  de  mujer,  cervices  de  caballo  y 
todo  lo  demás  que  hacemos  entrar  en  el  monstruo.  Cuando 
una  sensación  falta,  falta  también  su  imaginación  corres- 


234  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  79-81] 


pondiente;  el  ciego  de  nacimiento  jamás  imaginará  nada 
colorado,  ni  el  sordo  nada  sonoro.  Luego  es  cierto  que  las 
representaciones  imaginarias  son  una  continuación  de  la 
sensibilidad  externa,  y  que  así  como  ésta  deben  también 
depender  de  las  impresiones  del  cerebro. 

132.  De  las  representaciones  imaginarias,  unas  están  su- 
jetas a  la  voluntad,  otras  no ;  a  veces  imaginamos  un  ob- 
jeto porque  queremos ;  a  veces  nos  ocurre  ||  aun  cuando  no 
queramos ;  y  no  es  raro  el  que  deseemos  representarnos  una 
cosa  sin  que  podamos  conseguirlo.  Esta  variedad  de  fenó- 
menos confirma  la  misma  doctrina. 

133.  Estando  despiertos  se  representa  fácilmente  a  la 
imaginación  lo  que  hemos  sentido  recientemente ;  y  esta  fa- 
cilidad es  proporcional  a  la  viveza  de  las  sensaciones.  Una 
escena  horrible  que  nos"  ha  causado  impresión  profunda  se 
nos  presenta  repetidas  veces  y  nos  cuesta  trabajo  el  apar- 
tarla de  la  imaginación ;  así  como  otra  que  nos  haya  pro- 
ducido vivo  placer  nos  encanta  durante  largo  tiempo  con 
su  grata  memoria.  Este  hecho  manifiesta  que  las  represen- 
taciones imaginarias  dependen  de  las  impresiones  cerebra- 
les, pues  que  se  hallan  en  proporción  con  la  viveza  de  las 
mismas. 

134.  Durante  la  vigilia  distinguimos  entre  la  imagina- 
ción y  los  sentidos,  ya  porque  éstos  se  hallan  en  ejercicio 
actual  y,  por  consiguiente,  debilitan  la  representación  ima- 
ginaria, ya  también  porque  estando  la  razón  en  su  pleni- 
tud reflexiona  lo  bastante  para  discernir  entre  unas  y  otras 
impresiones.  En  el  sueño  no  percibimos  esta  diferencia ;  y 
las  representaciones  puramente  imaginarias  se  nos  ofrecen 
como  sensaciones  reales.  Este  hecho,  atestiguado  por  la  ex- 
periencia de  todos  los  días,  confirma  el  principio  estableci- 
do de  que  la  representación  imaginaria  no  es  más  que  una 
continuación  de  la  sensación,  o,  hablando  con  más  exacti- 
tud, una  sensación  que  se  verifica  en  sólo  el  cerebro,  |¡  re- 
pitiéndose por  causas  internas  la  misma  impresión  que  en 
él  había  producido  la  acción  de  los  órganos  externos. 

135.  De  esto  resulta  que,  aun  estando  despiertos,  po- 
drán las  representaciones  imaginarias  parecemos  sensacio- 
nes reales,  pues  para  esto  basta  el  que  las  causas  internas 
sean  tan  poderosas  que  produzcan  en  el  cerebro  alteracio- 
nes iguales  o  mayores  que  las  producidas  actualmente  por 
los  órganos  de  los  sentidos.  Y  he  aquí  la  explicación  del  de- 
lirio, el  cual  no  es  otra  cosa  que  una  serie  de  representa- 
ciones imaginarias  tan  vivas,  que  ocupan  el  lugar  de  las 
sensaciones  externas.  En  confirmación  de  esta  teoría  está  el 
hecho  constantemente  observado  de  que  las  enfermedades 
nerviosas  producen  con  facilidad  el  delirio.  Esto  es  muy  na- 
tural, porque  hallándose  afectado  el  sistema  nervioso,  órga- 


[21,  81-83] 


ESTÉTICA. — C.  16 


235 


no  de  la  sensibilidad,  se  perturban  más  fácilmente  las  fun- 
ciones de  ésta ;  pues  que  la  mayor  excitación  de  los  órganos 
puramente  internos  hace  que  las  impresiones  dimanadas  de 
ellos  se  sobrepongan  a  las  que  nos  vienen  de  los  objetos 
externos. 

136.  La  locura,  las  manías  y  monomanías  tienen  su  ori- 
gen en  el  mismo  hecho  fisiológico.  Una  causa  cualquiera 
produce  perturbación  en  el  cerebro ;  y  ésta  ocasiona,  a  su 
vez.  o  la  fijeza  en  una  idea  o  el  desorden  en  todas  ellas. 
Cuál  sea  la  alteración  orgánica  suficiente  para  producir  esas 
alteraciones  no  es  fácil  determinarlo.  Morgagni  y  otros  han 
observado  que  el  cerebro  de  algunos  locos  muy  tenaces  y  || 
obstinados  era  más  consistente  que  el  del  común  de  los 
hombres ;  así  como  el  de  otros  que  padecían  suma  incohe- 
rencia y  volubilidad  de  ideas  se  distinguía  por  una  blandu- 
ra excesiva,  parecida  al  comienzo  de  una  disolución.  Sin 
que  trate  de  apoyar  ni  combatir  la  verdad  de  estos  hechos, 
observaré  que  son  todavía  poco  numerosos  para  formar  una 
inducción  que  pueda  servir  para  fundar,  no  diré  certeza, 
mas  ni  siquiera  probabilidad.  En  este  punto  se  halla  muy 
atrasada  la  ciencia,  y  está  por  ahora  ceñida  a  recoger  he- 
chos. Pero  sea  de  esto  lo  que  fuere,  no  hay  necesidad  aquí 
de  mayor  adelanto  fisiológico  para  el  conocimiento  de  la 
verdad  fisiológica,  a  saber:  la  relación  de  las  perturbacio- 
nes mentales  con  las  alteraciones  orgánicas. 

137.  Las  relaciones  del  cerebro  con  la  voluntad  libre 
también  se  hallan  envueltas  en  un  profundo  misterio.  No  ig- 
noro que,  según  los  fisiólogos,  este  órgano  es  de  los  que 
ejercen  sus  funciones  independientemente  de  la  voluntad ; 
pero  me  atrevo  a  dudar  de  que  esta  observación  fisiológica 
sea  de  todo  punto  exacta.  Claro  es  que  no  se  trata  de  si  la 
voluntad  libre  puede  comunicar  al  cerebro  movimientos 
determinados,  a  la  manera  que  los  imprime  a  otros  órganos, 
como,  por  ejemplo,  al  de  la  voz ;  la  indicación  se  refiere  a 
un  aspecto  de  la  cuestión  harto  más  delicado  y  difícil:  no 
nace  de  la  observación  fisiológica,  sino  de  la  psicológica : 
un  hecho  constantemente  observado  por  la  psicología  ofre- 
ce ancho  campo  a  las  indagaciones  de  la  fisiolpgía.  Indicaré 
en  pocas  palabras  la  razón  de  la  duda.  || 

138.  Aunque  el  cerebro  no  esté  sujeto  a  nuestra  libre 
voluntad,  parece  que  en  ciertos  casos  podemos  producir  en 
él  ciertas  alteraciones,  como  debe  suceder  cuando  por  un 
acto  libre  imaginamos  una  serie  de  objetos.  La  representa- 
ción de  éstos  no  se  excitaría  sin  el  correspondiente  movi- 
miento cerebral ;  y  así,  por  lo  mismo  que  está  en  nuestro 
poder  excitar  la  primera,  señal  es  que  de  nosotros  depende 
el  provocar  el  segundo.  Poco  importa  decir  que  nosotros  no 
tenemos  conocimiento  de  cómo  esto  se  verifica,  pues  tam- 


238  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21.  83-85] 


poco  conocemos  el  modo  con  que  al  imperio  de  la  voluntad 
se  siguen  los  movimientos  del  cuerpo.  La  diferencia  entre 
estos  dos  casos  consiste  en  que  los  movimientos  muscula- 
res podemos  mandarlos  siempre  que  queremos,  seguros  de 
ser  obedecidos,  y  los  cerebrales,  no,  como  lo  experimenta- 
mos más  de  una  vez,  esforzándonos  en  vano  para  recordar 
una  palabra  o  una  imagen ;  pero  esto  sólo  prueba  que  los 
dos  imperios  de  la  voluntad  son  de  un  orden  diverso  y  están 
sometidos  a  condiciones  diferentes ;  mas  no  que  no  deba  re- 
conocerse un  verdadero  imperio  de  la  voluntad  en  algunas 
impresiones  cerebrales.  El  modo  con  que  esto  se  verifica 
deben  explicarlo  los  fisiólogos,  si  quisieran  extender  sus  in- 
vestigaciones sobre  este  importante  fenómeno.  Me  contento 
con  indicar  el  problema ;  consigno  el  hecho  ideológico,  al 
que  probablemente  debe  corresponder  un  hecho  fisiológico 
que  considero  difícil  de  averiguar. 

139.  Si  se  dijese  que  estas  operaciones  internas  se  verifi- 
can sin  ninguna  función  cerebral,  preguntaré  1!  cómo  es 
que  se  perturban  con  las  alteraciones  orgánicas ;  cómo  es 
que  la  facultad  de  ejecutarlas  sigue  un  curso  ascendente  en 
la  infancia  y  descendente  en  la  vejez ;  preguntaré  por  fin 
cuál  es  la  razón  de  que  el  ejercicio  fortalezca  dicha  facul- 
tad lo  mismo  que  las  que  se  refieren  a  otros  órganos.  Estos 
hechos  indican  claramente  que  su  ejercicio  va  acompañado 
de  ciertas  funciones  cerebrales;  y  como  semejante  ejercicio 
se  halla  sujeto  muchas  veces  a  nuestra  libre  voluntad,  re- 
sulta que  ésta,  a  más  del  imperio  absoluto  que  posee  sobre 
ciertos  movimientos  del  cuerpo,  lo  disfruta  también,  aun- 
que con  limitación,  sobre  determinadas  impresiones  cere- 
brales. Las  perturbaciones  mentales  traen  su  origen  de  la 
pérdida  de  este  imperio.  || 


CAPITULO  XVII 

El  placer  y  dolor  sensibles 


140.  De  las  sensaciones,  unas  producen  placer,  otras  do- 
lor. Por  lo  común,  las  saludables  son  placenteras,  y  las  noci- 
vas dolorosas ;  de  esta  suerte  la  naturaleza  nos  avisa  de  lo 
que  nos  aprovecha  o  nos  daña.  La  falta  de  alimento  nos  per- 
judica, y  prolongada  por  algún  tiempo  acabaría  con  nuestra 
existencia ;  por  esta  razón  experimentamos  el  hambre,  sen- 
sación dolorosa  que  nos  advierte  el  peligro.  La  comida  nos 


[21.  85-87] 


ESTÉTICA.^C.  17 


237 


es  saludable,  y  así  sentimos  en  ella  un  placer :  el  exceso  en 
la  cantidad  nos  daña ;  para  prevenirle  se  nos  ha  dado  el  dis- 
gusto en  ciertos  casos,  y  en  otros  los  dolores.  Sería  fácil 
recorrer  todos  los  placeres  y  dolores  sensibles  y  probar  que 
aquéllos  tienen  por  cansa  un  acto  provechoso  a  nuestra  or- 
ganización, y  éstos  uno  dañoso.  En  los  brutos  animales,  la 
medida  del  placer  está  fijada  por  el  instinto,  y  así  es  que 
rara  vez  se  exceden ;  pero  al  hombre,  como  dotado  de  ra- 
zón, se  le  ha  dejado  mayor  amplitud;  y  así  es  que,  cuando 
se  entrega  al  placer  con  exceso,  lo  que  en  un  principio  era 
útil  se  convierte  en  nocivo,  pagando  con  |l  crueles  enfer- 
medades, y  no  pocas  veces  con  la  vida,  el  haber  trastornado 
con  sus  desórdenes  las  leyes  de  la  naturaleza. 

141.  El  dolor  que  resulta  de  ciertas  sensaciones  nos  es 
absolutamente  necesario.  Supóngase  que  el  fuego  aplicado 
a  nuestros  órganos  no  nos  causase  una  impresión  dolorosa ; 
podría  muy  bien  suceder  que  una  parte  de  ellos  se  hallase 
ya  destruida  cuando  advirtiésemos  la  presencia  del  fuego. 
Las  substancias  venenosas  introducidas  en  el  estómago  cau- 
san dolores  atroces ;  si  esto  no  sucediera,  el  veneno  habría 
ejercido  su  acción  mortal  sin  que  fuésemos  advertidos  del 
peligro  que  nos  amenazaba. 

142.  Entre  los  filósofos  que  han  buscado  la  causa  del 
placer  y  del  dolor,  algunos  la  atribuyen  a  la  reflexión ;  esto 
es  inadmisible.  Muchas  sensaciones  nos  causan  una  impre- 
sión placentera  o  dolorosa  anteriormente  a  todo  acto  refle- 
xivo;  ¿quién  necesita  de  reflexiones  para  sentir  el  dolor 
de  una  quemadura?  El  niño  experimenta  dolores  mucho  an- 
tes que  pueda  reflexionar:  testigo  el  llanto  con  que  los  ma- 
nifiesta desde  su  nacimiento.  El  placer  y  el  dolor  en  mu- 
chas sensaciones  son  hechos  primitivos  invariablemente 
unidos  y  tal  vez  identificados  con  ellas ;  fenómenos  simples 
que  no  podemos  descomponer  y  que  sólo  debemos  consig- 
nar. Lo  que  de  ellos  conocemos  es  su  objeto,  su  alto  fin,  que 
es  la  conservación  y  perfección  del  individuo  y  de  la  es- 
pecie ;  su  límite  moral,  pues  somos  castigados  por  nuestra 
misma  ||  organización  cuando  faltamos  a  las  sabias  leyes 
que  nos  ha  impuesto  el  Criador. 

143.  No  todas  las  sensaciones  producen  placer  o  dolor 
propiamente  dichos;  las  hay  que  o  parecen  del  todo  indife- 
rentes, o  que  cuando  menos  nos  causan  este  placer  o  dolor 
en  un  grado  tan  débil  que  apenas  llegamos  a  percibirlos. 
Continuamente  estamos  experimentando  sensaciones  de  esta 
clase ;  vemos  muchedumbre  de  objetos  que  no  nos  agradan 
ni  ofenden ;  oímos  sonidos  que  nos  son  indiferentes ;  senti- 
mos el  contacto  de  cuerpos  que  no  nos  complace  ni  mor- 
tifica. Sin  embargo,  preciso  es  advertir  que  aunque  el  pla- 
cer y  dolor  propiamente  dichos  sólo  se  hallen  en  las  sen- 


238  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  87-89] 


saciones  vivas  que  tienen  relaciones  especiales  con  nuestra 
conservación,  parece  que  las  sensaciones  indiferentes  traen 
consigo  un  cierto  bienestar  que  a  su  modo  puede  llamarse 
placer,  y  que,  si  bien  nos  afectan  débilmente  considerándose 
cada  impresión  en  particular,  la  reunión  de  ellas  produce 
un  conjunto  agradable  que  ameniza  la  vida.  Cuando  esta- 
mos acostumbrados  a  la  luz  de  un  aposento,  disfrutamos  de 
ella  sin  sentir  placer  especial ;  pero  si  esta  luz  se  nos  qui- 
tase, obligándosenos  a  permanecer  a  obscuras,  experimen- 
taríamos una  pena  insoportable.  Esto  prueba  que  la  luz  nos 
causaba  continuamente  una  impresión  de  placer,  aunque 
débil,  y  que  el  conjunto  de  estas  sensaciones  formaba  un 
bienestar  de  que  no  podemos  estar  privados  sin  mucho  pa- 
decimiento. |! 

144.  En  esto  mismo  podemos  admirar  la  sabiduría  del 
Autor  de  la  naturaleza.  Los  placeres  y  los  dolores  no  pue- 
den ser  muy  intensos  sin  que  se  afecte  profundamente 
nuestra  organización ;  un  goce  o  un  dolor  muy  v^vos  aca- 
barían pronto  con  nuestra  existencia.  Por  esta  razón  no  los 
experimentamos  sino  en  ocasiones  contadas  y  cuando  hay 
para  ello  un  motivo  especial.  Los  que  infringen  esta  ley 
procurándose  sin  cesar  goces  intensos,  agotan  pronto  la 
fuente  de  la  vida,  acaban  por  no  encontrar  placer  en  nada  y 
apresuran  el  fin  de  sus  días  con  una  caducidad  precoz.  Dios 
ha  querido  que  fuésemos  parcos  en  el  goce  de  los  placeres ; 
y,  a  más  de  prescribírnoslo  expresamente,  nos  ha  obligado 
a  ello  por  las  mismas  leyes  de  nuestra  organización.  El  pla- 
cer moderado  que  resulta  de  un  ejercicio  legítimo  de  nues- 
tras funciones  lo  ha  esparcido  el  Criador  sobre  toda  nues- 
tra vida  como  un  aroma  suave  que  la  ameniza  y  conserva ; 
tal  es  el  bienestar  general  que  procede  de  una  perfecta  sa- 
lud y  del  uso  de  nuestras  facultades  dentro  los  límites  seña- 
lados por  la  razón  y  la  moral. 

145.  El  placer  ausente  produce  deseo  de  alcanzarle ;  y 
cuando  está  presente,  causa  el  deseo  de  continuarle,  hasta 
que  el  cansancio  de  los  órganos  engendra  el  fastidio.  El  do- 
lor ausente  o  presente  da  origen  al  sentimiento  de  aver- 
sión, especie  de  fuga  interior  con  que  el  ser  viviente  pro- 
cura apartarse  de  lo  que  le  daña.  Cuando  estas  inclinacio- 
nes sensibles  se  hallan  solas,  sin  la  dirección  de  la  razón, 
como  sucede  en  los  brutos,  se  las  ve  limitadas  a  lo  que  con- 
duce a  la  ||  conservación  del  individuo  y  de  la  especie ; 
pero  si  se  encuentran  en  un  ser  dotado  de  facultades  supe- 
riores, como  el  hombre,  sufren  mil  modificaciones  a  causa 
del  libre  albedrío,  que  las  modera  o  las  desordena.  Así  es 
que  vemos  en  el  hombre  los  dos  extremos:  en  unos  la  re- 
presión de  las  inclinaciones  sensibles,  hasta  un  punto  que 
supera  las  fuerzas  naturales ;  en  otros  el  desencadenamien- 


[21,  89-91] 


ESTÉTICA. — C.  18 


239 


to  de  estas  mismas  inclinaciones  hasta  el  deplorable  exceso 
de  consumir  en  breve  tiempo  la  vida  del  individuo.  Estos 
extremos  son  una  prueba  evidente  de  que  hay  en  el  hombre 
facultades  superiores  cuyo  impulso  ordena  o  desordena  el 
ejercicio  de  las  inferiores;  y,  por  tanto,  éstas  le  han  sido 
dadas  bajo  condiciones  muy  diferentes  de  las  que  se  hallan 
en  los  brutos. 

146.  Esos  fenómenos  sensibles  que  llamaremos  en  gene- 
ral inclinaciones,  aunque  estén  ligados  con  los  demás,  se 
distinguen  por  un  carácter  especial,  que  es  el  impeler  al 
viviente  hacia  los  objetos.  Para  completar  las  funciones  de 
la  vida  animal  no  bastaría  que  éste  tuviera  las  representa- 
ciones de  otros  seres ;  es  preciso  que  haya  en  él  ciertas 
afecciones  sensibles  que  a  manera  de  resortes  le  impelan  a 
buscar  lo  que  le  conviene  y  huir  de  lo  que  le  daña.  En  el 
hombre,  algunas  de  estas  inclinaciones  tienen  relaciones  es- 
peciales con  la  razón  y  la  moral.  || 


CAPITULO,  XVIII 

El  sentimiento 


147.  Se  ha  explicado  en  el  capítulo  anterior  que  a  más 
de  la  sensibilidad  interna,  que  podríamos  llamar  represen- 
tativa, tenemos  otra  que  denominaremos  afectiva.  Esta  no 
nos  ofrece  objetos,  sino  que  nos  pone  en  relación  con  ellos, 
inclinándonos  o  apartándonos  de  los  mismos.  A  un  padre 
le  ocurre  la  imagen  de  su  hijo  que  se  halla  viajando  por 
países  remotos ;  en  esto  se  ve  el  ejercicio  de  la  imaginación, 
representando.  Al  recordar  a  su  hijo  experimenta  el  padre 
una  impresión  de  tierno  amor  hacia  él,  un  deseo  de  verle, 
de  abrazarle  antes  de  bajar  al  sepulcro ;  aquí  se  ve  el  ejer- 
cicio de  una  facultad,  no  representativa,  sino  afectiva,  que 
no  ofrece  un  objeto,  sino  que  inclina  hacia  él. 

148.  En  la  sensibilidad  afectiva  conviene  distinguir  en- 
tre las  inclinaciones  que  se  ordenan  Inmediatamente  a  la 
conservación  del  individuo  o  de  la  especie  y  las  que  tie- 
nen un  objeto  diverso.  A  las  primeras  se  las  debe  llamar 
apetitos,  a  las  segundas  sentimientos;  ||  aquéllos  no  son  co- 
munes con  los  brutos ;  éstos  son  exclusivo  patrimonio  del 
hombre. 

149.  No  pertenecen  a  esta  obra  las  discusiones  sobre  la 
naturaleza  ni  el  sitio  de  los  órganos  que  sirven  al  ejercicio 


240  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  91-92] 


de  la  facultad  del  sentimiento ;  baste  consignar  que  es  un 
hecho  indudable  la  relación  de  este  ejercicio  con  las  espe- 
ciales disposiciones  de  la  organización.  Entre  los  varios  in- 
dividuos se  ven  diferencias  muy  notables :  unos  son  natu- 
ralmente alegres,  otros  melancólicos ;  unos  pacíficos,  otros 
iracundos ;  aconteciendo  lo  mismo  en  todas  las  demás  pa- 
siones y  descubriéndose  estas  diferencias  independientemen- 
te de  la  educación.  Hasta  en  un  mismo  individuo  los  .senti- 
mientos se  modifican  según  la  disposición  del  cuerpo. 
¿Quién  ignora  que  ciertas  enfermedades  producen  tristeza, 
temor  o  pusilanimidad?  Aun  en  estado  de  perfecta  salud, 
¿quién  no  se  ha  notado  diferente  de  sí  propio,  según  las 
variedades  del  clima,  temperatura,  alimentos  u  otras  cau- 
sas que  afectan  al  cuerpo? 

150.  En  los  objetos  de  los  sentimientos  y  en  el  modo 
con  que  nacen  en  nuestra  alma,  se  ve  lucir  una  facultad  su- 
perior a  la  puramente  sensitiva.  El  sentimiento  de  lo  su- 
blime, de  lo  bello ;  el  amor  de  la  patria,  de  la  virtud ;  la 
admiración  por  las  grandes  acciones ;  el  entusiasmo  y  otros 
sentimientos  semejantes  no  pueden  encontrarse  en  un  ser 
que  no  comprenda  un  orden  de  cosas  muy  superior  al  mun- 
do sensible.  ||  * 

151.  Es  de  notar  que  aun  aquellos  sentimientos  de  que 
parecen  participar  los  brutos,  como  el  amor  maternal,  se 
hallan  en  el  hombre  con  una  constancia  y  sobre  todo  con 
una  grandeza  y  dignidad  que  los  hace  de  un  orden  más 
elevado.  Mientras  los  animales  no  conservan  su  afecto  ha- 
cia sus  pequeñuelos  sino  por  el  tiempo  en  que  éstos  no  pue- 
den acudir  a  sus  necesidades,  la  madre  entre  los  hombres 
no  pierde  el  cariño  a  sus  hijos  en  toda  su  vida ;  y,  al  paso 
que  en  los  brutos  este  amor  tiene  por  único  objeto  la  con- 
servación, en  la  mujer  se  combina  con  mil  sentimientos  que 
se  extienden  a  todo  el  porvenir  del  hijo  y  que,  engendran- 
do continuamente  el  temor  y  la  esperanza,  llenan  de  amar- 
gura el  corazón  de  la  madre  o  le  inundan  de  gozo  y  de  ven- 
tura (véase  Lógica,  1.       c.  III)  [vol.  XX]. 

152.  La  facultad  del  sentimiento  tiene  íntimas  relacio- 
nes con  la  moral ;  y  así  me  reservo  para  aquella  parte  de  la 
filosofía  el  hacer  otras  observaciones  que  no  serían  propias 
de  este  lugar.  || 


[21,  93-94] 


ESTÉTICA. — C.  19 


241 


CAPITULO  XIX 

Escala  de  los  seres 


153.  La  sensación,  en  cuanto  presertta  objetos,  no  es  un 
acto  de  inteligencia,  pero  se  puede  decir  que  forma  el  grado 
más  ínfimo  del  conocimiento,  si  este  nombre  quisiéramos 
dar  al  hecho  de  representarse  un  objeto  en  la  conciencia  de 
un  ser  perceptivo. 

154.  Observando  la  cadena  de  los  seres  inferiores  a  los 
intelectuales,  podremos  establecer  la  siguiente  escala :  seres 
sin  conciencia  de  ninguna  clase,  como  lo  son  todos  los  in- 
orgánicos y  aun  los  vegetales ;  seres  con  conciencia  pura- 
mente subjetiva,  como  lo  sería  un  animal  cuyas  sensaciones 
no  le  representaran  ningún  objeto,  como  fueran  las  de 
hambre,  sed,  calor,  frío  u  otra  afección  cualquiera,  grata  o 
dolorosa.  Seres  con  conciencia  representativa,  esto  es,  que 
tengan  sensaciones  tales  que  no  sean  sólo  hechos  absolutos 
en  ellos,  sino  que  se  refieran  a  algún  objeto  representán- 
dole. 

155.  Así  tenemos  que  la  conciencia  es  una  perfección 
añadida  al  ser,  y  la  sensación  representativa  ||  es  un  gran 
progreso  en  esta  conciencia.  Lo  insensible  es,  pero  no  expe- 
rimenta su  propio  ser ;  tiene  relaciones,  sufre  mudanzas, 
mas  no  experiencia  de  ellas.  El  ser  con  conciencia  no  sólo 
es,  sino  que  experimenta  su  propio  ser  y  las  mudanzas  que 
en  el  mismo  se  verifican :  al  ser  sin  conciencia  todo  le  es 
indiferente;  para  el  de  conciencia  hay  un  bien  o  males- 
tar: el  primero  se  hallará  en  medio  de  infinitas  relaciones, 
del  mismo  modo  que  si  no  tuviese  ninguna ;  el  segundo  ex- 
perimenta los  efectos  de  estas  relaciones  y  las  busca  o  las 
huye. 

156.  Pero  cuando  la  sensibilidad  se  eleva  a  representa- 
ción, es  algo  más  que  la  experiencia  de  un  fenómeno  pura- 
mente subjetivo:  el  ser  que  la  posee  sale  en  cierto  modo 
de  sí  mismo,  o  más  bien  tiene  en  sí  propio  a  otros  seres, 
en  cuanto  se  hallan  representados  en  él.  El  ser  sensitivo  no 
se  limita  entonces  a  un  orden  de  fenómenos  puramente  ex- 
perimentales para  sí  mismo :  es  una  especie  de  punto  en 
que  se  reúnen  los  objetos,  un  espejo  en  que  se  refleja  el 
mundo  corpóreo ;  pero  un  espejo  que  se  ve  a  sí  propio,  que 
siente  el  admirable  fenómeno  que  en  él  se  verifica. 

157.  Elevada  la  sensibilidad  a  este  punto,  se  halla,  por 

16 


242  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  94-95] 


decirlo  así,  en  los  confines  de  la  inteligencia ;  pero  esos 
confines  están  todavía  separados  por  un  abismo:  el  cono- 
cimiento sensible  es  hermoso,  brillante,  si  se  le  considera  en 
sí  solo ;  mas  si  se  le  compara  con  el  intelectual,  su  res- 
plandor se  obscurece,  |i  como  se  eclipsan  las  estrellas  al  le- 
vantarse sobre  el  horizonte  el  astro  del  día. 

158.  A  cada  orden  perceptivo  corresponde  otro  afectivo 
o  de  inclinaciones;  y  así  es  que  acompañan  al  sensible  los 
apetitos  sensibles,  como  al  intelectual  la  voluntad.  Esta  se 
eleva  sobre  aquéllos  *tanto  como  la  inteligencia  sobre  la  sen- 
sación. Los  apetitos  sensitivos  son  ciegos,  buscan  el  objeto 
por  el  placer  o  el  dolor;  la  voluntad  se  dirige  por  la  razón 
y  la  moral.  Los  seres  que  sólo  tienen  sensibilidad  se  arras- 
tran por  el  polvo,  o  sólo  vuelan  como  ave  rastrera ;  los  in- 
telectuales se  remontan  por  las  alturas  con  el  ímpetu  del 
águila  y  se  esconden  en  las  nubes  del  cielo :  aquéllos  no 
salen  del  momento  presente,  éstos  dilatan  su  vista  por  las 
regiones  de  la  eternidad.  |l 


IDEOLOGIA  PURA 


CAPITULO  I 


Diferencia  entre  las  sensaciones  y  las  ideas 


1.  En  la  conciencia  del  hombre  hay  algo  más  que  sen- 
saciones: ésta  no  es  cuestión  de  discursos,  sino  de  hechos; 
Condillac,  al  asentar  que  todas  nuestras  ideas  son  sensa- 
ciones transformadas,  se  pone  en  abierta  contradicción  con 
la  más  incontestable  experiencia. 

Según  la  doctrina  sensualista,  no  se  puede  "encontrar  en 
nuestras  ideas  otra  cosa  que  sensaciones ;  veamos  lo  que 
nos  enseña  la  observación  y  empecemos  por  lo  más  simple. 

'  2.  La  idea  de  un  triángulo  no  es  su  representación  sen- 
sible, o  aquella  imagen  interior  por  medio  de  la  cual  nos 
parece  qüe  estamos  viendo  la  figura. 

3.  La  idea  del  triángulo  es  una,  necesaria,  constante,  la 
misma  para  todos ;  su  representación  sensible  ||  es  múlti- 
ple, contingente,  mudable ;  luego  la  idea  y  su  imagen  sen- 
sible son  esencialmente  distintas. 

La  unidad  de  la  idea  del  triángulo  consta  de  la  geome- 
tría :  las  demostraciones  que  versan  sobre  él  se  refieren  a 
una  misma  cosa ;  en  hablando  del  triángulo  en  general,  se 
sabe  de  qué  se  trata :  no  puede  haber  equivocación.  No  hay 
varias  geometrías,  sino  una.  La  necesidad  de  las  propieda- 
des del  triángulo  es  preciso  reconocerla,  so  pena  de  luchar 
con  la  evidencia  y  destruir  la  geometría.  La  constancia  y  la 
identidad  para  todos  resulta  de  la  unidad  y  necesidad.  Lo 
uno  no  puede  ser  vario ;  lo  necesario  no  se  muda.  Todos 
los  geómetras  se  entienden  perfectamente  al  hablar  del 
triángulo  en  general  y  no  necesitan  explicarse  unos  a  otros 
cuál  es  la  figura  triangular  que  tienen  en  su  interior  ni 
las  mudanzas  que  ésta  experimenta. 


¿Vi  FILOSOFIA  ELEMENTAL. —  METAFISICA 


{Zl,  98-1U0J 


4.  Nada  de  esto  se  halla  en  la  imagen  sensible.  Concen- 
trémonos dentro  de  nosotros,  y  notaremos  que  al  pensar  en 
el  triángulo  flotan  en  nuestra  fantasía  figuras  triangulares 
de  varias  formas  y  tamaños.  Si  queremos  imaginarnos  el 
triángulo  en  general,  nos  es  imposible :  pues  que  por  nece- 
sidad se  nos  presenta  de  cierto  tamaño,  grande  o  pequeño-, 
de  una  especie  determinada,  como  rectángulo,  oblicuángu- 
lo, acutángulo.  obtusángulo,  equilátero,  isósceles  o  escaleno. 
Estas  propiedades  particulares  no  pueden  ser  eliminadas 
todas  de  la  figura  imaginada,  cual  sería  menester  para  la 
idea  general;  ni  tampoco  pueden  ser  reunidas,  primero,  por- 
que esto  destruiría  la  generalidad  de  la  |]  idea ;  segundo, 
porque  de  ellas  algunas  son  contradictorias.  Si  el  tamaño 
de  los  lados  es  de  seis  pulgadas,  no  puede  ser  al  mismo 
tiempo  de  ocho ;  si  todos  los  ángulos  son  agudos,  no  puede 
haber  uno  recto. 

Considerada  la  representación  imaginaria  en  diferentes 
sujetos,  todavía  crece  la  multiplicidad  y  variedad.  Luego 
no  hay  en  ella  ni  unidad,  ni  necesidad,  ni  constancia,  ni 
identidad  para  todos.  Luego  es  esencialmente  distinta  de 
la  idea. 

5.  A  primera  vista  nada  tan  sencillo  como  el  decir  que 
la  idea  es  la  imagen ;  pero  en  realidad  esto  es  contrario  al 
mismo  sentido  común.  Dos  niños  de  pocos  años  que  apren- 
dan los  rudimentos  de  geometría,  tendrán  representaciones 
triangulares  diversas  en  el  acto  de  una  demostración :  su- 
póngase que  lo  expresan  así,  y  que  en  seguida  se  les  exige 
que  la  demostración  general  la  subordinen  a  la  diversidad 
imaginaria,  ¿qué  responderán?  No  sabrán  analizar  el  hecho 
ideológico ;  pero  dirán :  «Esto  es  otra  cosa,  se  habla  del 
triángulo  en  general,  nada  tienen  que  ver  los  triángulos  en 
que  estamos  pensando» :  lo  cual  demuestra  que  si  no  hay 
acto  reflejo  para  distinguir  entre  la  imagen  y  la  idea,  hay 
la  intuición  directa  de  la  diversidad  de  las  mismas. 

6.  Es  evidente  que  tenemos  idea  de  un  polígono  de  mil 
lados,  pues  que  conocemos  y  demostramos  sus  propiedades : 
pero  su  imaginación  es  de  todo  punto  imposible.  || 

7.  Tenemos  idea  clara  y  distinta  de  un  polígono  en  ge- 
neral, y  nadie  es  capaz  de  imaginarle  sin  que  se  le  ofrezca 
uno  de  tal  o  cual  especie,  y,  por  tanto,  no  general.  Lo  mismo 
se  puede  decir  de  todas  las  figuras,  volúmenes  y  de  cuanto 
cae  bajo  la  jurisdicción  de  la  geometría. 

8.  Nadie  dudará  que  poseemos  la  idea  del  número,  a  no 
ser  que  se  dude  también  de  la  existencia  de  la  aritmética: 
y  aquí  encontramos  otro  fundamento  de  la  misma  diferencia 
que  estamos  consignando. 

¿Cuál  sería  la  imagen  sensible  de  un  número  en  general? 
¿Será  un  conjunto  en  confuso?  Entonces  serán  tantas  las 


[21,  100-102]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  1 


245 


ideas  cuantos  sean  los  conjuntos.  ¿Será  la  misma  palabra 
número?  A  esto  se  opone  el  que  al  hablar  del  número  no  se 
trata  de  la  palabra,  sino  de  la  cosa.  ¿Quién  no  se  reiría  del 
que  explicase  la  idea  diciendo  que  es  la  voz  número?  Todos 
los  pueblos  entienden  una  misma  cosa,  no  obstante  que  cada 
cual  lo  expresa  con  la  palabra  de  su  lengua  respectiva.  La 
misma  observación  se  puede  aplicar  a  los  números  particu- 
lares :  dos,  tres,  etc. :  los  signos  son  diversos  en  los  varios 
idiomas,  la  idea  es  la  misma.  Aun  entre  nosotros  la  idea  se 
expresa  de  dos  modos:  2,  dos;  3,  tres;  etc.,  etc.;  y  ¿quién 
dirá  que  hay  variedad  de  ideas?  Un  hombre  que  supiese  mil 
lenguas  podría  representarse  los  números  bajo  mil  palabras 
diferentes,  pero  éstos  permanecerían  inmutables.  Los  sig- 
nos envuelven  la  idea ;  sirven  para  fijarla  en  la  memoria, 
mas  no  son  la  idea  misma ;  son  una  certeza  grosera  que  cu- 
bre un  diamante.  || 

9.  Las  ideas  de  ser,  substancia,  relación,  causa,  las  de 
bien,  mal,  virtud,  vicio,  justicia,  injusticia,  ciencia,  ignoran- 
cia, ¿cómo  se  representan  sensiblemente?  Los  emblemas  de 
los  poetas  y  pintores  ¿se  tomarán  acaso  por  verdaderas 
ideas? 

10.  Con  el  sistema  sensualista  no  se  pueden  explicar  los 
actos  más  comunes  del  entendimiento,  ni  aun  los  que  versan 
sobre  las  sensaciones  mismas.  Si  no  hay  en  nosotros  más  que 
sensaciones,  la  comparación  es  imposible.  En  este  acto  diri- 
gimos simultáneamente  la  atención  hacia  dos  objetos :  si 
comparar  es  sentir,  la  comparación  no  será  más  que  una 
sensación  doble,  lo  que  destruye  la  idea  de  comparación. 
Siento  el  olor  de  rosa  y  el  de  clavel:  en  esta  sensación  do- 
ble no  hay  comparación,  sólo  tiene  lugar  cuando  cotejo  las 
dos  sensaciones  entre  sí  para  apreciar  sus  semejanzas  o  di- 
ferencias. La  comparación  es  un  acto  simple,  esencialmente 
distinto  de  la  sensación  doble :  está  entre  las  dos,  o  más  bien 
sobre  las  dos ;  es  su  juez,  no  su  resultado. 

11.  La  reflexión  sobre  una  sensación  es  el  acto  con  que 
pensamos  en  ella :  siento  un  dolor,  he  aquí  la  sensación ; 
pienso  en  él,  he  aquí  la  reflexión.  Este  no  puede  ser  la  sensa- 
ción misma ;  el  sentir  no  es  reflexivo ;  de  lo  contrario,  en 
toda  sensación  habría  reflexión. 

12.  El  juicio  sobre  las  sensaciones  no  puede  explicarse 
por  ellas  solas :  no  se  juzga  sin  comparar  el  ||  predicado  con 
el  sujeto;  y  ya  hemos  visto  que  la  comparación  es  imposi- 
ble en  no  admitiendo  algo  distinto  de  la  sensación. 

13.  Así,  el  sistema  de  Condillac  contradice  por  una  par- 
te a  la  más  clara  experiencia,  y  por  otra  destruye  la  razón 
misma.  El  hombre  con  sensaciones  solas  no  es  hombre ;  pier- 
de el  carácter  racional  y  desciende  a  la  condición  de  los 
brutos. 


246  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  102-104] 


14.  Hay,  pues,  en  nosotros  un  orden  de  fenómenos  muy 
superiores  a  los  sensibles ;  hay  ideas  puras,  hay  entendi- 
miento puro ;  y  la  estética,  o  sea  la  ciencia  que  se  ocupa  de 
los  fenómenos  sensibles,  es  esencialmente  distinta  de  la  ideo- 
logía propiamente  dicha,  que  llamo  ideología  pura,  porque 
tiene  por  objeto  el  orden  intelectual  puro  (véase  Filosofía 
fundamental  1.  2.°,  ce.  I,  II  y  III)  [vol.  XVII].  || 


CAPITULO  II 

El  espacio 


15.  Hemos  visto  que  las  sensaciones  representativas  de 
objetos,  y  también  la  ciencia  geométrica,  tienen  por  base  la 
idea  de  extensión.  Esta,  considerada  con  abstracción  de  todas 
las  propiedades  especiales  con  que  se  nos  ofrece  en  los  cuer- 
pos, y  tomada  en  sus  tres  dimensiones,  longitud,  latitud  y 
profundidad,  constituye  la  idea  de  espacio.  Se  ha  dicho 
también  (Estética,  c.  XII)  que  la  extensión  en  los  objetos  es 
una  propiedad  real ;  y  en  nosotros,  una  idea  en  cuyo  análi- 
sis hallamos  la  multiplicidad  y  continuidad,  sin  que  nos  sea 
posible  dar  ulteriores  explicaciones  para  definir  la  natura- 
leza de  la  continuidad  misma.  Pero  estos  límites  que  hemos 
reconocido  a  la  ciencia  no  deben  impedirnos  el  tratar  la  cues- 
tión del  espacio,  la  que,  aun  cuando  no  fuera  importante 
bajo  varios  aspectos,  es  muy  notable  por  su  profunda  obscu- 
ridad y  por  las  aparentes  contradicciones  que  ofrece. 

Al  entrar  en  el  examen  de  las  ideas  corresponde  el  pri- 
mer lugar  a  la  del  espacio ;  no  porque  sea  la  ||  más  noble, 
sino  porque,  siendo  la  base  de  las  sensaciones  representati- 
vas, se  halla,  por  decirlo  así,  en  los  confines  de  la  estética  y 
de  la  ideología  pura. 

16.  Se  entiende  vulgarmente  por  espacio  la  capacidad  en 
que  están  colocados  los  cuerpos.  Si  se  supone  quitado  todo 
lo  que  hay  dentro  de  un  vaso,  aun  concebimos  su  capacidad 
con  las  dimensiones,  limitadas  por  las  paredes  del  mismo ; 
si  con  la  imaginación  reducimos  a  la  nada  todos  los  cuerpos 
sólidos  y  fluidos,  sensibles  e  insensibles,  todavía  concebimos 
las  dimensiones  del  lugar  en  que  están  colocados.  Esa  capa- 
cidad, ese  conjunto  de  dimensiones  vacías  es  lo  que  llama- 
mos espacio. 

17.  Una  extensión  puramente  vacía  parece  que  encierra 
ideas  contradictorias ;  no  es  substancia,  porque  no  puede 


|21.  104-106 | 


IDEOLOGÍA  PURA. 


2 


247 


serlo  una  receptividad  donde  no  hay  nada;  no  es  una  pro- 
piedad, porque  no  se  concibe  extensión  sin  cosa  extensa. 

18.  Todavía  es  más  repugnante  un  espacio  que  sea  nada, 
y  en  el  que  haya  verdaderas  dimensiones ;  la  nada  no  tiene 
ninguna  propiedad.  Dos  cuerpos  colocados  en  diferentes 
puntos  del  vacío  distarían  entre  sí  realmente  si  el  espacio 
tuviese  verdaderas  dimensiones.  ¿Cómo  puede  fundarse  una 
distancia  real  en  un  puro  nada?  ¿No  es  esto  afirmar  y  negar 
a  un  mismo  tiempo?  || 

19.  Un  espacio  real  y  distinto  de  los  cuerpos,  es  un  vano 
juego  de  la  fantasía.  Nada  prueba  en  su  favor  el  que  nosotros 
lo  concibamos  así :  este  concepto  es  ilusorio,  no  puede  sufrir 
el  examen  de  la  razón ;  si  por  él  hubiésemos  de  juzgar,  de- 
beríamos admitir  un  espacio  eterno,  infinito,  indestructible : 
eterno,  porque  antes  de  la  existencia  del  mundo  concebimos 
el  espacio ;  infinito,  porque  más  allá  de  los  límites  del  uni- 
verso le  imaginamos  también ;  indestructible,  porque  con 
ningún  esfuerzo  aniquilador  podemos  lograr  que  desapa- 
rezca. 

20.  ¿Que  será,  pues?  El  espacio  en  las  cosas  es  la  mis- 
ma extensión  de  los  cuerpos ;  su  idea  es  la  idea  de  la  ex- 
tensión en  general.  Con  lo  primero  se  salva  la  realidad  del 
espacio ;  con  lo  segundo  se  explica  por  qué  le  concebimos 
eterno,  infinito,  indestructible.  Como  la  base  de  las  represen- 
taciones sensibles  es  la  extensión,  y  todos  nuestros  concep- 
tos andan  más  o  menos  acompañados  de  representaciones 
sensibles,  la  idea  de  extensión  es  permanente  en  nuestro  es- 
píritu :  nos  ofrece  un  objeto  eterno  porque  la  concebimos 
prescindiendo  del  tiempo ;  infinito,  porque  hacemos  abstrac- 
ción de  todo  límite ;  indestructible,  porque  no  podemos  des- 
pojarnos de  la  intuición  que  sirve  de  base  a  representacio- 
nes de  la  sensibilidad. 

21.  De  esto  se  infiere  que  donde  no  hay  cuerpos  no  hay 
distancias,  y  que  el  vacío  propiamente  tal  es  es  imposible 
porque  encierra  una  idea  contradictoria,  ||  una  dimensión 
nada,  una  realidad  negativa,  un  ser  y  no  ser  a  un  mismo 
tiempo. 

22.  Semejante  doctrina  no  está  en  contradicción  con  las 
ciencias  físicas ;  Descartes  y  Leibniz,  que  las  poseían  pro- 
fundamente, creyeron  imposible  el  vacío.  Las  ciencias  físi- 
cas deben  limitarse  a  la  observación  de  los  fenómenos  y  a  la 
determinación  de  las  leyes  que  los  rigen ;  para  esto  tienen 
dos  luces :  la  experiencia  y  el  cálculo ;  ambas  cosas  prescin- 
den de  la  íntima  naturaleza  de  los  objetos,  cuyo  examen  re- 
servan a  la  filosofía  trascendental.  Por  ejemplo,  la  experien- 
cia enseña  que  los  cuerpos  se  atraen  en  razón  directa  de  las 
masas  e  inversa  del  cuadrado  de  las  distancias ;  las  atribu- 
ciones del  físico  son:  1.a  Asegurarse  con  certeza  del  fenóme- 


248  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  106-107] 


no  de  la  atracción.  2.a  Formular  las  leyes  de  la  misma,  some- 
tiéndolas a  riguroso  cálculo  en  cuanto  lo  consiente  la  expe- 
riencia. Si  después  se  le  pregunta  qué  es  la  atracción  en  sí 
misma ;  cuál  es  la"  íntima  naturaleza  de  los  cuerpos  prescin- 
diendo de  los  fenómenos ;  qué  es  el  movimiento  cuya  direc- 
ción y  velocidad  se  calculan ;  y  si,  atendida  la  esencia  de  las 
cosas,  sería  absolutamente  imposible  otro  orden  diverso  del 
actual :  estas  cuestiones  no  le  pertenecen ;  corresponden  a 
la  metafísica ;  y  sea  cual  fuere  la  opinión  que  sobre  ellas 
se  adopte,  no  se  alteran  los  resultados  fenomenales  que  la 
experiencia  y  el  cálculo  enseñan  al  astrónomo. 

23.  De  esto  sacaremos  la  exacta  noción  del  movimiento. 
Considerado  trascendentalmente,  es  la  alteración  ||  de  las 
relaciones  entre  los  objetos  extensos.  Un  cuerpo  solo  en  el 
mundo,  moviéndose,  es  un  concepto  imaginario ;  no  hay  re- 
laciones cuando  no  hay  extremos  referibles;  no  habría,  pues, 
movimiento  no  habiendo  más  que  un  cuerpo,  y,  por  consi- 
guiente, faltando  los  puntos  de  comparación. 

24.  Un  cuerpo  traspasando  los  límites  del  universo  y 
moviéndose  por  un  espacio  completamente  vacío  es  una  ima- 
ginación vana.  Los  espacios  imaginarios  no  son  nada  en  la 
realidad ;  todo  cuanto  decimos  de  ellos  o  con  relación  a  ellos 
no  puede  sufrir  el  examen  de  la  razón  (véase  Filosofía  fun- 
damental. 1.  3.°)  [vol.  XVII]. 

25.  En  la  idea  del  espacio,  o  sea  la  extensión  en  gene- 
ral (20),  se  funda  la  geometría ;  pero  es  de  notar  que  esta 
idea  por  sí  sola  no  basta  para  la  ciencia.  Son  necesarias  las 
de  ser  y  no  ser  en  cuanto  entran  en  el  principio  de  contra- 
dicción ;  las  de  unidad  y  número  para  la  medida ;  sin  ellas 
no  se  puede  dar  un  paso.  La  idea  de  extensión  en  abstracto 
nos  ofrece  un  campo  inmenso,  en  que  la  ciencia  no  encuen- 
tra límites ;  pero  campo  estéril  si  no  se  le  fecunda  con  otra 
clase  de  nociones.  La  idea  más  cercana  a  las  sensaciones  es 
también  la  menos  intelectual.  El  silencio,  la  muerte,  la  sole- 
dad, la  inercia,  la  nada,  no  tienen  expresión  más  propia  que 
la  de  un  espacio  vacío  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  4.°, 
c.  V)  [vol.  XVIII].  || 


[21,  108-109] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


3 


249 


CAPITULO  III 

Naturaleza  de  la  idea  y  de  la  percepción 

26.  Las  ideas  pueden  ser  consideradas  en  su  naturaleza 
propia,  en  sus  relaciones  mutuas  o  con  los  objetos  y  en  su 
origen. 

La  idea  en  sí  misma,  tomando  esta  palabra  en  su  mayor 
generalidad,  es  la  representación  interior  de  un  objeto.  Por 
representación  no  entiendo  aquí  imagen  o  semejanza,  sino  el 
fenómeno  interno  que  nos  hace  conocer  la  cosa.  A  ese  fenó- 
meno, sea  lo  que  fuere,  por  cuyo  medio  conocemos,  se  le 
puede  llamar  representación,  porque  presenta  a  nuestra  in- 
teligencia la  cosa  conocida. 

27.  Las  afecciones  de  nuestra  alma  no  son  ideas  sino  en 
cuanto  representan  un  objeto  en  la  realidad  o  en  la  aparien- 
cia ;  así  es  que  no  se  llaman  ideas  los  sentimientos  ni  los  ac- 
tos de  la  voluntad,  porque  aun  cuando  afecten  de  una  mane- 
ra particular  a  nuestra  alma  y  la  encaminen  a  un  objeto,  no 
se  lo  representan,  sino  que  se  lo  suponen  representado.  La 
representación  de  la  justicia  es  una  idea,  mas  no  lo  es  ¡I  el 
amor  de  la  misma  justicia ;  la  representación  de  un  amigo 
es  una  idea,  pero  no  lo  es  el  sentimiento  de  amistad  que 
nos  liga  con  él. 

28.  Si  llamamos  idea  a  toda  afección  representativa,  po- 
dremos dar  este  nombre  a  las  imágenes  sensibles ;  mas  para 
evitar  las  equivocaciones  será  bueno  añadir  el  adjetivo 
sensible,  y  así  no  se  la  confundirá  con  la  pura  o  intelectual, 
que  es  la  que  propiamente  se  llama  idea. 

29.  La  representación  puede  ser  considerada  con  relación 
al  sujeto  o  al  objeto :  en  el  primer  caso  se  llama  propiamen- 
te idea,  en  el  segundo  percepción.  Hay  en  mi  interior  la  re- 
presentación del  triángulo:  si  a  este  fenómeno  interno  le 
miro  en  cuanto  me  ofrece  un  objeto,  que  es  el  triángulo,  le 
llamaré  idea ;  pero  si  le  considero  en  cuanto  mi  espíritu  por 
medio  de  él  conoce  el  triángulo,  le  llamaré  percepción. 

30.  Se  ha  disputado  sobre  si  la  idea  es  distinta  del  acto 
perceptivo,  opinando  algunos  que  estas  dos  cosas  son  una 
sola,  presentada  bajo  dos  aspectos  diferentes,  y  creyendo 
otros  que  son  distintas.  Según  la  primera  opinión,  no  hay 
más  en  el  alma  que  el  ejercicio  de  la  actividad,  y  sus  repre- 
sentaciones pueden  compararse  a  un  movimiento,  el  cual  no 
tiene  forma  distinta  de  la  acción :  en  el  sistema  opuesto,  las 


250 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  109-111] 


ideas  son  una  especie  de  cuadros  que  representan  los  obje- 
tos, y  las  percepciones  son  los  actos  del  alma  con  que  mira, 
por  decirlo  así,  aquellos  retratos.  || 

Ambas  opiniones  tienen  en  su  apoyo  argumentos  graves ; 
pero  la  primera  parece  más  filosófica,  y  la  segunda  más  aco- 
modada a  una  explicación  vulgar. 

31.  La  distinción  entre  el  acto  perceptivo  y  la  idea  no 
debe  admitirse  sin  pruebas :  el  fenómeno  de  la  representa- 
ción interna  es  simple,  como  que  pertenece  al  orden  intelec- 
tual ;  y,  por  tanto,  los  que  afirman  la  identidad  entre  la  per- 
cepción y  la  idea  están,  por  decirlo  así,  en  posesión,  y  a  sus 
adversarios  les  incumbe  probar  que  esta  posesión  no  es  le- 
gítima. Hay,  además,  en  las  escuelas  una  máxima  que  parece 
tener  aplicación  aquí :  Frustra  fit  per  plura  quod  fieri  po- 
test  per  pauciora;  no  se  debe,  pues,  distinguir  sin  necesidad. 
Veamos  qué  razones  pueden  señalarse  en  apoyo  de  semejan- 
te distinción. 

32.  La  representación  es  una  imagen  del  objeto ;  la  per- 
cepción es  un  acto  del  alma  con  que  se  da  cuenta  a  sí  propia 
de  la  representación ;  estas  dos  cosas  son  diferentes  por  sí 
mismas,  así  como  lo  son  el  objeto  presentado  a  nuestros 
ojos  y  el  acto  sensitivo  con  que  le  vemos. 

33.  Este  argumento  es  especioso,  pero  flaquea  por  va- 
rias partes.  En  primer  lugar,  es  falso  que  la  representación 
sea  siempre  una  imagen  del  objeto.  Esto  pudiera  tener  lugar 
en  las  representaciones  sensibles,  mas  no  en  las  puramente 
intelectuales.  La  palabra  imagen  tiene  un  sentido  tratándose, 
por  ejemplo,  de  la  representación  de  un  edificio,  de  un  país, 
de  |!  un  animal,  de  un  hombre;  pero  ¿qué  significa  imagen 
de  una  relación,  de  un  espacio  de  tiempo,  del  ente,  de  la 
substancia,  de  lo  simple  y  de  otras  cosas  semejantes?  Aun 
tratándose  de  objetos  sensibles  es  menester  recordar  que  es 
inexacto  el  que  su  representación  sea  una  imagen  propia- 
mente dicha;  ya  hemos  visto  (Estética,  c.  XI)  que,  excepto  la 
extensión,  nada  correspondía  en  lo  exterior  que  pudiera  re- 
ferirse a  la  sensación  como  original  a  la  copia.  Los  colores 
no  están  en  los  objetos,  sino  en  los  sujetos  que  los  sienten ; 
en  aquéllos  no  hay  más  que  el  principio  de  causalidad  físi- 
ca u  ocasional  para  producir  esa  afección  interna  llamada 
sensación  de  color. 

34.  Prescindiendo  de  la  inexactitud  con  que  se  llama  a 
las  ideas  imágenes  de  los  objetos,  y  admitiendo  que  lo  sean 
en  realidad,  no  se  infiere  que  la  percepción  haya  de  ser  dis- 
tinta de  la  idea;  ¿cómo  se  puede  probar  que  el  simple  acto 
del  alma  no  baste  para  representar  al  objeto  como  la  copia 
al  original?  Si  esto  se  verifica  de  una  modificación  del  alma 
que  llamamos  idea,  ¿por  qué  no  podremos  admitir  que  esta 
modificación  es  el  mismo  acto  del  alma? 


[21,  111-113] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  3 


251 


35.  La  relación  de  la  idea  al  objeto  y  la  de  la  per- 
cepción al  sujeto  nada  prueba  en  favor  de  la  distinción : 
una  misma  cosa  puede  tener  varios  aspectos ;  el  movimien- 
to de  mi  brazo,  siendo  uno  mismo,  tiene  relación  con  el  su- 
jeto cuyo  es  y  con  el  objeto  a  que  se  dirige.  Si  se  replica 
que  el  ejercicio  de  la  actividad  es  una  cosa  puramente  sub- 
jetiva, y  que  la  ||  representación  es  objetiva,  observaré  que 
se  comete  una  petición  de  principio :  precisamente  lo  que 
se  busca  es  si  el  acto  puede  ser  representativo  del  objeto, 
y,  de  consiguiente,  si  es  puramente  subjetivo  o  no ;  argu- 
mentar que  el  acto  perceptivo  no  es  idea  porque  este  acto 
es  puramente  subjetivo,  es  dar  por  supuesto  lo  mismo  que 
se  busca. 

36.  Además  tampoco  es  exacto  que  la  percepción  sea 
una  cosa  puramente  subjetiva ;  aun  cuando  supongamos  la 
idea  distinta  de  la  percepción,  siempre  hemos  de  admitir 
que  este  acto  se  refiere  a  la  idea,  y  hasta  al  mismo  objeto ; 
pues  de  otro  modo  no  percibiríamos  la  cosa  representada. 

37.  Los  argumentos  que  se  fundan  en  que  el  entendi- 
miento es  una  especie  de  materia  o  potencia  que  debe  ser 
actuada  por  la  idea  como  por  una  forma,  o  suponen  lo  mis- 
mo que  se  busca  o  se  fundan  en  comparaciones  de  objetos 
sensibles,  las  que  no  pueden  probar  nada  perteneciendo  a 
un  orden  tan  diferente 

38.  Una  razón  hay  muy  poderosa  a  primera  vista,  y  es 
la  que  se  funda  en  la  separación  de  las  ideas  y  de  las  per- 
cepciones ;  hela  aquí  en  breves  palabras.  La  experiencia  nos 
enseña  que  muchas  veces  teniendo  idea  de  las  cosas  carece- 
mos de  su  percepción;  nadie  dirá  que  al  dormir  perdemos 
todas  las  ideas,  o  que  nos  faltan  cuando  no  las  percibimos 
actualmente ;  y,  sin  embargo,  es  cierto  que  en  no  pensando 
en  una  idea  ||  no  tenemos  su  percepción,  y  que  al  dormir 
con  sueño  profundo  no  percibimos  nada ;  luego  las  ideas 
permanecen  desapareciendo  la  percepción ;  luego  la  idea  y 
la  percepción  son  cosas  distintas,  pues  que  hasta  llegan  a 
encontrarse  separadas. 

39.  La  primera  solución  que  ocurre  a  esta  dificultad 
apremiadora  es  la  que  ofrece  el  sistema  de  Descartes.  Leib- 
niz  y  otros  filósofos  eminentes ;  esto  es,  que  el  alma  siem- 
pre piensa,  y  que  la  diferencia  entre  sus  diversos  estados 
sólo  consiste  en  la  mayor  o  menor  viveza  de  las  percepcio- 
nes, y,  por  consiguiente,  en  la  mayor  o  menor  capacidad  de 
las  mismas  para  dejar  huella  en  la  conciencia.  Según  esto, 
podría  responderse  que  mientras  la  idea  se  conserva,  hay 
percepción ;  aunque  ésta  es  a  veces  tan  débil  que  no  la  ad- 
vertimos ni  podemos  recordarla.  Pero  no  quiero  echar  mano 
de  esta  solución,  ya  porque  el  hecho  en  que  se  funda  es 
afirmado  gratuitamente,  ya  porque  entonces  deberíamos  ad- 


252  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  113-114] 


mitir  que  tenemos  simultáneamente  y  siempre  todas  las 
percepciones,  ya  también  porque  no  hay  necesidad  de  se- 
mejante efugio  cuando  se  puede  encontrar  una  solución 
cumplida. 

40.  El  espíritu,  después  de  haber  ejercido  su  actividad, 
conserva  cierta  disposición  para  volver  a  ejercerla  en  el 
mismo  sentido ;  disposición  que  si  llega  a  estar  arraigada 
y  a  facilitar  notablemente  el  acto,  se  apellida  hábito ;  esto 
se  verifica  en  todas  las  afecciones  de  nuestra  alma,  sean  o 
no  representativas.  ||  La  experiencia  enseña  que  a  más  de 
los  hábitos  intelectuales  los  hay  también  relativos  al  senti- 
miento y  a  la  voluntad.  Para  tener  la  facilidad  de  sentir  o 
querer  lo  mismo  que  hemos  sentido  o  querido  otras  veces, 
no  necesitamos  conservar  en  el  alma  una  especie  de  formas 
de  sentimiento  o  de  voluntad  de  que  echemos  mano  en  cada 
ocasión,  como  de  una  especie  de  trajes  que  nos  ponemos  o 
quitamos  según  la  oportunidad ;  basta  que  haya  en  nuestro 
espíritu  eso  que  llamamos  disposición,  hábito  o  como  se 
quiera,  que  nos  hace  fácil  la  repetición  de  actos  que  había- 
mos ejercido  otras  veces.  Apliqúese  esto  mismo  a  las  ideas, 
y  resultará  que  no  hay  necesidad  de  mirarlas  como  una  es- 
pecie de  tipos  que  conservemos  en  depósito  a  la  manera  de 
los  cuadros  de  un  museo,  pues  que  el  fenómeno  de  la  des- 
aparición y  reproducción  de  las  representaciones  se  explica 
perfectamente  con  esa  disposición  de  repetir  un  acto  que 
otras  veces  hemos  ejercido.  Tengo  una  representación  ac- 
tual, ésta  desaparece.  ¿Qué  resta  en  mi  espíritu?  La  dispo- 
sición para  repetirla;  del  mismo  modo  que  si  tengo  un  sen- 
timiento y  éste  desaparece,  no  queda  en  mi  espíritu  nada 
más  sino  la  disposición  para  sentir  de  nuevo  lo  mismo  que 
había  sentido  otra  vez. 

41.  Las  ideas  consideradas  de  este  modo  nada  tienen  de 
pasivo ;  son  todo  actividad ;  la  idea  en  acto  o  percibida  es 
el  ejercicio  de  una  actividad ;  la  idea  habitual  es  la  disposi- 
ción a  este  ejercicio.  Así.  pues,  la  idea  es  siempre  o  fuerza 
activa  o  acción  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  4.°,  c.  IV) 
[vol.  XVIII].  || 


[21,  115-116] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


4 


253 


CAPITULO  IV 

Clasificación  de  las  ideas 


42.  La  clasificación  de  las  ideas  en  cuanto  puede  servir 
a  mejorar  la  percepción  queda  explicada  en  la  Lógica  (1.  2.°, 
c.  II)  [vol.  XX].  Pero  la  ideología  exige  ulteriores  aclara- 
ciones de  algunos  puntos  que  allí  se  indicaron ;  y  requiere 
además  que  se  establezcan  nuevas  divisiones  que  en  aquel 
lugar  no  habrían  sido  oportunas. 

43.  Idea  simple  es  la  que  representa  una  cosa  simple,  o 
una  sola  nota  de  un  objeto  compuesto.  Se  la  reconoce  en 
que  no  se  la  puede  descomponer  en  otras ;  y,  por  consi- 
guiente, ni  explicarla  con  varias  palabras  que  contribuyan 
a  formar  un  sentido  total. 

44.  Entre  las  ideas  sensibles  es  simple  la  del  color,  por- 
que no  se  puede  descomponer  en  otras ;  y  por  la  misma  ra- 
zón lo  es  la  de  otra  cualquiera  sensación  considerada  aisla- 
damente. De  todas  se  verifica  que  no  es  dable  expresarlas 
con  un  conjunto  de  palabras  que  integren  el  significado. 
A  quien  ||  carezca  de  un  sentido  es  imposible  darle  idea  de 
la  sensación  correspondiente ;  todas  las  explicaciones  del 
mundo  no  harían  entender  a  un  ciego  de  nacimiento  lo  que 
es  el  color,  ni  a  un  sordo  lo  que  es  el  sonido. 

45.  Idea  compuesta  es  la  que  representa  un  objeto  com- 
puesto, o  un  conjunto  de  notas  o  aspectos  de  uno  simple.  La 
idea  de  una  figura  humana  es  compuesta,  porque  expresa 
un  objeto  que  lo  es ;  substancia  inteligente  y  libre  es  una 
idea  compuesta,  porque  aunque  exprese  un  objeto  simple, 
lo  presenta  bajo  diferentes  aspectos,  substancia,  inteligen- 
cia, voluntad,  libertad. 

Se  conoce  si  una  idea  es  compuesta  en  que  se  la  puede 
explicar  con  varias  palabras  que  completan  un  sentido  to- 
tal;  a  un  hombre  que  no  hubiese  visto  jamás  un  león,  se 
le  podría  dar  idea  de  él  explicando  con  palabras  el  conjuntg 
de  propiedades  que  caracterizan  a  este  animal. 

46.  Todas  las  representaciones  sensibles,  no  obstante  su 
inmensa  variedad,  se  reducen  a  cinco  elementos  simples, 
que  son  las  afecciones  de  los  sentidos ;  y  aun  hablando  en 
rigor  deben  eliminarse  de  éstas  las  del  oído,  gusto,  olfato  y 
algunas  del  tacto  por  no  .ser  representativas  (Estética,  capí- 
tulo XI).  De  la  propia  suerte  todas  las  ideas  del  orden  inte- 
lectual puro  se  descomponen  en  muy  pocos  elementos,  los 


254  'FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— METAFÍSICA  [21,  116-118] 


que  con  sus  innumerables  combinaciones  ofrecen  una  varie- 
dad asombrosa.  |] 

47.  Idea  intuitiva  es  la  representación  de  un  objeto  que 
se  nos  ofrece  por  sí  mismo,  como  sucede  en  la  figura  de  un 
hombre  a  quien  vemos  y  con  quien  hablamos. 

48.  Idea  no  intuitiva,  que  también  podríamos  llamar 
concepto,  es  la  representación  de  un  objeto  que  no  se  nos 
ofrece  por  sí  mismo ;  como  una  persona  a  quien  no  hemos 
visto  ni  tratado  nunca,  y  cuya  figura,  modales,  carácter  y 
demás  cualidades  se  nos  describen. 

49.  La  idea  intuitiva  es  o  inmediata  o  mediata:  la  pri- 
mera nace  de  la  presencia  del  mismo  objeto ;  la  segunda 
dimana  de  otro  que  le  representa.  Tengo  un  hombre  a  la 
vista;  así  adquiero  idea  intuitiva  inmediata  de  su  figura.  El 
hombre  no  está  presente,  me  he  de  contentar  con  su  retra- 
to ;  así  adquiero  la  idea  intuitiva  mediata.  No  hay  ni  lo 
uno  ni  lo  otro,  pero  de  palabra  o  por  escrito  se  me  explica 
la  figura  de  aquel  hombre;  así  se  forma  la  idea  no  intuiti- 
va, o  el  concepto,  o  idea  conceptual. 

Otro  ejemplo:  Pienso  en  mi  sensibilidad:  la  idea  es  in- 
tuitiva e  inmediata,  porque  mis  sensaciones  me  están  inme- 
diatamente presentes ;  pienso  en  la  sensibilidad  de  otro 
hombre,  la  idea  es  intuitiva  mediata,  porque  sus  sensaciones 
no  me  están  inmediatamente  presentes  y  me  he  de  limitar 
a  contemplarlas  en  las  mías  como  un  original  en  su  retra- 
to, o  más  bien  como  una  nueva  especie  de  sensibilidad  que 
no  hay  en  mí,  y  de  la  cual  se  me  dan  algunos  caracteres ; 
la  idea  no  ||  es  intuitiva,  sino  conceptual,  porque  me  la  he 
de  formar  con  la  reunión  de  varias  notas  que  se  me  indican. 

50.  Por  la  definición  y  los  ejemplos  se  echa  de  ver  que 
una  de  las  diferencias  fundamentales  entre  las  ideas  intui- 
tivas y  los  conceptos  es  que  en  aquéllas  el  objeto  se  nos  da, 
permaneciendo  el  entendimiento  en  un  estado  casi  pasivo, 
sin  más  acción  que  la  indispensable  para  percibir  lo  que  se 
le  ofrece ;  pero  en  los  conceptos  la  facultad  perceptiva  ela- 
bora su  representación,  ya  sea  íeuniendo  varias  notas  y  for- 
mando de  ellas  un  todo,  ya  sea  abstrayendo  una  idea  y 
como  separándola  de  otras  que  la  acompañaban. 

51.  No  se  debe  confundir  el  carácter  de  simple  con  el 
de  intuitiva,  ni  el  de  compuesta  con  el  de  no  intuitiva. 
Una  idea  puede  ser  intuitiva  y  compuesta  al  mismo  tiem- 
po, como  acontece  en  muchas  de  las  sensibles  y  también  en 
las  que  nos  representan  un  conjunto  de  fenómenos  inter- 
nos puramente  intelectuales.  Por  el  contrario,  una  idea  sim- 
ple puede  ser  no  intuitiva :  tal  es  la  de  ser  o  ente  en  gene- 
ral :  pues  que  no  tenemos  intuición  de  ningún  objeto  de 
esta  naturaleza;  y,  sin  embargo,  la  idea  de  ser  es  simplicí- 
sima,  y  es  absolutamente  imposible  el  descomponerla.  El 


|21,  118-121] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


255 


modo  con  que  se  forma  no  es  de  agregación,  sino  de  abs- 
tracción, como  veremos  en  su  lugar. 

52.  Ideas  universales  son  las  que  expresan  una  cosa  co- 
mún a  muchos.  Se  dividen  en  determinadas  ||  e  indetermi- 
nadas. Las  determinadas  encierran  alguna  propiedad  que 
hace  concebible  la  existencia  del  objeto ;  las  indetermina- 
das expresan  una  razón  general  de  los  objetos,  la  cual  no 
es  bastante  para  hacernos  concebible  la  existencia  de  los 
mismos.  Estas  definiciones  se  entenderán  mejor  con  los 
ejemplos. 

La  idea  de  ser  sensible  es  determinada,  porque  contiene 
una  propiedad  bajo  la  cual  puedo  concebir  existente  el  ob- 
jeto. La  de  substancia  es  indeterminada,  porque  considera- 
da aisladamente  no  me  hace  concebible  la  existencia  de 
ningún  objeto.  Si  se  me  habla  de  una  substancia  existente, 
preguntaré  si  es  inteligente,  si  es  sensitiva,  si  es  viviente, 
o  al  menos  si  es  corpórea  o  incorpórea :  necesito  alguna  de 
estas  propiedades  u  otras  semejantes  para  concebir  realiza- 
da la  substancia.  No  me  basta  considerarla  como  una  cosa 
permanente  en  general,  ni  como  un  sujeto  de  modificacio- 
nes también  en  general ;  para  concebir  que  lo  permanente 
existe,  necesito  saber  que  lo  permanente  es  algo  con  tal  o 
cual  propiedad,  aunque  yo  no  la  conozca ;  para  concebir  un 
sujeto  de  modificaciones  como  existente,  necesito  saber  que 
las  modificaciones  son  tales  o  cuales  determinadamente, 
aunque  me  sean  desconocidas :  si  esto  me  falta  no  conozco 
un  objeto  real  ni  posible,  sino  una  razón  general  de  una 
clase  de  objetos  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  4.°,  ce.  XI, 
XV  y  XXI)  [vol.  XVIII]. 

53.  El  acto  con  que  el  alma  dirige  su  atención  sobre  sus 
propios  fenómenos  se  llama  reflexión ;  y  las  ideas  que  de 
esto  resultan  se  denominan  reflejas.  ||  Todas  las  demás  se 
apellidan  directas.  Pienso  en  la  virtud,  mi  percepción  y  la 
idea  son  directas ;  pero  si  pienso  en  el  mismo  pensamiento 
sobre  la  virtud,  lá  percepción  y  la  idea  son  reflejas.  || 


CAPITULO  V 

Origen  de  las  ideas 


54.  Se  llaman  ideas  innatas  las  que  no  hemos  adquirido, 
sino  que  se  hallan  en  nuestro  entendimiento,  independien- 
temente de  todas  las  causas  externas,  exceptuando  la  pri- 
mera, que  es  Dios.  Creen  algunos  que  todas  las  ideas  son 


256  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  121-123] 


adquiridas ;  otros  opinan  que  todas  son  innatas ;  de  suerte 
que,  según  éstos,  pensar  es  recordar. 

Mucho  se  ha  disputado  en  pro  y  en  contra,  pero  no  co- 
rresponde a  este  lugar  el  dar  cuenta  de  la  variedad  de  opi- 
niones ;  y  así  me  limitaré  a  establecer  la  doctrina  que  me 
parece  más  probable.  Para  mayor  claridad  la  consignaré  en 
proposiciones,  de  las  cuales  cada  una  se  refiera  a  un  orden 
de  ideas. 

55.  Las  representaciones  sensibles  no  son  innatas. 

La  experiencia  enseña  que  en  faltando  un  sentido  faltan 
las  sensaciones  correspondientes  a  él ;  luego  todas  nos  vie- 
nen de  lo  exterior.  Decir  que  estas  representaciones  sensi- 
bles existían  ya  en  nuestra  alma,  ||  y  que  se  excitan  con  la 
acción  de  los  cuerpos  sobre  los  órganos,  es  afirmar  una  cosa 
sin  ninguna  razón  para  apoyarla.  Además,  ¿quién  nos  hará 
creer  que  teníamos  en  nuestro  interior  la  representación  de 
cuanto  hemos  visto,  oído,  tocado,  olido  y  gustado?  Estas 
aserciones,  tan  extrañas  como  gratuitas,  son  indignas  de 
una  filosofía. 

56.  Las  ideas  intuitivas,  sean  sensibles  o  intelectuales, 
no  son  innatas. 

La  intuición  supone  la  presencia  de  un  objeto :  éste  para 
nosotros,  o  pertenece  al  mundo  corpóreo,  o  somos  nosotros 
mismos,  en  cuanto  percibimos  nuestros  actos  por  medio  de 
la  conciencia :  luego  toda  intuición  se  refiere  o  a  una  repre- 
sentación sensible  o  a  un  acto  de  nuestro  espíritu.  La  repre- 
sentación sensible  no  es  innata  (55) ;  el  acto  de  nuestro  es- 
píritu no  puede  existir  hasta  que  se  pone  en  ejercicio  nues- 
tra actividad :  luego  ninguna  idea  intuitiva  es  innata. 

57.  Las  ideas  no  intuitivas,  sean  del  orden  que  fueren, 
no  son  innatas. 

La  experiencia  enseña  que  semejantes  ideas  nacen  de  las 
intuitivas  fecundadas  por  la  actividad  intelectual :  las  in- 
tuitivas son  los  elementos  de  que  se  forman  las  que  no  lo 
son ;  el  entendimiento  los  reúne,  los  combina  y  modifica  de 
diversas  maneras,  dándoles  unidad  para  que  formen  un  con- 
cepto total. 

58.  Las  ideas  universales  determinadas  no  son  innatas.  || 
Una  idea  universal  es  o  una  idea  intuitiva  generaliza- 
da o  un  concepto ;  en  ninguno  de  los  dos  casos  puede  ser 
innata.  La  universalidad  sólo  le  añade  el  que  prescinde  de 
las  condiciones  individuales  si  es  especifica,  o  de  las  dife- 
rencias específicas  si  es  genérica:  para  prescindir  basta  la 
actividad  intelectual  que  se  fija  en  una  nota  sin  atender  a 
las  demás.  Luego  la  fuerza  intelectual  con  que  prescindimos 
es  suficiente  para  engendrar  una  idea  universal  determi- 
nada. 

59.  Las  ideas  indeterminadas  no  son  innatas. 


f 21.  123-1251  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  5 


257 


Estas  se  reducen  a  percepciones  generales  de  un  aspecto 
de  los  objetos,  como  ente,  substancia,  accidente,  etc.:  con- 
sideradas en  sí  mismas  no  nos  ofrecen  un  objeto  realizable. 
¿Con  qué  fundamento  las  miraremos  como  tipos  preexis- 
tentes en  nuestra  alma  antes  del  ejercicio  de  toda  activi- 
dad? La  fuerza  de  abstraer,  ¿no  basta  acaso  para  producir 
la  indeterminación  de  la  idea? 

60.  Según  hemos  visto  (c.  IV),  la  percepción  no  se  dis- 
tingue de  la  idea:  luego  cuando  no  hay  percepción  no  hay 
idea ;  luego  el  decir  que  hay  ideas  innatas  antes  de  que 
pensemos  equivale  a  decir  que  hay  actos  intelectuales  an- 
tes que  nuestro  espíritu  ejerza  su  actividad,  lo  que  es  con- 
tradictorio. 

61.  ¿Qué  hay,  pues,  en  nuestro  interior  antes  que  re- 
cibamos impresiones  de  lo  exterior?  Un  principio  activo 
con  facultades  para  sentir  y  conocer,  mediante  ||  la  deter- 
minación de  ciertas  causas  u  ocasiones  excitantes. 

62.  El  orden  intelectual  no  depende  todo  de  la  expe- 
riencia, aunque  no  haya  ideas  innatas ;  porque  si  bien  nues- 
tra actividad  no  se  despliega  sin  las  impresiones,  no  obs- 
tante, una  vez  desplegada  no  puede  ejercerse  sino  con  su- 
jeción a  ciertas  leyes  de  que  no  le  es  dable  prescindir.  Entre 
éstas  ocupa  el  primer  lugar  el  principio  de  contradicción : 
es  imposible  que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo. 
Tan  pronto  como  el  espíritu  ejerce  su  actividad  se  halla  su- 
jeto a  este  principio  como  a  una  condición  necesaria,  no 
sólo  para  todos  sus  actos,  sino  también  para  todos  sus  ob- 
jetos. 

63.  Los  elementos  primitivos  de  nuestra  inteligencia  son 
dos:  la  intuición  de  la  extensión  como  base  de  todas  las 
representaciones  sensibles,  y  de  la  idea  de  ente  como  fun- 
damento de  todos  los  conceptos ;  pero  ambas  cosas  se  ha- 
llan a  priori  sometidas  a  la  ley  del  principio  de  contradic- 
ción, y  a  posteriori  a  los  datos  suministrados  por  la  expe- 
riencia externa  e  interna.  Estos  elementos  no  preexisten  en 
nuestro  espíritu  sino  en  germen ;  esto  es,  en  las  facultades 
perceptivas,  las  que  se  desarrollan  cuando  se  ofrecen  las 
causas  u  ocasiones  excitantes  (véase  Filosofía  fundamental. 
1.  4  o,  c.  XXIX)  [vol.  XVIII]. 

64.  Nótese  bien  que  con  esta  doctrina  nada  se  prejuzga 
respecto  al  carácter  de  la  influencia  del  ]|  cuerpo  sobre  el 
alma,  ni  sobre  las  relaciones  de  la  sensibilidad  con  la  inte- 
ligencia :  sólo  se  combate  la  opinión  de  los  que  miran  las 
ideas  como  una  colección  de  tipos  preexistentes  en  nuestro 
espíritu,  anteriormente  a  todo  ejercicio  de  actividad. 

No  se  admiten  esos  tipos ;  pero  se  reconoce  una  activi- 
dad primitiva,  no  sólo  en  el  orden  sensible,  sino  también 
en  el  intelectual  puro. 


258  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  125-127] 


No  se  hace  del  espíritu  un  lienzo  donde  se  hallen  pinta- 
dos de  antemano  los  objetos,  sino  una  fuerza  generadora 
que,  dadas  ciertas  condiciones,  produce  sus  fenómenos, 
como  la  tierra  fecundada  por  la  lluvia  y  los  rayos  del  sol 
se  cubre  de  lozana  vegetación  que  la  enriquece  y  her- 
mosea. ¡I 


CAPITULO  VI 

Ideas  de  ser  y  no  ser.  posibilidad  e  imposibilidad, 
necesidad  y  contingencia 


65.  La  idea  del  ente  es  la  de  ser,  de  existencia,  de  algo, 
de  cosa ;  palabras  que  vienen  a  significar  lo  mismo ;  no  hay 
medio  de  explicarla  a  quien  no  la  conciba ;  la  diferencia 
de  expresiones  sólo  sirve  para  llamar  la  atención  del  espí- 
ritu, haciendo  que  se  fije  en  esa  razón  general  que  halla  en 
todos  sus  actos  y  en  todos  sus  objetos :  ser.  Esto  indica  que 
la  idea  es  simple  (43). 

66.  No  concebimos  nada  real  ni  posible  que  no  tenga  al- 
guna propiedad ;  un  ser  que  no  fuese  más  que  ser,  de  tal 
modo  que  no  pudiésemos  decir  de  él  que  es  simple  o  com- 
puesto, activo  o  pasivo,  sensible  o  insensible,  inteligente  o 
no  inteligente,  no  concebimos  que  puede  ser  real.  En  Dios 
hay  la  plenitud  de  ser,  el  ser  por  esencia ;  de  El  se  dice  con 
toda  propiedad :  El  que  es,  según  la  sublime  expresión  del 
Sagrado  Texto ;  pero  este  Ser  no  es  un  ser  vago  sin  ninguna 
propiedad,  es  un  Ser  inteligente,  libre,  todopoderoso,  ||  y  que 
posee  formalmente  todas  las  perfecciones  que  no  implican 
imperfección. 

De  lo  dicho  se  infiere  que  la  idea  de  ente  o  de  ser  con- 
siderada en  general  es  de  las  que  hemos  llamado  indetermi- 
nadas (52). 

67.  Como  la  idea  de  ser  la  encontramos  en  todo,  acom- 
paña por  necesidad  a  todas  nuestras  percepciones ;  pero  no 
se  nos  presenta  pura  hasta  que  con  la  abstracción  separa- 
mos de  ella  todos  los  elementos  que  no  le  pertenecen. 
Cuando  pensamos  en  un  cuerpo,  pensamos  en  una  cosa  que 
es :  la  idea  de  ser  se  halla,  por  consiguiente,  envuelta  en  la 
idea  de  cuerpo,  pero  no  la  percibimos  directamente  hasta 
que,  prescindiendo  de  que  el  objeto  sea  simple  o  compuesto, 
substancia  o  accidente,  le  miramos  sólo  como  una  cosa, 
como  algo  que  es;  entonces  hemos  llegado  a  la  idea  pura 
del  ente. 


121,  127-129] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  6 


259 


68.  Percibir  la  negación  es  muy  distinto  de  no  perci- 
bir ;  no  es  lo  mismo  percibir  que  una  cosa  no  es,  que  el  no 
percibir  la  cosa;  luego  la  percepción  de  la  negación  es  un 
acto  positivo,  y,  por  consiguiente,  la  idea  de  negación  pue- 
de llamarse  en  algún  modo  positiva. 

La  idea  de  la  negación  es  la  percepción  del  no  ser. 

69.  La  combinación  de  las  dos  ideas,  ser  y  no  ser,  es  un 
elemento  primordial  de  nuestro  espíritu,  y  en  ella  se  fun- 
da el  edificio  de  nuestros  conocimientos. 

Salta  a  los  ojos  que  el  principio  de  contradicción  no  en- 
cierra más  que  la  combinación  de  ser  y  no  ser:  ||  es  imposi- 
ble que  una  cosa  sea  y  no  sea.  La  sola  idea  del  ser  no  en- 
gendra el  principio  de  contradicción ;  si  con  el  ser  no  se 
une  el  no  ser,  no  hay  contradicción  ninguna  (véase  Filoso- 
fía fundamental,  I.  5.°,  ce.  I.  II,  III  y  IX)  [vol.  XVIII]. 

70.  El  ser  puede  tomarse  de  dos  maneras :  substantiva 
o  relativamente :  es  substantivo  cuando  expresa  simple- 
mente la  existencia ;  es  relativo  cuando  expresa  el  enla- 
ce de  dos  ideas.  «El  sol  es» ;  aquí  el  verbo  ser  significa  la 
existencia  del  sol,  y,  por  consiguiente,  es  substantivo.  «El 
sol  es  luminoso» ;  aquí  el  verbo  ser  expresa  el  enlace  del 
predicado,  luminoso,  con  el  sujeto,  sol. 

71.  Lo  que  se  dice  del  ser  puede  decirse  del  no  ser.  «El 
centauro  no  es»  equivale  a  decir :  «el  centauro  no  existe», 
o  a  negar  su  existencia,  en  cuyo  caso  el  no  ser  se  toma  re- 
lativamente, pues  prescindiendo  de  la  existencia  o  no  exis- 
tencia del  centauro,  sólo  se  niega  el  predicado,  caballo,  del 
sujeto,  centauro. 

72.  La  idea  de  ser  tomada  relativamente  se  aplica  a 
todo,  tanto  a  lo  real  como  a  lo  posible :  se  puede  decir :  «los 
radios  de  un  círculo  son  iguales,  los  ejes  de  una  elipse  no 
son  iguales»,  aunque  no  hubiesen  existido  ni  hubiesen  de 
existir  jamás  círculos  ni  elipses. 

73.  El  ser  tomado  relativamente  puede  limitarse  a  un 
orden  puramente  ideal,  prescindiendo  de  toda  realidad ; 
pero  aun  en  este  caso  va  envuelto  en  la  ||  afirmación  o  ne- 
gación la  hipótesis  de  la  existencia  real.  Estas  proposicio- 
nes :  «todos  los  diámetros  de  un  círculo  son  iguales,  los  diá- 
metros son  duplos  de  los  radios»,  equivalen  a  estas  otras:, 
«si  existe  un  círculo,  todos  sus  diámetros  son  iguales  y  son 
duplos  de  los  radios». 

74.  Hay,  pues,  una  diferencia  esencial  entre  los  signi- 
ficados de  la  palabra  ser,  tomada  substantiva  o  relativamen- 
te :  en  el  primer  caso  expresa  la  existencia ;  en  el  segundo 
la  relación  de  una  idea  con  otra.  Pero  como  no  hay  combi- 
nación posible  de  ideas  en  no  suponiendo  un  orden  siquie- 
ra posible,  tenemos  que  el  ser  tomado  relativamente  im- 
plica la  hipótesis  de  la  existencia  siquiera  posible  y  a  ella 


260  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  \21,  129-131] 


se  refiere  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  5.°,  ce.  III  y  VII) 
[vol.  XVIII] 

75.  ¿Qué  es  la  posibilidad?  Es  la  no  contradicción  de 
dos  ideas.  Su  contradicción  es  la  imposibilidad.  Una  línea 
de  tres  pies  es  posible,  porque  no  hay  contradicción  entre 
las  dos  ideas,  línea  y  longitud  de  tres  pies.  Una  línea  recta 
curva  es  imposible,  porque  hay  contradicción  entre  la  rec- 
ta y  la  curva. 

De  esto  se  infiere  que  la  imposibilidad  metafísica  o  abso- 
luta, de  que  hablamos  aquí,  se  funda  en  el  principio  de 
contradicción ;  éste  es  la  piedra  de  toque  para  apreciarla. 

76.  Todo  ser  no  contradictorio  es  posible ;  en  cuyo  sen- 
tido se  puede  decir  que  los  que  existen  realmente  son  posi- 
bles ;  mas  esta  palabra  se  suele  aplicar  ||  a  lo  que  no  es,  pero 
puede  ser.  Algunos  llaman  a  ésta  posibilidad  pura,  porque 
no  tiene  mezcla  de  existencia  (véase  Filosofía  fundamental. 
1.  5.°,  ce.  IV  y  V)  [vol.  XVIII]. 

77.  Necesario  absoluto  o  metafísico  es  aquello  cuyo 
opuesto  implica  contradicción :  es  necesario  que  seis  y  cua- 
tro sean  diez,  porque  repugna  el  que  sean  más  ni  menos ; 
es  necesario  que  el  todo  sea  mayor  que  la  parte,  porque  no 
puede  ser  igual  ni  menor. 

78.  Todo  aquello  cuyo  opuesto  no  implica  contradicción 
es  contingente.  El  universo  lo  es,  porque  no  había  contra- 
dicción en  que  no  existiese ;  y  así  habría  sucedido  si  Dios 
no  le  hubiese  criado. 

79.  Luego  todo  ser  es  o  necesario  o  contingente ;  pues 
que  estas  dos  palabras  expresan  el  sí  y  el  no,  entre  los  que 
no  hay  medio.  Necesidad  y  contingencia  son  ideas  contra- 
dictorias. Todo  lo  no  necesario  es  contingente ;  todo  lo  no 
contingente  es  necesario. 

80.  La  existencia  de  un  ser  es  absolutamente  necesaria 
cuando  su  no  existencia  implicaría  contradicción.  Esta  ne- 
cesidad conviene  tan  sólo  a  Dios.  La  que  se  halla  en  las 
criaturas  se  refiere  únicamente  a  sus  esencias ;  así,  es  ne- 
cesario que  los  radios  de  un  círculo  sean  iguales,  lo  cual  se 
verifica  en  el  supuesto  de  que  exista  un  círculo,  pero  no  ha- 
bría contradicción  en  que  no  existiese  ninguno.  El  hombre 
es  necesariamente  racional,  en  el  supuesto  que  exista ;  |! 
pero  como  podría  no  existir,  su  racionalidad  no  es  necesaria 
sino  condicionalmente. 

81.  Tenemos  idea  de  la  necesidad  como  se  manifiesta 
por  la  definición  que  damos  de  la  misma.  En  cuanto  se  re- 
fiere a  las  esencias  de  las  cosas,  o  a  relaciones  de  las  ideas, 
es  el  fundamento  de  las  ciencias;  pues  que  no  hay  ciencia 
cuando  sólo  se  trata  de  cosas  que  pueden  ser  y  dejar  de 
ser.  Si  el  triángulo  pudiese  ser  círculo  y  el  círculo  trián- 
gulo, la  geometría  sería  imposible. 


[21.  131-133]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  7 


261 


82.  La  necesidad  debe  convenir  también  a  la  existencia 
de  alguna  cosa,  pues  que  si  todo  fuese  contingente,  todo  ha- 
bría podido  ser  y  no  ser;  por  tanto,  no  habría  ninguna  ra- 
zón para  que  existiese  ahora  algo.  Luego  ha  de  haber  un 
ser  cuya  existencia  sea  absolutamente  necesaria:  este  ser 
es  Dios. 

83.  La  necesidad  de  las  criaturas  es  una  necesidad  de 
conveniencia  de  un  predicado  a  un  sujeto,  es  la  del  ser  to- 
mado en  sentido  relativo;  la  necesidad  de  Dios  es  absolu- 
ta, se  refiere  a  su  existencia,  al  ser  tomado  substantiva- 
mente. 

84.  Lo  absolutamente  necesario  se  llama  a  veces  incon- 
dicional, porque  no  depende  de  ninguna  condición ;  así  todo 
lo  contingente  se  podrá  llamar  condicional,  porque  depen- 
de de  aquello  que  le  da  la  existencia,  y  las  propiedades  sólo 
le  convienen  positivamente  en  el  supuesto  que  exista.  || 


CAPITULO  VII 

Ideas  de  unidad,  distinción,  número,  identidad 
y  simplicidad 

85.  Los  juicios  negativos  son  imposibles  sin  la  idea  de 
negación :  faltando  la  idea  del  no  ser,  la  expresión  A  no 
es  B,  fórmula  general  de  todas  las  proposiciones  negativas, 
carece  de  sentido. 

86.  Cuando  comparamos  dos  cosas  y  hallamos  que  la 
una  no  es  la  otra  las  llamamos  distintas ;  si  la  una  es  la 
otra,  decimos  que  son  idénticas,  que  no  hay  dos,  sino  una ; 
de  esto  se  infieren  las  definiciones  siguientes : 

87.  La  distinción  en  las  cosas  es  el  no  ser  la  una  la 
otra.  La  idea  de  distinción  es  la  percepción  de  este  no  ser 
relativo. 

88.  La  identidad  en  la  cosa  es  la  cosa  misma.  La  idea 
de  identidad  es  la  percepción  de  la  misma  cosa,  sin  mezcla 
de  un  no  ser  relativo.  || 

89.  El  número  en  las  cosas  es  el  conjunto  de  objetos  de' 
los  cuales  el  uno  no  es  el  otro.  La  idea  de  número  es  la 
percepción  de  este  conjunto. 

90.  La  unidad  en  la  cosa  es  la  cosa  misma,  sin  mezcla 
de  distinción.  La  idea  de  unidad  es  la  percepción  de  la  cosa 
sin  mezcla  de  no  ser  relativo. 

91.  La  unidad  puede  ser  considerada  absolutamente,  y 
en  este  caso  es  metafísica,  y  en  su  fondo  es  lo  mismo  que 


262 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21.  133-135] 


la  identidad ;  o  ser  concebida  como  un  elemento  generador 
de  la  cantidad,  en  otros  términos,  como  una  cosa  cuya  repe- 
tición forma  el  número ;  entonces  es  matemática. 

92.  La  unidad  puede  ser  real  o  facticia :  la  real  excluye 
toda  distinción ;  la  facticia  incluye  varios  objetos  realmen- 
te distintos,  pero  ligados  entre  sí  con  cierta  relación.  Un 
objeto  que  carezca  absolutamente  de  partes  es  uno  con  uni- 
dad real,  porque  en  él  no  se  encuentra  distinción ;  tal  es  la 
substancia  de  los  espíritus.  Esta  unidad  se  llama  simplici- 
dad. Pero  un  objeto  compuesto,  como  lo  son  todos  los  corpó- 
reos, no  es  uno  sino  en  cuanto  sus  partes,  aunque  realmen- 
te distintas,  están  ligadas  con  cierta  relación :  esto  más  bien 
debe  llamarse  unión  que  unidad.  Lo  que  es  uno  de  este 
modo  se  llama  compuesto. 

Luego,  hablando  en  rigor  metafísico,  sólo  los  seres  sim- 
ples tienen  verdadera  unidad.  || 

93.  Como  lo  compuesto  se  resuelve  en  lo  simple,  y  an- 
tes de  la  composición  se  conciben  las  partes,  pues  que  no 
es  posible  la  unión  sin  cosas  que  se  unan,  resulta  que  un 
ser  compuesto  no  es  más  que  un  conjunto  de  seres  simples. 
En  esto  se  fundan  los  que  creen  que  la  materia  está  forma- 
da de,  átomos  inextensos.  Los  que  no  quieren  concederlo 
han  de  apelar  a  la  divisibilidad  infinita,  y  no  sueltan  con 
esto  la  dificultad.  La  divisibilidad  supone  la  preexistencia 
de  las  partes  en  que  se  hace  la  división ;  si  se  admite  di- 
visibilidad infinita  será  preciso  afirmar  la  existencia  de 
infinitas  partes. 

Estas  serían  simples  o  compuestas ;  y  o  se  llega  a  los 
átomos  simples,  o  se  cae  en  las  series  de  la  divisibilidad  in- 
finita. 

94.  Ser,  unidad  y  simplicidad  'expresan  en  rigor  metafí- 
sico una  misma  cosa  bajo  aspectos  diferentes,  y  son  propie- 
dades trascendentales  sin  las  que  no  puede  concebirse  nada 
real  (véase  Filosofía  fundamental.  1.  5.°,  c.  X)  [vol.  XVIII].  || 


CAPITULO  VIII 

Ideas  de  lo  absoluto  y  relativo 


95.  Absoluto  y  relativo  son  dos  ideas  opuestas.  Lo  rela- 
tivo lleva  consigo  un  orden  a  otra  cosa,  lo  absoluto  no.  La 
idea  de  padre  es  relativa,  porque  implica  orden  a  un  hijo; 
la  de  existir  es  absoluta,  porque  no  envuelve  otra.  De  esto 


[21.  135-138] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


9 


263 


inferiremos  las  definiciones  de  lo  absoluto  y  de  lo  relativo 
así  en  las  ideas  como  en  las  cosas. 

96.  La  idea  relativa  es  aquella  que  necesita  de  otra 
como  de  su  complemento,  y  sin  esto  no  se  puede  concebir. 
Padre,  hijo,  todo,  parte,  mayor,  menor,  igual,  desigual,  se- 
mejante, desemejante,  son  ideas  relativas,  porque  ninguna 
de  ellas  puede  concebirse  por  sí  sola,  necesitando  todas  de 
un  extremo  que  las  complete. 

97.  Idea  absoluta  es  la  que  se  concibe  por  sí  sola  sin  ne- 
cesidad de  complemento.  Ser,  bondad,  sabiduría,  cuerpo,  es- 
píritu, son  ideas  absolutas,  porque  no  se  refieren  a  otra.  || 

98.  Ser  relativo  es  aquel  que  tiene  cierto  orden  a  otro, 
y  sin  lo  cual  no  sería  lo  que  es,  en  cuanto  relativo.  Este  or- 
den puede  ser  de  dependencia,  como  en  el  efecto  con  respec- 
to a  su  causa.  Pero  también  puede  no  ser  de  dependencia, 
como  si  se  funda  en  algo  intrínseco  de  las  cosas  mismas,  sin 
que  la  una  tenga  superioridad  sobre  la  otra. 

99.  Ser  absoluto  es  el  que  no  se  refiere  a  otro :  tal  es  la 
Esencia  Divina,  que  existe  por  sí  misma,  con  necesidad  ab- 
soluta, sin  relación  a  nada  que  no  sea  ella  misma.  Cómo  se 
encuentran  en  Dios  relaciones  lo  explican  los  teólogos  al 
tratar  de  un  misterio  augusto.  || 


CAPITULO  IX 

Ideas  de  lo  infinito  y  de  lo  finito 


100.  Finito  es  lo  que  tiene  límites ;  infinito  lo  que  carece 
de  ellos. 

101.  Límite  es  la  negación  aplicada  a  un  ser :  el  de  una 
línea  es  la  negación  de  su  prolongación  ulterior ;  el  de  una 
fuerza  es  la  negación  de  más  alcance ;  el  de  una  inteligen- 
cia es  la  negación  de  más  capacidad. 

102.  La  palabra  infinito,  aunque  en  la  apariencia  nega- 
tiva, es  en  realidad  muy  positiva.  Infinidad  es  negación  de 
límite,  esto  es,  negación  de  negación,  y,  por  consiguiente, 
afirmación.  Decir  línea  infinita  es  afirmar  la  prolongación 
de  la  línea,  y  no  como  quiera,  sino  una  prolongación  sin  tér- 
mino; decir  fuerza  infinita  es  afirmar  el  ilimitado  alcance 
de  la  misma ;  decir  inteligencia  infinita  es  afirmar  ilimitada 
comprensión  intelectual. 

103.  Nosotros  tenemos  idea  de  lo  infinito,  como  lo  prue- 
ba evidentemente  el  que  comparamos  con  ella  ||  los  objetos 


264  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  138-139] 


para  resolver  si  son  finitos  o  infinitos.  Se  nos  pregunta  si  es 
infinita  una  línea  cuya  longitud  sea  igual  a  un  millón  de  mi- 
llones de  veces  la  distancia  de  la  tierra  a  la  más  remota  de 
las  estrellas  fijas,  y  sin  vacilar  respondemos  que  no,  porque 
si  bien  la  longitud  de  una  línea  semejante  excede  nuestra 
imaginación,  sin  embargo  hallamos  desde  luego  que  no  tie- 
ne la  condición  indispensable  para  la  infinidad:  el  carecer  de 
límite.  Lo  mismo  se  verifica  en  los  demás  objetos ;  lo  que  po- 
see dicha  condición  lo  llamamos  infinito ;  lo  que  no  la  tiene, 
finito ;  luego  hay  en  nuestra  mente  la  idea  de  lo  infinito. 

Otra  razón  ■  Los  hombres,  al  hablar  de  la  infinidad  se  en- 
tienden perfectamente  unos  a  otros :  disputan  sobre  si  tal 
o  cual  cosa  es  o  no  infinita ;  pero  todos  parten  de  una  misma 
idea,  pues  no  aplican  la  infinidad  sino  a  lo  que  carece  de  lí- 
mite ;  es  evidente,  pues,  que  tienen  en  su  mente  algo  común 
que  sirve  de  piedra  de  toque  en  sus  disputas  sobre  la  aplica- 
ción de  la  infinidad;  de  otro  modo  sus  palabras  carecerían 
de  sentido  y  sería  imposible  que  se  entendiesen  mutua- 
mente. 

104.  La  idea  de  infinidad  no  es  intuitiva,  sino  general 
e  indeterminada.  La  propia  conciencia  nos  está  diciendo  que 
al  pensar  en  lo  infinito  no  se  nos  presenta  ningún  objeto  de- 
terminado, sino  que  unimos  en  general  a  una  cosa  indeter- 
minada la  carencia  de  límite.  || 

105.  La  idea  de  lo  infinito  es  un  concepto  formado  de  dos 
también  indeterminados :  ser  y  negación  de  límite. 

106.  El  no  haber  atendido  al  carácter  indeterminado  de 
la  idea  de  lo  infinito  ha  sido  causa  de  que  algunos  negasen 
su  existencia  y  otros  se  empeñasen  en  explicar  la  naturaleza 
de  lo  infinito  de  una  manera  poca  satisfactoria.  ¿Qué  nos  re- 
presenta, han  dicho  unos,  la  idea  de  lo  infinito?  Al  concen- 
trarnos en  nuestro  interior  queriendo  reflexionar  sobre  lo 
que  en  ella  se  encierra,  ¿no  nos  hallamos  confusos,  perple- 
jos, dudando  de  si  es  una  realidad  o  una  ilusión?  Esta  sola 
duda,  ¿no  es  un  grave  indicio  de  que,  en  efecto,  es  una  ilu- 
sión y  no  una  realidad?  Para  contestar  a  eso  hablan  algunos 
de  lo  absoluto  y  de  no  sé  cuántas  cosas,  sin  advertir  que  con 
semejante  respuesta  la  vaguedad  y  la  confusión,  lejos  de 
disminuir,  aumentan. 

La  solución  a  la  dificultad  era  muy  sencilla  diciendo:  La 
idea  de  lo  infinito  no  nos  representa  nada  determinado,  por- 
que de  suyo  es  un  concepto  indeterminado:  los  dos  elemen- 
tos de  que  se  compone,  ser  y  negación  de  límite,  son  lo  más 
indeterminado  que  se  pueda  imaginar:  exigir,  pues,  a  la 
idea  de  lo  infinito  la  representación  de  una  cosa  con  sus  ca- 
racteres propios  es  exigirle  lo  que  no  puede  tener  mientras 
conserve  su  indeterminación. 

107.  Cuando  se  dan  condiciones  determinadas  bajo  las 


[21,  139-141] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  9 


265 


cuales  se  quiere  aplicar  la  idea  de  lo  infinito,  |J  se  obtienen 
los  conceptos  que  a  ellas  corresponden ;  y  si  se  alteran  sin 
advertirlo  dichas  condiciones,  parece  que  la  idea  de  lo  infi- 
nito conduce  a  resultados  contradictorios.  Hagamos  algu- 
nas aplicaciones. 

Una  recta  prolongada  hasta  lo  infinito  en  la  dirección 
del  norte  es  infinita ;  pero  se  puede  concebir  otra  mayor 
añadiendo  a  la  primera  la  prolongación  hacia  el  sur ;  pare- 
ce, pues,  infinita  y  no  infinita  a  un  mismo  tiempo.  ¿Hay  con- 
tradicción? No ;  lo  que  hay  es  que  hemos  alterado  la  condi- 
ción primitiva,  pues  que  entonces  aplicábamos  la  negación 
de  límite  a  una  sola  dirección,  y  ahora  la  extendemos  a*' 
las  dos. 

El  valor  lineal  de  una  recta  prolongada  hasta  lo  infinito 
en  sentidos  opuestos  parece  infinito  y  al  mismo  tiempo  no 
infinito ;  pues  que  al  lado  de  aquella  recta  se  puede  tirar  una 
curva  que  en  ondulaciones  vaya  prolongándose  en  sentidos 
opuestos  hasta  lo  infinito,  en  cuyo  caso  tendremos  un  valor 
lineal  mayor  que  el  primero,  porque  la  longitud  de  cada  por- 
ción de  curva  es  mayor  que  la  de  cada  porción  de  recta,  y, 
por  consiguiente,  la  totalidad  de  la  longitud  de  la  curva  será 
mayor  que  la  totalidad  de  la  recta.  ¿Hay  contradicción? 
Tampoco :  el  sí  y  el  no  se  refieren  a  cosas  distintas ;  en  el 
primer  supuesto  se  aplicaba  el  concepto  indeterminado  de 
negación  de  límite  a  una  línea  recta ;  en  el  segundo  a  una 
curva,  y  en  tal  caso  se  nos  presenta  un  nuevo  orden  de  in- 
finitos, porque  es  claro  que  el  valor  lineal  será  tanto  mayor 
cuanto  lo  sea  la  curvatura^  y  ésta  puede  variarse  crecien- 
do hasta  lo  infinito  (véase  Filosofía  fundamental,  ||  1.  8.°,  des- 
de el  c.  I  hasta  el  VIII)  [vol.  XIX]. 

108.  Puede  acontecer  que  el  concepto  de  infinidad  que- 
ramos aplicarlo  bajo  condiciones  que  lo  repugnen ;  y  enton- 
ces experimentamos  una  lucha  entre  la  realidad  y  la  idea. 
Para  que  se  comprenda  cómo  esto  sucede  examinaremos  la 
cuestión  del  número  infinito. 

109.  Se  ha  disputado  sobre  la  posibilidad  del  número  in- 
finito ;  yo  creo  que  para  resolver  la  dificultad  conviene  fijar 
las  ideas  de  esta  manera : 

1.  °   Nosotros  tenemos  idea  del  número  infinito. 

2.  °  En  esta  idea  vemos  la  imposibilidad  de  su  reali- 
zación. 

110.  Que  tenemos  idea  del  número  infinito  se  prueba  con 
la  aplicación  que  hacemos  de  la  misma:  dado  uno  cualquie- 
ra, decimos  que  no  es  infinito ;  lo  que  no  podríamos  afirmar 
si  no  supiésemos  lo  que  se  entiende  por  número  infinito.  Al- 
gunos niegan  la  idea  del  número  infinito,  porque  dado  uno 
cualquiera  podemos  concebir  otro  mayor;  y  no  advierten 
que  esto,  lejos  de  probar  lo  que  ellos  quieren,  prueba  todo  lo 


266  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  141-143] 


contrario ;  por  lo  mismo  que  con  ningún  número  dado  se 
puede  agotar  la  extensión  que  en  nosotros  tiene  la  idea  del 
número,  se  ve  que  su  extensión  es  infinita. 

El  concepto  de  número  infinito  encierra  dos:  el  de  núme- 
ro y  el  de  negación  de  límite.  Es  evidente  ||  que  nosotros  po- 
demos unir  estos  dos  conceptos  parciales,  y  que  los  unimos 
en  efecto,  como  se  echa  de  ver  con  la  experiencia.  Este  con- 
cepto: número  sin  límite,  es  la  piedra  de  toque  que  aplica- 
mos a  los  números  dados  para  inferir  que  no  son  infinitos. 

111.  Se  nos  objetará  que  concebido  el  número  infinito 
podemos  concebirle  mayor,  como  multiplicándole  por  dos, 
por  tres,  etc. ;  pero  yo  digo  que  si  concebimos  realmente  un 
número  infinito  no  podemos  multiplicarle  ni  aumentarle  en 
ningún  sentido  sin  incurrir  en  evidente  contradicción;  pues 
que  por  lo  mismo  que  lo  concebimos  infinito  le  concebimos 
sin  ningún  límite,  y,  por  tanto,  incapaz  de  aumento  y  de 
multiplicación ;  antes,  por  el  contrario,  suponemos  que  en- 
cierra en  sí  el  resultado  de  todos  los  aumentos  y  multiplica- 
ciones posibles. 

112.  Al  comparar  este  concepto  con  la  realidad,  halla- 
mos que  se  contradicen :  en  este  número  infinito  realizado 
se  han  de  contar,  como  es  evidente,  las  cosas  finitas;  esto  no 
puede  dar  nunca  un  número  infinito  actual. 

Demostración. — Para  que  haya  un  número  infinito  actual 
es  necesario  que  existan  actualmente  todas  las  especies  de 
seres  posibles  y  todos  los  individuos  posibles  de  cada  es- 
pecie ;  quiero  suponer  que  las  especies  son  infinitas,  y  los 
individuos  también ;  y  digo  que  ni  aun  en  este  caso  existe 
un  número  actualmente  infinito.  Es  evidente  que  en  el  nú- 
mero se  debieran  contar  las  modificaciones  de  los  seres,  y 
éstas  no  pueden  ||  existir  todas  juntas,  porque  muchas  son 
contradictorias.  Por  ejemplo:  en  el  número  debieran  contar- 
se los  actos  de  nuestras  almas,  como  el  querer  y  el  no  querer, 
el  amar  y  el  aborrecer,  el  esperar  y  el  temer :  estos  actos  con 
respecto  a  un  mismo  objeto  no  pueden  ser  a  un  mismo  tiem- 
po ;  luego  en  ningún  caso  el  número  infinito  estará  completo. 
Los  cuerpos  en  el  espacio  pueden  tener  posiciones  diferen- 
tes, de  las  que  las  unas  excluyen  a  las  otras ;  cuando  la  luna 
está  en  oriente,  no  puede  al  mismo  tiempo  estar  en  ponien- 
te; cuando  un  hombre  está  sentado,  no  puede  a  un  mismo 
tiempo  estar  en  pie ;  cuando  una  porción  de  materia  tiene  la 
figura  esférica,  no  puede  al  mismo  tiempo  tenerla  cúbica. 
Luego,  tomando  un  momento  cualquiera,  nunca  existirá  un 
número  infinito  actual;  pero  por  grande  que  sea,  se  puede 
concebir  otro  mayor,  que  es  el  que  reúna  lo  que  existe,  más 
lo  que  no  existe. 

113.  Se  dirá  que  esto  no  existe  porque  es  contradictorio: 
no  lo  niego;  antes,  por  el  contrario,  en  esto  me  fundo  para 


[21,  143-145]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  9 


267 


decir  que  el  número  infinito  realizado  es  contradictorio,  y 
por  lo  mismo  sostengo  que  el  concepto  general  de  número 
infinito  se  extiende  más  que  el  de  ningún  número  real  po- 
sible; pues  éste,  sea  el  que  fuere,  se  halla  condenado  por  la 
intrínseca  necesidad  de  las  cosas  a  no  poder  igualar  el  con- 
cepto general. 

114.  Supongamos  realizado  un  número  con  todas  las  es- 
pecies e  individuos  posibles:  podemos  reflexionar  ||  sobre 
nuestro  concepto  del  número  infinito  y  decir :  Para  la  ver- 
dadera infinidad  del  número  se  necesita  absoluta  carencia  de 
todo  límite ;  ahora  bien,  pensando  en  el  conjunto  de  cosas 
que  existen,  le  hallamos  un  límite,  porque  concibiendo  aquel 
conjunto  de  unidades  en  general,  le  podemos  añadir  el  con- 
junto de  unidades  que  exprese  las  nuevas  modificaciones  que 
puedan  sobrevenir.  En  el  instante  A  el  conjunto  de  unida- 
des, por  grande  que  sea,  le  supondremos  expresado  por  M. 
En  el  instante  B  tendremos  un  conjunto  nuevo  de  unidades 
que  podremos  expresar  por  N.  Luego  tendremos  que  el  re- 
sultado N  +  M  será  mayor  que  N  o  que  M  solos.  Luego  ni 
N  y  M  son  infinitos  absolutamente  (véase  Filosofía  fun- 
damental, 1.  8.°,  ce.  IX  y  XIV)  [vol.  XIX], 

115.  Si  la  realización  de  un  número  infinito  es  contra- 
dictoria, lo  será  también  la  idea  que  tenemos  del  mismo ; 
¿y  cómo  es  posible  una  idea  contradictoria? 

Esta  es  la  objeción  que  se  nos  puede  hacer;  no  será 
cjifícil  desvanecerla.  La  idea  de  número  infinito  es  un  con- 
cepto en  que  entran  los  de  número  y  negación  de  límite : 
los  componentes,  por  sí  solos,  no  implican  contradicción ; 
ésta  nace  cuando  se  los  une.  Como  no  es  fácil  apreciar  de 
una  ojeada  la  relación  de  ellos,  creemos  posible  a  primera 
vista  que  se  hallen  juntos  en  la  realidad ;  pero  al  reflexionar 
descubrimos  la  contradicción  que  antes  se  nos  ocultaba.  Una 
persona  puede  tener  este  concepto  contradictorio :  un  trián- 
gulo cuyos  ángulos  formen  una  suma  mayor  que  dos  rectos, 
y  con  relación  a  él  ir  midiendo  ||  los  ángulos  de  cuantos 
triángulos  se  ofrezcan,  y  resolver  que  no  se  acomodan  a  su 
concepto.  Pero  si  luego  analiza  las  ideas  de  suma  de  ángulos 
de  un  triángulo,  y  mayor  de  dos  rectos,  hallará  que  se  había 
formado  un  concepto  irrealizable,  por  absurdo.  Lo  mismo  se 
verifica  en  nuestro  caso. 

116.  La  infinidad  absoluta  es  la  que  no  tiene  límite  de 
ninguna  clase.  Si  viésemos  intuitivamente  al  Ser  absoluta- 
mente infinito,  veríamos  contenida  en  su  unidad  simplicísi- 
ma  toda  la  perfección  que  en  las  cosas  finitas  se  halla  dis- 
persa en  una  variedad  infinita ;  ahora  estamos  limitados  a 
formar  el  concepto  de  aquella  perfección  infinita  reuniendo 
todas  las  perfecciones  y  excluyendo  toda  imperfección. 

117.  Entre  las  cosas  positivas  hallamos  algunas  que  se. 


i 


268  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  145-147] 


excluyen  recíprocamente,  como  el  ser  compuesto  y  el  ser  in- 
teligente ;  así,  para  no  reunir  cosas  contradictorias  en  el  con- 
cepto del  Ser  infinito,  nos  vemos  precisados  a  optar  entre  las 
varias  propiedades  positivas,  admitiendo  en  él  las  que  no  in- 
cluyen imperfección  y  negando  las  otras,  en  cuanto  inclu- 
yen imperfección ;  así  decimos  que  Dios  es  inteligente ;  y 
este  predicado,  inteligencia,  se  lo  aplicamos  en  todo  el  rigor 
de  la  palabra;  pero  no  podemos  decir  que  Dios  es  extenso, 
sino  que  contiene  virtualmente  toda  la  perfección  que  se 
halla  en  la  extensión  y  en  las  cosas  extensas.  Pero  de  esto 
trataremos  en  otro  lugar  (véase  Filosofía  fundamental,  li- 
bro 8.°,  ce.  XV,  XVI,  XVII  y  XVIII)  [vol.  XIX].  |¡ 


CAPITULO  X 


Ideas  de  substancia  y  modificación 


118.  Tenemos  idea  de  la  substancia,  pues  que  hablamos 
continuamente  de  ella :  cuando  se  carece  de  la  idea  de  una 
cosa  es  imposible  expresarla. 

119.  La  palabra  substancia  viene  de  sub-stare,  estar  de- 
bajo ;  con  ella  queremos  significar  lo  que  hay  en  los  seres, 
permanente  en  medio  de  la  variedad,  y  que  es  el  sujeto  de 
las  transformaciones ;  así  como  llamamos  modificaciones  o 
accidentes  a  los  modos  de  ser.  Un  trozo  de  cera  puede  tener 
sucesivamente  las  formas  de  esfera,  de  cubo,  de  casa.  La 
cera  es  la  substancia ;  las  formas  son  las  modificaciones  o 
accidentes. 

120.  Se  dice  también  que  la  substancia  subsiste  por  sí 
misma ;  pero  esta  expresión  no  significa  que  el  ser  posea  una 
independencia  completa,  sino  que  no  está  inherente  a  otro. 
En  los  objetos  sensibles,  por  ejemplo,  hallamos  algo  perma- 
nente en  medio  de  las  transformaciones,  algo  que  no  está 
adherido  a  otro ;  ||  a  eso  llamamos  substancia  corpórea,  y  no 
deja  de  serlo  porque  haya  sido  criada  por  otra  y  en  su  con- 
servación dependa  de  una  voluntad  superior.  La  figura  de 
un  trozo  de  madera  y  el  mismo  trozo  de  madera  se  diferen- 
cian en  que  la  figura  está  inherente  a  la  madera,  y  no  la  ma- 
dera a  la  figura ;  por  esta  razón  la  madera  se  llama  substan- 
cia, y  la  figura  modificación  o  accidente;  pero  ambas  cosas, 
así  en  su  primera  existencia  como  en  su  conservación,  de- 
penden de  un  ser  superior.  Se  dirá  con  verdad  que  la  madera 
subsiste  por  sí  misma,  esto  es,  que  para  existir  no  está  inhe- 


[21,  147-149] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  10 


269 


rente  a  otro  ser;  pero  no  que  subsista  independientemente 
de  una  causa  que  la  haya  producido. 

Los  jóvenes  deben  penetrarse  bien  de  la  diferencia  entre 
estos  dos  sentidos  de  la  expresión  «subsistir  por  sí  mismo», 
pues  que  en  la  confusión  de  dos  cosas  tan  diversas  se  halla 
fundado  uno  de  los  principales  sofismas  de  los  panteístas. 
Lo  uno  significa  no  existir  a  manera  de  modificación;  lo 
otro  no  ser  criado.  El  abuso  que  se  hace  de  esta  expresión 
«subsistir  por  sí  mismo»,  exige  que  no  se  la  emplee  sin  al- 
gunas aclaraciones ;  y  tal  vez  sería  bueno  no  servirse  de  ella 
en  la  definición  de  la  substancia.  Yo  por  lo  menos  lo  hago 
así  en  la  definición  que  doy  más  abajo  (128). 

121.  La  relación  a  las  modificaciones  no  es  esencial  a  la 
substancia;  de  otro  modo  sería  preciso  decir  que  no  hay. 
ninguna  substancia  inmutable;  y  que  Dios,  ser  inmutable 
por  esencia,  no  es  substancia.  En  la  idea  de  substancia  entran 
las  de  ser,  de  permanencia,  ||  de  no  inherencia  a  otro  ser;  la 
mutabilidad  sólo  conviene  a  las  substancias  finitas. 

122.  Si  bien  se  observa,  la  definición  de  la  substancia 
lleva  consigo  una  idea  negativa,  la  no  inherencia;  pero  esta 
no  inherencia  implica  una  idea  positiva.  Lo  que  no  está  in- 
herente puede  subsistir  por  sí;  y  esta  facultad  ha  de  estribar 
en  algo  positivo:  la  escasez  de  nuestros  conocimientos  sobre 
la  íntima  naturaleza  de  las  cosas  nos  impide  el  formarnos 
de  esta  cosa  positiva  un  concepto  cabal. 

123.  La  idea  de  substancia  la  hallamos  realizada  en  la 
experiencia.  Esta  nos  atestigua  que  entre  los  objetos  que  se 
ofrecen  a  nuestros  sentidos  hay  cosas  que  sirven  de  vínculo 
a  una  muchedumbre  de  sensaciones :  un  montón  de  trigo  se 
reduce  a  harina ;  ésta  se  convierte  en  una  pasta,  la  que,  por 
la  fermentación  y  el  fuego,  se  transforma  en  pan ;  en  la  se- 
rie de  sensaciones  diversas  que  se  nos  han  ofrecido  con  di- 
chas transformaciones  hallamos  una  cosa  permanente  que 
no  está  adherida  a  otra,  y  que  es  el  sujeto  en  que  se  realizan 
todas  aquellas  mudanzas.  Encontramos,  pues,  en  la  expe- 
riencia sensible  la  realización  de  la  idea  de  substancia,  por 
manera  que  la  substancia  corpórea,  según  nosotros  la  con- 
cebimos, es  un  ser  no  inherente  a  otro,  y  en  el  que  se  veri- 
fican las  mudanzas  que  se  nos  ofrecen  en  los  fenómenos  sen- 
sibles. 

124.  Estas  substancias  corpóreas  son  muchas,  como  nos 
lo  atestigua  la  experiencia ;  pues  hallamos  ||  esa  variedad  de 
fenómenos  sensibles  distribuidos  en  una  porción  de  grupos, 
realizándose  en  ellos  cosas  no  sólo  distintas,  sino  también 
contradictorias.  La  sensación  de  un  cuerpo  que  se  mueve 
hacia  la  derecha  nos  presenta  un  hecho  contradictorio  del 
que  nos  ofrecería  otro  movido  hacia  la  izquierda.  Quien  in- 
tentase sostener  que  no  hay  más  que  una  substancia  corpó- 


270 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  149-150] 


rea,  debía  desechar  enteramente  el  testimonio  de  los  sen- 
tidos ;  en  cuyo  caso  tampoco  podrá  decir  que  esta  substan- 
cia sea  una  ni  muchas,  pues  que  en  no  dando  crédito  a  los 
sentidos,  nada  se  puede  saber  de  los  cuerpos. 

125.  La  unidad  de  conciencia  que  experimentamos  en 
nuestro  interior  nos  ofrece  la  realización  de  la  idea  de  subs- 
tancia en  un  orden  distinto  del  corpóreo.  No  podemos  du- 
dar de  que  el  ser  que  piensa  diversas  cosas  en  nosotros  es 
uno  mismo ;  que  es  el  mismo  el  que  pensaba  ayer  y  el  que 
piensa  hoy ;  luego  tenemos  en  nuestro  interior  un  ser  per- 
manente en  medio  de  la  variedad  y  que  no  está  inherente  a 
otro ;  antes  al  contrario,  él  es  el  sujeto  en  que  se  verifican 
continuas  modificaciones  de  sensación,  de  sentimiento,  de 
ideas,  de  actos  de  voluntad. 

126.  En  la  acción  que  ejercen  sobre  nosotros  los  demás 
seres  sin  nuestra  voluntad,  y  a  veces  contra  ella,  tenemos  una 
prueba  incontestable  de  que  somos  distintos  de  los  objetos 
que  nos  afectan. 

De  donde  resulta  que,  aun  prescindiendo  del  mundo  ex- 
terno, hallamos  en  los  fenómenos  de  nuestro  ||  interior  la  se- 
guridad de  que  existe  realizada  la  idea  de  substancia  y  de 
que  en  el  universo  no  hay  una  sola,  sino  muchas. 

127.  La  importancia  y  trascendencia  de  esta  doctrina 
exige  que  la  presentemos  en  resumen  y  con  la  mayor  cla- 
ridad posible. 

En  un  tiempo  en  que  el  panteísmo  devasta  el  mundo  filo- 
sófico, jamás  puede  ser  excesivo  el  cuidado  que  se  ponga  en 
deslindar  estas  ideas. 

128.  La  definición  de  la  substancia,  tomada  en  general, 
es  la  siguiente :  un  ser  permanente  que  existe  sin  estar  inhe- 
rente a  otro  al  cual  modifique. 

129.  Si  la  substancia  es  finita,  podrá  ser  sujeto  de  modi- 
ficaciones, pero  este  carácter  lo  tiene  no  como  substancia, 
sino  como  finita. 

130.  La  idea  de  substancia  no  es  contradictoria  con  la 
de  ser  criado. 

131.  La  experiencia  externa  e  interna  nos  asegura  de  que 
hay  en  realidad  seres  que  son  substancias. 

132.  La  misma  experiencia  nos  cerciora  de  que  no  hay 
una  sola  substancia,  sino  muchas. 

133.  Modificación  o  accidente  es  un  modo  de  ser  de  la 
substancia  (véase  Filosofía  fundamental.  1.  9.°)  [vol.  XIX].  || 


f 21.  151-152] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


11 


271 


CAPITULO  XI 

Ideas  de  causa  y  efecto 


134.  Causa  es  lo  que  da  el  ser  a  otro,  o  lo  que  hace  que 
una  cosa  que  no  era,  sea.  Efecto  es  aquello  que  recibe  el  ser. 

135.  De  esto  resulta  que  las  ideas  de  causa  y  efecto  son 
correlativas ;  no  hay  causa  en  ejercicio  sin  efecto  en  acto ; 
no  hay  causa  en  potencia  sin  efecto  en  potencia. 

136.  La  idea  de  causalidad  implica  relación  del  ser  pro- 
ducente  al  producido,  y  se  llama  actividad  o  fuerza  según 
los  aspectos  bajo  que  se  la  considera.  Actividad  significa  la 
causalidad  considerada  en  su  relación  con  el  sujeto  que  se 
pone  en  acto,  que  ejerce  una  acción.  Fuerza  significa  la  mis- 
ma actividad  en  cuanto  triunfa  de  resistencias. 

137.  El  tránsito  del  no  ser  al  ser  no  se  verifica  solamen- 
te de  las  substancias,  sino  también  de  sus  modificaciones. 
Nuestro  espíritu  ha  pasado  del  no  |l  ser  al  ser,  y  también 
pasan  continuamente  del  no  ser  al  ser  los  actos  de  nuestro 
entendimiento  y  voluntad ;  de  no  pensar  pasamos  a  pensar, 
de  no  querer  a  querer,  de  no  sentir  a  sentir,  de  no  movernos 
a  movernos.  Una  cosa  análoga  se  verifica  en  todos  los  seres 
finitos. 

Así  como  hay  dos  clases  de  seres,  substancias  y  modifi- 
caciones (c.  X),  hay  también  dos  clases  de  causalidad.  Cuan- 
do lo  que  pasa  de  no  ser  a  ser  es  substancia,  el  causar  se 
llama  criar,  o  sacar  de  la  nada ;  cuando  es  modificación  se 
llama  formar,  mudar.  En  la  creación  no  se  presupone  nada 
preexistente :  en  la  formación  o  mudanza  preexiste  la  subs- 
tancia que  se  transforma. 

138.  Luego  la  causalidad  no  se  refiere  sólo  a  substancias, 
sino  también  a  modificaciones ;  y  el  universo  entero  con  sus 
continuas  mudanzas  nos  ofrece  una  serie  continuada  de  cau- 
sas y  de  efectos. 

139.  Preguntar,  pues,  si  hay  verdaderas  causas  es  pre- 
guntar si  hay  mudanzas,  si  hay  tránsitos  del  no  ser  al  ser, 
para  lo  cual  nos  basta  interrogar  a  la  experiencia  tanto  in- 
terna como  externa. 

140.  La  idea  pura  de  causalidad  dimana  de  la  simple 
combinación  de  las  ideas  de  ser  y  no  ser.  Considerando  el  no 
ser,  vemos  evidentemente  que  no  se  puede  dar  a  sí  mismo  el 
ser;  de  la  nada  sola  no  puede  salir  nada;  luego  el  tránsito 
del  no  ser  al  ser  supone  un  ser.  Si  admitimos  por  un  momen- 


272  FILOSOFÍA  ELEMENTA!  .—METAFÍSICA  [21,  152-154] 


to  la  nada  absoluta,  ||  no  sería  posible  que  nunca  existiese 
alguna  cosa ;  luego  si  existe  algo,  ha  existido  siempre  algo, 
y  no  ha  podido  menos  de  existir. 

141.  Este  ser  que  no  ha  podido  menos  de  existir  no  so- 
mos nosotros,  que  antes  no  éramos  y  hemos  comenzado  a  ser ; 
tampoco  es  ninguno  de  los  objetos  del  mundo  corpóreo,  pues 
que  todos  están  sujetos  a  continuas  mudanzas,  y  considera- 
dos en  sí  mismos  podrían  dejar  de  existir  sin  ninguna  con- 
tradicción ;  luego  ni  en  nosotros  ni  en  el  universo  se  halla  el 
principio  de  la  existencia,  luego  hay  un  ser  que  ni  es  nos- 
otros ni  el  universo,  y  este  ser  es  necesario  y  causa  de  todo. 

142.  Según  las  diferentes  aplicaciones  de  la  idea  de  cau- 
salidad resultan  diferentes  especies  de  causas ;  la  que  no 
depende  de  otra  se  llama  primera,  y  las  demás  segundas. 

La  que  produce  el  tránsito  del  no  ser  al  ser  se  llama 
eficiente ;  la  que  sirve  de  materia,  material ;  la  que  de  for- 
ma, formal ;  la  que  mueve  atrayendo  al  agente  se  apellida 
final.  En  la  producción  de  un  artefacto  de  carpintería,  el  car- 
pintero es  la  causa  eficiente ;  la  madera,  la  material ;  la  for- 
ma del  artefacto,  la  formal ;  el  dinero,  la  gloria,  la  comodi- 
dad, el  cumplimiento  del  deber  u  otro  fin  que  haya  movido 
al  artífice  a  trabajar  es  la  causa  final. 

143.  Reflexionando  sobre  estas  diferentes  especies  de  cau- 
sas se  nota  que  la  verdadera  idea  de  causalidad  ||  no  se  halla 
sino  en  la  eficiente :  porque  la  material  es  una  cosa  que  an- 
tes existía,  y  que,  en  vez  de  dar  algo,  recibe  la  forma ;  la 
formal  es  también  producida,  y  antes  es  efecto  que  causa ;  y 
el  fin  en  sí  mismo  no  mueve  sino  en  cuanto  el  artífice  se  lo 
propone  y  lo  quiere ;  por  manera  que  estas  cosas  se  llaman 
causas  en  un  sentido  impropio,  en  cuanto  contribuyen  en  al- 
gún modo  a  formar  el  nuevo  ser  aunque  concurran  a  esto 
como  una  parte  de  él. 

144.  Entre  las  causas,  unas  tienen  en  sí  mismas  el  prin- 
cipio de  su  determinación,  otras  lo  reciben  de  fuera.  El  cuer- 
po que  causa  el  movimiento  de  otro  ha  recibido  esta  causa- 
lidad por  el  impulso  que  él  ha  sufrido  a  su  vez ;  sus  funcio- 
nes se  reducen  a  transmitir  lo  que  le  han  comunicado ;  es 
más  bien  un  conducto  que  una  causa.  Por  el  contrario,  el  ser 
viviente  encierra  un  principio  de  actividad  que  le  produce 
sus  mudanzas,  y  aun  las  mismas  impresiones  que  recibe  de 
fuera  se  subordinan  a  las  leyes  de  este  principio:  un  manjar 
metido  en  una  bolsa  causará  en  ella  impresiones  puramente 
mecánicas  y  químicas ;  pero  si  esta  bolsa  es  un  estómago, 
las  impresiones  causadas  por  el  manjar  están  sometidas  a 
la  ley  del  principio  vital  que  anima  al  estómago  (véase  Filo- 
sofía fundamental,  1.  10.°)  [vol.  XIX]. 

145.  De  los  seres  que  encierran  en  sí  mismos  el  princi- 
pio de  sus  determinaciones,  unos  las  tienen  necesarias,  de 


[21,  154-157] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  12 


273 


suerte  que  dada  cierta  condición  no  pueden  menos  de  tener- 
las ;  otros  las  tienen  de  manera  que  ||  siempre  pueden  no  te- 
nerlas ;  el  principio  conserva  su  actividad,  pero  puede  ejer- 
cerla o  dejar  de  ejercerla.  Hay  en  nosotros  un  principio  ac- 
tivo para  percibir  las  sensaciones,  el  cual  está  sometido  a 
una  necesidad  condicional ;  esto  es,  que  puesto  el  cuerpo 
en  tal  o  cual  disposición,  el  alma  no  puede  menos  de  expe- 
rimentar tales  o  cuales  sensaciones ;  por  el  contrario,  el  que- 
rer o  el  no  querer  está  en  nuestra  mano :  ni  en  lo  exterior 
ni  en  lo  interior  hay  ninguna  causa  necesaria  de  estos  actos ; 
siempre  que  queremos  podemos  no  querer ;  siempre  que  no 
queremos  podemos  querer.  La  causa  que  tiene  sus  determi- 
naciones sometidas  a  necesidad  ejerciendo  su  acción  de  ma- 
nera que  no  pueda  menos  de  ejercerla,  se  llama  necesaria ; 
la  que  no  está  sometida  a  necesidad  y  que  cuando  ejerce  un 
acto  puede  no  ejercerle,  se  llama  libre. 

146.  Luego  la  libertad  de  albedrío  consiste  en  una  acti- 
vidad inteligente,  que  tiene  en  sí  propia  el  principio  de  sus 
determinaciones,  sin  ninguna  necesidad  determinante,  ex- 
terna ni  interna.  || 


CAPITULO  XII 

Idea  del  tiempo 


147.  El  tiempo  es  la  sucesión,  el  orden  del  ser  y  no  ser 
o  de  las  mudanzas.  La  idea  del  tiempo  es  la  percepción  de 
dicha  sucesión  u  orden. 

148.  El  tiempo  no  es  nada  absoluto  que  exista  o  pueda 
existir  separado  de  las  cosas ;  una  duración  sin  algo  que  dure, 
un  orden  de  mudanzas  sin  algo  que  se  mude,  son  ideas  ge- 
nerales que  sólo  pueden  concebirse  por  abstracción. 

149.  El  tiempo  está  realmente  en  las  cosas,  pues  que 
siendo  la  sucesión  de  las  mismas,  no  puede  menos  de  ser 
real  cuando  ellas  se  suceden  realmente. 

150.  La  idea  del  tiempo  es  de  dos  maneras :  pura  o  em- 
pírica. La  pura  es  la  percepción  general  de  un  orden  de  mu- 
danzas real  o  posible,  prescindiendo  de  toda  medida  y  hasta 
de  toda  aplicación  a  determinados  objetos.  La  empírica  o  ex- 
perimental es  la  que  encierra  una  medida  aplicada  a  ciertas 
mudanzas.  |]  Percibo  en  general  el  orden  entre  el  ser  y  el 
no  ser :  he  aquí  la  idea  pura  del  tiempo ;  percibo  las  mudan- 
zas de  la  posición  del  sol  y  las  sujeto  a  medida:  he  aquí  la 
empírica. 

i3 


274  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  157-158] 


151.  En  la  idea  empírica  del  tiempo  entran  tres  elemen- 
tos :  una  idea  metafísica,  otra  matemática  y  un  hecho  de  ob- 
servación. La  idea  metafísica  es  la  percepción  del  ser  y  del 
no  ser ;  la  matemática  es  la  del  número  con  que  medimos 
esta  sucesión ;  y  el  hecho  de  observación  es  el  fenómeno  de 
la  naturaleza  a  que  nos  referimos,  como  el  movimiento  si- 
deral, el  solar,  el  lunar  u  otro  cualquiera. 

152.  Así  se  explica  cómo  la  idea  del  tiempo  está  ligada 
con  la  experiencia  y  cómo  no.  Sin  la  experiencia  no  percibi- 
mos las  mudanzas,  y  en  este  sentido  depende  de  ella  la  idea 
del  tiempo.  Pero  una  vez  percibidas  las  mudanzas  no  pode- 
mos prescindir  de  las  condiciones  matemáticas  y  metafísi- 
cas que  regulan  nuestro  entendimiento,  y  a  que  están  some- 
tidos también  los  objetos ;  en  estas  condiciones  se  funda  la 
necesidad  que  hallamos  en  la  idea  del  tiempo  y  la  posibili- 
dad de  que  nos  sirva  en  las  ciencias  exactas. 

153.  Si  no  hay  mudanzas  no  hay  tiempo ;  el  que  conce- 
bimos antes  y  después  de  la  existencia  del  mundo  es  un  vano 
juego  de  la  fantasía. 

154.  La  relación  de  antes  y  después  no  se  halla  en  la  du- 
ración de  un  ser  que  no  sufre  ni  puede  sufrir  ||  mudanzas; 
en  la  duración  de  este  ser  no  hay  pasado  ni  futuro,  todo  es 
presente ;  esa  duración  es  su  misma  existencia  necesaria,  y 
se  llama  eternidad.  Se  la  ha  definido  bien  cuando  se  ha  dicho 
que  es  la  posesión  perfecta  y  simultánea  de  una  vida  in- 
terminable :  interminabilis  vitae  tota  simul  et  perfecta  pos- 
sessio. 

155.  La  idea  del  tiempo  se  explica  por  el  principio  de 
contradicción;  puesto  que  el  ser  excluye  al  no  ser  y  el  no  ser 
al  ser,  es  imposible  toda  mudanza  o  todo  tránsito  del  no  ser 
al  ser  y  del  ser  al  no  ser  si  no  se  admite  un  orden  que  haga 
desaparecer  la  contradicción.  De  esto  se  infiere  que  la  idea 
de  tiempo  se  refiere  por  necesidad  a  seres  contingentes,  esto 
es,  a  seres  cuya  existencia  no  excluya  la  no  existencia ;  si  se 
trata,  pues,  de  un  ser  cuya  existencia  excluya  absolutamente 
la  no  existencia,  no  se  le  puede  aplicar  la  idea  del  tiempo  sin 
incurrir  en  un  absurdo  (véase  Filosofía  fundamental.  1.  7.°) 
[vol.  XVIII].  || 


[21,  159-160]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  13 


275 


CAPITULO  XIII 

Verdades  ideales  y  verdades  reales 


156.  Las  verdades  ideales  son  las  que  consisten  en  la  re- 
lación de  las  ideas  prescindiendo  de  la  realidad.  Verdades 
reales  son  las  que  expresan  un  hecho  o  una  cosa  existente: 
«Tres  más  cinco  es  igual  a  ocho» ;  ésta  es  una  verdad  ideal, 
porque  no  se  dice  que  existen  tres,  ni  cinco,  ni  ocho,  y  sólo 
se  afirma  la  relación  de  igualdad  del  tres  más  cinco  con  el 
ocho.  «El  volumen  de  la  tierra  es  mayor  que  el  de  la  luna» ; 
ésta  es  una  verdad  real,  porque  expresa  un  hecho.  «Es  im- 
posible que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo» ; 
ésta  es  una  verdad  ideal,  porque  no  se  afirma  que  algo  sea 
o  no  sea,  sólo  se  establece  que  el  sí  y  el  no,  respecto  a  una 
misma  cosa  y  a  un  mismo  tiempo,  se  excluyen.  «Atendidas 
las  observaciones  astronómicas,  es  imposible  que  las  estre- 
llas no  estén  más  distantes  de  nosotros  que  el  sol» ;  ésta  es 
una  verdad  real,  porque  afirma  un  hecho. 

157.  Las  verdades  ideales  entrañan  necesidad ;  al  salir 
de  ellas  para  entrar  en  el  campo  de  las  realidades,  ||  sólo 
hallamos  una  absolutamente  necesaria,  Dios ;  pero  a  esta 
realidad  infinita  no  la  conocemos  intuitivamente  mientras 
estamos  en  esta  vida.  Cuando  demostramos  su  existencia 
nos  apoyamos  por  una  parte  en  verdades  necesarias,  que- 
son  las  ideales,  y  por  otra  en  hechos  contingentes,  como 
son  la  existencia  del  mundo  o  la  nuestra. 

158.  La  necesidad  de  las  verdades  ideales  se  apoya  en 
el  principio  de  contradicción :  la  evidencia  que  las  acompa- 
ña es  una  aplicación  continuada  de  este  principio.  Ellas  son 
las  leyes  fundamentales  de  nuestra  razón ;  sin  ellas  es  im- 
posible pensar ;  la  razón  se  convierte  en  un  absurdo  vi- 
viente. 

159.  Kant  opina  que  las  verdades  necesarias  no  tienen 
valor  sino  con  relación  a  la  experiencia  sensible ;  pero  esta 
doctrina  destruye  los  fundamentos  de  toda  ciencia.  Si,  por 
ejemplo,  al  afirmar  que  es  imposible  que  una  cosa  a  un 
mismo  tiempo  sea  y  no  sea,  no  podemos  extenderlo  a  todo, 
sin  excepción  de  ninguna  clase,  el  principio  vacila,  o  mejor 
diremos,  se  anula,  porque  si  puede  fallar  en  un  caso  podrá 
fallar  en  todos.  Aquí  la  excepción  no  es  sólo  la  limitación 
de  la  regla,  es  su  muerte  (véase  Filosofía  fundamental, 
1.  4.°,  ce.  IX,  XIII,  XIV,  XV  y  XVI)  [vol.  XVIII]. 


276 


filosofía  elemental.-—  metafísica 


[21,  160-162] 


160.  En  nuestros  conocimientos  entra  una  parte  pura- 
mente ideal  y  otra  real:  la  primera  comprende  todos  los 
principios  intrínsecamente  necesarios ;  la  ||  segunda,  las 
proposiciones  atestiguadas  por  la  experiencia.  Sin  lo  pri- 
mero no  podríamos  generalizar  y  careceríamos  de  ciencia 
propiamente  dicha ;  sin  lo  segundo  nuestra  ciencia  no  ten- 
dría aplicación,  sería  una  estéril  combinación  de  ideas.  El 
principio  de  contradicción,  por  sí  solo,  no  me  conduce  a 
ningún  conocimiento  positivo.  ¿Qué  adelanto  con  sólo  sa- 
ber que  es  imposible  que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mis- 
mo tiempo?  De  esto  no  puedo  sacar  que  algo  sea  o  no  sea ; 
así  estoy  encerrado  en  un  círculo  de  ideas  puras ;  pero  si 
la  experiencia  me  enseña,  por  ejemplo,  la  unidad  de  mi 
conciencia,  entonces  la  observación  de  este  hecho,  combi- 
nada con  el  principio  de  contradicción,  me  lleva  a  un  re- 
sultado importantísimo,  a  saber,  que  el  sujeto  pensante  es 
simple. 

161.  Imaginémonos  un  espíritu  que  poseyese  toda  la 
ciencia  geométrica  sin  saber  que  exista  algo  extenso ;  su  co- 
nocimiento sería  puramente  ideal ;  pero  si  por  la  observa- 
ción llegase  a  conocer  que  existen  seres  extensos,  aplica- 
ría a  éstos  la  geometría  y  entraría  en  las  ciencias  natu- 
rales. 

162.  De  donde  se  infiere  que  hay  en  nosotros  dos  órdenes 
de  conocimientos :  unos  puramente  ideales,  otros  reales ; 
que  los  primeros  forman  una  verdadera  ciencia,  pero  estéril 
para  la  realidad,  y  que  los  otros  son  un  conjunto  de  obser- 
vaciones que  por  sí  solos  no  constituirían  ciencia.  La  unión 
y  combinación  de  estos  dos  elementos  engendra  la  ciencia 
positiva,  útil,  en  el  orden  moral,  metafísico  y  físico.  || 

163.  Aunque  estos  dos  elementos  se  distingan,  no  pue- 
den separarse  del  todo :  ninguna  inteligencia  puede  estar 
limitada  a  un  orden  puramente  ideal :  cuando  menos,  ten- 
drá el  conocimiento  de  un  hecho  real:  la  conciencia  de  su 
existencia  propia  (véase  Filosofía  fundamental,  L  4.°,  ca- 
pítulo XIV)  [vol.  XVIII]. 

164.  El  elemeito  de  observación  o  experimental  es  con- 
tingente para  nosotros ;  el  hecho  primitivo  y  fundamental 
para  nuestro  conocimiento  es  la  conciencia,  y  ésta  no  exis- 
tía hace  poco  tiempo,  como  nos  consta  por  experiencia ; 
también  se  interrumpe  frecuentemente  con  el  sueño ;  y  no 
vemos  ninguna  necesidad  intrínseca  de  que  continúe  exis- 
tiendo por  su  fuerza  propia :  cesaría  de  existir  si  Dios  no  la 
conservase. 

165.  A  pesar  de  la  contingencia  del  conocimiento  expe- 
rimental, la  ciencia  que  de  él  nace  es  verdadera,  porque  en- 
vuelve la  condición  de  que  existía  lo  experimentado.  Toda 
la  ciencia  que  se  refiere  a  las  propiedades  del  espíritu  hu- 


[21,  162-164]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  13 


277 


mano  se  funda  en  el  supuesto  de  que  exista;  pero  mientras 
existe,  la  ciencia  es  verdadera  realmente;,  y  si  no  existie- 
ra, porque  Dios  no  le  hubiese  criado,  la  Ciencia  sería  ver- 
dadera hipotéticamente,  y  se  podría  decir  lo  mismo  que  en 
la  actualidad,  con  la  diferencia  de  que  ahora  se  dice:  «el 
espíritu  humano  tiene  tales  propiedades» ;  y  entonces  se  di- 
ría:  «el  espíritu  humano  tendría  tales  propiedades».  |¡ 

166.  Esto  conduce  a  otra  observación.  Hasta  los  conoci- 
mientos puramente  ideales  envuelven  en  cierto  modo  la 
condición  de  la  existencia  de  los  objetos.  «Aunque  no  exis- 
tiese ningún  círculo,  se  podría  afirmar  que  sus  diámetros 
son  iguales» ;  y  la  proposición  equivaldría  a  esta  otra : 
«si  existiesen  círculos,  sus  diámetros  serían  iguales».  La  ra- 
zón de  esto  se  encuentra  en  que  al  establecer  proposiciones 
puramente  ideales,  no  afirmamos  o  negamos  de  nuestras 
ideas,  sino  de  los  objetos  de  las  mismas ;  luego  estos  obje- 
tos deben  ser  considerados  a  lo  menos  en  el  orden  de  la 
posibilidad,  refiriéndonos  a  ellos  siquiera  condicionalmen- 
te,  pues  de  otro  modo  las  proposiciones  no  significarían 
nada. 

Al  decir  que  los  diámetros  del  círculo  son  iguales,  claro 
es  que  no  afirmo  esto  de  mis  propias  ideas,  donde  no  hay  ni 
puede  haber  círculos  ni  diámetros ;  hablo,  pues,  de  los 
círculos  representados  como  posibles,  y  de  ellos  digo  que, 
si  existiesen,  sus  diámetros  serían  iguales. 

167.  La  experiencia  atestigua  que  hay  en  todos  nosotros 
ciertas  ideas  comunes  con  una  relación  fija  que  no  pode- 
mos alterar.  Todos  estamos  seguros  de  que  tres  y  cuatro 
hacen  siete  y  no  ocho ;  que  los  radios  de  un  círculo  son 
iguales ;  que  el  todo  es  mayor  que  su  parte ;  que  es  impo- 
sible que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo.  Estas 
verdades  son  comunes  a  todos  los  hombres,  y  el  asentir  a 
ellas  no  depende  de  la  educación ;  pues  •  que  sería  absurdo 
y  hasta  ridículo  el  sostener  que  podríamos  creer  lo  contra- 
rio ||  si  así  se  nos  hubiese  enseñado  desde  la  infancia. 

De  esto  se  infiere  que  hay  verdades  universales  y  nece- 
sarias ;  y  como  éstas,  son  independientes  de  nuestra  exis- 
tencia, porque  ellas  existían  antes  que  nosotros,  y  conti- 
nuarían existiendo  aun  cuando  nosotros  dejásemos  de  exis- 
tir, se  sigue  que  hay  una  verdad  necesaria  en  que  tienen 
su  fundamento  todas  las  demás ;  que  hay  una  fuente  co- 
mún donde  las  han  bebido  todas  las  inteligencias ;  que  hay 
un  espíritu  causa  de  todos  los  espíritus. 

168.  Lo  que  llamamos  ideas  de  las  esencias  de  las  co- 
sas son  débiles  reflejos  de  los  tipos  preexistentes  desde  la 
eternidad  en  la  inteligencia  infinita.  Por  esto  se  nos  ofre- 
cen como  necesarias  e  inmutables. 

169.  Un  orden  de  verdades  ideales,  sin  una  verdad  real 


278  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  164-167] 


en  que  se  funden,  es  contradictorio.  Lo  necesario  ha  de  es- 
tribar en  algo  necesario ;  y  no  hay  necesidad  sin  existen- 
cia, pues  que  en  faltando  ésta,  sólo  queda  la  nada.  Ese  en- 
lace íntimo  que  vemos  entre  las  verdades  ideales,  esa  ne- 
cesidad absoluta  en  sus  relaciones  y  que  arranca  nuestro 
asenso  de  una  manera  irresistible,  es  una  vana  ilusión,  es 
un  absurdo,  si  no  hay  una  verdad  real  necesaria. 

Los  que  niegan  la  existencia  de  Dios  niegan  también  la 
razón  humana ;  sin  Dios  no  puede  haber  esa  comunidad  de 
ideas  que  llamamos  razón  y  cuyo  conjunto  ||  forma  las  ver- 
dades ideales.  Sin  Dios,  esta  necesidad  e  inmutabilidad  de 
las  esencias  serían  palabras  sin  sentido  (véase  Filosofía 
fundamental,  1.  4.°,  desde  el  c.  XXIII  hasta  el  XXVII  in- 
clusive) [vol.  XVIII].  || 


CAPITULO  XIV 

De  LA  CERTEZA 


170.  La  certeza  es  el  firme  asenso  a  una  cosa.  Estamos 
ciertos  de  nuestra  existencia,  de  la  del  mundo  corpóreo,  de 
los  principios  morales,  metafísicos  y  matemáticos,  porque 
asentimos  a  esto  sin  vacilación  de  ninguna  especie. 

171.  Conviene  distinguir  entre  la  certeza  y  su  funda- 
mento. La  certeza  es  un  hecho  innegable ;  lo  único  que  se 
puede  hacer  con  respecto  a  él  es  consignarle:  en  esto  no 
hay  ni  puede  haber  opiniones ;  los  filósofos  disputan  sobre 
la  certeza,  algunos  tienen  la  humorada  de  negarla ;  pero 
ello  es  que  todos  están  ciertos :  el  sofista  no  destruye  al 
hombre.  «Es  difícil  despojarse  enteramente  de  la  natura- 
leza humana»,  decía  Pirrón  al  verse  acusado  de  inconse- 
cuencia, porque,  dudando  de  todo,  se  apartaba  de  un  perro 
que  le  acometía. 

El  fundamento  de  la  certeza  puede  estar  sujeto  a  opinio- 
nes. La  certeza  es  un  edificio  sólido,  y  no  lo  es  menos  por- 
que se  dispute  sobre  la  razón  de  esta  ||  solidez  (véase  Filoso- 
fía fundamental.  1.  1.°,  ce.  I,  II  y  III)  [vol.  XVI]. 

172.  Hay  algunas  verdades  primeras  que  no  se  pueden 
poner  en  duda  sin  que  vacile  roda  certeza.  Los  filósofos  se 
han  dividido  al  buscar  la  principal.  Unos  sostienen  que  es 
el  principio  de  contradicción  «es  imposible  que  una  cosa 
sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiempo» ;  afirman  otros  que  es  la 
regla  siguiente :  «lo  que  se  ve  con  toda  claridad  en  la  idea 


[21,  167-169] 


IDEOLOGÍA  PURA. — C.  14 


279 


de  una  cosa  puede  afirmarse  de  ella» ;  por  fin,  los  hay  que 
dan  la  preferencia  al  famoso  entimema  de  Descartes:  «yo 
pienso,  luego  soy». 

173.  En  mi  concepto,  estos  tres  principios  son  de  órde- 
nes diferentes,  y,  por  consiguiente,  no  se  deben  comparar 
sin  limitaciones.  El  de  contradicción  es  de  evidencia ;  el  se- 
gundo es  de  sentido  común ;  el  tercero  es  de  conciencia. 
Hablando  en  rigor  no  hay  preferencia ;  los  tres  son  indis- 
pensables, cada  cual  en  su  línea. 

¿Por  qué  estamos  seguros  del  principio  de  contradic- 
ción? Porque  vemos  con  evidencia  que  el  ser  excluye  al  no 
ser,  y  viceversa.  ¿Por  qué  damos  crédito  a  esta  evidencia? 
Porque  a  ello  nos  hallamos  precisados  por  la  naturaleza. 
Henos  aquí,  pues,  apoyando  al  primer  principio  con  el  se- 
gundo. Y  al  estar  precisados  a  sujetarnos  a  la  evidencia, 
¿podemos  demostrarlo  con  otros  principios  evidentes?  No, 
porque  sobre  la  evidencia  de  éstos  tendríamos  la  misma 
cuestión,  y  deberíamos  proceder  hasta  lo  infinito.  ¿Qué  || 
hacemos,  pues,  en  este  caso?  Consignamos  una  ley  de  nues- 
tro espíritu,  un  hecho,  un  instinto  intelectual  a  que  no  pode- 
mos resistir.  Henos  aquí,  pues,  pasando  de  la  evidencia  al 
sentido  común  (véase  Lógica,  1.  3.°,  c.  I)  [vol.  XX]. 

174.  Cuando  Descartes  pone  por  base  de  los  conocimien- 
tos humanos  el  entimema :  «yo  pienso,  luego  soy»,  no  en- 
tiende hacer  un  raciocinio  propiamente  dicho,  sino  consig- 
nar un  hecho  de  conciencia  como  punto  de  partida  de  los 
conocimientos  filosóficos.  Es  como  si  dijera :  «Después  de 
haber  querido  dudar  del  mundo  externo,  y  hasta  de  mi 
cuerpo,  me  hallo  con  mi  pensamiento  propio,  del  cual  no 
me  es  posible  dudar ;  tengo  aquí,  pues,  un  hecho  íntimo, 
mi  pensamiento,  yo  mismo ;  este  pensamiento  me  manifies- 
ta mi  ser ;  yo  pienso,  yo  existo ;  y  en  esto  hallo  un  punto 
sólido  en  que  hacer  estribar  mis  ulteriores  investiga- 
ciones.» 

175.  Claro  es  que  el  principio  de  Descartes  no  es  ni  de 
evidencia  ni  de  sentido  común,  sino  de  conciencia  o  senti- 
do íntimo ;  y  que  negado  él,  o  puesto  en  duda,  nada  po- 
dríamos establecer.  Quien  duda  de  que  piensa  no  puede  sa- 
ber si  piensa  bien ;  antes  es  pensar  que  pensar  bien ;  así, 
pues,  en  faltando  el  principio  de  Descartes  no  estaríamos 
seguros  ni  del  de  contradicción  ni  de  otro  ninguno. 

176.  El  testimonio  de  la  conciencia,  tal  como  lo  asienta 
Descartes,  es  un  fundamento  indispensable  ||  para  los  de- 
más criterios ;  pero  a  su  vez  queda  destruido  si  vacilan  el 
de  sentido  común  o  el  de  contradicción.  ¿Y  qué  será  de  es- 
tos dos  últimos  si  negamos  uno  de  ellos  o  lo  ponemos  en 
duda?  No  hay  un  principio  solo,  en  el  sentido  que  se  ha  dado 
a  esta  palabra  en  las  escuelas :  hay,  sí,  varios  fundamentos 


280  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  169-1701 


de  certeza,  íntimamente  enlazados,  y  cuyo  conjunto  forma 
la  base  de  los  conocimientos  humanos.  Este  cimiento  no 
puede  el  hombre  alterarlo  ni  tocarlo  siquiera ;  remover 
una  piedra  es  arruinar  el  edificio. 

177.  Se  decía  en  las  escuelas  que  no  se  trataba  de  bus- 
car un  principio  del  que  dimanasen  todos  los  conocimien- 
tos, sino  una  verdad  tal  que,  una  vez  admitida,  se  pudie- 
se reducir  cuando  menos  indirectamente  a  quien  negase  las 
demás.  Voy  a  manifestar  que  esto  no  es  posible,  y  que  ne- 
gando uno  cualquiera  de  los  tres  principios  nada  se  puede 
probar. 

178.  Supóngase  que  uno  niega  el  principio  de  contradic- 
ción ;  a  este  tal  no  se  le  puede  reducir  por  ningún  otro. 

Para  quien  tenga  por  posible  que  una  cosa  sea  y  no  sea 
a  un  mismo  tiempo,  es  posible  el  sí  y  el  no  a  un  mismo 
tiempo  en  todo.  Pongámoslo  en  diálogo : 

— ¿Usted  existe? 

— Sí  y  no. 

—  ¿Cómo  es  posible? 

— Para  mí  no  es  imposible  el  sí  y  el  no  a  un  mismo 
tiempo. 

— ¿Pero  usted  piensa?  || 

— Sí  y  no,  por  la  misma  razón. 

— ¿Admite  usted  que  debemos  estar  seguros  de  las  ver- 
dades evidentes? 

— Sí  y  no,  por  la  misma  razón. 

Con  un  insensato  semejante  nada  se  puede  adelantar 
por  ningún  camino. 

179.  Veamos  lo  que  sucede  con  quien  niegue  el  princi- 
pio de  la  evidencia,  o  bien  la  veracidad  del  instinto  inte- 
lectual que  nos  hace  estar  seguros  de  Jas  cosas  evidentes. 

— ¿Admite  usted  como  cierto  el  principio  de  contradic- 
ción? 
—No. 

— Pero  ¿cómo  es  posible? 

— Pruébeme  usted  este  principio. 

— No  se  debe  ni  puede  probar,  porque  es  evidente  en 
sí  mismo. 

— Pero  como  yo  no  admito  que  debamos  creer  a  la  evi- 
dencia, su  argumento  de  usted  no  me  prueba  nada. 

Argúyasele  como  se  quiera:  está  fuera  de  la  razón,  y  la 
razón  no  le  podrá  convencer. 

180.  Si  fingimos  que  uno  niega  o  pone  en  duda  su  pro- 
pio pensamiento  y  existencia,  resultará  lo  que  sigue: 

— ¿Admite  usted  el  principio  de  contradicción? 
— No  sé  que  haya  tal  principio. 
— Pero  ¿no  lo  conoce  usted? 

— Es  que  como  no  sé  si  pienso,  ignoro  si  conozco.  || 


[21,  171-172]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  14 


281 


— ¿Pero  siquiera  admitirá  usted  que  debemos  creer  a 
nuestra  conciencia  propia? 

— Es  que  no  sé  que  tenga  conciencia 

— Pero  ¿no  la  siente  usted? 

— ¿Qué  se  yo?...  Ignoro  si  pienso  ni  siento. 

Se  puede  desafiar  a  todos  los  filósofos  del  mundo  a  que 
convenzan  a  quien  hable  de  esta  suerte. 

181.  Creo,  pues,  que  el  fundamento  de  la  certeza  está 
en  la  conciencia,  en  el  sentido  común  y  en  la  evidencia. 
Estas  cosas  no  se  pueden  separar  cuando  se  busca  la  razón 
de  la  certeza ;  sin  que  por  esto  quiera  yo  decir  que  para 
cerciorarnos  tengamos  necesidad  de  pensar  en  los  tres  cri- 
terios. Cada  uno  por  sí  solo  nos  deja  tranquilos ;  pues  ya 
llevo  observado  que  una  cosa  es  la  razón  filosófica  de  los 
fundamentos  de  la  certeza  y  otra  el  hecho  mismo. 

182.  No  obstante  que  en  la  Lógica  [vol.  XXJ  se  dió  una 
idea  de  estos  criterios  en  cuanto  sirven  para  pensar  bien, 
será  bueno  entrar  aquí  en  ulteriores  explicaciones. 

183.  La  conciencia  es  la  presencia  íntima  de  los  fenó- 
menos de  nuestra  alma.  De  ellos  estamos  ciertos  por  absolu- 
ta necesidad.  No  se  puede  señalar  otra  razón  de  esta  certe- 
za sino  la  presencia  íntima.  Estoy  cierto  que  pienso,  quiero, 
siento,  porque  estos  hechos  están  íntimamente  presentes  a 
mi  ser,  y  esta  certeza  es  tal,  que  no  concibo  cómo  pudiera 
estar  cierto  de  ||  otras  cosas  si  no  lo  estoy  antes  de  mi  con- 
ciencia propia.  Este  es  el  principio  de  Descartes. 

184.  La  evidencia  es  la  visión  intelectual  de  que  una 
idea  está  contenida  en  otra  o  excluida  por  ella.  Esto  se  ve- 
rifica en  el  principio  de  contradicción,  pero  no  en  él  solo. 
Que  tres  y  cuatro  son  siete ;  que  los  círculos  no  son  trián- 
gulos ;  que  el  todo  es  mayor  que  la  parte ;  que  una  cosa 
no  puede  ser  y  no  ser  a  un  mismo  tiempo,  éstas  son  verda- 
des evidentes,  porque  la  una  idea  está  incluida  en  la  otra, 
o  excluida  por  ella.  ¿Por  qué  hemos  de  dar  fe  a  la  eviden- 
cia? Cualquiera  razón  que  se  señale  deberá  fundarse  en 
algo,  y  entonces  preguntaremos  sobre  el  mismo  fundamen- 
to. No  siendq  posible  proceder  hasta  lo  infinito,  nada  ade- 
lantamos con  buscar  otros  fundamentos,  y  así  debemos  pa- 
rarnos desde  el  primer  paso  y  decir  que  el  asenso  a  lo  evi- 
dente es  una  necesidad,  como  que  es  una  ley  primitiva  de 
nuestro  espíritu.  Esta  respuesta  es  muy  racional,  porque 
luego  podemos  manifestar  que  es  indispensable  para  que 
poseamos  lo  que  se  llama  razón  y  para  que  no  seamos  un 
caos,  un  absurdo  viviente. 

185.  El  sentido  común  es  el  asenso  a  ciertas  verdades 
que  no  nos  constan  por  evidencia  ni  por  conciencia ;  el  ins- 
tinto intelectual  que  nos  hace  descansar  tranquilos  en  cier- 
tas verdades  que  son  indemostrables  o  en  cuya  demostra- 


282  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  172-1741 


ción  no  hemos  pensado.  Una  de  ellas  es  la  legitimidad  de 
nuestras  facultades,  la  seguridad  de  que  al  ejercerlas  no 
somos  víctimas  de  un  ||  engaño  perpetuo.  Que  debemos 
asentir  a  lo  evidente  no  lo  sabemos  por  evidencia,  pues  en 
tal  caso  deberíamos  buscar  la  razón  de  la  evidencia.  «Esto 
es  verdad.  — ¿Por  qué?  — Porque  es  evidente.  — Pero  ¿por 
qué  creemos  a  la  evidencia?  — Por  tal  razón  evidente. 
— Pero  ¿por  qué  creemos  a  esta  razón  evidente?»  Henos 
aquí  en  un  proceso  infinito. 

186.  El  asenso  a  lo  evidente  puede  ser  considerado  como 
un  hecho  de  conciencia  en  cuanto  se  refiere  al  orden  pura- 
mente interno ;  pero  es  de  notar  que  cuando  creemos  lo  evi- 
dente no  sólo  estamos  seguros  de  que  asentimos,  sino  de 
que  es  verdad  aquello  a  que  asentimos  aunque  esté  fuera 
de  nosotros.  Luego  la  evidencia  se  extiende  más  allá  del  tes- 
timonio de  la  conciencia  y  no  puede  apoyarse  en  éste  solo. 

Infiérese  de  lo  dicho  que,  aun  en  las  verdades  de  eviden- 
cia intrínseca,  es  necesario  llegar  a  esa  ley  primitiva  y  ne- 
cesaria del  espíritu  humano,  la  cual  le  obliga  a  dar  en  cier- 
tos casos  su  asenso  con  toda  seguridad,  sin  que  a  ello  pue- 
da resistirse  de  ningún  modo. 

187.  Resumamos  esta  doctrina  de  la  certeza. 

La  presencia  íntima  de  los  fenómenos  internos,  o  sea  la 
conciencia,  es  para  nosotros  una  fuente  de  firmísima  cer- 
teza. 

El  fundamento  de  este  criterio  se  halla :  en  la  naturale- 
za, que  con  fuerza  irresistible  nos  obliga  a  considerarle 
como  tal ;  en  la  razón,  que  nos  manifiesta  la  imposibilidad 
de  apoyarnos  en  ningún  punto  si  desechamos  el  de  concien- 
cia ;  en  el  testimonio  de  ||  todos  los  hombres,  que  tienen 
por  cierto  que  pasa  dentro  de  ellos  lo  que  experimentan. 

La  conciencia  debe  ceñirse  a  su  objeto  propio :  si  tras- 
pasa los  límites  de  su  jurisdicción  puede  inducirnos  a  error 
(véase  Lógica,  1.  3.°,  c.  I,  sec.  I)  [vol.  XX]. 

188.  La  evidencia,  o  sea  la  visión  intelectual  de  que  una 
idea  está  contenida  en  otra,  es  también  fuente  de  infalible 
certeza. 

A  tener  por  legítimo  este  criterio  nos  obligan :  la  natu- 
raleza, que  no  nos  permite  dudar  de  lo  evidente ;  la  razón, 
que  se  ve  destruida  y  hasta  convertida  en  un  absurdo  si  no 
puede  fiarse  de  la  evidencia ;  y,  por  fin,  el  testimonio  de 
todos  los  hombres,  quienes  disputan  sobre  la  evidencia  de 
tal  o  cual  cosa,  pero  nunca  dudan  de  que  se  deba  asentir 
a  lo  evidente. 

189.  El  sentido  común,  o  sea  la  inclinación  a  dar  asen- 
so a  algunas  verdades,  aunque  no  las  conozcamos  por  el  tes- 
timonio de  la  conciencia  ni  de  la  evidencia,  es  otro  funda- 
mento de  certeza. 


[21,  174-176]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  14 


283 


Esta  proposición:  «puedo  fiarme  del  testimonio  de  mi 
conciencia  y  de  la  evidencia»,  no  pertenece  a  las  verdades 
de  conciencia  ni  evidencia  (185  y  186), y,  sin  embargo,  ¿quién 
duda  de  ella? 

«Obrando  siempre  al  acaso  no  me  saldrá  todo  como  yo 
quiero» ;  ésta  no  es  verdad  de  conciencia  ni  de  evidencia,  y, 
no  obstante,  nadie  la  pone  en  duda. 

La  legitimidad  de  este  criterio  nos  la  persuaden :  la  na- 
turaleza, que  nos  la  impone ;  la  razón,  que  nos  ||  muestra  su 
necesidad,  siquiera  para  estar  seguros  de  que  nuestras  fa- 
cultades no  son  falaces  en  cuanto  a  los  objetos  que  les  per- 
tenecen ;  y,  por  fin,  el  testimonio  del  género  humano,  que 
descansa  tranquilamente  sobre  el  sentido  común. 

190.  El  testimonio  de  los  sentidos  es  criterio  de  verdad, 
en  cuanto  nos  cerciora  de  la  existencia  de  un  mundo  exter- 
no, extenso,  y  de  las  relaciones  que  sus  partes  tienen  entre 
sí  y  con  nuestros  órganos. 

La  conciencia  nos  asegura  de  la  presencia  de  esos  fenó- 
menos que  llamamos  sensaciones ;  y  la  naturaleza  nos  obli- 
ga a  creer  que  a  estos  fenómenos  corresponden  objetos  ex- 
ternos. Aquí,  pues,  se  combinan  la  conciencia  y  el  sentido 
común.  La  razón  viene  en  auxilio  de  estos  criterios  proban- 
do la  objetividad  de  las  sensaciones  (véase  Estética,  desde 
el  c.  VIII  hasta  el  XII).  Y,  por  fin,  confirma  esta  verdad  el 
testimonio  del  género  humano,  que  la  cree  sin  necesidad 
de  demostración  ni  de  reflexiones. 

191.  Como  Dios  por  ser  infinitamente  sabio  no  puede 
engañarse,  y  por  ser  infinitamente  santo  no  puede  engañar- 
nos, su  palabra  es  infalible  criterio  de  verdad. 

192.  La  autoridad  humana,  cuando  reúne  las  debidas 
condiciones,  es  criterio  de  verdad. 

Tenemos  natural  inclinación  a  creer  a  los  demás  hom- 
bres ;  esto  se  echa  de  ver  en  los  niños  y  en  la  gente  senci- 
lla, en  quienes  la  naturaleza  obra  con  toda  ||  espontaneidad. 
La  razón  viene  en  apoyo  de  este  juicio  instintivo.  Claro  es 
que  no  se  pretende  establecer  la  infalibilidad  del  testimo- 
nio de  los  nombres ;  por  desgracia,  los  engaños,  ya  por  ig- 
norancia, ya  por  malicia,  son  demasiado  frecuentes ;  sólo 
se  afirma  que  es  un  criterio  seguro  en  ciertos  casos  y  más 
o  menos  probable  en  muchos  otros. 

Para  los  que  no  han  visto  París,  la  existencia  de  esta 
ciudad  es  tan  cierta  como  si  la  hubiesen  visto;  y,  sin  em- 
bargo, su  certeza  la  apoyan  únicamente  en  la  autoridad  hu- 
mana, pues  que  no  la  tienen  ni  por  los  sentidos,  ni  por  la 
conciencia,  ni  por  la  evidencia,  ni  por  el  sentido  común. 
Pero  este  asenso  instintivo  es  sumamente  racional ;  vamos 
a  demostrarlo. 

Una  multitud  de  testigos  de  todas  edades,  sexos,  condi- 


284  FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  176-178] 


ciones  y  naciones  afirman  constantemente  que  existe  París. 
La  constancia  y  universalidad  de  semejante  afirmación  sólo 
puede  dimanar  de  la  existencia  real  de  París,  la  que  se  ha 
presentado  a  los  sentidos  de  los  testigos.  Si  así  no  fuese,  se- 
ría preciso  suponer,  o  que  se  han  engañado,  o  que  nos  han 
querido  engañar ;  ambas  cosas  son  imposibles.  No  se  han 
engañado,  porque  no  se  trata  de  un  objeto  que  pueda  dar 
lugar  a  equivocaciones,  sino  de  una  gran  ciudad ;  y,  por 
otra  parte,  no  pudieran  engañarse  todos,  a  no  suponer  tras- 
tornados los  sentidos  a  cuantos  van  y  vienen  en  la  direc- 
ción donde  se  dice  estar  situada  aquella  capital.  No  han 
querido  engañarnos,  porque  la  unanimidad  en  el  engaño  de- 
pendería o  de  convenio  o  de  casualidad :  no  puede  dima- 
nar de  convenio,  pues  que  éste  es  imposible  en  tanta  mu- 
chedumbre y  ||  variedad  de  testigos,  tiempos  y  circunstan- 
cias ;  tampoco  puede  proceder  de  casualidad,  pues  el  que 
tantos  hombres  sin  convenirse  hubiesen  tenido  la  misma 
ocurrencia,  la  misma  voluntad,  la  misma  manera  de  enga- 
ñar, sería  no  menos  extraño  que  el  que  todos  ellos,  sin  con- 
venirse, hubiesen  abierto  un  libro  en  una  misma  página. 
Esta  es  una  de  aquellas  casualidades  absurdas  rechazadas 
por  el  sentido  común  (véase  Lógica,  1.  3.°,  c.  I,  sec.  III)  [vo- 
lumen XX]. 

Fácil  sería  aplicar  esta  demostración  a  los  demás  casos 
donde  la  autoridad  humana  se  tiene  por  absolutamente  se- 
gura ;  y  así  podemos  afirmar  que  éste  es  un  criterio  de 
verdad  en  que  se  combinan  los  demás:  el  de  los  sentidos, 
con  que  oímos  o  leemos  la  narración ;  el  de  sentido  común, 
con  que  nos  inclinamos  a  creer ;  y,  por  fin,  el  de  la  eviden- 
cia, que  en  caso  necesario  acude  a  demostrar  con  raciocinio 
la  imposibilidad  del  engaño. 

193.  Cada  criterio  se  basta  a  sí  mismo  en  los  objetos 
respectivos,  en  cuanto  se  trata  únicamente  de  cerciorarnos, 
y  todos  se  enlazan  entre  sí,  fortaleciéndonos  recíprocamen- 
te ;  ésta  es  la  mejor  prueba  de  su  legitimidad.  A  pesar  de 
que  pertenecen  a  órdenes  tan  diversos,  sufren  el  uno  el 
examen  del  otro.  La  razón  no  puede  probarlo  todo,  es  ver- 
dad ;  pero  puede  acercar  su  luz  a  todos  los  criterios  en  que 
descansa  el  espíritu  humano,  y  en  todos  encuentra  no  sólo 
la  acción  de  la  naturaleza  que  impulsa  irresistiblemente, 
sino  las  leyes  racionales  aplicadas  de  la  manera  que  corres- 
ponde. En  todos  reconoce  la  necesidad  de  admitirlos  ||  como 
legítimos,  so  pena  de  caer  ella  en  el  absurdo  de  negarse  a 
sí  propia,  de  suicidarse. 

194.  Quitad  la  conciencia,  y  el  ser  sensitivo  e  inteligen- 
te no  se  encuentra  a  sí  mismo.  Quitad  la  evidencia,  y  la 
razón  no  puede  dar  un  paso.  Quitad  el  sentido  común,  y  nos 
faltan  muchas  verdades  que  no  podemos  demostrar,  o  que 


(21,  178-180]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  15 


285 


necesitamos  antes  de  toda  reflexión ;  y,  además,  no  estare- 
mos seguros  de  que  debamos  asentir  a  lo  evidente  ni  de 
que  sea  veraz  en  su  testimonio  ninguna  de  nuestras  facul- 
tades. Quitad  el  testimonio  de  los  sentidos,  y  el  mundo  cor- 
póreo se  convierte  en  una  ilusión.  Quitad  la  autoridad  hu- 
mana, y  desde  el  momento  en  que  el  hombre  no  crea  al 
hombre,  la  sociedad  y  la  familia  se  disuelven,  se  hacen  im- 
posibles. 

195.  Hay,  pues,  en  los  fundamentos  de  la  certeza  una 
trabazón  firmísima,  una  armonía  admirable ;  no  se  contra- 
dicen, se  fortalecen  recíprocamente.  La  certeza  es  un  hecho 
precioso  que  la  bondad  del  Criador  ha  comunicado  a  los 
hombres ;  no  ha  querido  que  para  poseer  ese  patrimonio 
necesitasen  de  la  filosofía.  Al  examinar  los  fundamentos  de 
la  certeza  se  ofrecen  a  primera  vista  algunas  sombras ;  pero 
procediendo  sin  espíritu  de  sistema,  con  sincero  amor  de 
la  verdad,  lejos  de  hallar  aquí  un  escollo,  se  descubre  una 
obra  admirable  que  atestigua  la  bondad  y  sabiduría  del  Au- 
tor de  todas  las  cosas  (véase  Filosofía  fundamental,  I.  1.°) 
[vol.  XVI].  || 


CAPITULO  XV 

La  ciencia,  su  existencia,  naturaleza  y  límites 


196.  Tenemos,  pues,  que  hay  certeza  de  algunas  verda- 
des :  el  entendimiento  humano  puede  examinarlas,  anali- 
zarlas, compararlas,  desenvolverlas,  y  así  descubrir  otras 
que  están  contenidas  en  ellas.  Este  desarrollo  de  las  verda- 
des primeras,  producido  por  la  actividad  intelectual,  es  la 
ciencia,  a  la  que  definiremos :  un  conocimiento  cierto  y  evi- 
dente de  un  conjunto  de  verdades  secundarias  enlazadas 
con  las  primeras. 

197.  El  raciocinio  con  que  se  llega  a  esta  manifesta- 
ción, con  que  se  desenvuelve  lo  primario  para  que  aparez- 
ca lo  secundario,  se  apellida  demostración,  que  definire- 
mos: un  discurso  que  saca  de  las  verdades  primeras  otras 
evidentemente  enlazadas  con  ellas. 

Este  es  el  solo  raciocinio  que  merece  en  rigor  el  nombre 
de  demostración;  el  único  que  engendra  ciencia;  los  de- 
más se  llaman  probables,  y  sus  resultados  son  las  opi- 
niones. || 

198.  La  demostración  se  divide  en  varias  clases.  Simple 
es  la  que  emplea  un  solo  silogismo;  compuesta,  la  que  ne- 


286  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  180-181] 


cesita  más  de  uno ;  directa,  la  que  se  funda  en  la  misma 
naturaleza  de  las  cosas ;  indirecta,  la  que  manifiesta  el  ab- 
surdo que  se  seguiría  si  lo  que  se  afirma  no  fuese  verdad, 
por  eso  se  la  llama  ad  absurdum;  a  priori,  la  que  llega  al 
objeto  partiendo  de  su  causa  u  origen;  a  posteriori,  la  que 
prueba  la  causa  por  el  efecto  o  el  origen  por  lo  que  de  él 
dimana ;  apodíctica,  la  que  se  apoya  en  la  intrínseca  re- 
lación de  las  ideas ;  no  apodíctica,  la  que  necesita  salir  de 
este  círculo. 

199.  Toda  demostración  necesita  de  principios  en  que  se 
funde ;  según  sean  éstos  será  la  ciencia  que  engendre. 

Estos  principios  que  no  estriban  en  otros  se  llaman  en 
general  axiomas.  En  tratándose  de  cosas  relativas  a  las  ac- 
ciones toman  a  veces  el  nombre  de  máximas.  Si  el  princi- 
pio es  un  supuesto  evidentemente  posible,  se  denomina  pos- 
tulado, como  si  se  pide  que  se  tire  una  recta  de  un  punto 
a  otro. 

200.  Los  principios  puramente  ideales  (c.  XIII)  prescin- 
den de  toda  experiencia ;  y  así  las  demostraciones  que  en 
ellos  estriben  sólo  deben  subordinarse  a  las  condiciones 
ideales.  Tales  son  los  matemáticos  y  los  ontológicos. 

201.  Ya  hemos  visto  (ibíd.)  que  estos  principios  por  sí 
solos  conducen  únicamente  a  la  ciencia  ideal ;  |l  y,  por  tan- 
to, si  se  quiere  llegar  a  la  que  tiene  por  objeto  la  realidad, 
es  necesaria  la  experiencia,  externa  o  interna.  Así,  pues, 
las  demostraciones  cuyo  objeto  sea  la  manifestación  de  una 
verdad  real  deben  contener  en  sus  premisas  la  afirmación 
de  un  hecho. 

202.  De  aquí  resulta  una  diferencia  notabilísima  entre 
las  ciencias  ideales  y  las  reales.  Aquéllas  poseen  una  certe- 
za absoluta,  éstas  una  certeza  condicional ;  aquéllas  nos 
ofrecen  una  serie  de  verdades  evidentes  sin  ningún  peli- 
gro de  error,  éstas  nos  presentan  a  cada  paso  obscuridad  y 
dificultades. 

203.  Se  suele  preguntar:  ¿Por  qué  las  matemáticas  se 
distinguen  por  su  certeza  y  evidencia?  La  razón  se  halla 
en  lo  que  acabo  de  decir.  Las  matemáticas  son  ciencias  pu- 
ramente ideales ;  se  ocupan  de  las  relaciones  de  la  canti- 
dad prescindiendo  de  toda  experiencia ;  tienen  por  base 
nuestras  ideas  mismas  y  sólo  exigen  que  sigamos  con  aten- 
ción el  hilo  que  las  enlaza.  Al  dar  una  definición  ponemos 
en  ella  lo  que  hay  en  nuestra  idea ;  y  al  desenvolver  lo  de- 
finido sacamos  de  la  definición  lo  que  nosotros  mismos  he- 
mos puesto.  Lo  propio  que  en  las  matemáticas  sucede  en 
la  ontología;  y  si  en  aquéllas  hallamos  mayor  claridad  es 
porque  versan  sobre  objetos  más  próximos  a  la  esfera  sen- 
sible y  no  nos  obligan  a  concentrarnos  tanto  en  la  región 
del  entendimiento  puro. 


[21.  181-183] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


15 


287 


204.  Las  ciencias  que  tienen  por  objeto  la  realidad,  ya 
sea  interna,  como  la  psicología,  ya  la  externa,  ||  como  la 
cosmología  y  todas  las  naturales,  luchan  con  dos  obstácu- 
los de  que  las  ideales  están  exentas:  1.°  La  dificultad  de  cer- 
ciorarse bien  de  los  hechos  experimentales  en  que  han  de 
estribar.  2.°  La  de  aplicar  con  acierto  los  principios  ideales 
a  los  hechos  observados.  Y  he  aquí  la  razón  de  la  obscuri- 
dad que  las  rodea  y  de  la  variedad  de  opiniones  que  en 
ellas  se  encuentran,  a  diferencia  de  las  matemáticas. 

205.  Esta  doctrina  hace  comprender  más  a  fondo  los 
preceptos  de  la  lógica  y  la  razón  de  los  mismos  (véase  Ló- 
gica, «Nociones  preliminares»,  c.  II)  [vol.  XX].  No  todas  las 
ciencias  deben  tratarse  con  un  mismo  método :  los  que  exi- 
gen para  todo  demostraciones  parecidas  a  las  matemáticas 
manifiestan  no  tener  conocimiento  de  la  diferencia  funda- 
mental que  acabo  de  señalar ;  pierden  de  vista  las  verda- 
des reales  y  sólo  se  acuerdan  de  las  ideales.  En  semejante 
defecto  incurren  los  que  pretenden  explicar  la  naturaleza 
física,  el  corazón  humano,  las  leyes  de  la  sociedad  por  me- 
ras teorías :  se  atienen  a  un  orden  ideal  y  olvidan  que  se 
trata  del  real ;  que  se  busca,  no  lo  que  hay  en  nuestro  en- 
tendimiento, sino  en  las  cosas  mismas.  Las  verdades  pura- 
mente ideales  bastan  para  las  ciencias  puramente  ideales ; 
pero  en  tratándose  de  la  realidad  es  preciso  combinar  las 
ideas  con  la  observación  de  los  hechos :  sólo  de  esta  combi- 
nación puede  brotar  la  luz  para  guiarnos  al  conocimiento 
de  las  verdades  reales  para  enlazarlas,  para  sujetarlas  a  le- 
yes generales  y  formar  de  ellas  un  verdadero  cuerpo  de 
ciencia.  || 

206.  La  enunciación  de  lo  que  se  busca  se  llama  cues- 
tión ;  la  que  se  apellida  problema  si  se  trata  de  hacer  algu- 
na cosa.  Al  ofrecerse,  pues,  un  problema  "o  una  cuestión,  lo 
primero  que  se  debe  hacer  es  examinar  a  qué  orden  perte- 
nece :  si  al  ideal,  o  al  real,  o  al  mixto.  Con  este  método  se 
evitan  muchos  errores  y  no  se  pierde  tiempo  en  conside- 
raciones inconducentes.  La  cuestión  es  ideal,  atenerse,  pues, 
a  la  relación  de  las  ideas  puras ;  es  real,  buscar  hechos ; 
es  mixta,  combinar  lo  ideal  con  lo  real  en  la  debida  pro- 
porción. 

Se  busca  cuál  es  el  mejor  gobierno  para  una  sociedad,  y 
se  discute  largamente  en  la  región  de  los  principios  olvi- 
dando los  hechos,  errado  método ;  al  tratar  de  la  práctica 
es  preciso  atenerse  a  la  experiencia.  Se  quieren  conocer  las 
leyes  del  mundo  físico,  y  se  discurre  por  teorías  sin  cuidar 
de  la  observación,  errado  método ;  tratando  de  una  reali- 
dad no  se  ha  de  buscar  lo  que  se  piensa,  sino  lo  que  es.  Se 
desea  fijar  las  leyes  del  movimiento  de  los  astros  y  se 
atiende  sólo  al  cálculo,  errado  método ;   es  preciso  saber 


288  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


121,  m-io-j] 


hasta  qué  punto  las  leyes  matemáticas  o  del  orden  ideal 
son  modificadas  por  las  condiciones  de  la  materia  a  que  se 
aplican.  ¿Hay  habitantes  en  los  astros?  ¿De  qué  especie 
son?  Esta  es  cuestión  real:  ¿hay  medios  de  observar  los 
hechos?  No ;  pues  se  pierde  el  tiempo  que  se  invierta  en 
el  examen,  a  no  ser  que  nos  propongamos  divertirnos  con 
ingeniosas  conjeturas.  ¿Cuánto  tiempo  durará  el  mundo? 
Esta  es  cuestión  real:  ¿tenemos  algún  medio  para  conocer 
esta  realidad?  No ;  pues  no  nos  acaloremos  disputando  ni 
nos  cansemos  en  el  examen.  |] 

Este  es  el  secreto  para  adquirir  sagacidad  en  la  investi- 
gación, para  fijar  de  un  golpe  las  cuestiones,  para  discernir 
entre  lo  asequible  y  lo  no  asequible,  para  dar  solidez  al 
discurso  y  aplomo  al  juicio. 

207.  En  nuestro  espíritu  hay  dos  ideas  fundamentales : 
la  de  extensión  y  la  de  ser ;  la  primera,  con  sus  modifica- 
ciones, es  la  base  de  la  geometría  y  el  elemento  necesario 
de  las  ciencias  naturales ;  la  segunda  da  origen  al  princi- 
pio de  contradicción ;  por  consiguiente,  es  indispensable 
para  que  la  idea  de  extensión  pueda  ser  objeto  de  ciencia, 
y  además  engendra  todos  los.  conocimientos  ontológicos  y 
se  difunde  por  todos  los  ramos  científicos. 

208.  Las  ideas  intuitivas  que  poseemos  son  las  siguien- 
tes :  1.a  La  de  lá  extensión  de  los  cuerpos,  o  sea  la  sensi- 
bilidad pasiva.  2.a  La  de  las  afecciones  sensitivas ;  pues  que 
las  experimentamos  en  nuestra  conciencia.  3.a  La  de  los  ac- 
tos intelectuales  puros,  presentes  en  nuestro  interior.  4.a  Los 
actos  de  la  voluntad  racional,  por  la  misma  razón  (véase 
Filosofía  fundamental,  1.  4.°,  c.  XXII)  [vol.  XVIII]. 

He  aquí  enumerados  los  elementos  de.  nuestra  ciencia ; 
éste  es  el  campo  que  podemos  recorrer.  No  perdamos  de 
vista  sus  límites.  || 


CAPITULO  XVI 

Relación  de  las  ideas  con  el  lenguaje 


209.  La  actividad  intelectual  de  nuestro  espíritu  no  se 
desarrolla  sino  bajo  ciertas  condiciones ;  a  más  de  la  con- 
veniente disposición  de  los  órganos  necesita  de  otras  que 
podrían  llamarse  sociales.  Nadie  niega  cuánto  debe  el  hom- 
bre a  la  educación  e  instrucción ;  ni  la  ignorancia  y  envi- 
lecimiento que  acompañan  a  la  falta  de  ellas.  Compárese 
a  los  europeos,  de  educación  esmerada  y  versados  en  las  ar- 


[21,  185-187] 


IDEOLOGÍA  PURA. 


L6 


289 


tes  y  ciencias,  con  las  hordas  de  los  salvajes:  la  diferencia 
es  inmensa.  ¿Y  de  dónde  resulta?  De  que  las  facultades  in- 
telectuales y  morales  de  los  primeros  se  han  desarrollado 
con  la  educación  y  la  instrucción,  mientras  las  de  los  se- 
gundos han  permanecido  adormecidas  en  una  vida  de  em- 
brutecimiento. No  es  posible  explicar  semejante  diferen- 
cia por  razones  de  clima  ni  variedad  de  razas:  los  breto- 
nes, los  galos  y  germanos  del  tiempo  de  César  no  se  parecen 
por  cierto  a  los  modernos  ingleses,  franceses  y  alemanes; 
y,  sin  embargo,  el  clima  es  el  mismo  y  la  raza  también. 
Sin  ir  tan  lejos,  encontramos  lo  mismo  en  la  experiencia  de 
cada  día.  ¿Qué  ||  diferencia  no  vemos  entre  un  hombre  fal- 
to de  instrucción  y  educación  y  otro  que  las  tenga  escogidas? 

210.  Estos  hechos  han  dado  origen  a  una  cuestión  filo- 
sófica: ¿hasta  qué  punto  necesita  de  la  comunicación  con 
otros  el  espíritu  humano  para  el  desarrollo  de  sus  faculta- 
des intelectuales  y  morales?  ¿Qué  puede  la  razón  de  un 
hombre  abandonado  a  sí  solo,  privado  enteramente  del  tra- 
to con  sus  semejantes?  Esta  es  una  cuestión  curiosa  y  pro- 
funda en  sí  misma,  y,  además,  sobremanera  importante  por 
sus  relaciones  con  la  historia  del  desarrollo  del  género  hu- 
mano. 

211.  Fácil  es  amontonar  conjeturas  apoyándolas  con  ra- 
zones especiosas ;  pero  en  tratándose  de  hechos  es  preciso 
consultar  la  experiencia.  Verdad  es  que  aquí  ventilamos 
una  cuestión  no  histórica,  sino  filosófica,  y  que  buscamos 
no  lo  que  ha  sucedido,  sino  lo  que  puede  suceder ;  mas 
tampoco  cabe  duda  en  que  estas  cuestiones  se  hallan  ínti- 
mamente ligadas ;  pues  si  la  experiencia  nos  enseñase  que 
el  desarrollo  del  espíritu  humano  se  ha  verificado  siempre 
bajo  cierta  condición,  y  no  se  ha  verificado  nunca  cuando 
ésta  ha  faltado,  tendríamos  un  vehemente  indicio  de  que 
esta  condición  es  necesaria  para  el  desarrollo.  Vamos,  pues, 
a  los  hechos. 

212.  Cuenta  Herodoto  (1.  2.°>  que  el  rey  de  Egipto  Psa- 
mético,  deseoso  de  averiguar  cuál  era  la  nación  más  anti- 
gua, se  propuso  descubrirlo  buscando  ||  cuál  era  la  lengua 
primitiva ;  con  cuyo  objeto  tomó  dos  niños  recién  nacidos 
y  los  entregó  a  un  pastor  para  que  los  criara  en  absoluta 
soledad,  sin  permitir  que  nadie  pronunciara  delante  de 
ellos  palabra  alguna.  Transcurridos  dos  años,  al  abrir  un 
día  el  pastor  la  puerta  de  la  choza  donde  los  tenía  encerra- 
dos, se  precipitaron  sobre  él  los  niños  alargándole  los  bra- 
zos y  pronunciando  la  palabra  becos.  Esta  es  la  única  que 
les  oyó  el  pastor  durante  algún  tiempo,  hasta  que  resolvió 
dar  cuenta  al  rey  del  resultado  de  su  comisión.  Sea  lo  que 
fuere  de  la  verdad  de  esta  curiosa  historia,  es  de  notar  que 
la  palabra  becos  no  debía  de  ser  otra  cosa  que  la  alterada  re- 


re) 


290  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  187-189] 


petición  del  balido  de  las  cabras,  con  las  cuales  estaban  en 
incesante  comunicación,  pues  que  se  alimentaban  de  su  le- 
che. Como  quiera,  el  hecho  verdadero  o  fingido  no  es  favo- 
rable al  desarrollo  de  la  humana  inteligencia  entregada  a 
sí  sola. 

213.  Otro  hecho  semejante  encontramos  en  la  Historia 
de  la  Sociedad  de  Jesús  (parte  5.a,  1.  18).. Ackebar,  empera- 
dor del  Mogol,  queriendo  descubrir  cuál  era  la  religión  na- 
tural, hizo  criar  treinta  niños  en  completa  incomunicación 
con  los  demás  hombres,  cuidando  de  que  no  oyesen  jamás 
pronunciar  ninguna  palabra.  A  la  vuelta  de  algunos  años 
mandó  el  emperador  traer  a  su  presencia  a  los  treinta  alum- 
nos, y  se  encontró  con  treinta  mudos,  que  por  su  embruteci- 
miento se  parecían  a  las  bestias.  || 

214.  En  Europa  y  América  se  ha  visto  un  fenómeno  se- 
mejante en  los  niños  que,  o  por  abandono  de  sus  padres  o 
por  otra  causa,  se  habían  criado  solos  en  los  bosques ;  en 
todos  los  casos  de  esta  especie  se  ha  notado  que  los  niños 
no  hablaban  y  estaban  sumidos  en  la  más  deplorable  es- 
tupidez. 

215.  Resulta  de  estos  hechos  que  el  hombre,  para  el  des- 
arrollo de  sus  facultades,  necesita  estar  en  comunicación 
con  sus  semejantes ;  y  que  sin  esto  su  inteligencia  perma- 
nece adormecida. 

216.  Es  de  notar  que  no  basta  una  comunicación  cual- 
quiera para  que  se  desenvuelvan  cumplidamente  las  facul- 
tades intelectuales,  sino  que  es  necesaria  la  comunicación 
por  la  palabra,  sin  cuyo  auxilio,  o  no  se  adquieren  cierta 
clase  de  ideas,  o  se  adquieren  con  imperfección  y  no  sin  mu- 
cha dificultad.  Los  sordomudos  nos  ofrecen  en  este  punto 
hechos  sumamente  curiosos. 

217.  Léese  en  la  Historia  de  la  Academia  de  las  Cien- 
cias, de  París,  del  año  1703,  que  un  sordomudo  de  Chartres 
adquirió  el  oído  a  la  edad  de  veinticuatro  años,  con  lo  cual 
pudo  hablar  al  cabo  de  pocos  meses.  Curiosos  algunos  teó- 
logos de  saber  qué  ideas  se  había  formado  de  Dios,  del 
alma,  de  los  preceptos  de  la  ley  natural  y  de  otras  cosas  in- 
corpóreas, le  preguntaron  cuidadosamente  sobre  estos  pun- 
tos, resultando  del  examen  que  jamás  había  él  pensado  en 
dichos  objetos.  Tocante  a  las  prácticas  religiosas  en  ||  que  es- 
taba enseñado  por  sus  padres  católicos,  se  observó  que,  si 
tenía  alguna  idea  intelectual  y  moral  de  lo  que  ejecutaba, 
debía  de  ser  muy  imperfecta;  al  parecer,  todo  lo  hacía  sin 
conocimiento,  y  únicamente  por  el  hábito  de  imitar  a  los 
demás.  Están  acordes  con  este  hecho  las  declaraciones  de 
varios  maestros  de  sordomudos  que  atestiguan  que,  antes 
de  la  enseñanza,  el  sordomudo  no  conoce  las  verdades  me- 
tafísicas. 


[21.   189-191]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  16 


291 


218.  Sin  atribuir  a  estos  hechos  el  carácter  de  una  ver- 
dadera demostración,  preciso  es  convenir  en  que  dejan  fue- 
ra de  duda  la  importancia  de  la  comunicación  de  un  hom- 
bre con  otro  por  medio  de  la  palabra;  y  hacen  muy  proba- 
ble que  un  individuo  criado  en  completa  soledad  permane- 
cería constantemente  en  la  estupidez. 

219.  Después  de  los  experimentos  pasemos  al  análisis 
ideológico  y  veamos  qué  facultades  pueden  desarrollarse 
sin  el  auxilio  de  la  palabra. 

220.  Es  evidente  que  los  sentidos  externos  no  necesitan 
de  ella:  el  niño  al  nacer  ya  siente,  y  lo  manifiesta  con  el 
llanto.  En  este  punto  el  hombre  no  ha  menester  de  la  edu- 
cación :  los  órganos  de  los  cinco  sentidos  empiezan  a  ejercer 
sus  funciones  desde  que  se  encuentran  en  la  debida  rela- 
ción con  sus  objetos  propios.  Si  alguna  educación  es  necesa- 
ria para  rectificar  las  impresiones  de  los  sentidos,  nos  la 
da  la  naturaleza.  || 

*  221.  Claro  es  que  las  sensaciones  despertarían  la  imagi- 
nación en  un  hombre  reducido  a  la  más  completa  soledad. 
Recordaría  el  árbol  con  cuyo  fruto  se  alimentó,  el  arroyo 
donde  templó  su  sed,  la  cueva  que  le  dió  abrigo  en  la  intem- 
perie. Tendría,  pues,  memoria  imaginativa.  En  cuanto  a  la 
inventiva,  tampoco  se  le  puede  negar.  Habiendo  observado 
que  una  cueva  de  piedra  le  dió  abrigo,  podría  imaginar  el 
construir  un  techo  de  ramos  de  árboles ;  en  lo  que  uniría 
dos  representaciones :  la  de  los  ramos  y  la  de  la  forma  a 
propósito  para  guarecerse. 

222.  La  dificultad  está,  pues,  en  las  ideas  que  se  elevan 
sobre  el  orden  sensible,  es  decir,  las  metafísicas,  como  subs- 
tancia, causa,  necesidad,  contingencia,  y  las  morales,  como 
bueno,  malo,  derecho,  deber,  lícito,  ilícito. 

223.  Es  de  notar  que  la  cuestión  no  versa  sobre  la  per- 
fección de  estas  ideas,  sino  sobre  su  existencia ;  nadie  nie- 
ga que  en  un  salvaje  solitario  estas  ideas,  si  las  hubiese,  se- 
rían obscuras,  confusas,  torpes,  digámoslo  así;  pero  ¿se 
puede  afirmar  que  no  existirían  de  ningún  modo,  ni  aun  con 
esa  imperfección? 

224.  Como  ésta  es  una  cuestión  que  no  se  puede  resol- 
ver a  priori,  es  necesario  atender  otra  vez  a  la  experien- 
cia. Esta  nos  dice  que  los  hombres  criados  en  la  soledad  no 
hablan  y  que  se  manifiestan  en  un  estado  de  la  mayor  es- 
tupidez. El  hecho  es  importante  para  consignar  la  imper- 
fección de  las  ideas,  pero  ||  no  suficiente  para  negarlas  del 
todo.  Los  salvajes  eran  interrogados  y  no  podían  respon- 
der, es  cierto ;  ni  aun  con  signos  manifestaban  que  pose- 
yesen las  ideas  metafísicas  y  morales,  es  verdad ;  pero  ad 
viértase  que  así  como  ignoraban  el  lenguaje  oral,  tampo 
co  conocían  el  de  los  signos  comunes ;  adviértase  que  sus 


292  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  iZl,  191-192] 


ideas,  a  más  de  estar  muy  poco  desenvueltas,  no  se  halla- 
ban ligadas  con  ninguno  de  dichos  signos,  pues  si  algunos 
tuviesen  serían  especiales,  hijos  de  la  necesidad  y  de  las 
circunstancias  en  que  se  hubiesen  encontrado;  adviértase, 
por  fin,  que  el  salvaje  traído  de  repente  a  la  presencia  de 
hombres  civilizados  debía  de  confundirse  con  la  novedad, 
experimentando  una  fuerte  perturbación  en  el  ejercicio  de 
sus  facultades.  El  no  dar  noticia  de  su  estado  anterior  cuan- 
do llegara  al  uso  de  la  razón;  tampoco  probaría  nada ;  por- 
que es  claro  que  esta  razón,  hallándose  en  un  estado  nuevo 
tan  superior  al  primero  y  con  tantos  auxilios  de  que  antes 
carecía,  no  podía  sin  dificultad  ligar  dos  órdenes  de  ideas 
tan  diferentes  entre  sí.  Además,  el  dar  cuenta  de  un  estado 
intelectual  en  circunstancias  especiales  requiere  atención 
refleja,  y  precisamente  la  reflexión  debió  ser  o  nula  o  muy 
escasa  en  un  salvaje  solitario. 

225.  Las  mismas  observaciones  pueden  aplicarse  a  los 
sordomudos;  y  así  no  se  deben  admitir  como  enteramente 
ciertas  las  consecuencias  arriba  indicadas  (217).  I! 

226.  El  argumento  fundado  en  la  imposibilidad  de  pen- 
sar sobre  las  cosas  insensibles  sin  el  auxilio  de  la  palabra, 
tampoco  es  concluyente.  No  cabe  duda  en  que  nosotros, 
mientras  pensamos,  tenemos  una  locución  interior;  pero 
no  es  tan  cierto  que  no  podamos  pensar  nada  sin  pensar 
en  la  palabra ;  antes  la  opinión  contraria  parece  más  pro- 
bable (véase  Filosofía  fundamental,  1.  4.°,  c.  XXIX,  y  1.  10.°, 
c.  XVII)  [vols.  XVIII  y  XIX].  Nadie  disputa  sobre  la  im- 
portancia de  la  palabra  para  auxiliar  al  pensamiento,  ni 
tampoco  sobre  la  dificultad  de  hacer  un  raciocinio  algo  ex- 
tenso sin  valerse  interiormente  de  este  auxilio ;  pero  aquí 
no  se  trata  de  esto,  sino  de  la  posibilidad  de  existir  algunas 
ideas  metafísicas  y  morales  en  un  estado  imperfecto  sin  la 
compañía  de  la  palabra.  Esta  diferencia  fija  la  cuestión  y  se- 
ñala los  límites  del  alcance  de  los  argumentos.  ¿Qué  se  in- 
tenta probar?  ¿La  importancia  de  la  palabra  para  el  pen- 
samiento y  su  necesidad  para  hacer  largos  raciocinios?  El 
argumento  concluye.  ¿Se  quiere  inferir  que  sin  la  palabra 
no  pueden  existir  las  ideas  metafísicas  y  morales,  ni  aun  en 
estado  muy  imperfecto?  La  consecuencia  no  es  legítima.  || 


[21,  193-194]  IDEOLOGÍA  PURA. — C.  17 


293 


CAPITULO  XVII 

Consecuencias  importantes  bajo  el  aspecto 
religioso  y  moral 


227.  La  sobriedad  en  la  resolución  de  las  cuestiones  re- 
lativas al  desarrollo  de  nuestras  facultades  intelectuales  y 
morales  no  impide  el  que  podamos  sacar  de  la  discusión 
precedente  algunas  consecuencias  de  mucha  importancia, 
siendo  curioso  observar  cómo  los  estudios  ideológicos  se  li- 
gan con  los  sociales  y  morales. 

228.  En  primer  lugar  resulta  demostrado  que  el  hombre 
ha  nacido  para  vivir  en  sociedad.  Abandonado  a  sí  mismo, 
sus  facultades  más  nobles  no  se  desenvuelven :  o  permane- 
cen completamente  adormecidas,  o,  si  tienen  algún  ejer- 
cicio, es  tan  escaso  que  no  nos  deja  percibir  su  existencia. 
¿Qué  serán  las  ideas  intelectuales  y  morales  de  esos  hom- 
bres, cuya  estupidez  es  tal  que  inspiran  vehementes  dudas 
de  si  las  tienen?  Así,  para  el  resultado  que  aquí  nos  propo- 
nemos es  indiferente  el  que  se  diga  que  estas  ideas  existen 
o  no  en  el  salvaje  solitario ;  basta  consignar  ||  el  hecho 
cierto  de  que  la  imperfección  de  ellas  es  tan  lastimosa  que 
quien  las  posee  apenas  se  distingue  de  los  brutos.  Es  evi- 
dente que  el  hombre  no  ha  sido  criado  para  un  estado  en 
que  sus  facultades  más  nobles  no  pueden  desplegarse,  en 
que  deja,  por  decirlo  así,  de  ser  hombre ;  luego  la  ciencia 
ideológica  por  sí  sola  basta  a  demostrar  que  el  estado  na- 
tural al  hombre  es  la  sociedad,  y  para  confundir  a  los  uto- 
pistas que  han  pretendido  lo  contrario. 

229.  Otra  consecuencia  importante  resulta  de  esta  doc- 
trina, y  es  que  el  lenguaje  no  puede  haber  sido  invención 
humana.  Si  para  el  desarrollo  de  las  facultades  intelectua- 
les y  morales  es  necesaria  la  palabra,  los  hombres  sin  len- 
guaje no  pudieron  concebir  y  ejecutar  uno  de  los  inventos 
más  admirables,  y  en  este  sentido  dijo  con  verdad  y  agu- 
deza un  autor  nada  sospechoso  a  los  incrédulos,  Rousseau: 
«Me  parece  que  ha  sido  necesaria  la  palabra  para  inventar 
la  palabra.» 

23j0.  Están  acordes  todos  los  filósofos  en  que  el  lenguaje 
es  un  medio  de  comunicación  tan  asombroso,  que  su  inven- 
ción honraría  al  ingenio  más  eminente;  ¿y  se  quiere  que  sea 
debido  a  hombres  que  se  levantarían  muy  poco  sobre  el  ni- 
vel de  los  brutos?  ¿Qué  pensaríamos  de  quien  dijese  que 


294  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  194-195] 


la  aplicación  del  álgebra  a  la  geometría,  el  cálculo  infinite- 
simal, el  sistema  de  Copérnico,  el  de  la  atracción  universal, 
las  máquinas  de  vapor  y  otras  cosas  semejantes  son  debidas 
a  salvajes  que  ni  siquiera  sabían  hablar?  Pues  |]  no  es  me- 
nos contrario  a  la  razón  y  al  buen  sentido  el  error  de  los 
que  atribuyen  al  hombre  la  invención  del  lenguaje. 

231.  De  esta  doctrina  se  sigue  un  corolario  muy  impor- 
tante para  aclarar  la  historia  del  linaje  humano  y  confir- 
mar la  verdad  de  nuestra  santa  religión.  Supuesto  que  el 
hombre  no  ha  podido  inventar  el  lenguaje,  ha  debido  apren- 
derlo de  otro,  y  como  no  es  posible  continuar  hasta  lo  infini- 
to, es  preciso  llegar  a  un  hombre  que  lo  ha  recibido  de  un 
ser  superior.  Esto  confirma  lo  que  en  el  principio  del  Gé- 
nesis nos  enseña  Moisés  sobre  la  comunicación  que  tuvie- 
ron nuestros  primeros  padres  con  Dios,  de  quien  recibieron 
el  espíritu  y  la  palabra.  || 


GRAMATICA  GENERAL 

O    FILOSOFIA    DEL  LENGUAJE 


CAPITULO  I 

Objeto  e  importancia  de  la  gramática  general 


1.  El  lenguaje  es  la  expresión  del  pensamiento  por  me- 
dio de  las  palabras ;  esta  expresión  se  halla  sujeta  a  prin- 
cipios comunes  a  todas  las  lenguas ;  el  descubrir  y  exami- 
nar estos  principios  es  el  objeto  de  la  gramática  general  o 
filosofía  del  lenguaje. 

2.  Como  el  habla  es  una  cosa  que  se  nos  da  hecha,  su 
estudio  debiera  ser  analítico,  esto  es,  descomponiendo ;  lle- 
gando a  encontrar  lo  que  debe  haber,  después  de  haber 
visto  lo  que  hay.  En  la  enseñanza  de  esta  parte  de  la  filoso- 
fía se  puede  proceder  también  por  el  método  sintético  (véa- 
se Lógica,  1.  3.°,  c.  II,  sec.  VI)  [vol.  XX]  ;  pero  conviene  no 
perder  nunca  de  vista  que  la  gramática  general  versa  sobre 
un  hecho  ||  dado  y  que,  por  consiguiente,  nunca  deben  las 
teorías  contrariar  a  la  observación. 

3.  La  utilidad  de  la  gramática  general  es  mayor  de  lo 
que  comúnmente  se  cree,  a  juzgar  por  el  breve  espacio  que 
se  le  asigna  en  la  enseñanza.  Estudiar  el  lenguaje  es  estu- 
diar el  pensamiento ;  el  adelanto  en  un  ramo  es  un  adelan- 
to en  el  otro ;  así  lo  trae  consigo  la  íntima  relación  de  la 
idea  con  la  palabra  (véase  Ideología,  c.  XVI). 

4.  Otra  utilidad  de  la  gramática  general  es  el  preparar 
al  estudio  científico  de  las  lenguas.  Estas  se  pueden  apren- 
der de  dos  modos,  por  rutina  o  por  principios :  en  el  pri- 
mer caso  el  trabajo  es  mucho  mayor,  y  el  conocimiento 
más  incompleto:  la  memoria  se  carga  de  palabras  y  de  re- 
glas, que  se  olvidan  fácilmente  porque  Ies  faltan  princi- 
pios que  les  sirvan  de  lazo  y  exciten  su  recuerdo ;  en  el 
segundo,  el  número  de  las  palabras  y  de  las  reglas  que  se 


296  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  198-200] 


han  de  retener  es  mucho  menor,  porque  basta  conservar  lo 
primitivo  y  la  ley  con  que  se  forma  lo  secundario. 

5.  El  estudio  del  lenguaje  es  muy  importante  para. el 
de  la  historia  del  género  humano:  en  ello  se  interesa  la  re- 
ligión de  una  manera  especial,  como  lo  manifiestan  las  di- 
ficultades que  la  lingüística  había  suscitado  a  la  narración 
de  los  Libros  Sagrados  y  las  soluciones  cumplidas  que  se 
les  han  dado  con  los  progresos  de  la  misma  ciencia,  alcan- 
zando la  verdad  de  nuestra  religión  los  más  brillantes 
triunfos.  |! 

6.  El  examen  del  lenguaje  produce  otro  bien  de  la  ma- 
yor trascendencia,  cual  es  el  que  excita  en  el  alma  un  in- 
decible asombro,  en  vista  del  admirable  fenómeno  que  lla- 
mamos hablar ;  nos  hace  notar  ese  prodigio,  en  que  antes 
no  reparábamos ;  nos  inspira  una  profunda  convicción  de 
que  no  ha  podido  ser  inventado  por  el  hombre ;  con  lo  cual 
nos  lleva  de  la  mano  a  la  revelación  primitiva,  a  una  comu- 
nicación de  los  primeros  hombres  con  Dios;  esto  es,  a  re- 
conocer por  el  camino  de  la  filosofía  la  verdad  de  la  na- 
rración de  Moisés,  y,  por  consiguiente,  la  divinidad  de  la 
religión,  que  estriba  en  aquella  base.  _ 

Estudiemos,  pues,  a  fondo  el  lenguaje,  ese  bello  patri- 
monio del  hombre,  ese  carácter  que  le  distingue  de  los 
brutos  animales,  perenne  testimonio  de  su  inteligencia,  su- 
blime insignia  con  que  el  Hacedor  Supremo  ha  señalado 
al  rey  de  la  creación.  |( 


CAPITULO  II 

El  signo 


7.  Signo  es  un  objeto  que  nos  da  el  conocimiento  de 
otro  por  la  relación  que  tiene  con  él.  Así  el  humo  lo  es  del 
fuego,  el  gemido  del  dolor,  la  palabra  de  la  idea. 

Este  conocimiento  no  debe  ser  la  producción  de  una 
idea  nueva  ;  basta  que  sea  un  recuerdo.  Y  si  bien  se  refle- 
xiona al  tratar  de  ideas  simples,  no  puede  ser  más  que  un 
recuerdo;  porque  si  antes  no  conocemos  la  cosa  significada, 
mal  podemos  entender  el  signo.  En  las  ideas  de  objetos 
compuestos,  como,  por  ejemplo,  en  la  de  un  edificio,  el  sig- 
no compuesto,  que  es  el  conjunto  de  las  palabras  con  que 
se  le  explica,  produce  una  idea  nueva,  pero  lo  hace  con  la 
reunión  de  las  simples,  recordadas  y  combinadas  de  la  ma- 
nera conveniente. 


[21,  200-202]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  2 


297 


8.  Si  la  relación  del  signo  con  la  cosa  significada  es  na- 
tural, el  signo  se  llama  natural ;  tal  es  la  del  humo  con  el 
fuego.  Si  la  relación  es  arbitraria,  el  signo  es  arbitrario  o 
convencional ;  tales  son  las  insignias  ||  de  muchas  dignida- 
des, los  colores  de  las  banderas  y  otras  cosas  semejantes; 
pues  que  sólo  significan  porque  en  ello  han  convenido  los 
hombres. 

9.  Natural  o  convencional,  la  relación  entre  el  signo  y 
lo  significado  se  necesita  siempre ;  porque  es  claro  que  sin 
esta  relación  no  hay  motivo  por  que  un  objeto  nos  lleve  al 
conocimiento  de  otro. 

10.  Es  de  notar  que  a  veces  esta  relación  es  de  seme- 
janza, y  aunque  en  tal  caso  también  hay  el  carácter  esen- 
cial del  signo,  no  suele  llamarse  con  este  nombre.  El  retra- 
to de  una  persona  excita  su  idea,  y,  sin  embargo,  no  le  lla- 
mamos signo,  sino  una  imagen.  Un  objeto  cualquiera  nos 
excita  la  idea  de  su  semejante ;  pero  no  se  le  llama  signo, 
sino  representación,  o  simplemente  semejanza. 

11.  Esta  observación  nos  conduce  a  completar  la  defini- 
ción del  signo,  diciendo  que  es  un  objeto  que,  por  la  rela- 
ción que  tiene  con  otro  diferente,  nos  excita  su  idea. 

12.  Para  que  un  objeto  se  llame  signo  de  otro  es  nece- 
sario que  las  ideas  de  los  dos  estén  asociadas  de  una  mane- 
ra especial  y  directa,  ya  sea  por  su  naturaleza,  ya  por  nues- 
tro modo  de  concebir,  ya  por  nuestra  libre  voluntad.  La 
idea  de  la  casa  en  que  vivimos  nos  excita  las  de  varios  ob- 
jetos, o  contenidos  en  ella  o  adjuntos,  y,  sin  embargo,  no 
llamamos  a  la  casa  signo  de  los  mismos,  porque  ni  tiene  con 
ellos  un  vínculo  ]|  natural,  sino  puramente  local,  ni  hemos 
ligado  una  idea  con  la  otra  para  hacerla  significar.  Pero 
si  para  recordar  la  posición  de  una  ventana  unimos  su  idea 
con  la  de  una  línea  de  árboles  perpendiculares  a  ella,  esta 
línea  será  ya  un  verdadero  signo. 

Infiérese  de  lo  dicho  que  un  objeto  no  se  llama  propia- 
mente signo  sino  cuando  conduce  al  conocimiento  de  otro 
de  una  manera  especial ;  ya  sea  que  lo  intentemos  expresa- 
mente, ya  sea  que  por  el  enlace  de  las  ideas,  natural  u  or- 
dinario, el  signo  conduzca  al  conocimiento  de  lo  significado. 

13.  En  todo  signo  se  encuentran,  pues,  dos  cosas : 
1.*,  asociación  de  dos  ideas ;  2.a,  prioridad  natural  o  artificial 
de  una  para  excitar  la  otra.  || 


298  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  203-204J 


CAPITULO  III 
Signos  naturales  del  ser  sensitivo 


14.  Los  fenómenos  del  ser  sensitivo  considerados  en  sí 
son  subjetivos;  esto  es,  residen  en  el  mismo  sujeto  como 
un  exclusivo  patrimonio  de  su  sensibilidad  o  percepción. 
Estos  fenómenos  no  pueden  apartarse  del  mismo  ser  que 
los  experimenta  sin  destruirse.  ¿Qué  es  un  dolor  separado 
del  ser  doliente?  ¿Qué  es' una  sensación  que  no  esté  en  el 
ser  sensitivo?  O  una  pura  abstracción  o  una  idea  contra- 
dictoria. Todos  los  hechos  de  conciencia  no  son  nada  cuan- 
do no  están  presentes  a  ella.  Como  las  necesidades  de  los 
seres  que  tienen  esas  afecciones  exigen  que  puedan  mani- 
festar las  propias  y  conocer  las  ajenas ;  no  pudiendo  ellas 
ofrecerse  en  lo  exterior  ha  sido  preciso  vincularlas  con  sig- 
nos. Vemos  que  un  cuerpo  se  aproxima  al  de  un  ser  sensi- 
tivo y  que  produce  un  cambio  de  forma  o  color  en  su  su- 
perficie ;  pero  no  vemos  la  afección  interna  de  placer  o  de 
dolor  que  aquella  modificación  produce:  para  esto  necesi- 
tamos un  signo.  || 

15.  El  Autor  de  la  naturaleza  ha  dado  a  todos  los  se- 
res sensitivos  esta  facultad  significativa ;  el  niño  antes  del 
uso  de  la  razón  manifiesta  con  gritos  y  gestos  el  dolor,  el 
placer  y  otras  de  sus  afecciones  internas.  Lo  mismo  hacen 
los  brutos  animales. 

16.  El  hombre,  después  de  haber  llegado  al  uso  de  la 
razón,  conserva  todavía  una  inclinación  natural  a  mani- 
festar de  esta  manera  sus  afecciones  sensibles;  en  un  mo- 
mento de  sorpresa,  su  instinto  habla  antes  que  la  razón ; 
y  cuando,  en  fuerza  de  su  libre  albedrío,  reprime  semejantes 
manifestaciones,  experimenta  una  lucha  consigo  mismo,  una 
violencia  que  se  suele  pintar  en  su  semblante.  Presentad  de 
repente  a  una  madre  al  hijo  a  quien  creía  en  lejanas  tierras ; 
figuraos  a  una  persona  en  repentino  e  inminente  peligro 
de  la  vida :  el  grito  de  la  naturaleza  se  hará  oír  antes  que 
toda  reflexión ;  suponed  a  un  hombre  groseramente  insulta- 
do en  una  concurrencia,  pero  que  contiene  y  disimula  su 
cólera,  procurando  salir  del  paso  sin  llegar  a  una  extremi- 
dad: sus  palabras  son  moderadas,  reprime  la  lengua  y  las 
manos ;  pero  sus  labios  están  convulsivos  y  sus  ojos 
chispean. 

17.  Estos  signos  son  naturales,  y  el  conocimiento  de 


[21,  204-206]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  4 


299 


ellos  es  también  natural ;  el  niño,  mucho  antes  de  hablar, 
distingue  entre  las  caricias,  los  regaños  o  los  ademanes  se- 
veros. Los  mismos  animales  se  entienden  en  cierto  modo 
unos  a  otros  por  medio  de  estos  signos ;  y  los  domésticos  co- 
nocen, por  el  tenor  de  la  voz  o  el  ademán,  las  disposiciones 
pacíficas  o  airadas  de  su  dueño.  || 

18.  Estos  fenómenos,  poco  admirados  por  lo  comunes, 
sugieren  al  filósofo  elevadas  consideraciones  sobre  la  Pro- 
videncia, que  gobierna  el  mundo.  En  efecto :  tal  o  cual  gri- 
to, tal  o  cual  tono,  tal  o  cual  gesto,  ¿qué  relación  tiene  con 
los  hechos  puramente  internos,  como  son  las  afecciones 
sensibles?  Aquello  es  un  sonido,  o  una  posición  de  los 
músculos,  o  el  movimiento  de  un  miembro ;  y  esto  es  un 
hecho  interno,  puramente  subjetivo,  que  no  es  nada  si  se 
le  separa  del  ser  que  lo  experimenta.  ¿Quién,  pues,  ha  es- 
tablecido esta  íntima  relación  entre  el  signo  y  la  cosa  sig- 
nificada? ¿Quién  ha  dado  a  todos  los  animales  el  uso  y  el 
conocimiento  del  signo?  Este  en  sí  no  tiene  nada  que  lo  haga 
significativo;  ¿por  qué  significa,  pues,  y  de  una  manera  tan 
natural  y  espontánea  para  el  que  lo  emplea,  y  tan  fácil  de 
comprender  para  los  demás?  Admiremos  en  esto  la  mano 
del  Criador,  quien  ha  provisto  a  los  seres  de  las  cualidades 
necesarias  para  su  conservación  y  relaciones.  || 


CAPITULO  IV 


LOS  GESTOS  ARBITRARIOS  Y  LA  VOZ 


19.  Hemos  examinado  los  signos  naturales,  lenguaje  de 
la  sensibilidad ;  examinemos  ahora  la  palabra,  lenguaje  de 
la  razón. 

20.  Desde  luego  salta  a  los  ojos  que  la  palabra  no  es  sig- 
no natural  de  la  idea,  sino  arbitrario ;  así  lo  prueba  el  que 
muchas  veces  no  hay  semejanza  entre  ésta  y  aquél;  y  lo 
confirma  el  que  una  misma  idea  está  expresada  en  diferen- 
tes idiomas  por  palabras  muy  diferentes.  Domus,  maison, 
house,  casa,  son  palabras  que  no  se  parecen,  y  no  obstante 
significan  una  misma  idea. 

Siendo  la  palabra  un  signo  arbitrario,  su  significación  de- 
pende de  que  así  lo  ha  establecido  una  causa  libre.  En  el  ori- 
gen la  palabra  ha  sido  comunicada  por  Dios  al  hombre  (véa- 
se Ideología  pura,  ce.  XVI  y  XVII) ;  después  las  necesidades, 
el  estado  de  instrucción,  los  climas  y  otras  circunstancias 
han  modificado  el  lenguaje.  || 


300  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  207-208] 


21.  El  hombre  puede  también  ligar  sus  ideas  con  ges- 
tos arbitrarios ;  la  afirmación  se  expresa  con  una  inclinación 
de  cabeza  y  con  la  palabra  sí.  Lo  primero  se  llama  lenguaje 
de  acción ;  lo  segundo,  lenguaje  hablado  o  simplemente  len- 
guaje. Una  serie  de  expresiones  enlazadas  entre  -sí  en  el  len- 
guaje de  acción  sin  acompañarlas  .con  palabras  constituye 
la  pantomima,  así  como  el  lenguaje  hablado  forma  el  dis- 
curso. 

22.  Comparando  la  utilidad  de  estos  signos  se  nota  que 
la  de  la  palabra  es  mucho  mayor  que  la  del  gesto.  La  voz  se 
presta  a  inflexiones  y  combinaciones  que  el  gesto  no  puede 
imitar :  la  diferencia  entre  estos  dos  medios  se  echa  de  ver 
en  los  sordomudos.  Además  el  gesto  se  dirige  a  la  vista,  la 
palabra  al  oído ;  una  distracción  de  la  mirada  hace  perder  el 
hilo  del  discurso ;  la  falta  de  luz  imposibilita "  la  conversa- 
ción. Por  donde  se  muestra  cuán  sabiamente  está  dispues- 
to el  que  para  la  expresión  de  las  ideas  y  de  los  afectos  ten- 
gamos el  órgano  de  la  voz. 

23.  El  aire  arrojado  de  los  pulmones  con  cierta  fuerza 
produce  un  sonido ;  y  éste,  modificándose  de  varias  mane- 
ras, constituye  la  voz  y  la  palabra.  Una  espiración  fuerte 
produce  un  ruido  sordo,  algo  mayor  que  el  de  la  ordinaria ; 
mas  para  que  se  llame  voz  se  necesita  la  sonoridad  que  re- 
sulta de  la  vibración  de  los  órganos  por  donde  pasa  el  aire. 
Cuando  suspiramos  arrojamos  el  aire  con  fuerza ;  pero  no 
hay  la  sonoridad  necesaria  para  la  voz ;  si  el  suspiro  le 
acompañamos  de  ¡ah!,  entonces  hay  voz.  || 

24.  Es  de  notar  que  los  movimientos  de  inspiración  y  es- 
piración del  aire  se  ejecutan  independientemente  de  la  vo- 
luntad ;  pero  el  movimiento  especial  necesario  para  la  for- 
mación de  la  voz  está  sujeto  al  libre  albedrío,  salvo  el  caso 
excepcional  del  ronquido  en  ciertas  enfermedades  y  en  el 
sueño.  Se  conoce  el  fin  de  esta  diferencia  considerando  que 
la  respiración  es  necesaria  para  la  vida,  y  de  consiguiente 
debemos  tenerla  siempre :  si  para  ello  fuese  preciso  un  acto 
de  voluntad,  deberíamos  estar  continuamente  atentos  a  la 
respiración,  so  pena  de  morir ;  el  sueño  causaría  la  muerte ; 
pero  la  voz  sólo  nos  sirve  para  nuestras  relaciones  con  los 
demás  seres,  y,  por  tanto,  debe  estar  a  nuestra  libre  dispo- 
sición para  emplearla  o  no  según  nos  convenga. 

25.  Arrojado  por  los  pulmones  el  aire,  pasa  por  la  tra- 
quearteria  y  llega  a  la  laringe,  la  que,  como  formada  de  car- 
tílagos elásticos,  le  da  un  movimiento  vibratorio,  de  que  re- 
sulta el  sonido.  Hasta  aquí  sólo  tenemos  la  voz,  en  la  que 
suena  una  vocal  más  o  menos  clara  según  la  posición  de  las 
partes  de  la  boca.  De  la  combinación  de  estas  posiciones  re- 
sulta la  palabra  con  su  asombrosa  variedad.  || 


121,  209-210]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  5 


301 


CAPITULO  V 

Formación  de  los  sonidos 


26.  Emitiendo  el  aire  con  esfuerzo  puramente  gutural,  y 
los  labios,  se  forma  la  o.  Para  la  e  necesitamos  arrojar  el 
aire  en  dirección  angular  a  la  de  a,  acompañándolo  de  una 
ligera  contracción  de  lengua  y  de  labios.  Si  el  aire  es  arro- 
jado contra  la  bóveda  del  paladar  cerca  de  la  raíz  de  los 
dientes,  resulta  la  i.  Arrojando  el  aire  en  la  dirección  de  los 
labios,  puestos  en  forma  de  tubo  o  canal,  suelta  la  o.  Por 
fin,  si  este  tubo  se  estrecha  más  con  la  contracción  y  aproxi- 
mación de  los  labios,  se  forma  la  u. 

27.  Cada  una  de  las  cinco  vocales :  a,  e,  i,  o,  u,  exige  una 
posición  particular  en  los  órganos;  de  donde  resulta  que  si 
estas  posiciones  no  están  bien  marcadas  se  formarán  sonidos 
intermedios.  Así,  entre  la  a  y  la  e  cerrada  hay  la  e  abierta, 
como  en  Pedro  y  café.  La  e,  a  medida  que  se  hace  más  abier- 
ta, se  aproxima  a  la  a,  y  haciéndose  más  cerrada  se  acerca 
a  la  i.  |¡ 

28.  La  lengua  castellana  tiene  sus  vocales  muy  marca- 
das, y,  por  consiguiente,  pocas  gradaciones ;  así  carece  de  la 
u  francesa,  que  es  un  sonido  medio  entre  la  u  y  la  i;  no  co- 
noce la  diferencia  entre  varios  sonidos  de  la  o,  muy  notables 
en  otras  lenguas;  ni  admite  las  vocales  sordas  que  se  hallan 
en  el  francés,  el  inglés  y  en  varios  dialectos  de  España. 

29.  Los  sonidos  simples,  expresados  por  a,  e,  i,  o,  u,  y  sus 
gradaciones,  se  modifican  de  varios  modos,  según  la  posición 
de  la  lengua,  del  paladar  y  los  labios.  Por  ejemplo,  el  soni- 
do a  puede  modificarse  de  los  modos  siguientes :  ba,  ca,  cha, 
da,  ja,  etc. 

Lo  mismo  sucede  con  las  demás  vocales.  Esta  modifica- 
ción del  sonido  simple  resulta  de  la  diversa  posición  del  apa- 
rato oral  o  vocal ;  y  se  llama  articulación.  Las  expresiones 
de  los  sonidos  y  articulaciones  se  denominan  letras:  las  que 
designan  el  sonido  simple,  vocales ;  y  las  que  significan  la 
articulación,  consonantes.  Vocales,  porque  por  sí  solas  for- 
man la  voz ;  consonantes,  porque  no  suenan  sino  con  la  vo- 
cal. Hágase  la  experiencia  y  se  notará  que  las  vocales  a,  e, 
i,  o,  u,  con  todas  sus  gradaciones,  se  pronuncian  sin  necesi- 
dad de  ninguna  articulación :  para  pronunciar  a  no  hay  ne- 
cesidad de  decir  ba,  ca,  etc. ;  y,  por  el  contrario,  para  pro- 
nunciar b,  c,  etc.,  es  preciso  que  pronunciemos  clara  o  sor- 


302  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  1.21,  210-212] 


damente  alguna  de  las  vocales.  La  razón  de  esto  se  halla  en 
que  sin  vocal  no  hay  sonido,  y  cuando  hay  sonido  hay  vocal ; 
la  voz  es,  por  decirlo  así,  la  substancia  del  sonido;  la  ||  ar- 
ticulación o  consonante  no  es  más  que  una  modificación,  y 
no  hay  modificación  sin  cosa  modificada.  La  b,  por  ejemplo, 
se  forma  despegando  blandamente  los  labios ;  mas  si  con 
esto  no  coincide  la  explosión  del  aire  que  forma  la  vocal, 
la  b  no  suena. 

30.  En  cuanto  a  las  consonantes  tienen  las  lenguas  sus 
diferencias  como  en  las  vocales.  A  la  francesa  le  falta  la  j 
de  la  española,  y  a  ésta  la  g  francesa. 

31.  Las  consonantes  se  dividen  en  varias  clases  según 
los  órganos  que  a  su  formación  concurren  principalmente. 
Parece  que  esta  división  no  suele  hacerse  con  la  debida 
exactitud. 

32.  Labiales  son  las  que  se  forman  con  los  labios:  b,  p, 
m.  Las  b,  p  tienen  mucha  afinidad:  así  se  substituye  fácil- 
mente la  una  por  la  otra,  ya  sea  en  varias  lenguas,  ya  en 
una  misma :  ropa,  robe,  roba;  apertura,  apertura,  abertura; 
populus,  pueblo;  caput,  cabeza;  capítulo,  cabildo;  sapere 
saber. 

33.  Palatinales  son  las  que  se  forman  con  el  paladar:  k, 
igual  a  la  c  antes  de  a,  o,  u.  Propiamente  hablando,  hay  aquí 
una  sola  articulación  palatinal,  que  se  expresa  con  varias  le- 
tras: ca,  que,  ki. 

34.  Guturales  son  las  que  se  forman  con  la  garganta,  j  o 
g  antes  de  e,  i.  Según  que  la  aspiración  es  más  o  menos  fuer- 
te, resulta  diversa  la  gutural,  y  en  esto  hay  muchas  varieda- 
des en  las  lenguas :  los  hebreos  ||  tenían  una  gradación  de 
alef,  aspiración  levísima ;  hé,  algo  menos  leve ;  jet,  más 
fuerte,  y  jain,  sumamente  dura. 

35.  Las  consonantes  labiales,  palatinales  y  guturales  se 
pronuncian  por  cada  uno  de  sus  respectivos  órganos,  inde- 
pendientemente de  los  demás,  aunque  no  siempre  con  la 
misma  facilidad.  Hágase  la  experiencia  y  se  notará  que  las 
articulaciones  de  esta  clase  son  únicamente  las  b,  p,  m,  k,  j, 
que  llamaremos  simples ;  tres  labiales,  b  p,  m;  una  palati- 
nal, k;  una  gutural,  j. 

36.  Veamos  ahora  cuáles  son  las  completas. 

Si  en  vez  de  despegar  los  labios  para  formar  la  b  despe- 
go el  inferior  de  los  dientes  superiores,  resulta  la  v,  ve.  Y 
si  ejecuto  esto  mismo  apretando  un  poco  el  labio  con  los 
dientes  y  despidiendo  entretanto  el  aire  de  modo  que  pase 
por  ellos  con  alguna  violencia  y  detención,  me  resulta  f,  fa. 
Para  la  f  no  basta  el  labio,  se  necesitan  los  dientes  o  la  raíz 
de  ellos  si  faltan:  luego  la  f  no  debe  llamarse  labial,  sino 
labiodental. 

37.  Como  los  movimientos  que  se  ejecutan  con  b,  v,  p 


L21,  212-214]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  5 


303 


son  tan  semejantes,  se  ve  la  causa  por  qué  se  los  confunde 
fácilmente  en  la  locución. 

La  /  encierra  algo  de  la  p,  más  una  ligera  aspiración,  y 
por  esto  el  ph  de  los  latinos  equivale  a  nuestra  f.  || 

38.  La  lengua  bien  apretada  a  los  dientes  y  despegada 
con  esfuerzo  nos  da  t,  ta.  Ajustada  flojamente  y  despegada 
con  blandura  produce  d,  da.  Aproximada  a  los  dientes,  pero 
dejando  paso  a  una  corriente  de  aire,  produce  z  española.  Si 
se  aproxima  más.  pero  dejando  todavía  paso  a  la  corriente, 
forma  th,  sonido  medio  entre  la  z  española  y  las  d  y  t,  que 
puede  tener  varios  grados.  Por  fin,  aproximando  mucho  la 
lengua  a  la  raíz  de  los  dientes,  formando  un  canal  al  paso 
del  aire,  resulta  la  s,  sa,  que  según  se  gradúa  más  o  menos 
es  más  o  menos  sibilante. 

39.  A  estas  letras  las  llamaremos,  pues,  lingüe-dentales, 
y  son  en  castellano  d,  t,  z,  s.  Lingüe-dentales,  porque  a  su 
formación  concurren  lengua  y  dientes ;  y  poniendo  lingüe 
en  primer  lugar  porque  la  lengua  es  su  órgano  principal. 
Hay,  empero,  entre  ellas  una  diferencia  notable.  Las  d,  t,  s 
se  forman  con  los  dientes,  pero  también  se  pueden  formar 
sin  ellos,  aunque  con  bastante  imperfección.  Apliqúese  la 
punta  de  la  lengua  a  cualquier  parte  del  paladar  y  se  verá 
que  se  puede  hacer  sonar  da,  ta,  sa.  Así,  las  d,  t,  s  son  lingüe- 
dentales  y  lingüe-palatinales.  La  z  española  y  los  dh,  th  no 
se  pueden  formar  sin  el  concurso  de  los  dientes,  y  así  son  ri- 
gurosamente lingüe-dentales. 

Los  que  han  llamado  dentales  a  las  d,  í,  s  debieron  ad- 
vertir que  no  es  posible  pronunciarlas  sin  el  concurso  de  la 
lengua,  y  que,  por  el  contrario,  se  forman,  aunque  imper- 
fectas, sin  el  concurso  de  los  dientes.  || 

40.  La  semejanza  en  la  formación  de  las  t,  d,  th  facilita 
su  substitución,  como  se  ve  en  datura,  dato,  dado;  Theos, 
Deus;  rotare,  rodar:  pater,  padre;  latus,  lado. 

41.  Aplicada  la  punta  de  la  lengua  al  paladar  y  despe- 
gándola se  forma  Z,  la;  y  si  en  vez  de  la  punta  se  aplica  la 
superficie,  se  forma  la  II.  lia.  Si  la  punta  de  la  lengua  no  se 
ajusta  bien  al  paladar  y  se  deja  un  canal  por  donde  pasa  el 
aire,  arrojado  de  tal  modo  que  produzca  una  ligera  vibra- 
ción en  la  lengua,  resulta  la  r,  ra,  la  cual  es  suave  o  fuerte 
según  que  la  vibración  lo  es  más  o  menos.  En  esta  vibración 
parece  haber  algo  de  gutural. 

42.  La  í,  íí,  r  serán,  pues,  letras  lingüe-palatinales,  te- 
niendo la  r  algo  de  gutural.  Los  que  han  llamado  a  las  l,  11 
linguales  debían  haber  observado  que  no  es  posible  for- 
marlas sin  el  concurso  del  paladar ;  y  los  que  han  colocado 
a  la  r  entre  las  guturales  debieron  notar  que  o  no  era  dable 
formarla  sin  el  concurso  del  paladar  y  de  la  lengua,  o  de- 
generaba en  una  jota  fuerte. 


304  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  214-216J 


43.  Esta  clasificación  manifiesta  por  qué  la  r  se  convier- 
te fácilmente  en  l  y  a  veces  en  una  gutural  suave.  Los  ni- 
ños pronuncian  lamo  en  vez  de  ramo;  y  en  algunos  puntos 
de  Francia  pronuncian  París  de  una  manera  que  se  aproxi- 
ma a  lo  que  nosotros  diríamos  Paguí.  || 

44.  La  IZ  y  la  i  o  la  y  se  forman  en  la  misma  región  del 
paladar  y  con  una  posición  semejante  de  lengua ;  sólo  que 
en  la  11  se  la  Hace  tocar  al  paladar,  lo  que  no  sucede  con 
la  y.  Esta  es  la  razón  por  qué  se  las  confunde  fácilmente, 
como  se  nota  en  la  pronunciación  de  los  niños;  en  la  de  los 
andaluces,  que  dicen  poyo  en  vez  de  pollo,  y  en  ciertas  co- 
marcas de  Cataluña,  en  lugar  de  muralla,  vell,  dicen  muraya, 
vey. 

45.  La  n  se  forma  con  la  punta  de  la  lengua  y  la  raíz  de 
los  dientes;  también  se  puede  formar  con  los  dientes  y  el 
paladar.  Será,  pues,  lingüe-dental,  o,  si  se  quiere,  lingüe-pa- 
latinal. 

46.  La  ñ  parece  ser  a  la  n  lo  que  la  11  a  la  l.  La  n  se 
forma  con  la  extremidad  de  la  lengua,  la  ñ  con  la  superficie. 

En  la  ñ  se  combina  la  posición  de  la  n  y  la  de  i;  y  ésta 
es  la  razón  por  qué  del  sénior  se  ha  hecho  señor;  por  qué 
en  catalán  se  escribe  senyor,  y  se  pronuncia  señor;  engany, 
y  se  pronuncia  engañ. 

47.  La  g,  como  en  gamo,  gorro,  guerra,  participa  de  gu- 
tural y  palatinal ;  es  evidente  que  la  g  no  es  sólo  gutural, 
pues  suena  en  el  paladar,  ni  sólo  palatinal,  porque  conser- 
va una  aspiración  gutural ;  cuando  esta  aspiración  des- 
aparece, la  g,  ga,  pasa  a  ser  k,  ka.  La  g  suave  será,  pues,  pa- 
lato-gutural. 

48.  La  ch,  como  en  charlar,  se  forma  con  el  paladar  y 
la  superficie  de  la  lengua,  despidiendo  con  ||  fuerza  el  aire 
y  haciéndole  rechinar  un  poco.  Suavizado  este  sonido  pro- 
duce el  je  de  los  franceses.  La  che  y  la  je  serán,  pues,  tam- 
bién palato-linguales. 

49.  La  x,  como  en  examen,  es  un  compuesto  de  ks;  así 
no  necesita  ninguna  explicación. 

50.  Tal  vez  la  clasificación  de  las  letras  se  haría  mejor 
distribuyéndolas  por  regiones  de  la  boca.  En  la  mayor  parte 
de  ellas  juegan  dos  o  más  órganos :  hasta  en  algunas  voca- 
les sirven  el  paladar  y  los  labios,  y  más  o  menos  también 
la  lengua ;  por  consiguiente,  si  queremos  referirnos  única- 
mente a  órganos,  será  preciso  que  cada  letra  la  clasifique- 
mos con  relación  a  todos  ellos. 

51.  Pronúnciense  las  sílabas  ja,  ga,  ka,  y  se  notará  que 
la  articulación  se  forma  en  lo  más  interior  de  la  boca,  cer- 
ca de  la  garganta.  Haciendo  vibrar  el  aire  con  esfuerzo  en 
la  garganta  misma  se  forma  la  j,  ja.  Disminuyendo  la  vi- 
bración, y  despidiendo  el  aire  con  suavidad,  se  forma  la 


|21,  216-218]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  5 


305 


g,  ga.  Cuidando  que  el  aire  no  vibre  en  la  garganta,  y  arro- 
jándole con  esfuerzo  sobre  lo  más  interior  del  paladar,  se 
forma  la  k,  ka.  De  suerte  que  la  j  vibra  en  la  garganta ; 
la  g  se  forma  allí  mismo,  pero  sin  vibrar ;  en  la  k  no  hay 
vibración,  pero  hay  proyección  rápida  hacia  la  raíz  del  pa- 
ladar. Así  las  tres  articulaciones  j,  g,  k,  son  de  la  región 
interna,  y  en  sus  diferentes  gradaciones  darán  las  varian- 
tes de  las  pronunciaciones  más  o  menos  fuertes  en  los  di- 
versos idiomas.  || 

52.  La  lengua,  los  dientes  y  los  labios  no  contribuyen 
a  la  formación  de  j,  g,  k,  a  no  ser  que  contribuir  se  llame 
a  la  iigera  contracción  que  parece  experimentar  la  lengua 
en  su  raíz  para  la  proyección  del  aire  en  k.  Pero  este  mo- 
vimiento se  llamaría  impropiamente  lingual,  pues  que  se 
ejecuta  en  el  lugar  donde  la  continuación  de  la  lengua  se 
confunde  con  la  garganta. 

53.  Las  diferentes  posiciones  de  la  parte  media  de  la 
lengua  en  el  paladar  producen  las  articulaciones  siguien- 
tes: aplicada  de  suerte  que  haya  una  emisión  de  aire  hacia 
los  lados,  forma  la  11,  lia.  Si  la  emisión  es  hacia  adelante 
y  con  suavidad,  forma  la  ñ,  ña.  Si  la  emisión  es  con  es- 
fuerzo y  en  dirección  de  la  raíz  de  los  dientes,  forma 
ch,  cha,  que  algo  suavizado  da  j,  je  de  los  franceses. 

Aplicada  la  punta  de  la  lengua  al  paladar,  de  suerte  que 
la  emisión  del  aire  se  haga  hacia  los  lados,  se  forma  la 

I,  la.  Si  la  emisión  es  hacia  adelante  y  algo  nasal,  se  forma 
la  n,  na. 

La  r  se  forma  acercando  la  punta  de  la  lengua  al  pala- 
dar, dejando  un  pequeño  canal  por  donde  pase  el  aire  con 
vibración  o  estremecimiento. 

La  s  se  forma  del  mismo  modo,  pero  quitando  la  vi- 
bración. 

Así  las  11,  l,  ñ,  n,  ch,  r,  s  pertenecen  a  la  región  media 
de  la  boca,  acercándose  unas  más  que  otras  a  la  región  in- 
terna o  externa.  || 

54.  Llamaremos  articulaciones  de  la  región  externa  a 
las  que  se  forman  en  los  dientes  y  labios,  concurra  o  no 
la  lengua.  En  los  dientes,  concurriendo  la  lengua:  d,  t,  z. 
En  los  dientes,  con  el  labio :  v,  f.  En  los  labios  solos:  b,  p,  m. 
La  m  tiene  algo  de  nasal. 

55.  Del  análisis  precedente  resulta  que  las  voces  o  vo- 
cales fundamentales  son  cinco:  a,  e,  i,  o,  u;  las  articula- 
ciones o  consonantes  fundamentales  son  dieciocho:  j,  g,  k, 

II,  ñ,  ch,  l,  n,  r,  s,  d,  t,  z,  v,  f,  b,  p,  m,  que  es  algo  nasal.  En 
todo  veintitrés  letras. 

56.  La  diferencia  en  los  alfabetos  resulta  de  que  unos 
idiomas  admiten  más  gradaciones  que  otros  en  una  vocal 
o  en  una  articulación.  |l 


20 


306  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  219-220] 


CAPITULO  VI 

Se  explica  cómo  con  tan  pocos  sonidos  se  forman 
todas  las  lenguas 


57.  ¿Cómo  es  posible  que  de  tan  pocos  elementos  resul- 
ten tantas  y  tan  varias  y  tan  abundantes  lenguas?  Y  todos 
los  libros  escritos  y  por  escribir ;  todas  las  palabras  pro- 
nunciadas y  por  pronunciar,  en  todos  tiempos  y  países,  no 
contienen  más  que  el  alfabeto.  Con  tanta  simplicidad,  ¿cómo 
se  forma  tan  inconcebible  variedad?  Se  ha  calculado  que 
las  lenguas  no  bajan  de  dos  mil;  y  el  de  sus  dialectos,  de 
cinco  mil ;  imagínese  quien  pueda  la  inmensa  variedad  de 
palabras  que  hay  en  tantas  lenguas ;  y  si  a  esto  añadimos 
que  éstas  se  modificarán  en  el  tiempo  venidero,  como  ha 
sucedido  en  el  pasado,  hallaremos  que  debe  de  haber  en  los 
sonidos  orales  un  caudal  de  combinaciones  que  nunca  se 
puede  agotar. 

58.  Para  comprender  la  posibilidad  de  este  fenómeno  es 
preciso  recurrir  a  la  teoría  de  las  combinaciones  y  permu- 
taciones. Supóngase  un  alfabeto  con  solas  tres  letras :  I,  e,  y; 
se  pueden  formar  las  seis  |!  palabras  siguientes:  ley;  lye: 
ely;  eyl;  yle;  yel.  Como  es  claro  que  en  cada  palabra  no  ha- 
bría necesidad  que  entrasen  las  tres,  empleándose  sólo  una 
o  dos  de  ellas,  resultan  las  siguientes  palabras:  e,  y,  I  (pro- 
nunciada muy  sordamente) ;  ly,  yl;  le,  el:  ye,  ey. 

Así  el  idioma  de  las  tres  letras  tendría  por  de  pronto 
las  quince  palabras  siguientes:  l,  e,  y,  ly,  yl.  le,  el,  ye,  ey, 
ley,  lye,  ely,  eyl,  yle,  yel. 

Reflexiónese  que  de  éstas  podrían  formarse  otras,  como 
lely,  leyli,  lyel,  lyle,  tomando  más  o  menos  letras,  pues 
aun  en  los  idiomas  más  suaves  hay  palabras  de  muchas  le- 
tras, como  en  castellano  inexorabilísimamente.  que  consta 
de  veinte,  y  en  otros  idiomas  las  hay  que  tienen  más ;  por 
donde  se  ve  que  se  podrían  formar  muchas  palabras,  y  de 
éstas,  combinadas  de  varias  maneras  entre  sí,  podría  resul- 
tar un  largo  discurso. 

59.  Si  el  alfabeto  constase  de  cuatro  letras,  podrían  for- 
marse veinticuatro  combinaciones  en  que  entrase  todo  él. 
Además,  habiendo  palabras  de  una,  dos,  tres  letras,  como 
en  el  caso  anterior,  tendríamos  un  número  muy  grande.  A 
medida  que  se  añaden  letras  crece  el  número  en  una  pro- 


|21,  220-222]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  6 


307 


porción  asombrosa ;  por  manera  que  en  llegando  a  veinti- 
dós letras,  ya  el  número  de  combinaciones  excede  toda  pon- 
deración. Demostrémoslo  con  el  cálculo. 

60.  El  número  de  combinaciones  que  se  puede  hacer  con 
una  letra  es  uno  solo :  a  no  puede  combinarse  de  otro 
modo.  El  que  puede  hacerse  con  ||  dos,  a,  b,  son  dos,  o  sea 
1  multiplicado  por  2,  1  x  2 :  ab,  ba.  El  que  puede  hacerse 
con  tres,  a,  b,  c,  es  1  x  2  x  3  =  6:  abe,  acb,  bac,  bea,  cab, 
cba.  El  que  puede  hacerse  con  cuatro,  a,  b,  c,  d,  es  1  x  2  x  3 
x  4  =  24.  El  que  puede  hacerse  con  cinco  es  1  x  2  x  3  x 
4x5=  120.  Y,  en  general,  para  cada  letra  que  se  añade 
debe  añadirse  un  factor ;  y  como  éste  va  siempre  creciendo, 
resulta  que  a  pocos  pasos  nos  hallamos  con  un  número  in- 
calculable. Suponiendo  solas  diez  letras,  nos  dan  1x2x3 
x4x5x6x7x8x9xl0  =  3.628.800.  Considérese  ahora 
cuál  será  el  incremento  si  este  número  le  multiplicamos  su- 
cesivamente por  11,  12,  13,  etc.,  hasta  22. 

61.  Pero  aquí  tomamos  la  suposición  menos  favorable, 
cual  es  el  que  en  cada  palabra  entra  todo  el  alfabeto,  lo 
que  no  puede  suceder ;  porque  es  claro  que  en  el  idioma 
habría  palabras  de  pocas  letras,  y  hasta  de  una  sola ;  así  re- 
sulta otra  serie  inmensa ;  y  si  se  reflexiona  que  en  la  se- 
rie las  palabras  pueden  combinarse  de  mil  maneras,  resulta 
otra  fuente  de  variedad  para  el  discurso.  Esta  combina- 
ción puede  aumentarse  indefinidamente  dándoles  variedad 
de  significaciones  y  haciendo  que  la  misma  palabra  escrita 
o  hablada,  que  en  un  idioma  significa  una  cosa,  signifique 
en  otro  otra  muy  diferente :  but  escrito  significa :  en  inglés, 
pero  o  mas;  en  francés,  objeto,  fin;  time  en  inglés,  tiempo; 
en  latín,  teme  tú.  Son  en  inglés,  hijo;  en  castellano,  abrevia- 
do de  sonido,  al  son  de  la  flauta;  en  catalán,  sueño.  ¿Qué  || 
será  si  añadimos  las  variantes  de  la  pronunciación  de  voca- 
les y  consonante»,  y  los  sonidos  mixtos,  y  cuanto  hace  cre- 
cer el  número  de  letras  en  los  alfabetos? 

62.  Resulta,  pues,  evidente  que  todas  las  lenguas  vivas 
y  muertas,  y  cuantas  hayan  de  nacer  en  los  siglos  venideros, 
se  pueden  formar  con  los  sonidos  vocales ;  por  manera  que 
el  Criador  ha  dado  al  hombre  un  órgano  tan  fecundo  para 
la  palabra,  que  jamás  pueden  faltar  signos  nuevos,  sean 
cuales  fueren  los  objetos  que  se  quieran  expresar  y  la  for- 
ma de  su  expresión. 

63.  Hay  aquí  otra  cosa  que  admirar,  y  es  la  rapidez 
asombrosa  con  que  hace  estas  operaciones  aun  el  hombre 
más  rudo.  Se  conciben  las  ideas,  y  al  instante  se  hallan 
prontas  las  palabras,  con  todas  las  combinaciones  e  inflexio- 
nes necesarias,  ya  sea  para  expresar  conceptos  nuevos,  ya 
para  significar  las  modificaciones  de  uno  mismo.  El  análisis 
de  una  breve  oración  puede  ocupar  muchas  páginas;  y  el 


308  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  222-2241 


rudo  y.  el  niño  ejecutan  su  síntesis  con  la  velocidad  del  re- 
lámpago. || 


CAPITULO  VII 

Objeto  de  las  letras  radicales  y  de  las 
terminaciones  semejantes 

64.  La  inmensa  variedad  de  las  combinaciones  literales 
hace  que  se  puedan  expresar  todas  las  modificaciones  de 
una  misma  idea  con  sólo  añadir  o  quitar  alguna  letra  o  va- 
riar su  posición.  Es  sobremanera  digno  de  notarse  ese  me- 
canismo de  las  lenguas,  porque  ofrece  una  evidente  prueba 
de  la  sabiduría  que  entrañan. 

65.  Para  la  expresión  de  una  idea  matriz  hay  una  o 
más  letras  constantes ;  y  sobre  este  fondo  vienen  a  caer  las 
modificaciones  de  una  misma  idea.  A  las  constantes  las  lla- 
maremos radicales;  a  las  otras,  secundarias.  Véase  un  ejem- 
plo en  la  idea  de  amar,  o  amor,  cuyas  radicales  son  en  cas- 
tellano a,  m:  ama,  ame,  amé,  amo,  amó,  amar,  amor,  amas, 
ames,  amores,  amable,  amablemente,  amabilidad,  amabilísi- 
mamente,  amado,  amada,  amáis,  amamos,  aman,  amaba, 
amabas,  etc.,  etc. ;  amaré,  amarás,  etc.,  etc. ;  amare,  ama- 
res, etc. ;  amaría,  amarías,  etc. ;  amante,  amador,  amorío, 
amoríos,  amatorio,  amigo,  amistad,  amigable,  ||  etc.,  etc.  Re- 
córranse estos  casos,  y  se  notará  que  sólo  hay  dos  letras 
constantes:  a,  m;  las  demás  varían  todas:  lo  expresado  es 
siempre  la  idea  de  amor,  pero  modificada  de  mil  maneras: 
acción,  pasión,  acto,  hábito,  clases  de  amor,  variedad  de  tiem- 
po, modo,  persona,  número,  género,  todo  se  expresa,  ora  qui- 
tando, ora  poniendo  una  letra,  a  veces  con  un  solo  acento, 
como  en  amo,  amó;  ame,  amé;  amara,  amará 

66.  ¡Cuán  admirable  se  presenta  a  los  ojos  de  la  filoso- 
fía una  idea  ligada  con  solas  dos  letras,  pasando  por  tantas 
modificaciones,  con  sólo  el  auxilio  de  otras  letras  o  de  me- 
ros acentos! 

Pero  lo  singular  es  que  a  veces  las  radicales  expresivas 
de  una  idea  fundamental  pasan  inalterables  al  través  de  va- 
rias lenguas:  sirva  de  ejemplo  la  palabra  latina  bonus,  don- 
de las  radicales  son  b,  n.  En  latín  tenemos  bonus,  bonitas: 
bene;  donde  hallamos  que  la  o  desaparece.  Lo  mismo  sucede 
en  castellano :  bondad,  bueno,  bien;  y  en  francés :  bon,  bien. 
Lo  que  permanece  constante  son  las  b,  n;  lo  demás  todo 
cambia.  La  b  es  más  radical  que  la  n,  pues  hay  casos  en  que 


309 


la  n  desaparece,  como  en  catalán,  bo  (bueno),  bé  (bien), 
pero  esta  desaparición  es  sólo  de  pronunciación  sincopada, 
pues  en  exigiéndolo  la  eufonía  o  la  claridad  aparece  otra 
vez  la  n:  home  bo  (hombre  bueno);  bon  home  (buen  hom- 
bre); ha  fet  bé  (ha  hecho  bien);  ben  jet  (bien  hecho). 

67.  Pongo  a  continuación  algunos  ejemplos  de  esa  per- 
manencia de  las  radicales,  con  lo  cual  se  acostumbrarán  || 
los  jóvenes  a  seguirlas  al  través  de  varias  lenguas. 

Fortis.  Las  radicales  son  f,  r;  t  es  también  radical,  pero 
se  cambia  en  sus  semejantes  c,  ce,  s,  z  (38  y  39).  Fortis, 
fuerza,  forcé,  forsa,  forza;  y  sus  derivados. 

Kota.  Las  radicales  son  r,  t;  cambiándose  ésta  a  veces 
en  d.  Rota,  rueda,  rotación,  redondo,  roda. 

Petra.  Las  radicales  son  p,  e;  t,  que  se  cambia  en  d;  r. 
que  a  veces  se  duplica :  petra,  piedra,  pierre. 

Mors.  Las  radicales  son  m,  r,  con  tendencia  a  poner 
la  t,  afine  de  la  s:  mors,  muerte,  mort;  morir;  muere:  muer- 
to; mortal.  Las  radicales  m,  t  se  hallan  en  matar  y  deri- 
vados. 

Digitus.  Las  radicales  son  d,  t,  cambiándose  ésta  en  d. 
Digitus,  dedo,  doigt.  dit. 

Deus.  La  radical  es  d.  Deus,  Dios,  Dieu,  Dio.  En  griego 
Theos,  th,  afine  de  la  d. 

Currere.  Las  radicales  son  c,  r.  Currere,  correr,  curso, 
carrera,  courir. 

68.  Observando  lo  que  sucede  en  estos  ejemplos  y  en 
otros  que  será  fácil  encontrar,  se  nota :  1.°  Que  el  cambio 
en  una  misma  lengua  o  en  varias  es  más  común  a  las  vo- 
cales que  a  las  consonantes,  lo  que  es  natural,  porque  se  al- 
tera más  fácilmente  la  voz  que  la  articulación.  2°  Que  las 
vocales  suelen  cambiarse  en  otras  semejantes:  la  o  en  u, 
ue;  la  e  en  i,  ve.  También  se  cambia  eu,  io,  como  Deus,  Dios. 

3.  °  Las  radicales  se  cambian  en  otras  semejantes,  como  t  en 
d,  z,  s;  p  en  b;  c  fuerte  o  k  en  g;  oculus,  ojo,  oculista.  '\\ 

4.  °  Que  las  alteraciones  suelen  dejar  intacta  la  primera  le- 
tra, o  transformarla  ligeramente,  como  Theos,  Deus. 

Es  de  notar  que  una  de  las  radicales  se  halla  por  lo  co- 
mún al  principio  de  la  palabra ;  la  razón  es  porque  antes 
de  llegar  a  la  modificación  debe  expresarse  qué  es  lo  que 
se  ha  de  modificar.  Por  esto  el  signo  de  la  idea  matriz  se 
halla  al  principio,  y  el  de  las  modificaciones  al  fin. 

69.  El  vincular  la  idea  matriz  con  las  radicales  es  un 
poderoso  auxiliar  de  la  memoria ;  pues  que  de  esta  suerte 
la  idea  fundamental  no  tiene  más  que  un  signo,  y  para  co- 
nocer sus  modificaciones  basta  atender  a  las  de  la  palabra. 
Las  letras  am  recuerdan  la  idea  de  amor;  y  las  diferentes 
terminaciones  que  la  siguen  marcan  su  modificación.  Si  cada 
modificación  de  la  idea  se  expresase  por  palabras  que  no 


310  FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— METAFÍSICA  [21,  226-228] 


tuviesen  ninguna  radical  común,  sería  sumamente  difícil  el 
retenerlas  en  la  memoria ;  y  como  en  todos  sucedería  lo  mis- 
mo, resultaría  poco  menos  que  imposible  el  aprender  una 
sola  lengua. 

70.  Vinculada  con  ciertas  radicales,  la  idea  matriz  se 
modifica  por  las  terminaciones;  pero  éstas  también  serian 
difíciles  de  retener  si  no  guardasen  semejanza  cuando  ex- 
presan ciertas  modificaciones  análogas ;  y  he  aquí  por  qué 
hay  en  las  lenguas  tantas  terminaciones  idénticas,  que  se 
pueden  reducir  a  clases. 

Amó,  leyó,  corrió,  bebió,  instó,  etc.,  etc.  Las  radicales  || 
son  diferentes,  porque  expresan  diversas  ideas ;  la  termina- 
ción en  ó  es  la  misma,  porque  indica  la  misma  modifica- 
ción de  persona,  número  y  tiempo. 

Altos,  bajos,  buenos,  malos,  lindos,  feos,  etc.  Radicales  di- 
ferentes porque  lo  son  las  ideas ;  terminación  en  os  la  mis- 
ma, porque  expresa  la  misma  modificación  en  género  y 
número. 

Bellamente,  santamente,  malamente,  etc.  La  radical  va- 
ría porque  varía  la  idea ;  la  terminación  mente  es  la  misma 
porque  hay  la  misma  modificación  adverbial. 

Fácil  sería  multiplicar  los  ejemplos:  bondad,  maldad, 
santidad,  castidad,  lealtad;  amable,  aborrecible,  detestable, 
extinguible,  apreciable,  razonable;  bueno,  malo,  santo,  justo, 
recto;  buena,  mala,  santa,  recta;  leyeron,  corrieron,  vieron, 
investigaron,  oyeron;  veis,  leéis,  corréis,  etc.,  etc.:  donde  se 
nota  que  la  variedad  de  terminaciones  se  reduce  a  ciertas 
clases,  según  las  modificaciones  que  se  expresan. 

71.  Ahora  podemos  apreciar  debidamente  el  secreto  por 
qué  una  lengua  se  fija  y  retiene  en  la  memoria  con  más  fa- 
cilidad de  lo  que  parece  posible,  atendida  la  variedad  de  sus 
palabras.  El  conjunto  de  éstas  tiene  dos  elementos  de  senci- 
llez: la  identidad  de  radicales  para  la  expresión  de  la  idea 
matriz ;  la  identidad  de  terminaciones  para  la  expresión  de 
modificaciones  semejantes. 

72.  De  aquí  resulta  que  la  lengua  que  tuviese  más  fijeza 
en  las  radicales  y  en  las  terminaciones  ||  sería  la  más  fácil 
de  aprender ;  y  por  esta  razón  son  más  difíciles  las  que  tie- 
nen mayor  númei'o  de  irregularidades.  Por  ejemplo :  si  en 
castellano,  para  formar  la  primera  persona  del  singular  del 
presente  de  indicativo  se  siguiese  constantemente  la  regla 
de  añadir  a  las  radicales  la  o,  am-ar,  am-o.  y  así  en  todo  lo 
demás,  en  sabiendo  un  verbo  se  sabrían  todos ;  pero  la  irre- 
gularidad destruye  la  unidad,  y  por  tanto  produce  dificul- 
tades. Es  de  notar  que  el  expresar  las  modificaciones  seme- 
jantes con  terminaciones  idénticas  es  sumamente  natural ; 
como  se  echa  de  ver  en  los  disparates  de  los  que  hablan  una 
lengua  extranjera  que  conocen  poco;  y  muy  especialmente 


|21.  228-230]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  8  311 


en  los  niños,  que,  conjugando  por  el  orden  regular,  introdu- 
cen palabras  sumamente  graciosas:  de  saber  hacen  yo  sabo, 
y  otras  semejantes. 

73.  Las  lenguas  no  tienen  este  rigor  filosófico :  en  ellas 
se  atiende  a  otras  cosas  distintas  del  orden  lógico,  como  son 
la  variedad  y  la  eufonía ;  y  en  sus  modificaciones  influyen 
un  sinnúmero  de  causas  que  alteran  su  simplicidad.  Si  un 
filósofo  formase  una  lengua,  queriendo  darle  exactitud  y 
unidad,  le  quitaría  mucho  de  su  gracia  y  hermosura.  || 


CAPITULO  VIII 


Del  nombre 


74.  El  nombre  es  la  palabra  que  expresa  un  objeto.  Si 
éste  no  es  considerado  inherente  a  otro  modificándole,  el 
nombre  es  substantivo ;  si  se  le  considera  modificando,  es 
adjetivo:  hombre,  razón,  justicia,  son  substantivos,  porque 
no  se  les  considera  modificando ;  humano,  racional,  justo, 
son  adjetivos,  porque  modifican. 

75.  El  nombre  substantivo  se  llama  así  no  porque  sig- 
nifique solas  substancias,  sino  porque  aun  las  modificaciones 
las  expresa  sin  la  relación  de  inherencia,  y  por  consiguiente 
a  manera  de  substancia  (véase  Ideología  pura.  c.  X).  Ley, 
bondad,  belleza,  np  son  substancias,  pero  están  expresadas 
sin  relación  de  inherencia.  Por  el  contrario,  el  adjetivo  no 
siempre  expresa  una  modificación ;  a  veces  significa  subs- 
tancia y,  sin  embargo,  no  pierde  el  carácter  de  adjetivo 
(adiectus),  junto  a  otro,  inherente,  porque  tal  es  la  forma  de 
la  idea  expresada.  Esencial,  substancial,  son  adjetivos,  aun- 
que no  expresan  modificaciones;  pero  no  lo  son  la  esencia 
y  la  substancia;  pero  se  llaman  ||  adjetivos  porque  la  idea 
expresada  envuelve  relación  de  esencia  o  substancia  a  un 
sujeto,  a  una  cosa :  esencial,  cosa  perteneciente  a  la  esencia ; 
substancial,  a  la  substancia. 

76.  La  misma  idea  se  puede  expresar  con  la  relación  de 
inherencia  o  sin  ella:  bueno,  bondad,  hermoso,  hermosura, 
racional,  razón.  Esto  da  origen  a  la  división  en  nombres  con- 
cretos y  abstractos :  concreto  es  el  que  expresa  la  idea  como 
inherente ;  abstracto  el  que  la  expresa  sin  inherencia. 

77.  Así,  pues,  la  distinción  entre  el  substantivo  y  el  ad- 
jetivo no  nace  de  las  cosas  significadas,  sino  de  nuestro  modo 
de  considerarlas  o  concebirlas. 


312 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  230-232] 


78.  Siendo  el  nombre  la  expresión  de  las  ideas,  todas 
las  lenguas  tienen  nombres.  Bajo  una  u  otra  forma  se  de- 
ben hallar  en  todas  substantivos  y  adjetivos,  porque  es  na- 
tural a  nuestro  entendimiento  el  concebir  las  cosas,  ora  en 
sí  mismas,  ora  con  relación  a  un  sujeto.  El  salvaje  que  ha 
experimentado  el  sabor  dulce  de  unas  frutas  y  el  amargo 
de  otras,  conocerá  la  fruta  y  la  expresará  a  su  modo ;  he 
aquí  el  substantivo :  concebirá  la  cualidad  de  dulce  o  amar- 
go, conveniente  a  tal  o  cual  fruta,  y  esta  relación  la  ex- 
presará también  a  su  manera;  he  aquí  el  adjetivo:  las 
cualidades  de  dulce  y  amargo  las  concebirá  en  general, 
prescindiendo  de  su  inherencia  a  una  fruta ;  he  aquí  un 
substantivo  expresando  una  modificación  bajo  la  forma  de 
substancia.  || 

79.  Los  nombres  substantivos  pueden  expresar  objetos 
compuestos  y  simples ;  así  no  es  exacto  que  el  nombre  subs- 
tantivo sea  sintético,  o  que  represente  una  colección  de  jui- 
cios y  que,  por  tanto,  deba  expresar  la  totalidad  de  un  ob- 
jeto. El  carácter  esencial  del  substantivo  se  halla  en  expre- 
sar una  idea  sin  relación  de  inherencia ;  y  así  la  etimología, 
substantivo  de  substancia,  está  acorde  con  la  cosa  signi- 
fícada. 

80.  No  siempre  tienen  las  lenguas  todos  sus  adjetivos 
bajo  una  forma  distinta,  y  entonces  el  substantivo  se  pone 
a  manera  de  modificación ;  en  cuyo  caso  pasa  a  ser  adjeti- 
vo: como  un  hombre  soldado,  un  hombre  pintor,  poeta,  ar- 
tista, arquitecto,  rey,  gobernador. 

81.  El  nombre  substantivo  es  propio  si  designa  una  idea 
individual :  como  Antonio,  España,  Barcelona,  Madrid,  Me- 
diterráneo; y  es  común  o  apelativo  cuando  la  idea  expresa- 
da es  general :  como  hombre,  nación,  ciudad,  capital,  mar. 

Se  suelen  hacer  otras  divisiones  del  nombre :  indicare- 
mos rápidamente  las  principales.  De  origen :  se  llaman  pri- 
mitivos o  derivados,  según  que  nacen  o  no  de  otro.  Si  su 
origen  es  un  verbo  se  llaman  verbales:  como  lectura,  de 
leer.  De  estructura :  compuestos  son  los  que  se  forman  de 
varias  palabras  enteras  o  truncadas,  como  in-extinguible, 
tras-nochar,  cabiz-bajo.  Los  que  no  se  hallan  en  esta  clase 
son  simples.  De  significado :  positivos,  son  los  que  expresan 
simplemente  la  cualidad :  como  bueno.  Comparativos,  ||  los 
que  expresan  comparación :  como  mejor,  peor,  mayor,  me- 
nor. Superlativos,  los  que  expresan  la  cualidad  en  sumo  gra- 
do: como  perfectísimo,  justísimo.  Aumentativos,  los  que  au- 
mentan :  como  hombrón,  comilón,  bonachón.  Diminutivos, 
los  que  disminuyen :  como  chiquillo,  chiquitín,  casita,  pla- 
zuela. Abundanciales,  los  que  expresan  abundancia :  como 
pedregoso,  estudioso,  dadivoso,  asombroso,  cuantioso. 

82.  Cuando  una  lengua  se  presta  fácilmente  a  la  varié- 


313 


dad  de  inflexiones  para  expresar  las  modificaciones  de  una 
misma  idea,  o  a  la  reunión  de  palabras  para  formar  un  nom- 
bre expresivo  de  la  asociación  de  diferentes  ideas,  se  dis- 
tingue por  su  hermosura  y  riqueza.  En  este  punto  sobresale 
particularmente  la  griega,  a  la  cual  se  toma  continuamente 
prestado  cuando  se  han  de  formar  palabras  compuestas. 

83.  Los  accidentes  del  nombre  son  las  modificaciones  que 
recibe  según  las  relaciones  que  expresa.  Son  tres:  género, 
número  y  caso. 

84.  El  género  del  nombre  es  la  expresión  del  sexo :  mas- 
culino si  significa  macho;  femenino  si  hembra;  común  o 
epiceno,  o  promiscuo,  si  comprende  los  dos  sexos;  neutro 
si  no  designa  ninguno. 

Como  el  sexo  tan  sólo  se  halla  en  animales,  si  las  len- 
guas siguiesen  un  curso  rigurosamente  filosófico,  todos  los 
nombres  que  expresan  objetos  incapaces  de  sexo  debieran 
ser  neutros.  Pero  no  sucede  así,  pues  ||  encontramos  diferen- 
cias de  géneros  en  objetos  inanimados:  como  cielo,  rocío, 
humo,  río,  oro,  tierra,  lluvia,  fuente,  plata.  Lo  propio  nota- 
mos en  las  demás  lenguas :  como  navis,  sagitta,  Ínsula,  legio, 
portus,  honor,  ímpetus,  remus. 

85.  El  motivo  de  haberse  comunicado  el  género  a  las 
cosas  inanimadas  parece  hallarse  en  la  inclinación  que  tie- 
ne el  hombre  a  dar  animación  a  los  objetos.  Esta  inclinación 
se  desenvuelve  más  cuando  las  pasiones  están  conmovidas 
o  cuando  prevalece  la  imaginación.  Así,  es  natural  que  los 
pueblos  en  su  infancia  hablasen  de  los  objetos  inanimados 
como  si  viviesen,  de  lo  que  resultaba  la  aplicación  del  gé- 
nero. Parece  que  el  masculino  debió  aplicarse  con  preferen- 
cia a  los  objetos  que  ofrecían  ideas  de  fuerza  y  superiori- 
dad ;  y,  por  el  contrario,  el  femenino  a  los  que  ofrecían 
ideas  de  debilidad,  inferioridad  o  delicada  belleza. 

86.  El  número  del  nombre  es  la  expresión  de  la  unidad 
o  de  la  multiplicidad  en  los  objetos.  Singular  cuando  signi- 
fica uno,  como  piedra;  plural  cuando  muchos,  como  piedras. 
El  griego  y  hebreo  tienen  para  ciertos  casos  el  número  dual, 
lo  que  es  muy  propio  al  tratar  de  objetos  dobles,  como  ojos, 
orejas,  pies,  manos. 

87.  Es  de  notar  que  cuando  se  expresa  una  idea  sola, 
aunque  ésta  sea  común  a  muchas,  el  nombre  es  singular ; 
así  la  de  triángulo  es  común  a  todos  los  ||  triángulos.  La  ra- 
zón de  esto  se  halla  en  que  expresamos  como  concebimos ; 
concibiendo,  pues,  como  una  la  idea  común,  debemos  expre- 
sarla del  mismo  modo. 

88.  Los  nombres  propios  no  tienen  plural  porque  expre- 
san un  solo  individuo.  En  locución  figurada  se  dice :  los  Pla- 
tones, los  Cicerones,  los  Virgilios;  pero  esta  transgresión  del 
rigor  gramatical  no  deja  de  tener  su  razón,  pues  entonces 


314 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  234-23»i  | 


se  trata  de  estos  individuos,  no  como  tales,  sino  como  repre- 
sentantes de  una  clase.  Se  dirá  muy  bien :  no  hablaron  así 
los  Cicerones  y  los  Virgilios,  cuando  se  quiera  recordar  el 
siglo  de  oro  de  la  lengua  latina ;  pero  no  se  podría  decir : 
los  Virgilios  compusieron  La  Eneida ;  los  Cicerones  escri- 
bieron una  obra  sobre  las  leyes.  En  el  primer  caso  se  los 
considera  como  representantes  de  los  buenos  hablistas,  en 
el  segundo  como  simples  individuos.  La  prueba  de  que  en 
el  plural  los  nombres  propios  no  se  toman  rigurosamente 
como  tales  está  en  que  se  les  añade  el  artículo  los,  el  que  no 
tiene  cabida  en  nombres  propios. 

89.  La  variedad  en  el  número  podría  expresarse  de  dos 
modos :  o  combinando  la  estructura  del  nombre,  lo  que  se 
suele  hacer  en  la  terminación,  o  bien  acompañándole  con 
algo  que  la  indique.  El  primer  medio  es  el  más  sencillo  y 
natural,  y  se  halla  adoptado  en  los  idiomas  antiguos  y  mo- 
dernos en  cuanto  a  los  substantivos.  En  los  adjetivos,  como 
no  van  nunca  solos,  el  signo  del  número  puede  hallarse  in- 
dicado por  ||  el  substantivo  a  que  se  refiere ;  y  así  es  que  no 
siguen  siempre  la  regla  general  de  tener  modificaciones 
para  la  diferencia  del  número:  el  inglés  los  deja  intactos 
en  singular  y  plural:  good  man  (buen  hombre);  good  men 
(buenos  hombres):  el  adjetivo  good  permanece  el  mismo: 
el  número  está  indicado  por  el  substantivo. 

90.  La  idea  significada  por  el  nombre  puede  estar  en 
relación  con  otra  idea,  y  esta  relación  se  ha  de  expresar  en 
el  lenguaje.  Las  modificaciones  que  recibe  el  nombre  para 
expresar  la  relación  de  su  significado  con  otra  idea,  se  lla- 
man caso  o  declinación.  Caso,  porque  el  nombre  cae  o  termi- 
na de  diferentes  maneras;  y  declinación,  porque  declina  to- 
mando varias  terminaciones  o  acompañándose  con  ciertas 
partículas. 

La  idea  de  padre,  pater,  puede  tener  las  relaciones  si- 
guientes :  Tengo  noticias  de  la  salud  de  mi  padre.  Constru- 
yo esta  quinta  para  mi  padre.  Veo  a  mi  padre.  ¿Qué  manda 
usted,  padre?  Fué  desmentido  por  mi  padre.  No  son  éstas 
las  únicas  relaciones,  pues  que  son  tantas  cuantas  las  modi- 
ficaciones de  las  ideas ;  pero  en  la  imposibilidad  de  poner 
un  caso  para  cada  especie,  se  los  ha  clasificado  del  modo  que 
sigue :  el  genitivo  expresa  pertenencia :  el  dativo,  daño  o 
provecho ;  el  acusativo,  el  término  de  la  acción ;  el  vocati- 
vo, llamamiento :  el  ablativo,  origen,  medio,  instrumento  y 
otras  semejantes.  Claro  es  que  la  clasificación  es  muy  in- 
completa, porque  cada  una  de  estas  ideas  generales  puede 
expresar  muchas  cosas  diferentes  y  a  veces  opuestas.  Lo 
manifestaré  con  ejemplos.  || 

Genitivo  o  pertenencia :  el  hijo  de  Cicerón,  el  padre  de 
Cicerón,  la  figura  de  Cicerón,  el  talento  de  Cicerón.  las 


[21,  236-237]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  8 


315 


obras  de  Cicerón;  perjudica  a  los  escritores  la  afectada  imi- 
tación de  Cicerón;  un  libro  compuesto  de  retazos  de  Ci- 
cerón. 

Dativo :  negar  una  proposición  a  Cicerón  ¡  dar  una  quin- 
ta a  Cicerón  ;  atribuir  una  obra  a  Cicerón. 

Acusativo :  amar  a  Cicerón  ;  leer  a  Cicerón  ;  oír  a  Ci- 
cerón ;  ver  a  Cicerón  ;  salvar  a  Cicerón  ;  matar  a  Cicerón  ; 
alabar  a  Cicerón. 

El  vocativo  o  la  dirección  de  la  palabra  a  un  objeto  de- 
terminado puede  tener  también  muchas  modificaciones.  Lla- 
mar la  atención,  rogar,  amenazar,  insultar,  chancearse,  etc. 

La  misma  variedad  hallamos  en  el  ablativo,  expresado 
en  castellano  por  las  preposiciones  por  o  con. 

91.  La  declinación  del  nombre  puede  hacerse  de  dos  mo- 
dos :  variando  la  terminación  o  acompañándole  de  partícu- 
las que  designen  el  caso.  En  castellano  decimos:  la  razón, 
de  la  razón,  a  o  para  la  razón,  etc.,  etc. ;  y  los  latinos  expre- 
san lo  mismo  diciendo :  ratio.  rationis,  rationi,  rationem,  ra- 
tio,  ratione.  ¿Cuál  de  estos  sistemas  es  preferible?  Desde 
luego  se  ve  que  el  segundo  es  más  sencillo ;  pero  tiene  otra 
ventaja  mayor  que  la  sencillez,  y  es  el  permitir  más  liber- 
tad a  las  transposiciones  sin  dañar  a  la  claridad.  Lo  mani- 
festaré con  un  ejemplo : 

Virtutis  expers,  verbis  iactans  gloriam, 
Ignotos  fallit.  notis  est  derisui.  \\ 

Este  pasaje  de  Fedro,  traducido  literalmente  al  castella- 
no, significa : 

«El  falto  de  valor  que  con  palabras  pondera  sus  hazañas, 
engaña  a  los  desconocidos  y  sirve  de  risa  a  los  conocidos.» 

El  texto  latino  puede  alterarse  con  muchas  transposicio- 
nes sin  que  se  deje  de  entender  lo  que  significa,  y  esto  lo 
debe  a  sus  terminaciones,  que  marcan  siempre  la  relación 
de  las  palabras  por  distantes  que  se  hallen. 

Derisui  est  notis,  fallit  ignotos, 
Gloriam  iactans  verbis  expers  virtutis. 

Las  palabras  están  en  un  orden  inverso,  y,  sin  embargo, 
nada  pierden  de  su  claridad. 

Hágase  la  prueba  en  castellano,  y  el  texto  carecerá  de 
sentido.  Son  innumerables  las  alteraciones  que  el  latino 
puede  sufrir  en  todo  o  en  parte,  sin  que  le  falte  ni  sentido 
ni  claridad. 

Virtutis  expers  ignotos  fallit. 
Fallit  ignotos  expers  virtutis. 
Ignotos  fallit  iñrtutis  expers. 


3lt)  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  |  21,  237-240] 


Aun  empleando  transposiciones  violentas,  el  sentido  con- 
tinúa claro. 

Ignoto  virtutis  fallit  expers. 
Expers  jallit  ignotos  virtutis. 
Fallit  virtutis  ignotos  expers. 
Virtutis  fallit  expers  ignotos. 

Hagamos  la  experiencia  en  el  castellano. 

El  falto  de  valor  engaña  a  los  desconocidos. 

A  los  desconocidos  de  valor  engaña  el  falto.  El  sentido 
se  comprende,  pero  ya  se  hace  obscuro  y  violento. 

El  falto  .engaña  a  los  desconocidos  de  valor.  Parece  decir- 
se que  los  desconocidos  son  valientes.  Y,  además,  ¿quién  su- 
fre semejante  galimatías?  || 


CAPITULO  IX 

El  artículo 


92.  Nótese  la  diferencia  entre  estas  expresiones :  dame 
un  libro;  dame  el  libro.  Vi  libros,  vi  unos  libros,  vi  los  li- 
bros. Las  palabras  un,  unos,  expresan  libros  indetermina- 
dos ;  y  el,  los,  determinados.  Dame  un  libro  equivale  a  de- 
cir :  dame  uno  u  otro,  algún  libro;  dame  el  libro  significa : 
dame  tal  libro,  el  que  tienes  en  la  mano,  el  que  sabes  que 
me  gusta,  el  que  me  habías  prometido,  etc.,  etc.  La  palabra 
de  que  nos  valemos  para  expresar  esas  determinaciones  de 
la  idea  se  llama  artículo. 

93.  Los  nombres  propios  no  deben  llevar  artículo,  por- 
que significando  por  sí  mismos  una  cosa  determinada,  no 
necesitan  que  se  los  determine :  decimos  el  hombre,  mas  no 
el  Antonio.  En  las  expresiones  el  Virgilio,  el  Cicerón,  se 
sobrentiende  el  libro  cuyo  autor  es  Virgilio  o  Cicerón,  y  en 
general,  siempre  que  el  nombre  propio  va  acompañado  de 
artículo,  se  sobrentiende  algún  apelativo.  Esto  es  lo  más  ló- 
gico, pero  no  quiero  decir  que  la  regla  carezca  de  ||  excep- 
ción ;  nada  más  común  que  encontrar  en  las  lenguas  anoma- 
lías que  no  se  acomodan  exactamente  con  el  rigor  filosófico. 

94.  La  determinación  o  indeterminación  de  la  palabra 
puede  expresarse  por  el  sentido  de  la  oración ;  y  así  es  que 
el  artículo  no  es  una  parte  indispensable  en  las  lenguas:  el 
latín  no  lo  tiene ;  ridi  librum  puede  significar :  vi  un  libro 
o  vi  el  libro. 


[21,  240-241]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  9 


317 


95.  El  castellano  es  sumamente  rico  en  este  punto,  pues 
tiene  artículos  no  sólo  para  expresar  la  determinación,  sino 
también  la  indeterminación:  un.  La  indeterminación  en  sin- 
gular se  expresa  más  comúnmente  por  un  que  por  la  au- 
sencia de  todo  artículo.  No  se  puede  decir  vi  libro,  como  vi 
libros.  Sin  embargo,  hay  ciertos  giros  de  lenguaje  en  que 
no  sólo  se  permite  la  falta  del  artículo,  sino  que  es  necesa- 
ria para  expresar  bien  la  idea.  Es  curioso  observar  la  gra- 
dación de  ideas  expresadas  por  las  frases  siguientes:  Hay 
hombre  capaz  de  hacerlo.  Hay  un  hombre  capaz  de  hacerlo. 
Hay  el  hombre  capaz  de  hacerlo.  Vi  libros  encuadernados. 
Vi  unos  libros  encuadernados.  Vi  los  libros  encuadernados. 

96.  De  lo  dicho  se  infiere  que  el  artículo  no  expresa  la 
extensión*  relativamente  al  mayor  o  menor  número  de  indi- 
viduos, sino  la  mayor  o  menor  determinación  de  la  idea,  se- 
gún la  mente  del  que  habla.  Una  persona  dirá :  leí  manus- 
critos; leí  unos,  manuscritos;  leí  los  manuscritos,  aunque 
se  refiera  a  un  mismo  ||  número  de  ellos;  ¿qué  diferencia 
hay,  pues,  entre  estas  expresiones?  Hela  aquí :  cuando 
falta  el  artículo  se  habla  con  entera  indeterminación,  re- 
firiéndose únicamente  a  la  idea  común ;  al  añadirse  unos 
ya  hay  cierto  matiz  determinante ;  pero  al  poner  los,  la  idea 
queda  determinada  a  ciertos  manuscritos.  Esta  gradación 
depende  del  contexto  mismo,  como  se  puede  ver  en  este 
ejemplo:  Leí  manuscritos  y  se  me  cansó  la  vista.  Leí  unos 
manuscritos  muy  deteriorados.  Leí  los  manuscritos  que  ha- 
blan de  la  fundación  de  la  villa.  En  todos  estos  casos  no  hay 
necesidad  de  pensar  en  el  número,  pues  .que  se  puede  decir 
muy  bien  que  se  han  leído  los  manuscritos,  aunque  se  igno- 
re si  los  leídos  son  cincuenta  o  ciento,  y  aun  muchos  o  pocos. 

97.  No  alcanzo  en  qué  pueda  fundarse  la  opinión  de  los 
que  cuentan  entre  los  artículos  a  los  numerales  cardinales, 
cuando  en  realidad  no  son  más  que  nombres  expresivos  de 
una  propiedad  colectiva.  Los  lados  del  pentágono  son  cin- 
co; ¿quién  duda  de  que  cinco  es  aquí  un  verdadero  predi- 
cado? Es  verdad  que  un  lado  puede  formar  parte  de  un  nú- 
mero, dos,  tres,  u^  otro  cualquiera ;  pero  esto  sólo  prueba 
que  el  predicado  se  refiere  a  la  colección  y  no  a  cada  lado, 
cosa  de  que  nadie  duda.  Si  se  responde  que  los  números  no 
expresan  modos  o  propiedades,  preguntaré:  ¿De  qué  se 
ocupan  la  aritmética  y  el  álgebra?  El  número  en  abstracto, 
¿no  es  una  verdadera  idea?  || 


318  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  242-243] 


CAPITULO  X 


El  pronombre 


98.  Se  llama  pronombre  la  palabra  que  se  pone  en  lu- 
gar del  nombre,  sea  para  evitar  la  repetición  o  con  otro  ob- 
jeto. La  Europa  fué  sojuzgada  por  Napoleón,  y  éste  fué 
vencido  por  los  españoles.  La  palabra  éste  nos  evita  el  re- 
petir el  nombre  Napoleón.  La  primera  flota  que  dió  la  vuel- 
ta al  mundo  era  española.  Si  nos  faltase  el  que,  sería  preci- 
so emplear  otro  giro.  Una  flota  española  fué  la  primera  en 
dar  la  vuelta  al  mundo. 

Los  pronombres  suelen  dividirse  en  personales,  posesi- 
vos, demostrativos  y  relativos. 

99.  Los  personales  son  los  que  designan  la  relación  de 
los  interlocutores :  yo  leí  equivale  a  lo  siguiente :  el  hombre 
que  leyó  es  el  mismo  que  lo  dice.  Tú  leíste  equivale  a  decir : 
el  hombre  que  leyó  es  el  mismo  a  quien  habla  el  que  lo  dice. 
Aquél  leyó  significa  que  el  que  leyó  es  distinto  de  la  perso- 
na que  habla  y  a  quien  se  habla,  o  que  al  menos  se  prescin- 
de de  estas  circunstancias.  A  veces  se  emplea  la  tercera  || 
persona  hablando  de  sí  mismo,  como  se  ve  en  los  Comenta- 
rios de  César ;  pero  en  tal  caso  se  prescinde  de  quién  sea 
el  que  habla,  y  se  trata  únicamente  de  los  hechos. 

100.  Los  pronombres  personales  bajo  una  u  otra  forma 
no  pueden  faltar  en  ninguna  lengua,  pues  que  para  las  rela- 
ciones más  comunes  es  necesario  saber  quién  habla  y  de 
quién  o  a  quién  se  habla.  El  número  de  personas  que  ha- 
blan, o  en  cuyo  nombre  se  habla,  o  a  quienes  se  habla,  o  de 
las  cosas  de  que  se  habla,  da  origen  al  singular  y  plural  de 
estos  pronombres. 

101.  El  pronombre  personal,  bien  analizado,  es  un  nom- 
bre substantivo  común,  que  las  circunstancias  convierten 
en  propio.  Es  nombre  substantivo,  porque  expresa  una  idea 
bajo  la  forma  de  subsistencia ;  es  común,  porque  conviene 
a  muchos :  todos  pueden  decir  yo;  de  todos  se  puede  decir 
tú  y  él  o  aquél;  se  hace  propio  por  el  hecho  que  le  determi- 
na en  la  locución  o  escritura.  Parece,  pues,  que  estos  pro- 
nombres se  llamarían  con  más  exactitud  nombres  persona- 
les, o  tal  vez  mejor,  interlocutorios  o  locutivos. 

Por  llamarles  así  no  se  confundirían  con  los  propios ; 
pues  que  éstos  no  califican  a  su  significado,  relativamente 


[  21,  243-245  |  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  10 


319 


a  la  locución.  Como  quiera,  pronombres  se  han  llamado 
hasta  ahora,  y  así  se  llamarán  en  adelante. 

102.  A  veces  se  necesita  expresar  no  sólo  la  persona, 
sino  un  acto  reflejo  de  ella  sobre  sí  misma.  ||  Yo  me  absten- 
go, tú  te  abstienes,  él  o  aquél  se  abstiene;  lo  que  da  origen 
al  pronombre  recíproco ;  pero  éste  no  forma  una  clase  apar- 
te ;  porque  en  realidad  no  hay  más  que  varios  casos  de  la 
declinación  del  personal.  Se  mató  significa:  él  mató  a  sí. 

103.  Los  pronombres  personales  se  aplican  también  a 
los  objetos  que  no  son  personas ;  pero  este  lenguaje  es  figu- 
rado, y  resulta  de  que  tenemos  inclinación  a  considerar  a  lo 
inanimado  como  una  persona  que  habla  o  a  quien  se  puede 
hablar. 

104.  Nótese  una  diferencia  entre  la  tercera  persona  y  la 
primera  y  segunda.  Estas  pertenecen  a  las  verdaderas  per- 
sonas; la  tercera  puede  aplicarse  a  todo  con  propiedad;  pues 
que  sólo  representa  una  cosa  de  que  hablamos,  lo  que  no 
hay  necesidad  que  sea  persona. 

105.  Los  llamados  posesivos:  mío,  tuyo,  suyo,  nuestro, 
vuestro,  son  verdaderos  adjetivos  que  significan  la  posesión 
o  pertenencia :  mi  libro  equivale  a  libro  perteneciente  a 
mí,  o  cuya  posesión  yo  tengo. 

106.  Los  demostrativos  indican  el  objeto,  determinando 
su  posición  con  respecto  a  nosotros,  sea  en  la  realidad  o  en 
la  oración :  este,  si  está  cerca  del  que  habla ;  ese,  si  cerca 
del  que  oye;  aquel,  si  dista  de  ambos.  Estos  pronombres 
son  en  realidad  nombres  adjetivos,  pues  que  expresan  una 
cualidad  de  situación  relativa  a  los  interlocutores.  Verdad 
es  que  a  ||  veces  se  los  encuentra  solos,  como:  ¿Quién  ha- 
bló? Este,  ése  o  aquél  ;  pero  en  tal  caso  se  sobrentiende  la 
persona  designada  por  el  gesto  u  otras  circunstancias. 

107.  Los  relativos  son  los  que  expresan  relación.  Anali- 
cemos las  siguientes  oraciones:  el  general  que  venció  a  Pom- 
peyo  fué  César;  el  joven  que  no  se  aplica  no  aprende,  equi- 
valen a  éstas:  el  general  vencedor  de  Pompeyo  fué  César; 
el  joven  no  aplicado  no  aprende.  Por  donde  se  manifiesta 
que  el  pronombre  relativo,  cuando  es  activo,  o  sujeto  del 
régimen,  envuelve  un  predicado  incidental,  como  vencedor, 
no  aplicado. 

Algunas  veces  la  lengua  carece  de  palabras  a  propósito 
para  expresar  la  idea  de  predicado  bajo  la  forma  de  un  ad- 
jetivo, en  cuyo  caso  el  relativo  es  indispensable,  pero  sin 
que  por  esto  se  cambie  su  naturaleza.  El  caballero  que  vie- 
ne es  amigo  mío;  nos  falta  la  palabra  viniente  (veniens) 
para  expresar  la  relación. 

El  libro  que  leo  no  me  gusta;  la  casa  que  han  construido 
es  poco  sólida,  equivale  a  decir:  el  libro  leído  por  mí  no  me 
gusta;  la  casa  construida  por  ellos  es  poco  sólida.  Luego  el 


320  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  245-247] 


relativo  pasivo,  o  que  es  término  del  régimen,  expresa  tam- 
bién la  unión  de  un  predicado  con  el  objeto  a  que  se  re- 
fiere. 

108.  El  relativo  no  es  nombre  substantivo,  como  lo  ma- 
nifiesta el  que  no  puede  estar  solo  en  la  oración ;  tampoco 
es  adjetivo,  pues  por  sí  solo  no  designa  cualidad;  ||  ni 
tampoco  se  puede  llamar  en  rigor  pronombre,  porque  no  es 
exacto  que  se  ponga  en  lugar  del  nombre,  pues  si  así  fuera 
bastaría  repetir  el  nombre  para  no  necesitar  del  relativo. 

El  general  que  venció  a  Pompeyo  fué  César;  repítase  el 
nombre  general  en  vez  del  relativo,  y  se  verá  que  no  se  ob- 
tiene el  sentido  deseado.  Diríamos  en  tal  caso :  El  general, 
el  general  venció  a  Pompeyo  fué  César.  ¿Quién  entiende 
eso?  Lo  propio  sucede  en  el  relativo  pasivo.  El  libro  que  leo 
no  me  gusta;  se  diría:  el  libro,  el  libro  leo  no  me  gusta. 

Hagamos  la  prueba  en  el  latín.  Dice  Salustio :  Omnes 
homines  qui  sese  student  praestare  ceteris  animalibus,  sum- 
ma  ope  niti  decet,  ne  vitam  silentio  transeant,  veluti  pécora, 
quae  natura  prona,  atque  ventri  obedientia  finxit.  Substitu- 
yendo a  los  dos  relativos  los  nombres  que  les  corresponden, 
tendremos :  Omnes  homines,  omnes  homines  sese  student 
praestare  ceteris  animalibus,  summa  ope  niti  decet,  ne  vi- 
tam silentio  transeant,  veluti  pécora,  pécora  natura  prona, 
atque  ventri  obedientia  finxit.  Con  lo  cual  se  altera  y  con- 
funde el  sentido. 

Tampoco  se  puede  poner  el  relativo  en  la  clase  de  los  ar- 
tículos propiamente  tales,  pues  que  sólo  expresa  relación, 
y  ésta  puede  ser  a  objetos  indeterminados. 

109.  ¿Cómo  llamaremos,  pues,  al  relativo?  Poco  impor- 
ta el  nombre  que  se  le  dé ;  lo  que  conviene  notar  es  su  na- 
turaleza distinta  de  las  demás  partes  de  la  oración.  Pro- 
piamente hablando,  su  función  es  unir  refiriendo ;  su  nom- 
bre relativo  es  su  mejor  definición.  ||  Es  conjuntivo,  porque 
une ;  pero  es  relativo,  porque  une  refiriendo ;  y  así  es  que 
se  le  declina,  para  expresar  con  más  exactitud  el  punto  de 
su  relación.  Qui  cuius,  cuique.  o  quien,  de  que.  de  quien,  a 
que  o  a  quien.  \\ 


[21,  248-2491  GRAMÁTICA  GENERAL.— C.  11 


321 


CAPITULO  XI 


El  verbo 


SECCION  I 

Observaciones  sobre  el  método  que  se  debe  seguir  en  esta 
discusión 

110.  ¿Qué  es  el  verbo?  He  aquí  un  punto  en  que  dis- 
cuerdan los  autores,  no  obstante  de  que  todos  convienen  en 
el  significado  vulgar  de  aquella  palabra  y  en  la  aplicación 
que  de  la  misma  se  hace  en  las  varias  lenguas.  Esto  quizás 
indica  error  en  el  método,  a  saber:  que  se  parte  de  una 
definición  en  vez  de  partir  de  la  observación.  ¿Existe  el 
verbo?  ¿Hay  ciertas  palabras  generalmente  reconocidas  por 
verbos?  No  cabe  duda.  Si,  pues,  el  verbo  existe  y  es  reco- 
nocido por  todos,  el  trabajo  del  filósofo  debe  limitarse  a  des- 
cubrir el  carácter  distintivo  de  esta  palabra:  comenzar  es- 
tableciendo una  definición  es  substituir  el  orden  ideal  al 
real.  Dos  naturalistas  pueden  disputar  sobre  lo  que  distin- 
gue al  oro  de  los  demás  metales ;  si  empezasen  por  una  de- 
finición no  se  pondrían  nunca  de  acuerdo,  ni  habría  medio 
de  conducir  a  la  ||  verdad  al  que  se  apartase  de  ella.  ¿Qué 
deberán,  pues,  hacer?  Es  muy  sencillo :  tomar  el  metal,  ana- 
lizarle, comparar  sus  propiedades  con  las  de  otros ;  y  así 
podrán  descubrir  lo  que  tiene  de  común  y  de  propio.  El 
verbo  no  es  obra  de  los  filósofos :  existe  desde  que  los  hom- 
bres hablan ;  hay,  pues,  aquí  un  hecho  independiente  de 
nosotros:  no  hemos  de  comenzar  definiéndole,  sino  obser- 
vándole :  la  definición  debe  ser  el  resultado  de  la  observa- 
ción, el  término  del  trabajo,  no  su  principio.. 

111.  El  carácter  esencial  y  distintivo  del  verbo  ha  de 
ser  una  propiedad  que  convenga  a  todos  los  verbos,  y  sólo 
a  ellos.  Porque  si  no  conviene  a  todos,  no  será  esencial ;  y 
si  conviene  a  palabras  que  no  sean  verbos,  no  será  distin- 
tivo. Esté  carácter  constitutivo  y  distintivo  es  la  expresión 
del  ser  o  de  un  modo  de  ser,  bajo  la  modificación  variable 
del  tiempo. 

Aquí  por  la  palabra  modo  no  entiendo  accidente,  sino 
que  comprendo  en  ella  todas  las  propiedades,  sean  acciden- 
tales o  esenciales,  a  la  manera  que  se  la  ha  tomado  al  tra- 
tar de  los  adjetivos. 


21 


322  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  Í21,  249-251] 


Un  verbo,  considéresele  en  cualquiera  de  sus  fases,  siem- 
pre envuelve  la.  modificación  de  la  idea  por  el  tiempo.  Es- 
cójase otra  parte  de  la  oración,  nombre,  pronombre,  adver- 
bio :  nunca  se  hallará  la  expresión  de  la  idea  bajo  la  modi- 
ficación variable  del  tiempo. 

112.  Si  la  definición  que  acabo  de  dar  la  tomase  por 
punto  de  partida  en  la  discusión,  incurriría  en  el  defecto 
que  he  censurado:  así  no  me  propongo  atribuirle  ||  más 
valor  del  que  pueda  adquirir  por  el  examen.  Y  sólo  la  pre- 
sento para  anticipar  mi  opinión  y  señalar  desde  luego  el  re- 
sultado de  las  investigaciones. 


SECCION  II 

Se  exanunan  algunas  opiniones  sobre  la  naturaleza  del  verbo 

113.  Algunos  han  creído  que  la  esencia  del  verbo  con- 
sistía en  significar  acción  o  movimiento ;  pero  esta  propie- 
dad no  conviene  a  todos  los  verbos  ni  a  ellos  solos.  Lectura, 
razonamiento,  lee,  razona;  las  cuatro  palabras  significan  ac- 
ción, y  no  obstante  las  dos  primeras  son  nombres  y  las  otras 
verbos.  Duerme,  yace,  existe,  es;  aquí  no  hay  acción,  y  sin 
embargo  hay  verbo. 

114.  Pretenden  otros  que  no  hay  más  que  un  solo  verbo, 
ser;  y  que  todos  los  demás  están  formados  de  una  idea  com- 
binada con  el  verbo  único.  Semejante  opinión  presenta  des- 
de luego  alguna  extrañeza.  ¿Cómo  es  que  se  haya  creído 
comúnmente,  y  aun  se  crea  en  la  actualidad,  que  los  ver- 
bos son  muchos,  si  en  realidad  no  hay  más  que  uno?  No 
quiero  dar  a  esta  observación  más  fuerza  de  la  que  tiene ; 
pero  no  me  parece  desatendible,  supuesto  que  las  aserciones 
filosóficas  que  se  apartan  del  sendero  común  tienen  la  obli- 
gación de  pertrecharse  con  mayor  número  de  pruebas,  para 
disipar  la  prevención  engendrada  por  su  extrañeza.  || 

115.  La  razón  fundamental  en  que  dicha  opinión  se  apo- 
ya es  la  siguiente :  el  verbo  es  la  palabra  que  expresa  la 
afirmación  o  el  acto  racional  constitutivo  del  juicio ;  este 
acto  es  el  mismo  en  todos  los  casos ;  luego  no  hay  más 
que  un  verbo.  La  expresión  de  este  acto  es  el  verbo  ser: 
luego  no  hay  más  que  el  verbo  ser,  o  hablando  con  más  ri- 
gor, la  cópula :  es. 

116.  Aquí  se  empieza  por  una  definición:  el  verbo  es 
la  palabra  expresiva  de  la  afirmación  o  del  juicio.  La  difi- 
cultad está,  pues,  en  saber  si  en  todas  las  modificaciones  del 
verbo  se  halla  expresada  la  afirmación  y  si  de  esta  propie- 
dad carecen  las  demás  palabras  (111). 


[21,  251-253]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


323 


117.  No  cabe  duda  en  que  todos  los  modos  de  indicati- 
vos son  afirmativos :  ama,  amó,  amaba,  amará,  equivale  a 
es,  fué,  era,  será  amante. 

118.  La  afirmación  no  se  ve  tan  clara  en  los  demás 
tiempos.  Empecemos  por  el  optativo. 

En  estas  palabras:  ojalá  estudiases,  ¿dónde  está  la  afir- 
mación? No  se  afirma  el  estudio,  pues  que  no  se  supone  que 
exista  o  haya  existido ;  no  se  sabe  si  existirá ;  sólo  se  desea 
que  exista.  No  se  puede  imaginar  aquí  otra  afirmación  que 
la  del  deseo.  Así,  resolviendo  la  oración  por  el  tiempo  indi- 
cativo, deberá  equivaler  a  ésta :  deseo  tu  estudio;  o  sacrifi- 
cando la  gramática  a  la  lógica:  yo  soy  deseante  tu  estudio; 
o  bien :  el  deseo  de  tu  estudio  es  existente  en  mí.  Para  sos- 
tener, pues,  que  el  verbo  implica  siempre  afirmación,  es 
necesario  ||  que  sean  idénticas  estas  dos  expresiones:  ojalá 
estudiases;  el  deseo  de  tu  estudio  es  existente  en  mí.  Dudo 
mucho  que  haya  tal  identidad ;  expondré  los  motivos  de 
mi  duda. 

119.  Expresar  no  es  afirmar;  lo  expresado  es  afirmable ; 
pero  la  expresión  no  es  la  afirmación.  La  expresión  es  una 
manifestación  por  medio  de  un  signo ;  pero  la  afirmación 
es  el  acto  intelectual  con  que  unimos  una  idea  con  otra.  El 
que  emplea  el  verbo  optativo  no  hace  más  que  manifestar 
un  deseo  por  medio  de  un  signo ;  luego  no  afirma.  El  deseo 
es  un  hecho  ciertamente ;  este  hecho  puede  ser  afirmado 
sin  duda ;  pero  de  esto  no  se  sigue  que  la  manifestación  sea 
la  afirmación. 

Aquí  hay  dos  cosas :  1.a,  el  hecho  interno,  el  deseo ;  2.a,  la 
manifestación  de  este  hecho  por  un  signo.  Pregunto:  ¿Dón- 
de está  la  afirmación?  No  en  la  palabra,  porque  la  afirma- 
ción es  un  acto  intelectual ;  no  en  el  hecho  interno,  pues 
nadie  confundirá  la  afirmación  con  un  deseo.  Luego  no  hay 
tal  afirmación. 

Si  expresar  fuese  afirmar,  las  interjecciones  serían  afir- 
maciones: ¡ay!  ¡eh!  ¡oh!  expresan  afecciones,  hechos  exis- 
tentes, y  ¿quién  se  atrevería  a  llamarlos  verbos?  El  hom- 
bre tiene  expresiones  para  todos  los  fenómenos  internos  que 
experimenta,  y  entre  éstos  los  hay  que  nada  tienen  que  ver 
con  el  juicio. 

Puede  uno  afirmar  el  deseo  ajeno  y  no  desearle ;  confun- 
dida la  afirmación  con  el  deseo,  la  afirmación  del  deseo  de 
otro  sería  un  deseo  de  este  deseo.  || 

120.  La  oración  optativa  se  distingue  esencialmente  de 
la  indicativa:  cuando  se  quiere  convertir  la  primera  en  la 
segunda,  se  la  destruye  pasando  de  un  acto  directo  a  un  re- 
flejo, de  un  acto  de  voluntad  a  la  reflexión  sobre  este  acto. 
Si  los  filósofos  de  que  se  trata  pudiesen  formar  una  lengua 
con  su  sistema,  carecerían  de  expresiones  para  todo  el  or- 


324  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21.  253  255) 


den  de  los  hechos  voluntarios  cuantío  no  están  considerados 
como  objetos  de  reflexión. 

121.  El  sentido  común  se  opone  también  a  esta  teoría ; 
pues  que  nadie  tendrá  por  idénticas  las  dos  expresiones: 
ojalá  estudiases;  el  deseo  de  tu  estudio  es  existente  en  mí. 
La  primera  manifiesta  simplemente  el  deseo ;  la  segunda 
expresa  el  acto  de  reflexión  afirmativo  de  este  deseo.  Un 
amigo  dice  a  otro:  te  lo  aseguro;  deseo  que  seas  feliz,  y  oja- 
lá lo  seas.  Según  la  doctrina  que  impugno,  dichas  palabras 
equivalen  a  estas  otras :  deseo  que  seas  feliz,  deseo  que  'o 
seas.  Lo  que  es  inadmisible:  en  la  primera  parte  de  la  ora- 
ción el  amigo  afirma  reflexivamente  su  deseo ;  en  la  segun- 
da lo  manifiesta  directamente. 

122.  El  imperativo  ofrece  a  esta  doctrina  iguales  difi- 
cultades. Oyeme  mandando,  no  equivale  a  decir :  tengo  acto 
de  voluntad  imperativo  de  que  me  oigas.  Oyeme  es  la  sim- 
ple expresión  directa  de  este  acto  interno,  no  la  afirmación 
del  mismo.  Aquí  se  puede  hacer  el  mismo  argumento:  la 
afirmación  no  está  en  las  palabras ;  no  está  tampoco  en  el 
hecho  interno,  a  no  ser  que  se  diga  que  afirmar  es  mandar. 
Nótese  ¡|  la  diferencia  entre  la  expresión:  tengo  actualmen- 
te voluntad  imperante  de  que  vengas;  y  ésta :  ven.  La  dife- 
rencia no  está  sólo  en  la  forma  más  o  menos  enérgica,  sino 
en  el  mismo  significado. 

123.  Compendiemos  estas  razones.  Hay  en  nuestro  inte- 
rior fer«ómenos  que  no  son  juicios ;  éstos  los  expresamos 
con  verbos ;  luego  el  verbo  no  siempre  implica  expresión 
de  juicio. 

124.  Con  los  verbos  se  expresan  hechos  internos  que  no 
son  juicios;  pero  ¿será  posible  expresar  juicios  sin  verbo? 
Aquí  hay  otra  cuestión. 

Todas  las  lenguas  abundan  de  locuciones  afirmativas  en 
que  no  se  halla  el  verbo ;  como  sucede  cuando  a  un  substan- 
tivo se  le  aplica  un  adjetivo  a  más  de  la  afirmación  prin- 
cipal. Dios  todopoderoso  crió  un  mundo  admirable.  Estos  ad- 
jetivos pueden  resolverse  por  verbo  diciendo :  Dios,  que  es 
todopoderoso,  crió  un  mundo  que  es  admirable;  pero  la  len- 
gua no  necesita  de  esta  añadidura.  Puede  expresar  el  juicio 
con  la  simple  unión  de  las  palabras,  reflejándose  en  ella  la 
unión  de  las  ideas.  El  uso  del  verbo  disminuiría  la  simplici- 
dad y  energía  de  la  frase.  A  veces  se  expresan  muchos  jui- 
cios sin  emplear  un  solo  verbo.  César,  gran  general,  hábil 
político,  eminente  escritor,  generoso  con  los  vencidos,  etc., 
fué  víctima  de  su  excesiva  confianza.  Claro  es  que  antes 
de  llegar  al  verbo  fué,  el  lector  entiende  que  hay  afirmacio- 
nes expresivas  de  las  cualidades  de  César ;  luego  no  es  exac- 
to que  toda  afirmación  necesite  de  un  verbo.  ||  Se  dirá  que 
se  le  debe  sobrentender,  mejor  se  diría  que  se  le  pusds; 


[21,  2b5-256]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


325 


esto  es,  que  una  forma  nominal  de  lenguaje  se  puede  resol- 
ver en  una  verbal. 

125.  ¿Diremos  que  sea  posible  expresar  una  serie  de 
juicios  sin  verbo?  Si  se  empieza  por  suponer  que  el  verbo 
es  la  única  expresión  de  la  afirmación,  claro  es  que  se  le  hace 
indispensable.  Pero  esto  será  una  petición  de  principio,  pues 
cabalmente  lo  que  se  busca  es  si  los  juicios  se  expresan  so- 
lamente por  el  verbo ;  mas  si  por  verbo  se  entiende  la  parte 
de  la  oración  que  se  llama  comúnmente  con  este  nombre, 
incluyendo  también  el  ser,  es,  no  hay  imposibilidad  de  ex- 
presar muchos  juicios  sin  ningún  verbo.  César  fué  asesinado 
por  los  que  le  debían  favores.  César  asesinado  en  el  tiempo 
pasado  por  los  ligados  a  él  por  favores. 

126.  El  juicio  expresa  la  conveniencia  de  un  predicado 
a  un  sujeto:  si  se  estableciese,  pues,  por  regla  general  que 
el  nombre  de  un  modo  de  ser,  adjunto  a  un  sujeto,  o  puesto 
en  concordancia  con  él,  significa  que  aquel  predicado  con- 
viene al  sujeto,  el  verbo  no  sería  necesario  para  expresar 
la  afirmación.  Esto  se  verifica  ya  en  muchos  casos,  como  se 
ha  visto  en  los  ejemplos  anteriores,  y  podría  verificarse  en 
toda  oración.  ¿Qué  dificultad  habría  en  entender  estas  y 
otras  expresiones :  España,  país  hermoso;  Alpes  altos;  Roma, 
capital  del  mundo;  China,  pueblo  estacionado?  ¿No  las  usa- 
mos mil  veces  sin  peligro  de  equivocación?  ¡| 

127.  Lo  que  nos  faltaría  sin  los  verbos  no  sería  la  expre- 
sión de  la  afirmación,  sino  la  del  tiempo,  y  por  consiguiente 
se  debieran  emplear  circunloquios,  que  harían  muy  engo- 
rroso el  lenguaje.  Si  uno  dice:  mi  padre  enfermo,  no  hay 
ninguna  dificultad  en  entender  que  afirma  la  enfermedad 
de  su  padre ;  pero  nos  falta  saber  si  habla  de  enfermedad 
presente,  pasada  o  futura.  Así  es  muy  de  notar  que  se  per- 
mite la  supresión  del  verbo  cuando  la  afirmación  prescinde 
del  tiempo,  como  sucede  en  las  máximas  y  refranes :  El 
hambre,  mal  consejero.  Hombre  cobarde  cargado  de  hierro. 
El  mejor  alcalde,  el  rey.  Pieza  tocada,  pieza  jugada.  El  me- 
jor jugador,  sin  cartas.  La  mujer  honrada,  la  pierna  quebra- 
da y  en  casa.  La  mujer  del  viñadero,  buen  otoño  y  mal  in- 
vierno. En  casa  del  herrero,  cuchillo  de  palo.  Justicia,  mas 
no  por  mi  casa.  Comida  hecha,  compañía  deshecha.  De  tal 
mano,  tal  dado.  A  lo  hecho,  pecho. 

128.  Se  me  dirá  que  en  tales  casos  se  sobrentiende  el 
verbo  es,  hay,  debe,  u  otro  que  convenga ;  esto  es  lo  que 
se  ha  de  probar.  No  niego  que  haya  afirmación,  pero  digo 
que  la  hallamos  expresada  por  la  simple  unión  de  las  pala- 
bras ;  de  lo  cual  infiero  que  se  la  puede  expresar  con  solos 
nombres.  Recuérdese  que  la  discusión  no  versa  sobre  si  hay 
o  no  expresión  de  juicio,  sino  sobre  el  modo  de  esta  expre- 
sión: la  cuestión  no  es  ideológica,  sino  gramatical.  E.i  toda 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  256-25S] 


afirmación  hablada  hay  expresión  de  juicio,  ¿quién  lo  duda? 
Luego  ninguna  afirmación  puede  expresarse  ||  sin  la  forma 
gramatical  llamada  verbo:  la  consecuencia  no  es  legítima. 


SECCION  III 
Objeto  del  verbo 

129.  Si  la  conveniencia  o  no  conveniencia  de  un  predi- 
cado a  un  sujeto  se  puede  expresar  y  se  expresa  realmente 
por  la  unión  o  la  concordancia  de  los  nombres,  ¿para  qué 
sirve  el  verbo?  Vamos  a  explicarlo  por  el  análisis  del  len- 
guaje. 

130.  Las  proposiciones  absolutas  no  necesitan  verbo. 
Dios  eterno.  La  virtud  amable.  Muerte  temible.  El  sol  lumi- 
noso. Estas  proposiciones  pudieran  muy  bien  expresar  la 
afirmación  sin  necesidad  del  verbo:  por  lo  mismo  que  se 
pondrían  los  adjetivos  eterno,  amable,  etc.,  etc.,  a  continua- 
ción del  sujeto,  se  entendería  que  se  le  aplican,  esto  es,  que 
se  afirman  de  él. 

131.  Julio  mira  al  campo.  Suprimamos  el  verbo  y  subs- 
tituyamos el  substantivo,  resultará:  Mirada  de  Julio  al  cam- 
po. Se  entiende  perfectamente  que  la  mirada  al  campo  se 
aplica  a  Julio;  pero  ¿cómo?  ¿Se  quiere  decir  que  mira,  miró 
o  mirará?  He  aquí  un  vacío  que  nos  resulta  de  la  falta  del 
verbo.  ¿Cómo  suplirlo?  O  expresando  el  tiempo  diciendo: 
Mirada  de  Julio  en  tiempo  pasado  al  campo;  o  bien  aten- 
diendo a  las  circunstancias  que  pueden  aclararnos  lo  ||  que 
el  verbo  nos  diría  por  sí  solo.  Julio  salió  de  su  casa,  miró  al 
campo,  vió  a  su  padre  y  corrió  a  abrazarle.  Substituyendo  a 
los  verbos  nombres  substantivos  tendremos:  Solida  de  Ju- 
lio de  su  casa,  mirada  al  campo,  vista  de  su  padre  y  corrida 
al  abrazo  de  éste.  Aquí  las  circunstancias  del  contexto  de- 
terminan que  el  substantivo  mirada  se  refiere  al  tiempo  pa- 
sado, como  y  también  los  demás ;  sin  embargo,  todavía  nos 
queda  alguna  duda,  pues  que  en  vez  de  ser  narración  de 
los  sucesos  pudiera  ser  su  anuncio.  El  determinar  el  tiempo 
por  el  contexto  no  es  una  ficción;  el  hebreo  no  tiene  sino  dos: 
pasado  y  futuro  simples,  y,  sin  embargo,  no  deja  de  expre- 
sar el  presente  y  las  modificaciones  de  los  pasado  y  futuro. 
Aun  en  nuestra  lengua  no  todas  las  modificaciones  se  expre- 
san por  el  verbo  simple,  y  es  necesario  emplear  el  auxiliar, 
como  en  he  leído,  hube  leído. 

132.  El  imperativo,  el  subjuntivo,  el  optativo,  el  condi- 
cional, podrían  también  expresarse  por  el  contexto  o  por 
medio  de  partículas.  Aun  en  nuestra  lengua  se  suele  expre- 


[21,  258-260]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


327 


sar  el  imperativo  por  el  futuro :  harás  esto,  en  vez  de  haz 
esto. 

Si  Julio  viene,  yo  le  hablaré.  Estableciendo  que  la  par- 
tícula si  indique  condición,  una  lengua  sin  verbos  diría : 
Si  venida  de  Julio,  yo  palabra  a  él. 

El  optativo  podría  estar  expresado  por  una  interjección 
u  otro  signo  de  deseo.  Ojalá  seas  feliz.  Ojalá  felicidad  a  ti. 
Si  bien  se  reflexiona,  este  sistema  de  completar  el  sentido 
con  ciertas  adiciones  se  halla  ya  empleado,  pues  que  una 
misma  palabra  expresa  ||  varias  ideas,  según  el  contexto  o 
el  modo  de  escribirla  o  pronunciarla.  Vendrás,  indicativo. 
Vendrás,  por  imperativo.  ¿Vendrás?,  interrogativo.  Viene, 
indicativo.  Si  viene,  condicional.  Dile  que  venga,  subjunti- 
vo. Ojalá  venga,  optativo. 

133.  Tan  natural  es  el  uso  de  estos  y  otros  medios  su- 
pletorios, que  los  que  conocen  poco  una  lengua  los  em- 
plean a  cada  paso.  ¿Quién  no  ha  oído  a  los  niños  aplicar  el 
adjetivo  al  substantivo  sin  mediar  el  verbo,  o  bien  expresar 
los  varios  tiempos  por  sólo  el  infinitivo?  Oímos  frecuente- 
mente que  los  extranjeros  dicen :  España,  hermoso  pais. 
Yo  venir  a  España  la  guerra  de  Napoleón.  Los  caminos  de 
España  ser  muy  malos.  Yo  visitar  el  museo.  Esto  indica  la 
inclinación  natural  a  expresar  la  afirmación  por  la  simple 
unión  de  las  palabras,  lo  que  está  acorde  con  el  orden  ideo- 
lógico, supuesto  que  los  juicios  consisten  en  la  unión  de  las 
ideas  o  en  la  percepción  de  su  identidad  (véase  Filosofía 
fundamental,  1.       ce.  XXVI,  XXVII  y  XXVIII)  [vol.  XVI]. 

134.  Los  rodeos  a  que  nos  obliga  la  falta  del  verbo  y  la 
suma  imperfección  a  que  reduce  al  lenguaje,  manifiestan  la 
utilidad  de  una  palabra  que  con  sus  diferentes  variaciones 
indique  el  tiempo,  el  modo  y,  si  es  posible,  la  persona.  Amo, 
esta  palabra  significa  una  idea:  amor;  pero  incluye  la  per- 
sona yo,  el  tiempo  presente  y  la  afirmación.  Amó,  la  idea 
del  amor  es  la  misma ;  pero  con  un  solo  acento  se  introdu- 
cen dos  modificaciones :  ya  no  es  la  primera  persona.  |¡  sino 
la  tercera :  él;  ya  no  es  el  tiempo  presente,  sino  el  pasado. 
Sígase  la  conjugación  del  verbo,  y  se  verá  con  qué  facilidad 
y  sencillez  se  expresan  los  varios  matices  de  una  idea.  No 
es  necesario  ponderar  las  ventajas  que  esto  debe  producir  a 
la  claridad,  variedad  y  rapidez  de  una  lengua. 

SECCION  IV 
Accidentes  del  verbo 

135.  En  todo  verbo  hay  una  idea  capital  que  se  conser- 
va al  través  de  las  modificaciones,  permaneciendo  ligada 
con  ciertas  radicales.  Esta  idea  expresada  indeterminada- 


328 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  260-26?  ¡ 


mente  es  lo  que  llamamos  infinitivo ;  como  amar,  que  pres- 
cinde del  tiempo  y  del  modo,  y  es,  por  decirlo  así,  la  mate- 
ria, el  fondo  común  sobre  que  recaen  las  modificaciones  o 
accidentes  del  verbo.  Estas  son :  de  persona,  número,  tiem- 
po, modo  y  voz ;  su  nombre  indica  su  naturaleza. 

136.  De  persona  es  la  modificación  que  sufre  el  verbo 
según  que  se  refiere  a  las  personas.  Leo,  lees,  lee. 

137.  De  número  es  la  modificación  relativa  al  número. 
Leo,  leemos;  lees,  leéis;  lee,  leen. 

138.  De  tiempo  es  la  que  se  refiere  al  tiempo.  Los  abso- 
lutos y  simples  son  tres :  presente,  pasado  ||  y  futuro ;  pues 
no  hay  medio  entre  el  ser,  haber  sido  o  haber  de  ser. 

139.  De  los  simples  combinados  entre  sí  resultan  los 
compuestos,  que  no  son  más  que  uno  simple  referido  a  otro 
simple. 

Cuando  él  vino  yo  leía.  Vino  expresa  absolutamente  el 
tiempo  pasado,  y  de  aquí  el  nombre  de  pretérito  perfecto. 
Más  propiamente  se  llamaría  absoluto.  Leía  expresa  un 
tiempo  pasado  con  respecto  al  momento  actual,  y  un  tiem- 
po presente  con  relación  al  momento  en  que  él  vino.  Hay. 
pues,  mezcla  de  pasado  y  presente ;  por  esto  se  le  ha  llama- 
do pretérito  imperfecto. 

Cuando  él  vino  yo  había  leído.  Había  leído  expresa  un 
tiempo  pasado  con  respecto  al  momento  actual,  y  también 
al  en  que  él  vino ;  expresa,  pues,  pasado  de  pasado ;  más 
que  pasado :  pluscuamperfecto. 

140.  Esta  variedad  puede  reducirse  a  un  sistema  de 
combinaciones : 

Presente  respecto  al  presente. 
Presente  al  pasado. 
Presente  al  futuro. 
Pasado  al  presente. 
Pasado  al  pasado. 
Pasado  al  futuro. 
Futuro  al  presente. 
Futuro  al  pasado. 
Futuro  al  futuro.  || 

Presente  al  presente:  La  primera  combinación  no  da 
nada  nuevo :  Mientras  tú  lees  yo  escribo.  Se  unen  dos  ideas, 
pero  el  tiempo  no  se  modifica. 

Presente  al  pasado:  Cuando  tú  llegaste  yo  leía.  Leía  no 
expresa  ni  presente  ni  pasado  solos,  sino  la  presencia  de  la 
lectura  al  pasado  llegaste. 

Presente  al  futuro:  Cuando  él  llegue,  o  llegara,  yo  leeré 
o  estaré  leyendo.  El  leeré  o  estaré  leyendo  no  expresa  sim- 


121,  262-264]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


329 


plemente  el  futuro,  sino  la  presencia  de  una  cosa  a  otra 
futura. 

Pasado  al  presente :  No  da  nada  nuevo ;  es  el  pasado 
simple. 

Pasado  al  pasado :  Cuando  él  llegó  yo  había  salido.  Aquí 
se  expresa  una  salida  pasada  con  respecto  a  la  llegada  tam- 
bién pasada. 

Pasado  al  futuro:  Cuando  él  llegue,  o  llegará,  yo  habré 
salido.  Expresa  un  acto  que  será  pasado  respecto  a  un  fu- 
turo. 

Futuro  al  presente :  Es  el  futuro  simple. 

Futuro  al  pasado :  Después  que  llegó  me  marché.  Se  ex- 
presa un  pasado  que  era  futuro  respecto  de  otro  pasado. 

Futuro  al  futuro:  Cuando  tú  hayas  (o  habrás,)  leído  yo 
explicaré.  Se  expresa  un  futuro  relativo  a  otro  futuro. 

Estas  combinaciones  pueden  significar  más  o  menos  pro" 
ximidad,  de  lo  que  resultan  modificaciones  nuevas.  Le  vi 
indica  pasado  distante ;  le  he  visto  indica  pasado  pró- 
ximo. || 

141.  En  todas  las  combinaciones  hay  siempre  un  punto 
al  que  consideramos  como  presente ;  pues  cuando  la  com- 
paración la  referimos  a  lo  pasado  o  a  lo  futuro  nos  trasla- 
damos con  la  imaginación  al  tiempo  de  que  hablamos. 


Puntos  de  referencia: 
Ahora  o  presente  absoluto  .  . 


Presente  en  lo  pasado 


Presente  en  lo  futuro 


Pasado  remoto :  leí. 
Pasado  próximo:  he  leído. 
Leeré,    común    al  futuro 
próximo  y  remoto. 

Presente :  leía. 
Pasado :  había  leído. 
Futuro :    no   tiene  expre- 
sión especial. 

Presente :  no  tiene  ex- 
presión propia,  a  no  ser 
que  se  tome  por  tal : 
Cuando  él  venga  estaré 
leyendo. 

Pasado :  habré  leído. 

Futuro :  no  tiene  expre- 
sión propia:  Después  que 
■  él  venga  yo  leeré. 


,  142.  Claro  es  que  en  este  punto  ha  de  haber  diferencias 
en  las  lenguas,  significando  las  unas  por  palabras  simples 
lo  que  otras  expresan  con  rodeos.  ||  Pero  de  un  modo  u  otro 


330  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  264-265 J  ' 


todas  emplean  todos  los  tiempos ;  cuando  no  hay  palabra 
a  propósito,  sirve  el  contexto  del  discurso. 

143.  Los  .modos  del  verbo  son  las  variaciones  que  recibe 
según  el  acto  interno  que  significa. 

144.  Indicativo :  Expresa  simplemente  la  afirmación,  el 
juicio.  Leo,  escribo.  Leí,  escribí.  Leeré,  escribiré.  El  tiempo 
es  variable,  pues  que  el  juicio  se  puede  referir  a  todos  los 
tiempos. 

145.  El  subjuntivo  expresa  otra  relación  distinta  de  la 
del  tiempo.  Puede  ser  de  muchas  especies.  Si  tu  padre  lle- 
gase te  levantarías.  Deseo  que  te  levantes.  Ojalá  te  levanta- 
ses. Con  tal  que  te  levantes.  De  lo  cual  se  infiere  que  el  sub- 
juntivo puede  expresar,  o  una  simple  condición,  o  un  deseo, 
o  un  acto  de  voluntad ;  esto  es,  la  relación  o  a  las  cosas  o  a 
nuestro  acto  interno.  En  el  primer  caso  se  llamará  condi- 
cional, en  el  segundo  optativo,  entendiendo  por  optativo  la 
expresión  de  cualquier  acto  de  voluntad. 

146.  Así,  pues,  el  subjuntivo  es  un  género  cuyas  dos  es- 
pecies son  el  condicional  y  el  optativo ;  por  donde  parece 
que  van  acertados  los  que  ponen  el  condicional  y  el  optati- 
vo bajo  la  denominación  común  del  subjuntivo.  Deseo  que 
leas;  te  ruego  que  leas;  ojalá  leyeses;  las  palabras  leas,  le- 
yeses, expresan  aquí  una  relación  al  deseo.  La  mayor  o  me- 
nor energía  de  la  expresión  u  otras  modificaciones  del  sen- 
tido dependen,  ||  no  del  verbo,  sino  de  las  palabras  anterio- 
res con  que  se  expresa:  deseo,  ruego,  o  algo  semejante,  con 
reflexión  o  sin  ella,  o  con  más  o  menos  energía. 

147.  El  concesivo  sea  así  significa  permito,  concedo,  no 
me  opongo  a  que  sea  así,  o  prescindo  de  que  sea  así.  No 
hay  relación  a  un  deseo,  pero  sí  a  un  acto  de  voluntad : 
quiero  permitir,  conceder,  no  negar,  prescindir.  Así  es  una 
especie  de  subjuntivo  que  se  reduce  al  optativo ;  sin  em- 
bargo, no  hay  inconveniente,  sino  ventaja,  en  conservarle 
su  nombre  particular  de  concesivo. 

148.  El  imperativo  envuelve  también  una  relación  de  la 
cosa  indicada  con  la  voluntad  del  que  impera ;  pero  como 
esta  relación  es  de  mayor  dependencia  merece  formar  una 
clase  aparte. 

149.  El  optativo  con  ruego  tiene  algo  parecido  al  impe- 
rativo ;  rogando  o  mandando  decimos :  ven,  dámelo,  óyeme. 
La  razón  ideológica  de  esta  semejanza  se  halla  en  que  en 
ambos  casos  la  voluntad  del  que  habla  produce  el  acto  del 
otro ;  con  la  diferencia  que  en  el  mando  hay  sujeción,  en 
el  ruego  atracción. 

150.  Todas  las  lenguas  expresan  todos  los  modos,  cada 
cual  a  su  manera.  Las  unas  aventajan  a  las  otras  en  la 
abundancia  de  palabras  simples;  pero  lo  que  no  pueden 
significar  con  éstas  lo  expresan  con  un  rodeo.  || 


[21,  266-267]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


331 


151.  El  infinitivo  es  como  la  raíz  del  verbo,  no  expresa 
persona,  tiempo  ni  modo ;  y  más  bien  parece  un  nombre 
indeclinable.  El  pasear  aprovecha;  aquí  pasear  está  tomado 
como  un  nombre,  y  equivale  a  paseo.  No  quiero  pasear; 
también  se  toma  como  nombre:  no  quiero  paseo.  No  puedo 
pasear;  no  tengo  poder  o  fuerza  para  el  paseo;  aquí  se  toma 
como  un  nombre  que  indica  el  objeto  a  que  se  refiere  la 
falta  de  poder. 

152.  En  el  infinitivo  hay  que  considerar  varias  modifi- 
caciones. Amar,  haber  amado,  haber  de  amar.  Haber  expre- 
sa tiempo  pasado,  sin  relación  a  persona.  Haber  de  expresa 
un  deber,  fuerza  u  otro  motivo.  Analicemos  las  siguientes 
oraciones : 

Deseo  leer:  equivale  a  deseo  la  lectura,  o  la  lectura  es  de- 
seada por  mi. 

Deseo  haber  leído:  lo  mismo  que  en  el  caso  anterior,  con 
sólo  añadir  el  pretérito. 

He  de  leer:  se  afirma  la  obligación,  o  la  fuerza,  u  otro 
motivo  que  impele  a  la  lectura. 

La  virtud  debe  ser  apreciada:  lo  mismo  que  en  el  caso 
anterior.  Es  inexacto  que  equivalga  a  decir :  sé  esto:  la  vir- 
tud debe  ser  apreciada.  Lo  que  se  afirma  nc  es  el  acto  pro- 
pio, sino  la  existencia  de  la  obligación.  Aquello  sería  una 
proposición  expresiva  de  un  acto  reflejo  que  no  hay  aquí. 

¡Quién  pudiese  leer!  ¡Ojalá  pudiese  leer!:  se  expresa  un 
deseo  referido  a  la  lectura. 

153.  De  lo  dicho  se  infiere  que  el  infinitivo  es  un  nombre 
indeclinable,  del  cual  se  forma  el  verbo.  ||  Tiene  siempre  la 
forma  substantiva,  sea  cual  fuere  su  significado.  Ser,  existir, 
subsistir,  querer,  blanquear,  recibir;  aquí  encontramos  las 
ideas  de  existencia,  ser,  substancia,  afección,  acción,  pasión, 
todo  bajo  la  forma  substantiva. 

154.  Las  voces  expresan  la  acción  o  la  pasión :  ama;  es 
amado.  Como  no  todos  los  verbos  significan  acción,  no  to- 
dos tienen  pasiva.  Existir,  vivir,  yacer;  no  se  dirá :  ser  exis- 
tido, vivido,  yacido. 

155.  Hay  verbos  que  tienen  dos  significaciones,  una  ac- 
tiva y  otra  neutra ;  en  ellos  hay  pasiva  para  la  primera, 
mas  no  para  la  segunda.  Entender  puede  significar  o  el 
solo  acto  de  conocer,  o  bien  la  relación  a  la  cosa  entendida. 
Los  brutos  no  son  capaces  de  entender:  la  palabra  enten- 
der significa  el  acto  inminente :  la  inteligencia.  Si  no  hubie- 
se otra  significación,  el  verbo  entender  carecería  de  pasiva. 
Pero  la  inteligencia  se  nos  presenta  también  como  una  ac- 
ción relativa  a  un  término  :  entender  la  dificultad,  entender 
el  sentido,  y  en  este  caso  tiene  lugar  la  pasiva:  por  ejemplo: 
el  argumento  que  propusimos  no  fué  entendido. 

156.  La  expresión  de  las  personas,  números,  tiempos, 


332  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  267-269] 


modos  y  voces  puede  hacerse  de  dos  maneras :  o  añadiendo 
una  nueva  palabra,  o  modificando  el  verbo  por  la  termina- 
ción u  otra  inflexión  cualquiera.  En  esto  varían  las  len- 
-  guas,  sobre  todo  en  lo  relativo  a  la  activa  y  pasiva.  Las  pa- 
labras latinas  amor,  ||  amaris,  amatur,  no  podemos  tradu- 
cirlas sin  el  auxiliar  soy,  eres,  es  amado. 


SECCION  V 

Sobre  la  división  del  verbo  en  substantivo  y  adjetivo 

157.  El  verbo  ser  tiene  varias  significaciones :  una  ab- 
soluta, otra  relativa ;  pues  que  a  veces  significa  sólo  la  exis- 
tencia, a  veces  la  relación  de  un  predicado  a  un  sujeto.  El 
hombre  es;  el  hombre  es  racional:  en  el  primer  caso  la  pa- 
labra es  significa  la  existencia ;  en  el  segundo,  la  conve- 
niencia del  predicado,  racional,  al  sujeto,  hombre.  Esta  dis- 
tinción es  tan  exacta  que  a  veces  hay  verdad  en  el  sentido 
copulativo  y  no  en  el  absoluto ;  si  digo :  el  círculo  es  una 
curva,  no  afirmo  la  existencia  del  círculo,  sino  su  relación 
con  la  curva;  de  suerte  que  la  proposición  sería  verdadera 
aunque  no  existiese  ningún  círculo  (Ideología,  c.  VI). 

158.  De  esto  se  infiere  que  el  verbo  ser,  cuando  signi- 
fica la  relación  del  predicado  con  el  sujeto,  es  únicamente 
copulativo ;  no  afirma  la  existencia  de  ninguno  de  los  ex- 
tremos, sino  únicamente  la  relación  que  tienen  entre  sí ;  y, 
por  el  contrario,  cuando  se  aplica  absolutamente,  afirma  la 
existencia,  la  realidad  de  aquello  a  que  se  aplica.  El  mundo 
es  significa  lo  mismo  que  el  mundo  es  existente,  o  tiene  la 
existencia,  o  es  una  cosa  real.  || 

159.  Tanto  el  significado  absoluto  como  el  relativo  pue- 
de estar  modificado  con  el  tiempo,  según  se  trate  de  exis- 
tencia presente,  pasada  o  futura,  o  bien  de  conveniencia  de 
un  predicado,  pasada,  presente  o  futura ;  y  he  aquí  por  qué 
el  verbo  ser  está  sujeto  a  la  variedad  de  los  tiempos. 

Por  idéntica  razón  consta  también  de  personas,  números 
y  modos,  y  así  no  hay  necesidad  de  decir  que  la  cópula  es 
sea  algo  más  que  una  modificación  del  verbo  ser. 

160.  Todo  verbo  expresa  o  el  ser  o  el  modo  del  ser, 
bajo  la  modificación  del  tiempo ;  y  como  hemos  visto  que 
la  existencia,  en  sí  misma,  está  significada  por  el  verbo  ser, 
resulta  que  los  demás  expresan  modos.  Aun  el  mismo  ser  se 
presenta  a  veces  bajo  la  forma  de  un  modo:  existencia, 
existente;  y  así  el  verbo  existir  se  descompone  en  estas  de* 
palabras:  ser  existente.  Como  quiera,  no  puede  desconocer- 
se la  diferencia  esencial  entre  el  ser  o  realidad  y  la  reía- 


[21,  269-271]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  11 


333 


ción  de  un  predicado  a  un  sujeto:  este  predicado  lo  sig- 
nifican los  demás  verbos,  por  cuya  razón  se  descomponen 
todos  en  el  adjetivo,  que  significa  el  predicado,  y  en  el  verbo 
copulativo  ser,  que  expresa  la  unión  por  las  relaciones  de 
persona,  número  y  tiempo.  Pedro , cree,  o  es  creyente;  ama. 
o  es  amante. 

161.  De  este  análisis  resulta  que  hallamos  en  los  ver- 
bos tres  significaciones :  substantiva,  copulativa  y  adjetiva ; 
substantiva,  la  realidad,  el  ser;  copulativa,  la  relación  del 
predicado  con  el  sujeto;  adjetiva,  la  ||  significación  del  pre- 
dicado implicando  la  cópula.  Las  dos  primeras  se  hallan  úni- 
camente en  el  verbo  ser;  la  otra  en  todos  los  demás.  En 
este  concepto  se  puede,  si  se  quiere,  llamar  substantivo  al 
verbo  ser,  y  adjetivos  a  los  demás ;  porque  el  ser  subsiste 
también  por  sí  solo  en  la  oración,  y  los  demás  no. 

Pero  nótese  bien  que  esta  división  es  incompleta  si  no 
se  atiende  al  carácter  copulativo  del  verbo  ser,  que  no  es 
de  menos  importancia  que  el  absoluto.  Sea  lo  que  fuere  de 
las  palabras  que  se  empleen,  lo  que  conviene  es  fijar  bien 
las  ideas.  He  aquí  tres  ejemplos  que  las  aclaran  y  deslin- 
dan :  Sentido  absoluto :  la  luz  fué;  relativo  o  copulativo :  la 
luz  fué  hermosa;  adjetivo:  la  luz  brilló. 


SECCION  VI 
Participios  y  gerundios 

162.  La  variedad  de  modificaciones  bajo  que  se  presenta 
una  misma  idea  hace  que  unas  veces  haya  de  tomar  la 
forma  de  nombre  y  otras  de  verbo ;  y  así  es  que  se  estable- 
ce entre  ellos  una  relación,  naciendo  de  los  nombres  verbos 
y  de  los  verbos  nombres.  De  leer  salen  lectura,  lector;  de 
creer,  creencia,  creyente;  de  herir,  herida.  De  blanco,  blan- 
quear; de  hermoso,'  hermosear;  de  justicia,  justificar.  Cuan- 
do un  nombre  se  deriva  de  un  verbo  se  le  llama  verbal ;  y 
si  además  conserva  la  significación  del  tiempo,  o  de  acción 
o  pasión,  se  llama  participio,  porque  participa  de  las  pro- 
piedades del  verbo.  |j 

163.  Los  participios  latinos  podían  llamarse  rigurosa- 
mente tales  porque,  en  efecto,  conservaban  la  significación 
del  tiempo  y  de  la  acción ;  y  así  es  que  tenían  el  mismo  ré- 
gimen del  verbo.  Cicero  laudat  Caesarem;  Cicero  laudans 
Caesarem.  Caesar  interficitur  a  concivibus;  Caesar  interfe- 
ctus  a  concivibus.  En  las  lenguas  modernas  el  participio  no 
conserva  estas  propiedades ;  muchas  veces  las  pierde  total- 
mente, y  así  es  que  el  régimen  varía ;  decimos :  el  hombre 


334  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  271-273] 


ama  a  su  familia;  mas  no:  el  hombre  es  amante  a  su  fami- 
lia, sino  de  su  familia. 

164.  A  la  misma  clase  pueden  reducirse  los  gerundios, 
en  los  cuales  era  tan  rico  el  latín  como  pobres  son  los  idio- 
mas modernos.  Amandi,  amando,  amandum,  expresaban  mo- 
dificaciones que  nosotros  no  podemos  traducir  sin  emplear 
circunloquios:  de  amar;  para  amar;  a  amar. 

165.  Nuestra  lengua  conserva  las  palabras  en  ando  y 
endo,  amando,  leyendo,  cuya  significación  es  algo  varia.  Es- 
tas palabras  no  son  nombres  substantivos,  pues  no  expresan 
una  cosa  bajo  la  idea  substantiva;  ni  tampoco  adjetivos, 
porque  no  modifican  a  un  substantivo.  Su  significación 
es  varia,  y  con  un  ejemplo  se  puede  manifestar  que  es  una 
expresión  abreviada,  a  veces  de  verbo,  a  veces  de  nombre. 
Entró  cantando:  significa  la  acción  de  cantar,  con  la  rela- 
ción de  tiempo  simultáneo  a  la  entrada,  esto  es,  en  el  tiempo 
en  que  entró  cantaba.  Murió  padeciendo:  aquí  se  expresa 
algo  más  que  la  simultaneidad,  se  ||  indica  el  modo  de  la 
muerte,  esto  es,  que  fué  dolorosa.  Salió  del  paso  negando: 
aquí  se  expresa  no  precisamente  la  simultaneidad,  ni  el 
modo,  sino  el  medio,  esto  es,  salió  del  paso  por  medio  de 
una  negativa,  o  con  la  negativa.  Llegando  el  interesado,  no 
pudimos  continuar:  aquí  se  expresa  la  causalidad,  esto  es, 
no  pudimos  continuar  porque  llegó  el  interesado.  Hablando 
él,  yo  no  podré  callar:  aquí  se  significa  condición,  esto  es, 
si  él  habla,  yo  no  podré  callar. 


SECCION  VII 
Definición  del  verbo 

166.  Con  el  análisis  que  precede  se  ha  preparado  el  ca- 
mino para  llegar  a  la  definición  que  se  busca. 

Encontramos  en  el  verbo  la  expresión  de  tiempo,  modo, 
voz,  persona  y  número. 

El  número  le  es  común  con  los  nombres ;  luego  no  pue- 
de ser  su  distintivo.  Lo  mismo  diremos  de  la  persona  y  de  la 
voz,  pues  que  aquélla  se  expresa  también  con  los  pronom- 
bres, y  ésta  con  nombres  de  acción  y  pasión.  El  modo  se 
refiere  o  a  hechos  de  nuestra  alma  o  a  cosas  externas;  o 
por  afirmación  o  por  simple  expresión  (véanse  secciones  II 
y  III) ;  lo  que  se  puede  obtener  por  la  unión  de  nombres, 
auxiliados  si  es  preciso  de  otras  partes  de  la  oración. 

167.  Eliminados  estos  accidentes,  veamos  lo  que  sucede 
con  el  único  que  resta :  el  tiempo.  Claro  es  que  |]  hay  nom- 
bres y  adverbios  que  lo  expresan:  como  hoy,  ahora,  ayer, 
mañana,  antes,  después,  presente,  pasado,  futuro,  actual,  an- 


[21,  273-275]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  12  335 


terior,  posterior.  No  cabe,  pues,  duda  que  el  tiempo  se  pue- 
de expresar  sin  la  forma  verbal.  Esto  lo  he  reconocido  más 
arriba  (124  y  siguientes).  Pero  al  señalar  el  tiempo  como  ca- 
rácter distintivo  del  verbo  no  pretendo  que  sólo  en  él  pue- 
da ser  expresado,  sino  que  él  es  la  única  parte  de  la  oración 
que  une  a  la  idea  la  modificación  variable  del  tiempo,  cuya 
propiedad  se  halla  en  todos  los  verbos.  Los  nombres  y  ad- 
verbios citados  expresan  el  tiempo  ciertamente ;  pero  el 
tiempo  solo,  sin  modificar  otra  idea.  Ahora  significa  un 
tiempo  presente ;  pero  si  digo  leo,  expreso  la  idea  del  tiem- 
po presente  como  una  modificación  de  la  lectura. 

168.  El  verbo,  pues,  no  expresa  la  idea  del  tiempo  en 
su  pureza,  sino  modificando  a  otra ;  y  esto  no  de  una  ma- 
nera fija,  sino  variablemente,  permaneciendo  la  misma  la 
idea  modificada :  leo,  leí,  leía,  leeré. 

169.  Por  esta  razón,  mientras  los  nombres  verbales  con- 
servan la  expresión  del  tiempo,  como  legens,  lectus,  se  lla- 
man participios,  porque  participan  de  la  naturaleza  del  ver- 
bo ;  cuando  pierden  este  carácter  se  llaman  simplemente 
nombres,  como  lector,  lectio. 

170.  Tenemos,  pues,  que  el  verbo  es  una  forma  grama- 
tical que  expresa  una  idea  bajo  la  modificación  variable 
del  tiempo.  || 

171.  El  expresar  las  personas,  números,  modos  y  voces 
corresponde  al  verbo,  pero  no  de  una  manera  característica. 

172.  La  definición  dada  explica  la  razón  de  la  importan- 
cia del  verbo.  Como  los  fenómenos  que  nos  rodean  y  nues- 
tros actos  externos  e  internos  son  todos  sucesivos,  resulta 
que  el  tiempo  debe  ser  expresado  en  casi  todas  nuestras  pa- 
labras. Y  he  aquí  por  qué  el  lenguaje  se  hace  tan  difícil 
cuando  no  tenemos  un  medio  sencillo  de  añadir  a  la  idea  la 
modificación  del  tiempo.  Esta  necesidad  ocurre  continua- 
mente ;  y  si  para  cada  caso  debiéramos  emplear  un  circun- 
loquio, la  oración  resultaría  sumamente  pesada  y  confusa.  |¡ 


CAPITULO  XII 

La  preposición 


173.  Siendo  tantas  y  tan  varias  las  relaciones  de  las 
ideas  entre  sí,  no  es  posible  expresarlo  todo  por  la  yuxtapo- 
sición de  los  nombres  y  verbos,  por  lo  que  son  necesarias 
otras  partes  de  la  oración  que  tengan  por  objeto  especial 


336 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA 


[21,  275-278] 


aclarar  el  sentido,  indicando  la  relación  que  se  quiere  ex- 
presar. Estas  partes  se  llaman  preposiciones. 

174.  Las  lenguas  que  declinan  por  terminaciones  o  de- 
sinencias necesitan  menos  de  la  preposición:  hominis,  homi- 
ni,  expresan  modificaciones  que  nosotros  no  podemos  tra- 
ducir sin  las  preposiciones  de,  a  o  para. 

175.  Como  es  imposible  tener  una  preposición  para  cada 
relación,  con  una  sola  de  aquéllas  se  expresan  muchas  de 
éstas,  determinándose  el  sentido  por  las  circunstancias  y  el 
contexto.  Un  cuchillo  de  plata,  cuchillo  de  mesa,  de  Antonio, 
de  punta,  de  dos  pies,  de  cincuenta  reales;  la  misma  prepo- 
sición ||  de  significa  las  relaciones  de  materia,  uso,  propie- 
dad, forma,  dimensión  y  precio. 

176.  En  punto  a  preposiciones  cada  lengua  tiene  sus 
particularidades,  que  por  lo  mismo  no  pertenecen  a  la  gra- 
mática general.  || 


CAPITULO  XIII 

El  adverbio 


177.  El  adverbio  es  una  parte  indeclinable  de  la  ora- 
ción expresiva  de  una  idea  que  es  modificación  de  otra. 
Para  que  se  comprenda  bien  la  definición  necesitamos  ana- 
lizar algunas  oraciones. 

El  estilo  es  medianamente  correcto.  El  adverbio  media- 
namente modifica  el  predicado  corrección,  expresando  que 
ésta  no  es  más  que  mediana.  Vive  holgadamente:  el  adver- 
bio modifica  la  vida,  pues  la  expresión  equivale  a  ésta :  su 
vida  es  holgada.  Se  defendió  valerosamente;  o  su  defensa 
fué  valerosa.  Por  estos  ejemplos  se  ve  que  el  adverbio  no 
modifica  sólo  al  verbo,  sino  a  una  palabra,  sea  verbo  o 
nombre,  y  éste  substantivo  o  adjetivo.  Inferiremos  también 
que  el  adverbio  no  tiene  de  propio  sino  el  ser  expresado 
bajo  una  forma  indeclinable ;  y  que  todo  adverbio  puede 
resolverse  en  una  preposición  y  un  nombre.  Escribe  correc- 
tamente, o  con  corrección.  Es  extremadamente  vano;  su  va- 
nidad es  extrema.  Vino  precipitadamente,  o  con  precipita- 
ción. Esto  se  entiende  hablando  en  rigor  lógico,  pues  que  a 
veces  no  lo  permite  ||  el  genio  de  la  lengua.  Habla  bien  no 
se  puede  traducir  habla  con  bondad,  pero  se  echa  de  ver 
que  la  imposibilidad  no  nace  del  carácter  lógico  de  las  ideas, 
sino  del  genio  del  idioma. 

178.  Los  adverbios  son  de  modo,  de  tiempo,  de  lugar,  de 


21,   [278-280]  GRAMÁTICA  GENERAL.— <:.  14 


337 


orden,  según  las  relaciones  que  expresan.  Perfectamente  es 
de  modo;  luego,  de  tiempo ;  cerca,  de  lugar;  antes,  de  orden. 

179.  Los  adverbios  de  tiempo  ofrecen  una  dificultad 
para  resolverse  en  nombres.  Vino  ayer;  irá  mañana;  llega 
hoy,  ¿cómo  se  traducen  estas  expresiones?  Aunque  añada- 
mos la  palabra  día,  necesitamos  expresar  si  es  hoy,  ayer  o 
mañana,  y  así  el  adverbio  entra  en  su  propia  explicación. 
A  esto  se  responde  que  estas  palabras:  hoy,  ayer,  mañana, 
son  nombres  que  expresan  una  determinada  relación  de 
tiempo.  Así  es  que  a  veces  se  los  encuentra  solos,  hasta  sin 
el  substantivo;  hoy  es  domingo;  mañana  lunes;  ayer  fué 
sábado.  No  es  exacto,  pues,  que  las  palabras  hoy,  ayer,  ma- 
ñana, no  se  puedan  expresar  con  nombres.  Hoy  es  el  tiem- 
po comprendido  en  las  veinticuatro  horas,  en  una  de  las 
cuales  nos  encontramos;  mañana  y  ayer  son  los  compren- 
didos en  las  veinticuatro  horas  anteriores  o  posteriores.  || 


CAPITULO  XIV 

La  conjunción  y  la  interjección 


180.  Así  como  la  preposición  indica  la  relación  de  las 
ideas,  la  conjunción  expresa  la  de  las  oraciones ;  forma  la 
trabazón  del  discurso,  y  sin  ella  las  oraciones  estarían  como 
partes  inconexas,  o  cuando  menos  mal  unidas.  Tienen  ade- 
más las  conjunciones  otro  objeto  importante,  y  es  el  de 
abreviar  el  discurso,  supliendo  a  otras  partes  de  la  oración. 

181.  Las  hay  de  varias  clases,  según  la  relación  de  las 
oraciones:  copulativas,  disyuntivas,  condicionales,  causales, 
exclusivas,  exceptivas,  restrictivas  y  reduplicativas.  Tome- 
mos, por  ejemplo,  la  copulativa. 

Cicerón  es  sabio  y  elocuente;  equivale  a  decir:  Cicerón 
es  sabio,  Cicerón  es  elocuente.  La  conjunción  y  abrevia  el 
discurso,  evitando  el  repetir  el  sujeto  y  la  cópula  de  la  se- 
gunda proposición.  La  misma  observación  se  puede  aplicar 
si  en  vez  de  dos  predicados  hay  tres  o  más,  como  sabio,  elo- 
cuente, buen  ciudadano,  hábil  político;  o  varios  sujetos, 
como  Demóstenes,  ||  Cicerón  y  Bossuet  son  grandes  orado- 
res; o  muchos  sujetos  y  predicados,  como  Alejandro.  César. 
Cromwell  y  Napoleón  eran  guerreros  y  políticos.  Si  en  vez 
de  y  hubiese  no  o  ni,  no  habría  más  diferencia  que  la  de 
convertirse  las  proposiciones  afirmativas  en  negativas. 

La  conjunción  copulativa  puede  suplirse  en  muchos  ca- 


22 


333 


FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


¡21,  280-2821 


sos  por  la  yuxtaposición  de  las  partes  unidas,  como  en  efec- 
to sucede.  Decimos:  Alejandro,  César,  Cromwell  y  Napo- 
león, y  no  Alejandro  y  César  y  Cromwell  y  Napoleón,  a  no 
ser  que  queramos  expresar  con  cierta  fuerza  e  insistencia, 
según  se  previene  en  la  oratoria. 

182.  Los  ejemplos  anteriores  bastan  a  manifestar  cómo 
se  puede  descomponer  una  proposición  en  que  entren  mu- 
chas conjunciones.  Si  se  quieren  más  explicaciones  sobre 
este  punto,  véase  lo  que  se  dijo  al  tratar  de  las  proposicio- 
nes comDuestas  (véase  Lógica,  I.  2.°,  c.  IV,  sec.  VIID  [vo- 
lumen XX]. 

183.  Las  interjecciones  sirven  para  expresar  los  afectos, 
como  alegría,  dolor,  ira,  espanto:  ¡ay!,  ¡ah!,  ¡oh!,  ¡eh'  Son 
muy  semejantes  en  todos  los  idiomas,  porque  son  un  len- 
guaje natural ;  su  número  es  reducido,  porque  una  misma 
nos  sirve  para  afectos  diversos.  ¡Ay  qué  placer!  ¡Ay  qué 
dolor!  ¡Ay  Dios  mío!  ¡Ay  qué  necios  somos¡  ¡Ay  qué  ho- 
rror! En  estos  casos  el  ¡ay!  expresa  afectos  muy  diferentes.  || 


CAPITULO  XV 

La  SINTAXIS 


184.  Los  signos  de  las  ideas  y  sus  relaciones  no  pueden 
estar  como  echados  al  acaso,  si  queremos  que  el  lenguaje 
exprese  la  serie  de  nuestros  pensamientos ;  la  coordinación 
de  las  palabras,  para  que  su  conjunto  signifique  lo  que  de- 
seamos, se  llama  sintaxis. 

185.  Hasta  aquí  hemos  descompuesto  el  lenguaje,  exa- 
minando sus  varias  partes,  hemos  hecho  análisis ;  ahora  es 
preciso  reunir  estas  partes  para  que  formen  discurso ;  es- 
tamos, pues,  en  la  sintaxis.  Como  sólo  se  trata  de  los  princi- 
pios filosóficos  de  la  gramática  en  general,  debemos  pres- 
cindir de  las  reglas  pertenecientes  a  lenguas  particulares  y 
ceñirnos  a  los  principios  comunes  a  todas.  Esto  hace  que 
la  sintaxis  general  deba  ser  muy  breve,  pues  son  pocos  los 
pormenores  a  que  se  puede  descender  sin  salirse  del  objeto 
propio. 

186.  La  coordinación  de  las  palabras  tiene  por  objeto  el 
que  signifiquen  lo  que  se  quiere:  esto  se  ¡|  cons'gue  dispo- 
niéndolas de  tal  modo  que  su  colocación  sea  una  copia  de 
la  que  tienen  las  ideas  o  afectos. 

187.  Todo  lo  que  nosotros  podemos  expresar  en  un  dis- 


[21.  282-284]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  15 


339 


curso  se  reduce  a  juicios,  raciocinios,  sentimientos  y  enlace 
de  estas  cosas  entre  sí.  En  todo  juicio  hay  la  relación  de 
una  idea  a  otra ;  en  todo  raciocinio,  un  juicio  contenido  en 
otro;  en  todo  discurso,  una  serie  de  juicios  y  raciocinios 
que  se  contienen  o  se  aclaran  unos  a  ptros.  El  sentimiento 
en  general  es  un  hecho  interno,  simple,  que  puede  estar 
modificado  por  otros  que  le  ayudan,  le  contrarían  o  se  ligan 
con  él  de  algún  modo.  Estos  hechos  pueden  estar  en  rela- 
ción con  ciertas  ideas,  juicios  o  raciocinios.  De  donde  resul- 
ta que  todo  cuanto  podemos  expresar  en  el  discurso  se  re- 
duce a  ideas,  sentimientos  y  sus  relaciones. 

188.  Cuando  se  trata  de  expresar  ideas  sin  mezcla  de 
sentimientos,  el  lenguaje  sigue  el  orden  lógico;  pero  cuan- 
do el  corazón  está  agitado,  dicho  orden  se  altera  sin  perder 
la  naturalidad.  ¿Qué  cosa  más  natural  que  los  movimientos 
del  corazón? 

189.  La  yuxtaposición  de  las  palabras  en  un  orden  pare- 
cido al  de  las  ideas  sirve  mucho  para  expresar  las  relaciones 
de  éstas ;  pero  no  es  bastante,  y  de  aquí  es  el  que  haya  en 
las  gramáticas  ciertos  medios  para  suplir  lo  que  falta.  Sue- 
len contarse  tres :  concordancia,  régimen  y  construcción.  || 

190.  La  concordancia  es  la  identidad  de  los  accidentes 
gramaticales.  Con  esto  se  expresa  la  relación  de  las  ideas 
significadas. 

191.  Concordancia  de  substantivo  y  adjetivo :  Si  a  la 
idea  expresada  por  un  substantivo  se  la  quiere  modificar  con 
la  de  un  adjetivo,  se  ponen  los  dos  en  un  mismo  género,  nú- 
mero y  caso,  con  lo  cual  se  entiende  que  el  adjetivo  se  refie- 
re a  aquel  substantivo  y  no  a  otro. 

192.  Concordancia  de  nominativo  y  verbo :  Dando  al 
verbo  la  misma  persona  y  el  mismo  número  que  al  nomina- 
tivo se  entenderá  que  aquél  se  refiere  a  éste. 

193.  Concordancia  de  relativo  y  antecedente:  Se  obtiene 
como  la  del  adjetivo  y  del  substantivo. 

194.  El  régimen  es  cierta  modificación  que  sufre  una  pa- 
labra según  la  relación  de  su  significado  al  de  otra. 

-  Se  llama  construcción  el  orden  de  las  palabras  conside- 
radas en  su  conjunto  para  formar  una  oración.  Ejemplo : 

Los  soldados  romanos  que  derrotaron  a  los  cartagineses 
eran  dignos  de  la  gratitud  de  la  patria. 

Los  y  romanos  se  refieren  a  soldados,  y  por  esto  no  se  pue- 
de decir  el,  la.  las,  romana  o  romano.  La  relación  del  artículo 
y  del  adjetivo  al  substantivo  se  expresa  con  la  identidad  del 
género  y  número.  Los  latinos  habrían  tenido,  además,  la 
concordancia  del  ||  caso :  romani  y  no  romanus,  romana,  ro- 
manum,  romanae  ni  romana. 

Que:  La  referencia  a  los  soldados  romanos  no  se  puede 
expresar  ni  por  el  número  ni  por  el  género,  pues  fuera  cual 


340  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  '21,  284-286] 


fuese  el  antecedente,  el  que  no  se  alteraría.  Así  diríamos : 
el  general  que  venció;  el  fuego  que  destruyó;  las  desgracias 
que  sobrevinieron.  Si  el  que  se  pusiese  después  de  cartagine- 
ses se  cambiaría  totalmente  el  sentido. 

Destruyeron  se  refiere  a  soldados,  lo  cual  se  indica  dando 
al  verbo  la  misma  persona  y  número. 

A  los  cartagineses:  La  derrota  se  refiere  a  los  cartagine- 
ses ;  y  así  en  ellos  está  el  régimen  del  verbo,  lo  cual  se  in- 
dica con  la  preposición  a.  En  nuestra  lengua  sucede  muchas 
veces  que  el  régimen  es  sólo  conocido  por  la  yuxtaposición. 
Cogí  una  flor,  y  no  a  una  flor. 

Eran:  Apliqúese  lo  dicho  respecto  al  destruyeron. 

Dignos  se  refiere  a  soldados;  y  esto  se  indica  con  la  iden- 
tidad de  género  y  número. 

Adviértase  aquí  la  ventaja  que  nos  lleva  el  latín.  Nos- 
otros para  determinar  esta  referencia  necesitaríamos  aten- 
der al  contexto  si  no  mediase  el  verbo  eran,  pues  el  adjetivo 
dignos  por  su  género  y  número  lo  mismo  podría  referirse  a 
los  romanos  que  a  los  cartagineses.  Los  latinos,  teniendo  la 
diferencia  de  casos,  digni,  dignos,  no  podrían  confundirse 
nunca,  pues  que  digni  sólo  sería  aplicable  a  los  romanos  y 
dignos  a  los  cartagineses. 

De  la  gratitud  de  la  patria:  La  preposición  de  indica  re- 
lación :  primero  a  dignos,  segundo  a  gratitud.  \\  Este  orden 
de  ideas  nosotros  sólo  podemos  expresarlo  con  el  orden  mis- 
mo de  las  palabras ;  si  lo  invertimos  cambiamos  el  sentido : 
eran  dignos  de  la  patria  de  la  gratitud  significaría,  no  que 
fuesen  dignos  de  la  gratitud  de  la  patria,  sino  que  eran  dig- 
nos de  una  patria,  país  clásico  de  gratitud.  Los  latinos,  di- 
ciendo :  digni  gratitudine  patriae,  fijaban  la  relación  de  ma- 
nera que  no  era  posible  otro  sentido :  patriae  gratitudine 
digni:  gratitudine  patriae  digni;  gratitudine  digni  patriae; 
podían  jugar  con  las  palabras  sin  alterar  el  sentido  ni  dañar 
a  la  claridad.  Esta  es  una  ventaja  inapreciable.  || 


CAPITULO  XVI 
La  escritura 


195.  El  lenguaje  escrito  es  otro  hecho  admirable  que  sólo 
deja  de  serlo  para  nosotros,  porque  estamos  acostumbra- 
dos a  él. 

La  palabra  es  un  signo  limitado  por  el  espacio  y  el  tiem- 


[21,  286-288 J  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  16 


341 


po :  por  el  espacio,  pues  que  la  voz  no  se  oye  más  que  a  poca 
distancia ;  por  el  tiempo,  pues  que  su  sonido  sólo  dura  en  los 
breves  instantes  de  la  pronunciación.  Si  los  hombres  no  tu- 
viesen otro  medio  de  comunicación  que  la  palabra,  no  podrían 
hablarse  a  largas  distancias  de  espacio  y  tiempo  sino  enco- 
mendando sus  ideas  a  la  memoria  y  buena  fe  de  los  demás ; 
la  historia  sería  una  mera  tradición  oral,  y  no  fuera  posible 
hablar  a  los  que  viven  lejos  de  nosotros  sino  por  medio  de 
mensajeros.  Siendo  tan  débil  la  memoria,  y  no  escaseando 
tampoco  la  mala  fe,  sería  sumamente  difícil  la  comunicación 
fiel  de  los  pensamientos ;  además,  entre  las  personas  coloca- 
das fuera  del  alcance  de  la  voz  no  sería  posible  la  comunica- 
ción de  secretos.  Por  donde  se  ve  cuán  útil  era  el  que  los 
pensamientos  tuvieran  signos  que  no  desapareciesen  ||  como 
la  voz  y  pudieran  trasladarse  a  largas  distancias. 

196.  Cuando  se  quiere  designar  un  objeto  sin  usar  de  la 
palabra  que  le  significa,  lo  más  obvio  es  presentarle  a  los 
sentidos ;  pero  con  esto  no  podríamos  indicar  sino  los  pre- 
sentes, lo  cual  no  nos  serviría  de  nada  en  la  mayor  parte  de 
los  casos.  Pocas  veces  tenemos  a  la  mano  aquello  de  que  se 
trata ;  y  aunque  lo  tengamos,  o  no  lo  podemos  trasladar  c  no 
expresa  bien  lo  que  queremos.  Los  hermanos  de  José  envían 
a  su  padre  Jacob  la  túnica  de  su  hijo  ensangrentada  con  el 
objeto  de  hacerle  creer  que  una  fiera  le  había  devorado.  La 
túnica  ensangrentada  era  un  signo  de  muerte,  pero  equívoco, 
y  que  se  hubiera  podido  interpretar  de  muchos  modos  si  no 
la  hubiesen  acompañado  con  palabras.  Supongamos  que  un 
testigo  de  la  pérfida  crueldad  de  los  hermanos  hubiese  que- 
rido noticiarla  a  Jacob  enviándole  los  objetos  mismos:  era 
imposible,  pues  que  no  le  podía  remitir  a  José,  ni  sus  her- 
manos, ni  la  cisterna,  ni  los  ismaelitas,  y  mucho  menos  las 
relaciones  que  estas  cosas  tuvieron  entre  sí  mientras  se  co- 
metía el  atentado. 

197.  Siendo  tan  reducido  y  pobre  el  medio  de  comunica- 
ción que  se  acaba  de  expresar,  ocurre  naturalmente  otro, 
cual  es  el  suplir  la  realidad  con  la  semejanza  pintando  los 
objetos.  Así  los  hijos  de  Jacob  hubieran  podido  noticiar  a  su 
padre  la  supuesta  muerte  de  José  retratando  a  éste  en  el 
acto  de  ser  ||  destrozado  por  una  fiera.  No  hay  duda  que  la 
noticia  habría  sido  bien  comunicada  por  este  medio  con  tal 
que  el  retrato  de  José  hubiera  sido  fiel ;  pues,  de  lo  contra- 
rio, Jacob  le  habría  podido  confundir  con  otro. 

Tenemos  ya  un  modo  de  representar  con  signos  perma- 
nentes los  objetos  y  sus  relaciones:  la  pintura.  De  ella  se 
han  servido  todos  los  pueblos  algo  cultos,  y  la  emplean  los 
más  adelantados,  no  precisamente  para  la  memoria  de  los 
sucesos,  sino  para  trazarlos  vivamente  en  la  fantasía  y  con- 
mover el  corazón. 


342  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  288-290] 


198.  Este  arte  encantador  es  una  especie  de  escritura ;  y 
se  la  puede  llamar  ideográfica,  porque  pinta  las  ideas  o  las 
imágenes  que  tenemos  de  los  objetos ;  pero,  si  bien  es  admi- 
rable para  hablar  a  los  ojos  y  al  alma,  preciso  es  convenir 
que  como  escritura  es  muy  imperfecta.  Los  defectos  de  que 
adolece  son:  1.°,  la  incapacidad  de  expresar  los  objetos  que 
no  pertenecen  a  la  vista ;  2.°,  la  imposibilidad  de  represen- 
tar la  variedad  de  las  relaciones  de  los  objetos ;  3.°,  la  mucha 
extensión  de  sus  expresiones ;  4.°,  la  necesidad  de  mucho 
tiempo  para  la  ejecución. 

La  escena  más  sencilla  y  corta  necesita  de  mucho  tiem- 
po y  de  un  pedazo  de  lienzo  u  otra  materia  que  no  puede 
ser  demasiado  reducido  si  las  figuras  se  han  de  distinguir 
bien.  ¿Qué  sucederá  cuando  se  haya  de  pintar  una  larga  se- 
rie de  acontecimientos?  Además,  ¿cómo  se  expresan  las  pa- 
labras de  los  actores?  ¿Cómo  las  ideas  de  sabiduría,  virtud, 
vicio  y  demás  objetos  que  no  caen  bajo  la  jurisdicción  de  los 
sentidos?  El  pintor  nos  ofrecerá  una  figura  expresiva  ||  de  la 
inteligencia,  de  la  necedad,  de  la  inocencia,  del  vicio,  del  he- 
roísmo, del  crimen ;  pero  no  le  será  posible  ofrecer  a  nues- 
tros ojos  las  innumerables  relaciones  que  estas  cosas  tienen 
entre  sí,  aun  en  escenas  muy  reducidas  en  espacio  y  tiem- 
po. Explicamos  muchos  cuadros  porque  sabemos  anticipada- 
mente su  historia ;  para  quien  la  ignore  los  museos  podrán 
ser  objetos  agradables,  pero  los  cuadros  son  testigos  mudos, 
o  que  sólo  le  ofrecen  narraciones  indeterminadas. 

199.  A  la  representación  natural  que  se  obtiene  por  la 
pintura  puede  substituirse  otra  arbitraria  por  medio  de  sig- 
nos convencionales  que  se  refieran  a  los  varios  objetos.  Como 
estos  signos  dependerían  de  la  voluntad  de  quien  los  emplea- 
se, podrían  ser  más  breves  y  también  más  fáciles  de  ejecutar. 
Por  este  medio  pudieran  expresarse  los  objetos  no  sensibles, 
escogiendo  signos  puramente  arbitrarios  o  que  tuviesen  al- 
guna relación  alegórica  con  lo  significado ;  como,  por  ejem- 
plo, representando  la  providencia  por  un  ojo  y  la  feracidad 
por  una  espiga.  Esta  escritura  sería  también  ideográfica,  por- 
que expresaría  los  objetos  por  medio  de  signos  naturales  o 
arbitrarios.  Tal  es  el  sistema  de  los  jeroglíficos  egipcios,  y 
aun  el  actual  de  los  chinos. 

200.  La  escritura  ideográfica  por  medio  de  cualesquiera 
figuras,  arbitrarias  o  alegóricas,  tiene  el  gravísimo  inconve- 
niente de  necesitar  un  signo  para  cada  objeto;  y  siendo  és- 
tos en  tanto  número,  es  poco  menos  que  imposible  el  retener 
en  la  memoria  sus  signos.  || 

201.  Los  inconvenientes  se  evitan  con  el  sistema  de  es- 
critura usada  por  todos  los  pueblos  civilizados,  la  cual  se 
llama  fonética  o  fonográfica,  porque  pinta  los  sonidos,  esto 
es,  las  palabras.  Al  ver  escrita  la  voz  león  no  vemos  la  seme- 


[21,  290-292]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  16 


343 


janza  del  león,  sino  un  signo  que  nos  recuerda  el  nombre 
con  que  designamos  a  este  animal. 

202.  Las  palabras  de  una  lengua  son  muchas,  y,  por  con- 
siguiente, poco  habríamos  adelantado  si  para  cada  una  ne- 
cesitásemos de  un  signo  especial ;  entonces  nuestra  escritura 
sería  tan  engorrosa  como  la  ideográfica.  El  mérito  de  ella 
está  en  que  para  expresar  todas  las  palabras  se  vale  de  tan 
pocos  signos  como  son  las  letras  del  alfabeto;  por  manera 
que,  conocida  la  figura  de  éstas,  conocemos  los  elementos  de 
todas  las  palabras  escritas. 

203.  Hemos  visto  (ce.  V  y  VI)  que  la  palabra  hablada 
consta  de  voces  y  articulaciones  muy  escasas  en  número, 
pero  que  pueden  dar  combinaciones  infinitas ;  el  secreto  y 
el  mérito  de  la  escritura  fonética  está  en  haber  expresado 
por  signos  especiales  esas  voces  y  articulaciones,  con  lo  cual 
se  logra  en  el  lenguaje  escrito  la  misma  sencillez  que  en  el 
hablado. 

204.  Para  que  se  comprenda  bien  el  admirable  mecanis- 
mo de  nuestra  escritura  y  la  inmensa  ventaja  que  lleva  a  la 
ideográfica,  supongamos  que  se  han  de  significar  las  ideas  si- 
guientes :  caos,  caso,  cosa,  saco.  La  pintura  nos  representaría 
tal  vez  el  caos  en  un  ¡|  fondo  obscuro  y  desordenado ;  el  saco 
lo  retrataría  al  natural ;  y  para  las  ideas  de  caso  y  cosa  ten- 
dría que  emplear  figuras  alegóricas.  La  jeroglífica  emplearía 
cuatro  signos  diferentes  que  no  podrían  servir  para  otros 
objetos,  so  pena  de  caer  en  confusión.  La  escritura  fonética 
analiza  las  palabras  con  que  se  significan  estas  ideas,  y,  en- 
contrando que  hay  dos  articulaciones,  c,  s,  y  dos  vocales,  a,  o, 
las  indica  por  los  signos  a,  o,  c,  s,  y  con  ellas  combinadas 
pinta  las  palabras ;  pudiendo  expresar  no  sólo  las  cuatro,  sino 
veinticuatro,  pues  tantas  son  las  combinaciones  de  las  cuatro 
letras.  Con  este  sistema  se  hace  andar  la  escritura  como  pa- 
ralela a  la  palabra,  y  no  es  posible  pronunciar  nada  que  no 
se  pueda  escribir  con  las  solas  letras  del  alfabeto. 

205.  Tamaña  simplicidad  no  la  obtendría  la  escritura  fo- 
nética si  no  llevase  la  descomposición  hasta  los  elementos 
primitivos  de  todos  los  sonidos ;  supongamos  que  en  vez  de 
significar  con  cuatro  caracteres  distintos  los  sonidos  a.  o,  c,  s, 
emplease  uno  para  cada  sílaba ;  significando  co  por  □  y  sa 
por  A;  cosa  se  escribirá  □  A,y  saco/\  Q.  ¿Cómo  escri- 
bimos caso?  Ya  no  hay  medio,  es  preciso  emplear  otros  sig- 
nos para  las  nuevas  sílabas:  ca  y  so;  por  ejemplo,  O.  X. 
y  tenemos  lo  que  buscábamos.  Pero  ¿cómo  expresaremos 
caos?  Ya  no  hay  signo  para  la  sílaba  os;  será  preciso  añadir- 
le, y  así  sucesivamente  en  las  nuevas  combinaciones  que  se 
irían  ofreciendo.  || 

206.  Dando  al  alfabeto  diez  y  ocho  consonantes  y  cinco 
vocales,  resultarían  necesarios  muchos  más  signos  silábicos. 


344 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA 


[21,  292-294] 


Cada  consonante  puede  combinarse  con  todas  las  vocales, 
formando  sílaba :  ba,  be,  bi,  bo,  bu;  ma,  me,  mi,  mo,  mu. 
Luego  cada  consonante  nos  da  cinco  sílabas  y  de  las  diez  y 
ocho  resultan  5  x  18  =  90.  A  este  número  deben  añadirse 
las  cinco  vocales  que  por  sí  solas  forman  sílaba,  y  por  tanto 
resultan  noventa  y  cinco  signos.  Y  nótese  que  aquí  prescin- 
dimos de  las  sílabas  acabadas  por  consonante,  ab.  ad;  y  de 
las  de  más  de  dos  letras,  como  bra,  dra,  etc.,  etc. ,  por  consi- 
derar que  en  ellas  hay  dos  sílabas,  pero  la  una  sumamente 
abreviada.  Esta  consideración  se  funda  en  que  ninguna  con- 
sonante se  pronuncia  por  sí  sola,  y,  por  consiguiente,  ab  es 
igual  a  abe,  sonando  muy  levemente  la  e;  y  del  mismo  modo 
dra  es  igual  a  dera;  pero,  como  es  preciso  confesar  que  en 
muchas  lenguas  el  sonido  de  esas  vocales  mudas  es  tan  dé- 
bil qué  apenas  se  nota,  resulta  que  la  escritura  silábica  de- 
bería tener  expresiones  nuevas  para  tales  casos,  pues  que  no 
podría  sin  confusión  expresar  del  mismo  modo  el  pra  de 
prado  que  el  para  de  parado. 

207.  Resulta,  pues,  demostrada  la  inmensa  ventaja  de  la 
escritura  fonética  alfabética  sobre  todas  las  demás.  A  la  vis- 
ta de  un  sistema  tan  admirable  y  al  propio  tiempo  tan  anti- 
guo, ocurre  naturalmente  la  pregunta:  ¿Quién  es  el  inven- 
tor? Su  origen  se  pierde  en  la  obscuridad  de  los  tiempos ; 
y  en  vista  de  un  arte  tan  extraordinario,  tan  profundamente 
filosófico,  ||  en  medio  de  pueblos  sencillos  y  toscos,  y  desde 
la  más  remota  antigüedad,  no  se  debe  extrañar  que  graves 
autores  le  hayan  mirado  como  un  don  inmediato  del  cielo.  !] 


CAPITULO  XVII 

Por  qué  se  ha  conservado  en  el  cálculo  la  escritura 
ideográfica 


208  La  escritura  ideográfica  se  ha  conservado  en  el 
cálculo  aritmét'co  y  algebraico;  1,  2,  3,  etc..  no  expresan  las 
palabras  uno,  dos,  tres,  sino  los  números  mismos.  El  signo  4 
significa  lo  mismo  para  un  español  que  para  un  inglés ;  y,  no 
otístante,  el  español  dice  cuatro  y  el  inglés  jour.  En  el  álge- 
bra los  signos  tampoco  expresan  las  palabras,  sino  las  ideas ; 
+  —  x  :  no  significan  las  palabras  adición,  substracción,  mul- 
tiplicación y  división,  sino  las  operaciones  mismas. 

209.  La  razón  de  haberse  conservado  en  el  cálculo  la  es- 
critura ideográfica  es  el  que  en  éste  ofrece  más  ventaja  que 


[21,  294-296]  GRAMÁTICA  GENERAL.— C.  17 


345 


la  fonética.  Evidentemente  es  más  sencillo  escribir  1,  2,  3, 
que  uno,  dos,  tres.  Pero,  si  esto  es  así  con  respecto  a  núme- 
ros simples,  sube  de  punto  la  ventaja  en  tratándose  de  los 
compuestos  o  de  operaciones :  la  aritmética  tiene  su  alfabeto 
especial,  que  es  1,  2,  3,  4,  5,  6,  7,  8,  9,  0 ;  con  él  expresa  ||  toda 
clase  de  números ;  y  como,  además,  todas  las  operaciones 
aritméticas  se  reducen  a  sumar,  restar,  multiplicar  y  divi- 
dir, expresa  con  cuatro  signos  todas  las  operaciones  que  se 
le  puedan  ofrecer.  La  diferencia  de  sencillez  entre  la  escri- 
tura ideográfica  y  la  fonética  se  puede  ver  en  el  ejemplo  si- 
guiente : 


para  trasladar  fonéticamente  la  misma  expresión  será  pre- 
ciso escribir :  tres  millones,  cuatrocientos  cincuenta  y  siete 
mil,  ochocientos  noventa  y  cuatro,  multiplicado  por  cincuen- 
ta y  siete  millones,  ochocientos  sesenta  y  nueve  mil,  cuatro- 
cientos setenta  y  seis ;  y  el  producto,  dividido  por  otro  nú- 
mero formado  de  la  suma  de  seiscientos  setenta  y  nueve 
mil,  ochorientos  setenta  y  dos,  con  tres  mil  cuatrocientos 
sesenta  y  siete,  de  la  cual  se  quite  un  quebrado  cuyo  nume- 
rador sea  cuatrocientos  noventa  y  tres,  y  denominador  se- 
tecientos ochenta  y  nueve.  ¿Quién  no  ve  las  ventajas  que 
la  primera  expresión  lleva  a  la  segunda  en  economía  de 
espacio  y  tiempo,  y  sobre  todo  en  claridad  y  en  la  facilidad 
de  su  manejo  para  el  cálculo? 

210.  El  álgebra  sólo  se  diferencia  de  la  aritmética  en  la 
indeterminación  de  sus  expresiones,  y  así  se  le  puede  apli- 
car lo  mismo  que  a  ésta.  Las  letras  del  alfabeto  expresan 
las  cantidades  en  general,  y  los  ¡j  signos  de  las  operacio- 
nes son  los  mismos  que  en  la  aritmética,  sólo  que  la  multi- 
plicación puede  expresarla  con  la  simple  yuxtaposición  de 
los  factores,  sin  peligro  de  la  confusión  que  habría  en  los 
números ;  b  c  es  lo  mismo  que  b  x  c:  si  en  aritmética  en 
vez  de  3  x  5  escribiéramos  35,  no  resultaría  15,  sino  35.  Sea 
la  expresión 


3457894  x  57869476 


679872  +  3467  — 


493 

789 


2ps 


c 


V   am  bn 


346  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  [21,  296-298] 


para  escribirla  fonéticamente  con  alguna  claridad  será  ne- 
cesario emplear  más  de  una  página,  siendo  imposible  rete- 
ner en  la  memoria  todo  lo  que  ella  dice. 

211.  La  razón  de  que  haya  sido  posible  dar  tanta  sen- 
cillez a  la  escritura  ideográfica  del  cálculo,  resulta  de  que 
son  en  escaso  número  las  ideas  representadas.  Propiamen- 
te hablando,  no  hay  más  que  añadir  y  quitar,  pues  la  ele- 
vación o  potencias  y  extracción  de  raíces  se  reducen  a  las 
operaciones  de  multiplicar  y  dividir,  y  éstas  a  su  vez  no 
son  otra  cosa  que  abreviaciones  de  las  de  sumar  y  i'estar. 
El  número  mayor  que  imaginarse  pueda  sólo  contiene  re- 
peticiones de  la  unidad ;  y  el  más  pequeño  quebrado  no 
encierra  más  que  partes  de  la  unidad,  o,  mejor  ¡¡  diremos, 
unidades  de  nueva  especie.  La  mayor  sencillez  de  las  ex- 
presiones algebraicas  sobre  las  aritméticas  nace  de  que  el 
álgebra  considera  las  ideas  en  un  estado  más  simple,  pues 
que  sólo  atiende  a  las  cantidades  en  general :  bd  no  expresa 
números  determinados  como  4,  6,  7,  sino  cantidades  cuales- 
quiera ;  y  así  la  expresión  de  sus  combinaciones  deja  en 
mucha  mayor  libertad  al  calculador,  descartando,  por  de- 
cirlo así,  el  pesado  acompañamiento  de  las  ideas  particu- 
lares. 

212.  Hay  que  notar  aquí  una  cosa  admirable,  y  es  el  que 
una  ciencia  tan  colosal,  una  ciencia  que  domina  todos  los 
otros  ramos  de  las  matemáticas,  y,  por  medio  de  éstas,  a 
todas  las  naturales,  debe  todo  lo  que  es  a  las  expresiones 
de  que  se  vale,  a  haber  encontrado  los  signos  más  a  propó- 
sito para  la  expresión  de  las  ideas  que  forman  su  objeto. 
Quitad  al  álgebra  sus  signos,  y  desaparece.  Singular  extra- 
ñeza  que  el  secreto  de  la  perfección  de  una  ciencia  tan  vas- 
ta se  reduzca  a  la  perfección  de  la  escritura  (véase  Filosofía 
fundamental,  1.  1°,  ce.  XXVI,  XXVII  v  XXVIII)  [volu- 
men XVI].  || 


CAPITULO  XVIII 

Consideraciones  sobre  los  admirables  efectos 
de  la  palabra  y  de  la  escritura 


213.  Echemos  una  ojeada  sobre  los  inmensos  resultados 
de  la  palabra  y  de  la  escritura. 

La  palabra  nos  pone  en  comunicación  recíproca :  por 
ella  nos  transmitimos  las  más  delicadas  relaciones  de  ]as 
ideas ;  sin  ella  el  espíritu  humano  estaría  encerrado  en  sí 


[21,  298-300]  GRAMÁTICA  GENERAL. — C.  18 


347 


propio  y  no  podría  poner  en  conocimiento  de  sus  semejan- 
tes sino  muy  poco  de  lo  que  experimenta  dentro  de  sí,  y 
eso  imperfectamente.  Sin  la  palabra  la  sociedad  política  se 
destruye,  y  la  doméstica  queda  reducida  a  la  conservación 
de  la  especie  a  la  manera  de  los  brutos  animales. 

214.  Pero  no  se  limita  la  palabra  a  la  comunicación  de 
los  espíritus,  sino  que  en  cada  uno  de  éstos,  considerado 
en  sí,  es  un  poderoso  vínculo  de  las  ideas,  no  sólo  para  re- 
cordarlas, sino  también  para  ligarlas  en  los  juicios  y  racio- 
cinios. En  el  lenguaje  tiene  el  espíritu  una  especie  de  tabla 
de  registro,  donde  acude  cuando  necesita  recordar,  orde- 
nar o  aclarar  ||  sus  ideas.  A  veces  en  una  palabra  sola  con- 
serva vinculada  la  memoria  de  largas  operaciones ;  y  con 
pronunciarla  o  leerla  siente  desenvolver  en  su  interior  el 
hilo  de  conocimientos  adquiridos  en  largos  años,  y  en  que 
se  encierra  tal  vez  el  fruto  de  los  trabajos  de  la  humani- 
dad durante  muchos  siglos  (véase  Filosofía  fundamental, 
L  1.°,  ce.  XXVI,  XXVII  y  XXVIII)  [vol.  XVI]. 

215.  La  palabra  era  un  signo  que  debía  estar  pronto  a 
todas  horas  y  ser  además  susceptible  de  infinitas  modifica- 
ciones para  expresar  la  variedad,  la  gradación,  los  matices 
de  las  ideas ;  he  aquí  por  qué  se  nos  ha  dado  un  órgano 
que  con  la  mayor  facilidad  y  rapidez  ejecuta  todos  los  mo- 
vimientos, haciendo  sentir  todas  las  combinaciones  imagi- 
nables. El  mecanismo  de  la  voz,  la  suma  facilidad  con  que 
se  presta  a  todos  los  mandatos  de  la  voluntad,  revistiendo 
de  una  forma  sensible  el  pensamiento,  es  de  lo  más  asom- 
broso que  cabe  imaginar.  ¿Quién  señala  el  tiempo  que  me- 
dia entre  la  concepción  de  un  pensamiento  y  su  expresión 
hablada?  Ved  al  orador  de  cuya  boca  mana  el  discurso 
como  un  río  de  oro,  con  la  impetuosidad  de  una  catarata ; 
¡  cuántas  ideas  de  todas  clases !  Lo  sensible,  lo  insensible ; 
lo  simple,  lo  compuesto ;  juicios,  raciocinios,  comparaciones, 
análisis,  síntesis,  todo  lo  expresa  con  la  misma  facilidad 
que  lo  concibe ;  el  pensamiento  surge  en  la  mente  del  ora- 
dor, y  al  mismo  instante  brilla  ya  en  la  del  oyente  con  la 
rapidez  del  relámpago ;  y,  sin  embargo,  ha  sido  preciso 
que  el  pensamiento  se  concibiese,  y  que  la  ||  voluntad  man- 
dase el  movimiento  de  los  órganos  de  la  voz,  y  que  el  aire 
vibrase,  y  que  la  vibración  llegase  al  oído  del  otro  y  se  co- 
municase a  su  cerebro,  y  que  el  sonido  sirviese  al  enten- 
dimiento como  de  contraseña  para  percibir  la  idea ;  y  esto 
en  número  ilimitado,  en  variedad  indecible,  en  gradaciones 
las  más  delicadas,  en  combinaciones  abstrusas,  con  mezcla 
de  sentimientos  de  mii  especies,  estableciéndose  un  flujo  de 
ideas  y  afectos  entre  el  que  habla  y  el  que  oye,  como  el  de 
los  rayos  solares,  llevando  a  largas  distancias  la  luz  y  la 
vida.  Y,  ¡cosa  admirable!,  no  es  éste  un  privilegio  de  los 


348  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  121,  300-301] 


sabios,  es  el  patrimonio  de  la  humanidad ;  lo  mismo  que 
el  orador  más  nombrado  hace  el  hombre  del  pueblo,  la 
mujer  más  ignorante ;  la  facilidad,  la  rapidez,  el  portento 
de  la  expresión,  todo  es  lo  mismo ;  cuando  tratamos  de  un 
fenómeno  tan  asombroso,  ¿qué  significa  un  poco  más  o  me- 
nos de  cultura  en  las  palabras,  de  esmero  en  la  pronuncia- 
ción? Lo  admirable  está  en  el  lenguaje  mismo,  no  en  esns 
ligeros  aditamentos.  Reconozcamos  la  sabiduría  y  bondad 
del  Criador  y  démosle  gracias  por  tamaño  beneficio. 

216.  La  escritura  es  la  ampliación  de  la  palabra;  es  la- 
palabra  misma  triunfando  del  espacio  y  del  tiempo.  Con  la 
escritura  no  hay  distancias.  Un  hombre  retirado  en  un  án- 
gulo del  mundo  concibe  una  idea  y  hace  un  signo  en  una 
hoja  deleznable;  el  hombre  muere  desconocido;  el  viento 
esparce  sus  cenizas  antes  que  se  haya  descubierto  su  igno- 
rada tumba.  Y,  sin  embargo,  la  idea  vuela  por  toda  la  re- 
dondez del  globo  y  se  conserva  intacta  al  través  de  la  co- 
rriente de  ||  los  siglos,  entre  las  revoluciones  de  los  impe- 
rios, entre  las  catástrofes  en  que  se  hunden  los  palacios  de 
los  monarcas,  en  que  perecen  las  familias  más  ilustres,  en 
que  pueblos  enteros  son  borrados  de  la  faz  de  la  tierra,  en 
que  pasan  sin  dejar  memoria  de  sí  tantas  cosas  que  se  ape- 
llidan grandes.  Y  el  pensamiento  del  mortal  desconocido  se 
conserva  aún;  el  signo  se  perpetúa;  los  pedazos  de  la  dé- 
bil hoja  sé  salvan,  y  en  ella  está  el  misterioso  signo  donde 
la  mano  del  obscuro  mortal  envolvió  su  idea  y  la  transmi- 
tió al  mundo  entero  en  todas  sus  generaciones.  Tal  vez  el 
desgraciado  perecía  como  Camoens  en  la  mayor  miseria ;  su 
voz  moribunda  se  exhalaba  sin  un  testigo  que  le  consolase ; 
tal  vez  trazaba  aquellos  signos  a  la  escasa  luz  de  un  cala- 
bozo. ¡Qué  importa!  Desde  un  cuerpo  tan  débil,  su  espíritu 
domina  la  tierra ;  la  voz  que  no  quieren  oír  sus  enfermeros 
o  carceleros  la  oirá  la  humanidad  en  los  siglos  futuros.  Esto 
hace  la  escritura.  ¡Cuán  débiles  somos!  ¡Y  cuán  grandes  en 
medio  de  nuestra  debilidad!  || 


PSICOLOGIA 


CAPITULO  1 

Que  el  alma  humana  es  substancia 


1.  Después  de  haber  examinado  los  fenómenos  sensiti- 
vos en  la  Estética,  los  intelectuales  en  la  Ideología  pura  y 
la  expresión  de  ellos  en  la  Gramática  general,  debemos  in- 
vestigar cuál  es  la  naturaleza  del  sujeto  en  que  se  hallan. 
Tal  es  el  objeto  de  este  tratado :  Psicología,  o  ciencia  del 
alma.  Los  anteriores  son  también  psicológicos,  porque  ver- 
san sobre  el  alma ;  pero  como  no  la  consideran  en  sí  misma, 
sino  en  sus  fenómenos,  conviene  reservar  el  nombre  psico- 
logía para  la  ciencia  que  se  propone  investigar  la  misma  na- 
turaleza del  sujeto  en  que  los  fenómenos  se  suceden. 

2.  Kant  pretende  que  no  es  posible  probar  que  nuestra 
alma  sea  más  que  una  simple  serie  de  fenómenos ;  o,  en 
otros  términos,  opina  que  no  es  dable  demostrar  que  nues- 
tra alma  sea  una  substancia.  Este  ||  es  un  error  fundamen- 
tal: la  psicología  debe  comenzar  por  establecer  y  demos- 
trar la  verdad  contraria. 

3.  El  alma  es  substancia. 

Por  substancia  entendemos  (véase  Ideología,  c.  X)  un  ser 
permanente,  no  inherente  a  otro  a  manera  de  modificación ; 
el  alma  tiene  estas  propiedades,  luego  es  substancia.  La  ex- 
periencia interna  nos  atestigua  que  en  nosotros  hay  un  su- 
jeto en  el  cual  se  verifican  las  sensaciones  y  los  actos  del 
entendimiento  y  de  la  voluntad.  Sin  esa  identidad  del  yo 
no  puede  explicarse  cómo  nos  hallamos  uno  idéntico  en  me- 
dio de  las  mudanzas ;  no  se  concibe  cómo  el  hombre  se  en- 
cuentra hoy  el  mismo  que  era  ayer,  a  pesar  de  las  varie- 
dades que  haya  experimentado. 

4.  El  negar  la  substancialidad  del  alma  conduce  al  ab- 


350  FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— METAFÍSICA 


[21,  304-306] 


surdo  de  la  imposibilidad  de  la  memoria :  no  siendo  el  alma 
más  que  una  serie  de  fenómenos  que  no  residiesen  en  un 
mismo  sujeto,  no  dejarían  éstos  ninguna  huella.  Sean  los 
pensamientos  A,  B,  C,  D,  que  se  hayan  sucedido  respectiva- 
mente en  los  instantes  a,  b,  c,  d.  Resultará  que  en  el  pen- 
samiento B  no  podrá  haber  ninguna  huella  del  A,  ni  en 
el  C  del  B,  verificándose  lo  propio  en  todos  los  demás.  Por- 
que cuando  se  presenta  el  pensamiento  B  ha  desaparecido 
el  pensamiento  A ;  y  como  el  B  no  existía  cuando  existía  A, 
por  ser  sucesivos  en  el  tiempo,  no  puede  aquél  haber  reci- 
bido nada  de  éste.  Luego  no  puede  haber  en  B  ninguna 
huella  de  A. 

Si  se  dice  que  A  y  B  están  inmediatos  en  el  tiempo,  ¡¡  y 
que,  por  consiguiente,  se  pueden  transmitir  algo,  recibien- 
do el  segundo  lo  que  pierde  el  primero,  preguntaremos  si 
lo  recibido  es  el  mismo  pensamiento  A  u  otra  cosa  distinta. 
Si  es  el  mismo  pensamiento  A,  resulta  que  éste  no  desapa- 
rece, sino  que  continúa ;  y  como  lo  propio  se  ha  de  verificar 
en  los  pensamientos  sucesivos,  tendremos  que  el  A  perma- 
nece siempre  el  mismo.  Así  la  opinión  que  negaba  la  subs- 
tancialidad del  alma  viene  a  parar  a  la  substancialidad  del 
pensamiento ;  por  manera  que  no  habiendo  querido  reco- 
nocer en  el  sujeto  la  propiedad  de  substancia,  la  ha  reco- 
nocido en  la  modificación.  Si  es  algo  distinto  lo  que  el  pen- 
samiento A  transmite  al  B,  ocurre  la  dificultad  de  cómo  una 
cosa  puede  traer  consigo  el  recuerdo  de  otra  totalmente 
distinta.  Si  se  replicase  que  lo  que  el  A  transmite  al  B,  aun- 
que sea  distinto,  encierra  todavía  algo  del  pensamiento  A, 
por  lo  cual  puede  conservar  su  recuerdo,  hallamos  otra  vez 
algo  permanente ;  y  no  habiéndose  querido  la  substancia- 
lidad del  alma  ni  la  substancialidad  del  pensamiento,  se 
viene  a  caer  en  una  cosa  tan  extraña  cual  es  la  permanen- 
cia o  bien  la  substancialidad  de  una  modificación  del  pen- 
samiento :  se  convierte  en  substancia  la  modificación  de  una 
modificación. 

5.  Considérese  la  cuestión  bajo  el  aspecto  que  se  quie- 
ra: sin  la  substancialidad  del  alma  es  imposible  explicar  los 
fenómenos  de  la  unidad  y  continuidad  de  la  conciencia ;  no 
habiendo  en  nosotros  nada  permanente,  todas  nuestras  afec- 
ciones, todos  nuestros  pensamientos  no  formarían  más  que 
una  serie  de  hechos  ||  sin  vínculo  de  ninguna  especie,  no 
habría  memoria,  no  habría  unidad  de  conciencia,  no  habría 
reflexión  sobre  ninguno  de  nuestros  actos  internos :  ni  pu- 
diéramos siquiera  percibirnos,  pues  que  no  habría  sujeto 
percipiente,  y  cada  fenómeno  sería  tan  extraño  al  otro  como 
un  pensamiento  de  un  hombre  lo*  es  al  de  otro  (véase  Filo- 
sofía fundamental,  1.  9.°,  ce.  VI,  VII,  VIII,  IX  y  X)  [volu- 
men XIX].  || 


[21,  307-308] 


PSICOLOGÍA. — C.  2. 


351 


CAPITULO  II 

Simplicidad  del  alma 


6.  El  alma  humana  es  simple. 

Es  simple  lo  que  carece  de  partes ;  y  el  alma  no  las  tie- 
ne. Supóngase  que  hay  en  ella  las  partes  A,  B,  C ;  pregun- 
to:  ¿Dónde  reside  el  pensamiento?  Si  sólo  en  A,  están  de 
más  B  y  C,  y,  por  consiguiente,  el  sujeto  simple  A  será  el 
alma.  Si  el  pensamiento  reside  en  A,  B  y  C,  resulta  el  pen- 
samiento dividido  en  partes,  lo  que  es  absurdo.  ¿Qué  serán 
una  percepción,  una  comparación,  un  juicio,  un  raciocinio, 
distribuidos  en  tres  sujetos? 

7.  La  unidad  de  conciencia  se  opone  a  la  división  del 
alma:  cuando  pensamos  hay  un  sujeto  que  sabe  todo  lo 
que  piensa,  y  esto  es  imposible  atribuyéndole  partes.  Del 
pensamiento  que  esté  en  la  A  nada  sabrán  B  ni  C,  y  re- 
cíprocamente ;  luego  no  habrá  una  conciencia  de  todo  el 
pensamiento ;  cada  parte  tendrá  su  conciencia  especial,  y 
dentro  de  nosotros  habrá  tantos  seres  pensantes  cuantas 
sean  las  partes.  || 

8.  Además,  estas  partes  A,  B,  C,  o  serán  simples  o  com- 
puestas :  si  son  simples  llegamos  a  seres  pensantes  simples, 
y,  por  consiguiente,  a  lo  que  nosotros  llamamos  almas ;  así, 
no  queriendo  reconocer  una  en  cada  hombre,  se  cae  en  el 
extremo  de  admitir  muchas :  si  las  partes  son  compuestas 
volveremos  al  mismo  argumento  del  párrafo  anterior,  y, 
por  consiguiente,  será  preciso  llegar  a  seres  simples  pen- 
santes o  proceder  admitiendo  nuevas  partes  hasta  lo  infini- 
to ;  en  cuyo  caso  la  conciencia  no  será  una.  sino  multiplica- 
da hasta  lo  infinito. 

9.  Para  eludir  esta  demostración  de  nada  sirve  el  ape- 
lar a  una  comunicación  de  las  partes  entre  sí.  Supongamos 
que  se  quiera  conservar  la  unidad  de  la  conciencia  pensan- 
te fingiendo  que  la  parte  A  comunica  todo  su  pensamiento 
a  las  B  y  C,  y  que  éstas  hacen  lo  mismo  con  respecto  a  ella. 
Contra  este  efugio  militan  las  siguientes  dificultades :  1.a  No 
puede  alegarse  ninguna  razón,  ni  a  priori  ni  de  experiencia, 
para  probar  que  existe  una  comunicación  semejante ;  luego 
es  una  pura  ficción  que  nada  vale  en  el  terreno  de  la  cien- 
cia. 2.a  No  se  salva  la  unidad  de  conciencia,  antes  bien  se  la 
triplica  ;  no  resulta  un  solo  ser  pensante,  sino  tres,  o  cuan- 


352  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  [21,  308-311] 


tas  sean  las  partes  que  se  hallen  en  comunicación.  3.a  Si  al 
fin  se  ha  de  llegar  a  seres  pensantes  simples,  porque  sin  esto 
no  se  puede  explicar  la  unidad  de  conciencia,  ¿a  qué  mul- 
tiplicarlos para  verse  luego  en  la  necesidad  de  fingir  co- 
municaciones imaginarias?  Si  se  conviene  en  que  no  es  po- 
sible explicar  la  unidad  de  conciencia  ||  sin  admitir  que 
cada  ser  pensante  reúne  en  sí  todo  aquello  de  que  tiene 
conciencia,  ¿por  qué  no  admitir  desde  luego  el  ser  pensan- 
te, uno  y  simple?  || 


CAPITULO  III 


Identidad  del  ser  que  en  nosotros  piensa  y  siente 


10.  El  ser  que  piensa  en  nosotros  es  el  mismo  que  siente. 

El  admitir  en  el  hombre  diversos  sujetos  de  estas  accio- 
nes es  romper  la  unidad  de  conciencia.  En  efecto ;  yo  mis- 
mo que  pienso  tengo  conciencia  de  que  siento ;  si  estos  dos 
principios  fuesen  distintos,  la  conciencia  de  ambas  cosas  a 
un  tiempo  es  imposible.  Sean  los  dos  sujetos  A  y  B:  A  ex- 
perimentará una  sensación ;  B  un  pensamiento ;  siendo  A 
y  B  distintos,  ¿por  qué  ha  de  tener  el  uno  conciencia  de  lo 
que  pasa  en  el  otro?  ¿Se  dirá  tal  vez  que  se  lo  comunican? 
Pero  en  tal  caso  volvemos  a  la  dificultad  del  capítulo  an- 
terior. La  comunicación  no  significa  otra  cosa  sino  que  A 
transmite  a  B  su  sensación,  al  paso  que  B  transmite  a  A  su 
pensamiento,  en  cuyo  caso  resulta  que  A  siente  y  piensa,  y 
B  piensa  y  siente.  Luego  queriendo  evitar  el  admitir  un 
ser  que  pensase  y  sintiese,  se  admiten  dos.  || 

11.  Se  puede  objetar  a  esto  el  que  experimentamos  con 
mucha  frecuencia  que  el  pensamiento  y  la  voluntad  racio- 
nal están  en  contradicción  con  las  facultades  sensitivas,  lo 
que  parece  indicar  que  los  sujetos  de  ellas  son  distintos. 
Esta  dificultad  sólo  prueba  que  el  alma  experimenta  afec- 
ciones diferentes  y  aun  opuestas ;  mas  no  que  éstas  residan 
en  distintos  sujetos.  Por  lo  mismo  que  se  siente  la  lucha,  el 
sujeto  que  la  experimenta  debe  ser  uno;  de  lo  contrario  no 
podría  haber  conciencia  de  ambas  cosas  a  un  mismo  tiempo. 
Esto  nos  lleva  a  consignar  la  existencia  del  libre  albedrío, 
considerando  al  alma  como  una  substancia  dotada  no  sólo 
de  espontaneidad,  sino  también  de  libertad.  || 


[21,  312-313] 


PSICOLOGÍA. — C.  4 


353 


CAPITULO  IV 

Libertad  de  albedrío 


12.  En  nosotros,  a  más  de  las  inclinaciones  sensitivas, 
hay  una  facultad  de  inclinaciones  puramente  racionales  que 
se  llama  voluntad.  La  existencia  de  esta  facultad  podría  de- 
mostrarse a  priori,  porque  habiendo  en  nosotros  ideas  su- 
periores al  orden  sensible,  si  nos  faltase  una  inclinación  co- 
rrespondiente a  ellas,  nuestra  naturaleza  estaría  manca,  por 
decirlo  así,  debiendo  limitarse  a  pura  especulación  en  lo  que 
se  le  ofrece  de  más  noble ;  pero  a  más  de  esta  razón  tene- 
mos la  experiencia,  que  nos  atestigua  de  una  manera  indu- 
dable la  existencia  de  la  voluntad.  Muchas  veces  nos  acon- 
tece que,  estando  inclinados  por  el  sentimiento  a  un  acto, 
hacemos  lo  contrario ;  así  se  verifica  cuando  cumplimos 
nuestro  deber  a  pesar  del  impulso  de  las  pasiones.  Enton- 
ces se  entabla  en  nuestro  interior  una  lucha  en  que  parece 
que  hay  dos  hombres,  el  uno  rigiéndose  por  las  impresio- 
nes sensibles,  el  otro  por  el  dictamen  de  la  razón.  El  he- 
roísmo no  es  más  que  una  gran  victoria  que  el  héroe  alcan- 
za de  sí  propio :  el  hombre  nunca  es  más  grande  ||  que  cuan- 
do cumple  su  deber,  sojuzgando  sus  inclinaciones  más  vio- 
lentas ;  y  es  que  en  tal  caso  obra  como  hombre  de  una  ma- 
nera especial,  pues  que  en  la  competencia  entre  las  pasio- 
nes y  la  razón  abate  a  las  pasiones  y  saca  triunfante  a  la 
razón. 

13.  La  voluntad  racional  es  libre. 

Entiendo  aquí  por  libertad  la  ausencia  no  sólo  de  toda 
coacción,  sino  también  de  toda  necesidad  intrínseca ;  para 
que  haya  libertad  no  basta  que  nadie  nos  fuerce  en  lo  ex- 
terior ;  es  preciso,  además,  que  no  haya  en  nosotros  ningu- 
na necesidad  intrínseca  que  nos  impela  a  obrar  o  querer  de 
una  manera  determinada.  Si  por  libertad  se  entendiese  úni- 
camente la  ausencia  de  coacción  o  de  violencia,  se  podrían 
llamar  libres  todos  los  movimientos  instintivos  y  sentimen- 
tales, pues  que  éstos  proceden,  no  de  una  causa  que  influya 
violentamente  sobre  nosotros,  sino  de  un  principio  interno 
que  se  desenvuelve  sin  que  podamos  impedirlo.  Esta  liber- 
tad que  excluye  no  sólo  la  violencia,  sino  también  la  nece- 
sidad intrínseca,  se  llama  libertad  de  albedrío. 

14.  El  sentido  íntimo  nos  asegura  de  que  somos  libres, 
no  sólo  para  ejecutar  cosas  diferentes,  sino  también  para 

•21 


354  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSIC  \  [21.  313-315] 


hacer  o  dejar  de  hacer  una  misma.  Cuando  estamos  senta- 
dos nos  sentimos  con  libertad  para  querer  levantarnos :  cien 
veces  podemos  hacer  lo  uno  y  lo  otro  según  nuestras  nece- 
sidades, conveniencia  o  capricho.  Lo  mismo  se  verifica  en 
las  demás  acciones:  hasta  en  el  caso  en  que  obedecemos  a 
una  ley  u  obramos  ||  por  temor  del  castigo  o  impelidos  por 
un  sentimiento  poderoso,  nos  hallamos  con  libertad  para 
suspender  la  acción  que  estamos  ejecutando.  Privados  del 
movimiento  del  cuerpo  por  una  enfermedad  o  una  causa  vio- 
lenta, nos  sentimos  libres  en  nuestro  interior  para  querer  o 
no  querer  el  movimiento.  Mientras  permanecemos  en  sano 
juicio  conservamos  un  dominio  exclusivo  en  los  actos  de 
nuestra  voluntad:  los  hombres  pueden  sujetar  el  cuerpo, 
pero  no  el  alma ;  por  medio  de  las  amenazas,  de  las  priva- 
ciones, de  los  tormentos,  pueden  inclinarnos  más  o  menos  a 
querer  o  no  querer  un  objeto ;  pero  siempre  nos  queda  en- 
comendada la  última  decisión:  los  mártires,  en  medio  de  los 
más  atroces  padecimientos,  permanecían  inmóviles  en  la  fe, 
desafiando  desde  el  santuario  de  su  conciencia  la  más  refi- 
nada crueldad  de  los  verdugos. 

15.  El  argumento  que  se  funda  en  el  testimonio  del 
sentido  íntimo  es  tan  concluyente  que  no  necesita  para 
nada  el  auxilio  de  otro :  la  libertad  de  albedrío  la  hallamos 
en  nuestro  interior,  la  experimentamos  en  todos  los  momen- 
tos de  la  vida,  y  no  hemos  menester  de  que  otros  nos  la  en- 
señen. Sin  embargo,  no  será  fuera  del  caso  notar  que  el 
testimonio  del  linaje  humano  está  acorde  en  este  punto.  La 
virtud,  el  vicio,  el  mérito,  el  demérito,  el  premio  y  el  cás- 
tigo  son  cosas  reconocidas  por  los  hombres  de  todos  los  si- 
glos y  de  todos  los  países ;  si  quitamos  la  libertad  de  al- 
bedrío, estas  palabras  no  significan  nada,  porque  no  se  con- 
cibe que  pueda  haber  mérito  ni  demérito  en  lo  |'¡  que  no  se 
ha  podido  evitar :  sin  libre  albedrío  las  acciones  del  hombre 
serían  una  emanación  de  causas  necesarias,  residentes  en  su 
interior ;  y  no  merecería  por  ellas  más  vituperio  ni  alaban- 
za que  por  un  dolor,  una  enfermedad,  una  afección  cual- 
quiera de  su  organización  que  no  ha  podido  remediar  ni 
prevenir.  El  fatalismo,  o  sea  el  sistema  que  niega  la  liber- 
tad de  albedrío,  rompe  todos  los  lazos  de  la  sociedad  tanto 
civil  como  doméstica,  trastorna  los  principios  fundamenta- 
les que  la  dirigen  y  convierte  al  linaje  humano  en  un  con- 
junto de  máquinas  que  obedecen  a  impulsos  secretos  en 
cuya  modificación  no  tienen  ninguna  parte.  Así,  vanas  son 
las  leyes,  inútiles  los  premios  y  los  castigos ;  el  arte  de  per- 
suadir carece  de  objeto ;  y  el  hombre,  que  con  la  libertad  de 
albedrío  se  levanta  a  una  altura  tan  superior,  queda  re- 
ducido por  el  fatalismo  a  la  miserable  condición  de  los 
brutos.  || 


CAPITULO  V 


Comunicación  del  alma  con  el  cuerpo 


16.  Siendo  el  alma  simple  y  el  cuerpo  compuesto,  se  ofre- 
cen gravísimas  dificultades  cuando  se  trata  de  explicar  su 
influencia  recíproca.  Los  filósofos  se  han  dividido  en  varias 
opiniones.  Unos  creen  que  el  alma  nada  recibe  del  cuerpo, 
ni  éste  del  alma,  y  que  sólo  son  ocasiones  de  que  Dios  cau- 
se en  uno  y  en  otra  el  efecto  correspondiente.  Según  esto  no 
es  el  alma  la  que  mueve  el  brazo ;  al  querer  el  alma  que  e! 
brazo  se  mueva,  Dios  le  mueve ;  las  sensaciones  no  son  pro- 
ducidas en  el  alma  por  las  impresiones  corpóreas,  sino  que 
al  afectar  un  cuerpo  nuestros  órganos,  y  por  ellos  el  cere- 
bro, Dios  causa  en  el  alma  la  sensación  que  corresponde. 
Este  sistema  se  ha  llamado  el  de  las  causas  ocasionales. 

Otros  filósofos  han  creído  que  la  influencia  recíproca  en- 
tre el  alma  y  el  cuerpo  no  era  solamente  ocasional,  sino 
real,  física,  y  a  su  sistema  le  llaman  del  influjo  físico. 

17.  ¡Leibniz,  con  su  fecunda  inventiva,  escogió  otra  hi- 
pótesis muy  ingeniosa,  pero  destituida  de  fundamento.  ||  Se- 
gún este  filósofo,  el  alma  y  el  cuerpo  pueden  compararse  a 
dos  relojes  que,  sin  estar  en  comunicación  de  ninguna  espe- 
cie, han  sido  construidos  con  tal  exactitud  y  previsión  que 
el  uno  siempre  marca  lo  mismo  que  el  otro,  sin  que  haya 
jamás  la  menor  discrepancia.  Así  será  preciso  suponer  que 
en  el  alma  está  preparada  desde  su  creación  toda  la  serie 
de  sensaciones,  pensamientos,  actos  de  voluntad  y  cuantas 
afecciones  experimenta ;  y  que  en  el  cuerpo  se  halla  otra 
serie  paralela  de  todos  sus  movimientos:  estas  dos  series 
están  dispuestas  con  tan  exacta  correspondencia,  que,  por 
ejemplo,  si  corresponde  a  la  serie  del  alma  que  hoy  a  las 
cinco  y  tres  minutos  y  cuatro  segundos  de  la  tarde  quiera 
recibir  la  sensación  de  la  lectura  de  un  libro,  precisamente 
en  el  mismo  instante  corresponderá  en  la  serie  del  cuerpo 
el  movimiento  de  tomar  el  libro  cuya  lectura  deseo.  Este 
movimiento  de  mi  brazo,  aunque  me  parezca  que  procede 
del  imperio  de  la  voluntad,  es  del  todo  independiente  de 
ella  ;  el  imperio  y  el  movimiento  son  dos  posiciones  de  las 
agujas  de  dos  relojes,  que  coinciden  en  marcar  la  misma 
hora,  no  porque  tengan  entre  sí  ninguna  comunicación,  sino 
porque  su  autor  los  ha  construido  con  tan  delicada  exacti- 
tud. Por  cuya  razón  este  sistema  lleva  el  nombre  de  harmo- 
nía praestabilita. 


356  FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— METAFÍSICA  [21.  317-319] 


La  simple  exposición  del  sistema  de  Leibniz  es  su  refu- 
tación más  cumplida.  ¿En  qué  se  funda  tan  extraña  hipó- 
tesis? ¿Hay  algún  hecho  experimental  o  alguna  razón  a 
priori  en  que  se  la  pueda  cimentar?  Además,  salta  a  los 
ojos  la  dificultad  de  conciliar  semejante  hipótesis  con  la 
libertad  de  albedrío.  Si  todos  ||  los  actos  de  nuestra  volun- 
tad están  predispuestos  con  tal  orden  que  el  uno  se  haya 
de  suceder  al  otro,  como  los  movimientos  de  un  reloj,  la  li- 
bertad es  una  ilusión ;  y  al  ejercer  los  actos  que  creemos  li- 
bres no  hacemos  más  que  obedecer  al  desarrollo  de  la  serie 
que  de  antemano  está  preparada  en  nosotros.  Supuesto  que 
las  dos  series  son  independientes  entre  sí,  resulta  que  los 
actos  más  culpables  serán  inocentes ;  el  hombre  que  asesi- 
na a  otro  ejecutará  un  movimiento  necesario,  y  estará  tan 
ajeno  de  culpa  como  la  rueda  de  una  máquina  que  aplasta 
a  quien  encuentra  debajo. 

18.  Varias  son  las  razones  que  se  alegan  en  pro  y  en 
contra  del  sistema  del  influjo  físico  y  del  ocasional ;  para 
no  enredarnos  en  cuestiones  vanas  será  conveniente  fijar  las 
ideas  separando  lo  cierto  de  lo  dudoso.  Veamos  ante  todo 
lo  que  nos  atestigua  la  experiencia. 

A  ciertas  impresiones  recibidas  por  órganos  correspon- 
den determinadas  afecciones  en  el  alma ;  y,  recíprocamen- 
te, a  ciertos  actos  del  alma  corresponden  determinados  mo- 
vimientos en  el  cuerpo.  Se  aplica  a  mi  mano  un  pedazo  de 
hielo,  y  mi  alma,  experimentando  la  sensación  de  frío,  quie- 
re que  la  mano  se  mueva  para  remover  lo  que  la  molesta, 
y  la  mano  se  mueve.  Esto  es  lo  único  que  enseña  la  expe- 
riencia ;  en  pasando  de  aquí  entramos  en  discusiones  filo- 
sóficas. 

19.  Los  partidarios  de  la  causalidad  ocasional  argumen- 
tan de  este  modo:  lo  simple  y  lo  compuesto  ||  no  pueden 
influir  lo  uno  sobre  lo  otro ;  éstas  son  cosas  disparatadas 
cuya  acción  recíproca  no  se  puede  ni  siquiera  concebir.  Un 
cuerpo  obra  sobre  otro  cuerpo  porque  las  partes  del  agente 
se  aplican  a  las  del  paciente ;  pero  ¿cómo  se  podrá  verificar 
esto  cuando  uno  de  los  dos  extremos  carece  de  partes?  Lue- 
go, supuesto  que  la  experiencia  nos  atestigua  la  correspon- 
dencia de  los  actos  del  cuerpo  con  los  del  alma,  debiéra- 
mos decir  que  Dios  es  quien  produce  inmediatamente  en 
ambos  los  efectos  correspondientes,  sin  que  uno  ni  otro  sean 
más  que  meras  ocasiones  del  ejercicio  de  la  causalidad 
divina. 

Esta  dificultad  es  especiosa :  a  primera  vista  parece  in- 
soluble ;  sin  embargo,  es  susceptible  de  observaciones  que 
la  debilitan  mucho,  si  no  la  disipan  del  todo. 

20.  La  razón  de  que  no  puede  haber  comunicación  en- 
tre lo  simple  y  lo  compuesto  prueba  demasiado,  y  por  con- 


[21.  319-321] 


PSICOLOGÍA. — C.  5 


357 


siguiente  no  prueba  nada.  Admitida  absolutamente  la  pro- 
posición, se  seguiría  que  Dios,  simplicísimo,  no  puede 
ejercer  su  acción  sobre  el  universo  corpóreo.  Ni  vale  el  res- 
ponder que  Dios  es  omnipotente  y  que  su  acción  no  conoce 
límites;  pues  que  la  cuestión  está  en  si  hay  una  repugnan- 
cia intrínseca  en  que  lo  simple  tenga  alguna  comunicación 
con  lo  compuesto:  si  hay  esta  repugnancia  intrínseca,  debe 
haberla  en  todo  lo  simple,  y  por  consiguiente  en  Dios;  si 
no  hay  esta  repugnancia  intrínseca,  el  argumento  pierde 
su  base.  || 

21.  Para  afirmar  con  seguridad  que  no  puede  haber  co- 
municación de  actividad  entre  lo  simple  y  lo  compuesto,  se- 
ría necesario  probar  que  la  acción  sólo  puede  ejercerse  por 
contacto.  Es  cierto  que  si  la  acción  entre  lo  simple  y  lo  com- 
puesto debiera  ejercerse  a  la  manera  que  unos  cuerpos  em- 
pujan a  otros,  no  sería  explicable  sin  el  contacto  de  partes 
con  partes ;  pero  como  esto  no  se  podrá  probar  nunca,  les 
será  imposible  a  los  ocasionalistas  el  dar  fundamento  sólido 
a  su  sistema. 

22.  No  siendo  concluyente  el  argumento  en  favor  de 
la  causalidad  ocasional,  ¿nos  decidiremos  por  el  influjo  fí- 
sico? 

En  primer  lugar  se  debe  advertir  que  es  algo  confusa  la 
expresión  aquí  empleada ;  quizá  sería  mejor  usar»de  la  pa- 
labra real  en  vez  de  física,  para  que,  sin  confundirse  esta 
causalidad  con  los  hechos  materiales,  se  entendiese  bien  que 
sólo  se  trata  de  establecer  una  acción  verdadera. 

23.  Creo  que  en  la  presente  disputa  se  puede  indicar  el 
defecto  de  que  adolecen  los  argumentos  en  pro  y  en  contra ; 
pero  que  no  es  fácil  ni  tal  vez  posible  decidirse  con  seguri- 
dad ni  aun  con  probabilidad  por  lo  uno  ni  lo  otro.  Esta  es 
una  de  aquellas  cuestiones  que  no  pueden  resolverse  por 
falta  de  datos ;  y  la  ciencia,  si  alguna  hay  en  este  punto, 
debe  limitarse  a  demostrar  la  existencia  de  este  vacío.  En- 
sayémoslo. 

24.  Si  la  cuestión  pudiera  resolverse,  nos  guiarían  a  ello 
o  la  experiencia  o  la  razón :  ambas  son  impotentes  ||  en  este 
caso.  La  experiencia  sólo  nos  dice  que  existe  la  correspon- 
dencia de  los  hechos  (18) ;  pero  no  pasa  de  aquí ;  el  modo 
con  que  esto  se  verifica  se  halla  fuera  de  su  jurisdicción.  To- 
dos los  trabajos  de  los  fisiólogos  no  pueden  salir  de  lo  que 
atestiguan  los  sentidos  con  respecto  a  las  funciones  orgáni- 
cas; y  los  sentidos  no  pueden  atestiguar  más  que  movi- 
mientos u  otras  afecciones  de  los  órganos.  Nada  de  esto 
hace  adelantar  un  paso  la  cuestión  relativa  a  la  causalidad. 
Supóngase  el  fisiólogo  más  sagaz,  más  delicado  én  el  exa- 
men del  órgano  de  la  vista ;  después  de  haber  explicado  con 
la  más  perfecta  y  atinada  minuciosidad  la  construcción  del 


358 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  321-323] 


■ojo,  las  propiedades  del  nervio  óptico,  y  de  la  parte  del  ce- 
rebro adonde  este  nervio  termina,  sólo  nos  ha  hablado  de 
cosas  materiales ;  nada  nos  ha  dicho  sobre  el  modo  con  que 
los  objetos  que  explica  producen  la  sensación  de  ver. 

La  misma  dificultad  encontramos  en  el  sentido  inverso, 
esto  es,  en  explicar  cómo  del  imperio  de  la  voluntad  resul- 
tan ciertos  movimientos  corpóreos.  La  voluntad  quiere  tal 
movimiento ;  éste  es  un  hecho  de  conciencia :  al  imperio  co- 
rresponde el  movimiento ;  éste  es  otro  hecho  experimental : 
para  la  ejecución  se  mueven  tales  o  cuales  músculos,  adon- 
de van  a  parar  tales  o  cuales  nervios  salidos  de  este  o  aquel 
punto  del  cerebro ;  éste  es  otro  hecho  también  experimen- 
tal que  el  fisiólogo  consigna;  pero  ¿por  qué  al  imperio  de 
la  voluntad  ha  de  corresponder  tal  movimiento  en  el  cere- 
bro? Sobre  esto  nada  dice  la  experiencia,  y  el  fisiólogo  con- 
viene en  que  ésta  es  una  cuestión  fuera  del  campo  de  sus 
experimentos.  || 


25.  Ya  que  la  cuestión  es  irresoluble  en  el  terreno  de  la 
experiencia,  veamos  lo  que  puede  enseñarnos  la  razón. 

La  idea  de  causa  pertenece  a  la  clase  de  las  que  hemos 
llamado  indeterminadas  (véase  Ideología  pura.  ce.  IV  y  XI), 
y,  por  consiguiente,  sus  aplicaciones  a  un  caso  positivo  de- 
penden de  las  condiciones  que  nos  suministre  la  experien- 
cia. Esta  ¿dea  tomada  en  general  sólo  nos  ofrece  la  relación 
de  las  de  ser  y  de  un  no  ser  que  ha  pasado  a  ser.  Luego 
debe  limitarse  a  las  verdades  de  un  orden  puramente  abs- 
tracto, sin  que  pueda  servirnos  para  resolver  nada  en  ]os 
casos  en  que  nos  falte  la  experiencia.  Ahora  bien,  ésta  nos 
falta  precisamente  en  la  cuestión  que  nos  ocupa,  según  aca- 
bamos de  manifestar  (18) ;  luego  la  razón  no  es  capaz  de 
enseñar  nada  decisivo,  y  sólo  puede  ofrecernos  conjeturas 
más  o  menos  plausibles. 

26.  Nuestras  ideas  intuitivas  se  reducen  a  cuatro  cla- 
ses :  sensibilidad  pasiva,  sensibilidad  activa,  inteligencia  y 
voluntad  (véase  Ideología  pura,  o  XV).  ¿De  qué  nos  sirve 
todo  eso  para  resolver  la  cuestión  propuesta?  La  sensibili- 
dad pasiva  es  la  forma  de  extensión  y  demás  cualidades  con 
que  los  cuerpos  se  nos  presentan ;  la  sensibilidad  activa,  la 
inteligencia  y  la  voluntad  son  fenómenos  de  nuestra  con- 
ciencia ;  en  ninguna  de  estas  ideas  se  halla  la  representa- 
ción del  modo  con  que  el  alma  y  el  cuerpo  pueden  ejercer 
entre  sí  recíproca  influencia.  || 

27.  De  donde  inferiremos  que  la  única  resolución  de  la 
cuestión  es  el  descubrir  que  no  la  tiene  para  nosotros:  esto 
es  poco  satisfactorio ;  pero  si  la  ciencia  humana  no  ha  de  ser 
un  nombre  vano  para  fomentar  el  orgullo  y  perder  el  tiem- 
po, debe  conocer  sus  propios  límites,  y  no  habrá  progresado 
poco,  cuando  consiga  fijarlos  con  exactitud.  || 


[21,  324-325] 


PSICOLOGÍA. — C.  6 


359 


CAPITULO  VI 


Sitio  donde  reside  el  alma 


28.  Como  el  alma  está  unida  al  cuerpo  con  tan  estrecho 
vínculo,  se  ofrece  la  cuestión  sobre  el  lugar  que  ocupa  en 
el  mismo.  Descartes  la  coloca  en  la  glándula  pineal;  Buf- 
fon  en  la  membrana  que  cubre  el  cerebro ;  otros  en  diferen- 
te sitio,  distinguiéndose  por  su  singularidad  la  opinión  de 
los  aristotélicos,  quienes  opinan  que  está  toda  en  todo  el 
cuerpo  y  toda  en  cualquiera  de  sus  partes. 

29.  .En  esta  cuestión  se  han  de  tener  presentes  las  mis- 
mas observaciones  que  hemos  hecho  al  tratar  de  la  comuni- 
cación del  alma  con  el  cuerpo :  la  experiencia  nos  falta,  y 
sin  ella  la  razón  no  puede  adelantar  nada  en  semejantes 
materias.  El  experimento  más  concluyente  que  se  podría 
hacer  sería  el  descubrimiento  de  una  parte  del  cuerpo  cuya 
sola  conservación  bastase  para  mantener  la"  vida,  y  cuya 
falta  produjese  la  muerte ;  y,  sin  embargo,  todavía  no  se 
habría  conseguido  resolver  la  dificultad.  Entonces  se  habría 
probado  la  necesidad  fisiológica  de  un  órgano,  mas  no  ||  que 
el  alma  residiese  en  él,  pues  que  el  conservarse  o  el  acabar 
la  vida  por  sólo  un  órgano  puede  depender  de  otras  causas 
que  no  tengan  relación  con  el  asiento  del  alma.  ¿Quién  nos 
asegura  que  ella  haya  de  estar  precisamente  situada  en  el 
órgano  más  necesario?  Tal  puede  ser  la  relación  de  los  ór- 
ganos, que  unos  sean  más  indispensables  que  otros  por  ra- 
zones que  a  nosotros  se  nos  ocultan,  y  que,  sin  embargo,  no 
sean  los  más  a  propósito  para  la  residencia  del  alma.  Séa- 
me  permitido  valerme  de  una  comparación.  El  maquinista 
dirige  la  máquina  sin  colocarse  en  la  parte  más  esencial  de 
la  misma ;  el  músico  pulsa  su  instrumento  sin  aplicar  su 
mano  a  las  partes  más  íntimas  y  delicadas.  Además,  la  vida 
se  puede  terminar  por  la  falta  o  la  lesión  de  órganos  muy 
diferentes ;  y  sin  destruirse  ninguno  de  los  principales  pue- 
de el  hombre  morir  por  la  falta  de  la  sangre.  Infiérese  de 
esto  que  para  probar  que  el  alma  se  halla  situada  en  una 
parte  del  cuerpo  no  basta  que  esta  parte  sea  necesaria  para 
la  conservación  de  la  vida,  y,  por  consiguiente,  ningún  ex- 
perimento fisiológico  puede  ilustrarnos  suficientemente  para 
resolver  la  cuestión  psicológica. 

30.  La  opinión  de  los  aristotélicos  no  se  funda  tampoco 
en  razones  concluyentes,  y  a  primera  vista  parece  contra- 


360  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  [21,  325-327] 


dictoria.  ¿Cómo  es  posible  que  una  cosa  esté  toda  en  dife- 
rentes lugares?  He  aquí  el  argumento  principal  y  quizás  el 
único  que  se  le  puede  objetar.  Pero  esta  objeción  tan  apre- 
miante aparece  tanto  más  débil  cuanto  más  profundamente 
se  la  examina. 

Si  bien  se  observa,  se  confunden  aquí  dos  órdenes  ||  de 
ideas  totalmente  diversos:  se  quieren  aplicar  a  un  objeto 
incorpóreo,  simple,  las  mismas  reglas  que  a  los  cuerpos  en 
su  estado  natural,  y  no  se  advierte  que  estar  en  un  lugar 
significa  cosas  diferentes  según  el  ser  de  que  se  habla.  Tra- 
tándose de  los  cuerpos  en  su  estado  natural,  ocupar  un  lu- 
gar es  tener  la  extensión  propia  en  una  posición  determi- 
nada con  respecto  a  las  dimensiones  de  los  demás  cuerpos ; 
pero  es  claro  que  si  hablamos  de  un  ser  que  carezca  de  ex- 
tensión, que  no  tenga  partes  de  ninguna  especie,  su  rela- 
ción con  la  extensión  de  les  cuerpos  no  puede  ser  de  la  mis- 
ma clase  que  la  de  éstos  entre  sí.  Asentada  esta  diferencia, 
la  objeción  se  desvanece.  ¿Cómo  puede  una  cosa  estar  toda 
y  a  un  mismo  tiempo  en  diferentes  lugares?  Es  imposible 
tratándose  del  orden  establecido  en  las  relaciones  ordina- 
rias de  los  cuerpos ;  pero  si  se  habla  de  seres  no  corpóreos 
y  hasta  de  cuerpos  que  no  se  hallen  en  el  orden  natural, 
desaparece  la  imposibilidad. 

31.  Un  autor  respetable  ha  dicho  que  el  situar  el  alma 
toda  en  todo  el  cuerpo  y  toda  en  cualquier  parte  era  atri- 
buirle algo  de  la  inmensidad  que  sólo  pertenece  a  Dios.  Per- 
mítaseme observar  que  este  cargo  es  infundado.  Las  diferen- 
cias son  varias.  En  primer  lugar,  Dios  está  todo  en  todo  el 
universo  y  todo  en  cualquiera  de  sus  partes ;  el  alma  está 
sólo  en  el  cuerpo.  Dios  estaría  del  mismo  modo  en  todos  los 
universos  posibles  si  llegasen  a  criarse ;  el  alma  está  sólo  en 
su  cuerpo.  Dios,  por  razón  de  su  inmensidad,  está  en  todo  lo 
existente ;  el  alma  puede  perder  ||  su  estancia  en  el  cuerpo, 
y  la  pierde  por  la  muerte.  Dios  tiene  su  inmensidad  por  )a 
intrínseca  perfección  de  su  naturaleza ;  el  alma  tiene  su  ha- 
bitación en  el  cuerpo  con  dependencia  de  la  acción  de  Dios, 
creadora  y  conservadora.  Estas  diferencias  son  más  que 
suficientes  para  desvanecer  todo  escrúpulo,  si  es  que.  cabe 
en  una  doctrina  sostenida  por  tantos  teólogos  eminentes, 
entre  los  cuales  descuella  Santo  Tomás  de  Aquino. 
■  32.  El  recuerdo  de  la  inmensidad  de  Dios,  lejos  de  en- 
flaquecer la  doctrina  de  los  aristotélicos,  la  ilustra  y  con- 
firma, pues  con  esto  se  manifiesta  que  no  hay  repugnan- 
cia intrínseca  en  que  un  ser  se  halle  a  un  mismo  tiempo 
todo  en  diferentes  partes ;  y  se  nos  advierte  de  que  esta  im- 
posibilidad sólo  existe  cuando  se  trata  de  las  relaciones  na- 
turales de  los  cuerpos  en  el  espacio.  A  éstas  únicamente  es 
aplicable  lo  que  se  funda  en  el  contacto,  o  en  la  respectiva 


\Z1,  327-329]  PSICOLOGÍA. — c.  7  361 


y  mutua  limitación  de  las  partes  contiguas :  si,  pues,  se  tra- 
ta de  partes  que  no  se  hallen  en  este  caso,  o  de  seres  que 
no  las  tengan  de  ninguna  especie,  el  argumento  no  prueba 
nada,  porque  supone  condiciones  que  no  existen  y  que,  sin 
embargo,  son  indispensables  para  -que  pueda  ser  valedero 
(véase  Filosofía  fundamental,  1.  3.°)  [vol.  XVII].  || 


CAPITULO  VII 

Observaciones  fundamentales  para  soltar  todas 
las  dificultades  de  los  materialistas 


33.  Para  dejar  fuera  de  toda  duda  que  el  alma  es  dis- 
tinta del  cuerpo  conviene  soltar  las  dificultades  que  objetan 
los  materialistas ;  esta  solución  será  más  fácil  y  cumplida 
si  antes  se  fijan  con  claridad  y  precisión  algunos  puntos,  de 
cuya  confusión  nacen  las  objeciones. 

34.  El  cuerpo  es  un  instrumento  de  que  el  alma  necesi- 
ta para  muchas  de  sus  funciones  mientras  se  halla  en  esta 
vida.  Cuando  se  emplea  la  palabra  instrumento  no  se  en- 
tiende que  el  alma  elabore  sus  pensamientos,  actos  de  vo- 
luntad y  sentimientos  por  medio  de  los  órganos  corpóreos, 
a  la  manera  que  el  artesano  se  vale  de  los  enseres  de  su  ofi- 
cio, sino  que  las  funciones  de  dichos  órganos  son  condicio- 
nes necesarias  al  ejercicio  de  ciertas  funciones  del  alma. 

35.  Para  afirmar  que  a  un  sujeto  le  repugna  una  propie- 
dad no  es  necesario  conocer  la  esencia  del  mismo :  basta 
tener  conocida  alguna  de  sus  propiedades  necesarias  que 
esté  en  contradicción  con  aquello  ||  de  que  se  trata.  El  rudo 
que  ignora  cuál  es  la  esencia  de  la  elipse  puede  conocer 
muy  bien  que  a  dicha  curva  le  repugna  el  ser  triangular, 
bastándole  para  esto  el  saber  que  en  la  elipse  no  hay  nin- 
gún ángulo. 

36.  Los  objetos  que  pueden  representarse  en  nuestra 
imaginación  son  únicamente  los  sensibles,  y  por  consiguien- 
te materiales.  Los  seres  incorpóreos,  sean  substancias,  sean 
atributos,  sólo  podemos  conocerlos  con  el  entendimiento :  no 
los  imaginamos,  los  concebimos. 

37.  Uno  de  los  argumentos  más  manoseados  por  los  ma- 
terialistas es  el  que  ya  proponía  Lucrecio  hace  veinte  si- 
glos. Las  facultades  del  alma  siguen  un  movimiento  seme- 
jante al  del  cuerpo ;  cuando  éste  es  tierno,  como  en  la  in- 
fancia, ellas  son  tiernas  e  infantiles ;  cuando  es  robusto, 


362  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [  21.  329-331] 


ellas  son  robustas ;  cuando  está  enfermo,  enferman ;  cuan- 
do envejece,  envejecen ;  cuando  muere,  mueren ;  luego  el 
alma  no  se  distingue  de  la  organización ;  luego  el  pensa- 
miento y  todos  los  fenómenos  intelectuales,  morales  y  sensi- 
bles no  son  otra  cosa  que  el  producto  del  organismo. 

Esta  dificultad  se  desvanece  recordando  lo  dicho  más 
arriba  (34).  Aun  suponiendo  exactos  los  hechos  alegados, 
sólo  probarían  que  los  órganos  son  necesarios  para  que  se 
ejerzan  las  funciones  del  alma,  pero  no  que  esos  órganos 
sean  la  misma  alma.  El  ser  una  cosa  condición  necesaria 
para  otra  no  prueba  la  identidad  de  las  dos.  En  una  máqui- 
na sucede  a  veces  que  una  parte  muy  pequeña  es  indispen- 
sable para  las  funciones;  ¿será  legítimo  inferir  que  esta  par- 
te ||  es  la  que  hace  mover  la  máquina  y  el  agente  que  da 
impulso  a  todo?  En  un  instrumento  de  música  es  indispen- 
sable en  tal  o  cual  sitio  un  pedazo  de  madera  o  de  metal ; 
¿diremos  que  este  pedazo  es  quien  ha  concebido  y  quien 
ejecuta  la  música?  El  pintor  necesita  del  pincel  y  de  los 
ingredientes  colorantes;  y  ¿atribuiremos  los  prodigios  de 
su  arte  a  los  ingredientes  y  al  pincel?  Sin  el  golpe  del  aza- 
dón dado  por  el  rústico  para  despejar  una  semilla  que  se  iba 
sofocando,  la  planta  no  habría  nacido;  y  ¿diremos  que  el 
verdor,  la  lozanía  y  el  fruto  de  la  planta  sólo  se  deban  al 
azadón,  y  negaremos  la  fecundidad  de  la  semilla,  la  feraci- 
dad de  la  tierra,  el  calor  del  sol,  la  influencia  de  la  luz,  la 
acción  del  aire  y  de  la  lluvia?  Tal  es  el  raciocinio  de  los  ma- 
terialistas :  los  órganos  son  necesarios  para  las  funciones 
del  alma,  luego  éstos  y  el  alma  son  una  misma  cosa.  ¿Quién 
no  ve  la  monstruosa  confusión  de  ideas  que  hay  en  este 
sofisma? 

38.  No  conocemos  la  esencia  de  la  materia,  dicen  los  ad- 
versarios; luego  no  podemos  afirmar  que  le  repugne  el 
pensamiento.  Esta  dificultad  se  desvanece  con  recordar  lo 
dicho  más  arriba  (35).  Para  saber  que  un  predicado  repugna 
a  un  sujeto  no  necesitamos  conocer  la  esencia  de  éste ;  nos 
basta  el  conocimiento  de  alguna  de  sus  propiedades  esencia- 
les a  la  que  repugne  el  predicado.  Admitiré  que  no  conoce- 
mos la  esencia  de  la  materia,  pero  no  se  me  podrá  negar 
que  sabemos  de  ella  una  cosa  con  entera  certidumbre,  y  es 
que  no  es  simple,  sino  compuesta.  ||  Es  así  que  hemos  de- 
mostrado que  el  alma  es  simple,  luego  es  esencialmente 
distinta  de  la  materia.  El  sí  y  el  no.  y  con  respecto  a  una 
misma  cosa,  son  imposibles:  la  simplicidad  implica  nega- 
ción de  composición,  ésta  implica  negación  de  simplicidad; 
luego  el  alma  no  puede  ser  a  un  mismo  tiempo  simple  y 
compuesta;  y  como  por  lo  mismo  que  es  intelectual  es  sim- 
ple, no  puede  ser  material. 

39.  ¿Qué  es  el  alma,  dicen  otros,  si  no  es  cuerpo?  A  una 


[21.  331-332 J 


PSICOLOGÍA. — C.  7 


363 


cosa  incorpórea,  ¿cómo  nos  la  representamos?  Si  se  trata  de 
representación  imaginaria,  no  cabe  representación  del  alma ; 
pero  esto  mismo,  lejos  de  probar  en  contra,  prueba  en  fa- 
vor de  la  simplicidad.  La  objeción  se  funda  en  una  grosera 
confusión  de.  lo  inteligible  con  lo  sensible  (36). 

40.  No  obstante  las  relaciones  entre  el  cerebro  y  las  fa- 
cultades del  alma,  hay  una  porción  de  hechos  que  indican 
cuán  sin  fundamento  se  pretende  confundir  cosas  tan  dife- 
rentes :  parece  que  Dios  ha  querido  manifestarlos  a  la  cien- 
cia fisiológica  para  que  no  se  llevase  demasiado  lejos  la  ex- 
presada relación,  hasta  el  punto  de  convertirla  en  una  pro- 
porción perfecta.  Aun  cuando  esta  proporción  existiese  con 
toda  exactitud,  no  se  probaría  que  el  alma  es  la  misma  or- 
ganización, porque  siempre  quedaría  en  pie  la  solución  fun- 
damental (34  y  37) ;  pero  tenemos  la  fortuna  de  que  seme- 
jante exactitud  no  existe  y  que  la  experiencia  enseña  todo 
lo  contrario. 

Berard  asegura  que  no  hay  parte  más  o  menos  ||  con- 
siderable del  cerebro  que  no  pueda  ser  destruida  por  supu- 
raciones o  lesiones  orgánicas,  conservándose  las  sensaciones 
en  toda  su  integridad  (Doctrina  de  las  relaciones  entre  lo 
físico  y  lo  moral). 

Cabanis,  nada  sospechoso  a  los  materialistas,  dice  lo  si- 
guiente: «Porciones  considerables  del  cerebro  son  consumi- 
das por  varias  enfermedades,  o  destruidas  por  accidentes  u 
operaciones  necesarias,  sin  que  la  sensibilidad  general,  las 
funciones  más  delicadas  de  la  vida  y  las  facultades  del  es- 
píritu resulten  perjudicadas  de  ningún  modo  


»La  experiencia  demuestra  que,  exceptuando  los  órga- 
nos que  no  pueden  cesar  de  obrar  sin  que  la  vida  se  acabe, 
es  sumamente  difícil  determinar  el  grado  en  que  las  lesio- 
nes deben  producir  inevitablemente  tal  efecto  conocido.  Ac- 
tualmente no  se  exceptúan  de  esta  regla  el  cerebro,  el  cere- 
belo y  las  dependencias  de  uno  y  otro.»  (Relaciones  entre  lo 
fisico  y  lo  moral  del  hombre.  Memoria  III,  53.) 

Gall  prueba  con  hechos  que  el  hidrocéfalo  o  hidropesía 
del  cerebro  no  siempre  turba  las  facultades  mentales,  como 
había  pretendido  Cabanis,  y  sostiene  que  el  cerebro  puede 
continuar  ejerciendo  sus  funciones  aunque  esté  nadando  en 
un  flúido. 

En  algunos  casos  de  enajenación  mental  se  ha  creído  des- 
cubrir alteraciones  orgánicas;  pero  Broussais  afirma  que 
puede  haber  locura  sin  ninguna  mudanza  perceptible  en  el 
encéfalo.  Lo  mismo  opinan  Esquirol  y  Pinel,  ambos  conoci- 
dos por  sus  estudios  sobre  las  enfermedades  mentales.  || 


364  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  333-334] 


CAPITULO  VIII 

Sistema  del  ángulo  facial  y  de  las  relaciones 
del  cerebro  con  el  cerebelo 


41.  Los  que  han  pretendido  determinar  el  valor  de  las 
facultades  intelectuales  y  morales  por  medio  de  los  órganos 
han  excogitado  diferentes  teorías,  apoyándolas  con  varios 
hechos ;  daremos  de  ellas  una  sucinta  noticia,  manifestando 
al  propio  tiempo  que  nada  pueden  probar  contra  la  espiri- 
tualidad del  alma. 

42.  Camper  pretende  que  la  medida  de  la  inteligencia 
en  la  escala  de  los  animales  es  el  ángulo  facial,  que  está 
formado  de  dos  líneas :  una  tirada  desde  la  raíz  de  los  dien- 
tes superiores  a  la  cima  de  la  frente,  y  otra  que  sale  de  la 
misma  raíz  y  va  a  parar  al  occiput,  pasando  a  poca  dife- 
rencia por  los  agujeros  de  los  oídos ;  o  en  otros  términos : 
de  una  línea  que  desde  el  extremo  de  la  frente  a  la  raíz  de 
los  dientes  superiores  caiga  perpendicularmente  sobre  otra 
tirada  desde  la  misma  raíz  hacia  atrás  en  la  dirección  de 
la  base  del  cráneo.  Cuanto  menor  sea  este  ángulo  tanto  más 
se  inclinará  la  frente  hacia  ||  atrás,  siendo  más  innoble  la 
figura  y  acercándose  a  la  de  los  brutos.  Cuando  el  ángulo 
■es  recto  o  de  90  grados,  la  cara  está  en  posición  vertical  y 
adquiere  un  especial  carácter  de  hermosura  y  nobleza.  Si 
•el  ángulo  es  mayor  de  90  grados,  el  semblante  tiene  aire  de 
majestad.  Los  pintores  y  escultores  griegos  y  romanos  da- 
ban a  las  caras  un  ángulo  mayor  de  90  grados,  especialmen- 
te cuando  querían  representar  a  Júpiter,  padre  de  los  dioses. 

Observa,  además.  Camper  que  el  ángulo  facial  del  eu- 
ropeo, el  hombre  de  la  raza  más  inteligente,  es  de  80  a  90 
grados;  el  del  camulco  y  del  negro,  de  70,  y  el  del  orangu- 
tán, de  58.  Otros  naturalistas  varían  en  esta  medida,  pero 
es  cierto  que  se  nota  la  diferencia  del  ángulo.  En  pasando 
a  los  cuadrúpedos  se  hace  más  pequeño,  aplanándose  más  y 
más  la  frente;  y  en  los  reptiles  y  pescados  llegan  las  dos 
líneas  a  formar  casi  una  sola,  desapareciendo  todo  rastro 
de  cara  y  terminando  la  cabeza  en  un  deforme  hocico. 

43.  Esta  teoría  es  más  ingeniosa  que  sólida.  Desde  luego 
se  debe  admitir  que,  bajo  el  aspecto  de  la  belleza  y  de  la 
dignidad,  el  grandor  del  ángulo  es  una  condición  indispen- 
sable;  prescindiendo  del  color,  ¿quién  no  prefiere  la  cara 
de  un  europeo  a  la  de  un  negro?  Aun  sin  tanta  diferencia,  se 


[21,  334-336] 


PSICOLOGÍA. — C.  8 


365 


nota  fácilmente  que  las  figuras  son  más  hermosas  si  tienen 
la  frente  elevada  y  la  parte  inferior  de  la  cara  poco  salien- 
te. Nada  tenemos,  pues,  que  objetar  a  los  artistas  griegos 
y  romanos ;  los  de  nuestros  días  siguen  la  misma  regla :  a 
una  figura  que  .haya  de  distinguirse  por  su  ||  belleza  y  dig- 
nidad, siempre  se  procura  darle  un  grande  ángulo,  con 
frente  elevada  que  domine  la  parte  inferior  del  rostro. 

44.  Pero  ¿se  puede  decir  de  la  inteligencia  lo  mismo 
que  de  la  belleza  y  dignidad?  Los  hechos  no  confirman  la 
hipótesis  de  Camper.  Tiedemann  ha  escrito  una  memoria 
sobre  el  cerebro  del  negro  comparado  con  el  del  europeo, 
y  en  ella  afirma  que,  a  pesar  de  la  diferencia  del  ángulo 
facial,  no  hay  ninguna  en  la  estructura  interior  del  cerebro. 
Este  mismo  autor  ha  medido  un  gran  número  de  cráneos  de 
la  mayor  parte  de  las  razas ;  y  de  sus  investigaciones  re- 
sulta que  muchos  de  los  pueblos  más  bárbaros  tienen  el 
cerebro  igualmente  desarrollado  que  los  europeos. 

45.  Aun  suponiendo  que  las  observaciones  hubiesen  con- 
firmado la  proporción  del  ángulo  facial  con  la  inteligencia, 
¿se  inferiría  de  esto  que  el  alma  no  es  distinta  del  cerebro? 
No,  ciertamente.  La  mayor  perfección  del  órgano  material-, 
manifestada  en  el  mayor  desarrollo,  sería  la  mayor  perfec- 
ción del  instrumento ;  pero  no  le  quitaría  a  éste  su  natu- 
raleza ni  alteraría  la  esencia  del  agente  principal  (35). 

46.  La  doctrina  de  Camper  tiene  relación  con  otra,  se- 
gún la  cual  la  mayor  inteligencia  del  hombre  depende  de 
que  la  parte  anterior  del  cerebro  se  halla  en  él  más  des- 
arrollada que  la  posterior,  pues  que  este  desarrollo  hace 
que  el  cráneo  y  la  frente  sean  ||  mayores,  lo  que  contribuye 
al  incremento  del  ángulo.  Oken,  en  su  Historia  natural,  dice 
que  en  los  mamíferos  el  cerebro  es  seis  veces  mayor  que  el 
cerebelo,  y  en  el  hombre  nueve  (t.  IV).  Además,  comparando 
el  volumen  del  cerebro  del  hombre  con  la  medula  espinal, 
se  la  halla  cuarenta  y  tres  veces  mayor,  a  poca  diferencia, 
cuando  en  los  animales  la  relación  es  mucho  más  pequeña ; 
por  ejemplo,  en  el  gato  es  solamente  cuatro  veces  mayor,  y 
en  el  ratón  tres,  según  dicen  el  citado  Oken  y  Carus  en  sus 
Elementos  de  anatomía  y  en  su  Zootomía. 

47.  Nadie  niega  que  haya  diferencias  entre  la  organi- 
zación humana  y  la  de  los  brutos ;  pero  a  primera  vista,  y 
prescindiendo  de  estas  comparaciones,  ocurre  una  conside- 
ración gravísima  que  resuelve  la  cuestión.  La  dijerencia 
del  hombre  al  bruto,  ¿está  en  proporción  con  las  diferencias 
orgánicas?  Comparad  el  cerebro  de  Platón,  de  Aristóteles, 
de  San  Agustín,  de  Bossuet,  de  Leibniz,  de  Newton,  en  su 
volumen  y  peso,  con  el  de  un  bruto  cualquiera,  y  pregunto : 
Aunque  sea  la  proporción  como  4,  como  10,  como  100,  como 
1.000.000,  si  se  quiere,  a  1,  ¿dará  esto  la  medida  de  la  dife- 


366  FILOSOFÍA  ELEMENTAL.— METAFÍSICA  r31,  .136-3381 


renda  de  las  inteligencias  entre  esos  hombres  y  el  bruto? 

48.  Pero  repito  que  los  hechos  desmienten  semejantes 
teorías.  Si  se  trata  del  volumen  absoluto,  el  elefante  y,  sobre 
todo,  la  ballena  y  otros  grandes  cetáceos  tienen  un  cerebro 
mucho  mayor  que  el  del  hombre,  y  ¿es  igual  su  inteligen- 
cia a  la  nuestra?  || 

49.  Considerando  el  cerebro  relativamente  a  la  masa 
del  cuerpo  del  animal,  tampoco  se  halla  la  clave  para  expli- 
car la  diferencia  de  las  facultades  intelectuales  por  las  del 
órgano.  El  peso  del  cerebro  del  saimini,  especie  de  mono, 
es,  con  respecto  al  peso  de  su  cuerpo,  como  1  a  22 ;  lo  mis- 
mo sucede  en  el  hombre,  habiendo  individuos  en  que  la  des- 
ventaja es  contra  éste,  pues  que  el  peso  es  a  veces  como 
1  a  25,  a  30  y  hasta  a  35.  Hay  otros  animales  cuya  inteli- 
gencia debiera  ser  mayor  que  la  del  hombre,  porque  la  re- 
lación en  ellos  es  mayor :  es  de  1  a  14  en  el  serín  y  de  1  a  21 
en  el  mulot. 

50.  Comparados  los  animales  entre  sí,  tampoco  se  halla 
proporción  entre  la  magnitud  respectiva  de  su  cerebro  y 
conocimiento.  En  el  asno  la  relación  es  de  1  a  212,  en  el  ca- 
ballo de  1  a  400  y  en  el  elefante  de  1  a  500.  Así  el  asno  sería 
más  inteligente  que  el  caballo  y  el  elefante,  y  comparadas 
las  tres  especies  con  los  anteriores,  la  diferencia  sería  enor- 
me, lo  que  está  en  contradicción  con  la  experiencia. 

51.  Tocante  a  la  relación  de  la  parte  anterior  del  cere- 
bro con  la  posterior,  también  hay  hechos  curiosos  en  contra 
de  la  supuesta  proporción.  Dice  Forichon  (Impugnación  del 
materialismo  y  de  la  frenología)  que  el  doctor  Leuret  ha 
encontrado  que  precisamente  los  animales  cuya  parte  ante- 
rior está  más  desarrollada  son  los  menos  inteligentes.  Si  se 
admitiese  la  teoría  que  combatimos,  el  conejo  tendría  más 
conocimiento  que  los  monos,  siendo  lo  más  curioso  ||  el  que 
el  asno  y  el  caballo  serían  más  inteligentes  que  el  hombre. 
He  aquí  algunos  datos  que  nos  proporciona  el  doctor  Leu- 
ret, valuada  la  relación  en  milímetros : 

Parte  anterior   Parte  posterijr  Relacióa 


Hombre   36 

Caballo   27 

Asno   22 

Conejo   8 


65  V.180 

38  1 : 1,40 

29  1 : 1,31 

10  1 : 1,25 


Según  esta  teoría,  la  inteligencia  del  hombre  estaría  re- 
presentada por        !  la  del  caballo,  por         ;  la  del  asno, 

por  -Áj,  y  la  del  conejo,  por  ^— ■.  En  tal  caso  la  inteligen- 


|21,  338-340] 


PSICOLOGÍA. — C.  9 


367 


cia  del  hombre  sería  555;  la  del  caballo,  714;  la  del  asno, 
763;  la  del  conejo,  800.  Risum  leneatis? 

52.  Resulta,  pues,  evidente  que,  según  la  experiencia,  el 
cerebro  no  puede  dar  la  medida  de  las  facultades  intelectua- 
les, ya  se  le  tome  absolutamente,  ya  con  relación  al  cuerpo, 
ya  se  compare  la  parte  anterior  con  la  posterior.  Inútil  se- 
ría, pues,  insistir  en  este  punto  si  no  fuese  necesario  decir 
dos  palabras  sobre  la  doctrina  de  Gall.  ||  . 


CAPITULO  IX 

Sistema  frenológico 

53.  El  sistema  frenológico  es  el  siguiente :  se  considera 
el  cerebro  dividido  en  una  porción  de  partes,  y  a  cada  una 
de  éstas  se  la  mira  como  un  órgano  especial  de  cierta  facul- 
tad perceptiva  o  afectiva.  La  frenología  da  origen  a  la  cra- 
neoscopia,  cuyo  objeto  es  conocer  las  facultades  intelectua- 
les y  morales  del  individuo  por  medio  de  las  protuberan- 
cias del  cráneo.  La  craneoscopia  puede  ser  mirada  como  una 
dependencia  de  la  frenología,  y  estriba  en  el  supuesto  de 
que  la  forma  exterior  del  cráneo  expresa  el  volumen  y  figu- 
ra de  la  masa  cerebral. 

54.  Los  frenólogos  convienen  con  la  generalidad  de  los 
fisiólogos  y  psicólogos,  en  cuanto  miran  al  cerebro  como  un 
órgano  de  nuestras  facultades ;  pero  se  distinguen  en  que 
le  consideran  múltiple,  o  más  bien  como  un  conjunto  de  ór- 
ganos, cada  uno  de  los  cuales  tiene  su  función  propia. 

55.  Si  la  frenología  reconoce  la  simplicidad  y  libertad 
del  alma,  limitándose  a  establecer  que  el  ser  ||  espiritual  se 
vale  de  distintas  partes  del  cerebro  según  las  varias  fun- 
ciones que  debe  ejercer ;  si  las  inclinaciones  de  que  supone 
órganos  a  las  diferentes  partes  del  cerebro  las  mira  como 
sujetas  al  libre  albedrío,  no  diremos  que  sea  contraria  a 
las  sanas  doctrinas  psicológicas,  y  será  uno  de  tantos  siste- 
mas como  se  han  excogitado  para  explicar  los  secretos  del 
hombre ;  pero  si  confunde  los  órganos  materiales  con  el 
ser  espiritual  que  los  emplea ;  si  las  inclinaciones  radicadas 
en  ellos  las  quiere  convertir  en  hechos  necesarios  que  no 
puedan  ser  dominados  por  la  libre  voluntad,  la  frenología 
cae  en  el  materialismo  y  en  el  fatalismo,  y  queda  refutada 
con  lo  que  se  ha  dicho  contra  estos  errores  (ce.  II  y  IV). 

56.  Examinemos  ahora  brevemente  los  fundamentos  y  el 
método  de  la  frenología  en  el  terreno  de  los  hechos. 


368  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  340-342] 


En  primer  lugar,  la  frenología  tiene  contra  sí  una  pre- 
vención grave,  cual  es  el  exclusivismo  que  la  distingue. 
Sólo  atiende  al  volumen  y  figura  del  cerebro,  y  prescinde 
de  las  demás  propiedades  del  órgano.  ¿Con  qué  derecho?  Si 
el  volumen  y  figura  de  las  partes  pueden  contribuir  a  la 
perfección  o  imperfección  de  las  facultades,  ¿por  qué  no  po- 
drá influir  en  esto  la  naturaleza,  la  íntima  organización  de 
estas  mismas  partes?  En  todo  el  organismo  del  hombre  se 
nota  que  para  la  apreciación  fisiológica  no  basta  la  medida 
del  volumen  y  figura,  sino  que  se  necesita  el  análisis  de  la 
naturaleza  del  órgano ;  a  igualdad  de  volumen  y  figura  pue- 
de haber  desigualdad  de  peso  y,  por  consiguiente,  ||  de 
masa ;  aun  siendo  igual  el  peso,  puede  haber  desigualdad 
de  contextura,  de  propiedades  físicas,  químicas  y  vitales ; 
¿por  qué,  pues,  nos  hemos  de  limitar  a  la  sola  apreciación 
del  volumen  y  figura?  Esto  parece  contrario  a  todos  los 
principios  fisiológicos. 

57.  «Además,  las  funciones  de  los  órganos  dependen  de 
su  mayor  o  menor  vitalidad ;  y  esto  no  puede  apreciarse 
por  sólo  un  órgano  aislado,  mucho  menos  si  se  atiende  úni- 
camente a  su  volumen  y  figura.  Nadie  ignora  las  relaciones 
del  corazón  con  el  cerebro  y  los  movimientos  producidos 
en  éste  por  la  circulación  de  la  sangre ;  luego  las  funcio- 
nes del  cerebro  están  subordinadas  a  influencias  distintas  de 
sus  dimensiones ;  y  quién  sólo  considere  estos  datos  se  olvi- 
da de  otros  muy  importantes  en  el  problema.  La  medula 
espinal,  todo  el  sistema  nervioso,  tanto  el  encefálico  como 
el  ganglionar,  ejercen  funciones  muy  importantes  en  la 
vida ;  la  variedad  de  temperamentos  produce  diferencias 
sobremanera  notables,  tanto  en  las  funciones  puramente  or- 
gánicas como  en  las  animales  o  de  relación ;  parece,  pues, 
contrario  a  la  razón  y  a  la  experiencia  el  exclusivismo  fre- 
nológico cuando  se  limita  a  considerar  el  volumen  y  la  figu- 
ra de  las  partes  del  cerebro. 

58.  Gall  necesita  suponer  que  los  órganos  del  alma  es- 
tán en  la  superficie  del  cerebro :  suposición  contraria  a  la 
experiencia.  Flourens  ha  probado  con  muchos  experimentos 
que  se  pueden  quitar  partes  considerables  del  cerebro  por 
delante,  por  detrás  y  ||  por  los  lados,  sin  que  el  animal  pier- 
da ninguna  de  sus  facultades  (Examen  de  la  frenología). 
Esta  doctrina  de  Flourens  está  confirmada  con  los  experi- 
mentos de  Berard,  de  Cabanis  y  otros  fisiólogos  (v.  más  arri- 
ba, c.  VII,  al  fin). 

59.  No  se  ha  observado  una  relación  constante  entre  las 
lesiones  de  determinadas  partes  del  cerebro  y  las  facultades 
que  se  les  asignan ;  ni  tampoco  entre  el  volumen  de  los  pri- 
meros y  el  desarrollo  de  las  segundas;  y  en  semejantes  ma- 
terias no  se  puede  adelantar  sino  con  la  luz  de  los  hechos. 


[21.  342-3441 


PSICOLOGÍA. — C.  9 


369 


60.  El  arte  de  apreciar  las  facultades  intelectuales  y  mo- 
rales por  la  simple  inspección  del  cráneo  carece  de  funda- 
mento si  no  puede  suponer  una  proporción  entre  el  volumen 
de  las  partes  cerebrales  y  el  desarrollo  de  las  facultades  res- 
pectivas ;  y  así,  habiendo  probado  que  no  hay  tal  fundamen- 
to, la  craneoscopia  queda  arruinada.  Pero,  prescindiendo  de 
esto,  ella  por  sí  sola  se  halla  sujeta  a  gravísimas  dificulta- 
des, de  que  no  puede  eximirse  acn  cuando  la  frenología  en  sí 
misma  fuera  una  ciencia  cierta.  En  efecto :  la  craneoscopia 
necesita  no  sólo  de  la  proporción  de  las  partes  del  cerebro 
con  el  desarrollo  de  las  facultades,  sino  también  de  que  eL 
cráneo  sea  la  verdadera  expresión  de  aquellas  partes,  y  esto 
último  no  es  siempre  verdad. 

61.  M.  Magendie  ha  descubierto  que  el  canal  vertebral 
no  está  exactamente  lleno  por  la  medula,  ni  ||  el  cráneo  por 
el  cerebro ;  y  que  tanto  la  medula  como  el  cerebro  están  se- 
parados de  las  membranas  que  los  cubren  por  un  líquido,  al 
que  el  mismo  fisiólogo  ha  dado  el  nombre  de  céfaloespinal 
y  céfalorraquídeo. 

62.  Observa  Richerand  que  en  los  individuos  de  tempe- 
ramento linfático  la  tardía  osificación  del  cráneo  hace  que 
el  cerebro,  cargado  de  jugos  acuosos,  adquiera  un  volumen 
considerable,  sin  contener  por  esto  una  mayor  porción  de 
substancia  medular,  y  además  se  nota  que  los  dotados  de 
este  temperamento  son  las  más  veces  ineptos  para  las  tareas 
intelectuales,  y  rara  vez  adelantan  en  lo  que  exige  actividad 
y  constancia. 

63.  Hay  varias  circunvoluciones  de  la  masa  cerebral  que 
no  están  en  contacto  con  el  cráneo ;  luego  no  pueden  ser  re- 
presentadas por  la  forma  de  éste. 

64.  Prescindiendo  de  la  parte  fisiológica,  tampoco  es  ad- 
misible la  doctrina  de  Gall  cuando  entra  en  el  terreno  psi- 
cológico. El  modo  con  que  explica  la  razón  y  la  voluntad 
conduce  a  funestas  consecuencias. 

65.  Según  Gall,  la  razón  y  la  voluntad  no  son  facultades 
especiales,  son  únicamente  resultados.  Cada  facultad  de  las 
enumeradas  por  la  frenología  tiene  su  percepción  especial 
y  su  memoria  y  su  inclinación  propias ;  por  manera  que  «la 
razón  es  el  resultado  de  la  acción  simultánea  de  todas  las 
facultades  intelectuales»,  y  la  voluntad  es  «el  resultado  de  la 
acción  ||  simultánea  de  las  facultades  intelectuales  superio- 
res». Esta  doctrina,  a  más  de  estar  en  contradicción  con  la  de 
los  psicólogos  antiguos  y  modernos  que  han  mirado  a  la  ra- 
zón y  a  la  voluntad  como  facultades  simples  y  principales, 
destruye  la  unidad  de  conciencia ;  porque  si  ni  la  razón  ni  la 
voluntad  son  más  que  un  resultado,  esta  razón  y  voluntad  no 
son  más  que  un  conjunto.  Si  se  replica  que  también  puede 
haber  resultados  simples,  observaremos  que  en  tal  caso  los 


370  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  [21,  344-346] 


frenólogos  se  verían  precisados  a  admitir  facultades  simples, 
producto  de  un  concurso  de  otras  facultades ;  ¿por  qué,  pues, 
no  admitirlas  desde  luego?  Además,  ¿qué  es  un  resultado 
simple  procedente  de  un  conjunto  de  causas?  Cada  causa,  por 
lo  mismo  que  es  causa,  pondrá  en  el  efecto  algo  distinto  de 
lo  que  pone  la  otra ;  luego  en  éste  resultará  multiplicidad. 

66.  ¿Inferiremos  de  lo  dicho  que  por  la  constitución  de 
los  órganos  nada  se  pueda  conjeturar  sobre  las  facultades  del 
hombre?  Esto  sería  otra  exageración.  No  cabe  duda  que  la 
mayor  perfección  del  cuerpo  contribuye  al  mejor  desarrollo 
de  las  facultades  del  alma ;  muchos  filósofos  creen  que  no 
hay  ninguna  diferencia  entre  las  almas  humanas,  y  que  la 
variedad  en  la  extensión  de  las  facultades  en  los  individuos 
sólo  depende  de  la  mayor  o  menor  perfección  de  los  órga- 
nos a  que  están  unidas.  ¿Quién  no  ha  notado  la  amplitud  y 
prominencia  de  la  frente  de  muchos  hombres  ilustres? 
¿Quién  no  se  ha  sentido  inclinado  una  y  mil  veces  a  juzgar 
de  las  cualidades  de  una  persona  por  su  semblante,  figura  y 
movimientos?  ||  No  pretendo,  pues,  condenar  toda  observa- 
ción para  descubrir  por  indicios  externos  las  facultades  in- 
ternas ;  sólo  advierto  que  no  se  debe  elevar  fácilmente  al 
rango  de  ciencia  un  conjunto  de  hechos  no  siempre  cons- 
tantes, frecuentemente  contradictorios,  y  sobre  todo  mal 
aplicados  al  objeto  de  que  se  trata. 

67.  Para  que  los  jóvenes  tengan  en  esta  materia  reglas 
con  que  dirigirse,  pongo  a  continuación  algunas  observacio- 
nes que  no  deben  perder  nunca  de  vista: 

1.  a  No  debe  admitirse  ningún  sistema  que  esté  en  con- 
tradicción con  la  espiritualidad  del  alma  y  su  libertad  de 
albedrío. 

2.  a  Salvos  estos  principios,  no  hay  inconveniente  en  ad- 
mitir ciertas  relaciones  entre  la  mayor  o  menor  perfección 
del  organismo  y  el  desarrollo  de  las  facultades  del  alma. 

3.  a  Como_  estas  materias  son  de  pura  observación,  es  ne- 
cesario guardarse  de  establecer  ninguna  proposición  general 
y  absoluta  sin  haber  antes  recogido  un  gran  número  de  he- 
chos relativos  a  hombres  de  todas  las  razas,  de  todos  los  gra- 
dos de  la  escala  social,  de  todas  edades,  sexos  y  condiciones, 
y,  por  fin,  de  todas  las  situaciones  de  la  vida. 

4.  a  En  general  es  peligroso  el  exclusivismo  en  favor  de 
un  órgano  determinado ;  porque  en  la  íntima  relación  que 
entre  sí  tienen  es  imposible  que  no  ejerzan  grande  influen- 
cia los  unos  sobre  los  otros. 

68.  Por  esta  razón  el  sistema  de  Lavater  lleva  ventajas 
al  de  Gall.  Lavater  no  toma  el  cráneo  como  ||  único  indicio 
de  las  facultades  del  alma,  sino  que  extiende  su  observación 
a  todo  el  cuerpo.  El  temperamento,  el  tamaño  y  figura  de  la 
cabeza,  el  gesto,  la  actitud,  el  porte,  los  modales,  el  metal  de 


[21,  346-348] 


PSICOLOGÍA. — C.  10 


371 


voz,  los  ojos,  la  mirada,  la  boca,  la  nariz,  la  frente,  la  barba, 
el  cuello,  el  pecho,  los  músculos,  las  manos,  hasta  los  cabe- 
llos, todo  lo  hace  entrar  en  combinación  para  juzgar  con 
acierto.  Esta  doctrina,  sea  lo  que  fuere  de  su  valor  e  impor- 
tancia, es  más  racional  que  la  de  los  frenólogos,  estando  más 
de  acuerdo  con  los  buenos  principios  fisiológicos  y  con  lo 
que  dicta  al  común  de  los  hombres  el  simple  buea  sentido 
cuando  se  proponen  juzgar  de  lo  interior  por  las  aparien- 
cias externas.  || 


CAPITULO  X 

El  alma  de  los  brutos 


69.  La  naturaleza  del  alma  de  los  brutos  es  un  secreto 
que  no  han  podido  aclarar  las  discusiones  filosóficas.  Los  ma- 
terialistas se  han  querido  aprovechar  de  esta  dificultad,  y  la 
han  objetado  a  los  defensores  de  la  espiritualidad  del  alma 
humana.  «Si  el  bruto,  han  dicho  ellos,  no  encerrando  nada 
más  que  materia,  siente,  tenemos  que  una  organización  pu- 
ramente material  puede  producir  sensaciones;  ¿por  qué, 
pues,  mejorándose,  no  podría  engendrar  el  pensamiento,  la 
voluntad  y  cuantos  fenómenos  hallamos  en  el  hombre?»  Es 
sobremanera  difícil  el  explicar  la  naturaleza  del  alma  de 
los  brutos ;  pero  es  sumamente  fácil  el  demostrar  que  esta 
obscuridad  filosófica  nada  prueba  en  favor  de  los  materia- 
listas. 

70.  Descartes  y  otros  filósofos  han  sostenido  que  en  los 
brutos  no  había  sensación,  que  eran  meras  máquinas ;  de 
suerte  que  todo  cuanto  vemos  en  los  animales  no  es  más  que 
puro  movimiento  producido  por  resortes  mecánicos.  Si  se 
los  punza  o  quema,  gritan  ||  y  se  agitan ;  si  pueden,  huyen, 
o  cuando  no,  pican,  arañan  o  muerden ;  pero  estos  fenóme- 
nos no  resultan  de  que  el  animal  experimente  dolor,  sino  de 
que  con  la  punzada  o  el  fuego  hacemos  mover  un  resorte 
que  produce  el  sonido  de  la  voz  y  los  movimientos  consi- 
guientes. Al  montar  un  reloj  se  oye  también  cierto  sonido  y 
se  ven  movimientos,  sin  que  el  reloj  experimente  sensación 
alguna.  Esta  opinión  filosófica  no  desata  el  nudo,  lo  corta : 
es  un  recurso  desesperado  para  salir  de  dificultades.  En  su 
propia  extrañeza  lleva  contra  sí  una  prevención  poderosa : 
Quodcumque  ostende  mihi.  sic,  incredulus  odi. 

71.  En  esta  cuestión  se  divaga  mucho,  porque  se  quiere 


372 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL . — METAFÍSICA  [21.  348-350] 


ir  más  allá  de  lo  que  sus  límites  permiten;  fijémoslos,  pues, 
exactamente,  que  entonces  habremos  adelantado  no  poco  en 
el  camino  de  la  verosimilitud,  ya  que  no  de  la  verdad. 

La  cuestión  sobre  el  alma  de  los  brutos  pertenece  a  las 
que  hemos  llamado  de  orden  real  (véase  Ideología  pura, 
c.  XV) ;  se  trata  no  de  ideas,  sino  de  hechos ;  es  preciso,  pues, 
ante  todo  consultar  la  experiencia.  Veamos  lo  que  ésta 
nos  dice. 

72.  Hay  en  los  brutos  una  organización  que  tiene  cierta 
analogía  con  la  nuestra.  Nacen  por  generación,  se  conservan 
y  crecen  por  nutrición,  mueren  por  descomposición.  Esto  nos 
lo  atestiguan  los  sentidos  y  lo  explican  largamente  la  zoo- 
logía y  anatomía  comparadas. 

En  el  uso  de  los  medios  para  la  conservación  del  |¡  indi- 
viduo y  de  la  especie  vemos  cierta  analogía  con  lo  que  nos- 
otros ejecutamos.  Buscan  el  alimento  y  lo  demás  que  favore- 
ce a  su  existencia ;  huyen  de  lo  que  les  daña ;  se  proporcio- 
nan cosas  que  a  nosotros  nos  causan  placer  y  se  guardan  de 
otras  que  nos  producen  dolor ;  en  invierno  se  arriman  a  la 
lumbre  o  se  exponen  a  los  rayos  del  sol,  en  verano  se  retiran 
a  lugares  frescos ;  siguen  a  quien  los  cuida  y  acaricia,  se 
apartan  de  quien  les  pega ;  cuando  logran  lo  placentero  ha- 
cen gestos  que  parecen  de  contento ;  cuando  reciben  una 
contusión  o  herida  dan  gritos,  sufren  convulsiones  semejan- 
tes a  las  que  vemos  en  el  hombre.  Estos  fenómenos  no  admi- 
ten duda ;  no  son  objeto  de  discusiones,  pues  que  se  ofrecen 
a  los  sentidos.  La  dificultad  está  en  explicar  la  naturaleza 
del  principio  interno  de  que  dimanan.  Aquí  acaba  la  obser- 
vación y  empieza  el  discurso. 

73.  Como  no  podemos  trasladarnos  al  interior  del  ani- 
mal para  ver  intuitivamente  lo  que  allí  hay,  claro  es  que  la 
cuestión  entre  Descartes  y  sus  adversarios  no  puede  resol- 
verse por  experiencia  inmediata.  Los  mayores  adelantos  zoo- 
lógicos no  conducirían  más  allá  de  movimientos  orgánicos ; 
aferrándose  Descartes  en  sostener  que  el  principio  de  éstos 
no  es  más  que  un  ser  sensitivo,  no  habría  ningún  medio  de 
convencerle  por  la  experiencia.  La  sensación  no  se  ve  ni  s.e 
palpa,  en  este  caso  la  observación  no  se  extiende  más  allá  de 
la  esfera  corpórea.  Confesará  Descartes  que  hay  tal  o  cual 
fluido,  tal  o  cual  movimiento,  tal  o  cual  combinación  quími- 
ca, tal  o  cual  ||  semejanza  con  lo  que  produce  en  nosotros 
sensaciones;  pero  negará  que  las  haya  en  los  brutos;  dirá  que 
la  semejanza  no  es  el  hecho ;  que  aun  suponiendo  que  no 
hubiese  disparidad  en  el  fenómeno  no  se  inferiría  semejan- 
za en  su  principio ;  y  cuando  se  le  estreche  con  la  perpetui- 
dad de  esa  armonía  entre  las  apariencias,  apelará  a  la  omni- 
potencia divina,  observando  que  si  artífices  humanos  han  lle- 
gado a  construir  autómatas  que  ejecutaban  movimientos 


[21,  350-352] 


PSICOLOGÍA. — C.  10 


373 


admirables,  bien  podría  haber  construido  máquinas  mucho 
más  perfectas  Dios,  infinitamente  sabio  y  poderoso. 

74.  Preciso  es  confesar  que  será  difícil  triunfar  comple- 
tamente de  un  filósofo  que  de  tal  modo  se  encastille ;  pero 
también  es  necesario  convenir  en  que  el  argumento  de  ana- 
logía es  aquí  tan  plausible  que  arranca  nuestro  asenso  con 
una  fuerza  que  no  alcanzamos  a  resistir.  Bien  podemos  creer 
que  el  mismo  Descartes  se  olvidaba  de  su  opinión  al  levan- 
tarse de  su  bufete,  y  que  al  oír  el  vivo  maullo  del  gato  cuya 
pata  pisaba,  no  debía  de  pensar  que  aquello  fuera  el  sonido 
de  un  órgano  cuyas  teclas  se  habían  tocado. 

Descansaremos,  pues,  tranquilamente  en  la  razón  de  la 
analogía,  ya  que  en  la  misma  descansa  el  sentido  común ;  no 
es  buen  modo  de  conducir  una  cuestión  filosófica  el  empezar 
por  contradecir  al  género  humano.  Así,  admitiendo  en  los 
brutos  sensaciones  verdaderas,  tales  como  nos  las  indican 
los  fenómenos,  ventilaremos  las  demás  cuestiones  que  a  este 
punto  se  refieren.  Fijaré  las  ideas  y  deslindaré  las  ||  cuestio- 
nes con  la  mayor  precisión  que  alcance.  La  materia  lo  exige. 

75.  ¿El  principio  sensitivo  de  los  brutos  es  materia?  No. 
La  materia  es  incapaz  de  sentir ;  lo  tengo  demostrado  en  la 
Estética  (c.  VI),  y  no  necesito  repetir  aquellos  argumentos. 

76.  ¿El  alma  de  los  brutos  es  espiritual?  No.  Porque  por 
espíritu  entendemos  una  substancia  simple,  inteligente  y  li- 
bre ;  y  la  libertad  e  inteligencia  no  se  hallan  en  los  brutos. 
La  experiencia  lo  atestigua. 

77.  ¿El  alma  de  los  brutos  es  inmaterial?  Sí.  La  inmate- 
rialidad implica  negación  de  materia ;  habiendo,  pues,  de- 
mostrado que  no  es  materia,  no  la  podemos  hacer  material 
sin  incurrir  en  contradicción. 

78.  ¿La  inmaterialidad  es  sinónimo  de  espiritualidad? 
No.  La  inmaterialidad  sólo  expresa  negación  de  materia ;  la 
espiritualidad,  a  más  de  esta  negación,  significa  substanciali- 
dad.  simplicidad,  inteligencia  y  libertad. 

79.  ¿Hay  medio  entre  lo  material  y  lo  inmaterial?  No. 
Porque  no  le  hay  entre  la  afirmación  y  la  negación. 

80.  ¿Hay  medio  entre  la  materia  y  el  espíritu?  Sí.  Por- 
que un  ser  que  no  sea  materia  y  que  no  tenga  ||  las  propie- 
dades contenidas  en  la  espiritualidad  (78)  será  este  medio 
que  buscamos. 

Hemos  demostrado  que  el  alma  de  los  brutos  no  es  ma- 
teria (75),  ni  tampoco  espíritu  (76);  luego  es  un  ser  medio 
entre  materia  y  espíritu. 

81.  ¿Cuál  es  la  íntima  naturaleza,  la  esencia  de  esa  alma, 
ser  medio  entre  el  cuerpo  y  el  espíritu?  No  lo  sé ;  y  hasta  me 
parece  que  la  cuestión  es  irresoluble.  El  alma  del  bruto  no 
la  conocemos  por  intuición  intelectual ;  no  la  sentimos  por 
experiencia  interna,  pues  que  no  está  en  nuestro  interior; 


374  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  352-354] 


no  la  percibimos  con  los  sentidos,  pues  que  éstos  no  pasan 
de  los  fenómenos  de  observación ;  no  cae  bajo  ninguna  de 
las  ideas  que  hemos  llamado  intuitivas ;  luego  sólo  la  pode- 
mos conocer  por  un  concepto  general  en  que  entren  los  de 
inmaterial,  y  sujeto  en  el  que  se  hallan  los  fenómenos  sen- 
sibles. 

82.  Estos  son  los  límites  de  la  cuestión :  cuanto  salga  de 
ellos  es  conjetura  más  o  menos  verosímil,  pero  que  no  puede 
elevarse  a  certeza. 

83.  Fijados  los  límites  de  la  cuestión  en  lo  relativo  a  la 
esencia  del  principio  sensitivo  de  los  brutos,  examinemos  el 
valor  de  la  dificultad  que  se  nos  objeta  para  probar  que  el 
hombre  no  encierra  un  principio  espiritual  y  que  es  única- 
mente un  bruto  más  perfecto. 

84.  Asentado  que  el  alma  de  los  brutos  no  es  materia, 
lejos  de  que  la  inmaterialidad  de  la  nuestra  ||  vacile,  queda 
más  afirmada:  el  argumento  es  a  fortiori,  y  se  retuerce  con- 
tra los  adversarios.  Ellos  decían :  «El  alma  de  los  brutos  es 
materia,  luego  también  puede  serlo  la  del  hombre» ;  y  nos- 
otros contestamos :  «El  alma  de  los  brutos  no  puede  ser  ma- 
teria ;  luego  mucho  menos  lo  será  el  alma  humana.» 

85.  En  lo  tocante  a  la  espiritualidad,  también  queda  re- 
suelta la  cuestión.  Por  espíritu  entendemos  una  substancia 
simple,  inteligente  y  libre ;  el  alma  humana  tiene  estos  atri- 
butos, y  la  del  bruto  carece  de  inteligencia  y  libertad ;  lue- 
go aquélla  es  espíritu  y  ésta  no. 

86.  Las  dos  son  inmateriales,  es  cierto ;  porque  ambas 
carecen  de  materia.  Luego  las  dos  son  espirituales :  niego  la 
consecuencia,  porque  inmaterialidad  no  es  sinónimo  de  es- 
piritualidad (78). 

87.  Veamos  ahora  lo  que  nos  enseña  la  experiencia  res- 
pecto a  la  perfección  del  hombre  comparada  con  la  del  bruto. 

88.  La  percepción  del  bruto  es  puramente  sensitiva ; 
nada  tiene  de  intelectual.  Las  verdades  universales,  necesa- 
rias, están  fuera  de  su  alcance. 

89.  Aun  en  el  orden  de  los  objetos  materiales  no  se  ele- 
va sobre  los  fenómenos  pasajei"os:  percibe  lo  que  siente  en 
la  actualidad  o  recuerda  lo  que  antes  ha  sentido ;  no  pasa 
de  aquí.  Por  el  contrario,  el  hombre  ||  reflexiona  sobre  las 
sensaciones  presentes  y  pasadas ;  las  combina  de  mil  modos , 
se  forma  en  su  imaginación  nuevos  objetos  que  con  su  indus- 
tria realiza  en  lo  exterior,  en  los  prodigios  de  las  artes. 

90.  La  sensibilidad  en  el  hombre  se  eleva  inmensamen- 
te sobre  la  de  los  brutos,  porque  participa  de  la  inteligencia ; 
y  así  es  que  no  sólo  tiene  las  impresiones  de  los  sentidos, 
sino  que  percibe  la  belleza  y  armonía  del  mundo  sensible.  El 
bruto  que  se  hallara  en  la  cámara  donde  Trabajaban  Miguel 
Angel  o  Rafael  vería  las  mismas  figuras  y  colores  que  ellos. 


[21.  354-356] 


PSICOLOGÍA. — C.  10 


375 


es  cierto ;  pero  comparad,  si  os  atrevéis,  aquella  sensibilidad 
estúpida  con  la  sublime  inspiración  del  artista. 

91.  De  estas  consideraciones,  que  sería  muy  fácil  am- 
pliar, resulta  claro  que,  aun  no  considerando  más  que  el  or- 
den sensible,  el  hombre  se  eleva  inmensamente  sobre  los 
brutos ;  quien  lo  niegue  no  merece  los  honores  de  la  refu- 
tación. 

92.  El  hombre,  a  más  de  los  fenómenos  sensibles,  perci- 
be en  los  objetos  sentidos  un  hecho  común :  la  extensión ;  y 
halla  en  él  una  idea  fecunda,  de  donde  nace  una  vasta  cien- 
cia: la  geometría.  El'bruto  siente  los  objetos  extensos;  pero 
no  conoce  la  extensión :  con  lo  primero  atiende  a  sus  nece- 
sidades, mas  por  la  falta  de  lo  segundo  no  se  eleva,  como  el 
hombre,  a  las  ideas  geométricas,  que  conducen  a  la  explica- 
ción de  las  maravillas  del  universo.  || 

93.  Lo  propio  sucede  con  el  número :  el  bruto  ve  con- 
juntos de  unidades,  pero  no  conoce  el  número  ni  la  unidad; 
y  así  carece  de  los  elementos  de  la  aritmética  universal, 
que,  combinada  con  la  geometría,  nos  descifra  los  arcanos 
de  la  naturaleza. 

94.  De  aquí  resulta  el  dominio  que  el  hombre  adquiere 
sobre  el  mundo  corpóreo  y  la  servil  rutina  a  que  está  con- 
denado el  bruto :  éste  obedece  a  un  orden  fijo  que  no  alcanza 
a  modificar  ni  para  sus  propios  usos ;  aquél,  si  bien  no  pue- 
de cambiar  las  leyes  de  la  naturaleza,  neutraliza  las  unas  con 
las  otras,  o  las  dispone  de  modo  que  se  auxilien,  según  los 
efectos*  que  intenta  producir. 

95.  La  hormiga  construye  sus  pequeños  almacenes,  la 
abeja  labra  sus  panales,  el  castor  fabrica  sus  diques,  la  go- 
londrina su  nido ;  pero  siempre  de  una  misma  manera,  sin 
un  adelanto,  sin  la  más  pequeña  mejora.  Mil  y  mil  veces  su- 
fren en  su  obra  las  mismas  contrariedades  de  parte  de  los 
hombres  o  de  la  naturaleza,  y  otras  tantas  se  exponen  a  su- 
frirlas. Esto  ¿qué  indica?  Indica  que  proceden  sin  conoci- 
miento, sin  elección,  por  instinto,  por  un  impulso  necesario 
a  que  no  pueden  resistir.  Admiremos  este  instinto ;  la  admi- 
ración es  justa,  porque  se  dirige  a  la  bondad  y  sabiduría  del 
Criador ;  pero  reconozcamos  la  superioridad  de  la  inteligen- 
cia, y  no  seamos  tan  necios  que  al  ver  un  panal  o  un  nido 
confundamos  a  sus  artífices  con  la  especie  humana,  con  el 
hombre,  que  ha  construido  las  pirámides  de  Egipto,  ||  los  an- 
fiteatros antiguos,  El  Escorial,  San  Pablo  de  Londres,  San 
Pedro  de  Roma,  el  túnel  del  Támesis ;  que  ha  cubierto  el 
mundo  de  casas,  aldeas,  pueblos,  ciudades  populosas  como 
Nínive,  Babilonia,  Pekín,  Roma,  París,  Londres;  que  ha  uni- 
do los  puntos  de  la  tierra  con  redes  de  caminos;  que  ha  echa- 
do sobre  los  ríos  infinidad  de  puentes  soberbios;  que  hace 
tributarias  de  la  agricultura  y  de  la  industria  las  aguas  de 


376 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  356-358J 


las  fuentes,  lagunas  y  hasta  de  las  entrañas  de  la  tierra;  que 
ha  convertido  los  desiertos  en  amenos  jardines,  y  los  eriales 
en  campos  de  mieses,  en  feraces  vegas,  en  verdes  praderas ; 
que  domina  la  furia  de  los  elementos  y  se  lanza  impertérri- 
to al  través  de  los  mares ;  que  construye  admirables  meca- 
nismos medidores  del  tiempo  a  imitación  de  los  astros ;  que 
dispone  combinaciones  asombrosas  que  elaboran  por  sí  solas 
los  "más  admirables  artefactos,  y  que  intenta  ya  dominar 
los  aires,  y  se  levanta  osado  a  grandes  alturas ;  que  ha  lo- 
grado anular  distancias,  tomando  a  su  servicio  la  electrici- 
dad para  la  transmisión  del  pensamiento :  a  la  especie  hu- 
mana, que  ha  hecho  estos  prodigios  y  que  adelanta  cada  día 
en  su  carrera  a  pasos  agigantados,  no  la  confundáis,  por  pie- 
dad, con  los  brutos ;  no  comparéis  con  esas  obras  cfel  genio 
el  nido  del  ave,  el  panal  de  la  abeja  o  el  dique  del  castor; 
que  semejantes  comparaciones  son  insensatas  y  casi  dejan  de 
ser  impías  a  fuerza  de  ser  ridiculas. 

96.  Si  con  respecto  a  las  cosas  materiales  hallamos  tanta 
diferencia  entre  el  hombre  y  el  bruto,  ¿qué  será  si  nos  ele- 
vamos a  lo  puramente  intelectual  y  moral?  ||  Las  ideas  de  ser, 
substancia,  causa,  efecto,  bueno,  malo,  lícito,  ilícito,  virtud, 
vicio,  derecho,  deber,  justicia,  equidad,  ¿se  hallan  por  ven- 
tura en  los  brutos?  El  amor  de  la  gloria,  la  amistad,  la  admi- 
ración, el  entusiasmo,  el  sentimiento  de  la  belleza,  de  la 
sublimidad,  la  percepción  del  conjunto  de  las  relaciones 
morales  del  ser  criado  para  con  Dios,  para  consigo  y  sus  se- 
mejantes, ¿se  hallan  acaso  en  los  brutos?  El  deseo  de  la  in- 
mortalidad, la  previsión  del  porvenir,  la  ansiedad  sobre  el 
último  destino,  el  presentimiento  de  los  secretos  del  sepul- 
cro, ¿se  vislumbra  ni  siquiera  en  los  brutos? 

97.  Siglos  ha  que  están  en  la  tierra,  ¿por  qué  no  se  . 
han  igualado  con  el  hombre?  ¿Por  qué  al  menos  no  se  le 
han  aproximado?  ¿Por  qué  no  han  encontrado  un  medio  de 
comunicación?  ¿Por  qué  no  se  valen  de  la  escritura  y  de  la 
palabra?  Delante  de  sí  tienen  a  la  sociedad  humana ;  son 
las  víctimas  de  ella ;  sufren  la  más  terrible  opresión  y  no 
aciertan  a  discurrir  nada  para  emanciparse.  Comparadlos 
con  esos  negros  a  quienes  la  crueldad  maltrata  y  humilla : 
también  el  pobre  esclavo  sufre  y  se  halla  frecuentemente 
asemejado  a  los  animales  que  le  rodean ;  su  entendimiento 
está  sumido  en  la  ignorancia ;'  su  voluntad  se  halla  embru- 
tecida ;  en  su  figura  y  ademán  se  pintan  la  degradación  en 
que  vive ;  pero  guardaos  de  confundirle  con  el  bruto :  que 
brilla  en  sus  ojos  la  centella  de  la  inteligencia  y  arde  en  su 
corazón  la  llama  del  orgullo ;  sabe  meditar  sobre  su  suerte ; 
sabe  compararse  con  sus  compañeros  de  infortunio ;  sabe 
levantarse  en  un  día  señalado  y  degollar  a  sus  amos  y  pro- 
clamar ||  independencia  y  libertad ;  si  la  suerte  le  es  ad- 


[21,  358] 


PSICOLOGÍA. — C.  10 


377 


versa,  sabe  poner  fin  a  sus  días  apelando  al  suicidio.  Esto 
hace  el  hombre  en  su  ínfima  escala ;  nada  de  esto  hace  el 
bruto.  Siglos  hace  que  el  caballo  soporta  el  freno ;  y  el 
mulo  y  el  asno  y  el  camello  llevan  tranquilamente  su  car- 
ga ;  y  que  los  ganados  se  ven  conducidos  al  matadero  para 
alimento  del  hombre ;  y  no  han  pensado  nunca  en  suble- 
varse ;  no  han  concebido  jamás  los  terribles  proyectos  de 
que  vemos  ejemplos  espantosos  entre  los  esclavos  antiguos 
y  modernos. 

98.  Inútil  sería  esforzar  más  los  argumentos  que  prue- 
ban la  superioridad  del  hombre,  la  diferencia  esencial  que 
le  separa  de  los  brutos ;  la  obscuridad  que  pueda  haber  en 
las  cuestiones  sobre  el  alma  de  los  irracionales  a  nada  con- 
duce cuando  se  trate  de  igualarla  ni  compararla  con  nues- 
tro espíritu  inteligente,  libre,  conocedor  de  sí  propio  y  del 
universo,  que  se  eleva  hasta  la  causa  primera  y  se  lanza 
fuera  del  tiempo  por  las  regiones  de  la  eternidad.  Dificul- 
tades se  hallan  en  el  mundo  vegetal ;  ¿y  será  justo  por  eso 
el  confundir  nuestro  principio  de  vida  con  el  que  anima  las 
plantas?  Dificultades  hay  en  explicar  muchos  fenómenos 
mecánicos  y  químicos ;  ¿y  será  razonable  el  confundir  el 
orden  intelectual  y  moral  con  el  mecánico  y  químico?  Las 
dudas  sobre  un  punto  no  autorizan  a  rechazar  la  verdad 
que  en  otros  resplandece :  el  telescopio  del  astrónomo  no 
alcanza  a  disipar  las  sombras  de  los  abismos  del  espacio ; 
mas  por  esto  no  le  ocurre  la  extraña  idea  de  desechar  los 
fenómenos  que  está  viendo  con  sus  ojos  en  el  sistema  de  los 
cielos.  || 


TEODICEA 


CAPITULO  I 

Nociones  preliminares 


1.  Llamo  teodicea  a  la  ciencia  que  trata  de  Dios  en 
cuanto  puede  ser  conocido  por  la  razón  natural. 

2.  La  filosofía  no  es  un  vano  entretenimiento,  es  una 
ciencia  grave ;  y  no  lo  fuera  si  no  nos  condujese  a  un  re- 
sultado. Entre  éstos  el  más  importante  es  el  del  conoci- 
miento de  Dios.  Antes  de  pasar  adelante  echemos  una  ojea- 
da sobre  lo  que  hemos  recogido  en  los  estudios  que  prece- 
den. Para  levantar  un  edificio  sólido  asegurémonos  de  la 
firmeza  del  suelo  en  que  echamos  los  cimientos. 

3.  Las  investigaciones  de  la  estética,  ideología  y  psico- 
logía nos  han  conducido  a  los  siguientes  resultados:  || 


1.  ° 

El  sujeto  de  nuestros  fenómenos  internos  es  una  subs- 
tancia simple,  sensitiva,  inteligente  y  libre. 

2.  ° 

Hay  fuera  de  nosotros  un  mundo  corpóreo,  o  sea,  un 
conjunto  de  substancias  extensas,  sujetas  a  leyes  constantes 
que  las  conservan  en  orden  y  armonía  en  medio  de  sus  con- 
tinuas variaciones. 

3.  °  . 

Una  parte  de  materia  organizada  está  unida  a  nuestra 
alma  formando  lo  que  llamamos  nuestro  cuerpo.  Este  se 


[21,  360-362] 


TEODICEA.— C.  1 


379 


halla  sometido  a  las  leyes  del  mundo  corpóreo,  y  además 
ligado  con  nuestro  espíritu,  sobre  el  cual  influye  y  de  quien 
a  su  vez  recibe  influencia. 

4.  ° 

Nuestras  ideas  tienen  un  valor  subjetivo  y  objetivo ;  es 
decir,  que  no  sólo  valen  para  los  hechos  que  están  en  la 
misma  alma,  sino  que  también  nos  pueden  conducir  legíti- 
mamente, y  en  efecto  nos  conducen,  al  conocimiento  de  lo 
que  hay  fuera  de  nosotros. 

5.  ° 

Aunque  nuestras  ideas  se  exciten  por  medio  de  las  sen- 
saciones, se  distinguen  esencialmente  de  ellas ;  ||  y  tienen 
un  valor  legítimo  fuera  del  orden  sensible. 

6.  ° 

La  base  de  nuestras  relaciones  sensibles  con  el  mundo 
corpóreo  es  la  idea  de  la  extensión. 

7.  u 

La  idea  fundamental  de  nuestro  espíritu  es  la  de  ser. 
Esta,  cambinada  con  la  de  no  ser,  engendra  el  principio  de 
contradicción :  cimiento  indispensable  para  todo  conoci- 
miento, condición  inseparable  de  todo  cuanto  hay  y  puede 
haber,  así  en  el  orden  ideal  como  en  el  real. 

8.  ° 

La  extensión,  la  sensibilidad  activa,  la  inteligencia  y  la 
voluntad  son  para  nosotros  objeto  de  intuición. 

9.  ° 

Todos  los  espíritus  humanos  tienen  una  ley  común,  lla- 
mada razón :  ésta  se  forma  de  un  conjunto  de  instintos  inte- 
lectuales irresistibles  y  de  verdades  evidentes. 

10.  ° 

Tenemos  idea  de  substancia :  la  razón  en  el  orden  pura- 
mente ideal  nos  enseña  la  posibilidad  de  que  ||  haya  mu- 


380 


FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  362-363] 


chas  substancias ;  y  combinada  con  la  experiencia  interna 
y  externa  nos  atestigua  que  en  efecto  las  hay. 


11.° 

Tenemos  idea  de  la  contingencia  y  de  la  necesidad.  La 
experiencia  nos  enseña  que  hay  seres  contingentes,  y  la  ra- 
zón demuestra  que  ha  de  haber  algo  necesario. 


12." 

La  razón  en  el  orden  puramente  ideal  nos  da  las  ideas 
de  causa  y  efecto ;  y  combinada  con  la  experiencia  interna 
y  externa  nos  cerciora  de  que  éstas  se  hallan  realizadas. 


13.° 

Tenemos  también  idea  de  lo  infinito,  y  ésta  no  es  nega- 
tiva, sino  positiva.  || 


CAPITULO  II 


Existencia  y  origen  del  ateísmo 


4.  Ahora  se  nos  presenta  otra  cuestión.  Esta  substan- 
cia simple  que  siente,  piensa  y  quiere  dentro  de  nosotros; 
ese  conjunto  de  substancia  extensa  al  que  llamamos  univer- 
so corpóreo,  ¿dependen  de  algo  que  los  haya  producido? 
¿Hay  un  ser  autor  de  todas  las  cosas?  La  tristeza  se  apode- 
ra del  corazón  a  la  sola  idea  de  que  la  ceguedad  y  malicia 
de  unos  pocos  hombres  haga  necesario  un  estudio  serio  y 
detenido  para  probar  una  verdad  escrita  en  la  tierra  y  en  el 
cielo  con  caracteres  tan  claros  y  resplandecientes,  carac- 
teres entendidos  con  suma  facilidad  por  todos  los  pueblos 
en  todos  tiempos  y  países ;  y  que  al  tratarse  de  Dios  la  filo- 
sofía haya  de  ser  otra  cosa  que  un  cántico  de  amor  y  ala- 
banza al  Supremo  Hacedor,  semejante  al  que  entonan  de 
continuo  la  tierra  y  el  firmamento.  Sin  embargo,  ello  es 
cierto  que  hay  hombres  que  niegan  la  existencia  de  Dios ; 
ya  que  no  en  su  entendimiento,  al  menos  en  su  boca  y  cora- 


[21.  363-365] 


TEODICEA. — C.  3 


381 


zón ;  y  así  la  filosofía  no  puede  prescindir  del  imperioso 
deber  de  confundir  con  sus  irresistibles  demostraciones  a 
los  que,  teniendo  su  frente  hundida  en  el  polvo,  la  levan- 
tan de  ||  vez  en  cuando  contra  el  cielo  y  claman:  «¡No 
hay  Dios!» 

5.  El  mismo  Rousseau  ha  dicho :  «Tened  vuestra  alma 
en  tal  estado  que  pueda  siempre  desear  que  haya  Dios,  y 
no  dudaréis  jamás  de  esta  verdad.»  Este  pensamiento  es 
copia  de  ese  otro  de  San  Agustín :  «Nadie  niega  la  existen- 
cia de  Dios  sino  aquel  a  quien  conviene  que  no  le  haya.» 
Nemo  Deum  negat  nisi  cui  expedit  Deum  non  esse.  «Yo 
quisiera,  dice  La  Bruyére,  encontrar  un  hombre  sobrio,  mo- 
derado, casto,  justo,  que  negase  la  existencia  de  Dios  y  la 
inmortalidad  del  alma :  éste,  al  menos,  hablaría  sin  inte- 
rés ;  pero  un  hombre  tal  no  se  encuentra.»  ( Caracteres,  ca- 
pítulo XVI.) 

6.  Consignado  el  origen  del  ateísmo,  prescindiremos  de 
si  hay  o  no  verdaderos  ateos ;  muchos  autores  opinan  que 
es  imposible  que  los  haya :  tanta  es  la  claridad  con  que 
brilla  la  existencia  de  Dios.  Por  más  que  esto  sea  harto 
difícil,  preciso  es  no  olvidar  que  el  hombre  cuando  obede- 
ce a  sus  pasiones  es  capaz  de  los  mayores  extravíos:  ¿y 
quién  nos  asegura  de  que  Dios  no  permita  que  algunos  lle- 
guen a  cegarse  hasta  tal  punto,  dejando  entregados  a  su 
réprobo  sentido  a  los  insensatos  que  deseaban  negarle? 
Para  quien  maldijere  la  luz  y  quisiese  que  no  la  hubiera, 
¿podría  excogitarse  castigo  más  adecuado  que  privarle  de  la 
vista?  ¿Puede  haber  castigo  más  formidable  que  el  retirar- 
se Dios  del  entendimiento  del  hombre  y  dejarle  caer  en  la 
horrible  creencia  de  que  Dios  no  existe?  || 


CAPITULO  III 

Demostración  de  la  existencia  de  Dios 
como  ser  necesario 


7.  Existe  algo :  cuando  menos  nosotros ;  aunque  el  mun- 
do corpóreo  fuese  una  ilusión,  nuestra  propia  existencia  se- 
ría una  realidad.  Si  existe  algo,  es  preciso  que  algo  haya 
existido  siempre ;  porque  si  fingimos  que  no  haya  nada  ab- 
solutamente, no  podrá  haber  nunca  nada ;  pues  lo  que  co- 
menzase a  ser  no  podría  salir  de  sí  mismo  ni  de  otro,  por 
suponerse  que  no  hay  nada;  y  de  la  pura  nada,  nada  pue- 


382  FILOSOFÍA  ELEMENTAL— METAFÍSICA  [21.  365-367] 


de  salir.  Luego  hay  algún  ser  que  ha  existido  siempre.  Este 
ser  no  tiene  en  otro  la  razón  de  su  existencia;  es  absolu- 
tamente necesario,  porque  si  no  lo  fuese  sería  contingente, 
esto  es,  podría  haber  existido  o  no  existido ;  así,  pues,  no 
habría  más  razón  para  su  existencia  que  para  su  no  exis- 
tencia. Esta  existencia  no  ha  podido  menos  de  haberla,  lue- 
go la  no  existencia  es  imposible ;  luego  hay  un  ser  cuya  no 
existencia  implica  contradicción,  y  que,  por  consiguiente, 
tiene  en  su  esencia  la  razón  de  su  existencia.  Este  ser  nece- 
sario no  somos  nosotros ;  pues  que  sabemos  por  experien- 
cia !|  que  hace  poco  no  existíamos :  nuestra  memoria  no  se 
extiende  más  allá  de  unos  cortos  años ;  no  son  nuestros  se- 
mejantes por  la  misma  razón ;  no  es  tampoco  el  mundo  cor- 
póreo, en  el  cual  no  hallamos  ningún  carácter  de  necesidad, 
antes,  por  el  contrario,  le  vemos  sujeto  de  continuo  a  mu- 
danzas de  todas  clases.  Luego  hay  un  ser  necesario  que  no 
es  ni  nosotros  ni  el  mundo  corpóreo ;  y  como  éstos,  pol- 
lo mismo  que  son  contingentes,  han  de  tener  en  otro  la  ra- 
zón de  su  existencia,  y  esta  razón  no  puede  hallarse  en  otro 
ser  contingente,  pues  que  él  a  su  vez  la  tiene  en  otro,  re- 
sulta que  así  el  mundo  corpóreo  como  el  alma  humana  tie- 
nen la  razón  de  su  existencia  en  un  ser  necesario  distinto 
de  ellos.  Un  ser  necesario,  causa  del  mundo,  es  Dios ;  luego 
Dios  existe. 

8.  Demos  a  este  argumento  una  nueva  forma. 

Si  existe  algo,  existió  siempre  algo ;  es  así  que  existe 
algo :  luego  existió  siempre  algo. 

Si  no  siempre  hubiese  existido  algo,  se  podría  designar 
un  momento  en  que  no  hubo  nada ;  si  alguna  vez  no  hubo 
nada,  nunca  pudo  haber  nada ;  luego  si  existe  algo,  existió 
siempre  algo. 

De  la  pura  nada  no  puede  salir  nada ;  luego  si  alguna 
vez  no  hubo  nada,  no  pudo  haber  nada. 

Tenemos,  pues,  que  existió  siempre  algo.  Esto  será  ne 
cesario  o  contingente.  Si  es  necesario  llegamos  ya  a  la  exis- 
tencia de  un  ser  necesario ;  si  es  contingente  pudo  ser  y  no 
ser,  luego  no  tuvo  en  sí  la  razón  de  ser.  Luego  tuvo  esta 
razón  en  otro ;  y  como  de  este  otro  se  puede  decir  lo  mis- 
mo, resulta  que  al  fin  hemos  ||  de  llegar  a  un  ser  que  no 
tenga  la  razón  de  su  existencia  en  otro,  sino  en  sí  mismo, 
y  que,  por  consiguiente,  sea  necesario.  Luego  de  todos  mo- 
dos, partiendo  de  la  existencia  de  algo,  llegamos  a  la  exis- 
tencia de  un  ser  necesario. 

9.  Se  dirá  tal  vez  que  una  cosa  contingente  puede  tener 
la  razón  de  su  existencia  en  otra  contingente,  y  ésta  en  otra, 
precediéndose  hasta  lo  infinito ;  pero  esto  es  imposible. 

Sea  la  serie  A.  B,  C,  D,  E,  F,  etc..  que  deberemos  supo- 
ner prolongada  a  parte  ante  hasta  lo  infinito.  La  existen- 


\21.  367-369] 


TEODICEA. — C.  4 


383 


cia  de  F  ha  debido  ser  precedida  por  la  de  E;  la  de  E,  pol- 
la de  D;  la  de  D,  por  la  de  C ;  la  de  C,  por  la  de  B ;  la 
de  B,  por  la  de  A,  y  como  A  es  también  contingente,  su 
existencia  ha  debido  ser  precedida  por  otro,  y  la  de  éste  por 
otro,  hasta  lo  infinito.  Luego  para  que  existiese  F  han  debi- 
do existir  términos  infinitos ;  luego  se  ha  debido  acabar  lo 
infinito ;  lo  infinito  acabado  o  finido  es  contradictorio,  lue- 
go la  supuesta  serie  infinita  es  de  todo  punto  absurda. 

10.  Además,  hay  en  contra  de  dicha  serie  otro  argumen- 
to no  menos  concluyente.  Si  no  hay  más  que  seres  contin- 
gentes, no  hay  ninguna  razón  de  la  existencia  de  la  serie : 
ponerla  infinita  es  aumentar  la  dificultad ;  pues  que  cuanto 
más  grande  sea  más  de  bulto  se  presentará  la  imposibilidad 
de  su  existencia,  cuya  razón  no  se  halla  en  ninguna  parte. 
Cada  término  de  la  serie,  por  sí  solo,  no  la  hace  necesaria ; 
tampoco  |!  puede  darle  este  carácter  el  conjunto,  pues  que 
este  conjunto  no  existe  nunca  por  ser  esencialmente  suce- 
sivo ;  luego  esa  totalidad  necesaria  de  seres  contingentes  es 
contradictoria.  En  cada  momento  dado  sólo  existe  un  tér- 
mino ;  luego  la  totalidad  no  es  nunca  un  ser  real,  sino  con- 
cebido. ¿Y  quién  puede  fundar  en  un  concepto  irrealizable 
la  existencia  de  la  realidad? 

11.  Compárense  estos  absurdos  con  la  doctrina  que  ad- 
mite un  ser  necesario  autor  de  todas  las  cosas.  Con  esta 
idea  todo  se  aclara  y  explica :  los  seres  contingentes  no  tie- 
nen la  razón  de  su  existencia  en  sí  propios,  sino  en  Dios. 
El  ser  necesario  y  eterno  es  quien  les  ha  dado  la  existencia 
y  quien  se  la  conserva  con  su  omnipotente  voluntad  (véase 
Filosofía  fundamental  1.  10.°,  ce.  I  y  II)  [vol.  XIX].  || 


CAPITULO  IV 

Demostración  de  la  existencia  de  Dios  como 
causa  de  la  razón  humana 


12.  La  comunidad  de  la  razón  humana  suministra  otra 
demostración  de  la  existencia  de  Dios.  Sea  cual  fuere  el 
modo  con  que  se  desenvuelven  en  nosotros  las  ideas,  es  cier- 
to que  hay  algunas  verdades  comunes  a  todos  los  nombres. 
Tales  son  las  aritméticas,  geométricas,  metafísicas  y  mora- 
les. No  es  necesario  ponerse  de  acuerdo  para  convenir  en  que 
seis  y  tres  hacen  nueve ;  que  los  diámetros  de  un  círculo 
son  iguales;  que  el  triángulo  no  puede  ser  cuadrado;  que 


384  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  369-3711 


no  es  posible  que  una  cosa  sea  y  no  sea  a  un  mismo  tiem- 
po ;  que  es  preferible  la  buena  fe  a  la  perfidia.  Hay,  pues, 
entre  todos  los  hombres  una  comunidad  de  razón :  algo  que 
se  presenta  a  todos  y  del  mismo  modo.  Ahora  bien:  ¿de  dón- 
de dimana  esa  comunidad  de  pensamiento?  No  de  algún 
hombre  en  particular,  porque  es  evidente  que  no  hay  nin- 
guno necesario  para  que  la  verdad  sea  verdad ;  las  propo- 
siciones anteriores  no  dejarán  de  ser  verdaderas  aunque 
nosotros  dejemos  de  existir;  luego  esta  comunidad  ||  de  ra- 
zón depende  de  un  ser  superior  que  nos  ilumina  a  todos, 
que  es  el  sol  de  las  inteligencias,  y  que,  por  tanto,  debe 
tener  en  sí  propio  la  fuente  de  la  luz. 

13.  Si  se  responde  que  todos  los  hombres  ven  ciertas 
verdades  porque  éstas  son  conformes  a  la  razón,  encuentro 
en  eso  mismo  una  demostración  nueva  de  la  existencia  de 
Dios.  En  efecto:  ¿qué  significa  el  ser  ciertas  verdades  con- 
formes a  la  razón?  ¿Se  entiende  que  estas  verdades  sean 
cosas  existentes  en  sí  mismas,  por  ejemplo,  que  el  axioma 
«el  todo  es  mayor  que  su  parte»  sea  una  especie  de  idea 
existente  en  sí  misma  flotante  por  el  mundo  y  que  se  vaya 
ofreciendo  a  todos  los  entendimientos?  Claro  es  que  no ; 
y  que  este  principio  y  otros  semejantes  son  verdades  pura- 
mente ideales  que  sólo  existen  en  el  entendimiento.  Pues 
bien:  ¿de  dónde  dimana  la  necesidad  de  estas  verdades? 
¿Acaso  de  nuestra  razón?  No;  antes,  por  el  contrario,  la 
verdad  de  nuestra  razón  depende  de  que  se  conforma  a  las 
mismas:  ellas  son  la  ley  de  nuestro  entendimiento,  y  desde 
el  momento  en  que  las  niega  se  niega  a  sí  propio,  se  con- 
vierte en  un  caos.  Esta  necesidad  tampoco  puede  fundarse 
en  las  cosas ;  porque,  por  ejemplo,  la  igualdad  de  los  diá- 
metros de  un  círculo  no  depende  de  la  existencia  del  círcu- 
lo :  aunque  no  hubiese  ninguno  sería  verdadera  la  propo- 
sición en  que  esto  se  afirmase.  Además,  nuestro  entendimien- 
to asiente*  a  dichas  verdades  de  una  manera  absoluta ;  sin 
necesidad  de  consultar  a  la  experiencia ;  las  encuentra  en 
sus  propias  ideas ;  allí  ve  un  mundo  cuya  verdad  es  inde- 
pendiente de  la  realidad.  || 

14.  Luego  hay  en  la  esfera  puramente  ideal  un  orden 
de  verdades  necesarias  cuya  verdad  y  necesidad  no  dimanan 
de  nosotros  ni  de  los  objetos  a  que  se  refieren ;  es  así  que 
esta  necesidad  y  verdad  han  de  tener  algún  fundamento,  si 
no  queremos  decir  que  toda  verdad  es  ilusión ;  luego  existe 
una  verdad  fundamento  de  todas,  luego  hay  una  verdad  en 
donde  se  hallan  todas.  Esta  ha  de  ser  real,  porque  la  nada 
no  puede  ser  fundamento  y  origen  de  la- verdad  y  necesi- 
dad ;  ha  de  ser  subsistente  en  sí  misma,  pues  que  las  ideas 
no  existen  por  sí  solas  y  deben  estar  en  algún  entendimien- 
to. Luego  hay  una  inteligencia  fundamento  y  origen  de  to- 


[21.  371-373] 


TEODICEA. — C.  5 


385 


das  las  verdades ;  luego  este  mundo  ideal  que  se  nos  repre- 
senta es  un  reflejo  de  la  verdad  infinita  que  se  halla  en  la 
inteligencia  infinita  (véase  Ideología  pura,  c.  XIII).  || 


CAPITULO  V 

Demostración  de  la  existencia  de  Dios 
como  ordenador  del  universo 


15.  La  asombrosa  regularidad  con  que  esas  grandes  mo- 
les que  llamamos  astros  recorren  la  inmensidad  de  los  cielos 
con  precisión  matemática  y  por  espacio  de  tantos  siglos,  es 
una  demostración  tan  clara,  tan  convincente  de  la  existen- 
cia de  Dios,  que  en  todos  tiempos  y  países  ha  fijado  la 
atención  no  sólo  de  los  filósofos,  sino  también  de  los  rudos. 
El  ateo  está  condenado  a  no  poder  levantar  los  ojos  al  fir- 
mamento sin  leer  escrita  en  grandiosos  caracteres  la  repro- 
bación de  su  doctrina. 

16.  Descendiendo  a  la  tierra  encontraremos  un  nuevo 
orden  de  hechos  que  nos  atestiguan  la  existencia  de  un  Su- 
premo Hacedor  infinitamente  sabio.  ¡Qué  riqueza,  qué  varie- 
dad, qué  belleza  y  armonía  en  todas  partes!  Los  filósofos, 
los  oradores,  los  poetas  de  todos  los  siglos  han  encon- 
trado en  las  maravillas  de  la  naturaleza  un  fondo  inagota- 
ble para  entonar  al  Autor  de,  todas  las  cosas  un  cántico  de 
admiración  y  alabanza.  ¿Quién  ignora  las  magníficas  pá- 
ginas que  la  vista  del  universo  inspiraba  a  Cicerón?  || 

17.  El  cuerpo  del  hombre  encierra  tanto  caudal  de  pre- 
visión y  sabiduría,  que  él  por  sí  solo  bastaría  para  conven- 
cer de  la  existencia  de  un  Supremo  Hacedor.  A  medida  que 
la  anatomía  y  la  fisiología  van  adelantando  se  descubren 
nuevos  prodigios  en  la  organización ;  y  siempre  con  unidad 
de  fin,  con  sencillez  de  medios,  y  con  tal  delicadeza  de  pro- 
cedimientos que  asombra  al  observador.  Sirva  de  ejemplo 
lo  que  he  dicho  del  ojo  (Estética,  c.  II),  no  obstante  que  la 
naturaleza  de  la  obra  me  ha  obligado  a  ceñirme  a  brevísi- 
mas indicaciones. 

18.  Son  innumerables  los  escritos  en  que  se  demuestra 
la  existencia  de  Dios  fundándose  en  las  maravillas  del  uni- 
verso ;  algunos  sabios  han  tenido  la  feliz  ocurrencia  de  li- 
mitarse a  un  solo  punto,  tomando  respectivamente  los  as- 
tros, el  agua,  la  lluvia,  el  trueno,  la  nieve,  los  minerales, 
las  conchas,  los  insectos,  los  animales  de  todas  clases,  el 


2^ 


386  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  373-375] 


corazón,  el  ojo,  la  mano,  la  palabra,  manifestando  con  cada 
uno  de  estos  objetos  la  profunda  sabiduría  que  preside  a 
las  obras  de  la  creación. 

19.  Los  que  niegan  a  Dios  se  verán,  pues,  condenados  a 
los  absurdos  siguientes:  que  hay  un  orden  admirable  sin 
ordenador;  una  correspondencia  de  los  medios  con  los  fines 
sin  que  nadie  lo  haya  dispuesto ;  un  conjunto  de  leyes  fijas, 
constantes,  que  rigen  el  mundo  con  precisión  matemática, 
sin  que  haya  ninguna  inteligencia  que  las  haya  planteado 
ni  concebido.  || 


CAPITULO  VI 

Demostración  fundada  en  la  creencia  universal 
del  género  humano 


20.  Todos  los  pueblos  del  mundo  han  reconocido  la  exis- 
tencia de  Dios,  ¿cómo  es  posible  que  todos  se  hubiesen  en- 
gañado? Esta  creencia  universal  prueba  que  en  el  recono- 
cimiento del  Supremo  Hacedor  están  de  acuerdo  con  la 
voz  de  la  naturaleza  las  tradiciones  primitivas  del  linaje 
humano,  quien  ha  conservado  la  memoria,  aunque  a  veces 
desfigurada,  de  aquellos  momentos  en  que  el  primer  hom- 
bre salió  de  las  manos  del  Criador,  según  nos  refiere  el  his- 
toriador sagrado.  Aquí  la  autoridad  del  sentido  común  se 
halla  con  todos  los  caracteres  que  se  han  señalado  para  su 
infalibilidad :  es  una  creencia  irresistible,  universal ;  sufre 
el  examen  de  la  razón  y  se  liga  con  los  fines  naturales  y 
morales  (véase  Lógica.  L  3.°,  c.  I,  sec.  III)  [vol.  XX]. 

21.  Examinemos  las  objeciones.  La  creencia  en  Dios, 
¿no  podría  ser  efecto  del  espanto  que  causaron  a  los  hom- 
bres ciertos  fenómenos  de  la  naturaleza,  como  el  terremoto, 
la  tempestad,  el  trueno,  el  rayo?  ||  Este  argumento  es  de 
Lucrecio :  Primus  in  orbe  déos  jecit  timor.  ardua  cáelo  ful- 
mina dum  caderent. 

Si  sólo  hubiesen  creído  en  Dios  las  tímidas  mujeres,  los 
niños  o  los  pusilánimes  e  ignorantes,  la  dificultad  sería  me- 
nos fútil ;  pero  cuando  esta  creencia  la  han  tenido  los  hom- 
bres más  valerosos,  ios  más  grandes  naturalistas  y  los  filó- 
sofos más  eminentes,  ¿cómo  será  posible  atribuirla  al  mie- 
do? Las  preocupaciones  de  la  infancia  de  los  pueblos  se  di- 
sipan cuando  la  civilización  progresa ;  no  sucede  así  en  lo 
tocante  a  Dios ;  el  salvaje  se  postra  en  medio  de  sus  bos- 
ques para  aplacar  la  ira  del  Ser  supremo ;  y  lo  mismo  ha- 


[21.  375-377] 


TEODICEA. — C.  7 


387 


cen  las  naciones  que  han  llegado  a  la  cumbre  de  la  civili- 
zación, riqueza  y  esplendor. 

22.  ¿Podría  explicarse  la  creencia  en  Dios  como  efec- 
to de  la  habilidad  de  los  legisladores  primitivos,  quienes 
verían  en  esta  doctrina  un  freno  necesario  para  las  pa- 
siones? 

Esta  objeción,  lejos  de  dañar,  favorece ;  porque  empieza 
por  consignar  un  hecho  importantísimo,  cual  es  que  la 
creencia  en  Dios  es  el  fundamento  de  la  sociedad.  ¿Qué 
error  sería  ese  que  fuera  necesario  para  la  conservación 
del  orden  social?  Esto  por  sí  solo,  ¿no  es  una  demostración 
de  que  la  existencia  de  Dios  es  una  verdad?  Pero  responda- 
mos directamente  a  la  objeción. 

¿Quién  inspiró  esta  idea  a  todos  los  legisladores?  ¿Por 
qué  casualidad  tan  feliz  coincidieron  todos  en  tan  útil  ocu- 
rrencia? Una  doctrina  que  impone  deberes,  que  enfrena  las 
pasiones,  ¿cómo  la  pudieron  hacer  |¡  aceptable?  ¿Cómo  es 
que  lograron  engañar  no  sólo  a  los  ignorantes,  sino  también 
a  los  sabios?  ¿Cuál  es  la  razón  de  que  un  ardid  de  gobierno 
se  convirtiese  en  objeto  de  contemplación  y  altas  discusio- 
Jies  entre  todos  los  filósofos  de  todas  las  escuelas?  Para  res- 
ponder a  estas  preguntas  basta  el  sentido  común. 

Además,  los  que  sostienen  tamaña  paradoja  están  obli- 
gados a  probarla ;  y  como  aquí  se  trata  de  hechos,  es  preciso 
que  manifiesten  dónde  se  hizo  la  feliz  invención,  quién  fué 
el  astuto  inventor ;  que  señalen  siquiera  en  confuso  en  qué 
época  se  concibió  por  la  vez  primera  un  pensamiento  tan 
maravilloso.  Esto  les  será  imposible  porque  en  la  cuna  del 
mundo  encontramos  la  idea  de  Dios ;  y  parece  tanto  más 
viva,  más  fuerte,  cuanto  más  nos  acercamos  al  origen  de  las 
cosas.  Ahí  están  de  común  acuerdo  la  historia  y  la  fábula, 
la  religión  y  la  mitología ;  ahí  están  todos  los  monumentos 
en  que  se  conservan,  enteras  o  desfiguradas,  las  tradiciones 
de  los  tiempos  primitivos.  || 


CAPITULO  VII 

Demostración  sacada  de  las  horribles  consecuencias 
del  ateísmo 


23.  Las  consecuencias  morales  del  ateísmo  son  su  refu- 
tación más  elocuente.  Sin  Dios  no  hay  vida  futura,  no  hay 
legislador  supremo,  no  hay  nada  que  pueda  dominar  en  la 


388  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  377-380] 


conciencia  del  hombre ;  la  moral  es  una  ilusión ;  la  virtud, 
una  bella  mentira ;  el  vicio,  un  amable  proscrito  a  quien 
conviene  rehabilitar.  En  tal  caso,  las  relaciones  entre  ma- 
rido y  mujer,  entre  padres  e  hijos,  entre  hermanos,  entre 
amigos,  son  simples  hechos  naturales  que  no  tienen  ningún 
valor  en  el  orden  moral.  La  obligación  es  una  palabra  sin 
sentido  cuando  no  hay  quien  pueda  obligar ;  y  faltando  Dios 
no  hay  nada  superior  al  hombre.  Así  desaparecen  todos  los 
deberes,  se  rompen  todos  los  vínculos  domésticos  y  sociales ; 
sólo  deberemos  atender  a  los  impulsos  de  la  naturaleza  sen- 
sible, huyendo  del  dolor  y  buscando  los  placeres.  ¿Quién 
no  retrocede  al  ver  destruida  de  este  modo  la  armonía  del 
mundo  moral?  ¿Quién  no  se  consuela  al  reflexionar  que 
esto  es  únicamente  una  hipótesis  insensata?  ||  ¿Quién  no 
siente  renacer  en  su  espíritu  la  luz  y  la  esperanza  al  pensar 
que  Dios  está  en  el  origen  de  todas  las  cosas,  criándolo,  or- 
denándolo todo  con  admirable  sabiduría,  promulgando  las 
leyes  del  universo  moral  y  escribiéndolas  con  caracteres  in- 
delebles en  la  conciencia  de  la  criatura  inteligente?  |¡ 


CAPITULO  VIII 

Examen  de  la  hipótesis  del  acaso 


24.  Los  que  no  admiten  un  Dios  criador  y  ordenador  de 
todas  las  cosas  apelan  a  diferentes  efugios  que  vamos  a  exa- 
minar. 

La  casualidad,  o  el  acaso,  es  el  Dios  de  los  ateos.  Había  en 
los  espacios  una  infinidad  de  átomos  que  revoloteaban  sin 
orden  ni  concierto :  unos  en  una  dirección,  otros  en  otra ; 
mas  por  una  feliz  casualidad  se  dispusieron  las  cosas  de  tal 
modo  que  los  átomos  se  unieron  en  diferentes  masas,  for- 
mando los  cielos  y  la  tierra ;  y  estas  masas,  por  otra  casua- 
lidad no  menos  feliz,  tomaron  el  movimiento  que  vemos  y 
que  tanto  nos  admira.  Esa  explicación  del  orden  que  reina 
en  el  mundo  la  combatió  Cicerón  en  el  libro  De  Natura  Deo- 
rum,  observando  con  mucha  verdad  que  los  filósofos  que  ad- 
mitían tan  absurda  hipótesis  no  debían  tener  inconveniente 
en  reconocer  la  posibilidad  de  que,  arrojando  al  acaso  innu- 
merables caracteres  de  letra,  resulten  escritos  en  tierra  los 
Anales  de  Enio ;  y  que  si  el  fortuito  concurso  de  los  áto- 
mos pudo  formar  la  tierra  y  el  cielo,  tampoco  habría  dificul- 
tad ||  en  que  formase  pórticos,  templos,  casas  y  ciudades. 


•21.  380-381] 


TEODICEA. — C.  8 


389 


que,  por  cierto,  son  obras  de  menos  entidad  que  la  tierra  con 
sus  admirables  producciones,  y  que  el  cielo  con  sus  astros 
innumerables,  de  moles  colosales  y  de  movimientos  rapidí- 
simos ejecutados  con  una  regularidad  asombrosa. 

25.  Los  ateos  substituyen  a  la  realidad  infinita,  que  es 
Dios,  con  una  palabra  sin  sentido:  el  acaso.  ¿Qué  es  el  acaso? 
¿Es  algún  ser  por  ventura?  ¿Cuál  será?  ¿Será  substancia  o 
accidente,  cuerpo  o  espíritu,  criado  o  increado?  No ;  el  aca- 
so es  nada ;  decir  que  las  cosas  han  sido  producidas  y  or- 
denadas por  el  acaso  equivale  a  decir  que  han  sido  produ- 
cidas y  ordenadas  por  nada.  Examinemos  a  fondo  el  senti- 
do de  la  palabra  acaso. 

Dos  hombres,  de  los  cuales  el  uno  ignora  por  dónde  anda 
el  otro,  se  encuentran:  he  aquí  una  casualidad.  ¿Qué  signi- 
fica esta  palabra?  Nada  más  que  la  ignorancia  de  ellos  con 
respecto  a  su  futuro  encuentro.  Pero  este  encuentro,  ¿tenía 
alguna  causa?  Indudablemente,  la  voluntad  de  cada  uno  que 
se  dirigía  al  mismo  punto ;  mas  como  este  concurso  era  ig- 
norado de  los  dos,  le  llaman  casualidad.  Un  tirador  dispara 
al  acaso  y  mata  una  fiera :  he  aquí  otra  casualidad,  que  se 
llama  con  este  nombre  porque  el  tirador  ignoraba  que  se 
hallase  la  fiera  en  la  dirección  del  tiro.  El  suceso,  sin  embar- 
go, tenía  sus  causas,  cuales  eran  el  haber  disparado  el  tiro 
en  aquella  dirección,  y  el  hambre,  la  necesidad  de  descanso 
u  otro  motivo  que  hubiese  impulsado  a  la  fiera  a  pasar 
por  allí.  || 

Los  sucesos  casuales  tienen,  pues,  sus  causas,  y  si  les  da- 
mos el  nombre  de  fortuitos  es  porque  ignoramos  el  concur- 
so de  las  causas  que  los  van  a  producir.  Si  pudiésemos  abar- 
car de  una  ojeada  el  conjunto  de  las  cosas,  nada  hallaríamos 
fortuito ;  y  así  es  que  para  Dios,  que  lo  ve  todo,  no  hay  nada 
casual.  A  este  propósito  se  suele  aducir  con  mucha  oportu- 
n'dad  el  siguiente  ejemplo:  dos  hombres  que  suben  simul- 
táneamente a  una  altura  por  dos  lados  opuestos  tendrán  por 
casual  su  encuentro  en  la  cumbre ;  mas  para  quien  estuviese 
arriba  y  los  viese  subir  el  encuentro  sería  muy  natural.  De 
esto  inferiremos  que  el  acaso  es  una  idea  relativa,  que  sólo 
expresa  ignorancia  de  las  causas  que  concurren  a  producir 
un  efecto.  Así,  pues,  cuando  los  ateos  dicen  que  el  mundo 
ha  sido  producido  y  ordenado  por  el  acaso,  no  hacen  más 
que  emplear  una  palabra  vacía  de  sentido,  a  la  cual  atri- 
buyen, sin  embargo,  una  obra  tan  estupenda. 

26.  Quien  sostiene  que  una  cosa  ha  sucedido  por  pura 
casualidad  debe  convenir  en  que  aquello  podía  haber  suce- 
dido de  otras  maneras :  si  al  disparar  un  tiro  se  dice  que  por 
casualidad  ha  dado  en  un  blanco,  se  entiende  que  con  igual 
razón  podía  dar  en  otros  puntos.  Apliquemos  esta  doctrina 
al  cuerpo  del  hombre. 


390 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA 


[21,  381-383] 


¿Por  qué  los  ojos  están  en  la  parte  superior  de  la  cara? 
Por  casualidad,  dirá  el  ateo;  de  suerte  que  podían  estar  en 
cualquier  otro  punto  del  cuerpo.  ¿Por  qué,  pues,  no  salen 
muchas  veces  en  la  barba,  en  el  pescuezo,  en  el  pecho,  en  el 
vientre,  en  las  piernas,  ||  en  los  pies,  en  la  espalda  o  en  la 
cima  de  la  cabeza?  Si  todo  es  casualidad,  si  no  hay  una  in- 
teligencia que  haya  cuidado  de  ponernos  los  ojos  en  el  lu- 
gar donde  están:  delante  para  que  nos  guiasen,  en  la  parte 
superior  para  que  descubriésemos  mejor  los  objetos,  ¿por 
qué  no  nacen  repetidas  veces  en  otras  partes  del  cuerpo? 
Siendo  todo  pura  casualidad,  resulta  que  el  tener  los  ojos  en 
el  lugar  conveniente  es  un  negocio  de  lotería.  ¿Por  qué,  pues, 
todos  los  hombres,  excepto  alguna  rarísima  monstruosidad, 
sacan  la  bola  que  necesitan,  y  esto  en  todo  el  mundo  y  por 
espacio  de  tantos  siglos? 

Suponiendo  que  una  cabeza  tenga  solamente  sesenta  pul- 
gadas cuadradas  de  superficie,  resulta  que  la  probabilidad 

1 

puramente  casual  de  situarse  un  ojo  en  una  de  ellas  es  — ; 

60 

o  bien  que  hay  la  misma  probabilidad  que  la  de  sacar  una 
bola  blanca  que  estuviese  mezclada  con  59  negras.  Considé- 
rese que  no  es  un  ojo  solo,  sino  dos,  los  que  se  han  de  colo- 
car en  el  sitio  correspondiente ;  adviértase  que  en  el  cuerpo 
no  hay  sólo  la  cabeza,  sino  todos  los  demás  miembros,  don- 
de podría  igualmente  situarse  por  casualidad  el  ojo ;  refle- 
xiónese  que  la  debida  colocación  se  efectúa  continuamente 
en  millones  de  individuos  y  por  espacio  de  miles  de  años ; 
añádase  que  lo  que  se  dice  del  ojo  puede  aplicarse  al  oído, 
al  olfato,  al  gusto  y  a  todos  los  miembros ;  y  véase  si  cabe 
mayor  absurdidad  que  la  que  tienen  que  devorar  los  que  in- 
tenten explicar  el  mundo  por  el  acaso. 

Este  argumento  deja  en  el  espíritu  una  convicción  ||  tan 
profunda  que  no  es  posible  borrar  ni  debilitar.  Conviene, 
pues,  que  los  jóvenes  se  detengan  en  él :  es  sumamente  fácil 
encontrar  ejemplos  en  que  se  haga  sensible  el  absurdo ;  con 
esto  se  recrea  el  ánimo  y  el  entendimiento  se  afirma  en  la 
verdad. 

27.  En  el  universo  no  hay  sólo  el  hombre :  en  la  tierra 
hay  los  animales,  los  vegetales,  los  minerales ;  en  el  cielo, 
los  astros,  que  giran  con  asombrosa  regularidad:  ¿por  qué 
pues,  todo  está  en  orden?  ¿Por  qué  la  tierra  da  sus  frutos 
bajo  condiciones  permanentes ;  por  qué  se  suceden  constan- 
temente los  días  y  las  noches  y  las  estaciones ;  por  qué  no 
se  perturba  a  cada  paso  el  orden  del  mundo?  Aun  cuando 
supongamos  que  por  un  momento  ha  llegado  la  casualidad 
a  constituir  un  orden,  ¿por  qué  le  conserva?  ¿Cómo  es  que 
la  misma  no  destruye  su  obra?  Reflexiónese  que  el  mun- 


[21,  383-385] 


TEODICEA. — C.  9 


391 


do  no  es  un  conjunto  inmóvil,  sino  que  está  en  perpetuo  mo- 
vimiento ;  siendo  todo  puramente  casual,  este  movimiento 
debiera  variar  incesantemente  el  orden  establecido ;  y  se 
añaden  absurdos  sobre  absurdos  diciendo  que  la  constante 
repetición  de  los  mismos  fenómenos  se  hace  por  la  misma 
casualidad  a  que  se  atribuye  su  origen.  || 


CAPITULO  IX 


Hipótesis  de  las  fuerzas  de  la  naturaleza 


28.  Las  fuerzas  de  la  naturaleza  constituyen  otro  efugio 
de  los  ateos :  no  pudiendo  sostener  que  todo  sea  pura  casua- 
lidad, acuden  a  una  fuerza  secreta  que  ha  ido  produciendo 
sucesivamente  todos  los  fenómenos  del  universo.  Examine- 
mos este  sistema. 

29.  ¿Qué  se  entiende  aquí  por  naturaleza?  Si  el  conjunto 
de  los  seres  que  componen  el  mundo,  se  cae  en  un  círculo 
vicioso ;  decir  que  las  fuerzas  de  este  conjunto  han  produci- 
do el  universo  equivale  a  decir  que  el  mundo  se  ha  produci- 
do a  sí  mismo.  Si  se  entiende  por  naturaleza  una  fuerza  se- 
creta que  a  todo  comunique  movimiento  y  vida,  pregunta- 
remos si  esta  fuerza  en  sí  misma  es  un  ser  viviente  y  dota- 
do de  inteligencia ;  en  cuyo  caso  se  viene  a  confesar  la  ne- 
cesidad de  un  principio  inteligente,  en  lo  cual  fundamos 
nosotros  una  demostración  de  la  existencia  de  Dios.  Si  a  esta 
fuerza  se  la  supone  ciega  y  obrando  por  intrínseca  necesi- 
dad, preguntaremos:  ¿Por  qué  ||  una  fuerza  ciega  es  capaz 
de  guiar  el  universo  en  un  orden  tan  admirable? 

30.  Se  dirá  tal  vez  que  esto  sucede  así  porque  es  necesa- 
rio ;  pero  semejante  respuesta  en  vez  de  desatar  el  nudo  le 
corta ;  no  resuelve  la  dificultad,  salta  por  encima  de  ella. 
Afirmar  que  una  cosa  sucede  porque  es  necesaria  equivale  a 
no  decir  nada :  precisamente  lo  que  se  busca  es  la  naturaleza 
y  la  razón  de  esta  necesidad.  Nosotros  sostenemos  que  el  or- 
den supone  un  ordenador ;  que  la  correspondencia  de  los  me- 
dios con  los  fines  requiere  una  inteligencia  que  la  haya  con- 
cebido y  dispuesto.  Los  ateos  dicen :  Hay  orden,  pero  sin 
ordenador ;  hay  correspondencia  de  los  medios  con  los  fines, 
mas  no  una  inteligencia  que  la  haya  concebido  y  dispuesto : 
las  cosas  son  así  porque  son  necesarias ;  esto  es,  son  así 
porque  han  de  ser  así.  ¡Excelente  discurso! 

31.  El  sucesivo  desarrollo  de  las  fuerzas  naturales  pro- 


392  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  385-387] 


duciendo  nuevos  seres  en  una  gradación  ascendente  es  una 
ficción  desmentida  por  la  historia  y  por  las  ciencias  natu- 
rales. Las  especies  se  nos  ofrecen  como  seres  determinados, 
salidos  enteros  de  la  mano  del  Criador,  sin  que  el  tiempo, 
el  clima  y  otras  circunstancias  alcancen  a  otro  cambio  que 
al  de  modificaciones  muy  ligeras.  Los  que  sostienen  esa 
transformación  continua  debieran  mostrárnosla  en  alguna 
parte  con  documentos  históricos  o  en  monumentos  de  la  na- 
turaleza. «La  abeja,  dice  el  sabio  Wiseman,  ha  trabajado 
ardorosa  e  incesantemente  en  el  arte  de  ||  hacer  sus  sabro- 
sos panales  desde  los  tiempos  de  Aristóteles ;  la  hormiga 
no  ha  dejado  de  construir  sus  laberintos  desde  que  Salo- 
món recomendaba  su  ejemplo;  pero  desde  que  describie- 
ron a  unas  y  otras  el  filósofo  y  el  sabio  hasta  las  excelentes 
investigaciones  de  Hubers,  estamos,  seguros  de  que  no  han 
adquirido  ninguna  nueva  percepción  ni  ningún  órgano  nue- 
vo para  mejorar  sus  obras.  El  Egipto,  que,  como  observó 
muy  bien  la  comisión  de  los  naturalistas  franceses,  nos  ha 
conservado  un  museo  natural,  no  sólo  en  sus  pinturas,  sino 
también  en  las  momias  de  sus  animales,  nos  presenta  cada 
especie  después  de  tres  mil  años  enteramente  idénticas  con 
las  de  hoy.»  (Discursos  sobre  las  relaciones  entre  la  cien- 
cia y  la  religión  revelada,  disc.  3.°)  || 


CAPITULO  X 

El  panteísmo 


SECCION  I 
Idea  del  panteísmo 

32.  El  panteísmo  no  es  más  que  un  ateísmo  disfrazado. 
Afirmar  que  Dios  es  todo  y  que  todo  es  Dios ;  que  no  existe 
más  que  una  substancia,  y  que  todo  cuanto  vemos,  aunque 
parezca  múltiple,  es  una  manifestación  de  la  misma;  en 
esto  consiste  el  panteísmo,  y  esto  es  negar  la  existencia  de 
Dios.  Porque  si  Dios  se  confunde  con  la  naturaleza,  si  for- 
ma con  ésta  una  misma  y  sola  substancia,  no  hay  Dios  en 
el  verdadero  sentido  de  este  nombre;  no  hay  la  naturale- 
za: hay  una  fuerza  secreta  que  se  desenvuelve  bajo  diver- 
sas formas,  mas  no  un  ser  inteligente,  libre,  todopoderoso, 
infinito,  distinto  del  .universo,  que  es  lo  que  entendemos 
por  la  palabra  Dios. 


|21,  .*J87-389J 


TEODICEA. — C.  10 


393 


33.  Es  preciso  que  los  jóvenes  no  se  dejen  alucinar  por 
ciertos  escritores  que,  enseñando  el  panteísmo,  hablan,  sin 
embargo,  de  Dios.  Este  Dios  de  ||  quien  hablan  es  la  subs- 
tancia que  fingen  única,  en  la  que  suponen  que  está  todo, 
no  como  el  efecto  en  su  causa,  sino  como  las  modificaciones 
en  el  sujeto,  como  los  fenómenos  en  el  ser  que  los  ofrece, 
como  las  formas  en  lo  que  se  transforma.  Libros  se  encuen- 
tran donde  se  prodigan  a  Spinosa  los  mayores  elogios  por 
haber  perfeccionado  la  idea  de  Dios;  como  si  el  impío  sis- 
tema de  este  filósofo  no  fuese  una  negación  sistemática  de 
Dios,  como  si  no  lo  hubiesen  comprendido  así  por  la  lectura 
de  sus  obras  los  hombres  más  ilustres  de  su  tiempo. 

34.  El  explicar  las  varias  fases  que  ha  presentado  el 
panteísmo  pertenece  a  la  historia  de  la  filosofía ;  así  en  la 
actualidad  me  ceñiré  a  combatirle  en  su  doctrina  funda- 
mental, que  es  la  de  la  substancia  única. 


SECCION  II 

Doctrina  de  Spinosa. — El  panteísmo  examinado  en  la  región 
de  las  ideas  puras 

35.  «Entiendo  por  substancia,  dice  Spinosa,  lo  que  es  en 
sí  y  se  concibe  por  sí ;  esto  es,  aquello  cuyo  concepto  no 
necesita  del  concepto  de  otro.»  Verdad  es  cjue  en  la  idea  de 
substancia  entra  el  de  que  no  está  inherente  a  otro,  a  ma- 
nera de  modificación,  y  que  por  lo  mismo  la  substancia  es 
concebida  por  sí,  esto  es,  sin  necesidad  de  referirla  a  un 
sujeto ;  pero  de  aquí  no  se  infiere  que  baya  de  ser  única.  |¡ 

36.  Oigamos  a  Spinosa :  «No  puede  haber  más  que  una 
substancia.  Si  hubiese  muchas  deberían  ser  conocidas  por 
atributos  diferentes,  y  entonces  no  tendrían  nada  común ; 
porque,  como  el  atributo  constituye  la  esencia  de  la  cosa, 
dos  substancias  de  atributos  diferentes  no  tendrían  nada 
común,  y  la  una  no  podría  ser  causa  de  la  otra,  pues  para 
ser  su  causa  debería  contenerla  en  su  esencia  y  producir 
efectos  sobre  la  misma.»  En  verdad  que  no  alcanzo  dónde 
está  ese  rigor  lógico  que  tanto  ponderan  en  Spinosa  los 
panteístas. 

En  primer  lugar,  no  hay  contradicción  en  que  haya  mu- 
chas substancias  que  tengan  atributos  semejantes  en  un 
todo :  en  este  caso  no  habría  diversidad  entre  ellas,  pero  sí 
distinción.  Concibiendo  dos  manzanas  exactamente  iguales 
en  todo,  concebimos  dos  substancias  con  los  mismos  atribu- 
tos específicos,  mas  no  numéricos.  Spinosa  confunde  la  di- 
versidad o  diferencia  con  la  distinción ;  para  la  diferencia 


394  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  389-391] 


se  necesita  variedad  en  los  atributos ;  para  la  distinción 
basta  que  el  uno  no  sea  el  otro.  La  figura  de  un  cuadrado 
es  diferente  de  la  de  un  triángulo ;  dos  cuadrados  exacta- 
mente iguales  no  son  diferentes,  pero  sí  distintos. 

Spinosa  debería  probarnos  que  dos  objetos  sin  ninguna 
variedad  no  pueden  ser  distintos,  y  esto  le  es  imposible ; 
porque,  si  para  probar  esta  imposibilidad  dice  que  en  no 
habiendo  diferencia  no  se  puede  percibir  la  distinción,  se  lo 
negaremos.  La  experiencia  nos  enseña  que  recibimos  sensa- 
ciones que  por  su  naturaleza  no  se  diferencian,  pero  que 
por  alguna  ||  circunstancia  se  distinguen.  Si  sostengo  dos 
pesos  exactamente  iguales,  uno  en  cada  mano,  las  presio- 
nes serán  las  mismas,  pero  no  dejaré  de  distinguirlas;  si 
se  me  ofrecen  dos  objetos  de  un  mismo  color,  la  identidad 
de  éste  no  me  impedirá  el  conocer  la  distinción.  ¿Qué  difi- 
cultad hay,  pues,  en  que  distingamos  dos  substancias  que 
tengan  los  mismos  atributos?  Además,  supóngase  que  exis- 
ten en  tiempos  diferentes;  ¿la  sucesión  no  será  bastante 
para  darnos  idea  de  la  distinción? 

Aun  cuando  concediéramos  a  Spinosa  que  dos  substan- 
cias con  atributos  semejantes  no  pueden  ser  conocidas  por 
nosotros  como  distintas,  no  se  inferiría  que  no  se  distinguie- 
sen realmente :  deducir  esto  sería  medir  la  realidad  por 
nuestra  inteligencia ;  sería  afirmar  que  sólo  puede  haber  lo 
que  nosotros  experimentamos.  ¿Quién  no  ve  que  esto  es  un 
sofisma? 

Luego  es  posible  que  haya  muchas  substancias  con  atri- 
butos idénticos,  no  en  número,  sino  en  especie,  y  estas  subs- 
tancias tendrán  el  atributo  común  en  especie,  no  en  nú- 
mero. 

37.  Pero  supongamos  lo  que  quiere  Spinosa,  esto  es, 
que  las  substancias  hayan  de  tener  atributos  diferentes,  o, 
hablando  en  términos  comunes,  que  no  puedan  tener  esen- 
cias semejantes  o  idénticas  en  especie;  ¿se  sigue  de  esto 
que  la  una  no  pueda  ser  causa  de  la  otra?  No,  de  ninguna 
manera.  «Para  ser  causa  la  una  de  la  otra,  dice  Spinosa,  de- 
biera contenerla  en  su  esencia.»  ¿Qué  entiende  por  conte- 
ner? ¿Acaso  el  estar  el  efecto  en  la  causa,  como  el  ||  feto  en 
el  vientre  de  la  madre,  o  el  agua  en  el  depósito,  o  la  fruta 
dentro  de  la  cáscara?  Si  así  lo  entiende,  dice  con  razón  que 
de  dos  substancias  que  nada  tuviesen  de  común,  la  una  no 
podría  ser  causa  de  la  otra ;  pero  si  por  contener  hemos  de 
significar  algo  menos  grosero,  si  por  contener  hemos  de  sig- 
nificar la  actividad  productiva,  entonces  no  hay  inconve- 
niente en  que  una  substancia  sea  causa  de  otra  de  atribu- 
tos diferentes. 

He  aquí  a  lo  que  se  reduce  la  tan  ponderada  lógica  del 
filósofo  holandés :  a  tomar  en  un  sentido  mezquino,  grose- 


[21,  391-393] 


TEODICEA. — C.  10 


395 


ro,  la  palabra  contener;  a  olvidar  que  en  la  región  de  la  me- 
tafísica se  puede  concebir  un  contener  más  elevado  que  el 
de  encerrarse  una  cosa  en  otra  bajo  su  propia  forma.  Nues- 
tra alma  produce  a  cada  paso  muchos  actos ;  éstos  se  halla- 
ban contenidos  en  ella,  pues  salen  de  ella;  pero  ¿significa- 
mos con  esto  que  ellos,  bajo  su  propia  forma,  estuviesen 
antes  en  la  misma?  No,  sino  que  tenía  la  fuerza  de  producir- 
los. Aun  en  el  orden  puramente  corpóreo,  ¿no  vemos  la 
causalidad  ejerciéndose  de  tal  suerte  que  ofrece  un  modo  de 
contener  distinto  del  que  exige  Spinosa?  La  fuerza  de  la 
pólvora  contiene  su  efecto,  que  es  el  movimiento  del  pro- 
yectil, mas  no  de  tal  modo  que  la  curva  descrita  por  éste  se 
halle  en  la  fuerza  impelente ;  en  la  pólvora  no  había  nada 
semejante,  sino  una  actividad  productiva  de  un  impulso  del 
cual  resulta  el  movimiento  del  proyectil.. 

38.  «Además,  continúa  Spinosa,  si  hubiese  dos  substan- 
cias no  serían  ambas  infinitas  y  absolutas ;  ||  porque  la  una 
sería  limitada,  finita ;  la  esencia  de  la  una  no  abrazaría  la 
de  la  otra.»  Ciertamente  que  una  de  las  dos  habría  de  ser 
finita ;  y  es  verdad  también  que  la  infinita  no  contendría  a 
la  finita,  si  se  entiende  por  contener  el  encerrarla  en  sí 
como  una  modificación ;  pero  la  contendría  en  el  sentido  de 
que  toda  la  perfección  de  la  finita  se  hallaría  en  la  infinita. 
Se  dirá  que  al  menos  la  infinita  no  podría  encerrar  numéri- 
camente las  perfecciones  de  la  finita  con  sus  limitaciones ; 
esto  lo  concederemos,  añadiendo  que  las  limitaciones  no  po- 
drían hallarse  en  la  substancia  infinita,  porque  una  substan- 
cia infinita  limitada  sería  substancia  infinita  finita,  lo  que 
es  contradictorio.  Cuando  decimos  que  Dios  es  infinito  no 
entendemos  que  sea  un  conjunto  de  absurdos :  lo  contradic- 
torio no  le  conviene,  porque  en  tal  caso  la  realidad  infinita 
sería  una  contradicción  viviente. 

39.  «Entonces  fuera  preciso,  continúa  Spinosa,  buscar  la 
razón  de  esta  limitación  recíproca,  la  razón  que  hace  posi- 
ble la  una  al  lado  de  la  otra,  y  con  esto  reconocer  algo  su- 
perior a  ambas  que  fuese  la  razón  de  las  mismas,  y,  por 
consiguiente,  sería  la  verdadera  substancia  una  y  entera.» 
La  limitación  no  sería  recíproca ;  habría  una  substancia  in- 
finita, y  una  o  muchas  finitas.  La  razón  de  que  éstas  fue- 
sen limitadas  se  hallaría  en  la  esencia  de  las  mismas,  la 
cual  no  incluiría  el  ser,  y  así  necesitaría  recibirlo  de  otro.  En 
cuanto  al  grado  de  perfección  que  debieran  tener  dentro 
los  límites  de  su  esencia,  dependería  de  la  voluntad  de  su 
causa,  que  sería  la  substancia  infinita.  |j 

40.  Resulta  de  esto  que  el  panteísmo  de  Spinosa  se  fun- 
da :  1.°,  en  confundir  la  distinción  con  la  diferencia ;  2.°,  en 
tomar  la  palabra  contener  en  un  sentido  grosero ;  3.°,  en 
una  falsa  idea  de  la  infinidad  absoluta,  a  la  cual  no  concibe 


396 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


[21,  393-394] 


en  no  atribuyéndole  las  mismas  perfecciones  numéricas  de 
lo  finito,  esto  es,  propiedades  contradictorias. 

41.  Aquí  tenemos  una  prueba  palpable  de  la  necesidad 
de  profundizar  las  cuestiones  ideológicas  y  ontológicas  para 
fijar  con  toda  exactitud  el  valor  de  las  ideas  y  el  sentido 
de  las  palabras. 


SECCION  III 

El  panteísmo  examinado  en  la  experiencia  interna 
o  psicológica 

42.  Si  de  la  región  de  las  ideas  puras  descendemos  al 
campo  de  la  experiencia,  hallaremos  nuevas  razones  para 
combatir  el  panteísmo,  sea  que  nos  atengamos  a  los  hechos 
internos  o  a  los  externos. 

43.  Dentro  de  nosotros  sentimos  una  muchedumbre  de 
modificaciones,  percepciones,  juicios,  raciocinios,  actos  de 
voluntad  en  diversos  sentidos,  amor,  odio,  deseo,  temor,  es- 
peranza, desaliento  y  mil  otras  afecciones  que  se  suceden 
de  continuo,  esencialmente  distintas,  no  sólo  porque  exis- 
ten en  diversidad  de  tiempo,  sino  también  porque  algunas 
se  excluyen  recíprocamente,  siendo  muy  diferentes  y  a  ve- 
ces contradictorias.  ||  Si  es  posible  la  multiplicidad  en  las 
modificaciones,  ¿por  qué  será  imposible  en  las  substancias? 
Nadie  es  capaz  de  señalar  la  razón  de  esta  diferencia. 

44.  La  multitud  de  modificaciones  que  hay  en  nosotros 
se  hallan  en  una  substancia  una.  simple,  como  tenemos  de- 
mostrado (véase  Psicología,  ce.  I  y  II) ;  pero  ellas  mismas 
indican  que  a  más  de  ésta  hay  otras.  En  efecto :  algunas  de 
dichas  modificaciones  dependen  de  nuestra  voluntad,  pero 
muchas  nos  vienen  sin  quererlo  nosotros  y  a  pesar  de  que- 
rer todo  lo  contrario ;  tales  son  las  dolorosas,  y  en  general 
las  que  nos  desagradan  aunque  no  nos  causen  dolor.  Lue- 
go hay  otros  seres  que  obran  sobre  nosotros ;  luego  el  hom- 
bre, a  más  del  ser  de  su  conciencia,  o  como  se  dice  ahora, 
del  yo,  encuentra  un  ser  distinto,  una  cosa  que  no  es  él,  un 
no  yo;  luego  los  simples  fenómenos  del  alma  nos  cercioran 
de  que  no  hay  una  sola  substancia ;  pues  cuando  menos  nos 
encontramos  con  dos :  el  yo  y  el  no  yo. 

Resumamos  este  argumento:  hay  algo  que  nos  afecta  y 
no  está  inherente  a  nosotros,  pues  que  obra  sin  nosotros  y 
contra  nosotros ;  luego  hay  un  ser  no  inherente  a  nosotros, 
distinto  de  nosotros;  hay,  pues,  una  substancia  distinta 
de  la  nuestra. 

45.  Admitido  el  sistema  panteísta,  todo  es  todo,  no  hay 
más  que  unidad  e  identidad ;  la  distinción,  la  diversidad,  la 


[21.  394-396] 


TEODICEA.  C.  10 


397 


oposición  son  apariencias.  Pues  bien ;  de  tal  doctrina  resul- 
ta que  nuestro  espíritu  es  esencialmente  falso;  que  en  esa 
unidad  hay  una  contradicción  ||  continua ;  pues  que  la  in- 
teligencia, fenómeno  de  esa  unidad,  tiene  todas  sus  ideas 
eh  un  sentido  contradictorio  a  la  unidad  misma. 

46.  Hay  en  nuestro  espíritu  la  idea  de  distinción :  la 
fórmula  general  de  los  juicios  negativos,  «A  no  es  B»,  es 
esencial  a  nuestra  inteligencia ;  sin  esto  no  .  percibiríamos 
ni  el  mismo  principio  de  contradicción.  Si  en  la  realidad 
todo  es  uno.  tenemos  que  el  juicio  «A  no  es  B»  es  pura  ilu- 
sión ;  y  así  hay  una  oposición  permanente  entre  la  idea  y 
la  realidad. 

47.  En  el  sistema  panteísta  todo  es  necesario ;  no  hay 
nada  contingente :  cada  cosa  en  apariencia  individual  no 
es  más  que  un  fenómeno,  una  manifestación  necesaria  de 
la  substancia  única :  es  así  que  nosotros  tenemos  la  idea 
de  lo  contingente ;  luego  hay  contradicción  entre  la  idea  y 
la  realidad. 

48.  Siendo  todo  uno,  no  hay  extremos  distintos ;  luego 
no  hay  relaciones  posibles,  y  sí  únicamente  apariencia  de 
ellas.  Nosotros  tenemos  idea  de  relaciones,  y  muchas  de 
nuestras  ideas  son  relativas ;  resulta,  pues,  otra  contradic- 
ción entre  la  idea  y  la  realidad.  " 

49.  El  panteísmo  destruye  todas  las  substancias,  excep- 
to la  infinita :  lo  infinito,  pues,  será  solamente  una  aparien- 
cia, una  fase  de  lo  finito.  Nosotros  tenemos  idea  de  lo  finito ; 
hay,  pues,  una  nueva  contradicción  entre  la  idea  y  la  rea- 
lidad. |; 

50.  El  orden  en  el  sistema  panteísta  es  un  absurdo.  El 
orden  es  la  conveniente  disposición  de  cosas  distintas  que 
conspiran  a  un  mismo  fin.  No  habiendo  más  que  unidad,  no 
hay  cosas  distintas,  no  hay  fin  distinto  a  que  puedan  cons- 
pirar ;  y  entonces  es  pura  ilusión  la  idea  de  orden,  una  de 
las  más  fundamentales  de  nuestro  espíritu  en  sus  relacio- 
nes con  la  vida  común,  con  las  ciencias  y  las  artes. 

51.  La  libertad  de  albedrío,  esa  facultad  preciosa  que 
tanto  ennoblece  al  hombre,  ese  patrimonio  de  cuya  pose- 
sión nos  cerciora  la  conciencia,  el  panteísmo  nos  la  arre- 
bata, la  aniquila.  Nos  parece  que  somos  libres,  pero  esto 
es  una  ilusión ;  los  actos  libres  son  manifestaciones  necesa- 
rias de  la  substancia  única  que  se  va  desenvolviendo  en 
infinitas  series,  cuyos  términos  están  ligados  por  una  ley 
inmutable.  Así  el  hombre  pierde  la  conciencia  de  su  liber- 
tad y  hasta  de  su  espontaneidad ;  está  condenado  a  mirar- 
lo todo  como  ilusión  y  a  considerarse  a  sí  mismo  como  un 
puro  fenómeno,  como  una  ligera  ráfaga  de  luz  en  el  piélago 
de  la  substancia  única,  como  una  leve  centella  que  brilla 
un  momento  sin  saber  por  qué  ni  para  qué,  y  que  con  la 


398  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  396  398] 


muerte  se  apaga  para  no  brillar  nunca  jamás.  El  corazón 
se  acongoja  con  la  simple  exposición  de  una  doctrina  tan 
desolante :  fortuna  que  la  razón  y  la  experiencia  la  anona- 
dan y  que  el  sentido  común  de  la  humanidad  y  el  sentido 
íntimo  de  cada  hombre  la  rechazan  de  una  manera  inven- 
cible. || 

52.  No,  el  hombre  no  se  puede  negar  su  unidad,  su  es- 
pontaneidad, su  libertad  de  albedrío ;  no  puede  resignarse 
a  considerar  su  existencia  como  un  mero  fenómeno  de  una 
substancia  única.  Hasta  los  sentimientos  más  nobles  del 
corazón  se  sublevan  contra  el  panteísmo.  El  amor,  la  amis- 
tad, la  benevolencia,  la  gratitud,  el  respeto,  la  veneración, 
la  admiración,  el  entusiasmo,  nada  significan  en  el  sistema 
panteísta :  si  el  yo  es  todo  y  todo  es  el  yo;  si  no  hay  más 
que  una  substancia  única ;  amando,  agradeciendo,  respe- 
tando, venerando,  admirando,  no  dirigimos  estos  actos  a 
otro;  es  uno  mismo  el  ser  que  lo  hace  todo  en  sí  y  para  sí ; 
esta  variedad  de  relaciones  de  unos  sujetos  a  otros  es  pura 
ilusión ;  no  hay  más  que  un  sujeto ;  quien  ama  se  ama  a 
sí  propio ;  quien  admira,  a  sí  mismo  se  admira ;  no  hay 
más  que  el  gran  todo,  que  lo  hace  todo  para  el  todo. 


SECCION  IV 

El  panteísmo  examinado  en  la  experiencia 
del  mundo  corpóreo 

53.  La  experiencia  del  mundo  corpóreo  no  es  menos 
contraria  al  panteísmo  que  la  de  los  fenómenos  de  concien- 
cia. El  único  medio  de  comunicación  con  el  mundo  corpó- 
reo son  los  sentidos:  ¿y  dónde  está  la  unidad  que  nos 
ofrecen?  No  hay  una  sensación  sola,  sino  muchas,  distintas, 
diferentes,  opuestas ;  que  se  ligan  en  varios  grupos  y  se 
dividen  y  subdividen  ||  de  mil  maneras:  ¿dónde  está,  pues, 
la  unidad  de  los  objetos  que  nos  la  causan? 

54.  Pero  hay  todavía  otra  razón  más  fundamental.  La 
base  de  nuestras  relaciones  con  el  mundo  corpóreo  es  la 
intuición  de  la  extensión :  si  el  mundo  no  es  extenso  es 
una  ilusión ;  si  nosotros  no  tenemos  la  idea  de  la  extensión 
cesan  nuestras  relaciones  con  los  cuerpos.  Admitida  la  ex- 
tensión, es  preciso  admitir  la  multiplicidad ;  pues  que  en  la 
idea  de  extensión  entra  el  constar  de  partes  distintas,  luego 
en  toda  extensión  hay  multiplicidad. 

Si  los  panteístas  replican  que  la  extensión  no  es  subs- 
tancia y  que,  por  tanto,  su  multiplicidad  es  solamente  de 
modificaciones,  replicaremos  lo  siguiente :  una  modificación 


[21,  398-4001 


TEODICEA. — C.  10 


399 


no  es  tal  sino  porque  modifica  la  substancia,  esto  es,  le  da 
un  cierto  modo  de  ser.  Ahora  bien :  siendo  la  extensión 
una  modificación,  o  lo  será  de  una  substancia  compuesta  o 
de  una  simple:  si  de  una  compuesta,  tenemos  ya  una  subs- 
tancia compuesta ;  y  como  las  partes  componentes  no  pue- 
den ser  modificaciones,  pues  la  substancia  es  sujeto,  no  un 
conjunto  de  modificaciones,  inferiremos  que  estas  partes 
son  substancias,  y  así  los  panteístas  caen  en  la  doctrina 
común  que  admite  la  multiplicidad  de  las  substancias :  si 
el  sujeto  de  la  extensión  es  simple,  tenemos  que  hay  en 
una  substancia  simple  un  modo  de  ser  esencialmente  multi- 
plicador, la  extensión :  luego  lo  uno  será  uno  y  múltiple  a 
un  mismo  tiempo,  lo  que  es  contradictorio.  || 


SECCION  V 

El  panteísmo  examinado  en  la  comunicación  de  los  espíritus 

55.  La  comunicación  con  los  demás  hombres  nos  ates- 
tigua que  hay  otras  inteligencias  semejantes  a  la  nuestra: 
en  el  sistema  panteísta  es  preciso  decir  que  todas  esas  in- 
teligencias son  una  sola,  están  en  una  misma  substancia, 
y  no  son  más  que  modificaciones  de  ella.  Esto  es  contra  la 
razón,  la  experiencia  y  el  sentido  común. 

56.  ¿Cómo  prueban  los  panteístas  que  mi  conciencia 
es  la  de  otro  hombre?  ¿Hay  alguna  señal  de  unidad?  No; 
por  el  contrario,  todo  manifiesta  distinción  y  diversidad. 
El  entiende  cosas  que  yo  no  entiendo,  yo  entiendo  otras  que 
él  no  entiende ;  él  quiere  lo  que  yo  no  quiero,  yo  quiero 
lo  que  él  no  quiere ;  actos  que  a  él  le  agradan-,  a  mí  me 
disgustan ;  actos  que  a  mí  me  gustan,  a  él  le  desagradan ; 
lejos  de  hallarse  indicios  de  unidad  e  identidad,  preséntase 
por  todas  partes  la  distinción,  la  diversidad,  la  oposición : 
¿quién  será  capaz  de  confundir  en  un  solo  ser  cosas  tan  va- 
rias, tan  contradictorias,  y  muchas  de  ellas  existentes  a  un 
mismo  tiempo? 

El  estudio  del  yo,  lejos  de  conducir  a  la  confusión  con 
los  demás,  obliga  a  reconocer  un  principio  simple,  con  ac- 
tividad espontánea,  exclusivamente  propia ;  con  una  con- 
ciencia incomunicable  a  otro  sujeto,  so  pena  de  ser  destrui- 
da. A  esos  seres  que  llamáis  idénticos  al  ||  mío,  trasladad- 
les mis  pensamientos  y  afecciones,  y  desde  aquel  momento 
mi  conciencia  desaparece :  yo  puedo  por  medio  de  la  pa- 
labra dar  a  conocer  lo  que  pasa  dentro  de  mí ;  pero  el  mis- 
mo fenómeno  individual  no  lo  puedo  separar  de  mí ;  si  lo 
separo  lo  aniquilo. 


400  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  (21,  400-402] 


57.  ¿Y  qué  diremos  del  sentido  común?  Sed  panteístas 
con  los  demás  hombres :  decidles :  yo  soy  tú,  y  no  sólo  soy 
tú,  sino  que  soy  todos  los  hombres  de  todo  el  mundo  y  de 
todos  los  siglos  pasados  y  venideros ;  lo  que  todos  piensan 
lo  pienso  yo ;  lo  que  yo  pienso  lo  piensan  todos ;  en  la  apa- 
riencia hay  distinción,  variedad,  oposición ;  pero  en  el  fon- 
do hay  sólo  unidad,  identidad.  ¿Creéis  que  se  puede  hablar 
de  esta  suerte  sin  incurrir  en  la  nota  de  loco?  ¡Triste  filo- 
sofía, que  empieza  por  una  paradoja  condenada  por  la  hu- 
manidad entera! 

58.  Ai  examinar  tamaños  extravíos  de  algunos  filóso- 
fos, parece  que  nos  hallamos  en  medio  del  antiguo  caos, 
cuando  no  había  luz,  cuando  tcdos  los  elementos  andaban 
confusos  y  revueltos  en  medio  de  espantosas  tinieblas. 
¿Quién  ha  resucitado  en  algunas  escuelas  modernas  esas 
extravagancias  de  otras  antiguas?  ¿Quién  ha  soplado  ese 
vértigo  sobre  las  cabezas  de  algunos  filósofos  en  Alemania 
y  Francia?  ¡Ah!  Los  hombres  marchaban  en  paz  bajo  las 
ideas  cristianas ;  y  el  orgullo,  levantando  su  cabeza,  ha  ne- 
gado la  obra  de  Dios  y  ha  querido  escalar  el  cielo :  desde 
aquel  momento  han  renacido  los  errores  que  ||  yacían  se- 
pultados en  el  polvo  de  las  ruinas  paganas,  y  la  Europa  ha 
visto  con  asombro  y  consternación  proclamarse  en  alta  voz 
los  mayores  delirios  (véase  Filosofía  fundamental.  1.  9.°) 
[vol.  XIX].  || 


CAPITULO  XI 

La  creación 


59.  No  atribuyendo  el  origen  del  mundo  a  la  nada  por 
sí  sola,  pues  que  la  sola  nada  no  puede  producir  nada ;  no 
admitiendo  tampoco  una  substancia  única  que  se  vaya  des- 
envolviendo y  presente  los  diversos  fenómenos  de  la  con- 
ciencia y  del  mundo  externo ;  reconocida  la  contingencia  de 
nuestra  alma  y  de  los  seres  finitos  que  la  rodean ;  y  pro- 
bado también  que  ha  de  haber  algún  ser  necesario  y  ori- 
gen de  todo,  nos  vemos  precisados  a  admitir  que  lo  contin- 
gente ha  sido  producido  por  lo  necesario,  no  por  emana- 
ción, sino  por  creación.  Entiendo  por  esta  palabra  la  acción 
de  un  ser  que  hace  que  exista  una  substancia  que  no  exis- 
tía. Las  tinieblas  estaban  sobre  la  faz  del  abismo ;  Dios 
dijo:  Hágase  la  luz,  y  la  luz  fué  hecha;  o  según  el  origi- 
nal hebreo :  Sea  la  luz,  y  la  luz  fué.  Esto  es  crear. 


[21,  402-404] 


TEODICEA. — C.  11 


401 


60.  Los  ateos  y  panteístas  se  levantan  contra  este  he- 
cho y  lo  declaran  imposible ;  veamos  por  qué  razones. 
Dicen  en  primer  lugar :  «De  la  nada  no  puede  ||  salir  nada.» 
Ciertamente  que  de  la  nada  no  puede  salir  nada,  si  se  en- 
tiende que  la  nada  no  puede  servir  como  materia  para  for- 
marse algo :  por  lo  mismo  que  es  nada  no  puede  tampoco 
ser  materia.  Pero  cuando  decimos  que  por  la  creación  las 
cosas  salen  de  la  nada,  no  entendemos  que  se  formen  de 
ella  como  materia ;  sólo  queremos  significar  que  lo  que  an- 
tes no  era,  pasa  a  ser.  Permítaseme  una  comparación :  se 
dice  que  un  hombre  se  ha  herho  de  ignorante,  sabio;  de 
malo,  bueno ;  sin  que  por  esto  se  entienda  que  la  sabidu- 
ría ha  salido  de  la  ignorancia,  ni  la  bondad  de  la  malicia ; 
sino  que  después  de  la  ignorancia  y  la  malicia  han  venido 
la  sabiduría  y  la  bondad. 

61.  Descartado  este  sentido  del  dicho  «de  nada  no  se 
hace  nada»,  veamos  si  es  posible  lo  que  nosotros  sostene- 
mos, esto  es,  si  lo  que  no  era  puede  pasar  a  ser.  Suponien- 
do la  nada  absoluta,  es  cierto  que  lo  que  no  es  no  puede  pa- 
sar a  ser;  en  tal  caso,  ¿de  dónde  saldría  el  ser,  no  habiendo 
más  que  no  ser,  es  decir,  su  contradictorio?  Pero  al  afirmar 
que  algo  sale  de  la  nada  no  suponemos  la  nada  absoluta ; 
por  el  contrario,  empezamos  por  decir  que  hay  una  reali- 
dad infinita,  Dios.  La  nada  sólo  la  referimos  a  los  seres 
finitos,  y  decimos :  Estos  seres  que  eran  nada  pasaron  a 
ser  por  la  acción  todopoderosa  del  Criador.  ¿Qué  hay  aquí 
de  contrario  a  la  sana  razón? 

62.  A  los  que  niegan  la  posibilidad  de  la  creación  tal 
como  se  acaba  de  explicar,  les  preguntaremos  si  pueden 
negar  también  que  hay  cosas  que  no  eran  ||  y  pasan  a  ser. 
Claro  es  que  no ;  pues  que  la  experiencia  interna  y  exter- 
na nos  está  atestiguando  de  continuo  este  tránsito ;  lue- 
go el  paso  del  no  ser  al  ser  no  envuelve  ninguna  contra- 
dicción, con  tal  que  preexista  un  ser  que  lo  pueda  pro- 
ducir. 

63.  Se  nos  dirá  que  este  tránsito  lo  vemos  en  las  modi- 
ficaciones, mas  no  en  las  substancias ;  pero,  sea  como  fue- 
re, siempre  resulta  que  no  hay  contradicción  en  él ;  pues 
que  si  la  hub'ese,  no  podría  verificarse  ni  aun  en  las  modi- 
ficaciones: lo  contradictorio  no  cabe  ni  en  la  substancia 
ni  en  la  modificación. 

64.  Además,  no  es  verdad  que  el  tránsito  del  no  ser  al 
ser  se  realice  únicamente  en  las  modificaciones :  sabemos 
por  la  razón  y  la  experiencia  que  se  verifica  también  en 
las  substancias.  Nada  finito  tiene  en  sí  propio  la  razón  de 
su  existencia :  luego  ha  debido  recibirla  de  lo  infinito ;  y 
como  es  claro  que  esa  comunicación  no  ha  podido  hacerse 
por  una  transmisión  de  una  parte  de  la  substancia  infinita, 

¿0 


402  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  404-406] 


pues  ésta  carece  de  partes,  ha  sido  preciso  que  se  hiciera 
por  la  creación,  con  el  tránsito  del  no  ser  al  ser. 

65.  El  origen  del  alma  no  puede  ser  otro  que  la  acción 
creadora.  ¿Dónde  estaba  hace  pocos  años,  ese  espíritu  que 
piensa,  quiere  y  siente  en  cada  uno  de  nosotros?  No  exis- 
tía :  nuestra  memoria  se  extiende  a  un  plazo  cortísimo,  y 
no  creo  que  nadie  pueda  persuadirse  que  haya  vivido 
siempre,  pero  que  ahora  ||  no  se  acuerda  de  su  vida  pasada. 
El  alma,  pues,  ha  comenzado  a  existir,  el  alma  es  substan- 
cia ;  luego  hay  una  substancia  que  ha  comenzado  a  existir. 
Es  así  que  ese  comienzo  no  ha  podido  ser  por  agregación 
de  varias  partes,  pues  que  el  alma  es  simple  (Psicología, 
c.  II) ;  luego  ha  debido  ser  pasando  de  la  nada  a  la  existen- 
cia, es  decir,  siendo  criada. 

66.  Las  objeciones  contra  la  creación  dimanan  de  ideas 
groseras  sobre  la  naturaleza  de  la  causalidad.  Los  que  sos- 
tienen el  sistema  de  las  emanaciones  hablan  como  pudiera 
hablar  la  filosofía  en  la  mayor  rudeza  de  sus  primeros 
pasos. 

No  concebir  posible  el  salir  una  cosa  de  otra  sino  como 
sale  el  agua  de  un  depósito,  el  explicar  de  esta  suerte  la 
causalidad,  es  indigno  de  un  verdadero  filósofo.  La  activi- 
dad productiva  es  demasiado  noble  y  elevada  para  que 
pueda  expresarse  con  esas  imágenes  groseras.  Pues  qué,  ¿no 
vemos  en  nosotros  mismos  el  ejercicio  de  una  actividad 
que  en  nada  se  parece  a  las  emanaciones  materiales? 
¿Cómo  puede  ser,  dicen  los  ateos  y  panteístas,  querer  una 
cosa  y  quedar  hecha?  ¿Cómo  puede  ser,  les  replicaremos,  lo 
que  experimenta  el  hombre  en  sí  propio?  Quiere,  y  se  pre- 
sentan a  su  entendimiento  las  ideas  y  a  su  fantasía  las  imá- 
genes ;  quiere,  y  los  miembros  del  cuerpo  se  mueven.  En 
este  modo  de  producir,  ¿hay  algo  semejante  a  las  emana- 
ciones materiales?  Vemos  aquí  un  ser  inteligente  y  libre : 
al  imperio  de  su  voluntad  se  presentan  fenómenos  espiri- 
tuales y  corpóreos  que  antes  no  existían;  ¿por  qué,  pues, 
al  imperio  de  la  ||  voluntad  del  ser  infinito,  no  podrán  exis- 
tir substancias  que  antes  no  existían? 

67.  Lo  repito:  todas  las  objeciones  contra  la  doctrina 
de  la  creación  proceden  de  superficialidad  ontológica  e 
ideológica :  cuanto  más  se  profundiza  en  estas  ciencias, 
tanto  más  clara  se  presenta  la  verdad  a  los  ojos  de  la  filo- 
sofía, tanto  más  fútiles  se  ven  las  dificultades.  || 


[21.  407-403] 


TEODICEA.  C.  12 


403 


CAPITULO  XII 

Atributos  de  Dios 


68.  Si  nosotros  viésemos  intuitivamente  la  esencia  di- 
vina, veríamos  en  ella  un  ser  simplicísimo,  en  el  cual  no 
distinguiríamos  varios  atributos,  sino  una  perfección  simple, 
infinita,  donde  se  hallan  todas  las  perfecciones,  sin  mezcla 
de  imperfección.  Pero  como  esta  visión  no  se  nos  concede 
en  esta  vida,  es  preciso  que  nos  formemos  idea  de  Dios, 
del  modo  que  permite  nuestra  flaca  inteligencia ;  y  así  es 
que  no  pudiendo  abarcar  de  una  ojeada  todo  el  piélago  de 
perfección,  le  distinguimos  en  varios  atributos ;  bien  que 
no  miramos  a  estos  conceptos  como  representativos  de  co- 
sas realmente  distintas  entre  sí,  sino  como  medios  que  nos 
facilitan  el  conocimiento  del  ser  infinito. 

69.  Dios  es  un  ser  necesario.  Esto  queda  probado  ple- 
namente (c.  III) ;  si  pudiese  ser  y  no  ser,  tendría  en  otro 
la  razón  de  su  existencia. 

70.  Siendo  necesario  es  inmutable :  ño  puede  perder 
nada,  porque  todo  cuanto  tiene  lo  posee  por  ||  intrínseca 
necesidad ;  no  puede  adquirir  nada,  porque  no  hay  nada 
sino  El  mismo  y  lo  que  El  saca  de  la  nada  (véase  Filosofía 
fundamental,  1.  10.°,  ce.  I,  II  y  III)  [vol.  XIX]. 

71.  El  Ser  necesario  es  infinito;  pues  teniendo  en  sí  la 
razón  de  su  existencia,  tiene  también  la  plenitud  del  ser.  No 
ha  podido  ser  limitado  por  sí  propio,  porque  todo  cuanto  hay 
en  El  es  necesario ;  ni  por  otro,  porque  los  demás  seres  no 
existen  sino  por  El.  Esta  infinidad  no  es  por  agregación ; 
entonces  Dios  no  sería  un  ser,  sino  un  conjunto  de  seres: 
es  una  infinidad  de  esencia,  en  donde  se  hallan  todas  las 
perfecciones  que  no  envuelven  imperfección.  Todo  cuanto 
se  puede  pensar  está  en  El ;  pues  que  hasta  el  fundamento 
de  toda  posibilidad  está  en  El  (Ideología,  c.  III). 

72.  Su  inteligencia,  a  más  de  brillar  en  todas  sus  obras, 
la  podemos  demostrar  con  las  razones  anteriores.  Si  es  in- 
finito, no  puede  carecer  de  un  atributo  que  no  envuelve  nin- 
guna imperfección,  cual  es  la  inteligencia.  Un  Dios  ciego 
no  sería  Dios. 

73.  A  la  inteligencia  se  sigue  la  voluntad.  El  ser  inte- 
ligente no  es  un  indiferente  espectador  de  su  objeto ;  quie- 
re o  no  quiere  lo  que  entiende.  El  objeto  primario  y  nece- 
sario de  la  voluntad  de  Dios  es  su  propia  esencia,  su  per- 


404 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA 


f21,  408-410] 


fección  infinita,  a  la  cual  ama  con  amor  infinito.  La  exis- 
tencia de  los  objetos  finitos  la  quiere  libremente,  pues  que 
siendo  finitos  ||  no  pueden  ser  motivos  que  impriman  nece- 
sidad a  la  voluntad  infinita. 

74.  La  acción  de  la  Providencia  se  descubre  en  todas 
partes :  la  armonía  que  reina  en  el  universo,  la  constancia 
con  que  las  criaturas  todas  permanecen  sujetas  a  un  orden 
admirable,  son  elocuentes  testimonios  de  que  una  inteligen- 
cia infinitamente  sabia  está  rigiendo  el  mundo,  desde  el 
astro  mayor  del  firmamento  hasta  el  átomo  más  impercep- 
tible, desde  el  hombre,  destinado  para  el  cielo,  hasta  el  úl- 
timo de  los  gusanos  que  se  arrastra  por  la  faz  de  la  tierra. 
Suponer  que  Dios  ha  criado  el  mundo,  abandonándole  luego 
al  acaso,  es  un  absurdo  intolerable :  negar  la  Providencia 
equivale  a  negar  a  Dios. 

75.  El  ser  infinito  es  uno.  Si  hubiese  dos,  el  uno  no  ten- 
dría las  perfecciones  del  otro ;  y,  como  éstas  se  suponen  in- 
finitas, resultaría  que  a  la  perfección  infinita  le  faltarían 
perfecciones  infinitas.  Siendo  infinitos  serían  ambos  todo- 
poderosos ;  en  cuyo  caso,  o  el  uno  podría  impedir  la  acción 
del  otro  o  no;  en  ambos  supuestos  dejarían  de  poderlo 
todo.  Luego  no  hay  más  que  un  Dios. 

76.  Si  se  imaginan  dioses  inferiores,  nc  serán  infinitos, 
luego  serán  finitos,  luego  contingentes,  luego  habrán  reci- 
bido de  Dios  la  existencia ;  no  serán,  pues,  dioses,  sino  cria- 
turas. Luego  el  politeísmo  es  un  sistema  absurdo.  ||. 


CAPITULO  XIII 


Naturaleza  y  origen  del  mal 

77.  Muy  antiguo  es  el  argumento  que  suelen  proponer 
contra  la  Providencia  los  ateos  de  nuestros  días:  «Si  hay  un 
Dios  que  cuida  del  mundo,  ¿por  qué  permite  tantos  ma- 
les?» Examinemos  el  valor  de  esta  objeción,  que  dió  ori- 
gen al  dualismo  de  principios,  uno  bueno  y  otro  malo ;  y 
que  sólo  puede  causar  alguna  dificultad  por  la  confusión  de 
las  ideas. 

78.  El  bien  es  un  ser,  una  realidad :  la  nada  no  puede 
ser  un  bien.  Pero  no  toda  realidad  es  un  bien  para  todos : 
no  merece  este  nombre  una  realidad  que  trastorne  la  ar- 
monía del  ser  en  que  se  halla :  un  ojo  en  la  frente  sería 
una  realidad ;  sin  embargo,  no  habrá  quien  llame  bien  una 
monstruosidad  semejante.  Así,  pues,  aunque  toda  realidad 


[21,  410-412] 


TEODICEA. — C.  13 


405 


se  puede  llamar  un  bien,  en  cuanto  por  esta  palabra  se  en- 
tiende un  ser,  no  toman  este  nombre  sino  las  realidades 
que  están  en  armonía  con  la  naturaleza  y  relaciones  del  su- 
jeto a  que  pertenecen.  La  voz  y  la  figura  que  son  un  bien 
para  una  mujer  o  un  niño  serían  una  imperfección  para 
un  hombre.  || 

79.  La  idea  del  bien  nos  aclara  la  del  mal.  La  simple 
falta  de  una  realidad  no  se  llama  mal:  ¿quién  dirá  que  es 
un  mal  para  una  flor  el  no  ser  inteligente?  La  falta  de  una 
realidad  sólo  es  un  mal  cuando  carece  de  ella  un  sujeto 
que  debiera  tenerla :  la  falta  de  razón  no  es  mal  para  el 
bruto,  pero  lo  es  para  el  hombre. 

80.  Por  donde  se  echa  de  ver  que  el  mal  no  siempre 
consiste  en  la  falta  de  una  realidad,  y  que  puede  nacer  de 
lo  contrario.  El  ciego  tiene  un  mal,  que  es  la  falta  de  la 
vista ;  pero  un  monstruo  con  tres  pies  tiene  un  mal,  que 
es  la  sobra  de  un  pie. 

81.  Sin  embargo,  conviene  observar  que,  aun  en  tales 
casos,  también  el  mal  produce  una  falta :  pues  que  la  rea- 
lidad sobrante  no  es  un  mal  sino  porque  quita  la  armonía. 
el  orden;  y  el  orden  en  los  seres  es  una  realidad. 

82.  El  bien  absoluto  bajo  todos  conceptos  sólo  se  halla 
en  Dios :  el  bien  absoluto  es  la  realidad  infinita.  El  mal  ab- 
soluto, en  cuanto  opuesto  al  bien  absoluto,  parece  que  de- 
biera ser  la  negación  absoluta ;  pero  a  ésta  no  se  la  llama 
mal,  sino  nada.  En  este  sentido  diremos  que  no  hay  mal 
absoluto,  pues  que  todo  mal  implica  la  perturbación  del 
orden  en  algún  ser,  es  decir,  en  algún  bien :  ya  sea  que 
falte  lo  que  debiera  haber,  ya  sea  que  sobre  algo  que  intro- 
duzca el  desorden.  |¡ 

83.  Ahora  podremos  definir  el  mal  diciendo  que  es  la 
perturbación  del  orden. 

84.  Según  sea  el  orden  perturbado  será  la  especie  del 
mal :  físico  si  el  orden  es  físico ;  moral  si  es  moral.  La  des- 
trucción de  uno  de  nuestros  órganos  és  un  mal  físico,  un 
acto  de  injusticia  es  un  mal  moral. 

85.  Algunos  llaman  mal  metafísico  a  la  limitación  de 
las  criaturas ;  pero  esto  no  es  un  mal,  es  una  necesidad 
que  acompaña  a  las  esencias  finitas. 

86.  Fijadas  de  este  modo  las  ideas,  contestaremos  a  la 
dificultad.  No  es  creíble  que  nadie  quiera  hacer  un  cargo 
a  la  Providencia  por  el  mal  metafísico ;  esto  es,  por  la  limi- 
tación de  las  criaturas :  tanto  valdría  quejarse  de  que  lo 
finito  no  sea  infinito.  Así,  pues,  nos  ocuparemos  del  mal 
físico  y  del  moral. 

87.  Consideremos  primero  el  mal  físico,  prescindiendo 
de  toda  relación  con  las  criaturas  racionales.  Cae  un  rayo 
sobre  un  árbol  y  le  calcina ;  un  río  se  desborda  y  arrebata 


406  FILOSOFÍA  ELEMENTAL. —  METAFÍSICA  [21,  412-414] 


las  plantas  de  sus  alrededores ;  el  árbol  y  las  plantas  sufren 
un  mal  porque  se  ha. perturbado  su  orden  particular,  se  ha 
destruido  su  vida;  A  quien  culpara  por  esto  a  la  Providen- 
cia le  preguntaríamos  si  el  árbol  y  las  otras  plantas  eran 
seres  aislados,  y  si  no  debían  estar  sujetos  a  las  leyes  ge- 
nerales del  mundo  corpóreo.  Estos  vegetales  formaban  par- 
te de  ese  gran  conjunto  que  llamamos  universo ;  su  orden 
especial  estaba  subordinado  al  orden  ||  general ;  cuando  éste 
requería  que  aquél  fuera  destruido,  la  destrucción  se  ha 
consumado. 

88.  Un  artífice  construye  una  máquina  con  varios  sis- 
temas de  ruedas  que  marchan  con  sus  velocidades  respec- 
tivas ;  todos  estos  sistemas  se  ordenan  a  un  fin  determina- 
do que  se  propuse  el  constructor.  Este  fin  exige  que  de  vez 
en  cuando  uno  de  esos  sistemas  afecte  al  otro  de  una  ma- 
nera nueva,  engranando,  por  ejemplo,  una  rueda  de  un  sis- 
tema con  la  de  otro,  y  perturbando  el  orden  de  éste  ace- 
lerando o  retardando  la  velocidad  o  parando  del  todo  su 
movimiento:  ¿culparéis  por  eso  la  sabiduría  del  maqui- 
nista.? Porque  se  ha  perturbado  o  se  ha  destruido  el  movi- 
miento de  un  sistema  de  dos  ruedas,  ¿diréis  que  no  hubo 
previsión  en  el  autor  de  la  máquina?  He  aquí  lo  que  suce- 
de en  el  mundo :  en  el  orden  general  del  universo  entrar 
muchos  órdenes  particulares,  así  de  individuos  como  de 
especies :  el  orden  general  exige  que  se  sacrifique  uno  de 
los  particulares,  y  así  sucede:  ¿qué  prueba  esto  contra  la 
sabiduría  que  gobierna  el  mundo?  Nada ;  por  el  contra- 
rio, la  manifiesta  y  confirma. 

89.  Pero  ¿cuál  es,  se  nos  dirá,  la  utilidad  de  esos  ma- 
les particulares?  ¿Cuál  es  el  bien  que  de  ellos  resulta  en 
favor  del  orden  general?  No  conociendo  perfectamente  el 
conjunto  de  las  leyes  que  rigen  el  mundo,  no  podemos 
saber  en  muchos  casos  cuál  es  el  efecto  que  un  fenómeno 
particular  produce  en  bien  del  orden  general ;  pero  nuestra 
ignorancia  no  nos  autoriza  |j  para  negar  este  efecto.  A  me- 
dida que  adelantan  las  ciencias  se  van  descubriendo  nuevos 
arcanos  en  las  relaciones  de  la  naturaleza,  y  se  van  cono- 
ciendo fines  especiales  que  antes  se  ignoraban;  ¿qué  sucede- 
ría si  pudiésemos  abarcar  de  una  ojeada  todo  el  sistema  del 
universo?  Veríamos  un  orden  admirable  allí  donde  se  nos 
ofrecía  un  desorden ;  veríamos  que  la  armonía  se  afirmaba 
y  extendía,  cuando  nosotros  creíamos  que  se  perturbaba. 

90.  Estos  pequeños  desórdenes  lo  son  únicamente  cuan- 
do se  los  considera  en  su  aislamiento ;  pero  las  partes  del 
universo  no  pueden  mirarse  como  aisladas,  sino  unidas, 
trabadas  íntimamente,  conspirando  todas  a  un  fin.  Cuando 
se  consideran  los  objetos  por  sí  solos,  todo  se  perturba.  Fi- 
gurémonos que  las  hierbas  de  un  prado  donde  están  pastan- 


[21.  414-416] 


TEODICEA. — C.  13 


407 


do  los  ganados  tuviesen  inteligencia,  pero  no  conociendo 
otro  bien  que  el  suyo:  al  ver  que  el  ganado  las  siega  sin 
piedad  para  sepultarlas  en  su  estómago:  «¡Qué  atrocidad!, 
exclamarían.  ¡Quién  gobierna  el  mundo!  ¡Qué  desorden  es 
éste!  ¡Qué  injusticia!»  Y,  sin  embargo,  si  el  pobre  ganado 
no  encontrase  hierba  se  pondría  flaco  y  macilento;  y  en 
tal  caso  tampoco  podríamos  nosotros  regalar  la  mesa  con 
carnes  suculentas  y  sabrosas.  Hay  aquí  una  escala ;  lo  uno 
se  ordena  a  lo  otro ;  el  mal  en  un  orden  subalterno  es  un 
bien  en  un  orden  superior ;  todos  los  eslabones  de  la  cade- 
na sólo  los  conoce  el  que  tiene  en  su  omnipotente  mano  el 
primero  y  el  último.  || 

91.  No  es  difícil  templar  la  compasión  del  ateo  por  los 
infortunios  de  los  vegetales ;  pero  ¿  quién  podrá  consolar- 
le si  llegamos  a  tratar  de  los  animales?  ¿Cómo  es  que  a  es- 
tos infelices  vivientes  se  los  haya  sometido  a  tan  crudos 
padecimientos?  ¿Por  qué  la  Providencia  no  los  ha  eximido 
de  todos  los  dolores,  dejándolos  retozar  alegres  en  medio 
de  goces  continuos?  ¿Acaso  no  podría  proporcionarles  a 
todos  abundancia  de  sabrosos  alimentos,  de  bebidas  refri- 
gerantes, de  guaridas  abrigadas,  o,  lo  que  hubiera  sido 
mejor,  hacerles  disfrutar  de  una  perpetua  primavera? 

A  esta  objeción  contestaremos  con  la  respuesta  ante- 
rior, ampliándola,  empero,  con  algunas  observaciones. 

Supongamos  que  las  leyes  generales  del  mundo  exigen 
que  caiga  un  aguacero  sobre  una  comarca ;  según  el  ateo, 
debía  Dios  suspender  las  leyes  hidráulicas  para  que  el  agua 
no  mojase  los  nidos  y  no  se  filtrase  en  las  guaridas  de  las 
fieras,  o  no  bañase  con  demasía  las  espaldas  de  los  ganados 
del  campo.  Risum  teneatis! 

Tocante  a  los  alimentos  hay  la  dificultad  que,  por  ejem- 
plo, el  lobo  no  se  contenta  sino  comiendo  la  carne  de  la 
oveja,  y  esto  no  se  hace  sin  matarla ;  el  halcón  tampoco  se 
contenta  sino  con  las  blandas  carnes  de  la  paloma,  lo  cual 
tampoco  se  puede  hacer  sin  efusión  de  sangre  inocente. 

El  quitar  la  variedad  de  las  estaciones  con  el  objeto  de 
evitar  a  los'  animales  el  frío  y  el  calor  traería  consigo  la 
perturbación  del  sistema  astronómico ;  ||  no  será  tan  exi- 
gente el  ateo ;  parece  que  la  Providencia  ha  hecho  bastan- 
te vistiendo  a  unos  con  tupido  plumaje,  a  otros  con  espeso 
pelo,  a  otros  con  vellosa  y  caliente  lana ;  con  darles  a  to- 
dos los  instintos  necesarios  para  preservarse  de  la  intem- 
perie en  las  respectivas  estaciones  y  con  llevar  su  solici- 
tud hasta  el  punto  de  comunicar  a  los  más  débiles  el  admi- 
rable instinto  de  la  transmigración,  para  que  a  manera  de 
gente  mimada  busquen  en  la  variedad  de  los  climas  el  tem- 
ple que  más  conviene  a  su  salud  y  comodidad. 

En  cuanto  a  los  dolores  que  sufren  los  animales,  son  ge- 


408  FILOSOFIA  ELEMENTAL. — METAFÍSICA  [21,  4Í6-418J 


neralmente  pocos,  excepto  cuando  caen  en  nuestras  ma- 
nos, y  de  esta  responsabilidad  tampoco  se  exime  el  ateo.  Es 
de  notar  la  buena  salud  de  que  disfrutan  generalmente, 
hasta  que  los  sorprende  una  muerte  prematura  o  acaban 
consumidos  por  la  vejez.  Hay  dolores  que  nacen  de  su  mis- 
ma organización ;  y  la  facultad  de  sentirlos  les  es  necesaria 
en  muchos  casos  para  conservar  su  vida.  La  naturaleza  les 
ha  dado  sensaciones  ingratas  para  que  se  apartasen  de  lo 
que  les  daña ;  si  el  animal  no  sintiese  los  rigores  de  la  in- 
temperie no  se  guardaría  de  ellos  y  perecería. 

92.  Algunas  de  las  observaciones  anteriores  pueden 
aplicarse  también  al  hombre ;  quien,  aunque  racional,  no 
deja  de  estar  sometido  a  las  necesidades  de  su  organiza- 
ción. Además,  por  su  libertad  de  albedrío,  abusa  con  har- 
ta frecuencia  de  los  dones  de  la  naturaleza,  y  multiplica 
sus  males  físicos ;  y  como,  por  otra  parte,  su  estado  social 
trae  consigo  un  nuevo  género  |¡  de  relaciones,  experimen- 
tamos, a  más  de  los  dolores  del  cuerpo,  los  contratiempos  de 
la  fortuna.  Si  debiésemos  considerar  al  hombre  limitado  a 
la  tierra,  defenderíamos  a  la  Providencia  con  las  razones  an- 
teriores ;  diríamos  que  es  un  ser  que  contribuye  con  los 
otros  al  orden  general,  y  que.  por  consideración  a  él  sólo, 
no  se  deben  alterar  las  leyes  del  universo.  Pero  el  valor  de 
esta  razón  sube  de  punto  si  se  considera  que  el  hombre  es 
un  ser  intelectual  y  moral,  que  los  males  que  sufre  pueden 
servirle  de  prevención  contra  el  vicio  y  de  pena  cuando  me- 
rezca ser  castigado ;  que  en  el  sufrimiento  se  le  ofrece  un 
vasto  campo  para  mostrar  la  fortaleza  y  desplegar  las  fa- 
cultades superiores  que  le  distinguen  de  los  brutos  anima- 
les ;  que  siendo  criatura  racional  no  se  le  han  debido  fijar, 
como  a  los  irracionales,  las  inclinaciones  para  satisfacer  las 
necesidades  de  la  vida ;  que  esta  misma  amplitud  produce 
naturalmente  la  facilidad  en  el  exceso,  y,  por  consiguiente, 
los  padecimientos ;  y  que,  en  fin,  sobre  todas  estas  conside- 
raciones hay  la  enseñanza  de  la  religión,  acorde  con  las  tra- 
diciones de  todos  los  pueblos,  que  nos  habla  de  una  caída  pri- 
mitiva, de  una  degeneración  del  humano  linaje,  y  que  nos  da 
con  esto  una  nueva  clave  para  explicar  el  mal,  ilustrando 
a  la  filosofía  con  la  narración  de  los  acontecimientos  que 
perturbaron  la  armonía  universal  en  el  origen  del  mundo. 

Esto  nos  conduce  a  tratar  del  mayor  de  los  males,  del 
moral,  que  consiste  en  la  infracción  de  las  leyes  impuestas 
por  el  Criador  a  todas  las  criaturas  intelectuales.  |l 

93.  Dios  podría  impedir  el  mal  moral;  ¿por  qué  lo  per- 
mite? Este  es  otro  de  los  argumentos  que  se  objetan  a  la 
Providencia ;  para  desvanecerle  bastará  fijar  las  ideas. 

El  mal  moral,  o  el  pecado,  envuelve  dos  condiciones:  ley 
moral  y  libertad  en  su  infracción ;  si  no  hubiese  ley  moral 


[21,  418-419] 


TEODICEA. — C.  13 


409 


no  habría  mal  moral ;  si  no  hubiese  libertad  en  la  infrac- 
ción no  habría  pecado.  Nadie  culpa  al  niño  que  no  ha  lle- 
gado al  uso  de  razón,  o  al  infeliz  demente  que  la  ha  per- 
dido. 

En  el  supuesto  de  que  hubiese  seres  intelectuales,  debía 
estar  vigente  para  ellos  la  ley  moral ;  lo  contrario  es  absur- 
do ;  era  imposible  que  Dios,  ser  infinitamente  santo,  cria- 
se seres  intelectuales  exentos  de  toda  ley  moral ;  tenemos, 
pues,  en  primer  lugar  que  la  ley  moral  no  podía  menos  de 
regir  en  el  mundo ;  pretender  lo  contrario  sería  querer  que 
Dios  no  hubiese  criado  seres  intelectuales. 

Un  ser  inteligente  debía  estar  dotado  de  libertad  de  al- 
bedrío ;  por  lo  mismo  que  es  capaz  de  considerar  los  objetos 
bajo  aspectos  diferentes,  de  proponerse  varios  fines  y  de  as- 
pirar a  ellos  por  distintos  medios,  era  preciso  que  tuviese 
libertad,  sin  la  cual  no  hay  elección.  Extendiéndose  la  ley 
moral  a  todos  los  actos  de  la  vida,  podía  la  criatura  no  que- 
rer lo  que  ella  manda  o  desear  lo  que  ella  prohibe ;  no  ha- 
cer lo  primero  o  ejecutar  lo  segundo,  y,  por  consiguiente, 
cometer  una  infracción  de  la  ley.  La  razón  de  esto  se  halla 
en  la  misma  limitación  de  la  criatura. 

Resulta,  pues,  que,  supuesta  su  existencia,  la  criatura 
intelectual  podía  pecar ;  y  que  para  evitarlo  era  j|  preciso 
que  se  la  despojase  de  la  libertad  de  albedrío,  esto  es,  que 
se  mutilase  su  naturaleza.  He  aquí  a  dónde  viene  a  parar  el 
argumento  contra  la  Providencia;  a  la  alternativa  de  exi- 
gir que  Dios  no  criase  ningún  ser  intelectual  o  que  los  cria- 
se sin  libertad.  Así,  pues,  esta  dificultad  tan  ponderada  se 
reduce  a  las  mismas  dimensiones  que  las  anteriores ;  nace, 
como  ellas,  de  la  contemplación  de  un  orden  especial,  aislán- 
dolo del  general ;  no  atiende  a  la  necesidad  de  la  existencia 
de  la  ley  moral  y  de  la  libertad  de  albedrío,  en  el  supues- 
to de  haber  criaturas  intelectuales ;  es  decir,  que  prescin- 
de de  dos  grandes  hechos :  la  ley  moral  y  la  libertad ;  se 
olvida  de  otros  dos  hechos  que  son  como  los  polos  del  mun- 
do intelectual :  el  mérito  y  el  demérito.  || 


HISTORIA  DE LA  FILOSOFIA 


Este  tomito  completa  el  Curso  de  filosofía  elemental.  Di- 
fícilmente se  tendrá  una  idea  cabal  de  la  filosofía  si  no  se 
conoce  algún  tanto  su  historia ;  mas,  por  otra  parte,  no  es 
posible  entender  la  historia  si  antes  no  se  ha  estudiado  la 
filosofía ;  así  parece  que  la  historia  no  debe  ser  el  principio, 
sino  el  complemento. 

Al  hacer  este  trabajo  se  tropieza  con  la  grave  dificultad 
de  haber  de  encerrar  en  breves  páginas  lo  que  no  cabe  en 
muchos  volúmenes;  en  tales  casos  no  hay  otro  medio  que 
trazar  los  objetos  a  grandes  rasgos,  prescindiendo  de  por- 
menores que  no  sean  del  todo  indispensables.  Advierto  que 
no  he  forcejado  por  encontrar  relaciones  entre  las  escuelas, 
ni  hacerlas  entrar  en  cuadros  formados  con  sistema ;  cuan- 
do he  ||  creído  descubrir  la  filiación  de  ciertas  ideas  la  he 
indicado ;  cuando  no,  he  prescindido  de  clasificaciones,  en 
cuya  exactitud  tenía  poca  fe.  La  historia  de  la  filosofía  es  la 
historia  de  las  evoluciones  del  espíritu  humano  en  su  por- 
ción más  activa,  más  agitada,  más  libre ;  no  hay  una  sola 
órbita,  sino  muchas  y  muy  diversas  e  irregulares ;  si  se  las 
quiere  dar  contornos  demasiado  precisos,  hay  peligro  de 
desfigurarlas ;  en  objetos  de  suyo  expansivos,  indefinidos, 
vagos,  retratar  con  holgura  es  retratar  con  verdad.  || 


PROLOGO 


412 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  ¡22,  7-9] 


I 

FILOSOFIA  DE  LA  INDIA 


1.  La  filosofía  de  la  India  es  una  especie  de  teología, 
pues  que  viene  a  ser  un  comentario  o  exposición  de  la  doc- 
trina religiosa  contenida  en  sus  libros  sagrados,  llamados 
Vedas.  Su  Dios  es  Brahma,  la  substancia  única ;  nada  exis- 
te fuera  de  ella  ni  distinto  de  ella ;  lo  que  no  es  ella  no  es 
realidad,  es  una  mera  ilusión,  un  sueño.  Por  esta  ilusión, 
que  llaman  maya,  nos  parece  que  hay  muchos  seres  distin- 
tos, obrando  los  unos  sobre  los  otros ;  pero  en  realidad  no 
hay  más  que  uno,  principio  y  término  de  todo,  acción  y  pa- 
sión, o  más  bien  unidad  simplicísima,  idéntica,  de  la  cual 
salen  esas  apariencias  de  ser  y  a  donde  van  a  perderse  como 
las  gotas  del  rocío  en  la  inmensidad  del  océano.  Algunos 
han  creído  descubrir  en  la  doctrina  de  los  Vedas  un  rastro 
del  misterio  de  la  Trinidad,  de  los  tres  nombres  que  dan  a 
Dios :  Brahma,  Vichnú,  Siva.  Brahma  en  cuanto  crea ;  Vich- 
nú  en  cuanto  conserva;  ||  Siva  en  cuanto  destruye  y  renueva 
las  formas  de  la  materia. 

2.  Uno  de  los  dogmas  fundamentales  de  la  religión  de 
la  India  es  la  metempsicosis  o  transmigración  de  las  al- 
mas, las  cuales,  si  han  obrado  bien,  reciben  por  recompensa 
la  íntima  unión  con  Brahma,  o  más  bien  la  absorción  en 
el  ser  infinito ;  y  si  se  han  conducido  mal,  son  castigadas, 
pasando  a  otros  cuerpos  más  groseros. 

3.  Al  parecer  muchos  creen  encontrar  en  la  doctrina  de 
la  India  el  panteísmo  puro ;  respeto  la  opinión  de  estos  au- 
tores, pero  me  atrevo  a  dudar  de  que  esté  bastante  funda- 
da. Verdad  es  que  el  decir  que  nada  existe  sino  Brahma,  y 
que  todo  cuanto  no  es  él  se  reduce  a  meras  ilusiones,  pare- 
ce indicar  la  doctrina  de  la  substancia  única,  que  es  todo  y 
que  se  revela  bajo  distintas  formas,  meros  fenómenos  en 
cuanto  se  las  quiera  distinguir  del  ser  en  que  radican : 
pero,  si  bien  se  reflexiona,  sería  posible  que  en  semejantes 
expresiones  hubiese  algo  de  la  nebulosa  exageración  que 
distingue  a  los  pueblos  orientales,  y  que  la  significación  ge- 
nuina  no  fuese  el  panteísmo  puro,  a  la  manera  que  se  quie- 
re darnos  a  entender.  He  aquí  las  razones  en  que  me 
fundo.  !| 

4.  La  doctrina  de  los  Vedas  nos  habla  de  la  substancia 
única,  alma  universal,  vida  de  todo ;  pero  también  nos  ha- 
bla de  emanaciones  sucesivas  por  las  cuales  explica  la  for- 


122,  9-111 


FILOSOFÍA  DE  LA  INDIA 


413 


mación  del  mundo.  Nos  dice  que  Brahma,  queriendo  mul- 
tiplicarse, crió  la  luz ;  que  la  luz,  queriendo  multiplicarse, 
crió  las  aguas,  y  que  éstas,  quer'endo  también  multiplicar- 
se, criaron  los  elementos  terrestres  y  sólidos.  Aquí  vemos 
seres  distintos,  que  no  es  fácil  componer  con  la  unidad  ab- 
soluta, entendida  en  un  sentido  riguroso. 

5.  La  "aplicación  de  la  doctrina  teológica  a  los  destinos 
del  hombre  parece  confirmar  la  misma  conjetura.  No  admi- 
tiendo más  que  una  sola  substancia,  y  asentando  que  cuan- 
to no  es  ella  no  es  más  que  apariencia  ilusoria,  no  se  puede 
sostener  la  individualidad  del  espíritu  humano  y  mucho  me- 
nos aplicarle  premios  y  castigos.  Una  simple  apariencia,  un 
fenómeno  que  no  encierra  nada  real,  no  es  susceptible  de 
premio  ni  de  pena.  Hemos  visto  que  la  doctrina  de  la  India 
profesa  este  dogma  como  fundamental,  estableciendo  la  in- 
mortalidad del  alma  y  señalándole  premio  o  castigo  según 
haya  sido  su  conducta,  luego  admite  la  responsabilidad  per- 
sonal en  toda  su  extensión,  y,  por  consiguiente,  la  indivi- 
dualidad del  ser  responsable.  De  dos  almas,  la  buena  se  une 
después  de  la  muerte  con  Brahma,  la  mala  es  relegada  a 
un  cuerpo  más  ||  grosero:  ¿cómo  se  concibe  esta  diferencia 
en  los  destinos  si  no  se  admite  que  cada  una  de  ellas  es 
una  cosa  real  y  que  son  realmente  distintas  entre  sí? 

6.  Las  aplicaciones  sociales  que  se  hacen  de  esta  doc- 
trina religiosa  también  indican  multiplicidad.  Brahma  no 
produjo  todos  los  hombres  iguales ;  se  distinguen  éstos  en 
cuatro  castas :  el  Brahmán,  el  Kchatrya,  el  Vaisya  y  el  Su- 
dra.  El  Brahmán  es  el  dueño  de  todo;  Brahma  le  constitu- 
yó sobre  todos  los  demás  hombres,  y  lo  que  éstos  poseen  se 
lo  deben  a  él.  Por  el  contrario,  el  Sudra  nació  únicamente 
para  servir  a  las  clases  superiores :  primero  a  los  Brahma- 
nes, después  a'  los  Kchatrya  y  a  los  Vaisya.  Aquí  se  nos 
ofrece  no  sólo  distinción,  sino  también  diferencia  entre  los 
individuos  de  la  especie,  lo  que  no  es  posible  conciliar  con 
la  unidad  absoluta,  tomada  en  sentido  riguroso. 

El  modo  con  que  explican  la  producción  de  las  castas 
indica  también  una  distinción  incompatible  con  la  unidad. 
Brahma  produjo  de  su  boca  al  Brahmán,  de  su  brazo  al 
Kchatrya,  de  su  muslo  al  Vaisya  y  de  su  pie  al  Sudra,  en 
lo  cual  vemos  una  serie  de  cosas  no  sólo  distintas,  sino  di- 
ferentes. 

7.  Se  conocen  en  la  India  varios  sistemas.  El  Vedanta, 
llamado  así  porque  tiene  por  objeto  explicar  ||  la  doctrina 
de  los  Vedas:  su  fundación  se  atribuye  a  Vyasa.  El  Sankhya 
trata  con  especialidad  del  alma  y  de  sus  relaciones  con  el 
cuerpo  y  la  naturaleza,  proponiéndose  principalmente  seña- 
lar los  medios  conducentes  a  la  felicidad  eterna.  Admite  en 
el  alma  tres  cualidades :  bondad,  pasión  y  obscuridad  o  ig- 


414 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  r22,  ll-1  3] 


norancia,  atributos  que  considera  como  comunes  a  todos 
los  seres,  incluso  el  primero,  lo  cual  no  concuerda  muy  bien 
con  la  infinidad  que  los  Vedas  reconocen  en  Brahma.  Este 
sistema  tiene  dos  ramificaciones :  la  una  fundada  por  Ka- 
pila,  la  otra  por  Patandjali.  El  Nyaya  se  ocupa  de  la  dialéc- 
tica, o  más  bien  de  los  fundamentos  de  ella,  pues  que  la 
teoría  de  la  certeza  es  uno  de  sus  objetos  principales :  su 
fundador  es  Gotama.  El  sistema  de  Kanada,  que  algunos 
miran  como  una  ramificación  del  Nyaya,  desciende  de  las 
teorías  sobre  la  certeza  al  método  para  llegar  a  ella.  Esta- 
blece seis  categorías :  substancia,  cualidad,  acción,  gene- 
ral, particular  y  relativo.  Son  notables  por  los  puntos  de 
contacto  que  tienen  con  las  de  Aristóteles.  Algunos  han 
creído  encontrar  en  la  filosofía  de  la  India  el  verdadero  si- 
logismo. También  se  halla  en  la  doctrina  de  Kanada  el  sis- 
tema de  los  átomos,  a  los  que  mira  como  primeros  elemen- 
tos de  los  cuerpos,  bien  que  les  atribuye  cualidades  espe- 
ciales ;  así  en  este  punto  el  filósofo  de  la  India  tiene  cierta 
semejanza  con  Demócrito  y  algunos  físicos  modernos.  |¡ 

8.  La  distancia  de  los  tiempos,  las  dificultades  de  la  len- 
gua, la  diversidad  de  costumbres,  las  variedades  y  subdivi- 
siones de  las  sectas  y  otras  circunstancias  hacen  sumamente 
arduo  el  llegar  al  exacto  conocimiento  de  la  filosofía  de  la 
India,  y  mucho  más  el  distinguir  con  precisión  lo  que  hay 
en  ella  propio  y  lo  que  tiene  recibido.  En  esas  grandiosas 
ideas  sobre  Brahma  se  nota  la  huella  de  las  tradiciones  pri- 
mitivas sobre  un  Dios,  ser  infinito ;  en  la  doctrina  de  las 
emanaciones  se  halla,  bien  que  harto  desfigurada,  la  idea  de 
la  creación,  siendo  digno  de  observarse  que  el  orden  de  la 
producción  de  la  luz,  de  las  aguas  y  de  la  tierra  tiene  cier- 
ta analogía  con  el  de  la  creación  tal  como  se  la  refiere  en  el 
primer  capítulo  del  Génesis.  En  los  tres  atributos  de  Brah- 
ma será  permitido  ver  un  rastro  de  la  idea  de  la  Trinidad ; 
y  al  notar  que  al  alma  se  le  dan  también  otros  tres  no  es 
infundada  la  conjetura  de  que  hay  en  eso  una  vislumbre 
de  las  doctrinas  del  Génesis,  donde  se  nos  dice  que  el  hom- 
bre fué  hecho  a  imagen  y  semejanza  de  Dios.  Las  indica- 
ciones de  Platón  y  otros  filósofos  griegos  sobre  el  augusto 
misterio  de  la  Trinidad  manifiestan  que  esta  idea  no  era 
del  todo  desconocida  de  los  paganos,  y  es  creíble  que  los 
griegos  la  habían  adquirido  en  sus  viajes  por  Oriente.  «Los 
progresos  hechos  en  las  investigaciones  asiáticas,  dice  Wis- 
seman,  han  dejado  fuera  de  controversia  esta  suposición.» 
El  Oupnekhat,  ||  compilación  persa  de  los  Vedas,  traducida 
por  Anquetil  Duperron,  contiene  varios  pasajes  aún  más 
análogos  a  las  doctrinas  cristianas  que  las  alusiones  de  los 
filósofos  griegos.  Solamente  citaré  dos,  sacados  de  los  ex- 
tractos que  hizo  de  esta  obra  el  conde  Lanjuinais:  «El  Ver- 


¡22,  13-15] 


FILOSOFÍA  DE  LA  INDU 


415 


bo  del  Criador  es  también  el  Criador  y  el  gran  hijo  del 
Criador.  Sat  (es  decir,  la  verdad)  es  el  nombre  de  Dios,  y 
Trabat,  es  decir,  tres  veces  haciendo  uno  solo.»  (Discursos 
sobre  las  relaciones  que  existen  entre  la  ciencia  y  la  reli- 
gión revelada,  11.) 

9.  Tocante  a  los  destinos  del  alma,  también  se  descu- 
bren en  la  filosofía  de  la  India  las  huellas  de  las  tradiciones 
primitivas.  Por  de  pronto  hallamos  la  distinción  entre  el 
cuerpo  y  el  alma,  la  inmortalidad  de  ésta  y  su  premio  o 
castigo  después  de  su  vida  sobre  la  tierra.  El  castigo  es  la 
transmisión  a  un  cuerpo  más  grosero,  emblema  de  abati- 
miento y  abyección;  el  premio  es  la  íntima  unión  con 
Brahma,  en  lo  cual  no  es  difícil  reconocer  la  huella  de  la 
visión  beatífica  que  como  dogma  profesan  los  cristianos  y 
que  fué  revelado  al  hombre  desde  su  creación.  , 

10.  Estas  ideas,  purificadas  de  los  errores  con  que  las 
deslustra  y  confunde  la  filosofía  de  la  India,  encierran  un 
fondo  de  grandor  que  muestra  a  las  claras  su  origen.  Esas 
mismas  tendencias  panteísticas  ||  indican  la  exageración  de 
la  idea  de  lo  infinito,  que  fué  depositada  en  la  cuna  del  li- 
naje humano  y  que  se  ha  ido  transmitiendo  a  las  sucesivas 
generaciones.  Me  parece  fácil  elevar  esta  aserción  sobre  el 
rango  de  una  mera  conjetura.  Dos  medios  tenemos  para  lle- 
gar a  una  doctrina:  la  razón  o  la  revelación.  En  la  infancia 
de  la  humanidad  la  razón  está  poco  desenvuelta,  y  la  es- 
casez de  método  de  que  adolece  la  filosofía  de  la  India  es  de 
ello  una  prueba  concluyente.  Toda  doctrina  que  toma  por 
base  la  unidad,  si  es  hija  de  procedimientos  racionalistas, 
ha  de  venir  después  de  largos  trabajos  filosóficos,  pues  que 
el  mundo,  lejos  de  presentar  a  primera  vista  la  unidad,  nos 
ofrece  por  todas  partes  multiplicidad  y  variedad.  ¿Por  qué, 
pues,  se  halla  en  la  cuna  de  la  filosofía,  no  sólo  la  idea  de 
unidad,  sino  su  exageración?  Claro  es  que  esto  no  puede  ex- 
plicarse sino  apelando  a  un  hecho  primitivo,  y  de  ningún 
modo  por  el  método  racionalista.  Esta  observación,  fundada 
en  los  más  severos  principios  ideológicos,  me  parece  que 
vuelve  contra  los  enemigos  de  la  verdad  las  armas  que  ellos 
emplean  para  combatirla.  «Cuanto  más  nos  remontamos  en 
la  cadena  de  los  siglos,  dirán  ellos,  más  arraigada  encontra- 
mos la  idea  de  la  unidad.»  Es  cierto,  responderemos  nos- 
otros ;  lo  que  prueba  que  esta  grande  idea  no  ha  dimanado 
de  ningún  método  racionalista,  sino  que  ha  sido  comunica- 
da al  primer  hombre.  Cuando  vosotros  la  ||  convertís  en  el . 
panteísmo,  lejos  de  progresar  en  ella,  la  adulteráis;  repetís 
lo  que  hicieron  los  pueblos  groseros :  a  la  pureza  de  la  ver- 
dad primitiva  substituís  el  caos.  || 


416 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL— HISTORIA  r22,  16-18] 


II 

FILOSOFIA  DE  LA  CHINA 


11.  No  se  debe  juzgar  de  las  ideas  teológicas  y  filosófi- 
cas de  la  China  por  las  supersticiones  populares:  estudian- 
do los  libros  de  sus  filósofos  se  han  encontrado  doctrinas 
sobremanera  notables,  en  cuanto  indican  con  harta  claridad 
los  vestigios  de  una  revelación,  confirmando  lo  que  se  ha  di- 
cho con  respecto  a  Ja  India.  Laokiun,  sabio  chino  que  vivía 
antes  de  Confucio,  emite  ideas  análogas  a  las  de  Platón  y 
de  los  Brahmanes  de  la  India  en  orden  al  misterio  de  la 
Trinidad ;  y  Lao-Tseu,  otro  filósofo  chino  muy  célebre,  ha- 
bla sobre  este  punto  con  un  lenguaje  que  admira.  Abel  Re- 
musat  ha  publicado  interesantes  trabajos  sobre  las  obras  de 
este  filósofo ;  y  he  aquí  un  notabilísimo  pasaje  que  se  halla 
en  sus  Misceláneas  asiáticas:  «Antes  del  caos  que  ha  precedi- 
do al  cielo  y  a  la  tierra  existía  un  ser  solo,  inmenso,  silen- 
cioso, inmutable,  pero  siempre  activo ;  éste  es  ||  la  madre 
del  universo.  Yo  ignoro  su  nombre ;  pero  le  significo  por 
la  palabra  Tao  (razón  primordial,  inteligencia  creadora  del 
mundo,  según  las  Cartas  edificantes).  Se  puede  dar  un  nom- 
bre a  la  razón  primordial :  sin  nombre  es  el  principio  del 
cielo  y  de  la  tierra ;  con  un  nombre  es  la  madre  del  uni- 
verso... La  razón  ha  producido  uno,  uno  ha  producido  dos, 
dos  ha  producido  tres,  tres  ha  producido  todas  las  cosas.  El 
que  miráis  y  no  veis  se  llama  J.  El  que  escucháis  y  no  oís 
se  llama  H.  El  que  vuestra  mano  busca  y  no  puede  tocar  se 
llama  V.  Estos  son  tres  seres  incomprensibles  que  no  for- 
man más  que  uno.  El  primero  no  es  más  brillante,  y  el  úl- 
t  mo  no  es  más  obscuro.» 

M.  Remusat  observa  que  las  tres  letras  J.  H.  V  no  perte- 
necen a  la  lengua  china,  y  que  las  sílabas  del  texto  chino 
no  tienen  sentido  en  este  idioma :  por  manera  que  hay  la 
extrañeza  de  que  los  signos  del  Ser  supremo  no  significan 
nada  en  la  lengua  china.  Esto,  unido  a  que  las  tres  letras 
casi  forman  el  JeHoVa  de  los  hebreos,  le  induce  a  creer  que 
de  éstos  reribirían  los  chinos  tan  sublime  doctrina.  De  la 
.  misma  opinión  participan  Windischmann  y  Klaproth.  En 
apoyo  de  ella  no  hay  únicamente  la  razón  filológica  que  se 
acaba  de  exponer,  sino  la  tradición  entre  los  chinos  de  que 
Lao-Tseu  hizo  un  largo  viaje  al  Occidente,  en  el  cual  pudo 
liegar  hasta  la  Palestina,  y  ||  aunque  no  pasase  de  la  Persia 
pudo  tener  noticia  de  las  doctrinas  de  los  judíos  que  habían 


[22.  18-191 


FILOSOFÍA  DE  LA  CHINA 


417 


estado  recientemente  en  cautiverio  por  aquellos  países,  su- 
puesto que  Lao-Tseu  vivía  en  el  siglo  vi  antes  de  la  era 
vulgar. 

12.  Al  hablar  de  la  filosofía  de  los  chinos  suele  ocupar 
principalmente  a  los  historiadores  la  de  Kong-fuzee,  o  Con- 
fucio,  a  quien  se  ha  llamado  el  Sócrates  de  la  China,  por 
haberse  dedicado  con  preferencia  a  la  filosofía  moral.  Su 
obra  lleva  el  título  de  Ta  hio,  o  Grande  estudio.  Vivía  por 
los  años  de  550  antes  de  la  era  vulgar.  Distingüese  entre  sus 
discípulos  Meng-tseu,  quien  desenvuelve  el  principio  funda- 
mental de  su  maestro:  el  deber  que  tiene  todo  hombre  de 
trabajar  en  su  propia  perfección.  Clasifica  Meng-tseu  las  fa- 
cultades humanas  en  sensibilidad  externa  y  corazón  o  inte- 
ligencia :  a  ésta  le  señala  por  objeto  el  buscar  los  motivos 
y  los  resultados  de  las  acciones  humanas.  Por  donde  se  ve 
que  a  los  ojos  del  discípulo  como  del  maestro  la  moral  pre- 
pondera sobre  todo  y  las  investigaciones  psicológicas  con- 
vergen a  un  solo  punto :  el  conocimiento  del  hombre  como 
ser  moral.  La  escuela  de  Confucio  enseña  también  la  má- 
xima de  que  debemos  portarnos  con  los  demás  del  modo 
que  quisiéramos  que  se  portasen  ellos  con  nosotros.  |] 

13.  Atendiendo  a  los  errores  y  superstición  que  vemos 
entre  los  chinos,  sería  sorprendente  hallar  entre  sus  filóso- 
fos unas  máximas  de  moral  tan  pura,  si  no  encontrásemos 
hechos  que  nos  explicasen  el  origen  de  semejante  doctrina. 
La  moral  se  corrompe  y  debilita  cuando  no  está  ligada  con 
las  grandes  verdades  sobre  la  existencia  de  Dios  y  la  inmor- 
talidad del  alma ;  y,  por  el  contrario,  se  desenvuelve  y  flo- 
rece cuando  la  alumbran  y  vivifican  esos  dogmas.  Así  se 
comprenderá  el  origen  de  las  doctrinas  morales  de  la  Chi- 
na en  sabiendo  que  este  pueblo  las  profesó  desde  la  más 
remota  antigüedad,  según  consta  de  sus  libros  sagrados  Chu- 
king,  donde  se  halla  consignada  la  adoración  de  un  Dios, 
gobernador  del  mundo,  a  quien  se  dan  los  nombres  de  Tien- 
Ti,  Chang-Ti,  que  significa  cielo  y  señor  del  cielo;  como  y 
también  la  providencia,  la  inmortalidad  del  alma  y  su  des- 
tino en  la  otra  vida.  La  verdad  es  antigua,  el  error  es  mo- 
derno: así  lo  manifiestan  acordes  la  razón  y  la  historia.  |l 


¿7 


418 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  20-22] 


III 

FILOSOFIA  DE  LA  PERSIA 


14.  El  libro  sagrado  de  los  persas  es  el  Zend-Avesta. 
atribuido  a  Zoroastro,  filósofo  medo,  que  vivía  en  el  si- 
glo vi  antes  de  la  era  cristiana.  Reconoce  un  Ser  supremo, 
Zernane  Akerene,  eterno,  infinito,  fuente  de  toda  hermosu- 
ra, origen  de  la  equidad  y  de  la  justicia,  sin  socio  ni  igual, 
existente  y  sabio  por  sí  mismo,  hacedor  de  todas  Jas  cosas. 
De  su  seno  salieron  Ormuzd,  principio  de  todo  lo  bueno,  y 
Ahrimán,  origen  de  todo  lo  malo :  Ormuzd  produjo  una 
muchedumbre  de  genios  buenos,  así  como  Ahrimán  produjo 
otra  multitud  de  genios  malos.  Entre  aquéllos  y  éstos  se 
halla  dividido  el  mundo,  y  de  aquí  la  lucha  en  el  orden  físi- 
co y  moral  del  universo.  El  alma  es  inmortal,  y  después  de 
esta  vida  le  está  reservado  el  premio  o  castigo,  según  me- 
rezcan sus  obras.  La  inclinación  del  hombre  al  mal  provie- 
ne del  pecado  con  que  se  contaminó  el  primer  padre.  La  lu- 
cha ||  entre  Ormuzd  y  Ahrimán  tendrá  un  fin,  y  el  triunfo 
quedará  por  Ormuzd,  principio  del  bien. 

15.  En  la  doctrina  de  los  persas  se  halla  el  dualismo, 
que  después  se  ha  presentado  bajo  diversas  formas  en  el 
maniqueísmo  antiguo  y  moderno.  Pero  también  se  descu- 
bren en  el  Zend-Avesta  los  vestigios  de  las  tradiciones  pri- 
mitivas: los  dogmas  de  la  unidad  de  Dios,  de  la  creación, 
de  la  inmortalidad  del  alma,  de  los  premios  y  castigos  en 
una  vida  futura,  siendo  notable  que  se  encuentre  en  el  mis- 
mo error  de  la  dualidad  de  los  principios  un  rastro  de  lo 
que  nos  enseña  nuestra  religión  sobre  la  rebeldía  de  algu- 
nos espíritus  y  sus  luchas  con  los  que  permanecieron  sumi- 
sos a  la  voluntad  del  Criador.  || 


IV 

LOS  CALDEOS 


16.  Los  caldeos  se  distinguieron  por  sus  estudios  astro- 
nómicos, que  aplicaron  también  a  la  astrología:  vana  cien- 
cia, por  la  cual  creían  poder  adivinar  la  suerte  de  una  per- 
sona desde  el  instante  de  su  nacimiento.  Figura  entre  ellos 


[22,  22-24] 


LOS  FENICIOS 


419 


un  filósofo  célebre  llamado  Zoroastro,  distinto  del  persa 
que  lleva  el  mismo  nombre.  Entre  los  caldeos  la  sabiduría 
estaba  también  vinculada  en  ciertas  familias,  que  formaban 
una  casta  privilegiada. 

Conocida  es  la  manía  de  los  caldeos  en  atribuirse  un  ori- 
gen muy  antiguo;  la  crítica  moderna  ha  reducido  las  cosas 
a  su  justo  valor,  haciendo  justicia  a  la  verdad  del  Génesis, 
contra  la  cual  habían  declamado  tanto  los  filósofos  del  pa- 
sado siglo.  I! 


V 

LOS  EGIPCIOS 


17.  La  filosofía  de  los  egipcios  se  confunde  también  con 
su  mitología.  Sabido  es  que  los  griegos  visitaban  aquel  país 
para  oír  de  boca  de  sus  sacerdotes  los  misterios  de  la  ciencia. 
El  lenguaje  simbólico  de  los  ■sabios  egipcios  debió  producir 
naturalmente  muchas  dudas  sobre  el  verdadero  sentido  de 
sus  doctrinas.  A  más  de  la  adoración  de  los  astros  y  de  los 
animales,  hallamos  en  Egipto  la  doctrina  de  la  metempsico- 
sis,  o  transmigración  de  las  almas,  que  ya  vimos  en  Oriente. 

Su  país  sufre  de  continuo  la  confusión  de  los  lindes  de 
las  tierras  a  consecuencia  de  las  periódicas  inundaciones 
del  río  Nilo :  esto  debió  engendrar  deseos  de  conocer  el  arte 
de  medir  y,  por  consiguiente,  el  estudio  de  la  geometría,  a  la 
cual  se  dedicaron  efectivamente  desde  muy  antiguo.  Son 
conocidos  los  nombres  de  Hermes  y  Trismegisto,  represen- 
tantes de  la  ciencia  egipcíaca.  || 


VI 

LOS  FENICIOS 


18.  Los  fenicios,  pueblo  activo  y  emprendedor,  cultiva- 
ron también  las  ciencias,  prefiriendo  las  que  podían  servir- 
les para  los  usos  de  la  vida.  Se  dice  haber  sido  los  prime- 
ros que  aplicaron  la  astronomía  a  la  navegación,  tomando 
por  guía  en  ■  sus  viajes  marítimos  la  estrella  polar.  Pero, 
como  es  tanto  el  enlace  que  entre  sí  tienen  las  ciencias,  no 
faltó  quien  se  dedicara  a  la  contemplación  de  la  naturaleza, 


420 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  122,  24-27] 


no  contentándose  con  buscar  cuál  es  la  utilidad  que  se  po- 
día sacar  de  sus  fenómenos,  sino  inquiriendo  la  razón  de  los 
mismos.  Son  célebres'  los  nombres  de  Cadmo,  que  condujo 
a  Grecia  una  colonia ;  Sanchuniathon,  historiador,  y  muy 
particularmente,  como  filósofo,  Moschus  o  Mochus,  a  quien 
atribuyen  algunos  la  invención  de  la  doctrina  de  los  átomos. 

19.  Estando  los  fenicios  en  incesante  comunicación  con 
el  Oriente,  el  Egipto  y  el  Occidente,  era  ||  natural  que  reci- 
biesen algo  de  las  doctrinas  de  estos  pueblos  y  que  a  su 
vez  sirvieran  de  vehículo  para  transmitir  las  de  los  unos  a 
los  otros.  Así  se  explica  por  qué  se  formó  por  aquellas  re- 
giones un  vivísimo  foco  de  luz  que  resplandeció  durante 
largos  siglos.  Allí  había  un  gran  centro  de  movimiento,  fo- 
mentado por  la  comunicación  industrial  y  mercantil;  de 
consiguiente,  era  natural  que  se  manifestasen  allí  mismo 
los  efectos  de  la  vida  intelectual  de  los  pueblos.  Las  nacio- 
nes, como  los  individuos,  adelantan  con  las  comunicaciones 
recíprocas :  la  asociación  es  una  condición  indispensable 
para  el  progreso,  así  en  lo  relativo  a  las  necesidades  mate- 
riales como  al  desarrollo  del  espíritu.  || 


VII 

ESCUELA  JONICA 

20.  Tales  de  Mileto,  en  la  Jonia,  floreció  por  los  años 
de  600  antes  de  la  venida  de  Jesucristo,  distinguiéndose  por 
su  estudio  de  la  naturaleza.  Cultivó  la  geometría  y  la  as- 
tronomía, y  puede  ser  mirado  como  el  fundador  de  la  física 
en  Occidente.  Fué  el  primero  de  los  griegos  que  pronosticó 
los  eclipses  del  sol  y  de  la  luna.  Figura  entre  los  siete  sabios 
de  la  Grecia;  éstos  eran:  Tales,  Quilón  de  Lacedemonia, 
Solón  de  Atenas,  Píttaco  de  Mitilene,  Cleóbulo  de  Lidia. 
Bías  de  Pr.'ena  y  Periandro  de  Corinto.  Los  seis  últimos 
se  ocuparon  más  bien  de  política  que  de  filosofía.  Pero  Ta- 
les se  dedicó  muy  asiduamente  a  ella,  no  perdonando  fati- 
gas ni  viajes.  Recorrió  el  Asia,  la  Fenicia,  el  Egipto,  Cre- 
ta ;  se  puso  en  relaciones  con  los  hombres  más  distinguidos 
de  aquellos  países,  en  particular  con  los  sacerdotes,  que 
eran  a  la  sazón  los  depositarios  de  la  ciencia.  || 

21.  Según  Tales,  el  principio  material  de  las  cosas  es  el 
agua;  pero  la  producción  no  pertenece  a  ella,  sino  a  Dios. 
mente  o  espíritu  que  la  fecunda.  Sería,  pues,  injusto  tenerle 
por  ateo.  «Tales  de  Mileto.  el  primero  que  ventiló  estas  cues- 


|22.  27-29] 


ESCUELA  JÓNICA 


421 


tiones,  dijo  que  el  agua  era  el  principio  de  las  cosas,  y  que 
Dios  es  la  inteligencia  que  lo  ha  formado  todo  del  agua.» 
Thales  enim  milesius,  qui  primus  de  talibus  rebus  quaesi- 
vit,  aquam  dixit  esse  initium  rerum;  Deum  autem  eam  men- 
tem.  quae  ex  aqua  cuneta  fingeret.  (Cicer.,  De  Natura 
Deorum,  1.  1.°) 

Admitió  la  simplicidad  e  inmortalidad  del  alma.  Algunos 
le  atribuyen  la  famosa  máxima :  «Conócete  a  ti  mismo.» 

22.  Tales  fué  contemporáneo  de  Ferecides,  filósofo  sirio, 
de  quien  dice  Cicerón  haber  sido  el  primero  que  sostuvo 
por  escrito  la  inmortalidad  del  alma.  Itaque  credo  equidem 
etiam  altos  tot  saeculis:  sed  quoad  litteris  extet  proditum, 
Pherecides  syrius  primum  dixit  ánimos  hominum  esse  sem- 
piternos (Tusculane,  1.  l.°) 

23.  Ferecides  fué  uno  de  los  primeros  escritores  de  filo- 
sofía ;  pero  Tales  puede  ser  mirado  como  el  primer  funda- 
dor de  una  escuela  filosófica.  Veremos  en  seguida  cómo  se 
difundieron  sus  doctrinas  por  la  |¡  Grecia,  siendo  probable 
que  de  allí  sacó  también  gran  parte  de  sus  luces  la  escuela 
itálica  o  de  Pitágoras. 

24.  Anaximandro,  discípulo  de  Tales,  puso  el  origen  de 
las  cosas  en  el  caos,  confusa  mezcla  de  todos  los  elementos : 
todo  sale  del  caos  y  todo  vuelve  a  él  por  un  eterno  movi- 
miento de  composición  y  descomposición.  Lejos  de  hacer 
adelantar  la  doctrina  de  su  maestro,  la  desfiguró :  ya  no  ve- 
mos la  acción  de  una  inteligencia  que  fecunda  y  ordena  el 
caos,  sino  un  movimiento  ciego ;  ya  no  hallamos  explicado 
el  mundo  por  un  sistema  de  principios  activos  o  dinámicos, 
sino  por  la  simple  unión  y  separación,  idea  grosera  que  hizo 
después  estragos  en  las  escuelas  griegas  y  que  también  los 
ha  hecho  en  las  modernas.  En  vez  de  la  inteligencia  supre- 
ma enseñada  por  Tales  admite  Anaximandro  una  innumera- 
ble serie  de  dioses  que  nacen  y  mueren  ;  así  allanaba  por 
una  parte  el  camino  del  ateísmo  y  por  otra  el  del  politeís- 
mo. Cuando  no  se  reconoce  un  Dios  inmortal  e  infinito  se 
está  muy  cerca  de  no  reconocer  ninguno,  de  ser  ateo ;  y 
admitidas  la  generación  y  la  muerte  de  los  dioses,  la  ima- 
ginación de  la  Grecia  no  hallaba  freno  a  sus  delirios  po- 
liteos. 

25.  Es  sensible  que,  bajo  el  aspecto  psicológico  y  teoló- 
gico, se  extraviase  de  tal  modo  el  claro  entendimiento  ||  de 
Anaximandro,  a  qu;en  deben  notables  adelantos  las  cien- 
cias geográficas  y  astronómicas.  Se  cree  que  fué  el  primero 
que  aplicó  a  la  astronomía  la  oblicuidad  del  Zodíaco. 

26.  El  sistema  de  Anaximeno  se  parece  al  de  Anaximan- 
dro, su  maestro :  es  otra  corrupción  del  de  Tales.  Todo  nace 
del  aire  y  todo  vuelve  a  él:  todo  se  hace  por  la  condensa- 
ción y  dilatación  del  mismo  elemento ;  la  diferencia  entre 


422 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  29-31] 


los  sólidos  y  los  flúidos  no  reconoce  otra  causa.  Si  la  con- 
densación es  mucha,  se  forman  las  piedras,  los  metales,  la 
tierra  y  otros  cuerpos  semejantes;  y  si  la  dilatación  llega  al 
más  alto  punto,  resulta  el  fuego.  El  aire  es  inmenso,  infinito, 
está  siempre  en  movimiento,  y  de  aquí  dimanan  los  fenóme- 
nos de  la  naturaleza,  como  y  también  el  alma  humana.  Es 
notable  que  Anaximeno  se  distinguió  también  por  sus  co- 
nocimientos matemáticos  y  físicos ;  algunos  le  atribuyen  la 
invención  de  la  gnomónica,  o  arte  de  trazar  los  relojes  so- 
lares. 

27.  Tanto  Anaximandro  como  Anaximeno  se  parecen 
bastante  a  ciertos  filósofos  modernos  que  se  distinguían  por 
sus  talentos  matemáticos,  y  eran  muy  pobres  en  todo  lo  re- 
lativo a  las  altas  cuestiones  ideológicas  y  psicológicas.  Todo 
lo  referían  a  los  sent'dos :  lo  que  no  se  podía  medir  geomé- 
tricamente era  ||  ilusión ;  así  llevaban  a  los  espíritus  por  un 
camino  de  error  y  de  tinieblas.  A  ellos  se  podría  aplicar  el 
dicho  de  Cicerón :  Nihil  enim  animo  videre  poterant,  ad 
oculus  omnia  referebant.  «Nada  veían  con  la  mente ;  todo  lo 
juzgaban  por  los  ojos.»  (Tuseulane,  L.  1.°) 

28.  Diógenes  de  Apolonia  siguió  las  doctrinas  de  su 
maestro  Anaximeno.  Atribuye  al  aire  la  plenitud  del  ser, 
pues  que  le  hace  causa  de  todo,  inclusa  el  alma  humana.- En 
esta  idea  tan  grosera  intenta  cimentar  su  sistema  filosófico, 
en  el  que  se  propone  reducirlo  todo  a  un  principio  único. 

29.  Afortunadamente  para  la  escuela  jónica,  no  siguió 
Anaxágoras  de  Clazomenes  las  huellas  de  Anaximeno,  su 
maestro,  siendo  esta  reacción  tanto  más  saludable  a  la  cien- 
cia cuanto  que  Anaxágoras  fué  quien  la  trasladó  a  un  tea- 
tro más  vasto  y  expansivo:  Atenas.  Pertenecía  a  una  fami- 
lia rica ;  pero  renunció  a  su  patrimonio  para  consagrarse  a 
las  meditaciones  filosóficas.  Dedicóse  muy  particularmente 
al  estudio  de  las  ciencias  naturales  con  arreglo  al  espíritu 
de  su  escuela;  opinó  en  favor  de  los  planetícolas,  y  se  le 
atribuye  la  explicación  del  iris  por  la  refracción  de  la  luz. 
Pero  su  gloria  principal  consiste  en  haber  defendido  el  es- 
plritualismo, que  perecía  a  manos  de  la  escuela  jónica,  ex- 
traviada por  Anaximandro  y  Anaximeno.  |l  Admitió  dos 
principios :  espíritu  y  materia  ;  de  ésta  se  forma  el  mundo 
físico,  pero  aquél  es  quien  la  dispone  y  ordena.  El  mundo  no 
es  hijo  del  acaso  ni  de  una  fuerza  ciega,  sino  obra  del  po- 
der y  sab:duría  de  una  inteligencia  infinita.  Omnium  rerum 
descriptionem  et  modum,  mentís  infinitae  vi  et  ratione  de- 
signan et  confici  voluit,  dice  Cicerón  (De  Natura  Deorum, 
libro  1.°). 

30.  La  idea  que  Anaxágoras  se  formaba  de  Dios  no  te- 
nía nada  de  panteísta ;  por  el  contrario,  al  propio  tiempo 
que  le  miraba  como  hacedor  de  todo,  le  consideraba  distinto 


[22,  31-33] 


PITAGÓRICOS 


423 


del  mundo.  Cuando,  pues,  le  hagan  los  panteístas  el  cargo 
de  que  admitía  un  Dios  aislado  del  mundo,  si  quieren  sig- 
nificar distinto  del  mundo,  en  vez  de  disminuir  el  mérito 
del  ilustre  filósofo  de  Clazomenes,  le  realzan  en  gran  mane- 
ra. Florecía  por  los  años  de  478  antes  de  la  era  cristiana.  || 


VIII 

PITAGORICOS 


31.  El  siglo  vi  antes  de  la  era  vulgar  fué  de  verdadero 
progreso  para  la  filosofía ;  en  él  hemos  visto  nacer  la  escue- 
la jónica  y  en  el  mismo  se  nos  ofrece  el  origen  de  la  itálica, 
de  las  cuales  dimanaron  en  lo  sucesivo  todas  las  griegas. 

Pitágoras,  fundador  de  la  itálica,  es  uno  de  los  persona- 
jes más  notables  que  nos  presenta  la  antigüedad.  Nació  en 
la  isla  de  Samos  por  los  años  de  560  antes  de  la  era  cris- 
tiana. Oyó  sucesivamente  a  Ferecides,  Tales  y  Anaximan- 
dro ;  recorrió  la  Fenicia  y  el  Egipto,  en  cuyos  países  apren- 
dió la  geometría  y  astronomía,  iniciándose  al  propio  tiem- 
po en  los  misterios  religiosos  por  la  comunicación  con  los 
sacerdotes.  Pasó  después  a  Caldea  y  Persia,  donde  se  perfec- 
cionó en  la  aritmética  y  la  música ;  y  después  de  haber  vi- 
sitado a  Delfos,  Creta,  Esparta  y  otros  países  de  la  Grecia, 
se  fijó  en  Crotona  de  Italia,  en  el  país  llamado  la  Gran  Gre- 
cia, donde  abrió  su  enseñanza.  || 

32.  Entre  los  discípulos  de  Pitágoras  había  dos  clases : 
unos  iniciados,  otros  públicos.  Los  iniciados  formaban  una 
especie  de  comunidad  religiosa,  pues  que  llevaban  vida  co- 
mún. Se  los  sujetaba  a  muchas  pruebas ;  sólo  así  se  los  in- 
troducía a  la  presencia  del  maestro  para  recibir  la  doctrina 
misteriosa.  Fácilmente  se  concibe  el  efecto  que  debía  pro- 
ducir en  la  imaginación  de  los  discípulos  semejante  siste- 
ma; así  no  es  extraño  que  mirasen  a  Pitágoras  como  una 
especie  de  divinidad  y  que  le  escuchasen  como  infalible 
oráculo ;  es  bien  conocida  la  fórmula  de  los  pitagóricos : 
«El  maestro  lo  ha  dicho.»  Ya  no  se  necesitaba  más  prueba. 

Los  discípulos  públicos  recibían  una  enseñanza  común : 
éstos  eran  en  mayor  número  y  no  se  instruían  en  los  miste- 
rios de  la  escuela. 

33.  En  las  doctrinas  de  Pitágoras  se  halla  el  doble  sello 
de  las  escuelas  en  que  se  había  formado :  la  elevación,  el 
espíritu  místico  y  simbólico  de  los  orientales,  y  el  carácter 
a  un  mismo  tiempo  bello  y  positivo  que  distingue  a  los  grie- 


424 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA 


[22.  33-36] 


gos.  Las  matemáticas,  la  física,  la  astronomía,  la  música,  el 
canto,  la  poesía  al  lado  de  la  armonía  de  las  esferas  celestes 
y  de  la  transmigración  de  las  almas.  || 

34.  El  filósofo  de  Samos  admitía  una  grande  unidad  de 
la  cual  dimana  el  mundo,  y  a  éste  le  consideraba  como  un 
conjunto  de  otras  unidades  subalternas.  Daba  al  número 
mucha  importancia,  y  afirmaba  que  nuestra  alma  era  un 
número.  No  es  fácil  determinar  con  precisión  lo  que  enten- 
día aquí  por  esta  palabra ;  mas  parece  harto  verosímil  que 
sólo  la  aplicaba  como  un  símbolo,  que  prefería  tomar  de  las 
ciencias  matemáticas,  en  las  cuales  estaba  muy  versado. 
Esta  conjetura  se  fortalece  considerando  que  los  pitagóricos 
lo  expresaban  casi  todo  por  números,  ya  por  su  afición  a  las 
matemáticas,  ya  también  para  encubrir  a  los  profanos  los 
misterios  de  la  ciencia.  Con  el  mismo  objeto  tenían  dos  doc- 
trinas, o  al  menos  dos  maneras  de  expresarse :  una  para 
el  público  y  otra  para  los  iniciados ;  así  lograban  evitar  las 
persecuciones  que  les  hubiera  quizá  acarreado  el  contrariar 
en  algunos  puntos  las  creencias  populares,  que  en  aquellos 
tiempos  y  países  debían  de  ser  harto  extravagantes  para 
que  las  profesaran  hombres  de  tan  clara  razón. 

35.  En  el  modo  con  que  explicaban  la  formación  del 
mundo  se  echa  de  ver  el  carácter  simbólico  de  sus  expre- 
siones. Decían  que  la  gran  mónada  o  unidad  había  produci- 
do el  número  binario,  después  se  formó  el  ternario,  y  así 
sucesivamente,  continuando  por  una  serie  de  unidades  y 
números  hasta  llegar  al  ||  conjunto  de  unidades  que  consti- 
tuye el  universo.  Representaban  la  primera  unidad  por  el 
punto,  el  número  binario  por  la  línea,  el  ternario  por  la 
superficie  y  el  cuaternario  por  el  sólido.  Despojado  este  sis- 
tema de  sus  formas  geométricas,  contiene  un  fondo  seme- 
jante al  que  hemos  visto  en  la  Jonia,  la  Persia,  la  China  y 
la  India. 

36.  La  metempsicosis,  o  sea  la  transmigración  de  las  al- 
mas de  unos  cuerpos  a  otros,  la  hemos  encontrado  también 
en  Oriente,  y  es  probable  que  allí  la  habría  aprendido  Pitá- 
goras  en  sus  viajes. 

37.  Esta  escuela  reconocía  en  el  alma  dos  partes:  infe- 
rior y  superior,  o  sea  pasiones  y  razón;  aquéllas  deben  ser 
dirigidas  y  gobernadas  por  ésta,  en  cuya  armonía  consiste 
la  virtud. 

38.  Se  atribuye  a  los  pitagóricos  el  haber  considerado 
el  universo  como  un  gran  todo  armónico:  cosmos,  y  la  mú- 
sica de  las  esferas  debió  de  significar  el  orden  admirable 
que  reina  en  los  movimientos  de  los  cuerpos  celestes. 

39.  A  pesar  de  la  escasez  de  medios  de  observación,  los 
pitagóricos  hic'eron  notables  adelantos  en  la  astronomía ; 
para  dar  una  idea  de  la  osada  novedad  ||-  de  sus  opiniones 


[22,  36-38] 


PITAGÓRICOS 


425 


bastará  decir  que  se  atribuye  a  Pitágoras  el  haber  enseñado 
el  doble  movimiento  de  la  tierra,  doctrina  a  que  dió  publi- 
cidad y  extensión  su  discípulo  Filolao. 

40.  La  escuela  pitagórica  ejerció  grande  influencia  en 
Italia ;  y  Cicerón,  al  paso  que  nota  el  anacronismo  de  los 
que  hacían  pitagórico  al  rey  Numa,  anterior  a  Pitágoras 
cerca  de  dos  siglos,  no  vacila  en  reconocer  que  debieron 
mucho  a  esta  escuela  los  romanos  de  ios  primeros  tiempos 
de  la  república.  Esta  conjetura  se  confirma  por  el  mismo 
error,  bastante  común  en  Roma,  de  que  Numa  era  pita- 
górico. 

41.  Los  discípulos  de  Pitágoras  no  se  ocupaban  sólo  de 
astronomía  y  matemáticas ;  se  aplicaban  también  al  estudio 
de  la  organización  social  y  política.  Quizá  esto  contribuiría 
un  poco  a  que  tuviese  que  verter  sus  doctrinas  en  estilo 
misterioso ;  aquellos  tiempos  no  eran  de  mucha  tolerancia. 
Hasta  parece  que  Pitágoras  hizo  sus  tentativas  de  organiza- 
ción social  en  la  Gran  Grecia ;  y  el  reunir  a  sus  discípulos 
en  comunidad,  y  el  prescribirles  el  ayuno,  la  oración,  el  tra- 
bajo, la  contemplación,  indica  que  el  filósofo  intentaba  algo 
más  que  la  formación  de  una  escuela.  Mientras  la  filosofía 
se  ciñe  a  la  mera  enseñanza  suele  estar  exenta  de  peligros ; 
pero  cuando  se  propone  reformar  ||  el  mundo  ya  corre  los 
azares  de  las  empresas  políticas.  Así  creen  algunos  que  Pi- 
tágoras no  murió  de  muerte  natural  y  que  fué  asesinado 
porque  se  le  suponían  designios  ambiciosos. 

42.  A  Pitágoras  se  debe  el  modesto  nombre  de  filósofo, 
aplicado  a  los  que  se  dedican  a  esta  ciencia.  Los  griegos  lla- 
maban a  la  sabiduría  sofía,  y  a  sus  sabios  sofos;  parecióle  de- 
masiado orgulloso  este  nombre,  y  tomó  simplemente  el  de 
filosofo,  que  significa :  amante  de  la  sabiduría ;  en  vez  de 
atribuirse  la  realidad  de  la  sabiduría  se  contentó  con  ex- 
presar el  deseo,  el  amor  con  que  la  buscaba.  He  aquí  cómo 
refiere  Cicerón  el  curioso  origen  de  este  nombre:  «Herácli- 
des  de  Ponto,  varón  muy  docto  y  discípulo  de  Platón,  es- 
cribe que,  habiendo  ido  Pitágoras  a  Filiasia,  habló  larga  y 
sabiamente  con  el  rey  León,  y  que  éste,  admirado  de  tanto 
saber  y  elocuencia,  le  preguntó  cuál  era  el  arte  que  profe- 
saba. «Ningún  arte  conozco,  respondió  Pitágoras ;  soy  filó- 
sofo.» Extrañado  el  rey  de  la  novedad  del  nombre,  preguntó 
qué  eran  los  filósofos  y  en  qué  se  diferenciaban  de  los  de- 
más hombres ;  a  lo  cual  respondió  Pitágoras :  «La  vida  hu- 
mana me  parece  una  de  las  asambleas  que  se  juntan  con 
grande  aparato  en  los  juegos  públicos  de  la  Grecia.  Allí 
unos  acuden  para  ganar  el  premio  con  su  robustez  y  destre- 
za, otros  para  hacer  su  negocio  comprando  y  vendiendo ;  || 
otros,  que  son  por  cierto  los  más  nobles,  no  buscan  ni  coro- 
na ni  ganancia,  y  sólo  asisten  para  ver  y  observar  lo  que  se 


426 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  38-40] 


hace  y  de  qué  manera ;  así  nosotros  miramos  a  los  hom- 
bres como  venidos  de  otra  vida  y  naturaleza  a  reunirse  en 
la  asamblea  de  este  mundo:  unos  andan  en  pos  de  la  gloria, 
otros  del  dinero ;  y  son  pocos  los  que  sólo  se  dedican  al  es- 
tudio de  la  naturaleza  de  las  cosas  despreciando  lo  demás. 
A  estos  pocos  los  llamamos  filósofos ;  y  así  como  en  la 
asamblea  de  los  juegos  públicos  representa  un  papel  más 
noble  el  que  nada  adquiere  y  sólo  observa,  creemos  también 
que  se  aventaja  mucho  a  las  demás  ocupaciones  la  contem- 
plación y  el  conocimiento  de  las  cosas.»  (Tusculane,  1.  5.°)  || 


IX 

JENOFANES 

43.  Al  lado  de  la  escuela  pitagórica  nació  en  Italia  la 
eleática,  cuyo  nombre  deriva  de  la  ciudad  de  Elea,  centro 
de  aquel  movimiento  filosófico.  Dividióse  en  dos  ramas: 
una  panteísta,  otra  atomística ;  el  error  de  aquélla  dimanó 
de  la  exageración  de  la  idea  de  unidad ;  el  de  ésta  nació 
de  su  estrechez  de  ideas  sobre  la  experiencia  de  la  multipli- 
cidad. Ambas  tomaron  algo  de  la  escuela  pitagórica:  la  pan- 
teística, la  mónada,  unidad ;  la  atomística,  el  número,  la 
multiplicidad ;  con  la  combinación  y  armonía  de  estas  cosas 
hubieran  evitado  el  error. 

44.  Jenófanes,  el  primero  de  los  panteístas,  vivía  por 
los  años  de  540  antes  de  la  era  vulgar.  Enseñó  que  no  ha- 
bía más  que  un  ser  eterno,  inmortal,  inmutable,  que  era  to- 
das las  cosas.  Algunos  creen  que  el  panteísmo  de  Jenófanes 
era  idealista,  esto  es,  que  la  ||  unidad  en  que  lo  refundía 
todo  era  para  él  un  ser  del  cual  las  formas  corpóreas  no 
eran  más  que  una  manifestación,  y  así,  cuando  atribuye  a 
Dios  la  forma  esférica  creen  que  la  esfera  es  un  símbolo  de 
su  pensamiento.  Sea  como  fuere,  Cicerón,  al  dar  cuenta  de 
las  opiniones  de  este  filósofo,  dice  absolutamente  que  afir- 
maba que  todo  era  uno,  con  figura  esférica:  conglobata 
figura  (I  Acad.,  1.  2.°)  Si  así  fuese,  diríamos  que  Jenófanes 
consideraba  al  universo  material  como  un  ser  animado,  lo 
cual  dista  mucho  de  lo  que  en  nuestros  tiempos  se  llama 
panteísmo  idealista.  El  mismo  Cicerón,  hablando  de  este 
filósofo  en  otro  lugar,  dice  que  tenía  por  Dios  a  lo  infinito, 
añadiéndole  la  inteligencia:  mente  adiuncta  (De  Natura 
Deorum,  1.  ;  con  lo  cual  se  confirma  más  la  sospecha  de 
que  la  doctrina  de  Jenófanes  se  reducía  a  la  grosera  idea  de 


[22,  40-42] 


PARMÉNIDES 


427 


considerar  el  mundo  como  un  todo,  vivificado  por  un  alma. 

45.  Consecuente  en  su  sistema,  negaba  Jenófanes  la 
creación  y  hasta  la  producción,  habiéndose  conservado  el 
argumento  con  que  la  combatía.  «Lo  que  se  haría,  dice,  o  se 
haría  de  nada  o  de  algo :  no  lo  primero,  porque  de  nada, 
nada  se  hace ;  no  lo  segundo,  porque  siendo  algo,  ya  pre- 
existiría.»  El  dilema  no  revela  mucha  sagacidad.  ¿Se  trata 
de  creación  o  producción  de  la  nada?  Entonces  el  decir  que 
no  es  posible,  ||  porque  de  nada,  nada  se  hace,  es  una  petición 
de  principio;  esto  es  lo  que  se  busca.  ¿Se  trata  de  produc- 
ción o  formación  de  algo?  Entonces  lo  formado  es  de  un 
modo  nuevo,  y  la  adquisición  de  este  nuevo  modo  es  el 
efecto  de  la  acción  productora  (véase  Teodicea,  c.  XI)  [vo- 
lumen XXI]. 

46.  Sería  muy  curioso  ver  resucitados  a  los  antiguos  filó- 
sofos para  que  oyesen  la  exposición  que  se  hace  de  sus  doc- 
trinas: es  harto  probable  que  muchas  veces  no  las  conoce- 
rían ellos  mismos.  La  distancia  de  los  tiempos,  la  alteración 
de  los  escritos,  las  dificultades  de  los  idiomas,  la  mala  inter- 
pretación de  las  expresiones  misteriosas  deben  de  producir 
equivocaciones  gravísimas.  Estas  reflexiones,  que  ocurren 
para  la  mayor  parte  de  los  filósofos  antiguos,  se  ofrecen  de 
una  manera  especial  al  hablar  de  Jenófanes.  Las  doctrinas 
que  se  le  atribuyen,  ¿cómo  se  concilian  con  el  siguiente  pa- 
saje del  mismo  filósofo?  «Los  hombres,  dice,  se  representan 
a  los  dioses  engendrados  como  ellos  y  revestidos  de  las 
mismas  formas:  si  los  leones  y  los  toros  supiesen  pintar, 
pintarían  también  a  los  dioses  como  toros  y  leones.  Pero 
hay  un  Dios  superior  a  todos  los  dioses  como  a  los  hombres, 
que  no  se  parece  a  los  mortales  ni  en  la  forma  ni  en  la  inte- 
ligencia.» Este  lenguaje  no  es  ni  de  un  ateo  ni  de  un  pan- 
teísta.  || 


X 

PARMENIDES 


47.  Parménides  de  Elea,  discípulo  de  Jenófanes,  admi- 
tió, como  su  maestro,  la  divinidad  del  mundo,  y  también 
no  falta  quien  le  supone  un  panteísmo  idealista.  Es  de  te- 
mer que  los  errores  modernos,  deseando  nobleza  de  alcur- 
nia, busquen  predecesores  y  atribuyan  a  los  antiguos  cosas 
en  que  no  pensaron.  Parménides  convenía  con  Jenófanes 
en  considerar  al  mundo  como  un  todo,  pero  no  veo  con 
qué  razón  se  da  por  cierto  que  partía  de  la  idea  del  ser  ab- 


428 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22.  42-44] 


soluto  y  que  de  ella  lo  hacía  dimanar  todo.  Cicerón,  juez 
competente,  que  tan  versado  estaba  en  la  filosofía  griega 
y  que  tuvo  a  su  dispor.  ción  muchos  medios  de  que  carece- 
mos nosotros,  no  presenta  la  filosofía  de  Parménides  como 
tan  metafísica ;  antes,  por  el  contrario,  su  exposición  deja 
entender  que  la  consideraba  bastante  grosera.  En  las  pri- 
meras Académicas  (1.  2.°)  afirma  que,  según  Parménides,  el 
fuego  era  el  que  había  formado  la  tierra  y  lo  que  la  mo- 
vía; y  en  otra  parte  (Dz  Natura  Deorum.  L  1.°)  le  achaca 
el  que  fingía  no  sé  qué  corona,  que  llama  Stéfa«e  una  espe- 
cie de  círculo  luminoso  que  envuelve  al  mundo.  Nam  Par- 
ménides commentHium  quiddam  coronae  similitudine  ef- 
ficit:  Stephanen  appellat  continentem  ardore  lucís  orbem. 
qui  cingit  coelum.  quem  appellat  Deum. 

48.  Una  idea  emitió  Parménides  que.  desenvuelta  por 
sus  sucesores,  dió  origen  a  todo  linaje  de  sofismas,  acaban- 
do por  producir  el  escepticismo :  sostuvo  que  el  conoci- 
miento era  idéntico  con  el  objeto  conocido;  por  donde 
abrió  la  puerta  a  que  todos  los  objetos  fuesen  considerados 
como  ilusiones  de  la  mente  y  así  se  cayera  en  la  duda  uni- 
versal. 

¿Cuál  era  el  sentido  que  daba  Parménides  a  su  propo- 
sición? Difícil  es  saberlo :  la  materia  es  de  suyo  harto  me- 
tafísica y  se  presta  a  cavilaciones.  Los  que  dan  por  cierto 
que  este  filósofo  tomaba  las  palabras  en  un  sentido  riguroso 
debieran  considerar  que  durante  largos  siglos  se  ha  soste- 
nido en  Europa  la  doctrina  sobre  la  identidad  de  lo  que  co- 
noce con  lo  conocido,  sin  que  por  esto  se  cayera  en  el  pan- 
teísmo idealista.  Esta  identidad  era  puramente  ideal ;  no  se 
refería  al  objeto  en  sí  mismo,  sino  en  cuanto  su  idea  o  su 
forma  inteligible  se  hallaba  en  el  entendimiento  (véase 
Filosofía  fundamental.  1.  1.°.  c.  XI,  nota)  [vol.  XVI]. 

49.  Las  tendencias  de  la  doctrina  de  Parménides  eran 
racional'stas,  directamente  opuestas  al  sensualismo.  Decía 
que  el  juez  de  la  verdad  es  la  razón,  no  los  sentidos ;  que 
éstos  nos  engañan,  aquélla  no ;  que  los  últimos  se  ocupan 
sólo  de  lo  contingente  y  la  primera  de  lo  necesario,  y  que. 
por  tanto,  el  testimonio  de  los  sentidos  no  es  verdadero 
sino  en  cuanto  sufre  el  examen  de  la  razón.  Esta  ideología 
encierra  miras  elevadas,  y  es  un  preservativo  contra  el 
sensualismo,  que  lo  obscurece  y  rebaja  todo.  Los  filósofos 
posteriores  se  aprovecharon  de  ella,  y  muy  particularmente 
Platón  y  Aristóteles.  || 


[22,  45-47J 


LEUCIPO  Y  DEMÓCRITO 


429 


XI 

ZENON    DE  ELEA 


50.  Los  gérmenes  de  escepticismo  que  pudiera  encerrar 
la  doctrina  de  Parménides  los  desenvolvió  un  filósofo  de  la 
misma  escuela,  Zenón,  que,  fundando  el  arte  de  la  dialéc- 
tica, adquirió  un  instrumento  poderoso  en  el  terreno  de  las 
cavilaciones.  A  fuerza  de  ponderar  el  valor  de  la  razón  y 
de  deprimir  el  de  los  sentidos  llegó  a  negar  la  legitimidad 
del  testimonio  de  éstos,  y  considera  a  la  experiencia  como 
contraria  a  la  razón.  Así,  las  nociones  que  tenemos  sobre 
los  seres  finitos  son  puras  ilusiones ;  negaba  la  existencia 
del  movimiento,  de  la  materia  y  del  espacio.  La  razón  en 
que  se  fundaba  era  el  que  si  existiesen  cosas  finitas  sería 
necesario  atribuirles  cualidades  opuestas,  admitiendo  seme- 
janza y  desemejanza,  movimiento  y  quietud,  unidad  y  plu- 
ralidad. En  el  supuesto  panteísta  el  argumento  es  conclu- 
yente,  porque  si  no  hay  más  que  un  ser,  no  puede  haber 
desemejanza  |  ni  pluralidad;  mas  esto  es  lo  que  debía  pro- 
barnos Zenón ;  de  lo  contrario,  su  argumentación  es  en  este 
caso  una  petición  de  principio.  Si  todo  es  uno,  no  hay  va- 
riedad, sino  apariencia  de  ella ;  se  concede,  pero  la  dificul- 
tad está  en  probar  el  antecedente,  a  saber,  que  todo  es  uno, 
y  ésta  es  una  condición  sin  la  cual  no  se  puede  dar  un 
paso.  El  decir  que  todo  es  uno  porque  no  puede  haber  va- 
riedad sería  un  círculo  vicioso :  no  hay  variedad  porque 
todo  es  uno ;  todo  es  uno  porque  no  hay  variedad.  || 


XII 

LEUCIPO    Y  DEMOCRITO 


51.  La  filosofía  atomística  o  corpuscular  puede  ser  mi- 
rada como  una  hija  de  la  escuela  eleática.  Su  fundador  es 
Leucipo,  discípulo  de  Zenón,  habiéndola  propagado  y  am- 
plificado Demócrito,  que  añadió  a  las  lecciones  de  su  maes- 
tro Leucipo  la  instrucción  adquirida  en  sus  viajes  por  el 
Egipto,  la  Etiopía  y  la  India.  En  vez  de  la  unidad  absoluta 
admitieron  estos  filósofos  una  multiplicidad  infinita,  expli- 


430 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  47-49] 


cando  la  formación  del  universo  por  la  combinación  de  los 
átomos,  elementos  corpóreos  infinitamente  pequeños,  dife- 
rentes en  figura  y  agitados  en  torbellino.  El  alma  humana 
era,  según  ellos,  un  conjunto  de  átomos  de  fuego,  y  las  im- 
presiones de  los  sentidos  resultaban  de  las  emanaciones  de 
los  cuerpos,  las  que,  pasando  por  los  órganos  de  los  senti- 
dos, llegaban  hasta  ella.  Por  cuya  razón  consideraban  la 
sensibilidad  como  un  hecho  puramente  pasivo:  el  alma  era 
la  cera,  y  las  sensaciones  ||  el  sello.  Reconocían,  sin  embar- 
go, en  el  alma  una  fuerza  activa,  o  sea  la  razón,  a  la  cual 
atribuían  el  discernimiento  y  juicio  sobre  la  verdad  de  las 
impresiones  sensibles.  Demócrito  ha  sido  acusado  de  ateo  y 
fatalista :  ateo,  porque  parece  encontrar  el  origen  de  la  idea 
de  los  dioses  en  las  imágenes  que  nos  envían  los  objetos 
sensibles,  y  que,  según  él,  los  hombres  transformaron  en 
divinidades ;  fatalista,  porque  lo  explica  todo  por  el  nece- 
sario movimiento  de  los  átomos,  que  supone  eternos. 

52.  Cuéntase  que  Demócrito  se  reía  de  todo,  y  se  le 
atribuye  el  famoso  dicho  de  que  la  verdad  estaba  oculta  en 
un  pozo  profundo ;  así  no  fuera  tan  extraño  que  muchas  de 
sus  ideas  hubieran  sido  meras  hipótesis:  cuando  un  hombre 
se  ríe  de  todo  es  difícil  distinguir  en  su  lenguaje  lo  jocoso 
de  lo  serio. 

53.  Como  quiera,  es  cierto  que  no  se  afanaba  mucho  por 
dar  consistencia  a  su  filosofía;  su  sistema  tiene  el  incon- 
veniente de  estribar  en  el  aire.  ¿Cómo  se  prueba  la  existen- 
cia de  los  átomos,  con  sus  figuras,  garfios  y  movimientos  en 
torbellino?  ¿Por  dónde  se  sabe  que  los  cuerpos  se  nos  ha- 
gan sensibles  con  emanaciones  que  envíen  al  alma?  La  ex- 
periencia no  es  posible  en  este  caso,  y  Demócrito  no  se  ocu- 
pó de  probarlo  con  la  razón,  seguro  de  que  el  trabajo  era 
excusado.  ||  Es  una  hipótesis  a  propósito  para  seducir  a  un 
espíritu  superficial  y  que  halaga  a  los  que  pretenden  ex- 
plicar el  universo  como  un  todo  simplemente  mecánico ;  por 
esta  razón  ha  encontrado  físicos  distinguidos  que  lo  han 
desenterrado  en  los  tiempos  modernos.  En  la  actualidad 
no  hay  filósofo  de  ninguna  escuela  que  se  atraviese  a  to- 
marle por  base  de  un  sistema  metafísico  ni  físico. 

54.  La  risa  de  Demócrito  era  el  preludio  del  escepticis- 
mo que  hizo  después  estragos  en  la  filosofía  griega ;  quien 
dice  que  la  verdad  está  oculta  en  un  pozo  profundo  está 
muy  cerca  de  sostener  que  no  es  posible  sacarla  a  la  luz 
del  día.  |¡ 


[22,  50-51] 


HERÁCLITO 


431 


XIII 

HERACLITO 


55.  Heráclito  de  Efeso,  a  quien  miran  algunos  como  un 
discípulo  de  la  escuela  eleática,  vivía  por  los  años  de  500 
antes  de  la  era  vulgar.  Se  distinguió  por  su  carácter  atrabi- 
liario, en  contradicción  con  el  de  Demócrito ;  éste  reía, 
aquél  lloraba.  Se  le  atribuye  comúnmente  el  haber  señala- 
do el  fuego  como  principio  de  todas  las  cosas ;  pero  no  falta 
quien  crea  que  este  elemento  no  era  más  que  un  símbolo  en 
que  el  filósofo  envolvía  sus  ideas  metafísicas.  El  cuidado  con 
que  Heráclito  distinguía  entre  la  sensación  y  la  razón  in- 
clina a  opinar  que  no  debió  de  pensar  tan  groseramente 
sobre  el  origen  de  las  cosas,  puesto  que  miraba  a  la  razón 
como  único  juez  de  la  verdad,  y  a  los  sentidos  como  testi- 
gos de  autoridad  dudosa  hasta  que  la  razón  la  confirma ;  y 
que  a  ésta  la  tenía  por  absoluta,  común  a  todos  los  hombres, 
independiente  de  los  hechos  contingentes,  no  parece  natural 
que  el  ||  manantial  de  ella  lo  hallase  en  el  fuego,  mayor- 
mente si  se  considera  que  hablaba  de  Dios  como  fuente  de 
todos  los  conocimientos,  que  explicaba  la  inteligencia  hu- 
mana por  la  unión  con  la  divina,  y  por  fin  hacía  consistir 
la  virtud  en  el  dominio  de  la  razón  sobre  las  pasiones.  Ta- 
les doctrinas  no  se  avienen  fácilmente  con  la  teoría  del  fue- 
go, pues  que  ésta  no  es  más  que  un  materialismo  puro. 

56.  Heráclito  tuvo  pocos  discípulos,  y  no  puede  decirse 
que  llegase  a  fundar  escuela.  Es  probable  que  a  esto  contri- 
buiría, más  que  la  dificultad  de  sus  doctrinas,  la  poca  ama- 
bilidad de  su  carácter:  los  hombres  no  son  amigos  de  una 
filosofía  que  empieza  por  llorar. 

57.  Llevaba  Heráclito  úna  vida  muy  austera ;  no  obs- 
tante, parece  que  no  carecía  de  orgullo,  si  es  verdad  que, 
habiendo  empezado  por  decir  que  nada  sabía,  acabó  por 
afirmar  modestamente  que  nada  ignoraba.  || 


432 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  52-53] 


XIV 

EMPEDOCLES 


58.  Empédocles,  natural  de  Agrigento,  explicó  el  origen 
del  mundo  por  la  combinación  de  los  cuatro  elementos: 
agua,  aire,  tierra  y  fuego,  dando  a  este  último  la  preferen- 
cia. Aunque  no  parece  que  en  esta  teoría  se  encerrase  más 
que  la  física  de  Empédocles,  pues  que  distinguía  entre  el 
mundo  sensible  y  el  intelectual,  no  obstante,  el  modo  con 
que  explicaba  la  naturaleza  y  operaciones  del  alma  inspira 
algunas  dudas  sobre  el  verdadero  sentido  de  sus  doctrinas. 
En  efecto,  decía  que  el  alma  estaba  compuesta  de  los  cuatro 
elementos,  y  que  conocemos,  ]a  tierra  con  la  tierra,  el  agua 
con  el  agua,  y  así  de  los  demás.  Esta  teoría  es  materialista; 
pero  no  concluye  absolutamente  contra  el  esplritualismo  del 
filósofo,  porque,  extendiendo  al  alma  la  distinción  entre  lo 
sensible  y  lo  inteligible  quizás  explicaba  la  sensación  pol- 
la materia,  y  la  inteligencia  por  el  espíritu.  |j 

59.  Empédocles  niega  a  Dios  la  forma  humana,  y  afir- 
ma que  es  un  ser  necesario,  espiritual,  invisible  e  inefa- 
ble. Esto  dicen  algunos,  pero  no  lo  cree  Cicerón,  pues  que  le 
achaca  el  que  divinizaba  los  cuatro  elementos. 

60.  Tocante  al  bien  y  al  mal,  atribuye  el  primero  al 
amor  y  el  segundo  al  odio ;  las  pasiones  del  hombre  han 
producido  el  mal  sobre  la  tierra,  destruyendo  la  armonía 
primitiva ;  pero  ésta  se  restablecerá  con  el  triunfo  del 
amor,  que  unirá  en  suave  lazo  a  todos  los  seres  del  uni- 
verso. 

61.  Empédocles  no  se  contentó  con  aparecer  filósofo,  qui- 
so representar  el  papel  de  santo  y  profeta.  Su  desgraciado 
fin  en  el  cráter  del  Etna  ha  dado  lugar  a  varias  narracio- 
nes, siendo  notable  la  que  le  achaca  el  haber  querido  pasar 
por  Dios  desapareciendo  de  una  manera  extraordinaria. 
Pero  esto,  ¿por  dónde  consta?  ¿No  sería  más  sencilla  la  ex- 
plicación diciendo  que,  aficionado  al  estudio  de  la  naturale- 
za, quiso  examinar  demasiado  de  cerca  los  fenómenos  del 
volcán  que  acabó  con  su  vida?  Florecía  por  los  años  de  440 
antes  de  la  era  vulgar.  || 


122.  54-56] 


SOFISTAS  Y  ESCÉPTICOS 


433 


XV 

SOFISTAS    Y  ESCEPTICOS 


62.  El  gusto  filosófico  propagado  por  las  escuelas  de  la 
Jonia  e  Italia  y  el  adelanto  en  la  práctica  ie  discutir,  que 
se  elevaba  a  un  verdadero  arte  en  la  dialéctica  de  Zenón, 
produjeron  naturalmente  el  espíritu  de  disputa ;  y  lo  que 
antes  era  investigación  seria,  acompañada  del  amor  de  la 
verdad,  se  fué  convirtiendo  en  vanidad  pueril  y  en  objeto 
de  especulación.  Aparecieron  entonces  los  sofistas,  que  se 
preciaban  de  discutir  improvisadamente  sobre  todas  las  ma- 
terias, sosteniendo  el  pro  y  el  contra  en  todas  las  cuestio- 
nes. Estos  juegos  del  ingenio  acarrearon  por  una  parte  el 
descrédito  de  la  filosofía,  y  por  otra  dieron  más  amplitud 
al  escepticismo,  haciendo  de  él  una  verdadera  escuela.  Quien 
se  acostumbra,  aunque  sea  por  juego,  a  sostener  el  pro  y  el 
contra  de  todo  corre  peligro  de  caer  en  la  duda  de  todo ; 
así  como  los  que  toman  la  costumbre  de  balancearse  acaban 
por  contraer  una  necesidad  de  balanceo.  || 

63.  Descuella  entre  los  sofistas  y  escépticos  Protágoras 
de  Abdera,  quien  sostenía  que  no  hay  verdad  absoluta,  que 
todo  es  relativo,  y  que  el  conocimiento  es  sólo  de  aparien- 
cias, no  de  realidad,  y  que,  por  tanto,  el  hombre  es  la  medi- 
da de  todas  las  cosas.  El  escepticismo  de  Protágoras  sé  liga 
con  sus  doctrinas  ideológicas,  que  eran  sensualistas.  Como 
no  admitía  en  el  hombre  más  que  sensaciones,  y  éstas  son 
contingentes  y  variables,  sacaba  de  aquí  un  argumento 
para  combatir  la  verdad  absoluta.  Por  manera  que  la  doc- 
trina sensualista,  que  algunos  ideólogos  modernos  han  que- 
rido presentar  como  base  de  certeza  y  preservativo  contra 
los  extravíos  de  la  razón,  figura  desde  los  antiguos  tiempos 
como  un  manantial  de  escepticismo.  Y  no  sin  fundamento ; 
porque,  si  no  admitimos  otra  cosa  que  sensaciones,  no  tene- 
mos otra  base  de  certeza  que  una  serie  de  fenómenos  con- 
tingentes, y,  por  consiguiente,  perdemos  todo  principio  de 
necesidad.  Siendo  las  sensaciones  hechos  subjetivos,  que  en 
muchos  casos  no  representan  la  naturaleza  del  objeto,  re- 
sultaría que  no  podrían  darnos  a  conocer  con  certeza  ni  si- 
quiera la  realidad  contingente  que  corresponde  al  fenóme- 
no pasajero. 

64.  La  teoría  de  la  verdad  relativa  conduce  a  la  false- 
dad absoluta,  pues  que  hay  poca  distancia  entre  decir  que 
no  hay  más  que  verdad  aparente  y  el  afirmar  ||  que  no  hay 


28 


434 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA 


[22.  56-58] 


verdad  alguna.  La  mera  apariencia  de  la  verdad  no  es  la 
verdad ;  y  así  se  explica  por  qué,  habiendo  sostenido  Protá- 
goras  que  todo  es  igualmente  verdadero,  Gorgias  Leontino 
sacó  la  consecuencia  de  que  todo  es  igualmente  falso.  La  ra- 
zón fundamental  de  Gorgias  es  la  imposibilidad  de  pasar 
de  lo  subjetivo  a  lo  objetivo,  y  de  conocer  algo  real  si  la 
realidad  no  se  confunde  con  el  conocimiento  o  sin  que  la 
cosa  conocida  esté  en  el  mismo  sujeto  que  conoce.  Gorgias 
opinaba  que  no  existe  nada,  y  añadía  que,  aun  suponiendo 
la  existencia  de  algo,  no  podría  sernos  conocida  en  no 
estando  el  objeto  en  el  mismo  sujeto.  El  argumento  de  Gor- 
gias se  ha  reproducido  en  los  siglos  posteriores,  y  el  idea- 
lismo panteísta  de  Schelling  se  funda  en  la  misma  base. 

65.  Pródico,  Hipias,  Trasímaco,  Calicles,  Eutidemo,  Diá- 
goras,  Critias  y  otros  se  distinguieron  en  la  escuela  sofísti- 
ca, si  es  que  merece  el  nombre  de  escuela  una  turba  de  im- 
postores que  traficaban  con  cosas  tan  respetables  como  la 
razón  y  la  verdad. 

66.  Excusado  es  añadir  que  el  ateísmo  era  una  conse- 
cuencia de  tales  doctrinas:  quien  duda  de  todo,  ¿cómo  afir- 
mará la  existencia  de  Dios?  Así  es  que  Protágoras  decía 
que  no  sabía  lo  que  eran  los  dioses  y  que  aun  ignoraba  si 
existían.  En  el  mismo  error  cayó  ||  Diágoras,  cuya  cabeza 
pusieron  a  precio  los  atenienses.  Protágoras  fué  también 
desterrado  de  Atenas  y  sus  libros  quemados  en  la  plaza 
pública. 

Estos  dos  filósofos  vivían  por  los  años  de  410  antes  de 
la  era  vulgar.  || 


XVI 
SOCRATES 


67.  El  escepticismo  y  el  ateísmo,  frutos  de  las  pasiones  y 
del  espíritu  de  sofisma,  iban  desfigurando  la  filosofía  de  una 
manera  lamentable,  y  a  la  sombra  de  las  malas  doctrinas  se 
corrompían  las  costumbres  y  se  minaban  los  cimientos  de 
la  sociedad.  Convenía,  pues,  que  apareciese  un  hombre  ex- 
traordinario capaz  de  oponerse  a  tantos  estragos  y  que  pu- 
diese llenar  su  objeto,  no  sólo  por  la  elevación  de  sus  ideas, 
sino  también  por  las  cualidades  de  su  carácter.  Este  fué  Só- 
crates. Nació  en  Atenas  en  470  antes  de  la  era  vulgar,  y  mu- 
rió en  el  de  400,  condenado  a  beber  la  cicuta. 

68.  El  nombre  de  este  filósofo  ha  pasado  a  la  posteridad 
como  un  modelo  de  juiciosa  templanza  en  las  investigacio- 


[22.  58-611 


SÓCRATES 


435 


nes  y  de  moralidad  en  la  conducta ;  y,  sea  cual  fuere  la 
exageración  que  en  las  narraciones  ||  se  haya  podido  intro- 
ducir, siempre  resulta  cierto  que  Sócrates  ejerció  grande 
influjo  en  la  dirección  de  la  filosofía  griega  y  que  su  fama 
fué  respetada  en  los  tiempos  posteriores,  triunfos  que  no  se 
alcanzan  sino  con  cualidades  eminentes. 

69.  La  presunción  de  los  sofistas,  que  pretendían  hablar 
de  improviso  sobre  todo,  halló  un  correctivo  en  la  modesta 
expresión  del  filósofo  de  Atenas:  «Una  cosa  sé,  y  es  que 
no  sé  nada.»  Los  que  se  burlaban  de  Dios,  de  la  religión  y 
de  la  moral  encontraron  un  freno  en  la  doctrina  de  Sócra- 
tes, que,  apartando  la  consideración  de  lo  demás,  ponía  la 
perfección  de  la  filosofía  en  el  conocimiento  y  culto  de  la 
divinidad,  en  el  arreglo  de  la  conducta  y  en  prepararse  para 
recibir  en  otra  vida  el  premio  de  las  buenas  acciones. 

70.  Se  dice  que  Sócrates  tenía  un  genio  familiar,  de- 
mon,  con  quien  estaba  en  comunicación  frecuente.  ¿Era  im- 
postura? ¿Era  ilusión?  La  impostura  no  parece  propia  de 
un  hombre  que  profesaba  doctrinas  tan  severas,  y  aunque 
haya  en  favor  de  tal  sospecha  el  ejemplo  de  otros  célebres 
personajes  de  la  antigüedad,  esto  no  es  bastante  para  ad- 
mitirla. La  buena  fama  de  los  hombres  es  siempre  respeta- 
ble, siquiera  hayan  vivido  en  tiempos  muy  remotos.  Un  filó- 
sofo que  de  tal  modo  se  concentraba  en  la  meditación  de  || 
las  verdades  morales,  de  la  suerte  del  alma  en  la  vida  fu- 
tura y  sus  relaciones  con  la  divinidad,  no  es  extraño  que 
cayese  en  la  ilusión  creyendo  que  eran  inspiraciones  de  un 
genio  los  productos  de  su  viva  fantasía  y  reflexión  pro- 
funda. 

71.  El  método  de  Sócrates  era  conforme  a  sus  princi- 
pios :  enemigo  de  cavilaciones,  se  dirigía  especialmente  al 
buen  sentido  de  los  oyentes,  empleando  la  forma  de  diálo- 
go, que  aproxima  la  discusión  filosófica  al  trato  común  de 
la  vida.  En  su  tiempo,  como  en  el  nuestro,  no  faltaban  filó- 
sofos que,  orgullosos  de  su  razón,  despreciaban  el  sentido 
común ;  Sócrates  les  enseñaba  con  su  ejemplo  que  no  es 
buena  la  filosofía  que  empieza  por  ponerse  en  contradic- 
ción con  las  ideas  y  los  sentimientos  del  linaje  humano. 

72.  El  mismo  compara  su  método  de  enseñanza  a  un  au- 
xilio para  el  alumbramiento  intelectual ;  no  creía  producir 
las  ideas,  sino  sacarlas  de  donde  estaban,  ayudarlas  a  na- 
cer. Este  método  se  ligaba  con  sus  doctrinas  ideológicas, 
pues  opinaba  en  favor  de  las  ideas  innatas,  diciendo  que 
pensar  era  recordar.  Apoyaba  su  doctrina  con  el  ejemplo  de 
los  niños,  a  quienes  se  puede  ir  enseñando  la  geometría  con 
sólo  procurar  que  desenvuelvan  reflexiva  y  ordenadamente 
sus  ideas  sobre  las  figuras  que  se  les  vayan  ofreciendo.  || 
Así  es  que,  sin  consignar  principios  generales  ni  establecer 


436 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  61-63] 


teorías,  se  dirigía  a  sus  oyentes  haciéndoles  alguna  pregun- 
ta ;  según  la  respuesta,  preguntaba  de  nuevo,  excitando  y 
dirigiendo  la  reflexión  de  su  discípulo  hasta  que  le  condu- 
cía a  la  verdad  deseada,  con  lo  cual  conseguía  que  el  amor 
propio  no  se  sintiese  humillado  teniendo  que  recibir  doctri- 
nas ajenas,  antes  experimentase  una  complacencia  al  ver 
cómo  salían  de  su  propio  seno  las  verdades  que  aprendía. 

73.  En  medio  de  la  humildad  de  su  discusión  sabía  em- 
plear Sócrates  una  dialéctica  contundente.  Al  disputar  con 
los  sofistas  confesaba  su  propia  ignorancia,  y  como  éstos 
creían  saberlo  todo,  se  adelantaban  fácilmente  a  exponer 
con  extensión  sus  doctrinas.  Sócrates  los  oía,  notaba  los 
puntos  flacos,  las  contradicciones,  y,  tomando  la  palabra,  los 
llevaba  gradualmente  a  donde  quería,  cubriéndolos  de  ver- 
güenza. Esta  sabía  hacerla  más  abrumadora  con  su  finísi- 
ma ironía. 

74.  Sea  cual  fuere  el  concepto  que  se  forme  sobre  el  mé- 
todo socrático,  es  preciso  reconocer  un  hecho  que  le  abona, 
y  es  el  que  produjo  hombres  eminentes.  Veremos  en  lo  su- 
cesivo que  la  filosofía  griega  recibe  en  la  escuela  de  Sócra- 
tes un  fuerte  impulso,  que  la  levanta  a  una  altura  antes  des- 
conocida. No  |¡  cabe  duda  en  que  una  gran  parte  de  este 
mérito  se  debe  al  filósofo  de  Atenas,  aunque  no  sería  justo 
exagerar  las  cosas  hasta  el  punto  de  atribuírselo  todo.  Só- 
'crates  fué  discípulo  de  Arquelao,  y  éste  la  había  sido  de 
Anaxágoras,  filósofo  eminente  que  trasladó  a  Atenas  las 
doctrinas  de  la  escuela  jónica.  Es  preciso  no  olvidar  estas 
circunstancias,  para  no  perder  de  vista  el  hilo  que  une  la 
filosofía  de  Occidente  con  la  de  Oriente.  No  ignoro  que 
Anaxágoras  cultivó  especialmente  la  física  y  Sócrates  la 
moral ;  pero  ya  hemos  visto  que  la  escuela  jónica  había  es- 
tado en  íntimas  relaciones  con  las  de  Oriente  y  que  el  es- 
tudio del  mundo  corpóreo  no  le  hacía  olvidar  el  del  orden 
espiritual ;  del  Oriente  recibió  el  Occidente  las  doctrinas  so- 
bre el  espiritualismo,  la  providencia,  la  vida  futura  y  la  in- 
mortalidad del  alma  en  una  mansión  de  premio  o  castigo.  || 


XVII 
PLATON 


75.  Ningún  filósofo  antiguo  ha  llegado  a  reputación  más 
alta  que  Platón :  el  sobrenombre  de  divino  expresa  bastan- 
te la  admiración  tributada  a  su  genio.  Nació  en  Atenas,  se- 
gún unos  en  426  antes  de  la  era  vulgar,  según  otros  en  429 


|22,  63-651 


PLATÓN 


437 


ó  430.  Vivió  hasta  una  edad  muy  avanzada :  los  que  menos 
años  le  dan  le  hacen  llegar  a  los  ochenta. 

76.  Oyó  a  Sócrates  durante  ocho  años,  y  en  seguida  via- 
jó por  Egipto,  la  Sicilia  y  la  Gran  Grecia,  donde  a  la  sazón 
florecían  las  escuelas  pitagórica  y  eleática.  Enriquecido  con 
los  tesoros  de  Oriente  y  Occidente  amplió  las  doctrinas  de 
su  maestro ;  al  paso  que  éste  sólo  se  había  ocupado  de  la 
moral,  Platón  se  dilató  por  todas  las  regiones  de  los  conoci- 
mientos humanos.  A  levantar  su  fama  contribuyó  mucho  su 
talento  oratorio  y  poético;  sabido  es  el  dicho  de  ||  Tulio: 
«Si  los  dioses  quisieran  hablar  el  lenguaje  de  los  hombres, 
emplearían  el  de  Platón.» 

77.  Su  escuela  se  llamó  académica,  porque  enseñaba  en 
un  lugar  de  este  nombre,  que  era  jardín  de  un  ciudadano 
llamado  Academo.  La  forma  de  sus  discusiones  era  el  diá- 
logo, a  imitación  de  Sócrates ;  y,  conservando  algo  de  la 
máxirrfS  de  su  maestro :  «Sólo  sé  que  no  sé  nada»,  era  muy 
cauto  en  afirmar,  y  examinaba  con  calma  y  detenimiento 
las  opiniones  opuestas.  De  aquí  resulta  la  dificultad  de  co- 
nocer muchas  veces  su  verdadera  opinión,  pues  no  se  alcan- 
za fácilmente  si  la  adopta  o  si  la  deja  a  la  responsabilidad 
de  los  personajes  que  introduce  en  sus  diálogos. 

78.  Esta  dificultad  se  aumenta  a  causa  de  que  encubría 
bajo  el  misterio  una  parte  de  sus  doctrinas,  imitando  a  los 
pitagóricos,  que  tenían  una  explicación  para  el  público  y 
otra  para  los  iniciados,  con  lo  cual,  si  bien  los  dejaba  en  la 
obscuridad  sobre  varios  puntos,  evitaba  al  menos  el  que  se 
le  obligase,  como  a  Sócrates,  a  pagar  su  filosofía  con  un 
vaso  de  cicuta. 

79.  De  esta  obscuridad  se  han  quejado  muchos,  entre 
ellos  Fontenelle,  quien  además  pretendía  encontrar  en  el 
filósofo  no  pocas  contradicciones.  Esto  no  es  extraño  si  se 
reflexiona  que  cuando  se  fluctúa  ||  o  se  aparenta  fluctuar 
entre  doctrinas  opuestas  es  fácil  que  los  escritos  ofrezcan 
cierta  variedad  que  se  acerque  a  la  contradicción.  Antes 
que  el  filósofo  francés,  le  había  hecho  el  mismo  cargo  Cice- 
rón, bien  que  en  boca  del  epicúreo  Veleyo  (De  Natura 
Deorum,  1.  1.°).  «Largo  sería,  dice,  el  contar  las  variaciones 
de  Platón.»  Iam  de  Platonis  inconstantia  longum  esset  dis- 
serere. 

80.  A  semejanza  de  muchos  filósofos  de  la  antigüedad, 
admitía  Platón  la  eternidad  de  la  materia ;  pero  explicaba 
la  formación  del  universo  como  obra  de  una  inteligencia  in- 
finita. En  la  importancia  que  daba  a  las  matemáticas  se  ve 
que  alcanzaba  cuán  necesarias  son  para  el  estudio  de  la  na- 
turaleza ;  conocida  es  la  inscripción  de  la  puerta  de  su  es- 
cuela:  «No  entre  aquí  el  que  ignore  la  geometría.» 

81.  La  inmortalidad  del  alma  se  halla  sostenida  con  ca- 


438 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  65-67] 


lor  y  elocuencia  en  los  escritos  de  este  filósofo :  calcúlese 
cuál  sería  el  efecto  de  sus  palabras  por  lo  que  Cicerón  nos 
refiere  de  Cleombrato  de  Ambracia,  quien,  habiendo  leído 
el  libro  de  Platón  sobre  esta  materia,  concibió  tal  deseo  de 
pasar  a  la  otra  vida,  que  desde  un  muro  muy  alto  se  pre- 
cipitó al  mar:  Quera  ait  (Callimacus)  cura  ex  nihü  adversi 
accidisset,  e  muro  se  in  mare  abiecisse,  lecto  Platonis  li- 
bro. ||  (Tusculane,  1.  §  34.)  En  algunos  pasajes  habla  de  la  " 
metempsicosis,  o  transmigración  de  las  almas,  que  habría 
aprendido  en  las  escuelas  de  Oriente  y  de  Italia.  También 
se  pudiera  dudar  si  ésta  era  su  opinión,  o  solamente  una  de 
tantas  teorías  como  pone  en  escena. 

82.  Las  doctrinas  morales  de  Platón  son  las  de  Sócra- 
tes; y,  a  más  de  la  sanción  de  la  conciencia  y  de  su  origen 
divino,  señala  premios  y  castigos  en  la  vida  futura. 

83.  El  alma,  según  Platón,  no  sólo  existirá  después  del 
cuerpo,  sino  que  existía  antes  que  él;  por  manera  que  sus 
ideas  actuales  son  recuerdos  de  un  estado  anterior  a  su 
unión  con  la  materia  organizada. 

84.  Sin  ser  escéptico  ni  idealista,  pudo  Platón  dar  lugar 
a  que  el  escepticismo  y  el  idealismo  se  desarrollasen  en  los 
tiempos  posteriores:  el  escepticismo,  a  causa  de  que  en  sus 
escritos  se  hallan  razones  en  pro  y  en  contra  de  todo,  y 
propuestas  en  tal  forma  que  no  siempre  se  descubre  a  cuál 
da  la  preferencia ;  el  idealismo,  porque,  llevando  hasta  el 
refinamiento  su  ideología  espiritualista,  parece  a  veces  ol- 
vidarse de  la  realidad  de  la  materia.  Para  comprender  esto 
es  preciso  tener  noticia  de  lo  que  él  llamaba  ideas.  || 

85.  Las  ideas  del  sistema  de  Platón  no  eran  simples  es- 
pecies o  conceptos  de  las  inteligencias ;  no  eran  meros  ti- 
pos que  hubiesen  servido  para  la  formación  de  las  cosas, 
ni  tampoco  seres  débiles  y  pasajeros  que  tuviesen  una  exis- 
tencia fugitiva ;  por  el  contrario,  las  ideas  eran  lo  que  en 
el  mundo  hay  de  real,  de  necesario,  de  absoluto;  eran  al 
propio  tiempo  origen  del  conocimiento  y  de  la  realidad, 
eran  tipo  y  causa  de  todo  lo  que  existe  en  el  universo. 

86.  En  esta  doctrina  se  descubre  un  extraordinario  es- 
fuerzo contra  el  sensualismo ;  un  deseo  de  levantar  la  cien- 
cia a  un  orden  absoluto,  necesario,  superior  a  los  pasajeros 
fenómenos  de  la  sensibilidad,  notándose  una  grande  eleva- 
ción de  ingenio  en  el  consignar  la  parte  fija,  invariable, 
eterna,  que  se  halla  en  el  mundo  de  la  razón.  Pero,  según 
cómo  se  la  interprete,  puede  dar  ocasión  a  graves  errores ; 
y  he  aquí  uno  de  los  puntos  en  que  se  echan  de  menos  la 
claridad  y  precisión  en  las  obras  de  este  filósofo. 

87.  La  doctrina  de  Platón  es  incontestable  si  se  limita  a 
señalar  la  línea,  mejor  diremos,  el  abismo,  que  separa  de 
la  esfera  sensible  la  racional,  la  necesidad  de  admitir  un 


[22,  67-69] 


PLATÓN 


439 


orden  de  ideas  absoluto  que  no  nazca  de  los  fenómenos  in- 
dividuales y  contingentes  del  espíritu,  sino  que  sea  su  regla 
y  criterio  (véase  ||  Ideología,  ce.  III  y  XIII)  [vol.  XXI].  Es 
incontestable  también  si  afirma  que  las  verdades  ideales  de- 
ben tener  un  fundamento  real,  y  que  la  necesidad  del  mun- 
do racional  no  se  explica  en  no  buscándola  una  fuente  su- 
perior a  las  razones  individuales  (ibíd.  y  Filosofía  funda- 
■nental,  i.  4.°,  ce.  XXIII  y  siguientes)  [vols.  XXI  y  XVIII]. 
Esto  es  verdadero,  es  cierto ;  esto  no  han  podido  destruirlo 
Condillac  y  sus  discípulos;  la  escuela  sensualista  ha  sido  ven- 
cida en  los  tiempos  modernos  como  lo  fué  en  los  antiguos: 
entonces  como  ahora,  el  espíritu  humano  no  ha  consentido 
que  se  le  arrebatasen  sus  más  altas  prerrogativas.  Pero 
¿dónde  busca  Platón  la  necesidad,  la  realidad  de  las  ideas, 
de  los  tipos  de  todas  las  cosas?  ¿En  la  inteligencia  divina? 
Entonces  su  doctrina  es  incontestable  también.  En  el  ser 
infinito  se  halla  la  razón,  el  tipo,  la  causa  de  todo  ser  finito, 
así  en  el  orden  ideal  como  en  el  real ;  allí  está  la  fuente 
no  sólo  de  la  realidad,  sino  también  de  la  posibilidad.  Nada 
existiría,  nada  sería  inteligible,  nada  posible,  si  no  existie- 
ra Dios. 

Si  Platón  tomase  las  ideas  en  este  sentido,  bien  pudiera 
decir  que  son  absolutas,  necesarias,  eternas,  tipo  y  causa  de 
todas  las  cosas,  fuente  de  toda  verdad  y  realidad ;  pero  si 
por  ideas  entiende  seres  distintos  e  independientes  del  ser 
infinito,  su  teoría  es  insostenible.  ¿Cómo  puede  haber  nada 
necesario  fuera  del  ser  ||  absolutamente  necesario?  ¿Cómo 
puede  haber  nada  real  independiente  de  la  realidad  infini- 
ta? ¿Cómo  puede  haber  una  luz  de  los  entendimientos  in- 
dependiente de  la  infinita  inteligencia?  Si  las  ideas  son 
absolutas  y  necesarias,  cada  una  de  por  sí  será  Dios ;  y  Pla- 
tón cae  en  un  politeísmo  ideal,  y  se  verá  precisado  a  admi- 
tir muchedumbre  de  dioses,  no  subordinados  entre  sí,  sino' 
todos  necesarios  e  infinitos. 

La  subsistencia  de  las  ideas  independientemente  de  Dios 
parece  no  estar  de  acuerdo  con  sus  doctrinas  respecto  al 
origen  del  mundo.  En  efecto:  supuesto  que  mira  al  univer- 
so como  obra  de  la  inteligencia  divina,  debe  convenir  en 
que  Dios  tenía  en  su  entendimiento  ideas  de  lo  que  hacía; 
si,  pues,  se  ha  hecho  todo  con  arreglo  a  los  tipos  eternos  de 
que  nos  habla  Platón,  dichos  tipos  estaban  en  el  entendi- 
miento divino.  Decir  que  la  misma  inteligencia  de  Dios  re- 
cibe su  luz  de  las  ideas  absolutas  considerándolas  como 
seres  distintos  a  los  cuales  se  conforma,  es  la  más  extrava- 
gante de  las  ficciones ;  porque  si  hallamos  en  el  ser  necesa- 
rio las  ideas  con  que  hace  las  cosas,  ¿por  qué  hemos  de  bus- 
car a  estas  ideas  un  ulterior  origen  en  algo  distinto  del  ser 
necesario?  ¿Buscamos  necesidad?  Allí  está.  ¿Buscamos  pie- 


440 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  1.22,  69-71] 


nitud  de  ser?  Allí  está.  ¿Buscamos  infinita  inteligencia? 
Allí  está.  ¿Buscamos  unidad  donde  se  halle  el  principio, 
origen  y  vínculo  de  todas  las  verdades?  Allí  está.  ¿Con  qué 
razón,  pues,  saldríamos  ||  del  ser  infinito  e  imaginaríamos 
otros  independientes  de  él? 

88.  Las  teorías  morales  de  Platón  son  sublimes;  baste 
decir  que  hace  consistir  la  virtud  en  la  imitación  de  Dios. 
No  es  tan  feliz  cuando  desciende  a  la  práctica :  en  su  famo- 
sa República  se  hallan  cosas  que  ruborizan,  y  a  sus  Diálogos 
los  ha  llamado  Jefferson  libelos  contra  Sócrates. 

89.  El  bello  ideal  de  su  política  era  la  absorción  del  in- 
dividuo por  la  sociedad,  la  cual  habría  llegado  a  su  más  alta 
perfección  cuando  todo  fuese  común,  inclusas  las  mujeres. 
«El  Estado  más  perfecto,  dice  Platón,  será  aquel  en  el  cual 
se  practique  más  al  pie  de  la  letra  y  cumplidamente  el  an- 
tiguo adagio  de  que  todo  es  realmente  común  entre  los 
amigos.  Dondequiera  que  suceda,  o  deba  .suceder  un  día. 
que  sean  comunes  las  mujeres,  los  hijos,  los  bienes,  em- 
pleándose todo  el  cuidado  posible  a  fin  de  que  desaparezca 
del  trato  de  los  hombres  hasta  la  palabra  propiedad,  de 
modo  que  lleguen  a  ser  comunes,  en  cuanto  sea  dable,  aun 
las  cosas  que  la  naturaleza  ha  concedido  al  hombre  en  pro- 
piedad, como  los  ojos,  los  oídos,  las  manos,  hasta  tal  punto 
que  todos  los  ciudadanos  crean  obrar,  oír,  ver  en  común,  y 
aprueben  o  censuren  todos  unas  mismas  cosas,  y  sus  penas 
y  placeres  ||  tengan  unos  mismos  objetos ;  en  una  palabra, 
dondequiera  que  las  leyes  se  propongan  hacer  al  Estado 
perfectamente  uno,  allí  hay  el  colmo  de  la  virtud  política  y 
las  leyes  no  pueden  tener  dirección  mejor.  Ese  Estado,  ya 
sea  morada  de  dioses  o  hijos  de  dioses,  es  la  mansión  de  la 
más  cumplida  felicidad.»  (De  las  leyes,  1.  5.°) 

90.  Las  ideas  de  Platón  sobre  la  esclavitud  y  todo  lo 
concern'ente  a  la  organización  de  la  sociedad  se  resienten 
del  espíritu  de  su  tiempo:  se  experimenta  una  impresión 
desagradable  al  encontrar  ciertas  doctrinas  y  sistemas  en  los 
escritos  de  un  varón  tan  eminente  (véase  El  protestantismo 
comparado  con  el  catolicismo  en  sus  relaciones  con  la  civi- 
lización europea,  tomos  I  y  II)  ¡  vols.  V  y  VI].  || 


f22.  72-74] 


ARISTÓTELES 


441 


xvift 

ARISTOTELES 


91.  Al  lado  de  Platón  merece  un  lugar  preferente  su 
insigne  discípulo  Aristóteles.  Nació  en  Estagira  de  Tracia 
por  los  años  de  382  antes  de  la  era  vulgar.  Su  nombre  va 
unido  al  de  Alejandro  Magno,  de  quien  fué  preceptor.  Ale- 
jandro solía  decir  que  a  su  padre  le  debía  el  vivir  y  a  su 
maestro  el  vivir  bien. 

92.  Aristóteles  fué  discípulo  de  Platón  por  espacio  de 
veinte  años,  y  éste  le  distinguía  entre  los  alumnos;  cono- 
ciendo sus  grandes  talentos  llamábale  la  mente,  el  alma  de 
su  escuela.  Su  ingenio  extraordinario  no  era  a  propósito 
para  seguir  a  ciegas  el  camino  trazado  por  su  maestro ; 
fundó,  pues,  una  nueva  escuela,  llamada  de  los  peripatéti- 
cos, porque  tenía  la  costumbre  de  enseñar  paseando,  en  un 
lugar  llamado  Liceo.  |¡ 

93.  El  genio  de  Aristóteles  no  era  poético  como  el  de 
Platón ;  inclinábase  a  lo  pasivo  y  práctico,  y,  por  consi- 
guiente, propendía  a  los  términos  medios.  Sus  escritos  son 
cultos,  elegantes,  modelo  de  estilo  filosófico ;  pero  carecen 
de  aquellos  arranques  que  distinguen  a  Platón,  aproximán- 
dole a  los  poetas.  Quizás  contribuyó  algún  tanto  a  moderar 
el  espíritu  y  el  estilo  de  Aristóteles  el  vivir  mucho  tiempo 
en  una  corte,  a  la  vista  de  negocios :  tal  realidad  encierra 
escasa  poesía.  Como  quiera,  se  nota  en  las  obras  de  Aristó- 
teles la  especulación  metafísica  combinada  siempre  con  la 
observación :  se  eleva  a  la  región  de  las  ideas,  y  allí  exco- 
gita sus  famosas  categorías ;  pero  no  se  desdeña  de  bajar  a 
la  térra  y  escribir  la  historia  de  los  animales.  La  diversi- 
dad de  estas  obras  indica  el  espíritu  de  combinación,  carac- 
terístico de  Aristóteles. 

94.  Probablemente  ningún  filósofo  antiguo  ni  moderno 
ha  ejercido  una  influencia  igual  a  la  de  Aristóteles,  pues 
que  ya  desde  su  tiempo  modificó  en  gran  manera  el  curso 
de  las  ideas  y  ha  venido  conservando  su  ascendiente  hasta 
nuestros  días.  Sin  embargo,  podemos  conjeturar  con  harto 
fundamento  que  si  él  resucitase  para  revisar  sus  obras,  se 
quejaría  de  graves  variac'ones  que  en  ellas  se  habrán  he- 
cho. Estropeadas  por  la  polilla  y  la  humedad,  a  causa  de  ha- 
ber estado  ocultas  ciento  treinta  años,  fueron  restauradas 
y  corregidas  |j  primero  por  Teyo  Apelicón,  y  después,  en 
Roma,  por  Tiranio  y  Andrónico  en  tiempo  de  Sila ;  ¿y  quién 


442 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  74-76] 


es  capaz  de  decir  lo  que  pudieron  hacer  manos  extrañas  y 
que  tal  vez  en  muchos  casos  no  entenderían  el  manuscrito, 
ora  por  estar  borrado,  ora  por  lo  recóndito  de  su  filosofía? 
Posteriormente,  con  el  transcurso  de  veinte  siglos,  han  de- 
bido de  sufrir  considerables  averías.  Hay  graves  dudas  so- 
bre varias  obras  que  se  le  atribuyen,  y  que  algunos  críticos 
tienen  por  apócrifas ;  y,  por  otra  parte,  nos  faltan  algunos 
de  sus  trabajos,  cuya  memoria  nos  ha  conservado  la  anti- 
güedad. Cicerón  inserta  un  magnífico  pasaje  de  Aristóteles 
sobre  la  existencia  de  Dios  que  no  se  halla  actualmente  en 
las  obras  de  este  filósofo. 

95.  La  ideología  de  Aristóteles  se  diferencia  mucho  de 
la  de  Platón.  El  filósofo  de  Estagira  no  admite  las  ideas  in- 
natas, y,  por  consiguiente,  no  explica  el  conocimiento  como 
una  reminiscencia.  Asienta  el  principio  de  que  todos  nues- 
tros conocimientos  vienen  de  las  sensaciones:  nada  hay  en 
el  entendimiento  que  antes  no  haya  estado  en  el  sentido : 
Nihil  est  in  intellectu  quod  prius  non  juerit  in  sensu;  y  al 
alma  antes  de  recibir  sensaciones  la  considera  como  una 
tabla  rasa  en  que  nada  hay  escrito :  Sicut  tabula  rasa  in 
qua  nihil  est  scriptum.  Sin  embargo,  Aristóteles  no  es  un 
verdadero  sensualista :  su  ingenio  era  demasiado  alto  |¡  para 
contentarse  con  la  filosofía  de  Locke  y  Condillac. 

Por  medio  de  las  sensaciones  se  despierta  en  el  alma 
una  actividad  independiente  de  ellas,  de  un  orden  superior 
al  sensible,  la  cual  eleva  los  materiales  de  la  sensación  a 
la  esfera  intelectual  y  engendra  las  ideas.  El  criterio  de  la 
verdad  no  está  en  los  sentidos,  sino  en  el  entendimiento ; 
las  reglas  del  mundo  intelectual  no  se  confunden  con  los  fe- 
nómenos sensibles.  Cada  sentido  de  por  sí  presenta  el  ob- 
jeto externo  bajo  el  aspecto  correspondiente;  pero  estos  as- 
pectos, a  más  de  estar  limitados  a  la  esfera  del  sentido  que 
los  percibe,  son  puramente  individuales,  y  de  aquí  la  necesi- 
dad de  un  receptáculo  donde  se  una  y  coordine  esta  varie- 
dad de  impresiones.  A  esto  sirve  el  sentido  o  sensorio  co- 
mún, facultad  superior  a  los  sentidos  particulares  y  que 
forma,  por  decirlo  así,  un  conjunto  de  lo  que  éstos  le  trans- 
miten por  separado.  Mas  con  esta  reunión  no  se  ha  llegado 
todavía  a  objetos  puramente  inteligibles  ni  a  la  percepción 
intelectual  de  los  sensibles,  y  he  aquí  la  necesidad  del  en- 
tendimiento, facultad  del  alma  que  nos  hace  conocer  las  co- 
sas no  sensibles  y  que  nos  da  la  percepción  intelectual  d? 
las  sensibles.  Estos  conceptos  puros,  versen  sobre  objetos  in- 
corpóreos o  corpóreos,  sobre  realidades  o  abstracciones,  son 
las  ideas,  las  que  se  distinguen  esencialmente  de  las  sensa- 
ciones. Hay,  pues,  una  gravísima  ||  diferencia  entre  la  teoría 
de  Aristóteles  y  la  de  los  sensualistas.  Estos  dicen :  «Todo 
lo  que  hay  en  el  alma  es  sensación,  actual  o  recordada,  pri- 


[22,  76-78] 


ARISTÓTELES 


443 


mitiva  o  transformada ;  pensar  es  sentir.»  Aquél  dice :  «Las 
sensaciones  son  necesarias  para  despertar  la  actividad  del 
alma ;  pero  esta  actividad  es  muy  superior  a  las  facultades 
sensitivas.  Por  ella  conocemos  lo  no  sensible  y  percibimos 
intelectualmente  lo  sensible.  El  criterio  de  la  verdad  no 
está  en  los  sentidos,  sino  en  el  entendimiento ;  las  reglas  de 
los  fenómenos  intelectuales  son  diferentes  de  las  que  rigen 
en  los  sensibles:  el  sentido  percibe  lo  individual,  el  enten- 
dimiento lo  universal.» 

96.  Aristóteles  conviene  con  Platón  en  distinguir  de  las 
sensaciones  las  ideas  y  en  poner  en  éstas  el  verdadero  ob- 
jeto del  entendimiento ;  pero  no  lleva  las  cosas  hasta  el  pun- 
to de  convertir  las  ideas  en  seres  subsistentes:  las  mira 
como  productos  de  una  actividad  que  obra  con  sujeción  a 
las  leyes  del  orden  intelectual.  Respecto  a  los  objetos  cor- 
póreos, las  sensaciones  son  la  materia  y  los  conceptos  la 
forma  ;  respecto  a  los  incorpóreos,  las  sensaciones  no  son  la 
materia,  sino  fenómenos  excitantes  de  la  actividad  inte- 
lectual. || 

97.  La  variedad  de  formas  universales  que  la  actividad 
intelectual  engendra  y  que  aplica  a  los  objetos  se  pueden 
reducir  a  ciertas  clases,  que  Aristóteles  llama  categorías ; 
son  diez :  substancia,  cantidad,  relación,  cualidad,  acción, 
pasión,  lugar,  tiempo,  posición  y  hábito.  Según  Aristóteles, 
se  podían  ofrecer  sobre  un  objeto  las  cuestiones  siguientes : 
Quid  est,  quantum,  ad  quid  (refertur),  quale,  quid  agit. 
quid  patitur,  ubi  est,  quando,  quo  situ,  quo  modo.  Las  ideas 
correspondientes  a  estas  cuestiones  forman  las  categorías. 

98.  Un  filósofo  que  de  tal  modo  analizaba  las  ideas  de- 
bía inclinarse  al  examen  de  las  leyes  del  entendimiento,  y 
he  aquí  por  qué  Aristóteles  fué  tan  profundo  y  sutil  dialéc- 
tico, llevando  este  arte  a  una  altura  muy  superior  a  la  que 
tuviera  en  las  escuelas  anteriores.  Consideró  la  lógica  como 
el  instrumento,  órgano  de  todas  las  demás  ciencias,  ocupán- 
dose muy  particularmente  en  explicar  la  naturaleza  y  las 
formas  del  raciocinio,  entre  las  cuales  figura  en  primera  lí- 
nea el  silogismo.  Según  Aristóteles,  hay  en  nosotros  dos  es- 
pecies de  conocimiento:  uno  inmediato,  otro  mediato;  el 
primero  se  refiere  a  los  principios  o  axiomas,  verdades  inde- 
mostrables a  que  el  entendimiento  asiente  sin  necesidad  de 
prueba ;  el  segundo  tiene  por  objeto  las  verdades  ligadas 
con  los  axiomas  y  ||  cuyo  enlace  no  se  nos  ofrece  a  primera 
vista,  sino  que  necesitamos  sacarle  por  el  raciocinio.  Este 
se  forma  de  juicios,  los  que  a  su  vez  se  componen  de  ideas, 
y  así  Aristóteles  analiza  los  juicios  y  las  ideas  para  llegar 
al  conocimiento  completo  del  raciocinio.  Como  las  palabras 
tienen  tan  íntima  relación  con  las  ideas,  el  profundo  dialéc- 
tico no  descuidó  este  ramo  importante,  examinando  la  ex- 


444 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  78-80] 


presión  de  las  ideas  y  de  los  juicios  en  los  términos  y  pro- 
posiciones. Así,  la  lógica  de  Aristóteles  forma  un  completo 
cuerpo  de  ciencia,  cuya  ingeniosa  trabazón  no  han  podido 
menos  de  admirar  los  filósofos  que  le  han  sucedido.  Sea  cual 
fuere  el  juicio  que  se  forme  sobre  su  utilidad  en  la  práctica, 
siempre  es  necesario  convenir  en  que  éste  es  un  monumen- 
to que  honra  al  entendimiento  humano  y  que  ha  contribuí- 
do  poderosamente  a  los  adelantos  ideológicos. 

99.  La  cosmología  de  Aristóteles  es  también  un  sistema 
íntimamente  trabado,  aunque  deja  mucho  que  desear  bajo 
diferentes  aspectos.  Su  espíritu  observador  no  podía  satisfa- 
cerse con  las  teorías  idealistas  de  Platón,  ni  su  elevado  ge- 
nio podía  contentarse  con  las  mecánicas  descripciones  de  De- 
mócrito ;  así,  ni  admitió  con  el  último  la  combinación  ato- 
mística, ni  afirmó  con  el  primero  que  el  mundo  corpóreo 
fuese  una  imagen  de  las  ideas  en  las  cuales  se  encontraba  |! 
la  verdadera  realidad.  Excogitó  su  materia  y  forma,  y  con 
ellas  se  propuso  explicar  el  mundo. 

100.  La  materia  no  es,  según  Aristóteles,  un  conjunto  de 
átomos ;  la  forma  no  es  la  disposición  de  éstos  en  el  espa- 
cio ;  si  tal  fuera  su  teoría,  se  confundiría  con  la  de  Demó- 
crito.  La  materia  por  sí  sola  no  es  el  cuerpo,  pero  es  un 
princ  pió  que  entra  en  todos  los  cuerpos;  carece  de  activi- 
dad, pero,  en  cambio,  es  una  potencia  universal  para  reci- 
bir todas  las  formas.  La  materia  existe,  mas  no  sola,  sino 
en  cuanto  está  unida  a  la  forma  que  le  da  el  acto,  y  junto 
con  ella  constituye  la  naturaleza.  La  forma  es  lo  que  ac- 
túa a  la  materia,  la  que  uniéndose  a  ella  la  hace  ser,  y  ser 
tal  cosa ;  la  forma  no  existe  separada  de  la  materia ;  ella 
en  sí  no  es  más  que  acto  de  la  materia,  de  la  cual  necesita 
como  de  un  fondo,  de  un  substratum,  donde  se  asiente  y  a 
que  comunique  su  actualidad.  Esta  es  la  que  se  llama  subs- 
tancial, a  diferencia  de  las  accidentales,  que  consisten  en 
cierta  disposic'ón  de  las  partes  o  en  otras  modificaciones  que 
no  afectan  la  íntima  naturaleza  del  cuerpo.  La  tierra  com- 
binada con  otros  elementos  da  una  planta,  ésta  se  transfor- 
ma en  madera,  ésta  en  carbón,  éste  en  ascua,  ésta  en  ceni- 
za :  el  fondo  común  que  va  pasando  sucesivamente  por  las 
naturalezas  de  tierra,  de  planta,  de  carbón,  de  fuego,  de  ce- 
niza, es  la  materia ;  |]  el  acto  que  da  a  esa  potencia  la  natu- 
raleza de  las  cosas  en  que  se  va  convirt'endo  es  la  forma 
substancial.  El  resultado  es  el  cuerpo.  Sin  alterarse  la  na- 
turaleza de  la  madera  es  capaz  de  recibir  la  figura  de  esca- 
ño, mesa  o  silla ;  puede  estar  en  quietud  o  en  movimiento ; 
húmeda  o  seca,  caliente  o  fría :  estas  modificaciones  se  lla- 
man accidentes  o  formas  accidentales,  a  diferencia  de  la 
substancial,  que  lleva  consigo  la  naturaleza  nueva. 

101.  Esta  teoría  es  menos  idealista  que  la  de  Platón  y 


[22,  80-82] 


ARISTÓTELES 


445 


menos  mecánica  que  la  de  Demócrito.  Aristóteles  no  hace 
de  las  formas  unas  ideas  subsistentes  en  sí  mismas ;  pero 
tampoco  considera  los  cuerpos  como  simples  conjuntos  de 
partes.  La  diferencia  entre  ellos  no  resulta  de  la  de  una 
forma  ideal,  separada  y  subsistente  en  sí ;  pero  tampoco 
consiste  en  el  diverso  modo  de  la  colocación  de  los  átomos. 
Los  cuerpos,  aun  suponiéndolos  con  una  disposición  idén- 
tica de  partes,  se  distinguen  por  sus  esencias  particulares 
que  resultan  de  la  respectiva  forma  substancial. 

102.  Al  renacer  en  Europa  la  filosofía  atomística  o  cor- 
puscular fué  muy  ridiculizado  el  sistema  de  Aristóteles ; 
sin  embargo,  la  reflexión  y  la  experiencia  han  enseñado  que 
tampoco  se  explica  el  mundo  por  la  diversa  posición  de  los 
átomos.  Leibniz  observó  ||  que  las  teorías  mecánicas  no 
bastaban  a  las  necesidades  de  la  física,  y  en  nuestros  tiem- 
pos, lejos  de  que  gane  terreno  la  filosofía  corpuscular,  hay 
una  tendencia  hac'a  las  teorías  dinámicas,  las  que,  exage- 
radas, conducen  al  idealismo. 

103.  De  la  unión  de  la  forma  con  la  materia  resultan  los 
cuerpos ;  pero  entre  éstos  hay  un  orden :  los  unos  son  pri- 
mitivos, los  otros  son  compuestos ;  aquéllos  son  los  elemen- 
tos, éstos  el  resultado.  Los  elementos  son  cuatro:  agua,  aire, 
tierra  y  fuego.  La  tierra  y  el  agua  son  pasivos ;  el  aire  y  el 
fuego,  activos.  Todos  los  cuerpos  sublunares  se  forman  de 
la  combinación  de  estos  cuatro  elementos ;  mas  para  los 
celestes  se  necesita  otro  superior,  del  cual  se  componen  los 
astros. 

104.  Según  Aristóteles,  el  mundo  es  eterno,  no  sólo  en 
cuanto  a  la  materia,  sino  también  a  su  forma,  bien  que  de- 
pendiente de  Dios  en  su  movimiento. 

105.  El  alma  humana  es  d'stinta  de  los  cuerpos,  y  la 
llama  entelechia.  palabra  griega  que,  según  Cicerón,  viene 
a  significar  moción  continua  y  perenne :  Quasi  quamdam 
continuatam  et  perennem  motionem.  (Tusculane.  1.  l.°)  Pa- 
rece que  Cicerón,  tan  versado  ||  en  la  lengua  griega  y  que 
tuvo  la  ventaja  de  conocerla  v:va,  debió  comprender  el  ge- 
nuino sentido  de  la  palabra  entelechia;  no  obstante,  son  mu- 
chos los  críticos  que  no  lo  creen  así,  y  opinan  que  no  sig- 
nifica movimiento,  sino  cosa  que  es  fin  o  finalidad,  por  ma- 
nera que  Aristóteles  quiso  expresar  que  el  alma  es  un  ser 
completo,  acabado,  fin  del  cuerpo  y  que  preside  a  su  orga- 
nización. Como  quiera,  es  cierto  que  Aristóteles  consideraba 
el  alma  como  un  ser  distinto  del  cuerpo,  no  como  un  resul- 
tado de  la  organización,  sino  como  un  principio  de  la  mis- 
ma ;  la  materia  no  le  daba  nada,  lo  recibía  todo  de  ella. 

106.  ¿Admitía  Aristóteles  la  inmortalidad  del  alma? 
Desde  luego  se  puede  asegurar  que,  según  las  doctrinas  de 
este  filósofo,  la  muerte  del  cuerpo  no  implica  la  del  alma, 


446 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  I  22,  82-84] 


pues  que  no  la  miraba  como  el  resultado  de  la  organización, 
sino  como  el  principio  de  la  misma.  Pero  esto  no  basta  para 
dejar  en  salvo  la  verdad,  y  según  parece  no  está  bastante 
clara  sobre  este  punto  la  mente  del  filósofo.  Pretenden  al- 
gunos que  Aristóteles  no  admitía  la  personalidad  del  alma 
sino  durante  la  vida  actual,  y  que  en  terminando  ésta  se 
confundía  en  no  sé  qué  entendimiento  universal  como  una 
gota  de  agua  en  el  océano.  Esta  es  una  explicación  que  me 
parece  indigna  de  un  genio  tan  eminente ;  pero  la  experien- 
cia enseña  que  ||  la  razón  abandonada  a  sí  sola  cae  en  los 
mayores  extravíos. 

107.  Al  fin  de  sus  días  Aristóteles  fué  perseguido  como 
sospechoso  de  impiedad,  por  lo  cual  tuvo  el  disgusto  de  mo- 
rir fugitivo  de  su  patria.  Fácil  es  comprender  que  un  enten- 
dimiento como  el  de  Aristóteles  no  se  satisfacía  con  la  re- 
ligión idólatra ;  pero  sería  injusto  acusarle  de  ateísmo.  Sa- 
bido es  que  probaba  la  existencia  de  Dios  por  la  necesidad 
de  un  primer  motor,  y.  aunque  no  siempre  se  exprese  con 
la  debida  claridad,  resulta  de  sus  obras  que  miraba  a  Dios 
como  un  ser  necesario,  inteligente,  distinto  del  universo  y 
causa  del  movimiento.  Si  tuviésemos  completas  las  obras  de 
Aristóteles,  conoceríamos  su  mente  con  mayor  certeza ;  mas 
por  lo  que  de  sí  arroja  un  precioso  pasaje  que  de  ellas  nos 
ha  conservado  Cicerón,  se  deja  entender  que  las  ideas  de 
este  filósofo  sobre  Dios  como  ordenador  y  gobernador  del 
mundo  eran  muy  claras  y  fijas.  He  aquí  sus  palabras:  «Si 
hubiese  debajo  de  la  tierra  gentes  que  hubieran  vivido  en 
cómodas  y  espléndidas  habitaciones,  adornadas  con  estatuas 
y  cuadros  y  provistas  de  cuanto  suelen  disfrutar  los  que  son 
tenidos  por  dichosos,  y  que  sin  haber  salido  nunca  a  la  faz 
de  la  tierra,  y  habiendo  oído  hablar  de  dioses,  salieran  a 
esta  superficie  en  que  nosotros  moramos ;  al  ver  la  ||  tierra, 
el  mar,  el  cielo,  la  magnitud  de  las  nubes,  la  fuerza  de  los 
vientos,  el  tamaño  y  la  hermosura  del  sol,  su  fuerza  activa, 
la  difusión  de  su  luz  por  el  firmamento ;  y  de  noche  la  bó- 
veda celeste  tachonada  de  astros,  las  fases  de  la  luna,  ora 
creciente,  ora  menguante,  y  todos  estos  movimientos  perió- 
dicos, ordenados,  permanentes,  inmutables,  por  cierto  que 
al  contemplar  semejante  espectáculo  dirían  que  hay  dioses 
y  que  el  universo  es  obra  de  los  dioses.»  (De  Natura  Deo- 
rum,  1.  2.°)  || 


[22,  85-87] 


CÍNICOS 


447 


XIX 
CINICOS 


108.  Las  escuelas  de  Platón  y  Aristóteles  no  fueron  las 
únicas  que  resultaron  del  movimiento  intelectual  provoca- 
do por  Sócrates.  Después  de  este  filósofo  vemos  que  hormi- 
guean las  sectas,  como  no  podía  menos  de  esperarse  aten- 
dido el  carácter  curioso  y  disputador  de  los  griegos.  Algunas 
de  estas  escuelas  no  se  pueden  considerar  como  emanadas 
de  las  doctrinas  de  Sócrates,  pues  las  hay  que  están  en 
absoluta  contradicción ;  pero  todas  son  hijas  en  cierto  modo 
del  impulso  comunicado  al  espíritu  griego  por  el  genio  de 
aquel  hombre  extraordinario. 

109.  Los  que  se  distinguieron  en  la  exageración  del  prin- 
cipio de  Sócrates  fueron  los  cínicos.  Su  fundador,  Antíste- 
nes,  empezó  a  enseñar  en  un  lugar  llamado  Cinosarges,  o 
templo  del  Perro  Blanco ;  de  aquí  se  los  llamó  cínicos :  pe- 
rros, nombre  que  además  ||  se  granjearon  por  su  lengua 
mordaz  y  sus  maneras  desvergonzadas. 

110.  Sócrates  había  establecido  que  el  bien  supremo  es 
la  virtud  y  que  a  ésta  debe  posponerse  todo ;  pero  su  discí- 
pulo Antístenes  exageró  o  más  bien  adulteró  esta  verdad, 
diciendo  que  el  hombre  sólo  debe  cuidar  de  la  virtud,  des- 
preciando todo  lo  demás,  inclusas  las  consideraciones  de 
buena  crianza.  Empezó,  pues,  por  vestirse  pobremente,  se 
dejó  crecer  la  barba  y,  armándose  de  cayado  y  zurrón,  em- 
prendió la  vida  filosófica.  Su  discípulo  Diógenes  vive  en  un 
tonel  y  allí  recibe  a  Alejandro.  «¿Qué  quieres  de  mí?»,  le 
dice  el  conquistador.  «Nada ;  sólo  que  te  apartes,  pues  me 
quitas  el  sol.» 

111.  ¿Quién  duda  que  el  hombre  debe  perderlo  todo  an- 
tes que  la  virtud,  y  que  las  riquezas,  los  honores,  los  pla- 
ceres son  objetos  deleznables,  indignos  .de  nuestro  amor? 
Pero  inferir,  como  los  cínicos,  que  nuestras  casas  deben  ser 
un  tonel,  nuestros  vasos  la  mano,  y  que  para  las  necesidades 
de  la  vida  no  debemos  atender  a  las  relaciones  sociales,  es 
una  exageración  no  prescrita  por  la  virtud.  Esta,  llevada  a 
un  alto  punto,  puede  ciertamente  conducir  a  un  desprendi- 
miento heroico,  a  pobreza  absoluta,  a  privaciones  y  sacri- 
ficios de  toda  especie;  pero  nunca  traspasa  ||  los  debidos  lí- 
mites, olvidándose  de  lo  que  disponen  la  prudencia  y  la  de- 
cencia; una  virtud  imprudente  e  indecente  no  sería  virtud. 

112.  Bajo  las  exageraciones  cínicas  se  ocultaba  un  gran 


448 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  87-89] 


fondo  de  orgullo ;  la  vanidad  de  despreciarlo  todo  es  una 
vanidad  peligrosa.  Bien  habló  el  que  dijo  al  cínico  que  ha- 
cía ostentación  de  sus  harapos:  «Al  través  de  las  roturas  de 
tu  vestido  descubro  tu  vanidad.» 

113.  Las  exageraciones  sistemáticas  conducen  a  la  lo- 
cura. La  escuela  cínica,  después  de  haber  pasado  por  Ora- 
tes, que  vende  todos  sus  bienes  y  los  distribuye  entre  los  po- 
bres, dando  un  bello  ejemplo  de  desinterés,  continúa  por 
Metrocles  y  acaba  en  Menipo  y  Menedemo.  Este  último  an- 
daba por  las  calles  gritando  que  había  venido  del  infierno 
para  observar  la  vida  de  los  nombres  y  dar  noticia  de  las 
malas  acciones  a  las  deidades  infernales.  || 


XX 

ESCUELA  CIRENAICA 


114.  Arístipo,  indigno  discípulo  de  Sócrates,  pero  digno 
antecesor  de  Epicuro,  fundó  la  escuela  de  Cirene,  o  cire- 
naica.  Según  ésta,  el  único  criterio  de  la  verdad  se  halla  en 
las  emociones  internas.  Cyrenaicorum,  qui  praeter  permotio- 
nes  intimas,  nihil  putant  esse  criterii.  (Cicerón,  I  Acad.,  li- 
bro 2.°,  §  46.)  El  origen  de  nuestros  conocimientos  es  la 
sensación  ;  el  fin  del  hombre  es  la  felicidad,  y  ésta  consiste 
en  el  placer.  Era  rico,  y  empleaba  su  fortuna  en  proporcio- 
narse una  vida  conforme  a  su  filosofía.  No  admitiendo  dife- 
rencia entre  el  bien  y  el  mal,  buscaba  únicamente  los  goces. 
Tal  ejemplo  es  contagioso ;  su  fácil  teoría  parece  que  se 
arraigó  en  su  propia  casa ;  allí  nació  el  hedonismo  o  doctri- 
na voluptuaria,  explicada  sistemáticamente  por  su  nieto,  en- 
señado por  su  propia  madre,  Arete,  hija  de  Arístipo.  ¡¡ 

115.  A  todas  las  doctrinas  que  proclaman  el  deleite  como 
bien  supremo  les  conviene  que  no  haya  Dios  y  acaban  por 
negarle ;  no  es,  pues,  de  extrañar  que  los  discípulos  de 
Arístipo  cayesen  en  el  ateísmo.  De  esa  escuela  salió  Teodoro 
de  Cirene,  llamado  el  ateo. 

?  16.  Sin  embargo,  no  debemos  inferir  que  todos  los  filó- 
sofos de  Cirene  se  extraviaran  hasta  tal  punto ;  Arístipo,  su 
fundador,  fué  discípulo  de  Sócrates,  y  los  errores  del  discí- 
pulo no  podían  destruir  de  repente  todas  las  doctrinas  del 
maestro. 

117.  Hegesias  es  contado  entre  los  alumnos  de  la  escue- 
la cirenaica ;  pero  este  filósofo  no  debió  de  satisfacerse  mu- 
cho con  el  hedonismo  de  sus  maestros,  pues  que  tan  al  vivo 


[22.  89-91] 


ESCUELA  DE  MEGARA 


449 


pintaba  los  males  de  la  vida  y  las  ventajas  de  la  muerte. 
Se  dice  que  el  rey  Tolomeo  le  prohibió  hablar  de  esto  en  las 
escuelas,  porque  a  consecuencia  de  sus  doctrinas  muchos  se 
suicidaban.  Lo  refiere  Cicerón :  A  malis  igitur  mors  abducit, 
non  a  bonis,  verum  si  quaerimus;  hoc  quidem  a  Cyrenaico 
Hegesia,  sic  copióse  disputatur,  ut  is  a  rege  Ptolomeo  prohi- 
bitus  esse  dicatur  illa  in  schclis  dicere:  quod  mulü  his  audi- 
tis  mortem  sibi  ipsi  consciscerent.  (Tusculane,  1.  1.°,  §  34.)  |] 


XXI 

ESCUELAS  DE  EL5S  Y  ERETRIA 


118.  Fedón  de  Elis  fundó  la  escuela  llamada  elíaca.  Fué 
discípulo  de  Sócrates,  cuyas  doctrinas  contribuyó  a  difun- 
dir. Sucedióle  Plistano,  y  a  éste  Menedemo  de  Eretria,  que 
fundó  la  secta  llamada  de  los  eretríacos ;  pensaban  como 
Herilo,  pero  amplificaban  su  doctrina.  A  Menedemo  autem. 
quod  is  Eretria  fuit,  eretriaci  appellati,  quorum  omne  bo- 
num  in  mente  positum,  et  menñs  acie  quea  verum  cerne- 
retur.  Herilli  similia¡  sed,  opinor,  explicata  uberius  et  orna- 
tius.  (Cicerón,  I,  Acad,  §  42.)  || 


XXII 

ESCUELA  DE  MEGARA 


119.  La  escuela  de  Megara  fué  fundada  por  Euclides,  a 
quien  no  se  debe  confundir  con  el  famoso  geómetra  que 
un  siglo  después  llevó  el  mismo  nombre.  Fué  discípulo  de 
Sócrates,  y  nada  menos  que  con  peligro  de  la  vida.  Cuén- 
tase que,  estando  prohibido  a  los  habitantes  de  Megara  en- 
trar en  Atenas  bajo  pena  de  muerte,  iba  él,  sin  embargo, 
todas  las  noches,  vestido  de  mujer  y  teniendo  que  andar 
más  de  mil  pasos.  La  afición  a  la  filosofía  se  trocó  bien 
pronto  en  prurito  de  disputas;  el  arte  dialéctica  que  he- 
mos visto  nacer  en  Elea  se  refino  en  Megara;  sus  filósofos 
se  distinguieron  en  esta  parte  hasta  el  punto  de  merecer  el 
renombre  de  disputadores.  |l 


39 


450 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  92-93] 


XXIII 

PIRRONICOS 


120.  ¿Quién  creyera  que  el  escepticismo  pudo  nacer  de 
una  idea  virtuosa?  He  aquí,  sin  embargo,  cómo  fué  condu- 
cido Pirrón  de  Elea  £  un  extremo  tan  deplorable.  Empezó 
por  encarecer  la  importancia  de  la  virtud  y  la  necesidad 
de  dedicarse  a  ella  exclusivamente,  dejando  inútiles  inves- 
tigaciones que  no  podían  conducirnos  al  conocimiento  de  la 
verdad.  Hállanse  en  e§ta  doctrina  las  dos  máximas  de  Só- 
crates: 1.*,  la  virtud  es  el  supremo  bien;  2.a,  sólo  sé  que  no 
sé  nada.  Mas  Pirrón  insistió  mucho  en  la  última ;  trató  de 
apoyarla  con  su  dialéctica,  no  advirtiendo  que  al  minar  toda 
verdad  minaba  toda  virtud,  pues  que  la  virtud  es  también 
una  gran  verdad.  Pero  el  filósofo  se  había  ido  engolfando  en 
su  sistema  y  el  amor  propio  no  retrocede  fácilmente ;  acep- 
tó, pues,  las  consecuencias  de  sus  principios ;  en  la  ruina  de 
la  verdad  envolvió  la  virtud  y  acabó  por  negarlo  todo.  || 
¿Cuál  fué  entonces  su  doctrina  sobre  la  conducta  humana? 
«Es  difícil,  decía,  el  despojarse  totalmente  de  la  naturale- 
za» ;  y  así  dejaba  por  única  regla  el  vivir  conforme  a  la 
misma.  ¿Qué  se  infería  de  esto?  Si  no  hay  verdad  absoluta 
no  hay  moral ;  sólo  hay  apariencias,  entre  las  cuales  descue- 
llan las  sensibles ;  de  aquí  a  la  teoría  del  placer  no  hay  más 
que  un  paso,  por  manera  que  una  filosofía  que  empieza  por 
una  exageración  de  la  moral  acaba  en  el  cieno  de  la  co- 
rrupción. 

121.  El  escepticismo,  cuya  cuna  hemos  hallado  en  Elea, 
se  desenvuelve  en  la  escuela  de  Pirrón  y  de  su  discípulo  y 
amigo  Timón,  a  quien  se  atribuye  el  haber  excogitado  diez 
argumentos  para  combatir  toda  verdad,  o  sean  diez  moti- 
vos de  duda.  Todavía  encontraremos  posteriormente  las  ra- 
mificaciones de  esta  escuela.  Ya  la  hemos  visto  nacer  entre 
los  primeros  eleáticos  (XV)  y  la  veremos  continuando  hasta 
nuestros  días.  || 


\2Z.  94-96] 


EPICÚREOS 


451 


XXIV 
EPICUREOS 


122.  La  doctrina  cirenaica  dió  sus  frutos:  el  hedonismo 
de  Arístipo  quedó  como  una  mala  simiente  para  emponzo- 
ñar a  las  escuelas.  Su  más  famoso  propagador  es  Epicuro. 
que  vivía  por  los  años  de  300  antes  de  la  era  cristiana. 

123.  La  filosofía  de  Epicuro  tuvo  muchos  secuaces:  nada 
más  natural :  es  cómoda.  El  mérito  de  este  filósofo  era  esca- 
so ;  si  se  hubiese  dirigido  al  entendimiento  no  habría  sido 
capaz  de  fundar  escuela;  pero  ¿quién  no  la  funda  si  quiere 
halagar  las  pasiones? 

124.  Epicuro,  que  tal  preferencia  daba  a  los  sentidos, 
era,  sin  embargo,  muy  ignorante  en  las  ciencias  físicas : 
Totus  alienus.  (Cicerón,  De  finibus,  I.)  Siguió  a  Demócrito 
en  la  teoría  de  los  átomos  o  corpuscular ;  pero,  queriendo 
mejorarla,  la  estropeó :  Ut  ea  ||  quae  corrigere  vult,  mihi 
quidem  depravare  videatur.  (Ibíd.,  I.)  No  podía  ser  buen 
físico  quien  desdeñaba  la  geometría  y  aconsejaba  a  su  ami- 
go Polieno  que  procurase  olvidarla  (ibíd.).  Se  gloriaba  de 
no  haber  tenido  maestro :  para  ser  ignorante  no  se  necesita. 

125.  La  lógica  de  Epicuro  no  era  una  ciencia,  era  un 
conjunto  de  reglas:  cánones;  por  esto  no  la  llamó  dialéc- 
tica, sino  canónica.  Como  no  admitía  más  que  sensaciones, 
toda  su  lógica  se  limitaba  a  dirigir  éstas.  El  criterio  de  la 
verdad  lo  ponía  en  los  sentidos :  Epicuro  no  reconoce  or- 
den intelectual. 

126.  Algunas  veces  habla  de  los  dioses ;  pero  en  tal  filó- 
sofo este  lenguaje  es  un  sarcasmo.  Para  él  sólo  hay  materia 
y  movimiento :  lo  demás  es  nada.  Los  negaba  en  la  reali- 
dad; los  dejaba  de  palabra:  Re  tollens,  oratione  relinquens 
Déos.  (De  Natura  Deorum,  1.  l.°) 

127.  Como  quiera,  Epicuro  tuvo  buen  cuidado  de  negar 
la  providencia  de  los  dioses,  para  el  caso  que  existieran. 
«Un  ser  eterno  y  feliz,  dice,  ni  tiene  pena  ni  la  da;  ni  se 
indigna  ni  ama.»  (Cicerón,  De  finibus,  1.  l.°)  Con  esta  doc- 
trina fácilmente  se  infiere  a  qué  se  reduce,  según  Epicuro, 
la  vida  futura:  a  nada;  la  muerte  es  el  fin  de  todo.  || 

128.  La  moral  corresponde  a  la  metafísica ;  el  edificio  al 
cimiento.  Para  Epicuro  el  bien  es  el  placer,  el  mal  el  dolor; 
gozar  del  primero  y  huir  del  segundo :  he  aquí  toda  su  mo- 
ral. Honesto,  inhonesto,  lícito,  ilícito,  deber,  obligación,  vir- 
tud, vicio;  todo  se  convierte  en  palabras  sin  sentido.  El 


452 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22.  96-98] 


filósofo  las  usa  algunas  venes,  y  hasta  parece  que  intente 
encubrir  lo  repugnante  de  sus  doctrinas  encomiando  a  la 
virtud ;  pero  pronto  se  olvida  de  su  designio  y  cae  de  nue- 
vo en  el  lugar  que  le  corresponde :  el  lodo. 

129.  ¿Qué  importa  el  recomendar  la  templanza  cuando 
esta  recomendación  no  tiene  más  objeto  que  el  placer  mis- 
mo? El  epicúreo  dice:  «Gozad  con  moderación  para  que  po- 
dáis gozar  por  más  tiempo  y  mejor» ;  pero  el  destemplado 
dirá :  «Si  no  hay  más  regla  que  el  placer,  quiero  calcular  a 
mi  modo  el  valor  de  su  cantidad  y  calidad»;  y  es  temible  que 
muchos,  aun  cuando  conozcan  que  abrevian  su  vida  con  el 
desorden,  repitan  la  famosa  frase :  Corta  y  buena.  Además, 
suponiendo  que  Epicuro  llegase  a  formar  un  sabio  a  su  ma- 
nera, el  tipo  de  su  perfección  ideal  sería  un  buen  calculador 
en  todo  lo  que  atañe  a  salud  y  comodidades ;  así  los  hom- 
bres morales  por  excelencia  serían  los  más  sanos  y  gordos : 
Epicuri  de  grege  porcos,  dijeron  con  verdad  los  antiguos.  |l 

130.  El  íntimo  amigo  de  Epicuro.  su  discípulo  predilec- 
to, fué  Metrodoro.  Este,  según  nos  dice  Cicerón,  se  indig- 
naba contra  su  hermano  Timócrates,  porque  dudaba  de  que 
toda  la  felicidad  consistiese  en  el  vientre :  Quod  dubitei 
omnia  quae  ad  beatam  vitara  pertinent  ventre  metiri.  (De 
Natura  Deorum,  1.  1.°,  §  40.) 

Para  oprobio  de  la  escuela  de  Epicuro  se  ha  conservado 
en  las  obras  de  Plutarco  un  fragmento  de  la  carta  a  que  alu- 
de Cicerón:  «¡Oh  qué  gozo,  qué  gloria  para  mí  el  haber 
aprendido  de  Epicuro  el  modo  de  contentar  mi  estómago! 
Porque  en  verdad,  ¡oh  Timócrates!.  el  bien  soberano  del 
hombre  está  en  el  vientre.»  Quien  tales  cosas  escribía  a  un 
hermano,  ¿qué  diría  al  estar  en  libertad  entre  sus  amigos? 

131.  El  ilustre  romano  se  indignaba  contra  esta  doctri- 
na ;  su  grande  alma  no  podía  ni  tolerarla  siquiera ;  y  como 
además  estaría  viendo  los  estragos  que  hacía  en  las  costum- 
bres, agota  contra  ella  los  tesoros  de  su  elocuencia ;  para 
formarse  idea  de  Epicuro  y  su  sistema  es  preciso  leer  a  Ci- 
cerón. Tan  pestilente  doctrina  debió  de  contribuir  a  la  deca- 
dencia de  Roma,  pues  sabemos  por  Cicerón  que  el  retrato 
de  Epicuro  se  hallaba  en  cuadros,  en  vasos  y  hasta  en  las 
sortijas.  Cuius  imaginem  non  modo  in  tabulis  nostri  |l  fami- 
liares, sed  etiam  in  poculis  et  in  annulis  habent.  (De  finibus, 
libro  5.°) 

132.  El  epicureismo  práctico  es  la  obra  de  las  pasiones : 
el  teórico  es  un  servicio  que  el  entendimiento  les  presta: 
he  aquí  por  qué  le  hemos  visto  resucitar  en  los  tiempos 
modernos.  ||  * 


[22,  99-101] 


ESTOICOS 


453 


XXV 
ESTOICOS 


133.  La  escuela  estoica,  fundada  por  Zenón  de  Cítium 
y  que  tomó  el  nombre  del  pórtico  en  que  éste  enseñaba,  se 
ha  hecho  célebre  por  la  severidad  de  su  moral.  Adoptó  el 
rigor  de  los  cínicos,  mas  no  su  impudencia.  Zenón  fué  dis- 
cípulo del  cínico  Crates ;  pero  se  instruyó  posteriormente 
en  la  escuela  de  Megara  bajo  la  enseñanza  de  Estilpón,  y 
en  la  platónica,  oyendo  primero  a  Jenócrates  y  después  a 
Polemón. 

134.  Según  los  estoicos,  nada  hay  bueno  sino  la  virtud, 
nada  malo  sino  el  vicio.  La  virtud  es  la  felicidad ;  el  vicio 
la  desdicha.  La  virtud  es  sabiduría ;  el  vicio  insensatez.  El 
sabio  o  virtuoso,  que  para  ellos  significa  lo  mismo,  es  feliz, 
sean  cuales  fueren  sus  aparentes  infortunios :  si  le  atormen- 
tan en  el  potro,  le  meten  en  el  toro  de  Falaris  o  le  destrozan 
lentamente  sus  carnes,  continuará  dichoso:  su  ventura  ¡| 
es  imperturbable ;  nada  pueden  contra  ella  los  hombres ;  la 
conciencia  es  un  cielo.  Verdad  es  que,  a  más  de  la  virtud  y 
"vicio,  hay  en  el  mundo  otras  cosas  que  parecen  buenas  o  ma- 
las ;  mas  los  estoicos,  temerosos  de  contaminarse,  no  les  da- 
ban estos  nombres,  sino  el  de  preferibles  o  posponibles ;  los 
de  bien  y  de  mal  los  reservaban  a  la  virtud  y  al  vicio. 

135.  El  sabio  de  los  estoicos  es  una  especie  de  ser  impa- 
sible, a  quien  nada  puede  perturbar.  Todo  lo  tiene  y  nada 
puede  perder,  y  así  no  teme ;  nada  le  falta,  y  así  nada  de- 
sea ;  las  pasiones  que  se  levantan  en  los  demás  hombres, 
el  sabio  las  conserva  encadenadas  siempre,  en  todas  ocasio- 
nes, en  la  próspera  fortuna  o  adversa.  La  familia  perece, 
los  amigos  mueren,  la  patria  se  hunde,  el  mundo  se  desplo- 
ma ;  el  sabio  está  sereno :  el  gozo  retoza,  la  alegría  se  de- 
rrama, el  dolor  gime,  la  tristeza  suspira,  el  asombro  se  pe- 
trifica, el  terror  se  hiela  y  enmudece ;  el  sabio  continúa 
impasible. 

¿Dónde  está  ese  hombre?  Entre  los  antiguos  no  se  le  en- 
cuentra ;  es  un  ser  ideal  que  ellos  concebían ;  nada  más. 

136.  ¿Cuáles  eran  las  doctrinas  en  que  pretendían  apo- 
yar tanta  virtud?  Es  sensible  que  tan  bellos  sentimientos  no 
tuviesen  por  cimiento  una  sólida  teoría.  ||  ¿Cuál  era  el  Dios 
de  los  estoicos?  El  fuego:  uno  de  los  cuatro  elementos. 
¿Qué  era  el  alma?  Una  centella  de  fuego.  ¿A  qué  condicio- 
nes está  sujeto  el  ejercicio  de  su  acción?  La  necesidad.  El 


454 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  101-103] 


hado  (fatum):  el  alma,  según  los  estoicos,  no  es  libre.  ¿Cuál 
es  el  porvenir  que  nos  espera  en  recompensa  o  castigo?  El 
alma,  o  muere  con  el  cuerpo  o  vive  sola  por  largo  tiempo, 
a  la  manera  de  las  cornejas,  como  dice  con  gracia  Cicerón 
(Tusculane,  1.  l.°). 

Por  manera  que  con  un  Dios  corpóreo,  un  alma  material, 
sin  libertad  ni  vida  futura,  querían  cimentar  una  moral  tan 
severa :  no  es  más  difícil  el  levantar  una  pirámide  como 
las  de  Egipto  sobre  un  montón  de  arena. 

137.  El  estoicismo  continuó  por  algún  tiempo  aun  des- 
pués de  haber  aparecido  sobre  la  tierra  la  religión  cristia- 
na: estoicos  fueron  Epicteto  y  el  emperador  Marco  Aurelio. 
Por  lo  que  nos  ha  quedado  de  los  escritos  de  aquella  época 
parece  que  el  estoicismo  se  elevaba  a  mayor  altura:  ¿cuál 
es  la  causa?  La  influencia  del  cristianismo.  A  la  sazón  se 
leían  ya  por  todo  el  mundo  romano  los  Evangelios  y  demás 
libros  del  Nuevo  Testamento,  y  Atenágoras  y  San  Justino 
dirigían  a  los  emperadores  las  apologíás  de  la  religión  cris- 
tiana, Villemain,  en  su  obra  De  la  filosofía  estoica  y  del 
cristianismo,  ha  hecho  notables  observaciones  ||  en  confir- 
mación de  esta  verdad  (Misceláneas,  t.  II). 

138.  La  cosmología  de  los  estoicos  se  reducía  a  explicar 
el  mundo  por  la  acción  del  fuego,  materia  pasiva,  y  fuego 
que  da  movimiento,  acción,  vida ;  helo  aquí  todo.  Esto  ni  si- 
quiera tiene  el  mérito  de  la  novedad :  lo  hemos  hallado  en 
escuelas  anteriores. 

139.  Su  ideología  estaba  conforme  con  sus  principios  ma- 
terialistas ;  no  habiendo  más  que  cuerpos,  no  hay  más  inte- 
ligencia que  la  sensación :  toda  la-  actividad  del  alma  se  di- 
rige a  ésta,  y  de  aquí  no  puede  pasar,  porque  fuera  de  esto 
no  hay  nada. 

Sin  embargo,  ocupándose  el  alma  de  los  materiales  ofre- 
cidos por  la  sensación,  se  forman  varias  clases  de  conoci- 
miento :  sus  grados  los  explicaba  Zenón  con  gestos.  Abría 
la  mano  y  mostraba  el  reverso  de  ella:  «He  aquí,  decía,  la 
representación :  visus.»  Encorvaba  un  poco  ios  dedos :  «He 
aquí  el  asenso:  assensus.»  Cerraba  la  mano  y  mostraba  el 
puño :  «He  aquí  la  comprensión :  comprehensio.»  Con  la 
mano  izquierda  cogía  el  puño  de  la  derecha  y  le  apretaba 
fuertemente:  «He  aquí  la  ciencia,  patrimonio  del  sabio.» 
(Cicerón,  I  Acad..  1.  2.°)  || 

140.  El  método  de  los  estoicos  era  obscuro,  sutil,  como 
de  quien  descarna  huesos  o  saca  espinas  con  alfileres:  Nec 
more  hominum  acu  spinas  vellentium,  ut  stoici,  nec  ossa 
nudantium.  (Cicerón,  De  finibus.  L  4.°) 

141.  Su  lógica  abundaba  de  sutilezas;  ocupándose  sólo 
de  la  parte  relativa  al  arte  de  disputar,  se  olvidaban  de  la 
inventiva. 


[22,  103-1051     LA  ACADEMIA  NUEVA  Y  LA  NOVÍSIMA 


455 


142.  No  siempre  estuvieron  de  acuerdo  los  discípulos  de 
Zenón :  profesaban  con  harta  frecuencia  opiniones  encon- 
tradas, que  no  hay  necesidad  de  exponer  aquí.  Se  distin- 
guen en  esta  escuela  Perseo,  Aristón,  Herilo,  Oleantes,  des- 
collando Crisipo,  llamado  la  columna  del  Pórtico. 

143.  Los  estoicos  fueron  poco  felices  en  el  arte  de  ha- 
blar. Zenón  era  tan  frío  que  era  capaz  de  apagar  el  fuego 
en  quien  lo  tuviese:  Restinguet  citius,  si  ardentem  acceperit. 
(Cicerón,  De  finibus,  1.  4.°)  Oleantes  y  Crisipo  escribieron 
un  arte  retórica ;  de  la  de  Crisipo  dice  Cicerón  con  mucho 
donaire:  «Si  alguien  quiere  aprender  a  callar,  no  debe  leer 
otra  cosa.»  Si  quis  obmutescere  concupierit,  nihil  aliud  le- 
gere  debeat.  (Ibíd.)  || 


XXVI 

LA  ACADEMIA  NUEVA  Y  LA  NOVISIMA 


144.  Ya  hemos  visto  cómo  la  escuela  de  Platón  recibió 
el  nombre  de  Academia;  pero  con  el  mismo  título  se  desig- 
naron otras,  bien  que  añadiéndoles  los  epítetos  de  vieja,  me- 
dia y  nueva,  o  vieja,  nueva  y  novísima,  con  relación  a  tres 
épocas  principales. 

145.  La  Academia  vieja  empieza  en  Platón,  o  más  bien 
en  Sócrates,  quien  inauguró  el  método  de  discutir  en  pro  y 
en  contra,  absteniéndose  de  afirmar  y  diciendo  que  sólo  sa- 
bía una  cosa,  y  es  que  no  sabía  nada.  Pero  así  por  el  nom- 
bre como  por  la  forma  puede  ser  mirado  Platón  como  el 
fundador  de  la  Academia,  pues  que  con  su  talento,  elocuen- 
cia y  método  constituyó  una  verdadera  escuela  y  organizó 
un  sistema  filosófico  en  todas  sus  relaciones.  La  doctrina  y 
método  de  Platón  no  se  conservaron  en  Aristóteles,  que  im- 
pugnó en  varios  puntos  las  teorías  de  !l  su  maestro,  ni  fué 

*  tan  cauto  como  él  en  guardarse  de  afirmar  o  negar.  Los  fie- 
les discípulos  de  Platón  fueron  Espeusipo  y  Jenócrates, 
quienes  continuaron  la  escuela  académica  enfrente  de  la 
peripatética.  Sucediéronles  Polemón,  Crates  y  Crantor. 

146.  Entre  los  discípulos  de  Polemón  se  contaba  Zenón, 
el  fundador  de  la  escuela  estoica,  quien,  proponiéndose  in- 
troducir nuevas  doctrinas,  provocó  la  oposición  de  Arcesi- 
las,  resultando  de  aquí  la  Academia  media.  Según  Cicerón, 
Arcesilas  no  disputaba  por  espíritu  de  contradecir  ni  por  la 
vanidad  de  triunfar,  sino  movido  por  la  obscuridad  de  las 
cosas,  obscuridad  que  había  obligado  a  Sócrates  a  confesar 
su  ignorancia,  y  antes  que  a  Sócrates  a  Demócrito,  Anaxá- 


456 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  105-107] 


goras,  Empédocles  y  a  casi  todos  los  antiguos,  quienes  di- 
jeron que  nada  podemos  conocer,  ni  percibir,  ni  saber ;  que 
los  sentidos  son  limitados,  el  espíritu  débil,  la  vida  corta : 
que  estando  la  verdad  oculta  en  un  pozo  profundo,  según 
la  expresión  de  Demócrito,  todo  lo  regían  las  opiniones  y  las 
convenciones ;  y  que  así  no  quedaba  lugar  a  la  verdad,  y 
todo  se  hallaba  cubierto  de  tinieblas.  Por  lo  cual,  Arcesilas 
negaba  la  posibilidad  de  saber  algo,  ni  aun  aquello  de  Só- 
crates: «sé  que  nada  sé»,  de  donde  infería  que  nada  se  de- 
bía afirmar,  que  a  nada  se  debía  asentir ;  que  era  necesa- 
rio suspender  siempre  el  juicio,  calificando  de  |¡  temeraria 
y  torpe  la  conducta  opuesta.  Consecuente  a  su  sistema,  dis- 
putaba en  pro  y  en  contra  de  todo,  con  la  mira  de  que,  apa- 
reciendo la  igualdad  de  razones  en  sentidos  contrarios,  fue- 
ra más  fácil  librarse  de  la  tentación  de  afirmar.  El  método 
de  Arcesilas  no  encontró  por  de  pronto  mucho  séquito,  pero 
se  sostuvo  con  cierto  brillo,  merced  a  los  talentos  del  fun- 
dador, que  se  distinguía  por  su  agudeza  de  ingenio  y  admi- 
rable gracia  en  el  decir. 

147.  Sucedióle  Lacides ;  éste  tuvo  por  discípulo  a  Evan- 
dro,  quien  fué  maestro  de  Hegesino,  cuyas  lecciones  recibió 
el  famoso  Carnéades,  fundador  de  la  nueva  o  más  bien  no- 
vísima Academia,  por  los  años  de  180  antes  de  la  era  vulgar. 

148.  Era  Carnéades  hombre  de  talento  extraordinario, 
de  mucha  facundia  y  elegancia,  y  versado  en  todas  las  par- 
tes de  la  filosofía,  en  lo  cual  excedía  al  mismo  Arcesilas. 
Sostuvo,  como  éste,  que  nada  sabemos,  ni  aun  sabemos  que 
no  sabemos :  y  cuando  Antipatro  le  objetaba  que  al  menos 
debíamos  saber  esto  último,  ya  que  en  ello  se  fundaba  la 
Academia,  respondía  Carnéades  que  la  regla  era  general, 
sin  excepción  de  ninguna  clase,  y,  por  tanto,  que  en  la  ig- 
norancia de  todo  quedaba  también  envuelta  la  ignorancia 
de  la  ignorancia.  Sin  embargo,  no  se  crea  que  |l  Carnéades 
estableciese  la  duda  universal,  s  la  maneta  de  Pirrón ;  ad- 
mitía probabilidades ;  sólo  negaba  la  certeza,  en  lo  cual  opi- 
naba tener  lo  bastante  para  la  discusión  filosófica  y  la  con- 
ducta de  la  vida.  Además,  parece  que  no  llevaba  su  severi-  - 
dad  hasta  el  punto  de  Arcesilas:  éste  creía  que  el  sabio  no 
debe  afirmar  nunca;  Carnéades  a  veces  concedía  que  en 
ciertos  casos  la  afirmación  era  permit  da.  Carnéades,  non- 
nunquam  secundum  illud  dabat;  assentiri  aliquando.  (Cice- 
rón, I  Acad.,  §  21.)  Esto  era  un  paso  importantísimo  y  se- 
paraba mucho  a  Carnéades  de  Arcesilas.  Cicerón  no  aprue- 
ba esta  reforma,  y  se  inclina  a  creer  que  Carnéades  no  lo 
estableció  asi  absolutamente  y  que  trató  la  cuestión  sin  re- 
solverla :  Hoc  magis  ab  eo  disputatum.  quam  probatum. 
pulo.  (Ibíd.,  24.)  Y  en  verdad  que  no  habria  mucha  lógica 
en  esta  concesión  de  Carnéades.  porque  siendo  doctrina  fun- 


[22.   107-109]        LA  ACADEMIA  NUEVA  Y  LA  NOVÍSIMA 


457 


damental  de  su  escuela  el  que  no  hay  ninguna  representa- 
ción verdadera  que  no  pueda  ser  imitada  por  otra  falsa,  no 
se  concibe  por  qué  se  encontrarían  casos  en  que  la  afirma- 
ción fuese  legítima,  a  no  ser  que  se  destruya  el  cimiento  de 
la  Academia. 

149.  La  escuela  de  Carnéades  combatía  hasta  la  misma 
dialéctica,  comparándola  con  Penélope,  porque  deshacía  a 
un  tiempo  lo  que  había  tejido  en  otro.  ¿Qué  se  necesita,  pre- 
guntaban, para  formar  un  montón?  ||  ¿Bastan  dos  granos? 
No.  ¿Tres?  No.  ¿Cuatro?  No.  Lo  mismo,  añadían,  se  puede 
preguntar  sobre  la  riqueza  y  la  pobreza,  la  fama  y  la  obs- 
curidad, lo  mucho  y  lo  poco,  lo  grande  y  lo  pequeño,  lo  lar- 
go y  lo  corto,  lo  ancho  y  lo  estrecho ;  y  así  decían  que  no  es 
posible  fijar  nada,  pues  que  por  una  degradación  vamos  re- 
trocediendo delante  de  una  serie  de  interrogaciones  que 
no  nos  dejan  descansar.  «Me  pararé,  respondía  Crisipo. — Pá- 
rate en  buena  hora,  replicaba  Carnéades ;  respira,  duerme  si 
quieres;  pero  ¿de  qué  te  sirve  el  reposo?  Te  despertarán  y 
te  encontrarás  de  nuevo  con  las  preguntas.  — Péro  haré  lo 
que  un  buen  conductor :  detendré  los  caballos  si  veo  un 
precipicio ;  no  responderé  nada  ;  callaré.  — Bien  está ;  pero 
callas  lo  que  sabes  o  lo  que  no  sabes :  si  lo  que  sabes,  el  si- 
lencio es  orgullo ;  si  lo  que  no  sabes,  caíste  en  la  red.» 

150.  La  dialéctica  establece  que  toda  proposición  es  ver- 
dadera o  falsa :  he  aquí  un  ejemplo  de  las  sutilezas  con 
que  Carnéades  combatía  este  axioma.  «Si  dices  que  mientes, 
y  en  efecto  es  así,  mientes  y  dices  verdad,  luego  tenemos  el 
sí  y  el  no.»  Esto  es  un  juego  de  palabras,  porque  en  tal  caso 
se  dice  verdad  respecto  a  la  afirmación  de  la  mentira,  como 
un  hecho  anterior :  el  sí  se  refiere  al  acto  de  mentir ;  el  no, 
a  la  falta  de  verdad  en  lo  afirmado  por  la  mentira.  || 

151.  Vivió  Carnéades  hasta  edad  muy  avanzada,  tenien- 
do a  su  lado  a  su  discípulo  Clitomacho,  hombre  muy  aficio- 
nado al  estudio,  muy  laborioso  y  agudo  como  un  cartagi- 
nés :  Acutus  ut  poenus.  La  escuela  académica  continuó  por 
Filón  y  Antíoco  Ascalonita,  a  quienes  oyó  Cicerón,  en  cuyo 
tiempo  estaba  casi  abandonada  en  Grecia :  Quam  nunc  pro- 
pe  modum  orbam  esse  in  ipsa  Graecia  intelligo.  (De  Natura 
Deorum,  1.       §  5.)  || 


458 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  110-112] 


XXVII 
CICERON 


152.  Los  romanos-  participaron  muy  tarde  del  movimien- 
to filosófico :  su  carácter  severo  y  amigo  de  empresas  gran- 
des hacía  que  desdeñasen  los  entretenimientos  de  las  escue- 
las. Las  costumbres,  las  leyes,  el  arte  de  la  guerra,  la  exten- 
sión de  su  imperio,  tales  eran  los  objetos  de  su  predilección. 
Sin  embargo,  la  continua  comunicación  con  los  griegos  llegó 
a  quebrantar  algún  tanto' aquellos  indómitos  caracteres;  a 
pesar  de  la  severidad  de  Catón,  por  cuyo  consejo  fueron 
echados  de  Roma  los  filósofos,  se  apoderó  de  los  dueños  del 
mundo  el  prurito  de  investigar  y  disputar:  vencedores  de 
la  Grecia,  fueron  vencidos  por  su  bella  esclava. 

153.  Antes-  de  Cicerón  se  había  ya  introducido  en  Roma 
la  filosofía  griega ;  pero  faltaba  un  escritor  que,  dándole 
brillo,  la  popularizase.  El  grande  |]  orador  no  había  descui- 
dado ninguna  clase  de  estudios  que  pudiese  contribuir  a  la 
perfección  del  arte  de  hablar ;  así  es  que,  a  más  de  los  poe- 
tas y  oradores,  se  había  nutrido  desde  su  juventud  con  la 
lectura  de  los  filósofos  griegos.  Las  turbulencias  políticas 
que  amargaron  los  últimos  años  de  su  vida  le  obligaron  a 
buscar  un  consuelo  en  los  ejercicios  filosóficos ;  privado  de 
lucir  su  elocuencia  en  el  foro  y  en  el  senado,  destituido  de 
toda  influencia  en  los  negocios  públicos  y  condenado  a  la 
obscuridad  del  hogar  doméstico,  donde  le  perseguía  también 
la  desgracia  con  la  muerte  de  su  hija  Tulia,  se  consolaba  de 
sus  infortunios  con  el  estudio  de  la  filosofía  y  con  fomentar 
en  su  patria  el  movimiento  intelectual,  ya  que  le  era  impo- 
sible enderezar  la  marcha  de  las  cosas  políticas.  El  propio 
lo  indica  así  en  diversos  lugares,  y  al  través  de  la  severidad 
de  sus  doctrinas  y  elevación  de  carácter  deja  traslucir  algún 
tanto  la  profunda  tristeza  que  le  devoraba.  «Diré  la  ver- 
dad: mientras  la  ambición,  los  honores,  el  foro,  la  política, 
la  participación  en  el  gobierno  me  enredaban  y  ataban  con 
muchos  deberes,  tenía  encerrados  los  libros  de  los  filósofos ; 
sólo  para  precaver  el  olvido  los  repasaba  leyendo  algunos 
ratos,  según  que  el  tiempo  me  lo  permitía ;  mas  ahora, 
cruelmente  maltratado  por  la  fortuna  y  exonerado  del  go- 
bierno de  la  república,  busco  en  la  filosofía  un  honesto  so- 
laz en  mis  ocios  y  un  lenitivo  a  mi  dolor.»  Ego  ||  autem 
(dicam  enim  ut  res  est)  dum  me  ambitio,  dum  honores,  dum 
causae,  dum  reipublicae  non  solum  cura,  sed  quaedam  etiam 


[22,  112-114  1 


CICERÓN 


459 


procuratio,  multis  officiis  implicatum  et  constrictum  tene- 
bat,  haec  inclusa  habebam,  et  ne  obsolescerent,  renovabam 
cum  licebat  legendo.  Nunc  vero  et  fortunae  gravissimo  per- 
culsus  vulnere,  et  administratione  reipublicae  liberatus,  do- 
loris  medicinam  a  philosophia  peto,  et  otii  oblectationem  * 
hanc  honestissimam  iudico.  (II  Acad.) 

154.  Si  lícito  fuera,  debiéramos  alegrarnos  de  las  des- 
gracias de  Cicerón,  ya  que  proporcionaron  a  las  ciencias  y  a 
las  letras  tan  insigne  beneficio,  dando  origen  a  sus  obras 
filosóficas.  No  fundó  ninguna  escuela,  ni  tenía  tampoco  se- 
mejante pretensión ;  sólo  intentaba  difundir  en  su  patria 
las  doctrinas  de  la  filosofía  griega,  acabando  con  los  malos 
traductores  y  hermanando  la  afición  a  la  ciencia  con  el  buen 
gusto  en  el  estilo  y  lenguaje.  La  elocuencia,  la  elegancia,  el 
bien  decir,  eran  los  objetos  predilectos  del  grande  orador ; 
no  puede  olvidarlos  ni  aun  en  los  laberintos  de  las  cuestio- 
nes filosóficas :  después  de  haber  brillado  en  la  tribuna  quie- 
re brillar  en  la  cátedra.  «Hasta  nuestros  días,  la  filosofía 
ha  estado  descuidada  entre  los  latinos ;  faltóle  el  esplendor 
de  las  bellas  letras ;  yo  me  propongo  ilustrarla'  y  propagar- 
la :  si  en  mis  ocupaciones  fui  útil  en  algo  a  mis  conciudada- 
nos, ||  deseo  que,  si  es  posible,  les  aprovechen  mis  ocios.  La 
tarea  es  tanto  más  digna  cuanto  que,  según  dicen,  hay  es- 
critos sobre  esto  muchos  libros  en  latín,  por  autores  de  sana 
intención  sin  duda,  mas  no  de  bastante  saber.  Es  posible 
que  uno  piense  bien  y  no  acierte  a  expresarse  con  elegan- 
cia, y  el  escribir  sin  arte,  sin  belleza,  sin  nada  que  atraiga 
al  lector,  es  perder  tiempo  y  trabajo.  Así  esos  autores  leen 
ellos  mismos,  con  los  suyos,  sus  propios  libros,  y  no  en- 
cuentran más  lectores  que  los  que  desean  la  libertad  de  es- 
cribir mal.  Por  lo  que,  si  en  algo  puedo  contribuir  a  la  per- 
fección de  la  oratoria,  con  más  cuidado  me  dedicaré  a  mos- 
trar los  manantiales  de  la  filosofía,  de  los  cuales  sacaba  mi 
elocuencia.  Así  como  Aristóteles,  hombre  de  grande  ingenio 
y  vasto  saber,  emulando  la  gloria  del  retórico  Isócrates, 
emprendió  la  enseñanza  del  bien  decir,  enlazando  la  sabidu- 
ría con  la  elocuencia,  me  propongo  yo  entrar  en  el  rico 
campo  de  la  filosofía  sin  despojarme  de  mis  costumbres  ora- 
torias, pues  que  siempre  creí  que  la  perfección  de  la  filosofía 
consiste  en  tratar  las  grandes  cuestiones  con  riqueza  y  ele- 
gancia.» (Tusculane,  1.  1.°,  §§  3  y  4.) 

155.  Las  obras  filosóficas  de  Cicerón  no  se  distinguen 
tanto  por  su  profundidad  como  por  la  abundancia  de  noti- 
cias y  por  la  lucidez  de  la  exposición  en  que  nos  da  cuenta 
de  los  sistemas  filosóficos.  Se  conoce  ||  que  Cicerón  no  ha  he- 
cho de  la  filosofía  su  estudio  preferente,  y  así  es  que  no 
acierta  a  revestirse  del  traje  de  escuela :  en  sus  palabras  se 
descubre  siempre  al  político  y  sobre  todo  al  orador.  Sus  es- 


460 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  114-116] 


critos  filosóficos  son  de  alta  importancia  para  la  historia  de 
la  filosofía,  porque,  conociendo  a  fondo  la  lengua  griega, 
disfrutando  de  obras  que  se  han  perdido  y  habiendo  visto 
con  sus  ojos  los  últimos  resplandores  de  las  escuelas  que 
describe,  es  un  testigo  precioso  para  hacernos  conocer  el  es- 
píritu de  la  filosofía  antigua. 

156.  Tocante  a  las  opiniones  de  Cicerón,  suele  ser  difí- 
cil el  conocerlas  con  exactitud.  Es  académico  en  todo  el  ri- 
gor de  la  palabra.  Introduce  alternativamente  en  sus  diá- 
logos a  filósofos  de  todas  las  escuelas,  y  aunque  a  veces  se 
descubre  cuál  es  la  que  prefiere,  también  sucede  con  harta 
frecuencia  que  no  es  fácil  adivinar  su  verdadero  pensamien- 
to. Hasta  se  podría  sospechar  que  en  varias  materias  no 
tenía  opinión  y  que  el  estudio  de  los  filósofos  había  engen- 
drado en  su  ánimo  un  espíritu  de  duda,  que  se  hace  sentir 
demasiado  aun  en  las  materias  más  graves.  Pasajes  tiene  su- 
mamente peligrosos.  Como  quiera,  es  preciso  confesar  que  la 
penetración  de  su  espíritu  y  la  elevación  de  sus  sentimien- 
tos le  inclinan  siempre  hacia  lo  verdadero,  lo  bueno,  lo  grán- 
de:  si  habla  de  ||  Dios,  se  expresa  con  un  lenguaje  tan  mag- 
nífico que  los  autores  no  se  cansan  de  copiarle ;  si  trata  del 
alma,  se  resiste  a  confundirla  con  la  materia  y  no  concibe 
que  pueda  acabar  con  el  cuerpo ;  si  de  la  moral,  se  indigna 
contra  Epicuro  y  pondera  la  sublimidad  y  belleza  de  la  vir- 
tud con  un  estilo  que  arrebata  y  encanta. 

157.  Cicerón  hubiera  sido  más  filósofo  si  hubiese  medi- 
tado más  y  leído  menos ;  se  conoce  que  escribía  teniendo  a 
la  vista  las  obras  de  todas  las  escuelas  griegas,  y  su  mente, 
clara  como  la  luz,  se  ofusca  a  menudo  con  la  abundancia  y 
embrollo  de  los  materiales  que  se  empeña  en  ordenar  y  es- 
clarecer. Nunca  ve  con  más  lucidez  y  exactitud  que  cuando 
se  abandona  a  las  inspiraciones  de  su  genio,  olvidando  los 
sistemas  de  sus  predecesores  y  sometiendo  los  objetos  al 
fino  criterio  de  su  elevado  entendimiento  y  a  las  sanas  ins- 
piraciones de  su  corazón  noble  y  generoso. 

158.  En  Cicerón  se  retrata  el  estado  de  la  filosofía  poco 
antes  de  la  venida  de  Jesucristo.  El  arte  de  discutir  y  de 
exponer  había  llegado  a  mucha  perfección ;  todo  se  había 
ventilado,  pero  con  escaso  fruto  para  la  certeza;  los  gran- 
des problemas  sobre  Dios,  sobre  el  hombre,  sobre  el  mundo, 
la  filosofía  humana  ||  los  contemplaba,  mas  no  los  resolvía; 
daba  un  paso  en  el  buen  camino,  pero  luego  se  extraviaba, 
y,  fluctuante  entre  contradicciones,  inconsecuencias  e  incer- 
tidumbre,  casi  desesperaba  de  encontrar  la  verdad  y  se  re- 
fugiaba en  el  escepticismo.  No  le  profesa  abiertamente  Cice- 
rón;  pero  en  muchos  pasajes  manifiesta  una  profunda  des- 
confianza. Como  quiera,  he  aquí  cómo  se  explica  él  mismo 
sobre  el  método  de  filosofar  que  le  parece  mejor,  en  lo  cual 


[22,  116-119J         ENESIDEMO  Y  SEXTO  EMPÍRICO 


461 


no  dejaría  también  de  influir  Ja  natural  moderación  de  su 
carácter:  «Fáltame  hablar  de  los  censores  que  no  aprueban 
el  método  de  la  Academia ;  su  crítica  me  afectaría  más  si 
les  gustase  alguna  filosofía  que  no  fuera  la  suya.  Pero  nos- 
otros, que  acostumbramos  a  rebatir  a  los  que  creen  saber 
algo,  no  podemos  llevar  a  mal  el  que  otros  nos  impug- 
nen, bien  que  nuestra  causa  es  más  fácil,  supuesto  que  bus- 
camos la  verdad,  sin  espíritu  de  disputa,  con  laboriosidad  y 
celo.  Aunque  todos  los  conocimientos  estén  erizados  de  difi- 
cultades y  sea  tanta  la  obscuridad  de  las  cosas  y  la  flaqueza 
de  nuestros  juicios,  que  de  muy  antiguo,  y  no  sin  razón, 
desconfiaron  de  encontrar  la  verdad  los  hombres  más  sa- 
bios ;  sin  embargo,  así  como  ellos  no  cesaron  de  investigar, 
tampoco  lo  dejaremos  nosotros  por  cansancio ;  y  el  objeto 
de  nuestras  disputas  no  es  otro  sino  el  que  hablando  en  pro 
y  en  contra  nos  guíen  a  la  verdad,  o  cuando  menos  nos  acer- 
quen a  ella.  Entre  ||  nosotros  y  los  que  creen  saber  no  hay 
más  diferencia  sino  que  ellos  no  dudan  de  la  verdad  de  lo 
que  defienden,  y  nosotros  tenemos  muchas  cosas  por  proba- 
bles, a  que  nos  conformamos,  pero  que  difícilmente  pode- 
mos afirmar.»  (I  Acad.,  1.  2.°,  §  3.)  || 


XXVIII 


ENESIDEMO  Y  SEXTO  EMPIRICO 


159.  Al  lado  de  las  escuelas  de  Zenón  de  Elea  y  de  Pi- 
rrón  se  había  establecido  la  académica,  que,  si  bien  no  lo 
negaba  todo  y  aun  admitía  la  probabilidad,  se  guardaba  de 
las  afirmaciones  como  de  cosa  peligrosa  e  indigna  de  un  sa- 
bio. La  nueva  Academia  de  Arcesilas,  desenvuelta  luego  en 
la  novísima  de  Carnéades,  se  enlazaba  con  el  escepticismo 
puro  más  de  lo  que  a  primera  vista  pudiera  parecer :  quien 
no  se  atreve  a  afirmar  nada  no  está  lejos  de  dudar  de  todo, 
si  es  que  ya  no  duda.  El  estado  de  los  espíritus  en  el  siglo 
anterior  a  la  era  cristiana  favorecía  las  tendencias  escépti- 
cas :  las  disputas  filosóficas  lo  habían  hecho  vacilar  todo, 
sin  asentar  ningún  sistema  sobre  cimientos  sólidos.  En- 
tonces apareció  Enesidemo,  contemporáneo  de  Cicerón.  Era 
natural  de  Creta ;  aficionado  a  las  doctrinas  de  Heráclito, 
en  cuyo  provecho  quiso  explotar  el  escepticismo  renovando 
los  diez  motivos  |l  de  duda  universal  que  se  atribuyen  a  Pi- 
rrón.  La  filosofía  de  Enesidemo  continuó  sin  grande  impor- 


462 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  119-121] 


tancia,  hasta  que  algún  tiempo  después  cayó  en  manos  de 
Sexto  Empírico,  que  redujo  a  sistema  las  teorías  escépticas. 

160.  Sexto  Empírico  se  dedicó  especialmente  a  distin- 
guir entre  lo  trascendental  y  lo  fenomenal,  o  sea  entre  la 
realidad  de  la  cosa  en  sí  misma  y  su  apariencia  con  respec- 
to a  nosotros.  No  niega  los  fenómenos,  conviene  en  que  te- 
nemos ciertas  apariencias,  pero  sostiene  que  ellas  no  pue- 
den conducirnos  al  conocimiento  de  la  cosa  en  sí  misma. 
Así  es  que  admite  la  posibilidad  de  las  ciencias  experimen- 
tales, con  tal  que  se  ciñan  al  orden  puramente  fenomenal  y 
prescindan  del  trascendental. 

161.  La  raíz  del  escepticismo  de  Sexto  Empírico  es  su 
ideología  sensualista.  No  admitiendo  en  el  alma  otra  cosa 
que  sensaciones,  es  peligroso  el  caer  en  el  escepticismo.  La 
sensación  es  un  hecho  subjetivo,  y,  por  lo  tanto,  no  presen- 
ta al  sujeto  el  objeto  mismo :  le  ofrece  sólo  una  relación,  o 
más  bien  una  afección,  nacida  de  no  se  sabe  qué.  Además, 
la  sensación  es  contingente,  varia,  por  lo  que  no  puede  con- 
ducir a  nada  fijo  ni  aun  en  el  orden  a  que  se  limita.  En  tal 
caso  las  proposiciones  universales  ||  pierden  su  necesidad 
absoluta,  porque  son  el  simple  resultado  de  inducciones  que 
nunca  podremos  completar,  y  así  el  espíritu  humano  flota 
entre  un  mundo  de  apariencias,  como  pluma  ligera  que  di- 
vaga por  la  atmósfera  sin  posibilidad  de  fijarse  en  ningún 
punto. 

162.  Si  se  admite  esta  teoría  sensualista,  el  argumento  de 
Sexto  Empírico  contra  la  posibilidad  de  la  demostración  es 
insoluble.  La  demostración  se  ha  de  fundar  en  algo  inde- 
mostrable, so  pena  de  proceder  hasta  lo  infinito.  Lo  inde- 
mostrable no  puede  ser  un  hecho  contingente ;  por  lo  tanto, 
ha  de  ser  un  principio,  un  axioma,  una  proposición  univer- 
sal ;  y  como  para  llegar  a  esa  universalidad  hemos  tenido 
que  partir  de  hechos  individuales,  pues  la  hemos  formado 
por  inducción,  resulta  que  lo  llamado  indemostrable  se  apo- 
ya en  lo  contingente,  en  cuyo  caso  el  edificio  queda  sin 
base.  Es  imposible  deshacerse  de  esta  dificultad  si  no  se  sale 
de  la  estrecha  esfera  de  la  doctrina  sensualista  y  no  se  ad- 
mite en  el  espíritu  un  elemento  superior  a  los  sentidos,  pu- 
ramente intelectual,  que  se  nutre  de  verdades  necesarias, 
independientes  de  la  sensibilidad.  Desde  el  momento  que  se 
reconoce  un  orden  intelectual  puro,  el  argumento  de  Sexto 
Empírico  se  desvanece,  porque  se  arruina  su  fundamento, 
cual  es  el  que  las  verdades  necesarias  sean  mero  resultado  |¡ 
de  la  inducción  y,  por  tanto,  estriben  en  una  base  contin- 
gente. 

163.  A  la  luz  de  la  misma  doctrina  se  suelta  el  otro  ar- 
gumento de  Sexto  Empírico  sobre  la  imposibilidad  de  un 
criterio.  «Este  criterio,  dice,  no  se  encuentra  en  las  sensa- 


[22,  121-1231 


ENESIDEMO  Y  SEXTO  EMPÍRICO 


463 


ciones,  pues  que  son  contingentes,  varias  y  aun  opuestas.» 
No  lo  negamos ;  pero  sostenemos  al  mismo  tiempo  que  se  le 
halla  en  la  razón,  la  cual,  siendo  superior  a  las  sensaciones, 
juzga  de  los  materiales  que  éstas  le  ofrecen.  Pero  el  enten- 
dimiento, replica  Sexto  Empírico,  es  una  cosa  desconocida ; 
los  filósofos  no  se  han  puesto  de  acuerdo  sobre  su  naturale- 
za :  concedemos  lo  último ;  pero  negamos  que  las  cavilacio- 
nes de  los  filósofos  puedan  hacer  vacilar  la  existencia  de  un 
orden  puramente  intelectual,  superior  a  los  sentidos  y  que 
todos  experimentamos  en  nuestra  conciencia. 

164.  Es  verdad  que  el  espíritu,  para  conocer,  no  sale  de 
sí  mismo,  que  hay  distinción  entre  el  sujeto  y  el  objeto,  y 
que  éste  no  se  nos  presenta  uniéndose  por  sí  mismo  al  en- 
tendimiento ;  pero  tampoco  cabe  duda  en  que  hay  corres- 
pondencia entre  la  idea  y  la  realidad,  y  que  no  podemos 
suponer  que  el  orden  subjetivo  está  en  contradicción  con 
el  objetivo,  a  no  ser  que  nos  propongamos  negar  nuestra 
propia  inteligencia,  ||  sosteniendo  que  de  nada  sirve  ni  aun 
en  el  mismo  orden  subjetivo  (véase  Filosofía  fundamental. 
1.       c.  XXV)  [vol.  XVI], 

165.  Los  ataques  contra  la  noción  de  causalidad,  reno- 
vados en  nuestros  días  por  Hume  y  Kant,  se  hallan  en  los 
sistemas  de  Enesidemo  y  Sexto  Empírico.  Los  argumentos 
de  este  último  flaquean  por  dos  puntos:  1.°,  porque  estriba 
en  la  ideología  sensualista ;  2°,  porque  no  se  eleva  a  la  ver- 
dadera idea  metafísica  de  contener. 

Claro  es  que  si  no  concebimos  otras  relaciones  que  las 
puramente  materiales,  tales  como  nos  las  representa  la  sen- 
sación por  sí  sola,  no  hallamos  en  las  cosas  sino  una  serie 
de  fenómenos  en  el  espacio  y  en  el  tiempo,  sin  que  podamos 
pasar  de  la  intuición  puramente  sensible.  En  tal  caso  habrá 
contacto,  movimiento  después  del  contacto ;  pero  si  nada 
añadimos  no  nos  elevamos  a  la  idea  de  causalidad. 

El  argumento  de  Sexto  Empírico  sobre  la  imposibilidad 
de  que  una  substancia  pueda  producir  algo  que  no  esté  con- 
tenido en  ella  nos  recuerda  el  grosero  sentido  de  la  palabra 
contener,  que  hemos  censurado  en  Spinosa  (véanse  Ideolo- 
gía, c.  XI,  y  Teodicea,  c.  X)  [vol.  XXI]. 

Otra  dificultad  propone  Sexto  Empírico,  y  es  que  el  ob- 
jeto debiera  ser  posterior  a  la  causa,  lo  que  es  ||  imposible, 
porque  entonces  habría  causa  sin  efecto.  No  se  concibe  cómo 
semejante  argumento  se  objeta  seriamente.  La  causa  en 
cuanto  causa  en  acto,  es  decir,  ejerciendo  su  causalidad,  su- 
pone ciertamente  que  el  efecto  se  produce;  pero  la  causa,  no 
ejerciendo  su  acción  productiva,  sino  reservando  su  activi- 
dad para  el  momento  de  la  producción,  no  exige  la  existen- 
cia del  efecto.  ¿Quién  encuentra  dificultad  en  esta  distin- 
ción? |! 


464 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  124-126] 


XXIX 

ECLECTICOS  DE  ALEJANDRIA 

166.  Sometido  el  mundo  al  imperio  de  Roma,  y  aumen- 
tada la  comunicación  entre  los  pueblos,  no  se  limitaron  las 
escuelas  a  un  pequeño  círculo,  empezando  desde  entonces  el 
espíritu  de  propaganda,  que  tanto  se  ha  desarrollado  en  los 
tiempos  modernos.  Había,  empero,  algunos  puntos  que,  lle- 
vando ventaja  a  los  demás,  eran  los  centros  del  movimiento 
filosófico.  Descollaba  entre  ellos  Alejandría,  ciudad  que  ha- 
bía tomado  grande  importancia  bajo  los  Tolomeos  y  que 
ofrecía  a  los  estudiosos  el  aliciente  de  una  biblioteca  muy 
rica;  Allí  tuvo  origen  la  escuela  llamada  ecléctica,  que  esco- 
gía de  las  demás  lo  que  le  parecía  verdadero  o  más  vero- 
símil, sin  ligarse  con  los  principios  de  ninguna. 

167.  Las  causas  de  la  aparición  de  esta  escuela  parecen 
ser:  la  misma  disolución  a  que  había  llegado  ||  la  filosofía, 
disolución  que  inspiraba  el  deseo  de  reconstruir  el  sistema 
de  los  conocimientos  humanos ;  la  mayor  comunicación  de 
las  ideas  establecida  por  la  unidad  de  mando  concentrado 
en  Roma,  ayudada  por  la  difusión  de  las  lenguas,  espe- 
cialmente la  griega  y  latina ;  y,  por  fin,  el  impulso  dado 
al  espíritu  humano  por  el  cristianismo,  que  vino  a  revelar 
verdades  antes  desconocidas,  aclarando  además  otras  que 
los  antiguos  filósofos  habían  alcanzado  con  obscuridad  y 
confusión.  Natural  era,  pues,  que  los  entendimientos  poco 
satisfechos  de  las  escuelas  antiguas  rechazasen  la  sumisión 
a  la  autoridad  filosófica  y  que  quisieran  escoger  entre  las 
varias  doctrinas  lo  que  mejor  les  pareciera. 

168.  Descollaron  en  la  escuela  de  Alejandría  muchos 
cristianos ;  bastará  nombrar  a  Potamón,  San  Justino,  Ate- 
nágoras  y  Clemente  de  Alejandría,  que  nos  ha  dejado  el  co- 
nocido pasaje  en  que  describe  su  método.  «Por  filosofía  no 
entiendo  la  estoica,  la  platónica,  la  epicúrea  o  la  aristotéli- 
ca ;  lo  que  estas  escuelas  hayan  enseñado  que  sea  conforme 
a  la  verdad,  a  la  justicia,  a  la  piedad,  a  todo  esto  llamo  yo 
selecta  filosofía.» 

169.  La  escuela  ecléctica,  proponiéndose  escoger  de  to- 
das las  doctrinas,  propendía  naturalmente  al  ||  sincretismo, 
o  sea  a  la  fusión  de  los  varios  sistemas  por  medio  de  una 
conciliación.  Semejantes  empresas  son  harto  peligrosas, 
pues  queriendo  dar  un  poco  de  verdad  a  opiniones  encon- 


[22,  126-128] 


NEOPLATÓNICOS 


4G5 


tradas,  hay  el  riesgo  de  perderla  por  entero.  Así  se  explican 
los  extravíos  de  algunos  miembros  de  aquella  escuela. 

170.  Se  ha  escrito  mucho  en  pro  y  en  contra  del  eclec- 
ticismo ;  parece,  sin  embargo,  que  éste  no  es  punto  que 
pueda  ofrecer  dudas  si  se  fija  bien  el  estado  de  la  cuestión 
¿Qué  se  entiende  por  eclecticismo?  ¿El  buscar  la  verdad 
dondequiera  que  se  halle?  Entonces  nadie  dejará  de  ser 
ecléctico.  Así  lo  profesaban  San  Clemente  de  Alejandría 
(168),  en  cuyo  caso  el  eclecticismo  no  es  más  que  el  dicta- 
men de  la  razón  y  del  buen  sentido.  Si  por  eclecticismo  se 
entiende  la  reunión  de  varios  sistemas  en  uno,  la  manía  de 
conciliar  cosas  contradictorias,  la  ausencia  de  principios  que 
den  trabazón  y  unidad  a  la  ciencia,  entonces  el  eclecticismo 
es  el  caos  en  filosofía,  la  negación  de  la  verdad,  la  muerte 
de  la  razón. 

Aclaremos  estas  ideas:  el  eclecticismo  se  refiere  al  mé- 
todo o  a  la  doctrina ;  si  al  método,  todos  debemos  ser  ecléc- 
ticos, porque  todos  debemos  buscar  la  verdad  dondequiera 
que  se  halle ;  si  a  la  doctrina,  no  significa  nada,  o  expresa  la 
confusión  de  todas  las  doctrinas  y,  por  consiguiente,  la  rui- 
na de  la  verdad.  || 


XXX 

NEOPLATONICOS 

171.  Los  peligros  del  eclecticismo  mal  aplicado  se  ma- 
nifestaron bien  pronto :  de  él  nacieron  errores  de  la  mayor 
trascendencia.  Ammonio  Saccas,  ecléctico,  educado  en  la  re- 
ligión cristiana,  viendo  que  entre  los  fieles  obtenían  algún 
favor  las  doctrinas  de  Platón,  exageró  las  cosas  hasta  el 
punto  de  afirmar  que  en  los  dogmas  cristianos  nada  se  en- 
cerraba que  pudiera  mirarse  como  nuevo,  pues  lo  mismo 
habían  enseñado  los  filósofos  de  la  Academia.  Esto  dió  ori- 
gen a  la  escuela  llamada  neoplatónica,  porque  pretendía  re- 
novar las  doctrinas  de  Platón.  Según  estos  filósofos,  el  cris- 
tianismo no  debía  ser  considerado  como  una  religión,  sino 
como  un  sistema  filosófico,  lo  que  equivalía  a  condenarle. 
Fácil  es  concebir  los  extravíos  que  resultar  debieron  de  un 
error  tan  fundamental. 

172.  Ammonio  comunicó  sus  doctrinas  a  Herennio ; .  a 
éste  sucedió  Plotino,  que  estableció  una  escuela  ||  en  Roma. 
Plotino  era  panteísta.  En  ideología  profesaba  el  principio 
de  que  el  verdadero  conocimiento  es  aquel  en  que  el  objeto 


30 


466 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  128-130] 


conocido  es  idéntico  con  el  sujeto  que  le  conoce.  Propagóse 
de  este  modo  por  Occidente  la  errónea  doctrina,  y  entre  sus 
adalides  más  señalados  descuella  Porfirio,  que  de  palabra  y 
por  escrito  la  fué  difundiendo  con  ardor  por  varias  provin- 
cias del  imperio.  Este  filósofo  se  ha  hecho  célebre  por  la 
famosa  tabla  de  los  cinco  predicables:  género,  especie,  dife- 
rencia, propio  y  accidente.  A  más  de  esto  planteó  con  clari- 
dad la  cuestión  que  tanto  se  agitó  después  entre  los  nomi- 
nalistas y  los  realistas;  pero  se  abstuvo  de  resolverla.  Boecio 
nos  ha  traducido  las  palabras  de  Porfirio :  Mox  de  generi- 
bus  et  speciebus,  illud  quidem  sive  subsistant.  sive  in  solis 
nudis  intellectibus  posita  sint,  sive  subsistentia,  corporalia 
sint  an  incorporalia,  et  utrum  separata  a  sensibilibus  an  in 
sensibilibus  posita,  et  circa  haec  consistentia,  dicere  recusa- 
bo.  «Tocante  a  los  géneros  y  especies,  me  abstendré  de  decir 
si  sólo  están  en  los  entendimientos,  o  si  son  cosas  subsisten- 
tes corpóreas  o  incorpóreas,  y  si  están  separadas  de  los  ob- 
jetos sensibles,  o  si  existen  en  el]  os.» 

173.  A  la  misma  escuela  pertenecieron  Hierocles,  Proclo 
y  el  famoso  Jámblico,  discípulo  de  Porfirio,  bien  que,  no 
sujetándose  a  la  enseñanza  de  su  ||  maestro,  dió  más  ampli- 
tud a  su  sistema,  combinando  con  las  doctrinas  platónicas 
las  pitagóricas  y  egipcíacas.  Sucedióle  Edesio,  bajo  cuya  di- 
rección se  formaron,  entre  otros,  Crisantio  y  Máximo.  Este 
último  se  cree  que  contribuyó  a  la  perversión  del  empera- 
dor Juliano,  admirador  de  las  doctrinas  de  Jámblico.  Con 
tan  alta  protección  se  hizo  poderosa  la  nueva  escuela,  no 
sólo  en  el  campo  de  la  filosofía,  sino  también  en  el  gobier- 
no de  la  república.  De  aquí  resultó  el  que  los  católicos  tu- 
vieron que  sufrir  mucho,  hasta  que,  habiendo  muerto  el 
emperador  Juliano,  fué  declinando  el  esplendor  de  esta  sec- 
ta, acabando,  como  todos  los  errores,  por  caer  en  el  olvido.  | 


XXXI 

LA  FILOSOFIA  ENTRE  LOS  CRISTIANOS 


174.  Los  cristianos  no  han  descuidado  jamás  el  estudio 
de  la  filosofía ;  los  que  pretenden  descubrir  contrariedad  de 
la  razón  con  la  fe  debieran  haber  notado  que  entre  los  es- 
critores cristianos,  aun  de  los  primeros  siglos,  se  cuentan 
filósofos  eminentes.  Las  herejías,  que  pulularon  en  todas 
partes  y  que  nacían  particularmente  de  las  escuelas  filosó- 
ficas, nunca  dejaron  de  encontrar  adversarios  que  se  halla- 


[22,  130-1331        ÉPOCA  POSTERIOR  A  LOS  BÁRBAROS 


487 


ban  a  la  altura  de  los  talentos  y  de  la  erudición  de  los  in- 
novadores. Baste  citar  a  San  Agustín,  en  cuyas  obras  se 
hallan  tan  preciosos  tesoros  de  la  filosofía  admirablemente 
armonizados  con  la  verdad  religiosa.  En  los  siglos  posterio- 
res la  filosofía  se  encerró  en  la  Iglesia,  o  mejor  diríamos 
en  los  claustros,  y  en  medio  de  las  tinieblas  que  cubrieron 
la  Europa  después  de  la  irrupción  de  los  bárbaros  del  Nor- 
te sólo  se  ven  algunos  resplandores  ||  de  ciencia  filosófica 
en  las  soledades  de  la  vida  monástica. 

175.  Los  cristianos  se  inclinaban  a  veces  a  las  doctrinas 
de  Platón,  porque  las  consideraban  más  a  propósito  para  la 
armonía  de  la  razón  con  la  fe ;  pero  como  no  podían  sacri- 
ficar el  dogma  a  las  cavilaciones  de  la  razón,  se  veían  pre- 
cisados a  escoger  lo  bueno  de  las  escuelas  filosóficas  y 
desechar  lo  restante ;  así  resultaba  que  cierto  grado  de 
eclecticismo  era  para  ellos  una  necesidad,  supuesto  que  qui- 
sieran ocuparse  de  filosofía,  ocupación  a  que  les  obligaba  el 
deber  de  salir  a  la  defensa  de  la  religión  contra  los  ataques 
de  los  filósofos.  Así  notamos  que  los  Padres  de  la  Iglesia, 
tanto  griegos  como  latinos,  abundan  de  doctrina  y  erudición  • 
filosóficas,  lo  que  ha  dado  origen  a  que  en  algunos  libros 
modernos  se  destine  una  parte  especial  a  la  exposición  de 

lo  que  se  llama  filosofía  de  los  Padres  de  la  Iglesia. 

176.  Reconozco  que  varios  de  aquellos  ilustres  doctores 
se  distinguieron  por  su  saber  en  materias  filosóficas ;  pero, 
hablando  en  rigor,  no  se  puede  decir  que  fundasen  una  es- 
cuela filosófica.  Las  grandes  cuestiones  que  la  filosofía  se 
propone  sobre  Dios,  el  hombre  y  el  mundo,  todos  los  Pa- 
dres las  resuelven  de  un  mismo  modo,  y  éste  no  es  otro 
que  la  doctrina  de  ||  la  Iglesia.  Así,  pues,  si  se  habla  de  filo- 
sofía de  los  Padres,  más  bien  se  la  debe  referir  a  la  forma 
que  al  fondo,  al  método  que  a  la  doctrina,  a  lo  accesorio 
que  a  lo  principal ;  la  doctrina  fundamental  sobre  Dios,  el 
hombre  y  el  mundo  era  una  sola,  la  misma  para  todos,  la 
que  enseñó  Jesucristo  y  que  se  perpetúa  en  la  fe  de  la  Igle- 
sia, columna  y  firmamento  de  verdad.  || 


XXXII 

TIEMPOS  QUE  SIGUIERON 
A  LA  IRRUPCION  DE  LOS  BARBAROS 

177. '  La  invasión  de  los  bárbaros  destruyó  en  Occidente 
la  civilización  romana,  en  cuyas  ruinas  envolvió  las  cien- 
cias y  las  letras.  Debióse  al  clero,  y  muy  en  particular  a  los 


468 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  133-135] 


monjes,  el  que  se  conservasen  los  antiguos  manuscritos  y 
que  no  se  perdiera  del  todo  la  sabiduría  de  los  siglos  ante- 
riores. Con  la  decadencia  del  imperio  de  Oriente  se  extin- 
guían también  las  luces  en  la  patria  de  Platón  y  de  Aris- 
tóteles: la  escuela  de  Alejandría,  ya  debilitada  bajo  el 
emperador  Justiniano,  acabó  del  todo  en  tiempo  de  León 
Tsáurico.  Apenas  deberán  contarse  entre  las  escuelas  filosófi- 
cas algunos  pálidos  destellos  que  brillan  acá  y  acullá  en 
aquella  época  de  ruinas  y  desorden.  Como  excepción  de  esta 
regla  merecen  ser  nombrados  con  respeto,  aun  mirados  sim- 
plemente como  filósofos,  Boecio,  Casiodoro,  San  Isidoro,  el 
venerable  ||  Beda  y  San  Juan  Damasceno,  siendo  tanto  más 
de  admirar  la  sabiduría  de  estos  hombres  ilustres  cuanto 
que  tenían  que  luchar  con  dificultades  y  obstáculos  de  que 
nosotros  apenas  alcanzamos  a  formarnos  idea. 

178.  Es  notable  que  ni  aun  en  los  tiempos  más  calamito- 
sos dejaron  de  hacerse  tentativas  para  impedir  la  decaden- 
cia de  las  letras.  Cartago,  Roma,  Bolonia,  Tréveris,  Cam- 
bridge, tenían  sus  academias  en  el  siglo  vn,  y  los  estudios 
no  debían  de  estar  tan  descuidados  en  nuestra  península 
cuando  se  formaban  hombres  como  San  Leandro,  San  Isi- 
doro, San  Ildefonso  y  otros  que  ilustran  el  catálogo  de  la 
Iglesia  de  España. 

179.  Por  aquellos  tiempos  era  famosa  la  distinción  del 
trivium  y  quatrivium,  lo  que  comprendía  las  siete  artes  li- 
berales. En  el  trivium  incluían  la  gramática,  la  retórica  y  la 
dialéctica,  y  en  el  quatrivium,  la  aritmética,  la  geometría,  la 
música  y  la  astronomía. 

180.  La  Europa,  no  obstante  su  decadencia,  abrigaba  un 
germen  de  vida  que  se  debía  desarrollar  con  el  tiempo,  y 
así  vemos  que  tan  pronto  como  disminuye  algún  tanto  o  da 
siquiera  treguas  la  fluctuación  de  los  pueblos  bárbaros  aso- 
ma la  luz  de  las  ciencias  como  ||  la  aurora  de  un  hermoso 
día.  Es  interesante  el  ver  a  Carlomagno  llamando  a  Alcuino 
para  enseñar  en  su  corte,  fundando  academias,  promovien- 
do las  luces,  reuniendo  y  protegiendo  a  los  sabios  ocho  si- 
glos antes  que  Luis  XIV.  Ya  se  deja  concebir  que  los  ade- 
lantos no  podían  ser  notables,  pero  sí  se  conservaba  al  me- 
nos la  afición  al  estudio  y  se  depositaba  en  los  espíritus  el 
germen  de  curiosidad  y  de  amor  al  saber  que  tan  opimos 
frutos  debía  producir  en  los  siglos  venideros. 

181.  No  parece  sino  que  la  afición  a  las  ciencias  estaba 
en  proporción  de  su  decadencia :  sería  difícil  en  los  tiempos 
presentes  excitar  un  entusiasmo  igual  al  que  en  los  siglos 
de  hierro  inspiraba  el  saber.  No  se  perdonaban  sacrificios 
para  conservar  lo  que  había  quedado  y  aumentar  el  caudal. 

Es  curioso  el  ver  anotada  en  las  crónicas  monásticas  la 
adquisición  de  un  libro  como  un  suceso  digno  de  conservar- 


122,  135-1381 


GERBERTO 


469 


se  en  la  memoria.  Al  indicarse  en  ellas  la  llegada  de  un  re- 
ligioso al  monasterio  se  añadía  frecuentemente  lo  que  había 
traído:  alhajas,  cálices,  patenas,  libros.  |; 


XXXIII 
ARABES    Y  JUDIOS 

182.  La  irrupción  de  los  sarracenos,  si  bien  produjo 
grandes  desastres  a  las  letras,  no  siendo  uno  de  los  menores 
el  incendio  de  la  biblioteca  de  Alejandría,  contribuyó  tam- 
bién algún  tanto  al  desarrollo  intelectual  en  Europa.  La  pu- 
janza del  imperio  político  despertó  entre  los  árabes  la  am- 
bición de  la  ciencia :  no  se  contentaron  con  mandar,  qui- 
sieron lucir.  Al  cultivo  de  la  poesía  y  de  las  bellas  artes 
unieron  el  estudio  de  la  filosofía,  dedicándose  muy  parti- 
cularmente a  la  de  Aristóteles,  cuyas  obras  poseían  tradu- 
cidas, aunque  no  siempre  con  fidelidad.  La  reputación  de  Al- 
kendi,  Alfarabi,  Avicena,  Algazel,  Aboubetre,  Averroes  y 
otros  indica  la  estimación  y  altura  que  tuvo  entre  los  ára- 
bes la  filosofía.  Aunque  los  cristianos  estaban  casi  siempre 
en  guerra  con  los  musulmanes,  no  faltaban  momentos  de 
tregua,  en  que  se  establecían  relaciones  entre  ambos  pue- 
blos, y  además,  viviendo  en  |!  unos  mismos  países,  era  inevi- 
table el  que  las  ideas  de  los  unos  se  comunicasen  a  los 
otros,  siquiera  se  hubiese  de  realizar  entre  el  polvo  de  los 
combates. 

183.  Los  judíos,  en  comunicación  con  los  árabes  y  los 
cristianos,  se  dedicaron  también  a  la  filosofía,  como  lo  prue- 
ban los  nombres  de  Aben  Ezra,  Jonás  Ben  y  Maimónides, 
discípulo  de  Averroes.  Como  los  judíos  tenían  escuelas  en 
España  y  Francia,  contribuyeron  a  propagar  por  el  Oc- 
cidente las  doctrinas  de  Aristóteles  comentadas  por  los 
árabes.  |j 


XXXIV 
GERBERTO 


184.  Con  los  árabes  y  los  judíos  tuvo  relaciones  cien- 
tíficas el  famoso  monje  Gerberto.  que  después  fué  Papa  con 
el  nombre  de  Silvestre  II.  A  sus  talentos  y  laboriosidad 
debe  la  Europa  los  primeros  pasos  en  las  ciencias  naturales. 


470 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  138-140] 


Baste  decir  en  elogio  de  este  hombre  ilustre  que  en  el  si- 
glo x,  llamado  el  de  hierro,  abrió  cátedras  de  matemáticas, 
astronomía  y  geografía;  ideó  un  tablero,  en  el  cual  se  ense- 
ñaban las  cuatro  operaciones  de  la  aritmética  con  caracte- 
res formados  a  propósito ;  construyó  una  esfera  para  expli- 
car el  movimiento  de  los  astros  y  escribió  además  varios 
tratados  de  geometría.  || 


XXXV 

ROSCELIN:  NOMINALISMO  Y  REALISMO 


185.  Aunque  las  doctrinas  de  los  comentadores  árabes 
no  se  propagaron  mucho  en  Europa  hasta  fines  del  siglo  xn. 
no  faltaba,  sin  embargo,  el  conocimiento  de  las  cuestiones 
que  habían  ocupado  a  las  escuelas  antiguas,  lo  cual  sería  de- 
bido en  parte  a  la  tradición  científica,  que  nunca  se  inte- 
rrumpió del  todo ;  en  parte  a  la  comunicación  con  los  ára- 
bes, que  empezaba  a  ejercer  su  influencia.  Los  realistas  y 
los  nominalistas  nos  recuerdan  las  cuestiones  ideológicas  y 
ontológicas  suscitadas  por  Aristóteles  y  Platón. 

186.  Roscelin  es  considerado  como  el  jefe  de  los  nomi- 
nalistas, porque  sostuvo  que  en  los  universales  no  hay  rea- 
lidad alguna,  que  son  meras  palabras,  sonidos,  flactus  vocis, 
como  él  decía,  en  oposición  a  los  realistas,  apellidados  así 
porque  concedían  una  realidad  ||  a  los  universales.  Esta 
disputa,  que  algunos  han  mirado  como  fruto  de  las  sutilezas 
de  la  Edad  Media,  se  liga  con  lo  más  elevado  de  la  ideo- 
logía y  ontología. 

187.  El  hombre  para  adquirir  sus  conocimientos  necesi- 
ta de  los  sentidos,  pero  tiene  ideas  de  muchas  cosas  supe- 
riores al  orden  sensible,  y  aun  las  mismas  que  pertenecen  a 
este  orden  las  conoce  bajo  razones  generales  que  no  corres- 
ponden a  la  jurisdicción  de  las  facultades  sensitivas,  exter- 
nas ni  internas.  La  necesidad  de  los  sentidos,  la  viveza  con 
que  sus  impresiones  nos  afectan  y  la  frecuencia  con  que  las 
representaciones  sensibles  se  mezclan  en  nuestro  interior 
con  los  conceptos  intelectuales,  ha  dado  pie  a  ciertos  filóso- 
fos para  sostener  que  el  pensamiento  es  la  sensación  más 
o  menos  transformada :  de  aquí  la  escuela  sensualista.  El 
conocimiento  de  los  objetos  sensibles  bajo  razones  genera- 
les no  sensibles ;  los  conceptos  de  un  orden  puramente  in- 
telectual, superior  a  toda  sensibilidad ;  y,  por  fin.  la  univer- 
salidad y  la  necesidad  de  muchas  verdades  que  conocemos, 


[22,  140-142]      roscelin:  nominalismo  y  realismo  471 


universalidad  y  necesidad  que  no  puede  nacer  de  la  indi- 
vidualidad y  contingencia  de  los  fenómenos  sensibles,  han 
manifestado  la  precisión  de  admitir  ideas  puras,  superiores 
a  todo  orden  sensible:  de  aquí  la  escuela  idealista.  || 

188.  Acordes  los  idealistas  en  el  punto  capital,  la  exis- 
tencia de  las  ideas  puras,  se  han  dividido  en  la  explicación 
del  fenómeno:  unos  han  admitido  las  ideas  como  subsisten- 
tes, como  seres  necesarios,  de  los  cuales  dimanaba  la  reali- 
dad de  las  cosas  y  el  conocimiento  de  ellas:  ésta  es  la  doc- 
trina de  Platón;  otros  han  mirado  las  ideas  como  simples 
formas  del  entendimiento:  ésta  es  la  doctrina  de  Aristó- 
teles. 

189.  Si  no  hay  más  que  sensaciones,  no  hay  más  que  co- 
nocimiento de  objetos  individuales ;  las  ideas  universales 
son  ilusorias :  esto  sostenía  Roscelin ;  por  consecuencia,  de- 
cía que  los  universales  eran  meras  palabras.  De  manera  que 
el  sistema  de  Roscelin  era  una  emanación  de  su  teoría  sen- 
sualista. Esta  opinión  participaba  de  la  de  Aristóteles,  en 
cuanto  negaba  a  las  ideas  la  subsistencia ;  pero  la  exage- 
raba, en  cuanto  destruía  la  universalidad  de  las  mismas,  si- 
quiera como  formas  del  entendimiento. 

190.  Las  ideas  universales  no  subsisten  en  sí  mismas 
separadas  de  los  entendimientos ;  pero  no  dejan  de  repre- 
sentar una  razón  general  de  los  objetos,  en  la  cual  hay  ver- 
dad, fundada  en  la  verdad  infinita  del  entendimiento  divi- 
no. Necesitamos  de  los  sentidos  para  que  se  despliegue  la 
actividad  de  nuestro  espíritu ;  pero  ésta  se  eleva  sobre  las 
sensaciones.  ||  Las  ideas  puras  no  subsisten  fuera  de  nos- 
otros como  substancias  independientes;  son  a  manera  de 
formas  que  modifican  nuestro  espíritu,  sean  o  no  distintas 
del  ejercicio  de  la  actividad  del  mismo.  Pero  estas  formas 
no  encerrarían  verdad  y  necesidad,  y  hasta  serían  imposi- 
bles, si  no  existiese  un  principio  de  todas  las  verdades,  una 
verdad  viviente,  infinita,  donde  se  halla  la  razón  de  todo. 
Sólo  así  puede  explicarse  la  teoría  de  nuestras  ideas ;  así 
se  corrigen  el  sistema  de  Platón  y  el  de  Aristóteles,  redu- 
ciéndolos a  los  límites  de  la  verdad. 

En  este  caso  existen  individuos ;  no  existen  universales 
en  sí,  abstraídos  de  aquéllos;  pero  existe  una  verdad  nece- 
saria donde  se  halla  la  fuente  de  todas  las  verdades  necesa- 
rias aplicables  a  los  individuos.  Cuando  conocemos  lo  uni- 
versal en  lo  individual,  lo  necesario  en  lo  contingente,  de- 
bemos este  conocimiento  a  la  luz  infinita  que  nos  ilumina  a 
todos  y  que  nos  ha  comunicado  con  la  creación  un  destello 
de  inteligencia.  Sólo  de  esta  manera  se  evitan  los  escollos 
de  los  nominalistas  y  de  los  realistas ;  sólo  de  esta  suerte  se 
presenta  una  teoría  completa  que  pone  de  acuerdo  las  ideas 
con  la  realidad  (véase  ideología,  c.  XIII)  [vol.  XXI].  |¡ 


472 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      f22,  143-145] 


XXXVI 

SAN  ANSELMO 


191.  Las  doctrinas  de  Roscelin  no  se  limitaron  a  la  es- 
fera filosófica;  el  sutil  dialéctico  quiso  aplicar  sus  doctri- 
nas a  la  teología  y  cayó  en  graves  errores  sobre  el  augusto 
misterio  de  la  Trinidad.  Esto  excitó  el  celo  de  los  doctores 
católicos,  sobresaliendo  entre  ellos  San  Anselmo,  abad  de 
Bec  y  luego  arzobispo  de  Cantorbery.  Este  hombre  ilustre 
se  distinguió,  no  menos  que  por  sus  virtudes,  por  la  eleva- 
ción de  su  entendimiento,  siendo  el  verdadero  inventor  del 
famoso  argumento  con  que  se  prueba  la  existencia  de  Dios 
ateniéndose  a  la  sola  idea  de  un  ser  infinitamente  perfecto. 

Helo  aquí :  Dios  es  lo  más  perfecto  que  se  puede  pen- 
sar; lo  mejor  que  se  puede  pensar  no  está  en  el  solo  enten- 
dimiento, pues  en  tal  caso  se  podría  pensar  una  cosa  más 
perfecta,  esto  es,  la  que  existiese  en  la  ||  realidad.  Así  re- 
sultaría pensada  una  cosa  que  no  tiene  mejor  y  que  al  mis- 
mo tiempo  lo  tiene ;  esto  es  imposible.  Luego  lo  más  perfec- 
to que  se  puede  pensar  existe  en  el  entendimiento  y  en  la 
realidad. 

Este  raciocinio  contribuyó  no  poco  a  la  celebridad  de 
Descartes,  quien  al  proponerle  disimuló  o  ignoró  que  hacía 
cuatro  siglos  se  hallaba  en  las  obras  de  San  Anselmo.  Sea 
cual  fuere  la  opinión  que  de  este  argumento  se  forme,  no 
puede  negarse  que  su  concepción  honra  sobremanera  la 
comprensión  metafísica  de  su  inventor,  y  que  no  es  posible 
elevarse  a  semejante  raciocinio  sin  poseer  profundos  cono- 
cimientos ideológicos  y  ontológicos. 

192.  La  idea  dominante  de  San  Anselmo  era  el  conci- 
liar la  razón  con  la  fe ;  en  sus  escritos  no  se  halla  fárrago 
de  discusiones  inútiles  ni  de  vanidosas  sutilezas,  sino  el  len- 
guaje de  un  espíritu  elevado,  sincero,  penetrante,  que  busca 
con  amor  la  verdad  y  la  expone  sin  pretensiones  de  ninguna 
clase.  El  mismo  nos  dice  que  al  escribir  las  doctrinas  de  su 
Monologio  no  había  pensado  nunca  que  debieran  ver  la  luz 
pública,  sino  responder  únicamente  a  sus  amigos,  de  quie- 
nes creía  que  bien  pronto  olvidarían  la  respuesta.  Pero  el 
merecido  aprecio  que  de  ella  se  hizo  le  sorprende,  y  en 
consecuencia  asegura  que,  después  de  haber  leído  varias  ve- 
ces sus  escritos,  nada  encuentra  ||  que  no  esté  acorde  con  lo 
que  dijeron  los  Padres,  y  especialmente  San  Agustín. 

193.  El  género  y  los  límites  de  esta  obra  no  me  permiten 


[22,  145-147] 


ABELARDO 


473 


detenerme  en  ulteriores  explicaciones  de  la  doctrina  y  mé- 
todo de  San  Anselmo,  y  así  me  referiré  a  lo  que  dije  en 
otro  lugar  (véase  El  protestantismo  comparado  con  el  catoli- 
cismo en  sus  relaciones  con  la  civilización  europea,  t.  IV,  ca- 
pítulos LXX  y  siguientes,  y  en  la  nota  al  c.  LXXI)  [volu- 
men VIII].  || 


XXXVII 
ABELARDO 


194.  Abelardo,  tan  famoso  por  sus  talentos  como  por  sus 
aventuras,  fué  uno  de  los  más  sutiles  dialécticos  de  su  tiem- 
po. Hgbiendo  recibido  lecciones  del  nominalista  Roscelin  y 
del  realista  Guillermo  de  Champeaux,  intentó  la  concilia- 
ción de  las  doctrinas  opuestas,  con  cuya  mira  inventó  la 
teoría  del  conceptualismo,  según  la  cual  las  nociones  no 
eran  otra  cosa  que  puras  formas  de  nuestro  entendimiento. 
No  insistiremos  aquí  sobre  el  modo  con  que  esto  se  debie- 
ra entender  si  se  quieren  evitar  peligrosos  escollos  (190) ; 
como  quiera,  Abelardo  se  inclinó  más  a  las  interpretaciones 
nominalistas,  como  que  eran  análogas  a  su  genio  disputa- 
dor, más  aficionado  a  las  formas  que  al  fondo  de  las  cosas, 
y  que  prefería  el  lucimiento  de  la  habilidad  dialéctica  al 
sólido  adelanto  de  la  filosofía.  || 

195.  En  los  tiempos  modernos  se  nos  ha  querido  pintar 
el  método  de  Abelardo  como  una  pretensión  puramente  filo- 
sófica ;  pero  en  realidad  afectaba  a  lo  más  fundamental  de 
la  religión.  Por  San  Bernardo  sabemos  que  la  vanidad  de 
Abelardo  no  tenía  límites ;  creía  saberlo  todo,  excepto  el 
«no  sé»  (nescio),  y  queriendo  hacer  a  Platón  cristiano  se 
mostraba  a  sí  propio  gentil :  Dum  multum  sudat  quomodo 
Platonem  faciat  christianum.  se  probat  ethnicum  (véase 
£1  protestantismo  comparado  con  el  catolicismo,  t.  IV,  ca- 
pítulos LXX  v  siguientes,  \  en  la  nota  al  c.  LXXI)  [vo- 
lumen VIII]. 

196.  Los  errores  de  Abelardo  fueron  impugnados  por 
San  Bernardo,  y  condenados  primero  por  los  concilios  de 
Soissons  y  de  Sens  y  después  por  el  papa  Inocencio  II.  A 
más  de  errar  Abelardo  sobre  la  Trinidad,  la  gracia  y  sobre 
la  persona  de  Jesucristo,  su  método  se  encaminaba  a  des- 
truir la  fe  por  los  cimientos,  sujetándola  al  fallo  de  la  razón 
(ibídem). 

197.  El  arrepentimiento  de  Abelardo  le  hizo  acreedor  a 
la  simpatía  de  cuantos  se  habían  dolido  de  sus  extravíos. 


474 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA        [22,  147-1501 


Merced  a  la  caridad  y  al  celo  del  sabio  abad  de  Cluny  Pe- 
dro el  Venerable,  pasó  Abelardo  los  últimos  años  de  su  vida 
en  aquella  paz  y  resignación  que  sólo  nace  de  la  gracia  di- 
vina. Hasta  tuvo  el  consuelo  ||  de  reconciliarse  con  San  Ber- 
nardo y  de  recibir  del  santo  abad  de  Claraval  muestras  de 
aprecio  y  afecto.  El  ilustre  filósofo  murió  santamente,  mere- 
ciendo que  al  hablar  de  los  dos  últimos  años  de  su  vida  diga 
la  crónica  de  Cluny :  «Durante  este  tiempo  todo  pareció  di- 
vino en  él:  su  espíritu,  sus  palabras  y  sus  acciones.»  I1 


XXXVIII 
SANTO  TOMAS  DE  AQUINO 

• 

198.  Al  fijar  la  consideración  en  el  movimiento  intelec- 
tual de  Europa  en  el  siglo  xm,  se  conoce  que  el  espíritu 
humano  había  recibido  ya  tan  grande  impulso,  que  no  era 
fácil  se  parase  en  lo  sucesivo,  mayormente  cuando  la  socie- 
dad, aunque  envuelta  todavía  en  gran  confusión,  se  encami- 
naba, no  obstante,  a  la  regularidad  que  obtuvo  en  los  siglos 
siguientes.  Lanfranco,  San  Anselmo,  San  Bernardo,  Hugo  de 
San  Víctor,  Ricardo  de  San  Víctor,  Pedro  Lombardo,  Alberto 
Magno  y  otros  hombres  ilustres  habían  esparcido  un  ger- 
men de  verdadera  ciencia  que  no  debía  perecer.  Sin  embar- 
go, es  menester  confesar  que  el  espíritu  de  sutileza  y  de 
disputa  iba  extraviando  lastimosamente  los  entendimientos, 
llevándolos  a  un  examen  de  la  religión,  tanto  más  peligroso 
cuanto  se  le  fundaba  principalmente  en  vanas  cavilaciones 
de  escuela.  ||  Ya  hemos  visto  los  errores  de  Roscelin  y  Abe- 
lardo ;  posteriormente  hallamos  que,  a  principios  del  si- 
glo xm,  Amaurí  de  Chartres  y  su  discípulo  David  de  Di- 
nant  enseñan  el  panteísmo.  Los  escritores  católicos,  sin  huir 
el  cuerpo  a  sus  adversarios,  ni  aun  en  el  terreno  filosófico, 
defendían  la  verdad  a  medida  que  las  circunstancias  lo  exi- 
gían ;  paro  no  habían  reducido  las  doctrinas  de  Aristóteles 
y  sus  comentadores  árabes  a  un  sistema  completo,  que  por 
una  parte  ofreciese  enlace  y  unidad,  satisfaciendo  las  nece- 
sidades intelectuales  de  la  época,  y  por  otra  se  armonizase 
con  los  dogmas  de  la  Iglesia.  Para  llevar  a  cabo  esta  obra 
era  necesario  un  hombre  de  alta  capacidad  que  con  su  po- 
deroso ascendiente  dominara  la  anarquía  de  las  escuelas  y 
las  sometiese  a  su  imperio ;  este  hombre  apareció :  era  San- 
to Tomás  de  Aquino.  Entre  sus  muchas  obras  descuella  la 
Summa  theologica.  a  la  cual  ha  hecho  justicia  M.  Cousin  lia- 


[22,  150-153]  FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


475 


mándola  «uno  de  los  más  grandes  monumentos  del  espíritu 
humano  en  la  Edad  Media,  y  que  contiene,  a  más  de  una 
alta  metafísica,  un  sistema  completo  de  moral  y  hasta  de 
política»  (Historia  de  la  filosofía,  t.  I). 

199.  Desde  Santo  Tomás  data  propiamente  la  filosofía 
escolástica  reducida  a  un  sistema  completo  y  en  armonía 
con  el  dogma  católico ;  en  los  siglos  xi  y  xn  se  reunían  los 
materiales,  se  construían  tiendas,  ||  habitaciones  provisiona- 
les ;  pero  el  verdadero  edificio  lo  levantó  en  el  siglo  xm  el 
genio  de  este  hombre  extraordinario,  a  quien,  conforme  al 
espíritu  de  los  tiempos,  se  dió  con  mucha  verdad  el  hermo- 
so título  de  Angel  de  las  Escuelas,  o  Doctor  Angélico.  || 


XXXIX 
FILOSOFIA  ESCOLASTICA 


200.  La  importancia  del  conocimiento  del  sistema  esco- 
lástico, aunque  no  resultara  de  su  valor  intrínseco,  se  evi- 
denciaría por  el  extrínseco,  esto  es,  por  el  dominio  exclu- 
sivo que  obtuvo  en  Europa  durante  cuatro  siglos,  habiendo 
resistido  otros  dos  a  los  empujes  de  las  teorías  modernas. 
Voy,  pues,  a  exponer  este  sistema  en  sus  doctrinas  funda- 
mentales, prescindiendo  de  sus  varias  ramificaciones,  ya  que 
no  podría  ocuparme  de  estas  últimas  a  no  querer  internar- 
me en  cuestiones  sutiles  en  demasía  y  algunas  de  ellas  de 
escasa  o  ninguna  importancia.  Sin  tener  ideas  claras  y  exac- 
tas sobre  la  filosofía  escolástica  es  imposible  entender  a  la 
mayor  parte  de  los  escritores,  así  de  ciencias  filosóficas  como 
teológicas,  que  se  distinguieron  desde  el  siglo  xm  hasta  me- 
diados del  siglo  xvii,  a  los  cuales  se  pueden  añadir  muchos 
de  los  que  florecieron  posteriormente.  Esto,  que  es  aplicable 
a  toda  la  Europa,  ||  lo  es  muy  particularmente  a  la  España, 
donde  se  ha  enseñado  aquella  filosofía  hasta  la  época  de  la 
revolución,  y  donde  conservó  todavía  algunos  establecimien- 
tos hasta  los  desastres  de  1835. 

201.  Para  tomar  las  cosas  en  su  origen  y  beber  en  bue- 
nas fuentes  me  referiré  casi  siempre  a  las  doctrinas  d« 
Santo  Tomás,  a  quien  se  puede  considerar,  si  no  como  el 
fundador,  al  menos  como  el  organizador  de  la  filosofía  esco- 
lástica. En  las  obras  de  este  eminente  escritor  se  hallan  las 
doctrinas  peripatéticas  con  una  profundidad  y  lucidez  a  que 
no  han  llegado  sus  sucesores,  y  se  las  encuentra  libres  de 
ciertas  cavilaciones  fútiles  con  que  las  enredó  más  de  una 
vez  el  espíritu  de  sutileza  y  disputa. 


476 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  153-1551 


202.  La  física  de  los  escolásticos  era  esencialmente  an- 
ticorpuscular :  nada  explicaban  por  medios  puramente  me- 
cánicos ;  a  todo  extendían  las  nociones  de  acto,  forma, 
fuerza.  Esta  doctrina,  tan  ridiculizada  en  la  época  inmedia- 
ta a  Descartes,  fué  en  algún  modo  rehabilitada  por  Leibniz, 
a  quien  han  imitado  otros  alemanes  más  modernos. 

203.  Tocante  a  la  esencia  del  cuerpo  adoptaban  los  es- 
colásticos la  doctrina  de  Aristóteles  (XVIII),  admitiendo  dos 
principios  constituyentes :  materia  prima  ||  y  forma  subs- 
tancial. El  considerar  los  cuerpos  como  meros  conjuntos  de 
átomos  y  explicarlo  todo  por  simples  combinaciones  de  és- 
tos en  el  espacio,  creyeron  que  era  propio  de  una  filosofía 
grosera :  por  tal  reputaban  la  de  Demócrito  y  demás  anti- 
guos que  sostuvieron  el  sistema  corpuscular ;  tenían  por  un 
verdadero  adelanto  científico  la  distinción  entre  la  materia 
y  la  forma. 

204.  La  materia  prima  es  el  primer  principio,  pasivo  del 
mundo  corpóreo,  un  sujeto  enteramente  indeterminado  que 
nada  es  si  no  le  reduce  en  acto  la  forma  substancial.  Esta 
forma  es  el  principio  que  da  a  la  materia  la  actualidad,  con- 
trayendo su  indeterminación  a  ser  tal  o  cual  especie  de 
cuerpo.  La  materia  prima  como  tal,  in  quantum  huiusmodi. 
es  una  pura  potencia ;  es  capaz  de  recibir  todas  las  formas, 
pero  no  puede  estar  sin  una  u  otra  (Sum.  theol..  pars.  1.a. 
quaest.  44,  a.  2). 

205.  La  materia  tiene  partes  y  es  divisible  porque  tie- 
ne la  cantidad,  por  manera  que  si  se  la  separase  de  ésta  se- 
ría indivisible.  Materiam  autem  dividí  in  partes  non  conve- 
nit,  nisi  secundum  quod  intelligitur  sub  quantitate,  qua  re- 
mota, remanet  substantia  indivisibilis,  ut  d'xcitur  in  I  Physic. 
(Sum.  theol..  pars  1.a,  quaest.  50,  a.  2.)  |' 

206.  La  forma,  aunque  sea  el  acto  de  la  materia,  no  es 
un  acto  puro ;  su  fuerza  de  actualizar,  por  decirlo  así, 
es  relativa  a  la  constitución  de  la  especie  corpórea,  dando 
a  la  materia  el  ser  tal  o  cual  cuerpo,  como  aire,  agua,  fue- 
go, etc. ;  pero  ella  en  sí  misma  es  una  potencia  con  respecto 
al  ser  (esse),  pues  que  en  todos  los  seres  finitos  distinguían 
entre  la  esencia  y  la  existencia.  El  ser  acto  puro,  en  que  la 
existencia  se  identifique  con  la  esencia,  sólo  conviene  a 
Dios.  En  todas  las  criaturas  hay  la  diferencia  entre  el  quod 
est  y  quo  csf;  lo  primero  expresa  la  esencia,  lo  segundo  la 
existencia  (pars  1.a,  quaest.  5,  a.  5,  ad  4). 

207.  De  aquí  resultaba  que  en  las  cosas  materiales  había 
una  doble  composición :  la  de  materia  y  forma,  y  la  de  na- 
turaleza y  ser  (ibíd.) ;  la  materia  y  la  forma  unidas  consti- 
tuían la  esencia,  la  naturaleza  de  un  cuerpo ;  pero  esta  esen- 
cia no  incluía  en  sí  propia  el  último  acto,  que  era  el  ser:  de 
aquí  la  necesidad  de  la  creación ;  esto  es,  la  necesidad  de 


[22.  155-157] 


FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


477 


una  causa  que  redujese  al  acto  de  existir,  eso  mismo  que, 
aun  después  de  concebido  como  tal  o  cual  cosa,  no  implica  la 
existencia.  Inferían  de  ahí  que  el  no  admitir  los  antiguos 
filósofos  la  necesidad  de  la  creación  provenía  de  que  no  con- 
sideraban a  los  cuerpos  sino  bajo  una  razón  particular,  en 
cuanto  son  tal  o  cual  cosa,  sin  elevarse  a  mirarlos  bajo  la 
razón  general  de  seres,  donde  se  halla  ||  la  necesidad  de  que 
hayan  sido  sacados  de  la  nada  (pars  1.a,  quaest.  44,  art.  2). 

208.  La  materia  es  determinada  por  la  forma,  y  la  for- 
ma es  limitada  por  la  materia ;  la  materia  abstraída  de  la 
forma  es  una  pura  potencia,  susceptible  de  todas  las  for- 
mas ;  la  forma  abstraída  de  la  materia  es  un  acto  que  pue- 
de unirse  a  cualquier  porción  de  materia,  dándole  el  ser 
de  una  nueva  especie.  La  forma,  sin  embargo,  no  es  un  acto 
puro,  pues  que  está  en  potencia  para  el  ser ;  así  es  que  su 
ilimitación  es  puramente  abstracta,  y,  aun  concibiéndola  sin 
materia,  sin  limitación  a  un  objeto,  todavía  la  hallamos 
como  una  cosa  pasiva  si  la  comparamos  con  la  existencia. 
Esto  sucede  en  todas  las  formas,  inclusas  las  espirituales,  en 
cuyo  sentido  se  explica  aquel  dicho:  Intelligentia  est  fini- 
ta superius  et  infinita  inferius.  Es  infinita  inferiormente,  o 
por  abajo,  en  cuanto  no  es  recibida  en  la  materia,  a  la  ma- 
nera de  las  formas  corporales ;  es  finita  superiormente,  o 
por  arriba,  en  cuanto  recibe  de  un  ser  superior  el  acto  de 
ser,  o  la  existencia. 

209.  Una  cosa  empieza  a  ser :  o  por  unión  de  la  materia 
y  forma,  o  bien  porque  es  producida  en  su  totalidad,  siendo 
sacada  de  la  nada ;  lo  primero  se  llama  generación,  lo  se- 
gundo creación.  Una  cesa  deja  ||  de  ser :  o  porque  la  forma 
se  separa  de  la  materia,  o  porque  pierde  la  existencia  mis- 
ma ;  lo  primero  es  corrupción,  lo  segundo  aniquilamiento. 
Hay  combustible,  se  le  une  la  forma  de  fuego :  he  aquí  la 
generación  del  fuego.  No  hay  nada,  y  Dios  dice:  «Haya 
fuego»,  y  hay  fuego:  he  aquí  la  creación  del  fuego.  En  un 
objeto  que  arde,  la  combustión  cesa ;  la  forma  de  fuego  des- 
aparece y  queda  la  ceniza :  he  aquí  la  corrupción  del  fuego. 
Hay  fuego,  y  Dios  dice :  <No  haya  fuego»,  y  desaparece  todo, 
sin  quedar  ceniza  ni  nada :  he  aquí  el  aniquilamiento  del 
fuego. 

210.  Como  las  mudanzas  en  las  cosas  corpóreas  se  hacen 
por  transformaciones  o  cambios  de  formas,  y  dos  de  éstas 
no  pueden  estar  a  un  mismo  tiempo  en  un  mismo  compues- 
to, resulta  que  cuando  se  adquiere  una  se  pierde  otra.  Como 
la  materia  al  perder  su  forma  no  se  aniquila,  y,  por  otra 
parte,  no  puede  existir  sin  alguna  forma,  resulta  que  cuan- 
do pierde  la  una  adquiere  por  necesidad  otra.  El  fuego  des- 
aparece, la  materia  del  objeto  que  ardía  no  se  reduce  a  nada, 
sino  que  permanece  tomando  forma  de  ceniza,  o  de  líqui- 


478 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  157-160 J 


do,  o  de  vapor,  etc.,  etc. ;  así,  pues,  cuando  se  destruye  un 
compuesto  se  presenta  otro ;  cuando  para  la  materia  hay 
pérdida  de  una  forma  hay  adquisición  de  otra ;  cuando  se 
corrompe  una  cosa  se  engendra  otra :  he  aquí  el  famoso 
principio:  Generatio  |j  unius  est  corruptio  alterius,  corruptio 
unius  est  generatio  alterius. 

211.  Aquí  se  halla  también  la  diferencia  esencial  entre 
las  formas  substanciales  y  las  accidentales ;  la  adquisición 
o  la  pérdida  de  aquéllas  constituye  la  generación  o  la  co- 
rrupción, así  como  de  la  de  éstas  sólo  resulta  alteración.  La 
forma  substancial  da  el  ser  en  acto :  simpliciter  ens  actu; 
la  accidental  da  el  ser  tal  cosa:  ens  actu  hoc  (pars  1.a. 
quaest.  66,  a.  1). 

212.  La  generación  y  la  corrupción  no  afectan  directa- 
mente a  la  materia  ni  a  la  forma,  sino  al  compuesto  de  am- 
bas, pues  que  no  son  ellas  las  que  tienen  el  ser.  sino  que  el 
compuesto  lo  tiene  por  la  unión  de  ellas ;  así  la  generación 
y  la  corrupción  llegan  a  la  materia  y  a  la  forma  por  medio 
del  compuesto ;  esto  es,  se  dice  que  se  engendran  o  corrom- 
pen según  que  el  compuesto  se  forma  o  se  disuelve. 

213.  Los  cuerpos,  así  como  por  su  forma  substancial  tie- 
nen un  acto,  están  dotados  también  de  verdadera  actividad. 
Los  escolásticos  no  son  ocasionalistas.  Dicha  actividad  está 
radicada  en  la  forma  substancial,  pero  su  ejercicio  se  veri- 
fica por  medio  de  formas  accidentales,  qualitates,  que  por  ser 
muchas  |¡  veces  ignoradas  las  llamaban  ocultas.  Así  en  el 
fuego  el  calor  no  es  la  forma  substancial,  sino  accidental ; 
ésta  se  funda  en  la  substancial  y  le  sirve  como  de  instru- 
mento para  calentar.  La  acción  de  unos  cuerpos  sobre  otros 
no  se  ejerce  por  sólo  movimiento  local,  sino  por  la  educción 
de  la  potencia  al  acto. 

214.  La  idea  dominante  de  esta  teoría  es  el  establecer 
que  el  mundo  físico  no  se  explica  por  la  mera  extensión, 
como  han  pretendido  algunas  escuelas,  sino  que,  examinada 
la  naturaleza  corpórea  en  el  tribunal  de  la  metafísica,  recla- 
ma la  admisión  de  actualidades  y  fuerzas  que  no  pueden 
medirse  por  simples  principios  geométricos.  Con  la  geome- 
tría se  explica  una  fase  de  los  fenómenos ;  pero  quedan  mu- 
chas cosas  de  que  sólo  se  puede  dar  razón  apelando  al  dina- 
mismo, o  teoría  de  fuerzas,  de  actividades. 

215.  Leibniz.  juez  competente  como  metafísico,  como 
físico  y  como  geómetra,  dice  lo  que  sigue :  «Tanto  dista  que 
ningún  filósofo  haya  dado  la  ponderada  demostración  de 
que  la  esencia  de  los  cuerpos  consista  en  la  extensión,  o  en 
llenar  una  parte  determinada  del  espacio,  que,  por  el  con- 
trario, parece  que  se  puede  demostrar  sólidamente  que,  si 
bien  la  naturaleza  del  cuerpo  exige  el  ser  extenso,  a  no  ser 
que  Dios  ponga  óbice,  sin  embargo,  la  esencia  del  ||  cuerpo 


[22,  160-1621 


FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


479 


consiste  en  la  materia  y  forma  substancial,  esto  es,  en  un 
principio  de  pasión  y  de  acción,  pues  que  es  propio  de  la 
substancia  el  poder  obrar  y  padecer  (agere  et  pati).  Así,  la 
materia  es  la  primera  potencia  pasiva,  y  la  forma  substan- 
cial la  primera  potencia  activa,  las  cuales  han  de  ocupar 
un  lugar  con  cierta  magnitud ;  pero  esto  por  lo  que  pide  el 
orden  natural,  no  por  una  necesidad  absoluta.»  (Systema 
theologicum,  edic.  de  Emery,  1819.) 

216.  Pero  lo  más  curioso  en  este  punto  es  que  Leibniz 
dice  haber  sido  conducido  a  esta  opinión  por  los  estudios 
matemáticos  y  por  la  observación  de  la  naturaleza,  de  suer- 
te que  una  opinión  tan  combatida  en  nombre  de  las  mate- 
máticas y  de  la  física  es  rehabilitada  posteriormente,  en 
nombre  de  ambas  ciencias,  por  el  hombre  que  en  los  tiem- 
pos modernos  no  reconoce  superior  ni  en  la  física  ni  en 
las  matemáticas. 

217.  Vico,  cuyos  estudios  no  tenían,  por  cierto,  una  di- 
rección escolástica,  da  también  mucha  importancia  a  las 
virtualidades  y  se  inclina  a  admitir  una  virtualidad  de  ex- 
tensión como  de  otras  cosas.  Y  sabido  es  que  en  los  últimos 
tiempos  Kant  y  otros  alemanes,  lejos  de  satisfacerse  con  la 
teoría  corpuscular,  han  sostenido  que  la  materia,  tal  como  se 
nos  ||  presenta  en  los  fenómenos  sensibles,  es  una  manifes- 
tación de  las  fuerzas  de  la  naturaleza. 

218.  Absteniéndome  de  emitir  juicio  sobre  la  doctrina 
metafísico-física  de  los  escolásticos,  hago  estas  indicaciones 
para  demostrar  cuán  aventurado  es  el  juzgar  los  sistemas 
sin  haberlos  estudiado  a  fondo  y  que  el  reírse  con  dema- 
siada facilidad  suele  ser  una  prueba  de  ignorancia.  En  los 
dos  últimos  siglos  se  creyó  que  la  filosofía  escolástica  era 
un  conjunto  de  sutilezas  puramente  arbitrarias,  especie  de 
excrecencia  del  cuerpo  de  la  filosofía,  sin  ninguna  relación 
con  sus  principios  vitales.  En  la  actualidad  ya  se  reconoce 
la  injusticia,  y  los  que  escriben  la  historia  de  la  filosofía  de- 
dican largas  páginas  a  la  escolástica,  confesando  que  en  me- 
dio de  aquellas  sutilezas  y  de  un  fárrago  indigesto  se  ha- 
llan graves  cuestiones,  las  mismas  que  agitaron  las  escuelas 
de  Platón,  de  Aristóteles  y  de  todos  los  siglos.  Esto,  que  lo 
hemos  manifestado  en  lo  tocante  a  la  física,  tendremos  oca- 
sión de  evidenciarlo  todavía  más  al  tratar  de  los  otros  ra- 
mos de  la  filosofía.  Continuemos. 

219.  El  constar  de  materia  y  forma  conviene  a  todo 
cuerpo,  pero  la  forma  es  diferente  según  el  acto  que  ha  de 
comunicar  a  la  materia.  Así,  no  es  la  misma  la  de  los  seres 
sensitivos  que  la  de  los  ||  insensitivos,  la  de  los  animados 
que  de  los  inanimados. 

220.  Entre  los  cuerpos  los  hay  vivientes:  éstos  son  los 
que,  puestos  en  su  disposición  natural,  tienen  dentro  de  sí 


480 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  162-164] 


el  principio  del  movimiento.  Los  graves  se  dirigen  al  cen- 
tro por  un  principio  de  actividad  propia,  pero  ésta  sólo  se 
desenvuelve  cuando  están  fuera  de  su  centro ;  por  el  con- 
trario, el  viviente  se  mueve  aun  en  su  estado  más  natural, 
y  su  movimiento  es  tanto  mayor  cuanto  más  abunda  en 
principio  de  vida.  En  los  vivientes  el  movimiento  es  una 
función  natural,  una  condición  de  existencia,  un  desarrollo 
espontáneo  que  dimana  de  lo  interior;  en  los  no  vivientes 
el  movimiento  dimana  en  ciertos  casos  de  un  principio  in- 
terno, pero  entonces  es  sólo  un  esfuerzo  para  volver  al  es- 
tado natural :  cuando  el  cuerpo  le  adquiere,  el  movimien- 
to cesa. 

221.  Todos  los  cuerpos  son  susceptibles  de  movimiento, 
y  éste,  como  acto,  dimana  de  la  forma.  El  movimiento  es 
un  cierto  acto ;  mas,  por  lo  mismo  que  es  movimiento,  se 
encamina  a  adquirir  algo:  luego  el  ser  que  le  tiene  se  halla 
en  potencia  de  lo  que  ha  de  conseguir ;  hay,  pues,  en  el 
ser  que  se  mueve  un  acto,  esto  es,  el  movimiento,  y  este  acto 
implica  la  falta  de  una  cosa,  para  la  cual  se  está  en  |!  po- 
tencia :  he  aquí  lo  que  significa  la  famosa  definición  del  mo- 
vimiento: Actus  entis  in  potentia,  prout  in  potentia  ad 
actum  perfectum. 

Por  donde  se  ve  que  los  escolásticos  no  entendían  sólo 
por  el  movimiento  el  cambio  de  lugar,  pues  aplicaban  este 
nombre  a  todo  acto  que  introducía  mudanza  en  el  ser,  enca- 
minándole a  la  adquisición  de  una  nueva  forma,  substan- 
cial o  accidental.  Así  son  movimientos  la  generación,  la  co- 
rrupción y  toda  alteración. 

222.  Hay  cuatro  clases  de  vivientes.  Unos  tienen  sólo  el 
movimiento  interior,  para  Ja  nutrición  y  generación,  como 
las  plantas ;  otros  que  sienten,  como  las  ostras ;  otros  que. 
además,  se  mueven  de  lugar,  como  los  cuadrúpedos,  las  aves, 
los  reptiles;  otros  que  añaden  a  esto  la  inteligencia,  tal  es 
el  hombre.  Los  que  sólo  tienen  el  movimiento  de  nutrición 
y  generación  se  dirigen  a  la  adquisición  de  las  formas  ciega- 
mente :  su  guía  es  la  naturaleza.  Los  dotados  de  sensación 
buscan  su  forma  no  ciegamente  del  todo,  sino  por  medio  de 
cierta  percepción :  así  el  animal  busca  el  alimento,  que  ha 
visto  u  olido.  Según  que  esta  percepción  sensitiva  es  más 
perfecta,  se  le  ha  dado  al  animal  un  movimiento  mayor: 
los  que  tienen  sólo  el  tacto  se  mueven  únicamente  por  dila- 
tación y  contracción ;  pero  los  que  poseen  vista,  olfato  u 
otros  sentidos  para  percibir  objetos  distantes  se  mueven 
de  |i  lugar  para  buscarle,  como  se  ve  en  los  cuadrúpedos 
y  aun  en  los  reptiles.  Así,  la  naturaleza  proporciona  a  cada 
ser  lo  que  necesita  según  el  grado  que  ocupa  en  la  escala 
del  universo. 

223.  Los  brutos,  aunque  perciben  el  objeto  por  los  sen- 


[22,  164-166]  FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


481 


tidos,  no  conocen  en  él  la  razón  de  fin  ni  la  relación  de  éste 
con  los  medios;  ni  ellos  se  lo  proponen,  sino  que  toman  ne- 
cesariamente el  que  les  da  la  naturaleza.  Pero  el  viviente 
intelectual  no  sólo  percibe  el  objeto  por  los  sentidos,  sino 
que  le  conoce,  sea  o  no  sensible,  y  en  él  distingue  la  razón 
de  fin  y  las  relaciones  con  los  medios,  y  no  lo  acepta  deter- 
minado por  necesidad,  sino  que  se  lo  propone  y  varía  según 
bien  le  parece. 

224.  Todo  viviente  encierra  un  principio  de  operación ; 
pero  ésta  depende  de  diferentes  condiciones,  según  la  espe- 
cie de  vida.  Los  vegetales,  o  los  que  sólo  tienen  movimiento 
de  nutrición  y  generación,  operan  por  órganos  corpóreos  y 
por  medio  de  cualidades  corpóreas ;  los  sensitivos  operan 
por  medio  de  órganos  corpóreos,  mas  no  por  cualidades  cor- 
póreas ;  así  el  alma  sensitiva  ha  menester  de  cierto  calor  y 
humedad  en  los  órganos ;  pero  estas  cualidades  son  condi- 
ciones para  la  debida  disposición  del  órgano,  mas  no  me- 
dios de  acción  para  el  ejercicio  de  la  sensibilidad.  ||  Sin  em- 
bargo, aunque  la  sensación  no  dimane  de  las  cualidades  cor- 
póreas, se  ejerce  por  órgano  corpóreo,  a  diferencia  de  las 
operaciones  intelectuales,  que  ni  se  ejecutan  por  cualidades 
corpóreas  ni  por  órgano  corpóreo. 

225.  El  órgano  de  la  sensibilidad  es  viviente,  concurre  a 
la  sensación ;  pero  e*ste  carácter  vital  sensitivo  no  le  viene 
de  las  cualidades  corpóreas,  sino  de  la  forma  sensitiva  que 
le  anima. 

226.  Hay  cinco  especies  de  facultades  vitales,  incluyen- 
do en  esta  denominación  todos  los  grados  de  la  vida.  Vege- 
tativa, la  que  tiene  por  objeto  la  nutrición  y  la  generación. 
Sensitiva,  la  que  siente.  Apetitiva,  la  que  inclina  a  lo  senti- 
do. Motiva  secundum  locum,  la  que  comunica  movimiento 
de  lugar.  Y,  por  fin,  la  superior,  que  es  el  entendimiento ;  a 
ésta  corresponde  una  inclinación  de  su  misma  especie :  la 
voluntad  racional. 

227.  Los  órganos  de  la  sensibilidad  son  diferentes  según 
la  potencia  o  facultad  sensitiva  a  que  han  de  servir,  pues 
que  para  todas  las  sensaciones  hay  una  potencia  en  la  cual 
radica  la  facultad  de  experimentarlas.  || 

228.  La  facultad  sensitiva  es  pasiva :  «El  sentido  es  una 
potencia  pasiva,  ordenada  a  recibir  las  impresiones  de  lo 
exterior  sensible.»  Est  autem  quaedam  potentia  passiva 
quae  nata  est  immutari  ab  exteriori  sensibili.  (Véase  Sum- 
ma  theologica,  pars  1.a,  quaest.  78,  a.  3.) 

229.  La  impresión  o  mudanza,  immutatio,  causada  en  el 
sentido,  no  es  puramente  corpórea,  tiene  algo  de  espiritual, 
pues  si  bastase  una  mudanza  corpórea  cualquiera,  todo  lo 
corpóreo  sentiría.  Para  la  impresión  orgánica  sensible  se  re- 
quiere una  mudanza  espiritual  por  la  cual  «la  intención  de 


31 


482 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  166-168] 


la  forma  sensible  se  haga  en  el  órgano  del  sentido» ;  im- 
mutatio  spiritualis,  per  quam  intentio  formae  sensibilis  jiat 
in  órgano  sensus  (ibíd).  Para  cuya  inteligencia  se  debe 
advertir  que  hay  dos  clases  de  impresiones,  immutationes: 
una  natural,  por  la  cual  se  comunica  a  lo  inmutado  la  for- 
ma de  lo  que  inmuta  según  su  estado  natural,  como  el  ca- 
lor de  lo  que  calienta  se  transmite  a  la  cosa  calentada ;  otra 
espiritual,  en  la  que  la  forma  de  lo  que  inmuta  se  comunica 
según  un  modo  de  ser  espiritual,  como  el  color  a  la  pupila, 
que  no  por  esto  se  hace  colorada.  Así,  pues,  hay  entre  el 
ser  sensitivo  y  los  objetos  corpóreos  una  comunicación  ver- 
dadera, y  éstos  tienen  ciertas  cualidades  o  virtudes  para  en- 
viar a  aquél  sus  formas  en  ||  un  estado  intencional  o  espi- 
ritual, formas  que  reducen  al  acto  la  potencia  sensitiva. 

230.  Entre  las  cualidades  sensibles,  unas  lo  son  primo 
et  per  se.  porque  afectan  directamente  a  la  facultad  sensi- 
tiva, como  el  color,  el  sabor,  etc. ;  otras  no  afectan  el  senti- 
do por  sí  mismas,  sino  por  medio  de  las  cualidades  sensi- 
bles, como  la  extensión  no  es  vista  en  sí  misma,  sino  bajo 
la  cualidad  de  un  color,  a  esto  llamaban  sensibilia  com- 
munia,  porque  .eran  una  especie  de  cualidades  conrtmes  a 
varias  cualidades  sensibles  especiales ;  así  una  magnitud 
determinada  puede  ofrecérsenos  bajo  muchos  colores.  Todos 
los  sensibles  comunes  se  reducen  a  la'  cantidad,  porque  la 
figura  es  una  cualidad  de  la  cantidad,  pues  consiste  en  la 
terminación  de  la  cantidad,  y  el  movimiento  se  nos  hace 
sensible  sólo  por  la  diversa  posición  de  los  objetos  movidos, 
lo  cual  se  refiere  a  distancias,  o  bien  cantidades  geométricas. 

231.  A  más  de  los  sentidos  externos  hay  los  internos, 
sin  los  cuales  el  ser  sensitivo  no  podría  percibir  sino  lo 
presente.  Esto  da  origen  a  varias  facultades. 

232.  Cada  sentido  externo  tiene  su  objeto  propio,  carac- 
terístico, de  cuya  esfera  no  sale ;  así  es  que  ||  la  unidad  de 
la  conciencia  sensitiva  sería  imposible  si  no  hubiese  un 
centro  donde  fuesen  a  parar  todas  las  sensaciones  y  que, 
percibiéndolas  todas,  pudiese  compararlas  entre  sí.  Esta  fa- 
cultad perceptiva  de  las  varias  sensaciones,  y  que  es  como 
la  raíz  común  y  principio  de  los  sentidos  exteriores,  se 
llama  sentido  común,  palabra  que  expresa  aquí  una  cosa 
muy  diferente  de  lo  que  se  significa  cuando  se  trata  de  los 
criterios  de  verdad. 

233.  La  sensación  externa  ni  la  interna  puramente  ac- 
tuales no  bastan ;  es  preciso  que  haya  medio  de  conservar- 
las: la  facultad  conservadora  de  estas  formas,  quasi  the- 
saurus  quídam  jormarum  per  sensus  acceptarum,  se  llama 
imaginación. 

234.  En  los  objetos  sensibles  el  animal  percibe  algo  que 
no  corresponde  a  una  sensación  particular:  la  oveja  huye 


[22.  168-170] 


FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


483 


del  lobo  no  por  su  fealdad,  sino  porque  le  conoce  dañoso ; 
el  ave  busca  las  pajuelas  no  por  su  hermosura,  sino  porque 
le  sirven  para  el  nido.  La  facultad  de  percibir  estas  cosas, 
estas  razones,  intentiones,  como  las  llamaban,  que  no  caen 
bajo  el  sentido  especial,  se  apellida  estimativa.  Esta  facul- 
tad se  halla  en  los  animales  con  un  carácter  meramente  ins- 
tintivo, y  tiene  el  nombre  de  vis  estimativa  natural ;  pero 
en  el  hombre  no  es  instintiva,  sino  comparativa  (collati- 
va),  ||  y  así  se  llama  cogitativa,  o  razón  particular:  razón, 
porque  participa  ya  de  la  razón,  por  cierta  afinidad  o  re- 
fluencia ;  particular,  porque  no  versa  sobre  lo  universal, 
como  el  entendimiento. 

235.  Entre  las  intenciones  que  forman  el  objeto  de  la 
estimativa  se  incluye  la  razón  de  pretérito,  aunque  ésta  co- 
rresponde de  un  modo  más  especial  a  la  memoria,  que  es 
la  facultad  de  retener  las  especies  sensibles  y  las  intencio- 
nes no  sensibles.  En  los  brutos  se  llama  simplemente  me- 
morativa ;  pero  en  el  hombre  se  denomina  reminiscencia, 
porque  tiene  la  fuerza  no  sólo  de  recordar,  sino  de  buscar 
el  mismo  recuerdo  con  una  especie  de  inquisición  racional. 

236.  Hay  en  el  alma  una  facultad  llamada  entendimien- 
to; por  él  conocemos  el  mundo  superior  al  sensible  y  per- 
cibimos en  el  sensible  razones  generales  que  no  caen  bajo 
la  jurisdicción  de  la  sensibilidad.  No  posee  ideas  innatas. 
Las  ideas  son  formas  que  reducen  el  entendimiento  al  acto ; 
el  nuestro  se  halla  en  potencia,  y  antes  de  que  recibamos 
impresiones  sensibles  es  como  una  tabla  rasa  en  que  nada 
hay  escrito :  Sicut  tabula  rasa  in  qua  nihil  est  scriptum. 

237.  El  entendimiento  es  distinto  del  sentido,  en  sí  y  en 
su  objeto ;  pero  no  empieza  sus  operaciones  ||  sino  excitado 
por  el  sentido.  El  modo  con  que  esto  se  hace  es  el  siguiente : 
Los  cuerpos,  influyendo  sobre  los  órganos,  producen  la  sen- 
sación, transmitiendo  las  formas  sensibles,  no  en  su  estado 
natural,  sino  en  el  espiritual  o  intencional.  Pero  esas  for- 
mas, ni  aun  tales  como  están  en  la  imaginación,  no  son  in- 
teligibles, porque  representan  objetos  singulares  y  corpó- 
reos, lo  cual  no  es  objeto  del  entendimiento.  ¿Cómo  se  hace, 
pues,  el  tránsito?  ¿Cómo  se  pone  en  comunicación  el  orden 
intelectual  con  el  sensible?  Hay  en  el  espíritu  una  fuerza 
que  toma,  abstrae  de  las  especies  imaginarias  las  formas 
intelectuales  y  nos  las  hace  inteligibles.  Esta  fuerza  se  llama 
entendimiento  agente.  Las  formas  abstraídas  de  los  fantas- 
mas son  ya  inteligibles ;  la  capacidad  receptiva  de  estas  for- 
mas se  llama  entendimiento  posible.  Así,  pues,  el  acto  inte- 
lectual se  realiza  cuando  la  forma,  hecha  inteligible,  se  une 
con  el  entendimiento  posible  y  le  reduce  al  acto  o  le  hace 
inteligente  en  acto. 

238.  Por  donde  se  ve  que,  si  bien  los  escolásticos  ha- 


484 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  170-172] 


cían  dimanar  de  los  sentidos' el  conocimiento  y  admitían  el 
principio  nihil  est  in  intellectu,  quod  prius  non  fuerit  in 
sensu,  no  obstante  distinguían  entre  el  orden  intelectual  y 
el  sensible  con  tanto  cuidado,  que  para  salvar  la  distancia 
tuvieron  que  excogitar  la  actividad  que  llamaron  entendi- 
miento agente.  Lo  sensible  ]|  no  podía  ni  siquiera  acercarse 
al  entendimiento  sino  despojado  de  sus  formas  groseras,  pa- 
sando por  el  crisol  del  entendimiento  agente ;  allí,  con  aque- 
lla luz.  que  así  le  llamaban,  adquirían  las  especies  el  carác- 
ter de  inteligibilidad,  siendo  notable  que  esta  conversión 
de  sensible  en  inteligible  la  hacían  consistir  en  la  abstrac- 
ción que  eliminaba  las  condiciones  particulares :  esto  era 
lo  que  inmaterializaba  las  especies  sensibles,  a  que  llama- 
ban fantasmas,  y  las  hacía  capaces  de  ser  entendidas. 

239.  A  más  de  esa  fuerza  transformadora  de  las  especies 
sensibles  hay  una  actividad  perceptiva  de  las  verdades  uni- 
versales y  necesarias,  a  las  cuales  asiente  el  entendimiento 
tan  pronto  como  se  le  ofrecen.  Estas  son  las  que  se  llaman 
per  se  notae,  y  también  principios  y  axiomas.  De  ellos  los 
unos  se  refieren  a  la  especulativa,  otros  a  la  práctica,  siendo 
estos  últimos  el  cimiento  de  la  ciencia  moral.  Así,  pues,  no 
hay  ideas  innatas,  es  decir,  formas  preexistentes  a  la  sensa- 
ción ;  pero  hay  innata  una  actividad  intelectual  pura  y  que 
se  desarrolla  en  el  momento  en  que  la  verdad  se  le  pone  de- 
lante. 

240.  El  fundamento  de  la  verdad  está  en  Dios ;  aunque 
en  las  cosas  haya  muchas  esencias  o  formas,  y,  por  tanto, 
muchas  verdades  individuales,  la  verdad  ||  de  todas  ellas 
estriba  en  Dios.  La  verdad  de  nuestro  entendimiento  depen- 
de de  su  conformidad  con  las  cosas ;  pero  la  verdad  de  las 
cosas  nace  de  su  conformidad  con  el  entendimiento  divino. 

241.  El  alma  juzga  de  la  verdad  de  las  cosas  por  la  ver- 
dad primera,  la  cual  se  refleja  en  nuestro  espíritu  a  la  ma- 
nera que  la  luz  en  un  espejo.  Esto  se  realiza  por  la  facultad 
que  se  nos  ha  dado  de  conocer  los  principios  tan  pronto 
como  se  nos  ofrecen. 

Así  se  explica  cómo  la  verdad  es  eterna.  No  lo  es  si  se  la 
considera  únicamente  en  cuanto  está  en  nuestro  entendi- 
miento ;  pero  lo  es  en  cuanto  se  funda  en  el  entendimiento 
divino.  Si  no  hubiese  un  entendimiento  eterno  no  habría 
verdad  eterna. 

242.  De  esta  teoría  resulta  claro  lo  que  debe  pensarse 
de  la  cuestión  sobre  las  ideas  que  dividió  a  las  escuelas  de 
Platón  y  de  Aristóteles.  La  esencia  divina  incluye  la  repre- 
sentación inteligible  de  todas  las  cosas ;  así,  pues,  las  ideas 
de  todo  están  en  Dios,  o  más  bien,  hay  en  Dios  una  idea  in- 
finita que  equivale  a  todas  las  reales  y  posibles.  La  idea  en 
Dios  no  es  otra-  cosa  que  la  esencia  divina.  De  aquel  manan- 


[22,  172-175] 


FILOSOFÍA  ESCOLÁSTICA 


485 


tial  de  luz  dimana,  por  la  creación,  la  fuerza  intelectual  de 
todos  los  entendimientos  finitos:  el  convenir  todos  éstos  en 
las  primeras  verdades  prueba  la  existencia  ||  de  un  enten- 
dimiento superior  que  a  todos  los  ilumina. 

243.  Decían  los  escolásticos  que  el  entendimiento  se 
hace  la  cosa  entendida ;  pero  no  querían  significar  con  esto 
lo  que  los  modernos  panteístas,  quienes  identifican  el  suje- 
to y  el  objeto  y  pretenden  que  todo  emana  del  yo;  sólo  se 
valían  de  esta  expresión  para  explicar  el  modo  con  que  se 
ejecuta  el  acto  intelectual ;  esto  es,  uniéndose  con  el  en- 
tendimiento la-  idea  o  la  forma  inteligible,  de  lo  cual  resul- 
ta no  identidad,  sino  inherencia  de  un  accidente  a  un  sujeto. 

244.  El  alma  no  se  conoce  a  sí  misma  por  su  esencia, 
esto  es,  viéndose  intuitivamente,  sino  por  sus  fenómenos. 
Este  conocimiento  es  de  dos  modos :  por  conciencia  y  por 
discurso.  Por  conciencia,  en  cuanto  todos  experimentamos 
que  hay  en  nosotros  un  principio  intelectual ;  por  discurso, 
en  cuanto  de  los  fenómenos  del  alma  deducimos  cuál  es  la 
naturaleza  de  la  misma. 

245.  Podemos  conocer  a  Dios  por  la  razón  natural,  ele- 
vándonos de  lo  contingente  a  lo  necesario,  del  efecto  a  la 
causa ;  pero  la  verdad  de  la  existencia  de  Dios,  aunque  se 
puede  demostrar  con  argumentos  irrefragables,  no  pertene- 
ce a  la  clase  de  las  proposiciones  ||  que  se  llaman  per  se 
notae,  quoad  nos.  Es  cierto  que  tenemos  idea  de  Dios ,  pero 
esta  idea  por  sí  sola  no  basta  para  la  demostración  de  su 
existencia.  En  Dios  la  existencia  se  identifica  con  la  esen- 
cia, por  lo  cual  si  viésemos  la  esencia  de  Dios  veríamos  que 
implica  la  existencia  por  necesidad  absoluta ;  pero  como 
esta  esencia  no  la  vemos  mientras  estamos  en  esta  vida, 
es  preciso  que,  si  queremos  conocer  a  Dios  por  la  razón  na- 
tural, echemos  mano  del  discurso.  Así  es  que  los  escolásti- 
cos no  admitían  el  argumento  de  San  Anselmo,  que  propu- 
so también  Descartes.  Todo  cuanto  han  dicho  de  sólido 
contra  este  argumento  los  filósofos  modernos,  incluso  Kant, 
lo  había  expresado  con  suma  claridad  y  brevedad  Santo 
Tomás 'de  Aquino.  «Aunque  concediéramos,  dice,  que  cual- 
quiera entendiese  por  el  nombre  Dios  lo  que  se  expresa,  a 
saber,  lo  más  perfecto  que  se  puede  pensar,  no  se  sigue  que 
debiera  entender  que  lo  significado  por  el  nombre  existe  en 
la  realidad,  sino  únicamente  en  la  aprehensión  del  entendi- 
miento. Ni  se  puede  deducir  que  exista  realmente  en  no  su- 
poniendo que  existe  en  la  realidad  lo  más  perfecto  que  se 
puede  pensar,  lo  cual  no  admiten  los  que  niegan  a  Dios.» 
Dato  etiam  quod  quilibet  intelligat  hoc  nomine  Deus,  si- 
gnifican hoc  quod  dicitur,  scilicet  illud  quo  maius  cogitari 
non  potest;  non  tamen  propter  hoc  sequitur  quod  intelligat 
id  quod  signijicatur  per  nomen,  esse  in  rerum  natura.  \\  sed 


486 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  175-177] 


in  apprehensione  intellectus  tantum.  Nec  potest  argui  quod 
sit  in  re,  nisi  daretur  quod  sit  in  re  aliquid  quo  maius  cogi- 
tari  non  potest:  quod  non  est  datum  a  ponentibus  Deum  non 
esse.  (Pars  1.a,  quaest.  2,  a.  1,  ad  2.) 

246.  Excusado  es  añadir  que  las  doctrinas  escolásticas 
sobre  Dios  y  sus  atributos  eran  conformes  a  las  cristianas, 
supuesto  que  esos  filósofos  eran  casi  todos  católicos  y  en  su 
mayor  parte  eclesiásticos.  Lo  propio  diremos  de  su  doctrina 
moral :  cualesquiera  que  fuesen  las  cuestiones  que  mezclan 
en  la  ética,  sus  principios  fundaméntales  eran  los  de  la 
Iglesia  católica. 

247.  El  dar  cuenta  de  las  varias  doctrinas  que  surgieron 
entre  los  escolásticos  exigiría  volúmenes ;  afortunadamen- 
te no  hay  necesidad  de  conocer  semejantes  pormenores/  Ci- 
taré únicamente  a  San  Buenaventura,  insigne  también  por 
su  sabiduría  y  a  quien  llamaron  el  Doctor  Seráfico ;  al 
agudísimo  Juan  Duns  Scot,  de  la  orden  de  San  Francisco, 
apellidado  el  Doctor  Sutil  y  que  fundó  la  escuela  de  los  es- 
cotistas,  y  a  Guillermo  de  Occam,  que  renovó  la  teoría  no- 
minalista. 

248.  La  filosofía  escolástica,  que  de  suyo  propendía  a  la 
sutileza,  fué  degenerando  entre  las  disputas  ||  de  las  escue- 
las. Conocidas  son  las  cuestiones  inútiles  y  hasta  extrava- 
gantes que  se  llegaron  a  suscitar,  y  que  consumían  un  tiem- 
po que  se  hubiera  empleado  harto  mejor  en  estudios  más 
positivos ;  como  quiera,  es  cierto  que  aquella  especie  de 
gimnástica  intelectual  en  que  por  tanto  tiempo  se  ejercita- 
ron los  espíritus  fortificó  el  arte  de  pensar,  preparando  el 
camino  a  ulteriores  adelantos  cuando  se  empleasen  otros 
métodos.  || 


XL 

ROGER    B ACON 


249.  Ni  aun  en  los  tiempos  en  que  más  predominaba  la 
escolástica  faltaron  hombres  que  se  dedicasen  al  estudio  de 
la  naturaleza.  Sin  hablar  de  Alberto  Magno,  de  Raimundo 
Lulio,  célebre  por  su  Ars  magna,  que  también  se  dedicó  a 
las  ciencias  naturales,  y  otros  que  se  distinguieron  por  su 
afición  a  los  estudios  físicos,  baste  recordar  al  famoso  Ro- 
ger  Bacon,  nacido  en  Inglaterra  en  1214,  que  en  sus  escritos 
sobre  la  química  y  la  óptica  muestra  conocimientos  muy  su- 
periores a  lo  que  pudiera  esperarse  de  su  tiempo.  Tocante 
al  método,  pondera  la  necesidad  de  la  experiencia  si  se 


[22.  177-180] 


ÉPOCA  DE  TRANSICIÓN 


487 


quiere  progresar  en  las  ciencias  naturales;  de  manera  que 
el  camino  trazado  por  el  célebre  canciller  Bacon  de  Veru- 
lam  lo  había  indicado  tres  siglas  antes  el  ilustre  franciscano 
del  mismo  nombre.  Pero  aquel  tiempo  no  era  todavía  el  de 
la  restauración  literaria :  fué  preciso  que  transcurriesen  || 
muchos  años  y  que  se  hicieran  otras  tentativas  para  que  el 
espíritu  humano  hiciese  la  evolución  que  se  consumó  en  la 
época  de  Descartes.  Como  quiera,  las  tentativas  no  eran  del 
todo  infructuosas,  pues  depositaban  en  el  seno  de  las  na- 
ciones europeas  un  germen  de  innovación  científica  que  no 
podía  menos  de  desenvolverse  en  los  siglos  posteriores.  || 


XLI 

EPOCA    DE  TRANSICION 


250.  A  proporción  que  la  Europa  iba  adelantando  en  or- 
ganización social  se  manifestaban  nuevas  tendencias  inte- 
lectuales, notándose  en  diferentes  sentidos  un  fuerte  espíri- 
tu de  oposición  a  la  filosofía  de  Aristóteles,  que  dominaba 
exclusivamente  en  las  escuelas.  La  caída  de  Coostantinopla 
arrojó  a  Europa  algunos  sabios  fugitivos  y  con  ellos  las  doc- 
trinas de  Platón  y  otros  antiguos ;  así  se  difundió  más  y 
más  el  espíritu  de  innovación  filosófica,  mayormente  cuan- 
do la  auxiliaba  también  el  prurito  de  disputa,  característico 
de  los  griegos,  lo  cual,  si  no  era  muy  a  propósito  para  el 
verdadero  adelanto,  servía  cuando  menos  como  poderoso 
ariete  contra  las  escuelas  peripatéticas.  Entre  los  mismos 
griegos  unos  estaban  por  Aristóteles,  otros  por  Platón,  dis- 
tinguiéndose como  aristotélicos  Argirópulo  y  Gennadio,  y 
como  platónicos  Gemisto,  Pletón  y  el  célebre  Besarión,  que 
después  fué  cardenal.  || 

Por  fin,  la  invención  de  la  imprenta,  el  descubrimiento 
de  nuevos  mundos,  acabaron  de  dar  un  fuerte  impulso  al 
movimiento  europeo  comenzado  en  la  época  de  las  cruza- 
das, y  desde  entonces,  desplegada  la  afición  al  estudio  de  la 
antigüedad  en  las  mismas  fuentes,  era  imposible  que  los 
espíritus  se  dieran  por  satisfechos  con  las  traducciones  de 
Aristóteles,  los  comentarios  de  los  árabes  y  las  discusiones 
de  los  escolásticos.  Precisamente  el  movimiento  ascendente 
^e  la  oposición  antiescolástica  coincidía  con  el  abuso  de  en- 
tregare en  las  escuelas  a  frivolas  disputas,  por  manera  que 
la  reacción,  ya  de  suyo  muy  fuerte,  era  provocada  más  y 
más  por  el  exceso  del  abuso. 


488 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA        [22,  180-182] 


251.  Dos  lados  flacos  tenían  las  escuelas  peripatéticas : 
la  negligencia  en  las  formas,  o  sea  en  el  estilo  y  lenguaje, 
y  el  descuido  de  las  matemáticas  y  ciencias  naturales,  y  pre- 
cisamente a  fines  del  siglo  xv  y  principios  del  xvi  se  habían 
despertado  las  dos  aficiones  diametralmente  opuestas :  re- 
nació el  amor  a  la  literatura  y  bellas  artes,  llevado  hasta 
una  exageración  a  veces  ridicula,  y  el  gusto  por  las  mate- 
máticas y  ciencias  de  observación  cundía  por  todas  partes. 
De  aquí  resultaba  que  la  filosofía  aristotélica  se  hallaba  vi- 
vamente combatida,  no  sólo  por  los  que  se  proponían  inno-x 
var  en  sentido  dañoso  a  la  religión  y  a  la  moral,  sino  tam- 
bién por  los  que  deseaban  sinceramente  '[  la  conservación 
de  las  sanas  ideas  junto  con  los  progresos  científicos  y  li- 
terarios. 

Lorenzo  Valla  ataca  en  Italia  las  escuelas  peripatéticas ; 
Pedro  Ramus  hace  lo  mismo  en  París,  mezclando  graves 
errores  y  fundando  la  escuela  llamada  de  los  ramistas:  Para- 
celso  amalgama  el  fanatismo  cabalístico  con  la  medicina,  la 
química  y  la  teología ;  Angel  Policiano  y  Cardano  se  incli- 
nan al  eclecticismo ;  Erasmo  de  Rotterdam  y  el  insigne  es- 
pañol Luis  Vives,  mientras  propagan  la  afición  a  las  bellas 
letras  y  cuidan  de  nuevas  ediciones  de  las  obras  antiguas, 
no  se  olvidan  de  hacer  la  guerra  a  las  sutilezas  escolásticas. 
Aquélla  es  una  época  de  verdadera  revolución ;  así  es  que 
en  vano  buscaríamos  un  sistema  fijo :  hay  una  mezcla  de 
las  doctrinas  de  Pitágoras,  de  Parménides,  de  Platón,  de  Ze- 
nón  el  escéptico.  Pico  de  la  Mirándola  disputa  de  omni  sci- 
bili,  y  es  llamado  el  fénix  de  su  siglo ;  Giordano  Bruno  en- 
seña el  panteísmo ;  Bernardino  Telesio  funda  la  academia 
llamada  telesiana,  con  el  objeto  de  combatir  a  los  escolás- 
ticos; Berigardo  resucita  en  Pisa  la  escuela  jónica;  los 
platónicos  brillan  en  Florencia,  y  Montaigne  en  sus  Ensa- 
yos formula  el  escepticismo,  abriendo  la  puerta  a  Bayle  y 
a  la  escuela  del  siglo  xvni  Vieta,  Fermat,  Copérnico  y  otros 
hacen  grandes  progresos  en  las  matemáticas,  y  la  filosofía 
aristotélica,  combatida  por  todos  lados,  va  perdiendo  te- 
rreno y  presiente  su  muerte  ||  cercana.  En  la  falange  inno- 
vadora descuellan,  por  fin,  Bacon  de  Verulam  y  Descartes, 
verdaderos  revolucionarios  de  la  ciencia,  que,  si  bien  debie- 
ron una  parte  de  su  triunfo  al  ascendiente  de  su  genio,  de- 
bieron todavía  mucho  más  a  la  fermentación  en  que  encon- 
traron a  los  espíritus.  La  revolución  estaba  hecha  en  gran 
parte ;  ellos  le  dieron  dirección  y  regularidad.  || 


[22,  183-185J 


DESCARTES 


489 


x  XLII 

BACON    DE  VERULAM 


252.  Entre  los  reformadores  de  la  filosofía  en  los  tiem- 
pos modernos  ocupa  un  lugar  distinguido  Bacon  de  Veru- 
lam,  nacido  en  Londres  en  1561.  No  se  le  deben  descubri- 
•mientos  en  las  matemáticas  ni  en  las  ciencias  naturales, 
como  a  Descartes,  Galileo,  Pascal  y  otros  hombres  insignes 
de  aquella  época ;  su  nombradla  procede  de  haber  llamado 
la  atención  sobre  lo  errado  de  los  métodos  antiguos  y  la 
necesidad  de  interrogar  a  la  experiencia.  En  sus  famosas 
obras  De  la  dignidad  y  del  progreso  de  las  ciencias  y  El 
nuevo  órgano  expone  sus  ideas  y  hace  al  propio  tiempo 
una  clasificación  de  todos  los  conocimientos  humanos.  Ba- 
con, combatiendo  el  método  abstracto  de  los  peripatéticos, 
favorecía  una  tendencia  que,  según  hemos  indicado,  se  iba 
manifestando  en  toda  Europa,  y  además,  siendo  hombre  ver- 
sado en  los  clásicos  antiguos  y  ocupando  por  añadidura  el 
alto  puesto  de  canciller  de  Inglaterra,  ||  reunía  todas  las 
circunstancias  para  que  sus  doctrinas  ejercieran  influencia. 
Sin  embargo,  Bacon  no  fundó  escuela,  porque  para  esto  se 
necesita  una  doctrina  y  él  no  daba  más  que  un  método.  El 
completar  la  revolución  filosófica  estaba  reservado  a  un 
hombre  más  eminente,  que  presentase  un  método  y  una 
doctrina,  el  instrumento  y  el  artefacto.  || 


XLIII 
DESCARTES 


253.  Este  hombre  extraordinario  nació  en  1596,  con  las 
cualidades  a  propósito  para  el  papel  que  debía  representar 
en  el  mundo.  Necesitaba  genio,  y  lo  poseía  en  grado  emi- 
nente ;  necesitaba  conocimiento  de  su  época,  y  lo  adquirió 
no  sólo  en  los  libros,  sino  en  sus  viajes  y  en  su  carrera  mili- 
tar ;  necesitaba  verdadera  pasión  por  la  ciencia,  y  la  tenía 
hasta  el  punto  de  menospreciar  los  altos  destinos  con  que 
le  brindara  la  sociedad,  prefiriendo  una  vida  solitaria  dedi- 
cada exclusivamente  a  la  meditación  filosófica,  y  de  resig- 


490 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  185-187] 


narse  a  vivir  por  espacio  de  más  de  veinte  años  fuera  de 
su  patria,  retirándose  a  Holanda  en  busca  de  libertad  y  si- 
lencio. Sus  talentos  no  se  limitaban  a  la  metafísica,  era 
eminente  matemático,  y,  aunque  inclinado  en  demasía  a 
hipótesis  en  las  ciencias  físicas,  mostraba  un  genio  privile- 
giado para  la  observación  de  la  naturaleza.  || 

254.  Los  puntos  capitales  de  la  doctrina  de  Descartes 
son :  1.°,  la  duda  metódica ;  2.°,  el  principio :  «yo  pienso, 
luego  soy» ;  3.°,  el  poner  la  esencia  del  alma  en  el  pensa- 
miento; 4.°,  el  constituir  la  esencia  de  los  cuerpos  en  la  ex- 
tensión. 

255.  La  duda  de  Descartes  nació  en  su  espíritu  en  vis- 
ta del  método  sistemático  que  dominaba  en  las  escuelas : 
fué  un  grito  de  revolución  contra  un  gobierno  absoluto.  «La 
experiencia  enseña  que  los  que  hacen  profesión  de  filósofos 
son  frecuentemente  menos  sabios  y  razonables  que  los  que 
no  se  han  aplicado  nunca  a  esos  estudios.»  (Principios  de 
filosofía.  Prefacio.)  Estas  palabras  manifiestan  el  desdén 
que  le  inspiraban  las  escuelas ;  así  no  es  extraño  que  busca- 
se otro  camino.  El  mismo  nos  explica  cuál  fué.  «Como  los 
sentidos,  dice,  nos  engañan  algunas  veces,  quise  suponer 
que  no  había  nada  parecido  a.  lo  que  ellos  nos  hacen  imagi- 
nar ;  como  hay  hombres  que  se  engañan  raciocinando  aun 
sobre  las  materias  más  sencillas  de  geometría  y  hacen  para- 
logismos, juzgando  yo  que  estaba  tan  sujeto  a  errar  como 
ellos,  deseché  como  falsas  todas  las  razones  que  antes  ha- 
bía tomado  por  demostraciones,  y  considerando,  en  fin,  que 
aun  los  mismos  pensamientos  que  tenemos  durante  la  vigi- 
lia pueden  venirnos  en  el  sueño,  sin  que  entonces  ninguno 
de  ellos  sea  verdadero,  me  resolví  a  ||  fingir  que  todas  las 
cosas  que  habían  entrado  en  mi  espíritu  no  encerraban  más 
verdad  que  las  ilusiones  de  los  sueños.»  (Discurso  sobre  el 
método,  4.a  parte.) 

Por  este  pasaje  se  ve  que  la  duda  universal  de  Descartes 
era  una  suposición,  una  ficción,  así  la  llama  él  mismo,  y, 
por  consiguiente,  no  una  duda  verdadera.  Lo  propio  se  ma- 
nifiesta en  su  respuesta  a  las  objeciones  recogidas  por  el 
P.  Mersenne  de  boca  de  varios  filósofos  y  teólogos  contra  las 
Meditaciones.  «En  primer  lugar,  dice,  me  recordáis  que  no 
de  veras,  sino  por  una  mera  ficción,  he  desechado  las  ideas 
o  fantasmas  de  los  cuerpos,  etc.,  etc.»  Descartes  no  rechaza 
esto,  antes  lo  admite,  y  continúa  deshaciendo  las  dificul- 
tades. 

256.  Sea  cual  fuere  el  abuso  que  posteriormente  se  haya 
hecho  del  método  de  Descartes  en  lo  tocante  a  la  religión, 
debemos  confesar  que  el  ilustre  filósofo  concilio  con  el  es- 
píritu de  examen  su  adhesión  al  catolicismo.  Entre  las  má- 
ximas fundamentales  que  adoptó  para  seguir  su  carrera  sin 


[22.  187-189] 


DESCARTES 


491 


peligro  figura  en  primer  lugar  la  de  «conservar  constante- 
mente la  religión  en  que  por  la  gracia  de  Dios  había  sido 
instruido  desde  la  infancia...  Después  de  haberme  asegura- 
do de  estas  máximas  y  haberlas  puesto  aparte  con  las  ver- 
dades de  la  fe,  que  han  sido  siempre  las  primeras  en  mi 
creencia,  juzgué  que  podía  deshacerme  libremente  ||  del 
resto  de  mis  opiniones».  (Discurso  sobre  el  método,  terce- 
ra parte.) 

257.  Parece  que  la  duda  de  Descartes  se  reduce  a  una 
idea  común  a  todos  los  métodos ;  él  mismo  lo  dice :  «Cuan- 
do sólo  se  trata  de  la  contemplación  de  la  verdad,  ¿quién 
ha  dudado  jamás  de  que  sea  necesario  suspender  el  juicio 
sobre  las  cosas  obscuras  o  que  no  son  distintamente  conoci- 
das?» (Respuesta  a  las  objeciones  recogidas  por  el  P.  Mer- 
senne.)  Sin  embargo,  no  diremos  por  esto  que  Descartes  no 
introdujese  en  la  filosofía  un  método  nuevo :  la  máxima  de 
que  conviene  suspendér  el  juicio  cuando  todavía  no  se  co- 
noce la  verdad  era  vulgarmente  admitida;  ¿y  quién  pudie- 
ra no  admitirla?  Pero  el  mal  estaba  en  dejarla  sin  aplica- 
ción, en  dar  sobrada  autoridad  al  nombre  de  Aristóteles,  en 
recibir  sin  examen  las  doctrinas  comunes  en  las  escuelas, 
no  cuidando  de  inquirir  sus  puntos  débiles  o  falsos. 

258.  Descartes  empezó  por  dudar,  pero  continuó  pensan- 
do ;  su  método  no  era  puramente  negativo ;  en  todas  sus 
obras  se  halla  una  doctrina  positiva  al  lado  de  ia  impugna- 
ción de  la  contraria.  Esta  es  una  de  las  causas  de  su  asom- 
brosa influencia  en  cambiar  la  faz  de  la  filosofía ;  se  pro- 
puso edificar  sobre  las  ruinas  de  lo  que  había  destruido ; 
no  se  contentó  con  decir :  ||  «Esto  no  es  verdad» ;  añadió : 
«La  verdad  es  ésta.» 

259.  El  principio  fundamental  de  Descartes:  «yo  pien- 
so, luego  soy»,  nació  de  su  duda;  su  proclamación  no  fué 
otra  cosa  que  la  expresión  del  punto  donde  se  hallaba  de- 
tenido en  su  tarea  destructiva.  «Pero  desde  luego  advertí, 
dice,  que,  mientras  quería  pensar  que  todo  era  falso,  era 
necesario  que  yo  que  lo  pensaba  fuese  alguna  cosa,  y  no- 
tando que  esta  verdad :  «yo  pienso,  luego  soy»,  era  tan  firme 
y  segura  que  las  más  extravagantes  suposiciones  de  los  es- 
cépticos  no  eran  capaces  de  conmoverla,  juzgué  que  sin  es- 
crúpulo podía  recibirla  por  el  primer  principio  de  filoso- 
fía.» (Discurso  sobre  el  método,  4.a  parte.) 

260.  Algunos  han  creído  que  el  principio  de  Descartes 
era  un  verdadero  entimema,  y  así  le  han  objetado  que  del 
pensamiento  no  podía  inferir  la  existencia  en  no  suponien- 
do de  antemano  esta  proposición:  «lo  que  piensa  existe»,  lo 
cual  equivaldría  a  reconocer  un  principio  más  fundamental 
que  el  otro.  Pero  la  objeción  estriba  en  un  falso  supuesto, 
a  que  dió  origen  la  enunciación  en  forma  de  entimema  y 


492 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  189-191] 


también  algunas  palabras  no  bastante  claras  del  filósofo. 
Mas  en  la  realidad  él  no  quería  hacer  un  verdadero  discur- 
so, sólo  intentaba  expresar  un  hecho  de  conciencia ;  a  ||  sa- 
ber: que  al  dudar  de  todo  hallaba  una  cosa  que  se  resistía 
a  la  duda :  el  pensamiento  propio.  Las  palabras  que  siguen 
son  terminantes.  «Cuando  conocemos  que  somos  una  cosa 
que  piensa,  esta  primera  noción  no  está  sacada  de  ningún 
silogismo;  y  cuando  alguno  dice :  «Yo  pienso,  luego  soy  o 
existo»,  no  infiere  del  pensamiento  su  existencia,  como  por 
la  fuerza  de  un  silogismo,  sino  como  una  cosa  conocida  por 
sí  misma,  la  ve  por  una  simple  inspección  del  espíritu,  pues 
que  si  la  dedujera  de  un  silogismo  habría  necesitado  cono- 
cer de  antemano  esta  mayor:  «todo  lo  que  piensa  es  o  exis- 
te». Por  el  contrario,  esta  proposición  se  la  manifiesta  su 
propio  sentimiento  de  que  no  puede  suceder  que  piense  sin 
existir.  Este  es  el  carácter  propio  de  nuestro  espíritu,  de  for- 
mar proposiciones  generales  por  el  conocimiento  de  las  par- 
ticulares.» (Respuesta  a  las  objeciones  recogidas  por  el  pa- 
dre Mersenne.) 

261.  Cuando  Descartes  emplea  la  palabra  pensamiento 
para  expresar  el  hecho  fundamental  en  las  investigaciones 
filosóficas,  no  la  limita  al  orden  intelectual  puro,  sino  que 
significa  por  ella  todos  los  fenómenos  internos  de  que  te- 
nemos conciencia,  ya  pertenezcan  al  entendimiento,  a  la 
voluntad  o  a  la  sensibilidad.  «Por  la  palabra  pensar,  dice, 
entiendo  todo  aquello  qué  se  hace  en  nosotros,  de  tal  suer- 
te que  lo  percibimos  inmediatamente  por  nosotros  mis- 
mos ;  así  ||  es  que  aquí  el  pensamiento  no  significa  tan  sólo 
«ntender,  querer,  imaginar,  sino  también  sentir.»  (Princi- 
pios de  filosofía.  1.a  parte,  §  9.) 

262.  Aunque  Descartes  ponía  por  primer  fundamento 
de  la  filosofía  la  conciencia  propia,  no  rechazaba  la  legitimi- 
dad del  criterio  de  la  evidencia ;  por  el  contrario,  en  sus  es- 
critos se  halla  expresamente  el  principio  que  después  se 
hizo  tan  famoso  entre  sus  discípulos :  «lo  que  está  conteni- 
do en  la  idea  clara  y  distinta  de  una  cosa  puede  afirmarse 
de  ella  con  toda  certeza».  «Después  de  esto,  dice,  consideré 
en  general  lo  que  se  necesita  para  que  una  proposición  sea 
verdadera  y  cierta,  porque  ya  que  yo  acababa  de  encontrar 
una  que  tenía  dicho  carácter,  pensé  que  debía  saber  tam- 
bién en  qué  consiste  esta  certeza,  y  habiendo  notado  que 
en  la  proposición :  «yo  pienso,  luego  soy»,  no  hay  nada  que 
me  asegure  de  que  yo  digo  la  verdad,  sino  que  veo  muy  cla- 
ramente que  para  pensar  es  preciso  ser,  juzgué  que  podia 
tomar  por  regla  general  que  las  cosas  concebidas  con  mu- 
cha claridad  y  distinción  son  todas  verdaderas,  pero  que 
sólo  hay  alguna  dificultad  en  notar  cuáles  son  las  que  conce- 
bimos distintamente.»  (Discurso  sobre  el  método.  4."  parte.) 


£22,  191-194J 


DESCARTES 


493 


263.  La  legitimidad  del  criterio  de  la  evidencia  la  funda 
Descartes  en  la  veracidad  de  Dios,  que  no  ||  ha  podido  que- 
rer engañarnos.  La  existencia  de  Dios  la  prueba  por  la  mis- 
ma idea  de  Dios,  empleando  el  argumento  de  San  Anselmo 
(Principios  de  filosofía  y  Meditaciones,  3  y  5).  Por  manera 
que,  según  Descartes,  hallamos  en  nuestra  conciencia  el 
pensamiento ;  en  éste  hallamos  la  idea  de  Dios ;  en  esta 
idea  hallamos  un  argumento  demostrativo  de  la  existencia 
del  mismo  Dios  y  de  sus  perfecciones,  y  el  conocimiento  de 
la  veracidad  divina  es  para  nosotros  una  firme  garantía  de 
la  legitimidad  del  criterio  de  la  evidencia. 

264.  «Aunque  un  atributo,  dice  Descartes,  sea  suficien- 
te para  hacernos  conocer  la  substancia,  hay,  sin  embargo,  en 
cada  una  de  ellas  uno  que  constituye  su  naturaleza  y  esencia 
y  del  cual-  dependen  todos  los  demás.  La  extensión  en  lon- 
gitud, latitud  y  profundidad  constituye  la  esencia  de.  la 
substancia  corpórea,  y  el  pensamiento  constituye  la  natu- 
raleza de  la  substancia  que  piensa.»  (Principios  de  filosofía, 
1.a  parte.)  Establecido  que  la  esencia  del  alma  consiste  en  el 
pensamiento,  Descartes  se  hallaba  precisado  a  sostener  que 
el  alma  no  deja  nunca  de  pensar,  pues  de  lo  contrario  per- 
dería su  atributo  constitutivo,  y  en  efecto  admitía  la  conse- 
cuencia. Contra  esta  doctrina  ocurren  varias  objeciones: 
¿Cómo  se  prueba  que  el  pensar  sea  la  esencia  del  alma? 
¿Cómo  es  posible  que  un  fenómeno  ||  que  tiene  todos  los  ca- 
racteres de  modificación  sea  el  constitutivo  de  una  substan- 
cia? ¿Cómo  se  prueba  que  el  alma  piensa  siempre?  ¿No  pa- 
rece que  la  experiencia  enseña  todo  lo  contrario?  Conoce- 
mos el  alma  por  el  pensamiento,  es  verdad,  pero  de  aquí  no 
se  sigue  que  el  alma  sea  el  pensamiento  mismo. 

265.  El  defecto  de  Descartes  en  este  punto  consiste  en 
tomar  el  fenómeno  por  la  substancia  en  la  cual  se  realiza; 
deseoso  de  fundar  la  filosofía  sobre  nociones  claras,  se  pa- 
raba en  lo  que  veía  claro  y  decía:  «No  hay  más»,  en  vez 
de  decir:  «No  veo  más.» 

f  266.  Una  cosa  análoga  le  sucede  al  tratar  de  la  exten- 
sión. Al  pensar  en  los  cuerpos  se  nos  ofrecen  las  dimensio- 
nes de  los  mismos  en  una  intuición  clarísima,  de  lo  cual  in- 
firió Descartes  que  la  esencia  de  ellos  era  lo  representado 
en  esta  intuición.  ¿Quién  no  ve  que  esto  es  confundir  el  or- 
den ideal  con  el  real  y  aun  no  tomando  del  ideal  más  que 
un  solo  aspecto? 

267.  Partiendo  de  este  errado  principio  infería  Descar- 
tes que  la  extensión  del  mundo  era  infinita.  «Sabemos  tam- 
bién, dice,  que  este  mundo  o  la  materia  extensa  que  com- 
pone el  universo  no  tiene  límites,  porque  dondequiera  que 
nos  propongamos  fingirlos  podemos  imaginar  más  allá  espa- 
cios indefinidamente  ||  extensos,  que  no  sólo  imaginamos, 


494 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA        [22,  194-196] 


sino  que  concebimos  ser  tales  en  efecto  como  los  imagina- 
mos, de  suerte  que  contienen  un  cuerpo  indefinidamente 
extenso,  porque  la  idea  de  extensión  que  concebimos  en  todo 
espacio  es  la  verdadera  idea  que  debemos  tener  del  cuer- 
po.» (Principios  de  filosofía,  2.a  parte,  §  21.) 

268.  El  vacío  es  intrínsecamente  imposible  según  la  teo- 
ría de  Descartes.  Si  la  extensión  constituye  la  esencia  del 
cuerpo,  donde  hay  extensión  hay  cuerpo ;  luego  el  vacío, 
esto  es,  una  extensión  sin  cuerpo,  es  una  idea  contradicto- 
ria (ibíd.,  §  18). 

269.  Una  de  las  doctrinas  más  singulares  de  Descartes 
fué  la  de  negar  el  alma  de  los  brutos,  sosteniendo  que  todo 
cuanto  vemos  en  ellos  es  el  resultado  de  un  puro  mecanis- 
mo. Esta  opinión  no  es  nueva:  entre  los  antiguos  la  profe- 
saron muchos  estoicos  y  también  Diógenes  cínico,  según 
refiere  Plutarco,  y  entre  los  modernos  la  defendió,  antes 
que  Descartes,  Gómez  Pereira  en  su  obra  titulada  Antonia- 
na  Margarita,  que  vió  la  luz  en  1554.  El  nombre  de  Descar- 
tes le  dió  importancia  en  lo  sucesivo ;  pero  en  la  actualidad 
está  casi  abandonada.  Difícilmente  se  sostiene  lo  que  está 
en  contradicción  con  el  sentido  común.  || 

270.  Buscando  la  razón  que  pudo  inclinar  a  Descartes 
hacia  una  opinión  tan  singular,  la  hallamos  en  su  teoría  de 
las  dos  esencias  fundamentales:  cuerpo  y  espíritu;  el  cuer- 
po es  la  extensión,  el  espíritu  es  el  pensamiento;  ¿dónde  se 
coloca  un  ser  que  no  sea  ni  lo  uno  ni  lo  otro?  En  ninguna 
parte.  Luego  todos  los  fenómenos  de  los  brutos  deben  expli- 
carse, no  como  efectos  de  una  percepción  sensitiva,  sino 
como  resultados  puramente  mecánicos.  Así  era  preciso  con- 
vertir los  brutos  en  autómatas  y  excogitar  varios  sistemas 
para  explicar  el  mecanismo,  y  en  caso  apurado  apelar  a  la 
infinita  sabiduría  del  Supremo  Artífice,  que  había  construí- 
do  aquellas  máquinas. 

271.  Descartes  distingue  entre  el  orden  sensible  y  el  in- 
telectual ;  sostiene  que  no  todos  los  conocimientos  dimanan 
de  los  sentidos ;  pero  no  es  exacto  que  admita  las  ideas  in- 
natas como  tipos  preexistentes  en  nuestro  espíritu.  «Nunca 
escribí  ni  creí,  dice,  que  el  entendimiento  necesitase  de 
ideas  innatas  que  sean  algo  distinto  de  su  facultad  de  pen- 
sar ;  pero  como  notase  que  había  en  mí  pensamientos  que 
no  procedían  ni  de  los  objetos  externos  ni  de  la  determina- 
ción de  mi  voluntad,  sino  de  la  sola  facultad  de  pensar, 
para  distinguir  a  esas  ideas  o  nociones  de  las  otras  adventi- 
cias o  facticias  las  llamé  innatas  H   


«Observad  que  por  ideas  innatas  nunca  he  entendido 


[22,  196-198] 


GASENDO 


495 


otra  cosa  sino  que  por  naturaleza  tenemos  una  facultad  con 
la  cual  podemos  conocer  a  Dios ;  pero  el  que  estas  ideas 
sean  actuales,  o  no  sé  qué  especies  distintas  de  la  facultad 
de  pensar,  no  lo  he  escrito  ni  opinado  nunca ;  pues,  por  el 
contrario,  yo  más  que  nadie  estoy  lejos  de  admitir  la  in- 
útil retahila  de  las  entidades  escolásticas.»  (Cartas,  tomo  I, 
carta  99.) 

272.  El  influjo  de  Descartes  en  cambiar  la  faz  de  la  filo- 
sofía dependió  de  varias  circunstancias:  1.°  De  su  indispu- 
table genio,  cuya  superioridad  no  podía  menos  de  ejercer 
ascendiente  sobre  los  espíritus.  2.°  De  que  había  en  los  áni- 
mos cierta  fermentación  contra  las  escuelas  predominantes, 
faltando  únicamente  un  hombre  superior  que  diese  la  señal 
de  insurrección  contra  la  autoridad  de  Aristóteles.  3°  De 
que  Descartes  no  sólo  fué  metafísico,  sino  también  físico, 
astrónomo  e  insigne  matemático,  con  lo  cual,  al  paso  que 
apartaba  a  los  espíritus  de  las  sutilezas  de  la  escuela,  los 
guiaba  hacia  los  estudios  positivos,  conforme  a  las  tenden- 
cias de  la  época.  4.°  Siendo  Descartes  eminentemente  espi- 
ritualista, atrajo  los  pensadores  aventajados,  a  quienes  abría 
ancho  campo  para  dilatarse  por  las  regiones  ideales.  5.°  Des- 
cartes fué  un  hombre  que  no  escribió  por  razones  de  cir- 
cunstancias, sino  por  efecto  de  convicciones  profundas.  Re- 
tiróse ||  a  Holanda  para  pensar  con  más  silencio  y  libertad ; 
sus  sistemas  son  hijos  de  meditaciones  dilatadas ;  era  un 
verdadero  filósofo,  un  ardiente  apasionado  por  las  inves- 
tigaciones científicas  (véanse  Filosofía  fundamental,  libros 
1.°  y  3.°,  y  la  Ideología  y  Psicología)  [vols.  XVI,  XVII 
Y  XXI].  |j 


XLIV 
G ASEN  D  O 


273.  En  la  misma  época  se  distinguió  Gasendo,  célebre 
por  su  adhesión  a  la  filosofía  corpuscular,  que,  sin  embargo, 
procuraba  presentar  depurada  de  los  errores  que  estuviesen 
en  oposición  con  las  doctrinas  cristianas.  Como  era  muy 
erudito  se  le  ha  llamado  el  más  erudito  de  los  filósofos,  y 
no  falta  quien  haya  vuelto  la  frase  llamándole  el  más  filó- 
sofo de  los  eruditos.  Tuvo  vehementes  disputas  con  Descar- 
tes, llegando  uno  y  otro  a  emplear  expresiones  demasiado 
duras,  que  sientan  mal  en  boca  de  hombres  tan  ilustres,  na- 
cidos para  estimarse.  La  filosofía  de  Gasendo  no  era  a  pro- 
pósito para  fundar  una  verdadera  escuela ;  lo  que  pudiese 


496 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  198J201] 


encerrar  de  tendencias  prácticas  hacia  la  observación  de  la 
naturaleza  se  halla  también  en  los  escritos  del  canciller  Ba- 
con,  y  no  falta  tampoco  en  las  obras  de  Descartes,  eminen- 
te físico  y  matemático.  La  dirección  atomística  de  los 
físicos  posteriores  no  ||  se  debe  sólo  a  Gasendo,  sino  tam- 
bién a  Descartes,  pues  poniendo  éste  la  esencia  de  los  cuer- 
pos en  la  extensión  y  queriendo  explicar  los  fenómenos  de 
la  naturaleza  por  simples  combinaciones  mecánicas,  venía 
a  caer  en  la  filosofía  corpuscular ;  en  tal  caso  los  átomos 
eran  pequeñas  partes  de  la  extensión  constitutiva  de  la 
esencia  de  los  cuerpos.  || 


XLV 
H  OBBES 


274.  Por  aquellos  tiempos  nos  encontramos  con  un  filó- 
sofo de  un  género  bien  diferente  del  de  Descartes  y  Gasen- 
do. Hobbes  nació  en  Malmesbury  en  1588  y  murió  en  1679. 
Es  más  conocido  por  sus  errores  en  materia  de  derecho  que 
por  su  filosofía ;  sin  embargo,  sus  horribles  doctrinas  mora- 
les y  políticas  se  enlazaban  con  las  ideológicas.  Hobbes  era 
sensualista :  no  admitía  más  conocimiento  que  el  sensible, 
ni  más  criterio  que  la  sensibilidad.  En  consecuencia  soste- 
nía que  no  hay  diferencia  intrínseca  entre  el  bien  y  el  mal, 
y  que  el  origen  de  estas  ideas  se  halla  en  el  placer  y  en  el 
dolor.  Según  Hobbes,  el  hombre  tiene  derecho  a  todo  lo 
que  alcanzan  sus  facultades,  y  en  el  estado  natural  todo 
hombre  es  enemigo  de  otro  hombre :  homo  homini  lupus.  La 
diferencia  entre  las  acciones  proviene  de  la  ley  civil ;  ésta 
nace  del  poder  público,  el  cual  a  su  vez  dimana  de  un  pac- 
to que  hicieron  ||  los  hombres  para  evitar  su  destrucción.  El 
poder  tiene  sus  facultades  ilimitadas ;  es  lícito  todo  lo  que 
él  manda,  siquiera  fuese  la  blasfemia  y  el  parricidio.  Las 
obras  De  Cive  y  el  LeviatJhan  son  la  apología  de  todos  los 
tiranos  y  de  todas  las  tiranías. 

275.  ¿Con  qué  objeto  esparcía  Hobbes  doctrinas  tan  re- 
pugnantes? Oigamos  a  lord  Clarendon :  «Volviendo  de  Es- 
paña pasé  por  París ;  Hobbes,  que  me  visitaba  con  frecuen- 
cia, me  dijo  que  estaba  imprimiendo  en  Inglaterra  un  libro 
que  quería  intitular  Leviathan,  del  cual  recibía  cada  sema- 
na un  pliego  de  pruebas  para  corregir,  y  que  pensaba  tener- 
le concluido  dentro  de  un  mes.  Añadió  que  ya  sabía  que  al 
leer  yo  su  libro  no  me  había  de  gustar,  indicándome  al  pro- 


[22.  201-203] 


SPLNOSA 


497 


pió  tiempo  algunas  de  las  ideas  que  contenía,  y  como  yo  le 
preguntase  por  qué  publicaba  semejantes  doctrinas,  me  res- 
pondió después  de  una  conversación  medio  seria,  medio  en 
chanza :  La  verdad  es  que  deseo  vivamente  volver  a  Ingla- 
terra.)} (Citadp  por  Dugald-Stewart,  Historia  de  la  filoso- 
fía, 1.a  parte.)  He  aquí  descifrado  un  enigma  y  retratado  un 
hombre :  deseaba  volver  a  Inglaterra,  siquiera  fuese  a  costa 
de  la  moral  y  de  la  humanidad.  Cromwell  mandaba  en  In- 
glaterra ;  Hobbes  volvió  de  la  emigración  y  fué  bien  recibi- 
do por  el  protector.  Despreciable  filosofía  que  así  trafica  con 
la  verdad  y  la  honra.  || 


XLVI 
S  PI  N  OS  A 


276.  Spinosa  nació  en  Amsterdam  en  1632.  Su  sistema 
consiste  en  afirmar  una  sola  substancia  y  la  imposibilidad 
de  que  haya  otra.  Esta  substancia  única  tiene  dos  atribu- 
tos :  el  pensamiento  y  la  extensión.  Todo  cuanto  vemos  en 
lo  exterior,  todo  cuanto  experimentamos  en  lo  interior,  son 
meros  fenómenos  de  la  substancia  única.  Dios  es  todo,  y 
todo  es  Dios ;  o  más  bien :  no  hay  más  que  un  ser,  que  lo  es 
todo.  En  este  supuesto  no  hay  creación ;  todo  es  uno  y  eter- 
no. No  hay  contingencia,  no  hay  libertad ;  todo  es  necesa- 
rio. Spinosa  no  retrocede  ante  esta  última  consecuencia. 
«Concíbase,  dice  en  una  de  sus  cartas,  una  piedra  que  se 
mueve  y  que  sabe  que  se  mueve :  al  conocer  los  esfuerzos 
que  hace  para  el  movimiento  creerá  ser  muy  libre  y  que 
si  continúa  el  movimiento  es  porque  quiere.  Esta  es  la  li- 
bertad humana  de  que  todos  se  jactan,  y  que  sólo  consiste 
en  que  los  hombres  ||  tienen  conciencia  de  sus  inclinaciones 
e  ignoran  las  causas  que  las  determinan.» 

277.  ¿En  qué  estriba  tan  absurdo  sistema?  En  una  de- 
finición de  la  substancia,  en  la  cual  confunde  Spinosa  el 
subsistir  sin  inherencia  a  otro,  o  en  sí,  con  el  existir  p(jr 
necesidad  intrínseca ;  en  suponer  que  no  puede  ser  distinto 
sino  lo  que  es  diferente ;  en  entender  por  infinidad  absoluta 
un  conjunto  de  absurdos ;  en  tomar  la  palabra  contener 
en  un  sentido  grosero.  En  otra  parte  (Metafísica,  Teodi- 
cea, c.  X)  [vol.  XXI]  llevo  explanado  e  impugnado  el  siste- 
ma de  Spinosa,  y  así  no  quiero  repetir  lo  que  allí  dije ;  baste 
observar  que  su  método  deslumhra  por  su  forma  matemá- 
tica y  porque  el  autor  aparenta  no  admitir  nada  que  no  esté 
rigurosamente  demostrado.  No  negaré  que  Spinosa  fuera  un 


32 


498 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  203-206] 


hombre  de  mucho  talento :  quien  carece  de  él  no  se  hace 
tan  célebre ;  pero  no  puedo  concederle  esa  profundidad  que 
algunos  le  atribuyen.  En  el  terreno  ontológico  e  ideológico, 
que  son  precisamente  los  que  él  prefiere,  Spinosa  es  suma- 
mente débil,  y  al  leer  la  serie  de  sus  proposiciones  se  sor- 
prende uno  de  que  haya  quien  tanto  las  pondere.  En  la  ac- 
tualidad hay  un  especial  prurito  de  acreditar  a  Spinosa;  es 
el  santo  del  panteísmo,  pues  no  ha  faltado  quien  le  diera 
este  título  sin  temer  la  risa  de  los  lectores ;  pero  en  la  reali- 
dad es  un  sofista  nada  más.  Bayle,  poco  ||  sospechoso  a 
los  incrédulos,  examinando  la  proposición  quinta,  en  que 
afirma  Spinosa  que  no  puede  haber  dos  o  más  substancias 
de  un  mismo  atributo,  porque  de  la  identidad  de  atributos 
resulta  la  identidad  de  substancias,  dice:  «Este  es  el  Aqui- 
les  de  Spinosa  y  el  fundamento  de  todo  el  edificio,  lo  que, 
sin  embargo,  no  es  más  que  un  muy  ridículo  sofisma,  por  el 
que  no  se  dejarían  seducir  los  principiantes  de  lógica.  En 
los  rudimentos  de  la  filosofía  ya  se  enseña  lo  que  significan 
el  género,  las  especies  y  el  individuo.»  (Diccionario  histó- 
rico y  critico.)  \\ 


XLVII 
MALEBRANCHE 


278.  Uno  de  los  más  eminentes  discípulos  de  Descartes 
fué  Malebranche;  nació  en  París  en  1638  y  murió  en  1715. 
Como  su  maestro,  reunió  a  la  metafísica  las  matemáticas,  la 
física  y  la  astronomía.  Sus  principios  fundamentales  son  los 
de  Descartes ;  pero  un  hombre  de  genio  como  Malebranche 
no  se  contenta  con  imitar,  imitando  inventa. 

279.  Distinguióse  Malebranche  por  su  exagerado  ocasio- 
nalismo. Inexactamente  se  ha  llamado  cartesiano  al  sistema 
de  las  causas  ocasionales,  pues  Descartes  no  lo  defiende,  y 
antes  parece  que  opinaba  en  contrario.  En  su  carta  a  Enri- 
que Moro  se  expresa  así :  «La  fuerza  motriz  puede  ser,  o  de 
Dios,  conservando  en  la  materia  igual  cantidad  de  movi- 
miento al  que  en  ella  puso  desde  el  momento  de  la  creación, 
o  bien  de  una  substancia  criada,  como  de  nuestra  ||  alma, 
o  de  cualquier  otra  cosa  a  la  que  Dios  haya  dado  fuerza 
para  mover  el  cuerpo.»  Como  quiera,  Malebranche  no  sólo 
negó  la  causalidad  efectiva  y  recíproca  entre  el  alma  y  el 
cuerpo,  sino  que  en  general  sostuvo  que  no  había  verdadera 
causalidad  en  ninguna  criatura,  ni  en  las  corpóreas  ni  en 
las  espirituales.  «Las  causas  naturales  no  son  verdaderas 


[22,  206-208] 


MALEBRANCHE 


499 


causas ;  son  únicamente  causas  ocasionales :  sólo  la  volun- 
tad de  Dios  es  verdadera  causa.»  (Recherche  de  la  vérité. 
I.  6.°,  2.a  parte,  c.  III.)  Llevó  sus  doctrinas  hasta  el  extremo 
de  dudar  de  que  fuera  posible  el  que  se  comunicara  a  las 
criaturas  la  verdadera  causalidad.  «Añado,  dice,  que  no  se 
puede  concebir  que  Dios  pueda  comunicar  a  los  hombres  o 
a  los  ángeles  el  poder  que  El  tiene  de  -mover  los  cuerpos ; 
los  que  creen  que  la  facultad  de  mover  el  brazo  es  una  ver- 
dadera fuerza  debieran  admitir  que  Dios  puede  comunicar 
a  los  espíritus  el  poder  de  criar  y  anonadar ;  en  una  pala- 
bra, hacerlos  omnipotentes.»  (Ibíd.) 

280.  Salta  a  los  ojos  que  no  hay  paridad  entre  estas  co- 
sas y  que,  por  lo  tanto,  la  consecuencia  no  es  legítima.  Ade- 
más, el  sistema  de  Malebranche  ofrece  otra  consecuencia 
funesta,  que  no  admitía  ciertamente  su  ilustre  autor,  pero 
que  difícilmente  se  evita:  si  no  hay  en  las  criaturas  verda- 
dera ¡I  causalidad,  no  habrá  verdadera  actividad,  y  enton- 
ces, ¿cómo  se  explica  la  verdadera  libertad?  ¿Cómo  se 
salva? 

281.  El  ilustre  filósofo,  que  unía  con  sus  teorías  una  sin- 
cera adhesión  a  las  verdades  católicas,  sentía  el  peso  de  la 
dificultad  y  procuraba  deshacerse  de  ella,  no  advirtiendo  la 
contradicción  en  que  incurría.  Después  de  haber  negado  en 
general  la  posibilidad  de  una  causalidad  verdadera,  aun  en 
los  espíritus,  dice :  «Entre  las  almas  y  los  cuerpos  hay  mu- 
cha diferencia :  nuestra  alma  quiere,  obra,  en  algún  sentido 
se  determina,  lo  confieso ;  esta  verdad  nos  la  atestigua  el 
sentido  íntimo  o  la  conciencia ;  si  no  tuviésemos  libertad  no 
habría  premios  ni  penas  en  la  otra  vida,  pues  sin  libertad 
no  hay  acciones  buenas  ni  malas:  la  misma  religión  sería 
una  quimera.  Pero  el  que  los  cuerpos  estén  dotados  de  la 
fuerza  de  obrar,  ni  lo  vemos  claro  ni  creemos  que  se  pueda 
concebir,  y  esto  es  lo  que  negamos  al  negar  la  eficacia  de 
las  causas  segundas.» 

Fácil  es  notar  que  el  filósofo  se  sentía  oprimido  por  la 
objeción,  y  que  retrocede  espantado  del  abismo  que  se  le 
muestra. 

282.  Admite  Malebranche  cuatro  modos  de  conocer : 
1.°,  el  conocimiento  inmediato  de  la  cosa  por  ||  sí  mis- 
ma; 2.°,  por  la  idea  de  la  cosa;  3.°,  por  el  sentido  íntimo  o 
la  conciencia ;  4.°,  por  conjetura.  En  el  primer  sentido  el 
alma  sólo  conoce  a  Dios,  quien,  siendo  espiritual,  es  inteligi- 
ble por  sí  mismo,  y  además,  por  ser  el  autor  del  alma  y 
origen  de  toda  verdad,  penetra  el  entendimiento,  se  une  in- 
mediatamente con  él,  se  le  muestra.  Los  cuerpos,  como  ma- 
teriales, no  son  inteligibles  en  sí  mismos,  y  así  es  que  los 
vemos  por  sus  ideas,  y  como  éstas  se  hallan  en  Dios,  pues 
que  en  la  fuente  de  toda  inteligencia  y  verdad  está  todo  de 


500 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA  [22,  208-210] 
«  


un  modo  inteligible,  resulta  que  los  cuerpos  y  sus  propieda- 
des los  vemos  en  la  esencia  divina.  Esta  teoría  la  funda  Ma- 
lebranche  en  dos  principios :  en  que  todo  se  halla  contenido 
en  Dios  de  una  manera  inteligible  y  en  que  el  alma  está 
estrechamente  unida  con  Dios,  unión  que  expresa  con  esta 
atrevida  imagen :  «Dios  puede  llamarse  el  lugar  de  los  es- 
píritus, como  el  espacio  lo  es  de  los  cuerpos.»  (Recherche  de 
la  véritié,  1.  3.°,  2.a  parte,  c.  VI.) 

283.  El  alma  no  se  conoce  a  sí  misma,  ni  por  sí  misma, 
ni  por  su  idea,  sino  por  conciencia  o  sentido  íntimo.  De 
aquí  nace  que  el  conocimiento  de  la  naturaleza  del  alma  sea 
tan  imperfecto,  y  que  si  bien  estamos  tan  ciertos  de  su  exis- 
tencia como  la  de  los  cuerpos,  sin  embargo,  no  conocemos 
sus  propiedades  como  las  de  la  extensión,  por  lo  cual  no  po- 
demos ||  explicarlas  como  lo  hacemos  cen  respecto  a  los 
cuerpos. 

284.  El  conocimiento  por  conjetura  se  refiere  a  lo  que 
no  conocemos  por  sí  mismo,  ni  por  su  idea,  ni  por  sentido 
íntimo,  en  cuyo  caso  se  hallan  las  almas  de  los  demás,  pues 
que  es  claro  que  ni  las  vemos  intuitivamente  en  sí,  ni  en 
ninguna  imagen,  ni  tampoco  están  presentes  a  nuestra  con- 
ciencia. «Conjeturamos,  sin  embargo,  que  son  de  la  misma 
especie  que  la  nuestra,  y  creemos  que  pasa  en  ellas  lo  que 
experimentamos  en  la  nuestra.»  (Ibíd.) 

285.  Por  lo  dicho  se  ve  que  Malebranche  no  enseña  que 
lo  veamos  todo  en  Dios :  vemos  a  Dios  en  Dios ;  vemos  los 
cuerpos  en  Dios,  en  cuanto  en  la  esencia  divina  se  nos  ofre- 
cen representados  los  cuerpos ;  pero  no  vemos  en  Dios  las 
almas  de  los  demás,  ni  tampoco  la  propia. 

286.  La  teoría  de  Malebranche  es  la  exageración  de  una 
doctrina  cierta ;  pero  al  fin  es  una  exageración,  y  bastante 
peligrosa.  No  cabe  duda  en  que  el  origen  de  toda  verdad 
está  en  Dios ;  que  Dios  es  la  luz  de  todas  las  inteligencias ; 
que  no  se  puede  explicar  el  orden  intelectual  y  la  comuni- 
dad de  la  razón  sin  suponer  una  comunicación  de  todos  los 
espíritus  ||  con  la  inteligencia  infinita ;  pero  si  esto  se  exa- 
gera hasta  el  punto  de  quitar  a  los  espíritus  criados  la  acti- 
vidad propia,  de  suponer  que  no  tienen  verdadera  causali- 
dad y  que  todo  cuanto  hay  en  ellos  de  causado  lo  hace  Dios 
solo ;  si  se  añade  que  Dios  es  el  lugar  de  los  espíritus  como 
el  espacio  de  los  cuerpos ;  si  se  sostiene  que  aun  ahora, 
aquí  en  la  tierra,  vemos  a  Dios  en  Dios  mismo,  y  que  hasta 
los  cuerpos  los  vemos  en  Dios,  muy  temible  es  que  la  idea 
de  creación  se  transforme  en  emanación;  que  la  comunidad 
de  razón  degenere,  de  visión  en  Dios,  en  identidad  de  subs- 
tancia, y  que  el  sentido  íntimo  se  convierta  en  un  fenóme- 
no de  la  conciencia  única.  Así  nos  hallaríamos  conducidos 
al  panteísmo:  si  el  ilustre  filósofo  volviese  a  la' vida  se  lie- 


[22,  210-213] 


LOCKE 


501 


naría  de  horror  al  ver  cómo  se  lo  quieren  apropiar  los  pan- 
teístas,  y  enmendaría  sin  duda  algunas  páginas  que  envuel- 
ven peligro.  Sin  embargo,  es  preciso  convenir  en  que  hay 
inmensa  distancia  entre  Malebranche  y  los  panteístas: 
quien  admite  la  creación  en  toda  su  pureza ;  quien  niega  la 
causalidad  verdadera  a  las  criaturas,  por  temor  de  hacerlas 
participantes  de  la  omnipotencia  del  Criador;  quien,  a  pe- 
sar de  las  dificultades  de  su  propia  teoría,  defiende  la  liber- 
tad de  albedrío ;  quien  reconoce  la  existencia  de  la  otra 
vida,  con  todos  los  dogmas  católicos ;  quien  admite  una  con- 
ciencia individual  en  que  el  alma  se  conoce  a  sí  misma ; 
quien  divide  el  ||  mundo  en  dos  clases  de  substancias  esen- 
cialmente distintas,  cuerpos  y  espíritus ;  quien  reconoce  una 
muchedumbre  de  substancias  finitas,  distintas,  diferentes 
entre  sí  y  dependientes  todas  de  Dios,  que  las  ha  sacado  de 
la  nada  y  las  conserva  con  su  voluntad  omnipotente,  ese 
tal  rio  puede  ser  contado  entre  los  panteístas  sin  una  gro- 
sera calumnia.  || 


XLVIII 
LOCKE 


287.  Locke,  caudillo  de  los  sensualistas  modernos,  nació 
en  1631  y  murió  en  1704.  Desde  la  más  remota  antigüedad 
había  sido  proclamado  en  algunas  escuelas  filosóficas  el  fa- 
moso principio :  «Nada  hay  en  el  entendimiento  que  antes 
no  haya  estado  en  el  sentido» ;  nihil  est  in  intellectu  quod 
prius  non  fuerit  in  sensu;  en  los  siglos  medios  lo  adoptaron 
los  escolásticos  (XXXIX),  y  aun  en  tiempos  más  modernos 
no  le  han  faltado  otros  defensores:  ¿por  qué,  pues,  se  sue- 
le mirar  a  Locke  como  él  fundador  de  una  nueva  escuela? 
Porque  en  una  obra  titulada  Ensayo  sobre  el  entendimien- 
to humano,  donde  se  halla  el  fruto  de  largas  meditaciones 
sobre  los  fenómenos  de  la  conciencia,  se  dedicó  a  exponer  y 
defender  ese  principio,  dándole  además  una  interpretación 
particular,  conocida  entre  los  antiguos,  pero  no  entre  los 
escolásticos.  ||  Estos  decían  que  el  conocimiento  procedía 
de  la  sensación,  mas  no  que  el  alma  no  tuviese  otra  cosa : 
la  sensación  era  el  punto  de  partida,  mas  no  todo  el  cami- 
no. Locke  no  lo  entiende  así,  y  por  esto  se  le  mira  como  el 
padre  del  sensualismo  entre  los  modernos.  Bacon  y  Hobbes 
tendrían  tal  vez  algún  derecho  al  mismo  título ;  sea  como 
fuere,  dejando  a  Hobbes  la  supremacía  en  cuanto  a  la  polí- 
tica despótica,  y  a  Bacon  en  lo  relativo  a  método  físico, 


502 


FILOSOFÍA   ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  213-215] 


Locke  se  ha  sobrepuesto  a  sus  dos  compatriotas  en  lo  tocan- 
te a  ideología. 

288.  El  punto  de  vista  en  que  se  coloca  el  filósofo  inglés 
es  meramente  psicológico :  la  observación  de  los  fenómenos 
de  la  conciencia ;  de  suerte  que  su  doctrina,  tan  opuesta  a 
la  de  Descartes,  parte,  sin  embargo,  del  mismo  hecho :  «yo 
pienso».  «Pues  que  nuestro  e'spíritu  no  tiene  otro  objeto  de 
süs  pensamientos  y  raciocinios  que  sus  propias  ideas,  las 
cuales  son  la  única  cosa  que  él  contempla  o  que  puede  con- 
templar, es  evidente  que  nuestro  conocimiento  se  funda 
todo  entero  sobre  nuestras  ideas.»  (Ensayo  sobre  el  enten- 
dimiento humano,  L  4.°,  c.  VIL) 

Locke  se  propone  observar  estas  ideas  interrogando  la 
conciencia  o  sentido  íntimo,  y  desde  allí  investigar  no  sólo 
cuál  es  la  naturaleza  de  ellas,  sino  ||  también  el  origen.  «En 
primer  lugar  examinaré  cuál  es  el  origen  de  las .  ideas,  no- 
ciones, o  como  se  las  quiera  llamar,  que  el  hombre  percibe 
en  su  alma  y  que  su  propio  sentimiento  le  hace  descubrir 
en  ella.»  (Ibíd.  Prólogo.) 

289.  «La  fuente  de  todas  las  ideas,  dice  Locke,  es  la  ex- 
periencia ;  en  ésta  se  halla  el  fundamento  de  todos  nuestros 
conocimientos.  Las  observaciones  que  hacemos  sobre  los 
objetos  sensibles,  o  sobre  las  operaciones  de  nuestra  alma 
que  percibimos  con  la  reflexión  y  el  sentido  íntimo,  nos  pro- 
porcionan todas  nuestras  ideas ;  cuantas  tenemos  y  pode- 
mos naturalmente  tener  dimanan  de  estas  dos  fuentes: 
sensación  y  reflexión.»  (L.  2.°,  c.  I.)  Tal  es  el  principio  fun- 
damental, a  cuyo  desarrollo  consagra  el  filósofo  inglés  su 
extensa  obra.  Como  todas  las  doctrinas  superficiales,  pre- 
senta la  de  Locke  una  apariencia  de  claridad  y  sencillez 
que  a  primera  vista  seduce,  y  así  no  es  de  extrañar  que  se 
atrajera  por  de  pronto  muchos  discípulos ;  pero,  examinada 
a  fondo,  ofrece  desde  luego  gravísimas  dificultades,  y  la 
claridad  y  sencillez  se  convierten  en  complicación  y  tinie- 
blas (véase  Ideología,  ce.  I,  V  y  "XIII,  y  Filosofía  funda- 
mental, 1.  4.°)  [vols.  XXI  y  XVIII].  En  ciertas  épocas  se  ha 
ensalzado  a  Locke  de  una  manera  desmedida ;  en  la  actuali- 
dad, aun  entre  los  que  le  consideran  como  ||  un  gran  ideó- 
logo, el  entusiasmo  ha  disminuido :  su  obra  es  más  bien 
citada  que  estudiada.  Sobre  la  doctrina  y  el  estilo  de  Locke 
es  digno  de  leerse  el  conde  de  Maistre  en  sus  Veladas  de 
San  Petersburgo.  \\ 


[22,  216-218] 


VICO 


503 


XLIX 
BERKELEY 


290.  Jorge  Berkeley  es  considerado  como  uno  de  los 
más  distinguidos  sostenedores  del  idealismo  en  los  tiempos 
modernos.  Nació  en  Irlanda  en  1684  y  murió  obispo  de  Cloy- 
ne  en  1753.  Parece  que  su  objeto  dominante  fué  el  impedir 
los  errores  que  en  el  orden  metafísico  y  moral  podían  resul- 
tar del  sensualismo  de  Locke,  y  así  excogitó  un  medio  muy 
seguro  para  guardarse  del  materialismo:  negar  la  existencia 
de  la  materia.  Según  Berkeley,  no  hay  en  realidad  un  mun- 
do, corpóreo :  lo  que  nos  parece  tal  es  pura  ilusión ;  sólo 
existen  espíritus  donde  hay  esas  representaciones  a  las  cua- 
les atribuímos  sin  fundamento  objetos  reales.  El  argumen- 
to capital  de  Berkeley  es  el  que  ocurre  a  todos  los  filóso- 
fos: ¿cómo  se  hace  el  tránsito  de  lo  subjetivo  a  lo  ob- 
jetivo? Siendo  las  sensaciones  fenómenos  de  nuestra  alma, 
¿cómo  se  prueba  "que  al  conjunto  de  ellos  corresponda  un 
conjunto  de  ||  realidades?  Este  no  es  un  problema  nuevo; 
se  le  ha  propuesto  en  todas  ]as  escuelas  filosóficas;  sólo  que 
Berkeley  le  dió  cierta  novedad  con  la  osadía  de  su  pensa- 
miento (véanse  Filosofía  fundamental,  1.  1.°,  e  Ideología, 
c.  XIV)  [vols.  XVI  y  XXI].  |l 


L 

VICO 


291.  El  napolitano  Vico,  que  publicó  en  1725  su  obra  La 
ciencia  nueva,  merece  un  lugar  en  la  historia  de  la  filosofía, 
pues,  aunque  no  la  abrazase  en  todas  sus  partes,  emitió 
ideas  notables  sobre  su  fundamento:  el  criterio  de  verdad. 
En  esto,  como  en  todo  lo  demás,  manifiesta  la  originalidad 
que  le  distinguía.  Opina  Vico  que  el  criterio  es  la  causali- 
dad, el  haber  hecho  la  cosa  conocida.  Nuestros  conocimien- 
tos son  completamente  ciertos  cuando  los  objetos  son  obra 
propia,  y  la  certidumbre  disminuye  a  proporción  que  hemos 
tenido  menos  parte  en  la  obra.  Por  este  principio  explica 
Vico  la  diferencia  de  certeza  entre  las  ciencias  que  versan 


504 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  218-221] 


sobre  las  ideas  y  las  que  tienen  por  objeto  la  realidad:  en  el 
primer  caso  se  hallan  las  matemáticas,  en  el  segundo  la  físi- 
ca. En  las  matemáticas  encontramos  certeza  completa,  por- 
que su  objeto  es  una  combinación  de  nuestro  entendimien- 
to; nosotros  mismos  ||  hemos  puesto  las  condiciones  y  so- 
bre ellas  estribamos ;  así  juzgamos  con  toda  seguridad  de  lo 
que  había,  porque  sólo  hay  lo  que  nosotros  hemos  puesto. 
No  sucede  así  en  la  física :  la  naturaleza  nos  ofrece  los  he- 
chos ;  los  contemplamos,  pero  no  son  nuestra  obra,  no  pode- 
mos alterar  las  condiciones  a  que  están  sujetos.  Esta  doc- 
trina presenta  algunos  puntos  luminosos  j  pero  se  halla  su- 
jeta a  graves  dificultades.  Es  evidente  que  si  se  la  tomase  en 
un  sentido  absoluto  conduciría  a)  escepticismo  en  todo  lo 
que  no  fueran  puras  combinaciones  de  nuestra  mente,  y  aun 
en  éstas  no  dejaría  de  haber  dificultades  para  aplicar  con 
exactitud  el  principio  de  la  causalidad  como  único  criterio. 
Siéndome  imposible  extenderme  sobre  este  punto,  me  refie- 
ro a  lo  que  dije  largamente  en  otra  parte  (véase  Filosofía 
fundamental  1.  1.",  ce.  XIII.  XXX  y  XXXI)  [vol.  XVI].  || 


LI 

L  E  I  B  N  I  Z 


292.  Leibniz  nació  en  Leipzig  en  1646  y  murió  en  1716. 
No  hay  que  buscar  en  sus  obras  a  un  discípulo  de  Descartes 
ni  de  otro  filósofo  cualquiera :  es  original  en  todo.  No  pue- 
de tocar  una  cuestión  sin  emitir  alguna  idea  nueva.  Este 
es  un  hombre  extraordinario  en  quien  el  genio  rebosa,  aun 
en  sus  teorías  más  extrañas. 

293.  Según  Leibniz,  Dios,  ser  infinito,  eterno,  inmutable, 
ha  sacado  de  la  nada  el  universo.  Dios  es  la  unidad  supre- 
ma: Monas,  que  conoce  con  infinita  perfección  todo  lo  actual 
y  lo  posible.  Al  querer  Dios  escoger  entre  los  mundos  que 
pudiera  criar  es  necesario  suponer  un  motivo  a  su  elección, 
y  la  razón  de  este  motivo  puede  sólo  hallarse  en  los  grados 
de  perfección  de  los  mundos  posibles.  De  aquí  el  famoso 
sistema  del  optimismo,  según  el  cual  el  mundo  es  el  [|  más 
perfecto  de  los  posibles.  Esta  teoría  se  opone  al  poder  divi- 
no, y  además  no  se  funda  en  razón  alguna.  ¿Por  qué  se  afir- 
ma que  Dios  debió  escoger  lo  más  perfecto?  ¿Podía  Dios 
dejar  de  criar  el  mundo?  ¿Sí  o  no?  Si  podía,  se  infiere  que 
Dios  no  está  precisado  a  hacer  su  obra  lo  más  perfecta  po- 
sible, pues  que  hasta  podía  no  hacer  ninguna,  en  cuyo  caso 


[22,  221-223] 


LEIBNIZ 


505 


no  habría  ciertamente  el  mayor  grado  de  perfección,  pues 
no  habría  ninguno.  Si  no  podía,  resulta  que  la  creación  es 
necesaria  y  el  optimismo  quita  la  libertad  a  Dios.  ¿Cómo 
podemos  saber  la  razón  que  la  sabiduría  infinita  ha  tenido 
para  escoger  esto  o  aquello?  En  pro  de  la  menor  perfec- 
ción, ¿no  puede  haber  motivos  que  se  ocultan  a  nuestra 
flaca  inteligencia? 

294.  Las  almas  racionales  son,  según  Leibniz,  una  serie 
de  mónadas  o  unidades,  dotadas  de  una  representación  inte- 
lectual, clara  y  distinta.  Las  de  los  brutos  forman  otra  se- 
rie inferior,  que  tienen  también  sus  representaciones,  pero 
confusas.  En  la  última  escala  de  los  seres  se  halla  otra  se- 
rie de  mónadas  que  son  los  elementos  de  todos  los  cuerpos, 
las  cuales,  sin  embargo,  también  poseen  cierta  representa- 
ción, aunque  confusa  y  obscura.  Esta  percepción  no  incluye 
apercepción,  o  sea  percepción  de  la  percepción ;  por  manera 
que  perciben  en  una  especie  de  estupor,  sin  conciencia  de  lo 
que  experimentan,  como  cree  el  ||  mismo  filósofo  que  le  su- 
cede a  nuestra  alma  en  el  sueño  profundo  y  en  el  desmayo. 
Según  Leibniz,  todo  el  universo  es  viviente,  o  más  bien  es 
un  conjunto  de  vivientes;  cada  mónada  tiene  su  conciencia 
propia,  en  la  cual  se  representa  el  mundo  bajo  el  punto  de 
vista  que  corresponde  al  lugar  ocupado  por  ella  en  la  escala 
de  los  seres.  A  todas  las  llama  espejos  vivos  del  universo. 

295.  La  mónada  creada  no  puede  recibir  nada  de  otra 
mónada  creada ;  todas  las  evoluciones  que  en  ella  se  reali- 
zan nacen  de  un  principio  de  fuerza  intrínseca,  cuya  inco- 
municabilidad produce  el  que  la  una  no  puede  influir  físi- 
camente sobre  la  otra,  y  de  aquí  la  necesidad  de  la  harmo- 
nía praestabilita. 

Este  famoso  sistema  no  mira  únicamente  a  las  relaciones 
entre  el  cuerpo  y  el  alma :  es  una  ley  general  del  universo. 
Todas  las  mónadas  tienen  fuerza  intrínseca,  principio  de  sus 
determinaciones,  donde  se  hallan  como  en  un  germen  todas 
las  evoluciones  que  han  de  sufrir  en  el  espacio  y  en  el 
tiempo.  Claro  es  que  si  este  conjunto  de  principios  indepen- 
dientes entre  sí  no  hubiesen  estado  subordinados  a  una  ley 
de  unidad,  habría  resultado  la  más  profunda  anarquía,  y 
como  el  orden  no  podía  fundarse  en  la  acción  recíproca  de 
las  mónadas  entre  sí,  fué  necesario  que  se  estableciese  una 
ley  de  armonía,  de  suerte  que  sin  |J  influir  la  una  sobre  la 
otra  se  encontrasen  obrando  armónicamente  para  contribuir 
a  la  perfección  y  unidad  del  universo.  Así  el  mundo  es  un 
conjunto  de  pequeños  relojes  montados  con  tanta  perfec- 
ción, que  los  movimientos  del  uno  corresponden  exactísima- 
mente  a  los  del  otro,  todos  a  los  de  todos,  sin  la  menor  dis- 
crepancia. 

296.  De  donde  se  infiere  que  la  mónada,  que  es  el  alma, 


506 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL— HISTORIA      [22,  223-225] 


no  influye  físicamente  sobre  el  conjunto  de  mónadas  consti- 
tutivas del  cuerpo,  sino  que  así  el  cuerpo  como  el  alma  van 
ejerciendo  sus  respectivas  funciones,  con  entera  indepen- 
dencia el  uno  del  otro,  pero  siempre  con  la  más  perfecta 
armonía. 

Esta  hipótesis  es  ingeniosa;  pero  ¿en  qué  se  funda?  Ade- 
más, ¿cómo  se  salva  en  ella  la  libertad  de  albedrío?  (véase 
Psicología,  c.  V)  [vol.  XXI]. 

297.  Opina  Leibniz  que  todas  las  mónadas  no  sólo  son 
distintas,  sino  diferentes,  de  suerte  que  en  cada  una  de 
ellas  hay  ciertas  propiedades  características  que  no  se  ha- 
llan en  las  demás.  No  hay  dos  mónadas  enteramente  seme- 
jantes, y  así  no  hay  dos  seres  que  no  se  puedan  discernir 
por  lo  que  en  sí  tienen.  Si  así  no  fuese  no  habría  medio  de 
distinguirlos,  y  además  no  habría  razón  suficiente  para  mul- 
tiplicarlos. De  aquí  la  teoría  de  los  indiscernibles,  que  con- 
siste ||  en  no  admitir  la  posibilidad  de  que  existan  dos  se- 
res semejantes  en  todo,  distintos  sólo  numéricamente.  Esta 
teoría  se  enlaza  con  la  del  optimismo  y  de  la  razón  suficien- 
te ;  cree  Leibniz  que  no  puede  haberla  para  criar  dos  seres 
que  sólo  se  distingan  en  número.  Así.  la  imposibilidad  no 
la  saca  de  la  misma  esencia  de  las  cosas,  como  Spinosa,  sino 
de  la  falta  de  un  motivo  determinante  de  la  voluntad  crea- 
dora. Spinosa  pretende  que  dos  substancias  del  todo  seme- 
jantes son  imposibles  por  razones  ontológicas;  Leibniz  cree 
que  la  imposibilidad  nace  de  razones  finales.  Conviene  no- 
tar esta  diferencia  para  no  confundir  cosas  tan  diversas. 

298.  El  argumento  fundamental  de  Leibniz  es  que  nada 
se  hace  sin  razón  suficiente ;  pero  ¿cómo  probará  que  no 
puede  haberla  para  criar  dos  o  más  seres  semejantes  en 
todo  y  sólo  distintos  en  número?  Para  un  artefacto,  ¿no 
pueden  ser  necesarias  o  convenientes  dos  o  más  piezas  en- 
teramente iguales?  ¿Por  qué  no  será  posible  lo  mismo  en 
el  universo? 

299.  Una  de  las  cosas  más  notables  en  la  filosofía  de 
Leibniz  es  la  idea  de  la  substancia :  no  la  concibe  como  un 
mero  sujeto,  un  substratum,  sino  como  una  fuerza,  un  prin- 
cipio de  actividad,  en  lo  cual  constituye  su  esencia.  He  aquí 
sus  palabras :  «Cuán  |l  importante  sea  esto  se  ve  por  la  no- 
ción de  la  substancia  que  yo  señalo,  la  cual  es  tan  fecunda 
que  de  ella  se  siguen  verdades  primarias  relativas  a  Dios, 
al  alma  y  a  los  cuerpos ;  verdades  en  parte  conocidas,  mas 
poco  demostradas ;  en  parte  desconocidas  hasta  ahora,  pero 
que  serán  de  grande  utilidad  para  las  demás  ciencias.  Con 
el  fin  de  dar  de  ello  alguna  idea  diré  que  la  noción  de  las 
fuerzas  o  actividad,  virium  seu  virtutis  (que  los  alemanes 
llaman  krafft  y  los  franceses  forcé),  a.  cuya  explicación  he 
destinado  yo  la  ci°r.c:a  dinámica,  suministra  mucha  luz 


[22,  225-227] 


LEIBNIZ 


507 


para  entender  la  noción  de  la  substancia.  La  fuerza  activa 
se  diferencia  de  la  potencia  activa  de  los  escolásticos  en  que 
esta  última  no  es  más  que  Ja  próxima  posibilidad  de  obrar, 
que  para  reducirse  en  acto  necesita  de  la  excitación  y  como 
del  estímulo  ajeno ;  pero  la  fuerza  activa  contiene  un  acto, 
o  entelechia,  es  un  medio  entre  la  facultad  de  obrar  y  la 
acción,  envuelve  un  conato,  y  de  tal  modo  se  inclina  a  la 
operación  que  para  obrar  no  necesita  de  auxilio,  sino  úni- 
camente de  que  se  remueva  el  impedimento.  Esto  se  puede 
ilustrar  con  el  ejemplo  de  un  cuerpo  grave  suspendido,  o 
bien  de  un  arco  que  tiene  una  cuerda  en  tensión,  pues  aun 
cuando  la  gravedad  y  la  elasticidad  puedan  y  deban  expli- 
carse mecánicamente  por  el  movimiento  de  un  flúido,  la 
última  razón  del  movimiento  de  la  materia  es  la  fuerza  im- 
presa en  la  creación,  ||  fuerza  que  hay  en  todos  los  cuerpos, 
pero  que  por  el  conflicto  de  éstos  se  limita  de  varias  mane- 
ras. Afirmo  yo  que  esta  fuerza  de  obrar  está  en  toda  subs- 
tancia y  que  siempre  nace  de  ella  alguna  acción,  y  que,  por 
consiguiente,  la  substancia  corpórea  (no  menos  que  la  es- 
piritual) jamás  cesa  de  obrar,  lo  cual  parece  que  no  enten- 
dieron bastante  los  que  constituyeron  su  esencia  en  la  sola 
extensión,  y  también  en  la  impenetrabilidad,  y  creyeron 
concebir  un  cuerpo  en  completa  quietud.  Nuestras  medita- 
ciones manifestarán  que  la  substancia  criada  no  recibe  de 
otra  criada  la  misma  fuerza  de  obrar,  sino  únicamente  los 
límites  y  la  determinación  de  un  conato,  nisus,  o  fuerza  de 
obrar  preexistente,  lo  que,  pasando  por  alto  lo  demás,  nos 
servirá  para  explicar  el  difícil  problema  de  la  acción  recí- 
proca de  las  substancias.»  (De  primae  philosophiae  emen- 
datione  et  notione  substantiae.) 

300.  Sean  cuales  fueren  las  dificultades  a  que  están  su- 
jetas las  teorías  de  Leibniz,  procuraba  el  ilustre  filósofo 
soltarlas  conciliándolas  con  la  libertad  de  Dios  y  la  del 
hombre;  no  sería  justo  atribuirle  consecuencias  que  él  recha- 
zaba ;  en  tal  caso  debe  impugnarse  la  doctrina,  pero  respe- 
tando la  intención  del  autor.  Los  extravíos  que  padece  pro- 
vienen de  lo  extraordinario  de  su  genio,  ávido  siempre  de 
explicaciones  nuevas  y  que  era  atrevido  porque  se  sentía 
poderoso.  ||  Rival  de  Malebranche  en  metafísica,  de  Newton 
en  matemáticas,  insigne  anticuario,  profundo  filólogo,  ador- 
nado de  vasta  erudición,  versado  en  las  ciencias  sagradas 
hasta  el  punto  de  sostener  una  polémica  con  el  mismo  Bos- 
suef;  eminente  político,  que  pronosticaba  las  revoluciones 
modernas  con  un  siglo  de  anticipación ;  absorbido  continua- 
mente en  meditaciones  filosóficas  y  religiosas,  buscaba  la 
verdad  con  un  ardor  i/.?reíble,  siendo  de  notar  que,  nacido 
y  educado  en  la  religión  protestante,  supo  elevarse  sobre 
las  preocupaciones  de  sus  correligionarios,  haciendo  justicia 


508 


FILOSOFÍA.  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  227-230 J 


al  catolicismo  en  casi  todos  los  puntos  y  escribiendo  su  fa- 
moso Systema  theologicum,  que  pudiera  hacernos  dudar  de 
que  muriera  protestante.  Como  quiera,  Leibniz,  a  pesar  de 
lo  peligroso  de  algunas  de  sus  doctrinas,  merece  ser  trata- 
do con  respeto,  y  si  se  levantase  del  sepulcro  confundiría 
de  una  mirada  a  esa  turba  de  filósofos  que,  sin  poseer  nt  su 
saber  ni  su  ciencia,  disuelven  las  ideas  en  su  patria,  la  Ale- 
mania, y  preparan  desde  allí  grandes  calamidades  al  mun- 
do entero. 

301.  Para  que  la  ignorancia  o  la  malicia  no  confundan 
jamás  a  Leibniz  con  sus  indignos  sucesores ;  para  que  no 
puedan  éstos  ligarse  nunca  con  él  en  ninguna  clase  de  pa- 
rentesco, fijemos  en  pocas  palabras  las  ideas  de  este  grande 
hombre.  || 

Leibniz  no  admite  la  unidad  de  substancia ;  por  el  con- 
trario, sus  mónadas  son  substancias  distintas  y  diferentes 
entre  sí. 

El  universo  ha  procedido  de  Dios,  no  por  emanación, 
como  pretenden  los  panteístas,  sino  por  creación,  tal  cual 
la  entienden  los  cristianos. 

En  Dios  se  halla  la  razón  suficiente  de  todo. 

Dios  ha  otorgado  libremente  a  las  mónadas  criadas  el  co- 
nocimiento que  tienen  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  l.°. 
nota  al  c.  X)  [vol.  XVI].  || 


LII 

BUFFIER  Y  LA  ESCUELA  ESCOCESA 


302.  Las  obras  del  P.  Buffier,  hombre  de  entendimiento 
muy  claro  y  de  carácter  enemigo  de  toda  exageración,  tie- 
nen ahora  más  nombradla  de  la  que  alcanzaron  en  su  tiem- 
po ;  no  hay  historia  de  la  filosofía  donde  no  se  hable  con  elo- 
gio del  sabio  jesuíta.  La  razón  de  esto  se  encuentra  en  que 
al  parecer  la  escuela  escocesa  observó  que  sus  doctrinas  te- 
nían analogía  con  las  del  modesto  escritor,  y  el  amor  propio 
francés  no  ha  podido  menos  de  hacer  notar  la  coincidencia. 
No  resolveremos  si  Reid  se  habría  formado  con  las  obras 
de  Buffier :  ésta  es  cuestión  de  personas ;  basta  hacer  notar 
la  relación  de  las  cosas. 

303.  Buffier  se  fija  mucho  en  la  necesidad  de  distinguir 
entre  la  verdad  interna  y  la  externa,  esto  es.  entre,  lo  que 
se  halla  inmediatamente  en  nuestras  propias  ideas  y  lo  que 
se  ha  de  buscar  fuera  de  las  ||  mismas;  nada  quiere  exclu- 


[22,  230-232] 


HUME 


509 


sivo ;  no  condena  el  testimonio  de  ninguna  facultad  natu- 
ral del  espíritu,  y  admite  la  legitimidad  de  todas.  He  aquí 
cómo  se  expresa  en  su  Tratado  de  las  primeras  verdades: 
«La  naturaleza  y  el  sentimiento  de  la  naturaleza  es, lo  que 
debemos  reconocer  como  manantial  y  origen  de  todas  las 
verdades  de  principio,  sea  que  vayan  acompañadas  de  ma- 
yor o  de  menor  viveza  de  claridad.  Porque  el  imaginarse 
que  la  naturaleza  nos  guía  bien  cuando  nos  guía  con  clari- 
dad más  viva,  pero  que  puede  guiarnos  mal  cuando  nos  de- 
termina a  un  juicio  cuya  claridad  es  menos  viva,  sería  su- 
poner que  puede  conducirnos  al  error  de  un  modo  o  de  otro, 
lo  que  equivaldría  a  ignorar  lo  que  somos,  lo  que  pensamos 
y  lo  que  debemos  pensar.»  (C.  VIII.) 

«Un  filósofo  que  cree  haber  alcanzado  toda  verdad,  aun 
la  externa,  por  haber  hecho  un  largo  tejido  de  proposiciones 
que  se  ligan  bien  y  entre  las  cuales  no  se  descubre  ningu- 
na contradicción,  si  no  admite,  por  otra  parte,  como  prime- 
ras verdades  aquellas  que  la  naturaleza  y  el  sentido  común 
inspiran  al  género  humano  sobre  la  existencia  de  las  co- 
sas, podrá  ser  definido :  una  especie  de  loco  excelente  lógi- 
co.» (Ibíd.,  c.  XI.) 

304.  En  esta  doctrina,  que  su  autor  desenvuelve  con 
suma  precisión  y  lucidez,  se  halla  el  fondo  de  ||  la  filosofía 
escocesa,  contenida  en  las  obras  de  Reid.  Ya  se  entiende  que 
aquí  trato  únicamente  de  la  parte  fundamental  de  la  filoso- 
fía y  prescindo  de  las  aplicaciones  que  de  ello  hayan  hecho 
los  autores  respectivos.  Reid  fué  profesor  de  Glascow ;  na- 
ció en  1704  y  murió  en  1796.  Uno  de  los  más  nombrados  en- 
tre los  discípulos  de  Reid  es  Dugald-Stewart.  Es  notable 
que  este  último,  al  explicar  en  sus  Elementos  de  la  filosofía 
del  espíritu  humano  el  origen  de  la  diferencia  de  la  certe- 
za entre  las  ciencias  ideales  y  reales,  reproduce  también  la 
doctrina  del  P.  Buffier  en  su  Tratado  de  las  primeras  verda- 
des (1.a  parte,  c.  XI).  || 


LUI 
HUME 


305.  Hume,  nacido  en  1711,  continuó  en  Inglaterra  el 
idealismo,  pero  de  una  manera  más  perniciosa  que  Berke- 
ley:  este  último  negaba  la  existencia  del  mundo  corpóreo, 
pero  admitía  la  del  espiritual,  y  no  destruía  la  relación  de 
los  seres  entre  sí ;  Hume  lo  redujo  todo  a  simples  fenóme- 
nos subjetivos :  sostuvo  que  nada  sabemos  sobre  lo  que  les 


510 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  232-235] 


corresponde  en  la  realidad,  y  que  en  saliendo  de  esa  expe- 
riencia puramente-  subjetiva  no  hay  ciencia  posible.  Así 
arruinaba  el  principio  de  causalidad,  y  la  relación  de  causas 
y  efectos  no  era  más  que  el  simple  encadenamiento  de  los 
fenómenos  que  nos  atestigua  la  conciencia.  Por  manera  que, 
cuando  afirmamos  que  lo  que  empieza  a  ser  ha  dependido 
de  otro  que  le  haya  dado  la  existencia,  establecemos  una 
proposición  sin.  fundamento,  pues  que  en  la  conciencia  de 
los  fenómenos  no  está  \\  atestiguada  la  dependencia  real  en- 
tre ellos,  sino  meramente  la  sucesión  (véanse  Filosofía  fun- 
damental, 1.  10.°  e  Ideología,  c,  XI)  [vols.  XIX  y  XXI].  |' 


LIV 

CONDILLAC 


306.  Este  filósofo  nació  en  1715  y  murió  en  1780.  Ob- 
serva con  minuciosidad,  clasifica  con  método,  expone  con 
lucidez ;  pero  su  pensamiento  es  poco  profundo.  La  doctri- 
na de  Locke  no  pareció  a  Condillac  bastante  sensualista. 
La  reflexión,  que  el  filósofo  inglés  combinaba  con  las  sen- 
saciones, la  miró  el  ideólogo  francés  como  inútil  complica- 
ción del  sistema ;  en  su  concepto  no  hay  dos  orígenes  de 
nuestras  ideas,  sino  uno  solo :  la  sensación.  La  reflexión,  en 
su  principio,  no  es  otra  cosa  que  la  sensación  misma,  y  es 
más  bien  un  canal  por  donde  pasan  las  ideas  que  vienen  de 
los  sentidos  que  el  manantial  de  ellas.  Todo  cuanto  hay  en 
nuestros  fenómenos  internos  no  es  más  que  la  sensación,  o 
primitiva  o  transformada.  La  superioridad  pertenece  al 
tacto.  || 

307.  Condillac  hizo  un  esfuerzo  por  hacernos  palpable 
su  sistema  ideológico,  y  he  aquí  cómo  pretende  conseguirlo. 
Imagina  una  estatua  organizada  como  nosotros,  animada 
de  un  espíritu,  pero  sin  idea  alguna,  y  le  supone  un  exte- 
rior todo  de  mármol,  que  no  le  permita  el  uso  de  ningún 
sentido,  reservándose  abrírselos  el  filósofo  según  lo  creye- 
re conveniente.  Empieza  en  seguida  por  abrirle  el  olfato, 
porque  le  parece  que  éste  es  uno  de  los  más  limitados  en  or- 
den a  la  producción  de  los  conocimientos,  y  continúa  luego 
por  los  demás ;  los  considera  aislados  y  en  conjunto,  obser- 
va lo  que  cada  cual  da  de  sí,  y  por  fin  se  encuentra  con  el 
satisfactorio  resultado  de  que  la  estatua,  sin  más  que  las 
sensaciones,  va  adquiriendo  deseos,  pasiones,  juicio,  refle- 
xión, en  una  palabra,  todo  cuanto  hay  y  puede  haber  en  el 


[22,  235-237] 


KANT 


511 


corazón,  en  la  fantasía,  en  la  voluntad  y  en  el  entendi- 
miento. Son  admirables  los  progresos  que  hace  la  estatua, 
hablando  Condillac  por  ella,  como  se  supone. 

308.  Tan  fecundo  es  semejante  método  de  observación, 
que  el  filósofo  francés  llegó  a  mirar  como  inútil  el  suponer 
que  el  alma  reciba  inmediatamente  sus  facultades  de  la 
naturaleza ;  basta  que  se  nos  den  los  órganos  para  advertir- 
nos, por  el  placer  y  el  dolor,  de  lo  que  debemos  buscar  o 
huir ;  con  dos  resortes  tan  sencillos  la  obra  del  espíritu  hu- 
mano se  hace  por  ||  sí  misma:  la  experiencia  sensible  nos 
produce  las  ideas,  deseos,  hábitos,  talentos  de  toda  especie. 
Condillac,  metido  dentro  de  su  estatua,  habla  como  un 
oráculo :  se  conoce  que  los  ideólogos  anteriores  le  parecían 
caviladores  frivolos ;  tiene  una  indecible  satisfacción  al  ver 
que  todo  lo  aclara  con  la  antorcha  de  su  nueva  teoría.  Pla- 
tón, San  Agustín,  Malebranche  tenían  mucha  dificultad  en 
explicar  la  idea  del  número ;  Condillac  lo  extraña,  y  en  dos 
palabras  les  señala  el  camino  para  salir  del  apuro ;  esos 
hombres  habían  creído  que  en  la  idea  había  algo  superior  a 
lo  sensible ;  esto  no  es  así ;  la  idea  del  número  sólo  encierra 
sensación :  la  dificultad  queda  soltada. 

309.  Esta  doctrina  adquirió  por  breve  tiempo  aquella 
popularidad  que,  por  ser  adquirida  con  demasiada  pronti- 
tud, deja  sospechar  la  escasez  de  su  fundamento  y  hace  pre- 
sumir lo  endeble  de  su  duración.  Así  ha  sucedido,  y  si  Con- 
dillac resucitase  tendría  el  doble  desconsuelo  de  ver  las 
funestas  consecuencias  que  por  de  pronto  se  sacaron  de  su 
doctrina  y  el  que  en  la  actualidad  su  sistema  ha  caído  en 
un  profundo  descrédito  en  toda  Europa,  inclusa  la  Francia 
(véanse  Filosofía  fundamental.  1.  4.°,  ce.  I  y  II,  e  Ideología, 
c.  I)  [vols.  XVIII  y  XXI].  || 


LV 
KANT 


310.  El  nombre  de  Kant  anda  en  boca  de  cuantos  ha- 
blan de  la  filosofía  moderna,  y,  sin  embargo,  es  probable- 
mente uno  de  los  autores  menos  leídos,  porque  serán  pocos 
los  que  tengan  la  necesaria  paciencia,  que  en  verdad  no 
debe  ser  escasa,  para  engolfarse  en  aquellas  obras  difusas, 
obscuras,  llenas  de  repeticiones,  donde,  si  chispea  a  las  ve- 
ces un  gran  talento,  se  nota  el  prurito  de  envolver  las  doc- 


512 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  237-2391 


trinas  en  un  lenguaje  misterioso  que  nos  recuerda  los  ini- 
ciados de  Pitágoras  y  Platón.  Kant  ha  ejercido  mucha  in- 
fluencia en  la  filosofía  de  este  siglo  y  muy  particularmente 
en  Alemania,  donde  se  reúnen  las  dos  condiciones  más  a 
propósito  para  la  lectura  de  sus  obras:  paciente  laboriosi- 
dad y  amor  de  lo  nebuloso.  Encerrado  en  su  gabinete  de 
Koenisberg,  donde  pasó  su  larga  vida,  terminada  a  los 
ochenta  años  en  1804,  cuidaba  poco  el  filósofo  de  la  reali- 
dad del  mundo ;  encastillado  en  su  ||  yo,  a  la  manera  de 
Descartes,  da  a  sus  teorías  una  dirección  muy  diferente  de 
la  del  filósofo  francés :  éste  sale  al  instante  del  yo  para  ele- 
varse a  Dios  y  ponerse  en  comunicación  con  el  mundo  físi- 
co ;  pero  KanJ;  se  establece  allí  definitivamente,  como  en 
una  isla  de  que  no  es  posible  salir  sin  ahogarse  en  los  abis- 
mos del  océano. 

311.  No  niega  Kant  la  existencia  de  Dios,  ni  del  mundo 
físico,  ni  del  orden  moral :  hasta  admite  estas  cosas  acomo- 
dándose al  sentido  común ;  lo  que  niega  es  que  la  razón 
pueda  llegar  a  ellas ;  su  Crítica  de  la  razón  pura  es  la 
muerte  de  la  razón.  Sea  como  fuere,  ya  que  es  necesario 
tener  idea  de  su  sistema,  procuraré  presentarla  tan  clara 
como  me  sea  posible,  consultando  la  brevedad. 

312.  Partiendo  Kant  de  un  hecho  de  conciencia,  o  sea  del 
yo.  los  primeros  fenómenos  que  se  le  ofrecen  son  las  sen- 
saciones y  las  representaciones  internas  que  de  ellas  resul- 
tan. A  la  explicación  de  esto  dedica  lo  que  él  llama  Estética 
trascendental. 

313.  Kant  entiende  por  sensación  «el  efecto  de  un  ob- 
jeto sobre  la  facultad  representativa,  en  cuanto  nosotros 
somos  afectados  por  él».  Es  necesario  advertir  que  prescin- 
de absolutamente  de  la  ||  naturaleza  del  objeto  afectante,  y 
que  sólo  atiende  al  efecto  que  resulta  en  nosotros,  a  lo  pu- 
ramente subjetivo.  . 

314.  Por  intuición  entiende  Kant  una  percepción  cual- 
quiera que  se  refiere  a  un  objeto,  de  suerte  que  hay  intui- 
ción cuando  el  conocimiento  es  considerado  como  un  medio. 

315.  La  intuición  empírica  es  «la  que  se  refiere  a  un  ob- 
jeto por  medio  de  la  sensación».  Vemos  un  árbol:  la  repre- 
sentación interna  en  cuanto  es  una  afección  del  yo  es  sen- 
sación ;  en  cuanto  se  refiere  a  un  objeto  (real  o  aparente) 
es  intuición  empírica  o  experimental. 

316.  El  fenómeno  es  «el  objeto  indeterminado  de  la  in- 
tuición empírica».  ¿Qué  es  eso  que  corresponde  a  la  repre- 
sentación y  a  que  llamamos  árbol?  Kant  no  lo  sabe ;  pero 
eso,  sea  lo  que  fuere,  en  cuanto  es  el  término  o  punto  de 
referencia  de  la  representación  interna,  lo  llama  fenómeno. 
porque  es  algo  que  aparece;  Kant  prescinde  de  lo  que  es. 

317.  La  realidad  de  la  cosa  en  sí  misma  es  el  noúmeno 


[22,  239-242] 


KANT 


513 


(noumena):  hasta  qué  punto  el  fenómeno,  lo  que  aparece, 
está  acorde  con  el  noúmeno,  o  la  realidad ;  ||  ésta  es  otra 
cuestión  de  que  por  ahora  prescinde  el  filósofo. 

318.  Aun  en  el  orden  sensible  no  todo  dimana  de  la  ex- 
periencia, hay  algo  a  priori:  el  espacio.  Para  que  ciertas  sen- 
saciones sean  referidas  a  objetos  externos,  esto  es,  a  algu- 
na cosa  que  ocupe  un  lugar  diferente  del  nuestro,  y  hasta 
para  que  podamos  representarnos  las  cosas  como  exteriores 
unas  a  otras,  es  decir,  no  sólo  como  diferentes,  sino  como 
situadas  en  lugares  distintos,  debemos  tener  anteriormente 
la  representación  del  espacio.  De  donde  se  infiere  que  la 
representación  del  espacio  no  puede  dimanar  de  la  relación 
de  los  fenómenos  ofrecidos  por  la  experiencia ;  por  el  con- 
trario, es  indispensable  presuponer  esta  representación  para 
que  la  experiencia  sea  posible.  La  representación  del  espa- 
cio no  es,  pues,  un  producto  de  la  experiencia,  es  una  condi- 
ción necesaria  para  el  ejercicio  de  la  sensibilidad,  una  for- 
ma a  priori  que  hay  en  nosotros ;  una  especie  de  tabla  rasa 
donde  se  pintan  los  fenómenos.  En  sí  misma  no  contiene 
nada  real ;  pero  todo  lo  sensible  se  puede  retratar  en  ella. 

319.  De  esto  se  sigue  que  cuando  trasladamos  a  lo  ex- 
terior eso  que  llamamos  extensión  aplicamos  a  los  objetos 
una  cosa  que  no  les  pertenece,  un  hecho  ||  puramente  subje- 
tivo :  la  forma,  la  condición  de  nuestra  sensibilidad ;  y,  por 
consiguiente,  todo  esto  que  llamamos  mundo  corpóreo  se  re- 
duce a  un  conjunto  de  representaciones  internas  a  que  da- 
mos sin  fundamento  una  realidad  externa.  Así,  la  teoría  de 
Kant  lleva  derechamente  al  idealismo,  y  no  se  alcanza  cómo 
admitido  el  principio  se  podrá  eludir  la  consecuencia. 

320.  En  la  primera  edición  de  su  Crítica  de  la  razón 
pura  no  se  asusta  Kant  en  vista  del  idealismo ;  por  el  con- 
trario, parece  establecer  sin  rodeos  la  posibilidad  de  que 
todo  sea  pura  ilusión,  pues  dice:  «El  concepto  trascendental 
de  los  fenómenos  en  el  espacio  es  una  advertencia  crítica  de 
que  en  general  nada  de  lo  percibido  en  el  espacio  es  una 
cosa  en  sí ;  que  el  espacio  es  además  una  forma  de  las  co- 
sas, que  tal  vez  les  sería  propia  si  fuesen  consideradas  en  sí 
mismas ;  pero  que  los  objetos  en  sí  nos  son  completamente 
desconocidos,  y  que  lo  que  llamamos  objetos  exteriores  no 
es  otra  cosa  que  las  representaciones  puras  de  nuestra  sen- 
sibilidad, cuya  forma  es  el  espacio  y  cuyo  correlativo  ver- 
dadero, es  decir,  la  cosa  en  sí  misma,  es  por  esta  razón  total- 
mente desconocida,  y  lo  será  siempre,  pero  sobre  la  cual  no 
se  interroga  jamás  a  la  experiencia.»  (Estética  trascenden- 
tal, sec.  1.a)  || 

321.  La  intuición  del  espacio  es  la  forma  de  la  sensibi- 
lidad externa ;  pero  hay  además  en  los  fenómenos,  tanto 
externos  como  internos,  lo  que  llamamos  sucesión  o  tiem- 


514 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22.  242-244] 


po :  sin  esto  no  nos  percibiríamos  a  nosotros  mismos.  Así. 
pues,  el  tiempo  es  la  forma  y  la  condición  de  la  sensibili- 
dad interna  o  de  los  fenómenos  en  la  conciencia.  El  tiempo 
es  a  priori,  es  decir,  independiente  de  la  experiencia,  pues 
que  hace  la  experiencia  posible  en  la  sucesión,  como  el  espa- 
cio en  la  extensión ;  por  lo  mismo  no  está  inherente  a  las 
cosas,  es  una  condición  puramente  subjetiva  de  nuestra  in- 
tuición interna.  De  esto  se  sigue  que  nosotros  sabemos  úni- 
camente que  percibimos  las  cosas  en  una  sucesión ;  pero  ig- 
noramos si  esta  sucesión  se  halla  en  las  cosas,  pues  que  no 
siendo  ella  más  que  un  hecho  puramente  subjetivo,  una  con- 
dición necesaria  para  nuestra  experiencia,  no  podemos  atri- 
buirla a  los  objetos  mismos  sin  faltar  a  las  reglas  de  una 
sana  lógica.  Así  discurre  el  filósofo  alemán. 

322.  Por  donde  se  ve  que  Kant  no  se  limita  a  decir  que 
el  tiempo  no  es  una  cosa  real  distinta  de  las  cosas,  en  lo 
cual  convendría  la  mayor  parte  de  los  metafísicos ;  afirma 
que  ignoramos  si  hay  en  las  cosas  sucesión  real,  pues  que  la 
sucesión  que  nosotros  percibimos  es  una  condición  pura- 
mente subjetiva,  una  mera  forma  de  nuestra  intuición.  Así, 
después  de  haber  ||  hecho  dudosa  la  realidad  de  la  extensión 
esparce  la  misma  duda  sobre  la  realidad  de  la  sucesión,  de 
suerte  que  todo  cuanto  se  refiera  al  tiempo  y  al  espacio  no 
es  más  para  nosotros  que  un  conjunto  de  representaciones, 
y  la  ciencia  que  tiene  por  objeto  el  mundo  no  se  debería 
llamar  cosmología,  sino  fenomenología,  pues  que  no  se  ocu- 
paría del  mundo,  o  cosmos,  sino  de  los  fenómenos. 

323.  En  esta  doctrina  está  el  idealismo  de  Berkeley ;  se 
hizo  a  Kant  esta  observación,  y  él  procuró  sincerarse  en  un 
pasaje  que  se  halla  en  la  segunda  edición  de  su  Crítica  de 
la  razón  pura,  y  que  pongo  a  continuación,  ya  en  prueba  de 
mi  imparcialidad,  ya  también  para  dar  una  muestra  del  es- 
tilo de  este  filósofo :  «Cuando  digo  que  en  el  espacio  y  en 
el  tiempo  la  intuición  de  los  objetos  exteriores  y  la  del  es- 
píritu representa  estas  dos  cosas  tales  como  ellas  afectan 
nuestros  sentidos,  no  quiero  decir  que  los  objetos  sean  una 
pura  apariencia,  porque  en  el  fenómeno  los  objetos  y  hasta 
las  propiedades  que  nosotros  les  atribuímos  son  siempre  con- 
siderados como  alguna  cosa  dada  realmente,  sino  que  como 
esta  calidad  de  ser  dada  depende  únicamente  de  la  mane- 
ra de  percibir  del  sujeto  en  su  relación  con  el  objeto  dado, 
este  objeto,  como  fenómeno,  es  diferente  de  sí  mismo  como 
objeto  en  sí.  Yo  no  digo  que  los  cuerpos  parezcan  simple- 
mente ser  ||  exteriores,  o  que  mi  alma  parezca  simplemente 
haberme  sido  dada  en  mi  conciencia :  cuando  yo  afirmo  que 
la  calidad  del  espacio  y  del  tiempo  (conforme  a  la  cual  yo 
pongo  el  cuerpo  y  el  alma  como  siendo  la  condición  de  su 
existencia)  existe  únicamente  en  mi  modo  de  intuición  y  no 


122,  244-246] 


KANT 


515 


en  los  objetos  en  sí  mismos,  caería  en  error  si  convirtiese 
en  pura  apariencia  lo  que  debo  tomar  por  un  fenómeno; 
pero  esto  no  tiene  lugar  si  se  admite  mi  principio  de  la 
idealidad  de  todas  nuestras  intuiciones  sensibles.  Por  el 
contrario,  si  se  atribuye  una  realidad  objetiva  a  todas  esas 
formas  de  las  representaciones  sensibles,  no  se  puede  evitar 
el  que  todo  se  convierta  en  pura  apariencia,  porque  si  se 
consideran  el  espacio  y  el  tiempo  como  calidades  que  deban 
hallarse  en  cuanto  a  su  posibilidad  en  las  cosas  en  sí,  y  se 
reflexiona  sobre  los  absurdos  en  que  entonces  se  cae,  pues 
que  dos  cosas  infinitas  que  no  pueden  ser  substancias,  ni 
nada  inherente  a  las  substancias,  y  que  son,  no  obstante,  al- 
guna cosa  existente  y  hasta  la  condición  necesaria  de  la 
existencia  de  todas  las  cosas,  subsistirían  todavía  aun  cuan- 
do todo  lo  demás  fuese  anonadado,  en  tal  caso  no  se  puede 
reprender  al  excelente  Berkeley  de  haber  reducido  los  cuer- 
pos a  una  mera  apariencia.»  (Estética  trascendental.)  \\ 

324.  Por  este  pasaje  se  echa  de  ver  que  Kant  distingue 
entre  la  pura  apariencia  y  el  fenómeno :  por  ejemplo',  eso 
que  nos  aparece  como  un  árbol  no  dice  Kant  que  sea  una 
cosa  del  todo  ilusoria,  sólo  sostiene  que  lo  aparente  no  tiene 
nada  de  común  con  la  realidad ;  no  destruye,  pues,  la  rea- 
lidad misma  o  la  cosa  en  sí ;  sólo  afirma  que  esta  cosa  no 
es  tal  como  aparece.  Admite  que  con  respecto  a  nosotros  el 
mundo  es  una  apariencia,  pero  no  que  en  sí  sea  una  pura 
apariencia.  Dudo  mucho  que  Berkeley  quisiese  significar 
más :  el  filósofo  irlandés  no  negaría  la  realidad  de  los  seres 
que  nos  afectan,  no  negaría  que  los  fenómenos  de  la  sensi- 
bilidad dimanasen  de  objetos  reales ;  sólo  querría  significar 
que  estas  cosas  no  eran,  como  nosotros  creíamos,  objetos 
realmente  extensos,  lo  cual  le  bastaba  para  su  teoría  idea- 
lista. Todo  esto  se  lo  concede  Kant,  pues  que  la  extensión 
o  la  forma  del  espacio  la  reduce  a  un  hecho  puramente  sub- 
jetivo, al  que  no  corresponde  en  la  realidad  nada  extenso, 
sino  una  cosa  en  sí,  que  ignoramos  lo  que  es ;  por  consi- 
guiente, admite  la  posibilidad  del  idealismo,  y  como  añade 
que  el  trasladar  la  forma  del  espacio  al  exterior  conduce  a 
absurdos,  no  sólo  admite  la  posibilidad  del  idealismo,  sino 
la  necesidad,  y  como,  por  fin,  aplica  al  tiempo  lo  mismo  que 
al  espacio,  resulta  que  el  idealismo  es  quizá  más  refinado 
que  el  de  Berkeley,  pues  que  destruye  la  existencia  y  la 
posibilidad  ||  no  sólo  de  la  extensión,  sino  también  de  la  su- 
cesión (véase  Filosofía  fundamental,  1.  7.°,  ce.  XII  y  XIV) 
[vol.  XIX]. 

325.  A  más  de  la  facultad  de  sentir  admite  la  de  conce- 
bir, o  el  entendimiento:  la  primera  nos  ofrece  los  objetos 
en  intuiciones,  la  segunda  los  concibe;  aquélla  es  una  res- 
pectividad  o  potencia  pasiva,  ésta  es  una  espontaneidad; 


516 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  246-248] 


sin  la  sensibilidad  ningún  objeto  nos  sería  dado ;  sin  el  en- 
tendimiento ningún  objeto  sería  concebido ;  pensamientos 
sin  materia  y  sin  objetos  son  vanos;  intuiciones  sin  concep- 
tos son  ciegas.  El  entendimiento  no  tiene  otra  materia  de 
sus  conceptos  que  la  ofrecida  por  las  intuiciones  sensibles ; 
su  modo  de  conocer  es  puramente  discursivo,  no  intuitivo ; 
es  decir,  que  él  en  sí  no  tiene  un  objeto  dado,  sólo  puede 
discurrir  sobre  los  que  se  le  dan  en  la  representación  sen- 
sible. Así  para  el  conocimiento  se  necesita  la  facultad  de 
pensar  y  la  de  sentir :  no  se  las  puede  separar  sin  destruir 
el  conocimiento. 

326.  La  ideología  de  Kant  se  reduce,  pues,  a  los  puntos 
siguientes:  1.°  El  origen  de  todos  nuestros  conocimientos 
está  en  los  sentidos.  El  espacio  es  la  forma,  la  condición  de 
las  intuiciones  sensibles  externas.  El  tiempo  es  la  forma  de 
la  intuición,  interna.  2.°  A  más  de  la  facultad  sensitiva  hay 
la  conceptiva  [|  o  el  entendimiento.  3.°  Las  intuiciones  sen- 
sibles por  sí  solas  no  engendran  conocimiento,  son  ciegas. 
4.°  Las  intuiciones  sensibles  son  materia  de  conocimiento 
en  cuanto  se  someten  a  conceptos  o  a  la  actividad  intelec- 
tual. 5.°  El  conocimiento  humano  no  es  intuitivo,  sino 
discursivo.  Este  sistema  tiene  mucha  analogía  con  el  de  los 
escolásticos,  sólo  que  Kant  le  da  interpretaciones  que  con- 
ducen a  resultados  funestos  (véase  Filosofía  fundamental. 
1.  4.°,  c.  VIII)  [vol.  XVIII]. 

327.  Estos  conceptos  considerados  en  sí  son  meras  for- 
mas lógicas ;  en  la  opinión  de  Kant  nada  encierran,  es  nece- 
sario que  se  las  aplique  a  un  objeto  para  que  tengan  valor 
y  sentido ;  esta  aplicación  sólo  pueden  tenerla  en  las  intui- 
ciones sensibles ;  fuera  de  ahí  el  uso  que  de  los  conceptos 
se  haga  es  ilegítimo,  es  vano,  no  tiene  ningún  valor,  son  un 
juego  del  entendimiento.  Los  conceptos  son  formas  vacías 
que  es  preciso  llenar  con  fenómenos  sensibles ;  lo  que  se 
llama  categorías,  si  se  las  toma  como  conceptos  de  las  cosas 
en  general,  se  reducen  a  simples  funciones  lógicas;  pueden 
ser  miradas  como  condiciones  de  posibilidad  de  las  cosas  mis- 
mas, «pero  sin  poderse  mostrar  en  qué  caso  su  aplicación  y 
su  objeto,  y,  por  consiguiente,  ellas  mismas,  pueden  tener  en 
el  entendimiento  puro,  y  sin  la  intervención  de  la  sensibili- 
dad, un  sentido  y  ||  un  valor  objetivo».  (Lógica  trascenden- 
tal. 1.  2.°,  c.  III.)  Mas  entonces  se  nos  condena  a  no  saber 
nada  fuera  del  orden  sensible,  a  no  poder  elevarnos  cientí- 
ficamente al  conocimiento  de  las  cosas  en  sí  mismas,  pues 
que  ni  aun  respecto  a  las  sensibles  podemos  hacer  uso  de 
los  conceptos  sino  en  cuanto  a  la  parte  fenomenal  o  a  la 
forma  bajo  que  se  presentan  a  la  sensibilidad ;  entonces  se 
hace  imposible  el  conocimiento  de  Dios,  del  alma  y  de 
todo  lo  que  no  sea  un  fenómeno  sensible...  Kant  no  retro- 


[22,  248-250] 


KANT 


517 


cede  ante  esas  terribles  consecuencias,  y  dice  sin  rodeos : 
«Estos  principios  (los  del  entendimiento)  son  simples  prin- 
cipios de  la  exposición  de  los  fenómenos,  y  el  fastuoso  nom- 
bre de  una  ontología  que  pretende  dar  un  conocimiento  sin- 
tético a  priori  de  las  cosas  en  una  doctrina  sistemática,  por 
ejemplo,  el  principio  de  causalidad,  debe  reemplazarse  por 
la  denominación  modesta  de  simple  analítica  del  entendi- 
miento puro.» 

328.  Los  incautos  que  hablan  muy  seriamente  del  espl- 
ritualismo de  Kant  y  de  sus  triunfos  sobre  el  sensualismo, 
mirándole  como  uno  de  los  restauradores  de  las  buenas  doc- 
trinas, todo,  por  supuesto,  sin  haber  abierto  una  obra  del 
filósofo  alemán,  y  sólo  por  haberle  visto  citado  con  elogio, 
esos  incautos  deben  penetrarse  de  la  exposición  que  prece- 
de :  por  ella  sabrán  que  Kant  no  admite  más  conocimiento 
posible  ||  en  el  hombre  que  simples  funciones  lógicas  sobre 
los  fenómenos  sensibles ;  que  Kant  no  admite  ninguna  de 
las  demostraciones  con  que  los  más  eminentes  metafísicos 
han  probado  la  espiritualidad  del  alma ;  que  ni  siquiera  ad- 
mite que  pueda  probarse  que  el  alma  es  substancia ;  que 
tampoco  admite  ninguno  de  los  argumentos  con  que  se  ha 
probado  la  existencia  de  Dios ;  y  que,  por  fin,  el  autor  de  la 
Crítica  de  la  razón  pura  coloca  al  espíritu  en  un  puesto  del 
todo  aislado,  donde  sólo  se  le  ofrecen  fenómenos  sensibles, 
sobre  los  cuales  puede  pensar,  pero  de  los  que  le  es  impo- 
sible salir,  y  cuando  intenta  extenderse  por  otras  regiones 
con  el  auxilio  de  la  ciencia,  al  querer  descubrir  lo  que  ha- 
brá con  respecto  a  Dios,  a  otros  seres  y  aun  a  sí  propio,  se 
halla  reducido  a  un  desconsolador  ¡quién  sabe!...  En  vano  se 
esfuerza  para  salvar  esa  barrera :  la  Crítica  de  la  razón 
pura  le  encierra  allí  con  un  rigor  inexorable  (véanse  Filoso- 
fía fundamental,  libs.  4.°,  9.°  y  10.°,  y  Metafísica)  [volúme- 
nes XVIII,  XIX  y  XXI]. 

Las  funestas  teorías  de  Kant  no  podían  menos  de  pro- 
ducir efectos  desastrosos ;  desde  entonces  data  el  extravío 
filosófico  de  Alemania :  por  una  parte  el  escepticismo  más 
disolvente ;  por  otra  el  dogmatismo  más  extravagante  ex- 
puesto en  monstruosos  sistemas. 

329.  Kant  reduce  toda  nuestra  ciencia  a  los  fenómenos 
sensibles,  y  como  a  éstos  no  les  otorga  ni  siquiera  ||  la  rea- 
lidad de  la  extensión  y  de  la  sucesión,  pues  que  hace  del 
espacio  y  del  tiempo  meras  formas  subjetivas,  resulta  que 
toda  la  ciencia  es  subjetiva,  sin  más  objetividad  que  la  pu- 
ramente fenomenal  o  de  apariencia.  Así,  todo  está  en  el  yo; 
el  entendimiento  es  la  facultad  de  las  reglas :  «No  es  sim- 
plemente una  facultad  de  hacerse  reglas  comparando  fenó- 
menos ;  es  hasta  la  legislación  para  la  naturaleza ;  es  decir, 
que  sin  el  entendimiento  no  habría  naturaleza,  o  unidad 


518 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  250-2521 


sintética  de  la  diversidad  de  los  fenómenos  según  ciertas 

reglas  


Todos  los  fenómenos  como  experiencias  posibles  están  a 
priori  en  el  entendimiento  y  de  él  sacan  su  posibilidad  for- 
mal; del  mismo  modo  que  están  a  título  de  puras  intuicio- 
nes en  la  sensibilidad,  y  no  son  posibles  sino  por  ella  con  re- 
lación a  la  forma.»  (Lógica  trascendental.)  Sean  cuales  fue- 
ren las  explicaciones  con  que  haya  pretendido  Kant  suavi- 
zar las  consecuencias  de  sus  principios,  es  cierto  que  el  ger- 
men del  error  estaba  en  ellos,  y  el  desarrollo  de  ese  germen 
no  podía  impedirle  el  filósofo  de  Koenisberg.  En  el  estudio 
de  sus  obras  se  formaron  los  metaf ísicos  alemanes ;  la  filo- 
sofía del  yo  estaba  en  la  Críftca  de  la  razón  pura.  Desde 
Kant  a  Fichte  no  hay  más  que  un  paso.  || 


LVI 
FICHTE 


330.  La  idea  dominante  de  Fichte  es  que  todo  cuanto 
hay  y  puede  haber  sale  del  yo.  o  más  bien,  que  nada  hay 
real  sino  el  yo,  y  que  todo  lo  que  aparece  como  distinto  del 
yo  es  mera  ilusión,  pues  que  aun  el  mismo  no  yo  es  el  yo  en 
cuanto  se  opone  a  sí  propio  y  se  limita.  El  sistema  de  Fichte 
es  el  panteísmo  idealista  llevado  al  más  extravagante  refi- 
namiento. 

331.  Fichte  empieza  por  declarar  que  se  propone  buscar 
el  principio  más  absoluto,  el  principio  absolutamente  incon- 
dicional de  todo  conocimiento  humano.  ¿Semejante  princi- 
pio puede  ser  encontrado?  Fichte  no  se  digna  atender  a  esta 
cuestión  preliminar :  supone  la  posibilidad,  y  se  lisonjea 
de  conseguir  su  objeto  (véase  Filosofía  fundamental,  1.  1.°, 
c.  VII)  [vol.  XVI].  El  carácter  de  este  principio  será  el  de  || 
«un  acto  que  no  se  presente  ni  se  pueda  presentar  entre  las 
determinaciones  empíricas  de  nuestra  conciencia,  y  que,  por 
el  contrario,  sea  el  fundamento  y  la  condición  de  posibili- 
dad de  toda  conciencia».  Pero  entonces,  ¿cómo  lo  podremos 
conocer?  ¿Dónde  lo  buscará  Fichte,  él,  que  sólo  toma  por 
base  la  conciencia?  El  filósofo  no  se  cuida  de  esta  dificul- 
tad, que,  sin  embargo,  es  harto  grave. 


[22,  252-254] 


FICHTE 


519 


332.  El  principio  fundamental  de  Fichte  es  el  mismo  de 
Descartes :  «yo  pienso,  luego  soy» ;  mas  para  descubrir  esta 
coincidencia  es  necesario  resignarse  a  seguir  al  filósofo  ale- 
mán por  entre  malezas  y  escabrosidades  y  asistir  a  combi- 
naciones que  parecen  cabalísticas :  A  es  A,  o  A  igual  a  A, 
asombroso  descubrimiento.  Pero  aquí  no  se  afirma  que  A 
existía ;  sólo  se  establece  la  identidad  de  A  con  A;  esta  re- 
lación puede  ser  llamada  X.  Esta  X  ha  de  estar  puesta  en 
una  A;  es  decir,  en  el  yo,  que  es  quien  la  percibe  y  la  juzga 
(véase  Filosofía  fundamental,  1.  1.°,  c.  VII)  [vol.  XVI].  Todo 
esto  se  reduce  a  consignar  que  hay  en  nosotros  pensamien- 
to y,  por  consiguiente,  ser  penetrante :  «yo  pienso,  luego 
soy». 

333.  Mas  no  se  crea  que  Fichte  se  satisfaga  con  las  mo- 
destas consecuencias  que  de  semejante  principio  ||  sacaron 
Descartes  y  los  metafísicos  más  eminentes :  el  filósofo  ale- 
mán se  lanza  por  regiones  desconocidas,  obscuras,  misterio- 
sas. «El  yo  se  pone  a  sí  mismo,  y  existe  en  virtud  de  esta 
simple  acción,  y  recíprocamente  el  yo  existe  y  pone  su  ser, 
simplemente  en  virtud  de  su  ser.  Es  al  mismo  tiempo  el 
agente  y  el  producto  de  la  acción,  lo  que  obra  y  lo  que  es 
producido  por  la  acción  


»E1  yo  se  pone  a  sí  mismo  absolutamente  porque  existe, 
se  pone  a  sí  mismo  por  el  simple  hecho  de  su  existencia  y 
existe  simplemente  porque  es  puesto  


»E1  yo,  sujeto  absoluto,  es  este  ser  que  existe  simple- 
mente, porque  se  pone  a  sí  mismo  como  existente.  Es  en 
cuanto  se  pone,  y  en  cuanto  es  en  tanto  se  pone.  El  yo  exis- 
te, pues,  absoluta  y  necesariamente  para  el  yo.  Lo  que  no» 
existe  para  sí  mismo  no  es  yo.» 

Por  manera  que,  según  Fichte,  ser  y  conocerse  es  una 
misma  cosa ;  el  yo  es  porque  se  conoce,  y  se  conoce  porque 
es,  y  todo  esto  absoluta  y  necesariamente.  Así  el  yo  resulta 
divinizado,  el  yo  se  hace  Dios;  pero  ¿habrá  quien  se  com- 
plazca en  esa  divinización  fundada  en  tamaños  absurdos? 
¿Con  qué  derecho  confunde  Fichte  el  ser  con  el  conocerse, 
lo  producido  con  lo  producente,  la  causa  con  el  efecto? 
¿Con  qué  ||  derecho  pervierte  todos  los  principios  de  la  ra- 
zón, estableciendo  proposiciones  contradictorias?  ¿No  le  pa- 
rece al  lector  que  se  halla  sumergido  en  un  caos  donde  ex- 
perimenta vértigos,  donde  palpa  tinieblas?  Pues  todavía  no- 
hemos  concluido.  Sigamos  oyendo  a  Fichte. 


520 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  254-256] 


334.  «El  yo.  continúa  el  filósofo  alemán,  es  infinito.» 
¿Por  qué?  «El  yo  se  determina  a  sí  mismo;  se  concede  al 
yo  la  totalidad  absoluta  de  la  realidad,  porque  es  puesto  ab- 
solutamente como  realidad,  y  ninguna  negación  es  puesta 
en  él.» 


«No  hay  realidad  sino  en  el  entendimiento,  él  es  la  fa- 
cultad de  lo  real:  lo  ideal  se  hace  real  en  él.» 

«El  yo  no  es  sino  lo  que  él  se  pone ;  es  infinito,  es  decir, 
se  pone  infinito.» 

Creo  que  todo  eso  no  necesita  impugnación :  insertarlo 
es  refutarlo. 

335.  ¿Quién  ha  hecho  el  mundo,  o  quién  ha  hecho  lo 
que  no  es  el  yo?  ¡Ilusión!  Fuera  del  yo  no  hay  nada.  «Toda 
realidad  es  yo,  es  decir,  el  yo  no  es  más  que  actividad ;  el 
yo  no  es  yo  sino  en  cuanto  es  activo,  y  en  cuanto  no  es  ac- 
tivo es  el  no  yo.y>  || 


«El  yo  y  el  no  yo  son  ambos  igualmente  productos  de 
acciones  primitivas  del  yo. 

»E1  yo  y  el  no  yo,  en  cuanto  son  puestos  idénticos  y 
opuestos  por  la  noción  de  la  limitación  recíproca,  son  algo 
en  el  yo  (accidentes),  como  substancias  divisibles  puestas 
por  el  yo,  sujeto  absoluto,  ilimitable,  al  cual  nada  es  idén- 
tico y  nada  es  opuesto. 

»En  cuanto  el  yo  es  absoluto  es  infinito  e  ilimitado ;  él 
pone  todo  lo  que  existe,  y  lo  que  él  no  pone  no  existe  para 
él,  y  fuera  de  él  no  hay  nada  más.  Todo  lo  que  él  pone  lo 
pone  como  el  yo,  y  él  pone  el  yo  como  todo  lo  que  él  pone ; 
por  consiguiente,  el  yo  bajo  este  aspecto  abraza  en  sí  toda 
realidad,  es  decir,  una  realidad  infinita  e  ilimitada.  En  cuan- 
to el  yo  se  pone  un  no  yo,  pone  necesariamente  límites  y  se 
opone  a  sí  mismo  en  estos  límites.  El  reparte  entre  el  yo  y 
el  no  yo  la  totalidad  de  lo  que  es  puesto  en  general.»  (Doc- 
trina de  la  ciencia.) 

Basta,  que  esto  fatiga ;  he  querido  exponer  el  sistema  de 
Fichte  con  sus  propias  palabras,  porque  era  preciso  dejarle 
la  responsabilidad  de  los  absurdos  en  el  fondo  y  de  los  enig- 
mas en  la  forma.  Lo  único  que  resulta  claro  es  que  para 
Fichte  hay  una  unidad  absoluta ;  que  todo  lo  que  parece 
multiplicidad  son  meras  apariencias ;  que  nuestra  propia 
conciencia  no  es  más  que  un  fenómeno  del  ser  absoluto ; 
que  lo  mismo  sucede  con  el  mundo  exterior :  el  panteísmo 


[22,  256-258] 


SCHELLING 


521 


idealista  ||  puro,  presentado  como  él  merece,  bajo  la  forma 
del  caos  (véanse  Filosofía  fundamental,  1.  9.°,  ce.  XVIII 
y  XIX,  y  Teodicea,  c.  X)  [vols.  XIX  y  XXI].  || 


LVII 
SCHELLING 


336.  El  principio  fundamental  de  Schelling  es  la  identi- 
dad del  sujeto  que  conoce  con  el  objeto  conocido.  Las  leyes 
del  mundo  real  son  las  mismas  que  las  del  ideal,  las  unas  se 
pueden  comprobar  por  las  otras.  No  habiendo  más  que  la 
unidad  absoluta,  la  multiplicidad  es  una  simple  apariencia, 
una  manifestación  de  lo  absoluto,  que,  según  las  fases  que 
muestra,  se  llama  naturaleza  o  inteligencia,  cuerpo  o  espí- 
ritu. El  desarrollo  de  la  humanidad  es  una  evolución  de  lo 
absoluto.  La  historia  en  todos  sus  aspectos,  en  todas  sus 
partes,  es  una  serie  en  que  el  ser  absoluto  se  presenta  bajo 
distintas  formas ;  nuestra  propia  conciencia  es  un  mero  fe- 
nómeno de  la  conciencia  absoluta.  La  filosofía  puede  seguir 
dos  caminos :  partir  del  yo,  y  de  allí  sacar  el  objeto,  el  vue- 
lo, o  partir  del  objeto,  y  de  allí  sacar  el  yo.  Como  el  sujeto 
es  idéntico  al  objeto,  el  yo  al  no  yo,  lo  uno  se  |!  puede  en- 
contrar en  lo  otro ;  todo  está  en  saber  el  secreto :  quien  lo 
desee  conocer  debe  acudir  a  los  filósofos  alemanes ;  acuda 
allí,  y  después  de  haber  gastado  largo  tiempo  con  inminen- 
te riesgo  de  perder  el  juicio,  se  hallará  que  sabe  lo  mismo 
que  antes :  nada. 

337.  Es  preciso  advertir  que  Schelling  ha  procurado  en 
los  últimos  tiempos  explicar  a  su  modo  sus  teorías,  esfor- 
zándose por  desvanecer  los  fundadísimos  cargos  que  se  le 
han  hecho :  vanos  esfuerzos ;  Schelling  no  puede  sincerarse 
sino  abandonando  sus  doctrinas  anteriores ;  para  encontrar 
el  panteísmo  en  su  obra  titulada  Sistema  del  idealismo  tras- 
cendental no  se  necesita  sagacidad,  basta  saber  leer.  Como 
quiera,  son  dignas  de  atención  las  palabras  del  filósofo 
en  15  de  noviembre  de  1841  en  su  cátedra  de  Berlín  (véase 
Filosofía  fundamental,  1.  l.°,  nota  al  c.  VIII)  [vol.  XVI].  |¡ 


522 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  259-261] 


LVIII 
H  EG  EL 


338.  Este  filósofo  alemán  es  uno  de  los  más  famosos  de 
la  época ;  nació  en  1770  y  murió  en  1831.  El  prurito  de  fun- 
dar escuela,  de  no  ser  simple  discípulo,  ha  multiplicado  en 
Alemania  los  sistemas ;  una  misma  doctrina,  el  panteísmo 
idealista,  se  expresa  bajo  distintas  formas,  con  palabras 
nuevas,  siquiera  sean  las  más  extravagantes,  con  tal  que 
satisfaga  la  pueril  vanidad  de  pasar  por  inventor.  Hegel  ad- 
mite la  unidad  absoluta ;  pero  era  preciso  no  presentarla 
como  Fichte  ni  Schelling ;  la  unidad  de  Hegel  no  ha  de  es- 
tar expresada  simplemente  ni  por  el  yo  ni  por  la  identidad 
absoluta  de  lo  subjetivo  con  lo  objetivo,  sino  por  la  idea, 
cuyo  inmenso  desarrollo  al  través  del  espacio  y  del  tiempo 
da  por  resultado  la  naturaleza,  el  espíritu,  la  historia,  la  re- 
ligión. Esta  idea  es  una  especie  de  abismo  sin  fondo ;  el  ser 
absoluto,  |!  encerrado  en  sí  mismo  en  cuanto '  contiene  las 
esencias  o  los  tipos  ideales  de  todo,  anteriormente  a  toda 
manifestación,  forma  el  objeto  de  la  lógica,  en  cuyo  caso 
esta  ciencia  no  se  ocupa  de  puras  formas,  sino  de  la  reali- 
dad infinita.  A  esta  época  de  ensimismamiento  sigue  otra  de 
manifestación  en  el  espacio ;  he  aquí  la  naturaleza,  el  mun- 
do corpóreo.  A  ésta  sucede  la  concentración,  una  especie  de 
reversión  sobre  sí  mismo ;  entonces  nace  la  conciencia ;  he 
aquí  el  espíritu.  Esta  conciencia  va  perfeccionándose,  llega 
al  estado  de  libertad ;  se  desenvuelve  en  el  arte,  en  la  his- 
toria, en  la  religión,  y  se  eleva  al  más  alto  punto  cuando 
se  manifiesta  en  la  filosofía  absoluta,  es  decir,  cuando  ha 
venido  al  mundo  el  mismo  Hegel.  El  filósofo  alemán  llama 
a  juicio  a  todas  las  filosofías,  a  todas  las  religiones;  a  la 
humanidad,  al  mundo,  a  Dios ;  Hegel  ha  encontrado  la  úl- 
tima palabra  de  todo.  La  desgracia  está  en  que  tanta  luz 
como  se  reúne  en  la  mente  de  Hegel  no  podrá  ser  provecho- 
sa a  los  míseros  mortales,  porque  son  incapaces  de  com- 
prenderle ;  él  mismo  es  quien  lo  dice :  «No  hay  más  que 
un  hombre  que  me  haya  comprendido,  y  ni  aun  éste  me  ha 
comprendido.»  Con  razón  ha  dicho  Lerminier  hablando  de 
la  intolerable  vanidad  de  este  filósofo :  «Hegel  se  glorifica 
en  sí  mismo ;  se  sienta  como  árbitro  supremo  entre  Sócra- 
tes y  Jesucristo ;  toma  al  cristianismo  bajo  su  protección, 
y  parece  pensar  que  si  ||  Dios  ha  criado  el  mundo,  Hegel 
lo  ha  comprendido.»  (Au  delá  du  Rhin,  t.  II.) 


|22,  261-2631 


JACOBI 


523 


339.  Temeroso  de  fatigar  al  lector,  y  seguro  de  la  in- 
utilidad de  ulteriores  explicaciones,  no  me  detendré  en  ex- 
poner más  por  extenso  la  doctrina  de  Hegel,  mayormente 
cuando  tengo  hecho  en  otra  parte  el  mismo  trabajo  (véase 
Cartas  a  un  cscéptico  en  materia  de  religión,  VIII  y  IX) 
[vol.  X].  || 


LIX 
JACOBI 

340.  Es  un  hecho  notable  en  la  historia  de  la  filosofía 
que  para  combatir  un  error  se  suele  caer  en  el  opuesto,  ve- 
rificándose el  famoso  dicho  de  que  el  espíritu  humano  es 
como  un  borracho  a  caballo,  que  cuando  se  le  endereza  por 
un  lado  se  tuerce  por  el  otro.  Kant  y  sus  discípulos,  suje- 
tándolo todo  a  la  razón,  inventaban  los  sistemas  que  acaba- 
mos de  ver,  de  donde  salían  el  panteísmo,  el  ateísmo,  el 
fatalismo,  el  escepticismo ;  Jacobi  quiso  remediar  el  abuso 
de  la  razón  destruyéndola  y  tomando  por  único  criterio  el 
sentimiento,  con  cuyo  auxilio  asentimos,  sogún  él,  a  las  ver- 
dades más  fundamentales:  la  existencia  de  Dios,  su  pro- 
videncia, los  principios  morales,  el  libre  albedrío,  la  in- 
mortalidad del  alma,  la  vida  futura.  Cree  Jacobi  que  la 
razón  es  un  instrumento  pernicioso  que  sólo  conduce  al 
panteísmo  y  al  escepticismo,  y,  por  ||  el  contrario,  el  senti- 
miento es  una  guía  segura  en  el  camino  de  la  verdad ;  así 
decía  que  por  el  entendimiento  era  gentil,  y  por  el  sen- 
timiento era  cristiano  de  todo  corazón. 

341.  Salta  a  los  ojos  que  si  es  dañoso  el  exagerar  las 
fuerzas  de  la  razón,  también  lo  es  el  abatirlas  demasiado: 
por  flaca  que  sea,  es  la  luz  que  el  Criador  nos  ha  dado,  y 
no  podemos  extinguirla  sin  ingratitud  para  con  Dios  y  sin 
crueldad  hacia  nosotros,  resultándonos  imposible  todo  jui- 
cio ;  por  este  sistema,  lejos  de  huir  del  escepticismo,  se  cae 
otra  vez  en  él.  Es  indudable  que  en  los  procedimientos  ra- 
cionales llegamos  al  fin  a  principios  evidentes  por  sí  mis- 
mos que  no  podemos  demostrar;  que  además  asentimos  a 
ciertas  verdades  por  un  impulso  natural,  anterior  a  la  luz 
de  la  evidencia ;  que  el  conocimiento  de  las  grandes  verda- 
des sobre  Dios,  sobre  nuestro  destino,  sobre  la  moral,  se 
halla  acompañado  en  nosotros  de  sentimientos  que  nos  in- 
clinan a  abrazarlas;  creemos  instintivamente  en  la  legiti- 
midad de  nuestras  facultades  naturales,  independientemen- 
te de  las  demostraciones  filosóficas ;  pero  junto  con  esto  po- 


524 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  263-266] 


seemos  la  razón,  flaca,  sujeta  a  errores,  sí,  pero  capaz  de 
conocer  muchas  verdades,  si  la  conducimos  con  imparcia- 
lidad y  sobre  todo  con  un  vivo  deseo  de  hacer  de  ella  un 
uso  legítimo,  tal  como  quiere  el  Criador  que  nos  la  ha  dado 
(véanse  ||  Filosofía  fundamental,  1.  e  Ideología,  c.  XIV) 
[vols.  XVI  y  XXI]. 

Jacobi  fué  presidente  de  la  Academia  de  Ciencias  de 
Munich;  nació  en  1743  y  murió  en  1819.  || 


LX 

LAMENNAIS 


342.  Este  malogrado  escritor  empezó  por  deprimir  la 
razón  exaltando  la  revelación,  y  acabó  por  deprimir  la  re- 
velación exaltando  la  razón :  el  resultado  de  los  sistemas 
exagerados  es  el  error.  Pirrón  exagera  el  cuerdo  dicho  de 
Sócrates :  «sólo  sé  que  nada  sé»,  y  cae  en  la  duda  univer- 
sal. Antístenes  exagera  otro  principio  del  mismo  Sócrates, 
la  superioridad  de  la  virtud,  y  funda  el  cinismo ;  Lamen- 
nais  se  propone  combatir  a  los  que  enaltecen  en  demasía  a 
la  razón  individual ;  para  esto  le  niega  todo  valor,  y  busca 
el  criterio  de  la  verdad  en  el  consentimiento  común,  afir- 
mando que  aun  las  ciencias  exactas  no  tienen  otra  base ; 
que  el  mismo  nombre  de  exactas  no  es  más  que  uno  de  esos 
vanos  títulos  con  que  el  hombre  engalana  su  flaqueza';  que 
la  geometría  misma  no  subsiste  sino  en  virtud  de  un  conve- 
nio tácito  de  admitir  ciertas  verdades  necesarias,  convenio 
que  puede  expresarse  ||  en  los  términos  siguientes:  «Nos- 
otros nos  obligamos  a  tener  tales  principios  por  ciertos,  y 
a  cualquiera  que  se  niegue  a  creerlos  sin  demostración  le 
declaramos  culpable  de  rebeldía  contra  el  sentido  común, 
que  no  es  más  que  la  autoridad  del  gran  número.»  (Ensayo 
sobre  la  indiferencia.) 

343.  Si  todo  criterio  depende  del  consentimiento  común, 
¿por  qué  los  individuos,  para  creer,  no  esperan  a  cerciorar- 
se de  que  lo  mismo  dicen  los  demás?  ¿Qué  consentimiento 
se  necesita,  el  de  un  pueblo  o  el  de  todos?  ¿El  de  una  época 
o  el  de  todas?  ¿Dónde  se  ha  formado  el  convenio?  Si  es 
tácito,  ¿por  qué  han  convenido  tácitamente  los  hombres? 
¿No  diríamos  mejor  que  todos  los  hombres  están  ciertos  de 
algunas  verdades,  porque  todas  las  hallan  atestiguadas  por 
su  conciencia  y  su  razón?  No  las  cree  cada  uno  porque  las 
creen  todos;  por  el  contrario,  las  creen  todos  porque  las 


¡22,  266-2691 


COUSIN 


525 


cree  cada  uno.  Aquí  está  la  equivocación  de  Lamennais: 
toma  el  efecto  por  la  causa,  y  la  causa  por  el  efecto. 

344.  El  sistema  del  consentimiento  común  lleva  dere- 
chamente al  escepticismo,  y  lejos  de  afirmar  la  religión  la 
destruye:  ved  lo  que  ha  sucedido  al  infortunado  escritor. 
No  es  buen  modo  de  defender  la  revelación  el  empezar  con 
destruir  la  razón.  Leibniz  ||  ha  dicho  con  tanta  verdad  como 
ingenio:  «Proscribir  la  razón  para  afirmar  la  revelación  es 
arrancarse  los  ojos  para  ver  mejor  los  satélites  de  Júpiter 
al  través  de  un  telescopio.»  (Véase  Filosofía  fundamental, 
1.       c.  XXXIII)  [vol.  XVI].  || 


LXI 
COUSIN 


345.  En  las  fuentes  de  las  escuelas  alemanas  han  bebido 
varios  de  los  filósofos  franceses,  entre  los  que  descuella 
M.  Cousin,  a  quien  por  la  multitud  y  volumen  de  sus  obras 
y  su  incontestable  talento  miran  algunos  como  el  oráculo  de 
la  filosofía  francesa.  Ha  fundado  en  Francia  el  eclecticis- 
mo (XXIX) ;  a  imitación  de  otros  eclécticos  reúne  en  su 
sistema  el  panteísmo,  el  cristianismo,  el  arte,  la  historia,  la 
filosofía,  la  religión :  todo  se  halla  en  sus  escritos ;  los  pasa- 
jes por  los  cuales  se  le  inculpa  son  los  más  terminantes,  y, 
sin  embargo,  él  se  defiende  y  se  queja  de  la  injusticia  con 
una  serenidad  admirable.  Como  en  sus  obras  se  encuentra 
todo,  apenas  hay  un  pasaje  a  que  no  pudiera  responder 
con  otro  pasaje. 

¿Queréis  combatir  el  panteísmo?  M.  Cousin  dice:  «El 
panteísmo  destruye  la  noción  recibida  de  Dios  ||  y  de  la 
Providencia:  en  el  fondo  es  un  verdadero  ateísmo.»  (Frag- 
mentos filosóficos.) 

¿Queréis  ser  panteísta?  M.  Cousin  dice:  «Si  Dios  no  es 
todo  es  nada...  El  ser  absoluto  es  triple,  es  decir,  es  a  un 
mismo  tiempo  Dios,  naturaleza,  humanidad.»  (Ibíd.) 

¿Queréis  otra  vez  rechazar  el  panteísmo?  M.  Cousin  está 
a  vuestro  lado,  también  él  rechaza  la  acusación  de  panteís- 
ta como  una  calumnia,  y  asegura  que  no  confunde  a  Dios 
con  el  universo.  (Ibíd.) 

¿Queréis  de  nuevo  ser  panteísta?  M.  Cousin  dice:  «El 
ser  absoluto,  conteniendo  en  su  seno  el  yo  y  no  yo  finito, 
y  formando,  por  decirlo  así,  el  fondo  idéntico  de  todas  las 
cosas,  uno  y  muchos  a  un  tiempo,  uno  por  la  substancia, 
muchos  por  los  fenómenos,  se  aparece  a  sí  mismo  en  la 


526 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22.  269-271  | 


conciencia  humana.»  (Curso  de  1818.)  Y  para  que  no  se 
crea  que  ésta  es  una  expresión  que  se  escapa  inadvertida- 
mente, M.  Cousin  establece  que  «no  puede  haber  más  que 
una  substancia». 

¿Queréis  un  Dios?  Hallaréis  este  nombre  en  muchos  pa- 
sajes de  M.  Cousin.  Pero  es  preciso  entender  que,  según 
dice  él  mismo,  «su  Dios  no  es  el  Dios  muerto  de  la  escolás- 
tica», y  probablemente  no  ignoráis  que  el  Dios  de  los  es- 
colásticos no  era  otro  que  el  Dios  de  los  cristianos ;  es  de- 
cir, un  espíritu  infinito,  criador,  ordenador  y  conservador 
de  todo.  || 

¿Queréis  la  creación?  También  esta  palabra  se  halla  en 
las  obras  de  M.  Cousin.  Pero  ¿sabéis  de  qué  creación  os 
habla?  De  una  creación  necesaria,  en  la  cual  Dios  no  ha  te- 
nido libertad :  «Dios  es  a  un  tiempo  substancia  y  causa : 
siempre  substancia  y  siempre  causa,  no  siendo  substancia 
sino  en  cuanto  es  causa,  ni  causa  sino  en  cuanto  es  substan- 
cia.» (Fragmentos  filosóficos.)  «Dios,  no  siendo  dado  sino 
como  causa  absoluta,  no  puede  en  mi  concepto  dejar  de 
producir,  por  manera  que  la  creación  cesa  de  ser  ininteli- 
gible, y  así  como  no  hay  Dios  sin  mundo,  no  hay  mundo  sin 
Dios.»  (Ibíd.) 

¿Queréis  ser  cristiano  y  hasta  obediente  hijo  de  la  Igle- 
sia? M.  Cousin  os  da  un  ejemplo  edificante.  «¿Qué  puede 
haber,  dice,  entre  mí  y  la  escuela  teológica?  ¿Por  ventura 
soy  yo  un  enemigo  del  cristianismo  y  de  la  Iglesia?  En  los 
muchos  cursos  que  he  hecho  y  libros  que  he  escrito,  ¿pué- 
dese acaso  encontrar  una  sola  palabra  que  se  aparte  del 
respeto  debido  a  las  cosas  sagradas?  Que  se  me  cite  una  sola 
dudosa  o  ligera,  y  la  retiro,  la  repruebo  como  indigna  de  un 
filósofo.»  (Ibíd.  Prefacio.) 

Pero  ¿queréis  no  ser  cristiano?  ¿Queréis  una  religión 
fácil  para  cuya  profesión  os  baste  el  estudio  de  la  física  y 
de  la  química,  por  manera  que  vuestro  Diós  no  sea  más 
que  un  conjunto  de  verdades,  y  así  os  libréis  hasta  de  la 
posibilidad  de  ser  ateo?  M.  Cousin  ||  dice:  «No  hay  ateos: 
el  que  hubiese  estudiado  todas  las  leyes  de  la  física  y  de  la 
química,  aun  cuando  no  resumiese  su  saber  bajo  la  denomi- 
nación de  verdad  divina  o  de  Dios,  sería,  no  obstante,  más 
religioso,  o,  si  se  quiere,  sabría  más  sobre  Dios  que  quien, 
después  de  haber  recorrido  dos  o  tres  principios  como  el  de 
la  razón  suficiente  o  el  de  causalidad,  hubiese  formado  des- 
de luego  un  todo  al  que  llamara  Dios.  No  se  trata  de  ado- 
rar un  nombre  Dios,  sino  de  encerrar  en  este  título  el  ma- 
yor número  de  verdades  posible,  pues  que  la  verdad  es  la 
manifestación  de  Dios   


[22,  271-273] 


KRAUSE 


527 


Para  saber  si  alguno  cree  en  Dios,  yo  le  preguntaría  si  cree 
en  la  verdad,  de  donde  se  sigue  que  la  teología  natural  no 
es  más  que  la  ontología,  y  que  la  ontología  está  en  la  psi- 
cología. La  verdadera  religión  no  es  más  que  esta  palabra 
añadida  a  la  idea  de  verdad,  ella  es.»  (Ibíd. — Véase  Cartas  a 
un  escéptico  en  materia  de  religión,  X)  [vol.  X], 

346.  Tal  es  M.  Cousin:  el  que  quiera  nutrirse  de  doctri- 
nas panteístas  y  de  otros  graves  errores  contra  la  religión, 
lea  las  obras  de  M.  Cousin,  y  allí  aprenderá  otra  cosa  muy 
importante  para  semejantes  casos,  y  es  el  negarse  a  sí  pro- 
pio, el  no  tener  el  valor  de  las  propias  doctrinas,  el  soste- 
ner el  sí  y  el  no  con  la  mayor  serenidad.  |¡ 


LXII 
KRAUSE 


347.  Basta  la  simple  exposición  de  los  sistemas  filosófi- 
cos de  la  moderna  Alemania  para  convencerse  de  que  son 
un  conjunto  de  hipótesis  sin  fundamento  alguno  en  la  rea- 
lidad ;  pero  ahora  se  trata  de  hacernos  creer  que  se  les  ha 
encontrado  un  punto  de  apoyo,  que  se  ha  descubierto  el  se- 
creto para  convertirse  en  verdadera  ciencia,  y  que  en  ade- 
lante la  filosofía  alemana,  completada  en  lo  defectuoso,  for- 
talecida en  lo  que  encerraba  de  flaco,  ensanchada  en  lo  que 
tenía  de  estrecho,  podrá  satisfacer  todas  las  necesidades  de 
la  ciencia,  explicando  los  misterios  del  hombre,  del  mundo 
y  de  Dios.  El  autor  de  esa  maravilla  filosófica  es  Krause,  se- 
gún afirma  con  pasmosa  seguridad  su  discípulo  de  Ahrens. 
Veamos,  pues,  en  qué  consiste  el  nuevo  sistema,  cuyas  pre- 
tensiones tendrán  el  mismo  resultado  que  las  de  sus  prede- 
cesores: después  de  ||  haber  prometido  que  lo  explicarían 
todo,  no  explicaron  nada,  o  vertieron  un  error  nuevo  o  die- 
ron una  nueva  forma  a  un  error  viejo. 

348.  En  la  escuela  de  Krause  se  empieza  por  radicar  la 
metafísica  en  la  idea  de  ser,  no  sólo  en  cuanto  contiene  el 
significado  común  del  verbo  ser,  o  la  existencia,  sino  en 
cuanto  comprende  «todos  los  seres  con  todos  sus  atributos». 
De  esta  suerte  se  entiende  por  ser  el  conjunto  de  todos  los 
seres,  con  todos  sus  modos,  bajo  todas  las  formas :  nada 
se  excluye.  En  esta  idea  fundamental  se  deben  distinguir 
dos :  el  ser  y  la  esencia ;  o  en  otros  términos,  el  ser  subsis- 
tente y  sus  propiedades.  La  esencia  no  es  distinta  del  ser; 
pero  conviene  distinguir  con  el  entendimiento  estas  dos  no- 


528 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — -HISTORIA       [22,  273-275] 


ciones.  El  ser  y  su  esencia  son  de  las  dos  categorías  más 
elevadas. 

349.  El  ser,  y  todo  ser  es  uno ;  su  esencia  es  una  tam- 
bién, y  así  la  unidad  es  la  categoría  inmediata  a  la  de  ser. 

350.  Note  el  lector  que  aquí  hay  un  sofisma  y  que  si 
le  dejamos  pasar  caemos  en  el  panteísmo.  Se  dice:  «Enten- 
demos por  ser  el  conjunto  de  todos  los  seres  (348) :  es  así 
que  el  ser  es  uno  o  tiene  por  atributo  la  unidad  (349),  luego 
todo  el  conjunto  de  los  l|  seres  es  un  solo  ser.»  El  sofisma 
se  deshace  diciendo  que  la  unidad  es  el  atributo  de  cada 
ser  en  particular,  pero  no  del  ser  significando  conjunto  de 
todos  los  seres ;  la  palabra  expresa  en  la  mayor  una  cosa 
muy  diferente  de  la  que  significa  en  la  menor;  la  conse- 
cuencia es,  pues,  ilegítima.  El  sofisma  se  reduce  a  una  gra- 
sera petición  de  principio :  «el  ser  es  todo ;  el  ser  es  uno, 
luego  todo  es  uno» ;  esto  es  lo  que  se  busca :  si  comenzáis 
afirmando  que  la  unidad  es  el  atributo  de  la  totalidad,  em- 
pezáis por  suponer  lo  mismo  que  está  en  cuestión. 

Así  dejamos  rota  la  cadena  del  raciocinio  de  Krause : 
no  puede  dar  un  paso ;  la  categoría  de  unidad  no  pertenece 
al  ser  tal  como  él  le  toma,  y  así  edifica  en  falso  todo  lo 
restante.  Pero  prosigamos  exponiendo  su  sistema. 

351.  Después  de  la  categoría  de  la  unidad  vienen  las  de 
substancialidad  y  totalidad.  Por  substancialidad  se  entiende 
el  ser  subsistente  en  sí  y  para  sí.  Se  le  podría  substituir  el 
nombre  de  espontaneidad  si  a  éste  no  se  le  uniese  la  idea 
de  actividad.  La  totalidad  consiste  en  ser  un  todo,  no  de  par- 
tes, sino  de  unidad.  Ambas  son  absolutas  o  relativas.  Si  el 
ser  existe  en  sí  y  para  sí,  con  independencia  completa,  es 
absoluto,  incondicional ;  en  el  caso  contrario  es  relativo, 
condicional.  Cuando  el  ser  lo  encierra  todo  en  su  esencia  || 
es  infinito,  su  totalidad  es  completa ;  cuando  no,  incompleta. 

352.  Lo  infinito  implica  negación  de  límites ;  si  se  nie- 
ga todo  límite,  la  infinidad  es  absoluta ;  si  sólo  se  niegan 
ciertos  límites,  la  infinidad  es  sólo  de  cierto  género  u  orden. 

353.  En  todas  las  cosas  hay  un  fondo  que  se  llama  esen- 
cia ;  su  realización  es  la  existencia.  La  posibilidad  es  la  re- 
lación de  la  esencia  a  la  existencia,  de  suerte  que  es  posi- 
ble todo  aquello  que  está  contenido  en  la  esencia ;  lo  que 
no  está  contenido  en  ella  es  imposible.  Pero  es  preciso  ad- 
vertir que  por  esencia  no  entiende  Krause  la  idea  de  la  cosa, 
sino  algo  real,  que  más  bien  se  llamaría  germen  y  que  se 
va  desenvolviendo  y  manifestando  de  diversas  maneras.  Así 
la  esencia  de  la  encina  no  es  su  idea  considerada  en  abstrac- 
to, sino  su  germen,  que  ya  estaba  en  la  bellota :  aquello,  rea- 
lizado, desenvuelto,  toma  la  forma  de  encina.  Lo  mismo 
aplican  a  los  demás  seres  corpóreos  e  incorpóreos.  La  esen- 
cia del  espíritu  no  es  su  idea ;  es  una  especie  de  germen  que 


122,  275-2771 


KRAUSE 


529 


se  desarrolla  con  arreglo  a  sus  leyes.  Así,  para  resolver  las 
cuestiones  sobre  la  posibilidad  o  imposibilidad  con  respecto 
a  una  cosa  es  preciso  conocer  el  germen,  la  esencia  de  la 
misma:  aquello  de  que  se  trata,  ¿está  contenido  en  el  ger- 
men? ||  Entonces  es  posible.  ¿No  está  contenido?  Entonces 
es  imposible. 

354.  Antes  de  pasar  adelante  preguntemos  a  la  escuela 
de  Krause :  ¿  cómo  sabe  todo  eso?  Pruebas  no  alega,  sólo 
expone ;  se  trata,  pues,  de  un  sistema  hipotético  como  tan- 
tos otros,  obra  de  la  imaginación.  Continuemos. 

355.  Ningún  ser  infinito  realiza  juntamente  todo  su 
contenido ;  a  cada  cosa  su  época :  la  esencia  del  árbol  tiene 
las  épocas  de  germen,  raíz,  tronco,  ramas,  hojas,  flor,  frutos ; 
la  esencia  es  la  misma,  sólo  que  se  manifiesta  bajo  diversas 
fases  en  el  espacio  y  en  el  tiempo. 

356.  La  razón  de  una  cosa  no  es  lo  mismo  que  su  causa : 
por  razón  entiende  esta  escuela  la  relación  de  lo  continente 
a  lo  contenido.  La  razón  de  la  flor  es  el  árbol ;  la  del  árbol 
es  el  reino  vegetal ;  la  del  reino  vegetal  es  la  tierra ;  la  de 
la  tierra  es  el  sistema  solar  de  que  forma  parte ;  en  fin,  la 
razón  de  todos  los  seres  físicos  y  de  todas  sus  combinacio- 
nes es  la  naturaleza  entera,  que  es  la  razón  última  de  todo 
lo  que  vive  en  ella.  En  verdad  que  no  es  muy  metafísico  el 
señalar  la  razón  de  las  cosas  por  el  mero  contener,  como  las 
bolas  en  la  urna,  y  que  el  sistema  de  Krause  se  resiente  algo 
de  la  idea  grosera  de  Spinosa  sobre  ||  el  mismo  punto ;  pero 
esto  resulta  todavía  más  cuando  lo  aplican  al  espíritu.  La 
razón  de  los  pensamientos,  voliciones  y  sentimientos  parti- 
culares se  halla  en  las  respectivas  facultades  de  pensar,  que- 
rer y  sentir ;  la  razón  de  estas  facultades  se  encuentra  en 
la  constitución,  en  la  esencia  general  del  espíritu.  ¿Quién 
os  ha  dicho  que  hay  esa  esencia  general? 

357.  El  espíritu  individual,  según  ellos,  no  es  la  razón 
de  sí  mismo  ni  de  su  organización;  además,  como  todos  los 
espíritus,  no  obstante  su  individualidad,  tiene  algo  de  co- 
mún, una  organización  espiritual  común  en  las  facultades 
fundamentales  y  en  las  leyes  que  rigen  su  actividad,  nin- 
gún espíritu  individual  puede  ser  la  razón  de  esta  constitu- 
ción común  de  todos.  Toda  comunidad  de  constitución  y  de 
relación  es  un  hecho  trascendental  que  nos  impele  a  buscar 
la  razón  de  las  individualidades  en  un  ser  superior  que  las 
contiene  (Ahrens,  Curso  de  filosofía,  t.  II,  lee.  10.a).  El  lector 
notará  que  se  llama  razón,  no  a  lo  que  causa,  sino  a  lo  que 
contiene,  y,  por  lo  tanto,  al  inquirir  la  razón  de  la  comuni- 
dad de  la  organización  de  los  espíritus  se  la  busca  en  un 
ser  superior,  no  que  los  produzca  o  cree,  sino  que  los  con- 
tenga. Estamos  otra  vez  en  el  panteísmo  por  un  sofisma  que 
es  preciso  deshacer.  La  comunidad  de  ciertas  leyes  en  los 


34 


530 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  277-280] 


espíritus  requiere  una  razón,  es  verdad ;  pero  esta  razón  [| 
vosotros  decís  que  es  lo  que  contiene,  nosotros  decimos  que 
es  lo  que  causa ;  si  insistís  en  que  por  razón  se  ha  de  sig- 
nificar aquí  contener,  os  preguntaremos:  ¿por  qué?,  segu- 
ros de  que  no  podréis  dar  un  paso.  Que  hay  leyes  generales 
comunes  a  todos  los  espíritus,  lo  admitimos;  pero  negamos 
que  el  origen  de  esta  comunidad  haya  de  ser  algo  que  con- 
tenga ;  decimos  que  es  algo  que  causa,  porque  ésta  es  la 
única  idea  digna  de  la  metafísica ;  lo  de  contener  es  tan 
grosero  que  sienta  muy  mal  en  una  metafísica  que  se  pre- 
cia de  haber  de  llegar  al  último  término ;  si  por  eso  la  hu- 
biésemos de  juzgar,  la  miraríamos  como  ciencia  infantil, 
pues  que  se  atiene  a  las  formas  sensibles. 

358.  Roto  este  eslabón  viene  al  suelo  la  consecuencia 
que  se  propone  sacar  Krause,  a  saber:  que  cada  espíritu  in- 
dividual es  una  determinación  y  limitación  interior  de  un 
espíritu  universal,  de  una  razón  subsistente  donde  se  hallen 
contenidos  todos  los  espíritus  individuales  como  las  figuras 
en  el  espacio,  como  los  cuerpos  individuales  en  la  totalidad 
de  la  naturaleza  física,  centros  propios,  unitarios,  pero  in- 
teriores, focos  particulares  que  reflejan  la  misma  luz,  que 
viven  de  la  misma  substancia,  la  esencia  fundamental  del 
espíritu  general.  || 

359.  Admitido  el  espíritu  universal,  verdadero  ser  subs- 
tancial, personal,  existente  en  sí  y  para  sí,  superior  a  toda 
individualidad,  pero  que  encierra  a  todos  los  individuos,  su- 
perior al  tiempo,  pero  donde  están  como  en  su  substancia  co- 
mún los  espíritus  individuales  que  se  desenvuelven  en  el 
tiempo,  no  cree  la  escuela  de  Krause  haber  llegado  al  ser 
absoluto,  porque  este  espíritu,  aunque  infinito  como  espíri- 
tu, no  lo  es  como  naturaleza ;  su  infinidad  encierra  los  se- 
res finitos  del  solo  orden  espiritual,  y  así  es  necesario  bus- 
car otro  infinito  que  contenga  lo  perteneciente  a  lo  corpó- 
reo, o  sea,  el  orden  de  la  naturaleza. 

360.  El  espíritu  universal,  según  Krause,  no  puede  ser 
el  Ser  supremo,  porque  no  es  absolutamente  infinito ;  es 
un  mundo  particular  que  tiene  a  su  lado  otro  mundo  distin- 
to de  él ;  la  naturaleza,  la  cual  es  la  razón  de  lo  que  existe 
fuera  del  orden  de  los  espíritus,  es  un  ser  que  contiene  toda 
la  serie  de  los  individuos  corpóreos,  y  bajo  este  aspecto  es 
infinita ;  pero  no  lo  es  de  un  modo  absoluto,  pues  no  con- 
tiene al  mundo  de  los  espíritus. 

361.  Henos  aquí,  pues,  con  dos  grandes  seres,  infinitos 
cada  cual  en  su  línea,  distintos  entre  sí,  independientes  el 
uno  del  otro :  el  espíritu  y  la  naturaleza.  Ahora  es  preciso 
buscar  un  punto  de  unión  entre  los  ||  dos,  un  origen  co- 
mún, un  tronco  para  esas  dos  ramas,  un  mundo  superior 
que  encierre  el  espiritual  y  el  natural,  un  infinito  absoluto 


[22,  280-282] 


KRAUSE 


531 


que  contenga  los  dos  infinitos  relativos,  y  aquí  es  donde 
Krause  encuentra  al  Ser  supremo,  esencia  fundamental,  cu- 
yas dos  manifestaciones  son  la  naturaleza  y  el  espíritu.  A 
la  primera  ojeada  descubrirá  el  lector  que  después  de  tan- 
tos rodeos  venimos  a  parar,  bien  que  con  otras  palabras, 
a  la  substancia  única  de  Spinosa,  con  sus  dos  atributos : 
extensión  y  pensamiento ;  veamos,  sin  embargo,  lo  que  ex- 
cogita la  vanidad  filosófica  para  aparentar  que  dice  algo 
más  que  el  judío  holandés. 

362.  El  espíritu  ofrece  el  carácter  de  espontaneidad,  la 
naturaleza  el  de  totalidad.  La  naturaleza  hace  sus  obras 
completas,  enlazadas,  con  sujeción  a  una  ley  de  continui- 
dad ;  el  espíritu  produce  sus  actos  aislados,  sin  unidad,  sin 
sujeción  a  ninguna  ley,  por  la  cual  los  unos  se  sigan  a  los 
otros.  La  naturaleza  no  forma  una  cabeza  sin  añadirle  los 
demás  miembros  que  corresponden ;  el  espíritu  concibe  una 
cosa  con  separación  de  las  otras  y  una  misma  la  considera 
bajo  diferentes  aspectos.  La  naturaleza  sigue  en  su  desarro- 
llo un  orden  constante,  en  que  todo  marcha  con  simultanei- 
dad y  en  una  dirección  dada ;  el  espíritu  se  desenvuelve 
con  variedad,  con  interrupciones,  cambiando  la  dirección  a 
cada  instante,  sin  necesidad  alguna,  con  ||  entera  libertad. 
Estos  dos  modos  de  manifestarse  indican  dos  seres  distintos, 
independientes  el  uno  del  otro ;  sin  embargo,  estos  dos  seres 
existen  juntos,  y  no  sólo  por  yuxtaposición,  sino  por  intimi- 
dad de  penetración...  «y  se  penetran  más  íntimamente  en  el 
hombre,  que,  formando  la  síntesis  más  completa  de  los  mis- 
mos, posee  órganos  físicos  para  todo  lo  que  se  halla  en  la 
naturaleza  y  facultades  intelectuales  para  todo  lo  que  exis- 
te en  el  espíritu».  (Ahrens,  ibíd.) 

363.  «Pero  la  razón  de  la  comunidad  de  vida  y  de  esta 
unión  de  la  naturaleza  y  del  espíritu  no  puede  hallarse  ni 
en  el  uno  ni  en  el  otro,  porque  ni  uno  ni  otro  es  la  razón 
de  que  el  ser  opuesto  esté  constituido  en  su  esencia  de  tal 
modo  que  pueda  entrar  con  él  en  esta  unión  y  recibir  sus 
influencias.  La  razón  de  la  unión  no  puede  hallarse  sino  en 
una  unidad  superior  que  reúne  en  esencia  los  dos  atributos 
opuestos.  Esta  unidad  superior  es  un  Ser  supremo  llamado 
Dios ;  El  es  en  unidad  de  esencia  lo  que  todos  los  seres  fini- 
tos y  particulares  son  exclusivamente,  y  de  una  manera 
opuesta  y  predominante ;  Dios  no  es  la  naturaleza  ni  el  es- 
píritu como  tales,  es  en  la  unidad  de  su  esencia  la  identidad 
del  espíritu  y  de  la  naturaleza,  y  esta  unidad,  esta  identi- 
dad, es  una  esencia  distinta  y  superior,  que  hace  imposible 
la  confusión  del  Ser  supremo  con  lo  que  es  todavía  finito 
bajo  ciertos  ||  aspectos.  El  Ser  supremo  por  el  atributo  de  lo 
infinito  o  de  la  totalidad  es  la  naturaleza,  y  por  el  atributo 
de  lo  absoluto  o  de  la  espontaneidad  es  el  espíritu;  pero  es 


532 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  282-284] 


todavía  más,  es  la  unidad  de  lo  infinito  y  de  lo  absoluto,  de 
la  totalidad  y  de  la  espontaneidad,  y  esta  unidad  constituye 
para  El  un  nuevo  modo  de  existir,  una  modalidad  tan  fun- 
damental como  la  de  la  naturaleza  y  del  espíritu,  y  funda- 
mentalmente distinta  del  espíritu  y  de  la  naturaleza.  Dios 
en  cuanto  espíritu  es  pensamiento,  sentimiento  y  voluntad ; 
en  cuanto  naturaleza  es  luz,  calor,  atracción,  etc. ;  pero  es 
más  todavía,  es  la  unidad  y  la  identidad  superior  de  estas 
manifestaciones  opuestas,  es  la  unidad  y  la  identidad  del 
pensamiento  y  de  la  luz,  del  sentimiento  y  del  calor,  de  la 
voluntad  y  de  la  gravitación.»  (Id.,  íbíd.) 


«Como  la  luz  es  la  verdad  y  la  identidad  de  todos  los  co- 
lores, así  la  esencia  divina  es  la  identidad  de  esencia  de  to- 
das las  cosas  del  universo,  y  esta  unidad  es  distinta  de  ellas, 
como  la  luz  lo  es  de  todos  los  colores,  aunque  toda  esencia 
esté  contenida  en  la  unidad  de  esencia,  como  todos  los  co- 
lores lo  están  en  la  luz.  Así,  no  confundimos  a  Dios  con  el 
mundo,  ni  le  separamos  de  él,  porque  no  podemos  separar  la 
esencia  divina  de  la  esencia  del  mundo.  Pero  por  su  unidad 
Dios  es  superior  al  mundo ;  Dios  no  ha  existido  sin  el  mun- 
do ;  el  mundo  no  ha  sido  criado  en  el  ¡|  tiempo,  porque  la 
esencia  del  mundo  está  contenida  en  la  esencia  divina ;  pero 
Dios  es  la  razón  eterna  del  mundo  y  de  todo  lo  que  él  con- 
tiene, y  aunque  por  la  unidad  de  su  esencia  esté  en  unión, 
en  contacto  con  la  menor  parte  del  mundo,  no  obstante,  la 
esencia  divina  no  se  resuelve  en  la  del  mundo,  permanece 
unitaria,  y  Dios  queda  uno  e  idéntico,  sin  dividirse  en  las 
existencias  particulares.»  (Id.,  ibíd.) 

364.  El  sistema  de  Krause  se  reduce  a  lo  siguiente :  hay 
dos  mundos,  el  espiritual  y  el  natural,  a  cada  uno  de  los 
cuales  corresponde  un  ser  infinito  en  su  orden  respectivo : 
espíritu  y  naturaleza.  Los  seres  individuales  finitos  están  en 
comunidad  de  esencia  con  uno  de  ellos :  los  cuerpos  con  la 
naturaleza,  los  espíritus  con  el  espíritu.  La  naturaleza  y  el 
espíritu  son  distintos,  pero  tienen  comunidad  de  esencia  con 
el  Ser  supremo  absoluto,  que  incluye  en  sí  la  unidad,  la 
identidad  de  la  naturaleza  y  del  espíritu.  Dejo  al  buen  jui- 
cio del  lector  el  resolver  si  con  esta  doctrina  se  evita  el 
panteísmo,  y  si,  a  pesar  de  todas  las  protestas,  es  algo  más 
que  el  sistema  del  ser  absoluto,  con  distintos  atributos.  El 
mismo  Spinosa,  al  establecer  la  unidad  de  substancia,  ad- 
mitía dos  atributos :  extensión  y  pensamiento ;  Schelling 
reconocía  dos  fases  en  el  ser  absoluto,  mirando  al  espíritu 
como  el  predominio  de  lo  infinito  y  a  la  naturaleza  como  ¡| 
el  predominio  de  lo  finito ;  Hegel  consideraba  a  la  natura- 
leza como  lo  exterior  de  lo  absoluto,  al  espíritu  como  lo  in- 
terior; no  hay  panteístas  que  no  admitan  bajo  una  u  otra 


[22,  284-286]   ojeada  sobre  la  filosofía  y  su  historia  533 


forma,  con  este  o  aquel  nombre,  cierta  distinción  en  la  uni- 
dad absoluta:  a  esto  se  hallan  precisados,  porque  la  razón 
y  sobre  todo  la  experiencia  nos  presentan  evidentemente  la 
diversidad,  y  esto  es  necesario  explicarlo  de  un  modo  u  otro, 
considerando  en  lo  absoluto  variedad  de  fases,  modos  de 
ser,  evoluciones,  manifestaciones,  atributos,  propiedades,  etc. 
Pero  empléense  las  palabras  que  se  quieran ;  si  no  se  esta- 
blece distinción  esencial  y  substancial  entre  lo  finito  y  lo 
infinito,  no  se  sale  del  panteísmo,  no  se  explica  a  Dios,  se 
le  niega,  y  en  cuanto  al  origen  del  mundo  se  cae  en  el  sis- 
tema de  las  emanaciones,  que  es  inconciliable  con  la  re- 
ligión y  con  la  metafísica.  || 


Lxirt 

OJEADA  SOBRE  LA  FILOSOFIA  Y  SU  HISTORIA 

365.  Existe  algo.  ¿Cómo  lo  sabemos?  ¿Cuáles  son  nues- 
tros medios  de  percepción?  ¿Es  legítimo  el  testimonio  de 
éstos?  ¿En  qué  se  funda  su  legitimidad?  ¿Qué  cosas  exis- 
tentes conocemos?  ¿Cuál  es  la  naturaleza  de  ellas?  ¿Qué 
relaciones  tienen  entre  sí?  ¿Tienen  origen?  ¿Cuál  es?  ¿Tie- 
nen un  fin?  ¿Cuál  es?  Estas  son  las  cuestiones  que  se  ofre- 
cen a  la  filosofía,  a  esa  ciencia  que  no  sin  razón  ha  tomado 
un  nombre  tan  modesto  como  amplio :  amor  de  la  sabidu- 
ría, de  esa  sabiduría  definida  por  Cicerón :  «La  ciencia  de 
las  cosas  divinas  y  humanas  y  de  sus  causas»,  es  decir,  de 
todo.  Nec  quidquam  aliud  est  philosophia  si  interpretan 
velis.  praeter  studium,  sapientiae.  Sapientia  autem  est,  ut 
a  veteribus  philosophis  definitum  est,  rerum  divinarum  et 
humanarum,  causarumque  quibus  eae  res  continentur.  scien- 
tia:  ||  cuius  studium  qui  vituperat,  haud  sane  intelligo,  quid- 
nam  sit  quod  laudandum  putet.  (Cicerón:  De  Ojjiciis,  li- 
bro 2.°,  §  2.) 

366.  Mal  comprende  la  filosofía  quien  la  mira  como  un 
conjunto  de  vanas  cavilaciones  sobre  objetos  poco  impor- 
tantes :  el  hombre,  el  universo,  Dios,  son  sin  duda  objetos 
de  alta  importancia,  y  tales  son  los  objetos  de  la  filosofía: 
todo  lo  que  existe  y  puede  existir  no  es  objeto  de  escasa  im- 
portancia, y  todo  lo  que  existe  y  puede  existir  es  objeto  de 
la  filosofía. 

367.  ¿Existo?  ¿Qué  soy?  ¿De  dónde  he  salido?  ¿Cuál 
es  mi  destino?  ¿Qué  es  ese  conjunto  de  objetos  que  me  ro- 
dean y  me  afectan?  ¿Ha  dimanado  de  otro?  ¿Cuál  es  este 
origen?  ¿Quién  se  atreverá  a  decir  que  éstas  son  cuestiones 
de  poca  importancia  y  que  no  merecen  nvestra  atención? 


534 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA       [22,  286-2881 


Si  esto  no  es  importante,  ¿dónde  está  la  importancia?  Si 
esto  no  es  digno  de  ocupar  al  hombre,  ¿dónde  se  hallará 
algo  que  lo  sea? 

368.  Se  ha  abusado  mucho  de  la  filosofía,  ciertamente ; 
pero  ¿de  qué  no  se  abusa?  No  hay  absurdo  que  algún  filó- 
sofo no  haya  dicho,  es  verdad;  pero  ¿condenaréis  las  le- 
yes porque  no  hay  tiranía  que  no  se  haya  ejercido  en  nom- 
bre de  alguna  ley?  ¿Aboliréis  ||  los  tribunales  porque  se 
han  cometido  crímenes  en  nombre  de  la  administración  de 
justicia? 

369.  La  filosofía  fomenta  la  vanidad ;  pero  el  hombre  se 
envanece  por  cualquier  adelanto:  ¿le  condenaréis  a  perma- 
necer estacionario  para  siempre?  La  discusión  es  un  disol- 
vente de  las  leyes  y  de  las  instituciones ;  pero  la  discusión 
es  el  ejercicio  de  la  razón:  ¿extinguiremos  en  nuestro  es- 
píritu la  hermosa  centella  que  nos  ha  sido  otorgada  por  la 
bondad  del  Criador? 

370.  El  buen  sentido  de  los  antiguos  romanos  era  ene- 
migo de  la  filosofía ;  sin  embargo,  no  se  libró  Roma  del 
contagio :  la  patria  de  Catón  lo  fué  de  Cicerón,  y,  además, 
ese  mismo  Catón,  al  ocuparse  del  individuo,  de  la  sociedad, 
de  lo  que  convenía  a  ésta  y  a  aquél,  ¿qué  era  sino  un  filó- 
sofo? Los  graves  romanos,  al  discutir  sobre  los  grandes  in- 
tereses de  la  república,  sobre  los  secretos  de  conservar  y 
engrandecer  el  imperio,  sobre  los  medios  de  señorear  el  en- 
tendimiento y  la  voluntad  de  los  ciudadanos,  sobre  la  utili- 
dad de  preservarlos  de  la  discusión  filosófica,  ¿qué  eran 
sino  filósofos? 

371.  Donde  hay  un  hombre  que  piensa  sobre  un  objeto 
inquiriendo  su  naturaleza,  sus  causas,  sus  relaciones,  su 
origen,  su  fin,  allí  hay  un  filósofo.  Donde  ||  hay  dos  hombres 
que  se  comunican  recíprocamente  sus  ideas,  que  se  ilustran 
o  se  contradicen,  se  ponen  de  acuerdo  o  disienten,  allí  hay 
discusiones  filosóficas. 

372.  Mira  las  cosas  muy  apocadamente  quien  no  ve  filo- 
sofía sino  en  las  escuelas.  En  la  India,  en  la  China,  en  la 
Persia,  en  la  Caldea,  en  Egipto,  hemos  encontrado  filosofía, 
y,  no  obstante,  allí  no  hemos  visto  ni  academia,  ni  pórtico, 
ni  liceo ;  antes  de  Platón  y  Sócrates  había  filosofía  en  Gre- 
cia sin  formas  de  escuela ;  el  mismo  Platón  dista  mucho  de 
Sócrates  en  su  forma :  a  Platón  no  se  le  llamaría,  como  se 
llamó  a  Sócrates,  bufón:  atticus  scurra. 

373.  La  filosofía  es  la  razón  examinando ;  la  diferencia 
está  en  el  más  y  en  el  menos,  en  la  extensión  y  en  la  forma, 
pero  el  fondo  es  el  mismo ;  donde  hay  examen,  sea  cual 
fuere  su  especie,  allí  hay  filosofía.  Mas  el  pensamiento  hu- 
mano, corriendo  al  través  de  los  tiempos,  debía  dejar  vesti- 
gios :  aquí  una  hondonada,  allí  un  montecillo,  acá  un  arenal. 


[22.  288-291]    ojeada  •sobre  la  filosofía  y  su  historia  535 


acullá  un  terreno  cubierto  de  vegetación ;  en  unas  partes 
con  regularidad,  en  otras  con  desorden ;  a  veces  sin  enlace, 
quizá  con  cierto  encadenamiento :  he  aquí  la  imagen  de  las 
escuelas  filosóficas,  y  he  aquí,  por  decirlo  de  paso,  la  suma 
dificultad  de  presentar  su  historia  bajo  un  plan  uniforme, 
de  fijar  y  deslindar  ||  con  exactitud  las  varias  épocas  y  de- 
terminar con  precisión  las  diversas  fases.  Los  fenómenos 
intelectuales,  como  radicados  en  seres  dotados  de  esponta- 
neidad y  libertad,  presentan  por  doquiera  el  carácter  de  los 
sujetos  en  que  se  desenvuelven :  variedad,  oposición,  liber- 
tad. Cuando  veáis  una  clasificación  muy  precisa,  como  sali- 
da de  un  molde,  tened  por  seguro  que  el  clasificador  o  finge 
o  se  alucina. 

374.  ¿Cuáles  son  las  conquistas  prácticas  de  la  filosofía? 
En  el  orden  material  muchas ;  en  el  social  harto  escasas ;  en 
el  moral  y  religioso  ninguna. 

375.  El  hombre  sondea  las  inmensidades  del  espacio, 
sujeta  a  medida  el  mundo  microscópico,  domina  los  ele- 
mentos y  transforma  la  superficie  del  globo ;  éstas  son  las 
conquistas  de  la  filosofía  en  el  orden  material ;  sin  las  me- 
ditaciones y  experimentos  de  los  físicos  de  los  siglos  ante- 
riores no  veríamos  los  prodigios  de  la  mecánica  y  de  todas 
las  artes,  con  los  que  nos  asombra  el  actual. 

376.  La  sociedad  no  se  ha  formado  ni  se  conserva  por 
la  filosofía ;  cuando  los  filósofos  la  han  querido  fundir  en 
sus  crisoles,  el  resultado  ha  sido  producir  una  conflagra- 
ción espantosa;  parte  se  ha  volatilizado,  parte  se  ha  carboni- 
zado ;  para  aprovechar  algo  ||  ha  sido  necesario  arrumbar 
las  teorías  y  apelar  al  buen  sentido ;  abandonar  la  filosofía 
de  Platón  y  recurrir  a  la  de  Solón. 

Se  ha  visto  que  en  las  sociedades  hay  un  organismo, 
hay  principios  vitales,  como  en  los  individuos,  y  que  la  filo- 
sofía puede  explayarse  observando,  pero  que  debe  guardarse 
de  tocar.  No  hay  inconveniente  en  que  estudie  el  pulso,  pero 
no  puede  manosear  el  corazón:  si  abre  al  viviente  le  mata. 

377.  Pero  esto,  se  nos  dirá,  ha  producido  grandes  bie- 
nes: escarmiento  y  desengaño,  y,  por  consiguiente,  un  cau- 
dal de  prudencia;  cierto,  y  en  verdad  que  esto  es  una  venta- 
ja; pero  si  bien  se  observa,  es  del  mismo  género  que  las  que- 
maduras, que  nos  enseñan  desde  niños  a  no  tocar  el  fuego. 

378.  Bajo  el  aspecto  moral,  ¿qué  nos  ha  enseñado  la  filo- 
sofía? ¿Ha  podido  añadir  algo  a  estos  sublimes  preceptos: 
«Ama  a  Dios  sobre  todas  las  cosas;  ama  al  prójimo  como  a 
ti  mismo»?  ¿Hay  algún  libro  filosófico  que  se  acerque  ni 
con  mucho  al  sermón  de  Jesucristo  sobre  la  montaña? 

379.  Tocante  a  Dios  y  el  alma,  preciso  es  confesarlo,  la 
filosofía  no  ha  hecho  más  que  desbarrar  cuando  se  ha  des- 
viado del  catecismo.  Ahí  está  su  ||  historia,  y  quien  con 


536 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  291-293] 


esto  no  se  convenza  de  que  la  filosofía  por  sí  sola  es  im- 
potente para  dirigir  al  género  humano,  no  alcanzamos  qué 
otras  pruebas  puede  desear.  Quien  duda  de  esto  no  conoce 
la  historia  de  la  filosofía,  porque  entre  los  filósofos  más 
eminentes,  no  obstante  su  vanidad,  lo  que  más  alto  descue- 
lla, lo  que  se  expresa  con  el  acento  de  una  convicción  más 
profunda,  es  la  conciencia  de  su  flaqueza.  Esto  producía 
que  anduvieran  en  pos  de  los  restos  de  las  tradiciones  anti- 
guas, que  interrogasen  a  la  India,  a  la  Persia,  al  Egipto : 
con  la  sola  razón  se  hundían,  y  buscaban,  como  dice  Platón, 
una  barquilla  para  atravesar  el  mar  tempestuoso  de  la  vida 
terrestre. 

380.  ¿Cuál  es  el  origen  del  mundo?  Los  filósofos  han  es- 
tado disputando  sin  cesar  y  han  excogitado  innumerables 
sistemas,  y,  sin  embargo,  muchos  siglos  antes  que  nacieran 
Platón  y  Pitágoras  estaban  escritas  aquellas  palabras,  cuya 
sublimidad  contrasta  con  su  sencillez :  «En  el  principio  crió 
Dios  el  cielo  y  la  tierra.»  A  ellas  siguen  otras  en  que  se  ex- 
plica la  formación  del  mundo,  y  los  modernos  teólogos  se 
asombran  al  encontrar  tamaña  sabiduría  en  un  libro  tan 
antiguo,  trazado  por  la  mano  de  un  habitante  del  desierto, 
en  un  rincón  de  la  tierra.  || 

381.  ¿Cuál  es  el  origen  del  hombre?  Si  lo  preguntáis  a 
la  filosofía  os  responde  con  monstruosidades ;  pero  en  el 
mismo  libro  está  escrito :  «Formó,  pues,  el  Señor  Dios  al 
hombre  del  lodo  de  la  tierra,  e  inspiróle  en  el  rostro  un  so- 
plo de  vida,  y  quedó  hecho  el  hombre  viviente  con  alma.» 

382.  Los  filósofos  se  pierden  en  conjeturas  sobre  el  ori- 
gen y  el  fin  de  Jas  cosas ;  los  sabios  que  llenan  el  mundo 
con  el  ruido  de  sus  nombres  no  tienen  ni  un  rayo  de  luz 
para  alumbrar  el  caos,  ni  una  palabra  de  consuelo  para  las 
desgracias  de  la  humanidad,  ni  aciertan  a  encontrar  un  di- 
que contra  la  corrupción  que  todo  lo  inunda ;  entre  tanto, 
en  el  mismo  pueblo  que  conserva  los  libros  y  las  tradicio- 
nes de  Moisés  se  hallan  ejemplos  de  alta  sabiduría,  des- 
prendimiento, heroísmo,  no  sólo  en  los  sabios,  sino  tam- 
bién entre  los  sencillos.  Siete  hermanos  prefieren  morir  an- 
tes que  violar  la  ley  de  Dios,  y  su  madre  les  habla  con  este 
lenguaje,  que  oirían  asombrados  Sócrates  y  Platón :  «Yo  no 
sé  cómo  fuisteis  formados  en  mi  seno,  porque  ni  yo  os  di 
el  alma,  el  espíritu  y  la  vida,  ni  fui  tampoco  la  que  coordi- 
né los  miembros  de  cada  uno  de  vosotros,  sino  el  Criador  del 
universo,  que  es  el  que  formó  al  hombre  en  su  origen  y  el 
que  dió  principio  a  todas  las  cosas,  y  El  mismo  os  volverá 
por  su  misericordia  el  espíritu  y  la  vida,  puesto  que  ahora 
por  amor  de  sus  ||  leyes  os  sacrificáis.»  Y  dirigiéndose  des- 
pués al  más  pequeño,  único  que  le  queda  con  vida,  le  dice: 
«Ruégote,  hijo  mío,  que  mires  al  cielo  y  a  la  tierra,  y  a  to- 


[22,  293-2951  OJEADA  SOBRE  LA  FILOSOFÍA  Y  SU  HISTORIA  537 


das  las  cosas  que  en  ellos  se  contienen,  y  que  entiendas  bien 
que  Dios  las  ha  criado  todas  de  la  nada,  como  igualmente  al 
linaje  humano.  De  este  modo  no  temerás  a  este  verdugo ; 
antes  bien,  haciéndote  digno  de  participar  de  la  suerte  de 
tus  hermanos,  abraza  la  muerte,  para  que  así  en  el  tiem- 
po de  la  misericordia  te  recobre  yo  junto  con  tus  herma- 
nos.» (Macabeos,  1.  2.°,  c.  VIL)  Mientras  así  habla  sobre  el 
origen  y  destino  del  hombre,  no  un  filósofo,  sino  una  humil- 
de mujer,  los  sofistas  disuelven  la  Grecia,  y  los  hinchados 
académicos  vierten  raudales  de  palabras,  tan  ligeras  como 
el  polvo  que  levantan  con  sus  mantos  rozagantes. 

383.  ¿Hay  Dios?  ¿Hay  uno  o  muchos?  ¿Cuál  es  su  na- 
turaleza, cuáles  sus  atributos?  Leed  a  Platón,  Aristóteles. 
Cicerón,  a  los  más  grandes  hombres  de  la  antigüedad,  ¿y 
qué  encontráis?  Errores,  incertidumbres,  tinieblas ;  pero 
abrid  la  Biblia.  Hay  un  Dios,  eterno,  infinito,  inmutable,  in- 
menso, criador,  conservador,  ordenador  de  todas  las  cosas, 
cuya  providencia  se  extiende  a  los  astros  que  giran  por  las 
profundidades  del  espacio  como  al  imperceptible  insecto 
que  se  alberga  en  las  hojas  del  árbol ;  a  sus  ojos  está  paten- 
te ||  todo  lo  pasado  y  lo  por  venir ;  descubre  los  más  ínti- 
mos secretos  del  corazón  del  hombre ;  todo  lo  conoce,  todo 
lo  ve ;  con  irresistible  fuerza  abarca  todos  los  extremos,  lo 
dispone  todo  con  suavidad,  vela  sobre  el  justo  y  el  malvado, 
y  reserva  para  otra  vida  el  premio  o  el  castigo  conforme  a 
los  merecimientos.  La  inmortalidad  del  alma,  el  libre  albe- 
drío,  la  diferencia  entre  el  bien  y  el  mal,  el  origen  de  las 
contradicciones  que  se  hallan  en  el  hombre,  la  causa  de  sus 
calamidades,  sus  remedios,  sus  compensaciones,  todo  está 
explicado  con  tan  admirable  sabiduría,  que  al  volver  los 
ojos  a  los  vanos  sistemas  de  la  filosofía  humana  parece  que 
asistimos  a  juegos  infantiles. 

384.  El  estudio  de  la  filosofía  y  de  su  historia  engendra 
en  el  alma  una  convicción  profunda  de  la  escasez  de  nuestro 
saber,  por  manera  que  el  resultado  especulativo  de  este  tra- 
bajo es  un  conocimiento  científico  de  nuestra  ignorancia. 

385.  ¿Despreciaremos  por  ezio  la  filosofía?  No  cierta- 
mente ;  basta  que  conozcamos  su  insuficiencia.  El  despre- 
cio de  la  filosofía  es  una  especie  de  insulto  a  la  razón.  ¿Y 
sabéis  en  qué  suele  parar  ese  insulto?  En  apoteosis:  la  víc- 
tima se  convierte  en  ídolo  y  el  agresor  en  su  gran  sacerdo- 
te. Lutero  despreciaba  la  razón  y  tuvo  la  modestia  de  eri- 
girse en  legislador  supremo ;  ||  no  se  han  escrito  contra  la 
razón  páginas  más  elocuentes  que  las  de  Lamennais,  y, 
sin  embargo,  también  intenta  con  su  propia  razón  regene- 
rar el  mundo. 

386.  Guardémonos  de  la  exageración ;  esos  arrebatos  de 
abatimiento  son  inspiraciones  del  orgullo ;  las  dificultades 


538 


FILOSOFÍA  ELEMENTAL. — HISTORIA      [22,  295-2971 


que  se  encuentran  en  la  investigación  de  la  verdad  deben 
producirnos  la  convicción  de  nuestra  flaqueza,  mas  no  irri- 
tación ni  despecho.  ¿Podemos  acaso  mudar  nuestra  natura- 
leza? ¿Está  en  nuestro  poder  el  alterar  el  grado  que  ocupa- 
mos en  la  escala  de  los  seres? 

387.  La  filosofía  no  muere  ni  se  debilita  por  estar  a  la 
sombra  de  la  religión,  antes  bien  se  vivifica  y  fortalece ;  el 
espíritu  nada  pierde  de  su  brío,  antes  vuela  con  más  osadía 
y  soltura  cuando  está  seguro  de  que  no  se  puede  extraviar. 
Al  que  quiere  ser  filósofo  sin  abandonar  la  religión  se  le 
imponen  condiciones,  es  verdad,  pero  ¡qué  condiciones  tan 
felices!  No  ser  ateo  ni  materialista,  no  ser  fatalista,  no  ne- 
gar la  moral,  no  negar  la  inmortalidad  del  alma.  ¿Y  es  por 
ventura  ofuscar  la  razón  el  prohibirle  que  empiece  por  su- 
mirse en  el  caos  negando  a  Dios?  ¿Es  degradar  el  espíritu 
el  vedarle  que  se  niegue  a  sí  propio  confundiéndose  con  la 
materia?  ¿Es  afear  el  alma  el  precisarla  a  admitir  una  cosa 
tan  bella  como  el  orden  ||  moral?  ¿Es  esclavizar  al  hombre 
el  imponerle  la  obligación  de  reconocer  su  propia  libertad? 
¿Es  apocar  el  alma  el  precisarla  a  reconocer  su  inmortali- 
dad? Dichosa  obligación  la  que  nos  preserva  de  ser  ateos  y 
de  confundirnos  con  los  brutos. 

388.  Salvos  los  grandes  principios  que  no  pueden  negar- 
se ni  en  religión  ni  en  filosofía,  so  pena  de  degradar  la  na- 
turaleza humana,  ¿en  qué  coarta  la  fe  el  vuelo  de  la  inteli- 
gencia? San  Justino,  San  Clemente  de  Alejandría,  San 
Agustín,  San  Anselmo,  Santo  Tomás  de  Aquino,  Descartes, 
Bossuet,  Fenelón,  Malebranche,  ¿no  encontraron  regiones 
filosóficas  donde  extender  las  alas  de  su  genio?  ¿Necesitáis 
más  espacio  que  ellos?  ¿Sois  más  grandes  que  Leibniz, 
quien,  nacido  y  educado  en  el  protestantismo,  recorre  en  to- 
das direcciones  los  espacios  de  la  ciencia,  y,  lejos  de  encon- 
trar nada  contrario  a  la  verdad  católica,  se  siente  atraído 
hacia  ella,  como  a  un  inmenso  foco  de  vida  y  de  luz? 

389.  Además,  el  conocer  de  antemano  y  con  toda  certe- 
za las  verdades  fundamentales  relativas  al  hombre,  al  mun- 
do y  a  Dios,  en  vez  de  dañar  a  la  profundidad  del  examen 
filosófico,  la  favorece;  jamás  entre  los  antiguos  se  elevó  la 
filosofía  al  alto  grado  a  que  ha  llegado  después  de  la  apari- 
ción del  cristianismo.  ||  La  existencia  de  Dios,  su  infinidad, 
su  providencia,  la  espiritualidad  del  alma,  su  libertad,  su 
inmortalidad,  la  diferencia  entre  el  bien  y  el  mal,  todas  las 
relaciones  morales  en  su  inmensa  amplitud,  han  sido  trata- 
das en  las  escuelas  de  los  filósofos  cristianos  con  una  subli- 
midad que  asombraría  a  Platón  y  Aristóteles.  En  las  regio- 
nes de  la  metafísica  y  de  la  moral  el  espíritu  humano  se 
muestra  tanto  más  poderoso  cuanto  más  participa  de  la  in- 
fluencia del  cristianismo.  || 


El  Criterio 


PROLOGO 


DE  LA  EDICION  «BALMESIANA»  CONMEMORATIVA 
DEL  CENTENARIO  DE   «EL  CRITERIO 


QUE  ES  «EL  CRITERIO»  DE  BALMES 

El  prospecto  que  en  la  edición  crítica  de  El  criterio  se  ha 
puesto  al  frente  del  libro,  lo  escribió  Balmes  solamente  para 
anunciarlo  al  público.  El  criterio  lo  dio  a  luz  su  autor  sin 
ninguna  clase  de  prólogo.  Tal  vez  porque,  como  allí  se  nos 
dice,  «ya  el  título  mismo  de  la  obra  expresa  exactamente  su 
objete-»;  título  para  cuya  declaración  se  remite  al  epílogo 
de  la  misma  


El  criterio  lo  escribió  Balmes  los  días  que  van  desde  el 
primero  de  octubre  al  21  de  noviembre  de  1843,  en  el  Prat 
de  Dalt,  masía  catalana  enclavada  en  el  término  municipal 
de  Caldas  de  Montbuy  y  perteneciente  a  la  parroquia  de 
San  Felíu  de  Codinas. 

Por  aquel  entonces  era  éste  un  lugar  retiradísimo,  muy 
a  propósito  para  la  quietud  en  tiempo  de  algarada  y  ver- 
daderamente ideal  para  la  paz  del  espíritu  y  el  trabajo  re- 
posado de  la  inteligencia.  Allá  fué  Balmes  el  mes  de  agos- 
to, a  esconderse,  huyendo  de  la  persecución  que  los  progre- 
sistas, triunfantes  con  el  alzamiento  de  Espartero,  habían 
desencadenado  en  Barcelona  contra  la  gente  de  orden,  que 
juzgaban  desafecta  a  su  causa. 

Balmes  seguía  su  sistema  de  concentrarse  en  el  estudio 
cuanto  más  se  agitaban  las  cosas  a  su  alrededor.  Además  de 
llevar  él  solo  todo  el  peso  de  la  revista  La  Sociedad,  acaba- 
ba aquellos  días  el  segundo  volumen  francés  de  El  protes- 


542 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESI AN  A» 


tantismo  y  el  tercero  de  la  edición  castellana.  Con  todo  esto 
sintió,  110  obstante,  todas  las  angustias  del  momento,  y  al 
enterarse  de  que  uno  de  los  acusados  de  sospechoso,  y  como 
tal  encarcelado  y  entregado  a  un  tribunal  militar,  era  su 
íntimo  amigo,  el  abogado  Antonio  Ristol,  vió  claramente  su 
propio  peligro,  no  dudando  ya  de  que  urgía  ponerse  a  salvo; 
mas  antes,  con  la  fortaleza  de  espíritu  que  le  era  propia,  es- 
cribe una  carta  al  amigo  preso  y  se  la  hace  llevar  a  la  fatí- 
dica torre  de  la  cindadela,  poniéndose  enteramente  a  su  dis- 
posición. 

Cumplido  este  deber  de  amistad,  sale  de  Barcelona  para 
ir  a  recluirse  en  aquella  casa  de  campo  con  cuyos  morado- 
res le  unía  una  amistad  antigua,  sincera  y  tan  íntima,  que, 
como  él  mismo  dice,  se  encontraba  allí  como  en  su  propia 
casa.  El  Prat  de  Dalt  conserva  todavía  intacto — aun  después 
de  la  última  revolución — el  escondrijo  donde  Balmes  pasa- 
ba el  día  escribiendo.  Es  un  sobrado  o  desván  de  tres  me- 
tros de  largo  por  metro  y  medio  de  ancho  y  otro  tanto  de 
alto,  perfectamente  disimulado  sobre  la  bóveda  de  la  sacris- 
tía y  debajo  del  palomar,  con  un  ventanal  para  la  luz  y  una 
entrada  escondida  entre  la  palomina. 

Quince  días  permaneció  allí  Balmes  oculto,  durante  los 
cuales  preparó  el  cuaderno  de  la  revista  correspondiente 
al  15  de  agosto  y  escribió  un  interesante  folleto  sobre  Es- 
partero, mirado  bajo  el  doble  aspecto  político  y  militar. 
Mas  viendo  un  rasgón  claro  en  el  horizonte,  resuelve  volver 
a  Barcelona,  y  el  24  de  agosto  lo  hallamos  ya  de  nuevo  en 
la  ciudad  condal.  Pero  la  revolución,  más  exaltada  que  nun- 
ca, lanza  de  nuevo  a  Balmes  de  Barcelona  por  un  tempora- 
da más  larga  que  la  anterior. 

Y  ésta  es  la  época  interesantísima  en  que  todos  los  his- 
toriadores nos  le  pintan  en  el  cuchitril  antes  descrito,  con 
el  breviario  y  la  Biblia  no  más.  escribiendo  El  criterio  mien- 
tras oía  las  bombas  de  Montjuich.  que  fueron  cayendo  so- 
bre Barcelona  día  tras  día,  desde  el  primero  de  octubre,  en 
que  Espartero  ordenó  el  bombardeo  de  la  ciudad,  hasta 
el  19  de  noviembre,  en  que  se  firmó  la  capitulación. 

Causa  verdadera  maravilla  ver  a  nuestro  escritor,  como 
si  nada  perturbador  le  rodease,  escribiendo  serenísimamen- 
te planes  de  vida  intelectual  y  moral  en  los  que  no  se  halla 
sombra  ni  eco  de  los  tétricos  fantasmas  de  aquellas  turbu- 
lentas jornadas.  La  quietud  material  en  que  estaba  allí  se 
comprende  perfectamente;  lo  que  nos  admira  es  aquella 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA»  543 


olímpica  serenidad  espiritual.  Tales  son  las  circunstancias- 
externas  de  la  composición  de  21  criterio.  Vengamos  ya  a 
declarar  su  naturaleza. 

*  *  * 

El  criterio  es  «un  ensayo  para  dirigir  las  facultades  del 
espíritu  humano  por  un  sistema  diferente  de  los  seguidos 
hasta  ahora»,  escribía  Balmes  al  anunciarlo  (p.  7).  Se  trata, 
pues,  en  sentir  de  su  autor,  de  un  método  nuevo,  original, 
y  en  sus  líneas  esenciales  indispensable  para  aprender  a 
pensar  bien,  o  sea  para  ejercitar  la  actividad  intelectual, 
cual  conviene  en  orden  a  conocer  la  verdad  o  a  dirigir  el 
entendimiento  por  el  camino  que  conduce  a  ella. 

Persuadido  de  que  para  andar  por  este  camino  sin  peli- 
gro de  extraviarse  precisaba  un  buen  guía,  buscólo  Balmes 
con  afán  durante  mucho  tiempo,  empleando  para  ello  dife- 
rentes medios;  primeramente  se  dió  a  leer  todos  los  libros 
de  lógica  que  tuvo  a  su  alcance;  luego,  a  devorar  con  avi- 
dez las  biografías  de  sus  autores,  esperando  encontrar  en 
sus  vidas  lo  que  en  vano  buscara  en  sus  escritos.  Pero  la 
luz  no  resplandecía  por  ningún  lado,  hasta  que  lanzándose 
cual  intrépido  excursionista  a  escalar  esa  montaña  de  tan 
difícil  acceso,  hallaba  por  fin  con  inmenso  júbilo  de  su  alma, 
sedienta  de  la  verdad,  la  escondida  senda  que  conduce  a 
ella,  y  una  vez  ganada  la  cima  del  monte  divisábala  con  tal 
clarividencia,  que  su  corazón  de  ferviente  apóstol  de  la  ver- 
dad no  le  consentía  ya  un  momento  de  reposo  hasta  haber 
comunicado  a  los  demás  su  descubrimiento  por  medio  de 
El  criterio.  No  es,  pues,  de  maravillar  que,  según  afirma  su 
biógrafo  García  de  los  Santos,  Balmes  lo  escribiera  de  un 
tirón,  como  un  discurso  seguido,  sin  la  actual  división  de 
capítulos  y  párrafos,  hecha  un  año  más  tarde  al  enviarlo  a 
la  imprenta.  Ello  explica  también  la  maravillosa  trabazón 
lógica  de  las  materias  que  en  él  se  tratan;  tal  que  ni  el  pro- 
pio Balmes  se  habría  dado  perfecta  cuenta  de  ella,  según 
aparece  por  el  relato  del  mismo  historiador. 

Paseando  éste  un  día  con  Balmes,  díjole  haber  observado 
que,  tomando  el  primer  punto  de  cada  apartado  y  uniéndo- 
los entre  sí,  se  tenía  muy  bien  hilvanado  el  hilo  de  toda  la 
doctrina.  Por  primera  vez  vió  su  íntimo  confidente  pintada 
en  la  cara  de  Balmes  una  impresión  halagüeña  al  hablarle 
de  sus  obras,  y  de  vuelta  a  casa  fué  notable  el  afán  con  que 


544 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


nuestro  escritor  abrió  el  libro  para  comprobar  la  verdad  de 
aquella  observación.  Hecho  que  al  propio  tiempo  demuestra 
el  aprecio  en  que  tenía  Balmes  ese  su  «gran  librito».  Es  que 
para  él  representaba  «la  tierra  de  promisión  luminosa  y 
bienaventurada  adonde  llegara  tras  larga  y  dura  peregrina- 
ción por  el  desierto  buscando  el  camino  de  la  verdad». 
Era  la  solución  de  la  lucha  intelectual  terrible  que  hubo 
de  sostener  al  lanzarse  con  todas  sus  fuerzas  a  la  conquista 
del  ideal  sublime  de  la  verdad,  en  cuya  plena  posesión  vis- 
lumbraba aquel  inefable  gozo  («gaudium  de  veníate») l,  en 
el  que,  según  el  gran  filósofo  cristiano  San  Agustín,  ha- 
brá de  consistir  la  suprema  dicha  del  hombre,  su  vida  bien- 
aventurada. 

Enseñar  la  manera  práctica  de  ir  con  toda  el  alma  a  la 
verdad,  según  el  ideal  cristiano,  tal  es  la  meta  adonde  se 
dirige  ese  conjunto  admirable  de  principios,  reglas,  observa- 
ciones y,  sobre  todo,  ejemplos  en  escena  que  forman  El  cri- 
terio, el  cual,  como  lógica  perfecta  que  pretende  ser  y  es  en 
realidad,  no  se  limita  a  la  sola  inteligencia,  sino  que  abarca 
al  hombre  entero,  poniendo  armónicamente  en  juego  todas 
sus  fuerzas  y  facultades,  la  sensibilidad  externa  y  la  ima- 
ginación, el  sentimiento  y  las  pasiones;  porque  si  bien  el  co- 
nocimiento y  juicio  de  la  verdad  está  sólo  en  el  entendi- 
miento, todas  aquéllas  pueden  ejercer,  y  de  hecho  ejercen, 
sobre  éste  poderoso  influjo. 

Un  análisis  de  El  criterio  a  la  luz  de  esta  idea  balmesia- 
na  de  una  lógica  perfecta,  nos  descubriría  la  estructura  in- 
terna de  la  obra  y  la  admirable  conexión  de  todas  las  cues- 
tiones. La  explanación  de  este  análisis  requeriría  una  ex- 
tensión impropia  de  un  prólogo  escrito  para  una  edición 
popular;  nos  contentaremos  con  indicar  brevemente  la  su- 
cesión lógica  de  las  ideas  de  manera  que  se  facilite  su  lec- 
tura y  se  preste  a  ulteriores  estudios,  a  cuyo  fin  añadimos 
un  índice  analítico  que  creemos  podrá  ayudar  no  poco  para 
la  comprensión  de  toda  la  obra. 

*  *  * 

«Uno  de  los  primeros  deberes  de  todo  hombre  es  el  de 
tener  bien  arreglada  la  luz  del  entendimiento,  que  se  nos 
ha  dado  para  dirigirnos  en  nuestras  acciones,  procurando 


1    Confesiones,  lib.  10,  c.  23,  n.  33:  Migne,  PL,  32,  col.  193. 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


545 


que  no  se- apague  y  tjue  no  esté  en  inacción,  y  que  cuando 
nos  proponemos  ejercitarle  y  avivarle,  su  luz  sea  buena, 
para  que  no  nos  deslumbre,  y  bien  dirigida,  para  que  no 
nos  extravíe-»  (p.  14).  He  aquí  la  altísima  finalidad  a  que 
responde  perfectamente  el  contenido  de  El  criterio,  el  cual 
puede  lógicamente  distribuirse  en  una  introducción  y  dos 
partes,  referentes  al  ejercicio  de  la  actividad  especulativa  y 
práctica  del  entendimiento  respectivamente. 

1.  Introducción. — La  form.an  los  tres  primeros  capítulos 
donde  después  de  unas  reflexiones  sobre  el  objeto  del  arte 
de  pensar  bien,  su  trascendencia  y  manera  práctica  de  en- 
señarlo, decláranse  las  cualidades  de  una  buena  atención, 
coino  condición  indispensable  que  es  para  el  conveniente 
ejercicio  de  la  actividad  mental.  Mas  como  quiera  que  no 
todos  los  hombres  son  aptos  para  atender  y  pensar  bien 
en  ■  cualquier  orden  de  cosas,  es  sobremanera  importante 
para  dicho  arte  que  cada  cual  se  dedique  a  la  profesión 
para  la  que  se  sienta  con  aptitud,  y  Balmes  aborda,  desde 
el  principio,  el  trascendental  problema  de  la  elección  de  ca- 
rrera o  de  profesión,  al  que  dedica  todo  un  capítulo  lleno  de 
preciosas  sugerencias  y  normas  prácticas  en  orden  a  discer- 
nir el  talento  peculiar  de  los  niños. 

2.  El  entendimiento  especulativo. — Ya  en  el  supuesto  de 
que  cada  uno  ocupa  el  lugar  que  le  corresponde,  según  su 
aptitud  y  capacidad,  todavía  es  menester  encauzar  su  acti- 
vidad intelectual  por  los  debidos  rieles  y  delimitar  el  papel 
que  para  la  consecución  de  la  verdad  integral  habrán  de 
desempeñar  las  demás  facultades  del  alma. 

He  aquí  respondiendo  a  ese  objetivo  el  orden  de  las  ma- 
terias que  se  desarrollan  en  esta  primera  parte:  objeto  del 
entendimiento  especulativo»  sus  diversos  actos,  su  método 
adecuado,  tanto  para  la  enseñanza  de  la  verdad  como  para 
la  invención  de  ella,  la  debida  discreción  en  el  uso  de  las 
otras  facultades  y  fuerzas  del  alma  (sentimiento,  corazón, 
imaginación)  ordenada  al  mismo  fin  de  alcanzar  la  verdad, 
y,  finalmente,  la  manera  más  apta  de  ejercitar  la  actividad 
especulativa  en  dos  órdenes  de  excepcional  importancia, 
cuales  son  el  de  la  filosofía  de  la  historia  y  el  de  la  religión. 

3.  El  entendimiento  práctico. — El  entendimiento  prácti- 
co no  se  limita  a  conocer,  sino  que,  como  tal,  nos  dirige 
para  obrar.  No  descansa,  como  el  especulativo,  en  la  con- 
templación de  la  verdad,  sino  solamente  en  la  acción,  de  la 
cual  es  propio  tender  hacia  un  fin.  Las  cuestiones  prácticas. 

3«¡ 


546 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


es  decir,  las  que  versan  sobre  el  fin  de  nuestras  acciones, 
son  dos:  cuál  es  el  fin  que  nos  hemos  de  proponer  y  cuáles 
los  medios  más  aptos  para  alcanzarlo.  Aunque  las  realas  y 
observaciones  anteriores  sobre  el  modo  de  pensar  en  todas 
materias  bastarían  ya  de  suyo  para  resolver  esas  cuestio- 
nes prácticas,  no  obstante,  las  reflexiones  de  esta  segun- 
da parte  arrojan  nueva  luz  para  el  conveniente  enfoque  de 
las  mismas. 

El  buen  suceso  de  toda  acción  u  operación  pide  que  se 
atienda  al  fin  y  a  los  medios.  El  éxito  feliz  o  desgraciado 
en  los  negocios  débese,  por  regla  general,  a  la  observancia 
o  transgresión  de  esa  norma  verdaderamente  fundamental 
para  la  práctica.  «Cada  cual  es  hijo  de  sus  obras» ;  este  pro- 
verbio para  Balmes  no  admite  duda. 

El  fin  de  todas  nuestras  acciones  ha  de  ser  moral.  Pero 
ello  no  basta;  precisa,  además,  que  sea  cual  conviene  al  su- 
jeto y  a  las  circunstancias.  El  acierto  en  proponerse  el  de- 
bido fin  es  más  difícil  de  lo  que  parece.  La  dificultad  nace 
de  varias  causas.  Una  es  que  siendo  todos  los  fines,  excepto 
el  último,  que  es  Dios,  medios  para  lograr  otro  fin,  se  nece- 
sita frecuentemente  mucha  reflexión  y  sagacidad  para  des- 
cubrir cuál  sea  en  un  caso  dado  el  más  conveniente. 

El  fin  debe  ser  proporcionado  a  los  medios;  aspirar  a  un 
fin  careciendo  de  medios  para  lograrlo  es  gastar  el  tiempo 
inútilmente,  cuando  no  con  daño.  Son  muchos  los  hombres 
que  no  consiguen  lo  fácil  porque  se  proponen  lo  imposible. 

No  es  tan  difícil  valorar  los  medios  externos  como  los 
internos.  Mas  al  ponderar  estos  últimos,  débense  evitar  dos 
escollos:  la  presunción  y  la  pusilanimidad.  La  presunción 
nos  induce  a  empresas  superiores  a  nuestras  fuerzas;  la 
pusilanimidad  nos  retrae  de  emplear  las  que  poseemos. 
Siendo  muy  de  notar  que  la  pusilanimidad,  auxiliada  por 
la  pereza,  uno  de  los  vicios  más  generales  en  el  linaje  hu- 
mano, enflaquece  la  actividad  y  nos  hace  inferiores  a  nos- 
otros mismos. 

Otra  observación  muy  importante  para  dirigir  nuestra 
conducta  es  que  no  debemos  juzgar  ni  deliberar  con  respec- 
to de  ningún  objeto  mientras  el  espíritu  esté  bajo  la  in- 
fluencia de  una  pasión  relativa  al  mismo  objeto.  Cuando 
nos  hallamos  bajo  semejante  influencia  vemos  a  través  de 
un  vidrio  colorado:  todo  nos  parece  del  mismo  color.  Y  si 
en  tal  caso  la  resolución  fuere  urgente,  hemos  de  hacer  un 
esfuerzo  para  suponernos,  por  un  momento  siquiera,  en  el 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


547 


estado  en  que  la  influencia  de  la  pasión  no  exista.  Las  pa- 
siones son  malos  consejeros;  sin  embargo,  cuando  están  di- 
rigidas por  la  razón  y  la  moral,  son  auxiliares  poderosos  y 
en  cierto  modo  necesarios  para  inspirar  al  entendimiento 
y  dar  firmeza  y  energía  a  la  voluntad. 

La  fuerza  y  energía  de  voluntad  necesarias  en  la  prácti- 
ca resultan  de  la  combinación  de  dos  causas:  una  idea  y  un 
sentimiento.  «Una  idea  clara,  viva,  fija,  poderosa,  que  ab- 
sorba el  entendimiento  ocupándole  todo,  llenándole  todo. 
Un  sentimiento  fuerte,  enérgico,  dueño  exclusivo  del  cora' 
zón  y  completamente  subordinado  a  la  idea.  La  idea  sin  el 
apoyo  del  sentimiento  es  floja;  el  sentimiento  sin  el  apoyo 
de  la  idea  hace  que  la  voluntad  vacile  y  sea  inconstante.  La 
idea  es  la  luz  que  señala  el  camino,  el  punto  luminoso  que 
fascina,  atrae  y  arrastra;  el  sentimiento  es  el  impulso,  la 
fuerza  que  mueve  y  lanza»  (p.  346).  La  trabazón  lógica 
de  todas  esas  ideas  podrá  apreciarse  mejor  en  el  índice  ana- 
lítico que  damos  a  continuación. 


INDICE  ANALITICC 


Introducción:  El  arte  de  pensar  bien 

I.  Definición  del  arte  de  pensatr  bien. 

II.  Trascendencia  del  arte  de  pensar  bien. 

III.  Modo  práctico  de  enseñarlo  (o.  I). 

IV.  Condiciones  generales  indispensables: 

1.  La  buena  atención  (c.  II). 

2.  La  acertada  elección  de  carrera  (c.  III). 
V.    Obstáculos  generales: 

1.  Falta  de  la  conveniente  atención  (c.  II). 

2.  Profesión  indebida  (c.  III). 

Primera  parte:  El  entendimiento  especulativo 

Su  objeto:  ' 
1.    Posibilidad  o  imposibilidad  (c.  IV). 
2. .  Existencia  o  no  existencia  : 

1)  Testimonio  inmediato  de  los  sentidos  (c.  V). 

2)  Testimonio  mediato  de  los  sentidos  (c.  VI). 

3)  Ingerencias  sobre  la  conducta  humana  (c.  VID. 

4)  Testimonio  ajeno: 

a)  La  autoridad  en  general  (c.  VIII). 

b)  Los  periódicos  (c.  IX). 

c)  Las  relaciones  de  viajes  (c.  X). 

d)  La  historia  (c.  XI). 

3.  Naturaleza,  propiedades  y  relaciones  de  las  cosas  (c.  XIT). 
Su  actividad: 

1.  Percepción  (c.  XIII) 

2.  Juicio  (c.  XIV). 

3.  Raciocinio  (c.  XV). 

4.  Intuición  e  inspiración  (c.  XVI). 
Sus  métodos: 

1.  De  enseñanza  (c.  XVII). 

2.  De  invención  (c.  XVIII). 

IV.    Sus  facultades  auxiliares: 

1.  El  corazón  (c.  XIX). 

2.  La  imaginación  (ibíd  ). 

V.    Dos  campos  especiales  de  su  actividad: 

1.  La  filosofía  de  la  historia  (c.  XX). 

2.  La  religión  (c.  XXI). 


II. 


EL  CRITERIO» 


Segunda  parte:  El  entendimiento  práctico  (c.  XXII) 

I.    Su  objeto:  Dirigir  la  conducta  práctica  o  las  acciones: 

1.  Acciones  sobre  objetos  sometidos  a  leyes  necesarias.  Artes. 

2.  Acciones  sobre  objetos  sometidos  al  libre  albedrío : 

1)  Moral. 

2)  Urbanidad. 

3)  Administración  doméstica. 

4)  Administración  politica  (§  I). 

3.  Fin  de  las  acciones : 

1)  Necesidad  de  proponérselo  debidamente  (§  II). 

2)  Daños  que  de  lo  contrario  se  siguen  (§  III). 

a)  El  aborrecido  (§  IV). 

b)  El  arruinado  (§  V). 

c)  El  instruido  quebrado  (§  VI.) 

II.   Dotes  principales  de  un  buen  entendimiento  práctico: 

1.  Madurez  del  juicio  (§  XI). 

2.  El  buen  sentido  (ibíd.). 

3'.    Defectos  contrarios  que  inhabilitan  para  los  negocios  (§  XI). 

1)  Entendimientos  cavilosos  (§§  VII-IX). 

2)  Entendimientos  torcidos  (§  X). 

III.  El  mejor  guía  del  entendimiento  práctico:  la  moral. 

1.  El  arte  de  conducirse  bien  en  la  vida  pública  y  privada:  el 

Evangelio  en  práctica  (§  XXXII). 

2.  Origen  de  los  defectos  mencionados  (§  XII). 

3.  Generalidad  de  tales  defectos  y  daños  que  acarrean  (§§  XIV- 

XX,  XXIV- XXXI). 

4.  Necesidad  de  la  humildad  cristiana  (§  XIII). 

5.  Utilidad  de  la  virtud  para  los  negocios  (§§  XXXIV,  XXXV). 

6.  La  ciencia  auxiliar  poderoso  de  la  virtud  (§§  XXXVI  y  LV). 

7.  La  religión  acorde  con  la  más  alta  filosofía  (§§  XLIV,  XLV). 

IV.  Reglas  para  los  juicios  prácticos: 

1.  No  juzgar  bajo  el  influjo  de  la  pasión  (§§  XXXVII-XLI). 

2.  Suponernos  fuera  de  su  influencia  (§§  XLVII-LIV). 

3.  Conocer  bien  las  propias  fuerzas  (§§  XXI,  XXII,  XLII, 

XLIII). 

4.  Una  idea  y  un  sentimiento  (§  LIX). 

5.  El  hombre  perfecto  (§§  XXXI,  LX). 


550 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


Tal  es  en  resumen  ese  maravilloso  tratado  de  lógica,  en 
el  cual  se  nos  enseña  la  manera  de  poner  en  juego  nuestra 
actividad  intelectual,  especulativa  y  práctica  para  llegar 
al  perfecto  conocimiento  de  las  cosas  y  a  dirigir  nuestra 
conducta  práctica. 

El  P.  Errandonea,  en  un  estudio  reciente,  profundo  y  muy 
bien  razonado,  pondera  así  la  orientación  ideal  que  se  ha  de 
dar  al  joven  en  la  segunda  enseñanza:  «Realización — en 
cuanto  cabe  en  su  edad  y  en  sus  personales  talentos — del 
ideal  tan  maravillosamente  descrito  por  aquel  código  de 
sensatez  que  un  catedrático  alemán  obligaba  a.  todos  los 
alumnos  de  último  año  de  gimnasio  a  leer,  estudiar  y  sin- 
tetizar por  escrito,  y  se  llama  El  criterio,  de  don  Jaime  Bal- 
mes»  2.  No  es,  pues,  extraño  que  don  Juan  Zafont,  aquel 
abad  de  San  Pablo,  tan  aclamado  por  las  calles  de  Barce- 
lona en  todas  las  revueltas  de  1843,  al  acabar  la  lectura  de 
El  criterio  exclamase  entusiasmado:  «¡Dichoso  bombardeo, 
que  nos  ha  dado  una  obra  como  éstah 

Miguel  Florí,  S.  I. 

Profesor  de  la  Facultad  filosófica 
del  Colegio  Máximo  de  San  Ignacio 


2    «Razón  y  Fe»,  127  (1943),  409. 


PROSPECTO 


El  título  de  esta  obra  expresa  exactamente  su  objeto.  En 
ella  se  hace  un  ensayo  para  dirigir  las  facultades  del  espíri- 
tu humano  por  un  sistema  diferente  de  los  seguidos  hasta 
ahora.  En  un  conjunto  de  principios,  de  reglas,  de  observa- 
ciones, y  sobre  todo  de  ejemplos  en  escena,  se  ha  procurado 
hermanar  la  variedad  con  la  unidad,  lo  ameno  con  lo  útil. 
Creemos  que  el  mejor  medio  para  dar  alguna  idea  de  la 
obra  es  copiar  a  continuación  el  último  párrafo  de  su  últi- 
mo capítulo : 

«Criterio  es  un  medio  para  conocer  la  verdad.  La  ver- 
dad en  las  cosas  es  la  realidad.  La  verdad  en  el  entendi- 
miento es  conocer  las  cosas  tales  como  son.  La  verdad  en 
la  voluntad  es  quererlas  como  es  debido,  conforme  a  las 
reglas  de  la  sana  moral.  La  verdad  en  la  conducta  es  obrar 
por  impulso  de  esta  buena  voluntad.  La  verdad  en  propo- 
nerse un  fin  es  proponerse  el  fin  conveniente  y  debido,  se- 
gún las  circunstancias.  La  verdad  en  la  elección  de  los  me- 
dios es  elegir  los  que  son  conformes  a  la  moral  y  mejor 
conducen  al  fin.  Hay  verdades  de  muchas  clases,  porque  hay 
realidad  de  muchas  clases.  Hay  también  muchas  clases  de 
conocer  la  verdad.  No  todas  las  cosas  se  han  de  mirar  del 
mismo  modo,  sino  del  modo  que  cada  una  de  ellas  ||  se  ve 
mejor.  Al  hombre  le  han  sido  dadas  muchas  facultades; 
ninguna  es  inútil ;  ninguna  intrínsecamente  mala.  La  es- 
terilidad o  la  malicia  les  vienen  de  nosotros,  que  las  em- 
pleamos mal.  Una  buena  lógica  debiera  comprender  al  hom- 
bre entero,  porque  la  verdad  está  en  relación  con  todas  las 
facultades  del  hombre,  Cuidar  de  la  una  y  no  de  la  otra 
es  a  veces  esterilizar  la  segunda  y  malograr  la  primera.  El 
hombre  es  un  mundo  pequeño:  sus  facultades  son  muchas 
y  muy  diversas ;  necesita  armonía,  y  no  hay  armonía  sin 
atinada  combinación,  y  no  hay  combinación  atinada  si  cada 
cosa  no  está  en  su  lugar,  si  no  ejerce  sus  funciones  o  las 
suspende  en  el  tiempo  oportuno.  Cuando  el  hombre  deja 
sin  acción  alguna  de  sus  facultades  es  un  instrumento  al 


552 


PRÓLOGO  DE  LA  EDICIÓN  «BALMESIANA» 


[15,  8] 


que  le  faltan  cuerdas ;  cuando  las  emplea  mal  es  un  ins- 
trumento destemplado.  La  razón  es  fría,  pero  ve  claro :  dar- 
le calor  y  no  ofuscar  su  claridad ;  las  pasiones  son  ciegas, 
pero  dan  fuerza :  darles  dirección  y  aprovecharse  de  su 
fuerza.  El  entendimiento  sometido  a  la  verdad,  la  voluntad 
sometida  a  la  moral,  las  pasiones  sometidas  al  entendimien- 
to y  a  la  voluntad,  y  todo  ilustrado,  dirigido,  elevado  por 
la  religión ;  he  aquí  el  hombre  completo,  el  hombre  por  ex- 
celencia. En  él  la  razón  da  luz,  la  imaginación  pinta,  el  co- 
razón vivifica,  la  religión  diviniza.»  |! 


EL  CRITERIO 


CAPITULO  I 

Consideraciones  preliminares 
§  1. — En  qué  consiste  el  pensar  bien.  Qué  es  la  verdad 

El  pensar  bien  consiste  o  en  conocer  la  verdad  o  en  di- 
rigir el  entendimiento  por  el  camino  que  conduce  a  ella. 
La  verdad  es  la  realidad  de  las  cosas.  Cuando  las  conoce- 
mos como  son  en  sí  alcanzamos  la  verdad ;  de  otra  suerte 
caemos  en  error.  Conociendo  que  hay  Dios  conocemos  una 
verdad,  porque  realmente  Dios  existe ;  conociendo  que  la 
variedad  de  las  estaciones  depende  del  sol  conocemos  una 
verdad,  porque  en  efecto  es  así ;  conociendo  que  el  respeto  a 
los  padres,  la  obediencia  a  las  leyes,  la  buena  fe  en  los 
contratos,  la  fidelidad  con  los  amigos  son  virtudes,  conoce- 
mos la  verdad ;  así  como  caeríamos  en  error  pensando  que 
la  perfidia,  la  ingratitud,  |¡  la  injusticia,  la  destemplanza, 
son  cosas  buenas  y  laudables. 

Si  deseamos  pensar  bien  hemos  de  procurar  conocer  la 
verdad,  es  decir,  la  realidad  de  las  cosas.  ¿De  qué  sirve  dis- 
currir con  sutileza,  o  con  profundidad  aparente,  si  el  pen- 
samiento no  está  conforme  con  la  realidad?  Un  sencillo  la- 
brador, un  modesto  artesano,  que  conocen  bien  los  objetos 
de  su  profesión,  piensan  y  hablan  mejor  sobre  ellos  que 
un  presuntuoso  filósofo  que  en  encumbrados  conceptos  y 
altisonantes  palabras  quiere  darles  lecciones  sobre  lo  que 
no  entiende. 

§  2. — Diferentes  modos  de  conocer  la  verdad 

A  veces  conocemos  la  verdad,  pero  de  un  modo  grosero ; 
la  realidad  no  se  presenta  a  nuestros  ojos  tal  como  es,  sino 
con  alguna  falta,  añadidura  o  mudanza.  Si  desfila  a  cierta 


554  EL  CRITERIO  [15,  10-12] 


distancia  una  columna  de  hombres,  de  tal  manera  que  vea- 
mos brillar  los  fusiles,  pero  sin  distinguir  los  trajes,  sabe- 
mos que  hay  gente  armada,  pero  ignoramos  si  es  de  paisa- 
nos, de  tropa  o  de  algún  otro  cuerpo ;  el  conocimiento  es- 
imperfecto,  porque  nos  falta  distinguir  el  uniforme  para 
saber  la  pertenencia.  Mas  si  por  la  distancia  u  otro  motivo 
nos  equivocamos  y  les  atribuímos  una  prenda  de  vestuario 
que  no  llevan,  el  conocimiento  será  imperfecto,  porque  aña- 
diremos lo  que  en  realidad  no  hay.  Por  fin,  si  tomamos  una 
cosa  por  otra,  como,  por  ejemplo,  si  creemos  que  son  blan- 
cas unas  vueltas  que  en  realidad  son  amarillas,  mudamos 
lo  que  hay,  pues  hacemos  de  ello  una  cosa  diferente.  || 

Cuando  conocemos  perfectamente  la  verdad,  nuestro  en- 
tendimiento se  parece  a  un  espejo,  en  el  cual  vemos  retrata- 
dos con  toda  fidelidad  los  objetos  como  son  en  sí ;  cuando 
caemos  en  error  se  asemeja  a  uno  de  aquellos  vidrios  de  ilu- 
sión que  nos  presentan  lo  que  realmente  no  existe ;  pero 
cuando  conocemos  la  verdad  a  medias  podría  compararse  a 
un  espejo  mal  azogado,  o  colocado  en  tal  disposición  que, 
si  bien  nos  muestra  objetos  reales,  sin  embargo  nos  los 
ofrece  demudados,  alterando  los  tamaños  y  figuras. 

§  3. — Variedad  de  ingenios 

El  buen  pensador  procura  ver  en  los  objetos  todo  lo  que 
hay,  pero  no  más  de  lo  que  hay.  Ciertos  hombres  tienen  el 
talento  de  ver  mucho  en  todo ;  pero  les  cabe  la  desgracia  de 
ver  todo  lo  que  no  hay  y  nada  de  lo  que  hay.  Una  noticia, 
una  ocurrencia  cualquiera  les  suministran  abundante  mate- 
ria para  discurrir  con  profusión,  formando,  como  suele  de- 
cirse, castillos  en  el  aire.  Estos  suelen  ser  grandes  proyec- 
tistas y  charlatanes. 

Otros  adolecen  del  defecto  contrario :  ven  bien,  pero 
poco ;  el  objeto  no  se  les  ofrece  sino  por  un  lado ;  si  éste 
desaparece,  ya  no  ven  nada.  Estos  se  inclinan  a  ser  senten- 
ciosos y  aferrados  en  sus  temas.  Se  parecen  a  los  que  no 
han  salido  nunca  de  su  país:  fuera  del  horizonte  a  que  es- 
tán acostumbrados  se  imaginan  que  no  hay  más  mundo. 

Un  entendimiento  claro,  capaz  y  exacto,  abarca  el  ob- 
jeto entero ;  le  mira  por  todos  sus  lados,  en  todas  sus  ||  re- 
laciones con  lo  que  le  rodea.  La  conversación  y  los  escritos 
de  estos  hombres  privilegiados  se  distinguen  por  su  clari- 
dad, precisión  y  exactitud.  En  cada  palabra  encontráis  una 
idea,  y  esta  idea  veis  que  corresponde  a  la  realidad  de  las 
cosas.  Os  ilustran,  os  convencen,  os  dejan  plenamente  satis- 
fecho ;  decís  con  entero  asentimiento :  «Sí,  es  verdad,  tiene 
razón.»  Para  seguirlos  en  sus  discursos  no  necesitáis  esfor- 


[15,  12-13]      C.  1. — CONSIDERACIONES  PRELIMINARES 


555 


zaros ;  parece  que  andáis  por  un  camino  llano,  y  que  el  que 
habla  sólo  se  ocupa  de  haceros  notar  con  oportunidad  los 
objetos  que  encontráis  a  vuestro  paso.  Si  explican  una  ma- 
teria difícil  y  abstrusa,  también  os  ahorran  mucho  tiempo 
y  fatiga.  El  sendero  es  tenebroso,  porque  está  en  las  en- 
trañas de  la  tierra ;  pero  os  precede  un  guía  muy  práctico, 
llevando  en  la  mano  una  antorcha  que  resplandece  con  viví- 
sima luz. 


§  4. — La  perfección  de  las  profesiones  depende  de  la  perfección 
con  que  se  conocen  los  objetos  de  ellas 

El  perfecto  conocimiento  de  las  cosas  en  el  orden  cientí- 
fico forma  los  verdaderos  sabios ;  en  el  orden  práctico, 
para  el  arreglo  de  la  conducta  en  los  asuntos  de  la  vida, 
forma  los  prudentes ;  en  el  manejo  de  los  negocios  del  Es- 
tado forma  los  grandes  políticos,  y  en  todas  las  profesio- 
nes es  cada  cual  más  o  menos  aventajado  a  proporción  del 
mayor  o  menor  conocimiento  de  los  objetos  que  trata  o  ma- 
neja. Pero  este  conocimiento  ha  de  ser  práctico,  ha  de  abra- 
zar también  los  pormenores  de  la  ||  ejecución,  que  son  pe- 
queñas verdades,  por  decirlo  así,  de  las  cuales  no  se  puede 
prescindir  si  se  quiere  lograr  el  objeto.  Estas  pequeñas  ver- 
dades son  muchas  en  todas  las  profesiones,  bastando  para 
convencerse  de  ello  el  oír  a  los  que  se  ocupan  aun  en  los 
oficios  más  sencillos.  ¿Cuál  será,  pues,  el  mejor  agricultor? 
El  que  mejor  conozca  las  calidades  de  los  terrenos,  climas, 
simientes  y  plantas;  el  que  sepa  cuáles  son  los  mejores  mé- 
todos e  instrumentos  de  labranza  y  que  mejor  acierte  en  la 
oportunidad  de  emplearlos ;  en  una  palabra,  el  que  conozca 
los  medios  más  a  propósito  para  hacer  que  la  tierra  produz- 
ca, con  poco  coste,  mucho,  pronto  y  bueno.  El  mejor  agricul- 
tor será,  pues,  el  que  conozca  más  verdades  relativas  a  la 
práctica  de  su  profesión.  ¿Cuál  es  el  mejor  carpintero?  El 
que  mejor  conoce  la  naturaleza  y  calidades  de  las  maderas, 
el  modo  particular  de  trabajarlas  y  el  arte  de  disponerlas 
del  modo  más  adaptado  al  uso  a  que  se  destinan.  Es  decir, 
que  el  mejor  carpintero  será  aquel  que  sabe  más  verdades 
sobre  su  arte.  ¿Cuál  será  el  mejor  comerciante?  El  que 
mejor  conozca  los  géneros  de  su  tráfico,  los  puntos  de  don- 
de es  más  ventajoso  traerlos,  los  medios  más  a  propósito 
para  conducirlos  sin  deterioro,  con  presteza  y  baratura,  los 
mercados  más  convenientes  para  expenderlos  con  celeridad 
y  ganancia :  es  decir,  aquel  que  posea  más  verdades  sobre 
los  objetos  de  comercio,  el  que  conozca  más  a  fondo  la  rea- 
lidad de  las  cosas  en  que  se  ocupa.  |¡ 


556 


EL  CRITERIO 


[15,  14-15] 

 i 


§  5. — A  todos  interesa  el  pensar  bien 

Echase,  pues,  de  ver  que  el  arte  de  pensar  bien  no  inte- 
resa solamente  a  los  filósofos,  sino  también  a  las  gentes 
más  sencillas.  El  entendimiento  es  un  don  precioso  que  nos 
ha  otorgado  el  Criador,  es  la  luz  que  se  nos  ha  dado  para 
guiarnos  en  nuestras  acciones,  y  claro  es  que  uno  de  los 
primeros  cuidados  que  debe  ocupar  al  hombre  es  tener  bien 
arreglada  esta  luz.  Si  ella  falta  nos  quedamos  a  obscuras, 
andamos  a  tientas,  y  por  este  motivo  es  necesario  no  dejar- 
la que  se  apague.  No  debemos  tener  el  entendimiento  en 
inacción,  con  peligro  de  que  se  ponga  obtuso  y  estúpido,  y, 
por  otra  parte,  cuando  nos  proponemos  ejercitarle  y  avivar- 
le conviene  que  su  luz  sea  buena,  para  que  no  nos  deslum- 
bre ;  bien  dirigida,  para  que  no  nos  extravíe. 

§  6. — Cómo  se  debe  enseñar  a  pensar  bien 

El  arte  de  pensar  bien  no  se  aprende  tanto  con  reglas 
como  con  modelos.  A  los  que  se  empeñan  en  enseñarle  a 
fuerza  de  preceptos  y  de  observaciones  analíticas  se  los  po- 
dría comparar  con  quien  emplease  un  método  semejante 
para  enseñar  a  los  niños  a  hablar  o  andar.  No  por  esto  con- 
deno todas  las  reglas ;  pero  sí  sostengo  que  deben  darse  con 
más  parsimonia,  con  menos  pretensiones  filosóficas,  y  sobre 
todo  de  una  manera  sencilla,  práctica:  ||  al  lado  de  la  re- 
gla el  ejemplo.  Un  niño  pronuncia  mal  ciertas  palabras ; 
para  corregirle,  ¿qué  hacen  sus  padres  o  maestros?  Las  pro- 
nuncian ellos  bien  y  hacen  que  en  seguida  las  pronuncie  el 
niño :  «Escucha  bien  como  yo  lo  digo ;  a  ver  ahora  tú ; 
mira,  no  pongas  los  labios  de  esta  manera,  no  hagas  tanto 
esfuerzo  con  la  lengua»,  y  otras  cosas  por  este  tenor.  He 
aquí  el  precepto  al  lado  del  ejemplo,  la  regla  y  el  modo  de 
practicarlo. 

Nota. — Verum  est  ?d  quod  est,  dice  San  Agustín  (1.  2.°,  Solil, 
c.  V).  Puede  distinguirse  entre  la  verdad  de  la  cosa  y  la  verdad  del 
entendimiento:  la  primera,  que  es  la  cosa  misma,  se  podrá  llamar 
objetiva ;  la  segunda,  que  es  la  conformidad  del  entendimiento  con 
la  cosa,  se  apellidará  formal  o  subjetiva.  El  oro  es  metal,  indepen- 
dientemente de  nuestro  conocimiento,  he  aquí  una  verdad  objetiva. 
El  entendimiento  conoce  que  el  oro  es  metal,  he  aqui  una  verdad 
formal  o  subjetiva. 

Mucha  presunción  sería  el  despreciar  las  reglas  para  pensar 
bien.  Nullam  dicere  maximarum  rerum  esse  artem,  cum  minimarum 
sine  arte  nulla  sit,  hominum  est  parum  considérate  loquentium.  «Es 
de  hombres  ligeros,  decía  Cicerón,  el  afirmar  que  para  las  grandes 
cosas  no  hay  arte,  cuando  de  él  no  carecen  ni  las  más  pequeñas.» 
(L.  2o,  De  offic.)  En  la  utilidad  de  las  reglas  han  estado  acordes  los 
sabios  antiguos  y  modernos;  la  dificultad,  pues,  está  en  saber  cuá- 
les son  éstas,  cuál  es  el  mejor  modo  de  enseñar  a  practicarlas.  Don 
de  los  dioses  llamó  Sócrates  a  la  lógica ;  mas,  por  desgracia,  no  nos 


[15,  15-17] 


C.  2. — LA  ATENCIÓN 


557 


aprovechamos  lo  bastante  de  este  don  precioso,  y  las  cavilaciones  de 
los  hombres  le  hacen  inútil  para  muchos.  Los  aristotélicos  han  sido 
acusados  de  embrollar  el  entendimiento  de  los  principiantes  con  la 
abundancia  de  las  reglas  y  el  fárrago  de  discusiones  abstractas;  en 
cambio,  las  escuelas  que  les  han  sucedido,  y  particularmente  los 
ideólogos  más  modernos,  no  están  libres  del  todo  de  un  cargo  se- 
mejante. Algunos  reducen  la  lógica  a  un  análisis  de  las  operacio- 
nes del  entendimiento  y  de  los  medios  con  que  se  adquieren  las 
ideas,  lo  que  encierra  las  más  altas  y  difíciles  cuestiones  que  ofre- 
cerse puedan  a  la  humana  filosofía.  || 

Quisiéramos  un  poco  menos  de  ciencia  y  un  poco  más  de  prác- 
tica, recordando  lo  que  dice  Bacon  de  Verulamio  sobre  el  arte  de 
observación,  cuando  le  llama  una  especie  de  sagacidad,  de  olfato 
cazador,  más  bien  que  ciencia.  Ars  experimentalis  sagacitas  potius 
est  et  odoratio  quaedam  venática  quam  scientia.  (De  augm.  scient., 
1.  V,  c.  2.) 

Nota  postuma. — La  lógica  se  apellida  también  ciencia  cuando 
demuestra  las  reglas  que  prescribe;  como  la  agricultura  es  arte 
cuando  da  las  reglas  para  labrar  bien,  y  es  ciencia  cuando  señala 
las  razones  en  que  se  fundan  sus  reglas.  Procuraré  no  prescribir  sin 
demostrar,  enlazando  de  esta  manera  la  ciencia  con  el  arte. 

Verum  est  id  quod  est,  dice  muy  bien  San  Agustín  (1.  2.°,  Solil., 
c.  V).  Distinguen  entre  la  verdad  de  la  cosa  y  la  verdad  del  enten- 
dimiento. La  primera,  que  es  la  misma  cosa,  se  llama  objetiva;  la 
segunda,  que  es  la  conformidad  del  entendimiento  con  la  cosa,  se 
apellida  formal  y  podría  denominarse  también  subjetiva.  El  oro  es 
metal,  independientemente  de  todo  conocimiento ;  he  aquí  la  ver- 
dad objetiva,  la  misma  realidad.  El  entendimiento  conoce  que  el 
oro  es  metal,  entonces  hay  verdad  formal  o  subjetiva. 

A  propósito  de  las  reglas  para  pensar  bien  deben  evitarse  dos 
extremos  opuestos :  una  importancia  excesiva  y  un  desprecio  com- 
pleto. Es  cierto*  que  la  naturaleza  par  sí  sola  puede  mucho,  pero  no 
lo  es  menos  que  le  son  muy  útiles  los  auxilios  del  arte.  Es  de  hom- 
bres ligeros,  decía  Cicerón,  el  afirmar  que  para  las  grandes  cosas  rio 
hay  arte,  cuando  vemos  que  de  él  no  carecen  ni  las  más  pequeñas. 
Nullam  dicere  maximarum  rerum  esse  artem,  cura  minimarum  sine 
arte  nulla  sit,  hominum  est  parum  considérate  loquentium.  (L.  2.°, 
De  offic.)  La  razón  y  la  experiencia  confirman  el  juicio  de  la  docta 
antigüedad.  (Aquí  citas  y  textos.) 

Los  aristotélicos  han  sido  acusados  de  embrollar  el  entendimien- 
to de  los  principiantes  con  la  abundancia  de  preceptos  y  de  discu- 
siones abstractas.  Las  escuelas  que  les  han  sucedido,  muy  particu- 
larmente los  ideólogos  más  modernos,  no  están  libres  por  cierto  del 
cargo  que  achacan  a  otros.  Su  lógica  se  reduce  a  un  análisis  de  las 
operaciones  del  entendimiento  y  de  los  medios  con  que  se  adquieren 
las  ideas,  lo  que  envuelve  las  más  elevadas  y  difíciles  cuestiones 
que  ofrecerse  puedan  a  la  humana  filosofía.  (Aquí  ejemplos.)  || 


CAPITULO  II 


La  atención 

Hay  medios  que  nos  conducen  al  conocimiento  de  la  ver- 
dad, y  obstáculos  que  nos  impiden  llegar  a  él ;  enseñar  a 
emplear  los  primeros  y  a  remover  los  segundos  es  el  objeto 
del  arte  de  pensar  bien. 


558 


EL  CRITERIO 


[15,  17-19] 


§  1. — Definición  de  la  atención.  Su  necesidad 

La  atención  es  la  aplicación  de  la  mente  a  un  objeto.  El 
primer  medio  para  pensar  bien  es  atender  bien.  La  segur  no 
corta  si  no  es  aplicada  al  árbol,  la  hoz  no  siega  si  no  es 
aplicada  al  tallo.  Algunas  veces  se  le  ofrecen  los  objetos  al 
espíritu  sin  que  atienda,  como  sucede  ver  sin  mirar  y  oír 
sin  escuchar;  pero  el  conocimiento  que  de  esta  suerte  se 
adquiere  es  siempre  ligero,  superficial,  a  menudo  inexacto 
o  totalmente  errado.  Sin  la  atención  estamos  distraídos, 
nuestro  espíritu  se  halla,  por  decirlo  así,  en  otra  parte,  y 
por  lo  mismo  no  ve  aquello  que  se  ||  le  muestra.  Es  de  la 
mayor  importancia  adquirir  un  hábito  de  atender  a  lo  que 
se  estudia  o  se  hace,  porque,  si  bien  se  observa,  lo  que  nos 
falta  a  menudo  no  es  la  capacidad  para  entender  lo  que 
vemos,  leemos  u  oímos,  sino  la  aplicación  del  ánimo  a 
aquello  de  que  se  trata. 

Se  nos  refiere  un  suceso,  pero  escuchamos  la  narración 
con  atención  floja,  intercalando  mil  observaciones  y  pre- 
guntas, manoseando  o  mirando  objetos  que  nos  distraen,  de 
lo  que  resulta  que  se  nos  escapan  circunstancias  interesan- 
tes, que  se  nos  pasan  por  alto  cosas  esenciales  y  qúe  al  tra- 
tar de  contarle  a  otros,  o  de  meditarle  nosotros  mismos  para 
formar  juicio,  se  nos  presenta  el  hecho  desfigurado,  incom- 
pleto, y  así  caemos  en  errores  que  no  proceden  de  falta  de 
capacidad,  sino  de  no  haber  prestado  al  narrador  la  aten- 
ción debida. 

§  2. — Ventajas  de  la  atención  e  inconvenientes  de  su  falta 

Un  espíritu  atento  multiplica  sus  fuerzas  de  una  manera 
increíble ;  aprovecha  el  tiempo  atesorando  siempre  caudal 
de  ideas ;  las  percibe  con  más  claridad  y  exactitud,  y,  final- 
mente, las  recuerda  con  más  facilidad,  a  causa  de  que  con 
la  continua  atención  éstas  se  van  colocando  naturalmente 
en  la  cabeza  de  una  manera  ordenada. 

Los  que  no  atienden  sino  flojamente,  pasean  su  entendi- 
miento por  distintos  lugares  a  un  mismo  tiempo ;  aquí  re- 
ciben una  impresión,  allí  otra  muy  diferente ;  acumulan 
cien  cosas  inconexas  que,  lejos  de  ayudarse  mutuamente  || 
para  la  aclaración  y  retención,  se  confunden,  se  embrollan 
y  se  borran  unas  a  otras.  No  hay  lectura,  no  hay  conversa- 
ción, no  hay  espectáculo  por  insignificantes  que  parezcan 
que  no  nos  puedan  instruir  en  algo.  Con  la  atención  nota- 
mos las  preciosidades  y  las  recogemos ;  con  la  distracción 
dejamos  quizás  caer  al  suelo  el  oro  y  las  perlas  como  cosa 
baladí. 


[15,  19-20] 


C.  2. — LA  ATENCIÓN 


559 

 / 


§  3. — Cómo  debe  ser  la  atención.  Atolondrados 
y  ensimismados 

Creerán  algunos  que  semejante  atención  fatiga  mucho, 
pero  se  equivocan.  Cuando  hablo  de  atención  no  me  refiero 
a  aquella  fijeza  de  espíritu  con  que  éste  se  clava,  por  decir- 
lo así,  sobre  los  objetos,  sino  de  una  aplicación  suave  y  re- 
posada que  permite  hacerse  cargo  de  cada  cosa,  dejándonos, 
empero,  con  la  agilidad  necesaria  para  pasar  sin  esfuerzo 
de  unas  ocupaciones  a  otras.  Esta  atención  no  es  incompa- 
tible ni  con  la  misma  diversión  y  recreo,  pues  es  claro  que 
el  esparcimiento  del  ánimo  no  consiste  en  no  pensar,  sino 
en  no  ocuparse  de  cosas  trabajosas  y  en  entregarse  a  otras 
más  llanas  y  ligeras.  El  sabio  que '  interrumpe  sus  estudios 
profundos  saliendo  a  solazarse  un  rato  con  la  amenidad  de 
la  campiña,  no  se  fatiga,  antes  se  distrae  cuando  atiende  al 
estado  de  las  mieses,  a  las  faenas  de  los  labradores,  al  mur- 
mullo de  los  arroyos  o  al  canto  de  las  aves. 

Tan  lejos  estoy  de  considerar  la  atención  como  abstrac- 
ción severa  y  continuada,  que,  muy  al  contrario,  cuento  en 
el  número  de  los  distraídos  no  sólo  a  los  atolondrados,  ||  sino 
también  a  los  ensimismados.  Aquéllos  se  derraman  por  la 
parte  de  afuera,  éstos  divagan  por  las  tenebrosas  regiones 
de  adentro ;  unos  y  otros  carecen  de  la  conveniente  aten- 
ción, que  es  la  que  se  emplea  en  aquello  de  que  se  trata. 

El  hombre  atento  posee  la  ventaja  de  ser  más  urbano  y 
cortés,  porque  el  amor  propio  de  los  demás  se  siente  lasti- 
mado si  notan  que  no  atendemos  a  lo  que  ellos  dicen.  Es 
bien  notable  que  la  urbanidad  ó  su  falta  se  apelliden  tam- 
bién atención  o  desatención. 


§  4. — Las  interrupciones 

Además,  son  pocos  los  casos,  aun  en  los  estudios  serios, 
que  requieren  atención  tan  profunda  que  no  pueda  inte- 
rrumpirse sin  grave  daño.  Ciertas  personas  se  quejan  amar- 
gamente si  una  visita  a  deshora  o  un  ruido  inesperado  les 
cortan,  como  suele  decirse,  el  hilo  del  discurso :  esas  cabe- 
zas se  parecen  a  los  daguerrotipos,  en  los  cuales  el  menor 
movimiento  del  objeto  o  la  interposición  de  otro  extraño 
bastan  para  echar  a  perder  el  retrato  o  paisaje.  En  algunas 
será  tal  vez  un  defecto  natural,  en  otras  una  afectación  va- 
nidosa por  hacerse  del  pensador,  y  en  no  pocas  falta  de  há- 
bito de  concentrarse.  Como  quiera,  es  preciso  acostumbrar- 
se a  tener  la  atención  fuerte  y  flexible  a  un  mismo  tiempo  y 
procurar  que  la  formación  de  nuestros  conceptos  no  se  ase- 


560 


EL  CRITERIO 


[15,  20-22] 


meje  a  la  de  los  cuadros  daguerrotipados,  sino  de  los  co- 
munes ;  si  el  pintor  es  interrumpido  suspende  sus  tareas,  y 
al  volver  a  proseguirlas  no  encuentra  malbaratada  su 
obra ;  |j  si  un  cuerpo  le  hace  importuna  sombra,  en  remo- 
viéndole lo  deja  todo  remediado. 

Nota. — Los  hombres  más  insignes  en  el  mundo  científico  se  han 
distinguido  por  una  gran  fuerza  de  atención,  y  algunos  de  ellos  por 
una  abstracción  que  raya  en  lo  increíble.  Arquímedes,  ocupado  en 
sus  meditaciones  y  operaciones  geométricas,  no  advierte  el  estré- 
pito de  la  ciudad  tomada  por  los  enemigos ;  Vieta  pasa  sin  inte- 
rrupción días  y  noches  absorto  en  sus  combinaciones  algebraicas  y 
no  se  acuerda  de  sí  propio,  hasta  que  le  arrancan  de  tamaña  ena- 
jenación sus  domésticos  y  amigos;  Leibniz  malbarata  lastimosa- 
mente su  salud  estando  muchos  días  sin  levantarse  de  la  silla.  Esta 
abstracción  extraordinaria  es  respetable  en  hombres  que  de  tal 
suerte  han  enriquecido  las  ciencias  con  admirables  inventos ;  ellos 
tenían  verdaderamente  una  misión  que  cumplir,  y  en  cierto  modo 
era  excusable  que  a  tan  alto  objeto  sacrificaran  su  salud  y  su  vida. 
Pero  aun  en  los  genios  más  eminentes  no  ha  estado  reñida  la  inten- 
sidad de  la  atención  con  su  flexibilidad.  Descartes  estaba  elaboran- 
do sus  colosales  concepciones  entre  el  estruendo  de  los  combates,  y 
cuando,  cansado  de  la  vida  militar,  se  retiró  del  servicio  en  que  se 
había  alistado  voluntariamente,  continuó  viajando  por  los  princi- 
pales países  de  Europa.  Con  semejante  tenor  de  vida  es  muy  proba- 
ble que  el  ilustre  filósofo  había  sabido  enlazar  la  intensidad  con  la 
flexibilidad  de  la  atención,  y  que  no  sería  tan  delicado  en  la  mate- 
ria como  Kant,  de  quien  se  dice  que  el  solo  desarreglo  o  cambio  de 
un  botón  en  uno  de  sus  oyentes  era  capaz  de  hacerle  perder  el  hilo 
del  discurso.  Esto  no  es  tan  extraño  si  se  considera  que  el  filósofo 
alemán  jamás  salió  de  su  patria,  y  que,  por  tanto,  no  debió  de 
acostumbrarse  a  meditar  sino  en  el  retiro  de  su  gabinete.  Pe'  o.  sea 
lo  que  fuere  de  las  rarezas  de  algunos  hombres  célebres,  importa 
sobremanera  esforzarse  en  adquirir  esa  flexibilidad  de  atención 
que  puede  muy  bien  aliarse  con  su  intensidad.  En  esto,  como  en 
todas  las  cosas,  puede  mucho  el  trabajo,  la  repetición  de  actos,  que 
llegan  a  engendrar  un  hábito  que  no  se  pierde  en  toda  la  vida. 
Acostumbrándose  a  pensar  sobre  cuantos  objetos  se  ofrezcan  y  a 
dar  constantemente  al  espíritu  una  dirección  seria,  se  consigue  len- 
tamente, y  sin  esfuerzo,  la  conveniente  disposición  de  ánimo,  ya  sea 
para  fijarse  largas  horas  sobre  un  punto,  ya  para  hacer  suavemen- 
te la  transición  de  unas  ocupaciones  a  otras.  Cuando  no  se  posee 
esta  flexibilidad  ¡|  el  espíritu  se  fatiga  y  enerva  con  la  concentración 
excesiva,  o  se  desvanece  con  cualquiera  distracción ;  lo  primero,  a 
más  de  ser  nocivo  a  la  salud,  tampoco  suele  servir  mucho  para  pro- 
gresar en  la  ciencia,  y  lo  segundo  inutiliza  el  entendimiento  para 
los  estudios  serios.  El  espíritu,  como  el  cuerpo,  ha  menester  un  buen 
régimen,  y  en  este  régimen  hay  una  condición  indispensable :  la 
templanza.  || 


[15,  23-241 


C.  3. — ELECCIÓN  DE  CARRERA 


561 


CAPITULO  III 

Elección  de  carrera 
§  1.— Vago  significado  de  la  palabra  «talento» 

Cada  cual  ha  de  dedicarse  a  la  profesión  para  la  que  se 
siente  con  más  aptitud.  Juzgo  de  mucha  importancia  esta 
regla,  y  abrigo  la  profunda  convicción  de  que  a  su  olvido 
se  debe  el  que  no  hayan  adelantado  mucho  más  las  ciencias 
y  las  artes.  La  palabra  talento  expresa  para  algunos  una 
capacidad  absoluta,  creyendo  equivocadamente  que  quien 
está  dotado  de  felices  disposiciones  para  una  cosa  lo  estará 
igualmente  para  todas.  Nada  más  falso ;  un  hombre  puede 
ser  sobresaliente,  extraordinario,  de  una  capacidad  mons- 
truosa para  un  ramo,  y  ser  muy  mediano  y  hasta  negado 
con  respecto  a  otros.  Napoleón  y  Descartes  son  dos  genios, 
y,  sin  embargo,  en  nada  se  parecen.  El  genio  de  la  guerra 
no  hubiera  comprendido  al  genio  de  la  filosofía,  y  si  hubie- 
sen conversado  un  rato,  es  probable  que  ambos  habrían  que- 
dado poco  satisfechos.  Napoleón  no  le  habría  exceptuado 
entre  los  que  ■  con  aire  desdeñoso  apellidaba  ideólogos. 

Podría  escribirse  una  obra  de  los  talentos  comparados,  || 
manifestando  las  profundas  diferencias  que  median  aun  en- 
tre los  más  extraordinarios.  Pero  la  experiencia  de  cada  día 
nos  manifiesta  esta  verdad  de  una  manera  palpable.  Hom- 
bres oímos  que  discurren  y  obran  sobre  una  materia  con 
acierto  admirable,  al  paso  que  en  la  otra  se  muestran  muy 
vulgares  y  hasta  torpes  y  desatentados.  Pocos  serán  los  que 
alcancen  una  capacidad  igual  para  todo,  y  tal  vez  pudiérase 
afirmar  que  nadie,  pues  la  observación  enseña  que  hay  dis- 
posiciones que  se  embarazan  y  se  dañan  recíprocamente. 
Quien  tiene  el  talento  generalizador  no  es  fácil  que  posea 
la  exactitud  minuciosa ;  el  poeta  que  vive  de  inspiraciones 
bellas  y  sublimes  no  se  avendrá  sin  trabajo  con  la  acompa- 
sada regularidad  de  los  estudios  geométricos. 

§  2. — Instinto  que  nos  indica  la  carrera  que  mejor  se  nos  adapta 

El  Criador,  que  distribuye  a  los  hombres  las  facultades 
en  diferentes  grados,  les  comunica  un  instinto  precioso  que 
les  muestra  su  destino :  la  inclinación  muy  duradera  y  cons- 
tante hacia  una  ocupación  es  indicio  bastante  seguro  de  que 
nacimos  con  aptitud  para  ella ;  así  como  el  desvío  y  repug- 
nancia, que  no  puede  superarse  con  facilidad,  es  señal  de 
que  el  Autor  de  la  naturaleza  no  nos  ha  dotado  de  felices 


36 


562 


EL  CRITERIO 


[15,  24-26] 


disposiciones  para  aquello  que  nos  desagrada.  Los  alimen- 
tos que  nos  convienen  se  adaptan  bien  a  un  paladar  y  olfato 
no  viciados  por  malos  hábitos  o  alterados  por  enfermedad,  y 
el  sabor  y  olor  ingratos  nos  advierten  cuáles  son  los  man- 
jares y  bebidas  que  ||  por  su  corrupción  u  otras  cualidades 
podrían  dañarnos.  Dios  no  ha  tenido  menos  cuidado  del 
alma  que  del  cuerpo. 

Los  padres,  los  maestros,  los  directores  de  los  estableci- 
mientos de  educación  y  enseñanza  deben  fijar  mucho  la 
atención  en  este  punto  para  precaver  la  pérdida  de  un  ta- 
lento que,  bien  empleado,  podría  dar  los  más  preciosos  fru- 
tos y  evitar  que  no  se  le  haga  consumir  en  una  tarea  para 
la  cual  no  ha  nacido. 

El  mismo  interesado  ha  de  ocuparse  también  en  este 
examen ;  el  niño  de  doce  años  tiene  por  lo  común  reflexión 
bastante  para  notar  a  qué  se  siente  inclinado,  qué  es  lo  que 
le  cuesta  menos,  trabajo,  cuáles  son  los  estudios  en  que  ade- 
lanta con  más  facilidad,  cuáles  las  faenas  en  que  experi- 
menta más  ingenio  y  destreza. 


§  3. — Experimento  para  discernir  el  talento  peculiar 
de  cada  niño 

Sería  muy  conveniente  que  se  ofreciesen  a  la  vista  de 
los  niños  objetos  muy  variados,  conduciéndolos  a  visitar  es- 
tablecimientos donde  la  disposición  particular  de  cada  uno 
pudiese  ser  excitada  con  la  presencia  de  lo  que  mejor  se  le 
adapta.  Entonces,  dejándolos  abandonados  a  sus  instintos, 
un  observador  inteligente  formaría  desde  luego  diferentes 
clasificaciones.  Exponed  la  máquina  de  un  reloj  a  la  vista 
de  una  reunión  de  niños  de  diez  a  doce  años,  y  es  bien  se- 
guro que,  si  entre  ellos  hay  alguno  de  genio  mecánico  muy 
ayentajado,  se  dará  a  conocer  desde  luego  por  la  curiosidad 
de  examinar,  por  la  discreción  ¡|  de  las  preguntas  y  la  faci- 
lidad en  comprender  la  construcción  que  está  contemplan- 
do. Leedles  un  trozo  poético,  y  si  hay  entre  ellos  algún  Gar- 
cilaso,  Lope  de  Vega,  Ercilla,  Calderón  o  Meléndez,  veréis 
chispear  sus  ojos,  conoceréis  que  su  corazón  late,  que  su 
mente  se  agita,  que  su  fantasía  se  inflama  bajo  una  impre- 
sión que  él  mismo  no  comprende. 

Cuidado  con  trocar  los  papeles:  de  dos  niños  extraordi- 
narios es  muy  posible  que  forméis  dos  hombres  muy  comu- 
nes. La  golondrina  y  el  águila  se  distinguen  por  la  fuerza 
y  ligereza  de  sus  alas,  y,  sin  embargo,  jamás  el  águila  pu- 
diera volar  a  la  manera  de  la  golondrina,  ni  ésta  imitar  a 
la  reina  de  las  aves. 

El  teníate  diu  quid  jerre  recusent  quid  valeant  humeri 


[15,  26-28] 


C.  3. — ELECCIÓN  DE  CARRERA 


563 


que  Horacio  inculca  a  los  escritores  puede  igualmente  apli- 
carse a  cuantos  tratan  de  escoger  una  profesión  cualquiera. 

Nota. — Un  hombre  dedicado  a  una  profesión  para  la  cual  no  ha 
nacido  es  una  pieza  dislocada:  sirve  de  poco,  y  muchas  veces  no 
hace  más  que  sufrir  y  embarazar.  Quizás  trabaja  con  celo,  con  ar- 
dor, pero  sus  esfuerzos  o  son  impotentes  o  no  corresponden  ni  con 
mucho  a  sus  deseos.  Quien  haya  observado  algún  tanto  sobre  ste 
particular  habrá  notado  fácilmente  los  malos  efectos  de  semejante 
dislocación.  Hombres  muy  bien  dotados  para  un  objeto  se  muestran 
con  una  inferioridad  lastimosa  cuando  se  ocupan  de  otro.  Üno  de 
los  talentos  más  sobresalientes  que  he  conocido  en  lo  tocante  a 
ciencias  morales  y  políticas  le  considero  mucho  menos  que  media- 
no con  respecto  a  las  exactas;  y,  al  contrario,  he  visto  a  otros  de 
feliz  disposición  para  adelantar  en  éstas  y  muy  poco  capaces  para 
aquéllas. 

Y  lo  singular  en  la  diferencia  de  los  talentos  es  que,  aun  tratán- 
dose de  una  misma  ciencia,  los  unos  son  más  a  propósito  que  otros 
para  determinadas  partes.  Así  se  puede  experimentar  en  la  ense- 
ñanza de  las  matemáticas  que  la  disposición  de  un  mismo  alumno 
no  es  igual  con  respecto  a  la  Aritmética,  ||  Algebra  y  Geometría.  En 
el  cálculo,  unos  se  adiestran  con  facilidad  en  la  parte  de  aplicación, 
mientras  no  adelantan  igualmente,  ni  con  mucho,  en  la  de  genera- 
lización ;  unos  adelantan  en  la  Geometría  más  de  lo  que  habían 
hecho  esperar  en  el  .estudio  del  Algebra  y  Aritmética.  En  la  de- 
mostración de  los  teoremas,  en  la  resolución  de  los  problemas,  se 
echan  de  ver  diferencias  muy  señaladas:  unos  se  aventajan  en  la 
facilidad  de  aplicar,  de  construir,  pero  deteniéndose,  por  decirlo 
así,  en  la  superficie,  sin  penetrar  en  el  fondo  de  las  cosas ;  al  paso 
que  otros,  no  tan  diestros  en  lo  primero,  se  distinguen  por  el  ta- 
lento de  demostración,  por  la  facilidad  en  generalizar,  en  ver  resul- 
tados, en  deducir  consecuencias  lejanas.  Estos  últimos  son  hom- 
bres de  ciencia,  los  primeros  son  hombres  de  práctica ;  a  aquéllos 
les  conviene  el  estudio,  a  éstos  el  trabajo  de  aplicación. 

Si  estas  diferencias  se  notan  en  los  límites  de  una  misma  cien- 
cia, ¿qué  será  cuando  se  trate  de  las  que  versan  sobre  objetos  los 
más  distantes  entne  sí?  Y,  sin  embargo,  ¿quién  cuida  de  observarlas 
y  mucho  menos  de  dirigir  a  los  niños  y  a  los  jóvenes  por  el  cami- 
no que  les  conviene?  A  todos  se  nos  arroja,  por  decirlo  así,  en  un 
mismo  molde :  para  la  elección  de  las  profesiones  suele  atenderse 
a  todo,  menos  a  la  disposición  particular  de  los  destinados  a  ellas. 
¡  Cuánto  y  cuánto  falta  que  observar  en  materia  de  educación  e 
instrucción ! 

En  la  acertada  elección  de  la  carrera  no  sólo  se  interesa  el  ade- 
lanto del  individuo,  sino  la  felicidad  de  toda  su  vida.  El  hombre  que 
se  dedica  a  la  ocupación  que  se  le  adapta  disfruta  mucho,  aun  en- 
tre las  fatigas  del  trabajo;  pero  el  infeliz  que  se  halla  condenado 
a  tareas  para  las  cuales  no  ha  nacido  ha  de  estar  violentándose  con- 
tinuamente, ya  para  contrariar  sus  inclinaciones,  ya  para  suplir  con 
esfuerzo  lo  que  le  falta  en  habilidad. 

Algunos  de  los  hombres  que  más  se  han  distinguido  en  la  respec- 
tiva profesión  habrían  sido  probablemente  muy  medianos  si  se  hu- 
biesen dedicado  a  otra  que  no  les  conviniera.  Malebranche  se  ocu- 
paba en  el  estudio  de  las  lenguas  y  de  la  historia,  y  no  daba  mues- 
tras de  ninguna  disposición  muy  aventajada  cuando  acertó  a  entrar 
en  la  tienda  de  un  librero,  donde  le  cayó  en  manos  el  Tratado  del 
hombre  de  Descartes.  Causóle  tanto  impresión  aquella  lectura,  que 
se  cuenta  haber  tenido  que  interrumpirla  más  de  una  vez  para  cal- 
mar los  fuertes  latidos  de  su  corazón.  Desde  aquel  día  Malebranche 
se  dedicó  ||  al  estudio  que  tan  perfectamente  se  le  adaptaba,  y  diez 


564 


EL  CRITERIO 


[15,  28-30] 


años  después  publicaba  ya  su  famosa  obra  de  la  Investigación  de  la 
verdad.  Y  es  que  la  palabra  de  Descartes  despertó  el  genio  filosófico 
adormecido  en  el  joven  bajo  la  balumba  de  las  lenguas  y  de  la  his- 
toria :  sintióse  otro,  conoció  que  él  era  capaz  de  comprender  aque- 
llas altas  doctrinas,  y,  como  el  poeta  al  leer  a  otro  poeta,  exclamó : 
«También  yo  soy  filósofo.» 

Una  cosa  semejante  le  sucedió  a  Lafontaine.  Había  cumplido 
veintidós  anos  sin  dar  muestras  de  abrigar  estro  poético.  No  lo  co- 
noció él  mismo  hasta  que  leyó  la  oda  de  Malherbe  sobre  el  asesi- 
nato de  Enrique  IV.  Y  este  mismo  Lafontaine,  que  tan  alto  rayó  en 
la  poesía,  ¿qué  hubiera  sido  como  hombre  de  negocios?  Sus  inocen- 
tadas, que  tanto  daban  que  reír  a  sus  amigos,  no  son  muy  buen  in- 
dicio de  felices  disposiciones  para  este  genero. 

He  dicho  que  convenía  observar  el  talento  particular  de  cada 
niño  para  dedicarle  a  la  carrera  que  mejor  se  le  adapta,  y  que  sería 
bueno  observar  lo  que  dice  o  hace  cuando  se  encuentra  con  ciertos 
objetos  Madame  Perier,  en  la  Vida  de  su  hermano  Pascal,  refiere 
que  siendo  niño  le  llamó  un  día  la  atención  el  fenómeno  del  diver- 
so sonido  de  un  plato  herido  con  un  cuchillo,  según  se  le  aplicaba 
el  dedo  o  se  le  retiraba,  y  que  después  de  reflexionar  mucho  sobre 
la  causa  de  esta  diferencia  escribió  un  pequeño  tratado  sobre  ella. 
Este  espíritu  observador  en  tan  tierna  edad,  ¿no  anunciaba  ya  al 
ilustre  físico  del  experimento  de  Puy-de-Dóme  confirmando  las 
ideas  de  Torricelli  y  Galileo? 

El  padre  de  Pascal,  deseoso  de  formar  el  espíritu  de  su  hijo  for- 
taleciéndole con  otra  clase  de  estudios  antes  de  pasar  al  de  las  ma- 
temáticas, hasta  «vitaba  el  hablar  de  Geometría  en  presencia  del 
niño ;  pero  éste,  encerrado  en  su  cuarto,  traza  figuras  y  más  figuras 
con  un  carbón,  y,  desenvolviendo  la  definición  de  la  Geometría  que 
había  oído,  demuestra  hasta  la  proposición  32  de  Euclides.  El  genio 
del  eminente  geómetra  se  debatía  bajo  una  inspiración  poderosa  que 
todavía  no  era  él  capaz  de  comprender. 

El  célebre  Vaucanson  se  ocüpa  en  examinar  atentamente  la  cons- 
trucción de  un  reloj  de  una  antesala  donde  estaba  esperando  a  su 
madre;  en  vez  de  juguetear  acecha  por  las  hendiduras  de  la  caja 
por  si  puede  descubrir  el  mecanismo,  y  luego  después  se  ensaya  en 
construir  uno  de  madera  que  revela  el  asombroso  genio  del  ilustre 
constructor  del  flautista  y  del  áspid  de  Cleopatra.  \\ 

Bossuet  a  la  edad  de  diez  y  seis  años  improvisaba  en  el  palacio 
de  Rambouillet  un  sermón  que,  por  la  copia  de  pensamientos  y  fa- 
cilidad de  expresión  y  de  estilo,  admiraba  al  concurso,  compuesto 
de  los  talentos  más  escogidos  que  a  la  sazón  contaba  la  Francia.  || 


CAPITULO  IV 


Cuestiones  de  posibilidad 

§  1. — Una  clasificación  de  los  actos  de  nuestro  entendimiento 
y  de  las  cuestiones  que  se  le  pueden  ofrecer 

Para  mayor  claridad  dividiré  los  actos  de  nuestro  en- 
tendimiento en  dos  clases:  especulativos  y  prácticos.  Llamo 
especulativos  los  que  se  limitan  a  conocer,  y  prácticos  los 
que  nos  dirigen  para  obrar. 


j  15,  30-321  C.  4. — CUESTIONES  DE  POSIBILIDAD 


565 


Cuando  tratamos  simplemente  de  conocer  alguna  cosá 
se  nos  pueden  ofrecer  las  cuestiones  siguientes:  1.a,  si  es 
posible  o  no ;  2.a,  si  existe  o  no ;  3.a,  cuál  es  su  naturaleza, 
cuáles  sus  propiedades  y  relaciones.  Las  reglas  que  se  den 
para  resolver  con  acierto  dichas  tres  cuestiones  compren- 
den todo  lo  tocante  a  la  especulativa. 

Si  nos  proponemos  obrar  es  claro  que  intentamos  siem- 
pre conseguir  algún  fin,  de  lo  cual  nacen  las  cuestiones  si- 
guientes: 1.a,  cuál  es  el  fin;  2.a,  cuál  es  el  mejor  medio 
para  alcanzarle. 

Ruego  encarecidamente  al  lector  que  fije  la  atención  so- 
bre las  divisiones  que  preceden  y  procure  retenerlas  ||  en  la 
memoria ;  pues,  además  de  facilitarle  la  inteligencia  de  lo 
que  voy  a  decir,  le  servirán  muchísimo*  para  proceder  con 
método  en  todos  sus  pensamientos. 

§  2. — Ideas  de  posibilidad  e  imposibilidad. 
Sus  clasificaciones 

Posibilidad. — La  idea  expresada  por  esta  palabra  es  co- 
rrelativa de  la  imposibilidad,  pues  que  la  una  envuelve  ne- 
cesariamente la  negación  de  la  otra. 

Las  palabras  posibilidad  e  imposibilidad  expresan  ideas 
muy  diferentes,  según  se  refieren  a  las  cosas  en  sí  o  a  la 
potencia  de  una  causa  que  las  pueda  producir.  Sin  embar- 
go, estas  ideas  tienen  relaciones  muy  íntimas,  como  vere- 
mos luego.  Cuando  se  consideran  la  posibilidad  o  imposibi- 
lidad sólo  con  respecto  a  un  ser,  prescindiendo  de  toda  cau- 
sa, se  las  llama  intrínsecas,  y  cuando  se  atiende  a  una  causa 
se  las  denomina  extrínsecas.  A  pesar  de  la  aparente  senci- 
llez y  claridad  de  esta  división,  observaré  que  no  es  dable 
formar  concepto  cabal  de  lo  que  significa  hasta  haber  des- 
cendido '  a  las  diferentes  clasificaciones  que  expondré  en 
los  párrafos  siguientes. 

A  primera  vista  se  podrá  extrañar  que  se  explique  pri- 
mero la  imposibilidad  que  la  posibilidad ;  pero,  reflexio- 
nando un  poco,  se  nota  que  este  método  es  muy  lógico.  La 
palabra  imposibilidad,  aunque  suena  como  negativa,  expre- 
sa, no  obstante,  muchas  veces  una  idea  que  a  nuestro  enten- 
dimiento se  le  presenta  como  positiva :  esto  es,  la  repugnan- 
cia entre  dos  objetos,  una  especie  de  exclusión,  de  oposi- 
ción, de  lucha,  por  decirlo  así ;  por  manera  ||  que  en  des- 
apareciendo esta  repugnancia  concebimos  ya  la  posibilidad. 
De  aquí  nacen  las  expresiones  de  «esto  es  muy  posible,  pues 
nada  se  opone  a  ello»  ;  «es  posible,  pues  no  se  ve  ninguna 
repugnancia».  Como  quiera,  en  sabiendo  lo  que  es  imposi- 
bilidad se  sabe  lo  que  es  la  posibilidad,  y  viceversa. 

Algunos  distinguen  tres  clases  de  imposibilidad :  metafí- 


566 


EL  CRITERIO 


[15,  32-34] 


sica,  física  y  moral.  Yo  adoptaré  esta  división,  pero  aña- 
diendo un  miembro,  que  será  la  imposibilidad  de  sentido 
común.  En  su  lugar  se  verá  la  razón  en  que  me  fundo.  Tam- 
bién advertiré  que  tal  vez  sería  mejor  llamar  imposibilidad 
absoluta  a  la  metafísica,  natural  a  la  física,  y  ordinaria  a 
la  moral. 

§  3. — En  qué  consiste  la  imposibilidad  metafísica  o  absoluta 

La  imposibilidad  metafísica  o  absoluta  es  la  que  se  fun- 
da en  la  misma  esencia  de  las  cosas,  o  en  otros  términos,  es 
absolutamente  imposible  aquello  que,  si  existiese,  traería 
el  absurdo  de  que  una  cosa  sería  y  no  sería  a  un  mismo 
tiempo.  Un  círculo  "triangular  es  un  imposible  absoluto,  por- 
que fuera  círculo  y  no  círculo,  triángulo  y  no  triángulo. 
Cinco  igual  a  siete  es  imposible  absoluto,  porque  el  cinco 
sería  cinco  y  no  cinco,  y  el  siete  sería  siete  y  no  siete.  Un 
vicio  virtuoso  es  un  imposible  absoluto,  porque  el  vicio  fue- 
ra y  no  fuera  vicio  a  un  mismo  tiempo.  || 

§  4.— La  imposibilidad  absoluta  y  la  omnipotencia  divina 

Lo  que  es  absolutamente  imposible  no  puede  existir  en 
ninguna  suposición  imaginable ;  pues  ni  aun  cuando  deci- 
mos que  Dios  es  todopoderoso  entendemos  que  pueda  hacer 
absurdos.  Que  el  mundo  exista  y  no  exista  a  un  mismo 
tiempo,  que  Dios  sea  y  no  sea,  que  la  blasfemia  sea  un  acto 
laudable,  y  otros  delirios  por  este  tenor,  es  claro  que  no 
caen  bajo  la  acción  de  la  omnipotencia ;  y,  como  observa 
muy  sabiamente  Santo  Tomás,  más  bien  debiera  decirse 
que  estas  cosas  .no  pueden  ser  hechas  que  no  que  Dios  no 
puede  hacerlas.  De  esto  se  sigue  que  la  imposibilidad  in- 
trínseca absoluta  trae  consigo  la  imposibilidad  extrínseca 
también  absoluta :  esto  es,  que  ninguna  causa  puede  produ- 
cir lo  que  de  suyo  es  imposible  absolutamente. 

S  5. — La  imposibilidad  absoluta  y  los  dogmas 

Para  afirmar  que  una  cosa  es  absolutamente  imposible 
es  preciso  que  tengamos  ideas  muy  claras  de  los  extremos 
que  se  repugnan ;  de  otra  manera  hay  riesgo  de  apellidar 
absurdo  lo  que  en  realidad  no  lo  es.  Hago  esta  advertencia 
para  hacer  notar  la  sinrazón  de  los  que  condenan  algunos 
misterios  de  nuestra  fe,  declarándolos  absolutamente  impo- 
sibles. El  dogma  de  la  Trinidad  y  el  ||  de  la  Encarnación 
son  ciertamente  incomprensibles  al  débil  hombre,  pero  no 
son  absurdos.  ¿Cómo  es  posible  un  Dios  trino,  una  natura- 
leza y  tres  personas  distintas  entre  sí,  idénticas  con  la  na- 


(15,  34-35]  C.  4. — CUESTIONES  DE  POSIBILIDAD 


567 


turaleza?  Yo  no  lo  sé ;  pero  no  tengo  derecho  a  inferir  que 
esto  sea  contradictorio.  ¿Comprendo  por  ventura  lo  que  es 
esta  naturaleza,  lo  que  son  esas  personas  de  que  se  me  ha- 
bla? No ;  luego,  cuando  quiero  juzgar  si  lo  que  de  ellas  se 
dice  es  imposible  o  no,  fallo  sobre  objetos  desconocidos. 
¿Qué  sabemos  nosotros  de  los  arcanos  de  la  divinidad?  El 
Eterno  ha  pronunciado  algunas  palabras  misteriosas  para 
ejercitar  nuestra  obediencia  y  humillar  nuestro  orgullo ; 
pero  no  ha  querido  levantar  el  denso  velo  que  separa  esta 
vida  mortal  del  océano  de  verdad  y  de  luz. 


§  6. — Idea  de  la  imposibilidad  física  o  natural 

La  imposibilidad  física  o  natural  consiste  en  que  un  he- 
cho esté  fuera  de  las  leyes  de  la  naturaleza.  Es  naturalmen- 
te imposible  que  una  piedra  soltada  en  el  aire  no  caiga  al 
suelo,  que  el  agua  abandonada  a  sí  misma  no  se  ponga  al 
nivel,  que  un  cuerpo  sumergido  en  un  fluido  de  menor  gra- 
vedad no  se  hunda,  que  los  astros  se  paren  en  su  carrera ; 
porque  las  leyes  de  la  naturaleza  prescriben  lo  contrario. 
Dios,  que  ha  establecido  estas  leyes,  puede  suspenderlas ; 
el  hombre  no.  Lo  que  es  naturalmente  imposible  lo  es  para 
la  criatura,  no  para  Dios.  || 

§  7- — Modo  de  juzgar  de  la  imposibilidad  natural 

¿Cuándo  podremos  afirmar  que  un  hecho  es  imposible 
naturalmente?  En  estando  seguros  de  que  existe  una  ley 
que  se  opone  a  la  realización  de  este  hecho  y  que  dicha 
oposición  no  está  destruida  o  neutralizada  por  otra  ley  na- 
tural. Es  ley  de  la  naturaleza  que  el  cuerpo  del  hombre, 
como  más  pesado  que  el  aire,  caiga  al  suelo  en  faltándole 
el  apoyo ;  pero  hay  otra  ley  por  la  cual  un  conjunto  de 
cuerpos  unidos  entre  sí,  que  sea  específicamente  menos 
grave  que  aquel  en  que  se  sumerge,  se  sostenga  y  hasta  se 
levante,  aun  cuando  alguno  de  ellos  sea  más  grave  que  el 
fluido ;  luego,  unido  el  cuerpo  humano  a  un  globo  aeros- 
tático dispuesto  con  el  arte  conveniente,  podrá  remontarse 
por  los  aires,  y  este  fenómeno  estará  muy  arreglado  a  las 
leyes  de  la  naturaleza.  La  pequeñez  de  ciertos  insectos  no 
permite  que  su  imagen  se  pinte  en  nuestra  retina  de  una 
manera  sensible ;  pero  las  leyes  a  que  está  sometida  la  luz 
hacen  que  por  medio  de  un  vidrio  se  pueda  modificar  la  di- 
rección de  sus  rayos  de  la  manera  conveniente,  para  que, 
salidos  de  un  objeto  muy  pequeño,  se  hallen  desparrama- 
dos al  llegar  a  la  retina  y  formen  allí  una  imagen  de  gran 
tamaño,  y  así  no  será  naturalmente  imposible  que  con  la 


568 


EL  CRITERIO 


[15,  35-37] 


ayuda  del  microscopio  lo  imperceptible  a  la  simple  vista  se 
nos  presente  con  dimensiones  grandes. 

Por  estas  consideraciones  es  preciso  andar  con  mucho 
tiento  en  declarar  un  fenómeno  por  imposible  naturalmen- 
te. Conviene  no  olvidar :  1.°,  que  la  naturaleza  es  muy  po- 
derosa ;  2.°,  que  nos  es  muy  desconocida ;  dos  ||  verdades 
que  deben  inspirarnos  gran  circunspección  cuando  se  trate 
de  fallar  en  materias  de  esta  clase.  Si  a  un  hombre  del  si- 
glo xv  se  le  hubiese  dicho  que  en  lo  venidero  se  recorrería 
en  una  hora  la  distancia  de  doce  leguas,  y  esto  sin  ayuda  de 
caballos  ni  animales  de  ninguna  especie,  habría  mirado  el 
hecho  como  naturalmente  imposible,  y,  sin  embargo,  los 
viajeros  que  andan  por  los  caminos  de  hierro  saben  muy 
bien  que  van  llevados  con  aquella  velocidad  por  medio  de 
agentes  puramente  naturales.  ¿Quién  sabe  lo  que  se  des- 
cubrirá en  los  tiempos  futuros  y  el  aspecto  que  presentará 
el  mundo  de  aquí  a  diez  siglos?  Seamos  enhorabuena  cau- 
tos en  creer  la  existencia  de  fenómenos  extraños  y  no  nos 
abandonemos  con  demasiada  ligereza  a  sueños  de  oro,  pero 
guardémonos  de  calificar  de  naturalmente  imposible  lo  que 
un  descubrimiento  pudiera  mostrar  muy  realizable ;  no  de- 
mos livianamente  fe  a  exageradas  esperanzas  de  cambios 
inconcebibles,  pero  no  las  tachemos  de  delirios  y  absurdos. 

§  8 — Se  deshace  una  dificultad  sobre  los  milagros 
de  Jesucristo 

De  estas  observaciones  surge  al  parecer  una  dificultad 
que  no  han  olvidado  los  incrédulos.  Hela  aquí :  los  mila- 
gros son  tal  vez  efectos  de  causas  que,  por  ser  desconocidas, 
no  dejarán  de  ser  naturales ;  luego  no  prueban  la  interven- 
ción divina,  y,  por  tanto,  de  nada  sirven  para  apoyar  la 
verdad  de  la  religión  cristiana.  Este  argumento  es  tan  es- 
pecioso como  fútil.  I| 

Un  hombre  de  humilde  nacimiento  que  no  ha  aprendi- 
do las  letras  en  ninguna  escuela,  que  vive  confundido  entre 
el  pueblo,  que  carece  de  todos  los  medios  humanos,  que  no 
tiene  dónde  reclinar  su  cabeza,  se  presenta  en  público  en- 
señando una  doctrina  tan  nueva  como  sublime.  Se  le  pi- 
den los  títulos  de  su  misión,  y  él  los  ofrece  muy  sencillos. 
Habla,  y  los  ciegos  ven,  los  sordos  oyen,  la  lengua  de  los 
mudos  se  desata,  los  paralíticos  andan,  las  enfermedades 
más  rebeldes  desaparecen  de  repente,  los  que  acaban  de 
expirar  vuelven  a  la  vida,  los  que  son  llevados  al  sepulcro 
se  levantan  del  ataúd,  los  que,  enterrados  de  algunos  días, 
despiden  ya  mal  olor,  se  alzan  envueltos  en  su  mortaja  y 
salen  de  la  tumba,  obedientes  a  la  voz  que  les  ha  mandado 
salir  afuera.  Este  es  el  conjunto  histórico.  El  más  obstinado 


[  15,  37-39]  C.  4. — CUESTIONES  DE  POSIBILIDAD 


569 


naturalista,  ¿se  empeñará  en  descubrir  aquí  la  acción  de 
leyes  naturales  ocultas?  ¿Calificará  de  imprudentes  a  los 
cristianos  por  haber  pensado  que  semejantes  prodigios  no 
pudieran  hacerse  sin  intervención  divina?  ¿Creéis  que  con 
el  tiempo  haya  de  descubrirse  un  secreto  para  resucitar  a 
los  muertos,  y  no  como  quiera,  sino  haciéndolos  levantar  a 
la  simple  voz  de  un  hombre  que  los  llame?  La  operación  de 
las  cataratas,  ¿tiene  algo  que  ver  con  el  restituir  de  golpe 
la  vista  a  un  ciego  de  nacimiento?  Los  procedimientos  para 
volver  a  la  acción  a  un  miembro  paralizado,  ¿se  asemejan 
por  ventura  a  este  otro :  «Levántate,  toma  tu  lecho  y  vete 
a  tu  casa»?  Las  teorías  hidrostáticas  e  hidráulicas,  ¿llegarán 
nunca  a  encontrar  en  la  mera  palabra  de  un  hombre  la 
fuerza  bastante  para  sosegar  de  repente  el  mar  alborotado 
y  hacer  que  las  olas  se  tiendan  mansas  bajo  sus  pies,  y  que 
camine  sobre  ellas  como  un  monarca  sobre  plateadas  al- 
fombras? || 

¿Y  qué  diremos  si  a  tan  imponente  testimonio  se  reúnen 
las  profecías  cumplidas,  la  santidad  de  una  vida  sin  tacha, 
la  elevación  de  su  doctrina,  la  pureza  de  la  moral,  y,  por 
fin,  el  heroico  sacrificio  de  morir  entre  tormentos  y  afren- 
tas, sosteniendo  y  publicando  la  misma  enseñanza,  con  la 
serenidad  en  la  frente,  la  dulzura  en  los  labios,  articulando 
entre  los  últimos  suspiros  amor  y  perdón? 

No  se  nos  hable,  pues,  de  leyes  ocultas,  de  imposibilida- 
des aparentes ;  no  se  oponga  a  tan  convincente  evidencia 
un  necio  «¿quién  sabe...?»  Esta  dificultad,  que  sería  razona- 
ble si  se  tratara  de  un  suceso  aislado,  envuelto  en  alguna 
obscuridad,  sujeto  a  mil  combinaciones  diferentes,  cuando 
se  la  objeta  contra  el  cristianismo  es  no  sólo  infundada, 
sino  hasta  contraria  al  sentido  común. 

§  9. — La  imposibilidad  moral  u  ordinaria 

La  imposibilidad  moral  u  ordinaria  es  la  oposición  al  cur- 
so regular  u  ordinario  de  los  sucesos.  Esta  palabra  es  suscep- 
tible de  muchas  significaciones,  pues  que  la  idea  de  curso  or- 
dinario es  tan  elástica,  es  aplicable  a  tan  diferentes  objetos, 
que  poco  puede  decirse  en  general  que  sea  provechoso  en 
la  práctica.  Esta  imposibilidad  nada  tiene  que  ver  con  la 
absoluta  ni  la  natural;  las  cosas  moralmente  imposibles  no 
dejan  por  eso  de  ser  muy  posibles  absoluta  y  naturalmente. 

Daremos  una  idea  más  clara  y  sencilla  de  la  imposibili- 
dad ordinaria  si  decimos  que  es  imposible  de  esta  manera 
todo'  aquello  que,  atendiendo  el  curso  regular  de  las  |¡  co- 
sas, acontece  o  muy  rara  vez  o  nunca.  Veo  a  un  elevado  per- 
sonaje, cuyo  nombre  y  títulos  todos  pronuncian  y  a  quien 
se  tributan  los  respetos  debidos  a  su  clase.  Es  moralmente 


570 


EL  CRITERIO 


[15,  39-40] 


imposible  que  el  nombre  sea  supuesto  y  el  personaje  un 
impostor.  Ordinariamente  no  sucede  así ;  pero  también  se 
ha  sufrido  este  chasco  una  que  otra  vez. 

Vemos  a  cada  paso  que  la  imposibilidad  moral  desapare- 
ce con  el  auxilio  de  una  causa  extraordinaria  o  imprevista 
que  tuerce  el  curso  de  los  acontecimientos.  Un  capitán  que 
acaudilla  un  puñado  de  soldados  viene  de  lejanas  tierras, 
aborda  a  playas  desconocidas  y  se  encuentra  con  un  inmen- 
so continente  poblado  de  millones  de  habitantes.  Pega  fue- 
go a  sus  naves  y  dice:  Marchemos.  ¿Adonde  va?  A  con- 
quistar vastos  reinos  con  algunos  centenares  de  hombres. 
Esto  es  imposible.  El  aventurero,  ¿está  demente?  Dejadle, 
que  su  demencia  es  la  demencia  del  heroísmo  y  del  genio ; 
la  imposibilidad  se  convertirá  en  suceso  histórico.  Apellí- 
dase Hernán  Cortés;  es  español  que  acaudilla  españoles. 

§  10. — Imposibilidad  del  sentido  común  impropiamente 
contenida  en  la  imposibilidad  moral 

La  imposibilidad  moral  tiene  a  veces  un  sentido  muy 
diferente  del  expuesto  hasta  aquí.  Hay  imposibles  de  los 
cuales  no  puede  decirse  que  lo  sean  con  imposibilidad  ab- 
soluta ni  natural,  y,  no  obstante,  vivimos  con  tal  certeza  de 
que  lo  imposible  no  se  realizará,  que  no  nos  la  infunde  ma- 
yor la  natural,  y  poco  le  falta  para  producirnos  el  mismo 
efecto  que  la  absoluta.  Un  hombre  tiene  |¡  en  la  mano  un 
cajón  de  caracteres  de  imprenta,  que  supondremos  de  for- 
ma cúbica,  para  que  sea  igual  la  probabilidad  de  caer  y 
sostenerse  por  una  cualquiera  de  sus  caras ;  los  revuelve 
repetidas  veces  sin  orden  ni  concierto,  sin  mirar  siquiera  lo 
que  hace,  y  al  fin  los  deja  caer  al  suelo;  ¿será  posible  que 
resulten  por  casualidad  ordenados  de  tal  manera  que  for- 
men el  episodio  de  Dido?  «No,  responde  instantáneamente 
cualquiera  que  esté  en  su  sano  juicio ;  esperar  este  acci- 
dente sería  un  delirio ;  tan  seguros  estamos  de  que  no  se 
realizará,  que  si  se  pusiese  nuestra  vida  pendiente  de  seme- 
jante casualidad,  diciéndonos  que  si  esto  se  verifica  se  nos 
matará,  continuaríamos  tan  tranquilos  como  si  no  existiese 
la  condición.» 

Es  de  notar  que  aquí  no  hay  imposibilidad  metafísica  o 
absoluta,  porque  no  hay  én  la  naturaleza  de  los  caracteres 
una  repugnancia  esencial  a  colocarse  de  dicha  manera,  pues 
que  un  cajista  en  breve  rato  los  dispondría  así  muy  fácil- 
mente ;  tampoco  hay  imposibilidad  natural,  porque  ningu- 
na ley  de  la  naturaleza  obsta  a  que  caigan  por  esta  o  aque- 
lla cara,  ni  el  uno  al  lado  del  otro  del  modo  conveniente  al 
efecto ;  hay,  pues,  una  imposibilidad  de  otro  orden,  que 
nada  tiene  de  común  con  las  otras  dos,  y  que  tampoco  se 


[15,  40-42]  C.  4. — CUESTIONES  DE  POSIBILIDAD 


571 


parece  a  la  que  se  llama  moral,  por  sólo  estar  fuera  del 
curso  regular  de  los  acontecimientos. 

La  teoría  de  las  probabilidades,  auxiliada  por  la  de  las 
combinaciones,  pone  de  manifiesto  esta  imposibilidad,  calcu- 
lando, por  decirlo  así,  la  inmensa  distancia  en  que  este  fe- 
nómeno se  halla  con  respecto  a  la  existencia.  El  Autor  de  la 
naturaleza  no  ha  querido  que  una  convicción  que  nos  es 
muy  importante  dependiese  del  raciocinio,  y  por  consiguien- 
te careciesen  de  ella  muchos  "hombres,  ||  así  es  que  nos  la 
ha  dado  a  todos  a  manera  de  instinto,  como  lo  ha  hecho 
con  otras  que  nos  son  igualmente  necesarias.  En  vano  os 
empeñaríais  en  combatirla  ni  aun  en  el  hombre  más  rudo ; 
él  no  sabría  tal  vez  qué  responderos,  pero  menearía  la  ca- 
beza y  diría  para  sí :  «Este  filósofo,  que  cree  en  la  posibili- 
dad de  tales  despropósitos,  no  debe  de  estar  muy  sano  de 
juicio.» 

Cuando  la  naturaleza  habla  en  el  fondo  de  nuestra  alma 
con  voz  tan  clara  y  tono  tan  decisivo  es  necedad  el  no  es- 
cucharla. Sólo  algunos  hombres  apellidados  filósofos  se  obs- 
tinan a  veces  en  este  empeño,  no  recordando  que  no  hay 
filosofía  que  excuse  la  falta  de  sentido  común  y  que  mal 
llegará  a  ser  sabio  quien  comienza  por  ser  insensato. 

Nota. — He  dicho  que  la  teoría  de  las  probabilidades  auxiliada  por 
la  de  las  combinaciones  pone  de  manifiesto  la  imposibilidad  que  he 
llamado  de  sentido  común,  calculando,  por  decirlo  así,  la  inmensa 
distancia  que  va  de  la  posibilidad  del  hecho  a  su  existencia,  dis- 
tancia que  nos  le  hace  considerar  como  poco  menos  que  absoluta- 
mente imposible.  Para  dar  una  idea  de  esto  supondré  que  se  ten- 
gan siete  letras :  e,  s,  p,  a,  ñ,  o,  l,  y  que,  disponiéndolas  a  la  aven- 
tura, se  quiere  que  salga  la  palabra  español.  Es  claro  que  no  hay 
imposibilidad  intrínseca,  pues  que  lo  vemos  hecho  todos  los  días, 
cuando  a  la  combinación  preside  la  inteligencia  del  cajista;  pero  en 
faltando  esta  inteligencia  no  hay  más  razón  para  que  resulten  com- 
binadas de  esta  manera  que  de  la  otra.  Ahora  bien :  teniendo  pre- 
sente que  el  número  de  combinaciones  de  diferentes  cantidades  es 
igual  a  1  x  2x3  x  4...  (n —  1)  n,  expresando  n  el  número  de  los  fac- 
tores, siendo  siete  las  letras  en  el  caso  presente,  el  número  de  combi- 
naciones posibles  será  igual  a  1x2x3x4x5x6x7  =  5040. 

Ahora,  recordando  que  la  probabilidad  de  un  hecho  es  la  relación 
del  número  de  casos  favorables  al  número  de  casos  posibles,  resulta 
que  la  probabilidad  de  salir  por  acaso  las  siete  letras  dispuestas  de 
modo  que  formen  la  palabra  español  es  igual  a  Vsmo-  Por  manera 
que  estaría  en  el  mismo  caso  que  |¡  el  salir  una  bola  negra  de  una 
urna  donde  hubiese  5.039  bolas  blancas. 

Si  es  tanta  la  dificultad  que  hay  en  que  resulte  formada  una  tola 
palabra  de  siete  letras,  ¿qué  será  si  tomamos  por  ejemplo  un  escri- 
to en  que  hay  muchas  páginas,  y  por  tanto  gran  número  de  pala- 
bras? La  imaginación  se  asombra  al  considerar  la  inconcebible  pe- 
quenez de  la  probabilidad  cuando  se  atiende  a  lo  siguiente:  I  o  La 
formación  casual  de  una  sola  palabra  es  poco  menos  que  imposible ; 
¿qué  será  con  respecto  a  millares  de  palabras?  2.°  Las  palabras  sin 
el  debido  orden  entre  sí  no  dirían  nada,  y  por  tanto  sería  necesario 
que  saliesen  del  modo  correspondiente  para  expresar  lo  que  se  que- 


572 


EL  CRITERIO 


[15,  42-43] 


ría.  Siete  solas  palabras  nos  costarían  el  mismo  trabajo  que  las 
siete  letras.  3.°  Esto  es  verdad,  aun  no  exigiendo  disposición  en  lí- 
neas y  suponiéndolo  todo  en  una  sola;  ¿qué  será  si  se  piden  líneas? 
Sólo  siete  nos  traerán  la  misma  dificultad  que  las  siete  palabras  y 
las  siete  letras.  4.°  Para  formarse  una  idea  del  punto  a  que  llegaría 
el  guarismo  que  expresase  los  casos  posibles,  adviértase  que  nos  he- 
mos limitado  a  un  número  de  los  más  bajos,  el  siete;  adviértase  uue 
hay  muchas  palabras  de  más  letras,  que  todas  las  líneas  habrían  de 
constar  de  algunas  palabras  y  todas  las  páginas  de  muchas  líneas. 
5.°  Y,  finalmente,  reflexiónese  adonde  va  a  parar  un  número  que  se 
forma  con  una  ley  tan  aumentativa  como  ésta : 

1X2X3X4X5X6X7X  8...  <n  —  1)  n. 
Sígase  por  breve  rato  la  multiplicación,  y  se  verá  que  el  incremento 
es  asombroso. 

En  la  mayor  parte  de  los  casos  en  que  el  sentido  común  nos  dice 
que  hay  imposibilidad  son  muchas  las  cantidades  por  combinar:  en- 
tiendo por  cantidades  todos  los  objetos  que  han  de  estar  dispuestos 
de  cierto  modo  para  lograr  el  objeto  que  se  desea.  Por  poco  elevado 
que  sea  este  número,  el  cálculo  demuestra  ser  la  probabilidad  tan 
pequeña,  que  ese  instinto  con  el  cual  desde  luego,  sin  reflexionar, 
decimos  «esto  no  puede  ser»  es  admirable  por  lo  fundado  que  está 
en  la  sana  razón.  Pondré  otro  ejemplo:  Suponiendo  que  las  canti- 
dades son  en  número  de  100,  el  de  las  combinaciones  posibles  será 
lX2x3"x*X5X  6...  99  X  100.  Para  concebir  la  increíble  altura 
a  que  se  elevaría  este  producto  considérese  que  se  han  de  sumar  los 
logaritmos  de  todas  estas  cantidades  y  que  las  solas  características, 
prescindiendo  de  las  mantisas,  dan  92,  lo  que  por  sí  solo  da  una 
cantidad  igual  a  la  unidad  seguida  de  92  ceros.  Súmense  las  manti- 
sas y  añádase  el  resultado  de  los  enteros  a  las  características,  y  se 
verá  que  este  número  ||  crece  todavía  mucho  más.  Sin  fatigarse  con 
cálculos  se  puede  formar  idea  de  esta  clase  de  aumento.  Así,  supo- 
niendo que  el  número  de  las  cantidades  combinables  sea  diez  mil, 
por  la  suma  de  las  solas  características  de  los  factores  se  tendría  una 
característica  igual  a  28,894 ;  es  decir,  que,  aun  no  llevando  en  cuen- 
ta lo  muchísimo  que  subiría  la  suma  de  las  mantisas,  resultaría  un 
número  igual  a  la  unidad  seguida  de  28  894  ceros.  Concíbase,  si  se 
puede,  lo  que  es  un  número,  que  por  poco  espesor  que  en  la  escri- 
tura se  dé  a  los  ceros  tendrá  la  longitud  de  algunas  varas,  y  véase 
si  no  es  muy  certero  el  instinto  que  nos  dice  ser  imposible  una  cosa 
cuya  probabilidad  es  tan  pequeña  que  está  representada  por  un 
quebrado  cuyo  numerador  es  la  unidad  y  cuyo  denominador  es  un 
número  tan  colosal. 

Nota  póstuma. — De  lo  dicho  se  infiere  que,  hablando  con  pro- 
piedad y  rigor,  no  hay  más  imposibilidad  que  la  metafísica.  Esta  es 
la  única  que  envuelve  contradicción  y  que  no  es  posible  con  respec- 
to a  ninguna  causa.  Lo  moralmente  imposible  no  es  tal  sino  con  re- 
lación a  la  combinación  ordinaria  de  las  causas,  y  lo  que  lo  es  na- 
turalmente, deja  de  serlo  para  el  Autor  de  la  naturaleza.  Así  se 
comprenderá  fácilmente  la  distinción  que  señalan  algunos  autores 
entre  la  posibilidad  intrínseca  y  la  extrínseca.  La  primera  se  consi- 
dera en  la  misma  cosa,  sin  atender  a  la  causa  que  puede  hacerla ;  la 
segunda  se  refiere  a  dicha  causa.  Todo  lo  que  es  posible  metafísi- 
camente,  es  posible  a  Dios,  pues  que  su  poder  se  extiende  a  todo  lo 
que  no  envuelve  contradicción.  En  cuanto  a  las  causas  criadas,  una 
cosa  será  posible  o  imposible  para  ellas  según  el  orden  aue  ocupan 
en  la  escala  de  los  seres  y  las  facultades  que  el  Criador  les  ha  con- 
cedido. || 


ri5,  44-45]  C.  5. — CUESTIONES  DE  EXISTENCIA  573 

1  ! 


CAPITULO  V 

Cuestiones  de  existencia.  Conocimiento  adquirido 
por  el  testimonio  inmediato  de  los  sentidos 

§  1. — Necesidad  del  testimonio  de  los  sentidos  y  los  diferentes 
modos  con  que  nos  proporciona  el  conocimiento  de  las  cosas 

Asentados  los  principios  y  reglas  que  deben  guiarnos  en 
las  cuestiones  de  posibilidad,  pasemos  ahora  a  las  de  exis- 
tencia, que  ofrecen  un  campo  más  vasto  y  más  útiles  y  fre- 
cuentes aplicaciones. 

De  la  existencia  o  no  existencia  de  un  ser,  o  bien  de  que 
una  cosa  es  o  no  es,  podemos  cerciorarnos  de  dos  maneras : 
por  nosotros  mismos  o  por  medio  de  otros. 

El  conocimiento  de  la  existencia  de  las  cosas  que  es  ad- 
quirido por  nosotros  mismos,  sin  intervención  ajena,  pro- 
viene de  los  sentidos  mediata  o  inmediatamente :  o  ellos  nos 
presentan  el  objeto,  o  de  las  impresiones  que  los  mismos 
nos  causan  pasa  el  entendimiento  a  inferir  la  existencia  de 
lo  que  no  se  hace  sensible  o  no  lo  es.  La  vista  me  informa 
inmediatamente  de  la  existencia  de  un  edificio  que  tengo 
presente;  pero  un  trozo  de  columna,  ||  algunos  restos  de  un 
pavimento,  una  inscripción  u  otras  señales  me  hacen  cono- 
cer que  en  tal  o  cual  lugar  existió  un  templo  romano.  En 
ambos  casos  debo  a  los  sentidos  la  noticia ;  pero  en  el  pri- 
mero inmediata,  en  el  segundo  mediatamente. 

Quien  careciese  de  los  sentidos  tampoco  llegaría  a  cono- 
cer la  existencia  de  los  seres  espirituales,  pues  adormecido 
el  entendimiento  no  pudiera  adquirir  esta  noticia,  ni  por  la 
razón  ni  por  la  fe,  a  no  ser  que  Dios  le  favoreciera  por  me- 
dios extraordinarios  de  que  ahora  no  se  trata. 

A  la  distinción  arriba  explicada  en  nada  obstan  los  sis- 
temas que  pueden  adoptarse  sobre  el  origen  de  las  ideas ; 
ora  se  las  suponga  adquiridas,  ora  innatas,  ora  vengan  de 
los  sentidos,  ora  sean  tan  sólo  excitadas  por  ellos,  lo  cierto 
es  que  nada  sabemos,  nada  pensamos,  si  los  sentidos  no  han 
estado  en  acción.  Además,  hasta  les  dejaremos  a  los  ideólo- 
gos la  facultad  de  imaginar  lo  que  bien  les  pareciere  sobre 
las  funciones  intelectuales  de  un  hombre  que  careciese  de 
todos  los  sentidos ;  sin  riesgo  podemos  otorgarles  tamaña  la- 
titud, supuesto  que  nadie  aclarará  jamás  lo  que  en  ello  ha- 
bría de  verdad,  ya  que  el  paciente  no  sería  capaz  de  comu- 
nicar lo  que  le  pasa,  ni  por  palabras  ni  por  señas.  Final- 
mente, aquí  se  trata  de  hombres  dotados  de  sentidos,  y  la 


574 


EL  CRITERIO 


[15,  45-47] 


experiencia  enseña  que  esos  hombres  conocen  o  lo  que  sien- 
ten o  por  lo  que  sienten.  || 

§  2. — Errores  en  que  incurrimos  por  ocasión  de  los  sentidos. 
Su  remedio.  Ejemplos 

El  conocimiento  inmediato  que  los  sentidos  nos  dan  de 
la  existencia  de  una  cosa  es  a  veces  errado,  porque  no  nos 
servimos  como  debemos  de  estos  admirables  instrumentos 
que  nos  ha  concedido  el  Autor  de  la  naturaleza.  Los  ob- 
jetos corpóreos,  obrando  sobre  el  órgano  de  los  sentidos, 
causan  una  impresión  a  nuestra  alma ;  asegurémonos  bien 
de  cuál  es  esta  impresión,  sepamos  hasta  qué  punto  le  co- 
rresponde la  existencia  de  un  objeto ;  he  aquí  las  reglas 
para  no  errar  en  estas  materias.  Algunas  explicaciones  en- 
señarán más  que  los  preceptos  y  teorías. 

Veo  a  larga  distancia  un  objeto  que  se  mueve,  y  digo : 
«Allí  hay  un  hombre» ;  acercándome  más,  descubro  que  no 
es  así,  y  que  sólo  hay  un  arbusto  mecido  por  el  viento.  ¿Me 
ha  engañado  el  sentido  de  la  vista?  No ;  porque  la  impre- 
sión que  ella  me  transmitía  era  únicamente  de  un  bulto 
movido,  y  si  yo  hubiese  atendido  bien  a  la  sensación  reci- 
bida, habría  notado  que  no  me  pintaba  un  hombre.  Cuando, 
pues,  yo  he  querido  hacerle  tal  no  debo  culpar  al  sentido, 
sino  a  mi  poca  atención,  o  bien  a  que,  notando  alguna  se- 
mejanza entre  el  bulto  y  un  hombre  visto  de  lejos,  he  in- 
ferido que  aquello  debía  de  serlo  en  efecto,  sin  advertir  que 
la  semejanza  y  la  realidad  son  cosas  muy  diversas. 

Teniendo  algunos  antecedentes  de  que  se  dará  una  bata- 
lla o  se  hostilizará  alguna  plaza,  paréceme  que  he  oído  ca- 
ñonazos, y  me  quedo  con  la  creencia  de  que  ha  ||  comen- 
zado el  fuego.  Noticias  posteriores  me  hacen  saber  que  no 
se  ha  disparado  un  tiro;  ¿quién  tiene  la  culpa  de  mi  error? 
No  mi  oído,  sino  yo.  El  ruido  se  oía  en  efecto;  pero  era  el  de 
los  golpes  de  un  leñador,  que  resonaban  en  el  fondo  de  un 
bosque  distante ;  era  el  de  cerrarse  alguna  puerta,  cuyo  es- 
trépito retumbaba  por  el  edificio  y  sus  cercanías ;  era  el 
de  otra  cosa  cualquiera,  que  producía  un  sonido  semejante 
al  del  estampido  de  un  cañón  lejano.  ¿Estaba  yo  bien  segu- 
ro de  que  no  se  hallaba  a  mis  inmediaciones  la  causa  del 
ruido  que  me  producía  la  ilusión?  ¿Estaba  bastante  ejer- 
citado para  discernir  la  verdad,  atendida  la  distancia  en 
que  debía  hacerse  el  fuego,  la  dirección  del  lugar  y  el  vien- 
to que  a  la  sazón  reinaba?  No  es,  pues,  el  sentido  quien  me 
ha  engañado,  sino  mi  ligereza  y  precipitación.  La  sensación 
era  tal  cual  debía  ser ;  pero  yo  le  he  hecho  decir  lo  que 
ella  no  me  decía.  Si  me  hubiese  contentado  con  afirmar 


[15,  47-49]  C.  5. — CUESTIONES  DE  EXISTENCIA 


575 


que  oía  ruido  parecido  al  de  cañonazos  distantes,  no  hu- 
biera inducido  al  error  a  otros  y  a  mí  mismo. 

A  uno  le  presentan  un  alimento  de  excelente  calidad,  y 
al  probarlo  dice :  «Es  malo,  intolerable,  se  conoce  que  hay 
tal  o  cual  mezcla»,  porque,  en  efecto,  su  paladar  lo  experi- 
menta así.  ¿Le  engañó  el  sentido?  No.  Si  le  pareció  amargo, 
no  podía  suceder  de  otra  manera,  atendida  la  indisposición 
gástrica  que  le  tenía  cubierta  la  lengua  de  un  humor  que 
lo  maleaba  todo.  Bastábale  a  este  hombre  un  poco  de  re- 
flexión para  no  condenar  tan  fácilmente  o  al  criado  o  al 
revendedor.  Cuando  el  paladar  está  bien  dispuesto,  sus  sen- 
saciones nos  indican  las  calidades  del  alimento ;  en  el  caso 
contrario,  no.  || 

§  3. — Necesidad  de  emplear  en  algunos  casos  más  de  un  sentido 
para  la  debida  comparación 

Conviene  notar  que  para  conocer  por  medio  de  los  sen- 
tidos la  existencia  de  un  objeto  no  basta  a  veces  el  uso  de 
uno  solo,  sino  que  es  preciso  emplear  otros  al  mismo  tiem- 
po o  bien  atender  a  las  circunstancias  que  nos  pueden  pre- 
venir contra  la  ilusión.  Es  cierto  que  el  discernir  hasta  qué 
punto  corresponde  la  existencia  de  un  objeto  a  la  sensa- 
ción que  recibimos  es  obra  de  la  comparación,  la  que  es 
fruto  de  la  experiencia.  Un  ciego  a  quien  se  quitan  las  ca- 
taratas no  juzga  bien  de  las  distancias,  tamaños  y  figuras 
hasta  haber  adquirido  la  práctica  de  ver.  Esta  adquisición 
la  hacemos  sin  advertirla  desde  niños,  y  así  creemos  que 
basta  abrir  los  ojos  para  juzgar  de  los  objetos  tales  como 
son  en  sí.  Una  experiencia  muy  sencilla  y  frecuente  nos 
convencerá  de  lo "  contrario.  Un  hombre  adulto  y  un  niño 
de  tres  años  están  mirando  por  un  vidrio  que  les  ofrece  a 
la  vista  paisajes,  animales,  ejércitos ;  ambos  reciben  la 
misma  impresión ;  pero  el  adulto,  que  sabe  bien  que  no  ha 
salido  al  campo  y  se  halla  en  un  aposento  cerrado,  no  se 
altera  ni  por  la  cercanía  de  las  fieras  ni  por  les  desastres 
del  campo  de  batalla.  Lo  que  le  cuesta  trabajo  es  conser- 
var la  ilusión,  y  más  de  una  vez  habrá  menester  distraerse 
de  la  realidad  y  suplir  algunos  defectos  del  cuadro  o  instru- 
mento para  sentir  placer  con  la  presencia  del  espectáculo. 
Pero  el  niño,  que  no  compara,  que  sólo  atiende  a  la  sensa- 
ción en  todo  su  aislamiento,  se  espanta  y  llora,  ||  temiendo 
que  se  le  han  de  comer  las  fieras  o  viendo  que  tan  cruel- 
mente se  matan  los  soldados. 

Todavía  más :  experimentamos  a  cada  paso  que  una  pers- 
pectiva excelente  de  la  cual  no  teníamos  noticia,  vista  a 
la  correspondiente  distancia,  nos  causa  ilusión  y  nos  hace 
tomar  por  objetos  de  relieve  los  que  en  realidad  son,  planos. 


576 


EL  CRITERIO 


ri5.  49-50] 


La  sensación  no  es  errada,  pero  sí  lo  es  el  juicio  que  por  ella 
formamos.  Si  advirtiésemos  que  Caben  reglas  para  producir 
en  la  retina  la  misma  impresión  con  un  objeto  plano  que 
con  otro  abultado,  nos  hubiéramos  complacido  en  la  habili- 
dad del  artista,  sin  caer  en  error.  Este  habría  desaparecido 
mirando  el  objeto  desde  puntos  diferentes  o  valiéndonos 
del  tacto. 


§  4. — Los  sanos  de  cuerpo  y  enfermos  de  espíritu 

Los  que  tratan  del  buen  uso  de  los  sentidos  suelen  adver- 
tir que  es  preciso  cuidar  de  que  alguna  indisposición  no 
afecte  a  los  órganos  y  así  se  nos  comuniquen  sensaciones  ca- 
paces de  engañarnos ;  esto  es,  sin  duda,  muy  prudente,  pero 
no  tan  útil  como  se  cree.  Los  enfermos  raras  veces  se  dedi- 
can a  estudios  serios,  y  así  sus  equivocaciones  son  de  poca 
trascendencia;  además  que  ellos  mismos  o  sus  allegados  bien 
pronto  notan  la  alteración  del  órgano,  con  lo  cual  se  pre- 
viene oportunamente  el  error.  Los  que  necesitan  reglas  son 
los  que,  estando  sanos  de  cuerpo,  no  lo  están  de  espíritu,  y 
que,  preocupados  de  un  pensamiento,  ponen  a  su  disposición 
y  servicio  todos  sus  sentidos,  haciéndoles  percibir,  quizás 
con  la  mayor  buena  fe,  todo  lo  que  conviene  al  apoyo  del 
sistema  ||  excogitado.  ¿Qué  no  descubrirá  en  los  cuerpos  ce- 
lestes el  astrónomo  que  maneja  el  telescopio,  no  con  ánimo 
reposado  y  ajeno  de  parcialidad,  sino  con  vivo  deseo  de 
probar  una  aserción  aventurada  con  sobrada  ligereza?  ¿Qué 
no  verá  con  el  microscopio  el  naturalista  que  se  halle  en 
disposición  semejante? 

A  propósito  he  dicho  que  estos  errores  podían  padecerse 
quizás  con  la  mayor  buena  fe,  porque  sucede  muy  a  menu- 
do que  el  hombre  se  engaña  primero  a  sí  mismo  antes  de 
engañar  a  los  otros.  Dominado  por  su  opinión  favorita,  an- 
sioso de  encontrar  pruebas  para  sacar  la  verdadera,  exa- 
mina los  objetos,  no  para  saber,  sino  para  vencer,  y  así 
acontece  que  halla  en  ellos  sólo  lo  que  quiere.  Muchas  ve- 
ces los  sentidos  no  le  dicen  nada  de  lo  que  él  pretende, 
pero  le  ofrecen  algo  de  semejante:  «Esto  es,  exclama  albo- 
rozado, helo  aquí,  es  lo  mismo  que  yo  sospechaba» ;  y  cuan- 
do se  levanta  en  su  espíritu  alguna  duda  procura  sofocarla, 
achácala  a  poca  fe  en  su  incontrastable  doctrina,  se  esfuerza 
en  satisfacerse  a  sí  mismo,  cerrando  los  ojos  a  la  luz  para 
poder  engañar  a  los  otros  sin  verse  precisado  a  mentir. 

Basta  haber  estudiado  el  corazón  del  hombre  para  cono- 
cer que  estas  escenas  no  son  raras  y  que  jugamos  con  nos- 
otros mismos  de  una  manera  lastimosa.  ¿Necesitamos  una 
convicción?  Pues  de  un  modo  u  otro  trabajamos  en  formár- 


fl5,  50-52]  C.  5. — CUESTIONES  DE  EXISTENCIA 


577 


nosla ;  al  principio  la  tarea  es  costosa,  pero  al  fin  viene  el 
hábito  a  robustecer  lo  débil,  se  allega  el  orgullo  para  no 
permitir  retroceso,  y  el  que  comenzó  luchando  contra  sí 
mismo  con  un  engaño  que  no  se  le  ocultaba  del  todo,  acaba 
por  ser  realmente  engañado  y  se  entrega  a  su  pareeer  con 
obstinación  incorregible.  || 

S  5. — Sensaciones  reales,  pero  sin  objeto  externo. 
Explicación  de  este  fenómeno 

Además,  es  menester  advertir  que  no  siempre  sucede  que 
el  alucinado  atribuya  a  la  sensación  más  de  lo  que  ella  le 
presenta ;  una  imaginación  vivamente  poseída  de  un  objeto 
obra  sobre  los  mismos  sentidos,  y  alterando  el  curso  ordina- 
rio de  las  funciones  hace  que  realmente  se  sienta  lo  que 
no  hay.  Para  comprender  cómo  esto  se  verifica  conviene  re- 
cordar que  la  sensación  no  se  verifica  en  el  órgano  del  sen- 
tido, sino  en  el  cerebro,  por  más  que  la  fuerza  del  hábito 
nos  haga  referir  la  impresión  al  punto  del  cual  la  recibimos. 
Estando  el  ojo  muy  sano  nos  quedamos  completamente  cie- 
gos si  sufre  lesión  el  nervio  óptico,  y  privada  la  comunica- 
ción de  un  miembro  cualquiera  con  el  cerebro  se  extingue 
el  sentido.  De  esto  se  infiere  que  el  verdadero  receptáculo 
de  todas  las  sensaciones  es  el  cerebro,  y  que  si  en  una  de  sus 
partes  se  excita  por  un  acto  interno  la  impresión  que  suele 
ser  producida  por  la  acción  del  órgano  externo,  existirá  la 
sensación  sin  que  haya  habido  impresión  exterior.  Es  decir, 
que  si  al  recibir  el  órgano  externo  la  impresión  de  un  cuer- 
po la  comunica  al  cerebro,  causando  en  el  nervio  A  la  vi- 
bración u  otra  afección  B,  y  por  una  causa  cualquiera  in- 
dependiente de  los  cuerpos  exteriores  se  produce  en  el  mis- 
mo órgano  A  la  misma  vibración  B,  experimentaremos 
idéntica  sensación  que  si  el  órgano  externo  fuese  afectado 
en  la  realidad. 

En  este  punto  se  hallan  de  acuerdo  la  razón  y  la  obser- 
vación. |í  El  alma  se  informa  de  los  objetos  exteriores  me- 
diatamente por  los  sentidos,  pero  inmediatamente  por  el 
cerebro ;  cuando  éste,  pues,  recibe  tal  o  cual  impresión  no 
puede  ella  desentenderse  de  referirla  al  lugar  de  donde  sue- 
le proceder  y  al  objeto  que  de  ordinario  la  produce.  Si  se 
halla  advertida  de  que  la  organización  está  alterada,  se 
precaverá  contra  el  error ;  pero  no  será  dejando  de  recibir 
la  sensación,  sino  desconfiando  del  testimonio  de  ella.  Cuan- 
do Pascal,  según  cuentan,  veía  un  abismo  a  su  lado,  bien  sa- 
bía que  en  realidad  no  era  así ;  mas  no  dejaba  de  recibir  la 
misma  sensación  que  si  hubiese  habido  el  tal  abismo,  y  no 
alcanzaba  a  vencer  la  ilusión  por  más  que  se  esforzase.  Este 


37 


578 


[15,  52-53] 


EL  CRITERIO 


fenómeno  se  verifica  muy  a  menudo  y  no  se  hace  nada  ex- 
traño a  los  que  tienen  algunas  nociones  sobre  semejantes 
materias. 


§  6. — Maniáticos  y  ensimismados 

Lo  que  acontece  habitualmente  en  estado  de  enfermedad 
cerebral  puede  suceder  muy  bien  cuando,  exaltada  la  ima- 
ginación por  una  causa  cualquiera,  se  pone  actualmente  en- 
fermiza con  relación  a  lo  que  la  preocupa.  ¿Qué  son  las 
manías  sino  la  realización  de  este  fenómeno?  Pues  entién- 
dase que  las  manías  están  distribuidas  en  muchas  clases  y 
graduaciones,  y  que  las  hay  continuas  y  por  intervalos,  ex- 
travagantes y  arregladas,  vulgares  y  científicas ;  y  que  asi 
como  Don  Quijote  convertía  los  molinos  de  viento  en  des- 
aforados gigantes  y  los  rebaños  de  ovejas  y  carneros  en 
ejércitos  de  combatientes,  puede  también  un  sabio  testaru- 
do descubrir,  con  la  ayuda  de  ||  sus  telescopios,  microsco- 
pios y  demás  instrumentos,  todo  cuanto  a  su  propósito  cum- 
pliere. 

Los  hombres  muy  pensadores  y  ensimismados  corren 
gran  riesgo  de  caer  en  manías  sabias,  en  ilusiones  subli- 
mes ;  que  la  mísera  humanidad,  por  más  que  se  cubra  con 
diferentes  formas  según  las  varias  situaciones  de  la  vida, 
lleva  siempre  consigo  su  patrimonio  de  flaqueza.  Para  una 
débil  mujercilla  el  susurro  del  viento  es  un  gemido  miste- 
rioso, la  claridad  de  la  luna  es  la  aparición  de  un  finado  y  el 
chillido  de  las  aves  nocturnas  es  el  grito  de  las  evocacio- 
nes del  averno  para  asistir  a  pavorosas  escenas.  Desgracia- 
damente, no  son  sólo  las  mujeres  las  que  tienen  imagina- 
ción calenturienta  y  que  toman  por  realidades  los  sueños  de 
su  fantasía. 

Nota. — He  creído  inútil  ventilar  en  esta  obra  las  muchas  cuestio- 
nes que  se  agitan  sobre  los  sentidos,  en  sus  relaciones  con  los  ob- 
jetos externos  y  la  generación  de  las  ideas.  Esto  me  hubiera  lleva- 
do fuera  de  mi  propósito,  y  además  no  habría  servido  de  nada  para 
enseñar  a  hacer  buen  uso  de  los  mismos  sentidos.  En  otra  obra,  que 
tal  vez  no  tarde  en  dar  a  luz,  me  propongo  examinar  estas  cuestio- 
nes con  la  extensión  que  su  impostancia  reclama.  (Esto  se  escribía 
a  principios  de  1845.  La  obra  a  que  se  alude  ha  salido  ya  a  luz  con 
el  título  de  Filosofía  fundamental.)  || 


[15,  54-55]         C.  6. — CONOCIMIENTO  DE  LAS  COSAS 


579 


CAPITULO  VI 

Conocimiento  de  la  existencia  de  las  cosas  adquirido 
mediatamente  por  los  sentidos 

Jj  1. — Transición  de  lo  sentido  a  lo  no  sentido 

Los  sentidos  nos  dan  inmediatamente  noticias  de  la  exis- 
tencia de  muchos  objetos;  pero  de  éstos  son  todavía  en  ma- 
yor número  los  que  no  ejercen  acción  sobre  los  órganos 
materiales,  o  por  ser  incorpóreos  o  por  no  estar  en  dispo- 
sición de  afectarlos.  Sobre  lo  que  nos  comunican  los  sen- 
tidos se  levanta  un  tan  extenso  y  elevado  edificio  de  conoci- 
mientos de  todas  clases,  que  al  mirarle  se  hace  difícil  de 
concebir  cómo  ha  podido  cimentarse  en  tan  reducida  base. 

Donde  no  alcanzan  los  sentidos  llega  el  entendimiento, 
conociendo  la  existencia  de  objetos  insensibles  por  medio  de 
los  sensibles.  La  lava  esparcida  sobre  un  terreno  nos  hace 
conocer  la  existencia  pasada  de  un  volcán  que  no  hemos 
visto ;  las  conchas  encontradas  en  la  cumbre  de  un  monte 
nos  recuerdan  la  elevación  de  las  aguas,  indicándonos  una 
catástrofe  que  no  hemos  presenciado ;  ciertos  trabajos  sub- 
terráneos nos  muestran  que  ||  en  tiempos  anteriores  se  be- 
nefició allí  una  mina ;  las  ruinas  de  las  antiguas  ciudades 
nos  señalan  la  morada  de  hombres  que  ( no  hemos  cono- 
cido. Así  los  sentidos  nos  presentan  un  objeto,  y  el  enten- 
dimiento llega  con  este  medio  al  conocimiento  de  otros  muy 
diferentes. 

Si  bien  se  observa,  este  tránsito  de  lo  conocido  a  lo  des- 
conocido no  lo  podemos  hacer  sin  que  antes  tengamos  al- 
guna idea  más  o  menos  completa,  más  o  menos  general  del 
objeto  desconocido,  y  sin  que  al  propio  tiempo  sepamos  que 
hay  entre  los  dos  alguna  dependencia.  Así,  en  los  ejemplos 
aducidos,  si  bien  no  conocía  aquel  volcán  determinado,  ni 
las  olas  que  inundaron  la  montaña,  ni  a  los  mineros,  ni  a 
ios  moradores,  no  obstante,  todos  estos  objetos  me  eran  co- 
nocidos en  general,  así  como  sus  relaciones  con  lo  que  me 
ofrecían  los  sentidos.  De  la  contemplación  de  la  admirable 
máquina  del  universo  no  pasaríamos  al  conocimiento  del 
Criador  si  no  tuviéramos  idea  de  efecto  y  causa,  de  orden 
y  de  inteligencia.  Y  sea  dicho  de  paso,  esta  sola  observación 
basta  para  desbaratar  el  sistema  de  los  que  no  ven  en  nues- 
tro pensamiento  más  que  sensaciones  transformadas. 


580 


EL  CRITERIO 


[15,  55-57] 

 L 


§  2. — Coexistencia  y  sucesión 

La  dependencia  de  los  objetos  es  lo  único  que  puede  au- 
torizarnos para  inferir  de  la  existencia  del  uno  la  del  otro ; 
y,  por  consiguiente,  toda  la  dificultad  estriba  en  conocer 
esta  dependencia.  Si  la  íntima  naturaleza  de  las  cosas  estu- 
viera patente  a  nuestra  vista,  bastaría  fijarla  en  un  ser  para 
conocer  desde  luego  todas  sus  propiedades  |¡  y  relaciones, 
entre  las  cuales  descubriríamos  las  que  le  ligan  con  otros. 
Por  desgracia  no  es  así,  pues  en  el  orden  físico  como  en  el 
moral  son  muy  escasas  e  incompletas  las  ideas  que  posee- 
mos sobre  los  principios  constitutivos  de  los  seres.  Estos  son 
preciosos  secretos  velados  cuidadosamente  por  la  mano  del 
Criador ;  de  la  propia  suerte  que  lo  más  rico  y  exquisito 
que  abriga  la  naturaleza  suele  ocultarse  en  los  senos  más 
recónditos. 

Por  esta  falta  de  conocimiento  en  lo  tocante  a  la  esencia 
de  las  cosas  nos  vemos  con  frecuencia  precisados  a  conjetu- 
rar su  dependencia  por  sólo  su  coexistencia  o  sucesión ;  in- 
firiendo que  la  una  depende  de  la  otra  porque  algunas  o 
muchas  veces  existen  juntas  o  porque  ésta  viene  en  pos  de 
aquélla.  Semejante  raciocinio,  que  no  siempre  puede  ta- 
charse de  infundado,  tiene,  sin  embargo,  el  inconveniente 
de  inducirnos  con  frecuencia  al  error;  pues  no  es  fácil  po- 
seer la  discreción  necesaria  para  conocer  cuándo  la  existen- 
cia o  la  sucesión  son  un  signo  de  dependencia  y  cuándo  no. 

En  primer  lugar  debe  asentarse  por  indudable  que  la 
existencia  simultánea  de  dos  seres,  ni  tampoco  su  inmedia- 
ta sucesión,  consideradas  en  sí  solas,  no  prueban  que  el  uno 
dependa  del  otro.  Una  planta  venenosa  y  pestilente  se  halla 
tal  vez  al  lado  de  otra  medicinal  y  aromática ;  un  reptil  da- 
ñino y  horrible  se  arrastra  quizás  a  poca  distancia  de  la 
bella  e  inofensiva  mariposa ;  el  asesino,  huyendo  de  la  jus- 
ticia, se  oculta  en  el  mismo  bosque  donde  está  en  acecho  un 
honrado  cazador;  un  airecillo  fresco  y  suave  recrea  la  na- 
turaleza toda,  y  algunos  momentos  después  sopla  el  violento 
huracán,  llevando  en  sus  negras  alas  tremenda  tempestad. 

Así  es  muy  arriesgado  el  juzgar  de  las  relaciones  de  | 
dos  objetos  porque  se  los  ha  visto  unidos  alguna  vez  o  su- 
cederse  con  poco  intervalo ;  ésté  es  un  sofisma  que  se  co- 
mete con  demasiada  frecuencia,  cayéndose  por  él  en  infini- 
tos errores.  En  él  se  encontrará  el  origen  de  tantas  predic- 
ciones como  se  hacen  sobre  las  variaciones  atmosféricas, 
que  bien  pronto  la  experiencia  manifiesta  fallidas ;  de  tan- 
tas conjeturas  sobre  manantiales  de  agua,  sobre  veneros  de 
metales  preciosos  y  otras  cosas  semejantes.  Se  ha  visto  al- 
gunas veces  que  después  de  tal  o  cual  posición  de  las  nu- 


[15,  57-58 J  C.  6. — CONOCIMIENTO  DE  LAS  COSAS  581 


bes,  de  tal  o  cual  viento,  de  tal  o  cual  dirección  de  la  nie- 
bla de  la  mañana,  llovía,  o  tronaba,  o  acontecían  otras  mu- 
danzas de  tiempo ;  se  habrá  notado  que  en  el  terreno  de 
este  o  aquel  aspecto  se  encontró  algunas  veces  agua,  que  en 
pos  de  estas  o  aquellas  vetas  se  descubrió  el  precioso  mine- 
ral ;  se  ha  inferido  desde  luego  que  había  una  relación  en- 
tre los  dos  fenómenos,  y  se  ha  tomado  el  uno  como  señal 
del  otro,  no  advirtiendo  que  era  dable  una  coincidencia  en- 
teramente casual  y  sin  que  ellos  tuviesen  entre  sí  relación 
de  ninguna  clase. 

§  3. — Dos  reglas  sobre  la  coexistencia  y  la  sucesión 

La  importancia  de  la  materia  exige  que  se  establezcan 
algunas  reglas. 

1.  a  Cuando  una  experiencia  constante  y  dilatada  nos 
muestra  dos  objetos  existentes  a  un  mismo  tiempo,  de  tal 
suerte  que  en  presentándose  el  uno  se  presenta  también  el 
otro,  y  en  faltando  el  uno  falta  también  el  otro,  ||  podemos 
juzgar,  sin  temor  de  equivocarnos,  que  tienen  entre  sí  al- 
gún enlace ;  y,  por  tanto,  de  la  existencia  del  uno  inferire- 
mos legítimamente  la  existencia  del  otro. 

2.  a  Si  dos  objetos  se  suceden  indefectiblemente,  de  suer- 
te que,  puesto  el  primero,  siempre  se  haya  visto  que  seguía 
el  segundo,  y  que,  al  existir  éste,  siempre  se  haya  notado  la 
precedencia  de  aquél,  podremos  deducir  con  certeza  que 
tienen  entre  sí  alguna  dependencia. 

Tal  vez  sería  difícil  demostrar  filosóficamente  la  verdad 
de  estas  aserciones ;  sin  embargo,  los  que  la  pongan  en 
duda,  seguramente  no  habrán  observado  que  sin  formarlas 
las  toma  por  norma  el  buen  sentido  de  la  humanidad,  que 
en  muchos  casos  se  acomoda  a  ellos  la  ciencia  y  que  en  las 
más  de  las  investigaciones  no  tiene  el  entendimiento  otra 
guía. 

Creo  que  nadie  pondrá  dificultad  en  que  las  frutas,  cuan- 
do han  adquirido  cierto  tamaño,  figura  y  color,  dan  señal  de 
que  son  sabrosas.  ¿Cómo  sabe  esta  relación  el  rústico  que 
las  coge?  ¿Cómo  de  la  existencia  del  color  y  demás  calida- 
des que  ve  infiere  la  de  otra  que  no  experimenta,  la  del  sa- 
bor? Exigidle  que  os  explique  la  teoría  de  este  enlace,  y  no 
sabrá  qué  responderos;  pero  objetadle  dificultades  y  empe- 
ñaos en  persuadirle  que  se  equivoca  en  la  elección,  y  se 
reirá  de  vuestra  filosofía,  asegurado  en  su  creencia  por  la 
simple  razón  de  que  «siempre  sucede  así». 

Todo  el  mundo  está  convencido  de  que  cierto  grado  de 
frío  hiela  los  líquidos,  y  que  otro  de  calor  los  vuelve  al  pri- 
mer estado.  Muchos  son  los  que  no  saben  la  razón  de  es- 
tos fenómenos :  pero  nadie  duda  de  la  relación  entre  la 


582 

t  


EL  CRITERIO 


[15,  58-60] 


congelación  y  el  frío  y  la  liquidación  y  el  calor.  Quizás  po- 
drían suscitarse  dificultades  sobre  las  explicaciones  ||  que 
en  esta  parte  ofrecen  los  físicos ;  pero  el  linaje  humano  no 
aguarda  a  que  en  semejantes  materias  le  ilustren  los  sa- 
bios ;  «siempre  existen  juntos  estos  hechos,  dice ;  luego  en- 
tre ellos  hay  alguna  relación  que  les  liga». 

Son  infinitas  las  aplicaciones  que  podrían  hacerse  de  la 
regla  establecida ;  pero  las  anteriores  bastan  para  que  cual- 
quiera las  encuentre  por  sí  mismo.  Sólo  diré  que  la  mayor 
parte  de  los  usos  de  la  vida  están  fundados  en  este  princi- 
pio :  la  simultánea  existencia  de  los  seres  observada  por  di- 
latado tiempo  autoriza  para  deducir  que  existiendo  el  uno 
existirá  también  el  otro.  Sin  dar  por  segura  esta  regla,  el 
común  de  los  hombres  no  podría  obrar,  y  los  mismos  filóso- 
fos se  encontrarían  más  embarazados  de  lo  que  tal  vez  se 
figuran.  Darían  pocos  pasos  más  que  el  vulgo. 

La  segunda  regla  es  muy  análoga  a  la  primera :  se  funda 
en  los  mismos  principios  y  se  aplica  a  los  mismos  usos.  La 
constante  experiencia  manifiesta  que  el  pollo  sale  de  un 
huevo ;  nadie  hasta  ahora  ha  explicado  satisfactoriamente 
cómo  del  licor  encerrado  en  la  cáscara  se  forma  aquel  cuer- 
pecito  tan  admirablemente  organizado,  y  aun  cuando  la 
ciencia  diese  cumplida  razón  del  fenómeno,  el  vulgo  no  lo 
sabría,  y,  sin  embargo,  ni  éste  ni  los  sabios  vacilan  en  creer 
que  hay  una  relación  de  dependencia  entre  el  licor  y  el  po- 
Huelo;  al  ver  el  pequeño  viviente,  todos  estamos  seguros  de 
que  le  ha  precedido  aquella  masa  que  a  nuestros  ojos  se  pre- 
sentaba informe  y  torpe. 

La  generalidad  de  los  hombres,  o  mejor  diremos,  todos, 
ignoran  completamente  de  qué  manera  la  tierra  vegetal 
concurre  al  desarrollo  de  las  semillas  y  al  crecimiento  de 
las  plantas,  ni  cuál  es  la  causa  de  que  unos  ||  terrenos  se 
adapten  mejor  que  otros  a  determinadas  producciones;  pero 
siempre  se  ha  visto  así,  y  esto  es  suficiente  para  que  se 
crea  que  una  cosa  depende  de  otra  y  para  que,  al  ver  la 
segunda,  deduzcamos  sin  temor  de  errar  la  existencia  de 
la  primera. 

§  4.— Observaciones  sobre  la  relación  de  causalidad. 
Una  regla  de  los  dialécticos 

Sin  embargo,  conviene  advertir  la  diferencia  que  va  de 
la  sucesión  observada  una  sola  vez  o  repetida  muchas.  En 
el  primer  caso  no  sólo  no  arguye  causalidad,  pero  ni  aun  re- 
lación de  ninguna  clase;  en  el  segundo  no  siempre  indica 
dependencia  de  efecto  y  causa,  pero  sí  al  menos  dependen- 
cia de  una  causa  común.  Si  el  flujo  y  reflujo  del  mar  se  hu- 
biese observado  que  coincidía  una  que  otra  vez  con  cierta 


[15,  60-62 J        C.  6. — CONOCIMIENTO  DE  LAS  COSAS 


583 


posición  de  la  luna,  no  podría  inferirse  que  existía  relación 
entre  los  dos  fenómenos ;  mas,  siendo  constante  la  expre- 
sada coincidencia,  los  físicos  debieron  inferir  que,  si  el  uno 
no  es  causa  del  otro,  al  menos  tienen  ambos  una  causa  co- 
mún y  que  así  están  ligados  en  su  origen. 

A  pesar  de  lo  que  acabo  de  decir,  tienen  mucha  razón 
los  dialécticos  cuando  tachan  de  sofístico  el  raciocinio  si- 
guiente: Post  hoc,  ergo  propter  hoc.  «Después  de  esto,  luego 
por  esto.»  l.°  Porque  ellos  no  hablan  de  una  sucesión  cons- 
tante. 2.°  Porque  aun  cuando  hablaran,  esta  sucesión  puede 
indicar  dependencia  de  una  causa  común,  y  no  que  lo  uno 
sea  causa  de  lo  otro. 

Si  bien  se  observa,  la  misma  regla  a  que  atendemos  || 
en  los  negocios  comunes  es  más  general  de  lo  que  a  prime- 
ra vista  pudiera  parecer:  de  ella  nos  servimos  en  el  curso 
ordinario  de  las  cosas,  de  la  propia  suerte  que  en  lo  tocan- 
te a  la  naturaleza.  Según  el  objeto  de  que  se  trata  se  mo- 
difica la  aplicación  de  la  regla ;  en  unos  casos  basta  una 
experiencia  de  pocas  veces,  en  otros  se  la  exige  más  repe- 
tida ;  pero  en  el  fondo  siempre  andamos  guiados  por  el  • 
mismo  principio :  dos  hechos  que  siempre  se  suceden  tie- 
nen entre  sí  alguna  dependencia,  la  existencia  del  uno  in- 
dicará, pues,  la  del  otro. 


§  5. — Un  ejemplo 

Es  de  noche  y  veo  que  en  la  cima  de  una  montaña  se 
enciende  un  fuego;  a  poco  rato  de  arder  noto  que  en  la 
montaña  opuesta  asoma  una  luz,  brilla  por  breve  tiempo  y 
desaparece.  Esta  ha  salido  después  de  encendido  el  fuego 
en  la  parte  opuesta ;  pero  de  aquí  no  puedo  inferir  que  haya 
entre  los  dos  hechos  relación  alguna.  Al  día  siguiente  veo 
otra  vez  que  se  enciende  el  fuego  en  el  mismo  lugar  y  que 
del  mismo  modo  se  presenta  la  luz.  La  coincidencia  en  que 
ayer  no  me  había  parado  siquiera,  ya  me  llama  la  aten- 
ción hoy ;  pero  esto  podrá  ser  una  casualidad  y  no  pienso 
más  en  ello.  Al  otro  día  acontece  lo  mismo ;  crece  la  sospe- 
cha de  que  no  sea  una  señal  convenida.  Durante  un  mes  se 
verifica  lo  propio ;  la  hora  es  siempre  la  misma,  pero  nun- 
ca falta  la  aparición  de  la  luz  a  poco  de  arder  el  fuego ;  en- 
tonces ya  no  me  cabe  duda  de  que  o  el  un  hecho  es  depen- 
diente del  otro  o  por  lo  menos  hay  entre  ellos  alguna  rela- 
ción, y  ya  no  ||  me  falta  sino  averiguar  en  qué  consiste  una 
novedad  que  no  acierto  a  comprender. 

En  semejantes  casos  el  secreto  para  descubrir  la  verdad 
y  prevenir  los  juicios  infundados  consiste  en  atender  a  to- 
das las  circunstancias  del  hecho,  sin  descuidar  ninguna  por 


584 


EL  CRITERIO 


[15.  62-63] 


despreciable  que  parezca.  Así,  en  el  ejemplo  anterior,  su- 
puesto que  a  poco  de  encendido  el  fuego  se  presenta  la  luz, 
diráse  a  primera  vista  que  no  es  necesario  pararse  en  la 
hora  de  la  noche  y  ni  tampoco  en  si  esta  hora  variaba  o 
no.  Mas  en  realidad  estas  circunstancias  eran  muy  impor- 
tantes, porque,  según  fuese  la  hora,  era  más  o  menos  proba- 
ble que  se  encendiese  fuego  y  apareciese  luz,  y  siendo  siem- 
pre la  misma,  era  mucho  menos  probable  que  los  dos  hechos 
tuviesen  relación  que  si  hubiera  sido  variada.  Un  impru- 
dente que  no  reparase  en  nada  de  eso  alarmaría  la  comarca 
con  las  pretendidas  señales ;  no  cabría  ya  duda  de  que  al- 
gunos malhechores  se  ponen  de  acuerdo,  se  explicaría  sin 
dificultad  el  robo  que  sucedió  tal  o  cual  día,  se  compren- 
dería lo  que  significaba  un  tiro  que  se  oyó  por  aquella  par- 
te, y  cuándo  la  autoridad  tendría  aviso  del  malvado  com- 
plot, cuándo  recaerían  ya  negras  sospechas  sobre  familias 
inocentes ;  he  aquí  que  los  exploradores  enviados  a  obser- 
var de  cerca  el  misterio  podrían  volver  muy  bien  riéndose 
del  espanto  y  del  espantador,  y  descifrando  el  enigma  en 
los  términos  siguientes :  «Muy  cerca  de  la  cima  donde  arde 
el  fuego  está  situada  la  casa  de  la  familia  A,  que  a  la  hora 
de  acostarse  aposta  un  vigilante  en  las  cercanías,  porque 
tiene  noticia  de  que  unos  leñadores  quieren  estropear  parte 
del  bosque  plantado  de  nuevo.  El  centinela  siente  frío,  y 
hace  muy  bien  en  encender  lumbre  sin  ánimo  de  espantar 
a  nadie,  si  no  es  a  los  malandrines  |¡  de  segur  y  cuerda. 
Como  cabalmente  aquélla  es  la  hora  en  que  suelen  acostar- 
se los  comarcanos,  lo  hace  también  la  familia  B,  que  habita 
en  la  cumbre  de  la  montaña  opuesta.  Al  sonar  el  reloj  le- 
vanta el  dueño  los  reales  de  la  chimenea,  dice  a  todo  el 
mundo :  «Vamonos  a  dormir»,  y  entre  tanto  él  sale  a  un  te- 
rrado al  cual  dan  varias  puertas  y  empuja  por  la  parte  de 
afuera  para  probar  si  los  muchachos  han  cerrado  bien. 
Como  el  buen  hombre  va  a  recogerse,  lleva  en  la  mano  el 
candil,  y  heos  aquí  la  luz  misteriosa  que  salía  a  una  misma 
hora  y  desaparecía  en  breve,  coincidiendo  con  el  fuego,  ha- 
ciendo casi  pasar  por  ladrones  a  quienes  sólo  trataban  de 
guardarse  de  ladrones.» 

¿Qué  debía  hacer  en  tal  caso  un  buen  pensador?  Helo 
aquí.  A  poco  rato  de  encendido  el  fuego  aparece  la  luz,  y 
siempre  a  una  misma  hora  poco  más  o  menos,  lo  que  incli- 
na a  creer  que  será  una  señal  convenida.  El  país  está  en  paz; 
con  que  esto  debiera  de  ser  inteligencia  de  malhechores. 
Pero  cabalmente  no  es  probable  que  lo  sea,  porque  no  es 
regular  que  escojan  siempre  un  mismo  lugar  y  tiempo  con 
riesgo  de  ser  notados  y  descubiertos.  Además  que  la  opera-' 
ción  sería  muy  larga  durando  un  mes,  y  estos  negocios 
suelen  redondearse  con  un  golpe  de  mano.  Por  aquellas  in- 


L 15.  63-65]  C.  6. — CONOCIMIENTO  DE  LAS  COSAS 


585 


mediaciones  están  las  casas  A  y  B,  familias  de  buena  repu- 
tación que  no  se  habrán  metido  a  encubridores.  Parece, 
pues,  que  o  ha  de  haber  coincidencia  puramente  casual,  o 
que  si  hay  seña,  debe  de  ser  sobre  negocios  que  no  teme  los 
ojos  de  la  justicia.  La  hora  del  suceso  es  precisamente  la  en 
que  se  recogen  los  vecinos  de  esta  tierra ;  veamos  si  esto  no 
será  que  algunos  quehaceres  obligan  a  los  unos  a  encender 
fuego  y  a  los  otros  a  sacar  la  luz.  || 

§  6- — Reflexiones  sobre  el  ejemplo  anterior 

Reflexionando  sobre  el  ejemplo  anterior,  se  nota  que,  a 
pesar  de  la  ninguna  relación  de  seña  ni  causa  que  en  sí  te- 
nían los  dos  hechos,  no  obstante  reconocían  en  cierto  modo 
un  mismo  origen :  el  sonar  la  hora  de  acostarse.  Así  se  echa 
de  ver  que  el  error  no  estaba  en  suponer  que  había  algo  de 
común  en  ellos,  ni  en  pensar  que  la  coincidencia  no  era  pu- 
ramente casual,  sino  en  que  se  apelaba  a  interpretaciones 
destituidas  de  fundamento,  se  buscaba  en  la  intención  con- 
centrada de  las  personas  lo  que  era  simple  efecto  de  la 
identidad  de  la  hora. 

Esta  observación  enseña,  por  una  parte,  el  tino  con  que 
debe  procederse  en  determinar  la  clase  de  relación  que  en- 
tre sí  tienen  dos  hechos,  simultáneos  o  sucesivos ;  pero,  por 
otra,  confirma  más  y  más  la  regla  dada  de  que  cuando  la 
simultaneidad  o  sucesión  son  constantes  arguyen  algún 
vínculo  o  relación,  o  de  los  hechos  entre  sí  o  de  ambos  con 
un  tercero. 

§  7. — La  razón  de  un  acto  que  parece  instintivo 

Profundizando  más  la  materia,  encontraremos  que  el  in- 
ferir de  la  coexistencia  o  sucesión  la  relación  entre  los  he- 
chos coexistentes  o  sucesivos,  aunque  parezca  un  acto  ins- 
tintivo y  ciego,  es  la  aplicación  de  un  principio  que  tenemos 
grabado  en  el  fondo  de  nuestra  alma  y  del  que  ||  hacemos 
continuo  uso  sin  advertirlo  siquiera.  Este  principio  es  el  si- 
guiente :  «Donde  hay  orden,  donde  hay  combinación,  hay 
causa  que  ordena  y  cpmbinq;  el  acaso  es  nada.»  Una  que 
otra  coincidencia  la  podemos  mirar  como  casual,  es  decir, 
sin  relación ;  pero  en  siendo  muy  repetida,  ya  decimos  sin 
vacilar:  «Aquí  hay  enlace,  hay  misterio,  no  llega  a  tanto 
la  casualidad.» 

Así  se  verifica  que,  examinando  a  fondo  el  espíritu  hu- 
mano, encontramos  en  todas  partes  la  mano  bondadosa  de 
la  Providencia,  que  se  ha  complacido  en  enriquecer  nuestro 
entendimiento  y  nuestro  corazón  con  inestimables  preciosi- 
dades. 


586 


EL  CRITERIO 


[15>  65-67J 

 _) 


Nota. — Lo  que  he  dicho  sobre  las  consecuencias  que  instintiva- 
mente sacamos  de  la  coexistencia  o  sucesión  de  los  fenómenos  está 
intimamente  enlazado  con  lo  explicado  en  la  nota  al  capítulo  V  so- 
bre la  imposibilidad  de  sentido  común.  De  esto  puede  sacarse  una 
demostración  incontrastable  en  favor  de  la  existencia  de  Dios. 

Nota  póstuma.— Es  de  advertir  que  cuando  afirmo  que  la  cons- 
tante sucesión  de  los  seres  arguye  dependencia  entre  ellos,  no  de- 
termino la  naturaleza  de  dicha  dependencia,  ni  digo  que  el  uno 
deba  tomarse  como  causa  y  el  otro  como  efecto.  Supongamos  que 
dos  fenómenos  proceden  de  una  misma  causa  y  que,  dada  aquélla, 
han  de  seguirse  por  necesidad  éstos :  la  relación  que  entre  ellos  ha- 
brá no  será  de  efecto  y  causa,  pues  que  ambos  serán  inmediatos 
efectos  de  una  misma.  No  es  el  color  de  la  fruta  lo  que  produce  el 
buen  sabor:  estas  dos  cualidades  proceden  de  una  causa  común,  y 
así  la  una  indica  la  otra,  pero  no  es  causa  de  ella. 

Esto  en  nada  disminuye  la  utilidad  de  la  regla,  porque  lo  que 
nos  interesa  saber  es  si  la  existencia  de  un  ser  es  o  no  suficiente  in- 
dicio de  la  existencia  del  otro ;  pues  el  averiguar  la  naturaleza  de 
la  relación  en  que  se  funda  el  indicio  pertenece  a  la  parte  filosófica 
que  se  ocupa  en  este  linaje  de  cuestiones.  Aquí  se  trata  únicamen- 
te de  dar  reglas  para  conocer  la  existencia  de  los  seres,  no  para  exa- 
minar su  esencia  y  propiedades.  | 

Ya  que  la  oportunidad  se  brinda,  diré  cuatro  palabras  sobre  e! 
signo  o  señal.  Signo  es  aquello  que,  presentándonos  una  cosa,  nos 
lleva  al  conocimiento  de  otra.  El  verdor  del  árbol  es  signo  de  su 
vida,  una  extraordinaria  palidez  del  semblante  es  señal  de  enfer- 
medad, la  huella  es  señal  del  tránsito  del  hombre  o  animales.  Si  el 
signo  está  fundado  en  la  misma  naturaleza  de  las  cosas,  como  su- 
cede en  los  ejemplos  anteriores,  se  llama  natural;  si  depende  de  la 
convención,  se  denomina  arbitrario.  Así  el  pabellón  en  las  naves  es 
señal  de  la  nación  a  que  pertenecen,  y  el  toque  de  tambores  y  corne- 
tas señala  las  órdenes  de!  jefe.  || 


CAPITULO  VII 

La  lógica  acorde  con  la  caridad 

S  1. — Sabiduría  de  la  ley  que  prohibe  los  juicios  temerarios 

La  ley  cristiana  que  prohibe  los  juicios  temerarios  es  no 
sólo  ley  de  caridad,  sino  de  prudencia  y  buena  lógica.  Nada 
más  arriesgado  que  juzgar  de  una  acción  y  sobre  todo  de  la 
intención  por  meras  apariencias ;  el  curso  ordinario  de  las 
cosas  lleva  tan  complicados  los  sucesos,  los  hombres  se  en- 
cuentran en  situaciones  tan  varias,  obran  por  tan  diferentes 
motivos,  ven  los  objetos  de  maneras  tan  distintas,  que  a  me- 
nudo nos  parece  un  castillo  fantástico  lo  que,  examinado  de 
cerca  y  con  presencia  de  las  circunstancias,  se  halla  lo  más 
natural,  lo  más  sencillo  y  arreglado. 


L15,  67-69] 


C.  7. — LA  LÓGICA  Y  LA  CARIDAD 


587 


S  2. — Examen  de  la  máxima  «Piensa  mal  y  no  errarás» 

El  mundo  cree  dar  una  regla  de  conducta  muy  importan- 
te diciendo:  «Piensa  mal  y  no  errarás»,  y  se  imagina  ||  ha- 
ber enmendado  de  esta  manera  la  moral  evangélica.  «Con- 
viene no  ser  demasiado  cándido,  se  nos  advierte  continua- 
mente ;  es  necesario  no  fiarse  de  palabras ;  los  hombres  son 
muy  malos,  obras  son  amores  y  no  buenas  razones»,  como 
si  el  Evangelio  nos  enseñase  a  ser  imprudentes  e  imbéciles ; 
como  si  Jesucristo,  al  encomendarnos  que  fuésemos  senci- 
llos como  Ja  paloma,  no  nos  hubiera  amonestado  al  mismo 
tiempo  que  fuésemos  prudentes  como  la  serpiente;  como  si 
no  nos  hubiera  avisado  que  no  creyésemos  a  todo  espíritu, 
que  para  conocer  el  árbol  atendiésemos  al  fruto ;  y,  final- 
mente, como  si,  a  propósito  de  la  malicia  de  los  hombres, 
no  leyéramos  ya  en  las  primeras  páginas  de  la  Sagrada  Es- 
critura que  el  corazón  del  hombre  está  inclinado  al  mal 
desde  su  adolescencia. 

La  máxima  perniciosa  que  se  propone  nada  menos  que 
asegurar  el  acierto  con  la  malignidad  del  juicio,  es  tan  con- 
traria a  la  caridad  cristiana  como  a  la  sana  razón.  En  efec- 
to: la  experiencia  nos  enseña  que  el  hombre  más  mentiro- 
so dice  mucho  mayor  número  de  verdades  que  de  mentiras, 
y  que  el  más  malvado  hace  muchas  más  acciones  buenas  o 
indiferentes  que  malas.  El  hombre  ama  naturalmente  la 
verdad  y  el  bien,  y  no  se  aparta  de  ellos  sino  cuando  las 
pasiones  le  arrastran  y  extravían.  Miente  el  mentiroso  en 
ofreciéndose  alguna  ocasión  en  que,  faltando  a  la  verdad, 
cree  favorecer  sus  intereses  o  lisonjear  su  vanidad  necia: 
pero  fuera  de  estos  casos,  naturalmente  dice  la  verdad  y  ha- 
bla como  el  resto  de  los  hombres.  El  ladrón  roba,  el  liviano 
se  desmanda,  el  pendenciero  riñe,  cuando  se  presenta  la 
oportunidad,  estimulando  la  pasión ;  que  si  estuviesen  aban- 
donados de  continuo  a  sus  malas  inclinaciones  serían  verda- 
deros ||  monstruos,  su  crimen  degeneraría  en  demencia,  y 
entonces  el  decoro  y  buen"  orden  de  la  sociedad  reclama- 
rían imperiosamente  que  se  los  apartase  del  trato  de  sus 
semejantes. 

Infiérese  de  estas  observaciones  que  el  juzgar  mal  no 
teniendo  el  debido  fundamento,  y  el  tomar  la  malignidad 
por  garantía  de  acierto,  es  tan  irracional  como  si,  habiendo 
en  una  urna  muchísimas  bolas  blancas  y  poquísimas  ne- 
gras, se  dijera  que  las  probabilidades  de  salir  están  en  fa- 
vor de  las  negras. 


588 


r 


EL  CRITERIO 


[15,  69-70] 


í?  3. — Algunas  reglas  para  juzgar  de  la  conducta 
de  los  hombres 

Caben  en  esta  materia  reglas  de  juiciosa  cautela,  que 
nacen  de  la  prudencia  de  la  serpiente  y  no  destruyen  la 
candidez  de  la  paloma. 

Regla  Ia 

No  se  debe  fiar  de  la  virtud  del  común  de  los  hombres, 
puesta  a  prueba  muy  dura. 

La  razón  es  clara ;  el  resistir  a  tentaciones  muy  vehe- 
mentes exige  virtud  firme  y  acendrada.  Esta  se  halla  en  po- 
cos. La  experiencia  nos  enseña  que  en  semejantes  extremos 
la  debilidad  humana  suele  sucumbir,  y  la  Escritura  nos  pre- 
viene que  quien  ama  el  peligro  perecerá  en  él. 

Sabéis  que  un  comerciante  honrado  se  halla  en  los  ma- 
yores apuros,  cuando  todo  el  mundo  le  considera  en  posi- 
ción muy  desembarazada.  Su  honor,  el  porvenir  de  ||  su  fa- 
milia, están  pendientes  de  una  operación  poco  justa,  pero 
muy  beneficiosa.  Si  se  decide  a  ella,  todo  queda  remediado ; 
si  se  abstiene,  el  fatal  secreto  se  divulga  y  la  perdición  to- 
tal es  inevitable.  ¿Qué  hará?  Si  en  la  operación  podéis 
salir  perjudicados,  precaveos  a  tiempo ;  apartaos  de  un  edi- 
ficio que,  si  bien  en  una  situación  regular  no  amenazaba 
ruina,  está  ahora  batido  por  un  furioso  huracán. 

Tenéis  noticia  de  que  dos  personas  de  amable  trato  y 
bella  figura  han  trabado  relaciones  muy  íntimas  y  frecuen- 
tes ;  ambos  son  virtuosos,  y  aun  cuando  no  mediaran  otros 
motivos,  el  honor  debiera  bastar  a  contenerlos  en  los  debi- 
dos límites.  Si  tenéis  interés  en  ello,  tomad  vuestro  partido 
con  presteza ;  si  no,  callad ;  no  juzguéis  temerariamente, 
pero  rogad  a  Dios  por  ambos,  que  las  oraciones  podrán  no 
ser  inútiles. 

Estáis  en  el  gobierno,  los  tiempos  son  malos,  la  época 
crítica,  los  peligros  muchos.  Uno  de  vuestros  dependientes 
encargado  de  un  puesto  importante  se  halla  asediado  noche 
y  día  por  un  enemigo  que  dispone  de  largas  talegas.  El  de- 
pendiente es  honrado  según  os  parece,  tiene  grandes  com- 
promisos por  vuestra  causa,  y  sobre  todo  es  entusiasta  de 
ciertos  principios  y  los  sustenta  con  mucho  acaloramiento. 
A  pesar  de  todo,  será  bueno  que  no  perdáis  de  vista  el  ne- 
gocio. Haréis  muy  bien  en  creer  que  el  honor  y  las  convic- 
ciones de  vuestro  dependiente  no  se  rajarán  con  los  golpes 
de  un  ariete  de  cincuenta  mil  pesos  fuertes;  pero  será  me- 
jor que  no  lo  probéis,  mayormente  si  las  consecuencias  fue- 
sen irreparables. 

Un  amigo  os  ha  hecho  grandes  ofrecimientos,  y  no  podéis 


[15,  70-72]  C.  7. — LA  LÓGICA  Y  LA  CARIDAD  589 

S  — 

dudar  que  son  sinceros.  La  amistad  es  antigua,  los  títulos 
muchos  y  poderosos,  la  simpatía  de  los  corazones  ||  está 
probada,  y  para  colmo  de  dicha  hay  identidad  de  ideas  y 
sentimientos.  Preséntase  de  improviso  un  negocio  en  que 
vuestra  amistad  le  ha  de  costar  cara ;  si  no  os  sacrifica  se 
expone  a  graves  pérdidas,  a  inminentes  peligros.  Para  lo 
que  pudiera  suceder  resignaos  a  ser  víctima,  temed  que  las 
afectuosas  protestas  se  quedarán  sin  cumplirse  y  que,  en 
cambio  de  vuestro  duelo,  se  os  pagará  con  una  satisfacción 
tan  gemebunda  como  estéril. 

Estáis  viendo  a  una  autoridad  en  aprieto ;  se  la  quiere 
forzar  a  un  acto  de  alta  trascendencia,  a  que  no  puede  ac- 
ceder sin  degradarse,  sin  faltar  a  sus  deberes  más  sagrados, 
sin  comprometer  intereses  de  la  mayor  importancia.  El  ma- 
gistrado es  naturalmente  recto ;  en  su  larga  carrera  no  se  le 
conoce  una  felonía  y  su  entereza  está  acompañada  de  cier- 
ta firmeza  de  carácter.  Los  antecedentes  no  son  malos.  Sin 
embargo,  cuando  veáis  que  la  tempestad  arrecia,  que  el 
motín  sube  ya  la  escalera ;  cuando  golpee  a  la  puerta  del 
gabinete  el  osado  demagogo,  que  lleva  en  una  mano  el  papel 
que  se  ha  de  firmar  y  en  otra  el  puñal' o  una  pistola  amarti- 
llada, temed  más  por  la  suerte  del  negocio  que  por  la  vida 
del  magistrado.  Es  probable  que  no  morirá ;  la  entereza  no 
es  el  heroísmo. 

Con  los  anteriores  ejemplos  se  echa  de  ver  que  en  al- 
gunas ocasiones  es  lícito  y  muy  prudente  desconfiar  de  la 
virtud  de  los  hombres,  lo  que  acontece  cuando  el  obrar  bien 
exige  una  disposición  de  ánimo  que  la  razón,  la  experiencia 
y  la  misma  religión  nos  enseñan  ser  muy  rara.  Es  claro, 
además,  que  para  sospechar  mal  no  siempre  será  menester 
que  el  apuro  sea  tal  como  se  ha  pintado.  Para  el  común  de 
los  hombres  suele  bastar  mucho  menos,  y  para  los  decidida- 
mente malos  la  simple  oportunidad  equivale  a  vehemente 
tentación.  Así  no  es  posible  señalar  ||  otra  regla  para  dis- 
cernir los  casos,  sino  que  es  preciso  atender  a  las  circuns- 
tancias de  la  persona  que  es  el  objeto  del  juicio,  graduando 
la  probabilidad  del  mal  por  su  habitual  inclinación  a  él  o 
su  adhesión  a  la  virtud.. 

De  estas  consideraciones  nacen  las  otras  reglas. 

Regla  2.a 

Para  conjeturar  cuál  será  la  conducta  de  una  persona  en 
un  caso  dado  es  preciso  conocer  su  inteligencia,  su  índole, 
carácter,  moralidad,  intereses  y  cuanto  puede  influir  en  su 
determinación. 

El  hombre,  aunque  dotado  de  libertad  de  albedrío,  no 
deja  de  estar  sujeto  a  una  muchedumbre  de  influencias  que 


590 


EL  CRITERIO 


[15,  72-74] 


contribuyen  poderosamente  a  decidirle.  El  olvido  de  una 
sola  circunstancia  nos  puede  llevar  al  error.  Así,  suponien- 
do que  un  hombre  está  en  un  compromiso  de  que  le  es  di- 
fícil salir  sin  faltar  a  sus  deberes,  parece  a  primera  vista 
que,  en  sabiendo  cuál  es  su  moralidad  y  cuáles  los  obstácu- 
los que  a  la  sazón  median  para  obrar  conforme  a  ella,  te- 
nemos datos  bastantes  para  pronosticar  sobre  el  éxito.  Pero 
entonces  no  llevamos  en  cuenta  una  cualidad  que  influye 
sobremanera  en  casos  semejantes:  la  firmeza  de  carácter. 
Este  olvido  podrá  hacer  muy  bien  que  defraude  nuestras 
esperanzas  un  hombre  virtuoso  y  las  exceda  el  malo,  pues 
que  para  sacar  airosa  la  virtud  en  circunstancias  apuradas 
sirve  admirablemente  el  que  obren  en  su  favor  pasiones 
enérgicas.  Un  alma  de  temple  fuerte  y  brioso  se  exalta  y 
cobra  nuevo  aliento  a  la  vista  del  peligro ;  en  el  cumpli- 
miento del  deber  se  interesa  entonces  el  orgullo,  y  un  cora- 
zón que  naturalmente  ||  se  complace  en  superar  obstáculos 
y  arrostrar  riesgos,  se  siente  más  osado  y  resuelto  cuando  se 
halla  animado  por  el  grito  de  la  conciencia.  El  ceder  es  de- 
bilidad ;  el  volver  atrás,  cobardía ;  el  faltar  al  deber  es  ma- 
nifestar miedo,  es  someterse  a  la  afrenta.  El  hombre  de  in- 
tención recta  y  corazón  puro,  pero  pusilánime,  mirará  las 
cosas  con  ojos  muy  diferentes.  «Hay  un  deber  que  cumplir, 
es  verdad ;  pero  trae  consigo  la  muerte  de  quien  lo  cumpla 
y  la  orfandad  de  la  familia.  El  mal  se  hará  también  de  la 
misma  manera,  y  quizás,  quizás  los  desastres  serán  mayo- 
res. Es  necesario  dar  al  tiempo  lo  que  es  suyo:  la  entere- 
za no  ha  de  convertirse  en  terquedad ;  los  deberes  no  han 
de  considerarse  en  abstracto,  es  preciso  atender  a  todas  las 
circunstancias;  las  virtudes  dejan  de  serlo  si  no  andan  re- 
gidas por  la  prudencia.»  El  buen  hombre  ha  encontrado  por 
fin  lo  que  buscaba :  un  parlamentario  entre  el  bien  y  el 
mal ;  el  miedo  con  su  propio  traje  no  servía  para  el  caso ; 
pero  ya  se  ha  vestido  de  prudencia ;  la  transacción  no  se 
hará  esperar  mucho. 

He  aquí  un  ejemplo  bien  palpable,  y  por  cierto  nada 
imaginario,  de  que  es  preciso  atender  a  todas  las  circuns- 
tancias del  individuo  que  se  ha  de  juzgar.  Desgraciadamen- 
te, el  conocimiento  de  los  hombres  es  uno  de  los  estudios 
más  difíciles,  y  por  lo  mismo  es  tarea  espinosa  el  recoger 
los  datos  precisos  para  acertar. 

Regía  3.a 

Debemos  cuidar  mucho  de  despojarnos  de  nuestras  ideas 
y  afecciones  y  guardarnos  de  pensar  que  los  demás  obrarán 
como  obraríamos  nosotros.  || 

La  experiencia  de  cada  día  nos  enseña  que  el  hombre  se 


L 15.  74-75] 


C.  7. — LA  LÓGICA  Y  LA  CARIDAD 


591 


inclina  a  juzgar  de  los  demás  tomándose  por  pauta  a  sí 
mismo.  De  aquí  han  nacido  los  proverbios :  «Quien  mal  no 
hace,  mal  no  piensa»  y  «Piensa  el  ladrón  que  todos  son  de 
su  condición».  Esta  inclinación  es  uno  de  los  mayores  obs- 
táculos para  encontrar  la  verdad  en  todo  lo  concerniente  a 
la  conducta  de  los  hombres ;  ella  expone  con  frecuencia  al 
virtuoso  a  ser  presa  de  los  amaños  del  malvado,  y  dirige  a 
menudo  contra  probada  honradez  y  quizás  acendrada  vir- 
tud los  tiros  de  la  maledicencia. 

La  reflexión,  ayudada  por  costosos  desengaños,  cura  a 
veces  este  defecto,  origen  de  muchos  males  privados  y  pú- 
blicos ;  pero  su  raíz  está  en  el  entendimiento  y  corazón  del 
hombre,  y  es  preciso  estar  siempre  alerta  si  no  se  quiere 
que  retoñen  las  ramas. 

La  razón  de  este  fenómeno  no  será  difícil  explicarla.  En 
la  mayor  parte  de  sus  raciocinios  procede  el  hombre  por 
analogía.  «Siempre  ha  sucedido  esto,  luego  ahora  sucederá 
también.»  «Comúnmente  después  de  tal  hecho  sobreviene 
tal  otro,  luego  lo  mismo  acontecerá  en  la  actualidad.»  De 
aquí  dimana  que,  tan  pronto  como  se  ofrece  la  ocasión  de 
formar  juicio,  apelamos  a  la  comparación ;  si  un  ejemplo 
apoya  nuestra  manera  de  opinar,  nos  afirmamos  más  en 
ella ;  y  si  la  experiencia  nos  suministra  mucho,  sin  esperar 
más  pruebas,  damos  la  cosa  por  demostrada.  Natural  es  que, 
necesitando  comparaciones,  las  busquemos  en  los  objetos 
más  conocidos  y  con  los  cuales  nos  hallamos  más  familiari- 
zados;  y  como,  en  tratándose  de  juzgar  o  conjeturar  sobre 
la  conducta  ajena,  hemos  menester  calcular  sobre  los  moti- 
vos que  influyen  en  la  determinación  de  la  voluntad,  aten- 
demos, sin  advertirlo  siquiera,  a  lo  que  solemos  hacer  nos- 
otros, ü  y  prestamos  a  los  demás  el  mismo  modo  de  mirar 
y  apreciar  los  objetos. 

Esta  explicación,  tan  sencilla  como  fundada,  señala  cum- 
plidamente la  razón  de  la  dificultad  que  encontramos  en 
despojarnos  de  nuestras  ideas  y  sentimientos,  cuando  así 
lo  reclama  el  acierto  en  los  juicios  que  formamos  sobre  la 
conducta  de  los  demás.  Quien  no  está  acostumbrado  a  ver 
otros  usos  que  los  de  su  país  tiene  por  extraño  cuanto  de  , 
ellos  se  desvía,  y  al  dejar  por  primera  vez  el  suelo  patrio  se 
sorprende  a  cada  novedad  que  descubre.  Lo  propio  nos  su- 
cede en  el  asunto  de  que  tratamos:  con  nadie  vivimos  más 
íntimamente  que  con  nosotros  mismos,  y  hasta  los  menos 
amigos  de  concentrarse  tienen  por  necesidad  una  conciencia 
muy  clara  del  curso  que  ordinariamente  siguen  su  entendi- 
miento y  voluntad.  Preséntase  un  caso,  y  no  atendiendo  a 
que  aquello  pasa  en  el  ánimo  de  los  otros,  como  si  dijése- 
mos en  tierra  extranjera,  nos  sentimos  naturalmente  lleva- 
dos a  pensar  que  deberá  de  suceder  allí  lo  mismo,  a  corta 


592 


EL  CRITERIO 


L15,  75-77} 


diferencia,  que  hemos  visto  en  nuestra  patria.  Y  ya  que  he 
comenzado  comparando,  añadiré  que,  así  como  los  que  han 
viajado  mucho  no  se  sorprenden  por  ninguna  diversidad  de 
costumbres  y  adquieren  cierto  hábito  de  acomodarse  a  todo 
sin  extrañeza  ni  repugnancia,  así  los  que  se  han  dedicado  al 
estudio  del  corazón  y  a  la  observación  de  los  hombres  son 
más  diestros  en  despojarse  de  su  manera  de  ver  y  sentir,  y 
se  colocan  más  fácilmente  en  la  situación  de  los  otros,  como 
si  dijéramos  que  cambian  de  traje  y  de  tenor  de  vida,  y 
adoptan  el  aire  y  las  maneras  de  los  naturales  del  nuevo 
país. 

Nota. — Los  que  crean  que  la  moral  cristiana  induce  fácilmente  a 
error  por  un  exceso  de  caridad  conocen  poco  esta  ||  moral  y  no  han 
reflexionado  mucho  sobre  los  dogmas  fundamentales  de  nuestra  re- 
ligión. Uno  de  ellos  es  1*  corrupción  original  del  hombre  y  los  es- 
tragos que  esta  corrupción  produce  en  el  entendimiento  y  en  la  vo- 
luntad. Semejante  doctrina,  ¿es  acaso  muy  a  propósito  para  inspi- 
rar demasiada  confianza?  Los  libros  sagrados,  ¿no  están  llenos  de 
narraciones  en  que  resaltan  la  perfidia  y  la  maldad  de  los  hombres? 
La  caridad  nos  hace  amar  a  nuestros  hermanos,  pero  no  nos  obliga 
a  reputarlos  por  buenos  si  son  malos ;  no  nos  prohibe  el  sospechar 
de  ellos  cuando  hay  justos  motivos,  ni  nos  impide  el  tener  la  cau- 
tela prudente,  que  de  suyo  aconseja  el  conocer  la  miseria  y  la  ma- 
licia del  humano  linaje.  || 


CAPITULO  VIII 

De  la  autoridad  humana  en  general 

S  1. — Dos  condiciones  necesarias  para  que  sea  valedero 
un  testimonio 

No  siempre  nos  es  dable  adquirir  por  nosotros  mismos  el 
conocimiento  de  la  existencia  de  un  ser,  y  entonces  nos  es 
preciso  valemos  del  testimonio  ajeno.  Para  que  esto  no  nos 
induzca  a  error  son  necesarias  dos  condiciones:  1.a,  que  el 
testigo  no  sea  engañado ;  2.a,  que  no  nos  quiera  engañar.  Es 
evidente  que,  faltando  cualquiera  de  estos  dos  extremos,  su 
testimonio  no  sirve  para*  encontrar  la  verdad.  Poco  nos  im- 
porta que  quien  habla  la  conozca  si  sus  palabras  nos  expre- 
san el  error,  y  la  veracidad  y  buena  fe  tampoco  nos  aprove- 
chan si  quien  las  posee  está  engañado. 

§  2. — Examen  y  aplicaciones  de  la  primera  condición 

Conocemos  si  el  testigo  ha  sido  engañado  o  no  atendien- 
do a  los  medios  de  que  ha  podido  disponer  para  alcanzar  |¡ 


|15.  78-79J 


C.  8.— DE  LA  AUTORIDAD  HUMANA 


593 


la  verdad,  y  en  estos  medios  comprendo  también  su  capaci- 
dad y  demás  cualidades  personales  que  le  hacen  más  o  me- 
nos apto  para  el  efecto. 

Al  referírsenos  algún  hecho,  cuando  el  narrador  no  es 
testigo  ocular,  a  veces  la  buena  educación  no  permite  pre- 
guntar quién  lo  ha  contado,  pero  la  buena  lógica  prescribe 
atender  siempre  a  esta  circunstancia  y  no  prestar  ligeramen- 
te asenso  sin  haberla  tenido  presente. 

Atravieso  un  país  que  me  es  desconocido,  y  oigo  la  si- 
guiente proposición:  «Este  es  el  año  de  mejor  cosecha  que 
de  mucho  tiempo  acá  se  ha  visto  en  esta  comarca.»  Lo  prime- 
ro que  debo  hacer  es  parar  la  atención  en  la  persona  que 
así  lo  dice.  ¿Es  un  hombre  anciano,  rico  propietario  de  la 
tierra,  establecido  en  sus  mismas  posesiones,  aficionado  a  re- 
coger noticias  y  formar  estados  comparativos?  No  puedo  du- 
dar que  quien  habla  debe  de  saberlo  muy  bien,  pues  que  su 
interés,  profesión,  inclinaciones  particulares  y  larga  expe- 
riencia le  proporcionan  cuantos  medios  son  deseables  para 
formar  juicio  acertado.  ¿Es  un  hijo  del  mismo  propietario, 
que  sólo  se  llega  a  las  posesiones  de  su  padre  para  divertirse 
o  sacar  dinero ;  que,  distraído  por  la  vida  de  las  ciudades,  se 
cuida  muy  poco  de  lo  que  pasa  en  los  campos?  Bien  podrá 
saberlo  por  habérselo  oído  a  su  padre ;  pero  si  esta  última 
circunstancia  falta,  el  testimonio  es  muy  poco  seguro.  ¿Es 
un  viajero  que  recorre  de  vez  en  cuando  aquel  país  por  ne- 
gocios que  nada  tienen  que  ver  con  la  agricultura?  Su  pala- 
bra merece  poca  fe,  porque  son  escasos  los  medios  que  ha 
tenido  para  cerciorarse  de  lo  que  afirma ;  su  proposición  po- 
drá ser  echada  a  la  aventura. 

En  una  reunión  se  cuenta  que  el  ingeniero  N  acaba  ||  de 
idear  una  nueva  máquina  para  tal  o  cual  producto  y  que  su 
invención  lleva  ventaja  a  cuantas  se  han  conocido  hasta  aho- 
ra. El  testigo  es  ocular.  ¿Quién  lo  refiere?  Es  un  caballero  de 
la  misma  profesión,  muy  acreditado  en  ella,  que  ha  viajado 
mucho  para  ponerse  al  nivel  de  los  últimos  adelantos  en  ma- 
quinaria, comisionado  repetidas  veces,  ya  por  el  gobierno,  ya 
por  sociedades  de  fabricantes,  para  comparar  diferentes  sis- 
temas de  construcción  y  elaboración :  el  juez  es  competen- 
te ;  no  es  fácil  haya  sido  engañado  por  un  charlatán  cual- 
quiera. El  testigo  es  un  fabricante  que  tiene  invertidos  gran- 
des capitales  en  maquinaria  y  se  propone  invertir  muchos 
más;  posee  algunos  conocimientos  en  el  ramo,  pues  que  su 
interés  propio  le  llama  la  atención  hacia  este  punto,  y  cuen- 
ta con  bastantes  años  de  experiencia.  El  testimonio  no  es 
despreciable,  pero  ha  perdido  mucho  de  las  cualidades  del 
primero.  No  conoce  por  principios  la  mecánica,  habrá  visto 
algunos  establecimientos,  mas  no  los  necesarios  para  poder 
comparar  la  invención  con  los  demás  sistemas  conocidos ;  el 

3* 


594 


EL  CRITERIO 


[15,  79-81] 


maquinista  sahía  que  las  arcas  no  estaban  vacías,  tenía  un 
interés  en  que  se  formase  alto  concepto  de  la  invención ;  hay. 
pues,  bastante  peligro  de  que  el  mérito  sea  exagerado,  hasta 
podrá  ser  muy  mediano  y  quizás  nulo. 

Una  mujer  de  veracidad  probada,  pero  de  imaginación 
ardiente  y  viva,  y  además  muy  crédula  en  asuntos  de  carác- 
ter extraordinario  y  misterioso,  refiere,  con  el  tono  de  la  ma- 
yor certeza  y  con  el  lenguaje  y  ademán  de  una  impresión  re- 
ciente, que  en  la  noche  anterior  ha  oído  en  su  casa  un  ruido 
espantoso ;  que,  habiéndose  levantado,  ha  visto  el  resplan- 
dor de  algunas  luces  en  partes  del  edificio  en  las  que  no  ha- 
bita nadie,  y  que  repetidas  ||  veces  han  resonado  con  toda 
claridad  voces  desconocidas,  ya  cual  gemidos  de  dolor,  ya 
cual  aullidos  de  desesperación,  ya  cual  aterradoras  amena- 
zas. La  testigo  habrá  sido  engañada.  Es  probable  que,  estan- 
do profundamente  dormida,  algún  gato,  que  andaría  ocupa- 
do en  sus  ordinarias  tareas  de  hurto  o  caza,  habrá  derribado 
algún  traste  con  estrepitoso  fracaso.  La  buena  señora,  que 
quizás  conciliaria  difícilmente  el  sueño,  agitada  por  espec- 
tros y  fantasmas,  despierta  al  retumbante  ruido ;  levántase 
despavorida ;  corre  presurosa  de  una  a  otra  parte ;  ve  en  los 
aposentos  desiertos  alguna  luz,  por  la  sencilla  razón  de  que 
nadie  cuidó  de  cerrar  las  ventanas,  y  por  ellas  penetran  los 
rayos  de  la  luna ;  por  fin  llegan  a  sus  oídos  las  voces  miste- 
riosas, que  no  debieron  de  ser  más  que  los  silbidos  del  vien- 
to, los  crujidos  de  alguna  puerta  mal  segura  y  tal  vez  el  re- 
moto maúllo  del  malandrín  que,  salido  por  la  buhardilla,  se 
va  a  trabar  refriegas  por  la  vecindad,  sin  pensar  que  sus 
maldades  tienen  en  congojosa  cuita  a  su  dueña  y  bienhe- 
chora. 

Así  discurría  un  buen  pensador,  sin  decidirse  por  esto  a 
creer  o  dejar  de  creer,  pero  inclinándose  algo  más  a  lo  se- 
gundo que  a  lo  primero ;  cuando  he  aquí  que  llega  a  la  re- 
unión el  marido  de  la  señora  espantada.  Es  hombre  que  frisa 
en  los  cincuenta,  que  ha  tenido  tiempo  de  perder  el  miedo  en 
largos  años  de  carrera  militar,  no  escasea  de  conocimientos, 
y,  retirado  ahora,  vive  entregado  a  sus  negocios  y  a  sus  li- 
bros, dejando  que  su  mujer  delire  a  mansalva.  La  vista  de 
los  circunstantes  se  dirige  naturalmente  al  recién  llegado,  y 
todos  desean  saber  de  su  boca  la  impresión  que  le  causara  la 
medrosa  aventura.  «En  verdad,  señores,  dice,  que  no  sé  qué 
diablos  teníamos  esta  noche  en  casa.  Ocupado  en  despachar 
unos  |¡  papeles  que  me  corrían  prisa,  no  me  había  acostado 
todavía,  cuando  he  aquí  que  a  eso  de  las  doce  oigo  un  estré- 
pito tal  que  me  creí  que  la  casa  se  nos  venía  encima.  Lo  que 
es  gato  no  podía  ser,  porque  era  imposible  que  hiciese  tal  es- 
trépito, y  además  esta  mañana  nada  se  ha  encontrado  ni 
dislocado  ni  roto.  Eso  de  las  luces  yo  no  las  he  visto;  pero 


[15,  81-82J 


C.  8. — DE  LA  AUTORIDAD  HUMANA 


595 


que  resonaron  unas  voces  tan  tremebundas  que  casi,  casi  me 
habrían  metido  el  miedo  en  el  cuerpo,  es  positivo.  Veremos 
si  la  zambra  se  repite;  yo  me  temo  que  se  nos  ha  querido 
jugar  una  treta.  Desearía  sorprender  a  los  actores  represen- 
tando su  papel.»  Desde  entonces  la  cuestión  cambia  de  as- 
pecto :  lo  que  antes  era  improbable  ha  pasado  a  ser  creíble ; 
el  hecho  será  verdadero,  sólo  falta  aclarar  su  naturaleza 


S  3. — Examen  y  aplicaciones  de  la  segunda  condición 

Si  conviene  precaverse  contra  el  engaño  que  inocente- 
mente puede  haber  sufrido  el  narrador,  no  importa  menos 
estar  en  guarda  contra  la  falta  de  veracidad.  Para  este  efec- 
to será  bien  informarse  de  la  opinión  que  en  este  punto  dis- 
fruta la  persona,  y  sobre  todo  examinar  si  alguna  pasión  o 
interés  la  impelen  a  mentir.  ¿Qué  caso  puede  hacerse  de 
quien  pinta  prodigiosos  hechos  de  armas  de  los  cuales  espe- 
ra grados,  empleos  y  condecoraciones?  Está  bien  claro  el  par- 
tido que  tomará  el  especulador,  si  no  está  dominado  por 
principios  de  rígida  moral  y  caballerosa  delicadeza.  Así, 
quien  refiere  acontecimientos  en  cuya  verdad  o  apariencia 
tiene  grande  interés  ||  es  testigo  sospechoso ;  prestarle  crédi- 
to sobre  su  palabra  fuera  proceder  muy  de  ligero. 

Cuando  tratamos  de  calcular  la  probabilidad  de  un  su- 
ceso que  no  sabemos  sino  por  el  testimonio  de  otros  es  pre- 
ciso atender  simultáneamente  a  las  dos  condiciones  explica- 
das :  conocimiento  y  veracidad.  Pero  como  en  muchos  casos, 
a  más  del  testimonio,  tenemos  algunos  datos  para  conjetu- 
rar sobre  la  probabilidad  de  lo  que  se  nos  cuenta,  es  necesa- 
rio hacerlos  entrar  en  combinación,  para  decidirnos  con  me- 
nos peligro  de  errar.  Por  lo  común  hay  muchas  cosas  a  que 
atender,  en  lo  cual  enseñarán  más  los  ejemplos  que  las  reglas. 

Un  general  da  parte  de  una  brillante  victoria  que  acaba 
de  conseguir ;  el  enemigo,  por  supuesto,  era  superior  en  fuer- 
zas, ocupaba  posiciones  muy  ventajosas,  pero  ha  sido  arro- 
llado en  todas  direcciones  y  sólo  una  precipitada  fuga  le  ha 
librado  de  dejar  en  manos  del  vencedor  numerosos  prisione- 
ros. La  pérdida  del  general  ha  sido  insignificante  en  compa- 
ración de  la  del  enemigo ;  algunas  compañías  que,  llevadas 
de  su  ardor,  se  habían  adelantado  en  demasía  viéronse  en- 
vueltas por  cuadruplicadas  fuerzas  y  tuvieron  algunos  mo- 
mentos de  conflicto ;  pero,  merced  a  la  bizarría  de  los  jefes 
y  acertadas  disposiciones  del  general,  pudiéronse  replegar 
con  el  mayor  orden,  sin  más  resultado  que  extraviarse  un  re- 
ducido número  de  soldados. 

¿Qué  concepto  formaremos  de  la  acción?  Para  que  se  vea 
cuánta  circunspección  es  necesaria  si  se  desea  acertar  en  los 


596 


EL  CRITERIO 


L15,  82-84] 


juicios,  y  con  la  mira  de  ofrecer  ejemplos  que  sirvan  de  nor- 
ma en  otros  casos,  detallaremos  las  muchas  circunstancias 
a  que  es  preciso  atender. 

¿Es  conocido  el  general?  ¿Tiene  reputación  de  veraz  |j  y 
modesto,  o  pasa  plaza  de  fanfarrón?  ¿Cuáles  son  sus  dotes 
militares?  ¿Qué  subalternos  le  auxilian?  ¿Sus  tropas  gozan 
fama  de  valor  y  disciplina?  ¿Se  han  distinguido  en  otras  ac- 
ciones, o  están  desacreditadas  por  frecuentes  derrotas?  ¿Con 
qué  enemigo  ha  tenido  que  habérselas?  ¿Cuál  era  el  objeto 
de  la  expedición  del  general?  ¿Lo  ha  conseguido  o  no?  En 
el  parte  hay  una  cláusula  que  dice:  «Sé  de  positivo  que  la 
plaza  N  puede  todavía  sostenerse  algunos  días.  Así  no  he 
creído  necesario  precipitar  las  operaciones,  mayormente 
cuando  la  situación  del  soldado,  rendido  de  hambre  y  fatiga, 
reclamaba  imperiosamente  algún  descanso.  El  convoy  queda 
seguro  en  la  ciudad  M,  adonde  me  he  replegado,  abandonan- 
do al  enemigo  unas  posiciones  que  me  eran  inútiles  y  deján- 
dole que  se  cebase  en  una  porción  de  víveres  que  en  el  ar- 
dor de  la  refriega  cayeron  en  su  poder,  a  causa  de  un  desor- 
den momentáneo  que  se  debió  al  miedo  de  los  bagajeros.»  El 
negocio  presenta  mal  aspecto ;  a  pesar  de  todos  los  rodeos, 
se  conoce  que  el  vencedor  ha  perdido  una  parte  del  convoy 
y  no  ha  podido  pasar  con  lo  restante. 

¿Qué  trofeos  nos  presenta  en  testimonio  de  su  victoria9 
No  ha  cogido  prisioneros  y  él  confiesa  algunos  extraviados ; 
aquellas  compañías  demasiado  adelantadas  sufrieron  algu- 
nos momentos  de  conflicto  y  fueron  envueltas  por  fuerzas 
cuadruplicadas ;  todo  esto  significa  que  hubo  en  aquella  par- 
te un  «sálvese  quien  pueda»  y  que  el  enemigo  no  dejó  de 
hacer  presa. 

¿Cuáles  son  las  noticias  que  vienen  del  lugar  donde  se 
ha  replegado  el  general?  Es  probable  que  las  cartas  serán 
tristes  y  que  traerán  descripciones  aflictivas  sobre  el  desor- 
den en  que  entró  la  tropa  y  la  disminución  del  convoy.  |l 

¿Qué  dicen  los  partidarios  del  enemigo?  ¡Ah!  Esto  acaba 
de  aclarar  el  misterio ;  se  han  echado  las  campanas  a  vuelo 
en  el  punto  P  y  han  entrado  muchos  prisioneros ;  los  enemi- 
gos se  han  presentado  orgullosos  en  presencia  de  la  plaza 
sitiada,  cuyos  apuros  son  cada  día  mayores. 

¿Qué  está  haciendo  el  general  vencedor?  Se  mantiene  en 
inacción  y  se  añade  que  ha  pedido  refuerzos ;  la  brillante 
victoria  habrá  sido,  pues,  una  insigne  derrota. 


S  4. — Una  observación  sobre  el  interés  en  engañar 

Casos  hay  en  que,  por  interesado  que  parezca  el  narrador 
en  faltar  a  la  verdad,  no  es  probable  que  lo  haya  hecho,  por- 


!  15,  84-86]  C.  8. — DE  LA  AUTORIDAD  HUMANA 


que  descubierta  en  breve  la  mentira,  sin  recurso  para  paliar- 
la, se  convertiría  contra  él  de  una  manera  ignominiosa. 

La  experiencia  nos  enseña  que  no  hay  que  fiar  de  ciertas 
relaciones  militares  que  no  pueden  ser  contradichas  luego 
con  toda  claridad  y  con  presencia  de  datos  positivos  que  pro- 
duzcan completa  evidencia.  Las  mayores  o  menores  fuerzas 
del  enemigo,  el  orden  o  la  dispersión  con  que  tal  o  cual  par- 
te de  su  ejército  emprendió  la  retirada,  el  número  de  muer- 
tos o  heridos,  lo  más  o  menos  favorable  de  algunas  posicio- 
nes, atendida  la  situación  de  los  combatientes,  lo  más  o  me- 
nos intransitable  de  los  caminos,  y  otras  cosas  por  este  tenor, 
¿cómo  las  puede  aclarar  bien  el  público?  Cada  cual  refiere 
las  cosas  a  su  modo,  según  sus  noticias,  intereses  o  deseos ; 
y  ||  los  mismos  que  saben  la  verdad  son  quizás  los  primeros 
en  obscurecerla,  haciendo  circular  las  más  insignes  falseda- 
des. Los  que  llegan  a  desembarazarse  del  enredo  y  a  ver 
claro  en  el  negocio,  o  callan  o  se  hallan  impugnados  por  mil 
y  mil  a  quienes  importa  sostener  la  ilusión,  y  la  mancha  que 
cae  sobre  los  embaucadores  nunca  es  tan  ignominiosa  que 
no  consienta  algún  disfraz.  Pero  suponed  que  un  general  que 
está  sitiando  una  plaza,  y  nada  puede  contra  ella,  tiene  la 
imprudencia  de  enviar  un  pomposo  parte  al  gobierno,  anun- 
ciándole que  la  ha  tomado  por  asalto  y  están  en  su  poder  los 
restos  de  la  guarnición  que  no  han  perecido  en  la  refriega  ; 
a  pocos  días  sabrá  el  gobierno,  sabrá  el  público,  sabrá  el 
mismo  ejército,  que  el  general  ha  mentido  de  una  manera 
tan  escandalosa,  y  la  burla  y  la  afrenta  que  caerán  sobre  el 
impostor  le  harán  pagar  cara  su  gloria  de  momento. 

De  aquí  es  que  en  semejantes  casos  el  buen  sentido  del 
público  suele  preguntar  si  el  parte  es  oficial,  y  si  lo  es,  por 
más  que  no  haga  caso  de  las  circunstancias  con  que  se  pro- 
cura realzar  el  hecho,  no  obstante  presta  crédito  a  la  exis- 
tencia de  él.  Hasta  es  de  notar  que  cuando  en  gravísimos 
apuros  se  miente  de  una  manera  escandalosa,  con  la  mira  de 
alentar  por  algunas  horas  más  y  dar  lugar  al  tiempo,  rara 
vez  se  inventa  un  parte  nombrando  personas ;  se  apela  a  las 
fórmulas  de  «sabemos  de  positivo»,  «un  testigo  de  vista  aca- 
ba de  referirnos»  y  otras  semejantes ;  se  suponen  oficios  re- 
cibidos que  se  imprimirán  luego ;  se  ordenan  regocijos  pú- 
blicos, etc. ;  pero  siempre  se  suele  dejar  un  camino  abierto 
para  que  la  mentira  no  choque  demasiado  de  frente  con  el 
buen  sentido,  se  tiene  cuidado  en  no  comprometer  el  nom- 
bre |!  de  personas  determinadas ;  en  una  palabra,  hasta  rei- 
nando la  mayor  desfachatez  se  guardan  siempre  algunas 
consideraciones  a  la  conciencia  pública. 

Para  dejar,  pues,  de  prestar  crédito  a  una  relación  no 
basta  objetar  que  el  narrador  está  interesado  en  faltar  a  la 


598 


EL  CRITERIO 


[15,  86-87] 


verdad;  es  necesario  considerar  si  las  circunstancias  de  la 
mentira  son  tan  desgraciadas  que  poco  después  haya  de  ser 
descubierta  en  toda  su  desnudez,  sin  que  le  quede  al  enga- 
ñador la  excusa  de  que  se  había  equivocado  o  le  habían  mal 
informado.  En  estos  casos,  por  poca  que  sea  la  categoría  de 
la  persona,  por  poca  estimación  de  sí  misma  que  se  le  pue- 
da suponer,  mayormente  cuando  el  asunto  pasa  en  público, 
es  prudente  darle  crédito,  si  de  esto  no  puede  resultar  nin- 
gún daño.  Será  dable  salir  engañado,  pero  la  probabilidad 
está  en  contra  y  en  grado  muy  superior. 

3  5. — Dificultades  para  alcanzar  la  verdad  en  mediando  mucha 
distancia  de  lugar  o  tiempo 

Si  es  tan  difícil  encontrar  la  verdad  cuando  los  sucesos 
son  contemporáneos  y  se  realizan  en  nuestro  propio  país, 
¿qué  diremos  de  lo  que  pasa  a  larga  distancia  de  lugar  o 
tiempo,  o  de  uno  y  otro?  ¿Cómo  será  posible  sacar  en  lim- 
pio la  verdad  de  manos  de  viajeros  o  historiadores?  Por 
más  desconsolador  que  sea,  es  preciso  confesarlo :  quien  haya 
observado  de  qué  modo  se  abulta,  y  se  exagera,  y  se  dismi- 
nuye, y  se  desfigura,  y  se  trastorna  de  arriba  abajo  lo  mis- 
mo que  estamos  viendo  con  nuestros  ojos,  ha  de  sentirse 
por  necesidad  muy  descorazonado  ||  al  abrir  un  libro  de 
historia  o  de  viajes,  o  al  leer  los  periódicos,  particularmente 
los  extranjeros. 

Quien  vive  en  el  mismo  tiempo  y  país  de  los  aconteci- 
mientos tiene  muchos  medios  para  evitar  el  error:  o  ve  las 
cosas  por  sí  mismo,  o  lee  y  oye  muy  diferentes  relaciones 
que  puede  comparar  entre  sí ;  y  como  está  en  datos  sobre  los 
antecedentes  de  las  personas  y  de  las  cosas,  como  trata  con- 
tinuamente con  hombres  de  opuestos  intereses  y  opiniones, 
como  sigue  de  cerca  el  curso  de  la  totalidad  de  los  sucesos, 
no  le  es  imposible,  a  fuerza  de  trabajos  y  discreción,  el  acla- 
rar en  algunos  puntos  la  verdad.  Pero  ¿qué  será  del  des- 
graciado lector  que  mora  allá  en  lejanos  países,  y  quizás  a 
larga  distancia  de  siglos,  y  no  tiene  otro  guía  que  el  perió- 
dico u  obra  que  por  casualidad  encuentra  en  un  gabinete  de 
lectura  o  en  una  biblioteca,  o  que  habrá  adquirido  por  haber 
visto  recomendados  en  alguna  parte  aquellos  escritos,  u  oído 
elogios  de  quien  presumía  entenderlo? 

Tres  son  los  conductos  por  los  cuales  solemos  adquirir  co- 
nocimientos de  lo  que  pasa  en  tiempos  y  lugares  distantes: 
los  periódicos,  las  relaciones  de  los  viajeros  y  las  historias. 
Diré  cuatro  palabras  sobre  cada  uno  de  ellos.  * 

Nota. — Para  convencerse  de  que  no  he  exagerado  al  ponderar  el 
peligro  de  ser  inducidos  en  error  por  los  narradores,  basta  conside- 


|15.  87-90] 


C.  9. — LOS  PERIÓDICOS 


599 


rar  que,  aun  con  respecto  a  países  muy  conocidos,  la  historia  se 
está  rehaciendo  continuamente,  y  tal  vez  en  este  siglo  más  que  en 
los  anteriores.  Todos  los  días  se  están  publicando  obras  en  que  se 
enmiendan  errores,  verdaderos  o  imaginarios ;  pero  lo  cierto  es  que 
en  muchos  puntos  gravísimos  hay  una  completa  discordancia  en  las 
opiniones.  Esto  no  debe  conducir  al  escepticismo,  pero  sí  inspirar 
mucha  cautela.  La  autoridad  humana  es  una  condición  indispensa- 
ble para  el  individuo  y  la  sociedad ;  pero  es  preciso  no  fiarse  de- 
masiado ||  en  ella.  Para  engañarnos  basta  o  mala  fe  o  error.  Desgra- 
ciadamente estas  cosas  no  son  raras. 

Nota  postuma. — La  verdad  y  la  veracidad  son  cosas  muy  diferen- 
tes: la  verdad  es  la  conformidad  del  juicio  con  la  cosa  o  palabra; 
la  veracidad  es  la  conformidad  de  la  palabra  con  el  pensamiento. 
Está  lloviendo,  y  Pedro  dice  que  llueve :  en  su  proposición  hay  ver- 
dad, porque  hay  Conformidad  con  la  cosa.  Pedro  lo  dice  y  lo  piensa 
así:  hay  acto  de  veracidad.  Llueve;  Pedro  no  lo  ha  visto,  cree  que 
no  llueve,  y  sin  embargo  dice  que  llueve:  en  su  palabra  hay  ver- 
dad, mas  no  veracidad.  No  llueve ;  pero  Pedro  cree  que  llueve  y  así 
lo  afirma :  entonces  hay  veracidad  sin  verdad.  La  verdad  es  a  la 
veracidad  lo  que  el  error  a  la  mentira.  Son  cosas  enteramente  dis- 
tintas, la  una  puede  estar  sin  la  otra.  || 


CAPITULO  IX 

LOS  PERIÓDICOS 

§  1. — Una  ilusión 

Creen  algunos  que,  con  respecto  a  los  países  donde  está  en 
vigor  la  libertad  de  imprenta,  no  es  muy  difícil  encontrar  la 
verdad,  porque  teniendo  todo  linaje  de  intereses  y  opiniones 
algún  periódico  que  les  sirve  de  órgano,  los  unos  desvanecen 
los  errores  de  los  otros,  brotando  del  cotejo  la  luz  de  la  ver- 
dad. «Entre  todos  lo  saben  todo  y  lo  dicen  todo ;  no  se  nece- 
sita más  que  paciencia  en  leer,  cuidado  en  comparar,  tino  en 
discernir  y  prudencia  en  juzgar.»  Así  discurren  algunos.  Yo 
creo  que  esto  es  pura  ilusión ;  y  lo  primero  que  asiento  es 
que,  ni  con  respecto  a  las  personas  ni  a  las  cosas,  los  perió- 
dicos no  lo  dicen  todo,  ni  con  mucho,  ni  aun  aquello  que  sa- 
ben bien  los  redactores,  hasta  en  los  países  más  libres. 

§  2 — -Los  periódicos  no  lo  dicen  todo  sobre  las  personas 

Estamos  presenciando  a  cada  paso  que  los  partidarios  de 
lo  que  se  llama  una  notabilidad  la  ensalzan  con  destempla- 
dos ||  elogios;  mientras  sus  adversarios  le  regalan  a  manos 
llenas  los  dictados  de  ignorante,  estúpido,  inhumano,  san- 
guinario, tigre,  traidor,  monstruo  y  otras  lindezas  por  este 


600 


EL  CRITERIO 


[15,  90-91] 


estilo.  El  saber,  los  talentos,  la  honradez,  la  amabilidad,  la 
generosidad  y  otras  cualidades  que  le  atribuían  al  héroo  los 
escritores  de  su  devoción  quedan  en  verdad  algo  ajadas  con 
los  cumplimientos  de  sus  enemigos;  pero,  al  fin,  ¿qué  sa- 
cáis en  limpio  de  esta  baraúnda?  ¿Qué  pensará  el  extranje- 
ro que  ha  de  decidirse  por  uno  de  los  extremos,  o  adoptar 
un  justo  medio  a  manera  de  árbitro  arbitrador?  El  resulta- 
do es  andar  a  tientas  y  verse  precisado  o  a  suspender  el 
juicio  o  a  caer  en  crasos  errores.  La  carrera  pública  del 
hombre  en  cuestión  no  siempre  está  señalada  por  actos  bien 
caracterizados ;  y,  además,  lo  que  haya  en  ellos  de  bueno  o 
malo  no  siempre  es  bien  claro  si  debe  atribuirse  a  él  o  a 
sus  subalternos. 

Lo  curioso  es  que  a  veces,  entre  tanta  contienda,  la  opi- 
nión pública  en  ciertos  círculos,  y  quizás  en  todo  el  país, 
está  fijada  sobre  el  personaje,  de  suerte  que  no  parece  sino 
que  se  miente  de  común  acuerdo.  En  efecto :  hablad  con 
los  hombres  que  no  carecen  de  noticias ;  quizás  con  los 
mismos  que  le  han  declarado  más  cruda  guerra.  «Lo  que  es 
talento,  oiréis,  nadie  se  lo  niega ;  sabe  mucho  y  no  tiene  ma- 
las intenciones.  Pero  ¿qué  quiere  usted...?  Se  ha  metido  en 
eso,  y  es  preciso  deshancarle.  Yo  soy  el  primero  en  respe- 
tarle como  a  persona  privada,  y  ojalá  que  nos  hubiese  es- 
cuchado a  nosotros:  nos  hubiera  servido  mucho  y  habría 
representado  un  papel  brillante.»  ¿Veis  a  ese  otro,  tan  hon- 
rado, tan  inteligente,  tan  activo  y  enérgico,  que,  al  decir  de 
ciertos  periódicos,  él,  y  sólo  él,  puede  apartar  la  patria  del 
borde  del  abismo?  Escuchad  a  los  que  le  conocen  de  cerca, 
y  tal  vez  a  sus  más  I!  ardientes  defensores.  «Que  es  un  infe- 
liz, ya  lo  sabemos;  pero  al  fin  es  el  hombre  que  nos  convie- 
ne, y  de  alguien  nos  hemos  de  valer.  Se  le  acusa  de  impuros 
manejos;  esto  ¿quién  lo  ignora?  En  el  banco  A  tiene  pues- 
tos tales  fondos,  y  ahora  va  a  hacer  otro  tanto  en  el  ban- 
co B.  En  verdad  que  roba  de  una  manera  demasiado  escan- 
dalosa;  pero,  mire  usted,  esto  es  ya  tan  común....  y  ade- 
más, cuando  le  acusan  nuestros  adversarios,  no  es  menester 
que  uno  le  deje  en  las  astas  del  toro.  ¿No  sabe  usted  la 
historia  de  ese  hombre?  Pues  yo  le  voy  a  contar  a  usted 
su  vida  y  milagros...»  Y  se  os  refieren  sus  aventuras,  sus 
altos  y  bajos,  y  sus  maldades  o  miserias,  o  necedades,  y  des- 
de entonces  ya  no  padecéis  ilusiones  y  juzgáis  en  adelante 
con  seguridad  y  acierto. 

Estas  proporciones  no  las  disfrutan  por  lo  común  los  ex- 
tranjeros ni  los  nacionales,  que  se  contentan  con  la  lectura 
de  los  periódicos ;  y  así,  creyendo  que  la  comparación  de  los 
de  opuestas  opiniones  fes  aclara  suficientemente  la  verdad, 
se  forman  los  equivocados  conceptos  sobre  los  hombres  y 
las  cosas. 


[15,  91-931 


C  9. — LOS  PERIÓDICOS 


601 


El  temor  de  ser  denunciados,  de  indisponerse  con  deter- 
minadas personas,  el  respeto  debido  a  la  vida  privada,  el  de- 
coro propio  y  otros  motivos  semejantes  impiden  a  menudo 
a  los  periódicos  el  descender  a  ciertos  pormenores  y  referir 
anécdotas  que  retratan  al  vivo  al  personaje  a  quien  atacan ; 
sucediendo  a  veces  que  con  la  misma  exageración  de  los 
cargos,  la  destemplanza  de  las  invectivas  y  la  crueldad  de 
las  sátiras  no  le  hacen  ni  con  mucho  el  daño  que  se  le  po- 
dría hacer  con  la  sencilla  y  sosegada  exposición  de  algunos 
hechos  particulares. 

Los  escritores  distinguen  casi  siempre  entre  el  hombre 
privado  y  el  hombre  público ;  esto  es  muy  bueno  ¡|  en  la 
mayor  parte  de  los  casos,  porque  de  otra  suerte  la  polémi- 
ca periodística,  ya  demasiado  agria  y  descompuesta,  se  con- 
virtiera bien  pronto  en  un  lodazal  donde  se  revolverían  in- 
mundicias intolerables ;  pero  esto  no  quita  que  la  vida  pri- 
vada de  un  hombre  no  sirva  muy  bien  para  conjeturar  so- 
bre su  conducta  en  los  destinos  públicos.  Quien  en  el  trato 
ordinario  no  respeta  la  hacienda  ajena,  ¿creéis  que  proce- 
derá con  pureza .  cuando  maneje  el  erario  de  la  nación?  El 
hombre  de  mala  fe,  sin  convicciones  de  ninguna  clase,  sin 
religión,  sin  moral,  ¿creéis  que  será  consecuente  en  los  prin- 
cipios políticos  que  aparenta  profesar,  y  que  en  sus  pala- 
bras y  promesas  puede  descansar  tranquilo  el  gobierno  que 
se  vale  de  sus  servicios?  El  epicúreo  por  sistema,  que  en  su 
pueblo  insultaba  sin  pudor  el  decoro  público,  siendo  mal 
marido  y  mal  padre,  ¿creéis  que  renunciará  a  su  libertinaje 
cuando  se  vea  elevado  a  la  magistratura,  y  que  de  su  co- 
rrupción y  procacidad  nada  tendrán  que  temer  la  inocen- 
cia y  la  fortuna  de  los  buenos,  nada  que  esperar  la  insolen- 
cia y  la  injusticia  de  los  malos?  Y  nada  de  esto  dicen  los 
periódicos,  nada  pueden  decir,  aunque  les  conste  a  los  escri- 
tores sin  ningún  género  de  duda. 


S  3. — Los  periódicos  no  lo  dicen  todo  sobre  las  cosas 

Hasta  en  política,  no  es  verdad  que  los  periódicos  lo  di- 
gan todo.  ¿Quién  ignora  cuánto  distan  por  lo  común  las 
opiniones  que  se  manifiestan  en  amistosa  conversación  de 
lo  que  se  expresa  por  escrito?  Cuando  se  escribe  ||  en  públi- 
co hay  siempre  algunas  formalidades  que  cubrir  y  muchas 
consideraciones  que  guardar ;  no  pocos  dicen  lo  contrario  de 
lo  que  piensan,  y  hasta  los  más  rígidos  en  materia  de  vera- 
cidad se  hallan  a  veces  precisados,  ya  que  no  a  decir  lo  que 
no  piensan,  al  menos  a  decir  mucho  menos  de  lo  que  pien- 
san. Conviene  no  olvidar  estas  advertencias  si  se  quiere  sa- 
ber algo  más  en  política  de  lo  que  anda  por  ese  mundo 


602 


EL  CRITERIO 


[15,  93-95J 


como  moneda  falsa  de  muchos  reconocida,  pero  recíproca- 
mente aceptada,  sin  que  por  esto  se  equivoquen  los  inteli- 
gentes sobre  su  peso  y  ley. 

Nota. — Es  muy  dudoso  si  el  periodismo  causará  daño  o  provecho 
a  la  historia  de  lo  presente;  pero  no  puede  negarse  que  multipli- 
cará el  número  de  los  historiadores  con  la  mayor  circulación  de  do- 
cumentos. Antes  para  proporcionarse  algunos  de  ellos  era  necesario 
recurrir  a  secretarías  o  archivos;  mas  ahora  son  pocos  los  que  son 
tan  reservados  que,  o  desde  luego  o  a  la  vuelta  de  algún  tiempo, 
no  caigan  en  manos  de  un  periódico,  y  por  poco  que  valgan  pueden 
contar  con  infinitas  reimpresiones  en  varias  lenguas.  Por  manera 
que  ahora  las  colecciones  de  periódicos  son  excelentes  memorias 
para  escribir  la  historia.  Esto  aumenta  el  número  de  los  hechos  en 
que  se  pueda  fundar  el  historiador,  y  de  que  puede  aprovecharse  con 
gran  fruto,  con  tal  que  no  confunda  el  texto  con  el  comentario. 


CAPITULO  X 

Relaciones  de  viajes 
§  1. — Dos  partes  muy  diferentes  en  las  relaciones  de  viajes 

En  esta  clase  de  escritos  deben  distinguirse  dos  partes : 
las  descripciones  de  objetos  que  ha  visto  o  escenas  que  ha 
presenciado  el  viajero  y  las  demás  noticias  y  observacio- 
nes de  que  llena  su  obra.  Por  lo  tocante  a  lo  primero,  con- 
viene recordar  lo  que  se  ha  dicho  sobre  la  veracidad,  aña- 
diéndose dos  advertencias :  1.a,  que  la  desconfianza  de  la 
fidelidad  de  los  cuadros  debe  guardar  alguna  proporción 
con  la  distancia  del  lugar  de  la  escena,  por  aquello  de 
luengas  tierras,  luengas  mentiras;  2.a,  que  los  viajeros  co- 
rren riesgo  de  exagerar,  desfigurar  y  hasta  fingir,  haciendo 
formar  ideas  muy  equivocadas  sobre  el  país  que  descri- 
ben, por  el  vanidoso  prurito  de  hacerse  interesantes  y  de 
darse  importancia  contando  peregrinas  aventuras. 

En  cuanto  a  las  demás  noticias  y  observaciones,  no  es 
dable  reducir  a  reglas  fijas  el  modo  de  distinguir  la  verdad 
del  error,  mayormente  siendo  imposible  esta  tarea  ||  en  mu- 
chísimos casos.  Pero  será  bien  presentar  reflexiones  que 
llenen  de  algún  modo  el  vacío  de  las  reglas,  inspirando  pru- 
dente desconfianza  y  manteniendo  en  guarda  a  los  inexper- 
tos e  incautos. 

§  2.— Origen  y  formación  de  algunas  relaciones  de  viajes 

¿Cómo  se  hacen  la  mayor  parte  de  los  viajes?  Pasando 
no  más  que  por  los  lugares  más  famosos,  deteniéndose  al- 


[15,  95-96 J  C.  10. — RELACIONES  DE  VIAJES 


603 


gún  tanto  en  los  puntos  principales  y  atravesando  el  país 
intermedio  tan  rápidamente  como  es  posible,  pues  a  ello 
instigan  tres  causas  poderosas:  ahorrar  tiempo,  economizar 
dinero  y  disminuir  la  molestia.  Si  el  país  es  culto,  con  bue- 
nos caminos,  con  canales,  ríos  y  costas  de  pronta  navega- 
ción, el  viajero  salta  de  una  capital  a  otra  disparándose 
como  una  flecha,  dormitando  con  el  mecimiento  del  coche  o 
de  la  nave  y  asomando  la  cabeza  por  la  portezuela  para  re- 
crearse con  la  vista  de  algún  bello  paisaje,  o  paseándose 
sobre  cubierta  contemplando  las  orillas  del  río  cuya  corrien- 
te le  arrebata.  Resulta  de  ahí  que  todo  el  país  intermedio 
queda  completamente  desconocido  en  cuanto  concierne  a 
ideas,  religión,  usos  y  costumbres.  Algo  ve  sobre  la  calidad 
del  terreno  y  los  trajes  de  los  moradores,  porque  ambos  ob- 
jetos se  le  ofrecen  a  los  ojos ;  pero  hasta  en  estas  cosas,  si 
el  viajero  no  es  cauto  y  pretende  hablar  en  general,  podrá 
dar  a  sus  lectores  las  noticias  más  falsas  y  extravagantes. 
Si  de  aquí  a  algunos  años  logramos  navegar  por  el  Ebro 
desde  Zaragoza  a  Tortosa,  el  viajero  que  ||  pintase  el  terre- 
no y  los  trajes  de  Aragón  y  Cataluña  ateniéndose  a  lo  que 
hubiese  visto  en  la  ribera  del  río,  por  cierto  que  les  pro- 
porcionaría a  sus  lectores  copia  disparatada. 

Ahora  reflexione  el  aficionado  a  relaciones  de  viajes  el 
caso  que  debe  hacer  de  las  detalladas  noticias  sobre  un  país 
de  muchos  millares  de  leguas  cuadradas  descrito  por  un 
viajero  que  le  ha  observado  de  la  susodicha  manera.  «El 
que  lo  ha  visto  de  cerca  lo  dice,  así  será  sin  asomo  de  duda.» 
De  esta  suerte  hablas,  ¡oh  crédulo  lector!,  pensando  que  en 
recoger  aquellas  noticias  ha  puesto  tu  guía  gran  trabajo  y 
cuidado ;  pues  yo  te  diré  lo  que  podría  muy  bien  haber  su- 
cedido, y  otra  vez  no  te  dejarás  engañar  con  tanta  faci- 
lidad. 

Llegado  el  viajero  a  la  capital,  tal  vez  con  escaso  cono- 
cimiento de  la  lengua,  y  quizás  con  ninguno,  habrá  andado 
atolondrado  y  confuso  algunos  días  en  el  laberinto  de  ca- 
lles y  plazas,  desplegando  a  menudo  el  plano  de  la  ciudad, 
preguntando  a  cada  esquina  y  saliendo  del  paso  del  mejor 
modo  posible  para  encontrar  la  oficina  de  pasaportes,  la  casa 
de  la  embajada  y  los  sujetos  para  quienes  lleva  carta  de 
recomendación.  Este  tiempo  no  es  muy  a  propósito  para  ob- 
servar ;  y  si  a  ratos  toma  coche,  para  librarse  de  cansancio 
y  evitar  extravío,  tanto  peor  para  los  apuntes  de  su  carte- 
ra :  todo  desfila  a  sus  ojos  con  mucha  rapidez-,  como  en  lin- 
terna mágica  las  ilusiones  de  los  cuadros;  recogerá  muy 
gratas  sensaciones,  pero  no  muchas  noticias.  Viene  en  segui- 
da la  visita  de  los  principales  edificios,  monumentos,  bellezas 
y  preciosidades  cuyo  índice  encuentra  en  la  guía;  y,  o  la  ca- 
pital n©  ha  de  ser  de  las  mayores,  o  se  le  hán  pasado  mu- 


604 


EL  CRITERIO 


[15,  96-98] 


chos  días  en  la  expresada  tarea.  La  estación  se  adelanta,  es  || 
preciso  todavía  visitar  otras  ciudades,  acudir  a  los  baños, 
presenciar  tal  o  cual  escena  en  un  punto  lejano,  el  viajero 
ha  de  tomar  la  posta  y  correr  a  ejecutar  en  otra  parte  lo 
que  acaba  de  practicar  allí.  A  los  pocos  meses  de  su  partida 
del  suelo  natal  está  ya  de  vuelta,  y  ordena  durante  el  in- 
vierno sus  apuntes,  y  en  la  primavera  se  halla  de  venta  un 
abultado  tomo  sobre  el  viaje.  Agricultura,  artes,  comercio, 
ciencia,  política,  ideas  populares,  religión,  usos,  costumbres, 
carácter,  todo  lo  ha  observado  de  cerca  el  afortunado  viaje- 
ro ;  en  su  libro  se  halla  la  estadística  universal  del  país ; 
creedle  sobre  su  palabra  y  podréis  ahorraros  el  trabajo  de 
salir  de  vuestro  gabinete  sin  que  ignoréis  los  más  pequeños 
y  delicados  pormenores. 

¿Cómo  ha  podido  adquirir  tanta  copia  de  noticias?  Un 
Argos  no  bastara  para  ver  y  notar  tanto  en  tan  breve  tiem- 
po. Y  además,  ¿cómo  habrá  sabido  lo  que  pasaba  allí  don- 
de no  ha  estado,  es  decir,  a  centenares  de  leguas  a  derecha 
e  izquierda  de  la  carretera,  canal  o  río  por  donde  viajaba? 
Helo  aquí.  Cuando  al  dar  los  primeros  rayos  del  sol  a  la 
portezuela  del  coche  se  habrá  despertado,  y,  bostezando  y 
desperezándose,  habrá  echado  una  ojeada  sobre  el  país,  que 
no  se  parece  ya  a  lo  que  era  el  de  anoche,  cruzando  y  arre- 
glando las  piernas  con  el  caballero  de  enfrente,  habrá  tra- 
bado quizás  la  siguiente  conversación:  «¿Usted  conoce  el 
país  este?  — Un  poco.  — El  pueblo  aquel,  ¿cómo  se 
llama?  — Si  mal  no  me  acuerdo  es  N.  — ¿Los  pro- 
ductos del  país?  — N.  — ¿La  industria?  — N.  — Cárác- 
ter?  —  Flemático  como  el  postillón.  —  Riqueza?  —  Como 
judíos.» 

Entre  tanto  llega  el  coche  al  parador ;  el  de  las  respues- 
tas ||  se  marcha  quizás  sin  despedirse,  y  sus  informes,  que 
se  ignora  de  quién  sean,  figurarán  cual  datos  positivos  en- 
tre los  apuntes  del  observador,  que  tendrá  la  humorada  de 
afirmar  que  cuenta  lo  que  ha  visto. 

Pero  como  estos  recursos  no  son  suficientes  y  dejarían 
muy  incompleta  la  descripción,  recogerá  cuidadosamente 
los  trajes  extraños,  los  edificios  irregulares,  las  danzas  gro- 
tescas que  se  le  hayan  ofrecido  al  paso,  y  heos  aquí  un 
cuadro  de  costumbres  generales  que  nada  dejará  que  desear. 
Sin  embargo,  aun  hay  otra  mina  que  explotará  el  viajero  y 
de  donde  sacará  tal  vez  el  principal  tesoro.  En  los  periódi- 
cos y  en  las  guías  encontrará  en  crecido  número  las  noticias 
que  ha  menester  para  formar  su  estadística;  y  con  los 
datos  que  de  allí  saque,  puestos  en  orden  diferente,  interca- 
lando alguna  cosa  de  lo  que  ha  visto  u  oído  o  conjeturado, 
resultará  un  todo  que  se  hará  circular  como  fruto  de  los  tra- 
bajos investigadores  del  viajero,  y  en  substancia  no  será 


|15,  98-100]  C.   10. — RELACIONES  DE  VIAJES 


605 


más,  en  su  mayor  parte,  que  cuentos  de  un  cualquiera  y 
traducciones  y  plagios  de  periódicos  y  obras. 

Para  que  no  se  extrañe  la  severidad  con  que  trato  a  los 
autores  de  viajes,  sin  que  por  esto  me  proponga  rebajar  el 
mérito  dondequiera  que  se  halle,  bastará  recordar  las  ne- 
cedades y  disparates  que  han  publicado  algunos  extranjeros 
que  han  viajado  por  España.  Lo  que  a  nosotros  nos  ha  su- 
cedido puede  muy  bien  acontecer  a  otros  pueblos,  saliendo 
bien  o  malparados,  aplaudidos  con  exageración  o  criticados 
con  injusticia,  según  el  humor,  las  ideas  y  otras  cualidades 
del  ligero  pintor  que  se  empeñaba  en  sacar  copia  de  ori- 
ginales que  no  había  visto.  || 

§  3. — Modo  de  estudiar  un  país 

La  razón  y  la  experiencia  enseñan  que.  para  formar  ca- 
bal concepto  de  una  pequeña  comarca  y  poderla  describir  tal 
como  es,  bajo  el  aspecto  material  y  moral,  es  necesario  estar 
familiarizado  con  la  lengua,  pasar  allí  larga  temporada, 
abundar  de  relaciones,  estar  en  trato  continuo,  sin  cansarse 
de  preguntar  y  observar.  No  creo  que  haya  otro  medio  de 
adquirir  noticias  exactas  y  formar  acertado  juicio;  lo  demás 
es  andarse  en  generalidades  y  llenarse  la  cabeza  de  errores  e 
inexactitudes.  Hasta  que  se  estudien  los  países  de  esta  ma- 
nera, hasta  que  se  forme  de  esta  suerte  su  estadística  mate- 
rial y  moral,  no  serán  bien  conocidos.  Estarán  pintados  en 
los  libros  como  en  los  mapas  muy  pequeños  que  nos  ofre- 
cen a  la  vista  dilatadas  regiones :  todo  está  cubierto  de  nom- 
bres, y  de  círculos,  y  de  crucecitas,  y  de  cordilleras  de  mon- 
tañas, y  de  corrientes  de  ríos ;  pero  medid  con  el  compás  las 
distancias,  y  andaos  por  el  mundo  sin  otra  regla :  a  menu- 
do creeréis  estar  muy  cerca  de  una  ciudad,  de  un  río,  de 
un  monte  que  distan,  sin  embargo,  nada  menos  que  cien 
leguas. 

En  suma,  ¿queréis  adquirir  noticias  exactas  sobre  un  país 
y  formar  de  su  estado  concepto  verdadero  y  cabal?  Estu- 
diadlo de  la  manera  sobredicha,  o  leed  a  quien  lo  hubiere 
estudiado  de  esta  suerte.  Que  si  no  tuviereis  proporción  para 
ello,  contentaos  con  cuatro  cosas  generales,  que  os  sacarán 
airoso  de  una  conversación  con  vuestros  iguales  en  aquella 
clase  de  conocimientos ;  pero  guardaos  ||  de  asentar  sobre 
estos  datos  un  sistema  filosófico,  político  o  económico,  y  an- 
dad con  tiento  en  lucir  vuestra  ciencia,  si  os  encontrarais 
con  algún  natural  del  país  y  no  queréis  exponeros  a  ser  ob- 
jeto de  risa. 

Nota. — Al  leer  algún  libro  de  viajes  no  debemos  buscar  el  capítulo 
cié  países  lejanos,  sino  de  aquellos  cuyos  pormenores  nos  sean  muy 


606 


EL  CRITERIO 


[15,  100-102] 


conocidos :  esto  proporciona  el  juzgar  con  acierto  de  la  obra  y  a 
veces  no  escasa  diversión.  Entonces  se  palpa  la  ligereza  con  que  se 
escriben  ciertos  viajes.  Una  población  que  tenía  yo  bien  conocida, 
y  cuyos  alrededores,  secos  y  pedregosos,  había  recorrido  no  pocas 
veces,  la  he  visto  en  un  libro  de  viajes  cercada  como  por  encanto 
de  jardines  y  arroyos ;  y  a  otra  en  que  se  habla  de  las  aguas  de  un 
río  no  lejano  como  de  un  bello  sueño  que  algún  d,  a  se  pudiera  iea- 
lizar,  la  he  visto  también  en  otro  libro  regalada  ya  con  la  ejecución 
del  hermoso  proyecto,  o  mejor  diré,  sin  necesidad  de  él.  pues  que 
el  cauce  del  río  estaba  junto  a  sus  murallas.  || 


CAPITULO  XI 
Historia 

§  1.— Medio  para  ahorrar  tiempo,  ayudar  la  memoria 
y  evitar  errores  en  los  estudios  históricos 

El  estudio  de  la  historia  es  no  sólo  útil,  sino  también  ne- 
cesario. Los  más  éscépticos  no  le  descuidan,  porque,  aun 
cuando  no  le  admitiesen  como  propio  para  conocer  la  verdad, 
al  menos  no  le  desdeñarían  como  indispensable  ornamento. 
Además  que  la  duda,  llevada  a  su  mayor  exageración,  no 
puede  destruir  un  número  considerable  de  hechos  que  es 
preciso  dar  por  ciertos  si  no  queremos  luchar  con  el  sentido 
común. 

Así,  uno  de  los  primeros  cuidados  que  deben  tenerse  en 
esta  clase  de  estudios  es  distinguir  lo  que  hay  en  ellos  de  ab- 
solutamente cierto.  De  esta  manera  se  encomienda  a  la  me- 
moria lo  que  no  admite  sombra  de  duda,  y  queda  luego  des- 
embarazado el  lector  para  andar  clasificando  lo  que  no  llega 
a  tan  alto  grado  de  certeza,  o  es  solamente  probable,  o  tiene 
muchos  visos  de  falso. 

¿Quién  dudará  que  existieron  en  Oriente  grandes  impe- 
rios ;  que  los  griegos  fueron  pueblos  muy  adelantados  |i  en 
civilización  y  cultura;  que  Alejandro  hizo  grandes  conquis- 
tas en  el  Asia ;  que  los  romanos  llegaron  a  ser  dueños  de  una 
gran  parte  del  mundo  conocido,  que  tuvieron  por  rival  a  la 
república  de  Cartago ;  que  el  imperio  de  los  señores  del  mun- 
do fué  derribado  por  una  irrupción  de  bárbaros  venidos  del 
Norte;  que  los  musulmanes  se  apoderaron  del  Africa  sep- 
tentrional, destruyeron  en  España  el  reino  de  los  godos  y 
amenazaron  otras  regiones  de  Europa ;  que  en  los  siglos  me- 
dios existió  el  sistema  del  feudalismo,  y  mil  y  mil  otros 
acontecimientos,  ya  antiguos,  ya  modernos,  de  los  cuales  es- 
tamos tan  seguros  como  de  que  existen  Londres  y  París0 


!  15.  102-104] 


C.   11.— HISTORIA 


607 


g  2. — Distinción  entre  el  fondo  del  hecho  y  sus  circunstancias. 

Aplicaciones 

Pero,  admitidos  como  indudables  cierta  clase  de  hechos, 
queda  anchuroso  campo  para  disputar  sobre  otros  y  desechar- 
los o  darles  crédito ;  y  hasta  con  respecto  a  los  que  no  con- 
sienten ningún  género  de  duda,  pueden  espaciarse  la  erudi- 
ción, la  crítica  y  la  filosofía  de  la  nistoria  en  el  examen  y 
juicio  de  las  circunstancias  con  que  los  historiadores  los 
acompañan.  Es  incuestionable  que  existieron  las  guerras 
llamadas  púnicas ;  que  en  ellas  Cartago  y  Roma  se  dispu- 
taron el  imperio  del  Mediterráneo,  de  las  costas  de  Afri- 
ca, España  e  Italia,  y  que  al  fin  salió  triunfante  la  pa- 
tria de  los  Escipiones,  venciendo  a  Aníbal  y  destruyendo 
la  capital  enemiga ;  pero  las  circunstancias  de  aquellas  gue- 
rras, ¿fueron  tales  como  nosotros  las  conocemos?  En  el  re- 
trato que  se  nos  hace  ||  del  carácter  cartaginés,  en  el  señala- 
miento de  las  causas  que  provocaron  los  rompimientos,  en 
la  narración  de  las  batallas,  de  las  negociaciones  y  otros 
puntos  semejantes,  ¿sería  posible  que  hubiésemos  sido  en- 
gañados? Los  historiadores  romanos,  de  quienes  hemos  reci- 
bido la  mayor  parte  de  las  noticias,  ¿no  habrán  mezclado 
mucho  de  favorable  a  su  nación  y  de  contrario  a  la  rival? 
Aquí  entra  la  duda,  aquí  el  discernimiento ;  aquí  entra,  ora 
el  admitir  con  recelo  y  desconfianza,  ora  el  desechar  sin  re- 
paro, ora  el  suspender  con  mucha  frecuencia  el  juicio. 

¿Qué  sería  de  la  verdad  a  los  ojos  de  las  generaciones 
venideras,  si,  por  ejemplo,  la  historia  de  las  luchas  entre  dos 
naciones  modernas  quedase  únicamente  escrita  por  los  auto- 
res de  una  de  las  dos  rivales?  Y  esto,  sin  embargo,  lo  han 
publicado  los  unos  en  presencia  de  los  otros,  corrigiéndose 
y  desmintiéndose  recíprocamente,  y  los  acontecimientos  se 
verificaron  en  épocas  que  abundaban  ya  de  medios  de  co- 
municación y  en  que  era  mucho  más  difícil  sostener  false- 
dades de  bulto.  ¿Qué  será,  pues,  viniéndonos  las  narraciones 
por  un  conducto  solo  y  tan  sospechoso  por  interesado,  y  tra- 
tándose de  tiempos  tan  distantes,  de  comunicaciones  tan  es- 
casas y  en  que  no  se  conocían  los  medios  de  publicidad  que 
han  disfrutado  los  modernos? 

Mucho  se  deberá  desconfiar  también  de  los  griegos  cuan- 
do nos  refieren  sus  gigantescas  hazañas,  las  matanzas  de  in- 
numerables persas,  sus  rasgos  de  patriotismo  heroico  y  cien 
cosas  por  este  tenor.  La  fe  ciega,  el  entusiasmo  sin  límites,  la 
admiración  por  aquel  pueblo  de  increíbles  hazañas,  allá  se 
queda  para  los  sencillos;  que  quien  conoce  el  corazón  del 
hombre,  quien  ha  visto  con  sus  propios  ojos  tanto  exagerar, 
desfigurar  y  mentir,  dice  ||  para  sí :  «El  negocio  debió  de  ser 


608 


EL  CRITERIO 


115.  104-105] 


grave  y  ruidoso ;  parece  que,  en.  efecto,  no  se  portaron  mal 
esos  griegos ;  pero  en  cuanto  a  saber  el  respectivo  número 
de  combatientes  y  otros  pormenores,  suspendo  el  juicio  hasta 
que  hayan  resucitado  los  persas  y  los  oiga  pintar  a  su  modo 
los  acontecimientos  y  sus  circunstancias.» 

Esta  regla  de  prudencia  es  susceptible  de  infinitas  apli- 
caciones a  lo  antiguo  y  moderno.  El  lector  que  de  ella  se  pe- 
netre y  no  la  olvide  al  leer  la  historia  dé  por  seguro  que  se 
ahorrará  muchísimos  errores,  y  sobre  todo  no  desperdicia- 
rá tiempo  y  trabajo  en  recordar  si  fueron  sesenta  o  setenta 
mil  los  que  murieron  en  tal  o  cual  refriega,  y  si  los  pobres 
que  anduvieron  de  vencida,  y  no  pueden  desmentir  al  cro- 
nista, eran  en  número  cuadruplicado  o  quintuplicado,  para 
su  mayor  ignominia  y  afrenta. 

§  3. — Algunas  regla?  para  el  estudio  de  la  historia 

Como  la  historia  no  entra  en  esta  obrita  sino  como  uno 
de  tantos  objetos  que  no  deben  pasarse  por  alto  cuando  se 
trata  de  la  investigación  de  la  verdad,  fuera  inoportuno  ex- 
tenderse demasiado  en  señalar  reglas  para  su.  estudio;  esto 
por  sí  solo  reclamaría  un  libro  de  no  pequeño  volumen,  y  no 
conviene  gastar  un  espacio  que  bien  se  ha  menester  para 
otras  cosas.  Así  me  limitaré  a  prescribir  lo  menos  que  pueda 
y  con  la  mayor  brevedad  que  alcance.  || 

Regla  1.a 

Conforme  a  lo  establecido  más  arriba  (c.  VIII),  es  preciso 
atender  a  los  medios  que  tuvo  a  mano  el  historiador  para  en- 
contrar la  verdad  y  a  las  probabilidades  de  que  sea  ve- 
raz o  no. 

Regia  2." 

En  igualdad  de  circunstancias  es  preferible  el  testigo 
ocular. 

Por  más  autorizados  que  sean  los  conductos,  siempre  son 
algo  peligrosos ;  las  narraciones  que  pasan  por  muchos  inter- 
medios suelen  ser  como  los  líquidos,  los  que  siempre  se  lle- 
van algo  del  canal  por  donde  corren.  Desgraciadamente 
abundan  mucho  en  los  canales  la  malicia  y  el  error. 

Regia  3." 

Entre  los  testigos  oculares  es  preferible,  en  igualdad  de 
circunstancias,  el  que  no  tomó  parte  en  el  suceso  y  no  ganó 
ni  perdió  con  él  (véase  el  c.  VIII). 


r  15,  105-107] 


C.  11. — HISTORIA 


609 


Por  más  crédito  que  se  merezca  César  cuando  nos  refiere 
sus  hazañas,  claro  es  que  sus  enemigos  no  los  había  de  pin- 
tar pocos  y  cobardes,  ni  describirnos  sus  empresas  como  de- 
masiado asequibles.  Los  prodigios  de  Aníbal,  contados  por 
sus  mismos  enemigos,  valen  por  cierto  algo  más. 

¿Cómo  vemos  narradas  las  revoluciones  modernas?  ||  Se- 
gún las  opiniones  e  intereses  del  escritor.  Un  hombre  de 
aventajado  talento  ha  dado  a  luz  una  historia  del  levanta- 
miento y  revolución  de  España  en  la  época  de  1808,  y,  sin 
embargo,  al  tratar  de  las  Cortes  de  Cádiz,  al  través  del  len- 
guaje anticuado  y  del  ton©  grave  y  sesudo,  bien  se  trasluce 
el  joven  y  fogoso  diputado  de  las  Constituyentes. 

Regla  4.a 

El  historiador  contemporáneo  es  preferible,  teniendo,  em- 
pero, el  cuidado  de  cotejarle  con  otros  de  opiniones  e  inte- 
reses diferentes  y  de  separar  en  ambos  el  hecho  narrado  de 
las  causas  que  se  le  señalan,  resultados  que  se  le  atribuyen 
y  juicio  de  los  escritores. 

Por  lo  común,  hay  en  los  acontecimientos  algo  que  des- 
cuella y  se  presenta  a  los  ojos  demasiado  de  bulto  para  que 
pueda  negarlo  la  parcialidad  del  historiador.  En  tal  caso 
exagera  o  disminuye,  echa  mano  de  colores  halagüeños  o  re- 
pugnantes, busca  explicaciones  favorables,  apelando  a  cau- 
sas imaginarias  y  señalando  efectos  soñados ;  pero  el  hecho 
está  allí,  y  los  esfuerzos  del  escritor  apasionado  o  de  mala 
fe  no  hacen  más  que  llamar  la  atención  del  avisado  lector 
para  que  fije  la  vista  con  atención  en  lo  que  hay,  y  no  vea 
ni  más  ni  menos  de  lo  que  hay. 

Los  historiadores  apasionados  de  Napoleón  hablarán  a  la 
posteridad  del  fanatismo  y  crueldad  de  la  nación  española, 
pintándola  como  un  pueblo  estúpido  que  no  quiso  ser  feliz ; 
referirán  los  mil  motivos  que  tuvo  el  Gran  Capitán  para  en- 
trometerse en  los  negocios  de  la  Península,  y  señalarán  un 
millón  de  causas  para  explicar  lo  ||  poco  satisfactorio  de  los 
resultados.  Por  supuesto  que  llegarán  a  concluir  que  por  esto 
no  s*e  empañan  en  lo  más  mínimo  las  glorias  del  héroe.  Pero 
el  lector  juicioso  y  discreto  descubrirá  la  verdad  a  pesar  de 
todos  los  amaños  para  obscurecerla.  El  historiador  no  habrá 
podido  menos  de  confesar  a  su  modo  y  con  mil  rodeos  que 
Napoleón,  antes  de  comenzar  la  lucha  y  mientras  las  fuerzas 
del  marqués  de  la  Romana  le  auxiliaban  en  el  Norte,  intro- 
dujo en  España,  con  palabras  de  amistad,  un  numeroso  ejér- 
cito y  se  apoderó  de  las  principales  ciudades  y  fortalezas, 
incluso  la  capital  del  reino ;  que  colocó  en  el  trono  a  su  her- 
mano José,  y  que  al  fin  José  y  su  ejército,  después  de  seis 
años  de  lucha,  se  vieron  precisados  a  repasar  la  frontera. 


610 


EL  CRITERIO 


[15,  107-109] 


Esto  no  lo  habrá  negado  el  historiador ;  pues  bien,  esto  bas- 
ta ;  píntense  los  pormenores  como  se  quiera,  la  verdad  que- 
dará en  su  lugar.  He  aquí  lo  que  dirá  el  sensato  lector :  «Tú, 
historiador  parcial,  defiendes  admirablemente  la  reputación 
y  buen  nombre  de  tu  héroe ;  pero  resulta  de  tu  misma  narra- 
ción que  él  ocupó  el  país  protestando  amistad,  que  invadió 
sin  título,  que  atacó  a  quien  le  ayudaba,  que  se  valió  de  trai- 
ción para  llevarse  al  rey,  que  peleó  durante  seis  años  sin 
ningún  provecho.  De  una  parte  estaban,  pues,  la  buena  fe 
del  aliado,  la  lealtad  del  vasallo  y  el  arrojo  y  la  constancia 
del  guerrero ;  de  otra  podían  estar  la  pericia  y  el  valor,  pero 
a  su  lado  resaltan  la  mala  fe,  la  usurpación  y  la  esterilidad 
de  una  dilatada  guerra.  Hubo,  pues,  yerros  y  perfidia  en  la 
concepción  de  la  empresa,  maldad  en  la  ejecución,  razón  y 
heroísmo  en  la  resistencia.»  || 

Regla  5.a 

Los  anónimos  merecen  poca  confianza. 

El  autor  habrá  tal  vez  callado  su  nombre  por  modestia  o 
por  humildad ;  pero  el  público  que  lo  ignora  no  está  obliga- 
do a  prestar  crédito  a  quien  le  habla  con  un  velo  en  la  cara. 
Si  uno  de  los  frenos  más  poderosos,  cual  es  el  temor  de  per- 
der la  buena  reputación,  no  es  todavía  bastante  para  mante- 
ner a  los  hombres  en  los  límites  de  la  verdad,  ¿cómo  po- 
dremos fiarnos  de  quien  carece  de  él? 

Regla  6.a 

Antes  de  leer  una  historia  es  muy  importante  leer  la  vida 
del  historiador. 

Casi  me  atrevería  a  decir  que  esta  regla,  por  lo  común 
tan  descuidada,  es  de  las  que  deben  ocupar  el  lugar  más  dis- 
tinguido. En  cierto  modo  se  halla  ya  contenida  en  lo  que 
llevo  dicho  más  arriba  (c.  VIII) ;  pero  no  será  inútil  haberla 
establecido  por  separado,  siquiera  para  tener  ocasión  de 
ilustrarla  con  algunas  observaciones. 

Claro  es  que  no  podemos  saber  qué  medios  tuvo  el  histo- 
riador para  adquirir  el  conocimiento  de  lo  que  narra,  ni  el 
concepto  que  debemos  formar  de  su  veracidad,  si  no  sabe- 
mos quién  era,  cuál  fué  su  conducta  y  demás  circunstancias 
de  su  vida.  En  el  lugar  en  que  escribió  el  historiador,  en  las 
formas  políticas  de  su  patria,  en  el  espíritu  de  su  época,  en 
la  naturaleza  de  ciertos  acontecimientos,  y  no  pocas  veces 
en  la  particular  posición  del  escritor,  se  encuentra  quizás  la 
clave  para  explicar  ||  sus  declamaciones  sobre  tal  punto,  su 
silencio  o  reserva  sobre  tal  otro;  por  qué  pasó  sobre  este 
hecho  con  pincel  ligero,  por  qué  cargó  la  mano  sobre  aquél. 


[15,  109-110] 


C.  11. — HISTORIA 


611 


Un  historiador  del  revuelto  tiempo  de  la  Liga  no  escri- 
bía de  la  misma  suerte  que  otro  del  reinado  de  Luis  XIV, 
y  trasladándonos  a  épocas  más  cercanas,  las  de  la  revolución, 
de  Napoleón,  de  la  restauración  y  de  la  dinastía  de  Orleáns, 
han  debido  inspirar  aJ  escritor  otro  estilo  y  lenguaje.  Cuan- 
do andaban  animadas  las  contiendas  entre  los  papas  y  los 
príncipes  no  era  por  cierto  lo  mismo  publicar  una  memoria 
sobre  ellas  en  Roma,  París,  Madrid  o  Lisboa.  Si  sabéis  dón- 
de salió  a  luz  el  libro  que  tenéis  en  la  mano,  os  haréis  car- 
go de  la  situación  del  escritor,  y  así  supliréis  aquí,  cercena- 
réis allá ;  en  una  parte  descifraréis  una  palabra  obscura,  en 
otras  comprenderéis  un  circunloquio ;  en  esta  página  apre- 
ciaréis en  su  justo  valor  una  protesta,  un  elogio,  una  restric- 
ción ;  en  aquella  adivinaréis  el  blanco  de  una  confesión,  de 
una  censura,  o  señalaréis  el  verdadero  sentido  a  una  pro- 
posición demasiado  atrevida. 

Pocos  son  los  hombres  que  se  sobreponen  completamente 
a  las  circunstancias  que  los  rodean ;  pocos  son  los  que  arros- 
tran un  gran  peligro  por  la  sola  causa  de  la  verdad ;  pocos 
son  los  que  en  situaciones  críticas  no  buscan  una  transacción 
entre  sus  intereses  y  su  conciencia.  En  atravesándose  ries- 
gos de  mucha  gravedad,  el  mantenerse  fiel  a  la  virtud  es 
heroísmo,  y  el  heroísmo  es  cosa  rara. 

Además  que  no  siempre  puede  decirse  que  haya  obrado 
mal  un  escritor  por  haberse  atemperado  a  las  circunstancias, 
si  no  ha  vulnerado  los  deiechos  de  la  justicia  y  de  la  verdad. 
Casos  hay  en  que  el  silencio  es  prudente  ||  y  hasta  obligato- 
rio, y  por  lo  mismo  bien  se  puede  p°rdonar  a  un  escritor  el 
que  no  haya  dicho  todo  lo  que  pensaba,  con  tal  que  no  haya 
dicho  nada  contra  lo  que  pensaba.  Por  más  profundas  que 
fuesen  las  convicciones  de  Belarmino  sobre  la  potestad  in- 
directa, ¿habríais  exigido  de  él  que  se  expresase  en  París 
de  la  misma  suerte  que  en  Roma?  Esto  hubiera  equivalido  a 
decirle :  «Hablad  de  manera  que  tan  pronto  como  el  Par- 
lamento tenga  noticia  de  vuestra  obra  sean  recogidos  los 
ejemplares  a  mano  armada,  quemado  quizás  uno  de  ellos  por 
la  mano  del  verdugo  y  vos  expulsado  de  Francia  o  encerra- 
do en  un  calabozo.» 

El  conocimiento  de  la  posición  particular  del  escritor,  de 
su  conducta,  moralidad,  carácter,  y  hasta  de  su  educación, 
ilustran  muchísimo  al  lector  de  sus  obras.  Para  formar  jui- 
cio de  las  palabras  de  Lutero  sobre  el  celibato  servirá  no 
poco  el  saber  que  quien  habla  es  un  fraile  apóstata,  casado 
con  Catalina  de  Boré ;  y  quien  haya  tenido  paciencia  bas- 
tante para  ruborizarse  mil  veces  hojeando  las  imprudentes 
Confesiones  de  Rousseau  será  bien  poco  accesible  a  ilusio- 
nes cuando  el  filósofo  de  Ginebra  le  hable  de  filantropía  y 
de  moral. 


612 


EL  CRITERIO 


[15,  110-112Í 


Regla  7.a 

Las  obras  postumas  publicadas  por  manos  desconocidas 
o  poco  seguras  son  sospechosas  de  apócrifas  o  alteradas. 

La  autoridad  de  un  ilustre  difunto  poco  sirve  en  seme- 
jantes casos:  no  es  él  quien  nos  habla,  sino  el  editor,  bien 
seguro  de  que  el  interesado  no  le  podrá  desmentir.  || 

Regla  8.a 

Historias  fundadas  en  memorias  secretas  y  papeles  iné- 
ditos, publicaciones  de  manuscritos  en  que  el  editor  asegu- 
ra no  haber  hecho  más  que  introducir  orden,  limar  frases 
o  aclarar  algunos  pasajes,  no  merecen  más  crédito  que  el  de- 
bido a  quien  sale  responsable  de  la  obra. 

Regía  9.a 

Relaciones  de  negociaciones  ocultas,  de  secretos  de  Esta- 
do, anécdotas  picantes  sobre  la  vida  privada  de  personajes 
célebres,  sobre  tenebrosas  intrigas  y  otros  asuntos  de  esta 
clase  han  de  recibirse  con  extrema  desconfianza. 

Si  difícilmente  podemos  aclarar  la  verdad  de  lo  que  pasa 
a  la  luz  del  sol  y  a  la  faz  del  universo,  poco  debemos  pro- 
meternos tocante  a  io  que  sucede  en  las  sombras  de  la  noche 
y  en  las  entrañas  de  la  tierra. 

Regla  10.a 

En  tratándose  de  pueblos  antiguos  o  muy  remotos,  es 
preciso  dar  poco  crédito  a  cuanto  se  nos  refiera  sobre  rique- 
zas del  país,  número  de  moradores,  tesoros  de  monarcas, 
ideas  religiosas  y  costumbres  domésticas. 

La  razón  es  clara :  todos  estos  puntos  son  difíciles  de 
averiguar ;  es  necesario  mucho  tiempo  de  residencia,  per- 
fecto ||  conocimiento  de  la  lengua,  inteligencia  en  ramos  de 
suyo  muy  difíciles  y  complicados,  medios  de  adquirir  noti- 
cias exactas  sobre  objetos  ocultos  que  brindan  a  la  exage- 
ración y  en  que  por  parte  de  los  mismos  naturales  hay  a  ve- 
ces mucha  ignorancia,  y  hasta  sabiéndolo  tienen  mil  y  mil 
motivos  para  aumentar  o  disminuir.  Finalmente,  en  lo  que 
toca  a  costumbres  domésticas  no  se  alcanza  su  exacto  co- 
nocimiento si  no  se  puede  penetrar  en  lo  interior  de  las  fa- 
milias, viéndolas  cómo  hablan  y  obran  en  la  efusión  y  li- 
bertad de  sus  hogares. 

Nota. — He  manifestado  mucha  desconfianza  de  las  obrs»  postu- 
mas sobre  todo  si  el  autor  no  ha  podido  darles  la  última  mano,  de- 
jándolas a  persona  de  muy  segura  entereza  y  que  no  haya  de  hacer 


[15,  112-114]      C.   12. — NATURALEZA  DE  LOS  SERES 


613 


más  que  publicarlas.  Entre  los  muchos  ejemplos  que  se  pudieran  ci- 
tar, en  que  la  falsificación  ha  sido  probada  o  en  que  se  ha  sospe- 
chado no  sin  fuertes  indicios,  recordaré  un  hecho  gravísimo,  cual  es 
lo  que  está  sucediendo  en  Francia  con  respecto  a  una  obra  muy  im- 
portante :  Los  pensamientos  de  Pascal.  En  el  espacio  de  dos  siglos 
se  han  publicado  i.umerosas  ediciones  de  esta  obra  y  ha  sido  tra- 
ducida en  diferentes  lenguas,  y  todavía  en  1845  están  disputando 
M.  Cousin  y  M.  Faugére  sobre  pasajes  de  gran  trascendencia. 
M.  Cousin  pretendía  haber  restablecido  el  verdadero  Pascal,  hacien- 
do desaparecer  las  enmiendas  introducidas  en  la  obra  por  la  mano 
de  Port-Royal,  y  ahora  M.  Faugére  ha  dado  a  luz  otra  edición,  de 
la  cual  resulta  que  sólo  él  ha  consultado  el  escrito  autógrafo,  y  que 
M.  Cousin,  el  mismo  M.  Cousin,  se  había  limitado,  por  lo  general,  a 
las  copias.  Fiaos  de  editores.  || 


C  A  P  I  T  U  LO  XII 

Consideraciones  generales  sobre  el  modo  de  conocer  la 
naturaleza,  propiedad  y  relaciones  de  los  seres 

§  1. — Una  clasificación  de  las  ciencias 

Conocidas  las  reglas  que  pueden  guiarnos  para  conocer  la 
existencia  de  un  objeto,  fáltanos  averiguar  cuáles  son  las 
que  podrán  sernos  útiles  al  investigar  la  naturaleza,  propie- 
dades y  relaciones  de  los  seres.  Estos,  o  pertenecen  al  orden 
de  la  naturaleza,  comprendiendo  en  él  todo  cuanto  está  so- 
metido a  las  leyes  necesarias  de  la  creación,  a  los  que  ape- 
llidaremos naturales;  o  al  orden  moral,  y  los  nombraremos 
morales;  o  al  orden  de  la  sociedad  humana,  que  llamaremos 
históricos  o  más  propiamente  sociales;  o  al  de  una  providen- 
cia extraordinaria,  que  designaremos  con  el  título  de  re- 
ligiosos. 

No  insistiré  sobre  la  exactitud  de  esta  división ;  confesaré 
sin  dificultad  que  en  rigor  dialéctico  se  le  pueden  hacer  al- 
gunas objeciones;  pero  es  innegable  que  está  fundada  en 
la  misma  naturaleza  de  las  cosas  y  en  el  modo  con  que  el 
entendimiento  humano  suele  distinguir  los  ||  principales  pun- 
tos de  vista.  Sin  embargo,  para  manifestar  con  mayor  cla- 
ridad la  razón  en  que  se  apoya,  he  aquí  presentada  en  pocas 
palabras  la  filiación  de  las  ideas. 

Dios  ha  criado  el  universo  y  cuanto  hay  en  él,  sometién- 
dole a  leyes  constantes  y  necesarias:  de  aquí  el  orden  na- 
tural. Su  estudio  podría  llamarse  filosofía  natural. 

Dios  ha  criado  al  hombre  dotándole  de  razón  y  de  liber- 
tad de  albedrío ;  pero  sujeto  a  ciertas  leyes,  que  no  le  fuer- 
zan, mas  le  obligan :  he  aquí  el  orden  moral  y  el  objeto  de  la 
filosofía  moral. 

El  hombre  en  sociedad  ha  dado  origen  a  una  serie  de 


614  EL  CRITERIO  [15,  114-116] 


hechos  y  acontecimientos:  he  aquí  el  orden  social.  Su  estu- 
dio podría  llamarse  filosofía  social  o,  si  se  quiere,  filosofía 

de  la  historia. 

Dios  no  está  ligado  por  las  leyes  que  El  mismo  ha  pres- 
crito a  las  hechuras  de  sus  manos ;  por  consiguiente,  puede 
obrar  sobre  y  contra  esas  leyes,  y  así  es  dable  que  existan 
una  serie  de  hechos  y  revelaciones  de  un  orden  superior  al 
natural  y  social:  de  aquí  el  estudio  de  la  religión  o  filosofía 
religiosa. 

Dada  la  existencia  de  un  objeto,  pertenece  a  la  filosofía 
el  desentrañarle,  apreciarle  y  juzgarle,  ya  que  en  la  acep- 
ción común  esta  palabra  filósofo  significa  el  que  se  ociipa  en 
la  investigación  de  la  naturaleza,  propiedades  y  relaciones 
de  los  seres.  || 

§  2. — Prudencia  científica  y  observaciones  para  alcanzarla 

En  el  buen  orden  del  pensamiento  filosófico  entra  una 
gran  parte  de  prudencia,  muy  semejante  a  la  que  preside  a 
la  conducta  práctica.  Esta  prudencia  es  de  muy  difícil  ad- 
quisición, es  también  el  costoso  fruto  de  amargos  y  repeti- 
dos desengaños.  Como  quiera,  será  bueno  tener  a  la  vista  al- 
gunas observaciones  que  pueden  contribuir  a  engendrarla 
en  el  espíritu. 

Observación  1.a 

La  ínfima  naturaleza  de  las  cosas  nos  es  por  lo  común 
muy  desconocida ;  sobre  ella  sabemos  poco  e  imperfecto. 

Conviene  no  echar  nunca  en  olvido  esta  importantísima 
verdad.  Ella  nos  enseñará  la  necesidad  de  un  trabajo  muy 
asiduo  cuando  nos  propongamos  descubrir  y  examinar  la 
naturaleza  de  un  objeto,  dado  que  lo  muy  oculto  y  abstruso 
no  se  comprende  con  aplicación  liviana.  Ella  nos  inspirará 
prudente  desconfianza  en  el  resultado  de  nuestras  investiga- 
ciones, no  permitiéndonos  que  con  precipitación  nos  lison- 
jeemos de  haber  encontrado  lo  que  buscamos.  Ella  nos  pre- 
servará de  aquella  irreflexiva  curiosidad  que  nos  empeña 
en  penetrar  objetos  cerrados  con  sello  inviolable. 

Verdad  poco  lisonjera  a  nuestro  orgullo,  pero  induda- 
ble, ||  certísima  a  los  .ojos  de  quien  haya  meditado  sobre  la 
ciencia  del  hombre.  El  Autor  de  la  naturaleza  nos  ha  dado 
el  suficiente  conocimiento  para  acudir  a  nuestras  necesida- 
des físicas  y  morales,  otorgándonos  el  de  las  aplicaciones,  y- 
usos  que  para  este  efecto  pueden  tener  los  objetos  que  nos 
rodean ;  pero  se  ha  complacido,  al  parecer,  en  ocultar  lo 
demás,  como  si  hubiese  querido  ejercitar  el  humano  inge- 
nio durante  nuestra  mansión  en  la  tierra  y  sorprender  agrá- 


[15,  116-117]    C.   12. — NATURALEZA  DE  LOS  SERES 


615 


dablemente  al  espíritu  al  llevarle  a  las  regiones  que  le 
aguardan  más  allá  del  sepulcro,  desplegando  a  nuestros  ojos 
el  inefable  espectáculo  de  la  naturaleza  sin  velo. 

Conocemos  muchas  propiedades  y  aplicaciones  de  la  luz, 
pero  ignoramos  su  esencia ;  conocemos  el  modo  de  dirigir 
y  fomentar  la  vegetación,  pero  sabemos  muy  poco  sobre  sus 
arcanos ;  conocemos  el  modo  de  servirnos  de  nuestros  sen- 
tidos, de  conservarlos  y  ayudarlos,  pero  se  nos  ocultan  los 
misterios  de  la  sensación ;  conocemos  lo  que  es  saludable 
o  nocivo  a  nuestro  cuerpo,  pero  en  la  mayor  parte  de  los 
casos  nada  sabemos  sobre  la  manera  particular  con  que  nos 
aprovecha  o  daña.  ¿Qué  más?  Calculamos  continuamente 
el  tiempo,  y  la  metafísica  no  ha  podido  aclarar  bien'  lo  que 
es  el  tiempo ;  existe  la  geometría,  y  llevada  a  un  grado  de 
admirable  perfección,  y  su  idea  fundamental,  la  extensión, 
está  todavía  sin  comprender.  Todos  moramos  en  el  espacio, 
todo  el  universo  está  en  él,  le  sujetamos  a  riguroso  cálculo 
y  medida,  y  la  metafísica  ni  la  ideología  no  han  podido  de- 
cirnos aún  en  qué  consiste ;  si  es  algo  distinto  de  los  cuer- 
pos, si  es  solamente  una  idea,  si  tiene  naturaleza  propia, 
no  sabemos  si  es  un  ser  o  nada.  Pensamos  y  no  comprende- 
mos lo  que  es  el  pensamiento ;  bullen  en  nuestro  espíritu  || 
las  ideas,  e  ignoramos  lo  que  es  una  idea ;  nuestra  cabeza 
es  un  magnífico  teatro  donde  se  representa  el  universo  con 
todo  su  esplendor,  variedad  y  hermosura ;  donde  una  fuerza 
incomprensible  crea  a  nuestro  capricho  mundos  fantásticos, 
ora  bellos,  ora  sublimes,  ora  extravagantes,  y  no  sabemos 
lo  que  es  la  imaginación,  ni  lo  que  son  aquellas  prodigiosas 
escenas,  ni  cómo  aparecen  o  desaparecen. 

¡Qué  conciencia  más  viva  no  tenemos  de  esa  inmensa 
muchedumbre  de  afecciones  que  apellidamos  sentimientos! 
Y,  sin  embargo,  ¿qué  es  el  sentimiento?  El  que  ama  siente 
el  amor,  pero  no  le  conoce ;  el  filósofo  que  se  ocupa  en  el 
examen  de  esta  afección  señala  quizás  su  origen,  indica  su 
tendencia  y  su  fin,  da  reglas  para  su  dirección ;  pero  en 
cuanto  a  la  íntima  naturaleza  del  amor  se  halla  en  la  mis- 
ma ignorancia  que  el  vulgo.  Son  los  sentimientos  como  un 
flúido  misterioso  que  circula  por  conductos  cuyo  interior  es 
impenetrable.  Por  la  parte  exterior  se  conocen  algunos  efec- 
tos ;  en  algunos  casos  se  sabe  de  dónde  viene  y  adonde  va, 
y  no  se  ignora  el  modo  de  minorar  su  velocidad  o  cambiar 
su  dirección;  pero  el  ojo  no  puede  penetrar  en  la  obscura 
cavidad:  el  agente  queda  desconocido. 

Nuestro  propio  cuerpo,  ni  todos  cuantos  nos  rodean,  ¿sa- 
bemos por  ventura  lo  que  son?  Hasta  ahora,  ¿ha  habido  al- 
gún filósofo  que  haya  podido  explicarnos  lo  que  es  un  cuer- 
po? Y,  sin  embargo,  estamos  continuamente  en  medio  de 
cuerpos,  y  nos  servimos  continuamente  de  ellos,  y  conoce- 


616 


EL  CRITERIO 


[15,  117-119] 


mos  muchas  de  sus  propiedades  y  de  las  leyes  a  que  están 
sometidos,  y  un  cuerpo  forma  parte  de  nuestra  naturaleza. 

Estas  consideraciones  no  deben  perderse  nunca  de  ||  vis- 
ta, cuando  se  nos  ofrece  examinar  la  íntima  naturaleza  de 
una  cosa,  para  fijar  los  principios  constitutivos  de  su  esen- 
cia. Seamos,  pues,  diligentes  en  investigar,  pero  muy  mesu- 
rados en  definir.  Si  no  llevamos  estas  cualidades  a  un  alto 
grado  de  escrupulosidad,  nos  acontecerá  con  frecuencia  el 
substituir  a  la  realidad  las  combinaciones  de  nuestra  mente. 


Observación  2.a 

Así  como  en  matemáticas  hay  dos  maneras  de  resolver 
un  problema :  una  acertando  en  la  verdadera  resolución, 
otra  manifestando  que  la  resolución  es  imposible,  así  acon- 
tece en  todo  linaje  de  cuestiones:  muchas  hay  cuya  mejor 
resolución  es  manifestar  que  para  nosotros  son  insolubles. 
Y  no  se  crea  que  esto  último  carezca  de  mérito,  y  que  sea 
fácil  el  discernimiento  entre  lo  asequible  e  inasequible : 
quien  es  capaz  de  ello,  señal  es  que  conoce  a  fondo  la  mate- 
ria de  que  se  trata  y  que  se  ha  ocupado  con  detenimiento  en 
el  examen  de  sus  principales  cuestiones. 

Es  mucho  el  tiempo  que  se  ahorra  en  habiendo  adquirido 
este  precioso  discernimiento ;  pues,  en  ofreciéndose  el  caso, 
como  que  se  adivina  desde  luego  si  hay  o  no  los  datos  su- 
ficientes para  llegar  a  un  resultado  satisfactorio. 

El  conocimiento  de  la  imposibilidad  de  resolver  es  mu- 
chas veces  más  bien  histórico  y  experimental  que  científi- 
co ;  es  decir,  que  un  hombre  instruido  y  experimentado  co- 
noce que  una  solución  es  imposible  o  que  raya  en  ello  a 
causa  de  su  extrema  dificultad,  no  porque  pueda  ||  demos- 
trarlo, sino  porque  la  historia  de  los  esfuerzos  que  han  he- 
cho otros  y  quizás  de  los  propios  le  manifiesta  la  impoten- 
cia del  entendimiento  humano  con  relación  al  objeto.  A  ve- 
ces la  misma  naturaleza  de  las  cosas  sobre  las  cuales  se  sus- 
cita la  cuestión  indica  la  imposibilidad  de  resolverla.  Para 
esto  es  necesario  abarcar  de  una  ojeada  los  datos  que  se  han 
menester,  conociendo  la  falta  de  los  que  no  existen. 


Observación  3.a 

Como  los  seres  se  diferencian  mucho  entre  sí  en  natura- 
leza, propiedades  y  relaciones,  el  modo  de  mirarlos  y  el  mé- 
todo de  pensar  sobre  ellos  han  de  ser  también  muy  dife- 
rentes. 

Imagínanse  algunos  que  en  sabiendo  pensar  sobre  una 


[  15,  119-121]      C.  12. — NATURALEZA  DE  LOS  S^RES  617 


clase  de  objetos  está  ya  trillado  el  camino  para  lograr  lo 
mismo  con  respecto  a  todos,  bastando  para  ello  dirigir  la 
atención  a  lo  que  se  quiere  estudiar  de  nuevo.  De  aquí  es 
que  se  oye  en  boca  de  muchos,  y  se  lee  también  en  uno  que 
otro  autor,  la  insigne  falsedad  de  que  la  mejor  lógica  son  las 
matemáticas,  porque  acostumbran  a  pensar  en  todas  ma- 
terias con  rigor  y  exactitud. 

Para  desvanecer  esta  equivocación  basta  observar  que 
los  objetos  que  se  ofrecen  a  nuestro  espíritu  son  de  órdenes 
muy  diferentes,  que  los  medios  de  que  disponemos  para  al- 
canzarlos nada  tienen  de  parecido,  que  las  relaciones  que 
con  nosotros  los  unen  son  desemejantes  y  que,  en  fin,  la  ex- 
periencia está  enseñando  todos  los  días  que  un  hombre  de- 
dicado a  dos  clases  de  estudios  resulta  sobresaliente  en  la 
una  y  quizás  muy  mediano  en  la  ||  otra ;  que  en  aquélla 
piensa  con  admirable  penetración  y  discernimiento,  mien- 
tras en  ésta  no  se  eleva  sobre  miserables  vulgaridades. 

Hay  verdades  matemáticas,  verdades  físicas,  verdades 
ideológicas,  verdades  metafísicas ;  las  hay  morales,  religio- 
sas, políticas ;  las  hay  literarias  e  históricas ;  las  hay  de  ra- 
zón pura  y  otras  en  que  se  mezclan  por  necesidad  la  ima- 
ginación y  el  sentimiento ;  las  hay  meramente  especulati- 
vas y  las  hay  que  por  necesidad  se  refieren  a  la  práctica ; 
las  hay  que  sólo  se  conocen  por  raciocinio,  las  hay  que  se 
ven  por  intuición  y  las  hay  de  que  sólo  nos  informamos 
por  la  experiencia ;  en  fin,  son  tan  variadas  las  clases  en 
que  podrían  distribuirse,  que  fuera  difícil  reducirlas  a  gua- 
rismos. 

§  3- — Los  sabios  resucitados 

El  lector  palpará  el  fundamento  de  lo  que  acabo  de  ex- 
poner, y  se  desentenderá  en  adelante  de  las  frivolas  obje- 
ciones que  pudiera  presentar  el  espíritu  de  sutileza  y  cavi- 
lación, asistiendo  a  la  escena  que  voy  a  ofrecerle,  en  la  cual 
encontrará  retratada  al  vivo  la  naturaleza  de  las  cosas  y  ex- 
plicada y  demostrada  a  un  mismo  tiempo  la  importante  ver- 
dad que  deseo  inculcarle. 

Yo  supongo  reunidos  en  un  vasto  establecimiento  un 
gran  número  de  hombres  célebres,  los  que,  resucitados  ta- 
les como  eran  en  vida,  con  los  mismos  talentos  e  inclinacio- 
nes, pasan  algunos  días  encerrados  allí,  bien  que  con  am- 
plia libertad  de  ocuparse  cada  cual  en  lo  que  fuere  ||  de  su 
agrado.  La  mansión  está  preparada  como  tales  huéspedes 
se  merecen :  un  riquísimo  archivo,  una  inmensa  biblioteca, 
un  museo  donde  se  hallan  reunidas  las  mayores  maravillas 
de  la  naturaleza  y  del  arte,  espaciosos  jardines  adornados 
con  todo  linaje  de  plantas,  largas  hileras  de  jaulas  donde 
rugen,  braman,  aúllan,  silban,  se  revuelven,  se  agitan  to- 


618 


EL  CRITERIO 


[15,  121-122] 


dos  los  animales  de  Europa,  Asia,  Africa  y  América.  Allí 
están  Gonzalo  de  Córdoba,  Cisneros,  Richelieu,  Cristóbal 
Colón,  Hernán  Cortés,  Napoleón,  Tasso,  Milton,  Boileau, 
Corneille,  Racine,  Lope  de  Vega,  Calderón,  Moliere,  Bos- 
suet,  Massillon,  Bourdaloue,  Descartes,  Malebranche,  Eras- 
mo,  Luis  Vives,  Mabillon,  Vieta,  Fermat,  Bacon,  Keplero, 
Galileo,  Pascal,  Newton,  Leibniz,  Miguel  Angelo,  Rafael, 
Linneo,  Buffon  y  otros  que  han  transmitido  a  la  posteridad 
su  nombre  inmortal. 

Dejadlos  hasta  que  se  hayan  hecho  cargo  de  la  distribu- 
ción de  las  piezas  y  cada  cual  haya  podido  entregarse  a  los 
impulsos  de  su  inclinación  favorita.  El  gran  Gonzalo  leerá 
con  preferencia  las  hazañas  de  Escipión  en  España,  desba- 
ratando a  sus  enemigos  con  su  estrategia,  aterrándolos  con 
su  valor  y  atrayéndose  el  ánimo  de  los  naturales  con  su  ga- 
llarda apostura  y  conducta  generosa.  Napoleón  se  ocupará 
en  el  paso  de  los  Alpes  por  Aníbal,  en  las  batallas  de  Can- 
nas  y  Trasimeno ;  se  indignará  al  ver  a  César  vacilante  a 
la  orilla  del  Rubicón,  golpeará  la  mesa  con  entusiasmo  al 
mirarle  cuál  marcha  sobre  Roma,  vence  en  Farsalia,  sojuz- 
ga el  Africa  y  se  reviste  de  la  dictadura.  Tasso  y  Milton 
tendrán  en  sus  manos  la  Biblia,  Homero  y  Virgilio ;  Cor- 
neille y  Racine,  a  Sófocles  y  Eurípides ;  Moliére,  a  Aristó- 
fanes, Lope  de  Vega  y  Calderón ;  Boileau,  a  Horacio ;  Bos- 
suet,  Massillon  ||  y  Bourdaloue,  a  San  Juan  Crisóstomo,  San 
Agustín,  San  Bernardo,  mientras  Erasmo,  Luis  Vives  y  Ma- 
billon estarán  revolviendo  el  archivo,  andando  a  caza  de 
polvorientos  manuscritos  para  completar  un  texto  truncado, 
aclarar  una  frase  dudosa,  enmendar  una  expresión  incorrec- 
ta o  resolver  un  punto  de  crítica.  Entre  tanto  sus  ilustres 
compañeros  se  habrán  acomodado  conforme  a  su  gusto  res- 
pectivo. Quién  estará  con  el  telescopio  en  la  mano,  quién 
con  el  microscopio,  quién  con  otros  instrumentos ;  al  paso 
que  algunos,  inclinados  sobre  un  papel  cubierto  de  signos, 
letras  y  figuras  geométricas,  estarán  absortos  en  la  resolu- 
ción de  los  problemas  más  abstrusos.  No  estarán  ociosos  los 
maquinistas,  ni  los  artistas,  ni  los  naturalistas;  y  bien  se 
deja  entender  que  encontraremos  a  Buffon  junto  a  las  verjas 
de  una  jaula,  a  Linneo  en  el  jardín,  a  Watt  examinando  los 
modelos  de  maquinaria,  y  a  Rafael  y  Miguel  Angelo  en  las 
galerías  de  cuadros  y  estatuas. 

Todos  pensarán,  todos  juzgarán,  y  sin  duda  que  sus  pen- 
samientos serán  preciosos  y  sus  fallos  respetables ;  y,  sin 
embargo,  estos  hombres  no  se  entenderían  unos  a  otros  si  se 
hablasen  los  de  profesiones  diferentes ;  si  trocáis  los  pape- 
les será  posible  que  de  una  sociedad  de  genios  hagáis  una 
reunión  de  capacidades  vulgares,  que  tal  vez  llegue  a  ser  di- 
vertida con  los  disparates  de  insensatos. 


[15,  122-124]      C.  12. — NATURALEZA  DE  LOS  SERES 


619 


¿Veis  a  ése  cuyos  ojos  centellean,  que  se  agita  en  su 
asiento,  da  recias  palmadas  sobre  la  mesa  y  al  fin  se  deja 
caer  el  libro  de  la  mano,  exclamando:  «Bien,  muy  bien,  mag- 
nífico...»? ¿Notáis  aquel  otro  que  tiene  delante  de  sí  un  libro 
cerrado  y  que,  con  los  brazos  cruzador  cobre  el  pecho,  los 
ojos  fijos  y  la  frente  contraída  y  torva,  ||  manifiesta  que  está 
sumido  en  meditación  profunda,  y  que  al  fin  vuelve  de  re- 
pente en  sí  y  se  levanta  diciendo :  «Evidente,  exacto,  no 
puede  ser  de  otra  manera...»?  Pues  el  uno  es  BoíI'hu,  que 
lee  un  trozo  escogido  de  la  Carta  a  los  pisones  o  de  las  Sá- 
tiras, y  que,  a  pesar  de  saberlo  de  memoria,  lo  encuentra  to- 
davía nuevo,  sorprendente,  y  no  puede  contener  los  impul- 
sos de  su  entusiasmo ;  el  otro  es  Descartes,  que  medita  so- 
bre los  colores  y  resuelve  que  no  son  más  que  una  sensa- 
ción. Aproximadlos  ahora  y  haced  que  se  comuniquen  re- 
cíprocamente sus  pensamientos:  Descartes  tendrá  a  Boileau 
por  muy  frivolo,  pues  que  tanto  le  afecta  una  imagen  bella 
y  oportuna,  o  una  expresión  enérgica  y  concisa ;  y  Boileau 
se  desquitará  a  su  vez  sonriéndose  desdeñosamente  del  filó- 
sofo cuya  doctrina  choca  con  el  sentido  común  y  tiende  a 
desencantar  la  naturaleza. 

Rafael  contempla  extasiado  un  cuadro  antiguo  de  raro 
mérito ;  en  la  escena  el  sol  se  ha  ocultado  en  el  ocaso,  las 
sombras  van  cubriendo  la  tierra,  descúbrese  en  el  firma- 
mento el  cuadrante  de  la  luna  y  algunas  estrellas  que  bri- 
llan como  antorchas  en  la  inmensidad  de  los  cielos.  Descue- 
lla en  el  grupo  una  figura  que  con  los  ojos  clavados  en  el 
astro  de  la  noche  y  con  ademán  dolorido  y  suplicante  diría- 
se que  le  cuenta  sus  penas  y  le  conjura  a  que  le  dé  auxilio 
en  tremenda  cuita.  Entre  tanto  acierta  a  pasar  por  allí  un 
personaje  que  anda  meditabundo  de  una  parte  a  otra :  y,  re- 
parando en  la  luna  y  estrellas  y  en  la  actitud  de  la  mujer 
que  las  mira,  se  detiene  y  articula  entre  dientes  no  sé  qué 
cosas  sobre  paralaje,  planos  que  pasan  por  el  ojo  del  es- 
pectador, semidiámetros  terrestres,  tangentes  a  la  órbita,  fo- 
cos de  la  elipse  y  otras  cosas  por  este  tenor,  que  distraen  a 
Rafael  ||  y  le  hacen  marchar  a  grandes  pasos  hacia  otro 
lado,  maldiciendo  al  bárbaro  astrónomo  y  a  su  astronomía. 

Allí  está  Mabillon  con  un  viejo  pergamino,  calándose 
mil  veces  los  anteojos,  y  ora  tomando  la  luz  en  una  direc- 
ción, ora  en  otra,  por  si  puede  sacar  en  limpio  una  línea 
medio  borrada,  donde  sospecha  que  ha  de  encontrar  lo  que 
busca ;  y  mientras  el  buen  monje  se  halla  atareado  en  su 
faena  se  le  llega  un  naturalista  rogándole  que  disimule,  y 
armando  su  microscopio  se  pone  a  observar  si  descubre  en 
el  pergamino  algunos  huevos  de  polilla.  El  pobre  Linneo  te- 
nía recogidas  unas  florecitas  y  las  estaba  distribuyendo, 
cuando  pasan  por  allí  Tasso  y  Milton  recitando  en  alta  y 


620 


EL  CRITERIO 


[15,  124-125] 


sentida  voz  un  soberbio  pasaje,  y  no  advierten  que  lo  echan 
todo  a  rodar  y  que  con  una  pisada  destruyen  el  trabajo 
de  muchas  horas. 

En  fin,  aquellos  hombres  acabaron  por  no  entenderse,  y 
fué  preciso  encerrarlos  de  nuevo  en  sus  tumbas  para  que 
no  se  desacreditasen  y  no  perdiesen  sus  títulos  a  la  inmor- 
talidad. 

Lo  que  veía  el  uno  no  acertaba  a  verlo  el  otro ;  aquél 
reputaba  a  éste  por  estúpido,  y  éste  a  su  vez  le  pagaba  con 
la  misma  moneda.  Lo  que  el  uno  apreciaba  con  admirable 
tino,  el  otro  lo  juzgaba  disparatado ;  lo  que  uno  miraba 
como  inestimable  tesoro,  considerábalo  el  otro  cual  misera- 
ble bagatela.  ¿Y  esto  por  qué?  ¿Cómo  es  que  grandes  pen- 
sadores discuerden  hasta  tal  punto?  ¿Cómo  es  que  las  ver- 
dades se  presenten  a  los  ojos  de  todos  de  una  misma  ma- 
nera? Es  que  estas  verdades  son  de  especies  muy  diferen- 
tes ;  es  que  el  compás  y  la  regla  no  sirven  para  apreciar  lo 
que  afecta  el  corazón ;  es  que  los  sentimientos  nada  valen 
en  el  cálculo  y  en  la  geometría ;  es  que  las  abstracciones 
metafísicas  nada  tienen  que  ver  ||  con  las  ciencias  sociales ; 
es  que  la  verdad  pertenece  a  órdenes  tan  diferentes  cuanto 
lo  son  las  naturalezas  de  las  cosas,  porque  la  verdad  es  la 
misma  realidad. 

El  empeño  de  pensar  sobre  todos  los  objetos  de  un  mis- 
mo modo  es  un  abundante  manantial  de  errores,  es  trastor- 
nar las  facultades  humanas,  es  transferir  a  unas  lo  que  es 
propio  exclusivamente  de  otras.  Hasta  los  hombres  más 
privilegiados,  a  quienes  el  Criador  ha  dotado  de  una  com- 
prensión universal,  no  podrán  ejercerla  cual  conviene  si 
cuando  se  ocupan  de  una  materia  no  se  despojan  en  cierto 
modo  de  sí  mismos  para  hacer  obrar  las  facultades  que  me- 
jor se  adaptan  al  objeto  de  que  se  trata. 

Nota. — Lo  dicho  en  la  nota  al  capítulo  III  sobre  la  diferencia  de 

los  talentos  deja  fuera  de  duda  lo  que  acabo  de  asentar  en  el  ca- 
pítulo XII.  Sin  embargo,  para  hacer  sentir  que  la  escena  de  los  Sa- 
bios resucitados  no  es  una  ficción  exagerada  citaré  un  ejemplo  que 
equivale  a  muchos.  ¿Quién  hubiera  pensado  que  un  escritor  tan 
fecundo,  tan  brillante,  tan  lozano  y  pintoresco  como  Buffon  no  fue- 
se poeta  ni  capaz  de  hacer  justicia  a  los  poetas  más  eminentes? 
Tratándose  de  un  hombre  que  sólo  se  hubiese  distinguido  en  las 
ciencias  exactas,  esto  no  fuera  extraño;  pero  en  Buffon,  en  el  mag 
nífico  pintor  de  la  naturaleza,  ¿cómo  se  concibe  esta  anomalía?  Sin 
embargo,  la  anomalía  existió,  y  esto  basta  a  manifestar  que  no  sólo 
pueden  encontrarse  separados  dos  géneros  de  talento  muy  diversos, 
sino  también  los  que  al  parecer  sólo  se  distinguen  por  un  ligero 
matiz.  «Yo  he  visto,  dice  Laharpe,  al  respetable  anciano  Buffon 
afirmar  con  mucha  seguridad  que  los  versos  más  hermosos  estaban 
llenos  de  defectos  y  que  no  alcanzaban  ni  con  mucho  a  la  perfec- 
ción de  una  buena  prosa.  No  vacilaba  en  tomar  por  ejemplo  los  ver- 
sos de  la  Athalia  y  hacer  una  minuciosa  crítica  de  los  de  la  primera 
escena.  Todo  lo  que  dijo  era  propio  de  un  hombre  tan  extraño  a  las 


[15,  125-1281  C.  13. — LA  BUENA  PERCEPCIÓN 


621 


primeras  nociones  de  la  poesía  y  a  los  ordinarios  procedimientos  de 
la  versificación,  que  no  habría  sido  posible  responderle  sin  humillar- 
le.-» Y  adviértase  que  no  se  habla  de  un  hombre  que  pensase  menos 
en  la  forma  del  escrito  que  en  el  fondo;  se  habla  de  Buffon,  que 
pulía  con  ||  extremada  escrupulosidad  sus  trabajos,  y  de  quien  se 
cuenta  que  hizo  copiar  once  veces  su  manuscrito  Epocas  de  la  natu- 
raleza; y,  sin  embargo,  este  hombre,  que  tanto  cuidaba  de  la  belle- 
za, de  la  cultura,  de  la  armonía,  no  era  capaz  de  comprender  a  Ra- 
cine  y  encontraba  malos  los  versos  de  la  Athalia. 

Nota  póstuma- — No  quiero  entrar  ahora  en  la  cuestión  de  si  nos 
son  conocidas  o  no  las  esencias  de  todas  las  cosas;  basta  para  mi 
objeto  el  que  lo  sean  muchas,  lo  que  nadie  me  podrá  negar.  || 


CAPITULO  XIII 

La  buena  percepción 
§  1.— L2  idea 

Percibir  con  claridad,  exactitud  y  viveza ;  juzgar  con 
verdad ;  discurrir  con  rigor  y  solidez :  he  aquí  las  tres  do- 
tes de  un  pensador;  examinémoslas  por  separado,  emitien- 
do sobre  cada  una  de  ellas  algunas  observaciones. 

¿Qué  es  una  idea?  No  nos  proponemos  investigarlo  aquí. 
¿Qué  es  la  percepción  en  su  rigor  ideológico?  Tampoco  es 
éste  el  blanco  de  nuestras  tareas,  ni  conduciría  al  fin  que 
deseamos.  Bastará,  pues,  decir,  en  lenguaje  común,  que  per- 
cepción es  aquel  acto  interior  con  el  cual  nos  hacemos  car- 
go de  un  objeto ;  siendo  la  idea  aquella  imagen,  representa- 
ción, o  lo  que  se  quiera,  que  sirve  como  de  pábulo  a  la  per- 
cepción. Así  percibimos  el  círculo,  la  elipse,  la  tangente  a 
una  de  estas  curvas ;  percibimos  la  resultante  de  un  siste- 
ma de  fuerzas,  la  razón  inversa  de  éstas  en  los  brazos  de 
una  palanca,  la  gravitación  de  los  cuerpos,  la  ley  de  acele- 
ración en  su  descenso,  el  equilibrio  de  los  fluidos ;  percibi- 
mos la  contradicción  del  ser  y  no  ser  a  un  mismo  tiempo,  la 
diferencia  ||  entre  lo  esencial  y  accidental  de  los  seres;  per- 
cibimos los  principios  de  la  moral ;  percibimos  nuestra  exis- 
tencia y  la  de  un  mundo  que  nos  rodea ;  percibimos  una  be- 
lleza o  un  defecto  en  un  poema  o  en  un  cuadro ;  percibimos 
la  sencillez  o  complicación  de  un  negocio,  los  medios  fáciles 
o  arduos  para  llevarle  a  cabo ;  percibimos  la  impresión  agra- 
dable o  desagradable  que  hace  en  nuestros  semejantes  tal 
o  cual  palabra,  gesto  o  suceso ;  en  breve,  percibimos  todo 
aquello  de  que  se  hace  cargo  nuestro  espíritu ;  y  aquello 
que  en  lo  interior  nos  parece  que  nos  sirve  de  espejo  para 
ver  el  objeto ;  aquello  que  ora  está  presente  a  nuestro  en- 


622 


EL  CRITERIO 


[15,  128-130] 


tendimiento,  ora  se  retira  o  se  adormece,  aguardando  que 
otra  ocasión  lo  despierte  o  que  nosotros  lo  llamemos  para 
volverse  a  presentar ;  aquello  que  no  sabemos  lo  que  es, 
pero  cuya  existencia  no  nos  es  dable  poner  en  duda,  aquello 
se  llama  idea. 

Poco  nos  importan  aquí  las  opiniones  de  los  ideólogos ; 
por  cierto  que  para  pensar  bien  no  es  necesario  saber  si  la 
idea  es  distinta  de  la  percepción  o  no,  si  es  la  sensación 
transformada  o  no,  ni  si  nos  ha  venido  por  este  o  aquel  con- 
ducto, o  si  la  tenemos  innata  o  adquirida.  Para  la  resolución 
de  todas  estas  cuestiones,  sobre  las  cuales  se  ha  disputado 
siempre  y  se  disputará  en  adelante,  se  necesitan  actos  re- 
flejos, que  no  puede  hacer  quien  no  se  ocupa  de  ideología,  so 
pena  de  distraerse  de  su  tarea  y  embarazar  y  extraviar  lasti- 
mosamente su  pensamiento.  Quien  piensa  no  puede  estar 
continuamente  pensando  qué  piensa  y  cómo  piensa ;  de 
otra  suerte  el  objeto  de  su  entendimiento  se  cambiará,  y  en 
vez  de  ocuparse  de  lo  que  debe  se  ocupará  de  sí  mismo.  || 

§  2. — Regla  para  percibir  bien 

Percibiremos  con  claridad  y  viveza  si  nos  acostum- 
bramos a  estar  atentos  a  lo  que  se  nos  ofrece  (c.  II),  y  si, 
además,  hemos  procurado  adquirir  el  necesario  tino  para 
desplegar  en  cada  caso  las  facultades  que  se  adaptan  al  ob- 
jeto presente. 

¿Se  me  da  una  definición  matemática?  Nada  de  vague- 
dad, nada  de  abstracciones,  nada  de  fantástico  o  sentimen- 
tal, nada  del  mundo  'en  su  complicación  y  variedad;  en 
este  caso  he  de  valerme  de  la  imaginación  no  más  que  como 
del  encerado  donde  trazo  los  signos  y  las  figuras,  y  del  en- 
tendimiento como  del  ojo  para  mirar.  Aclararé  la  regla  pro- 
poniendo un  ejemplo  de  los  más  sencillos,  una  de  las  defi- 
niciones elementales  de  la  geometría. 

La  circunferencia  es  una  línea  curva  reentrante  cuyos 
puntos  distan  igualmente  todos  de  uno  que  se  llama  centro. 
Por  lo  pronto  es  evidente  que  no  se  trata  aquí  ni  de  la 
circunferencia  tal  como  suele  tomarse  en  sentido  metafóri- 
co, cuando  se  la  aplica  a  objetos  no  geométricos,  ni  en  un 
sentido  lato  y  grosero,  como  en  los  casos  en  que  no  se  ne- 
cesita precisión  y  rigor ;  debo,  pues,  considerar  la  defini- 
ción dada  como  la  expresión  de  un  objeto  del  orden  ideal, 
al  cual  se  aproximará  más  o  menos  la  realidad. 

Pero  como  las  figuras  geométricas  se  someten  a  la  vista 
y  a  la  imaginación,  me  valdré  de  una  de  éstas,  y  si  es  posi- 
ble de  ambas,  para  representarme  aquello  que  quiero  ||  con- 
cebir. Trazada  la  figura  en  el  encerado  o  en  la  imaginación, 
veo  o  imagino  una  circunferencia;  pero  ¿esto  me  basta  para 


15,  130-131]  C.  13. — LA  BUENA  PERCEPCIÓN 


623 


comprender  bien  su  naturaleza?  No.  El  hombre  más  rudo  la 
ve  e  imagina  tan  perfectamente  como  el  más  cumplido  ma- 
temático, y  no  sabe  darse  cuenta  a  sí  mismo  de  lo  que  es 
una  circunferencia.  Luego  la  vista  o  la  imaginación  de  la 
figura  no  son  suficientes  para  la  idea  geométrica  completa. 
Además  que,  si  no  se  necesitara  otra  cosa,  el  gato  que  acu- 
rrucado en  una  silla  está  contemplando  atentamente  una 
curva  que  su  amo  acaba  de  trazar,  y  que  sin  duda  la  ve  tan 
bien  como  éste  y  la  imagina  cuando  cierra  los  ojos,  tendría 
de  la  misma  una  idea  igualmente  perfecta  que  Newton  o 
Lagrange. 

¿Qué  se  necesita,  pues,  para  que  haya  una  percepción 
intelectual?  Que  se  conozca  el  conjunto  de  condiciones,  de 
las  cuales  no  puede  faltar  ninguna  sin  que  desaparezca  la 
curva.  Esto  es  lo  explicado  por  la  definición,  y  para  que  la 
percepción  sea  cabal  deberé  hacerme  cargo  de  cada  una  de 
dichas  condiciones,»  y  su  conjunto  formará  en  mi  entendi- 
miento la  idea  de  la  curva. 

Quien  se  haya  ocupado  en  la  enseñanza  habrá  podido  ob- 
servar la  diferencia  que.  acabo  de  señalar.  Vista  una  cir- 
cunferencia y  la  manera  de  trazarla  con  el  compás,  el  alum- 
no más  torpe  la  reconoce  dondequiera  que  se  le  presente  y 
la  describe  sin  equivocarse.  En  esto  no  cabe  diferencia  en- 
tre los  talentos ;  pero  viene  el  definir  la  curva,  señalando 
las  condiciones  que  la  forman,  y  entonces  se  palpa  lo  que 
va  de  la  imaginación  al  entendimiento,  entonces  se  conoce 
ya  al  joven  negado,  al  medianamente  capaz,  al  sobresalien- 
te. «¿Qué  es  la  circunferencia?,  preguntáis  al  primero.  — Es 
esto  que  acabo  de  trazar.  — Pero  bien,  ¿en  qué  consiste? 
¿Cuál  es  la  (j  naturaleza  de  esta  línea?  ¿En  qué  se  diferen- 
cia de  la  recta  que  explicamos  ayer?  ¿Son  lo  mismo  la  una 
que  la  otra?  — ¡Oh!  No.  Esta  es  así...  redonda...,  aquí  hay 
un  punto...  — ¿Se  acuerda  usted  de  la  definición  que  da  el 
autor?  — Sí,  señor ;  la  circunferencia  es  una  línea  curva  re- 
entrante, cuyos  puntos  distan  igualmente  todos  de  uno  que 
se  llama  centro.  — ¿Por  qué  la  llamamos  curva?  — Porque 
no  tiene  sus  puntos  en  una  misma  dirección.  — ¿Por  qué  re- 
entrante? — Porque  vuelve  a  entrar  en  sí  misma.  — Si  no 
fuese  reentrante,  ¿sería  circunferencia?  — Sí,  señor.  — ¿No 
acaba  usted  de  decirnos  que  ha  de  serlo?  — ¡Ah!  Sí,  señor. 
— ¿Por  qué,  en  no  siendo  reentrante,  ya  no  sería  circunfe- 
rencia? — Porque...  la  circunferencia...  porque...»  En  fin, 
cansado  de  esperar  y  de  explicar,  llamáis  a  otro,  que  os  da 
la  definición,  que  os  explica  los  términos,  pero  que  ahora 
se  os  deja  la  palabra  curva,  ahora  la  igualmente;  que  si  le 
obligáis  a  una  atención  más  perfecta  se  hace  cargo  de  lo 
que  le  decís,  lo  repite  muy  bien,  pero  que  a  poco  tiene  otro 
olvido  o  equivocación,  dando  a  entender  que  no  se  ha  for- 


624 


EL  CRITERIO 


[15,  131-133] 


mado  todavía  idea  cabal,  que  no  se  da  cumplida  razón  a  sí 
mismo  del  conjunto  de  condiciones  necesarias  para  formar 
una  circunferencia. 

Llegáis,  por  fin,  a  un  alumno  de  entendimiento  claro  y 
sobresaliente :  traza  la  figura  con  más  o  menos  desembara- 
zo, según  su  mayor  o  menor  agilidad  natural ;  recita  más  o 
menos  rápidamente  las  definiciones,  según  la  velocidad  de 
la  lengua ;  pero  llamadle  al  análisis  y  notaréis  desde  luego 
la  claridad  y  precisión  de  sus  ideas,  la  exactitud  y  concisión 
de  sus  palabras,  la  oportunidad  y  tino  de  las  aplicaciones. 
«En  la  definición,  ¿podríamos  omitir  la  palabra  línea? 
— Como  aquí  ya  hemos  advertido  que  ||  sólo  tratamos  de  lí- 
neas, se  daría  por  sobrentendida ;  pero  en  rigor  no,  porque 
al  decir  curva  podríase  dudar  si  hablamos  de  superficies. 
— Y  expresando  línea,  ¿podríamos  omitir  curva?  — Me  pa- 
rece que  sí...  porque,  como  añadimos  reentrante,  ya  excluí- 
mos la  recta,  que  no  puede  serlo,  y  además  la  recta  tam- 
poco puede  tener  todos  sus  puntos  igualmente  distantes  de 
uno.  -—Y  la  palabra  reentrante,  ¿no  la  pudiéramos  pasar 
por  alto?  — No,  señor,  porque  si  la  curva  no  vuelve  sobre 
sí  misma  ya  no  será  una  circunferencia ;  así,  por  ejemplo, 
si  en  ésta  borro  la  parte  AB,  ya  no  me  queda  una  circun- 
ferencia, sino  un  arco.  — Pero  añadiendo  lo  demás,  de  que 
todos  los  puntos  han  de  distar  igualmente  de  uno  que  se 
llama  centro,  bien  parece  que  se  sobrentiende  que  será  re- 
entrante... — No,  señor,  porque  en  el  arco  que  tenemos  a  la 
vista  hay  la  equidistancia,  y  sin  embargo  no  es  reentrante. 
— ¿Y  la  palabra  igualmente?  — Es  indispensable;  de  otro 
modo  sería  no  decir  nada ;  porque  una  recta  también  tiene 
todos  sus  puntos  distantes  de  uno  que  no  se  halle  en  ella, 
y  además  una  curva  que  trazo  a  la  aventura,  rasgueando 
así...  sobre  el  encerado,  tiene  también  todos  sus  puntos  dis- 
tantes de  otro  cualquiera,  como  A...,  que  señalo  fuera  de 
ella.» 

He  aquí  úna  percepción  clara,  exacta,  cabal,  que  nada 
deja  que  desear,  que  deja  satisfecho  al  que  habla  y  al 
que  oye. 

Acabamos  de  asistir  al  análisis  de  una  idea  geométrica  y 
de  señalar  la  diferencia  entre  sus  grados  de  claridad  y  exac- 
titud ;  veamos  ahora  una  idea  artística  y  tratemos  de  de- 
terminar su  mayor  o  menor  perfección.  En  ambos  casos  hay 
percepción  de  una  verdad ;  en  ambos  casos  se  necesita  aten- 
ción, aplicación  de  las  facultades  ||  del  alma ;  pero  con  el 
ejemplo  que  sigue  palparemos  que  lo  que  en  el  uno  daña, 
en  el  otro  favorece,  y  viceversa ;  y  que  las  clasificaciones 
y  distinciones  que  en  el  primero  eran  indicio  de  disposi- 
ciones felices,  son  en  el  segundo  una  prueba  de  que  el  di- 
sertante se  ha  equivocado  al  elegir  su  carrera. 


[15,  133-134]         C.  13. — LA  BUENA  PERCEPCIÓN 


625 


Dos  jóvenes  que  acaban  de  salir  de  la  escuela  de  retó- 
rica, que  recuerdan  perfectamente  cuanto  en  ella  se  les  ha 
enseñado,  que  serían  capaces  de  decorar  los  libros  de  tex- 
to de  un  cabo  a  otro,  que  responden  con  prontitud  a  las 
preguntas  que  se  les  hacen  sobre  tropos,  figuras,  clases  de 
composición,  etc.,  etc.,  y  que,  en  fin,  han  desempeñado  los 
exámenes  a  cumplida  satisfacción  de  padres  y  maestros, 
obteniendo  ambos  la  nota  de  sobresaliente  por  haber  con- 
testado con  igual  desembarazo  y  lucimiento,  de  manera 
que  no  era  dable  encontrar  entre  los  dos  ninguna  diferen- 
cia, están  repasando  las  materias  en  tiempo  de  vacaciones 
y  cabalmente  leen  un  magnífico  pasaje  oratorio  o  poético. 

Camilo  vuelve  una  y  otra  vez  sobre  las  admirables  pá- 
ginas, y  ora  derrama  lágrimas  de  ternura,  ora  centellea  en 
sus  ojos  el  más  vivo  entusiasmo.  «¡Esto  es  inimitable,  ex- 
clama, es  imposible  leerlo  sin  conmoverse  profundamente! 
¡Qué  belleza  de  imágenes,  qué  fuego,  qué  delicadeza  de 
sentimientos,  qué  propiedad  de  expresión,  qué  inexplicable 
enlace  de  concisión  y  abundancia,  de  regularidad  y  lozanía! 
—  ¡Oh!  Sí,  le  contesta  Eustaquio,  esto  es  muy  hermoso:  ya 
nos  lo  habían  dicho  en  la  escuela ;  y  si  lo  observas  verás 
que  todo  está  ajustado  a  las  reglas  del  arte'.» 

Camilo  percibe  lo  que  hay  en  el  pasaje,  Eustaquio  no ;  y, 
sin  embargo,  aquél  discurre  poco,  apenas  analiza,  sólo  !| 
pronuncia  algunas  palabras  entrecortadas,  mientras  éste  di- 
serta a  fuer  de  buen  retórico.  El  uno  ve  la  verdad,  el  otro 
no.  ¿Y  por  qué?  Porque  la  verdad  en  este  lugar  es  un  con- 
junto de  relaciones  entre  el  entendimiento,  la  fantasía  y  el 
corazón ;  es  necesario  desplegar  a  la  vez  todas  estas  facul- 
tades, aplicándolas  al  objeto  con  naturalidad,  sin  violencia 
ni  tortura,  sin  distraerlas  con  el  recuerdo  de  esta  o  aquella 
regla,  quedando  el  análisis  razonado  y  crítico  para  cuando 
se  haya  sentido  el  mérito  del  pasaje.  Enredarse  en  discursos, 
traer  a  colación  este  o  aquel  precepto  antes  de  haberse  he- 
cho cargo  del  escogido  trozo,  antes  de  haberle  percibido,  es 
maniatar,  por  decirlo  así,  el  alma,  no  dejándole  expedita 
más  que  una  facultad  cuando  las  necesita  todas. 

§  3. — Escollo  del  análisis 

Hasta  en  las  materias  donde  no  entran  para  nada  la  ima- 
ginación y  el  sentimiento  conviene  guardarse  de  la  manía 
de  poner  en  prensa  el  espíritu,  obligándole  a  sujetarse  a  un 
método  determinado  cuando,  o  por  su  carácter  peculiar  o 
por  los  objetos  de  que  se  ocupa,  requiere  libertad  y  des- 
ahogo. No  puede  negarse  que  el  análisis,  o  sea  la  descompo- 
sición de  las  ideas,  sirve  admirablemente  en  muchos  casos 
para  darles  claridad  y  precisión ;  pero  es  menester  no  olvi- 


do 


626 


EL  CRITERIO 


[15,  134-136] 


dar  que  la  mayor  parte  de  los  seres  son  un  conjunto,  y  que 
el  mejor  modo  de  percibirlos  es  ver  de  una  sola  ojeada  las 
partes  y  relaciones  que  le  constituyen.  Una  máquina  des- 
montada presenta  con  más  distinción  y  minuciosidad  las 
piezas  de  que  está  ||  compuesta ;  pero  no  se  comprende  tan 
bien  el  destino  de  ellas  hasta  que,  colocadas  en  su  lugar,  se 
ve  cómo  cada  una  contribuye  al  movimiento  total.  A  fuer- 
za de  descomponer,  prescindir  y  analizar,  Condillac  y  sus 
secuaces  no  hallan  en  el  hombre  otra  cosa  que  sensaciones; 
por  el  camino  opuesto,  Descartes  y  Malebranche  apenas  en- 
contraban más  que  ideas  puras,  un  refinado  esplritualismo ; 
Condillac  pretende  dar  razón  de  los  fenómenos  del  alma 
principiando  por  un  hecho  tan  sencillo  como  es  el  acercar 
una  rosa  a  la  nariz  de  su  hombre-estatua,  privado  de  todos 
los  sentidos,  excepto  el  olfato ;  Malebranche  busca  afanoso 
un  sistema  para  explicar  lo  mismo,  y,  no  encontrándole  en 
las  criaturas,  recurre  nada  menos  que  a  la  esencia  de  Dios. 

En  el  trato  ordinario  vemos  a  menudo  laboriosos  razona- 
dores que  conducen  su  discurso  con  cierta  apariencia  de  ri- 
gor y  exactitud  y  que,  guiados  por  el  hilo  engañoso,  van  a 
parar  a  un  solemne  dislate.  Examinando  la  causa,  notaremos 
que  esto  procede  de  que  no  miran  el  objeto  sino  por  una 
cara.  No  les  falta  análisis ;  tan  pronto  como  una  cosa  cae 
en  sus  manos  la  descomponen ;  pero  tienen  la  desgracia  de 
descuidar  algunas  partes,  y  si  piensan  en  todas  no  recuer- 
dan que  se  ha  hecho  para  estar  unidas,  que  están  destinadas 
a  tener  estrechas  relaciones,  y  que  si  estas  relaciones  se 
arrumban,  el  mayor  prodigio  podrá  convertirse  en  descabe- 
llada monstruosidad.  || 

§  4. — El  tintorero  y  el  filósofo 

Un  hábil  tintorero  estaba  en  su  laboratorio  ocupado  en 
las  tareas  de  su  profesión.  Acertó  a  entrar  un  observador 
minucioso,  razonador  muy  analítico,  y  entabló  desde  luego 
discusión  sobre  los  tintes  y  sus  efectos,  proponiéndose  nada 
menos  que  convencer  al  tintorero  de  que  iba  a  echar  a  per- 
der las  preciosas  telas  a  que  se  aplicarían  sus  composicio- 
nes. A  la  verdad,  la  cosa  presentaba  mal  aspecto,  y  el  críti- 
co no  dejaba  de  apoyarse  en  reflexiones  especiosas.  Aquí  se 
veía  una  serie  de  cazuelas  con  líquidos  negruzcos,  cenicien- 
tos, parduscos,  ninguno  de  buen  color,  todos  de  mal  olor; 
allí,  unos  pedacitos  de  goma  pegajosa,  desagradable  a  la 
vista ;  enormes  calderas  estaban  hirviendo,  donde  se  revol- 
vían trozos  de  madera  en  bruto  y  en  las  cuales  se  iban 
echando  unas  hojas  secas  que  al  parecer  sólo  podían  servir 
para  tirar  a  la  calle.  El  tintorero  estaba  machacando  en  un 
mortero  cien  y  cien  materias,  que  andaba  sacando  ora  de  un 


[15,  136-138]         C.  13. — LA  BUENA  PERCEPCIÓN 


627 


pote,  ora  de  una  marmita,  ora  de  un  saquillo,  y  revolviéndo- 
lo todo,  y  pasándolo  de  una  cazuela  a  otra,  y  echando  ora 
acá,  ora  acullá,  cucharadas  de  líquidos  que  apestaban  y  de 
cuyo  contacto  era  preciso  guardar  el  cutis  porque  le  roían 
más  que  el  fuego,  se  aprestaba  a  vaciar  los  ingredientes  én 
diferentes  calderas  y  sepultar  en  aquella  inmundicia  gran 
número  de  materias  y  manufacturas  de  inestimable  valor. 
«Esto  se  va  a  desperdiciar  todo,  decía  el  analítico.  En  esta 
cazuela  hay  el  ingrediente  A,  que,  como  usted  sabe,  es  ex- 
tremadamente ||  cáustico  y  que  además  da  un  color  muy 
feo.  En  esta  otra  hay  la  goma  B,  excelente  para  manchar  y 
cuyas  señales  no  se  quitan  sino  con  muchísimo  trabajo.  En 
esta  caldera  hay  el  palo  C,  que  podría  servir  para  dar  un 
color  grosero  y  común,  pero  que  no  alcanzo  cómo  ha  de 
producir  nada  exquisito.  En  una  palabra,  examinado  todo 
por  separado,  encuentro  que  usted  emplea  ingredientes  con- 
trarios a  lo  que  usted  se  propone ;  y  desde  ahora  doy  por 
seguro  que,  en  vez  de  sacar  nada  conforme  a  las  bellísimas 
muestras  que  tiene  usted  en  el  despacho,  va  a  sufrir  una 
pérdida  de  consideración  en  su  fama  e  intereses.  —Todo  es 
posible,  señor  filósofo,  decía  el  inexorable  tintorero  tomando 
en  sus  manos  las  preciosas  materias  y  ricas  manufacturas  y 
sumergiéndolas  sin  compasión  en  las  sucias  y  pestilentes 
calderas ;  todo  es  posible,  mas  para  dar  fin  a  la  discusión 
déjese  usted  ver  por  aquí  dentro  de  pocos  días.»  El  filósofo 
volvió  en  efecto,  y  el  tintorero  desvaneció  todas  las  obje- 
ciones, desplegando  a  sus  ojos  las  telas  que  por  rigurosa  de- 
mostración debían  estar  malbaratadas.  ¡Qué  sorpresa!  ¡Qué 
humillación  para  el  analítica!  Unas  mostraban  finísima  gra- 
na, otras  delicado  verde,  otras  hermoso  azul,  otras  exquisi- 
to anaranjado,  otras  subido  negro,  otras  un  blanco  ligera- 
mente cubierto  con  variado  color,  otras  ostentaban  riquísi- 
mos jaspes,  donde  campeaban  a  un  tiempo  la  belleza  y  el 
capricho.  Los  matices  eran  innumerables  y  encantadores ; 
las  manufacturas,  limpias,  tersas,  brillantes,  como  si  hubie- 
ran estado  cubiertas  con  cristales  sin  sufrir  el  contacto  de 
la  mano  del  hombre  El  filósofo  se  marchó  confuso  y  cabiz- 
bajo, diciendo  para  sí :  «No  es  lo  mismo  saber  lo  que  es  una 
cosa  por  sí  sola  o  lo  que  puede  ser  en  combinación  con  í|| 
otras ;  en  adelante  no  me  contentaré  con  descomponer  y  se- 
parar, que  también  hace  prodigios  el  componer  y  reunir: 
testigo,  el  tintorero.» 

§  5. — Objetos  vistos  por  una  sola  cara 

Entendimientos,  por  otra  parte,  muy  claros  y  perspica- 
ces se  echan  a  perder  lastimosamente  por  el  prurito  de  des- 
envolver una  serie  de  ideas  que,  no  representando  el  objeto 


628 


EL  CRITERIO 


[15,  138-139] 


sino  por  un  lado,  acaban  por  conducir  a  resultados  extrava- 
gantes. De  aquí  es  que  con  la  razón  todo  se  prueba  y  todo 
se  impugna;  y  a  veces  un  hombre  que  tiene  evidentemente 
la  verdad  de  su  parte  se  halla  precisado  a  encastillarse  en 
las  convicciones  y  resistir  con  las  armas  del  buen  sentido  y 
cordura  a  los  ataques  de  un  sofista  que  se  abre  paso  por  to- 
das las  hendiduras  y  se  escurre  al  través  de  lo  más  sólido  y 
compacto  como  filtrándose  por  los  poros.  La  misma  sobre- 
abundancia de  ingenio  produce  este  defecto,  como  las  per- 
sonas demasiado  ágiles  y  briosas  se  mantienen  difícilmente 
en  un  paso  mesurado  y  grave. 

§  6. — Inconvenientes  de  una  percepción  demasiado  rápida 

Es  calidad  preciosa  la  rapidez  de  la  percepción ;  pero 
conviene  estar  prevenido  contra  su  efecto  ordinario,  que  es 
la  inexactitud.  Sucédeles  con  frecuencia  a  los  que  ||  perci- 
ben con  mucha  presteza  no  hacer  más  que  desflorar  el  ob- 
jeto ;  son  como  las  golondrinas  que,  deslizándose  velozmen- 
te sobre  la  superficie  de  un  estanque,  sólo  pueden  coger  los 
insectos  que  sobrenadan ;  mientras  otras  aves  que  se  su- 
mergen enteramente  o  posan  sobre  el  agua,  y  con  el  pico  ca- 
lan muy  adentro,  hacen  servir  a  su  alimento  hasta  lo  que 
se  oculta  en  el  fondo. 

.  El  contacto  de  estos  hombres  es  peligroso,  porque,  sea 
que  hablen,  sea  que  escriban,  suelen  distinguirse  por  una 
facilidad  encantadora,  y  lo  que  es  todavía  peor,  comunican 
a  todo  lo  que  tratan  cierta  apariencia  de  método,  claridad 
y  precisión  que  alucina  y  seduce.  En  la  ciencia  se  dan  a  co- 
nocer por  sus  principios  claros,  sus  definiciones  sencillas, 
sus  deducciones  obvias,  sus  aplicaciones  felices.  Caracteres 
que  no  pueden  menos  de  acompañar  el  talento  de  concep- 
ción profunda  y  cabal ;  pero  que,  imitados  por  otro  de  me- 
nos aventajadas  partes,  sólo  indican  a  veces  superficialidad 
y  ligereza,  como  brilla  limpia  y  transparente  el  agua  poco 
profunda,  regalando  la  vista  con  sus  arenas  de  oro. 

Nota. — La  confusión  de  ideas  acarrea  grandes  perjuicios  a  las 
ciencias;  pero  el  aislamiento  de  los  objetos  los  causa  también  de 
mucha  gravedad.  Uno  de  los  vicios  radicales  de  la  escuela  enciclo- 
pédica fué  el  considerar  al  hombre  aislado  y  prescindir  de  las  re- 
laciones que  le  ligan  con  otros  seres.  El  análisis  lleva  a  descompo- 
ner, pero  es  necesario  no  llevar  la  descomposición  tan  lejos  que  se 
olvide  la  construcción  de  la  máquina  a  que  pertenecen  las  piezas. 
Algunos  filósofos,  a  fuerza  de  analizar  las  sensaciones,  se  han  que- 
dado con  las  sensaciones  solas,  lo  que  en  la  ciencia  ideológica  y  psi- 
cológica equivale  a  tomar  el  pórtico  por  el  edificio.  |j 


[15,  140-141] 


C.  14. — EL  JUICIO 


629 


CAPITULO  XIV 

El  juicio 
§  1. — Qué  es  el  juicio.  Manantiales  de  error 

Para  juzgar  bien  conduce  poco  el  saber  si  el  juicio  es  un 
acto  distinto  de  la  percepción  o  si  consiste  simplemente 
en  percibir  la  relación  de  dos  ideas.  Prescindiré,  pues,  de 
estas  cuestiones,  y  sólo  advertiré  que  cuando  interiormente 
decimos  que  una  cosa  es  o  no  es,  o  que  es  o  no  es  de  esta 
o  de  aquella  manera,  entonces  hacemos  un  juicio.  Así  lo 
entiende  el  uso  común,  y  para  lo  que  nos  proponemos  esto 
nos  basta. 

La  falsedad  del  juicio  depende  muchas  veces  de  la  mala 
percepción ;  así,  lo  que  vamos  a  decir,  aunque  directamente 
encaminado  al  modo  de  juzgar  bien,  conduce  no  poco  a  per- 
cibir bien. 

La  proposición  es  la  expresión  del  juicio. 

Los  falsos  axiomas,  las  proposiciones  demasiado  genera- 
les, las  definiciones  inexactas,  las  palabras  sin  definir,  las 
suposiciones  gratuitas,  las  preocupaciones  en  favor  de  una 
doctrina,  son  abundantes  manantiales  de  percepciones  equi- 
vocadas o  incompletas  y  de  juicios  errados.  || 


§  2. — Axiomas  falsos 

Toda  ciencia  ha  menester  un  punto  de  apoyo,  y  quien  se 
encarga  de  profesarla  busca  con  tanto  cuidado  este  punto 
como  el  arquitecto  asienta  el  fundamento  sobre  el  cual  ha 
de  levantar  el  edificio.  Desgraciadamente,  no  siempre  se 
encuentra  lo  que  se  necesita,  y  el  hombre  es  demasiado  im- 
paciente para  aguardar  que  los  siglos  que  él  no  ha  de  ver 
proporcionen  a  las  generaciones  futuras  el  descubrimiento 
deseado.  Si  no  encuentra,  finge ;  en  vez  de  construir  sobre 
la  realidad  edifica  sobre  las  creaciones  de  su  pensamiento. 
A  fuerza  de  cavilar  y  sutilizar  llega  hasta  el  punto  de  alu- 
cinarse a  sí  mismo,  y  lo  que  al  principio  fuera  un  pensa- 
miento vago,  sin  estabilidad  ni  consistencia,  se  convierte  en 
verdad  inconcusa.  Las  excepcienes  embarazarían  demasia- 
do ;  lo  más  sencillo  es  asentar  una  proposición  universal : 
he  aquí  el  axioma.  Vendrán  luego  numerosos  casos  que  no 


630 


EL  CRITERIO 


[15,  141-143J 


se  comprenden  en  él ;  nada  importa ;  con  este  objeto  se 
halla  concebido  en  términos  generales  y  confusos  o  ininte- 
ligibles, para  que,  interpretándose  de  mil  maneras  diferen- 
tes, sufra  en  su  fondo  todas  las  excepciones  que  se  quiera 
sin  perder  nada  de  su  prestigiosa  reputación.  Entre  tanto 
el  axioma  sirve  admirablemente  para  cimentar  un  racioci- 
nio extravagante,  dar  peso  a  un  juicio  disparatado  o  desva- 
necer una  dificultad  apremiadora,  y  cuando  se  ofrecen  al 
espíritu  dudas  sobre  la  verdad  de  lo  que  se  defiende,  cuan- 
do se  teme  que  el  edificio  no  venga  al  suelo  con  fragorosa 
ruina,  se  dice  a  sí  mismo  el  espíritu:  ||  «No,  no  hay  peligro ; 
el  cimiento  es  firme :  es  un  axioma,  y  un  axioma  es  un  prin- 
cipio de  eterna  verdad.» 

Para  merecer  este  nombre  es  menester  que  la  proposi- 
ción sea  tan  patente  al  espíritu  como  lo  son  al  ojo  los  obje- 
tos que  miramos  presentes,  a  la  debida  distancia  y  en  medio 
del  día.  En  no  dejando  al  entendimiento  enteramente  con- 
vencido desde  que  se  le  ofrece,  y  una  vez  comprendido  el 
significado  de  los  términos  con  que  se  le  enuncia,  no  debe 
ser  admitido  en  esta  clase.  Viciadas  las  ideas  por  un  axio- 
ma falso,  vense  todas  las  cosas  muy  diferentes  de  lo  que  son 
en  sí,  y  los  errores  son  tanto  más  peligrosos  cuanto  el  en- 
tendimiento descansa  en  más  engañosa  seguridad. 


§  3. — Proposiciones  demasiado  generales 

Si  nos  fuese  conocida  la  esencia  de  las  cosas,  podríamos 
asentar  con  respecto  a  ella  proposiciones  universales  sin 
ningún  género  de  excepción ;  porque,  siendo  la  esencia  la 
misma  en  todos  los  seres  de  una  misma  especie,  claro  es  que 
lo  que  del  uno  afirmásemos  sería  igualmente  aplicable  a 
todos.  Pero  como  de  lo  tocante  a  dicha  esencia  conocemos 
poco,  y  de  una  manera  imperfecta,  y  muchas  veces  nada,  es 
de  ahí  que  por  lo  común  no  es  posible  hablar  de  los  seres 
sino  con  relación  a  las  propiedades  que  están  a  nuestro  al- 
cance y  de  las  que  a  menudo  no  discernimos  si  están  radi- 
cadas en  la  esencia  de  la  cosa  o  si  son  puramente  accidenta- 
les. Las  propos'ciones  generales  se  resienten  de  este  defecto; 
pues,  como  expresan  lo  que  nosotros  concebimos  y  juzga- 
mos, ||  no  pueden  extenderse  sino  a  lo  que  nuestro  espíritu 
ha  conocido.  De  donde  resulta  que  sufren  mil  excepciones 
que  no  preveíamos ;  y  tal  vez  descubrimos  que  se  había  to- 
mado por  regla  lo  que  no  era  más  que  excepción.  Esto  su- 
cede aun  suponiendo  mucho  trabajo  de  parte  de  quien  es- 
tablece la  proposición  general.  ¿Qué  será  si  atendemos  a  la 
ligereza  con  que  se  las  suele  formar  y  emitir? 


[15,  143-144] 


C.  14. — EL  JUICIO 


631 


§  4. — Las  definiciones  inexactas 

De  éstas  puede  decirse  casi  lo  mismo  que  de  los  axiomas, 
pues  que  sirven  de  luz  para  dirigir  la  percepción  y  el  jui- 
cio y  de  punto  de  apoyo  para  afianzar  el  raciocinio.  Es  so- 
bremanera difícil  una  buena  definición  y  en  muchos  casos 
imposible.  La  razón  es  obvia;  la  definición  explica  la  esen- 
cia de  la  cosa  definida;  y  ¿cómo  se  explica  lo  que  no  se  co- 
noce? A  pesar  de  tamaño  inconveniente,  existe  en  todas  las 
ciencias  una  muchedumbre  de  definiciones  que  pasan  cual 
moneda  de  buena  ley;  y  si  bien  sucede  con  frecuencia  que 
se  levantan  los  autores  contra  las  definiciones  de  otros,  ellos 
a  su  vez  cuidan  de  reemplazarlas  con  las  suyas,  las  que  ha- 
cen circular  por  toda  la  obra,  tomándolas  por  base  en  sus 
discursos.  Si  la  definición  ha  do  ser  la  explicación  de  la 
esencia  de  la  cosa  y  el  conocer  esta  esencia  es  negocio  tan 
difícil,  ¿por  qué  se  lleva  tanta  prisa  en  definir?  El  blanco 
de  las  investigaciones  es  el  conocimiento  de  la  naturaleza 
de  los  seres ;  la  proposición,  pues,  en  que  se  explicase  esta 
naturaleza,  es  decir,  la  definición,  debiera  ser  la  última  que 
emitiese  el  autor.  En  la  definición  está  |j  la  ecuación  que 
presenta  despejada  la  incógnita,  y  en  la  resolución  de  los 
problemas  esta  ecuación  es  la  última. 

Lo  que  nosotros  podemos  definir  muy  bien  es  lo  pura- 
mente convencional,  porque  la  naturaleza  del  ser  conven- 
cional es  aquella  que  nosotros  mismos  le  damos  por  los 
motivos  que  bien  nos  parecen.  Así;  ya  que  no  nos  es  posible 
en  muchos  casos  definir  la  cosa,  al  menos  debiéramos  fijar 
bien  lo  que  entendemos  cuando  hablamos  de  ella ;  o  en 
otros  términos,  deberíamos  definir  la  palabra  con  que  pre- 
tendemos expresar  la  cosa.  Yo  no  sé  lo  que  es  el  sol ;  no 
conozco  su  naturaleza,  y  por  tanto,  si  me  preguntan  su  defi- 
nición, no  podré  darla.  Pero  sé  muy  bien  a  qué  me  refiero 
cuando  pronuncio  la  palabra  sol,'  y  así  me  será  fácil  expli- 
car lo  que  con  ella  significo.  «¿Qué  es  el  sol?  — No  lo  sé. 
— ¿Qué  entiende  usted  por  la  palabra  sol?  — Ese  astro  cuya 
presencia  nos  trae  el  día  y  cuya  desaparición  produce  la 
noche.  Esto  me  lleva  naturalmente  a  las  palabras  mal  de- 
finidas.» 

§  5 —Palabras  mal  definidas.  Examen  de  la  palabra  «igualdad» 

En  la  apariencia,  nada  más  fácil  que  definir  una  palabra, 
porque  es  muy  natural  que  quien  la  emplea  sepa  lo  que  se 
dice,  y  de  consiguiente  pueda  explicarlo.  Pero  la  experien- 
cia enseña  no  ser  así  y  que  son  muy  pocos  los  capaces  de 
fijar  el  sentido  de  las  voces  que  usan.  Semejante  confusión 


632 


EL  CRITERIO 


[15,  144-1461 


nace  de  la  que  reina  en  las  ideas  y  a  su  vez  contribuye  a  au- 
mentarla. Oiréis  a  cada  paso  ||  una  disputa  acalorada  en  que 
los  contrincantes  manifiestan  quizás  ingenio  nada  común : 
dejadlos  que  den  cien  vueltas  al  objeto,  que  se  acometan  y 
rechacen  una  y  mil  veces  como  enemigos  en  sangrienta  ba- 
talla ;  entonces,  si  os  queréis  atravesar  de  mediador  y  ha- 
cer palpable  la  sinrazón  de  ambos,  tomad  la  palabra  que 
expresa  el  objeto  capital  de  la  cuestión  y  preguntad  a  cada 
uno:  «¿Qué  entiende  usted  por  esto?  ¿Qué  sentido  da  us- 
ted a  esta  palabra?»  Os  acontecerá  con  frecuencia  que  los 
dos  adversarios  se  quedarán  sin  saber  qué  responderos,  o 
pronunciando  algunas  expresiones  vagas,  inconexas,  mani- 
festando bien  a  las  claras  que  les  habéis  salido  de  improvi- 
so, que  no  esperaban  el  ataque  por  aquel  flanco,  siendo  qui- 
zás aquélla  la  primera  vez  que  se  ocupan,  mal  de  su  grado, 
en  darse  cuenta  a  sí  mismos  del  sentido  de  una  palabra  que 
en  un  cuarto  de  hora  han  empleado  centenares  de  veces  y 
de  que  estaban  haciendo  infinitas  aplicaciones.  Pero  supo- 
ned que  esto  no  acontece,  y  que  cada  cual  da  con  facilidad 
y  presteza  la  explicación  pedida;  estad  seguro  que  el  uno  no 
aceptará  la  definición  del  otro,  y  que  la  discordancia  que  an- 
tes versaba,  o  parecía  versar,  sobre  el  fondo  de  la  cuestión  se 
trasladará  de  repente  al  nuevo  terreno,  entablándose  disputa 
sobre  el  sentido  de  la  palabra.  He  dicho  o  parecía  versar  por- 
que, si  bien  se  ha  observado  el  giro  de  la  discusión,  se  habrá 
echado  de  ver  que  bajo  el  nombre  de  la  cosa  se  ocultaba  con 
frecuencia  el  significado  de  la  palabra. 

Hay  ciertas  voces  que,  expresando  una  idea  general,  apli- 
sable  a  muchos  y  muy  diferentes  objetos  y  en  los  sentidos 
más  varios,  parecen  inventadas  adrede  para  confundir.  To- 
dos las  emplean,  todos  se  dan  cuenta  a  sí  mismos  de  lo  que 
significan,  pero  cada  cual  a  su  modo,  ||  resultando  una  alga- 
rabía que  lastima  a  los  buenos  pensadores. 

«La  igualdad  de  los  hombres,  dirá  un  declamador,  es  una 
ley  establecida  por  el  mismo  Dios.  Todos  nacemos  llorando, 
todos  morimos  suspirando :  la  naturaleza  no  hace  diferencia 
entre  pobres  y  ricos,  plebeyos  y  nobles,  y  la  religión  nos  en- 
seña que  todos  tenemos  un  mismo  origen  y  un  mismo  desti- 
no. La  igualdad  es  obra  de  Dios;  la  desigualdad  es  obra  del 
hombre ;  sólo  la  maldad  ha  podido  introducir  en  el  mundo 
esas  horribles  desigualdades  de  que  es  víctima  el  linaje  hu- 
mano ;  sólo  la  ignorancia  y  la  ausencia  del  sentimiento  de  la 
propia  dignidad  han  .podido  tolerarlas.»  Esas  palabras  no 
suenan  mal  al  oído  del  orgullo,  y  no  puede  negarse  que  hay 
en  ellas  algo  de  especioso.  Ese  hombre  dice  errores  capita- 
les y  verdades  palmarias ;  confunde  aquéllos  con  éstas,  y  su 
discurso,  seductor  para  los  incautos,  presenta  a  los  ojos  de 
un  buen  pensador  una  algarabía  ridicula.  ¿Cuál  es  la  cau- 


[15,  146-148] 


C.  14. — EL  JUICIO 


633 


sa?  Toma  la  palabra  igualdad  en  sentidos  muy  diferentes, 
la  aplica  a  objetos  que  distan  tanto  como  cielo  y  tierra,  y 
pasa  a  una  deducción  general,  con  entera  seguridad,  como 
si  no  hubiese  riesgo  de  equivocación. 

¿Queremos  reducir  a  polvo  cuanto  acaba  de  decir?  He 
aquí  cómo  deberemos  hacerlo : 

— ¿Qué  entiende  usted  por  igualdad? 

— Igualdad,  igualdad...  bien  claro  está  lo  que  significa. 

— Sin  embargo,  no  será  de  más  que  usted  nos  lo  diga. 

— La  igualdad  está  en  que  el  uno  no  sea  ni  más  ni  menos 
que  el  otro. 

— Pero  ya  ve  usted  que  esto  puede  tomarse  en  sentidos  || 
muy  varios,  porque  dos  hombres  de  seis  pies  de  estatura  se- 
rán iguales  en  ella,  pero  será  posible  que  sean  muy  desigua- 
les en  lo  demás ;  por  ejemplo,  si  el  uno  es  barrigudo,  como  el 
gobernador  de -la  ínsula  Barataría,  y  el  otro  seco  de  carnes, 
como  el  caballero  de  la  Triste  Figura.  Además,  dos  hombres 
pueden  ser  iguales  o  desiguales  en  saber,  en  virtud,  en  no- 
bleza y  en  un  millón  de  cosas  más ;  con  que  será  bien  que 
antes  nos  pongamos  de  acuerdo  en  la  acepción  que  da  usted 
a  la  palabra  igualdad. 

— Yo  hablo  de  la  igualdad  de  la  naturaleza,  de  esta  igual- 
dad establecida  por  el  mismo  Criador,  contra  cuyas  leyes 
nada  pueden  los  hombres. 

— Así  no  quiere  usted  decir  más  sino  que  por  naturaleza 
todos  somos  iguales... 

— Cierto. 

— Ya ;  pero  yo  veo  que  la  naturaleza  nos  hace  a  unos  ro- 
bustos, a  otros  endebles ;  a  unos  hermosos,  a  otros  feos ;  a 
unos  ágiles,  a  otros  torpes;  a  unos  de  ingenio  despejado,  a 
otros  tontos ;  a  unos  nos  da  inclinaciones  pacíficas,  a  otros 
violentas;  a  unos...  Pero  sería  nunca  acabar  si  quisiera  enu- 
merar las  desigualdades  que  nos  vienen  de  la  misma  natu- 
raleza. ¿Dónde  está  la  igualdad  natural  de  que  usted  nos 
habla? 

— Pero  estas  desigualdades  no  quitan  la  igualdad  de  de- 
rechos... 

— 'Pasando  por  alto  que  usted  ha  cambiado  ya  completa- 
mente el  estado  de  la  cuestión,  abandonando  o  restringien- 
do mucho  la  igualdad  de  la  naturaleza,  también  hay  sus  in- 
convenientes en  esa  igualdad  de  derechos.  ¿Le  parece  a  us- 
ted si  el  niño  de  pocos  años  tendrá  derecho  para  reñir  y  cas- 
tigar a  su  padre?  || 

— Usted  finge  absurdos... 

— No,  señor,  que  esto  y  nada  menos  que  esto  exige  la 
igualdad  de  derechos ;  si  no  es  así,  deberá  usted  decirnos  de 
qué  derechos  habla,  de  cuáles  debe  entenderse  la  igualdad 
y  de  cuáles  no. 


634 


EL  CRITERIO 


[15,  148-149] 


— Bien  claro  es  que  ahora  tratamos  de  la  igualdad  social. 

— No  trataba  usted  de  ella  únicamente ;  bien  reciente  es 
el  discurso  en  que  hablaba  usted  en  general  y  de  la  manera 
más  absoluta,  sólo  que,  arrojado  de  una  trinchera,  se  refu- 
gia usted  en  la  otra.  Pero  vamos  a  la  igualdad  social.  Esto 
significará  que  en  la  sociedad  todos  hemos  de  ser  iguales. 
Ahora  pregunto:  ¿En  qué?  ¿En  autoridad?  Entonces  no  ha- 
brá gobierno  posible.  ¿En  bienes?  Enhorabuena;  dejemos  a 
un  lado  la  justicia  y  hagamos  el  repartimiento :  al  cabo  de 
una  hora,  de  dos  jugadores  el  uno  habrá  aligerado  el  bolsi- 
llo del  otro  y  estarán  ya  desiguales ;  pasados  algunos  días,  el 
industrioso  habrá  aumentado  su  capital,  el  desidioso  habrá 
consumido  una  porción  de  lo  que  recibió,  y  caeremos  en  la 
desigualdad.  Vuélvase  mil  veces  al  repartimiento,  y  mil  ve- 
ces se  desigualarán  las  fortunas.  ¿En  consideración?  Pero 
¿apreciará  usted  tanto  al  hombre  honrado  como  al  tunante? 
¿Se  depositará  igual  confianza  en  éste  que  en  aquél?  ¿Se 
encargarán  los  mismos  negocios  a  Metternich  que  al  más 
rudo  patán?  Y  aun  cuando  se  quisiese,  ¿podrían  todos  ha- 
cerlo todo? 

— Esto  es  imposible ;  pero  lo  que  no  es  imposible  es  la 
igualdad  ante  la  ley. 

— Nueva  retirada,  nueva  trinchera ;  vamos  allá.  La  ley 
dice :  El  que  contravenga  sufrirá  la  multa  de  mil  reales,  y  en 
caso  de  insolvencia,  diez  días  de  cárcel.  El  ||  rico  paga  los  mil 
reales  y  se  ríe  de  su  fechoría ;  el  pobre,  que  no  tiene  un  ma- 
ravedí, expía  su  falta  de  rejas  adentro.  ¿Dónde  está  la  igual- 
dad ante  la  ley? 

— Pues  yo  quitaría  esas  cosas,  y  establecería  las  penas  de 
suerte  que  no  resultase  nunca  esta  desigualdad. 

— Pero  entonces  desaparecerían  las  multas,  arbitrio  no 
despreciable  para  huecos  del  presupuesto  y  alivio  de  gober- 
nantes. Además,  voy  a  demostrarle  a  usted  que  no  es  posi- 
ble en  ninguna  suposición  esta  pretendida  igualdad.  Demos 
que  para  una  transgresión  está  señalada  la  pena  de  diez  mil 
reales ;  dos  hombres  han  incurrido  en  ella  y  ambos  tienen 
de  qué  pagar ;  pero  el  uno  es  opulento  banquero,  el  otro  un 
modesto  artesano.  El  banquero  se  burla  de  los  diez  mil  rea- 
les, el  artesano  queda  arruinado.  ¿Es  igual  la  pena? 

— No  por  cierto;  mas  ¿cómo  quiere  usted  remediarlo? 

— De  ninguna  manera ;  y  esto  es  lo  que  quiero  persuadir- 
le a  usted,  de  que  la  desigualdad  es  cosa  irremediable.  De- 
mos que  la  pena  sea  corporal ;  encontraremos  la  misma  des- 
igualdad. El  presidio,  la  exposición  a  la  vergüenza  pública 
son  penas  que  el  hombre  falto  de  educación  y  del  sentimien- 
to de  dignidad  sufre  con  harta  indiferencia ;  sin  embargo, 
un  criminal  que  perteneciese  a  cierta  categoría  preferiría 
mil  veces  la  muerte.  La  pena  debe  ser  apreciada  no  por  lo 


L15,  149-151] 


C.  14. — EL  JUICIO 


635 


que  es  en  sí,  sino  por  el  daño  que  causa  al  paciente  y  la  im- 
presión con  que  le  afecta,  pues  de  otro  modo  desaparecerían 
los  dos  fines  del  castigo :  la  expiación  y  el  escarmiento.  Lue- 
go una  misma  pena  aplicada  a  criminales  de  clases  diferen- 
tes no  tiene  la  igualdad  sino  en  el  nombre,  entrañando  una 
desigualdad  monstruosa.  Confesaré  con  usted  que  en  estos  || 
inconvenientes  hay  mucho  de  irremediable ;  pero  reconozca- 
mos estas  tristes  necesidades,  y  dejémonos  de  ponderar  una 
igualdad  imposible. 

La  definición  de  una  palabra  y  el  discernir  las  diferentes 
aplicaciones  que  de  ella  podrían  hacerse  nos  ha  atraído  la 
ventaja  de  reducir  a  la  nada  un  especioso  sofisma  y  de  de- 
mostrar hasta  la  última  evidencia  que  el  pomposo  orador  o 
propalaba  absurdos  o  no  nos  decía  -nada  que  no  supiésemos 
de  antemano,  pues  no  es. mucho  descubrimiento  el  anunciar 
que  todos  nacemos  y  morimos  de  una  misma  manera. 


§  6. — Suposiciones  gratuitas.    El  despeñado 

A  falta  de  un  principio  general  tomamos  a  veces  un  he- 
cho que  no  tiene  más  verdad  y  certeza  de  la  que  nosotros 
le  otorgamos.  ¿De  dónde  tantos  sistemas  para  explicar  los 
fenómenos  de  la  naturaleza?  De  una  suposición  gratuita  que 
el  inventor  del  sistema  tuvo  a  bien  asentar  como  primera 
piedra  del  edificio.  Los  mayores  talentos  se  hallan  expuestos 
a  este  peligro  siempre  que  se  empeñan  en  explicar  un  fenó- 
meno careciendo  de  datos  positivos  sobre  su  naturaleza  y  ori- 
gen. Un  efecto  puede  haber  procedido  de  una  infinidad  de 
causas ;  pero  no  se  ha  encontrado  la  verdad  por  sólo  saber 
que  ha  podido  proceder,  es  necesario  demostrar  que  ha  pro- 
cedido. Si  una  hipótesis  me  explica  satisfactoriamente  un  fe- 
nómeno que  tengo  a  la  vista,  podré  admirar  en  ella  el  inge- 
nio de  quien  la  inventara ;  pero  poco  habré  adelantado  para 
el  conocimiento  de  la  realidad  de  las  cosas.  || 

Este  vicio  de  atribuir  un  efecto  a  una  causa  posible,  sal- 
vando la  distancia  que  va  de  la  posibilidad  a  la  realidad,  es 
más  común  de  lo  que  se  cree,  sobre  todo  cuando  el  razonador 
puede  apoyarse  en  la  coexistencia  o  sucesión  de  los.  hechos 
que  se  propone  enlazar.  A  veces  ni  aun  se  aguarda  a  saber 
si  ha  existido  realmente  el  hecho  que  se  designa  como  causa ; 
basta  que  haya  podido  existir  y  que  en  su  existencia  hubie- 
se podido  producir  el  efecto  de  que  se  pretende  dar  razón. 

Se  ha  encontrado  en  el  fondo  de  un  precipicio  el  cadáver 
de  una  persona  conocida ;  las  señales  de  la  víctima  manifies- 
tan con  toda  claridad  que  murió  despeñada.  Tres  suposicio- 
nes pueden  excogitarse  para  dar  razón  de  la  catástrofe :  una 
caída,  un  suicidio,  un  asesinato.  En  todos  estos  casos  el  efec- 


636 


EL  CRITERIO 


[15,  151-153] 


to  será  el  mismo,  y  en  ausencia  de  datos  no  puede  decirse 
que  el  uno  lo  explique  más  satisfactoriamente  que  el  otro. 
Numerosos  espectadores  están  contemplando  la  desastrosa 
escena ;  todos  ansian  descubrir  la  causa ;  haced  que  se  pre- 
sente el  más  leve  indicio;  desde  luego  veréis  nacer  en  abun- 
dancia las  conjeturas  y  oiréis  las  expresiones  de  «es  cierto» ; 
«así  será»;  «no  puede  ser  de  otra  manera...»;  «como  si  lo  es- 
tuviese mirando...»;  «no  hay  testigos,  no  puede  probarse  en 
juicio» ;  «pero  lo  que  es  duda  no  cabe». 

Y  ¿cuáles  son  los  indicios?  Algunas  horas  antes  de  en- 
contrarse el  cadáver,  el  infeliz  se  encaminaba  hacia  el  lugar 
fatal,  y  no  falta  quien  vió  que  estaba  leyendo  unos  papeles, 
que  se  detenía  de  vez  en  cuando  y  daba  muestras  de  inquie- 
tud. Por  lo  demás,  es  bien  sabido  que  estos  últimos  días  ha- 
bía pasado  disgustos  y  que  los  negocios  de  su  casa  estaban 
muy  malparados.  Toda  la  vecindad  veía  en  su  semblante 
muestras  de  pena  y  desazón.  ||  Asunto  concluido:  este  hom- 
bre se  ha  suicidado.  Asesinato  no  puede  ser,  estaba  tan  cerca 
de  su  casa... ;  además  que  un  asesinato  no  se  comete  de  esta 
manera...  Una  desgracia  es  imposible,  porque  él  conocía  muy 
bien  el  terreno,  y,  por  otra  parte,  no  era  hombre  que  andu- 
viese precipitado  ni  con  la  vista  distraída.  Como  el  pobre  es- 
taba acosado  por  sus  acreedores,  hoy,  día  de  correo,  debió  de 
recibir  alguna  carta  apremiante,  y  no  habrá  podido  resis- 
tir más. 

— Vamos,  vamos — responderá  el  mayor  número — ,  cosa 
clara;  y  tiene  usted  razón,  cabalmente  es  hoy  día  de  correo... 

Llega  el  juez  y,  al  efecto  de  instruir  las  primeras  diligen- 
cias, se  registra  la  cartera  del  difunto. 

— Dos  cartas. 

— ¿No  lo  decía  yo...?  ¡El  correo  de  hoy! 

— La  una  es  de  N,  su  corresponsal  en  la  plaza  N. 

— Vamos,  cabalmente  allí  tenía  sus  aprietos. 

— Dice  así :  «Muy  Sr.  mío :  En  este  momento  acabo  de 
salir  de  la  reunión  consabida.  No  faltaban  renitentes,  pero 
al  fin,  apoyado  de  los  amigos  NN,  he  conseguido  que  todo  el 
mundo  entrase  en  razón.  Por  ahora  puede  usted  vivir  tran- 
quilo, y  si  su  hijo  de  usted  tuviere  la  dicha  de  restablecer  al- 
gún tanto  los  negocios  de  América,  esta  gente  se  prestará  a 
todo  y  conservará  usted  su  fortuna  y  su  crédito.  Los  porme- 
nores, para  el  correo  inmediato;  pero  he  creído  que  no  debía 
diferir  un  momento  el  comunicarle  a  usted  tan  satisfactoria 
noticia.  Entre  tanto,  etc.,  etc.»  No  hay  por  qué  matarse. 

— ¿La  otra...? 

— Es  de  su  hijo... 

— Malas  noticias  debió  de  traer...  || 

— Dice  así :  «Mi  querido  padre :  He  llegado  a  tiempo,  y  a 
po~as  horas  de  mi  desembarco  estaba  deshecha  la  trampa. 


[15,  153-154] 


C.  14. — EL  JUICIO 


637 


Todo  era  una  estafa  del  Sr.  N»  Ha  burlado  atrozmente  nues- 
tra confianza.  No  soñaba  en  mi  venida,  y  al  verme  en  su  casa 
se  ha  quedado  como  herido  de  un  rayo.  He  conocido  su  tur- 
bación, y  me  he  apoderado  de  toda  su  correspondencia. 
Mientras  me  ocupaba  de  esto  ha  tomado  el  portante  e  ignoro 
su  paradero.  Todo  se  ha  salvado,  excepto  algún  desfalco  que 
calculo  de  poca  consideración.  Voy  corriendo,  porque  la  em- 
barcación que  sale  va  a  darse  a  la  vela,  etc.,  etc.» 

El  correo  de  hoy  no  era  para  suicidarse  ;  el  de  las.  conjetu- 
ras sale  lucido :  todo  por  haber  convertido  la  posibilidad  en 
realidad,  por  haber  estribado  en  suposiciones  gratuitas,  por 
haberse  alucinado  con  lo  especioso  de  una  explicación  satis- 
factoria. 

— ¿Si  podría  ser  un  asesinato...? 

— Claro  es,  porque  con  este  correo...  y,  además,  este  hom- 
bre no  carecía  de  enemigos. 

— El  otro  día  su  colono  N  le  amenazó  terriblemente. 
— Y  es  muy  malo... 

— ¡Oh!  Terrible...  Está  acostumbrado  a  la  vida  bandole- 
ra... Vamos,  tiene  atemorizada  la  vecindad... 
— ¿Y  cómo  estaban  ahora? 

— A  matar ;  esta  misma  mañana  salían  juntos  de  la  casa 
del  difunto  y  hablaban  ambos  muy  recio. 

— ¿Y  el  colono  solía  andar  por  aquí? 

— Siempre ;  a  dos  pasos  tiene  un  campo ;  y,  además,  la 
cuestión  estaba  (sino  que  esto  sea  dicho  entre  nosotros), 
la  cuestión  estaba  sobre  esas  encinas  del  borde  del  precipi- 
cio. El  dueño  se  quejaba  de  que  él  le  echaba  |J  a  perder  el 
bosque,  el  otro  lo  negaba ;  como  que  en  este  mismo  lugar  es- 
tuvieron el  otro  día  a  pique  de  darse  de  garrotazos.  Miren 
ustedes...  sino  que  uno  no  debe  perder  a  un  infeliz...  casi 
cada  día  estaban  en  pendencias  en  este  mismo  lugar. 

— Entonces  no  hable  usted  más...  ¡Es  una  atrocidad!  Pero 
¿cómo  se  prueba...? 

—Y  hoy  vean  ustedes  cómo  no  está  trabajando  en  el  cam- 
po, y  tiene  por  allí  su  apero...  y  se  conoce  que  ha  trabajado 
hoy  mismo...  Vamos,  ya  no  cabe  duda;  es  evidente;  el  infe- 
liz está  perdido,  porque  esto  respirará... 

Llega  uno  del  pueblo. 

—  ¡Qué  desgracia! 

— ¿No  lo  sabía  usted? 

— No,  señores;  ahora  mismo  me  lo  han  dicho  en  su  casa... 
Iba  yo  a  verle,  por  si  se  apaciguaba  con  el  pobre  N,  que  está 
preso  en  la  alcaldía... 

— ¿Preso?... 

— Sí,  señores ;  me  ha  venido  llorando  su  mujer ;  dice  que 
se  ha  excedido  de  palabras  y  que  el  alcalde  le  ha  arrestado. 
¡  Como  ya  saben  ustedes  que  es  tan  matón ! . . . 


638 


EL  CRITERIO 


[15,  154-156] 


— ¿Y  no  ha  salido  más  al  campo  desde  que,  habló  esta  ma- 
ñana con  el  difunto  en  la  calle? 

— Pues  ¿cómo  había  de  salir?  Vayan  ustedes  y  le  encon- 
trarán allí,  donde  está  desde  muy  temprano.  ¡El  pobrecito 
estaba  labrando  ahí...! 

Nuevo  chasco :  el  asesino  estaba  a  larga  distancia,  el  pre- 
so era  el  colono ;  nuevo  desengaño  para  no  fiarse  de  suposi- 
ciones gratuitas,  para  no  confundir  la  realidad  con  la  posi- 
bilidad y  no  alucinarse  con  plausibles  apariencias.  || 


§  7. — Preocupación  en  fa^vor  de  una  doctrina 

He  aquí  uno  de  los  más  abundantes  manantiales  de  error ; 
esto  es  la  verdadera  rémora  de  las  ciencias,  uno  de  los  obs- 
táculos que  más  retardan  sus  progresos.  Increíble  sería  la  in- 
fluencia de  la  preocupación  si  la  historia  del  espíritu  huma- 
no no  la  atestiguara  con  hechos  irrecusables. 

El  hombre  dominado  por  una  preocupación  no  busca  ni 
en  los  libros  ni  en  las  cosas  lo  que  realmente  hay,  sino  lo  que 
le  conviene  para  apoyar  sus  opiniones.  Y  lo  más  sensible  es 
que  se  porta  de  esta  suerte  a  veces  con  la  mayor  buena  fe, 
creyendo  sin  asomo  de  duda  que  está  trabajando  por  la  cau- 
sa de  la  verdad.  La  educación,  los  maestros  y  autores  de 
quienes  se  han  recibido  las  primeras  luces  sobre  una  cien- 
cia, las  personas  con  quienes  vivimos  de  continuo  o  tratamos 
con  más  frecuencia,  el  estado  o  profesión  y  otras  circuns- 
tancias semejantes  contribuyen  a  engendrar  en  nosotros  el 
hábito  de  mirar  las  cosas  siempre  bajo  un  mismo  aspecto, 
de  verlas  siempre  de  la  misma  manera. 

Apenas  dimos  los  primeros  pasos  en  la  carrera  de  una 
ciencia,  se  nos  ofrecieron  ciertos  axiomas  como  de  eterna 
verdad,  se  nos  presentaron  ciertas  proposiciones  como  soste- 
nidas por  demostraciones  irrefragables,  y  las  razones  que 
militaban  por  la  otra  parte  nunca  se  nos  hizo,  considerarlas 
como  pruebas  que  examinar,  sino  como  objeriones  que  soltar. 
¿Había  alguna  de  nuestras  razones  que  claudicaba  por  un 
lado?  Se  acudía  desde  luego  ||  a  sostenerla,  a  manifestar  que 
en  todo  caso  no  era  aquélla  la  única ;  que  estaba  acompaña- 
da de  otras  cumplidamente  satisfactorias,  y  que,  si  bien  ella 
sola  quizás  no  bastaría,  no  obstante,  añadida  a  las  demás,  no 
dejaba  de  pesar  en  la  balanza  y  de  inclinarla  más  y  más  a 
favor  nuestro.  ¿Presentaban  los  adversarios  alguna  dificul- 
tad de  espinosa  solución?  El  número  de  las  respuestas  suplía 
a  su  solidez.  El  gravísimo  autor  A  contesta  de  esta  manera, 
el  insigne  B  de  tal  otra,  el  sabio  C  de  tal  otra ;  cualquiera  de 
las  tres  es  suficiente,  escójase  la  que  mejor  parezca,  con  en- 
tera seguridad  de  que  el  Aquiles  de  los  adversarios  habrá 


[15,  156-157] 


639 


recibido  la  herida  en  el  tendón.  No  se  trata  de  convencer, 
sino  de  vencer;  el  a,mor  propio  se  interesa  en  la  contienda, 
y  conocidos  son  los  infinitos  recursos  de  este  maligno  agente. 
Lo  que  favorece  se  abulta  y  exagera ;  lo  que  obsta  se  dismi- 
nuye, se  desfigura  u  oculta;  la  buena  fe  protesta  algunas 
veces  desde  el  fondo  del  alma;  pero  su  voz  es  ahogada  y 
acallada  como  una  palabra  de  paz  en  encarnizado  combate. 

Si  así  no  fuere,  ¿cómo  será  posible  explicar  que  durante 
largos  siglos  se  hayan  visto  escuelas  tan  organizadas,  como 
disciplinados  ejércitos  agrupados  alrededor  de  una  bandera? 
¿Cómo  es  que  una  serie  de  hombres  ilustres  por  su  saber  y 
virtudes  viesen  todos  una  cuestión  de  una  misma  manera, 
al  paso  que  sus  adversarios,  no  menos  esclarecidos  que  ellos, 
lo  veían  todo  de  una  manera  opuesta?  ¿Cómo  es  que  para 
saber  cuales  eran  las  opiniones  de  un  autor  no  necesitáse- 
mos leerle,  bastándonos  por  lo  común  la  orden  a^  que  perte- 
necía o  la  escuela  de  donde  había  salido?  ¿Podría  ser  igno- 
rancia de  la  materia,  cuando  consumían  su  vida  en  estudiar- 
la? ¿Podría  ser  que  no  leyesen  las  obras  de  sus  adversarios?  |l 
Esto  se  verificaría  en  muchos,  pero  de  otros  no  cabe  duda 
que  las  consultarían  con  frecuencia.  ¿Podría  ser  mala  fe? 
No  por  cierto,  pues  que  se  distinguían  por  su  entereza  cris- 
tiana. 

Las  causas  son  las  señaladas  más  arriba ;  el  hombre,  antes 
de  inducir  a  otros  al  error,  se  engaña  muchas  veces  a  sí  pro- 
pio. Se  aferra  a  un  sistema,  alli  se  encastilla  con  todas  las 
razones  que  pueden  favorecerle ;  sú  ánimo  se  va  acalorando 
a  medida  que  se  ve  atacado,  hasta  que,  al  fin,  sea  cual  fuere 
el  número  y  la  fuerza  de  los  adversarios,  parece  que  se  dice 
a  sí  mismo :  «Este  es  tu  puesto ;  es  preciso  defenderle ;  vale 
más  morir  con  gloria  que  vivir  con  ignominiosa  cobardía.» 

Por  este  motivo,  cuando  se  trata  de  convencer  a  otros, 
es  preciso  separar  cuidadosamente  la  causa  de  la  verdad  de 
la  causa  del  amor  propio :  importa  sobremanera  persuadir 
al  contrincante  de  que  cediendo  nada  perderá  en  reputación. 
No  ataquéis  nunca  la  claridad  y  perspicacia  de  su  talento ; 
de  otro  modo  se  formalizará  el  combate,  la  lucha  será  reñi- 
da, y  aun  teniéndole  bajo  vuestros  pies  y  con  la  espada  en  la 
garganta  no  recabaréis  que  se  confiese  vencido. 

Hay  ciertas  palabras  de  cortesía  y  deferencia  que  en  nada 
se  oponen  a  la  verdad ;  en  vacilando  el  adversario  conviene 
no  economizarlas  si  deseáis  que  "se  dé  a  partido  antes  que  las 
cosas  hayan  llegado  a  extremidades  desagradables. 

Nota. — La  duda  de  Descartes  fué  una  especie  de  revolución  con- 
tra la  autoridad  científica,  y,  por  tanto,  fué  llevada  por  muchos  a 
una  exageración  indebida.  Sin  embargo,  no  es  posible  desconocer 
que  había  en  las  escuelas  necesidad  de  un  sacudimiento  que  las  sa- 
case del  letargo  en  que  se  encontraban.  La  autoridad  de  algunos 


640 


EL  CRITERIO 


[15,  157-160] 


escritores  se  había  levantado  más  alto  ¡j  de  lo  que  convenía,  y  era 
menester  un  ímpetu  como  el  de  la  filosofía  de  Descartes  para  derri- 
bar a  los  ídolos.  El  respeto  debido  a  los  grandes  hombres  no  ha  de 
rayar  en  culto,  ni  la  consideración  a  su  dictamen  degenerar  en  cie- 
ga sumisión.  Por  ser  grandes  hombres  no  dejan  de  ser  hombres  y 
de  manifestarlo  así  en  los  errores,  olvidos  y  defectos  de  sus  obras: 
Summi  enim  sunt,  homines  tamen,  decía  Quintiliano.  Y  San  Agus- 
tín confiesa  que  la  infalibilidad  la  atribuye  a  los  Libros  Sagrados; 
pero  que  en  cuanto  a  las  obras  de  los  hombres,  por  más  alto  que 
rayen  en  virtud  y  sabiduría,  no  por  esto  se  cree  obligado  a  tener 
por  verdadero  todo  cuanto  ellos  han  dicho  o  escrito. 

Nota  postuma. — Yo  no  sé  si  será  verdad  lo  que  de  Aristóteles 
dice  nuestro  insigne  Melchor  Cano:  que  escribió  adrede  con  alguna 
ambigüedad  para  dejar  a  sus  amigos  y  apologistas  medios  de  expli- 
car sus  palabras  en  diferentes  sentidos  y  escudarse  con  esta  maña 
contra  los  ataques  de  sus  adversarios.  Si  a  doctis  fortasse  jure  quan- 
doque  ac  veré  reprehenderetur,  haberet  quo  posset  elabi  atque  ab 
amicis  excusari.  (L.  10.°,  c.  V.)  Si  así  fuese,  Aristóteles  no  carece  de 
imitadores :  no  se  han  olvidado  del  ardid  ni  los  hombres  ni  las 
escuelas.  || 


CAPITULO  XV 
El  raciocinio 

§  1. — Lo  que  valen  los  principios  y  las  reglas 
de  la  dialéctica 

Cuando  los  autores  tratan  de  esta  operación  del  entendi- 
miento amontonan  muchas  reglas  para  dirigirla,  apoyándolas 
en  algunos  axiomas.  No  disputaré  sobre  la  verdad  de  éstos ; 
pero  dudo  mucho  que  la  utilidad  de  aquéllas  sea  tanto  como 
se  ha  pretendido.  En  efecto :  es  innegable  que  las  cosas  que 
se  identifican  con  una  tercera  se  identifican  entre  sí ;  que  de 
dos  que  se  identifican  entre  sí,  si  la  una  es  distinta  de  una 
tercera,  lo  será  también  la  otra ;  que  lo  que  se  afirma  o  niega 
de  todo  un  género  o  especie  debe  afirmarse  o  negarse  del  in- 
dividuo contenido  en  ellos ;  y,  además,  es  también  mucha 
verdad  que  las  reglas  de  argumentación  fundadas  en  dichos 
principios  son  infalibles.  Pero  yo  tengo  la  dificultad  en  la 
aplicación,  y  no  puedo  convencerme  de  que  sean  de  grande 
utilidad  en  la  práctica. 

En  primer  lugar,  confieso  que  estas  reglas  contribuyen  a 
dar  al  entendimiento  cierta  precisión  que  puede  ||  servir  en 
algunos  casos  para  concebir  con  más  claridad  y  atender  a 
los  vicios  que  entrañe  un  discurso,  bien  que  a  veces  esta  ven- 
taja quedará  neutralizada  con  los  inconvenientes  acarreados 
por  la  presunción  de  que  se  sabe  raciocinar,  porque  no  se 
ignoran  las  reglas  del  raciocinio.  Puede  uno  saber  muy  bien 
las  reglas  de  un  arte  y  no  acertar  a  ponerlas  en  práctica.  Tal 


[15,  160-161] 


C.  15. — EL  RACIOCINIO 


641 


recitaría  todas  las  reglas  de  la  oratoria  sin  equivocar  una 
palabra,  que  no  sabría  escribir  una  página  sin  chocar,  no 
diré  con  los  preceptos  del  arte,  sino  con  el  buen  sentido. 


§  2. — El  silogismo.  Observaciones  sobre  este  instrumento 
dialéctico 

Formaremos  cabal  concepto  de  la  utilidad  de  dichas  re- 
glas si  consideramos  que  quien  raciocina  no  las  recuerda  si 
no  se  ve  precisado  a  formular  un  argumento  a  la  manera  es- 
colástica, cosa  que  en  la  actualidad  ha  caído  en  desuso.  Los 
alumnos  aprenden  a  conocer  si  tal  o  cual  silogismo  peca 
contra  esta  o  aquella  regla,  y  esto  lo  hacen  en  ejemplos  tan 
sencillos,  que  al  salir  de  la  escuela  nunca  encuentran  nada 
que  a  ellos  se  parezca.  «Toda  virtud  es  loable ;  la  justicia  es 
virtud,  luego  es  loable.»  Está  muy  bien ;  pero  cuando  se  me 
ofrece  discernir  si  en  tal  o  cual  acto  se  ha  infringido  la  jus- 
ticia y  la  ley  tiene  algo  que  castigar ;  si  me  propongo  inves- 
tigar en  qué  consiste  la  justicia,  analizando  los  altos  prin- 
cipios en  que  estriba  y  las  utilidades  que  su  imperio  acarrea 
al  individuo  y  a  la  sociedad,  ¿de  qué  me  servirá  dicho  ejem- 
plo u  otros  semejantes?  Los  teólogos  y  juristas  ||  quisiera  que 
me  dijesen  si  en  sus  discursos  les  han  servido  mucho  las  de- 
cantadas reglas. 

«Todo  metal  es  mineral ;  el  oro  es  metal,  luego  es  mine- 
ral.» «Ningún  animal  es  insensible;  los  peces  son  animales, 
luego  no  son  insensibles.»  «Pedro  es  culpable;  este  hombre 
es  Pedro,  luego  este  hombre  es  culpable.»  «Esta  onza  de  oro 
no  tiene  el  debido  peso;  esta  onza  es  la  que  Juan  me  ha 
dado,  luego  la  onza  que  Juan  me  ha  dado  no  tiene  el  debido 
peso.»  Estos  ejemplos  y  otros  por  el  mismo  tenor  son  los 
que  suelen  encontrarse  en  las  obras  de  lógica  que  dan  re- 
glas para  los  silogismos,  y  yo  no  alcanzo  qué  utilidad  pue- 
den traer  al  discurso  de  los  alumnos. 

La  dificultad  en  el  raciocinio  no  se  quita  con  estas  frivo- 
lidades, más  propias  para  perder  el  tiempo  en  la  escuela 
que  para  enseñar.  Cuando  el  discurso  se  traslada  de  los  ejem- 
plos a  la  realidad  no  encuentra  nada  semejante,  y  entonces 
o  se  olvida  completamente  de  las  reglas,  o,  después  de  haber 
ensayado  el  aplicarlas  continuamente,  se  cansa  bien  pronto 
de  la  enojosa  e  inútil  tarea.  Cierto  sujeto,  muy  conocido 
mío,  se  había  tomado  el  trabajo  de  examinar  todos  sus  dis- 
cursos a  la  luz  de  las  reglas  dialécticas ;  no  sé  si  en  la  actua- 
lidad conservará  todavía  este  peregrino  humor;  mientras 
tuve  ocasión  de  tratarle  no  observé  que  alcanzase  gran  re- 
sultado. 


4i 


642 


EL  CRITERIO 


[15,  161-163] 


Analicemos  algunos  de  estos  ejemplos  y  comparémoslos 
con  la  práctica. 

Trátase  de  la  pertenencia  de  una  posesión.  Todos  los  bie- 
nes que  fueron  de  la  familia  N  debieron  pasar  a  la  fami- 
lia M ;  pero  el  mucho  tiempo  transcurrido  y  otras  circunstan- 
cias hacen  que  se  suscite  un  pleito  sobre  el  ||  manso  B,  de 
que  esta  última  se  halla  en  posesión,  fundándose  en  que  sus 
derechos  a  ella  le  vienen  de  la  familia  N.  Claro  es  que  el  si- 
logismo del  posesor  ha  de  ser  el  siguiente :  Todos  los  bienes 
que  fueron  de  la  familia  N  me  pertenecen ;  es  así  que  el 
manso  B  se  halla  en  este  caso,  luego  el  manso  B  me  pertene- 
ce. Para  no  complicar  supondremos  que  no  haya  dificultad 
en  la  primera  proposición,  o  sea  en  la  mayor,  y  que  toda  la 
disputa  recaiga  sobre  la  menor;  es  decir,  que  le  incumbe 
probar  que  efectivamente  el  manso  B  perteneció  a  la  fa- 
milia N. 

Todo  el  pleito  gira  no  en  si  el  silogismo  es  concluyente. 
sino  en  si  se  prueba  la  menor  o  no.  Y  pregunto  ahora : 
¿Pensará  nadie  en  el  silogismo?  ¿Sirve  de  nada  el  recordar 
que  lo  que  se  dice  de  todos  se  ha  de  decir  de  cada  uno? 
Cuando  se  haya  llegado  a  probar  que  el  manso  B  pertene- 
ció a  la  familia  N,  ¿será  menester  ninguna  regla  para  de- 
ducir que  la  familia  M  es  legítima  poseedora?  El  discurso 
se  hace,  es  cierto ;  existe  el  silogismo,  no  cabe  duda ;  pero 
es  cosa  tan  clara,  es  tan  obvia  la  deducción,  que  las  reglas 
dadas  para  sacarla,  más  bien  que  otra  cosa,  parecerán  un 
puro  entretenimiento  especulativo.  No  estará  el  trabajo  en 
el  silogismo,  sino  en  encontrar  los  títulos  para  probar  que 
el  manso  B  perteneció  realmente  a  la  familia  N,  en  inter- 
pretar cual  conviene  las  cláusulas  del  testamento,  donación 
o  venta  por  donde  lo  había  adquirido ;  en  esto  y  otros  pun- 
tos consistirá  la  dificultad,  para  esto  sería  necesario  aguzar 
el  discurso,  prescribiéndole  atinadas  reglas  a  fin  de  discer- 
nir la  verdad  entre  muchos  y  complicados  y  contradictorios 
documentos.  Gracioso  sería  por  demás  el  preguntar  a  los 
interesados,  a  los  abogados  y  al  juez  cuántas  veces  han  pen- 
sado en  semejantes  reglas  cuando  seguían  ||  con  ojo  atento 
el  hilo  que  debía  respectivamente  conducirlos  al  objeto  de- 
seado. 

«La  moneda  que  no  reúne  las  calidades  prescritas  por  la 
ley  no  debe  recibirse ;  esta  onza  de  oro  no  las  tiene,  luego 
no  debe  recibirse.»  El  raciocinio  es  tan  concluyente  como 
inútil.  Cuando  yo  esté  bien  instruido  de  las  circunstancias 
exigidas  por  la  ley  monetaria  vigente,  y  además  haya  expe- 
rimentado que  esta  onza  de  oro  carece  de  ellas,  se  la  devol- 
veré al  dador  sin  discursos,  y  si  se  traba  disputa  no  versa- 
rá sobre  la  legitimidad  de  la  consecuencia,  sino  sobre  si  a 
tantos  o  cuantos  granos  de  déficit  se  ha  de  tomar  todavía. 


ri5.  163-165] 


C.  15. — EL  RACIOCINIO 


643 


si  está  bien  pesado  o  no,  si  lleva  esta  o  aquella  señal,  y  otras 
cosas  semejantes. 

Cuando  el  hombre  discurre  no  anda  en  actos  reflejos  so- 
bre su  pensamiento,  así  como  los  ojos  cuando  miran  no  ha- 
cen contorsiones  para  verse  a  sí  mismos.  Se  presenta  una 
idea,  se  la  concibe  con  más  o  menos  claridad;  en  ella  se 
ve  contenida  otra  u  otras ;  con  éstas  se  suscita  el  recuerdo 
de  otras,  y  así  se  va  caminando  con  suavidad,  sin  cavila- 
ciones reflejas,  sin  embarazarse  a  cada  paso  con  la  razón 
de  aquello  que  se  piensa. 


§  3. — El  entimema 

La  evidencia  de  estas  verdades  ha  hecho  que  se  contase 
entre  las  formas  de  argumentación  el  entimema,  el  cual  no 
es  más  que  un  silogismo  en  que  se  calla  por  sobrentendida 
alguna  de  sus  proposiciones.  Esta  forma  se  la  enseñó  a  los 
dialécticos  la  experiencia  de  lo  que  ||  estaban  viendo  a  cada 
paso;  pues  pudieron  notar  que  en  la  práctica  se  omitía  por 
superfluo  el  presentar  por  extenso  todo  el  hilo  del  racioci- 
nio. Así,  en  el  último  ejemplo,  el  silogismo  por  extenso  se- 
ría el  que  se  ha  puesto  al  principio ;  pero  en  forma  de  en- 
timema se  convertiría  en  este  otro :  «Esta  onza  no  tiene  las 
condiciones  prescritas  por  la  ley,  luego  no  debo  recibirla» ; 
o  en  estilo  vulgar  y  más  conciso  y  expresivo :  «No  la  tomo ; 
es  corta.» 

§  4. — Reflexiones  sobre  el  término  medio 

Todo  el  artificio  del  silogismo  consiste  en  comparar  los 
extremos  con  un  término  medio,  para  deducir  la  relación 
que  tienen  entre  sí.  Cuando  se  conocen  ya  y  se  tienen  pre- 
sentes esos  extremos  y  ese  término  medio,  nada  más  senci- 
llo que  hacer  la  comparación ;  pero  cabalmente  entonces  ya 
no  es  necesaria  la  regla,  porque  el  entendimiento  ve  al  ins- 
tante la  consecuencia  buscada.  ¿Cómo  se  encuentra  ese  tér- 
mino medio?  ¿Cómo  se  conocen  los  dos  extremos  cuando  se 
hacen  investigaciones  sobre  un  objeto  del  cual  se  ignora  lo 
que  es?  Sé  muy  bien  que  si  este  mineral  que  tengo  en  las 
manos  fuese  oro  tendría  tal  calidad;  pero  el  embarazo  está 
en  que  ni  se  me  ocurre  que  esto  pueda  ser  oro,  y  por  tanto 
no  pienso  en  uno  de  los  dos  extremos,  ni,  aun  cuando  pensa- 
ra en  ello,  me  encuentro  con  medios  para  comprobarlo.  Sabe 
muy  bien  el  juez  que  si  el  hombre  que  pasa  por  su  lado 
fuera  el  asesino  a  quien  persigue  desde  mucho  tiempo,  de- 
bería enviarle  al  suplicio;  pero  la  dificultad  ||  está  en  que 
al  ver  al  culpable  no  piensa  en  el  asesino,  y  si  pensara  en 


644 


EL  CRITERIO 


[15,  165-166] 


él  y  sospechase  que  es  el  individuo  que  está  presente,  no 
puede  condenarle  por  falta  de  pruebas.  Tiene  los  dos  extre- 
mos, mas  no  el  término  medio,  término  que  no  se  le  ofrece- 
rá ciertamente  bajo  formas  dialécticas.  ¿Cómo  se  llama  este 
hombre?  Su  patria,  su  residencia  ordinaria,  los  antecedentes 
de  su  conducta,  su  modo  de  vivir  en  la  actualidad,  el  lugar 
donde  se  hallaba  cuando  se  cometió  el  asesinato,  testigos 
que  le  vieron  en  las  inmediaciones  del  sitio  en  que  se  en- 
contró la  víctima ;  su  traje,  estatura,  fisonomía ;  señales 
sangrientas  que  se  han  notado  en  su  ropa,  el  puñal  escon- 
dido, el  azoramiento  con  que  llegó  a  deshora  a  su  casa  po- 
cos momentos  después  del  desastre,  algunas  prendas  que  se 
han  encontrado  en  su  poder  y  que  se  parecen  mucho  a  otras 
que  tenía  el  difunto,  sus  contradicciones,  su  reconocida  ene- 
mistad con  el  asesinado ;  he  aquí  los  términos  medios,  o  más 
bien  un  conjunto  de  circunstancias  que  han  de  indicar  si  el 
preso  es  el  verdadero  asesino.  ¿Y  para  qué  aprovechan  las 
reglas  del  silogismo?  Ahora  habrá  que  atender  a  una  pala- 
bra, después  a  un  hecho ;  aquí  se  habrá  de  examinar  una 
señal,  más  allá  se  habrán  de  cotejar  dos  o  más  coinciden- 
cias. Será  preciso  atender  a  las  cualidades  físicas,  morales  y 
sociales  del  individuo ;  será  necesario  apreciar  el  valor  de 
los  testigos;  en  una  palabra,  deberá  el  juez  revolver  la 
atención  en  todas  direcciones,  fijarla  sobre  mil  y  mil  obje- 
tos diferentes  y  pesarlo  todo  en  justa  y  escrupulosa  balan- 
za para  no  dejar  sin  castigo  al  culpable  o  no  condenar  al 
inocente. 

Lo  diré  de  una  vez :  los  ejemplos  que  suelen  abundar  en 
los  libros  de  dialéctica  de  nada  sirven  para  la  práctica : 
quien  creyese  que  con  aquel  mecanismo  ha  aprendido  ||  a 
pensar  puede  estar  persuadido  de  que  se  equivoca.  Si  lo 
que  acabo  de  exponer  no  le  convence,  la  experiencia  le 
desengañará. 


§  5. — Utilidad  de  las  formas  dialécticas 

Sin  embargo  de  lo  dicho,  no  negaré  que  esas  formas  dia- 
lécticas sean  útiles  aun  en  nuestro  tiempo  para  presentar 
con  claridad  y  exactitud  el  encadenamiento  de  las  ideas  en 
el  raciocinio,  y  que,  si  no  valen  mucho  como  medio  de  in- 
vención, sean  a  veces  provechosas  como  conducto  de  en- 
señanza. Así  es  que,  lejos  de  pretender  que  se  las  destierre 
del  todo  de  las  obras  elementales,  conviene  que  se  las  con- 
serve, no  en  toda  su  sequedad,  pero  sí  en  todo  su  vigor. 
Ñervos  et  ossa  las  llamaba  Melchor  Cano  con  mucha  opor- 
tunidad :   no  se  destruyan,  pues,  esos  nervios  y  huesos ; 


[15,  166-1681 


C.  15. — EL  RACIOCINIO 


645 


basta  cubrirlos  con  piel  blanda  y  colorada  para  que  no  re- 
pugnen ni  ofendan.  Porque  es  preciso  confesar  que  ahora, 
a  fuerza  de  desdeñar  las  formas,  se  cae  en  el  extremo  opues- 
to, sumamente  dañoso  al  adelanto  de  las  ciencias  y  a  la 
causa  de  la  verdad.  Antes  los  discursos  eran  descarnados  en 
demasía,  presentaban,  por  decirlo  así,  desnuda  la  armazón ; 
pero  ahora,  tanto  es  el  cuidado  de  la  exterioridad,  tal  el 
olvido  de  lo  interior,  que  en  muchos  discursos  no  se  encuen- 
tra más  que  palabras,  que  serían  bellas  si  serlo  pudieran  pa- 
labras vacías.  Con  el  auxilio  de  las  formas  dialécticas  trave- 
seaban en  demasía  los  ingenios  sutiles  y  cavilosos ;  con  las 
formas  oratorias  se  envuelven  a  menudo  los  espíritus  hue- 
cos. Est  modus  in  rebus.  \\ 

Nota. — Voy  a  compendiar  en  pocas  palabras  lo  más  útil  que  di- 
cen los  dialécticos  sobre  la  percepción,  juicio  y  raciocinio;  término, 
proposición  y  argumentación. 

Según  los  dialécticos,  la  percepción  es  el  conocimiento  de  la 
cosa,  sin  afirmación  o  negación;  el  juicio  es  la  afirmación  o  nega- 
ción ;  el  raciocinio  es  el  acto  del  entendimiento  con  el  que  de  una 
cosa  inferimos  otra. 

Pienso  en  la  virtud  sin  afirmar  o  negar  nada  de  ella :  tengo  una 
percepción.  Interiormente  afirmo  que  la  virtud  es  loable:  formo  un 
juicio.  De  aquí  infiero  que  para  merecer  la  verdadera  alabanza  es 
preciso  ser  virtuoso :  esto  es  un  raciocinio. 

El  objeto  interior  de  la  percepción  se  llama  idea. 

El  término  o  vocablo  es  la  expresión  de  la  cosa  percibida.  La 
palabra  América  no  expresa  la  idea  del  nuevo  continente,  sino  el 
mismo  continente.  Es  cierto  que  no  existiera  el  término  si  no  exis- 
tiese la  idea,  y  que  ésta  sirve  de  nudo  para  enlazar  el  térmi- 
no con  la  cosa ;  pero  no  lo  es  menos  que  cuando  expresamos  América 
entendemos  la  cosa  misma,  no  la  idea.  Así  decimos  la  América  es  un 
país  hermoso,  y  es  evidente  que  esto  no  lo  afirmamos  de  la  idea. 

Al  pensar  en  los  metales  conozco  que  el  ser  metal  es  común  a 
muchas  cosas  que,  por  otra  parte,  son  diferentes,  como  la  plata,  el 
oro,  el  plomo,  etc. ;  al  pensar  en  los  brutos  veo  que  hay  algo  en  que 
convienen  el  camello,  el  águila,  la  serpiente,  la  mariposa  y  todos 
los  demás,  a  saber,  el  vivir  y  sentir,  o  el  ser  animales.  Cuando  ex- 
preso esto  que  conviene  a  muchos,  diciendo  metal,  animal,  cuerpo, 
hombre  justo,  malo,  etc.,  el  término  se  denomina  común. 

El  término  común  tomado  en  general  es  aquel  cuyo  significado 
conviene  a  muchos ;  pero  como  puede  suceder  que  convenga  a  mu- 
chos, o  bien  tan  sólo  en  cuanto  se  consideran  reunidos,  o  bien  que  se 
aplique  a  cualquiera  de  ellos  por  separado,  suele  decirse  que  en 
el  primer  caso  el  término  es  colectivo,  en  el  segundo  distributivo. 
Academia  es  un  término  común  colectivo,  porque  expresa  la  colec- 
ción de  los  académicos,  pero  no  de  tal  suerte  que  cada  uno  de  éstos 
pueda  llamarse  academia.  Sabio  es  término  común  distributivo,  por- 
que se  aplica  a  muchos,  de  manera  que  cualquiera  individuo  que  po- 
sea la  sabiduría  puede  llamarse  sabio. 

Término  singular  es  el  que  expresa  un  solo  individuo :  como  Pi- 
rineos, mar  Negro,  Madrid,  etc. 

Me  parece  que  el  término  colectivo  no  debería  contarse  ||  como 
una  especie  del  común,  porque  entonces  hay  el  inconveniente  de  que 
la  división  no  está  bien  hecha.  Decimos  el  término  es  común  o  sin- 
gular.  El  común  se  divide  en  colectivo  y  distributivo.  Para  que  una 
división  sea  bien  hecha  se  requiere  que  de  dos  miembros  opuestos  el 


646 


EL  CRITERIO 


[15,  168-169] 


uno  no  pertenezca  al  otro,  lo  que  se  verifica  si  adoptamos  la  divi- 
sión expresada.  En  efecto,  la  palabra  nación  es  común,  distributi- 
vamente, porque  conviene  a  todas  las  naciones,  y  colectivamente, 
porque  se  aplica  a  una  reunión.  Francia  es  común  colectivo  porque 
se  aplica  a  un  conjunto  de  hombres,  y  singular  porque  expresa  una 
sola  nación,  un  verdadero  individuo  de  la  especie  de  las  naciones. 
Luego  el  término  colectivo  no  debe  contarse  entre  los  comunes  como 
contrapuestos  al  singular,  pues  hay  nombres  colectivos  comunes  y 
los  hay  singulares. 

El  término  común  se  divide  en  unívoco,  equívoco  y  análogo.  Uní- 
voco es  el  que  tiene  para  muchos  un  significado  idéntico :  como  hom- 
bre, animal,  corpóreo.  Equívoco  es  el  que  lo  tiene  diferente :  como 
león,  que  expresa  un  animal  y  un  signo  celeste.  Análogo,  que  lo  tiene 
en  parte  idéntico  y  en  parte  diferente:  como  sano,  que  se  aplica  al 
alimento  que  conserva  la  salud,  al  medicamento  que  la  restablece,  al 
hombre  que  la  posee;  piadoso,  que  se  aplica  a  la  persona,  a  un  libro, 
a  una  acción,  a  una  imagen.  Amo  se  dice  de  los  monarcas ;  así  esa 
fórmula :  «el  rey,  mi  augusto  amo»,  se  dice  de  los  aue  tienen  escla- 
vos, se  dice  de  los  que  tienen  dependientes  o  criados,  se  dice  del  due- 
fio  de  la  habitación. 

De  muchos  términos  se  verifica  que  envuelven  una  idea  general, 
susceptible  de  varias  modificaciones,  y  el  emplearlos  sin  hacer  la 
competente  distinción  da  lugar  a  confusión  de  ideas  y  estériles  dispu- 
tas. Usamos  a  cada  paso  las  palabras  rey,  monarca,  soberano;  ha- 
blamos sobre  lo  que  ellas  significan,  asentando  nuestros  respectivos 
sistemas.  Y,  sin  embargo,  es  imposible  no  desacertar  gravísimamen- 
te  si  en  cada  cuestión  no  se  fija  con  exactitud  lo  que  estas  palabras 
expresan.  Soberano  es  el  sultán,  soberano  es  el  emperador  de  Rusia, 
soberano  es  el  rey  de  Prusia,  soberano  es  el  rey  de  Francia,  sobera- 
na es  la  reina  de  Inglaterra,  y,  no  obstante,  en  ninguno  de  estos  ca- 
sos la  soberanía  expresa  lo  mismo. 

La  definición  es  la  explicación  de  la  cosa.  Si  explica  la  esencia  se 
llama  esencial;  si  se  contenta  con  darla  a  conocer,  sin  penetrar  en 
su  naturaleza,  se  apellida  descriptiva. 

Cuando  la  cosa  explicada  es  la  significación  de  una  palabra  ||  se 
llama  definición  del  nombre,  definitio  nominis.  Conviene  no  confun- 
dir la  definición  del  nombre  con  su  etimología,  porque,  siendo  esta 
última  la  explicación  del  origen  de  la  palabra,  acontece  muchas  ve- 
ces que  el  sentido  usual  és  muy  diferente  del  etimológico.  La  etimo- 
logía ilustra  para  conocer  el  verdadero  significado,  pero  no  lo  deter- 
mina. Así,  por  ejemplo,  la  palabra  obispo,  episcopus,  que,  atendida  su 
etimología  griega,  significa  vigilancia,  y  en  su  acepción  latina,  super- 
intendente, nos  indica  en  cierto  modo  las  atribuciones  pastorales, 
pero  dista  mucho  de  determinarlas  en  su  verdadero  sentido.  Así  esta 
palabra  significaba  entre  los  latinos  el  magistrado  a  cuyo  cargo  co- 
rría el  cuidado  del  pan  y  demás  comestibles.  Cicerón,  escribiendo  a 
Atico,  le  dice:  Vult  enim  Pompejus  me  esse  quem  tota  haec  Campa- 
nia,  et  marítima  ora  habent  episcopum  ad  quem  delectus  et  negotii 
summa  referatur.  (Lib.  7.°,  Epist.) 

Las  calidades  de  una  buena  definición  son  claridad  y  exactitud. 
Será  clara  si  no  puede  menos  de  entenderla  quien  no  ignore  la  sig- 
nificación de  las  palabras ;  será  exacta  si  explica  de  tal  manera  la 
cosa  definida,  que  ni  le  añada  ni  le  quite. 

La  mejor  regla  para  asegurarse  de  la  bondad  de  una  definición,  es 
aplicarla  desde  luego  a  las  cosas  definidas,  y  observar  si  las  compren- 
de a  todas  y  a  ellas  solas. 

La  división  es  la  distribución  de  un  todo  en  sus  partes.  Según  son 
éstas  toma  distintos  nombres,  llamándose  actual  cuando  existen  en 
realidad,  y  potencial  cuando  no  son  más  que  posibles.  La  actual  se 
subdivide  en  metafísica,  física  e  integral.  Metafísica  es  la  que  riis- 


[15.  169-171] 


C.  15. — EL  RACIOCINIO 


647 


tribuye  el  todo  en  partes  metafísicas,  como  el  hombre  en  animal  y 
racional;  física,  la  que  lo  distribuye  en  partes  físicas,  como  el  hom- 
bre en  cuerpo  y  alma ;  integral,  la  que  le  distribuye  en  partes  que 
expresan  cantidad,  como  el  hombre  en  cabeza,  pies,  manos,  etc.  La 
potencial  es  la  que  distribuye  un  todo  en  aquellas  partes  que  nos- 
otros le  podemos  concebir.  Así,  considerando  como  un  todo  la  idea 
abstracta  animal,  podemos  dividirle  en  racional  e  irracional.  Si  lo 
expresado  por  la  división  potencial  pertenece  a  la  esencia  de  la  cosa, 
se  llama  esencial;  si  no,  accidental.  Será  esencial  si  divido  el  animal 
en  racional  e  irracional;  será  accidental  si  le  divido  por  sus  colores 
u  otras  calidades  semejantes. 

La  buena  división  debe:  1.°,  agotar  el  todo;  2°,  no  atribuirle 
partes  que  no  tenga ;  3.°,  no  incluir  una  parte  en  las  otras ;  4.°,  pro- 
ceder con  orden,  ya  sea  que  éste  se  funde  en  la  ||  naturaleza  de  las 
cosas  o  en  la  generación  o  distribución  de  las  ideas. 

Si  afirmo  una  cosa  de  otra  formo  un  juicio;  si  lo  anuncio  con  pa- 
labras tengo  una  proposición.  Afirmo  interiormente  que  la  tierra  es 
un  esferoide,  he  aquí  un  juicio;  digo  o  escribo:  «la  tierra  es  ion  es- 
feroide», he  aquí  la  proposición. 

En  todo  juicio  hay  relación  de  dos  ideas,  o  más  bien  de  los  obje- 
tos que  ellas  representan ;  lo  mismo  ha  de  suceder  en  la  proposición ; 
el  término  que  expresa  aquello  de  que  afirmamos  o  negamos  ¿e 
llama  sujeto ;  lo  que  afirmamos  o  negamos  se  denomina  predicado, 
y  el  verbo  ser,  que  expreso  o  sobrentendido  se  halle  siempre  en  la 
proposición,  se  apellida  unión  o  cópula,  porque  representa  el  enlace 
de  las  dos  ideas.  Así,  en  el  ejemplo  anterior,  tierra  es  el  sujeto; 
esferoide,  el  predicado,  y  es,  la  cópula. 

Si  hay  afirmación,  la  proposición  se  llama  afirmativa;  si  hay  ne- 
gación, negativa.  Pero  conviene  advertir  que  para  que  una  propo- 
sición sea  negativa  no  basta  que  la  partícula  no  afecte  alguno  de 
sus  términos,  sino  que  es  preciso  que  afecte  al  verbo.  «La  ley  no 
manda  pagar  »  «La  ley  manda  no  pagar.»  La  primera  es  negativa, 
la  segunda  afirmativa ;  el  sentido  es  muy  diferente  con  sólo  mudar 
de  lugar  el  no. 

Las  proposiciones  se  dividen  en  universales,  indefinidas,  particu- 
lares y  singulares,  según  que  el  sujeto  es  singular,  indefinido,  par- 
ticular o  universal.  Todo  cuerpo  es  grave :  es  proposición  universal, 
a  causa  de  la  palabra  todo.  El  hombre  es  inconstante:  la  proposi- 
ción es  indefinida,  por  no  expresarse  si  lo  son  todos  o  alguno.  Algu- 
nos axiomas  son  engañosos :  la  proposición  es  particular,  porque  el 
sujeto  está  restringido  por  el  adjunto  alguno.  Gonzalo  de  Córdoba  fué 
insigne  capitán :  la  proposición  es  singular,  por  serlo  el  sujeto. 
Para  ser  singular  la  proposición  no  es  preciso  que  el  nombre  sea 
propio,  basta  una  palabra  cualquiera  que  lo  determine;  como  si 
digo :  «Esta  moneda  es  falsa.» 

Tocante  a  las  proposiciones  indefinidas  puede  preguntarse  si  el 
objeto  se  toma  en  sentido  universal  o  particular,  y  a  esta  cuestión 
dan  origen  dos  motivos:  1.°,  el  no  estar  aquél  acompañado  de  tér- 
mino universal  ni  particular;  2.°,  el  observarse  que  el  uso  les  señala 
a  unas  un  sentido  universal  y  a  otras  no. 

La  proposición  indefinida  equivale  a  la  universal,  en  sentido  ab- 
soluto, si  se  trata  de  materias  pertenecientes  a  la  esencia  de  las  co- 
sas o  alguna  de  sus  propiedades  que  pueda  considerarse  ||  necesa- 
ria ;  equivale  a  universal  moral,  es  decir,  para  la  mayor  parte  de 
los  casos,  si  versa  sobre  calidades  que  así  lo  demanden ;  y,  por  fin, 
a  particular,  si  así  lo  indica  la  cosa  de  que  se  habla.  Los  cuerpos  ron 
pesados :  equivale  a  decir  todos  los  cuerpos  son  pesados.  Los  ale- 
manes son  meditabundos:  no  equivale  a  decir  que  todos  lo  sean, 
sino  que  éste  es  uno  de  los  caracteres  de  aquella  nación. 

Las  proposiciones  son  simples  o  compuestas.  Las  simples  son 


648 


EL  CRITERIO 


[15,  171-172] 


las  que  expresan  la  relación  de  un  solo  predicado  a  un  solo  sujeto, 
como  todas  las  de  los  ejemplos  anteriores.  Las  compuestas  son  las 
que  contienen  más  de  un  sujeto  o  predicado,  y  por  lo  mismo  explí- 
cita o  implícitamente  comprenden  más  de  una  proposición.  Con  la 
clasificación  y  los  ejemplos  se  comprenderá  mejor  en  qué  consiste 
una  proposición  compuesta.  Líos  dialécticos  suelen  distribuirlas  en 
varias  clases;  indicaré  las  principales. 

Proposición  copulativa  es  la  que  expresa  el  enlace  de  dos  afir- 
maciones o  negaciones.  El  oro  y  la  plata  son  metales.  Equivale  a 
estas  dos  reunidas:  el  oro  es  metal  y  la  plata  es  metal.  El  oro  es 
amarillo  y  el  oro  es  dúctil.  Para  que  estas  proposiciones  sean  verda- 
deras se  necesita  que  lo  sean  sus  dos  partes,  porque  la  afirmación 
no  se  limita  a  la  una,  sino  que  se  extiende  a  las  dos.  A  la  misma 
clase  pueden  'reducirse  estas  negativas :  ni  la  codicia  ni  la  soberbia 
son  virtudes ;  la  templanza  no  es  da'ñosa  ni  al  alma  ni  al  cuerpo,  etc. 

Disyuntiva  es  la  proposición  en  que  entre  dos  o  más  extremos  se 
afirma  la  existencia  de  uno.  Las  acciones  humanas  son  buenas  o  ma- 
las. A  estas  horas  se  habrá  ejecutado  el  designio  o  no  se  ejecutará 
nunca.  Para  la  verdad  de  estas  proposiciones  se  necesita  que  no 
haya  medio  entre  los  extremos  señalados.  Un  papel  o  es  blanco  o  es 
negro:  la  proposición  es  falsa,  porque  puede  ser  de  otros  colores. 

Proposición  condicional  es  la  en  que  se  afirma  una  cosa  con 
condición.  Si  el  viento  sopla,  el  tiempo  será  frío.  Si  hiela,  se  echarán 
a  perder  los  frutos.  Para  la  verdad  de  estas  proposiciones  se  nece- 
sita que  en  realidad  la  primera  parte  traiga  consigo  la  segunda,  por- 
que esto  es  lo  que  se  afirma ;  mas  no  que  la  segunda  traiga  la  pri- 
mera, porque  de  esto  se  prescinde.  Así,  en  el  último  ejemplo  se  dice 
que  al  hielo  seguirá  la  perdición  de  los  frutos:  pero  no  que  si  se 
pierden  los  frutos  haya  hielo,  porque  no  se  afirma  que  los  frutos  no 
puedan  perderse  por  otras  causas.  || 

Poco  diré  sobre  las  formas  de  argumentación.  Los  dialécticos  'as 
han  distribuido  en  muchas  clases  y  señaládoles  abundantes  reglas, 
todo  con  mucho  ingenio.  Ya  he  indicado  lo  que  pensaba  de  su  utili- 
dad. Para  inventar  sirven  poco  o  nada,  para  exponer  mueho;  y,  en 
general,  el  acostumbrarse  a  ellas  por  algún  tiempo  deja  en  el  en- 
tendimiento una  claridad  y  precisión  que  no  se  pierden  fácilmente 
y  se  hacen  sentir  en  todos  los  estudios. 

Silogismo  es  la  argumentación  en  que  se  comparan  dos  términos 
con  un  tercero  para  inferir  la  relación  que  ellos  tienen  entre  sí.  Lo 
simple  es  incorruptible;  el  alma  es  simple,  luego  es  incorruptible. 
Los  extremos  son  alma  e  incorruptible;  el  término  medio  es  simple. 

Entimema  es  un  silogismo  abreviado.  El  alma  es  simple,  luego  es 
incorruptible. 

El  dilema  es  una  argumentación  fundada  en  una  proposición  dis- 
yuntiva que  por  todos  los  extremos  hiere  al  adversario.  O  el  cris- 
tianismo se  difundió  (ton  milagros  o  sin  ellos;  si  con  milagros,  el 
cristianismo  es  verdadero;  si  sin  milagros,  el  cristianismo  es  verda- 
dero también,  pues  se  difundió  con  un  gran  milagro,  que  es  el  di- 
fundirse sin  milagros.  || 


[15,  173-174] 


C.  16. — NO  TODO  LO  HACE  EL  DISCURSO 


649 


CAPITULO  XVI 


NO    TODO    LO    HACE   EL  DISCURSO 

§  1. — La  inspiración 

Es  un  error  el  figurarse  que  los  grandes  pensamientos 
son  hijos  del  discurso ;  éste,  bien  empleado,  sirve  algún  tan- 
to para  enseñar,  pero  poco  para  inventar.  Casi  todo  lo  que 
el  mundo  admira  de  más  feliz,  grande  y  sorprendente  es  de- 
bido a  la  inspiración;  a  esa  luz  instantánea  que  brilla  de  re- 
pente en  el  entendimiento  del  hombre,  sin  que  él  mismo 
sepa  de  dónde  le  viene.  Inspiración  la  apellido,  y  con  mucha 
propiedad,  porque  no  cabe  nombre  más  adaptado  para  ex- 
plicar este  admirable  fenómeno. 

Está  un  matemático  dando  vueltas  a  un  intrincado  pro- 
blema ;  se  ha  hecho  cargo  de  todos  los  datos,  nada  le  queda 
que  practicar  de  lo  que  para  semejantes  casos  está  preveni- 
do. La  resolución  no  se  encuentra ;  se  han  tanteado  varios 
planteos  y  a  nada  conducen.  Se  han  tomado  al  acaso  dife- 
rentes cantidades,  por  si  se  da  en  el  blanco ;  todo  es  inútil. 
La  cabeza  está  fatigada ;  la  pluma  descansa  sobre  el  papel, 
nada  escribe.  La  atención  del  calculador  ¡|  está  como  ador- 
mecida de  puro  fija ;  casi  no  sabe  si  piensa.  Cansado  de  for- 
cejear por  abrir  una  puerta  tan  bien  cerrada,  parece  que  ha 
desistido  de  su  empeño  y  que  se  ha  sentado  en  el  umbral 
aguardando  si  alguien  abrirá  por  la  parte  de  adentro.  «Ya 
lo  veo,  exclama  de  repente.  ¡Esto  es!...»,  y  cual  otro  Arquí- 
medes,  sin  saber  lo  que  le  sucede,  saltaría  del  baño  y  echaría 
a  correr  gritando:  «¡Lo  he  encontrado!...  ¡Lo  he  encon- 
trado! ...» 

Acontece  a  menudo  que,  después  de  largas  horas  de  me- 
ditación, no  se  ha  podido  llegar  a  un  resultado  satisfactorio, 
y  cuando  el  ánimo  está  distraído,  ocupado  en  asuntos  total- 
mente diferentes,  se  le  presenta  de  improviso  la  verdad 
como  una  aparición  misteriosa.  Hallábase  Santo  Tomás  de 
Aquino  en  la  mesa  del  rey  de  Francia,  y  como  no  debía  de 
ser  malcriado  y  descortés,  no  es  regular  que  escogiese  aquel 
puesto  para  entregarse  a  meditaciones  profundas.  Pero  an- 
tes de  la  hora  del  convite  estaría  en  la  celda  ocupado  en 
sus  ordinarias  tareas,  aguzando  las  armas  de  la  razón  para 
combatir  a  los  enemigos  de  la  Iglesia.  Natural  es  que  le  su- 
cediese lo  que  suelen  experimentar  todos  lús  que  tienen  por 
costumbre  penetrar  el  fondo  de  las  cosas:  que,  aun  cuando 
han  dejado  la  meditación  en  que  estaban  embebidos,  se  les 
ocurre  con  frecuencia  el  punto  en  cuestión,  como  si  viniese 


650 


EL  CRITERIO 


[15,  174-176] 


a  llamar  a  la  puerta,  preguntando  si  le  toca  otra  vez  el 
turno.  Y  he  aquí  que,  sin  saber  cómo,  se  siente  inspirado,  ve 
lo  que  antes  no  veía,  y,  olvidándose  de  que  estaba  en  la 
mesa  del  rey,  da  sobre  ella  una  palmada,  exclamando: 
«¡Esto  es  concluyente  contra  los  maniqueos! ...»  || 

§  2. — La  meditación 

» 

Cuando  el  hombre  se  ocupa  en  comprender  algún  objeto 
muy  difícil,  tan  lejos  está  de  andar  con  la  regla  y  compás 
en  la  mano  para  dirigir  sus  meditaciones,  que  las  más  de  las 
veces  queda  absorto  en  la  investigación,  sin  advertir  que 
medita,  ni  aun  que  existe.  Mira  las  cosas,  ahora  por  un 
lado,  después  por  otro ;  pronuncia  interiormente  el  nombre 
de  aquello  que  examina ;  da  una  ojeada  a  lo  que  rodea  el 
punto  principal ;  no  se  parece  a  quien  sigue  un  camino 
trillado,  como  sabiendo  el  término  a  que  ha  de  llegar,  sino 
a  quien,  buscando  en  la  tierra  un  tesoro  cuya  existencia  sos- 
pecha, pero  de  cuyo  lugar  no  está  seguro,  anda  excavando 
acá  y  acullá  sin  regla  fija. 

Y,  si  bien  se  observa,  no  puede  suceder  de  otra  manera 
cuando  ya  de  antemano  no  se  conoce  la  verdad  que  se  bus- 
ca. El  que  tiene  a  la  vista  un  pedazo  de  mineral  cuya  natu- 
raleza conoce,  cuando  trate  de  manifestar  a  otros  lo  que  él 
sabe  sobre  la  misma  se  valdrá  del  procedimiento  más  senci- 
llo y  más  adaptado  para  el  efecto.  Pero  si  no  tuviese  dicho 
conocimiento,  entonces  le  revolvería  y  miraría  repetidas 
veces ;  por  este  o  aquel  indicio  formaría  sus  conjeturas,  y  al 
fin  echaría  mano  de  experimentos  a  propósito,  no  para  ma- 
nifestar que  es  tal,  sino  para  descubrir  cuál  es.  || 

§  3. — Invención  y  enseñanza 

De  esto  nace  la  diferencia  entre  el  método  de  enseñanza 
y  el  de  invención :  quien  enseña  sabe  adonde  va  y  conoce  el 
camino  que  ha  de  seguir,  porque  ya  le  ha  recorrido  otras 
veces ;  mas  el  que  descubre,  tal  vez  no  se  propone  nada  de- 
terminado, sino  examinar  lo  que  hay  en  el  objeto  que  le 
ocupa ;  quizás  se  prefija  un  blanco,  pero  ignorando  si  es 
posible  alcanzarle,  o  dudando  si  existe,  si  es  más  que  un  ca- 
pricho de  su  imaginación ;  y,  en  caso  de  estar  seguro  de  su 
existencia,  no  conoce  el  sendero  que  a  él  le  ha  de  conducir. 

Por  este  motivo  los  más  elevados  descubrimientos  se  en- 
señan por  principios  muy  diferentes  de  los  que  guiaron  a 
los  inventores;  el  cálculo  infinitesimal  es  debido  a  la  geo- 
metría, y  ahora  se  llega  a  sus  aplicaciones  geométricas  por 
una  serie  de  procedimientos  puramente  algebraicos.  Así,  se 
levanta  en  una  cordillera  de  escarpadas  montañas  un  pica- 


[15,  176-178] 


C.  16. — NO  TODO  LO  HACE  EL  DISCURSO 


651 


cho  inaccesible,  donde  al  parecer  se  divisan  algunos  restos 
de  un  antiguo  edificio:  un  hombre  curioso  y  atrevido  con- 
cibe el  designio  de  subir  allá ;  mira,  tantea,  trepa  por  al- 
tísimos peñascos,  se  escurre  por  pasadizos  impracticables, 
se  aventura  por  el  estrechísimo  borde  de  espantosos  de- 
rrumbaderos, se  ase  de  endebles  plantas  y  carcomidas  raí- 
ces, y  al  fin,  cubierto  de  sudor  y  jadeando  de  cansancio, 
toca  a  la  deseada  cumbre  y  levantando  los  brazos  clama 
con  orgullo:  «¡Ya  estoy  arriba!...»  Entonces  domina  de  una 
ojeada  todas  las  vertientes  de  las  cordilleras ;  lo  que  antes 
no  ||  veía  sino  por  partes,  ahora  lo  ve  en  su  conjunto :  mira 
hacia  los  puntos  por  donde  había  tanteado,  ve  la  imposibili- 
dad de  subir  por  allí  y  se  ríe  de  su  ignorancia.  Contempla 
las  escabrosidades  por  donde  acaba  de  atravesar  y  se  enva- 
nece de  su  temeraria  osadía.  ¿Y  cómo  será  posible  que  por 
estas  malezas  suban  los  que  le  están  mirando?  Pero  ved  ahí 
un  sendero  muy  fácil;  desde  abajo  no  se  descubre,  desde 
arriba  sí.  Da  muchos  rodeos,  es  verdad,  se  ha  de  tomar  a 
larga  distancia,  pero  es  accesible  hasta  a  los  más  débiles  y 
menos  atrevidos.  Entonces  desciende  corriendo,  se  reúne  con 
los  demás,  les  dice  «seguidme»,  los  conduce  a  la  cima  sin 
cansancio  ni  peligro,  y  allí  los  hace  disfrutar  de  la  vista  del 
monumento  y  de  los  magníficos  alrededores  que  el  picacho 
domina. 

§  4- — La  intuición 

Mas  no  se  crea  que  las  tareas  del  genio  sean  siempre  tan 
laboriosas  y  pesadas.  Uno  de  sus  caracteres  es  la  intuición: 
el  ver  sin  esfuerzo  lo  que  otros  no  descubrían  sino  con  mu- 
cho trabajo;  el  tener  a  la  vista  el  objeto  inundado  de  luz 
cuando  los  demás  están  en  tinieblas.  Ofrecedle  una  idea, 
un  hecho,  que  quizás  para  otros  serán  insignificantes;  él 
descubre  mil  y  mil  circunstancias  y  relaciones  antes  desco- 
nocidas. No  había  más  que  un  pequeño  círculo,  y  al  clavar- 
se en  él  la  mágica  mirada,  el  círculo  se  agita,  se  dilata,  va 
extendiéndose  como  la  aurora  al  levantarse  el  sol.  Ved:  no 
había  más  que  una  débil  ráfaga  luminosa;  pocos  instantes 
después  brilla  ||  el  firmamento  con  inmensas  madejas  de 
plata  y  de  oro,  torrentes  de  fuego  inundan  la  bóveda  celes- 
te, del  oriente  al  ocaso,  del  aquilón  al  sur. 

§  5.— No  está  la  dificultad  en  comprender,  sino  en  atinar 
El  jugador  de  ajedrez.  Sobieski.  Las  víboras  de  Aníbal 

Hay  en  este  punto  una  particularidad  muy  digna  de  no- 
tarse y  que  tal  vez  no  ha  sido  observada,  y  es  que  muchas 
verdades  no  son  difíciles  en  sí  y  que,  sin  embargo,  a  nadie 


652 


EL  CRITERIO 


[15,  178-179] 


se  ocurren  sino  a  los  hombres  de  talento.  Cuando  éstos  las 
presentan  o  las  hacen  advertir,  todo  el  mundo  las  ve  tan 
claras,  tan  sencillas,  tan  obvias,  que  parece  extraño  no  se 
las  haya  visto  antes. 

Dos  hábiles  jugadores  de  ajedrez  están  empeñados  en 
una  complicada  partida.  Uno  de  ellos  hace  una  jugada  al 
parecer  tan  indiferente...  «Tiempo  perdido»,  dicen  los  es- 
pectadores. Luego  abandona  una  pieza  que  podía  muy  bien 
defender,  y  se  entretiene  en  acudir  a  un  punto  por  el  cual 
nadie  le  amenaza.  «¡Vaya  una  humorada!,  exclaman  todos. 
Esto  le  hará  a  usted  mucha  falta.  — ¿Qué  quieren  ustedes9, 
dice  el  taimado.  No  atina  uno  en  todo»,  y  continúa  como 
distraído.  El  adversario  no  ha  penetrado  la  intención,  no 
acude  al  peligro,  juega,  y  el  distraído,  que  perdía  tiempo  y 
piezas,  ataca  por  el  flanco  descubierto  y  con  maligna  sonri- 
sa dice:  «Jaque  mate.  — ¡Tiene  razón!,  gritan  todos.  Y 
¿cómo  no  lo  habíamos  visto?  ¡Y  una  cosa  tan  sencilla!... 
Pues  es  claro,  perdió  el  tiempo  para  enfilar  por  aquel  ||  lado, 
abandonó  una  pieza  para  abrirse  paso ;  acudió  allí  no  para 
defenderse,  sino  para  cerrar  aquella  salida ;  parece  impo- 
sible que  no  lo  hubiéramos  advertido.» 

Están  los  turcos  acampados  delante  de  Viena ;  cada  cual 
discurre  por  dónde  se  deberá  atacarlos  cuando  llegue  el 
deseado  refuerzo  a  las  órdenes  del  rey  de  Polonia.  Las  re- 
glas del  arte  andan  de  boca  en  boca,  los  proyectos  son  in- 
numerables. Llega  Sobieski,  echa  una  ojeada  sobre  el  ejér- 
cito enemigo.  «Es  mío,  dice,  está  mal  acampado.»  Al  día  si- 
guiente ataca,  los  turcos  son  derrotados,  y  Viena  es  libre. 
Y  después  de  visto  el  plan  de  ataque  y  su  feliz  éxito,  todos 
dirían :  «Los  turcos  cometieron  tal  o  cual  falta ;  tenía  ra- 
zón el  rey,  estaban  mal  acampados.»  Todos  veían  la  verdad, 
la  encontraban  muy  sencilla,  pero  después  de  habérsela 
mostrado. 

Todos  los  matemáticos  sabían  las  propiedades  de  las  pro- 
gresiones aritméticas  y  geométricas ;  que  el  exponente  de 
1  era  0,  que  el  de  10  era  1,  que  el  de  100  era  2,  y  así  suce- 
sivamente, y  que  el  de  los  números  medios  entre  1  y  10  era 
un  quebrado ;  pero  nadie  veía  que  con  esto  se  pudiese  te- 
ner un  instrumento  de  tantos  y  tan  ventajosos  usos  como 
son  las  tablas  de  los  logaritmos.  Neper  dijo:  «Helo  aquí»;  y 
todos  los  matemáticos  vieron  que  era  una  cosa  muy  sencilla. 

Nada  más  fácil  que  el  sistema  de  nuestra  numeración,  y, 
sin  embargo,  no  lo  conocieron  ni  los  griegos  ni  los  romanos. 
¿Qué  fenómeno  más  sencillo,  más  patente  a  nuestros  ojos, 
que  la  tendencia  de  los  flúidos  a  ponerse  a  nivel,  a  subir 
a  la  misma  altura  de  la  cual  descienden?  ¿No  lo  estamos 
viendo  a  cada  paso  en  las  retortas  y  en  todos  los  vasos  don- 
de hay  dos  o  más  tubos  de  comunicación?  ¿Qué  cosa  más 


115,  179-181]  C.  16. — NO  TODO  LO  HACE  EL  DISCURSO  653 


sencilla  que  la  aplicación  de  ||  esta  ley  de  la  naturaleza  a  ob- 
jeto de  tanta  utilidad  como  es  la  conducción  de  las  aguas? 
Y,  sin  embargo,  ba  debido  transcurrir  mucho  tiempo  antes 
que  la  humanidad  se  aprovechara  de  la  lección  que  estaba 
recibiendo  todos  los  días  en  un  fenómeno  tan  sencillo. 

Dos  artesanos  poco  diestros  se  hallan  embarazados  en 
una  obra.  El  uno  consulta  al  otro,  ambos  cavilan,  ensayan, 
malbaratan,  sin  conseguir  nada.  Acuden  por  fin  a  un  ter- 
cero de  aventajada  nombradía.  «¿A  ver  si  usted  nos  saca  de 
apuros?  — Muy  sencillo,  de  esta  manera.  — Tiene  usted  ra- 
zón ;  era  tan  fácil  y  no  habíamos  sabido  dar  en  ello.» 

Está  Aníbal  a  la  víspera  de  un  combate  naval,  da  sus 
disposiciones,  y  entre  tanto  vuelven  a  bordo  algunos  solda- 
dos, que  llevan  un  gran  número  de  vasos  de  barro  bien  ta- 
pados, cuyo  contenido  conocen  muy  pocos.  Comienza  la  re- 
friega ;  los  enemigos  se  ríen  de  que  los  marinos  de  Aníbal 
les  arrojen  aquellos  vasos  en  vez  de  flechas ;  el  barro  se 
hace  pedazos  y  el  daño  que  causa  es  muy  poco.  Pasan  algu- 
nos momentos ;  un  marino  siente  una  picadura  atroz :  al 
grito  del  lastimado  sucede  el  de  otro ;  todos  vuelven  la  vis- 
ta y  notan  con  espanto  que  la  nave  está  llena  de  víboras. 
Introdúcese  el  desorden,  Aníbal  maniobra  con  destreza  y  la 
victoria  se  decide  en  su  favor.  Ciertamente  ■  que  nadie  igno- 
raba que  era  posible  recoger  muchas  víboras  y  encerrarlas 
en  vasos  de  barro,  y  tirarlos  a  las  naves  enemigas ;  pero  la 
ocurrencia  sólo  la  tuvo  el  astuto  cartaginés.  Y  él  sin  duda 
encontró  el  infernal  ardid  sin  raciocinios  ni  cavilaciones ; 
bastóle  tal  vez  que  alguien  mentase  la  palabra  víbora  para 
atinar  desde  luego  en  que  este  reptil  podía  servirle  de  ex- 
celente auxiliar.  || 

¿Qué  nos  dicen  estos  ejemplos?  Nos  dicen  que  el  talento 
consiste  muchas  veces  en  ver  una  relación  que  está  paten- 
te y  en  la  cual  nadie  atina.  Ella  en  sí  no  es  difícil,  y  la 
prueba  está  en  que  tan  pronto  como  alguno  la  descubre  y 
la  señala  con  el  dedo  diciendo :  «Mirad»,  todos  la  ven  sin 
esfuerzo  y  hasta  se  admiran  de  no  haberla  advertido.  Así 
que  el  lenguaje,  llevado  por  la  fuerza  misma  de  las  cosas, 
los  llama  a  estos  pensamientos  ocurrencias,  golpes,  inspira- 
ciones, expresando  de  esta  manera  que  no  costaron  trabajo, 
que  se  ofrecieron  por  sí  mismos. 


§  6. — Regla  para  meditar 

De  lo  dicho  inferiré  que  para  pensar  bien  no  es  buen 
sistema  poner  el  espíritu  en  tortura,  sino  que  es  convenien- 
te dejarle  con  cierto  desahogo.  Está  meditando  sobre  un  ob- 
jeto, al  parecer  no  adelanta ;   con  la  atención  sobre  una 


654 


EL  CRITERIO 


[15,  181-183] 


cosa,  diríase  que  está  dormitando.  No  importa ;  no  le  vio- 
lentéis ;  mira  si  descubre  algún  indicio  que  le  guíe ;  se  ase- 
meja al  que  tiene  en  la  mano  una  cajita  cerrada  con  un  re- 
sorte misterioso,  en  la  cual  se  quiere  poner  a  prueba  el  in- 
genio por  si  se  encuentra  el  modo  de  abrirla.  La  contempla 
largo  rato,  la  vuelve  repetidas  veces,  ora  aprieta  con  el 
dedo,  ora  forcejea  con  la  uña,  hasta  que  al  fin  permanece 
un  instante  inmóvil  y  dice :  «Aquí  está  el  resorte,  ya  está 
abierta.»  || 

§  7. — Carácter  de  las  inteligencias  elevadas.  Notable  doctrina 
de  Santo  Tomás  de  Aquino 

¿Por  qué  no  se  ocurren  a  todos  ciertas  verdades  senci- 
llas? ¿Cómo  es  que  el  linaje  humano  haya  de  mirar  cual 
espíritus  extraordinarios  a  los  que  ven  cosas  que  al  pare- 
cer todo  el  mundo  había  podido  ver?  Esto  es  buscar  la  ra- 
zón de  un  arcano  de  la  Providencia,  esto  es  preguntar  por 
qué  el  Criador  ha  otorgado  a  algunos  hombres  privilegia- 
dos una  gran  fuerza  de  intuición,  o  sea  visión  intelectual 
inmediata,  y  ia  ha  negado  al  mayor  número. 

Santo  Tomás  de  Aquino  desenvuelve  sobre  este  particu- 
lar una  doctrina  admirable.  Según  el  santo  Doctor,  el  dis- 
currir es  señal  de  poco  alcance  del  entendimiento ;  es  una 
facultad  que  se  nos  ha  concedido  para  suplir  a  nuestra  de- 
bilidad ;  y  así  es  que  los  ángeles  entienden,  mas  no  discu- 
rren. Cuanto  más  elevada  es  una  inteligencia,  menos  ideas 
tiene,  porque  encierra  en  pocas  lo  que  las  más  limitadas  tie- 
nen distribuido  en  muchas.  Así  los  ángeles  de  más  alta  cate- 
goría entienden  por  medio  de  pocas  ideas ;  el  número  se  va 
reduciendo  a  medida  que  las  inteligencias  criadas  se  van 
acercando  al  Criador,  el  cual,  como  ser  infinito  e  inteligen- 
cia infinita,  todo  lo  ve  en  una  sola  idea,  única,  simplicísima, 
pero  infinita:  su  misma  esencia.  ¡Cuán  sublime  teoría!  Ella 
sola  vale  un  libro ;  ella  prueba  un  profundo  conocimiento 
de  los  secretos  del  espíritu ;  ella  nos  sugiere  innumerables 
aplicaciones  con  respecto  al  entendimiento  del  hombre.  || 

En  efecto :  los  genios  superiores  no  se  distinguen  por  la 
mucha  abundancia  de  las  ideas,  sino  en  que  están  en  pose- 
sión de  algunas,  capitales,  anchurosas,  donde  hacen  caber 
al  mundo.  El  ave  rastrera  se  fatiga  revoloteando,  y  recorre 
mucho  terreno,  y  no  sale  de  la  angostura  y  sinuosidades  de 
los  valles ;  el  águila  remonta  su  majestuoso  vuelo,  posa  en 
la  cumbre  de  los  Alpes,  y  desde  allí  contempla  las  montañas, 
los  valles,  la  corriente  de  los  ríos,  divisa  vastas  llanuras  po- 
bladas de  ciudades  y  amenizadas  con  deliciosas  vegas,  ga- 
lanas praderas,  ricas  y  variadas  mieses. 


[15,  183-184] 


C.  16. — NO  TODO  LO  HACE  EL  DISCURSO 


655 


En  todas  las  cuestiones  hay  un  punto  de  vista  principal, 
dominante ;  en  él  se  coloca  el  genio.  Allí  tiene  la  clave,  des- 
de allí  lo  domina  todo.  Si  al  común  de  los  hombres  no  les  es 
posible  situarse  de  golpe  en  el  mismo  lugar,  al  menos  de- 
ben procurar  llegar  a  él  a  fuerza  de  trabajo,  no  dudando 
que  con  esto  se  ahorrarán  muchísimo  tiempo  y  alcanzarán 
los  resultados  más  ventajosos.  Si  bien  se  observa,  toda  cues- 
tión y  hasta  toda  ciencia  tiene  uno  o  pocos  puntos  capitales, 
a  los  que  se  refieren  los  demás.  En  situándose  en  ellos,  todo 
se  presenta  sencillo  y  llano,  de  otra  suerte  no  se  ven  más  que 
detalles  y  nunca  el  conjunto.  El  entendimiento  humano,  ya 
de  suyo  tan  débil,  ha  menester  que  se  le  muestren  los  obje- 
tos tan  simplificados  como  sea  dable ;  y  por  lo  mismo  es  de 
la  mayor  importancia  desembarazarlos  de  follaje  inútil,  y 
que,  además,  cuando  sea  preciso  cargarle  con  muchas  aten- 
ciones simultáneas,  se  las  distribuya  de  suerte  que  queden 
reducidas  a  pocas  clases  y  cada  una  de  éstas  vinculada  en 
un  punto.  Así  se  aprende  con  más  facilidad,  se  percibe  con 
lucidez  y  exactitud  y  se  auxilia  poderosamente  la  me- 
moria. II 


§  8. — Necesidad  del  trabajo 

De  las  doctrinas  de  este  capítulo  sobre  la  inspiración  e 
intuición,  ¿podremos  inferir  la  conveniencia  de  abandonar 
el  discurso  y  hasta  el  trabajo  y  de  entregarnos  a  una  espe- 
cie de  quietismo  intelectual?  No,  ciertamente.  Para  el  des- 
arrollo de  toda  facultad  hay  una  condición  indispensable : 
el  ejercicio.  En  lo  intelectual  como  en  lo  físico,  el  órgano 
que  no  funciona  se  adormece,  pierde  de  su  vida ;  el  miem- 
bro que  no  se  mueve  se  paraliza.  Aun  los  genios  más  privi- 
legiados no  llegan  a  adquirir  su  fuerza  hercúlea  sino  des- 
pués de  largos  trabajos.  La  inspiración  no  desciende  sobre 
el  perezoso ;  no  existe  cuando  no  hierven  en  el  espíritu 
ideas  y  sentimientos  fecundantes.  La  intuición,  el  ver  del 
entendimiento,  no  se  adquiere  sino  con  un  hábito  engendra- 
do por  el  mucho  mirar.  La  ojeada  rápida,  segura  y  delicada 
de  un  gran  pintor  no  se  debe  sólo  a  la  naturaleza,  sino  tam- 
bién a  la  dilatada  contemplación  y  observación  de  los  bue- 
nos modelos,  y  la  magia  de  la  música  no  se  desenvolvería 
en  la  organización  más  armónica  sujeta  únicamente  a  oír 
sonidos  ásperos,  y  destemplados. 

Nota. — He  recordado  con  elogio  una  doctrina  de  Santo  Tomás,  y 
no  puedo  menos  de  advertir  lo  muy  útil  que  considero  la  lectura  de 
las  obras  de  aquel  insigne  Doctor  a  cuantos  deseen  entregarse  a  es- 
tudios profundos  sobre  el  espíritu  humano.  Si  bien  es  verdad  que 
se  halla  en  ellas  el  estilo  de  la  época,  también  es  cierto  que  más  de 


656 


EL  CRITERIO 


[15,  184-186] 


una  vez  se  asombra  el  lector  de  que  en  medio  de  la  ignorancia,  que 
todavía  era  mucha  en  el  siglo  xni,  hubiese  un  hombre  que  a  tan 
vasta  erudición  reuniese  un  espíritu  tan  penetrante,  tan  profundo, 
tan  exacto.  || 


CAPITULO  XVII 

La  enseñanza 

§  1. — Dos  objetos  de  la  enseñanza.  Diferentes  clases 
de  profesores 

Distinguen  comúnmente  los  dialécticos  entre  el  método 
de  enseñanza  y  el  de  invención.  Sobre  uno  y  otro  voy  a  emi- 
tir algunas  observaciones. 

La  enseñanza  tiene  dos  objetos:  1.°,  instruir  a  los  alum- 
nos en  los  elementos  de  la  ciencia ;  2.°,  desenvolver  su  ta- 
lento para  que  al  salir  de  la  escuela  puedan  hacer  los  ade- 
lantos proporcionados  a  su  capacidad. 

Podría  parecer  que  estos  dos  objetos  no  son  más  que 
uno  solo ;  sin  embargo,  no  es  así.  Al  primero  alcanzan  to- 
dos los  profesores  que  poseen  medianamente  la  ciencia ;  al 
segundo  no  llegan  sino  los  de  un  mérito  sobresaliente.  Para 
lo  primero  basta  conocer  el  encadenamiento  de  algunos  he- 
chos y  proposiciones,  cuyo  conjunto  forma  el  cuerpo  de  la 
ciencia ;  para  lo  segundo  es  preciso  saber  cómo  se  ha  cons- 
truido esa  cadena  que  enlaza  un  extremo  con  otro.  Para  lo 
primero  bastan  hombres  ||  que  conozcan  los  libros ;  para  lo 
segundo  son  necesarios  hombres  que  conozcan  las  cosas. 

Más  diré :  puede  muy  bien  suceder  que  un  profesor  su- 
perficial sea  más  a  propósito  para  la  simple  enseñanza  de 
los  elementos  que  otro  muy  profundo ;  pues  que  éste  sin 
advertirlo  se  dejará  llevar  a  discursos  que  complicarán  la 
sencillez  de  las  primeras  nociones,  y  así  dañará  a  la  per- 
cepción de  los  alumnos  poco  capaces. 

La  clara  explicación  de  los  términos,  la  exposición  llana 
de  los  principios  en  que  se  funda  la  ciencia,  la  metódica 
coordinación  de  los  teoremas  y  de  sus  corolarios :  he  aquí 
el  objeto  de  quien  no  se  propone  más  que  instruir  en  los 
elementos. 

Pero  al  que  extienda  más  allá  sus  miradas  y  considere 
que  los  entendimientos  de  los  jóvenes  no  son  únicamente 
tablas  donde  se  hayan  de  tirar  algunas  líneas  que  perma- 
nezcan allí  inalterables  para  siempre,  sino  campos  que  se 
han  de  fecundar  con  preciosa  semilla,  a  éste  le  incumben 
tareas  más  elevadas  y  más  difíciles.  Conciliar  la  claridad 


[15,  186-1881 


C.  17. — LA  ENSEÑANZA 


657 


con  la  profundidad,  hermanar  la  sencillez  con  la  combina- 
ción, conducir  por  camino  llano  y  amaestrar  al  propio  tiem- 
po en  andar  por  senderos  escabrosos,  mostrando  las  angos- 
tas y  enmarañadas  veredas  por  donde  pasaron  los  primeros 
inventores,  inspirar  vivo  entusiasmo,  despertar  en  el  talen- 
to la  conciencia  de  las  propias  fuerzas,  sin  dañarle  con  te- 
meraria presunción :  he  aquí  las  atribuciones  del  profesor 
que  considera  la  enseñanza  elemental  no  como  fruto,  sino 
como  semilla.  || 


§  2. — Genios  ignorados  de  los  demás  y  de  sí  mismos 

¡Cuán  pocos  son  los  profesores  dotados  de  esta  preciosa 
habilidad!  Y  ¿cómo  es  posible  que  los  haya  en  el  lastimoso 
abandono  en  que  yace  este  ramo?  ¿Quién  cuida  de  aficio- 
nar a  la  enseñanza  a  los  hombres  de  capacidad  elevada? 
¿Quién  procura  fijarlos  en  esta  ocupación,  si  se  deciden  al- 
guna vez  a  emprenderla?  Las  cátedras  son  miradas  a  lo 
más  como  un  hincapié  para  subir  más  arriba ;  con  las  ar- 
duas tareas  que  ellas  imponen  se  unen  mil  y  mil  de  un  or- 
den diferente,  y  se  desempeña  corriendo  y  a  manera  de 
distracción  lo  que  debería  absorber  al  hombre  entero. 

Así,  cuando  entre  los  jóvenes  se  encuentra  alguno  en 
cuya  frente  chispea  la  llama  del  genio,  nadie  le  advierte, 
nadie  se  lo  avisa,  nadie  se  lo  hace  sentir,  y,  encajonado  en- 
tre los  buenos  talentos,  prosigue  su  carrera  sin  que  se  le 
haya  hecho  experimentar  el  alcance  de  sus  fuerzas.  Porque 
es  preciso  saber  que  estas  fuerzas  no  siempre  las  conoce  el 
mismo  que  las  posee,  aun  cuando  sean  con  respecto  a  lo 
mismo  que  le  ocupa.  Podrá  muy  bien  suceder  que  el  fuego 
del  genio  permanezca  toda  la  vida  entre  cenizas  por  no 
haber  habido  una  mano  que  las  sacudiera.  ¿No  vemos  a 
cada  paso  que  una  ligereza  extraordinaria,  una  singular 
flexibilidad  de  ciertos  miembros,  una  gran  fuerza  muscu- 
lar y  otras  calidades  corporales  están  ocultas  hasta  que  un 
ensayo  casual  viene  a  revelárselas  al  que  las  posee?  Si  Hér- 
cules no  manejara  ||  más  que  un  bastoncito,  nunca  creyera 
ser  capaz  de  blandir  la  pesada  clava. 


§  3. — Medios  para  descubrir  los  talentos  ocultos  y  apreciarlos 

en  su  valor 

Un  profesor  de  matemáticas  que  explique  a  sus  alumnos 
la  teoría  de  las  secciones  cónicas  les  dará  una  idea  clara  y 
exacta  de  dichas  curvas  presentándoles  las  ecuaciones  que 
expresan  su  naturaleza  y  deduciendo  las  propiedades  que  de 


42 


658 


EL  CRITERIO 


[15,  188-189] 


ésta  se  originan.  Hasta  aquí  el  discípulo  aprende  bien  los 
elementos,  pero  no  se  ejercita  en  el  desarrollo  de  sus  fuer- 
zas intelectuales ;  nada  se  le  ofrece  que  pueda  hacerle  sen- 
tir el  talento  de  invención,  si  es  que  en  realidad  le  posea. 
Pero  si  el  profesor  le  hace  notar  que  aquella  ecuación  fun- 
damental, al  parecer  de  mera  convención,  no  es  probable 
que  se  le  haya  establecido  sin  motivo,  desde  luego  el  joven 
se  halla  mal  seguro  sobre  la  base  que  reputaba  sólida  y 
busca  el  medio  de  darle  algún  apoyo.  Si  el  alumno  no  acier- 
ta en  el  principio  generador  de  dichas  curvas,  se  le  puede 
hacer  notar  el  nombre  que  llevan  y  recordarle  que  la  sec- 
ción paralela  a  la  base  del  cono  es- un  círculo.  Entonces,  na- 
turalmente, el  alumno  corta  el  cono  con  planos  en  diferen- 
tes posiciones,  y  a  la  primera  ojeada  advierte  que  si  la  sec- 
ción es  cerrada  y  no  paralela  a  la  base,  resultan  curvas  cuya 
figura  se  parece  a  la  que  se  ha  llamado  elipse.  Ya  imagina 
la  sección  más  cercana  al  paralelismo,  ya  más  distante,  y 
siempre  nota  que  la  figura  es  una  elipse,  con  la  única  dife- 
rencia de  su  mayor  aplanación  por  los  lados,  ||  o  bien  de  la 
mayor  diferencia  de  los  ejes.  ¿Será  posible  expresar  por 
una  ecuación  la  naturaleza  de  esta  curva?  ¿Hay  algunos 
datos  conocidos?  ¿Tienen  alguna  relación  con  las  propieda- 
des del  cono  y  de  la  sección  paralela?  La  mayor  o  menor 
inclinación  del  plano,  ¿cambia  la  naturaleza  de  la  sección? 
Dando  al  plano  otras  posiciones,  de  suerte  que  no  salga  ce- 
rrada la  sección,  ¿qué  curvas  resultan?  ¿Hay  alguna  seme- 
janza entre  ellas  y  las  parábolas  e  hipérboles?  Estas  y  otras 
cuestiones  se  ofrecen  al  discípulo  dotado  de  capacidad, 
y  si  es  de  muy  felices  disposiciones,  veréisle  al  instante  ti- 
rar líneas  dentro  del  cono,  compararlas  unas  con  otras,  con- 
cebir triángulos,  calcular  sus  relaciones  y  tantear  mil  ca- 
minos para  llegar  a  la  ecuación  deseada.  Entonces  no  apren- 
de simplemente  las  primeras  nociones  de  la  teoría ;  se  ha 
convertido  ya  en  inventor ;  su  talento  encuentra  pábulo  en 
que  cebarse ;  y  cuando,  aislado  en  los  procedimientos  de 
primera  enseñanza,  contaba  muchos  iguales  en  la  inteligen- 
cia de  la  doctrina  explicada,  ahora  echaréis  de  ver  que  deja 
a  sus  compañeros  muy  atrás,  que  ellos  no  han  dado  un  paso, 
mientras  él  o  ha  obtenido  el  resultado  que  se  buscaba  o 
adelantado  en  el  verdadero  camino.  Entonces  da  a  conocer 
sus  fuerzas  y  las  conoce  él  mismo ;  entonces  se  palpa  que 
su  capacidad  es  superior  a  la  rutina  y  que  quizás,  andando 
el  tiempo,  podrá  ensanchar  el  dominio  de  la  ciencia. 

Un  profesor  de  derecho  natural  explicará  cumplidamen- 
te los  derechos  y  deberes  de  la  patria  potestad  y  las  obli- 
gaciones de  los  hijos  con  respecto  a  los  padres,  aduciendo 
las  definiciones  y  razones  que  en  tales  casos  se  acostumbran. 
Hasta  aquí  llegan  los  elementos ;  pero  nada  se  encuentra 


[15,  189-191] 


C.  17. — LA  ENSEÑANZA 


659 


para  desenvolver  el  genio  filosófico  de  |¡  un  alumno  privi- 
legiado, ni  que  pueda  hacerle  sobresalir  entre  el  común  de 
sus  compañeros,  dotados  de  una  capacidad  regular.  El  há- 
bil profesor  desea  tomar  la  medida  de  los  talentos  que  hay 
en  la  cátedra,  y  el  tiempo  que  le  sobra  después  de  la  expli- 
cación le  emplea  en  hacer  un  experimento. 

— Sobre  estos  deberes,  ¿le  parece  a  usted  si  nos  dicen 
algo  los  sentimientos  del  corazón?  Las  luces  de  la  filosofía, 
¿están  de  acuerdo  con  las  inspiraciones  de  la  naturaleza? 

A  esta  pregunta  responderán  hasta  los  medianos,  obser- 
vando que  los  padres  naturalmente  quieren  a  los  hijos  y  és- 
tos a  los  padres,  y  que  así  están  enlazados  nuestros  deberes 
con  nuestros  afectos,  instigándonos  éstos  al  cumplimiento 
de  aquéllos.  Hasta  aquí  no  hay  diferencia  entre  los  alumnos 
que  se  llaman  de  buen  talento.  Pero  prosigue  el  profesor 
analizando  la  materia  y  pregunta : 

— ¿Qué  le  parece  a  usted  de  los  hijos  que  se  portan  mal 
con  los  padres  y  no  corresponden  con  la  debida  gratitud  al 
amor  que  éstos  les  prodigaron? 

— Que  faltan  a  un  deber  sagrado  y  desoyen  la  voz  de  la 
naturaleza. 

— Pero  ¿cómo  es  que  vemos  tan  a  menudo  a  los  hijos  no 
cumplir  como  deben  con  sus  padres,  mientras  éstos,  si  en 
algo  faltan,  suele  ser  por  sobreabundancia  de  amor  y  ter- 
nura? 

— En  esto  hacen  muy  mal  los  hijos — dirá  el  uno. 

— Los  hombres  se  olvidan  fácilmente  de  los  beneficios 
recibidos — dirá  el  otro.  ¿Quién  alegará  que  los  hijos,  a  me- 
dida que  adelantan  en  edad,  se  hallan  distraídos  por  mil 
atenciones  diferentes;  quién  recordará  que  los  nuevos  ¡| 
afectos  engendrados  en  sus  ánimos  a  causa  de  la  familia  de 
que  se  hacen  cabezas  disminuyen  el  que  deben  a  sus  padres, 
y  cada  cual  andará  señalando  razones  más  o  menos  adapta- 
das, más  o  menos  sólidas,  pero  ninguna  que  satisfaga  del 
todo.  Si  entre  vuestros  alumnos  se  encuentra  alguno  que 
haya  de  adquirir  con  el  tiempo  esclarecida  nombradía,  di- 
rigidle la  misma  pregunta,  a  ver  si  acierta  a  decir  algo  que 
la  desentrañe  y  la  ilustre. 

— Es  demasiado  cierto — os  responderá — que  los  hijos  fal- 
tan con  mucha  frecuencia  a  sus  deberes  para  con  sus  pa- 
dres ;  pero  si  no  me  engaño,  la  razón  de  esto  se  halla  en  la 
misma  naturaleza  de  las  cosas.  Cuanto  más  necesario  es 
para  la  conservación  y  buen  orden  de  los  seres  el  cumpli- 
miento de  un  deber,  el  Criador  ha  procurado  asegurar  más 
dicho  cumplimiento.  El  mundo  se  conserva  más  o  menos 
bien  a  pesar  del  mal  comportamiento  de  los  hijos ;  pero  el 
día  que  los  padres  se  portasen  mal  y  olvidasen  el  cuidar 
de  sus  hijos,  el  linaje  humano  caminaría  a  su  ruina.  Así  es 


660 


EL  CRITERIO 


[15,  191-193] 


de  notar  que  los  hijos,  ni  aun  los  mejores,  no  profesan  a 
sus  padres  un  afecto  tan  vivo  y  ardiente  como  los  padres 
a  los  hijos.  El  Criador  podía  sin  duda  comunicar  a  los  hi- 
jos un  amor  tan  apasionado  y  tierno  como  lo  es  el  de  los  pa- 
dres, pero  esto  no  era  necesario,  y  por  lo  mismo  no  lo  ha 
hecho.  Y  es  de  notar  que  las  madres,  que  han  menester  ma- 
yor grado  de  este  amor  y  ternura,  lo  tienen  llevado  hasta 
los  límites  del  frenesí,  habiéndolas  pertrechado  el  Criador 
contra  el  cansancio  que  pudieran  producirles  los  primeros 
cuidados  de  la  infancia.  Resulta,  pues,  que  la  falta  del  cum- 
plimiento de  los  deberes  en  los  hijos  no  procede  precisa- 
mente de  que  éstos  sean  peores,  pues  ellos,  si  llegan  a  ser 
padres,  se  portan  como  lo  hicieron  ||  los  suyos,  sino  de  que 
el  amor  filial  es  de  suyo  menos  intenso  que  el  paternal, 
ejerce  mucho  menos  ascendiente  y  predominio  sobre  el  co- 
razón, y  por  lo  mismo  se  amortigua  con  más  facilidad ;  es 
menos  fuerte  para  superar  obstáculos  y  ejerce  menor  in- 
fluencia sobre  la  totalidad  de  nuestras  acciones. 

En  las  primeras  respuestas  encontrabais  discípulos  apro- 
vechados, en  ésta  descubrís  al  joven  filósofo  que  empieza  a 
descollar,  como  entre  raquíticos  arbustos  se  levanta  la  tier- 
na encina,  que  andando  los  años  se  hará  notar  en  el  bosque 
por  su  corpulento  tronco  y  soberbia  copa. 


§  4- — Necesidad  de  los  estudios  elementales 

\  No  se  crea  por  lo  dicho  que  juzgue  conveniente  emanci- 

par a  la  juventud  de  la  enseñanza  de  los  elementos ;  muy 
al  contrario,  opino  que  quien  ha  de  aprender  una  ciencia, 
por  grandes  que  sean  las  fuerzas  de  que  se  sienta  dotado, 
es  preciso  se  sujete  a  esta  mortificación,  que  es  como  el  no- 
viciado de  las  letras.  De  esto  procuran  muchos  eximirse 
apelando  a  artículos  de  diccionario  que  contienen  lo  bas- 
tante para  hablar  de  todo  sin  entender  de  nada ;  pero  la 
razón  y  la  experiencia  manifiestan  que  semejante  método 
no  puede  servir  sino  a  formar  lo  que  llamamos  eruditos  a  la 
violeta. 

En  efecto :  hay  en  toda  ciencia  y  profesión  un  conjunto 
de  nociones  primordiales,  voces  y  locuciones  que  le  son 
propias,  las  cuales  no  se  aprenden  bien  sino  estudiando  una 
obra  elemental,  de  suerte  que,  cuando  no  mediaran  otras 
consideraciones,  la  presente  bastaría  a  ||  demostrar  los  in- 
convenientes de  tomar  otro  camino.  Estas  nociones  primor- 
diales y  esas  voces  y  locuciones  deben  ser  miradas  con  al- 
gún respeto  por  quien  entra  de  nuevo  en  la  carrera,  pues  ha 
de  suponer  que  no  en  vano  han  trabajado  hasta  aquí  los  que 
a  ella  se  dedicaron.  Si  el  recién  venido  tiene  desconfianza 


[15,  193-194] 


C.  17. — LA  ENSEÑANZA 


661 
 -j 


de  sus  predecesores,  si  espera  poder  reformar  la  ciencia  o 
profesión  y  hasta  variarla  radicalmente,  al  menos  ha  de 
reflexionar  que  es  prudente  enterarse  de  lo  que  han  dicho 
los  otros,  que  es  temerario  el  empeño  de  crearlo  todo  por 
sí  solo  y  es  exponerse  a  perder  mucho  tiempo  el  no  querer- 
se aprovechar  en  nada  de  las  fatigas  ajenas.  El  maquinista 
más  extraordinario  empieza  quizás  a  dedicarse  a  su  profe- 
sión en  la  tienda  de  un  modesto  artesano,  y  por  grandes  es- 
peranzas que  puedan  fundarse  en  sus  brillantes  disposicio- 
nes no  deja  por  esto  de  aprender  los  nombres  y  el  manejo 
de  los  instrumentos  y  enseres  del  trabajo.  Con  el  tiempo 
hará  en  ellos  muchas  variaciones,  los  tendrá  de  otra  mate- 
ria más  adaptada,  cambiará  su  forma  y  tal  vez  su  nombre; 
mas  por  ahora  es  preciso  que  los  tome  tales  como  los  en- 
cuentra, que  se  ejercite  con  ellos,  hasta  que  la  reflexión  y 
la  experiencia  le  hayan  mostrado  los  inconvenientes  de 
que  adolecen  y  las  mejoras  de  que  son  susceptibles. 

Puede  aplicarse  a  todas  las  ciencias  el  consejo  que  se  da 
a  los  que  quieren  aprender  la  historia :  antes  de  comenzar 
su  estudio  es  necesario  leer  un  compendio.  A  este  propósi- 
to son  notables  las  palabras  de  Bossuet  en  la  dedicatoria 
que  precede  a  su  Discurso  sobre  la  historia  universal.  Asien- 
ta la  necesidad  de  estudiar  la  historia  en  compendio,  para 
evitar  confusión  y  ahorrar  fatiga,  y  luego  añade :  «Esta 
manera  de  exponer  la  historia  universal  ||  la  compararemos 
a  la  descripción  de  los  mapas  geográficos :  la  historia  uni- 
versal es  el  mapa  general  comparado  con  las  historias  par- 
ticulares de  cada  país  y  de  cada  pueblo.  En  los  mapas  par- 
ticulares veis  menudamente  lo  que  es  un  reino  o  una  pro- 
vincia en  sí  misma ;  en  los  universales  aprendéis  a  fijar  es- 
tas partes  del  mundo  en  su  todo ;  en  una  palabra,  veis  la 
parte  que  ocupa  París  o  la  isla  de  Francia  en  el  reino,  la 
que  el  reino  ocupa  en  la  Europa  y  la  que  la  Europa  ocupa 
en  el  universo.»  Pues  bien :  la  oportuna  y  luminosa  compa- 
ración entre  el  mapamundi  y  los  particulares  se  aplica  a  to- 
dos los  ramos  de  conocimientos.  En  todos  hay  un  conjunto 
de  que  es  preciso  hacerse  cargo  para  comprender  mejor  las 
partes  y  no  andar  confuso  y  perdido  en  la  manera  de  or- 
denarlas. Aun  las  ideas  que  se  adquieren  por  este  método 
son  casi  siempre  incompletas,  a  menudo  inexactas  y  algu- 
nas veces  falsas ;  pero  todos  estos  inconvenientes  aun  no 
pesan  tanto  como  los  que  resultan  de  acometer  a  tientas, 
sin  antecedente  ni  guía,  el  estudio  de  una  ciencia. 

Las  obras  elementales,  se  nos  dirá,  no  son  más  que  un  es- 
queleto ;  es  verdad,  pero  tal  como  es  ahorra  muchísimo  tra- 
bajo ;  hallándole  formado  ya,  os  será  más  fácil  corregir  sus 
defectos,  cubrirle  de  nervios,  músculos  y  carne ;  darle  ca- 
lor, movimiento  y  vida. 


662 


EL  CRITERIO 


[15,  194-196] 


Entre  los  que  han  estudiado  por  principios  una  ciencia 
y  los  que,  por  decirlo  así,  han  cogido  sus  nociones  al  vuelo 
en  enciclopedias  y  diccionarios,  hay  siempre  una  diferencia 
que  no  se  escapa  a  un  ojo  ejercitado.  Los  primeros  se  dis- 
tinguen por  la  precisión  de  ideas  y  propiedad  de  lenguaje ; 
los  otros  se  lucen  tal  vez  con  abundantes  y  selectas  noticias, 
pero  a  la  mejor  ocasión  dan  un  ||  solemne  tropiezo,  que  ma- 
nifiesta su  ignorante  superficialidad. 

Nota. — La  carrera  de  la  enseñanza  debiera  ser  una  profesión  en 
que  se  fijaran  definitivamente  los  que  la  abrazasen.  Desgraciada- 
mente no  sucede  así,  y  una  tarea  de  tanta  gravedad  y  trascendencia 
se  desempeña  como  a  la  aventura  y  sólo  mientras  se  espera  otra  co- 
locación mejor.  El  origen  del  mal  no  está  en  los  profesores,  sino  en 
las  leyes,  que  no  los  protegen  lo  bastante  y  no  cuidan  de  brindarles 
con  el  aliciente  y  estímulo  que  el  hombre  necesita  en  todo.  Un  solo 
profesor  bueno  es  capaz,  en  algunos  años,  de  producir  beneficios  in- 
mensos a  un  país:  él  trabaja  en  una  modesta  cátedra,  sin  más  testi- 
go que  unos  pocos  jóvenes;  pero  estos  jóvenes  se  renuevan  con  fre- 
cuencia, y  a  la  vuelta  de  algunos  años  ocupan  los  destinos  más  im- 
portantes de  la  sociedad.  || 


CAPITULO  XVIII 


La  invención 

§  1. — Lo  que  debe  hacer  quien  carezca  del  talento 
de  invención 

Creo  haber  dicha  lo  suficiente  con  respecto  a  los  méto- 
dos de  enseñar  y  aprender ;  paso  a  tratar  del  método  de 
invención. 

Conocidos  los  elementos  de  una  ciencia,  y  llegado  el 
hombre  a  edad  y  posición  en  que  puede  dedicarse  a  estu- 
dios de  mayor  extensión  y  profundidad,  está  en  el  caso  de 
seguir  senderos  menos  trillados  y  acometer  empresas  más 
osadas.  Si  la  naturaleza  no  le  ha  dotado  del  talento  de  in- 
vención, preciso  le  será  contentarse  por  toda  su  vida  con  el 
método  elemental,  bien  que  tomado  en  mayor  escala.  Nece- 
sita guías,  y  este  servicio  le  prestarán  las  obras  magistrales. 
Mas  no  se  crea  que  deba  entenderse  condenado  a  ciego  ser- 
vilismo y  no  haya  de  atreverse  a  discordar  nunca  de  la  au- 
toridad de  sus  maestros ;  en  la  milicia  científica  y  literaria 
no  es  tan  severa  la  disciplina  que  no  sea  lícito  al  soldado 
dirigir  algunas  observaciones  a  su  jefe.  || 


[15,  197-198] 


C.  18. — LA  INVENCIÓN 


663 


§  2. — La  autoridad  científica 

Los  hombres  capaces  de  alzar  y  llevar  adelante  una 
bandera  son  muy  pocos,  y  mejor  es  alistarse  en  las  filas  de 
un  general  acreditado  que  no  andar  a  manera  de  miserable 
guerrillero,  afectando  la  importancia  de  insigne  caudillo. 

Diciendo  esto  no  es  mi  ánimo  predicar  la  autoridad  en 
materias  puramente  científicas  y  literarias ;  en  todo  el  de- 
curso de  la  obra  he  dado  bastante  a  entender  que  no  ado- 
lezco de  tal  achaque ;  sólo  me  propongo  indicar  una  necesi- 
dad de  nuestro  entendimiento,  que,  siendo  por  lo  común 
muy  flaco,  ha  menester  un  apoyo.  La  hiedra,  entrelazándose 
con  un  árbol,  se  levanta  a  grande  altura ;  si  creciese  sin 
arrimo  yacería  tendida  por  el  suelo,  pisoteada  por  todos  los 
transeúntes.  Además  que  no  por  haber  hecho  esta  observa- 
ción se  ha  de  cambiar  el  orden  regular  de  las  cosas,  pues  con 
ella  más  bien  he  consignado  un  hecho  que  ofrecido  un  con- 
sejo. Sí,  un  hecho,  porque,  a  pesar  de  tanto  como  se  blaso- 
na de  independencia,  es  más  claro  que  la  luz  del  mediodía 
que  esta  independencia  no  existe,  que  gran  parte  de  la  hu- 
manidad anda  guiada  por  algunos  caudillos  y  que  éstos  a 
su  talante  la  llevan  por  el  camino  de  la  verdad  o  del  error. 

Este  es  un  hecho  de  todos  los  países  y  de  todos  los  si- 
glos; hecho  indestructible,  porque  está  fundado  en  la  mis- 
ma naturaleza  del  hombre.  El  débil  siente  la  superioridad 
del  fuerte  y  se  humilla  en  su  presencia ;  el  genio  no  es  el 
patrimonio  del  linaje  humano,  es  un  privilegio  ||  a  pocos 
concedido :  quien  le  posee  ejerce  sobre  los  demás  un  ascen- 
diente irresistible.  Se  ha  observado  con  mucha  verdad  que 
las  masas  tienen  una  tendencia  al  despotismo ;  esto  dimana 
de  que  sienten  su  incapacidad  para  dirigirse,  y  naturalmen- 
te buscan  un  jefe:  lo  que  se  experimenta  en  la  guerra  y  la 
política  se  nota  también  en  las  ciencias.  La  generalidad  de 
los  que  las  profesan  son  también  masas,  son  verdadero  vul- 
go que  entregado  a  sí  mismo  no  sabría  qué  hacerse ;  por  lo 
mismo  se  arremolina  a  manera  de  grupos  populares  en  tor- 
no de  los  que  le  hablan  algo  mejor  de  lo  que  él  sabe  y  ma- 
nifiestan conocimientos  que  él  no  posee.  El  entusiasmo  pe- 
netra también  en  la  plebe  sabia,  y  lo  mismo  que  la  otra, 
en  sus  asonadas,  aplaude  y  grita:  «¡Muy  bien,  muy  bien!... 
Tú  lo  entiendes  mejor  que  nosotros;  tú  serás  nuestro  jefe...» 

§  3. — Modificaciones  que  ha  sufrido  en  nuestra  época 
la  autoridad  científica 

A  medida  que  se  han  generalizado  los  conocimientos  con 
el  inmenso  desarrollo  de  la  prensa,  se  ha  podido  creer  que 


664 


EL  CRITERIO 


[15,  198-200] 


el  indicado  fenómeno  había  desaparecido ;  pero  no  es  así : 
lo  que  ha  hecho  ha  sido  modificarse.  Cuando  los  caudillos 
eran  pocos,  cuando  el  mando  estaba  entre  pocas  escuelas, 
andaban  los  entendimientos  a  manera  de  ejércitos  discipli- 
nados, siendo  tan  patente  la  dependencia  que  no  era  posible 
equivocarse.  Ahora  sucede  de  otra  manera:  los  caudillos  y 
las  escuelas  son  en  mayor  número ;  la  disciplina  se  ha  rela- 
jado: pasan  los  soldados  de  uno  ||  a  otro  campo;  éstos  se 
adelantan  un  poco,  aquéllos  se  quedan  rezagados,  algunos 
se  separan  y  se  empeñan  en  escaramuzas  sin  instrucciones 
ni  órdenes  de  sus  jefes ;  diríase  que  los  grandes  ejércitos 
han  dejado  de  existir  y  que  cada  cual  marcha  por  su  lado ; 
pero  no  os  hagáis  ilusiones,  los  ejércitos  existen  a  pesar  de 
ese  desorden,  todos  saben  bien  a  cuál  pertenecen ;  si  deser- 
tan del  uno  se  unirán  al  otro,  y  cuando  se  vean  en  aprieto, 
todos  se  replegarán  en  la  dirección  donde  saben  que  está  el 
cuerpo  principal  para  cubrir  su  retirada 

Y  si  entrar  quisiésemos  en  minuciosas  cuentas,  hallaría- 
mos que  no  es  tan  exacto  que  los  caudillos  de  ahora  sean  en 
mucho  mayor  número  que  los  de  tiempos  anteriores.  For- 
mando un  cuadro  de  clasificaciones  científicas  y  literarias 
encontraríamos  fácilmente  que  en  cada  género  son  muy  po- 
cos los  que  llevan  la  bandera  y  que  sobre  sus  pasos  se  pre- 
cipita la  multitud  ahora  como  siempre. 

El  teatro  y  la  novela,  ¿no  tienen  un  pequeño  número  de 
notabilidades,  cuyas  obras  se  imitan  hasta  el  fastidio?  La 
política,  la  filosofía,  la  historia,  ¿no  cuentan  también  unos 
pocos  adalides,  cuyos  nombres  se  pronuncian  sin  cesar  y  cu- 
yas opiniones  y  lenguaje  se  adoptan  sin  discernimiento?  La 
independiente  Alemania,  ¿no  tiene  sus  escuelas  filosóficas 
tan  marcadas  y  caracterizadas  como  serlo  pudieron  las  de 
Santo  Tomás,  Escoto  y  Suárez?  ¿Qué  son  en  Francia  la  tur- 
ba de  los  filósofos  universitarios  sino  humildes  discípulos  de 
Cousin?  ¿Y  qué  ha  sido  Cousin  a  su  vez  sino  un  vicario  de 
Hegel  y  de  Schelling?  Y  su  filosofía,  que  también  forcejea 
por  introducirse  entre  nosotros,  ¿no  comienza  con  tono  ma- 
gistral, exigiendo  respeto  y  deferencia,  a  manera  de  minis- 
terio ||  sagrado  que  se  dirige  a  la  conversión  de  las  gentes 
sencillas?  La  mayor  parte  de  los  que  profesan  la  filosofía  de 
la  historia,  ¿hacen  más  que  recitar  trozos  de  las  obras  de 
Guizot  o  de  otros  escritores  muy  contados?  Los  que  se  com- 
placen en  declamaciones  sobre  elevados  principios  de  legis- 
lación, ¿no  son  con  frecuencia  plagiarios  de  Becaria  y  Fi- 
langieri?  Los  utilitarios,  ¿nos  dicen  por  ventura  otra  cosa 
que  lo  que  acaban  de  leer  en  Bentham?  Los  escritores  so- 
bre derecho  constitucional,  ¿no  tienen  siempre  en  la  boca 
a  Benjamín  Constant? 

Reconozcamos,  pues,  un  hecho  que  tan  de  bulto  se  pre- 


L15.  200-201] 


C.  18. — LA  INVENCIÓN 


665 


senta,  y  no  nos  lisonjeemos  de  haber  destruido  lo  que  es 
más  fuerte  que  nosotros,  pero  guardémonos  de  sus  malos 
efectos  en  cuanto  nos  sea  posible.  Si  a  causa  de  la  debilidad 
de  nuestras  luces  estamos  precisados  a  valemos  de  las  aje- 
nas, no  las  recibamos  tampoco  con  innoble  sumisión,  no  ab- 
diquemos el  derecho  de  examinar  las  cosas  por  nosotros 
mismos,  no  consintamos  que  nuestro  entusiasmo  por  nin- 
gún hombre  llegue  a  tan  alto  punto  que,  sin  advertirlo,  le 
reconozcamos  como  oráculo  infalible.  No  atribuyamos  a  la 
criatura  lo  que  es  propio  del  Criador. 

§  4. — El  talento  de  invención.  Carrera  del  genio 

Si  el  entendimiento  es  tal  que  pueda  conducirse  a  sí  mis- 
mo, si  al  examinar  las  obras  de  los  grandes  escritores  se 
siente  con  fuerza  para  imitarlos  y  se  encuentra  entre  ellos, 
no  como  pigmeo  entre  gigantes,  sino  como  entre  sus  igua- 
les, entonces  el  método  de  invención  le  ||  conviene  de  una 
manera  particular,  entonces  no  debe  limitarse  a  saber  los 
libros,  es  preciso  que  conozca  las  cosas;  no  ha  de  contentar- 
se con  seguir  el  camino  trillado,  sino  que  ha  de  buscar  ve- 
redas que  le  lleven  mejor,  más  recto  y,  si  es  posible,  a  pun- 
tos más  elevados.  No  admita  ideas  sin  analizar,  ni  proposi- 
ción sin  discutir,  ni  raciocinio  sin  examinar,  ni  regla  sin 
comprobar ;  fórmese  una  ciencia  propia,  que  le  pertenezca 
como  su  sangre,  que  no  sea  una  simple  recitación  de  lo  que 
ha  leído,  sino  el  fruto  de  lo  que  ha  observado  y  pensado. 

¿Qué  reglas  deberá  tener  presentes?  Las  que  se  han  se- 
ñalado más  arriba  para  todo  pensador.  El  entrar  en  porme- 
nores sería  inútil  y  tal  vez  imposible ;  que  el  empeño  de 
trazar  al  genio  una  marcha  fija  es  no  menos  temerario  que 
el  de  sujetar  las  expresiones  de  animada  fisonomía  al  mez- 
quino círculo  de  compasados  gestos.  Cuando  le  veis  abalan- 
zarse brioso  a  su  gigantesca  carrera  no  le  dirijáis  palabras 
insulsas,  ni  consejos  estériles,  ni  reglas  que  no  ha  de  ob- 
servar ;  decidle  tan  sólo :  «Imagen  de  la  divinidad,  marcha 
a  cumplir  los  destinos  que  te  ha  señalado  el  Criador ;  no  te 
olvides  de  tu  principio  y  de  tu  fin ;  tú  levantas  el  vuelo  y 
no  sabes  adonde  vas ;  alza  los  ojos  al  cielo  y  pregúntaselo  a 
tu  Hacedor.  El  te  mostrará  su  voluntad ;  cúmplela  fielmen- 
te, que  en  cumplirla  están  cifrados  tu  grandor  y  tu  gloria.» 

Nota. — Esa  inclinación  del  hombre  a  seguir  la  autoridad  de  otro 
hombre  da  lugar  a  elevadas  consideraciones  sobre  la  fe,  sobre  el 
principio  de  la  autoridad  de  la  Iglesia  católica  y  sobre  el  origen  y 
carácter  de  las  extraviadas  sectas  que  han  perturbado  y  perturban 
el  mundo.  Como  en  otra  obra  traté  extensamente  esta  materia,  me 
basta  referirme  a  lo  que  en  ella  dije.  Véase  El  protestantismo  com- 
parado con  el  catolicismo  en  sus  relaciones  con  la  civilización  eu- 
ropea, tomo  I.  || 


666 


EL  CRITERIO 


[15,  202-203] 


CAPITULO  XIX 

El  entendimiento,  el  corazón  y  la  imaginación 

§  1. — Discreción  en  el  uso  de  las  facultades  del  alma 
La  reina  Dido.  Alejandro 

He  dicho  (c  XII)  que  para  conocer  la  verdad  en  ciertas 
materias  era  necesario  desplegar  a  un  mismo  tiempo  dife- 
rentes facultades  del  alma,  y  entre  ellas  he  contado  el  sen- 
timiento. Ahora  añadiré  que,  si  bien  esto  es  preciso  cuan- 
do se  trata  de  aquellas  verdades  cuya  naturaleza  consiste 
en  relaciones  con  dicho  sentimiento,  como  todo  lo  bello  o 
tierno,  o  melancólico  o  sublime,  no  lo  es  cuando  la  verdad 
pertenece  a  un  orden  distinto  que  nada  tiene  que  ver  con 
nuestra  facultad  de  sentir. 

Si  quiero  apreciar  todo  el  mérito  de  Virgilio  en  el  episo- 
dio de  Dido  es  menester  que  no  raciocine  con  sequedad,  sino 
que  imagine  y  sienta ;  pero  si  me  propongo  juzgar  bajo  el 
aspecto  moral  la  conducta  de  la  reina  de  Cartago,  es  preciso 
que  me  despoje  de  todo  sentimiento  y  que  deje  encomen- 
dado a  la  fría  razón  el  fallar  conforme  a  los  eternos  prin- 
cipios de  la  virtud. 

Al  leer  a  Quinto  Curcio  admiro  al  héroe  macedón  y  || 
me  complazco  en  verle  cuando  se  arroja  impávido  al  través 
del  Gránico,  vence  en  Arbela,  persigue  y  anonada  a  Darío 
y  señorea  el  Oriente.  En  todo  esto  hay  grandeza,  hay  ras- 
gos que  no  fueran  debidamente  apreciados  si  se  cerrara  el 
corazón  a  todo  sentimiento.  La  sublime  narración  del  Sa- 
grado Texto  (Macabeos,  1.  c.  I)  no  será  estimada  en  su 
justo  valor  por  quien  no  haga  más  que  analizar  con  frial- 
dad. «Y  sucedió  que  después  que  Alejandro  Macedón,  hijo 
de  Filipo,  que  fué  el  primero  que  reinó  en  Grecia,  salido  de 
la  tierra  de  Cethim,  derrotó  a  Darío,  rey  de  los  persas  y  de 
los  medos,  dió  muchas  batallas  y  conquistó  las  fortalezas  de 
todos,  y  mató  a  los  reyes  de  la  tierra.  Y  pasó  hasta  los  con- 
fines del  mundo,  y  se  apoderó  de  los  despojos  de  numerosas 
gentes,  y  la  tierra  calló  en  su  presencia...))  Cuando  uno  llega 
a  esta  expresión,  el  libro  se  cae  de  las  manos  y  el  asombro 
se  apodera  del  alma.  En  presencia  de  un  hombre,  la  tierra 
calló...  Sintiendo  con  viveza  la  fuerza  de  esta  imagen,  se 
forma  la  mayor  idea  que  formarse  pueda  del  héroe  conquis- 
tador. Si  para  conocer  esta  verdad  abstraigo,  y  discurro,  y 
cavilo,  y  ahogo  mis  sentimientos,  nada  comprenderé ;  es 
preciso  que  me  olvide  de  toda  filosofía,  que  no  sea  más  que 


[15.  203-205]    C.  19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  667 


hombre,  y  que,  dejando  la  fantasía  en  libertad  y  el  corazón 
abierto,  mire  al  hijo  de  Filipo,  saliendo  de  la  tierra  de 
Cethim,  marchando  con  pasos  de  gigante  hasta  la  extremi- 
dad del  orbe,  y  contemple  a  la  tierra,  que  amedrentada  calla. 
Pero  si  me  propongo  examinar  la  justicia  y  la  utilidad  de 
aquellas  conquistas,  entonces  será  preciso  cortar  el  vuelo  a 
la  imaginación,  amortiguar  los  sentimientos  de  admiración 
y  entusiasmo ;  será  preciso  olvidar  al  joven  monarca  rodea- 
do de  sus  falanges  y  descollando  entre  sus  guerreros  como 
el  I!  Júpiter  de  la  fábula  entre  el  cortejo  de  los  dioses ;  será 
necesario  no  pensar  más  que  en  los  eternos  principios  de  la 
razón  y  en  los  intereses  de  la  humanidad.  Si  al  hacer  este 
examen  dejo  campear  la  fantasía  y  dilatarse  el  corazón, 
erraré,  porque  la  radiante  aureola  que  orla  las  sienes  del 
conquistador  me  deslumhrará,  me  quitará  la  osadía  de  con- 
denarle, me  inclinará  a  la  indulgencia  por  tanto  genio 
y  heroísmo ;  y  se  lo  perdonaré  todo  cuando  vea  que  en  la 
cumbre  de  su  gloria,  a  la  edad  de  treinta  y  tres  años,  se  pos- 
tra en  un  lecho  y  conoce  que  se  muere.  Et  post  haec  decidit 
in  lectum,  et  cognovit  quia  moreretur.  (Macabeos,  l.  l.°,  c.  I.) 


§  2. — Influencia  del  corazón  sobre  la  cabeza 
Causas  y  efectos 

A  cada  paso  se  observa  la  mucha  influencia  que  sobre 
nuestra  conducta  tienen  las  pasiones,  y  el  insistir  en  probar 
esto  sería  demostrar  una  verdad  demasiado  conocida.  Pero 
no  se  ha  reparado  tanto  en  los  efectos  de  las  pasiones  sobre 
el  entendimiento,  aun  con  respecto  a  verdades  que  nada 
tienen  que  ver  con  nuestras  acciones.  Quizás  sea  éste  uno  de 
los  puntos  más  importantes  del  arte  de  pensar,  y  por  lo 
mismo  lo  expondré  con  algún  detenimiento. 

Si  nuestra  alma  estuviese  únicamente  dotada  de  inteli- 
gencia, si  pudiese  contemplar  los  objetos  sin  ser  afectada 
por  ellos,  sucedería  que,  en  no  alterándose  dichos  objetos, 
ios  veríamos  siempre  de  una  misma  manera.  Si  el  ojo  es  el 
mismo,  la  distancia  la  misma,  el  punto  de  vista  el  mismo, 
la  cantidad  y  dirección  de  la  luz  las  mismas,  |¡  la  impre- 
sión que  recibamos  no  podrá  menos  de  ser  siempre  la  mis- 
ma. Pero  cambiada  una  cualquiera  de  estas  condiciones 
cambiará  la  impresión ;  el  objeto  será  más  o  menos  gran- 
de, los  colores  más  o  menos  vivos  o  quizás  del  todo  dife- 
rentes ;  su  figura  sufrirá  considerables  modificaciones,  o  tal 
vez  se  convertirá  en  otra  nada  semejante.  La  luna  conserva 
siempre  su  misma  figura  y,  no  obstante,  nos  presenta  de 
continuo  variedad  de  fases ;  una  roca  informe  y  desigual 
se  nos  ofrece  a  lo  lejos  como  una  cúpula  que  corona  un  so- 


668 


EL  CRITERIO 


[15,  205-206] 


berbio  edificio,  y  el  monumento  que  mirado  de  cerca  es 
una  maravilla  del  arte  se  divisa  a  larga  distancia  como  una 
peña  irregular,  desgajada,  caída  a  la  aventura  en  las  fal- 
das del  monte. 

Lo  propio  sucede  con  el  entendimiento :  los  objetos  son 
a  veces  los  mismos  y  no  obstante  se  ofrecen  muy  diferen- 
tes, no  sólo  a  distintas  personas,  sino  a  una  misma,  sin  que 
para  esta  mudanza  sea  necesario  mucho  tiempo.  Quizás  un 
instante  de  intervalo  es  suficiente  para  cambiar  la  escena ; 
nos  hallamos  ya  en  otra  parte ;  se  ha  corrido  un  velo  y 
todo  ha  variado ;  todo  ha  tomado  otras  formas  y  colores ; 
diríase  que  los  objetos  han  sido  tocados  con  la  varita  de 
un  mago. 

¿Y  cuál  es  la  causa?  Es  que  el  corazón  se  ha  puesto  en 
juego,  es  que  nosotros  nos  hemos  mudado  y  nos  parece  que 
se  han  mudado  los  objetos.  Así,  al  darse  a  la  vela  la  em- 
barcación que  nos  lleva,  el  puerto  y  las  costas  huyen  a  toda 
prisa,  cuando  en  realidad  nada  se  ha  movido  sino  la  nave. 

Y  nótese  que  esta  mudanza  no  se  realiza  tan  sólo  cuan- 
do el  ánimo  se  conmueve  profundamente  y  puede  decirse 
que  las  pasiones  están  levantadas ;  en  medio  de  ||  una  cal- 
ma aparente  sufrimos  a  menudo  esta  alteración  en  la  ma- 
nera de  ver,  alteración  tanto  más  peligrosa  cuanto  menos 
se  hacen  sentir  las  causas  que  la  producen.  Se  han  dividido 
en  ciertas  clases  las  pasiones  del  corazón  humano ;  pero, 
sea  que  no  se  hayan  comprendido  todas  en  la  clasificación 
filosófica,  sea  que  cada  una  de  ellas  entrañe  en  su  seno  otras 
muchas  que  deben  set  consideradas  como  sus  hijas  o  como 
transformaciones  de  una  misma,  lo  cierto  es  que  quien  ob- 
serve con  atención  la  variedad  y  graduación  de  nuestros 
sentimientos  creerá  estar  asistiendo  a  las  mudables  ilusio- 
nes de  una  visión  fantasmagórica.  Hay  momentos  de  cal- 
ma y  de  tempestad,  de  dulzura  y  de  acritud,  de  suavidad 
y  de  dureza,  de  valor  y  de  cobardía,  de  fortaleza  y  de  abati- 
miento, de  entusiasmo  y  de  desprecio,  de  alegría  y  de  tris- 
teza, de  orgullo  y  de  anonadamiento,  de  esperanza  y  de 
desesperación,  de  paciencia  y  de  ira,  de  postración  y  de  ac- 
tividad, de  expansión  y  de  estrechez,  de  generosidad  y  de 
codicia,  de  perdón  y  de  venganza,  de  indulgencia  y  de  seve- 
ridad, de  placer  y  de  malestar,  de  saboreo  y  de  tedio,  de 
gravedad  y  de  ligereza,  de  elevación  y  de  frivolidad,  de  se- 
riedad y  de  chiste,  de...  pero  ¿adonde  vamos  a  parar  enu- 
merando la  variedad  de  disposiciones  que  experimenta  nues- 
tra alma?  No  es  más  mudable  e  inconstante  el  mar  azotado 
por  los  huracanes,  mecido  por  el  Céfiro,  rizado  con  el  alien- 
to de  la  aurora,  inmóvil  con  el  peso  de  una  atmósfera  de 
plomo,  dorado  con  los  rayos  del  sol  naciente,  blanqueado 
con  la  luz  del  astro  de  la  noche,  tachonado  con  las  estrellas 


[15,  206-208]    C.  19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  669 


del  firmamento,  ceniciento  como  el  semblante  de  un  difun- 
to, brillante  con  los  fuegos  del  mediodía,  tenebroso  y  negro 
como  la  boca  de  una  tumba.  || 


§  3. — Eugenio.  Sus  transformaciones  en  veinticuatro  horas 

Erase  una  hermosa  mañana  de  abril ;  Eugenio  se  había 
levantado  muy  temprano,  había  extendido  maquinalmente 
el  brazo  a  su  librería,  y  con  el  tomito  en  la  mano,  pero  sin 
abrir,  se  había  asomado  al  balcón  que  daba  vista  a  una  ri- 
sueña campiña.  ¡Qué  día  más  bello!  ¡Qué  hora  tan  embe- 
lesante! El  sol  se  levanta  en  el  horizonte  matizando  las 
nubecillas  con  primorosos  colores  y  desplegando  en  todas 
direcciones  madejas  de  luz,  como  la  dorada  cabellera  on- 
deante sobre  la  cabeza  de  un  niño ;  la  tierra  ostenta  su  ri- 
queza y  sus  galas,  el  ruiseñor  gorjea  y  trina  en  la  cercana 
arboleda,  el  labrador  se  encamina  a  su  campo,  saludando 
al  luminar  del  día  con  cantares  de  dicha  y  de  amor.  Euge- 
nio contempla  aquella  escena  con  un  placer  inexplicable. 
Su  ánimo  tranquilo,  sosegado,  apacible,  se  presta  fácilmen- 
te a  emociones  gratas  y  suaves.  Goza  de  completa  salud, 
disfruta  de  pingüe  fortuna ;  los  negocios  de  la  familia  an- 
dan con  viento  en  popa,  y  cuantos  le  rodean  se  esmeran  en 
complacerle.  Su  corazón  no  está  agitado  por  ninguna  pasión 
violenta ;  anoche  concilio  sin  dificultad  el  sueño,  que  no  se 
ha  interrumpido  hasta  el  rayar  el  alba,  y  espera  que  las  ho- 
ras se  adelanten  para  entregarse  al  ordinario  curso  de  sus 
tranquilas  tareas. 

Abre  por  fin  el  libro :  es  una  novela  romántica.  Un  des- 
graciado a  quien  el  mundo  no  ha  podido  comprender  mal- 
dice a  la  sociedad,  a  la  humanidad  entera,  maldice  a  la  tie- 
rra y  al  cielo,  maldice  lo  pasado,  lo  presente  y  lo  ||  futuro, 
maldice  al  mismo  Dios,  se  maldice  a  sí  mismo ;  y,  cansado 
de  mirar  un  sol  helado  y  sombrío,  una  tierra  mustia  y  agos- 
tada, de  arrastrar  una  existencia  que  pesa  sobre  su  corazón, 
que  le  oprime,  que  le  ahoga  como  los  brazos  del  verdugo  al 
infeliz  ajusticiado,  se  propone  dar  fin  a  sus  días.  Miradle,  ya 
está  en  el  borde  del  precipicio  fatal ;  ya  está  escrita  en  la 
cartera  la  palabra  ¡adiós!;  ya  vuelve  en  torno  su  cabeza  des- 
greñada, su  semblante  pálido,  sus  ojos  hundidos  e  infla- 
mados, sus  facciones  alteradas ;  y  antes  de  consumar  el 
atentado  se  queda  un  momento  en  silencio,  y  luego  refle- 
xiona sobre  la  naturaleza,  sobre  los  destinos  del  hombre, 
sobre  la  injusticia  de  la  sociedad.  «Esto  es  exagerado,  dice 
con  impaciencia  Eugenio ;  en  el  mundo  hay  mucho  malo, 
pero  no  lo  es  todo.  La  virtud  no  está  todavía  desterrada  de 
la  tierra ;  yo  conozco  muchas  personas  que  sin  atroz  calum- 


670 


EL  CRITERIO 


[15,  208-210] 


nia  no  pueden  ser  contadas  entre  los  criminales.  Hay  in- 
justicias, es  cierto ;  pero  la  injusticia  no  es  la  regla  de  la 
sociedad ;  y  si  bien  se  observa,  los  grandes  crímenes  son 
excepciones  monstruosas.  La  mayor  parte  de  los  actos  que 
se  cometen  contra  la  virtud  proceden  de  nuestra  debilidad ; 
nos  dañan  a  nosotros  mismos,  pero  no  traen  perjuicios  a 
otros ;  no  aterrorizan  al  mundo,  y  los  más  se  consuman  sin 
llegar  a  su  noticia.  Ni  es  verdad  que  el  bienestar  sea  tan  im- 
posible ;  los  infortunados  son  muchos,  pero  no  todo  dima- 
na de  injusticia  y  crueldad ;  en  la  misma  naturaleza  de  las 
cosas  se  encuentra  la  razón  de  estos  males,  que  además  no 
son  ni  tantos  ni  tan  negros  como  se  nos  pintan  aquí.  No  sé 
qué  modo  de  mirar  los  objetos  tienen  esos  hombres;  se  que- 
jan de  todo,  blasfeman  de  Dios,  calumnian  a  la  humanidad 
entera,  y  cuando  se  elevan  a  consideraciones  filosóficas  lle- 
van el  alma  ||  por  una  región  de  tinieblas,  donde  no  en- 
cuentra más  que  un  caos  desesperante.  Cuando  vuelve  de 
semejantes  excursiones  no  sabe  pronunciar  otras  palabras 
que  maldición  y  crimen.  Esto  es  insoportable ;  esto  es  tan 
falso  en  filosofía  como  feo  en  literatura.»  Así  discurría  Eu- 
genio, y  cerraba  buenamente  el  libro,  y  apartaba  de  su 
mente  aquellos  tétricos  recuerdos,  entregándose  de  nuevo 
a  la  contemplación  de  la  bella  naturaleza. 

Pasan  las  horas,  suena  la  de  comenzar  sus  tareas,  y  aquel 
día  parece  el  de  las  desgracias.  Todo  va  mal ;  diríase  que 
le  han  alcanzado  a  Eugenio  las  maldiciones  del  suicida. 
Muy  de  mañana  corre  por  la  casa  un.  mal  humor  terrible : 
N  ha  pasado  malísima  noche,  M  se  ha  levantado  indispues- 
to, y  todos  son  más  agrios  que  zumo  de  fruta  verde.  A  Eu- 
genio se  le  pega  también  algo  de  la  malignidad  atmosfé- 
rica que  le  rodea ;  pero  todavía  conserva  alguna  cosa  de 
las  apacibles  emociones  de  la  salida  del  sol. 

El  día  se  va  encapotando,  el  tiempo  no  será  tan  bueno 
como  se  prometía  el  espectador  de  la  mañana.  Sale  Euge- 
nio a  sus  diligencias,  la  lluvia  comienza,  el  paraguas  no 
basta  para  cubrir  al  viandante,  y  en  una  calle  estrecha  y 
atestada  de  lodo  se  encuentra  Eugenio  con  un  caballo  que 
galopa,  sin  atender  a  que  los  chispazos  de  fango  de  sus  cas- 
cos dejan  al  pobre  pasajero  pedestre  hecho  una  lástima  de 
pies  a  cabeza.  Ya  es  preciso  retroceder,  volverse  a  casa,  en- 
tre irritado  y  mohíno,  no  maldiciendo  tan  alto  como  el  ro- 
mántico, pero  sí  haciendo  no  muy  piadosa  plegaria  para  el 
caballo  y  el  jinete.  La  vida  no  es  ya  tan  bella,  pero  todavía 
es  soportable ;  la  filosofía  se  va  encapotando  como  el  tiem- 
po, pero  el  sol  no  ha  desaparecido  aún.  Los  destinos  de  la 
humanidad  no  son  desesperantes,  ||  pero  los  lances  de  los 
hombres  son  algo  pesados.  Al  fin  siempre  sería  mejor  que 
las  caras  domésticas  no  fueran  de  cuaresma,  que  las  calles 


[15,  210-211]    C.  19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  671 


estuviesen  limpias,  o  que,  si  estaban  sucias,  no  galopasen 
los  caballos  a  la  inmediación  de  los  transeúntes. 

Sobre  una  desgracia  viene  otra.  Reparado  Eugenio  del 
primer  descalabro,  vuelve  a  sus  diligencias,  dirigiéndose  a 
casa  de  su  amigo,  quien  le  ha  de  comunicar  noticias  satis- 
factorias con  respecto  a  un  negocio  de  importancia.  Por  lo 
pronto  es  recibido  con  frialdad,  el  amigo  procura  eludir  la 
conversación  sobre  el  punto  principal  y  finge  ocupaciones 
apremiadoras  que  le  obligan  a  aplazar  para  otro  día  el  tra- 
tar del  asunto.  Eugenio  se  despide  algo  desabrido  y  recelo- 
so, y  se  devana  los  sesos  por  adivinar  el  misterio ;  pero  una 
feliz  casualidad  ie  hace  encontrar  con  otro  amigo  que  le 
revela  la  trama  del  primero  y  le  avisa  que  no  se  duerma  si 
no  quiere  ser  víctima  de  la  perfidia  más  infame.  Marcha 
presuroso  a  tomar  sus  providencias,  acude  a  otros  que  pue- 
dan informarle  de  la  verdadera  situación  de  las  cosas,  le 
explican  la  traición,  se  compadecen  de  su  desgracia,  pero 
todos  convienen  en  que  ya  es  tarde.  La  pérdida  es  crecida 
y  además  irreparable :  el  pérfido  ha  tomado  sus  medidas 
con  tanta  precaución,  que  el  desgraciado  Eugenio  no  ha  ad- 
vertido la  estratagema  hasta  que  se  ha  visto  enredado  sin 
remedio.  Acudir  a  los  tribunales  es  imposible,  porque  el  ne- 
gocio no  lo  consiente ;  reprochar  al  pérfido  la  negrura  de 
su  acción  es  desahogo  estéril ;  con  tomar  una  venganza 
nada  se  remedia  y  se  aumentan  los  males  del  vengador.  No 
hay  más  que  resignarse.  Eugenio  se  retira  a  su  casa,  entra 
en  su  gabinete,  se  entrega  a  todo  el  dolor  que  consigo  trae 
el  frustrarse  tantas  esperanzas  y  ||  un  cambio  inevitable  en 
su  posición  social.  El  libro  está  todavía  sobre  la  mesa,  su 
vista  le  recuerda  las  reflexiones  de  la  mañana,  y  exclama 
en  su  interior:  «¡Oh!  ¡Cuán  miserablemente  te  engañabas 
cuando  reputabas  exageración  las  infernales  pinturas  que 
del  mundo  hacen  esos  hombres !  No  puede  negarse :  tienen 
razón ;  esto  es  horrible,  desconsolador,  desesperante,  pero 
es  la  realidad.  El  hombre  es  un  animal  depravado,  la  socie- 
dad es  una  cruel  madrastra,  mejor  diré,  un  verdugo  que  se 
complace  en  atormentarnos,  que  nos  insulta  y  se  mofa  de 
nuestras  angustias,  al  mismo  tiempo  que  nos  cubre  de  ig- 
nominia y  nos  da  la  muerte.  No  hay  buena  fe,  no  hay  amis- 
tad, no  hay  gratitud,  no  hay  generosidad,  no  hay  virtud  so- 
bre la  tierra ;  todo  es  egoísmo,  miras  interesadas,  perfidias, 
traición,  mentira.  Para  tanto  padecer,  ¿por  qué  se  nos  ha 
dado  la  vida?  ¿Dónde  está  la  Providencia,  dónde  la  justicia 
de  Dios?  ¿Dónde...?» 

Aquí  llegaba  Eugenio,  y,  como  ven  nuestros  lectores,  la 
dulce  y  apacible  y  juiciosa  filosofía  de  la  mañana  se  había 
trocado  en  pensamientos  satánicos,  en  inspiraciones  de  Bel-- 
cebú.  Nada  se  había  mudado  en  el  mundo,  todo  proseguía 


672 


EL  CRITERIO 


[15,  211-2131 


en  su  ordinaria  carrera,  y  ni  el  hombre  ni  la  sociedad  po- 
dían decirse  peores,  ni  entregados  a  otros  destinos,  por  ha- 
berle sucedido  a  Eugenio  una  desgracia  imprevista.  Quien 
se  ha  mudado  es  él ;  sus  sentimientos  son  otros,  su  corazón, 
lleno  de  amargura,  derrama  la  hiél  sobre  el  entendimiento, 
y  éste,  obedeciendo  a  las  inspiraciones  del  dolor  y  'de  la 
desesperación,  se  venga  del  mundo  pintándole  con  los  colo- 
res más  horribles.  Y  no  se  crea  que  Eugenio  proceda  de 
mala  fe ;  ve  las  cosas  tales  como  las  expresa ;  así  como  las 
expresaba  por  la  mañana  tales  como  a  la  sazón  las  veía. 

Dejamos  a  Eugenio  en  el  terrible  dónde...  que,  a  no  du- 
darlo, hubiera  abortado  una  blasfemia  horripilante,  si  no 
se  interrumpiera  el  monólogo  con  la  llegada  de  un  caballe- 
ro que  con  libertad  de  amigo  penetra  en  el  gabinete  sin  de- 
tenerse en  antesalas. 

— Vamos,  mi  querido  Eugenio,  ya  sé  que  te  han  jugado 
una  mala  partida. 

— ¡Cómo  ha  de  ser! 

— Es  mucha  perfidia. 

— Así  anda  el  mundo. 

— Lo  que  importa  es  remediarlo. 

— ¿Remedio?...  Es  imposible... 

— Muy  sencillo. 

— Me  gusta  la  frescura. 

— Todo  está  en  aprontar  más  fondos,  aprovechar  el  co- 
rreo de  hoy  y  ganarle  por  la  mano. 

— Pero  ¿cómo  los  apronto?  Sus  cálculos  estriban  sobre  la 
imposibilidad  en  que  me  hallo  de  hacerlo,  y  como  sabía  el 
estado  de  mis  negocios,  efecto  de  los  desembolsos  hechos 
hasta  aquí  para  el  maldito  objeto,  está  bien  seguro  que  no 
podré  tomarle  la  delantera. 

— Y  si  estos  fondos  estuviesen  ya  prestos... 

— No  soñemos... 

— Pues  mira,  estábamos  reunidos  varios  amigos  para  el 
negocio  que  tú  no  ignoras;  se  nos  ha  referido  lo  que  te  acaba 
de  suceder  y  el  desastre  que  iba  a  ocasionarte.  La  profun- 
da impresión  que  me  ha  producido  puedes  suponerla ;  y 
habiendo  pedido  permiso  a  los  socios  para  abandonar  por 
mi  parte  el  proyecto  y  venir  a  ofrecerte  mis  recursos,  to- 
dos instantáneamente  han  seguido  mi  ejemplo ;  todos  han 
dicho  que  arrostraban  con  gusto  el  riesgo  de  aplazar  sus 
operaciones  y  de  sacrificar  su  ganancia  ||  hasta  que  tú  hu- 
bieses salido  airoso  del  negocio. 

— Pero  yo  no  puedo  consentir... 

— Déjate... 

— Pero  ¿y  si  esos  caballeros,  a  quienes  no  conozco  si- 
quiera...? 

— Tu  desconfianza  estaba  ya  prevista ;  aprovecha  el  co- 


[15,  213-214]   C.    19. — ENTENDIMIENTO.  CORAZÓN.  IMAGINACIÓN  673 


rreo ;  yo  me  voy,  y  en  esta  cartera  encontrarás  todo  lo  que 
se  necesita.  Adiós,  mi  querido  Eugenio. 

La  cartera  ha  caído  al  lado  del  libro  fatal ;  Eugenio  se 
avergüenza  de  haber  anatematizado  a  la  humanidad  sin  ex- 
cepciones ;  la  hora  del  correo  no  le  permite  filosofar,  pero 
siente  que  su.  filosofía  toma  un  sesgo  menos  desesperante.  A 
la  mañana  siguiente  el  sol  asomará  hermoso  y  radiante 
como  hoy,  el  ruiseñor  cantará  en  el  ramaje,  el  labrador  se 
dirigirá  a  sus  faenas  y  Eugenio  volverá  a  ver  las  cosas  como 
las  veía  antes  de  sus  fatales  aventuras.  En  veinticuatro  ho- 
ras, que  por  cierto  no  han  alterado  nada  ni  en  la  naturale- 
za ni  en  la  sociedad,  la  filosofía  de  Eugenio  ha  recorrido  un 
espacio  inmenso,  para  volver,  como  los  astros,  al  mismo  pun- 
to de  donde  partiera. 

§  4. — Don  Marcelino.  Sus  cambios  políticos 

Don  Marcelino  acaba  de  salir  de  unas  elecciones  en  que 
los  partidos  han  luchado  en  tremenda  batalla.  La  fuerza 
muscular  ha  tenido  también  su  voto ;  se  han  blandido  pu- 
ñales, se  han  menudeado  los  garrotazos ;  la  campanilla  del 
presidente  ha  resonado  entre  el  ruido  de  voces  estentó- 
reas, de  pulmones  de  bronce.  Don  Marcelino  ||  pertenece  al 
partido  derrotado  y  ha  tenido  que  salvarse  a  escape.  Lo  que 
es  valor,  ya  se  ve,  no  le  faltaba ;  pero  ha  sido  preciso  no  ol- 
vidar las  consideraciones  de  prudencia  y  decoro. 

La  desagradable  impresión  no  se  le  borrará  en  algunos 
días,  y  es  notable  que  ella  basta  para  echar  a  perder  sus 
ideas  liberales.  «Desengáñense  ustedes,  señores,  dice  con  el 
tono  de  la  más  profunda  convicción,  esto  es  una  farsa,  un 
absurdo ;  nos  hemos  empeñado  en  una  barbaridad ;  no  hay 
más  remedio  que  un  brazo  fuerte ;  el  absolutismo  tiene  sus 
inconvenientes ;  pero  del  mal,  el  menos.  El  gobierno  repre- 
sentativo, el  gobierno  de  la  razón  ilustrada  y  de  la  voluntad 
libre,  es  muy  hermoso  en  las  páginas  de  las  obras  de  derecho 
constitucional  y  en  los  artículos  de  periódico ;  pero  en  la 
realidad  no  medran  más  que  la  intriga,  la  inmoralidad  y  so- 
bre todo  la  impudencia  y  la  audacia.  Yo  ya  estoy  desengaña- 
do, y  he  palpado  bien  aquello  de  otros  vendrán  que  me  abo- 
narán.» 

A  consecuencia  de  los  disturbios,  la  autoridad  militar 
toma  una  actitud  imponente,  declara  el  estado  de  sitio,  la 
constitución  se  suspende,  los  revoltosos  se  amedrentan  y  la 
ciudad  recobra  la  calma.  Don  Marcelino  puede  entregarse 
sin  recelo  a  sus  paseos  ordinarios ;  reina  la  mayor  seguri- 
dad de  día  como  de  noche,  y  así  el  cuitado  elector  va  olvi- 
dando la  escena  de  los  campanillazos,  gritos,  garrotes  y 
puñales. 


674 


EL  CRITERIO 


[15.  214-216] 


Ocúrresele  entre  tanto  hacer  un  viaje,  y  necesita  su  pasa- 
porte. A  la  entrada  de  la  casa  de  la  policía  hay  numerosa 
guardia  de  tropa:  don  Marcelino  se  va  a  entrar  por  la  pri- 
mera puerta  que  se  ofrece,  y  el  granadero  le  dice :  «Atrás.» 
Encamínase  a  la  otra,  y  el  centinela  le  grita  en  alta  y  des- 
templada voz:  «Paisano,  la  capa.»  ||  Quítase  el  embozo,  pro- 
sigue algo  mohíno,  y  los  esbirros,  que  se  resienten  de  la  rigi- 
dez gubernativa,  le  dicen  en  ademán  descortés:  «No  vaya  us- 
ted tan  aprisa ;  aguarde  usted  su  turno.»  Llegado  a  la  mesa, 
el  oficial  le  dirige  mil  preguntas  investigadoras,  le  mira  de 
pies  a  cabeza,  como  si  sospechase  que  el  pobre  don  Marceli- 
no es  uno  de  los  jefes  del  motín  del  otro  día.  Al  fin  le  entre- 
ga el  pasaporte  con  ademán  desdeñoso,  baja  la  cabeza  y  no  se 
digna  devolver  el  saludo  que  el  viajero  le  dirige  con  afabili- 
dad y  cortesía. 

El  paciente  se  marcha  muy  disgustado,  pero  no  piensa 
que  aquella  escena  haya  debido  modificar  sus  opiniones  po- 
líticas. Reúnese  con  sus  amigos,  la  conversación  gira  sobre 
las  últimas  ocurrencias,  y  se  eleva  poco  a  poco  hasta  la  re- 
gión de  las  teorías  de  gobierno.  Don  Marcelino  ya  no  será  el 
absolutista  del  otro  día.  «¡Qué  escándalo,  dice  uno  de  los  cir- 
cunstantes, yo  no  puedo  recordarlo  sin  detestar  esas  tram- 
pas! — Ciertamente,  responde  don  Marcelino,  pero  en  todo 
hay  inconvenientes ;  mire  usted,  el  absolutismo  proporciona 
quietud,  pero,  ¿qué  se  yo?,  también  tiene  sus  cosas.  A  los 
hombres  no  conviene  gobernarlos  con  palo,  y  al  fin  es  nece- 
sario no  olvidar  la  dignidad  propia.  — Pero  ¿la  olvidan  por 
ventura  los  que  viven  bajo  un  gobierno  absoluto?  — Yo  no 
digo  eso,  pero  sí  que  es  preciso  no  precipitarse  en  condenar 
las  formas  representativas,  porque  no  puede  negarse  que  las 
absolutistas  tienen  cierta  rigidez,  de  que  se  resienten  hasta 
las  últimas  ruedas  del  gobierno.» 

El  lector  conocerá  que  don  Marcelino,  sin  advertirlo  si- 
quiera, piensa  en  la  escena  del  pasaporte;  el  rudo  atrás  del 
granadero,  el  grito  del  centinela,  paisano,  la  capa,  la  descor- 
tesía de  los  esbirros  y  del  oficial  han  bastado  para  ||  intro- 
ducir en  sus  ideas  políticas  una  reforma  de  alguna  consi- 
deración. 

Desgraciadamente,  el  oficial  de  la  policía  había  llevado 
muy  lejos  sus  sospechas.  Librado  el  pasaporte,  no  pudo  me- 
nos de  indicar  a  su  principal  que  se  le  había  presentado  un 
sujeto  de  quien  recelaba,  según  las  señas,  no  fuese  uno  de 
los  que  buscaba  la  autoridad.  Sin  saber  cómo,  en  el  acto  de 
subir  don  Marcelino  a  la  diligencia  es  detenido,  conducido  a 
la  cárcel,  y  allí  se  le  fuerza  a  pasar  algunos  días,  sin  que 
basten  a  libertarle  las  vehementes  presunciones  que  en  su 
favor  ofrecen  un  traje  muy  decente  y  cómodo,  un  cuerpo 
bien  nutrido  y  un  semblante  pacato.  No  se  necesitaba  más 


115,  216-218]   C.   19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  675 


para  que  acabasen  de  desplomarse  con  estrépito  sus  convic- 
ciones absolutistas,  ya  algo  desmoronadas  con  el  negocio  del 
pasaporte.  Lo  brusco  de  la  captura,  lo  incómodo  de  la  cár- 
cel, lo  pesado  y  quisquilloso  y  ofensivo  de  los  interrogato- 
rios bastan  y  sobran  para  que  salga  don  Marcelino  de  la 
prisión  con  su  liberalismo  rejuvenecido,  con  su  afición  a  la 
tabla  de  derechos,  con  su  odio  a  la  arbitrariedad,  con  su  aver- 
sión al  gobierno  militar,  con  su  vehemente  deseo  de  que  la 
seguridad  personal  y  demás  garantías  constitucionales  sean 
una  verdad.  Su  fe  política  es  en  la  actualidad  muy  viva ;  en 
cuanto  a  firmeza,  aguardad  que  vengan  otras  elecciones,  o 
que  un  día  de  ruido  le  asusten  las  carreras  y  los  gritos  de 
la  calle.  Será  difícil  que  las  nuevas  convicciones  resistan  a 
tan  dura  prueba.  || 


§  5. — Anselmo.  Sus  variaciones  sobre  la  pena  de  muerte 

Anselmo,  joven  aficionado  al  estudio  de  las  altas  cuestio- 
nes de  legislación,  acaba  de  leer  un  elocuente  discurso  en 
contra  de  la  pena  de  muerte.  Lo  irreparable  de  la  condena- 
ción del  inocente,  lo  repugnante  y  horroroso  del  suplicio,  aun 
cuando  lo  sufra  el  verdadero  culpable ;  la  inutilidad  de  tal 
castigo  para  extirpar  ni  disminuir  el  crimen,  todo  está  pinta- 
do con  vivos  colores,  con  pinceladas  magníficas ;  todo  realza- 
do con  descripciones  patéticas,  con  anécdotas  que  hacen  es- 
tremecer. El  joven  se  halla  profundamente  conmovido,  ima- 
gínase que  medita,  y  no  hace  más  que  sentir;  cree  ser  un 
filósofo  que  juzga,  cuando  no  es  más  que  un  hombre  que  se 
compadece.  En  su  concepto,  la  pena  de  muerte  es  inútil,  y 
aun  cuando  no  fuera  injusta,  es  bastante  la  inutilidad  para 
hacer  su  aplicación  altamente  criminal.  Este  es  un  punto  en 
que  la  sociedad  debe  reflexionar  seriamente  para  libertarse 
de  esa  costumbre  cruel  que  le  han  legado  generaciones  me- 
nos ilustradas.  Las  convicciones  del  nuevo  adepto  nada  de- 
jan que  desear;  en  ellas  se  combinan  razones  sociales  y  hu- 
manitarias; al  parecer,  nada  fuera  capaz  de  conmoverlas. 

El  joven  filósofo  habla  sobre  el  particular  con  un  magis- 
trado de  profundo  saber  y  dilatada  experiencia,  quien  opina 
que  la  abolición  de  la  pena  de  muerte  es  una  ilusión  irrea- 
lizable. Desenvuelve  en  primer  lugar  los  principios  de  jus- 
ticia en  que  se  funda,  pinta  con  vivos  ||  colores  las  fatales 
consecuencias  que  resultarían  de  semejante  paso,  retrata  a 
los  hombres  desalmados,  burlándose  de  toda  otra  pena  que 
no  sea  el  último  suplicio,  recuerda  las  obligaciones  de  la  so- 
ciedad en  la  protección  del  débil  y  del  inocente,  refiere  algu- 
nos casos  desastrosos  en  que  resaltan  la  crueldad  del  malva- 
do y  los  padecimientos  de  la  víctima ;  el  corazón  del  joven 


676 


EL  CRITERIO 


[15,  218-219] 


ya  experimenta  impresiones  nuevas ;  una  santa  indignación 
levanta  su  pecho,  el  celo  de  la  justicia  le  inflama ;  su  alma 
sensible  se  identifica  y  eleva  con  la  del  magistrado ;  se  enor- 
gullece de  saber  dominar  los  sentimientos  de  injusta  compa- 
sión, de  sacrificarlos  en  las  aras  de  los  grandes  intereses  de 
la  humanidad,  e  imaginándose  ya  sentado  en  un  tribunal, 
revestido  con  la  toga  de  un  magistrado,  parece  que  el  cora- 
zón le  dice :  «Sí,  también  sabrías  ser  justo ;  también  sabrías 
vencerte  a  ti  mismo ;  también  sabrías,  si  necesario  fuese, 
obedecer  a  los  impulsos  de  tu  conciencia,  y  con  la  mano  en 
el  corazón  y  la  vista  en  Dios  pronunciar  la  sentencia  fatal 
en  obsequio  de  la  justicia.» 


§  6. — Algunas  observaciones  para  precaverse  del  mal  influjo 

del  corazón 

Nada  más  importante  para  pensar  bien  que  el  penetrarse 
de  las  alteraciones  que  produce  en  nuestro  modo  de  ver  la 
disposición  de  ánimo  en  que  nos  hallamos.  Y  aquí  se  encuen- 
tra la  razón  de  que  nos  sea  tan  difícil  sobreponernos  a  nues- 
tra época,  a  nuestras  circunstancias  peculiares,  a  las  preocu- 
paciones de  la  educación,  al  influjo  ||  de  nuestros  intereses ; 
de  aquí  procede  que  se  nos  haga  tan  duro  el  obrar  y  hasta 
el  pensar  conforme  a  las  prescripciones  de  la  ley  eterna,  el 
comprender  lo  que  se  eleva  sobre  la  región  del  mundo  mate- 
rial, el  posponer  lo  presente  a  lo  futuro.  Lo  que  está  delante 
de  nuestros  ojos,  lo  que  nos  afecta  en  la  actualidad,  he  aquí 
lo  que  comúnmente  decide  de  nuestros  actos  y  aun  de  nues- 
tras opiniones. 

Quien  desea  pensar  bien  es  preciso  que  se  acostumbre  a 
estar  mucho  sobre  sí,  recordando  continuamente  esta  impor- 
tantísima verdad ;  es  necesario  que  se  habitúe  a  concentrar- 
se, a  preguntarse  con  mucha  frecuencia:  «¿Tienes  el  ánimo 
bastante  tranquilo?  ¿No  estás  agitado  por  alguna  pasión  que 
te  presenta  las  cosas  diferentes  de  lo  que  son  en  sí?  ¿Estás 
poseído  de  algún  afecto  secreto  que  sin  sacudir  con  violencia 
tu  corazón  le  domina  suavemente,  por  medio  de  una  fasci- 
nación que  no  adviertes?  En  lo  que  ahora  piensas,  juzgas, 
prevés,  conjeturas,  ¿obras  quizás  bajo  el  imperio  de  alguna 
impresión  reciente  que,  trastornando  tus  ideas,  te  muestra 
trastornados  los  objetos?  Pocos  días  o  pocos  momentos  antes, 
¿pensabas  de  esta  manera?  ¿Desde  cuándo  has  modificado 
tus  opiniones?  ¿No  es  desde  que  un  suceso  agradable  o  des- 
agradable, favorable  o  adverso,  ha  cambiado  tu  situación? 
¿Te  has  ilustrado  más  sobre  la  materia,  has  adquirido  nue- 
vos datos  o  tienes  tan  sólo  nuevos  intereses?  ¿Qué  es  lo  que 
ha  sobrevenido,  razones  o  deseos?  Ahora,  que  estás  agitado 


[15,  219-221]   C.   19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  677 


por  una  pasión,  señoreado  por  tus  afectos,  juzgas  de  esta  ma- 
nera, y  tu  juicio  te  parece  acertado;  pero  si  con  la  imagina- 
ción te  trasladas  a  una  situación  diferente,  si  supones  que 
ha  transcurrido  algún  tiempo,  ¿conjeturas  si  las  cosas  se 
te  ||  presentarán  bajo  el  mismo  aspecto,  con  el  mismo 
color? 

No  se  crea  que  esta  práctica  sea  imposible ;  cada  cual 
puede  probarlo  por  experiencia  propia,  y  echará  de  ver  que 
le  sirve  admirablemente  para  dirigir  el  entendimiento  y 
arreglar  la  conducta.  No  llega  por  lo  común  a  tan  alto  gra- 
do la  exaltación  de  nuestros  afectos  que  nos  prive  comple- 
tamente del  uso  de  la  razón ;  para  semejantes  casos  no  hay 
nada  que  prescribir,  porque  entonces  hay  la  enajenación 
mental,  sea  duradera  o  momentánea.  Lo  que  hacen  ordina- 
riamente las  pasiones  es  ofuscar  nuestro  entendimiento,  tor- 
cer el  juicio ;  pero  no  cegar  del  todo  aquél  ni  destituirnos  de 
éste.  Queda  siempre  en  el  fondo  del  alma  una  luz  que  se 
amortigua,  mas  no  se  apaga,  y  el  que  brille  más  o  menos  en 
las  ocasiones  críticas  depende  en  buena  parte  del  hábito  de 
atender  a  ella,  de  reflexionar  sobre  nuestra  situación,  de  sa- 
ber dudar  de  nuestra  aptitud  para  pensar  bien  en  el  acto,  de 
no  tomar  los  chispazos  de  nuestro  corazón  por  luz  suficiente 
para  guiarnos  y  de  considerar  que  no  son  propios  sino  para 
deslumhrarnos. 

§  7. — El  amigo  convertido  en  monstruo 

Que  las  pasiones  nos  ciegan  es  una  verdad  tan  trivial  que 
nadie  la  desconoce.  Lo  que  nos  falta  no  es  el  principio  abs- 
tracto y  vago,  sino  una  advertencia  continuada  de  sus  efec- 
tos, un  conocimiento  práctico,  minucioso,  de  los  trastornos 
que  esta  maligna  influencia  produce  en  nuestro  entendimien- 
to ;  lo  que  no  se  adquiere  sin  penoso  trabajo,  sin  dilatado 
ejercicio.  Los  ejemplos  aducidos  ||  más  arriba  manifiestan 
bastante  la  verdad  cuya  exposición  me  ocupa ;  no  obstante, 
creo  que  no  será  inútil  aclararla  con  algunos  otros. 

Tenemos  un  amigo  cuyas  bellas  cualidades  nos  encantan, 
cuyo  mérito  nos  apresuramos  a  encomiar  siempre  que  la 
ocasión  se  nos  brinda  y  de  cuyo  afecto  hacia  nosotros  no  po- 
demos dudar.  Niéganos  un  día  un  favor  que  le  pedimos,  no 
se  interesa  bastante  para  la  persona  que  le  recomendamos, 
recíbenos  alguna  vez  con  frialdad,  nos  responde  con  tono 
desabrido  o  nos  da  otro  cualquier  motivo  de  resentimiento. 
Desde  aquel  instante  experimentamos  un  cambio  notable 
en  la  opinión  sobre  nuestro  amigo ;  tal  vez  una  revolución 
completa.  Ni  su  talento  es  tan  claro,  ni  su  voluntad  tan  recta, 
ni  su  índole  tan  suave,  ni  su  corazón  tan  bueno,  ni  su  trato 
tan  dulce,  ni  su  presencia  tan  afable ;  en  todo  hallamos  que 


678 


EL  CRITERIO 


[15,  221-223] 


corregir,  que  enmendar;  en  todo  nos  habíamos  equivocado; 
el  lance  que  nos  afecta  ha  descorrido  el  velo,  nos  ha  sacado 
de  la  ilusión,  y  fortuna  si  el  hombre  modelo  no  se  ha  trocado 
de  repente  en  un  monstruo. 

¿Es  probable  que  fuera  tanto  nuestro  engaño?  No;  lo  es, 
sí,  que  nuestro  afecto  anterior  no  nos  dejaba  ver  sus  luna- 
res, y  que  nuestro  actual  resentimiento  los  exagera  o  los 
finge.  ¿Por  ventura  no  creíamos  posible  que  el  amigo  pudie- 
se negarse  a  prestar  un  favor,  o  se  portase  mal  en  un  nego- 
cio, o  en  un  momento  de  mal  humor  se  olvidase  de  su  ordi- 
naria afabilidad  y  cortesía?  Ciertamente  que  esto  no  era  im- 
posible a  nuestros  ojos ;  si  se  nos  hubiese  preguntado  sobre 
el  particular,  hubiéramos  respondido  que  era  hombre,  y  por 
lo  mismo  estaba  sujeto  a  flaquezas,  pero  que  esto  nada  re- 
bajaba de  sus  excelentes  prendas.  Pues  ahora,  ¿por  qué  tan- 
ta exageración?  ||  El  motivo  está  patente;  nos  sentimos  he- 
ridos; y  quien  piensa,  quien  juzga,  no  es  el  entendimiento 
ilustrado  con  nuevos  datos,  sino  el  corazón  irritado,  exaspe- 
rado, quizás  sediento  de  venganza. 

¿Queremos  apreciar  lo  que  vale  nuestro  nuevo  juicio? 
He  aquí  un  medio  muy  sencillo.  Imaginémonos  que  el  lance 
desagradable  no  ha  pasado  con  nosotros,  sino  con  una  perso- 
na que  nos  sea  indiferente ;  aun  cuando  las  circunstancias 
sean  las  mismas,  aun  cuando  las  relaciones  entre  el  amigo 
ofensor  y  la  persona  ofendida  sean  tan  afectuosas  y  estre- 
chas como  las  que  mediaban  entre  él  y  nosotros,  ¿sacaremos 
del  hecho  las  mismas  consecuencias?  Es  seguro  que  no ;  co- 
noceremos que  ha  obrado  mal,  se  lo  diremos  quizás  con  li- 
bertad y  entereza,  habremos  tal  vez  descubierto  una  mala 
cualidad  de  su  índole,  que  se  nos  había  ocultado;  pero  no 
dejaremos  por  esto  de  reconocer  las  demás  prendas  que  le 
adornan,  no  le  juzgaremos  indigno  de  nuestro  aprecio,  pro- 
seguiremos ligados  con  él  con  los  mismos  vínculos  de  amis- 
tad. Ya  no  será  un  hombre  que  nada  tiene  laudable,  sino  una 
persona  que,  dotada  de  mucho  bueno,  está  sujeta  a  lo  malo. 
Y  estas  variaciones  de  juicio  sucederán  aun  suponiendo  al 
amigo  culpable  en  realidad,  aun  olvidando  el  ser  muy  fá- 
cil que  nuestra  pasión  o  interés  nos  hayan  cegado  lastimo- 
samente, haciendo  que  no  atendiésemos  a  los  gravísimos  y 
justos  motivos  que  le  habrán  impulsado  a  obrar  de  la  ma- 
nera que  nosotros  reprendemos,  haciéndonos  prescindir  de 
antecedentes  que  conocíamos  muy  bien,  de  la  conducta  que 
nosotros  hemos  observado,  y,  en  fin,  trastornando  de  tal  ma- 
nera nuestro  juicio,  que  un  proceder  muy  justo  y  razonable 
nos  haya  parecido  el  colmo  de  la  injusticia,  de  la  perfidia,  de 
la  ingratitud.  ||  ¡Cuántas  veces  nos  bastaría  para  rectificar 
nuestro  juicio  el  mirar  la  cosa  con  ánimo  sosegado,  como  ne- 
gocio que  no  nos  interesara! 


[15,  223-224]    C.   19. — ENTENDIMIENTO.  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  679 


§  8.— Cavilosas  variaciones  de  los  juicios  políticos 

¿Están  en  el  poder  nuestros  amigos  políticos,  o  aquellos 
que  más  nos  convienen,  y  dan  algunas  providencias  contra- 
rias a  la  ley?  «Las  circunstancias,  decimos,  pueden  más  que 
los  hombres  y  las  leyes ;  el  gobierno  no  siempre  puede  ajus- 
tarse a  estricta  legalidad :  a  veces  lo  más  legal  es  lo  más  ile- 
gítimo ;  y  además,  así  los  individuos,  como  los  pueblos,  como 
los  gobiernos,  tienen  un  instinto  de  conservación  que  se  so- 
brepone a  todo ;  una  necesidad  a  cuya  presencia  ceden  todas 
las  consideraciones  y  todos  los  derechos.»  La  infracción  de 
la  ley,  ¿se  ha  hecho  con  lisura,  confesándola  sin  rodeos,  ex- 
cusándose con  la  necesidad?  «Bien  hecho,  decimos ;  la  fran- 
queza es  una  de  las  mejores  prendas  de  todo  gobierno.  ¿De 
qué  sirve  engañar  a  los  pueblos  y  empeñarse  en  gobernar 
con  ficciones  y  mentiras?»  ¿Se  ha  procurado  no  quebrantar 
la  ley,  pero  se  ha  eludido  con  una  cavilación  fútil,  interpre- 
tándola en  sentido  abiertamente  contrario  a  la  mente-  del 
legislador?  «La  ocurrencia  ha  sido  feliz,  decimos,  al  menos 
se  muestra  tan  profundo  respeto  a  la  ley,  que  no  se  le  des- 
miente ni  en  la  última  extremidad.  La  legalidad  es  cosa  sa- 
grada, contra  la  cual  es  preciso  no  atentar  nunca ;  no  hace 
poco  el  gobierno  que,  no  pudiendo  salvar  el  fondo,  deja  in- 
tactas las  formas.  ||  Si  algo  hay  de  arbitrariedad,  al  menos 
no  se  presenta  con  la  irritante  férula  del  despotismo.  Esto  es 
preciso  para  la  libertad  de  los  pueblos.» 

Los  hombres  del  poder,  ¿son  nuestros  adversarios?  El 
asunto  es  muy  diferente.  «La  ilegalidad  no  era  necesaria,  y 
además,  aun  cuando  lo  fuese,  la  ley  es  antes  que  todo. 
¿Adonde  vamos  a  parar  si  se  concede  a  los  gobiernos  la  fa- 
cultad de  quebrantarla  cuando  lo  juzguen  necesario?  Esto 
equivale  a  autorizar  el  despotismo ;  ningún  gobernante  in- 
fringe las  leyes  sin  decir  que  la  infracción  está  justificada 
por  necesidad  urgente  e  indeclinable.» 

¿El  gobierno  ha  confesado  abiertamente  la  infracción  de 
la  ley?  «Esto  es  intolerable,  exclamamos ;  esto  es  añadir  a 
la  infracción  el  insulto ;  siquiera  se  hubiese  echado  mano 
de  algún  ligero  disfraz...;  es  el  último  extremo  de  la  impu- 
dencia, es  la  ostentación  de  la  arbitrariedad  más  repugnan- 
te. Está  visto,  en  adelante  no  será  menester  andarse  en  ro- 
deos ;  no  hiciera  más  el  autócrata  de  las  Rusias.» 

¿El  gobierno  ha  procurado  salvar  las  formas,  guardando 
cierta  apariencia  de  legalidad?  «No  hay  peor  despotismo,  ex- 
clamamos, que  el  ejercido  en  nombre  de  la  ley;  la  infrac- 
ción no  es  menos  negra,  por  andar  acompañada  de  pérfida 
hipocresía.  Cuando  un  gobierno  en  casos  apurados  quebran- 
ta la  ley  y  lo  confiesa  paladinamente  parece  que  con  su  con- 


680 


EL  CRITERIO 


[15,  224-226] 


fesión  pide  perdón  al  público  y  le  da  una  garantía  de  que  el 
exceso  no  será  repetido ;  pero  el  cometer  las  ilegalidades  a 
la  sombra  de  la  misma  ley  es  profanarla  torpemente,  es' 
abusar  de  la  buena  fe  de  los  pueblos,  es  abrir  la  puerta  a 
todo  linaje  de  desmanes.  En  no  respetando  la  mente  de  la 
ley,  todo  se  puede  hacer  con  la  ley  en  la  mano ;  basta  asirse  || 
de  una  palabra  ambigua  para  contrariar  abiertamente  todas 
las  miras  del  legislador.» 


§  9. — Peligros  de  la  mucha  sensibilidad-  Los  grandes  talentos. 

Los  poetas 

Hay  errores  de  tanto  bulto,  hay  juicios  que  llevan  tan 
manifiesto  el  sello  de  la  pasión,  que  no  alucinan  a  quien  no 
esté  cegado  por  ella.  No  está  la  principal  dificultad  en  seme- 
jantes casos,  sino  en  aquellos  en  que,  por  presentarse  más 
disfrazado,  no  se  conoce  el  motivo  que  habrá  falseado  el  jui- 
cio. Desgraciadamente,  los  hombres  de  elevado  talento  ado- 
lecen muy  a  menudo  del  defecto  que  estamos  censurando. 
Dotados  por  lo  común  de  una  sensibilidad  exquisita,  reciben 
impresiones  muy  vivas,  que  ejercen  grande  influencia  sobre 
el  curso  de  sus  ideas  y  deciden  de  sus  opiniones.  Su  enten- 
dimiento penetrante  encuentra  fácilmente  razones  en  apoyo 
de  lo  que  se  propone  defender,  y  sus  palabras  y  escritos 
arrastran  a  los  demás  con  ascendiente  fascinador. 

Esta  será  sin  duda  la  causa  de  la  volubilidad  que  se  nota 
en  hombres  de  genio  reconocido :  hoy  ensalzan  lo  que  ma- 
ñana maldicen ;  hoy  es  para  ellos  un  dogma  inconcuso  lo 
que  mañana  es  miserable  preocupación.  En  una  misma  obra 
se  contradicen  tal  vez  de  una  manera  chocante,  y  os  condu- 
cen a  consecuencias  que  jamás  hubierais  sospechado  fueran 
conciliables  con  sus  principios.  Os  equivocaríais  si  siempre 
achacaseis  a  mala  fe  estas  singulares  anomalías:  el  autor 
habrá  sostenido  el  sí  y  el  no  con  profunda  convicción,  por- 
que, sin  que  él  lo  advirtiese,  ||  esta  convicción  sólo  dimana- 
ba de  un  sentimiento  vivo,  exaltado ;  cuando  su  entendi- 
miento se  explayaba  con  pensamientos  admirables  por  su 
belleza  y  brillantez  no  era  más  que  un  esclavo  del  corazón, 
pero  esclavo  hábil,  ingenioso,  que  correspondía  a  los  capri- 
chos de  su  dueño  ofreciéndole  exquisitas  labores. 

Los  poetas,  los  verdaderos  poetas,  es  decir,  aquellos  hom- 
bres a  quienes  ha  otorgado  el  Criador  elevada  concepción, 
fantasía  creadora  y  corazón  de  fuego,  están  más  expuestos 
que  los  demás  a  dejarse  llevar  por  las  impresiones  del  mo- 
mento. No  les  negaré  la  facultad  de  levantarse  a  las  más  al- 
tas regiones  del  pensamiento,  ni  diré  que  les  sea  imposible 
moderar  el  vuelo  de  su  ingenio  y  adquirir  el  hábito  de  juz- 


[15,  226-228]  C.  19. — ENTENDIMIENTO,  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  681 


gar  con  acierto  y  tino ;  pero,  a  no  dudarlo,  habrán  menes- 
ter más  caudal  de  reflexión  y  mayor  fuerza  de  carácter  que 
el  común  de  los  hombres. 

§  10. — El  poeta  y  el  monasterio 

Un  viajero  poeta  atravesando  una  soledad  oye  el  tañido 
de  una  campana,  que  le  distrae  de  las  meditaciones  en  que 
estaba  embelesado.  En  su  alma  no  se  alberga  la  fe,  pero  no  es 
inaccesible  a  las  inspiraciones  religiosas.  Aquel  sonido  pia- 
doso en  el  corazón  del  desierto  cambia  de  repente  la  dispo- 
sición de  su  espíritu  y  le  lleva  a  saborearse  en  una  melanco- 
lía grave  y  severa.  Bien  pronto  descubre  la  silenciosa  man- 
sión donde  buscan  asilo,  lejos  del  mundo,  la  inocencia  y  el 
arrepentimiento.  Llega,  apéase,  llama,  con  una  mezcla  de 
respeto  ||  y  de  curiosidad,  y  al  pisar  los  umbrales  del  monas- 
terio se  encuentra  con  un  venerable  anciano,  de  semblan- 
te sereno,  de  trato  cortés  y  afable.  El  viajero  es  obsequiado 
con  afectuosa  cordialidad,  es  conducido  a  la  iglesia,  a  los 
claustros,  a  la  biblioteca,  a  todos  los  lugares  donde  hay  algo 
que  admirar  o  notar.  El  anciano  monje  no  se  aparta  de  su 
lado,  sostiene  la  conversación  con  discernimiento  y  buen 
gusto,  se  muestra  tolerante  con  las  opiniones  del  recién  ve- 
nido, se  presta  a  cuanto  puede  complacerle  y  no  se  separa 
de  él  sino  cuando  suena  la  hora  del  cumplimiento  de  sus 
deberes.  El  corazón  del  viajero  está  dulcemente  conmovido ; 
el  silencio,  interrumpido  tan  sólo  por  el  canto  de  los  sal- 
mos ;  la  muchedumbre  de  objetos  religiosos,  que  inspiran 
recogimiento  y  piedad,  unidos  a  las  estimables  cualidades  y 
a  la  bondad  y  condescendencia  del  anciano  cenobita,  inspi- 
ran al  corazón  del  viajero  sentimientos  de  religión,  de  ad- 
miración y  gratitud,  que  señorean  vivamente  su  alma.  Des- 
pidiéndose de  su  venerable  huésped,  se  aleja  meditabundo, 
llevándose  aquellos  gratos  recuerdos  que  no  olvidará  en  mu- 
cho tiempo.  Si  en  semejante  situación  de  espíritu  le  place  a 
nuestro  poeta  intercalar  en  sus  relaciones  de  viaje  algunas 
reflexiones  sobre  los  institutos  religiosos,  ¿qué  os  parece  que 
dirá?  Es  bien  claro.  Para  él  la  institución  estará  en  aquel 
monasterio,  y  el  monasterio  estará  personificado  en  el  mon- 
je cuya  memoria  le  embelesa.  Contad,  pues,  con  un  elocuen- 
te trozo  en  favor  de  los  institutos  religiosos,  un  anatema 
contra  los  filósofos  que  los  condenan,  una  imprecación  contra 
las  revoluciones  que  los  destruyen,  una  lágrima  de  dolor 
sobre  las  ruinas  y  las  tumbas. 

Pero  ¡ay  del  monasterio  y  de  todos  los  institutos  monás- 
ticos ||  si  el  viajero  se  hubiese  encontrado  con  un  huésped 
de  mal  talante,  de  conversación  seca  y  desabrida,  poco  aficio- 
nado a  bellezas  literarias  y  artísticas  y  de  humor  nada 


682 


EL  CRITERIO 


[15,  228-229] 


i   ■ 

bueno  para  acompañar  curiosos!  A  los  ojos  del  poeta,  el 
monje  desagradable  habría  sido  la  personificación  del  ins- 
tituto, y  en  castigo  del  mal  recibimiento  hubiera  sido  conde- 
nado este  género  de  vida  y  acusado  de  abatir  el  espíritu, 
estrechar  el  corazón,  apartar  del  trato  de  los  hombres,  for- 
mar modales  ásperos  y  groseros  y  acarrear  innumerables 
males  sin  producir  ningún  bien.  Y,  sin  embargo,  la  realidad 
de  las  cosas  habría  permanecido  la  misma  en  uno  y  otro 
supuesto,  mediando  sólo  la  casualidad  que  deparara  al  via- 
jero acogida  más  o  menos  halagüeña. 

§  11. — Necesidad  de  tener  ideas  fijas 

Las  reflexiones  que  preceden  muestran  la  necesidad  de 
tener  ideas  fijas  y  opiniones  formadas  sobre  las  principa- 
les materias,  y  cuando  esto  no  sea  dable,  lo  mucho  que 
importa  el  abstenerse  de  improvisarlas,  abandonándonos  a 
inspiraciones  repentinas.  Se  ha  dicho  que  los  grandes  pen- 
samientos nacen  del  corazón,  y  pudiera  haberse  añadido  que 
del  corazón  nacen  también  los  grandes  errores.  Si  la  expe- 
riencia no  lo  hiciese  palpable,  la  razón  bastaría  a  demostrar- 
lo. El  corazón  no  piensa  ni  juzga,  no  hace  más  que  sentir ; 
pero  el  sentimiento  es  un  poderoso  resorte  que  mueve  el 
alma  y  despliega  y  multiplica  sus  facultades.  Cuando  el  en- 
tendimiento va  por  el  camino  de  la  verdad  y  del  bien,  los 
sentimientos  nobles  ||  y  puros  contribuyen  a  darle  fuerza  y 
brío ;  pero  los  sentimientos  innobles  o  depravados  pueden 
extraviar  al  entendimiento  más  recto.  Hasta  los  sentimien- 
tos buenos,  si  se  exaltan  en  demasía,  son  capaces  de  con- 
ducirnos a  errores  deplorables. 

$  12. — Deberes  de  la  oratoria,  de  la  poesía 
y  de  las  bellas  artes 

Nacen  de  aquí  consideraciones  muy  graves  sobre  el  buen 
uso  de  la  oratoria,  y  en  general  de  todas  las  artes  que  o 
llegan  al  entendimiento  por  conducto  del  corazón,  o  al  me- 
nos se  valen  de  él  como  un  auxiliar  poderoso.  La  pintura, 
la  escultura,  la  música,  la  poesía,  la  literatura  en  todas  sus 
partes  tienen  deberes  muy  severos,  que  olvidan  con  dema- 
siada frecuencia.  La  verdad  y  la  virtud,  he  aquí  los  dos  ob- 
jetos a  que  se  han  de  dirigir:  la  verdad  para  el  entendi- 
miento, la  virtud  para  el  corazón ;  he  aquí  lo  que  han  de 
proporcionar  al  hombre  por  medio  de  las  impresiones  con 
que  le  embelesan.  En  desviándose  de  este  blanco,  en  limi- 
tándose a  la  simple  producción  del  placer,  son  estériles 
para  el  bien  y  fecundas  para  el  mal. 


[15,  229-231]  C.   19. — ENTENDIMIENTO.  CORAZÓN,  IMAGINACIÓN  683 


El  artista  que  sólo  se  propone  halagar  las  pasiones,  co- 
rrompiendo las  costumbres,  es  un  hombre  que  abusa  de 
sus  talentos  y  olvida  la  misión  sublime  que  le  ha  encomen- 
dado el  Criador  al  dotarle  de  facultades  privilegiadas  que 
le  aseguran  ascendiente  sobre  sus  semejantes ;  el  orador 
que,  sirviéndose  de  las  galas  de  la  dicción  y  de  su  habili- 
dad para  mover  los  afectos  y  hechizar  la  fantasía,  ||  pro- 
cura hacer  adoptar  opiniones  erradas,  es  un  verdadero  im- 
postor, no  menos  culpable  que  quien  emplea  medios  qui- 
zás más  repugnantes,  pero  mucho  menos  peligrosos.  No 
es  lícito  persuadir  cuando  no  es  lícito  convencer ;  cuando 
la  convicción  es  un  engaño,  la  persuasión  es  una  perfidia. 
Esta  doctrina  es  severa,  pero  indudable ;  los  dictámenes  de 
la  razón  no  pueden  menos  de  ser  severos  cuando  se  ajus- 
tan a  las  prescripciones  de  la  ley  eterna,  que  es  severa  tam- 
bién, porque  es  justa  e  inmutable. 

Inferiremos  de  lo  dicho  que  los  escritores  u  oradores  do- 
tados de  grandes  cualidades  para  interesar  y  seducir  son 
una  verdadera  calamidad  pública  cuando  las  emplean  en 
defensa  del  error.  ¿Qué  importa  el  brillo,  si  sólo  sirve  a  des- 
lumhrar y  perder?  Las  naciones  modernas  han  olvidado  es- 
tas verdades  al  resucitar  entre  ellas  la  elocuencia  popular, 
que  tanto  dañó  a  las  antiguas  repúblicas ;  en  las  asambleas 
deliberantes  donde  se  ventilan  los  altos  negocios  del  Esta- 
do, donde  se  falla  sobre  los  grandes  intereses  de  la  sociedad, 
no  debiera  resonar  otra  voz  que  la  de  una  razón  clara,  sesu- 
da, austera.  La  verdad  es  la  misma,  la  realidad  de  las  cosas 
no  se  muda  porque  se  haya  excitado  el  entusiasmo  de  la 
asamblea  y  de  los  espectadores  y  se  haya  decidido  una  vo- 
tación con  los  acentos  de  un  orador  fogoso.  Es  o  no  verdad 
lo  que  se  sustenta,  es  o  no  útil  lo  que  se  propone:  he  aquí 
lo  único  a  que  se  ha  de  atender:  lo  demás  es  extraviarse  mi- 
serablemente, es  olvidarse  del  fin  de  la  deliberación,  es 
jugar  con  los  grandes  intereses  de  la  sociedad,  es  sacrificar- 
los al  pueril  prurito  de  ostentar  dotes  oratorias,  a  la  mez- 
quina vanidad  de  arrancar  aplausos. 

Ya  se  ha  observado  que  todas  las  asambleas,  y  muy  || 
particularmente  en  el  principio  de  las  revoluciones,  adole- 
cen de  espíritu  de  invasión  y  se  distinguen  por  sus  resolu- 
ciones desatinadas.  La  sesión  comienza  tal  vez  con  felices 
auspicios,  pero  de  repente  toma  un  sesgo  peligroso ;  los  áni- 
mos se  conmueven,  la  mente  se  ofusca,  la  exaltación  sube 
de  punto,  llega  a  rayar  en  frenesí,  y  una  reunión  de  hom- 
bres que  por  separado  habrían  sido  razonables  se  convier- 
ten en  una  turba  de  insensatos  y  delirantes.  La  causa  es 
obvia;  la  impresión  del  momento  es  viva,  prepondera  so- 
bre todo,  lo  señorea  todo;  con  la  simpatía  natural  al  hom- 
bre se  propaga  como  un  fluido  eléctrico,  y  corriendo  adquie- 


684 


EL  CRITERIO 


[15,  231-232] 


re  velocidad  y  fuerza ;  lo  que  al  principio  era  una  chispa  es 
a  pocos  momentos  una  conflagración  espantosa. 

El  tiempo,  los  desengaños  y  escarmientos  amaestran  al- 
gún tanto  a  las  naciones,  haciendo  que  se  vaya  embotando 
la  sensibilidad  y  no  sea  tan  peligrosa  la  fascinación  orato- 
ria: triste  remedio  para  el  mal  la  repetición  de  sus  daños. 
Como  quiera,  ya  que  no  es  posible  cambiar  el  corazón  de 
los  hombres,  serán  dignos  de  gloria  y  prez  los  oradores  es- 
clarecidos que  emplean  en  defensa  de  la  verdad  y  de  la 
justicia  las  mismas  armas  que  otros  usan  en  pro  del  error 
y  del  crimen.  Al  lado  del  veneno  la  Providencia  suele  colo- 
car el  antídoto. 


§  13- — Ilusión  causada  por  los  pensamientos  revestidos 
de  imágenes 

A  más  del  peligro  de  errar  que  consigo  trae  la  moción  de 
los  afectos,  hay  otro  tal  vez  menos  reparado  y  ||  que,  sin 
embargo,  es  de  mucha  trascendencia,  cual  es  el  de  los  pen- 
samientos revestidos  con  una  imagen  brillante.  Es  indeci- 
ble el  efecto  que  este  artificio  produce;  tal  pensamiento,  no 
más  que  superficial,  pasa  por  profundo,  merced  a  su  dis- 
fraz grave  y  filosófico ;  tal  otro,  que  presentado  desnudo 
fuera  una  vulgaridad,  mostrándose  con  nobles  atavíos  ocul- 
ta su  origen  plebeyo ;  y  una  proposición  que  enunciada  con 
sequedad  mostraría  de  bulto  que  es  inexacta  o  falsa,  o  qui- 
zás un  solemne  despropósito,  es  contada  entre  las  verdades 
que  no  consienten  duda  si  anda  cubierta  con  ingenioso 
velo. 

He  dicho  que  los  daños  en  este  punto  son  de  mucha  tras- 
cendencia, porque  suelen  adolecer  de  semejante  defecto  los 
autores  profundos  y  sentenciosos;  y  como  quiera  que  sus 
palabras  se  escuchan  con  tanto  más  respeto  y  acatamiento, 
cuanto  es  más  fuerte  el  tono  de  convicción  con  que  se  ex- 
presan, resulta  que  el  lector  incauto  recibe  como  axioma  in- 
concuso, o  máxima  de  eterna  verdad,  lo  que  a  veces  no  es 
más  que  un  sueño  del  pensador  o  un  lazo  tendido  adrede  ?. 
la  buena  fe  de  los  poco  avisados. 

Nota. — Podría  escribirse  una  excelente  obra  con  el  título  de  Mo- 
ral literaria  y  artística.  El  asunto  es  tan  útil  como  fecundo.  Si  esta 
obra  la  ejecutase  un  escritor  de  crítica  segura  y  delicada  y  de  mo- 
ral pura,  podría  ser  de  gran  provecho.  El  abuso,  cada  día  mayor, 
que  de  las  más  bellas  dotes  del  alma  se  está  haciendo  para  extra- 
viar y  corromper,  aumentaría  la  importancia  de  semejante  trabajo. 
Ojalá  que  esta  indicación  despierte  la  voluntad  de  alguno  que  se 
sienta  con  fuerzas  para  ello.  || 


[15,  233-234] 


C.  20. — FILOSOFÍA  DE  LA  HISTORIA 


685 


CAPITULO  XX 


•FILOSOFÍA    DE    LA  HISTORIA 

S  1. — En  qué  consiste  la  filosofía  de  la  historia. 
Dificultad  de  adquirirla 

No  trato  aquí  de  la  historia  bajo  el  aspecto  crítico,  sino 
únicamente  bajo  el  filosófico.  Lo  relativo  a  la  simple  inves- 
tigación de  los  hechos  está  explicado  en  el  capítulo  XL 

¿Cuál  es  el  método  más  a  propósito  para  comprender  el 
espíritu  de  una  época,  formarse  ideas  claras  y  exactas  sobre 
su  carácter,  penetrar  las  causas  de  los  acontecimientos  y 
señalar  a  cada  cual  sus  propios  resultados?  Esto  equivale 
a  preguntar  cuál  es  el  método  conveniente  para  adquirir  la 
verdadera  filosofía  de  la  historia. 

¿Será  con  la  elección  de  los  buenos  autores?  Pero  ¿cuá- 
les son  los  buenos?  ¿Quién  nos  asegura  que  no  los  ha  guia- 
do la  pasión?  ¿Quién  sale  fiador  de  su  imparcialidad? 
¿Cuántos  son  los  que  han  escrito  la  historia  del  modo  que 
se  necesita  para  enseñarnos  la  filosofía  que  la  corresponde? 
Batallas,  negociaciones,  intrigas  palaciegas,  vidas  y  muer- 
tes de  príncipes,  cambios  de  dinastías,  ||  de  formas  políticas, 
a  esto  se  reducen  la  mayor  parte  de  las  historias;  nada  que 
nos  pinte  al  individuo  con  sus  ideas,  sus  afectos,  sus  nece- 
sidades, sus  gustos,  sus  caprichos,  sus  costumbres ;  nada  que 
nos  haga  asistir  a  la  vida  íntima  de  las  familias  y  de  los 
pueblos ;  nada  que  en  el  estudio  de  la  historia  nos  haga 
comprender  la  marcha  de  la  humanidad.  Siempre  en  la  po- 
lítica, es  decir,  en  la  superficie ;  siempre  en  lo  abultado  y 
ruidoso,  nunca  en  las  entrañas  de  la  sociedad,  en  la  natura- 
leza de  las  cosas,  en  aquellos  sucesos  que  por  recónditos  y 
de  poca  apariencia  no  dejan  de  ser  de  la  mayor  importancia. 

En  la  actualidad  se  conoce  ya  este  vacío,  y  se  trabaja 
por  llenarle.  No  se  escribe  la  historia  sin  que  se  procure 
filosofar  sobre  ella.  Esto,  que  en  sí  es  muy  bueno,  tiene 
otro  inconveniente,  cual  es  que  en  lugar  de  la  verdadera 
filosofía  de  la  historia  se  nos  propina  con  frecuencia  la  filo- 
sofía del  historiador.  Más  vale  no  filosofar  que  filosofar 
mal;  si  queriendo  profundizar  la  historia  la  trastorno,  pre- 
ferible sería  que  me  atuviese  al  sistema  de  nombres  y 
fechas. 


686 


EL  CRITERIO 


[15,  234-236J 


§  2.— Se  indica  un  medio  para  adelantar  en  la  filosofía 
de  la  historia 

Preciso  es  leer  las  historias,  y,  a  falta  de  otras,  debe  uno 
atenerse  a  las  que  existen ;  ski  embargo,  yo  me  inclino  a 
que  este  estudio  no  basta  para  aprender  la  filosofía  de  la 
historia.  Hay  otro  más  a  propósito  y  que,  hecho  con  dis- 
cernimiento, es  de  un  efecto  seguro:  el  estudio  inmediato 
de  los  monumentos  de  la  época.  Digo  ||  inmediato,  esto  es, 
que  conviene  no  atenerse  a  lo  que  nos  dice  de  ellos  el  his- 
toriador, sino  verlo  con  los  propios  ojos. 

Pero  este  trabajo,  se  me  dirá,  es  muy  pesado,  para  mu- 
chos imposible,  difícil  para  todos.  No  niego  la  fuerza  de  esta 
observación ;  pero  sostengo  que  en  muchos  casos  el  método 
que  propongo  ahorra  tiempo  y  fatigas.  La  vista  de  un  edi- 
ficio, la  lectura  de  un  documento,  un  hecho,  una  palabra  al 
parecer  insignificantes  y  en  que  no  ha  reparado  el  historia- 
dor, nos  dicen  mucho  más  y  más  claro,  y  más  verdadero  y 
exacto,  que  todas  sus  narraciones. 

Un  historiador  se  propone  retratarme  la  sencillez  de  las 
costumbres  patriarcales ;  recoge  abundantes  noticias  sobre 
los  tiempos  más  remotos,  y  agota  el  caudal  de  su  erudición, 
filosofía  y  elocuencia,  para  hacerme  comprender  lo  que  eran 
aquellos  tiempos  y  aquellos  hombres  y  ofrecerme  lo  que  se 
llama  una  descripción  completa.  A  pesar  de  cuanto  me 
dice,  yo  encuentro  otro  medio  más  sencillo,  cual  es  el  asis- 
tir a  las  escenas  donde  se  me  presenta  en  movimiento  y 
vida  lo  que  trato  de  conocer.  Abro  los  escritores  de  aquellas 
épocas,  que  no  son  ni  en  tanto  número  ni  tan  voluminosos, 
y  allí  encuentro  retratos  fieles  que  enseñan  y  deleitan.  La 
Biblia  y  Homero  nada  me  dejan  que  desear. 


§  3. — Aplicación  a  la  historia  del  espíritu  humano 

La  inteligencia  humana  tiene  su  historia,  como  la  tienen 
los  sucesos  exteriores ;  historia  tanto  más  preciosa  ||  cuan- 
to nos  retrata  lo  más  íntimo  del  hombre  y  lo  que  ejerce  so- 
bre él  poderosa  influencia.  Hállanse  a  cada  paso  descripcio- 
nes de  escuelas  y  del  carácter  y  tendencia  del  pensamien- 
to en  esta  o  aquella  época,  es  decir,  que  son  muchos  los 
historiadores  del  entendimiento ;  pero  si  se  desea  saber  algo 
más  que  cuatro  generalidades,  siempre  inexactas  y  a  menu- 
do totalmente  falsas,  es  preciso  aplicar  la  regla  establecida : 
leer  los  autores  de  la  época  que  se  desea  conocer.  Y  no  se 
crea  que  es  absolutamente  necesario  revolverlos  todos,  y  que 
así  este  método  se  haga  impracticable  para  el  mayor  mime- 


[15,  236-237  |  C.  20. — FILOSOFÍA  DE  LA  HISTORIA 


687 


vo  de  los  lectores ;  una  sola  página  de  un  escritor  nos  pinta 
más  al  vivo  su  espíritu  y  su  época  que  cuanto  podrían  decir- 
nos los  más  minuciosos  historiadores. 


■í  4. — Ejemplo  sacado  de  las  fisonomías,  que  aclara  lo  dicho 
sobre  el  modo  de  adelantar  en  la  filosofía  de  la  historia 


Si  el  lector  se  contenta  con  lo  que  le  dicen  los  otros,  y 
no  trata  de  examinarlo  por  sí  mismo,  logrará  tal  vez  un  co- 
nocimiento histórico,  pero  no  intuitivo;  sabrá  lo  que  son  los 
hombres  y  las  cosas,  pero  no  lo  verá;  dará  razón  de  la  cosa, 
pero  no  será  capaz  de  pintarla.  Una  comparación  aclarará 
mi  pensamiento.  Supongamos  que  se  me  habla  de  un  sujeto 
importante  que  no  puedo  tratar  ni  ver,  y,  curioso  yo  de  sa- 
ber algo  de  su  figura  y  modales,  pregunto  a  los  que  le  co- 
nocen personalmente.  Me  dirán,  por  ejemplo,  que  es  de  es- 
tatura más  que  mediana,  de  espaciosa  y  despejada  frente, 
cabello  negro  y  caído  ||  con  cierto  desorden,  ojos  grandes, 
mirada  viva  y  penetrante,  color  pálido,  facciones  animadas 
y  expresivas;  que  en  sus  labios  asoma  con  frecuencia  la  son- 
risa de  la  amabilidad  y  que  de  vez  en  cuando  anuncia  algo 
de  maligno ;  que  su  palabra  es  mesurada  y  grave,  pero  que 
con  el  calor  de  la  conversación  se  hace  rápida,  incisiva  y 
hasta  fogosa;  y  así  me  irán  ofreciendo  un  conjunto  físico 
y  moral  para  darme  la  idea  más  aproximada  posible ;  si  su- 
pongo que  estas  y  otras  noticias  son  exactas,  que  se  me  ha 
descrito  con  toda  fidelidad  el  original,  tengo  una  idea  de  lo 
que  es  la  persona  que  llamaba  mi  curiosidad,  y  podré  dar 
cuenta  de  ella  a  quien  como  yo  estuviese  deseoso  de  cono- 
cerla. Pero  ¿es  esto  bastante  para  formar  un  concepto  cabal 
de  la  misma,  para  que  se  me  presente  a  la  imaginación  tal 
como  es  en  sí?  Ciertamente  que  no.  ¿Queréis  una  prueba? 
Suponed  que  el  que  ha  oído  la  relación  es  un  retratista  de 
mucho  mérito;  ¿será  capaz  de  retratar  a  la  persona  des- 
crita? Que  lo  intente,  y,  concluida  la  obra,  preséntese  de 
improviso  el  original ;  es  bien  seguro  que  no  se  le  conocerá 
por  la  copia. 

Todos  habremos  experimentado  por  nosotros  mismos  esta 
verdad;  cien  y  cien  veces  habremos  oído  explicar  la  fiso- 
nomía de  una  persona ;  a  nuestro  modo  nos  hemos  formado 
en  la  imaginación  una  figura  en  la  cual  hemos  procurado 
reunir  las  cualidades  oídas;  pues  bien,  cuando  se  presenta 
la  persona  encontramos  tanta  diferencia  que  nos  es  preciso  - 
retocar  mucho  el  trabajo,  si  no  destruirle  totalmente.  Y  es 
que  hay  cosas  de  que  es  imposible  formarse  idea  clara  y 


688 


EL  CRITERIO 


[15,  237-239J 


exacta  sin  tenerlas  delante,  y  las  hay  en  gran  número  y  su- 
mamente delicadas,  imperceptibles  por  separado  y  cuyo  con- 
junto forma  lo  que  llamamos  la  fisonomía.  ¿Cómo  explica- 
réis la  diferencia  ||  de  dos  personas  muy  semejantes?  No 
de  otra  manera  que  viéndolas:  se  parecen  en  todo,  no  sa- 
bríais decir  en  qué  discrepan ;  pero  hay  alguna  cosa  que  no 
las  deja  confundir:  a  la  primera  ojeada  lo  percibís,  sin 
atinar  lo  que  es. 

He  aquí  todo  mi  pensamiento.  En  las  obras  críticas  se 
nos  ofrecen  extensas  y  tal  vez  exactas  descripciones  del  es- 
tado del  entendimiento  en  tal  o  cual  época,  y  a  pesar  de 
todo  no  la  conocemos  aún ;  si  se  nos  presentasen  trozos  de 
escritores  de  tiempos  diferentes  no  acertaríamos  a  clasifi- 
carlos cual  conviene ;  nos  fatigaríamos  en  recordar  las  cua- 
lidades de  unos  y  otros,  pero  esto  no  nos  evitaría  el  caer  en 
equivocaciones  groseras,  en  disparatados  anacronismos.  Con 
mucho  menos  trabajo  saliéramos  airosos  del  empeño  si  hu- 
biésemos leído  los  autores  de  que  se  trata :  quizás  no  diser- 
taríamos con  tanto  aparato  de  erudición  y  crítica,  pero  juz- 
garíamos con  harto  más  acierto.  «El  giro  del  pensamiento, 
diríamos,  el  estilo,  el  lenguaje  revelan  un  escritor  de  tal 
época,  este  trozo  apócrifo,  aquí  se  descubre  la  mano  de 
tal  otro  tiempo»,  y  así  andaríamos  clasificando  sin  temor  de 
equivocarnos,  por  más  que  no  pudiésemos  hacernos  com- 
prender bien  de  aquellos  que  como  nosotros  no  conociesen 
de  vista  aquellos  personajes.  Si  entonces  se  nos  dijera:  «Y 
tal  cualidad,  ¿cómo  es  que  no  se  encuentra  aquí?  ¿Por  qué 
tal  otra  se  halla  en  mayor  grado?  ¿Por  qué...?  — Imposible 
será,  replicaríamos  quizás  nosotros,  satisfacer  todos  los  es- 
crúpulos de  usted ;  lo  que  puedo  asegurar  es  que  los  perso- 
najes que  figuran  aquí  los  tengo  bien  conocidos,  y  que  no 
puedo  equivocarme  sobre  los  rasgos  de  su  fisonomía,  porque 
los  he  visto  muchas  veces.»  || 

Nota. — La  filosofía  de  la  historia,  si  bien  ha  adelantado  algo  en 
los  últimos  tiempos,  es,  sin  embargo,  una  ciencia  muy  atrasada. 
Probablemente  sufrirá  modificaciones  no  menos  profundas  que  otra 
ciencia  también  nueva :  la  economía  política.  Para  los  católicos  hay 
en  esta  clase  de  estudios  el  grave  inconveniente  de  que  varias  de 
las  obras  principales  que  en  esta  materia  se  han  escrito  han  salido 
de  manos  de  protestantes  o  escépticos;  así  es  que  se  las  encuentra 
llenas  de  errores  y  equivocaciones  en  lo  concerniente  a  la  Iglesia. 
Verdad  es  que  últimamente  en  Inglaterra,  en  Francia  y  en  Alema- 
nia se  está  rehaciendo  la  historia  en  un  sentido  favorable  al  cato- 
licismo ;  pero  ésta  es  una  mina  riquísima  de  la  cual  no  se  ha  ex- 
plotado más  que  una  pequeña  parte.  Los  tesoros  abundan;  sólo  re 
necesita  trabajo.  || 


[15,  240-241 J 


C.  21. — RELIGIÓN 


689 


CAPITULO  XXI 

Religión 

§  1. — Insensato  discurrir  de  los  indiferentes  en  materias 
de  religión 

Impropio  fuera  de  este  lugar  un  tratado  de  religión,  pero 
no  lo  serán  algunas  reflexiones  para  dirigir  el  pensamiento 
en  esta  importantíisima  materia.  De  ellas  resultará  que  los 
indiferentes  o  incrédulos  son  pésimos  pensadores. 

La  vida  es  breve,  la  muerte  cierta :  de  aquí  a  pocos  años 
el  hombre  que  disfruta  de  la  salud  más  robusta  y  lozana 
habrá  descendido  al  sepulcro  y  sabrá  por  experiencia  lo  que 
hay  de  verdad  en  lo  que  dice  la  religión  sobre  los  destinos 
de  la  otra  vida.  Si  no  creo,  mi  incredulidad,  mis  dudas,  mis 
invectivas,  mis  sátiras,  mi  indiferencia,  mi  orgullo  insensato 
no  destruyen  la  realidad  de  los  hechos ;  si  existe  otro  mun- 
do donde  se  reservan  premios  al  bueno  y  castigos  al  malo, 
no  dejará  ciertamente  de  existir  porque  a  mí  me  plazca  el 
negarlo,  y  además  esta  caprichosa  negativa  no  mejorará  el 
destino  que  según  las  leyes  eternas  me  haya  de  caber.  Cuan- 
do ||  suene  la  última  hora  será  preciso  morir  y  encontrarme 
con  la  nada  o  con  la  eternidad.  Este  negocio  es  exclusiva- 
mente mío,  tan  mío  como  si  yo  existiera  solo  en  el  mundo : 
nadie  morirá  por  mí ;  nadie  se  pondrá  en  mi  lugar  en  la 
otra  vida,  privándome  del  bien  o  librándome  del  mal.  Estas 
consideraciones  me  muestran  con  toda  evidencia  la  alta  im- 
portancia de  la  religión ;  la  necesidad  que  tengo  de  saber 
lo  que  hay  de  verdad  en  ella,  y  que  si  digo  :  «Sea  lo  que 
fuere  de  la  religión,  no  quiero  pensar  en  ella»,  hablo  como 
el  más  insensato  de  los  hombres. 

Un  viajero  encuentra  en  su  camino  un  río  caudaloso ;  le 
es  preciso  atravesarle,  ignora  si  hay  algún  peligro  en  este 
o  aquel  vado,  y  está  oyendo  que  muchos  que  se  hallan  como 
él  a  la  orilla  ponderan  la  profundidad  del  agua  en  determi- 
nados lugares  y  la  imposibilidad  de  salvarse  el  temerario 
que  a  tantearlos  se  atreviese.  El  insensato  dice:  «¿Qué  me 
importan  a  mí  esas  cuestiones?»,  y  se  arroja  al  río  sin  mirar 
por  dónde.  He  aquí  al  indiferente  en  materias  de  religión. 

§  2. — El  indiferente  y  el  género  humano 

La  humanidad  entera  se  ha  ocupado  y  se  está  ocupando 
de  la  religión;  los  legisladores  la  han  mirado  como  el  obje- 
to de  la  más  alta  importancia,  los  sabios  la  han  tomado  por 


44 


690 


EL  CRITERIO 


[15,  241-243] 


materia  de  sus  más  profundas  meditaciones ;  los  monumen- 
tos, los  códigos,  los  escritos  de  las  épocas  que  nos  han  pre- 
cedido nos  muestran  de  bulto  este  hecho  que  la  experiencia 
cuida  de  confirmar;  se  ha  discurrido  ||  y  disputado  inmensa- 
mente sobre  la  religión;  las  bibliotecas  están  atestadas  de 
obras  relativas  a  ella,  y  hasta  en  nuestros  días  la  prensa  va 
dando  otras  a  luz  en  número  muy  crecido.  Cuando,  pues, 
viene  el  indiferente  y  dice :  «Todo  esto  no  merece  la  pena 
de  ser  examinado ;  yo  juzgo  sin  oír,  estos  sabios  son  todos 
unos  mentecatos,  estos  legisladores  unos  necios,  la  huma- 
nidad entera  es  una  miserable  ilusa,  todos  pierden  lastimo- 
samente el  tiempo  en  cuestiones  que  nada  importan»,  ¿no 
es  digno  de  que  esa  humanidad,  y  esos  sabios,  y  esos  legis- 
ladores se  levanten  contra  él,  arrojen  sobre  su  frente  el  bo- 
rrón que  él  les  ha  echado  y  le  digan  á  su  vez:  «¿Quién 
eres  tú,  que  así  nos  insultas,  que  así  desprecias  los  senti- 
mientos más  íntimos  del  corazón  y  todas  las  tradiciones  de 
la  humanidad,  que  así  declaras  frivolo  lo  que  en  toda  la  re- 
dondez de  la  tierra  se  reputa  grave  e  importante?  ¿Quién 
eres  tú?  ¿Has  descubierto  por  ventura  el  secreto  de  no  mo- 
rir? Miserable  montón  de  polvo,  ¿olvidas  que  bien  pronto 
te  dispersará  el  viento?  Débil  criatura,  ¿cuentas  acaso  con 
medios  para  cambiar  tu  destino  en  esa  región  que  descono- 
ces? La  dicha  o  la  desdicha,  ¿son  para  ti  indiferentes?  Si 
existe  ese  juez,  de  quien  no  quieres  ocuparte,  ¿esperas  que 
se  dará  por  satisfecho  si  al  llamarte  a  juicio  le  respondes : 
«¿Y  a  mí  qué  me  importaban  vuestros  mandatos  ni  vuestra 
misma  existencia?»  Antes  de  desatar  tu  lengua  con  tan  in- 
sensatos discursos  date  una  mirada  a  ti  mismo,  piensa  en 
esa  débil  organización  que  el  más  leve  accidente  es  capaz 
de  trastornar  y  que  brevísimo  tiempo  ha  de  bastar  a  con- 
sumir, y  entonces  siéntate  sobre  una  tumba,  recógete  y  me- 
dita.» || 

§  3. — Tránsito  del  indiferentismo  al  examen. 
Existencia  de  Dios 

Curado  el  buen  pensador  del  achaque  de  indiferentismo, 
convencido  profundamente  de  que  la  religión  es  el  asunto 
de  más  elevada  importancia,  debiera  pasar  más  adelante  y 
discurrir  de  esta  manera:  ¿Es  probable  que  todas  las  reli- 
giones no  sean  más  que  un  cúmulo  de  errores  y  que  la  doc- 
trina que  las  rechaza  a  todas  sea  verdadera? 

Lo  primero  que  las  religiones  establecen  o  suponen  es 
la  existencia  de  Dios.  ¿Existe  Dios?  ¿Existe  algún  Hacedor 
del  universo?  Levanta  los  ojos  al  firmamento,  tiéndelos  por 
la  faz  de  la  tierra,  mira  lo  que  tú  mismo  eres,  y  viendo  por 
todas  partes  grandor  y  orden  di  si  te  atreves:  «El  acaso  es 


[15,  243-245] 


C.  21. — RELIGIÓN 


691 

 ! 


quien  ha  hecho  el  mundo ;  el  acaso  me  ha  hecho  a  mí ;  el 
edificio  es  admirable,  pero  no  hay.  arquitecto ;  el  mecanismo 
es  asombroso,  pero  no  hay  artífice ;  el  orden  existe  sin  or- 
denador, sin  sabiduría  para  concebir  el  plan,  sin  poder  para 
ejecutarle.»  Este  raciocinio,  que  tratándose  de  los  más  in- 
significantes artefactos  sería  despreciable  y  hasta  contrario 
al  sentido  común,  ¿se  podrá  aplicar  al  universo?  Lo  que  es 
insensato  con  respecto  a  lo  pequeño,  ¿será  cuerdo  con  rela- 
ción a  lo  grande?  || 


§  4. — No  es  posible  que  todas  las  religiones  sean  verdaderas 

Son  muchas  y  muy  varias  las  religiones  que  dominan 
en  los  diferentes  puntos  de  la  tierra;  ¿sería  posible  que  to- 
das fuesen  verdaderas?  El  sí  y  el  no,  con  respecto  a  una 
misma  cosa,  no  puede  ser  verdadero  a  un  mismo  tiempo. 
Los  judíos  dicen  que  el  Mesías  no  ha  venido,  los  cristianos 
afirman  que  sí ;  los  musulmanes  respetan  a  Mahoma  como 
insigne  profeta,  los  cristianos  le  miran  como  solemne  im- 
postor ;  los  católicos  sostienen  que  la  Iglesia  es  infalible  en 
puntos  de  dogma  y  de  moral,  los  protestantes  lo  niegan ; 
la  verdad  no  puede  estar  por  ambas  partes,  unos  u  otros  se 
engañan.  Luego  es  un  absurdo  el  decir  que  todas  las  reli- 
giones son  verdaderas. 

Además,  toda  religión  se  dice  bajada  del  cielo:  la  que  lo 
sea  será  la  verdadera,  las  restantes  no  serán  otra  cosa  que 
ilusión  o  impostura. 


§  5 — Es  imposible  que  todas  las  religiones  sean  igualmente 
agradables  a  Dios 

¿Es  posible  que  todas  las  religiones  sean  igualmente 
agradables  a  Dios  y  que  se  dé  igualmente  por  satisfecho 
con  todo  linaje  de  cultos?  No.  A  la  verdad  infinita  no  puede 
serle  acepto  el  error,  a  la  bondad  infinita  no  puede  ||  ser- 
le grato  el  mal;  luego  el  afirmar  que  todas  las  religiones 
son  igualmente  buenas,  que  con  todos  los  cultos  el  hombre 
llena  bien  sus  deberes  para  con  Dios,  es  blasfemar  de  la  ver- 
dad y  bondad  del  Criador. 

§  6. — Es  imposible  que  todas  las  religiones  sean  una 
invención  humana 

¿No  sería  lícito  pensar  que  no  hay  ninguna  religión  ver- 
dadera, que  todas  son  inventadas  por  el  hombre?  No. 
¿Quién  fué  el  inventor?  El  origen  de  las  religiones  se  pier- 


692 


EL  CRITERIO 


[15,  245-247] 


de  en  la  noche  de  los  tiempos:  allí  donde  hay  hombres, 
allí  hay  sacerdote,  altar  y  culto.  ¿Quién  sería  ese  inventor, 
cuyo  nombre  se  habría  olvidado  y  cuya  invención  se  habría 
difundido  por  toda  la  tierra,  comunicándose  a  todas  las  ge- 
neraciones? Si  la  invención  tuvo  lugar  entre  pueblos  cultos, 
¿cómo  se  logró  que  la  adoptasen  los  bárbaros  y  hasta  los 
salvajes?  Si  nació  entre  bárbaros,  ¿cómo  no  la  rechazaron 
las  naciones  cultas?  Diréis  que  fué  una  necesidad  social  y 
que  su  origen  está  en  la  misma  cuna  de  la  sociedad.  Pero 
entonces  se  puede  preguntar:  ¿Quién  conoció  esta  necesi- 
dad, quién  discurrió  los  medios  de  satisfacerla,  quién  exco- 
gitó un  sistema  tan  a  propósito  para  enfrenar  y  regir  a  los 
hombres?  Y  una  vez  hecho  el  descubrimiento,  ¿quién  tuvo 
en  su  mano  todos  los  entendimientos  y  todos  los  corazones 
para  comunicarles  esas  ideas  y  sentimientos  que  han  hecho 
de  la  religión  una  verdadera  necesidad  y,  por  decirlo  así, 
una  segunda  naturaleza? 

Vemos  a  cada  paso  que  los  descubrimientos  más  útiles,  | 
más  provechosos,  más  necesarios,  permanecen  limitados  a 
esta  o  aquella  nación,  sin  extenderse  a  las  otras  durante 
mucho  tiempo,  y  no  propagándose  sino  con  suma  lentitud 
a  las  más  inmediatas  o  relacionadas.  ¿Cómo  es  que  no  haya 
sucedido  lo  mismo  en  lo  tocante  a  la  religión?  ¿Cómo  es 
que  de  la  invención  maravillosa  hayan  tenido  conocimiento 
todos  los  pueblos  de  la  tierra,  sea  cual  fuere  su  país,  lengua, 
costumbres,  barbarie  o  civilización,  grosería  o  cultura? 

Aquí  no  hay  medio :  o  la  religión  procede  de  una  revela- 
ción primitiva  o  de  una  inspiración  de  la  naturaleza ;  en 
uno  y  otro  caso  hallamos  su  origen  divino :  si  hay  revela- 
ción, Dios  ha  hablado  al  hombre;  si  no  la  hay,  Dios  ha  es- 
crito la  religión  en  el  fondo  de  nuestra  alma.  Es  indudable 
que  la  religión  no  puede  ser  invención  humana  y  que,  a  pe- 
sar de  lo  desfigurada  y  adulterada  que  la  vemos  en  dife- 
rentes tiempos  y  países,  se  descubre  en  el  fondo  del  corazón 
humano  un  sentimiento  descendido  de  lo  alto :  al  través  de 
las  monstruosidades  que  nos  presenta  la  historia  columbra- 
mos la  huella  de  una  revelación  primitiva. 


§  7. — La  revelación  es  posible 

¿Es  posible  que  Dios  haya  revelado  algunas  cosas  al 
hombre?  Sí.  El  que  nos  ha  dado  la  palabra  no  estará  priva- 
do de  ella ;  si  nosotros  poseemos  un  medio  de  comunicarnos 
recíprocamente  nuestros  pensamientos  y  afectos,  Dios,  todo- 
poderoso e  infinitamente  sabio,  no  carecerá  seguramente  de 
medios  para  transmitirnos  lo  que  ||  fuere  de  su  agrado.  Ha 
criado  la  inteligencia,  ¿y  no  podría  ilustrarla? 


[15,  247-248] 


C.  21. — RELIGIÓN 


693 


§  8. — Solución  de  una  dificultad  contra  la  revelación 

«Pero  Dios,  objetará  el  incrédulo,  es  demasiado  grande 
para  humillarse  a  conversar  con  su  criatura.»  Mas  entonces 
también  deberíamos  decir  que  Dios  es  demasiado  grande 
para  haberse  ocupado  en  criarnos.  Criándonos  nos  sacó  de 
la  nada;  revelándonos  alguna  verdad  perfecciona  su  obra. 
¿Y  cuándo  se  ha  visto  que  un  artífice  desmereciese  por  me- 
jorar su  artefacto?  Todos  los  conocimientos  que  tenemos 
nos  vienen  de  Dios,  porque  El  es  quien  nos  ha  dado  la  fa- 
cultad de  conocer,  y  El  es  quien  o  ha  grabado  en  nuestro 
entendimiento  las  ideas  o  ha  hecho  que  pudiéramos  adqui- 
rirlas por  medios  que  todavía  se  nos  ocultan.  Si  Dios  nos 
ha  comunicado  un  cierto  orden  de  ideas,  sin  que  nada  haya 
perdido  de  su  grandor,  es  un  absurdo  el  decir  que  se  reba- 
jaría si  nos  transmitiese  otros  conocimientos  por  conducto 
distinto  del  de  la  naturaleza.  Luego  la  revelación  es  posi- 
ble; luego  quien  dudare  de  esta  posibilidad  ha  de  dudar  al 
mismo  tiempo  de  la  omnipotencia,  hasta  de  la  existencia  de 
,   Dios.  || 

§  9. — Consecuencias  de  los  párrafos  anteriores 

Importa  muchísimo  el  encontrar  la  verdad  en  materias 
de  religión  (§§  1  y  2) ;  todas  las  religiones  no  pueden  ser 
verdaderas  (§  4) ;  si  hubiese  una  revelada  por  Dios,  aqué- 
lla sería  la  verdadera  (§  4);  la  religión  no  ha  podido  ser 
invención  humana  (§  6).  La  revelación  es  posible  (§  7); 
lo  que  falta,  pues,  averiguar  es  si  esta  revelación  existe  y 
dónde  se  halla. 


§  10. — Existencia  de  la  revelación 

¿Existe  la  revelación?  Por  el  pronto  salta  a  los  ojos  un 
hecho  que  da  motivo  a  pensar  que  sí.  Todos  los  pueblos  de 
la  tierra  hablán  de  una  revelación,  y  la  humanidad  no  se 
concierta  para  tramar  una  impostura.  Esto  prueba  una  tra- 
dición primitiva,  cuya  noticia  ha  pasado  de  padres  a  hijos, 
y  que,  si  bien  ofuscada  y  adulterada,  no  ha  podido  borrarse 
de  la  memoria  de  los  hombres. 

Se  objetará  que  la  imaginación  ha  convertido  en  voces 
el  ruido  del  viento  y  en  apariciones  misteriosas  los  fenóme- 
nos de  la  naturaleza,  y  así  el  débil  mortal  se  ha  creído  ro- 
deado de  seres  desconocidos  que  le  dirigían  la  palabra  y  le 
descubrían  los  arcanos  de  otros  mundos.  No  puede  negarse 
que  la  objeción  es  especiosa;  sin  embargo,  no  será  difícil 
manifestar  que  es  del  todo  insubsistente  y  fútil.  || 


694 


EL  CRITERIO 


[15,  249-250] 


Es  cierto  que  cuando  el  hombre  tiene  idea  de  la  existen- 
cia de  seres  desconocidos,  y  está  convencido  de  que  éstos  se 
ponen  en  relación  con  él,  fácilmente  se  inclina  a  imaginar 
que  Tía  oído  acentos  fatídicos  y  se  han  ofrecido  a  sus  ojos 
espectros  venidos  del  otro  mundo.  Mas  no  sucede  ni  puede 
suceder  así  en  no  abrigando  el  hombre  semejante  convic- 
ción, y  mucho  menos  si  ni  aun  llega  a  tener  noticia  de  que 
existen  dichos  seres,  pues  entonces  no  es  dable  conjeturar 
de  dónde  procedería  una  ilusión  tan  extravagante.  Si  bien 
se  observa,  todas  las  creaciones  de  nuestra  fantasía,  hasta 
las  más  incoherentes  y  monstruosas,  se  forman  de  un  con- 
junto de  imágenes  de  objetos  que  otras  veces  hemos  visto 
y  que  a  la  sazón  reunimos  del  modo  que  place  a  nuestro  ca- 
pricho o  nos  sugiere  nuestra  cabeza  enfermiza.  Los  "casti- 
llos encantados  de  los  libros  de  caballería,  con  sus  damas, 
enanos,  salones,  subterráneos,  hechizos  y  todas  sus  locuras, 
son  un  informe  agregado  de  partes  muy  reales  que  la  ima- 
ginación del  escritor  componía  a  su  manera,  sacando  al  fin 
un  todo  que  sólo  cabía  en  los  sueños  de  un  delirante.  Lo 
propio  sucede  en  lo  demás:  la  razón  y  la  experiencia  están 
acordes  en  atestiguarnos  este  fenómeno  ideológico.  Si  supo-  % 
nemos,  pues,  que  no  se  tiene  idea  alguna  de  otra  vida  dis- 
tinta de  la  presente,  ni  de  otro  mundo  que  el  que  está  a 
nuestra  vista,  ni  de  otros  vivientes  que  los  que  moran  con 
nosotros  en  la  tierra,  el  hombre  fingirá  gigantes,  fieras 
monstruosas  y  otras  extravagancias  por  este  estilo ;  mas  no 
seres  invisibles,  no  revelaciones  de  un  cielo  que  no  conoce, 
no  dioses  que  le  ilustren  y  dirijan.  Ese  mundo  nuevo,  ideal, 
puramente  fantástico  no  le  ocurrirá  siquiera,  porque  seme- 
jante ocurrencia  no  tendrá,  por  decirlo  así,  punto  de  parti- 
da, ||  carecerá  de  antecedentes  que  puedan  motivarla.  Y  aun 
suponiendo  que  este  orden  de  ideas  se  hubiese  ofrecido  a  al- 
gún individuo,  ¿cómo  era  posible  que  de  ello  participase  la 
humanidad  entera?  ¿Cuándo  se  habría  visto  semejante  con- 
tagio intelectual  y  moral? 

Sea  lo  que  fuere  del  valor  de  estas  reflexiones,  pasemos 
a  los  hechos:  dejemos  lo  que  haya  podido  ser  y  examine- 
mos lo  que  ha  sido. 


§  11. — Pruebas  históricas  de  la  existencia  de  la  revelación 

Existe  una  sociedad  que  pretende  ser  la  única  deposita- 
ría e  intérprete  de  las  revelaciones  con  que  Dios  se  ha  dig- 
nado favorecer  al  linaje  humano:  esta  pretensión  debe 
llamar  la  atención  del  filósofo  que  se  proponga  investigar 
la  verdad. 

¿Qué  sociedad  es  ésa?  ¿Ha  nacido  de  poco  tiempo  a  esta 


[15.  250-252] 


C.  21. — RELIGIÓN 


695 


parte?  Cuenta  dieciocho  siglos  de  duración,  y  estos  siglos 
no  los  mira  sino  como  un  período  de  su  existencia ;  pues  su- 
biendo más  arriba  va  explicando  su  no  interrumpida  ge- 
nealogía y  se  remonta  hasta  el  principio  del  mundo.  Que 
lleva  dieciocho  siglos  de  duración,  que  su  historia  se  en- 
laza con  la  de  un  pueblo  cuyo  origen  se  pierde  en  la  anti- 
güedad más  remota,  es  tan  cierto  como  que  han  existido  las 
repúblicas  de  Grecia  y  Roma. 

¿Qué  títulos  presenta  en  apoyo  de  su  doctrina?  En  pri- 
mer lugar  está  en  posesión  de  un  libro,  que  es  sin  disputa 
el  más  antiguo  que  se  conoce  y  que  además  encierra  ||  la 
moral  más  pura,  un  sistema  de  legislación  admirable,  y  con- 
tiene una  narración  de  prodigios.  Hasta  ahora  nadie  ha 
puesto  en  duda  el  mérito  eminente  de  este  libro,  siendo 
esto  tanto  más  de  extrañar  cuanto  una  gran  parte  de  él  nos 
ha  venido  de  manos  de  un  pueblo  cuya  cultura  no  alcanzó  ni 
con  mucho  a  la  de  otros  pueblos  de  la  antigüedad. 

¿Ofrece  la  dicha  sociedad  algunos  otros  títulos  que  jus- 
tifiquen sus  pretensiones?  A  más  de  los  muchos  a  cual  más 
graves  e  imponentes,  he  aquí  uno  que  por  sí  solo  basta. 

Ella  dice  que  se  hizo  la  transición  de  la  sociedad  vieja 
a  la  nueva  del  modo  que  estaba  pronosticado  en  el  libro 
misterioso;  que,  llegada  la  plenitud  de  los  tiempos,  apare- 
ció sobre  la  tierra  un  Hombre-Dios,  quien  fué  a  la  vez  el 
cumplimiento  de  la  ley  antigua  y  el  autor  de  la  nueva ;  que 
todo  lo  antiguo  era  una  sombra  y  figura ;  que  este  Hombre- 
Dios  fué  la  realidad ;  que  El  fundó  la  sociedad  que  apellida- 
mos Iglesia  católica,  le  prometió  su  asistencia  hasta  la  con- 
sumación de  los  siglos,  selló  su  doctrina  con  su  sangre,  re- 
sucitó al  tercer  día  de  su  crucifixión  y  muerte,  subió  a  los 
cielos,  envió  al  Espíritu  Santo  y  que  al  fin  del  mundo  ha  de 
venir  a  juzgar  a  los  vivos  y  a  los  muertos. 

¿Es  verdad  que  en  este  Hombre  se  cumpliesen  las  anti- 
guas profecías?  Es  innegable :  leyendo  algunas  de  ellas  pa- 
rece que  uno  está  leyendo  la  historia  evangélica. 

¿Dió  algunas  pruebas  de  la  divinidad  de  su  misión?  Hizo 
milagros  en  abundancia,  y  cuanto  El  profetizó,  o  se  ha  cum- 
plido exactamente  o  se  va  cumpliendo  con  puntualidad 
asombrosa. 

¿Cuál  fué  su  vida?  Sin  tacha  en  su  conducta;  sin  ||  lí- 
mite para  hacer  el  bien.  Despreció  las  riquezas  y  el  poder 
mundano ;  arrostró  con  serenidad  las  privaciones,  los  in- 
sultos, los  tormentos  y  por  fin  una  muerte  afrentosa. 

¿Cuál  es  su  doctrina?  Sublime  cual  no  cupiera  jamás  en 
mente  humana ;  tan  pura  en  su  moral,  que  le  han  hecho 
justicia  sus  más  violentos  enemigos. 

¿Qué  cambio  social  produjo  este  Hombre?  Recordad  lo 
que  era  el  mundo  romano  y  ved  lo  que  es  el  mundo  actual ; 


696 


EL  CRITERIO 


115,  252-253] 


mirad  lo  que  son  los  pueblos  donde  no  ha  penetrado  el  cris- 
tianismo y  lo  que  son  aquellos  que  han  estado  siglos  bajo 
su  enseñanza  y  la  conservan  todavía,  aunque  algunos  alte- 
rada y  desfigurada. 

¿De  qué  medios  dispuso?  No  tenía  dónde  reclinar  su  ca- 
beza. Envió  a  doce  hombres  salidos  de  la  ínfima  clase  del 
pueblo ;  se  esparcieron  por  los  cuatro  ángulos  de  la  tierra, 
y  la  tierra  los  oyó  y  creyó. 

Esta  religión,  ¿ha  pasado  por  el  crisol  de  la  desgracia? 
¿No  ha  sufrido  contrariedad  de  ninguna  clase?  Ahí  está  la 
sangre  de  infinitos  mártires,  ahí  los  escritos  de  numerosos 
filósofos  que  la  han  examinado,  ahí  los  muchos  monumentos 
que  atestiguan  las  tremendas  luchas  que  ha  sostenido  con 
los  príncipes,  con  los  sabios,  con  las  pasiones,  con  los  inte- 
reses, con  las  preocupaciones,  con  todos  cuantos  elementos 
de  resistencia  pueden  combinarse  sobre  la  tierra. 

¿De  qué  medios  se  valieron  los  propagadores  del  cristia- 
nismo? De  la  predicación  y  del  ejemplo,  confirmados  por  mi- 
lagros. Estos  milagros,  la  crítica  más  escrupulosa  no  puede 
rechazarlos ;  que  si  los  rechaza,  poco  importa,  pues  enton- 
ces confiesa  el  mayor  de  los  milagros,  que  es  la  conversión 
del  mundo  sin  milagros. 

El  cristianismo  ha  contado  entre  sus  hijos  a  los  ||  hom- 
bres más  esclarecidos  por  su  virtud  y  sabiduría ;  ningún 
pueblo  antiguo  ni  moderno  se  ha  elevado  a  tan  alto  grado 
de  civilización  y  cultura  como  los  que  le  han  profesado ; 
sobre  ninguna  religión  se  ha  disputado  ni  escrito  tanto  como 
sobre  la  cristiana;  las  bibliotecas  están  llenas  de  obras  maes- 
tras de  crítica  y  de  filosofía  debidas  a  hombres  que  so- 
metieron humildemente  su  entendimiento  en  obsequio  de 
la  fe;  luego  esa  religión  está  a  cubierto  de  los  ataques  que 
se  pueden  dirigir  contra  las  que  han  nacido  y  prosperado 
entre  pueblos  groseros  e  ignorantes.  Ella  tiene,  pues,  todos 
los  caracteres  de  verdadera,  de  divina. 


§  12. — Los  protestantes  y  la  Iglesia  católica 

En  los  últimos  siglos  los  cristianos  se  han  dividido :  unos 
han  permanecido  adictos  a  la  Iglesia  católica,  otros  han  con- 
servado del  cristianismo  lo  que  les  ha  parecido  bien ;  y  a 
consecuencia  del  principio  fundamental  que  han  asentado,  y 
que  entrega  la  fe  a  discreción  de  cada  creyente,  se  han  frac- 
cionado en  innumerables  sectas. 

¿Dónde  estará  la  verdad?  Los  fundadores  de  las  nuevas 
sectas  son  de  ayer,  la  Iglesia  católica  señala  la  sucesión  de 
sus  pastores,  que  sube  hasta  Jesucristo ;  ellos  han  enseñado 
diferentes  doctrinas,  y  una  misma  secta  las  ha  variado  repe- 


|15,  253-255] 


C.  21. — RELIGIÓN 


697 


tidas  veces,  la  Iglesia  católica  ha  conservado  intacta  la  fe 
que  le  transmitieron  los  apóstoles ;  la  novedad  y  la  varie- 
dad se  hallan,  pues,  en  presencia  de  la  antigüedad  y  de  la 
unidad;  el  fallo  no  puede  ser  dudoso.  || 

Además,  los  católicos  sostienen  que  fuera  de  la  Iglesia 
no  hay  salvación,  los  protestantes  afirman  que  los  católicos 
también  pueden  salvarse,  y  así  ellos  mismos  reconocen  que 
entre  nosotros  nada  se  cree  ni  practica  que  pueda  acarrear- 
nos la  condenación  eterna.  Ellos  en  favor  de  su  salvación  no 
tienen  su  voto ;  nosotros  en  pro  de  la  nuestra  tenemos  el 
suyo  y  el  nuestro ;  aun  cuando  juzgáramos  solamente  por 
motivos  de  prudencia  humana,  ésta  nos  aconsejaría  que  no 
abandonásemos  la  fe  de  nuestros  padres. 

En  esta  breve  reseña  se  contiene  el  hilo  del  discurso  de 
un  católico  que,  conforme  a  lo  que  dice  San  Pedro,  quiere 
estar  preparado  para  dar  cuenta  de  su  fe  y  manifestar  que, 
ateniéndose  a  la  católica,  no  se  desvía  de  las  reglas  de  bien 
pensar.  Ahora  añadiré  algunas  observaciones  que  sirvan  a 
prevenir  peligros,  en  que  zozobra  con  harta  frecuencia  la 
fe  de  los  incautos. 


§  13. — Errado  métoao  de  algunos  impugnadores  de  la  religión 

En  el  examen  de  las  materias  religiosas  siguen  muchos 
un  camino  errado.  Toman  por  objeto  de  sus  investigaciones 
un  dogma,  y  las  dificultades  que  contra  él  levantan  las  creen 
suficientes  para  destruir  la  verdad  de  la  religión,  o  al  menos 
para  ponerla  en  duda.  Esto  es  proceder  de  un  modo  que 
atestigua  cuán  poco  se  ha  meditado  sobre  el  estado  de  la 
cuestión. 

En  efecto:  no  se  trata  de  saber  si  los  dogmas  están  al  al- 
cance de  nuestra  inteligencia,  ni  si  damos  completa  ||  solu- 
ción a  todas  las  dificultades  que  contra  éste  o  aquél  pue- 
dan objetarse:  la  religión  misma  es  la  primera  en  decirnos 
que  estos  dogmas  no  podemos  comprenderlos  con  la  sola  luz 
de  la  razón ;  que  mientras  estamos  en  esta  vida  es  necesa- 
rio que  nos  resignemos  a  ver  los  secretos  de  Dios  al  tra- 
vés de  sombras  y  enigmas,  y  por  esto  nos  exige  la  fe. 
El  decir,  pues,  «yo  no  quiero  creer  porque  no  comprendo», 
es  enunciar  una  contradicción ;  si  lo  comprendieses  todo, 
claro  es  que  no  se  te  hablaría  de  fe.  El  argumentar  contra  la 
religión  fundándose  en  la  incomprensibilidad  de  sus  dog- 
mas es  hacerle  un  cargo  de  una  verdad  que  ella  misma  re- 
conoce, que  acepta  y  sobre  la  cual  en  cierto  modo  hace  es- 
tribar su  edificio.  Lo  que  se  ha  de  examinar  es  si  ella  ofre- 
ce garantías  de  veracidad  y  de  que  no  se  engaña  en  lo  que 
propone:  asentado  el  principio  de  infalibilidad,  todo  lo  de- 


698 


EL  CRITERIO 


[15,  255-257] 


más  se  allana  por  sí  mismo ;  pero  si  éste  nos  falta,  es  im- 
posible dar  un  paso  adelante.  Cuando  un  viajero  de  cuya 
inteligencia  y  veracidad  no  podemos  dudar  nos  refiere  co- 
sas que  no  comprendemos,  ¿por  ventura  le  negaremos  nues- 
tra fe?  No,  ciertamente.  Luego,  una  vez  asegurados  de  que 
la  Iglesia  no  nos  engaña,  poco  importa  que  su  enseñanza  sea 
superior  a  nuestra  inteligencia. 

Ninguna  verdad  podría  subsistir  si  bastasen  a  hacernos 
dudar  de  ella  algunas  dificultades  que  no  alcanzásemos  a 
desvanecer.  De  esto  se  seguiría  que  un  hombre  de  talento 
esparciría  la  incertidumbre  sobre  todas  las  materias  cuando 
se  encontrase  con  otros  que  no  le  igualasen  en  capacidad, 
porque  es  bien  sabido  que,  en  mediando  esta  diferencia,  no 
le  es  dado  al  inferior  deshacerse  de  los  lazos  con  que  le  en- 
reda el  que  le  aventaja. 

En  las  ciencias,  en  las  artes,  en  los  negocios  comunes  de 
la  vida  hallamos  a  cada  paso  dificultades  que  nos  hacen  in- 
comprensible una  cosa  de  cuya  existencia  no  nos  es  permiti- 
do dudar.  Sucede  a  veces  que  la  cosa  no  comprendida  nos 
parece  rayar  en  lo  imposible ;  mas  si,  por  otra  parte,  sabe- 
mos que  existe,  nos  guardamos  de  declararla  tal,  y,  conser- 
vando la  convicción  de  su  existencia,  recordamos  el  poco 
alcance  de  nuestro  entendimiento.  Nada  más  común  que 
oír :  «No  comprendo  lo  que  ha  contado  Fulano ;  me  parece 
imposible ;  pero,  en  fin,  es  hombre  veraz  y  que  sabe  lo  que 
dice ;  si  otro  lo  refiriera  no  lo  creería,  pero  ahora  no  pongo 
duda  en  que  la  cosa  es  tal  como  él  la  afirma.» 


§  14. — La  más  alta  filosofía  acorde  con  la  fe 

Imagínanse  algunos  que  se  acreditan  de  altos  pensadores 
cuando  no  quieren  creer  lo  que  no  comprenden,  y  éstos  jus- 
tifican el  famoso  dicho  de  Bacon :  «Poca  filosofía  aparta  de 
la  religión,  mucha  filosofía  conduce  a  ella.»  Y  a  la  verdad,  si 
se  hubiesen  internado  en  las  profundidades  de  las  ciencias, 
conocieran  que  un  denso  velo  encubre  a  nuestros  ojos  la 
mayor  parte  de  los  objetos,  que  sabemos  poquísimo  de  los 
secretos  de  la  naturaleza,  que  hasta  de  las  cosas  en  apa- 
riencia más  fáciles  de  comprender  se  nos  ocultan  por  lo  co- 
mún los  principios  constitutivos,  su  esencia ;  conocieran 
que  ignoramos  lo  que  es  este  universo  que  nos  asombra,  que 
ignoramos  lo  que  es  nuestro  cuerpo,  que  ignoramos  lo  que 
es  nuestro  espíritu,  que  nosotros  somos  un  arcano  a  ||  nues- 
tros propios  ojos  y  que  hasta  ahora  todos  los  esfuerzos  de 
la  ciencia  han  sido  impotentes  para  explicar  los  fenómenos 
que  constituyen  nuestra  vida,  que  nos  hacen  sentir  nuestra 
existencia ;  conocieran  que  el  más  precioso  fruto  que  se  re- 


[15,  257-258] 


C.  21. — RELIGIÓN 


699 


coge  en  las  regiones  filosóficas  más  elevadas  es  una  profunda 
convicción  de  nuestra  debilidad  e  ignorancia.  Entonces  in- 
firieran que  esa  sobriedad  en  el  saber,  recomendada  por  la 
religión  cristiana,  esa  prudente  desconfianza  de  las  fuerzas 
de  nuestro  entendimiento,  están  de  acuerdo  con  las  leccio- 
nes de  la  más  alta  filosofía,  y  que  así  el  catecismo  nos  hace 
llegar  desde  nuestra  infancia  al  punto  más  culminante  que 
señalara  a  la  ciencia  la  sabiduría  humana. 

§  15. — Quien  abandona  la  religión  católica  no  sabe  dónde 
refugiarse 

Hemos  seguido  el  camino  que  puede  conducir  a  la  reli- 
gión católica ;  echemos  una  ojeada  sobre  el  que  se  presenta 
si  nos  apartamos  de  ella.  Al  abandonar  la  fe  de  la  Iglesia, 
¿dónde  nos  refugiamos?  Si  en  el  protestantismo,  ¿en  cuál 
de  sus  sectas?  ¿Qué  motivos  de  preferencia  nos  ofrece  la 
una  sobre  la  otra?  Discernirlo  será  imposible ;  abrazar  a  cie- 
gas una  cualquiera  nos  lo  será  todavía  más,  y,  por  otra  par- 
te, esto  equivaldría  a  no  profesar  ninguna.  Si  en  el  filo- 
sofismo, ¿qué  es  el  filosofismo  incrédulo?  Es  una  negación 
de  todo,  las  tinieblas,  la  desesperación.  ¿Andaremos  en  bus- 
ca de  otras  religiones?  Ciertamente  que  ni  el  islamismo  ni 
la  idolatría  no  nos  contarán  entre  sus  adeptos.  || 

Abandonar,  pues,  la  religión  católica  será  abjurarlas  to- 
das; será  tomar  el  partido  de  vivir  sin  ninguna;  dejar  que 
corran  los  años ;  que  nuestra  vida  se  acerque  a  su  término 
fatal,  sin  guía  para  lo  presente,  sin  luz  para  el  porvenir ; 
será  taparse  los  ojos,  bajar  la  cabeza  y  arrojarse  a  un  abis- 
mo sin  fondo. 

La  religión  católica  nos  ofrece  cuantas  garantías  de  ver- 
dad podemos  desear.  Ella,  además,  nos  impone  una  ley  sua- 
ve, pero  recta,  justa,  benéfica;  cumpliéndola  nos  asemeja- 
mos a  los  ángeles,  nos  acercamos  a  la  belleza  ideal  que  para 
la  humanidad  puede  excogitar  la  más  elevada  poesía.  Ella 
nos  consuela  en  nuestros  infortunios  y  cierra  nuestros  ojos 
en  paz ;  se  nos  presenta  tanto  más  verdadera  y  cierta  cuan- 
to más  nos  aproximamos  al  sepulcro.  ¡Ah!  ¡La  bondadosa 
Providencia  habrá  colocado  al  borde  de  la  tumba  aquellas 
santas  inspiraciones,  como  heraldos  que  nos  avisaran  de  que 
íbamos  a  pisar  los  umbrales  de  la  eternidad!... 

Nota.— Figúranse  algunos  que  la  religiosidad  es  signo  de  espí- 
ritu apocado  y  de  capacidad  escasa,  y  que,  por  el  contrario,  la  in- 
credulidad es  indicio  de  talento  y  grandeza  de  ánimo.  Yo  sostengo 
que  con  la  historia  en  la  mano  se  puede  demostrar  que  en  todos 
tiempos  y  países  los  hombres  más  eminentes  han  sido  religiosos.  || 


700 


EL  CRITERIO 


[15,  259-260] 


CAPITULO    XXI  I 

El  entendimiento  práctico 

§  1 — Una  clasificación  de  acciones 

Los  actos  prácticos  del  entendimiento  son  los  que  nos  di- 
rigen para  obrar,  lo  que  envuelve  dos  cuestiones:  cuál  es  el 
fin  que  nos  proponemos  y  cuál  es  el  mejor  medio  para  al- 
canzarle. 

Nuestras  acciones  pueden  ejercerse,  o  sobre  los  objetos 
de  la  naturaleza  sometidos  a  la  ley  de  necesidad,  y  aquí 
se  comprenden  todas  las  artes,  o  sobre  lo  que  cae  bajo  el  li- 
bre albedrío,  y  esto  comprende  el  arreglo  de  nuestra  conduc- 
ta con  respecto  a  nosotros  mismos  y  a  los  demás,  abarcando 
la  moral,  la  urbanidad,  la  administración  doméstica  y  la  po- 
lítica. 

Lo  dicho  hasta  aquí  sobre  el  modo  de  pensar  en  todas 
materias  me  ahorra  el  trabajo  de  extenderme  sobre  estos 
puntos,  porque  quien  se  haya  penetrado  de  las  reglas  y  ob- 
servaciones precedentes  no  ignorará  cómo  debe  proponerse 
un  fin  ni  cómo  ha  de  encontrar  los  medios  más  adaptados 
para  alcanzarle.  No  obstante,  creo  que  no  será  inútil  añadir 
algunas  reflexiones  que,  sin  ||  salir  de  los  límites  fijados  por 
el  género  de  esta  obra,  suministren  luz  para  guiarse  cada 
cual  en  sus  diferentes  operaciones. 

??  2. — Dificultad  de  proponerse  el  debido  fin 

No  hablo  aquí  del  fin  último :  éste  es  la  felicidad  en  la 
otra  vida  y  a  él  nos  conduce  la  religión.  Trato  únicamente 
de  los  secundarios,  como  alcanzar  la  conveniente  posición 
en  la  sociedad,  llevar  a  buen  término  un  negocio,  salir  airo- 
samente de  una  situación  difícil,  granjearse  la  amistad  de 
una  persona,  guardarse  de  los  tiros  de  un  adversario,  des- 
hacer una  intriga  que  nos  amenaza,  construir  un  artefacto 
que  acredite,  plantear  un  sistema  de  política,  de  hacienda  o 
administración,  derribar  alguna  institución  que  se  crea  da- 
ñosa, y  otras  cosas  semejantes. 

A  primera  vista  parece  que  siempre  que  el  hombre  obra 
debe  de  tener  presente  el  fin  que  se  propone,  y  no  como 
quiera,  sino  de  un  modo  bien  claro,  determinado,  fijo.  Sin 
embargo,  la  observación  enseña  que  no  es  así,  y  que  son 
muchos,  muchísimos,  aun  entre  los  activos  y  enérgicos,  los 
que  andan  poco  menos  que  al  acaso. 


[15,  260-262J 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


701 

 !» 


Sucede  mil  veces  que  atribuímos  a  los  hombres  más  plan 
del  que  han  tenido.  En  viéndolos  ocupar  posición  muy  ele- 
vada, sea  por  reputación,  sea  por  las  funciones  que  ejercen, 
nos  inclinamos  naturalmente  a  suponerles  en  todo  un  obje- 
to fijo,  con  premeditación  detenida,  con  vasta  combinación 
en  los  designios,  con  larga  previsión  de  los  obstáculos,  con 
sagaz  conocimiento  de  la  verdadera  ||  naturaleza  del  fin  y 
de  sus  relaciones  con  los  medios  que  a  él  conduzcan.  ¡Oh! 
¡Y  cuánto  engaño!  El  hombre  en  todas  las  condiciones  so- 
ciales, en  todas  las  circunstancias  de  la  vida,  es  siempre 
hombre,  es  decir,  una  cosa  muy  pequeña.  Poco  conocedor 
de  sí  mismo,  sin  formarse  por  lo  común  ideas  bastante  cla- 
ras, ni  de  la  cualidad  ni  del  alcance  de  sus  fuerzas,  creyén- 
dose a  veces  más  poderoso,  a  veces  más  débil  de  lo  que  es 
en  realidad,  encuéntrase  con  mucha  frecuencia  dudoso,  per- 
plejo, sin  saber  ni  adonde  va  ni  adonde  ha  de  ir.  Además, 
para  él  es  a  menudo  un  misterio  qué  es  lo  que  le  conviene ; 
por  manera  que  las  dudas  sobre  sus  fuerzas  se  aumentan 
con  las  dudas  sobre  su  interés  propio. 

§  3. — Examen  del  proverbio  «Cada  cual  es  hijo 
de  sus  obras» 

No  es  verdad  lo  que  suele  decirse  de  que  el  interés  par- 
ticular sea  una  guía  segura  y  que,  con  respecto  a  él,  raras 
veces  el  hombre  se  equivoque.  En  esto,  como  en  todo  lo  de- 
más, andamos  inciertos,  y  en  prueba  de  ello  tenemos  la 
triste  experiencia  de  que  tantas  y  tantas  veces  nos  labra- 
mos nuestro  infortunio. 

Lo  que  sí  no  admite  duda  es  que,  así  por  lo  tocante  a  la 
dicha  como  a  la  desgracia,  se  verifica  el  proverbio  de  que  el 
hombre  es  hijo  de  sus  obras.  En  el  mundo  físico  como  en  el 
moral,  la  casualidad  no  significa  nada.  Es  cierto  que  en  la 
instabilidad  de  las  cosas  humanas  ocurren  con  frecuencia 
sucesos  imprevistos  que  desbaratan  los  planes  mejor  con- 
certados, que  no  dejan  recoger  ¡|  el  fruto  de  atinadas  combi- 
naciones y  pesadas  fatigas,  y  que,  por  el  contrario,  favore- 
cen a  otros  que,  atendido  lo  que  habían  puesto  de  su  parte, 
estaban  lejos  de  merecerlo ;  pero  tampoco  cabe  duda  en 
que  esto  no  es  tan  común  como  vulgarmente  se  dice  y  se 
cree.  El  trato  de  la  sociedad,  acompañado  de  la  conveniente 
observación,  rectifica  muchos  juicios  que  se  habían  forma- 
do ligeramente  sobre  las  causas  de  la  buena  o  mala  fortuna 
que  cabe  a  diferentes  personas. 

¿Cuál. es  el  desgraciado  que  lo  sea  por  su  culpa  si  nos 
atenemos  a  lo  que  nos  dice  él?  Ninguno  o  casi  ninguno.  Y, 
no  obstante,  si  nos  es  dable  conocer  a  fondo  su  índole,  su 


702  EL  CRITERIO  [15,  262-2641 


carácter,  sus  costumbres,  su  modo  de  ver  las  cosas,  su  siste- 
ma en  el  manejo  de  los  negocios,  su  trato,  su  conversación, 
sus  modales,  sus  relaciones  de  amistad  o  de  familia,  raro 
será  que  no  descubramos  muchas  de  las  causas,  si  no  todas, 
de  las  que  contribuyeron  a  hacerle  infeliz. 

Las  equivocaciones  sobre  esta  materia  suelen  nacer  de 
que  se  fija  la  atención  en  un  solo  suceso  que  ha  decidido  de 
la  suerte  de  la  persona,  sin  reflexionar  que  aquel  suceso  o 
estaba  ya  preparado  por  muchos  otros,  o  que  sólo  ha  podi- 
do tener  tan  funesta  influencia  a  causa  de  la  situación  par- 
ticular en  que  se  hallaba  la  persona  por  sus  errores,  defec- 
tos o  faltas. 

La  suerte  próspera  o  adversa,  rarísima  vez  depende  de 
una  causa  sola;  complícanse  por  lo  común  varias  y  de  or- 
den muy  diverso ;  pero  como  no  es  fácil  seguir  el  hilo  de  los 
acontecimientos  al  través  de  semejante  complicación,  se  se- 
ñala como  causa  principal  o  única  lo  que  quizás  no  es  otra 
cosa  que  un  suceso  determinante  o  una  simple  ocasión. 


§  4. — El  aborrecido 

¿Veis  a  ese  hombre  a  quien  miran  con  desvío  o  indife- 
rencia sus  antiguos  amigos,  a  quien  profesan  odio  sus  alle- 
gados y  que  no  encuentra  en  la  sociedad  quien  se  interese 
por  él?  Si  oís  la  explicación  en  que  él  señala  las  causas,  és- 
tas no  son  otras  que  la  injusticia  de  los  hombres,  la  envidia, 
que  no  puede  sufrir  el  resplandor  del  mérito  ajeno:  el  egoís- 
mo universal,  que  no  consiente  el  menor  sacrificio  ni  aun 
a  los  que  más  obligación  tenían  de  hacerla,  por  parentesco, 
por  amistad,  por  gratitud;  en  una  palabra,  el  infeliz  es  una 
víctima  contra  quien  se  ha  conjurado  el  humano  linaje,  obs- 
tinado en  no  reconocer  el  alto  mérito,  las  virtudes,  la  bella 
índole  del  infortunado.  ¿Qué  habrá  de  verdad  en  la  rela- 
ción? Quizás  no  será  difícil  descubrirlo  en  la  misma  apolo- 
gía; quizás  no  sea  difícil  notar  la  vanidad  insufrible,  el  ca- 
rácter áspero,  la  petulancia,  la  maledicencia,  que  le  ha- 
brán atraído  el  odio  de  los  unos,  el  desvío  de  los  otros,  y 
que  habrán  acabado  por  dejarle  en  el  aislamiento  de  que 
injustamente  se  lamenta. 


g  5. — El  arruinado 

¿Habéis  oído  a  ese  otro  cuya  fortuna  han  arruinado  la 
excesiva  bondad  propia,  o  la  infidelidad  de  un  amigo,  o  una 
desgracia  imprevista,  echándole  a  perder  combinaciones  su- 
mamente acertadas,  proyectos  llenos  de  previsión  [|  y  sagaci- 


[15,  264-265] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


703 


dad?  Pues  si  alcanzáis  a  procuraros  noticias  sobre  su  con- 
ducta, no  será  extraño  que  descubráis  las  verdaderas  cau- 
sas, por  cierto  muy  distantes  de  lo  que  él  se  imagina. 

En  efecto:  podrá  suceder  muy  bien  que  haya  mediado 
la  infidelidad  de  un  amigo,  que  haya  ocurrido  la  desgracia 
imprevista;  podrá  ser  mucha  verdad  que  su  corazón  sea  ex- 
cesivamente bueno,  es  decir,  que  será  muy  posible  que  en 
su  relación  no  haya  mentido ;  pero  no  será  extraño  que 
en  esa  misma  relación  se  os  presenten  de  bulto  las  causas 
de  su  desgracia ;  que  en  su  concepción  tan  superficial  como 
rápida,  en  su  juicio  extremadamente  ligero,  en  su  discurrir 
especioso  y  sofístico,  en  su  prurito  de  proyectar  a  la  aventu- 
ra, en  la  excesiva  confianza  en  sí  mismo,  en  el  menosprecio 
de  las  observaciones  ajenas,  en  la  precipitación  y  osadía  de 
su  proceder,  halléis  más  que  suficiente  causa  para  haberse 
arruinado  sin  la  bondad  de  su  corazón,  sin  la  infidelidad  del 
amigo,  sin  la  desgracia  imprevista.  Esta  desgracia,  lejos  de 
ser  puramente  casual,  habrá  dependido  quizás  de  un  orden 
de  causas  que  estaban  obrando  hace  largo  tiempo,  y  la  in- 
fidelidad del  amigo  no  hubiera  sido  difícil  preverla  y  evitar 
sus  tristes  consecuencias  si  el  interesado  hubiese  procedido 
con  más  tiento  en  depositar  su  confianza  y  en  observar  el 
uso  que  se  hacía  de  ella. 


§  6. — El  instruido  quebrado  y  el  ignorante  rico 

¿Cómo  es  posible  que  ese  hombre  tan  despejado,  tan  pe- 
netrante, tan  instruido,  no  haya  podido  mejorar  su  ||  fortu- 
na, o  haya  perdido  la  que  tenía,  cuando  ese  otro  tan  enco- 
gido, tan  torpe,  tan  rudo,  ha  hecho  inconcebibles  progresos 
en  la  suya?  ¿No  debe  esto  atribuirse  a  la  casualidad,  a  fata- 
lidades, a  mala  estrella?  Así  se  habla  muchas  veces,  sin  re- 
flexionar que  se  confunden  lastimosamente  las  ideas  y  se 
quieren  enlazar  con  íntima  dependencia  causas  y  efectos 
que  no  tienen  ninguna  relación. 

En  verdad  que  el  uno  es  despejado  y  el  otro  encogido ; 
que  el  uno  parece  penetrante  y  el  otro  torpe;  que  el  uno 
es  instruido  y  el  otro  rudo;  pero  ¿de  qué  sirven  ni  ese  des- 
pejo, ni  esa  aparente  penetración,  ni  esa  instrucción  para  el 
efecto  de  que  se  trata?  Es  cierto  que  si  se  ofrece  figurar  en 
sociedad,  el  primero  se  presentará  con  más  garbo  y  soltura 
que  el  segundo ;  que  si  es  necesario  sostener  una  conversa- 
ción, aquél  brillará  mucho  más  que  éste,  que  su  palabra  será 
más  fácil,  sus  ideas  más  variadas,  sus  observaciones  más  pi- 
cantes, sus  réplicas  más  prontas  y  agudas;  que  el  rico  en 
cuestión  no  entenderá  quizás  una  palabra  del  mérito  de  tal  o 
cual  novela,  de  tal  o  cual  drama ;  que  conocerá  poco  la  his- 


704 


EL  CRITERIO 


[15,  265-2671 


toria  y  se  quedará  estupefacto  al  oír  al  comerciante  quebra- 
do explicarse  como  un  portento  de  erudición  y  de  saber ;  es 
cierto  que  no  sabrá  tanto  de  política,  ni  de  administración, 
ni  de  hacienda,  que  no  poseerá  tantos  idiomas;  pero  ¿se 
trataba  por  ventura  de  nada  de  eso  cuando  se  ofrecía  dar 
buena  dirección  a  los  negocios?  No  ciertamente.  Cuan- 
do, pues,  se  pondera  el  mérito  del  uno,  y  se  manifiesta  ex- 
trañeza  porque  la  suerte  no  le  ha  sido  favorable,  se  pasa 
de  un  orden  a  otro  muy  diferente,  se  quiere  que  ciertos  efec- 
tos procedan  de  causas  con  las  que  nada  tienen  que  ver.  || 

Observad  atentamente  a  estos  dos  hombres  tan  desigua- 
les en  su  fortuna,  reflexionad  sobre  las  cualidades  de  ambos, 
ved  sobre  todo  si  podéis  hacer  la  experiencia  en  vista  de  un 
negocio  que  incumba  a  los  dos,  y  no  os  será  difícil  inferir 
que  así  la  prosperidad  del  uno  como  la  ruina  del  otro  nacen 
de  causas  sumamente  naturales. 

El  uno  habla,  escribe,  proyecta,  calcula,  da  mil  vueltas 
a  los  objetos,  todo  lo  prueba,  a  todo  contesta,  se  hace  car- 
go de  mil  ventajas,  inconvenientes,  esperanzas,  peligros;  en 
una  palabra,  agota  la  materia,  nada  deja  en  ella  ni  que  de- 
cir ni  que  pensar.  ¿Y  qué  hace  el  otro?  ¿Es  capaz  de  sostener 
la  disputa  con  su  adversario?  No.  ¿Deshace  todos  los  cálcu- 
los que  el  primero  acaba  de  amontonar?  No.  ¿Satisface  a  to- 
das las  dificultades  con  que  su  dictamen  se  ve  combatido  por 
el  contrincante?  No.  En  pro  de  su  opinión,  ¿aduce  tanta  co- 
pia de  razones  como  su  adversario?  No.  Para  lograr  el  obje- 
to, ¿presenta  proyectos  tan  varios  e  ingeniosos?  No.  ¿Qué 
hace,  pues,  el  malaventurado  ignorante,  combatido,  hostiga- 
do, acosado  por  su  temible  antagonista? 

— ¿Qué  me  contesta  usted  a  esto? — dice  el  hombre  de  los 
proyectos  y  del  saber. 

— Nada;  pero  ¿qué  sé  yo?... 

— Mas  ¿no  le  parecen  a  usted  concluyentes  mis  razones0 
— No  del  todo. 

— Veamos.  ¿Tiene  usted  algo  que  oponer  a  ese  cálculo?  Es 
cuestión  de  números ;  aquí  no  hay  más. 

— Ya  se  ve ;  lo  que  es  en  el  papel  sale  bien  :  la  dificultad 
que  yo  tengo  es  que  en  la  práctica  suceda  lo  mismo.  Cuenta 
usted  con  muchas  partidas  de  que  no  estoy  bien  seguro ;  es- 
toy tan  escarmentado...  || 

— Pero  ¿duda  usted  de  los  datos  que  se  nos  han  propor- 
cionado? ¿Qué  interés  habrá  habido  en  engañarnos?  Si  hay 
pérdida,  no  seremos  solos  nosotros,  y  participarán  de  ella  los 
que  nos  suministran  las  noticias.  Son  personas  entendidas, 
honradas,  versadas  en  negocios,  y  además  tienen  interés  en 
ello,  ¿qué  más  se  quiere?  ¿Qué  motivo  hay  de  duda? 

— Yo  no  dudo  de  nada ;  yo  creo  lo  que  usted  dice  de 
esos  señores;  pero,  ¿qué  quiere  usted?,  el  negocio  no  me 


L15.  267-268]  C.    22. — EL    ENTENDIMIENTO   PRÁCTICO  705 


gusta.  Además,  hay  tantas  eventualidades  que  usted  no  lleva 
en  cuenta... 

— Pero  ¿qué  eventualidades,  señor?  Si  nos  atenemos  a 
un  simple  puede  ser,  nada  llevaremos  adelante ;  todos  los 
negocios  tienen  sus  riesgos ;  pero  repito  que  aquí  no  alcan- 
zo a  ver  ninguno  con  visos  de  probabilidad.^ 

— Usted  lo  entiende  más  que  yo — dice  el  rudo  encogién- 
dose de  hombros ;  y  luego  meneando  cuerdamente  la  cabeza 
añade :  — No,  señor ;  repito  que  el  negocio  no  me  gusta  ;  yo, 
por  mi  parte,  no  entro  en  él;  usted  se  empeña  ea  que  ha 
de  ser  tan  provechosa  la  especulación ;  enhorabuena ;  allá 
veremos.  Yo  no  aventuro  mis  fondos. 

La  victoria  en  la  discusión  queda  sin  duda  por  el  pro- 
yectista;  pero  ¿quién  acierta?  La  experiencia  lo  dirá.  El 
rico,  al  parecer  tan  torpe,  tiene  la  mirada  menos  vivaz  que 
su  antagonista,  pero  en  cambio  ve  más  claro,  más  hondo,  de 
un  modo  más  seguro,  más  perspicaz,  más  certero.  No  puede, 
es  verdad,  oponer  datos  a  datos,  reflexiones  a  reflexiones, 
cálculos  a  cálculos ;  pero  el  discernimiento,  el  tacto  que  le 
caracteriza,  desenvueltos  por  la  observación  y  por  la  expe- 
riencia, le  están  diciendo  con  toda  certeza  que  muchos  datos 
son  imaginarios,  que  el  cálculo  es  inexacto,  que  no  se  llevan 
en  cuenta  muchas  ||  eventualidades  desgraciadas,  no  sólo  po- 
sibles, sino  muy  probables ;  su  ojeada  perspicaz  ha  descu- 
bierto indicios  de  mala  fe  en  algunos  que  intervienen  en  el 
negocio,  su  memoria  bien  provista  de  noticias  sobre  el  com- 
portamiento en  otros  asuntos  anteriores  le  guía  para  apreciar 
en  su  justo  valor  la  inteligencia  y  la  probidad  que  tanto  le 
ponderaba  el  proyectista. 

¿Qué  le  importa  el  no  ver  tanto,  si  ve  mejor,  con  más 
claridad,  distinción  y  exactitud?  ¿Qué  le  importa  el  carecer 
de  esa  facilidad  de  pensar  y  hablar,  muy  a  propósito  para 
lucirse,  pero  muy  estéril  en  buen  resultado,  como  incondu- 
cente para  el  objeto  de  que  se  trata? 


§  7. — Observaciones.  La  cavilación  y  el  buen  sentido 

La  vivacidad  no  es  la  penetración :  la  abundancia  de 
ideas  no  siempre  lleva  consigo  la  claridad  y  exactitud  del 
pensamiento ;  la  prontitud  del  juicio  suele  ser  sospechosa  de 
error ;  una  larga  serie  de  raciocinios  demasiado  ingeniosos 
suele  adolecer  de  sofismas,  que  rompen  el  hilo  de  la  ilación 
y  extravían  al  que  se  fía  en  ellos. 

No  siempre  es  fácil  tarea  el  señalar  a  punto  fijo  esos  de- 
fectos, mayormente  cuando  el  que  los  padece  es  un  hablador 
fecundo  y  brillante,  que  desenvuelve  sus  ideas  en  un  raudal 
de  hermosas  palabras.  La  razón  humana  es  de  suyo  tan  ca- 


45 


706 


EL  CRITERIO 


[15.  268-270] 


vilosa,  poseen  ciertos  hombres  cualidades  tan  a  propósito 
para  deslumhrar,  para  presentar  los  objetos  bajo  el  punto  de 
vista  que  les  conviene  o  los  preocupa,  que  no  es  raro  ver  a 
la  experiencia,  al  buen  juicio,  ||  al  tino,  no  poder  contestar  a 
una  nube  de  argumentos  especiosos  otra  cosa  que:  «Esto  no 
irá  bien;  estos  raciocinios  no  son  concluyentes ;  aquí  hay 
ilusión:  el  tiempo  lo  manifestará.» 

Y  es  que  hay  cosas  que  más  bien  se  sienten  que  no  se  co- 
nocen ;  las  hay  que  se  ven,  pero  no  se  prueban ;  porque  hav 
relaciones  delicadas,  hay  minuciosidades  casi  impercepti- 
bles, que  no  es  posible  demostrar  con  el  discurso  a  quien  no 
las  descubre  a  la  primera  ojeada;  hay  puntos  de  vista  su- 
mamente fugaces  que  en  vano  se  buscan  por  quien  no  ha 
sabido  colocarse  en  ellos  en  el  momento  oportuno. 

§  8. — Delicadeza  de  ciertos  fenómenos  intelectuales  en  sus 
relaciones  con  la  práctica 

En  el  ejercicio  de  la  inteligencia  y  demás  facultades  del 
hombre  hay  muchos  fenómenos  que  no  se  expresan  con  nin- 
guna palabra,  con  ninguna  frase,  con  ningún  discurso :  para 
comprender  al  que  los  experimenta  es  necesario  experimen- 
tarlos también,  y  a  veces  es  tan  perdido  el  tiempo  que  se 
emplea  para  darse  a  entender,  como  si  un  hombre  con  vista 
quisiese  a  fuerza  de  explicación  dar  idea  de  los  colores  a  un 
ciego  de  nacimiento. 

Esta  delicadeza  de  fenómenos  abunda  en  todos  los  actos 
de  nuestra  inteligencia ;  pero  se  nota  de  una  manera  par- 
ticular en  lo  que  tiene  relación  con  la  práctica.  Entonces  no 
puede  abandonarse  el  espíritu  a  vanas  abstracciones,  no 
puede  formarse  sistemas  fantásticos,  ||  puramente  conven- 
cionales ;  preciso  es  que  tome  las  cosas  no  como  él  las  ima- 
gina o  desea,  sino  como  son ;  de  lo  contrario,  cuando  haga  el 
tránsito  de  la  idea  a  los  objetos  se  encontrará  en  desacuerdo 
con  la  realidad  y  verá  desconcertados  todos  sus  planes. 

Añádase  a  esto  que  en  tratándose  de  la  práctica,  sobre 
todo  en  las  relaciones  de  unos  hombres  con  otros,  no  influye 
sólo  el  entendimiento,  sino  que  se  desenvuelven  simultánea- 
mente las  demás  facultades.  No  hay  tan  sólo  la  comunica- 
ción de  entendimiento  con  entendimiento,  sino  de  corazón 
con  corazón ;  a  más  de  la  influencia  recíproca  de  las  ideas 
hay  también  la  de  los  sentimientos. 

§  9. — Los  despropósitos 

El  que  está  más  ventajosamente  dotado  en  las  faculta- 
des del  alma,  si  se  encuentra  con  otros  que  o  carezcan  de 


[15,  270-272]  C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  707 


alguna  de  ellas  o  las  posean  en  grado  inferior,  se  halla  en  el 
mismo  caso  que  quien  tiene  completos  los  sentidos  con  res- 
pecto al  que  está  privado  de  alguno. 

Si  se  recuerdan  estas  observaciones  se  ahorrarán  mucho 
tiempo  y  trabajo  y  aun  disgustos  en  el  trato  de  los  hombres. 
Risa  causa  a  veces  el  observar  cómo  forcejean  inútilmente 
ciertas  personas  por  apartar  a  otras  de  un  juicio  errado  o 
hacerles  comprender  alguna  verdad.  Oyese  quizás  en  la  con- 
versación un  solemne  desatino  dicho  con  la  mayor  serenidad 
y  buena  fe  del  mundo.  Está  presente  una  persona  de  buen 
sentido,  y  se  escandaliza,  y  replica,  y  aguza  su  discurso,  y 
esfuerza  mil  argumentos  para  que  el  desatinado  comprenda 
su  sinrazón,  ||  y  éste;  a  pesar  de  todo,  no  se  convence,  y  per- 
manece tan  satisfecho,  tan  contento ;  las  reflexiones  de  su 
adversario  no  hacen  mella  en  su  ánimo  impasible.  Y  esto, 
¿por  qué?  ¿Le  faltan  noticias?  No.  Lo  que  le  falta  en  aquel 
punto  es  sentido  común.  Su  disposición  natural  o  sus  hábi- 
tos le  han  formado  así,  y  el  que  se  empeña  en  convencerle 
debiera  reflexionar  que  quien  ha  sido  capaz  de  verter  un 
desatino  tan  completo  no  es  capaz  de  comprender  la  fuerza 
de  la  impugnación. 

§  10. — Entendimientos  torcidos 

Hay  ciertos  entendimientos  que  parecen  naturalmente 
defectuosos,  pues  tienen  la  desgracia  de  verlo  todo  bajo  un 
punto  de  vista  falso  o  inexacto  o  extravagante.  En  tal  caso 
no  hay  locura  ni  monomanía ;  la  razón  no  puede  decirse 
trastornada,  y  el  buen  sentido  no  considera  a  dichos  hom- 
bres como  faltos  de  juicio.  Suelen  distinguirse  por  una  in- 
sufrible locuacidad,  efecto  de  la  rapidez  de  percepción  y  de 
la  facilidad  de  hilvanar  raciocinios.  Apenas  juzgan  de  nada 
con  acierto,  y  si  alguna  vez  entran  en  el  buen  camino,  bien 
pronto  se  apartan  de  él  arrastrados  por  sus  propios  discursos. 
Sucede  con  frecuencia  ver  en  sus  razonamientos  una  hermo- 
sa perspectiva  que  ellos  toman  por  un  verdadero  y  sólido 
edificio ;  el  secreto  está  en  que  han  dado  por  incontestable 
un  hecho  incierto,  o  dudoso,  o  inexacto,  o  enteramente  fal- 
so ;  o  han  asentado  como  principio  de  eterna  verdad  una 
proposición  gratuita,  o  tomado  por  realidad  una  hipótesis,  y 
así  han  levantado  un  castillo  que  no  tiene  otro  |j  defecto 
que  estar  en  el  aire.  Impetuosos,  precipitados,  no  haciendo 
caso  de  las  reflexiones  de  cuantos  los  oyen,  sin  más  guía  que 
su  torcida  razón,  llevados  por  su  prurito  de  discurrir  y  ha- 
blar, arrastrados,  por  decirlo  así,  en  la  turbia  corriente  de 
sus  propias  ideas  y  palabras,  se  olvidan  completamente  del 
punto  de  partida,  no  advirtiendo  que  todo  cuanto  edifican 
es  puramente  fantástico,  por  carecer  de  cimiento. 


708 


EL  CRITERIO 


[15,  272-273] 


§  11- — Inhabilidad  de  dichos  hombres  para  los  negocios 

No  hay  peores  hombres  para  los  negocios ;  desgraciado 
el  asunto  en  que  ellos  ponen  la  mano,  y  desgraciados  mu- 
chas veces  ellos  mismos  si  en  sus  cosas  se  hallan  abandona- 
dos a  su  propia  y  exclusiva  dirección.  Las  principales  dotes 
de  un  buen  entendimiento  práctico  son  la  madurez  del  jui- 
cio, el  buen  sentido,  el  tacto,  y  estas  cualidades  les  faltan  a 
ellos.  Cuando  se  trata  de  llegar  a  la  realidad  es  preciso  no 
fijarse  sólo  en  las  ideas,  sino  pensar  en  los  objetos,  y  esos 
hombres  se  olvidan  casi  siempre  de  los  objetos  y  sólo  se 
ocupan  de  sus  ideas.  En  la  práctica  es  necesario  pensar,  no 
en  lo  que  las  cosas  debieran  o  pudieran  ser,  sino  en  lo  que 
son,  y  ellos  suelen  pararse  menos  en  lo  que  son  que  en  lo 
que  pudieran  o  debieran  ser. 

Cuando  un  hombre  de  entendimiento  claro  y  de  juicio 
recto  se  encuentra  tratando  un  asunto  con  uno  que  adolezca 
de  los  defectos  que  acabo  de  describir,  se  halla  en  la  mayor 
perplejidad.  Lo  que  aquél  ve  claro,  éste  lo  ||  encuentra  obs- 
curo ;  lo  que  el  primero  consideraba  fuera  de  duda,  el  se- 
gundo lo  mira  como  muy  disputable.  El  juicioso  plantea  la 
cuestión  de  un  modo  que  le  parece  muy  natural  y  sencillo, 
el  caviloso  la  mira  de  una  manera  diferente ;  diríase  que 
son  dos  hombres  de  los  cuales  el  uno  padece  una  especie  de 
estrabismo  intelectual  que  desconcierta  y  confunde  al  que 
ve  y  mira  bien. 

§  12. — Este  defecto  intelectual  suele  nacer 
de  una  causa  moral 

Reflexionando  sobre  la  causa  de  semejantes  aberraciones, 
no  es  difícil  advertir  que  el  origen  está  más  bien  en  el  co- 
razón que  en  la  cabeza.  Estos  hombres  suelen  ser  extrema- 
damente vanos ;  un  amor  propio  mal  entendido  les  inspira 
el  deseo  de  singularizarse  en  todo,  y  al  fin  llegan  a  contraer 
un  hábito  de  apartarse  de  lo  que  piensan  y  dicen  los  demás, 
esto  es,  de  ponerse  en  contradicción  con  el  sentido  común. 

La  prueba  de  que  entregados  con  naturalidad  a  su  propio 
entendimiento  no  verían  tan  erradamente  los  objetos,  y  de 
que  el  caer  en  ridiculas  aberraciones  procede  más  bien  de 
un  deseo  de  singularizarse  convertido  en  hábito,  está  en  que 
suelen  distinguirse  por  un  espíritu  de  constante  oposición. 
Si  el  defecto  estuviese  en  la  cabeza,  no  habría  ninguna  ra- 
zón para  que  en  casi  todas  las  cuestiones  ellos  sostuvieran  el 
no  cuando  los  demás  sostienen  el  sí.  y  ellos  estuviesen  por 
el  sí  cuando  los  otros  están  por  el  no.  siendo  de  notar  que  a 


[15.  273-275] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


709 


veces  hay  un  medio  seguro  para  llevarlos  a  la  verdad,  y  es 
el  sostener  el  error.  || 

Convengo  en  que  a  menudo  ellos  no  advierten  lo  mismo 
que  hacen,  que  no  tienen  una  conciencia  bien  clara  de  esa 
inspiración  de  la  vanidad  que  los  dirige  y  sojuzga ;  pero  la 
funesta  inspiración  no  deja  de  existir,  ni  deja  de  ser  reme- 
diable si  hay  quien  se  lo  avise,  mayormente  si  la  edad,  la 
posición  social  y  las  lisonjas  no  han  llevado  el  mal  hasta  el 
último  extremo.  Y  no  es  raro  que  se  presenten  ocasiones  fa- 
vorables para  amonestar  con  algún  fruto,  porque  esos  hom- 
bres con  su  imprudencia  suelen  atraer  sobre  sí  amargos  dis- 
gustos, cuando  no  desgracias,  y  entonces,  abatidos  por  la  ad- 
versidad y  enseñados  por  experiencia  dolorosa,  suelen  tener 
lúcidos  intervalos,  de  que  puede  aprovecharse  un  amigo  sin- 
cero para  hacerles  oír  los  consejos  de  una  razón  juiciosa. 

Por  lo  demás,  cuando  una  realidad  cruel  no  ha  venido 
todavía  a  desengañarlos,  cuando  en  sus  accesos  de  sinrazón 
se  entregan  sin  medida  a  la  vanidad  de  sus  proyectos,  no 
suele  haber  otro  medio  para  resistirles  que  callar,  y  con  los 
brazos  cruzados,  y  meneando  la  cabeza,  sufrir  con  estoica 
impasibilidad  la  impetuosa  avenida  de  sus  proposiciones 
aventuradas,  de  sus  raciocinios  incoherentes,  de  sus  planes 
descabellados. 

Y  por  cierto  que  esa  impasibilidad  no  deja  de  producir 
de  vez  en  cuando  saludables  efectos,  porque  el  deseo  de*  dis- 
putar cesa  cuando  no  hay  quien  replique ;  no  cabe  oposición 
cuando  nadie  sostiene  nada ;  no  hay  defensa  cuando  nadie 
ataca.  Así  no  es  raro  ver  a  esos  hombres  volver  en  sí  a  poco 
rato  de  abrumar  con  su  locuacidad  a  quien  no  les  contesta, 
y,  amonestados  por  la  elocuencia  del  silencio,  excusarse  de 
su  molesta  petulancia.  Son  almas  inquietas  y  ardientes  que 
viven  de  contradecir  ||  y  que  a  su  vez  necesitan  contradic- 
ción :  cuando  no  la  hay,  cesa  la  pugna,  y  si  se  empeñan  en 
comprenderla,  bien  pronto  se  fastidian  cuando  notan  que, 
lejos  de  habérselas  con  un  enemigo  resuelto  a  pelear,  se  ce- 
ban en  quien  se  ha  entregado  como  víctima  en  las  aras  de 
una  verbosidad  importuna. 

§  13. — La  humildad  cristiana  en  sus  relaciones 
con  los  negocios  mundanos 

La  humildad  cristiana,  esa  virtud  que  nos  hace  conocer 
el  límite  de  nuestras  fuerzas,  que  nos  revela  nuestros  pro- 
pios defectos,  que  no  nos  permite  exagerar  nuestro  mérito 
ni  ensalzarnos  sobre  los  demás,  que  no  nos  consiente  des- 
preciar a  nadie,  que  nos  inclina  a  aprovecharnos  del  consejo 
y  ejemplo  de  todos,  aun  de  los  inferiores,  que  nos  hace  mi- 


710 


EL  CRITERIO 


[15,  275-277] 


rar  como  frivolidades  indignas  de  un  espíritu  serio  el  andar 
en  busca  de  aplausos,  el  saborearse  en  el  humo  de  la  lison- 
ja, que  no  nos  deja  creer  jamás  que  hemos  llegado  a  la  cum- 
bre de  la  perfección  en  ningún  sentido,  ni  cegarnos  hasta 
el  punto  de  no  ver  lo  mucho  que  nos  queda  por  adelantar 
y  la  ventaja  que  nos  llevan  otros;  esa  virtud,  que  bien  en- 
tendida es  la  verdad,  pero  la  verdad  aplicada  al  conocimien- 
to de  lo  que  somos,  de  nuestras  relaciones  con  Dios  y  con  los 
hombres,  la  verdad  guiando  nuestra  conducta  para  que  no 
nos  extravíen  las  exageraciones  del  amor  propio ;  esa  vir- 
tud, repito,  es  de  suma  utilidad  en  todo  cuanto  concierne  a 
la  práctica,  aun  en  las  cosas  puramente  mundanas.  || 

Sí,  la  humildad  cristiana,  en  cambio  de  algunos  sacrifi- 
cios, produce  grandes  ventajas,  hasta  en  los  asuntos  más 
distantes  de  la  devoción.  El  soberbio  compra  muy  cara  su 
satisfacción  propia,  y  no  advierte  que  la  víctima  que  inmola 
a-  ese  ídolo  que  ha  levantado  en  su  corazón  son  a  veces  sus 
intereses  más  caros,  es  la  misma  gloria  en  pos  de  la  cual  tan 
desalado  corre. 


§  14. — Daños  acarreados  por  la  vanidad  y  la  soberbia 

¡Cuántas  reputaciones  se  ajan,  cuando  no  se  destruyen, 
por  la  miserable  vanidad!  ¡Cómo  se  disipa  la  ilusión  que 
inspirara  un  gran  nombre,  si  al  acercársele  os  encontráis  con 
una  persona  que  sólo  habla  de  sí  misma!  ¡Cuántos  hombres, 
por  otra  parte  recomendabilísimos,  se  deslustran,  y  hasta  se 
hacen  objeto  de  burla,  por  un  tono  de  superioridad,  que 
choca  e  irrita  o  atrae  los  envenenados  dardos  de  la  sátira! 
¡Cuántos  se  empeñan  en  negocios  funestos,  dan  pasos  desas- 
trosos, se  desacreditan  o  se  pierden,  sólo  por  haberse  entre- 
gado a  su  propio  pensamiento  de  una  manera  exclusiva,  sin 
dar  ninguna  importancia  a  los  consejos,  a  las  reflexiones  o 
indicaciones  de  los  que  veían  más  claro,  pero  que  tenían  la 
desgracia  de  ser  mirados  de  arriba  abajo,  a  una  distancia 
inmensa,  por  ese  dios  mentido  que,  habitando  allá  en  el  fan- 
tástico empíreo  fabricado  por  su  vanidad,  no  se  dignaba  des- 
cender a  la  ínfima  región  donde  mora  el  vulgo  de  los  mo- 
destos mortales! 

¿Y  para  qué  necesitaba  él  de  consultar  a  nadie?  La  ele- 
vación de  su  entendimiento,  la  seguridad  y  acierto  de  ¡\ 
su  juicio,  la  fuerza  de  su  penetración,  el  alcance  de  su  pre- 
visión, la  sagacidad  de  sus  combinaciones,  ¿no  son  ya  cosas 
proverbiales?  El  buen  resultado  de  todos  los  negocios  en 
que  ha  intervenido,  ¿a  quién  se  debe  sino  a  él?  Si  se  han 
superado  en  gravísimas  dificultades,  ¿quién  las  ha  superado 
sino  él?  Si  todo  no  lo  han  echado  a  perder  sus  compañeros, 


[15.  277-278]  C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  práctico  711 


¿quién  lo  ha  evitado  sino  él?  ¿Qué  pensamiento  se  ha  con- 
cebido de  alguna  importancia  que  no  le  haya  concebido  él? 
¿Qué  ocurrencia  habrán  tenido  los  otros  que  con  mucha 
anticipación  no  la  hubiese  tenido  él?  ¿De  qué  hubiera  ser- 
vido cuanto  hayan  excogitado  los  demás  si  no  lo  hubiese 
rectificado,  enmendado,  ilustrado,  agrandado,  dirigido  él? 

Contempladle ;  su  frente  altiva  parece  amenazar  al  cie- 
lo ;  su  mirada  imperiosa  exige  sumisión  y  acatamiento ;  en 
sus  labios  asoma  el  desdén  hacia  cuanto  le  rodea ;  en  toda 
su  fisonomía  veréis  que  rebosa  la  complacencia  en  sí  pro- 
pio ;  la  afectación  de  sus  gestos  y  modales  os  presenta  un 
hombre  lleno  de  sí  mismo,  que  procede  con  excesiva  com- 
postura, como  si  temiese  derramarse.  Toma  la  palabra,  re- 
signaos a  callar.  ¿Replicáis?  No  escucha  vuestras  réplicas  y 
sigue  su  camino.  ¿Insistís  otra  vez?  El  mismo  desdén,  acom- 
pañado de  una  mirada  que  exige  atención  e  impone  silencio. 
Está  fatigado  de  hablar,  y  descansa;  entre  tanto  aprovecháis 
la  ocasión  de  exponer  lo  que  intentabais  hace  largo  rato. 
¡Vanos  esfuerzos!  El  semidiós  no  se  digna  prestaros  aten- 
ción, os  interrumpe  cuando  se  le  antoja,  dirigiendo  a  otros 
la  palabra,  si  es  que  no  estaba  absorto  en  sus  profundas  me- 
ditaciones, arqueando  las  cejas  y  preparándose  a  desplegar 
nuevamente  sus  labios  con  la  majestuosa  solemnidad  de  un 
oráculo.  || 

¿Cómo  podía  menos  de  cometer  grandes  yerros  un  hom- 
bre tan  fatuo?  Y  de  esa  clase  hay  muchos,  por  más  que  no 
siempre  llegue  la  fatuidad  a  una  exageración  tan  repugnan- 
te. Desgraciado  el  que  desde  sus  primeros  años  no  se  acos- 
tumbra a  rechazar  la  lisonja,  a  dar  a  los  elogios  que  se  le 
tributan  el  debido  valor ;  que  no  se  concentra  repetidas  ve- 
ces para  preguntarse  si  el  orgullo  le  ciega,  si  la  vanidad  le 
hace  ridículo,  si  la  excesiva  confianza  en  su  propio  dictamen 
le  extravía  y  le  pierde.  En  llegando  a  la  edad  de  los  nego- 
cios, cuando  ocupa  ya  en  la  sociedad  una  posición  indepen- 
diente, cuando  ha  adquirido  cierta  reputación  merecida  o 
inmerecida,  cuando  se  ve  rodeado  de  consideración,  cuando 
ya  tiene  inferiores,  las  lisonjas  se  multiplican  y  agrandan, 
los  amigos  son  menos  francos  y  menos  sinceros,  y  el  hombre, 
abandonado  a  la  vanidad  que  dejó  desarrollarse  en  su  cora- 
zón, sigue  cada  día  con  más  ceguedad  el  peligroso  sendero, 
hundiéndose  más  y  más  en  ese  ensimismamiento,  en  ese 
goce  de  sí  mismo,  en  que  el  amor  propio  se  exagera  hasta  un 
punto  lamentable,  degenerando,  por  decirlo  así,  en  egolatría. 

§  15.— El  orgullo 

La  exageración  del  amor  propio,  la  soberbia,  no  siempre 
se  presenta  con  un  mismo  carácter.  En  los  hombres  de  tem- 


712 


EJ.  CRITERIO 


[15,  278-2801 


pie  fuerte  y  de  entendimiento  sagaz  es  orgullo ;  en  los  flojos 
y  poco  avisados  es  vanidad.  Ambos  tienen  un  mismo  objeto, 
pero  emplean  medios  diferentes.  El  orgulloso  sin  vanidad 
tiene  la  hipocresía  de  la  virtud ;  ||  el  vanidoso  tiene  la  fran- 
queza de  su  debilidad.  Lisonjead  al  orgulloso,  y  rechazará  la 
lisonja,  temeroso  de  dañar  a  su  reputación  haciéndose  ri- 
dículo ;  de  él  se  ha  dicho  con  mucha  verdad  que  es  dema- 
siado orgulloso  para  ser  vano.  En  el  fondo  de  su  corazón 
siente  viva  complacencia  en  la  alabanza ;  pero  sabe  muy 
bien  que  éste  es  un  incienso  honroso  mientras  el  ídolo  no 
manifiesta  deleitarse  en  el  perfume ;  por  esto  no  os  pondrá 
jamás  el  incensario  en  la  mano  ni  consentirá  que  le  hagáis 
ondular  demasiado  cerca.  Es  un  dios  a  quien  agrada  un  tem- 
plo magnífico  y  un  culto  esplendoroso,  pero  manteniéndose 
el  ídolo  escondido  en  la  misteriosa  obscuridad  del  santuario. 

Esto  probablemente  es  más  culpable  a  los  ojos  de  Dios, 
pero  no  atrae  con  tanta  frecuencia  el  ridículo  de  los  hom- 
bres. Con  tanta  frecuencia  digo,  porque  difícilmente  se  al- 
berga en  un  corazón  el  orgullo  sin  que,  a  pesar  de  todas  las 
precauciones,  degenere  en  vanidad.  Aquella  violencia  no 
puede  ser  duradera ;  la  ficción  no  es  para  continuada  por 
mucho  tiempo.  Saborearse  en  la  alabanza  y  mostrar  desdén 
hacia  ella ;  proponerse  por  objeto  principal  el  placer  de  la 
gloria  y  aparentar  que  no  se  piensa  en  ella,  es  demasiado 
fingir  para  que  al  través  de  los  más  tupidos  velos  no  se  des- 
cubra la  verdad.  El  orgulloso  a  quien  he  descrito  más  arriba 
no  podía  llamarse  propiamente  vano,  y,  no  obstante,  su  con- 
ducta inspiraba  algo  peor  que  la  vanidad  misma ;  sobre  la 
indignación  provocaba  también  la  burla.  || 


§  16. — La  vanidad 

El  simplemente  vano  no  irrita,  excita  compasión,  presta 
pábulo  a  la  sátira.  El  infeliz  no  desprecia  a  los  demás  hom- 
bres, los  respeta,  quizás  los  admira  y  teme.  Pero  padece 
una  verdadera  sed  de  alabanza,  y  no  como  quiera,  sino  que 
necesita  oírla  él  mismo,  asegurarse  de  que  en  efecto  se  le 
alaba,  complacerse  en  ella  con  delectación  morosa  y  corres- 
ponder a  las  buenas  almas  que  le  favorecen,  expresando 
con  una  inocente  sonrisita  su  íntimo  goce,  su  dicha,  su  gra- 
titud. 

¿Ha  hecho  alguna  cosa  buena?  ¡Ah!,  habladle  de  ella, 
por  piedad;  no  le  hagá;s  padecer.  ¿No  veis  que  se  muere 
por  dirigir  la  conversación  hacia  sus  glorias?  ¡Cruel!,  que 
os  desentendéis  de  sus  indicaciones, .  que  con  vuestra  dis- 
tracción, con  vuestra  dureza,  le  obligaréis  a  aclararlas  más 
y  más  hasta  convertirlas  en  súplicas. 


f  15.  280-282]  C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  713 


En  efecto:  ¿ha  gustado  lo  que  él  ha  dicho  o  escrito  o 
hecho?  ¿Qué  felicidad!  Y  es  necesario  que  se  advierta  que 
fué  sin  preparación,  que  todo  se  debió  a  la  fecundidad  de 
su  vena,  a  una  de  sus  felices  ocurrencias.  ¿No  habéis  nota- 
do cuántas  bellezas,  cuántos  golpes  afortunados?  Por  pie- 
dad, no  apartéis  la  vista  de  tantas  maravillas,  no  introduz- 
cáis en  la  conversación  especies  inconducentes,  dejadle  go- 
zar de  su  beatitud. 

Nada  de  la  altivez  satánica  del  orgulloso,  nada  de  hipo- 
cresía;  un  inexplicable  candor  se  retrata  en  su  semblante; 
su  fisonomía  se  dilata  agradablemente ;  su  mirada  es  afa- 
ble, es  dulce ;  sus  modales,  atentos ;  su  conducta,  ||  compla- 
ciente ;  el  desgraciado  está  en  actitud  de  suplicante,  teme 
que  una  imprudencia  no  le  arrebate  su  dicha  suprema.  No 
es  duro,  no  es  insultante,  no  es  ni  siquiera  exclusivo,  no  se 
opone  a  que  otros  sean  alabados ;  sólo  quiere  participar. 

¡Con  qué  ingenua  complacencia  refiere  sus  trabajos  y 
aventuras!  En  pudiendo  hablar  de  sí  mismo,  su  palabra  es 
inextinguible.  A  sus  alucinados  ojos  su  vida  es  poco  menos 
que  una  epopeya.  Los  hechos  más  insignificantes  se  convier- 
ten en  episodios  de  sumo  interés ;  las  vulgaridades,  en  gol- 
pes de  ingenio ;  los  desenlaces  más  naturales,  e:i  resultado 
de  combinaciones  estupendas.  Todo  converge  hacia  él :  la 
misma  historia  de  su  país  no  es  más  que  un  gran  drama 
cuyo  héroe  es  él ;  todo  es  insípido  si  no  lleva  su  nombre. 

§  17. — La  influencia  de!  orgullo  es  peor  para  los  negocios 
que  la  de  la  vanidad 

Este  defecto,  aunque  más  ridículo  que  el  orgullo,  no  tie- 
ne, sin  embargo,  tantos  inconvenientes  para  la  práctica. 
Como  es  una  complacencia  en  la  alabanza  más  bien  que  un 
sentimiento  fuerte  de  superioridad,  no  ejerce  sobre  el  en- 
tendimiento un  influjo  tan  maléfico.  Estos  hombres  son  por 
lo  común  de  un  carácter  flojo,  como  lo  manifiesta  la  misma 
debilidad  con  que  se  dejan  arrastrar  por  su  inclinación.  Así 
es  que  no  suelen  desechar  como  los  orgullosos  el  consejo 
ajeno,  y  aun  muchas  veces  se  adelantan  a  pedirle.  No  ton 
tan  altivos  que  no  quieran  recibir  nada  de  nadie,  y  además 
se  reservan  el  derecho  ||  de  explotar  después  el  negocio 
para  formar  su  pomito  de  olor  de  vanagloria  en  que  se 
puedan  deleitar.  ¿Es  poco  por  ventura,  si  el  asunto  sale 
bien,  el  gusto  de  referir  todo  lo  que  pensó  el  que  le  condu- 
jo, y  la  sagacidad  con  que  conoció  las  dificultades,  y  el  tino 
con  que  procedió  para  vencerlas,  y  la  prudencia  con  que 
tomó  consejo  de  personas  entendidas,  y  lo  mucho  que  el 
aconsejado  ilustró  el  juicio  del  consejero?  No  deja  de  haber 


714 


EL  CRITERIO 


[15,  282-283] 


en  esto  una  mina  abundante,  que  a  su  debido  tiempo  será 
explotada  cual  conviene. 


§  18. — Cotejo  entre  el  orgullo  y  la  vanidad 

El  orgullo  tiene  más  malicia,  la  vanidad  más  flaqueza ;  el 
orgullo  irrita,  la  vanidad  inspira  compasión;  el  orgullo  con- 
centra, la  vanidad  disipa;  el  orgullo  sugiere  quizás  grandes 
crímenes,  la  vanidad  ridiculas  miserias ;  el  orgullo  está 
acompañado  de  un  fuerte  sentimiento  de  superioridad  e  in- 
dependencia, la  vanidad  se  aviene  con  la  desconfianza  de  sí 
mismo,  hasta  con  la  humillación ;  el  orgullo  tiene  los  resor- 
tes del  alma,  la  vanidad  los  afloja;  el  orgullo  es  violento,  la 
vanidad  es  blanda ;  el  orgullo  quiere  la  gloria,  pero  con 
cierta  dignidad,  con  cierto  predominio,  con  altivez,  sin  de- 
gradarse ;  la  vanidad  la  quiere  también,  pero  con  lánguida 
pasión,  con  abandono,  con  molicie,  podría  llamarse  la  afe- 
minación del  orgullo.  Así  la  vanidad  es  más  propia  de  las 
mujeres,  el  orgullo  de  los  hombres,  y  por  la  misma  razón 
la  infancia  tiene  más  vanidad  que  orgullo,  y  éste  no  suele 
desarrollarse  sino  en  la  edad  adulta.  || 

Si  bien  es  verdad  que  en  teoría  estos  dos  vicios  se  dis- 
tinguen por  las  cualidades  expresadas,  no  siempre  se  en- 
cuentran en  la  práctica  con  señales  tan  características.  Lo 
más  común  es  hallarse  mezclados  en  el  corazón  humano,  te- 
niendo cada  cual  no  sólo  sus  épocas,  sino  sus  días,  sus  horas, 
sus  momentos.  No  hay  una  línea  divisoria  que  separe  per- 
fectamente los  dos  colores ;  hay  una  gradación  de  matices, 
hay  irregularidad  en  los  rasgos,  hay  ondas,  aguas,  que  sólo 
descubre  quien  está  acostumbrado  a  desenvolver  y  contem- 
plar los  complicados  y  delicados  pliegues  del  humano  cora- 
zón. Y  aun  si  bien  se  mira,  el  orgullo  y  la  vanidad  son  una 
misma  cosa  en  distintas  formas,  es  un  mismo  fondo  que 
ofrece  diversos  cambiantes  según  el  modo  con  que  le  da 
la  luz.  Este  fondo  es  la  exageración  del  amor  propio,  el 
culto  de  sí  mismo.  El  ídolo  está  cubierto  con  tupido  velo  o 
se  presenta  a  los  adoradores  con  faz  atractiva  y  risueña ; 
mas  por  esto  no  varía,  es  el  hombre  que  se  ha  levantado  a 
sí  propio  un  altar  en  su  corazón,  y  se  tributa  incienso,  y  de- 
sea que  se  lo  tributen  los  demás. 


§  19. — Cuán  general  es  dicha  pasión 

Puede  asegurarse,  sin  temor  de  errar,  que  ésta  es  la  pa- 
sión más  general,  la  que  admite  menos  excepciones,  qui- 
zás ninguna,  aparte  de  las  almas  privilegiadas  sumergidas 


[15,  283-285] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


715 


en  la  purísima  llama  de  un  amor  celeste.  La  soberbia  cie- 
ga al  ignorante  como  al  sabio,  al  pobre  como  al  rico,  al  dé- 
bil como  al  poderoso,  al  desventurado  como  al  feliz,  a  la 
infancia  como  a  la  vejez ;  domina  al  ||  libertino,  no  perdo- 
na al  austero,  campea  en  el  gran  mundo  y  penetra  en  el* 
retiro  de  los  claustros ;  rebosa  en  el  semblante  de  la  altiva 
señora,  que  reina  en  los  salones  por  la  nobleza  de  su  linaje, 
por  sus  talentos  y  hermosura,  pero  se  trasluce  también  en 
la  tímida  palabra  de  la  humilde  religiosa,  que,  salida  de  fa- 
milia obscura,  se  ha  encerrado  en  el  monasterio,  desconoci- 
da de  los  hombres,  sin  más  porvenir  en  la  tierra  que  una 
sepultura  ignorada. 

Encuéntranse  personas  exentas  de  liviandad,  de  codicia, 
de  envidia,  de  odio,  de  espíritu  de  venganza ;  pero  libre  de 
esa  exageración  del  amor  propio,  que,  según  es  su  forma, 
se  llama  orgullo  o  vanidad,  no  se  halla  casi  nadie,  bien  po- 
dría decirse  que  nadie.  El  sabio  se  complace  en  la  narra- 
ción de  los  prodigios  de  su  saber,  el  ignorante  se  saborea 
en  sus  necedades ;  el  valiente  cuenta  sus  hazañas,  el  galán 
sus  aventuras ;  el  avariento  ensalza  sus  talentos  económi- 
cos, el  pródigo  su  generosidad ;  el  ligero  pondera  su  viveza, 
el  tardío  su  aplomo ;  el  libertino  se  envanece  por  sus  des- 
órdenes y  el  austero  se  deleita  en  que  su  semblante  mues- 
tre a  los  hombres  la  mortificación  y  el  ayuno. 

Este  es,  sin  duda,  el  defecto  más  general ;  ésta  es  la  pa- 
sión más  insaciable  cuando  se  le  da  rienda  suelta ;  la  más 
insidiosa,  más  sagaz  para  sobreponerse  cuando  se  la  intenta 
sujetar.  Si  se  la  domina  un  tanto  a  fuerza  de  elevación  de 
ideas,  de  seriedad  de  espíritu  y  firmeza  de  carácter,  bien 
pronto  trabaja  por  explotar  esas  nobles  cualidades,  dirigien- 
do el  ánimo  hacia  la  contemplación  de  ellas ;  y  si  se  la  re- 
siste con  el  arma  verdaderamente  poderosa  y  única  eficaz, 
que  es  la  humildad  cristiana,  a  esta  misma  procura  enva- 
necerla, poniéndola  asechanzas  ||  para  hacerla  perecer.  Es 
un  reptil  que,  si  le  arrojamos  de  nuestro  pecho,  se  arrastra 
y  enrosca  a  nuestros  pies,  y  cuando  pisamos  un  extremo  de 
su  flexible  cuerpo  se  vuelve  y  nos  hiere  con  emponzoñada 
picadura. 

§  20.— Necesidad  de  una  lucha  continua 

Siendo  ésta  una  de  las  miserias  de  la  flaca  humanidad, 
preciso  es  resignarse  a  luchar  con  ella  toda  la  vida ;  pero  es 
necesario  tener  siempre  fija  la  vista  sobre  el  mal,  limitarle 
al  menor  círculo  posible,  y  ya  que  no  sea  dado  a  nuestra  de- 
bilidad el  remediarlo  del  todo,  al  menos  no  dejarle  que 
progrese,  evitar  que  cause  los  estragos  que  acostumbra.  El 
hombre  que  en  este  punto  sabe  dominarse  a  sí  mismo  tiene 


716 


EL  CRITERIO 


[15,  285-287] 


mucho  adelantado  para  conducirse  bien ;  posee  una  cua- 
lidad rara  que  luego  producirá  sus  buenos  resultados,  per- 
feccionando y  madurando  el  juicio,  haciendo  adelantar  en 
el  conocimiento  de  las  cosas  y  de  los  hombres  y  adquirien- 
*do  esa  misma  alabanza  que  tanto  más  se  merece  cuanto  me- 
nos se  busca. 

Removido  el  óbice  es  más  fácil  entrar  en  el  buen  cami- 
no, y  libre  la  vista  de  esa  niebla  que  la  ofusca  no  es  tan 
peligroso  extraviarse. 

§  21. — No  es  sólo  la  soberbia  lo  que  nos  induce  a  error 
al  proponernos  un  fin 

Para  proponerse  acertadamente  un  fin  es  necesario  com- 
prender perfectamente  la  posición  del  que  le  ha  de  |]  alcan- 
zar. Y  aquí  repetiré  lo  que  llevo  indicado  más  arriba,  y  es 
que  son  muchos  los  hombres  que  marchan  a  la  aventura,  ya 
sea  no  fijándose  en  un  fin  bien  determinado,  ya  no  calculan- 
do la  relación  que  éste  tiene  con  los  medios  de  que  se  pue- 
de disponer.  En  la  vida  privada  como  en  la  pública  es  tarea 
harto  difícil  el  comprender  bien  la  posición  propia ;  el  hom- 
bre se  forma  mil  ilusiones,  que  le  hacen  equivocar  sobre  el 
alcance  de  sus  fuerzas  y  la  oportunidad  de  desplegarlas. 
Sucede  con  mucha  frecuencia  que  la  vanidad  las  exagera, 
pero  como  el  corazón  humano  es  un  abismo  de  contradiccio- 
nes, tampoco  es  raro  el  ver  que  la  pusilanimidad  las  dismi- 
nuye más  de  lo  justo.  Los  hombres  levantan  con  demasiada 
facilidad  encumbradas  torres  de  Babel,  con  la  insensata  es- 
peranza de  que  la  cima  podrá  tocar  al  cielo ;  pero  también 
les  acontece  desistir,  pusilánimes,  hasta  de  la  construcción 
de  una  modesta  vivienda.  Verdaderos  niños  que  ora  creen 
poder  tocar  al  cielo  con  la  mano  en  subiendo  a  una  colina, 
ora  toman  por  estrellas  que  brillan  a  inmensa  distancia,  en 
lo  más  elevado  del  firmamento,  bajas  y  pasajeras  exhalacio- 
nes de  la  atmósfera  sublunar.  Quizás  se  atreven  a  más  de 
lo  que  pueden,  pero  a  veces  no  pueden  porque  no  se  atreven. 

¿Cuál  será  en  estos  casos  el  verdadero  criterio?  Pregunta 
a  que  es  difícil  contestar  y  sobre  la  cual  sólo  caben  refle- 
xiones muy  vagas.  El  primer  obstáculo  que  se  encuentra  es 
que  el  hombre  se  conoce  poco  a  sí  mismo,  y  entonces,  ¿cómo 
sabrá  lo  que  puede  y  lo  que  no  puede?  Se  dirá  que  con  la 
experiencia ;  es  cierto ;  pero  el  mal  está  en  que  esa  expe- 
riencia es  larga  y  que  a  veces  da  su  fruto  cuando  la  vida 
toca  a  su  término. 

No  digo  que  ese  criterio  sea  imposible,  muy  al  contra- 
rio, ||  en  varias  partes  de  esta  misma  obra  indico  los  me- 
dios para  adquirirle.  Señalo  la  dificultad,  pero  no  afirmo  la 


[15,  287-288] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


717 


imposibilidad:  la  dificultad  debe  inspirarnos  diligencia,  mas 
no  producirnos  abatimiento. 

§  22- — Desarrollo  de  fuerzas  latentes 

Hay  en  el  espíritu  humano  muchas  fuerzas  que  perma- 
necen en  estado  de  latentes  hasta  que  la  ocasión  las  des- 
pierta y  aviva ;  el  que  las  posee  no  lo  sospecha  siquiera, 
quizás  baja  al  sepulcro  sin  haber  tenido  conciencia  de  aquel 
precioso  tesoro,  sin  que  un  rayo  de  luz  reflejara  en  aquel 
diamante  que  hubiera  podido  embellecer  la  más  esplenden- 
te diadema. 

¡Cuántas  veces  una  escena,  una  lectura,  una  palabra, 
una  indicación  remueve  el  fondo  del  alma  y  hace  brotar  de 
ella  inspiraciones  misteriosas!  Fría,  endurecida,  inerte  aho- 
ra, y  un  momento  después  surge  de  ella  un  raudal  de  fuego 
que  nadie  sospechara  oculto  en  sus  entrañas.  ¿Qué  ha  su- 
cedido? Se  ha  removido  un  pequeño  obstáculo  que  impedía 
la  comunicación  con  el  aire  libre ;  se  ha  presentado  a  la 
masa  eléctrica  un  punto  atrayente,  y  el  fluido  se  ha  comu- 
nicado y  dilatado  con  la  celeridad  del  pensamiento. 

El  espíritu  se  desenvuelve  con  el  trato,  con  la  lectura, 
con  los  viajes,  con  la  presencia  de  grandes  espectáculos,  no 
tanto  por  lo  que  recibe  de  fuera  como  por  lo  que  descubre 
dentro  de  sí.  ¿Qué  le  importa  el  haber  olvidado  lo  visto  u 
oído  o  leído  si  se  mantiene  viva  la  facultad  que  el  afortu- 
nado encuentro  le  revelara?  El  fuego  prendió,  ||  arde  sin  ex- 
tinguirse, poco  importa  que  se  haya  perdido  la  tea. 

Las  facultades  intelectuales  y  morales  se  excitan  tam- 
bién como  las  pasiones.  A  veces  un  corazón  inexperto  duer- 
me tranquilamente  el  sueño  de  la  inocencia :  sus  pensa- 
mientos son  puros  como  los  de  un  ángel,  sus  ilusiones  Cán- 
didas como  el  copo  de  nieve  que  cubre  de  blanquísima  al- 
fombra la  dilatada  llanura ;  pasó  un  instante ;  se  ha  co- 
rrido un  velo  misterioso ;  el  mundo  de  la  inocencia  y  de  la 
calma  desapareció,  y  el  horizonte  se  ha  convertido  en  un 
mar  de  fuego  y  de  borrascas.  ¿Qué  ha  sucedido?  Ha  media- 
do una  lectura,  una  conversación  imprudente,  la  presencia 
de  un  objeto  seductor.  He  aquí  la  historia  del  despertar  de 
muchas  facultades  del  alma.  Criada  para  estar  unida  con 
el  cuerpo  con  lazo  incomprensible  y  para  ponerse  en  rela- 
ción con  sus  semejantes,  tiene  como  ligadas  algunas  de  sus 
facultades  hasta  que  una  impresión  exterior  viene  a  des- 
envolverlas. 

Si  supiéramos  de  qué  disposiciones  nos  ha  dotado  el  Au- 
tor de  la  naturaleza,  no  sería  difícil  ponerlas  en  acción, 
ofreciéndoles  el  objeto  que  más  se  les  adapta,  y  que  por  lo 


718 


EL  CRITERIO 


[15,  288-290] 


mismo  las  excita  y  desarrolla ;  pero  como  al  encontrarse  el 
hombre  engolfado  en  la  carrera  de  la  vida,  ya  le  es  muchas 
veces  imposible  voJver  atrás,  deshaciendo  todo  el  camino 
que  la  educación  y  la  profesión  escogida  o  impuesta  le  han 
hecho  andar,  es  ::.cesario  que  acepte  las  cosas  tales  como 
son,  aprovechándose  de  lo  bueno  y  evitando  lo  malo  en  lo 
que  le  sea  posible.  || 

§  23. — Al  proponernos  un  fin  debemos  guardarnos  de  la 
presunción  y  de  la  excesiva  desconfianza 

Sea  cual  fuere  su  carrera,  su  posición  en  la  sociedad,  sus 
talentos,  inclinaciones  o  índole,  nunca  el  hombre  debe  pres- 
cindir de  emplear  su  razón,  ya  sea  para  prefijarse  con  acier- 
to el  fin,  ya  para  echar  mano  de  los  medios  más  a  propósito 
para  llegar  a  él. 

El  fin  ha  de  ser  proporcionado  a  los  medios,  y  éstos  son 
las  fuerzas  intelectuales,  morales  o  físicas  y  demás  recursos 
de  que  se  puede  disponer.  Proponerse  un  blanco  fuera  del 
alcance  es  gastar  inútilmente  las  fuerzas ;  así  como  es  des- 
perdiciarlas, exponiéndolas  a  disminuirse  por  falta  de  ejer- 
cicio, el  no  aspirar  a  lo  que  la  razón  y  la  experiencia  dicen 
que  se  puede  llegar. 

§  24. — La  pereza 

Si  bien  es  cierto  que  la  prudencia  aconseja  ser  más  bien 
desconfiado  que  presuntuoso,  y  que  por  lo  mismo  no  convie- 
ne entregarse  con  facilidad  a  empresas  arduas,  también  im- 
porta no  olvidar  que  la  resistencia  a  las  sugest  ones  del 
orgullo  o  de  la  vanidad  puede  muy  bien  explotarla  la  pereza. 

La  soberbia  es,  sin  . duda,  un  mal  consejero,  no  sólo  por  el 
objeto  a  que  nos  conduce,  sino  también  por  la  dificultad  que 
hay  en  guardarse  de  sus  insidiosos  amaños;  ||  pero  es  seguro 
que  poco  falta  si  no  encuentra  en  la  pereza  una  digna  com- 
petidora. El  hombre  ama  las  riquezas,  la  gloria,  los  placeres, 
pero  también  ama  mucho  el  no  hacer  nada ;  esto  es  para  él 
un  verdadero  goce,  al  que  sacrifica  a  menudo  su  reputación 
y  bienestar.  Dios  conocía  bien  la  naturaleza  humana,  cuan- 
do la  castigó  con  el  trabajo ;  el  comer  el  pan  con  el  sudor  de 
su  rostro  es  para  el  hombre  una  pena  continua  y  frecuente- 
mente muy  dura. 

§  25. — Una  ventaja  de  la  pereza  sobre  las  demás  pasiones 

La  pereza,  es  decir,  la  pasión  de  la  inacción,  tiene  para 
triunfar  una  ventaja  sobre  las  demás  pasiones,  y  es  el  que 


[15,  290-292] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


719 


no  exige  nada ;  su  objeto  es  una  pura  negación.  Para  con- 
quistar un  alto  puesto  es  preciso  mucha  actividad,  constan- 
cia, esfuerzos ;  para  granjearse  brillante  nombradla  es  nece- 
sario presentar  títulos  que  la  merezcan,  y  éstos  no  se  adquie- 
ren sin  largas  y  penosas  fatigas ;  para  acumular  riquezas  es 
indispensable  atinada  combinación  y  perseverante  trabajo ; 
hasta  los  placeres  más  muelles  no  se  disfrutan  si  no  se  anda 
en  busca  de  ellos  y  no  se  emplean  los  medios  conducentes. 
Todas  las  pasiones,  para  el  logro  de  su  objeto,  exigen  algo ; 
sólo  la  pereza  no  exige  nada.  Mejor  la  contentáis  sentado 
que  en  pie,  mejor  echado  que  sentado,  mejor  soñoliento  que 
bien  despierto.  Parece  ser  la  tendencia  a  la  misma  nada ;  la 
nada  es  al  menos  su  solo  límite;  cuanto  más  se  acerca  a  ella 
el  perezoso,  en  su  modo  de  ser,  mejor  está.  || 


§  26. — Origen  de  la  pereza 

El  origen  de  la  pereza  se  halla  en  nuestra  misma  orga- 
nización y  en  el  modo  con  que  se  ejercen  nuestras  funcio- 
nes. En  todo  acto  hay  un  gasto  de  fuerza ;  hay,  pues,  un 
principio  de  cansancio  y,  por  consiguiente,  de  sufrimiento. 
Cuando  la  pérdida  es  insignificante,  y  sólo  ha  transcurrido 
el  tiempo  necesario  para  desplegar  la  acción  de  los  órganos  o 
miembros,  no  hay  sufrimiento  todavía  y  hasta  puede  sen- 
tirse placer ;  mas  bien  pronto  la  pérdida  se  hace  sensible  y 
el  cansancio  empieza.  Por  esta  causa  no  hay  perezoso  que 
no  emprenda  repetidas  veces  y  con  gusto  algunos  trabajos, 
y  quizás  por  la  misma  razón  también,  los  más  vivos  no  son 
los  más  laboriosos.  La  intensidad  con  que  ponen  en  ejerci- 
cio sus  fuerzas  debe  de  excitar  en  ellos  más  pronto  que  en 
otros  la  sensación  de  cansancio,  por  cuyo  motivo  se  acos- 
tumbrarán más  fácilmente  a  mirar  el  trabajo  con  aversión. 


§  27. — Pereza  del  espíritu 

Como  el  ejercicio  de  las  facultades  intelectuales  y  mora- 
les necesita  la  concomitancia  de  ciertas  funciones  orgáni- 
cas, la  pereza  tiene  lugar  en  los  actos  del  espíritu  como  en 
los  del  cuerpo.  No  es  el  espíritu  quien  se  cansa,  sino  los 
órganos  corporales  que  le  sirven ;  pero  el  resultado  viene  a 
ser  el  mismo.  Así  es  que  hay  a  veces  ||  una  pereza  de  pen- 
sar y  aun  de  querer  tan  poderosa  como  la  de  hacer  cual- 
quier trabajo  corpóreo.  Y  es  de  notar  que  estas  dos  clases 
de  pereza  no  siempre  son  simultáneas,  pudiendo  existir  la 
una  sin  la  otra.  La  experiencia  atestigua  que  la  fatiga  pu- 
ramente corporal  o  del  sistema  muscular  no  siempre  pro- 


720 


EL  CRITERIO 


fl5,  292-293] 


dure  postración  intelectual  y  moral,  y  no  es  raro  estar 
sumamente  fatigado  de  cuerpo  y  sentir  muy  activas  las  fa- 
cultades del  espíritu.  Al  contrario,  después  de  largos  e  in- 
tensos trabajos  mentales,  a  veces  se  experimenta  un  ver- 
dadero placer  en  ejercitar  las  fuerzas  físicas,  cuando  las 
intelectuales  han  llegado  ya  a  un  estado  de  completa  postra- 
ción. Estos  fenómenos  no  son  difíciles  de  explicar  si  se  ad- 
vierte que  las  alteraciones  del  sistema  muscular  distan  mu- 
cho de  guardar  proporción  con  las  del  sistema  nervioso. 

$  28. — Razones  que  confirman  lo  dicho  sobre  el  origen 
de  la  pereza 

En  prueba  de  que  la  pereza  es  un  instinto  de  precau- 
ción contra  el  sufrimiento  que  nace  del  ejercicio  de  las  fa- 
cultades, se  puede  observar:  1.°,  que  cuando  este  ejercicio 
produce  placer,  no  sólo  no  hay  repugnancia  a  la  acción,  sino 
que  hay  inclinación  hacia  ella ;  2.°,  que  la  repugnancia  al 
trabajo  es  más  poderosa  antes  de  empezarle,  porque  enton- 
ces es  necesario  un  esfuerzo  para  poner  en  acción  los  órga- 
nos o  miembros ;  3.°,  que  la  repugnancia  es  nula  cuando, 
desplegado  ya  el  movimiento,  no  ha  transcurrido  aún  el 
tiempo  suficiente  para  hacer  sentir  el  cansancio  que  nace 
del  quebranto  de  las  fuerzas;  ||  4.°,  que  la  repugnancia  re- 
nace y  se  aumenta  a  medida  que  este  quebranto  se  veri- 
fica ;  5.°,  que  los  más  vivos  adolecen  más  de  este  mal  por- 
que experimentan  antes  el  sufrimiento ;  6.°,  que  los  de  ín- 
dole versátil  y  ligera  suelen  tener  el  mismo  defecto,  por  la 
sencilla  razón  de  que,  a  más  del  esfuerzo  que  exige  el  tra- 
bajo, han  menester  otro  para  sujetarse  a  sí  mismos,  ven- 
ciendo su  propensión  a  variar  de  objeto. 


§  29. — La  inconstancia.  Su  naturaleza  y  origen 

La  inconstancia,  que  en  apariencia  no  es  más  que  un  ex- 
ceso de  actividad,  pues  que  nos  lleva  continuamente  a  ocu- 
parnos de  cosas  diferentes,  no  es  más  que  la  pereza  bajo 
un  velo  hipócrita.  El  inconstante  substituye  un  trabajo  a 
otro,  porque  así  se  evita  la  molestia  que  experimenta  con 
la  necesidad  de  sujetar  su  atención  y  acción  a  un  objeto  de- 
terminado. Así  es  que  todos  los  perezosos  suelen  ser  gran- 
des proyectistas,  porque  el  excogitar  proyectos  es  cosa  que 
ofrece  campo  a  vastas  divagaciones  que  no  exigen  esfuerzo 
para  sujetar  el  espíritu ;  también  suelen  ser  amigos  de 
emprender  muchas  cosas,  sucesiva  o  simultáneamente,  siem- 
pre con  el  bien  entendido  de  no  llevar  a  cabo  ninguna. 


[15,  293-295]         c.  22. — el  entendimiento  práctico  721 


§  30. — Pruebas  y  aplicaciones 

Vemos  a  cada  paso  hombres  cuyos  intereses  y  deberes 
reclaman  ciertos  trabajos  no  más  pesados  que  los  |¡  que 
ellos  mismos  se  imponen,  y,  no  obstante,  dejan  aquéllos  por 
éstos,  sacrificando  a  su  gusto  el  interés  y  el  deber.  Han  de 
despachar  un  expediente,  y  le  dejan  intacto,  a  pesar  de  que 
no  habían  de  emplear  en  él  ni  la  mitad  del  tiempo  que  han 
gastado  en  correspondencias  insignificantes.  Han  de  avis- 
tarse con  una  persona  para  tratar  un  negocio :  no  lo  hacen, 
y  andan  más  camino  y  consumen  más  tiempo  y  más  pala- 
bras hablando  de  cosas  indiferentes.  Han  de  acudir  a  una 
reunión  donde  se  han  de  ventilar  asuntos  de  intereses :  no 
ignoran  lo  que  se  ha  de  tratar,  y  no  habrían  de  hacer  gran- 
de esfuerzo  para  enterarse  de  lo  que  ocurra  y  dar  con  acier- 
to su  dictamen ;  pues  no  importa,  aquellas  horas  reclama- 
das por  sus  intereses  las  consumirán  quizás  disputando  de 
política,  de  guerra,  de  ciencias,  de  literatura,  de  cualquier 
cosa,  con  tal  que  no  sea  aquello  a  que  estén  obligados.  El 
pasear,  el  hablar,  el  disputar,  son  sin  duda  ejercicio  de  fa- 
cultades del  espíritu  y  del  cuerpo ;  y,  no  obstante,  en  el 
mundo  abundan  los  amigos  de  pasear,  los  habladores  y  dis- 
putadores, y  escasean  los  verdaderamente  laboriosos.  Y  esto 
¿por  qué?  Porque  el  pasear  y  hablar  y  disputar  son  compa- 
tibles con  la  inconstancia,  no  exigen  esfuerzo,  consienten 
variedad  continua,  llevan  consigo  naturales  alternativas  de 
trabajo  y  descanso  enteramente  sujetas  a  la  voluntad  y  al 
capricho. 

§  31. — El  justo  medio  entre  dichos  extremos 

Evitar  la  pusilanimidad  sin  fomentar  la  presunción,  sos- 
tener y  alentar  la  actividad  sin  inspirar  vanidad,  hacer  sen- 
tir al  espíritu  sus  fuerzas  sin  cegarle  con  el  ||  orgullo,  he 
aquí  una  tarea  difícil  en  la  dirección  de  los  hombres,  y  más 
todavía  en  la  dirección  de  sí  mismo.  Esto  es  lo  que  el  Evan- 
gelio enseña,  esto  es  lo  que  la  razón  aplaude  y  admira.  En- 
tre dichos  escollos  debemos  caminar  siempre,  no  con  la  es- 
peranza de  no  dar  jamás  en  ninguno  de  ellos,  pero  sí  con 
la  mira,  con  el  deseo,  y  la  esperanza  también,  de  no  estre- 
llarnos hasta  el  punto  de  perecer. 

La  virtud  es  difícil,  mas  no  imposible :  el  hombre  no  la 
alcanza  aquí  en  la  tierra  sin  mezcla  de  muchas  debilidades 
que  la  deslustran ;  pero  no  carece  de  los  medios  suficientes 
para  poseerla  y  perfeccionarla.  La  razón  es  un  monarca  con- 
denado a  luchar  de  continuo  con  las  pasiones  sublevadas ; 

46 


722 


EL  CRITERIO 


[15,  295-297] 


pero  Dios  la  ha  provisto  de  lo  necesario  para  pelear  y  ven- 
cer. Lucha  terrible,  lucha  penosa,  lucha  llena  de  azares  y 
peligros,  mas  por  lo  mismo  tanto  más  digna  de  ser  ansiada 
por  las  almas  generosas. 

En  vano  se  intenta  en  nuestro  siglo  proclamar  la  omni- 
potencia de  las  pasiones  y  lo  irresistible  de  su  fuerza  para 
triunfar  de  la  razón ;  el  alma  humana,  sublime  destello  de 
la  divinidad,  no  ha  sido  abandonada  por  su  Hacedor.  No 
hay  fuerzas  que  basten  a  apagar  la  antorcha  de  la  moral 
ni  en  el  individuo  ni  en  la  sociedad:  en  el  individuo  sobre- 
vive a  todos  los  crímenes,  en  la  sociedad  resplandece  aun 
después  de  los  mayores  trastornos ;  en  el  individuo  culpable 
reclama  sus  derechos  con  la  voz  del  remordimiento,  en  la 
sociedad,  por  medio  de  elocuentes  protestas  y  de  ejemplos 
heroicos.  || 


§  32- — La  moral  es  la  mejor  guía  del  entendimiento  práctico 

La  mejor  guía  del  entendimiento  práctico  es  la  moral. 
En  el  gobierno  de  las  naciones,  la  política  pequeña  es  la 
política  de  los  intereses  bastardos,  de  las  intrigas,  de  la  co- 
rrupción ;  la  política  grande  es  la  política  de  la  convenien- 
cia pública,  de  la  razón,  del  derecho.  En  la  vida  privada,  la 
conducta  pequeña  es  la  de  los  manejos  innobles,  de  las  mi- 
ras mezquinas,  del  vicio ;  la  conducta  grande  es  la  que  ins- 
piran la  generosidad  y  la  virtud. 

Lo  recto  y  lo  útil  a  veces  parecen  andar  separados,  pero 
no  suelen  estarlo  sino  por  un  corto  trecho ;  llevan  caminos 
opuestos  en  apariencia,  y,  sin  embargo,  el  punto  a  que  se 
dirigen  es  el  mismo.  Dios  quiere  por  estos  medios  probar  la 
fortaleza  del  hombre ;  y  el  premio  de  la  constancia  no  siem- 
pre se  hace  esperar  todo  en  la  otra  vida.  Que  si  esto  sucede 
una  que  otra  vez,  ¿es  acaso  ligera  recompensa  el  descen- 
der al  sepulcro  con  el  alma  tranquila,  sin  remordimiento, 
y  con  el  corazón  embriagado  de  esperanza? 

No  lo  dudemos :  el  arte  de  gobernar  no  es  más  que  la 
razón  y  la  moral  aplicadas  al  gobierno  de  las  naciones ;  el 
arte  de  conducirse  bien  en  la  vida  privada  no  es  más  que 
el  Evangelio  en  práctica. 

Ni  la  sociedad  ni  el  individuo  olvidan  impunemente  los 
eternos  principios  de  la  moral ;  cuando  lo  intentan  por  el 
aliciente  del  interés,  tarde  o  temprano  se  pierden,  perecen, 
en  sus  propias  combinaciones.  El  interés  que  ||  se  erigiera 
en  ídolo  se  convierte  en  víctima.  La  experiencia  de  todos  los 
días  es  una  prueba  de  esta  verdad ;  en  la  historia  de  todos 
los  tiempos  la  vemos  escrita  con  caracteres  de  sangre. 


[15.  297-298] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


723 


§  33. — La  armonía  del  universo  defendida  con  el  castigo 

No  hay  falta  sin  castigo;  el  universo  está  sujeto  a  una 
ley  de  armonía ;  quien  la  perturba  sufre.  Al  abuso  de  nues- 
tras facultades  físicas  sucede  el  dolor;  a  los  extravíos  del 
espíritu  siguen  el  pesar  y  el  remordimiento.  Quien  busca 
con  excesivo  afán  la  gloria  se  atrae  la  burla ;  quien  inten- 
ta exaltarse  sobre  los  demás  con  orgullo  destemplado  provo- 
ca contra  sí  la  indignación,  la  resistencia,  el  insulto,  las  hu- 
millaciones. El  perezoso  goza  en  su  inacción,  pero  bien  pron- 
to su  desidia  disminuye  sus  recursos,  y  la  precisión  de 
atender  a  sus  necesidades  le  obliga  a  un  exceso  de  actividad 
y  de  trabajo.  El  pródigo  disipa  sus  riquezas  en  los  placeres 
y  en  la  ostentación,  pero  no  tarda  en  encontrar  un  vengador 
de  sus  desvarios  en  la  pobreza  andrajosa  y  hambrienta,  que 
le  impone,  en  vez  de  goce,  privaciones ;  en  vez  de  lujosa  os- 
tentación, escasez  vergonzosa.  El  avaro  acumula  tesoros  te- 
miendo la  pobreza,  y  en  medio  de  sus  riquezas  sufre  los  ri- 
gores de  esa  misma  pobreza  que  tanto  le  espanta :  él  se  con- 
dena a  sí  mismo  a  todos  ellos,  con  su  alimento  limitado  y 
grosero ;  su  traje  sucio  y  raído ;  su  habitación  pequeña,  in- 
cómoda y  desaseada.  No  aventura  nada  por  no  perder  nada ; 
desconfía  hasta  de  las  personas  que  ||  más  le  aman ;  en  el 
silencio  y  tinieblas  de  la  noche  visita  sus  arcas  enterradas 
en  lugares  misteriosos,  para  asegurarse  que  el  tesoro  está 
allí  y  aumentarle  todavía  más ;  y  entre  tanto  le  acecha  uno 
de  sus  sirvientes  o  vecinos,  y  el  tesoro  con  tanto  afán  acu- 
mulado, con  tanta  precaución  escondido,  desaparece. 

En  el  trato,  en  la  literatura,  en  las  artes,  el  excesivo  de- 
seo de  agradar  produce  desagrado ;  el  afán  por  ofrecer  co- 
sas demasiado  exquisitas  fastidia ;  lo  ridículo  está  junto  a  lo 
sublime ;  lo  delicado  no  dista  de  lo  empalagoso ;  el  prurito 
de  ofrecer  cuadros  simétricos  suele  conducir  a  contrastes 
disparatados. 

En  el  gobierno  de  la  sociedad  el  abuso  del  poder  acarrea 
su  ruina ;  el  abuso  de  la  libertad  da  origen  a  la  esclavitud. 
El  pueblo  que  quiere  extender  demasiado  sus  fronteras  sue- 
le verse  más  estrechado  de  lo  que  exigen  las  naturales;  el 
conquistador  que  se  empeña  en  acumular  coronas  sobre  su 
cabeza  acaba  por  perderlas  todas ;  quien  no  se  satisface  con 
el  dominio  de  vastos  imperios  va  a  consumirse  en  una  roca 
solitaria  en  la  inmensidad  del  océano.  De  los  qué  ambicio- 
nan el  poder  supremo,  la  mayor  parte  encuentran  la  pros- 
cripción o  el  cadalso.  Codician  el  alcázar  de  un  monarca  y 
pierden  el  hogar  doméstico ;  sueñan  en  un  trono  y  encuen- 
tran un  patíbulo. 


724 


EL  CRITERIO 


[15.  298-300] 


§  34. — Observaciones  sobre  las  ventajas  y  desventajas 
de  la  virtud  en  los  negocios 

Dios  no  ha  dejado  indefensas  sus  leyes;  a  todas  las  ha 
escudado  con  el  justo  castigo,  castigo  que,  por  lo  común,  || 
se  experimenta  ya  en  esta  vida.  Por  esta  razón  los  cálculos 
basados  sobre  el  interés  en  oposición  con  la  moral  están 
muy  expuestos  a  salir  fallidos,  enredándose  la  inmoralidad 
en  sus  propios  lazos.  Mas  no  se  crea  que  con  esto  quiera  yo 
negar  que  el  hombre  virtuoso  se  halle  muchas  veces  en  po- 
sición sumamente  desventajosa  para  competir  con  un  ad- 
versario inmoral.  No  desconozco  que  en  un  caso  dado  tiene 
más  probabilidad  de  alcanzar  un  fin  el  que  puede  emplear 
cualquier  medio  por  no  reparar  en  ninguno,  como  le  sucede 
al  hombre  malor  y  que  no  dejará  de  ser  un  obstáculo  graví- 
simo el  tener  que  valerse  de  muy  pocos  medios  o  quizás  so- 
lamente de  uno,  como  le  acontece  al  virtuoso,  a  causa  de 
que  los  inmorales  son  para  él  como  si  no  existiesen ;  pero  si 
bien  esto  es  verdad  considerando  un  negocio  aislado,  no  lo 
es  menos  que,  andando  el  tiempo,  los  inconvenientes  de  la 
virtud  se  compensan  con  las  ventajas,  así  como  las  venta- 
jas del  vicio  se  compensan  con  los  inconvenientes,  y  que 
en  último  resultado  un  hombre  verdaderamente  recto  llega- 
rá a  lograr  el  fruto  de  su  rectitud  alcanzando  el  fin  que  dis- 
cretamente se  proponga,  y  que  el  inmoral  expiará  tarde  o 
temprano  sus  iniquidades,  encontrando  la  perdición  en  la 
extremidad  de  sus  malos  y  tortuosos  caminos. 


§  35. — Defensa  de  la  virtud  contra  una  inculpación  injusta 

Los  hombres  virtuosos  y  desgraciados  tienen  cierta  pro- 
pensión a  señalar  sus  virtudes  como  el  origen  de  sus  des- 
gracias, pues  que  a  esto  los  inclinan  de  consuno  |]  el  deseo 
de  ostentar  su  virtud  y  el  de  ocultar  sus  imprudencias,  que 
imprudencias  muy  grandes  se  cometen  también  con  la  in- 
tención más  recta  y  más  pura.  La  virtud  no  es  responsable 
de  los  males  acarreados  por  nuestra  imprevisión  o  ligereza ; 
pero  el  hombre  suele  achacárselos  a  ella  con  demasiada  fa- 
cilidad. «Mi  buena  fe  me  ha  perdido»,  exclama  el  hombre 
honrado  víctima  de  una  impostura,  cuando  lo  que  le  ha  per- 
dido no  es  su  buena  fe,  sino  su  torpe  confianza  en  quien  le 
ofrecía  demasiados  motivos  para  prudentes  sospechas.  ¿Aca- 
so los  malos  no  son  también  con  mucha  frecuencia  victima 
de  otros  malos  y  los  pérfidos  de  otros  pérfidos?  La  virtud  nos 
enseña  el  camino  que  debemos  seguir,  mas  no  se  encarga 
de  descubrirnos  todos  los  lazos  que  en  él  podemos  encontrar: 


[15,  300-302]  C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  725 


esto  es  obra  de  la  penetración,  de  la  previsión,  del  buen 
juicio,  es  decir,  de  un  entendimiento  claro  y  atinado.  Con 
estas  dotes  no  está  reñida  la  virtud,  mas  no  siempre  las 
lleva  por  compañeras.  Como  fiel  amiga  de  la  humanidad  se 
alberga  sin  repugnancia  en  el  corazón  de  toda  clase  de 
hombres,  ora  brille  en  ellos  esplendente  y  puro  el  sol  de  la 
inteligencia,  ora  esté  obscurecido  con  espesa  niebla. 

§  36. — Defensa  de  la  sabiduría  contra  una  inculpación 
Infundada 

Creen  algunos  que  los  grandes  talentos  y  el  mucho  sa- 
ber propenden  de  suyo  al  mal ;  esto  es  una  especie  de  blas- 
femia contra  la  bondad  del  Criador.  ¿La  virtud  necesita 
acaso  las  tinieblas?  Los  conocimientos  y  las  virtudes  ||  de  la 
criatura,  ¿no  emanan  acaso  de  un  mismo  origen,  del  piélago 
de  luz  y  santidad  que  es  Dios?  Si  la  elevación  de  la  inteli- 
gencia condujese  al  mal,  la  maldad  de  los  seres  estaría  en 
proporción  con  su  altura.  ¿Adivináis  la  consecuencia?  ¿Por 
qué  no  sacarla?  La  sabiduría  infinita  sería  la  maldad  infi- 
nita, y  heos  aquí  en  el  error  de  los  maniqueos,  encontrando 
en  la  extremidad  de  la  escala  de  los  seres  un  principio  malo. 
Pero  ¿qué  digo?  Peor  fuera  este  error  que  el  de  Manes, 
pues  que  en  él  no  se  podría  admitir  un  principio  bueno.  El 
genio  del  mal  presidiría  sin  rival,  enteramente  solo,  a  los 
destinos  del  mundo ;  el  rey  del  averno  debiera  colocar  su 
trono  de  negra  lava  en  las  esplendentes  regiones  del  em- 
píreo. 

No,  no  debe  el  hombre  huir  de  la  luz  por  temor  de  caer 
en  el  mal;  la  verdad  no  teme  la  luz,  y  el  bien  moral  es  una 
gran  verdad.  Cuando  más  ilustrado  esté  el  entendimiento, 
mejor  conocerá  la  inefable  belleza  de  la  virtud,  y  conocién- 
dola mejor  tendrá  menos  dificultades  en  practicarla.  Rara 
vez  hay  mucha  elevación  en  las  ideas  sin  que  de  ella  parti- 
cipen los  sentimientos,  y  los  sentimientos  elevados  o  nacen 
de  la  misma  virtud  o  son  una  disposición  muy  a  propósito 
para  alcanzarla. 

Hasta  hay  en  favor  del  talento  y  del  saber  una  razón 
fundada  en  la  naturaleza  de  las  facultades  del  alma.  Nadie 
ignora  que  por  lo  común  el  mucho  desarrollo  de  la  una  es 
con  algún  perjuicio  de  la  otra ;  por  consiguiente,  cuando  en 
el  hombre  se  desenvuelvan  de  una  manera  particular  las  fa- 
cultades superiores,  menguarán  en  su  fuerza  las  pasiones 
groseras,  origen  de  los  vicios. 

La  historia  del  espíritu  humano  confirma  esta  verdad : 
generalmente  hablando,  los  hombres  de  entendimiento  |j 
muy  elevado  no  han  sido  perversos ;  muchos  se  han  distin- 


726 


EL  CRITERIO 


[15,  302-303] 


guido  por  sus  eminentes  virtudes ;  otros  han  sido  débiles 
como  hombres,  mas  no  malvados ;  y  si  uno  que  otro  ha  lle- 
gado a  este  extremo,  debe  mirarse  como  excepción,  no  como 
regla. 

¿Sabéis  por  qué  un  malvado  de  gran  talento  comprome- 
te, por  decirlo  así,  la  reputación  de  los  demás,  prestando 
ocasión  a  que  de  algunos  casos  particulares  se  saquen  de- 
ducciones generales?  Porque  en  un  malvado  de  gran  talen- 
to todos  piensan,  de  un  malvado  necio  nadie  se  acuerda, 
porque  forman  un  vivo  contraste  la  iniquidad  y  el  gran  sa- 
ber, y  este  contraste  hace  más  notable  el  extremo  feo,  por 
la  misma  razón  que  se  repara  más  en  la  relajación  de  un 
sacerdote  que  en  la  de  un  seglar.  Nadie  nota  una  mancha 
más  en  un  cristal  muy  sucio ;  pero  en  otro  muy  limpio  y 
brillante  se  presenta  desde  luego  a  los  ojos  el  más  pequeño 
lunar. 

§  37. — Las  pasiones  son  buenos  instrumentos,  pero 
malos  consejeros 

Ya  vimos  (c.  XIX)  cuán  pernicioso  era  el  influjo  de  las 
pasiones  para  impedirnos  el  conocimiento  de  la  verdad,  aun 
la  especulativa ;  pero  lo  que  allí  se  dijo  en  general  tiene 
muchísima  más  aplicación  en  refiriéndose  a  la  práctica. 
Cuando  tratamos  de  ejecutar  alguna  cosa,  las  pasiones  son 
a  veces  un  auxiliar  excelente;  mas  para  prepararla  en  nues- 
tro entendimiento  son  consejeros  muy  peligrosos. 

El  hombre  sin  pasiones  sería  frío,  tendría  algo  de  ||  iner- 
te, por  carecer  de  uno  de  los  principios  más  poderosos  de 
acción  que  Dios  ha  concedido  a  la  humana  naturaleza ; 
pero,  en  cambio,  el  hombre  dominado  por  las  pasiones  es 
ciego  y  se  abalanza  a  los  objetos  a  la  manera  de  los  brutos. 

Examinando  atentamente  el  modo  de  obrar  de  nuestras 
facultades  se  echa  de  ver  que  la  razón  es  a  propósito  para 
dirigir  y  las  pasiones  para  ejecutar;  y  así  es  que  aquélla 
atiende  no  sólo  a  lo  presente,  sino  también  a  lo  pasado  y 
a  lo  venidero,  cuando  éstas  miran  el  objeto  sólo  por  lo  que 
es  en  el  momento  actual  y  por  el  modo  con  que  nos  afec- 
ta. Y  es  que  la  razón,  como  verdadera  directora,  se  hace 
cargo  de  todo  lo  que  puede  dañar  o  favorecer,  no  sólo  aho- 
ra, sino  también  en  el  porvenir ;  pero  las  pasiones,  como 
encargadas  únicamente  de  ejecutar,  sólo  se  cuidan  del  ins- 
tante y  de  la  impresión  actuales.  La  razón  no  se  para  sólo 
en  el  placer,  sino  en  la  utilidad,  en  la  moralidad,  en  el  de- 
coro ;  las  pasiones  prescinden  del  decoro,  de  la  moralidad, 
de  la  utilidad,  de  todo  lo  que  no  sea  la  impresión  agrada- 
ble o  ingrata  que  en  el  acto  se  experimenta. 


[15,  303-305]         c.  22. — el  entendimiento  práctico  727 


§  38. — La  hipocresía  de  las  pasiones 

Cuando  hablo  de  pasiones  no  me  refiero  únicamente  a  las 
inclinaciones  fuertes,  violentas,  tempestuosas,  que  agitan 
nuestro  corazón  como  los  vientos  el  océano ;  trato  también 
de  aquellas  más  suaves,  más  espirituales,  por  decirlo  así, 
porque  al  parecer  están  más  cerca  de  las  altas  regiones  del 
espíritu  y  suelen  apellidarse  sentimientos.  ||  Las  pasiones 
son  las  mismas,  sólo  varían  por  su  forma,  o  más  bien  por 
la  graduación  de  intensidad  y  por  el  modo  de  dirigirse  a  su 
objeto.  Son  entonces  más  delicadas,  pero  no  menos  temi- 
bles, pues  que  esa  misma  delicadeza  contribuye  a  que  con 
más  facilidad  nos  seduzcan  y  extravíen. 

Cuando  la  pasión  se  presenta  en'  toda  su  deformidad  y 
violencia,  sacudiendo  brutalmente  el  espíritu  y  empeñán- 
dose en  arrastrarle  por  malos  caminos,  el  espíritu  se  preca- 
ve contra  el  adversario,  se  prepara  a  luchar,  resultando  tal 
vez  que  la  misma  impetuosidad  del  ataque  provoca  una  he- 
roica defensa.  Pero  si  la  pasión  depone  sus  maneras  violen- 
tas ;  si  se  despoja,  por  decirlo  así,  de  sus  groseras  vestidu- 
ras, cubriéndose  con  el  manto  de  la  razón ;  si  sus  sugestio- 
nes se  llaman  conocimiento  y  sus  inclinaciones  voluntad, 
ilustrada,  pero  decidida,  entonces  toma  por  traición  una 
plaza  que  no  hubiera  tomado  por  asalto. 


§  39. — Ejemplo.  La  venganza  bajo  dos  formas 

Un  hombre  que  ha  irrogado  una  ofensa  está  con  una 
pretensión  en  cuyo  éxito  puede  influir  decisivamente  el 
ofendido.  Tan  pronto  como  éste  lo  sabe  recuerda  la  ofensa 
recibida,  el  resentimiento  se  despierta  en  su  corazón,  al 
resentimiento  sucede  la  cólera,  y  la  cólera  engendra  un 
vivo  deseo  de  venganza.  ¿Y  por  qué  dejara  de  vengarse? 
¿No  se  le  ofrece  ahora  una  excelente  oportunidad?  ¿No 
será  para  él  un  placer  el  presenciar  la  desesperación  de  su 
adversario,  burlado  en  sus  esperanzas  ||  y  quizás  sumido 
en  la  obscuridad,  en  la  desgracia,  en  la  miseria?  «Véngate, 
véngate,  le  dice  en  alta  voz  su  corazón ;  véngate,  y  que  él 
sepa  que  te  has  vengado ;  dáñale,  ya  que  él  te  dañó ;  humí- 
llale, ya  que  él  te  humilló ;  goza  tú  el  cruel  pero  vivo  pla- 
cer de  su  desgracia,  ya  que  él  se  gozó  en  la  tuya.  La  vícti- 
ma está  en  tus  manos ;  no  la  sueltes ;  cébate  en  ella ;  sa- 
cia en  ella  tu  sed  de  venganza.  Tiene  hijos  y  perecerán... 
no  importa...  que  perezcan;  tiene  padres  y  morirán  de  pe- 
sar... no  importa...  que  mueran;  así  será  herido  en  más 


728 


El  CRITERIO 


[15,  305-306] 


puntos  su  infame  corazón ;  así  sangrará  con  más  abundan- 
cia ;  así  no  habrá  consuelo  para  él ;  así  se  llenará  la  medida 
de  su  aflicción ;  así  derramarás  en  su  villano  pecho  toda  la 
hiél  y  amargura  que  él  un  día  derramara  en  el  tuyo.  Vén- 
gate, véngate ;  ríete  de  una  generosidad  que  él  no  practicó 
contigo ;  no  tengas  piedad  de  quien  no  la  *tuvo  de  ti ;  él  es 
indigno  de  tus  favores,  indigno  de  compasión,  indigno  de 
perdón ;  véngate,  véngate.» 

Así  habla  el  odio  exaltado  por  la  ira ;  pero  este  lenguaje 
es  demasiado  duro  y  cruel  para  no  ofender  a  un  corazón  ge- 
neroso. Tanta  crueldad  despierta  un  sentimiento  contrario. 
«Este  comportamiento  sería  innoble,  sería  infame,  se  dice  el 
hombre  a  sí  mismo;  esto  repugna  hasta  al  amor  propio. 
Pues  ¿qué?  ¿Yo  he  de  gozarme  en  el  abatimiento,  en  el 
perpetuo  infortunio  de  una  familia?  ¿No  sería  para  mí  un 
remordimiento  inextinguible  la  memoria  de  que  con  mis 
manejos  he  sumido  en  la  miseria  a  sus  hijos  inocentes  y 
hundido  en  el  sepulcro  a  sus  ancianos  padres?  Esto  no  lo 
puedo  hacer ;  esto  no  lo  haré ;  es  más  honroso  no  vengar- 
me ;  sepa  mi  adversario  que  si  él  fué  bajo,  yo  soy  noble ; 
si  él  fué  inhumano,  yo  soy  generoso;  no  quiero  buscar 
otra  venganza  que  la  de  triunfar  de  él  a  fuerza  de  genero- 
sidad ;  cuando  su  mirada  se  encuentre  con  mi  mirada,  sus 
ojos  se  abatirán,  el  rubor  encenderá  sus  mejillas,  su  cora- 
zón sentirá  un  remordimiento  y  me  hará  justicia.» 

El  espíritu  de  venganza  ha  sucumbido  por  su  impruden- 
cia ;  lo  quería  todo,  lo  exigía  todo,  y  con  urgencia,  con  im- 
periosidad, sin  consideraciones  de  ninguna  clase ;  y  el  cora- 
zón se  na  ofendido  de  semejante  desmán;  ha  creído  que  se 
trataba  de  envilecerle,  ha  llamado  en  su  auxilio  a  los  sen- 
timientos nobles,  que  han  acudido  presto  y  han  decidido  la 
victoria  en  favor  de  la  razón.  Otro  quizás  hubiera  sido 
el  resultado  si  él  espíritu  de  venganza  hubiese  tomado 
otra  forma  menos  dura,  si  cubriendo  su  faz  con  mentida 
máscara  no  hubiese  mostrado  sus  facciones  feroces.  No  de- 
bía dar  destemplados  gritos,  aullidos  horribles ;  era  menes- 
ter que,  envuelto  y  replegado  en  el  seno  más  oculto  del  co- 
razón, hubiese  destilado  desde  allí  su  veneno  mortal.  «Por 
cierto,  debía  decir,  que  el  ofensor  no  es  nada  digno  de  obte- 
ner lo  que  pretende,  y  sólo  por  este  motivo  conviene  opo- 
nerse a  que  lo  obtenga.  Hizo  una  injuria,  es  verdad ;  pero 
ahora  no  es  ocasión  de  acordarse  de  ella.  No  ha  de  ser  el  re- 
sentimiento quien  presida  a  tu  conducta,  sino  la  razón,  el 
deseo  de  que  una  cosa  de  tanta  entidad  no  vaya  a  parar  a 
malas  manos.  El  pretendiente  no  carece  de  algunas  buenas 
disposiciones  para  el  desempeño.  ¿Por  qué  no  hacerle  esta 
justicia?  Pero,  en  cambio,  adolece  de  defectos  imperdona- 
bles. La  ofensa  que  te  hizo  a  ti  lo  manifiesta  bien;  de  ella  no 


|15,  306-308] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  729 


debes  acordarte  para  la  venganza,  pero  sí  para  formar  un 
juicio  acertado.  Sientes  un  secreto  y  vivo  placer  en  contra- 
riarle, en  abatirle,  en  ||  perderle ;  mas  este  sentimiento  no  te 
domina,  sólo  te  impulsa  el  deseo  del  bien ;  y  en  verdad  que 
si  no  mediase  otro  motivo  que  el  resentimiento,  no  pon- 
drías ningún  obstáculo  a  sus  designios.  Hasta  quizás  harías 
el  sacrificio  de  favorecerle,  y  en  verdad  que  sería  doloroso, 
muy  doloroso,  pero  quizás  te  resignarías  a  ello.  Mas  no  te 
hallas  en  este  caso;  afortunadamente,  la  razón,  la  prudencia, 
la  justicia  están  de  acuerdo  con  las  inclinaciones  de  tu  co- 
razón, y  bien  considerado,  ni  las  atiendes  siquiera ;  experi- 
mentas un  placer  en  dañar  a  tu  enemigo,  mas  este  placer  es 
una  expansión  natural  que  tú  no  alcanzas  a  destruir,  pero 
que  tienes  bastante  sujeta  para  no  dejarla  que  te  domine. 
No  hay  inconveniente,  pues,  en  tomar  las  providencias 
oportunas.  Lo  que  importa  es  proceder  con  calma,  para  que 
vean  todos  que  no  hay  parcialidad,  que  no  hay  odio,  que  no 
hay  espíritu  de  venganza,  que  usas  de  un  derecho  y  hasta 
obedeces  a  un  deber.»  La  venganza  impetuosa,  violenta, 
francamente  injusta,  no  había  podido  alcanzar  un  triunfo 
que  ha  obtenido  sin  dificultad  la  venganza  pacífica,  insidio- 
sa, disfrazada  hipócritamente  con  el  velo  de  la  razón,  de  la 
justicia,  del  deber. 

Por  este  motivo  es  tan  temible  la  venganza  cuando  obra 
en  nombre  del  celo  por  la  justicia.  Cuando  el  corazón  po- 
seído del  odio  llega  a  engañarse  a  sí  mismo,  creyendo  obrar 
a  impulsos  del  buen  deseo,  quizás  de  la  misma  caridad,  se 
halla  como  sujeto  a  la  fascinación  de  un  reptil  a  quien  no  ve 
y  cuya  existencia  ni  aun  sospecha.  Entonces  la  envidia  des- 
troza las  reputaciones  más  puras  y  esclarecidas,  el  rencor 
persigue  inexorable,  la  venganza  se  goza  en  las  convulsio- 
nes y  congojas  de  la  infortunada  víctima,  haciéndole  agotar 
hasta  las  heces  el  dolor  y  la  amargura.  El  insigne  Protomár- 
tir  brillaba  ||  por  sus  eminentes  virtudes  y  aterraba  a  los 
judíos  con  su  elocuencia  divina.  ¿Qué  nombre  creéis  que  to- 
marán la  envidia  y  la  venganza,  que  les  seca  los  corazones  y 
hace  rechinar  sus  dientes?  ¿Creéis  que  se  apellidarán  con 
el  nombre  que  les  es  propio?  No,  de  ninguna  manera.  Aque- 
llos hombres  dan  un  grito  como  llenos  de  escándalo,  se  ta- 
pan los  oídos  y  sacrifican  al  inocente  diácono  en  nombre  de 
Dios.  El  Salvador  del  mundo  admira  a  cuantos  le  oyen,  con 
la  divina  hermosura  de  su  moral,  con  el  maravilloso  rau- 
dal de  sabiduría  y  de  amor  que  fluye  de  sus  labios  augus- 
tos ;  los  pueblos  se  agolpan  para  verle,  y  El  pasa  haciendo 
bien ;  afable  con  los  pequeños,  compasivo  con  los  desgra- 
ciados, indulgente  con  los  culpables,  derrama  a  manos  lle- 
nas los  tesoros  de  su  omnipotencia  y  de  su  amor ;  sólo  pro- 
nuncia palabras  de  dulzura  y  perdón ;  diríase  que  reserva 


730 


EL  CRITERIO 


[15,  308-310] 


el  lenguaje  de  una  indignación  santa  y  terrible  para  con- 
fundir a  los  hipócritas.  Estos  han  encontrado  en  El  una 
mirada  majestuosa  y  severa,  y  ellos  la  han  correspondido 
con  una  mirada  de  víbora.  La  envidia  les  destroza  el  cora- 
zón, sienten  una  abrasadora  sed  de  venganza.  Pero  ¿obra- 
rán, hablarán  como  vengativos?  «No ;  este  hombre  es  un 
blasfemo,  dirán,  seduce  las  turbas,  es  enemigo  del  César ; 
la  fidelidad,  pues,  la  tranquilidad  pública,  la  religión  exi- 
gen que  se  le  quite  de  en  medio.»  Y  se  aceptará  la  traición 
de  un  discípulo,  y  el  inocente  Cordero  será  llevado  a  los 
tribunales  y  será  interrogado,  y  al  responder  palabras  de 
verdad,  el  príncipe  de  los  sacerdotes  se  sentirá  devorado  de 
celo  y  rasgará  sus  vestiduras,  y  dirá :  «Blasfemó»,  y  los  cir- 
cunstantes dirán :  «Es  reo  de  muerte.»  || 


§  40. — Precauciones 

Jamás  el  hombre  medita  demasiado  sobre  los  secretos  de 
su  corazón ;  jamás  despliega  demasiada  vigilancia  para 
guardar  las  mil  puertas  por  donde  se  introduce  la  iniqui- 
dad ;  jamás  se  precave  demasiado  contra  las  innumerables 
asechanzas  con  que  él  se  combate  a  sí  propio.  No  son  las 
pasiones  tan  temibles  cuando  se  presentan  como  son  en  sí, 
dirigiéndose  abiertamente  a  su  objeto  y  atrepellando  con 
impetuosidad  cuanto  se  les  pone  delante.  En  tal  caso,  por 
poco  que  se  conserve  en  el  espíritu  el  amor  de  la  virtud,  si 
el  hombre  no  ha  llegado  todavía  hasta  el  fondo  de  la  corrup- 
ción o  de  la  perversidad,  siente  levantarse  en  su  alma  un 
grito  de  espanto  e  indignación  tan  pronto  como  se  le  ofre- 
ce el  vicio  con  su  aspecto  asqueroso.  Pero  ¿qué  peligros  no 
corre  si,  trocados  los  nombres  y  cambiados  los  trajes,  todo 
se  le  ofrece  disfrazado,  trastornado?  ¡Si  sus  ojos  miran  al 
través  de  engañosos  prismas,  que  pintan  con  galanos  colo- 
res y  apacibles  formas  la  negrura  y  la  monstruosidad! 

Los  mayores  peligros  de  un  corazón  puro  no  están  en  el 
brutal  aliciente  de  las  pasiones  groseras,  sino  en  aquellos 
sentimientos  que  encantan  por  su  delicadeza  y  seducen  con 
su  ternura ;  el  miedo  no  entra  en  las  almas  nobles  sino  con 
el  dictado  de  prudencia ;  la  codicia  no  se  introduce  en  los 
pechos  generosos  sino  con  el  título  de  economía  previso- 
ra ;  el  orgullo  se  cobija  bajo  la  sombra  del  amor  de  la  pro- 
pia dignidad  y  del  respeto  debido  a  la  posición  que  se  ocu- 
pa ;  la  vanidad  se  proporciona  sus  ||  pequeños  goces,  enga- 
ñando al  vanidoso  con  la  urgente  necesidad  de  conocer  el 
juicio  de  los  demás  para  aprovecharse  de  la  crítica ;  la  ven- 
ganza se  disfraza  con  el  manto  de  la  justicia ;  el  furor  se 
apellida  santa  indignación ;  la  pereza  invoca  en  su  auxilio 


[15,  310-311] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  731 


la  necesidad  del  descanso,  y  la  roedora  envidia,  al  destrozar 
reputaciones,  al  empeñarse  en  ofuscar  con  su  aliento  im- 
puro los  resplandores  de  un  mérito  eminente,  habla  de 
amor  a  la  verdad,  de  imparcialidad,  de  lo  mucho  que  con- 
viene precaverse  contra  una  admiración  ignorante  o  un  en- 
tusiasmo infantil. 

§  41. — Hipocresía  del  hombre  consigo  mismo 

El  hombre  emplea  la  hipocresía  para  engañarse  a  sí 
mismo  acaso  más  que  para  engañar  a  los  otros.  Rara  vez 
se  da  a  sí  propio  exacta  cuenta  del  móvil  de  sus  acciones, 
y  por  esto,  aun  en  las  virtudes  más  acendradas,  hay  algo  de 
escoria.  El  oro  enteramente  puro  no  se  obtiene  sino  con  el 
crisol  de  un  perfecto  amor  divino,  y  este  amor,  en  toda  su 
perfección,  está  reservado  para  las  regiones  celestiales. 
Mientras  vivimos  aquí  en  la  tierra  llevamos  en  nuestro  co- 
razón un  germen  maligno  que  o  mata,  o  enflaquece,  o  des- 
lustra las  acciones  virtuosas,  y  no  es  poco  si  se  llega  a  evi- 
tar que  ese  germen  se  desarrolle  y  nos  pierda.  Pero,  a  pe- 
sar de  tamaña  debilidad,  no  deja  de  brillar  en  el  fondo  de 
nuestra  alma  aquella  luz  inextinguible  encendida  en  ella 
por  la  mano  del  Criador,  y  esa  luz  nos  hace  distinguir  en- 
tre el  bien  y  el  mal,  sirviéndonos  de  guía  en  nuestros  pasos 
y  de  remordimiento  ||  en  nuestros  extravíbs.  Por  esta  causa 
nos  esforzamos  a  engañarnos  a  nosotros  mismos  para  no 
ponernos  en  contradicción  demasiado  patente  con  el  dicta- 
men de  la  conciencia ;  nos  tapamos  los  oídos  para  no  oír  lo 
que  ella  nos  dice,  cerramos  los  ojos  para  no  ver  lo  que  ella 
nos  muestra,  procuramos  hacernos  la  ilusión  de  que  el  prin- 
cipio que  nos  inculca  no  es  aplicable  al  caso  presente.  Para 
esto  sirven  lastimosamente  las  pasiones,  sugiriéndonos  insi- 
diosamente discursos  sofísticos.  Cuéstale  mucho  al  hombre 
parecer  malo  ni  aun  a  sus  propios  ojos;  no  se  atreve,  se 
hace  hipócrita. 

§  42. — El  conocimiento  de  sí  mismo 

El  defecto  indicado  en  el  párrafo  anterior  tiene  diferente 
carácter  en  las  diferentes  personas,  por  cuyo  motivo  con- 
viene sobremanera  no  perder  jamás  de  vista  aquella  regla 
de  los  antiguos,  tan  profundamente  sabia:  «Conócete  a  ti 
mismo.»  Nosce  te  ipsum.  Si  bien  hay  ciertas  cualidades  co- 
munes a  todos  los  hombres,  éstas  toman  un  carácter  parti- 
cular en  cada  uno  de  ellos ;  cada  cual  tiene,  por  decirlo  así, 
un  resorte  que  conviene  conocer  y  saber  manejar.  Este  re- 
sorte es  necesario  descubrir  cuál  es  en  los  demás,  para  acer- 


732 


El,  CRITERIO 


[15,  311-3131 


tar  a  conducirse  bien  con  ellos ;  pero  es  más  necesario  to- 
davía descubrirle  cada  cual  en  sí  mismo.  Porque  allí  suele 
estar  el  secreto  de  las  grandes  cosas,  así  buenas  como  malas, 
a  causa  de  que  ese  resorte  no  es  más  que  una  propensión 
fuerte,  que  llega  a  dominar  a  los  demás,  subordinándolas 
todas  a  un  objeto.  De  esta  pasión  dominante  se  resienten 
todas  ¡|  las  otras ;  ella  se  mezcla  en  todos  los  actos  de  la 
vida ;  ella  constituye  lo  que  se  llama  carácter. 


§  43. — El  hombre  huye  de  sí  mismo 

Si  no  tuviésemos  la  funesta  inclinación  de  huir  de  nos- 
otros mismos,  si  la  contemplación  de  nuestro  interior  no 
nos  repugnase  en  tal  grado,  no  nos  sería  difícil  descubrir 
cuál  es  la  pasión  que  en  nosotros  predomina.  Desgraciada- 
mente, de  nadie  huímos  tanto  como  de  nosotros  mismos, 
nada  estudiamos  menos  que  lo  que  tenemos  más  inmedia- 
to y  que  más  nos  interesa.  La  generalidad  de  los  hombres 
descienden  al  sepulcro,  no  sólo  sin  haberse  conocido  a  sí 
propios,  sino  también  sin  haberlo  intentado.  Debiéramos 
tener  continuamente  la  vista  fija  sobre  nuestro  corazón  para 
conocer  sus  inclinaciones,  penetrar  sus  secretos,  refrenar  sus 
ímpetus,  corregir  sus  vicios,  evitar  sus  extravíos ;  debiéra- 
mos vivir  con  esa  vida  íntima  en  que  el  hombre  se  da  cuen- 
ta de  sus  pensamientos  y  afectos,  y  no  se  pone  en  relación 
con  los  objetos  exteriores  sino  después  de  haber  consultado 
su  razón  y  dado  a  su  voluntad  la  dirección  conveniente. 
Mas  esto  no  se  hace ;  el  hombre  se  abalanza,  se  pega  a  los 
objetos  que  le  incitan,  viviendo  tan  sólo  con  esa  vida  exte- 
rior que  no  le  deja  tiempo  para  pensar  en  sí  mismo.  Vense 
entendimientos  claros,  corazones  bellísimos,  que  no  guardan 
para  sí  ninguna  de  las  preciosidades  con  que  los  ha  enrique- 
cido el  Criador ;  que  derraman,  por  decirlo  así,  en  calles  y 
plazas  el  aroma  exquisito  que,  guardado  en  el  fondo  de  su 
interior,  podría  servirles  de  confortación  y  regalo.  || 

Se  refiere  de  Pascal  que,  habiéndose  dedicado  con  gran- 
de ahinco  a  las  matemáticas  y  ciencias  naturales,  se  cansó 
de  dicho  estudio  a  causa  de  hallar  pocas  personas  con  quie- 
nes poder  conversar  sobre  el  objeto  de  sus  ocupaciones  fa- 
voritas. Deseoso  de  encontrar  una  materia  que  no  tuviera 
este  inconveniente,  se  dedicó  al  estudio  del  hombre,  pero 
bien  pronto  conoció  por  experiencia  que  los  que  se  ocupa- 
ban de  estudiar  al  hombre  eran  todavía  en  menor  número 
que  los  aficionados  a  las  matemáticas.  Esto  se  verifica  ahora 
como  en  tiempo  de  Pascal ;  basta  observar  al  común  de  los 
hombres  para  echar  de  ver  cuán  pocos  son  los  que  gustan 
de  semejante  tarea,  mayormente  tratándose  de  sí  mismos. 


[15,  313-315] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


733 


§  44. — Buenos  resultados  del  reflexionar  sobre  las  pasiones 

Cuando  se  ha  adquirido  el  hábito  de  reflexionar  sobre  las 
inclinaciones  propias,  distinguiendo  el  carácter  y  la  inten- 
sidad de  cada  una  de  ellas,  aun  cuando  arrastren  una  que 
otra  vez  al  espíritu,  no  lo  hacen  sin  que  éste  conozca  la  vio- 
lencia. Ciegan  quizás  el  entendimiento,  pero  esta  ceguera 
no  se  oculta  del  todo  al  que  la  padece ;  se  dice  a  sí  mismo : 
«Crees  que  ves,  mas  en  realidad  no  ves;  estás  ciego.»  Pero 
si  el  hombre  no  fija  nunca  su  mirada  en  su  interior,  si  obra 
según  le  impelen  las  pasiones,  sin  cuidarse  de  averiguar  de 
dónde  nace  el  impulso,  para  él  llegan  a  ser  una  misma  cosa 
pasión  y  voluntad,  dictamen  del  entendimiento  e  instinto 
de  las  pasiones.  Así  la  razón  no  es  señora,  sino  esclava ;  en 
vez  ||  de  dirigir,  moderar  y  corregir  con  sus  consejos  y  man- 
datos las  inclinaciones  del  corazón,  se  ve  reducida  a  vil 
instrumento  de  ellas  y  obligada  a  emplear  todos  los  recursos 
de  su  sagacidad  para  proporcionarles  goces  que  las  satis- 
fagan. 


§  45. — Sabiduría  de  la  religión  cristiana  en  la  dirección 
de  la  conducta 

La  religión  cristiana,  al  llevarnos  a  esa  vida  moral,  ínti- 
ma, reflexiva  sobre  nuestras  inclinaciones,  ha  hecho  una 
obra  altamente  conforme  a  la  más  sana  filosofía  y  que  des- 
cubre un  profundo  conocimiento  del  corazón  humano.  La 
experiencia  enseña  que  lo  que  le  falta  al  hombre  para  obrar 
bien  no  es  conocimiento  especulativo  y  general,  sino  prác- 
tico, detallado,  con  aplicación  a  todos  los  actos  de  la  vida. 
¿Quién  no  sabe  y  repite  mil  veces  que  las  pasiones  nos  ex- 
travían y  nos  pierden?  La  dificultad  no  está  en  eso,  sino  en 
saber  cuál  es  la  pasión  que  influye  en  este  o  aquel  caso, 
cuál  es  la  que  por  lo  común  predomina  en  las  acciones, 
bajo  qué  forma,  bajo  qué  disfraz  se  presenta  al  espíritu,  y 
de  qué  modo  se  deben  rechazar  sus  ataques  o  precaver  sus 
estratagemas.  Y  todo  esto  no  como  quiera,  sino  con  un  co- 
nocimiento claro,  vivo,  y  que,  por  tanto,  se  ofrezca  natu- 
ralmente al  entendimiento,  siempre  que  se  haya  de  tomar 
alguna  resolución,  aun  en  los  negocios  más  comunes. 

La  diferencia  que  en  las  ciencias  especulativas  media 
entre  un  hombre  vulgar  y  otro  sobresaliente  no  consiste  a 
menudo  sino  en  que  éste  conoce  con  claridad,  ¡|  distinción 
y  exactitud  lo  que  aquél  sólo  conoce  de  una  manera  inexac- 
ta, confusa  y  obscura ;  no  consiste  en  el  número  de  las 
ideas,  sino  en  la  calidad ;  nada  dice  éste  sobre  un  punto  de 


734 


EL  CRITERIO 


[15,  315-316] 
 » 


que  también  no  tenga  noticia  aquél ;  ambos  miran  el  mis- 
mo objeto,  sólo  que  la  vista  del  uno  es  mucho  más  perfecta 
que  la  del  otro.  Lo  propio  sucede  en  lo  relativo  a  la  prác- 
tica. Hombres  profundamente  inmorales  hablarán  de  la  mo- 
ral, de  tal  suerte  que  manifiesten  no  desconocer  sus  reglas ; 
pero  estas  reglas  las  saben  ellos  en  general,  sin  haberse 
cuidado  de  hacer  aplicaciones,  sin  haber  reparado  en  los 
obstáculos  que  impiden  el  ponerlas  en  planta  en  tal  o  cual 
ocasión,  sin  que  se  les  ocurran  de  una  manera  clara  y  viva 
cuando  se  ofrece  oportunidad  de  hacer  uso  de  ellas.  Quien 
está  en  posesión  de  su  entendimiento,  de  la  voluntad,  del 
hombre  entero  son  las  pasiones ;  esas  reglas  morales  las 
conservan,  por  decirlo  así,  archivadas  en  lo  más  recóndito 
de  su  conciencia ;  ni  aun  gustan  de  mirarlas  como  objeto  de 
curiosidad,  temerosos  de  encontrar  en  ellas  el  gusano  del 
remordimiento.  Por  el  contrario,  cuando  la  virtud  está  arrai- 
gada en  el  alma,  las  reglas  morales  llegan  a  ser  una  idea 
familiar  que  acompaña  todos  los  pensamientos  y  acciones, 
que  se  aviva  y  se  agita  al  menor  peligro,  que  impera  y 
apremia  antes  de  obrar,  que  remuerde  incesantemente  si  se 
la  ha  desatendido.  La  virtud  causa  esa  continua  presencia 
intelectual  de  las  reglas  morales,  y  esta  presencia  a  su  vez 
contribuye  a  fortalecer  la  virtud;  así  es  que  la  religión  no 
cesa  de  inculcarlas,  segura  de  que  son  preciosa  semilla  que 
tarde  o  temprano  dará  algún  fruto.  || 


§  46. — Los  sentimientos  morales  auxilian  la  virtud 

En  ayuda  de  las  ideas  morales  vienen  los  sentimientos, 
que  también  los  hay  muy  morales  y  poderosos  y  bellísimos, 
porque  Dios,  al  permitir  que  sacudan  y  conturben  nuestro 
espíritu  violentas  y  aciagas  tempestades,  también  ha  querido 
proporcionarnos  el  blando  mecimiento  de  céfiros  apacibles. 
El  hábito  de  atender  a  las  reglas  morales  y  de  obede- 
cer sus  prescripciones  desenvuelve  y  aviva  estos  sentimien- 
tos, y  entonces  el  hombre,  para  seguir  el  camino  de  la  vir- 
tud, combate  las  inclinaciones  malas  con  las  inclinaciones 
buenas ;  las  luchas  no  son  de  tanto  peligro  y  sobre  todo  no 
son  tan  dolorosas,  porque  un  sentimiento  lucha  con  otro 
sentimiento,  lo  que  se  padece  con  el  sacrificio  del  uno  se 
compensa  con  el  placer  causado  por  el  triunfo  del  otro,  y 
no  hay  aquellos  sufrimientos  desgarradores  que  se  experi- 
mentan cuando  la  razón  pelea  con  el  corazón  enteramente 
sola. 

Ese  desarrollo  de  los  sentimientos  morales,  ese  llamar 
en  auxilio  de  la  virtud  las  mismas  pasiones,  es  un  recurso 
poderoso  para  obrar  bien  e  ilustrar  el  entendimiento  cuan- 


[15,    316-318]       c.  22. — el  entendimiento  práctico 


735 


do  le  ofuscan  otras  pasiones.  Hay  en  esta  oposición  mucha 
variedad  de  combinaciones  que  dan  excelentes  resultados. 
El  amor  de  los  placeres  se  neutraliza  con  el  amor  de  la  pro- 
pia dignidad;  el  exceso  del  orgullo  se  templa  con  el  temor 
de  hacerse  aborrecible ;  la  vanidad  se  modera  por  el  miedo 
al  ridículo ;  la  pereza  se  estimula  con  el  deseo  de  la  gloria ; 
la  ira  se  enfrena  ||  por  no  parecer  descompuesto ;  la  sed  de 
venganza  se  mitiga  o  extingue  con  la  dicha  y  la  honra  que 
resultan  de  ser  generoso.  Con  esta  combinación,  con  la  sa- 
gaz oposición  de  los  sentimientos  buenos  a  los  sentimientos 
malos,  se  debilitan  suave  y  eficazmente  muchos  de  los  gér- 
menes de  mal  que  abriga  el  corazón  humano,  y  el  hombre 
es  virtuoso  sin  dejar  de  ser  sensible. 


§  47. — Una  regla  para  los  juicios  prácticos 

Conocido  el  principal  resorte  del  propio  corazón,  y  des- 
arrollados tanto  como  sea  posible  los  sentimientos  gene- 
rosos y  morales,  es  necesario  saber  cómo  se  ha  de  dirigir  el 
entendimiento  para  que  acierte  en  sus  juicios  prácticos. 

La  primera  regla  que  se  ha  de  tener  presente  es  no  juz- 
gar ni  deliberar  con  respecto  a  ningún  objeto  mientras  el 
espíritu  está  bajo  la  influencia  de  una  pasión  relativa  al 
mismo  objeto.  ¡Cuán  ofensivo  no  parece  un  hecho,  una  pa- 
labra, un  gesto  que  acaba  de  irritar!  «La  intención  del 
ofensor,  se  dice  a  sí  mismo  el  ofendido,  no  podía  ser  más 
maligna;  se  ha  propuesto  no  sólo  dañar,  sino  ultrajar;  los 
circunstantes  deben  de  estar  escandalizados ;  si  no  se  to- 
mase una  pronta  y  completa  venganza,  la  sonrisa  burlona 
que  asomaba  a  los  labios  de  todos  se  convertiría  irremisible- 
mente en  profundo  desprecio  por  quien  ha  tolerado  que  de 
tal  modo  se  le  cubriera  de  afrentosa  ignominia.  Es  preciso 
no  ser  descompuesto,  es  verdad ;  pero  ¿hay  acaso  mayor 
descompostura  que  el  abandono  del  honor?  Es  necesario  te- 
ner prudencia;  ||  pero  esta  prudencia,  ¿debe  llegar  hasta 
el  punto  de  dejarse  pisotear  por  cualquiera?»  ¿Quién  hace 
este  discurso?  ¿Es  la  razón?  No,  ciertamente;  es  la  ira. 
«Pero  la  ira,  se  dirá,  no  discurre  tanto.»  Sí  discurre,  por- 
que toma  a  su  servicio  el  entendimiento  y  éste  le  propor- 
ciona todo  lo  que  necesita.  Y  en  este  servicio  no  deja  de 
auxiliarle  a  su  vez  la  misma  ira,  porque  las  pasiones  en  sus 
momentos  de  exaltación  fecundizan  admirablemente  el  in- 
genio con  las  inspiraciones  que  les  convienen. 

¿Queremos  una  prueba  de  que  quien  así  discurría  y  ha- 
blaba no  era  la  razón,  sino  la  ira?  Hela  aquí  evidente.  Si  en 
lo  que  piensa  el  hombre  encolerizado  hubiese  algo  de  ver- 
dad, no  la  desconocerían  del  todo  los  circunstantes.  Tampo- 


736 


EL  CRITERIO 


[15,  318-320] 


co  carecen  ellos  de  sentimientos  de  honor,  también  estiman 
en  mucho  su  propia  dignidad,  saben  distinguir  entre  una 
palabra  dicha  con  designio  de  zaherir  y  otra  escapada  sin  in- 
tención ofensiva ;  y,  sin  embargo,  ellos  no  ven  nada  de  lo 
que  el  encolerizado  ve  con  tanta  claridad;  y  si  se  sonríen,  esa 
sonrisa  es  causada  no  por  la  humillación  que  él  se  imagina 
haber  sufrido,  sino  por  esa  terrible  explosión  de  furor  que 
no  tiene  motivo  alguno.  Más  todavía:  no  es  necesario  acu- 
dir a  los  circunstantes  para  encontrar  la  verdad ;  basta  ape- 
lar al  mismo  encolerizado  cuando  haya  desaparecido  la  ira. 
¿Juzgará  entonces  como  ahora?  Es  bien  seguro  que  no;  él 
será  tal  vez  el  primero  que  se  reirá  de  su  enojo  y  que  pedirá 
se  le  disimule  su  arrebato.  || 


§  48— Otra  regla 

De  estas  observaciones  nace  otra  regla,  y  es  que  al  sen- 
tirnos bajo  la  influencia  de  una  pasión  hemos  de  hacer  un 
esfuerzo  para  suponernos,  por  un  momento  siquiera,  en  el 
estado  en  que  su  influencia  no  exista.  Una  reflexión  seme- 
jante, por  más  rápida  que  sea,  contribuye  mucho  a  cal- 
mar la  pasión  y  a  excitar  en  el  ánimo  ideas  diferentes  de 
las  sugeridas  por  la  inclinación  ciega.  La  fuerza  de  las  pa- 
siones se  quebranta  desde  el  momento  que  se  encuentra  en 
oposición  con  un  pensamiento  que  se  agita  en  la  cabeza ; 
el  secreto  de  su  victoria  suele  consistir  en  apagar  todos  los 
contrarios  a  ellas  y  avivar  los  favorables.  Pero  tan  pronto 
como  la  atención  se  ha  dirigido  hacia  otro  orden  de  ideas 
viene  la  comparación  y,  por  consiguiente,  cesa  el  exclusi- 
vismo. Entre  tanto  se  desenvuelven  otras  fuerzas  intelec- 
tuales y  morales  no  subordinadas  a  la  pasión,  y  ésta  pierde 
de  su  primitiva  energía  por  haber  de  compartir  con  otras 
facultades  la  vida  que  antes  disfrutara  sola. 

Aconseja  estos  medios  no  sólo  la  experiencia  de  su  buen 
resultado,  sino  también  una  razón  fundada  en  la  naturaleza 
de  nuestra  organización.  Las  facultades  intelectuales  y  mo- 
rales nunca  se  ejercitan  sin  que  funcionen  algunos  de  los 
órganos  materiales.  Ahora  bien :  entre  los  órganos  corpó- 
reos está  distribuida  una  cierta  cantidad  de  fuerzas  vitales 
de  que  disfrutan  alternativamente  en  mayor  o  menor  pro- 
porción, y,  por  consiguiente,  con  decremento  en  los  unos 
cuando  hay  incremento  en  los  ||  otros.  De  lo  que  resulta  que 
ha  de  producir  un  efecto  saludable  al  esforzarse  en  poner 
en  acción  los  órganos  de  la  inteligencia  en  contraposición 
con  los  de  las  pasiones,  y  que  la  energía  de  éstas  ha  de 
menguar  a  medida  que  ejerzan  sus  funciones  los  órganos  de 
la  inteligencia. 


I 15.  320-321 1 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


737 


Pero  es  de  advertir  que  este  fenómeno  se  verificará  diri- 
giendo la  atención  de  la  inteligencia  en  un  sentido  contrario 
al  de  las  pasiones,  lo  que  se  obtiene  trasladándola  por  un 
momento  al  orden  de  ideas  que  tendrá  cuando  no  esté  bajo 
un  influjo  apasionado ;  pues  que  si,  por  el  contrario,  la  in- 
teligencia se  dirige  a  favorecer  la  pasión,  entonces  ésta  se 
fomenta  más  y  más  con  el  auxilio,  y  lo  que  pudiese  perder 
en  energía,  por  decirlo  así,  puramente  orgánica,  lo  recobra 
en  energía  moral,  en  la  mayor  abundancia  de  recursos  para 
alcanzar  el  objeto,  y  en  esa  especie  de  bilí  de  indemnidad 
con  que  se  cree  libre  de  acusaciones,  cuando  ve  que  el  en- 
tendimiento, lejos  dé  combatirla,  la  apoya. 

Este  trabajo  sobre  las  pasiones  no  es  una  mera  teoría : 
cualquiera  puede  convencerse  por  sí  mismo  de  que  es  muy 
practicable  y  de  que  se  sienten  sus  buenos  efectos  tan  pron- 
to como  se  le  aplica.  Es  verdad  que  no  siempre  se  acierta 
en  el  medio  más  a  propósito  para  ahogar,  templar  o  dirigir 
la  pasión  levantada,  o  que,  aun  encontrado,  no  se  le  em- 
plea como  es  debido ;  pero  la  sola  costumbre  de  buscarle 
basta  para  que  el  hombre  esté  más  sobre  sí,  no  se  abandone 
con  demasiada  facilidad  a  los  primeros  movimientos  y  ten- 
ga en  sus  juicios  prácticos  un  criterio  que  falta  a  los  que 
proceden  de  otra  manera.  || 


S  49. — El  hombre  riéndose  de  sí  mismo 

Cuando  el  hombre  se  acostumbra  a  observar  mucho  s**» 
pasiones,  hasta  llega  a  emplear  en  su  interior  el  *->'Jiculo 
contra  sí  mismo ;  el  ridículo,  esa  sal  que  se  e^aen^ra  en  e^ 
corazón  y  en  el  labio  de  los  mortales  ooitio  uno  de  tantos 
preservativos  contra  la  corrupción  intelectual  y  moral;  el 
ridículo,  que  no  sólo  se  emplea  con  fruto  contra  los  demás, 
sino  también  contra  nosotros  mismos,  viendo  nuestros  de- 
fectos por  el  lado  Que  se  prestan  a  la  sátira.  El  hombre  se 
dice  entonces  a  sí  propio  lo  que  decirle  pudieran  los  de- 
más ;  asiste  a  la  escena  que  se  representaría  si  el  lance  ca- 
yera en  manos  de  un  adversario  de  chiste  y  buen  humor. 
Que  contra  otro  se  emplea  también  en  cierto  modo  la  sátira 
cuando  la  empleamos  contra  nosotros  mismos,  porque,  si 
bien  se  observa,  hay  en  nuestro  interior  dos  hombres  que 
disputan,  que  luchan,  que  no  están  nunca  en  paz,  y  así 
como  el  hombre  inteligente,  moral,  previsor,  emplea  contra 
el  torpe,  el  inmoral,  el  ciego,  la  firmeza  de  la  voluntad  y  el 
imperio  de  la  razón,  así  también  a  veces  le  combate  y  le 
humilla  con  los  punzantes  dardos  de  la  sátira.  Sátira  que 
puede  ser  tanto  más  graciosa  y  libre  cuanto  carece  de  tes- 
tigos, no  hiere  la  reputación,  nada  hace  perder  en  la  opi- 

47 


738 


EL  CRITERIO 


[15,  321-323] 


nión  de  los  demás,  pues  que  no  llega  a  ser  expresada  con 
palabras,  y  la  sonrisa  burlona  que  hace  asomar  a  los  labios 
se  extingue  en  el  momento  de  nacer. 

Un  pensamiento  de  esta  clase,  ocurriendo  en  la  agita- 
ción causada  por  las  pasiones,  produce  un  efecto  semejan- 
te ||  al  de  una  palabra  juiciosa,  incisiva  y  penetrante  lan- 
zada en  medio  de  una  asamblea  turbulenta.  ¡Cuántas  ve- 
ces se  nota  que  una  mirada  expresiva  cambia  el  estado  del 
espíritu  de  uno  de  los  circunstantes,  moderando  o  ahogando 
una  pasión  enardecida!  ¿Y  qué  ha  expresado  aquella  mira- 
da? Nada  más  que  un  recuerdo  del  decoro,  una  considera- 
ción al  lugar  o  a  las  personas,  una  reconvención  amistosa, 
una  delicada  ironía ;  nada  más  que  una  apelación  al  buen 
sentido  del  mismo  que  era  juguete  de  la  pasión,  y  esto  ha 
sido  suficiente  para  que  la  pasión  se  amortiguase.  El  efecto 
que  otro  nos  produce,  ¿por  qué  no  podríamos  producírnoslo 
nosotros  mismos,  si  no  con  igualdad,  al  menos  con  aproxi- 
mación? 

S  50. — Perpetua  niñez  del  hombre 

Poco  basta  para  extraviar  al  hombre,  pero  tampoco  se 
necesita  mucho  para  corregirle  algunos  defectos.  Es  más 
débil  que  malo,  dista  mucho  de  aquella  terquedad  satánica 
que  no  se  aparta  jamás  del  mal  una  vez  abrazado ;  por  el 
contrario,  tanto  el  bien  como  el  mal  los  abraza  y  los  aban- 
dona con  suma  facilidad.  Es  niño  hasta  la  vejez,  presénta- 
«x»  a  los  demás  con  toda  la  seriedad  posible,  mas  en  el  fon- 
do se  encuentra  a  sí  propio  pueril  en  muchas  cosas  y  se 
avergüenza.  se  na  dich0  qUe  ningún  grande  hombre  le  pa- 
recía grande  a  su  ayuda  de  cámara ;  esto  encierra  mucha 
verdad.  Y  es  que  visto  <?i  hombre  de  cerca  se  descubren  las 
pequeñeces  que  le  rebajan.  P^ro  más  cosas  sabe  él  de  sí  mis- 
mo que  su  ayuda  de  cámara,  y  por  esto  es  todavía  menos 
grande  a  sus  propios  ojos;  ||  por  esto,  aun  en  sus  mejores 
años,  necesita  cubrir  con  un  velo  la  puerilidad  que  se  abri- 
ga en  su  corazón. 

Los  niños  ríen  y  juguetean  y  retozan,  y  luego  gimen  y 
rabian  y  lloran,  sin  saber  muchas  veces  por  qué.  ¿No  hace 
lo  mismo  a  su  modo  el  adulto?  Los  niños  ceden  a  un  impul- 
so de  su  organización,  al  buen  o  mal  estado  de  su  salud,  a 
la  disposición  atmosférica  que  los  afecta  agradable  o  des- 
agradablemente ;  en  desapareciendo  estas  causas  se  cambia 
el  estado  de  sus  espíritus :  no  se  acuerdan  del  momento  an- 
terior ni  piensan  en  el  venidero ;  sólo  se  rigen  por  la  im- 
presión que  actualmente  experimentan.  ¿No  hace  esto  mis- 
mo millares  de  veces  el  hombre  más  serio,  más  grave  y  se- 
sudo? 


[15,  323-325] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


739 


§  51. — Mudanza  de  don  Nicasio  en  breves  horas 

Don  Nicasio  es  un  varón  de  edad  provecta,  de  juicio  so- 
segado y  maduro,  lleno  de  conocimientos,  de  experiencia  y 
que  rara  vez  se  deja  llevar  de  la  impresión  del  momento. 
Todo  lo  pesa  en  la  balanza  de  una  sana  razón,  y  en  este 
peso  no  consiente  que  influyan  por  un  adarme  las  pasiones 
de  ningún  género.  Se  le  habla  de  una  empresa  de  mucha 
gravedad  para  la  cual  se  cuenta  con  su  práctica  de  mundo 
y  su  inteligencia  particular  en  aquella  clase  de  negocios. 
Don  Nicasio  está  a  disposición  del  proponente ;  no  tiene  nin- 
guna dificultad  en  entrar  de  lleno  en  la  empresa  y  hasta  en 
comprometer  en  ella  una  parte  de  su  fortuna.  Está  bien  se- 
guro de  no  perderla ;  si  hay  obstáculos,  no  le  dan  cuidado, 
él  sabe  el  modo  de  removerlos ;  si  hay  rivales  poderosos,  a 
don  ||  Nicasio  no  le  hacen  mella.  Otras  hazañas  de  más 
monta  ha  llevado  a  cabo ;  negocios  mucho  más  espinosos 
ha  tenido  que  manejar ;  más  poderosos  rivales  ha  tenido 
que  vencer.  Embebido  en  la  idea  que  le  halaga,  se  expresa 
con  facilidad  y  rapidez,  gesticula  con  viveza,  su  mirada  es 
sumamente  expresiva,  su  fisonomía  juvenil,  diríase  que  ha 
vuelto  a  sus  veinticinco  abriles,  si  algunas  canas,  asoman- 
do por  un  lado  del  postizo,  no  revelasen  traidoramente  los 
trofeos  de  los  años. 

El  negocio  está  concluido ;  faltan  algunos  pormenores ; 
quedáis  emplazado  para  redondearlos  en  otra  entrevista. 
¿Mañana?  No,  señor,  nada  de  dilaciones,  no  las  consiente  la 
actividad  de  don  Nicasio ;  es  preciso  acabar  con  todo  v^ 
mismo  por  la  tarde.  Don  Nicasio  se  ha  retirado  a  -r*  casa'  y 
ni  en  su  persona,  ni  en  su  familia,  ni  en  nin^"lia  "e  sus  c0~ 
sas  ha  ocurrido  ningún  accidente  desap^^3^6- 

Es  la  hora  señalada,  acudís  con  puntualidad  y  os  halláis 
en  presencia  del  héroe  de  la  r*<*riana.  Don  Nicasio  esta  algo 
descompuesto  en  su  vestid  merced  a  un  calor  que  le  aho- 
ga. Medio  tendido  en  el  sofá,  os  devuelve  el  saludo  con  un 
esfuerzo  afectuoso,  pero  con  evidentes  señales  de  fastidiosa 
lasitud. 

— Vamos  a  ver,  señor  don  Nicasio,  si  quedamos  conveni- 
dos definitivamente. 

—Tiempo  tenemos  de  hablar...— contesta  don  Nicasio,  y 
su  fisonomía  se  contrae  con  muestras  de  tedio. 

— Como  usted  me  ha  citado  para  esta  tarde... 

— Sí,  pero... 

— Como  usted  guste. 

— Ya  se  ve;  pero  es  menester  pensarlo  mucho;  ¡qué 
sé  yo! ...  \\  '  ., 

— Lo  que  es  dificultades  conozco  que  hay;  sólo  que  vien- 


740 


EL  CRITERIO 


[15.  325-326] 


dolé  a  usted  tan  animoso  esta  mañana,  lo  confieso,  todo  se 
me  hacía  ya  camino  Daño. 

— Animoso,  sí...  lo  estoy  aún... ;  pero,  sin  embargo,  sin 
embargo,  conviene  no  llevar  demasiada  prisa...  En  fin,  ya 
hablaremos — añade  con  expresión  de  quien  desea  que  no  le 
comprometan. 

Don  Nicasio  es  otro,  expresa  lo  que  siente,  nada  de  la 
audacia,  de  la  actividad  de  la  mañana ;  nada  de  los  proyec- 
tos tan  fáciles  de  ejecutar;  entonces  los  obstáculos  impor- 
taban poco,  ahora  son  casi  insuperables ;  los  rivales  no  sig- 
nificaban nada,  ahora  son  invencibles.  ¿Qué  ha  sucedido? 
¿Le  han  dado  a  don  Nicasio  otras  noticias?  No  ha  visto 
a  nadie.  ¿Ha  meditado  sobre  el  negocio?  No  se  había  acor- 
dado más  de  él.  ¿Qué  ha  sucedido,  pues,  para  causar  tama- 
ña revolución  en  su  espíritu,  alterando  su  modo  de  ver  las 
cosas  y  quebrantando  tan  lastimosamente  sus  ímpetus  ju- 
veniles? Nada,  la  explicación  del  fenómeno  es  muy  sen- 
cilla ;  no  busquéis  grandes  causas,  son  muy  pequeñas.  En 
primer  lugar,  ahora  hace  un  calor  atroz,  lo  que  por  cierto 
dista  mucho  del  oreo  de  una  fresca  brisa,  como  sucedía  por 
la  mañana ;  don  Nicasio  está  sumamente  abatido,  la  hora 
es  pesada,  el  cielo  se  encapota  y  parece  amenazar  tempes- 
tad. La  comida  era,  además,  algo  indigesta ;  el  sueño  de  la 
siesta  ha  sido  demasiado  breve  y  no  sin  alguna  pesadilla. 
¿Se  quiere  más?  ¿No  son  estos  motivos  bastante  poderosos 
para  trastornar  el  espíritu  de  un  hombre  grave  y  modificar 
sus  opiniones?  A  pesar  de  todas  las  citas,  ¿quién  os  ha  lle- 
vado a  su  casa  bajo  una  constelación  tan  infausta? 

Tal  es  el  hombre ;  la  menor  cosa  le  desconcierta,  le  |¡ 
nace  Umcl0  su  espíritu  a  un  cuerpo  sujeto  a  mil  im- 

presiones Qu-,ren^es  que  se  SUCeden  con  tanta  rapidez  y  se 
reciben  con  igua*  facilidad  que  los  movimientos  de  la  hoja 
de  un  árbol,  participa  on  cierto  modo  de  esa  inconstancia 
y  variedad,  trasladando  cor.  harta  frecuencia  a  los  objetos 
las  mudanzas  que  sólo  él  ha  expprimentado 


§  52. — Los  sentimientos  por  sí  solos  son  mala  regla 
de  conducta 

Lo  dicho  manifiesta  la  imposibilidad  de  dirigir  la  con- 
ducta del  hombre  por  solo  el  sentimiento,  y  la  literatura 
de  nuestra  época,  que  tan  poco  se  ocupa  de  comunicar  ideas 
de  razón  y  de  moral,  y  que  al  parecer  no  se  propone  sino 
excitar  sentimientos,  olvida  la  naturaleza  del  hombre  y  cau- 
sa un  mal  de  inmensa  trascendencia. 

El  entregar  al  hombre  a  merced  del  solo  sentimiento  es 
arrojar  un  navio  sin  piloto  en  medio  de  las  olas.  Esto  equi- 


[15,  326-328]        c.  22.— el  entendimiento  práctico  741 


vale  a  proclamar  la  infalibilidad  de  las  pasiones,  a  decir: 
«Obra  siempre  por  instinto,  obedeciendo  ciegamente  a  todos 
los  movimientos  de  tu  corazón.»  Esto  equivale  a  despojar  al 
hombre  de  su  entendimiento,  de  su  libre  albedrío,  a  conver- 
tirle en  simple  instrumento  de  sensibilidad. 

Se  ha  dicho  que  los  grandes  pensamientos  salen  del  co- 
razón ;  también  pudiera  añadirse  que  del  corazón  salen 
grandes  errores,  grandes  delirios,  grandes  extravagancias, 
grandes  crímenes.  Del  corazón  sale  todo :  es  un  arpa  sober- 
bia que  despide  toda  clase  de  sonidos,  desde  ||  el  horrendo 
estrépito  de  las  cavernas  infernales  hasta  la  más  delicada 
armonía  de  las  regiones  celestes. 

El  hombre  que  no  tiene  más  guía  que  su  corazón  es  el 
juguete  de  mil  inclinaciones  diversas  y  a  menudo  contra- 
dictorias :  una  ligerísima  pluma  en  medio  de  una  campiña 
donde  reinan  los  vientos  no  lleva  las  direcciones  más  varia- 
das e  irregulares.  ¿Quién  es  capaz  de  contar  ni  clasificar 
la  infinidad  de  sentimientos  que  se  suceden  en  nuestro 
pecho  en  brevísimas  horas?  ¿Quién  no  ha  reparado  en  la 
asombrosa  facilidad  con  que  se  pasa  de  la  viva  afición  a  un 
trabajo,  a  una  repugnancia  casi  insuperable?  ¿Quién  no 
ha  sentido  simpatía  o  antipatía  a  la  simple  presencia  de  una 
persona,  sin  que  pueda  señalarse  ninguna  razón  de  ello  y 
sin  que  los  hechos  ofrezcan  en  lo  sucesivo  motivo  alguno 
que  justifique  aquella  impresión?  ¿Quién  no  se  ha  admira- 
do repetidas  veces  de  encontrarse  transformado  en  pocos 
instantes,  pasando  del  brío  al  abatimiento,  de  la  osadía  a  la 
timidez,  o  viceversa,  sin  que  hubiese  mediado  ninguna  cau- 
sa ostensible?  ¿Quién  ignora  las  mudanzas  que  los  W^T 
mientos  sufren  con  la  edad,  con  la  diferencia  de  e^1*00;  "e 
posición  social,  de  relaciones  familiares,  de  c^ud,  de  clima, 
de  estación,  de  atmósfera?  Todo  cu?»110  afecta  nuestras 
ideas,  nuestros  sentidos,  nuestro  ci^rP°-  de  cualquier  modo 
que  sea,  todo  modifica  nuestro*  sentimientos,  y  de  aquí  la 
asombrosa  inconstancia  o^  se  nota  en  los  que  se  abando- 
nan a  todos  los  impulsos  de  las  pasiones;  de  aquí  esa  vo- 
lubilidad de  las  organizaciones  demasiado  sensibles,  si  no 
han  hecho  grandes  esfuerzos  para  dominarse. 

Las  pasiones  han  sido  dadas  al  hombre  como  medios  para 
despertarle  y  ponerle  en  movimiento,  como  instrumentos  |l 
para  servirle  en  sus  acciones;  mas  no  como  directores  de 
su  espíritu,  no  como  guías  de  su  conducta.  Se  dice  a  veces 
que  el  corazón  no  engaña.  ¡Lamentable  error!  ¿Qué  es  nues- 
tra vida  sino  un  tejido  de  ilusiones  con  que  el  corazón  nos 
engaña?  Si  alguna  vez  acertamos,  entregándonos  ciegamen- 
te a  lo  que  él  nos  inspira,  ¡cuántas  y  cuántas  nos  hace  ex- 
traviar! ¿Sabéis  por  qué  se  atribuye  al  corazón  ese  acierto 
instintivo?  Porque  nos  llama  extremadamente  la  atención 


742 


EL  CRITERIO 


[15,  328-329] 


uno  de  sus  aciertos,  cuando  nos  consta  que  son  tantos  sus 
desaciertos ;  porque  nos  causa  extraña  sorpresa  el  verle  adi- 
vinar en  medio  de  su  ceguera,  cuando  son  tantas  las  veces 
que  le  encontramos  desatinado.  Por  esto  recordamos  su 
acierto  excepcional,  en  gracia  de  éste  le  perdonamos  todos 
sus  yerros  y  le  honramos  con  una  previsión  y  un  tino  que 
no  posee  ni  puede  poseer. 

El  fundar  la  moral  sobre  el  sentimiento  es  destruirla ; 
el  arreglar  su  conducta  a  las  inspiraciones  del  sentimiento 
es  condenarse  a  no  seguir  ninguna  fija  y  a  tenerla  frecuen- 
temente muy  inmoral  y  funesta.  La  tendencia  de  la  lite- 
ratura que  actualmente  está  en  boga  en  Francia,  y  que  des- 
graciadamente se  introduce  también  en  nuestra  España,  es 
divinizar  las  pasiones,  y  las  pasiones  divinizadas  son  extra- 
vagancia, inmoralidad,  corrupción,  crimen. 


§  53. — No  impresiones  sensibles,  sino  moral  y  razón 

La  conducta  del  hombre,  así  con  respecto  a  lo  moral 
como  a  lo  útil,  no  debe  gobernarse  por  impresiones,  ||  sino 
por  reglas  constantes ;  en  lo  moral,  por  las  máximas  de  eter- 
na verdad;  en  lo  útil,  por  los  consejos  de  la  sana  razón.  El 
hombre  no  es  un  Dios  en  quien  todo  se  santifique  por  sólo 
hallarse  en  él ;  las  impresiones  que  recibe  son  modificacio- 
nes de  su  naturaleza  que  en  nada  alteran  las  leyes  eternas ; 
una  cosa  justa  no  pierde  la  justicia  por  serle  desagradable ; 
una  cosa  injusta,  por  serle  agradable,  no  se  lava  de  la  in- 
sistida. El  enemigo  implacable  que  hunde  el  puñal  venga- 
1  r  *"*  ¿as  entranas  de  su  víctima  siente  en  su  corazón  un 
placer  teiu-,v  su  accion  no  deja  de  ser  un  crimen;  la  her- 
mana de  la  Caiu,¿  que  asjste  al  enfermo,  que  le  alivia  y 
consuela,  sufre  mas  Ql  una  vez  tormentos  atroces,  mas  por 
esto  su  acción  no  deja  de  =er  heroicamente  virtuosa. 

Prescindiendo  de  lo  moral  y  atendiendo  a  lo  útil,  es  ne- 
cesario tratar  las  cosas  con  arreglo  a  i0  que  son,  no  a  lo 
que  nos  afectan;  la  verdad  no  está  esencialmente  en  nues- 
tras impresiones,  sino  en  los  objetos;  cuando  aquéllas  nos 
ponen  en  desacuerdo  con  éstos  nos  extravían.  El  mundo 
real  no  es  el  mundo  de  los  poetas  y  novelistas;  es  preciso 
considerarle  y  tratarle  tal  como  es  en  sí;  no  sentimental 
no  fantástico,  no  soñador,  sino  positivo,  práctico,  prosaico! 


S  54.— Un  sentimiento  bueno  la  exageración  le  hace  malo 

La  religión  no  sofoca  los  sentimientos,  sólo  los  modera 
y  los  dirige;  la  prudencia  no  desecha  el  auxilio  de  las  pa- 


115,  329-331]         c.  22. — el  entendimiento  práctico  743 


siones  templadas,  sólo  se  guarda  de  su  predominio.  ||  La  ar- 
monía no  se  ha  de  producir  en  el  hombre  con  el  simultáneo 
desarrollo  de  las  pasiones,  sino  con  su  represión :  el  contra- 
peso de  las  que  se  dejen  funcionando  no  son  sólo  las  otras 
pasiones,  sino  principalmente  la  razón  y  la  moral.  La  oposi- 
ción misma  de  las  inclinaciones  buenas  a  las  malas  deja  de 
ser  saludable  cuando  en  ella  no  preside  como  señora  la  ra- 
zón, porque  las  inclinaciones  buenas  no  son  buenas  sino  en 
cuanto  la  razón  las  dirige  y  modera ;  abandonadas  a  sí 
mismas,  se  exageran,  se  hacen  malas. 

Un  valiente  está  encargado  de  un  puesto  peligroso :  el 
riesgo  crece  por  momentos ;  a  su  alrededor  van  cayendo 
sus  camaradas ;  los  enemigos  se  aproximan  cada  vez  más ; 
apenas  hay  esperanza  de  sostenerse,  y  la  orden  para  retirar- 
se no  llega.  El  desaliento  entra  por  un  instante  en  el  cora- 
zón del  valiente.  ¿A  qué  morir  sin  ningún  fruto?  El  deber 
de  la  disciplina  y  del  honor,  ¿se  extenderá  hasta  un  sacri- 
ficio inútil?  ¿No  sería  mejor  abandonar  el  puesto,  excusarse 
a  los  ojos  del  jefe  con  lo  imperioso  de  la  necesidad?  «No, 
responde  su  corazón  generoso ;  esto  es  cobardía  que  se  cu- 
bre con  el  nombre  de  prudencia.  ¿Qué  dirían  tus  compañe- 
ros, qué  tu  jefe,  qué  cuantos  te  conocen?  ¿La  ignominia  o  la 
muerte?  Pues  la  muerte,  sin  vacilar,  la  muerte.» 

¿Se  puede  culpar  esta  reflexión  con  que  el  bravo  ofi- 
cial ha  procurado  sostenerse  a  sí  mismo  contra  la  tentación 
de  cobardía?  Ese  deseo  del  honor,  ese  horror  a  la  ignomi- 
nia de  pasar  por  cobarde,  ¿no  ha  sido  en  él  un  sentimiento? 
Sí ;  pero  un  sentimiento  noble,  generoso,  con  cuya  fuerza  y 
ascendiente  se  ha  fortalecido  contra  las  asechanzas  del  -*ít!" 
do  y  ha  cumplido  su  deber.  Esa  pasión,  pues,  dír;°íaa  a  un 
objeto  bueno  ha  producido  un  ||  resultar^  excelente,  que 
tal  vez  sin  ella  no  se  hubiera  conse£"*lUO :  en  aquellos  mo- 
mentos críticos,  terribles,  en  que  ¿I  estruendo  del  cañón,  la 
gritería  del  enemigo  cercan*  y  los  ayes  de  los  camaradas 
moribundos  comenzaba"  a  introducir  el  espanto  en  su  pe- 
cho, la  razón  enteramente  sola  tal  vez  hubiera  sucumbido ; 
pero  ha  llamado  en  su  ayuda  a  una  pasión  más  poderosa 
que  el  temor  de  la  muerte :  el  sentimiento  del  honor,  la  ver- 
güenza de  parecer  cobarde ;  y  la  razón  ha  triunfado,  el  de- 
ber se  ha  cumplido. 

Llegada  la  orden  de  replegarse,  el  oficial  se  reúne  a  su 
cuerpo,  habiendo  perdido  en  el  puesto  fatal  a  casi  todos  sus 
soldados.  «Ya  le  teníamos  a  usted  por  muerto,  le  dice  chan- 
ceándose uno  de  sus  amigos ;  no  se  habrá  usted  olvidado  del 
parapeto.»  El  oficial  se  cree  ultrajado,  pide  con  calor  una 
satisfacción,  y  a  las  pocas  horas  el  burlón  imprudente  ha  de- 
jado de  existir.  El  mismo  sentimiento  que  poco  antes  im- 
pulsara a  una  acción  heroica  acaba  de  causar  un  asesinato. 


744 


EL  CRITERIO 


[15,  331-333] 


El  honor,  la  vergüenza  de  pasar  por  cobarde  habían  sos- 
tenido al  valiente,  hasta  el  punto  de  hacerle  despreciar  su 
vida ;  el  honor,  la  vergüenza  de  pasar  por  cobarde  han  te- 
ñido sus  manos  con  la  sangre  de  un  amigo  imprudente.  La 
pasión  dirigida  por  la  razón  se  elevó  hasta  el  heroísmo ; 
entregada  a  un  ímpetu  ciego  se  ha  degradado  hasta  el 
crimen. 

La  emulación  es  un  sentimiento  poderoso,  excelente  pre- 
servativo contra  la  pereza,  contra  la  cobardía  y  contra  cuan- 
tas pasiones  se  ponen  al  ejercicio  útil  de  nuestras  faculta- 
des. De  ella  se  aprovecha  el  maestro  para  estimular  a  los 
alumnos ;  de  ella  se  sirve  el  padre  de  familia  para  refrenar 
las  malas  inclinaciones  de  alguno  |¡  de  sus  hijos;  de  ella  se 
vale  el  capitán  para  obtener  de  sus  subordinados  constan- 
cia, valor,  hazañas  heroicas.  El  deseo  de  adelantar,  de  cum- 
plir con  el  deber,  de  llevar  a  cabo  grandes  empresas ;  el 
doloroso  pesar  de  no  haber  hecho  de  nuestra  parte  todo  lo 
que  podíamos  y  debíamos ;  el  rubor  de  vernos  excedidos  por 
aquellos  a  quienes  hubiéramos  podido  superar,  son  senti- 
mientos muy  justos,  muy  nobles,  excelentes  para  hacernos 
avanzar  en  el  camino  del  bien.  En  ellos  no  hay  nada  re- 
prensible ;  ellos  son  el  manantial  de  muchas  acciones  vir- 
tuosas, de  resoluciones  sublimes,  de  hazañas  sorprendentes. 

Pero  si  ese  mismo  sentimiento  se  exagera,  el  néctar  aro- 
mático, dulce,  confortador,  se  trueca  en  el  humor  mortífero 
que  fluye  de  la  boca  de  un  reptil  ponzoñoso,  la  emulación 
se  hace  envidia.  El  sentimiento  en  el  fondo  es  el  mismo, 
pero  se  ha  llevado  a  un  punto  demasiado  alto ;  el  deseo  de 
"^antar  ha  pasado  a  ser  una  sed  abrasadora;  el  pesar  de 
verse  inorado  es  ya  un  rencor  contra  el  que  supera,  ya 
no  nay  aquena  Hyalidad  que  se  hermanaba  muy  bien  con  la 
amistad  más  íntima,  que  procuraba  suavizar  la  humilla- 
ción del  vencido  prodigarle  muestras  de  cariño  y  since- 
ras alabanzas  por  sus  esfueizoSj  que,  contenta  con  haber 
conquistado  el  lauro,  le  escondía  para  no  lastimar  el  amor 
propio  de  los  demás;  hay,  sí,  un  verdadoro  despecho,  hay 
una  rabia,  no  por  la  falta  de  los  adelantos  propios,  sino  por 
la  vista  de  los  ajenos ;  hay  un  verdadero  odio  al  que  se 
aventaja ;  hay  un  vivo  anhelo  por  rebajar  el  mérito  de  sus 
obras ;  hay  maledicencia ;  hay  el  desdén  con  que  se  encu- 
bre un  furor  mal  comprimido ;  hay  la  sonrisa  sardónica, 
que  apenas  alcanza  a  disimular  los  tormentos  del  alma. 

Nada  más  conforme  a  razón  que  aquel  sentimiento  ||  de 
la  propia  dignidad,  que  se  exalta  santamente  cuando  las 
pasiones  brutales  excitan  a  una  acción  vergonzosa,  que 
recuerda  al  hombre  lo  sagrado  de  sus  deberes  y  no  le  con- 
siente deshonrarse  faltando  a  ellos ;  aquel  sentimiento  que 
le  inspira  la  actitud  que  le  conviene  tomar,  según  la  posi- 


[15,  333-334]         c.  22. — el  entendimiento  práctico  745 


ción  que  ocupa ;  aquel  sentimiento  que  llena  de  majestad 
el  semblante  y  modales  del  monarca,  que  da  al  rostro  y  ma- 
neras de  un  pontífice  santa  gravedad  y  unción  augusta,  que 
brilla  en  la  mirada  de  fuego  de  un  gran  capitán  y  en  su 
ademán  resuelto,  osado,  imponente ;  aquel  sentimiento  que 
a  la  dicha  no  le  permite  alegría  descompuesta,  ni  al  infor- 
tunio abatimiento  innoble,  que  señala  la  oportunidad  de  un 
prudente  silencio  o  sugiere  una  palabra  decorosa  y  firme, 
que  deslinda  la  afabilidad  de  la  nimia  familiaridad,  la  fran- 
queza del  abandono,  la  naturalidad  de  los  modales  de  una 
libertad  grosera ;  aquel  sentimiento,  en  fin,  que  vigoriza  al 
hombre  sin  endurecerle,  que  le  suaviza  sin  relajarle,  que  le 
hace  flexible  sin  inconstancia  y  constante  sin  terquedad. 
Pero  ese  mismo  sentimiento,  si  no  está  moderado  y  dirigido 
por  la  razón,  se  hace  orgullo,  el  orgullo  que  hincha  el  cora- 
zón, enhiesta  la  frente,  da  a  la  fisonomía  un  aspecto  ofen- 
sivo y  a  los  modales  una  afectación  entre  irritante  y  ridicu- 
la ;  el  orgullo  que  desvanece,  que  imposibilita  para  adelan- 
tar, que  se  suscita  a  sí  propio  obstáculos  en  la  ejecución, 
que  inspira  grandes  maldades,  que  provoca  el  aborrecimien- 
to y  el  desprecio,  que  hace  insufrible. 

¿Qué  sentimiento  más  razonable  que  el  deseo  de  adqui- 
rir o  conservar  lo  necesario  para  las  atenciones  propias  y  de 
aquellas  personas  de  cuyo  cuidado  encargan  el  deber  o  el 
afecto?  El  previene  contra  la  prodigalidad,  aparta  de  los 
excesos,  preserva  de  una  vida  licenciosa,  ||  inspira  amor  a  la 
sobriedad,  templanza  en  todos  los  deseos,  afición  al  trabajo. 
Pero  este  mismo  sentimiento,  llevado  a  la  exageración.,  im- 
pone ayunos  que  Dios  no  acepta,  frío  en  el  invierno,  ca1'- 
en  el  verano,  mal  cuidado  de  la  salud,  abandono  ?r  ídS. ei^~ 
fermedades ;  mortifica  con  privaciones  a  la  ^milia,  niega 
todo  favor  a  los  amigos,  cierra  la  mano  para  los  pobres,  en- 
durece cruelmente  el  corazón  par=  toda  clase  de  infortu- 
nios;  atormenta  con  sospecha?,  temores,  zozobras;  prolon- 
ga las  vigilias,  engendra  p-¡  insomnio;  persigue  y  agita,  con 
la  aparición  de  espectros  robadores,  los  breves  momentos  de 
sueño,  haciendo  que  no  pueda  lograr  descanso 

...  el  rico  avaro  en  el  angosto  lecho 
y  que  sudando  con  terror  despierte. 

Véase,  pues,  con  cuánta  verdad  he  dicho  que  los  mismos 
sentimientos  buenos  la  exageración  los  hace  malos ;  que  el 
sentimiento  por  sí  solo  es  una  guía  mal  segura  y  a  menudo 
peligrosa.  La  razón  es  quien  debe  dirigirle  conforme  a  los 
eternos  principios  de  la  moral;  la  razón  es  quien  debe  en- 
caminarle hasta  en  el  terreno  de  la  utilidad.  Por  esto  ja- 
más el  hombre  se  ocupa  demasiado  del  conocimiento  de  sí 


746 


EL  CRITERIO 


[15,  334-336] 


mismo ;  ningún  esfuerzo  está  de  más  para  adquirir  aquel 
criterio  moral  y  acertado  que  nos  enseña  la  verdad  prácti- 
ca, la  verdad  que  debe  presidir  a  todos  los  actos  de  nuestra 
vida.  Proceder  a  la  aventura,  abandonarse  ciegamente  a  las 
inspiraciones  del  corazón,  es  exponerse  a  mancharse  con  la 
inmoralidad  y  a  cometer  una  serie  de  yerros  que  acaban 
por  acarrear  terribles  infortunios.  || 


S  55. — La  ciencia  es  muy  útil  a  la  práctica 

En  todo  lo  concerniente  a  objetos  sometidos  a  leyes -ne- 
cesarias, claro  es  que  el  conocimiento  de  éstas  ha  de  ser  úti- 
lísimo, cuando  no  indispensable.  De  cuyo  principio  infiero 
que  discurren  muy  mal  los  que,  en  tratándose  de  ejecutar, 
descuidan  la  ciencia  y  sólo  se  atienen  a  la  práctica.  La  cien- 
cia, si  es  verdaderamente  digna  de  este  nombre,  se  ocupa 
en  el  descubrimiento  de  las  leyes  que  rigen  la  naturaleza, 
y  así  su  ayuda  ha  de  ser  de  la  mayor  importancia.  Tenemos 
de  esta  verdad  una  irrefragable  prueba  en  lo  que  ha  suce- 
dido en  Europa  de  tres  siglos  a  esta  parte.  Desde  que  se 
han  cultivado  las  matemáticas  y  las  ciencias  naturales  el 
progreso  de  las  artes  ha  sido  asombroso.  En  el  siglo  actual 
se  están  haciendo  continuamente  ingeniosos  descubrimien- 
tos, y  ¿qué  son  éstos  sino  otras  tantas  aplicaciones  de  la 
ciencia? 

La  rutina,  que  desdeña  a  la  ciencia,  muestra  con  seme- 
jante, desdén  un  orgullo  necio,  hijo  de  la  ignorancia.  El 
^mbre  se  distingue  de  los  brutos  animales  por  la  razón 
con  q_  ]e  ha  ¿0tad0  el  Autor  de  la  naturaleza ;  y  no  que- 
rer empleai  icS  ]uces  ¿e\  entendimiento  para  la  dirección 
de  las  operaciones,  o,m  ias  mas  sencillas,  es  mostrarse  ingra- 
to a  la  bondad  del  Cr.c^0r.  ¿Para  qué  se  nos  ha  dado  esa 
antorcha  sino  para  aprovechamos  de  ella  en  cuanto  sea  po- 
sible? Y  si  a  ella  se  deben  tan  grandes  concepciones  cien- 
tíficas, ¿por  qué  no  la  hemos  de  consultar  para  que  nos  su- 
ministre reglas  que  nos  guíen  en  la  práctica?  |] 

Véase  el  atraso  en  que  se  encuentra  la  España  en  cuan- 
to a  desarrollo  material,  merced  al  descuido  con  que  han 
sido  miradas  durante  largo  tiempo  las  ciencias  naturales  y 
exactas;  comparémonos  con  las  naciones  aue  no  han  caído 
en  este  error,  y  nos  será  fácil  palpar  la  diferencia.  Verdad 
es  que  hay  en  las  ciencias  una  parte  meramente  especulati- 
va y  que  difícilmente  puede  conducir  a  resultados  prácti- 
cos; sin  embargo,  es  preciso  no  olvidar  que  aun  esta  parte, 
al  parecer  inútil  y  como  si  dijéramos  de  mero  lujo,  se  liga 
muchas  veces  con  otras  que  tienen  inmediata  relación  con 
las  artes.  Por  manera  que  su  inutilidad  es  sólo  aparente. 


[15.  336-337]  c.  22. — el  entendimiento  práctico  747 


pues  andando  el  tiempo  se  descubren  consecuencias  en  que 
no  se  había  reparado.  La  historia  de  las  ciencias  naturales 
y  exactas  nos  ofrece  abundantes  pruebas  de  esta  verdad. 
¿Qué  cosa  más  puramente  especulativa  y  al  parecer  más 
estéril  que  las  fracciones  continuas?  Y,  no  obstante,  ellas 
sirvieron  a  Huygens  para  determinar  las  dimensiones  de 
las  ruedas  dentadas  en  la  construcción  de  su  autómata  pla- 
netario. 

La  práctica  sin  la  teoría  permanece  estacionaria,  o  no 
adelanta  sino  con  muchísima  lentitud ;  pero,  a  su  vez,  la 
teoría  sin  la  práctica  fuera  también  infructuosa.  La  teoría 
no  progresa  ni  se  solida  sin  la  observación,  y  la  observación 
estriba  en  la  práctica.  ¿Qué  sería  la  ciencia  agrícola  sin  la 
experiencia  del  labrador? 

Los  que  se  destinan  a  la  profesión  de  un  arte  deben,  si  es 
posible,  estar  preparados  con  los  principios  de  la  ciencia  en 
que  aquélla  se  funda.  Los  carpinteros,  albañiles,  maquinis- 
tas, saldrían  sin  duda  más  hábiles  maestros  si  poseyesen  los 
elementos  de  geometría  y  de  mecánica,  y  los  barnizadores, 
tintoreros  y  de  otros  oficios  no  ||  andarían  tan  a  tientas  en 
sus  operaciones  si  no  careciesen  de  las  luces  de  la  química. 
Si  una  gran  parte  del  tiempo  que  se  pierde  miserablemente 
en  la  escuela  y  en  casa,  ocupándose  en  estudios  incondu- 
centes, se  emplease  en  adquirir  los  conocimientos  prepara- 
torios acomodados  a  la  carrera  que  se  quiere  emprender,  los 
individuos,  las  familias  y  la  sociedad  reportarían  por  cier- 
to mayor  fruto  de  sus  tareas  y  dispendios. 

Bueno  es  que  un  joven  sea  literato;  pero  ;.de  qué  le 
servirá  un  brillante  trozo  de  Walter  Scott  o  de  Víctor  Hi'^ 
cuando,  colocado  al  frente  de  un  establecimiento,  sf*>  Preci" 
so  conocer  los  defectos  de.  una  máquina,  las  *  ¿ntajas  o  in- 
convenientes de  un  procedimiento,  o  adi*  mar  e^  secreto  con 
que  en  los  países  extranjeros  se  h*  negado  a  la  perfección 
de  un  tinte?  Al  arquitecto,  al  ingeniero,  ¿serán  los  artículos 
de  política  los  que  les  enseñarán  a  construir  un  edificio  con 
-  solidez,  elegancia,  aptitud  y  buen  gusto,  a  formar  atinada- 
mente el  plan  de  una  carretera  o  canal,  a  dirigir  las  obras 
con  inteligencia,  a  levantar  una  calzada  0  suspender  un 
puente? 

§  56. — Inconvenientes  de  la  universalidad 

El  saber  es  muy  costoso  y  la  vida  muy  breve,  y,  sin  em- 
bargo, vemos  con  dolor  que  se  desparraman  las  facultades 
del  hombre  hacia  mil  objetos  diferentes,  halagando  a  un 
tiempo  la  vanidad  y  la  pereza.  La  vanidad,  porque  de  esta 
suerte  se  adquiere  la  reputación  de  sabio ;  la  pereza,  por- 
que es  harto  más  trabajoso  el  fijarse  sobre  una  materia  y 


748 


EL  CRITERIO 


|15,  337-339] 


dominarla  que  no  el  adquirir  cuatro  nociones  generales  so- 
bre todos  los  ramos.  || 

Se  pondera  de  continuo  las  ventajas  de  la  división  del 
trabajo  en  la  industria,  y  no  se  advierte  que  este  principio 
es  también  aplicable  a  la  ciencia.  Son  pocos  los  hombres 
nacidos  con  felices  disposiciones  para  todo.  Muchos  que  po- 
drían ser  una  excelente  especialidad  dedicándose  principal 
o  exclusivamente  a  un  ramo,  se  inutilizan  miserablemente 
aspirando  a  la  universalidad.  Son  incalculables  los  daños 
que  de  esto  resultan  a  la  sociedad  y  a  los  individuos,  pues 
que  se  consumen  estérilmente  muchas  fuerzas  que  bien 
aprovechadas  y  dirigidas  habrían  podido  producir  grandes 
bienes.  Vaucanson  y  Watt  hicieron  prodigios  en  la  mecáni- 
ca, y  es  muy  probable  que  se  hubieran  distinguido  muy 
poco  en  las  bellas  artes  y  en  la  poesía ;  Laf  ontaine  se  in- 
mortalizó con  sus  Fábulas,  y  metido  a  hombre  de  negocios 
hubiera  sido  de  los  más  torpes:  sabido  es  que  en  el  trato  de 
la  sociedad  parecía  a  veces  estar  falto  de  sentido  común. 

No  negaré  que  unos  conocimientos  presten  a  otros  gran- 
de auxilio,  ni  las  ventajas  que  reporta  una  ciencia  de  las 
luces  que  le  suministran  otras,  quizás  de  un  orden  totalmen- 
te distinto ;  pero  repito  que  esto  es  para  pocos  y  que  la  ge- 
neralidad de  los  hombres  debe  dedicarse  especialmente  a 
un  ramo. 

Así  en  las  ciencias  como  en  las  artes,  lo  que  conviene  es 
elegir  con  acierto  la  profesión ;  pero  una  vez  escogida  es 
preciso  aplicarse  a  ella  o  principal  o  exclusivamente. 

La  abundancia  de  libros,  de  periódicos,  de  manuales,  de 
~7ciclopedias,  convida  a  estudiar  un  poco  de  todo :  esta 
abuna^<na  indica  el  gran  caudal  de  conocimientos  atesora- 
dos con  el  cu^o  de  los  siglos  y  de  que  disfruta  la  edad  pre- 
sente ;  pero,  en  ca™bi0i  acarrea  un  mal  muy  ||  grave,  y  es 
que  hace  perder  a  muchos  en  intensidad  lo  que  adquieren  en 
extensión,  y  a  no  pocos  les  oroporciona  aparentar  que  sa- 
ben de  todo,  cuando  en  realidad  no  saben  nada. 

Si  la  España  ha  de  progresar  de  una  manera  real  y  po- 
sitiva, es  preciso  que  se  acuda  a  remediar  este  abuso;  que 
se  encajonen,  por  decirlo  así,  los  ingenios  en  sus  respecti- 
vas carreras,  y  que,  sin  impedir  la  universalidad  de  conoci- 
mientos en  los  que  de  tanto  sean  capaces,  se  cuide  que  no 
falte  en  algunos  la  profundidad  y  en  todos  la  suficiencia. 
La  mayor  parte  de  las  profesiones  demandan  un  hombre 
entero  para  ser  desempeñadas  cual  conviene;  si  se  olvida 
esta  verdad,  las  fuerzas  intelectuales  se  consumen  lastimo- 
samente sin  producir  resultado:  como  en  una  máquina  mal 
construida  se  pierde  gran  parte  del  impulso  por  falta  de 
buenos  conductos  que  le  dirijan  y  apliquen. 

A  quien  reflexione  sobre  el  movimiento  intelectual  de 


[15,  339-341]  c.  22.— el  entendimiento  práctico  749 


nuestra  patria  en  la  época  presente  se  le  ofrece  de  bulto  la 
causa  de  esa  esterilidad  que  nos  aflige,  a  pesar  de  una  ac- 
tividad siempre  creciente.  Las  fuerzas  se  disipan,  se  pierden, 
porque  no  hay  dirección ;  los  ingenios  marchan  a  la  aven- 
tura, sin  pensar  adonde  van ;  los  que  profesan  con  fruto 
una  carrera  la  abandonan  a  la  vista  de  otra  que  brinda  con 
más  ventajas,  y  la  revolución,  trastornando  todos  los  pape- 
les, haciendo  del  abogado  un  diplomático,  del  militar  un 
político,  del  comerciante  un  hombre  de  gobierno,  del  juez 
un  economista,  de  nada  todo,  aumenta  el  vértigo  de  las  ideas 
y  opone  gravísimos  obstáculos  a  todos  los  progresos.  || 


§  57. — Fuerza  de  la  voluntad 

El  hombre  tiene  siempre  un  gran  caudal  de  fuerzas  sin 
emplear,  y  el  secreto  de  hacer  mucho  es  acertar  a  explotar- 
se a  sí  mismo.  Para  convencerse  de  esta  verdad  basta  con- 
siderar cuánto  se  multiplican  las  fuerzas  del  hombre  que 
se  halla  en  aprieto :  su  entendimiento  es  más  capaz  y  pe- 
netrante, su  corazón  más  osado  y  emprendedor,  su  cuerpo 
más  vigoroso;  y  esto  ¿por  qué?  ¿Se  crean  acaso  nuevas 
fuerzas?  No,  ciertamente :  sólo  se  despiertan,  se  ponen  en 
acción,  se  aplican  a  un  objeto  determinado.  ¿Y  cómo  se  lo- 
gra esto?  El  aprieto  aguijonea  la  voluntad,  y  ésta  desplie- 
ga, por  decirlo  así,  toda  la  plenitud  de  su  poder :  quiere  el 
fin  con  intensidad  y  viveza,  manda  con  energía  a  todas  las 
facultades  que  trabajen  por  encontrar  los  medios  a  propó- 
sito y  por  emplearlos  una  vez  encontrados ;  y  el  hombre  j*° 
asombra  de  sentirse  otro,  de  ser  capaz  de  llevar  p  do. 
que  en  circunstancias  ordinarias  le  pareciera  todo  im- 
posible. 

Lo  que  sucede  en  extremos  apuraos  debe  enseñarnos  el 
modo  de  aprovechar  y  multiplicar  nuestras  fuerzas  en  el 
curso  de  los  negocios  comunes:  regularmente,  para  lograr 
un  fin  lo  que  se  necesita  es  voluntad,  voluntad  decidida,  re- 
suelta, firme,  que  marche  a  su  objeto  sin  arredrarse  por 
obstáculos  ni  fatigas.  Las  más  de  las  veces  no  tenemos  ver- 
dadera voluntad,  sino  veleidad;  quisiéramos,  mas  no  que- 
remos; quisiéramos,  si  no  fuese  preciso  salir  de  nuestra 
habitual  pereza,  arrostrar  tal  trabajo,  superar  tales  obstácu- 
los, pero  no  queremos  alcanzar  ||  el  fin  a  tanta  costa;  em- 
pleamos con  flojedad  nuestras  facultades  y  desfallecemos  a 
la  mitad  del  camino 


750 


EL  CRITERIO 


[15,  341-342] 


§  58. — Firmeza  de  voluntad 

La  firmeza  de  voluntad  es  el  secreto  de  llevar  a  cabo  las 
empresas  arduas ;  con  esta  firmeza  comenzamos  por  domi- 
narnos a  nosotros  mismos,  primera  condición  para  dominar 
los  negocios.  Todos  experimentamos  que  en  nosotros  hay- 
dos  hombres :  uno  inteligente,  activo,  de  pensamientos  ele- 
vados, de  deseos  nobles,  conformes  a  la  razón,  de  proyectos 
arduos  y  grandiosos ;  otro  torpe,  soñoliento,  de  miras  mez- 
quinas, que  se  arrastra  por  el  polvo  cual  inmundo  reptil, 
que  suda  de  angustia  al  pensar  que  se  le  hace  preciso  levan- 
tar la  cabeza  del  suelo.  Para  el  segundo  no  hay  el  recuer- 
do de  ayer  ni  la  previsión  de  mañana :  no  hay  más  que  lo 
presente,  el  goce  de  ahora,  lo  demás  no  existe ;  para  el  pri- 
mero hay  la  enseñanza  de  lo  pasado  y  la  vista  del  porvenir: 
hay  otros  intereses  que  los  del  momento,  hay  una  vida  de- 
masiado anchurosa  para  limitarla  a  lo  que  afecta  en  este 
instante ;  para  el  segundo  el  hombre  es  un  ser  que  siente 
y  goza ;  para  el  primero  el  hombre  es  una  criatura  racional, 
a  imagen  y  semejanza  de  Dios,  que  se  desdeña  de  hundir 
su  frente  en  el  polvo,  que  la  levanta  con  generosa  altivez 
hacia  el  firmamento,  que  conoce  toda  su  dignidad,  que  se  pe- 
netra de  la  nobleza  de  su  origen  y  destino,  que  alza  su  pen- 
samiento sobre  la  región  de  las  sensaciones,  que  prefiere  al 
goce  el  deber. 

Para  todo  adelanto  sólido  y  estable  conviene  desarro- 
llar ||  al  hombre  noble  y  sujetar  y  dirigir  al  innoble  con  la 
^rmeza  de  la  voluntad.  Quien  se  ha  dominado  a  sí  mismo 
donn.-o  fácilmente  el  negocio  y  a  los  demás  que  en  él  to- 
man parte,  sirque  es  cierto  que  una  voluntad  firme  y  cons- 
tante, ya  por  sí  sou,  y  prescindiendo  de  las  otras  cualidades 
de  quien  la  posea,  ejei^  poderoso  ascendiente  sobre  los  áni- 
mos y  los  sojuzga  y  avasallo. 

La  terquedad  es,  sin  duda,  un  mai  gravísimo,  porque  nos 
lleva  a  desechar  los  consejos  ajenos,  aferrándonos  en  nues- 
tro dictamen  y  resolución,  contra  las  concideraciones  de 
prudencia  y  justicia.  De  ella  debemos  precavernos  cuidado- 
samente, porque,  teniendo  su  raíz  en  el  orgullo,  es  planta 
que  fácilmente  se  desarrolla.  Sin  embargo,  tal  vez  podría 
asegurarse  que  la  terquedad  no  es  tan  común  ni  acarrea 
tantos  daños  como  la  inconstancia.  Esta  nos  hace  incapaces 
de  llevar  a  cabo  las  empresas  arduas  y  esteriliza  nuestras 
facultades,  dejándolas  ociosas  o  aplicándolas  sin  cesar  a  ob- 
jetos diferentes  y  no  permitiendo  que  llegue  a  sazón  el  fru- 
to de  las  tareas ;  ella  nos  hace  retroceder  a  la  vista  del  pri- 
mer obstáculo  y  desfallecer  al  presentarse  un  riesgo  o  fati- 
ga ;  ella  nos  pone  a  la  merced  de  todas  nuestras  pasiones, 


115,  342-344] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


751 


de  todos  los  sucesos,  de  todas  las  personas  que  nos  rodean ; 
ella  nos  hace  también  tercos  en  el  prurito  de  mudanza  y 
nos  hace  desoír  los  consejos  de  la  justicia,  de  la  prudencia 
y  hasta  de  nuestros  más  caros  intereses. 

Para  lograr  esta  firmeza  de  voluntad  y  precaverse  con- 
tra la  inconstancia  conviene  formarse  convicciones  fijas, 
prescribirse  un  sistema  de  conducta,  no  obrar  al  acaso.  Es 
cierto  que  la  variedad  de  acontecimientos  y  circunstancias  y 
la  escasez  de  nuestra  previsión  nos  obligan  con  frecuencia 
a  modificar  los  planes  concebidos ;  |¡  pero  esto  no  impide 
que  podamos  formarlos,  no  autoriza  para  entregarse  ciega- 
mente al  curso  de  las  cosas  y  marchar  a  la  aventura.  ¿Para 
qué  se  nos  ha  dado  la  razón  sino  para  valemos  de  ella  y  em- 
plearla como  guía  en  nuestras  acciones? 

Téngase  por  cierto  que  quien  recuerde  estas  observacio- 
nes, quien  proceda  con  sistema,  quien  obre  con  premeditado 
designio,  llevará  siempre  notable  ventaja  sobre  los  que  se 
conduzcan  de  otra  manera ;  si  son  sus  auxiliares,  natural- 
mente se  los  hallará  puestos  bajo  sus  órdenes  y  se  verá 
constituido  sin  que  ellos  lo  piensen  ni  él  propio  lo  preten- 
da ;  si  son  sus  adversarios  o  enemigos,  los  desbaratará,  aun 
contando  con  menos  recursos. 

Conciencia  tranquila,  designio  premeditado,  voluntad  fir- 
me; he  aquí  las  condiciones  para  llevar  a  cabo  las  empre- 
sas. Esto  exige  sacrificios,  es  verdad;  esto  demanda  que  el 
hombre  se  venza  a  sí  mismo,  es  cierto ;  esto  supone  mucho 
trabajo  interior,  no  cabe  duda ;  pero  en  lo  intelectual,  como 
en  lo  moral,  como  en  lo  físico,  en  lo  temporal  como  en  lo 
eterno,  está  ordenado  que  no  alcanza  la  corona  quien  no 
arrostra  la  lucha. 


§  59 — Firmeza,  energía,  >»»petu 

Voluntad  firme  no  es  lo  mi«no  que  voluntad  enérgica,  y 
mucho  menos  que  voluntad  impetuosa.  Estas  tres  cualida- 
des son  muy  diversas,  no  siempre  se  hallan  reunidas,  y  no 
es  raro  que  se  excluyan  recíprocamente.  El  ímpetu  es  pro- 
ducido por  un  acceso  de  pasión,  es  el  movimiento  de  la  vo- 
luntad arrastrada  por  la  pasión,  es  ||  casi  la  pasión  misma. 
Para  la  energía  no  basta  un  acceso  momentáneo ;  es  nece- 
saria una  pasión  fuerte,  pero  sostenida  por  algún  tiempo. 
En  el  ímpetu  hay  explosión,  el  tiro  sale,  mas  el  proyectil 
cae  a  poca  distancia ;  en  la  energía  hay  explosión  también, 
quizás  no  tan  ruidosa,  pero  en  cambio  el  proyectil  silba 
gran  trecho  por  los  aires  y  alcanza  un  blanco  muy  distan- 
te. La  firmeza  no  requiere  ni  uno  ni  otro ;  admite  también 
pasión,  frecuentemente  la  necesita,  pero  es  una  pasión  cons- 


752 


EL  CRITERIO 


[15,  344-345] 


tante,  con  dirección  fija,  sometida  a  regularidad.  El  ímpetu 
o  destruye  en  un  momento  todos  los  obstáculos  o  se  que- 
branta ;  la  energía  sostiene  algo  más  la  lucha,  pero  se  que- 
branta también ;  la  firmeza  los  remueve  si  puede ;  cuando 
no,  los  salva,  da  un  rodeo,  y  si  ni  uno  ni  otro  le  es  posible 
se  para  y  espera. 

Mas  no  debe  creerse  que  esta  firmeza  no  pueda  tener  en 
ciertos  casos  energía,  ímpetu  irresistible ;  después  de  espe- 
rar mucho,  también  se  impacienta,  y  una  resolución  extre- 
ma es  tanto  más  temible  cuanto  es  más  premeditada,  más 
-  calculada.  Esos  hombres  en  apariencia  fríos,  pero  que  en 
realidad  abrigan  un  fuego  concentrado  y  comprimido,  son 
formidables  cuando  llega  el  momento  fatal  y  dicen :  «Aho- 
ra»... Entonces  clavan  en  el  objeto  su  mirada  encendida  y 
se  lanzan  a  él  rápidos  como  el  rayo,  certeros  como  una 
flecha. 

Las  fuerzas  morales  son  como  las  físicas:  necesitan  ser 
economizadas;  los  que  a  cada  paso  las  prodigan  las  pierden ; 
los  que  las  reservan  con  prudente  economía  las  tienen  ma- 
yores en  el  momento  oportuno.  No  son  las  voluntades  más 
firmes  las  que  chocan  continuamente  con  todo ;  por  el  con- 
trario, los  muy  impetuosos  ceden  cuando  se  les  resiste,  ata- 
can cuando  se  cede.  Los  hombres  ||  de  voluntad  más  firme 
no  suelen  serlo  para  las  cosas  pequeñas ;  las  miran  con  lás- 
tima, no  las  consideran  dignas  de  un  combate.  Así,  en  el 
trato  común  son  condescendientes,  flexibles,  desisten  con 
facilidad,  se  prestan  a  lo  que  se  quiere.  Pero  llegada  la  oca- 
sión, sea  por  presentarse  un  negocio  grande  en  que  conven- 
ga desplegar  las  fuerzas,  sea  porque  alguno  de  los  pequeños 
'-,"va  sido  llevado  a  un  extremo  tal  en  que  no  se  pueda  con- 
desce.-uvi-v,.  más  y  sea  necesario  decir  Basta,  entonces  no  es 
mas  impetuuoo  ei  león,  si  se  trata  de  atacar ;  no  es  más  fir- 
me la  roca,  si  se  u»ta  de  resistir. 

Esa  fuerza  de  volunta  que  da  valor  en  el  combate  y 
fortaleza  en  el  sufrimiento,  nue  triunfa  de  todas  las  resis- 
tencias, que  no  retrocede  por  ningún  obstáculo,  que  no  se 
desalienta  con  el  mal  éxito  ni  se  quebranta  con  los  choques 
más  rudos;  esa  voluntad  que,  según  la  oportunidad  del  mo- 
mento, es  fuego  abrasador  o  frialdad  aterradora;  que,  se- 
gún conviene,  pinta  en  el  rostro  formidable  tempestad  o 
una  serenidad  todavía  más  formidable ;  esa  gran  fuerza  de 
voluntad  que  es  hoy  lo  que  era  ayer,  que  será  mañana  lo 
que  es  hoy ;  esa  gran  fuerza  de  voluntad  sin  la  que  no  es 
posible  llevar  a  cabo  arduas  empresas  que  exijan  dilatado 
tiempo que  és  uno  de  los  caracteres  distintivos  de  los 
hombres  que  más  se  han  señalado  en  los  fastos  de  la  huma- 
nidad, de  los  hombres  que  viven  en  los  monumentos  que 
han  levantado,  en  las  instituciones  que  han  establecido,  en 


[15,  345-3471  C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO  753 


las  revoluciones  que  han  hecho  o  en  los  diques  con  que  las 
han  contenido ;  esa  gran  fuerza  de  voluntad  que  poseían  los 
grandes  conquistadores,  los  jefes  de  sectas,  los  descubrido- 
res de  nuevos  mundos,  los  inventores  que  consumieron  su 
vida  en  busca  de  su  invento,  los  políticos  que  con  mano  l| 
de  hierro  amoldaron  la  sociedad  a  una  nueva  forma,  im- 
primiéndola un  sello  que  después  de  largos  siglos  no  se  ha 
borrado  aún ;  esa  fuerza  de  voluntad  que  hace  de  un  hu- 
milde fraile  un  gran  papa  en  Sixto  V,  un  gran  regente  en 
Cisneros ;  esa  fuerza  de  voluntad  que,  cual  muro  de  bronce, 
detiene  el  protestantismo  en  la  cumbre  del  Pirineo,  que 
arroja  sobre  la  Inglaterra  una  armada  gigantesca  y  escucha 
impasible  la  nueva  de  su  pérdida,  que  somete  el  Portugal, 
vence  en  San  Quintín,  levanta  El  Escorial,  y  que  en  el  som- 
brío ángulo  del  monasterio  contempla  con  ojos  serenos  la 
muerte' cercana,  mientras 

...  extraña  agitación,  tristes  clamores, 
en  el  palacio  de  Felipe  cunden, 
que  por  el  claustro  y  población  a  un  ¿iempo 
con  angustiados  ayes  se  difunden ; 


esa  fuerza  de  voluntad,  repito,  necesita  dos  condiciones,  o 
más  bien  resulta  de  la  acción  combinada  de  dos  causas: 
una  idea  y  un  sentimiento.  Una  idea  clara,  viva,  fija,  pode- 
rosa, que  absorba  el  entendimiento,  ocupándole  todo,  lle- 
nándole todo.  Un  sentimiento  fuerte,  enérgico,  dueño  exclu- 
sivo del  corazón  y  completamente  subordinado  a  la  idea.  Si 
alguna  de  estas  circunstancias  falta,  la  voluntad  flaquea. 
vacila.  ■ 

Cuando  la  idea  no  tiene  en  su  apoyo  el  ser>+Allien^0'  ^a 
voluntad  es  floja ;  cuando  el  sentimiento  r>^  <<iene  ^n  su  apo- 
yo la  idea,  la  voluntad  vacila,  es  incestante.  La  idea  es  la 
luz  que  señala  el  camino ;  es  má*.  es  el  punto  luminoso  que 
fascina,  que  atrae,  que  arriera ;  el  sentimiento  es  el  im- 
pulso, es  la  fuerza  qu©  mueve,  que  lanza.  ||  # 

Cuando  la  idea  no  es  viva,  la  atracción  disminuye,  la  in- 
certidumbre  comienza,  la  voluntad  es  irresoluta;  cuando  la 
idea  no  es  fija,  cuando  el  punto  luminoso  muda  de  lugar,  la 
voluntad  anda  mal  segura;  cuando  la  idea  se  deja  ofuscar 
o  reemplazar  por  otras,  la  voluntad  muda  de  objetos,  es  vo- 
luble;  y  cuando  el  sentimiento  no  es  bastante  poderoso, 
cuando  no  está  en  proporción  con  la  idea,  el  entendimiento 
la  contempla  con  placer,  con  amor,  quizás  con  entusiasme, 
pero  el  alma  no  se  halla  con  fuerzas  para  tanto;  el  vuelo 
no  puede  llegar  allá;  la  voluntad  no  intenta  nada,  y  si  in- 
tenta se  desanima  y  desfallece. 

Es  increíble  lo  que  pueden  esas  fuerzas  reunidas,  y  lo  ex- 

48 


754 


EL  CRITERIO 


[15,  347-349] 


traño  es  que  su  poder  no  es  sólo  con  respecto  al  que  las 
tiene,  sino  que  obra  eficazmente  sobre  los  que  le  rodean.  El 
ascendiente  que  llega  a  ejercer  sobre  los  demás  un  hombre 
de  esta  clase  es  superior  a  todo  encarecimiento.  Esa  fuerza 
de  voluntad,  sostenida  y  dirigida  por  la  fuerza  de  una  idea, 
tiene  algo  de  misterioso  que  parece  revestir  al  hombre  de 
un  carácter  superior  y  le  da  derecho  al  mando  de  sus  seme- 
jantes: inspira  una  confianza  sin  límites,  una  obediencia 
ciega  a  todos  los  mandatos  del  héroe.  Aun  cuando  sean  des- 
acertados, no  se  los  cree  tales,  se  considera  que  hay  un  plan 
secreto  que  no  se  concibe.  «El  sabe  bien  lo  que  hace»,  decían 
los  soldados  de  Napoleón,  y  se  arrojaban  a  la  muerte. 

Para  los  usos  comunes  de  la  vida  no  se  necesitan  estas 
cualidades  en  grado  tan  eminente ;  pero  el  poseerlas  del 
modo  que  se  adapte  al  talento,  índole  y  posición  del  indi- 
viduo es  siempre  muy  útil  y  en  algunos  casos  necesario.  De 
esto  dependen  en  gran  parte  las  ventajas  que  unos  llevan 
a  otros  en  la  buena  dirección  y  acertado  ||  manejo  de  los 
asuntos,  pudiendo  asegurarse  que,  quien  esté  enteramente 
falto  de  dichas  cualidades  será  hombre  de  poco  valer,  inca- 
paz de  llevar  a  cabo  ningún  negocio  importante.  Para  las 
grandes  cosas  es  necesaria  gran  fuerza,  para  las  pequeñas 
basta  pequeña ;  pero  todas  han  menester  alguna.  La  dife- 
rencia está  en  la  intensidad  y  en  los  objetos ;  mas  no  en 
la  naturaleza  de  las  facultades  ni  de  su  desarrollo.  El  hom- 
bre grande  como  el  vulgar  se  dirigen  por  el  pensamiento  y 
se  mueven  por  la  voluntad  y  las  pasiones.  En  ambos  la  fije- 
za de  la  idea  y  la  fuerza  del  sentimiento  son  los  dos  princi- 
pios que  dan  a  la  voluntad  energía  y  firmeza.  Las  piedre- 
f"~»las  que  arrebata  el  viento  están  sometidas  a  las  mismas 
leyes  q,^  ]a  masa  ¿e  un  planeta. 

§  60. — Conclusión  y  resumen 

Criterio  es  un  medio  para  conocer  la  verdad.  La  verdad 
en  las  cosas  es  la  realidad.  La  verdad  en  el  entendimiento 
es  conocer  las  cosas  tales  como  son.  La  verdad  en  la  volun- 
tad es  quererlas  como  es  debido,  conforme  a  las  reglas  de 
la  sana  moral.  La  verdad  en  la  conducta  es  obrar  por  impul- 
so de  esta  buena  voluntad.  La  verdad  en  proponerse  un 
fin  es  proponerse  el  fin  conveniente  y  debido  según  las  cir- 
cunstancias. La  verdad  en  la  elección  de  los  medios  es  ele- 
gir los  que  son  conformes  a  la  moral  y  mejor  conducen  al 
fin.  Hay  verdades  de  muchas  clases,  porque  hay  realidad  de 
muchas  clases.  Hay  también  muchos  modos  de  conocer  la 
verdad.  No  todas  las  cosas  se  han  de  mirar  de  la  misma  ma- 
nera, sino  ||  del  modo  que  cada  una  de  ellas  se  ve  mejor. 


[15,  349] 


C.  22. — EL  ENTENDIMIENTO  PRÁCTICO 


755 


Al  hombre  le  han  sido  dadas  muchas  facultades.  Ninguna  es 
inútil.  Ninguna  es  intrínsecamente  mala.  La  esterilidad  o 
la  malicia  les  vienen  de  nosotros,  que  las  empleamos  mal. 
Una  buena  lógica  debiera  comprender  al  hombre  entero, 
porque  la  verdad  está  en  relación  con  todas  las  facultades 
del  hombre.  Cuidar  de  la  una  y  no  de  la  otra  es  a  veces  es- 
terilizar la  segunda  y,  malograr  la  primera.  El  hombre  es 
un  mundo  pequeño :  sus  facultades  son  muchas  y  muy  di- 
versas ;  necesita  armonía,  y  no  hay  armonía  sin  atinada 
combinación,  y  no  hay  combinación  atinada  si  cada  cosa  no 
está  en  su  lugar,  si  no  ejerce  sus  funciones  o  las  suspende 
en  el  tiempo  oportuno.  Cuando  el  hombre  deja  sin  acción  al- 
guna de  sus  facultades  es  un  instrumento  al  que  le  faltan 
cuerdas ;  cuando  las  emplea  mal  es  un  instrumento  destem- 
plado. La  razón  es  fría,  pero  ve  claro :  darle  calor  y  no 
ofuscar  su  claridad ;  las  pasiones  son  ciegas,  pero  dan  fuer- 
za: darles  dirección  y  aprovecharse  de  su  fuerza.  El  enten- 
dimiento, sometido  a  la  verdad ;  la  voluntad,  sometida  a  la 
moral ;  las  pasiones,  sometidas  al  entendimiento  y  a  la  vo- 
luntad, y  todo  ilustrado,  dirigido,  elevado  por  la  religión ; 
he  aquí  el  hombre  completo,  el  hombre  por  excelencia.  En 
él  la  razón  da  luz,  la  imaginación  pinta,  el  corazón  vivifica, 
la  religión  diviniza.  || 


ACABOSE   DE  IMPRIMIR  ESTE  TERCER   VOLUMEN  DE    LAS  «OBRAS 
COMPLETAS    DE   BALMES»,    DE   LA   BIBLIOTECA   DE  AUTORES 
CRISTIANOS,  EL  DIA  7  DE  DICIEMBRE  DE  1948.  VISPERA 
DE  LA  FESTIVIDAD  DE  LA  INMACULADA  CONCEPCION 
DE    NUESTRA    SEÑORA,    EN    LA  IMPRENTA 
DE    LOS    TALLERES  PENITENCIARIOS 
DE  ALCALA  DE  HENARES 


L  A  U  S     h  =  Q     y  I  R  C  1  N  1  Q  U  E     M  A  T  R 


!