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OBRAS COMPLETAS
DEL EXCMO. SEÑOR
DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO
HISTORIA
DR LA
poesía HISPANÜ-AMERICANA
TOMO II
o'^ c i
j^O\ov-aS Cow>,^ic.»-«
HISTORIA
DE LA
POESÍA HISPiO-AMERlCAM
POR EL DOCTOK
DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO
Director de la Real Academia de la Historia
TOMO 11
MADRID
LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁRE2
Calle de Preciados, 48
1913
»V^í-
O-^
ES PROPIEDAD
Madrid. Imp. de Kortanet. Libertad, 29.— Teléfono 991.
CAPITULO SÉPTIMO
COLOMBIA
La cultura literaria en Santa Fe de Bogotá, destinada á ser con
el tiempo la Atenas de la América del Sur, es tan antigua como
la conquista misma ( I ) . El primero de sus escritores es precisa-
mente su fundador, el dulce y humano cuanto rumboso y bizarro
abogado cordobés Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador y
Adelantado del que llamó Nuevo Reino de Granada. Como hombre
de letras que era en sus principios, manejó alternativamente la
pluma y la lanza, y fruto de sus ocios fueron unas Memorias ó com-
pendio historial de sus conquistas, que llamó Ratos de Stiesca; libro
que en 1 568 estaba para imprimirse, según consta por Real cédula;
libro que existió hasta nuestros días en América y en España, que
quizá existe hoy, aunque no sepamos á punto fijo su paradero, y
(1) D. José María Vergara y Vergara, varón digno de buena memoria, cris-
tiano y simpático ingenio, prosista ameno é investigador diligente, aunque
muy dado á la improvisación ligera en todas materias, publicó en 1867 una
Historia de la Literatura en Nueva Granada, desde la conquista hasta la inde-
pendencia (153S-1820), obrita digna de aprecio como primer ensayo y punto
de partida para investigaciones ulteriores. En sus páginas se encuentran
abundantes noticias de casi todos los autores que florecieron en el Nuevo
Reino antes de 1820; pero es libro que ha de consultarse con cautela, porque
abunda en errores de hecho. De todos modos, no habiendo sido sustituido
hasta ahora por" otro alguno, á sus noticias tenemos que acudir para los pri-
meros tiempos, ampliándolas y rectificándolas con el fruto de nuestra propia
indagación. La obra de Vergara ha sido reimpresa con prólogo y anotaciones
de nuestro amigo el elegante poeta colombiano, D. Antonio Gómez Restrepa
(Bogotá, 1905).
Mbk¿sdez t V-ELkYO.- Poesía hispano-aniericana. II. i
8 CAPÍTULO SÉPTIMO
que parece haber servido de fondo á las narraciones de otros cro-
nistas, empezando por el más antiguo de todos, Juan de Castellanos.
Escribió también el piadoso Adelantado unos sermones de las festi-
vidades de Nuestra Señora, para que se predicaran los sábados de
Cuaresma en la misa que ordenó que se dijera por las almas de los
conquistadores. D. Juan Bautista Muñoz vio además unos Apunta-
mientos 6 correcciones suyas sobre las historias de Paulo Jovio; y
recientemente el Sr. Jiménez de la Espada, aventajadísimo entre
nuestros americanistas, ha dado á conocer un Epítome de la Con-
quista del Nuevo Reino, que es de Ouesada, á lo menos en parte, y
diverso de los Ratos de Suesca. Una curiosísima noticia de Juan de
Castellanos en el canto xiii de la 4.^ parte de sus Elegías, reciente-
mente descubierta y dada á luz con el título de Historia del Nuevo
Reino de Granada (l), nos autoriza también para poner al Adelan-
tado en el catálogo de los poetas ó versificadores, con la circuns-
tancia de haber sido partidario de la escuela de Castillejo y de los
metros antiguos contra el endecasílabo italiano. Sobre esto tenía
grandes pendencias con Juan de Castellanos:
Y esta dificultad hallaba siempre
Jiménez de Quesada, licenciado,
Que es el Adelantado deste Reino,
De quien puedo decir no ser ayuno
Del poético gusto y ejercicio;
Y él porfió conmigo muchas veces
Ser los metros antiguos castellanos
Los propios y adaptados á su lengua,
Por ser hijos nacidos de su vientre,
Y éstos advenedizos adoptivos.
De diferente madre y extranjera;
Mas no fundó razón, porque sabía
Haber versos latinos, que son varios
En la composición y cantidades,
Y aunque con diferentes pies se mueven,
Son legítimos hijos de una madre,
Y en sus entrañas propias engendrados;
Como lo son también en nuestra lengua,
Puesto que el uso dellos es moderno...
(i) Tomo i, págs. 366-67.
COLOMBIA g
Al mismo parecer se inclinaba otro poeta improvisador que an-
daba entre los conquistadores; de quien da Castellanos larga noticia.
Llamábase el tal Lorenzo Martín,
... aquel que dio principio
AI pueblo hispano de Tamalameque.
Éste fué valentísimo soldado,
Y de grandes industrias en la guerra.
El cual bebió también en Hipocrene
Aquel sacro licor que manar hizo
La uña del alígero Pegaso
Con tan sonora y abundante vena,
Que nunca yo vi cosa semejante,
Según antiguos modos de españoles;
Porque composición italiana,
Hurtada de los metros que se dicen
Endecasílabos, entre latinos.
Aun no corría por aquellas partes;
Antes cuando leía los poemas
Vestidos desta nueva compostura,
Dejaban tan mal son en sus oídos,
Que juzgaba ser prosa que tenía
Al beneplácito las consonancias.
Con ser tan puntual esta medida
Que se requiere para mayor gracia
Huir las colisiones de vocales.
Y el Lorenzo Martín con ser extremo
En la facilidad al uso viejo,
Al nuevo no le pudo dar alcance.
Y ciertamente que si todos los endecasílabos que pudo alcanzar
el pobre Lorenzo Martín eran de la fuerza de estos y otros tales de
su compañero Castellanos, no le faltaba razón para quejarse de que
dejaban mal son en sus oídos ^ y para renegar de la nueva conipos'
tura y volverse á sus «coplas redondillas repentinas», de las cuales
era manadero redundante, y con las que alentaba el ánimo y dis-
traía el hambre de sus compañeros en los trances más duros de la
conquista. Castellanos nos da una muestra de estas improvisaciones
en el canto xvii:
I o CAPITULO SÉPTIMO
Sus, SUS, hermanos míos;
Trastornemos y busquemos
Algo así que reformemos
Los estómagos vacíos.
Sacad de flaqueza bríos,
Aunque estéis puestos de lodo,
Si no queréis que del todo.
Nos quedemos patifríos.
Tenemos las camisetas
Flojas, y anchos los jubones;
Pretinas de los calzones
Encogen las agujetas.
Todos bailamos sambetas
Al son de los estrompiezos,
Y tenemos los pescuezos
Más delgados que garcetas.
Quedan de los cerviguillos
Solamente los hollejos;
Los más mancebos son viejos
En rostros y colodrillos.
Nuestros vientres tan sencillos,
Que ternía cada uno
Por liviano desayuno
Menudo de dos morrillos.
Los pasos que dais oblicos,
Flojos, remisos y tardos.
Se volverán en gallardos
En cebando los hocicos.
En esto seréis más ricos
Que aquel Herodes Antipas,
Y sosegarán las tripas
Que nos hacen villancicos.
(O
Nada de esto es poesía ciertamente; pero ¡cuánto agrada encon-
trar en aquel pequeño grupo de heroicos españoles perdidos en las
soledades de los Andes un eco de las contiendas literarias que en la
Península traían los petrarquistas enamorados del arte italiano, con
¡03 partidarios de la medida vieja!
(i) Tomo II, págs. 50-52.
COLOMBIA 1 1
Eran los primeros pobladores del Nuevo Reino, según expresión
del mismo Castellanos,
Gente llana, fiel, modesta, clara,
Leal, humilde, sana y obediente.
A lo selecto de esta población, que no había manchado su con-
quista con ninguna de las ferocidades y excesos de sórdida codicia
que anublaron la gloria de la del Perú, correspondió desde el prin-
cipio la paz inalterable en que vivió aquella colonia, la moderación
de su gobierno, la templanza de las costumbres y lo arraigado de
las tradiciones domésticas, más fáciles de conservar en una pobla-
ción agrícola y sedentaria, aislada en la meseta de los Andes y se-
parada de la costa por inmensos desiertos y ríos caudalosísimos,
que en la muchedumbre abigarrada y levantisca que acudía á los
puertos ó á las grandes explotaciones mineras.
A tal estado de cosas acompañó desde muy pronto el celo por la
común instrucción, y aunque es cierto que el virreinato de Santa
Fe no participó de los beneficios de la imprenta hasta el siglo xviii,
quedando en esto muy inferior á México y Lima, también lo es que
tuvo desde los primeros días establecimientos de enseñanza. Ya por
Real cédula de 2^ de Abril de 1554 se mandó á la Chancillería del
Nuevo Reino proceder al establecimiento de un colegio para indios.
Otra cédula de 1 8 de Febrero de 1555 mandó crear otro colegio
para huérfanos españoles y mestizos. El Seminario de San Luis, fun-
dado por el Obispo D. Fr. Luis Zapata de Cárdenas, obtuvo orga-
nización definitiva en 1592, en tiempo de su sucesor D. Bartolomé
Lobo Guerrero, y de él se encargaron los jesuítas, que le rigieron
hasta su expulsión en 1 765, con estudios de artes, gramática y teo-
logía y una cátedra de lengua muisca. Los dominicos, primeros re-
ligiosos que habían penetrado en el Nuevo Reino con el x'\delantado
Jiménez de Quesada, de cuyo nombre es inseparable el de Fr. Do-
mingo de las Casas, enseñaban en su convento gramática desde
1543, y artes y teología desde 1 5 72. Estos estudios fueron la base
de la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás, que no llegó á
existir definitivamente hasta 1627, después de largo y reñido pleito
ganado por los dominicos contra los jesuítas. Estos, no obstante,
12 CAPITULO SÉPTIMO
continuaron llamando á su colegio Universidad Xaveriana, y suce-
sivamente establecieron otros en Honda, Pamplona, Tunja, Carta-
gena y Antioquía, hasta el número de 13. Con ellos, y los que te-
nían los dominicos, y el de San Buenaventura y otros que fundaron
los franciscanos, llegó á haber 23 en todo el Nuevo Reino, siendo
de los más importantes por su dotación el del Rosario, fundado en
1653 por el Arzobispo D. Fr. Cristóbal de Torres (l).
De este modo, y á pesar de la enorme dificultad de tener que
'enviar á la Península todo libro ó papel para imprimirse, lo cual fué
causa de que muchos quedasen inéditos, pudo Nueva Granada dar
á la bibliografía española del siglo xvu un número de escritores
no insignificante, ya teólogos, ya juristas, ya arbitristas, como
Luis Brochero, ya autores de crónicas, como Rodríguez Fresle y el
agustino Fr. Andrés de San Nicolás, ya verdaderos historiado-
res, como el Obispo Piedrahita, cuya obra, aunque impresa en los
peores días del siglo xvii (1688), no se resiente mucho en el estilo
de la corrupción literaria de aquel tiempo (2), ya gramáticos de
lenguas indígenas, como el dominico Fr. Bernardo de Lugo, y los
jesuítas José Dadey y Francisco Varaix, alguno de los cuales llegó
á versificar en el idioma de los chibchas ó de los muiscas.
Los monumentos de la poesía castellana en el virreinato de Nue-
va Granada son escasísimos, y el más importante, sin comparación,
entre todos ellos, es el más antiguo, que aquí, por ser nacido en
España su autor, sólo puede entrar como de soslayo. Fácilmente se
entenderá que me refiero al beneficiado de Tunja, Juan de Castella-
(i) En el libro de D. Vicente G. Quesada, La vida intelectual en la America
Española durante los siglos XVI, XVII y XVIII (Revista de la Universidad de
Buenos Aires, t. xi), pueden verse noticias más detalladas sobre la Universi-
dad de Bogotá (p'igs. 89-98) tomadas principalmente de la Historia de la
provincia de San Afitotiio del Nuevo Reino de Granada, del orden de predicado-
res. Por el P. M. Fr, Alonso de Zamora, su cronista, hijo del convento de Nues-
tra Señora del Rosario de la ciudad de Sania Fe, su patria. Barcelona, Joseph
Llopis, 1 70 1, folio.
(2) Historia General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada. Edi-
ción hecha sobre la de Amberes de 1688. Bogotá, Imp. de Medardo Riv.is, 1881.
Con un excelente prólogo de D. Miguel A. Caro.
COLOMBIA ^3
nos, infatigable rapsoda, que en más de 1 50.000 endecasílabos, unos
rimados y otros sueltos, nos dejó escritas todas las entradas y con-
quistas de los españoles en las Antillas, en Costa Firme, en Nueva
Granada y en la gobernación de Popayán, con los nombres, proezas
V casos trágicos de todos los descubridores, capitanes y aventureros.
Es el poema más largo que existe en lengua castellana (aun incluido
el Templo Militante y Flos Sanctorum, de Cairasco), y quizá la obra
de más monstruosas proporciones que en su género posee cualquier
literatura. Sólo alguna crónica rimada, francesa ó alemana, de los
tiempos medios, puede irle á los alcances en esto de la extensión,
con la diferencia de ser ellas, por lo común, mera compilación de
textos anteriores en prosa ó en verso, al paso que la obra de Cas-
tellanos es de todo punto original, y en parte se refiere á hechos
que el mismo autor presenció ó que oyó contar á testigos fide-
dignos.
La patria de este versificador irrestañable, á quien no pueden
negarse algunas dotes de poeta, consta en el canto segundo de su
elegía vi, y se ha confirmado por el hallazgo de su partida de bau-
tismo:
Y un hombre de Alanis, natural mío...
Nació, pues, en 1522, en Alanis, pueblo del Arzobispado de
Sevilla, quedando así deshecha la absurda opinión que le suponía
nacido en Tunja, ciudad que no se fundó hasta 1539- Su vida esca-
samente puede rastrearse por las indicaciones que acá y allá dejó
esparcidas en sus Elegías, aunque, ya por modestia, ya por otras
causas, gusta de hablar de los otros mucho más que de sí propio.
Lo averiguado es que pasó en edad temprana á Indias, que anduvo
peregrinando por diversas partes de Costa Firme, que demoró largo
tiempo en las pesquerías de perlas (y esclavos) de Cubagua y el
golfo de Paria, que luego encontró una especie de Capua ó paraíso
de deleites en la isla Margarita, servido por mestizas mozas dili-
gentes.
Instruidas de mano castellana,
Lascivos ojos, levantadas frentes.
De condición benévola y humana;
14 CAPITULO SÉPTIMO
y que después de haber gastado por allí su primavera, extinguida
ya la granjeria de las perlas, y cansado de la guerra cruel, feroz j>
airada, determinó enmendar su turbia y azarosa vida, haciendo
corno los malhechores que suelen recogerse á sagrado, y en 1559 can-
tó misa en Cartagena de Indias. De allí pasó en 1 561 de beneficiado
á Tunja, donde con medianía de sustento vivió el resto de sus días,
los cuales fueron larguísimos, puesto que en 1606, á los ochenta y
cuatro años de edad, pudo otorgar testamento ológrafo, que es
de la mayor curiosidad, sobre todo por el in\-entario de sus bienes,
en que, al lado de un Agnus Dei y un crucifijo, aparecen una es-
pada corta de camino y una rodela blanca de madera de higuerón,
curiosa mezcla de los hábitos del viejo conquistador y del sacer-
dote (i).
(i) Las Elegías de varones ilustres de Indias aparecieron en la Biblioteca
de Rivadeneyra limpias y escuetas de toda noticia acerca de su autor; perq
después se ha trabajado mucho para restaurar su biografía. Citaremos los
principales trabajos:
Acosta (Coronel D. José Joaquín): artículo en el tercer número de la A7ito-
logia española, Madrid, 1848.
Vergara: Literatura en Ahueva Granada, cap. 11. Leyó en las Elegías la ver-
dadera patria de Castellanos; pero en su conato biográfico comete gran nú-
mero de errores.
Fernández Espino: Ctirso Histórico- Critico de Literatura española. Sevilla,
1 87 1, t. I, pág, 496. Descubrió y publicó la partida de bautismo de su paisano
Castellanos.
Caro (D. M. Antonio): tres artículos en el Repertorio Colombiano, 1879 y
1880. Descubrió y extractó el testamento que se conserva en Tunja.
Paz y Melia (D. A.): primer editor de la cuarta parte de las Elegías. En su
Introducción resume hábilmente cuanto se sabe ó conjetura sobre Caste-
llanos.
Jiménez de la Espada (D. M.): Juan de Castellanos y su Historia del Nuevo
Reino de Granada, Madrid, 1889. (Extracto de la Revista Contemporánea.)
Trabajo de ingeniosa crítica y peregrina erudición, en que se amengua mu-
cho el valor del testimonio histórico de Castellanos, aun en lo relativo á su
persona.
He aquí el título de la rarísima edición de la primera parte:
Primera parte de las Elegías de Varones Ilustres de Indias, compuestas por
Juan de Castellanos, Clérigo Beneficiado de Tunja en el Nuevo Reino de Gr alta-
da. En Madrid, en casa de la viuda de Alonso Gómez, impresor de S. M. Año
COLOMBIA I¿
Mucho debía dar de sí el ocio de Tunja, y extraordinaria era,
sin duda, la facilidad de Castellanos para versificar, cuando, además
de su enorme poema, mandó á España para imprimir «un libro, en
octavas rimas, de la vida, muerte y milagros de San Diego de Alca-
lá», para cuya estampación dejó lOO pesos de veinte quilates, de
que probablemente darían mala cuenta sus albaceas, puesto que el
libro por ninguna parte aparece. Aun de sus Elegías sólo llegó á
ver impresa la primera parte en 1 580, habiéndose salvado las otras
tres como de milagro. Todavía hov no están reunidas las cuatro
bajo un mismo techo. De todos modos, la caprichosa fortuna ha
dado al buen cura de Tunja, corriendo los tiempos, el honor, no
enteramente proporcionado á sus méritos, de ocupar nada menos
que un tomo íntegro de la Biblioteca de Autores Españoles^ donde
no pudieron meter la cabeza ni D. Alonso el Sabio, ni el Marqués
de Santillana, ni Juan de Mena, ni Boscán, ni Juan de \^aldés, ni
Fr. Jerónimo de Sigüenza, ni el bachiller Francisco de la Torre, ni
otros innumerables proceres y maestros de la poesía y de la prosa,
que en ninguna colección clásica podían ni debían faltar. Es de pre-
sumir que las diez ó doce mil octavas de Castellanos no hayan te-
nido muchos lectores de buena voluntad que les hinquen el diente
y prosigan hasta el fin, aun engolosinados con la extrañeza de las
cosas que cuenta; pero no hay duda que por este azar de la suerte,
más feliz para Castellanos que para los suscriptores de la Biblioteca
de Rivadeneyra, las Elegías de Varones Ilustres son libro muy co-
nocido, si no de trato, á lo menos de nombre y vista, aun por los
menos versados en las cosas de Indias.
158Q, 4.°, 202 págs. Tiene una especie de retrato del autor, grabado con la
tosquedad más horrible.
Las partes 2.^ y 3.^ de las Elegías se imprimieron (juntamente con la i.^)
en el t. iv de la Biblioteca de Autores Españoles, por copias sacadas de la co-
lección Muñoz.
La 4.^ y última parte, descubierta en estos últimos años, ha sido dada á luz
con mucho esmero y con un índice muy útil de todos los nombres propios
mencionados en la obra entera de Castellanos, por D. Antonio Paz y Melia:
Historia del Nuevo Reino de Granada, Madrid, 1SS7. Forma dos volúmenes de
la Colección de Escritores Castellanos.
1 6 CAPÍTULO SÉPTIMO
La gran desdicha de este libro es estar en verso. Y no porque,
mirado á trozos, no los tenga felices, y episodios y descripciones
variados y deleitables, y no pocas octavas bien hechas, que pue-
den entresacarse y lucir solas; sino por la exorbitante cantidad de
ellas, por las innumerables que hay desmañadas, rastreras y pro-
saicas, por la dureza inarmónica que comunican al metro tantos
nombres bárbaros y exóticos, y por la obscuridad que muchas ve-
ces resulta del empeño desacordado en que el autor se puso de
versificarlo todo, hasta las fechas, valiéndose para ello de los rodeos
más extravagantes. Y lo más doloroso es que Castellanos había em-
pezado por escribir su Crónica en prosa, que hubiera sido tan fácil
y agradable como lo es la de sus proemios, y luego, mal aconsejado
por amigos que habían leído la Araucana, y le creían capaz de
competir con Ercilla, gastó nada menos que diez años en la es-
téril tarea de reducir la prosa á verso, (¡.ingiriendo á sus tiempos
muchas digresiones poéticas y comparaciones y otros colores poéticos
con todo el buen orden que se requiere-». Pésimo consejo, en verdad,
y malhadada condescendencia la suya, puesto que así, en vez de un
montón de versos casi ilegibles de seguida, hubiéramos tenido una
de las mejores y más caudalosas crónicas de la conquista.
Llamó á su poema Elegías de Varones Ilustres de Indias, título
que nada tiene de impropio en el sentido en que él lo aplica, aten-
diendo á los casos desastrados y trágicas muertes de la mayor parte
de los conquistadores, á cada uno de los cuales suele dedicar un
epitafio en latín y castellano; porque también versificaba, y no mal,
en la lengua clásica. Dividió su obra, como dicho queda, en cua-
tro partes. Comprende la primera las navegaciones de Colón y con-
quista de la isla Española, las de Cuba, Puerto Rico, Trinidad, Paria,
Margarita y Cubagua, con las primeras entradas por el Orinoco, y
Jos románticos sucesos de Pedro de Ursúa y el tirano Lope de Agui-
rre. La segunda parte abraza los sucesos de \'enezuela y Santa
Marta; la tercera la historia de Cartagena, Popayán y Antioquía; la
cuarta los sucesos de Tunja, Santa Fe y otras partes del Nuevo
Reino de Granada.
Dos juicios distintos pueden recaer sobre el conjunto de la obra
de Castellanos. Considerada como testimonio histórico, su valor es
COLOMBIA 17
evidente, aunque no pueda admitirse sin algunas restricciones. Cas-
tellanos cuenta en gran parte lo que vio y lo que oyó á los con-
quistadores, y cuida siempre de mencionar los nombres de los que
le informaron; disfrutó también algunas relaciones manuscritas,
entre ellas el Compendio historial de Gonzalo Jiménez de Ouesada.
Pero Castellanos escribió sus Elegías en edad avanzadísima, cuando
ñaquea la memoria más firme y privilegiada; y aunque la suya fuese
de las más monstruosas, como lo prueba el inmenso número de su-
cesos y de personajes, muchos de ellos obscuros, de que hace men-
ción en su libro, no pudo menos de equivocarse muchas veces, ya
en el orden de los acontecimientos, ya en su fecha exacta. De esto
hay continuos ejemplos que le hacen guía poco seguro en cuanto á
la cronología, como ya apuntó el coronel Acosta y ha demostrado
en gran número de casos el Sr. Jiménez de la Espada. Y aun esto
por lo tocante á las cosas de su tiempo; que en otras más remotas,
como los viajes de Colón, escribió por tradición vaga, consignando
algunas patrañas que andaban en boca de marineros y soldados,
por lo cual su autoridad no puede ni debe ser invocada sin la pru-
dente cautela que él mismo insinúa en aquellos dos tan conocidos
versos:
Y si, lector, dijercles ser comento,
Como me lo contaron te lo cuento.
Por lo que toca al valor literario de las Elegías, hay juicios muy
encontrados. Mientras unos las desdeñan como libro útil sólo para
el estudio de los americanistas, pero del cual debe huir toda perso-
na de gusto, otros hacen de ellas tales encarecimientos, que obliga-
rían á tenerlas por joya de nuestro Parnaso. El prologuista anónimo
de la BibHoteca de Rivadeneyra, de quien es de presumir que las
recorrió muy por encima, puesto que ni siquiera acertó á leer en
ellas la patria del autor, pondera en términos un tanto hiperbólicos
«la facundia inagotable de Castellanos, la increíble facilidad de su
versificación, la cual, generalmente correcta y fluida, aunque á ve-
ces demasiado trivial y desaliñada, no se detiene en los obstáculos
que le ofrecían la exactitud numérica de las fechas, ni los extraordi-
narios nombres de los indios y de las regiones que habitaban.» «Las
1 8 CAPÍTULO SÉPTIMO
escenas terribles y las graciosas — añade — ; las batallas más sangrien-
tas y las caminatas más difíciles; fiestas lucidas, cultos solemnes,
paisajes floridos y voluptuosos, espectáculos naturales llenos de ho-
rrorosa grandiosidad, todo se presta con igual holgura y ligereza
al ritmo de este grande y fecundo versificador; para todo encuentra
en su imaginación fértil y Aariada ritmos sonoros, cortes de verso
naturales, consonantes propios y escogidos, y frases, si no eminen-
temente poéticas, á lo menos elegantes, bien construidas y muy ra-
ras veces torcidas de su prosodia para formar la cadencia legítima y
llenar el número requerido.»
Menos entusiasta el coronel Acosta, afirma, sin embargo, que «en
las descripciones de comarcas, en las de refriegas y encuentros con
los indígenas, y particularmente en la pintura de las impresiones
que causaban á aquellos animosos y duros conquistadores lo pere-
grino de la tierra y de las gentes que tenían que domeñar, y lo
inaudito de sus propias andanzas }■ aventuras, no conocemos cro-
nista que le aventaje».
V^ergara, que era la indulgencia personificada, llega á llamar á
Castellanos «gran poeta», y hasta darle la palma sobre Ercilla, lo
cual francamente nos parece una herejía literaria. Pero apartada
toda comparación con la Araucana, que á pesar de sus defectos
está á cien codos sobre todos los poemas de asunto americano, no
hay duda que Castellanos supera á los restantes, y que sin grave
injuria no se le puede comparar con los autores de El peregrino in-
diano, 6 de la Argentina, ó del Pitrén indómito. Su obra, más mons-
truosa que ninguna en cuanto al plan, no es realmente un poema,
ni siquiera una crónica, sino un bosque de crónicas rimadas, en que
pueden distinguirse tantos poemas como personajes; pero el que
tenga tiempo y valor para internarse en esta selva, no dará por
perdida la fatiga, cuando tropiece con episodios como el del naufra-
gio del licenciado Zuazo, ó la tremenda historia de Lope de Agui-
rre, ó la amena descripción de la isla Margarita. Hay que distinguir
también entre las diversas partes de la obra: la primera es poética-
mente muy superior á las demás. Es evidente que conforme avan-
zaba la edad de Castellanos, decrecían sus fuerzas poéticas, y el
cronista, árido y monótono, se iba sobreponiendo al abundantí-
COLOMBIA ig
simo versificador. La parte compuesta en octavas es agradable á
vedes; pero los versos sueltos, que ya abundan mucho en la tercera
parte y dominan en la cuarta, son de todo punto intolerables. Juan
de Castellanos no tenía idea del arte peculiar de construirlos, y no
es maravilla cuando en España y aun en Italia casi todo el mundo
lo ignoraba. Los escogió sencillamente porque le parecieron más
fáciles, y resultaron tales que, sin ningún esfuerzo, pudieron redu-
cirlos á prosa los cronistas Fr. Pedro Simón y D. Lucas de Piedra-
hita, que nos dieron á leer esta parte de la obra de Castellanos en
forma mucho más aceptable. Participó, pues, en cierta manera el
buen clérigo de Tunja, no por su genio, sino por su veracidad, del
privilegio de los genuinos poetas épicos, rapsodas primitivos y au-
tores de cantares de gesta, cuyas narraciones han venido con el
tiempo á ser material de historia y á transcribirse casi á la letra en
compilaciones del género de nuestra Estoria d Espanna.
Pero dejados aparte los versos sueltos, y también todo aquello
que en las octavas es pura prosa (y será en buena cuenta más de la
mitad de tan tremendo libróte), todavía un espíritu curioso, y no
excesivamente rígido, puede encontrar cierto placer en leer á sal-
tos las Elegías de Varones Ilustres de ludias^ aun prescindiendo del
grande interés histórico, y á veces novelesco, de su contenido. En-
contrará en Castellanos, no sólo viveza de fantasía pintoresca, que
es, sin duda, la cualidad que en él más resplandece, sino arte pro-
gresivo en ciertas narraciones; mucha franqueza realista en la eje-
cución, cuando este realismo no degenera en chocarrería trivial y
soldadesca, más propia de un mariscador de la playa de Huelva que
de un clérigo anciano y constituido en dignidad; sabrosa llaneza y
castizo donaire, cierto decir candoroso y verídico, que nos hacen
simpatizar con el poeta, que era un espíritu vulgar sin duda, de con-
ciencia un tanto laxa y acomodaticia con las tropelías y desmanes
de los conquistadores, pero muy despierto y muy aleccionado por
la vida; curioso de muchas cosas, sin excluir la historia natural ni las
costumbres de los indios; menos crédulo y más socarrón de lo que á
primera vista parece; dado á cuentos y chismes de ranchería más de
lo que á la gravedad de la historia conviene, pero por eso mismo
más interesante y divertido para nosotros ; viejo gárrulo y prolijo,
20 CAPITULO SÉPTIMO
cuva charla unas veces entretiene y otras avuda á conciliar el sueño.
Como versificador, no se para en barras y rompe por donde puede,
pero su facilidad es realmente asombrosa. Y si se repara que salió de
España cuando todavía estaba muy lejos de haber triunfado la grande
escuela del siglo xvi, no se alcanza bien cómo en las selvas de Amé-
rica llegó á adquirir el dominio de la octa\-a toscana, que á veces
construye como maestro, con notable desenvoltura y gentileza. El
caso de D. Alonso de Ercilla, hombre culto y nutrido con el estudio
de los poetas italianos, especialmente del Ariosto, es muy diverso.
Castellanos era un aventurero de ínfima condición; hubo de pasar á
Indias de doce ó catorce años, sin haber cursado en escuela alguna,
que sepamos; lo que aprendió debió de aprenderlo solo, y esto no
únicamente de poesía y de humanidades, sino de náutica y cosmo-
grafía. Y, sin embargo, pudo decir de él un historiador tan sesudo y
respetable como Agustín de Zarate, en la censura que por comisión
del Consejo de Indias hizo de las Elegías, que «cuando trata de mate-
ria de astrología, en las alturas de la línea y puntos del Norte y sol
y estrellas, se muestra ejercitado astrólogo, y en las medidas de la
tierra muy cursado cosmógrafo y geógrafo, y cursado marinero en
lo que toca á la navegación..., finalmente, que ninguna cosa de la
Matemática le falta». Y si á esto se añade que escribió de primera
intención la historia de una parte muy considerable del Nuevo
Mundo, la cual sólo Gonzalo Fernández de Oviedo había tocado en
la parte entonces inédita de su obra, que Castellanos no pudo
conocer, no habrá razón para regatearle los servicios que realmente
prestó como primero, y aun puede decirse como único cronista
antiguo del Nuevo Reino , puesto que Piedrahita y él son en rigor
una misma cosa. Bien considerado todo, hay que respetar á Caste-
llanos con la carga de sus ciento cincuenta mil versos, y reconocer
que, como él decía^ «no comió de balde el pan» de su beneficio de
Tunja.
Al frente de las diversas partes de las Elegías, se encuentran ver-
sos laudatorios de otros ingenios de la colonia; epigramas latinos
nada despreciables de los dominicos Fr. Alberto Pedrero y Fr. Pe-
dro Verdugo, del tesorero eclesiástico de Santa Fe, Miguel de Es-
pejo, del Arcediano Francisco Mexía de Porras, de Pedro Díaz Ba-
COLOMBIA 2 1
rroso y ]\Iiguel de Cea; sonetos castellanos del licenciado Cristóbal
de León, vecino de Santa Fe, de Sebastián García, natural de Tun-
ja en el Nuevo Reino, de D. Gaspar de \'illarroel y Coruña, de Fran-
cisco Soler y Diego de Buitrago, vecinos también de Tunja, pueblo
entonces tan importante como venido hoy á menos, y donde pare-
ce haberse formado en torno de Castellanos un pequeño grupo poé-
tico. Otros ingenios le elogiaron también, pero los omitimos porque
no consta que fuesen americanos ni moradores en América. Si á
estos versos, que no son ni peores ni mejores que los que suelen
encontrarse en principios de libros, se añaden los elogios que Cas-
tellanos hace de varios poetas amigos suyos en el contexto de sus
Elegías, tendremos reunido todo lo que hasta ahora se sabe del pri-
mer siglo de la poesía neo-granad'ma, que, tratándose de estos tiem-
pos, no nos parece bien llamar colombiana (l).
El siglo XVII fué en aquella colonia, no sólo de mal gusto, sino de
grande esterilidad poética. Sólo pueden citarse algunos versificado-
res gongorinos, pero aun éstos fueron poco fecundos, ó han deja-
do corto número de poesías impresas (2). Dejando, pues, á la pia-
dosa diligencia de los eruditos bogotanos el apurar el catálogo de
(i) Al principio de la Milicia y Descripción de las Indias, del capitán Var-
gas Machuca (Madrid, 1599), hay versos de dos poetas neo-granadinos: una
Episiola persíiasoria del capitán Alonso de Carvajal, natural de la ciudad de
Tunja, en el Nuevo Reino de Granada, al sabio y prudente lector (en verso
suelto}, y un Soneto del licenciado Francisco de la Torre Escobar, natural
de Santa Fe, del Nuevo Reino de Granada.
(2) Véase, además del libro de Vergara, el notable prólogo de D. José
Rivas Groot al Parnaso Colombiano de D. Julio Añez. Bogotá, 18S6,
2 tomos.
Citaremos dos papeles rarísimos que se describen en el cuarto tomo del
Ensayo, de Gallardo:
— «Fúnebre panegírico en la muerte de Pedro Fernández de Valenzuela, y en la
dulce memoria de su amable consorte Doña Jtiana Vázquez de Solís, vecinos de la
muy noble y muy leal ciudad de Santa Fe de Bogotá, en el Nuevo Reino de Gra-
nada, Ijidias Occidentales. Escriviolo su hijo el P. D. Bruno Solts y Valenzuela,
Afonje de la Real Cartuja de Sania Aía?-ia del Paular. Embiolo al Bachiller
D. Pedro de Solis y Valenzuela, Presbiiero su hermano, y también a sus amantí-
si?nas hermanas Feliciana de San Gregorio y Marta Manuela de la Cruz, Monja
de Santa Clara, y á sor Clara de San Bruno, Mofija de Santa Inés.» (4.", 12 pá-
22 CAPITULO SÉPTIMO
aquellos, cuyas obras se han perdido, ó de quienes sólo se conserva
algún soneto laudatorio ó alguna otra composición de circunstan-
cias, hablaremos solamente de Hernando Domínguez Camargo, que
probablemente no fué el peor, y que por lo menos tuvo la suerte de
dejarnos bastantes muestras de su ingenio. Su Poema Heroico de
San Ignacio de Loyola (l) es, sin duda, uno de los más tenebrosos
abortos del gongorismo, sin ningún rasgo de ingenio que haga
tolerables sus aberraciones. Pero en el Ramillete de varias iiores
ginas. Sin lugar de impresión: la dedicatoria está fechada en Jerez de la
Frontera, á lo de Marzo de 1682.)
— « Víctor y festivo parabUn y aplauso gratulatorio a la Emperatriz de los
fieloSy Reina de los Angeles^ liíarza Sa>itzssima Señora Nuestra, en ia victoria de
su purissima Coíicepdo'n, co?2scguida en Roma á ocho de Diciembre de 1661. Y d
Nuestro SS. P. Alejandro VII, Pontífice Máximo, y a mies tro muy Catholico
Rey Felipe IV el Gratide, Monarca de ambas Españas, y Emperador del Nuevo
Alundo, y a los demás que concurrieron eji esta felicissima vitoria. En ciento y
ocho redondillas españolas, glosando este antiguo verso: <iSin pecado original t>.
Escriviolas un sacerdote, natural de la muy Noble y Leal Ciudad de Santa Fe
de Bogotá, cuyo nombre va en las mismas.^
... 4.'*, de 4 hojas, con grabados en madera, y sin señas de impresión.
El presbítero declara sus dos apellidos, Solis y Valenzuela, en el contexto
de las coplas, y debe de ser el Bachiller D. Pedro, hermano del monje cartu-
jo autor del papel anterior. De este D. Pedro cita Vergara un Epítome de la
vida y muerte del ilustrisimo señor doctor don Bernardino de Almansa... Arzo-
bispo de Santafé de Bogotá (Madrid, 1647),
(i) S. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesils. Poema ¡leroyco.
Escrivialo el Doctor D. Hernando Domínguez Camargo, natural de Santa Fe
de Bogotá del Nuevo Reino de Granada en las Islas Occidefitales. Obra postuma.
Dala á la estampa y al culto teatro de los doctos el Maestro D. Antonio Navarro
Navarrete... En Aíadrid, por Joseph Fernández de Buendía. Año de 1666, 4.**
El Maestro Navarro, que era quiteño, nos dice hablando de Camargo: i-Fui
siempre estimador de su ingenio y apreciador de sus versos; y aunque desee' comu-
nicarle en vida, nunca pude por la distancia de muchas leguas que nos apartaban,
hasta que supe de su muerte con harto dolor mío... No acaba el poema, devotamente
confiado en que el Santo, con su intercesión, le había de dilatar la vida, hasta que
marcado con el sello del último primor y elegancia lo sacrificara en sus aras..,
Pero en tan honrosa confianza le cogió la muerte; o fuese por excusarle esta vani-
dad d su ingenio, o por dejar más impresa con dolor esa mayor memoria suya,
viendo que al mediodía del sol de su lucido ingenio se había anticipado el funesto
ocaso de su muerte.*
COLOMBIA 23
poéticas que en 1675 formó con versos propíos y ajenos el gua-
yaquileño Maestro Jacinto de Evia, hay algunas composiciones de
Domínguez Camargo menos malas, y que le acreditan siquiera de
versificador robusto y valiente, aunque anulado como tantos otros
por el mal gusto. En los romances, sobre todo, tiene algo de lo
bueno de Góngora, mezclado con muchísimo de lo malo. No puede
negarse bizarría al romance de La mtiertc de Adonis^ por ejemplo,
que parece eco lejano del de Angélica y Mcdoj'o.
Las formas predilectas de este desaforado versificador, culterano
á un tiempo y conceptista, son la metáfora y la antítesis. Cuando
describe el salto del arroyo de Chillo, unas veces le presenta como
un toro, y otras como un potro que va á estrellarse en las peñas:
Corre arrogante un arroyo
Por entre peñas y riscos,
Que enjaezado de perlas
Es un potro cristalino.
Dátenle el ijar sudante
Los acicates de espinos,
Y es él tan arrebatado,
Que da á cada paso brincos.
Ciertos chispazos de talento que entre la lobreguez de sus poesías
tiene Camargo, como decir de Cristo en la pasión, que mostraba
Feo hermosamente el rostro...
inducen á ponerle entre los ingenios malogrados por la educación
y el medio (l).
Algo semejante puede decirse de otro poeta santafereño de prin-
cipios del siglo XVIII, D. Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla,
gobernador y capitán general de las provincias de Neiva y la Plata.
(i) Las poesías de Camargo se leen en el Ramillete de Evia, págs. 235
á 248, con el título de Otras flores, aunqjie pocas, del culto ingenio y floridissitno
Poeta el Doctor D. Hernando Dofm'ngitez Camargo...
Y dice el colector Evia: «El dolor que tengo es que sean tan pocas, siendo
tan buenas... mas las distancias de estas partes del Perú á aquellas del Nuevo
Reyno de Granada, donde floreció, nos franqueó tan poco de estas riquezas. ..y
Mbnéndez t V-EiéKio.— Poesía hispano-amcricana. II. 3
24 CAPITULO SÉPTIMO
Vergara asegura haber visto, aunque de prisa, un tomo entero de
obras suyas, impreso en Madrid en 1 703. La única poesía suya que
aquel crítico inserta (tomándola del Papel Periódico^ de Bogotá,
de 1792), es una carta en endechas á sor Juana Inés de la Cruz,
escrita con soltura y gracejo de buena ley, familiar y culto á un
tiempo:
Paisanita querida
(No te piques ni alteres,
Que también son paisanos
Los ángeles divinos y los duendes):
Yo soy éste que trasgo,
Amante inquieto, siempre
En tu celda, invisible,
Haciendo ruido estoy con tus papeles... (i)
Ya antes de ahora he tenido ocasión de notar que, aun. en los
tiempos de mayor decadencia para nuestra literatura, se conservó
no marchita, en los claustros de religiosas, la delicadísima flor de la
poesía erótica á lo divino, conceptuosa y discreta, á la vez inocente
y profunda; la cual, no sólo en las postrimerías del siglo xvii, sino
en todo el xviii, y á despecho del general entibiamiento de la devo-
ción, derramaba todavía su exquisito perfume en los versos de algu-
nas monjas, imitadoras de Santa Teresa. Tales fueron en Portugal
sor María do Ceo, en México sor Juana Inés de la Cruz (prescin-
(1) En la Biblioteca Nacional he examinado un voluminoso tomo colecti-
cio, en que están juntos los papeles de Álvarez de Velasco, con este título
general:
<iRhytmica sacra. Moral, y Laudatoria, por D." Francisco Alvarez de Velasco
y Zorrilla, Gobernador, y Capitari General de la Provincia de Neyba, y la Plata,
y Procurador General para esta Real Corte de Madrid por la Ciudad de Santa
f¿, cabega y corte del Nuevo Reyno de Granada. Compuesta de varias poesías, y
metros, con vna Epistola en prosa, y dos en verso, y otras varias Poesías en cele-
bración de Sóror Inés Jua7ia de la Cruz, y vna Apología, ó disai?-so en prosa,
sobre la Milicia Angélica, y Cingulo de Santo Thomás. Dedícala su autor al Ex-
celen tis rimo D." Joseph Fernandez de Velasco y Tobar Condestable de Castilla y
de León, Duque de la Ciudad de Prias, &>.
Adviertesse, que aunque van algunas Poesías d otros assumptos sin coordina-
ción de números, su legitima colocación es por averse impreso las obras de que
esta se compone, por distintos Impressores en dij érenles lugares y tiempos. ■>
Aunque el libro poéticamente vale poco, su singular rareza y algunas cu-
COLOMBIA 25
diendo de sus méritos en la poesía profana y en otros estudios), en
Sevilla sor Gregoria de Santa Teresa, en Granada sor Ana de San
riosidades que contiene, me mueven á dar una noticia algo detallada de él,
prescindiendo de su varia y confusa foliatura, y citando las composiciones
por el orden en que aparecen encuadernadas en este ejemplar.
Álvarez de Velasco es un innovador en la métrica, versado, no sólo en los
primores de Rengifo, sino en los de la Rythmica del Obispo Caramuel, á quien
más de una vez cita.
«Y assi me atrevi (dice en el prólogo al lector) a fabricas nuevas de me-
tros, y a otras varias inventivas, nunca de mi vistas, ni aprendidas de otro,
cautivándome a violencias no fáciles de emprender, sin este motivo, y sin los
molestos ocios de mi melancólico retiro, como se reconocerá en las Elegías...
y en otras obras de composiciones nuevas, como son los Eneametros, en que
presa y engrillada la expresión de los conceptos entre las guardas de los dos
proparoxítonos, o esdrújulos, apenas puede salir a explicarse por la estrecha
puerta del medio; porque aunque entre las primorosas obras de Sóror Juana
ay un elegante Eneametro de vna pintura a la Señora Virreyna, gustó solo
de hacerlo con los primeros esdrújulos (a)^ reconociendo yo que estaría más
sonoro (aunque también mas trabajoso) me fatigué en hazer esta nueva com-
posición, hasta que llegué a conseguirla. No siendo de menos violencia y di-
ficultad para mi los laberintos de las cruzes, que yo compuse en su obsequio,
los Acrósticos, y Paranomasias; y principalmente el soneto a los dos libros
suyos, en que encontré tales espinas, que no me atreviera oy a empeñarme
a hazer otro del Arte; cuya disgression no he podido escusar; porque si por
baxos despreciares los versos de este libro, les hagas algún agasajo por el
mérito que tienen en su trabajo, como también lo reconocerás en otras nuevas
inventivas de varios metros, y composiciones, que tengo en otras obras Có-
micas, que por algunos motivos las retiro por ahora de la Imprenta...»
Parte del tomo aparece impreso en Burgos, «con licencia de los señores
D. Juan de Salazar y la Vega, y D. Antonio Martínez de los Prados, Proviso-
res en Sede vacante de dicha Ciudad, y su Arzobispado: Año 1703», y allí es-
tán dadas las aprobaciones del P. Maestro Juan Pablo de Aperreguía, S. J_
(que además dedica al poeta americano composiciones laudatorias) y del
P. Fr. Manuel de la Gándara Cossío, Comendador del Convento de la Merced.
La colección empieza con las Elegías decametras d los Dolores de la Virgen
Santissima, ajustadas de distinfos centones de Virgilio. Las Elegías decametras
están en cuartetos endecasílabos, y á cada uno de ellos siguen los versos de
Virgilio de donde están sacados los pensamientos.
Van á continuación otras poesías á lo divino, algunas de ellas de extrava-
(«) De este capricho métrico de Sor Juana hemos hablado en el tomo i de la pre-
sente Historia, pág. 76.
26 CAPÍTULO SÉPTIMO
Jerónimo, y otras que, sin gran esfuerzo, podrían citarse. A estos
nombres pide la justicia que se añada el de sor Francisca Josefa de
gante estructura, v. gr.iA ¡os Dolores de la Virgen. Romance eneámeiro^ que em-
piegan y acaba?i iodos los pies co?t esd7tijulos:
Animo, corazón, y si tímido,
Prófugo en tus lágrimas pávidas
Náufrago oy presumes atónito
Únicas tus congoxas fantásticas...
Hay bastantes sonetos, algunos de ellos en agudos. Las composiciones más
extensas son cuatro Silvas á los Novissimos ó Postrimerías del Hombre, y otra
que se titula: «Moribundo que naufraga desamparado de todo humano con-
suelo, en las borrascas de las últimas agonías, en la metáfora de un navegante.»
Sin portada, pero con nueva foliatura, muy irregularmente llevada, em-
pieza otro grupo de composiciones. Las más curiosas son:
«Sonora música á la Purissima Concepción de la Virgen, quien por ]Madre
de Dios lleva el punto más alto, cuyo assumpto se explica en los términos
músicos de Aíi, Sol y La, en la glossa de truncados siguiente.»
«A la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá» (quintillas).
«Mysterios del Rosario, que se cantan en la ciudad de Sta, Fee.»
«Villancicos al Nacimiento de Christo, Señor Nuestro.»
«A la Concepción de la Virgen Santissima.»
«A la profession y velo de la Sra. D.^ ]\Iaria Ana de Valenquela Faxardo,
Religiosa del Convento de la Purissima Concepcióo de la Ciudad de Santa Fe.»
«Letra para cantar un domingo en el Convento de la Purissima Concep-
ción, en la Hermandad de la Escuela de Christo, en que está descubierta su
Divina Magestad.»
«Al Nacimiento de Chriáto, Villancico y Ensaladaí, que es un género de
versos y composición, que no va atento á precisos consonantes.»
«Vida y milagros del nuevo taumaturgo y apóstol de las Indias San Fran-
cisco Xavier» (en quintillas, dignas de Benegasi).
«Vida y charidad del gran Patriarca de Alexandria San Juan Limosnero»
(quintillas),
«Tres qualidades singulares que tiene el oro se hallan sólo en la ceniza»
(romance).
«Glossa, ó troba del Laúdale ftieri dominum, para cantar en la Escuela de
Cristos (endechas).
«Desengaño que ofrece la Soledad» (romance).
«Interés y utilidades de la Paciencia» (romance).
«Soliloquio, en que contrapesa el alma su ser de nada, con el sublime de
Dios» (romance, con estribillo).
«Reconvenciones tiernas, que haze la Iglesia el Viernes Santo, en nom-
COLOMBIA 27
la Concepción (conocida por la Madre Castillo)^ religiosa en el con-
vento de Santa Clara de la ciudad de Tunja (y 1742), que escribió
bre de Christo Nuestro Señor», «Popule meus quid feci tibí?» (endechas).
«La Sequencia del Santísimo Sacramento», en esdrújulos.
«Oración de un enfermo sobre el Cántico del Santo Rey Ezechías» (en-
dechas).
«El Apolo Africano, y águila de la Iglesia, el Grande Augustino. Su vida y
milagros, escrita en cien canciones.»
«Sermón eneiiclástico estoyco sobre la doctrina de Epíteto, de que solo se
debe cuidar lo que está en mi propio alvedrío» (es una paráfrasis de una
parte del Enc/m-idion, teniendo presente la versión de Quevedo, á quien
sigue muchas veces á la letra).
«Suspiros de San Agustín para antes de la Confesión, pidiendo misericor-
dia á Dios y dolor de sus culpas, y que su espíritu muera á sí, y viva á su
Divina Magestad.»
Al fin del Suspiro 3°: «Sólo huvo estos fragmentos de la traducción de los
Suspiros de San Agustín; y assi no se continúan, porque otros que ay, están
aún sin corregir. >
«Para la fiesta del Gran Padre y Doctor de la Iglesia San Agustín» (villancicos.)
«A San Gerónimo en el Desierto sobre aquel lugar del Psalmo loi.» «Simi-
lis factus sum pelicano solitudinis» (silva).
< A la conversión y llanto de Santa María Magdalena» (lyrasj.
cAl felicissimo y mejor ladrón San Dimas» (idilion).
«A honra y gloria de la Beatissima Trinidad, y de la Inmaculada Virgen
María» (Romance Endecasylavo).
«Letras para la comedia y Loa de Sta. Bárbara».
«Laberyntho, que se lee por muchas partes al nombre de Santa Bárbara.»
En los sonetos, que son muchos, imita bastante á Quevedo.
«Al muy reverendo P. M. Fr. Alonso de Zamora, Prior Provincial del Orden
de Predicadores de la Provincia del Nuevo Reyno, en alabanga del Libro que
escribió de los Annales de su Religión, y Varones Ilustres della, en su Pro-
vincia.»
«A Lelio, sentencias metafóricas y moi'ales, ajustadas de solos principios
de distintos sonetos de Quevedo: y para que si el Curioso quisiere averiguar
si van fieles, ó no, se pondrá el número de cada uno dellos al margen, y la
Musa donde los hallará... En ocasión de estar el Autor retirado por las moles-
tias de un Governador, que con pretexto de realista, le tenía a él y a todos
mortificados y perseguidos.»
«Epitafio al Sepulcro del señor D, Juan de Austria, Infante de las Españas.»
«Al doctor D. Augustin de Tovar Buendia, Racionero de la Santa Iglesia
Metropolitana de la Ciudad de Santa Fé, en opinión de aver orado ron la
28 CAPÍTULO SÉPTIMO
en prosa digna del siglo xvi una relación de su vida por mandato
de sus confesores, y un libro de Sentiviientos Espirituales-, que viene
elegancia que siempre, en las honras funerales, que hizo aquella Universidad
a su incomparable Maestro el M. R. Gerónimo de Escobar.»
«Vuelve a su quinta Anfriso solo y viudo» (endechas).
«Don Francisco Alvarez de Velasco. Poema Panegírico, al Licenciado Don
Gabriel Alvarez de Velasco, su padre. Oidor y Alcalde de Corte de la Real
Audiencia del Nuevo Reyno, y proveído Fiscal y Visitador de la de Lima,
cuyas plazas renunció, por darse no menos que al estudio, a la perfección;
logrando de aquel tan felices efectos, quanto publican sus libros, y de esta
las glorias que pregona la fama general de sus virtudes. Dedicado á Juana
María de San Estevan, y María de San Gabriel, sus hijas y hermanas del
autor, religiosas del Convento de Santa Clara, en el muy ilustre de la Ciudad
de Santa Fé» (son veinticuatro octavas reales).
■3 Carta laudatoria á la insigne Poetisa la señora Sóror Inés Juana de la Cruz,
Religiosa del Convento de Señor San Gerónimo de la Ciudad de México,
Nobilissima Corte de todos los Reynos de la Nueva España. Escrivela desde
la Ciudad de Santa Fé, Corte del Nuevo Reyno de Granada, D. Francisco
Alvarez de Velasco y Zorrilla.» Folleto en 4.° de 75 págs. con un retrato de
Sor Juana.
«Carta que escrivio el Autor a la señora Sóror Juana de la Cruz» (es una
larga Silva).
«Al mismo assumpto, romance endecasílabo de esdrújulos.»
«Al último nombre de Sóror Inés Juana de la Cruz, Laberinto, en que se
lee la copla endecasílaba que se verá por los intermedios de la Cruz; y en el
medio de ella, el nombre de Inés y Nise, que se lee por todas partes.»
«A los dos libros de Sóror Inés Juana de la Cruz habla este Soneto, hallando
razones para que cada uno de por sí es el mejor; y leídas las primeras diccio-
nes dé! ázia abaxo, forma una redondilla a favor del segundo; y leídas las se-
gundas dicciones para arriba, deshazen la redondilla a favor del primero. Hase
de leer, para que haga perfectas oraciones, con la advertencia, de adonde
huviere estrellita, haze asterisco o pausa, y que allí se acaba una oración.»
«Cuatro sonetos en alabanza de Sor Juana; uno de ellos en consonantes
agudos, y otro en esdrújulos.»
«A las obras y segundo libro de Sóror Inés Juana de la Cruz, y especial-
mente a la Silva del Sueño» (romance).
«A la misma Señora, endechas endecasílabas.»
iSegunfla carta laudatoria, en jocosas Metaphoras, al Segundo libro de la
sin igual Madre .Sóror Inés Juana de la Cruz» (silva).
«Carta al Reverendissimo Padre Maestro Fr. Diego de Ochoa, de la Orden
de Predicadores. (En prosa.) Firmada en Sta. Fe, a 16 de Febrero de 1698.»
2Q
COLOMBIA ^
á ser primoroso mosaico de textos de las Sagradas Escrituras (I )
Dos romancillos intercala, no tan felices como la prosa, pero de la
misma tradición y escuela.
Entretanto, los jesuítas habían introducido la .mprenta en la co-
=■ . H, H^dicatoria i la pieza siguiente: .Panegyrica Apología a la Anual ce-
!:;: ctnth-eta Ciudad .e Santa Fe a la Milicia Angélica por d.e.
tescu'bierto el Santissimo, a cuyo assumpto por el -P"- !>«">";;;'
muv t P M. Fr. Diego Ochoa, Patrón y Fundador de esta Fesfv.dad escr.-
X est papel D. Francisco Alvare. de Velasco Zorrilla.... (En prosa.)
«Documentos Morales á un amigo, (romance).
.Advertencia y protesta del Autor, con que da fin «'= L'bro:
.No puedo escusar el prevenir a los letores, que av.endo vsto estas obras
a, unas'personas tan discretas como elegantes, de las -uchas que ay en e^a
Corte han reparado en algunas vozes, que unas no est..n por acá en uso
otras Le tienen por demasiado baxas, y otras (porque lo ha quer.do ass, el
::::! . maLa, por impura, y cr^endo^--: ^:Z ZZ,
: qu ene se ha reparado, alli muy usados, no cuidé O-'i- os, por c^e
que acá serla lo mesmo; y porque avlendo escrito estas -P«'-^^ ^^^^'^
tadias, y no en Castilla, y que en ellas también tenemos nuestro M-a- ™os
naturalmente avré usado de algunos, como de --°"f ^ ' -J'^trt
que usamos los Americanos, como acS de otros h.span.smos; lo qual adv.erto
porque me dissimulen los letores las impropriedades de vo^es, frases o me-
terás en que tropezare su discreción, por lo desaseado de m,s borrones,
cuyo defectos huvlera procurado enmendar, a no avermelos adverttdo des-
Tes de estar ya todos Lpressos, como protesto hazerio en los demás que
C o que darl la estampa: mereciendo bien la absolución de q-lqu.er ,e or
por escrupuloso que sea, por la integridad de esta confesston, protesta de la
enmienda y penitencia de la nota ó burla, que hardn algunos de m,s yerros.
. Esta profesión de americanismo literario es lo mds curioso que cont.ene e,
,ibro de'Alvarez de Velasco. versificador fácil y abundante, pero con ag ado
con todos los resabios del mal gusto de su tiempo, que los poetas a lo Av.no
exageraban todavía más que los profanos.
(,) Se,.fMic,,os Esquilmóles ,c 1. VcneraMe Madre Fra,>c.ca J^'f- ^'l
Colcepeióu ele CasUllo, Religiosa en el co«-oen,o ie Sania «"- * f «'f^*
Tunden la Refimca Neo.Gro,.a,i.,a del Sur-Amirica ^^f'"''' f'^ "' ""^
,..a de orden de sus eon/esores. Dados d lu= por su """""' ,f- ^^^ aÍ de
En Santa Fe de Bosotd, I,nf. de Bruno Espinosa, por Bemto G»'*-»- f""*
.843, ^.■'-Vida de la VeneraUe Madre Franeisca Josefa de la Concepaon, es
critapor ella misma. (Filadelfia, 1817.)
ao CAPITULO SÉPTIMO
lonia por los años de 173S, y precisamente un sermón predicado
en las honras de la IMadre Castillo fué de las primeras cosas que se
estamparon. Esta imprenta del colegio de Santafé tenía carácter
casi doméstico, y apenas produjo más que algunos catecismos,
novenas y otros libritos de devoción. Desapareció con la expul-
sión de la Compañía; perú en 1782 fué sustituida por otra de
más recursos y mayor importancia, la llamada Imprenta Real, diri-
gida por el tipógrafo segoviano D. Antonio Espinosa, que en 1 787
publicó ya un trabajo de cierto empeño y ejecución bastante esme-
rada, la Historia de Cristo paciente, traducida por el Dr. D. José
Luis de Azuola y Lozano. Cn D. Diego Espinosa, hijo ó deudo del
D. Antonio fué quien hizo, en 1 794, la edición clandestina de la
Declaración de los Derechos del Hombre, traducida por el patriarca
de la revolución neo-granadina, D. Antonio Nariño (i).
La poesía dormitaba de todo punto, y no hay para qué traer á
cuento los insulsos versos laudatorios que se leen en la Floresta de
la Santa Iglesia Catedral de Santa Marta, que escribió en 1739 el
alférez D. José Nicolás de la Rosa, ni menos un esperpento dramá-
tico-alegórico que Vergara poseyó manuscrito, sin nombre de autor,
y cuya portada decía á la letra: No se conquistan las almas con vio-
lencias, y un milagro es conquistarlas: Triunfos de la Religión y pro-
digios del valor: los Godos encubiertos: los Chinos descubiertos: el
Oriente en el Ocaso, y la America en la Europa: Poema cpico-dra-
(i) Vid. La Imprenta en Bogoiá (1740- 1823). Notas Bibliográficas por j. T.
Medina. (Santiago de Chile, 1904.)
Antes de pasar á Bogotá en 1776, bajo los auspicios del \'irrey D. Manuel
Antonio Flores, Espinosa había estado algún tiempo en Cartagena de Indias,
pero no se conoce ningún impreso de sus oficinas, dedicadas únicamente, se-
gún parece, á facturas, guías de embarque y otros documentos mercantiles.
El primer opúsculo de fecha conocida y carácter literario que se estampó en
aquella plaza fué el poemita de D. José Fernández Madrid, España Salvada,
en 1809. El m.ls antiguo producto de las prensas de Tunja es de 1814. En
Popayán funcionaban desde 1816, y del mismo año hay un librito religioso
impreso en .Santa Marta. Panamá no tuvo imprenta hasta 1822.
Cf. Medina. La Imprenta en Cartagem de las Indias (1S09-1820). Santiago
de Chile, i%()^.— Notas bibliográficas referentes d las primeras producciones de
la Imprenta en algunas ciudades de la América Española. ídem id.
COLOMBIA 31
Viático soñado en las costas del Dañen: Poema cómico^ dividido en
dos partes y cinco actos, con tinas disputas al fin en prosa.
Pero aunque estéril para la poesía, la segunda mitad del siglo xviii
fué en Bogotá de gran movimiento y transformación intelectual, la
cual puede decirse que se desarrolla entre dos fechas memorables,
la expedición botánica de D. José Celestino Mutis en l/óo, y el
viaje de Humboldt y Bonpland en 1801. El gaditano Mutis, de
quien 4¡jo Linneo: «.noinen iminortale quod milla aetas nnqiiam dele-
bit-», y á quien apellidó Humboldt «ilustre patriarca de los botáni-
cos del Nuevo Mundo», fué el verdadero iniciador de la vida cien-
tífica en el Ecuador y en Nueva Granada (l). En 1762 abrió una
cátedra de Matemáticas y Astronomía en el Colegio del Rosario,
donde expuso el sistema copernicano, inaudito aún en las escuelas
de la América del Sur, Mutis formó y educó una generación de físi-
cos, matemáticos y naturalistas, entre los cuales brillan los nombres
de D. Francisco Antonio Zea, que andando el tiempo llegó á ser
Director del Jardín Botánico de Madrid; de D. José Domingo Du-
quesne, que escribió una disertación sobre el Calendario de los
Muiscas; de D. José Manuel Restrepo, autor del Ensayo sobre la
geografía, producciones, industria y población de la provincia de An-
tioquía; de D. Francisco Ulloa, que lo fué del Ensayo sobre el influjo
del clima en la educación física y moral del hombre en el Nuevo Rei-
no de Granada; de D. Jorge Tadeo Lozano, D. Eloy Valenzuela,
D. Joaquín Camacho y otros varios, y del más ilustre que todos
(i) La biografía de este preclaro varón, que es una de las páginas más
brillantes de la historia de la ciencia española en el siglo xviii, ha recibido
amplia ilustración en dos libros recientes, uno de autor colombiano, otro de
un naturalista español.
ExpediciÓ7i botánica de José Celestino Alictis al Nuevo Reino de Granada y
Memorias inéditas de Fraticisco José de Caldas, por Diego Meiidoza. Madrid,
ed. Suárez, 1909.
Biografía de José Celestino Mutis cotí la Relación de su viaje y estudios prac-
ticados en el Nuevo Reino de Granada, reunidos y anotados por A. Federico Gre-
dilla, Director del Jardín Botdíiíco de Madrid, y Catedrdiico de Organografía
y Fisiología vegetales en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central.
Madrid, Fortanet, 191 1.
Obra riquísima en datos y documentos.
32 CAPITULO SÉPTIMO
ellos, D. Francisco José de Caldas, á quien España debe un monu-
mento expiatorio. Caldas, botánico, geodesta, físico, astrónomo, y á
quien sin hipérbole puede concederse genio científico de invención,
formó un herbario de cinco á seis mil plantas y dio grande impulso
á la geografía botánica de la América del Sur, determinando los
perfiles de las diversas ramificaciones de los Andes en la extensión
de nueve grados de latitud, para dar á conocer la altura en que ve-
geta cada planta, el clima que necesita para vivir y el que mejor
conviene á su desarrollo; inventó un método para medir alturas
mediante la proporción entre el calor del agua hirviendo y la pre-
sión atmosférica; estrenó en 1 805 el Observatorio astronómico de
Bogotá, fundado por ^lutis, y le dirigió con honra por espacio de
cinco años; y como prosista didáctico, vigoroso, grandilocuente á
veces, rico de savia y de imaginación pintoresca, dejó admirables
fragmentos en sus ^Memorias sobre la Geografía del Virreinato y
sobre el influjo del clima en los seres organizados^ donde hay pági-
nas no indignas de BuíTon, de Cabanis, de Humboldt. Estos y otros
estudios de vulgarización científica, animada y brillante, se impri-
mían en el Semanario de la Nueva Granada^ memorable Revista
que desde 1808 á iSio dirigió Caldas (i). Allí están las primicias de
la cultura bogotana, que de un salto pareció ponerse al frente de la
de todas las demás regiones americanas, sin excluir á Aléxico, donde
paralelamente había comenzado á desarrollarse un m.ovimiento aná-
logo. Bogotá, que tuvo el primer Observatorio de América, como
México la primera Escuela Mineralógica y el primer Jardín Botáni-
co, precedió también á la mayor parte de las capitales del Nuevo
Mundo, si no á todas, en abrir una Biblioteca pública desde 1777.
Bajo el paternal gobierno del Arzobispo-Virrey D. Antonio Caba-
llero y Góngora y de D. Joaquín de Ezpeleta, se ampliaron las dota-
ciones de los establecimientos de enseñanza, se crearon otros nue-
vos de Medicina y Ciencias, se reformaron los planes de estudios en
el sentido de la investigación experimental y de la libertad cientí-
fica, y una masa enorme de libros, introducida, ya directamente, ya
(i) Hay una reimpresión de París, 1849, "'' completa, pero aumentada
con varios escritos inéditos de Caldas, y útiles notas del General Acosta.
COLOMBIA 33
por medio del contrabando, vulgarizó en la colonia todas las ideas,
buenas y malas, del siglo xviii. Si nuestros gobernantes no llegaron
á prever con tiempo que el espíritu ardiente de los criollos no ha-
bía de contentarse mucho tiempo con la ciencia pura, sino que ha-
bía de lanzarse rápidamente á las extremas consecuencias políticas
que quizá en aquella cultura venían envueltas, aun esta misma ge-
nerosa imprevisión es para sus nombres un título de gloria.
Si la prosa científica apareció adulta y perfecta, casi por instinto,
en algunas páginas de Caldas y de sus colaboradores del Semanario,
no podía esperarse otro tanto de la poesía entregada á copleros
adocenados, que copiaban sin discernimiento lo más prosaico de la
literatura peninsular. Ya, al tratar de Cuba, hicimos mérito del fa-
moso mulato D. Manuel del Socorro Rodríguez, primer bibliotecario
y primer periodista de Bogotá, hombre honrado, laboriosísimo y por
muchos conceptos benemérito, que desde 1791 hasta 1797 publicó,
bajo los auspicios del Virrey Ezpeleta, el Papel Periódico de Santa
Fe, en 180Ó El Redactor Americano, y más adelante otros papeles.
Escribió innumerables poesías, ó más bien prosas rimadas, de que
tengo algunos cuadernos manuscritos, y en Bogotá existen muchos
más: todo ello frío, prosaico y arrastrado, como de quien se propo-
nía por único modelo á Iriarte , remedándole en la falta de fuego,
pero no en la discreción ni en el buen gusto, ni en otras cualidades
muy relevantes con que Iriarte la disimula.
Casi al mismo tiempo que el periodismo, nació el teatro, que
tuvo desde 1794 local estable, construido á expensas del comer-
ciante español D. Tomás Ramírez. Existían con más ó menos acti-
vidad varios círculos literarios. D. Antonio Nariño, uno de los po-
cos que ya en 1793 conspiraban de verdad contra la Metrópoli,
proyectó establecer uno, consagrado á la Libertad, la Razón y la
Filosofía, al divino Platón y á Franklin; pero su persecución y des-
tierro á causa de haber impreso clandestinamente el opúsculo de los
Derechos del hombre, hizo que naufragase el proyecto y quedasen
con nota de sospechosos los afiliados, aunque por entonces no se
procediese más que contra Nariño y Zea, que fueron enviados á Es-
paña bajo partida de registro. Contrastaba con el carácter tenebroso
y revolucionario de esta Sociedad, la muy inofensiva Tertulia En-
34 CAPITULO SÉPTIMO
trapéUca que se juntaba por las noches en casa del humilde y devo-
tísimo bibliotecario Rodríguez, para leer é improvisar coplas festi-
vas de lo más candoroso que puede imaginarse. Otra tertulia por el
estilo se reunía en casa de Doña Manuela Santamaría de Manrique,
con nombre de Academia del Buen Gusto ^ que ya había tenido en
iMadrid otra muy famosa y aristocrática en tiempo de Fernando VI.
De los versificadores que pululaban en estos círculos de Bogotá, So-
corro Rodríguez era el más fecundo; pero \^ergara trae noticias, y
á veces muestras de otros varios. Ante todo, presenta un pequeño
grupo de poetas nacidos en Popayán, extremo meridional del Vi-
rreinato: el improvisador D. José María Valdés, el satírico D. Fran-
cisco Antonio Rodríguez, y el elegiaco D. José María Gruesso, á
quien la repentina muerte de su amada dictó unas Noches en ro-
mance endecasílabo, imitando á Young y á Cadahalso (l). Este trá-
gico desengaño le llevó al sacerdocio, pero no le hizo abandonar el
trato de las Musas durante toda su vida, que no fué corta, puesto
que murió en 1835, de canónigo de la Catedral de Popayán. Su ins-
piración continuó siendo lúgubre, pero su gusto mejoró algo; tra-
dujo en verso Los Sepulcros^ de Harve}^, y escribió un poema origi-
nal en dos cantos, Lamentaciones de Pabén. De ellos transcribe
Vergara estos versos, que no son enteramente malos:
¡Oh bosquecillos de frondosos mayos,
Románticos doquiera y hechiceros!
¡Sombras amables del jardín silvestre
Y de los altos robles corpulentos!
En donde el Payanes, á quien natura
Dio un corazón sensible, dulce y tierno.
Iba á gemir de humanidad los males,
Ó á pasear sus caros pensamientos.
Do tantas veces con su dulce lira
Cantó Valdcs sus expresivos versos,
Ó el sabio Caldas, con pensar profundo,
En pos de Ur.nnin sp subió á los cielos.
y (i) Las Noches de Zacarías Geitssor (anagrama de Gruesso), socio (ie la
Junta Privada del Buen Gusto... En la ciudad de Santa Fe de Bogotá (Manus-
crito citado por Vrrgara.)
COLOMBIA 35
Yo así prefiero
La pobreza y miseria, y las desdichas,
Por pisar de Payan el triste suelo.
Para ofrecerle mi sensible llanto,
Para abrazar sus desdichados restos,
Para hacer un sepulcro en sus ruinas
Y mi vida acabar con sus recuerdos.
Cítanse de él también cuatro himnos para las escuelas, uno de
ellos en estrofas sáficas. Gozó fama de orador sagrado, y los sermo-
nes suyos que andan impresos reflejan fielmente los cambios políti-
cos de su tiempo y los de sus propias opiniones, realistas primero,
republicanas después; una de estas oraciones fué predicada en las
exequias de la segunda mujer de Fernando VII, otra en la fiesta de
acción de gracias por el triunfo de Ayacucho. Contribuyó mucho á
que se fundase la Universidad del Cauca, donde leyó en 1822 un
discurso inaugural sumamente celebrado, pero que hoy pasaría por
trozo de retórica palabrera.
Don José María de Salazar (l), que, andando el tiempo llegó á
ser Magistrado en Venezuela y Ministro plenipotenciario de la Co-
lombia de Bolívar, y autor del primitivo himno colombiano, era
otro poeta prosaico, pero muy culto, que logró transitoria fama,
debida en parte á su importancia oficial. Siendo estudiante compu-
so El Soliloquio de Eneas y El Sacrificio de Idomeneo^ dos de las pri-
meras piezas originales que se representaron en el teatro de Bogo-
tá. Suyo es también el Placer público de Santa Fe, poema en que se
conmemora la llegada del Virrey Amar y Borbón en 1804. En 1810
hizo una traducción en romance endecasílabo de la Poética, de Boi-
(i) Nació en Ríonegro (actual provincia de Antioquía) en 1785, y murió
en París en 1828, después de haber desempeñado altos cargos diplomáticos.
Además de varios opúsculos en prosa, publicó:
El Placer público de Santa/e'. Poema en que se celebra el arribo del excclcnií-
simo Sr. D. Antonio Amar y Borbón^ Caballero profeso del orden de Santiago,
Teniente general de los Reales Ejércitos, Virrey, Gobernador y Capitán general
del Nuevo Reitto de Granada, por D. José María Salazar, colegial de San Bar-
tolomé... Con licencia. En Santafc de Bogotá. En la Imprenta Real. Por don
Bruno Espinosa de los Afonieros. Año de 1S04.
Arte Poética de Monsieur Builcau, traducida al verso castclla7io por el doctor
36 CAPÍTULO SÉPTIMO
leau, traducción muy inferior á las de Arriaza y el P. Alegre, y casi
tan desmayada y prosaica como la de Madramany y Carbonell. En
tiempo de la Independencia publicó dos poemas: La Campaña de
Boyacá y La Colombiada; uno y otro yacen en el olvido más profundo.
A los Soliloquios trágicos de Salazar hay que añadir El Zagal de
Bogotá, de D. José Miguel ^Montah'o, representado en 1806, otra de
las primeras, aunque infelices tentativas del teatro neorgranadino,
que nunca ha medrado mucho. Montah^o murió fusilado en 1 8 16
con Caldas y otros patriotas.
Como poeta jocoso, de aquellos cuyos donaires, en demasía tri-
viales y caseros, no resisten á la dura prueba de los años, se cita al
clérigo insurgente D. José Ángel Manrique, autor de dos poemas
burlescos: La Tocainiada. y La Tunjanada, que andan manuscritos.
Más ingenio tuvo, aunque con frecuencia mal empleado, el Dr. Don
Juan Manuel García Tejada, á quien cuelgan generalmente la pater-
nidad de cierto poemita en alto grado ofensivo á la pulcritud del
olfato, y que será conocido de cualquier español por estas señas.
Fué García de Tejada fidelísimo partidario de la causa realista; re-
dactor de la Gaceta de Santa Fe en tiempo del general Morillo, llevó
su lealtad hasta aceptar los rigores de la expatriación perpetua, y
murió muy anciano en Madrid en 1 84 5. Se perdió un largo poema
José María Salazar, quien la dedicó al Sr. José' Ignacio Po7)ibo, en el año de 18 10.
Bogotá. Impresa por Valentín Martínez. Año de 1828.
Empieza: Piensa en vano subir un mal poeta
A la elevada cima del Parnaso,
Cuando se empeña temerariamente
En el arte de Apolo soberano:
Si no siente del cielo la influencia,
Si su estrella al nacer no lo ha formado,
En aquella impotencia retenido,
Ó de su propio genio siempre esclavo,
Sordo le viene á ser el mismo Febo
Y de tardías alas el Pegaso...
La Colombiada ó Colón, el Amor d la Pati ia y otras poesías líricas. Cara-
cas, 1852.
Empieza: No hazañas canto de inhumana gente,
Mas la de aquel varón esclarecido
Que de Occidente á descubrir la tierra
Atravesó el Atlántico temido...
COLOMBIA 37
que había compuesto sobre la revolución de Nueva Granada. Ver-
gara le atribuye el siguiente soneto, que anda anónimo en algunos
libros de devoción, y que si realmente fuese suyo, bastaría para que
le perdonásemos aquel insufrible pecado de mal olor y mala crian-
za ¿ que principalmente va unido su nombre:
Á JESÚS CRUCIFICADO
Á vos corriendo voy, brazos sagrados,
En la cruz sacrosanta descubiertos,
Que para recibirme estáis abiertos
Y por no castigarme estáis clavados.
A vos, ojos divinos, eclipsados.
De tanta sangre y lágrimas cubiertos,
Que para perdonarme estáis despiertos,
Y por no confundirme estáis cerrados.
Á vos, clavados pies para no huirme;
A vos, cabeza baja por llamarme;
A vos, sangre vertida para ungirme;
A vos, costado abierto, quiero unirme,
A vos, clavos preciosos, quiero atarme
Con ligadura dulce, estable y firme (i).
Otro soneto agradeciendo al Arzobispo de Bogotá, Mosquera, una
cuantiosa limosna que envió al pobre y anciano poeta, empieza con
estos agradables versos:
Escucha Dios en su encumbrado cielo
De humildes golondrinas el gemido,
Cuando, lejanas del paterno nido.
Vagan desamparadas en su vuelo...
Poeta de festivo humor como García Tejada, aunque más limpio
y comedido en sus gracias, y fidelísimo como él á la corona de Es-
paña, fué el gaditano D. Francisco Javier Caro, tronco de la familia
(i) Tengo casi la seguridad de haber leído este soneto en las obras de al-
gún poeta muy anterior á Tejada, pero no puedo recordar quién sea. Por su
parte, el Sr. Gómez Restrepo (notas á la Literatura de Vergara, p. 452) hace
notar que «en el número 4.° del Investigador Católico, periódico que se publi-
caba en Bogotá en 1838 (cuando aún vivía el Dr. García, aunque lejos de la
patria) aparece reproducida tal composición con las iniciales P. de V. y P.,
que no sospechamos á quién puedan corresponder».
38 CAPÍTULO SÉPTIMO
más ¡lastre en las letras colombianas, abuelo del vehemente y filo-
sóñco poeta José Eusebio Caro, y bisabuelo del grande humanista,
poeta y crítico á quien debemos la mejor traducción de Virgilio que
hay en nuestra lengua. Quedan de Caro, el abuelo, muchas décimas
satíricas y burlescas en que campea la chispa andaluza más que el
arte ni el estudio, al cual no era ajeno, sin embargo, puesto que
dejó notas manuscritas á la Poética de Horacio, y sostuvo ^•ictorio-
sas polémicas con D. Manuel del Socorro Rodríguez y su Papel Pe-
riódico. Tenía Caro especial inquina á la literatura de los criollos,
pero envolvía esta desaprobación suya en formas tan chistosas y
era de carácter tan inofensivo y benévolo, aunque dado á chanzas
y zumbas, que ninguna de sus víctimas literarias llegaba á enojarse
con él, ni sus golpes hacían nunca sangre (l).
La familia de Caro vino á emparentar, andando el tiempo, con la
de otro poeta, el Dr. D. !Miguel de Tobar, natural de Tocaima, ju-
risconsulto insigne é incorruptible magistrado, de quien hace hon-
rosa mención Groot en el tomo m de su Historia Eclesiástica y civil
de Nueva Granada (2). Por los años de 1814 á 1818 compuso el
Dr. Tobar con fácil numen algunas odas horacianas, ó más bien del
género y estilo de Fr. Diego González y Meléndez cuando querían
imitará Fr. Luis de León. Conozco las dirigidas al Muña, al Tequen-
ilama, y alguna otra, que guardaba inéditas su ilustre nieto Don
Miguel Antonio Caro.
(i) En 1904 publicó en Madrid el profesor de Medicina D. Francisco Vi-
ñals un manuscrito muy curioso de D. Francisco Javier Caro, que lleva el
extraño título siguiente:
Diario lie la Secretaria del Virreynato de Santa Fee de Bogotá. No com-
prchende más que doce dias. Pero no importa, que por la uña se conoce el leojí,
por la Jaula el paxaro^y por la hebra se saca el ovillo. Año de ijSs- Es un cua-
dro interesante y divertido de las costumbres oficinescas de la colonia.
En el tomo x del Repertorio Colombiano se ha publicado con el título de
Santa/é en iS¡2 una correspondencia familiar de Caro (gran parte de ella en
verso) con su amigo D. Juan Jurado; «muestra interesante (dicen los editores
del Repertorio) del cristiano y apacible estilo de vida que llevaban nuestros
abuelos, aun en aquellos dias en que ya empezaban á ofrecerse las escenas
sangrientas de la Revolución de Independcncia>.
(2) Primera edición, Bogotá, 1870, págs. 672 y 673.
COLOMBIA 39
Si á estos nombres se añade el del presbítero de Popayán Don
Mariano del Campo Larraondo y Valencia, que en l8oi envió al
Correo Curioso de Santa Fe de Bogotá (periódico dirigido por Don
José Tadeo Lozano, Marqués de San Jorge, y D. Luis Eduardo
A»iola) algunas odas de Horacio, traducidas con bastante llaneza
y prosaísmo, pero acompañadas de una excelente carta sobre el
arte de traducir, que Larraondo entendía tan bien y practicaba tan
mal (l), tendremos casi agotado el catálogo de los buenos y malos
versificadores de la escuela del siglo xvín que florecían más ó me-
nos obscuramente en los últimos días del virreinato de Nueva Gra-
nada, acompañando, aunque muy de lejos, el movimiento científico
que dirigían Mutis, Caldas y sus amigos.
La guerra de la Independencia no suscitó en Nueva Granada nin-
gún Olmedo. Débilmente está representada la poesía de este período
por dos ingenios de la escuela clásica, Fernández Madrid y Vargas
Tejada, que conservan cierta celebridad por los azares de su vida
más que por el mérito de sus versos, apenas leídos ya de nadie. El
Dr. Fernández Madrid, médico de Cartagena de Indias, se había
dado á conocer como poeta en el Semanario de Caldas, insertando
una oda A la Noche^ notable sólo por el artificio polimétrico con
que, apartándose del rigorismo clásico y siguiendo las huellas de
Arriaza (el poeta español más aplaudido entonces en las colonias),
se atrevía á introducir en una sola composición sextillas endecasíla-
bas, octavitas de final agudo, y alejandrinos, preludiando en esto la
libertad romántica. El torbellino revolucionario envolvió á Fernán-
dez Madrid, llevándole primero á la junta patriótica de Cartagena,
luego al Congreso de las Provincias Unidas de Nueva Granada y
Venezuela, en el cual se distinguió por su fácil y ardorosa elocuen-
cia, y finalmente, aunque por breve tiempo y en circunstancias ente-
ramente desesperadas, á la presidencia de la República, que sucum-
bió en sus manos en l8l6. Fernández Madrid, que no tenía temple
de héroe ni vocación de mártir, no sólo se rindió al pacificador
(i) En la Biblioteca de Bogotá se conservan dos cuadernos manuscritos
intitulados: Rasgos morales, filosóficos^ históricos y políticos^ e7i verso y prosa,
compuestos y dedicados á la juventud de Popayán , por el Dr. D. I^Iariano del
Campo Larraondo y Valencia, presbítero. De ellos me dio noticia el Sr. Caro.
Menéndez t Pei.ato. — Poesía hisJ>ano-amcricana. II. 3
40 CAPITULO SÉPTIMO
Morillo, sino que en humildísima representación fingió retractarse
solemnemente de sus antiguas ideas, y aun afirmó que sólo por evi-
tar mayores males y facilitar la sumisión del país había consentido
en ponerse al frente de la insurrección. Esta representación (según
el dicho atroz del historiador D. José Manuel Restrepo) (l) «le salvó
la vida, pero no el honor». El Dr. Madrid se quedó tranquilamente
en la Habana ejerciendo su profesión y escribiendo versos, y cuando
triunfó la independencia de Colombia, Bolívar no tuvo reparo en
enviarle de ministro plenipotenciario á Londres, donde residió hasta
su muerte, acaecida en 1830.
Con estos antecedentes cualquiera puede dar su justo valor á las
feroces diatribas contra España, que son el principal tópico de las
odas del Dr. ^Madrid. La firmeza que en sus actos públicos le había
faltado, quiso compensarla desde el quieto y seguro asilo de Lon-
dres con alardes declamatorios de un miso-hispanismo frenético, cre-
yendo que con esto tenía bastante para que los patriotas de Colom-
bia olvidasen su historia. Nadie abusó tanto como él de los tres siglos
de vil servidumbre, de la ferocidad castellana nunca saciada de san-
gre y venganza^ de la eterna ignominia del déspota ibero^ del férreo
(i) Vindícase la memoria del Dr. Madrid de los cargos políticos que por
su conducta en la Presidencia de la República se le hicieron, en la excelente
Biografía de D. José Fernájidez Madrid, arreglada por D. Carlos Martínez
Silva sobre los documentos recogidos y clasificados por el eminente hombre
público D. Pedro Fernández Madrid, hijo del poeta (Bogotá, 1889). No puede
negarse que la vindicación es enérgica y victoiúosa en casi todos los puntos;
pero para nosotros queda en pie siempre un cargo, que podrá ser menos
grave, pero que atañe á la delicadeza artística del poeta, no menos que á la
moral del ciudadano: el haberse desatado desde Londres, y sobre seguro, en
injurias contra los españoles, á quienes, de un modo ó de otro, debía la sal-
vación de su vida.
Re.-.trepo, en la segunda edición de su obra histórica (Besanzón, 1S5S), rec-
tificó la mayor parte de sus juicios adversos al Dr. Madrid, cuyo carácter
bondadoso y dulce, aunque falto de la firmeza necesaria para descender á la
arena política en ¿pocas turbulentas, ha dejado muchas simpatías entre los
hombres más ilustres de Colombia. No contribuyó poco á que el prestigio de
su nombre se conservase y acrecentase, el ejemplo de la noble vida y mucha
doctrina de su hijo D. Pedro Fernández Madrid, sabio educador de la juven-
tud colombiana.
COLOMBIA 41
cetro del León quebrantado por la libertad. Relegó á España á vivir
en el rincón tenebroso incierto entre el África y la Europa; y para sus
soldados, ante los cuales había huido y se había humillado en 1 8 16,
nunca tuvo más blandas calificaciones que las de bandidos, prófu-
gos, salteadores infames de caminos, ciervos, tigres y otras lindezas
tales. Parece que en alguna ocasión él mismo se avergüenza de su
propio vilipendio, y exclama:
Sangre española corre por mis venas;
Mío es su hablar, su religión la mía;
Todo, menos su horrible tiranía...;
pero á renglón seguido vuelve á renegar de su raza, y se extasía
con la esperanza de ver restaurado el trono de los Incas y las pa-
ternales leyes de los hijos del Sol:
En fuego divino los Andes se inflaman;
De doce monarcas la voz paternal
Repiten sus ecos, que al mundo proclaman
De América el triunfo, la gloria inmortal.
¡Oh manes sagrados,
Volved aplacados!
Volved á las tumbas, familia imperial.
No más servidumbre; no, sombras augustas;
Cesó la ignominia del yugo español:
Ya estamos vengados,
Y reinan de nuevo, con leyes más justas,
Más dignos del padre, los hijos del Sol...
La prisión y muerte de Atahualpa le arrancaban lágrimas á cada
momento, haciéndole prorrumpir en interminables elegías, en que
á su sabor vengaba en la sombra de Pizarro las tribulaciones que le
había hecho pasar el general Morillo.
Las odas políticas de Madrid son de la más intolerable y hueca
patriotería, una sarta de denuestos en estilo de proclama. Los mis-
mos críticos americanos han llegado á reconocerlo, y el Juicio de
los hermanos Amunáteguis (l), por duro que parezca, es en esta
( I ) Juicio critico de algunos poetas hispam-afiiericanos, por Miguel Luis y
Gregorio Victor AmunátegiiL Santiago (de Chile), Imprenta del Ferrocarril, iBói.
42 CAPITULO SÉPTIMO
parte inapelable, y ha hundido para siempre al poeta cartagenero,
astro de falsa luz, que sólo pudo deslumhrar un momento á los que
equivocaban la verdadera grandeza con el énfasis bombástico. En
vano usa y abusa de toda la máquina retórica, y no se harta de per-
sonificar las provincias y las ciudades, la discordia, la traición, la
libertad, la gloria, la paz, la victoria, la tiranía, y todo género de abs-
tracciones; ave de vuelo rastrero, jamás asciende á la región tem-
pestuosa á donde sube la canción triunfal de Quintana y de Olmedo.
Todo el incienso que empalagosamente se tributa al Libertador en
estas odas, declarándole superior á todos los grandes personajes his-
tóricos, á Fabio en la prudencia, á Aníbal en intrepidez, á César en
saber y elocuencia, á Pelópidas, á Temístocles, á Poción, á Camilo,
á Cincinato, á Washington... todo este pedantesco y ridículo catá-
logo que el Dr. Madrid repite siempre que habla de su héroe, no
puede dar ni aun remotamente la idea de Simón Bolívar que dejan en
la memoria aquellos solemnes versos del gran poeta de Guayaquil:
¿Quién es aquél que el paso lento mueve
Sobre el collado que á Junín domina?...
Considerado meramente como versificador, el doctor Madrid
tiene cierto valor relativo de corrección y facilidad elegante, que
contrasta con lo escabroso, desaliñado y malsonante de otros mu-
chos autores de himnos y poemas de la independencia americana,
muchos de los cuales (en Chile, por ejemplo, y en Buenos Aires)
parecían haberse rebelado, más que contra España, contra las más
triviales nociones de nuestra prosodia (l). Por el contrario, la versi-
ficación de Fernández Madrid es habitualmente limpia y muchas
veces sonora y armoniosa, combinándose bastante bien en su estilo
los opuestos caracteres de la escuela de Quintana y de la de Arriaza.
(i) Bello y Olmedo, los dos mayores poetas americanos de su tiempo,
estimaban personalmente á Fernández Madrid, pero creo que sentían muy
tibia admiración por sus versos. El segundo escribía al primero en Marzo de
1827: «Madrid está imprimiendo sus poesías, y, aquí entre nosotros, lo siento.
Sus versos tienen mérito, pero les falta mucha lima. Corren como las aguas
de un canal, no como las de un arroyo... Le daña su extrema facilidad en
componer. En una noche, de una sentada, traduce una Mescitiana de Dela-
vigne, ó hace todo entero el quinto acto de una tragedia.»
COLOMBIA 43
Sus condiciones nativas le llevaban más bien á imitar al segundo
que al primero; así es que brilla más y se deja leer con menos dis-
gusto en la poesía ligera que en los raptos de la oda pindárica. En
la Habana, donde no podía imprimir versos contra España (aunque
no dejó de cultivar la poesía política, aprovechándose de la libertad
constitucional de 1 820), se dedicó al cultivo de la anacreóntica, y
entonces compuso y dedicó á su mujer las diez composiciones que
llamó Rosas, llenas de erotismo tan sensual como candoroso. Por
entonces compuso también Mi Banadera y La Hamaca, que se re-
comiendan por cierta languidez criolla bastante agradable. Estos
dos juguetes son casi lo único que sobrevive de sus versos. Tradujo
una parte del poema de Delille Los Tres Reinos de la Naturaleza,
y el Ditirambo del mismo autor sobre la inmortalidad del alma.
Compuso dos tragedias originales: Átala y Gitatimozín, que consi-
deraba como principio de un teatro americano. Ni una ni otra so-
brevivieron al éxito pasajero de las primeras representaciones, puesto
que el autor parecía haber prescindido hasta de las condiciones
más elementales del drama (l).
Si el Dr. Madrid, que con candorosa satisfacción de sí mismo ex-
clamaba:
¡Feliz el que ha nacido
Al mismo tiempo médico y poeta!
Dos veces laureado
Por Minerva y Apolo...,
(i) La primera edición de las Poesías del Ciudadano Dr. José Fernátidez
de Madrid (con título de tomo primero, aunque no salió el segundo), es de la
Habana, 1S22, Imprenta Fraternal. Al fin del tomo está la tragedia Átala. En
1828 hizo en Londres otra edición más completa y añadió la tragedia Guati-
mozín, que ya el año anterior se había impreso suelta en París, y las Elegías
nacionales perua?ias, que lo habían sido en Cartagena de Colombia en 1825.
Dejó, además, algunas Memorias sobre asuntos de Medicina, dos ó tres vindi-
caciones personales, y muchos artículos políticos. Existe una edición com-
pleta de sus Obras hecha en Bogotá en 1889, con ocasión del centenario
del poeta, á quien su ciudad natal, Cartagena de Indias, erigió una estatua.
El Sr. Martínez Silva, en la Biografía ya citada, ha publicado muchas car-
tas de Fernández Madrid, que para mi gusto escribía mejor en prosa que
en verso. Su correspondencia diplomática de París y Londres es muy ins-
tructiva y sabrosa.
44 CAPITULO SÉPTIMO
dejó en sus escritos datos suficientes para juzgar lo que como poe-
ta; y aun como médico, valía; el malogrado joven Luis Vargas Te-
jada fué víctima de hados tan adversos, que escasamente puede de-
cidirse si había en él la esperanza de un poeta. A esto último nos
inclinamos, recordando entre sus versos líricos la delicada y armo-
niosa silva Al Anochecer ., y algún otro rasgo fugitivo de poesía ínti-
ma y dulce, y entre sus ensayos dramáticos la comedia, ó más bien
largo entremés, de Las Convulsiones ^ picante y libre en demasía,
pero de chiste espontáneo y genial. Por entonces estaban muy
en auge en Bogotá las tragedias clásicas, especialmente las de Vol-
taire, Alfieri y sus imitadores españoles, prefiriéndose naturalmente
las que contenían ardientes efusiones de liberalismo y apostrofes
contra la tiranía y la superstición. Vargas Tejada, que hubiera po-
dido brillar en lo cómico, se empeñó infelizmente en calzar el co-
turno, escribiendo tres tragedias, Sugamuxi, Doraminta y Aqidmin^
y dos monólogos trágicos. Catón en Utica y La Muerte de Pausanias.
En Vargas Tejada es más interesante la vida que los escritos. Era
un tipo perfecto de conspirador de buena fe, de tiranicida de cole-
gio clásico, admirador de Bruto y de Catón, en cuya boca ponía in-
terminables romanzones endecasílabos contra el dictador y la dicta-
dura. Fué de los Septembristas que en el año 28 asaltaron la casa
de Bolívar y estuvieron muy á punto de asesinar al que llamaban
tirano. De resultas, varios de los conspiradores murieron en el patí-
bulo, y Vargas Tejada, proscripto y fugitivo, escondido durante ca-
torce meses en una caverna, acabó por perder el juicio ó poco
menos, y se ahogó involuntariamente en un río cuando intentaba
refugiarse en la Guayana. Tenía el infeliz veintisiete años; había de-
mostrado talento precocísimo componiendo versos, no sólo en cas-
tellano, sino en francés, alemán y latín; era, á despecho de su fana-
tismo político, dulce, afectuoso, sencillo, inclinado á la piedad y
devotísimo de su familia, sentimientos que se declaran bien en una
carta mucho más poética que sus versos, escrita á su madre desde
la cueva en que vivía, en 8 de Diciembre de 1829 (l). Estas cuali-
(i) Véase la excelente Noticia biográfica de Luis Vargas Tejada, escrita por
D. José Caiccdo Rojas en el Anuario de la Academia Colombiana^ año de 1S74.
Nació Vargas Tejada en Bogotá, en 1802, y murió, del modo que queda
COLOMBIA 45
dades, unidas á su trdgico destino, dejaron en el ánimo de cuantos
le habían conocido un melancólico recuerdo, y explican en parte la
exagerada estimación que en algún tiempo se hizo de sus méritos
literarios. Se le consideró como un iniciador; se le llamó el Chénier
colombiano, «el ave que cantó primero en la mañana de Colom-
bia, tras la obscura y tempestuosa noche que le precedió». Trun-
cada en flor aquella existencia, que parecía tan llena de promesas,
sólo es lícito hoy repetir, como epitafio del mísero poeta, aquellos
versos suyos que parecen un vaticinio lúgubre:
Á los risores de una tuerte acerba
El hado me arrojó desde la cuna,
Cual flor ignota entre la humilde hierba.
La muerte de Vargas Tejada abre un paréntesis en la historia
literaria de la República de Nueva Granada, desgarrada por las fac-
ciones y hundida en la anarquía durante muchos años. Pero la cul-
tura poética tiene allí tan hondas raíces, que no tardó en volver á
brotar más pujante que nunca, acariciada por el mismo viento de la
tempestad política, que dio al nuevo lirismo un vigor y una inde-
pendencia formidables. El romanticismo penetró por Venezuela,
mas abierta al trato y comercio con Europa; pero así como en Ca-
racas no pudo engendrar, con raras excepciones, más que una poe-
sía efectista, relumbrante y chillona, llena de impropiedades de
concepto y de forma, en Bogotá y en Popayán arrancó magníficos
acentos dé amor y de ira á los espíritus ardientes é indómitos de
José Eusebio Caro y de Julio Arboleda, y en las montañas antio-
queñas suspiró con inefable melodía en las dulces estrofas de Gre-
gorio Gutiérrez González. Al mismo tiempo, la escuela lírica del
siglo pasado, renovada y transformada en cuanto al espíritu, tuvo
en D. José Joaquín Ortiz un excelso representante. En estos cuatro
dicho, en 1829. Su principal maestro y consejero fué el poeta argentino Mi-
ralla. Fué Secretario de la Convención de Ocaña, y allí figuró entre los más
ardientes demócratas. Disuelta aquella asamblea , se lanzó á la conspiración
de que fué víctima. Sus Poesías fueron publicadas en 1855 por D. José Joaquín
Ortiz, juntamente con las de D. José Eusebio Caro. Faltan en esta edición las
tragedias Dora7ninta y Aquimin, que se conservan manuscritas.
46 CAPÍTULO SÉPTIMO
poetas líricos, tan diversos entre sí, se cifra lo mejor del tesoro poé-
tico colombiano, al cual la posteridad juntará las obras de algunos
ingenios vivos, de los cuales hay tres, por lo menos, que escasa-
mente encuentran rivales en América. A nadie se hace ofensa con
añrmar verdad tan notoria como que el Parnaso colombiano supera
hoy en calidad, si no en cantidad, al de cualquier otra región del
Nuevo Mundo. Pero circunscribamos nuestra tarea á los límites que
voluntariamente nos hemos impuesto.
José Eusebio Caro fué el más lírico de todos los colombianos, por
lo profundo é intenso de su vida afectiva, la cual expresó con rara
franqueza y viril arrojo en versos de forma insólita, que bajo una
corteza que puede parecer áspera y dura, esconden tesoros de
cierta poesía íntima y ardiente, á un tiempo apasionada y filosófica,
medio inglesa y medio española, que antes y después de él ha sido
rarísima en castellano. La extraña y selvática grandeza de la poesía
de Caro procede enteramente de la grandeza moral del hombre,
que fué acabado tipo de valor y dignidad humana.
Poeta fué, y altísimo poeta,
No por poeta, empero, mas por grande...
ha dicho de él D, Rafael Pombo, uno de los espíritus más dignos de
comprenderle. El heroísmo de su vida pública; la altísima noción
que tuvo del deber, cumplido siempre por él sin vacilación ni des-
mayo; la magnánima alti\ez de su carácter, inflexible ante el ceño
de los déspotas y el puñal de los demagogos; la austera indepen-
dencia con que sacrificó patria, hacienda, reposo, y finalmente la
vida misma, al culto de la ley hollada y á la vindicación de la justi-
cia escarnecida, hicieron de su persona la encarnación del perfecto
ciudadano, y dieron á su poesía aquella íntegra y honrada sinceri-
dad, que es su mayor precio. Y aquí prosigue Pombo:
Serio, elevado, independiente, fiero,
No supo hacer reír, ni hablar mentira.
Por ser gran corazón, es gran poeta,
Que hace creer, sentir cuanto nos dice...
COLOMBIA 47
Su estudio, el corazón; única fuente
Del verbo que arde y late y saca llanto,
Que acera el verso, dardo de la frente,
Y da su eterna resonancia al canto.
Jamás, como no fuese en los días de aprendizaje, escribió versos
Caro por el sólo placer de escribirlos, sino porque su alma grande,
tempestuosa y bravia necesitaba este medio de expansión, y tenía
que trasladarse entera á sus canciones. Huérfano, amante, esposo,
padre, guerrillero, combatiente político, su musa fué siempre la pa-
sión, grande, generosa, humana, desbordada é irresistible en su
oleaje. El alma de Caro era un volcán que en breve tiempo debía
consumirle. Todo lo sentía líricamente, es decir, en un grado máxi-
mo de exaltación, concedido á pocos mortales. Su vida se compe-
netra con sus versos, y sus versos son inseparables de su vida. Ora
truene y fulmine contra el tirano en las estrofas vengadoras de La
Libertad y el Socialismo^ ora exprese en versos divinos los éxtasis
del amor conyugal, ora acaricie su hacha espléndida y cortante., ora
quiera rasgar el velo del porvenir y adivinar los destinos de su pri-
mogénito aún no nacido, ora al presentarle en las fuentes bautis-
males, entone un himno vigoroso á la acción civilizadora del cristia-
nismo; Caro, no por odio afectado á lo vulgar, sino por privilegio
de su exquisita naturaleza, nada siente y nada dice como el vulgo de
los autores. Recorre siempre una órbita excéntrica, pero tan de
buena fe y con tanta sencillez como si anduviese por los rumbos de
todo el mundo. Las fuentes de su poesía son ciertamente las de la
poesía universal y eterna; Dios, el amor, la libertad, la naturaleza;
pero todo ello concebido y expresado de una manera tan indi\'idual
y solitaria, que parece que el poeta es el primero que lo canta. No
hay allí recuerdo, ni aun lejano, de otras armonías anteriores; se
conoce que Caro había leído mucho á los poetas ingleses, y espe-
cialmente á Byron, pero deliberadamente no los imita nunca, como
no sea en su manera de acentuar los endecasílabos. Es imposible
confundir los versos de Caro con los de ningún otro poeta. Según
sea la disposición del lector y el temple de su alma, serán diversos
los efectos: á uno parecerá estrambótico lo que á otro sublime; pero
ni la extravagancia en él es deliberada, ni la sublimidad deja nunca
48 CAPÍTULO SÉPTIMO
de ser espontánea. Xo hay verso de Caro sin idea, y á veces las
ideas se acumulan en tan pequeño espacio, que el molde poético
resulta estrecho para contenerlas, y entonces, por uno ó por otro
lado, acaba por romperse. Así y todo, ¡cuánto más vale este poeta
abrupto, escabroso, pero lleno de alma, este poeta que hace sentir y
pensar siempre, que tanto versificador de insípida elegancia, de
cuyos cantos sólo queda el fútil rumor que pronto se disipa en los
aires! La técnica de Caro agradará más ó menos; tiene las ventajas
y los defectos de toda innovación radical y violenta; pero no hay
quien al cerrar el libro de Caro, y hechas todas las salvedades que
puede hacer el gusto más escrupuloso y menos amigo de temerida-
des artísticas, no diga con plena convicción: «Este poeta sería un
genio ó un excéntrico; pero no hay duda que era lui hombre^ y uno
de aquellos que honran y ennoblecen la especie huinana.»
Para nosotros era un genio lírico, á quien sólo faltó equilibrio en
sus facultades, y cierta sobriedad en el modo de administrarlas. Su
visión de las cosas tenía algo de desproporcionado; su sensibilidad
rayaba en una especie de calentura moral un tanto fatigosa para es-
píritus mesurados; su ardiente bondad le arrastraba á divagaciones de
una filantropía nebulosa; el tormento sutil de su razón se comuni-
caba á sus versos, y, finalmente, su seriedad ingénita, el grave modo
que tuvo siempre de considerar la vida, la pureza envidiable de
su alma, alejaban de su mente hasta la más remota idea de lo có-
mico, y le hacían de todo punto insensible á ciertas disonancias de
gusto. Grande, bello y sublime es, por ejemplo, el pensamiento de
la Baidición del feto ^ y sólo á censores torpes ó malévolos ha podido
parecerles otra cosa; pero ¿quién duda que hay cierto candor he-
roico en abordar de frente tal asunto, y que no puede exigirse á
todos los lectores el temple de alma necesario para ponerse al nivel
de tal poesía, cerrando los ojos al importuno recuerdo tocológico?
El carácter peculiar del estilo de Caro está admirablemente defi-
nido en los versos siguientes de Pombo:
Él del Albano desdeñó indolente
Las tintas exquisitas y graciosas:
No era el raudal do muelle y blandamcule
Van resbalando lágrimas y rosas.
COLOMBIA 49
Sus palabras, dcJ Numen al tormento,
Se entrechocan tal vez y se atrepellan.
Como al rapto del Niágara violento
Rocas, troncos y témpanos se estrellan.
Él siempre //c«j¿í y dice. Tosco ó bello,
Cada verso de Caro es una idea.
Mas bien rebosa atropellado acaso
El raudo hervir de sangre y pensamiento;
Circunda la figura un aire escaso,
Y lo suple el lector tomando aliento.
t
Que Caro es rudo, tosco, áspero, inarmónico, dicen muchos.
Pero es cierto que la dureza de Caro no procede de ignorancia ó
desaliño, ni mucho menos de falta de oído, sino de haber exagera-
do en la práctica cierto sistema prosódico que él juzgaba insepara-
ble de la mayor profundidad del concepto y de la mayor intensidad
del sentimiento, y de haber roto demasiado bruscamente con cier-
tos hábitos de versificación rápida y dactilica que predominan en la
moderna poesía castellana. Para comprender estas innovaciones de
Caro, hay que distinguir en él, como ha distinguido su hijo, tres y
quizá cuatro distintas maneras. En la más antigua, en la de forma-
ción y aprendizaje, Caro, lector asiduo y entusiasta de Quintana, de
Gallego, de Lista, de Reinoso, de Martínez de la Rosa, era un ver-
sificador rotundo y numeroso, con aquel mismo género de número
amplio, libre y un tanto oratorio que domina en nuestros excelen-
tes poetas de principios del siglo xix, los cuales, poco ó nada afectos
á las estrofas regulares ni á la disposición simétrica de los períodos
poéticos, se encontraban más á sus anchas en el molde holgadísimo
de la silva, ó del verso suelto, ó del romance endecasílabo. De la
canción italiana restaba sólo el simulacro, puesto que ni ya las es-
tancias tenían el mismo número de versos, ni se combinaban los
consonantes conforme á la misma ley, y aun por añadidura muchos
versos quedaban sin rima. Esta libertad métrica, en que no se ha
reparado bastante, fué sin duda ocasión de grandes bellezas, y trajo
consigo cierto género de emancipación literaria en cuanto al pensa-
miento; pero no puede dudarse que abrió las puertas á la amplifica-
3© CAPITULO SÉPTIMO
ción y á la palabrería, é hizo que el ritmo oratorio, vago y no men-
surado, se sobrepusiese excesivamente al ritmo poético. Los prime-
ros ensayos de Caro pertenecen á esta escuela noble y pomposa, y
entre ellos sobresalen los fragmentos del poema Lara ó los Biicane-
ros (1834), en los que no sin razón reconoce el ilustre editor de sus
obras influencia directa del estilo y dialecto propios del autor de la
Poética y del Edipo, si bien debe añadirse que en el título mismo
del poema, en la elección de un héroe pirata, en la trágica historia
de una venganza, y en las escenas de subterráneo, algo se ve que
delata la lectura fresca de los poemas cortos de Byron. Para el gusto
todavía hoy dominante en la mayor parte de los lectores y juzga-
dores de versos, así estos fragmentos como las composiciones titu-
ladas El Ciprés, Desesperación, Mi Juventud, resultan más fluidas y
en apariencia más correctas que los versos posteriores de Caro.
Pero ya en ellos comienza á verse algo de atrevido y desusado, si
no en la construcción material, á lo menos en la elección de las
imágenes y en cierta grandiosidad sombría y vago sentimiento de
lo infinito:
¡No! En la callada eternidad no sopla
El huracán del reino de los vivos;
Sus dilatadas soledades nunca
Barrió el dolor con fúnebres vestidos...
Para comprender á qué punto de perfección, pero con qué tinte
de originalidad, había llegado Caro en el manejo de la silva clásica,
en el arte de recoger con gallardía los ondulantes pliegues de la
toga en que se envolvían Quintana y Olmedo, léase íntegra esta
descripción que tomamos del poema Lara, advirtiendo que todo él
está escrito con la misma firmeza:
Así el divino Ganges ve en su orilla
Á la gran fiera semejante á un monte
Luchar con el feroz rinoceronte-:
Kl animal del asta retorcida
Arrójase furioso á su enemigo,
Bajo él se pone, la cerviz abaja,
Y alzándose con ímpetu del suelo,
Abre su vientre, arráncale la vida,
COLOMBIA ^
Y ufano ya de la victoria habida,
Sobre su frente lo levanta al cielo.
Tremendo muge el monstruo traspasado,
En los aires suspenso: en breve, en breve,
Lanza el postrer bramido prolongado,
Con que el eco á lo lejos se conmueve:
La sangre á mares llueve,
Con las ondas se mezcla, el suelo riega,
Y al matador, que en vano se remueve,
Inunda la cerviz, los ojos ciega.
La luz súbito escápasele de ellos,
Cual ráfaga vivísima: la carga
Aún sobre el cuello pertinaz sustenta;
Mas ya la muerte, silenciosa y lenta.
Adelántase, llega, extiende el brazo,
Tócalo, y confundido,
Rodando se derrumba
El vencedor debajo del vencido.
Al golpe el monte cóncavo retumba;
Gime el valle profundo, el bosque umbrío;
Y lejos de su orilla profanada.
Huye veloz el espantado río (i).
Pero el espíritu impaciente de Caro no podia encerrarse largo
tiempo en una forma cuya virtualidad parecía ya agotada por gran-
des poetas anteriores, y quiso abrirse nuevo camino, comenzando
por ensayar la imitación prosódica del hexámetro clas.co ya solo
ya combinado con el endecasílabo. Los hexámetros de Caro, mas
parecidos á los ingleses que á los latinos, cumplen todav.a n,enos
que los de Villegas con la semejanza ó aproximacón al t.po clas.co
y con las condiciones de acentuación que requiere todo verso para
serlo Así es que no tuvieron éxito, y el autor desistió muy pronto
de su tentativa. Pero buscaba su métrica propia, y no tardo en en-
contrarla. Este poeta, tan audaz en el pensar, tan arrebatado en e
sentir, gustaba hasta con exceso de la proporc.on matemafca en la
estrofa, y del ritmo preciso y musical en cada verso. De los esfuer-
(0 En este último verso se habrá reconocido una feliz imitación de otro
de Virgilio, en el episodio de Caco (.ííneid., lib. vm, 240):
Dhíullatil rif<K. fuUqm ixItrrUus mmls.
52 CAPITULO SÉPTIMO
zos, no siempre victoriosos, que hacía para lograrlo, resulta la du-
reza, monotonía y falta de flexibilidad de que se le acusa. Era prác-
tica de Caro, por lograr más perfecta cadencia, recargar de acentos
en las sílabas pares sus endecasílabos, como si oyera resonar cons-
tantemente en sus oídos aquel famoso verso de una silva de Rioja:
Que blandas rompe y tiende el ponto en Chío.
De aquí resulta cierto amaneramiento de factura que, aun autoriza-
do como está por el ejemplo de los poetas ingleses de la escuela
clásica, especialmente de Pope, no puede ni debe recomendarse
entre nosotros, sobre todo para composiciones largas y no destina-
das al canto. También se empeñó en regularizar y dar carácter más
musical y lírico al ritmo del octosílabo, quitándole la libertad con
que nuestros poetas le han manejado en el teatro y en la narración
épica. Y fué tan sistemático en esto, que llegó á refundir todos sus
romances, con el sólo fin de poner acentos en todas las sílabas im-
pares de cada verso, dándoles así un ritmo rigurosamente trocaico.
Por ejemplo, había dicho al principio:
Soberbia estás, hacha mía,
Ancha, afilada, brillante,
Que puedes partir la frente
Al toro que ose probarte.
Y luego sustituyó:
Fina brillas, hacha mía,
Ancha, espléndida, cortante,
Que abrirás la frente al toro
Que probar tu ñlo osare...
Juzgúese como se quiera de este sistema, no hay duda que lo es, y
que está seguido con enteja regularidad en la tercera y más carac-
terística manera de Caro, á la cual pertenecen sus más bellas poe-
sías amatorias, filosóficas y religiosas, si bien este rigor comienza á
mitigarse en la última, y para mí la más arrogante y magnífica de
sus inspiraciones líricas, en la oda La Libci'tady el Socialismo, donde
hay, si no más efusión y arranque que en las piezas anteriores, por
lo menos mis ambiente. Con ella parece que se inicia una cuarta y
COLOMBIA 53
deñnitiva manera que, por la muerte casi inmediata del poeta, no
llegó á desarrollarse.
Lo que dejó escrito, así en verso como en prosa, basta para ex-
plicar la aureola de veneración que rodea en Colombia el nombre
de Caro. Nadie ha expresado en América con tanta vehemencia
como él la pasión indomable, reconcentrada y devoradora, aquel
amorfocroso. extraño, inmenso, que hacía bullir su sangre de espa-
ñol Nadie ha afilado como él el hierro de la invectiva política, con-
virtiéndole en altísimo instrumento de justicia y de vindicta social.
Ningún poeta de los nacidos en Indias ha santificado con tan nobles
acentos de filosofía religiosa los goces y dolores del hogar, m ha
dicho palabras más elocuentes sobre Dios y la eternidad, sm que el
verbo inflamado de la poesía lírica perdiese nada de su calor al
contacto de la materia filosófica. Nadie podrá dividir en Caro el
poeta el filósofo y el hombre: hay que tomarle en su integridad, lo
mismo cuando escribía versos que cuando refutaba las enseñanzas del
utilitarismo, ó cuando alzaba su voz en los parlamentos, ó cuando
fusil al hombro y sable y daga al cinto corría los llanos y las sierras,
ó cuando dormía entre cadenas, en calabozos fétidos y fríos, ó cuando
desnudo, hambriento y fugitivo vagaba de selva en selva, afrontando
las iras de la dictadura socialista. Tal fué este varón egregio, pensa-
dor espiritualista y sansimoniano convertido, todavía más grande
hombre que gran poeta, y de quien puede decirse, por final elogio,
que su mejor obra fué su hijo (l).
(O La vida de D. José Eusebio Caro ha sido magistralmente escrita por
su hijo D. Miguel Antonio al frente de sus obras publicadas en 1873. Nació
el padre en Ocaña (de Nueva Granada) el 5 de Marzo de 1817. Quedó huér-
fano en 1830, acontecimiento que influyó mucho en la melancolía de su ca-
rácter y en el tono de sus versos. La pobreza y el trabajo fueron asiduos
compañeros de su juventud. Estudió filosofía y jurisprudencia en la Univer-
sidad de San Bartolomé, educándose en las teorías materialistas y utilitarias,
que luego fué abandonando por grados é impugnó resueltamente en el cele-
bre opúsculo, publicado en 1840, sobre el principio utilitario enseñado como
icoria usual en nuestros colegios, y sobre la relación que hay entre las doctrinas
y las costumbres. Sus amores largos, y al principio contrariados, con la que
llamó Delina, son un episodio de su vida muy importante para la compren-
sión de sus poesías. Desde 1S40, Caro tomó parte muy activa en las luchas
54 CAPITULO SÉPTIMO
Del nombre de José Eusebio Caro es inseparable el de Julio Ar-
boleda, otro hombre de corazón, otro poeta romántico en la vida,
no menos que en los escritos. Su destino fué todavía más trágico
é infausto que el de Caro, con quien tuvo estrecha amistad y gran-
des semejanzas de carácter, además de la comunidad de doctrina
social, conservadora en ambos, aunque con matiz diverso. Julio
Arboleda, D. Julio, como le llamaban á secas en toda la región
del Cauca, tierra volcánica y engendradora de tempestades polí-
ticas, fué el tipo más caballeresco y aristocrático que en los san-
grientos anales de la democracia americana puede encontrarse.
Descendiente de una de las más nobles y antiguas familias de Popa-
yán, poseedor de cuantiosos bienes de fortuna, educado clásica-
mente en Inglaterra y en Italia, entró en la vida pública en 1840, y
ya como soldado voluntario, ya como periodista, ya como orador
de parlamento no menos vigoroso y grandilocuente que hábil en la
ironía y en el sarcasmo, fué terror de los Ovandos, ^Mosqueras y
López y de cuantos con uno ú otro disfraz ejercieron la tiranía en
Nueva Granada. Cuando por torpe imitación del socialismo europeo,
dióse en 1 85 1 el raro caso de un gobierno que oficialmente plantea-
políticas, militando en las campañas civiles de 1841 y 42, redactando El Gra-
nadino (en cuyo último número anunció que dejaba la pluma para tomar las
armas), figurando como diputado en el Congreso de 1845, Y desempeñando
luego los cargos de director del Crédito Nacional y de ministro de Hacienda.
Su vigorosa actitud en 1849, después del allanamiento del Congreso por una
turba armada, y del entronizamiento de la facción socialista acaudillada por
el general J. Hilario López, le obligó á emigrar á los Estados Unidos, de don-
de no pudo regresar hasta 1853. Poco después de arribar al puerto de Santa
Marta, en 29 de Enero, falleció de la fiebre amarilla. El Congreso granadino
decretó extraordinarios honores á su memoria.
Hay tres principales ediciones de sus poesías: la de 1855, publicada por
D. J. J. Ortiz, con las de Vargas Tejada; la de 1873 (Obras escogidas en prosa
y en verso, publicadas é inéditas de José Eusebio Caro , ordenadas por los redac -
tores de El Tradicionalista , con una iniroducción por los mismos y una poesía
apologética por Rafael de Pombo. Bogotá, 1873), y la de Madrid, 1885, en la Co-
lección de Escritores Castellanos. Es la más elegante y completa de todas; pero
falta en ella (y es grave falta) la biografía del autor, aunque se insertan dos
recuerdos necrológicos de D. Pedro Fernández Madrid y D. José Joaquín
Ortiz.
COLOMBIA 55
ba la anarquía, Arboleda retó á aquel gobierno desde las columnas
de El Misójoro, acusándole de prevaricación y tiranía; y encarcela-
do, vejado de mil modos, despojado de su hacienda y amenazado
de muerte, pronunció aquellas valientes palabras, que muy pronto
habían de tener tan fatídico cumplimiento:
¡Oh! si pudiera yo tender el brazo,
Saliendo de esta cárcel triste y fría,
Sobre el tirano de la patria mía,
Y pecho á pecho batallar con él
¡Y ved! no me acechéis en los caminos
Con ocultos y viles asesinos;
¡La bala que de frente me señala
Mata tan bien como cualquiera bala!
Contra los llamados gólgotas 6 radicales, tomó Arboleda las ar-
mas en 185 1, con infeliz fortuna, que le obligó á emigrar al Perú:
aliado transitoriamente con los gólgotas contra otros fautores de la
dictadura y adversarios del orden social, volvió á empuñarlas en
1854; general improvisado en servicio de la legalidad constitucio-
nal en 1860, demostró positivos talentos estratégicos y singular
denuedo personal en las campañas de Santa Marta y del Cauca, re-
sistiendo á un tiempo al dictador Mosquera y al presidente del
Ecuador, García Moreno, que con frivolos pretextos había invadido
el territorio de Colombia, y á quien derrotó é hizo prisionero con
todo su ejército. La fama militar de Arboleda había llegado á su
apogeo: estaba electo para la presidencia de la República: en él
descansaban todas las esperanzas de los hombres de orden, cuando
una bala alevosa, la misma bala anunciada diez años antes por el
poeta, vino á cortar de súbito aquella brillante existencia, parecida
en algo á las de los guerreros poetas de nuestro siglo de oro, salvo
que á Arboleda no fué concedido, como á Garcilaso, morir con la
muerte de los bravos, á la luz del sol, asaltando una plaza de armas,
como á su valor cuadraba, sino que cayó en una emboscada noc-
turna, bajo el plomo de vulgar asesino pagado, en una de las trochas
de la sombría montaña de Berruecos, casi en el mismo sitio donde
en 1830 había sucumbido, víctima de un crimen análogo, Sucre, el ¿n-
MbnÉSDEZ y Pelayo.— /"íJíj/a hisf'ano-a'ncricaHa. II. 4
56 CAPÍTULO SÉPTIMO
maculado^ el Gran Mariscal de Ayacucho; que así pagó la revolución
americana las deudas que había contraído con sus grandes hombres.
Una vida no larga y gastada en tan azarosas contiendas, no podía
dejar muchos frutos literarios. Pero si no fueron muchos, fueron
á lo menos de sabor peregrino, dignos al fin de un espíritu de tan
rara distinción y que no fué vulgar en nada. Cuando Arboleda
volvió de Inglaterra , competían en él las dotes de scholar con las
de gentlemaii] pero nunca pudo hacer del cultivo de las letras su
ocupación principal, salvo en el período relativamente pacífico de
1842 á 1850 en que vivió en sus haciendas de Popayán. Las poste-
riores vicisitudes de su vida, los repetidos saqueos de su casa
por las bandas enemigas, sus destierros y emigraciones, hicieron
que se extravíase ó pereciese gran parte de sus papeles. Así es que
de su obra literaria apenas tenemos más que reliquias. Sus poesías
sueltas son casi todas de amo» ó de política, impregnadas las unas
de suavísima ternura, de una como devoción petrarquesca y espiri-
tualista; rebosando las otras férvida indignación, entusiasmo bélico,
odio y execración á toda tiranía. Las Escenas dmiocrdticas, Estoy
en la cárcel^ Al Congreso granadino^ son versos que huelen á pól-
vora; parecen rugidos de león más que obras de arte.
Pero la gran reputación de Arboleda no descansa tanto en sus
versos líricos cuanto en los fragmentos de su poema Gonzalo de
Oyón^ que incompleto y todo, es el más notable ensayo de la poe-
sía americana en la narración épica, así como los cuentos de Batres
son el principal modelo en la narración jocosa. En primores de dic-
ción y de estilo vence á todos el Orlando Enamorado ^ de Bello;
pero el Orlando es una traducción.
Para apreciar rectamente el poema de Arboleda, hay que tener
en cuenta, no sólo que no le poseemos entero, sino que ni siquiera
conocemos la última y definitiva forma que el autor había dado á
los 21 cantos que llegó á escribir, de los 24 que había de tener la
obra. Estos manuscritos se perdieron en 18ÓO, y lo que hoy cono-
cemos es sólo una parte de los borradores primitivos, salvados casi
de milagro, y recogidos y ordenados con piadoso celo por la inte-
ligente mano de D. Miguel Antonio Caro, que los ha distribuido en
catorce cuadros.
COLOMBIA 57
Falta en estos fragmentos, no sólo la última lima que Arboleda
seguramente les habría dado, sino á veces ilación y consecuencia
entre ellos, ó por haberse perdido muchos trozos intermedios, ó por
haber modificado el autor su plan mientras iba componiendo. Las
líneas generales del poema se destacan, sin embargo, con toda cla-
ridad, y podemos formar cabal idea de los personajes y del argu-
mento.
Si se atiende á su acción, obscura en la historia y de interés muy
secundario en la conquista de América, el Gonzalo de Oyón más
bien merece el título de leyenda ó de novela en verso, como algu-
nas de Walter Scott, que el de poema épico en el sentido clásico. La
cuestión de nombre importa poco, y no hubiera detenido ni por un
momento á Arboleda, que era partidario de la libertad romántica;
pero es cierto que el Gonzalo de Oyón, aunque en algunas cosas se
aparte del tipo de los poemas italianos y españoles del siglo xvi, en
otras muchas los recuerda, y para leyenda resulta demasiado largo
y solemne. Tampoco puede decirse que carezca de aquel valor re-
presentativo y simbólico que suelen tener las verdaderas epopeyas,
aun fuera de la intención de sus autores. En Arboleda se ve inten-
ción deliberada de envolver en su sencilla fábula (que no es más que
la rebelión obscura de uno de los facciosos compañeros de Gonzalo
Pizarro, que quiso renovar en Popayán los tumultos del Perú) un
pensamiento mucho más alto, una especie de filosofía de la conquis-
ta española en sus relaciones con las razas bárbaras y con el futuro
destino de las sociedades americanas. En este sentido, el Gonzalo
de Oyón tiene mucho de épico, en la más noble acepción de la pa-
labra. Los dos hermanos, Alvaro y Gonzalo, personifican en él las
dos opuestas tendencias que han luchado y luchan en el nuevo con-
tinente, y cuyos gérmenes estaban ya en la época colonial: uno, el
espíritu anárquico, sin ley ni freno, representado en el siglo xvi por
los llamados tiranos, los Aguirres, Pizarros, Carvajales y Girones, y
en lo moderno por tantos demagogos y revolvedores de repúblicas;
otro, el espíritu tradicional, español, religioso y caballeresco, por el
cual combatía y murió Arboleda. La controversia entre los dos her-
manos sostenida en el canto xiii, no deja la menor duda sobre este
propósito del autor, el cual, además, en otras partes procura en-
58 CAPÍTULO SÉPTIMO
grandecer con notables consideraciones de religión y de filosofía
histórica su argumento, que, exteriormente considerado, podía no
parecer más que una anécdota de crónica antigua, un cuento de ar-
mas y amores, de una india, de un conquistador y de un rebelde.
En el principal personaje, Gonzalo , puede decirse que Arboleda se
retrató á sí mismo, imprimiendo la huella de su espíritu hidalgo y
generoso en todos los actos y palabras de su protagonista. Pero
artísticamente mostró mayor fuerza (como casi siempre sucede) en
la pintura del hermano foragido y rebelde, haciéndole hombre de
altos pensamientos, de ambición desmesurada, de satánica grande-
za. Arboleda, ni en el arte ni en la vida, podía tolerar lo ruin y lo
pequeño. Hay, pues, verdadera grandeza, no sólo en Alvaro de
Oyón, sino en el pirata Walter, cuando, sentados junto al fuego,
desarrollan sus planes de imperio marítimo y de dominación ame-
ricana.
Bellezas de todo género contiene este incompleto poema. Las
tiene principalmente descriptivas: magníficos paisajes del Cauca,
familiares al autor y que dan á la obra color topográfico muy
encendido; mucho vigor en la pintura de caballos y de batallas,
con aquellos detalles que ignora el humanista de gabinete y sabe
el soldado de profesión ó de afición, como las sabía Ercilla, el gran
maestro de la poesía castellana en esto de dar tajos y mandobles.
Bellezas de sentimiento también, en el tipo ideal de Pubenza, en
su misma carta, demasiado byroniana para una india. Si á estos
méritos se añade la fervorosa elocuencia de los discursos y de las
intercalaciones líricas, aunque demasiado extensas y demasiado fre-
cuentes; y la elegante franqueza de la ejecución, que no por eso de-
genera en abandonada, será justo decir con M. A. Caro que los
fragmentos del poema de Arboleda han de conservarse con la mis-
ma estimación que «rescatado torso de gallarda escultura», como
conservamos, por ejemplo, los fragmentos del poema de La Pintura
de Céspedes 6 del Mermes de Andrés Chénier.
Hay en la parte lírica de Gonzalo de Oyón muestras de va-
rios metros; pero en la narración impera la octava en dos dis-
tintas formas:. una, la clásica y tradicional, la octava italiana del
Ariosto y del Tasso, que Arboleda maneja con singular gallar-
COLOMBIA 59 .
día (l); y otra octava romántica, compuesta de dos cuartetas, sin
más enlace que el de los finales agudos, octava que en América
llaman bermtidina, por haberla usado con mucha gala y muy á me-
nudo nuestro D. Salvador Bermúdez de Castro, poeta injustamente
olvidado en su patria, aunque fué de los mejores entre los líricos
románticos de segundo orden (2). Muestra sea de esta combina-
ción la siguiente octava de Arboleda:
Ambos se buscan y se evitan ambos
Con la aguzada punta y dura hoja;
Ora se aparta diestro, ora se arroja
Éste, y el otro prevenido está.
Ya los golpes mentidos son, ya ciertos;
Ya por los pomos quédanse trabadas
En ángulos salientes las espadas,
Y el pomo duro sobre el pomo da.
(i) Véanse estas dos para muestra; no las hubiera desdeñado Maury:
Y más allá, como inmortal gigante.
Alza la frente el Puracé sublime;
A veces terso, candido, brillante.
Sus anchas basas en silencio oprime;
Otras envuelto en nubes, retumbante.
Arroja el fuego que en sus antros gime,
Y en sus esfuerzos ó estremece el suelo,
O incendia en llamas la extensión del cielo.
Al Sur se encrespa en rocas y montañas,
Y ora se encumbra en desigual terreno.
Ora se mecen las silvestres cañas
De contrapuestos riscos en el seno;
Y nacen del calor plantas extrañas
Que guardan de la víbora el veneno,
Cabe el torrente bramador y estrecho
Que ha cavado por siglos su hondo lecho.
(2) Si hay ejemplos de esta falsa octava antes de la época romántica, de-
ben de ser muy raros. Bermúdez de Castro nunca se dio por inventor de esta
combinación, pero fué más constante y más feliz que nadie en su uso; v. gr.:
Hay consuelos y vida para el alma,
Donde del aura al suspirar sonoro.
Se eleva un sol espléndido de oro
Sobre un cielo de nácar y zafir.
Hay un recuerdo allí donde los mares
Besan las playas con amantes olas,
Donde riza entre sauces y amapolas
Su corriente de azul Guadalquivir...
Antes, ó al mismo tiempo, las usó Tassara en La Fiebre, en el Himno al Sol,
6o CAPÍTULO SÉPTIMO
«
Esta pseudo-octava es, en realidad, una estrofa lírica, de enga-
ñosa facilidad y muy propensa al amaneramiento, por lo cual juz-
gamos que en narraciones largas debe proscribirse; pero si algún
ejemplo pudiera redimirla, sería ciertamente el del Gonzalo de
Oyón (i).
Notable contraste hace con los dos poetas hasta aquí estudiados
el vate antioqueño D. Gregorio Gutiérrez González, romántico tam-
bién, pero de muy diversa manera que el pensador poeta de Ocaña
y el caballeresco D. Julio, el de Popayán. Nacido en una región
áspera y montuosa, que por sus singularidades geográficas, no me-
nos que por la industria tenaz y el laborioso y emprendedor esfuer-
zo de sus naturales, hombres de recia fibra y voluntad entera, en
lucha con una naturaleza ingrata, se distingue de las demás provin-
cias colombianas, Gutiérrez González, que empezó por ser un meli-
fluo poeta romántico, pero que había conservado, aun en sus imita-
ciones de Zorrilla, de Abigáil Lozano y Alaitin, una ingenuidad y
frescura de sentimiento que pudiéramos llamar primitivas, acabó
por ser poeta del trabajo humano, cantor de las más humildes labo-
res rústicas, inventor de una nueva especie de geórgicas realistas.
Hay en el conjunto de las obras poéticas de Gutiérrez González dos
maneras igualmente deliciosas: una la del casto amor y la inefable
ternura, la de los versos A Julia:
Y como ruedan mansas, adormidas,
Juntas las ondas en tranquila mar,
en La Nueva Musa, y en otras muchas composiciones. Popularizóse luego en
América, principalmente por la colección de Ochoa: Apuntes para una biblio-
teca de escritores españoles cojitemporáneos (1842), que ha sido muy leída allí.
El ejemplo más memorable es el de Bello en la Oración por todos.
[\) Vid. Poesías de Julio Arboleda. Colección formada sobre los manuscritos
originales, con preliminares biográficos y críticos, por AI. A. Caro, Nueva York,
D. Appleion y Comp., 1883. (Contiene los versos líricos y los fragmentos del
poema.)
Nació Arboleda el 9 de Julio de 1817 «en un desierto, en medio de las sel-
vas incultas que orlan el mar Pacífico»; pero se le considera, y él se conside-
raba, como hijo de Popayán. Murió asesinado en 12 de Noviembre de 1861.
Los principales sucesos de su vida van recordados sucintamente en el texto.
COLOMBIA 6l
Nuestras dos existencias siempre unidas
Por el sendero de la vida van
Son nuestras almas místico ruido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada entre el rumor;
Cual dos suspiros que al nacer se unieron
En un beso castísimo de amor;
Como el grato perfume que esparcieron
Flores distantes que la brisa unió
Intimas, suaves, cadenciosas son las composiciones de este gru-
po: la pura sencillez de los afectos y la música melancólica que
parece acompañar las gentiles estrofas, las han hecho popularísimas
en Colombia, donde no sólo los literatos, sino el pueblo, saben de
memoria gran número de versos de Gutiérrez González, especial-
mente las dos composiciones A Julia y las tituladas Auras, {Por
qué no canto} Una lágrima y otras varias, cuyo efecto expresa el
crítico Camacho Roldan con aquella frase de uno de los poemas
ossiánicos: «Son como la memoria de las alegrías pasadas, que es á
un tiempo agradable y triste al alma.»
Pero aunque valga mucho Gutiérrez González como espontáneo
y delicado poeta de sentimiento, resulta mucho más original en el
extraño poema que tituló Memoria sobre el cultivo del maiz en An-
tioquia, y que es, sin duda, lo más americano que hasta ahora ha
salido de las prensas.
El autor no se propone aplicar á nueva naturaleza y á nueva ma-
teria poética el arte de Virgilio, como se lo propuso, y en parte la
consiguió, D. Andrés Bello. Pero como apenas hay cosa que en los
antiguos no esté, á lo menos en germen, viene á encontrarse, segu-
ramente sin conocerlo, no con la aristocrática y refinada inspiración
de las Geórgicas, última perfección del estilo poético, sino con un
vigoroso cuadro de género, titulado Moretmn, que anda, no se sabe
con qué fundamento, entre los poemas menores atribuidos á Virgi-
lio, y en el cual, con minuciosidad de detalle que pudiéramos llamar
flamenca ú holandesa, se describen las faenas con que el pobre la-
brador Simylo «exigui cultor rusticus agri'¡> prepara su frugal al-
62 CAPÍTULO SÉPTIMO
muerzo con ajo, apio, ruda y otras hierbas, mezclando queso, aceite
y vinagre para componer un cierto almodrote. Dicen que el autor
de este raro idilio le tradujo ó imitó de otro poemita griego de Par-
thenio, que hoy no se conserva; pero, sea como fuere, es ejemplo
solitario en las literaturas clásicas, y supera mucho en rusticidad á
los pasajes menos pulidos de Teócrito. El que haya leído y recuer-
de este poema, que Heyne caracterizó muy bien con estas palabras:
^argujiientmn ex vita privata et tenui hominiim humili loco natoruní
petitium^ podrá formarse idea aproximada de la poesía muy sana,
robusta y confortante, pero de todo punto montaraz, que constitu-
ye el mayor hechizo de la Memoi'ia de Gutiérrez González. Algunas
pinturas de la vida rústica en insignes novelistas modernos, en
nuestro Pereda, por ejemplo, pueden servir también de tipo de
comparación muy aproximado.
Todo es original, ó más bien exótico, en la Memoria sobre el cid--
tivo del maíz, pero no todo es igualmente digno de alabanza. Pase
la humorada del título y la forma de Memoria cientíñca; pero no
pueden pasar una porción de versos prosaicos, compuestos adrede
para hacer reir con la extravagancia, ni el abuso afectado (no el
uso) de un vocabulario provincial, ó más bien local, exigido en parte
por la novedad y extrañeza de la materia, pero del cual hace el
autor intemperante alarde, para cumplir aquel dicho suyo:
Yo no escribo español , sino antioqueño.
Y tan antioqueño escribe, que si este poema no llevara, como en las
ediciones lleva, un centenar de notas, sería con todas sus bellezas
una arca cerrada, no sólo para los espaíioles y para los americanos de
otras partes, sino para los mismos colombianos nacidos fuera del
rincón en que escribía el poeta. El lenguaje popular y rústico, el
vocabulario especial de cada labor y de cada industria, es, sin duda,
una de las fuentes más caudalosas y salubres en que puede vigori-
zarse y rejuvenecerse la lengua literaria; pero la adaptación de este
vocabulario, y, por decirlo así, su compenetración con la lengua
culta, requiere singular talento y gusto muy ejercitado, y no hay
duda que Gutiérrez González, poeta nativo, pero de muy cortos
COLOMBIA 63
estudios y dado á la ejecución rápida y descuidada, traspasó muchas
veces el justo límite en esto.
Fuera de estos lunares, bien disculpables en tentativa tan origi-
nal, la Memoria sobre el cttltivo del maíz cumple admirablemente
con su objeto: es, como ha dicho Pombo, «la idealización, la trans-
formación en poesía de las más humildes y útiles labores, por la
simpatía de su cantor al asunto, y por la música del verso». Real-
mente Gutiérrez González poseía el don divino de convertir en
poesía la más desdeñada y cotidiana prosa. La suya es poesía des-
criptiva directa, sin selección, si se quiere; pero no prosaica y
ridicula como la del Observatorio Rústico de Salas, sino de gran
potencia de color y de mucho relieve; graciosa y viril á un tiempo.
El autor lo describe todo, desde los terrenos propios para el cultivo
y la manera de hacer los barbechos ó rozas , hasta el método de
regar las sementeras y espantar los animales que hacen daño en los
granos. Y es admirable la fecundidad que ha sabido descubrir en
un asunto á primera vista tan pobre, trazando cuadros tan admira-
bles y tan diversos como el de la quema, el de la ranchería, el de
las rogativas, el de la recolección de frutos y el de la cocina de la
roza. Si poseyese muchas cosas como este poema, la literatura
colombiana sería sin duda la más nacional de América (l).
Los tres poetas hasta ahora analizados, aunque tan diversos en
estilo y tendencias, concuerdan en pertenecer á la escuela román-
tica, y aun puede decirse que Gutiérrez González sirve de puente
entre el romanticismo y el realismo limpio y de buena casta. Por el
(i) Poesías de Gregorio Gutiérrez González. Bogotá. Imprenta de Medardo
Rivas, 1 88 1, 8.", con dos magníficos prólogos, uno de D. Salvador Camacho
Roldan, y otro de D. Rafael Pombo, y un prólogo y notas sobre la Me?no7'ia
del tnazz, por D. Manuel Uribe Ángel.
Nació G. González en la Ceja del Tambo (estado, hoy provincia, de Antio-
quía). Hizo sus estudios en el seminario de Bogotá y en el colegio de San
Bartolomé, graduándose de doctor en Jurisprudencia. Fué varias veces dipu-
tado y senador, y ocupó cargos en la Magistratura. En los últimos años le fué
muy contraria la fortuna y vino á suma pobreza. Murió en 6 de Julio de 1872.
La primera edición, muy incompleta, de sus Poesías, fué hecha en 1867 por
D.José María Vergara,.y hay otras posteriores; pero la más completa y esme-
rada es la que antes citamos de 1881, publicada por sus hijos.
64 CAPÍTULO SÉPTIMO
contrario, D. José Joaquín Ortiz, egregio poeta lírico y ardiente
controversista católico, que en edad muy avanzada acaba de des-
cender al sepulcro, representó con majestad, pompa y decoro
la escuela de Quintana, no sin hacer repetidas concesiones al gusto
moderno (l). Ortiz rechazaba tal filiación, por considerarla incompa-
tible con sus principios religiosos; pero aquí no se trata del espíritu,
que en Ortiz era ortodoxo y aun ascético, sino de su temperamento
lírico y de la forma grandilocuente en que se vaciaron sus mejores
inspiraciones. Cuando quiso apartarse de ella, como en muchas
composiciones de sus últimos tiempos, fué para caer en un piadoso
pero muy desmañado prosaísmo. Los hábitos vulgares y funestos
del periodismo de propaganda, labor muy meritoria sin duda,
pero en alto grado pedestre, estropearon aquella mente elevada, le
quitaron algo de su serenidad y vigor, le llenaron de escrúpulos
nimios, contagiaron su gusto, poniéndole al nivel de su público
timorato y asustadizo; y recelando sin duda que la pureza clásica
fuese una tentación del demonio, acabó por vestir sus versos de
estameña. Los hay que no merecen salir de la colección de El Correo
de las Aldeas^ donde pueden servir de inocente recreo á las familias
cristianas. Pero antes que el periodista se sobrepusiese en Ortiz al
poeta, éste había producido con superabundancia lo que necesitaba
para su gloria: cinco ó seis odas desiguales, pero espléndidas, y
trozos admirables en muchas otras. Fantasía poderosa ya que no
muy pintoresca, sentimiento ardiente y profundo, elocuencia avasa-
lladora, como que nacía de íntima convicción y sincero entusiasmo,
grandeza en el plan, desarrollo progresivo y solemne, que tiene
mucho de oratorio sin dejar de ser esencialmente poético, son las
cualidades dominantes en Ortiz, realzadas por una versificación
(i) No fue extraño Ortiz á la influencia de Víctor Hugo en su primera
manera. La idea de la enumeración de los pabellones nacionales en La Ban-
dera Colombiana, está evidentemente inspirada por la muy arrogante que hay
en la Oriental 2.", titulada Canaris. Pero si no me engaña el amor á nuestra
lengua y poesía, la imitación de Ortiz resulta superior al original. En la oda
á Boyacd hay una imitación deliberada, pero mucho menos feliz, de tres es-
trofas del Cinco de Mayo de Manzoni. «Oh quante volte all tácito — morir
>d'un giorno inerte... >
COLOMBIA 65
magnífica y robusta cuando el calor no le abandona. Porque ha de
advertirse que es uno de los poetas más desiguales que pueden
leerse: capaz de elevarse en sus buenos momentos al nivel de lo
mejor de Quintana, con animación no menos férvida y más jugo
de alma; pero incapaz de sostenerse, por falta de gusto ó de aten-
ción, en la esfera de noble grandeza en que siempre habita su
maestro, hasta cuando parece menos inspirado. Ortiz no sabía
borrar, y aunque profesor toda su vida, no puede decirse que fuera
humanista como Bello ó como D. M. A. Caro. Escribía con abundan-
cia de corazón, dominado por su asunto, y ansioso de desarrollarle
hasta los últimos ápices, con efusión, con énfasis sincero, en inmen-
sos períodos poéticos que se van ensanchando como las ondas con-
céntricas que forma la piedra arrojada á un estanque. No hay que
pedirle concisión y sobriedad líricas, que no eran propias de su
temperamento ni de su escuela; pero sí hay que deplorar, aun
dentro de ella, el exceso de verbosidad con que recarga sus mejores
pensamientos, la pompa inútil con que abruma sus estancias, el afán
de decirlo todo sin dejar campo libre á la imaginación del lector.
En La Bandera Colombiana, en Boyacá, en la oda Al Tequendama^
Ortiz deslumbra, pero fatiga por demasiado estrépito y brillantez
demasiado continua. En la poesía de sentimiento, por el contrario,
quiere ser familiar, y resulta demasiado casero, como todos los
llamados poetas del hogar. En sus versos no hay medio: ó son
admirables de número y cadencia, ó suenan como prosa. Parece
imposible tener á un tiempo tan prosaica y tan poética dicción,
estilo tan puro y tan abandonado, tan bueno y tan mal oído. Y es
que en Ortiz, naturaleza algo contradictoria en todo, idólatra de
Bolívar y enemigo del espíritu de la revolución americana, poeta
clásico y partidario de la. absurda ojeriza del abate Gaume contra
los estudios clásicos, paloma sin hiél en sus acciones y violentísimo
é intransigente en sus polémicas, dábase también el raro caso de
trabajar en un género retórico, siendo él la espontaneidad misma.
Cuando tenía que decir algo grande, los versos nacían hechos en su
cabeza: cuando el pensamiento era débil, obscuro, vulgar, él no
conocía artificio alguno para disimularlo, y escribía en estilo de
periódico ó de libro de educación infantil. Nunca hubo artista menos
66 CAPÍTULO SÉPTIMO
preocupado de su arte, y por esto es más de admirar que sean tan-
tos y tan frecuentes sus aciertos.
Escribió mucho, pero con cierta monotonía de asuntos y de imá-
genes. De grandes poetas puede decirse otro tanto, y quizá el sen-
timiento lírico implica algo de reconcentrado y exclusivo. La patria,
la naturaleza, la muerte, fueron los tres habituales temas de sus can-
ciones. No conozco versos suyos de amor: si en algún tiempo los
hizo, su extraordinaria severidad moral le llevaría á ocultarlos ó á
destruirlos. En las composiciones patrióticas fué felicísimo: allí podía
mover libremente las alas de su numen, que, como el águila, había
nacido para posarse en las cumbres, y que se ahogaba en el estrecho
recinto de la poesía doméstica, á la cual se empeñaba en tributar
un culto por lo general tan infeliz. Cantó la patria moderna, la patria
colombiana, como quien había visto pasar delante de sus asombra-
dos ojos de niño la figura ya heroica, ya magnánima, ya resignada,
del Libertador Simón Bolívar. Esta visión era el gran recuerdo de
su vida, y de tal modo le dominaba, que llegó á exagerarle en tér-
minos harto disonantes con su piedad meticulosa:
Y vi después al triunfador volviendo
Del suelo de los Incas deleitoso,
No cual Camilo en el ebúrneo carro
Arrastrado por rápidos corceles,
Ni de purpúrea clámide cubierto
Y la frente ceñida de laureles
Y vi después al héroe, entristecido
Como un morir del sol, partir en busca
De nuevo hogar en extranjera tierra
Quien hechos tan espléndidos ha visto,
Es cual viajero que á sus lares torna
Después de haber cumplido el pío voto
tY el gran sepulcro visitar de Cristo».
Se le escucha con ánimo devoto,
Porque puede decir: «Yo vi; yo estuve;
Yo al Calvario subí; yo el mármol santo
Que encerró á mi Señor empapé en llanto»;
Y el que atónito lo oye, se imagina
Envuelto contemplarlo en una nube
Que exhala los aromas
De la remota tierra palestina.
COLOMBIA 67
Cantó también otra patria más antigua, raíz y fundamento de la
moderna, la patria colonial, y con ella el triunfo de la civilización
cristiana en el Nuevo Mundo. ¡Espléndido canto éste de Los Colo-
nos^ y salvo algunas caídas de estilo, no muy frecuentes, la mejor
composición de Ortiz, y una de las más finas joyas de la poesía ame-
ricana! Poesía descriptiva á un tiempo y lírica, con algunos rasgos
del estilo de Virgilio y de Bello, ajenos á la habitual manera de
Ortiz, pero que indican lo que en este género hubiera podido hacer,
aplicando á su estilo una labor más severa y paciente, y buscando
en sus descripciones la precisión más que el lujo (l). Poesía, no obs-
tante, que de la escuela de Quintana conserva el carácter de predi-
cación social, el entusiasmo por el progreso humano, aunque diver-
samente entendido, la consideración del hombre y de sus obras
y de su misión histórica, sobreponiéndose á la consideración del
mundo físico, que el hombre doma y sujeta á cultivo y hace servir
para los fines de su propia perfección. Entre la oda A la Vacuna y
Los Colonos media un abismo de ideas: Quintana, español y patrio-
ta, pero hijo del siglo xviii, adepto de su filosofía, filántropo y ape-
nas deísta, execra la conquista americana: Ortiz, americano, hijo de
un insurgente^ y ciudadano de una República, pero cristiano hasta
lo más profundo de su alma, educado en la gran reacción espiri-
tualista del siglo XIX, bendice con más clara comprensión de la his-
toria la obra santa de los colonos españoles, que allanaron las sel-
vas, que las despoblaron de bestias feroces, que importaron los ani-
males útiles al hombre: el generoso caballo, el toro bienhechor, los
cereales, sustento de la vida, el germen de las flores, encanto de los
ojos; de los que á las razas inferiores redimieron de las tinieblas de
la idolatría y de la barbarie; de los que levantaron el primer molino,
el primer palomar, la primera iglesia, el primer hospital, la primera
imprenta. Y con ser tan distinto el rumbo de las ideas en Quintana
(1) Véase, por ejemplo, este final de una estancia:
Otro la carga llevará al molino,
Y entre el fragor del agua despeñada,
En el estrecho cauce atormentada
Do se cambia en espuma cristalina,
Recogerá, saltando en leves ondas,
El blanco río de menuda harina.
68 CAPÍTULO SÉPTIMO
y en Ortiz, todavía vienen á coincidir en un punto, que es la glori-
ficación del trabajo humilde, de las artes de la paz y de la ciencia,
ya en Jenner y en Guttenberg, ya en los humildes colonos españo-
les del Nuevo Reino.
Dejó Ortiz pocas composiciones exclusivamente religiosas; pero
puede decirse que el espíritu religioso las penetra á todas, y no sólo
de un modo general y vago, sino con admirable firmeza y precisión
dogmática, con aquel acento que sólo brota del alma que es cris-
tiana con cristianismo positivo, el cual nunca se puede conñindir
con la vaga exaltación sentimental del cristianismo literario de Cha-
teaubriand ó de Lamartine. En este punto, Ortiz pertenece á la
escuela de ]\Ianzoni, de quien, por otra parte, presenta reminiscen-
cias directas en la oda A Boyacá y en otras partes, aunque el estilo
difuso y grandilocuente en que las expresa, nada tenga que ver con
la divina condensación lírica de las estrofas del poeta milanés. Ortiz,
como Manzoni, no sólo siente el cristianismo, sino que cree en él
con fe viva y práctica, engendradora de buenas obras. Aun en com-
posiciones muy desigualmente ejecutadas, se encuentran admirables
trozos de filosofía religiosa, que brotan de lo más profundo y sus-
tancial deja doctrina cristiana. Véase, por ejemplo, esta exposición
del misterio del dolor:
¡El dolor no es el crimen! Es la herencia
Del infelice genitor primero,
Legada, no á sus hijos solamente,
Sino también á su linaje entero
¡Ah! Si el hombre entre penas agoniza.
Naciones hay que bajan á sentarse
Sobre el estercolero
Como el antiguo Job, roto el vestido
Y la frente cubierta de ceniza
¡No es crimen el dolor! Es como el fuego
Que purifica en el crisol el oro;
Es cual la tumba fría y silenciosa
En que la humilde larva se sepulta,
Y de donde triunfante saldrá luego
Con ala tinta en oro, azul y rosa
Á volar por el éter cristalino
Transformada en festiva mariposa.
COLOMBIA ^9
Esta es la eterna ley de nuestra raza,
Este el destino irrevocable y justo:
Por el dolor alzarse hasta la gloria,
Por el placer bajar hasta el abismo
¿No se llamaba un Hombre de dolores
El gran libertador del mundo mismo?
Quiso nacer en un pesebre obscuro
Y en el taller vivir de un artesano,
Y escogió sus amigos
Entre los pescadores y mendigos.
Sólo una vez entró, y esa en cadenas,
De Herodes al palacio:
Una vez y no más subió al Pretorio,
Y esa en medio de bárbaros sayones.
Hijo de augustos Reyes, la corona
Que sus sienes divinas
Adornó, fué de abrojos y de espinas;
Y el cetro de oro que empuñó su mano
Una caña marchita
Del Jordán arrancada en la ribera.
Cuando después cual jefe valeroso,
Al frente de las huestes que cejaban
Se arrojó generoso
Al puente del dolor por Dios echado
Desde la tierra al cielo.
Sacudiendo la piedra de su tumba.
Apareció de gloria circuido,
Mostrando á las naciones
La cruz de su ignominia y de su gloria,
Y entonando su canto de victoria:
<£1 mundo finalmente está vencido».
¡Bello, ó por mejor decir, sublime; y este género de sublimidad
no es raro en Ortiz, derivándose todavía más de su fe ardorosa que
de su talento poético! Si no se sostiene de continuo á igual altura;
si por querer acomodarse demasiado, aun en el estilo, á la compren-
sión de los ignorantes y de los humildes, fracasa Ortiz á veces en
sus poesías religiosas, de índole que pudiéramos llamar democrática
y llana, y quitándoles el nervio teológico, declina en las puerilida-
des de la devoción francesa, que ha infestado á América como á
7© CAPITULO SÉPTIMO
España, no por eso deja de levantarse á la gran poesía, siempre
que encuentra en su camino estos sublimes tópicos del dolor y de
la muerte. Pintó demasiados entierros de pobres y demasiados ce-
menterios de aldea, repitiéndose mucho; pero ¡qué graduada y so-
lemne aquella puesta del sol detrás de la tumba del poeta, con que
termina La Ultima Luz, poesía, por otra parte, muy incorrecta, y
que fué probablemente la postrera de las suyas!
Luego las negras sombras de los Andes
Se irán haciendo cada vez más grandes;
Del pueblo oiráse lejos el murmullo
Cual voz de un río entre las piedras sordas;
Y más lejos el lúgubre lamento
Con que en la grey el padre toro muge;
Y el chirrido del carro
Que de puro repleto se desborda
Y atormentado con la carga cruje;
Luego el agudo son de la campana
Volará al monte, al valle, á la alquería,
Saludando á la Reina Soberana;
Luego saldrá la luna difundiendo
Sus secretos de gran melancolía:
Luego sombra y silencio
Y después morirá por fin el día.
En la poesía descriptiva Ortiz es muy brillante, pero monótono;
vista una de sus composiciones, por ejemplo, las primeras estancias
de la oda A Vasco Núñez de Balboa, puede decirse que se han leído
todas. La silva Al Teqiiendamu, es buena; pero no creo, de ningún
modo, que obscurezca la de Heredia Al Niágara, ni siquiera que
compita con ella, y además la perjudica el mismo empeño que pa-
rece puso el autor en que no apartásemos de la memoria á Heredia,
no sólo en el Niágara, sino en el TeocalU de Cholula.
En resumen, Ortiz, á pesar de todos los defectos que en obsequio
á la justicia van notados, es uno de los más inspirados, sinceros y
fervientes poetas líricos que ha producido la América española; y
aunque muy distante de la pulcritud y perfección del valenciano
Quero), es, á mi juicio, después de Querol, el que mejor ha conser-
COLOMBIA 71
vado en estos últimos tiempos las tradiciones de nuestra oda clásica,
adaptándola á la expresión de sentimientos modernos (l).
Estudiados los cuatro grandes poetas líricos de Colombia, ante-
riores á la brillante generación actual, quedan aún otros varios
muy dignos de atención, aunque menos fecundos ó menos geniales.
(i) Poesías de José Joaquín Ortiz. Bogotá, Tmp. de Echevarría , Hermanos,
1880; 8.° Esta colección dista mucho de ser completa; pero contiene las me-
jores poesías del autor.
La biografía más detallada que conozco de Ortiz es la que mi fraternal
amigo y colega el Dr. Rubio y Lluch, catedrático de la Universidad de Bar-
celona, publicó en La Defensa Católica^ de Bogotá (número del 18 de Agosto
de 1892).
Nació Ortiz en Tunja el 10 de Julio de 1814, y murió en Bogotá el 14 de
Febrero, de 1892. Dedicó toda su vida á la enseñanza y al periodismo. En
1852 fundó un colegio que, con el nombre de InstiUUo de Cristo, obtuvo gran
celebridad: después enseñó en otros varios. Son innumerables los periódicos
que dirigió ó en que colaboró: La Estrella Nacional, El Cóndor, El Día, El
Conservador, El Porvenir, El Catolicismo, La Caridad, El Correo de las Aldeas,
etcétera. Publicó además gran número de libros, ya de controversia política
y religiosa, ya de enseñanza, entre los cuales recordamos: Cartas de un sacer-
dote católico al redactor de «El Neogr anadino^, Bogotá, 1857 (muy buenas: el
mejor de sus escritos en prosa). — Las Sirenas, discurso contra la tnoral sensua-
lista de Jeremías Bentham, París (sin fecha). — Testimonio de la historia y de la
filosofía acerca de la divi7iidad de Jesucristo, 1855. — Lecturas selectas en prosa
y verso, 1880. — Ó todo ó nada, 1880. — Lecciofies de Literatura Castellana, 1879.
El Parnaso Granadijto, colección escogida de poesías nacionales (sólo salió el
tomo i), 1848. — El Liceo Granadino, colección de los trabajos de este Ltstituto
(sólo el t. i), 1856. — La Guirnalda (otra antología de poetas y prosistas neo-
granadinos). — El Libro del Estudiante (del cual se han hecho hasta siete edi-
ciones).— El Lector Colombiano (^libro de lectura para las escuelas). — Competidlo
de Historia Sagrada, etc.
Pueden añadirse algunos ensayos de novela: Alaría Dolores ó Historia de
mi casamiento , El Oidor de Santafe', Huérfanos de madre ; y algún ensayo
dramático: El Hijo Pródigo, proverbio; Sulma, tragedia: esta tragedia se im-
primió juntamente con las poesías juveniles de Ortiz, en un tomo que no
hemos visto, titulado ALis Horas de descanso, Cartagena de Indias, 1834. Dejó
inéditos tres poemas: Yopalín, Colón y Los Cantos de la Patria; y una Historia
de la Conquista del Nuevo Reino de Granada. Fué diputado varias veces, y al
tiempo de su muerte era senador. Perteneció á una fracción político-religiosa
análoga á la que en España se conoce con el nombre de integrismo.
Meníndez y Pelayo. — Poesía hisJ>atto-americatia. II. 5
72 CAPITULO SÉPTIMO
Indicaremos algunos nombres, limitándonos casi á aquellos autores
de quienes en nuestra Antología presentamos alguna muestra, y á
quienes, naturalmente, tenemos por los mejores. Adviértase que la
fecha de aquel tomo es 1894.
Joaquín Pablo Posada es digno de encarecimiento, no por la
pobre materia poética de sus composiciones, sino por sus admi-
rables dotes de versificador, en que pocos ó ninguno de su tierra le
han igualado. Conviene echar un velo sobre su vida pública y aun
privada: demasiadas cosas confesó el poeta festivo de inagotable
desenfado, en cuyas manos era la lengua blanda cera; hubiera podido
ser émulo de Bretón, ó á lo menos de Villergas, y sólo consiguió
dejar las diatribas personales y odiosas de El Alacrán^ una serie de
camafeos 6 semblanzas satíricas, de cuyo parecido sólo pueden juz-
gar sus paisanos, y un tomo de poesías muy donosamente metri-
ficadas, cuyo tema más original consiste en pedir dinero á sus amigos
en variedad de metros, y con alguna diferencia en las cantidades mo-
netarias que solicitaba, desde cuatro á veinte duros. La indisciplina
de su carácter y el desapego á todo trabajo continuado y formal, le
sometieron desde muy temprano (como dice un escritor de Colom-
bia) «á vivir una vida como prestada, en la que con talento se con-
solaba de sus escaseces, burlándose á menudo de la cruel necesi-
dad». Vivió como Villasandino ó como cualquier otro de los poetas
mendicantes del Cancionero de Baena^ componiendo ó improvisan-
do cuantos versos se le encargaban, y siempre con amenidad de
estilo, con elegante sencillez de expresión, con gracia natural y ar-
moniosa, que es la principal dote de su estilo:
Figúrate que le debo
Á todo el que en torno miro;
Debo el aire que respiro
Y debo el agua que bebo.
Casi ni á salir me atrevo,
Porque, si salir consigo,
Mis acreedores, amigo.
Me atacan de llano en plano,
Desde el primer ciudadano
Hasta el último mendigo.
COLOMBIA 73
Quiero acabar: necesito ■
Diez y seis pesos cabales,
Para conseguir los cuales
Estas décimas he escrito;
Mándamelos, que infinito
Será mi agradecimiento,
Como lo es el firmamento
Y como el poder de Dios,
Quien, acá para ¡nter nos,
Me tiene muy descontento.
Ninguna promesa haré,
Porque á ti no se te esconde
Que cómo, cuándo ó en dónde
He de pagarte, no sé;
Pero que te pagaré,
Y que á pagarte me obligo.
Poniendo á Dios por testigo,
Es tan seguro y tan cierto,
Como lo es que sólo muerto
Dejaré de ser tu amigo.
Con Posada colaboró en el malhadado Alacrán otro poeta más
desaliñado, pero que no carecía de numen: Germán Gutiérrez de
Piñeres, que, al revés de Posada, solía ser satírico en sus artículos
en prosa, y quejumbroso y melancólico en sus versos, como quien
había empezado en una de sus más antiguas composiciones por des-
. pedirse de la vida en las inevitables octavas bermudinas:
El puro sol de mis brillantes días
Va declinando hacia su triste ocaso, *•
Y de mi vida adelantando el paso,
Mis ilusiones decayendo van.
Ya de mí se desprende marchitada
Mi juventud, mi juventud querida:
Queda el recuerdo al alma dolorida
De las horas que nunca volverán
Poeta festivo, pero de muy distinta cuerda que Posada, fué don
Ricardo Carrasquilla, benemérito institutor y autor de libritos de
propaganda católica, muy bien hechos. Su tomito de poesías, que él
-^modestamente llamó Coplas., está lleno de gracejo decoroso y fino:
74 CAPITULO SÉPTIMO
compuso excelentes letrillas, cuadros de costumbres como las Fies^
tas de Bogotá^ y acertó á tratar con sentimiento y viveza, aun síhl
salir de su manera familiar y sencilla, asuntos más elevados, ya de
leyenda histórica como en El Abrazo^ ya de naturaleza pintoresca
como en Una visita al salto del Tequendama.
El general Pinzón Rico ha sido uno de los poetas más celebrados
de Colombia, y poeta de valiente inspiración en ocasiones. No co-
nozco más composiciones suyas que las insertas en el Parnaso Co-
lombiano, y éstas no bastan para caracterizar su manera, aunque sí
para graduarle de versificador gallardo. En su estilo palabrero y re-
dundante, pero cadencioso, parece un romántico mejicano ó vene-
zolano más bien que colombiano. Su Despertar de Adán ha sido
muy celebrado; pero prefiero la Eva^ de Flores, cuyo pensamiento
erótico es el mismo.
Entre los polígrafos más fecundos hay que contar á D. Manuel
María Madiedo, D. Felipe Pérez y D. José María Samper. Madiedo
era un publicista de talento brillante, pero desigual, que escribía
medio en francés páginas elocuentes sobre cuestiones sociales. No
sé si pertenecía ó no á la raza de color; pero sí sé que odiaba de
muerte á los hijos y nietos de españoles, suponiéndolos culpables
de todas las guerras civiles y de todos los escándalos, crímenes y
desgracias que afligen á los pueblos de la América española. Lo
más singular es que solía militar en partidos conservadores, por
donde resultaba en sus ¡deas una extraña inconsecuencia. De su
tomo de Poesías (precedido de un tratado de ]\Iétrica), lo más cele-
brado ha sido el romance endecasílabo Al Magdalena^ que Camacho
Roldan, en el prologo á las poesías de Gutiérrez González, califica de
«uno de los cantos indígenas de nuestro suelo», añadiendo que «vi-
virá mientras nuestro río arrastre sus turbias ondas al través de so-
ledades cubiertas de ceibas y caracolíes, y por en medio de playas
que marcado había
De las tortugas la penosa marcha,
Y del caimán la formidable cola,
Y de los tigres la terrible garra.
Pérez (D. Felipe) es más conocido como periodista y hombre
político y como geógrafo bueno ó malo que como poeta, y se le
COLOMBIA 75
acusa de haberse aprovechado con poco escrúpulo de trabajos aje-
JIOS (l).
Samper fué un improvisador fecundísimo en todos géneros: his-
toriador, geógrafo, estadista, orador político, escritor de viajes, poeta
lírico, dramaturgo, novelista, profesor de Derecho público y funda-
-dor ó redactor principal de más de veinte periódicos; el más fecun-
do de los escritores modernos de Colombia, y uno de los más cono-
«cidos en Europa y de los que más han dado á conocer el estado
político de su patria. Pero no parece que entre el inmenso cúmulo
■de sus libros, producidos como á destajo y con facilidad peligrosa,
haya nada cabal ni de primer orden. De todos modos, sus bocetos
biográficos y sus relaciones de viajes se leen con agrado y logran
y merecen más fama que sus poesías.
D. José María Vergara y Vergara, ya mencionado en estas pági-
nas, no fué grande escritor, pero sí escritor muy ameno y simpático.
La bondad y la efusión de su carácter, su entusiasmo por la belleza
moral, su fe viva y ardiente, su caridad inagotable, su patriotismo
de buena ley, su gracejo natural é inofensivo, se reflejan fielmente
■en sus artículos de costumbres, novelitas é impresiones de viaje,
V en todos sus escritos fugitivos, en prosa ó en verso, no muy co-
rrectos de lengua, pero muy sanos y muy españoles en el fondo.
Era hombre de devociones literarias ardentísimas, aunque fugaces, y
(i) El Sr, D. Diego Mendoza, persona para mí muy respetable, me llama
la atención sobre esta noticia, que cree nacida de algún informe equivocado.
Con mucho gusto inserto la rectificación que el Sr. Mendoza me envía:
«Siendo muy joven el Sr. Pérez, hizo con el General D. Tomás Cipriano
de Mosquera, Presidente de la República, un contrato para la publicación de
la Geografía del sabio italiano D. Agustín Codazzi, Jefe que fué de la Comi-
sión Corográfica. El Sr. Codazzi murió en una de sus excursiones, y no pudo
publicar sus trabajos. D. Manuel Ponce de León y D. Manuel María Paz se
encargaron de la publicación de los mapas, y el Sr. Pérez del arreglo de los
manuscritos y de darlos á la estampa. Tanto en el prólogo de la primera edi-
ción (dos volúmenes), como en el de la segunda (de la cual sólo alcanzó á pu-
blicar uno), y que es, propiamente hablando, el mismo de la anterior, explica
con sinceridad y buena íe, que su labor había sido la de poner en orden y
publicar conforme á los deseos del Gobierno, los trabajos postumos de Co-
dazzi.»
76 CAPÍTULO SÉPTIMO
que perdía mucho de su propia originalidad por caminar demasiado -
servilmente detrás de las huellas de los maestros que sucesivamente-
adoptaba: primero Larra y ^Mesonero Romanos; después Fernán Ca-
ballero, Trueba y Enrique Conscience, y últimamente Selgas. Sus-
poesías adolecen de este mismo prurito de imitación exagerada, y
ciertamente que el Libro de los Cantares^ con todo su mérito relativo
que no negamos, no justificaba bastante el empeño con que Vergara-
se dio á glosarle y á repetir sus temas, muchas veces más vulgares-
que populares, y á veces ni vulgares siquiera, sino trivialmente sen-
timentales. La afectada llaneza de Trueba contagió á \''ergara corno-
á varios otros, y es lástima, porque algunas poesías humorísticas suyas
prueban que hubiera podido distinguirse en este género sin deber-
nada á nadie. Improvisó demasiado, y el periodismo devoró su in-
genio, como el de tantos otros escritores de Colombia y de España^
Finalmente, mencionaremos los nombres de Arsenio Esguerra
(muy delicado y pulcro), José David Guarín, Hermógenes Saravia>.
José María Rojas Garrido, Domingo Díaz Granados (amigo é imita-
dor de Gutiérrez González), Arcesio Escobar (feliz traductor de poe-
tas ingleses), César Contó, Joaquín González Camargo (autor del
delicioso Viaje de la luz)^ José Joaquín Borda, Benjamín Pereira
Gamba, y la dulce poetisa mística Doña Silveria Espinosa de Ren-
dón, de todos los cuales he leído agradables poesías en el Parnaso
Colombiano^ pero á quienes no me atrevo á caracterizar por falta de
suficientes datos (l).
(i) Joaquín Pablo Posada. Nació en Cartagena (de Indias) en 1825, y mu-
rió en 1880. Sus Poesías se imprimieron en 1857, con un prólogo del doctor
Felipe Pérez. En 1879, sus Camafeos 6 Bosquejos de notabilidades colombiarias
en poliiica^ milicia, comercio, cieticias, artes, literatura, trápalas, malas mañas y
otros efectos, bajo su triple aspecto físico, moral e' intelectual. (Barranquilla, im-
prenta de los Andes.)
Germán Gutiérrez de Piñeres (18 16- 1872). Sus Poesías, precedidas de un
juicio de D. Pedro Neira Acevedo, se imprimieron en Bogotá, 1857. Fué autor
también de El Oidor, drama histórico.
Ricardo Carrasquilla. Nació en 1827 y ha fallecido recientemente. Coplas.
(Bogotá, por Foción Mantilla, 1866. Hay tres ediciones posteriores aumen-
tadas.)^— Sofismas anticatólicos vistos con microscopio.
José María PinrJu Rico. Nació en 1S34. Fué magistrado primero y militar
COLOMBIA 77
revolucionario después. Residió algún tiempo en Venezuela, redactando El
Porvenir de Caracas. En Bogotá fué colaborador de La Discusión, de El Nue-
vo Mundo y de La Pluma. No sé que hayan sido coleccionados sus versos.
Manuel María Madiedo. Nació en Cartagena (de Indias) en 1815. Sus Poesías
precedidas de tm tratado de Métrica fueron impresas en Bogotá, 1859. Hay
poesías posteriores en la miscelánea titulada Ecos de la Noche (1870). Com-
puso en su primera juventud dos tragedias, Coriolano y Lucrecia ó Roma libre,
y más adelante el drama Una idea abismo (sic) y el juguete cómico Tres diablos
sueltos. Entre sus escritos de materias sociales y filosóficas, se citan principal-
mente: Tratado de derecho de gentes (1874), La Ciencia social ó el Socialismo
filosófico: derivación de las grandes armonías morales del Cristianismo (1863),
Una gran revolución, ola razón del hombre juzgada por si inisma (Caracas, 1876),
El Dedo e7i la llaga (Caracas, 1876), El Arte de probar (Bogotá, 1874), Tratado
de Crítica general, ó Arte de dirigir el entendimiento en la investigación de la
verdad {1S6S), etc., etc.
Felipe Pérez. Nació en 1834. La edición de sus Versos es de 1867. Escribió
además novelas (Atalmalpa, Los Pizarros, Jilma, Los Gigantes, Imina, Carlo-
ta Corday. ....), y dramas (Gonzalo Pizarro. ....). Pero sus escritos más conocidos
son: Análisis política, social y eco7iómica de la Reptlblica del Ecuador (1853),
Geografía física y política de los Estados Unidos de Colombia (1862-63), y otras
análogas. Otras muchas obras suyas se citan en la extensa Vida de Felipe Pé-
rez, por D. Enrique Pérez (Bogotá, 191 1).
José María Samper. Nació en 1828. El solo catálogo de sus obras ocupa
cinco ó seis páginas en la Bibliografía Colofnbiana de Laverde Amaya. Sus
primeras Poesías, con el título de Plores marchitas, se publicaron colecciona-
das en 1849; sus Piezas dramáticas, en 1857; una nueva colección lírica (Ecos
de los Andes), en 1860; Uti Vampiro, poema satírico, en 1863; Martín Flórez,
novela, en 1866; Un drama íntimo, novela, en 1870; Últimos cantares (tercera
colección lírica), en 1874; Florencio Conde, novela, en 1875; El Poeta soldado,
ídem, en 1881; Los Claveles de Julia, ídem, en 1881. De sus restantes obras,
las más conocidas son Pensamientos sobre moral, política, literatura, religión y
costumbres (1856),- Ensayo sobre las revohicioties políticas y la condición social de
las Repúblicas hispano- americanas (París, 1861); Viajes de un colombiano en
Europa (París, 1862); El Libertador Simón Bohvar (Caracas, 1878); Galería
Nacional de Hombres ilustres (Bogotá, 1879); Historia de una alma (1881), auto-
biografía muy interesante, en que refiere su conversión al catolicismo.
José María Vergaray Vergara (1831-1872). Incansable periodista y promotor
de la buena literatura. Redactó La Siesta, El Mosaico, El Hogar, La Fe, la
Revista de Bogotá y otros muchos periódicos. Sus principales obras son: His-
toria de la literatura en Nueva Granada {i%b(i); Olivos y aceitunos todos son unos
(novela de costumbres políticas); Versos en borrador (1868); Artículos escogi-
dos, colección selecta (Londres, i88i); Vida y escritos del general NariFio. Co-
yS CAPÍTULO SÉPTIMO
leccionó el Museo de cuadros de costumbres, de varios escritores colombianos;
el Parnaso Colo?nbiano, en tres pequeños volúmenes, que contienen las obras
de Gutiérrez González, Caicedo Rojas y Marroquín; La Lira granadina ( r86o).
Hay dos biografías de Vergara, una de D. José Manuel Marroquín, en el Anua-
rio de la Academia Colombiana (1874), y otra de D. Carlos Martínez Silva en
el Repertorio Colombiano.
Sobre los restantes poetas, nos remitimos á las breves noticias que pueden
encontrarse en el Parnaso Colombiano de Áñez, y mejor en los Apuntes sobre
bibliografía colombiana, con muestras escogidas en prosa y verso, por Isidoro
Laverde Aynava, con un apéndice que contiene la lista de las escritoras colombia-
nas, las piezas dramáticas , 7iovelas, libros de historia y de viajes escritos por
colombianos. (Bogotá, 1S82.)
Es imposible omitir la lectura de las muy discretas y sabrosas Cartas Ame-
ricanas de nuestro D. Juan Valera (primera serie, Madrid, 1889), que contie-
nen un largo estudio sobre el Parjiaso Colombiano. El Sr. Valera hubiera
hecho inútil nuestro trabajo y nos habría dado con ventaja un juicio cabal
sobre la poesía de Colombia, á haber podido disponer de fuentes más copio-
sas y seguras que el mencionado Parnaso, compilación deficientísima por
una parte, y por otra llena de fárrago y broza, como casi todas las de su géne-
ro que se han formado en América.
Para el estudio de la mejor literatura moderna de Colombia es de inapre-
ciable auxilio la colección de los trece tomos del Repertorio Colombiano, ex-
celente revista que duró desde 1878 hasta 1887, bajo la dirección de D. Carlos
Martínez Silva y la inspiración de D. Miguel Antonio Caro. Es la más notable
publicación de su género que hasta ahora ha aparecido en la América es-
pañola.
Finalmente, para el conocimiento de los poetas novísimos, puede acudirse
á La Lira Nueva, de D. José María Rivas Groot. (Bogotá, 1886.)
VIII
ECUADOR
En el Ensayo sobre la literatura ecuatoriana^ del Dr. D. Pablo
Herrera (i), y en la Ojeada Histórico- crítica sobre la poesía ecuato-
riana, de D.Juan León Mera (2), puede verse cuan antiguo abolengo
tiene la cultura literaria en la antigua Presidencia de Quito, que
abarcaba en sus cuatro Gobiernos Mayores la mayor parte del te-
rritorio de la actual República del Ecuador (3). A las órdenes
monásticas, y especialmente á la de San Francisco, se debió la pri-
mera cultura del país y el establecimiento de las primeras escuelas,
así como á un franciscano, el P. Jodoco Rickle, se había debido la
introducción de la primera semilla de trigo.
En noble emulación pretenden las diversas religiones que dieron
apóstoles á la primitiva colonia, el lauro de haber establecido la pri-
mera casa de enseñanza; pero sin negar que los dominicos tuviesen
estudios en su convento de San Pedro Mártir, fundado en Quito por
el Venerable Fr. Alonso de Montenegro poco después de la con-
(i) Publicado por primera vez en 1860 y luego, con bastantes ampliacio-
nes, en el primer tomo de la Revista Ecuatoriana (1889), si bien esta segunda
edición no llegó á terminarse, que sepamos.
(2) Quito, t868. Imprenta de J. Pablo Sauz. Hay una segunda edición,
de Barcelona, 1893, en que se conserva el primitivo texto, pero se añaden
algunos apéndices.
(3) Guayaquil perteneció en lo militar al Virreinato del Perú, hasta que
Bolívar le anexionó en 1824 á la primitiva Colombia. Quito y lo restante de
la República dependía del Virreinato de Santa Fe desde 1721 ; hasta entonces
había dependido también del Perú.
8o CAPÍTULO VIII
quista déla ciudad por el adelantado Sebastian de Belalcázar, todavía
es cierto que el primer colegio de cuya formal organización se tiene
noticia es el de San Andrés, establecido por los franciscanos en 1 5 56,
y dotado en 1 562, por Real cédula de Felipe II, con 300 pesos
anuales. En dicha cédula consta que allí se enseñaban «las cosas per-
tenecientes á la salvación y buena doctrina de los indios naturales,
letras, buenas costumbres y habilidades, para que puedan vivir cris-
tiana y políticamente» (l).
Pero la enseñanza para los hijos de españoles, la propiamente li-
teraria ó de humanidades, fué introducida en el Ecuador, como en
otras partes de América, por los PP. de la Compañía de Jesús, cuyo
colegio de Quito contaba ya por los años de 1585 más de ciento
ochenta estudiantes, siguiendo cuarenta de ellos el curso de Artes.
La emulación era grande, frecuentes las conclusiones y actos públi-
cos, con asistencia del Obispo, del Corregidor y vecinos principales,
y tan grande el crédito que lograban los jesuítas, que cuando el
Obispo Fr. Luis López de Solís fundó, á fines del siglo xvi, el cole-
gio Seminario de San Luis, también le puso bajo su dirección, con
parecer y acuerdo de la Real Audiencia y del Cabildo. Emulando
el celo de franciscanos, dominicos y jesuítas, los agustinos estable-
cieron la Universidad de San Fulgencio, autorizada por bula apos-
tólica de Sixto V, en 20 de Agosto de 1586. Pero no fué ésta la
Universidad definitiva, la que obtuvo los títulos de Real y Pontificia,
sino la establecida en 1620 con título de San Gregorio Magno, bajo
la dirección de los jesuítas.
El más antiguo de los españoles de quien sabemos que, pasando
al reino de Quito, compusiese algunos versos, es D. Lorenzo de Ce-
peda, hermano de Santa Teresa de Jesús y muy conocido de los lec-
tores de la incomparable correspondencia de la mística Doctora,
puesto que á él están dirigidas algunas de sus mejores cartas sobre
materias familiares y espirituales. Estuvo en Indias D. Lorenzo más
(i) Vid. l'arones Ilustres de la Orden Seráfica en el Ecuador^ desde la fun-
dación de Quito hasta nuestros días, por Fr. Prancisco María Compte, .Misio-
nero Apostólico y Cronólogo del Colegio de San Diego de Quito. (Quito, 1885
y 1886, 2 vols.)
ECUADOR 8 I
de treinta y cuatro años: en 1 5 50 era regidor del Cabildo de Quito,
alcalde primero en 155I) y después tesorero de las Cajas Reales,
hasta 1567, en que, fallecida su mujer, D.* Juana de Fuentes, natu-
ral de Trujillo en el Perú, abandonó todo empleo, para volver á Es-
paña, y darse por entero á la vida contemplativa y á los ejercicios
de piedad, bajo la dirección y consejo de su hermana, á cuyas fun-
daciones contribuyó con el cuantioso caudal que había granjeado en
el Nuevo Mundo. Además de una relación de la vida y virtudes de
su mujer, escribió algunos versos de devoción; pero sólo se ha con-
servado la siguiente glosa sobre el altísimo tema de que «Dios in-
cluye en sí todas sus criaturas, y que ninguna está fuera de Él, y
que, por consiguiente, el mismo Dios está en ellas más que ellas
mismas, y Él es ei centro del alma, y si la hubiere tan limpia que no
impida esta admirable unión, hallarse ha á sí en Dios y á Dios en sí,
sin rodeo:
El Sumo Bien en su alteza
Dice al alma enamorada
Que se busque en su grandeza,
Y que á su inmensa belleza
Busque en su pobre morada.
De amor la suprema fuente,
Sin bajar de sus alturas,
Con su amor omnipotente,
Hállase siempre presente
Y encierra en sí sus criaturas.
Y el mismo amor que fué de ellas
Su principio sin tenerle,
Ama tanto estar con ellas,
Que está muy más dentro en ellas,
Que ellas mismas sin quererle.
Pues el alma limpia y pura
Que amare en esto pensar,
Se hallará con gran ternura
En esa misma hermosura
Y á sí mismo sin rodear (i).
(i) Publicó por primera vez estas quintillas D. Vicente de la Fuente en
su notable edición de las Obras de Sania Teresa (B. de AA. EE.), tom. i,
pág. 362.
82 CAPÍTULO VIII
Sobre el mismo tema de Biiscate en ;«/, que es, sin duda, lo más
profundo y sutil de la mística, escribieron papeles en prosa, y como
en certamen, San Juan de la Cruz, Julián de Ávila y Francisco de
Salcedo, y sobre todos ellos recayó el donairoso vejamen que, en
virtud de obediencia al Obispo de Avila, dio Santa Teresa, la cual
por su parte trató el mismo asunto en la glosa así encabezada:
«Alma, buscarte has en Mí,
Y á Mí buscarme has en ti,..
que no me parece tan superior á la de su hermano como da á enten-
der el docto colector de las obras de la Santa.
En las Crónicas monásticas de la provincia de Quito se encuen-
tran bastantes nombres de escritores teológicos, de filósofos esco-
lásticos, de gramáticos cultivadores de la lengua quichua, pero no
se encuentra poeta alguno hasta el siglo xvii, lo cual no quiere de-
cir que no los hubiera, sino que sus obras se perderían por falta de
imprenta, calamidad que también pesó sobre la literatura colonial
de Venezuela y Nueva Granada hasta muy entrado el siglo xviii. Si
algún escritor quiteño llegó á ver publicadas sus obras, fué de los
que por sus oficios eclesiásticos ó jurídicos tuvieron ocasión de salir
de su país, como el obispo Fr. Gaspar de Villarroel, que no fué sólo
gran prelado en Santiago de Chile y Arequipa, y profundo canonis-
ta, como lo prueba su obra del Gobierno Eclesiástico (1656), célebre
en su línea como la Política Indiana de Solórzano en la suya, sino
también prosista no vulgar, de los mejores de América en su tiempo.
Es claro que si los libros voluminosos, y tocantes á las ciencias
más estimadas entonces, tropezaban con tal obstáculo para impri-
mirse, aún había de ser más precaria la suerte de poesías fugitivas,
y que probablemente no tendrían más mérito que el de primeros
ensayos. Lo cierto es que en 1630, cuando el Fénix de los Ingenios
compuso El Laurel de Apolo, florecía en Quito una poetisa llamada
D." Jerónima de Velasco, que era otra Safo, otra Erina, otra Pola
Argentaría, al decir de Lope:
Parece que se opone á competencia
En Quito aquella Safo, aquella Erina,
Que si doña Jerónima divina
ECUADOR 83
Se mereció llamar por excelencia,
¿Qué ingenio, qué cultura, qué elocuencia,
Podrá oponerse á perfecciones tales,
Que sustancias imiten celestiales,
Pues ya sus manos bellas
Estampan el Velasco en las estrellas?
(Silva i.^)
Era esposo de la señora tan estrepitosamente elogiada un don
Luis Ladrón de Guevara; por lo cual añade Lope, jugando galante-
mente del vocablo:
¡Dichoso quien hurtó tan linda joya
Sin el peligro de perderse Troya!
Pero diósela el cielo, aunque recelo
Que puede la virtud robar el cielo.
De D.^ Jerónima sólo ha quedado esta memoria; y el primer
ingenio ecuatoriano que llegó á ver de molde el cuerpo íntegro de
sus poesías (aunque realmente tales son ellas que no hubiese im-
portado mucho su pérdida) es el Maestro Jacinto de Evia, natural de
Guayaquil, que en 1675 publicó en Madrid un Ramillete de varias
flores poéticas recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus
años (i). La fecha de la publicación, ominosa para la poesía lírica,
hará ya sospechar lo que el libro puede ser, y es en efecto: un
ejemplar de hinchazón y pedantería. No todo lo que en él se con-
tiene es de la propia cosecha del Maestro Evia: con sus flores poé-
ticas van mezcladas algunas no mucho más lozanas y olorosas del
bogotano Domínguez Camargo, y otras en mayor número del jesuí-
ta sevillano P. Antonio Bastidas, que había sido maestro de Mayo-
res y Retórica del poeta de Guayaquil. Los tres colaboradores del
Ramillete eran gongorinos furibundos, los tres versificadores nume-
rosos y entonados: prenda común en la escuela á que .pertenecían.
Apenas hay en el tomo composición que no sea un puro disparate;
pero son disparates sonoros. De los tres poetas, quizá Evia, que es
(i) Madrid: en la imprenta de Nicolás de Xamares, mercader de libros,
año de 1675, 4.°, 9 hs. prls. y 406 folios.
84 CAPÍTULO VIII
el que da nombre al Ramillete, sea el de menores vuelos. Nada hay
en el fárrago de sus composiciones /«««f^r^i" (así con toda propiedad
denominadas), heroicas, sagradas, panegíricas, amorosas y burlescas,
que compita con algunos rasgos de los romances de Domínguez Ca-
margo, ni con la gala y bizarría que en medio de sus extravagancias
tiene la paráfrasis que el P. Bastida hizo del idilio de la Rosa,
Ver erat et blando mordentia frigora sensu,
atribuido por algunos gramáticos á Virgilio é inserto entre sus poe-
mas menores, pero que parece ser de Ausonio. Es, sin disputa, la
mejor poesía del Ramillete. Véase alguna muestra:
<'De los tiempos del año era el verano»,
El de Mantua cantó en su dulce lira,
Y el día alegre en rayos en que gira,
Esmalta nubes con que sale ufano.
El Austro templa, porque su aire aliente,
Y así con blando diente
Muerde la flor que, aun tierna, no se esquiva
Si aun solicita alientos más lasciva;
Cuando abreviando sombras el aurora
Precede bella á la carroza ardiente,
Y en luces de esplendor, en luz canora,
Despierta el sol, madrúgale á su oriente.
«Entonces (dice en dulce melodía
Aqueste cisne) el campo discurría,
Y cuando en sendas de este sitio ameno
Buscaba abrigo en esa adulta llama
Del sol que salamandra ya se inflama,
Vi entre su vasto seno
En la grama pender blando rocío.
Que á breve globo aprisionaba el frío,
Y en su lacio verdor me parecía
Lágrimas que lloró la noche fría...
Al nacer el lucero luminoso
Vi con primor y aliño cuidadoso
Del esmero Pestaño
Del mejf)r hortelano,
Un rosal tan de gotas salpicado,
Que sudor se ha juzgado,
ECUADOR 85
Que en la lucha valiente
Por escala de sombra subió ardiente.
Uno es todo el rocío de la rosa,
Y el que suda la aurora luminosa
En su estación primera;
Un color entre ambas persevera.
Allí una rosa infante
Mece en su cuna el céfiro inconstante,
Y en claustro de esmeralda detenida
Virgen se oculta menos pretendida;
Otra al prado se asoma diligente
Por celosías de su verde oriente;
Mas al mirarla trueca vergonzosa
En carmín el candor su tez hermosa,
Siendo cada hoja en que ella se dilata
Gota de sangre que de sí desata.
Pero ¡ay! que toda aquella pompa hermosa
Del verjel, esta antorcha luminosa,
Esta hoguera que roja al prado inflama,
Siendo cada hoja suya ardiente llama;
Este sol, que á sus rayos fomentaba
Cuanto aseo al jardín le coronaba,
Con desmayo fatal se descompone,
Su luz se apaga al inconstante viento,
Al Occidente el esplendor transpone,
Y la llama consume su ardimiento.
¡Oh, qué breve esta flor tiene la vida.
Pues edad fugitiva la arrebata
De su beldad pirata...
Caduca y lacia cuanto más florida,
Siendo la cuna en que la mece el viento
Su fatal pira y triste monumento!
¡Oh tiempo, oh dias, oh naturaleza!
Avara en cuanto ostentas más grandeza
&
Pero ¿qué importa, oh rosa, que tu llama
Tan temprana se apague, aun cuando ardiente.
86 CAPÍTULO VIII
Si permanece fija en la memoria
De tu belleza la pasada gloria?
¡Oh, qué ejemplo tan vivo al desengaño
De una grande belleza!
Lograd, oh Virgen pura,
Este cortés recuerdo en la pureza;
Coged la rosa, pues, de la hermosura,
Cuando ayuda la edad, la edad florida,
Y en vistosas guirnaldas recogida,
Si intacto su verdor guardáis constante,
Vuestra cabeza ceñirán triunfante.
No ajéis su lozanía;
Mirad que la beldad más grata y bella,
Como la flor, fenece con el día...
No hay duda que las sombras del mal gusto empañan todo esto
pero tampoco faltan rasgos que recuerdan el tono de las silvas de
Rioja; y el que de tal modo escribía y versificaba, merecía, segura-
mente, haber nacido en edad menos infeliz y tener discípulos más
aprovechados que el maestro Evia. Lo cierto es que en Guayaquil
no se hicieron mejores versos antes de Olmedo.
A falta de otro más positivo mérito, tiene el Ramillete el de ser
uno de los tipos del gongorismo americano y un curioso documento
para la historia de las costumbres de la colonia, por estar lleno de
versos de circunstancias, elogios fúnebres, sonetos, inscripciones y
motes con que en Quito se solemnizaron las honras de la reina Doña
Isabel de Borbón, del príncipe D. Baltasar Carlos y del rey Fe-
lipe IV; el Mausoleo Panegírico de la venerable fundadora del con-
vento de Santa Clara, D.^ Francisca de la Cueva; Jeroglíficos, em-
blemas y anagramas á virreyes y oidores; romances para felicitar al
General de la caballería de Quito en días de vistoso regocijo públi-
co, ó jácaras para profesiones de monjas; loas sagradas y humanas á
Nuestra Señora de Payta, á Nuestra Señora de Guapulo, á los días
del arzobispo de Quito, á la festividad de San Ignacio de Loyola, á
grados y funciones universitarias. Completan el Ramillete algunos
opúsculos en prosa: una especie de novela con el título de El sueño
de Celio; algunas oraciones de certamen, unas en latín y otras en
castellano; una invectiva apologética en apoyo de un romance de
Domínguez Camargo: curiosa muestra de lo que eran las polémicas
ECUADOR 87
literarias en el infeliz lugarejo de Turmequé por los años de 1652.
Si todo ello estuviese escrito con más llaneza, sería interesante y
divertido, aunque nada valiese poéticamente; pero el mal gusto
llega á tales excesos, que la lectura se torna imposible. ¡iCómo hin-
car el diente á un cartel de justa poética que empieza con este en-
cabezamiento: «Acorde, plectro, canora cítara y resonante lyra, á
»cuyo dulce contacto provoca á las mejores plumas de los más dies-
»tros Apolos, sonoros Orfeos y numerosos Amfiones, convida á las
3>más delicadas voces del coro de las Nueve Hermanas, para que
»en armoniosa competencia con los nueve coros, soberanos ruise-
» ñores, divinas Filomenas de la gloria, celebren, festejen y aplau-
»dan con suaves acentos la cítara del encarnado Verbo, cuya dulce
»melodía en el venturoso teatro de Belén gozosos escucharon esos
^celestes globos: festivos los arroyos, las flores y plantas, si antes
^quebraron grillos de cristal al erizado Diciembre, agora gustosos
»apr¡sionan de nuevo su libertad al encanto dulce de sus divinas
»cuerdas». Todo este rótulo para un opúsculo de ocho hojas mal
contadas. Y qué diremos de este otro con que el émulo de Domín-
guez Camargo preludia su invectiva, creyendo, sin duda, lanzar mor-
tífero dardo contra el pobre poeta adversario suyo: «Lucifer en Ro-
»mance de Romance en Tinieblas, Paje de Hacha de una noche
»culta, y se hace prólogo luciente ó proemio rutilante, ó babadero
»corusco, ó delantal luminoso, este primer razonamiento al lector.»
Y lo más gracioso es que los que tal escribían hacen alarde á cada
momento de su amor á la pureza y sencillez del estilo, llegando
á decir Jacinto Evia en un proemio d la jitventiid estudiosa^ que
«sus poemas se asemejan unicho d lo cristalino de las fuentes, por
»la suma claridad que hallarás en todos ellos; porque sigo lo que
»solía repetir mi maestro, que quería parecer antes humilde en
»el estilo y concepto, que levantado por obscuro». Si estas eran
las aguas cristalinas que tenía que beber la juventud estudiosa de
Quito y Guayaquil, ^"qué tales serían las lagunas turbias y cena-
gosas ?
Los chispazos de poesía en el maestro Evia son rarísimos: apenas
puede leerse con tolerancia otra cosa que el romance
Sol purpúreo de este prado...
Mbnéndez y Pelayo. — Poesía hispano-americana. II. 6
88 CAPÍTULO VIII
que pusimos en nuestra colección , y algún rasgo todavía más fugi-
tivo, como este final de una décima, de sabor calderoniano:
Mas ¡ay! cuan en breves plazos
Llegué mi dicha á gozar,
Pues solo vino á estribar
Del alma tan dulce empeño,
En breves sombras de un sueño
Que se acabó al dispertar
En los villancicos tiene cierto sabor popular y llaneza relativa;
por ejemplo, en el de la buena ventura de la gitana al niño Jesús:
Dame una limosnita.
Niño bendito,
Dame las buenas pascuas
En que has nacido:
Niño de rosas,
Dale á la gitanilla
Pago de glorias.
Si me das la mano,
Infante divino,
La buenaventura
Verás que te digo.
Miro aquí la raya
Que muestra que aun niño
Verterás tu sangre,
Baño á mis delitos.
Serás de tres reyes
Rey reconocido,
Y á este mismo tiempo
De un rey perseguido.
En tu propia patria.
Con ser el rey mismo.
Vivirás humilde,
Vivirás mendigo...
Parece que descansa el ánimo cuando de las lobregueces del Ra
millete Poético (y de fijo no serían menores las de otros poetas culte-
ranos de quienes no conocemos más que el nombre, puesto que de
algunos de ellos se dice por gran elogio que «escribía en lenguaje
hispano-latino») se pasa al pequeño grupo de los jesuítas poetas, no
muy inspirados, pero sí muy sensatos, que salieron de los colegios
ECUADOR 89
de Quito y Guayaquil, en el siglo xvm, y que víctimas ele la catás-
trofe de su orden, honraron el nombre de su patria en los centros
de la cultura italiana. No hay entre ellos ninguno comparable á los
Alegres, Abades, Landívares, Clavijeros y Molinas, que procedían
de otras partes de América donde la cultura había echado más raí-
ces; pero como historiador y aun como naturalista tiene mérito in-
disputable el P. Velasco, y los poetas, aunque por lo general de es-
caso numen, prueban que había llegado bastante pronto á las regio-
nes ecuatorianas el cambio de gusto. Sólo el P. Juan Bautista Agui-
rre, guayaquileño, conserva resabios del conceptismo, 6 más bien
del equivoquismo de Gerardo Lobo y de Benegasi, y á juzgar por
la única poesía suya que hemos visto (las décimas que compuso
burlándose de Quito y elogiando á Guayaquil), más bien debe ser
puesto entre los copleros que entre los poetas formales, aunque no
se le puede negar cierta gracia descriptiva, y ésta no solamente en
lo burlesco:
Guayaquil, ciudad hermosa,
De la América guirnalda,
De tierra bella esmeralda,
De la mar perla preciosa,
Cuya costa poderosa
Abriga tesoro tanto,
Que con suavísimo encanto,
Entre nácares divisa
Congelado en bella risa,
Lo que el alba vierte en llanto.
Tribútanla con desvelo,
Entre singulares modos,
La tierra sus frutos todos,
Sus influencias el cielo:
Hasta el mar, que con anhelo
Soberbiamente levanta
Su cristalina garganta
Para tragarse esta perla,
Deponiendo su ira al verla
Le besa humilde la planta.
Los elementos de intento
La miran con tal agrado,
9© CAPITULO VIII
Que parece se ha formado
De todos un elemento;
Ni en ráfagas brama el viento,
Ni el fuego enciende calores,
Ni en agua y tierra hay rigores;
Y así llega á dominar
En tierra, aire, fuego y mar,
Peces, aves, frutos, flores.
Los rayos que al sol repasan
Allí sus ardores frustran,
Pues son luces que la ilustran
Y no incendios que la abrasan.
Templados de esta manera
Calor y fresco entre sí,
Hacen que florezca allí
Una eterna primavera;
Por lo cual, si la alta esfera
Fuera capaz de desvelos,
Tuviera, sin duda, celos
De ver que en blasón fecundo
Abriga en su seno el mundo
Este trozo de los cielos.
Mayores alientos tuvo el P. José Orozco, natural de Riobamba,
autor de un poema épico en cuatro cantos y en octavas reales so-
bre La Conquista de Menorca en 1782, que por primera vez dio á
luz el Sr. Mera en su libro ya citado acerca de la poesía ecuatoriana.
El poema es uno más entre los innumerables de su clase y de su
tiempo; pero no puede decirse que carezca de cierto mérito rela-
tivo. No falta, por supuesto, la consabida máquina^ y es de las más
estrafalarias que pueden imaginarse: un personaje raro, que resulta
ser el propio dios Marte, se presenta en el palacio del bueno de
Carlos III y después de rendirle cortés obsequio, le exhorta á em-
prender la conquista de Menorca y confiar el mando al Duque de
Crillón.
Pero á despecho de tan disparatado plan, que tiene muchos simi-
lares en cantos épicos del siglo xviii y aun de más acá, el autor
acierta á veces con octavas tan felices como ésta, en que se recono-
cerá sin esfuerzo el original de unos famosos versos de Heredia.
ECUADOR 9 1
Como en contrario clima degenera
No pocas veces desgraciada planta,
Aun cuando cuidadoso más se esmera
En su cultivo aquel que la trasplanta,
Tal mi musa infeliz en extranjera
Región se ve degenerar, si canta;
Aura nativa fáltale, y con ella
El dulce influjo de benigna estrella.
No creemos que Heredia, que de exceso de erudición no pecaba,
hubiese leído La Conquista de Menorca^ que, según creemos, estuvo
inédita hasta 1868, pero la semejanza es tan próxima y evidente,
que no podemos explicarla sino por la existencia de un modelo
común, que hasta ahora no hemos podido descubrir cuál sea. De
todos modos, quien fué capaz de escribir esta octava no era poeta
vulgar, por más que haya dejado otras pésimas y ninguna iguala ésta.
Tuvo el P. Orozco un hermano, jesuíta como él, autor de una
interminable elegía en doscientas décimas, con el título de Lamen-
tos por la muerte de la Compañía de Jesús^ y consuelos al ver que
comienza á resucitar en la Rusia, que si no honran mucho su ta-
lento poético, prueban á lo menos su filial amor á la Compañía, de
la cual dice entre otras cosas:
No hubo lugar que se hallase
Aunque remoto é inculto,
Donde á Dios el sacro culto
Tu celo no tributase:
No hubo nación que quedase
A tus ojos escondida,
Y que no diese rendida
Á Jesús el corazón,
• Por ti hallando salvación
En las fuentes de la vida.
El P. Ramón Viescas es, de todos estos poetas, el que muestra
más arte, mejor gusto y más sólidos conocimientos de humanida-
des. Tradujo é imitó mucho del italiano y aun del francés, pero con
estilo propio y con soltura. El sueño sobre el sepulcro de Dante, la
canción á la extinción de la Compañía de Jesús, la elegía á la mnerte
del P. Ricci en las prisiones, son paráfrasis ó imitaciones; pero sea lo
92 CAPITULO VIII
que quiera de su originalidad, son poesías de noble asunto, de ento-
nación lírica, de sabor clásico, de mucho jugo en las ideas, y de
versificación armoniosa y pulcra en general, aunque no enteramente
libre de prosaísmos y descuidos, bien perdonables en versos que su
autor no parece haber destinado nunca á la publicidad. Los roman-
ces y décimas de donaire, que componía con mucha facilidad, no
carecen tampoco de gracia.
De otro jesuíta de Riobamba, el P. Ambrosio Larrea, se conser-
van sonetos no despreciables en castellano y en italiano, mejores
éstos que aquéllos (l). Su hermano el P. Joaquín Larrea versificó
únicamente en italiano. El P. Joaquín Aillón dejó algunos versos la-
tinos de poca monta.
Todavía no hemos apurado la lista de esta brillante emigración.
Al P. Juan de Velasco hay que perdonarle sus versos desaliñados
é insulsos, ó más bien olvidarlos de todo punto, en consideración
á su verídica y noticiosa Historia del reiuo de Quito, que es su ver-
dadero título al agradecimiento de la posteridad. Basta citar al vue-
lo los nombres del P. Juan Ullauri, del P. José Garrido, del P. Nico-
lás Crespo y el P. Juan Arteta, versificadores latinos, y finalmente
del P. Mariano Andrade, autor de un romance bastante sentido
despidiéndose de Quito:
Esa ciudad donde el cielo
Gastó todos sus aliños,
(i) Creemos digno de transcribirse, sin embargo, un soneto castellano á
la Virgen de los Dolores:
No al sol la nube afea si le encubre,
Ni del alba el llorar quita á las flores
Sus hermosos, vivísimos colores.
Antes más agradables los descubre;
Las lluvias, más frecuentes en Octubre,
Aumentan en el prado los verdores;
Con ellas el jazmín crece en candores
Y la rosa de púrpura se cubre:
Tal, oh Virgen bellísima, tu llanto,
Como el tierno rocío de la aurora,
Muestra sólo el dolor, muestra el quebranto;
Pero asi como el alba cuando llora
Es de los ojos peregrino encanto,
Asi el llorar en ti más enamora.
ECUADOR 93
Como si plantase allí
El celeste paraíso;
Esa ciudad donde el arte
Supo excederse ;i sí mismo,
Viéndose lo natural
Junto con el artificio;
Esa ciudad donde todo
Tiene en sí tales hechizos,
Que aun las piedras de las calles
Parecen de imán activo.
Allí es donde siempre el aire,
Adulando los sentidos,
Es respiración vital,
Templadamente benigno;
Allí donde amante el sol,
Con inseparable giro.
Está siempre vertical
Por contemplar aquel sitio;
Allí donde los vergeles.
Con su natural cultivo,
Deliciosamente juntan
Lo fértil con lo florido;
Allí entre tantos verdores,
Donde todo está florido,
Quedó mi esperanza muerta,
Reverdeciendo el olvido;
Allí la gente que habita
Tiene por lengua el cariño.
Por corazón la blandura,
Y por alma el beneficio.
La planta que se ha arrancado
De su terreno nativo,
Muere, perdiendo aquel suelo,
Y á quien debió su cultivo:
Así también yo, arrancado
Del propio suelo patricio.
Daré la vida, perdiendo
El terreno en que he nacido (i).
(i) Nótese la coincidencia de estos versos con los ya citados del P. Oroz-
co y de Heredia.
94 CAPITULO VIH
Recibe, pues, patria mía,
Estos amantes suspiros.
¡Oh, quién te enviara hasta el alma
Con los suspiros que envío!
Recíbelos, y si acaso
Su dueño no has conocido,
En viendo turbado tu aire.
Conocerás que son míos.
No es mi dolor como aquellos
En que manda el albedrío,
Sino tan foi-zoso, que
Sale el llanto sin arbitrio.
Mas ¿qué mucho que así sea,
Si en la causa por que gimo,
Hasta lo invencible llora
Con tristes, mudos gemidos?
Mis ayes vienen á ser
Como aquel eco preciso
Qué repite el tronco ó bronce
De algún duro golpe herido.
Hay en estos versos una simpática mezcla de ingenuidad y dis-
creteo, que nos hace lamentar la pérdida de las demás composicio-
nes que sin duda escribiría el P. Andrade (l).
Honda brecha abrió la expulsión de los jesuítas en la cultura lite-
raria del Ecuador, que apenas tenía más profesores de humanidades
(i) Al P. Velasco se debe la conservación de todas las poesías de jesuítas
ecuatorianos citadas en el texto y de otras muchas de menos importancia que
omitimos. Fueron recogidas por él en una miscelánea en seis volúmenes que
formó, llamándose El Ocioso de Faenza.
El P. Velasco murió en 1819, á la avanzadísima edad de noventa y dos años,
y sus papeles, confiados á un sobrino suyo, fueron trasladados al Ecuador por
D. José Modesto Larrea, en 1825. Después de varias vicisitudes, estos manus-
critos fueron depositados en la Biblioteca Nacional de Quito, por orden del
presidente García Moreno. Pero parece que en estos últimos años han des-
aparecido los tres últimos volúmenes. Afortunadamente, las principales com-
posiciones habían sido dadas á luz por el Sr. Mera en 1868. No todos los ver-
sos contenidos en el ms. de Faenza son de jesuítas; hay también algunos de
ECUADOR - 95
que aquellos Padres; pero allí, como en Nueva Granada, la influen-
cia de las expediciones de astrónomos, geodestas y naturalistas euro-
peos, vino á levantar el nivel de la cultura científica en la segunda
mitad del siglo xviii, despertando al mismo tiempo cierta fermenta-
ción del espíritu crítico, que no podía menos de ser precursora de
otro género de novedades. De 1735 á 1 744, con objeto de determi-
nar la verdadera magnitud y figura de la tierra, por la medida de
algunos grados del meridiano terrestre, visitaron las regiones equi-
nocciales los sabios franceses Godin, Bouguer, La Condamine y
Jussieu, y los españoles D. Jorge Juan y D. Antonio de Ulloa, que
consignaron sus Observaciones astronómicas y físicas en un libro me-
morable. Quito dio cinco dibujantes á la expedición de Mutis, y una
especie de Mecenas científico en la persona de D. Juan Pío Montú-
far, Marqués de Selva Alegre, que había de ser, andando el tiempo,
uno de los principales miembros de la Junta revolucionaria de 1 809
y una de las primeras víctimas de las represalias de los realistas. En
1 801 Humboldt y Bonpland llegaban á Quito, ampliamente favore-
cidos por el Gobierno de Carlos IV, para sus grandes estudios sobre
la Física del Cilobo y la Geografía de las plantas. Poco después, el
inmortal y desventurado neogranadino Caldas, emprendía un viaje
botánico al Ecuador, con el principal objeto de estudiar en su terre-
no nativo las quinas de la provincia de Loja. «Sobre este importante
asunto (dice un docto biógrafo de Mutis) (l) escribió Caldas una Me-
moria llena de oportunas observaciones, y trazó un plano geográfico
para manifestar el estado de los montes donde crecen aquellos pre-
ciosos arbustos: comisionado por el presidente Carondelet, recorrió
las montañas de Malbucho, y delineó y trazó el camino que preten-
día abrir desde la ciudad de Ibarra hasta el Pacífico aquel virtuoso
poetas seglares, entre los cuales se citan un romance de una Musa Quítense
Á las Siete Palabras del Redeítior en la Cruz, y una canción burlesca A una
dama de travieso genio, por un ingenio travieso quítense. Vid. en los Anales de la
Universidad Central del Ecuador (Serie 4.^—1890) un artículo del Dr. D. Ma-
nuel M. Pólit, sobre Poetas Ecuatorianos del siglo xviii.
(i) Don Federico González Suárez, actualmente Arzobispo de Quito, Me-
moria Histórica sobre Mutis y la expedición botánica de Bogotá en el siglo pasado
(1782-1808)... Quito, 1888, pág. 95.
96 ■ * CAPÍTULO VIII
magistrado. Rico en ciencia y abundantemente provisto de un co-
pioso herbario de plantas ecuatoriales, de planos geográficos y de
preciosas observaciones, regresó á Bogotá, donde, á la muerte de
Mutis, se le confió el cargo de director de la Expedición Botánica.»
No necesitaba mayores estímulos el ingenio vivo y agudo de los
quiteños para dar brillante muestra de sí, á pesar del embarazo de
la falta de imprenta (l). En 1/79 empezó á correr de mano en mano
en la ciudad de Quito y luego en otras de América, no sin que al-
gunas copias llegaran á España, un libro que agitó poderosamente
la opinión, con el título de Nuevo Luciano ó despertador de ingenios.
Su autor seguía resueltamente las huellas de Feijóo y del famoso
arcediano de Evora Luis Antonio de Vernei, comúnmente llamado el
BarbadinhOy atacando de frente y sin contemplaciones ni miramien-
(i) Los jesuítas tuvieron en su colegio de Ambato una pequeña imprenta
doméstica, dirigida por el hermano coadjutor Adán Schwartz. El primer
opúsculo que se conoce es el Catálogo de los religiosos que componían la
provincia Quítense en 1754. Esta imprenta fué trasladada á Quito en 1760,
bajo la dirección del mismo lego alemán. Sólo se conocen nueve produccio-
nes de esta oficina, y ninguna importante. En 1767 fué embargada con todos
los demás bienes de la Compañía. Ya en 1754 había presentado una solicitud
al Consejo de Indias D. Alejandro Coronado, vecino de Quito, para establecer
imprenta en aquella ciudad. D. Dionisio de Alcedo y Herrera, persona tan en-
tendida en cosas de América, y que acababa de desempeñar la Presidencia de
Quito, esforzó pronto esta solicitud, alegando entre otras cosas que «la Univer-
sidad y Colegio de los jesuítas, poblados de estudiantes y catedráticos distin-
guidos, después de leer los cursos de facultades mayores, perdían en seguida
su trabajo por falta de imprenta; que las órdenes circulares del Gobierno se re-
partían tarde y á mucho costo; que los litigantes, allí donde había Audiencia,
carecían, por eso, de los medios de presentar impresos los informes de sus le-
trados; y que aun en los actos ordinarios de la vida social, los particulares se
veían obligados á repartir de mano sus esquelas y convites, á costa de mucho
trabajo y gasto; para cuyo remedio, en ciertos casos, como para el reparto de
las cédulas de comunión, se ocurría á un molde de madera, y las novenas y
libros de devoción se enviaban á Lima, para ser impresos allí á crecido pre-
cio por causa del transporte, y con la pérdida de tiempo consiguiente». Aun-
que el Consejo otorgó á Coronado la licencia ó privilegio que solicitaba, no
llegó á hacer uso de él, y el establecimiento de la imprenta en Quito se re-
trasó todavía veinte años. Desde 1767, fecha de la expulsión de los jesuítas,
ECUADOR 97
to alguno el vicioso método de estudios que prevalecía en las colo-
nias, trasunto fiel, aunque todavía más degenerado, del que impera-
ba en la Península durante la primera mitad del siglo xviii. Era autor
de esta aguda y violenta sátira, dispuesta en forma de diálogos, en
que no escaseaban los nombres propios ni los ataques personales,
un descendiente de la raza indígena, el Dr. D. Francisco Euge-
nio de Santa Cruz y Espejo, médico y cirujano, con fama de muy
hábil en el ejercicio de su profesión, y con fama todavía mayor y
bien merecida de hombre de conocimientos enciclopédicos, de gran
variedad de aptitudes, de ingenio despierto y mordaz y de grande
inclinación á las ideas novísimas, así en lo científico como en lo so-
cial y en lo religioso. Arrastrado por estas propensiones suyas, hizo
en una sátira posterior al Nuevo Luciano, amarga censura del
régimen colonial, encarnizándose con el ilustre Marqués de la
Sonora, cuya política ultramarina como ministro de Carlos III en-
salzan y ponen hoy en las nubes los mismos americanos que profe-
san doctrinas análogas á las que el Dr. Espejo difundía. Esta sátira,
calificada por el Presidente de Quito de sangrienta y sediciosa, valió
al Dr. Espejo un año de cárcel, y luego un largo destierro á Bogotá,
donde se entendió con Nariño y otros criollos de ideas afines á las
suyas, y contribuyó á preparar el movimiento insurreccional de
1809. Las ideas que hervían en la cabeza del médico ecuatoriano,
bien claras se revelan en el famoso y en algunos pasajes elocuente
hasta 1773, hay un nuevo paréntesis, y otro mucho más largo é inexplicable
hasta ahora, desde 1799 hasta 18 17.
Vid. Anrique (D. Nicolás): Noticia de algunas publicaciones ecuatorianas an-
teriores d I7<)2, [en el Diario Oficial de 1891].
González Suárez (D. Federico): Bibliografía Ecuatoriana (en el núm. 48 de
los Anales de la Universidad de Quito).
Medina (D. José Toribio): Za Imprenta en Quito (1760-18. 8). Santiago de
Chile, 1904. t^e Guayaquil no se conoce ningún impreso anterior á 1810.
Es cosa muy digna de notarse que el arte del grabado apareció en Quito
medio siglo antes que la imprenta. La primera muestra que se conoce es el
plano del curso del río Marañen, trazado por el célebre jesuíta P. Samuel
Fritz y grabado por Juan de Narváez en 1707. Se reprodujo en el tomo xvde
las Lettres edif fiantes (Paris, 1717)- Los ejemplares del mapa original son ra-
rísimos.
98 CAPÍTULO VIII
discurso que desde Bogotá dirigió al Cabildo de Quito y á los fun-
dadores de una especie de sociedad económica que tomó el título
de Escuela de la Concordia. El autor empieza diciendo: «Vivimos en
la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable.» ¡Como
si sus propios escritos, nacidos bajo el régimen colonial y al calor de
ideas venidas de España, no fuesen la prueba más perentoria de lo
contrario!
La Escuela de la Concordia duró poco, y todavía menos el perió-
dico que ella fundó en Enero de 1 792 con el título de Primicias de
la cultura de Quito (i). El Dr. Espejo, acusado, con razón ó sin ella,
de complicidad en nuevos planes revolucionarios, murió en un ca-
labozo por los años de 1 796, y sus obras quedaron inéditas, incluso
el Nuevo Luciano., que es la más importante de todas, y que espera-
mos ver pronto de molde por diligencia de la Academia Ecuatoriana.
Esta obra crítica está dividida en nueve conversaciones, siendo
interlocutores dos personas reales y verdaderas, el Dr. D. Luis de
Mera, natural de Ambato, que defiende la causa de la razón y del
buen gusto y lleva la voz del autor, y el poetastro D. Miguel Muri-
11o, en cabeza del cual se ponen todas las corruptelas literarias. Su-
cesivamente van discurriendo sobre la Retórica y la Poesía, sobre el
criterio del buen gusto, sobre la Filosofía, sobre lá Teología Escolás-
tica, sobre un nuevo y reformado plan de estudios teológicos, sobre
la Teología Moral de los jesuítas y sobre la Oratoria sagrada. Las
fuentes principales de la doctrina literaria del Dr. Espejo son las
Reflexiones de Muratori sobre el buen gusto, las Conversaciones de
Aristo y Eugenio del P. Bouhours, y más especialmente el Verda-
deiro methodo d'estudar del Barbadinho, con la misma mala volun-
tad de este último contra las escuelas de los jesuítas, y aun acrecen-
tada y subida de punto. Del gusto de los de la provincia de Quito
nos da extrañas noticias, afirmando que imitaban y admiraban á
Lucano con preferencia á cualquier otro poeta latino, y que no te-
nían en sus bibliotecas un Longino ni un Quintiliano. De aquí dedu-
ce que ignoraban totalmente el alma de la Oratoria y de la Poesía,
(i) Sólo llegaron á publicarse siete números, cuyo índice puede verse en
La imprenta en Quito, de Medina, págs. 68-74.
ECUADOR 99
«que consiste en la naturalidad, moderación y hermosura de imáge-
nes vivas y afectos bien expresados», y que, por el contrario, pre-
ferían siempre lo brillante á lo sólido, lo metafísico á lo propio, lo
hiperbólico á lo natural, siendo sus autores favoritos en el Parnaso
español, Villamediana y Bances Candamo, el portugués Antonio de
Fonsec¡ Soares (Fr. Antonio das Chagas) y un cierto D. Luis Ver-
dejo, autor de un poema gongorino sobre el Sacrificio de Ifigenia.
Lo que asombra verdaderamente, é indica cuan débil era el sentido
del arte en este reformador tan audaz, es que á renglón seguido de
tales censuras, conceda la palma entre todos los poemas españoles
á la Farsalia de Jáuregui (que además de ser una traducción, aun-
que parafrástica y valiente, es en el estilo tan obscura, inextricable
y culterana como el mismo Polifemo), y á la Lima fundada del Doc-
tor Peralta Barnuevo, que fué sin duda un monstruo de erudición,
pero hombre de muy escasas dotes poéticas, y además conceptista
furibundo, grande amigo de sentencias simétricas y de rebuscadas
antítesis. ■
El Nuevo Luciano, cualquiera que sea su valor intrínseco, es (des-
pués del Apologético de Espinosa Medrano) la más antigua obra de
crítica compuesta en la Améríca del Sur. En tal concepto, y á tí-
tulo de curiosidad histórica, era imposible omitirla (l).
(,) Mi difunto amigo el eminente humanista D. Miguel A. Caro me facilitó
copia de la parte del Nuevo Luciano referente á la Retórica y la Poesia; y ade-
más las siguientes noticias acerca de una impugnación que se escribió en
Lima:
^M arco Porcia Catón 6 Memorias para la impugnación del '^ Nuevo Luciano
de Quitos. Escribiólas Moisés Blancardo.y las dedica al limo. Sr. Dr. D. Blas
Sobrino y Minayo, dignísimo obispo de Quito, del Consejo de S. il/.-En Lima,
año de 1780. Ms. de 90 folios en 8."
»Apuntes macarrónicos, más bien que Memorias, debía haberse intitulado
esta obrilla, escrita en culto y dividida en veinte capítulos cortos. El autor
del Nuevo Luciano, hombre de claro y sagaz talento, pero imbuido en el es-
píritu revolucionario que soplaba en Francia, atacó en conjunto y por su
base el sistema tradicional de educación, y en especial los métodos jesuíticos.
Blancardo respira la saña de que estaban poseídos los que se consideraban
ofendidos y afrentados por el autor del Nuevo Luciano. En esta impugnación,
gongórica al par que virulenta, hallamos algunos, aunque pocos, datos cu-
loo CAPITULO vm
No fué Espejo el único n¡ -el principal hombre de ciencia que el
siglo xvm produjo en el Ecuador. Él mismo, en el discurso ya cita-
do, hace patriótica, aunque hiperbólica conmemoración de algunos
otros, y especialmente de D. Pedro Maldonado, «una de esas almas
» raras y sublimes que tienen en la una mano el compás y en la otra
» mano el pincel, quiero decir un sabio profundamente versado en
» la geografía y geometría, y diestro escritor de la Historia; un sabio
» ignorado en la Península, no bien conocido en Quito, olvidado en
»las Américas y aplaudido con elogios sublimes en aquellas dos
» cortes rivales, en donde, por opuestos extremos, la una tiene por
» patrimonio la severidad del juicio, y la otra el resplandor del in-
riosos, respecto de la obra y autor impugnados. El Nuevo Luciano circuló
primero anónimo, y en la segunda publicación (no impresión) de aquella
obra, el autor tomó los nombres fingidos de «Dr. D. Javier de Cía, Aróstegui
>y Perochena», no habiendo — añade su impugnador — «en la República Lite-
»raria ni en, el distrito político de Quito ningún hombre honrado que así se
»nombre» (cap. ni). El Nuevo Luciano andaba en manos de todos. «¿Y acaso
»no se oyó también— dice Blancardo — que se había remitido á Lima, para
»que añadido volviera impreso? ¿Y acaso no hay quien diga que anda publi-
»cado por medio de la prensa, v que se le ha visto en los estudios de algunos
»amigos de la novedad? ¿
»No parece haberse confirmado la noticia de tal publicación que el anóni-
mo impugnador creía realizada. Consta, sí, por una carta de Espejo, que éste .
remitió ó pensó remitir su obra á Madrid, para que se imprimiese bajo los
auspicios del Conde de Campomanes.
>Hacia el fin de su impugnación, anuncia Blancardo una segunda parte,
que, según creemos, no llegó á escribirse. El Dr. Espejo respondió á la pri-
mera en su opúsculo La ciencia blancardina^ o' contestación á las Memorias de
Moisés Blancardo.>
Véase, acerca del Dr. Espejo, el Ensayo de D. Pablo Herrera sobre la histo-
ria de la literatura ecuatoriafta, páginas 82-86, y 125-146.
En Cuenca (del Ecuador), 1888, se han publicado, como folletín de El
Progreso, las Cartas Riobambenses del Dr. Espejo y las Primicias de la cultura
de Quito. En el número 5 de estas Primicias, un Dr. Antonio Marcos anuncia
desde Cuenca, con fecha de 11 de Febrero de 1791, tener muy adelantada
una traducción parafrástica del Salterio en variedad de metros castellanos,
y pone como muestra el primer salmo, en estilo bastante parecido al de
Olavide.
ECUADOR 10 I
» genio. Londres y París celebran á competencia al insigne Maldo-
»nado... Sus obras de gran precio, que contienen observaciones so-
mbre la Historia Natural y la Geografía, las reserva Francia como
» fondo precioso... La Sociedad á su tiempo deberá destinar un so-
»cio que pronuncie un día el elogio fúnebre del Sr. D. Pedro Mal-
» donado, gentilhombre de Cámara de Su Majestad Católica y á cuya
»no bien llorada pérdida, el famoso Sr. Martín Folkes, presidente
»de la Sociedad Real de Londres, tributó las generosas lágrimas de
» su dolor. Habiendo yo hecho memoria de un tan raro genio quite-
» ño, que vale por mil, excuso nombrar los Dávalos, Chiribogas, Ar-
»gandoñas, Villarroeles, Zuritas y Onagoytias. Hoy mismo el intré-
»pido D. Mariano Villalobos descubre la canela, la beneficia, la
» acopia, la hace conocer y estimar. Penetra las montañas de canelos,
»y sin los aplausos de un Fontenelle, logra ser en su línea superior á
»Tournefort, porque su invención, más ventajosa al Estado, hará su
» memoria sempiterna.»
Pero sea lo que fuere del mérito de estos hombres de ciencia, á
cuyos nombres puede añadirse el del guayaquileño D. Pedro Fran-
co Dávila, organizador y primer Director del Gabinete de Historia
Natural de Madrid, al cual sirvieron de base sus propias colec-
ciones adquiridas por Carlos III, es lo cierto que el grande agitador
de las ideas en aquella parte de América fué el Dr. Espejo, quien
dando nueva dirección á los estudios, educó aquella briosa y alen-
tada generación, que pudo enviar á las Cortes de Cádiz á Don José
Mejía, como representante de Quito (l), y á D. José Joaquín de
Olmedo, como representante de Guayaquil. Desde sus primeros dis-
cursos, Mejía arrebató á todos los diputados americanos la palma de
la elocuencia, y si su prematura muerte no hubiese agostado tantas
esperanzas, sería hoy mismo venerado como una de las glorias de
nuestra tribuna, puesto que á ninguno de nuestros diputados refor-
mistas cedía en brillantez de ingenio y rica cultura, y á todos aven-
tajaba en la estrategia parlamentaria, que pareció adivinar por
(i) Realmente Mejía fué diputado por Santa Fé de Bogotá, y así se con-
signa en su epitafio que escribió Olmedo. Quito dependía entonces del Vi-
rreinato de Nueva Granada.
I02 CAPITULO VIII
instinto en medio de aquel Congreso de legisladores inexpertos.
Olmedo apenas dejó otro recuerdo de su paso por aquella memo-
rable asamblea que su firma al pie de la Constitución de 1812; pero
aquel viaje no fué indiferente ni para la dirección de su gusto ni
para la exaltación de sus ideas. Mas antes de hablar de él y de sus
poesías, conviene abrir un breve paréntesis para recordar que el
movimiento de independencia de 1 809 y el sangriento conflicto en-
tre peninsulares y criollos, despertó en el Ecuador, como en lo res-
tante de América, la inspiración poética del vulgo, dando ocasión á
un número considerable de versos de circunstancias, de los cuales
ha formado interesante colección el Sr. Mera, por apéndice á la de
Cantares del pueblo Ecuatoriano. Estos versos, como casi todos los
de su clase, suelen ser triviales, pedestres y chabacanos, así en la
forma como en el concepto; pero siempre tienen curiosidad históri-
ca, como expresión fiel de las opuestas pasiones que dominaron en
épocas ya remotas. Abundan bastante las décimas y ovillej.os de los
realistas, y no es de suponer que todos fuesen compuestos por es-
pañoles. La opinión hubo de estar al principio muy dividida, y sin
la hórrida matanza del 2 de Agosto de iSlO, quizá no hubiesen lle-
gado tan pronto las cosas al punto á que llegaron. Las poesías más
notables, entre las coleccionadas por el Sr. Mera, son gritos de in-
dignación después de aquella catástrofe. Una de estas com.posicio-
nes, con título de Canto lúgubre, está interpolada con textos de la
Sagrada Escritura, y no parece obra de poeta iliterato. Tampoco se-
rían tales los que en otras composiciones emplean endecasílabos, y
aun estrofas sancas. Sólo en su condición de anónimos pueden pasar
por versificadores populares. Por sus improvisaciones alcanzaron
fama cuatro hermanos de Riobamba, D. Juan, D. Benigno, D. For-
tunato y D. Lucas Larrea; y algunas de las décimas y letrillas satí-
ricas que se les atribuyen, no carecen de gracia, y expresan el des-
encanto que se apoderó del ánimo de muchos patriotas en vista de
las calamidades que siguieron á la Independencia.
Y con esto llegamos á la presencia del cantor de Junín, de quien
no parece fácil decir nada nuevo, después de los excelentes y ma-
duros fallos que sobre sus versos han formulado tantos y tan exce-
lentes críticos, entre los cuales merecen la palma D. Miguel Anto-
ECUADOR 103
nio Caro, D. Rafael Pombo y D. Manuel Cañete. Olmedo es, sin con-
tradicción, uno de los tres ó cuatro grandes poetas del mundo ameri-
cano: no falta quien le dé la primacía sobre todos, y, dentro de cierto
género y estilo, no hay duda que la merece. Bello es más perfecto y
puro, más acrisolado de dicción, mayor humanista y de arte más ex-
quisito: Heredia más apasionado y también más espontáneo, pero
lleno de tropiezos y desigualdades cuando no acierta soberanamente.
Si al cantor de la Zona Tórrida fué concedida la ciencia profunda
de la dicción, y al poeta del Niágara la contemplación melancólica
y apasionada, Olmedo tuvo, en mayor grado que ninguno de ellos,
la grandilocuencia lírica, el verbo pindárico, la continua efervescen-
cia del estro varonil y numeroso, el arte de las imágenes espléndi-
das y de los metros resonantes, que á la par hinchen el oído y pue-
blan de visiones luminosas la fantasía. El os magna sonatitrum de
Horacio, parece inventado para poetas como Quintana y Olmedo.
Con decir que Olmedo es el Quintana americano, todo español,
aun sin haber leído los versos del vate del Guayas, puede formarse
cabal idea de sus perfecciones y también de sus defectos. El énfasis
oratorio, transportado á los dominios de la poesía lírica, puede de-
jarnos fríos hoy á los que no participamos, sino tibiamente, de
aquella explosión de afectos que fué en su tiempo enérgica y since-
ra; pero ¿cómo negar que en aquella forma grande y majestuosa se
alberga un numen poético, digno habitador de tan solemne templo?
Si no se leen los versos con los ojos de la historia, ¡cuan pocos ver-
sos habrá que sobrevivan! Y no porque les falte belleza, sino por-
(\ne son rarísimas en arte aquellas bellezas evidentes é inmaculadas
que no requieren interpretación alguna para que á su sola presen-
cia todo el mundo las reconozca y las admire. Y el arte lírico de
Quintana, de Gallego y de Olmedo, si en algo y aun en mucho es
eternamente admirable, en algo y en mucho también está ligado
á condiciones de tiempo y de lugar, á tradiciones de estilo, á hábi-
tos de escuela, que subjetivamente pueden agradar más ó menos,
pero cuya clave sólo puede encontrarse en el desinteresado estudio
de la historia literaria, que es la más eficaz medicina contra las pre-
venciones de todo gusto exclusivo.
Era esta escuela clásica en las formas, pero moderna en el espíri-
Mbníndez y Pblayo. — Poesía hispano-americana. II, 7
I04 CAPITULO VIH
tu. Clásica por la educación de los poetas, y á veces por reminis-
cencias de pormenor, pero con cierto género de clasicismo general
y difuso, que, manteniendo la nobleza de estilo y dando con ello
indicio de su alcurnia, dejaba, no obstante, al genio poético espa-
ciarse fuera de la imitación deliberada de tal ó cual clásico de la
antigüedad greco-latina. Y como al propio tiempo eran ideas ente-
ramente modernas, ideas del siglo xviii, y en grado no corto revo-
lucionarias, las que tales poetas profesaban, este género de pasión
contemporánea ardorosamente sentida, tenía que dar temple y ner-
vio singular á sus canciones, haciendo de ellas un producto nuevo,
una creación viva, de cuya eficacia social no hay que dudar, puesto
que los hechos políticos dan de ella irrefragable testimonio. No fué,
no, una musa de academia la que dictó la oda A la Imprenta^ ni el
Dos de Mayo, ni el Canto d Junin^ ni hubo nadie que en aquellos
inflamados acentos viera entonces, como hoy quieren ver algunos
ignorantes, la mano de un declamador ó de un sofista. No hay siglo
alguno destituido de poesía, y el mismo siglo xviii, tan prosaico en
apariencia, tuvo, ya próximo á expirar en medio de la tormenta re-
volucionaria, una explosión magnífica de cantores de su ideal filan-
trópico, en Alemania, en Inglaterra, en Italia, en España. Limitán-
donos á nuestra lengua, Meléndez, aunque tímidamente, y Cienfue-
gos, de un modo incorrecto y nebuloso, abrieron el camino á la
potente musa de Quintana y á la más severa y disciplinada, si
menos genial y fecunda, de D. Juan Nicasio Gallego. Equidistante
de uno y otro, como tercer luminar de la escuela, hay que poner á
Olmedo, aún más avaro que Gallego en la producción, nimio á ve-
ces como él en la cultura de los detalles, si bien no llega á su per-
fección sostenida, émulo suyo en la variedad de tonos y en el con-
cierto de luces y sombras, ya impetuoso y arrebatado, ya apacible
y ameno, pero sobre todo lleno de férvida animación en el con-
junto.
Recibió Olmedo en las aulas de San Marcos de Lima educación
enteramente clásica, que robusteció luego con el estudio privado, y
seguramente con el trato de los principales poetas españoles duran-
te su residencia en Cádiz. Estaba penetrado, empapado, digámoslo
así, de la poesía antigua, y sin querer se le venían á la mente y á la
ECUADOR 105
pluma recuerdos de sus lecturas favoritas. No los buscaba trabajo-
samente, sino que por sí mismos llegaban á incrustrarse en sus can-
tos, y por eso todo lo que traduce ó imita conserva en él tanta
frescura y tanta juventud. No es un centón, no es un mosaico el
Canto de Jiinin, aunque esté lleno de reminiscencias antiguas, que
son como piedras arrancadas de los monumentos de Grecia y
Roma para labrar con ellas el monumento de un héroe moderno.
Pindaro amei'icano se ha llamado á Olmedo, como Pindaro espa-
ñol á Quintana; pero conviene entenderse sobre esto. La poesía pin-
■dárica, en sus caracteres formales, enlazada con una música que
casi desconocemos, ligada á juegos y fiestas cuyo sentido hemos
perdido, escrita en un ritmo que á duras penas percibimos, llena de
■digresiones mitológicas, genealógicas y arqueológicas muy intere-
santes para el triunfador de Olimpia ó de Nemea y para sus parien-
tes y conciudadanos, pero que son para nosotros letra muerta sin el
auxilio del comentario, es manjar de helenistas muy curtidos, pero
no es imitable en lenguas modernas. Desde la infeliz tentativa de
Ronsard y su pléyade francesa del siglo xvi, hasta el italiano Filicaia
y el portugués Antonio Diniz, los fracasos han sido tantos como los
ensayos. Lo que hay que tomar de Pindaro no es lo material y ex-
terior, no son las divagaciones ni el plan aparentemente descosido,
no es la división en estrofas, antistrofas y epodos (como lo hizo al-
guna vez nuestro inmortal Quevedo), sino el alma lírica, la solemne y
religiosa elevación del pensamiento, que transforma la victoria de un
día, el caso humano particular y transitorio, el certamen del púgil ó
del conductor de carros, en materia ideal de altísima contemplación
sobre el destino humano (iniciación la más sublime que los misterios
eleusinos podían transmitir á sus adeptos, y sin duda la más pura que
conoció la gentilidad); la cadena de oro con que el lírico tebano liga
todas las cosas humanas y divinas, y, finalmente, la devoción patrióti-
ca y doméstica que en sus metros lo ennoblece y transfigura todo.
La forma de Pindaro es ya inasequible, su estudio pura materia de
recóndita erudición, pero el espíritu de Pindaro continúa volando
sobre las frentes de todos los grandes líricos dignos de este nom-
bre, y suelen encontrarle más los que menos le buscan. Fr. Luis de
León, que en su hermosa traducción de la Olimpiaca primera fijó
106 CAPÍTULO VIII
para siempre la única forma de adaptación castellana en que Pínda-
ro cabe, se guardó mucho de imitarle en sus odas originales; y He-
rrera, que no acertó á ser pindárico la única vez que se le ocurrió
ensayarla imitación directa, resultó poeta de la familia de Píndaro,.
y aun émulo suyo, en sus dos canciones bíblicas, en que la inspira-
ción y hasta las palabras no bajan del Citerón, sino del Sinaí.
Quintana también (aunque por muy distinto rumbo, como ama-
mantad?) á los pechos de la Enciclopedia, y no á los de la Biblia),
fué pindárico en la substancia ya que no en el modo, gran poeta so-
cial^ intérprete de ideas y sentimientos trascendentales á su siglo y
á su pueblo. Y si como poeta bélico tiene más afinidad con Tirteo,,
cuya lira él quería desenterrar para lanzar por los campos castella-
nos los ecos de la gloria y de la guerra, tampoco aparta nunca de su
memoria, como ideal de altísima poesía lírica,
A ti, divino Píndaro, que elevas
En tu atrevido acento
Con tu nombre clarísimo el de Tabas»
Este mismo género de pindarismo hay en Olmedo, del cual no
sabemos que fuera helenista, pero que de todas suertes acertó á
compendiar en una magnífica estancia los caracteres más brillantes,
si no los más proíundos, de la musa pindárica, tal como él la con-
cebía y aspiraba á emularla:
Tal en los siglos de virtud y gloria,
Cuando el guerrero sólo y el poeta
Eran dignos de honor y de memoria.
La musa audaz de Píndaro divino,
Cual intrépido atleta, ,
En inmortal porfía
Al griego estadio concurrir solía,
Y en estro hirviendo y en'amor de fama,
Y del metro y del número impaciente,
Pulsa su lira de oro sonorosa,
Y alto asiento concede entre los dioses
Al que fuera en la lid más victorioso
Ó al más afortunado;
Pero luego, envidiosa
De la inmortalidad que les ha dado,
ECUADOR 107
Ciega se lanza al circo polvoroso,
Las alas rapidísimas agita,
Y al carro vencedor se precipita,
Y desatando armónicos raudales,
Pide, disputa, gana,
Ó arrebata la palma á sus rivales.
Pero si en cuanto al vuelo lírico y al tono general puede califi-
carse el Canto á Bolívar de pindárico, en el sentido en que aplica-
mos esta denominación á las odas de Herrera y de Quintana, para
distinguirlas de las horacianas aclimatadas en nuestro parnaso por
Luis de León, en los detalles hay mucho más de Horacio, de Virgi-
lio, y aun de otros poetas latinos, que de Píndaro, de Homero ó de
cualquier otro poeta griego, por mucho que el poeta invoque al
numen de la Iliada
La resonante trompa que otro tiempo
Cantaba al crudo Marte entre los traces.
Bien animando las terribles haces,
Bien los fieros caballos que la lumbre
De la egida de Palas espantaba.
Es cierto que no puede darse cosa más lejana de la nerviosa con-
cisión de Horacio y de sus más felices imitadores, que el plan y
estilo del Canto de Junin. ¿A qué poeta verdaderamente horaciano
se le hubiera ocurrido hacer un canto lírico de tan colosales dimen-
siones? Pero en este poema, tan distante de la manera lírica de Ho-
racio si se le mira en conjunto, abundan extraordinariamente los
fragmentos de obras del poeta latino, comenzando por los primeros
-versos y acabando por los últimos:
El trueno horrendo que en fragor revienta,
Y sordo retumbando se dilata
Por la inflamada esfera,
Al Dios anuncia que en el cielo impera...
trae en seguida á la memoria el Ccelo tonantem credidimus Jovem
regnare (oda S-", Üb. ui), y á la verdad resulta un trueno dema-
siado estrepitoso para Simón Bolívar, que con toda su innega-
ble grandeza, no parece bastante personaje para compartir con Jove
I08 CAPÍTULO VIII
el imperio del mundo, como á los ojos de un poeta romano (acos-
tumbrado, además, á fuer de gentil, á este género de apoteosis), po-
día parecerlo Augusto, dueño de todo el orbe entonces conocido.
Hay, sin duda, exceso de hipérbole y de énfasis, como le hay, aun-
que más tolerable, en llamar á Bolívar, copiando (sin duda por re-
miniscencia involuntaria) un verso de Quevedo,
Arbitro de la paz y de la guerra.
El bello final del Canto:
Mas ¿cuál audacia te elevó á los cielos,
Humilde Musa mía? ¡Oh! No reveles
A los seres mortales
En débil canto arcanos celestiales...
suena á cosa conocida á quien guarda en la memoria la oda 3.* deL
libro III de Horacio, allá hacia lo último:
Non hsec jocosae conveniunt lyrae:
Quo, Musa, tendis? Desine pervicax
Referre sermones Deorum, et
Magna modis tenuare parvis.
De la misma manera, en el centro de la composición reaparecen,
el Crescit occulto vehU arbor aevo, aplicado á Sucre, el Serus in ccelunt
redeas:
Tarde al Olimpo el vuelo arrebatares...
el bella matribus detestata:
... las guerras sanguinosas
Que miran con horror madres y esposas...
el micat inter omnes:
Y á todos los guerreros
Como el sol á los astros obscurece...
el Ilion., Ilion., jatalis incestusque judex:
Un insolente y vil aventurero
Y un iracundo sacerdote fueron
De un poderoso rey los asesinos...
ECUADOR 109
y todavía podría ampliarse el número de estas semejanzas tan
obvias, y en su mayor parte advertidas ya por los hermanos Amu-
náteguis, por Caro y por Cañete en sus respectivos trabajos sobre
Olmedo (l).
También la segunda de las grandes composiciones líricas de
Olmedo (y por la constante perfección de la forma quizá la prime-
ra), la oda AI general Flores^ vencedor eti Miñarica, empieza con
versos horádanos, como si fuera hábito en Olmedo abrir su Horacio
y robar como en religioso sacrificio un rayo de aquella lumbre,
siempre que emprendía algún trabajo lírico. El águila del Qualem
ministriim fuhninis alitem^ la que había arrebatado en sus alas,
sublimándole mucho sobre su nivel ordinario, al dulce Meléndez,
para que cantase la gloria de las artes, es la misma que se levanta
pon tan majestuoso vuelo en las dos primeras magníficas estrofas
del Canto de Miñarica:
Cual águila inexperta que impelida
Del regio instinto de su estirpe clara,
Emprende el precoz vuelo,
En atrevido ensayo,
Y elevándose ufana, envanecida,
Sobre las nubes que atormenta el rayo,
No en el peligro de su ardor repara,
Y á su ambicioso anhelo
Estrecha viene la mitad del cielo;
Mas de improviso deslumbrada, ciega.
Sin saber dónde va, pierde el aliento,
Y á la merced del viento
Ya su destino y su salud entrega,
Ó, por su solo peso descendiendo,
Se encuentra por acaso
En medio de la selva conocida,
Y allí, la luz huyendo, se guarece,
Y de fatiga y de pavor vencida,
Renunciando al imperio, desfallece...
(i) De la lüada tomó Olmedo aquella sublime respuesta de Héctor: 'íEl
mejor agüero es pelear por su tierra-», para convertirla en estos dos versos
puestos en boca de Bolívar:
Pues lidiar con valor y por la patria
Es el mejor presagio de victoria.
no CAPITULO VIII
Imitar de esta manera, con tal amplitud y tal señorío del pensa-
miento poético ajeno, equivale ciertamente á crear de nuevo (l).
Menos frecuentes las reminiscencias de Virgilio, no faltan, sin em-
bargo, ni en el Canto á Bolívar, ni en el Canto d Flores, v. g.:
Mira la luz, se indigna de mirarla,
Qumsivit coelo lucem, ¿ngemuitque reperta.
La descripción del caballo en el Canto de Miñarica, procede de
las Geórgicas, pero quizá á través de Pablo de Céspedes; y de las
Geórgicas también, la descripción de los presagios que antecedieron
á la batalla.
Se ha notado, finalmente, en el coro de las Vírgenes del Sol con
que termina la Victoria de Junin, un reflejo lejano de la invocación
de Lucrecio , pero quizá haya otra fuente más inmediata en una
oda de las primeras y de las más olvidadas y endebles de Quintana,
A la paz de ijgy.
QUINTANA
En esto ¡oh diosa! emplea
Tu protección sagrada;
Tú fecundas el mundo y le sostienes,
Tú le das ornamento y se hermosea.
Bajo la sombra de tu augusto velo
Las artes viven en concierto amigo,
Y seguro contigo,
El genio extiende su brillante vuelo.
Á ti en los templos el incienso humea,
A ti las musas su divino acento
Sonoramente envían,
Y en cuanto el mar rodea.
En cuanto ¡lustra el sol y gira el viento,
Do ti sola su bien los pueblos fían.
OLMEDO
¡Oh padre! ¡Oh claro sol! No desampares
E^te suelo jamás, ni estos altares.
(i) Entre otras innumerables reminiscencias, que notará sin advertírselas
todo el que esté familiarizado con la lectura de Horacio, todavía señalaremos
el Caniaber sera domitus catena:
Y el cántabro feroz, que á la romana
Cadena el cuello sujetó el postrero.
ECUADOR III
Tu vivífico ardor todos los seres
Anima y reproduce: por ti viven
Y acción, salud, placer, beldad reciben.
Recuerda ¡oh Sol! tu tierra
Y los males repara de la guerra.
Da á nuestros campos frutos abundosos,
Aunque niegues el brillo á los metales:
Da naves á los puertos,
Pueblos á los desiertos,
A las armas victoria.
Alas al genio y á las musas gloria.
Aquí la imitación es indudablemente superior al original, pero no
borra del todo sus huellas. «De la escuela de Quintana (dice con
razón Caro) aprendió Olmedo el modo de disponer y asociar las
ideas, la selecta elocución poética, los giros sinuosos y gallardo mo-
vimiento de la silva.» ¿Qué más? Hasta el mtiericanismo de Olmedo,
sus declamaciones contra la conquista, la filantropía sentimental
{género Marm.ontel) que informa todo el razonamiento del Inca, te-
nían su prototipo en la oda A la propagación de la vacuna, con el
apostrofe á la \'¡rgen América y aquello de los tres siglos infelices
de amarga expiación, lugar común que reaparece, lo mismo en las
proclamas del Secretario de la Junta central, que en las de las Juntas
insurrectas de América; porque Quintana, á despecho de su fervo-
roso patriotismo, fué inspirador y maestro, no sólo literario, sino
político, de los americanos, y aun puede decirse que continúa sién-
dolo.
Una cualidad hay en Olmedo que falta de todo punto á Quintana:
el sentimiento y amor de la naturaleza. Quintana no la sentía ni
poco ni mucho: testigo su oda Al mar, que no es sino un himno
soberbio á la audacia del hombre que le surca, ó su epístola A Cien-
juegos, en que para convidar á su amigo á gozar de los encantos de
la vida campestre, tiene que invocar la sombra de Gessner y acor-
darse de sus idilios. No así Olmedo, que da por fondo á su cuadro
épico el espléndido paisaje de las selvas americanas, con toques
muy sobrios, pero muy oportunos y felices, con cierta grandiosi-
dad de pincel que los hace tan imborrables de la memoria como
las graciosas miniaturas de Bello. ¿Quién olvidará nunca, cuando
112 CAPITULO VIII
una vez han pasado por delante de la fantasía, suscitados por el
arte mágico del poeta,
Los Andes..., las enormes, estupendas
Moles, sentadas sobre bases de oro,
La tierra con su peso equilibrando,
Que ven las tempestades á su planta
Brillar, rugir, romperse, disiparse...?
¿Quién aquel rapidísimo crepúsculo vespertino de la zona tórrida:
El Dios oía
Los votos de su pueblo, y de su frente
El cerco de diamantes desceñía;
En fugaz rayo el horizonte dora;
En mayor disco menos luz ofrece,
Y veloz tras los Andes se obscurece?
El penúltimo verso es admirable de verdad física y de verdad
poética.
De esta virtud descriptiva suya, se sirvió Olmedo con mucha
habilidad y mucho arte para suavizar el rudo empuje de su carro
marcial, que en pieza tan larga como el Canto de Junin, hubiera
resultado fatigoso. Aquella plácida brisa
de las risueñas playas
Que manso lame el caudaloso Guayas...
viene de vez en cuando á atravesar el campo de batalla, oreando el
vapor de la sangre; y por sí sola era una novedad en la escuela á
que Olmedo pertenecía. Y no lo es menos «el bosque de naranjos y
opacos tamarindos», «el trono piramidal y alta corona de la pina»,
y otros rasgos de grato sabor local que lucen y se destacan más,
por lo mismo que están distribuidos con tan sabia parsimonia.
Considerado como estilista y como versificador, Olmedo tiene de
todo, y dista mucho de la intachable pureza de Bello. Es cierto que
no abusa ni de los arcaísmos ni de los neologismos, y habla en
general una lengua abundante y sana, pero no rehuye los epítetos
gastados, la adjetivación parásita, lo que pudiéramos llamar la obra
muerta del estilo poético. Hay mucho de lira sonorosa, hondo valle.
ECUADOR 113
negro averno^ inflamada esfera, trueno horrendo, águila caudal, cor-
cel impetuoso, alazán jogoso, mar undoso, y demás moneda de cobre
con que saldaban sus cuentas los versificadores clásicos del siglo xviii
y sus imitadores del xix. En este punto flaco se parece tam-
bién á Quintana, que rara vez brilla por el genio de la invención
pintoresca, como brillan, por ejemplo. Bello y Maury. Pero á Olmedo
hay que concedérsele en mayor grado que á Quintana, aunque no
le tuviera continuo sino intermitente, y aunque esta minuciosa
labor de dicción no parezca á primera vista muy compatible con
el ardor vehemente, que es el alma de su estilo. La estancia que
voy á citar, y que es, á mi juicio, la más bella de La victoria
de Junin, aunque no sea la más famosa, presenta en la larga
corriente de un período poético pomposo, magnífico y admirable-
mente sostenido durante veinticuatro versos, un gran número de
frases notables por la vivacidad y por el atrevimiento de buen
gusto, como si el poeta hubiera querido en corto trecho hacer alarde
de sus fuerzas, aun en aquel género á que parecía menos inclinado.
Tildaban los recios combatientes de Venezuela y Colombia de
blanda y afeminada á la joven milicia peruana, que, sin embargo,
dio buena muestra de sí en Junín á las órdenes del general Miller.
Y Olmedo, que como hijo de Guayaquil se consideraba medio
peruano, toma sobre sí la vindicación de aquellos garzones delicados.
Entre seda y aromas arrullados,
Inverso cuyas sílabas parece que respiran languidez y molicie), y para
mostrar cómo habían llegado á romper
Los dulces lazos de jazmín y rosa
Con que amor y placer los enredaban,
usa de esta asombrosa comparación, que parece un bajo relieve an-
tiguo:
Tal el joven Aquiles,
Que en infame disfraz y en ocio blando
De lánguidos suspiros.
Los destinos de Grecia dilatando,
Vive cautivo en la beldad de Sciros;
114 CAPITULO VIII
Los ojos pace (i) en el vistoso alarde
De arreos y de galas femeniles
Que de India y Tiro y Menfis opulenta
Curiosos mercadantes le encarecen:
Mas á su vista apenas resplandecen
Pavés, espada y yelmo, que entre gasas
El Ithacense astuto le presenta;
Pásmase..., se recobra, y con violenta
Mano el templado acero arrebatando,
Rasga y arroja las indignas tocas.
Parte, traspasa el mar, y en la troyana
Arena, muerte, asolación, espanto.
Difunde por doquier: todo le cede...
Aun Héctor retrocede...
Y cae al fin; y en derredor tres veces
Su sangriento cadáver profanado,
Al veloz carro atado
Del vencedor inexorable y duro,
El polvo barre del sagrado muro (2).
El que de este modo escribía, graduando y adaptando á los mati-
ces de la idea el movimiento de la frase poética, acelerándola
6 retardándola como artista consumado, merecía haber alcanzado la
perfección continua; pero es cierto que se quedó muy lejos de ella.
Olmedo adolece de la desigualdad propia de todos los poetas ame-
ricanos, desigualdad de que ni el mismo Bello se libra en la infeli-
císima parte segunda de su Alocución d la poesía. No hay en La
victoria de Junín versos mal construidos, porque Olmedo tenía
excelente oído; pero hay, sobre todo en el razonamiento del Inca,
versos prosaicos, desgarbados, pedestres, indignos del lenguaje de
(i) Oculos pascit, latinismo que sonaría mal en otra parte, aquí naturalísi-
mo y muy en la entonación general de este cuadro virgiliano.
(2) En el tomo primero de la presente Historia de la poesía hispano-amc-
ricana, pág. 220, reproduje cierto romancillo heptasilábico de un ingenio
íinónimo cubano (Papel Periódico déla Habana, 8 de Abril de 1798), que tiene
el mismo asunto y algún rasgo común con la estancia de Olmedo. No es se-
guro que este conociera los versos del poeta habanero, pero lo que de ñjo
había leído, como todos los humanistas de su tiempo, era la Poética de D. Ig-
nacio de Luzán, quien trae como ejemplo de las rimas que llama de eslabón,
estos versos de su propia cosecha:
ECUADOR 115
las Musas, y son, por castigo providencial, todos aquellos en que el
autor se desata en injurias contra los conquistadores españoles:
¡Si ellos fueron estúpidos, viciosos.
Feroces, y, por fin, supersticiosos.
Sangre, plomo veloz, cadenas fueron
Los sacramentos santos que trajeron!...
Estas y otras miserables aleluyas (que prueban que lo mal pen-
sado sale siempre mal dicho) estropean la obra capital de Olmedo,
no menos que las frecuentes asonancias indebidas y el abuso de las
rimas verbales. Pero ubi piara nitent no debe la crítica formal dete-
nerse en tales pequeneces, que entregamos desde luego á la voraci-
dad de los pedantes. Por otra parte, aunque en el Canto de Junin
están las mayores bellezas poéticas que produjo Olmedo, en igual-
dad y corrección de estilo le aventajan otras poesías suyas, sobre
todo la traducción de la primera epístola de Pope y el Canto de
Miñarica. Olmedo componía muy despacio, con grandes descansos
é intermitencias, y mientras duraba el fervor de la composición,
limaba sus versos con todo el buen gusto que podía esperarse de
un humanista tan cabal; pero después de escrito el último verso, le
entraba incurable pereza y dejaba volar sus poesías sin retocarlas
casi nunca.
Fué Olmedo, por temperamento ó por falta de voluntad y constan-
Reprimir tienta en vano
El corazón humano
Su natural inclinación primera.
De la trompa guerrera
El sonido animoso *■
Al belicoso Achiles que se encubre,
A su pesar descubre.
Del mujeril estrado
Se levanta irritado
Y del mentido adorno se despoja,
Avergonzado arroja
Las indignas labores,
Y, con mejores armas va del Xanto
A ser fatal espanto...
La Poética ó Reglas de la Poesía, 2.^ edición, Madrid, Sancha, tomo 2.°, pá-
gina 399.
21 6 CAPÍTULO VIII
cía, sobremanera infecundo. No es voluminosa la colección de Quin-
tana; pero de las poesías que él definitivamente reunió en l8l3i
no hay una sola que pueda rechazarse, y hay por lo menos nueve ó
diez que todo el mundo calificará de obras maestras, dentro de su
escuela y género: Padilla, La Vacuna, La Imprenta, El Panteón
del Escorial, Trafalgar, las dos odas patrióticas de 1 808, La Her-
mosura, La Danza, la epístola A Jovellanos, y aun convendría aña-
dir alguna de las escritas posteriormente. El mismo D, Juan Nicasio,
que con tan pequeño equipaje ha llegado á la posteridad, tiene, ade-
más de su tragedia y de sus versos ligeros, siete grandes composi-
ciones entre odas y elegías, que no pueden faltar en ninguna colec-
ción selecta. Bello compensa la escasez de poesías originales con el
número, variedad y primor de sus traducciones. De todos los poe-
tas clásicos del siglo xix. Olmedo es quizá el único que á duras
penas puede dar materia para un pequeñísimo volumen. Entre bue-
nas y malas, largas y cortas (una de ellas tiene tres versos), tradu-
cidas y originales, ensayos de la primera mocedad y tardíos cona-
tos de la vejez, apenas llegan á veinte las composiciones suyas que
ha podido recoger la diligencia de sus apasionados, ni hay esperanza
de encontrar más, porque probablemente no existieron nunca (l).
(i) En la colección más completa, que es la ordenada por D. Clemente
Bailen (París, Garnier, 1896), llega á veintiséis el número total. Ninguna de
las añadidas merece citarse, excepto la «Alocución recitada en el Convicto-
rio de San Carlos, de Lima, al comenzar la representación, por los alumnos
de ese colegio, de la tragedia de Quintana titulada Rl Duque de Viseoi> ('1808).
Bastante mejores son las tres inéditas que después ha publicado D. Enrique
Piñeyro (Bulletm Hispa7iique, tomo vn, 1905; reproducidas en su libro Bio-
grafías Atnericanas, París, Garnier, s. a., págs. 207-212). Son versos anacreón-
ticos de la escuela de Meléndez, fáciles y suaves {Himno á Diana, La Palo-
mita, una imitación de la Despedida de Metastasio). Reproduce también Pi-
ñeyro una curiosa «Loa al Excmo. Sr. D. José Fernando Abascal y Sousa, Ca-
ballero del Orden de Santiago, Mariscal de Campo de los Reales Exércitos,
Virrey y Capitán general del Perú... En la tercera comedia que le dedica el
27 de Noviembre el Teatro de Lima. Imprenta Real de Expósitos. Año
de 1806».
Esta Loa se imprimió anónima, pero el mismo Olmedo la reconoció por
suya, copiando pasajes enteros en otra Alocución que escribió en 1840 para
la apertura del teatro de Guayaquil.
ECUADOR 117
Aun de éstas hay que descartar más de la mitad por endebles é insig-
nificantes: versos de álbum, una desdichada alocución recitada por
una actriz en el teatro de Guayaquil, el romance poco chistoso del
Retrato, el Alfabeto moral para los niños, dos breves traducciones,
una de La Nave., de Horacio, y otra de un fragmento délAnti-Lu-
crecio, la Canción indiana, que está sacada de Átala. El soneto En
la muerte de mi hermana no está libre de tachas, pero tiene este
soberbio apostrofe que no es para olvidado:
Yo no te la pedí. Qué, ¿es por ventura
Crear por destruir, placer divino,
Ó es de tanta virtud indigno el suelo?
Díme, ¿faltaba este ángel á tu cielo?
Descartado todo lo secundario, viene á quedar reducido el reper-
torio poético de Olmedo á dos composiciones de su juventud: la
Elegía en la muerte de la princesa Doña María Antonia de Borbón
(1807), y El Árbol (1808), y á cuatro magistrales poemas de su
edad madura: la Silva á un amigo en el nacimiento de su primogé-
nito (1817), La victoria de Junín (1824), la oda al General Flores,
y la traducción de las tres primeras epístolas del Ensayo de Pope
sobre el hombre. Afortunadamente, los versos no se estiman por la
cantidad, ni por el peso, y aun con el solo Canto á Bolívar, Olmedo
sería el mismo gran poeta que conocemos. Las dos poesías juveniles
están escritas con mucha desigualdad de estilo (especialmente El
Árbol), pero deben conservarse, no sólo por el curioso contraste
entre el entusiasmo monárquico y español que respiran y la posterior
exaltación frenética con que su autor maldijo el nombre de España
después de haber llamado dioses y padres á sus reyes; sino porque
abundan en hermosos versos y presentan ya muy firme y caracteri-
zada la manera del poeta, y aun algunas ideas é imágenes que apro-
vechó y mejoró luego (l). Al revés de lo que acontece con Bello, en
(i) La introducción de El Ardo I -pasó á ser parte de la introducción del
Canto á Bolívar. Había dicho Olmedo en 1808:
Aquí mi alma desea
Venir á meditar: de aquí mi musa,
Il8 CAPÍTULO VIII
cuyas primeras poesías, sobre todo en el canto gratulatorio á Car-
los IV, nadie podría adivinar al futuro autor de las Silvas america-
nas^ Olmedo tuvo desde el principio el énfasis solemne y la arro-
gancia lírica que le caracterizaron siempre. Cuando en 1 807 decía
de España:
Desplegando sus alas vagarosa,
Por el aire sutil tenderá el vuelo;
Ya cual fugaz y bella mariposa,
Por la selva florida
Irá en pos de un clavel ó de una rosa;
Ya, cual paloma blanda y lastimera.
Irá á Chipre á buscar su compañera;
Ya, cual garza atrevida,
Traspasará los mares.
Verá todos los reinos y lugares;
Ó, cual águila audaz, alzará el vuelo
Hasta el remoto y estrellado cielo.
Y en 1824 escribió, superándose incomparablemente á sí mismo; que tanto
pueden el estudio y la lima:
Siento unas veces la rebelde Musa
Cual Bacante en furor vagar incierta
Por medio de las plazas bulliciosas,
Ó sola por las selvas silenciosas,
Ó las risueñas playas
Que manso lame el caudaloso Guayas;
Otras el vuelo arrebatado tiende
Sobre los montes, y de allí desciende
Al campo de Junín...
Puede decirse que Olmedo, como Bello, estaba continuamente asediado por
las reminiscencias de sus propios versos y de los ajenos. Las tiene hasta de
poetas obscuros y olvidados. Así estos versos del Canto de Minar ka:
Así cuando una nube repentina
Enluta el cielo cuando el sol declina...
parecen un eco de aquellos otros de Sánchez Barbero en.su bella Elegía á la
muerte de la Duqtiesa de Alba:
Así cuando una nube tormentosa
En el Oriente cárdeno aparece...
Cotéjense ambas estancias, y se verá que la semejanza continúa. Si Sánchez
Barbero habla de
Torrentes que á porfía
Chozas, rebaños, vegas, arrebatan-
Olmedo escribe, esta vez con menos numen:
Y entre tantos horrores
Vagan, tiemblan y caen confundidos
Ganados y cabanas y pastores...
ECUADOR 1 1 9
En SUS débiles hombros ya ni puede
Sostener el cadáver de su gloria...
y llamaba á los males y dolores:
Soldados indolentes que militan
Bajo el pendón sombrío de la muerte...
podía perfeccionar sin duda su educación y estilo, pero había en-
contrado ya su instrumento.
El resplandor vivísimo del Canto de Junin ha perjudicado sin
razón á otras felices inspiraciones de Olmedo, dejándolas en la pe-
numbra. No obstante, así era forzoso que sucediese, porque el Canto,
además de su valor intrínseco y de presentar reunidas en un sólo
alarde todas las fuerzas del poeta, participa de la celebridad histó-
rica del grande acontecimiento que conmemora, y vivirá cuanto
viva en los fastos de América el nombre de Simón Bolívar, del cual
fué la más espléndida corona. Infinitos versos produjo el patriotismo
americano de aquella era, pero apenas merecen vivir otros que los
de este canto, y son los únicos también que la madre España puede
perdonar, porque se escribieron en su tradicional y magnífica len-
gua poética, aunque no se escribiesen con su espíritu.
Harto hemos dicho de este famoso poema al apuntar los carac-
teres del genio lírico de Olmedo. Ahora procede añadir algo acerca
de los primores y defectos de su plan y composición, respecto de
lo cual ¿quién lo diría? el juez más severo y no el menos atinado fué
el mismo Libertador Bolívar, en cuyo obsequio se escribió el canto.
Poseemos afortunadamente la correspondencia que medió entre
Olmedo y su Aquiles, mientras el Canto de Junin iba componién-
dose. Si conociésemos de igual modo la génesis de cada una de las
obras maestras, mucho adelantaría la crítica histórico-literaria. Pu-
blicados estos preciosos documentos por el Sr. Caro y reproducidos
en su mayor parte por el Sr. Cañete, nos es dado asistir día por día
á la elaboración del himno triunfal, y ver cómo el hierro, al salir de
la fragua, iba depurándose de las escorias. Olmedo, fiel en todo á los
procedimientos de la escuela de Quintana, empieza por trazar en
prosa el plan de su Canto; los versos vienen después; y sucesiva y
lentamente va trabajando cada una de las partes; borra, rompe, en-
Menéndbz y Pri/Ayo. — Poesía hispano-atnericana. II. S
120 CAPITULO VIII
mienda, y sólo al cabo de cinco meses da por terminada su obra, y
remite una copia al Libertador.
El Canto tenía más de 8oo versos (j), y éste es quizás su defecto
capital \ la razón de sus desigualdades. No faltará quien se niegue
á llamarle oda^ pero el nombre y la clasificación técnica importan
poco: más larga es la Pitica IV de Píndaro, habida cuenta de la di-
ferencia de concisión entre las lenguas clásicas y las modernas. El
trabajo de Olmedo es propiamente lo que los italianos llaman un
carme, un poema corto, mixto aquí de lírico y épico, como las Sil-
vas de Bello son mezcla de lo lírico y lo didáctico. El tono que do-
mina en el vate del Guayas es la efervescencia del rapto pindárico,
pero con él alternan largas y precisas narraciones de los sangrien-
tos choques de Junín y Ayacucho, sin omitir rasgos de esfuerzo
individual, nombres de jefes y oficiales. No se tenga, sin embargo,
por híbrida y monstruosa tal combinación de elementos líricos y
narrativos, que es por el contrario frecuentísima en los más clási-
cos maestros; la ya citada Pitica IV contiene un largo relato de la
expedición de los Argonautas; y aun Horacio, en el cuadro mucho
más estrecho de sus odas, encuentra dónde colocar, rápidamente
narrados, en tono que usando de términos románticos pudiéramos
decir de balada, el rapto de Europa y su llegada á Creta potente
por sus cien ciudades, el parricidio de las hijas de Danao, la fuga
de Teucro de Salamina y el razonamiento que dirigió á sus pros-
critos compañeros exhortándoles á ahogar en vino sus pesares.
Si en esto se mostraba Olmedo tan fiel á los modelos más genui-
namentc clásicos, tampoco se le puede hacer grave cargo por la su-
puesta infracción de unidad que en su obra han creído notar mu-
chos críticos. Si tal falta existe, redúcese á la aplicación de un título
inexacto: quítese el de Victoria de Junin, que no abarca ni con
mucho todo el tema de la composición; déjese el de Canto á Bolí-
var, y nada habrá que reparar en esto. Porque realmente lo que allí
se canta en primer término no es Junín ni Ayacucho ni otra nin-
guna victoria aislada (aunque una de ellas sea causa ocasional del
entusiasmo lírico), sino el conjunto de todas las empresas de Bolí-
(i) En la segunda edición, 909; en la tercera y definitiva, 906.
ECUADOR 121
var; su acción suprema en la epopeya americana; por eso el poema
termina con su entrada triunfal en Lima, y con el canto de las Vír-
genes del Sol, que celebran los beneficios de la paz y auguran todo
género de prosperidades á la nueva república. Ni Junín ni Ayacu-
cho, cada una de por sí, bastaban al poeta para su intento; Junín no
fué más que una brillante carga de caballería, de la cual pronto se
rehizo el ejército realista, y que por sí sola no hubiera decidido del
éxito de la guerra; Ayacucho fué una capitulación decisiva, pero en
Ayacucho no estuvo Bolívar; había prestado su rayo al joven Sucre^
según la expresión de Olmedo. Pero aunque en Ayacucho triunfase
el brazo de Sucre, lo que moralmente triunfó fué el espíritu de Bo-
lívar, y esto ni á Olmedo ni á ningún otro americano de su tiempo
había de ocultársele. Sucre no podía ser el héroe del canto, aunque
fuese el triunfador de última hora. Había que enlazar las dos victo-
rias, y esto fué lo que Olmedo realizó, con más ó menos acierto en
los medios, pero sin contravenir de modo alguno á la unidad del
pensamiento de su obra.
El medio ciertamente podía ser más nuevo é ingenioso, y en esto
hay que dar la razón á los censores. Redúcese á una máquina^ de las
más gastadas en toda epopeya de escuela, y rodeada además de cir-
cunstancias extravagantes y aun risibles. En medio de la algazara
nocturna con que los vencedores de Junín celebran su triunfo, con-
sumiendo los dones de C eres y de Baco^ aparece entre nubes la som-
bra del inca Huayna-Capac, que después de llenar de improperios
á los españoles, vaticina la próxima victoria de Ayacucho y dirige
á Bolívar consejos políticos más ó menos embozados. Después del
larguísimo discurso del Inca, comparecen las Vírgenes del Sol y le
rodean entonando un bellísimo coro. Todos quedan atónitos (la cosa
no era para menos), hasta que de pronto desaparece toda esta fan-
tasmagoría, tornando el poeta á las orillas de su caro Guayas.
La belleza de ejecución, que es grande en algunas partes, no
basta para velar lo que hay de frío y pueril en esta concepción. El
empleo de lo sobrenatural en un asunto contemporáneo, es de las
cosas más arriesgadas que pueden intentarse; sólo como \'¡sión en
sueños ó como efecto de alucinación podía aparecer el tal Inca, y
aun entonces, reducido su vaticinio á pocas palabras de sabor mis-
122 CAPITULO vm
terioso y profético; no poniendo en sus labios una especie de parte
de Gaceta, en que manifiestamente se olvida Olmedo de que no es
él, sino Huayna-Capac, quien va leyendo en las páginas del libro del
destino. Prescindiendo por ahora de las mil cosas absurdas y con-
tradictorias que el Inca revuelve en su prolija arenga, es ridículo
que Bolívar y los suyos, por muy perturbada que tuviesen la cabeza
con los dones de Baco y con la embriaguez de la victoria, pudiesen
ver y oir despiertos á semejante fantasma. Lo que parece natura-
lísimo y es legítimo recurso poético, tratándose de épocas remotas
en que lo divino andaba mezclado con lo humano, resulta chillona
discordancia aplicado á una prosaica guerra moderna y escrito ocho
días después del suceso para que lo leyese el mismo capitán vence-
dor. Bolívar, que según se trasluce por sus cartas era hombre de
buen gusto y de no vulgar literatura, mejor de lo que pudiera creerse
por el énfasis de sus proclamas, fué el primero en encontrar incó-
moda la presencia del tal Inca, que le usurpaba la mitad del poema
consagrado á su gloria, mostrándose hablador y embrollón, cuando
debía ser más leve que el éter, puesto que viene del cielo.
En los poetas de la escuela á que Olmedo pertenecía, abundan
máquinas semejantes á la aparición del Inca, y que indudablemente
le sirvieron de modelo; pero todas son más racionales que ella, y
en ninguna hay espectro que se aparezca á todo un ejército acam-
pado. Cuando Gallego, en la oda A la defensa de Buenos Aires, hace-
levantarse, cual matrona augusta, la América del Sur y convocar á
sus hijos á la resistencia y á la victoria, la ve sólo con los ojos de
la fantasía lírica, y no pretende que materialmente la viese nadie,,
ni que se mezclase con los combatientes. Cuando Quintana evoca,
y llama á juicio las sombras del Panteón de El Escorial, invade los
dominios de la fantasía romántica, pone el pie en regiones que no
son las de este mundo, y así produce el solemne y terrorífico efecto>
que se proponía. En el poema Zaragoza de Martínez de la Rosa,,
que Olmedo tenía muy estudiado como Caro largamente prueba, la
sombra de Rebolledo el Grande se aparece á Palafox en el silencio
de la noche, y el poeta no dice claro si fué realidad ó sueño.
Todas estas apariciones tuvo, á mi juicio, presentes Olmedo para-
la suya; y aunque se trata de cosas harto conocidas, me parece mo-
ECUADOR ^^3
tívo de curiosa comparación ponerlas juntas y en orden inverso de
antigüedad, para que se vea la identidad de procedimientos litera-
rios, y quede más y más establecida la filiación del poeta; se verá
■ este proceso genealógico hasta en el giro de la frase y en los epí-
te tos.
OLMEDO (1824)
Cuando improviso venerable sombra
En faz serena y ademán augusto
Entre candidas nubes se levanta.
Del hombro izquierdo nebuloso manto
Pende, y su diestra aéreo cetro rige;
Su mirar noble, pero no sañudo; •
Y nieblas figuraban á su planta
Penacho, arco, carcaj, flechas y escudo;
Una zona de estrellas
Glorificaba en derredor su frente
Y la borla imperial de ella pendiente.
MARTÍNEZ DE LA ROSA (1809)
Cuando temblar sintió bajo su planta
Los profundos cimientos del palacio,
Tres veces ¡ay! con hórrido estampido
Ronco trueno sonó, se abrió la tierra.
Y sobre negra nube se levanta
La venerable sombra
De Rebolledo el Grande: en la tiniebla
Se ve centellear su faz divina...
Cércanle en torno insignias y trofeos;
Cúbrelo con su manto la victoria,
Y en el noble ademán fiero y sombrío
Ostenta grave su valor y gloria.
t
GALLEGO (1807)
Alzase en tanto cual matrona augusta
De un alto monte en la fragosa cumbre
La América del Sur; vese cercada
De súbito esplendor de viva lumbre (i),
Y en noble ceño y majestad bañada.
{\) Y en rósea luz bañado resplandece, dice Olmedo del Inca.
124 CAPITULO VIII
No ya frivolas plumas,
Sino bruñido yelmo rutilante
Ornan su rostro fiero;
Al lado luce ponderoso escudo,
Y en vez del hacha tosca ó dardo rudo,
Arde en su diestra refulgente acero.
QUINTANA (i So 5)
Cuando las losas del sepulcro hendiendo,
Se vio un espectro atigiisto y venerable
Que á los demás en majestad vencía.
El águila imperial sobre él tendía
Para dosel sus alas esplendentes,
Y en arrogante ostentación de gloria •
Entre sus garras fieras y valientes
El rayo de la guerra arder se vía,
Y el lauro tremolar de la victoria.
Un monte de armas rotas y banderas
De bélicos blasones
Ante sus pies indómitos yacía,
Despojos que á su esfuerzo Jas naciones
Vencidas, derrotadas, le rindieron.
Ningún hombre de buen gusto negará la palma, entre estas cua-
tro apariciones, á la de Carlos V. En Quintana parece natural y
grandioso lo que en sus imitadores tiene ya visos de artificio (l).
No es sólo lo extraño de la visión, sino la falsedad intrínseca del
razonamiento lo que ofende en el episodio del Inca, y Bolívar fué
el primero en encontrar impropio que Huayna Capac alabase indi-
rectamente la religión cristiana que destruyó los templos de sus dio-
ses, y todavía más impropio que en vez de desear el restableci-
miento de su dinastía, diese la preferencia á extranjeros intrusos que y
aunque vengadores de su sangre, son descendientes de los que aniqui-
laron su imperio. El buen sentido habló por boca de Bolívar, y
nadie más autorizado que él para rechazar aquella ilusión local del
(i) Aun en el vaticinio del Inca dejó alguna huella aquel apostrofe de
Gallego:
¿Dó mis Incas están? ¿A dónde es ido
El imperio del Cuzco? ¿Quién brioso
Domeñó su poder?...
ECUADOR 125
patriotismo americano, que en los versos de Olmedo llegaba hasta
el extremo profundamente cómico de poner en el empíreo de los
Incas á Fr. Bartolomé de las Casas á la diestra de Manco-Capac, y
prometer el mismo género de inmortalidad á Bolívar en premio de
haber restaurado el templo portentoso de Pacha- Cámac.
Todos los demás lunares del canto fueron también señalados con
admirable sagacidad por Bolívar. La introducción le pareció rim-
bombante, como en efecto lo es; encontró prosaicos y vulgares mu-
chos versos que calificó de renglones oratorios, y, finalmente, aun-
que parte interesada, no dejó de reconocer, con loable modestia, el
principal flaco de toda la composición, es á saber, lo hiperbólico y
desmesurado de la alabanza: «Usted dispara donde no se ha dispa-
rado un tiro; usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las
ruedas de un carro de Aquiles que no rodó jamás en Junín; usted
se hace dueño de todos los personajes; de mí forma un Júpiter,
de Sucre un Marte, de Lámar un Agamenón y un Menelao, de
Córdoba un Aquiles, de Necochea un Patroclo y un Ayax, de
MiUer un Diomedes y de Lara un Ulises... Usted nos hace á su
modo poético y fantástico, y para continuar en el país de la poesía
la ficción de la fábula, usted nos eleva con su deidad mentirosa
como el águila de Júpiter levantó á los cielos á la tortuga para de-
jarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros.
Usted, pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado en el
abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido
resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo mío, usted nos
ha pulverizado con los rayos de su Júpiter, con la espada de su
Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles y
con la sabiduría de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y usted no
fuese tan poeta, me avanzaría á creer que usted había querido hacer
una parodia de la «.I liada-» con los héroes de nuestra pobre farsa.
Usted sabe bien que de lo heroico d lo ridiculo no hay más que un
paso, y que Manolo y el Cid son hermanos, aunque hijos de distintos
padres. Un americano leerá el poema de usted como un canto de
Homero, y un español le leerá como un canto de «El Facistols» de
Boileau ^ .
Conservar tan buen sentido después de haberse hecho arbitro de
126 CAPÍTULO vm
un continente, vale casi tanto como haber triunfado en Boyacá, en
Carabobo y en Junín. ¿Qué hubiera dicho Boh'var, que llamaba /é»-
bre farsa á sus asombrosas campañas desde el Orinoco hasta el Po-
tosí, si hubiera alcanzado á leer la magnífica oda que Olmedo dedicó
en 1835 Al general Flores, vencedor en Mlñarica? Y no porque la
función de guerra de Miñarica hubiese sido menos sangrienta que
la de Junín, puesto que más de mil cadáveres quedaron tendidos
en el campo, sino porque en Junín, ó más bien en Ayacucho, de
que Junín fué como preludio, quedó definitivamente roto, para bien
ó para mal del Nuevo Mundo (que este es punto muy opinable, aun-
que ya no lo fuese para el sereno y desengañado juicio de Bolívar
en sus postreros días), el lazo que unía las colonias con la metró-
poli: asunto noble de suyo por su magnitud y sus consecuencias; al
paso que Miñarica fué una de tantas estériles luchas civiles en que
vencidos y vencedores se aplicaban mutuamente el dictado, tan de
moda en América, de tiranos. A tanta distancia, y en cosa tan em-
brollada como la política interna de las repúblicas americanas, es
difícil y poco importante averiguar quién tenía la razón de su parte:
es probable que nadie la tuviese del todo; pero lo único que con
certeza sabemos, es que los resultados de aquella hecatombe se re-
dujeron á sustituir un presidente por otro. Para tan poca cosa re-
sulta desproporcionado aquel soberano apostrofe, que sólo á Pizarro
ó á Bolívar ó á San Martín, podría hasta hoy dignamente aplicarse:
jRey de los Andes! la ardua frente inclina,
Que pasa el vencedor...
Los críticos americanos, y aun los que no lo son, como nuestro
malogrado compañero Cañete, arman larga contienda sobre si Ol-
medo hizo ó no hizo bien en cantar al general Flores, á quien unos
pintan como un tiranuelo funesto para la tranquilidad de su patria,
mientras otros, con mejor acuerdo, á lo que yo alcanzo, reconocen
en él ciertas dotes de guerrero y de estadista, prendas estimables de
hombre privado, celo del bien público, condición apacible y amena
y aficiones cultas y literarias, aunque desgraciadas: todo lo cual pa-
rece que nada tiene que ver con los rasgos tradicionales del grotesco
personaje llamado tirano, inventado por los retóricos antiguos ut
1^1
ECUADOR 127
pueris placéate et declamatio Jiat, y realizado muy al pie de la letra,
según dicen, en algunas repúblicas de América. Por mi parte, ni
puedo creer que fuese un soldado ambicioso y vulgar el que inspiró
tal canto y en alas de él pasará á la posteridad aun más que por la
memoria de sus hazañas; ni encuentro digno de censura á Olmedo
por haberle cantado; aunque después contribuyese á su caída lla-
mándole ángel exterminadoi% y estuviese á pique de sucederle en la
presidencia del Ecuador. Para hacer buenos versos, siempre es oca-
sión oportuna, y á los poetas hay que pedirles más cuenta de los
versos que de los asuntos. Si la victoria del general Flores tuvo vir-
tud para despertar el numen de Olmedo, que parecía aletargado
hacía más de diez años, y obligarle á prorrumpir en un canto que,
salvo la inferioridad de la materia, no cede en pompa, boato, sono-
ridad y nervio al Canto de Jiinin^ y en madurez de estilo y buena
distribución de partes seguramente le vence, las Musas tienen que
darle las gracias por su victoria y hasta por su tiranía.
Completan el número de las obras de Olmedo que tienen apare-
jada larga vida entre lo más selecto del parnaso americano, la gra-
ve y melancólica Silva á un amigo en el nacimiento de su primogé-
nito^ que sabe á Leopardi en algunos pasajes, aunque indudable-
mente procede de la escuela de Cienfuegos; y la traducción incom-
pleta y algo parafrástica (como forzosamente ha de serlo toda ver-
sión de poesía inglesa) del Ensayo sobre el hombre de Pope. De las
tres epístolas que Olmedo alcanzó á traducir, sólo la primera fué
por él definitivamente corregida: las otras están versificadas con
más negligencia, pero en todas ellas hay trozos de la más bella poe-
sía filosófica que puede encontrarse en castellano (l).
(i) Nació D. José J. de Olmedo en Guayaquil el 20 de Mayo de 1780, de
padre malagueño y madre americana. Hizo sus estudios de gramática en
Quito, y los de filosofía y derecho en el colegio de San Carlos y Universi-
dad de San Marcos de Lima, donde recibió el grado de doctor en 1805. Des-
empeñó en aquella universidad cátedras de derecho romano, y luego se
dedicó en Guayaquil al ejercicio de la abogacía. En 1810 fué nombrado di-
putado para las Cortes de Cádiz, en cuyas actas se encuentra algún breve
discurso suyo, especialmente el que pronunció sobre la abolición de las mifas,
ó servicio personal de los indios. Permaneció en España hasta la vuelta de
128 CAPÍTULO VIII
Por mucho tiempo Olmedo fué el único representante de la poe-
sía del Ecuador, aunque en hecho de verdad él hubiese nacido pe-
ruano. Es casi el único que figura en la América poética de 1 846.
El mediano fabulista D. Rafael García Goyena, que también está
incluido allí, suena indebidamente como guatemalteco, por lo cual
suele ponérsele en las antologías de Centro-América. Es cierto, sin
embargo, que nació en Guayaquil en 1 766; aunque desde la edad
de doce años residió en Guatemala, y allí escribió y publicó sus
apólogos, correctos pero insípidos.
Hay, pues, un largo paréntesis entre la deslumbradora aparición
de Olmedo, hijo del régimen colonial, y los frutos mucho más mo-
destos de la nueva generación literaria, que luchando con dificulta-
Fernando VII en 18 14. Regresando á America, formó parte de la Junta de Go-
bierno de Guayaquil en 1820, y del Congreso Constituyente del Perú en 1823,
así como también de la diputación peruana que fué á implorar el auxilio mili-
tar de Bolívar, con quien antes había estado en desacuerdo político y de quien
se convirtió entonces en amigo y admirador entusiasta. Después de Ayacucho,
Bolívar le envió de Ministro plenipotenciario á Londres, donde contrajo estre-
cha amistad con D. Andrés Bello. Permaneció en Europa hasta 1828: en 1830
concurrió á la Convención ó asamblea constituyente de Riobamba, que separó
definitivamente la república del Ecuador de la de Colombia. Sucesivamente
fué electo vicepresidente de la República y gobernador del departamento del
Guayas. Presidió la convención nacional de Ambato en 1S35, Y desaviniéndo-
se con el general Flores, se puso en 1845 al frente del Gobierno provisional
en la revolución que contra aquel general estalló triunfante en Guayaquil.
Candidato para la presidencia de la República, fué derrotada) por D. Vicente
Ramón Roca, en las elecciones de aquel año. Murió cristianamente en su
ciudad natal, en 19 de Febrero de 1847.
La mayor parte de las poesías de Olmedo se fueron publicando sueltas, á
raíz de los acontecimientos que las inspiraron.
El Ensayo sobre el hombre (i.* epístola con el texto inglés) se imprimió con
bastante esmero en Lima en 1823. La primera y rarísima edición del Canto d
Bolívar es de Guayaquil, 1825; pero yo no he visto otra más antigua que la de
Ackerman, de Londres, del año siguiente. Casi todas las poesías importantes
de Olmedo salieron juntas en la América Poética de Gutiérrez (Valparaí-
so, 1846), y el mismo Gutiérrez las recogió aparte, algo aumentadas, en un
tomito, también de 1848, que fué reimpreso por Boi.K en París en 1853. Estas
dos ediciones añaden las epístolas 2.* y 3.^ de Pope, que Olmedo había publi-
cado en 1840 en La Balanza., periódico de Guayaquil. En 1861, D. Manuel
ECUADOR 129
des indecibles, nacidas de los trastornos políticos y del abandono
casi total de los buenos estudios, fué levantando poco á poco la ca-
beza hacia la segunda mitad de nuestro siglo y empezó á dar mues-
tra de sí en la Lira Ecuatoriana que en 1866 compiló el Dr. D. Vi-
cente Emilio Molestina. En ella figuran versos dolientes y apasiona-
dos de una infeliz poetisa de Quito, D.^ Dolores Ventemilla de
Galindo, á quien pesares domésticos arrastraron al suicidio en 1857,
á la temprana edad de veintiséis años. Su composición Quejas es un
ay desgarrador que debe recogerse, tanto más cuanto que la since-
ra expresión del sentimiento no es lo que más abunda en la poesía
americana.
Entre los poetas de la primera Lira Ecuatoriana, dos descuellan
sobre todos: D. Juan León Mera y D.Julio Zaldumbide. Mera vive (l)
y continúa escribiendo, no sólo versos, sino exquisita prosa, de que
Nicolás Corpancho, literato peruano, acrecentó algo la colección en un cua-
derno publicado en Lima con el título de Poesías inédUas de Olmedo: apuntes
bibliográficos para formar una edición más completa que las conocidas.
Hay excelentes trabajos biográficos y críticos sobre Olmedo. Los principa-
les son:
Pombo (D. Rafael). Artículo en El Mundo Nuevo, de Nueva York, 1872,
tomo I, pág. 332.
Caro (D. M. Antonio). Olmedo: tres artículos en el Repertorio Colombiano, to-
mos u y lu (Bogotá, 1879).
Cañete (D. Manuel). El Dr. D. José Joaquín de Olmedo. (En su libro Escri-
tores Españoles é Hispauo-americatios, Madrid, 1884.)
Herrera (D. Pablo). Apuntes biográficos de D. J. J. Olmedo. Quito, 1887.
Mera (D. Juan León). Carta al Sr. D. Manuel Cañete (sobre varios puntos
de la vida de Olmedo). Quito, 1887.
— Cartas inéditas de Olmedo, precedidas de un breve estudio sobre ellas. Qui-
to, 1892. Estas cartas, que contienen curiosos juicios de Olmedo sobre Lucre-
cio, á quien admiraba mucho, y sobre Lucano, cuyo genio poético estimaba
superior al de "Virgilio, fueron dirigidas de 1823 á 1825 al Dr. D. Joaquín de
Araujo.
Rendon (D. Víctor María). Olmedo homme d' Etat et poete américain, c/ian-
tre de Bolívar. París, 1903. Traduce en verso francés la mayor parte de las
poesías de Olmedo, enlazándolas con el relato de su vida.
Piñeyro (D. Enrique). Biografías Americanas, París, 1906, págs. 197-247.
(i) Falleció después de escritas estas líneas.
130 CAPITULO VIII
SU linda novela Cumandá es buen ejemplo. Zaldumbide ha descen-
dido no ha mucho á la tumba, y, por consiguiente, entra ya en
nuestra antología académica. En 1851 se dio á conocer por su Canto
á la Música, y en 1888 cerró su carrera poética con dos bellas tra-
ducciones, una del Lara de Byron, y otra de los Sepulcros de Pin-
demonte, honrándome con la dedicatoria de la segunda (l). El género
predilecto de Zaldumbide fué la meditación poética; sus cualidades
sobresalientes: gravedad en el pensar, mezclada con cierta amable
languidez en el sentir; elevación moral contemplativa y serena con
intervalos de flaqueza, desfallecimiento y obscuridad, de que llega-
ron á triunfar al fin su recto corazón y bien disciplinado entendi-
miento. Comenzó por la duda sobre el destino humano, y acabó por
entregarse en brazos de la fe. Sus poesías son, por decirlo así, el
diario psicológico de esta batalla suya. Nunca fué pesimista dog-
mático; pero navegó por mucho tiempo en las olas del escepticis-
mo, como lo demuestran sus composiciones Eternidad de la vida y
Meditación. En la hermosa meditación titulada La noche, exclama-
ba con amarga ironía que parece leopardiana:
Tuyo es el universo: alza la frente:
Espacia tus miradas orgullosas
Por el vasto, encumbrado firmamento:
Las estrellas que ves esplendorosas,
Las que ver no te es dado, y las que en vano
Pretendiera alcanzar tu pensamiento,
Subditas son de tu potente imperio;
Tu ley gobierna su ordenado giro;
Brillan para tu bien. El rayo ardiente
Que el cielo airado contra tí fulmina,
El mal granizo que tus campos daña,
Los vientos que en los mares se sepultan,
El volcán que tus obras arruina,
Parece, sí, que tu poder insultan.
Mas son para tu bien, y su guadaña
¡Oh feliz colmo de felice suerte!
Para tu mismo bien blande la muerte.
(i) Hay sobre las poesías de Zaldumbide unas Observaciones a'^x^c\^\^%
del Dr. D. Luis Cordero en las Memorias de la Academia Ecuatoriana, tomo i
(Quito, 1889).
ECUADOR ^3'
En medio de la tormenta de sus dudas, Zaldumbide permaneció
afectiva ya que no especulativanuuU cristiano, porque, como él
decía:
Arcanos de la muerte los concibe
Más bien el corazón que no la mente...
Quiso creer, y al fin le visitó la Gracia. En unos versos á la Virgen
había escrito:
Jamás al que te ruega desamparas
Ni hay súplica por tí desatendida;
La flor que pone en tus benditas aras
El que te ofrenda, nunca va perdida...
La súplica fué oída, y Zaldumbide dio en los últimos años de su
vida y á la hora de su muerte ejemplos de viva y fervorosa pie-
dad que por la importancia del sujeto fueron de grandísima ed.fi-
caci'ón para la sociedad del Ecuador, que atravesaba entonces grave
crisis religiosa (l).
Tenía Zaldumbide, á diferencia de otros muchos poetas ecuato-
torianos, sólida educación literaria, basada en el estudio directo y
reflexivo de los modelos latinos, italianos é ingleses, y de los nues-
tros del siglo de oro, entre los cuales prefería á Garcilaso y Pray
I uis de León. Así es que, aun los pocos versos románticos que en
su mocedad compuso, son relativamente correctos, y en los poste-
riores hay, no sólo decoro y pulcritud en la dicción, sino estudio
de la parte musical del idioma, que fluye manso y apacible en una
versificación generalmente esmerada. Á estas buenas partes de
prosodia y estilo, juntaba Zaldumbide condiciones descriptivas no
vulgares; sentimiento no fingido de la naturaleza, aunque mas en el
conjunto que en los detalles, más en la expresión moral que en la
expresión física; y una suave y reposada tristeza, que por ser tan
suya ennoblece y renueva en él hasta los tópicos más vulgares de
la poesía campestre. La oda Á la Soledad del Campo. La Mañana.
El Mediodía, La Tarde, La Estrella de la Tarde, donde se admi-
(i) Nació Zaldumbide en Quito en 1833 y mu"ó en 1887.
132 CAPÍTULO VIII
ran estos delicados versos, que son vaga reminiscencia de una ele-
gía de Herrera (l):
Después tú viste, estrella de los cielos...
Mas ¿quién podrá contar lo que tu viste?...,
son buenos fiadores de lo que digo. No tuvo Zaldumbide la fortuna
de concentrar sus fuerzas en una composición inolvidable que deba
ir perpetuamente unida á su nombre; pero si por falta de nervio ó
de audacia ó de ocasión no pudo ser contado entre los líricos de
primer orden de la América del Sur, merece á lo menos un puesto
distinguido entre los de segundo, al modo que lo obtiene entre
los cubanos, por prendas muy parecidas de sentimiento y de gusto,
el dulce y simpático Mendive.
Otros poetas ya fallecidos figuran en las Antologías Ecuatoria-
nas (2): el general D. Francisco Javier Salazar, el Dr. D. Rafael Car-
(i) Lo que más entre nos pasó no es diño,
Noche, de oir el Austro presuroso.
Ni el viento de tus lechos más vecino...
(Herrera. — Elegía ix. — Lib. ri).
(2) Las que conozco son:
— Lira Ecuatoriana. Colección de poesías nacionales^ escogidas y ordenadas
por el Dr. Vicente Emilio Molestina. Guayaquil, 1865. Juzgada con dureza
pero no con injusticia, por Mera, en su Ojeada critica sobre la Poesía Ecua-
toriana.
— Parnaso Ecuatoriano, con apuntamientos biográficos de los poetas y versifi-
cadores de la Repi'iblica del Ecuador, desde el siglo XVII hasta el año de 1879,
por Mamiel Gallegos Naranjo (Quito, 1879). Desdichadísimo llamó á esXt. Par-
naso el Sr. Mera, y Cañete añade que en él abunda mucho la broza.
— Njieva Lira Ecuatoriana. Colección de poesías escogidas y ordenadas
por Juan Abel Echeverría (Latacunga, 1879). Puede considerarse como un se-
gundo tomo de la Lira del Dr. Molestina, porque no repite ninguna compo-
sición.
—Antología Ecuatoriana.— Poetas. Quito, 1892. Colección formada por la
Academia del Ecuador, correspondiente de la Española. Es mucho más co-
piosa y de mejor gusto que las anteriores, pero adolece de excesiva bene-
volencia. Lleva un segundo tomo de poesía popular titulado:
— Cantares del pueblo ecuatoriano. Compilación formada por Juan León
Mera. Quito, 1892. De estos cantares nada hemos dicho, como tampoco de
ECUADOR 133
vajal, D. Vicente Piedrahíta, D. Miguel Riofrío (autor de Nina, le-
yenda quichua), D. Miguel Ángel Corral, D. Joaquín Fernández
Córdoba, D.^ Angela Caamaño de Vivero (que tradujo con felici-
dad algunos versos de Byron), el festivo improvisador D. Joaquín
Velasco y el joven estudiante de Medicina D. José Bernardo Daste.
En los versos que conocemos de estos autores hay cosas dignas de
estimación, pero ninguna de mérito muy relevante; y como, por
otra parte, no tenemos á la vista más que una pequeñísima porción
de sus obras, nos expondríamos á dar un fallo injusto y atropella-
do, si aquí pretendiésemos juzgarlas.
Séanos lícito, pues, cerrar esta sección con el nombre para los
creyentes tan grato, tan odiado por los sectarios, del adalid y már-
tir de la causa católica en el Ecuador, el presidente D, Gabriel Gar-
cía Moreno, que si no cultivó la poesía como vocación predilecta,
mostró en la Epístola á Fabio nativas dotes para la alta poesía satí-
rica, y en otras composiciones suyas, desgraciadamente escasas, ya
originales, ya traducciones de Salmos, tampoco encontró difícil ni
reacio el idioma de las Musas. Tienen estas piezas los descuidos
inherentes á todo lo que se escribe para no ser impreso; pero en
ellas, como en sus escritos en prosa, quedó un reflejo de la grande
los que en pequeño número se han publicado de otras regiones de América,
porque exigiría un estudio especial y muy minucioso el distinguir en ellos
lo verdaderamente americano é indígena de lo mucho que se encuentra tam-
bién en las numerosas colecciones de coplas españolas y singularmente anda-
luzas, formadas por Lafuente Alcántara, Rodríguez Marín y otros. Hay tam-
bién en el libro del Sr. Mera algunos versos políticos y varias composiciones
modernas en la lengua de los indios llamada quichua^ que sigue siendo culti-
vada artificialmente por varios literatos del país, entre los cuales se ha dis-
tinguido el Dr. D. Luis Cordero.
Falta á esta Antología un tercer tomo de prosistas, que está confiado á la
docta dirección de D. Pablo Herrera y será quizá el más interesante, porque
la agitadísima vida política del Ecuador ha hecho que el ingenio de sus hijos
brille y se desarrolle principalmente en el campo de la polémica social y re-
ligiosa. No tengo noticia de que este tomo se haya publicado. Los nombres
de Espejo, Mejía, el P. Solano, García Moreno y otros, á los cuales conviene
añadir ya, con las necesarias reservas de ortodoxia y de gusto, el del sofista
agudo é ingeniosísimo, y brillante y castizo, aunque abigarrado y algo pedan-
tesco prosista, Juan Montalvo, pueden dar especial interés á esta sección.
134 CAPITULO VIII
alma de su autor, que hubiera podido ser eminente en el arte de
la palabra, si no hubiese preferido el arte más enérgico de la vida y
de la acción. Pudo por flaqueza humana cometer errores; pudo
pecar de terco é inflexible; quizá en alguna ocasión solemne puso
á pique de ruina en Colombia los mismos intereses que tan heroica-
mente defendía en el Ecuador; quizá no realizó en todo y por todo
el ideal del gobernante cristiano, pero la grandeza de su adminis-
tración, la entereza de su carácter y la gloria de su muerte, hacen
de él uno de los más nobles tipos de dignidad humana que en el
presente siglo pueden glorificar á nuestra raza. La república que
produjo á tal hombre puede ser pobre, obscura y olvidada, pero
con él tiene bastante para vivir honradamente en la historia (l).
(i) Nació García Moreno en Guayaquil el 25 de Diciembre de 182 1, y mu-
rió asesinado en la plaza de Quito el 6 de Agosto de 1875. Para el conoci-
miento de su vida y opiniones sirve todavía más que ninguna de sus biogra-
fías (incluso la muy vulgarizada del P. Barthe, García Moreno vengeur et
martyr du Droit Chrétien\ la colección de sus Escritos y Discursos publicados
por la Sociedad Católica de Quito y atiotados por su presidente D. Mamiel María
Pólit (Quito, 1887 y 1888, 2 vols.)
IX
PERÚ
Fué el Virreinato del Perú la más opulenta y culta de las colo-
nias españolas de la América del Sur; la que alcanzó á ser visitada
por más eminentes ingenios de la Península, y la que, por haber
gozado del beneficio de la imprenta desde fines del siglo xvi, pudo
salvar del olvido mayor número de muestras de su primitiva pro-
ducción literaria. Pero, más desgraciada que México, no ha logrado
todavía un Icazbalceta que recoja cuidadosamente todas las reliquias
del período colonial y levante con ellas imperecedero monumento.
Faltos, pues, de un guía tan docto y autorizado, hemos tenido que
recoger afanosamente las noticias literarias del Perú en fuentes muy
varias y dispersas, y seguramente nuestro trabajo hubiera resultado
incompletísimo, sobre todo para los primeros tiempos de la colo-
nia, si generosamente no se hubiera brindado á enriquecerle con
noticias peregrinas el que, sin agravio de nadie, podemos llamar
nuestro primer americanista, D. Marcos Jiménez de la Espada.
De sus investigaciones resulta que la poesía castellana en el Perú
es casi tan antigua como la conquista misma: se remonta al período
de las guerras civiles. El más antiguo poema conocido, obra de
autor anónimo, no está aún en el metro italiano, sino en coplas de
arte mayor, en el metro de Juan de Mena. Titúlase Nueva obra y
breve en prosa y en metro sobre la muerte del Ilustre Señor el Ade~
lantado D. Diego de Almagro, Goveruador y Capitán General por
su Cathólica y Real Magestad del Emperador y Rey Nuestro Señor
en el nuevo Rey no de Toledo llamado Peni, Descubridor y Conquis-
tador y sustentador desta rica provincia.
Mbnéndez y Pblayo. — Poesía his^ano-aiiuricaita. II. 9
136 CAPÍTULO IX
La prosa se reduce á una corta introducción ó argumento suma-
rio. El metro á treinta y nueve estrofas ó coplas de arte mayor;
la primera dice :
Cathólica, Sacra, Real Majestad,
César augusto, muy alto Monarca,
Fuerte reparo de Roma y su barca
En todo lo humano de más potestad:
Rey que procura saber la verdad.
Crisol do se funde la reta justicia;
Pastor que no obstante cualquier amicicia,
Conserva el ganado por una igualdad.
La última:
Debiendo Pizarro haber de cumplir
El pleito homenaje por él otorgado
Venir á esta corte y á vuestro mandado
Donde el juez le mandó remitir;
No solamente no quiso venir,
Mas quebrantarlo con otros tiranos,
Y la venganza tomó por sus manos;
Solo por esto se debe punir.
La obra es, pues, de un ferviente partidario de Almagro y ene-
migo de los Pizarros, que en la introducción se declara testigo del
suceso, y al propio tiempo confiesa su poca habilidad para versifi-
car : «el marqués D. Francisco Pizarro y sus hermanos, los cua-
les mataron á D. Diego de Almagro de su honra, vida y hacienda,
según el metro adelante veréis, porque pasó así verdaderamente , y
antes fué más en efeto, por el defeto de no hallar consonantes por
darlo más sabroso, aunque según íué cruel no dejará de amargaros
de lo que aquí se cuenta, aunque mucho más lo sentiríades, si como
lo leéis lo hubieseis visto como el que lo escribe, que se halló en ello y
lo viá.-s>
Parece que este poema, á pesar del carácter arcaico del metro,
no puede ser anterior á 1548, puesto que en la Introducción se lee:
« Y después el Rey ha mandado degollar á Gonzalo Pizarro. » Pero
tampoco es imposible que la introducción se escribiera mucho des-
pués del poema, y cuando el autor pensó en publicarle, según se
PERÚ ^37
infiere de la censura de Fr. Félix de León que acompaña á esta
rarísima pieza en el manuscrito del Archivo de Indias, donde se
conserva. Hay de ella copia incorrecta en la colección de manuscri-
tos de D. Martín Fernández de Navarrete.
D. Alonso Enríquez, aquel estrafalario aventurero que se decía
el Caballero Desbaratado, y cuyas divertidísimas Memorias, sólo
comparables con las de otro fanfarrón de la misma laya, D. Diego
Duque de Estrada (el Desengañado de si mismo), frisan tantas veces
con la novela de aventuras y con la picaresca, incluyó en el Libro
. de su vida y costumbres (l) la obra anterior, descartando la prosa y
la censura, añadiendo una copla más, y encabezándolo todo de esta
suerte: <<.Obra en metro sobre la muerte que fué dada al ilustre Don
Diego de Almagro, la cual obra se dirige á S. M. con cierto romance
lamentando la dicha muerte, y no la hizo el autor del libro, porque es
parte, y no sabe trovar.-»
El texto de D. Alonso Enríquez difiere bastante del manuscrito
de Sevilla, ya por errores de copia, ya por cambios de palabras, de
frases y aun de versos enteros, que pueden ser correcciones.
El romance prometido en el encabezamiento viene en seguida
con este epígrafe: «Sigúese el romance hecho por otro arte sobre
el mismo caso, el cual se ha de cantar al tono de «El buen conde
Fernán González.^ Curiosa prueba de la costumbre que en el si-
glo XVI duraba, de aplicar á romances nuevos los tonos de los anti-
guos. Este romance, sumamente prosaico y desmayado, consta no
menos que de 362 versos.
Quedan otros romances históricos del tiempo de las guerras ci-
viles: dos versan sobre la rota del rebelde Francisco Hernández
Girón en Pucará, y se encuentran al ñn de la Relación de lo acaeci-
do en el Perú desde que Francisco Hernández Girón se alzó hasta el
día que murió, recientemente publicada (2); otro sobre las cruelda-
des del tirano Lope de Aguirre (3).
( 1 ) Colección de documentos inéditos para la Historia de España, tomo lxxxv,
págs. 369-379.
(2) Colección de libros españoles raros ó curiosos, tomo xiii, págs. 225-233.
(3} Breve romance de los hechos de Lope de Aguir?-e. Hállase al fin de la se-
gunda parte de la Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el río del Mu-
138 CAPÍTULO IX
Suelen consignarse en las crónicas y relaciones históricas de \&
conquista algunas coplillas populares y anónimas, muchas de ellas-
de carácter soldadesco, y todas de sabor arcaico. Es de las más cu-
riosas la que cantaban los soldados del campo real en la campaña
contra el rebelde Francisco Hernández Girón por los años 1553-54»
aludiendo al Dr. Fr, Hierónimo de Loaisa, arzobispo de Lima, y
al Licdo. Hernando de Santillán, oidor de aquella Audiencia, y
después presidente de la de Quito, y, por último, obispo de las.
Charcas:
El uno juaar, y el otro dormir,
¡Oh, qué gentil!
No comer y apercibir,
¡Oh, qué gentil!
El uno duerme y el otro juega:
Así va la guerra.
El dormilón era Santillán, el jugador (de ajedrez) el Arzo-
bispo ( I ).
rafidn en la provincia del Dorado, hecha por el gobernador Pedro de Orsúa... Es-
crita por Gonzalo de Zúñiga, tino de los soldados de la expedicio'n. El título par-
ticular de esta segunda parte es de Lo sucedido en la Margarita.
Principia:
Riberas del Marañen,
Do gran mal se ha congelado,
Se levantó un vizcaíno,
Muy peor que andaluzado.
Acaba:
A nadie da confesión,
Porque no lo ha acostumbrado,
Y así se tiene por cierto
Ser el tal endemoniado.
Por estos últimos cuatro versos se prueba que aún vivía Aguirre cuando se-
compuso el romance, y antes que Zúñiga redactase la parte tercera, que trata
de la entrada del sanguinario vizcaíno en Tierra Firme, por Agosto de 1561.
(Colección de documcnios inéditos del Archivo de Indias, tomo iv, págs. 225
y 282. El Romance, 267-269.)
No fué el Perú teatro de las atrocidades de Lope de Aguirre (cantadas
también por Juan de Castellanos), pero del Perú salió la expedición de Pedro
de Orsúa, y por consiguiente no huelga aquí esta noticia.
(i) Publicó esta coplilia por primera vez el Sr. Espada, en la carta dedi-
catoria de su libro Tres relaciones de antigüedades peruanas.
PERÚ 139
Tampoco es para olvidada la de los mis cabellicos^ madre, que
•cantaba el diabólico Carvajal el día de Xaquijaiguana. Otra copla so-
-naba en el campo de los almagristas por el año de 1537:
Almagro pide la paz,
Los Pizarros ¡guerra, guerra!
Ellos todos morirán
Y otro mandará la tierra... (i).
Si la conquista del Perú no tuvo la suerte de encontrar un Erci-
dla, no por eso faltó quien en pésimos metros se arrojara á cantarla
dentro del mismo siglo xvi. Existe en la Biblioteca Imperial de Vie-
na un poema anónimo, Conquista de la Nueva Castilla, obra al pa-
recer desconocida hasta que en 1848 un librero de Lyón la sacó á
luz en forma por demás incorrecta y desaliñada, y sin dar bastan-
tes señas del manuscrito que le sirvió de original. Tiene por verda-
dero título: Relación de la conquista y del descubrimiento que hizo ec
Gobernador Don Francisco Pizarro en demanda de las provincias y
reinos que ahora llamarnos Ntieva Castilla. Hace principio desde la
primera vez que partió de Panatná hasta todo lo que en la prisión de
A tabalipa sucedió, la cual está partida en dos partes: la primera co-
mienza describiendo el tiempo en que se hizo á la vela en Panamá.
La segunda parte lleva este encabezamiento: «Aquí hace princi-
pio la segunda parte, que habla en la segunda vez que el magnifico
señor gobernador don Francisco Pizarro partió de Panamá en de-
manda de la provincia de Tumbez, hasta la prisión de Atabalipa y
conqiiista de la gran ciudad del Cuzco, la cual comienza asi, hablan-
do el Gobernador.-»
La primera parte tiene cinco cantos, la segunda tres: todo el poe-
ma consta de doscientas ochenta y tres octavas, pero construidas,
no al modo ordinario, sino rimando entre sí los versos primero,
cuarto, quinto y octavo, el segundo con el tercero y el sexto con el
séptimo. vSe ve que el autor quiso hacerlos endecasílabos, pero hay
muchos de doce y diez sílabas, ó por impericia suya, ó por descui-
(i) Cieza de León, La guerra de /as Satinas. En el tomo lxvhi de la Colee-
.cidn de documejiios inéditos para la Historia de España, pág. 266.
140 CAPITULO IX
do del copista, ó por ignorancia del editor francés. De todo esto
resulta un conjunto bárbaro y desapacible, y no sin razón ha podi-
do escribir Ticknor que no hubiera hecho peor poema el más rudo
de los soldados de Pizarro. Tiene, no obstante, la curiosidad de ser
anterior á la Araucana^ y, por consiguiente, el primogénito, aun-
que enteco y raquítico, de la interminable familia de poemas histó-
ricos de asunto americano, cuya elaboración todavía no ha cesado.
De la dedicatoria «Al muy magnífico señor Juan Vázquez de Moli-
na, secretario de la Emperatriz é Reina, nuestra señora, y de su
Consejo», se infiere que el anónimo poeta escribía á mediados del
siglo XVI (l).
Otros dos poemas se compusieron en el Perú durante el siglo xvj,
aunque ninguno de ellos llegó á ver la luz pública, y parecen haber
sido ignorados por todos nuestros bibliógrafos. Titúlase el primero
Los actos y hazañas valerosas del capitán Diego Hernández de Ser-
pa, dirigidos al Ilhistrisitno señor don Diego de Zúñiga y de Avella-
neda, Conde de Miranda, enviados de las Indias por Pedro de la
Cadena, perpetuo servidor de su Señoría Ilustrisima. Consta la obra
de un Introyto y diez y siete cantos que el autor llama actos, todos
en versos sueltos, ó más bien en prosa vil, como puede juzgarse por
este principio del acto primero:
En la felice y fuerte y noble España
Nasció este gran varón tan venturado,
En la fresca ribera del Océano,
En la villa de Palos estimada...
Sobre mil y quinientos veinte y cuatro
Llegó á la rica isla de Cubagua (2).
El capitán Serpa, héroe de este infeliz poema, había acompañado
á Ordax en la desastrosa jornada del Orinoco (1532): en 3 de Agos-
(i) Conquista de la Nueva Castilla, poema heroico publicado por la primera
vez por D. J. A. Sprecher de Bernegg. París y Leo'n, Saint- Hilaire, Blanc y
Cormon, editores, 1848, 8.°
(2) Biblioteca de El Escorial, D-¡ i j-25, folio 221. Cuaderno en 4.° escrito-
en papel que forma parte de un tomo de Varios. Noticia que me comunicó el
Sr. Espada, junto con las biográficas relativas al autor y al protagonista.
PERÚ I 4 1
to de 1 549 concertó con la Audiencia de Santo Domingo la con-
quista y población del territorio comprendido entre el Marañón y
el Orinoco, ó sea la actual Guayana, y aunque por entonces tuvo
que suspender la empresa de orden superior, no desistió de su pen-
samiento, y en 15 de Mayo de 1568 volvió á capitular con el Rey
la misma conquista (más un trozo de la costa de Cumaná) con
el nombre de Nueva Andalucía. En aquella costa fundó las ciuda-
des de Nueva Córdoba y Santiago, y queriendo internarse á buscar
las orillas del Orinoco, murió en un reencuentro con cierta nación
de indios Cumanagotos.
Como se ve, las hazañas de Diego Hernández de Serpa acaecie-
ron muy lejos del Perú, y dentro de la gobernación de Venezuela.
Pero no sucede lo mismo con su biógrafo y cantor Pedro de la Ca-
dena, que era vecino de Zamora de los Alcaides en la provincia de
Quito. Además de su poema, escribió y presentó al Consejo de
Indias un libro en prosa del gobierno de las Indias, sobre el cual
informó el secretario de dicho Consejo Licdo. Benito López de
Gamboa, en 16 de Marzo de 1676, diciendo que aunque escrito con
método, tenía poca substancia, pero que atendida la buena inten-
ción del autor, convenía gratificarle y juntar su libro con otro que
ya estaba en el Consejo y era de más provecho, obra del Licdo. Juan
de Matienzo, oidor de las Charcas, y tenerlos ambos en secreto por
ser cosa de gobierno, consultándolos cuando conviniera.
Otro poeta, llamado D. Diego de Aguilar y Córdoba, florecía en
Huánuco á fines del siglo xvi. En 25 de Febrero de 1596 firmaba
allí la dedicatoria de su poema El Marañón, terminado en 157^ y
revisado después por diferentes testigos del suceso que en él se
narra, que no es otro que el desgraciado viaje de Pedro de Ursúa.
Los preliminares de la obra nos dan razón de otros versificadores,
que son, sin duda, de los más antiguos de la colonia: Carlos de Ma-
luenda, poeta polígloto, que por raro caso escribe un soneto en
francés y otro en italiano: el general Alonso Picado, probablemente
de la familia de este apellido naturalizada en Arequipa: Miguel Ca-
bello de Balboa, eclesiástico muy erudito y práctico y entendido
en viajes y exploraciones de los Andes, autor de la Miscelánea Aus-
tral, que es una especie de compilación histórica dividida en tres
142 CAPITULO IX
partes, de las cuales la última (que anda traducida al francés por
Ternaux-Compans) contiene interesantes noticias relativas á la his-
toria antigua de Quito y conquista del Perú: Gonzalo Fernández de
Sotomayor, D. Sancho Marañón, D. Pedro Panlagua de Loaisa, hijo,
según parece, de otro del mismo nombre, extremeño, que sirvió á
Gasea en negocios muy arduos, así de guerra como de diplomacia
en tiempo de la rebelión de Gonzalo Pizarro, y murió en I5S4 en
la batalla de Pucará: D. Diego Vaca de la Vega, gobernador de
Mainas, fundador de la ciudad de San Francisco de Borja del Ma-
rañón; y, finalmente, un religioso amigo del aut07'. De estos sonetos
me ha comunicado el Sr. Espa'da los siguientes, que son muy acep-
tables, sobre todo el de Cabello Balboa:
DE MIGUEL CABELLO BALBOA
La casta abeja en la florida vega,
Con susurro suave y bullicioso,
Para su laberinto artificioso
De varias flores el manjar congrega.
No menos á la adelfa el gusto allega
Que al romero y al cárdamo oloroso,
Porque todo lo vuelve provechoso
Después que á su sutil boca se apega.
Igual te juzgo, cordobés ilustre,
Después que renació de tu memoria
El Marañón, de sangre y muerte lleno;
Que de su obscuridad sacaste lustre,
Y de su vituperio tanta gloria,
Que en bálsamo conviertes su veneno.
DE D. PEDRO PANIAGUA DE LOAISA
Celebre el mundo, oh Marañón famoso.
Tus claras ondas y tesoro ardiente.
Obscureciendo la caudal corriente
Del sacro Nilo y Ganges caudaloso.
Pues el supremo vuelo victorioso
Desta águila sin par, divinamente
Sube al cielo tu nombre y clara fuente
Do eternamente has de quedar glorioso.
Mas tú entre las doradas aguas canta
PERÚ 143
«
Con dulce son el suyo celebrando
Deste tu insigne historiador tan grave;
Que á tal grandeza otra grandeza tanta
Sólo basta á dar gloria, eternizando
Lo que en ser de mortal hombre no cabe.
■ DE D. DIEGO VACA DE LA VEGA
Si el lauro se le debe justamente
Al que pretende con insigne historia
Hacer fií-me y eterna la memoria
De algún valor heroico ó eminente;
Si con divino ingenio y llama ardiente
Librándole del tiempo le da gloria,
Haciendo de finita y transitoria
Que sea infinita y dure eternamente.
A vos se os deben tres (sin otros ciento),
Uno por este libro tan famoso.
El otro porque á vuestra patria ha dado
Inmortal nombre vuestro fundamento.
Otro á vuestro discurso milagroso
A quien el mundo está tan obligado (i).
Aunque del siglo xvi no tenemos ninguna justa ó certamen poé-
tico del Perú, ni relación de fiesta en que se intercalen versos, des-
de muy temprano vemos asociada la poesía á los grandes regoci-
jos públicos. Así nos refiere el palentino FJiego Fernández en su
Historia del Perú (parte l.^, lib. 2,°, cap. lxliii), que cuando entró
el presidente Gasea en la ciudad de los Reyes (Lima) el 27 de Sep-
tiembre de 1546, y fué recibido con grandes festejos, «salieron con
una hermosa danza tantos danzantes como pueblos principales ha-
bía en el Perú, y cada uno dijo una copla en nombre de su pueblo,
representando lo que en demostración de su fidelidad había hecho».
Y el historiador inserta las coplas, que por malas se omiten aquí.
Desde mediados del siglo xvi tenía Lima universidad: desde fines
(i) El ms. de El Marañan (8 hojas de preliminares y 317 de texto, divi-
dido en tres libros y dedicado á D. Andrés Fernández de Córdoba, del Con-
sejo Real), existe en Asturias en la librería que fué del Sr. Soto Posadas, y
fué examinado en 1875 por el Sr. Jiménez de la Espada.
144 CAPITULO IX
del mismo siglo, imprenta. Fué aquélla la muy célebre de San Mar-
eos, émula de la de México y la más concurrida, próspera y opu-
lenta de la América del Sur, fundada por Real cédula del empera-
dor Carlos V y su madre D."" Juana, dada en Valladolid á 2i de
Septiembre de I555> y confirmada por Bula pontificia de San Pío V
en 25 de Julio de I57l- Sus cátedras eran de Jurisprudencia, Teo-
logía, Medicina y Filosofía, y conservó su crédito y su antigua or-
ganización hasta después de la guerra de la independencia ameri-
cana. En el Cuzco se fundó en 1598 otra universidad de menos
nombre, que logró algún desarrollo en el siglo xvii, al cua! perte-
necen muchas fundaciones de enseñanza como los Seminarios de
Arequipa, Trujillo y la pequeña Universidad de Huamanga, además
de los numerosos colegios de humanidades que los jesuítas fueron
estableciendo en todos los puntos principales del Virreinato, lle-
gando á doce sus casas en tiempo de la expulsión.
La imprenta fué más tardía que la universidad: apareció cuarenta
años después que en México, y bajo los auspicios y protección de
los Padres de la Compañía. Fué Antonio Ricardo, que ya había te-
nido taller en México, el primero impresor en los reinos del Pirú,
como él se titula en sus libros. El más antiguo en que se encuentra
estampado su nombre es la Doctrina Christiana y cathecismo para
instrucción de los Indios y de las demás personas que han de ser ense-
ñadas en nuestra sancta Fe. Con un conffesionario y otras cosas ne-
cessarias para los que doctrinan Compuesto por auctoridad del
Concilio Provincial que se celebró en la Ciudad de los Reyes el año
de 158J. Y por la misma traduzido en las dos lenguas generales de
este Reyno, Quichua y Aymara. Año de 1584 (i). Sólo de diez obras
salidas de aquella imprenta en el siglo xvi dan razón hasta ahora los
más diligentes bibliógrafos, y sólo una de amena literatura hay entre
ellas: el Arauco Domado, del chileno Pedro de Oña. Las restantes
son confesionarios y catecismos, un arte y vocabulario de la lengua
(i) En la Revista del Rio de la Píala, núm. 6, pág. 171, el general D. Bar-
tolomé Mitre sostuvo que el primer libro publicado en Síid América por An-
tonio Ricardo fué otra Doctrina cristiana, más breve, que lleva la fecha
de 1583, y que hoy se conserva en el Museo que legó á Buenos Aires aquel
ilustre historiador y hombre de Estado argentino.
PERÚ 145
quichua, constituciones y ordenanzas, un libro de reducciones de
plata y oro, y algún papel en derecho (l).
No puede decirse, sin embargo, que, aun siendo escaso, sea nulo
el caudal literario del Perú en el primer siglo de la colonia. Es ver-
dad que no produjo ningún poeta, pero sí un prosista de primer
orden, nacido en el Cuzco en 1540, y no criollo, sino mestizo, hijo
de un conquistador de ilustre linaje montañés, célebre en armas y
en letras, y de una india principal, sobrina de Huayna Capac. El
primer libro de autor peruano que salió de las prensas de Europa
fué, seguramente, la tradiizión del Indio de los tres diálogos de amor
de León Hebreo^ hecha de italiano en español por Garcilasso Inga de
la Vega, natural de la gran Ciudad del Cnzco, cabeza de los Reynos
V provincias del Pirú, trabajada en Córdoba é impresa en Madrid,
en 1590.
Aunque el inca Garcilaso, como él gustaba de llamarse, se pre-
ciase por aquel entonces más de arcabuces y de criar y hazer caba-
llos que de escribir libros, es grande ya en la versión de aquel libro
filosófico que él devolvió á España, primera patria de su autor, la
belleza y gallardía de la prosa, que tanto contrasta con el desaliño
del texto italiano, traducción del original castellano que se ha per-
dido.
Pero la celebridad de Garcilaso, como uno de los más amenos y
ñoridos narradores que en nuestra lengua pueden encontrarse, se
funda en sus obras históricas, ó que dio por tales: <íLa Florida del
Inca ó Historia del Adelantado Hei'nando de Soto»; los « Comentarios
Reales que tratan del origen de los Incas, reyes que j nerón del Perú,;
de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y con-
quistas, y de todo lo que fué aquel imperio, y su República, antes que
(i) Harrise. Introducción de la Imprenta en América, con una bibliografía de
las obras impresas en aquel hemisferio desde 1540 d 1600, por el autor de la kBí-
bliotheca Americana Veínsiissima» (traducido y adicionado por M. Zarco del
Valle). Madrid, Rivadeneyra, 1872.
Medina (J. T.) La Imprenta en Lima. Epit07ne{\i¡%i,-\%io). Santiago de Chile,
impreso en casa del autor, 1 890.
— La Imprenta e7i Lima (1584- 1824). Sa7itiago de Chile, impreso y grabado
en casa del autor, 1904-1905. Cuatro tomos.
146 CAPÍTULO IX
los españoles pasaran d éh; la «Historia Genei'al del Perú, que trata
el descubrimiento de él, y cómo lo ganaron los españoles; las guerras
civiles que hubo entre Pizarros y Almagras sobre la partija de
la tierra; castigo y levantamiento de los tyranos y otros sucessos par-
ticular es^y.
El primero y el último de estos libros pertenecen en rigor á la
literatura histórica; pero deben utilizarse con cierta cautela. En La
Flo7'ida ha notado Bancroft errores de detalle, que fácilmente se
explican porque Garcilaso no conocía la América del Norte, y tuvo
que fiarse de los relatos orales y escritos de algunos compañeros de
Hernando de Soto. Para los sucesos del descubrimiento y conquista
del Perú, la autoridad del inca es muy secundaria por lo tardía y
porque generalmente se reduce á transcribir ó glosar las narracio-
nes de autores ya impresos como López de Gomara, Agustín de
Zarate y el palentino Diego Fernández. Cuando abandona el testi-
monio de estos historiadores, no siempre copiosos pero sí fidedig-
nos, es para extraviarse en compañía del jesuíta Blas Valera, cuyos
manuscritos utilizó en parte; mestizo como él, y como él apasionado
de la antigua civilización indiana. El crítico que con más habilidad
ha defendido á Garcilaso de la nota de historiador anovelado, reco-
noce la falsedad del colorido general en las principales narraciones
de los dos primeros libros de su Historia (por ejemplo, la de la de
la prisión de Atahualpa). «Movido del afán de presentar á los incas
por el lado más favorable y halagüeño, altera y desnaturaliza el ca-
rácter de este período. La dura majestad, la bárbara grandeza del
imperio del Inca, que tanto se destacan en la pintoresca relación de
Jerez, se borran y se pierden en la suya para dar paso á una pintu-
ra, que aquí merece plenamente el calificativo de novelescai> (l). En
otras cosas habla de memoria, como dijo el licenciado Montesinos,
ó se fía de anécdotas soldadescas. No conoció las riquísimas cróni-
cas de Cieza de León, que son la principal fuente para la historia
de las guerras civiles, pero al tratar de las rebeliones de Gonzalo
Pizarro (en que su padre estuvo gravemente complicado), y de
(i) Vid. Riva Agüero (D.José de la), La Historia en el Peni, tesis para el
Doctorado de Letras , Lima, 1910.
PERÚ 147
Francisco Hernández Girón, la cual presenció él mismo, tiene valor
original su relato.
Pero donde suelta las riendas á su exuberante fantasía es en los
Comentarios Reales, libro el más genuinamente americano que en
tiempo alguno se ha escrito, y quizá el único en que verdaderamente
iia quedado un reflejo del alma de las razas vencidas. Prescott ha
^"'dicho con razón que los escritos de Garcilaso son una emanación
del espíritu indio «.an emanation jroni the indian mind-». Pero esto
ha de entenderse con su cuenta y razón, ó más bien ha de comple-
tarse advirtiendo que aunque la sangre de su madre, que era prima
de Atahualpa, hirviese tan alborotadamente en sus venas, él, al
fin, no era indio de raza pura, y era, además, neófito cristiano y
hombre de cultura clásica, por lo cual las tradiciones indígenas y los
cuentos de su madre tenían que experimentar una rara transforma-
ción al pasar por su mente semibárbara, semieducada (i). Así se for-
mó en el espíritu de Garcilaso lo que pudiéramos llamar la novela
peruana ó la leyenda incásica, que ciertamente otros habían comen-
zado á inventar (2), pero que sólo de sus manos recibió forma defini-
tiva, logrando engañar á la posteridad, porque había empezado por
(i) «Residiendo mi madre en el Cuzco, su patria, venían á visitarla casi
cada semana los pocos parientes y parientas que de las crueldades de Ata-
hualpa escaparon; en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas
eran tratar del origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de
su imperio, de sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra
tenían, de las leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordena-
ban. En suma, no dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen
acaecido, que no la trajesen á cuenta. De las grandezas y prosperidades pasa-
das, venían á las cosas presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su
imperio y acabada su república. Estas y otras semejantes pláticas tenían los
incas y pallas en sus visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre
acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: «trocósenos el
reinar en vasallaje». En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía
muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan
los tales de oir fábulas.» (Comentarios Reales, primera parte, lib. i, cap. xv.)
(2) Entre ellos el ya citado jesuíta peruano Blas Valera, de cuya obra
manuscrita se extravió gran parte en el saqueo de Cádiz por los ingleses
en 1596. Garcilaso cita textualmente los principales fragmentos que llegaron
á sus manos.
148 CAPÍTULO IX
engañarse á sí mismo, poniendo en el libro toda su alma crédula y
supersticiosa (l). Los Comentarios Reales no son texto histórico; son
una novela utópica como la de Tomás Moro, como la Ciudad del Sol
de Campanella, como la Oce'ana de Harrington; el sueño de un impe-
rio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de oro gober-
nado por una especie de teocracia filosófica. Garcilaso hizo aceptar
estos sueños por el mismo tono de candor con que los narraba
y la sinceridad con que acaso los creía, y á él somos deudores de
aquella ilusión filantrópica que en el siglo xviii dictaba á Voltaire
la Alzira y á Marmontel su fastidiosa novela de Los Incas, y que
en el canto de Olmedo evocaba tan inoportunamente, en medio del
(i) Esta credulidad tenía, sin embargo, sus h'mites. Garcilaso dudaba de
muchas de las cosas que cuenta, pero muestra gran candidez aún en estas ve-
leidades de escepticismo. «Después de haber dado muchas trazas y tomado
muchos caminos para entrar á dar cuenta del origen y principio de los Incas,
reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la mejor traza y el
camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces á
mi madre y á sus hermanos y tíos, y á otros sus mayores, acerca de este ori-
gen y principio..., y será mejor que se sepa por las propias palabras que los
Incas lo cuentan, que no por las de otros autores extraños... Digo llanamente
las fábulas historiales que en mis niñeces oí á los míos. Tómelas cada uno
como quisiere y deles el alegoría que más les cuadrare. A semejanza de las
fábulas que hemos dicho de los Incas, inventan las demás naciones del Perú
otra infinidad dellas del origen y principio de sus primeros padres, diferen-
ciándose unos de otros, como lo veremos en el discurso de la historia: que
no se tiene por honrado al indio que no desciende de fuente, río ó lago,
aunque sea de la mar; y de animales ñeros, como el oso, león ó tigre, ó de
águila ó del ave que llaman cuntuj\ ó de otras aves de rapiña, ó de sierras,
montes, riscos ó cavernas; cada uno como se le antoja, para su mayor loa y
blasón. Y para fábulas, baste lo que se ha dicho.» (Comentarios Reales, primera
parte, lib. i, caps, xv y xviii.)
Estas singulares palabras nos revelan la verdadera vocación de Garcilaso,
que á haber vivido en nuestros tiempos, no hubiera sido un historiador, sino
un folklorista.
Lo mejor que sobre Garcilaso, y en general sobre la his.toriografía del
Perú conocemos, es el erudito 6 ingenioso libro del ya citado Dr. Riva
Agüero (págs. 33-214), y allí están cuantos argumentos pueden alegarse en
pro de la veracidad del cronista de los Incas, á quien hoy es moda desesti-
mar, así como antes se le concedía ilimitada confianza.
PERÚ 149
campo de Junín, la sombra de Huayna Capac, para felicitar á los
descendientes de los que ahorcaron á Atahualpa. Para lograr tan
persistente efecto se necesita una fuerza de imaginación muy supe-
rior á la vulgar, y es cierto que el inca Garcilaso la tenía tan pode-
rosa cuanto deficiente era su discernimiento crítico. Como prosista,
es el mayor nombre de la literatura americana colonial: él y Alar-
cón, el dramaturgo, los dos verdaderos clásicos nuestros nacidos en
América.
Y con esto ya es hora de volver los ojos á la numerosa falange
de poetas que en los últimos años del siglo xvi y en los primeros
del XVII, es decir, en la época más venturosa para las letras españo-
las, alegraban y ennoblecían con su canto las márgenes del Rimac.
Si de sus obras resta muy poco, queda á lo menos honorífica
mención de algunos de ellos en las páginas inmortales de Lope de
Vega y de Cervantes, que citan poetas peruanos en mayor núme-
ro que poetas de México. Consultemos primeramente, el Canto de
Caliope, impreso en 1584 con la Calatea. Llega Cervantes á hablar
de los ingenios soberanos de la región antartica, y nos presenta
ante todo al mexicano Terrazas, y á un poeta arequipeño, Diego
Martínez de Rivera:
Uno de Nueva España y nuevo Apolo;
Del Perú el otro, un sol único y solo,
Pues su divino ingenio ha producido
En Arequipa eterna primavera:
Este es Diego Martínez de Rivera.
De Arequipa era también el general Alonso Picado, de quien
conocemos un soneto en loor del poema El Maraño'n. Cervantes le
elogia en estos términos:
Aquí, debajo de felice estrella,
Un resplandor salió tan señalado,
Que de su lumbre la menor centella
Nombre de Oriente al Occidente ha dado:
Cuando esta luz nasció, nasció con ella
Todo el valor: nasció Alonso Picadj;
150 CAPÍTULO IX
Nasció mi hermano (i) y el de Palas junto;
Que ambas vimos en él vivo trasunto.
De otros ocho poetas, al parecer residentes todos en el Perú,
hace mención Cervantes, aun sin incluir á Enrique Garcés, de quien
haremos mérito tratando de Bolivia. Uno de estos poetas es don
Diego de Aguilar, el autor de El Marafíón:
En todo cuanto pedirá el deseo,
Un Diego ilustre de Aguilar admira,
Un águila real que en vuelo veo
Alzarse á do llegar ninguno aspira;
Su pluma entre cien mil gana trofeo;
Que ante ella la más alta se retira:
Su estilo y su valor tan celebrado
Guanuco lo dirá, pues lo ha gozado.
De los citados en las siguientes octavas, no tenemos noticia
alguna:
Pues si he de dar la gloria á ti debida,
Gran Alonso de Estrada, hoy eres diño
Que no se cante así tan de corrida
Tu ser y entendimiento peregrino;
Contigo está la tierra enriquecida,
Que al Betis mil tesoros da contino,
Y aun no da el cambio igual; que no hay tal paga
Que á tan dichosa deuda satisfaga.
Por prenda rara desta tierra ilustre,
Claro don Juan, te nos ha dado el cielo.
De Avalas gloria y de Ribera lustre,
Honra del propio y del ajeno suelo...
El que en la dulce patria está contento,
Las puras aguas de Limar gozando,
La famosa ribera, el fresco viento
Con sus divinos versos alegrando.
Venga, y veréis por suma deste cuento.
Su heroico brío y discreción mirando,
Que es Sancho de Ribera, en toda parte
(i) De la Musa Caliope que habla en este canto.
FERU 151
Pebo primero y sin segundo Marte.
Un Gonzalo Fernández se me ofrece,
Gran capitán del escuadrón de Apolo,
Que hoy de Sotomayor ensoberbece
El nombre con su nombre heroico y solo;
En verso admira y en saber florece
En cuanto mira el uno y otro polo,
Y si en la pluma en tanto grado agrada,
No menos es famoso por la espada.
Un Rodrigo Fernández de Pineda,
Cuya vena inmortal, cuya excelente
Y rara habilidad, gran parte hereda
Del licor sacro de la equina fuente;
Pues cuanto quiere del no se le veda,
Pues de tal gloria goza en Occidente,
Tenga también aquí tan larga parte.
Cual la merecen hoy su ingenio y arte.
Pues de una fértil y preciosa planta
De allá traspuesta en el mayor collado
Que en toda la Tesalia se levanta.
Planta que ya dichoso fruto ha dado,
¿Callaré yo lo que In fama canta
Del ilustre don Pedro de AlvaradOy
Ilustre, pero ya no menos claro
Por su divino ingenio al mundo raro?
De Pedro de Montesdoca , llamado por antonomasia el Indiano
tenemos algún dato más. Era sevillano, y al parecer, muy amigo de
Cervantes, que volvió á acordarse de él en el Viaje del Parnaso.
Primero había dicho:
Este mesmo famoso insigne valle (1
Un tiempo al Betis usurpar solía
Un nuevo Homero, á quien podemos dalle
La corona de ingenio y gallardía;
Las Gracias le cortaron á su talle,
Y el cielo en todas lo mejor le envía:
Éste, ya en vuestro Tajo conoscido,
Pedro de Montesdoca es su apellido.
(1) El de Lima.
Menéndez t Pelato.— /"('íj/a hisJ>ano-ai:cricana. II. i<>
152 CAPITULO IX
V treinta años después le recordaba de esta cariñosa manera en
el cap. IV del Viaje del Parnaso:
Desde el indio apartado, del remoto
Mundo llegó mi amigo Montesdoca,
Y el que anudó de Arauco el hilo roto (i).
Pero todavía es más expresivo el elogio que Vicente Espinel, no
tan pródigo de ellos, le tributa en el canto 2.° de su poema alegó-
rico La Casa de la Memoria^ impreso con sus Rimas en 1591:
Tú, que las ondas y el caudal corriente
Del patrio Betis sin razón negaste,
Y en alto estilo de un ingenio ardiente
Á Lima en Occidente celebraste,
Vuelve el tributo á quien tan justamente
Debes el claro nombre que ganaste,
Pedro de Montes de Oca, que no es Lima
Diño de tan aguda y pura lima.
Nunca ha podido la interior carcoma
Del ignorante vulgo derribarte;
Que la razón al fin lo vence y doma,
Y vive la verdad en toda parte:
Las armas en defensa tuya toma
El propio Apolo para eternizarte;
Viva Clarinda y viva tu memoria,
Que es tu nombre y será dina de gloria.
Esta Clarinda^ que era sin duda una muy principal dama limeña,
no fué sólo señora de los pensamientos del indiano Montesdoca,
sino de otro poeta de los elogiados en el Canto de Calíope, el capitán
Juan de Salcedo Villandrando, de quien dijo Cervantes:
Del capitán Salcedo está bien claro
Que llega su divino entendimiento
Al punto más subido, agudo y raro
Que puede imaginar el pensamiento...
De este Salcedo, pues, dijo la anónima poetisa peruana, autora
del Discurso en loor de ¡a Poesía:
(i) Pedro de Oña.
PERÚ 153
Á ti, Juan de Salcedo Villandrando,
El mesmo Apolo Deifico se rinda,
Á tu nombre su lira dedicando,
Pues nunca sale por la cumbre Pinda
Con tanto resplandor, cuanto demuestras
Cantando en alabanza de Clarinda.
Del capitán Salcedo hay versos laudatorios al frente de la Mis-
celánea Austral de D. Diego de Avales y Figueroa (1602), y los
hay también de un D. Diego de Carvajal, que puede ser muy bien
el D. Diego de Sarmiento y Carvajal elogiado por Cervantes:
Feliz don Diego de Sarmiento ilustre
Y Carvajal famoso, producido
De nuestro coro, y de Hipocrene lustre.
Mozo en la edad, anciano en el sentido.
De siglo en siglo irá, de lustre en lustre
(Á pesar de las aguas del olvido)
Tu nombre, con tus obras excelentes,
De lengua en lenguas y de gente en gentes.
De los ingenios americanos para quienes hay palmas en la silva 2^
del Laurel de Apolo, dos por lo menos pertenecen á Lima: Cristóbal
de la O, sobre cuyo nombre hace Lope de Vega un insulso juego de
palabras, y un hermano de León Pinelo, Juan Rodríguez de León,
presbítero, de quien D. Nicolás Antonio cita varias obras en prosa
y verso: La Perla, vida de Santa Margarita, virgen y mártir (Ma-
drid, 1629); El Predicador de las gentes San Pablo, ciencia, precep-
tos, avisos y obligaciones de los predicadores evangélicos, con doctrina
del Apóstol (1638); Panegírico castellano-latino al rey D. Felipe IV
(México, 1639); Parecer sobre la ingenuidad del arte de la pintura
(impreso con los diálogos de Vicente Carducho, 1633); Cuaresma
meditada, en epigramas; El Martyrologio de los que han padecido en
las Indias por la Fe; Relación del viaje de los galeones de la Real
Armada de las Indias el año de lóoy, con descripción de los puertos en
que entraron.
Peruana era también la desconocida poetisa Amarilis, que antes
de 1 62 1 escribió á Lope de Vega, de quien era ferviente admira-
dora, una elegante epístola en silva, que con la respuesta de Lope
154 CAPITULO IX
de Vega en tercetos (Bclardo á Amarilis)^ fué inserta á continua-
ción de su Filomena. Persona muy docta y muy enterada de las
cosas de Lope de Vega (i) ha insinuado alguna duda sobre la exis-
tencia de tal poetisa indiana, juzgando mera ficción poética su carta,
y equivalente el nombre de Amarilis al de D.'^ Marta de Nevares
Santoyo, postrera amiga de Lope. Pero aun prescindiendo de que
el Fénix de los Ingenios aplicó el nombre poético de Amarilis á
diversas personas, como por sus cartas y versos parece, hay tal tono
de verdad en la epístola, y son tales las señas que la encubierta poe-
tisa da de su patria, y aun de su familia, que no sólo no puedo
dudar de que tal carta fué dirigida real y efectivamente desde Amé-
rica á Lope, sino que me atrevo á señalar, de acuerdo con La
Barrera, el nombre probable de la encubierta Musa (2) que hace de
este modo su autobiografía:
Quiero, pues, comenzar á darte cuenta
De mis padres y patria y de mi estado,
Porque sepas quien te ama y quien te escribe:
Bien que ya la memoria me atormenta.
Renovando el dolor, que aunque llorado,
Está presente y en el alma vive...
En este imperio oculto que el sol baña,
Más de Baco piadoso que de Alcides,
Entre un trópico frío y otro ardiente,
A donde fuerzas ínclitas de España,
Con varios casos y continuas lides
Fama inmortal ganaron á su gente:
Donde Neptuno engasta su tridente
En nácar y oro fino:
Cuando Pizarro con su flota vino,
Fundó ciudades y dejó memorias,
Que eternas quedarán en las historias:
A quien un valle ameno,
De tantos bienes y delicias lleno,
Que siempre es primavera,
Merced del sueño de la cuarta esfera,
(i) Alúdese á D. Francisco Asenjo Barbieri que, con el anagrama de José
Ibero Ribas y Canfranc, publicó en 1876 los Últimos Amores de Lope de Vega.
(2) Nueva biografía^ pág. 1 9.
PERÚ 155
La Ciudad de León fue edificada,
Y con hado dichoso
Quedó de héroes fortísimos poblada.
Es frontera de bárbaros y ha sido
Terror de los tiranos, que intentaron
Contra su rey enarbolar bandera:
Al que en Jauja por ellos fue rendido
Su atrevido estandarte le arrastraron,
Y volvieron el reino á cuyo era.
Bien pudiera, Belardo, si quisiera,
En gracia de los cielos,
Decir hazañas de mis dos abuelos.
Que aqueste nuevo mundo conquistaron
Y esta ciudad, también edificaron,
Do vasallos tuvieron
Y por su rey su vida y sangre dieron:
Mas es discurso largo.
Que la fama ha tomado ya á su cargo.
Si acaso la desgracia desta tierra,
Que corre en este tiempo.
Tantos ilustres méritos no entierra.
De padres nobles dos hermanas fuimos.
Que nos dejaron con temprana muerte
Aun no desnudas de pueriles paños.
El cielo y una tía que tuvimos
Suplió la soledad de nuestra suerte:
De la beldad que el cielo acá reparte
Nos cupo, según dicen, mucha parte,
Con otras muchas prendas:
No son poco bastantes las haciendas
Al continuo sustento;
Y estamos juntas, con tan gran contento,
Que una alma á entrambas rige y nos gobierna,
Sin que haya tuyo y mío.
Sino paz amorosa, dulce y tierna.
Ha sido mi Belisa celebrada.
Que éste es su nombre, y Amarilis mío,
Entrambas de afición favorecidas:
Yo he sido á dulces musas inclinada;
Mi hermana, aunque menor, tiene más brío,
Y partes, por quien es, muy conocidas.
156 CAPÍTULO IX
Al fin todas han sido merecidas
Con alegre himeneo
De un joven venturoso, que en trofeo
A su fortuna y vencedora palma,
Alegre la rindió prendas del alma.
Yo siguiendo otro trato,
Contenta vivo en limpio celibato,
Con virginal estado,
Á Dios con gran afecto consagrado,
Y espero en su bondad y su grandeza
Me tendrá de su mano
Guardando inmaculada mi pureza.
Las señas no pueden ser más explícitas. Si la incógnita dama
había nacido en la ciudad de León de Huánuco (situada en el actual
departamento de Junín, á cuarenta y tantas leguas al Norte de Lima)
y descendía de los conquistadores de aquella tierra y fundadores de
aquella ciudad, su apellido debía de ser el muy ilustre de Alvarado,
puesto que el fundador de la ciudad de León de Huánuco, llamada
también León de los Caballeros, fué el capitán Gómez de Alvarado,
hermano del Adelantado D. Pedro, de inmortal memoria en los
fastos de América. Y aunque es cierto que la primitiva fundación
de Alvarado en 1539 quedó luego casi desierta, hasta que la reedificó
Pedro Barroso y acabó de asentarla Pedro de Puelles, los términos
en que la poetisa se explica, cuadran más bien al fundador primero
y á su hermano, de quienes podía decirse con más razón que de
Barroso,
Que aqueste^nuevo mundo conquistaron.
Y si atendemos á que el nombre poético de Amarilis es, por lo
común, rebozo del de María, tendremos completos el nombre
y apellido de la discreta doncella de Huánuco: D." María de Al-
varado.
No se tenga por inútil esta disquisición, porque quien tales versos
hacía en América á principios del siglo xvii, y no en ninguno de los
grandes emporios de cultura, como México ó Lima, sino en uno de
los más apartados rincones de los Andes, ofrecería un curioso fenó-
meno de historia literaria, aunque no tuviésemos en consideración
PERÚ 157
SU sexo. Apenas hay en su Epístola el menor vestigio de mal gusto
ni de amaneramiento; todo es natural, llano y decoroso, con cierta
sencilla gravedad y no afectado señorío. La poetisa hace su corte
literaria á Lope de Vega, pero con tanta discreción, con tan insi-
nuante y cortés gentileza, con tacto tan femenino y delicado, que
el gran poeta debió de quedar lisonjeado con la alabanza y no ofen-
dido con las nubes del importuno incienso. Viene á declararse pla-
tónicamente enamorada de él, amor inofensivo á tan larga distancia,
pero único que ella estima digno de su noble naturaleza:
El sustentarse amor sin esperanza,
Es fineza tan rara, que quisiera
Saber si en algún pecho se ha hallado;
Mas nunca tuve por dichoso estado
Amar bienes posibles,
Sino aquellos que son más imposibles.
A éstos ha de aspirar mi alma osada,
Pues para más alteza fué criada
Que la que el mundo enseña;
Y así quiero hacer una reseña
De amor dificultoso,
Que sin pensar desvela mi reposo,
Amando á quien no veo, y me lastima:
¡Ved que extraños contrarios,
Ve nidos de otro mundo y de otro clima!
Al fin en éste donde el Sur me esconde
Oí, Belardo, tus conceptos bellos,
Tu dulzura y e.itllo milagroso,
Y admirando tu ingenio portentoso,
No pude reportarme
De descubrirme á ti, y á mí dañarme.
Oí tu voz, Belardo; mas ¿qué digo?
No, Belardo, milagro han de llamarte:
Este es tu nombre, el cielo te le ha dado;
Y Amor, que nunca tuvo paz conmigo,
Te me representó parte por parte,
En ti más que en sus fuerzas confiado.
Mostróse en esta empresa más osado.
15^ CAPÍTULO IX
Por ser el artificio
Peregrino en la traza y el oficio,
Otras puertas del alma quebrantando.
No por los ojos míos, que velando
Están con gran pureza;
Mas por oídos, cuji^a fortaleza
Ha sido y es tan fuerte,
Que por ellos no entró sombra de muerte.
Que tales son palabras desmandadas.
Si vírgenes las oyen,
Que á Dios han sido y son sacrificadas.
Con gran razón á tu valor inmenso
Consagran mil deidades sus labores,
Cuando mariijan perlas en sus faldas:
Todo ese mundo allí te paga censo,
Y éste de acá, mediante tus favores,
Crece en riquezas de oro y esmeraldas:
Potosí, que sustenta en sus espaldas
Entre el invierno crudo
Aquel peso, que Atlante ya no pudo,
Confiesa que su fama te la debe;
Y quien del claro Lima el agua bebe,
Sus primicias te ofrece.
Después que con sus dones se engrandece,
Acrecentando ofrendas
A tus excelsas y admirables prendas:
Yo que aquestas grandezas voy mirando.
Entretenida en ellas,
Las voy en mis entrañas celebrando.
¡Qué galano y qué exquisito elogio! Entre los innumerables pane-
giristas españoles, latinos é italianos de Lope, cuyos versos llenan
volúmenes enteros, nadie alcanzó á este grado de admiración pro-
funda y concentrada. Pero aún es más hermoso lo que sigue:
Lope había escrito El Peregrino en su patria^ y la docta poetisa le
exhorta á buscar su verdadera patria en el cielo, donde ella espera
unirse á él en amor santo é imperecedero:
En tu patria, Belardo, mas no es tuya.
No sientas mucho verte peregrino...
PERÚ I5Q
Que otro origen tuviste más divino
Y otra gloria mayor, si la buscares.
¡Oh, cuánto acertarás, si imaginares
Que es patria tuya el cielo,
Y que eres peregrino acá en el suelo!
Pues, peregrino mío,
Vuelve á tu natura!: póngante brío,
No las murallas, que elevó tu canto
En Tcbas engañosas,
Mas las eternas, que te importan tanto.
Allá deseo en santo amor gozarte,
Pues acá es imposible poder verte,
Y temo tus peligros y mis faltas:
Tabla tiene el naufragio, y escaparte
Puedes en ella de la eterna muerte,
Si del bien frágil al divino saltas;
Las singulares gracias con que esmaltas
Tus soberanas obras,
Con que fama inmortal continuo cobras.
Empléalas de hoy más en versos lindos,
En soberanos y divinos Pindos:
Tus divinos concetos
Allí serán más dulces y perfetos;
Que el mundo á quien le sigue.
En vez de premio al bienhechor persigue,
Y contra la virtud apresta el arco
Con ponzoñosas flechas
De la maligna aljaba de Aristarco.
Con hechicero candor se declara Amarilis inexperta en sucesos
amorosos, como quien emplea su tiempo en dulces coloquios con el
cielo, y termina pidiendo á Lope un don poético
Para bien de tu alma y mi consuelo.
Le ruega, pues, que escriba en verso la vida y martirio de una
santa de su particular devoción y de la de su hermana:
Yo y mi hermana una santa celebramos,
Cuya vida de nadie ha sido escrita,
Como empresa que muchos h.in temido:
]6i) CAPÍTULO IX
El verla de tu mano deseamos;
Tu dulce musa alienta y resucita,
Y ponía con estilo tan subido,
Que sea donde quiera conocido
Y agradecido sea
De nuestra santa virgen Dorotea.
¡Oh, qué sujeto, mi Belardo, tienes,
Con que de lauro coronar tus sienes!
Desta divina y admirable santa
Su santidad refiere,
Y dulcemente sa martirio canta.
Engolosinado con la belleza de esta epístola, que es sin duda la
mejor pieza poética del Perú en sus primeros tiempos, la he ido
transcribiendo casi toda. vSéame lícito añadir algunos versos más,
notables unos por la gala, bizarría y aun despilfarro de la dicción
poética, semejante á la del mismo Lope y á la de Valbuena, otros
por la suave y afectuosa modestia:
Finalmente, Belardo, yo te ofrezco
Una alma pura á tu valor rendida:
Acepta el don, que puedes estimallo;
Y dándome por fe lo que merezco,
Quedará mi intención favorecida.
Y para darte más, no sé si hallo.
Déte el cielo favores,
Las dos Arabias bálsamo y olores,
Cambaya sus diamantes, Tibar oro,
Marfil Soíala, Persia su tesoro.
Perlas los orientales,
El Rojo mar finísimos corales,
Balajes los Ceilanes,
Aloe precioso Sámaos y Campanes,
Rubíes Pegugamba, y Nubia algalia,
Ametistes Rarsinga,
Y prósperos sucesos Acidalia.
Ya veo que tendrás por cosa nueva,
No que te ofrezca censo un mundo nuevo.
Que á ti cien mil que hubiese te le dieran;
PEFfÜ l6l
Mas que mi musa rústica se atreva
Á emprender el asunto á que me arrojo,
Hazaña que cien Tassos no emprendieran:
Ellos al fin son hombres, y temieran;
Mas la mujer, que es fuerte,
No teme alguna vez la misma muerte.
Pero si he parecídote atrevida,
*
Á lo menos parézcate rendida;
Que fines desiguales
Amor los hace con su fuerza iguales;
Y quedóte debiendo.
No que me sufras, mas que estés oyendo
Con singular paciencia mis simplezas,
Ocupado contino
En tantas excelencias y grandezas.
Versos cansados, ¿qué furor os lleva
Á ser sujeto de simpleza indiana,
Y á poneros en mano de Belardo?
Al fin, aunque amarguéis, por fruta nueva
Os vendrán á probar, aunque sin gana,
Y verán vuestro gusto bronco y tardo:
El iugenio gallardo,
En cuya mesa habéis de ser honrados.
Hará vuestros intentos disculpados:
Navegad: buen viaje: haced la vela:
Guiad un alma que sin alas vuela.
Lope de Vega contestó en la epístola de Belardo d Amarilis,
que tiene buenos trozos y curiosas noticias de su persona y de su
vida, pero que dista mucho de ser la mejor de las suyas. Por esta
vez perdone Lope: la humilde poetisa ultramarina lleva la palma.
Él, que tanto pecaba por el lado de la galantería, fácilmente hubiera
perdonado este juicio, y aun se hubiera complacido en la derrota; ni
quien es opulento en grado tan soberano y excepcional, pierde nada
por algunos tercetos más ó menos felices. De los requiebros que
dirige á su encubierta admiradora, pondré alguna muestra, para
completar este curioso capítulo de costumbres literarias:
Bien sé que en responder crédito empeño;
Vos, de la línea equinoccial sirena.
1 62 CAPÍTULO IX
Me despertáis de tan profundo sueño.
¡Qué rica tela, qué abundante y llena
De cuanto al más retórico acompaña!
¡Qué bien parece que es indiana vena!
Yo no lo niego: ingenios tiene España;
Libros dirán lo que su musa luce,
Y en propia rima imitación extraña;
Mas los que el clima antartico produce
Sutiles son, notables son en todo;
Lisonja aquí ni emulación me induce.
Apenas de escribiros hallo el modo,
Si bien me le enseñáis en vuestros versos,
Á cuyo dulce estilo me acomodo.
En mares tan remotos y diversos,
¿Cómo podré yo veros, ni escribiros
Mis sucesos, ó prósperos, ó adversos?
Del alma que os adora sé deciros
Que es gran tercera la divina fama;
Por imposible me costáis suspiros.
Amo naturalmente á quien me ama,
Y no sé abon-ecer quien me abon-ece;
Que á la naturaleza el odio infama.
Yo os amo juntamente, y tanto crece
Mi amor, cuanto en mi idea os imagino
Con el valor que vuestro honor merece.
Á vuestra luz mi pensamiento inclino,
De cuyo sol antípoda me veo,
Cual suele lo mortal de lo divino.
Que no son menester las esperanzas
Donde se ven las almas inmortales.
No sujetas á olvidos ni á mudanzas.
Y cortésmente se excusa al fin de la epístola de no escribir el
poema de Santa Dorotea, dejándolo á la devoción de la misma
poetisa:
Y pues habéis el alma consagrado
Al candido pastor de Dorotea,
Que inclinó la cabeza en su cayado,
Cantad su vida vos, pues que se emplea
PERÚ 163
Virgen sujeto en casto pensamiento,
Para que el mundo sus grandezas vea (1).
¿Es esta Amarilis la misma poetisa celebrada en el Laurel de
Apolo como fénix rara de Santa Fe de Bogotá? No es inverisímil
que de lluánuco pasara á establecerse al Nuevo Reino de Granada,
pero no me atrevo á afirmarlo.
Ni menos á identificarla, porque diferencias de estilo lo vedan,
con otra egregia poetisa peruana, discípula del sevillano Diego
Mexía, cuyo Parnaso Antartico honró con su Discurso en loor de la
Poesía^ que íntegro va en nuestra colección académica, no sólo como
precioso documento de historia literaria, por las noticias rarísimas que
contiene de ingenios del Virreinato, sino como un curioso ensayo de
Poética^ como un bello trozo de inspiración didáctica, del cual ha
dicho, no sin razón, el ilustre colombiano Pombo que «rara vez en
verso castellano se ha discurrido más alta y poéticamente sobre la
poesía» (2). Compárese, por ejemplo, con el Ejemplar Poético de
Juan de la Cueva, que es del mismo tiempo y de la misma escuela y
hasta del mismo metro, y se verá cuánto más excelsa concepción
de la poesía tenía la grande anónima^ y qué forma tan elegante y gra-
ciosa alcanzó á dar á sus nociones estéticas, á pesar de las som-
bras de pedantismo que empañan algunas páginas, y la flaqueza de
versificación que se advierte en otras (3).
(i) Las dos epístolas de Amarilis á Belardo y de Belardo á Amarilis se
hallan en el tomo i de las Obras sueltas de Lope de Vega, edición de Sancha,
páginas 457 y 468, y fueron reimpresas en un cuadernito, Lima, 1834, impren-
ta de Félix Moreno. El editor, que fué D. Manuel Antonio Valdizán, natural
de Huánuco, trata de probar, con débiles argumentos, que la incógnita
dama tenía el apellido Figueroa, y era hermana de Doña Isabel (Bclisa), que
casó en primeras nupcias con el encomendero D. Bartolomé Tarazona, y en
segundas con el licenciado Diego Alvarez, que fué corregidor del Cuzco y de
Potosí (tiene artículo en el Diccionario de Mendiburu).
(2) En el prólogo á las Poesías de Doña Agrípina Montes del Valle (Bogo-
tá, 1883), pág. XLVUI.
(3) El concepto estético, como hoy diríamos, de la incógnita poetisa, era,^
no ya platónico, sino profundamente místico:
164 CAPÍTULO IX
(Juién fuera ella, parece hoy imposible adivinarlo. Mexía nos la
presenta como «una señora principal de este Reino, muy versada en
la lengua Toscana y Portuguesa, por cuyo mandamiento y por justos
respetos no se escribe su nombre, con el qual discurso (por ser de
una heroica dama) fué justo dar principio á nuestras heroicas epís-
tolas». Ni era ella sola la mujer que honrase entonces las letras en el
Perú, puesto que habla de otras tres, aunque sin nombrarlas:
Y aun yo conozco en el Perú tres damas
Que han dado en poesía heroicas muestras...
Una de ellas sería probablemente la Amarilis, que escribió á Lope;
otra, quizá, la D.^ Jerónima, de Quito, que entonces se consi-
deraba como parte del Perú. En cuanto á los poetas, fué la anónima
El don de la poesía abraza y cierra,
Por privilegio dado de la altura,
Las ciencias y artes que hay acá en la tierra.
Esta las compreliende en su clausura,
Las perfecciona, ilustra y enriquece
Con su melosa y grave compostura.
Y aquel que en todas ciencias no florece,
Y en todas artes no es ejercitado.
El nombre de poeta no merece.
Y por no poder ser que esté cifrado
Todo el saber en uno sumamente.
No puede haber poeta consumado...
Pues ya de la Poesía el nacimiento
Y su primer origen < fué en el suelo?
¿Ó tiene aquí en la tierra el fundamento?
Oh Musa mía, para mi consuelo
Dime dónde nació, que estoy dudando.
Nació entre los espíritus del cielo...
De esta región empírea, santa y bella,
Se derivó en Adán, primeramente.
Como la hueste Deifica en la estrella.
¿Quién duda que advirtiendo allá en la mente,
Las mercedes que Dios hecho le había
Porque le fuese grato y obediente,
No entonase la voz con melodía,
Y cantase á su Dios muchas canciones,
Y que Eva alguna vez le ayudaría?
Y viéndose después entre terrones,
Comiendo con sudor por el pecado,
Y sujeto á la muerte y sus pasiones.
Estando con la reja y el arado,
<Qué elegías compondría de tristeza,
Por verse de la gloria desterrado?
PERÚ 165
más explícita, dándonos como el Laurel de Apolo 6 el Canto de Ca-
liope de la colonia. Hasta diez y siete cita por sus nombres: unos
venidos de España, otros naturales de las regiones antarticas. De
algunos hemos hablado ya; otros son totalmente desconocidos ó no
han dejado más memoria que algún soneto laudatorio ó composi-
ción de certamen; y de los restantes pasamos á dar breve razón,
conforme á lo que de sus obras resulta (l).
Tuvo el Perú, de igual suerte que México, la fortuna de ser visi-
tado en el siglo de oro por muy preclaros ingenios españoles, que
(i) He aquí la lista completa de los poetas que cita: El Dr. Figueroa, Duar-
te Fernández, Montesdoca, Sedeño, el licenciado Pedro de Oña, Miguel Ca-
bello de Balboa, Juan de Salcedo Villandrando, los PP. Ojeda y Gálvez, Juan
de la Portilla, Gaspar Villarroel, D. Diego de Ávalos, Luis Pérez Ángel, An-
tonio Falcón, Diego de Aguilar y Córdoba, Cristóbal de Arriaga y D. Pedro
de Carvajal.
La epístola termina como empezó, con un bello elogio de la Poesía, donde se
glosan felizmente algunos conceptos de Marco Tullo en la oración /;■£> Aichia
poeta:
Es la Poesía un piélago abundante
De provechos al hombre; y su importancia
No es sola para un tiempo ni un instante.
Es de provecho en nuestra tierna infancia.
Porque quita y arranca de cimiento,
Mediante sus estudios, la ignorancia.
En la virilidad es ornamento,
Y á fuerza de vigilias y sudores
Pare sus hijos nuestro entendimiento.
En la vejez alivia los dolores,
Entretiene la noche mal dormida,
O componiendo ó revolviendo autores.
Da en lo poblado el gusto sin medida.
En el campo acompaña y da consuelo,
Y en el camino á meditar convida.
De ver un prado, un bosque, un arroyuelo.
De oir un p.ijarito, da motivo
Para que el alma se levante al cielo.
Anda siempre el poeta entretenido
Con su Dios, con la Virgen, con los Santos,
O ya se baja al centro denegrido.
De aquí proceden los heroicos cantos,
Las sentencias y ejemplos virtuosos,
Que han corregido y convertido á tantos.
Y si hay poetas torpes y viciosos.
El don de la Poesía es casto y bueno,
Y ellos los malos, sucios y asquerosos.
I 66 CAPÍTULO IX
dejaron allí una tradición castiza y de buen gusto. Casi todos estos
poetas eran andaluces, y los más pertenecían ala escuela sevillana,
de la cual la primitiva poesía de la América española puede consi-
derarse como una rama ó continuación. Fué de los primeros el ya
citado Diego Mexía, el más feliz traductor de las Heroidas de Ovidio
que hasta ahora ha logrado nuestra lengua, traductor fiel no tanto á
la letra, como al espíritu poético, lánguido y muelle del original;
hábil en la expresión de los afectos y ternezas de amor; versificador
desigual y negligente, en quien no son raros los aciertos exquisitos,
contrapesados por gran número de prosaísmos y locuciones forza-
das. La ley rígida y estrecha del terceto que en toda su versión
adoptó, no es molde adecuado para el dístico latino, y hubo de
arrastrarle muchas veces á desleír los pensamientos en larga y soño-
lienta paráfrasis. La Epístola de Safo á Faón descuella entre todas
por el mayor número de bellezas: no sin razón la eligió Quintana
para muestra en su Colección de Poesías Selectas^ honra que á poquí-
simas traducciones quiso dispensar su severo juicio. «El tono ele-
giaco (dice aquel gran maestro) está bastante sostenido en toda la
obra, y son pocas las de su clase que presenten trozos tan naturales,
tan bien sentidos y tan felizmente expresados, como la pintura que
Saí"o hace de sí misma cuando le dan la noticia de la fuga de su
amante, la del bosque donde entra á veces á meditar en su tristeza
y á recordar sus pasadas delicias, y la de su ilusión, en que se figura
que Faón viene surcando los mares á buscarla» (l).
El trabajo de Diego Mexía, aunque por la patria de su autor no
sea americano, lo es por la tierra en que se emprendió y terminó,
como largamente declara el autor en su curiosísimo prólogo: «Nave-
gando el año passado de noventa y seis, desde las riquíssimas pro-
vincias del Pirú á los Reinos de la Nueva España (más por curiosi-
dad de verlos que por el interés que por mis empleos pretendía), mi
navio padesció tan grave tormenta en el golfo llamado comúnmente
fiel Papagayo, que á mí y á mis compañeros nos fué representada la
verdadera hora de la muerte. Pues demás de se nos rendir todos los
árboles (víspera del gran Patrón de las Espanas, á las doze horas de
(i) Colección de Poesías Selectas Castellanas^ t. m (ed. de 1830), pág. 429.
PERÚ 167
la noche), con espantoso ruido, sin que vela ni astilla de árbol que-
dasse en el navio, con muerte arrebatada de un hombre, el comba-
tido bajel daba tan temerarios balances, con más de dos mil quinta-
les de azogue que por carga infernal llevaba, sin mucho vino y plata
y otras mercaderías de que estaba suficientemente cargado, que
cada momento nos hallábamos hundidos en las soberbias ondas. Pero
Dios (que es piadoso padre) milagrosamente y fuera de toda espe-
ranza humana (habiéndonos desahuciado el piloto) con las bombas
en la mano y dos bandolas, nos arrojó día de la Transfiguración en
Acaxu, puerto de Sonsonate. Aquí desembarqué la persona y plata,
y no queriendo tentar á Dios en desaparejado navio, determiné ir
por tierra á la gran ciudad de México, cabeza (y con razón) de la
Nueva España. Fuéme dificultosísimo el camino, por ser de tres-
cientas leguas; las aguas eran grandes por ser tiempo de ivierno; el
camino áspero, los lodos y páramos muchos, los ríos peligrosos y los
pueblos mal proveídos, por el cocoliste y pestilencia general que en
los indios había. Demás desto, y del fastidio y molimiento que el
prolijo caminar trae consigo, me martirizó una continua melancolía
por la infelicísima nueva de Cádiz y quema de la flota mexicana, de
que fui sabidor en el principio deste mi largo viaje. Estas razones y
caminar á passo fastidioso de requa (que no es la menor en seme-
jantes calamidades), me obligaron (por engañar á mis propios tra-
bajos) á leer algunos ratos en un libro de las Epístolas del verdade-
ramente poeta Ovidio Nasón, el cual, para matalotaje del espíritu,
por no hallar otro libro, compré á un estudiante en Sonsonate. De
leerlo vino el aficionarme á él, y la afición me obligó á repassarlo, y
lo uno y lo otro y la ociosidad me dieron ánimo á traducir, con mi
tosco y totalmente rústico estilo y lenguaje, algunas epístolas de las
que más me deleitaron. Tanto duró el camino y tanta fué mi cons-
tancia, que cuando llegué á la gran ciudad de México Tenustlitan,
hallé traduzidas, en tres meses, de veinte y una epístolas las cator-
ce... Y considerando que mi entrada en la Nueva España (respecto
de la grande falta de ropa y mercaderías que en ella había) se dila-
taba por un año, me pareció que no era justo desistir desta impresa;
y más, animado de los pareceres de algunos hombres doctos: y así
mediante la perseverancia le di el fin que pretendía.»
Mbnicndbz X FSI.Á.YO.— Poesía his^ano-americaHa. II. ii
1 68 CAPÍTULO IX
Conste, pues, que el lauro poético de Diego Mexía ha de repartir-
se entre México, Guatemala y el Perú, y que esta traducción no fué
obra de pacífico humanista, labrada y pulida en quieto y estudioso
retiro, sino diversión y alivio de interminables jornadas por tierras
bárbaras y remotas, tras de tormentas, huracanes y naufragios. «El
ingenio (dice el autor) y talento que Dios fué servido de darme, si es
alguno, es bien poco, y esse ocupado y distraydo en negocios de fa-
milia y en buscar los alimentos necesarios á la vida; la inquietud del
espíritu es tan grande como la del cuerpo, pues ha veinte años que
navego mares y camino tierras por diferentes climas, alturas y tem-
peramentos, barbarizando entre bárbaros, de suerte que me admiro
cómo la lengua materna no se me ha oh'idado... La comunicación
con hombres dotos (aunque en estas partes hay muchos) es tan
poca, cuan poco es el tiempo que donde ellos están habito, demás
que en estas partes se platica poco desta materia, digo de la verda-
dera poesía y artificioso metrificar; que de h:icer copias á bulto,
antes no hay quien no lo profese. Porque los sabios que desto
podrían tratar, sólo tratan de interés y ganancias, que es á lo que
acá los trajo su voluntad, y es de tal modo que el que más doto
viene se vuelve más perulero... ¡Oh, dichosos (y otra vez dichosos)
los que gozan de la quietud de España, pues con tanta facilidad y
con tantas ayudas de costa pueden ocuparse en ejercicios virtuosos
y darse á los estudios de las letras! y ¡oh, mil veces dinos de ser
alabados los que á cualquier género de virtud se aplican en las
Indias, pues demás de no haber premio para ella, rompen por tan-
tos montes de dificultades para conseguirla!» (l).
(i) Primera parte del Parnaso Antartico de obras amatorias. Con las veinti-
una Epístolas de Ovidio y el « In Ibim » eji tercetos. Dirigidas á don luán de
Villela, Oydor en la Chancilleria de los Reyes. Por Diego Mexia , natural de la
ciudad de Sevilla, i residente en la de los Reyes, eri los 7-iquissimos Reinos del Pirti.
Año 1608. Con privilegio; en Sevilla. Por Alonso Rodríguez Gai/iarra, 4.°
Las Heroidas se reimprimieron ea el tomo xix de la Colección Fernández, y
recientemente en la Biblioteca Clásica; pero en una y otra edición hubo el
mal acuerdo de suprimir la mayor parte de los preciosos preliminares del
libro, y con ellos la carta de la señora peruana. Tampoco está en las reim-
presiones modernas la traducción del Ibis. De modo que el Parnaso Antár-
PERÚ 169
Mucho más que del culto ingenio de Mexía puede gloriarse Lima
de haber dado hospitalidad en su convento de Predicadores, como
reo-ente de Estudios y maestro y Lector de Teología, al que sin
tico sólo puede ser conocido íntegramente consultándole en la primera edi-
ción. Exórnanla sonetos laudatorios del Licenciado Pedro de Oña, en nombre
de la Antartica Academia de la ciudad de Lima en el Perú; del Dr. Pedro de
Soto, catedrático de Filosofía en México, en nombre de su claustro^ y de Luis
Pérez Ángel, natural, ó á lo menos vecino, de Arica, según se infiere del
elogio de la incógnita poetisa:
Con gran recelo á tu esplendor me llego,
Luis Pérez Ángel, norma de discretos.
Porque soy mariposa y temo el fuego,
Fabrican tus romances y sonetos,
Como los de Anfión un tiempo á Tebas,
Muros á Arica, á fuerza de concetos.
Una segunda parte inédita del Parnaso A?iidríico se conserva en la Biblio-
teca Nacional de París (núm. 599 del Catálogo de Morel-Fatio). El manuscrito
perteneció al Virrey Príncipe de Esquiladle, cuyas armas lleva, y á quien fué
dedicado por el propio Diego Mexia de Fernangil, tninistro del Santo Oficio de
la Inquisición^ en la visita y corrección de los libros de la ciudad de Sevilla. El
autor residía entonces en la villa de Potosí, después de haber perdido la
mayor parte de su fortuna, en la «deshecha tormenta que corrió por sus ne-
gocios». Todo induce á creer que era mercader ó tratante. De sus quiebras
se consolaba con el cultivo de las letras, «desenvolviendo muchos autores la-
tinos y frecuentando los umbrales del sagrado templo de las Musas». «Conoz-
co (añade), que en treinta y tres que ha salí de España, es ya otro el len-
guaje, y otra la perfección y alteza de la poesía; pero con ésta que entonces
traje y acá se ha disminuido, quise hacer este servicio á aquel señor que es-
timó en más el cornadillo de la pobrecita que las magníficas ofrendas de los
ricos y poderosos... Es esta mi poesía como los ídolos que Alcibíades con-
sagraba al dios Sueno, que en lo exterior eran feos y mal compuestos, y den-
tro de sí encerraban joyas y piedras preciosas, y ninguna de más valor ni es-
tima que las obras de Cristo N. S.»
Esta segunda parte, en efecto, es de carácter enteramente distinto de la
primera, pues sólo contiene versos religiosos. Ocupan la mayor parte del
tomo 200 sonetos sobre la vida de Cristo, escritos con idea de que acompaña-
ran á unas estampas del P.Jerónimo Natal, de la Compañía de Jesús. Después
se encuentran una Epístola d la Serenísima Reina de los Ángeles, Santa Alaría
Virgen; La Perla de la vida de Santa Afargarita, Virgen y Aídrtir, dirigida al
licenciado Alonso Maldonado de Torres, presidente de la Real Audiencia de
170 CAPITULO IX
empacho podemos llamar el primero de nuestros épicos sagrados,
émulo victorioso del obispo Jerónimo Vida y digno de emparejar á
veces con Milton y Klopstock, Fué éste el dominico sevillano Fray
Diego de Ojeda, grande entre los raros poetas de su orden, y de
primera nota entre los de España, por más que tanto tiempo pesara
sobre él un injustísimo olvido, de que por fin vino á redimirle la alta
y serena crítica de Quintana. No hay en la Cristiada, ni cuadraba al
sublime y tremendo asunto que el religioso poeta eligió, la fantasía
intemperante y deslumbradora, el lujo oriental 6 tropical del Ber-
nardo, ni tampoco la novedad de materia y color que realzan la
Araucana; pero es, sin disputa, el mejor compuesto de nuestros
poemas, el más racional en su traza y distribución de partes, el que
penetra en esferas más altas del sentimiento poético, el más lleno
de calor, de elocuencia patética, de afectos humanos, de viva y pe-
netrante efusión, que en ciertos pasajes, como el cuadro de los azo-
tes, es capaz de arrancar lágrimas al lector menos pío. La ardiente
elocuencia de nuestros ascéticos, la del venerable Granada, sobre
todo, en sus Meditaciones sobre la Pasión, nadie la ha igualado entre
nuestros poetas, salvo el P. Ojeda. Si en España no estuviera el
gusto tan rematadamente estragado, no andaría la Cristiada con-
fundida y olvidada en un rincón de la Biblioteca de Autores Espa-
ñoles, sino que se multiplicarían sus ediciones para deleite de las
almas devotas, no menos que de los hombres de buen gusto. Quin-
tana harto hizo con sacarla de la obscuridad y recomendarla, ven-
ciendo su genial indiferencia respecto de la poesía religiosa. «La
pompa y brillantez de las descripciones (dice), la belleza general de
los versos y del estilo corresponden casi siempre á la grandeza de
la intención y de los pensamientos... El lenguaje de la Cristiada es
propio, puro, natural, ajeno enteramente de la afectación, pedantería,
conceptos y falsas flores que corrompieron después la elocuencia
y la poesía castellana... No se hallarán en Ojeda imitaciones de
otros poetas antiguos ni modernos; el lenguaje de la Escritura y de
Charcas, y luego oidor en el Consejo de Indias; una Oración en alabanza de la
Señora Santa Ana, Las Novísimas, una Égloga del Buen Pastor y otra del Dios
Pan al Santísimo Sacramento.
PERÚ 171
los libros ascéticos son las fuentes de su dicción, que hierve toda
de expresiones sublimes á veces, á veces tiernas y dulces, y fre-
cuentemente también tocando en familiares y bajas por su extrema-
da naturalidad y sencillez» (l).
A esta familiaridad, que á veces degenera en prosaísmo y bajeza;
á ciertos resabios escolásticos y de controversia teológica (que no
sería difícil encontrar también en Dante y en Milton); á la falta de
plenitud y cadencia en algunos versos y de esmerada construcción
en muchas octavas; á la falta de energía con que están presentados
los caracteres, atribuye principalmente Quintana el que la Cris-
tiada, con valer todo lo que vale, y ser, bajo muchos respectos, su-
perior á todos los productos de nuestra musa épica, no pueda clasi-
ficarse sin reserva entre las obras maestras de su género, aunque,
mirada á trozos, llegue á contundirse con ellas. Yo creo que lo que
principalmente la daña es cierto género de ejecución menuda y algo
candorosa, cierto abandono infantil, más propio de libro de devo-
ción que de poema épico, y una verbosidad desatada que roba ner-
vio á la dicción y energía á las situaciones, y deja ver con frecuen-
cia detrás del poeta al orador sagrado. Pero cuando Ojeda acierta,
^quién de nuestros épicos acierta como él? La vestidura que lleva
el Salvador al Huerto, en la cual estaban representados los pecados
del mundo; la Oración personificada que sube al cielo á pedir á
Dios por su Hijo; el hermoso movimiento lírico con que el poeta
interviene en el cuadro de los azotes Yo pequé, mi Señor, y tú pade-
ces...; los consuelos del arcángel Gabriel á la Virgen María vatici-
nándole la resurrección de su hijo; el cuadro todo de la Crucifixión,
y especialmente el momento del eclipse...; estas y otras innumera-
bles cosas que hay en el poema de nuestro dominico, son de mag-
nífica y soberana poesía, y todo hombre de buen gusto dirá como
dijo Quintana del último de los trozos mencionados: «Yo no co-
nozco cosa que se aventaje en grandeza á este pedazo de poesía, y
puede ir á la par con cualquiera de las ideas sublimes que se admi-
ran en Homero, Dante, Miguel Ángel, Milton y los demás poetas y
pintores de esta fuerza.»
(i) Prólogo de la Musa Épica (t. i, edic. de 1833), pág. 48.
172 CAPITULO IX
¡Singular privilegio del suelo americano, el que en él hayan sido
compuestas las tres principales epopeyas de nuestro siglo de oro:
la histórica en Chile, la sagrada en el Perú, la novelesca y fantás-
tica en México, Jamaica y Puerto Rico! (l).
Juntamente con el P. Ojeda daba culto á las musas otro dominico
sevillano, Fr. Juan Gálvez, residente en el convento de Trujillo
cuando la poetisa anónima escribía, dándonos razón de su patria:
El uno está Truxillo enriqueciendo;
A Lima el otro, y ambos á Sevilla
La estáis con vuestra musa ennobleciendo.
«Fr. Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de
Cortés y otro en su Cristiada, bien osarán publicar que las aguas
del río Lima, que baña la ciudad de su nombre, no envidiarán jamás
á las de Beocia», añade el Licdo. Bermúdez y Alfaro en el prólogo
( I ) La Cristiada, del P. Maestro Fr. Diego de Hojeda^ Regente de los estudios
de los Predicadores de Lima; que trata de la vida y muerte de Cristo nuestro Sal-
vador. Dedicada al Excmo. Sr. D. J. de Mendoza y Ltma, Marqués de Montes-
claros y Virrey del Peni... Impreso en Sevilla en la imprenta de Diego Pérez, en
la calle de Catalanes, año de 161 1, 4.° Las aprobaciones están fechadas en
Lima. Hay versos laudatorios de Lope de Vega, Mira de Amescua, Gregorio
Rico y el Licdo. D. Gabriel Gómez.
La primera reimpresión completa de este raro y precioso libro fué la
contenida en el t. i de los Poemas Épicos de la Biblioteca de Rivadeneyra, que
coleccionó D. Cayetano Rosell. Entre las posteriores merece especial recuer-
do la muy lujosa de Barcelona, hecha por la casa editorial de González
y C.^ en 1896, con un prólogo de D. Francisco Miquel y Badía. (Fol. máximo,
con muchas cromolitografías y dibujos intercalados.) Un peruano, D. J. Ma-
nuel de Berriozábal, publicó en 1841 en París una refundición, ó más bien
compendio, del poema, con el título de La Nueva Cristiada, y tengo idea de
que esta refundición volvió á imprimirse en Barcelona.
Un joven dominico, de quien espera mucho la historia literaria de su Or-
den (a), presentó años hace á la Facultad de Letras de la Universidad de Ma-
drid una tesis doctoral acerca del P. Ojeda, con datos biográficos que no hemos
visto en ninguna otra parte.
(a) Estas esperanzas se han convertido ya en realidades, que irán siendo mayores
cada día. Alúdese aquí á Fr. Justo Cuervo, á quien debemos la primera edición fiel y
correcta de las Obras de Fr. Luis de Granada, y de quien esperamos el mismo trabajo
respecto de la Cristiada.
PERÚ 173
de la Hispálka de Luis de Belmente. Nada sabemos de este poema
sobre Hernán Cortes, y si su autor merecía realmente ser nombra-
do en compañía de tal poeta como Ojeda, nunca nos consolaremos
de su pérdida.
Mucho se ha perdido también, pero bastante conservamos, de las
excelentes obras de Luis de Belmonte Bermúdez, aunque en la me-
moria de los curiosos apenas le sobreviva otra cosa que su comedia
de El Diablo Predicador, de tan atrevida y fantástica invención en la
parte seria, de tan intenso y picante donaire en la parte cómica, la
cual sirvió de remoto ejemplar á una de las escenas episódicas del in-
comparable Don Alvaro, Pero el repertorio dramático de Belmonte
ya escribiendo sólo, ya en colaboración, es mucho más copioso y
de los más notables entre los de segundo orden.
Perdióse un libro suyo de doce novelas, muy celebrado por el
donaire, invención y agudeza de su prosa, en que comenzaba Bel-
monte por reanudar el hilo de la postrera de las Ejemplares de Cer-
vantes, haciendo la vida del perro Cípión como el manco sano había
escrito la de Berganza. De sus obras poéticas, aún permanece ma-
nuscrita en dos códices, uno de la Colombina y otro de Granada (bi-
blioteca de los duques de Gor), la principal de todas; es decir, La
Hispálica, poema sobre la conquista de Sevilla, rico de valientes
octavas, y por todo extremo superior á la Bética de Juan de la
Cueva. Con ser tan varia la fecundidad literaria de Belmonte, aún
fué mayor Ja variedad y extrañeza de los sucesos de su vida, desde
que muy joven abandonó las orillas del patrio Betis, «gastando los
años mejores de su vida en peregrinaciones navales». El Licdo. Ber-
múdez y Alfaro, amigo, y, al parecer, deudo suyo, nos refiere sus
andanzas en el prólogo que puso al frente de La Hispdlica (l);
«Pasó á Nueva España en sus primeros años, y como su inclina-
ción le guiase á ver nuevas provincias, navegó á las del Pirú el año
siguiente (2), donde, á ejemplo de los floridos ingenios de Lima,
volvió al estudio afable de las musas, alcanzando gran parte de la
(1) Impreso en el Ensayo de Gallardo, t. n, páginas 62-69.
(2) Estaba ya en Lima el año 1605, según él propio advierte en el pró-
logo de la comedia Algunas hazañas... de D. Garda Hurtado de Mendoza.
174 CAPITULO IX
doctrina que en sus obras descubre... Escribió Luis de Belmente un
poema vario en la invención, porque lo pedía el sujeto, de sucesos
de aquellas provincias, con la sucesión de los virreyes suyos, que
otro lo tuviera por caudal principal, y él apenas se acuerda de ha-
berlo hecho; tanto se ha vencido con la fuerza del trabajo.
» Ofrecióse á la sazón salir una armada á las regiones del Austro,
y como semejantes armadas tienen necesidad de cronistas, que así
lo encarga S. M. expresamente, buscó el general Pedro Fernández
de Quirós persona que hiciese este oficio, y asimismo quien usase
el de secretario, que no siendo menester mucho para persuadir á
nuestro autor, por su inclinación natural, aceptó la plaza, hallándo-
se en él las partes que requerían ambos oficios, porque en razón de
letra no conocemos en España quien le exceda, y no sin dificultad
se podrá hallar quien le iguale, si bien estima en poco un don tan
excelente, siendo, como es', con el extremo que en él se conoce.
»Hizo su peregrino viaje, descubriendo en tres bajeles la armada
incultas y no domadas regiones, costeando la Nueva Guinea y las
islas que llaman de Salomón, y parte de las dos Javas, Mayor y Me-
nor, engolfándose después en el extendido archipiélago de San Lá-
zaro, y, en fin, poniendo (como él mismo dice en una estancia)
nombres á los mares, puertos y ríos; y más copiosamente en los
últimos capítulos de un libro suyo en prosa, que saldrá entre las
demás obras, guardando en silencio la historia de su jornada, que
escribió en versos heroicos, hasta darle la última lima, por lo poco
que se agrada de sus mismas obras.
s>Gastó en la mar once meses y veinte días, que en golfos jamás
descubiertos, con hambre y sed, tanto de la tierra como del susten-
to, claro es que serían los peligros grandes y los trabajos inmensos.
Su almirante y lancha arribaron á las Malucas, á la sazón que aca-
baba de ganarlas D. Pedro de Acuña, gobernador de Filipinas; y la
capitana en que venía Luis de Belmonte, destrozada }'■ perdida con
la fuerza de los vientos, que pareció milagro, cobró á los seis meses
últimos la costa de la Nueva España, prolongándola ochocientas le-
guas por la banda del Sur. Al fin, por varios casos, llegó á seguro
puerto; pasó á México segunda vez, donde, no pudiendo olvidar el
manjar sagrado de las Musas, escribió, entre muchas comedias,
PERÚ 175
que algunas hay impresas, la Vida del patriarca Ignacio de Layó-
la, en versos castellanos, que de su género dudo que alguno se le
aventaje. Haráse en España la segunda impresión (l), y le con-
cederán el lugar que ha tenido en todas las provincias de Indias...
»Llegó á Madrid Luis de Belmente queriendo con su General
volver á la conquista de las regiones que dejaron descubiertas; p-ero
causas legítimas, bien contra su inclinación y gusto, le forzaron á
no proseguir la empresa, si bien ha gastado el tiempo aprovechada-
(i) Nunca he visto esta segunda edición, ni hallo que ningún bibliógrafo
la mencione. Es probable que no pasase de proyecto. Sobre la de México,
que es rarísima, véase el tomo i de la presente Historia, pág. 65.
De los ingenios que en Lima conoció Belmente, hace curiosa enumeración
su panegirista Bermúdez, con noticias que probablemente le había comuni-
cado el mismo poeta.
«El licenciado Pedro de Oña, hijo de la robusta Chile, bien muestra en su
Arauco domado la luz que pudieran envidiar los mejores de Italia, si ya con-
fiesa hoy, eon la ventaja que se hace á sí mismo, que fué trabajo de sus pri-
meros años, con sola la bizarría del natural gallardo: será (si pone los últimos
pinceles al Poema del Padre Javier, apóstol de la India, y discípulo del Beato
Ignacio), no el menor de los que blasonan en nuestro tiempo.
»Fr. Juan de Galves y Fr. Diego de Ojeda, uno en su Historia de Cortés, y
otro en su Cristiados...
»ElDr.Figueroa, aunque hijo de España, tiene hoy con justa razón por patria
aquella nobilísima ciudad, que le honra como á natural suyo;es también uno de
los que pueden entrar á la parte en el laurel de Apolo, en igualdad de pocos.
»E1 Dr. Rivadeueira Villarroel y el Secretario Obregón, claro manifesta-
dor de los conceptos de Italia, no menos tienen el lugar que sus elegantes
versos merecen.»
El Dr. Figueroa, del cual se habla aquí, y á quien menciona también la
poetisa anónima:
Testigo me serás, sagrado Lima,
Que el doctor Figueroa es laureado
Por su grandiosa y elevada rima.
Tú, de ovas y espadañas coronado.
Sobre la urna transparente oíste
Su grave canto, y fué de tí aprobado...
no es el poeta complutense Francisco de Figueroa, ni el valisoletano Dr. Cris-
tóbal Suárez, que nunca estuvieron en América, sino un Dr. Figueroa, profe-
sor de Medicina en la universidad peruana, de quien hay versos en los preli-
minares de algunos libros.
Aprovecharé esta nota para subsanar la omisión del curioso pasaje del li-
176 CAPÍTULO IX
mente es los estudios que sigue, no dejando por ver las mejores
ciudades de España, sólo á fin de comunicar los ingenios dellas.»
El mismo aventurero poeta alude bizarramente á sus descubri-
mientos y peregrinaciones navales en una digresión de La His-
pálica:
Yo, apenas conocido en nuestro Polo,
¿Cómo podré sonar en la sujeta
Región del Austro, de fiereza armado,
Si bien la visité como soldado?
Penetra el mundo, sin moverse el dueño.
La fama de la pluma y de la espada,
Y en tanto que reposa en blando sueño,
Llega su nombre á la región helada.
Pues yo que, alegre, la persona empeño
Por la región del sol más abrasada.
No quisiera más fama que en aquellas
Provincias que medí con propias huellas.
Más ondas nuevas penetré que vieron
Colón, Cortés, Pizarro y Magallanes,
Pues tocando las que ellos descubrieron.
Pasé con los cruzados tafetanes,
ün capitán seguí de quien temieron,
cenciado Bermúdez, relativo á los poetas mexicanos contemporáneos de
Belmente.
«De Indias salió (Luis de Belmonte) aficionado con razón á los divinos in-
genios de México, que no es su lugar el que menos luce en los concilios de
Apolo. Y puedo decir por algunos escritos que he visto suyos y dignos de la
opinión que alcanzan, que comienzan por donde acaban muchos.
sEs aventajado en tan loable ejercicio el licenciado Arias de Villalobos, y
no menos excelente en la historia por su justa erudición, de que dará testi-
monio la que felicísimamente prosigue de la Casa de Austria.
sBernardo de Balbuena tiene no inferior asiento en el Museo.
»E] Dr. Martínez y Dr. Cano no menos se precian de poetas, que del asun-
to principal que profesan; que tal vez, vacando á sus ejercicios, muestran el
esplendor de sus ingenios.
jMucho siento que he de ofenderá muchos que les igualan en INIéxico: pero
como es otro mi intento, habré de dejar quejosos tantos como florecen, por
no ser este el lugar de sus alabanzas, si acaso han menester de mi pluma, en-
trando en su número el Dr. Airólo, el Dr. Sarmiento, Arrarte, Cristóbal Nú-
ñez, Medina y Barrientos, Cristóbal Porcel y Luis de Zarate, hijos de aquella
ilustrísima ciudad; que por ser esta breve alabanza dellos, dejo los que de
PERÚ 177
Midiendo estrellas y afijando imanes,
Las no domadas ondas de Anfitrite,
Que ya no tiene el orbe quien le imite.
El pecho puse á la mayor jornada,
Llegando al sol los pensamientos míos,
Y tocando en la tierra, en vano armada,
Nombre dimos al mar, nombre á los ríos,
Como de Arauco en la jamás domada
Región, notaba los soberbios bríos
Ercilla, de los bárbaros chilenos:
Si bien yo anduve más y escribí menos.
No toca á nuestro propósito la controversia en estos últimos años
suscitada acerca del autor probable de la Relación del descubrirnien-
to de las reglones australes, que su editor atribuyó á Luis de Bel-
mente, contrariando tal opinión el malogrado cronista de nuestra
marina D. Francisco Javier de Salas (l). Lo cierto es que gran par-
te de esta relación pasó á la letra al libro de los Hechos de D. Gar-
cía Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, que compuso en 1 61 3
el Dr. Cristóbal Suárez de Figueroa, así como la galana prosa de este
libro, en la parte que se refiere á la sumisión del valle de Arauco por
D. García, sirvió de base á la desatinadísima comedia que Belmonte,
asistido de otros ocho ingenios, entre los cuales los había tan insig-
nes como Alarcón, Guillen de Castro, Mira de Amescua y Luis Vé-
lez, dieron á los teatros en IÓ22 con el título de Algunas hazañas de
las muchas de D. García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete {2).
España han pasado á México el sagrado monte Febo; de quien, y de los cla-
rísimos ingenios de Sevilla, no es justo que trate en discurso tan breve, que
sería más ofenderlos que alabarlos.»
(i) Vid. Historia del descubrimienio de las regiones australes^ hecho por el
general Pedro Fernández de Quirds, piiblicada por D. Justo Zaragoza. Ma-
drid, 1876, 3 vol.; y Boletín de la Academia de la Historia^ t. i, (1878).
(2) En Madrid, por Diego Flamenco, año 1622. Reimpresa al fin de las
Comedias de Alarcón en la Biblioteca de Rivadeneyra. Los poetas colabora-
dores, amén de los citados, fueron el Conde del Basto (nieto de Antonio de
Leiva), D. Fernando de Ludeña, D. Jacinto de Herrera y D. Diego de Ville-
gas. Puede conjeturarse, con el Sr. Fernández-Guerra (D. Juan Ridz de Alar-
cón, pág. 359), que todos estos ingenios andaban por aquella fecha rostri-
tuertos con Lope de Vega, puesto que se atreven á decir de sí mismos por
178 CAPÍTULO IX
No sabemos que ninguna de las obras de Belmonte saliese de las
prensas de Lima. No así las de D. Diego de Avalos y Figueroa y
D. Rodrigo de Carvajal y Robles, que por este tiempo se contaban
entre los más lucidos ingenios de la colonia. Es curiosísimo y entre-
tenido libro, cuanto apreciable por su rareza bibliográfica, el de la
Miscelánea Austral que en 1603 estampaba el patriarca de la im-
prenta peruana, Antonio Ricardo. Dividióle su autor, D. Diego de
Avalos, en cuarenta y cuatro coloquios, de que son interlocutores
Delio y Cilena, y en los cuales, sin orden alguno, se trata de las
materias más diversas: del amor y de las cualidades que debe tener
el amante, de los celos, de la música, de las calidades de los caba-
llos, de la verdad, de la vergüenza, de la perfección de las damas,
del origen de las sortijas ó anillos, de la conversación, de las imáge-
nes y templos de Venus, de los sueños y del sueño, de las ventajas
de la lengua toscana para la música, del uso de las estampas y da-
ños de la ociosidad, del ave Fénix, del pelícano, del cisne y del
águila, de los minerales, animales y vegetales del Perú, de las pro-
piedades de la piedra bezoar, de los edificios antiguos del Perú, del
origen de los Incas y de sus leyes y ritos, de los sacrificios que los
indios usaban, de la antigua riqueza de España en oro y plata, elo-
gio de la ciudad de Écija, de donde era oriundo Avalos, etc. Es,
pues, una Silva de varia lección, harto semejante á la de Pero Me-
xía en lo inconexo y abigarrado de las materias. Intercálanse en
ella muchos y no despreciables versos, entre los cuales merecen ci-
tarse un fragmento de traducción en verso de las Lágrimas de San
Pedro de Tansillo, y un largo poema en octava rima y en seis can-
tos, que viene á ser como la segunda parte del libro, y lleva por
título Defensa de Damas donde se alegan jnemorables historias , y
donde florecen algunas sentencias, refutando lo que algunos philóso-
phos decretaron contra las mujeres,}' pr ovando ser falso, con casos
verdaderos, en diversos tiempos siiccedidos (i).
boca de Belmonte que «son los que en España tienen mejor lugar, á despe-
cho de la envidia ». Como en despique de esta comedia compuso Lope tres
años después la suya de Arauco domado, cuyo fondo histórico está sacado del
poema de Pedro de Oña.
(i) Primera parte de la Miscelánea Austral de D. Diego d' Avalos y Ftgue-
PERÚ 179
En nuestra Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar del rarí-
simo poema La conquista de Antcqiiera, por el capitán D, Rodrigo
de Carvajal y Robles, impreso en Lima en 1627: obra dignísima de
reproducirse, tanto por la curiosidad histórica de las noticias que
contiene, como por su indudable mérito poético, superior al de
otros que han sido muy celebrados.
De otro poema inédito del mismo autor, sobre La batalla de
Toro, no queda más recuerdo que la cita de N. Antonio. Aparte de
estas obras de asunto no americano, sólo podemos juzgar á D. Ro-
drigo de Carvajal por un poema de circunstancias, donde no es de
celebrar otra cosa que la habitual lozanía de la versificación, en que
no desmiente Carvajal y Robles el carácter distintivo de aquel flo-
ridísimo grupo de poetas antequeranos, que él fué á representar en
roa, en varios coloquios... Con la de/e?isa de Damas. Dirigida al Excelhntissimo
señor Don Luys de Velasco, Cavallero de la Orden de Santiago, Visorey y Capitán
General de los Reynos del Pirú , Chile y Tierra Firme. Con licencia de su exce-
lencia. Impreso en Lita por Antonio Ricardo. Año 1Ó02 , 4.*^ El autor firma la
dedicatoria en la ciudad de la Paz, en 6 de Septiembre de 1601.
Lleva gran número de versos laudatorios del general D. Fernando de Cór-
doba y Figueroa, D. Diego de Carvajal, D. Lorenzo Fernández de Heredia,
Dr. D. Francisco de Sossa, Dr. Hormero, Dr. Francisco de Figueroa, Licen-
ciado Bartolomé de Acuña, Ldo. Pedro de Oña, Ldo. Francisco Núñez de
Bonilla, Ldo. Cristóbal García de Rivadeneyra, Ldo. Antonio Maldonado de
Silva, Juan de Salcedo Villandrando, Leonardo Ramírez, Un religioso grave
y Francisco Moreno de Almaraz. Al principio de la Defensa de Damas, nuevas
composiciones laudatorias de Pedro de Oña, Ldo. Bartolomé de Acuña Oli-
vera, D. Sancho de Marañón, Ldo. D. Francisco Fernández de Córdoba,
capitán Gabriel d'Oria y Rui López de Frías Coello.
Esta Miscelánea Austral impresa no ha de confundirse con la otra Miscelá-
nea Antartica inédita (pues lo traducido al francés por Ternaux Compans
es sólo una parte) de Miguel Cabello de Balboa, natural de Archidona, autor
también de otras obras mencionadas por la poetisa anónima:
La Volcánea horrífica terrible,
Y el Militar Elogio, y la famosa
Miscelánea que al Inga es apacible:
La entrada de los Moxos milagrosa,
La comedia de El Cuzco y Vasquirana,
Tanto verso elegante y tanta prosa
Nombre te dan y gloria soberana,
Miguel Cabello, y ésta redundando
Por Hesperia, Archidona queda ufana.
1 8o CAPÍTULO IX
el Nuevo Mundo: los Tejadas, Espinosas, Martines y Cristobalinas.
Lope de Vega cantó de él en la silva 2.^ del Laurel de Apolo:
Aquí con alta pluma don Rodrigo
De Carvajal y Robles, describiendo
La famosa conquista de Antequera,
Halló la fama, y la llevó consigo;
Tantas regiones penetrando y viendo,
Que del Betis le trajo á la ribera,
Y haciendo por su hijo
Festivo regocijo,
Las bellas ninfas el laurel partieron,
Y como ya sus dulces musas vieron
Restituidas á su patria amada,
Tomó la pluma Amor, Marte la espada.
Es autor Carvajal de la descripción en quince silvas de las Fies-
tas que celebró Lima al nacimiento del príncipe D. Baltasar Carlos;
libro de la mayor rareza, impreso en aquella ciudad el año 1632,
cuando el poeta se hallaba de Corregidor y Justicia Mayor de la
provincia de Colesuyo por Su Majestad. Ocurrió durante las fiestas
un terremoto, y el trozo en que se describe es de los más valientes
del poema. Elogiáronle en términos cultos y ampulosos, confor-
me al gusto crespo y enmarañado que comenzaba á prevalecer en
nuestras letras de aquende y allende, el IMaestro Fr. Lucas de Men-
doza, agustino, catedrático de Escritura en la Universidad de Lima,
y el Chantre de Arequipa Fr. D. Fulgencio Maldonado. «Grandes
fueron las fiestas (dice el primero), mas nunca tan del todo grandes,
como en la relación de D. Rodrigo de Carvajal y Robles; que son
por extremo dichosos en crecer los asuntos que este caballero cría
al calor de sus manos. Antequera, su patria, debe la inmortalidad á
su poema con más verdad que á sus muros. Y estas fiestas que ya
por humanas pasaron presto, tendrán de divinas la duración, perpe-
tuándose en este libro, en quien he hallado mucho que admirar y
nada que corregir.» «Embosqúese en estas silvas (pondera el Chan-
tre arequipeño) el que quisiere sentir como Lope, y hallaráse una
vez y otra y mil veces cogido de suspensión, causada, ya de lo dul-
ce de sus descripciones, ya de la hermosura y pompa de las voces;
PERÚ l8l
y los que entraren más adentro, hallarán más rigurosas observacio-
nes del arte.» Un poeta anónimo que escribe un soneto en alabanza
del autor, se atreve á decir, jugando con su apellido, que, con la
publicación de tal poema,
Ya vuelve el siglo de oro; ya los robles
Sudando miel como en la edad primera,
El reino de Saturno pronostican.
Tan desaforadas hipérboles no deben prevenirnos desfavorable-
mente contra el libro de las Fiestas, que es de los mejores ó más
tolerables de su género (l). No he visto la Relación en verso que el
franciscano Fr. Juan de Ayllon publicó en 1630 de las que se cele-
braron en Lima con motivo del octavario de los XXÍII mártires del
Japón; pero el Sr. Palma afirma que en ella campean los más extra-
\'agantes retruécanos y las más enigmáticas antítesis (2).
Otras hubo de mejor estilo: la Relación de las exequias de la rei-
na Df Margai'ita de Austria, siendo virrey el Marqués de Montes-
Claros (161 3), contiene fáciles versos que deben de ser de la vena
del mismo Padre agustino Fr. Martin de León, á quien pertenecen
el Sermón de honras y la Relación en prosa (3).
Pero la dominación del buen gusto fué tan efímera en el Perú
(i ) Fiestas que celebró la ciudad de los Reyes del Pirú, al nacimiento del Sere-
jiissimo Principe D. Baltasar Carlos de Austria tttiestro señor. A D. Francisco
Fausto Fernández de Cabrera y Bobadilla , niño de dos años y primogénito del
Excmo. Sr. Conde de Chinchón , Virrey del Peni. Por el capitán D. Rodrigo de
Carvajal y Robles, Corregidor y Justicia mayor de la provincia de Colesuyo, por
Su Majestad. Impreso en Lima (á costa de la ciudad) por Gerónimo de Cotifre-
ras, año de 1632, 4.°
(2j Discurso leído en la inauguración de la Academia Peruana, corres-
pondiente de la Española, el 30 de Agosto de 1S87.
(3) Relación de las exequias que el Excmo. Sr. D. Jjtan de Alendoza y Lima,
Afarqués de Montes-Claros, Virrey del Piri'i, hizo en la vmertc de la Reina nues-
tra señora Doña Margarita Por el Presentado Fr. Martin de Lima, de la
Orden de San Agustín. En Lima, por Pedro de Merchán y Calderón, año 1613,
en 4.°, con una grande estampa que contiene el diseño del túmulo real, dibu-
jado en Lima por J. Martínez de Anona, y grabado por el P. León. Versos
laudatorios de Bernardo Moutoya, Pedro de Oña, el almirante D. P. Orozco,
1 82 CAPÍTULO IX
como en México. Puede decirse que el último rayo de pura luz lite-
raria que en el siglo xvii atravesó las tinieblas que comenzaban á
espesarse sobre las escuelas de Lima, fué el virreinato del Príncipe
de Esquilache D. Francisco de Borja, verdadero príncipe á la italia-
na y verdadero poeta, aunque distase bastante de ser príncipe de
la poesía, como le llamó la adulación de sus contemporáneos. Pero
de esto al injustificado olvido en que desde fines del siglo xviii
yacen sus obras, hay mucha distancia. Es de los poetas de segun-
do orden que vienen inmediatamente después de los grandes; y en-
tre los líricos del siglo xvii, pocos son los que merecen más que él
una rehabilitación cumplida, que algún día ha de serle otorgada. No
tuvo fiaerzas ni nervio para el cultivo de los géneros superiores de
la poesía. Su Ndpoles recuperada es una insípida y amanerada imi-
Fr. Lucas de Mendoza, el Dr. Cristóbal de Rivadeneyra, Fr. Blas de Acosta,
Fr. Diego Fernández de Córdoba, Fr. J. de Zarate.
Sin pretender apurar esta fastidiosa literatura de fiestas , pompas fúnebres
y certámenes, mencionaremos la Relación de las fiestas á la bimaculada Concep-
ción de la Virgen, de Antonio Rodríguez de León (1618); la Relación de las
fiestas al nuevo reynado de D. Felipe IV, de Fr. Fernando Valverde (1622);
las Fiestas de Lima en la canonización de San Pedro Nolasco, de Fr. Bartolo-
mé Vadillo (1632); la Pompa fúnebre en la muerte de Doña Isabel de Barbón,
de Gonzalo Astete de Ulloa (1645); la Pompa funeral y exequias á la muerte
de Doña Angela de Guzmán (1654); la Pompa fúnebre en la muerte del Conde
de Salvatierra, de Gabriel Barreda Ceballos (1663); la Celebridad y fiestas con
que Lima celebró la beatificación de Santa Rosa, de D. Diego de León Pine-
lo (1670); la Triunfal encomiástica aclamación del Conde del Castellar, de
Andrés de Paredes y Solier (1674); el Acto glorioso: fiestas en la canonización
de San Luis Beltrdn (1674); el Parnaso del Real Colegio de San Marcos, pos-
trado d los pies del Conde de la Monclova (1694); las Exequias de la rei7ia Doña
Mariana de Austria (1697); el Certaitien panegyrico historial poético por la reedi-
ficación de la ciudad de los Reyes (1673).
Esta reedificación es la que siguió al espantable terremoto de 20 de Octu-
bre de 1687, de que hay relación en verso, muy rara y curiosa: Relación poé-
tica de la fatal ruina de la gran ciudad de los Reyes , Lima, con los espantosos
temblores de tierra sucedidos d 20 de Octubre de lóSS. Va al fin un romance al
nunca visto alboroto de la misma ciudad en la noche del lunes l° de Diciembre
del mismo año, ocasionado del rtimor falso de la salida del mar, por un ingenio
desta corte. Con licencia en Liina, año de 1Ó87.
PERÚ 183
tación del Tasso, sin jugo, sin interés, sin grandeza y hasta sin ver-
so alguno que se grabe en la memoria, porque todos son iguales en
su fría y monótona corrección. Pero en las epístolas morales y en
los sonetos, como discípulo al fin de Bartolomé Leonardo de Argen-
sola, conservó una tradición de gusto maduro y severo, opuesta á
los extravíos reinantes; y en los romances cortesanos y amorosos,
en las letrillas y en todo género de versos cortos, que eran el legí-
timo campo de su numen, rivalizó á veces con Lope de Vega en
gracia y frescura. Haría buen servicio quien del enorme tomo que
forman sus obras poéticas en las dos ediciones de Amberes, entresa-
case en un pequeño volumen todo lo que merece vivir, condenando
al olvido lo restante.
De 161 5 á 1622 tuvo Esquiladle el mando supremo de los reinos
del Perú, con honra suya y provecho de la nación. Bajo su gobier-
no fueron rechazados los piratas y filibusteros que infestaban aque-
llas costas, fortificado el puerto del Callao, erigido el Tribunal del
Consulado; recibieron sabias ordenanzas los establecimientos mi-
neros de Potosí y Huancavélica; se fundó el Real Convictorio de
San Bernardo para la educación de los hijos de los conquistadores,
y el colegio de San Francisco de Asís, para los hijos de indios no-
bles; se hizo la conquista de la comarca de los Maynas en el Mara-
ñón, y se fundó la ciudad de San Francisco de Borja, sintiéndose en
ésta como en todas las demás providencias del Virrey el prepoten-
te influjo que en su ánimo ejercían los jesuítas. Es maravilla que en
ninguna de sus obras, con ser tantas, haga Esquilache la menor alu-
sión (que yo recuerde) al Perú, ni á América, de tal modo que por
ellas nadie inferiría que hubiera pisado siquiera las tierras antarticas.
El picante y donosísimo cronista de la vida colonial de Lima, le atri-
buye la fundación de una academia literaria en su palacio , y hasta
da los nombres de los que á ella concurrían ; pero como no encon-
tramos rastro de tal academia en ninguna parte, nos inclinamos á
pensar que ésta es una de tantas ingeniosas travesuras del autor de
las Tradiciones peruanas, que ni pretenden ser libro de historia , ni
pierden nada por no serlo (l). Academia en el palacio \irreinal no
(i) Tengo que rectificar esta especie y volver el crédito al Sr. Palma, que
tomó sus noticias del Diccionario de Mendiburu (tomo 11, pág. 59). <^Comc>
Mbnéndez y PEhAíO.— Poesía his^ano-americana.— 11. la
184 CAPÍTULO IX
hallamos hasta el tiempo del Marqués de Castell-dos-Rius; aunque
hubiese virreyes muy cultos y estudiosos , como lo fué, además de
Esquilache, el Conde de Santisteban del Puerto, D. Diego de Bena-
vides y de la Cueva {1661-1666), autor de un tomo de versos latinos
que lleva por título Hora: Succisivcc (I).
Fué lástima que el período de mayor paz, abundancia y prospe-
ridad de la colonia, coincidiese con la época más fatal de nuestra
decadencia literaria. Lima, que era el principal centro de cultura
de la América del Sur; Lima, que se honraba con Universidad tan
floreciente y tan bien dotada como la de San Marcos (2); Lima,
donde la imprenta tomó tantas alas en el siglo xvii, puesto que pa-
san de cuatrocientas las publicaciones de aquel siglo que han llega-
do á catalogar los más diligentes bibliógrafos, raras todas y de alto
precio en el mercado, aunque muchas sean breves opúsculos, ser-
mones, alegaciones en derecho, vidas de santos, exequias y fiestas;
amante de las letras no era posible que Esquilache pasara sin fomentarlas y
sin rodearse de los ingenios más distinguidos que ofrecía Lima en tan remo-
ta época; y así se reunían seraanalmente, en Palacio, diferentes personajes á
cuyos estudios se agregaba la ilustrada capacidad que enaltecía su mérito. El
coronel D. Pedro de Yarpe y Montenegro, el oidor D. Baltasar de Laso y Re-
bolledo, D. Luis de la Puente, jurista de mucho nombre, el religioso Fr. Bal-
domcro Illescas, de la orden de San Francisco, el poeta D. Baltasar Moreyra,
y otros que no nombramos por falta de noticias, tenían con el Virrey discu-
siones sobre materias científicas; cultivando su saber literario con los ensan-
ches que en sus debates académicos avivaban la más noble de las aspira-
ciones» .
Todo esto tiene trazas de ser verdad, pero mientras no pueda citarse más
documento que el dicho de un escritor del siglo xix, por docto y bien infor-
mado que sea, hay que dejar en duda la existencia de la academia ó tertulia
literaria de Esquilache.
(i) Horce. Succisivm D. Didaci BeJiavidii Comitis S. Stephani, studiosa cura
D. D. Francisci Mard/ionis Navarum et D. Emmanuelis Benavidii filiorum
congestee. Nma editio a mendis expurgata Lugdimi, sumptibus Joantiis de Ar~
garay bibliopolce pampiloneiisis, 16Ó4, 12.°
(2) Sobre el estado de la Universidad en el siglo xvn, debe consultarse
especialmente el libro de D. Diego de León Pinelo: Hyponviema Apologeticwii
pro Regali Academia Lwiensi..... Ad Limensem Regium Senatum Lima, ex
Officina Juliani de los Santos et Saldaña. Anno Domini 1648.
PERÚ 185
Lima, que en 1602 tenía ya teatro público, el que después se llamó
de la Comedia Vieja; Lima, la primera ciudad del Nuevo Mundo
donde se conoció la prensa periódica en forma muy próxima á la
presente, cuando pocas ciudades de Europa podían jactarse de po-
seerla (l); Lima, que podía envanecerse con un polígrafo tan docto
y tan juicioso como León Pinelo, útilho y mismo á los bibliógrafos y
á los ilustradores del Derecho de Indias, ofrece, á pesar de tantas
ventajas, muy exiguo contingente á la literatura poética del si-
glo XVII, prescindiendo de los ingenios que le prestó la metrópoli,
y que por su educación más bien corresponden al siglo xvi, aunque
escribiesen en los primeros años del siguiente. Algunos infelices
ensayos épicos, ya de tema histórico, como las Aranas Antárticas ó
conquista del Perú, de D. Juan de Miramontes y Zuazola, que ni si-
quiera llegaron á imprimirse, á pesar de haberse encomendado el
autor al patrocinio del Virrey, Marqués de Montesclaros (1607-
1616); ya de materia piadosa, como El Angélico, compuesto en ala-
banza de Santo Tomás por el dominico Fr. Adriano de Alecio;
El Santuario de Nuestra Señora de Copacavana^ del maestro fray
Fernando de Valverde, agustino, á quien acredita de elegante pro-
sista su Vida de Jesu Christo; ya de índole encomiástica y descrip -
tiva, como el Poema heroyco hispano-latino^ panegírico de la funda-
ción y grandezas de la muy Noble y Leal ciudad de Lima, del jesuíta
Rodrigo de Valdés, el cual tiene la gracia de poderse leer á un tiempo
en latín y en castellano, lo cual quiere decir que no está escrito en
ninguno de ambos idiomas, sino en una jerigonza bárbara. Si á esto
se agrega alguna rarísima poesía lírica que se imprimió suelta, como
(i) Es sabido que las Cartas que en períodos bastante fijos y regulares,
á modo de Gaceta, publicaba en Madrid Andrés de Almansa y Mendoza, des-
de 162 1 á 1626, sobre novedades de esta corte y avisos recibidos de otras partes,
se reimprimían en Lima en llegando, aunque de estas reimpresiones quedan
pocas. (Vid. Colección de Libros Españoles raros y curiosos^ t. xvii.) A fines del
siglo había ya Gacetas especiales de Lima, v. gr. : Relación de todo lo sucedido
en Europa hasta el lunes 21 de Septiembre de lóji. — Novedades en continuación
de la relación desde 2S de Agosto de 1Ó7Q. — Diario de las noticias de Lima, en que
se hace saber de una tragedia lastimosa que sobrevino del cielo el año de 1687. —
Noticias del Sur, continuadas desde 6 de Noviembre de lóSs- — Ultimas noticias
del Sur 168S.
l86 CAPÍTULO IX
la correcta y bien sentida elegía de un cierto Sanabria á la muerte
de su hija, tendremos reunida casi toda la cosecha, ni muy abun-
dante ni muy conocida (l). Pero el libro que más fielmente indica
(i) Armas Antárticas, hechos de los f amases Capitajies españoles qtie se halla-
ron en la Conquista del Perú: su autor D. Juan de Aliramontes y Zuazola, dedi-
cadas al Excfno. Sr, D. Juan de Mendoza y Luna, Marqziés de Montesclaros ^
Virrey del Peni. Ms. citado por D. Bartolomé José Gallardo, como existente
en la biblioteca del infante D. Luis. Es un poema de veinte cantos, en octa-
vas, y por lo que conocemos de él no parece de los peores de su clase, y es,
por de contado, superior á la Lima Fundada de Peralta.
Empieza el poema de Miramontes :
Las armas y proezas militares
De españoles católicos valientes,
Que por ignotos y soberbios mares
Fueron á dominar remotas gentes.
Poniendo al Verbo Eterno en los altares
Que otro tiempo con voces insolentes
De oráculos gentílicos, espanto
Eran del indio, ahora mudas, canto.
Termina:
Huye, argentando el mar de espuma cana;
Lleva dolor y déjanos con pena;
Pues si estuviera surto otra mañana
No levantara el ferro de la arena.
Porque al puerto llegó Pedro de Arana
Al risueño apuntar de alba serena,
Y al punto por su rastro se derrota.
Mas no deja en el mar rastro de flota.
— El Angélico. Escríbelo con estilo de poeta lírico el Paare Fray Adriano de
Alecio, del Orden de Predicado?-es, natural de Lima, Ofrécelo con afecto de obe-
diente á nuestro Reverendísimo Padre Maestro Fray Tomás Turco , General del
Ordett de nuestro Padre Santo Domingo Impreso en Murcia por Esteban Li-
beras. Año de i64£, 4.°
— El Santuario de Nuestra Señora de Lopacavana., eft diez y ocho silvas ,
por el Rdo. P. Maestro Fr. Fernando de Valverde Lima, por Luis de Lira,
1Ó41, 4.°
El argumento de la comedia de Calderón La Aurora en Copacavana, puede
estar tomado de este poema del P. Valverde ó de la Historia del célebre san-
tuario de Nuestra Señora de Copacavana y sus milagros, é iftvencidtt de la Cmz
de Carabuco, escrita en prosa por otro agustino, Fr. Alonso Ramos Gavilán
(Lima, 1 62 i). Pero la fuente más probable es el libro i de la hoy rarísima
Parte segunda de la Crónica Moralizada del Orden de San Agustín en el Perúy
del P. Calancha (Lima, 1653).
—Poema heroyco hispano-laiino de la ficndación y grandezas de la muy Noble y
PERÚ 187
el principio de la depravación. del gusto, sin llegar todavía á los ex-
tremos de delirio que hallaremos en el siglo xvni, es la Solemnidad
Fúnebre y Exequias de Felipe IV, celebradas en 1666 por la Real
Audiencia de Lima, en su Iglesia Metropolitana, é impresas el mis-
mo año. Fué colector de este libro y autor de la relación de las
honras D. Diego de León Pinelo, no muy inferior á su hermano en
dotes de erudición y varia literatura; pero en la relación misma
abundan los rasgos de mal gusto, y son, por de contado, mucho
mayores en las inscripciones y hieroglyphicos del túmulo, en el in-
digesto sermón del Dr. Juan Santoyo de Palma, digno de Fr. Ge-
rundio de Campazas, y en las poesías latinas y castellanas con que
se adornó el pórtico de la iglesia. Hay acrósticos y centones, dísti-
cos retrógrados, emblemas, sonetos que son á un tiempo latinos y
castellanos, laberintos cuyas letras se pueden leer de innumerables
maneras, diciendo siempre lo mismo; en suma, todos los primo-
res registrados en Caramuel y en Rengifo. La mayor parte de los
poetas latinos (que no son los peores, sin duda porque la imitación
directa y aun servil de buenos modelos los contiene) son anónimos:
sólo constan los nombres de D. Juan Ramón, Tomás Santiago Con-
Leal ciudad de Lima. Obra póshima del M. R. P. M. Rodrigo de Valde's, de la
Compañía de Jesils, Cathedrático de Prima jubilado, y Prefecto Rege7ite de Es-
tudióos en el Colegio Máximo de San Pablo. Sácale d luz el Doctor D. Francisco
Garabito de León y Messia, Cura Rector de la Iglesia Metropolitatta de Lima,
Visitador y E.xaminador general en su Arzobispado, etc. Sobrino y primo hermano
del autor En Madrid, en la imprenta de Antonio Román, año jóSj. (En la
Revista de Lima, t. iii, 1860, publicó un estudio sobre este poema D. J. A. de
Lavalle.)
— Lágrimas numerosas en la muerte de Doña María de Sanabria y Salas, llo-
radas por su padre y diiigidas á su esposo. Impreso en Lima por Bernardino de
Guzmán, año 1633. Se encuentra en la Biblioteca Nacional, en el t. xxviu de
la gran colección de poesías varias, la mayor parte manuscritas, conocida con
el título de Parnaso. «Es escritor castizo y elegante este Sanabria, aunque no
de mucho brío» (dice Gallardo):
Ya que tu muerte, oh cara prenda mía,
Mis ojos embaraza con el llanto
Y los hurta su oficio noche y día.
Permite que en alivio del quebranto
Que le ocasiona, suspirarle pueda
Quien en ti de su vida perdió tanto.
1 88 CAPÍTULO IX
cha y Pedro Santiago Concha: las restantes figuran como obras co-
lectivas del colegio de San Pablo de la Compañía de Jesús, del
colegio de San Ildefonso de la orden de San Agustín, y de los estu-
diantes religiosos del convento grande de Predicadores. Los poetas
castellanos son D. Luis de Figueroa Bustamante, el mismo D. Diego
de León Pinelo, el Licdo. Pedro Espinosa de los Monteros, el pres-
bítero D. Juan de Villegas, el mercenario Fr. Luis Galindo de San
Ramón, D. Pedro de León Girón, D. Jerónimo Vázquez de Herrera,
corregidor del Cercado; el agustino Fr, José de la Cruz, el licencia-
do D. Francisco Cano Moral y Peralta, el bachiller Lucas de Tapia»
el cura rector del puerto de Arica D. Bernardino de Cervantes y
Lugo, D. Diego de Velasco, Bernardo Gutiérrez y Torices, el Ba-
chiller Baltasar de Cuéllar, el oficial real de la Caja de Lima don
Francisco Colmenares de Lara, el capitán Bartolomé de León Atien-
za, D. Francisco Reinoso, D. Antonio de Espinel, D. Juan de Buen-
día y Pastrana, colegial de San jNIartín; D. Juan de Urdaide, el maes-
tro Evia, guayaquileño, á quieu ya conocemos; José Antonio Dá-
vila, D. José de Castro Isagaga... Todos estos obscuros poetastros»
que debían de ser por entonces lo más florido del Parnaso limeño,
compiten entre sí en hinchazón y conceptismo; pero algunos, espe-
cialmente Dávila, Figueroa Bustamante y el P. Galindo, versifican
con robustez y quizá fueran dignos de haber nacido en época me-
nos infeliz (i).
La prueba de que no faltaban estudios ni ingenio, sino acertada
dirección en los unos y recta aplicación en el otro, nos la da el he-
cho de haber salido precisamente del Perú la mejor y más ingenio-
sa poética culterana, tan docta y tan aguda que, á no ser la causa
pésima y detestable, pudiéramos decir de su defensor con palabras
de Virgilio:
Si Pergama dextra
Defendi posseni: etiam hac defensa fuisscnt.
(i) Solemnidad Fúnebre y Exequias d la muerte del Catholico y Augustissimo
Rei Nuestro Señor D. Felipe IV el Grande, que celebró en la Iglesia Metropoli-
tana la Real Audiencia de Lima, que ai (sic) gobierna en vacante, y mandó impri-
mir el Real Acturdo de Gobierno. Con licencia. En la Imprenta de Juan de Que-
vedo. Año de Jóóó (portada grabada), 4.°
PERÚ 189
Me refiero al Apologético del limeño Dr. Juan de Espinosa Medrano:
obrilla estampada en la capital del Perú en 1694, y uno de los fru-
tos más sabrosos de la primitiva literatura criolla (l). Lo que pare-
cería increíble, si no supiéramos de sobra lo mucho que ciega á los
hombres el espíritu de su tiempo, es que el Dr. Espinosa Medrano,
que conocía tan bien la literatura clásica, que escribía por lo gene-
ral con tanta claridad y llaneza y mostraba tan buen sentido en la
crítica de las aberraciones en que incurrió Manuel de Faria y Sou-
sa en su comentario á Camoens, gastase miserablemente tales dotes
en componer un Apologético del Polifenio y de las Soledades de
Góngora. ^
Con mucho donaire y razón se burlaba el doctor limeño de las
lucubraciones alegóricas en que tanto sudaba el comentador portu-
gués para obscurecer el clarísimo texto de Los Lusiadas: «;Ouién
le dixo á Manuel de Faria que ¡os poetas habían de tener misterios?
f) cuándo los halló en Camoens? Debe de querer que una Octava
Rima tenga los sentidos de la Escritura, ó que en la corteza de la
letra esconda como cláusula canónica otros arcanos recónditos, sa-
cramentos abstrusos, mysterios inephables.» Pero en vez de dete-
nerse aquí, como la prudencia pedía, se arrojaba al extremo opues-
to, y no menos temerario, de miraren la poesía solamente el aspecto
exterior y retórico, la pompa de palabras, el aliño de locución, en-
tendiendo torpemente el concepto de la forma: «Alma poética pide
Faria en Góngora Si alma llamó las centellas del ardor intelecti-
vo, mil almas tiene cada verso suyo, cada concepto mil vivezas.»
Mala defensa tenían los seiscientos y más ejemplos de hipérbaton
( 1 ) Apologético en favor de D. Lilis de Gongo? a. Principe de los Poetas Lyri-
cos de España^ contra Manuel de Faria y Sousa, Cavallero portugués^ que dedica
al Exento. Sr. D. Luis Me'ndez de Haro^ etc.... Su atitor el Dr. Juan de Espi-
nosa Medrano, Colegial Real en el insigne Seminario de San Antonio el Magno.,
Catedrático de Artes y Sagrada Theologia., en él: Cura Rector de la Santa Igle-
sia Caihedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Peni en el Nuevo
Mundo. Coft licencia. En Lima, en la imprenta de Juaii de Quevedo y Zarate.
Año de JÓQ4, 8.° Con versos laudatorios de D. Francisco de Valverde Mal-
donado yXaraba, de D. Diego de Loaysa y Zarate, del Licdo. D. Bernabé
Gascón Riqíielme, del maestro Juan de Lyra y del maestro B'rancisco López
Mexía.
igO CAPITULO IX
latinizado que el comentador de Camoens había contado en Góngo-
ra; pero Espinosa Medrano, tomando la cuestión muy de raíz, em-
prendió probar que era atrev^imiento insigne y muy digno de ala-
banza el enriquecer nuestra lengua con los despojos de su madre;
no de otro modo que Horacio, curiosamente feliz, según la expre-
sión de Petronio, remedió la pobreza de la suya con los tesoros del
Ática. «Y amaneció entonces nuestra poesía, de tan divino taller,
grande, sublime, alta, teórica, majestuosa y bellísima, digna de ma-
yores ornatos, de pompas mayores... y quedaron comunes los
arreos, indiferentes las galas. Adornáronla entonces con decencia
los áureos collares que antes la abrumaban con melindre.» Y si no
acertó Juan de Mena en la misma empresa, fué por haberla inten-
tado en un siglo en que estaba la poesía castellana «desceñida, in-
culta, rústica y humilde, y era risa quererla cargar de los arreos de
la latina... Cadenas de oro que sirvieron de adorno á robusta ma-
trona, colgárselas á musa pueril, más es prenderla que ataviarla.»
Buscaba Espinosa en la literatura romana del Imperio los prece-
dentes de la altisonancia y pompa del estilo gongórico, y recono-
ció, antes que otro alguno, el parentesco estrecho de sangre y tem-
peramento poético entre los cordobeses del primer siglo y el cor-
dobés de ahora: «Aquel hablar brioso, galante, sonoro y arrogante
es quitárselo al ingenio español, quitarle el ingenio y la naturaleza.
Luego que las Musas latinas conocieron á los españoles, se dexaron
la femenina delicadeza de los italianos, y se pasaron á remedar la
braveza hispana... Y esto no es tan nuevo que no haga cerca de diez
V siete siglos que los españoles hablan como españoles... Y es muy del
genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la supe-
rioridad del óleo sobre las aguas. »
He dicho en otra parte, y no me arrepiento de ello, que el Apo-
logético de Espinosa es una perla caída en el muladar de la poética
culterana. ¿Y quién era este ingenioso, aunque extraviado precep-
tista.'* Conocíasele en su tiempo por el vulgar apodo de El Lunarejo^
á causa de tener, no uno, sino varios lunares en el rostro (l). En el
(i) Es muy pobre el artículo biográfico de Espinosa Medrano en el Dic-
cionario Histórico del Perú, del general Mendiburu, obra la más apreciable de
PERÚ I 91
colegio de San Antonio del Cuzco cursó todas las artes y ciencias
que allí se enseñaban, «desde la ínfima de Gramática hasta la sobe-
rana de Theología». Á los doce años tañía con habilidad y despejo
diversos instrumentos musicales; á los catorce componía autos y co-
medias, de las cuales sólo ha quedado un título: El robo de Proser-
pina. Á los diez y seis desempeñaba una cátedra de Artes, y en la
enseñanza pasó toda su vida, sin que fuesen obstáculo las dignida-
des eclesiásticas que obtuvo de magistral, tesorero, chantre, y, final-
mente, arcediano de la catedral del Cuzco. Andan impresos sermo-
nes suyos y otros opúsculos teológicos, en que campean su mucha
doctrina y depravado gusto. Parece que escribió también un curso
de Philosophia Thoniistica. Sus contemporáneos le veneraron como
un oráculo; en vida suya se escribió un libro entero de panegíricos
á su nombre con el título, que entonces no parecía irónico, de Glo-
ria enigmática del Dr. Juan de Espinosa Medrano. En suma; este
sabio y piadoso cuzqueño fué, por decirlo así, como el ensayo ó
primera prueba del famoso Peralta Barnuevo, con quien pronto
vamos á hacer conocimiento (l).
Un sólo poeta peruano de fines del siglo xvii logró, merced á lo
humilde de su condición y al género en que principalmente hubo
de ejercitar su travieso ingenio, librarse de la plaga del gongoris-
mo, pero no del conceptismo, ó más bien del equivoquismo ras-
trero y de la afición á retruécanos y juegos de palabras. Llamóse
este festivo coplero D. Juan del Valle y Caviedes, por apodo El poeta
su género que posee ninguna república de América, aunque más atiende á la
parte política y militar que á la literaria, y adolece del defecto de no indicar
con precisión sus fuentes bibliográficas. (Diccionario Histórico y biográfico del
Peni, formado y redactado por Mantiel de Mefidiburu. Lima, 1874 y siguien-
tes, 8 vols.)
(i) En el apéndice de uno de los curiosos libros publicados por la Biblio-
teca Nacional de Lima, bajo la dirección del Sr. Palma, Apuntes históricos del
Peni y Noticias cronológicas del Cuzco {lAvci^., 1902), se ha impreso un poe-
mita en silva de Espinosa Medrano, El aprendiz de rico, cuyo argumento es la
falsificación de moneda de que resultó reo un acaudalado minero de Potosí,
apellidado Rocha, que por ello murió en el cadalso. Acompañan á esta com-
posición algunas noticias biográficas del autor, escritas por D. Manuel Calde-
rón, antiguo empleado de la Biblioteca de Lima.
192 CAPITULO IX
de la Ribera. Sobre él dejamos la palabra á su casi descubridor y
ferviente panegirista el Sr. Palma, que en 1873 dio á la estam-
pa la colección de los versos de Caviedes, picantes como guindi-
llas (I).
«En 1859 tuvimos la fortuna de que viniera á nuestro poder un
manuscrito de enredada y antigua escritura. Era una copia hecha
en 1693 de los versos que, bajo el mordedor título de Diente del
Parnaso^ escribió por los años de 1683 á 1 69 1, un limeño nombra-
do D. Juan del Valle y Caviedes.
(i) En el tomo v de la muy importante serie de Documentos literarios del
Perú, colectados y arreglados por el coronel de Caballería Manuel de Odriozola
(Lima, 1873, imp. del Estado). Precede á los versos de Caviedes un apunte
crítico, firmado en Buenos Aires, 1870, por D. Juan María Gutiérrez, á quien
tanto debe la historia de la literatura colonial de América.
El manuscrito que sirvió para la edición de Odriozola era muy incorrecto,
lo cual movió á Palma á repetir la edición de los versos de Caviedes en 1899,
al fin del libro titulado Flor de Academias, valiéndose de otro códice mejor
que perteneció á la biblioteca de D. Félix C. Coronel Zegarra, adquirida
en 1898 por la Nacional del Perú (págs. 333-474).
Bajo el nombre de Caviedes se agrupan dos colecciones poéticas: el Diente
del Parnaso y las Poesías diversas. Todo lo que se contiene en la primera es
indisputablemente suyo, y tiene la comunidad del tema, anunciada ya desde el
título: Diente del Parnaso. Guerras físicas, proezas medicinales, hazañas de la ig-
fiorancia, sacadas á luz por D. Juatz Caviedes, e7iférmo que milagrosafnenie escapo
de los errores de los médicos por la protección del glorioso San Roque, abogado
contra los médicos ó contra la peste, que tanto monta. Dedícalo su autor á la Muer-
te, emperatriz de médicos, d cuyo augusto cetro le feudan vidas y tributan saludes
en el tesoro de muertos y enfermos. Lleva fe de erratas, tasa, licencia y aproba-
ciones, todo en versos burlescos.
La segunda sección de poesías varias, serias y jocosas, me inspira muchas
sospechas. El estilo de la mayor parte de ellas no es el de Caviedes, ni si-
quiera parece el de un sólo poeta, sino de varios cuyas obras se mezclaron
con las suyas en las colecciones manuscritas. Hay, entre ellas, primorosos ro-
mances amatorios, de la buena escuela del siglo xvii, por ejemplo, los que
comienzan:
En el regazo de un olmo,
Verde gigante del prado,
Estaba un triste pastor.
Pensativo y sollozando.
En un laurel convertida
PERÚ 193
)»Caviedes fué hijo de un acaudalado comerciante español, y hasta
la edad de veinte años lo mantuvo el padre á su lado, empleándolo
en ocupaciones mercantiles. A esa edad enviólo á España; pero á
los tres años de residencia en la metrópoli regresó el joven á Lima,
obligado por el fallecimiento del autor de sus días.
2>A los veinticuatro años se encontró Caviedes poseedor de mo-
vió Apolo á su Dafne amada:
¿Quién pensara que en lo verde
Murieran sus esperanzas?
Abrazado con el tronco
Y cubierto con las ramas,
Pegó su boca á los nudos,
Y á la corteza la cara...
endechas y canciones del mismo gusto, que recuerdan á Solis y á Calderón,
á veces con imitación directa, verbigracia:
Nace el ave ligera
De rizado plumaje, y á la esfera
Irguiéndose veloz y enriquecida,
A Dios está rendida.
Y yo con libertad en tanta calma.
Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.
Nace el bruto espantoso
De riza crin, de cerdas mar undoso,
Y al mirarse de todos respetado,
Siempre venera al Ser que lo ha creado,
Sólo yo con terrible desvario,
Nunca os postré, Señor, el albedrío.
Nace la flor lucida.
Ya rubí, ya esmeralda engrandecida,
Y al ver su color roja,
Por dar á su autor gracias se deshoja.
Y yo con libertad en tanta calma.
Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.
Nace el arroyo de cristal ó plata,
Y apenas entre flores se desata,
Cuando en sonoro estilo guijas mueve
Y á Dios alaba con su voz de nieve.
Sólo yo con terrible desvarío,
Nunca os postré, Señor, el albedrío.
Nace el soberbio monte,
Cuya alteza registra el horizonte,
Y en su tosca belleza
Ensalza más á Dios con su rudeza.
Y yo con libertad en tanta calma.
Nunca, Señor, os he ofrecido el alma.
Mi sospecha no se limita sólo á las composiciones de asunto grave y á las
puramente líricas, sino que se extiende también á algunas de las festivas y
194 CAPITULO IX
desta fortuna, y echóse á triunfar y darse vida de calavera, con
gran detrimento de la herencia y no poco de la salud. Hasta enton-
ces no se le había ocurrido nunca escribir versos; y fué en 1 68 1
cuando vino á darse cuenta de que en su cerebro ardía el fuego de
la inspiración.
» Convaleciente de una grave enfermedad, fruto de sus excesos,
resolvió reformar su conducta. Casóse, y con los restos de su fortu-
na puso, en una de las covachuelas ó tenduchos vecinos al palacio
burlescas, que no tienen por blanco principal la medicina y los rnédicos. Hay,
entre ellas, una larga sátira, en pareados de entremés, donde, con indisputable
gracejo, se va pasando revista á las varias castas de hipócritas, beatas, caba-
lleros de la hampa, damas de embeleco, doctores de babilonia ó de chafalonía.
El poeta quiso hacerse pasar por Caviedes, puesto que nombra á dos de los
médicos en quienes él había encarnizado más su pluma:
A todos, por idiotas, los condeno,
Porque ninguno hay bueno,
Desde Bermejo, tieso y estirado,
Hasta Liseras, giba y agobiado....
Pero la llaneza del estilo, la ausencia de retruécanos, el sabor general de
la composición, parecen del siglo xvni más que del xvii. Los dos primeros ca-
pítulos, que versan sobre las hazañerías de los falsos devotos y mojigatos, re-
cuerdan, en seguida, el donoso librillo de D. Fulgencio Afán de Ribera, Vir-
tud a! uso y mística á la moda, no escrito hasta 1729.
El hecho de encontrarse algunos de estos poemas en la Flor de Academias
(1709), atribuidos á otros ingenios que los leyeron como propios en la tertu-
lia del Marqués de Castell-dos-Rius, prueban á mi ver, no un plagio, que sería
inverisímil, tratándose de un poeta muerto hacía pocos años, y cuyos versos
debían de ser muy populares en el estrecho círculo literario de Lima, sino la
suerte ó desgracia que á Caviedes, como á tantos otros autores de obras de
burlas, cupo, de que se le atribuyesen poesías en que no pensó, lo cual se
comprueba no sólo en el caso excepcional de Quevedo, bajo cuyo nombre se
creó toda una literatura apócrifa, sino en versificadores de menos nombre,
como el catalán Vicente García, rector de Vallíogona, y el valenciano Padre
Mulet.
En ninguno de los numerosos certámenes poéticos de su tiempo figura el
nombre de Caviedes, más que en el dedicado por la Universidad de San Mar-
cos al virrey Conde de la Monclova, en 1689. El general Mendiburu no le
menciona en su Diccionario. Pero los redactores del antiguo Mercurio Perua-
no le dedicaron un breve artículo, en 28 de Abril de 1791.
PERÚ 195
de los Virreyes, lo que en esos tiempos se llamaba un cajón de ri-
bera^ especie de arca de Noé, donde se vendían al menudeo mil ba-
ratijas.
»Pocos años después quedó viudo; y d poeta de la ribera (apodo
con que era generalmente conocido), por consolar su pena, se dio
al abuso de las bebidas alcohólicas, que remataron con él en 1692,
antes de cumplir los cuarenta años, como él mismo lo presentía en
uno de sus más galanos romances,
s>Por entonces era costosísima la impresión de un libro, y los
versos de Caviedes volaban manuscritos de mano en mano, dando
justa reputación al poeta. Después de su muerte fueron infinitas las
copias que se sacaron de los dos libros que escribió, titulados Diente
del Parnaso y Poesías Varias. En Lima, además del manuscrito
que poseíamos, y que nos fué sustraído con otros papeles curiosos,
hemos visto en bibliotecas particulares tres copias de estas obras,
y en Valparaíso, en 1862, tuvimos ocasión de examinar otra en la
colección de manuscritos americanos que posee el bibliófilo D. Gre-
gorio Beeche.
»Caviedes ha sido un poeta bien desgraciado. Muchas veces he-
mos encontrado versos suyos en periódicos del Perú y del extran-
jero, anónimos ó suscritos por algún pelafustán. En vida fué Cavie-
des víctima de los médicos empíricos, y en muerte vino á serlo de
la piratería literaria. Coleccionar hoy sus obras es practicar un acto
de honrada reivindicación...
»E1 bibliotecario de Lima D. Manuel de Odriozola, que tan útil-
mente sirve á la historia y á la literatura patrias dando á la estam-
pa documentos poco ó nada conocidos, es poseedor de una copia
de los versos de Caviedes hecha en 1694...
»Caviedes no se contaminó con las extravagancias y el mal gus-
to de su época, en que no hubo alumno de Apolo que no pagase
tributo al gongorismo. En la regocijada musa de nuestro compa-
triota no hay ese alambicamiento culterano, esa manía de lucir eru-
dición indigesta, que afea tanto las producciones de los mejores in-
genios del siglo XVII. A Caviedes lo salvarán de hundirse en el
osario de las vulgaridades la sencillez y naturalidad de sus versos y
la ninguna pretensión de sentar plaza de sabio. Décimas y román-
ig6 CAPÍTULO IX
ees tiene Caviedes tan frescos, tan castizos, que parecen escritos en
nuestros días... En el género festivo y epigramático no ha producido
hasta hoy la América española un poeta que aventaje á Caviedes.
Tal es nuestra conciencia literaria. Las galanas espinelas á un mé-
dico corcovado, á quien llama tnds doblado que capa de pobre cuan-
do nueva, y
Más torcido que una ley
Cuando no quieren que sirva:
el sabroso coloquio entre la Muerte y un doctor moribundo; el re-
piqueteado romance á la bella Anarda (l), y otras muchas de sus
composiciones, no serían desdeñadas por el inmortal vate de la sátira
contra el matrimonio.»
Reconoce Palma que los romances de Caviedes están afeados por
gran número de expresiones groseras y malsonantes y de imágenes
feas y nauseabundas; consecuencia, en parte, de los temas que, con
predilección monótona, cultivó el poeta, acérrimo fustigador de la
pedantería de los medicastros que infestaban la colonia, á quienes
llamaba tumba con golilla y veneno con guantes (2). Pero con todos
(i) Este romance, tan sucio como ingenioso, comienza:
Purgando estaba sus culpas
Anarda en el hospital ;
Que estos pecados en vida
Y en muerte se han de purgar...
y es imitación, no empeorada, del famoso de Quevedo:
Tomando estaba sudores
Marica en el hospita
(2) No tiene reparo en estampar con todas sus letras, los nombres y ape-
llidos de estos doctores,
Ignorantes majaderos.
Que matan con libertad
Más hombres en la ciudad
Que el obligado cameros...
Su encono contra los médicos rayaba en monomanía, pero le faltaba la vena
cómica de Tirso ó de Moliere. En el corto ámbito de sus romances casi im-
provisados y muy desiguales, tiene ocurrencias felices, por ejemplo, el chis-
toso «Memorial que presentó la Muerte al virrey Duque de la Palata cuando
» se trataba de enviar buques y gente de guerra contra los corsarios y se
» construían las murallas para resguardo de Lima», proponiendo como el me-
PERÚ 197
SUS defectos de pulcritud y de gusto, con todos sus resabios de poeta
callejero y desmandado, Caviedes no debe ser confundido entre la
turbamulta de imitadores de Quevedo que pululaban en España
y sus colonias á fines del siglo xvii y principios del xvm, y si es hi-
pérbole notoria compararle con su modelo, de quien no tiene ni la
penetrante intención, ni la intensa y amarga ironía, ni la varia y
jor arbitrio enviar contra el enemigo una embarcación tripulada por médicos,
boticarios, barberos y curanderos (los había de ambos sexos, según da á en-
tender, y probablemente serian indias las que á esto se dedicasen). En el mis-
mo género merecen citarse los versos á Machuca, por su nombramiento de
médico de la Inquisición:
Ya los autos de la fe,
Se han acabado sin duda,
Porque de la Inquisición,
Médico han hecho á Machuca.
Relajados en estatua
Saldrán judíos y brujas,
No en persona, que estarán
Ya relajados con purgas.
Tan hechiceras como antes
Serán las tristes lechuzas,
Porque en manos del doctor
Han de volar con unturas...
En sus rasguños picarescos aspira Caviedes á remedar la desgarrada bi-
zarría de las jácaras de Quevedo, en cuya lectura estaba empapado. Véase,
por ejemplo, esta sarta de apodos y denuestos contra el médico jorobado
Liseras:
Más doblado que un obispo
Cuando en su obispado espira,
Y más que capa de pobre
Cuando nueva algunos días:
Más que bracelete vueltas,
Más revueltas que una esquina,
Más gradas que cementerio,
Más rincones que cocina,
Más hinchado que un abad.
Más agachado que espina,
Y más embutido de hombros
Que ignorante que se admira,
Más tuerto que andar derecho
Entre corchetes y escribas,
Más torcido que una ley
Cuando no quieren que sirva.
Más escaso que banquete
De poeta que convida...
Más agobiado que un jaque,
igS CAPÍTULO IX
copiosa doctrina, ni la vasta concepción cómico-fantástica del mun-
do, ni el raudal inagotable de lengua, ni las portentosas invenciones
de estilo, todavía se le debe un puesto honroso entre los poetas pi-
carescos y provocantes á risa, en el coro de Camargo y Zarate,
Fray Damián Cornejo, Polo de Medina y Jacinto Alonso de Ma-
luenda. El Duende del Parnaso^ no es indigno de figurar en el
mismo estante que El Buen Humor de las Musas, El Tropezón de
la risa y La Cozquilla del gusto.
Lazo entre la literatura peruana del siglo xvii y la del xviii fué la
tertulia ó academia que en su palacio reunía por los años de 1 709
y 1 7 10 el Virrey Marqués de Castell-dos-Rius (D. Manuel Oms de
Santa Pau de Sentmanat y Lanuza), antiguo embajador en París y
Más gibado que bocina,
Y en fin, en la espalda y pecho,
Catafalco con ropilla.
Del cuadro de la taberna de Lepre parecen arrancadas las grotescas figu-
ras de dos borrachos de Lima:
El Portugués y Piojito
Viven piposos con alma,»
Matusalenes de Pisco
Sino Adanes de la Nasca (a),
Y jamás han visto nieve.
Ni saben si es negra ó blanca,
Ni en sus hígados se han puesto
Emplastos de verdolagas.
Los mostos son sus cordiales,
De aguardiente sus horchatas,
Los pámpanos su achicoria,
Y estas hojas sus borrajas.
Los lagares sus boticas.
Los azumbres son sus dracmas,
Su boticario el pulpero
Y su doctor la parranda...
De muchas de las composiciones de Caviedes pueden entresacarse versos
felices, pero apenas hay ninguna que integramente satisfaga. Son varias las
que afectan la forma de pleito ó alegato judicial, que todavía estaba en boga
por los tiempos de Bernat Baldoví y sus camaradas de La Risa, El Fandango
y otros semanarios burlescos de mediados del siglo xix, que rara vez hacen
reir por lo mismo que se lo proponen siempre.
(a) De los valles de Pisco y Nasca procedían los mejores aguardientes del Perú.
PERÚ 199
en Lisboa, y aunque catalán, ardiente partidario de la causa de Fe-
lipe V. Consérvanse las actas de estas reuniones literarias en un có-
dice titulado Flor de Academias, que poseyó D. Pascual de Gayan-
gos (l), y del cual nos ha dado peregrinas noticias el diligentísimo
historiador de nuestra poesía del siglo xviii D. Leopoldo Augusto
de Cueto, Marqués de Valmar. Los principales ingenios que concu-
rrían á leer versos en esta academia eran: el presbítero D. Miguel
Sáenz Cascante; el Padre maestro Fr. Agustín Sanz, Vicario de los
Mínimos, calificador del Santo Oficio, confesor y consultor del Vi-
rrey; el Marqués de Brenes (D. Juan Eustaquio Vicentelo y Tole-
do), que había sido gobernador y capitán general de Tierra Firme;
el Alguacil mayor de la Real Audiencia de Lima, D. Pedro José
Bermúdez de la Torre; el Secretario del Virrey, D. Juan Manuel de
Rojas y Solórzano, caballero de Santiago; el celebérrimo Dr. Peralta
Barnuevo, catedrático de prima de Matemáticas en la Universi-
dad, cosmógrafo é ingeniero mayor de los reinos del Perú; el festiva
entremesista, D. Jerónimo de Monforte; el Marqués del Villar del
Tajo, general de la mar del Sur; el Conde de la Granja D. Luis An-
tonio de Oviedo y Herrera, gobernador de la provincia del Potosí.
«El mal gusto de la época (dice el Sr. Cueto) rebosa en esta
abundante colección de versos artificiales y conceptuosos... Pero
(i) Hoy está en nuestra Biblioteca Nacional. Otra copia, procedente de la
colección del Sr. Zegarra, posee la Biblioteca Nacional de Lima, y de ella se
ha valido D. Ricardo Palma para publicar íntegra la Blor de Academias (edi-
ción oficial)^ Lima, oficina tipográfica de <'-El Tiempos, 1899.
El general Mendiburu (Diccionario histórico, t. vi, pág. 153) dice que v: algu-
nas de estas poesías se publicaron en Lima á fines del siglo xviii, en el Diario
erudito, cuyo editor consiguió el primer tomo de la colección y anunció exis-
tir otras dos que estaba Solicitando. El Jfercnrio Pe?-nano, números 16 y 17
del mes de Febrero de 1791, insertó una relación histórica relativa á la aca-
demia del Marqués de Castell-dos-Rius. Su autor fué el capitán D. Diego Ro-
dríguez de Guzmán, quien como custodio del archivo conservó muchos apre-
ciables papeles, entre ellos una colección de actas con 370 fojas, que llegó á
manos de los editores de dicho Mercurio... En aquel tiempo aparecieron en
Lima otras reuniones de personas estudiosas é ilustradas: el Marqués de Vi-
llafuerte, fiscal de la Audiencia, fomentó en su casa una de estas apreciables
asociaciones, y no lo fué menos la que cultivó en la suya la familia de Orrantia..>
MsNÍNDEü T Pklato. — Poesía hisbano-americana. H. 13
200 CAPITULO IX
acaso por el aislamiento en que vivían los poetas en aquellas apar-
tadas regiones, el cultismo ni subió allí á las nebulosas alturas de los
Góngoras, ni descendió á la ruin y repugnante esfera de los Monto-
ros. Los asuntos académicos son unas veces nobles y naturales,
como, por ejemplo, á la victoria alcanzada por Felipe V en la ba-
talla de Luzzara; otras, las más, son de aquellos que ponen en
prensa el ingenio y provocan los juegos de metro y de palabra, los
retruécanos y los conceptos. Ya expresan el rendimiento de amor á
una dama, en redondillas, con la obligación de acabar cada una de
ellas con un título de comedia; ya discurren sobre lo que bordaba
Penélope en su famosa tela, ó sobre cuál es defecto más tolerable
en la mujer propia, la necedad ó la fealdad; ya pintan á una dama
en un romance con la precisión de haber de constar cada copla de
un título de comedia, de otro de un libro, del nombre de una calle
de Madrid ó Lima y de un refrán; ya, en fin, escriben romances que
son al mismo tiempo latinos y españoles. En medio de estas y
otras extravagancias semejantes, asoma á menudo la fantasía viva y
fecunda de aquellos ingenios extraviados. El Virrey tenía en su pa-
lacio un salón dispuesto para representaciones dramáticas. En algu-
nas ocasiones se improvisaban comedias. Las reuniones empezaban
con música, y el magnate mismo no se desdeñaba de tocar la guita-
rra delante de aquellos poetas, amigos suyos predilectos, que si bien
libres, traviesos y conceptuosos, no son en sus versos ni licenciosos
ni chocarreros» (l).
A esta pintura, trazada de mano maestra, conviene añadir algu-
nos rasgos individuales de los principales poetas. El Marqués de
Castell-dos-Rius, traductor de los himnos del Angélico Doctor San-
to Tomás, dio culto no sólo á las musas líricas, sino á las dramáticas,
y además de varias loas insertas en el códice, sábese que compuso
é hizo representar en su teatro privado una tragedia, ó más bien
ópera, El Perseo, de la cual dice Peralta Barnuevo, en una de las
notas de su poema Lima Fundada, que «tenía armoniosa música,
(i) Historia Critica de la Poesía Castellana en el siglo XVI 11... Tercera
edición, corregida y aumentada. Tomo I... Madrid, Rivadeneyra, 1893 (t. xcvii
de la Colección de Escritores Castellanos), páginas 83-91.
PERÚ 20 I
preciosos trajes y hermosas decoraciones, y que en ella mostró el
Virrey, no sólo la elegancia de su genio poético, sino la grandeza
de su ánimo y el celo de su amor.»
«Tenía el Marqués perverso gusto poético (advierte el Sr. Cueto).
Él es quien ponía á los asuntos académicos, en sus tertulias litera-
rias, tantas pueriles dificultades métricas, indignas de la verdadera
poesía; y se trasluce en la Noticia proemial de la Flor de Academias
que el culto y elegante Virrey blasonaba de que en la suya «se ba-
rbián hecho usuales los primores más difíciles» y «que continua-
» mente se componían allí poesías, ya retrógradas^ ya con ecos^ pa-
»ranomasias y otras delicadas armonías y artificiosas elegancias» (l).
, (i) Ampliando las noticias contenidas en su libro, nos facilitó nuestro ilus-
tre compañero el Sr. de Cueto las muy interesantes notas que publicamos á
<;ontinuación y que creemos útiles aun después de la publicación del Sr. Palma:
— Castell-dos-Rius (D, Manuel de Oms y de Santa Pau, Marqués de). Na-
tural de Cataluña; Grande de España; Virrey del reino de Mallorca; Embaja-
dor en Portugal y en Francia. Murió en Lima, á los sesenta años de su edad,
el día 24 de Abril de 17 10, siendo virrey, gobernador y capitán general de
los reinos del Perú, Tierra Firme y Chile.
Flor de Academias, que co?ttiene las que se celebraron eft el Real Palacio de
¿sta corte de Lima, en el gabinete del Excmo. Sr. D. Mamiel de Oms y de Santa
Pau, olim de Sentmanat y de Lanuza, Marqués de Castell-dos-Rius... desde el lu-
nes 23 de Septiembre del año de 170Q hasta el 24 de Abril de ijio. — Es un códi-
ce de 206 hojas, perteneciente á la preciosa colección de manuscritos del
Sr. D. Pascual de Gayangos.
En este códice hay poesías de varios ingenios y algunas del Virrey. Todas
conceptuosas, como de aquel tiempo. Para dar alguna idea de aquellas tertu-
lias poéticas, copiaremos algunas palabras de la Noticia proemial de la Flor
de Academias:
«Determinó (el Virrey) celebrar en su gabinete todos los lunes por la
noche una academia, compuesta de aquellos caballeros sus más favorecidos
y estimados, y que más inmediatamente y con mayor afecto le asistían... El
orden que observó S. E. en las primeras academias, fué dar á todos los inge-
nios un mismo asunto, á que compusiesen de repente, señalándoles también
el metro en que habían de escribir, y un breve espacio de tiempo para co-
rrer la pluma en su desempeño.
>Precedía á la composición poética la dulce armotiía. Música formada de
diestras escogidas voces y varios sonoros instrumentos. Ostentaba el regio
camarín, en el aparato magnífico de su opulencia, los preciosos adornos que
202 ' CAPITULO IX
D. Jerónimo de Monforte y Vera, poeta aragonés, se distinguía
especialmente en la improvisación burlesca, y hay en el códice Flor
de Academias muchas muestras de su jovial ingenio. En el prólogo
se dice, hablando de él: «]\Iuy favorecido de las musas festivas, que
le han inspirado las agradables poesías con que se han visto acredi-
tados sus desvelos en los más plausibles teatros de Europa y en los
más célebres Liceos de la América.» Residió muchos años en Lima»
Con el título de El amor duende^ escribió un saínete que fué repre-
entre el lucimiento y la curiosidad dilataban los ánimos en el gusto y la ad-
miración...
s>Á la ingeniosa tarea de las obras que se componían de repente, añadió su
Excelencia la de que se hiciesen juntamente otras de pensado para traerlas
el lunes siguiente...
»Su Excelencia había cultivado la claridad de su entendimiento con el
continuo estudio de todas las letras que ilustran el ánimo de un generoso
príncipe, y con el político manejo de sus altos empleos. Ninguna lengua de
las célebres le fué extranjera.
>Lo que en todas las academias se escribió, es lo que contiene este li-
bro. Pero era mucho más lo que se decía extemporáneamente á diferentes
asuntos y argumentos que ofrecían la conversación, el acaso ó la controver-
sia de diferentes materias, facultades y noticias, con admirable propiedad en
la inteligencia de la filosofía y matemáticas, jurisprudencia, teología, historia,
poética y razón de estado: usando en todo de rara novedad, sin que jamás
se oyese composición ordinaria o' común... S. E. y los demás i?igenios habían
hecho usuales los priinores más difíciles... En algunas ocasiones se vio tejida
entre S. E. y los demás concurrentes una representación cómica con todos los
rigores y preceptos del arte...
-Juzgo que en este libro ofrezco á la discreción una joya muy rica, com-
puesta de peregrinas preciosidades, reservando para otro tomo las demás
obras poéticas de S. E., y para otro las que se escribieron en los festejos
cómicos para la celebridad de todas las Reales fiestas, y años de Sus Majesta-
des y nacimiento de nuestro Príncipe; y en ese tomo ofrezco todas las loas
que escribieron alternadamente S. E. y el Dr. D. Pedro José Bermúdez.»
Á la muerte del Marqués de Castell-dos-Rius, llorada sinceramente en
Lima, escribieron versos varios ingenios del Perú. En el manuscrito Flor de
Academias, hay composiciones consagradas á su gloriosa memoria, de D. Pe-
dro Bermúdez de la Torre, del Ldo, D. Miguel Cascante, del Marqués de
Brenes, del Conde de la Granja, de D. Juan José Bermúdez, de D. Mateo
Mariano Bermúdez, de D. Pedro de Peralta, de D. Francisco Santos de la
PERlJ 203
sentado en el Callao, en 1725, por la familia del Virrey Marqués de
Castel -Fuerte , para celebrar la proclamación del rey. Luis I. En la
Fama postuma, de Sor Juana Inés de la Cruz (1700), hay una elegía
de Monforte, y son casi los únicos versos serios suyos que cono-
cemos.
El Conde de la Granja, D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera,
Paz, de D. Jerónimo de Monforte y del capitán D. Diego Rodríguez de
Guzmán.
Como muestra de esta poesía ingeniosa, pero desigual, enredada y con-
ceptuosa, pondremos aquí un soneto del Conde de la Granja:
Á LA MUERTE DEL MARQUÉS DE CASTELL-DOS-RIUS, VIRREY DEL PERÚ
Canto, bien que no sé si canto ó lloro,
Aun en sombras, la muerte esclarecida
De un héroe que dio vida con su vida
A ciencias y artes, y al castalio coro.
Varón de un siglo en que volvió el de oro.
Pues gobernó con rienda tan medida,
Que en la razón á la justicia unida
Cifró del mando el principal decoro.
Discreto fué sin presunción de sabio:
Supo hermanar con su saber su suerte,
Supo lo que en mortal junto no cupo.
Igualó al de Demóstenes su labio;
¿Qué no supo él?... Él supo hasta en la muerte
Lo más que hay que saber, pues morir supo. -
—Rojas y Solórzano (D. Juan Manuel de). Caballero de la Orden de San-
tiago, Secretario del Virrey del Perú.
Era este ingenio de los que tomaban mayor parte en las academias poéti-
cas que se celebraban en Lima en el palacio del Marqués de Castell-dos-
Rius (1709 y 1 7 10). En el códice Flor de Academias hay muchas poesías suyas.
Tenía viva fantasía, y es tal vez uno de los poetas malogrados por el perver-
so gusto de la época. Creemos oportuno dar aquí una muestra de su estilo.
Era el 19 de Diciembre de 1709. La academia había de ser aquella noche
más solemne y espléndida que de ordinario. Estaba consagrada á celebrar
los años del rey Felipe V. Dióse principio á la función con una oración aca-
démica de carácter fantástico, que fué recitada por D. Juan de Rojas, al son
de una música suave. Así empieza esta oración poética:
iAh de la sacra mansión!
¡Ah del celeste pensil!
Mi acento escuchad.
Mi voz oid,
Y al obsequio plausible concurra
204 CAPITULO IX
fué natural de Madrid, y Alvarez Baena le incluye entre sus hijos
ilustres; pero por afecto y larga residencia pertenece al Perú, donde
se avecindó definitivamente después de haber sido gobernador de
la provincia de Potosí. Nos quedan, como principales muestras de
su numen, el Poema sacro de la Passión de N. S. yesucrisío, que es
un larguísimo romance, quizá el más largo que existe en castellano,
á excepción de la Vida de la Virgen^ de D. Antonio de Mendoza;
y otro poema, mucho más conocido y celebrado, en octavas reales,
De alados ingenios la turba sutil.
Mirad, advertid
Que hoy el voto y el culto promete
A osados alientos el premio feliz.
Hoy la noche se goce triunfante,
Pues vagas sus sombras pudieron unir
En mejor firmamento los astros
Que en ella brillantes se miran lucir.
Del aplauso las voces sonoras
Escuche suspenso el celeste confín,
Y del tiempo sus ecos heroicos
En bronces eternos estampe e! buril.
Después pide el poeta á Apolo su favorable influjo en varias estrofas. He
aquí algunas de ellas:
Ya que mi torpe diestra herir no sabe
Plectro armonioso, cítara elocuente.
Permítele pulsar hoy la cadente
Lira suave.
Haz que el monte en mi voz glorias blasone,
Triunfando del empeño victoriosa,
Y que mi tosca sien la desdeñosa
Dafne corone.
Haz que mi helado espíritu se influya
Del rayo que á tu espíritu merezca,
Y brille en él de suerte que parezca
Dádiva tuya.
Después canta en octavas reales algunas aventuras de Apolo, y, al referir
la fuga de Dafne, proclama la excelencia del amor del corazón en esta nota-
ble octava:
¡Oh vil pasión del apetito humano.
Grosera adulación de los sentidos.
Que igualas lo vulgar y soberano
PERÚ 205
que tiene por asunto la Vida de Santa Rosa de Lima, patrona del
Perú (l). En calidad de tal poema, sin ser una maravilla, no es de
las peores y más monstruosas obras de su género y de su tiempo, y
sería grave ofensa compararle con la Hernandía, con La elocuencia
del silencio y aun con Lima Fundada. El Conde de la Granja tiene
más fantasía y versifica mejor que Peralta Barnuevo: la parte des-
Cuando formas dichosos de atrevidos!
Vuelve los ojos, y verás que ufano
Burla el desdén arrojos fementidos;
Que amor, si un alma en conquistar se esfuerza.
La vence por constancia, no por fuerza.
— Bermúdez de la Torre y Solier (D. Pedro José). Doctor en ambos dere-
chos; Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Lima.
Uno de los poetas más abundantes é ingeniosos de aquellos que consti-
tuían la tertulia poética del Virrey del Perú en los años de 1709 y 1710.
El códice Flor de Academias dice del Dr. D. Pedro Bermúdez estas pala-
bras: «Sus obras, estimadas aún en distantos climas, excusan mi alabanza.»
Sus romances, especialmente aquel en que describe la tela de Penélope
(págs. 89-91), son de lo mejor que hay en la Flor de Acade?mas.
Nada impreso hemos visto de este poeta, á excepción de estas tres obras:
Soneto destinado á ensalzar un mal poema de D. Francisco Santos de la Paz
en elogio del Obispo de Quito, Virrey del Perú, D. Diego Ladrón de Gue-
vara;
Aclamación afectuosa, en aplauso de la heroica acción que ejecutó el Serenísi-
mo señor Principe de Asturias tnatando á tm toro en i¿n bosque poco distante de la
ciudad de Sevilla en defetisa de la Princesa nuestra señora , el año pasado J72g.
Es un romance endecasílabo, impreso en Lima en 1730;
Un soneto al mismo asunto.
Escribió varias loas.
A estos opúsculos citados por el Sr. Cueto, deben añadirse otros varios,
casi todos de circunstancias, que enumera el Sr. de la Riva Agüero (La His-
toria en el Per tí, pág. 323.)
Entre las mejores poesías contenidas en la Flor de Academias, deben con-
tarse seis fábulas esópicas parafraseadas en variedad de metros por Cascante,
el Marqués de Brenes, Rojas Solórzano, Bermúdez, Peralta Barnuevo y D. Je-
rónimo de Monforte (acta 6.^, lunes, 28 de Octubre de 1709).
(i) Poema sacro de la Passión de N. S. Jesiichristo, que en un romance cas-
tellano, dividido en siete Estaciones, escribía D. Luis Antonio de Oviedo Herrera
y Rueda. Lima, Francisco Sobrino, 17 17; 4.°
Consta de mil doscientas cuarenta y cuatro coplas, todas con el mismo
asonante:
206 CAPÍTULO IX
criptiva es amena y se lee con gusto. Pero su mérito literario, al fin
mediocre, no salvaría el libro del olvido, si no fuesen de gran curio-
sidad sus noticias, no sólo porque se refiere á la vida de la Santa
más popular del mundo americano, sino por lo mucho que incluye
de topografía é historia general del Perú. En este sentido tiene un
valor local inapreciable. La descripción que en el primer canto se
hace de las fábricas de la ciudad de Lima y fertilidad de sus valles;
la valiente pintura de una erupción del Pichincha en el canto sex-
to (l); el relato de las expediciones piráticas de los corsarios ingleses
¿Qué armada tropa es aquella,
Que entre el horror de la noche
Envuelta, abultando sombras,
Da más cuerpo á sus horrores?
Hurtándose al paso, marcha,
Como que de sí se esconde
Tan quedo, que aun no despierta
A las soñolientas flores.
Vida de Satita Rosa de Sania María, nat7iral de Lifna y patraña del Peni,
poema heroyco, por D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Caballero del Orden
de Santiago, Conde de la Granja En Madrid, por Juan García Infanzón,
año de 171 1; 4.° El poema tiene doce cantos. Las aprobaciones del libro son
extensas é interesantes. Los versos laudatorios, latinos y castellanos, perte-
necen al P. José Francisco de la Reguera, prefecto de los Estudios Reales de
Latinidad en el Colegio Imperial de Madrid; al Marqués de Miaña, consejero
de Indias; á los dos famosos poetas dramáticos Zamora y Cañizares, al Padre
jesuíta José Rodríguez, á D. Pedro de Urquiza y á un hijo del autor llamado
como su padre.
En la segunda edición de este poema, hecha en Lima en 1S67 por el pres-
bítero M. T. González La Rosa, se cometió el desacierto de suprimir las
82 páginas de preliminares.
Para hacerse cargo de la copiosa literatura antigua y moderna relativa á
Santa Rosa de Lima, véase el esmerado Estudio Bibliográfico de D. Félix
Cipriano C. Zegarra, publicado en 1886 con motivo del tercer centenario de
la Santa. A 276 llegan las obras, de diversos países y lenguas, que directa ó
incidentalmente tratan de la patrona de Lima, con ser tan moderna.
(i) Véase una octava de esta descripción, como muestra del estilo del
poeta:
Densos vapores su crestada cumbre
Como penachos trémulos ondea;
Anéganse en su propia muchedumbre,
PERÚ 207
y holandeses, el Draque, los dos A'quines y Espilberghen; el catálo-
go rimado de los principales apellidos de la colonia, y otras muchas
curiosidades que el libro contiene, le hacen digno de ser registrado
por todo americanista; y hasta el mero aficionado á la poesía le
hojea sin fastidio, recreado por la viva imaginación del autor, que
le inspira máquinas é invenciones de carácter bastante original y
romántico, como la historia del mágico Bilcadma y del inca Yu-
pangui, encadenado por fatídico decreto á un risco de los Andes.
Inferior al Conde de la Granja como poeta, pero muy superior á
todos los peruanos y á la mayor parte de los españoles de su tiempo
por las muestras de su saber enciclopédico y el número y variedad
de sus escritos, se nos presenta el famoso polígrafo D. Pedro de
Peralta Barnuevo, monstruo de erudición, de quien sus contempo-
poráneos escribieron las cosas más extraordinarias. Valga por mu-
chos el testimonio del P. Feijoo en su discurso sobre Españoles ame-
ricanos (tomo IV, discurso 6.° del Teatro critico): «En Lima reside
»D. Pedro de Peralta y Barnuevo, catedrático de prima de Matemá-
»ticas, ingeniero y cosmógrafo mayor de aquel reino: sujeto de
»quien no se puede hablar sin admiración, pues que apenas (ni aun
»apenas) se hallará en toda Europa hombre alguno de superiores
»talentos y erudición. Sabe con perfección ocho lenguas, y en todas
»ocho versifica con notable elegancia. Tengo un librito que poco ha
»compuso, describiendo los honras del señor Duque de Parma, que
»se hicieron en Lima. Está bellamente escrito, y hay en él varios
» versos suyos harto buenos, en latín, italiano y español (l). Es pro-
» fundo matemático, en cuya facultad ó facultades logra altos crédi-
Representando asombros en la idea:
En pavesas envuelta oculta lumbre,
De sus entrañas, palpitante humea,
Y con la llama, que discurre vaga,
Todo se enciende; sólo el sol se apaga.
(i) Conocía además el griego, el inglés y el quechua. En francés dejó dos
poemas manuscritos, El triunfo de Asfrea y La gloria de Luis el Grande, en
alabanza, respectivamente, de Felipe V y de Luis XIV. Del italiano tradujo
varias obras, y del latín la oda xiv del libro i.° de Horacio. (Vid. Monumentos
literarios del Perú, por Guillermo del Río. Lima, 1812.)
208 CAPÍTULO IX
»tos entre los eruditos dé otras naciones, pues ha merecido que la
»Academ¡a Real de las Ciencias de París estampase en su historia
»algunas observaciones de eclipses, que ha remitido. Es historiador
;> consumado, tanto en lo antiguo como en lo moderno, de modo
»que sin recurrir á más libros de los que tiene impresos en la
»bibliotheca de su memoria, satisface prontamente á cuantas pre-
»guntas se le hacen en materia 'de historia; sabe con perfección
» (aquella de que el presente estado de estas Facultades es capaz)
»la Filosofía, la Química, la Botánica, la Anatomía y la Medicina.
»Tiene hoy (es decir, en 1 730 en que Feijoo escribía esto) sesenta
»y ocho años ó algo más. En esta edad ejerce con sumo acierto, no
»sólo los empleos que hemos dicho arriba, mas también el de con-
fiador de Cuentas y particiones de la Real Audiencia y demás
^tribunales de la ciudad, á que añade la presidencia de una Acade-
»mia de Matemáticas y Elocuencia que formó á sus expensas. Una
» erudición tan vasta es acompañada de una crítica exquisita, de un
ajuicio exactísimo, de una agilidad y claridad en concebir y expli-
»carse admirables. Todo este cúmulo de dotes excelentes resplan-
»decen y tienen perfecto uso en la edad casi septuagenaria de este
» esclarecido criollo.»
¿Qué es lo que la posteridad ha dejado en pie de la fama cuasi
mitológica de Peralta Barnuevó, atestiguada por hombre de tan
independiente y severo juicio como el P. Feijoo, tan mal avenido
con los errores de la opinión vulgar? Cuesta trabajo decirlo: poco
más que un nombre que no despierta ya eco ninguno de gloria lite-
raria. Sus obras no se leen ni en América ni en España, y como
muchas son raras, y no creo que ninguna biblioteca las posea todas
ni nadie las haya visto juntas, es posible que en algunas de ellas,
especialmente en las de índole científica, que han sido hasta ahora las
menos estudiadas (l), se contenga algo muy importante y que deje
(i) «Su verdadera vocación científica fué la de matemático y astrónomo.
Las ciencias exactas constituyeron el principal objeto de sus tareas intelec-
tuales; y las estudió, no tanto en la parte teórica, cuanto en las aplicaciones
déla Astronomía, la Ingeniería Militar y Civil y la Metalurgia. En 1702 lo
hallamos reconociendo el cometa visible en Lima, la noche del 26 de Febre-
PERÚ 209
bien parado el entusiasmo del P. Feijoo. Desgraciadamente, como
historiador y como poeta, sus obras son bastante conocidas para
que pueda ser juzgado sin remisión. Su erudición era estupenda sin
duda, pero indigesta y de mal gusto: su criterio histórico de los
más inciertos y extravagantes: su estilo en prosa y en verso en-
fático, retorcido y con todos los vicios de la decadencia litera-
ria, que después del advenimiento de Luzán y de Feijoo no eran
ya tolerables, ni aun en una remota colonia, de parte de un hom-
bre que estaba en correspondencia con las principales Academias
de Europa, Sus obras, entre grandes y pequeñas, suman el nú-
mero de 48, y él ó sus panegiristas tuvieron la extravagante idea
de ponerlas por el orden de las letras de su nombre y apellidos, de
modo que reuniendo las primeras letras de cada título lee uno de
corrido: El doctor Don Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavi-
des. Hay entre ellas Observaciones astronómicas, Regulación del
tiempo en treinta y cinco efemérides, Observaciones náuticas, un Sis-
tema astrológico demostrativo, una Aritmética especulativa, un plan
de fortificaciones para Buenos Aires y otro para Lima, hasta con-
vertirla en inexpugnable; y otros tratados de Matemáticas, Ingenie-
ría y Arte Militar; uno de Metalurgia, Nuevo beneficio de metales;
otro Del origen de los monstruos; varios informes jurídicos, un
Arte de ortografía, numerosas oraciones universitarias que pro-
nunció siendo Rector, una notabilísima Relación del gobierno del
virrey marqués de Castel-Fuerte; y, finalmente (y citaremos casi
íntegra la fastidiosa portada, porque da cabal razón del contenido),
la Historia de España vindicada, en que se hace su más exacta des-
cripción, la de sus excelencias y antiguas riquezas: se prueba su pobla-
ción, lengua y reyes verdaderos piimitivos, su conquista y gobierno
por los carthagineses y romanos: se describe la verdadera Cantabria:
ro. En 1709 lo nombró el virrey marqués de Castell-dos-Rius, en reemplazo
del flamenco Koening, catedrático de Prima de Matemáticas en la Universi-
dad. Esta cátedra comprendía en sus enseñanzas las de Náutica y Pilotaje, y
llevaba anexos generalmente los cargos de Cosmógrafo Mayor é Ingeniero del
Virreinato. En desempeño de estas obligaciones, Peralta publicaba todos los
años el calendario oficial ó Conocimiento de los iietnpos, acompañado de pronós-
ticos astronómicos y también astrológicos, porque rindió cuantioso tributo á la
2IO CAPITULO IX
se fijan las más ciertas épocas ó raíces del Nacimiento y Muerte de
Nuestro Salvador: se defiende irrefragablemente la venida del Apóstol
Santiago^ la aparición de Nuestra Seño?'a al Santo en el Pilar de
Zaragoza^ y las translaciones de su sagrado cuerpo: se vindica su
histo?'ia pi'imitiva eclesiástica^ la de San Satur7ii)to, Sait Fermín,
Osio y otros sucessos: se refieren las persecuciones, los mártyres y
demás santos, los Concilios y Progressos de su Religión hasta el siglo
sexto: la historia de los emperadores y de los grandes varones: el ori-
gen é imperio de los Godos (Lima, 1730) (i). Libro es éste de más
aparato que substancia, y del cual puede prescindir sin gran pérdida
el estudioso investigador de las cosas de la España Antigua, pues si
bien es cierto que Peralta aplica y maneja con desem^barazo los
textos clásicos, y acierta en algunas cuestiones geográficas, como la
del sitio de Cantabria, y combate con vigor los falsos cronicones,
también lo es que en muchas otras cosas se muestra crédulo en de-
masía, acepta como hechos reales los mitos de Gerión, Hesperis,
Gargoris y Abidis, y los viajes de Baco acompañado de Pan, su te-
niente general. Y por de contado pasa dócilmente por todas las tra-
diciones de nuestra primitiva historia eclesiástica, á las cuales ya
Astrología, del propino modo que su coetáneo D. Diego de Torres y Villarroel,
muy desemejante de él en vida é índole, pero émulo suyo en variedad de ap-
titudes científicas y literarias... Suministró muchos datos cosmográficos al via-
jero francés Frazier. Fué socio correspondiente de la Academia de Ciencias
de París. En materia de Arquitectura Militar, imprimió, ya muy anciano, en
1740,1a disertación Lima inexpugnable, discurso kereoiectdr ico, en que demues-
tra la incapacidad defensiva de las murallas hechas por el duque de la Palata
y propone la construcción de una ciudadela. Compuso, igualmente, en su ca-
lidad de Ingeniero mají^or del Virreinato, un informe manuscrito sobre las for-
tificaciones de Buenos Aires; y en tiempos del marqués de Castell-Fuerte, ideó
é hizo ejecutar en el Callao una gran empalizada, con el objeto de contener
las aguas del mar, que batían y arruinaban los muros del puerto, escribiendo
para ello dos Memorias detalladas, y formando el plano y el presupuesto de
la obra». (Vid. Agüero: La Historia en el Peni, págs. 301-302.)
(i) Costeó la edición de este volumen, que en España es bastante raro,
el rico caballero montañés D. Ángel Ventura Calderón Ceballos y Bustamante
(primer Marqués de Casa-Calderón). La impresión es de las más esmeradas de
la tipografía limeña y lleva estampas que dibujó «un varón religioso, grande
en la cátedra y en el pulpito, y mayor en la virtud, cuyo nombre se oculta».
PERÚ 21 r
Ferreras y otros habían puesto tantos reparos. De aquí el olvido en
que cayó muy pronto el libro, y lo poco que se le cita y consulta.
En vísperas de la España Sagrada, era ya un producto anacrónico.
La obra poética más considerable de Peralta Barnuevo, y la única
que todavía tiene algún lector, no á título de poema, sino de libro
de historia americana, es Lima Fundada ó Conquista del Peni:
Poema heroico en qtie se decanta toda la historia del descubrimiento y
sujeción de sus provincias por D. Francisco Pizarro, y se contiene la
serie de los Reyes, la historia de los Virreyes y Arzobispos que ha
tenido, y la memoria de los Santos y Varones ilustres que la Ciudad
y Reyno han producido (l). Y, hablando con entera propiedad, no
puede decirse que se lea el poema, que es una mezcla extraña de
gongorismo y de prosaísmo, reuniendo en sí las dos contrarias abe-
rraciones del siglo XVII y del xviii, para que ningún rasgo de mal
gusto le falte. Lo que se lee son las copiosas notas históricas y ge-
nealógicas que recargan las márgenes (2).
Fué también Peralta Barnuevo poeta dramático, y bastante más
feliz que en lo épico. Tenemos á la vista un códice de sus obras
teatrales, que perteneció á la rica colección de nuestro difunto amigo
D. José Sancho Rayón. En esta limpia y esmerada copia, que en el
tejuelo se rotula Comedias del Fénix Americano, son tres las piezas
incluidas: Jriunjos de amor y poder, comedia mitológica, cuyo asunto
son las transformaciones de la ninfa lo y de Argos el vigilante, entre-
(i) Lima, por Francisco Sobrino y Dados, 1732. Dos vols., 4.° Versos lau-
datorios de Ángel Ventura Calderón, Antonio Sancho Dávila Bermúdez de
Castilla, Miguel Mudarra de la Serna Roldan, Francisco de Robles y Maldo-
nado y José Berna). Este poema ha sido reimpreso en el t. i de la Colección
de documentos literarios del Coronel Odriozola.
(2) Hay, sin embargo, de vez en cuando alguna octava no despreciable,
por ejemplo, esta del canto 8.°:
En su horizonte el sol todo es aurora,
Eterna el tiempo todo es Primavera,
Sólo es risa del cielo cada hora,
Cada mes sólo es cuenta de la Esfera.
Son cada aliento un hálito de Flora,
Cada arroyo una Musa lisonjera;
Y los vergeles, que el confín le debe,
Nubes fragantes con que el cielo llueve.
21-2 CAPITULO IX
mezcladas con los amores de Hipomenes y Atalanta; Afectos vencen
finezas^ comedia calderoniana por el gusto de la de Afectos de odio
y amor, ó la de Duelos de amor y lealtad; Rodoguna, que es la tra-
gedia de Corneille acomodada á las condiciones del teatro español
con bastante destreza, harto mayor que la que mostró Cañizares en
su imitación de la Ingenia de Racine. Cada una de estas piezas lleva
su loa, constando en la primera de ellas que la comedia Triunfos de
amor y poder fué representada por orden del Excm.o. Sr. D. Diego
Ladrón de Guevara, obispo de Quito y virrey del Perú, en celebra-
ción de la victoria obtenida por las armas de Felipe V en los cam-
pos de Villaviciosa el año 1710, y que Afectos vencen finezas sirvió
para festejar los años de otro Virrey, el Arzobispo de la Plata don
Diego Morcillo Rubio de Auñón. Completan el ramillete dos fines
de fiesta y un entremés, con imitaciones visibles de Moliere en Le
Médecin malgré lui y en Les Femmes Savantes (l). Este tomo debía
publicarse íntegro, no sólo porque los versos cómicos y trágicos de
Peralta Barnuevo valen harto más que sus octavas épicas, sino por
ser sus obras de las más antiguas que en nuestro teatro encabezaron
la imitación del teatro francés; y la Rodoguna probablemente anterior
al Cinna del Marqués de San Juan, que se imprimió en 17 1 3) y que
de seguro no fué destinada á las tablas, al paso que de la Rodoguna
sabemos que se representó en Lima, y tenía todas las condiciones
necesarias para la escena.
La celebridad literaria de Peralta Barnuevo, el cargo que varias
veces tuvo de Rector de la Universidad de San Marcos y su propia
afición á todo lo aparatoso y rimbombante, le convirtieron en obli-
gado cronista de todos los festejos y fúnebres solemnidades de su
tiempo, y proveedor incansable y polígloto de versos é inscripcio-
nes para ellos. En este lamentable género de literatura compiló su-
cesivamente los raros libros que llevan por títulos: Lima triunfante;
Glorias de la América, juegos pythios y júbilos de la Minerva pe-
(i) Por el mismo tiempo, un desconocido poeta de Lima, llamado Villal-
ta, terminó la comedia Amor es arte de amar, de la cual D. Antonio de Solís
había dejado únicamente escrita parte de la primera jornada. También poseía
esta continuación inédita el Sr. Sancho Rayón.
PERÚ 2 1 3
ruana^ en la entrada solemne del Marqués de Castell-dos-Rius
(1708); el Panegírico y poesías con que se celebró la fausta feliz
acción del recibimiento en las Escuelas del Virrey Principe de San-
to Buono (i 7 17); El Templo de la Fama vindicado, y unas estan-
cias panegíricas en italiano al Cardenal Alberoni (1720); los Júbilos
de Lima y fiestas reales en los casamientos del Príncipe D. Luis (des-
pués Luis Y) y de la Princesa de Orleans (1723); la Fúnebre pompa en
las exequias del Duque de Pari¡ia{l'¡22))\ El Cielo en el Parnaso^ certa-
men poético con que la Universidad de Lima festejó al Virrey Mar-
qués de Villagarcía en 1 736; La Galería de la Omnipotencia, con mo-
tivo de la canonización de Santo Toribio Alfonso de Mogrobejo; la
Relación de la Sacra festiva poinpa en acción de gracias por la exal-
tación á la cardenalicia dignidad de D. Gaspar de Molina (1739), el
Parabién panegírico al nuevo arzobispo de Lima D. José Antonio
Gutiérrez de Ceballos, y seguramente otras de que no tenemos
noticia.
Era el poeta laureado de los Virreyes, y no se daba punto de
reposo para hilvanar versos de circunstancias, no sólo en castellano,
sino en latín, en italiano y en francés: su vena adulatoria y estrafa-
laria llegó á un extremo casi de demencia cuando compuso el elo-
gio del Virrey Armendáriz, Marqués de Castel-Fuerte, sin emplear
en todo su discurso más letra vocal que la A. ¡Lástima de estudios
tan torpemente malogrados! (l).
El ejemplo de Peralta Barnuevo, doblemente deplorable por los
sólidos méritos da su varia doctrina, contagió á todos los poetas de
certamen, que en número prodigioso hicieron rechinar las prensas
de Lima con sus abortos durante todo el sig-lo xviii. No hubo su-
ceso próspero ó infeliz que no se solemnizase con ridículos versos.
La colección de estas antologías es manjar regalado para los biblió-
filos; y el breve catálogo que de algunas de ellas presentamos en
nota bastará á indicar, por la sola extravagancia de los títulos, lo
(i) Sobre Peralta Barnuevo publicó un importante estudio en la Revista
ael Plata (tomos viii, ix y x) D. Juan María Gutiérrez.
El Sr. de La Riva Agüero, en su libro ya citado, añade muchas noticias; é
importantes, aunque quizá demasiado apologéticas, consideraciones.
214 CAPITULO IX
depravado y absurdo de su contenido. Figuran en estos centones
bastantes poetisas: Doña Violante de Cisneros, monja definidora en
el monasterio de la Concepción; Doña María Manuela Carrillo de
Andrade y Sotomayor, llamada en su tiempo la Lhnana Musa; Sor
Rosa Corvalán; Doña Rosalía de Astudillo y Herrera; Doña Josefa
Bravo de Lagunas, abadesa de Santa Clara, autora de un soneto
á la muerte de la reina Bárbara, del cual son estos tercetos:
Descansa en paz, pues tu virtud me avisa
La corona mejor que te declara
El que allá en las estrellas te eterniza;
Que á mí para seguirte me prepara
El religioso saco en su ceniza
Del fin postrero la verdad más clara.
Pero es maravilla encontrar en medio de tal fárrago alguna cosa
racional: hay octavas en que todas las palabras empiezan con la
letra C:
¡Cielos! Cómo canciones cantaremos
Con corazones casi consumidos...
versos en metáfora de música y en metáfora de imprenta; y se hace,
sobre todo, grande ostentación de metrificar en diversidad de len-
guas: en la Parentación solemne de la reina María Amalia de Sajo-
nia (i 76 i), se emplean, no sólo el latín, italiano y francés, sino el in-
glés, el alemán, el húngaro, el portugués, el catalán, el vascuence,
el quichua y el dialecto de los indios de ]\Ioxos. ^Muchas cosas se
enseñaban en la Universidad de San Marcos y en los colegios de la
Compañía de Jesús; lo único que no se enseñaba era el buen gus-
to (l). Estas coronas poéticas son, por decirlo así, las postreras he-
(i) Parentación Real al Soberano nombre é itimortal memoria del católiccr
Rey de las España s y Emperador de las Indias... D. Carlos II, fúnebre solemni-
dad y suntuoso mausoleo que en sus reales exequias en la Iglesia Aletropolítana
de Lima consagró d sus piadosos manes el Excelentistmo Señor D. Melchor
Portocarrero Laso de la Vega... Virrey, Goberfiador y Capitdii general de estos-
reinos y provincias del Peni, Tierra Firme y Chile. Escríbela de orden de su Ex-
celencia el R. P. J\I. Ir. José de Buendía, de la Compañía de Jesús. En la im-
PERÚ 215
ees del culteranismo, que en las colonias mantuvo su dominación
medio siglo más que en la península.
Fué de los últimos y más disparatados poetas de ocasión un mozo
andaluz, de bastante chispa, pero todavía de mayor notoriedad por
sus travesuras y picara vida, que al fin dieron con él en el asilo de
los Padres Betlemitas, maltrecho de cuerpo y agriado de voluntad.
prenta Real del Sa?ito Oficio y de la Santa Cruzada. Año de 1701. (Con una lá-
mina que representa el túmulo).
Hay versos de veintiocho ó treinta poetas, todos obscurísimos, á excepción
de Peralta Barnuevo.
— Aplattso reverente y afectuoso de la Universidad de San Marcos á D. Diego
Ladrón de Guevara, 1 7 1 1 ,
— El Sol en el Zodiaco. Certamen poético en el solemne, triunfal recibimiento de
D. Carmine Nicolás Caracholo, Principe de Santo Buono, 1717.
— Cartel del certamen . El Theatro Jieroico. Certame^t poético de la Universidaa
al recibimiento de D. Diego Morcillo Rubio de Atmo'n, 1720.
— Cartel del certamen. El Jtípiter Olímpico. Para la festiva celebración poéti-
ca de la Universidad d Morcillo Rubio de Auñóit, 1720.
— Elisio Peruano. Solemnidades heroicas y festivas demostraciones de júbilos
que se han logrado en la ?nuy Noble y muy Leal Ciudad de los Reyes, Lima, en
la aclamación de D. Luis Primero, N. S. Las resume D. Gerónimo Fernández
de Castro y Bocángel. Lima, por Francisco Sobrino, 1725. Tuvieron estas
fiestas la rara condición de ser postumas, puesto que Luis Primero había fa-
llecido en 31 de Agosto de 1724, y todavía en el Callao le estaban festejando
á principios de Febrero de 1725. Se representaron con esta ocasión tres co-
medias: Los Juegos Olímpicos, de Salazar y Torres; El Poder de la A?nistad, de
Moreto; Para vencer amor querer vencerle, de Calderón. Para esta última com-
puso Peralta Barnuevo una loa, Monforte un saínete y Fernández de Castro
una introducción, zarzuela, baile y fin de fiesta para el Sarao de los Planetas.
Todo viene inserto en el Elisio Peruano.
— Parentación Real, sentimiento público, luctuosa pompa, fúnebre solemnidad,
en las reales exequias de... D. Luis I, Católico Rey de las Españas y Emperador
de las Indias. Suntuoso mausoleo que á su augusto nombre é inmortal memoria
erigió en la iglesia de Liina el Exc?no. Sr. D. José de Armendáriz, Marqués de
Castel-Fuerte, Virrey, etc. Escríbelo de orden de su Excelencia el R. P. Fr. To-
más de Torrejón, de la Comp. de Jesris... Lima, imp. de la calle de Palacio, por
Ignacio de Luna y Bohórquez, 1725, 4.°.
— Fúnebre, religiosa pompa de nuestro Santísimo Padre Benedicto XIII, por
Fr. Alonso del Río, 1 73 1.
— Magnifica parentación y fúnebre pompa, en la ocasión de trasladarse... la se-
Meméüdkz r Pelayo. — Poesía his^ano-americana. II. 14
2l6 CAPÍTULO IX
Llamábase el tal D. Esteban de Terralla y Landa: había sido coplero
áulico del Virrey D. Teodoro de la Croix, y le llamaban el poeta de
las adivinanzas^ por ser grande improvisador de acertijos para da-
mas y galanes en las tertulias. Como obligado cantor de todo fes-
tejo ó duelo público, dio á la estampa sucesivamente el Lamento
-métrico general, llanto funesto y gemido triste por el nunca bien sen-
tido doloroso ocaso de nuestro augusto monarca D. Carlos III [ij^g)
(centón de sandeces y bufonadas tales, que, atendida la índole pi-
pultura... del cuerpo... de D. Diego Morcillo Rubio de Auñóii. Sácala á luz...
el Dr. D. Alfonso Carrión y Morcillo. Lima, Antonio Gutiérrez de Ceballos.
Año de 1744.
— Hércules Aclamado de Minerva. Certamen poético de la Universidad al re-
cibimiento del Virrey Manso, 1745.
— Parentacio'íi Real, luctuosa pompa y suntuoso cenotafio que al augusto nom-
bre y real memoria de D. Felipe V, Rey de las Espaiias y Emperador de las hi-
dias... mandó erigir el Excmo. Sr. D. José Manso de Velasco, Virrey, etc.. Cuya
relación escribe de orden de su Excelencia el Sr. D. Miguel Sáinz de Valdivielso
Torrejón, abogado de esta Real Audiencia. Año de 1747. (Con una gran lámina,
que representa el catafalco. )
— El Día de Lima. Proclamación Real de Fernafido VI, 1748. No contiene
más versos que una loa de D. Félix de Alarcón.
— Plausibles fiestas que en la provÍ7icia de Guaylas consagró al Catholico Rey
de las Españas, el Señor D. Fernando el Sexto, el amor y lealtad del general don
Bartoloiné de Silva. Por D. Francisco Xavier de Villalta y Núñez. Lima, im-
prenta de la calle de Palacio, 1749.
— Relacióíi de las exequias y fúnebre pompa que á la memoria del muy alto y
poderoso Señor D. Juan V... Rey de Portugal y de los Algarbes ma?idó erigir en
esta capital de los Reyes el día 8 de Febrero de 1752 g/ Excmo. Sr. D. José Manso
de Velasco..., Conde de Superunda..., Virrey, etc. De cuya orden la escribe el
R. P. M. Fr. José Bravo de Rivera, de la Comp. de Jesús... Año de 1752.
— Puntual descripción, fúnebre lamento y suntuoso túmulo de la regia, doliente
pompa con que en la Iglesia Aíetropolitana de la ciudad de los Reyes, corte de la
América Austral, mafidó solemnizar las reales exequias de la Sma. Señora Doña
Mariana Josefa de Austria, rey fia fidelísima de Portugal y los Algarbes, el día
15 de Marzo de 1756, el activo celo del... Conde de Superunda, Virrey, etc., de
cuyo superior mandato la escribe el R. P. Fr. Alejo de Ahites, del Orden Seráfi-
co. Año de 1756.
— Relación fúnebre de las reales exequias que á la triste memoria de la Sere-
nísima Majestad de la itiuy alta y muy poderosa Sra. Doña María Bárbara de
Portugal, Católica Reina de las Españas... maíidó celebrar... el Virrey D. José
PERÚ 217
caresca y maleante del poeta, quizá deban estimarse como pura y
neta parodia de las relaciones de fiestas, al modo que antes lo había
hecho el P. Isla en su Día grande de Navarra)^ la Alegría Univer-
sal, Lima Festiva y encomio poético al recibimiento del virrey Gil de
Lemiis (1790), El Sol en el Mediodía: año feliz y júbilo particular
con que la Nación índica... solemnizó la exaltación al trono de Car-
los IV (l/QO), poema descriptiv^o en endecasílabos pareados, con
una introducción y once cantos, amén de muchas poesías líricas y
Manso de Velasco, Conde de Super-unda...^ de cuya orden la escribió el R. P. do-
minico Fr. Mariano Lujan... Año de 1760.
— Pompa funeral en las exequias del Católico Rey de España... D. Fernan-
do VI, Nuestro Señor , que mando hacer en esta Iglesia Metropolitana de Lima,
a 29 de Julio de 1760, el... Vii-rey... Conde de Super-unda. Descríbela por orden
de Su Excelencia el P. Juan Antotiio Rivera, de la Compama de Jesús... Año
de 1760.
— Lima Gozosa. Descripción de la proclamación de Carlos III, 1760. No ha-
biéndola visto, ignoro si contiene versos.
— Parentación solemne que al nombre augusto y real memoria de la Católica
Reina... Doña María Amalia de Sajonia... fnandó hacer en esta Satita Iglesia
Catedral de Lima... el día 27 de Junio de 1716, el... Conde de Super-Unda, Vi-
rrey, etc.. Y la escribe por orden de su Excelencia el P. Victoriano de Cuenca, de
la Comp. de Jesús... Año de 1761.
— El nuevo héroe de la fama. Certamen poético con que la Universidad de Lima
celebró el recibimietito del virrey D. Manuel de Amat. Escribióle el Marqués de
Casaconcha. Lima, imp. de los Niños Huérfanos, 1762.
— Fúnebre pompa á la memoria de D. Juan de Castañeda, por Isidro José Gr-
iega y Pimentel, 1763, No la he visto, é ignoro, por tanto, si contiene versos.
—Romance en la fiesta con que los Bailones de Lima celebraron la imagen de
Ntra. Sra. de Monserrat, 1 766.
— Romance d la entrada y ejercicio de fuego que hizo la tropa qtie volvió de
Quito, 1768.
— Relación de las reales exequias que d la memoria de la Reina Madre Doña
Isabel Farnesio mandó hacer... el Excmo. Sr. D. Manuel de Amat y Juniet...,
Virrey, etc.. De cuya orden la escribió D. José Antojiio Borda y Orozco, Coronel
del Regimiento de dragones de Carabayllo... Año de 1768. Esta relación, ya de
mejor gusto que las anteriores, no contiene más que algunos dísticos latinos,
que se pusieron en el túmulo.
— Lágrimas de Lima en las exequias de D. Pedro A. de Barroeta, por Joseph
Potau, 1776.
— Cartel del Certamen. Templo del honor y la virtud. En el plausible triunfal
21 8 CAPÍTULO IX
cuatro loas^ todo, al parecer, parto de su numen irrestañable. Pero
ni este diluvio de versos de circunstancias, ni las poesías y artícu-
los de costumbres, algunos bastante chistosos, como la Semana del
currutaco de Lima, que hacía insertar en el Diario Erudito, le die-
ron la notoriedad que el famoso libelo Lima por dentro y fuera, que
por los años de 1792 escribió con el seudónimo áe Simón Ayanque (l).
recibimiento del Exento. Sr. D. Agustín de Jáuregui y Aldecoa, en la Real Uni-
versidad de San Marcos de Lima... 1783.
— Reales exequias que por el fallecimiettto del Señor Don Carlos III... mandó ce-
lebrar... el Excmo. Sr. D. Teodoro de la Croix, del Orden teutónico..., Virrey, etc..
Descríbelas D. Juan Risco, Pbro. de la Congregación de San Felipe Neri. En la
imprenta de Niños Expósitos. Año de 1789. No contiene poesías; pero el P. Ris-
co asegura que pasaron de mil las que cubrían el túmulo, estatuas, pilares y
muros de la iglesia. ¡Qué desastrosa fecundidad! Por las de Terralla, únicas
que se imprimieron, podrá juzgarse lo que valdrían las restantes.
— Convite métrico general en la proclamación de Carlos IV, 1789.
— Descripción de las fiestas que celebró Lima d la exaltación de Carlos 1 V, 1 790.
Hay otras sin fecha, pero baste con las referidas, y en la Bibliografía de Me-
dina se encontrarán todas. De algunas de ellas se da noticia en un ameno ar-
tículo del Sr. Palma. (Tradiciones Peruanas, 2.^ serie, Lima, 1883), con el títu-
lo de Los plañideros del siglo pasado.
(1) La edición que tengo á la vista es la siguiente: Lima por dentro y fuera.
En consejos económicos, saludables, políticos y jiiorales que da un amigo á otro con
motivo de querer dexar la ciudad de México, por pasar á la de Lima. Obra joco-
sa y divertida. En que con salados conceptos se describen, además de otras cosas,
las costumbres, usos y mañas de las madamitas de allí, de acá y de otras partes.
La da á luz Simón Ayanque. Madrid, Villalpafido, 17 g8. 12.°
Mucho más ameno é interesante es un libro en prosa, publicado clandesti-
namente en Lima (según la opinión más probable) con el título de El Laza-
rillo de ciegos cami7iantes desde Buenos Ayres hasta Lima, con sus itinerarios se-
gún la más puntual observación, con algunas noticias útiles á los nuevos Comer-
ciantes que tratan en Muías; y otras Históricas. Sacado de las Memorias que
hizo Don Alonso Car rió de la Vandera en este dilatado viaje, y Comisión que
tubo por la Corte para el arreglo de Correos; y Estafetas, Situación y ajuste de ■
Postas desde Montevideo. Por Don Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Con-
colorcorvo, natural del Cuzco, que acompañó al referido Comisionado en dicho
viaje, y escribió sus Extractos. Con licencia. En Gijón, en la imprenta de la Ro-
vada. Año de 1773.
La Junta de Historia y Numismática Americana, bajos cuyos auspicios se
publica una colección de libros raros é inéditos sobre la región del Río de la
PERÚ 219
Es una sátira contra la sociedad limeña en diez y siete romances
de lo más pedestre, chabacano y grosero que puede leerse, llenos
de alusiones sucias y nauseabundas, é inspirados, sin duda, por mó-
viles de venganza, ruines y rastreros, como si el autor hubiese que-
rido desquitarse en este solo libro del incienso que tan fastidiosa-
mente habla quemado en los tres anteriores.
El Cabildo ó Ayuntamiento de Lima se ofendió gravemente de
este librejo, y hasta intentó recogerle y proceder judicialmente con-
tra su autor; pero como siempre la murmuración aplace á la mísera
condición humana, los mismos peruanos contribuyeron á la divul-
gación del pasquín que con tan feos colores los presentaba; y á des-
pecho de lo baladí de su ejecución literaria, Lima por dentro y fuera
fué reimpreso varia^veces en Cádiz, Madrid, México y Lima, y to-
davía en 1854 se hizo una edición de lujo en París con graciosas
ilustraciones de un dibujante limeño, muy superiores al texto. En
cuanto á éste, hay que atenerse al parecer de D. Felipe Pardo (l):
«Terralla no era escritor, ni satírico, ni poeta, sino un salvaje que se
puso á decir en mal castellano y en renglones desiguales cuanta
Plata, ha hecho una esmerada reimpresión de este Lazarillo (Buenos Aires,
1908), con un prólogo de D. Martiniano Leguizamón.
Probablemente el apellido del autor es tan fingido como el pie de impren-
ta. Es dudoso que se llamase Bustamente, y él mismo dice que se puso el
nombre de Concolorcorvo, por tener el color de ala de cuervo. Se da por in-
dio natural del Cuzco, y «descendiente de sangre real por línea tan recta
como la del arco iris». Pero todo ello, por el modo de decirlo, parece una
desvergonzada broma: «Yo soy indio neto, salvo las trampas de mi madre, de
que no salgo por fiador». De todos modos, no se trata de un viaje imaginario,
sino muy auténtico, que entre burlas y veras contiene curiosísimas descripcio-
nes y picantes noticias de costumbres, por lo cual el historiador no puede ni
debe desdeñarle, á pesar de las bufonadas que de vez en cuando le salpican.
Los capítulos relativos al estado social de los indios, tienen cosas muy dignas
de atención. En suma, pocos libi-os hay de su género y de su tiempo que se
lean con tanto agrado como éste instructivo viaje por una vasta región de la
América del Sur, cuyos territorios se reparten ahora la República Argentina,
Bolivia y el Perú.
(i) En el prólogo de El Espejo de mi tierra.
Hay un artículo biográfico de Terralla en la 3.^ serie de las Tradiciones Pe-
rua?ias de D. Ricardo Palma.
220 CAPITULO IX
torpeza le vino á las mientes.» Quizá los únicos versos suyos dignos
de recordarse son algunos del romance en que hizo su testamento
satírico.
Como si no bastase la epidemia de los certámenes, exequias y
fiestas reales para dar libre curso al furor métrico de los innumera-
bles poetastros que infestaban en el siglo xviii las orillas del Rimac,
empezaron á escribirse en verso hasta los carteles de toros, y lo que
es más, tuvo su Homero la estúpida lidia de gallos en el general
D. Ignacio de Escanden, que en 1762 celebró en un romance, con
el estrafalario rótulo de Época Galicana egíra Gali-lea, la apertura
de la primera casa pública destinada á aquella bárbara diversión en
la capital del Perú (l).
Pero aunque las manifestaciones escritas di la poesía fuesen en
general tan infelices por el círculo estrecho y tri\ial en que se ma-
lograba su cultivo, no dejaba Lima de ser la tierra fecunda en bue-
nos ingenios que celebra elegantemente el P. Vaniére en el libro vi
de su Prcedimn Riisticuní:
Fertilibus gens dives agris aurique metallo,
Ditior ingeniis hominum...
Y cuando alguno de sus hijos, saliendo de la monotonía de la vida
criolla, daba muestras de sí en las cortes de Europa, solía llevarse
detrás de sí la admiración y los plácemes de los doctos, porque,
como ya he dicho y conviene no olvidar, lo que faltaba en México
y en Lima á mediados del siglo xviii no era caudal de ciencia, sino
crítica y gusto (2). Tal se mostró en París aquel estudioso y polígloto
(i) Escandón publicó, además, un Poema ai celebridad del virrey D. Ma-
nuel de Amat, y otros papeles en prosa y verso, que le acreditan de hombre
de menguado caletre y estrafalario gusto.
(2) La enciclopédica cultura del Dr. Peralta Barnuevo se encuentra reno-
vada con notables mejoras de juicio y gusto, en las numerosas obras de
otro polígrafo limeño, D. José Ensebio de Llano Zapata, que fué como él
matemático, astrónomo, naturalista, historiador, humanista y poeta de certa-
men, aunque es este último concepto muy bueno para olvidado. Pero sus es-
critos científicos son dignos de consideración, y están llenos del espíritu refor-
mador del siglo xviii, con la circunstancia notable de no haber pisado nunca
PERÚ 2 21
joven D. José Pardo de Figueroa, sobrino del Marqués de Castel-
Fuerte, de quien dice el mismo P. Vaniére que se hacía entender
sin intérprete en todas las lenguas de Europa, y en ninguna ciudad
podía considerársele como peregrino:
... si cuncti recte discantur ab uno;
Linguarum morumque sciens interprete nullo,
Europse varias gentes qui nuper obibat,
Hospes ubique novus, nulla peregrinus in urbe.
Así también se hizo famoso en España y en Francia, no menos
por sus talentos que por sus desgracias, D. Pablo de Olavide, en
las aulas de la Universidad limeña de San Marcos ni de otra alguna. No hizo
más estudios que los de latinidad en el colegio de los Jesuítas, y en todo lo
demás fué autodidacto. Desde su juventud se dedicó á la enseñanza privada de
las humanidades, y fué el primero que dio lecciones de lengua griega en el
Perú. Esta particular posición suya le hizo severísimo censor de los vicios de
la ciencia oficial, y acérrimo enemigo de la Escolástica. «Todas son (decía en
una de sus cartas) mentalidades, abstracciones y disputas bien inútiles; no se
da un paso que no sea en esta parte con pérdida de tiempo, malogro de la
juventud y ruina de los ingenios; tropiezos casi inevitables y que siempre han
de salir de encuentro á todos los que se mezclan en cuestiones que ni en lo
físico ni en lo moral traen algún provecho al espíritu de los hombres. Antes,
si bien se contempla, vuelven inútiles todas las operaciones del entendi-
miento, haciendo caer en una insensatez, furor y manía, si no es ya en un
pirronismo confirmado. Esto desearía yo que conociesen todos los maestros;
desterraran entonces de sus escuelas tantas inutilidades, sofisterías é imper-
tinencias en que hasta ahora los tienen envueltos las observaciones del Peri-
pato. Todas ellas no son otra cosa que unos trampantojos de las aulas, con
que por lo común se engañan bobos y descaminan los incautos».
Llano Zapata, que hizo largos viajes por América y Europa, fijando por úl-
timo su residencia en Cádiz desde 1756 hasta 1768 ó 1769, fecha probable de
su muerte, no llegó á publicar sino muy pequeña parte de sus trabajos: en
Lima, su Resolución físico-matemática sobre ios cometas (1744) y varias cartas,
diarios y observaciones metereológicas con ocasión de los temblores de tierra
de 1746 y 1748: en Cádiz y Sevilla algunas cartas críticas, eruditas y curiosas,
al modo de las de Feijóo y Mayans. De estas cartas se formaron dos pequeñas
colecciones en 1763 y 1764, pero quedaron inéditas ó se imprimieron sueltas
muchas más. La muerte frustró el propósito que el autor tenía de recogerlas
todas en una serie, que hubiera constado de seis volúmenes. Pero el trabajo
de más empeño que acometió Llano Zapata fué una Historia Najural de Amé-
222 CAPITULO IX
quien, por decirlo así, se encarnó el espíritu innovador en tiempo
de Carlos III. Sus obras son inseparables de su vida, y por eso con-
viene indicar algo acerca de los sucesos capitales de su azarosa exis-
tencia (l).
Olavide, nacido en Lima en 1725, discípulo aventajado de la Uni-
versidad de San Marcos, donde recibió el grado de doctor en Cáno-
nes á los diez y siete años de edad, opositor á cátedras, oidor de
aquella Real Audiencia y auditor general de Guerra del virreinato
del Perú, hubiera envejecido tranquilamente en su carrera de hombre
de toga, si de repente no viniera á sacarle de la obscuridad el horri-
ble terremoto de 1746. Cuando se trató de reparar los efectos de
aquel desastre, mostró serenidad, aplomo y desinterés, y por su
mano pasaron los caudales de los mayores negociantes de la plaza,
dejándole con mucha reputación de íntegro. Pero no faltó quien
murmurase de él, sobre todo por haber aplicado á la construcción
de un nuevo teatro el fondo remanente después de aquella cala-
midad. Se le mandó venir á Madrid á rendir cuentas. Propicia se le
mostró la fortuna en España. Gallardo de aspecto, cortés, elegante
y atildado en sus modales, ligero y brillante en su conversación,
rica, de la cual hoy sólo se conoce el primer tomo, que comprende el reino
mineral. En el prospecto que presentó á Carlos III en 1761, anuncia el con-
tenido de otros cuatro, que tratarían respectivamente del reino vegetal, del
reino animal y de los grandes ríos Amazonas, Marañón, Paraguazú, Uriaparí
y Magdalena, coronando toda la obra un volumen de suplementos y adicio-
nes. El título general de la obra debía ser Memorias Físicas- Apologéticas déla
Atnérica Meridional. El señor D. Ricardo Palma ha hecho el buen servicio de
publicar la parte primera, única que ha llegado á nuestros días (Lima, 1904),
añadiendo tres cartas curiosísimas que se imprimieron con el prospecto
en 1759. En una de ellas se da noticia de varios escritores y poetisas peruanas,
}' en otra se propone la fundación de una biblioteca pública en Lima.
El tomo publicado de las Metnorias no se contrae á la Mineralogía y sus
aplicaciones, sino que contiene mucho de historia civil y de arqueología
indígena.
(i) La mejor y más completa biografía que existe de Olavide es la del
peruano D. J. A. de Lavalle (D. Pablo de Olavide: Apimtes sobre su vida y sus
obras. Segunda edicio'71, Lima, 1885). El capítulo que en 1881 le dediqué en
mis Heterodoxos Españoles (t. in) requiere ser adicionado con presencia de
esta y otras publicaciones. Para entonces reservo la bibliografía del asunto.
PERÚ 223
cayó en gracia á una viuda riquísima, heredera de dos capitalistas,
y logró fácilmente su mano. Desde entonces la casa de Olavide, en
Leganés y en Madrid, fué una especie de salón, de los primeros que
se conocieron en España. Olavide, agradable, insinuante, culto á la
francesa, con aficiones filosóficas y artísticas, que alimentaba en sus
frecuentes viajes á París, ostentoso y espléndido, corresponsal de los
enciclopedistas y gran lector de sus libros, comenzó á hacer ruido-
so alarde de sus tendencias innovadoras, que frisaban con la impie-
dad declarada. El Conde de Aranda se entusiasmó con él y le pro-
tegió mucho, haciéndole síndico personero de la villa de Madrid y
director del Hospicio de San Fernando. Los ratos de ocio los dedi-
caba á las bellas letras: puso en su casa un teatro de aficionados,
como era moda en Francia, y como le tenía el mismo Voltaire en
Ferney, y para él tradujo algunas tragedias y comedias francesas.
Moratín (l) le atribuye sólo la Zehnira (traducción de Du Belloy),
la Hipermenestra (de Lemierre) y El desertor francés (de Sedaine);
pero D. Antonio Alcalá Galiano (2) añade á ellas una que corrió
anónima de la Zaida («Zayre») de Voltaire, tan ajustada al original,
que de ella se valió como texto D. Vicente García de la Huerta
(1) Catálogo de piezas dramáticas del siglo XVII^ pág. 329 del tomo de sus
Obras, edición de Rivadeneyra.
(2) Lecciones de literatura del siglo XVIII... Madrid, Imprenta de la Socie-
dad Literaria y Tipográfica, 1S43, pág, 243. La traducción de Olavide se im-
primió dos veces en Barcelona, la primera sin año, la segunda en 1782, por
Carlos Gibert y Tudó (Vid. Sempere y Guarinos, Escritores del reinado de
Carlos ni, art. de Huerta). El Sr. D. Emilio Cotarelo, en Triarte y su época,
Madridj 1897 (pág. 183), le atribuye, además, una traducción de la Fedra,de
Racine, que se imprimió anónima, y añade que tradujo también £1 jugador,
de Regnard, Casandro y Olimpia, de Voltaire, Lina, de Lemierre, y la Mérope
del italiano Maffei; todas las cuales se representaron en los teatros de los
Reales Sitios antes de 1771, y algunas de eflas en los de la Cruz y el Príncipe
de Madrid. Una copia de Olimpia, con fecha de 1782, se conserva entre los
manuscritos dramáticos de la Biblioteca Nacional (núm. 2.445 del Catálogo
del Sr. Paz y Melia). También se atribuyen á Olavide las traducciones de dos
óperas cómicas, Niñeta en la corte (de Favart) y El pintor enamorado de su mo-
delo, de Anseaume, y es probable que haya otras entre el fárrago de versiones
dramáticas del siglo xvni.
2 24 CAPITULO IX
para su famosa Jaira, convirtiendo los desmayados y rastreros ver-
sos de Olavide en rotundo y bizarro romance endecasílabo. Real-
mente Olavide poco tenía de poeta, ni en lo profano, ni en lo sagra-
do, que después cultivó tanto: sus versos suelen ser mala prosa ri-
mada, sin nervio ni calor ni viveza de fantasía. Aunque dotado de
cualidades brillantes, era de instrucción flaca y superficial , y sin
resistencia se dejó arrastrar por el torrente de la filosofía del si-
glo XVIII, no al modo cauteloso que Campomanes y otros graves
varones, sino con todo el fogoso atropellamiento de los pocos años,
de las vagas lecturas y de la imaginación americana. Olavide cauti-
vó, arrebató, despertó admiración, simpatía y envidia, y acabó por
dar tristísima y memorable caída.
Pero antes la protección de Aranda le ensalzó á la cumbre, y en
1767 era ya Asistente de Sevilla é Intendente de los cuatro reinos
de Andalucía. De aquel tiempo data su famoso plan de reforma de
aquella Universidad, el más radicalmente revolucionario que se for-
mulase por entonces, respirando todo él rabioso centralismo y odio
encarnizado á las libertades universitarias, no menos que á los estu-
dios de Teología y Filosofía, «cuestiones frivolas é inútiles, pues ó
son superiores al ingenio de los hombres, ó incapaces de traer utili-
dad, aun cuando fuese posible demostrarlas » Al lado de esto, el
plan contenía muy sanas advertencias para la reforma de los estu-
dios de Matemáticas y Física, de Lenguas é Historia, las cuales,
puestas en práctica, fueron elevando aquella célebre escuela al gra-
do de prosperidad que alcanzaba á fines del siglo xviii. En todas las
reformas de aquel reinado hay que distinguir la parte verdadera-
mente útil y positiva, de los muchos sueños y temeridades infecun-
das que se mezclaron con ella (l).
Olavide era un iluso de filantropía, pero con candida y buena fe,
que á ratos le hace simpático. En Sevilla protegió á su modo las
Letras y todavía más la Economía Política, y tuvo la gloria de alen-
tar y guiar los primeros pasos de Jove-llanos. De la tertulia de Ola-
(1) Véase un amplio extracto de este plan en 1^ Reseña histórica de la
Utiiversidad de Sevilla, por D. Antonio Martín Villa (Sevilla, 1886, pági-
nas 36 á 59).
PERÚ 225
vide, y con ocasión de una disputa sobre las innovaciones draniáti-
cas de la Chausée y Diderot, salió la comedia de El_ Delincuente
honrado^ tierna y bien escrita, aunque algo lánguida y declamatoria;
como que su ilustre autor se propuso por principal fin en ella «ins-
pirar aquel dulce horror con que responden las almas sensibles al
que defiende los derechos de la hitmanidad->> . Rasgos tan candorosos
como éste, y más cuando vienen de tan grande hombre como Jo ve-
llanos, no deben perderse ni olvidarse, porque pintan la época me-;
jor que lo harían largas disertaciones. La Julia y el Tratado de los
delitos y de las penas entusiasmaban por igual á aquellos hombres; y
para que la afectación llegase á su colmo, juntaban la mascarada
pastoril de la Arcadia con la filantropía de los discípulos de Rous-
seau, llamándose entre ellos ^ el mayoral J ovino y> y «.el facundo El-
pino^. Este últino era Olavide, de quien Jove-llanos conservó siem-
pre muy buen recuerdo, bastando la amistad de tal varón para ha-
cer indulgente con él al más áspero censor. Ni en próspera ni en
adversa fortuna le flaqueó el cariño de Jovino, que aun en 1/7^
describía en la epístola á sus amigos de Sevilla
Mil pueblos que del seno enmarañado
De los Marianos montes, patria un tiempo
De fieras alimañas, de repente
Nacieron cultivados, do á despecho
De la rabiosa envidia, la esperanza
De mil generaciones se alimenta:
Lugares algún día venturosos,
Del gozo y la inocencia frecuentados.
Y con la triste y vacilante sombra
Del sin ventura Elpino ya infamados
Y á su primer horror restituidos.
Entre los mil proyectos, más ó menos razonables ó utópicos, que
en aquella época de furor económico se propalaban para remediar
la despoblación de España y abrir al cultivo las tierras eriales y
baldías, era uno de los más favorecidos por la opinión de los gober-
nantes el de las colonias agrícolas. Ya Ensenada había pensado
establecerlas, y en tiempo de Aranda volvió á agitarse la idea con
ocasión de un Memorial de cierto arbitrista prusiano, D. Juan Gas-
226 CAPÍTULO IX
par Thurricgel. Campomanes entró en sus designios, redactó una
consulta favorable en 2/ de Febrero de 1 767, y sin dilación comen-
zó á tratarse de poblar los yermos de Sierra Morena, albergue has-
ta entonces de foragidos, célebres en los romances de ciegos, y
terror de los hombres de bien. Thurriegel se comprometió á traer,
en ocho meses, seis mil alemanes y flamencos católicos , y la con-
cesión se firmó el 2 de Abril de 1767, el mismo día que la pragmá-
tica de expulsión de los jesuítas.
Para establecer la colonia fué designado, con título de Superin-
tendente, Olavide, como el más á propósito por lo vasto y empren-
dedor de su índole. No se descuidó un punto, y con el ardor propio
de su condición novelera y con amplios auxilios oficiales, fundó en
breve plazo hasta trece poblaciones, muchas de las cuales subsisten
para gloria imperecedera de su nombre. Por desgracia propia, el
Superintendente no se detuvo en la poesía bucólica, y pronto em-
pezaron las murmuraciones contra él entre los mismos colonos. Un
suizo, D. José Antonio Yauch, se quejó, en un memorial de 14 de
Marzo de 1769, de la falta de pasto espiritual que se advertía en las
colonias, á la vez que de malversaciones, abandono y malos trata-
mientos á los nuevos pobladores. Confirmó algo de estas acusacio-
nes el Obispo de Jaén: envióse de visitadores al Consejero Valiente,
á D. Ricardo Wall y al Marqués de la Corona, y tampoco fueron
del todo favorables á Olavide sus informes. Entre los colonos habían
venido disimuladamente algunos protestantes, y en cambio faltaban
clérigos católicos de su nación y lengua. De conventos no se hable:
Aranda los había prohibido para entonces y para en adelante, en
términos expresos, en el pliego de condiciones que ajustó con Thu-
rriegel. Al cabo vinieron de Suiza capuchinos, y por superior de
ellos ¥r. Romualdo de Friburgo, que escandalizado de la libertad
de los discursos del colonizador, hizo causa común con los muchos
enemigos que éste tenía dentro del Consejo y entre los émulos de
Aranda. Las imprudencias, temeridades y bizarrías de Olavide iban
comprometiéndole más á cada momento. Ponderaba con hipérboles
asiáticas el progreso de las colonias, y sus émulos lo negaban todo.
Él se quejaba de que los capuchinos le alborotaban la colonia, y
ellos de que pervertía a los colonos con su irreligión manifiesta. AI
PERÚ 227
cabo, Fr. Romualdo de Friburgo delató en forma á Olavide, en Sep-
tiembre de 1/75) poí" hereje, ateo y materialista, ó á lo menos natu-
ralista y negador de lo sobrenatural, de la Revelación, de la Provi-
dencia y de los milagros, de la eficacia de la oración y buenas obras;
asiduo lector de Voltaire y de Rousseau, con quienes tenía frecuente
correspondencia; poseedor de imágenes y figuras desnudas y libidi-
nosas; inobservante de los ayunos y abstinencias eclesiásticas y dis-
tinción de manjares; profanador de los días de fiesta, y, finalmente,
hombre de mal ejemplo y piedra de escándalo para sus colonos. A
estos graves cargos se añadían otros enteramente risibles, como el
de defender el movimiento de la tierra y oponerse al toque de las
campanas en días de nublado.
El Santo Oficio impetró licencia del Rey para procesar á Olavi-
de, aprovechando la caída y ausencia de Aranda. Se le mandó venir
á Madrid para tratar de asuntos relativos á las colonias. Él temió el
nublado que se le venía encima, y escribió á su amigo Roda pidién-
dole consejo. En la carta, que es de 7 de Febrero de 1 776, le decía:
«Cargado de muchos desórdenes de mi juventud, de que pido á
Dios perdón, no hallo en mí ninguno contra la religión. Nacido y
criado en un país donde no se conoce otra que la que profesamos,
no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano por haber faltado
nunca á ella: he hecho gloria de la que, por gracia del Señor, ten-
go; y derramaría por ella hasta la última gota de mi sangre Yo
no soy teólogo, ni en estas materias alcanzo mas que lo que mis
padres y maestros me enseñaron conforme á la doctrina de la Igle-
sia Y estoy persuadido de que en las cosas de la fe de nada sirve
la razón, porque nada alcanza , siendo la dócil obediencia el me-
jor sacrificio de un cristiano »
Que Olavide ocultaba ó desfiguraba aquí una parte de la verdad
parece claro, no sólo por las resultas del proceso, sino por el valor
autobiográfico que unánimemente conceden sus biógrafos á las confe-
siones de El Evangelio en Triunfo^ donde se leen pasajes como éste:
«La lectura de los libros filosóficos había pervertido enteramente
mis ideas. Yo había concebido, no sólo el más alto desprecio, sino
también la adversión más activa contra todo lo que pertenecía á la
Iglesia. Creyendo que el cristianismo era una invención humana.
228 CAPITULO IX
como todas las religiones, no podía mirar la Iglesia sino como el
hogar ó centro de sus principales ministros, que abusaban de la cre-
dulidad en favor de sus intereses. Todas sus sociedades me parecían
cavernas de impostores, sus creencias ridiculas, sus ritos irriso-
rios » (Carta segunda).
Roda, que tenía en el fondo tan poca religión como Olavide, pero
que á toda costa evitaba ponerse en aventura, le dejó en manos
del Santo Oficio, contentándose con recomendar la mayor lenidad
posible al Inquisidor general. Éralo entonces el antiguo Obispo de
Salamanca D. Felipe Beltrán, varón piadoso y docto, no sin alguna
punta de regalismo, é inclinado por ende á la tolerancia con los
innovadores, aunque en este caso no lo mostró mucho. De grado ó
por fuerza, tuvo que condenar á Olavide; pero le excusó la humi-
llación de un auto público, reduciendo la lectura de la sentencia á
un autillo á puerta cerrada, al cual se dio, sin embargo, inusitada
solemnidad. Verificóse ésta en la mañana del 24 de Noviembre de
1778, con asistencia de varios grandes de España, consejeros de
Hacienda, Indias, Ordenes y Guerra, oficiales de guardias y padres
graves de diferentes religiones. Aquel acto tenía algo de conmina-
torio: la Inquisición, aunque herida y aportillada, daba por última
vez muestra de su poder, ya mermado y decadente, abatiendo en el
Asistente de Sevilla al volteranismo de la corte y convidando al
triunfo á sus propios enemigos.
Olavide salió á la ceremonia sin el hábito de Santiago (de cuya
Orden era caballero), con extremada palidez en el rostro y conduci-
do por dos familiares del Santo Oficio. Oyó con grandes muestras
de terror la lectura de la sentencia, y al fin exclamó: «Yo no he
perdido nunca la fe, aunque lo diga el fiscal.» Y tras esto cayó en
tierra desm.ayado. Tres horas había durado la lectura de la sumaria:
los cargos eran sesenta y seis, confirmados por setenta y ocho tes-
tigos. Se le declaraba hereje convicto y formal, miembro podrido
de la religión; se le desterraba á cuarenta leguas de la corte y sitios
reales, sin poder volver tampoco á América, ni á las colonias de
Sierra-Morena, ni á Sevilla; se le reclnía en un convento por ocho
años para que aprendiese la doctrina cristiana y ayunase todos los
viernes; se le degradaba y exoneraba de todos sus cargos, sin que
P£RU 229
pudiese en adelante llevar espada, n¡ vestir oro, plata, seda ni paños
de lujo, ni montar á caballo; quedaban confiscados sus bienes é in-
habilitados sus descendientes hasta la quinta generación. Cuando
volvió en sí, hizo la profesión de fe, con vela verde en la mano,
pero sin coroza, porque le dispensó de ello el Inquisidor, lo mismo
que de la fustigación con varillas.
Los enemigos de Olavide (que tenía muchos por su rápido en-
cumbramiento y por el asunto de las colonias) se desataron contra
él indignamente después de su desgracia. Corre manuscrita entre
los curiosos una sátira insulsa y chabacana, cuyo rótulo dice: El
Siglo Ilustrado., vida de D. Gtiindo Cerezo., nacido., educado., ins-
truido y muerto según las luces del presente siglo, dada á luz para
seguro modelo de las costumbres , por D. Justo Vera de la Vento-
sa (i). Es un cúmulo de injurias sandias, despreciables y sin chis-
te. Por no servir, ni para la biografía de Olavide sirve, porque el
anónimo maldiciente estaba muy poco enterado de los hechos y
aventuras del personaje contra quien muestra tan ciego ensaña-
miento.
Olavide era una cabeza ligera, menos perverso de índole que lar-
go de lengua, y sobre él descargó la tempestad, mientras que por
más disimulados ó más poderosos seguían impunes sus antiguos pro-
tectores los Arandas y los Rodas, enemigos mucho más peligrosos
de la Iglesia. Comenzó por abatirse y anonadarse bajo el peso de
aquella condenación infamante; pero luego vino á mejores pensa-
mientos, y la fe volvió á su alma. Retraído en el IMonasterio de Sa-
hagún, sin más libros que los de Fr. Luis de Granada y el P. Seg-
neri, tornó á cultivar con espíritu cristiano la poesía, que había sido
recreación de sus primeros años, y compuso los únicos versos suyos
que no son enteramente prosaicos. Llámanse en las copias manus-
critas Ecos de Olavide, y vienen á ser una paráfrasis del Miserere,
que luego incluyó retocada en su tradución completa de los Salmos
del Real Profeta {2).
(O Tres distintas copias de esta sátira han llegado á nuestras manos.
(2) Señor, misericordia; á tus pies llega
El mayor pecador, mas ya contrito,
Que á tu infinita paternal clemencia
230 CAPITULO IX
El arrepentimiento de Olavide ya entonces parece sincero, pero
aún no había echado raíces bastante profundas. Burlando la con-
fianza del Inquisidor general, no sin connivencia secreta de la corte,
huyó á Francia, y allí vivió algunos años con el supuesto título de
Conde del Pilo, trabando amistad con varios literatos franceses, es-
pecialmente con el caballero Florián, ingenio amanerado, discreto
fabulista y uno de los que acabaron de enterrar la novela pastoril.
Olavide le ayudó á refundir la Galaica de Cervantes, mereciendo
que en recompensa le llamase «español tan célebre por sus talentos
como por sus desgracias».
Los enciclopedistas recibieron con palmas á Olavide. Diderot es-
cribió una noticia de su vida (l). Marmontel le saludó en sesión
pública de la Academia Francesa con estos enfáticos versos:
Le citoyen flétri par l'absurde fureur
D'un zéle mille fois plus aflfreux que l'erreur,
Au pied d'un tribunal que la lumiére oífense,
Acensé sans témoins, condamné sans défens'e,
Pour avoir méprisé d'infámes délateurs,
En peuplant les déserts d'heureux cultivateurs;
Qu'il regarde ees monts oü fleurit l'industrie,
Et fier de ses bienfaits, qu'il plaigne sa patrie.
Le temps la changera, comm'il a tout changé:
D'une indigne prison Galilée est vengé.
Pide humilde perdón de sus delitos.
Á mis oídos les darás entonces
Con tu perdón consuelo y regocijo,
Y mis huesos exánimes y yertos
Serán ya de tu cuerpo miembros vivos.
Porque si tú quisieras otra ofrenda,
Ninguna te negara el amor mío,
Pero no quieres tú más holocausto
Que un puro amor y un ánimo sumiso.
Señor, pues amas y deseas tanto
A tu siervo salvar, dispon benigno
Que en la inmortal Jerusalem del alma
Se labre de tu amor el edificio.
(1) Vid. en las obras de Diderot, ed. Assézat (1875), tomo vi, págs. 467-
472: D. Pablo Olavides {^\z)^précis historique rédigé sur des ménioires fourtiis a
M. Diderot par wn ami.
PERÚ 231
Estas injurias en acto solemne exasperaron al Gobierno español, y
Floridablanca reclamó la extradición de (^lavide en 1 781; pero el
Obispo de Rhodez, en cuya diócesis se había refugiado, le dio me-
dios para huir á Ginebra. El Cardenal de Brienne volvió á abrirle
poco después las puertas de Francia, y la Convención le llamó á la
barra para decretarle una corona cívica y el título de ciudadano
adoptivo de la República una é indivisible. Dicen (aunque no he
podido comprobarlo) que entonces, volviendo á hacer alarde de sus
antiguas ideas, escribió contra las órdenes monásticas, y compró
gran cantidad de bienes nacionales. La conciencia no le remordía
aún y esperaba vivir tranquilo en cómodo, aunque inhonesto retiro,
lejos del tumulto de París, en una casa de campo de Meung-sur-
Loire que había pertenecido á los obispos de Orleans. Pero no le
sucedió como pensaba. Dejémosle hablar á él en mal castellano,
pero con mucha sinceridad:
«La Francia estaba entonces cubierta de terror y llena de prisio-
nes. En ellas se amontonaban millares de infelices, y los preferidos
para esta violencia eran los más nobles, los más sabios ó los hom-
bres más virtuosos del reino. Yo no tenía ninguno de estos títulos,
y, por otra parte, esperaba que el silencio de mi soledad y la obs-
curidad de mi retiro me esconderían de tan general persecución.
Pero no fué así. En la noche del 16 de Abril de 1 794, la casa de mi
habitación se halló de repente cercada de soldados, y por orden de
la Junta de Seguridad general fui conducido á la prisión de mi de-
partamento. En aquel tiempo la persecución era el primer paso para
el suplicio. Procuré someterme á las órdenes de la divina Providen-
cia... Pero ¡pobre de mí!, ¿qué podría yo hacer? Viejo, secular, sin
más instrucción que la muy precisa para mí mismo, y encerrado en
una cárcel con pocos libros que me guiasen, y ningunos amigos que
me dirigiesen» (i).
Y más adelante Olavide se retrata en la persona de aquel «filó-
sofo que no dejaba de tener algún talento y que nació con muchos
(i) El Evangelio en Triumpho ó Historia de zm filósofo desengañado. Ter-
cera edición... En Valencia, en la imprenta de Orga. Año 1798. Tomo i, pá-
gina vni.
Menésdez y PíUíyo.— Poesía hisJ>ano-americana. II. 15
232 CAPÍTULO IX
bienes de fortuna. Pero habiendo recibido en su niñez la educación
ordinaria, había aprendido superficialmente su religión; no la había
estudiado después, y en su edad adulta casi no la conocía, ó, por
mejor decir, sólo la conocía con el falso y calumnioso semblante
con que la pinta la iniquidad sofística... Un infortunio lo condujo á
donde pudiese escuchar las pruebas que persuaden su verdad; y á
pesar de su oposición natural y, lo que es más, de sus envejecidas
malas costumbres, no pudo resistir á su evidencia, y después de
quedar convencido, tuvo valor, con la asistencia del cielo, para mu-
dar sus ideas y reformar su vida».
Dudar de la buena fe de estas palabras y atribuirlas á interés ó á
miedo, sería calumniar la naturaleza humana y no conocer á Olavi-
de, alma buena en el fondo y con semillas cristianas, por mucho que
hubiese pecado de vano, presumido y locuaz.
No dudo, pues (aunque lo negasen los viejos por la antigua mala
reputación de Olavide), que su conversión fué sincera y cumplida
y no una añagaza para volver libremente á España. Léase el libro
que entonces escribió, El Evangelio en triunfo ó historia de un filó-
sofo desengañado^ donde si la ejecución no satisface, el fondo, por lo
menos, es intachable, sin vislumbres, ni aun remotos, de doblez ó
de hipocresía.
Pocos leen hoy este libro, pero conserva nombradía tradicional por
circunstancias no dependientes de su mérito. El autor era un impío
convertido, penitenciado por el Santo Oficio, espectador y víctima
de la Revolución francesa. Sus extrañas fortunas hacían que unos le
mirasen con asombro, otros con recelo, achacando el extraordinario
y súbito cambio de sus ideas, éstos á propio interés y móviles mun-
danos, aquéllos á la dura lección del escarmiento. Acertaban estos
últimos, como luego lo mostró la vida austera y penitente de Olavide
y su muerte cristianísima. Dios había visitado terriblemente aquella
alma, que no hubiera podido levantarse sin un poderoso impulso de
la gracia divina. Todas las páginas A^ El Evangelio en triunfo, libro,
por otra parte, mediano, porque no alcanzaba á más el talento de su
autor, respiran convicción y fe. Fué, sin duda, obra grata á los ojos
de Dios, expiación de anteriores extravíos, y buen ejemplo, que por
lo ruidoso de quien le daba hizo honda impresión en el ánimo de
PERÚ 233
muchos, y trajo á puerto de salvación á otros infelices como el au-
tor. Así debe juzgarse El Evangelio en triunfo, más como acto pia-
doso que como libro. Fué la abjuración, la retractación brillante de
un incrédulo, la reparación solemne de un pecado de escándalo.
Imagínese el poder de tal ejemplo á fines del siglo xviii, y cuan hon-
damente debió de resonar en las almas aquella voz que salía de las
cárceles del Terror, adorando y bendiciendo lo que toda su vida
había trabajado por destruir. El éxito fué inmenso: en un solo año
se hicieron tres ediciones de los cuatro voluminosos tomos de El
Evangelio en triunfo.
Con todo eso, la malicia de algunos espíritus suspicaces no dejó
de cebarse en las intenciones del autor. Decían que exponía con
mucha fuerza los argumentos de los incrédulos contra la divinidad
de Jesucristo y la autenticidad de los libros santos, y que se mos-
traba frío y débil en la refutación. Algo de verdad puede haber en
esto, pero por una razón que fácilmente se alcanza; Olavide había
vuelto sinceramente á la fe, pero con la fe no había adquirido la
ciencia teológica ni el genio de escritor que nunca tuvo. Su lectura
predilecta y continua durante la mayor parte de su vida, habían
•sido las obras de Voltaire y de los enciclopedistas: aquello lo cono-
cía bien, y estaba muy al tanto de todas las objeciones. Pero en teo-
logía católica y en filosofía cristiana claudicaba, porque jamás las
había estudiado (como él mismo confiesa) ni leído apenas libro algu-
no que tratase de ellas. Así es que su instrucción dogmática, á pesar
de las buenas lecturas en que se empeñó después de su conversión,
no pasaba de un nivel vulgarísimo, bueno para el simple creyente,
pero no para el apologista de la religión contra los incrédulos. Ade-
más, como su talento, aunque lúcido y despierto, no se alzaba mu-
cho de la medianía, tampoco pudo suplir con él lo que de ciencia
le faltaba; así es que resultaron flojas algunas partes de su apolo-
gía, si bien, á fuerza de sinceridad y de firmeza, y de ser tan bur-
da la crítica religiosa de los volterianos, fácilmente suele lograr la
victoria.
Literariamente, el libro de Olavide vale poco, y está escrito me-
dio en francés (como era de recelar, dadas sus lecturas favoritas y
su larga residencia en París); no sólo atestado de galicismos de pa-
234 CAPITULO IX
labras y de giros, sino de rasgos enfáticos y declamatorios de la
peor escuela de entonces. Pero también tiene en muchos pasajes
unción y íervor, y aunque siempre sea peligrosa la excesiva inter-
vención del sentimiento en tesis dogmáticas, no hay duda que lo
que en el libro interesa principalmente es el drama psicológico de la
conversión del impío, la historia de los combates de su propia alma,
de la cual el autor levanta todos los velos. Es cierto que á la fuerza
teológica de los argumentos del libro daña esta especie de novela
lacrimosa, en que están como ahogadas la preparación y la demos-
tración evangélicas. Quizá Olavide debió escoger entre escribir una
defensa de la religión, ó escribir sus propias Confesiones. Prefirió
mezclar ambas cosaSj y resultó una producción híbrida; pero que
tal como está, fué de las primeras en que el espíritu de restauración
religiosa invocó los auxilios de la imaginación y del sentimiento,
uno de los precedentes indudables de El Genio del Cristianismo;
razón bastante poderosa para que no se la pueda olvidar en la cro-
nología literaria.
Del éxito inmediato tampoco puede dudarse. Publicada en Va-
lencia en 1798, sin nombre de autor, llegó hasta el último rincón
de España, provocando una reacción favorable á Olavide. Aquel
mismo año se le permitió volver á la Península, después de diez y
ocho de expatriación, y no sólo se le reintegró en todos sus ho-
nores, sino que llegó la munificencia de Carlos IV hasta confe-
rirle una pensión anual de 90.000 reales, extraordinaria para aque-
llos tiempos y aun para éstos, pero que se consideró sin duda como
indemnización de anteriores quebrantos y confiscaciones. Para la
mayor parte de los españoles, su nombre y sus aventuras eran objeto
de admiración y de estupor. Los vientos empezaban á correr favo-
rables á sus antiguas ideas; pero Dios había tocado en su alma, y le
llamaba á penitencia. Desengañado de las pompas y halagos del
mundo, rechazó todas las ofertas del ministro ürquijo y de Go-
doy, y se retiró á una soledad de Andalucía, donde vivió como
filósofo cristiano, pensando en los días antiguos y en los años eter-
nos^ hasta que le visitó amigablemente la muerte en Baeza el año
1804, dejando con el buen olor de sus virtudes edificados á los mis-
mos que habían sido testigos ó cómplices de sus escandalosas mo-
PERÚ 235
«edades, que él quizá con demasiada severidad llamaba infames.
Además de El Evangelio en triunfo^ publicó Olavide una traduc-
ción de los Salinos, estudio predilecto de los impíos convertidos,
como por aquellos días lo mostraba La Harpe, haciendo en una cár-
cel no muy distante de la de Olavide el mismo trabajo. Pero en
verdad que si La Harpe y Olavide trabajaron para justificación pro-
pia y para buen ejemplo de sus prójimos, ni las letras francesas ni
las españolas ganaron mucho con su piadosa tarea. Ni uno ni otro
sabían hebreo, y tradujeron muy á tientas sobre el latín de la Vul-
gata, intachable en lo esencial de ia doctrina, pero no en cuanto á
los ápices literarios. De aquí que sus traducciones carezcan en ab-
soluto de sabor oriental y profético, y nada conserven de la exube-
rante imaginativa, de la obscuridad solemne, de la majestad sumisa,
y de aquel volar insólito que levanta el alma entre tierra y cielo, y
le hace percibir un como dejo de los sagrados arcanos, cuando se
leen los Salmos originales. Por otra parte, Olavide no pasaba de me-
dianísimo versificador: á veces acentúa mal, y siempre huye de las
imágenes y de cuanto puede dar color al estilo; absurdo empeño
-cuando se traduce una poesía colorista por excelencia, como la he-
brea, en que las más altas ideas se revisten siempre de figura sen-
sible. El metro que eligió con monótona uniformidad (romance
endecasílabo) contribuye á la prolijidad y desleimiento del con-
junto, además de ser poco apto para la poesía lírica. No sólo re-
sulta inferior Olavide á aquellos grandes é inspirados traductores
nuestros del siglo xvi, especialmente á I-^r. Luis de León, alma
hebrea y tan impetuosamente lírica cuando traduce á David, como
serena y clásica cuando interpreta á Horacio; no sólo cede la pal-
ma á David Abenatar Meló y á otros judíos, crudos y desigua-
les en el decir, pero vigorosos á trechos, sino que dentro de su
misma época y escuela de llaneza prosaica queda á larga distan-
cia del sevillano González Carvajal, no muy poeta, pero sí gran-
de hablista, amamantado á los pechos de la magnífica poesía de
Fr. Luis de León, que le nutre y vigoriza y le levanta mucho cuando
pensamientos ajenos le sostienen. A Olavide ni siquiera llega á in-
flamarle el calor de los libros santos, ni el carbón que tocó y puri-
ficó los labios de Isaías, deja ninguna huella al pasar por los suyos.
236 CAPÍTULO IX
Tradujo Olavide, además de los Salmos, todos los Cánticos es-
parcidos en la Escritura, desde los dos de Moisés hasta el de Simeón,
y también varios himnos de la Iglesia, v. gr,, el Ave Maris Stella,
el Stabat Mater, el Dies Ircs, el Te Deum, el Pange lingua y el
Veni Creator: todo ello con bien escaso numen. Y ojalá que se hu-
biera limitado á trasladar tan excelentes originales; pero desgracia-
mente le dio por ser poeta original, y cantó en lánguidos y rastre-
ros versos pareados El Fin del hombre, El Alma, La Inmortalidad
del alma, La Providencia, El Amor del mundo, La Penitencia y otros
magníficos asuntos hasta diez y seis, coleccionados luego con el tí-
tulo de Poemas Christianos. Olavide serpit humi en todo el libro:
válgale por disculpa que quiso hacer obra de devoción y no de lite-
ratura; para eso anuncia en el prólogo que ha desterrado de sus
versos las imágenes y los colores. Así salieron ellos de incoloros y
prosaicos. El desengaño le hizo creyente, pero no llegó á hacer-
le poeta. Increíble parece que quien había pasado por tan raras
vicisitudes y sentido tal tormenta de encontrados afectos, no ha-
llase en el fondo de su alma alguna chispa del fuego sagrado, ni
se levantase casi nunca de la triste insipidez que caracteriza sus
versos (l).
Mientras Olavide llenaba á Europa con el ruido de sus andanzas
y fortunas, continuaba en el Perú el movimiento literario, promovi-
(i) Salierio Español, ó Versión parafrástica de los Salmos de David, de los
Cánticos de Moisés, de otros cánticos, y algunas oraciones de la Iglesia, en verso
castellano, d fin de que se puedan ca?ttar. Para uso de los que ?io saben latín. Por
el autor del Evangelio en Triimfo. En Madrid, efi la imprejita de D. Joseph Do-
blado. Año 1800,
Esta versión ha sido muy popular, así en España como en América.
En 1803 se reimprimió en Lima. Hay una reimpresión de ella, hecha en
París, 1850 (librería de Rosa y Bouret); y de los salmos Miserere y De Pro-
fundis existe además una edición suelta: Versión parafrástica del salmo jo...
y l2g...por el autor del Eva7tgelio en triunfo, reimpreso por un devoto. (V. Vera
é Isla, Noticia de las versiones poéticas del salmo Miserere (Madrid, Fuentene-
bro, 1879, pág. 198 á 201).
— Poemas Christianos, en que se exponen co7i sencillez las verdades más impor-
tantes de la Religiófi, por el autor del Evangelio en triunfo. Publicados por un
amigo del autor. Segunda edición, en Madrid, en la imprenta de Joseph Doblado.
PERÚ 237
do eficazmente por la Sociedad de Amigos ó Amantes del País, de
la cual fué presidente Baquíjano y Carrillo, é individuos Unanue (l),
Rodríguez de Mendoza, Arrese, Morales y Duares, el oidor Cerdán,
Egaña, Calero y Moreira, el Obispo Pérez Calama, los canónigos
Bermúdez y Millán de Aguirre, el Jeronimiano Fr. Diego de Cisne-
ros, gran propagador de los libros de los enciclopedistas, el Merce-
nario Calatayud, y otros varios eclesiásticos, tales como Laguna,
Romero, Girval y Sobreviela. Bajo sus auspicios comenzó á publi-
carse en 1 79 1 el Mercurio Peruano , revista importante que llegó á
constar de doce tomos, y que Humboldt parece haber estimado en
mucho. Por el mismo tiempo apareció el Diario Erudito, Económico
y Comercial de Lima, que sólo duró tres años.
Con estos papeles se educó la generación de la guerra de la In-
dependencia, á la cual en rigor pertenece Olmedo, que nació pe-
ruano, aunque muriese ciudadano del Ecuador; y á la cual pertene-
ció también el desgraciado poeta arequipeño D. Mariano Melgar,
fusilado por los realistas después de la batalla de Humachiri en
18 14, á los veintitrés años de edad. Este trágico y prematuro fin
ha salvado del olvido el nombre del poeta, mucho más que el mé-
rito de sus versos, que no pasan de ensayos de estudiante aprove-
chado. Algunas traducciones, como la de los Remedios de Amor, de
Ovidio, que él llamó Arte de olvidar, acreditan sus buenas humani-
dades; pero sus odas y elegías pertenecen á la escuela prosaica del
siglo XVIII, y aun con la mejor voluntad es imposible encontrar en
ellas nada que anuncie un talento poético de orden superior. La ti-
tulada Al Autor del mar es, sin duda, la mejor; pero está versifica-
da con tanto desaliño y tan poco nervio, que casi todas las inten-
(i) Autor de uno de los mejores libros de nuestra literatura científica de
principios de la centuria pasada, escrito con tanto espíritu de observación
como pulcritud de lenguaje: Observaciones sobre el clima de Lima, y sus in-
flue7icias en los seres organizados, en especial el hombre. Por el Dr. D. Hipólito
Unanue, Catedráiico de Prima de Medicina en la Real Universidad de San
Marcos. Protomédico del Peni. (Madrid, imprenta de Sancha, 181 5, segunda
edición. La primera es de Lima, 1806.)
En el tomo vi de la colección de Documetitos Hiéranos de Odriozola pueden
verse otros escritos del Dr. Unanue.
238 CAPÍTULO IX
ciones líricas que realmente tiene resultan frustradas. Melgar es
conocido generalmente por el dictado de poeta de los yaravíes,
por haber cultivado, no sin gracia, cierto género de poesía popular
acomodada á una música indígena. Nuestra ignorancia de la len-
gua quichua y de las costumbres de los indios del Perú, nos impide
determinar si en estos cantos hay ó no un fondo tradicional. El pro-
loguista de las poesías de Melgar nos dice que «.el yaraví es una
composición destinada á cantarse con acompañamiento de vihuela
ó de dos quenas; la música no tiene más que un tema fijo, sin nin-
guna variación; y esta monotonía del canto lo asemeja á un golpe
muchas veces repetido...; así las notas áQ\ya7'aví llevan poco á poco
el alma á la melancolía... No es el yaraví la canción que debemos á
los europeos...; los indígenas lo enseñaron á los españoles; y desde
entonces se ha hecho de él una composición enteramente nacional
en la música, y una canción enteramente especial en nuestra litera-
tura... Siendo q\. yaraví \z. poesía primitiva de los indígenas, las me-
jores composiciones de este género se encuentran en quichua. Las
que se han hecho en español son traducciones ó imitaciones de
aquéllas, y el verso que se ha adoptado para estas imitaciones es,
por lo común, de ocho sílabas, en cuartetas ó quintillas. Se emplea
también el verso de menos sílabas; y es muy usada la interpolación
de versos de cinco sílabas entre los de ocho, y á estejj'ízrííw se le
llama de pie quebrado» .
Prescindiendo de la cuestión de origen, en que nos reconocemos
de todo punto incompetentes, no habiendo oído cantar nunca. yara-
víes ni entendiendo una palabra de la lengua en que, según dicen,
están compuestos los mejores, sólo diremos que los diez yaravíes
auténticos de Melgar (á quien por su popularidad se han atribuido
otros muchos) nada tienen en la letra de indio ni de peruano, y son
meramente cancioncitas amorosas bastante delicadas y sentidas, que
ganarán mucho con el prestigio de la música, si esta es tan blanda,
insinuante y melancólica como dicen (l). Son, sin duda, los versos
(i) Como muestra pondré nn yaraví, de los que me parecen mejores:
Vuelve, que ya no puedo
Vivir sin tus cariños:
Vuelve, mi palomita,
PERÚ 239
más agradables de Melgar; naturales y sencillos, puros de todo rastro
de afectación; pero creemos que el general Miller, que no tenía mu-
cha obligación de entender de poesía castellana, se aventuró dema-
Vuelvi á tu dulce nido.
Mira que hay cazadores
Que, con afán maligno,
Te pondrán en sus redes
Mortales atractivos;
Y cuando te hayan preso,
Te darán cruel martirio:
No sea que te cacen:
Huye tanto peligro.
Vuelve, lid palomita,
Vuelve á tu dulce nido.
Ninguno ha de quererte
Como yo te he querido.
Te engañas si pretendes
Hallar amor más fino.
Habrá otros nidos de oro,
Pero no como el mío:
Por ti vertió mi pecho
Sus primeros gemidos.
Vuelve, mi palomita...
Bien sabes que yo, siempre
En tu amor embebido,
Jamás toqué tus plumas
Ni ajé tu albor divino;
Si otro puede tocarlas
Y disipar su brillo.
Salva tu mejor prenda:
Ven al seguro asilo.
Vttehíe, mi palomita...
No pienses que haya entrado
Aquí otro pajarillo:
No, palomita mía.
Nadie toca este sitio.
Tuyo es mi pecho entero,
Tuyo es este albedrío,
Y por ti sola clamo
Con amantes suspiros.
Vuelve, mi palomita...
No seas, pues, tirana;
Haz las paces conmigo;
Ya de llorar cansado
Me tiene tu capricho.
No vueles más, no sigas
Tus desviados giros;
Tus alitas doradas
Vuelve á mí, que ya expiro.
Vuelví-, que ya no puedo
I 'ivir sin tus cariños;
240 CAPITULO IX
siado cuando llegó á compararlos nada menos que con las Melodías
Irlandesas de Tomás Moore (l).
Continuó todavía en los primeros años del siglo xix la publi-
cación de fiestas y certámenes poéticos, aunque por lo común con
mejor gusto que en el anterior. De 1802 es la Fama Postuma del
arzobispo de D. Domingo González de la Reguera, y de 1 8 16 la
muy curiosa colección de obras de elocuencia y poesía con que la
Universidad de San ^Marcos celebró el recibimiento del Virrey Don
Joaquín de la Pezuela, vencedor en Viluma, en Ayohuma y Vilca-
pujio. Constan los autores de las dos piezas en prosa, que fueron el
Dr. D. José Cavero y Salazar, Rector de aquella escuela, y el doctor
D. José Joaquín de Larriva y Ruiz, catedrático de prima de Filoso-
fía. Los versos están firmados con las iniciales J. P. de V. y F. Ll. La
mayor parte son latinos, acompañados de traducción castellana;
no carecen de mérito, dentro de su género artificial, y prueban que
la Universidad, hasta el último día de la dominación española, que
fué casi el último día de su propia historia como organismo tradi-
cional é independiente, no dejó de producir humanistas, ya que no
era su misión formar poetas (2).
Vuelve, mi palomita,
Vuelve á tu dulce nido.
A veces usa con buen efecto el verso pentasílabo, v. g.:
Mientras los astros
Van silenciosos
Al mar á hundirse,
Yo revolviendo
Estoy las penas
Que el pecho oprimen...
( 1 ) Poesías de D. Mariano Melgar. Publícalas D. Manuel Moscoso Melgar,
dedicándolas d la Juventud Arequipcha. Naucy, 1878. Con un prólogo de
D. F. García Calderón, y una noticia biográfica del autor, cuyas bellas con-
diciones personales, novelescos amores y trágica muerte interesan más que
sus obras.
(2) Colección de las composiciones de Eloquencia y Poesía con que la Real
Universidad de San Marcos de Lima celebró en los días 20 y 21 de Noviembre
de 1S16 el recibimietüo de su esclarecido vice-pattono el Excmo, Sr. D. Joaquín
de la Pezuela y Sánchez... Virrey, Gobernador y Capitán general del Reino del
Perii... Lima, 1816, por D. Bernardino Ruiz.
PERÚ 241
El exaltado realismo de que hacen gala los Doctores de la Uni-
versidad peruana en esta especie de corona ofrecida al insigne cau-
dillo español, no ha de atribuirse meramente á entusiasmo oficial ni
á impulso de adulación. Las opiniones andaban muy divididas en el
Perú, y seguramente prevalecían en número los partidarios de la
metrópoli (l). Hasta el último momento la causa española tuvo allí
más secuaces que en ninguna otra parte de América; las tradiciones
coloniales estaban muy arraigadas, merced á un largo régimen de
prosperidad tranquila; Lima era copia fiel de las risueñas ciudades
del Mediodía de España; y el fácil y alegre vivir de sus moradores,
justamente enamorados de su suelo, de su cielo y de la hermosura
de sus mujeres, les hacia muy llevadera la ausencia de libertades
políticas, que los más de ellos ni entendían ni solicitaban. Sin la
conspiración militar que dividió el ejército español y arrancó el
mando á Pezuela, y sin el auxilio, nada desinteresado, de Bolívar y
sus colombianos, sabe Dios cuándo y cómo se hubiese consumado
la emancipación de aquella parte del continente americano, aunque
fuese inevitable para un plazo más ó menos largo. Pudieron contar,
pues, Abascal y Pezuela con panegiristas ardientes y no sólo con
mercenarios cantores.
Verdad es que, con la inconstancia propia del gremio poético,
pasaron casi todos ellos al partido vencedor al día siguiente de
la batalla de Ayacucho , y el primero de todos aquel mismo doctor
Larriva que había escrito en 1 807 el elogio universitario de Abas-
cal, en 18 1 2 el discurso contra los insurgentes del Alto Perú,
(1) En Lima hubo que crear artificialmente la aversión á España, según
confiesa el principal ministro del general San Martín, D. Bernardo Monteagu-
do, siniestra figura de terrorista cínico y desmoralizado. « El odio á los
desoladores del Nuevo Mundo había sido en los demás países el agente prin-
cipal de la revolución. Era preciso generalizar este sentimiento en el Perú y
convertirlo en pasión popular. Empleé los medios que estaban á mi alcance
para inflamar el odio contra los españoles, y siempre estuve pronto á apoyar
las medidas de severidad que tenían por objeto disminuir su número. Este
era en mí sistema, y no pasión... Cuando el ejército libertador llegó A las
costas del Perú, existían en Lima más de diez mil españoles; poco antes
de mi separación no llegaban á seiscientos. Esto era hacer revolución.»
(Apud. Mitre, Historia de San Martin, iii, 296.)
242 CAPITULO IX
en 1 8 16 el sermón en alabanza de Pezuela, y en 1 8 19 la oración
fúnebre de los prisioneros realistas fusilados por los insurrectos en
la Punta de San Luis; pasando luego, y sin esfuerzo ni transición
alguna, á pronunciar en 1824 la oración fúnebre de los patriotas
muertos en Junín, en 1826 el elogio académico de Bolívar, contra
quien se desató luego en sátiras é invectivas, pocos meses después
de haberle puesto entre los semidioses:
Mudamos de condición,
Pero fué sólo pasando
Del poder de Don Fernando
Al poder de Don Simón.
Era el tal Larri va (según refiere el Sr. Palma) un clérigo de cos-
tumbres nada ejem.plares, poeta chistoso é improvisador de café,
gran latino y hombre de muy despierto y agudo ingenio, como lo
prueban sus fábulas, su poema burlesco de La Angulada y otras
producciones suyas, que desgraciadamente por ser de índole per-
sonal y efímera, han padecido la suerte común de las de su clase,
que es no sobrevivir á los acontecimientos á que aluden y perseve-
rar sólo en las páginas de algún curioso libro de Historia (l). Poetas
muy afines á su estilo y manera fueron otros dos improvisadores,
también eclesiásticos y de costumbres no menos relajadas: el pres-
bítero Echegaray, que reparó con los buenos ejemplos de sus últi-
mos años los escándalos de su mocedad, y el franciscano Fr. Mateo
Chuecas y Espinosa, cuya vida se dilató hasta 1 858, dándole tiempo
también para enmendar sus desconcertadas costumbres, hacer un
auto de fe con la mayor parte de sus versos profanos, y escribir
algunas composiciones ascéticas, de mérito (2). A todos éstos había
(i) En el tomo 11 de la Cohccióti ds documentos de Odriozola están las prin-
cipales composiciones de Larriva.
(2) El Sr. Palma (Tradiciones peruanas, sexta serie), transcribe como del
P. Chuecas, que se la comunicó autógrafa, la siguiente glosa de una redondi-
lla muy popular en los libros de devoción:
¿Quó se hicieron de Sansón
Las fuerzas que en sí mantuvo,
Y la belleza que tuvo
TERU 243
precedido el Ciego de la Merced, Fr. Francisco del Castillo, que
falleció á fines del siglo xviii, gran repentista, sobre todo en déci-
mas de pie forzado. El Sr. Palma ha publicado algunas de sus pican-
tes improvisaciones, dejando inéditas por lo licencioso y desver-
gonzado de la expresión otras muchas que tradicionalmente corren
de boca en boca, y entre las cuales habrá seguramente algunas que
sin razón se le achaquen: castigo providencial de todo el que alguna
vez ha envilecido su musa con la obscenidad y el cinismo (l).
Dejando aparte estos rezagados del siglo xviii, la literatura peruana
Aquel soberbio Absalón?
¿La ciencia de Salomón
No es de todos alabada?
.¡Dónde está depositada?
¿Qué se hizo? ¡Ya no parece!
Luego nada permanece
En esta vida prestada.
De Aristóteles la ciencia,
Del gran Platón el saber,
(Qué es lo que han venido á ser?
¡Pura apariencia! ¡Apariencia!
Sólo en Dios hay suficiencia;
Sólo Dios todo lo sabe;
Nadie en el mundo se alabe
Ignorante de su fin.
Así lo dice Agustín,
Qtie es de la ciencia la llave.
Todos los sabios quisieron
Ser grandes en el saber;
Que lo fueron no hay que hacer,
Según que ellos lo creyeron.
Quizá muchos se perdieron
Por no ir en segura nave;
Camino inseguro y grave.
Si en Dios no fundan su ciencia,
Pues me dice la experiencia:
Quien sabe salvarse, sabe.
Si no se apoya el saber
En la tranquila conciencia.
De nada sirve la ciencia
Condenada á perecer.
Sólo el que sabe obtener.
Por una vida arreglada,
ün asiento en la morada
De la celestial Sión,
Sabe más que Salomón,
Y el que no, fio sabe nada.
(i) Tradiciones peruanas y primera serie.
244 CAPITULO IX
del siglo XIX empieza propiamente con el médico D. José Manuel
Valdés y el diplomático D. José María de Pando. El Dr. Valdés,
protomédico del Perú y director del Colegio de Medicina y Cirugía
de Lima, ocupó honesta y piadosamente sus ocios en una traduc-
ción de. los Salmos, muy notable por la pureza de lengua y por la
sencillez y dulzura del estilo, que sabe á Fr. Luis de León en algu-
nos trozos (l). Como hablista tiene muchas semejanzas con Gonzá-
lez Carv^ajal, aunque es más prosaico que él y versifica con más
desaliño. D. José Joaquín de Mora celebró bellamente en una oda
esta noble y decorosa versión del Salterio, que es, sin duda, la mejor
que ha salido de América, y una de las mejores que tenemos en
castellano (2).
(i) Salterio peniatto o paráfrasis de ¡os ciento cincuenta salmos de David y
algunos cánticos sagrados, compuesta por el Dr. D. José Manuel Valdés, Lima,
1833, imp. de I. Masías. — 2.^ edición, París, Rosa y Bouret, 1836, dos tomitos.
Además de los Salmos, tradujo Valdés los cánticos de Moisés, Ana, Isaías,
Ezequías, Zacarías, Simeón, Habacuc y el Alagnijicat. Todos ellos están al fin
del Salterio.
Publicó también un tomito de Poesías Espirituales {lAmai, 1818; id., 1836),
que contiene tres romances sagrados (la Oración, la Comunión y la Castidad),
un poemita, El alma, y algunas otras composiciones en el mismo estilo que la
versión de los Salmos. Las poesías que hizo sobre asuntos profanos y de cir-
cunstancias, valen poco y no han sido coleccionadas. Sus escritos científicos
están recogidos en un tomo de Memorias médicas (París, Rosa y Bouret,
1836). D. Juan Antonio Lavalle publicó en la Revista de Lima, y luego en
tirada aparte (1886), adicionándola con nuevos datos, una biografía del doc-
tor Valdés.
(2) Poesías que dedica á su patria, Cádiz, José Joaquín de Mora (Cádiz,
1836), pág. 187. — Poesías de Don José Joaquín de Mora {^didiúá, 1853), pág. 12:
Llevó ligera el aura
Del arpa de Sión los santos ecos
Por la extensión del mundo, y cual restaura
Los mustios valles y los prados secos
El otoñal rocío,
Tal renació en mi seno nuevo brío.
¡Cuan armoniosas vibran
Las cuerdas de oro! Al escucharlas, rotas
Las cadenas del mal, presto se libran
Por las esferas puras y remotas
Mis leves pensamientos,
PERÚ 245
D. José María Pando es más célebre por las vicisitudes de su
carrera política y por sus trabajos de publicista que por sus versos.
Nacido en Lima en 1787, pero educado en Madrid, en el Seminario
de Nobles, comenzó por servir á España en varios puestos diplomá-
ticos, llegando á ministro de Estado en las postrimerías del régimen
De inmarcesible bienestar sedientos.
Ora en piélago inmenso
De admiración estática me inunda,
Cual alba nube de oloroso incienso,
Y me muestra en la bóveda profunda,
Con luz candida escrito,
Tu nombre santo ¡olí numen infinito!
Ora en el hondo centro
De mi ser deleznable me introduce,
Y mi flaqueza mísera, do encuentro
El móvil criminal que me conduce
Por la senda torcida,
Lejos de los raudales de la vida.
Ya contra los impíos
Fulmina maldición y en ira santa
Se enardece. Sus torpes desvarios
Revela al universo, y los espanta
Con anatema, y gimen,
Cuando lo escuchan, los que al justo oprimen.
Ó ya en abatimiento,
Melancólico y flébil se reclina,
Regando con su lloro el pavimento,
Y cual serpiente pérfida y maligna,
Lo hiere despiadado
El recuerdo funesto del pecado.
¡Con qué magnificencia
De la creación la maravilla suma
Retrata esplendoroso, y la alta ciencia
Que del mortal la pequenez abruma,
Y lo deslumbra y ciega,
Y á vergonzosa confusión lo entrega!
Él nos muestra el gigante
Que se levanta á recorrer la vía,
Y yo enmudezco de terror... Pujante
Desátase la mar con rabia impía;
Y el mar lo mira y huye,
Trueno es su voz, que mata y que destruye.
Humean en su cima
Los montes si él los toca, y él derrama
Centella y hielo en los remotos climas.
Del cedro altivo la frondosa rama
Con blanda mano riega,
Y á su mandato el huracán la pliega.
De Tarsis los navios
Rompe cual paja en su furor; suspende
246 CAPÍTULO IX
constitucional de 1 823, Ciudadano del Perú desde 1 824, fué minis-
tro de Hacienda con Bolívar y plenipotenciario para el Congreso de
Panamá. Sucesos posteriores le movieron á emigrar de su país
y volver en 1 83 5 á España, donde tomó parte activa en nuestra
política hasta su muerte, acaecida en 1840. Era hombre de vasta
lectura, muy conocedor de las ciencias sociales y de la historia mo-
derna, y escribía en prosa con claridad y nervio. Sus produccio-
nes más conocidas son: Mercurio Peruano^ periódico publicado en
1827; Pensamientos y apuntes sobre moral y política (Cádiz, 1837),
y Elementos de Derecho internacional QAdiáúá^ 1 843), si bien esta
última, que ha tenido mucha boga, apenas merece considerarse más
que como un plagio de la excelente obra de D. Andrés Bello, á
quien sigue paso á paso, copiando textualmente sus mismas palabras
en casi todos los capítulos (l). Hizo también elegantes poesías, aun-
En medio de los ámbitos vacíos
Del ser mortal la habitación, y enciende
Magníficas lumbreras
Que vierten alba luz en las esferas.
Mas ¿dónde me arrebata,
Valdés, el entusiasmo que me inspira
Tu canto armonioso? Cual retrata
Fiel el agua la imagen, tal la lira
De León, en tus manos.
De David nos revela los arcanos:
Sonora en la alabanza
De las obras de Dios; y plañidera
Cuando el profeta humilde su esperanza
Fija en Dios; y dogmática y severa
Cuando dicta al humano
La ley divina y el precepto sano.
No siga yo atrevido
Tu raudo vuelo. Con humilde tono
Preludiaré en silencio y en olvido
Rústica endecha; mientra al alto trono
Do el Sempiterno luce.
El monarca inspirado te conduce.
(i) Son dignas de citarse, por su moderación ejemplar y suave ironía, las
palabras con que Bello dio cuenta de este escandaloso plagio en El Araucano
de 29 de Agosto de 1845:
«Comparando los Elementos de Derecho Iniernacional de D. José M.* Pando
con los Principios de Derecho de Gentes publicados en esta ciudad de Santiago
(de Chile) el año de 1832, casi pudiéramos dar á la publicación española el
título de una nueva edición de la obra chilena, aunque con interesantes in-
PERÚ 247
que en escaso número; algunas traducciones de odas de Horacio, y
una Epístola política á Próspero, ó sea á Bolívar, más elocuente que
poética, pero bien escrita, con calor en algunos pasajes, con ma-
jestad en otros. ¡Lástima que el autor no hiciese el menor esfuer-
zo para evitar tantas y tantas asonancias indebidas como afean
aquella larga tirada de versos sueltos! Sin duda Pando tenía habi-
tuado el oído á la poesía italiana, en que las asonancias no se re-
paran (i).
En 1 83 1, por los días en que Pando figuraba al frente del partido
conservador del Perú, llegó á Lima, expulsado de Chile por D. Die-
go Portales, el ingenioso gaditano D. José Joaquín de Mora, á quien
de aquí en adelante vamos á encontrar en casi todas las repúblicas
americanas como maestro ó como periodista: brillantísimo y á la
postre benéfico aventurero literario, qui mores multoríim hommum
vídit et urbes.
Asociado en Lima con los hombres más distinguidos del país,
tales como Pando, D. Felipe Pardo, D, Manuel Lorenzo Vidaurre (2),
terpolaciones é instructivas notas. D. José M.^ Pando no ha tenido reparo en
copiarla casi toda al pie de la letra , ó con ligeras modificaciones verbales,
que muchas veces consisten sólo en intercalar un epíteto apasionado, ó en
trasponer las palabras. Es verdad que hace al autor de los Pri7tcipios el honor
de citarle á menudo, y de cuando en cuando con términos muy lisonjeros,
«complaciéndose en confesar que le debe las mayores obligaciones». Pero el
mayor elogio que ha podido hacerle es el frecuente y fiel traslado de sus
ideas y frases, aun cuando se olvida de darle lugar entre sus numerosas refe-
rencias. Como quiera que sea, el autor de los Principios tiene menos motivo
para sentirse quejoso que agradecido. Pando les ha dado ciertas galas de
filosofía y erudición que no les vienen mal; y sacando partido de su vasta y
variada lectura, en que tal vez no ha tenido igual entre cuantos escritores
contemporáneos han enriquecido la lengua castellana, derrama curiosas y
selectas noticias sobre la historia y la bibliografía del Derecho público.»
^/«¿í Amunátegui (D. Miguel Luis), Vida de D. Andrés Bello, pág. 360.
(i) La Epístola d Próspero se imprimió en Lima en 1826, y está reprodu-
cida en la América Poética, de Gutiérrez.
(2) Publicista fecundísimo, y algo estrambótico en sus ideas y estilo, que
participan del cinismo sentimental de la escuela de Juan Jacobo Rousseau.
Bajo este aspecto son muy curiosas sus Cartas americanas, políticas ymor ales
(Filadelfia, 1825, dos volúmenes), miscelánea de confesiones eróticas, relatos
Mbnkndez t Pklato. — Poesía hispano-arntricana, II. lí
248 CAPÍTULO rx
D. José Cavero y Salazar, D. Andrés Martínez, el médico D. Hipó-
lito Unanue, etc., fundó el Ateneo del Perú, donde dio la enseñan-
za de derecho natural y público; imprimió unos Cursos de Lógica y
Ética, según los principios de la escuela de Edimburgo (1832), y co-
menzó su extraño poema de Don Juan, imitación de Byron, del cual
nunca llegó á escribir más que los cinco primeros cantos (l). Era
Mora, más bien que poeta inspirado, admirable versificador; en sus
composiciones líricas resulta flojo y aun prosaico, pero en la narra-
ción joco-seria, en la fábula y en la sátira, su estilo es un raudal de
chiste, de amenidad y desembarazo descriptivo, de felices ocurren-
cias y genial humorismo, calificativo que cuadra bien á quien prin-
cipalmente se había formado en la escuela de los humoristas ingle-
ses. Su ejemplo y su doctrina literaria fueron de gran provecho en
Lima, hasta por lo mucho que armonizaban con ciertas tendencias
del ingenio peruano: puede decirse que fué el segundo maestro de
D. Felipe Pardo, después de Lista. Las dos epístolas que Mora diri-
de viajes 3' proyectos de reforma social. Es curioso también por el radicalis-
mo de las ideas su Plan del Perú, escrito en Cádiz en 18 10, y publicado en
Filadelfia, 1823, amarga censura de los vicios de la administración colonial.
Como jurisconsulto, redactó proyectos de Código civil, Código penal y Código
eclesiástico. En sus últimos años pareció retractarse de sus opiniones hetero-
doxas, diciendo de sí propio que «pues había seguido á Olavide en sus erro-
res, también quería ser su prosélito en el arrepentimiento». Pero el libro
que escribió para combatirse á sí mismo (Vidaune contra Vidaurre), fué im-
pugnado en el Ecuador por el célebre franciscano Fr. Vicente Solano (con-
troversista del género del P. Alvarado) y prohibido por la Curia eclesiástica
de Lima, que encontró en él muchas proposiciones censurables. Vid. Conde-
nación del libro iitulado: Vidaurre contra Vidaurre, por el limo. Sr. D. Fran-
cisco de Sales Arrieta,y censuras hechas por el presbítero D. José Mateo Aguilar
M el P. M. Fr. José' Seminario, Lima, \%i,o.— El penitente fiíigido, visto en su
verdadero punto, ó critica sobre el folleto intitulado « Vidaurre contra Vidau-
rrey. Por Fr. Vicente Solano. Cuenca (del Ecuador), 1841. Reimpreso en el
tomo IV de las Obras de I'r. Vicente Solano, precedidas de la biografía del autor
por Atttonio Borrero. Barcelona, 1895. La impugnación del P. Solano versa
sobre la infalibilidad y autoridad del Papa, sobre la autoridad de la Iglesia y
sobre la disciplina eclesiástica.
(i) Se publicaron anónimos en Madrid en 1844, y son casi desconocidos,
aunque tienen octavas muy notables.
PERÚ 249
gió á Pardo (l) están llenas de sabios consejos literarios é informa-
das por un templado eclecticismo, de sentido común ó de escuela
escocesa, que fué siempre el sello de la crítica de Mora (2).
D. Felipe Pardo y Aliaga, uno de los discípulos predilectos de
Lista, es el verdadero representante de nuestra escuela clásica en
el antiguo virreinato del Perú, y sin duda el más notable de los
escritores limeños del siglo pasado, á lo menos de los que ya han
pagado á la muerte el común tributo. Como hablista en verso, sólo
á Bello cede la palma, y en la sátira política va delante de todos
los americanos, si bien no respetase siempre los límites que separan
toda composición poética (por reflexiva y didáctica que quiera ser)
de un folleto ó artículo de periódico. La Epístola á Delio, la parodia
de Constitución y otras piezas por el mismo estilo, que son, sin
duda, las más geniales y las más curiosas del poeta, adolecen á me-
nudo de esa continua preocupación de los negocios del día, con lo
cual, sin ganar en ardor y animación, pierden algo de aquel des-
interés poético, de aquel puro culto del arte, que en Horacio y en
los verdaderos satíricos horádanos, tales como Parini y D. Leandro
Moratín, brilla siempre y se sobrepone á toda otra consideración de
utilidad social inmediata. Aun con este lunar, que quizá no lo sea á
los ojos de todos. Pardo debe ser respetado siempre, no sólo como
escritor pulcro y atildado, sino como ingenioso observador de cos-
tumbres, y algunas de sus letrillas pueden figurar sin desventaja al
lado de las de Bretón.
La educación de Pardo había sido severamente clásica, y clásicos
(i) Poesías de D. José J. de Mora, Madrid, 1853, págs. 241 á 257.
(2) Sobre la estancia de Mora en diversas repúblicas americanas y la in-
fluencia poh'tica y literaria que allí ejerció, es libro capital el de D. Miguel
Luis Amunátegui. — D. José Joaquín de Mora... Apwites biográficos. Santiago
de Chile, 1888; al cual debe añadirse, como apéndice, el estudio de D. Do-
mingo Amunátegui Solar, Moi'a en Bolivia, publicado en los Anales de la Uni-
versidad de Chile, Febrero de 1897. Uno y otro reproducen bastantes poesías
de Mora desconocidas en España, entre ellas una epístola en verso suelto á
Olmedo, inserta en el Merairio Peniano (Lima, 4 de Marzo de 1829), y otra
en tercetos á persona desconocida, que apareció en El Telégrafo, periódico
de la misma ciudad, en 10 de Julio del mismo año. (Vid. Mora en Bolivia, pá-
ginas 5-14.)
250 CAPITULO IX
fueron siempre sus modelos. Su poesía es fruto legítimo de la es-
cuela culta y severa de fines del siglo xviii, especialmente de la
de Moratín, pero con más animación y alegría, con viveza criolla,
con un género de chiste peculiarmente limeño, aunque de especie
muy fina y aristocrática. Cultivó Pardo varios géneros y ninguna
sin habilidad y fortuna: su oda A Olmedo y su magnífica traducción
de la oda de Víctor Hugo A la columna de Vendóme, prueban que
no le faltaba numen lírico: sus versos de amor son fáciles y gracio-
sos; en las octavas de El Peni hay primores descriptivos que pare-
cen robados á Bello, de quien Pardo fué muy amigo y en cierto
modo discípulo durante su destierro en Chile: el único canto que
llegó á escribir del poema Isidora, es lo mejor que en este género de
narraciones domésticas ó de costumbres tiene la literatura america-
na, á excepción de los cuentos de Batres; y, finalmente, la fantasía
en variedad de metros, que tituló La Lámpara, es un ensayo román-
tico, excepcional en sus obras, pero nada infeliz, como lo prueban
estos versos:
Lámpara solitaria ardí en el templo,
Y, aunque con luz escasa, ardí constante,
Y por siete años que bramó incesante,
No me apagó una vez el huracán.
Pero aunque fuese capaz de salir con lucimiento de cualquier em-
presa, porque para ello tenía caudal suficiente de doctrina y gusto,
y prendas de versificador nada vulgares, su verdadera vocación fué
la de poeta satírico, ya festivo y suavemente epigramático, como
en sus letrillas, ya cáustico censor y austero moraHsta, como en las
dos sátiras citadas, en las cuales se ve de cuerpo entero, no sólo al
poeta, sino al político conservador: naturalezas que en él habían
llegado á ser inseparables. Su aversión á la anarquía, al desenfreno,,
al charlatanismo político , á las constituciones escritas en el papel y
no en la conciencia de los pueblos, le llevaba hasta el chistoso ex-
tremo de invocar á cada momento en sus versos, no ya el sable del
dictador, sino el garrote ó la tranca, que consideraba como único
remedio eficaz para la indisciplina de su país.
Pardo fué, no soJamente poeta lírico, sino también poeta dramáti-
PERÚ 251
co, aunque en pocas obras, y todas de su juventud (l). Es, después
de Gorostiza, el más notable representante del teatro cómico en
América, con la ventaja de no ser sus comedias puramente españolas
en las costumbres que retratan, como lo son las de Gorostiza, en
quien nada americano hay más que la patria de su autor; sino pen-
sadas y escritas para un auditorio limeño, con tipos y escenas pro-
pias del país. Son tres estas comedias : Frutos de la educación, Don
Leocadio, ó el aniversario de Ayacucho, Una huérfana en Chorrillos.
La segunda es un juguete muy graciosamente versificado, con imi-
tación visible del estilo de Bretón, pero cuya idea fundamental está
tomada de un raudeville francés. Las otras dos son enteramente
originales, y verdaderas y muy apreciables comedias de costumbres
del género de Moratín y Gorostiza, sin ningún rasgo que pueda de-
cirse peculiarmente bretoniano. En su propósito moral, que no es
otro que poner de manifiesto ios vicios de la mala educación, re-
producen el tema de las dos comedias de Iriarte: El Señorito mimado
y La Señorita mal criada, pero no adolecen de su frialdad pedagó-
gica, y la pintura de las costumbres es viva y chistosa. El escrúpulo
en la observancia de las unidades clásicas llega hasta el extremo de
reducir la acción á plazo menor que el de veinticuatro horas. Las
comedias de Pardo, aunque puedan tacharse de tímidas y acompa-
sadas, son los productos más nobles y decorosos que hasta ahora
ha dado la musa cómica del Perú, y valen tanto, por lo menos,
como otras españolas muy celebradas del mismo género y escuela,
por ejemplo, La Niña en casa, de Martínez de la Rosa.
No obstante, ha de confesarse que Pardo, más bien que poeta
cómico espontáneo y original, es un satírico y moralista en forma
dramática. Su genio era ese, y sus comedias ganan mucho si se las
considera como sátiras dialogadas; así como los amenos cuadros de
costumbres que publicó en 1840 con el título de El Espejo de mi
tierra, profesando seguir las huellas de Larra y Mesonero Romanos,
recuerdan más la punzante manera del primero, aunque sin su dejo
(i) Entonces hizo también algún ensayo trágico, que no está incluido en
la colección de sus obras. Queda memoda de una Cíiteninestra, probablemen-
te imitada ó traducida de la de Soumet.
252 CAPÍTULO IX
amargo y misantrópico, que la inofensiva y bonachona del segundo.
En prosa, lo mismo que en verso, fué Pardo correctísimo escritor, y
hasta sus alegatos jurídicos y los documentos cancillerescos que
suscribió, están redactados con buena literatura, muy rara en tal gé-
nero de papeles, que pocos se atreverían á coleccionar como él lo
hizo, sin detrimento alguno de su fama (l).
(i) No dedicamos más espacio al estudio de este recomendable escritor,
por haber sido ya apreciado con recto criterio en el discurso que en sesión
pública inaugural de nuestra Academia leyó en 1870 el Sr. D. Patricio de la
Escosura sobre Tres poetas contemporáneos: Pardo, Vega y Espronceda. Pardo
valió mucho, pero resulta un poco achicado por la compañía; sin que el ha-
ber sido discípulo de Lista (lugar común de nuestras biografías literarias del
siglo xix) baste para justifioarlo, porque todo maestro tiene discípulos bue-
nos, medianos y malos. No fué ciertamente Pardo de estos últimos; pero com-
parado con los autores de El Hombre de Mundo y de El Estudiante de Sala-
manca, sin escrúpulo se le puede poner entre los segundos.
Don Felipe Pardo y Aliaga nació en Lima el 1 1 de Junio de 1806. Su pa-
dre, regente de la Audiencia del Cuzco, se trasladó á la Península en 1821,
y Pardo hizo sus estudios en el colegio de San Mateo, y luego privadamente
en casa de D. Alberto Lista. Su maestro le conservó siempre extraordinario
afecto, y todavía en 1838, á los sesenta y tres años de su edad, le dirigía aque-
llos elegantes versos que terminan con una reminiscencia virgiliana:
No temas, mi Felipe, los furores
Del vulgo vil, alborotado y leve,
Si roto el freno, en trágicos horrores
La común patria á sepultar se atreve.
Ni su ignorante aplauso te envanezca
Cuando mimosa la falaz fortuna
Fácil á tus deseos aparezca
Y te eleve hasta el cerco de la luna.
Que el varón justo y grave, el ciudadano
Veraz, que tiene la virtud por guía.
Ni al dogal se amedrenta del tirano,
Ni al aura popular su pecho fía.
Yo recuerdo ¡ay de mí! los bellos días
De tu primera juventud dichosa.
Cuando por mí adestrado le pedías
Á Horacio y Newton su laurel y rosa.
Pero del mando hollar la instable senda
Al alumno de Erato no desdice:
El valor y virtud de ti se aprenda,
Y la fortuna de otro más felice...
Pardo regresó al Perú en 1828, y empezó por dedicarse al ejercicio de la
PERÚ 253
«
Heredó la vena satírica de Pardo, aunque no su aticismo, ni su
cultura, ni su delicado gusto, D. Manuel Ascensio Segura, también
poeta festivo y articulista de costumbres, pero, sobre todo, poeta
dramático. El Perú le debe un repertorio cómico, superior en canti-
dad y en calidad al que puede ofrecer ninguna otra sección de Amé-
rica. Hasta once comedias suyas se han coleccionado, y dio á las
tablas otras dos, que todavía están inéditas. Las comedias de Se-
gura lindan muchas veces con la farsa: aun las compuestas en tres
ó más actos son saínetes largos, excepto Na Catita, que es ge-
nuina comedia de carácter, y estudio bien hecho de un carácter de
beata maldiciente y embrollona, que por ciertos rasgos locales se
salva del amaneramiento inherente á la repetición de tipo tan cono-
cido en las tablas. Domina en los cuadros de Segura cierto mal
tono que, según creemos, debe achacarse al poeta más bien que á
la sociedad que describe. En Lances de Amancaes, por ejemplo, los
personajes, que quieren ser caballeros y damas de la mejor sociedad
limeña, pasan gran parte de la acción bebiendo pisco, y hablan y
proceden en consonancia con tal refresco. Pero no hay duda que
abogacía; pero muy pronto tomó parte activa en las contiendas políticas,
como redactor del Mercurio Peruano y de El Conciliador. En 1829 y 1833 dio
á las tablas dos de sus comedias. El general Salaverry le confió en 1835 una
misión diplomática para Chile, y después de la caída y muerte de aquel
personaje, permaneció en esta república solicitando la intervención de los
chilenos contra el general Santa Cruz, dictador del Perú y Solivia. Para ello
fundó un periódico titulado El Intérprete. Sería largo y de poco interés para
el lector europeo dar cuenta de los esfuerzos de Pardo y de la parte que
tuvo en la caída del Protector Santa Cruz, y de cómo vino á ser proscrito
por el mismo Gobierno que él había contribuido á fundar. Sólo en 1840 pudo
volver á Lima, y se le nombró magistrado del Tribunal Supremo (llamado
á la írancesa Corte Superior). Nuevos trastornos políticos le obligaron á nue-
vas expatriaciones, y de resultas de tanta felicidad democrática como disfru-
tan aquellos bienaventurados países, su salud acabó por quebrantarse grave-
mente, quedándose paralítico y ciego en lo mejor de su vida. Antes había
sido en dos ocasiones distintas Ministro de Relaciones Exteriores. Falleció
en 24 de Diciembre de 1868. Al año siguiente fueron coleccionadas sus obras
en un lujoso volumen publicado en París con el título de Poesías y Escritos
en prosa de D. Felipe Pardo (Paris, A. Chaix y C.^, 18Ó9). Es, en conjunto jno
de los libros que más honran la literatura americana.
254 CAPÍTULO IX
Segura hace reir con risa inextinguible; que sus piezas abundan en
saladas ocurrencias del más puro criollismo; que despunta en ellas
la vena aguda y jovial que hace de los peruanos, los andaluces de la
América del Sur; que la versificación abundantísima y desenfada-
da, aunque incorrecta, recuerda la maravillosa espontaneidad de
Narciso Serra, con quien ofrece Segura más puntos de analogía que
con Bretón ni con D. Ramón de la Cruz, por más que con uno y
otro se le haya comparado; y finalmente, que este autor tiene el mé-
rito indisputable de haber reproducido con fidelidad y gracia los
principales aspectos cómicos de la vida limeña, así en sus piezas de
costumbres domésticas como en las de costumbres políticas, verbi-
gracia. Un Juguete y El Resignado, y aun en las farsas populares,
como El Sargento Canuto.
El ingenio cómico de Segura ha dejado también algunos chispa-
zos en sus letrillas, en sus sátiras pohticas y en los artículos de cos-
tumbres que publicó en La Bolsa y en El Cometa, pero no aparece
completo más que en sus obras escénicas (l).
(i) Nació D. Manuel Ascensio Segura en Lima en 1805, y murió en 1871.
Sirvió a] principio en el ejército, llegando á sai-gento mayor, y luego fué co-
misario de Guerra y Marina, secretario de gobiernos civiles (que en el Perú
llam.an prefecturas), vista y administrador en varias aduanas, y en 1860 di-
putado á Cortes. Fundó en 1839 El Comercio de Lima, decano de la prensa
peruana; en 1841 La Bolsa, y después El Cometa, del cual sólo aparecieron
doce números, escritos enteramente por él, á imitación de las Capilladas de
Fr. Gerundio, que lograban entonces tanto aplauso.
En 1849 publicó en la ciudad de Piura otro periódico, El JMoscón, todo de
sátira personal y política, hoy muerta y casi ininteligible. En este genero in-
feliz derrochó Segura mucho tiempo y mucho ingenio. Nadie lee hoy, y hasta
ha sido excluido de la colección de sus obras, el poema satírico La Peli-
muerlada, en variedad de metros y en más de mil doscientos versos, distri-
buidos en veinticuatro cantos.
Su primera comedia fué El Sarge7ito Canuto, representada en 1839. Las
restantes piezas de su repertorio son: La Moza Mala, La Saya y Manto, El
Resignado, Na Catita (ña es diminutivo peruano de doña), Un juguete, Lances
de Amancaes, Nadie me la pega. La Espía ^ El Cacharpari, El Santo de Panclii-
ta (en colaboración con D. Ricardo Palma), Percances de un remitido, Las tres
viudas. Estas dos son las únicas que faltan en la colección de Artículos, poesías
\ comedias de Manuel Ascensio Segura (Lima, por Carlos Prince, 1886).
PERÚ 255
Perteneció á la misma generación literaria que D. Felipe Pardo y
que Segura, aunque de menor edad que ellos, un hermano del pri-
mero, D. José Pardo y Aliaga, de excelente educación clásica, como
lo prueba su oda A ¡a independencia de Ainé?-ica, laureada en un
certamen de Chile; y de estro satírico no inferior al de su hermano,
en algunas letrillas.
Á estos nombres, á los cuales pueden añadirse, con algún otro
más obscuro, los de D. José María Seguín, D. Manuel Ferreyros,
D. Ignacio Novoa (l), D. Miguel del Carpió, magistrado y estadista,
que no por el mérito de sus versos, sino por su tertulia literaria y por
la generosa protección que concedía á los literatos noveles, ha con-
seguido pasar á la historia, estaba reducido el grupo clásico de Lima
por los años de 1848. Entonces entró en e^scena una nueva genera-
ción literaria, sobre la cual nos ha dado los más interesantes porme-
nores el ameno é ingenioso escritor D. Ricardo Palma, que fué y
continúa siendo uno de los principales ornamentos.de ella (2).
«De 1848 á 1860 (escribe Palma) se desarrolló en el Perú...
pasión febril por la literatura. Al largo período de revoluciones y
motines, consecuencia lógica de lo prematnro de nuestra independen-
cia, había sucedido una era de paz, orden y garantías, inundábanse
planteles de educación: la Escuela de Medicina adquiría prestigio,
impulsada por su ilustre decano D. Cayetano Heredia; y el Convic-
torio de San Carlos, bajo la sabia dirección de D. Bartolomé Herre-
ra, reconquistaba su antiguo esplendor. Por entonces llegaba de Es-
paña D. Sebastián Lorente, era nombrado rector del Colegio de
(i) Vid. Riva Agüero, Caráctei- de la literatura del Peni indepejidietife
(Lima, 1905, págs. 71-73)-
FerrejTOS tradujo en prosa el Childe-Harold de Byron (se halla en la se-
gunda Revista de Lima, que comenzó á aparecer en 1873).
D. Ignacio Novoa publicó en la primera Revista de Lima (1S60-1S68) tra-
ducciones en verso de algunas poesías de Víctor Hugo y Béranger, y en pro-
sa de algunos Pensamientos de Joubert, algún capítulo de Montaigne y alguna
escena de Shakespeare. Había leído bastante y no carecía de doctrina litera-
ria, pero escribía muy mal en prosa y en verso.
(2) Vid., al frente de las Poesías de Ricardo Palma (1S87); el estudio titu-
lado La Bohemia limeña de 1848 á 1860: confidencias literarias.
256 CAPÍTULO IX
Guadalupe, y ante un crecido concurso daba lecciones orales de
historia y de literatura. Lorente era un innovador de gran talento, y
la victoria fué suya en la lucha con los rutinarios. La nueva genera-
ción le seguía y escuchaba como á un apóstol» (l).
Efectivamente, aquella juventud literaria se entregó en cuerpo y
alma al romanticismo español, como la de la República Argentina
se había entregado al romanticismo francés. Espronceda, Zorrilla,
Arólas, Bermúdez de Castro y Enrique Gil contaron desde luego gran
número de fervientes imitadores; pero quien fascinó y arrastró con
su ejemplo á todos los principiantes, fué el inspirado aunque inco-
rrectísimo poeta montañés Fernando Velarde, de quien ya hemos ha-
blado al tratar de Guatemala, y cuyo gusto y estilo dejaron profunda
huella en casi todas las repúblicas de América. Talento original,
pero inculto y bravio; imaginación poderosa cuanto desequilibrada;
un mal gusto que parecía ingénito é indomable, puesto que resistió á
toda disciplina y- fué creciendo monstruosamente con los años; alma
vehemente, apasionada y triste, con dejos de candor infantil y visio-
nes de iluminado; una potencia de versificador capaz de levantar en
peso las moles de los Andes, pero de la cual usaba y abusaba sin
tino ni juicio, convirtiéndose muchas veces en retumbante zurcidor
de alejandrinos huecos; un sentimiento profundo y casi místico de
la naturaleza; elevadas aunque confusas aspiraciones de ultratumba;
un idealismo más germánico que español, ataviado con el sombrero
de jipijapa y el lujo charro del indiano de nuestra costa cantábrica:
(i) D. Sebastián Lorente, que murió en 1884 siendo Decano de la Facultad
de Letras de la Universidad de Lima, publicó algunos libros de texto de Fi-
losofía y Literatura, y varios tratados históricos bien escritos, pero demasiado
compendiosos y con poca ó ninguna novedad en la investigación: Historia
antigua del Perú, Lima, 1860; Historia de la Conquista del Peni, 1861; Historia
del Perú bajo la dinastía austríaca, dos tomos, el primero en Lima, 1863; el
segundo en París, 1870; Historia del Peni bajo los Barbones, Lima 1871; His-
toria del Perú desde la proclamación de la Independencia, Lima, 1876; La civili-
zación peruana indígena, Lima, 1879.
Como expositor claro y ameno, cumplió bien con su vocación didáctica.
En España nadie recuerda su nombre, pero su patria adoptiva no ha olvidado
los servicios que prestó á la reforma universitaria, con sentido conciliador y
armónico.
PERÚ 257
todas estas cualidades, á primera vista inconciliables, concurrían en
el fecundo y excéntrico vate de Hinojedo, á quien nuestra historia
literaria ha olvidado malamente, porque en condiciones nativas fué
superior á muchos, y en influencia fuera de su tierra sólo Zorrilla,
Espronceda y Tassara pueden aventajarle entre nuestros román-
ticos.
Cuando Velarde llegó al Perú después de haber residido algún
tiempo en la isla de Cuba, 3^a había escrito algunos de sus mejores
versos: la Despedida á Sa^ttander^ El Pico de Teide, la Meditación en
la isla de Pinos, todos los cuales coleccionó en un tomo publicado
en Lima en 1848, con el título de Flores del Desierto. Redactó, ade-
más, durante dos años, un semanario de literatura, El Talismán, y
se hizo tan notorio por los aciertos y esplendores de su musa, cuan-
to por el generoso ardor patriótico con que defendió el nombre de
España, y por las rarezas de su irascible condición, que le atraje-
ron pesados lances, obligándole por fin á emigrar en 1 85 5 á otras
repúblicas, primero al Ecuador, después á Bolivia y á Chile, y final-
mente á Guatemala, siempre con la frente erguida y el canto varo-
nil en los labios: dejando por donde quiera admiradores y discípu-
los (l), halagado unas veces por la fortuna, reducido otras á la indi-
gencia: raro personaje, sin duda, pero nunca vulgar ni indigno de su
raza que tanta sangre y tanto sudor ha vertido en la América espa-
ñola. De su estancia en el Perú y repúblicas limítrofes datan las prin-
cipales composiciones de "V^elarde: las valientes octavas con que en
185 1 saludó al pabellón español en medio de los insultos y agresio-
nes de la plebe de Lima, el canto descriptivo de Los Andes del
Ecuador, el otro canto en alejandrinos A la cordillera de los Andes,
donde hay muestras de lo mejor y de lo peor de su estilo, y La Úl-
tima Melodía Romántica, que por sí sola bastaría para acreditarle
de gran poeta.
(i) Murió Velarde en Londres en 1881. La colección más completa que
conozco de sus versos es la titulada Cdtiiicos del Nuevo Mundo, impresa en
Nueva York en 1860. Sé que en Londres publicó un nuevo tomo en 1871,
pero no he llegado á verle. Serán probablemente de extrema decadencia,
como los que en Torrelavega coleccionó después con el título de La Poesía
de la Montaña.
25S CAPÍTULO IX
En el Perú tuvo Velarde émulos, pero tuvo en mayor número
apasionados fanáticos, sobre todo en la grey juvenil. Son los que
Palma llama bohemios y cuyas memorias biográficas ha recogido con
piadoso celo. Algunos de ellos, como el ilustre guayaquileño Don
Numa Pompilio Liona, el mismo Palma, D. Pedro Paz -Soldán y
Unanue (Jiian de Arona), D, Luis Benjamín Cisneros, D. Arnaldo
Márquez (traductor de Shakespeare) y otros varios, viven (l). De los
que han muerto diremos algo, guiándonos principalmente por las
noticias del Sr. Palma, puesto que no de todos hemos logrado ver
las obras completas, y otros ni siquiera las han coleccionado.
D. Manuel del Castillo (f 1 871), «vate tan incorrecto como sen-
timental», era arequipeño como Melgar, y á imitación suya, compu-
so jj^tzríZZ'/Vi', de los cuales puede servir como muestra el siguiente,
que tiene reminiscencias de uno de nuestros más bellos romances
viejos :
Ya que para mí no vives,
¿Por qué te vas y me dejas?
Prenda querida :
Viviré como !a viuda
Tortolica que ha perdido
Su compañía.
Como la nave agitada
Por los vientos, que resiste
Del mar las iras,
Es juguete de 'as olas,
Y sin arribar al puerto
Se hunde y abisma.
Como paloma que el nido
Vio en la selva, por el rayo
Hecho cenizas,
Y cuando huía gimiendo,
El cazador la acechaba
Con saña impía.
(i) Hoy todos ellos han fallecido, á excepción de D. Ricardo Palma, que
prosigue deleitando con los primores de su ingenio á los numerosos apasio-
nados de sus amenos escritos.
.Sobre la literatura más reciente puede consultarse el libro de D. Ventura
García Calderón, Del Romanticismo al Modernismo. Prosistas y poetas perua-
nos, Paris, Ollendorf, 1910.
PERÚ 259
Como árbol de fruto osado
Que enseñorea los prados
Su lozanía,
Miró secarse su savia
Porque el agua le faltó,
Que era su vida:
Así yo, querida prenda,
Seré tortolica viuda.
Nave perdida.
Seré paloma sin nido,
Seré árbol de seco tronco
Si te retiras (i).
D. Manuel Nicolás Corpancho (1830- 1 863), autor de dos dramas
románticos, El Poeta Cruzado y El Templario, que nada tienen dig-
no de alabanza más que la versificación, y de unos Ensayos Poéticos
dados á luz en París en 1854, no tuvo tiempo para emanciparse de
la imitación demasiado directa de Zorrilla, y sólo dejó versos armo-
niosos, pero sin carácter personal. Su ensayo épico Magallanes vale
muy poco. La prematura y horrible muerte de Corpancho, á bordo
de un buque que se incendió en alta mar, frustró las muchas espe-
ranzas que en él se fundaban.
D. Clemente Althaus (183 5- 1 881) aspiró á la pureza clásica, sin
conseguirla más que de lejos (2). Es bastante correcto en la forma y,
(i) La colección de Castillo, dada á luz en 1869, lleva el título de Cantos
Sud- Americanos.
(2) «Sigue direcciones en realidad diversas, por más que entonces se con-
fundieran bajo el nombre general de clasicismo. Unas veces imita á Quintana,
otras á los sonetistas italianos y españoles de los siglos xvi y xvii, otras á
Fr. Luis de León, y otras, por fin, á los clásicos latinos; que en cuanto á los
griegos, no parece haberse familiarizado con ellos.» (Riva Agüero, Carácter
de la literatura del Perú independiente, pág. 98.)
El soneto al Petrarca me parece digno de citarse como feliz imitación del
estilo del poeta toscano:
¡Bendita sea la feliz tibieza.
Con que, celosa de su pura fama,
Pagó tu amor la aviñonesa dama
Que igualó su virtud con su belleza!
¡Benditos el rigor y la esquiveza
Que acrisolaron tu amorosa llama,
Y te valieron la gloriosa rama
25o CAPÍTULO IX
en concepto de Palma, «el más académico de los poetas pe-
ruanos». «Como individuo (prosigue el mismo crítico), Althaus ra-
yaba en excéntrico, y su pulcritud en afeminación... Se había creado
para sí un mundo ideal, fantástico, y, naturalmente, mortificábanlo
infinito las realidades de este mundo sensual y materializado». Al-
thaus murió en París completamente loco. Hay dos colecciones de
sus poesías, una de 1863 y otra de 1872 (l). Son versos atilda-
dos, limpios y cultos, pero con frecuencia fríos y secos. Esta re-
gla tolera, sin embargo, felices excepciones. El Ultimo Canto de
Safo, que tiene acertadas reminiscencias de Leopardi, me parece la
mas acabada de sus piezas líricas (2). Escribió también una tra-
Quc hoy enguirnalda tu feliz cabeza!
Así Apolo, que á Dafne perseguía,
Cuando á abrazarla llega, sus congojas
Siente de un árbol la corteza toda.
Mas en sus venas la deidad doliente
Halla las verdes premiadoras hojas,
Digna corona de su altiva frente.
En los tercetos hay reminiscencia evidente del soneto de Arguijo: Apolo y
Dafne:
Alentó la carrera, y ya vencida,
Cuidó tener de Dafne la dureza;
Tanto se le acercó el amante ciego;
Mas del piadoso padre dolorida,
Trocando en árbol su mortal belleza,
Burló sus brazos y avivó su fuego.
(i) Algunas de las Poesías patrióticas impresas en París, 1862, no están
reproducidas en el voluminoso tomo de sus Obras poéticas, impreso en
Lima, 1892.
(2) Á pesar de su extensión, reproducimos este canto, ya que no pudo
entrar en nuestra Antología, por no haberle conocido á tiempo:
ÚLTIMO CANTO DE SAFO
La excelsa roca pisa,
De amantes desamados visitada,
Con planta no indecisa.
La lesbiana divina poetisa,
Del ingrato Faón enamorada.
Escucha en lo hondo y mira.
Impávida, agitarse en son horrendo,
Del mar la indócil ira;
Y por última vez pulsa la lira,
Al aire estos lamentos esparciendo:
«Adiós por siempre ¡oh vida!
Adiós ¡oh mundo! sin dolor ni llanto
PERÚ 261
Os doy mi despedida;
Que bien sé que en vosotros no se anida
Para Safo infeliz, sino quebranto.
Muerte anhelo, y cualquiera
La pena sea que al mayor pecado
En el Averno espera,
Jamás las ansias igualar pudiera
De un furibundo amor menospreciado.
Á los males sin cuento
Con que os abruma el que su eterna fiesta
Halla en vuestro tormento,
Es ¡oh mortales! único descuento.
Sola ventura que gozáis es esta:
Que si del hado impío
Fué decreto fatal el nacimiento,
Es rey vuestro albedn'o
De acelerar, como acelero el mío.
De vuestras vidas el final momento.
Y que, si fué la entrada
Á la prisión oscura de la vida
Forzosa é ignorada,
Dogal y salto, y tósigo y espada
Siempre libre encontraron la salida.
Tú que las crudas penas
Que lloro lloras, yo á romper te enseño
Tus odiosas cadenas;
Á padecer tú mismo te condenas.
Sabiendo que eres de la muerte dueño.
Usa tu alto derecho,
Y, ó da veneno á la callada boca,
Ó el cuello á lazo estrecho,
Ó con agudo acero abre tu pecho,
Ó ven conmigo á la Leucadia roca.
No más tu pena aguarde :
Mas si escoges vivir, lloro no viertas:
Cesa, queja cobarde;
Culpa tuya será que se abran tarde.
Cautivo vil, de tu prisión las puertas.
Vive, vive, tolera
Tus fieros males, cada vez mayores,
Y la vejez postrera
Haga que apures tu desgracia entera,
Que mal ninguno de la vida ignores.
Morir, morir escojo,
Y rebelde al tirano omnipotente,
Me burlo de su enojo,
Y de la vida con desdén le arrojo
El falso funestísimo presente.
Y tú, mancebo ingrato,
Á quien de amor desesperada adoro.
Tú, á quien con insensato
262 CAPITULO IX
Furor, mil veces convidé á mi trato,
Pospuesto el casto femenil decoro:
Vive feliz, si pudo (a)
Consentirlo á mortal el negro encono
Del destino sañudo:
Tu eterno desamor, tu desdén mudo,
Y mis tormentos todos te perdono.
No fué amarme en tu mano ;
Tuya no fué la culpa; el rigor lo hizo
De Júpiter tirano,
Que, con avara diestra, velo humano
Me dio, desnudo de beldad y hechizo.
El alma que era bella
No pudiste mirar: si la miraras,
Te enamoraras de ella.
Menospreciando la beldad de aquella
Por quien á Safo triste desamparas.
Oh ponto, cuyo asalto
La excelsa roca agota, hirviente espuma
Arrojando á lo alto.
No del mortal irrevocable salto
Arredrarme tu cólera presuma.
Tu amenaza é insulto
Mirando estoy impávida; que calma
Es el ciego tumulto
De sus olas, al lado del que oculto
Amoroso huracán dentro del alma.»
Dice la triste amante
Y se arroja veloz; la mar hinchada
Se abre y cierra sonante;
Y de las ondas á merced errante
Aquí y allí la leve lira nada.
(a) Cf. Leopardi, Ulü >:o canto di Safio:
Alii, di cotesta
Infinita beltá parte nessuna
Alia misera Saffo i numi e 1' empia
Sorte non fenno
Alie senibianze il Padre, _
Alie amene sembianze eterno regno
Dié nelle genti, e per virile imprese.
Per dotta lira o canto,
Virtíi non luce in disadorno ammanto.
Morremo. II velo indegno a térra sparto,
Rifuggirá r ignudo animo a Dite;
E il crudo fallo emenderá del cieco
Dispensator de' casi
E tu cui lungo
Amere indarno, e lunga fede, e vano
D' implacato desio furor mi strinse,
Vivi felice, se felice in térra
Visse nato mortal
PERÚ 263
gedia clásica, Antioco, «más para leída que para representa-
da» (l).
El mismo desastroso fin que Althaus tuvo otro notable lírico, don
Adolfo García (1830-1883), que murió en la locura y en la miseria,
y fué enterrado de limosna. Han sido muy celebradas sus quintillas
A Bolívar, composición efectista del género de las décimas de nues-
tro López García Al Dos de Mayo; pero á mi juicio, los versos su-
yos que deben sobreviviría son los de la elegante y delicada oda
Mis recuerdos {2).
Diamantes y perlas y Destellos y albores se rotulan las dos co-
lecciones poéticas de D. Carlos Augusto Salaverry (1813-1840),
hijo del infortunado general y Presidente de la República, que fué
fusilado en Arequipa por el Protector Santa Cruz. No afirmaré que
sean diamantes y perlas todo lo que contiene el tomo de Salaverry,
que no anduvo muy modesto en el título; pero sí que en aquellos
versos alborea y destella un numen lírico más vigoroso que el de
Althaus, y más seguro de sus fuerzas que el de García. Tiene bue-
nos sonetos. Pero lo mejor que conozco de sus obras es la inspirada
y sentida elegía Acuérdate de mi, a la cual pertenecen las siguientes
estrofas:
Ya no late, ni siente, n¡ aun respira
Petrificada el alma allá en lo interno;
¡Tu cifra en mármol con buril eterno
Queda grabada en mí!
(i) Tiene el mismo asunto que la comedia de Moreto, A buen padre mejor
hijo (rivalidad amorosa del rey Seleuco y su hijo Antíoco).
(2) Dice Ricardo Palma, hablando de García, que «Calderón, Arólas y
Víctor Hugo, eran sus ideales en literatura». Realmente su estilo es una
taracea de imitaciones de unos y otros, pero de Calderón no veo influencia di-
recta. Lo que predomina es la poesía romántica, especialmente la de Zorrilla
y las Orientales de Arólas. De Víctor Hugo ha dejado algunas traduccio-
nes buenas, especialmente Las dos islas.
El tomo de sus Composiciones poéticas publicado en El Havre, 1873, no
contiene sino una parte exigua de sus versos. Otros muchos quedaron iné-
ditos, ó dispersos, en La Revista de Lima, El Correo del Peni y otros perió-
dicos.
Mbnbndez y PEriAYO. — Poesía kis/>ano-aincricaHa. II. J7
264 CAPÍTULO IX
Ni hay queja al labio, ni á los ojos llanto;
Muerto'para el amor y la ventura,
Está en tu corazón mi sepultura
Y el cadáver aquí.
En este corazón ya enmudecido
Cual la ruina de un templo silencioso,
Vacío, abandonado, pavoroso.
Sin luz y sin rumor;
Embalsamadas ondas de armonía
Elevábanse un tiempo en sus altares;
Y vibraban melódicos cantares
Los ecos de tu amor,..
Pero ¿qué es este mar? ¿qué es el espacio,
Qué la distancia de los altos montes?
¿Ni qué son esos turbios horizontes
Que miro desde aquí;
Si al través del espacio y de las cumbres.
De ese ancho mar y de ese firmamento,
Vuela por el azul mi pensamiento
Y vive junto á ti?
Si yo tus alas invisible veo,
Te llevo dentro el alma, estás conmigo,
¡Tu sombra soy, y adonde vas te sigo
De tus huellas en pos!
Y en vano intentan que mi nombre olvides;
¡Nacieron nuestras almas enlazadas,
Y en el mismo crisol purificadas
Por la mano de Dios!
Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido;
Mi nombre está en la atmósfera, en la brisa,
Y ocultas al través de tu sonrisa
Lágrimas de dolor;
Pues mi recuerdo tu memoria asalta,
Y á pesar tuyo por mi amor suspiras,
Y hasta el ambiente mismo que respiras
Te repite mi amor.
¡Oh! cuando vea en la desierta playa,
Con mi tristeza y mi dolor á solas.
El vaivén incesante de las olas,
Me acordaré de ti;
PERÚ 265
Cuando veas que una ave solitaria
Cruza el espacio en moribundo vuelo,
Buscando un nido entre la mar y el cielo
¡Acuérdate de mí! (i)
Salaverry dio culto también á las musas del teatro, pero con in-
feliz fortuna. Ninguno de sus dramas, incluso Atahualpa^ que fué en
su tiempo el más celebrado, sin duda por la fluidez de los versos, le
ha sobrevivido (2).
Mucho más joven que los hasta aquí citados era D. Constantino
Carrasco (1841 '\ 1877), partidario del americanismo en poesía, au-
tor de una silva muy celebrada Al Árbol de la quina^ conocedor de
la lengua quichua, y traductor en verso castellano del famoso
Ollantay, que se ha querido dar por antiquísimo texto dramático de
dicha literatura, pero que, leído desapasionadamente, no parece, á
lo menos en las traducciones, más que una imitación de las come-
dias españolas, hecha por algún ingenioso misionero del siglo xvii,
y quizá de tiempo muy posterior. S\ en esto erramos, nuestra igno-
rancia nos disculpe, pero no Somos los únicos en opinar así, y en el
Perú mismo no falta quien nos acompañe en tal creencia (3).
(i) Albores y Destellos (seguido de Diamantes y perlas y las Cartas á im
■ángel). El Havre, 1871. — Misterios de la tumba (poema filosófico). Lima, 1883.
(-2) Compuso, además, Abel, El bello ideal, El pueblo y el tirano. El amor y
el oro, y otras varias piezas, más de veinte.
(3) Las Composiciones de Carrasco fueron publicadas en colección, des-
pués de su muerte, por D. Eugenio Larrabure y Unanue (Trabajos poéticos
de Co7istantitio Carrasco. Lima, 1878). Contiene este grueso volumen, además
de los versos originales, algunas traducciones de Ossián, Catulo, Marcial,
Florian, La Motte Houdard y el portugués Bocage. Palma dice que Carrasco
era medianamente conocedor del latín, griego, hebreo y quechua, siéndole
familiares el italiano, el francés y el inglés. Su traducción en verso del con-
trovertido Ollantay, está hecha en gran parte sobre una en prosa publicada
en Lima, 1868, por el naturalista D.José S. Barranca. Pacheco Zegarra puso
en francés el mismo drama: Ollantay, árame en vers quechuas, Paris, 1878, y
de esta traducción procede otra castellana, Madrid, 1885, en la Biblioteca
Universal. •
«Hay tres opiniones sobre el origen del Olíanla ú Ollantay. Unos atribu-
yen la paternidad del drama á D. Antonio Valdés, cura de Sicuani, muerto
266 CAPÍTULO IX
El estudio detenido de las colecciones, muy raras en Europa (sí
es que alguna completa existe), de la Revista de Lima y del Correo
del Peri'i^ podría acrecentar con bastantes nombres este catálogo (l).
e] año de iSi6, entre cuyos papeles se encontró por primera vez; pero exis-
ten manuscritos de época mucho más antigua que la de Valdcs, como el del
convento de Santo Domingo del Cuzco y el del cura Giustiniani. La segunda
opinión supone que el Ollantay fué compuesto antes de la Conquista, casi en
la misma forma en que hoy lo leemos, salvo algunas interpolaciones debidas
á los copistas y transcriptores. Pero si los indios no conocían la escritura
(puesto que los jeroglíficos estaban olvidados en el tiempo á que se refiere el
Ollanta), ¿cómo pudieron componer y conservar semejante pieza dramática?
Los quipus no bastaban para esto. Por lo que de ellos sabemos, resulta que
no servían sino para llevar estadísticas rudimentarias, cronologías vagas y
secas, y mensajes cortos... Lo más racional y sensato será, pues, adoptar la
última de las opiniones expresadas: suponer (mientras no se descubran nue-
vos indicios) que se trata de una obia posterior á la conquista y que su autor
fué algún misionero versado en el quechua, ó algún indio ó mestizo conocedor
del teatro español. Este incógnito poeta recogió la tradición indígena de
Ollanta (que tal vez pudo ser antes materia de alguna corta representación
escénica ó baile dialogado entre los indios), y sobre ella compuso su drama
en el lenguaje cortesano de los Incas, evitó las alusiones al cristianismo y la
colonia, é intercaló en la pieza ciertos cantos populares... No era raro que los
religiosos españoles, principalmente los jesuítas, compusieran comedias en
quechua y aimará, según lo declara Garcilaso en sus Comentarios reales, de
cuyo testimonio no hay por qué dudar en este caso, pues no pudo engañarse
ni mentir acerca de suceso tan conocido y próximo cuando él escribía».
(Riva Agüero, Carácter de la literatura del Peni, págs. i i8-í 19.)
En el mismo sentido, y aun más radicalmente, resolvió la cuestión el gene-
ral D. Bartolomé Mitre en su Ollantay. Estudios crítico-históricos sobre el drama
Quechua y la poesía pr e-colombiana (Buenos Aires, 1881), que es lo mejor que
conocemos en esta materia.
(i) En la Lira Americana, colección de poesías del Peni, Chile y Bolivia, re-
copiladas por D. Ricardo Palma (París, Rosa y Bouret, 1865), y en la América
Poética, de Cortés, pueden encontrarse muestras de los poetas peruanos pos-
teriores á 1848.
Peruano fue, aunque vivió y escribió casi siempre en Europa, D. Juan Ma-
nuel Berriozábal, marqués de Casa -Jara, fecundo autor de libros de devoción
en prosa y verso. En 1839 publicó un tomo de Poesías Escogidas de Lamar-
tine (El Crucifijo, El Ho7nbre á Lord Byron, el Hivino del Ángel después de la:
destrucción del Globo, etc.); en 1841, una refundición dé La Cristiada del P. Ho-
jeda; en 1845 La Reina de los Cielos, colección de poesías á la Virgen, unas.
PERÚ 267
Pero no hay duda que la literatura del Perú independiente no conser-
va ya entre las de la América del Sur el puesto de primacía que tuvo
durante la época colonial. A par con la decadencia política ha ido
la decadencia literaria: las brillantes excepciones de Pardo, Segura,
Palma y Juan de Arona no hacen más que confirmar la regla. Lima
no es hoy la cabeza y el corazón de la América del Sur, como lo fué
en los tiempos del Virreinato. No parece sino que un triste presen-
timiento hizo andar á los peruanos tan reacios en asociarse al mo-
vimiento de emancipación, cuyos beneficios han sido para ellos tan
caramente comprados. Bolívar empezó por despojarles del hermoso
puerto de Guayaquil, y por crear definitivamente con las provincias
del Alto Perú una nueva república. Chile rompió todos sus antiguos
lazos de dependencia y se levantó con la heguemonía política del
Sur, afirmándola después con guerras y anexiones, siempre desas-
trosas para sus vecinos. Pueblos que en la historia colonial habían
sido secundarios y olvidados, como Venezuela y Nueva Granada,
levantaron su cabeza ceñida con los laureles de la guerra de la In-
dependencia, y se repartieron la herencia de Bolívar, asumiendo
ante Europa la representación de la causa americana. La Argentina
se engrandeció como por encanto con la inmigración europea y con
la conquista del desierto. Entretanto, el Perú, materialmente enri-
quecido por el guano y el salitre, pero devorado por las facciones,
iba descendiendo rápidamente en la escala política, á despecho de
sus inmensos recursos naturales y del talento vivo y despierto de
sus hijos. Pero quien tuvo retuvo, como dice el proverbio vulgar; y
aunque Lima no sea ya la Atenas del Sur, y aunque Buenos Aires,
Santiago de Chile, Bogotá y Caracas hayan sido centros más activos
de cultura moderna, nadie podrá negar á aquella hermosa y desven-
turada ciudad, ni el prestigio de su tradición gloriosa, ni el haber
originales y otras traducidas de Silvio Pellico, Angelo Mazza y otros poetas
italianos, con varias disertaciones en prosa; en 1850 Observaciones sobre las be-
llezas literarias, históricas, profético-poéticas y religiosas de la Sagrada Biblia;
en i?>í)\ , Poesías Sagradas; en 1858, Poesías religiosas. Todos estos libros
acreditan más su piedad que su literatura, pero los más antiguos alcanzaron
la alta honra de ser elogiados por Balmes en un extenso artículo de su re-
vista La Sociedad (iñí\/\).
268 CAPÍTULO IX
conservado en lengua y costumbres el sello español, que suele ser
en América el único y verdadero americanismo: aquel especial ma-
tiz de ingenio castizo y de chiste indígena que avalora todas las pro-
ducciones festivas de la musa peruana, desde las letrillas y sátiras
de D. Felipe Pardo hasta las comedias de Segura, las Tradiciones
de Palma y las humorísticas poesías de Paz-Soldán: un no sé qué
indefinible de gracia desenvuelta y no pensada, que á cualquier es-
pañol hace mirar con cariño y simpatía á aquellos que, bajo el anti-
guo régimen fueron, entre todos los criollos, los hijos mimados "de
España, tan españoles en todo, hasta en algunos de sus defectos y
flaquezas.
X
BOLIVIA
Esta república, creada por la voluntad omnipotente de Simón Bo-
lívar en obsequio al equilibrio que él pensaba establecer entre los
estados de la América del Sur, no tiene historia independiente en
la época colonial, ni mucho menos tradiciones literarias. En ella en-
traron las comarcas del Alto Perú (antiguas intendencias de la Paz,
Potosí, Chuquisaca, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra, con
el desierto de Atacama), las cuales, después de haber formado
parte integrante del imperio de los Incas, dependieron del virrema-
ta de Lima hasta 1778, en que se creó el de Buenos Aires, limitado
por el Brasil y la Patagonia, los Andes y el Atlántico. Este carác-
ter híbrido domina en la moderna historia de Bolivia, que, según
las circunstancias, aparece como un apéndice de la del Perú ó de la
del Río de la Plata, sin haber podido afirmar todavía su carácter m
su política propia dentro de la variedad americana (l). Por otra par-
te, la población europea está allí en exigua minoría: sólo una sexta
parte, contra cuatro quintas de población india y otra de población
negra
La carencia de grandes centros de población y la falta de puertos
importantes, hacen de esta república una de las menos abiertas de
América al trato y comunicación intelectual con los extraños. No
(i) El territorio de Bolivia quedó notablemente menguado después de la
guerra con Chile, que le despojó de su única provincia litoral (1882). El
Paraguay y Bolivia tienen en litigio la soberanía del Chaco Boreal.
270 CAPITULO X
creemos, en vista de tan adversas circunstancias, unidas al continuo
estado de anarquía y luchas civiles en que ha vivido esta república,
que su producción literaria sea grande; pero lo que sí podemos afir-
mar es que á Europa apenas han llegado las obras de ningún autor
boliviano.
Y sin embargo, esta región, á primera vista tan iliteraria, estuvo
á punto de ser visitada en el siglo xvi nada menos que por Miguel
de Cervantes, que en memorial de Mayo de 1590 pedía á Felipe II
que «le hiciese merced de un oficio en las Indias de los tres ó cua-
tro que al presente están vacos, que es el uno la contaduría del
Nuevo Reino de Granada, ó la gobernación de la provincia de So-
conusco en Guatemala, ó contador de las galeras de Cartagena, ó
corregido?' de la dudad de la Paz» (l). Si Cervantes hubiese conse-
guido esta vara, ¿quién sabe si Bolivia podría ufanarse hoy con ser
la cuna del Ingenioso Hidalgo}
Otros ingenios, de menos cuenta sin duda, pero de buen estilo y
de buen tiempo visitaron el argentífero cerro del Potosí, á cuyas
raíces se había fundado una población que á principios del siglo xvii
llegó á contar 1 50.000 habitantes, y hoy (si no extinguida, venida
muy á menos la labor de las minas), escasamente llegan á 1 5 .000,
según dicen (2). Entre los aventureros y arbitristas que , atraídos
por la codicia del mineral }'■ no ajenos de conocimientos metalúr-
gicos, acudieron á aquel fabuloso \'enero de riqueza pocos años des-
pués de su descubrimiento, hubo de contarse el vate lusitano En-
rique Garcés, natural de Oporto, que al igual de otros muchos
compatriotas suyos de la centuria decimosexta, nunca usó en sus
obras más lengua que la castellana. Decíase Garcés inventor de cier-
to procedimiento para beneficiar la plata por medio del azogue (3).
(i) Navarrete, Vida de Cervantes, pág. 313.
(2) Sobre el Potosí en la época colonial véase el interesante y ameno libro
de D. Vicente G. Quesada, Crónicas Potosinas. Costutnbres de la Edad Medieval
Hispano- Americana (París, 1890).
(3) Vid. Maffei y Rúa Figueroa. Apuntes para íina biblioteca española de Mi-
neralogía, t. I, pág. 277, y, sobre Garcés como poeta, el Catálogo Razonado Bio-
gráfico y Bibliográfico de los Autores Portugueses que escribieron en castellano^
por D. Domingo García Peres (Madrid, 1890), pág. 249.
SOLIVIA 271
«Gasté no poca parte de vida y hacienda (decía él mismo á Feli-
pe ÍI) en descubrir y entablar en el Pirú el azogue y beneficio de
plata con él. Di después algunos avisos en materias diferentes, como
fué lo de la plata corriente, que allí pasaba por moneda de ley
conocida, á lo cual, por vuestra christiana clen)encia fuiste, señor,
servido, de prov^eer de remedio, mandando no se tratase sino con
plata ensayada ó con moneda acuñada, y aunque por ello fui nota-
blemente molestado, nada será parte para que dexe de proseguir
en lo que todo el mundo os debe.»
No parece que ni sus avisos de buen gobierno ni sus adverten-
cias metalúrgicas enriqueciesen á Garcés, puesto que habiendo en-
viudado se hizo presbítero, y fué á morir de canónigo en la catedral
de México, dedicando sus últimos días al cultivo de las letras. Hay
de él dos traducciones en verso, de Los Lusiadas de Camoens y
del Cancionero del Petrarca, y una en prosa del libro de Francisco
Patricio: Del reyno y de la institución del que ha de reynar, y de cómo
deve averse con los síibditos y ellos con el. Los tres libros, vertidos
respecti\'amente del portugués, italiano y latín, aparecen impresos
en el mismo año, iSQIj porque el autor, sin duda, los mandó simul-
táneamente á España. Entre los versos laudatorios que la traduc-
ción del Petrarca lleva, los hay del famoso navegante Pedro Sar-
miento de Gamboa, b,ien infelices por cierto. Suenan también en los
preliminares del libro los nombres de Sancho de Ribera, poeta are-
quipeño, del Licdo. Villarroel (|jde Potosí ó de Quito?), de P"r. Jeró-
nimo Valenzuela y Fr. Miguel de Montalvo, del Licdo. Emanuel
Francisco, de un cierto Adilón, y de varios anónimos que presu-
mo que serían americanos ó residentes en América. L'no de los
panegiristas alude á la invención metalúrgica de Garcés en estos
términos:
Enrique, que al Ocaso enriqueciste
Con el instable azogue que has hallado...
Tal invención ó divulgación, si es que realmente fué el primero
en hacerla, honra á Enrique Garcés más que sus versos incorrectos,
desabridos, mal acentuados muchas veces, llenos de italianismos y
de lusitanismos, como quien calca, servilmente, en vez de traducir
272 CAPITULO X
de un modo literario, y no se hace cargo de la diferencia de las len-
guas. Lo más curioso que para nuestro objeto contiene su libro de
Los Sonetos y Canciones del Poeta Francisco Petrarcha... (i) es una
canción del traductor, á imitación de la que principia Italia i)iia,
ben che' I parlar siaJndarno, dirigida á Felipe II quejándose de los
vejámenes de que eran víctimas los colonos del Perú, y especial-
mente de la mala ley de la plata que allí circulaba:
Y, en fin, ello ha parado
En desterrar de aquí la plata pura,
Y agora una mixtura
Quieren que tome el pobre jornalero,
Que es plomo, estaño y cobre sin estima...
(2).
(i) En Madrid, impreso en casa de Guillermo Dvoy, 1591.
(2) A este mismo asunto se refieren dos cartas de Garcés al Virrey Don
Francisco de Toledo, fechadas en 24 y 30 de Noviembre de 1574, y de las
cuales, por no haberse puesto el remedio que deseaba, envió copia al Consejo
de Indias. Hállase en el códice I-57 de la Biblioteca Nacional, Memorias y
Gobierno de las Minas de azogue del Perú.
No ha de omitirse aquí que el más insigne de los antiguos mineralogistas
españoles, Alvaro Alonso Barba, natural de Lepe, en la provincia de Huelva,
íué cura de la San Bernardo en la imperial ciudad del Potosí desde
1624, y allí compuso su clásica obra Arte de los metales, en que se enseña
el verdadero beneficio de los de oro y plata por agogiie: el modo de fjindirlos todos,
y cómo se han de re finar y apartar vnos de otros. (Madrid, imprenta del Reino,
1640). Los preliminares de esta edición no han sido reproducidos en ninguna
de las siguientes (Aprobación del gremio de azogueros de la villa de Potosí,
fecha en 15 de Marzo de 1637. Comunicación de D. Juan de Lizarazu, Presi-
tlente de la Audiencia de la Plata, remitiendo el manuscrito al Concejo en
i.° de Marzo del mismo año. Carta de Barba á D. Juan de Lizarazu, ;ponien-
»do en sus manos el Tratado que escribió por su orden, para que como cosa
»suya disponga lo más conveniente», y dándole gracias por haber asistidc»
personalmente á los «ensayes de caxones y pruebas de los metales por azogue
»y fundición», ayudándole con su gran saber en estas materias).
Sobre las ideas científicas é invenciones metalúrgicas de Alvaro Alonso
Barba, vid. Mafíei y Rúa Figueroa, Biblioteca Minera, tomo i, págs. 61-65;
Luanco, La Alquimia en España, tomo i. Barcelona, 1889, págs. 139-149; Ca-
rracido. Estudios histórico-critlcos de la Ciencia Española, Madrid, 1897, pági-
nas 128-143.
BOLIVIA ^"-5
Otro poeta, portugués de origen y sevillano de nacimiento, llama-
do D^arte Fernández, paso de Lima al Potosí á prmC.p.os del s.
glo XVII, y de 61 dijo la poetisa anónima:
Y un tiempo fué que en tu Academia viste
Al gran Diiarte, al gran Fernández digo,
Por cuya ausencia te has mostrado triste:
Fué al cerro donde el Austro es buen testigo
Que vale más su vena que las venas
De plata, que alli puso el cielo amigo.
Betis se ufana que éste en sus arenas
Gozó el primero aliento, y quiere parte
El Luso de su ingenio y sus Camenas.
No se le puede confundir con Duarte Díaz, autor de un poema
de La Co„qu,sta de Granada (ISQO) y de un raro volumen ce Va-
rías obras poicas en portugués y en castellano, porque de este
consta que era natural de Oporto; pero puede muy b.en ser e
Licdo. Enrique Duarte, autor de un prólogo que antecede a as
Rimas de Hernamlo de Herrera en la edición de Francsco Pache-
co (i 619). 1^
Pero quien verdaderamente enriqueció aquel cerro con vena
poesía más preciosas que la plata de sus entrañas, fué el sevillano
Luis de Ribera, uno de tantos excelentes y olvidados mgemos de
nuestro siglo de oro, el cual en l.° de Marzo de 1612 firmaba en
Potosí la dedicatoria de sus Sagradas Poesías á su hermana dona
Constanza María de Ribera, monja profesa del habito de la Concep-
ción (I). .Libro precioso y de lo mejor que se ha escrito en su n-
nea (dice con razón D. Bartolomé]. Gallardo). Ribera es castizo y
elegante poeta; su dicción y estilo saben más al siglo xvi que al xvn;
sus versos tienen el sabor dulce y suave de los del M. León y a
lozanía de los de Herrera y demás de la escuela sevillana. El gusto
(O Sagradas Poesías de D. Luis de Rivera, dirigidas d la Señora Constanza
Maria de Rivera, su hermana. Monja profesa en el hábito de la Concecon...
Año 1612, impreso en Sevilla por Clemente Hidalgo, 4-''-
La mayor parte de las poesías de este tomo, que es muy raro ^^^ ^^^«^ '
producidas en el Romancero y Cancionero Sagrados, de D. Justo de Sancha
ít. XXXV de la Biblioteca de Autores Españoles, págs. 56-67 y 27/-2«9,-
2 74 CAPITULO X
del autor es muy severo y clásico: nada de oropel ni argentería:
oro macizo. Sólo me disuena la mezcla que usa en la elegía sexta
(De la entrada y triunfo de Cristo en el cielo el día de su gloriosa
Ascensión) de las divinidades paganas con los serafines..., pero aun
así hay siempre gran pompa y boato poético» (l).
Además de estos poetas forasteros, tuvo la villa imperial de Poto-
sí un versificador local, llamado Juan Sobrino, de quien el historia-
dor D. Bartolomé Martínez y Vela, en sus Anales inéditos de aquella
ciudad minera (1771), transcribe algunas décimas y otros fi-agmen-
tos. Población en donde el oro y la plata corrían á raudales y el
fausto y la ostentación habían llegado á extremos de delirio, no po-
día carecer de fiestas escénicas; y las tuvo en efecto, muy desde el
principio, alternando con las justas y pasos de armas, con las pro-
cesiones y lujosas cabalgatas, máscaras, torneos, costosas galas, toros,
sortijas, saraos y banquetes soberbios, de que las crónicas del Po-
tosí, que parecen cuentos fantásticos, nos dan razón á cada momen-
to (2). La raza vencida tomaba parte en estos festejos, y había repre-
sentaciones mixtas de castellano y quichua, según apunta con muy
curiosos pormenores Martínez Vela (3):
«Dieron principio con ocho comedias: las cuatro primeras repre-
(i) Contiene este precioso tomo 107 sonetos, de los cuales 87 han pasado*
al de Rivadenej'ra, seis canciones (D. Justo Sancha sólo reprodujo tres), seis
elegías en tercetos, reimpresas todas, y varias traducciones que no lo han
sido, á saber: del Te Dcum; del cántico de David, Dominus petra mea; de los
salmos 5.°, Verba mea auribtis percipe; 20.°, Domine in virtute tiia; 64.°, Te decet
//ymnus, Deus; del cántico de la Virgen, Magníficat anima mea; del cántico
de Simeón, Nimc dimittis servttm iuum.
Este olvidado cuanto excelente poeta religioso, merecía atento y particular
estudio, pero aquí no podemos dedicársele, porque no es nuestro intento
examinar analíticamente las obras de los españoles que pasaron á Indias, sino
de los que nacieron allí.
(2) He visto citadas dos historias, en verso, del Potosí, compuestas en el
siglo xvn por D. Diego de Guilléstegui y D.José Velázquez, pero no las co-
nozco.
(3) Citado por Quesada, Crónicas Poiosinas, t. i, pág. 305. Es lástima que
el Sr. Quesada omitiera dato tan importante como el de la lecha de estas
fiestas dramáticas.
SOLIVIA ^75
sentaron con singular aplauso los nobles indios. Fué ia una el ongen
de los monarcas Ingas, del Perú; en que muy al vivo se representó
el modo y manera con que los señores y sabios del Cuzco u.troduje-
ron al felicísimo Manco-Capac i.° á la regia silla; cómo fué recibido
por Inga (que es lo mismo que grande y poderoso monarca) de las
diez provincias que con las armas sujetó a su dominio, y la gran
ñesta que hizo al Sol en agradecimiento á sus victorias. La segunda
fué los triunfos de Huaina Capac, undécimo Inga del Perú, los cuales
consiguió de las tres naciones, Changas, Chúñelos, Montañeses y del
señor de los Collas; á quien una piedra despedida del brazo pode-
roso de este monarca, por la violencia de una honda, metida en las
sienes, le quitó la corona, el reino y la vida: batalla que se dio de
poder á poder, en los campos de Hatun Colla, estando el Inga Huaina
Capac encima de unas andas de oro fino, desde las cuales le h.zo el
tiro Fué la tercera las tragedias de Cusihuascar, duodécimo Inga del
Perú- representándose en ella las fiestas de su coronación; la gran
cadena de oro que en su tiempo se acabó de obrar, y de que tomó
este monarca el nombre; porque guascar es lo mismo en castellano
que soaa del contento; el levantamiento de Atahuallpa, hermano
suyo, aunque bastardo; la memorable batalla que estos dos herma-
nos se dieron en Quipaypán; en la cual, y de ambas partes, muñe-
ron ciento y cincuenta mil hombres; prisión é indignos tratamientos
que al infeliz Cusihuascar le hicieron; tiranías que el usurpador hizo
en el Cuzco, quitando la vida á cuarenta y tres hermanos que allí
tenía, y muerte lastimosa que hizo dar á Cusihuascar, en su prisión:
representóse en ella la entrada de los españoles en el Perú, prisión
injusta que hicieron de Atahuallpa, decimotercio Inga de esta mo-
narquía; los presagios y admirables señales que en el cielo y aire se
vieron antes que le quitasen la vida; tiranías y lástimas que ejecuta-
ron los españoles con los indios; la máquina de oro y plata que otre-
ció porque no le quitasen la vida, y muerte que le dieron en Caja-
marca. Fueron estas comedias (á quienes el capitán Pedro Méndez
y Bartolomé de Dueñas les dan título de sólo representaciones) muy
especiales y famosas; no sólo por lo costoso de sus tramoyas, pro-
piedad de trajes y novedad de historias, sino también por la elegan-
cia del verso viixto del idioma castellano con el indiano.-^
276 CAPÍTULO X
Del pomposo aparato de estas representaciones puede formarse
idea por este relato del mismo cronista, que aunque prolijo, es muy
curioso:
«Iban por delante muchos indios con varios instrumentos de mú-
sica y cajas espaíioías. Tras ellos venían doscientos indios, en hile-
ras de á cinco hombres cada una, vestidos de pieles de vicuña, con
guirnaldas de sauce en la cabeza, y cañas de maíz con sus hojas y
mazorcas en las manos; y detrás traían en hombros unas andas de
grandor considerable; en medio de ellas estaba un globo, la mitad
dorado, y la otra mitad plateado, en cuyo i'ededor estaba mucha va-
riedad de árboles, plantas, flores y frutos; denotando la fertilidad de
este nuevo mundo, y cubierto de oro y plata conforme en todo á su
natural. Luego se seguían, en varios acompañamientos, todas las na-
ciones de indios que habitan esta América Meridional del Perú, lla-
mada por los españoles Nueva Castilla y Nueva Toledo. Iban las
naciones cada una con sus propios trajes; cuyos principales estaban
cabalgados en leones, otros en tigres, otros en cocodrilos (llamados
en estas Indias caimanes) y otras varias y horribles fieras; formadas
unas de metal y otras de madera, todas en muy vistosas andas, pin-
tadas en ellas sus hazañas. Tras de éstos venían otras cuadrillas de
indios vestidos de pluma, paja y algodón, tañendo y cantando á su
modo y en su idioma. Luego se seguían por su orden todos los In-
gas del Perú, desde el famoso ]\Ianco Capac hasta el valeroso Sayri
Tupac, que había molestado á los españoles, vecinos del Cuzco y de
Huamanga, con sangrientas guerras. \^enían todos en andas doradas,
sentados en aquellas sillas que usaban, de una pieza, con espaldar
levantado y sin brazos, que llamaban ¿iajms, y eran de finísimo
oro... Los indios que acompañaban á cada Inca iban vestidos con
ricas camisetas, mantas y Ilaytus en sus cabezas, trayendo cada uno
los instrumentos y obras que dieron fama á sus monarcas. En el
acompañamiento del Inca Huáscar traían el recuerdo de aquella gran
cadena de oro que se acabó en su tiempo á costa de sus tesoros, la
cual salía á ser vista; rodeaban con ella las andas y persona real, le-
A'antada en los hombros de los caballeros que llamaban orejones', y
era tan grande, que de trecho en trecho la sustentaban trescientos
hombres; y cuando doblaban el acompañamiento (que era en día se-
BOLIVIA 277
ñalado) acortaban los trechos y entraban seiscientos hombres, unos
en pos de otros. Pero quien más se señalaba entre los Ingas de este
paseo era el soberbio Atahuallpa (que hasta en estos tiempos es te-
nido en mucho de los indios, como lo demuestran cuando ven su
retrato), el cual venía en unas andas de forma piramidal, vestido de
una riquísima camiseta, toda cuajada de perlas y piedras preciosas.»
Viene luego una minuciosa descripción del traje de Atahuallpa,
«que por ser semejante, sin quitar ni añadir cosa alguna, lo cuentan
en sus historias el capitán Pedro Núñez y Bartolomé de Dueñas».
Las especiales condiciones de vida social en que se encontraban
los territorios del Alto Perú, sin más población española que la
atraída por la devoradora fiebre de las riquezas y por la explota-
ción de los grandes yacimientos metalíferos, impidió que allí flore-
ciese durante el período colonial ningún escritor de monta, si se
exceptúa al cronista de la orden de San Agustín en el Perú, Fr. An-
tonio de la Calancha, que era natural de Chuquisaca (i).
( 1 ) Coránica moralizada del Orden de San Avgvsiin en el Perú^ con svcesos
egemplares vistos en esta nionarquia. Dedicada á Nuestra Señora de Gracia^ sin-
gular Patraña i Abogada de la dicha Ordeít. Conipvesta por el mvy Reverendo
Padre Aíaestro Fray Antonio de la Calaticha, de la mis?na Orden i Difinidor
actual. Divídese este primer tomo en quatro libros: lleva tablas de Capittdos, i lu-
gares de la sagrada Escritura. Año 1Ó3S... En Barceloiia, por Pedro Lacavallc-
ria, en la calle de la Librería.
— Coránica moralizada de la provincia del Peni del orden de San Augustin
nuestro Padre. Tomo segundo. Por el R. P. Maestro Fr. Antonio de la Calancha.,
Difinidor de la dicha provincia y su Coronista. Dedícala á la Ss.""^ Virgen Ma-
ría, en su milagrosa imagen del célebre santuario de Copacavana. En Lima. Por
Jorje López de Herrera, impressor de libros. Año de i6S3.
Este tomo segundo, que al parecer no acabó de imprimirse, puesto que
faltan los libros 3.° y 4.° y el 2.° está incompleto, saltando desde él al 5.° que
comprende la historia del Santuario de Copacavana, es de la más extraordi-
naria rareza (Vid. Rene Moreno: Biblioteca Peruana, Santiago de Chile, 1896,
tomo I, pág. 108; id. Bolivia y Peni, Notas histáricas y bibliográficas, San-
tiago, 1 90 1, reimpreso en 1905).
En esta segunda Parte consta que Fray Antonio nació en 1584, en la ciu-
dad de la Plata, y que murió en i.** de Marzo de 1654, de una apoplegía. Era
hijo del capitán Francisco de la Calancha y de D.^ María de Benavides.
Pocas crónicas monásticas hay tan importantes para la historia de las eos-
278 CAPÍTULO X
No por razón de la patria, puesto que era toledano , sino por la
materia, debe citarse á otro historiador monástico del siglo xvu,
Fr. Diego de Mendoza, autor de la importante Crónica de la pro-
vincia de San Antonio de los Charcas.
Allí existía una universidad (l), que en el siglo xviii llegó á ser
de las más famosas del Nuevo Mundo. Un historiador argentino (2)
tumbres coloniales ^ de los ritos y supersticiones de los indígenas, como la
del P. Calancha. Su lectura atrae y entretiene muchas veces á pesar déla es-
tupenda credulidad milagrera y de su estilo barroco é intemperante. Tenía
todos los vicios de la decadencia literaria, pero no le faltaba imaginación pin-
toresca, que en ocasiones le sugiere frases felices. Su libro merecía reimpri-
mirse extractado, aligerándole de las impertinentes moralidades que á cada
paso em.barazan el curso de la narración.
Hizo el P. Calancha algunos versos. Sobre ellos me comunicó D, Marcos
Jiménez de la Espada la noticia siguiente:
— Historia del célebre Sajituario de Nuestra Señora de Copacavana, y sus Mi-
lagros, é Invención de la Cruz de Carabuco. A Don Alonso Bravo de Sarabia y
Sotomayor, del Abito de Santiago, del Consejo de Su Magestad, Cofisultor del San-
to Oficio, y Oydor de México. Por el P. J. Alonso Ramos Gavilán, Predicador,
del Orden de N. P. S. Agustín. Año 1621. (Escudete grabado en madera con
el emblema agustiniano). Con licencia en Lima; por Jeronymo de Cotitreras, 4.°,
vui -\- 432 y 4 folios finales.
«En el último de los folios de principios, al pie de un grabado en madera,
que representa la Virgen de Copacavana, hay estas dos quintillas, compues-
tas por Fr. Antonio de la Calancha y dedicadas á Fr. Alonso Ramos:
Dos milagros más verán
En tu obra peregrina,
Donde en toda paz están
Una paloma divina
En manos de un gavilán.
Y porque el otro veamos
Para gloria más crecida,
En autor y libro hallamos
Al fruto y árbol de vida.
Colgado de vuestros ramos.
(i) En América ha habido, y no sé si aún dura, la manía de alterar, prin-
cipalmente por motivos políticos, los nombres de las ciudades y aun de los
estados, como en España los de las calles. Para un lector europeo no será
inútil saber que Chuquisaca, Charcas, La Plata y Sucre son nombres de una
misma ciudad, capital hoy de la república de Bolivia.
(2) Don Vicente Fidel López.
BOLIVIA 279
dice de ella lo siguiente: «La Universidad de Charcas irradiaba su
esplendor sobre las provincias de abajo hasta las orillas, del Plata, y
era por lo mismo el foco del saber y de la grande enseñanza; no de
una enseñanza circunscrita á la letra de los textos, sino de una en-
señanza iniciadora, que sin estar en el claustro mismo, había pene-
trado en el espíritu de los estudiantes y se había apoderado de la
juventud que tomaba sus grados doctorales en ella, como lo prueban
un sin número de hombres, Moreno, Monteagudo, Agrelo, Molina,
Medina, Pérez, Terrazas, Serrano, Gorriti, Castelli, Passo, López,
Patrón y muchísimos otros hijos de las provincias del Alto Perú que
brillaron en la revolución por sus luces y por sus ideas adelantadas.
Charcas fué en el último siglo de la colonia un centro de elevada y
trascendental iniciación, que dio á la educación literaria el espíritu
revolucionario y los gérmenes de una nueva época» (l).
Aquella generación, sin embargo, tan fecunda en jurisconsultos,
estadistas y hombres de acción, no produjo en Solivia ningún poeta.
El más antiguo que conocemos de este siglo, apenas puede ser cali-
ficado de boliviano más que por la casualidad del nacimiento, puesto
que por educación fué español, y por origen de familia y por resi-
dencia definitiva, chileno. Me refiero á D. Ventura Blanco Encalada,
que nació en la ciudad de la Plata el 14 de Julio de 1782, por ha-
llarse su padre de magistrado en aquella Audiencia, de donde pasó
muy pronto á la de Buenos Aires. Educado en España D. Ventura,
y Guardia de Corps en sus mocedades, se afrancesó durante la gue-
rra de la Independencia, y en 1820 entró al servicio de la república
de Chile, que le confió importantes cargos, entre ellos el de minis-
tro de Hacienda. Fué íntimo amigo de D. José Joaquín de Mora, á
quien se parecía mucho en sus aficiones literarias y en el humor jo-
vial y festivo, si bien con mucho menos estro. En la colección defini-
tiva de los versos de Mora (que dista mucho de ser completa) hay una
epístola y una elegía dedicadas á Blanco Encalada. Otra mucho más
notable ha dado á conocer D. Miguel Luis Amunátegui en uno de
( I ) Historia de la República Argentina^ su origen, su revolución y su des-
arrollo poliiico hasta i8¿2. Nueva edición. Buenos Aires, 191 1, tomo 1, pági-
na 561.
Mbnéndez t IPsijAYO.— Poesía Ais^ano-americarta. II. i8
28o CAPÍTULO X
SUS curiosísimos libros sobre la Historia literaria de Chile (l). No fué
fecundo Blanco Encalada: una traducción de la Mérope de Voltaire,
representada en el teatro de Santiago de Chile en 1828, y muy elo-
giada por Mora, pero no impresa nunca, y al parecer perdida; una
epístola en verso suelto al mismo Mora, correcta y aliñada si se pres-
cinde de las inoportunas asonancias que ningún poeta americano de
entonces esquivaba, ni siquiera Olmedo, ni siquiera Bello; alguna
oda frígidísima en sáficos ó en estrofas de Francisco de la Torre;
algunas fábulas, letrillas y sátiras políticas, es todo su matalotaje li-
terario, no muy notable ni por la abundancia ni por la calidad, aun-
que digno de tenerse en cuenta por ser tan escaso todavía el caudal
poético de Chile en su tiempo. Tuvo buen gusto, amó el arte y alentó
á los principiantes: no se le puede conceder más elogio que éste.
Alguna parte cabe á D. José Joaquín de Mora en la cultura poética
de Bolivia, puesto que en su vida errante á través de las repúblicas
del Sur, residió allí tres años, de 1 834 á 1 837) á la sombra del famoso
presidente D. Andrés Santa Cruz, que intentó dar á su país la he-
guemonía en el Sur, mediante el establecimiento de la Confedera-
ción Perú-Boliviana (2). Fué Mora gran secuaz de este proyecto, y
(i) La Alborada Poética en Chile después del iS de Sepiiembre de 1810.
Santiago de Chile, i8q2, págs. 431-435.
Colaboró Blanco Encalada en El Merairio Chileno, revista fundada por
Mora.
Tradujo é hizo representar en Santiago en 1852 La Marquesa de Sennete-
rre, comedia de Mélesville y Duveyrier. Falleció en 13 de Junio de 1856.
(2) Vid. Mora en Bolivia, por D. Domingo Amunátegui Solar (Santiago de
Chile, 1897). Contiene este opúsculo curiosas noticias y documentos recogi-
dos en parte por el bibliófilo boliviano D. Gabriel Rene Moreno, que se los
comunicó á Amunátegui.
Mora, nombrado catedrático de literatura en la Universidad de La Paz, inau-
guró su curso en 15 de Diciembre de 1834 con una extensa oración, la cual
terminaba con rendidos homenajes al Presidente Santa Cruz, que además de
haberle conferido su magisterio oficial, le proporcionó amplios recursos para
abrir un Colegio Normal de segunda enseñanza en la misma ciudad. Para sus
clases publicó en 1835 "^ texto de Gramática Castellana, que difiere poco de
los de la Academia y de D. Vicente Salva, y del cual todavía se hizo un com-
pendio en 1850. En 1846, diez años después de la vuelta de Mora á Europa,
, se reimprimieron en La Paz sus Cursos de Lógica y Ética según la escuela de
BOLIVIA 281
como secretario del General redactó, por encargo suyo, El Eco del
Protectorado, periódico oficial de la Confederación , y la Exposición
de los motivos que asisten al Gobierno protectoral pa7'a hacer la guerra
al de Chile, en contestación al Manifiesto de Chile, que había escri-
to D. Felipe Pardo, emigrado á la sazón en Valparaíso. Además,
Mora dio algunas enseñanzas de humanidades en la Universidad Ma-
yor de San Andrés de la Paz de Ayacucho, y compuso en Bolivia
una parte muy considerable de sus Leyendas Españolas. El mismo
apunta en una nota de la leyenda titulada Una Madre, que la escribió
en la hacienda de Cotana... situada en el valle del mismo nombre,
en el departamento de la Paz, república de Bolivia, á las faldas del
Nevado de lUimani, «la más alta montaña de todo el Nuevo Mundo
después del pico de Sorata» (i).
Y como sin disputa alguna son las Leyendas Españolas lo mejor
de Mora, y lo que conserva en pie su fama de poeta, introductor
en nuestro Parnaso de un nuevo género de narraciones románticas
entremezcladas de digresiones humorísticas al modo del Beppo y del
Don Juan de Byron, siempre dará honra á Bolivia el haber sido
Edimburgo, publicados en Lima en 1832; y todavía en 1865 servía de texto en
las tres Universidades bolivianas su pequeño Curso de Derecho Romano, ex-
tractado de Heineccio.
Entre los versos compuestos por Mora en Bolivia, y que faltan en la colec-
ción de sus obras, son notables una fábula dedicada á la mujer del Protector
Santa Cruz, y el valiente Canto épico d la batalla de Yatiacocha (13 de Agosto
de 1835), ganada por aquel caudillo contra el ejército peruano del general
Salaverry. Este canto iguala ó supera al de Juan Cruz Várela d la batalla de
Ituzaingd y tiene rasgos dignos de Olmedo en el Canto de Junin. Se publicó
suelto en La Paz de Ayacucho, 1835, imprenta del Colegio de Artes. También
D. Emilio Mora, hijo de D. José Joaquín, celebró la misma batalla en un can-
to en octavas reales, impreso en el Cuzco.
En 1838, Santa Cruz envió á Londres á Mora con el carácter de cónsul ge-
neral de la Confederación Perú-Boliviana, y su agente diplomático oficioso,
cargos que desempeñó hasta la derrota de su protector en la batalla de Yun-
gai (20 de Enero de 1839), y consiguiente disolución de aquel efímero Estado
federal.
(i) Leyendas Españolas, por D. José' Joaquín de Afora, Londres y París,
j84o, pág. 591.
282 CAPÍTULO X
cuna de uno de los mejores libros de versos castellanos del siglo
pasado.
Pero no parece que Mora dejase muchos discípulos en Bolivia,
La América Poética, de Gutiérrez, impresa en 1846, sólo da entrada
á dos ingenios de aquella República: D. Mariano Ramallo y D. Ri-
cardo Bustamante (l).
(i) En el estudio de D. Gabriel Rene Moreno, que se citará después, se da
noticia bibliográfica de varios versificadores y poetastros bolivianos de la
mitad del siglo xix; pero son tales, á juzgar por las muestras, que quitan has-
ta la gana de consignar sus nombres. No haremos otra excepción que la de
D. Mariano Salas, antiguo empleado de la Casa de Moneda y del Banco de
Rescates de Potosí, por ser acaso su No m'e olvides (título evidentemente to-
mado de Mora, que había dado en Londres varios libritos análogos) la más
antigua colección de poesías publicada en Bolivia (dos cuadernos impresos
en Potosí, 1838). Pero parece que no todíis las composiciones son de Salas.
Tradujo, además, algunas poesías de Lamartine, entre ellas El Crucifijo,
Sus versos son abominables, y D. Juan María Gutiérrez, que se los había pe-
dido porque gozaban de cierta fama, no sólo se abstuvo de poner nada de
ellos en su Afnérica Poética, sino que hizo un auto de fe con el tomo en la
trastienda de El Mercurio, de Valparaíso. Todavía son peores, si cabe, los del
presbítero D. Hilarión Padilla Atoche.
Como humanista, aunque malo, y cultivador infeliz de la poesía latina, se
cita al Dr. D. José Manuel Loza, vocal de la Corte Superior de La Paz, Cance-
lario de su Universidad, Codificador de la Nación, Ministro de Instrucción Pú-
blica, y autor, entre otros opúsculos en prosa y verso, de un Canto lírico en
memoria de los constantes y heroicos esfuerzos del Alto-Perú durante la guerra de
quince años por la indepejidencia americana. Escrito en metro latino por el doctor
don José Manuel Loza, y ti-aducido al verso castellano por el doctor R. Z. Contie-
ne notas curiosas, históricas y geográficas, y un examen critico literario sobre el
mérito de la obra (que su autor ó traductor compara modestamente con la can-
ción de Herrera á la batalla de Lepanto). Sucre, i8S5y imp. de López. Los-
Opúsculos poéticos latinos, del mismo Dr. Loza (2.* edición corregida y aumen-
tada por el autor, La Paz, 1859), han servido de texto en los colegios de la
República, cosa que parece increíble, atendidas las faltas métricas que en
ellos se observan.
Sobre este Dr. Loza consigna una curiosa anécdota D. Gabriel Rene More-
no [^Revista de Buefios Aires, tomo xvii, pág. 538).
«Un distinguido escritor europeo, que medita vastos proyectos de alianza
intelectual, moral y social entre los pueblos de raza latina para contrabalan-
cear, en las lides de la civilización moderna, el engrandecimiento amenaza-
BOLIVIA 283
Del Dr. Ramallo (n. 1817), natural de Oruro, graduado por la
Universidad de Chuquisaca, Rector del Colegio Bolívar y profesor
<ie Derecho y Ciencias políticas en la Universidad de la Paz de Aya-
cucho, sólo se insertan unas octavillas tituladas Inspiración^ y una
composición, también romántica, en variedad de metros, que lleva
por nombre Una impresión al pie del Illimani. Son ensayos harto
triviales; pero el poeta fué adelantando algo, á lo menos en correc-
ción, en otras piezas suyas que he leído en La Lira Americana^ de
Palma (1865), y en la América Poética, de Cortés. El Epitalamio de
los Bardos y los versos A 7ni hija Natalia me parecen las más acep-
tables; pero en ellas, como en las demás, es visible la penuria de
¡deas y de estilo; y si este poeta no hizo otra cosa mejor, bien puede
quedar en olvido.
No así D. Ricardo J. Bustamante, que era todavía muy joven
cuando se publicó la primitiva América Poética, donde sólo aparece
de él la inevitable Oda á Bolívar, ensayo de toda musa americana
inexperta. Bustamante (n. 1821), que recibió su educación en Bue-
nos Aires y en París, y á quien las tormentas políticas obligaron á
vivir alejado de su patria casi siempre, es hasta ahora el principal
hombre de letras que ha producido Bolivia. En 1879 decía de él el
Repertorio Colombiano, probablemente por la pluma de su egregio
director D. Miguel A. Caro: «Bustamante se hace siempre notar
por la delicadeza de sus sentimientos, por su inspiración feliz y por
dor y creciente de las razas del Norte, dio en París, ahora nueve años (se es-
cribía esto en 1868) un banquete á varios sud-americanos notables. El general
Belzú fué uno de los escogidos de aquél cenáculo. Después de los postres, el
sabio comenzaba ya á desenvolver su gran pensamiento sobre las razas latinas,
cuando interrumpiéndole el expresidente de Bolivia, le dijo: «Bolivia, señor,
no puede meterse en eso, porque el único que allá sabe latín es el Dr. Loza.»
Como cultivadores de la poesía religiosa en el Alto Perú, cita el Sr. Rene
Moreno á Fr. Gregorio Cintora: Actos de airicidíi y contrición en verso, 2.* edi-
ción, aumentada con los Deseos del Paraíso. Versión métrico-parafrástica del
salmo «Misererev) (Sucre, 1852 y 1853); al limo. Sr. Alzamora, El salmo <¡.Mi-
sererei> compuesto en devotas décimas (La Paz, 1857), yá Bernardo José Guevara,
hermano lego de la Real Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de la
ciudad de La Plata, Afectos del alma al pie de la Cruz (1853). Este último per-
tenece al siglo xvii; ignoro la época de los otros dos.
284 CAPÍTULO X
la galanura de su estilo... Ha cultivado con éxito casi todos los gé-
neros literarios; pero habiéndose consagrado especialmente á la poe-
sía lírica, su reputación estriba en las pocas composiciones suyas
que algún amigo ha publicado, y que la prensa americana se ha
apresurado á reproducir. A esas producciones y á la estimación que
de él hicieron siempre Ochoa, Escosura y otros literatos españoles,
debe la merecida distinción, que en Bolivia sólo él ha obtenido, de
ser nombrado individuo correspondiente de la Real Academia de la
Lengua. Tiene inéditos casi todos sus trabajos, porque nunca ha
escrito para el público, ni por afán de gloria literaria, sino para dar
libre vuelo á su imaginación, atormentada por terribles sufrimien-
tos, ó para inculcar en sus hijos el amor á Dios y á la virtud» (l).
Dos delicadas poesías de los últimos años de Bustamante, la Ben-
dición paternal á mi hija Angélica y la Plegaria, bastan para acre-
ditar la pureza de su gusto y el tesoro de honrados y cristianos
sentimiantos que se albergaban en su pecho. Pero aun los versos
románticos de su mocedad, con ser de pura imitación, las orienta-
les y baladas, la Despedida del árabe á la judía después de la con-
quista de Granada^ El Judio errante y su caballo^ se recomiendan
por una sobriedad y un buen gusto raros en principiantes de enton-
ces; la Oda á la Libertad tiene el mérito de apartarse bastante de
las vulgaridades que parecen inexcusables en tal tema; y en el Pre-
ludio al Mamaré lucen brillantes condiciones de poeta descriptivo.
Es de suponer que si las poesías de Bustamante se coleccionasen,
habría en ellas otras cosas dignas de alabanza, aunque probable-
mente ninguna de primer orden (2).
(i) Repertorio Colojiibiano, vol. iii, pág. 225.
(2) En el saqueo de la ciudad de La Paz, ocurrido en la revolución de 12
de Marzo de 1849, perdió tres cantos en octavas reales, que llevaba escritos,
de un poemita que debía constar de seis con el título de Los amores de im ángel,
cuyo tema era pronosticar la regeneración moral del mundo por medio de la
mujer, personificación del espíritu de caridad cristiana, obligada á reparar, con
su benéfica influencia futura, el mal inmenso de haber, con su influencia pri-
mitiva, precipitado á la humanidad de las delicias del Paraíso. D. Gabriel
Rene Moreno {Revista de Buenos Aires, tomo xvii, 1868, pág. 546), dice que
tenía en su poder la introducción de este poema, en diez octavas.
SOLIVIA 285
Inferiores, á juzgar por las pocas muestras que de sus poesías
conozco, me parecen D. Manuel José Cortes (181 1 -1865) y D. Nés-
tor Galindo (1830-1865). Lo menos endeble que he visto de Cortés
es el Canto d la naturaleza del Oriente de Bolivia; pero su reputa-
ción no la debe á la poesía, sino á su Ensayo sobre la historia de
Bolivia (i), y á sus trabajos de codificador y estadista (2).
D. Néstor Galindo, vate sentimental y fúnebre cuanto incorrecto
en la lengua y en la rima, publicó en Cochabamba, el año 1856, un
volumen de jeremiadas, al cual dio el título bien apropiado de Lá-
grimas^ porque realmente es una inundación de ellas. De este tomo
hicieron severa disección los hermanos Amunáteguis en su Juicio
Critico (3), y no hay para qué volver sobre su fallo.
De Galindo son estos cuatro disparatados versos, que creemos
oportuno citar, no sólo como muestra de su estilo, sino para resti-
tuirle en justicia la paternidad de la metáfora que en ellos se con-
tiene, y que con siniestra intención se ha achacado á otros ingenios
de más alto vuelo:
Cansados ya los palpitantes miembros,
Muerta del alma la ilusión dichosa.
Sus alas de cristal^ de oro y de rosa
Despliega la esperanza cual gacela (4).
(1) Impreso en la ciudad de Sucre, 1861, imp. de Béeche.
(2) Vid. Corona fúnebre del boliviano doctor Manuel José' Cortés. Potosí^
18Ó5, Tipog. Municipal. Este cuaderno de 44 páginas contiene ocho composi-
ciones en verso.
(3j Juicio critico de algunos poetas hispano-aniericanos, por Miguel Luis y
Gregorio Víctor Amunátegui. Obra premiada eti el ceriatnen abierto por la Fa-
cultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el año de iSsg.
Santiago, imprenta del Ferrocarril., 1861, págs. 317-328.
(4) Vid. el extenso y curioso estudio del bibliófilo boliviano D. Gabriel
Rene Moreno, Biografía de Don Néstor Galindo, en La Revista de Buenos
Aires, publicada bajo la dirección de D. Vicente G. Quesada y D. Miguel Na-
varro Viola (tom. xvii, Buenos Aires, 1868, págs. 321-339 y 496-547.)
Nació Galindo en Cochabamba, en 23 de Enero de 1830. Hizo sus estudios
de humanidades en el colegio Sucre de aquella ciudad, y cuando se hallaba
próximo á terminarlos en 1848, hubo de pasar al Perú, acompañando en el
destierro á su padre el general Galindo. Después de una corta residencia en
286 CAPÍTULO X
Muy pocos nombres, todavía más obscuros, pueden añadirse á
los citados.
El magistrado D. Manuel José Tovar, autor de un poema lírico-
Lima, y otra más larga en el puerto de Tacna, donde contrajo una pasión amo-
rosa que ha dejado mucha huella en sus poesías, pasó á Chile, y en un cole-
gio particular de Valparaíso, dirigido por un Mr. Perey, se perfeccionó en el
conocimiento de algunos idiomas vivos, entregándose con predilección á la
lectura de los escritores románticos franceses, especialmente de Jorge Sand.
Á fines de J851 regresó á su patria, en cuyas agitaciones políticas tomó
bastante parte, á pesar de su carácter melancólico y retraído; siendo deste-
rrado en 1855 por haber publicado un canto fúnebre á la memoria del gene-
ral Ballivian, y proscrito en 1854 por haber tomado parte en un alzamiento
militar contra la administración del general Belzú. Entonces compuso su
poema El Proscripto, del cual sólo se conoce un fragmento que apareció en el
Cóndor de Cochabamba, 3 de Mayo de 1856. Tanto en este periódico, como
en la Reforma y la Patria de la misma ciudad, en la Polémica de la Paz, en el
Siglo de Sucre, y en otros periódicos y folletos, hay bastantes poesías suyas
posteriores á Lágrimas^ y al parecer mejores ó menos malas que las de aque-
lla colección. Cítanse con particular elogio unas octavas al Pabellón Bolivia-
no, que se publicaron anónimas en Cochabamba, 1857:
¡Oh mano impía! La rasgada enseña
De tantas glorias, y victorias tantas,
Patriota el corazón, noble desdeña,
Que ya no es digna de ocupar las plantas.
Roto jirón que nada al alma enseña
Ni le recuerda sus memorias santas;
No es pabellón, ni enseña, ni bandera,
Ni aun divisa de imbéciles siquiera...
Quedó inédita su obra más extensa, La Mujer, poema lírico de tres mil
seiscientos versos en variedad de metros. Los fragmentos que hemos visto no
pasan de una medianía muy mediana.
Tradujo Galindo el Adiós de «Childe Harold», y otras estancias de Byron,
y algunas poesías de Víctor Hugo, como Esperanza en Dios y (Dótide está la
dicha?
Fué uno de los fundadores de la Revista de Cochabamba (1852), primera de
su género en Bolivia. Sólo alcanzó un año, y forma un tomo de 439 páginas,
publicado en la imprenta de La Unión. La mayor parte de los artículos ver-
san sobre navegación fluvial, legislación civil, agricultura, enseñanza é histo-
ria americana.
Colaboradores de esta Revista fueron, entre otros, D. José María Santib;i-
ñez, autor de una importante Memoria sobre la Instrucción Pública en Bolivia
SOLIVIA
287
descriptivo, La Creación (i), se suicidó en 1869. No conocemos su
poema, pero sí versos líricos suyos, generalmente verbosos é insus-
tanciales. Quizá los mejores sean los que dedicó á la poetisa ciega
María Josefa Mujía:
Canta, paloma escondida;
No llores, no, la amargura;
Que si no ves la hermosura
Ni puedes un mundo ver,
Mil mundos resplandecientes
Te ofrece la fantasía...
Allí tienes claro un día
Y miras un sol nacer.
Tienes un ancho horizonte
Para ti solo extendido,
De noche un mar encendido.
Astros que el mundo no ve;
Praderas inmensurables
Que tu vista interna halagan.
Perfumes que te embriagan
De las montañas al pie...
De esta infeliz señora, á quien no incluímos en nuestra colección
por no constarnos que haya pasado de esta vida, pero á quien su
inmenso infortunio presta de todos modos la majestad solemne de
la muerte, hay unos sencillos é inspirados versos, que quiero poner
aquí, porque en su forma casi infantil tienen más intimidad de sen-
timiento lírico que todo lo que he visto del Parnaso boliviano:
(Cochabamba, 1 851) y de varios opúsculos sobre cuestiones de límites con
Chile, reformas del sistema monetario y proyecto de una ley de cammos;
D. Rigoberto Torrico, joven profesor, que tradujo (del francés) la Historia
Universal á^]n2.xi de MüUer (Cochabamba, 1852) y la Filosofía Elemental de
Damiron (La Paz, 1854), á la cual antepuso un prólogo en que expone sus
principios de método filosófico (a); D. Benjamín Blanco, autor de una leyenda
en variedad de metros. La venganza de una mujer (Cochabamba 1853) y de
un poemita religioso, María concebida sin mancha, impreso en la misma ciu-
dad diez años después; y algunos otros.
(i) Impreso en Sucre, 1863.
(a) Los amigos de este malogrado jóvcr, publicaron en 1855 una Corana fúnebre ú su memoria.
288 CAPITULO X
EL ÁRBOL DE LA ESPERANZA
Árbol de esperanza hermoso,
En copa y ramas frondoso
Y elevado yo te vi:
Ora en el suelo tendido,
Destrozado y abatido
Te miro, ¡triste de mí!
Sin hojas y sin ramaje,
Marchito y seco el ropaje
De tu frescura y verdor;
!Cuán corta tu vida ha sido!
Contigo todo he perdido
De la fortuna al rigor.
En tu tronco yo apoyaba
Mi porvenir, y esperaba
Recoger tu fruto y flor;
Bajo tu sombra solía
Recrear mi fantasía
• Y adormecer mi dolor.
Siendo de edad aún temprana,
En tu corteza yo ufana
Catorce letras grabé;
No eran dichas ilusorias,
Ni de amores ni de glorias
Las palabras que tracé.
Contigo se ha derribado
Todo el bien imaginado
Que el pensamiento creó;
Cual exhalación ligera,
Toda ilusión hechicera
Contigo ya se extinguió-
Era tierna tu corteza,
Tus raíces sin firmeza,
Débil tu tronco también;
Y así resistir no pudo
Del fuerte huracán sañudo
El recio soplo y vaivén.
Muerta mi dulce esperanza,
Todo ha sido ya mudanza
De la dicha á la aflicción;
Sólo viven la amargura,
El pesar y desventura
Dentro de mi corazón.
SOLIVIA 289
Figuran, además, en las antologías americanas de Palma, Cortés
y Lagomaggiore (l), como poetas de Bolivia, D. Daniel Calvo, don
Félix Reyes Ortiz, D. Luis Pablo Rosquellas (músico y poeta brasi-
leño, pero que desde su infancia reside en Bolivia y ha escrito siem-
pre en castellano), Doña Mercedes Belzú de Dorado, D. Luis Zalles,
D. Tomás O'Cónnor d'Arlach y D. Benjamín Lens. Pero no tenien-
do dato acerca de la muerte de estos autores, y no conociendo sino
muy pequeña parte de sus obras, no me aventuro á formular juicio
alguno sobre este pequeño grupo poético (2). Quizá algún día, ce-
sando la actual incomunicación literaria entre España y Bolivia, po-
drá ampliarse este estudio con las noticias que ahora se echan de
menos (3).
(i) América Literaria. Producciones selectas eíi prosa y verso, coleccionadas y
editadas por Francisco Lagomaggiore. ^w^xío?, Aires, 1883. — Hasta el presente
no he podido proporcionarme la segunda edición, que al parecer es obra
completamente nueva y riquísima de datos.
(2) D, Daniel Calvo, ministro que fué de Instrucción pública en Bolivia,
es autor de dos tomos de poesías {Melancolías, 185 1 — Rimas, 1871) y de una
leyenda Ana Dorset (1859).
D. Félix Reyes Ortiz, además de sus poesías, ha publicado varios libros de
texto, entre ellos uno de Ortología, Prosodia y Métrica, y una introducción
al Estudio del Derecho.
Doña Mercedes Belzú de Dorado, hija del desgraciado general Belzú, Pre-
sidente de Bolivia, y de la afamada novelista argentina Doña Juana Manuela
Gorriti, reside ó residía en Arequipa, y además de sus poesías originales ha
hecho algunas traducciones de Víctor Hugo, Lamartine y Shakespeare.
Luis Zalles se ha distinguido principalmente por sus versos festivos y
sátiras políticas.
De Benjamín Lens hay un volumen publicado en 1861 con el título de
Flores de zm día, y cinco piezas dramáticas: Amor, Celos y Venganza, El Hijo
Natural, Borrascas del Corazón, La Mejicana y El Guante Negro.
(3) Para los autores de fecha más reciente, debe consultarse la Attiología
Boliviana, de D. Fermín Rojas é hijo. Sólo hemos visto el tomo primero, de-
dicado enteramente á los escritores cochabambinos (Cochabamba, 1906), con
retratos de los autores y un prólogo de D. Arturo Oblitas.
Esta Antología comprende prosistas y poetas. Los que figuran en este pri-
mer tomo, D. Mariano Baptista, D. Benjamín Blanco, D. Florián Zambrana,
D. Félix A. del Granado, D. Julio Rodríguez, D. Adrián Pereira, D. Eufronio
Viscarra, D. Demetrio Canelas, D. Luis F. Guzmán, D.^ Adela Zamudio, don
ago CAPITULO x
José Mendoza, D. José Aguirre Achá, D. Pablo y D. Manuel Céspedes, D. Ma-
nuel Paz Arauco, viven todos, ó vivían cuando el libro se publicó, y algunos
de ellos son muy jóvenes.
Los editores prometen otros cinco tomos, el segundo dedicado todavía á
los autores de Cochabamba, el tercero á los de Sucre, el cuarto á los de la
Paz, el quinto á los de Oruro y Potosí, y el sexto á los de Tarija, Santa Cruz
y el Beni.
XI
CHILE
La raza indígena, que tan escasa ó nula influencia ha ejercido en
la literatura hispano-americana, tiene, no obstante, en la colonial de
Chile una acción indirecta tan poderosa, que decide del género y
asunto de la mayor parte de las producciones en prosa y en verso
que allí durante dos siglos se compusieron. Aquella estrecha faja de
litoral, árido y pedregoso, que no podía excitar ni la codicia ni la
imaginación de los aventureros, costó más para su conquista y con-
servación que todo el resto del continente americano, y aun hubo
parte de ella que nunca fué enteramente domeñada. Una tribu de
bárbaros heroicos gastó allí los aceros y la paciencia de los conquis-
tadores, y manteniendo el país en estado de perpetua guerra, deter-
minó la peculiar fisonomía austera y viril de aquella colonia, á la vez
que ofrecía un tema casi inagotable á los primeros ensayos de sus
ingenios. Toda la primitiva literatura de Chile, así en los poetas
como en los historiadores y los arbitristas, no existe más que por la
guerra de Arauco, y no habla más que de los araucanos. Si aquellos
bárbaros no escribían versos ni componían historias, y sólo conocían
la poesía y la elocuencia en sus formas más rudas y elementales, daban
á lo menos continua ocasión, con las hazañas de su increíble resis-
tencia, á que se multiplicasen los poemas y las historias de que ellos
venían á ser héroes sin saberlo. Así se formó en tiempos plenamen-
te históricos una literatura de temple muy épico, que contrasta con
el carácter patriarcal y algo caserq que las letras coloniales ofrecían
por lo general en los pacíficos emporios de México y Lima, ó en las
escondidas metrópolis de Quito y Santa Fe. Y aun en cierto sentido
292 CAPITULO XI
puede decirse con D. Andrés Bello que «Chile es el único de los
pueblos modernos cuya fundación ha sido inmortalizada por un
poema épico». Ni hay tampoco literatura del Nuevo Mundo que
tenga tan noble principio como la de Chile, la cual empieza nada
menos que con La Araucana^ obra de ingenio español, ciertamente,
pero tan ligada con el suelo que su autor pisó como conquistador,
y con las gentes que allí venció, admiró y compadeció á «n tiem-
po, que sería grave omisión dejar de saludar de paso la noble figu-
ra de Ercilla, mucho más cuando su poema sirvió de tipo á todos los
de materia histórica, compuestos en América, ó sobre América, du-
rante la época colonial.
Larga y vanamente se ha disputado sobre si tal obra cabe ó no
dentro de la antigua categoría épica. Ante las modernas doctrinas
sobre la epopeya, tal cuestión carece hasta de sentido. Ni La Arau-
cana ni otro ningún poema moderno, ni, entre los antiguos, la
Eneida misma, tienen nada que ver con un género primitivo, imper-
sonal, propio de las edades heroicas y de las civilizaciones incipien-
tes, como es la genuina epopeya. Tan imposible es producirla á sa-
biendas y tan ridículo intentarlo, como sería crear una mitología
nueva ó inventar una nueva lengua. La epopeya pertenece al género
de las creaciones espontáneas del espíritu humano, y las fuerzas que
la engendraron no existen ya, ó están latentes, hasta que en un me-
dio social adecuado, que el volver de los tiempos puede traer con-
sigo, como le trajo en la Edad Media, logren manifestarse de nuevo.
Así, por ejemplo, muchos siglos después de haber muerto la epo-
peya clásica (sustituida por las exquisitas imitaciones literarias de
Apolonio ó de Virgilio), los ignorados cantores del Rolando^ del Mió
Cid y de Los Nibehmgos^ pudieron ser tan épicos como los rapso-
das homéricos, sin conocerlos ni enlazarse con su tradición en modo
alguno.
En este concepto, hoy universalmente aceptado, claro es que Er-
cilla no merece rigurosamente el nombre de épico, pero tampoco
puede decirse que lo sean Camoens, ni el Ariosto, ni el Tasso, ni
Milton, La obra de cada cual de ellos constituye un nuevo tipo poéti-
co, que tiene su propio é individual valor, independiente en todo
del de la antigua epopeya, por más que quisieran remedarla á veces,
CHILE 293
aunque nunca de un modo tan sistemático como Virgilio lo intentó
respecto de Homero. La originalidad y la riqueza de la gran poesía
del Renacimiento son en esta parte visibles é innegables. ¿Por dónde
puede encajar en el molde antiguo un poema como el Orlando Fu-
rioso, que no tiene principio ni fin, ni acción principal; que empieza
por ser continuación de otro larguísimo poema, y que acaba dejan-
do abierta la puerta á todas las continuaciones que puedan discu-
rrirse y que, en efecto, se discurrieron? Y sin embargo, aquella in-
mensa novela en verso, en que la materia épica de los tiempos ca-
ballerescos aparece remozada por la más suave y penetrante malicia,
y transformada por la invasión del naturalismo clásico, no deja de
ser una de las obras más deleitables del ingenio humano, á la vez que
el dechado de un género nuevo, que no es la parodia prosaica, sino
el poema fantástico-irónico, en que la imaginación, libre de toda
traba, se deleita con lo mismo de que parece burlarse. Por el con-
trario, el alma grande y melancólica del Tasso escribió el testamen-
to de la caballería en un poema que de histórico apenas tiene más
que el nombre y la apariencia, pero que vagamente respondía á as-
piraciones de todo el mundo cristiano en el siglo xvi. Fué en Italia
el poeta del segundo Renacimiento, como Milton en Inglaterra;
Tasso con el espíritu de la reacción católica, Milton con el espíritu
de la reacción puritana. Al procurar encerrar dentro del molde de
la regularidad virgiliana, el uno la desordenada eflorescencia de la
poesía novelesca, el otro la grandeza bíblica desfigurada por las es-
pinas de la controversia teológica, creaban en realidad géneros nue-
vos, que conservaron vida hasta los tiempos de Chateaubriand y de
Klopstock.
El lauro de la renovación de la poesía histórica correspondió en
■el siglo XVI á los peninsulares, á los españoles, en la más lata y tra-
dicional acepción de la frase. No con frías composiciones de escuela
como la Italia Liberata, del Trissino, sino con obras vivas y llenas
del alma de la patria, dieron simultánea expresión Ercilla y Ca-
móens, aunque por caminos diversos, y con méritos desiguales, á la
poesía de las navegaciones, de los descubrimientos y de las conquis-
tas ultramarinas, trayendo al arte nuevos cielos, nuevas tierras, gen-
íes bárbaras, costumbres exóticas, hazañas y atrocidades increíbles.
294 CAPITULO XI
Un Nuevo Mundo se abrió para el arte, casi un siglo después de ha-
berse abierto para el arrojo y esfuerzo del pueblo ibérico. Camoens
tuvo todas las ventajas del argumento, aparte de su propio genio>
superior sin duda, aunque no en todo y por todo, al de su contem-
poráneo. Cantó empresa grande, extraordinaria y magnífica, capi-
tal en la historia de la humanidad, brillante en todos sus accesorios^
aventura inaudita de un pueblo exiguo, lograda contra las iras del
mar tenebroso, contra la potencia enorme, aunque caduca, de civi-
lizaciones vetustísimas, no entre tribus salvajes y medio desnudas,
sino en el país de los aromas y de las especerías, en el Oriente mis-
terioso y sagrado, en los emporios de la Persia y de la India. Ercilla,
por el contrario, de todo el grandioso cuadro de la conquista del
Nuevo Mundo, no escogió por materia de su canto ni la épica ruina
de la Ilion de los lagos, ni el ocaso del sol de los Incas, sino la con-
quista, en realidad frustrada, de «veinte leguas de término, sin pue-
blo formado, ni muro ni casa fuerte para su reparo», habitada por
bárbaros sin nombre ni historia, hasta que él vino á darles la inmor-
talidad en sus versos.
Ni paran en esto las ventajas de Camoens y las desventajas de
Ercilla. El primero acertó á condensar en un poema que tiene algo
de cíclico, toda la historia real y fabulosa de su país, agrupándola
con mucho arte en torno del hecho sobrehumano que constituye
la más espléndida corona del pueblo portugués, y tras del cual em-
pieza su irremediable decadencia. Ercilla se limitó á convertir en
materia poética la exigua materia histórica con que le brindaba,
su argumento, y si alguna vez hizo excursiones fuera de ella, aun
éstas tuvieron carácter de actualidad contemporánea, como las des-
cripciones de las batallas de San Quintín y Lepanto, débilmente
enlazadas, por lo demás, con su narración, aunque de tanto precio
consideradas en sí mismas, que pasma la omisión que de ellas se
ha hecho en una reciente edición chilena de La Araucana, que, sin
embargo, merece estimación por lo correcto de su texto y por sus
ilustraciones históricas. Si un espíritu adverso á España ha dictado
estas mutilaciones, razón sobrada tendría para indignarse de ellas
la sombra del poeta y fiel soldado de Felipe II, que no podía me-
nos de sentir y pensar como pensaban y sentían todos los españoles
CHILE 295
del siglo XVI, y piensan aún todos los que no han renegado de su
casta (i).
De esta penuria á que voluntariamente se condenó el poeta por
la limitación del tema escogido , nace también la monotonía de las
escenas que describe, bélicas todas, y del mismo género de guerra.
'T (i) Alúdese aquí á la «edición para uso de los chilenos, con noticias his-
tóricas, biográficas i etimológicas puestas por Abraham Kónig (Santiago de
Chile, imprenta Cervantes, 1888)». Los treinta y siete cantos han quedado re-
ducidos á treinta y dos, y el editor lo alega como mérito: «Ningún lector chi-
leno se quejará de estas omisiones, que contribuyen á dar unidad é interés á
la acción desarrollada en el poema. Eliminando lo que es inconducente, se
consigue además otro propósito, que he tenido e7t vista desde el primer mo-
mento: hacer de La Araucana un libro exclusivamente chileno. Las supresiones
enunciadas no amenguan su mérito histórico ó literario. La parte útil y bella
se ocupa de Chile, lo demás es mediocre i accesorio». (Pág. ix.)
El mismo espíritu domina en la corta biografía del poeta, que da el señor
Kónig. Como tantos otros, toma al pie de la letra las lamentaciones con que
el poema termina:
Que el disfavor cobarde que me tiene
Arrinconado en la miseria suma..,
é infiere de ellas que el poeta había incurrido en el disfavor de Felipe II y
que España le dejó morir en el abandono y en la pobreza más abatida.
¡Singular pobreza era la suya, en efecto! De su testamento resulta que en
1594, al tiempo de morir, tenía á su servicio doce personas: un paje, seis cria-
dos, un repostero, un mozo de plaza, un lacayo, una dueña y su hija, á los cua-
les deja cuatrocientos sesenta y dos ducados y dos mil trescientos sesenta
reales, sin contar varios donativos en especie. A sus sobrinos deja legados
por valor de más de cinco mil ducados, además de rentas vitalicias. No se
sabe á cuánto ascendía el fondo principal de su fortuna, del cual quedó su
mujer por heredera universal; pero todavía hay que añadir á él varias man-
das piadosas de mucha cuantía, especialmente una de diez mil ducados para
ayudar á la fundación del convento de Carmelitas descalzas de Ocaña, donde
él y su viuda debían recibir cristiana sepultura. Por cierto que el Sr. Ferrer
del Río, que fué el primero que publicó estas noticias en la edición acadé-
mica de La Araucana (tomo 11, pág. 455 y siguientes), es de los más imperté-
rritos en afirmar que «alguna poderosa enemistad embarazaba los adelantos
de Ercilla, y de juro no era otra que la de D. García Hurtado de Mendoza,
hijo del Marqués de Caiiete». De este modo entienden y aprovechan algunos
historiadores los mismos documentos que publican.
Meníndez y PbIiAYO. — Poesía his^ano-atnericana. II, 19
2g6 CAPITULO XI
No hay en La Araucana ni una Inés de Castro, ni un Magricio, ni
un Adamastor, ni una isla de los Amores, que vengan á recrear la
fantasía con más apacibles paisajes ó más dulces afectos. Allí rueda
sólo el carro de Marte, con el mismo son duro y estridente, durante
treinta y siete larguísimos cantos. Las sombras de Tegú'aída, de
Glaura, de Fresia, de Guacolda, pasan rapidísimas, y siempre mez-
cladas al fragor del combate y envueltas en el cálido vapor de la
sangre. La naturaleza está descrita alguna vez, sentida casrriüñda,
salvo en el idilio de la tierra austral y del archipiélago de Chiloe.
Las indicaciones topográficas de Ercilla son de una precisión y de
un rigor matemáticos, al decir de los historiadores y geógrafos chi-
lenos; pero no son gráficas, ni representan nada á la imagina-
ción (l).
(i) La inferioridad de Ercilla en esta parte, no procede, en mi sentir, de
que le faltasen condiciones de paisajista, sino de la poca importancia que en
su tiempo se daba á lo que luego se llamó «color local». «Nada hace suponer
en toda la epopeya de La Araucaiia (dice Alejandro de Humboldt) que el
poeta haya observado de cerca la naturaleza. Los volcanes cubiertos de eter-
na nieve; los valles abrasadores á pesar de las sombras de los bosques; los
brazos de mar que avanzan tanto en la tierra, apenas le inspiran nada que
forme imagen.» [Cosmos, trad. de Galusky, Paris, 1855, tomo 11, pág. 68.)
Es cierto que falta en las descripciones geográficas de Ercilla la curiosidad
analítica, que luego mostraron otros poetas menos genialmente dotados que
él. Al cabo, este arte ó artificio puede aprenderse. Pero lo que es ingénito y
V revela una organización poética privilegiada, es el instinto de asociar la natu-
aleza á la vida humana, no como espectadora muda, sino interviniendo, por
decirlo así, en el conflicto épico. Este paralelismo está magistralmente sos-
tenido en las varias descripciones del amanecer y del anochecer que hay en
el admirable canto segundo (La prueba del tronco):
V
Ya la rosada Aurora comenzaba
Las nubes á bordar de mil labores,
Y á la usada labranza despertaba
La miserable gente y labradores;
Ya á los marchitos campos restauraba
La frescura perdida y sus colores,
Aclarando aquel valle la luz nueva,
Cuando Caupolicán viene á la prueba.
Con un desdén y muestra confiada,
Asiendo del troncón duro y ñudoso,
Como si fuera vara delicada,
CHILE 297
¿Osaré decir que con todas estas razones de inferioridad, todavía
en la narración de Ercilla, lenta, pausada, rica de pormenores ex-
presivos, ingenua, y aun trivial á veces, pero grandiosa por la sen-
cillez misma con que el autor se entrega á los altos y bajos de su
argumento, sin pretender alterar sus proporciones ni realzarle con
Se le pone en el hombro poderoso.
La gente enmudeció, maravillada
De ver el fuerte cuerpo tan nervoso;
La color á Lincoya se le muda,
Poniendo en su vitoria mucha duda.
El bárbaro sagaz despacio andaba,
Y á toda prisa entraba el claro día;
El sol las largas sombras acortaba,
Más él nunca decrece en su porfía:
Al ocaso la luz se retiraba,
Ni por esto flaqueza en él había;
Las estrellas se muestran claramente,
Y no muestra cansancio aquel valiente.
Salió la clara luna á ver la fiesta,
Del tenebroso albergue húmido y frío,
Desocupando el campo y la floresta
De un negro velo lóbrego y sombrío...
Por entre dos altísimos ejidos
La esposa de Tilón ya parecía,
Los dorados cabellos'esparcidos,
Que de la fresca helada sacudía,
Con que á los mustios prados florecidos
Con el húmido humor reverdecía,
Y quedaba engastado así en las flores.
Cual perlas entre piedras de colores.
El carro de Faetón sale corriendo
Del mar por el camino acostumbrado:
Las sombras van los montes recogiendo
De la vista del sol: y el esforzado
Varón, el grave peso sosteniendo,
Acá y allá se mueve no cansado;
Aunque otra vez la negra sombra espesa
Tornaba á parecer, corriendo á priesa.
La luna su salida provechosa
Por un espacio largo dilataba:
Al fin turbia, encendida y perezosa,
De rostro y luz escasa se mostraba:
Paróse al medio curso más hermosa
A ver la extraña prueba en que paraba;
Y viéndola en el punto y ser primero,
Se derribó en el ártico hemisfero...
Era salido el sol cuando el enorme
Peso de las espaldas despedía,
Y un salto dio en lanzándole disforme.
Mostrando que aún más ánimo tenía...
2g8 CAPÍTULO XI
artificios literarios, encuentro una plena objetividad , una evidencia
humana, una vena épica abundante y majestuosa, que no descubro
en la rápida y brillante ejecución de Os Ltisiadas, que parecen una
fantasía lírica sobre motivos épicos, ó más bien una galería de cua-
dros históricos que van pasando con la misma rapidez que las vistas
de un estereoscopio? La lectura del poema de Camoens es tan fácil
y amena, como dura y penosa la de La Araucana; pero la impre-
sión poética que esta última deja, gana en intensidad lo que pierde
en variedad y extensión. No hay poema moderno que contenga
tantos elementos genuinamente homéricos como La Araucana, y no
por imitación directa, puesto que Ercilla, cuando imita deliberada-
mente á alguien, es al Ariosto, ó á Virgilio, ó á Lucano (l), sino por
(i) Del primero nada pudo tomar en cuanto al fondo, puesto que desde
el primer verso hizo profesión de contraponer su materia épica á la que el
poeta ferrares había cantado:
No las damas, Amor, no gentileza
De caballeros canto enamorados,
Ni las muestras, regalos y ternezas
De amorosos afectos y cuidados...
Le doniie, i cavalier, l'arjita, gli amori,
Le cortesie, V andad impresa io canto.
Más adelante mitigó algo este rigor, á lo menos en teoría {Canto xv):
íQué cosa puede haber sin amor buena?
íQué verso sin amor dará contento?
¿Dónde jamás se ha visto rica vena
Que no tenga de amor el nacimiento?
No se puede llamar materia llena,
La que de amor no tiene el fundamento;
Los contentos, los gustos, los cuidados,
Son, si no son de amor, como pintados.
Amor de un juicio rústico y grosero
Rompe la dura y áspera corteza;
Produce ingenio y gusto verdadero,
Y pone cualquier cosa en más fineza.
Dante, Ariosto, Petrarca y el ibero (a)
Amor los trujo á tanta delgadeza;
Que la lengua más rica y más copiosa,
Si no trata de amor, es disgustosa.
Pero su temperamento poético era tan diverso del de Ariosto, que sólo han
podido encontrarse en pasajeras coincidencias, alguna comparación, algún
(a) Probablemente Garcilaso.
CHILE 299
especial privilegio, debido en parte á la índole candorosa y sincera
del poeta, que era él propio un personaje épico, sin darse cuenta de
ello, y vivía dentro de la misma realidad que idealizaba; y en parte
á la novedad de las costumbres bárbaras que él describe y que no
podían menos de tener intrínseco parentesco con las de las edades
heroicas. No sabemos á punto fijo si fué invención de Ercilla la
prueba del tronco; pero toda la parte del canto segundo en que
esto se describe es tan épica, que parece imposible que haya nacido
de la fantasía de un poeta culto. Y como este pasaje hay otros mu-
chos: casi todo lo que se refiere á los araucanos. Ercilla pudo ador-
narlos, y los adornó, seguramente, con dotes y sentimientos mora-
rasgo descriptivo. Fué, sin embargo, el poeta moderno que más leyó, y el
que más pudo servirle para aprender el mecanismo de la octava. Pero le fal-
taban precisamente las condiciones que en el Ariosto sobresalen: facilidad, li-
gereza, gracia.
Contra lo que generalmente se cree y afirma, Ercilla imitó mucho más á
los poetas latinos que á los italianos, como ha notado perfectamente Duca-
min. Es cierto que rechaza la versión virgiliana del episodio de Dido, para
sustituirla con otra no menos fabulosa, que no necesitó buscar en Justino ni
en la Crónica general, puesto que se encuentra en otras muchas partes, espe-
cialmente en el capítulo lx de las Genealogice. deorum de Boccaccio, que Ercilla
parece haber tenido muy presentes, lo mismo que el Trionfo della castita del
Petrarca. Pero en la descripción de los juegos (canto x), en la de la tempestad
(cantos XV y xvi), en el alarde y muestra general del ejército araucano (can-
to xxi), es imposible dejar de reconocer al joven humanista, versado en la
lectura de la Eneida y que la imita libre, no servilmente. A quien no sólo
imita sino que traduce al pie de la letra (caso raro ó más bien único en él),
es al cordobés Lucano, y precisamente en un episodio que desde antiguo
había entrado en la poesía castellana por docta industria de Juan de Mena, á
quien no creo que resulte superior Ercilla en este lugar. La enumeración de
las maravillas que tenía en su cueva el mágico Fitón {Araucana, canto xxiii),
reproduce punto por punto el hórrido inventario de la hechicera de Tesalia
(Phars., VI, vers. 642 y siguientes, combinado con algunos versos del libro ix),
aunque sin el cuadro de necroma)icia, que le da fantástico y siniestro comple-
mento en el poeta hispano-latino. Ducamin ha hecho el cotejo, y en su edi-
ción puede verse. No encuentro justificada la observación del mismo crítico
respecto del posible parentesco entre las heroínas de las tragedias de Séneca
y las Tegualdas y Glauras de I,a Araucana, aun reconociendo que abusan de
las sentencias sutiles y de las declamaciones oratorias.
300 CAPITULO XI
les impropios del grado de civilización que su raza había alcanzado,
pero sin los cuales no hubieran servido para la poesía: pudo inven-
tar, é inventó de cierto, si no los nombres de algunos caciques, las
cualidades distintivas que les asigna; pero aun en esto procedió con
tanta habilidad ó con tan buen instinto , .y sobre todo con alma tan
épica, que lo inventado se confunde en él con lo verdadero, á tal
punto que La Araucana ha estado pasando por una crónica hasta
nuestros tiempos, y hoy mismo que la historia de Chile está tan
explorada por la diligencia de sus hijos con ayuda de Otros docu-
mentos más positivos y prosaicos, es todavía un problema el deter-
minar dónde empieza la ficción y dónde acaba la realidad, sin que
el conjunto del libro deje de ser estimado por verídico, aun por los
que dudan de aquellas circunstancias que sólo en Ercilla constan.
Tres cosas hay, capitales todas, en que Ercilla no cede á ningún
otro narrador poético de los tiempos modernos: la creación de carac-
teres (entendiendo por tales los de los indios (l), pues sabido es que
(i) Ercilla no olvida en sus descripciones, así colectivas como individua-
les, el influjo recíproco de lo físico y lo moral, y parece que adivina ó pre-
siente algo de lo que hoy llamamos psicología étnica. La pintura del primiti-
vo pueblo araucano, los retratos de los principales caudillos, Tucapel, Lau-
taro, Rengo, Orompello y sobre todo Caupolicán, indican esta tendencia, que
se conforma muy bien con la índole realista del poeta:
Son de gesto robusto, desbarbados,
Bien formados los cuerpos y crecidos,
Espaldas grandes, pechos levantados.
Recios miembros, de niervos bien fornidos;
Ágiles, desenvueltos, atrevidos.
Duros en el trabajo, y sufridores
De fríos mortales, hambres y calores.
No ha habido rey jamás que sujetase
Esta soberbia gente libertada.
Ni extranjera nación que se jactase
De haber dado en sus términos pisada;
Ni comarcana tierra que se osase
Mover en contra y levantar espada:
Siempre fué exenta, indómita, temida.
De leyes libre y de cerviz erguida.
{Canto I.)
Era este noble mozo de alto hecho.
Varón de autoridad, grave y severo,
Amigo de guardar todo derecho,
Áspero, riguroso, justiciero;
CHILE 30^
los españoles no tienen en sus versos fisonomía propia, y el mismo
caudillo de la expedición aparece envuelto en una celosa penum-
bra) (I)- las descripciones de batallas y encuentros personales, en
que probablemente no ha tenido rival después de Homero, las cua-
les se admiran una tras otra y no son idénticas nunca, á pesar de
su extraordinario número (2); las comparaciones tan felices, tan ex-
De cuerpo grande y relevado pecho,
Hábil, diestro, fortísimo y ligero,
Sabio, astuto, sagaz, determinado,
En casos de repente reportado. »
{Canto 11.)
(O Quizá se ha exagerado la malquerencia de Ercilla contra D. García.
Las líneas con que traza su figura, los sentimientos que le atribuye, nada tie-
nen de antipático, y concuerdan bastante bien con la realidad histórica Si le
pinta arrebatado, violento é irreflexivo á veces, la culpa es en parte de sus
pocos años, que no pasaban de veintiuno. Materialmente ocupa en el poema el
Lar que no podía negarse al general en jefe, cuyo valor era notorio; pero
^oralmente es cierto que aparece como un personaje secundario, que de nin-
gún modo puede considerarse como el héroe de la epopeya. En esto y no en
otra cosa pudo consistir la venganza de Ercilla.
(2) Imposible es citar ninguna entera por su mucha extensión, pero algu-
nas octavas bastarán para mostrar el mérito eminente de Ercilla como pintor
de batallas, que es su mayor timbre artístico:
Los caballos en esto apercibiendo,
Firmes y recogidos en las sillas.
Sueltas las riendas y los pies batiendo.
Parten contra las bárbaras cuadrillas:
Las poderosas lanzas requiriendo,
Afiladas en sangre las cuchillas,
Llamando en alta voz á Dios del cielo.
Hacen gemir y retemblar el suelo.
Cargan de fuerte fresno como vigas
Los bárbaros las picas al momento.
De la suerte que suelen las espigas
Derribarse al furor del recio viento:
No bastaran las armas enemigas
Al ímpetu español y movimiento;
Que los nuestros rompieron por un lado.
Dejando al escuadrón aportillado.
A un tiempo los caballos volteando,
Lejos las rotas lanzas arrojadas.
Vuelven al enemigo y fiero bando.
En alto ya desnudas las espadas:
Otra vez arremeten, no bastando
I
302 CAPITULO XI
presivas, tan varias y ricas, tomadas con predilección del orden
zoológico, como en la epopeya primitiva, que tan hondamente afe-
Infinidad de puntas enhastadas
Puestas en contra de la airada gente,
A que no se mezclasen igualmente...
Antes de rabia y cólera abrasados,
Con poderosos golpes los martillan,
Y de muchos con fuerza redoblados
Los cargados caballos arrodillan;
Abollan los arneses relevados,
Abren, desclavan, rompen, deshebilian,
Ruedan las rotas piezas y celadas,
Y el aire atruena el son de las espadas...
( Ca7ito IV.)
Según el mar las olas tiende y crece.
Así crece la fiera gente armada;
Tiembla en torno la tierra y se estremece,
De tantos pies batida y golpeada:
Lleno el aire de estruendo se escurece
Con la gran polvareda levantada;
Que en ancho remolino al cielo sube.
Cual ciega niebla espesa ó parda nube.
( Catito XXI.)
El mismo vigor se observa en las descripciones de tempestades y nau-
fragios :
En esto una gran nube tenebrosa,
El aire y cielo súbito turbando,
Con una escuridad triste y medrosa
Del sol la luz escasa fué ocupando:
Salta Aquilón con fuerza procelosa
Los árboles y plantas inclinando.
Envuelto en raras gotas de agua gruesas
Que luego descargara más espesas.
En escura tiniebla el cielo vuelto,
La furiosa tormenta se esforzaba.
Agua, piedras y rayos, todo envuelto
En espesos relámpagos lanzaba:
El araucano ejército revuelto -
Por acá y por allá se derramaba;
Crece la tempestad, horrenda tanto,
Que á los más esforzados puso espanto...
{Canto IV.)
Algún pasaje de exquisita belleza, que sorprende más por lo inesperado,
prueba que Ercilla era capaz de describirlo todo, aun lo más delicado y me-
nos terrorífico:
Vi una mansa corcilla junto al río,
gustando de las yerbas y el rocío.
Púdelo bien hacer; que en las quebradas
CHILE 303
rradas tenía sus raíces en la madre naturaleza (i). Las arengas de
Ercilla han sido también muy celebradas, pero confieso que, en ge-
neral, me gustan menos. Si la desesperada fiereza de Galvarino, des-
pués del horrible suplicio de cortarle los manos, el juvenil ardimiento
dé Lautaro y la serena magnanimidad de Caupolicán, vencedora de
los tormentos y de la muerte, se expresan con enérgicos acentos,
confieso que el famoso razonamiento de Colocólo, tan ponderado
por Voltaire (que seguramente no había leído otra;::osa de La Aran-
Era grande el rumor de la corriente,
Y con pasos y orejas descuidadas
Pacía tierna yerba libremente;
Pero cuando sintió ya mis pisadas,
Y al rumor levantó la altiva frente,
Dejó el sabroso pasto y arboleda
Por una estrecha y áspera vereda.
( Canto xxni.)
(i) Por donde quiera que se abra La Ai-aucana, se tropieza con símiles ad-
mirablemente expresados. Unos pocos proceden de Virgilio ó del Ariosto, ó
pertenecen al fondo común de la epopeya clásica, pero otros son originales,
y todos aparecen remozados por lo pintoresco y preciso del detalle. Los toma
con predilección de la caza de montería y de las luchas de animales. Véanse
algunos ejemplos:
Cual suelen escapar de los monteros,
Dos grandes jabalís, fieros, cerdosos,
Seguidos de solícitos rastreros
De la campestre sangre codiciosos;
Y salen en su alcance los ligeros
Lebreles irlandeses generosos:
Con no menor codicia y pies livianos
Arrancan tras los míseros cristianos.
( CcMto ¡II.)
Como el aliento y fuerzas van faltando
A dos valientes toros animosos.
Cuando en la fiera lucha porfiando
Se muestran igualmente poderosos;
Que se van poco á poco retirando
Rostro á rostro con pasos perezosos,
Cubiertos de un humoso espeso aliento,
Y esparcen con los pies la arena al viento*
( Canto IV.)
Cual banda de cornejas esparcidas
Que por el aire claro el vuelo tienden.
Que de la compañera condolidas
304 CAPITULO XI
cana), me ha dejado siempre frío, me parece un trozo de retórica
prosaica, y tengo hasta por blasfemia compararle con los discursos
del viejo Néstor7 Pero mejores ó peores, no ha de tenerse por im-
propiedad de Ercilla el haber puesto tan largas arengas en boca de
salvajes. Todos los historiadores convienen en que los habitantes
del valle de Arauco eran muy dados á la oratoria, y la cultivaban á
su manera, y la daban grande importancia en sus deliberaciones,
«usando (dice el P. Olivares) de vivísimas prosopopeyas, hipótesis,
Por los chirridos la prisión entienden;
Las batidoras alas recogidas,
A darle ayuda en círculo descienden:
El bárbaro escuadrón de esta manera
Al rumor endereza la carrera.
{Canto VI.)
Como el que sueña que en el ancho coso
Siente al furioso toro avecinarse,
Que piensa atribulado y temeroso
Huyendo de aquel ímpetu salvarse,
Y se aflige y congoja presuroso
Por correr y no puede menearse:
Así estos á gran priesa á los caballos,
No pueden, aunque quieren, aguijallos.
( Canto VI.)
Como para el invierno se previenen
Las guardosas hormigas avisadas.
Que á la abundante troje van y vienen,
Y andan en acarretos ocupadas,
No se impiden, estorban ni detienen,
Dan las vacías paso á las cargadas:
Así los Araucanos codiciosos
Entran, salen y vuelven presurosos.
{Canto VII.)
De la suerte que el tigre cauteloso.
Viendo venir lozano al suelto pardo,
El cuello bajo, lerdo y perezoso,
Con ronco son se mueve á paso tardo;
Y en un instante, súbito y furioso.
Salta sobre él con ímpetu gallardo,
Y echándole la garra, así le aprieta,
Que le oprime, le rinde y le sujeta...
(Canto X.)
Como parten la carne en los tajones
Con los corvos cuchillos carniceros,
Y cual de fuerte hierro los planchones
Baten en dura yunque los herreros.
CHILE 305
reticencias é interrogaciones retóricas». Ercilla, pues, en esto, fué
fiel al color local. No creemos que lo fuese tanto en los afectos de
ternura y fidelidad conyugal que presta á las mujeres indias, tipo
convencional que él introdujo por primera vez en el arte. Aquí es
donde las reminiscencias de sus lecturas clásicas son más evidentes.
Guacolda, la amada de Lautaro, habla como Dido en el libro iv de
Iji Eneida. Tegualda, buscando en el campo de batalla el cadáver
de su esposo, trae en seguida á la memoria el bello episodio de
Abradato y Pantea en La Cyropedia, de Xenofonte.
Así es la diferencia de los sones
Que forman con sus golpes los guerreros,
Qui¿n la carne y los huesos quebrantando,
Quién templados arneses abollando.
[Canto XIV.)
Como la osa valiente perseguida,
Cuando la van monteros dando caza,
Que con rabia sintiéndose herida
Los ñudosos venablos despedaza,
Y furiosa, impaciente, embravecida,
La senda y callejón desembaraza,
Que los heridos perros lastimados
La dan ancho lugar escarmentados.
{Canto XIV.)
Por la falda del monte levantada
Iban los fieros bárbaros saliendo;
Rengo bruto, sangriento y enlodado
Los lleva en retaguardia recogiendo :
Como el celoso toro madrigado
Que la tarda vacada va siguiendo.
Volviendo acá y allá espaciosamente
El duro cerviguillo y la alta frente.
( Canto XXII.)
Acaso se dirá que el procedimiento es monótono. Pero como en el poema
las comparaciones no están acumuladas, sino repartidas á convenientes dis-
tancias, cada una de ellas hace el efecto de un bajo relieve ó de un repu-
jado. La Araticana es un libro de segundo orden por su viciosa construc-
ción, por su falta de amenidad y otros graves defectos, pero lo que pierde
en el conjunto lo gana en los pormenores, como puede decirse también de
Bernardo de Balbuena y de los demás épicos nuestros, con la sola excep-
ción acaso del P. Hojeda, que coniptiso mejor por la índole de su argumento,
que le obligaba á proceder con más cuidado y reverencia.
3o6 CAPÍTULO XI
Creemos superfluo insistir en la crítica de La Araucana^ que
puede considerarse definitivamente hecha por varios críticos, de
autoridad clásica, tales como Quintana, Martínez de la Rosa y
D. Andrés Bello. Todos convienen en que el arte de contar (por más
que casi siempre se cuenten las mismas cosas) está llevado en La
Araucana á un grado de perfección á que llegan muy pocos libros,
ni en verso ni en prosa. Todos aplauden asimismo la diáfana pure-
za de su estilo, en que apenas se encuentra expresión que en el
curso de tres siglos haya envejecido. Y todos se lamentan á una de
que tan buenas prendas estén afeadas por el desaliño frecuente de
la versificación, que en Ercilla es rastrera cuando no es perfecta, y
por lo desmayado y trivial de muchas locuciones prosaicas á que le
arrastraban su facilidad increíble y el mismo desembarazo familiar
de su estilo, al cual debió, por otra parte, bellezas de orden muy
nuevo. Tal como es, si no lleva la palma á todos nuestros poemas
del siglo XVI, porque hay otros dos, uno en el género novelesco y
otro en el sagrado, que con buenos títulos se la disputan, y en al-
gunos respectos sin duda le a\"entajan, es La Araucana el mejor
de nuestros poemas históricos, y fué sin duda la primera obra de las
literaturas modernas en que la historia contemporánea apareció
elevada á la dignidad de la epopeya (l).
(i) Creemos de todo punto superfluo dar aquí noticia de las numerosas
ediciones de La Araucana, trabajo realizado ya con esmero por D. José
T. Medina, en su Biblioteca Americajia. (Santiago de Chile, 1888). Las tres
partes de que el poema consta, fueron apareciendo sucesivamente en Ma-
drid, en casa de Fierres Cosin y de Pedro Madrigal, años 1 569, 1 578 y 1 589. De
este mismo año es la primera edición en que las tres partes se imprimieron
juntas. Entre las posteriores, merecen especial recuerdo la de Madrid, 1597,
en casa del licenciado Castro, con algunas enmiendas que se atribuyen al autor
mismo; la de 1733, por Francisco Martínez Abad, en folio, única que contiene
la quarta y quinta parte de Santisteban Osorio; la de Sancha, 1776, que es de
las más elegantes; la de 1828, por D. Miguel de Burgos, de más modesta for-
ma, pero que en corrección tipográfica la vence; la de Gaspar y Roig, 1854,
que tiene el mérito singular de haber reproducido las variantes de las dos
primeras y rarísimas de 1569 y 1578, buen ejemplo que no siguió D. Antonio
Ferrer del Río en la edición de la Academia Española, de 1866, que debía
haber sido la mejor de todas, y resultó una de las más endebles, hasta por el
CHILE 307
Fué, además, como queda dicho, el primer libro en verso sobre
cosas de América, puesto que los rudos ensayos que-en el Perú se
habían hecho antes no llegaron á imprimirse. En cambio, el aplauso
con que La Araucana fué recibida desde el punto y hora de su
aparición, hizo surgir una literatura entera de poemas histórico-
ultramarinos, más notable en verdad por la abundancia que por el
valor de sus frutos. Sin contar las imitaciones menos directas como
El Peregrino indiano. La Mexicana, Las Armas antarticas, y La
Argentita, tenemos respecto de Chile, nada menos que cinco poe-
mas de grande extensión: la Cuarta y quinta parte de la Araucana,
de D Diego Santisteban Osorio; el Arauco domado, de Pedro de
Oña; las Guerras de Chile, de D. Juan de Mendoza; el Purén indo-
defecto inexcusable de haber omitido todos los preliminares de las antiguas
(ejusdem ftcrficris es la de D. Cayetano Rosell, en el tomo i de Poemas Épcos,
déla colección Rivadeneyra, 185.); y, finalmente, la de Santiago de Cmle
,888 por Abraham Konig, muy bien anotada y útil para estudio, pero con el
grave inconveniente de presentar un texto mutilado de cuanto expresamente
no se refiere á la guerra de Arauco.
Hay dos traducciones francesas de La Araucana: la de Gilibert de Merlhiac,
L' Araucana, poeme heroi-comigue traduit pour la premier e fois et abrége du íexte
espagnol, ,824, y la de Alejandro Nicolás, Traduction de L Araucana, Pans,
Delagrave, 1869, dos volúmenes. C. M. Winterling puso nuestro poema en
octavas alemanas, Die Araucana aus dem Spanischen des Alonso de Ercilla zum
ersten Mal übersetzt {^nvemb^rg, 1831).
La biografía de Ercilla, que tiene épocas muy obscuras, puede decirse que
está por escribir aún. El Elogio del licenciado Mosquera de Figueroa, com-
puesto en . 585, que suele acompañar á las ediciones antiguas, es una declama-
ción retórica que nada enseña. En los manuscritos genealógicos del cronista
Esteban de Garibay se consignan algunas especies interesantes. Ferrer del
Río en el prólogo é ilustraciones de la edición académica, reduce á compen-
dio el erudito pero indigesto embrión, que con el título de Vida de Don Alonso
de Ercilla, dejó entre sus borradores D. José de Vargas Ponce á su falleci-
miento, ocurrido en 182 1. Este trabajo, que todavía merece leerse, y en quena
faltan algunas genialidades propias de la índole chancera y festiva de su autor,
ha sido impreso muy tardíamente en las Memorias de la Real Academia Espa-
ñola, tomo vm, Madrid, 1902, págs. 1-, 35. Ferrer del Río había dado á conocer
algunos documentos de Simancas ignorados por su predecesor; cuatro cartas
de Ercilla á D. Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, y extractos
del testamento del poeta. En el Boletín de la Real Academia de la Htstorm.
308 CAPÍTULO XI
mito, de Hernando Alvarez de Toledo, y el Compendio historial, de
Melchor Xufré del Águila. Algunas de estas obras se limitan á po-
ner en narración versificada esta ó aquella parte de la guerra; pero
hay una, la más notable de todas, cuyo deliberado propósito fué
volver sobre los pasos de Ercilla y vindicar á D. García Hurtado
de Mendoza del supuesto agravio que Ercilla le había inferido no
haciéndole héroe de su poema, como parece que cumplía á su con-
dición de caudillo de aquella guerra, y á los méritos indudables de
su gobernación. Ercilla había castigado, no con injusticia, sino con
cierta especie de preterición desdeñosa, al violento y arrebatado
mozo que, por el lance de la Imperial, había querido llevarle al pa-
tíbulo juntamente con su contrarío D. Juan de Pineda (i). Pero no
tomo XXXI, 1897, págs. 65-220, se ha ^ubVic^áo Xa Información que Su Majes-
tad mandó hacer de la limpieza del linaje de D. Alonso de Ercilla, año 157 1. En
e] tomo XII de la misma colección, 1888, pág. 447, está la partida de bautismo
del poeta, y en el xxviii, 1857, págs. 5-27, su testamento íntegro. Pero todo
ello es una gota de agua, comparado con la gran colección de datos y docu-
mentos sobre Ercilla que dejó reunida nuestro difunto amigo D. Cristóbal
Pérez Pastor, sin igual entre nuestros investigadores literarios por el número
y calidad de sus hallazgos. Suponemos que la Academia Española, en donde
se conserva este riquísimo material, le hará en breve del dominio público.
Los juicios de La Arauca7ia, desde el que Voltaire formuló en el Essai
sur la poésie épique, que acompaña á su Hefiriada, son innumerables; pero
los que principalmente merecen leerse son el de Martínez de la Rosa, en su
Apéndice sobre la poesía épica española (tomo 11 de sus Obras literarias, París,
1827); el de Quintana, en el magnífico Discurso preliminar á^?>\x Musa épica
(1833); el de Bello, en sus Opúsculos literarios y críticos (tomo i), el de Ale-
jandro Nicolás, en su traducción francesa de L' Araucana, y el de A. Roger,
Éiude littéraire sur U Araucana d' Ercilla, Dijon, 1879.
Finalmente debe mencionarse, porque está hecha con crítica y conciencia,
y puede ser útil, no sólo á los estudiantes, sino á los maestros, la edición
abreviada que forma parte de los textos clásicos de la casa Garnier: L' Arau-
cana, poeme épique par D. Alonso de Ercilla y Zúñiga. ñíorceanx choisis precedes
d'une étude biographique, bibliographique et littéraire, suivis de notes grammati-
cales et de versification et de deux lexiques, par J. Ducamin (Paris, 1900^
(i) Sobre este curioso episodio de la vida de Ercilla, hay dos relaciones
principales que en algunos pormenores difieren, aunque convengan en lo
sustancial. Una es la del capitán Alonso de Góngora Marmolejo, en el capí-
tulo 29 de su Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile
CHILE 309
habían de faltar á tan poderoso magnate como D. García celosos
panegiristas de sus hechos, que en prosa y en verso volviesen por
su crédito y quemasen en sus aras todos los perfumes de la lisonja.
Él mismo tampoco se descuidaba de buscar y alentar á los ingenios
que en tal faena quisieran emplearse, temeroso y con razón de que
la voz de tan gran poeta como Ercilla llegase, con alguna mengua
de su crédito de gobernador, á la posteridad más remota, por aquel
formidable privilegio que los poetas poseen de decretar la inmorta-
lidad ó el desdoro á los personajes que suenan en su canto (l). Así
nacieron historias panegíricas como la muy elegante y artificiosa del
doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, Hechos de D. García Hurta-
do de Mendoza^ cuarto Marqués de Cañete (2). Así obras dramáticas,
todavía más aptas para hacer popular una versión contraria á la de
Ercilla; y se escribieron sucesivamente: el Arauco domado, de Lope
de Vega; la comedia de nueve ingenios que lleva por título Algunas
hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza; El Go-
bernador prudente, de Gaspar de Ávila; Los españoles en Chile, de
Francisco González de Bustos; sin contar con La Belígera española,
<le Ricardo del Turia, que celebra el heroísmo de D.^ Mencía de
Nidos en el asalto del fuerte de Concepción.
Pero la obra capital, el ensayo épico que los familiares y adula-
dores de D. García quisieron oponer á La Araucana, fué el poema
del joven chileno Pedro de Oña, Arauco domado, que si no corres-
desde ISJÓ hasta IS75 (Memorial histórico español, tomo iv, 1852, págs. 134-135);
y otra, la de Fr. Antonio de la Calancha, en su Crónica moralizada de la Orden
de San Agustín, donde figura la biografía del antagonista de Ercilla, D. Juan
de Pineda, por haber tomado el hábito de aquella Orden en Lima, desenga-
ñado de las vanidades del mundo.
(i) El mismo Pedro de Oña declara, en un curiosísimo proceso que cita-
remos después, que los sucesos que contaba en su poema los sabía por «rela-
ción vocal que el dicho Marqués de Cañete le hizo á este que declara>.
(2) Hechos de Don García Hurtado de Mefidoza, Quarto Marqués de Cañe-
te, A Do7i Francisco de Rojas y Sandoval, Duque de Lcrma, Marques de Denia &',
Por el Doctor Chrisióval Suárez de Figueroa. En Madrid. En la Imprenta
Real, año MDCIIII.
Ha sido reimpreso por el Sr. Barros Arana en el tomo v de la Colección de
Historiadores de Chile. Santiago de Chile, 1865.
3IO CAPITULO XI
■ pondió plenamente á las esperanzas que en él habían fundado, no
deja de ser muy digno de consideración, así por las bellezas que
contiene, como por ser el más antiguo monumento poético de
autor de aquella región, y uno de los más vetustos de la poesía cas-
tellana en toda América.
Nació este patriarca de la literatura chilena en la llamada ciudad
de los Infantes de Engol, que apenas pasaba de ser un puesto avan-
zado sobre la línea araucana, con pocos soldados de guarnición, uno
de ellos el capitán Gregorio de Oña, natural de Burgos, padre de
nuestro poeta (l). Huérfano éste en edad muy temprana, á conse-
cuencia de haber sucumbido el capitán Oña, hecho piezas, en uno de
los lances de aquella continua y ferocísima guerra de frontera, pasó
en época ignorada á Lima, donde en 1590 le hallamos de colegial
de San Felipe y San Marcos. Al publicar el Arauco domado, en 1 596,
se titulaba Licenciado. Las pocas noticias que tenemos de él duran-
te aquellos años, nos le presentan muy activamente mezclado al
movimiento literario de la metrópoli del Perú. Sostuvo en varios
sonetos una controversia literaria, más desvergonzada que chistosa,
con un poetastro llamado Sampayo (2), sobre si podía ó no podía
beber del agua del Parnaso. En el libro de las Constituciones y or-
denanzas de la Real Universidad de San Marcos (1602), hizo estam-
par un soneto en loor de á\c\idi florentísíma Universidad, «dedicado
(i) No ha de confundirse al autor del Arauco domado, como alguna vez
se ha hecho, con otros escritores de su mismo nombre y apellido, coetáneos
suyos, tales como el filósofo aristotélico y elocuente orador sagrado Fr. Pedro
de Oña, autor, entre otros libros, del que se titula Prímei-a parte de las Pos-
trimerías del hombre (1603), y de un Curso de Artes.
(2) Estos sonetos de Pedro de Oña, que son cinco, con otras tantas res-
puestas de Sampayo, fueron comunicados por D. José Sancho Rayón á don
Diego Barros Arana, y pueden verse en el tomo iii (páginas 26-30) de la His-
toria colonial de la literatura de Chile, de D. José T. Medina (Santiago de Chi-
le, i878\ obra de grande erudición, que nos ha sido muy útil para nuestro
trabajo. Sabemos que su autor piensa adicionarla con nuevos y peregrinos
datos. Así en esta obra como en el Bosquejo histórico de la poesía chilena,
de D. Adolfo Valderrama (Santiago de Chile, 1866), se hallan sobre los poetas
de la época colonial extensas noticias biográficas, que no pueden tener cabi-
da en un estudio rápido como el presente.
CHILE 311
al evangelista San Marcos». Á nombre de la Antartica Academia de
la ciudad de Lima, que, á mi entender, no era una academia poéti-
ca propiamente dicha, sino la Universidad misma, ensalzó en 1609
con otro soneto, la Primera parte del Parnaso Antartico de obras
amatorias, del sevillano Diego Mexía. Otros libros peruanos de
aquel tiempo, entre ellos la Miscelánea austral y la Defensa de da-
mas, de D. Dieg-o de Avalos y Figueroa, se autorizan con versos
suyos. Y él á su vez obtiene cumplido elogio en los tercetos de la
poetisa anónima, discípula de Diego Mexía:
«Con i-everencia nombra mi discante
Al licenciado Pedro d'Oña: España,
Pues lo conoce, templos le levante.
Espíritu gentil, doma la saña
D'Arauco (pues con hierro no es posible)
Con la dulzura de tu verso extraña.»
Salió el Arauco domado de las prensas de Lima en 150 con tí-
tulo de Primera parte, aunque nunca llegó á publicarse la segunda,
ni tampoco otro poema, ó quizá novela, cuyo asunto habían de ser
los venturosos lances de D. García de Mendoza en la corte (l).
El Arauco domado es una adulación tan continua y fastidiosa al
<
Marqués de Cañete y á su familia, que el autor mismo tuvo escrú-
(0 Cuando mejor le sepa dar el corte,
Y si la Parca no me corta el hilo,
Yo cortaré, señor, con otro filo
Tus venturosos lances en la corte;
Mas has de permitirme que los corte
Eii traje pastoril^ mi propio estilo;
Que en éste ni será el de corte sano
Ni bastará tampoco el cortesano.
(Canto III.)
Puede inferirse que sería una novela de clave, como la mayor parte de las
pastoriles, y muy señaladamente La Constante Amarilis, del Dr. Cristóbal
Suárez de Figueroa (1609), cuyo argumento, muy ligeramente disfrazado, son
los amores y matrimonio de D. Juan Andrés Hurtado de Mendoza, hijo de
D. García, con Doña María de Cárdenas, hija de los duques de Maqueda y
Nájera, según ha demostrado el profesor norteamericano J. P. Wickersham
Crawford en una tesis excelente: The Ufe and works of Christóhal Sudrez de
Figueroa. A diseriaiion presented to the Facully of the University of Pennsylva-
nia. Philadelphia, 1907, págs. 30-42.
Mksíkdez t Pblato —Poesía hispatio-a>>iericana. II. *"
312
CAPITULO XI
pulo de divulgar el poema hasta que su héroe hubiese dejado el vi-
rreinato del Perú y vuelto á España, «.Porque el publicar sus loores
en presencia suya no engendrase (d lo menos en dañados pechos y de
poca consideración) algún género de sospecha-» (i). Fué, sin duda,
trabajo de encargo, ejecutado á toda prisa, «.con apremio y tarea de
veinte octavas al día-s^ (2), según afirma un contemporáneo, é indi-
rectamente confiesa el mismo Oña en el canto viij:
«Es el discurso largo, el tiempo breve,
Cortísimo el caudal de parte mía,
Y damtie tanta priesa cada día,
Que no me dejan ir como se debe.»
\j2i priesa que le daban debía de ser tanta, y la facilidad del ver-
sificador tan maravillosa, que en tres meses había hilvanado ocho
cantos, de los diez y nueve que comprende la obra total, cuyos
versos pasan de diez y seis mil.
El Arauco es, pues, una improvisación de estudiante, y no sería
equitativo juzgarla de otro modo. El autor no tuvo nunca la loca
pretensión de competir con Ercilla; al contrario, se presenta con la
más simpática modestia:
«¿Quién á cantar de Arauco se atreviera
Después de la riquísima Araucana?
¿Qué voz latina, hespérica ó toscana,
Por mucho que de música supiera?»
(i) Esta tardanza en la publicación le causó un grave perjuicio. El virrey
trajo á España sesenta cuerpos de libros ó ejemplares del Arauco^ pero sus
émulos y los del poeta se dieron maña para embargar el resto de la tirada, á
consecuencia de auto de procesamiento que dictó contra Oña el Dr. Muñiz,
deán de la Catedral de Lima y provisor del Arzobispado, en 3 de Mayo de
1596, so pretexto de que no había solicitado, ni menos obtenido, su licencia
para publicar el libro, y de que éste se hallaba plagado de aserciones contra-
rias á la verdad de los hechos y denigrativas del honor y fidelidad de muchos
de los subditos del rey que en aquellas provincias residían. Este proceso se
halla íntegro en la Biblioteca hispano -chilena, de Medina, tomo i, págs. 42-79.
Cuando, en 1605, apareció en Madrid la segunda edición del Arauco domado,
se formó nuevo proceso, pidiendo el fiscal que se castigase, con todo el rigor
de la ley, al impresor Juan de la Cuesta y al librero Francisco López.
(2) Así lo dice un oidor de Santiago, que en 1647 aprobó el libro de las
Guerras de Chile, del Maestre de Campo Santiago de Tesillo.
CHJI.E 3^3
Sólo le dolía que en cánticos tan raros faltase tan subido contra-
punto como el de las proezas de D. (}arcía. Por eso se determinó á
escribir la misma materia que Ercilla, «preciándose mucho de ir al
olor de su rastro».
Con efecto, el Arauco domado no es una continuación, sino una
nueva versión de la materia histórica contenida en algunos cantos
de la segunda parte de La Araucana. Pero como Pedro de Oña se
limita á las empresas en que intervino personalmente D. García,
toma el hilo de su relato en el canto xiii de Ercilla, cuando el Mar-
qués de Cañete nombra á su hijo Gobernador de Chile, y ni siquie-
ra le prosigue hasta el suplicio de Caupolicán y la transitoria sumi-
sión del valle (única cosa que justificaría el título de domado), sino
que apenas refiere otros lances de aquella guerra que el asalto de la
fortaleza de Penco y la batalla de Biobio. Todo lo demás, ó son
puras ficciones poéticas, como los amores de Caupolicán y Fresia,
de Tucapel y Gualeva, ó hechos del virreinato de D. García en el
Perú, muy posteriores á su juvenil gobierno en Chile. Así los tu-
multos de Quito y la derrota del corsario inglés Sir Richart Hawkins
(Aquines) en el mar Pacífico. Para dar cabida en su poema á estos
dos larguísimos episodios (de los cuales el primero es sobre toda
ponderación prosaico é intolerable) recurre el poeta al arbitrio, tan
cómodo como absurdo, de poner la narración en boca de una india,
arrebatada de espíritu profético. Oña copiaba servilmente á Ercilla
hasta en lo que Ercilla tiene de menos recomendable: las apariciones
de Belona y los prestigios del mágico Fitón.
No se crea por eso que la obra del imitador sea despreciable, ni
que le faltasen condiciones propias para brillar con honra entre los
poetas de segundo orden. Al contrario, creemos que el excesivo
prurito de. la imitación amenguó sus bríos c impidió que lozanease
más su estro propio, que era muy diverso del de Ercilla. Hay en el
Arauco domado mucho desembarazo y juvenil frescura, gran desen-
fado narrativo, facilidad abandonada y algo pueril que delata los
pocos años de su autor, lozanía intemperante que se acomoda me-
jor con lo ameno y florido que con lo heroico. A ratos parece que
el poeta no toma su asunto en serio; siembra la narración de rasgos
•realistas y aun cómicos; usa generalmente un tono familiar, divertí-
314 CAPITULO XI
do y como de broma; se dilata con complacencia en escenas volup-
tuosas, tales como el baño de Caupolicán y Fresia, y revela de mil'
modos en su poema la muelle y enervadora influencia del clima li-
meño, bajo el cual escribía. Comparado con Ercilla, carece de todo
vigor en las descripciones de batallas; sus caracteres adolecen de
suma indecisión y palidez, lo mismo en las figuras de indios que en
las de españoles, á pesar de los esfuerzos que hace para enaltecer á
D. García, llegando al extremo de pintarle como un jayán ó valen-
tón temerario, que lidia á cada paso cuerpo á cuerpo con los enemi-
gos, y descarga en ellos furibundos golpes; y al todavía más ridícu-
lo de ponderar varias veces su belleza tísica y los estragos que con
ella debía causar en los corazones femeniles y aun en los de las
mismas diosas inmortales. Siempre que Oña se encuentra con su
predecesor en algún episodio como el del rescate de la lanza de
Martín de Elvira ó el de las manos cortadas de Galvarino, es pa-
tente su inferioridad. Pero en cambio tiene condiciones propias,
muy dignas de alabanza; nobleza y naturalidad en la expresión de
los afectos amorosos (léanse, por ejemplo, las quejas de Gualeva á
Tucapel), y mucho brío de imaginación en los fantásticos paisajes
en que coloca las escenas, ya bucólicas, ya guerreras de sus cantos.
Porque es de notar que en este poema, enteramente americano por
su asunto, y escrito, además, por autor que en su vida había salido
de América y no podía conocer, por consiguiente, otra naturaleza
que la del Nuevo Mundo, esta naturaleza tan nueva y tan grandio-
sa brilla por su ausencia, y está sustituida por bosquecillos cortados
rt tijera, por reminiscencias de los jardines de Armida y de Alcina
y de las orillas del Tajo descritas por Ciarcilaso; por una vegetaciórt
absurda ó convencional, propia, á lo sumo, del Mediodía de Italia ó
de España, y que nunca pudieron contemplar los ojos de Pedro de
Oña en las florestas de su nativo Chile. Las descripciones campes-
tres que hace son muy lozanas y recrean agradablemente la vista y
el oído; pero están tomadas de los libros y no de la naturaleza (l)^
(1) En todo tiempo, el rico y fértil prado
Está de hierba y flores guarnecido,
Las cuales muestran siempre su vestido
De trémulos aljófares bordado:
CHILE 315
Algunos nombres indígenas de plantas, algunos chilenismos ó perua-
nismos de dicción, algún fugitivo rasguño de costumbres de los sal-
vajes, no bastan para compensar esta falsedad continua, doblemente
-extraña en quien se preciaba de haber vivido entre los araucanos y
Aquí veréis la rosa de encarnado,
Allí el clavel de púrpura teñido,
Los turquesados lirios, las violas,
Jazmines, azucenas, amapolas.
Acá y allá, con soplo fresco y blando,
Los dos Favonio y Céfiro las vuelven,
Y ellas, en pago desto, los envuelven
Del suave olor que están de sí lanzando;
Entre ellas las abejas susurrando,
Que el dulce pasto en rubia miel resuelven.
Ya de jacinto, ya de croco y clicie,
Se llevan el cohollo y superficie.
Revuélvese el arroyo sinuoso.
Hecho de puro vidrio una cadena.
Por la floiesta plácida y amena.
Bajando desde el monte pedregoso;
Y con murmurio grato, sonoroso,
Despacha al hondo mar la rica vena,
Cruzándola, y haciendo en varios modos,
Descansos, paradillas y recodos.
Vense por ambas márgenes poblados
El mirto, el salce, el álamo, el aliso.
El sauce, el fresno, el nardo, el cipariso,
Los pinos y los cedros encumbrados.
Con otros frescos árboles copados,
Traspuestos del primero paraíso.
Por cuya hoja el viento, en puntos graves,
El bajo lleva al tiple de las aves.
También se ve la hiedra enamorada.
Que con su verde brazo retorcido
Ciñe lasciva el tronco mal pulido
De la derecha haya levantada;
Y en conyugal amor se ve abrazada
La vid alegre al olmo envejecido,
Por quien sus tiernos pámpanos prohija,
Con que lo enlaza, tapa y ensortija.
En corros andan juntas y escondidas,
Las Dríadas, Oréades, Napeas,
Y otras ignotas mil silvestres deas,
De sátiros y faunos perseguidas; ,
En álamos Lampecies convertidas,
Y en verdes lauros vírgenes Pencas,
Que son, por conocerse tan hermosas.
Selváticas, esquivas, desdeñosas...
Entre la verde juncia, en la ribera.
Veréis al blanco cisne paseando.
3l6 CAPÍTULO XI
conocer su frasts, lengua y modo. El idilio de Caupolicán y Fresia
en el canto v, que es, sin duda, lo mejor de la obra, quizá lo único
enteramente bueno, es bello en sí mismo, y parecería muy bien en
una égloga ó en un poema mitológico; pero, ¿quién, si se detiene un
Y alguna vez, en dulce voz mostrando,
Haberse ya llegado la postrera;
Sublimes por el agua, el cuerpo fuera.
Veréis á los palillos ir nadando,
Y cuando se os esconden y escabullen,
jQué lejos los veréis de do zabullen!
Pues por el bosque espeso y enredado
Ya sale el jabalí cerdoso y fiero,
Ya pasa el gamo tímido y ligero,
Ya corren la corcilla y el venado,
Ya se atraviesa el tigre variado,
Ya penden sobre algún despeñadero
Las saltadoras cabras montesinas
Con otras agradables salvajinas.
La fuente, que con saltos mal medidos,
Por la frisada, tosca y dura peña
En fugitivo golpe se despeña.
Llevándose de paso los oídos;
En medio de los árboles floridos
Y crespos de la hojosa y verde greña,
Enfrente el curso oblicuo y espumoso.
Haciéndose un estanque deleitoso.
Por su cristal bruñido y transparente
Las guijas y pizarras de la arena.
Sin recibir la vista mucha pena.
Se pueden numerar distintamente;
Los árboles se ven tan claramente
En la materia líquida y serena,
Que no sabréis cuál es la rama viva,
Si la que está debajo ó la de arriba.
Titán, al tramontarse, lo saluda,
Formando sus arenas de oro fino,
Y para descansar de su camino
No tiene otro lugar á donde acuda;
La verde hierba nace tan menuda
Orillas del estero cristalino,
Y toda por igual por dondequiera.
Como si la cortaran con tijera.
Aquí ninguna especie de ganado
Fué digna de estampar su ruda huella.
Ni se podrá alabar de que con ella,
Dejase su esplendor contaminado;
Tan solamente el Niño Dios alado
En esta parte vive y goza della,
Y esparce tiernamente por las flores
Alegres y dulcísimos; amores.
CHILE 317
poco á considerar la descripción del supuesto valle de Elicura, en
que Caupolicán y su amada sesteaban, no ha de pasmarse de verle
plantado de álamos, fresnos y cipreses; cubierto de jazmines, azuce-
nas, lirios, claveles; engalanado por vides trepadoras; poblado de
gamos, jabalíes y venados, mientras el blanco cisne pasea por la ri-
bera y suena el zumbido de las abejas; siendo, como es notorio, que
ninguno de estos árboles, flores y animales existía en los valles de
Arauco, ni existen todavía los más de ellos? Y en cambio, el rey de
aquellas selvas, la araucaria gigante, nada dice al poeta nacido á su
sombra. Quizá no pueda presentarse otro ejemplo igual de la tira-
nía ejercida por los libros, y de la general ausencia del sentimiento
de la naturaleza hasta tiempos muy recientes.
Del mismo origen nacen, denunciando la poca edad y los estudios
nada maduros del autor, el continuo é intolerable uso de la mitolo-
gía antigua en boca de indios; la procesión de sátiros, tritones, sire-
nas, nereidas y hamadriadas con que puebla el mar Pacífico y los
valles de Chile; la abundancia de latinismos y neologismos pedan-
tescos, y finalmente, el empleo de una máquina absurda que hace
revolverse todo el infierno en consulta general contra I). García,
saliendo, por fin, Megera á lanzar sus víboras en el seno de Caupo-
licán cuando se solazaba en su deleitoso baño. Hay, entre otras co-
sas, una escena de conjuros en que un hechicero indígena llamado
Pillalonco, habla del humoso Flegetón y del Estigio lago, é invoca á
Hecate y á Ixión, y á Tántalo y Ticio y á Demogorgón y al Can-
cerbero, con todo el aparato y prosopopeya de un profesor de hu-
manidades. Hay una aparición de la sombra de Lautaro á Talgueno,
que reproduce punto por punto la de Héctor á Eneas en el libro 11
del poema de Virgilio.
Si á este aparato de erudición escolar tan malamente aplicada, se
unen los defectos de ejecución menuda y algo pueril, que derrama
unas veces el color como á tientas, y otras se eterniza en acceso-
rios infecundos, sin lograr casi nunca componer un cuadro, se ten-
drá idea de los defectos, en verdad no leves, del Arauco domado
que, además, bajo el aspecto histórico vale poco, y nada de substan-
cia añade á lo que consta por otros documentos. Pero aunque dis-
temos mucho de considerar al licenciado Pedro de Oña como digno
3l8 CAPÍTULO XI
rival de D. Alonso de Ercilla, y encontremos excesivos los elogios
qbe Gutiérrez, Rosell y Valderrama han tributado á este primogéni-
to de la musa chilena, todavía andamos más lejos de asentir á la
opinión de Ferrer del Río, el cual en sus ilustraciones á la edición
académica de La Araucana, llega á decir que «ni por casualidad
brota un destello de poesía de la vulgar pluma de Pedro de Oña».
Pedro de Oña tendría todos los defectos de gusto y de educación
que se quiera, y su libro es sin duda imperfectísimo; pero lo que
sobra en él son destellos de talento poético.
Del episodio erótico de Caupolicán y Fresia ya se ha hablado.
La enumeración de los capitanes en el canto ix parece haber servi-
do de modelo á la que hay en Las Naves de Cortés, de Moratín el
padre, y la recuerda sin gran desventaja. Son muy dulces y tiernas
las quejas de Gualeva,
«Haciendo que despierte á su gemido
La ya dormida tórtola en el nido.»
En las comparaciones tiene á veces novedad é instinto gráfico, y
suele tomarlas de objetos no comunes, verbigracia:
«Cual águila caudal que desde el cieio
En viendo al ballenato dar en tierra,
Prestísima con él en punta cierra,
Dejando roto el aire con su vuelo,
Y dando con las alas por el suelo
Encima del se arroja y del se afierra,
Tal sobre el cuerpo echado en sangre roja
La bárbara frenética se arroja.»
Ó cuando dice de D. García, impaciente antes de su primera
batalla:
«Está como el azor empihuelado
Antes de haberle puesto el capirote.
Que si pasar un ave se le antoja,
Mil veces.de la alcándora se arroja.»
Y aun en los lugares comunes y más trillados del género, proce-
de con cierta franqueza de estilo propio:
CHILE 319
«Cual suele andar la vaca si ha perdido
El tierno becerrillo, prenda cara,
Que ya sin orden corre, ya se para,
Llamándole con hórrido bramido,
Ya sobre alguna loma del ejido,
Si alguna cosa ve, con ella encara,
Alzando la cerviz y armada frente
Con un feroz denuedo y continente,»
Tuvo, pues, razón uno de los aprobantes del libro en decir que
su autor «muestra una natural facilidad, un caudal propio y un no
imitado artificio con que descubre muchas lumbres de natural poe-
sía». Dejó correr su vena sin tiento ni arte, y muchas veces se des-
peña en la prosa más vil; pero teiiía rarísimas condiciones de versi-
ficador, tanto, que llegó á inventar mía nueva correspondencia de
rimas-, un nuevo tipo de octava , menos solemne y más graciosa y
ligera que la antigua, rimando el primer verso con el cuarto y el
quinto, y el segundo con el tercero y el sexto, combinación simé-
trica y agradable que ha tenido menos fortuna de la que merecía,
puesto que supera por todos conceptos á la falsa octava de finales
agudos llamada en América bermudina ^ y se presta con facilidad y
donosura al tono de la narración festiva, pudiendo sustituir con ven-
taja á la sexta rima italiana. El desacierto de Oña estuvo en emplear-
la en un poema que él quería hacer pasar por heroico (l).
( I ) Primera parie de Arauco domado., compuesta por el Licenciado Pedro de
Oña, natural de los hif antes de E?igol, en Chile, collegial del Real Colegio ma-
yor de Sant Felipe y San Marcos, fimdado en la ciudad de Lima. Dirigido á Don
Hurtado de Mendoza, Primogénito de Don García Hurtado de Mendoza, Mar-
qués de Cañete, Señor de las Villas de Argete y su partido, Visorrey de los Rey-
nos del Perú, Tierra Firme y Chile... Hijo, nieto y biznieto de Virreyes. Con pri-
vilegio, itnpreso en la ciudad de los Reyes por Attto/iio Ricardo, de Turin, primero
impresor e7i estos Reynos. — Año de 1596, 4.°, 352 hojas, con el retrato del autor
grabado en madera.
Aprobaciones del P. M. Esteban de Avila, y del Licenciado D. Juan de Vi-
Uela. Versos laudatorios del Licenciado Gaspar de Villarroel y Coruña; de!
P. M. Esteban de Avila; del Dr. Francisco de Figueroa, de Fr. Diego de Oje-
da, del Dr. Suigo de Hormero, de D. Pedro de Córdoba Guzmán, Dr. Jeróni-
mo López Guarnido, D. Pedro Luis de Cabrera y Cristóbal de Arriaga Alar-
320 CAPITULO XI
No correspondieron las restantes obras del primer poeta chileno á
las esperanzas que había hecho concebir este juvenil ensayo suyo (i).
O porque su ingenio, como el de otros criollos, se agotase antes de
la madurez como en compensación de su precocidad; ó más bien,
según creo, porque el contagio del mal gusto heló las flores de
su fantasía, es lo cierto, que El Ignacio de Cantabria, poema publi-
cado en Sevilla en 1636, ni parece hermano del primero, ni apenas
puede leerse sin un soberano esfuerzo de paciencia. Los traductores
de Ticknor le reconocen el mérito de algunas octavas fáciles; yo ni
aun esto encuentro en aquellas páginas que parece que destilan
jugo de adormideras. Y sin embargo, este esfuerzo infeliz, más de
con. La canción del Dr. Francisco de Figueroa está escrita con entonación
muy valiente y robusta.
Esta primera edición es de estupenda rareza. Nuestra Biblioteca Nacional
posee un ejemplar.
Arauco domado, compuesto por el Licenciado Pedro de Oña, natural de los In-
fantes de Engol, en Chile. En Madrid, por Juan de la Cuesta, 1605, 8.° Tam-
bién es muy rara esta edición, aunque no tanto como la primera.
Hay dos reimpresiones modernas del poema de Pedro de Oña: la de
Valparaíso, 1849, en 16.°, por D. Juan María Gutiérrez, y otra de Madrid,
en 1854, en el tomo 11 de Poemas épicos de la Biblioteca de Rivadeneyra co-
leccionado por D. Cayetano Rosell.
El trabajo más importante sobre este poeta chileno es el que incluyó don
Juan María Gutiérrez en sus Estudios biográficos t críticos sobre algunos poetas
sudamericanos anteriores a/ j¿;§/c xix (Buenos' Aires, 1865). Otro estudio más
breve que acompaña á su reimpresión del poema, fué objeto de un plagio en
el Semanario Pintoresco Español de 1851.
(i) Temblor de Lima año de lóog. Governando el Alarqués de Alontcs Claros,
Virrey Excellentissimo. Y una Canción Real Panegyrica en la venida de su
Excellencia a estos Reyttos. Dirigido a Don Joan de Mendoga y Luna, Marque's
de Castel de Bayuela su Primogénito succesor, por el Licenciado Pedro de Oña.
Con licencia. Por Francisco del Canto. 160Q. 4.° (En Lima).
El único ejemplar conocido de este breve poema en octavas reales (de
tipo normal;, pertenece á la John Cárter Brown Library («Providence-Rhode
Island»). Le ha reproducido en facsímil el Sr. Medina.
El Temblor de Lima de i6oQ,por el licenciado Pedro de Oña, edición facsimi-
lar precedida de una noticia de lEl Vasaurot, poema inédito del mismo autor.
Reimprímelo J. T. JMedifia. Santiago de Chile, imprenta Elzeviriana, jgog.
Cuando Oña escribió este canto, no desempeñaba ya el corregimiento de
CHILE
32!
su devoci6n que de su talento, habfa costado al autor quince anos
de trabajo, que no pudieron ser más santa, pero menos Uterar.a-
mente ocupados. El libro, no obstante, debié de tener aceptaron
entre las gentes piadosas; la Compaiíía de Jesús le tomo bajo su
proteccifin, haciendo de él una edición elegante para aquel t,empo,
con viñetas grabadas en cobre; Lope de Vega le llamé poema hcrot-
■co, arn.ónicoysuave, y el aprobante del libro fué no menos que don
Pedro Calderón de la Barca. El poema es medio historial, med.o
alegórico, interviniendo en la acción personajes tan extrafios como
Eí tedio y El qué dirán. Tiene doce cantos y acaba prometiendo
una segunda parte que por fortuna no vino i acrecentar la md.ges-
ta mole de poemas devotos, tan inütiles para la devoción como para
la literatura (l).
ja.„ de Bracmoros, con que recompensa sus méritos D. ^^^_
presencia, del terremoto de „ de Octubre, que con sene, lo o n gun
Lio finge referir á n„ a^igo snyo en 1., forzada ocos.dad de °" ™)^-
.Árcelo y Daricio, dos amigo., caminando juntos una ta.de "= ^---
per estas partes en lo mis llano de la Siena, les sobreumo una tempesta
de agua y viento assi rigurosa, que no hallando otro reparo, - recog.eron a.
de vna pefla socanada, que en forma de medio trecho, les P" ° l^^^ n d^
.ante abrigo. Donde con ocasión de 1, borrasca, refiere Árcelo (a pet,CK>n de
Daricio) el temblor de Lima, con todo lo sucedido en e»los d.as, a que estn
^ElTrin"';; interés de esta relación es histórico, puesto que a, parecer n
se conoce otra sobre aquel fenómeno sísmico. A lo menos no se habf. de é
en las Memorias de los Virreyes del Perú, ni en la CoUcCÓ,, * Urre^o.os de.
coronel Odriozola (Lima, 1863). pw,-/, /£/
(O El Ignacio de Cantabria. Primera parte. Por el Ucenaado Pedro de
Ona. En Sevilla, por Francisco de Lyra, año de 1639, 4-"
Del mismo estilo que este poema, pero algo menos mala, es la mas ex
tensa composición lírica que conocemos de Pedro de Oña, -^ -^-J'_
Canción Real en ,ue se recogen las excelencias de San Francisco ^^^--' J'^^
duciendo al rio Lin^a. ,ue haUa con el Tibre de ^.... Esta en la según ed.
ción de la Vida, virtudes y milagros del santo Padre Fr. ^''-^^^'^^^'^'^^I^l
Fr. Alonso de Mendieta (.643). En medio de las lobregueces cU.1 c.dteran^
n.o, todavía centellea de vez en cuando el vivo ingenio del autor del ^r.«..
donado, en éste que podemos llamar su canto de cisne, puesto ^^ P^^
tonces debía de ser muy anciant., y no volvemos ya á encontrar not.c.a
persona.
322 CAPITULO XI
El mérito relativo del Araiico domado parece mayor cuando se le
coteja con los demás versos de Pedro de Oña (l), y todavía más con
(i) Cuando escribí esto en 1895, no tenía noticia de otro extenso poema
de Pedro de Oña, del cual dio la primera noticia y un breve extracto don
Diego Barros Arana, en el tomo v de su Historia general de Chile. Más re-
cientemente, D. José Toribio Medina (en el prólogo de El Temblor de Lima),
analiza detalladamente la obra y copia bastantes octavas, que hacen desear
la íntegra publicación de El Vasauro, obra posterior al Ignacio de Cantabria,
pero de quilates estéticos muy superiores, sin duda por estar más en la
cuerda de Oña la poesía profana que la ascética. Las octavas de El
Vasauro, cuya dedicatoria está firmada en el Cuzco á 13 de Abril de 1635,
son verdaderamente extraordinarias para compuestas por un poeta de se-
senta y cinco años, y prueban que en su ingenio nunca llegó á secarse la ins-
piración, cuando escogió materia acomodada á sus fuerzas.
Es obra muy larga: consta de cerca de diez mil versos, distribuidos en
1 1 cantos. Su enigmático título requiere alguna explicación. El Vasauro es
un producto de la musa adulatoria que dictó el Arauco domado y tantos otros
poemas de la literatura colonial. Pero lo que es adulación directa en el
libro encargado por D. García de Mendoza, es aquí homenaje indirecto á
otro virrey del Perú, D. Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla,
cuarto Conde de Chinchón. Descendía el de Chinchón de dos ilustres con-
sortes cuyos nombres tantas veces suenan en la historia de los Reyes Católi-
cos, D. Andrés de Cabrera y doña Beatriz de Bobadilla, primera marquesa de
Moya, en quien depositaba doña Isabel todas sus confianzas. El poema de
Oña es muy anterior al interesante libro de Pinel y Monroy, Retrato del buen
vasallo, copiado de la vida y hechos de D. Andrés de Cabrera, primer Marqués
de Moya (Madrid, 1677), pero el poeta chileno encontró bastante materia
para su objeto en la Crónica de Hernando del Pulgar y en otros libros histó-
ricos muy conocidos, á los cuales pudo añadir algunas tradiciones familiares,
que constaban en el archivo de la Casa. Uno de estos episodios es el qae da
nombre al poema:
La grave, dime, pompa, el culto regio
Con que la Majestad mayor terrena
El áureo vaso envía.
Trátase de un vaso de oro, con que el día de Santa Lucía obsequiaron los
reyes en su mesa á D. Andrés de Cabrera, en testimonio de gratitud por sus
servicios, y especialmente por los que había prestado en Segovia sostenien-
do el Alcázar en nombre de la Reina:
«Daréis al del Consejo, al de la espada,
Al buen Marqués de Moya, esta embajada:
Diréisle que pues hoy (felice día)
CHILE ^ ->
,os otros poetas que intentaron reanudar el hilo ,le la narracon de
E ciim. Fué de los primeros, y sin duda de los n,as .nfd.ces, don
Diego de Santisteban y Osorio, ingenio leonés, que al ano s.gu.en-
te de la publicacién del Arqueo en Lima, y, por supuesto s,n tener
noticia de él, publicé una Cuarta y Quiut. Parteé. La Araucana,
Nos dio en Segovia llaves y tesoro
'Su fiel constancia, cuando de Lucía
Constante fe celebra el mártir coro;
Hoy Reina grata y grato Rey le envía
Este, que es puro y fino vaso de oro:
Erenda de amor en ambos, y figura
De la lealtad en él más firme y pura.
Diréis que un áureo vaso en áurea gloria
De su posteridad ilustre queda,
Porque, jamás cansada, esta memoria
Irá de Nos pasando al que suceda.
Como sujeto digno do alta historia
Que el tiempo gastador borrar no pueda,
Y que este casi feudo le pagamos
Los que por él pacíficos reinamos.» ^^_^^^ ^^^
La merced de la copa el día de Sarita Lucía es histórica, y Pmel trata de
ella extensamente, insertar^do el privilegio Real y otros documentos (pag.-
n 1- rOfia supone que en ese vaso iban esculpidas de reheve las haza-
Ts drios^marqueseíde Moya, y ellas dan argumento al poema, escnto para
lisonjear al conde de Chinchón:
Véncete, pues, y escucha la notoria
Real prosapia tuya, que de antigua
Ó bien el tiempo esconde su memoria,
Ó bien, por más blasón, se finge ambigua.
(Libro I.)
Un poema genealógico y de ,al extensión previene desde luego, contra s„
lectura, aun al que esté mds aguerrido en tales ejercaos; pero Q-^'' t"^-
dose d El Valuro..eA excesivo rigor condenarle por entero No . .ene
V adera unidad: es un, crónica rimada, pero no de interós 'a-l,ar uu,c
mente, puesto que refiere cosas grandes de nuestro mayor remado, y el poeta
rLiendo con bastante habilidad los anales de Castilla desde «nes ^e ,466
Tastala conquistado Granada en M,=. Resulta, pues, ^^^^^^^
impresión ópica, aun con el inconveniente de aparecer dona Bea r.z y s
marido algo'achicados y como en segundo «írmino. Pero el -ac e^^= »
primera esti bien entendido. Es tan enórg.co, varón,! y fie, o, co,no le pr
senta la historia, ya oponiéndose .con un pu,-,al desnudo en mano, al proyec
dt matrimonio' de su ama con el Maes.re de Calatrava; ya cuando e„
324 CAPITULO XI
en que se prosigue y acaba la historia de D. Alonso de Er cilla, hasta
la reducción del valle (i).
ausencia de Cabrera defiende el Alcázar de Segovia contra los sediciosos que
procuraron asaltarle; ya cuando en el cerco de Málaga está á punto de reci-
bir la puñalada que un santón de la hueste agarena quería asestar contra el
pecho de la Reina.
En todos estos y otros lances, doña Beatriz justifica lo que de ella dice el
poeta al contar su nacimiento y crianza:
A quien no leche humana,
Fiera leona si prestó el sustento.
(Canto IV.)
La parte de pura invención es lo que menos vale en los fragmentos que
conocemos de este poema. Redúcese casi á las inverisímiles y absurdas em-
presas bílicas de un niño de diez años, hijo de los Marqueses de Moya, que
lidia en combate singular nada menos que con el alcaide moro de Málaga, y
le vence y mata delante de los dos ejércitos. De resultas, se apasiona de él
una mora hermosísima llamada P'átima, de la tribu de los Abencerrajes, y le
persigue y requiere de amores. Pero el rapaz, que no entiende de tales de-
vaneos, la desengaña á tiempo, y eUa se casa con un moro principal de la
familia de los Zegríes, después de convertirse entrambos á la fe cristiana.
Los cantos 9.° y 10.°, en que estos absurdos se contienen, son, sin embar-
go, por su ejecución y su estilo, lo mejor de la obra. Citaremos una sola octa-
va, que pinta la desesperación amorosa de Fátima:
Deja caer la dama el albo cuello
Como azucena flor no bien cortada,
Sin aire el pie, sin orden el cabello,
Y sin vigor la mano delicada.
El al ceñido talle, al hombro bello
Su izquierdo brazo da por almohada,
La desabrocha el pecho, á que la nieve
Quisiera compararse y no se atreve.
(i) La primera edición de estas dos partes, dirigida d D. Ferna7ido Ruiz
de Castro y Andrade, cotzde de Lemos y de Villa/ba, es de Salamanca, por Juan
y Andrés Renaut, 1597, 12.° — Fueron reimpresas en Barcelona por Joan
Amello, 1598, y figuran unidas á las tres de ErcilJa en una sola edición de
La Araucana, la de Madrid, 1735, por Francisco Martínez Abad, en folio,
la cual por esta circuntancia es bastante estimada de los bibliófilos.
Santisteban Osorio es autor de otro voluminoso poema, Primera y se-
gunda parte de las guerras de Malta, y toma de Rodas... Madrid, en la Imprefita
del Ldo. Varez de Castro, 1599. La primera parte consta de doce cantos, y la
segunda de trece.
CHILE 325
La cuarta parte tiene trece cantos y la segunda veinte; el au-
tor nos informa que tenía «pocos años», y confiesa, además, con
loable y verídica modestia que le faltaban caudal y arte. Lo más
singular del caso es que apenas hay una palabra de verdad históri-
ca en todo lo que relata. Ni había estado en América, ni la cono-
cía más que por los libros, ó hablando más propiamente, por un
solo libro, por La Araucana^ cuyos episodios va calcando servil-
mente: inventando, por ejemplo, un Caupolicán 2.°, sucesor del
Caupolicán l.°; haciendo á Colocólo pronunciar nuevos discursos, y
sustituyendo la homérica prueba del tronco con una especie de elec-
ción de cofradía en que los caciques van depositando pacíficamente
sus votos en una urna de ébano guarnecida de perlas. Para que nada
falte en esta insípida rapsodia, hay conjuros y magia, y una des-
cripción del mundo y una historia de la conquista del Perú que
ocupa nada menos que cinco cantos, todo con intervención de la
diosa Belona y del sabio Zoroastro, que viene de la laguna Estigia
á contar la conquista de Oran por el. Cardenal Cisneros. Al fin el
poeta se cansa de amontonar disparates sin orden ni concierto, y
acaba por hacer que se suicide el imaginario Caupolicán 2.°, que le
había dado pie para tantos desvarios. Lo pedestre y desmaiíado del
estilo y de la versificación corre parejas con la insensatez del plan.
Cínicamente ha de notarse que Santisteban no forma en el coro de
los poetas áulicos de D. García de Mendoza: al contrario, pone todo
su empeño en enaltecer la figura militar de Ercilla, atribuyéndole
una porción de aventuras apócrifas, que algunos biógrafos han toma-
do como moneda corriente.
Mejor nombre que Santisteban Osorio merecen el sargento ma-
yor D. Juan de Mendoza y Monteagudo, y el capitán Hernando ÁI-
varez de Toledo. Siquiera sus extensos poemas no son meras com-
posiciones retóricas, sino memorias personales, aunque prosaicas y
desabridas, de los sucesos en que sus autores intervinieron. Pero á
decir verdad, tales documentos, inestimables para el historiador,
poco importan para la crítica literaria y no se les hace grave ofensa
en pasar rápidamente por ellos. El sargento mayor Mendoza, á quien
se atribuye un poema anónimo y acéfalo conocido con el título do
Guerras de Chile, era un aventurero que desde la edad de quince
326 CAPÍTULO XI
años, en que pasó al Nuevo Mundo, había tomado parte en las más
románticas y temerarias empresas por las regiones tropicales, ora
buscando los soñados palacios del Daba^^be, donde debía de haber
un ídolo del sol, todo de oro fino; ora arrojándose en un frágil madero
al peligroso paso de Ancerma; ora remontándose en demanda de las
fuentes del río de San Jorge, viaje que describe en estas octavas, las
cuales pueden dar alguna idea de su estilo en los trozos en que
es mejor:
Entre un muelle de peñas temerario,
Donde de nácar tiene la urna viva,
Sale el sagrado viejo solitario
Y setecientas leguas se deriva:
Cruza sobre su frente de ordinario
La grande cordillera fugitiva,
Que tiene, según fama, las espaldas
Lastradas de oro fino y esmeraldas.
En el discurso desto, ¡qué de cosas
Difíciles pasé, cuántas montañas
De arcabucos rompí maravillosas!
Pues ¡qué yermos pasé, pues qué campañas!
¡Qué empresas no emprendí dificultosas!
¡Fueron tan grandes, fueron tan extrañas.
Que al fin se quedó atrás el pensamiento;
Que lo excedió el humano atrevimiento!
Las venas vi y profundos tragaderos
Del cuerpo de que todos somos hijos;
Los secretos del mar respiraderos
Que salen por conductos y escondrijos;
Los negros, infernales sumideros
Que el azufrado fuego brotan fijos,
Y otras mil extrañezas que en sí encierra
Aquesta casa grande de la tierra.
Víboras de corales vi funestas,
Sierpes de cascabeles sonadores.
La icotea que la casa lleva á cuestas,
Los nietos de Saturno burladores,
Yá perico enemigo de las cuestas,
Los grasos semibueyes nadadores.
Los micos que al pasarlas hacen soga,
Y el lagarto que el agua nunca ahoga.
Sin estas animalias, vi infinitas
CHILE 327
De tales calidades y figura,
Que no pudo dejallas Plinio escritas,
Porque ignoró su forma y su hechura;
Las siete maravillas exquisitas,
De quien la fama antigua tanto cura,
Ya es vano exagerallas ni escribillas,
Teniendo el mundo tantas maravillas.
Cansado de los rigores de tan insalubres climas, pasó al Perú, y
de allí á Chile, alistado bajo las banderas de D. Francisco de Qui-
ñones al finalizar el año 1599. Allí sirvió honrosamente en la mili-
cia y en la toga, durante una vida muy larga, puesto que en 1 666
otorgaba un poder para testar.
El poema de D. Juan de Mendoza se cita generalmente con el
título de Guerras de Chile, por más que ni este título, ni otro algu-
no, ni el nombre de su autor, constan en el manuscrito de la Biblio-
teca Nacional de Madrid, que nos le ha conservado (l). En once
cantos que comprenden cerca de ocho mil versos, narra los aconte-
cimientos, en gran parte desastrosos, de la gobernación de Martín
García de Loyola y de D. Francisco de Quiñones, y las matanzas y
rebatos hechos por los araucanos en las poblaciones españolas al
finalizar aquella centuria. El primer canto puede considerarse como
una introducción, y en él, según se expresa el autor, «descríbense
las provincias que el reino de Chile en sí contiene; las que, por más
(i) Tiene en las tapas las armas de la reina D.^' Mariana de Austria y, por
consiguiente, es muy verisímil que pertenezca al fondo primitivo de la bi-
blioteca procedente de Palacio, y sea distinto del que Barcia tuvo en su
librería, y cita como de autor anónimo en las Adiciones á Pinelo. La copia
por donde se ha impreso fué llevada á Chile por D. Diego Barros Arana.
Algunos han atribuido este poema al Dr. Luis Merlo de la Fuente, gober-
nador ó presidente interino que fue en Chile; pero el Sr. Medina, y á nuestro
parecer con buenos argumentos, recaba la paternidad del libro para D. Juan
de Mendoza, Véanse Las Guerras de Chile, poema histórico, por el sargento
mayor D. Juan de Mendoza Monieagiido, publicado con itttr aducción, notas é
ilustraciones, por J. Medina. (Santiago de Chile, 1888). Primer tomo de una
Colección de Poemas Épicos relativos d Chile, ó escritos por chilenos durante el
periodo colonial, que por las vicisitudes políticas de aquel país quedó in-
terrumpida.
MenAkdez y Pelato. — Poesía hispano-americana.— W. ai
328 CAPITULO XI
belicosas, han sustentado las guerras; los modos que en gobernarse
tienen, y algunas cosas no escritas hasta aquí de sus costumbres, y
otras cosas memorables acontecidas en el discurso de varios gober-
nadores hasta el tiempo de Martín García de Loyola, que viajando
de la Imperial, seguido de Pelantaro, se alojó en Coralaba». En el
canto segundo prosigúese con la muerte del gobernador y la retira-
da de los suyos. La narración es fácil, y por lo general, noble y de-
corosa: el autor remeda bastante bien el tono de Ercilla, y como
soldado de profesión, da á la pintura de las batallas una animación
y un fuego que no tienen en la retórica pluma de Pedro de Oña. El
episodio de la india Guaiquimilla es tierno y agradable, y muy ori-
ginal el cuadro de una sequía en Chile. En la dicción se advierten'
pocos resabios del mal gusto del siglo xvii, y aunque la versificación
no corra siempre sin tropiezo, ha de tenerse en cuenta que el autor
no limó su obra ni la destinaba acaso á la publicidad, y que además
la copia que tenemos es imperfecta , y aun incompleta en algunas
partes.
Pero tal como está, el poema atribuido á D. Juan de Mendoza me
parece el tercero en mérito poético entre los compuestos sobré
Chile, y muy preferible en tal respecto al Pitrén indómito, enorme
crónica rimada de Hernando Álvarez de Toledo, caballero andaluz
y soldado veterano de Flandes, que pasó á Chile en 1581, cur-
tido ya por los azares de la vida y de la guerra, como declaran
estos versos suyos:
«Tuve, tengo y tendré constante pecho:
Infortunios he visto y tempestades
En el mar de Noruega y paso estrecho;
Miiertes, naufragios, espantables guerras
En partes varias y en remotas tierras.»
(Canto XVI.)
En Chile, manejando alternativamente la espada y el arado, fué á
un tiempo capitán y ganadero, alcalde de Chillan, donde vio saquea-
das sus haciendas por los araucanos, de quienes tomó luego amplio
desquite; y bravo combatiente contra el corsario inglés Tomás Caven-
dish en 1 587. Las noticias de su vida, aunque pocas y dispersas, alean-
CHILE 329
zan hasta 1631, en que está otorgado su codicilo testamentario (l).
Parece probado que Álvarez de Toledo escribió, no urio, sino dos
poemas: La Araucana y el Purén indómito. Del Purén mismo pro-
metió una segunda parte, que acaso no pasara de proyecto. Pero
que La Araucana existió y era obra distinta del Purén, nos lo
persuade el no encontrarse en éste ninguna de las octavas que el
P. Ovalle cita como pertenecientes á aquel poema, y que además
tratan todas de sucesos anteriores á la muerte del gobernador Lo- '
yola, en que comienza el Purén indómito. Al parecer, todo el libro vi
de la Histórica relación, de Ovalle, que tiene por asunto el gobierno
de D. Alonso de Sotomayor, está tomado en substancia de La Arau-
cana, de Álvarez de Toledo, con lo cual podemos fácilmente con-
solarnos de su pérdida, viendo transformado en elegante prosa lo
que seguramente estaba contado en infelices y desmañados metros.
Porque, en efecto, el Purén indómito, con sus veinticuatro cantos
y más de quince mil versos, es ración muy suficiente para empala-
gar y rendir al más tolerante lector de crónicas rimadas. Si supone-
mos que La Araucana y el Pnrén segundo tenían próximamente la
misma extensión, sólo Juan de Castellanos, ó el fabuloso autor del
Ramayana, excedieron en fecundidad épica al capitán Álvarez de
Toledo. ¡Todo para contar unos cuantos años de monótona guerra
contra salvajes medio desnudos, cantados además hasta la saciedad
por un tan gran poeta como Ercilla, y por otro tan notable como
Pedro de Oña! A este último se propuso por principal modelo el
autor del Purén, según declaran estos versos suyos:
«Si de vuestro favor yo careciera,
Y en él no confiara cual confío,
No pasara tras de Oña la carrera
En un rocín tan flaco como el mío...»
Su rocín era ciertamente flaco, y no hace nada de más en confe-
sarlo. El Purén indómito no tiene de poesía más que el metro, bien
desaliñado por cierto, afeado por frecuentes consonancias homóni-
(i) Vid. recogidas las noticias biográficas de este autor en el opúsculo de
D. Domingo Amunátegui, Don Fernatido Álvarez de 'loledo. (Santiago de Chile,
imprenta de Cervantes, 1898.)
330 CAPITULO XI
mas y por dislocaciones de acentos. Del estilo dice el mismo autor
(y no hay por qué contradecirle) que es «pobre, humilde, bajo y
escaso de elegancia». Hay octavas llenas de nombres propios, y
nunca se olvida de consignar la fecha exacta de los acontecimien-
tos. Aquello de la trompa épica nunca tuvo menos aplicación que
tratándose de este árido cronista, cuyo valor histórico está en razón
inversa de su nulidad poética. Ni él mismo se preciaba de otra cosa
que de la más rígida veracidad:
«Pero como es historia verdadera.
No lleva cuento ó fábula de amores,
Porque de la verdad patente y pura
Es con lo que se adorna mi escritura...
Que yo lo he visto bien, y soy testigo.
Porque ha de ser de todo el coronista,
Testigo de gran crédito y de vista.
Por lo cual digo en esto haberme hallado,
Y en todo ó en lo más que ha sucedido,
Y de lo que no he visto, me he informado
De gente de verdad y que lo vido...»
A tan terminantes cuanto prosaicas declaraciones, nada tiene que
objetar hoy la investigación más escrupulosa. El Purén indómito
está considerado como fuente principal para un período de la histo-
ria de Chile, y encierra además muy curiosas noticias sobre las
costumbres de los araucanos y sus relaciones en paz y en guerra
con los colonos. A diferencia de los otros poetas de Arauco, sigue
su autor el hilo de la narración escueta, y no se distrae jamás á di-
gresiones ni episodios amorosos:
«Pues tengo en el principio prometido
De no contar hazañas de Cupido.»
En cambio llena el poema de insulsas reflexiones morales, que
acaban de hacer tediosa y aun imposible su lectura (l).
(i) El Purén indómito, que se conserva manuscrito en la Biblioteca Nacio-
nal de Madrid, fué impreso en París bajo la dirección de D. Diego Barros
CHILE 331
Parecía imposible descender más, pero todavía hubo en la colo-
nia otro poeta, justamente calificado de macarrónico, que hizo bue-
no á Hernán Álvarez de Toledo. Fué éste el capitán Melchor Xufré
del Águila, natural de la villa de Madrid, el cual en 1630 publicó
«n Lima uno de los más raros libros del mundo, hasta el punto de
no conocerse de él más que un solo ejemplar. Tiene por título:
Compendio historial del descubrimiento . conquista y guerra del Rey-
no de Chile, con otros dos discursos. Uno de avisos prudenciales en
las materias de gobierno y guerra. Y otro de lo que católicamente se
debe sentir de la astrología judiciaria. Dirigido alExcmo, Sr. Conde
de Chinchón, Virrey destos Reinos del Perú, Tierra Firmey Chile (i).
Precede al libro (y es lo más interesante de él) una larga carta del
Dr. Luis Merlo de la Fuente, capitán general que había sido en la
guerra de Chile, desde 1606 á 1628, dando cuenta á su amigo Xufré
Arana, como 'primer tomo de la Bihliotcca Americana. Collection d'otm-ages
inédites ou rares sur V Amérique, del editor A. Franck, 1862.
(I) El único ejemplar conocido de esta obra fué cedido por D. Pascual de
Gayangos á Mr. Lennox, y hoy para en la magnífica biblioteca de Cárter
Brown (Providence), tenida por la primera del mundo en su género. Aprove-
cho la ocasión para citar su catálogo, que da idea de aquellas riquezas: Bi-
bliotheca americana. A catalogiu of books relating to North and South Amertcan
in the library of John Cárter Brown of Providence R. I. With notes by John
Russell Barilett, Providence. 1866.
Por una esmerada copia de este ejemplar, ha reimpreso el libro de Xufré
del Áauila la Universidad de Chile (Santiago, imprenta Cervantes, 1897), con
sendos prólogos de D. Luis Montt y D. Diego Barros Arana, que contienen
algunos datos sobre la vida del capitán Xufré del Águila. El interés histórico
<lel poema de éste no se reduce á la primera parte, puesto que también en
la tercera refiere muy por extenso la sorpresa de Curalaba, que costo la
vida al gobernador de Chile D. Martín Óñez de Loyola. Otras referencias a
sucesos de la guerra chilena hay en esta última parte, donde el autor procu-
ra vindicarse de la nota de astrólogo judiciario, aunque sus mismas palabras
prueban el crédito que daba á aquella falsa ciencia. .Ha habido alguna voz
en este reino y fuera de él, de que soy de los que dan demasiada creencia a
los pronósticos de la astrología, y por eso hice este tratado, en que se ve
muy claro que no soy de esta secta envanecida, si bien tengo por cordura
muy grande el no desestimar los avisos, que á veces por impensados medios
nos envía la divina Providencia».
332 CAPITULO XI
de los sucesos de su gobernación. El capitán Xufré había perdido
una pierna en la guerra de Chile, y se hallaba en Lima, pobre y mal
pagado, ocupando su «ociosa soledad» en poner por escrito sus
campañas y sus quejas. Su libro tiene de todo; pero principalmente
de memorial de servicios mal galardonados. Los tres tratados que
la obra comprende, están en versos sueltos, si es que nombre de
versos merecen aquellos informes y toscos renglones. No sólo la
parte relativa á la guerra de los araucanos (que es propiamente el
Compendio historial)., sino los otros dos tratados, tienen forma de
diálogo entre Gustoquio, que había sido capitán en Flandes, y
Provecto, alférez chileno, los cuales habiendo acudido á la corte á
ciertas pretensiones, se reúnen para platicar de asuntos militares.
De qué calidad serán los versos historiales de Xufré del Águila, juz-
gúese por la siguiente muestra:
«Hallábame yo en Lima en este tiempo
Con una lanza sola, que pagada
Los menos años es, y della poco;
Y procurando merecer mayor
Merced de nuestro Rey, quise á mi costa
Á aquella empresa ir do fui ofrecido,
Y sin querer tomar socorro alguno,
Ó paga (que hasta hoy un solo peso
Ni un maravedí solo he recibido
De paga real), habiendo en su servicio
Gastado más millares de ducados
Que tengo, á Chile fui de aventurero;
Mas no penséis que he de dezir por esto
Nada con más espacio, aunque de vista
De casi quarenta años soy testigo.
En fin, con esta gente el de noventa,
Á veinte y seys de Enero, allí aportamos. >
Puede decirse que á este ciclo de poemas históricos se reduce la
literatura de la colonia durante dos siglos. Fuera de ellos apenas
pueden citarse más que dos obras de carácter literario, inspiradas
también por sucesos de la guerra araucana y que contienen algunos
versos: un libro de memorias y una especie de novela: el Cautiverio
feliz y razón de las guerras dilatadas de Chile., del maestre de cam-
CHILE 333
po D. Francisco Núñez de Pineda y Rascuñan, natural de Chillan;
y la Restauración de la Imperial y conversión de almas infieles, de
Fr Juan de Barrenechea y Albis. El libro de Bascuñán es la narra-
ción muy agradable, interesante y simpática de los siete meses de
cautiverio que en su juventud (1629), siendo capitán, pasó en poder
del honradísimo cacique Maulicán, cuyos buenos sentimientos com-
petían con los de su caballeroso prisionero. Este libro, escrito con
tanta sinceridad como nobleza, tiene más poesía verdadera en algu-
nas escenas, por ejemplo, la vuelta del cautivo á los brazos de su
padre (viejo heroico y digno de la epopeya) que casi todos los poe-
mas que llevamos analizados hasta ahora. Bascuñán, que había reci-
bido educación clásica en un colegio de jesuítas, entretenía los ocios
de su cautividad en composiciones poéticas, estimables por la natu-
ralidad y el sentimiento, de las cuales en sus memorias intercala
algunas muestras. Al cacique que le aprisionó dirige un romance,
que es manifiesta imitación de uno de los más célebres de Góngora:
«En la guerra batallando,
Mal herido en el combate,
Desmayado y sin sentido,
Confieso me cautivaste.
La fortuna me fué adversa,
Si bien no quiero quejarme
Cuando tengo en ti un escudo
Para mi defensa grande.
En la batalla adquiriste
Nombre de esforzado Marte,
Y hoy con tu cortés agrado
Eternizarás tu sangre...
Cautivo y preso me tienes
Por tu esfuerzo, no es dudable;
Mas con tu piadoso celo,
Más veces me aprisionaste.
Mas podré decir que he sido
Feliz cautivo en hallarme
Sujeto á tus nobles prendas,
Que son de tu ser esmalte...»
Otros romances tiene, muy recomendables por la afectuosa resig-
nación y piedad sencilla; verbigracia:
334
CAPITULO XI
«Gracias os doy infinitas,
Señor del empíreo cielo,
Pues permitís que un mal hombre
Humilde amanezca á veros.
En este pequeño bosque,
Las rodillas por el suelo,
Los ojos puestos en alto,
Vuestra grandeza contemplo.
Consolado y afligido
Ante vos, Señor, parezco:
Afligido con mi culpa,
Consolado porque os temo.
Diversos son mis discursos,
Varios son mis pensamientos,
Y luchando unos con otros.
Es la victoria por tiempos.
La naturaleza flaca
Está siempre con recelos
De los peligros que el alma
Tiene entre tantos tropiezos.
El espíritu se goza
En medio de mis tormentos,
Porque es docta disciplina
Que encamina á los despiertos-
Trabajos y adversidades
Entre inconstancias del tiempo
Padezco con mucho gusto
En este feliz destierro.
En mí las tribulaciones
Han sido un tirante freno
Que ha encadenado mis pasos
Y refrenado mis yerros...
Vos, Señor, sois mi refugio,
Vos sois todo mi consuelo,
Vos de mi gusto la cárcel,
Vos mi feliz cautiverio.
Lo que os suplico rendido,
Lo que postrado os ruego.
Es que encaminéis mis pasos
Á lo que es servicio vuestro.
Que si conviene que muera
En esta prisión que tengo,
CHILE 335
La vida que me acompaña
Con mucho gusto la ofrezco.
En vuestras manos, Señor,
Pongo todos mis aciertos,
Que nunca tan bien logrados
Como cuando estáis con ellos.»
No hay en los versos de Bascuñán notable entonación poética,
pero sí una sencillez grande, que contrasta con el gusto del siglo xvii,
ya muy entrado cuando él escribía. La distancia, el cautiverio, el
ningún propósito de vanidad literaria, bastan para explicar este fe-
nómeno. No es fácil encontrar en los poetas americanos de enton-
ces, por ejemplo, en los innumerables que deliraban en Lima, un
modo de decir tan llano, terso y apacible como el de estos versos
de otro romance:
«Rueda, fortuna, no pares
Hasta volver á subirme,
Porque el bien de un desdichado
En tu variedad consiste.
Un tiempo me colocaste
Con las estrellas más firmes,
Y ahora me tienes puesto
En la tierra más humilde.
Entonces me vi tan alto,
Que me pareció imposible
Ver mis glorias humilladas
A los pies de quien las pise...
Tu natural inconstante
Con varios efectos vive:
Abatiendo al que merece,
Sublimando al que no sirve...
Que no pares en mi daño
La rueda, quiero pedirte,
Porque es mi dicha tan corta
Que presumo ha de estar firme...»
Luce Bascuñán sus buenos estudios de humanista en versio-
nes no infelices de algunos pasajes cortos de Virgilio, Ovidio y
Silio Itálico, que con más ó menos oportunidad trae á cuento en
su narración. Pero el mejor de estos ensayos de traducción es el
33^ CAPÍTULO XI
que hizo del salmo sexto: Domine^ ne in furore tuo arguas me (i).
La Restauración de la Imperial, que el provincial de los Merce-
narios Fr. Juan de Barrenéchea y Albis, hijo de la ciudad de Con-
cepción, escribió por los años de 1693, ^s obra de más alardes lite-
rarios que el Cautiverio feliz^ pero muy inferior á ella en estilo,
en interés histórico y en todo. Sólo tiene la curiosidad de ser el úni-
co ensayo de novela hecho en Chile durante la época colonial, y
seguramente uno de los rarísimos que se hicieron en toda Améri-
ca (2). La heroína es una india llamada Rocamila , manifiestamente
imitada de las indias de Ercilla. Sus amores con el araucano Cari-
labo, interpolados con escenas de guerra y cautiverio, que debían de
terminar probablemente con la conversión y muerte de ambos aman-
tes (porque el libro no está completo), forman el argumento asaz
vulgar de este relato, cuya acción se supone en el gobierno de don
Alonso de Sotomayor. La novela, que ya de suyo tiene muy poco
interés, se echa á perder además por lo enfático, declamatorio y
pedantesco del lenguaje. Hay intercaladas en el proceso de la narra-
ción algunas octavas, crespas y sonoras. La expresión de los senti-
mientos es casi siempre falsa é impropia de los indios á quienes se
atribuyen (3).
Hasta aquí la producción poética anterior al siglo xviii (4). Si no
(i) Las Memorias de Núñez de Pineda están publicadas en el tomo iii de
la Colección de Historiadores de Chile, dirigida por Barros Arana.
(2) Algunos novelistas europeos del siglo decimoséptimo pusieron en
Chile y en el Perú ciertas escenas de sus libros. Entre ellos descuella el ca-
ballero gascón Francisco Loubayssin de la Marca, que escribió en muy buen
castellano la Historia tragi-cÓ7nica de D. Enrique de Castro (París, 16 17). Pue-
de citarse también La Monja Alférez, donde el nombre de la protagonista y
el fondo de sus aventuras son reales, pero que en su actual forma literaria
quizá no se remonta más allá del siglo pasado, y aun casi nos atreveríamos á
señalar su autor verdadero ó á lo menos posible. Pero esta es materia para
tratada despacio y en otra parte.
(3) La obra del P. Barrenéchea está manuscrita en la Biblioteca Nacional
de Chile, Me valgo del extenso extracto que hace de ella el Sr. Medina
(Literatura colonial, tomo 11, páginas 336-349), porque no tengo noticia de
que todavía se haya publicado íntegra.
(4) Pueden añadirse algunas composiciones sueltas en elogio de autores y
CHILE 337
íué más abundante, la causa está bien manifiesta en la falta de im-
prenta y en el relativo atraso de aquella colonia, llamada- después á
tan altos destinos. Hubo, no obstante, establecimientos de educación
desde el principio. Ya antes de 1 591 ordenaba una cédula real que
en Santiago se estableciese una cátedra de gramática « para que la
juventud del reino pudiese aprender latinidad, y que al que leyere
se le diere en cada un año cuatrocientos y cincuenta pesos de oro».
Pero esta fundación no llegó á tener efecto inmediato, por falta de
preceptor, hasta que los dominicos la establecieron en su convento,
junto con algunas enseñanzas de artes y filosofía, que inauguraron
Fr. Acacio de Naveda y Fr. Cristóbal Valdespino. Los chilenos que
deseaban más extensa instrucción y aspiraban á recibir algún grado
académico, tenían que acudir á Lima, como lo hizo Pedro de Oña,
es decir, á más de quinientas leguas. Los padres de Santo Domingo
trataron de elevar á la categoría de universidad las cátedras que te-
nían en su convento, y enviaron á España á gestionarlo á un reli-
gioso suyo, Fr. Cristóbal Núñez. La Real Audiencia apoyó la pre-
tensión, por seguirse de ella «gran provecho y utilidad á los vecinos
y moradores de las provincias de este reino de Chile y á las de Tu-
cumán, Paraguay y Río de la Plata; por ser tierra de mejor tempe-
de libros. Al principio de la Historia general de Chile del P. Diego Rosa-
les se leen unos tercetos bastante buenos de un D. Jerónimo Hurtado de
Mendoza.
Apenas merece citarse más que á título de rareza un poema en latín casi
macarrónico y rima castellana que compuso y sacó á luz en Lima en 1645 ^1
Presbítero Diego Núñez Castaño, con motivo de una invasión frustrada de
piratas holandeses en Valdivia. Titúlase este aborto (que entre otras cosas
contiene varios sonetos en latín) lí Breve compendimn hostium hcereticorum Olan-
densium adventum in Valdiviam, exploratoreni missum et tiarrationem ejus^fugam
illorum cum pacto redeundi: providas dispositiones Proregis: classim expeditam ad
condUnm ejus cum rebus necessariís, et_ alia continens... Limcc, auno i645.;> Con
aprobaciones del Dr. Antonio Maldonado y Silva, Catedrático de Derecho en
la Universidad de Lima, y de Fr. Miguel de Aguirre, y versos estrafalarios,
latinos y castellanos, de D. Lope de Figueroa, de los bachilleres Juan de To-
rres Villa Real y Juan de Torres Guerrero y de D. Juan de Landecho.
Vid. reproducido (con algunas erratas) este poema en el tomo ni de la Li-
teratura colonial de Chile, de Medina (páginas 94- 1 1 1),
338 CAPÍTULO XI
ramento y de más salud que no la de las provincias del Perú y ciu-
dad de los Reyes, donde los que van á seguir sus estudios enferman
y padecen otras muchas necesidades, y estar la ciudad de los Reyes
muy distante de las provincias, y la mar del Sur en medio»; aña-
diendo que, para poder sustentar la Universidad, tenía el convento
frailes graves, de ciencia y experiencia. Era esto por los años de
1610, y para entonces ya se leían Artes y Teología en otros conven-
tos, como el de San Francisco, el de San Agustín, el de la Merced
y el de la Compañía de Jesús. Siete años después una bula pontificia
de Paulo V autorizó la fundación de la Universidad de Santo Tornas^
con facultad de conferir grados, y siempre bajo la dirección de la
Orden de Predicadores. Pero aquella Universidad nunca prosperó
mucho por falta de profesores y de recursos y por sobra de pleitos;
y en lo que toca á letras humanas, la hicieron ventajosa concurren-
cia los colegios de la Compañía de Jesús establecidos en la capital
y en la Concepción durante el siglo xvn y más adelante en La Se-
rena, en Valparaíso y hasta en las islas de Chiloé. El colegio de
Santiago, que era el más importante, celebraba ya en 1616 justas ó
certámenes poéticos, donde se repartían premios «con música y
saraos y otras alegrías». Añade el P. O valle en su Relación his-
tórica del reino de Chile., publicada en 1646, que los estudiantes
hacían á veces alguna representación á lo divino á manera de co-
loquio.
Sólo en la segunda mitad del siglo pasado llegó á tener Chile
Universidad propia con carácter y título de Real., y organización
muy parecida á la de Lima. Fué principal promotor de esta erec-
ción el alcalde D. Francisco Ruiz de Beresedo, á quien secundó el
cabildo de Santiago en un memorial redactado por el licenciado
Valcarce Velasco en 1720. Por fin, y después de largas negociacio-
nes para arbitrar los fondos necesarios, que fueron cubiertos por
suscripción de los vecinos, una Real cédula de 27 de Junio de 1 738
autorizó la creación de la Universidad de San Felipe, con cátedras
de teología, cánones, leyes, matemáticas, cosmografía, anatomía,
medicina y lengua indígena, diez entre todas, ascendiendo el total
importe de la dotación á 5.000 pesos. Esta Universidad vivió próxi-
mamente un siglo, hasta 1843, en que fué reemplazada por la actual
CHILE 339
Universidad de Chile, la más renombrada y floreciente de la Amé-
rica española.
La expulsión de los jesuítas, que habían dado á Chile sus dos
principales historiadores, Ovalle y Rosales, é iban á añadir á estos
nombres el del célebre naturalista Molina, vino á ser grave contra-
tiempo para los estudios de humanidades, que en Chile, como en lo
demás de América, corrían casi exclusivamente á su cargo. El Con-
victorio de San Francisco Javier^ que era el principal establecimien-
to de educación que tenían en Santiago, se convirtió en Colegio Ca-
rolino, pero no hizo más que decaer y vivir en gran descrédito y
abandono. El Fiscal de la Audiencia insinuaba en 1774 que el país
estaba destituido de las fuentes de literatura. Bien se confirma tan
lastimoso estado de decadencia recorriendo los pocos y desabridos
frutos que dio la literatura criolla de Chile en aquella centuria de
profunda somnolencia. Todo es trivial, baladí y prosaico, así en la
ejecución como en los temas. Como muestras de esta poesía pe-
destre y casera, puede citarse La Tucapelina^ poema satírico, en
octavas reales, cuyo ignorado autor se ocultó con el seudónimo de
Pancho Millaleubu. El asunto es la descripción burlesca de unas
fiestas celebradas en la frontera araucana con motivo de la restau-
ración de la iglesia y misión de Tucapel en 1783. Las alusiones que
el poema contiene al Capitán general del Reino, D. Ambrosio Be-
navides, y á sus tenientes D. Ambrosio O'FIiggins y D. Domingo
Tirapegui, tendrían mucha sal en su tiempo, pero hoy nos parecen
insulsos juegos de palabras (l).
Entre los varios copleros que por entonces lograron fama, se cita
á un P. López, dominico, improvisador chistoso, á quien, como á
todos los de su especie, se atribuyen muchos chistes que segura-
mente no dijo; á un P. Escudero, franciscano; á un capitán de arti-
llería, D. Lorenzo Múgica, que hacía con bastante donaire décimas
conceptuosas en el gusto de nuestros poetas del siglo xvii. Hay
otros muchos desenfados anónimos, críticas de sermones, satirillas
(i) La Tucapelina \iíi sido impresa en la Literatura colonial de Chile, del
Sr. Medina, tomo iii, páginas 31-51. Consta de diez cantos, cada uno de diez,
octavas, por lo cual el poeta los llama decadas heroicas.
340 CAPÍTULO XI
chabacanas, que pueden tener alguna curiosidad como documento
de costumbres (l), pero que poéticamente nada valen. La colección
más extensa y notable de este género es la Ensalada poética joco-
seria, en que se refiere el nacimiento, crianza y principales hechos del
célebre D. Plácido Arteta, compuesta por un intimo amigo suyo, tan
ignorante de las cosas del Parnaso que jamás ha subido á este monte,
V aun apenas llegó alguna vez á sus faldas. El autor de este manus-
crito, que era español y se llamaba D. Manuel Fernández Ortelano,
debía de estar dotado de vena facilísima, aunque incorrecta, puesto
que en la Ensalada, que bien merece tal nombre, hizo alarde de
versificar en todo género de metros, emulando las Fábulas litera-
rias, de íriarte. Su mamotreto, que viene á ser una especie de no-
vela en verso, cortada por todo género de digresiones, no ha de
ser juzgado como obra literaria, sino como la expansión de un es-
píritu chancero, que se ríe de sí propio y de todas las cosas hu-
(i) Son las más curiosas bajo este respecto las Décimas joco-serias y lú-
dicro-formales, que compuso un numen poético... á la comedía francesa, á sus
farsatites, comparsas, ?núsica, expresiones y sentimientos, cojuo asimismo d sus
espectadores jiaciotiales intrusos, supersticiosos, por razón de moda y estado; y el
Canto eticomidstico de la famosa batalla de las Lomas, el día 20 de Septiembre
de 1807. "L?!. famosa batalla fué un simulacro entre cómico y trágico, en que
por la inexperiencia de las milicias de Santiago hubo mucha confusión y
algunas víctimas.
Pueden citarse además La Visión de Petorca, que es un romanzón del
agustino Fr. Sebastián de la Cueva, narrando la catástrofe de unos mineros
sofocados por los humos en 1779; otro romance anónimo sobre la i?í?/««<?>z
de la inundaciÓJt del rio Mapocho en 1783; los Llantos del reino de Chile, con
motivo de la partida del gobernador Amat en 1762.
Existen finalmente manuscritas dos detestables colecciones de versos de-
votos: una del famoso predicador agustino Fr. Manuel Oteiza (Liberto peni-
tente, alias el pecador arrepentido, que á imitación de David implora misericordia
por medio de la penitencia; fuga del mundo por el camino del cielo; pe7isa?nietitos
piadosos del penitente Rey, que guían á la cumbre de la perfección cvattgélica por
las tres vías: purgativa, ilumijiativa y unitiva; glosa moral de la divina Salmo-
dia), y otra de un capuchino anónimo (Dibujo de tm alma que puesta en los
crisoles purgativos camina por la mjierte mística á la wiion pasiva con Jesu-
cristo. Trabajo de wi conteinptible sacerdote para luz de las almas que S. M. pu-
siere en esta felicidad. Año de 1798).
CHILE 341
manas, y escribe sin más intención ni propósito que divertirse'.
El teatro apenas puede decirse que existiera en Chile hasta los
últimos días de la época colonial, y aun entonces de una manera
pobre y precaria. Con ocasión de algún regocijo público solían re-
presentarse comedias, y el grande obispo Fr. Gaspar de Villarroel,
en su Gobierno eclesiástico pacífico (1657), habla de las que hubo en
el convento de padres mercenarios de Santiago, y añade que el día
del Corpus Christi y de su octava se representaban también «en el
cementerio de la iglesia metropolitana de Lima, asistiendo los seño-
res Virreyes y señores Arzobispos, los dos cabildos y las religiones,
y no eran las comedias autos sacramentales, como aquellos de la
corte, sino comedias formadas, y aunque se procuraba que fuesen
religiosas, como la fábula es el alma de la comedia, ninguna es tan
casta que no se mezclen algunos amores».
Las más antiguas fiestas dramáticas de índole enteramente pro-
fana, fueron las celebradas en la ciudad de la Concepción en 1693,
para solemnizar la llegada del presidente Marín de Poveda. «Cons-
taba el obsequio (dice el cronista Córdoba y Figueroa) de 1 4 come-
dias, y la del Hércules chileno^ obra de dos regnícolas, toros y ca-
ñas» (l). Ni el tal Hércules chileno ha llegado á nuestros días, ni se
tiene siquiera noticia de los dos regnícolas que le compusieron. De
todos modos, la diversión tardaba en aclimatarse, puesto que toda-
vía en 20 de Marzo de 1778 podía decir el Obispo de Santiago, don
Manuel de Alday y Aspe, al presidente Jáuregui, oponiéndose al
establecimiento de un teatro estable: «en esta ciudad sólo se han
representado comedias muy de tarde en tarde, y por unos pocos
días, sirviendo algunos muchachos para los papeles de mujer». Por
entonces triunfó la oposición del Obispo, basada en el dictamen dé
los teólogos más rígidos; pero en 9 de Enero de 1793, el cabildo dé
Santiago acordó que «se estableciese por asiento una casa pública
(i) Vid. Las primeras representaciones dramáticas en Chile, por Miguel Luis
Amunátegui. (Santiago de Chile, 1888, pág. 22.)
Con especial agrado empiezo á utilizar desde ahora las doctas y amenas in-
vestigaciones de mi difunto amigo D. Miguel Luis Amunátegui, que es sin duda
el escritor á quien más ilustración debe la historia literaria de Chile.
342 CAPITULO XI
de comedias». Con todo eso, hasta la época del último presidente
español, D. Casimiro Marcó del Pont, entusiasta aficionado á los
espectáculos escénicos y á las actrices, tales acuerdos no lograron
entero cumplimiento, ni hubo en Chile teatro donde los espectado-
res pudieran estar bajo techo.
La caída del régimen colonial marca en Chile, como en las demás
repúblicas de América, una división en la historia literaria. Con el
movimiento inaugurado en 1 8 de Septiembre de 1810, se abre el
segundo período de la literatura chilena. Los principales represen-
tantes de la poesía revolucionaria en este período son Camilo Hen-
ríquez y D. Bernardo de Vera y Pintado (l). Los versos de uno y
otro no pertenecen en rigor al arte, sino á la historia de las agita-
ciones políticas.
Camilo Henríquez, llamado comúnmente el fraile de la buena
muerte, era, en efecto, un fraile apóstata de la congregación de los
Agonizantes, nacido en Valdivia y educado en el Perú, donde se
había entregado ávidamente á la lectura de los libros de los enci-
clopedistas franceses que empezaban á correr de contrabando en
los conventos de Lima como en los de la Península. Rousseau, prin-
cipalmente, fué su ídolo, y á las doctrinas del Contrato social quiso
ajustar todos los actos de su vida pública, cuando de improviso le
lanzó en ella el torbellino de la revolución americana, á la cual sir-
vió, como ahora dicen, de verbo. El fué el primero que en una pro-
clama de 6 de Enero de 18 lO, que circuló profusamente manuscri-
ta, lanzó sin ambajes la idea de independencia, que sólo tímida-
mente se aventuraban á insinuar los que pasaban por más resueltos,
y que el mismo Blanco (White) impugnaba todavía en El Español
de 181 1. Él predicó en la catedral de Santiago el sermón de 4 de
Julio de 181 1, con ocasión de la apertura del primer Congreso chi-
leno. Él fundó en 1812 el primer periódico de aquella región, La
Aurora de Chile (2), y posteriormente el Monitor Araucano, conti-
(1) Vid. La Alborada poética en Chile después del 18 de Sepiiembre de 1810,
por D. Miguel Luis Amunátegui. (Santiago de Chile, 1892.)
(2) Tengo á la vista una colección completa de este rarísimo periódico,
quizá la única que existe en España.
CHILE 343
nuando ademís el Semanario Republicano, cuyos doce primeros
números había escrito el guatemalteco D. Antonio José -de Irisarri.
Él redactó en gran parte la primera Constitución chilena (27 de Oc-
tubre de 18 1 2). Su fanatismo liberal no tenía límites; había ideado
un sistema de misiones para propagar de pueblo en pueblo los nue-
vos ideales, y compuso un Catecismo de los patriotas^ para que sir-
viese de guía á los tales misioneros.
Después de la victoria de Rancagua y el restablecimiento del
Gobierno español, Camilo Henríquez emigró á Buenos Aires, don-
de, abandonando por completo el hábito clerical, se hizo médico, y
redactó por algún tiempo la Gaceta de Buenos Aires, y más adelante
una revista, El Censor. Consolidada ya la independencia de Chile
después de las jornadas de Chacabuco y Maipo, Henríquez pudo
regresar á Chile bajo los auspicios del dictador O'Higgins. Enton-
ces fundó El Mercurio de Chile, revista de economía política y de-
recho público; trabajó activamente por la difusión del sistema lan-
casteriano de enseñanza mutua, y fué Secretario d-e la Convención
de 1822 y del Senado que la sucedió, después de la caída de
O'Higgins. Pero el continuo alarde que hacía de sus ideas antirreli-
giosas, todavía exóticas en Chile, y la parte que tuvo como senador
en el proyecto de reforma eclesiástica de 1823, inspirado por el de
D. Juan Antonio Llórente-, concitaron contra él la animadversión
pública, y le mantuvieron en posición obscura y subalterna hasta
su fallecimiento, ocurrido en 16 de Marzo de 1825.
Si el arte presupone el culto de la belleza, nunca hubo autor me-
nos artista que Camilo Henríquez. En prosa escribía con cierto calor
tribunicio; pero fué, sin duda, detestable poeta. Parece imposible
que sus rencores de sectario no le dictasen alguna vez imprecacio-
nes enérgicas, sacándole de la esfera vulgar y ruin en que se movía.
Había tomado por modelos á los autores más prosaicos del si-
glo XVIII, á Iriarte en el Poema de la Música y á Trigueros en El
Poeta Filósofo, y consiguió darles quince y raya en cuanto á pro-
saísmo, pero con la desventaja de ser Trigueros, y sobre todo Iriar-
te, correctos en la metrificación, al paso que los versos de Camilo
Henríquez, además de lo desmaj/ado y trivial de los pensamientos,
están llenos de groseras faltas prosódicas, que denuncian una edu-
Mbskkdez y Pelato.— /V«/a hispano-americana. II. aa
344 CAPÍTULO XI
cación literaria y gramatical por todo extremo deficiente. De Tri-
gueros tomó la forma de los que llamaba pentámetros, y son pura y
simplemente alejandrinos pareados á la francesa, de este tenor:
«Los talentos de .Chile yo te vi que aplaudías;
Pero su sueño y ocio sempiterno sentías.
Nuestra juventud hábil, graciosa y bien dispuesta,
Conserva aún tristemente en inacción funesta
El ánimo sublime. Ya la época presente
La llama á grandes cosas y á iluminar su mente
¡Quién pudiera del genio seguir la marcha augusta
Y de sus beneficios dar una idea justa!
Ve Urania ser la tierra uno de los planetas;
Los réditos predice de los tardos cometas,
Y al fin de sus fatigas por preceptos muy fieles,
Con rara certidumbre dirige los bajeles
¡Oh, cuan rica aparece y con cuánta belleza,
Ornada de trofeos de la naturaleza,
La química, alta gloria de la época presente »
La Exhortación al estudio de las ciencias, de donde están entre-
sacados estos versos, es una de las poesías más antiguas de Henrí-
quez, y se publicó en El Mercurio Peruano con el seudónimo de
Cefalio. Por entonces hizo también algunos versos latinos, no mucho
mejores que los castellanos (l).
Pero el género que cultivó con predilección fueron los himnos
patrióticos; y entre los muchos malos que entonces se compusieron
en América, y son otros tantos atentados contra la poesía y contra
la música, no los hubo peores que los suyos, porque era imposible
tener peor oído ni desconocer en tanto grado la noción del acento.
Véase una muestra de estos desapacibles graznidos:
«Aplaudid, aplaudid á los héroes
Que á la patria el cielo otorgó.
Por su esfuerzo se elevó gloriosa
Á la dicha que nunca esperó.
Coronada de olivas se ostenta.
Llena de gloria y de bendición.
(i) Amunátegui transcribe unos exámetros destinados á conmemorar el
aniversario de la proclamación de la independencia de los Estados Unidos.
CHILE 345
Venid, pueblos, volad á su seno:
Cayó el muro de separación.
Al Sud fuerte le extiende los brazos
La patria ilustre de Washington:
El Nuevo Mundo todo se reúne
En eterna confederación.
Volverán de la paz las dulauras;
Cesará de Belona el furor;
Se oirán de la sabiduría
Los consejos y la amable voz.
Dictará las sacrosantas leyes
De la más justa Constitución.
Tales son de la patria los votos
Y deseos de su corazón »
Cuando no hacía himnos, hacía proclamas rimadas, en las cuales
alguna vez tiene arranques menos infelices:
«En triste obscuridad, pobres colonos,
Por tres centurias os miró la tierra.
Indignada del bajo sufrimiento
Que toleraba oprobios y miserias
¿Sois hombres? Pues sed libres; que los cielos
Al hombre hicieron libre. Sus eternas
É imprescriptibles leyes lo prescriben,
¡Y la razón lo dicta y manifiesta!
Si da derecho la conquista, somos
Sólo nosotros dueños de estas tierras,
Pues todos somos, sin haber disputa,
De los conquistadores descendencia
¿Hasta cuándo en papeles miserables
Se buscan los derechos? La suprema
Mano los escribió en los corazones;
Ésta es la voz de la naturaleza
En donde en otro tiempo el yugo indigno
De servidumbre se sufrió por fuerza,
Hoy de la libertad republicana
El estandarte tricolor se eleva
El estruendo que formen al romperse
Vuestros pesados grillos y cadenas,
¡Cuánta consolación, cuánta esperanza
Derramará en los pueblos que os contemplan!
De libertad los triunfos no acompañan
3+6 CAPÍTULO XI
Ni suspiros, ni lágrimas, ni quejas.
Las alegrías, sí, de los tiranos,
¡Cuántos clamores, cuántos llantos cuestan!
Cuando de la opresión cae un coloso,
Toda la especie humana se consuela:
Los nobles gozos de los pueblos libres
La razón preconiza y los celebra »
Este trozo de romance endecasílabo no está exento, en verdad,
de defectos bien obvios y palpables, pero tiene cierta nobleza y
robustez, y es cierto que la pobre musa del fraile Henríquez nunca
se elevó á mayor altura. Una sola excepción hay que hacer, muy
notable por cierto, puesto que es la única poesía suya que corre sin
tropezones; pero en ella no pertenece á Henríquez el pensamiento,
puesto que es mera traducción del himno nacional de los Estados
Unidos, «.Hail great Republic of tkeworld-¡>, aunque aplicado á Bue-
nos Aires:
«¡Salve, gloria del mundo, República naciente.
Vuela á'ser el imperio más grande de Occidente!
¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!
Que tus hijos entonen, de vides á la sombra,
Y entre risueñas fuentes sobre florida alfombra:
¡Oh patria de los libres, suelo de libertad!
Que canten tus hijuelos con balbucientes labios,
Y enseñen á los pueblos en la vejez sus sabios:
¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!
Tus ángeles custodios te cubran con sus alas,
Y unidas las naciones en fe y amistad pura,
Salúdente con lágrimas, lágrimas de ternura:
¡Oh patria de hombres libres, suelo de libertad!>
Compuso, además, Camilo Henríquez bastantes letrillas satíricas,
sin chiste ni espontaneidad alguna, pero dirigidas al mismo fin polí-
tico que el resto de sus obras; 5^, por último, abordó, con éxito
todavía más infeliz, el teatro, que él no rechazaba en absoluto como
Rousseau, sino que aspiraba á convertir en instrumento de propa-
ganda cívica. «Yo considero el teatro únicamente como una escuela
pública (decía) La musa dramática es un gran instrumento en las
manos de la política Entre las producciones dramáticas, la trage-
dia es la más propia de un pueblo libre, y la más útil en las circuns-
CHILE 347
tancias actuales para inspirar odio á la tiranía y desplegar toda
la dignidad republicana.-»
En consonancia con esta absurda poética compuso tres dramas,
tan atestados de declamaciones como pobres de acción y de interés,
Camila ó la patriota de Sud- América, La Inocencia en el asilo de las
virtudes, y Lautaro. Ninguna de ellas se representó, y las dos últi-
mas ni siquiera llegaron á imprimirse. El público americano no se
había acercado bastante al estado de la naturaleza que para él
deseaba Henríquez, y prefería á sus soporíferos sermones democrá-
ticos aquellos otros espectáculos que Henríquez llamaba «fútiles,
enervantes, afeminados», tales como El Si de las niñas, que á los
ojos del ex fraile era «una inmoralidad y una bufonada, tolerable
sólo en pueblos estúpidos y bribones».
El otro poeta patriótico de aquella época, casi tan malo como fray
Camilo, no había nacido en Chile, sino en comarcas que hoy son
argentinas, en la ciudad de Santa Fe de la Veracruz, á orillas del
Paraná; pero es imposible omitirle aqui, porque fué autor del himno
nacional chileno, que todavía sigue cantándose, aunque creo que
con algunas modificaciones, las cuales dudo que literariamente le
hayan mejorado mucho. Lo más discreto, en nacionalidades ya adul-
tas y formales, como Chile y otras de América, sería renunciar á
todos esos himnos que en el concepto poético nada valen y que pro-
ducen el grave daño de renovar anualmente odios que son para olvi-
dados. Ninguna de las grandes naciones de Europa tiene himno, ni
necesita conmemorar el aniversario de su fundación ni de su indepen-
dencia quemando fuegos artificiales y cantando disparates mal acen-
tuados. Ni pueden decir los americanos que en esta parte les haya-
mos dado mal ejemplo, porque en España no se conmemora más
que una fecha patriótica, y esa no es un triunfo, sino un martirio.
El autor de la canción nacional chilena fué un profesor de Ju-
risprudencia, D. Bernardo de Vera y Pintado, discípulo de las Uni-
versidades de Córdoba de Tucumán y de Santiago de Chile. De ca-
rácter más ameno y regocijado que Camilo Henríquez, no tema
escrúpulo en componer versos festivos, amorosos y báquicos, dis-
tinguiéndose mucho en la improvisación y en los brindis y viniendo
á ser en pequeño el Arriaza de las tertulias de la colonia. Pero des-
348 CAPÍTULO XI
pues del 18 de Septiembre de 1810, el Dr. Vera, convertido en
revolucionario muy activo, trocó las rosas de Erato por la oliva de
Minerva, como se decía en el estilo mitológico de aquella era; co-
menzando por plantar en una de las ventanas de la casa del cabildo
de Santiago un cartel con enormes chafarrinones que contenían la
primera oda patriótica que se vio en Chile. El procedimiento de
exhibición no podía ser más primitivo, pero tampoco más seguro,
para atraerse lectores. Colaboró después en La Aurora de Chile, y
por su fama de repentista fué personaje obligado en todas las fiestas
y banquetes patrióticos de entonces. El y Fr. Camilo, cubiertos
siempre con el gorro frigio, se sentaban á la cabecera de la mesa y
cantaban alternativamente como dos rapsodas, á cual más roncos y
destemplados. En calidad de Auditor general de guerra del ejército
de los Andes asistió Vera á la batalla de Chacabuco en 1817, y en
1 8 19 recibió el encargo de escribir la canción patriótica que habían
de cantar los coros en el aniversario del 18 de Septiembre. Para sa-
tisfacer la curiosidad de los muchos españoles que seguramente no
conocerán el primitivo himno nacional chileno, transcribiremos al-
gunas estrofas, pésimas, sin duda, como poesía, pero que tienen,
como todas las de su clase, el valor de un documento histórico:
«Dulce patria, recibe los votos
Con que Chile en tus aras juró.
Que ó la tumba será de los libres,
O el asilo contra la opresión.
Ciudadanos, el amor sagrado
De la patria os convoca á la lid.
Libertad es el eco de alarma;
La divisa triunfar ó morir.
El cadalso ó la antigua cadena
Os presenta el soberbio español...
Arrancad el puñal al tirano;
Quebrantad ese cuello feroz...
Habituarnos quisieron tres siglos
Del esclavo á la suerte infeliz,
Que al sonar de sus propias cadenas.
Más aprende á cantar que á gemir.
Pero el fuerte clamor de la patria
Ese ruido espantoso acalló,
CHILE 349
Y las voces de la independencia
Penetraron hasta el corazón...
Los tiranos en rabia encendidos
Y tocando de cerca su fin,
Desplegaron la furia impotente,
Que, aunque en vano, se halaga en destruir.
Ciudadanos, mirad en el campo
El cadáver del vil invasor...
¡Que perezca ese cruel, que el sepulcro
Tan lejano á su cuna buscó! .
Esos valles también ved, chilenos,
Que el Eterno quiso bendecir,
Y en que ríe la naturaleza
Aunque ajada del déspota vil.
Al amigo y al deudo más caro
Sirvan hoy de sepulcro y de honor.
Mas la sangre del héroe es fecunda,
Y en cada hombre cuenta un vengador.
Del silencio profundo en que habitan
Esos manes ilustres oid
Que os reclaman venganza, chilenos,
Y en venganza á la guerra acudid.
De Lautaro, Colocólo y Rengo
Reanimad el nativo valor,
Y empeñad el coraje en las fieras
Que la España á extinguirnos mandó.
Esos monstruos que cargan consigo
El carácter infame y servil,
¿Cómo pueden jamás compararse
Con los héroes del cinco de Abril?
Ellos sirven al mismo tirano
Que su ley y su sangre burló;
Por la patria nosotros peleamos,
Nuestra vida, libertad y honor.,.» (i).
El Dr. Vera, lo mismo que Camilo Henríquez, trabajó alguna vez
para el teatro, en varias loas y otras composiciones de circunstan-
(i) Tengo entendido que el moderno y apreciable poeta D. Ensebio Lillo
compuso en 1847 un nuevo himno que oficialmente sustituyó al antiguo,
aunque todavía éste siguió cantándose. Ya he indicado antes lo que pienso
de toda esta literatura de los himnos; pero á lo menos el del Sr. Lillo no ten-
drá faltas métricas como el de Vera.
350 CAPITULO XI
cias, siempre con la mira de «imbuir espíritu de independencia y
libertad» (l). Pasaba por volteriano y fué uno de los pocos que se
pusieron de parte de Camilo Henríquez cuando, á consecuencia de
haber llamado el ex fraile á Voltaire, Rousseau y Montesquieu «los
apóstoles de la razón, que han lanzado al Averno la intolerancia y
el fanatismo», saltó contra él á la palestra el dominico Fr. Tadeo
Silva en el Aviso del Filósofo Rancio, en Los Apóstoles del Diablo, y
en El Observador Eclesiástico.
Con mejor gusto y más letras que Camilo Henríquez y el Doctor
Vera cultivaban por entonces la poesía, á título de meros aficiona-
dos, dos personajes políticos de mucho viso é influencia: D, Ventu-
ra Blanco Encalada, de quien ya se ha dado razón al hablar de los
poetas de Bolivia, á cuya región pertenece por su nacimiento; y el
limeño D. Juan Egaña, á quien sus tareas de estadista y legisla-
dor, autor de Constituciones y Proyectos de ley, y hasta del Censo
general de Chile, no impidieron desempeñar por muchos años la
enseñanza elemental de retórica y poética en el Instituto Nacional
de Santiago, y ensayar no sólo la poesía lírica, sino la dramática.
Suya es la más antigua obra escénica impresa en Chile; una traduc-
ción libre y modificada de la Cenobia, de Metastasio, con este títu-
lo: Al amor vence el deber. Melodrama para cantar ó representar: en
obsequio de la ilustre Marfisa. Del mismo Metastasio tradujo la fa-
mosa canción Nise ó la perfecta indiferencia (« Grazie a gli inganni
tuoi»), que ya antes, y con bien poca fortuna, había puesto en cas-
tellano Meléndez. Quedan los títulos de otras piezas teatrales de
Egaña; dos comedias: La porfía contra el desdén y El amor no halla
imposibles, y tres saínetes: Polijronte ó el valor ostensible. El marido
y su sombra y Amor y gravedad (2).
Tan desmedrada vivió la poesía en Chile durante el período re-
(i) Amunátegui en La alborada poética (pág. 387-395) transcribe una que
sirvió de introducción á la tragedia de Guillermo Tell (¿de Lemierre?), repre-
sentada en Santiago la noche del 12 de Febrero de 1820.
(2) Vid . Los primeros años del Insütuio Nacional (1S13-1835), por Domingo
Amunátegui Solar (Santiago de Chile, 18S9, págs. 37-69 y 93-103), donde se
contienen muchos datos sobre Egaña, como reformador de la enseñanza y
autor de planes pedagógicos.
CHILE 351
volucionario. Mientras en otras partes cantaban un Olmedo, un
Bello, un Heredia, en Chile no hubo ni siquiera un versificador com-
parable á Fernández Madrid ó á Sánchez de Tagle. Los chilenos lo
confiesan sin ambages, y por lo mismo que luego han adelantado
tanto y que en ciertos puntos van á la cabeza de la cultura ameri-
cana, no tienen reparo en añadir que esta pobreza se extendía á to-
das las manifestaciones del espíritu, y que Chile era positivamente
la más atrasada de todas las nacientes repúblicas hispano-america-
nas. La Universidad de San Felipe no era más que una sombra, y
el Instituto Nacional^ organizado en 18 1 3 y restablecido en 1819,
no pasaba de ser una escuela normal con mezcla de seminario. La
clase llamada de eloaiencia é historia literaria generaU se reducía á
aprender de memoria el compendio de las Lecciones de Blair forma-
do por D. José Luis Munárriz. Como temas de oratoria solían darse
á los alumnos el elogio del general (sic) araucano Lautaro y otros
análogos. Hacíanse, sin embargo, loables aunque lentos esfuerzos
para reponer otros estudios }'■ darles sólida base. Durante el recto-
rado del ingeniero francés Carlos Lozier, se reformó la enseñanza de
las matemáticas y de la física. Más adelante, D. José Miguel Varas
y D. Ventura Marín, dieron más amplitud á los estudios filosóficos,
primero sobre la base de la ideología de Destutt-Tracy y luego so-
bre el sensualismo mitigado de Laromiguiére, de donde el segundo
de ellos pasó luego á la filosofía escocesa, recibiendo además la in-
fluencia kantiana, aunque indirectamente y por medio de Cousin.
Pero el progreso literario continuaba muy rezagado respecto del
científico, y así permaneció hasta que tres hechos capitales vinieron
á despertar la actividad dormida. Estos tres hechos fueron la estan-
cia de D. José Joaquín de Mora desde 1 828 á 1831; el estableci-
miento en Chile y el largo magisterio de D. Andrés Bello, desde
1829; y la emigración de algunos escritores argentinos, fugitivos de
la tiranía de Rosas, en 184 1.
El gaditano Mora, de cuyas posteriores andanzas en el Perú y en
Bolivia tenemos ya alguna noticia, llegaba á Chile de Buenos Aires,
á donde le había atraído en 1826 el gran gobernante Rivadavia
para que redactase el periódico oficial. Envuelto en la caída de
aquel Presidente, de cuya política había sido acérrimo defensor.
352 CAPITULO XI
recibió honrosa invitación del Gobierno de Chile para pasar á aque-
lla República y «emplearse en objetos de utilidad pública». Aceptó
la invitación y el puesto de Oficial mayor de la Secretaría de Esta-
do, y llegó á Santiago precedido de la fama literaria que le habían
granjeado en toda la América española los numerosos libros y pe-
riódicos que para ella había publicado en Londres. En Chile la pro-
digiosa actividad de Mora tuvo las más diversas manifestaciones.
Afiliado en el partido radical, del cual llegó á ser ídolo, redactó la
Constitución de 1 828 y varias leyes, entre ellas la de Imprenta, con-
virtiéndose (como se ha dicho con gracia) en el Solón de aquella
incipiente República. Bajo los auspicios del presidente Pinto, y con
amplios auxilios oficiales, abrió un grande establecimiento de edu-
cación, el Liceo de Chile^ y compaginó para él una serie de libros
elementales de Gramática latina. Derecho natural y de gentes. De-
recho romano, Geografía descriptiva y otras materias, de las más
variadas y heterogéneas. El plan de estudios de aquel colegio, que
en ia parte científica dirigía otro español, D. Andrés Antonio de
Gorbea, comprendía las matemáticas, desde la aritmética hasta los
cálculos diferencial é integral; la física, la química y la astronomía.
La enseñanza de las humanidades aparecía perfectamente graduada
en cinco años, dándose especial importancia á la lectura y análisis
de los clásicos latinos y castellanos, y alternando este estudio con
nociones de historia, literatura española, ideología y economía polí-
tica, que se explicaba por el Tratado de James Mili. Quizá Mora,
que era el alma del colegio, no tenía más que superficiales conoci-
mientos de muchas de estas materias; pero así y todo, su nivel cien-
tífico era tan superior al del país en que había ¡do á establecer su
cátedra, y era tan nueva y amena su forma de exposición y ense-
ñanza, que debió de ser, y fué en efecto, recibido como un prodi-
gio. Al mismo tiempo fundaba El Mercurio Chileno, la primera
revista digna de tal nombre, que apareció en aquella República; es-
cribía de política en El Constituyente] daba al teatro, huérfano en-
tonces de autores y de actores, dos comedias, El Marido ambicioso
(imitación de Picard) y El Embrollón, y publicaba innumerables
versos, muchos de los cuales no fueron recogidos en ninguna de
sus dos colecciones poéticas, no porque en mérito cedan á los res-
CHILE 353
tantes, sino por motivos de índole política y personal. Mora era en-
tonces muy revolucionario y muy mal español, hasta el punto de
haber aceptado carta de ciudadanía en Chile; y cuando el tiempo
vino á modificar sus ideas, puso grande empeño en hacer olvidar ó
ignorar en España esta parte de su vida, tan brillante bajo el as-
pecto literario como desastrosa bajo el político.
Ya hemos tenido ocasión de advertir que Mora, excelente poeta
en la narración joco-seria, en la sátira y en la fábula, no pasa de ser
un versificador primoroso, aunque frío y amanerado, en el género
lírico, propiamente dicho. Pero son tales sus recursos técnicos, que
llega á simular la inspiración que le falta; y de todas suertes, sus
versos, sonoros y nutridos, aventajaban de tal modo á todos los que
se habían oído en Chile desde el remotísimo tiempo de Pedro de
Oña, que no nos maravilla el entusiasmo con que fué recibido, por
ejemplo, el Canto fúnebre en honor de los hermanos Carreras, ó la
epístola á Martínez de la Rosa, donde se leen estancias de tan noble
y sostenido tono como la siguiente:
Ya es tiempo de que imprima
Tu genio al arte hispano impulso noble
De más alta ambición. Cual alza el roble
Frondosos brazos, sólidos, robustos,
Sobre humildes arbustos,
Tal erguido descuellas
Entre los vates de tu edad. Dirige
Tu vuelo raudo á las mansiones bellas.
Do la meditación callada rige
Los pasos del altivo pensamiento,
Y presta le conduce
De portento en portento;
Do inmaculado el claro nombre luce
Del cantor de Ilion, y el grande Urbino
Tomó el pincel divino;
Donde á Bacón se descubrió el arcano
Del espíritu humano,
Y al Dante adusto la región umbrosa.
^Qué aguardas? Afanosa
La humanidad, cual si escondido numen
Con celeste vigor la enfureciera.
354 CAPITULO XI
Avanza y precipita su carrera.
En sed de grandes cosas se consumen
Los pueblos agitados,
Los climas apartados,
Las soledades mudas,
Donde imperaba el Austro, do vivían
Tribus dispersas, rudas;
Los incógnitos llanos que aturdían
Del Ohio las corrientes turbulentas
Se cubren de ciudades opulentas:
Ya no hay barreras para el hombre. El Noto
Desencadena en vano sus rugidos,
Y en vano entumecidos
Se abren los senos de Anfitrite airada:
Tranquila en tanto al Hindostán remoto
Boga la nave, cuyas fuerzas mueve,
Por la anchura irritada,
Vapor activo y leve *
Que ponderosa construcción opiime.
Canta en eco subiime
Tanto prodigio, y la grandiosa escena
Que abre la industria á la ventura humana,
Distribuyendo en la región lejana.
Antes de errores y miseria llena,
Con el fruto sutil de sus telares
De las ciencias los puros luminares...
Mora, que después fué tan enemigo de los versos sueltos, y con
tan fútiles razones intentó desacreditarlos, los hacía entonces con
facilidad suma. Así lo prueba, aunque no honre mucho sus senti-
mientos patrióticos, la alocución que compuso para que fuese reci-
tada en el teatro en el aniversario del i8 de Septiembre.
Cetro rompimos que á la vez pesara
Sobre la fértil vega donde gira
Pomposo el Eridano, y en los montes
De Anahuac opulento, en el alcázar
Del potente califa, y en la margen
Del agitado Magdalena; cetro
Que envolvió en sus tinieblas espantosas
El maléfico error; cetro manchado
En sangre de oprimidos, y cubierto
CHILE
355
Con maldición y lloros. Lo rompimos,
Y en su lugar lozana, victoriosa,
Se alza la libertad, cual castigada
De Tarquino la audacia se alzó en Roma
Con austeras virtudes, y ceñida
De inflexible vigor; cual en Atenas,
Grata al comercio y al saber, y ansiosa
De gloria y de esplendor; cual en la orilla
Del Delawar, modesta, infatigable,
Dócil al eco del precepto justo
Del genio y de las artes protectora.
¡Hijas del cielo! ¡Leyes venturosas!
Reinad inconmovibles; á raudales
Verted dicha, reposo y opulencia
Sobre el pueblo sumido. ¡Que á la sombra
De vuestra égida, rompa el duro arado
Nuevas llanuras, y su faz adornen
Opimos frutos y dichosas gentes!
Cubra el mar de Occidente, flameante
La tricolor bandera, y con los frutos
Del suelo patrio, á la región opuesta,
Que Chile es grande y poderosa anuncie.
La ciencia triunfe del error, y ensanche
La existencia mental, y purifique
Nuestra mansión espléndida, y transforme
Su voz potente en plácidos canales
La vertiente espumosa, los desiertos
En vastos focos de labor activa,
Y el patrio hogar en templo de virtudes...
La posición de Mora en Chile podía ser para algunos envidiable
pero estaba cercada de peligros que él, con la viveza é impetuosidad
propias de su carácter y con la soltura de lengua de que entonces
adolecía, pareció como que se complaciese en acumular sobre su
cabeza. La experiencia de lo que le había pasado en Buenos Aires
no había sido suficiente escarmiento para que dejase de tomar parte
n.uy activa en las luchas de un país al cual sólo por adopción per-
tenecía, y en el cual realmente todo el mundo le consideraba como
extranjero. Servía de instrumento á los liberales, pero al mismo
compás que crecía la admiración de éstos, iba cosechando odios in-
356 CAPÍTULO XI
extinguibles en el bando opuesto de los conservadores, á quienes en
Chile llamaban por aquellos años pehicones. Este partido, al cual
pertenecía el nuevo director del Instituto Nacional, el presbítero
D. Juan Francisco Meneses, antiguo y fervoroso realista, y adicto
en todo á las tradiciones de la colonia aun después de haber pasado
al servicio de la joven República, declaró la guerra al Liceo de Mora
y á su enseñanza; apoyando en contra de él, primero á ciertos pro-
fesores franceses que trajo D. Pedro Chapuis, por el sistema de con-
trata de sabios extranjeros, adoptado á la sazón en Chile, y que no
sé si enteramente ha desaparecido á pesar de los grandes progresos
ulteriores de la cultura indígena; y luego al ilustre fundador del Co-
legio de Santiago, D. Andrés Bello, traído de Londres, también por
contrata, en 1 829, y oficial en el ministerio de Relaciones Exterio-
res. Nacieron de aquí agrias é interminables polémicas en que Mora
triunfó sin gran dificultad de la que él llamaba colonia de sabios ó
barcada de profesores franceses, los cuales no llegaron á entenderse
con ^Ir. Chapuis ni á cobrar sus sueldos ni á plantear el proyectado
colegio, si bien la mayor parte de ellos pasaron al de Santiago^ pri-
mero bajo la dirección del clérigo Meneses, y luego bajo la de Bello.
Pero su furor se estrelló contra la ciencia de éste, más sólida y po-
sitiva que la suya; y aunque la polémica entablada entre ambos tuvo
mucho de pueril y versó únicamente sobre tiqíás-rniquis gramatica-
les, degenerando en torneo pedantesco (l). Mora no llevó la mejor
parte; quedó maltrecho en la opinión, acabó de granjearse enemigos
con la intemperancia de sus contestaciones, perdió los auxilios oficia-
les que se daban al Liceo, tuvo que cerrarle, y exasperado con su
derrota, se lanzó ciegamente en la oposición más radical y facciosa
contra el presidente Ovalle y el verdadero jefe de los conservado-
res, L). Diego Portales. Pero este ilustre hombre de estado, el go-
bernante más enérgico que ha tenido Chile, no era de los que sufren
con paciencia los atentados contra el principio de autoridad; así es
(i) Rompió el fuego Mora en una oración maugural á& la clase de orato-
ria del Liceo de Chile. La censuró Bello en una serie de artículos insertos
en El Popular. Replicó Mora en tres papeles sueltos, firmados por los alum-
nos de oratoria del Liceo.
CHILE 357
que después de haber perseguido judicialmente á Mora y sus perió-
dicos, acabó por prenderle y expulsarle del país. Mora,, que tenía
especial habilidad para componer letrillas, casi tan buenas como las
de Bretón, tomó de sus adversarios el mejor desquite que en su si-
tuación cabía, lanzando contra Ovalle y Portales aquella tan chistosa
de El uno y el otro, que todavía muchos chilenos repiten de coro:
Quitándonos el sombrero
Gritaremos á ]a par:
¡Felices noches^ don Diego!
¡Abur, don José Tomás!
En Lima, donde Mora encontró refugio y protección, estableció
un nuevo colegio, dio á luz nuevos libros y continuó desatándose
en denuestos, no ya contra el partido conservador, sino contra
todos los chilenos en general, á quienes llamaba «bípedos de la Beo-
da americana», calificándolos, además, de «potros y potrancas á
quienes había tenido que domar». El mismo se arrepintió más ade-
lante de estas injurias dictadas por la exasperación del momento; se
reconcilió con su antiguo adversario. D. Andrés Bello, mantuvo con
él amistad no rota sino por la muerte, y divulgó más que nadie en
España las nuevas de la prosperidad y del desarrollo de Chile. El
pueblo chileno olvidó también sus agravios con la generosidad pro-
pia de los fuertes, y hoy coloca el nombre de Mora entre los de sus
institutores más preclaros (l), pues aunque su enseñanza duró poco,
removió mucho los espíritus, dejando profunda huella en alguno tan
reflexivo como el de Lastarria, que se preció siempre de haber sido
discípulo predilecto del que en Chile llamaban el Gallego, aunque
fuese andaluz, como queda dicho.
La influencia de Bello fué, sin embargo, mucho más profunda y
saludable que la de Mora. No pertenece á este lugar la apreciación
de los méritos de aquel varón extraordinario á quien ya procuramos
dar á conocer en el estudio relativo á Venezuela; Bello, como poeta
no pertenece á Chile; sus dos composiciones magistrales y caracte-
(i) Bofi José Joaqziin de Mora, Apuntes biográjicos po?- Miguel Luis Amu-
nátegui. (Santiago de Chile, i88S.)
358 CAPITULO XI
rísticas, la Alocución d la poesía, la Silva á la agricultura en la zona
tórrida^ estaban escritas y publicadas en Londres desde 1 82 3 y 1825,
respectivamente. En Chile hizo pocos versos, y más bien traducidos
que originales. En cambio, á la educación de Chile dedicó los frutos
de la madurez de su entendimiento y de su cultura científica. Aque-
lla república le debió el Código Civil, los Principios del Derecho de
gentes, la Gramática castellana, y con ella el inapreciable bien de la
conservación de la integridad del idioma; los Principios de Ortolo-
gía y Métrica, todavía no superados hasta hoy; la Filosofía del enten-
dimiento, y con ella la propagación de las sabias y templadas ense-
ñanzas de la psicología escocesa; la organización de la Universidad
sobre el modelo de las de Inglaterra; y, dominándolo todo, un alto
y severo espíritu de disciplina moral y jurídica, que ha sido el más
duradero fruto de su enseñanza.
Bello no había ido á Chile á formar poetas, ni se le llamaba para
eso. Lo primero que hizo fué abrir cátedra de Gramática castellana,
que era lo más urgente, para que con el tiempo pudiesen florecer
poetas y prosistas. «Había pocos países en la América Española —
dice Amunátegui (l) — -donde se hablara y escribiera peor que en el
nuestro; aun las personas más condecoradas, las que ocupaban los
primeros puestos de la República, cometían á cada paso las faltas
de lenguaje más groseras y ridiculas. Podía decirse sin exageración
que aquella era una jerigonza de negros» (2).
Bello transformó todo esto en menos de diez años, ya con su en-
señanza en el Colegio d.e Santiago y en su propia casa, ya con aquel
otro género de magisterio que ejercía desde las columnas oficia-
les de El Araucano. «La gramática nacional — decía — es el primer
asunto que se presenta á la inteligencia del niño, el primer ensayo
de sus facultades mentales, su primer curso práctico de raciocinio;
es necesario, pues, que todo dé en ella una acertada dirección á sus
hábitos; que nada sea vago ni obscuro; que no se le acostumbre á
dar un valor misterioso á palabras que no comprende; que una filo-
(i) Página 156 de la biografía de Mora.
(2) Vida de D. Átidrés Bello, por Miguel Luis Amundiegid (Santiago de
Chile, 1882), pág. 404.
CHILE 359
solía, tanto más difícil y delicada cuanto menos ha de mostrarse,
exponga y clarifique de tal manera los hechos, esto es, las- reglas del
habla, que, generalizándose, queden reducidas á la expresión más
sencilla posible... Hay muchos que creen que el estudio de la lengua
nativa es propio de la primera edad, y debe limitarse á las escuelas
de primeras letras. Los que así piensan no tienen una idea cabal de
los objetos que abraza el conocimiento de una lengua, y del fin que
deben proponerse estudiándola. El estudio de la lengua se extiende
á toda la \'ida del hombre, y se puede decir que no acaba nunca.»
«La influencia del magisterio de Bello (dice Lastarria) fué inmensa
en aquella época, fué casi una dominación» (l). Pero como todas las
dominaciones, no dejó de ser combatida. El espíritu de anarquía, no
ya sólo literaria sino lingüística, levantó la cabeza contra la dicta-
dura de Bello, en las producciones de varios escritores argentinos
(Gutiérrez, Alberdi, López, Sarmiento), á quienes la tiranía política
de su país había forzado á buscar asilo en Chile en 1 840. Eran algu-
nos de ellos ingenios brillantes, de ardiente fantasía, que contrastaba
con la imaginación un tanto apocada y tímida de los chilenos; pero
su educación había sido enteramente francesa, su espíritu político
era el de la revolución del 89, su literatura la del romanticismo fran-
cés; su odio á todo lo español rayaba en manía; hacían alarde y gala
de ignorar nuestra literatura y de hablar pésimamente nuestra len-
gua, y ni sentían, ni pensaban, ni leían más que en francés. Aun el
mismo Gutiérrez, que había recibido educación clásica y era bastante
correcto en la dicción, y comenzaba ya á ocuparse en investigacio-
nes eruditas sobre la poesía colonial, no difería de los demás en
cuanto al fondo de las ideas, aunque sí en la manera de expresarlas.
Pero el principal representante de la demagogia literaria era el fa-
moso maestro de escuela y futuro Presidente de la República Ar-
gentina, D. Domingo Faustino Sarmiento, conocido aún en Plspaña
por la tremenda aunque merecida sátira de Villergas, Sarmenticidio-,
ó d mal sarmiento buena podadera.
(i) J. V. Lastarria. Recuerdos literarios. Datos para la historia literaria de
la América española y del progreso intelectual en Chile, 2.^ edición. Santiago de
Chile, 1885, pág. 69.
Meskndez y Vy.ijkYO,— Poesía hispano-atnericana. II. 23
360 CAPÍTULO XI
Era Sarmiento hombre originalísimo y excéntrico, así en su per-
sona como en sus ideas y en su estilo, que adolecían de todos los
defectos inherentes á su educación vagabunda y desordenada, y á
lo cerril é indómito de sus tendencias nativas, las cuales le arrastra-
ban á ser una especie de gancho de la república de las letras, intem-
perante, desmandado y sin freno en nada. Además, comenzaba á
escribir entonces; y su gusto, que no llegó á formarse nunca, estaba
virgen de toda influencia extraña que pudiera modificarle. Aquel
estro bravio y poderoso que había de inspirar las páginas calentu-
rientas de Facundo Qiiiroga^ de los Recuerdos de p?'ovmcia y de la
Campaña del ejército grande^ ardía ya en el cerebro de Sarmiento:
pero no había logrado aún la forma de expresión, selvática sin duda,
pero arrogante, apasionada y pintoresca, que realza aquellos libros,
los más originales quizá de la literatura americana. En 184I Sar-
miento no era más que un periodista medio loco, que hacía continuo
y fastuoso alarde de la más crasa ignorancia, y que habiendo de-
clarado guerra á muerte al nombre español, se complacía en estro-
pear nuestra lengua con toda suerte de barbarismos, afeándola ade-
más con una ortografía de su propia invención.
Sarmiento, sin embargo, como forastero que era, no hubiese roto
el fuego contra la enseñanza académica en Chile, como no le había
roto su compañero de emigración D. Vicente Fidel López, que desde
Febrero de 1842 redactaba, con la colaboración de Gutiérrez y de
Alberdi, la Revista de Valparaíso^ si á deshora no hubiese venido á
prestarles ocasión y armas un profesor chileno, que discípulo primero
de Mora, y luego de Bello, había conservado mucho más del espíritu
innovador del primero que del pacífico y mesurado del segundo, y
que ya por entonces había levantado la bandera de la emancipación
mental de Chile, en el sentido de romper con todas las tradiciones de
la colonia. Era éste D. José Victorino de Lastarria, espíritu rígido y
anguloso con apariencias de positivo, sectario fanático de un ideal de
política abstracta que pretende someter á teoremas inflexibles el rico
contenido de la historia y la complejidad de los actos humanos (l).
(i) Vid. la extensa biografía de D. José Viciorino Lastarria, por Joaquín
Rodn'gtiez Bravo. Santiago de Chile, imp. Barcelona, 1892.
CHILE 361
Lastarria fundó en 1842 una Sociedad literaria, compuesta en su
mayor parte de estudiantes, y en la inauguración leyó un discurso
que; él consideraba como un monumento de gloria, por lo cual le
reproduce íntegro en sus Recuerdos literarios. En él se leían estos
conceptos: «.Durante la colonia no rayó jamás la luz de la civili-
zación en nuestro suclo^ ¡y cómo había de rayar! La misma nación
que nos encadenaba á su pesado carro triunfal, permanecía domi-
nada por la ignorancia, y sufriendo el ponderoso yugo de lo ab-
soluto en política y religión...» «Hay una literatura que nos legó
la España con su religión divina, con sus pesadas é indigestas leyes,
con sus funestas y antisociales preocupaciones. Pero esa literatura
no debe ser la nuestra, porque al cortar las cadenas enmohecidas
que nos ligaran á la Península, comenzó á tomar otro tinte muy di-
verso nuestra nacionalidad...» «Es necesario que desarrollemos
nuestra revolución y la sigamos en sus tendencias civilizadoras, en
esa marcha peculiar que le da un carácter de todo punto contrario
al que nos dictan el gusto, los principios y las tendencias de aquella
literatura.» Lastarria no renegaba enteramente de la lengua: «¡Ah,
no! ¡Este fué uno de los pocos dones preciosos que nos hicieron los
conquistadores sin pensarlo!» Y prosiguiendo con la quimera de
una literatura nacional chilena, antípoda de la española aunque se
expresase en la misma lengua, añadía: «Fuerza es que seamos origi-
nales; tenernos dentro de nuestra sociedad todos los elementos necesa-
rio's para serlo, para convertir nuestra literatura en la expresión au-
téntica de nuestra nacionalidad.»
Sarmiento, en un artículo del Mercurio de Valparaíso (periódico
que salía de las prensas del tipógrafo catalán D. Manuel Rivade-
neyra, después tan célebre como editor de la Biblioteca de Autores
Españoles), se apoderó ávidamente del discurso de Lastarria, para
comentarle á su modo y herir á Bello y su escuela con mortifican-
tes alusiones. Era tesis suya, que «países como los americanos, sin
literatura, sin ciencias, sin artes, sin cultura, aprendiendo recién (sic)
los rudimentos del saber, no podían tener pretensiones de formarse
un estilo castigado y correcto, que sólo puede ser la flor de una
civilización desarrollada y completa». Atribuía luego la esterilidad
poética de Chile, «á la perversidad de los estudios, al influjo de los
362 CAPÍTULO XI
gramáticos, al respeto á los admirables modelos que tenían agarro-
tada la imaginación de los jóvenes». Y, finalmente, tirando ya la
piedra á tejado conocido, designaba claramente á Bello, aunque sin
nombrarle, y se atrevía á pedir nada menos que su expulsión del
país por el crimen nefando de saber gramática. «Por lo que á nos-
otros respecta, si la ley del ostracismo estuviese en uso en nuestra
democracia, habríamos pedido en tiempo el destierro de un gran
literato que vive entre nosotros; sin otro motivo que serlo dema-
siado y haber profundizado, más allá de lo que nuestra naciente
literatura exige, los arcanos del idioma, y haber hecho gustar á
nuestra juventud del estudio de las e>íterioridades del pensamiento
y de las formas en que se desenvuelve nuestra lengua, con menos-
cabo de las ideas y de la verdadera ilustración. Se lo habríamos
mandado á Sicilia, á Salva y á Hermosilla, que con todos sus estu-
dios no es más que un retrógrado absolutista, y lo habríamos aplau-
dido cuando lo viésemos revolearlo en su propia cancha] allá está
su puesto, aquí es un anacronismo perjudicial.»
De este modo proseguía Sarmiento, desbarrando con tan poco
sentido común como gramática, cual si quisiese confirmar con el
ejemplo lo mismo que teóricamente predicaba. «No hay esponta-
neidad (decía); hay una cárcel guardada á la puerta por el inflexible
culteranismo (sinónimo para Sarmiento de literatura culta), que da,
sin piedad, de culatazos al infeliz que no se le presenta en toda for-
ma. Pero cambiad de estudios, y en lugar de ocuparos de la forma,
de la pureza de las palabras, de lo redondeado de las frases, de lo
que dijo Cervantes ó Fr. Luis de León, adquirid ideas de donde
quiera que vengan, nutrid vuestro pensamiento con las manifesta-
ciones del pensamiento de los grandes luminares de la época... En-
tonces habrá prosa, habrá poesía, habrán (sic) defectos, habrán be-
llezas. La crítica vendrá á su tiempo y los defectos desaparecerán.»
Sarmiento, que se titulaba con énfasis «ignorante por principios,
ignorante por convicción» (como si la ignorancia fuese alguna vir-
tud muy recomendable y extraordinaria), parecía ignorar, entre
otras muchas cosas, que esas soberbias profesiones de no saber
nada y de pisotear la lengua propia para vengarse de no acertar á
escribirla, lejos de seir un rasgo de heroico americanismo, eran cosa
CHILE 363
corriente entre los románticos españoles, si bien, á decir verdad,
nunca llegaron entre nosotros las cosas al punto de demencia que
revelan los renglones transcritos. Ni llegaron tampoco en Chile, gra-
cias á la sana influencia de I). Andrés Bello, el cual representaba
allí el mismo género de disciplina que "D. Alberto Lista entre nos-
otros. Bello, por la gravedad de su carácter y de sus funciones ofi-
ciales, no intervino ni podía decorosamente intervenir en un debate
donde tan inoportunamente se traía su nombre, casi por los mismos
días en que otro patriota chileno y rabioso enemigo de los españo-
les, D. Juan Miguel Infante, le llamaba en letras de molde nada
menos que miserable aventurero, por el capital crimen de querer
que se enseñase Gramática latina y Derecho romano, estudios pro-
pios tan sólo, según la opinión del tal Infante, para crear generacio-
des de esclavos y de godos contumaces y empedernidos. Pocas ve-
ces la barbarie se ha presentado con tan candorosa franqueza, y
pocos hombres han contraído tanto mérito con ningún país como el
que Bello contrajo, alejándola para siempre de Chile. Enfrente de
adversarios que en política y en derecho querían retrogradar á los
tiempos de Caupolicán, y en literatura no concebían la independen-
cia del genio más que como la de un jinete de las pampas, mantuvo
los derechos imprescriptibles de la razón y del gusto, y ni siquiera
pudo ser tachado de clasicismo intolerante, puesto que en 1841
había dado á luz una poesía enteramente romántica. El incendio
de la Compañía, muy elogiada por el mismo Sarmiento; y se prepa-
raba á enriquecer nuestra lengua con las bellísimas imitaciones de
Víctor Hugo, que fueron apareciendo en El Museo de Ambas Amé-
ricas, fundado en Valparaíso en 1842 por el colombiano García del
Río (antiguo colaborador suyo en el Rcpei'torio Americano de Lon-
dres); y en el Semanario de Santiago, periódico que aquel mis-
rao año y en son de desagravio de la juventud chilena contra las
diatribas de Sarmiento, que parecía negarles todo género de apti-
tud para las bellas letras, comenzaron á publicar varios discípu-
los de Bello. En aquellas columnas se dio á conocer un escritor
de costumbres J. I. Vallejo (Jotabeché), imitador de Fígaro y de
El Curioso Parlante; y allí apareció también el primer poema chi-
leno, de alguna extensión é importancia entre los que produjo
364 CAPÍTULO XI
la nueva generación, El Campanario., de D. Salvador Sanfuentes.
Sanfuentes no hacía entonces sus primeras armas; ya era conoci-
do por una traducción en verso c^e la Ingenia, de Racine, de la cual
había publicado Bello algunos trozos en el periódico oficial, reco-
mendándola con singulares elogios, cuando el traductor apenas
tenía diez y siete años. En los primeros números del Semanario
escribió sobre clasicismo y romanticismo, provocando la indig-
nación de los argentinos López y Sarmiento. Al segundo quiso
responder de un modo más directo en el prólogo de su poema,
compuesto expresamente como ensayo de la capacidad poética de
los chilenos. El Campanario fué puesto en las nubes por el entu-
siasmo local, y tuv^o un valor de circunstancias, que es preciso des-
contar hoy de su mérito absoluto. Es una imitación evidente de las
leyendas Españolas, de Mora; pero está á mucha distancia de lo que
en este género hacía en Guatemala Batres. La narración de San-
fuentes es sosa, y la parte sentimental de su cuento vale poco, pero
tienen chiste las descripciones de algunos tipos y costumbres de la
colonia, y están lindamente hechas las octavas jocosas en que se
describe la vida plácida y regalona de un Marqués del antiguo ré-
gimen.
Sanfuentes, á pesar de sus tareas políticas y forenses, siguió escri-
biendo muchos versos; pero nunca llegó á obtener un éxito que su-
perase al de su primer ensayo, ni pasó nunca de una medianía ele-
gante. Tradujo el Británico, de Racine, con la misma «exactitud y
propiedad de lenguaje, y tacto fino en variar las cesuras del metro»,
que había elogiado Bello en su versión juvenil de la Ingenia en Au-
lide. Tradujo con igual esmero, pero con más libertad, Los celos in-
fundados (Le cocu imaginaire) de Moliere. Su teatro original, aparte
de algunos ensayos juveniles que él mismo destruyó, se compone
de tres piezas originales: Carolina, Cora ó la Virgen del Sol y Juana
de Ñapóles; pero aun esta última, que es la más ^preciable, se deja
leer con fatiga, y no sabemos si resistiría la prueba de las tablas. En
la poesía narrativa, que era su género predilecto, se sostuvo siem-
pre con facilidad y desembarazo, é hizo loables esfuerzos para dar
á sus obras color de naturaleza americana; pero á pesar de haber
escrito tres largas leyendas. El Bandido, Inami ó la laguna de Ran-
CHILE 365
f
co^ Htientemagu, y un poema en dos volúmenes, La Destrucción de
la Imperial, que tiene nada menos que 17.626 versos, continuó
siendo para todo el mundo el autor de El Campanario. Preciábase
de imitador de Ercilla, y ha sido, probablemente, el último discí-
pulo aventajado de su escuela, la cual tenía más razón para durar
L'n Chile que en ninguna otra parte (l).
Entre los redactores del Semanario de Santiago figuraban, al lado
de Sanfuentes, otros poetas principiantes: D. Hermógenes Irisarri,
hijo del famoso escritor guatemalteco D. Antonio José, á quien su-
peró en estro lírico y elegancia de versificación, ya que no igualase
su ingenio acerado y vasta doctrina (2); D. Jacinto Chacón, autor de
un poema fragmentario, Lamiijer; los dos hijos de D. Andrés Bello,
D. Carlos y D. Francisco, el primero de los cuales dio á la escena
un ensayo de drama romántico, Los amores de un poeta, muy aplau-
dido entonces como primer paso del ingenio nacional en tan diiícil
(1) Don Salvador Sanfuentes y Torres nació en Santiago de Chile el 2 de
Febrero de 1817. Era el discípulo predilecto de D. Andrés Bello. Su carrera
administrativa fué brillante. Tuvo á su cargo en varias ocasiones el Ministe-
rio de Justicia, Culto é Instrucción pública, y el de Estado. Estas elevadas
funciones no le impidieron desempeñar con gran lucimiento la de Secretario
general de la Universidad de Chile, durante el rectorado de Bello. Falleció
en 17 de Julio de 1860, siendo Decano de la Facultad de Humanidades de la
misma Universidad. Además de las obras citadas en el texto, dejó un drama
sin terminar, Don Francisco de Mecieses, y presentó á la Universidad en 1850
una Memoria histórica, Chile desde la batalla de Chacabnco Itasia la de MaipQ.
En la Revista de Ciencias y Letras (1857) publicó las cuatro primeras partes
de otro poema, Teudo, ó Memorias de un solitario.
Acerca de Sanfuentes, vid. Amunátegui, Juicio crítico de algunos poetas
hispano-americanos. Obra premiada en el certamen abierto por la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile el año 1859. (Santiago, 1861 ,
páginas 277-315), y Las primeras representaciones dramáticas efi Chile, pá-
ginas 1S6-205.
(2) Tradujo H. Irisarri en verso la tragedia Francesca de Rímini, de Silvio
Pellico, y el drama de A. Dumas, Carlos Vil entre sus grandes vasallos, y en
prosa, Una sola falta, de E. Scribe, y Los cuentos de la Reina de Navarra, del
mismo Scribe y de Legouvé. En La Semana, revista fundada por los herma-
nos Alemparte en 1859, publicó una serie de siete cartas sobre el teatro
moderno.
366 CAPÍTULO XI
carrera, y muy olvidado después como fruto prematuro y sin sazón.
Hubo entonces otras tentativas teatrales, como las del español Don
Rafael Minvielle, que además de sus arreglos del Antony y del Her-
nani^ compuso un drama original, Ernesto (l). Pero todas estas pro-
ducciones mediocres no sirven más que como datos de la cronolo-
gía literaria.
Mucho antes que se hubiesen dado á conocer los noveles ingenios
citados hasta aquí, y con independencia en cierto modo del movi-
miento universitario promovido por Mora y Bello, escribía notables
versos una esclarecida matrona que ha dejado en Chile tan gratos
recuerdos por su piedad y sus virtudes, como por su talento.
Cuando en 1837 sucumbió bajo el plomo de vulgares asesinos polí-
ticos el gran magistrado D. Diego Portales, un clamor de angustia
se levantó de todos los confines de la República chilena, y la poe-
sía," que hasta entonces sólo había acertado á exhalar roncos sones,
así en las tribulaciones como en las alegrías de la patria, se asoció
dignamente á aquel inmenso duelo en las vigorosas estancias de up
Canto fúnebre^ que corrió anónimo de mano en mano, excitando la
admiración común, sin que nadie pudiera atinar con el nombre de
su autor verdacfero. Salvo Bello y D. Felipe Pardo, que por enton-
ces estaba emigrado en Chile, no había persona en el país capaz de
escribir versos de tan noble sentimiento, de tan elevado espíritu,
de tan pura y briosa dicción. No eran, ni con mucho, los primeros
de su autora, de quien bien puede decirse que se había educado á sí
(i) Minvielle era natural de Játiva, y emigrado liberal de 1823, primero
en la República Argentina y luego en Chile, donde prestó muchos servicios
á la enseñanza. Además de las piezas citadas, tradujo otras de Adolfo Den-
nery, Aniceto Bourgeois, Victoriano Sardou, y Teodoro Barriere, entre ellas,
Las rmijeres de mármol.
Falleció en 1887. Puede leerse su biografía en Las primeras representaciones
dratnáticas en Chile, de Amunátegui (páginas 315-334).
Para completar, en lo posible, la ligera enumeración del repertorio del
teatro chileno en estos años, hay que citar la traducción que D. Andrés Bello
hizo de la Teresa, de Dumas; El Proscripto, de Soulié, arreglado por Lasta-
rria, autor también de alguna comedia original; la tragedia de Sheridan,
Bizarro, traducida del inglés por D. Juan García del Río, y alguna otra de
menos importancia.
CHILE 367
misma con la lectura de algunos libros españoles y franceses, espe-
cialmente piadosos, y con el trato de algunas personas cultas,
como D. Ventura Blanco Encalada y el mismo Bello. De ellos pudo
aprender la corrección de la frase y el arte de la forma limpia y
castiza; pero la fuente de los afectos poéticos la encontró sin estu-
dio dentro de su propia alma dulce, religiosa y modesta. No fué
nunca literata de profesión, sino ejemplarísima mujer de su casa,
que sólo escribía versos cuando la devoción, la caridad ó la piedad
iTiaternal se los dictaban. Entonces corría su vena, fácil y sin es-
íuerzo, espontánea y candorosa, demasiado abundante en ocasiones
y expuesta á los peligros de la facilidad excesiva. Hay redundancia
de palabras en sus mejores composiciones. El Canto fúnebre^ ya ci-
tado, el Canto á la caridad^ la Plegaria al pie de la Cruz, ganarían
todas reducidas á menos versos, y así podrían eliminarse algunos
prosaicos y desmañados, que de vez en cuando las desdoran. Quizá
escribió también demasiadas composiciones de índole familiar y ca-
sera. Pero la sinceridad lírica es tan evidente, y tan puro el manan-
tial de que brota, y tan hermoso el corazón que se refleja en aque-
llos versos, que puede suscribirse sin ambajes al juicio de Bello,
cuando en 1859 llamaba á esta poetisa chilena «la musa de la ca-
ridad cristiana, que tiene gemidos para todos los dolores, y sólo
presta su voz á los afectos generosos». No lo negará quien haya
leído aquellas estancias suyas, que comienzan: «.Dulce es morir-»:
Dulce es morir, cuando en la edad primera,
Con la aureola feliz de la inocencia,
Parece del Señor en la presencia
El alma juvenil,
Como candida flor de la pradera,
Que, para ornar al templo soberano,
Separó diestra, cuidadosa mano
De su tallo gentil
Dulce es morir, cuando una fe sublime
Al hombre le revela su destino,
Y de flores y palmas el camino
Le siembra de la cruz;
Y al débil ser que en este mundo gime
Agobiado de penas y dolores,
368 CAPÍTULO XI
Transforma de la muerte los horrores
En apacible luz
Dulce es morir, cuando en la edad temprana
El alma, como candida paloma,
Vuela desde los montes de la aroma,
En pos del seralín;
Diáfana exhalación, que en la mañana,
Matizada con tinte de oro y rosa,
Se disuelve brillante y pudorosa
Del cielo en el confín
Ni faltan en las poesías de Doña Mercedes Marín rasgos enérgi-
cos, que hacen más impresión por lo mismo que contrastan con la
habitual sencillez de su estilo, v. gr.:
¡Son ciegos que han errado su camino:
Llámalos al redil, Pastor divino.
Antes que baje el sol de tus piedades!
O bien cuando exclama en la bella elegía á la muerte de Don-
Andrés Bello:
Sobre el limpio cristal de su conciencia
Las corrientes del siglo resbalaron (i).
La primitiva América poética^ de Valparaíso (1846), no dio entra-
da á más ingenios de Chile, que Sanfuentes, Doña Mercedes Marín^
Chacón, Irisarri yírn/cr, y D. Eusebio Lillo; del cual nada decimos
aquí, porque, según nuestras noticias, es uno de los tres poetas que
viven (2) de los comprendidos en aquella famosa antología. Si á los
nombres citados hasta aquí se agrega el del argentino D. Gabriel
Real de Azúa, que fué chileno por adopción; poeta correcto de la
(i) Nació Doña Mercedes Marín en Santiago de Chile el 1 1 de Septiembre
de 1804, y murió en 21 de Diciembre de 1866. Su biografía está en La Albo-
rada poética^ de Amunátegui (páginas 476-568). Sus poesías han sido colec-
cionadas con este título: Poesías de la Señora Doña Alercedes Marín del Solar,
dadas á luz por su hijo Enrique del Solar (Santiago, 1874). Fué autora, ade-
más, de varios escritos en prosa: una biografía de su padre, otra del primer
Arzobispo de Santiago, D. Manuel Vicuña (1843), otra del arcediano D. José
Miguel del Solar (1847), etc.
(2) Ha fallecido después, según mis noticias.
CHILE • 369
escuela de nuestro siglo xviii; conocido principalmente por sus fábu-
las, entre las cuales hay algunas ingeniosas y bien versificadas (l),
tendremos casi completo el cuadro del movimiento literario en
Chile durante la primera mitad de nuestro siglo.
La fundación de la Universidad en 1 843, bajo la sabia dirección
de Bello, determinó un notable desarrollo de la cultura, pero más
bien en sentido científico é histórico que propiamente literario. En
el discurso inaugural del Rector se daba, no obstante, la debida im-
portancia al estudio de las bellas letras, y se proclamaba una fór-
mula de libertad estética muy amplia: «Yo no encuentro el arte en
los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en
la muralla de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las
cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta á nombre de
Aristóteles y Homero, y atribuyéndoles á veces lo que jamás pen-
saron. Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impal-
pables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero acce-
sibles á la mirada de lince del genio...; creo que hay un arte que
guía á la imaginación en sus más fogosos transportes; creo que, sin
ese arte, la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo
bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta
es mi fe literaria. Libertad en todo. Pero no veo libertad, sino em-
briaguez licenciosa, en las orgías de la imaginación.»
Pero no eran «orgías de imaginación» lo que había que temer de
los chilenos. De la Universidad salieron historiógrafos, investigado-
res, gramáticos, economistas y sociólogos, más bien que poetas. El
carácter del pueblo chileno, como el de sus progenitores, vasconga-
dos en gran parte, es positivo, práctico, sesudo, poco inclinado á
idealidades. Esta limitación artística está bien compensada por ex-
celencias más raras y más útiles en la vida de las naciones; pero
hasta ahora es evidente é innegable. No pretendemos por eso que
haya de durar siempre. Dios hace nacer el genio poético donde
(i) Las obras poéticas de Real de Azúa ocupan tres volúmenes, publica-
dos en París por D. Vicente Salva, en 1839 y 1840. Su comedia Los Aspiran-
tes, representada en 1834, mereció los elogios de D. Andrés Bello en un ar-
tículo de El Araiicar^o.
37° CAPITULO XI
quiere, y no hay nación ni raza que esté desheredada de este don
divino. Los nombres, caros á las musas, de Eusebio Lillo, Guillermo
Matta, G. Blest Gana, Eduardo de la Barra, y otros poetas vivos
aún, y que, por consiguiente, no deben ser aquí materia de nuestro
estudio (l), son prenda de un porvenir que puede ser tan honroso
para Chile como lo es el presente bajo otros respectos. Pero hoy
por hoy todavía puede decirse que la cultura estética no ha echado
í-aíces bastante hondas en Chile; lo cual se comprueba, no sólo con
la relativa escasez de su producción poética comparada con la de
otras Repúblicas hispano-americanas, sino con el carácter árido y
prolijo que se advierte en muchos escritos en prosa dignos de ala-
banza por su contenido; y con la falta de estilo y arte de exposición
que en las mismas monografías históricas, que son el nervio de su
literatura, "desluce muchas veces los resultados de una labor sabia
paciente y honradísima. No hay rincón de su historia que los chile-
nos no hayan escudriñado, ni papel de sus archivos y de los nues-
tros que no impriman é ilustren con comentarios; pero el historiador,
para no ser un simple cronista, necesita cierto grado de imaginación
y cierto buen gusto que le marque la distinción entre lo impor-
tante y lo superfino. Admiro y aplaudo el ardor patriótico con
que los chilenos se consagran al esclarecimiento de sus anales
patrios; pero observo cierta falta de armonía y de proporción en
sus trabajos, por lo cual es difícil que fuera del país en que se escri-
ben logren muchos lectores. Chile, colonia secundaria durante la do-
minación española, tiene historias más largas que la de Roma de
Mommsen, más largas que las de Grecia por Curtius ó por Grote.
Evidentemente es demasiado, y no basta todo el entusiasmo nacio-
nal para borrar la diferencia y para hacer interesante lo que de suyo
no lo es. Por último, el predominio del positivismo dogmático, triun-
fante al parecer en la enseñanza oficial durante estos últimos años,
contribuye á aumentar la sequedad habitual de la literatura chilena,
sólida por lo común, pero rara vez amena.
Como principales periódicos literarios, posteriores al Semanario
(i) Han desaparecido de este mundo en el largo plazo de diez y siete
años que van corridos desde la primera edición de estas páginas.
CHILE 371
de Santiago^ pueden citarse El Crepúsculo^ que en 1843 fundó Las-
tarria, y pereció al año siguiente á consecuencia del famoso artículo
heterodoxo de Francisco Bilbao, Sociabilidad chilena^ que atrajo so-
bre su autor y sobre la revista la condenación de un Jurado que
mandó quemar por mano del verdugo el último número de aquella
publicación; Revista de Santiago^ que el mismo infatigable Lastarria
comenzó á publicar en 1848 con la colaboración de Bello, los her-
manos Amunáteguis y otros, durando, con varias alternativas, hasta
1857; la Revista de Ciencias y Letras^ que empezó á salir aquel mismo
año como órgano déla escuela conservadora; la Revista del Pacíñco,
que en 1858 dirigía en Valparaíso D. Guillermo Blest Gana; La Se-
mana^ de los hermanos Arteaga Alemparte (D.Justo y D. Domingo);
La Estrella de Chile, revista católica fundada en 1867; ^^ nueva
Revista de Santiago, de D. Fanor Velasco y D. Augusto Orrego Luco
(1872), y en estos últimos años, la Revista de Artes y Letras, que
por desgracia ha desaparecido (l). Como publicación oficial, de las
más notables de América, descuellan los Anales de la Universidad
de Chile (2).
En todas ó en la mayor parte de las colecciones antes citadas,
pueden seguirse paso á paso los progresos de la literatura chilena,
á cuyo desarrollo han contribuido también diversas asociaciones de
vario género, como el Circtilo de los Amigos de las Letras, la Aca-
demia de Bellas Artes (instituciones una y otra en que predominó el
espíritu racionalista de Lastarria), el Centro de Artes y Letras de
Santiago, etc., todas las cuales abrieron certámenes de poesía y pre-
miaron muchos versos.
De los poetas que en estos últimos años han fallecido, merece es-
pecial recuerdo D. Domingo Arteaga Alemparte (183 5- 1880), que
se distinguió además como publicista liberal de mucha nota y como
enérgico orador parlamentario. Sus estudios habían sido clásicos, y
(i) Adviértase que estas noticias no alcanzan, según mi plan, más que
hasta 1892.
(2) Es obra de indispensable consulta la Estadística bibliográfica de la lite-
ratura chilena. Obra compuesta en virtud de encargo especial del Consejo de la
Universidad de Chile, por D. Ramón Briseño. Santiago de Chile. 1862. Dos.
tomos en folio.
3y2 CAPITULO XI
en defensa de la enseñanza del latín sostuvo una notable campaña.
Esta sana educación se revela en el limpio estilo, así de sus versos
originales, entre los cuales sobresale el himno A/ Amor, en metro
manzoniano, como en sus traducciones de lord Byron y Víctor
Hugo, y de un fragmento del libro i de la Eneida. Pero también
es justo confesar que nada de primer orden se encuentra en estas
rimas, y que el vigoroso talento de su autor tuvo por verdadero
campo de acción y de triunfo la polémica política (l). Puede citarse
también á D. Manuel Blanco Cuartín, poeta satírico y festivo (2), que
heredó de su padre D. Ventura Blanco Encalada la afición á los
clásicos españoles y la pureza del idioma; á D. Zorobabel Rodríguez,
valiente controversista católico y autor del muy útil Diccionario
de chilenismos; y al malogrado D. Martín José Lira (1835-1867),
cantor de estro suave y melancólico.
(i) Las poesías de D. Domingo Arteaga Alemparte forman el primer tomo
de sus Obras completas (Santiago, 1 880).
(2) Publicó además dos leyendas, Doña Blanca de Lerma y Mackandal ó
amor de tigre. Debió su principal reputación al periodismo en El Conservador,
El Mosaico, El Cóndor y El Mercurio.
XII
REPÚBLICA ARGENTINA
El inmenso territorio comprendido entre el Brasil y el Cabo de
Hornos, los Andes y el Atlántico (l), formó, por Real cédula de 1778,
un nuevo virreinato, llamado de Buenos Aires, que la Revolución
separatista vino á fraccionar en cuatro repúblicas de muy desigual
extensión é importancia: Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay.
De la primera hemos hablado ya; la tercera no tiene historia literaria,
propiamente dicha, á lo menos en los tiempos modernos (2); resta
tratar de las otras dos, y muy especialmente de la Argentina, cuya
superior importancia en la cultura de la América del Sur, comienza
propiamente con el hecho de la emancipación.
En el período colonial, sus tradiciones literarias son muy esca-
sas. La literatura empieza allí, como en lo restante de América, con
crónicas y relaciones del descubrimiento y de la conquista; tan im-
portantes algunas como la del bávaro Ulrico Schmidel, que en 1534
(i) La Patagonia anda en litigio entre Chile y la República Argentina, y
por una y otra parte se han publicado enormes alegatos histórico-jurídicos.
Non nostrum inter vos tafitas componere lites, ni tal pleito importa para el objeto
■de este libro.
(2) De algunos vestigios de su antigua cultura se hablará en este capítulo
por la relación que tienen con las cosas de Tucumán y Buenos Aires. No
■dudo que recorriendo íntegramente las bibliografías jesuíticas de los Padres
Backer y Sommervogel, se encontrarán los nombres de algunos Padres de la
Compañía, residentes en el Paraguay, que compusieran versos latinos ó cas-
tellanos; pero confieso que me ha faltado tiempo y valor para empeñarme en
esta investigación de resultado tan dudoso.
374 CAPITULO XII
formó parte de la expedición de D. Pedro de Mendoza, en que iban
150 alemanes y flamencos; y los Comentarios del heroico adelanta-
do Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por primera vez impresos en 155 5*
Entre estas crónicas no podía faltar alguna escrita en verso y
con alarde de poema épico. Pero la región del Plata, menos afortu-
nada en esta parte que Chile y Nueva Granada, no tuvo un Erci-
11a ni siquiera un Pedro de Oña ó un Castellanos, que enalteciesen
los hechos de su conquista, sino que le hubo de caer en suerte uno
de los más pedestres y desmayados versificadores, entre los muchos
á quienes la historia del Nuevo Mundo prestó argumento. Tal fué
el extremeño D. Martín del Barco Centenera, natural de Logrosán,
en la diócesis de Plasencia, soldado en la expedición del adelantado
Juan Ortiz de Zarate (la cual partió de Sanlúcar en 17 de Octubre
de 1572)) y en su vejez arcediano del Tucumán. Su poema históri-
co, que consta de veintiocho cantos, lleva el título de Argentina y
conquista del Rio de la Plata, con otros acaecimientos de los reinos del
Perú, Tucumán y estado del Brasil (i), y fué impreso en Lisboa en
1602. Ha sido tan menudamente analizado y tan magistralmente
(i) Argentina... por el Arcedia7io D. Martin del Barco Centenera, dirigida
d D. Cristóbal de Mora, Marque's de Castel-Rodrigo, virrey, gobernador y Capi-
tán general de Portugal, por el rev Philipo III nuestro señor... con licencia. En
Lisboa. Por Pedro Crasbeck, 1602.
8.° mayor; 230 pliegos dobles sin contar cuatro de principios. Preceden al
poema, además de un soneto del autor á su obra, versos laudatorios de Juan
de Zumárraga Ibargüen; de Diego de Guzmán, vecino de Oropesa, en el Perú;
del licenciado Pero Jiménez, vecino de Oropesa; del bachiller Gamino Co-
rrea, y de Valeriano de Frías de Castillo, que se titula lusitano.
Esta primera edición es muy rara y de alto precio en el mercado biblio-
gráfico.
La Arge?itina está reimpresa en el tomo iii de los Historiadores Primitivos
de las Indias Occidentales, coleccionados por D. Andrés González Barcia
(1749)1 y también en el tomo iii de la importante Colección de obras y docu- ,
mentos relativos á la historia antigua y moderna de las provincias del Rio de la
Plata, ilustrados con notas y disertaciones, por Pedro de Angelis (Buenos Aires,
imprenta del Estado, 1836-37, 6 volúmenes, folio). Sé que hay alguna edición
posterior, de Montevideo ó de Buenos Aires.
El estudio más importante sobre este poema es el que publicó D. Juan
María Gutiérrez en el tomo vi de la Revista del Río de la Plata.
REPÚBLICA ARGENTINA 375
juzgado por el crítico argentino D.Juan María Gutiérrez, que casi
me parece inútil pretender hacerlo de nuevo y con palabras distin-
tas de las suyas. «La Argentina (dice Gutiérrez), toca con la prosa
más humilde, por la desnudez del estilo y el desaliño de la locu-
ción Pertenece á esa degenerada familia de poemas americanos,
que no merece llevar en su blasón los cuarteles del hidalguísimo
Ercilla, sino cruzados por barras transversales que indican bastar-
día, según las leyes de la heráldica En vano hostiga Barco Cen-
tenera á su lerdo Pegaso Se entrometió á historiar en verso lo
que apenas hubiera escrito bien en prosa casera y corriente; pero
fué el único que legó á la posteridad, como testigo ocular, los inte-
resantes sucesos de la conquista del Río de la Plata Centenera
es el exclusivo cronista del adelantado Juan Ortiz de Zarate, y el
biógrafo más minucioso de una parte de la vida del fundador de
Buenos Aires, D. Juan de Garay. Al lado suyo se encontraba cuan-
do se echaron los primeros cimientos de esta gran ciudad. La admi-
nistración de Garay y la de su sucesor Mendieta, no puede estu-
diarse ni conocerse en otra fuente original y verídica , que en los
versos de la Argentina'».
Hasta aquí Gutiérrez, el cual por otra parte advierte (quizá con
excesiva indulgencia), que no deja de haber entre el fárrago de las
descoloridas y básales octavas del Arcediano, «alguna que otra per-
la que pudiera sacarse á lucir con agrado de los más delicados en
materia de buenos versos».
Yo no he tenido la suerte de encontrar tales perlas en la Argen-
tina', pero sí muchas curiosidades que hacen tolerable, y á ratos en-
tretenida su lectura, sobre todo si uno se olvida de que está leyen-
do versos. El único elemento de poesía que hay en la obra, procede
de la nimia credulidad del autor, de su desenfrenada inclinación á
todo lo maravilloso. Creía á pies juntillos en la encantada laguna
del Dorado y en el imperio del Paytiti, describiéndonos la magnifi-
cencia de sus edificios: el palacio del Emperador, ó gran Moxo; los
aparadores y las vasijas de metal con que se servía: las puertas de
bronce con leones aherrojados en cadenas de oro: la imagen del
disco de la luna sobre una columna de veinticinco pies de alto
toda de plata, iluminando la laguna: las plazas, arboledas, jardines
Meníndkz t Pelayo. — Poesía hispatto-americana. II. 34.
376 CAPÍTULO XII
y fuentes con caños de oro: el altar y lámparas de plata inextingui-
bles, con otras mil maravillas y grandezas que exceden á cuanto
puede inventar la más delirante fantasía. No son menos estupendos
los prodigios naturales de que nos informa, dándose siempre por
testigo de vista, y procediendo, sin duda, de buena fe, aunque guiado
por una observación superficial é incompleta, como de hombre rudo
y supersticioso. Nos habla, por ejemplo, de varios pescados muy
semejantes al hombre; de la Sirena, «hermosa como una bella dama»,
que aparece gimiendo y esparciendo sus doradas crines en medio de
la laguna donde mora, y sobre todo de un anfibio «de espantable
compostura», pero muy sentimental y muy inclinado al amor de las
mujeres. Los versos del canto noveno , en que cuenta el susto que
este enamorado monstruo dio á una dama en la playa, deben trans-
cribirse á la letra, porque, corno vulgarmente se dice, no tienen
desperdicio:
Un pece de espantable compostura
Del mar salió reptando por el suelo:
Subióse ella huyendo en una altura
Con gritos que ponía allá en el cielo:
El pece la siguió: la sin ventura
Temblando está de miedo con gran duelo;
El pece con sus ojos la miraba,
Y al padecer gemidos arrojaba.
Salió en esto el salan de la montaña
Y el pece se metió en la mar huyendo...
Quien había visto tales peces, no es maravilla que conociera tam-
bién mariposas que se convierten en ratones dentro del hueco de
cierta caña (canto iii).
El agua es muy sabrosa, clara y fría;
Mas, yendo ya la caña madurando,
Un gusano se engendra adentro y cría,
Y al cañuto el gusano horadando.
Afuera mariposa parecía:
Con las alas comienza de ir volando,
Y por tiempo las pierde, y queda hecho
De forma de ratón hecho y derecho. .
REPÚBLICA ARGENTINA 377
Hay episodios en el poema que si estuvieran escritos en otro es-
tilo, interesarían grandemente. Tal es la descripción del hambre que
pasaron los expedicionarios de Zarate en la isla de Santa Catalina,
con el tierno rasgo de los dos enamorados de Hornachuelos, que
mueren extenuados en aquellas selvas husca-ndo pa/mitos (ó sea cogo-
llos tiernos de palmera). Habían pasado allí una noche bajo los ár-
boles, el amante devorado por la fiebre, su compañera velándole:
No quiero referir lo que trataron
Los tristes dos amantes y su llanto,
Las voces y suspiros que formaron,
Porque era necesario entero canto...
Al llegar el alba, el amante se aleja para buscar algún sendero, y
sucumbe á la fatiga en el camino, y el autor termina su narración
con estos sentidos versos, que son quizá los mejores de su poema:
Quedó por esta causa allí la dama
De dolor y congoja y pena llena,
Do la siguiente noche tuvo cama
Triste, sola, llorosa, en el arena.
La fantasía de un verdadero poeta podía sacar partido de otros
episodios del poema de Centenera; por ejemplo: de la mágica nave-
gación de un tal Carreño á España en tres días, en un barco tripu-
lado por una legión de demonios, á los cuales daba órdenes contra-
rias á las que él quería que ejecutasen, y ellos realmente ejecuta-
ron (canto x); de las hechicerías de Yamandú, emperador de las
islas del Paraná, á quien quiso catequizar el propio Centenera, aun-
que en vano,
Porque era muy malvado este pagano;
de los amores de Liropeya y Yanduballo, imitados manifiestament(>
de los de Caupolicán y Fresia, en Pedro de Oña; de la muerte del
franciscano Fr. Alonso de la Torre, á quien el mismo Centenera,
perdido con él en los bosques, ayuda á cortar algunas ramas para
hacerse una cama de hojas donde cerrar los ojos para siempre; de
la muerte tan diversa del joven Leiva, á quien sus enemigos arran-
378 CAPÍTULO XII
can de los brazos de su esposa, que proféticamente le había dicho:
«Te huele el pescuezo á esparto»:
El hilo le cortaron de la tela,
Que el triste sin ventura mal tejía;
Su esposa con dolor está llorando
Y sus rubios cabellos arrancando.
Por lo demás, el poema no tiene unidad, ni plan, ni concierto: el
autor va y viene á merced de sus recuerdos: mezcla continuamente
lo geográfico con lo histórico: se pierde en interminables descrip-
ciones y en moralidades impertinentes al asunto, aunque no inútiles
para conocer el carácter del poeta, que, si no era enteramente lo
que hoy diríamos un pesimista, parece haber sido, por lo menos,
muy propenso á la melancolía. «Estoy enseñado (dice) á tratar de
tristezas y lamentos, porque en la vida he tenido pocos placeres», se
complace en describir todo género de escenas lúgubres, y meditan-
do sobre el destino humano, llega á expresar, aunque en malos ver-
sos, pensamientos bastante análogos á los del monólogo de Hamlet,
según nota acertadamente Gutiérrez:
La muerte de sí tiene tal tristeza
Por no saber el hombre el paradero;
Que si de éste se tiene tal certeza,
Alegre es aquel trance y placentero:
Dejar un mundo tal y tal vileza
Había de dar gozo muy entero,
Y en lugar de tristeza, gran consuelo,
Pues vemos que salimos de este suelo.
¡Si se tuviese el buen conocimiento
De aquesta triste vida tan funesta,
Con la muerte contento se tendría,
Tomándola por gozo y alegría!
Los desengaños del amor debieron de influir algo en esta dispo-
sición de su ánimo: á lo menos son frecuentes sus lamentaciones
sobre la perfidia de las mujeres:
Por do decir podemos de la hembra:
Mudanza cogerá quien amor siembra...
REPÚBLICA ARGENTINA * 379
Pues ¿quién tendrá en mujer ya confianza
Sabiendo que en su pecho está estampada ■
Y al vivo la mudanza retratada?
Gran parte del poema se refiere á las cosas del Perú, y no á las
del Río de la Plata, y el autor pasa de las unas á las otras con muy
poco orden. Así intercala en los cantos xvi y xvii la rebelión de
D. Diego de Mendoza contra el virrey D. Francisco de Toledo, y
más adelante el terremoto de Arequipa, los cánones del Concilio
Límense de 1 581, la enumeración laudatoria de las damas de Lima,
de quienes dice, no obstante, al contar la prohibición de los rebozos
que hizo el Concilio:
No se muestran esquivas y tiranas;
Que escuchan á quien quiere requebrallas,
Y dicen so el rebozo chistecillos
Con que engañan á veces á bobillos.
Los tres últimos cantos están enteramente dedicados á contar
la derrota del pirata inglés Tomás Cavendish, en aguas del Brasil,
en 1592.
Pero el mayor interés histórico del poema consiste, sin duda, en
lo que atañe á su peculiar asunto, que es el Tucumán y el Río de
la Plata; y aquí resulta Centenera exactísimo cronista y fiel obser-
vador de los caracteres de la raza indígena llamada charrúa, de
quien escribe:
Es gente muy crecida y animosa,
Osada y atrevida en gran manera.
En guerras y batallas belicosa,
Empero sin labranza y sementera:
Tan sueltos y ligeros son, que alcanzan,
Corriendo por el campo, los venados;
Tras fuertes avestruces se abalanzan.
Hasta de ellos se ver apoderados;
Con unas bolas que usan los alcanzan
Si ven que están á lejos apartados;
Y tienen en la mano tal destreza.
Que aciertan con la bola en la cabeza.
380 CAPÍTULO XII
En resumen, aunque el poema del arcediano Centenera sea fasti-
dioso y mal pergeñado, es, sin disputa, uno de los libros más im-
portantes de la primitiva historia de América.
Además, puede decirse que á este poema está reducida la litera-
tura argentina en los dos siglos xvi y xvii. vSólo de otros dos poe-
tas tengo noticia que residieran en lo que entonces vagamente se
llamaba Paraguay y reino de Tucumán. Fué el primero Bernardo
de la Vega, á quien Nicolás Antonio supone natural de Madrid,
pero que se titula gentilhombre andaluz al principio de la rarísima
novela que en 1 591 imprimió con título de El Pastor de Iberia (l),
libro que estaba entre los de D. Quijote y fué entregado al brazo se-
glar del ama, juntamente con el Desengaño de amor y zelos, de Enci-
so, y las Ninfas y Pastores del Henares^ de Bernardo González de
Bobadilla. Es obra del género pastoril, dividida en cuatro libros, y
compuesta en prosa y verso como todas las de su clase. El autor
parece haber intercalado en ella alguna parte de sus aventuras, pin-
tándose en la persona del protagonista Filardo, que, preso en su
aldea por sospechas de asesinato, logra evadirse con el favor de sus
amigos de Sevilla, se embarca en Sanlúcar y va á parar á Canarias,
donde nuevamente le prenden, y nuevamente recobra la libertad.
La narración es insulsa y pesada, el lenguaje inculto y plagado de
solecismos, y los versos son tales, que el gran Cervantes, que era
la indulgencia misma, no sólo los condenó al fuego en el donoso
escrutinio, sino que en el Viaje del Parnaso (cap. vu) puso á su au-
tor en el ejército de los malos poetas que embestían la montaña
sagrada:
Llegó El Pastor de Ibefia, aunque algo tarde,
Y derribó catorce de los nuestros,
Haciendo de su ingenio y fuerza alarde.
(i) El Pastor de Iberia, compuesto por Bernardo de la Vega, gentil hombre
andaluz. Dirigido d D. J. Téllez Girón, Duque y Conde de Ureña, Camarero
mayor del Rey nuestro señor y su Notario mayor en los reinos de Castilla. En
Sevilla, en casa de J. de León, impresor, 1591. En 8.°, 228 páginas dobles. Con
aprobación de Fr. Pedro de Padilla, y versos laudatorios del Licenciado
Baltasar de Cepeda, del Licenciado Mesía de la Cerda y de Bartolomé Cai-
rasco de Figueroa.
REPÚBLICA ARGENTINA 38 I
Créese generalmente, sobre la autoridad de Nicolás Antonio, que
este novelista sea el mismo Bernardo de la Vega que pocos años
después se encontraba en América (sin duda porque la estancia en
Canarias no le pareció bastante segura), y que, andando el tiempo
y abrazando el estado eclesiástico, llegó á ser canónigo de Tucu-
mán, después de haber residido en M'jico, donde en i6oo compuso
algunos versos para el túmulo de Felipe II, que se leen en la Rela-
ción historiada de las exequias de aquel monarca, escrita por el
Dr. Dionisio de Ribera Flórez (l). Lo que no hemos llegado á ver
son dos libros suyos, impresos también en Méjico en 1601, que ha-
llamos citados por Nicolás Antonio: La Bella Coialda y cerco de
París, que será probablemente un poema caballeresco del género
orlándico, y la Relación de las grandezas del Perú, México y los An-
geles. Vivía aún Bernardo de la Vega en 1623, puesto que se le
menciona en el Encoinio de los ingenios sevillanos, de Juan Antonio
de Ibarra.
También anduvo /¿ir Paraguay y el reino de Tucumán otro des-
conocido poeta andaluz, llamado Luis Pardo, de quien no sé que
reste verso alguno, pero de quien Lope refiere, en el Laurel de Apo-
lo (silva 2.^), una leyenda de las más extrañas y fantásticas:
Aquí Luis Pardo estuvo,
Ingenio felicísimo, si diera
Más á la pluma y menos á la espada;
Mas la contienda que en su pecho tuvo
El Dios sangriento de la quinta esfera,
Siempre la vista de diamante armada.
Con el docto Cilenio,
Fué causa que inclinase más su ingenio
Al estruendo marcial, si bien tenía
A Venus que de trino le miraba,
Con que templar este rigor solía,
Y deponiendo la fiereza amaba.
Pues olvidando á Flandes,
Donde tuviera por hazañas grandes
Los cargos más honrosos de la guerra,
Amigos, ocio, amor y propia tierra
(O Méjico, en casa de Pedro Balli, 1600.
3^2 CAPÍTULO XII
Le dieron lotos; y una Circe hermosa
(No de otra suerte que detuvo al griego
Después de aquel fatal troyano fuego)
Dulcemente engañosa,
Remora fué de nuestro gran poeta;
Mas siendo más hermosa que discreta,
Daba lugar á un hombre poderoso
Que la hablaba de noche de secreto.
El poeta celoso,
No armado de satírico soneto
Ni de prólogos fríos,
Con tantos ignorantes desvarios,
Sino de su valor y de su queja,
Quitó los embozados de la reja.
De suerte que de cuatro dos se fueron;
Que los dos que esperaron no pudieron.
Con esto fué forzosa diligencia
Embarcarse á las Indias con la flota.
La dama lamentó su injusta ausencia,
Porque la vida rota
Adora en los amores criminales;
Pero al fin de seis meses que tenía
Nuevas de que vivía
Entre los argentados minerales
Del reino de Tucuma,
La noche del mayor de los nacidos (i)
Para ver una huerta prevenidos
El arráez y el barco.
Que estaba media legua de Sevilla,
Rompió del Betis la nevada espuma,
Siendo piloto amor, y el remo el arco.
Llegados á la orilla,
Cortó el arráez ramos, renovando
Los que estaban marchitos, y durmiendo.
Lisonjeado del susurro blando
Del agua y viento, poco más de un hora,
Despertó con los rayos de la aurora;
Y á la ciudad volviendo,
Se fué la dama, y él quedó pagado
(i) La noche de San Juan Bautista, que se consideraba como clásica para
las hechicerías.
REPÚBLICA ARGENTINA 383
Del viaje y del sueño.
Estaba por la tarde con su dueño.
Á la orilla del agua el barco atado,
Cuando algunos indianos, viendo el leño
De mil árboles indios enramado,
Bejucos de guaquimos,
Camaironas de arroba los racimos,
Aguacates, magueyes, achiotes,
Quitayas, guamas, tunas y zapotes,
Preguntaban de dónde había traído
Árboles que en la India habían nacido,
Tan frescos á Sevilla.
El arráez juraba
Que los cortó de la primera huerta,
Que cerca de la orilla
Del Betis claro á media legua estaba,
Dejando los marchitos que llevaba.
Sin ver la gente ó descubrir la puerta;
De donde se entendió por cosa cierta,
Y porque declaró que había tenido
Un sueño que le tuvo en tanto olvido
Que aun despertando le turbó la vista.
Que fué y vino la noche del Bautista,
Pues no hay otra razón que se presuma.
Desde Sevilla al reino de Tucuma (i).
La instrucción pública en esta vasta región de la América meridio-
nal corrió casi exclusivamente á cargo de los jesuítas, siendo su prin-
cipal centro la Universidad de Córdoba del Tucumán, una de las
más célebres de América después de las de Méjico y Lima. En 1 586
(1) Próspero Mérimée, que conocía bastante bien una parte de la litera-
tura española, tiene un cuento muy parecido á este, escrito en Valencia, en
Noviembre de 1830. El protagonista es un pescador de Peñíscola. (Vid. Les
SoTcieres Espagnoles en g.\ tomo Derniéres ttouvelles, 1879, págs. 324-356.) Aun-
que Mérimée da el cuento como recogido de la tradición oral, creo ve-
risímil que le hubiese leído en el Laurel de Apolo, inserto en la colección de
las Obras sueltas de Lope (ed. Sancha) que le era familiar antes de 1825,
puesto que en el Teatro de Clara Gazul puso un epígrafe tomado de El
Guante de Dona Blanca, comedia incluida en dicha colección ; epígrafe que
repitió más completo en el cap. ix de la Crónica de Carlos IX (1829).
384 CAPÍTULO XII
penetraron en la gobernación de Tucumán, procedentes del Perú,
los primeros misioneros de la Compañía , extendiéndose desde allí
por el Paraguay, cuyo nombre tomó la célebre provincia jesuítica
fundada en 1 606, en el generalato de Claudio Aquaviva. Cuando el
P. Torres, su primer Provincial, empezó á regirla, no había en ella
más que catorce religiosos repartidos en un colegio }'■ tres casas. En
1614 llegaban ya á diez y nueve los colegios, residencias y misio-
nes, y á ciento veintidós el número de Padres. Once años adelante,
la acción de los misioneros se extendía al Paraná y al Uruguay, y
en 1650 recibía su organización definitiva aquel pacífico imperio
colonial, el más extraordinario de que la historia conserva recuerdo.
Desde 1610 el colegio de Córdoba del Tucumán, considerado
como colegio máximo y principal Seminario de la provincia, tenía
estudios de artes y teología para los novicios; pero los primeros co-
natos de Universidad datan de 1613, en que el obispo Dr. I"r. Pier-
na ndo de Trejo y Sanabria, de acuerdo con el provincial Torres,
destinó gran parte de sus rentas á la ñandación de un colegio en que
los Padres de la Compañía de Jesús «leyesen latín, artes y teología».
Ocho años después (1622) estos estudios fueron elevados, por Bre-
ve de Gregorio XV y Real cédula de Felipe III , á la categoría de
Universidad, con facultad de conferir grados académicos (l). Esta
Universidad, cuyas primitivas Constituciones ^oxi de ló8o, permane-
ció siempre con mucho crédito en manos de los jesuítas hasta su
expulsión, en que por breve tiempo se hicieron cargo de ella los
franciscanos; secularizándose definitivamente en 1 808. Hasta 1 791
no tuvo ninguna cátedra de jurisprudencia civil, ni dio grados de
Doctor en esta facultad hasta 1 797. Los legistas de la región argen-
tina salían comúnmente de la Universidad de Charcas ó Chuquisaca
en el Alto Perú, la cual tuvo en los últimos tiempos de la colonia
un espíritu enteramente diverso de la de Córdoba: ésta tradicional y
conservadora, la de Chuquisaca, regalista y anticlerical: en ella se
habían formado los hombres que más parte tuvieron en el movi-
miento revolucionario de 1 8 10.
(1) Bosquejo histórico de la Universidad de Córdoba, con un apéndice de do-
cumentos, por Jjtan M. Garro. Buenos Aires, 1882.
REPÚBLICA ARGENTINA 385
También se debe á los jesuítas la introducción de la imprenta, así
en las misiones del Paraguay como en la ciudad de Córdoba del
Tucumán. La imprenta del Paraguay tuvo carácter eminentemente
catequístico, y la mayor parte de los libros que produjo están en
lengua de los indígenas, circunstancia que realza su extraordinaria
rareza bibliográfica con una importancia lingüística todavía mayor.
Ya en 1693, con ocasión de haber traducido en lengua guaraní el
P. José Serrano el libro de la Diferencia entre lo temporal y lo eterno^
del P. Nieremberg, y el Flos Sanctoriun^ del P. Rivadeneira, trató
el general Tirso González del establecimiento de una imprenta en
las llamadas Doctrinas del Paraguay. Lo más prodigioso fué que ni
los tipos ni las planchas que sirvieron para las láminas que en gran-
dísimo número adornan el primer libro, publicado en 1705, fueron
trasladados de Kuropa, sino fundidos los primeros y grabadas las
segundas en el breve plazo de tres años por los indios de las misio-
nes, habilísimos artífices en todo género de obras de imitación. El
aspecto de la estampación es tosco sin duda, y tiene cierta seme-
janza con el de los libros xilográ^cos; pero no es dudoso que la ma-
yor parte del texto, por lo menos, se imprimía con tipos de metal.
Para que todo parezca singular y misterioso en esta imprenta,
hemos de añadir que no parece haber tenido domicilio fijo, sino que
anduvo errante por los diversos pueblos de misiones, puesto que
mientras unos libros suenan impresos en Santa María la Mayor,
otros lo están en Loreto, otros en San Francisco Xavier, y en al-
gunos se dice solamente Impreso en las doctrinas. Alguna razón hubo
para tanta cautela. Lo cierto que esta imprenta duró muy poco. No
se conoce ningún producto suyo posterior á 1 727. El libro más an-
tiguo es, sin disputa, la traducción guaraní hecha, por el P. Serrano,
del tratado De la diferencia ejttre lo temporal y lo eterno, del P. Nie-
remberg, libro de los más famosos de nuestra literatura ascética, que
ha sido vertido, no sólo á todas las lenguas cultas, sino á las más
bárbaras y exóticas, y con el cual por raro caso se inauguraron, con
pocos años de diferencia, dos imprentas tan extravagantes como la
imprenta paraguaya de los jesuítas (1705) y la imprenta árabe de
los drusos del monte Líbano (1734). YA texto guaraní (del cual se
conoce un solo ejemplar que perteneció á la colección americana del
386 CAPÍTULO XII
Sr. Trelles, de Buenos Aires), es un tomo en folio con capitales
grabadas, viñetas y más de 40 láminas de gran tamaño, imitadas de
las que lleva la edición de Amberes de 1684, y destinadas á hablar
con gran viveza á la imaginación de los indios, mostrándoles los
estragos del pecado, y el horror de los tormentos infernales (l).
Otro de los libros más célebres que de esta imprenta salieron, es
el Vocabulario de la lengua guaraní^ del P. Antonio Ruiz de Mon-
toya, dos veces reproducido en 1722 y 1724, con escolios, anota-
ciones y apéndices del P. Restivo y otros ilustres varones de la Com-
pañía. Fué el limeño P. Montoya (l 585-1652) uno de los más gran-
des misioneros de aquella provincia, tenido por los suyos en opinión
de santidad, insigne en los anales de la filología americana por el
Catecismo^ Vocabulario y Tesoro, que compuso, de la lengua guara-
ní; y memorable también por su libro de la Conqídsta espiritual
hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del
Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape (Madrid, 1639), libro del cual
otro jesuíta hizo una extraña reducción en guaraní, acomodándola
á la capacidad de los indios (2).
Queda indicado ya el carácter de todo lo que esta imprenta pro-
dujo: catecismos, sermonarios, ejemplos, todo en guaraní. No hay
más excepción que la misteriosa carta del infortunado Dr. Ante-
quera y Castro, condenado poco después á muerte por el Virrey
del Perú, La primera edición de esta carta, tiene por pie de impren-
ta Typis missionariuní Paraguariae, 1727, y fué probablemente lo
último que se imprimió allí. La imprenta de Córdoba del Tucumán
es muy posterior, y tuvo mucha menos importancia. La establecieron
los jesuítas un año antes de la expulsión, para que los alumnos de
su colegio de Montserrat (fundado en 1 685) y los de la Universi-
dad, que también dirigían ellos, como hemos visto, tuviesen una
(i) Pueden verse reproducidas todas estas láminas en la magnífica publi-
cación del bibliófilo chileno D. José Toribio Medina, Histoiia y bibliografía
de la iínprenía en el antiguo virreinato del Rio de la Plata. (Forma el segundo
tomo de los Anales del Mttseo de la Plata, 1892.)
(2) Ha sido publicada por D. Baptista Caetano d'Almeyda, con traduc-
ción portuguesa, en el tomo vi de los Annaes da Bibliotheca Nacional do Rio
Janeiro (1879).
REPÚBLICA ARGENTINA 387
prensa para reproducir sus tesis y demás ejercicios literarios. Esta
imprenta no alcanzó más que un año de actividad, y en tan efímera
vida no llegó á producir más que tres folletos, siendo el único de
alguna curiosidad la colección de cinco elogios latinos del Dr. Don
Ignacio Duarte y Quirós, fundador del colegio, compuestos por el
P. Manuel Peramás, natural de Mataró. Después de la expulsión de
la Compañía, esta imprenta fué trasladada á Buenos Aires en 1780,
y su material sirvió para establecer la primera oficina tipográfica
de aquella ciudad, la llamada de Niños Expósitos.
¥A vandálico decreto de 1767 ordenando la expulsión de los je-
suítas, produjo en las gobernaciones del Paraguay, Río de la Plata
y Tucumán todavía mayor trastorno que en lo restante de América,
porque las circunstancias sociales eran muy diversas (i). En otras
(i) Óigase á Gutiérrez, ciertamente nada sospechoso de parcialidad en
favor de los jesuítas:
«Cualquiera que haya hecho estudio de la literatura sud-americana hasta
fines del siglo pasado, no podrá menos de confesar que ninguna colonia
europea ha producido más talentos ni mayor número de hombres estudiosos
que la española en el Nuevo Mundo. Solóla Compañía de Jesús cuenta en
él muchos más de doscientos entre profesores y predicadores, filólogos é
historiadores, brillando entre estos últimos los chilenos Ovalle y Molina,
el mejicano Clavijero, el ecuatoriano Velasco y los argentinos Iturri, Juárez,
Morales, Suárez, etc., etc., cuyas obras corren traducidas á varias lenguas
cultas de la Europa. Lacunza dio prueba en su tiempo de una vasta lectura
y de un hondo conocimiento de los libros sagrados, estudiándolos en las
lenguas griega y hebrea. Buenaventura Suárez, autor del conocido Lunario
Perpetuo^ cuya primera edición es de Lisboa, adquirió por sí mismo en los
claustros de Córdoba y en los bosques silenciosos del Paraguay conocimiento
profundo en las ciencias matemáticas aplicadas á la astronomía, dejando
pruebas prácticas de su capacidad en los gnómones solares con que decoró
los patios del colegio en donde pasó (obscuro y desdeñado de los suyos) la
mayor parte de su vida, manteniendo comunicación epistolar con afamados
astrónomos de su tiempo Vióse en la necesidad de construir los instru-
mentos de observación con sus propias manos, empleando las maderas tersas
y consistentes de los bosques vírgenes, en aquellas piezas que requerían
bronce ó platino para recibir las delicadas graduaciones con que se miden
las distancias entre los astros y se señala su paso por el meridiano.» (Revista
del Rio de la Plata, tomo x, pág. 312.)
388 CAPÍTULO XII
partes existían diversos elementos de cultura que podían llenar en
alguna medida el vacío causado por la supresión de los regulares de
la Compañía; pero en las provincias argentinas no había más educa-
dores que ellos. Buenos Aires, enriquecida por el contrabando eu-
ropeo, empezaba á ser un centro comercial, pero no se había des-
pertado aún á la vida literaria, no tenía ni imprenta ni escuelas. Los
jesuítas (Techo, Xarque, Lozano, Guevara) eran los únicos que ha-
bían bosquejado la historia civil y religiosa del país. Si existían
mapas especiales del territorio, á ellos se debían; é imperfectos y
todo, eran los únicos que habían servido de base para el arreglo de
¡imites con los portugueses en 1750. Asperge, Montenegro, Lozano,
habían sido los únicos exploradores de la fauna y de la flora argen-
tinas. No había faltado tampoco, á lo menos en los últimos tiempos,
alguno que otro cultivador de los estudios amenos, entre ellos el ya
citado P. Peramás, de quien se citan un poema manuscrito sobre
La religión en el Nuevo Mtindo y dos elegías latinas sobre la expul-
sión, además de las biografías de los misioneros del Paraguay, que
publicó en Faenza durante su destierro, juntamente con una espe-
cie de utopia política muy curiosa, en que se compara la adminis-
tración de las misiones del Paraguay con la república de Platón.
(De administratione giiaranica compárate ad Rempublicam Pla-
tonis) (i).
(O El P. Pablo Hernández, S. J., en su reciente é interesante libro El ex-
trañamiento de los Jesuítas del Río de la Plata y de las misiones del Uruguay
por decreto de Carlos ///(Madrid, 1908, tomo vii de la Colección de libros y do-
cunienlos referentes d la historia de América, que publica el editor D. Victo-
riano Suárez), recopila curiosas noticias literarias de algunos jesuítas escrito-
res, entre los 455 religiosos de aquella provincia que salieron desterrados
para Europa en 1767 y 1768 (págs. 302-331). Hay cuatro extranjeros, el Padre
Martín Dobritzhoffer, austríaco, que publicó en latín y alemán una Historia
de los indios Abipones (1784), de la cual también existe traducción inglesa
harto mutilada. El P. Florian Pauke, de la misma nacionalidad, cuyos viajes
por el territorio argentino, que son de la mayor curiosidad, han sido impre-
sos en Ratisbona, 1870, por el P. A. Kohler, con el título de Pater Florian
Paucke, ein Jesuit in Paraguay (1748- 1766), (hay un extracto en castellano con
^\ \.\\.\x\o út. Memorias del P. Paucke. Buenos Aires, 1900). El jesuíta ingles,
P. Tomás Falkner ó Falconer, conocido principalmente por su obra clásica so-
REPÚBLICA ARGENTINA 389
A la tutela jesuítica sucedió la tutela económico-tiiititiva del rega-
lismo ñlantrópico del siglo pasado, representada especialmente por
bre la Patagonia, A descríption 0/ Paíagonia and the adjoining parís of South
America (1774), que obtuvo los honores de la traducción en castellano, alemán
y francés. Dejó manuscritos dos tomos de Anatomía y varias observaciones
sobre puntos de Historia Natural de América. El P. Ladislao Orosz, húngaro,
autor de un Diccionario de los varones ilustres de las misiones del Paraguay
(Decades quatuor virorum illustrium Paragiiarice. Tyrnau, 1759. Decades qua-
íuor alia virorum illustrium Paragjiarice.)
Entre los nacidos en España descuellan, el último Provincial, P. Domingo
Muriel, salmantino, que tradujo al latín la obra del P. Charlevoix (Historia
Paraguajetisis), añadiendo cuatro libros, que comprenden desde 1747 has-
ta 1766, y anotando y rectificando en muchas partes los veintidós de la obra
primitiva. Reimpresa ya esta en la citada Coleccidti de libros sobre América,
se anuncia la inmediata aparición del suplemento del P. Muriel. El P. José
Cardiel, riojano, autor de varios opúsculos de grande interés histórico, entre
ellos la Declaración de la verdad contra tni libelo infamatorio impreso en portu-
gués contra los PP. Jesuítas misioneros del Paraguay v Marañan (que estuvo
inédita hasta que en 1900 la hizo estampar en Buenos Aires el P. Hernández);
y un tratadito sobre las costumbres de los indios guaraníes (De moribiis Gua-
raniorum) que se halla al fin de la continuación del Charlevoix, por el P. Mu-
riel. El P.José Quiroga, gallego, antiguo marino, primer profesor de Mate-
máticas en el colegio grande de San Ignacio de Buenos Aires, que exploró las
costas meridionales del Río de la Plata hasta el Estado de Magallanes: formó
parte de la comisión de límites de 1752, y levantó más de treinta mapas de
varias regiones del Virreinato; autor de un diario de sus viajes inserto en el
tomo civ de la Colección de documcJitos inéditos para la historia de España, de
Observaciones astronómicas para determinar el curso del Rio Paraguay y de al-
gunos tratados físicos y naturales. El P. José Jolís, naturalista catalán, autor
del Saggio salla sloria naturale della provincia del Gran Claco (1789). Su con-
terráneo el P. Juan Manuel Peramás, elegante humanista, cuyos principales
escritos van indicados en el texto. El P, Sánchez Labrador, manchego, fun-
dador de la nueva misión ó reducción de los indios Mabayás ó Guaynas, de
cuya lengua escribió el primer vocabulario y catecismo. Pero su obra princi-
pal fué la Historia de las regiones del Rio de la Plata, de la cual llegó á redac-
tar once tomos (algunos de los cuales se han perdido), con los títulos de Para-
guay natural ilustrado, Paraguay 7iatural cultivado y Paraguay católico, que
comprende la parte histórica de las Misiones y los viajes de su autor. Un
considerable fragmento de esta última parte ha sido publicado por la Uni-
versidad Nacional del Plata, con ocasión del Congreso internacional de Ame-
ricanistas, reunido en Buenos Aires en 1910 (dos volúmenes). El P. José Gue-
390 CAPITULO XII
el segundo Virrey de Buenos Aires, D. Juan José de Yértiz (l). En
torno suyo se agruparon hombres como Labardén, Basabilvaso, Ma-
ciel, influidos todos por el espíritu reformista de su tiempo, y gano-
sos de extenderle á todas las esferas de la administración colonial.
vara, toledano, autor de una nueva Historia del Paraguay, Rio de la Plata y
Tucumán, que el erudito uruguayo D. Andrés Lamas publicó, aunque por un
manuscrito incompleto. Entre los que fueron americanos de nacimiento hay
que contar á dos argentinos, el P. Gaspar Juárez, que dejó voluminosos ma-
nuscritos sobre la historia natural y eclesiástica del Virreinato, y unas Car-
ias edificantes de la provincia del Paraguay, relato muy copioso de la expul-
sión; y el P. Francisco Iturri, conocido principalmente por su áspera y no
siempre justa Carta critica sobre la historia de América de D.Juan Bautista
Muñoz (1797).
Más directa relación con el argumento de esta obra nuestra tiene el Padre
Joaquín Millas, aragonés, que en la preceptiva literaria mostró ingenio y fe-
cunda originalidad. Algo dije de él en mi Historia de las ideas estéticas en Es-
paña, pero mucho más ha escrito el profesor italiano Víctor Cian en una pre-
ciosa Memoria sobre los jesuítas españoles literatos desterrados en Italia.
La obra principal del P. Millas consta de tres volúmenes impresos en Mantua,
desde 1786 á 1788, con este título: Dell' único principio svegliatorc della ragio-
ne del gusto e della virtii nella educazione letterata. El detallado análisis que su
biógrafo presenta de esta obra basada en el principio de la educación obje-
tiva; que él llama observación activa, basta para comprender la originalidad,
la fuerza, la independencia y solidez de las ideas pedagógicas y estéticas del
P. Millas para quien, con razón, reclama el Dr. Cian uno de los primeros
puestos en aquella brillante emigración española; dando además noticia de
otros escritos suyos de la misma índole, especialmente del Saggio sopra i tre
generi di poesia (1785) y del opúsculo Sopra il disegno e lo stile poetico-italiano
(1786); todo lo cual desconocemos aquí.
Vid. Cian (Vittorio), Himmigrazione dei gesuiti spagnuoU Ictterati in Italia.
En las Memorias de la Academia Real de Ciencias de Turín, 1895, P^gs. 54-61.
Gallerani (P. Alejandro). S. J., Jesuítas expulsos de España literatos en Italia,
Traducción del italiano con apéndices, Salamanca, 1897. La traducción y los
apéndices son del P. Madariaga. Los artículos originales del P. Gallerani ha-
bían aparecido en la Civilta Cattolica, serie xvi, tomo v, págs. 152, 416, 549.
(i) Vid. la monografía de D. Juan M. Gutiérrez sobre este personaje en la
Revista de Buenos Aires, tomo vii, pág. 17, y también el cap. xrx del primer
tomo de la Historia de la República Argentina, de D. Vicente J. López (Bue-
nos Aires, 1883); obra escrita con mucho talento, aunque con innumerables
galicismos, y no sé si con bastante puntualidad histórica.
REPÚBLICA ARGENTINA 39 T
Hemos dicho que antes de aquella época no existían en Buenos
Aires escuelas públicas de humanidades y de filosofía propiamente
dichas, si bien en los conventos de dominicos, franciscanos y mer-
cenarios nunca dejó de cursarse algún género de estudios. En l6 de
Noviembre de 1 77 1, el Virrey pidió informe á los dos cabildos,
eclesiástico y secular, sobre la aplicación que había de darse á las
temporalidades de los jesuítas, conforme á la Real cédula que man-
daba emplearlas en objetos de beneficencia ó enseñanza. Ambos
cabildos opinaron que se fundase un Colegio Convictorio (es decir,
de vida común) y una Universidad. El Procurador general de la
ciudad, D. Manuel de Basabilvaso, redactó un plan de estudios en
que entraban las Matemáticas y la Náutica, siendo en total once las
cátedras proyectadas. Muy poco de esto llegó á realizarse. Se fundó,
en efecto, el colegio de San Carlos, se dotaron cátedras de Latinidad,
Filosofía y Teología, y una de Cánones; pero no se llegó á estable-
cer las de Derecho ni menos las de Ciencias exactas, ni á darse for-
ma á la Uni\"ersidad, á pesar de la Real cédula de 3 1 de Diciembre
de 1779, que terminantemente lo preceptuaba. Los estudiantes,
argentinos de Jurisprudencia siguieron formándose en Charcas, ó
en Santiago de Chile. El nue\'o Colegio ó Convictorio de San Carlos
prosperó poco, á pesar de haber tenido por primer Cancelario y
Director al magistral D. Juan Bautista Maciel, famoso canonista 5^
uno de los hombres más ilustrados de la colonia (l). En 16 de
(i) En la Revista de Buenos Aires (tomo vi, págs. 402-418, 497-532) puede
leerse su biografía escrita por Gutiérrez. Fué Maciel Canónigo Magistral de
Buenos Aires, Provisor, Vicario y Gobernador del Obispado, y murió deste-
rrado en Montevideo, por orden del Marqués de Loreto, sucesor de Vértiz.
Compuso algunos versos de circunstancias en loor de los Obispos y de los
virreyes y gobernadores, especialmente de Ceballos. Una de estas composi-
ciones inéditas se titula Apolo presidiendo el coro de las Musas, al son de su lira,
los exhorta d qite canten las proezas del Júpiter español. Dos sonetos ponde-
rando el acto piadoso, pero tan natural y frecuente, á lo menos en España, de
haber cedido el virrey Loreto su carroza para conducir el Viático, acompa-
ñándole á pie á la casa de un moribundo, le dictó dos sonetos apologéticos,
que dieron motivo á una de aquellas interminables polémicas tan del gusto
de la ociosidad del siglo xviii, descargando sobre Maciel un turbión de pape-
lones. Lavardcn, amigo de Maciel, salió á su defensa, reuniendo y anotando
Mbnkndez y VkijXyo.— Poesía his^ano-americana. II. 25
392. CAPITULO XII
Junio de 1818, este colegio se refundió en el de la Unión del Sur,
pero la Universidad no fué erigida definitivamente hasta el 9 de
Agosto de 1821 (l).
Al mismo tiempo que se trataba de la fundación de la Universi-
dad de Buenos Aires, Vértiz nombró visitador de la de Córdoba al
obispo de Tucumán, D. José Antonio de San Alberto, que en 28
de Marzo de 1784 redactó nuevas Constituciones. Pero en el plan
de estudios no se hizo por entonces novedad importante, salvo el
establecimiento de una cátedra de Sagrada Escritura. Por otra par-
cuanto se había publicado en pro y en contra de los famosos sonetos. Colec-
ción de varios papeles apologéticos en prosa y verso. Q'ie con ocasión de haber en-
contrado al Sa?ito Viático, y seguídole el acompanatniento d¿l Real Estandarte, han
corrido e?i Buenos Aires este mes de Noviembre de ijSó, con notas al canto de
un imparcialy con licencia del señor de Ddo (manuscrito que poseía Gutiérrez).
Uno de los detractores de Maciel era peruano, y Lavardén, que como otros
argentinos de entonces, profesaba mala voluntad á Lima, aprovechó la oca-
sión para zaherir con sus tercetos satíricos el espíritu adulador y la estéril fe-
cundidad de sus poetas de certamen:
El pueblo qu2 de libre se gloría
Produce nobles almas que á ninguno
Quisieran conceder la primacía.
No es este vulgo vil de color bruno
Que cualquiera sandez de un viracocha
Aunque de todas luces esté ayuno,
Le parece de almíbar y melcocha,
Y á ehsalzarla por juro de conquista
Los beodos gaznates desabrocha...
Allí sí que fecundas las Camenas
Alumbran partos mil cada semana,
Por quita allá ese par de berenjenas:
Pues cualquier mul.itillo palangana
Con décimas sin número remite
Á su padre el marqués una banana.
En la obra que ha comenzado á publicar en 1904 D. Arturo Reynal O'Con-
nor. Los Poetas Argentinos (tomo i, págs. 65-135), hay una extensa biografía
del Dr. Maciel.
(i) J. M. Gutiérrez, Noticia histórica sobre los estudios y colegios pilblicos en
Buenos Aires, desde el xb de Noviembre de \'j'j\ hasta la erección de la Universi-
dad, con documentos inéditos y biografías. (En el torno u de la Revista de Buenos
Aires: directores Miguel Navarro Viole y Vicente G. Quesada, 1863, pági-
nas, 321-368).
REPÚBLICA ARGENTINA 393
te, las competencias entre los franciscanos y el clero secular, que
pretendía obtener la dirección de la Universidad y del colegio de
Montserrat, originaron una lucha funesta al prestigio del claustro y
á la disciplina escolar; triunfando por fin los canónigos, ó más bien
el famoso deán D. Gregorio Funes, recientemente salido de las
aulas de Alcalá de Henares, teólogo con ribetes jansenistas, escolás-
tico ilustrado, orador con pretensiones de pompa ciceroniana, hom-
bre docto, aunque campanudo y petulante, que fué quien principal-
mente llevó el peso de la contienda, ensayándose entonces para
mayores y más ruidosas campañas, en que pudo campear libre-
mente su espíritu de audacia y de intriga. Funes redactó el Memo-
rial del cabildo contra los franciscanos, en Enero de 1 78 5, y él fué
también el primer Rector de la nueva Universidad, secularizada
y condecorada con título de Mayo?' por Real cédula de l.° de
Diciembre de 1800. Su pingüe patrimonio le permitió fundar aquel
mismo año la primera cátedra de Matemáticas, servicio más posi-
tivo que su celebrado plan de estudios de 18 1 3, que no difiere en
cosa sustancial de los innumerables planes y documentos del mis
mo género que tanto abundan en nuestra literatura de las pos-
trimerías del siglo xviii (i). Aquí le mencionamos sólo porque en
él se inicia cierto género de enseñanza literaria, recomendando la
obra de Batteux para la parte teórica, y la del abate Andrés para
la histórica.
Al Virrey Vértiz se debió también la inauguración del primer
teatro, ó casa pública de comedias, en Buenos Aires, no sin oposi-
ción de los teólogos (2); y el establecimiento de la primera imprenta,
(i) Plan de estudios para la Universidad de Córdoba, que ha trabajado el
Dr. D. Gregorio Funes, Deán de esta Sa7tta Iglesia Catedral, por comisio'n del
ilustre Claustro, á quien se lo preseriia el año de mil ochocientos trece. — Córdoba,
imprenta de la Universidad, año de 1832, 4.*'
(V(íase la Monobibliografia del Dr. D. Gregorio Funes, por A. Zinny, en el
tomo XV de la Revista de Buenos Aires, págs. 135-160, 290-310. La obra del
Dean Funes es su Ensayo de la Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y
Tucumán ('Buenos Aires, 18 16- 181 7, tres tomos).
(2) Vid. Historia del teatro en Buenos Aires, por Mariano G. Bosch (Buenos
Aires, imprenta de El Comercio, 1910).
394 CAPITULO XII
la de los Niños Expósitos., cuyo material se trajo de Córdoba, como
ya hemos dicho. Claro es que esta imprenta no sirvió en los primeros
tiempos más que para reproducir bandos, ordenanzas, edictos, pas-
torales y otros documentos de interés público, para surtir las escue-
las de catones y cartillas, para estampar anualmente el Almanaque
y la Guia de forasteros, y para alimentar la devoción con novenas,
gozos y letrillas (l). Pero ya desde 1 796 comenzaron á salir libros
de mayor novedad y bulto, como los Principios de la ciencia econó-
mico-política, que tradujo del francés el entonces Secretario del
Consulado, y luego famoso aunque improvisado general D. Manuel
Belgrano, vencedor en Salta y Tucumán, triste vencido en Ayo-
huma y Vilcapugio. Y también, aunque rara vez, se ve algún
opúsculo literario. Uno de ellos, las Poesías fúnebres á la tierna
memoria del virrey D. Pedro Meló de Portugal (2), parto poco feliz
(ij Quizá la primera publicación original en verso, que salió de las pren-
sas de Buenos Aires, fué el Sepienaiño de los doloi'es de Alaría Santísima
Por el Dr. Fr. Josef Antonio de San Alberto, Carmelita Descakoy Obispo de
Córdoba de Tucumán (1781). Contiene siete décimas y una canción. Fué
reimpreso muchas veces como opúsculo popular de devoción. De este Obispo
hay muchas y muy curiosas pastorales.
(2) Poesías fúnebres á la tierjia memojía del Excmo. Sr. D. Pedro Alelo de
Portugal y Villena Virrey, Gobernador y Capitáti general de las provincias
del Río de la Plata Las compuso y respetuosamente se las consagra el pres-
bítero D. Juan Afanuel Fernández de Agüero y Echave, licenciado e?i Sagrada
Teología, Bachiller en Leyes y Capellán de la Peal Armada Buenos Ayres.
en la Real Lrprenta de los Niños Expósitos, 1797
— Segunda parte de las poesías fúnebres Escríbelas el autor de las mismas
para compleviento de ellas, y última demostración de su fina gratitud..... 1797.
— Poesías místicas teológíco-morales, que para el aprovechamieyíto espiritual
escribió el Capellán de la Real Armada, etc 1799.
Una de estas poesías se titula Avisos al pecador sumergido en la culpa y déla
muerte olvidado.
La glosa en décimas que Agüero hizo del Miserere, parece escrita para
rivalizar con la muy conocida del Obispo de Buenos Aires, D. Manuel de
Azamor y Ramírez, reimpresa en dicha ciudad en 1797, que es el mismo año
de la edición de las Poesías místicas.
Entre las varias sátiras que impresas y manuscritas corrieron contra las
Poesías fúnebres, hay que contar la titulada Disección anatómica ó especie de
REPÚBLICA ARGENTINA 395
de la pedestre musa del capellán de la Armada D.Juan Manuel Fer-
nández de Agüero y Echave, autor también de otras Poesías jnísticas
teológico-morales^ y de una glosa en décimas del Miserere., excitaron
la vena satírica de algunos ingenios de la colonia, los cuales empeza-
ban á formar un pequeño grupo de tendencias clásicas y de relativo
buen gusto. Labarden, Casamayor y Prego de Oliver, eran los prin-
cipales de esta Sociedad Patriótico- Literaria^ cuyas primicias apare-
cieron en el más antiguo periódico de Buenos Aires, el Telégrafo
Mercantil., Rural, Político, Económico é Historiógrafo (sic) del Río
de la Plata, que comenzó á salir en i8oi bajo los auspicios del
virrey Marqués de Aviles y del Real Consulado; y bajo la dirección
de D. Francisco Antonio Cabello y Mesa, «natural de la provincia
de Extremadura, Coronel del regimiento provincial fronterizo de
infantería de Aragón en los reinos del Perú, protector general de
análisis apologético en contra de los críticos que como plaga de ra?ias han llo-
vido, pero indemnemente, sobre el autor del impreso que novísimamente corre
sin especial 7tota por los sabios y discretos, mas despreciado por los ignorantes y
ionios.
En la primera edición de esta obra, atribuí, siguiendo á Gutiérrez, los en-
sayos poéticos de este D. Juan Manuel Fernández de Agüero y Echave á un
célebre profesor de filosofía del mismo nombre y primer apellido. Posterior-
mente ha llegado á mis manos un curioso folleto de D. Manuel Castro López
(Un heterodoxo en el primer claustro universitario de Buenos Aires, 2.^ edición,
Buenos Aires, imprenta de El Correo Español, 1904), en que expone fuertes
razones para considerar como personas distintas al capellán de la Armada y al
catedrático de la Universidad, que nunca usó el apellido de Echave, ni éste
aparece en su partida de bautismo. El punto no me parece definitivamente
dilucidado, pero son por extremo curiosas las noticias que el Sr. Castro López
nos da del Fernández de Agüero heterodoxo, personaje de mucha cuenta en
la propaganda materialista y utilitaria de su tiempo. Era español, de la Mon-
taña de Santander, natural del pueblecillo de Sobrelapeña, parroquia de San-
ta María de Lamasón, partido judicial de San Vicente de la Barquera. Ya en
1805 se hizo cargo de la enseñanza de Filosofía en el Real Colegio de San
Carlos, pero no parece haber dado indicio de sus tendencias hasta 1822,
cuando se reformó ó instaló de nueva planta la Universidad de Buenos Aires-
Allí profesó en toda su crudeza el empirismo sensualista de Destutt-Tracy,
última exageración de la escuela analítica de Locke y Condillac. En cuanto á
las aplicaciones morales y políticas, no eran otras que las del utilitarismo.
396 CAPÍTULO XII
los naturales de Xauxa, Abogado de la Real Audiencia de Lima»;
que tales eran los títulos con que en el prospecto se engalanaba.
También gustaba de firmarse «El filósofo indiferente», y «Narciso
Fellovio Cantón», anagrama con que solía publicar insulsas letrillas
y artículos de costumbres, muy necios. La publicación era bisema-
nal; duró hasta Septiembre de 1802, y la colección forma cuatro
volúmenes. Del estilo que gastaba «el filósofo indiferente», juzgúese
por algunos rasgos del enfático prospecto: «Volverán los alegres
días de Saturno... ¡Vamos al trabajo!... Salga el Telégrafo y en breve
establézcase la Sociedad Patriótico- Litei'aria y Económica, que ha
de adelantar las ciencias, las artes y aquel espíritu filosófico que
analiza al hombre, le inflama y saca de su soporación, lo hace dili-
gente y útil. Fúndense ya aquí nuevas escuelas, donde para siem-
pre cesen aquellas voces bárbaras del escolasticismo... Empiece á
sentirse ya en las provincias argentinas aquella gran metamorfosis
que á las de México y Lima elevó á par de las más cultas, ricas é
industriosas de la iluminada Europa. Empiece mi pluma, en fin, á
Süs> Principios de ideología elemental abstractiva y oratoria (1824 y 1827), cau-
saron grande escándalo, y aunque no le hicieron expulsar del profesorado,
le pusieron en la precisión de renunciar la cátedra.
Los efectos de su enseñanza en la juventud argentina habían sido funestos.
Á ellos alude el célebre poeta D. Esteban Echeverría en un fragmento de su
poema Avellaneda:
Creyente soy no ha mucho convertido.
Allá en la capital de Buenos Aires
A dudar me enseñaron los doctores
De Dios, de la virtud, del heroísmo,
Del bien, de la justicia y de mi mismo;
Me enseñaron como hábiles conquistas
Del espíritu humano en las edades
Esos dogmas falaces y egoístas
Que como hedionda lepra se pegaron
En el cuerpo social, y de la patria
La servidumbre y muerte prepararon.
Y en una nota añade: «Fácil es calcular qué dirección darían á las inteligen-
cias jóvenes, doctrinas que entrañan el materialismo y el ateísmo, y descono-
cen la noticia imperativa del deber... Cuando una doctrina cualquiera se di-
funde en la sociedad, el sentido común deduce naturalmente sus consecuen-
cias lógicas, y las lleva como regla infalible al ejercicio de la vida privada».
REPÚBLICA ARGENTINA 397
imponer á los lectores de todos los objetos, progresos y nuevos
descubrimientos de la Historia, la antigüedad, las producciones
naturales, las artes, las ciencias y la literatura de este país ameno,
virgen, rico y venturoso. Ayudadme á escribir, oh sabios argenti-
nos... Ayudadme propicios para esta obra, y para acertar á hacerla
dignamente, á Mercurio imploremos nos dé su ciencia.»
El intento era ciertamente patriótico, y se ve que el novel pe-
riodista había tomado por principal modelo el Mercurio Peruano',
pero ni su talento rayaba á la altura del de Baquijano ó del de Una-
nue, principales redactores de aquella célebre Revista; ni el terreno
estaba tan preparado en Buenos Aires como en Lima para una em-
presa de este género, á pesar del innegable desarrollo que el espí-
ritu de curiosidad científica iba tomando, merced en gran parte á
las comisiones de astrónomos, geodestas y naturalistas españoles,
que ya para la demarcación de límites de 1777, ya para la explora-
ción de la fauna y flora del territorio en 1789, depositaron allí los
primeros gérmenes de una cultura antes desconocida. Entonces fué
cuando D. Andrés de Oyarvide trazó la carta esférica de las provin-
cias septentrionales del virreinato; y D. Diego de Alvear y D. José
María Cabrer exploraron por espacio de veinticuatro años, en una
extensión de más de 500 leguas, las ignoradas y extensas regiones
que bañan el Paraná y el Uruguay; y D. Félix de Azara describió
por primera vez más de 400 aves y cerca de 1 00 cuadrúpedos del
Paraguay y Río de la Plata, clasificándolos por grupos tan natura-
les, que algunos han sido admitidos después como géneros; dejando
además un tesoro de datos no solo de historia natural, sino también
de historia civil en sus abundantísimas obras.
Algo de este impulso vino á reflejarse, aunque débilmente, en
las páginas del Telégrafo^ que insertó las primeras observaciones
meteorológicas hechas en Buenos Aires, y alguna vez honró sus
páginas con escritos del naturalista bohemio, D. Tadeo Haencke
(entonces residente en Cochabamba), compañero que había sido de
Pineda y Née en la expedición científica á Filipinas, Marianas y
Australia. Y realmente, por el espíritu científico está inspirada la
primera y más notable poesía que apareció en el Telégrafo, y la pri-
mera sin duda de algún valor é importancia que se compuso en
398 CAPITULO XII
Buenos Aires; la oda al Paraná^ de D. Manuel José de Labardén:
, Augusto Paraná, sagrado río...
Este romance endecasílabo, que hoy nos parece de un mérito no
más que relativo, pudo y debió ser entonces recibido con asombro.
Era una tentativa de poesía descriptiva americana, con toques de
color local, agradables siempre, y novísimos en la escuela á que el
autor pertenecía.
En medio del aparato mitológico propio del tiempo, aparecía el
dios del gran río argentino, coronado de juncos retorcidos y de sil-
vestre camelote.
En el carro de nácar i-efulgente,
Tirado de caimanes recamados
De verde y oro...
Describíase su gruta, decorada de perlas nevadas é ígneos to-
pacios,
En que tiene volcada la urna de oro,
De ondas de plata siempre rebosando.
El Paraguay y el Uruguay, salían á su encuentro, conduciendo,
para engancharlos á su carro, los caballos del mar patagónico. Y po-
seído Labardén de un entusiasmo muy sincero, aunque no muy líri-
camente expresado, saludaba á aquel monarca de los ríos del Sur
con una especie de himno triunfal, que era al mismo tiempo anun-
cio ó presagio de la opulencia y felicidad que el poeta auguraba
para su patria por ministerio de la industria y de las artes:
Baja con majestad, reconociendo
De sus playas los bosques y los antros.
Extiéndase anchuroso, y sus vertientes,
Dando socorro á los sedientos campos.
Den idea cabal de tu grandeza.
No quede seno que á tu excelsa mano
Deudor no se confiese. Tú las sales
Derrites, y tú elevas los extractos
De fecundos aceites. Tú introduces
El humor nutritivo, y suavizando
REPÚBLICA ARGENTINA 399
El árido terrón, haces que admita
De calor y humedad fermentos caros.
Ya enjambre vistosísimo de naos
De incorruptible leño, que es don tuyo.
Con banderolas de colores varios
Aguardándote está...
Ven, sacro río, para dar impulso
Al inspirado ardor: bajo su amparo
Corran como tus aguas nuestros versos...
¿Quién no ve en el pensamiento, y hasta en algunos giros de esta
oda, un no remoto parentesco con las Silvas Americanas de Bello,
que no fueron compuestas sino muchos años después? No intenta-
mos poner en parangón cosas de mérito tan desigual: la oda Al Pa-
raná es muy incorrecta y está llena de versos que son pura prosa;
pero recuérdese que en este tiempo Bello no había pasado aún de la
insipidez que revela su poema sobre la vacuna, y había muy pocos
versificadores en América capaces de competir con Labardén en
los rasgos felices que tiene su canto.
Además de esta oda, se publicaron en el Telégrafo fábulas del
Dr. Domingo de Azcuénaga y varias composiciones de Prego de
Oliver, de D. Eugenio del Portillo, que se firmaba Enio Tullio
Grope, y de D. Manuel Medrano ; además de una oda Al Comercio,
anónima. Pero Labardén era, sin duda, el más poeta de todos ellos,
y es lástima que se conserven tan pocas muestras de su numen. Solo
queda un acto de su tragedia de asunto americano Siripa, represen-
tada en el Carnaval de 1789 á beneficio de los Niños Expósitos (l).
(1) El único acto que se conserva es el segundo, publicado por Gutiérrez
en sus Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sud-americanos ante-
riores al siglo XIX {Buenos Aires. Imprenta del Siglo, 1865), reproducido luego
•en varias compilaciones, y últimamente en la A^itología de poetas argentitios,
por Juan de la C. Puig (Buenos Aires, edición M. Biedma, 1910, tomo i, pá-
ginas 5-45). El original autógrafo, de la colección Gutiérrez, existe en la Bi-
blioteca del Senado Nacional.
La pérdida del resto de la tragedia es verdaderamente inexplicable, pues-
to que consta que en 1835 reapareció en las tablas con el título de Siripo y
400 CAPITULO XII
Jaia en los campos de la matanza, ó la co7tquista de Buenos Aires. Acaso no
era el texto primitivo de Labardén, sino una refundición. Á pesar de lo pa-
triótico del asunto, no parece haber tenido mucho éxito, pues sólo se repre-
sentó dos veces.
La Siripa fué la primera obra seria del teatro argentino, pero la habían
precedido algunos saínetes y tonadillas (Vid. Bosch, Historia del Teatro en
Buenos Aires, págs. 193, 467, 478-512). Adviértase, sin embargo, que algunas
de estas piezas cortas eran de origen español, como el conocidísimo Soldado
fanfarrón, del gaditano Castillo.
En una carta á D. Manuel Basabilvaso, remitiéndole la Loa que debió pre-
ceder al estreno de la Siripa, anunciaba Labardén que tenía empezados ó en
proyecto otros dos dramas, La Muerte de Filipo de Macedania y La pérdida de
Jerusale'n. Pero á juzgar por el largo fragmento conservado de la prosaica y
lánguida Siripa, no debe lamentarse mucho que estos ensayos uo llegasen á
granazón.
De la Siripa, dice Gutiérrez: «Sin más que la precedente muestra, sería
arriesgado discurrir acerca del mérito de los caracteres y de la consecuencia
en la conducta de los personajes, que es una de las primeras cualidades del
drama. Sin embargo, puede asegurarse que si á este respecto no se trasluce
creación alguna en la Siripa, hay originalidad, y hasta atrevimiento acertado,
si se quiere, en el asunto tratado en los términos que lo ha hecho nuestro
autor [Estudios biografieos, pág. 89).
Lo que no alcanzamos á descubrir en la tragedia de Lavardén es esa origi-
nalidad, pues aunque ninguno de sus críticos lo haya notado, es imitación
de otra compuesta en lengua italiana, por el jesuíta valenciano D. Manuel
Lassala, uno de los desterrados á Italia en tiempo de Carlos III. Su título es
Lucia Miranda, y fué impresa en Bolonia, 1784. El argumento, tomado de las
antiguas crónicas del Paraguay, es el mismo, idénticos los nombres de los
principales personajes, como Hurtado y Miranda. El modelo indudable del
P. Lassala, para el color general de su drama y las sentencias en que abunda,
es la tragedia, entonces tan celebrada, de Voltaire, Alzira ó los Americanos y
de ella está tomado el nombre del cacique Zamora. Las condiciones de estilo
y versificación del P. Lassala son superiores á las de Labai-déo, como puede
juzgarse por este retazo:
ZAM.
Strano in ver mi sembra
In uom guerrier si fimminal costume,
E come puote all'ardue impresse avvezzo,
E al forte amor di gloria, egli avvilirsi
Ai piaceri amorosi, e ai cari vezzi
D' una femina in seno? é poi fiaccato,
E ammollito quel cor dai dolci sensi
D' un lungo amor, come indurarsi puote
t
REPÚBLICA ARGENTINA 4°!
Fué el Licenciado Labardén uno de los hombres más influyentes y
respetados de su tiempo, y como Auditor de guerra (l) de la Capi-
tanía general, mereció y obtuvo la confianza del virrey Vértiz, é
inspiró muchas de sus disposiciones encaminadas al bien público (2).
Prego de Oliver, cuyo nombre se cita siempre con el de su amigo
Labardén, era español y Administrador de la Aduana de Montevi-
deo. Gutiérrez le gradúa de poeta elegaate, aunque, mediano, y cita
de él una oda Á España en su decadencia, y algunos versos eróti-
cos. Pero lo que le dio más nombradla fueron sus Cantos á las ac-
ciones de guerra con los ingleses en las Provincias del Río de la Pla-
ta, en los años i8o6jk 1807.
Aquella espléndida reconquista, que inmortalizando con el nom-
Di nuovo á gravi rischi, e aspre fatiche
Di cruda guerra?
GONZ.
Eppur s' unisce e accorda
In lui con nuova e vicendevol forza.
Alia gloria l'amor: quest'anzi in petto,
Non che languente il cor gli indebolisca,
Stimoli ardenti al suo coraggio accresce
lo che d'Urtado
Sotto il medesmo ciel nacqui, e mi strinsi
Seco in dolce amistade, suo valore
Rammentarmi pw deggio: or quando ei scese
In queste spiagge, tu nel primo incontro
Tu vedesti, signor, qual'ei dubbioso
Anco del tuo favor, abbandonando
II lido, inverso a te guidó la fronte
Del nostro armato stuolo...
(,) D Arturo Reynal O'Connor, en su extensa obra Los Poetas Argenii-
nos (Buenos Aires, .904), que según su propósito ha de constar nada menos
quede quince tomos, sostiene contra la opinión de Gutiérrez y de todos los
que han escrito antes de él, que el poeta Labardén (D. Manuel José) no es el
auditor de guerra D. Juan Manuel, sino un hijo suyo. Parece imposible que
tratándose de personajes tan modernos, quepa tal obscuridad y confusión
(vid. tomo I de la obra de Reynal, págs 137-226).
(2) Buenos Aires, 1808. Son cuatro odas que antes se habían impreso
sueltas. •
En El Correo de Comercio, que publicaba en i8io D. Manuel Bel grano, hay
también versos de Prego de Oliver. [Himeneo— ^n^ sátira.)
402 CAPITULO XII
bre de Liniers el del pueblo de Buenos Aires, dio por primera vez
á los argentinos la conciencia de su fuerza viéndose vencedores de
los primeros soldados del mundo, provocó en España y en América
una explosión poética comparable con la que dos años antes había
estallado después de Trafalgar. Ante el recuerdo de la magnífica
oda de D. Juan Nicasio Gallego A la defensa de Buenos Aires, que-
dan las demás reducidas á mera curiosidad bibliográfica; pero no
faltan en algunas de ellas (l) cosas estimables, dentro de la rígida
(i) El Sr. Medina, en su obra ya citada, La Imprenta de Btietios Aires,
reproduce íntegras las principales, y trae una bibliografía muy copiosa de
todas ellas; de la cual extracto las notas siguientes, que me parecen de algún
interés histórico por lo que pueden contribuir á la ilustración de aquel me-
morable suceso.
— A la reconquista de la capital de Buenos Aires por las tropas de mar y tierra
á las órdenes del capitán de Navio D. Santiago Liniers, el día 1 2 de Agosto de
1806. (De Prego de Oliver.) Buenos Aires, en la imprenta de Niños Expósi-
tos, 1806.
Á la gloriosa memoria del tetiiente de fragata D. Agustín Abreu, muerto de
resultas de las heridas que recibió en la acción del campo de Maldonado con los
ingleses el día "j de Noviembre de 1806. Su a?nigo D. Joseph Prego de Oliver...
Buenos Aires... Año 1S06.
— Oda en elogio de la que D. Joseph Prego de Oliver dedicó á la buena 7nemo-
ria de su amigo D. Agustiri Abreu... (De autor anónimo.)
— A Mo7itevideo, tomada por asalto por los ingleses en 3 de Febrero de 1807,
siendo Gobernador de dicha plaza el brigadier de la Real Armada, D. Pascual
Ruiz Huidobro. Por D. José Prego de Oliver...
— Al Sr. D. Santiago de Liniers, brigadier de la Real Armada y Capitán gene-
ral de las Provincias del Río de la Plata, por la gloriosa defensa de la capital de
Buenos Aires, atacada de diez mil ingleses el 5 de Julio de 1807. Por D. José
Prego de Oliver. Oda...
— Romance heroyco en que se hace relación circunstanciada de la gloriosa re-
conquista de la ciudad de Buenos Aires, capital del Vireynato del Rio de la Plata,
verificada el día 12 de Agosto de 1806. Por un fiel vasallo de S. M. y amante de
la patria... Btie7ios Aires... Año de 1807. (Fué su autor el presbítero D. Pan-
taleón Rivarola, profesor de filosofía en el Colegio de San Carlos, que la
compuso en forma de romance de ciego, ó como él dice, «en verso corrido,
porque esta clase de metro se acomoda mejor al canto usado en nuestros co-
munes instrumentos, y por consiguiente, es el más á propósito para que
toda clase de gentes lo decore y cante: los labradores en su trabajo; los arte-
REPÚBLICA ARGENTINA 403
y enfática monotonía con que los falsos Píndaros de la escuela espa-
ñola de entonces querían simular el arrebato lírico.
No sin expresiva ternura, decía, por ejemplo, Prego de Oliver,
deplorando la muerte de su amigo el heroico teniente de fragata
Abreu:
sanos, en sus talleres; los señores en sus estrados, y la gente común, por las
calles y plazas.»)
—Adiciones y correcciones á la dedicaioria qtie el autor del Romance heroyco
sobre la reconquista de Buenos Aires hizo al M. I. Cabildo... Buenos Aires... 1807.
(Versa principalmente sobre los errores históricos del romance, y se atribu-
ye á D. José Joaquín de Araujo. Romance y adiciones fueron reimpresos en
Lima, al año siguiente 1808.)
—La gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires, capital del Vireynafo
del Río de la Plata, verileada del 2 al ^ de Julio de 1807. Brevemetite delineada
en verso suelto, con notas, por un fiel vasallo de S. M. y amante de la patria,
quien lo dedica, con notas, al Sr. D. Santiago Liniers y Bremont... Buenos
Aires... Año de 1807. (Son nuevos romances de ciego, compuestos por el doc-
tor Ri va rol a.)
—Poema panegírico de las gloriosas proesas (sic.) del E. S. D. Saiitiago
Liniers y Bremont... dirigido en obsequio de su excelencia y demás personas y
gremios que han contribuido d la defensa de nuestro patrio suelo en dos ataques
contra la nación británica. Por el Dr. D. Joseph Gabriel Ocampo, Cura y Vica-
rio de las Doctrinas de San Juan Bautista de Tinogasta, partido de Catamarca,
provincia de Córdoba del Tucumán... Buefios Aires... 1807. (Son treinta y nueve
detestables décimas.)
—Breve recuerdo del formidable ataque del exército inglés á la ciudad de Bue-
nos Aires, y su gloriosa defensa por las legiones patrióticas el día 5 de Julio
de 1807. (Contiene cuatro composiciones en varios metros, que se atribuyen
al mismo Dr. Ocampo, y que de todos modos son muy malas. La más tole-
rable es un romance endecasílabo que se titula: Canto de reconocimie7ito al
Dios de los ejércitos, según los sentimientos de algunos sahnos y cánticos de la Sa-
grada Escritura, por el inestimable beneficio que ?ios ha dispensado el día 5 de
Julio.)
—Poema que un amante de la patria consagra al solemne sorteo celebrado en
la plaza Mayor de Buenos Aires por la libertad de los esclavos que pelearon en
su defensa. — 1807.
Fué autor de esta oda el franciscano Fr. Cayetano Rodríguez, y de ella
dice D. J. M. Gutiérrez: «Este dignísimo varón no se sintió inspirado por la
victoria, que costaba sangre, sino por la magnanimidad, que desataba cadenas
del pie del hombre esclavo... La aurora de la revolución baña ya con su luz
404 CAPITULO XII
¡No sonará tu voz en mis oídos!
Aquella voz que de consejo llena
El penoso vivir me solazaba...
El mismo poeta, en estrofas de agradable corte, que recuerdan el
estilo de Arriaza, saludaba de este modo á Liniers, después de su
segunda victoria:
¡Gloria inmortal al héroe que al britano
Lanzó del patrio suelo!
Bajo la augusta bóveda del cielo
No resonó, señor, tu nombre en vano:
Tu militar denuedo
Dio al hispano salud, al anglo miedo...
azulada las estrofas del franciscano.> Á pesar de tal recomendación, la oda es
de las peores que se escribieron en aquellas circunstancias. El P. Rodríguez,
maestro del célebre Moreno, y uno de los hombres más importantes de la
Revolución, brilló más como orador sagrado que como poeta (a). Véase lo
que de él escribe Gutiérrez en sus Apuntes biográficos de escritofes^ oradores y
hombres de Estado de la República Argentina (Buenos Aires, 1860), y en su
estudio De la elocuejicia sagrada en Buenos Aires antes de la revolución.
(Tomo II de la Revista de Bue7ios Aires, págs. 2S0-281), y el reciente estudio
de Fr. Pacífico Otero, de la Orden de San Francisco, Fr. Cayetano (b) (Buenos
Aires, 1908).
— Relación en que se i7idividualiza la entrega de la Lámina que costeó y con-
sagró la muy noble villa de Oruro á la memoria de las dos gloriosas acciones
ejecutadas en esta capital los días 12 de Agosto de 1806^ 5 de Julio de 1807....
Buenos Aires, 1808. (Contiene varias inscripciones en verso.)
— Sucinta tnemoria sobre la segunda invasión de Buenos Aires el mes de Julio
de 1807... Buenos Aires, 1808. (Está en octavas reales, con largos comentarios
en prosa.)
— La reconquista de Buenos Aires por las arjuas de Su Majestad Católica...
(a) Sobre el Dr. Rivarola, vid. Reynal O'CoDnor, Los poetas argentinos. (I, págs. 226-280).
(b) Fr. Cayetano Rodríguez compuso muchos versos patrióticos después de 1810, pero apenas
se encuentra en ellos nada tolerable, salvo esta estrofa de una oda al paso de los Andes por el
general San Martín:
Parece que las nieves, que los mismos
Peñascos eminentes,
Que los profundos, hórridos abismos,
A su valor se muestran obedientes,
Y que las altas cumbres y cuchillas,
Mientras él pasa, doblan las rodillas.
REPÚBLICA ARGENTINA 405
Cubrid el suelo de arrayán y rosa;
Que ya lleno de gloria
Se acerca el capitán, y la victoria
Imprime el pie donde su planta posa.
Marte le dio la lanza,
Virtud el cielo, la virtud templanza...
Más celebrado fué entonces, y más reputación tradicional ha con-
servado, aunque ciertamente no serán muchos los que en nuestros
tiempos le hayan leído entero, El Triunfo argentino^ interminable j
prosaico romanzón endecasílabo de D. Vicente López y Planes, que
tomó parte activa en aquella jornada como capitán de una compa-
ñía de voluntarios patricios. Tal circunstancia, á la vez que da valor
histórico á su testimonio, explica el calor y la animación de algunos
trozos en que el poeta, á pesar de su medianía, acertó á ser intér-
prete del sentimiento unánime y sincero de su pueblo. Por lo demás,
Silva, por D. Manuel Pardo de Andrade... Reimpresa eji Buenos Ayres... Añ^
de 1808.
De este mismo poeta gallego, que era oidor de Barcelona, hay otra com-
posición al mismo asunto.
— Derrota de los ingleses el 5 de Julio de 1807. Silva, por D. Mamiel Pardo
de Andrade. Publícala el Real Consulado de la Coruña en obsequio de sus anti-
guos corresponsales y amigos, los valerosos habitantes de aquella leal y gloriosa
ciudad. La Coruña, 1807.
— El Triunfo Argentiiio. Poema heroico en mejiioria de la gloriosa defensa de
la capital de Buenos Ayres contra el ejército de 1 2.000 hombres., que le atacaron
los días 2 d 6 de Julio de 1807. Por D. Vicente López y Planes, capitán de la Le-
gión de Patricios de la misjna capital. En Buenos Aires. Año 1808.
— Buenos Aires reconquistada, poema etidecasilábico. Por J. B. de Portegueda.
I México, 1806, 4.")
— Oda á la gloriosa defettsa de Buenos Ayres por los españoles e?i los días 5 y
6 de Julio de 1807. Dedícala al teniente de navio D. Manuel de la Iglesia y Da-
rrac, su hermano. Sin 1. ni a. Imprenta de Quintana. (Es edición peninsular.)
— Rimas en honor de la España. Por D... Madrid, en la Impreiita Real. Año
de 1817. Contiene un canto épico, La invasión itiglesa en la América meridio-
nal. El autor de estas Rimas fué D. Mariano Colón, Duque de Veragua.
Rasgo poético á los habitantes de Buetios Aires, en obsequio del valor y lealtad
con qjie expelieron á los ingleses de la América Meridiofial el 5 de Julio de 1807...
Reimpreso en Buenos Aires... Año de 1808.
(Es un romance endecasílabo; su autor, D. Miguel Belgrano.)
4o6 CAPÍTULO XII
el poema está lleno de reminiscencias virgilianas, especialmente del
libro VII de la Eneida.
El Triunfo Argentino., aunque consagrado todavía á la gloria de
las armas españolas, puede considerarse como el primer destello de
la poesía patriótica argentina, puesto que lo que principalmente
exalta es el heroísmo del pueblo de Buenos Aires. Cabalmente el
mismo López Planes iba á ser uno de los prohombres de la revolu-
ción, ya como secretario del general Ocampo, en l8lO, ya como
diputado á la Soberana Asamblea de 1813, ya como ministro del
dictador Pueyrredón, en 1 8 16, ya como Presidente de las Provin-
cias Unidas del Río de la Plata, en 1827. Su nombre es principal-
mente famoso por ir unido al Himno Nacional Argentino., que puso
en música el catalán D. Blas Parera. Este himno es el mejor de los
cantados en América durante el período revolucionario, lo cual no
quiere decir que sea una obra maestra, ni mucho menos. Desde
luego, empieza con un verso que no lo es, si se pronuncia como es
debido:
«Oíd, mortales, el grito sagrado... ^
y hay otros varios también mal acentuados, cosa doblemente grave
en una composición destinada al canto.
Pero en conjunto, esta marcha guerrera tiene viveza é ímpetu bé-
lico. Se ve que el autor quiso imitar el canto de guerra que Jovella-
nos había compuesto para Asturias en 1811:
«Ved qué fieros sus viles esclavos
Se adelantan del Sella al Nalón,
Y otra vez sus pendones tremolan
Sobre Torres, Naranco y Gozón.»
Y dice López remedándole:
«¿No los veis sobre Méjico y Quito
Arrojarse con saña tenaz,
Y cuál lloran, bañados en sangre,
Potosí, Cochabamba y la Paz?...»
Compuso López otras poesías de circunstancias, que, generalmen-
REPÚBLICA ARGENTINA 4^7
te valen poco (l). Quizá merezca exceptuarse una oda A ¡a batalla
de Maípo, aunque '^parezca exagerado el elogio de Gutiérrez: .La
composición que comienza, Aquella ingrata noche había pasado,
es intachable entre las que se conocen de López.»
Con él compartieron, en los días de la guerra, el oficio de poetas
patrióticos, el sargento mayor de artillería D. Esteban Luca, don
Juan Crisóstomo Lafinur, y otros versificadores clásicos de menos
nombre. Luca tenía más estro y dicción más poética que López; su
Canto lírico d la libertad de Lima (2) contiene trozos de noble y ma-
jestuosa entonación en el género de Quintana; sus odas A la batalla
de Chacabuco y Al triunfo de lord Cochrane en el Callao, son cier-
tamente poesías de escuela, atestadas de fárrago mitológico y de in-
vocaciones á Apolo y á las Musas, pero están versificadas con mucho
vicor, y valen más que las de Fernández Madrid y otros colombia-
no'^s y mejicanos que por entonces lograban efímera gloria, obscure-
cida del todo apenas resonó el canto victorioso de Olmedo. A Lafi-
nur le considera Gutiérrez como «el poeta romántico de esta época
(O En El Correo del Comercio, que publicaba en 1810 D. Manuel Bel-
arano, hay de D. Vicente López, una oda titulada Delicias de la vida del
labrador. Falta en la colección más completa que de las poesías de D Vi-
cente López conocemos, es á saber la que figura en el tomo 11 de la AMologza
de poetas argetitinos, por Juan de la C. Puig (págs. 60-146).
(2) Es aquél tan celebrado, que comienza:
«No es dado ¡í los tiranos
Eterno hacer su tenebroso imperio...»
Luca naufragó en el Río de la Plata, en Marzo de 1824, volviendo de Rio
Janeiro, sin que se pudiese encontrar su cadáver. Este fin trágico ha inspi-
rado á Olegario Andrade su fantasía de El Arpa perdida, que termina con
estos versos:
«Desde entonce el viajero
Oye en la noche plácida y serena,
Ó entre el rumor de la tormenta brava,
Como el eco de dulce cantilena
Que de lejos lo llama;
Es el arpa perdida.
El arpa del poeta peregrino.
Casi olvidado de la patria ingrata.
Que duerme entre los juncos de la orilla
Del turbulento y caudaloso Plata.»
Mbsííndbz 1 TeIjAyo. — Poesía hispano-americana. II.
4C8 CAPÍTULO XII
clásica» (romántico á la manera de Cienfuegos); y pondera mucho
sus tres elegías á la muerte del general Belgrano, «por su pasión, por
su abundancia y por su ternura casi filiah^; pero de tales encomios
hay que descontar bastante cuando se leen las celebradas elegías y
se tropieza con versos de esta laya:
«Así la rosa, cuando dulce expira,
Descarga su fragancia en quien la mira.>
Lafinur, cuyo gusto no llegó á formarse nunca, era, al decir del
mismo Gutiérrez, «uno de esos hombres de acción y de entusiasmo,
cuyos escritos son inferiores á su talento y á su fama». En los vein-
tisiete años de su vida, fué sucesivamente sochantre de la catedral
de Córdoba, militar, periodista en Chile en colaboración con Fr. Ca-
milo Enríquez, músico, y profesor de filosofía materialista, de cuyos
errores abjuró después, muriendo como fervoroso cristiano (l)
Más notable también por su personalidad excéntrica y aventure-
ra, por su raro talento y \-ariedad de facultades, que por sus escritos,
que fueron muy poco numerosos, se nos presenta otro argentino,
D. Juan Antonio Miralla, natural de Córdoba del Tucumán (2). Es-
(1) La mayor parte de las poesías patrióticas de los autores citados hasta
aquí, y de otros que omitimos, están recopiladas en una colección, ya muy
rara, que se publicó en Buenos Aires durante la administración de Rivadavia:
iLa Lira Argentina, d Colección de las Piezas Poéticas, dadas d luz en Bue-
nos Ayres durante la guerra de su independencia. Buenos Ayres, 1824, 4.°, vii-
515 páginas.»
Muchas de ellas pasaron á la América Poética de Valparaíso.
Además de La Lira, se imprimió en 1S27 una Colección de poesías patrióticas
formada por D. Esteban de Luca, D. Juan Cruz Várela y D. Esteban Echeve-
rría, pero no llegó á circular, ni se conoce más ejemplar que el de la Biblio-
teca Nacional de Buenos Aires. Vid. el índice de la Atitologia del Sr. Puig
(tomo I, págs. ix-x).
(2) Véase la biografía de Miralla por Gutiérrez, en el tomo x de la Revista
de Buenos Aires, 1866, págs. 473-522.
El poeta colombiano D. José María Salazar, deploró la temprana muerte de
Miralla en una elegía, á la cual pertenecen estos versos:
«Cuando más esperanza prometía,
Le sorprendió la muerte en su camino:
Bajó la noche en la mitad del día.»
REPÚBLICA ARGENTINA 4O9
tudiante de medicina en Lima; comerciante en la Habana; amigo
de Vai-o-as Tejada y de Fernández Madrid, con quien fundó en 1 82 1,
El Argos (l); conspirador contra España en Colombia, en Méjico y
en los Estados Unidos, pasó la mayor parte de su vida fuera del
suelo natal, y murió en Puebla de los Ángeles en 1825. Apenas
éueda de él ninguna obra original; pero hizo dos versiones muy
curiosas: la de las Cartas de Jacobo Ortís, de Hugo Foseólo (publi-
cada en la Habana en 1822, reimpresa en Barcelona en 1833, y en
Buenos Aires en 1 83 5), donde los breves pasajes de Dante y
Alfieri que Foseólo cita están puestos en verso castellano con nota-
ble propiedad y acierto (2); y la literalísima traducción, casi impro-
(i) En el período constitucional de 1820 á 1823, Miralla llegó á ejercer
grande influencia política en la Habana, para lo cual tenía notables condicio-
nes de tribuno. Su amigo Fernández Madrid le dedicó un soneto por haber
xiquietado q\ furor papilar en un tumulto que estalló, no sabemos con qué
motivo, en 15 de Abril de 1820:
¿Visteis alguna vez del mar airado
Encresparse las olas agotadas
Cuando de opuestos vientos contrastadas
Bramando sin piedad se han levantado?
Ya descienden de un cielo encapotado
Las centellas por Júpiter lanzadas;
Ya no atiende á las velas destrozadas
El marinero absorto y consternado.
Pero armada la diestra del tridente.
Habla Neptuno y calla el Océano
Que la voz reconoce omnipotente.
Imagen de ese mar fué el pueblo Habano
Y de Neptuno el joven elocuente.
Que aplacar supo su furor insano.
Este soneto, como se ve, es imitación de un bello pasaje de Virgilio.
<^n. I, V. 148-153):
Ac, veluti magno in populo quum saepe coorta est
Scditio, saevitque animis ignobile volgus;
lamque faces et saxa volant; furor arma ministrat;
Tum, pielate gravem ac meritis si forte virum quem
Conspexcre, silent, adrectisque duribus adstant;
Ule regit dictis ánimos, et pectora mulcent,
Sic cunctus pelagi cecidit fragor...
(2) Últimas cartas de Jacobo Dórlis. Traducidas por D. José Antonio Mira-
lia. Primera (y segunda) /ar/í;. Habana^ Imprenta Fraternal^ 1S22, 8.°.
Últimas cartas de Jacobo Ürtis, por Hugo Tascólo (sic por Foseólo). Barce-
41 o CAPITULO XII
visada, que en 1823 hizo de la elegía de Tomás Gray, En el cemen-
terio de una aldea^ hecha verso por verso, á pesar de la gran dife-
rencia de concisión entre ambas lenguas (l). Los demás intérpretes
castellanos de esta elegía, entre los cuales se aventaja D. Enrique
de Vedia, han tenido que acudir á la paráfrasis, empleando una ter-
cera parte más de versos que el original, con lo cual la expresión
poética pierde mucho de su fuerza; pero Miralla acometió la lucha
cuerpo á cuerpo; y si no puede decirse que saliera siempre victo-
rioso, porque era empresa casi imposible, á lo menos superó enor-
mes dificultades, y en algunas estrofas acertó á no perder nada del
texto y á calcarle en una expresión sobria y castiza, sin afectación
ni violencia (2). Como esta traducción, aunque bastante conocida
lona, imp. de A. Bergnes, con licencia, 1833. Es el tomito xxviii de la Biblioteca
selecta, portátil y econo'mica, o' sea Colección de novelas escogidas, que aquel edi-
tor publicaba.
Últimas caftas... Buenos Aires, 1835. Impriesión costeada por D. Patricio
Basabilvato, amigo de Miralla.
El texto de Barcelona está muy mutilado. Como no he visto ninguna de
las dos ediciones americanas, ignoro si estas mutilaciones deben atribuirse
exclusivamente á la censura española del tiempo de Fernando VIL
(i) El verso siguiente, por ejemplo, es un portento de literalidad; no se
puede ir más lejos:
The paths of glory lead but to grave.
La senda de la gloria va al sepulcro.
(2) Las traducciones ó imitaciones en verso castellano de la elegía de
Gray, que recuerdo, son:
d) Pérez del Camino (D. Manuel Norberto). Elegía escrita sobre el ceme7i-
terio de una aldea (imitación del inglés). En las notas que puso á los cuatro
poemas de Gabriel Legouvé, El Mérito de las mujeres, Los Recuerdos, La
Sepultura, La Melancolía, puestos por él en verso castellano (Burdeos, 1822,
págs. 282-292).
La traducción ó imitación está en tercetos, y es bastante débil.
Ya la campana en lúgubre lamento
Anuncia el fin del día moribundo...
b) Alonso (D. José Vicente). De este poeta, natural de Ávila, pero tenido
generalmente por granadino (1775-1841), por haber residido casi toda su vida
en la metrópoli del Genil y el Darro, de cuya Chancillería fué relator, cita
REPÚBLICA ARGENTINA 4II
en América, por haber sido reproducida en muchos periódicos de
Méjico, \^enezuela, Colombia y Buenos Aires, lo es muy poco en
España, no estará de más dar aquí alguna muestra de sus nerviosos
y viriles versos, que no son la menor prueba de la concisión que
cabe en nuestra lengua:
D. Leopoldo Augusto de Cueto (Poetas líricos del siglo XVIII, tomo iii, pá-
gina 664), tuna traducción en tercetos de Ja famosa elegía inglesa de Gray,
The Country Church-Yard» . No se hace mérito de ella en la breve noticia
que se dio, al fallecimiento de Alonso, en La Alhambra, tomo iv, pág. 431.
Como por aquellos años se" hizo en Granada otra versión de la elegía de
Gray, es posible que haya alguna confusión en la noticia, puesto que el tra-
bajo no parece muy propio del gusto dominante en las composiciones de
Alonso, conocido especialmente por su parodia dramática ó tragedia burlesca
Pancho y Meiidrugo, por su traducción de los Besos del poeta holandés-Juan
Segundo, y un poema del género del abate Casti, La horrible venganza, obrita
primorosamente versificada en octavas reales, que por escrúpulos quizá ni-
mios no se decidió á indicar en su antología el Sr. de Cueto.
c) D. José Fernández Guerra, literato granadino (i 791-1846), padre y
maestro de los dos ilustres académicos D. Aureliano y D. Luis, hizo dos tra-
ducciones ó imitaciones de El cemenicrio de la aldea, enteramente diversas
hasta el punto de no tener apenas un verso común. En el primer texto, leído
en la sesión de competencia del Liceo de Granada la noche del 24 de Julio de
1840, é impreso en La Alhambra, revista de aquella ciudad (tomo m, páginas
207-210), el traductor, usando de la libertad romántica en el cambio de me-
tros, usa cuartetos endecasílabos agudos, romancillos eptasilábicos, y tercetos:
Inc. La campana ya fúnebre tañía,
Y el alma recordaba con terror;
Era llegado el término del día
Que nacer viera en delicioso albor...
Más adelante, comprendiendo que sólo alteraba el carácter de la composi-
ción, que es de las más clásicas de la poesía inglesa, refundió la elegía, escri-
biéndola toda en tercetos y mejorándola mucho. Esta segunda versión pos-
tuma fué publicada por D. Manuel Cañete en el Heraldo, periódico de
Madrid (7 de Abril de 1850).
La luz desmaya que ostentara el día;
Y la campana, con clamor forzado,
El balante rebaño al redil guía...
d) El escritor encartado, D. Enrique de Vedia, que es el mejor traductor
de poesías inglesas, dejó una que bien puede calificarse de clásica y magis-
412 CAPITULO XII
«So aquellos tilos y olmos sombreados,
Do el suelo en varios cúmulos ondea,
Para siempre en sus nichos colocados
Duermen los rudos padres de la aldea (i).
¡Cómo las mieses á su hoz cedían,
Y los duros terrones á su arado!
¡Cuan alegres sus yuntas dirigían!
tral de la elegía de Gray. No puedo puntualizar ahora la fecha del cuadernito
en que fué impresa en Londres ó en Liverpool (¿1845 á 1848?) con bastantes
erratas que desazonaron al traductor hasta hacerle retirar de la circulación
la mayor parte de la tirada. Después se ha reproducido mucho en periódicos
de España y América, y últimamente en el precioso librito de D. Miguel
Antonio Caro, Traducciones Poéticas, 1889, págs. 206-216 (donde la firma del
traductor está equivocada, por cierto, D. Hevia):
Ya de la queda el toque reposado
Anuncia el fin del moribundo día,
Y por la loma el mugidor ganado
Camina lentamente á la alquería...
é) Gómez (D. Ignacio) entre los Arcades de Roma Clitauro Italense, poeta
guatemalteco (18 13). En el tomo i de la Galería poética. Carta Americana de
D. Ramón Uriarte (Guatemala, 1888), págs. 207-21 1, está su traducción de la
Elegía escrita en el cemefiterio de una aldea:
Ya el bronce anuncia el moribundo día,
Torna al redil la grey con ronca queja,
El rústico á su hogar la planta guía
Y á las sombras y á mí la tierra dejan.
(l) Bejieath thoserugged elmes, tliat yew-tree's shade,
Where heaves the turf in many a mould'ring heap,
Eack in his narrow cell for ever laid,
The rude forefathers of the hamlet sleep.
Vedia emplea doble número de versos:
Bajo de aquellos álamos frondosos.
Del tejo melancólico á la sombra
Donde se alza en mogotes numerosos
El césped verde en desigual alfombra.
En su estrecha morada colocados
Bajo la humilde cruz que allí campea,
Descansan sin afanes ni cuidados
Los rústicos abuelos de la aldea.
REPÚBLICA ARGENTINA
•Cuántos bosques sus golpes han doblado!... (i).
Boato de blasón, mando envidiable,
Y cuanto existe de opulento y pulcro,
Lo mismo tiene su hora inevitable:
La senda de la gloria va al sepulcro (2).
No los culpéis, soberbios, si en la tumba
La memoria trofeos no atesora.
Do en larga nave y bóveda retumba
Del alto honor la antífona sonora.
¿Volverá la urna inscripta, el busto airoso
El fugitivo aliento al pecho inerte?
¿Mueve el honor al polvo silencioso?
¿Cede á la adulación la sorda muerte?
Tal vez en este sitio abandonado
Hay pechos donde ardió celeste pira;
Manos capaces de regir Estados
Ó de extasiar con la animacTa lira.
4^3
¡Cuánta brillante asaz piedra preciosa
Encierra el hondo mar en negra estancia!
(1)
Cf. Vedia:
(2) Cf. Vedia:
Oft did the harvist io their sickle yield,
Theirfurrow oft the stuhborn gUhd has broke;
How jocund did th¿y driv¿ their team afield,
How bow'd the woods bentath their sturdy stroke.
¡Cuántas veces la espiga ya madura
Dobló á sus hoces la cerviz dorada!
¡Cuántas otras la gleba inerte y dura
Rompió su reja y quebrantó su azada!
¡Oh, cuál gozaban al lanzar con brío
En el abierto surco el rubio grano!
Y como reposaba el monte umbrío
Del hacha al golpe en su robusta mano.
•
El fausto de alta alcurnia, el gran tesoro,
Y del poder la pompa soberana,
Y cuanto la hermosura y cuanto el oro
Dar han podido á la ambición humana.
Todo trae la misma triste historia,
Todo en un mismo fin acaba y cesa,
Y la senda brillante de la gloria
Sólo conduce á la profunda huesa.
The boast of heraldry, the pomp of power,
And al! that beatity, all that w;alth e er gave,
Await alike the' inevitable hour
Thepitths ofglory lead but to the grave.
414 CAPITULO XII
¡Cuánta flor, sin ser vista, ruborosa,
En un desierto exhala su fragancia! (i).
Tal vez un Hámpden rústico allí yace
Que al tiranuelo del solar valiente
Resistió; un Milton que sin gloria calla,
De sangre patria un Cromwell inocente.
Oir su aplauso en el Senado atento,
Ruina y penas echar de su memoria.
La tierra henchir de frutos y contento,
Y en los ojos de un pueblo leer su historia,
Su suerte les vedó; mas en su encono
Crímenes y virtudes dejó yertas,
Vedóles ir por la matanza á un trono
Y á toda compasión cerrar las puertas.
Callar de la conciencia el fiel murmullo,
Apagar del pudor la ingenua llama,
O el ara henchir del lujo y del orgullo
Con el incienso que la musa inflama.
Lejos del vil furor, del lujo insano.
Nunca en deseos vanos se encendieron,
Y por el valle de un vivir lejano
Su fresca senda sin rumor siguieron.»
Pero Miralla no hizo más que traducir, y aun esto como distrac-
ción de aficionado; y los demás versificadores hasta aquí menciona-
dos gastaron todas sus fuerzas en la poesía de circunstancias políti-
cas que, pasado algún tiempo, resulta tan enfática y empalagosa.
Digámoslo claro: antes de 1 824 se habían hecho en Buenos Aires
muchos versos, pero no había aparecido un verdadero poeta. El
(i) ¡Cuánta perla gentil, rica y lozana,
De puro brillo y esplendor sereno,
Vedada siempre á la codicia humana,
Guarda la mar en su profundo seno!
¡Ay, cuánta flor ostenta sus primores
En retirado valle sola y triste,
Y en medio de su aroma y sus colores
Nadie la mira y para nadie existe!
Aquí la ventaja es indisputablemente de Vedia, aunque duplicando los
cuartetos según su costumbre:
Full many a gem ofpurest ray serene,
The dark unfathom\i caven cf ocean bear:
Full mauy ajlower is born to bltish unseen,
And waste iís swetness on ihe desert air.
REPÚBLICA ARGENTINA 415
primero que entre los argentinos fué digno de este nombre, el que
representó allí honrosamente la escuela clásica, colocándose, si no
al nivel, á corta distancia de los Olmedos y Heredias de otras par-
tes, fué Juan Cruz Várela, de quien hemos de hablar extensamente,
no sólo porque el número y variedad de sus composiciones así lo
exigen, sino porque la mayor parte de ellas son mejores para cita-
das á trozos que para figurar íntegras en una antología. Servirános
de guía el minucioso, aunque por desgracia no terminado estudio
que á la memoria de Várela dedicó su antiguo amigo D. Juan M.
(jutiérrez, el cual compendia en estos rasgos la semblanza del hom-
bre y del poeta: «Juan Cruz V^arela jamás desmintió, ni en su con-
ducta ni en sus escritos, que había nacido bajo la atmósfera instable
y eléctrica del Río de la Plata. Impresionable, apasionado, devoto
con firmeza á su credo social, despreocupado, entusiasta, abierto á
las ideas nuevas, agudo, chistoso, ameno, tan diestro en herir como
pronto para perdonar, reúne en sí todas las cualidades de la índole
de sus compatriotas» (l).
Nació Juan Cruz Várela en Buenos Aires, el 24 de Noviembre de
1794, y comenzó á educarse en pleno período revolucionario, con-
curriendo desde 1810 á las aulas de Córdoba del Tucumán, donde
en 1 8 16 se graduó de Bachiller en Teología y Cánones. Su primera
producción fué un poema en quintillas, imitación del Lutrin de Boi-
leau, sobre un motín universitario que hubo en Córdoba. Pero su
principal vocación no era la de la sátira, ni tampoco la de la poesía
amorosa, que en su primera mocedad cultivó bastante, siguiendo,
como todos, las huellas de Meléndez. Sus anacreónticas A Delia y
A Laura., son frías, amaneradas é insípidas; pero en un poema eró-
tico-mitológico, que tituló Elvira^ compuesto también en su tempo-
rada de estudiante, y excluido luego (salvo algún fragmento) de la
colección definitiva de sus poesías que corrigió en 1 83 1, hay octa-
(i) Estudio sobre las obras y la persona del literato y publicista argentino don
Juan de la Cruz Várela. En los tomos i, 11, ni y iv de la Revista del Rio de la
Plata, periódico mensual de historia y literatura de América, publicado por Andrés
Lamas, Vicente F. López y Juan María Gutiérrez (Buenos Aires, 1871 y
siguientes).
4l6 CAPÍTULO XII
vas muy bien hechas, que recuerdan las mejores de la Silvia de
Arriaza, á quien indudablemente había tomado por modelo (i):
Sola conmigo la adorada mía
En las calladas horas se encontraba
De una pesada siesta, y era el día '
Que amor para su triunfo reservaba:
Nada nuestro silencio interrumpía;
Nadie nuestros suspiros escuchaba;
Que hasta el sordo ruido de las gentes
Cesa en las horas del verano ardientes.
¡Oh días de mi gloria! ¡Oh dulces horas
Las que, testigos de mi amor, volaban!
¿Quién os creyera nunca precursoras
De los días de horror que me esperaban?
Pero, ¿cuándo las penas roedoras
Con la quietud del corazón no acaban?
¿Cuál barquilla, que incauta se ha engolfado
En el mar del amor no ha zozobrado?»
Pero su predilecto entre los poetas españoles de fines del siglo
p:isado fué, sin duda, el melancólico Cienfuegos, cuyo énfasis senti-
iT.ental, sostenido por condiciones de excelente versificador, se asi-
miló en parte Juan Cruz, si bien guardándose de imitarle en las extra-
(i) Es también imitación de Arriaza, aunque muy posterior (1872), la ga-
lante oda Al bello sexo a7-gentino, especialmente en esta estrofa:
«Buenos Aires soberbia se envanece
Con las hijas donosas
De su suelo feliz; y así parece
Cual rosal lleno de galanas rosas
Quj en la estación primaveral florece.
Todas soft bellas, y la mano incierta
Que á la flor se adelanta,
Una entre mil á separar no acierta
Entre la pompa de la verde planta.»
Arriaza había dicho en el poema Emilia:
«Y escogiendo fragancia y colorido
En tantas flores párase indecisa;
Mas codiciosa del botín florido,
Son su despojo al ñn cuantas divisa.»
REPÚBLICA ARGENTINA 417
ñezas de lengua. Esta derivación es visible en la elegía que Várela
compuso en 1 820 á la memoria de su padre; de ella son estos versos:
«¡Ah, memoria, memoria! La honda herida
Que en mi azorado pecho abrió tal golpe,
Todavía reciente, está sangrando.
Un giro apenas el planeta nuestro
Ha dado en torno al sol, desde la noche
En que bañado en mi copioso llanto
Y desgarrado el corazón, mil besos,
¡Últimos besos!, en la yerta frente
Di al amado cadáver, y de pronto
De mis brazos amantes le arrancaron
Y le escondieron en la horrible huesa.
¡Oh Señor de la vida y de la muerte!
(Por qué no me escuchaste? Yo humildoso
Mi faz cosía con el polvo negro,
Y te rogaba que el instante aciago.
Señalado al morir del padre mío,
Lentamente viniera, y tarde entrara
En la serie constante de las horas.
¿Por qué no me escuchaste, y en mis ojos
Perenne material de amargo llanto
Sin piedad has abierto? Si una sombra
De unirse había á las del reino obscuro,
¿Mi vida aquí no estaba? En flor yo hubiera
A la tumba bajado, y ningún hijo,
Ninguna esposa, en mi morir pensara.»
Salía Várela de la Universidad con un buen fondo de cultura clá-
sica. Ya entre sus ensayos de colegio hay versos latinos y una tra-
ducción de la elegía tercera del libro i de los Tristes., de Ovidio, en
que cada dos dísticos del original están interpretados en una octa-
va. Más adelante tradujo con poca felicidad algunas odas de Hora-
cio (l). Pero su más notable ensayo en este género fué la versión
(i) Están en los números 40, 41, 42 y 51 de ^/ Patriota, de Montevideo, y
son las siguientes:
Pastor cum traheret (un romancillo muy pobre).
Parcus Deorum cultor et infrequens (otro romance menos malo que el an-
terior).
4 I 8 CAPÍTULO XII
de algunos libros de la Eneida^ con que entretuvo sus ocios de des-
terrado en 1829 y 1 836. Sólo llegó á dejar limados y corregidos los
dos primeros libros; y sólo el primero y algún fragmento del se-
gundo, han sido impresos, que yo sepa (l). Están en endecasílabos
libremente rimados; el estilo es puro y agradable, la versificación
corre fácil y sin tropiezos; pero el uso frecuente de los pareados
quita á esta versión dignidad clásica, y, por otra parte, el trabajo
tiene visos de improvisación, y no siempre es fiel á la letra, ni me-
nos al espíritu de Virgilio. El encuentro de Eneas con su madre en
el libro primero, y la muerte de Laoconte en el segundo, son de los
trozos mejor traducidos. El intérprete comprendía bien las dificul-
tades de su tarea, y tenía sobre el arte de traducir muy sólidos
principios, que expuso en una carta de 29 de Abril de 1 836 á su
anticfuo Mecenas, D. Bernardino Rivadavia: «Mi sistema de tradu-
cir á Virgilio (decía), no es otro que el de imitar en lo posible su
estilo, y aun usar sus mismas palabras en cuanto lo permitan la len-
gua y las inmensas trabas que cuando se traduce presenta la versi-
ficación (2).
Calo Tonantem (endechas),
Meccenas aiavis (endechas). Esta última es la más aceptable de todas.
Gutiérrez, en la América Poética, dice que Várela llegó á traducir la mayor
parte de las odas de Horacio; pero no sé que se hayan impreso más que las
citadas.
(i) En la Revista del Rio de la Plata (1874).
Várela hizo otras diversas traducciones del latín, del italiano y del francés,
entre ellas La Matrona de Éfeso, cuento de Lafontaine. La copia Gutiérrez.
(2) Juzgaba con dureza las traducciones anteriores, así en castellano
como en otras lenguas: «La de Hernández de Velasco, no puede ser más
defectuosa y ridicula; ni aquellos son versos, ni allí hay poesía ni el más ligero
remedo de estilo de Virgilio... Existen también en prosa los seis libros pri-
meros de la Eneida, mal atribuidos á Fr. Luis de León, y esta prosa es de lo
más insoportable que puede leerse. La traducción de Iriarte, mirándola sólo
por lo textual y ceñida á la letra, puede llamarse perfecta; en lo demás no se
parece á Virgilio... En Delille se advierte á cada paso con sentimiento que
están completamente alteradas las formas antiguas, y vestidos á la moderna,
si es lícito expresarse así, no sólo el poeta que celebró á los héroes de la
Eneida, sino los mismos héroes celebrados.»
Salvo el excesivo rigor con Hernández de Velasco (en cuyo trabajo hay que
REPÚBLICA ARGENTINA '^^'^
as v,r,, ano a C ^^ ^^^ ^^^^^^^.^^^ ^^^_^^_
sos, ciertamente notables:
DIDO
«Me miró, me incendió, y el labio suyo
Trémulo hablando del infausto fuego
Oue devoró su patria, más volcanes
Prendió con sus palabras aquí adentro
Oue en el silencio de traidora noche
Allá en su Troya los rencores griegos.
Amor y elevación eran sus ojos;
Elevación y amor era su acento.
Y al mirar, y al hablarme, yo bebía,
Sedienta de agradarle, este veneno
En que ya está mi sangre convertida,
Y hará mi gloria y mi infortunio eterno.
...••1
Testigo ha sido de mi unión el cielo:
En el fuego del rayo que cruzaba
Prendió su antorcha el plácido Himeneo;
Fué nuestro altar un álamo del bosque,
Y la selva frondosa nuestro templo.»
Todavía hay más arranque patético en las imprecaciones de Dido
próxima á la muerte:
,' .n vpr.o suelto Y es casi siempre floja y desali-
distinguir la parte que esta en veiso ^"^^^o y ^^^^^^^
nada, de la parte compuesta en octavas, donde a
todos estos juicios son de exactitud incontestable.
420 CAPITULO XII
<La ambición es tu Dios: te llama; vuela
Donde ella te arrebata, mientras Dido
Morirá de dolor, sí; ¡pero tiembla!
Tiembla, cuando en el mar el rayo, el viento,
Y los escollos que mi costa cercan,
Y amotinadas las bramantes olas
En venganza de Dido se conmuevan,
pero Me llamarás entonces; entonces
Morirás desoído. Cuando muera
Tu amante desolada, entre los brazos
De tierna hermana expirará siquiera,
Y sus reliquias posarán tranquilas
Y bañadas de llanto en tumba regia;
Pero tú morirás, y tu cadáver,
Al volver de las ondas, será presa
De los marinos monstruos, é insepulto.
Ni en las mansiones de la muerte horrenda
Descansarán tus manes. Parte, ingrato;
No esperes en Italia recompensas
Hallar de tu traición: parte; que Dido
Entonce al menos estará contenta.
Cuando allá á las regiones de las almas
De tu espantable fin llegue la nueva.»
No por su contextura dramática, que es floja, pero sí por los mé-
ritos de su robusta versificación, es la Dido la primera tragedia ar-
gentina digna de ser citada. De la Siripo de Labardén no queda más
que el título y la fama; y bien puede decirse que el teatro fué in-
significante en Buenos Aires hasta 1823 en que apareció esta obra.
Inútiles habían sido los esfuerzos de cierta Sociedad del Buen Gusto,
creada en 1817, para fomentar los espectáculos escénicos, de la cual
formaron parte Luca, López Planes, D. Bernardo Vélez y el fraile
Camilo Henríquez, que ciertamente no parecía llamado á iniciar en él
buen gusto á nadie. Algunas traducciones y algunas piezas de circuns-
tancias fué todo lo que esta asociación produjo, y casi todo ello ha pe-
recido sin dejar rastro: la Jornada de Maratón, traducida del francés
por D. Bernardo Vélez; la Camila, del fraile Henríquez; La Quinca-
llería, comedia imitada del inglés por D. Santiago Wilde; La Revolu-
^cián de Tupac-Amaru, del Dr. Lafinur, con intermedios de música;
el Aristodemo, de D. Miguel Cabrera Nevares; el Philippo, de Alfie-
REPÚBLICA ARGENTINA 421
r¡, traducido en verso por D. Esteban Luca «con fidelidad y maes-
tría notables» (al decir de Gutiérrez); y finalmente, una tragedia
anónima, basada en el famoso libelo Cornelia Bororqiúa^ en que se
pintaba la Inquisición en la plenitud de sus sombras (según expre-
sión de C. Henríquez), es todo lo que se cita en este repertorio.
No fué la Dido el único ensayo dramático de nuestro poeta. Al
año siguiente (1824) publicó la Argia, tragedia por el corte de las
de Alfieri (l) y de sus imitadores castellanos Cienfuegos y Solís. El
Polinice y la Antígona, del ceñudo trágico piamontés, fueron las
principales fuentes de esta composición, según el mismo Juan Cruz
declara en el prólogo. Y no imitó sólo el argumento; imitó también
la dicción y el estilo. Los versos de la Argía son menos armonio-
sos y elocuentes que los de la Dido^ pero tienen, en su áspera con-
cisión, un corte más propio del diálogo dramático. Gutiérrez expre-
sa de una manera elegante y pintoresca, aunque algo retórica, este
contraste entre la versificación de ambas tragedias: «La de Argia
no es, como la de Dido, una agua que corre por pendientes esmal-
tadas de flores, sino un torrente de odio y sangre que se estrella
bramando contra caracteres de granito. El período es corto, la frase
contenida, el movimiento frecuente y áspero, y el verso suena al
oído como hierro que se quebranta, ó como cedro que estalla de-
vorado por las llamas.»
Ni la Dido ni la Argia son recomendables como piezas de tea-
tro (2), sino como obras abundantes en bellezas líricas. Porque líri-
co era el numen de Juan Cruz, y en ninguna parte brilló tanto como
en sus odas, aunque sean de muy desigual mérito. Abundan entre
ellas, como era de recelar dado el tiempo, los cantos patrióticos con
título kilométrico, más propio que de poesía, de boletín ó de gace-
ta: En elogio de los señores generales D. José de San Martin y Don
Antonio González Balcarce, por el triunfo de nuestras armas á su
(i) J. Cruz Várela había traducido en prosa la Virginia, ms. que poseía
Gutiérrez.
(2) Mármol, que nada tenía de clásico ni tampoco de unitario en el sen-
tido en que se aplicaba esta calificación á los partidarios de Rivadavia, se
divierte en parodiar en su novela Amalia algunos pasos de la Dido y de la
Argia.
422 CAPITULO XII
mando en los llanos del rio Maipo, el día 5 de Abril de 1818; A la
muerte del Excmo: Sr. General D. Majiuel Belgrano, acaecida en
Buenos Aires en el mes de Junio de 1820; A la libertad de Lima por
las armas de ¡a patria el día 10 de Julio de 1821. En conjunto nin-
guna de ellas merece grande alabanza, y no es extraño que hayan
muerto con las circunstancias que les inspiraron, pero en todas hay
trozos de noble entonación y buen lenguaje, que dan indicio de la
sana educación literaria del autor, testificada de vez en cuando por
nábiles imitaciones ú oportunas reminiscencias de los poetas anti-
guos, especialmente de Horacio (i).
Son de advertir también en algunas de estas composiciones la
soltura y la maestría que Juan Cruz Várela llegó á adquirir en el
(i) Obsérvese, por ejemplo, la fácil y notable elevación de los primeros
versos del canto por la liberiad de Lima, que recuerdan inmediatamente
aquellos otros de Horacio (od. iv, carm. ix):
« Vixei-e fortes ante Agamemnona
Multi: sed omnes illacrymabiles
Urgetitur, ignotique longa
Node, carent quia vate sacro. ..y>
«Sólo es dado al poeta y á los dioses
Sobrevivir al tiempo. ¿Quién ahora
A Eneas y sus hechos conociera?
¿Quién de Priamo, triste, los atroces
Dolores, y la llama asoladora
De su infeliz ciudad, si no viviera
La Musa de Marón? Y sin Homero,
¿Qué fuera ya de Aquiles?...»
En la elegía á la muerte del general Belgrano, leemos estos otros, que pro-
ceden, sin duda, de la oda xxiv del lib. i:
«Non vanae redeat sanguis imagÍ7ii
Quam virga seinel hórrida
Non ¡enis prccibus fata recludere,
Nigro compttlerit Mercurius gregi.
Duriiml Sed levius fit patientia
Quidqiiid corrigere est nefas»
«Pero en vano: el camino de la Parca
Nunca más se atraviesa;
Y si una sombra el Aqueronte abarca,
Nada es bastante á rescatar su presa;
Que al reino del espanto
Ni penetra el clamor ni llega el llanto-»
REPÚBLICA ARGENTINA 423
verso suelto; ya por el aprovechado estudio que hizo de los italianos,
especialmente de Monti, de quienes aspiró á imitar el suave y ondu-
lante movimiento del período poético, y aquellas que Gutiérrez
llama «armonísimas curvas por entre el pensamiento, el colorido y
la imagen»; ya por el influjo, persistente siempre en él, de Cienfue-
gos, á quien en medio de todos sus extravíos de gusto, no puede
negarse el mérito de haber vuelto á infundir en el endecasílabo cas-
tellano la plenitud y el número que había perdido (l). Juan Cruz
repetía hasta las imágenes predilectas de Cienfuegos, los trozos semi-
románticos en que abunda: «el tiempo, despeñando los siglos ha-
cinados; el límite espantable del imperio de la muerte», pero al ver-
terlas en su estilo, les imprimía cierto sello de facilidad graciosa, que
contrasta con la manera violenta y atormentada de su modelo, mayor
poeta que él, sin duda, pero menos disciplinado.
La imitación de Cienfuegos cedió el paso á la de Quintana en las
poesías de la última y más característica manera de Juan Cruz Vá-
rela: en la serie de odas menos políticas que sociales que empezó á
escribir en tiempo de la administración de Rivadavia, de quien fué,
más que amigo, colaborador entusiasta. Várela fué el poeta clásico
del partido unitario: sinónimo en Buenos Aires de una tentativa,
quizá prematura y teórica, de cultura europea, que por entonces
estuvo á punto de fracasar ante el salvaje impulso de las hordas
casi nómadas, que obedeciendo al movimiento de desorganización
traído por la guerra, se desbordaron desde la inmensa llanura sobre
(i) Son enteramente versos de la escuela de Cienfuegos, más todavía que
de la de Quintana á pesar de la reminiscencia inicial, estos de Juan Cruz Vá-
rela, que como tipo cita su biógrafo:
«Yo vi de blonda mies la rubia espiga
Moverse al viento en el dorado campo;
Y henchido de esperanzas al colono.
Nublóse el sol, entristecióse el éter
Y el Aquilón bramó; granizo á ríos
Del seno aborta la preñada nube,
Y aborta destrucción; sus diques rompe
El arroyo vecino, y muere á un tiempo
Su mies con su esperanza, y otro día
Inconsolable el infelice padre
Llorará sobre el rostro macilento
De los hijuelos cuando el pan le pidan...»
Mbkéndez y Pelato» — Poesía hispano-ainericana. II. 27
424 CAPITULO XII
la capital, implantando allí los hábitos del caudillaje del desierto.
Durante aquel breve intervalo de paz y candidas esperanzas, en
que Rivadavia gobernó como un filántropo del siglo pasado, como
un Turgot ó un Campomanes; Juan Cruz Várela, asociado á sus pla-
nes, y aun iniciador de algunos de ellos, no sólo defendió su política
en El Mensajero Argentino., en El Tiempo., en El Centinela y en El
Porteño, sino que transportó á sus versos el pensamiento de la re-
forma de Rivadavia, y se convirtió en una especie de comentador
poético de ella. No hubo decreto del Presidente en pro de la general
cultura, que no se viese enaltecido con versos suyos, generalmente
buenos, á pesar de lo árido y prosaico de algunos de estos temas de
literatura administrativa: odas á la libertad de la prensa, á la erección
de la Universidad , al establecimiento de la sociedad filarmónica, á
una distribución de premios de la Sociedad de Beneficencia y, final-
mente, á los trabajos hidráidicos ordenados por el Gobierno. «Canto
lleno de originalidad (dice Gutiérrez), en el cual el talento del autor
ha hecho brotar poesía de entre las severas nociones de la economía
política y de las ciencias aplicadas.» Pero la más brillante de estas
composiciones es la oda A la libertad de imprenta. Quintana mismo, á
quien el autor va siguiendo paso á paso, y á quien ensalza dignamente
al principio de su canto (l), no hubiera desdeñado algunos versos de
esta composición; la cual peca, no obstante, de discursiva y poco fér-
vida, aun en la expresión del sincero entusiasmo que el autor sentía
por el progreso humano (2). El escollo inevitable de esta poesía es
(i) «De Gutenberg nació. Quintana sólo
Supo cantar su nombre; '
Quintana, el hijo del querer de Apolo;
Quintana, el inventor del nuevo canto,
A quien sólo se diera
Que de su lira al pasmador encanto,
Digno de Gutenberg su verso fuera.»
(2) Algunos versos darán muestra del estilo de este olvidado canto, que
tiene alguna curiosidad, aunque sólo sea por su título y por la terrible com-
paración que suscita:
«Él inventó la imprenta, y de la muerte
Hizo triunfar con su invención al hombre,
REPÚBLICA ARGENTINA 425
■el de caer en estilo de preámbulo de ley ó de artículo de fondo; y si
«I gran Quintana no acertó siempre á salvarse de la plaga de los lu-
gares comunes filosóficos y humanitarios, calcúleselo que habrá acon-
tecido á sus imitadores, aun teniendo algunos de ellos la discreción y
buen gusto que nunca abandonan del todo á Juan Cruz Várela.
Y con esto llegamos al más celebrado de sus poemas líricos, al
Triunfo de Itiizaingó, con que en 1827 ensalzó la memorable bata-
lla en que el ejército aliado de argentinos y uruguayos, al mando de
D. Carlos Alvear y del almirante Brown, triunfó de I2.000 soldados
brasileños, entre los cuales había una legión de infantería alemana.
Este larguísimo canto, imitación evidente del de Olmedo á la batalla
de Junín, obtuvo el aplauso de los mejores humanistas de aquel
tiempo. D. José Joaquín de Mora, que por entonces redactaba, bajo
los auspicios de Rivadavia, la Ci'ónica Política y Literaria de Buenos
Aires (i) decía en su número de 5 de Abril: «El autor de este poema
Y ató todos los tiempos al presente.
Así la ilustración, como la llama
Del sol inapagable,
Que enseñorea inmóvil la natura,
De un día en otro sin cesar revive,
De un siglo en otro permanente dura.
Así llegó de la fecunda tierra
Al seno engendrador su mano osada,
Y el metal que se encierra
En las hondas entrañas
De las erguidas ásperas montañas,
Arrebató con sudoroso anhelo
A la caverna obscura
Do plugo sepultarla á la natura.
El campo alborozado
Vio transformar el no pulido fierro
En surcador arado,
Y una mies abundosa prometía.
Pero pronto sonó, de guerra impía,
La maldecida trompa;
Y la sangre humeante discurriera
Por entre el surco del arado abierto.»
(i) Mora había llegado al Río de la Plata en Febrero de 1827, acompaña-
do del erudito italiano Pedro de Angelis, que había sido preceptor de los
hijos del rey Joaquín Murat, y que luego prestó tan buen servicio con su
colección de documentos relativos á aquella parte de la América del Sur.
426 CAPÍTULO XII
es uno de los pocos americanos que cultivan con éxito el lenguaje
de las Musas. Exposición grandiosa, movimientos líricos, giros poéti-
cos, elegancia sostenida, tales son las principales dotes que lucen en
el poema.» D. Andrés Bello, crítico más severo y docto que Mora,
juzgó la obra en el Repertorio Americano^ de Londres, en términos,
no tan generales, pero casi igualmente honoríficos: «Entre la multi-
tud de obras poéticas que se han publicado en América durante los
últimos años, se distingue mucho la presente por la armonía de los
versos, por alguna más corrección de lenguaje de la que aparece
ordinariamente en los escritos americanos, y por la belleza y ener-
gía de no pocos pasajes.» Citaba Bello, como de los mejores, estos
diez versos de la introducción (que á la verdad hoy nos parecen
bastante declamatorios), en que el poeta se transporta á las edades
venideras para presenciar en ellas la gloria de su patria y de su
héroe:
«Las barreras del tiempo
Rompió al cabo profética la mente;
Y atónita se lanza en lo futuro,
Y á la posteridad mira presente.
¡Oh porvenir impenetrable, obscuro!
Rasgóse al fin el tenebroso velo
Que ocultó tus misterios á mi anhelo.
Partióse al fin el diamantino muro
Con que de mi existencia dividías
Tus hombres, tus sucesos y tus días.»
El gran defecto del poema es la hinchazón continua, aquella sa-
tisfacción infantil y seudopatriótica, aquella hipérbole desaforada y
candorosa, como de pueblos recién nacidos, que infestaba entonces
los versos y hasta la prosa oficial de los documentos americanos.
¿Quién no se ha de reir, por ejemplo, cuando oye á Juan Cruz Vá-
rela afirmar muy en serio que después de la yictoria de Ituzaingó no
quedará en el mundo memoria de griegos ni de romanos, y que sólo
Mora y Angelis juntos redactaron dos periódicos: El ConcUiador y La Cróni-
ca, y fundaron también juntos un Colegio. Pero al año siguiente caj'ó Riva-
davia, y Mora pasó á establecerse á Chile, como ya queda referido.
REPÚBLICA ARGENTINA 4^7
la República Argentina se salvará de la ruina de las edades «en las
líneas fatídicas del verso y en páginas eternas?»
«No suenan las Termopilas, los llanos
De Maratón no suenan;
Platea y Salamind,
Cual si no fueran son, y ya no llenan
Leónidas y Temístocles el orbe.
• Esos nombres ilustres se eclipsaron,
Los de Alvear y Brown los reemplazaron;
Y en todos los anales de la guerra
Ituzaingó y el Uruguay escritos
Enseñan á los Reyes de la tierra
Que los libres no sufren sus delitos. >:■
Semejantes extremos no hacen más que amenguar la indisputable
grandeza de aquel hecho, que por el número y calidad de las fuer-
zas que á él concurrieron se eleva bastante sobre el ordinario nivel
de las batallas americanas. Fué el último y más glorioso canto de la
epopeya argentina, y en él hicieron el más bizarro alarde de su brío
aquellos soldados curtidos por la guerra de la Independencia, en
Tucumán, en Salta y en Maipo, de quienes en noble tono dice el
poeta:
« que llegaron
Triunfantes sus banderas
Desde la margen del undoso Plata
Hasta el opimo Chile. Las barreras
Eternas de los Andes se allanaron
Al marchar de los fuertes cam.peones;
Parten de allí, cual rayo, á otras regiones;
Y con igual decoro
En el Perú la espada desnudaron,
Y de sangre enemiga la lavaron
En las corrientes del Rimac sonoro...»
El poema es muy desigual, y no podía menos de serlo, dados su
extensión y el afán de detallar con minuciosidad de gaceta todas las
peripecias de la batalla; pero campea en todo él una franqueza de
ejecución que hace agradable su lectura. Es fácil entresacar trozos
428 CAPÍTULO XII
en que la locución corre limpia y animada (l); pero otros muchos
son pura prosa, ó pecan por exceso de frases hechas y sobrecarga
de epítetos vulgares, ó parecen centones de versos de otros poe-
tas (2); y como además en toda la composición hay plaga de siné-
resis indebidas é importunas asonancias, no lucen tanto como debie-
ran las bellas descripciones del choque de las tropas argentinas con
las brasileñas cuando, caído el intrépido Brandzen, jura Alvear ven-
gar su muerte; ó del incendio horrible y rapidísimo de la árida yerba
del seco campo en medio de la batalla, á la cual puso lúgubre y fan-
tástico complemento.
Este valiente ensayo épico-lírico no fué el último laurel de la co-
rona poética de Juan Cruz Várela, por más que envuelto después
de 1826 en el torbellino de la discordia política, arrastrado de pri-
sión en prisión, amagado por el puñal de los asesinos, y, finalmente,
desterrado en Montevideo y en la isla de Santa Catalina, pudo ya
escribir muy pocos versos en aquel período de lucha terrible que se
cerró con la temprana muerte del proscrito en 24 de Enero de
(i) Por ejemplo, la estancia que comienza:
«Alzóse Brown en la barquilla débil;
Pero no débil desde que él se alzara.»
O la invectiva contra los auxiliares alemanes, que no querían descender á
batirse en las llanuras.
¿Y están entre vosotros los valientes
Que allá en el Volga y en el Rhin bebieron,
Y á la ambición y al despotismo fieles,
A playas remotísimas vinieron
En demanda de gloria y de laureles?
¡Vano esperar! Ni en la enriscada altura
Defendidos se creen: así acosada
Del veloz cazador tímida cierva,
Más y más se enmaraña en la espesura,
Y aun su pavor conserva
Ya del venablo y el lebrel segura.»
(2) Por ejemplo, las bóvedas espléndidas del cielo, que es un verso de Quin-
tana; ó aquel otro famoso de Vaca de Guzmán en Las 7iaves de Cortés:
«Pero tienen valor: son españoles...»
que Juan Cruz se apropia con esta sencilla y patriótica variante:
«Pero tienen valor: son argentino :.>■>
REPÚBLICA ARGENTINA 4^9
1839 (l). Aunque clásico siempre, se mostró benévolo con las pri-
meras tentativas románticas: saludó con júbilo la aparición de los
Consuelos, de Echevarría, y él mismo no dejó de buscar, si bien tí-
midamente, nuevos rumbos líricos, aun dentro de lo clásico, cam-
biando, por ejemplo, la imitación de Quintana por la de Horacio en
alguna oda sáfica; y arrojándose en la última y más bella de sus com-
posiciones, en la inspirada y vehemente invectiva contra Rosas, que
tituló El veinticinco de Mayo de 1838, á remedar el estilo y el metro
del primero de los coros del Adelchi, de Manzoni.
«Dagli atril muscosi, dai fori cadenti...»
Después de este poeta, sin duda el más notable del primer perío-
do de la literatura argentina, puede hacerse rápida memoria de su
hermano menor D. Florencio Várela, que más que al méríto muy
relativo de sus versos, entre los cuales sobresale la oda A la Con-
cordia («¡Ay, protege, Señor, tu hermosa hechura!») debe su cele-
brídad á la prosa política, y sobre todo á su trágica muerte á manos
de los sicarios de Rosas (2).
Próximos ya á las fronteras de la época romántica, conviene ha-
cer aquí breve pausa para saludar, lejos de las orillas del Plata, a
un clásico escrítor, nacido en Buenos Aires, el cual, aunque perte-
nece á la hteratura general de España, y no á la particular de Amé-
rica, y aunque por haber residido desde su infancia entre nosotros,
tuvo más de madrileño que de argentino, nunca olvidó el lugar de
su cuna, y se preció, siempre de americano- español (3), simbolizando
(i) No existe, que yo sepa, colección impresa de sus poesías. El las había
recogido en sus últimos años, corrigiéudolas mucho, y este manuscrito pasó
á poder de su hermano D. Florencio. (Véase el estudio de Gutiérrez.)
(2) El día de Mayo, dedicado al pueblo oriental Por Florencio Várela, ciuda-
dano de Buenos Aires. Montevideo, 1820. Contiene cinco piezas tituladas: El
veinticinco de Mayo.— Al Estado oriental del Uruguay.— A la Concordia. — Al
restablecimiento de la Biblioteca pública de Montevideo.— Al bello sexo oriental.
En la América Poética, de Gutiérrez, hay dos composiciones no incluidas
en este folleto: La Anarquía.— A la hermandad de la Caridad de Montevideo.
(3) En unos versos de álbum decía en 1857:
«La madre España en su seno
Mo (lió acogida amorosa:
43'"' CAPITULO XII
en su persona el perenne lazo espiritual entre las colonias emanci-
padas y la metrópoli. Sería impertinente aquí un trabajo extenso y
formal sobre D. Ventura de la Vega ( 1 807- 1 86 5), no sólo porque
este insigne autor estuvo fuera de la corriente de la literatura ar-
gentina, sino porque su biografía ha sido primorosamente trazada,
con rasgos familiares y anécdotas juveniles que la dan extraordina-
rio precio, por uno de sus amigos y camaradas de estudi'os, vene-
rable Director hoy de nuestra Academia (l); y sobre sus obras dra-
máticas y líricas han recaído ya fallos magistrales y definitivos (2),
que por nuestra parte sería temeridad someter á nueva revisión, ni
menos contradecir en cosa sustancial. Ventura de la Vega ha pasa-
do ya á la categoría de los clásicos modernos, y aunque puede ha-
ber diversos pareceres sobre el mérito relativ'o de tal ó cual obra
suya, y sobre la preferencia que á una ó á otra debe asignarse, el
Suyo fui; mas siempre yo
Recordé con noble orgullo
Que allá mi cuna al arrullo
De las auras se meció.
Mientras rencor fratricida
Ardió en uno y otro bando,
Mis lágrimas devorando,
Calló mi musa afligida.
Hoy que á coyunda tirana
Suceden fraternos lazos,
Y España tiende los brazos
Á la América su hermana;
Bañado en júbilo santo,
Yo, americano español,
A la clara luz del sol
La unión venturosa canto.
Ven, inspiración divina;
Que ya á mi laúd sonoro
Añado una cuerda de oro
Para la gloria argentina.»
(i) Véase en el tomo 11 de las Jl femarías de la Academia Española (1870),
págs. 434-467, el Elogio fúnebre de Ventura de la Vega, por el señor Conde de
Cheste.
(2) Son los más extensos é importantes el discurso de D. Patricio de la
E^cosura, en sesión pública inaugural de la Academia Española en 1870, y
el Estudio biográfico-critico , escrito por D. Juan Valera en la colección que
lleva por título Autores dramáticos cofitemporáneos, reimpreso después sepa-
radamente.
REPÚBLICA ARGENTINA 43 I
sufragio de la crítica puede decirse unánime en tenerle por el más
correcto, atildado y pulcro, por el más académico, en suma, de to-
dos los artistas literarios de la generación á que perteneció.
Su verdadera gloria está en la poesía dramática; pero en la lírica
tiene, aunque con menos perfección y amplitud, cualidades muy
análogas: el mismo respeto á la forma, el mismo acicalamiento de
versificación, la misma tersura y nitidez de estilo con que á veces
llega á simular la efervescencia de la vida poética que nunca es
en él muy intensa, y el sentimiento que nunca es muy profundo.
Su cultura clásica, superficial sin duda, pero sana, unida á un ex-
quisito buen gusto, que parece haber sido en él casi innato aunque
luego se desarrollase con las enseñanzas y los consejos de Lista, le
dieron desde muy temprano la perfección negativa, esto es, la au-
sencia de defectos monstruosos y palpables, tales como los que en
torno suyo cometía á diario la escuela romántica. Su estro lírico no
era muy vigoroso, y por consiguiente, no le fué difícil encerrarle
en un cauce fácil y ameno (semejante al del Pusa descrito por él),
donde la vista se recrea en la transparencia de las aguas sin buscar
misterios en el fondo. Todo es natural, sencillo y culto; todo está
bien dicho y bien versificado, sin ningún género de afectación ni de
violencia: no se puede dar una poesía de salón más amena ni más
ingeniosa: nadie ha hecho los versos de álbum con más primor y
buen tono, ni las odas de circunstancias con tanta oportunidad. Se
dirá que todo esto es tan efímero' como las flores ó los perfumes de
un sarao; pero algún mérito ha de tener la dificultad vencida cuan-
do son tan pocos, á lo menos en España, los que han sobresalido en
este género de agradable pasatiempo (l).
(i) Antes de pasar adelante, advertiremos que es muy incompleta la co-
lección de Obras poéticas de D. Ventura de la Vega (París, 7, Claye, 1866), pu-
blicada con elegancia tipográfica que está muy en armonía con el género de
producciones que contiene. Sin salir de la sección de poesías líricas, echo de
menos las siguientes, prescindiendo de otras muchas de corta extensión, que
podrán hallarse registrando periódicos: Oda á la reina María Cristina, que co-
mienza: <í¡Que calle yo!... cuando gozoso en tornoi>. — Octavas leídas en el teatro
del Piíncipe la noche del 13 de Junio de 1834, en solemnidad de la promul-
gación del Estatuto Real. — La Revelación (quintillas), 1835.—^ D. Carlos La-
toj-re, en el papel de <iOscar->. — El entusiasmo, oda á Adelaida Tossi, cantando el
432 CAPÍTULO XII
Lo que falta en la mayor parte de las composiciones sueltas de
Ventura (y hablando de tal ingenio, puede decirse sin reparos la
verdad entera) es personalidad lírica, ímpetu varonil, entusiasmo sin-
cero, pasión hondamente sentida por algo divino ó humano. Sé que
pueden alegarse excepciones; pero son tan pocas, que por el mo-
mento sólo recuerdo una, aunque bellísima y llena de fuego. La
Agitaaón, que es una ráfaga romántica; quizá pueda añadirse la oda
política A viis amigos, escrita en 1 830, tributo pagado á ciertos her-
vores revolucionarios que nunca volvió á sentir el autor, y que eran
de todo punto contrarios á su índole y temperamento. Todo lo de-
más son versos de encargo en que ha entrado la cabeza, pero no el
«Ultimo día de Pompeyai>. (Muchos versos de esta oda fueron utilizados luego
en 1838 para otra presentada en nombre del Liceo á la reina Doña Cristina:
esto de plagiarse á sí mismo prueba la poca espontaneidad con que el poeta
trabajaba.) — Oda d la defensa de Sevilla, premiada en público certamen,
abierto por D.José de Salamanca, i?,:^^.— El hambre, musa diez, sátira contra
el Panléxico, ó Diccionario de la lengua castellana, por D. Juan López Pe-
ñalver, 1842. Esta sátira fué contestada con otra mucho más virulenta, pero
no menos bien versificada, por D. Juan Martínez Villergas.— El libro i de la
Eneida, que luego se citará. Todo esto sin contar con muchos sonetos y otras
piezas fugitivas, que no puedo precisar ahora.
Algunas composiciones muy poco conocidas de la primera época de Ven-
tura, están en el raro tomito titulado Rimas ameñca7ias, publicadas por don
Ignacio Herrera Dávila. Habana, 1833,
De comedias originales en todo ó en parte, faltan Los Partidos (1843), El
plan de un drama ó la conspiración, improvisación de Ventura de la Vega y
Bretón de los Herreros (1835).— ¿//z clavo saca otro clavo, en colaboración
con Ariza y Rubí (1850). — Los dos camaradas, drama postumo, que debía ser
principio de una trilogía acerca de Cervantes.
Sin pretender apurar el catálogo de sus traducciones ó arreglos dramáticos,
creo de alguna curiosidad apuntar los que recuerdo, ordenándolos en lo
posible por fechas. En muy pocos consta el nombre del autor original, ni
yo conozco bastante el repertorio francés de ese tiempo para precisarlo.
Pero el autor principalmente explotado por Ventura, fué Scribe, sin disputa.
El Testamento (1831).— Z« Expiación (1831).— Za Máscara reconciliado-
ra (i 83 i). — Shakespeare enatnorado, de A. Duval (i%i\). — Acertar erratido^
el cambio de diligencia {\%i2\— Hacerse amar con peluca, ó el viejo de veinti-
cinco anos, de Scribe (1832).— Zízj Capas, de Scribe (1833). — £/« Minis-
tro (1834).— £■/ Tasso, de A. Duval {i^^^).— Marino Fallero, de Casimiro De-
lavjgne {i?>i¡)).—Jacobo II {\?,n).—La mujer de un artista (183S).— Za segunda
REPÚBLICA ARGENTINA 433
corazón del poeta. Es cierto que su buen gusto no le permitía hacer
versos por el mero capricho de hacerlos; así es que ninguna de
sus poesías puede tacharse de vacía de contenido: muchas de ellas
están inspiradas por grandes acontecimientos políticos que conmo-
vieron la faz de España y que debían de interesar al autor como á
todo ciudadano; otras expresan delicados afectos de amistad y ga-
lantería, que dejan ver en el poeta el hombre de mundo perfecto,
como sin duda lo fué; pero en todas, si bien se mira, no sólo viene
el impulso de fuera (que esto es compatible con la más intensa emo-
ción lírica, y en cierto modo es inseparable de ella), sino que el
poeta no lo mezcla con nada íntimo suyo, no le infunde ninguna
Dama Dimtde, imitada de LedoTnino noir, de Scribe (1838). — El Rey se divierte,
de "Víctor Hugo (1838).— ¿7«cz ausencia (1840). — Mateo d la hija del Espa-
ñoleta (1840). — Una boda improvisada (1841). — Un secreto de estado (1841). —
Marcelino el tapicero (1841). — Memorias de un coronel (1841). — El Hijo de la
tempestad; Larga Espada el Normando^ de Bouchardy (1841). — El héroe por
fuerza (1841 ). — El Hombre más feo de Francia (1841 ). — Amor de madre ( 1 84 1 ). —
Jusepo el Veroncs (1841). — La Sociedad de los Trece {\%í,i).--Los dos solte-
rones (1841). — Los perros del monte de San Bernardo {\Zs,\).— El Honor espa-
ñol {\%/^\). — Á muerte ó á vida ó la Escuela de las coquetas (1842). — El Galán
duende (1842). — El Castigo de una madre (1842). — El Corsario {1S42).— El Ju-
glar (1842). — El Primito (1842). — Fabio el Novicio ó la predicación (1842). —
Gaspar el Ganadero (1842). — La Escuela de los periodistas (1842). — La Familia
improvisada (1842). — La vuelta de Estanislao, de Scribe (1842). — Las Memoriai
del Diablo (1842). — Los Independientes (1842). — Llueven bofetones (1S42)— ü//
honra por su vida (1842). — Noche toledana (1842). — Otra casa con dos puer-
tas... (1842). — Perder y cobrar el cetro (1S42). — Por él y por 7ni {\%a,2]. — Quince
años después ó el campo y la corte, de V. Ducange (1842). — Retascón, barbero y
comadrón, de Scribe {\'í¡íi,2).—EI Pozo de los enamorados (1843). — El Diplomá-
tico (1844). — La Calumnia, de Scribe (1844). Había dos traducciones anterio-
res, una de ellas del poeta catalán Carbó. — Za Farsa, comedia de Scribe, titu-
lada en su original Le Puff ('1848). -Za Duquesita (1848). — El Tío Tara-
rira {i%^S). — ¡Fortuna te dé Dios, hijo...! (1848). — Adriana de Lecouvreur, de
Scribe y Legouvé (1850).— £"/ Fuego del cielo (1851).— í.^« hablador sempi-
terno (1859). — Bruno el Tejedor. — Cada oveja con su pareja. — Cazar en vedado.
Hay que añadir los libretos de las zarzuelas Jugar con fuego (1853).— Zíz Cis-
terna encantada {xZ^l)-— El Marqués de Caravaca [x^iá^.—Ésiebanillo (1855).—
El Planeta Few/j (1858); y, finalmente, El Diablo predicador, libreto de una
ópera del maestro Basili, é imitación de la antigua comedia española del
mismo título (1846).
434 CAPITULO XII
partícula de su alma, y por eso su poesía resulta exterior, aunque
admirablemente cincelada; y tiene algo como de juguete. Vega per-
manece frío, no por serenidad clásica, sino por frivolidad mundana
ó retórica, lo cual es cosa muy diversa. Compáresele, no ya con los
líricos románticos, sino con sus inmediatos precursores clásicos, con
los que fueron "sus maestros, con Gallego, con Quintana, con el mis-
mo Lista en ocasiones; y se verá palpablemente lo que quiero de-
cir; y se comprenderá por qué no han envejecido el Dos de Mayo
y la elegía á la muerte de la Duquesa de Frías, al paso que pocos
recuerdan las octavas de intachable factura con que Ventura de la
Vega cantó la vuelta de Fernando VII de Cataluña en 1828; ó las
innumerables y elegantísimas odas que dedicó á la reina Cristina en
todos los grandes momentos de su regencia; ó los que escribió en
loor de los defensores de Sevilla contra el regente Espartero en 1843;
ó los que posteriormente le inspiraron los triunfos de nuestra gue-
rra de África, ó el nacimiento del Príncipe Imperial de Francia.
Todo ello es bueno en su línea, y Vega procedió con demasiado
rigor (si ya no es que obedeciese á consideraciones ajenas al arte),
excluyendo de su colección muchas de estas piezas de circunstan-
cias, que empiezan á ser inasequibles. Con mucho mejor gusto y
menos espontaneidad tiene, en esta sección de sus obras, algún pa-
recido con Arriaza, á quien puede decirse que sucedió en su puesto
de poeta áulico, entendida esta calificación en el más noble sentido
posible; puesto que lo mismo en Vega que en su predecesor, la poe'^
sía oficial y cortesana estuvo siempre en armonía con las honradas
convicciones del poeta, que había nacido para frecuentar palacios
y para cantar á los reyes dignamente. Pero con esta especie de
gracia y este perfume aristocrático que la poesía de Vega tiene, por
excepción entre sus contemporáneos, se junta á veces una magnifi-
cencia de estilo, en que parece discípulo más bien de D. Juan Nica-
sio Gallego, que del tierno y bondadoso D. Alberto Lista, cuyas
cualidades poéticas eran muy otras.
Todas sus condiciones positivas y negativas de selecta dicción,
de gusto acendrado, aunque algo nimio y estrecho, y de timidez ó
poco vuelo en la producción original, parece que predestinaban á
Ventura para el papel de intérprete felicísimo de pensamientos aje-
REPÚBLICA ARGENTINA 435
nos. Y, realmente, como traductor é imitador, dejó ensayos memo-
rables que valen tanto ó más que sus composiciones originales. Pas-
ma leer las fechas de 1 82 5 y 1826, al pie de unas paráfrasis de los
Salmos y del Cántico de los cánticos, 6 más bien de sus imitadores
castellanos, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. Escribir con
tal pureza^ con tan nítida elegancia á los diez y nueve años, raya
casi en prodigio; no hay enseñanza literaria que alcance á producir
esto sin un instinto casi infalible en el discípulo. Pero convengamos
en que Ventura de la Vega, ni por sus estudios ni por sus inclina-
ciones podía hacer poesía bíblica que no fuese de segunda mano, y
aun ésta, per siimma capita., esto es: cogiendo al vuelo algunos ras-
gos que se prestaban á ser expuestos con aquella fácil elegancia que
era el principal distintivo de su numen. Tenía buen gusto, pero no
tenía el gusto gj'ande, si se nos permite esta manera de expresar el
sentimiento de la gran poesía que todos afectan tener, y que en
realidad poseen muy pocos. De tal hipocresía se salvó siempre Ven-
tura; pero hay que reconocer esta limitación de su gusto. Le agra-
daban más las cosas bonitas, arregladas y graciosas, que las verda-
deramente bellas, y, por de contado, mucho más que las trágicas y
sublimes. En el fondo de su naturaleza estética había un escepti-
cismo grande, que nunca es indicio de fuerza creadora. Miraba des-
de lejos las cumbres del arte, y hacía como que las respetaba con
cómica sumisión; pero en la intimidad se vengaba con chistes que
han quedado proverbiales, sobre Dante, Calderón y Shakespeare. '
Con tales disposiciones acometió la traducción de un gran poeta
de la antigüedad, á quien sinceramente admiraba; y dejó en mag-
níficos versos sueltos un ensayo de traducción de la Eneida que no
pasa del primer libro. El entusiasmo de doctos críticos, amigos y
compañeros del poeta, puso este ensayo en las nubes, considerán-
dole unos como «la mejor traducción que de Virgilio existe en len-
gua alguna», y otros como «lo que de poesía latina se ha traducido
mejor en verso castellano desde que hay en España literatura».
La versificación es ciertamente intachable, aunque no superior á
la de otros endecasílabos sueltos que antes había compuesto el mis-
mo Vega; y en cortes, pausas y cadencias, recuerda los mejores mo-
delos italianos. Pero si se la considera en este fragmento como tra-
436 CAPÍTULO XII
ducción de Virgilio, no se la puede conceder tanto precio. El traduc-
tor sentía el efecto general de la poesía virgiliana, pero no era bas-
tante humanista ni tenía bastante paciencia para penetrar en los se-
cretos del estilo de Virgilio, en la docta elaboración y callida june-
tura de sus imágenes y de sus versos. El arte de Virgilio es cosa
muy distinta de aquel ideal de corrección académica con que Vega
soñaba; está lleno de variedad, de sabios atrevimientos y de speciosa
viiracula, que nuestro poeta rara vez reproduce con fidelidad, y de
cuyo valor no siempre se da cuenta. Lo que más falta en esta
elegantísima traducción, es sabor virgiliano; si se prescinde del
texto, se la puede leer con encanto (l).
Ya he dicho que Ventura de la Vega fué principalmente poeta
dramático, y no sólo 'uno de los mejores de nuestro siglo, sino uno
de los hombres que más profundamente han conocido el teatro bajo
todos sus diversos aspectos. Dotado de prodigioso talento escénico,
(i) No parecerá severo este juicio, aunque no vaya muy conforme con la
opinión dominante entre nosotros, si se coteja con el del profundo huma--
nista D. Miguel A. Caro, que ha traducido á Virgilio por método entera-
mente diverso: «Ventura de la Vega, dice, coa su fácil y perpetua elegancia,
carece de originalidad y energía de estilo, no tiene ingeniosa y variada elo-
cución; si jamás lastima el oído del exigente lector, tampoco le sorprende
agradablemente; si nunca lo deja á obscuras, tampoco le induce á pensar; y
de aquí que al trasladar los pensamientos de Virgilio, los despoje á menudo
del vigor, de la concisión y frescura del original latino. No digo yo que en
la traducción de modelo tan perfecto sea posible trasladar todas las cláusu-
las latinas en otras castellanas que en todo las igualen, pero á lo menos han
de conservarse las imagines ó imitarse el efecto de la frase con cierta ener-
gía, cuando es enérgica; con alguna gracia, si es graciosa; y esto es lo que
casi siempre no practica Ventura de la Vega, ni parece que le preocupase».
El incedo Regina, se convierte en un débil «me apellido Reina»; nec vox ho-
míncni sonat, se explica, vulgarizándose, «ni humano es el sonido de tu voz»;
}iotos puer pueri indue vidtus, se deslíe en «pues eres niño, de otro niño sabrás
fingir el conocido aspecto». Del tremendo poder de los vientos, briosamente
indicado por Virgilio, ^qué queda en la traducción de las siguientes líneas:
«.Ni faciat, viaria ac tcrras cosliivique profunduin
Quippe ferant rapidi secttm, verrantque per auras.y>
Que si no hiciese tal, por los espacios
Con rapidez arrebataran ellos
La tierra, el mar, el firmamento mismo.»
REPÚBLICA ARGENTINA 437
hubiera sido, según el unánime sentir de sus contemporáneos, el
primer actor español, si alguna vez hubiese pisado las tablas de un
teatro público. Extraordinaria viveza para simular la pasión, frial-
dad en el fondo como al actor conviene, singular talento para el re-
medo, un delicado sentimiento de los matices de la dicción, son las
cualidades que principalmente atribuyen á su declamación, aun
prescindiendo del atractivo de la voz, del ademán y de la mirada. Y
por caso no raro, sino estrictamente lógico dentro del concierto de
las facultades humanas, éstas mismas son las notas características de
su ingenio literario, ya se ejercitase en la poesía lírica, ya triunfase
con más señorío en el teatro, que fué, á la vez que su gran pasión,
el honrado medio de subsistencia, de su juventud, y aun puede de-
cirse que de su edad madura. vSuperior á todos los dramaturgos á
quienes hizo la honra de traducirles, puesto que ni Scribe com-
puso comedia como El hombre de mundo, ni Delavigne tragedia
como La muerte de César, pasma á primera vista que se resignase
á tal labor; pero luego la explicación se ve muy clara. Era, en sumo
grado, perezoso, y era, al mismo tiempo, grande amante de la per-
fección; dos cualidades que parecen contrarias, pero que en España
suelen andar juntas, y que cada cual de por sí, cuanto más las dos
unidas, eran bastante remora para que no abasteciese el teatro de
producciones originales con la frecuencia que á sus intereses con-
venía. Por otra parte, empezó á escribir en tiempos de gran deca-
dencia para el teatro español, en que el público indiferente, distraído
y generalmente iliterato, apenas hacía distinción entre lo original y
lo traducido, ni preguntaba siquiera por el nombre del autor, ni es-
tablecía ninguna diferencia en la retribución pecuniaria que á unas
y otras obras se otorgaba. El oficio, hoy tan desacreditado de tra-
ductor ó arreglador de comedias, no lo estaba entonces, sino que
era ocupación seria de literatos eminentes, que muchas veces mejo-
raban, y siempre castellanizaban, los originales que traducían: así
Gallego, Marchena, Saviñón, D. Dionisio Solís. Vega, educado en
■estos tiempos y guiado por los consejos de Carnerero y de Grimal-
di, comenzó á traducir piezas francesas desde 1824; como simultá-
neamente lo hacían los otros dos únicos poetas dramáticos de la
generación de entonces, Bretón de los Herreros y Gil y Zarate. Pero
438 CAPITULO XII
así como éstos, especialmente Bretón, se dejaron llevar luego de su
originalidad dramática, y no volvieron á traducir uno per accidenSy
convirtiéndose Bretón en creador de un nuevo teatro cómico espa-
ñol, el más castizo y rico de sales que puede imaginarse; Vega, aun
en los tiempos más favorables á la producción personal, continuó
traduciendo á 'destajo, y sólo en 1845 dio á las tablas su primera
comedia enteramente original, que es á la vez su obra maestra.
Estas traducciones ó arreglos que él excluyó á carga cerrada de
la colección de sus obras, considerándolos como trabajos de pane
lucrando, no merecían, en verdad, tan absoluta é inflexible conde-
nación. i\lgunos de ellos tienen tanto de original como de traduci-
do; otros están en verso y son obras verdaderamente literarias, como
todos los versos que su autor compuso. Una mano inteligente y
menos rigurosa que la del poeta, puede subsanar este defecto en
ediciones posteriores, dando entrada por lo menos á algunos libre-
tos de zarzuela, entre los cuales descuella el nunca olvidado de yu-
gar con fuego, digno de la música que le acompaña. El número total
de estos arreglos (que es el nombre con que en el teatro se desig-
nan) quizá pase de ochenta. Algunos de ellos forman todavía parte
del caudal de los teatros, y se oyen siempre con gusto. El estilo es
desigual, y no faltan galicismos, impropios de autor tan esmerado.
En la elección de las piezas que tradujo, consultó más bien el gusto
reinante que su escrupulosa conciencia artística, y no tuvo reparo
en dar vestidura castellana á los melodramas de Víctor Ducange y
á las piececillas de Scribe. Pero obsérvese que todas las obras que
trasladó á nuestro repertorio tienen, á falta de otro mérito, el de ser
eminentemente escénicas. Para discernir esto tenía un don casi infa-,
lible, así como en el modo de adaptarlas ó arreglarlas se mostraba
siempre peritísimo en la mecánica teatral.
Esta industria literaria no perjudicó mucho á su gloria, porque
nunca hubiera sido muy fecundo; y de todos modos le dejó espacio
y libertad bastante para consagrarse con ahinco á la corrección de
sus pocas, pero muy selectas, obras originales. Sólo seis de ellas
quiso admitir en su colección, y aun tres son de muy breves dimen-
siones y pertenecen al género que Hartzenbusch llamaba de encar^
gOy á pesar de lo cual nada pierden de su mérito. Son piezas cortas
REPÚBLICA ARGENTINA 439
de asunto literario, en que el autor hace, en muy vario estilo, como
cuadraba á la índole de los poetas elogiados, pero siempre con buen
sentido y agudeza, la crítica, ó más bien la apoteosis de Lope, Cal-
derón y Moratín. Y así como en La tumba salvada procura con
buen éxito remedar la manera alegórica y conceptuosa y la robusta
entonación de los Autos sacramentales-, en la Critica del si de las
niñas^ que es una joya, llega á rivalizar con el Café, del mismo don
Leandro, y con la Critica de la escuela de las mujeres, y con todas
aquellas obras más excelentes en que la preceptiva literaria, vigori-
zada por el genio satírico, ha puesto en las tablas su cátedra, tanto
más eficaz cuanto más amena.
No nos detendremos en el drama histórico Don Fernando de An-
tequci'a, noble y simpática producción, abundante en bellezas par-
ciales, pensada con madurez y reposo, escrita con gravedad y aliño,
sembrada de altas moralidades y sentencias políticas, fiel á lo menos
en lo sustancial al espíritu de los tiempos en que la acción pasa;
obra, en suma, elevada y serena, romántica en el sentido en que lo
son las dos tragedias de Manzoni, y con todo eso no tan estimaday
celebrada como otras cosas de Ventura, sin duda porque en medio
de todas sus excelencias artísticas le falta un cierto grado de calor
en la emoción dramática y de interés en la fábula.
Las dos obras maestras de Ventura de la Vega son una comedia
y una tragedia: El Hombre de mundo y La muerte de César. Sobre
el mérito de la primera no hay controversia posible; El Hombre de
mundo es una comedia casi perfecta dentro del género á que perte-
nece, y que con llamarse alta comedia no es, sin embargo, el más
elevado de la poesía dramática. Con menos profundidad de inten-
ción y menos fuerza cómica que Moliere y Moratín, Vega pertenece
á su escuela, y en el arte de la composición quizá les aventaja: com-
posición clara y lúcida, á la vez que ingeniosa, con una punta de
artificio excesivo, pero sin detrimento de la observación fina de cos-
tumbres y caracteres, que es el alma de esta especie de comedia.
Conocimiento profundo de cierto género de sociedad; conocimiento
todavía más cabal de los recursos escénicos, empleados con tal des-
treza, que parece natural y sencillo lo que es efecto del cálculo más
refinado; enseñanza moral, si no muy nueva, importante por lo me-
Mbsésdez y Pelato. — Poesía hispano-americana. II. a8
440 CAPITULO XII
nos y de verdad eterna; figuras reales y humanas, aunque no muy
complejas ni muy profundamente estudiadas; delicada parsimonia
en la expresión de los afectos; urbano gracejo en la parte cómica, y
en todo ello un no sé qué de nativa elegancia, que, sin dejar de ser
castiza, llega á un grado de perfección técnica rarísimo en nuestro
teatro; tales son las dotes que hicieron clásica esta pieza desde el
momento de su aparición, y las que en tal categoría la mantienen á
pesar de los años y de los cambios de gusto. Si algo se echa de
menos en ella, no en cotejo con las comedias de su tiempo, aunque
entre en cuenta todo el regocijadísimo teatro de Bretón (más genial
y espontáneo poeta, pero no mayor autor dramático que Vega),
sino con el arte maduro y reflexivo de Tamayo y Ayala, que vinie-
ron después, es cierta gravedad del pensamiento que éstos han te-
nido, un modo más elevado de considerar la pasión y el deber, un
grado más de elevación en la conciencia ética y estética del autor;
en suma, el hábito de tomar la vida por lo serio, que es en el fondo
el modo más poético de tomarla. Sin duda por falta de esta fibra,
sin la cual Moliere no hubiera escrito El Misántropo^ ni Moratín El
si de las niñas^ resulta que una comedia tan primorosa deja en el
ánimo una vaga impresión de prosaísmo, y con tener un fin moral
tan marcado, parece una obra frivola.
Quizá esta misma consideración aplicada, no al mundo de relacio-
nes domésticas en que se mueve la comedia, sino al mundo de la
arqueología y de la historia, sea la principal razón de la inferioridad
relativa de La muerte de César, obra de gran estudio, predilecta de
Vega entre las suyas, escrita con más amor y conciencia que otra
ninguna, trazada con suma sencillez de plan, admirablemente dialo-
gada, llena de detalles felices, en que se pasa sin violento contraste
de la majestuosa entonación de la Melpómene francesa á la manera
más familiar del drama moderno, fundiéndose armoniosamente am-
bos tonos; memorable tragedia de gabinete, que no agradó repre-
sentada (quizá por el sistema de declamación realista que inflexible-
mente seguía el grande actor que la puso en escena), pero que leída
vale más que el Edipo, de Martínez de la Rosa, y sólo cede á la Vir-
ginia, de Tamayo, entre todas cuantas tragedias se han compuesto
en nuestra lengua. El defecto orgánico de esta producción de Vega,
REPÚBLICA ARGENTINA 44I
tan literaria y tan digna de respeto, no está en su carácter híbrido,
-6 más bien ecléctico, que es, por el contrario, una muestra de origi-
nalidad nada vulgar y una gran dificultad vencida, sino en el falso
y algo mezquino concepto de la historia que el poeta manifiesta,
subordinándola á una paradoja política de bajo vuelo, como es la
apología del cesarismo y la supuesta necesidad de la tiranía en pue-
blos corrompidos ó degenerados. Era la misma idea que por aque-
llos días se desarrollaba con aparato erudito y dogmático en la en-
tonces tan ruidosa y hoy tan olvidada Historia de Julio César, con
que el último de los Césares modernos quiso razonar el fundamento
histórico de su personal imperio. Sin examinar tal doctrina (que aquí
para nada nos importa), baste decir que este concepto político, que,
como todos los del mismo orden, sólo ha servido para viciar la his-
toria y convertirla en folleto, tenía que ser todavía más dañoso para
el poeta trágico, apartándole de la serena y amplia intuición de la
realidad histórica, ó lo que es lo mismo, del espectáculo de la vida,
que en el Julio César, de Shakespeare, es tan ardiente y tan intensa.
La energía interior del drama histórico hay que buscarla en la his-
toria misma, y no en ninguna concepción exterior y sobrepuesta á
ella. Pero ni Vega había ahondado bastante en el espíritu del pueblo
romano, ni las condiciones de su clarísimo ingenio eran las más
á propósito para interpretarle. Había estudiado la historia para las
necesidades de su argumento, pero sin compenetrarse íntimamente
con ella. Por eso, lo único que falta en su tragedia es grandeza; no
porque alguna vez apunte la sonrisa (que en esto hizo bien, sepa-
rándose de la monotonía del género), sino porque todo está visto á
una falsa luz y empequeñecido con sentimientos y preocupaciones
de ahora. No hay anacronismos exteriores, pero hay un conti-
nuo anacronismo interior: lo mismo en la caricatura de Cicerón,
cuyo original reconocieron todos, que en la importancia que se
concede á la supuesta paternidad de César respecto de Bruto, y al
personaje de Servilla, sin el cual Vega no veía tragedia posible;
como si á Shakespeare no le hubiesen bastado para la suya los
grandes móviles de la historia, sin acudir á un recurso sentimental
y novelesco, de índole privada, y enteramente ajeno de las costum-
bres antiguas.
442 CAPITULO XII
Nada de esto se trae aquí para amenguar en rnodo alguno el mé-
rito de obras que fueron clásicas desde el momento de su aparición,
y que forman ya parte del tesoro de nuestra lengua. Si bien se mira,
la continua perfección en los detalles es mérito casi tan relevante
como el de una originalidad vigorosa, y en España ha sido siempre
mucho más raro. Precisamente por tener las cualidades que menos
abundan entre nosotros, debe recomendarse á los principiantes el
estudio de éste tan correcto y pulido escritor, como se recomienda
el de Moratín con preferencia á otros ingenios más grandes sin duda,
pero con los cuales se corre más peligro de extraviarse.
Terminada esta digresión harto larga, y quizá para algunos libre
é irreverente en demasía, conviene volver los ojos á la olvidada pa-
tria de Ventura de la Vega, donde por los mismos años en que él
conquistaba en Madrid sus primeros laureles, comenzaba á darse á
conocer como introductor del romanticismo y fundador de una
nueva escuela poética americana un autor muy notable por su mé-
rito positivo, y mucho más aún por la novedad y trascendencia de
sus propósitos, y por la influencia que sus doctrinas y ejemplos han
tenido en la generación que le sucedió. Tal fué D. Esteban Eche-
verría, uno de los primeros líricos americanos y patriarca de la
poesía romántica en el Parnaso argentino.
Hemos visto que en los demás países americanos, en México, en
Cuba, en Venezuela, en Colombia y en el Perú, el romanticismo fué
recibido de segunda mano y por importación española, exceptuando
si acaso á José Eusebio Caro, en quien la influencia de los poetas in-
gleses es visible, y comenzó muy pronto. Pero no aconteció así en
la Argentina: Echeverría importó el romanticismo francés casi por
el mismo tiempo en que comenzaban en España las tentativas ro-
mánticas; pero con entera independencia de ellas y con carácter
mucho menos castizo.
Para determinar bien el mérito de este autor, hay que considerar
separadamente lo que intentó realizar y lo que efectivamente realizó,
porque Echeverría, además de ser un poeta de todas suertes nota-
ble, se ha convertido en una especie de símbolo de la poesía argen-
tina nacional y emancipada. Así le ha presentado, y dignamente en-
salzado en hermosos versos, el más argentino de los poetas que hoy
REPÚBLICA ARGENTINA 44-3
■viven, D. Rafael Obligado. Después de pintar la desolación de la
pampa, dilatada y sola,
«Sin más palabra que la voz vibrante
Del buitre carnicero,
El alarido de la tribu errante
Y el soplo del pampero >;
la extensión vacía donde jamás había penetrado el alma del canto,
describe en estos términos la aparición del genio poético de aquella
región, encarnado en Echeverría:
«Llegó por fin el memorable día
En que la patria despertó á los sones
De mágica armonía;
En que todos sus himnos se juntaron,
Y súbito estallaron
En la lira inmortal de Echeverría.
Como surgiendo de silente abismo,
El mundo americano
Alborozado se escuchó á sí mismo:
El Plata oyó su trueno,
La pampa sus rumores,
Y el vergel tucumano,
Prestando oído á su agitado seno,
Sobre el poeta derramó sus flores.
Desde la hierba humilde
Hasta el ombú de copa gigantea;
Desde el ave rastrera, que no alcanza
De los cielos la altura,
Hasta el chajá que allí se balancea
Y, á cada nube obscura,
Á grito herido sus alertas lanza;
Todo tiene un acento
En su estrofa divina.
Pues no hay soplo, latido, movimiento,
Que no traiga á sus versos el aliento ■
De la tierra argentina.
Desde entonces hay cantos de ternura,
Rumor de besos en la pampa inmensa...»
444 CAPITULO XII
Y el panegirista, en alas del entusiasmo poético, llega á compa-
rar la obra de Echeverría con las grandes jornadas de la Indepen-
dencia americana.
«El fué también libertador, guerrero,
De la lucha más noble. — La Cautiva,
'. Que el sentimiento nacional exalta
Y su estandarte victorioso ondea,
Es como Maipo, y Ayacucho, y Salta,
El triunfo de una idea» (i).
El poeta que tal himno ha merecido no puede haber sido vulgar,
y no lo fué por cierto, á pesar de las muchas salvedades que el buen
gusto tiene que hacer, tratándose de sus versos; y á pesar también
de que la intención poética valió generalmente en él más que la
ejecución, por lo cual resulta un ingenio fragmentario ó incompleto,
más digno de estudio que de admiración.
La manera como Echeverría educó y formó su gusto, explica en
parte lo que puede encontrarse de bueno y de malo en sus ver-
sos (2). Fué pensador antes que poeta, y concibió la poesía princi-
palmente como obra de civilización^ como magisterio social. Su in-
fluencia política, que fué muy activa, aunque enteramente teórica
y doctrinal, es inseparable del pensamiento de sus versos. Lo cual
quiere decir que la vocación poética no fué en él muy espontánea,
sino que comenzó á despertarse de un modo deliberado y reflexivo,
después de largas vigilias, consagradas principalmente al estudio de
las ciencias morales y de la ñlosofía de la historia. Esta es la razón
(i) Poemas de Rafael Obligado. Buenos Aires, 1885, págs. i y 55.
(2) Obras completas de D. Esteban Echeverría, con notas y explicaciones, y
una noticia acerca de la vida del autor, por D. Juan María Gutiérrez. Buenos
Aires, 1870-1874. Cinco volúmenes. En el último, además de los escritos en
prosa de Echeverría y de su biografía, escrita por Gutiérrez, figuran artículos
críticos de los Sres. Goyena, Mitre, Alberdi, Várela (D. Florencio), Torres
Caicedo, Amunátegui, y poesías laudatorias de Adolfo Berro y A. Magariños
Cervantes.
Nació Echeverría en Buenos Aires, de padre vizcaíno y madre argentina,
el 2 de Septiembre de 1805, y falleció en Montevideo el 19 de Enero
de 1851.
REPÚBLICA ARGENTINA 445
capital de la frialdad de muchos de sus versos y de las enfadosas
divagaciones filantrópicas á que con predilección se entrega.
Sus primeros estudios habían sido muy descuidados, y su juven-
tud algo licenciosa; pero desde 1825 se propuso seriamente refor-
mar su educación, y emprendió un viaje á París, donde residió cinco
años, haciendo pobre, obscura y laboriosísima vida de estudiante,
saludando, más ó menos de paso, todas las ciencias, pero empapán-
dose con predilección en las doctrinas de la filosofía ecléctica, enton-
ces dominante, y del individualismo liberal y económico; sin dejar de
prestar atento oído á las vagas aspiraciones del humanitarismo y de
la escuela del progreso indefinido; con todo lo cual formó para su
uso un cuerpo de doctrina que luego formuló et\ El dogma socialista
y en otros escritos suyos en prosa. Los tres autores que parecen ha-
ber dejado más huella en su ánimo son el apocalíptico Lamennais (á
partir de las Palabras de un creyente); el enfático y hoy tan olvida-
do Lerminier, y el extraño apóstol de la humanidad, Pedro Leroux,
que todavía lo está más. De la filosofía y las ciencias sociales pasó
á la literatura, donde ardía entonces la lucha entre clásicos y ro-
mánticos. Leyó en su original á Shakespeare y Byron; en traducción
francesa á Goethe y Schiller, que le «conmovieron profundamente
(son sus palabras) y le revelaron un nuevo mundo». Entonces entró
en deseos de poetizar, pero se encontró con que apenas sabía escri-
bir en castellano, ni conocía las reglas más elementales de nuestra
versificación. Resignóse á aprender algo de lo que ignoraba, y ven-
ciendo la antipatía que todo lo español le causaba, comenzó á estu-
diar la propiedad de nuestra lengua en libros que no debieron de
ser muy numerosos, pero sí selectos: la colección de Capmany para
la prosa, y la de Quintana para el verso.
Los primeros ensayos poéticos del joven argentino empezaron á
correr con estimación entre algunos compatriotas suyos residentes
en París, pero ninguna composición suya se había impreso antes
de 1830, en que regresó á Buenos Aires, más rico de ¡deas ajenas
que de experiencia del mundo, y por lo mismo lleno de esperanzas
y deseoso de intervenir en la vida pública, aplicando á ella los altos
pensamientos que había aprendido en los libros de los filósofos y pu-
blicistas, que habían sido asiduos compañeros de su soledad. El es-
446 CAPÍTULO XII
pectáculo político de su patria, donde comenzaba á incubarse la ti-
ranía de Rosas, le contristó profundamente: «la patria ya no existía».
Su pena moral se agravaba con los padecimientos físicos, iniciándose
en él la terrible dolencia del corazón que había de arrancarle la
vida. «Me encerré en mí mismo (añade), y de ahí nacieron infinitas
producciones, de las cuales no publiqué sino una mínima parte con
el título de Los Consuelos. »
Pero su estreno literario no fué esta colección, sino un poema ti-
tulado Elvira ó la Novia del Plata., impreso en 1832, precisamente
el mismo año en que salió de las prensas de París El Moro Expósito
del Duque de Rivas, primera obra importante del romanticismo es-
pañol. Fuera de esta coincidencia de fechas, el poemita de Echeve-
rría, vaga reminiscencia de las baladas alemanas, especialmente de
las de Bürger, vale muy poco, y, á pesar de su título, carece de todo
color americano. Elvira puede ser la novia del Plata como la de
cualquiera otra parte, ó más bien, ni ella ni su amante Lisardo son
más que fantasmas sin consistencia. La parte imaginativa pertenece
al amaneramiento romántico más vulgar: ronda de espectros, sába-
do de brujas, etc. El pesimismo del autor era muy sincero, pero
rara vez logra una expresión francamente poética. La versificación
ofrece muestras de muy diversos metros, y de ella pueden entresa-
carse trozos agradables, como esta canción de Elvira, que Gutiérrez
llamaba «Canción de la Ofelia americana», y que efectivamente re-
cuerda algo los versos del sauce, que el mismo Echeverría tradujo
después libremente:
r
«Creció acaso arbusto tierno
A orillas de un manso río,
Y su ramaje sombrío,
Muy ufano se extendió;
Mas en el sañudo invierno
Subió el río cual torrente,
Y en su túmida corriente
El tierno arbusto llevó.
Reflejando nieve y grana,
Nació garrida y pomposa
En el desierto una rosa,
Gala del prado y amor;
REPÚBLICA ARGENTINA 447
Mas lanzó con furia insana
Su soplo inflamado el viento,
Y se llevó en un momento
Su vana pompa y frescor.
Así dura todo bien...
Así los dulces amores,
Como las lozanas flores,
Se marchitan en su albor;
Y en el incierto vaivén
De la fortuna inconstante.
Nace y muere en un instante
La esperanza del amor.»
El cuento fantástico de Elvira halló mal preparado el terreno, y
cayó en medio de la indiferencia general, por hallarse la atención
del público muy apartada de todo género de literatura. No sucedió
lo mismo en 1 834, en que aparecieron Los Consuelos, primera co-
lección lírica del vate argentino, y una de las más antiguas de ver-
sos castellanos en que domine el elemento romántico. Una nota
puesta al fin del tomo exponía por primera vez el programa estético
de Echeverría. «La poesía entre nosotros aún no ha llegado á adqui-
rir el influjo y prepotencia moral que tuvo en la antigüedad, y que
hoy goza entre las cultas naciones europeas: preciso es, si quiere
conquistarla, que aparezca revestida de un carácter propio y origi-
nal, y que, reflejando los colores de la naturaleza física que nos rodea,
sea á la vez el cuadro vivo de nuestras costumbres y la expresión
más elevada de nuestras ideas dominantes, de los sentimientos y pa-
siones que nacen del choque inmediato de nuestros sociales intereses,
y en cuya esfera se mueve nuestra cultura intelectual. Sólo así, cam-
peando libre de los lazos de toda extraña influencia, nuestra poesía
llegará á ostentarse sublime como los Andes; peregrina, hermosa y
varia en sus ornamentos como la fecunda tierra que la produzca.»
El libro de Los Consuelos era, sin embargo, mucho menos revolu-
cionario de lo que pudiera creerse por esta nota y de lo que dejaba
espei-ar el poema que le había precedido (l). Rara v^ez cambiaba el
autor de metros dentro de una misma composición, y por el con-
(i) Al fin de Los Consuelos hay otro poemita, Layda, del mismo género
que Elvira.
448 CAPÍTULO XII
trario conservaba bastantes reminiscencias de los poetas españoles.
La Profecía del Plata era evidente remedo de Fr. Luis de León: en
otras odas patrióticas predominaba el tono de Quintana; y ya en el
estilo, ya en los metros, se notaba alguna que otra vez la influencia
de Cienfuegos ó la de Arriaza. Pero todo esto era accesorio en Los
Consuelos^ y aunque el color local americano no asomase todavía
por ninguna parte, lo que daba carácter al libro era la melancolía
del subjetivismo romántico. Si es lícito comparar lo pequeño con lo
grande, Echeverría, como Lamartine, era mucho más romántico en
el sentimiento que en la forma. Los mejores versos de la colección,
El Poeta. enfermo^ Mi destino^ Crepi'tsculo en el mar ^ están inspirados
por aquella musa de suave y lánguida tristeza que con Millevoye
lloró la caída de las hojas y la juventud marchita. El poeta era real-
mente infeliz: una horrible dolencia cardíaca le atenaceaba en la flor
de su vida, presagiándole un fin inminente y prematuro. La forma
poética en muchas piezas de Los Consuelos es trivial é incolora; pero
los afectos que expresan son siempre sinceros. Y en la poesía lírica no
es pequeña condición la absoluta sinceridad. Otros fueron quejumbro-
sos por imitación y por escuela: á Echeverría, el dolor le hizo poeta.
Los Consuelos fueron recibidos con admiración. Eran, como dijo
Florencio Várela, «la primera colección de poesías dignas de este
nombre que ha aparecido en Buenos Aires», El libro estaba en con-
sonancia con su público. Los jóvenes y las mujeres sobre todo sa-
ludaron su aparición con simpatía y entusiasmo, «hallando en aquel
pequeño volumen (dice Gutiérrez) la historia de su vida anterior».
Pero el poeta no había puesto lo mejor de su numen en Los Con-
suelos. Tres años de recogimiento y estudio antecedieron á la publi-
cación de las Rimas (1837), q^^ contienen, sin duda, lo más selecto
de su caudal poético, lo que ha sido más celebrado, lo que tiene
más probabilidad de sobrevivir: el himno estoico Al dolor ^ inspirado
por unas palabras de Kant; la primorosa canción de La Diamela, y,
sobre todo, el poema de La Cautiva. El autor se había engrandeci-
do y transformado, y volvía victorioso de su lucha con el dolor.
Sus versos no eran ya «desahogos del sentir individual», sino que
aspiraba á darles un interés más general y humano, conforme á las
teorías sobre el arte que en el prólogo desarrolla. «La poesía no
REPÚBLICA ARGENTINA 449
miente ni exagera (decía)... La forma artística está como asida al
pensamiento, nace con él, lo encarna y le da propia y característi-
ca expresión... La poesía consiste principalmente en las ideas, y el
verdadero poeta idealiza siempre... Idealizar es sustituir á la tosca é
imperfecta realidad de la naturaleza, el vivo trazado de la acabada
y sublime realidad que nuestro espíritu alcanza.»
El poema de La Cautiva se presentaba como ensayo y primera
muestra de este credo estético, tan noble y elevado. En cuanto al
fondo «la energía de la pasión, manifestándose por actos, y el in-
terno afán de su propia actividad que poco á poco la consume»: en
cuanto á la forma, el popular octosílabo, del cual Echeverría se de-
claraba apasionado, «á pesar del descrédito á que lo habían reducido
los copleros». Pero la mayor novedad consistía en el escenario, en
la pintura poética del Desierto. «El Desierto es nuestro (decía Eche-
verría), es nuestro más pingüe patrimonio y debemos poner nuestro
conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro engrande-
cimiento y bienestar, sino también poesía para nuestro deleite mo-
ral y fomento de nuestra literatura.»
Si las explicaciones del teórico parecieron algo metafísicas para
lo que entonces se estilaba en América, el poema, en cambio, se
apoderó desde el primer día de la atención y del favor del público.
La descripción de la pampa, aunque hecha con rasgos que convie-
nen á cualquier desierto, era nueva entonces, y era además bella,
reflejando algo de la austera monotonía del paisaje y de la melancó-
lica majestad con que el sol se pone en el vasto horizonte de la si-
lenciosa llanura. Por primera vez entraban en el arte los campamen-
tos de la frontera, los aduares de los bárbaros, los festines en que se
embriagan mezclando el licor con sangre de yegua, el inmenso y
enmarañado pajonal abrasado por terrible quemazón tras de devo-
rante sequía. La Cautiva no era más que un bosquejo; pero si la
parte dramática valiese en ella lo que vale la parte descriptiva; si la
influencia del sentimentalismo de Chateaubriand fuese menos visi-
ble; si las figuras de Brian y María tuviesen más realce, esta historia
tierna y sencilla de dos amantes perdidos en el desierto sería una
de las mejores cosas de la literatura americana. Tal como está no
pasa de la categoría de agradable, aparte del valor que tiene como
45° CAPITULO XII
primera tentativa. Los versos corren fáciles y sonoros, pero con
cierto género de facilidad acuosa, que es precisamente lo contrario
de la perfección rítmica. Aun en sus mejores momentos, Echeve-
rría es un artista negligente y amanerado, que piensa con alteza,
pero que no tiene bastante aliento para infundir vida inmortal en
sus creaciones (l).
Con La Cautiva llegó al apogeo de su fama poética, que penetró
hasta en España, á pesar de la incomunicación en que vivían enton-
ces los ingenios americanos respecto de los nuestros. Quinientos
ejemplares de las Rimas se vendieron en Cádiz. Lista y Ventura de
la Vega las elogiaron, y fué preciso hacer una nueva edición espa-
ñola, que se agotó en seguida; caso bien raro, aun en aquellos tiem-
pos en que había más afición á versos que ahora. La leyenda de
Echeverría traspasó además las fronteras de los pueblos en que es
nativa la lengua de Castilla, y obtu^-o los honores de una traducción
alemana, que hizo en el mismo metro del original, y en igual nú-
mero de estrofas, Guillermo Walter (1861), poniéndole este honroso
epígrafe: Res, non verba.
Hasta 1837, Echeverría, aunque preocupado siempre por ¡deas
de reforma social, no se había manifestado más que como poeta.
Aquel año descendió á la propaganda clandestina, fundando una es-
pecie de sociedad secreta, que tituló Asociación de Mayo, en la cual
(ij Si esta opinión mía parece demasiado severa, puede el lector argenti-
no preferir el bello ditirambo que la amistad y el patriotismo inspiraron á
D. Juan ]\r. Gutiérrez, el cual decía así, hablando del primer canto de La Cau-
tiva: cLas diez y ocho estrofas de este canto son otras tantas perlas, y de las
de más bello oriente, entre las muchas que adornan la cabeza de ¡a musa ar-
gentina. El metro, la versificación, los epítetos, las palabras todas empleadas
por el poeta, son sencillas y casi familiares. Esas estrofas maestras no necesi-
tan ni de oropel ni de ruido. Puede decirse de ellas, parodiando á Virgilio,
que bástales mostrarse para convencerse de que son divinas y reinas en los
dominios poéticos de nuestro Parnaso... El canto del Desierto pertenece á
esas creaciones que vivirán eternamente, y serán por siempre hermosas,
•como lo son la naturaleza y la verdad. La poesía de \a pampa está toda entera
elaborada y comprendida en esos pocos versos, así como la poesía de una
noche estrellada y se)-ena se encierra con todas sus armonías en la oda de
León á D. Loarte.»
REPÚBLICA ARGENTINA 45 1
se afiliaron la mayor parte de los estudiantes de Buenos Aires, ca-
pitaneados por Alberdi y Gutiérrez. Esta asociación tenía por objeto
preparar la caída de Rosas, cuya tiranía, sin haber llegado al punto
de sanguinaria insensatez á que llegó después, comenzaba á ser in-
tolerable; y acelerar la regeneración de la patria, conforme á los
principios que Echeverría desenvolvió en un célebre folleto; El
dogma socialista; palabra que aquí ha de entenderse en el sentido
de dogma social^ pues, por lo demás, nadie más lejano del socialis-
mo que Echeverría, á quien hoy calificaríamos de individualista de
los más clásicos y radicales. Su credo, bandera ó programa, aunque
formulado con varonil elocuencia, no contiene más que los lugares
comunes de la antigua escuela democrática, tal como la exponían
los publicistas franceses anteriores á 1848. A lo sumo, puede tras-
lucirse en algunos conceptos influencia sansimoniana (l).
La Asociación tuvo que dispersarse pronto para salvarse de las
pesquisas de la policía de Rosas; y Echeverría se retiró á una de
las haciendas que poseía en el campo, esperando con el alejamiento
y la obscuridad de su vida, esquivar la persecución y proseguir
trabajando en la educación política de sus compatriotas. Allí com-
puso sus sentidos versos á la muerte del poeta Juan Cruz Várela,
muerto en la expatriación; y allí le sorprendió la noticia del alza-
miento liberal de los hacendados del Sur, en Octubre de 1839: ten-
tativa prematura y frustrada, que no hizo más que exacerbar las
crueldades de Rosas. Aquella insurrección le dio tela para un fasti-
dioso y prosaico poema en variedad de metros, ó más bien gaceta
rimada, que dio á luz años después en Montevideo.
Echeverría, á quien su quebrantada salud impidió alistarse en las
filas del ejército libertador del general Eavalle, que con tan mal
éxito luchó contra Rosas en 1 840 y 1 84 1, tuvo que resignarse á la
expatriación y buscar asilo, primero, en la colonia del Sacramento,
y luego en Montevideo. Allí, durante el memorable cerco de aque-
lla plaza, continuó la lucha contra el dictador, en verso y en prosa,
en periódicos, discursos y folletos. Pero el visionario, el iluminado,
(i) En sus Cartas á D. Pedro de Aiigelis^ editor del Archivo Americano y
panegirista asalariado de Rosas, Echeverría rechaza toda complicidad con el
socialismo europeo.
452 CAPITULO XII
el utopista, fué sobreponiéndose cada vez más al poeta. Sus compa-
ñeros de proscripción le respetaban más bien que le seguían, te-
niéndole por inútil para la acción revolucionaria; y él se perdía cada
vez más en nebulosidades de metafísica social, explanando y co-
mentando de mil modos su dogma socialista^ que quiso introducir
hasta en un compendio de moral que escribió para las escuelas pri-
marias. Entretanto, el poeta, aunque versificando á destajo, no vol-
vió á encontrar inspiraciones semejantes á las de La Cautiva. La
bella descripción del Tucumán al principio del poema Avellaneda,
es casi lo único que merece salvarse de esta segunda manera suya,
en que el político mató miserablemente al poeta que, aspirando al
lauro épico, sólo consiguió poner en renglones desiguales é inco-
rrectos la prosa de los periódicos. Y sin embargo, aquella guerra
era trágica y de proporciones aterradoras, y merecía tener, y tuvo
en efecto, su poeta; pero no en verso, sino en prosa; no el autor de
Avellaneda y de la Insurrección del Sur, sino el de Facundo Qui-
roga; no Echeverría, sino Sarmiento. Echeverría no tenía genio épi-
co, y sus poemas largos son otros tantos abortos. Si alguno puede
citarse como peor que los restantes, es el más largo y el último de
todos, aquel en que precisamente fundaba mayores esperanzas, El
Ángel caído, del cual puede decirse con mucha más razón, que de
La chute d'un ange de Lamartine, que no es la caída de un ángel,
sino la caída de un poeta. Esta farragosa composición, que llena
por sí sola un grueso volumen de más de 500 páginas en 4.° en la
colección de las obras de Echeverría, es punto menos que ilegible;
y el mismo Gutiérrez, con todo su entusiasmo, reconoce que están
de más una gran parte de los ocho mil versos de que consta. El
héroe del poema es el eterno D. Juan, pero un D. Juan trasplantado
á las orillas del Plata é introducido en la sociedad argentina; ó más
bien, el D. yiian de Echeverría no es nadie, por el mismo empeño
loco de que lo sea todo. Es una abstracción quimérica, compuesta
de elementos contradictorios: «un tipo (dice el autor con toda sen-
cillez), en el cual me propongo concretar y resumir, no sólo las
buenas y malas propensiones de los hombres de mi tiempo, sino
mis sueños ideales y mis creencias y esperanzas para el porvenir.
Como todas las almas grandes y elásticas, la de mi D. Juan se en-
REPÚBLICA ARGENTINA 453
golfará á veces en las regiones de lo infinito y lo ideal, y otras se
apegará, para nutrirse, á la materia ó al deleite. Así, representará
la doble faz de nuestro ser, el espíritu y la carne, 6 el idealismo y
el materialismo , y como nuestra sociedad es el médium, ó el tea-
tro donde esa alma debe ejercitar su devorante actividad, esto me
dará lugar para ponerla á cada paso en contacto con ella, pintar
nuestras costumbres, censurar, dogmatizar é imprimir, hasta cierto
punto, al poema, un colorido local y americano».
Como este tipo, que realmente no es tal tipo ni cosa que lo val-
ga, daba tanto de sí, el autor nos amenaza con nuevos poemas que
tenía ideados, en los cuales «este multiforme Proteo americano (¡ame-
ricano V). Juan Tenorio!), reaparecería bajo otra luz y con distinto
relieve». Hay que advertir que El Ángel caído es ya continuación
de otro poema no corto que se titula La Guitarra (en que hay
imitaciones, bastante desgraciadas, de la Parisina, de Byron), y
luego iba á venir el Pandemónium, y luego, no sabemos qué, por-
que el poeta había perdido enteramente la brújula, y era, como
García de Quevedo, una de las más señaladas víctimas del furor
épico, trascendental y simbólico. Nada interesa en El Ángel caído:
ni la fábula, que es insulsa y desatinada; ni la construcción del poe-
ma, que es informe y sin ningún género de unidad orgánica; ni las
ideas filosóficas, que son un barullo caótico y pedantesco, último
residuo de lecturas mal digeridas; ni la dicción poética, que es
arrastrada, débil, palabrera. Echeverría, que hacía alarde de des-
preciar á todos los poetas españoles antiguos y modernos, porque
«no descubría en ellos .acción psicológica, afectos íntimos, ni pensa-
mientos filosóficos, sino la manifestación orgánica v brutal de la
pasión», hubiera hecho bien en pedir prestado, no ya al gran Tirso,
sino á sus propios contemporáneos, Esprónceda y Zorrilla, algo del
interés y de la vida que pusieron en sus reproducciones del tipo
de D. Juan.
Resumiendo todo lo expuesto sobre Echeverría, hay que recono-
cer, como reconoce su mayor panegirista Gutiérrez, que en sus
obras anda revuelto «el oro de buena ley con materias muy humil-
des». Fué un pensador sincero, aunque mediano, un entusiasta con
visos de iluminado, un patriota algo candido y enamorado de abs-
454 CAPITULO XII
tracciones, pues aun buscando base histórica para su política, tenía
tan pobre manera de entender la historia de su país, que no empe-
zaba á contarla más que desde fecha tan reciente como la revolu-
ción de Mayo de l8lO, como si ninguna nación se hubiese impro-
visado en un día. Del mismo modo quiso improvisar una literatura
americana, renegando de todos los precedentes coloniales y que-
dándose sólo con la lengua. Sobre esto son muy dignas de tenerse
en cuenta, por lo atinadas y sagaces, las reflexiones de un crítico y
poeta de la nueva generación argentina, D. Calixto Oyuela (l).
«Precisamente por haberse apartado Echeverría de lo español y
castizo más de lo que nuestra propia naturaleza consiente, no pudo
ser suficientemente americano. No acertó á librarse de la imitación
romántico-francesa, como se libró de la seudoclásica española; y
pensando en francés, escribió en castellano de mediana ley. Afran-
cesado su pensamiento por influjo del deslumbrador romanticismo,
ya no pudo hallar en moldes castellanos su manifestación natural y
espontánea. «Aceptemos de España su hermosa lengua», dice. Pero
iqué! ¿Puede aceptarse una lengua, rechazando á la vez de todo en
todo el pensamiento, el medio de imaginar y de sentir y de expre-
sar, que de consuno la engendraron, amamantaron y desarrollaron
hasta el altísimo grado de perfección en que hoy se encuentra? La
lengua no es un ropaje exterior, susceptible de sacarse, ponerse y
cambiarse á voluntad, sino la expansión inmediata que lleva embe-
bida esencialmente el alma del pueblo que la posee. Cervantes, Cal-
derón, Lope, León, Quevedo, viven y palpitan todavía en las voces,
modulaciones y giros de la lengua castellana, la cual sólo podrá ser
natural instrumento de los pueblos que, si bien modificados, con-
servan sustancialmente índole ó afinidades españolas. Si Echeverría
quiso renegar de esta índole y de estas afinidades naturales, debió
ser lógico y renegar también del idioma que es su consecuencia ne-
cesaria, proponiendo que hablásemos en francés ó en quichua.»
Después de estas palabras tan llenas de sensatez, no hay más re-
medio que ver en Echeverría un artista incompleto, que emprendió
grandes cosas con fuerzas desproporcionadas á su intento, y que
(i) Carta á Rafael Obligado^ Buenos Aires, 1885.
REPÚBLICA ARGENTINA 455
nunca llegó á dominar el instrumento que empleaba. Su america-
nismo, valga lo que valiere, se reduce á La Cautiva, y á ^Igún rasgo
del Avellaneda, poema muy mal escrito en casi todas sus partes.
Tenía dotes de observación realista, como lo prueban su cuadro de
El Matadero, y algún otro de sus fragmentos en prosa; pero no
utilizó esta vena, que le hubiera conducido quizá á una literatura
más americana que la de sus versos. Prefirió perderse en nieblas
teosóficas, y hoy yace enterrado bajo la balumba de sus obras en
el suntuoso, pero demasiado completo, monumento que le levantó
su fiel amigo Gutiérrez. Es autor que sólo debe ser leído por ex-
tractos y en muy pequeño volumen, tal como le presenta Obligado.
Pero con todos sus defectos de fondo y forma, no se puede negar
que fué sacerdote fiel del culto del ideal, y que tuvo un noble y
elevado concepto de la poesía. El hombre y el ciudadano valían en
él más que el poeta: por eso mereció del ilustre orador católico don
Félix Frías, en pleno Parlamento argentino, este elogio postumo,
que vale por muchos: «D. Esteban Echeverría era capaz de hacer
algo mejor que bellos versos: era un poeta en acción; jamás prosti-
tuyó su honor ni su musa.»
Desde 1837, fecha délas Rimas áe Echeverría, hasta 1852, fecha
de la caída de Rosas, la literatura argentina no se desarrolló en Bue-
nos Aires, de donde la había ahuyentado la tiranía de aquel demen-
te; sino en Bolivia, Chile y Montevideo. Entre estos proscritos bri-
llaron en la prensa chilena, ó en la del Estado Oriental: D. Vicente
Fidel López, autor del primer Curso de Bellas Letras que rompió
en América con la rutina seudoclásica, y escritor muy celebrado
después por sus extensos trabajos históricos: Sarmiento, á quien he-
mos encontrado ya en nuestro camino, y que fué, con toda su sel-
vática incorrección, el más ardiente é inspirado de los prosistas del
Sur, distinguiéndose además, como reformador de la enseñanza pri-
maria: D. J. B. Alberdi, que empezó escribiendo artículos de cos-
tumbres á imitación de Larra, con el seudónimo de Bigarillo, y
abandonó luego los floridos senderos de la literatura (l) para dedi-
(i) Hay en el segundo tomo de las Obras completas de J. B, Alberdi (Bue-
nos Aires, 1886), pág. 152 y siguientes, una especie de poema, El Edén, es-
crito en prosa por Alberdi y puesto en verso por Gutiérrez.
Menéndez r Pelayo.— /'í'íí/a hispano-a/nericana. II. 29
456 CAPÍTULO XII
carse á las ciencias jurídicas, especialmente al derecho político y al
internacional, en que llegó á ser eminente por la fuerza analítica y
el vigor de su pensamiento: D. Félix Frías, que á diferencia de la
mayor parte de sus compañeros de emigración y correligionarios
políticos, fué siempre fervoroso campeón del catolicismo en la pren-
sa y en la tribuna; varón de vida inculpable y austera, de gran ca-
ridad y generosa elocuencia. Prescindimos aquí de los pocos que
hoy sobreviven de aquella gloriosa emigración, entre ellos el respe-
table general Mitre, uno de los primeros historiadores de América,
poeta además y traductor de Dante. Pero debemos hacer especial
mención del ya tantas veces citado en estas páginas, D. Juan María
Gutiérrez, que no sólo fué el más correcto de los vates argentinos,
sino el más completo hombre de letras que hasta ahora ha produ-
cido aquella parte del nuevo Continente (l). Como colector, prestó
el gran servicio de la América Poética^ compilación demasiado vo-
luminosa para lo que la poesía americana era en 1846; pero así y
todo no superada ni igualada después por ninguna otra. Es cierto
que contiene mucho fárrago, pero no por mal gusto del editor, sino
por el deseo de ser completo, y también (justo es decirlo) por un
(i) Nació Gutiérrez en Buenos Aires, el 6 de Mayo de 1809, y era hijo de
español, lo cual hace todavía más extraño é inexcusable su odio á España. Su
primera profesión fué la de ingeniero. Durante la emigración fué Director
de la Escuela Naval de Valparaíso; después de la caída de Rosas, Ministro de
Estado; y en 1861 Rector de la Universidad de Buenos Aires. Falleció en 26
de Febrero de 1878. Fué el único americano que rehusó el puesto de corres-
pondiente de la Academia Española; acto de mal gusto, que le valió aun en
América severas censuras.
Falta una colección completa de sus obras, que sería muy importante. Al-
gunas de ellas ya están citadas en el curso de este trabajo. Las más extensas
y eruditas son:
Bibliografía de la J>7-imera impreíita de Buenos Aires desde sií fimdación
hasta el año de iSlo inclusive, precedida de una biografía del virrey D. Jua7i
José' de Ve'rtiz, y de tma disertación sobre el origen del arte de imprimir en Ame'-
rica, y especialmente en el Río de la Plata (1866).
— Bosquejo biográfico del general D. José de San Martín (1868).
— Estudios biográficos y críticos sobre algunos poetas sudamericanos anteriores
al siglo XIX (1865). Los poetas de quienes trata son Juan de Ayllón (perua-
no), el dramaturgo Ruiz de Alarcón (mejicano), Labardén (argentino), Cavie-
REPÚBLICA ARGENTINA 457
americanismo indulgente y mal entendido, que solía extraviarle en
su crítica. Salvo este defecto, y su aversión á España, y su empe-
dernido volterianismo, que rayaba en fanática é intolerante manía,
Gutiérrez era hombre de extensa cultura, de muy despejado enten-
dimiento, de muy vasta y sólida lección en los clásicos antiguos y
modernos, de grande aptitud para comprender y sentir la belleza,
y de muy penetrante discernimiento en la parte técnica. Su estilo,
sin ser rigurosamente correcto, es de los menos impuros que pue-
den encontrarse en ningún escritor de su nación, y es además vi-
goroso y ameno. Como crítico no ha tenido rival en América des-
pués de Andrés Bello y antes de Miguel A. Caro. Y fué además
diligente bibliógrafo, grande erudito en cosas americanas. Su estilo,
sus aficiones arqueológicas, todo, en suma, estaba en contradicción
con el papel que en mal hora asumió de detractor sistemático de
España, extraviando el criterio de una generación entera con el peso
de su autoridad innegable.
La fama que alcanza y merece como prosista y como investiga-
dor ha perjudicado á la reputación de sus versos, que no serán qui-
zá de los más inspirados y vehementes del Parnaso argentino, pero
que son sin duda de los más tersos, pulcros y aliñados. Gutiérrez,
á diferencia de muchos paisanos suyos, sabe siempre lo que quiere
decir; y el cuidado de la lima no daña á la gracia y gentileza de los
movimientos de su musa, clásica por instinto más que por escuela,
des (peruano), Sor Juana In¿s (mejicana), el P. Aguirre (ecuatoriano), Pedro
de Oña (chileno), Olavide (peruano),
— Noticias hisidficas sobre el orige?t y desarrollo de la enseñanza pública su-
perior en Buettos Aires (desde 1767 á 1821). Con 7iotas, biografías, etc., 1868.
Añádanse las vidas de Franklin, Washington, etc., é innumerables artícu-
los en el Mercurio, de Valparaíso, y en todas las revistas argentinas.
Hay varias biografías literarias de Gutiérrez. Las más minuciosas son la de
D. Antonio Zinny (escritor glbraltareño, nacionalizado en la Argentina): Jiian
María Gutiérrez, su vida y síis escritos (Buenos Aires, 1878), y la del infatiga-
ble polígrafo chileno. Vicuña Mackenna, Juan j\faria Gutiérrez, su vida y sus
escritos conforme á documentos enteramente inéditos.
En el ameno é interesante libro que lleva el nombre de Memorias de un
Viejo, por Víctor Gálvez (Buenos Aires, 1889), hay una semblanza física y
moral del Dr. Gutiérrez (tomo i, págs. 389-404).
458 CAPÍTULO XII
modestamente ataviada con cierta nativa elegancia que contrasta
con el abandono de Echeverría, con el desorden de Mármol, con el
énfasis apocalíptico de Andi'ade. En Los amores del Payador y en
otras composiciones de su primer tiempo, resulta no menos ameri-
cano que el autor de La Cautiva, sin afectarlo tanto. En su célebre
canto á la Revolución de Mayo, premiado en un certamen de ]\Ion-
tevideo el año 1 84 1, se aparta mucho de la vulgaridad corriente en
las odas patrióticas, procede con cierta majestad solemne y vierte
nobles pensamientos en el raudal de una versificación cristalina.
Pero sus poesías ligeras, escritas con sumo primor y delicadeza, va-
len más en mi juicio que sus odas de aparato, y eran sin duda más
adecuadas á la índole suave é insinuante de su musa.
Colaborador de Gutiérrez en algunos periódicos de Montevideo
durante el período de expatriación, fué el malogrado publicista don
José Rivera Indarte, natural de Córdoba de Tucumán; el primero
que en 1 83 4 defendió en un célebre folleto, El Voto de América, la
conveniencia de restablecer las relaciones mercantiles con España,
y abrir los puertos á su bandera. Su campaña de cinco años contra
la tiranía de Rosas en las columnas de El Nacional, le ha dado
más celebridad que sus medianos versos, entre los cuales recuerdo
El rey Baltasar, melodía hebraica, imitada de la Visión oj Belshaz-
zar, de Byron,
A todos los poetas hasta aquí citados, incluso el mismo Echeve-
rría, excedió en reputación popular durante su tiempo, y aun puede
decirse que en parte la cpnserva, otro ingenio romántico, muy des-
aliñado y muy inculto, lleno de pecados contra la pureza de la len-
gua, de expresiones impropias, y de imágenes incoherentes; pero
versificador sonoro, viril, robusto, superior á todos sus contempo-
ráneos en la invectiva política, porque tenía el alma más apasionada
que todos ellos, y dotado al mismo tiempo de grandes condiciones
para la descripción que pudiéramos llamar lírica, para reflejar la
impresión de la naturaleza, no en el detalle, sino por grandes
masas. Tal fué José Mármol, que, al revés de Echeverría, no pro-
cede del romanticismo francés, ni tiene con él grandes analogías;
pero sí las tiene, y muy íntimas con el romanticismo español, y
especialmente con Zorrilla, cuyos procedimientos de versificacióri
REPÚBLICA ARGENTINA 459
imita (i), procurando emular su vena opulenta y desbordada. Már-
mol, como todos los poetas de su temple, arrastra, deslumhra, fas-
cina, y á su modo triunfa de la crítica, que sólo en voz baja se atre-
ve á formular sus reservas. En sus versos políticos, en sus impreca-
ciones contra Rosas, hay un arranque, un brío, un odio tan sincero,
una tan extraña ferocidad de pensamiento, que, si á veces repugnan
por lo monstruoso, otras veces se agigantan hasta tocar con lo su-
blime de la invectiva. Aquellas hipérboles desaforadas de venganza
y exterminio, aquel estrépito de tumulto y de batalla, aquella infla-
mada sarta de denuestos y maldiciones, embriagan el espíritu del
lector más sereno y pacífico, haciéndole participar momentánea-
mente de la exaltación del poeta. No creo que se hayan escrito ver-
sos más feroces contra persona alguna, como no fuesen aquellos anti-
guos yambos de Arquíloco é Hiponacte, cuya lectura hacía ahor-
carse á las gentes aludidas. Salvo las diferencias entre el puñal y la
pluma, hay casos en que el poeta se pone á la altura del tirano á quien
combate. Y así como Rosas tiene en la historia su bárbara y sinies-
tra grandeza, tienen los incorrectos versos de Mármol cierta poesía
bárbara y desgreñada que los hace inolvidables, y, en cierto senti-
do, imperecederos.
Pero Mármol tenía en su lira otra cuerda 'más suave y cadencio-
sa, sin la cual su estro hubiera degenerado fácilmente en convulsión
epiléptica. Mármol sentía grandiosamente la naturaleza, y gustaba
de abismarse en la contemplación melancólica que infunden las no-
ches tropicales. Los fragmentos de El Peregrino, en que quiso imi-
tar el Viaje de Childe-Harold, pero sin tomar de Byron la ironía ni
el pesimismo, son lo mejor de su obra poética; el pensamiento es
allí más elevado y más sereno, y hasta la forma se depura algo de
las infinitas escorias que en otras composiciones la afean. No es justo
olvidar, como generalmente se olvida, que el verdugo poético de
Rosas es también el autor del espléndido canto á Los Trópicos, «ra-
diante palacio del Crucero-».
Hizo Mármol representar en Montevideo dos ensayos dramáticos,
■que valen poco (El Cruzado y El Poeta), y dejó además una larga
(i) No hay más que comparar las famosas Nubes, de Zorrilla, coa el canto
<ie los Trópicos en los fragmentos de El Peregrino.
4^'^ CAPÍTULO XII
novela, Amalia, que es de las obras más conocidas de la literatura
argentina, por haber sido impresa en Europa varias veces, y leída
siempre con el vivo interés que nace de su carácter histórico y de
la extrañeza de su contenido. Es una historia anecdótica de la tira-
nía de Rosas; la mayor parte de los personajes que intervienen en
el sangriento drama que allí se desenvuelve, fueron personas rea-
les, y aun son de rigurosa exactitud muchos de los actos y palabras
que se les atribuyen. Cuanto allí pasa es de tal manera sorprenden-
te y maravilloso, que, á no tratarse de tiempos tan cercanos y en
que la invención era imposible, parecería aborto de una imagina-
ción extraviada y delirante por el terror de la persecución y del
martirio. Apenas se concibe que tal estado social haya podido en
parte alguna del mundo subsistir por más de catorce años. La no-
vela está mal escrita, como puede suponerse conociendo al poeta;
adolece de galicismos y aun de solecismos y faltas gramaticales de
toda especie, y, por otra parte, la prosa de Mármol no tiene el ner-
vio ni el vigor pintoresco de la de Sarmiento; pero el interés de la
narración es muy grande y difícilmente se suelta el libro de las ma-
nos. Lo cual no quiere decir que sea una obra propiamente litera-
ria, sino que tiene aquel mismo atractivo de curiosidad, que en las
espeluznantes novelas de Soulié ó de Eugenio Sue, tan en boga por
aquellos años, puede encontrarse (i).
Mármol es el último poeta argentino de los que alcanza la Amé-
rica Poética de Gutiérrez (2), y puede decirse que con él se cierra
(i) Nació Mármol en Buenos Aires, el 4 de Diciembre de 18 18, y muriá
ciego en 12 de Agosto de 1881. Había sido Director de la Biblioteca Nacio-
nal de Buenos Aires. La colección de sus Obras Poéticas y Dramáiicas (Pa-
rís, 1882, ed. Bouret), formada por D. José Domingo Cortés con el mayor
descuido y falta de inteligencia, y afeada con gran número de erratas tipográ-
ficas, no contiene los fragmentos de El Pereg7-ino, que deben buscarse en la
América Poética de Gutiérrez, puesto que la primera edición de Montevideo,
1846, es casi inasequible.
(2) Figuran también en esta célebre antología, pero no rae parecen dig-
nos de particular estudio, Balcarce (Florencio), Caiitilo (José María), Godoy
(Juan), Inurrieta (Manuel), Pacheco y Obes (Melchor): todos ellos (á excepción
acaso del último), no eran poetas, sino meros aficionados. Don Luis L. Do-
mínguez, autor de la composición El Ombíi, y de otras verdaderamente
REPÚBLICA ARGENTINA 46 1
el primer período romántico de la literatura argentina, por más que
continuase pujante la imitación de Víctor Hugo en unos, y la de Al-
fredo de Musset en otros. Pero esta imitación se combinó con otras
tendencias; se modificó luego por la lectura de nuevos modelos
franceses, como Gautier y los parnasianos^ y aun por influencias
italianas más ó menos profundas; y fué aún rechazada de plano por
algunos poetas jóvenes que, ora vuelven á tremolar la bandera ame-
ricana de Echeverría, ora prestan culto á los eternos modelos del
clasicismo greco-latino y de sus más puros imitadores españoles.
Todas estas tendencias están representadas por ingenios de positivo
mérito; pei'o no todos pueden entrar en el cuadro que vamos bos-
quejando, porque afortunadamente viven los más de ellos, y á la
posteridad toca hacer justicia á sus esfuerzos y dividir entre ellos el
codiciado lauro. Omitimos, pues, con harto sentimiento á poetas ta-
les como D. Carlos Guido Spano, D. Ricardo Gutiérrez, y entre los
más jóvenes, á D. Rafael Obligado, D. Calixto Oyuela, D. Martín
Coronado, D. Domingo Martinto, D. M. García Mérou, y otros que
no habrán llegado á nuestra noticia; y sólo vamos á decir dos pala-
bras de los que ya han rendido á la muerte el común tributo.
Al frente de ellos figura D. Olegario V. Andrade, uno de los poe-
tas de más grandilocuencia y más robusto acento que ha producido
la América del Sur. Sus defectos son palmarios, y de ellos no cabe
excusa. Andrade era un poeta efectista, que escribió para ser leído
en voz alta y resonante, y para ser aplaudido á cañonazos. Pero en
esta poesía, toda boato y pompa, toda estrépitos, tempestades, vol-
canes y cataclismos, hay un fondo de sinceridad y de grandeza líri-
ca que triunfa de lo exuberante y barroco de la forma. Andrade
tenía el gusto sin educar, y le fascinó la imitación de lo peor de
Víctor Hugo, por quien profesaba una especie de culto, ó más bien
de fanatismo; pero tenía también, aunque en pequeña escala, algu-
nos de los grandes dones de su modelo; la sensación ardiente y lu-
minosa; cierta especie de visión hipnótica que agranda y transfi-
gura los objetos; la imaginación retórica, que los interpreta de un
notables, es uno de los tres poetas de aquella colección, que viven aún. Los
otros dos son: el mejicano D. Guillermo Prieto, y el chileno D. Ensebio
Lillo.
4^2 CAPÍTULO XII
modo siempre eficaz, aunque desmesurado y sofístico; y juntamen-
te con esto la arrogancia, plenitud y número de la versificación, la
pródiga y despilfarrada magnificencia del estilo, fecundo en hipér-
boles, abundante en palabras rotundas, de sonido y brillo metálicos.
En él, como en Víctor Hugo, fatiga la monotonía de lo grandioso,
la luz abrasadora de mediodía, derramada por igual y de plano so-
bre todos los objetos. Y como en todo imitador, aun siendo tan
distinguido como Andrade, se extreman los defectos y no las cuali-
dades del modelo, de ahí que el poeta argentino sucumba con fre-
cuencia bajo el peso de los colosos de granito y de las montañas de
metáforas con que pretende escalar el cielo.
Tuvo Andrade la ambición de los grandes asuntos, y no se mos-
tró indigno de tenerla. La Atlántida y El Prometeo, capitales poe-
sías suyas, demuestran esta aspiración elevada, y en parte la justifi-
can. Es cierto que su saber era corto, elementales sus estudios,
vagas y mal digeridas sus lecturas, confusas las nociones que tenía
de la Naturaleza y de la Historia. Por otra parte, el periodismo, que
es mala escuela poética, había viciado su gusto, educándole en la
declamación ampulosa, en el verbalismo insustancial con que se
compaginan los programas políticos y los artículos de fondo. No es
imposible, ni mucho menos, que concurran en una misma persona
la cualidad de poeta y la de publicista, pero será á condición de
que el poeta se olvide del publicista y el publicista del poeta. Y por
desgracia, en Andrade no acontecía así. Un poeta como él, dotado
de grandes condiciones plásticas, nacido para la visión intensa de
las cosas concretas, introduce á cada momento en su estilo, como
chillona discordancia, el vocabulario abstracto, amanerado y mar-
chito de la lengua parlamentaria y de los folletos de propaganda; y
rima, sin darse cuenta de ello, las más enfáticas y prosaicas vulga-
ridades. Verdad es que lo mismo hacía Víctor Hugo en su última
manera, convirtiéndose en gárrulo tribuno de la plebe, y no, como
él imaginaba, en «pensador alado», en «boca del clarín negro», y
en «nuevo Prometeo».
Disuenan, pues, en los versos de Andrade, generalmente armo-
niosos y viriles aunque incorrectos y plagados de asonancias, una
multitud de expresiones que el dialecto poético no puede admitir.
REPÚBLICA ARGENTINA 463
y más siendo tan enfático y encumbrado como el que habla nuestro
autor; porque no son de las que le enriquecen trayéndole nuevas
formas y nuevos aspectos de la vida y una nueva y más íntima pe-
netración de las cosas, sino de las que violan la esencia misma del
genio de la poesía, poniendo en sus labios de diosa la jerga vil de
las arengas de partido, de los brindis patrióticos, de los manifiestos
electorales; la lengua lacia y mustia de los negocios, de las transac-
ciones y de las polémicas, lengua que nada dice á los ojos, que sue-
na ingrata en los oídos, y que con fórmulas huecas anula la espon-
tánea vivacidad del pensamiento.
No tenemos que pedir cuentas al poeta de la falsedad intrínseca
de muchos conceptos suyos, ni censurar, como en otra parte fuera
justo y debido, el espíritu sectario á que rinde tributo; su filosofía
de la historia superficial y enmarañada; su pomposo latinismo de
raza, que viene á resolverse en un galicismo perpetuo; sus mil can-
dideces democráticas; su incoherente simbolismo religioso. De todo
esto ya dio cuenta D. Juan Vakra en una carta tan ingeniosa y
amena como todas las suyas (l).
Andrade sabía ciertamente poco para hacer poemas teogónicos
ni cosmogónicos; pero sentía con cierto vigoroso, aunque confuso
naturalismo, el hervor de la existencia, y aspiraba á encerrar en
vastas síntesis el tumulto de la historia. Su espléndido canto sobre
los destinos de la raza latina, impropiamente llamado Atlántida,
tiene, á vueltas de todas sus imperfecciones de pensamiento y de
formas, versos magníficos, trozos caldeados por la pasión y el entu-
siasmo, y un juvenil y simpático alborozo por el progreso humano,
que hace prorrumpir al autor en ditirambos de férvida elocuencia.
Las ¡deas valen poco, y son de las más vulgares del liberalismo;
pero el poeta parece que vuelve á inventarlas por el arranque y el
brío con que las siente y expone. Daña, no obstante, á esta compo-
sición el plan demasiado simétrico, y más propio de una lección de
historia ó de un tratado, que de una oda.
Superior, en mi juicio, bajo el aspecto de la ejecución poética,
aunque afeado también por vicios radicales en la concepción, es el
(i) Cartas americanas, i.'* serie (Madrid, 1889).
464 CAPÍTULO XII
Prometeo^ en que Andrade, después de tantos otros, pero siguiendo
principalmente las huellas de Edgar Quinet, trata de dar nuevo sen-
tido trascendental y moderno al mito griego del Titán filántropo^
convirtiendo á Prometeo en precursor del espíritu humano emanci-
pado y del pensamiento libre. Confieso que este símbolo progresista
me parece mucho menos estético que la sublime y religiosa poesía
del viejo Esquilo, en que tantos han visto una prefiguración ó anun-
cio vago de la Redención humana. El Titán de Andrade, que habla
muchas veces en estilo de orador de club, no nos interesa ni nos
conmueve como el de Esquilo, porque es una abstracción, una ale-
goría muerta, sin ningún género de virtualidad divina ni humana.
Nadie niega el simbolismo del Prometeo encadenado, aunque pueda
interpretarse de diversas maneras, pero aquel símbolo vive eterna-
mente, porque fué engendrado de las entrañas de una teogonia en
que firmemente creían Esquilo y sus contemporáneos. Despojada
hoy la fábula de su carácter religioso; trasplantada á un medio tan
diverso; interpretada de un modo tan infiel, con tan poco estudio
de la antigüedad, por un espíritu tan poco maduro como el de An-
drade, no podía producir más que una declamación poética, brillan-
te, eso sí, y de gran vuelo, pero muy candida y superficial, que ni
siquiera tiene el amargo dejo de la poesía satánica con que inter-
pretó Shelley el mito de Prometeo. Pero si el poema no se reco-
mienda por el pensamiento, vale mucho por los esplendores de la
forma: por la riqueza y magnificencia de la dicción poética, aquí
menos rígida y monótona que en otros cantos de Andrade: por la
salvaje y áspera energía de las maldiciones que lanza el Titán: por
la suavidad delicada y etérea del coro de las Oceánidas.
Si á estos dos poemas capitales se unen El Nido de Cóndores, ori-
ginal y poética apoteosis del genio de la independencia americana;
El Arpa perdida, elegía al naufragio del poeta Luca; Paisandú, canto
magnífico al heroísmo uruguayo en la resistencia contra el Brasil; y
finalmente, los versos A Víctor Hugo, arrogante composición digna
de Víctor Hugo mismo, y muy mal pagada por él con frases de tri-
vial cortesía, se encontrará justificada la reputación de Andrade, aun
para los que gusten menos de poetas hierofantes y de filosofías de
la historia puestas en verso. En Andrade debemos reconocer y
REPÚBLICA ARGENTINA 465
aplaudir mucho de lo bueno que encontramos en nuestro Tassara,
cuyos aciertos y caídas se parecen mucho á los suyos, salvo la ex-
presión, que siempre es en Tassara mucho más limpia y correcta.
Andrade no había tenido ningún género de estudios de humanida-
des, y no leyó más que en libros franceses (l).
Por sus aspiraciones filosóficas y doctrinales tiene cierta seme-
janza con Andrade, otro ingenio malogrado en 1882, el matemático
y pensador evolucionista Carlos Encina, de quien sólo quedan tres
largas poesías: un Canto lírico d Colón, otro Canto al Arte, y otro
que se titula La lucha por la idea. Basta pasar la vista por los pri-
meros versos de cualquiera de estas composiciones hinchadas y pe-
dantescas, para convencerse de que su autor era leyente asiduo de
Hegel y de Spencer, pero que apenas había recibido de la natura-
leza ninguna condición poética. Sus versos, duros, secos, desarticula-
dos, sin color ni rnúsica, plagados de voces técnicas y abstractas,
son prosa rimada, y de la peor especie posible, prosa de tratados
de filosofía puesta en malos versos. Véanse para muestra algunos
versos de La lucha por la idea:
«El Dios irrevelado,
El eterno misterio,
De su increado ser la vida crea,
Por ese acto supremo
Que no cabe en las formas de la ¡dea.
Es germen invisible
Que en su misterio el átomo cincela;
Bosquejo que las formas de la vida
Como inmortal aspiración, desplega.
Rudimento de luz, dudoso ensayo,
De la conciencia vacilante rayo.
¡Hombre por fin! Y mente iluminada
En que el Creador refleja su mirada,
Y que de Dios resuelve
El fi\.&\:no problema,
Ultima faz del inmortal poema.
¡Ley de unidad que en la unidad absorbe
(i) Olegario V. Andrade. Obras Poe'ticas. Publicación ordenada por el Ex-
celentísimo Gobierfto Nacional. Buenos Aires, 1887, 4.° Con un prólogo de don
Benjamín Basualdo.
466 CAPÍTULO XII
El átomo y el orbe!
Transformación sublime
En que el divino Autor su sello imprime.
Así nace la idea,
Germen imperceptible de la mente,
En cuyo seno el porvenir se encierra...
Cristo es la idea humana
Encarnada en las formas,
La vida y el amor: ¡Cristo no muere!
Rompiendo las tinieblas
Del fanatismo, que á la tierra humilla,
Como eléctrico fuego,
El libre examen poderoso brilla...»
Parece imposible que este galimatías haya sido puesto en las nubes
como dechado de poesía filosófica, y como nuevo rumbo abierto al
arte americano. Y sin embargo, así fué, como puede juzgarse por la
lectura de los artículos y discursos que acompañan al tomito de las
poesías de Encina (l). Los que creen que la primera obligación del
poeta es saber escribir en verso, no lamentarán mucho que se que-
dasen en ciernes otros cantos que Encina tenía comenzados, y cuyos
títulos ya indican lo que podían ser: El Poema del Infinito; La Evo-
lución del Espíritu; La mujer ideal. ¡Cuántos desastres acarrea la
Metasífica mal digerida!
Enfrente de la poesía culta que hasta ahora venimos estudiando,
ha florecido en la República Argentina, por excepción rara entre
las demás literaturas de América, una poesía popular, ó si se quiere
vulgar, y en cierto grado indígena, que ha sido imitada con talento
por algunos poetas artísticos. El gaucho de la pampa, que no es ni
más ni menos que el campesino andaluz, ó extremeño, adaptado á
distinto medio geográfico y social, y modificado por la vida nómada
del desierto y por el continuo ejercicio del caballo y del lazo, ha
(i) Carlos Encina, hi Memoriam. Buenos Aires, 1883.
Entre los poetas argentinos malogrados en estos últimos años, se cita con
elogio el nombre de Adolfo Mitre, cuyas Poesías, publicadas en 1882, sólo
conozco por un artículo de Ernesto Quesada, en su libro Reseñas y Críticas
(Buenos .\ires, 1893.)
REPÚBLICA ARGENTINA 467
sido siempre cantador y guitarrista, y tiene desde antiguo sus poetas
populares, ]la.m3idos payadores (l), uno de los cuales, Santos Vega,
que no sé si es personaje real ó fabuloso, ha llegado á convertirse
(i) En su célebre Facundo describe Sarmiento al cantor de la pampa en
estos términos: «El cantor anda de pago en pago, de tapera en galpón, can-
stando sus héroes de la pampa perseguidos por la justicia; los llantos de la
» viuda á quien los indios robaron sus hijos en un malo'n reciente; la derrota
» y la muerte del valiente Rauch; la catástrofe de Facundo Quiroga, y la
» suerte que cupo á Santos Pérez... El cantor no tiene residencia fija; su mo-
»rada está donde la noche le sorprende; su fortuna, en sus versos y en su
» voz. Donde quiera que el cielito (baile popular) enreda sus parejas sin tasa,
» donde quiera que se apura una copa de vino, el cantor tiene su lugar pre-
>ferente, su parte escogida en el festín. El gaucho argentino no bebe, si la
» música y los versos no lo excitan, y cada pulpería tiene su guitarra para
» poner en manos del cantor, á quien el grupo de caballos estacionados á la
» puerta anuncia á lo lejos dónde se necesita el concurso de su gaya ciencia.
»E1 cantor mezcla entre sus cantos heroicos la relación de sus propias ha-
» zanas. Desgraciadamente, el cantor, con ser el bardo argentino, no está libre
¡>de tener que habérselas con la justicia. También tiene que dar cuenta de
» sendas (sic) puñaladas que ha distribuido, una ó dos desgracias (muertes) que
» tuvo, y algún caballo ó una muchacha que robó...
»Por lo demás, la poesía original del cantor es pesada, monótona, irregular,
> cuando se abandona á la inspiración del momento. Más narrativa que senti-
» mental, llena de imágenes tomadas de la vida campestre, del caballo y de
>las escenas del desierto, que la hacen metafórica y pomposa. Cuando re-
3> ñere sus proezas ó las de algún afamado malévolo (gaucho malo), parécese
» al improvisador napolitano, desarreglado, prosaico de ordinario, elevándose
» á la altura poética por momentos, para caer de nuevo al recitado insípido y
» casi sin versificación. Fuera de esto, el cantor posee su repertorio de poesías
» populares, quintillas, décimas y octavas, diversos géneros de versos octosí-
» labos. Entre éstas hay muchas composiciones de mérito, y que descubren
«inspiración y sentimiento.»
{Facundo ó Civilización y Barbarie, por Domingo F. Sarmiento. Montevi-
deo, 1888 (ed. de la Biblioteca Latino- Americana), págs. 99-103.)
En otro libro de Sarmiento (Vida y escritos del corofiel D. Frattcisco J. Mu-
ñiz, Buenos Aires, 1886), se define el verbo /ayar.- «improvisar entre dos
» sobre cualquier asunto, cantándolo en verso al son de la guitarra. La di-
r> ñcultad principal para ambos vates consiste en... el deber casi foi'zoso de
» contestar con materia siempre alusiva á la expuesta por el contrario, y en
»la necesidad de servirse del consonante del último verso del antagonista.»
Esta especie de torneos poéticos, así como otras circunstancias que se
468 CAPÍTULO XII
en símbolo de la clase entera, como es de ver en la preciosa leyenda
en que Rafael Obligado cuenta su lucha poética con el diablo y su
vencimiento por él.
Prescindiendo de esta poesía tradicional, sobre la cual no tenemos
datos bastante positivos y seguros, y llegando á la poesía escrita ó
de imitación más ó menos literaria, aparece como remoto precursor
de ella, aquel capellán del Fijo de Buenos Aires y exprofesor en el
colegio Carolino, autor de romances históricos sobre la defensa de
Buenos Aires, compuestos para «ser cantados en comunes instru-
mentos (¿la guitarra?) por los labradores, los artesanos en sus talleres,
las señoras en sus estrados, y la gente común en las calles y plazas».
Pero estos romanzones vulgares, en el tono de las jácaras de Fran-
cisco Esteban, nada tienen que pueda decirse muy peculiarmente
argentino.
El primero que, coincidiendo en este procedimiento con muchos
poetas dialectales de todos tiempos y naciones (l), se apoderó del
tipo del gaucho para hacerle discurrir en su propio dialecto sobre
los acontecimientos políticos, fué un poeta uruguayo, D. Bartolomé
Hidalgo, antiguo oficial de barbero, y por consiguiente coplista y
tocador de guitarra. Tenía, no obstante, pretensiones de poeta culto;
pero nunca los imipersonales ó monólogos que hizo representar en
festividades cívicas en los teatros de Montevideo y Buenos Aires, le
dieron la reputación que justamente logró por los pintorescos y gra-
ciosos diálogos entre Jacinto Chano, «capataz de una estancia en las
islas del Tordillo», y Ramón Contreras, «gaucho de la guardia del
Monte», describiendo el uno lo que vio en las fiestas de Mayo en
Buenos Aires el año 1 822, y dando el otro sanos consejos políti-
cos, con sentido común análogo al del Buen hombre Ricardo^ de
Franklin.
refieren de los improvisadores argentinos, recuerdan algo los hábitos de la
poesía árabe anteislámica, sin duda porque el desierto y la vida nómada
crean en todas partes iguales costumbres.
(i) En nuestra poesía regional gallega y bable son frecuentes desde el
siglo XVII estos diálogos políticos entre rústicos. Pero aún son más antiguos y
clásicos; ejemplo las coplas de Mingo Revulgo, y alguna de las églogas de
Juan del Encina, compuestas en sayagücs ó en charro.
REPÚBLICA ARGENTINA 469
Los diálogos de Hidalgo y los de sus imitadores, no tenían un fin
poético, propiamente dicho, pero no puede negarse que fueron el
germen de esa peculiar literatura gauchesca^ que libre luego de la
intención del momento, ha producido las obras más originales de la
literatura sudamericana. Estanislao del Campo, Hilario Ascasubi y
José Hernández, son los que logran más nombradía entre estos in-
genios del terruño; y con su lectura descansa algo el ánimo de la
servil y fastidiosa imitación de Víctor Hugo y otros franceses, que
es la plaga del arte argentino. Estos poetas, sea cualquiera su valor
intrínseco, son al cabo de nuestra familia, hablan, no muy estro-
peada, la lengua de nuestro vulgo, y son los únicos que pueden re-
velarnos algo de lo que verdaderamente piensa y siente el pueblo
de los campos, la masa que más intacta se ha conservado de la an-
tigua colonización española.
Ni Estanislao del Campo, hijo de un coronel de la guerra de la
Independencia, diputado varias veces, secretario del Gobierno de
Buenos Aires; ni Hilario Ascasubi, ayudante del general Urquiza;
ni José Hernández, antiguo redactor de El Rio de la Plata, pueden
ser calificados en rigor de payadores ni de poetas populares: hay en
sus obras mucho dilettantismo artístico, pero la fibra popular per-
siste, y en el último llega á manifestarse épicamente.
En 1870 apareció el Fausto, de Estanislao del Campo, poema de
singular asunto, en que un gaucho cuenta á su modo el argumento
de la ópera de Gounod, que vio representar en Buenos Aires. Pres-
cindiendo de lo inverisímil del dato, divierte é interesa mucho esta
especie de parodia inocente, ó más bien de libre interpretación del
pensamiento poético de Goethe por un campesino ingenuo y semi-
salvaje, que cree haber visto realmente al diablo en el teatro. «Poco
á poco (dice Mefistófeles):
«Si quiere, hagamos un pato:
Usté su alma me ha de dar
Y en todo lo he de ayudar^
¿Le parece bien el trato? ,
Como el doctor consintió,
El diablo sacó un papel,
Y le hizo firmar en él
Cuanto la gana le dio.»
470 CAPITULO XII
Todo está dicho con sencillez suma, y nada hay que exceda de
la comprensión del rústico narrador:
«Al rato el lienzo subió,
Y desecha y lagrimeando.
Contra una máquina hilando
La rubia se apareció.
La pobre dejitró á quejarse
Tan amargamente allí,
Que yo á mis ojos sentí
Dos lágrimas asomarse...»
Hay redondillas sumamente felices, por la rápida viveza con que
se precipita el relato. Así, cuando el capitán presenta al diablo la
cruz de la espada:
« — Viera al diablo retorcerse
Como culebra — ¡aparcero!
¡Óiganle!
— Mordió el acero
Y comenzó á estremecerse.»
«El poeta — dice un escritor argentino — ha preparado el efecto de
su diálogo con mano maestra: le ha dado por escenario la pampa
misma, donde sus dos interlocutores se sienten soberanos de la na-
turaleza, y se entregan sin testigos á los libres transportes de su
alma sencilla, llena de sentimientos grandiosos, melancólicos ó tier-
nos, y de supersticiones infantiles que á cada momento estallan en
espantos súbitos, cuando la imagen de Mefistófeles se atraviesa en
el relato como una exhalación de fuego Aumenta el encanto y
la majestad de la escena, el idioma propio de sus actores , que
se presta admirablemente para la expresión espontánea y genuina
de las ideas que tanta escena maravillosa despierta en sus cerebros
deslumbrados El poema se desenvuelve en un diálogo sabroso,
en el que cruzan, como nubes coloreadas por el iris, los cuadros
más brillantes de nuestra naturaleza, pintados por el artista de la
pampa en su lenguaje saturado de gracia y de imágenes, de nove-
dad y de color inagotables» (l).
(i) Joaquín V. González, La Tradición Nacional (Buenos Aires, 1868);
pág. 162.
REPÚBLICA ARGENTINA 471
De estas descripciones, vamos á presentar dos ejemplos: uno en
([ue puede decirse que habla el poeta; otro en que, con más natu-
ralidad y no menos poesía, habla el gaucho:
«El sol ya se iba poniendo,
La claridá se auyentaba,
Y la noche se acercaba,
Su negro poncho tendiendo.
Ya las estrellas brillantes
Una por una salían,
Y los montes parecían
Batallones de gigantes.
Ya las ovejas balaban
En el corral prisioneras,
Y ya las aves caseras
Sobre el alero ganaban.
El toque de la oración
Tristes los ^aires rompía,
Y entre sombras se movía
El crespo sauce llorón.
Ya sobre la agua estancada
De silenciosa laguna,
Al asomarse la luna
Se miraba retratada.
Y haciendo un extraño ruido .
En las hojas trompezaban,
Los pájaros que volaban
Á guarecerse en su nido.
Ya del sereno brillando
La hoja de la higuera estaba,
Y la lechuza pasaba
De techo en techo chillando...»
A esta descripción, ciertamente agradable, pero hecha con los
lugares comunes de la retórica descriptiva, contrapongamos la si-
guiente del mismo poeta:
« — ¿Sabe que es linda la mar?
— ¡La viera de mañanita
Cuando á gatas la puntita
Del sol comienza á asomar!
Ve usté venir á esa hora
Roncando la marejada,
Menéntüz t 'P'Btiii.YO.—Pcesia hispano-americana. II. 30
472
CAPITULO XII
Y ve eu la espuma encrespada,
Los colores de la aurora.
Á veces con viento en la anca
Y con la vela al solsito,
Se ve cruzar un barquito
Como una paloma blanca.
Otras, usté ve patente
Venir boyando un islote,
Y es que trai un camalote
Cabrestiando la corriente.
Y con un campo quebrao
Bien se puede comparar,
Cuando el lomo empieza á hinchar
El río medio alterao.
Las olas chicas, cansadas,.
Á la playa á gatas vienen,
Y allí en lamber se entretienen
Las arenitas labradas.
Es lindo ver en los ratos
En que la mar ha bajao,
Cair volando al desplayao
Gaviotas, garzas y patos.
Y no sé qué da el mirar,
Cuando barrosa y bramando.
Sierras de agua viene alzando
Embravecida la mar.
Parece que el Dios del cielo
Se amostrase retobao,
Al mirar tanto pecao
Como se ve en este suelo.
Y es cosa de bendecir
Cuando el señor la serena,
Sobre ancha cama de arena
Obligándola á dormir.»
Todo esto, á pesar de su forma modestísima, es buena, sana, e-
.ftima poesia, que recrea suavemente la imaginación mis que las
rapsodias filos6ficas de Encina y los arrebatos apocalípticos <le An-
Menos importantes que el Fausto, son las demás poesías vulgares
REPÚBLICA ARGENTINA 473
<le Estanislao del Campo, que en ellas se muestra imitador del fe-
cundísimo Hilario Ascasubi, cuyas obras completas llenan tres to-
mos publicados en París en 1872, con los títulos de Santos Vega,
Aniceto d Gallo y Paulino Lucero.
Pero la obra maestra del género, es, por confesión unánime de
los argentinos, el poema de José Plernández, Martín Fierro, obra
popularísima en todo el territorio de la República, y no sólo en las
ciudades, sino en las pulperías y ranchos del campo; obra de la cual,
en diez años (de 1872, en que apareció, á 1882), se agotaron cerca
<ie sesenta mil ejemplares, y de la cual existen más de doce edicio-
nes en forma de libro, ya plebeyas, ya lujosas, y no sé cuántas más
•en las columnas de los periódicos. Entre nosotros ha tenido por fer-
viente encomiador á uno de los jóvenes de mayores esperanzas y de
más ^-igoroso pensar con que hoy cuenta el profesorado español.
Quizá habría que rebajar algo de su entusiasmo; quizá el poe-
•ma'^no sea tan genuinamente popular como él supone, aunque sea
sin duda de lo más popular que hoy puede hacerse; quizá el pen-
samiento de reforma social resulte en el poema de Hernández más
visible de lo que convendría á la pureza de la impresión estética,
defecto que crece sobremanera en la segunda parte titulada La
vuelta de Martin Fierro; pero en general, el juicio del Sr. Unamu-
no (1), que es el crítico á quien aludimos, nos parece penetrante y
certero. Lo que pálidamente intentó Echeverría en La Cautiva, lo
realiza con viril y sana rudeza el autor de Martín Fierro. El soplo
de la pampa argentina corre por sus desgreñados, bravios y pu-
jantes versos, en que estallan todas las energías de la pasión indó-
mita y primitiva, en lucha con el mecanismo social que inútilmente
comprime los ímpetus del protagonista, y acaba por lanzarle á la
vida libre del desierto, no sin que sienta alguna nostalgia del muñ-
ólo civilizado que le arroja de su seno:
«Una madrugada clara
Le dijo Cruz que mirara
Las últimas poblaciones,
"^ Y á Fierro dos lagrimones
Le cayeron por la cara...»
(1) i?í:y/i-/íz .£í/í3:;1í7/a; Madrid, 1894, núm. I. °
474 CAPITULO XII
De este modo el gaucho pacífico, perseguido por la leva y aco-
rralado por la civilización, se convierte de desertor en nómada ó
matrero^ gasta la vida en huir de la justicia, y vuelve como sus ante-
pasados, los conquistadores, á abrirse camino por las selvas con su
cuchillo.
«En Martin Fierro — dice el Sr. Unamuno — se compenetran y
como que se funden íntimamente el elemento épico y el lírico;
Martin Fierro es de todo lo hispano-americano que conozco lo más
hondamente español... Cuando el pagador pampero, á la sombra del
ombú, en la infinita calma del desierto, ó en la noche serena á la luz
de las estrellas, entone, acompañado de la guitarra española, las mo-
nótonas décimas de Martin Fierro, y oigan los gauchos conmovidos
la poesía de sus pampas, sentirán, sin saberlo, ni poder de ello dar-
se cuenta, que les brotan del lecho inconsciente del espíritu ecos
inextingibles de la madre España, ecos que con la sangre y el alma
les legaron sus padres... Martin Fierro es el canto del luchador es-
pañol que, después de haber plantado la cruz en Granada, se fijé á
América á servir de avanzada á la civilización y á abrir el camino del
desierto. Por eso su canto está impregnado de españolismo, es es-
pañola su lengua, españoles sus modismos, españolas sus máxi-
mas (l) y su sabiduría, española su alma. Es un poema que apenas
tiene sentido alguno, desglosado de nuestra literatura».
(i) Véase alguna muestra de estas máximas ó consejos de sabiduría prác-
tica y popular, puestos en boca de Martín Fierro, ya que del poema no
damos extracto en el cuerpo de la Antología, por no saber á ciencia cierta si
su autor vive todavía:
CONSEJOS DE MARTÍN FIERRO
Yo nunca tuve otra escuela
Que una vida desgraciada:
No extrañes si en la jugada
Alguna vez me equivoco,
Pues debe saber muy poco
Aquel que no aprendió nada.
Hay hombres que de su cencia
Tienen la cabeza llena;
Hay sabios de todas menas,
Mas, digo sin ser muy ducho:
Es mejor que aprender mucho
El aprender cosas buenas.
REPÚBLICA ARGENTINA 475
No aprovechan los trabajos
Si no han de enseñarnos nada;
El hombre de una mirada
Todo ha de verlo al momento;
El primer conocimiento
Es conocer cuándo enfada.
Las faltas no tienen límites,
Como tienen los terrenos:
Se encuentran en los más buenos,
Y es justo que les prevenga;
Aquel que defectos tenga.
Disimule los ajenos.
Al que es amigo, jamás
Lo dejen en la estacada,
Pero no le pidan nada
Ni lo aguarden todo de él:
Siempre el amigo más fiel
Es una conducta honrada.
Ni el miedo ni la codicia
Es bueno que á uno le asalten;
Ansí no se sobresalten
Por los bienes que parezcan:
Al rico nunca le ofrezcan,
Y al pobre jamás le falten.
Bien lo pasa hasta entre pampas
El que respeta á la gente;
El hombre ha de ser prudente
Para librarse de enojos.
Cauteloso entre los flojos,
Moderado entre valientes.
El trabajar es la ley,
Porque es preciso adquirir;
No se expongan á sufrir
Una triste situación:
Sangra mucho el corazón
Del que tiene que pedir.
Debe trabajar el hombre
Para ganarse su pan;
Pues la miseria, en su afán
De perseguir de mil modos,
Llama en la puerta de todos
Y entra en la del haragán.
Para vencer un peligro.
Salvar de cualquier abismo,
Por experiencia lo afirmo.
Más que el sable, y que la lanza,
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en sí mismo.
Nace el hombre con la astucia
Que ha de servirle de guía;
Sin ella sucumbiría;
Pero sigue mi experiencia:
476 CAPÍTULO XII
Se vuelve en unos prudencia,
Y en los otros picardía.
Aprovecha la ocasión
El hombre que es diligente,
Y téngalo bien presente,
Si al compararla no j'erro:
' La ocasión es como el fierro,
Se ha de machacar caliente.
Muchas cosas pierde el hombre
Que á veces las vuelve á hallar,
Pero las debe enseñar;
Y es bueno que lo recuerde:
Si la vergüenza se pierde
Jamás se vuelve á encontrar.
Respeten á los ancianos:
El burlarlos no es hazaña.
Si andan entre gente extraña,
Deben ser muy precavidos,
Pues por igual es tenido
Quien con malos se acompaña.
La cigüeña, cuando es vieja.
Pierde la vista; y procuran
Cuidarla en su edá madura
Todas sus hijas pequeñas;
Apriendan de las cigüeñas
Este ejemplo de ternura.
El que obedeciendo vive,
Nunca tiene suerte blanda,
Mas con su soberbia agranda
El rigor en que padece;
Obedezca el que obedece
Y será bueno el que manda.
Ave de pico encorvado.
Le tiene al robo afición;
Pero el hombre de razón
No roba jamás un cobre;
Pues no es vergüenza ser pobre
Y es vergüenza ser ladrón.
El hombre no mate al hombre
Ni pelee por fantasía:
Tiene en la desgracia mía
Un espejo en que mirarse;
Saber el hombre guardarse
Es la gran sabiduría.
La sangre que se derrama
No se olvida hasta la muerte:
La impresión es de tal suerte,
Que, á mi pesar, no lo niego.
Cae como gota de fuego
En la alma del que la vierte.
REPÚBLICA ARGENTINA 477
Si entriegan su corazón
Á alguna mujer querida,
No le hagan una partida
Que le ofienda á la mujer;
Siempre los ha de perder
Una mujer ofendida.
Procuren, si son cantores,
El cantar con sentimiento:
No templen el estrumento
Por sólo el gusto de hablar,
Y acostúmbrense á cantar
En cosas de fundamento.
Y les doy estos consejos
Que me han costado adquirirlos,
'Porque deseo dirigirlos;
Pero no alcanza mi ciencia.
Hasta darles la prudencia
Que precisan pa seguirlos.
Estas cosas y otras muchas,
Medité en mis soledades;
Sepan que no hay falsedades»
Ni error en estos consejos;
Es de la boca del viejo
De ande salen las verdades.
XIII
URUGUAY
Sólo una razón política, y que pudiéramos decir de equilibrio in-
ternacional, divide las dos Repúblicas, de tan desigual extensión, que
se asientan en las márgenes oriental y occidental del Río de la Plata.
La historia de ambos países es una misma, idénticas sus condicio-
nes sociales, análogo el carácter de sus moradores, y tan mezclada
su produccción literaria, que es casi imposible dejar de mencionar
entre los argentinos algún escritor uruguayo, ó viceversa. La peque-
nez del territorio de la República Oriental está compensada con las
riquezas del suelo y con la posesión de uno de los más hermosos
puertos y de las más opulentas ciudades de la América del Sur. Su
independencia política parece garantizada también por su posición
intermedia entre dos grandes y poderosos Estados, el Brasil y la Re-
pública Argentina, cuyas fuerzas puede decirse que se han neutrali-
zado para constituir esta Bélgica americana. La historia ha condu-
cido á esta solución por muy largos rodeos, y la constitución defini-
tiva de esta República es mucho más moderna que la de ningún
Estado ultramarino. Aun la misma capital, Montevideo, es de fun-
dación modernísima; nació en 1726 al patriótico impulso del Gober-
nador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zabala, para anular
la colonia portuguesa del Sacramento. Aquella resolución memora-
ble salvó el porvenir de la raza y de la lengua castellana én la mar-
gen oriental del río, y aseguró al mismo tiempo un baluarte inexpug-
nable para los inmensos territorios de la orilla opuesta.
Siguió Montevideo el impulso general de la revolución argentina,
y en 18 1 2 quedó emancipada de la metrópoli, después de las accio-
nes de Las Piedras y de El Cerrito; pero su dependencia del Go-
i)ierno de Buenos Aires fué muy transitoria, ün jefe de gauchos,
480 CAPÍTULO XIII
llamado Artigas, á quien los uruguayos consideran como un héroe,
y los argentinos poco menos que como un facineroso, constituyó en
la banda oriental un Estado independiente, que entregado á sus
solas fuerzas, no pudo resistir á la invasión portuguesa en 1817.
Desde esta fecha hasta 1825, el Uruguay estuvo sometido primero
á la corona de Portugal, y luego al Imperio del Brasil, con el nom-
bre de provincia cís-platíiia. Kl heroico esfuerzo de los treinta y tres
patriotas inició la reconquista.de la independencia, que con auxilio
de los argentinos quedó realizada en el campo de batalla de Ituzain-
gó, y fué sancionada diplomáticamente en 25 de Agosto de 1825.
Es claro que un país constituido de esta suerte ha de carecer de
toda tradición literaria del tiempo de la colonia. Aun la imprenta es
allí modernísima: fué introducida por los ingleses durante el breve
período de su ocupación en 1S07, con la mira de publicar sus ban-
dos y gacetas, y hacer propaganda en favor de su dominación.
Las discordias civiles de Buenos Aires en el segundo tercio de
nuestro siglo favorecieron de una manera muy eficaz el desarrollo
de la cultura en ^Montevideo, que por algún tiempo pudo conside-
rarse como la Atenas del Plata. En ella buscaron refugio los princi-
pales escritores argentinos fugitivos de la tiranía de Rosas, y allí pu-
blicaron gran número de periódicos y algunas de sus principales
obras Florencio Várela Echeverría, Gutiérrez, Mármol, Rivera In-
darte y muchos otros, ya mencionados en el capítulo anterior.
Pero á pesar de su escasa población y limitado territorio, no ha
dejado el Uruguay de producir escritores muy estimables en varios
ramos del saber, tales como el erudito historiógrafo D. Andrés
Lamas, el naturalista D, Dámaso Larrañaga, y el pedagogo D. Mar-
cos Sastre: autor también de un bello libro descriptivo de las islas
del Paraná, que llama El Tempe Argentino. Esta República es ma-
dre también de algunos poetas de mérito, entre los cuales el prime-
ro, en el orden de los tiempos, no menos que en la fecundidad, es
D. Francisco Acuña de Figueroa (l).
(i) Nació en Montevideo el 20 de Septiembre de 1790, y murió en 6 de
Octubre de 1862. Había sido durante muchos años Director de la Biblioteca
Nacional del Uruguay.
Sus Obras completas, revisadas y anotadas por D. Manuel Bernárdez, forman
URUGUAY 48 r
Todo el que vea el retrato de este simpático ingenio, le encon-
trará desde luego gran parecido con nuestro Bretón de los Herre-
ros; y si recorre sus obras, notará que esta semejanza no se limita á
la parte ñsionómica. Aunque Acuña de Figueroa no cultivó jamás
la poesía dramática, su musa festiva y satírica, y aun lírica á su
modo, es de la misma familia que aquella musa juguetona, candida
y risueña que dictó á Bretón sus letrillas, sus sátiras y otras muchas
de sus composiciones sueltas. A Acuña de Figueroa puede aplicarse,
como á Bretón aplicó Lista, lo que de sí propio dice Ovidio: «Quid-
quid tentabat dicere^ versiis crat.» Fué, en efecto, un versificador
inagotable, dotado de grandes condiciones para la improvisación, y
bastante dueño de la lengua y del metro para hacerse perdonar su
facilidad, que en otro hombre de menos ingenio hubiera sido desas-
trosa. Acuña de Figueroa no tiene elevación ni ternura: las poesías
en que quiso levantar el tono son generalmente las que menos valen
de toda su voluminosa colección; si bien en algunos himnos patrióti-
cos y en algunas composiciones sagradas, la elegancia y soltura de
la rima hacen perdonar la ausencia de inspiración original y vigo-
rosa. Como lírico, vale menos que Arriaza, pero pertenece á su es-
cuela. Poeta de circunstancias, incansable proveedor de versos para
todos los acontecimientos públicos, para todas las solemnidades do-
mésticas, repentista de banquetes lo mismo que de profesiones de
monjas, oscila entre lo poeta y lo coplero, y tropieza muchas veces
en lo segundo. Hay entre el fárrago de sus poesías (que ganarían
mucho con reducirse á la quinta parte) extravagancias de gusto pro-
pias de un improvisador de tertulias caseras: enigmas, anagramas,
charadas, acrósticos, pies forzados, versos en forma de cruz, de reloj
de arena, de copa. La mayor parte de sus composiciones no pueden
tomarse en serio, ni seguramente las tomaba el mismo autor; pero
muchas tienen donaire y agudeza, y en todas pasman la vena abun-
ocho volúmenes en 4.°, impresos en 1890. (Vázquez Cores, Dornahche y Reyes,
editores.) La distribución es la siguiente: cuatro tomos de poesías diversas,
sin distinción alguna de asuntos ni de géneros: dos de epigramas y ioraidas,
y otros dos con el Diario histórico del sitio de Afotitevideo. Estos dos últimos
no los he visto.
482 CAPITULO XIII
dantísima y el jovial humor que no abandonaron al poeta ni aun en
ia extrema ancianidad. Era un hombre algo vulgar en sus aspiracio-
nes artísticas, pero sano, bien avenido con la vida, castizo é inocente
en sus chistes, muy español en todo, muy regocijado y simpático en
su honesta alegría, y muy á propósito para recrear el ánimo de los
lectores después de tanta bambolla sentimental, lúgubre y afrance-
sada, como se escribía á orillas del Plata. Sus versos vienen á formar
una especie de crónica mu}'' divertida de las costumbres de Monte-
video durante más de medio siglo.
Acuña hacía versos sobre todas las cosas, y ya hemos dicho que
en general los hacía bien, aunque versasen sobre fruslerías. Nada
tenía de poeta inculto: su educación clásica era muy sólida, como lo
prueban sus traducciones de Horacio y sus reminiscencias de otros
poetas latinos y castellanos del buen tiempo. En la dicción, es uno
de los escritores más puros que en América pueden encontrarse.
Sus faltas de gusto nacen de la idea un poco trivial que se había
formado de la poesía, que para él consistía principalmente en el me-
canismo y artificio de los versos. Por eso no tenía reparo en versifi-
car las materias más ingratas, y estaba más satisfecho que de nin-
guna obra suya, de un Diario poético ó crónica rimada del sitio de
Montevideo durante los años de 1812, 1S13 y 1814, en más de
1. 000 páginas. !Mucho más hubiera valido, probablemente, para su
fama, la publicación de Los Animales Parlantes^ de Casti, poema
que tenía completamente traducido en 1 846, y que estaba tan en
su gusto y en su cuerda.
Lo más apreciable de sus versos son, sin disputa, algunas letri-
llas; las Toraidas, ó revistas de corridas de toros, en octavas reales
con otros metros intercalados; y sobre todo la colección de epigra^
mas que tituló Mosaico. De ella, como de todas las de su género,
puede repetirse la sentencia que formuló Marcial sobre la suya pro-
. pia: <íSunt bo7ia, sunt qucsdam mediocria^ sunt mala plura.-» Pero, á
decir verdad, hay pocos centones de epigramas compuestos por un
solo autor, en que se encuentren tantos buenos como los que pue-
den entresacarse de la enorme cifra de 1 450 á que ascienden los del
Mosaico. Se conoce que el poeta había nacido para este género de
chiste lapidario, y que le perseguía con ahínco, acertando muchas
URUGUAY 483
veces con la punta aguda y sutil, aunque rara vez en\-enenada. Son
pocos los que, ni aun remotamente, ofendan el decoro 6 parezcan
dictados por la maledicencia. Pero muchos consisten en meros re-
truécanos ó juegos de palabras, y otros tienen poco de originales^
hasta cuando no se confiesan traducidos.
Fué también versificador aventajado, dentro de la escuela clá-
sica (i), D. Bernardo P. Berro, autor de una oda A la Providencia^
en liras, y de una larga Epístola á Dorício, que es más bien un
poema bucólico, en el que campean á menudo la facilidad en la
parte métrica, la pureza de dipción, la belleza de las descripciones
y la naturalidad de sentimiento: todo conforme al gusto de nuestros
poetas de fin del siglo xviii, si bien con la liga de prosaísmo que
entonces solía mezclarse en toda descripción de la belleza campes-
tre, y de que es memorable y candoroso ejemplo el Observatorio
nístico de Salas. Algunos tercetos darán idea de la manera descrip-
tiva del poeta uruguayo, tanto en sus aciertos como en sus caídas:
«Un peñón circundado hasta la altura
De hojosas ramas, forma en sus entrañas
Una gruta de rara arquitectura:
No habitada de fieras ahmañas,
Dulce reposo y dulce fresco ofrece
Con sus bellas alcobas cuanto extrañas.
Allí al ruido del céfiro gue mece
Los circunstantes árboles sombríos,
Mi cuerpo poco á poco se adormece;
Y al fin vencidos los sentidos míos,
Fugaces sueños la adormida mente
Halagan en risueños desvarios.
Tal vez donde bullendo la corriente
Mansamente murmura, luego acudo;
Lugar do reina siempre un fresco ambiente;
Y á la sombra de un ceibo alto y copudo'
Que cerca de ella se halla, me recuesto
Sobre el césped suavísimo, menudo.
(i) Basta citar muy de paso el nombre de otro poeta del mismo grupo,
D Carlos G. Villademoros, de quien hay algunos versos en el Parnaso
Oriental.
4S4 CAPÍTULO XIII
Un airecillo entonce en vuelo presto,
Triscando entre las ojas susurrante,
Baña en grato frescor aqueste puesto.
En tanto que con voz dulcisonante
Modulan en mil quiebros y trinados,
Los pájaros su música brillante.
Callan luego los sones acordados;
El aura apena expira desmayada;
El susurro disípase por grados:
Natura toda en calma reposada.
En un hondo suspiro mudo y quieto
'■ Yace lánguidamente sepultada.
Empapada mi alma en un completo
:^stado de placer indefinible,
Vagamente se espacía sin objeto,
Pues si de estos objetos se desvía
Y se encumbra á la parte de Occidente,
Goza encanto mayor la vista mía.
Del claro día el luminar fulgente
Tras los últimos montes escondido,
El horizonte tiñe en rojo ardiente,
Sobre el cual leves nubes de lucido
Oro bordadas, trazan mil informes
Figuras varias con pincel fingido.
Ves allí en confusión montes enormes,
Hondas cimas, peñascos erizados,
Descomunales masas disconformes.
Encima de aquel pico, al aire alzados
Los colosales miembros, un gigante
Semeja al genio, rey de los collados.
En aquella otra punta que distante
Sale á un lado, un anciano venerable
Tiende su larga barba hacia adelante.
Á otra parte un castillo inexpugnable;
Á otra, miro soberbios torreones;
Á otra, ruinas de fábrica espantable.
Tan bellas, tan magníficas visiones,
Exaltando mi ardiente fantasía
La entregan á sublimes ilusiones;
Y en ellas abismada todavía
Está cuando su manto tenebroso
Tiende la noche pavorosa umbría.»
URUGUAY 485
El malogrado joven D. Adolfo Berro (l), que sigue á Acuña de
Figueroa en el orden cronológico de los ingenios del Uruguay, fue,
más que un poeta propiamente dicho, la esperanza de un poeta.
Muerto á los veintiún años, no se le puede pedir cuenta muy rigu-
rosa de sus versos. Sus apuntes en prosa sobre educación popular,
y sobre la emancipación y mejora intelectual de las gentes de co-
lor, empresa á que se consagró con el más generoso aliento, prue-
ban que era ante todo un filántropo cristiano. Algunas de sus poe-
sías, El Esclavo, El Mendigo, La Expósita, La Ramera, están ins-
piradas por la misma tendencia: la forma es romántica, y revela la
imitación de Espronceda, pero á la verdad muy poco afortunada.
El estilo es endeble, vulgar é incoloro: las ideas simpáticas, pero
triviales, y la versificación tan floja y desaliñada, que recuerda la
del cubano Milanés, cuando en su segunda época trataba estos mis-
mos asuntos. Las poesías no sociales de Berro resultan más agra-
dables, aunque en extremo candorosas, y bastante incorrectas. De
un episodio de La Argentina, de Barco Centenera, tomó asunto para
uno de sus romances históricos, Yandabityu y Liropcya.
Tuvo más estro lírico y más grandilocuencia Juan Carlos Gómez,
aunque no fuese poeta de profesión, sino publicista y hombre polí-
tico. Pero ni sus enfáticos alejandrinos A la libertad, atestados de
lugares comunes y de ripio y cascote de la peor especie, ni sus ver-
sos de sentimiento romántico, son tales que wn colector de buen
gusto deba recogerlos, si se exceptúa alguna composición breve
como El Cedro y la Palma.
■ De D. Bartolomé Hidalgo, patriarca de la poesía gauchesca, ya
se ha hablado incidentalmente al tratar de Buenos Aires.
Creemos inútil detenernos en otros poetas de menos iiombradía
y mérito, cuyos versos pueden leerse en las diversas colecciones
(i) Nació en Montevideo el 19 de Agosto de 1819. Falleció en 29 de
Septiembre de 1841. Había practicado la abogacía en el bufete del escritor
don Florencio Várela, qup dio á conocer sus primeros versos en El Correo
de la Plata. La colección postuma de todos ellos se publicó en Montevideo
en 1842 con un discurso preliminar de D. Andrés Lamas. De Berro hablaron
los hermanos Amunátegui en su Juicio critico de algunos poetas hispano-ameri-
canos. (Santiago de Chile, 18G1, págs. 339-333.)
486 CAPÍTULO XIII
especiales de poetas de la República oriental, publicadas hasta el
presente (l). Pero es justo hacer mención honrosa del fecundísimo
y benemérito escritor D. Alejando Magariños Cervantes, que du-
rante cierto período representó casi sólo la literatura de su país, y
que por haber hecho vida literaria en Madrid y publicado aquí al-
gunas de sus primeras obras, ha sido mucho más conocido que otros
poetas americanos. Y no fué poeta tan sólo, sino también historia-
dor, novelista, crítico y periodista, de todo lo cual dan testimonio
sus apreciables y numerosas obras. Su genialidad poética tiene pun-
tos de contacto con la del venezolano Heriberto García de Queve-
do, aunque la musa de Magariños Cervantes fué menos emprende-
dora y temeraria, y no se aventuró tanto por los senderos de la
poesía trascendental. Magariños era versificador muy afluente, cua-
lidad que en algún modo le perjudica, ^haciéndole degenerar en
verboso. Hay cierta insipidez en su estilo, y más riqueza aparente
que real en sus obras. Las más extensas son leyendas románticas
en variedad de metros, en las cuales se combina la imitación de Zo-
rrilla con algunos rasgos descriptivos de naturaleza americana, en
que parece seguir el modelo de La Cautiva, de Echeverría; si bien
(i) La más antigua y ya bastante rara es el Parnaso oriental ó Guirnalda
poética de la República Uruguaya. (Montevideo, imp. de La Libertad, 1835.)
Son tres volúmenes en que no todos los versos pertenecen á poetas uru-
guayos.
La rnás copiosa lleva el título de Pági7ias Untguayas. Tomo i. Álbum de
poesías coleccionadas C07i algutias breves notas, por Alejandro Magariños Cer-
vantes. (Montevideo, 1878.)
Figuran en esta compilación los siguientes poetas, que ya han fallecido:
Arguelles (Fernando), Arrascaeta (Enrique), Ber7-o (Adolfo), Berro (Ber-
nardo), Bermúdez (coronel D. Pedro), Carrillo (Manuel M.j, Fajardo (Car-
los A.), Fajardo (Heraclio C), Ferreira y Artigas (Dr. Fermín), Figueroa
(Julio), Gómez (Dr. Juan Carlos), Gordon (Eduardo), Hidalgo (Bartolomé),
Lapiiente (Laurindo), Magariños Cei'vantes (D,. Alejandro), Otero (Dr. Luis),
Rosende (Petrona), Várela (Horacio), Várela (José Pedro), Várela (Juan Cruz:
distinto del poeta argentino del mismo nombre y apellido), Vázquez (doctor
Juan Andrés).
En el libro titulado Poetas de la América de habla española. Colección de poe-
sías escogidas, por Enriifue de Arrascaeta (Montevideo, 1881), están en mayo-
ría los poetas uruguayos.
URUGUAY 487
creemos que Magariños Cervantes, portugués de origen, no fué
tampoco ajeno á la influencia de algunos épicos brasileños, como el
autor del Caramurú (fray Benito de Santa Rita Durao), el del
Uruguay (José Basilio de Gama), y el más moderno cantor de La
Confederación de los Tamoyos (Domingo Gonsalves Magalhaes).
Aleccionado por estos modelos (si bien el último de estos poe-
mas publicado en 1857, ^s posterior á la leyenda Cellar, con que
empezó á consolidarse la fama poética del Sr. Magariños), procura
el poeta uruguayo poner color americano en sus obras é inspirarse
en la vida y costumbres de las tribus indígenas, y si no puede de-
cirse que consiga siempre poetizarlas, tiene, á lo menos, el mérito
de haber abierto y mostrado esta senda al autor del Tabaré, que
hoy la recorre con tanto aplauso, y que es el que verdaderamente
ha naturalizado á los charrúas en el arte. Las novelas en prosa de
Magariños Cervantes, especialmente la titulada Caramui'ú, tienen
la misma tendencia y se componen de los mismos elementos que
sus poemas, pero han alcanzado menos fama.
En sus rimas líricas, que son abundantísimas, y que para su fama
importaría mucho que no lo fuesen tanto, Magariños, como todos
los románticos de segundo orden, peca por exuberancia de palabras
más que por exuberancia de imaginación: son versos que suenan
bien, que se dejan leer con facilidad y aun con cierto agrado, pero
que con la misma y aun con mayor facilidad se olvidan. Las ideas
son generalmente nobles y simpáticas; pero hay tantas frases he-
chas, tantas imágenes marchitas, que no sé yo lo que de tan volu-
minosa colección de versos podrá salvar la posteridad. Mas por ri-
guroso que sea su fallo, siempre habrá de encomiarse el entusiasmo
artístico de este autor, la pureza de sus motivos, la elevación de su
sentido moral, su sincero y ferviente espiritualismo, la originalidad
relativa de sus temas americanos, y el impulso que con el ejemplo
de su laboriosidad infatip-able dio á la naciente literatura de su
país (l).
(i) Nació D. Alejandro Magariños Cervantes en Montevideo el 3 de Oc-
tubre de 1825. Comenzó allí sus estudios y los terminó en España, i-ecibiendo
el grado de doctor en Jurisprudencia. Ya antes de su partida para Europa
había publicado gran número de composiciones sueltas, un Ensayo de orato-
Mbnéndez y Pelayo. — Poesía his^ano-americana. II. 31
488 CAPÍTULO XIII
r/a, y dos cantos de un poema con el título de Montevideo: Episodios de nues-
tra historia contemporánea
En España fué colaborador de La Patria, El Orden, La Ilustración (de
Fernández de los Ríos), La Semana, y otros periódicos y revistas; publicó
varias novelas: La estrella del Sur, Caramurú, No hay mal que por bien no
venga, unos Estudios histórico-polüicos sobre el Rio de la Plata, una comedia
(representada en 1850), Percances 7)iatrimoniales, y, finalmente, la leyenda
Celiar (1852), con un prólogo muy laudatorio de Ventura de la Vega. En
París sostuvo por más de dos años la Revista Española de Ambos JMwidos.
Vuelto á su patria, en 1855, dio á luz un opúsculo sobre La Iglesia y el Es-
tado, y en 1858 inició la publicación de la Biblioteca Americana, curiosa co-
lección que forma diez tomos, en que, juntamente con varias obras de Gu-
tiérrez, Sastre, Florencio Várela y Cañé, figuran dos nuevas colecciones
poéticas de Magariños, Horas de mela?icolia y Brims del Plata (1864). Du-
rante algún tiempo pareció abandonar las letras por el foro y la magistratu-
ra, pero luego brotaron de su incansable pluma multitud de escritos de
todo género. La colección definitiva y más extensa de sus versos, interpo-
lada con largas notas, lleva por título Palmas y Ombúes (Montevideo, 1884-
1888), dos gruesos volúmenes en 4.° El libro rotulado Violetas y Ortigas
(Montevideo, 1850), es un centón de artículos, propios y ajenos, sobre diver-
sas materias. No pretendemos aquí apurar el catálogo de sus obras impresas,
ni mucho menos de las que dejó inéditas, tales como un drama sobre Vasco
Núñez de Balboa, y una traducción de la Guerra Catilina7-ia, de Salustio.
Desempeñó, entre otros cargos, el de Rector de la Universidad de Mon-
tevideo.
Entre los poetas uruguayos de la última época, debe añadirse el nombre
de Heraclio C. Fajardo, que, además del drama Camila O' Gorman y de va-
rios trabajos históricos, dejó una colección de versos líricos Arenas del Uru-
guay. Su composición de aparato, América y Colón, premiada en un certamen
de 1858, vale tan poco como casi todas las que se han dedicado al mismo
asunto, pero son agradables é ingeniosos los versos de álbum que tituló El
Colibrí.
Del coronel D. Pedro P. Bermúdez se cita un drama histórico, El Charrúa.
Magariños Cervantes le elogia por «la exactitud de los rasgos antropológicos
é históricos que en él campean».
ÍNDICE DEL TOMO I
Al lector. Advertencias generales, pág.
IX.
CAPÍTULO PRIMERO
México.
de Salazar, 22 ^ ^^ ^^ ^^^^^^ ^^ _p 5^^^,,„ Ale-
Eugenio Salazar de Alarcon 2 j ^ ^^ ^^^^^^^^ ^^^^,^^ ^^_
man ^6 — Francisco de ierrazas, 37. •""
r^ M Hp F.lava 47 -Bernardo de Valbuena, 51 -D. Juan
Fernán González de Lblava, 47- J^cn ,;r - Ar. Poetas
; de Alarcón 62 -Luis de Belmonte, 64.-Diego Mexia, 65.-Poetas
Ruiz de Alarcon, 02. x^ <=» n Carlos de Sigüenza y
A,. Rl P Matías de Bocanegra, 68.— U. »^ariub uc o g j
menores, 65.-EI P- Matías s Francisco Averra y Santa Ma-
róncTora 6q -Fr. Juan de Valencia, 71. -francisco Aycii J
Gongora, 09. n. j Sandoval y Zapa-
ría -I _-D. Agustín de Salazai y iones, 71. ^'
c T . Tn^s de la Cruz, 73.-D. Miguel de Reyna Zeballos, 85.
ta 72.— Sor Juana Inés aeía v-iu/o, /^. & ., ^ o tti p Fran-
D F ancisco Ruiz de León, 85.-EI P. Diego José Abad, 87.-EI P. Fran
Tavici Aleare 90 -José Rafael Larrañaga, 99-Jo- Joaqum Fer-
<isco Javeí Alegre, 9^ Manael Sartorio, lOO.-Fr. Manuel de Na-
nández Lizardi, lOO.-U. José ivian f.^^pícco Manuel San-
:l 1 -D Anastasio de Ochoa y Ac.«a, , ...-D Manuel Ednar
L := Go ost.a, ..J.-Fernando Ca,der6n é Ignacio >^o "gne^Ga-
v4n ,.3 -D.José Joaquín Pesado. ,34.-0. Manuel Carp.o, ^S.-D^ osé
van, 123- L' 1 J 1 ,,.i,.rtro Aranoo y Escanden, 152.-D.Fran-
Bernardo Couto ■S-.-^'; ^'"='^"';°^,^¡„ ^J, Puente y Apezechea, .54-
cisco de Pau^Guzman.,3.-D_F™ «anuel Acu-
D Ignacio Ramírez, i55- — ^- J^^*- ^"^
ña, i59.-Manuel M. Flores, i63.-Postdata, 169.
490 índice del tomo i
CAPÍTULO II
América Central.
D. Pedro de Liébana, 177. — Juan de Mestanza, 178. — Fr. Diego Sáenz Ove-
curi, 179. — Poetas menores, 182. — El P. Rafael Landivar, 184. — Fr. Matías
de Córdova, 188. — D. Rafael García Goyena, 190.^ — D. Miguel Alvarez de
Castro y D. Francisco Quiñones Sunzín, 191. — Doña María Josefa G. Gra-
nados, 193. — D. Francisco Rivera Maestre, 193. — D. Juan Gualberto Gon-
zález, 193. — D. José de Batres y Montufar, 194. — D. Antonio José de Irisa-
rri, 202. — Los hermanos Juan y Manuel Diéguez, 203. — D. Ignacio Gómez,
Eduardo Hall, D. José Milla y D. Juan José Micheo, 205. — Fr. José Trini-
dad Reyes, 206. — D. Manuel Molina Vigil, 211.
CAPÍTULO III
(Suba.
Silvestre de Balboa Troya y Ouesada, 216. — D. José Suri y Águila, 217. — Poe-
tisa anónima de 1762, 217. — D. Diego de Campos y Fr. José Rodríguez, 217.
Fundación de la Universidad y establecimiento de la Imprenta, 217. —
El periodismo, 219. — Manuel del Socorro Rodríguez, 223.— D. Manuel de
Zequeira y D. Manuel Justo de Rubalcava, 224. — Literatura popular y
periodística, 227.. — D. José María de Heredia, 228. — D. Francisco Itu-
rrondo, 249. — D. Domingo del Monte, 250. — D. Ignacio Valdés Machu-
ca, D. Manuel González del Valle, D. Anacleto Bermúdez y D. José Poli-
carpo Valdés, 252. — José Jacinto Milanés, 253. — Gabriel de la Concepción
Valdés, 256, — Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, 265. — Joaquín Lo-
renzo Luaces, 272. — Juan Clemente Zenea, 275. — D. Rafael María de Men—
dive, 281. — D. Ramón Vélez Herrera y'Miguel Teurbe de Tolón, 284. —
D. Francisco Orgaz, 285. — D. Ramón de Palma y Romay, 286. — El zorri-
llismo y la influencia francesa en Cuba, 288.
CAPÍTULO IV
Santo Domingo.
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, 291. — Eugenio de Salazar y su
Silva de poesía, 295. — Fr. Gabriel Tcllez en la Isla Española, 297. — Don
Francisco Morillas, 301.— La poesía popular, 302.— D. José Núñez de Cá-
ÍNDICE DEL TOMO I 49'
•ceres, 304.— D. Francisco Muñoz del Monte, 305.— D. Juan Pablo Duarte
y D. Manuel María Valencia, 307.— Escritores menos importantes, 308.—
D. José Joaquín Pérez, Doña Salomé Ureña de Enríquez y D. Manuel Ro-
■dríguez Objío, 310. — Sociedades artísticas y literarias, 311. — Apéndice:
el Licenciado Juan Méndez Nieto, 314.
CAPITULO V
Puerto Rico.
Bernardo de Valbuena, 331. — D. Francisco de Ayerra y Santa María, y
Alonso Ramírez, 333.— Fr. Iñigo Abad y Lasierra, 334.— Difusión de la
cultura á principios del siglo xix, 334. — D. Graciliano Alfonso, 336. — Los
Aguinaldos ó Almanaques de Puerto Rico, 337. — El Cancionero de Borín-
quen, 337. — La Academia de Buenas Letras de San Juan Bautista de
Puerto Rico y sus poetas, 338. — D. Narciso de Foxá y Lecanda, 339. —
D. Juan Francisco Comas y D. Ramón Marín, 340. — D. Alejandro de Tapia
y Rivera y su poema La Sataniada, 340. — D. José Gautier Benítez y Doña
Alejandrina Benítez, 347. — D. Francisco Alvarez, D. José María Monje,
D. Manuel Corchado y Doña Carmen Hernández, 348. — D. Manuel Elza-
buru y Vizcarrondo, 349.
CAPÍTULO VI
Venezuela.
^us orígenes, 353. — D, Alonso de Escobar, 355.— D. Ruy Fernández de Fuen-
mayor, 356. — La Universidad, 356. — La Imprenta, 356. — La cultura vene-
zolana, según Humboldt, 357. — Poetas de aquella época, 358.— Andrés
Bello, 359.— D. Rafael María Baralt, 393.— D. Antonio Ros de Olano, 400.
D. José Heriberto García de Quevedo, 404. — Abigail Lozano, 408. — Don
José Antonio Maitín, 410. — D. Fermín Toro, D. Juan Vicente González
y D. Cecilio Acosta, 413. — D. Jesús María Morales Marcano, D. Rafael
Arvelo, D. Jesús María Sistiaga, D. Eloy Escobar, D. José Ramos Yépez
_y D. Francisco G. Pardo, 414.— J. A. Pérez Bonalde, 415.
ÍNDICE DEL TOMO II
CAPÍTULO VII
eolombia.
Gonzalo Jiménez de Qaesada y sus perdidos Ratos de Suesca 7.-Lorenzo
Martín 9.-La enseñanza en Nueva Granada, i x.-Juan de Castellanos. .3.
Versos' Ldatorios de sus Elenas. .o.-Hernando Donaínguez Camar-
.o "2 -D. Francisco Alvarez de Velasco y Zorrilla, 23. -Sor Francisca
JoseV de la Concepción, 26.-La Imprenta en Santa Fe 29.-D. ose
Nicolás de la Rosa, 30.-D. Jos. Celestino Mutis, 3-^^^--- ^^^^
de Caldas y el Semanario de la Nueva Granada, 32.-Tertuhas litera
ñas 33.-L0S poetas de Popayan, 34-D. José María de Salazar 35- -
D. losé Miguel Montalvo, D. José Ángel Manrique y D. Juan Manuel Gar-
cí. Teiada 36.-D. Francisco Javier Caro, ^l.-D. Miguel de Tobar, 38.-
D M^^ano^el Campo Larraondo y Valencia y el Dr. Fernández Ma-
drid 39.-LUÍS Vargas Tejada, 44.-D. José Ensebio Caro. 46 -Juho Ar-
boleda 54.-D. Gregorio Gutiérrez González, 60.-D. \os.Jo^^nO^
tiz 64 -Joaquín Pablo Posada, 72.-Germán Gutiérrez de Pineie. y don
r'c do Carrasquilla, ^S-El General Pinzén Rico, D- M-e Mana Ma-
diedo y D. Felipe Pérez, 74.-D. José María Samper y D. José Mana Ver-
gara y Vergara, 75.-Otros poetas contemporáneos, 76.
CAPÍTULO VIII
Ecuador.
Las Ordenes religiosas y la enseñanza, 79.-D. Lorenzo de Cep=<la^So^- Fray
Gaspar de Villarroel, 8..-Dofia Jerdnima de Velasco S.-El maestro
Jacinto de Evia y su Raímete de .arias flores. 83 -El P. Juan Bautista
Aguirre, 89.-EI P. José Orozco, 90. -El P. Ram^-^ V.escas, 9..-L0» Pa-
494 ÍNDICE DEL TOMO U
dres Ambrosio de Larrea, Juan de Velasco y otros jesuítas, 92.— Expedi-
ciones científicas en el siglo xviii, 95.— D. Francisco Eugenio de Santa
Cruz y Espejo, 97-— D- Pedro Maldonado, 100.— D. Pedro Franco Dávi-
la, loi.—Mexía, y Olmedo, en las Cortes de Cádiz, loi.— Los Cantares del
pueblo Ecuatoriano, 102. — D. José Joaquín de Olmedo, 103. — Doña Dolores
Ventemilla de Galindo y D. Juan León Mera, 129.— D. Julio Zaldumbi-
de, 130.— Otros poetas de las Afttologtas Ecuatoriales, 132.— D. Gabriel
García Moreno, 133.
CAPÍTULO IX
Perú.
El poema anónimo á la muerte de Almagro, 135. — D. Alonso Enríquez, 137.
Romances históricos de las guerras civiles, 137.— Coplas populares, 138.
Gonzalo de Zúñiga, 138. — El poema anónimo de la Conquista de la Nueva
Castilla, 139. — Pedro de la Cadena y sus Hazañas de Diego Hernández de
Serpa, 140.— D. Diego de Aguilar y Córdoba, 141.— La Universidad y la
x/" Imprenta en Lima, 143.— El Inca Garcilaso de la Vega, a45.j— Poetas
peruanos mencionados por Cervantes en el Canto de Caliope y en el Viaje
del Parnaso, 149.— Pedro Montes de Oca, 152.— El capitán Salcedo, Don
Diego de Carvajal, Cristóbal de la O y Juan Rodríguez de León, 153. —
La poetisa Amarilis (Doña María de Alvarado) y su epístola á Lope de
Vega, 153. — Poetisa anónima del discurso en loor de la Poesía, 163. —
Diego Mexía y su Parnaso Antartico, 166. — Fr. Diego de Ojeda, 170.—
Fr. Juan Gálvez, 172.— Luis de Belmonte Bermúdez, 173. — D. Diego de
KMa\o=,^\d. Miscelánea Austral, 178. — D. Rodrigo de Carvajal y La con-
quista de Antequera, 179. — Literatura de fiestas, pompas fúnebres y certá-
menes, 182. — D. Francisco de Borja, Príncipe de Esquiladle, 182.— Las
Armas Antárticas, de D. Juan de Miramontes y Zuazola; El Angélico, de
Fr. Adriano de Alecio, y El Santuario de Copacavana, de Fr. Fernando
de Valverde, 185.— El P. Rodrigo de Valdés, 185.— Diego de León Pinelo
y la Solemnidad fúnebre y Exequias de I'elipe IV, 187. — El Dr. Juan de
Espinosa Medrano, 189.— D. Juan del Valle y Caviedes, 191.— La tertulia
literaria del Marqués de Castell-dos-Rius y la Flor de Academias, 198. —
D. Luis Antonio de Oviedo y Herrera, Conde de la Granja, 203.— Don
Pedro de Peralta Barnuevo, 207.— Las Coronas poéticas y los poetas me-
nores del siglo xviii, 213.— D. Esteban de Terralla y Landa, 215.— Don
Ignacio de Escanden y D. José Pardo de Figueroa, 220. — D. Pablo de
Olavide, 221. — La Sociedad de Amantes del País, 237. — D. Mariano Mel-
gar, 237.— Poesía universitaria, 240. — El Dr. Larriva, 241.— Fr. Francisco
del Castillo, 243.— D. José Manuel Valdés, 244.— D, José María Pando, 245-
D. Felipe Pardo y Aliaga, 248.— D. Manuel Ascensio Segura, 252. — D. José
ÍNDICE DEL TOMO II 495
Pardo y Aliaga y D. Miguel del Carpió, 255.— El romanticismo en el Perú
y Fernando Velarde, 256.— Sus discípulos, 258. — D. Manuel del Cas-
tillo, 258.— D. Manuel Nicolás Corpancho y D. Clemente Althaus, 259,—
D. Adolfo García y D. Carlos Augusto Salaverry, 263. — Constantino
Carrasco, 265.
CAPÍTULO X
Bolivia.
Sus orígenes, 269.— Memorial de Cervantes, en que pedía el corregimiento
de la Paz, 270. — Enrique Garcés, 270.— Poesías laudatorias del Catidonero
del Petrarca, 271.— Duarte Fernández y Luis de Ribera, 273.— Juan So-
brino y los Anales de Martínez Vela, 274.— Fr. Antonio de la Calan-
cha, 277.— Fr. Diego de Mendoza, 278.— D. Ventura Blanco Encalada, 279.
D, José Joaquín de Mora, 280.— D. Mariano Ramallo, 282.— D. Ricardo
J. Bustamante, 283.— D. Manuel José Cortes y D. Néstor Galindo, 285.—
D. Manuel José Tovar, 286.— María Josefa Mujía, 287. — Otros poetas
bolivianos, 289.
CAPÍTULO XI
ehile.
HvAlonso de Ercilla y La Arauca7ia,^^—lm\\.SiCíon^s de este poema, 307. —
Pedro de Oña; su Arauco domado, El Ignacio de Cantabria y El Vasauro,
309. — D. Diego de Santisteban Osorio y sus cuarta y quinta partes de La
Araucana, 323. — D. Juan de Mendoza y Monteagudo, 325. — Hernando
Alvarez de Toledo y su Ptirc'n indómito, 328.— Melchor Xufré del Águila,
331.— D. Francisco Núñez de Pineda, 333.— Fr. Juan de Barrenechea y
Albis, 336.— La enseñanza en Chile, 337.— /-« Tucapelina de Pancho Milla-
leubu, 339. — Literatura popular, 339.— La Eftsalada poética, de D. Manuel
Fernández Ortelanb, 340.— El Teatro en Chile, 341.— Camilo Henríquez,
343. — D. Bernardo de Vera y Pintado y el himno nacional de Chile, 347. —
D. Ventura Blanco Encalada y D.Juan Egaña, 350.— D. José Joaquín de
Mora, 351.— Influencia de Andrés Bello en Chile, 357.— D. Domingo Faus-
tino Sarmiento y la demagogia literaria, 359. — D. Salvador Sanfuen-
tes, 364. — Poetas del Semaiiario de Santiago, 365.— Doña Mercedes Marín
y su Canto fúnebre, 366. — La América poética, de Valparaíso, 368. — Fun-
dación de la Universidad de Santiago, 369.— Periódicos literarios, 370.—
D, Domingo Arteaga Alemparte y otros poetas contemporáneos, 371.
49^ ÍNDICE DEL TOMO II
CAPÍTULO XII
República Argentina.
Obras históricas de Ulrico Schmidel y de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, 373
y 374.— D. Martín del Barco Centenera y su Argeiiima, 374. — Bernardo
de la Vega, 380.— Luis Pardo, 381.— La Universidad de Córdoba del Tu-
cumán, 383. — La Imprenta en el Paraguay, 385. — La expulsión de los
jesuítas y sus consecuencias, 387.— La enseñanza en Buenos Aires, 391. —
El Teatro y la Imprenta en esta ciudad; los periódicos, 393. — Poetas del
Telégrafo, 397. — D. Manuel José de Labarden y el fragmento de su trage-
dia Siripa, 399.— D.José Prego de Oliver, 401. — D. Vicente López y Pla-
nes y El Triunfo argentino, 405. — D. Esteban de Luca y D. Juan Crisós-
tomo Lafinur, 407.— D. Juan Antonio Miralla, 408.— Juan Cruz Várela, 415.
D. Florencio Várela, 429. — D. Ventura de la Vega, 430. — D. Esteban
Echeverría, 442.— D. Vicente Fidel López y D. J. B. Alberdi, 455.— Don
Félix Frías y D. Juan María Gutiérrez, 456. — D. José Rivera Indarte y
José Mármol, 458. — Olegario V. Andrade, 461. — Carlos Encina, 465. —
Literatura gauchesca, 466. — Bartolomé Hidalgo, 468. — Estanislao del
Campo, 469. — Hilario Ascasubi, 473. — José Hernández y su poema Martin
Fierro, 473.
CAPÍTULO XIII
Uruguay.
Sus orígenes, 479. — D. Francisco Acuña de Figueroa, 480. — D. Bernardo
P. Berro, 483.— D. Adolfo Berro y Juan Carlos Gómez, 485. — D. Alejandro
Magariños Cervantes, 486. — Heraclio C. Fajardo y D. Pedro P. Ber-
múdez, 488.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I «
flbad (P. Diego ]osé). 87, 88, 89, 112.
Abad y Lasierra (Iñigo). 330, 334.
Abreu (Casimiro de). 163, 367.
Acevedo (Fr. Martín de). 55.
Acosta (Cecilio) 413.
Acosta (José Julián de). 334, 335> 347-
Acuña (Esteban). 175.
Acuña (Manuel). 159, 161, 162, 163,
166, 170.
Achutegui (José de). 334.
Aguado (J.). 341, 348.
Agüeros (Victoriano). 67, 115, 129,
133, 152, 168.
Aguilera (VenturaV 414.
Aguirre (Luis Pedi-o). 175.
Agustín (San). 29.
Ahumada (Teresa de). Véase Teresa
de Jesús (Santa). 84.
Alarcón (Fr. Francisco). 175.
Alarcón (Pedro A.). 402, 404, 407.
Alaria (Aurelio S.). 341.
Alba (Bartolomé de). 55.
Alba y Monteagudo (Mariano José).
217.
Alcázar (Bachiller Juan de). 65.
Alcalá (Antonio). 202.
Alcalá Galiano (Dionisio). 202.
Alcaraz (Ramón Isaac). 170, 171.
Alciato (Andrés). 25.
Alcudia (Condesa de). n6.
Alegre (P. B^rancisco Javier). 87, 89,
90, 91, 92.
Alegría (El impresor). 193.
Alejandro Magno, 90, 92, 411.
Alemán (Mateo). 36, 64.
Alembert (Juan le Rond d'j. 161.
Alfieri (Víctor). 109, 1 12, 152, 248, 266.
Alfonso (El Bachiller), seudónimo de
D. Ramón de Palma y Romay, 286.
Alfonso (Graciliano). 336.
Alfonso (José Luis), Marqués de Món-
telo. 287.
Alighieri (Dante). 145 y 344.
Alonso (Fr. Juan). 175.
Alonso (Manuel). 338, 339.
Almeida Garrett (Juan Bautista). 251.
Alpuche (Wenceslao). 107, 170.
Altamirano (Ignacio María). 115, 133,
156, 157, 158, 167, 170.
Altamirano (Fr. Juan). 206.
Alvarado(Pedrode). 53, 117, 132, 176.
Alvarez (A). 216.
Alvarez (Francisco). 348.
Alvarez (P. Manuel). 25.
Alvarez (Miguel de los Santos). 199,
200, 402.
Alvarez de Azevedo. 163.
Alvarez de Castro (Miguel). 191, 192.
Alvarez Toledo (Fr. Juan Bautista).
'75-
(i) a la conclusión de las 0/>ras completas del sabio polígrafo Menéndez y Pelayo se
publicará un tomo con los índices personal, geográfico, de materias, y bibliográfico, que
se necesitan para consultar con facilidad tan magna enciclopedia de Historia y de
Literatura.
No obstante, cada obra llevará, al fin, los índices que le corresponden.
A causa de la premura con que se ha publicado el de personas mencionadas en la
Poesía hispano-amcricana, van con separación las de cada tomo. En las demás obras
irán juntas en un sólo alfabeto las de todos sus volúmenes.
498
índice de personas del tomo i
Álzate (José Antonio de). 88, loo.
Amévas (Ignacio). 134.
Ampére (Juanjacobo Antonio). 229.
Ampies (Beatriz de). 323.
Ampies (Juan de). 323.
Amunátegui (Miguel Luis). 362.
Amy (Francisco J.). 349, 350.
Anacreonte. 93, 97, 113, 336.
Andrade (Olegario). 145.
Andrade (Vicente de P.). 23, 36, 67,
68, 74, 97-
Andrés (El P.). 88.
Anece (Pedro). 175.
Angeles (Sor María Josefa de los). 358.
Ángulo (El Licenciado). 324, 325.
Ángulo (Fr. Luis). 175, 319.
Ángulo (Luis de). 316, 317, 321.
Ángulo Guridi (Javier). 311, 313,
Anleo (Fr. Bartolomé). 175.
Antonio (Nicolás). 57.
Apiano. 182.
Aramburo y Machado (M.). 272.
Arango (José de). 173 224.
Arango y Escanden (Alejandro). 151,
152, 153, 170, 171-
Aranzamendi (Jenaro). 349.
Arazoza y Soler (Imprenta de). 228.
Arboleda (Julio). 144, 145, 278.
Arciniega (Claudio de). 26.
Arco Agüero (D. Felipe del). 118.
Arcos (Duque de). 314.
Arévalo (Fr. Bernardino). 175.
Arévalo (Faustino).
Arévalo (Sebastián de). 183, 188, 314.
Arguijo (Juan de). 152, 394.
Aristóteles. 1 1.
Arias (P. Antonio). 175.
Arias Montano (Benito). 141.
Ariosto (Luis). 56, 57, 92, 392.
Arelas (El P.Juan). 163.
Armas y Céspedes (José de). 213.
Armuna (Ezequiel), seudónimo de
Manuel Zequeira. 226.
Arnault (Mr.). 242.
Arochena (Fr. Antonio). 175.
Arrázola ó Arrazola (Fulano). 40.
Arriaza (Juan Bautista). 147, 192, 252,
359. 373, 383-
Arrióla (P. Juan de). 68.
Arrivillaga (P. Alonso de). 175, 182.
Arróniz (Marcos). 106, 133.
Arvelo (Rafael). 414.
Asbaje y Ramírez de Cantillana (Sor
Juana Inés de la Cruz). 82, 84.
Asher (A.). 15.
Augier (Emilio). 272.
Augusto íOctavio). 12, 88, 92.
Auñón (Marqués de). 408.
Avellaneda (Gertrudis Gómez de). 19,
74, 214, 229, 257, 264 á 272, 274,
285, 287.
Aviles (Fr. Esteban). 175.
Ayerra y Santa María (Licenciado
Francisco). 71, 333.
Azcárate (Nicolás). 212, 275, 281.
Azpeitia (Ignacio de). 182.
Azucena (Adolfo de la), seudónimo
de Zenea. 280.
Backer (P.). 188.
Bacon (Francisco). 94. •
Bachiller y Morales (Antonio). 216,
218, 219, 223, 247, 253.
Balboa Troya y Ouesada (Silvestre).
216.
Baldorioty de Castro (Román). 335.
Balli (Jerónimo). 65.
Balli (Pedro). 36.
Balmes (Jaime). 135.
Balseiro (J. B.). 349.
Bances Candamo (Francisco Antonio
de). 74.
Bañoger de Sageliu y Gielbas, ana-
grama de Simón Bergaño y Ville-
gas, 190.
Baños y Sotomayor (Diego de). 356.
Baralt (Luis Alejandro). 226, 356, 357,
y 393 á 400.
Baralt (Rafael María). 19, 171.
Barca (Fr. Joaquín de la). 175.
Barclayo (Juan). 89.
Barradas (Isidro), ni.
Barrera (Cayetano Alberto déla). 217.
Barrios (Domingo de). 179.
Barrutia (Salvador). 201.
Bartrina (Joaquín María). 348.
Bassoco (José María). 172.
Batres (Alonso de). 293.
Batres (Juan). 175.
Batres Jáuregui (Antonio). 190.
Batres y Montufar (José). 184, 194 á
202.
Bautista (Fr. Juan). 55.
Beaumarchais (Pedro Agustín Carón
de). 1 12.
Beauzée (Nicolás). 368.
Becerra (Fr. Francisco). 175.
Kecq de Feuquiéres. 137.
Bécquer (Gustavo Adolfo). 158, 162,
348.
Bedier (Mr.). 244.
Bejarano (Lázaro). 322, 323, 324, 325,
326.
Bello (Andrés). 16, 6i, 144, 187, 191,
192, 194, 237, 238, 249, 278, 289,
339, 353, 357, 358, 359, 3^0, 362,
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
499
363, 364, 366 á 375, 377 ¿389, 391,
39?, 394. 396, 400,415-
Bello y Chacón (Federico). 168.
Belmonte Bermudez (Luis de). 55,
64, 65.
Benavente o Motolinia (Fr. Toribio).
53.
Benisia (Alejandro). 348-
Benítez de Gautier (Alejandrina). 337,
347, 348, 349- ,^. , ^
Bergaño Villegas (Simón). 190, 191,
227.
Beristain y Sousa (José Mariano). 55,
66, 67, 68, 70, 72, 88, 93, 106, 109,
175, 178, 183, 188,219.
Bermudez (Anacleto), Fileno. 227,
252.
Bermudez y Alíaro (Licenciado Juan).
Bermudez de Castro (Salvador). 123,
278.
Berrío y Valle (Juan). 175, 176.
Betancur (Fr. Alonso). 176.
Betancur (Fr. Rodrigo de Jesús). 176.
Betanzos (Fr. Pedro de). 176.
Beteta (Ignacio). 189, 191.
Bethencourt (A.). 358, 394.
Billini (Francisco Gregorio). 313.
Blanco (José María). 360.
Blanco (Luis Alejandro). 413.
Blanchié (Francisco Javier). 287.
Bocanegra (El P. Matías de). 68.
Boileau (Nicolás). 92, 93, 97.
Boix (El impresor). 286.
Bolívar (Simón). 105, .112, 144, 234,
242, 353, 356, 360, 389, 390, 411-
Boloña (Esteban José). 219.
Bonaparte (Napoleón). 258, 271, 411-
Bonilla (Alonso de). 50.
Bonpland (Mr.). 354-
Boscán (Juan). 26.
Boyardo. 391, 392.
Braga (Teófilo). 163.
Braganza (María Isabel de). 1 16.
Bramón (Francisco). 66.
Brau (Salvador). 349*
Bravo (Dr.). 324.
Bravo (Nicolás). 24.
Bretón de los Herreros (Manuel). 113,
120, 121, 129, 198, 199.
Bringas Manzanedo (Fr. Diego). 88.
Brócense (Francisco Sánchez, el). 22,
137-
Brown (Dr.). 365.
Bruto (Marco). 231, 233.
Bryant (Guillermo Cullen). 282, 350.
Büchner (Federico). 159.
Bunee (Mr.). 247.
Burgos (Miguel de). 58, 121.
Bustamante (P.). 50. •
Bustillo (Pedro J.). 206.
Bustillos (José M.). 170.
Buterweck. 172.
Byron (Lord), ni, 123, 164, 197, 205,
238, 239, 267, 271, 372, 391, 404,
408.
Caballero (Fr. Ignacio). 176.
Caballero (José Agustín). 2 1 5, 2 1 8, 220.
Caballero y Ontiveros (Félix). 222.
Cabanyes (Manuel de). 147.
Cabrera (Cristóbal de). 23,324, 337.
Cáceres (Dr.). 324, 325, 326.
Cáceres (P. Antonio). 176, 182.
Cadalso (José). 199.
Cadena (Fr. Carlos). 176.
Cadena (Fr. Felipe). 176, 183.
Cagiga y Rada (Agustín). 176.
Calabria (Duque de). 291.
Calcagno (Francisco). 21b, 257.
Calcaño (José Antonio). 4 '- 5-
Calcaño (Julio). 358, 359-
Calderón (Viuda de Bernardo). 68,
70,71, 72, 73-
Calderón (Bernardo). 333.
Calderón (Fernando). 128, 129, 170,
171.
Calderón de la Barca (Pedro). 55, 63,
82, 114, 123, 124, 126, 372, 374-
Calino deÉfeso. 172.
Calleja (P. Diego). 76, 82, 83.
Camacho Gayna (Juan de). 82.
Camacho Roldan (Salvador). 408.
Camber (Fr. Jorge). 330.
Cambiaso (Nicolás María de). 113.
Camoens (Luis). 94, 342.
Campbell (Tomás). 242, 243.
Campe (Tiburcio). 249.
Campeche (José). 40, 336, 340,^348.
Campo Rivas (Manuel). 176.
Campoamor (Ramón de). 162,312.
Campos (Diego de). 217.
Campuzano (Joaquín Bernardo). 193.
Canales (Hernando de). 300.
Canella y Secades (Fermín). 228.
Cano (Melchor). 90.
Cánovas del Castillo. 229, 245.
Cañas (P. Bartolomé). 176.
Cañete (Manuel), 272, 283, 340, 363-
Capmany (Antonio) 369.
Cárdenas (Fr. Juan). 176.
Cárdenas(Fr. Pedro). 176.
Cárdenas y Chaves (Miguel de). Mar-
qués de San Miguel. 287.
Cardona (Úrsula). 349-
Carié (Martín). 338.
500
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
Carlos II. 70, 74, 183.
Carlos III. 87, 357.
Carlos IV. 109, 374.
Carlos V. 21, 26, 295.
Caro (J. Eusebio). 144.
Caro (Miguel Antonio). 192, 223, 362,
367. 376, 383, 387, 392.
Carpegna (Ramón E. de). 338.
Carpió (Manuel). 103, 134, 148, 149,
^ 150, 151. 158, 170.
Carracedo. (Juan). 176.
Carrasco del Saz (Francisco). 176.
Carrer (Luis). 152,
Carrillo (Catalina). 30.
Carvajal (Ana de). 318.
Casas (Fr. Bartolomé de las). 22, 25,
176, 291, 292.
Casas (Luis de las). 219.
Casellas Rivas (Roberto). 107.
Castellanos (José). 311.
Castellanos (Juan de). 215, 294, 322,
323, 331. 354-
Castellar (Conde del). 42.
Castí (Juan Bautista). 196, 197, 346.
Castilla (José María). 193.
Castilla (Pedro de). 305.
Castillo (Fr. Fernando). 182.
Castillo (Francisca del). 30.
Castillo (José del). 195, 228.
Castillo (Pantaleón). 313.
Castillo y Lanzas (Joaquín María).
105, lio, III.
Castoreña y Ursúa (Juan Ignacio).
83, 84.
Castro (P. Agustín de). 93, 94, 96, 98,
99.
Castro (Guillen de). 255.
Castro (Dr. José Agustín de). 99.
Castro (Fr. Pedro). 176.
Castro (Manuel Felipe). 339.
Castro (Rafael). 339.
Catalina (Mariano). 408.
Catón. 233.
Cavaiihou (M. A. Mateo). 337.
Cayrasco de Figueroa (Bartolomé).
179.
Ceo (Sor María do). 81.
Ceo (Sor Violante do). 77.
Cepeda (María del Rosario). 1 13.
Cepeda (Teresa de). Véase Teresa de
Jesús (Santa). 84.
Cerda (Thomas Antonio Lorengo Ma-
nuel de la), conde de Paredes, Mar-
qués de la Laguna. 74.
Cervantes (Miguel de). 37, 66, 178,
255. 3 > 5-
Cervantes de Salazar (Francisco). 22,
23, 24, 26.
César (Julio). 47, 226, 41 1.
César (P. Adriano). 36.
César (Cornelio Adriano). 65.
Céspedes (José María). 213, 281.
Céspedes (Pablo de). 382, 383.
Cetina (Gutierre de). 26, 27, 28, 29,
30, 38, 39, 64.
Cid (El). 370, 371.
Cid (Fr. Juan de Dios). 176, 184.
Cienfuegos (José). 104, 126, 134, 220,
239, 240, 241, 248, 396.
Cisneros (José Luis de). 356.
Cisneros Cámara (Antonio). 170.
Clarke (P. Guillermo). 86.
Claudiano. 56.
Clavijero (P.) 43, 93.
Coello (Antonio). 343.
Colombini (El Conde). 224.
"\3olon (Cristóbal). 291, 294, 339, 394.
Colón (Diego de). 294, 323.
Colón y Colón (Juan). 301.
Colón Machado (Joseph Manuel). 69.
Colonna (Victoria). 268.
Coll y Britapaja (José). 348, 349.
Coll y Tosté (Cayetano). 330, 331,
349-
Collado (Casimiro del). 150.
Comas (Juan Francisco). 340,348,349.
Comella (Luciano í'rancisco). 100.
Condillac (Esteban Bonnot de). 368.
Constantino (El Emperador). 54.
Copérnico (Nicolás). 70.
Corchado (Manuel). 348, 349.
Cordero (Fr. Juan). 176.
Córdoba (Fr. Matías). 176, 184, 189,
190.
Córdoba (Pedro Tomás de). 334, 336.
Corneille ÍPedro). 64, 152.
Cortés (Domingo). 311.
■**- Cortés (Hernán). 18. 22, 27, 38, 40,
42, 44, 53. 85, 87, 93, 132, 225.
Cortina (Conde de la). 107, 172, 250.
Cortón (Antonio). 349.
Coruña (Conde de). 49.
Cotarelo (Emilio). 114, 123, 300.
Coto (Fr. Tomás). 176.
Couto (José Bernardo). 134, 150, 151,
152.
Covarrubias (Sebastián de). 134.
Crebilión (Próspero Jolyot de). 248.
Crisófilo Sardanápalo. (Véase Tapia
y Rivera.)
Cristina (Reina). 261.
Cromberger (Juan). 23.
Cruz (Fernando). 202.
Cruz (Sor Juana Inés de la). 68, 73,
74, 75i 76, 77. 80, 81, 158, 167, 170.
Cuéllar (José T. de). 170.
índice de personas del tomo i
501
Cuenca (J. Agustín). 170.
Cuenca (Salvador de). 40.
Cuervo (Rufino J.). 367.
Cueva (Claudio de la). 33.
Cueva (Juan de la). 33, 39, 64.
Cumplido (El impresor). 147.
CJhabot de Bouin (Julio). 115.
Chacón (José María). 335.
Chateaubriand (Francisco Renato,
vizconde de). i25,'i5o, 240, 243, 244,
245.
Chenier (Andrés). 5^, 136, 137, 204
205.
Chenier (José María). 248.
Chevremont Darvinguy. 308.
Chiapa (Obispo de). 17Ó.
Chimalpopoca (Faustino). 145.
Oalmau, impresor. 336.
Dallo y Lana (Miguel Mateo). 74.
Damas Hinard (Mr.). 370, 371.
Daoiz (Luis). 242.
Darío (Rubén). 211.
Daubon (José Antonio). 349.
Dávalos (Fr. Luis). 176.
David. 142.
Dávila (Fr. Antonio). 176,
Dávila (José J.). 349.
Dávila Fernández de Castro (Felipe).
308, 313-
Delarue (Mr.). 334.
Delavigne (Casimiro). 115, 133, 242,
250.
Delgado (Rafael). 170.
Deligne (Gastón Fernando). 310, 313.
Delille (Jacobo). 381.
Delio (seudónimo de Francisco Itu-
rrondo. 249.
Delmonte (Domingo). 227, 228.
Derkes (Eleuterio). 349.
Dessalines (Juan Jacobo). 302.
Destutt Tracy (Antonio). 368.
Dewal, seudónimo de Ignacio Valdés
Machuca. 227.
Díaz (José Domingo). 358.
Díaz (José de Jesús). 134, 170, 171.
Díaz (Ramón). 393.
Díaz del Castillo (Bernal). 38, 44, 125,
176.
Díaz Covarrubias (Juan). 133, 134.
Díaz de Espada y llanda (Juan José).
218.
Díaz Fraile (Manuel). 188.
Díaz de León (Francisco). 24, 52, 84,
93, 155-
Díaz Mirón (Salvador). 170.
Diderot (Dionisio). 161, 275, 382.
Didot (Julio). 228.
Diéguez (Juan). 173 203, 204, 205.
Diéguez (Manuel). 203, 205.
Diez (Federico). 369.
Dighero (Fr. Miguel). 176.
Diocleciano. 54.
Domínguez (José J). 349, 350.
Domínguez (Ricardo). 170.
Donnamette (A.). 129, 133.
Donoso Cortés (Juan). 398.
Dorantes de Carranza (Baltasar). 40.
Dou (Ramón Lázaro de). 367.
Dozy (R.). 370.
Du-Marsais (M.). 368.
Duarte (Juan Pablo). 306.
Dubeau (José). 313.
Ducis (Juan Francisco). 248.
Dueño Colón (Manuel). 349.
Dumas (Alejandro). 266, 272.
Duran (Agustín). 369.
Durón (Rómulo E.)2o6, 208, 209, 211.
Durón (Valentín). 206.
Duval (Alejandro). 114.
Echagoya (Licenciado). 324, 325.
Echavarría y O'Gavan (Prudencio).
228.
Echevarría (José Antonio). 286.
Echevarría del Monte (Encarnación).
309> 313-
Echeverría (Hernando). 337.
Echeverría (Juan Manuel). 339, 145.
Echevert (Francisco). 176.
Echezuria, 358.
Eguiara y Eguren (José). 67, 68.
Eichhoff (Federico Gustavo). 137.
Elzaburu y Vizcarrondo (Manuel).
347. 349-
Encina (Juan del). 208.
Enciso Castrillón (Félix). 114, r2o.
Enriquez (Alonso). 176.
Enriquez (Enrique), 313.
Enriquez (Martín). 49.
Enriquez y Carvajal (Federico). 312,
313-
Ercilla (Alonso de). 40, 117, 125.
Escalante. (Félix M.). 133, 147, 151.
Escalera (Dr.). 357,
Escalona (Dr.). 358.
Escobar (Alonso de). 355.
Escobar (Eloy). 414.
Escobedo. 228.
Escoiquiz (Juan de). 45.
Escoto (Juan Duns). 249.
Esopo. 113.
Espada yLanda (El Obispo). 227, 252.
Espinel (Vicente). 43.
Espino (Fr. Fernando). 176.
502
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
Espinosa de los Monteros (Antonio).
87.
Espronceda (José). 123, 126, 162, 164,
[99, 242, 254, 269, 402.
Essex (Conde de). 342.
Estacio. 56.
Esteva (Adalberto A.). 170.
Esteva (José M.). 170.
Estrada y Zenea (Ildefonso de). 340.
Euclides 1 13.
Eurípides. 57, 97, 255.
Évoli (príncipe de). 314.
Evreux (Roberto de). 343.
Pabri (P. Manuel). 88, 90.
Fabián y Fuero (El Obispo). 84.
Fadrique (Rey de Ñapóles). 291.
Fagundes Várela. 163.
Falla (Salvador). 205.
Farfán. 24.
Faxardo (Andrés). 38.
Fedro. 93, 96.
Feijóo (Benito Jerónimo). 73.
Felipe II. 21, 330.
Felipe III. 65.
Felipe V. 10 1.
Fellón (Tomás Bernardo). 380.
Fenelón (Francisco de Salignac de la
Mothe). 95.
Fenesa (Presidente). 207.
Fernández CFr. Alonsoj. 182.
Fernández (Juan). 321.
Fernández (Manuel). 87, 308.
Fernández (Manuel Rufo). 335.
Fernández Cuesta (Nemesio). 393.
Fernández Duro (Cesáreo) 355.
Fernández de Fuenmayor (Ruy). 356.
Fernández de Gorostiza (Pedro). 113.
Fernández Guerra (Aureliano). 93.
Fernández Guerra (Luis). 37, 63.
Fernández Granados (Enrique). 170,
Fernández Juncos (Manuel). 331,347,
348.
Fernández de León (Diego). 73, 741 75-
Fernández Lizardi (José Joaquín). 99,
100, 157.
Fernández Madrid (José). 228, 412.
Fernández de Moratín (Leandro),
113, 114, 118, 120, 121, 144, 203,
348, 372, 373-
Fernández de Moratín (Nicolás). 44,
45. 99. 217.
Fernández de Oviedo (Gonzalo). 125,
291, 292, 293, 323.
Fernández de Santa Cruz (Manuel).
Fernández Talón (Bartolomé). 68.
Fernández de Virués (Bartolomé).
354-
Fernando III, el Santo. 188.
Fernando VII. 105, 109, 114, 116, 121,
193, 248.
Ferrer (P. Buenaventura). 223.
Ferrer Hernández (Gabriel). 331.
Feuiliet (Octavio). 408.
Figarola y Caneda (Domingo). 213.
Figueredo et Victoria (Francisco).
188.
Figueroa (Fr. Antonio). 176.
Figueroa (Fr. Francisco). 176.
Figueroa (Rodrigo de). 323.
Filicaia (Vicente de). 408.
Finestres (Fr. Jaime). 367.
Flamant (Manuel M.). 243.
Flores (Alonso). 176.
Flores (Antonio). 164, 165, 166, 167.
Flores (José). 176.
Flores (Manuel María). 159, 163, 170.
Fontaine (D.). 264.
Fornaris (José). 216, 284, 288.
Forner (Juan Bautista Pablo). 203.
Fortanet (El impresor). 341.
Fosca (Francisco Javier), 304, 305.
Fosca (Narciso). 305.
Foseólo (Hugo). 91, 228, 242.
Foxá y Lecanda (Narciso de). 339, 340.
Fracastor (Jerónimo). 184, 185, 380.
Francisco I. 291.
Freyre y Rivas (José R.j. 349.
Frías (Duquesa de). 261.
Frías de Albornoz (Dr. Bartolomé). 22.
Fritz (P. Andrés). 1 12.
Fuensalida (Fray Luis de). 55.
Fuente (Diego de la). 65.
Fuente (Fray Diego José). 176.
Fuente (Vicente de la). 293.
Fuentes (Lorenzo Cruz de). 272.
Fuentes Guzmán (Francisco Anto-
nio). 176, 182, 195.
Galeote (Gonzalo). 29.
Galván (El impresor). 112, 130.
Galve (Conde de). loi, 333.
Gallardo (Bartolomé J.). 34, 38, 39, 99,
115, 172, 250,360.
271. 3'o. 373-
Gallego (Juan Nicasio). 74, 112, 147,
225, 229, 242, 250, 252, 261, 268,
271, 272, 310, 372, 373, 395.
Gámbara (Pablo). 344.
García Hermanos (impi-enta). 310.
García (Gabriel José). 123.
García Blanco (Antonio M.). 150.
García y Godoy (Federico). 313.
García Goyenn (D. Rafael). 190.
García Gutiérrez (Antonio). 45, 115,
1 16, 123, 128, 168.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
503
García Icazbalceta (Joaquín). 23, 24,
25, 26, 39, 42, 43, 46, 47. 48, 50, 52,
54, 58, 67, 87, 90, 93, 323.
García Infanzón (Juan). 83.
García de Palacio (Diego). 24.
García de Quevedo (Heriberto). 19,
344, 400, 404, 405, 406, 407.
García Rengifo (Diego). 179 á 182.
García del Río. 360, 361.
García Tassara (Gabriel). 123, 274.
García Torres (Vicente). 129,
García de Villalba (José). 250.
Garnier (Mr.). 163, 167, 229, 231, 248,
272, 282.
Garrido (Diego), 66.
Gaspar y Roig. 243.
Gautier (Teófilo). 343, 349.
Gautier y Benitez (José). 347, 349.
Genlis (Mad. de). 256.
Gesner (Salomón). 93, 97.
Gil (Enrique). 204.
Gil Fortoul (José). 359.
Gil Salomé. Véase Milla (José). 205.
Gil y Zarate (Antonio). 121.
Gimbernat (El impresor). 337.
Gobantes (José Agustín), 228.
Goethe. 246, 344, 404,
Goicuria (Domingo), 281.
Gómez (Crescencio). 206,
Gómez (Ignacio). 205.
Gómez (Fr. Juan). 300, 301.
Gómez (Rafael). 170.
Gómez de Avellaneda (Gertrudis).
Véase Avellaneda (Gertrudis Gó-
mez de).
Gómez Carrillo (Agustín). 173.
Gómez de la Cortina (José). 170, 171.
Gómez Hermosilla (José Mamerto).
45, 251, 372.
Góngora (Luis de), 64, 66, 71, 81, 89,
112, 180, 212, 258, 394.
González (Aníbal). 358.
González (Fr. Diego). 99, 103, 104,
González (Ernesto). 170.
González (José Marcos). 31 1.
González (José María). 305.
González (Juan Gualberto). 193.
González (Juan Vicente), 413.
González (Justo P.). 170.
González (Manuel M.). 170.
González del Álamo (Francisco). 219.
González de Acuña (Antonio). 356.
González Dávila (Gil). 330.
González de Eslava (Fernán). 36, 47
á 52, 54. 170, i7>.
González Font (José). 331, 341, 347.
González Obregón (Luis). 100.
González Pedroso (Eduardo). 337.
González del Valle (Emilio M.). 257,
261.
González del Valle (Manuel). 252.
Gonzalo Roldan (José). 287.
Gorostiza (Manuel Eduardo de). 17,
113, 114, 115, 116, 118, 119, 120, 121,
122, 123, 129, 170.
Gorostiza y Cepeda (Pedro de). 115.
Goya (Francisco de). 403.
Graíño (Antonio). 177, 222, 227.
Granados (María Josefa). 193.
Granados Maldonado (Francisco). 133.
Gray (Tomás), 205, 228, 247.
Grégoire (Obispo). 308.
Gregorio XIII, 54.
Gregorio XVI. 207.
Gregorio Nacianceno (San). 25.
Grocio (Hugo). 307.
Grosfo. 137.
Grossi (Tomás). 279.
Guad-el-Jelú (Marqués de). 404.
Gualterio (Jacobo). 182.
Guardia (Heraclio M. de la). 348.
Guardiola (Esteban) 209.
Guatimozin, 125, 132.
Guasp (J.). 337.
Güel y Renté (José). 287.
Guerra (Fr. García), Arzobispo de
México. 36.
Guerrazzi (Francisco Domingo). 407.
Guerrero (Dolores). 167.
Guevara (Juan de). 82.
Guiteras (Pedro José). 249, 264.
Guridi (Javier Ángulo). 308.
Gutiérrez (Fr. Juan). 300.
Gutiérrez (D. Juan María). 18, 104,
106, III, 151, 152, 190, 306.
Gutiérrez Barreda (Luisa). 193.
Gutiérrez de Cos (Pedro). 335.
Gutiérrez Nagera (Manuel). 170.
Gutiérrez Zamora (José Manuel), 206.
Guzmán (Ana de). 318,
Guzmán (Diego de). 316.
Guzmán (Francisco de). 170.
Guzmán (Francisco Antonio). 179.
Guzmán (Francisco de Paula), 153,
171, í73-
Habré (Carlos). 219.
Hall (Eduardo). 205.
Hamilton (Guillermo). 365.
Hartzenbusch (Juan Eugenio). 48, 63,
64, 114, 123, 173, 266, 301.
Hazañas y la Rúa (Joaquín). 27.
Hegel (Jorge Guillermo Federico).
161, 344.
Heine (Enrique). 162, 164, 200, 415.
Hemans (Mrs.). ni.
Mbnéndez y Pblayo. — Poesía his/ano'americaHa, II,
3a
504
índice de personas del tomo i
Heredia (José Francisco), 229.
Heredia (José María). 16, 129, 132,
134,138, 144, 170, 171, 187,194, 214.
225, 227, 22S á 236, 239, 240, 241,
243 á 249, 251, 257, 265,271, 274,
284, 287, 288, 289, 305, 357, 373.
Heredia (Manuel Jesús). 313.
Heredia (Nicolás). 313.
Hernández (Carmen). 348.
Hernández (Francisco). 58.
Hernández Melgarejo (Alonso). 327.
Hernández de la Nava (Bartolomé).
27.
Herrera (Antonio de). 44, 147.
Herrera (Beatriz de). 326.
Herrera (Fernando de). 31, 32, 33,
39, '37, 180.
Herrera (Jorge de). 354.
Herrera Dávila (Ignacio). 250.
Hervás y Panduro (Lorenzo). 88,
Hesiodo. 97.
Hesnault (M.). 359.
Hidalgo y Costilla (Miguel). 105.
Hierro (Agustín del). 180,
Híjar y Haro (Juan B.). 170.
Hipócrates, 151.
Hipólito Vera (Bachiller Fortino), 70.
Hita (Juan Ruiz, Arcipreste de), 197.
Hoffmann (Guillermo Amadeo). 401.
Hojeda (Fr. Diego de). 332.
Holland (Lord). 360.
Homero. 71, 90, 91, 92, 96, 257,
Horacio. 92, 93, 97, 123, 136, 137,
146, 172, 193, 206, 238, 336, 358,
374, 378, 414-
Hostos (Eugenio María). 311,
Huber (Mr.). 371,
Hugo (Víctor), 123, 124, 164, 167,
204, 212, 243, 266, 372, 391.
Humara (Rafael), 251,
Humboldt (Alejandro), Bai-ón de, 222,
354, 357, 382,
Hunt (Mr,). 350.
Hurtado de Mendoza (Diego). 30.
Icaza (Francisco A. de). 36.
Iglesias (José). 99, 112.
Ignacio de Loyola (San). 65.
Illas (Juan José). 308.
Inocencio XIII. 218, 356.
Iriarte (Tomás). 99, 203, 358,
Iriondo (Fr. José). 176,
Irisarri (Antonio José de), 202, 203,
204.
Isabel (Santa). 72,
Isabel I de Inglaterra, 342,
Isabel II, 261, 337, 407.
Isla (P. José Francisco de). 389.
Itúrbide (Agustín). 105, 106, 108,231.
Itúrbide (Miguel María). 176.
Itúrbide (Fr. Pedro). 176.
Iturriaga (P. Manuel Mariano de). 188.
Iturrondo (Francisco), 249, 250, 252.
Janer (Florencio), 371,
Jáuregui (Licenciado Joseph de). 100.
Jerez de los Caballeros (Marqués de).
65-
Jiménez de la Espada (Marcos). 314,
315-
Jouffroy (M.j. 366.
Jourdan (Louis). 264,
Jouy (Víctor). 248,
Jovellanos (Gaspar Melchor de), 203,
348, 363-
Juan (El Príncipe D,), 291.
Juan Bautista (.San). 322.
Juan de la Cruz (San). 81, 141, 153,
Juan Nepomuceno (San). 72.
Juarros (Domingo). 176, 195.
Julia, Véase Cruz ÍSor Juana Inés de
la). 82.
Junqueira Freiré (Luis José). 163.
Juvenal. 93, 97,
Juvenco, 89.
Kennedy (J.j. 232, 243, 248, 249.
Kolhmann (MarioV 337.
Krummacher (Federico Adolfo). 172.
Ladehesa Verástegui ÍJacinto). 75.
Ladrón de Guevara (Baltasar), 176.
Laelius a Vulpe. 99.
Lafontaine (Juan). 190, 196.
Lafraga (José María). 133.
Laguna (Marquesa de la). 73.
Lamartine (Alfonso). 126, 133, 136,
138, 146, 147, 242, 277. _
Lampillas (Francisco (Javier). 88.
Landívar (P. Rafael). 184, 185, 186,
188,380.
Lanuchi (VicenteX 24,
Lara (José Mariano), 152,
Larra (Mariano José del, 119, 120, 198,
Larrañaga (Bruno Francisco), 99, 100.
Larrañaga (José Rafael), 99.
Larrañaga (Miguel). 176.
Lastarría (J. V.). 362.
Lavastida (Miguel Alfredo). 313.
Ledesma (Fr, Bartolomé de), 24.
Ledesma IBuitrago (Alonso de). 50.
Legouvé (Ernesto). 242.
Leibnitz (Godofredo Guillermo). 161.
Leigh. 350.
Leiva (Francisco de). 217.
León (Gaspar de). 30.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
505
León (Fr. Luis de). 22, 81, 136, 139,
141, 145. '47. 152, 153. 309, 379>
406.
León (Nicolás). 25, 67, 84.
Leone (Evasio). 139, 141, i47-
Leopardi (Giacomo). 136, 282.
Lessing (Gotpldo Efraim). 1 16.
Letamendi (Agustín). 118.
Letona (Manuel). 176.
Liébana (Pedro de). 177.
Linares (Duque de). 101.
Lista (Alberto). 106, no, 122, 203,
228, 229, 239, 242, 250, 253, 361,
37f» 372,373. 395-
Lobo (Gerardo). 359.
Lobo (Fr. Martín). 176.
Lobo y Lasso de la Vega (Gabriel). 45-
Locroy. 115.
Longfellovv(Henry Wadsworth). 282,
350-
López (Gonzalo). 27,
López (Fr. Juan). 300.
López (Narciso). 275.
López (Nicolás). 324.
López de Ayala (Ignacio). 381.
López de Briñas (Felipe). 287.
López Carvajal (Francisco). 170.
López de Gomara (Francisco). 44'
López de Hinojosa (Dr.). 24.
López de Legazpi (Miguel). 49*
López Méndez. 360.
López Portillo y Rojas (José). 170.
López Prieto (Antonio). 2 1 6, 223, 285.
López de Santa Ana (Antonio), m,
129.
López de Sedaño (José). 103, 383.
López Soler. 251.
López de Úbeda (Juan). 50.
Lorenzana (Francisco Antonio de).
Losada Piñeres (Juan Antonio). 393.
Loyola (San Ignacio de). 55.
Lozano (Abigail). 400, 408, 409, 410-
Luaces (Joaquín Lorenzo). 214, 216,
225, 258, 272, 273, 274, 275, 281,
287.
Lucano. 56, 212.
Lucas (Antón). 330.
Lucrecio Caro (Tito). 137, 161, 377.
Luis Fernando (Príncipe). loi.
Luna (Ambrosio de). 73.
Luque Butrón (Fr. Juan). 176.
Luz Caballero (José de la). 227, 251,
252, 263, 281.
Luzán (Ignacio). 99.
tlana (Fr. Ignacio). 176.
Llave (Pablo de la). 1 50.
Llopis (Joseph). 83..
Llórente (Vicente Daniel). 170.
Machado (Francisco Javier). 3 ' 2, 3 13.
Maddens (R. R.j. 257.
Madre de Dios (Fr. Ambrosio de la).
176.
Madrigal (Pedro). 42, 43. 45-
Magdalena (La). 322.
Maiquez (Isidoro). 114, 123.
Maitin (José Antonio). 408, 410, 412,
413. 414-
Maldonado (Licenciado). 324.
Maldonado (Alonso), 315, 326, 327.
Maldonado (Fr. Francisco). 176.
Mancera (Marqués de). 75.
Maneiro (P.Juan Luis). 77, 93, 94, 99.
Manso (El Obispo). 330.
Manzano (Juan Francisco). 257.
Manzoni (Alejandro), no, 133, 136,
286, 405, 408.
Marcial, 180.
Margil de Jesús (Fr. Antonio). 99.
María Bárbara de Portugal, 188.
Marchena (Abate). 242.
Marín (Ramón). 340, 348, 349.
Marmol (José). 145.
Marmontel (Juan Francisco). 258.
Marón Dáurico. 227.
Márquez y Zamora (Francisco). 176.
Marroquín (Francisco). 177.
Martín (Lorenzo). 321.
Martínez (Miguel Jerónimo). 153, 170,
173-
Martínez (Rafael V.). 207.
Martínez (Saturnino), 213.
Martínez de Avileira (Lorenzo) 217.
Martínez Grande (Luis). 45.
Martínez de la Rosa (Francisco). 121,
228, 253, 261.
Martínez Silva (Carlos). 366.
Mascheroni (Lorenzo). 381.
Masot (Clemente). 197.
Massana (P.). 216.
Massebieau, 26.
Massieu (Guillermo^ 380.
Mateos (Fernán). 355.
Matheu de Rodríguez (Fidela). 349-
Matilde (Condesa). 369.
Mattei (Saverio). 142, i47-
Maury (Juan María). 185, 384, 383-
Maximiliano I de México. 152, 415.
Medina (JoséToribio). 66 á 68, 70, 74.
75, 84, 85, 177, 183, 188, 189, 191,
218, 219, 222, 223, 305, 334, 356,
357.
Mejía (Félix), 118.
Melgarejo i^Ambrosio). 176.
5o6
índice de personas del tomo i
Melgarejo (Juan). 330.
Meléndez Valdés (Juan). 99, 102, 104,
112, 191, 210, 241, 252, 372.
Mélesville (A. Honorato José Duvey-
rier). 114.
Melián (Fr. Pedro). 176.
Meló (Francisco Manuel de). 64.
Melón (Sebastián), 176.
Mena (Juan de). 120, 180.
Menandro. 64.
Méndez (Manuel), 323.
Méndez de Cuenca (Laura). 170.
Méndez Nieto (Alonso). 315.
Méndez Nieto (Juan), 314, 316, 31?,
318, 319, 321, 322, 324, 326.
Mendive (Rafael María de). 272, 281,
282, 285, 287.
Mendivál. 361.
Menken (Adah). 278, 280.
Mendoza (Antonio de). 21, 23, 24, 55.
Mendoza (Fr. Antonio). 176.
Mendoza (Diego de). 26, 315.
Mendoza (Elvira de). 296.
Mendoza (Fr. Juan). 176.
Menéndez (Rodolfo). 107.
Menéndez Marqués (Francisco). 219.
Menéndez Pidal (^Ramón). 371.
Mercuriano (P. Éverardo). 54.
Merchan (Rafael). 279.
Merimée (Próspero). 146.
Mesicos y Coronado (Carlos). 176.
Mesonero Romanos (Ramón de). 1 18.
Mestanza (Juan de). 178.
Metastasio (Pedro Buenaventura).
205.
Mexía (Dr. Antonio). 29.
Mexía (Diego). 65.
Mexía (Luis). 22.
Michelet (Julio). 344.
Micheo (Juan José). 205.
Milá Fontanals (Manuel). 371.
Milanés (José Jacinto). 18, 214, 253,
254, 255, 256, 257, 287.
Milanés (Federico). 256.
Miltón (Juan). 93, 97, 109, 133.
Mili (James). 360, 366.
Milla (José). 205.
Millevoye (Carlos Huberto). 242.
Miniel (Antonio). 301.
Mira de Mescua (Antonio). 255.
Miralla (José Antonio). 228.
Miranda (Diego de). 355, 390.
Mirasol (Conde de). 335.
Mitjans (Aurelio). 216,
Moctezuma. 35, 124, 258.
Moleschott (Santiago). 159.
Moliere (Juan Bautista Poquelin), 64,
120, 121.
Molina (Andrés de).
Molina (Fr. Antonio). 176.
Molina (Juan Ramón). 206.
Molina (Tirso de). 298, 300.
Molina Vigil (Manuel). 211.
Moneva de la Cueva (Basilio). 176.
Monje (José María). 347, 348, 349.
Monnier (Enrique Buenaventura). 91 >
Monroy (Fr. José). 176, 179.
Montalbán (Juan Pérez de). 180.
Montalvo (Francisco Ant.onio). 176.
Monte (Domingo del). 171, 239, 250,.
251,252, 253,261, 263, 284, 304, 306,
309. 340.
Monte (Félix María del).^ 308, 311,.
313-
Monte (Ricardo del). 213, 214.
Monte y Tejada (Antonio del). 311-
Montejo (Catalina de). 326.
Montejo (Francisco). 326.
Montemayor (Jorge de). 317, 318.
Montenegro (Dr.). 357 358.
Montes (Toribio). 334.
Montes de Oca (Ignacio). 143, 146, 170.
Montesino (Fr. Ambrosio). 50
Montesquieu (Carlos de^ Secondat,.
Barón dej. 272.
Monti (Vicente). 133, 145, 252.
Montoro (Rafael). 213.
Moore (Tomás). 205, 282, 283.
Mora (Emilio) 281.
Mora (José Joaquín). 116, 118, 199,.
272, 393-
Morales (El impresor). 23.
Morales (Fr. Blas). 176.
Morales (P. Pedro de). 54.
Morales (Sebastián Alfredo de). 264.
Morales Marcano (Jesús María). 413^
414.
Morales y Morales (Vidal). 252, 263^
283.
Morante (Marqués de). 171.
Morcillo (Fr. Francisco), j 76.
Morel-Fatio (Alfredo). 293.
Morelos y Pavón (José María). 106.
Morell de Santa Cruz (Pedro Agus-
tín). 216.
Morera (Fr. José). 176.
Moreto (Agustín), 63.
Morillas (Francisco). 301.
Moscoso (Juan Elias). 313.
Mota (Féli.x). 309, 311, 3' 3-
Moxó (Salvador de). 334.
Moya de Contreras (Pedro) 49, 54.
Muesas (Miguel de). 330.
Munguía (El obispo). 135.
Muñoz (Juan B.). 323.
Muñoz de Castro (Pedro). 72.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
507
Muñoz del Monte (Francisco). 305,
306, 313.
Muro (Fr. Antonio de San José). 189.
Musset (Alfredo de). 164, 269, 275,
277, 282.
J^arváez (Panfilo de). 27.
Nava (Hernando de). 27, 28, 29, 30.
Navarrete (Fr. Manuel de). 102, 103,
104, 105.108, 112,113,170, 191, 224.
Navas Spínola (Domingo). 358,
Ñervo (Amado). 78, 84.
Netzahualcóyotl. 15.
Núñez (Fr. Roque). 81, 176.
Núñez Arenas (Isaac). 63.
Núñez de Balboa iVasco). 292, 341,
342.
Núñez de Cáceres (José). 304.
Jíúñez Fesuño (Francisco). 176.
Ocharte (Melchior). 57.
Ochoa y Acuña (Anastasio). 88, 112,
Ochoa y Arín (Tomás Cayetano de).
69.
O'Donnell (Leopoldo). 264, 404.
Olivas (Bachiller Martín de). 78.
Oliveres (Juan). 338.
Olivos (Blas de los). 219.
Olmedo (José Joaquín). 105, iii, 144,
147, 194, 220, 234, 357, 373, 374-
Olmos (Fr. Andrés de). 55.
OUendorf. 310.
Oña (Pedro de). 58.
O'Reilly (Alejandro]. 85, 330.
Orena, ú Oreña (Baltasar). 176, 178.
Orgaz (Francisco). 285.
Orozco (Diego López). 176.
Orsini (Abate). 40b.
■ Ortea (Elena Virginia). 313.
Ortea(Juan Isidro). 311, 312, 313.
Ortega (Francisco). 105, 109, 110, 170.
Ortis (Jacobo). 228.
Ortiz (Luis G.). 145. '70-
O'Ryan (Juan Enrique). 177.
Osma (Leonor de). 27, 28.
Osores (Dr.). 66.
Ossian. 93, 97, 242, 249.
Otero Nolasco (José). 313.
Othon (Manuel José). 170.
Ovando (Leonor de). 296.
Ovecusí (P.). 182.
Ovidio. 24, 25, 56, 65, 112, 164, 180
316.
Oviedo y Baños (José de). 58, 355
356.
Pablo Apóstol (San). 322.
Pablos (Juan). 23, 25.
Pacheco (Francisco). 27, 30, 136.
Padilla (Juan José). 176, 242.
Padilla (José G.). 349-
Padilla (Manuel). 349-
Pagaza (Joaquín Arcadio). 93, 170,
186.
Palafox y Mendoza (Juan de). 84.
Palissy (Bernardo de). 340, 342.
Palma (Pedro de). 219.
Palma (RicardoV 195.
Palma y Romay (Ramón de). 286, 287.
Pando (José María). 366.
Panlagua (Fr. Nicolás). 176.
Pardo (Francisco G.). 18, 414.
Paredes (Condesa de). 73, 76, 82.
Paredes (Conde de). 75.
Parini (Abate). 381.
París (Gastón). 114, 370-
Parra (Antonio). 219.
Parra (Porfirio). 170.
Pastrana (Francisco). 349-
Pastrana (Jacobo). 337.
Paula (Francisco José). 219.
Paulo in. 295.
Paz (El Príncipe de la). 120.
Paz (Fr. Alvaro). 176.
Paz (Nicolás). 176.
Paz Guitrones (Fr. Francisco). 176.
Paz y Salgado (Antonio). 176, 183.
Pedro el Cruel. 267.
Pellerano (Arturo B.). 313-
Pellerano (José Francisco). 312.
Penson (César Nicolás). 313.
Peña y Reinoso (Manuel de Jesús).
311,313.
Peón Contreras (José). 107, 170.
Peón del Valle (José). 107, 170.
Peralta (Diego Miguel de). 86.
Peralta (Francisco de). 27, 28, 29.
Peralta (M. M.). 175.
Peralta Barnuevo (Pedro de). 70.
Perdomo (Josefa Antonia). 311, 31 3-
Peredo (Manuel). 170, 172.
Pérez (José Joaquín). 168, 310, 312.
313.
Pérez de Acevedo (Luciano). 213.
Pérez Bonalde (J. A.). 415. 4i6.
Pérez de García Torres (Josefina).
170.
Pérez de Herrera (Cristóbal). 293.
Pérez de Oliva (Maestro Hernán). 22.
Pérez Ramírez (Juan). 54-
Pérez y Ramírez (Manuel Mana). 226.
, Pérez Salazar (Ignacio). 170.
Persío (Aulo). 97, iS3> 169.
Pesado (Isabel). 170, 171. 172, i73-
Pesado (José Joaquina. 103, 109, 129,
5o8
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
134 á 139, 141 á 152, 158, 170a 173,
249.
Pescara (Marquesa de). 268.
Petronio. 238.
Peza (Juan de Dios). 158, 170.
Pezuela (Juan de la). 281, 338.
Phylotea de la Cruz i^Sor Juana Inés
de la Cruz). 73, 83.
Picón Febres (Gonzalo). 416,
Pichardo (José Francisco). 311, 313.
Pichardo (Manuel S. 1. 213.
Piferrer (Pablo). 248!
Pilcyo (Aufidio). Véase Colombini (El
Conde).
Pimentel (Francisco). 46,91, loi, 115,
.133, 146, 157.
Pindemonte (Hipólito). 242.
Pineda (Licenciado). 324.
Pineda Ibarra (Joseph de). 183.
Pineda Ibarra (Juan de). 177, 179.
Pineda y Polanco (Blas). 176.
Piñeiro (Enrique). 229, 231, 232, 234,
248, 249, 259, 260, 264, 273, 281,
282.
Pisauri (FerdinandiV 93.
Pita (Santiago de). 217.
Pitillas (Jorge). 203.
Pizarro (Francisco). 117.
Plácido. 20!, 263, 287.
Planto. 391.
Plinio. 58, 293.
Pobeda (Francisco). 285.
Poe (Edgard). 401.
Poey (Felipe). 215, 228, 253.
Polanco (Gregorio). 178.
Polavieja (Camilo). 213.
Policarpo Valdés (José), Polidoro.
252.
Poliziano (Angelo). 184.
Polo (Gil). 103.
Pombo (Rafael). 238, 278.
Pompeyo. 226.
Ponce (Martaj. 248, 314.
Ponce y Font (Bernardo). 107.
Ponce de León (Juan). 329.
Ponce de León (Néstor). 216, 247.
Pontano (Juan Joviano). 184, 380.
Pope (Alejandro). 97.
Portilla (Anselmo de la\ 114, 168.
Portilla (P. Antonio). 184.
Portillo (P. Atanasio). 176.
Power (Ramón). 341.
Prado (Fr. José). 176.
Prescott ("Guillermo Hickling). 44.
Prieto (Guillermo). 133, 158, 170,216.
Prieto de Landázuri (Isabel). 167,
170, 171.
Prim (Juan). 309.
Prudencio Clemente (Marco Aurelio)^
89, 153-
Prudhomme (Emilio). 313.
Puente (P. Salvador de la). 179.
Puente Apezechea (Fermín de la)^
154-
Puga (Vasco de). 24.
Puga y Acal (Manuel). 170.
Puigblanch (Antonio). 172, 369.
Pumarol (Pablo). 311, 313.
Quadrado. (José María) 135.
Quesada (Fr. Cristóbal de). 357.
Quesada (Vicente G.). 356.
Quevedo (Francisco de). 64, 1 12, 180,.
378, 401.
Quijano (Domingo M.). 349.
Quinet (Edgart). 344.
Quintana (Manuel José). 53, 55, 57^.
107, 112, 123, 134, 147, 158, 191,
225, 229, 236, 242, 246, 248, 251,
261, 265, 266, 271, 273, 310, 373^
374, 395-
Quintana y Roo (Andrés). 105, 106^
108, 158, 170.
Quiñones Escobedo (Francisco de)_
176, 177.
Quiñones y Sunzin (Francisco). 191^
192.
Quirós (Fr. Juan). 176.
Rabadán (Diego). 10 1.
Racine (Juan). 1 12, 358.
Ramírez (Alejandro). 335.
Ramírez (Alonso). 333, 334.
Ramírez (Ambrosio). 170.
Ramírez (Ignacio). 155, 156, 170.
Ramírez (José Fernando). 67.
Ramírez de Arellano (Juan). 120, 176.-
Ramírez Utrilla iFr. Antonio). 176.
Ramos (José Luis). 358.
Ramos Yepes (José). 414.
Rangel (José Francisco). 88.
Rapin (P.). 185, 380.
Reboul (Juan). 133.
Regel y Peón (Alonso). 107.
Regnard (Juan Francisco). 120, i22_
Reinoso (Fr. Diego). 110, 176, 373.
Remesal (Fr. Antonio de). 195.
Remond (P.). 1 12.
Rendón (Francisco). 176,
Retes (José Victoria). 176,
Rey (Emilio). 146.
Rey (Félix). 85.
Reyes (José Trinidad). 206.
Reyes (P.). 207, 208, 209, 210, 211.
Reyna (Yx. Francisco de). 75.
Reyna Zeballos (Miguel de). 73, 85, 86-
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO I
509
Ribera (El P.). 300.
Ribera (Juan de). 67, loi.
Richter (J. P.). 401.
Rickel (Dionisio). 53.
Riesgo (Pascual). 280.
Río (Fr. Francisco). 176.
Riofrío (Bernardo). 71.
Rioja (Francisco de). 154, 387.
Ríos (José Amador de los). 369.
Riva Agüero (Fernando). 176.
Riva Palacio (Vicente). 170.
Rivadeneyra (Manuel). 114.
Rivas (Duque de). 123, 124, 134, 407,
408.
Rivas Gastelu (Fr. Diego). 176.
Rivera (Hipólito). 72.
Rivera (Fr. Payo de). 177.
Rivera Maestre (Francisco). 193.
Roa Barcena (José María). 134, 147,
151, 153, 168.
Rodas (Fr. Andrés). 176.
Rodríguez (Baltasar). 65.
Rodríguez (Francisco Xavier). 85.
Rodríguez (Fr. José), Capacho. 217.
Rodríguez (F, M. de). 349.
Rodríguez (José Ignacio). 218.
Rodríguez (Manuel de Jesús). 312,
313-
Rodríguez (Manuel del Socorro). 223.
Rodríguez Campas (Antonio). 176.
Rodríguez de Cifuentes (Juan). 216.
Rodríguez Galván (Ignacio). 123, 126,
129, 131, 132, 133, 170.
Rodríguez Mac-Carthy (José Ramón).
349-
Rodríguez Marín (Francisco). 27, 30,
37-
Rodríguez Objio (Manuel). 310, 311,
313-
Rodríguez de Tió (Lola). 349, 350.
Roig (Fernando). 337.
Rojas (José María\ 63, 114, 358.
Roldan (José María), no.
Román y Rodríguez (Miguel). 312.
Romay (Tomás). 220, 224.
Ros Barcena (José María). 1 14.
Ros de Olano (Antonio). 19, 400, 401,
402, 403.
Rosa (El impresor). 1 14.
Rosa (Ramón). 205, 206.
Rosado y Brincan (Federico). 348.
Rosas Moreno (José). 157, 158, 170.
Rousseau (Juan Jacobo). 239, 252,
382.
Rubalcava (Manuel Justo de), 214,
224, 226.
Rubio Alpuche (Nestor\ 107.
Ruiz (N.). 228.
Ruiz (Fr. Domingo"). 176.
Ruiz (Francisco). 330.
Ruiz (Juan). Véase Hita (El arcipres-
te de).
Ruiz (Tomás). 189.
Ruiz Aguilera (Ventura). 15S, 162.
Ruiz de Alarcón (Juan). 17, 37, 62, 63,
64, 121.
Ruiz Corral (Felipe). 176.
Ruiz de León (Francisco). 45, 85, 87.
Ruiz de Murga (Manuel). 83.
Ruiz Quiñones (Antonio). 347.
Rutia (Francisco de). 323.
Saavedra de Guzmán (Antonio de).
42, 44, 45-
Sabater (Pedro! 272.
Sabatés (Mateo). 341.
Saco (José Antonio). 215, 250, 251.
Sadaoelles (Pedro de). 179.
Saez (Pablo). 338.
Saenz Ovecusí (Fr. Diego), 179, 180.
Safo. 93, 97, 271.
Sainte-Beuve (Carlos Agustín de). 17,
245. 380.
Saint-Pierre. (Bernardino de). 382.
Sainz de Baranda (Pedro). 340.
Salas (Francisco Gregorio deV 3 1 , 1 00.
Salazar (Eugenio de). 28, 31 á 34, 64,
177, 188, T89, 190, 295, 296, 297.
Salazar (Fr. Juan José). 176.
Salazar (Pedro). 183.
Salazar (Ramón A.). 177.
Salazar y Torres (Agustín de). 71, 72.
Salcedo (Fr. Francisco). 176.
Salcedo (García de). 180,
Salías (Vicente). 358.
Salinas (Conde de), 180.
Salomón. 142.
Salva (Vicente). 251,361, 368.
Sama (Manuel María). 334, 347, 349.
Samaniego (Félix María de). 99, 190.
San Cecilio (Fr. Pedro de). 299.
San Cipriano (Fr. Salvador de). 176.
Sancha (Justo de). 50, 103.
Sánchez (Francisco). Véase Brócen-
se (El).
Sánchez (Fr. Jacinto). 176.
Sánchez (Juan M.).
Sánchez (Luis). 45.
Sánchez (Luisa). 313.
Sánchez (Tomás Antonio), 370, 371.
Sánchez de Almodovar, seudónimo
del Bachiller Toribio del Monte.
250
Sánchez de Ángulo (Licenciado), 326,
Sánchez de Badajoz (Diego). 48.
Sánchez Manuel (Manuel). 107.
S'o
índice de personas del tomo i
Sánchez de Muñoz (Dr. Sancho). 48.
Sánchez de Obregón (Laurencio). 34.
Sánchez Pesquera (Miguel). 350.
Sánchez de Tagle (Francisco Manuel).
105, 108, 170, 171.
Sánchez Vicuña (Licenciado). 115.
Sandoval y Zapata (Luis). 72.
Sanfeliú (Pedro). 247.
Sanfuentes (Salvador). 201.
Sanguily (Manuel). 259, 264.
San José (Fr. Baltasar de). 176.
San Martín (General). 390.
Santacilia (Pedro). 226.
Santa Clara (Conde de). 222.
Santa María (Javier). 107.
Santa Teresa (Sor Gregoria de). 81.
Santiago (Conde de). 182.
Santillana (Marqués de). 293.
Santo Domingo (Fr. García de). 176.
Santoyo (Felipe de). 72.
Sanz (Licenciado). 358.
Sarmiento de Sotomayor y Luna
(D. García") Conde de Salvatierra,
Marqués de Sobroso. 68.
Sartorio (José Manuel). 100, loi.
Saz (Fr. Antonio del). 176.
Schiller (Juan Federico). 172.
Schlegel (Federico). 255.
Schoelcher (Mr.). 257.
Scribe (Agustín Eugenio). 1,14, 115.
Sedulio. 25.
Seguí (Francisco). 219.
Segundo (Juan). 165, 185.
Segura (José Sebastián). 18, 170, 172,
173-
Selgas (José). 158.
Sem Tob (Rabi). 293.
Séneca. 93. 96, 97-
Sepúlveda (Ginés de). 323.
Serán (Carlos Hipólito). 134.
Serrano y Sanz (Manuel). 88, 113.
Sicilia (Abate). 106.
Sicilia y Montoya (Isidoro). 176.
Sierra (Justo). 170.
Sigüenza y Gongo ra (Carlos de). 66,
67- 70, 75, 333- .
Silvestre (Gregorio). i8o.
Sinesio (El Obispo). 136.
Sistiaga (Jesús María) 414.
Sócrates. 160.
Soler y Martorell (Manuel). 347, 349.
Solís (Antonio de). 44, 74, 86.
Solís (Dionisio). 248.
Solórzano y Medrano ÍEsteban). 179.
Sommervogel (P.). 188.
Soria (Fr. l3iego de). 300.
Soria Americano (Francisco José de).
69.
Sosa (Francisco). 106, 107, it2, 151,
167, 170, 172.
Sossa (Antonio de). 219.
Soto (Fr. Domingo de). 320.
Soto (Máximo). 206.
Soto de Rojas (Pedro). 383.
Sotomayor (Fr. Pedro). 176.
Soumet (Alejandro). 266.
Stedmann (Edmundo C). 350.
Stuart Mili (Juan). 365.
Suárez (P. Francisco). 90.
Suárez (Marco Fidel). 362.
Sumpsin (P. Clemente). 176.
Suñer y Capdevila (Francisco). 348.
Susi y Águila (José). 217.
Tácito (Cornelio). 402.
Tacón (Miguel). 230, 232, 247, 250.
Tagle (José Bernardo). 109.
Tamayo y Baus (Manuel). 394.
Tanco y Bosmeniel (Félix). 250.
Tapia de Castellanos (Esther). 170.
Tapia y Rivera (Alejandro). 121, 335,
329- 330, 331. 340, 343> 345. 349-
Taracena (P. Manuel). 176.
Taracena (Miguel de). 183.
Tarlier (Mr.). 114.
Tasso (Torcuato). 32, 92,94, 136, 145.
Tejera (Apolinar). 312, 313.
Tejera (Vicente). 358, 359.
Tell (Guillermo). 258.
Téllez (Fr. Gabriel). 63, 72, 298, 300,
301.
Tello (M.). 293.
Teócrito. 56, 136.
Teofrasto. 1 1.
Terán (General), iii.
Terencio. 64, 121.
Teresa de Jesús (Santa). 71, 153.
Terrazas (Francisco de). 37, 38, 39,
40, 41, 42- 45. 46, 170.
T'Serclaes (Duque de). 65.
Teurbe de Tolón (Miguel). 284, 309.
Thompson (Jacobo). 248.
Ticknor (Jorge). 25, 43, 369.
Tió Segarra (Bonocio). 349.
Tirón (Próspero). 153.
Tirteo. 172, 234.
Tobilla (Fr. Pedro). 176.
Tolsa (Manuel). 109.
Tomás de Aquino (Santo). 90, 179.
Tomé de Burguillos. Véase Vega
(Lope de.) 1 12.
Toro (Fermín). 413, 414.
Torre (Doctor de la). 27.
Torres (Diego de). 183.
Torres Caicedo. 204.
Torres de Vargas (Diego). 331.
índice de personas del tomo i
5"
Torrijos (José Alcalá) (Conde de).
202.
Tosta (Bonifacio). 176.
Tostado de la Peña (Francisco). 295.
Toussaint Louverture. 263.
Tovar (Pantaleón). 134.
Travieso y Quijano (Martín). 331,337.
Trelles (Carlos María). 218, 223, 227.
Triana (Juan de). 324.
Triay (José E.). 213.
Trigueros (Cándido María). 222.
Trillo yFigueroa (Francisco de). 180.
Trueba y Cossío (Telesforo). 251.
Turcios (Froilán). 206.
Turla (Leopoldo). 287.
Tytler (Mr.). 248.
üclés (Dr.). 206.
Ugarte (P. Juan). 176.
Ulloa (Licenciado). 324.
Umpierres (Fr. José). 176.
Urbina (Luis G.). 170.
Ureña (Nicolás). 309, 311, 313.
Ureña de Enriquez (Salomé). 310,
311, 312, 313.
Uriarte (Ramón). 188, 190, 205.
Urrutia (Ignacio). 220.
Urrutia (Dr. D. Manuel Joseph de). 85.
Ustariz (Javier). 358, 390.
Ustariz (Luis). 358.
Yaca de Guzmán (Francisco). 45.
Vadillo Arguelles (Francisco). 107.
Valbuena (Bernardo de). 31, 36, 45,
52, 54 á 60, 62, 65, 331, 332, 382.
Valdés (Gabriel de la Concepción),
Plácido. 256, 264.
Valdés (José Policarpo). 250.
Valdés Machuca (Ignacio), Desval.
252, 26r.
Valdés y Munguía (Manuel Antonio).
69.
Valdivieso (José de). 50.
Valencia (Fr. Juan de). 71.
Valencia (Manuel María de). 307, 3(1,
313-
Valenzuela (Antonio), 205.
Valenzuela (Jesús E.). 170.
Valera (Juan). 267, 268.
Valiente (Ambrosio). 218.
Valmar (Marqués de). 93.
Valladares y Sotomayor. 334.
Vallados (Mateo). 75.
Valle (Eduardo del). 170.
Valle (Juan). 170, 171. .
Valle (^Marqués del). 35.
Valle (Rafael del). 349, 350.
Valle (Ramón). 170.
Valtierra (P. Antonio). 176.
Valtierra (P. Fernando). 176, 182.
Valtierra (P. Manuel). 176.
Vaniére (Santiago). 185.
Várela (Félix). 215, 218, 226, 228, 252.
Varona y Loaisa (Jerónimo). 176.
Vassallo (Francisco). 337, 338, 349.
Vattel ('M.). 366, 367.
Vázquez (Fr. Francisco). 176, 195.
Vázquez (Juan). 301.
Vázquez Molina (Fr. Juan). 176.
Vega (Garcilaso déla). 32, 103, 125,
136, 137, 180, 380.
Vega (Lope de). 43, 45, 48, 49, 54,
55. 63, 97, 103, 180, 208, 253, 255,
332, 369. 374, 383-
Vega (Ventura de la). 19, 250.
Vegas (Damián de). 50.
Velarde (Fernando). 212, 242, 409.
Velasco (Fr. José). 176, 217.
Velasco (Luis de). 21, 49, 217.
Velázquez (P. Andrés). 176.
Velázquez de Cuellar (Diego). 215.
Vélez Herrera (Ramón). 2S4.
Vello de Bustamante (El P.). 47.
Vera (Bachiller). 71.
Vera (Fortino Hipólito de). 66.
Vera Tassis (Juan de). 71.
Veracruz (Fr. Alonso de). 22, 24.
Veranes (Félix). 220.
Verdugo (Domingo). 272.
Vergara (José María). 223.
Vida (Jerónimo). 185, 332.
Vidal (F.). 341.
Vidarte (Juan B.). 338.
Vidarte (Santiago). 338, 349.
Vigil (José María). 153, 167, 169, 171,
172.
Villa (Miguel de). 216.
Villaíañe (El P.). 183.
Villagra (Gaspar). 45.
Villalobos (Arias de). 66.
Villamediana (Conde de). 64, 180.
Villanueva (Juan de). 65.
Villegas (Esteban Manuel de). 94.
Villemain (Francisco). 229, 248.
Vindel (Pedro). 333.
Vingut (F. J.\ 264.
Virgilio, 47, 56, 58, 71, 87, 88, 90, 91,
92, 93, 94, 97, 99, 10°, '36, i37, ^53,
154, 172, 180, 185, 186, 227, 336,
374, 379, 380, 382,383-
Vives (Luis). 22.
Vogt (Carlos). 159.
Voltaire. 122, 155, 248, 358.
Walter Scott. 124, 126.
Washington (Jorge). 233, 244.
5»2
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO
Welseres (Los). 352.
Wolf (Fernando). 15, 371.
Xicotenca], 258.
Ximénez (Fr. José). 176, 195.
Young (Eduardo). 93, 97, 242, 243,
248.
Zaldierna (Miguel de). 332.
Zambrana (Ramón). 259, 286, 287.
Zamorano (El). 182.
Zapiain (Fr. Pedro). 176.
Zaragoza (Antonio). 170.
Zaragoza (El General). 163.
Zaragoza (Justo). 183.
Zayas Enriquez (Rafael de). 170.
Zeballos (Fr. Agustín). 176.
Zeballos Villa Gutiérrez (Ignacio).
176.
Zelaya (Santiago). 206.
Zenea (Juan Clemente). 248, 253, 25S,
272 á 282, 287.
Zeno Gandía (Manuel). 349.
Zepeda (P. José). 176.
Zequeira y Arango (Manuel). 2(4, 216,
220, 222, 224, 225.
Zequeira y Caro (Manuel). 226.
Zerolo (Elias). 248.
Zorrilla (José). 107, 123, 124, 126, 134,
163, 165, 168, 212, 255, 261, 264,
286, 404, 405, 406, 409, 410, 413,
415-
Zorrilla (Ovidio). 107, 170.
Zumárraga (Fr. Juan de). 21, 23, 51,
53, 55-
Zumaya (Manuel). loi.
Zúñiga (Fr. Domingo). 176.
Zúñiga y Ontiveros (Mariano de). 109.
Zurita (Alonso de). 223.
índice de personas del tomo II
Hbascal y Sousa (José Fernando). 1 16,
241.
Abenatar Meló (David). 235.
Abreu (Agustín). 402, 403.
Ackerman (Mr.) 128.
Acosta (D. José Joaquín). 14.
Acosta (Fr. Blas de). 182.
17, í8.
Acosta (General). 32.
Acuña (Bartolomé de). 179.
Acuña (Pedro de). 174.
Acuña de Figueroa (Francisco). 480,
481, 482.
Ayllón (Fr. Juan de). 181.
Agrelo (El boliviano). 279.
Aguilar (José Mateo). 248.
Aguilar y Córdoba (Diego de). 141,
150, 165.
Aguirre (P. Juan Bautista). 89, 138,
457-
Aguirre (Lope de). 16, 18, 137.
Aguirre (Fr. Miguel de). 337.
Aguirre (Millán de). 237.
Aguirre Achá (José). 290.
Agustín (San). 27, 277.
Aillón (P. Joaquín). 92.
Airólo (Dr.). 176.
Alarcón (Félix). 149, 177, 216.
Alba (Duquesa de). 1 18.
Alberdi (J. B.). 359, 360, 444, 45'.
455-
Alberoni (Cardenal). 213,
Alcalá Galiano (Antonio). 223.
Alcedo y Herrera (Dionisio de). 96.
Alcibiades. 169.
Alday y Aspe (Manuel de). 341.
Alecio (Fr. Adriano de). 185, 186.
Alegre (P. Francico Javier). 36.
Alemparte (Los hermanos). 365.
Alfieri (Víctor). 44, 409, 420.
Alighieri (Dante). 91, 171, 298, 353,
409,435- 456.
Almagro (Diego de). 109, 135, 136, 137.
Almansa (Bernardino). 22.
Almansa y Mendoza (Andrés de). 185.
Almeyda (Baptista Caetano de). 286,
386.
Alonso el Sabio. 15.
Alonso (José Vicente). 410, 411.
Althaus (Clemente). 259, 263.
Alvarado (P. Francisco). 248, 260.
Al varado (María de). 156.
Alvarado (Pedro de). 151.
Alvarez Baena (José Antonio). 204.
Alvarez de Toledo (Hernando). 308,
325, 328, 329, 331.
Alvarez de Velasco y Zorrilla (^Fran-
cisco). 23, 24, 25, 28, 29.
Alvear (Carlos). 425, 428
Alvear (Diego de). 397.
Alvites (R. P. Fr. Alejo de). 216.
Alzamora (El Obispo). 283.
Amar y Borbón (Virrey Antonio). 35.
Amat (Manuel de). 217, 220, 340.
Amello (Juan). 324.
Amunátegui (Domingo). 249, 280, 329,
344, 35O' 357, 358, 365, 366, 368, 444,
485.
Amunátegui (Gregorio Víctor). 41,
285.
Amunátegui (Miguel Luis). 41, 247,
249, 279, 285, 341, 342, 37'-
Andrade (P. Mariano). 92, 94.
Andrade (Olegario). 407,458,461,464,
465, 472-
Angelis (Pedro de). 374, 425, 426, 45 ' •
Aníbal. 42.
Anrique (D. Nicolás). 97.
S'4
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
Antequera y Castro (Dr.). 386.
Antonio (N.). 179.
Antonio Román. 187.
Añez (Julián). 21, 78.
Aperreguia (Juan Pablo S. J.). 25.
Apolonio de Rodas. 292.
Appleton (D.). 60.
Aquaviva (Claudio). 384.
Arana (Pedro de). 186.
Aranda (Conde de). 223, 224, 225,
226, 227.
Araujo (José Joaquín). 403.
Arboleda (Julio). 45, 54, 55, 56, 57, 58,
59, 60.
Argensola (Bartolomé Leonardo de").
183.
Arguijo (Juan de). 260.
Arguelles (Fernando). 486.
Arias de Villalobos (Licenciado). 176.
Ariosto (Luis). 20, 58, 292, 298, 299,
303-
Aristarco. 159.
Aristóteles. 369.
Ariza (El poeta dramático). 432.
Armendáriz (José deV 213, 215.
Arólas (P. Juan). 256, 263.
Arena (Juan de), seudónimo de Una-
nue, 258.
Aróstegui, seudónimo de Francisco
Eugenio de Santa Cruz y Espejo.
ICO.
Arrarte (El poeta mexicano), 176.
Arrascaeta (Enrique). 11, 486.
Arrese (El peruano). 237.
Arriaga Alarcón (Cristóbal de). 165,
3>9-
Arriaza (Juan B.). 36, 39, 42, 347, 404,
416, 434, 448, 481.
Artigas (José). 480.
Arteaga Alemparte (Justo). 371.
Arteaga Alemparte (Domingo). 371,
372.
Arteta (P. Juan). 92.
Ascasubi (Hilario). 469, 473.
Ascensio y Segura (Manuel). 253.
Asenjo Barbieri (Francisco). 154.
Asperge (El P.) 388.
Astete de Ulloa (Gonzalo). 182.
Astudillo y Herrera (Rosalía). 214.
Atahualpa. 4', 77. I39. '46, 147, i49,
265, 275, 277.
Atienza (Bartolomé de León). 138.
Anseaume (Mr.) 223.
Ausonio. 84.
Austria (Baltasar Carlos de). i8i.
Austria (D. Juan de). 27.
Austria (Mariana de). 327.
Austria (María Josefa). 216.
Austria (Margarita de). 181.
Avalos y Figueroa (Diego de). 153
165, 178, 311-
Avila (P. Esteban de). 319.
Avila (Gaspar de). 309.
Avila (Julián de). 82.
Aviles (Marqués de). 395.
Ayala (Adelardo). 440.
Ayanque (Simón), seudónimo de Es-
teban de Terralla y Landa. 218.
Azamor y Ramírez (Manuel). 395.
Azara (Féü.x de). 397.
Azcuénaga (Domingo). 399.
Azuola (Luis Eduardo). 39.
Azuola y Lozano (José Luis de). 30.
Backer (El P.). 373.
Bacon (Francisco). 353.
Balbuena (Bernardo de). 176, 305.
Balcárce (Florencio). 460.
Baldovi (Bernat). 198.
Balmes (Jaime). 267.
Baltasar Carlos (Príncipe). 86, 180.
Bailen (Clemente"). 116.
Balli (Pedro). 38 il
Ballivian (General). 286.
Bances Candamo (Francisco Antonio
de). 99.
Bancroft (H). 146.
Baptista (Mariano). 289.
Baquijano y Carrillo (Presidente).
237- 397-
Barba (Alvaro Alonso). 272.
Barbadinho (El). 98.
Barco Centenera (Martín del). 374,
377. 379. 380, 485.
Barthe (Padre). 134.
Barra (Eduardo de la). 370.
Barranca (José S.). 265.
Barranquilla (Impresor). 76.
Barreda Ceballos (Gabriel). 182.
Barrenechea y Albis (Fr. Juan). 333,
335, 336.
Barrera (Cayetano Alberto de la).
154.
Barriere (Teodoro). 366.
Barros Arana (Diego). 309, 310, 322,
327. 330, 33<-
Barroeta (Pedro A. de). 217.
Barroso (Pedro). 156.
Basabilvaso (Manuel). 390, 391, 400.
Basabilvato (Patricio). 410.
Basili (El maestro). 433.
Baste (José Bernardo). 133.
Bastidas (P. Antonio). 83, 84.
Basto (Conde del). 177.
Basualdo (Benjamín). 465.
Batres (Juan de). 250, 364.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
S«5
Batteux (El abate). 393.
Beeche (Gregorio). 195.
Beeche (Imp. de). 285.
Belalcázar (Sebastián). 80.
Belgrano (Manuel). 394, 40i, 407,408,
422.
Belgrano (Miguen. 405- .
Belmente ' Bermúdez (Luis de). 173.
174, 175, 176, 177, 178.
Beltrán (Felipe). 228.
Belzú (General). 283, 286, 289.
Belzú de Dorado (Mercedes). 289.
Bello (Andrés). 42, 48, 56, 60, 61, 65,
67, 69, 103, III, 112, 113, 114, ii&>
117, 120, 128, 246, 247, 249, 250,
280, 292, 306, 308, 351. 356, 357,
358, 359, 360, 361, 363, 365, 366,
367, 369, 371, 399,426, 457-
Bello (Carlos). 365.^
Bello (Francisco). 365.
Belloy (Mr. du). 223.
Benavides (Ambrosio). 339-
Benavides (María de). 277.
Benavides y de la Cueva (Diego de).
184.
Benavidius (Emmanuel). 184.
Benavidius Comités. S. Stephaní (Di-
dacus). 184.
Benedicto XIII. 215.
Benegasi (Francisco de). 26, 89.
Bentham (Jeremías). 75-
Bermúdez (Juan José). 202, 205, 237-
Bermúdez (Mateo Mariano). 202.
Bermúdez (Pedro José). 175, 202.
Bermúdez (Pedro). 486, 488.
Bermúdez y Alfaro (Licenciado). 172,
173, 276.
Bermúdez de Castro (Salvador). 69, 256
Bermúdez de la Torre y Solier (Pedro
José). 199, 205.
Bernal (José). 211.
Bernárdez (Manuel). 480.
Berriozábal (Juan Manuel de). 172,
266.
Berro (Adolfo). 444, 485, 480.
Berro (Bernardo P.). 483, 486.
Biedma <M.). 399-
Bilbao (Francisco). 371.
Blanc (Mr.). 140.
Blancardo (Moisés). 99, 100.
Blanco (Benjamín). 287, 289.
Blanco Cuartin (Manuel). 372-
Blanco Encalada (Ventura). 279, 280,
350, 367, 372.
Blest Gana (Guillermo). 370, 37 1-
Blanco White (José María). 342.
Bobadilla (Beatriz de). 322.
Boccaccio (Juan). 299.
Bocage. 265.
Boileau (Nicolás). 35, 125, 4'5-
Boix (El Impresor). 128.
Bolívar (Simón). 42, 44, 65, 66, 79, 107,
108, 109, no, 117, 119, 120, 121, 122,
124, 125, 128, 129,241, 242,246,247,
263, 267, 269, 283.
Bompland (M.). 31, 95-
Borda (José Joaquín). 67.
Borda y Orozco (José Antonio). 217.
Borbon (Doña Isabel de). 86, 182.
Borbón (María Antonia de). 117-
Borja (Francisco de). 182.
Borrero (Antonio). 248.
Boscan (Juan). 15.
Bosch (Mariano G.). 393, 400.
Bouguer (M.). 95.
Bouhours (P.). 98-
Bouchardy (Mr.). 433-
Bourgeois (Aniceto). 366.
Brandzen, 428. ^, t .% ^
Bravo de Rivera (R. P. í r. José). 216.
Bravo de Sarabia y Sotomayor (Alon-
so). 278.
Brenes (Marqués de). 199, 202, 205.
Bretón de los Herreros (Manuel). 72,
249,251, 254, 432, 437, 438, 440, 481.
Brienne (Cardenal). 231.
Briseño (Ramón). 371-
Brochero (Luis). 12.
Brown (El Almirante). 425, 428.
Bruto (Marco). 44-
Buendía (Fr. José). 214-
Buendía y Pastrana (Juan de). 188.
Buffón (El Conde de). 32-
Buonarrotti (Miguel Ángel). 171.
Bürger, 446.
Burgos (Miguel de). 306.
Bustamante (Calixto). 218.
Bustamante (Ricardo). 282, 283, 284.
Byron (Lord). 47, 50, 130, i33, 248,
255, 266, 281, 286, 372, 445, 453,
458, 459-
Caballero (Fernán). 76.
Caballero Desbaratado (seudónimo
de Alonso Enríquez). 137-
Caballero y Góngora (Antonio). 32.
Cabello'de Balboa (Miguel). 141, 142,
'65, 179- . » . • \
Cabello y Mesa (Francisco Antonio).
395-
Cabrer (José María), 397.
Cabrera (Andrés de). 322.
Cabrera (Pedro Luis de). 319-
Cabrera Nevares (Miguel). 420.
Cadahalso (José de). 34-
5i6
índice de personas del tomo II
Cadena (Pedro de la). 140, 141.
Caicedo Rojas (José). 44.
Cairasco de Figueroa (Bartolomé).
13. 380.
Calama Pérez (El Obispo). 237.
Calancha (Fr. Antonio de). 186, 277,
278, 309.
Calancha (Francisco de la). 277.
Calatayud (El P.). 237.
Calatrava (El Maestre de). 323.
Caldas (Francisco José de). 31, 32, 33i
34, 36,391 95-
Calderón (Ángel Ventura). 211.
Calderón Ceballos y Bustamante (Án-
gel Ventura). 210.
Calderón (Manuel). 191.
Calderón de la Barca (Pedro). 186, 193,
215,263,321, 435, 439. 454.
Calero y Moreira. 237.
Calvo (Daniel). 289.
Camacho (Joaquín). 31.
CamachoRoldán (Salvador). 61, 63,74.
Camaño de Vivero (Angela). 133.
Camargo Domínguez (Hernando). 22,
23, 83, 84, 86, 87, 198.
Camilo. 42, 66.
Caraoens (Luis). 189, ¡90, 271, 292,
293, 294, 298.
Campanella (Tomás). 148.
Campo (Estanislao del). 469, 473.
Campo Larrahondo y Valencia (Ma-
riano del). 39.
Campomanes (Conde de). 100, 224,
226, 424.
Caupolicán. 300, 313 á3i8, 325.363-
Canelas (Demetrio). 289.
Cano (Dr.). 176.
Cano Moral y Peralta (Francisco). 188.
Cantilo (José Marías 460.
Canto (Francisco del). 320.
Cañete (Manuel). 103, 109, 119, 126,
129, 132, 411.
Cañete (Marqués de). 177, 295, 309,
311. 313-
Cañizares (José de). 206, 212.
Capmany (Antonio). 445.
Caracholo Carmine (Nicolás). 215.
Caramuel (Obispo). 25, 187.
Carbó (Manuel). 433.
Carbonell (Pedro Miguel). 36.
Cárdenas (María de). 311.
Cardiel (P. José). 389.
Carducho (Vicente). 153.
Carlos II. 214.
(.'arlos III de España. 90,97, loi, 216,
217, 218, 222, 223,388, 400.
Carlos IV. 95, 118, 217, 218, 234.
Carlos V (Emperador). 124, 144.
Carnerero. 437.
Caro (Francisco Javier). 37.
Caro (José Eusebio). 38, 39, 45 á 54,
103, 109, III, 119, 122.
Caro (Miguel Antonio). 14, 38, 56, 58,
60, 78, 99, 129, 283, 412, 436, 442,
457-
Carondelet (Héctor María de). 95.
Carpió (Miguel del). 255.
Cárter Brown (John). 331.
Carvajal (Alonso), capitán. 21.
Carvajal (Diego de). 153, 179.
Carvajal (Francisco). 139.
Carvajal (Pedro de). 165.
Carvajal (Rafael). 132.
Carvajal y Robles (Rodrigo de). 178
á 181.
Carrasco (Constantino). 265.
Carrasquilla (Ricardo). 73, 76.
Carreras (Los hermanos). 353.
Carrillo (Manuel M.). 486.
Carrillo de Andrade y Sotomayor
(María Manuela). 214.
Carrió de la Vandera (Alonso). 21S.
Carrión y Morcillo (Alfonso). 216.
Casaconcha (Marqués de). 217.
Casa-Calderón (Marqués de). 210.
Casa-Jara (Marqués de). 266.
Casamayor. 395.
"NZasas (Fr. Bartolomé de las). 125.
Casas (Fr. Domingo de las). 1 1.
Cascante (Licenciado Miguel). 202,
205.
Castañeda (Juan de). 217.
Castel de Bayuela (Marqués de). 320.
Castel Rodrigo (Marqués de). 374.
Castell-dos-Rius (Marqués de). 184,
198 á 203, 213.
Castell-Fuerte (Marqués de). 203,
209, 210, 215, 221.
Castellanos (Juan de) 8, 9, ii á 21,
138, 329. 374-
Castellar (Conde de). 182.
Castelli. 279.
Casti (El abate). 411, 482.
Castillejo (Cristóbal de). 8.
Castillo (Fr. Francisco del). 243.
Castillo (Poeta gaditano). 400.
Castillo (Madre). 27. 30.
Castillo (Manuel del). 258, 259.
Castro (Enrique de). 336.
Castro (El Licenciado). 306.
Castro (Guillen de). 177.
Castro (Inés de). 296.
Castro Isagaga (José de). 188.
Castro López (Manuel). 395.
Catulo. 265.
Cavendish (Tomás). 328, 379.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
517
Cavero y Salazar (José). 240, 248.
Caviedes.456.
Cea (Miguel). 21.
Centenera. 377, 379, 380.
Cepeda (Lorenzo de) 80.
Cepeda (Licenciado Baltasar de).
380.
Cerdán. 237.
Ceo (Sor María). 24.
Cerezo (Guindo), ó sea D. Pablo 01a-
vide. 229.
Cervantes (Miguel). 149, 150, 151, 173,
230, 270, 362, 380, 432, 454._
Cervantes y Lugo (Bernardino de).
188.
Cesar (Cayo Julio). 42, 440, 441.
Céspedes (Pablo de). 58, 110, 290.
Céspedes (Manuel). 290.
Cía (Javier de), seudónimo de Don
Francisco Eugenio de Santa Cruz
y Espejo. 100.
Cián (Victorio). 390.
Cicerón (Marco Tulio). 165.
Cienfuegos (Nicasio Alvarez de). 104,
iri, 127,408, 416, 421, 423. 448.
Cieza de León (Pedro). 139, 146.
Cincinato. 42.
Cintera (Fr. Gregorio). 283,
Cisneros (Cardenal). 325.
Cisneros (Fr. Diego de). 237.
Cisneros (Juan Benjamín). 258.
Cisneros (Violante de). 214.
Clarinda (Dama limeña). 152, 153.
Clavijero (El P.). 387.
Clitauro Italense. Véase Gómez (Ig-
nacio).
Codazzi (Agustín). 75.
Colón (Cristóbal). 16, 17, 71, 176.
Colón (Mariano). 405.
Colmenares de Lara (Francisco). 188.
Compte, (Fr. Francisco María). 80.
Concepción de Castillo (Francisca Jo-
sefa de la). 26. 29.
Concolorcorvo (seudónimo de Calix-
to Bustamante). 219.
Concha (Pedro Santiago) 188.
Concha (Tomás Santiago). 187.
Condamine (Mr.). 95.
Condillac (Esteban Bonnot de). 395.
Contó (César). 76.
Contreras (Jerónimo de). 181, 278.
Conscience (Enriquej. 76.
Corday (Carlota). 77.
Cordero (Dr. Luis). 130, 133.
Córdoba y Figueroa. (Fernando). 179,
341.
Córdoba Guzmán (Pedro de). 319,
Corneille (Pedro). 212.
Cornejo (Fr. Damián). 198.
Corona (Marqués de la).- 226.
Coronado (Alejandro). 96.
Coronado (Martín). 461.
Coronel Zegarra (Félix C). 192.
Corpancho (Manuel Nicolás). 128, 259.
Corral (Miguel Ángel). 133.
Cortés (Hernán). 173, 176, 266, 289,
318.
Cortés (José Domingo). 460.
Cortés (Manuel José), 285.
Corvalán (Sor Rosa). 214.
Cosín (Pierres). 306.
Cotarelo (Emilio). 223.
Cousin (Mr.). 351.
Crasbeck (Pedro). 374.
Crespo (P. Nicolás). 92.
Crillon (Duque de). 90.
Croix (Teodoro de la). 216, 218.
Cruz (Fr. José de la). 188.
^ruz (Sor Juana Inés de la). 24, 25,
28, 203, 457. •
Cruz (María Manuela de la). 21.
Cruz (Ramón de la). 254.
Cruz Várela (Juan). 281.
Cuéllar (Baltasar de). 188.
Cuenca (P. Victoriano de). 217.
Cuervo (Fr. Justo). 172.
Cuesta (Juan de la). 312, 320.
Cueto (Leopoldo Augusto de). 199,
201, 205, 411.
Cueva (Juan de la). 163, 173.
Cueva (Francisca de la). 86.
Cueva (Fr. Sebastián de la). 340.
Cumanagotos (indios). 141.
Curtius (J.). 370.
Cusihuascar (Inga). 275.
Chacón (Jacinto). 365, 368.
Chagas (Fr. Antonio). 99.
Chaix (A.). 253.
Chapuis (Pedro). 356.
Charlevoix (P.). 389.
Chateaubriand (Vizconde de). 68, 293,
449.
Chausée (Mr.). 225.
Chenier (Andrés). 58.
Cheste (Conde de). 430.
Chinchón (Conde de). 181, 322, 323,
331-
Chueca y Espinosa (Mateo). 242.
Dadey (José). 12.
Damiron (Mr.). 287.
David. 236, 244, 274.
Dávila (José Antonio). 188.
Dávila Bermúdez de Castilla (Antonio
Sancho). 21 1
5'8
índice de personas del tomo h
Delagrane (Mr.). 307.
Delavigne (Casimiro). 42, 432, 437.
Delille (Jacobo). 43,418.
Denia (Marqués de). 309.
Dennery (Adolfo). 366.
Desengañado de sí mismo, seudóni-
mo de Duque de Estrada). 137.
Destutt-Tracy (Mr.). 351, 395.
Díaz (Duarte). 273.
Díaz Barroso (Pedro). 20.
Diderot (Dionisio). 225.
Diego de Alcalá (San). 15,
Diniz (Antonio). 105.
Doblado (Joseph). 236.
Dobritzhoffer (P. Martín). 388.
Domínguez (Luis L.). 460.
Domínguez Camargo (Hernando). 22.
Domingo (Santo). 141.
Dorotea (Santa). 160, 162.
Draque (Francisco). 207.
Droy (Guillermo). 272.
Duarte Díaz (Enrique). 273.
Duarte Fernández. 273.
Duarte y Quirós (Ignacio). 387.
Ducange (Víctor). 433, 438.
Ducamin (J.). 299, 308.
Dueñas (Bartolomé dej. 275, 277.
Dumas (A.). 365, 366.
Duque de Estrada (Diego). 137.
Duquesne (José Domingo). 31.
Duval (A.). 432.
Edipo. 50.
Egaña (Juan). 237, 350.
Echegaray (Presbítero). 242.
Echevarría (Imp.). 71, 446.
Echevarría (Juan Abel). 132.
Echeverría (Esteban). 396, 408, 429,
442, 443, 444, 447 á 455» 458, 461,
480, 486.
Elvira (Martín de). 314.
Emanuel Francisco. 271.
Encina (Carlos). 465, 466,472.
Encina (Juan del). 468.
Enciso (El Bachiller). 380.
Enio Tullio Grope, seudónimo de
Eugenio Portillo. 399.
Enriquez (Alonso). 137.
Enriquez (Camilo). 408.
Ensenada (Marqués de la). 225.
'^Ercilla (Alonso). 16, 18, 20, 58, 139,
293 á 309, 313, 314, 318, 324, 325,
336, 365, 374, 375-
Erina. 82.
Escanden (Ignacio de). 220.
Escobar (Arcesio). 76.
Escobar (Fray Gerónimo). 28.
Escosura (Patricio de la).252, 284, 430.
Escudero (El P.). 339,
Esguerra (Arsenio). 76.
Espartero (Baldonero). 434.
Espejo (Dr.). 98, 100, loi, 133.
Espejo (Miguel de). 20.
Espinel (Antonio de). 188.
Espinel (Vicente). 152.
Espinosa (Antonio). 30.
Espinosa (Diego). 30.
Espinosa Medrano (Dr. Juan de). 99,
189 á 191.
Espinosa de los Monteros (Bruno).
29, 35-
Espinosa de los Monteros (Pedro).
188.
Espinosa de Rendón (Silveria). 76.
Espronceda (José). 252,256, 257, 453.
Esquilache (Príncipe de). 169, 182 á
184.
Esquilo. 464.
Estrada (Alonso). 150.
Evia (Maestro Jacinto de). 23, 83, 86,
87, 188.
Ezequias ( El Rey). 27, 244.
Ezpeleta (Joaquín). 32, 33.
Fajardo (Carlos A.). 486.
F'ajardo (Heraclio C.). 486, 488.
Falcón (Antonio). 165.
Falkner ó Falconer (P. Tomás S. J.).
388.
Faria y Sousa (Manuel de). 189.
Farnesio (Isabel). 217.
Feijóo (Fr. Benito Jerónimo). 96, 207
á 209, 221.
Felipe II. 80, 270 á 272, 294, 295, 381.
Felipe III. 374, 384-
Felipe IV. 86, 153, 182, 187, 188.
Felipe V. 199, 200, 203, 207, 212, 216.
Fellovio Cantón (Narciso) (Anagrama
de Cabello y Mesa (Francisco An-
tonio). 396.
Fernán González (Conde). 137.
Fernández (Gonzalo). 151, 168,
Fernández (Diego). 143, 146.
Fernández (Duarte). 165, 273.
Fernández de Agüero y Echave (Juan
Manuel). 394, 395-
Fernández Buendía (Joseph). 22.
Fernández de Cabrera y BobadiUa
(Francisco Fausto). i8i.
Fernández de Cabrera y Bobadilla
(Luis Jerónimo). 322.
Fernández de Castro y Bocángel (Ge-
rónimo). 215.
Fernández de Córdoba (Andrés). 143.
Fernández de Córdoba (Fr. Diego).
182.
índice de personas del tomo n
S'9
Fernández de Córdoba (Joaquín).
133-
Fernández Espino (José María). 14.
Fernández Guerra (Aureliano). 177,
411.
Fernández Guerra (José). 411.
Fernández Guerra (Luis). 41 1
Fernández de Heredia (Lorenzo). 179.
Fernández Madrid (José). 30, 39, 43,
351. 407, 409-
Fernández Madrid (Pedro). 40, 54.
Fernández Navarrete (Martín). 137.
Fernández Ortelano (Manuel). 340.
Fernández de Oviedo (Gonzalo). 20.
Fernández de Pineda (Rodrigo). 151.
Fernández de Quirós (Pedro). 174,
177.
Fernández de los Ríos (Ángel). 488.
Fernández de Sotomayor (Gonzalo).
142,
Fernández de Valenzuela (Pedro). 21.
Fernández de Velasco y Tobar (José).
24.
Fernando VL 34, 216, 217.
Fernando VIL 35, 128, 434.
Ferreira y Artigas (Fermín). 486.
Ferrer del Río (Antonio). 295, 306,
307» 318.
Ferreras (Juanl. 211.
Ferreyros (Manuel). 255.
Fidel López (Vicente). 278.
Figueroa (Dr. Francisco de). 165, 175,
179. 319. 320.
Figueroa (Isabel), Belisa. 163.
Figueroa (Julio). 486.
Figueroa (Lope de). 337.
Figueroa Bustamante (Luis de). i88.
Filicaia. 105.
Filipo de Macedonia. 400.
Flamenco (Diego). 177.
Flores (General). 74, 109, no, 117,
126 á 128.
Flores (Manuel Antonio). 30.
Florián (Mr.). 230, 265.
Floridablanca (Conde de). 231.
Foción. 42.
Folkes (Martín). loi.
Fonseca Soares (Antonio de). 99.
Fontenelle (Mr.). 101.
Fortanet (El impresor). 31.
Foseólo (Hugo). 409.
Francisco Javier (San). 26, 175.
Francisco Solano (San). 321.
Franck (A.). 331.
Franco Dávila (Pedro). loi.
Franklin (Benjamín). 33.
Franklin (Benjamín). 457, 468.
Frazier (Mr.). 210.
Fresle (Rodríguez). 12.
Frías (Félix). 455- 456.
Frías de Castillo (Valeriano). 374.
Frías Coello (Rui López). 179.
Friburgo (Fr. Romualdo). 227.
Fritz (P. Samuel). 97.
Fuente (Vicente de la). 81.
Fuentenebro (El impresor). 236.
Fuentes (Juana de). 8í.
Funes (Gregorio). 393,
Gaitán (Benito). 29.
Galindo (Néstor). 285, 286.
Galusky (Mr.). 296.
Gálvez (Fr. Juan). 165, 172, 175.
Gal vez (Víctor). 457.
Gallardo (Bartolomé José). 21, 173,
186, 187, 273.
Gallego (Juan Nicasio). 49, 103, 104,
1 16, 122 á 124, 402, 434, 437.
Gallegos Naranjo (Manuel). I32_.
Gallerani (P. Alejandro). 90.
Gama (José Basilio de). 487.
Gamino Correa (El Br.). 374.
Gándara Cossío (Fr. Manuel de la). 25.
Garabito de León y Messia (Francis-
co). 187.
Garay (Juan de). 375.
Garcés (Enrique). 150, 270 á 272.
García (Adolfo). 263.
García (Sebastián). 21,
García Calderón (P. F.). 240,
García Calderón (Ventura). 258.
García Goyena (Rafael). 128.
García de la Huerta (Vicente). 223. ,
García de Loyola (Martín). 327, 328.
García Merón (D. M.). 461.
García Moreno (Gabriel). 55, 94, 134.
García Peres (Domingo). 270.
García de Quevedo (Heriberto). 453,
486.
García del Río (Juan). 363, 366.
García de Rivadeneyra (Licenciado
Cristóbal). 179.
García Tejada (D. Juan Manuel). 36,
37.
Garibay (Esteban de). 307.
Garnier (Mr.l 1 16.
Garrido (P. José). 92.
Garro (Juan M.). 384.
Gasea (Pedro). 142, 143.
Gascón Riquelme (Bernabé). 189.
Gaspar y Roig (Editores). 306.
Gaume (Abate). 65.
Gautier (Teófilo). 461.
Gayangos (Pascual de). 199, 201, 331.
Gibert y Tudó (Carlos). 223.
Gil de Lemus (El Virrey). 217.
Mkníndkz t Pblayo.— /'<7«ia hispaHo-americaHa. II.
33
520
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
Gil (Enrique). 256.
Gil y Zarate (Antonio). 437,
Girón (Pedro de León). 188.
Girval (El P.). 237.
Giustiniani (El P.). 266.
Godín (Mr.). 95.
Godoy (Juan). 234, 460.
Goethe. 445, 469.
Gómez (Alonso). 14.
Gómez (Ignacio). 412.
Gómez (Juan Carlos). 485, 486.
Gómez (Licenciado Gabriel). 172.
Gómez de Alvarado (Pedro). 156.
Gómez Hermosilla (José). 362.
Gómez Restrepo (Antonio). 7, 37.
Gondomar (Conde de). 307.
Góngora (Luis de). 23, 189, 190.
Góngora Marmolejo (Alonso de).
308.
Gonsalves Magalhaes (Domingo). 487.
González (Joaquín V.). 470.
González (Tirso). 385.
González Balcarce (Antonio). 421
González Barcia (Andrés). 327, 374.
González de Bobadilla (Bernardo).
380.
González de Bustos (Francisco). 309.
González Camargo (Joaquín). 76.
González Carvajal (Tomás). 235, 244.
González y Meléndez (Fr. Diego \
González de la Reguera (Domingo).
240.
González La Rosa (M. T.). 206.
González Suárez (Federico). 95, 97.
Gor (Duque de). 173.
Gorbea (Andrés Antonio de). 352.
Gordon (Eduardo). 486.
Gorostiza (Eduardo). 251.
Gorriti (Juana Manuela). 279, 289.
Gounod (Mr.). 469.
Goyena (Pedro). 444.
Granja (Conde de la). 199, 202, 203,
205 á 207.
Granada (Fr. Luis de). 170, 172,
229,
Granado (Félix A. del). 289.
Gray (Tomás). 410 a 412.
Gredilla (Federico). 31,
Gregorio XV. 384.
Grimaldi (Marqués de). 437.
Groot. 38.
Grote (Mr.). 370.
Gruesso (José María). 34.
Guerin f José David). 76.
Guatimozin. 43.
Gutiérrez fjuan M.). 452.
Guevara (Bernardo P.). 283.
Guevara (P. José). 388, 389.
Guido Spano (Carlos). 461.
Guilléstegui (Diego de). 274.
Gutiérrez (Juan María). 128, 192, 213,
247, 282, 318, 320, 359, 360, 374, 375,
378, 387. 390, 391, 392, 3915. 399 á
401,404,407, 408,415,418,421,423,
424,429,444,446,450,451,453. 455
á 458, 460, 480, 488.
Gutiérrez (Ricardo). 461.
Gutiérrez de Ceballos (José Anto-
nio). 213, 216.
Gutiérrez González (Gregorio). 45,
60 á 63, 74, 76, 78.
Gutiérrez de Pinares (Germán), 73,
76.
Gutiérrez y Torices (Bernardo). 188.
Guttemberg. 68, 424.
Guzmán (Angela de). 182.
Guzmán (Bernardino de). 187.
Guzmán (Diego Rodríguez de). 203,
374.
Guzmán (Luis F.). 289.
Haencke (Tadeo). 397.
Harpe (La). 235.
Hartzenbusch (Mr,). 438.
Harvey (Juan Eugenio). 34.
Harrington. 148.
Hawkins (Richart). 313.
Hebreo (León). 145.
Hegel. 465.
Heineccio. 281.
Henriquez (Camilo). 342 á 344, 346 á
350,355.420, 421.
Heredia (Cayetano). 70, 90, 91, 93,
103,351, 255-
Hernández (José). 469, 473.
Hernández (P. Pablo.). 388, 389.
Hernández Girón (Francisco). 137,
138, 147-
Hernández de Serpa (Diego). 140,
Mi-
Hernández de Velasco. 418.
Herrera (Bartolomé). 106, 107, 132,
255, 273. 282.
Herrera (Jacinto de). 177.
Herrera (Pablo). 79, 100, 129, 133.
Herrera Dávila (Ignacio). 432.
Herodes Antipas, 10, 69.
Hevia (D.). 412.
Heyne (Enrique). 62.
Hidalgo (Bartolomé). 468, 469, 485,
486.
Hidalgo (Clemente). 273.
Hilario López (J.). 54-
Homero. 107, 125, 151, 171, 220, 293,
301, 369, 422.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
S2Í
Horacio. 38, 39. '03, 107 á uo, 117,
120,190,207,235, 247,249,418, 422,
429, 482.
Hormero (Doctor). 179, 31 9-
Huáscar (Inca). 276.
Huayna-Capac. 121, 122, 124, 145,
149, 275.
Hugo (Víctor). 64, 255, 263, 286, 289,
363. 372, 433. 461, 464. 469-
Humboldt (Alejandro de). 31, 32, 95.
237, 296.
Hurtado de Mendoza (García). 173.
177,295.308,309.319- .
Hurtado de Mendoza (Jerónimo). 337.
Hurtado de Mendoza (Juan Andrés
de).
II I.
Ibarra (Juan Antonio). 381.
Ibero Rivas y Canfranc (José), ana-
grama de Francisco Asenjo Barbie-
ri. 154.
Icazbalgeta (Joaquín García). 135.
Idomeneo. 35.
Iglesia y Darrac (Manuel de la). 405.
lUescas (Fr. Baldomcro). 184.
Indiano (El), ó sea, Pedro Montesdo-
ca, 151.
Infante (Juan Miguel). 363.
Inurrieta (Manuel). 460.
Iriarte (Tomás de). 33, 251, 340, 343-
Irisarri (Antonio José). 343. 365-
Irisarri (Hermógenesj. 365, 368.
Isaías. 235, 244.
Isla (P. Francisco José). 217.
Iturri (P. Francisco). 387, 390.
Jáuregui y Aldecoa (Agustín). 99,
218.
Jenner. 68.
Jerónima (Doña). 164.
Jerónimo (San). 27.
Jesús (Santa Teresa de). 80, 81.
Jiménez (Pero). 374.
Jiménez de la Espada (Marcos). 8, 14,
10, 143, 135, 138, 140, 142, 278.
Jiménez de Quesada (Gonzalo). 7, 8,
11, 17, 274.
Job. 68.
Jolis (P. José). 389.
Joubert (Mr.). 255.
Jovellanos (Gaspar Melchor de). 116,
224, 225, 406.
Jovio (Paulo). 8.
Juan V (Rey de Portugal). 216.
Juan (Jorge). 95.
Juan de la Cruz (San). 82, 435.
Juana (Doña), madre de Carlos V.
144.
Juárez (P. Gaspar). 387, 390.
Jurado (Juan). 38.
Jussieu (Mr.). 95.
Justino. 299.
Kant (Manuel). 448.
Klopstock. 170, 293.
Kohler (P. A.). 388.
Konig (Abraham). 209, 295, 307.
Labardén (Manuel José de). 390, 391,
392, 395,398. 399,400,401,420,456.
Ladrón de Guevara (Diego). 205, 212,
215.
Ladrón de Guevara (Luis). 83.
Lafinur (Juan Crisóstomo). 407, 408,
420.
Lafontaine (Juan). 418.
Lafuente Alcántara (Emilio). 133.
Lagomaggiore (Francisco). 289.
Laguna (El presbítero). 237.
Lagunas (Josefa Bravo). 214.
Lámar (El General). 125.
Lamartine (Alfonso). 68, 266, 282, 289,
448,452.
Lamas (Andrés). 390, 415, 480, 4b5.
Lamennais (F. Roberto). 445-
Laudecho (Juan de). 337.
Lapuente (Laurindo). 486.
Lara (El General). 125.
Laromiguiére (Mr.). 351.
Larra (Mariano José). 76, 251, 455.
Larrañaga (Dámaso). 480.
Larrea (Ambrosio). 92.
Larrea (Benigno). 102.
Larrea (Fortunato). 102.
Larrea (José Modesto). 94.
Larrea (Juan). 102.
Larrea (Lucas). 102.
Larrea (P. Joaquín). 92.
Larriva y Ruiz (José Joaquín). 240 á
242.
Laso y Rebolledo (Baltasar de). 184.
Lassala (Manuel). 400.
Lastarria (José Victorino de). 357,
359, 360,366, 371.
Latorre (Carlos). 43''
La valle (General). 45'-
Lavalle (D. J. A. de). 187, 222, 244.
Laverde Amaya (Isidoro). 77, 78.
Legouvé (Mr. Gabriel). 365, 410, 433-
Leguizamon (Martiniano). 219.
Leiva (Antonio de). 177, 377-
Lemierre (Mr.). 223, 350.
Lemos (Conde de). 324.
Lennox (Mr.). 331.
Lens (Benjamín). 289.
León (Cristóbal). 21.
522
índice de personas del tomo II
León (Fr. Félix de). 137.
León (Fr. Luis de). 38, 105, 107, 131,
235. 244, 259, 273, 362, 418, 435,
448, 454-
León (Fr. Martín de). 181.
León (J. de). 380.
Leopardi (Giacomo). 127, 260, 262.
Lerma (Duque de). 309.
Lerminier (Mr.). 445.
Leroux (Pedro). 445.
Lillo (Eusebio). 349, 368, 370, 471.
Linneo (Carlos). 31.
Liniers y Bremont (Santiago). 402,
403, 404.
Lira (Francisco de). 321.
Lira (Luis de). 186.
Lira (Martín José). 372.
Lista (Alberto). 49, 248, 249, 252, 363,
434, 45O' 481.
Lizarazu (Juan de). 272.
Loaisa (Dr. Fr. Jerónimo de). 138.
Loarte (D.). 450.
Loaysa y Zarate (Diego de). 189.
Lobo (Gerardo). 89.
Lobo Guerrero (Bartolomé). 10.
Locke (Juan). 395.
Longino. 98.
López (El P.). 339.
López (Francisco). 312.
López (Hilario J.). 54-
López (Vicente Fidel). 279, 359, 360,
3t>4, 390, 407, 4i5> 455-
López de Gamboa (Licenciado Be-
nito). 141.
López de Gomara (Francisco de).
14Ó.
López Guarnido (Jerónimo). 319.
López de Herrera (Jorge). 277.
López Mexía (Francisco). 189.
López Peñalver (Juan). 432.
López Planes (Vicente). 405, 406,
420.
López de Solís (Fr. Luis). 80.
Lorente (Sebastián). 255, 256.
Loreto (Marqués de). 391.
Losier (Carlos). 351.
Loubayssin de la Marca (Francisco).
336.
Loyola (San Ignacio de). 22, 86, 175.
Loza (José Manuel). 282, 283.
Lozano (Pedro). 388.
Lozano (José Tadeo). 39.
Lozano y Martín (Abigail). 60.
Luanco (José Ramón). 272.
Luca (Esteban de). 407, 408, 420, 421.
Lucano. 98, 129, 298.
Lucrecio Caro. 110, 129.
Ludeña (Fernando de). 177.
Lugo (Fr. Bernardo de). 12.
Luis I. 203, 215.
Luis XIV. 207.
Lujan (R. P. Fr. Mariano). 217.
Luna y Bohórquez (Ignacio). 215.
Lunarejo (El), apodo de Juan de Espi-
nosa Medrano. 190.
Luzán (Ignacio). 209.
Lyra (Juan de). 189.
Llano Zapata (José Eusebio de). 220,
221.
Liona (Numa Pompilio). 258.
Llórente (Juan Antonio). 343.
Maciel (Juan Bautista). 390, 391, 392.
Madariaga (P.). 390.
Madiedo (Manuel María). 74, 77.
Madramany. 36.
Madrid (Dr.). 15, 40 á 43.
Madrigal fPedro . 306.
MaíTei (Andrés). 223, 270, 272.
Magallanes (Juan de). 176.
Mayans 'Gregorio';. 221.
Magariños Cervantes 'Alejandro). 444,
486 á 4S8.
Maldonado (Fr. Fulgencio). 180.
Maldonado (Pedro). 100, loi.
Maldonado de Silva (Licenciado An-
tonio). 179, 337.
Maldonado de Torres (Alonso). 169.
Maluenda (Carlos de). 141.
Maluenda (Jacinto Alonso de). 198.
Manco-Capac. 125, 275, 276.
Manrique José Ángel). 36.
Manso de Velasco (José). 216.
Mantilla (Foción). 76.
Manzoni (Alejandro). 64, 68, 429.
Maqueda (Duque de;. 311.
Marañón Sancho). 142, 179, 389.
Marcial. 265, 482.
Marcó del Pont (Casimiro). 342.
Marcos 'San). 311.
Marcos (Antonio). 100.
Marchena (Abate). 437.
Margarita íSanta). 153, 169.
María Magdalena (Santa). 27.
María Cristina (Reina). 431, 432, 434-
Marín (Mercedes). 368.
Marín de Poveda (Ventura). 341,
351-
Mármol (José). 421, 458 á 460, 480
Marmontel (Mr.). 148, 230.
Márquez (Arnaldo;. 258.
Martín (Lorenzo). 9.
Martín Villa (Antonio). 224.
Martínez (Dr.). 176.
Martínez (Andrés). 248.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
523
Martínez (Valentín). 36.
Martínez Abad (Francisco). 306, 324.
Martínez de Arrona (J.). 181.
Martínez de los Prados (Antonio). 25.
Martínez de Rivera (Diego). 149.
Martínez de la Rosa (Francisco). 49,
122, 123, 251, 306, 308, 353, 440.
Martínez Silva (Carlos). 40, 78.
Martínez y Vela (Bartolomé). 274.
Martínez Villergas (Juan). 72, 359, 432.
Martinto (Domingo). 461.
Marroquín (José Manuel). 77.
Masías (J.). 244.
Matieuzo (Licenciado Juan de). 141.
Matta (Guillermo). 370.
Maury (Juan María). 59, 113.
Mazza (Angelo). 261.
Medina (José Toribio). 30, 97, 98, 145,
279. 306, 310, 312, 320, 322, 327,
336,337. 339, 386.
Medina y Barrientos. 176.
Medrano (Manuel). 399.
Mejía (José), toi, 133.
Meléndez Valdés (Juan). 104, 100,
116, 415, 359.
Melesville (Mr.). 280.
Melgar (Mariano). 237 á 240, 258.
Meló de Portugal (Pedro). 394.
Mena (Juan de). 15, 135, 190,299.
Méndez (Pedro). 275.
Méndez de Haro (Luis). 189.
Mendiburu (Manuel). 183, 190, 191,
199.
Mendieta (Fr. Alonso de). 321, 375.
Mendoza (Antonio). 204.
Mendoza (Fr. Diego de). 31, 75, 278,
379-
Mendoza (García de). 301, 311, 313,
314, 317, 318, 321, 322, 325.
Mendoza (José). 290.
Mendoza (Fr. Lucas de). 180, 182.
Mendoza y Lima (Juan de). 181.
Mendoza y Luna (Juan de). 172, 186,
307, 320, 327.
Mendoza (Pedro de). 374.
Mendoza y Monteagudo (Juan de).
325, 327, 328.
Meneses (Juan Francisco). 356.
Mera (Juan León). 79, 90, 94, 102, 129,
132.
Merchán y Calderón (Pedro). 181.
Mérimée (Prospero). 383.
Meiihiac (Gilibert de). 307.
Merlo de la Fuente (Luis). 327, 331.
Mesía de la Cerda (Licenciado). 380.
Mesonero Romanos (Ramón de). 76,
251.
Metastasio (Pedro B). 1 16, 350.
Mexía (Diego de). 163, 164, 166, 168,
169, 178, 311.
Mexia de Porras (Arcediano Fran-
cisco). 20.
Miaña (Marqués de). 206.
Miguel Antonio (Don). 53.
Milton (Juan). 170, 171, 292, 293.
Mili (James). 352.
Millaleubu (Pancho). 339.
Millas (Joaquín). 390.
Miller (General). 113, 125, 239.
Millevoye (Mr.). 448.
Minvielle (Rafael). 366.
Miquel y Badía (Francisco). 172.
Mira de Amescua (Antonio). 172, 177.
Miralla (Juan Antonio). 45, 408 á
410.
Miramontes y Zuazola (Juan de). 185,
186.
Miranda (Conde de). 140.
Mitre (Adolfo). 466.
Mitre (Bartolomé). 144, 266, 444,
456.
Moisés. 236.
Molestina (Vicente Emilio). 129, 132.
Moliere. 196, 364, 439.
Molina (Gaspar de). 213, 279, 387.
Molina (Tirso de). 453.
Mommsen (T.). 370.
Monclova (Conde de). 182.
Monforte y Vera (Jerónimo). 199, 202
á 205, 215.
Montaigne (Miguel de). 255.
Montalvo (José Miguel). 36.
Montalvo (Juan). 133.
Montalvo (Miguel de). 271.
Monteagudo (Bernardo). 241, 279.
Montenegro (Fray Alonso de). 79.
Montenegro (El P.). 388.
Montesclaros (Marqués de). 172, 181,
185, 186, 320.
Montes del Valle (Agripina). 163.
Montesdoca (Pedro de). 151, 152,
165.
Montesinos (Licenciado). 146.
Montesquieu (Barón de). 350.
Monti (Vicente). 423.
Montoya (Bernardo). 181.
Montt (Luis). 331.
Montúfar (D. Juan Pío). 95.
Moore (Tomás). 240.
Mora (Cristóbal de). 248, 249, 280,
282, 366, 374.
Mora (José Joaquín de). 244, 247, 279
á 281, 351 á 353, 356, 357, 360, 364,
425, 426.
Morales (El P.). 387-
Morales y Duares (Vicente). 237.
524
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
Moratín (Leandro Fernández de). 223,
249 á 251, 439. 440.
Morcillo Rubio de Auñón (Diego).
212, 215, 2 16.
Morel-Fatin (Alfredo). 169,
Moreno (Félixl. 163, 279, 404.
Moreno (Rene). 277,
Moreno de Almaraz (Francisco). 179.
Moreto (Agustín). 215, 263.
Moreyra (Baltasar). 184.
Morillo (General). 36, 40, 41.
Moro (Tomás). 148.
Moscoso Melgar (Manuel). 240.
Mosquera (Tomás Cipriano de). 37,
55. 75-
Mosquera de Figueroa [El licencia-
do). 307.
Motte Houdard (Mr. La). 265.
Moya (Marquesa de). 322.
Moya (Marqués de). 323, 324.
Múgica (Lorenzo). 339.
Mujia (María Josefa). 287.
MüUer (Juan). 287.
Munarriz (José Luis). 351.
Muñiz ÍDr.). 312.
Muñiz (Francisco J.). 467.
Muñoz (Juan Bautista). 8, 15, 390.
Murat (Joaquín). 425.
Muratori (Lodovico). 98.
Muriel (P. Domingo). 389.
Murillo (Miguel). 98.
Musset (Alfredo de). 461.
Mutis (José Celestino). 31, 32, 39, 95,
96.
Nájera (Duque de). 711.
Nariño (Antonio). 30, 33, 97.
Narváez (Juan). 97.
Natal (P. Jerónimo), S. h. 169.
Navarrete (Martín Fernández). 270.
Navarro Navarrete (Antonio). 22.
Navarro Viola (Miguel). 285, 392.
Naveda (Fr. Acacio de). 337.
Necochea (El General). 125,
Neira Acevedo (Pedro). 76.
Nevares Santoyo (Marta de). 154.
Nicolás (Alejandro). 307, 308.
Nicolás (Antonio). 153, 380, 381,
Nidos (Mencia de). 309.
Nieremberg (P. Juan Eusebio). 385.
Novoa (Ignacio). 255.
Núñez (Cristóbal). 176.
Núñez (Fr. Cristóbal). 337,
Núñez (Pedro). 277.
Núñez de Balboa (Vasco). 488.
Núñez de Bonilla (Licdo. Francis-
co). 79.
Núñez Cabeza de Vaca (Alvar). 314.
Núñez Castaño (Diego). 337.
Núñez de Pineda (Francisco). 333,336.
O (Cristóbal de la). 153.
Obligado (Rafael). 443, 444, 454, 455,
461, 468.
Oblitas (Arturo). 289.
Obregón (Secretario). 175.
Ocampo (José Gabriel). 403, 406.
O'Connor (Reynal). 404.
O'Connor d'Arlach (Tomás). 289.
Ochoa (Eugenio de). 60, 284.
Ochoa (Fr. Diego). 28, 29.
Odriozola (Manuel de). 192, 195, 211,
237, 242, 321.
O'Higgins (Ambrosio). 339, 343.
Ojeda (Fr. Diego de). 165, 170, 171,
172, 173. 175. 266, 305, 319.
Olavide (Pablo de). 100, 221 á 230,
232 á 236, 248.
Olivares (El P.). 304.
Olmedo (José Joaquín). 39, 42, 50,86,
101 á 106, 109 á 1 15, 1 17 á 123, 125
á 129, 148, 237, 249, 250, 280, 281,
351, 407, 425.
Ollendorf. 258.
Oms de Santa Pau de Sentmanat y
Lanuza (Manuel). 198, 201.
Oña (Gregorio de). 310.
Oña (Licenciado Pedro de). 144, 152,
165, 169, 175, 178, 179, 181, 307.
309 á 314, 317, 319 á 322, 329, 353,
374- 377, 457.
Oñez de Loyola (Martín). 331.
Ordax (Diego de). 140.
Orga (Impresor). 231.
Oria (Gabriel de). 179.
Orleans (Princesa de). 213.
Orozco (P. José). 90, 91, 93, 181.
Orosz (P. Ladislao). 389.
Ortega y Pimentel (Isidoro José). 217.
Ortis (Jacobo). 409.
Ortiz (José Joaquín). 45, 54, 64, 71.
Ortiz de Zarate (Juan). 65, 67 á 70,
374, 375-
Orrego Luco (Augusto). 371.
Osio (El obispo). 210.
Oteiza (Fr. Mauuel). 340.
Otero (Luis). 486. '
Otero (Fr. Pacífico). 404.
Ovalle (El P.). 329, 338, 339, 357. 387.
Ovalle (El Presidente). 356.
Ovidio. 166, 167, 168, 237, 335, 417,
481.
Oviedo Herrera y Rueda (Luis An-
tonio de). 199, 203, 205, 206.
Oyarvide (Andrés de). 397.
Oyuela (Calixto). 454, 461.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
525
Pablo (San). 153.
Pacheco (Francisco). 273.
Pacheco y Obes (Melchor).
Padilla (Fr. Pedro de). 380.
Padilla Atoche (Hilarión). 282.
Palafox (D. Juan de). 122.
Palata (Duque de la). 196, 210.
Palma (Ricardo). 181, 183, 191, 192,
199, 201, 218, 219, 222, 242, 243,
254, 255, 258, 260, 263, 266, 267,
268, 283, 289.
Pando (José María de). 244 á 247.
Paniagua de Loaisa (Pedro). 142.
Pardo y Aliaga (Felipe). 219, 247 á
253. 255, 267, 268, 281, 366.
Pardo (Luis). 381.
Pardo de Andrade (Manuel). 405.
Pardo de Figueroa (José). 221.
Paredes y Solier (Andrés de). 182.
Parera (Blas). 406.
Parini (satírico). 249.
Parma (Duque de). 207, 213.
Parthenio (El). 62.
Passo (El boliviano). 279.
Patricio (Francisco). 271.
Patrón (El boliviano). 279.
Pauke (P. Florián). 388.
Paulo V. 338.
Pausanias. 44.
Paz (Francisco Santos de la). 202.
Paz (Manuel María). 75.
Paz Arauco (Manuel). 290.
Paz y Meliá (D. A.). 14, 15, 223.
Paz-Soldán (Pedro). 258, 268.
Pedrero (Fr. Alberto). 20.
Pedro Nolasco (San). 182.
Pelópidas. 42.
Pellico (Silvio). 267, 365.
Peralta Barnuevo (Pedro de). 99, 186,
19'» í99> 200, 202, 205, 207, 208,
209, 210, 211, 212, 213, 215, 220,
Peralta Barnuevo Rocha y Benavides
(Pedro). 207, 209.
Peramás (P. Juan Manuel). 387 á 389.
Pereda (José). 62.
Pereira (Adrián). 289.
Pereira Gamba (Benjamín). 67.
Perey (Mr.). 286.
Pérez (Diego). 172, 279.
Pérez (Enrique). 77.
Pérez (Felipe). 74 á 77.
Pérez (Santos). 467.
Pérez Ángel (Luis). 165, 169.
Pérez del Camino (Manuel Norber-
to). 410.
Pérez Pastor (Cristóbal). 308.
Perochena (seudónimo del Dr. Espe-
jo). ICO.
Petrarca (Francisco). 259, 271, 272,
298, 299.
Petronio. 190.
Pezuela (Joaquín de la). 240 á 242.
Picado (General Alonso). 141, 149.
Picard (Mr.). 352.
Piedrahita (Lucas Fernández). 12,
19, 20.
Piedrahita (Vicente). 133.
Pilo (Conde del, ó sea D. Pablo de
Olavide). 230.
Pindemonte (Hipólito). 130.
Pineda (Juan de). 397 á 309.
Pinel y Monroy. 322, 323.
Pinelo (Diego León). 153, 183 á 185.
187, 188, 327.
Pinzón Rico (José María). 74, 76.
Piñeyro (Enrique). 116, 129.
Pío V (San). 144.
Pizarro (Francisco). 41, 57, 126, 136,
139, 140, 154, 176, 211.
Pizarro (Gonzalo). 77, 136, 141, 142.
Platón. 33, 388. ^
Pola Argentaría. 82.
Pólit (Manuel M.). 95.
Polo de Medina (Salvador Jacinto).
198.
Pombo (José Ignacio). 36, 63.
Pombo (Rafael). 46, 48, 54, 103, 129.
Ponce de León (Manuel). 75.
Pope (Alejandro). 52, 114, 117, 127,
128.
Porcel (Cristóbal). 176.
Portales (Diego). 247, 356, 357, 366.
Portegueda (J. B.). 405.
Portilla (Juan de la). 165.
Portillo (Eugenio del). 399.
Portugal (María Bárbara de), 216.
Posadas (Joaquín Pablo). 72, 73, 76.
Portocarrero Laso de la Vega (Mel-
chor). 214.
Potau (Joseph). 217.
Prego de Oliver. 395, 399, 40i, 402,
403.
Prescot (Guillermo H.). 147.
Prieto (Guillermo). 461.
Prince (Carlos). 254.
Puelles (Pedro de). 156.
Puente (Luis de la). 184.
Pueyrredón (General). 406.
Puig (Juan de la C.)- 399i 407. 4o8.
Pulgar (Hernando del). 322.
Querol (Vicente W.). 70.
Quesada (Ernesto). 466.
Quesada (Vicente G.). 270, 285, 392.
Quevedo (Juan, impresor). 27, 195,
105, 108, 188, 196, 197.
526
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
Quevedo (Francisco). 454.
Quevedo y Zarate (Juan de). 189.,
Quinet (Edgar). 464.
Quintana (Manuel José). 42, 49, 50,
64, 65, 67, 103 á 107, no, III, 113,
116, 119, 122, 124, 166, 170, 171,
259) 306, 308, 405, 423, 424, 425,
428, 429,434, 445> 448.
Quintiliano. 98.
Quiñones (Francisco de). 327.
Quiroga (Facundo). 467.
Quiroga (P. José). 389,
Racine (Juan). 212, 223, 364.
Ramallo (Dr. Mariano). 282, 283.
Ramírez (Leonardo). 179.
Ramírez (Tomás). 33.
Ramón (Juan). 187.
Ramos Gavilán. (Fr. Alonso). 186, 278.
Rayón (José Sancho). 211,212.
Real de Asuá (Gabriel). 368, 369.
Real Consulado (Marqués del). 395.
Regnard (Juan Francisco). 223.
Reguera (José Francisco de la). 206.
Reinoso (Francisco). 49, 188.
Renaut (Andrés). 324.
Renaut (Juan). 324.
Rendón (Víctor María). 129.
Rengifo. 25.
Rene Moreno (Gabriel). 280, 282 á
285.
Restivo (P.). 386.
Restrepo (José Manuel). 31, 40.
Reyes Ortiz (Félix). 289.
Reynal O'Connor (Arturo). 392, 401.
Rhodez (Obispo de). 231.
Ribera Flórez (Dionisio). 381.
Ricardo (Antonio). 144, 178,319.
Ricci (P.). 91.
Rico (Gregorio). 172.
Río (Fr. Alonso del). 215.
Río (Guillermo del). 207.
Riofrío (Miguel). 133.
Rioja (Francisco de). 52, 86.
Rikle (P. Jodoco). 79.
Risco (Juan). 218.
Riva Agüero (José de la). 146, 148,
205, 210, 213, 255, 259, 266.
Rivadavia (Bernardino). 351,421,408,
418, 423 á 426.
Rivadeneyra (Cristóbal de). 182.
Rivadeneyra (Manuel). 361.
Rivadeneyra (Pedro). 14, 15, 17, 145,
172, 177, 200, 223, 274, 320, 385.
Rivadeneyra Villarroel (Dr.). 175.
Rivarola (Pantaleón). 402, 404.
Rivas (Duque de). 446.
Rivas (Medardo). 63.
Rivas Groot (José María). 21, 78.
Rivera (Constanza María). 273.
Rivera (P.Juan Antonio). 217.
Rivera (Luis de). 273.
Rivera (Sancho de). 150, 271.
Rivera Indarte (José), 458, 480.
Robles y Maldonado (Francisco de).
211.
Roca (Vicente Ramón). 128.
Rocha (El minero). 191.
Roda (Manuel de). 227, 22S.
Rodríguez (Fr. Cayetano). 403, 404.
Rodríguez (Francisco Antonio). 34.
Rodríguez (José). 206.
Rodríguez (Julio). 289.
Rodríguez (Manuel del Socorro). 34,
38.
Rodríguez (Zorobabel). 372.
Rodríguez Bravo (Joaquín). 360.
Rodríguez Carracido (José). 272.
Rodríguez Gamarra (Alonso). 168.
Rodríguez de Guzmán (Diego). 199.
Rodríguez de León (Antonio). 182.
Rodríguez de León (Juan). 153.
Rodríguez Marín (Francisco). 133.
Rodríguez de Mendoza. 237.
Rodríguez Rubi (Tomás). 432.
Rodrigo deValdés (M. R. P. M.). 187.
Roger (A.). 308.
Rojas (Fermín). 289.
Rojas Caicedo (Juan Ramón). 71.
Rojas Garrido (José María). 76.
Rojas ySandoval (Francisco). 309.
Rojas y Solórzano (Juan Manuel de).
199, 203, 205.
Romero (El presbítero). 237.
Ronsard (Mr.). 105.
Rosa (José Nicolás de la). 30.
Rosa y Bouret (Librería de). 236, 244,
266.
Rosa de Lima (Santa). 182, 206.
Rosales (El P. Diego). 337, 339.
Rosas (Juan Manuel). 429, 446, 451,
455, 456, 458 á 460, 480.
Rosell (Cayetano). 172, 318, 320.
Rosende (Petrona). 486.
Rosquellas (Luis Pablo). 289.
Rousseau (Juan Jacobo). 225, 227,
247, 342, 350-
Rubio y Lluch (Antonio). 71.
Ruiz (Bernardino). 240.
Ruiz de Alarcón (Juan). 456.
Ruiz de Beresedo (Francisco). 338.
Ruiz de Castro y Andrade (Fernan-
do). 324.
Ruiz Huidobro (Pascual). 402.
Ruiz de Montoya (P. Antonio). 386.
Russell Bartlett (John). 331,
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO
527
Saenz Cascante (Miguel). 199-
Safo. 82.
Sáinz de Valdivieso Torrejon (Mi-
guel). 216.
Sajonia (María Amalia de). 214, 217.
Salamanca (José). 432.
Salas (Francisco Javier de). 63, 177.
Salas (Gregorio de). 483-
Salas (Mariano). 282.
Salaverry (Carlos Augusto). 253, 263,
265, 281.
Salazar (José María). 35, 36, 408.
Salazar (General Francisco Javier).
132.
Salazar y Torres (Agustín de). 215.
Salazar y la Vega (D. Juan\ 25.
Salcedo (Francisco de). 82.
Salcedo Villandrando (Juan de). 152,
153, 165, 179- . , , „
Sales Arrieta (Francisco de). 248.
Salustio (Cayo Crispo). 488.
Salva (Vicente). 280, 362, 369.
Salvatierra (Conde de). 182.
Sampayo (Fulano). 310.
Samper (José María), 74, 77.
Sanabria y Salas (María de). 186, 187.
Sancha (Justo de). 115, 163, 237, 273,
274, 306, 383.
Sánchez Labrador (P.). 389.
Sánchez de Tagle (Francisco Manuel).
351-
Sancho Rayón (José). 211, 212, 310.
Sand (Jorge). 286.
Saufuentes y Torres (Salvador). 364,
365. 368.
Saint-Hilaire (Mr.). 140.
San Alberto (Fr. José Antonio de).
392, 394-
San Bruno (Sor Clara de). 21.
San Esteban (Juana María de). 28.
San Gabriel (María de). 28.
San Gregorio (Feliciana de). 21.
San Jerónimo (Sor Ana de). 25.
San Jorge (Marqués de). 39.
San Juan (Marqués de). 212.
San Martín (José de). 126, 241, 404,
421,456.
San Nicolás (Fr. Andrés de). 12.
San Ramón (Fr. Luis Galindo de).
188.
Santa Cruz (Andrés). 280, 281.
Santa Cruz y Espejo (Francisco Euge-
nio de). 97.
Santa Cruz (General). 253, 263.
Santamaría de Manrique (Manuela),
34-
Santa Rita Dur5o (Fr. Benito de),
487.
Santa Teresa (Sor Gregoria de). 25.
Santibáñez (José María). 286.
Santillán (Licenciado Hernando de).
138.
Santillana (Marqués de). 15.
Santistéban Osorio (Diego). 306, 307,
323, 324, 325.
Santistéban del Puerto (Conde de).
1 84.
Santo Buono (Príncipe de). 213,
215.
Santos de la Paz (Francisco). 205.
Santos Saldaña (Julián). 184.
Santoyo de Palma (Juan). 187.
Sanz (Fr. Agustín). 199.
Sanz (J. Pablo). 79-
Saravia (Hermógenes). 76.
Sardou (Victoriano). 366.
Sarmiento (Dr.). 176.
Sarmiento y Carvajal (Diego de).
153.
Sarmiento de Acuña (Diego). 307.
Sarmiento (Domingo Faustino). 359,
360 á 363, 452, 460, 467-
Sarmiento de Gamboa (Pedro). 271.
Sastre (Marcos). 480, 488.
Saviñón, 437.
Scot (Walter). 57.
Scribe (E.). 365, 432, 433. 437. 438.
Schmidel (Ulrico). 373.
Schiller. 445.
Schwartz (Adán). 96.
Sedaine (De). 223.
Sedeño (Juan). 165,
Segneri (P.). 229.
Seguín (José María). 255.
Segundo (Juan). 411.
Segura (Manuel Ascensio). 254, 255,
267, 268.
Sel gas (José). 76.
Selva Alegre (Marqués de), D. Juan
Pío Montúfar. 95.
Seminario (P. M. Fr. José). 248.
Sempere y Guarinos (Juan). 223.
Séneca (Lucio Anneo). 299.
Serna Roldan (Miguel Mudarra de laV
21 1.
Serra (Narciso). 254.
Serrano (José Mariano). 279.
Serrano (P. José). 385.
Shakespeare (G.). 255, 258, 289, 435»
441,445-
Shelley. 464-
Sheridan (Mr.). 366.
Sigüenza (Fr. Jerónimo de). 15.
Sillo Itálico. 335.
Silva (Bartolomé de). 216.
Silva (Fr. Tadeo). 35°-
528
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO ll
Simón (Fr. Pedro). 19, 2-i6, 244, 274.
Sixto V (Papa). 80.
Sobrevida (El presbítero). 237.
Sobrino (Francisco). 205, 211, 215.
Sobrino (Juan). 274.
Sobrino y Minayo (Blas). 99.
Socorro Rodríguez (Manuel del). 33.
Solano (P.). 133.
Solano (Fr. Vicente). 248.
Solar (Enrique). 368.
Solar (José Miguel del). 368.
Solís (Antonio de). 193, 212.
Solís (Dionisio). 421, 437.
Solís de Valenzuela (Bruno). 21, 22.
.Solórzano (Alonso de Castillo). 82.
Sommervogel (El P.). 373.
Sonora (Marquesa de la). 97.
Sossa (Dr. Francisco de). 179.
Soto (Hernardo de). 145, 146.
Soto (Pedro de). 169.
Soto Posadas (Sr.). 143.
Sotomayor (Alonso de). 329, 336.
Soulié (Mr.). 366, 460.
Soumet (Alejandro). 251.
South. 3S9.
Spencer (Herberto). 465,
Sprecher de Bernegg (J. A.). 140.
Suárez (argentino). 387.
Suárez (Cristóbal). 175.
Suárez ^^Victor¡ano). 31, 388.
Suárez de Figueroa (Cristóbal). 177,
309, 311-
Sucre (Mariscal). 55, 108, 121, 125.
Sué (Eugenio). 460.
Superunda (conde de). 216, 217.
Tadeo Lozano (Jorge). 31.
Tamayo y Baus (Manuel). 440.
Tansillo (Luis). 178.
Tapia (Lucas de). 188.
Tarazona (Bartolomé). 163.
Tarquino el Soberbio. 355.
Tassara (Gabriel García). 59, 257, 465.
Tasso (Torquato). 58, 183, 292, 293.
Techo (El P. Nicolás del). 388.
Téllez (Fr. Gabriel). 196.
Téllez Girón (J.). 380.
Temístocles. 42.
Teócrito. 62.
Teresa de Jesús (Santa). 24.
Ternaux-Compans. 142, 179.
Terralla y Landa (Esteban de). 216,
218, 219.
Terrazas (Francisco de). 149, 279.
Tesillo (Santiago de). 312.
Ticknor (Jorge). 140, 320.
Tirapegui (Domingo). 339.
Tirteo. 206.
Tobar (D. Miguel del). 38.
Toledo (Francisco de). 272, 379.
Tomás de Aquino (San). 24, 185, 200.
Toribio Alfonso de Mogrobejo (San-
to). 213.
Torre (Fr, Alonso de la). 377.
Torre Escobar (Francisco de la). 15,
21, 280.
Torrejón (Fr. Tomás de). 215.
Torres (Fr. Cristóbal de). 12.
Torres (P.). 384.
Torres Caicedo (José María). 444.
Torres Guerrero (Juan de). 337.
Torres y Villarroel (Diego). 210.
Torres Villa Real (Juan de). 337.
Torrico (Rigoberto). 287.
Tossi (Adelaida). 431.
Tournefort (Mr.). 101.
Tovar (Manuel José). 286.
Tovar Buendía (Agustín). 27.
Trejo y Sanabria (Fr. Fernando de).
384.
Trelles (Manuel Ricardo). 386,
Trigueros (Cándido). 343, 344.
Trissino (Juan Jorge). 293.
Thurriegel (Juan Gaspar). 225, 226.
Trueba (Teiesfoi-o). 76.
Turco (Fr. Tomás). 186.
Turgot (Mr.). 424.
Turia (Ricardo del). 309.
Tyrnau. 389.
üllauri (P. Juan). 92.
Ulloa (Antonio de). 95.
UUoa (Francisco). 31.
Unamuno (Miguel). 473, 474.
Unanue (Hipólito). 237, 248, 397.
Urdaide (Juan de). 188.
Ureña (Duque y Conde de). 380.
Uriarte (Ramón). 412.
Urquijo (D. Mariano Luis de). 234.
Urquiza (El General). 469.
Urquiza (Pedro de). 206.
Ursúa (Pedro). 16, 138, 141.
Yaca de Guzmán (Francisco). 428.
Vaca de la Vega (Diego). 142, 143.
Vadillo (Fr. Bartolomé). 182.
Valbuena (Bernardo). 160.
Valcarce Velasco(El Licenciado). 338.
Valdés (Antonio). 265, 266.
Valdés (José Manuel). 244.
Valdés (José María). 34.
Valdés (Juan). 15.
Valdés (Rodrigo de). 185.
Valdespina (Fr. Cristóbal). 337.
Valderrama (Adolfo). 310, 318.
Valdizan (Manuel Antonio). 163.
ÍNDICE DE PERSONAS DEL TOMO II
529
Valenzuela (Eloyi. 31,
Valenzuela (Fr. Jerónimo). 271.
Valenzuela Faxardo (María). 26.
Valera (Juan). 78, 430, 463.
Valera (Blas), jesuíta. 146, 147.
Valmar (Marqués de). 199.
Valverde(Fr. Fernando). 182, 185, 186.
Valverde Maldonado y Xaraba (Fran-
cisco de). 189.
Valle y Caviedes (Juan del). 191a 198.
Valle(J. I.). 363.
Vaniére (P.). 220, 221.
Varaix (Francisco). 12.
Varas (José Miguel). 351.
Vargas Machuca (Capitán). 21.
Vargas Ponce (José). 307.
Vargas Tejada (Luis). 39, 44, 45. 54,
409.
Várela (Florencio 1. 429, 444, 448, 480,
485,486,488.
Várela (José Pedro). 486.
Várela (Juan Cruz). 408, 415 á 419,
421, 422, 425, 426, 428, 451, 486.
Varez de Castro (Licenciado). 324.
Vázquez (Juan Andrés). 486.
Vázquez de Herrera (Jerónimo). 188.
Vázquez de Molina (Juan). 140.
Vázquez de Solís (Juana). 21.
Vedia (Enrique de). 410, 411, 413.
Vega (Bernardo de la). 252, 380, 381.
Vega (Garcilaso de la). 314.
Vega (El Inca Garcilaso de la). 145
á 149, 266.
Vega (Lope de). 145, 148, 149, 172,
178, 183,309, 321, 381, 383, 439, 454.
Vega (Ventura de la). 430 á 432, 434
á 442, 450. 488.
Vega (Santos). 467.
Velarde (Fernando). 256 á 258.
Velasco (Diego de). 188.
Velasco (Fanor). 371.
Velasco (Jerónimo de). 82, 83.
Velasco (Joaquín). 133.
Velasco (P. Juan de). 89, 92, 94, 387.
Velasco (Luis de). 179.
Velázquez (José). 274.
Vélez (Bernardo). 420.
Vélez (Luis). 177.
Ventemilla (Dolores). 129.
Vera é Isla (V.). 236.
Vera y Pintado (Bernardo). 342, 347
á350-
Vera de la Ventosa (Justo). 229.
Veragua (Duque de). 405.
Verdejo (Luis). 99.
Verdugo (Fr. Pedro). 20.
Vergara y Vergara (José María). 7, 14,
21, 22, 24, 30, 34, 37, 63, 75, 76, 77.
Vernei (Luis Antón de), el Bardandi-
nho. 96.
Vértiz (Juan José de). 390 á 393, 401,
456.
Vicentelo y Toledo (Juan Eustaquio).
199.
Vicuña Mackenna. 457.
Vicuña (Manuel). 368.
Vida (Jerónimo). 170.
Vidaurre (Manuel Lorenzo). 247, 248,
Viescas (P. Ramón). 91.
Villademoros (Carlos G.). 483.
Villagarcía (Marqués de). 213.
Villafuerte (Marqués de). 199.
Villalba (Conde dei. 324.
Villalobos (Mariano;. 10 1.
Villalta (Poeta limeño). 212.
Villamediana (Conde de). 99.
Villar del Tajo (Marqués de). 199.
Villarroel (Fr. Gaspar de). Obispo.
82, 165, 341.
Villarroel y Coruña (Gaspar de). 319.
Villarroel (Licenciado). 271,
Villasandino (Alfonso Álvarez de). 72.
Villegas (Esteban Manuel de). 51.
Villegas (Diego de). 177.
Villegas (Juan de). 188.
Villela (Juan de). 168, 3 19.
Viñals (Francisco). 38.
Virgilio. 25, 33, 38, 51,61, 67, 84, 107,
lio, 129, 188, 292, 293, 298, 317,
335, 409, 418, 419. 435. 436, 450-
Viscarra (Eufrosio). 289.
Voltaire. 44, 148, 223, 227, 233, 280,
303. 308, 350-
Walter (Guillermo). 450.
Wall (Ricardo). 226.
Washington (Jorge). 42, 345, 457-
Wickersham Crawford (J. P.) 3 "•
Wilde (Santiago). 420.
Winterling (C. M.). 307.
Xamares (Nicolás). 83.
Xarque (Francisco). 388.
Xavier de Villalta y Núñez (Francis-
co). 216.
Xenofonte. 305.
Xufré del Águila (Melchor). 308, 331,
332.
Yarpe y Montenegro (Pedro de . 184.
Yauch (José Antonio). 226.
Young (Bartolomé). 34.
Zabala (Bruno Mauricio). 479.^
Zaldumbide (Julio). 129, 130 a 132.
Zalles i^Luis). 289.
530
índice de personas del tomo II
Zambrana ¡Flor¡án\ 2S9.
Zamora (Poeta). 206.
Zamora (F. Alonso de'. 27.
Zamudio (Adela^. 289.
Zapata de Cárdenas Luis).
Zarco del Valle (M.). 145.
Zaragoza ¡Justo). 177.
Zarate (Agustín). 20, 146.
Zarate íLuis de . 176,377.
Zarate Fr. J. de^. 182.
1 1.
Zea Francisco Antonio). 31, 33.
Zegarra (Félix Cipriano;, 199, 206.
Zegarra Pacheco. 265.
Zinny (Antonio). 457.
Zorrilla (José). 60, 256, 257, 259, 453,
458,459-
Zuazo (Licenciado). 18.
Zumárraga Ibarguen (Juan de). 374.
Zúñiga Gonzalo de . 138.
Zúñiga y Avellaneda iDiego de). 140.
ÍNDICE
Págs,
T
Capítulo VIL— Colombia
.... 79"
Capítulo VIII.— Ecuador
135
Capítulo IX.— Perú
269
Capítulo X.— Bohvia
2911
Capítulo XI.— Chile
Capítulo XII. -República Argentina 373;
. . 479
Capítulo XIII.— Uruguay
489
índice del tomo i •
493
índice del tomo 11
497
índice de personas del tomo i
513,
índice de personas del tomo n
De la presente edición de las <<.(3bras
completas» del Excmo. Sr. D, Marcelino
Menéndez y Pelayo, se imprimen
25 ejemplares en papel japonés, y
100 en papel de hilo, con filigrana
propia.
No se venderán por separado los tomos
de ninguna de estas ediciones especiales.
La persona que adquiera el tomo i de
una de ellas se entiende comprometida
para los tomos siguientes, hasta que se
dé por terminada la publicación de to-
das las obras.
NOTA DEL EDITOR
El Sr. Menéndezy Pelayo sólo llegó á corregir las pruebas de este
volumen hasta la página 417 inclusive. Después de su muerte, acae-
cida en ig de Mayo de igi2, se ha terminado la impresión, reprodu-
ciéndose fielmente, desde la página 418 en adelante, el texto de la
primera edición.
lili, !•
lil !i
lili i
iiiiii: iilllllillliiyiiil
iil!
!■ I
! ii,
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