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Full text of "Obras completas"

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University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/obrascompletas03men 


OBRAS  COMPLETAS 

DEL   EXCMO.   SEÑOR 

DON  MARCELINO  MENÉNDEZ  Y  PELAYO 


HISTORIA 


DR    LA 


poesía  HISPANÜ-AMERICANA 


TOMO     II 


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HISTORIA 


DE    LA 


POESÍA  HISPiO-AMERlCAM 


POR    EL    DOCTOK 


DON  MARCELINO  MENÉNDEZ  Y  PELAYO 

Director  de  la  Real  Academia  de  la  Historia 


TOMO     11 


MADRID 

LIBRERÍA  GENERAL  DE  VICTORIANO   SUÁRE2 
Calle   de   Preciados,  48 

1913 


»V^í- 


O-^ 


ES  PROPIEDAD 


Madrid.  Imp.  de  Kortanet.  Libertad,  29.— Teléfono  991. 


CAPITULO    SÉPTIMO 


COLOMBIA 


La  cultura  literaria  en  Santa  Fe  de  Bogotá,  destinada  á  ser  con 
el  tiempo  la  Atenas  de  la  América  del  Sur,  es  tan  antigua  como 
la  conquista  misma  ( I ) .  El  primero  de  sus  escritores  es  precisa- 
mente su  fundador,  el  dulce  y  humano  cuanto  rumboso  y  bizarro 
abogado  cordobés  Gonzalo  Jiménez  de  Quesada,  conquistador  y 
Adelantado  del  que  llamó  Nuevo  Reino  de  Granada.  Como  hombre 
de  letras  que  era  en  sus  principios,  manejó  alternativamente  la 
pluma  y  la  lanza,  y  fruto  de  sus  ocios  fueron  unas  Memorias  ó  com- 
pendio historial  de  sus  conquistas,  que  llamó  Ratos  de  Stiesca;  libro 
que  en  1 568  estaba  para  imprimirse,  según  consta  por  Real  cédula; 
libro  que  existió  hasta  nuestros  días  en  América  y  en  España,  que 
quizá  existe  hoy,  aunque  no  sepamos  á  punto  fijo  su  paradero,  y 

(1)  D.  José  María  Vergara  y  Vergara,  varón  digno  de  buena  memoria,  cris- 
tiano y  simpático  ingenio,  prosista  ameno  é  investigador  diligente,  aunque 
muy  dado  á  la  improvisación  ligera  en  todas  materias,  publicó  en  1867  una 
Historia  de  la  Literatura  en  Nueva  Granada,  desde  la  conquista  hasta  la  inde- 
pendencia (153S-1820),  obrita  digna  de  aprecio  como  primer  ensayo  y  punto 
de  partida  para  investigaciones  ulteriores.  En  sus  páginas  se  encuentran 
abundantes  noticias  de  casi  todos  los  autores  que  florecieron  en  el  Nuevo 
Reino  antes  de  1820;  pero  es  libro  que  ha  de  consultarse  con  cautela,  porque 
abunda  en  errores  de  hecho.  De  todos  modos,  no  habiendo  sido  sustituido 
hasta  ahora  por"  otro  alguno,  á  sus  noticias  tenemos  que  acudir  para  los  pri- 
meros tiempos,  ampliándolas  y  rectificándolas  con  el  fruto  de  nuestra  propia 
indagación.  La  obra  de  Vergara  ha  sido  reimpresa  con  prólogo  y  anotaciones 
de  nuestro  amigo  el  elegante  poeta  colombiano,  D.  Antonio  Gómez  Restrepa 
(Bogotá,  1905). 

Mbk¿sdez  t  V-ELkYO.- Poesía  hispano-aniericana.  II.  i 


8  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

que  parece  haber  servido  de  fondo  á  las  narraciones  de  otros  cro- 
nistas, empezando  por  el  más  antiguo  de  todos,  Juan  de  Castellanos. 
Escribió  también  el  piadoso  Adelantado  unos  sermones  de  las  festi- 
vidades de  Nuestra  Señora,  para  que  se  predicaran  los  sábados  de 
Cuaresma  en  la  misa  que  ordenó  que  se  dijera  por  las  almas  de  los 
conquistadores.  D.  Juan  Bautista  Muñoz  vio  además  unos  Apunta- 
mientos 6  correcciones  suyas  sobre  las  historias  de  Paulo  Jovio;  y 
recientemente  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada,  aventajadísimo  entre 
nuestros  americanistas,  ha  dado  á  conocer  un  Epítome  de  la  Con- 
quista del  Nuevo  Reino,  que  es  de  Ouesada,  á  lo  menos  en  parte,  y 
diverso  de  los  Ratos  de  Suesca.  Una  curiosísima  noticia  de  Juan  de 
Castellanos  en  el  canto  xiii  de  la  4.^  parte  de  sus  Elegías,  reciente- 
mente descubierta  y  dada  á  luz  con  el  título  de  Historia  del  Nuevo 
Reino  de  Granada  (l),  nos  autoriza  también  para  poner  al  Adelan- 
tado en  el  catálogo  de  los  poetas  ó  versificadores,  con  la  circuns- 
tancia de  haber  sido  partidario  de  la  escuela  de  Castillejo  y  de  los 
metros  antiguos  contra  el  endecasílabo  italiano.  Sobre  esto  tenía 
grandes  pendencias  con  Juan  de  Castellanos: 

Y  esta  dificultad  hallaba  siempre 
Jiménez  de  Quesada,  licenciado, 
Que  es  el  Adelantado  deste  Reino, 
De  quien  puedo  decir  no  ser  ayuno 
Del  poético  gusto  y  ejercicio; 

Y  él  porfió  conmigo  muchas  veces 
Ser  los  metros  antiguos  castellanos 
Los  propios  y  adaptados  á  su  lengua, 
Por  ser  hijos  nacidos  de  su  vientre, 

Y  éstos  advenedizos  adoptivos. 
De  diferente  madre  y  extranjera; 
Mas  no  fundó  razón,  porque  sabía 
Haber  versos  latinos,  que  son  varios 
En  la  composición  y  cantidades, 

Y  aunque  con  diferentes  pies  se  mueven, 
Son  legítimos  hijos  de  una  madre, 

Y  en  sus  entrañas  propias  engendrados; 
Como  lo  son  también  en  nuestra  lengua, 
Puesto  que  el  uso  dellos  es  moderno... 

(i)    Tomo  i,  págs.  366-67. 


COLOMBIA  g 

Al  mismo  parecer  se  inclinaba  otro  poeta  improvisador  que  an- 
daba entre  los  conquistadores;  de  quien  da  Castellanos  larga  noticia. 
Llamábase  el  tal  Lorenzo  Martín, 

...  aquel  que  dio  principio 
AI  pueblo  hispano  de  Tamalameque. 


Éste  fué  valentísimo  soldado, 

Y  de  grandes  industrias  en  la  guerra. 

El  cual  bebió  también  en  Hipocrene 

Aquel  sacro  licor  que  manar  hizo 

La  uña  del  alígero  Pegaso 

Con  tan  sonora  y  abundante  vena, 

Que  nunca  yo  vi  cosa  semejante, 

Según  antiguos  modos  de  españoles; 

Porque  composición  italiana, 

Hurtada  de  los  metros  que  se  dicen 

Endecasílabos,  entre  latinos. 

Aun  no  corría  por  aquellas  partes; 

Antes  cuando  leía  los  poemas 

Vestidos  desta  nueva  compostura, 

Dejaban  tan  mal  son  en  sus  oídos, 

Que  juzgaba  ser  prosa  que  tenía 

Al  beneplácito  las  consonancias. 

Con  ser  tan  puntual  esta  medida 

Que  se  requiere  para  mayor  gracia 

Huir  las  colisiones  de  vocales. 

Y  el  Lorenzo  Martín  con  ser  extremo 

En  la  facilidad  al  uso  viejo, 

Al  nuevo  no  le  pudo  dar  alcance. 


Y  ciertamente  que  si  todos  los  endecasílabos  que  pudo  alcanzar 
el  pobre  Lorenzo  Martín  eran  de  la  fuerza  de  estos  y  otros  tales  de 
su  compañero  Castellanos,  no  le  faltaba  razón  para  quejarse  de  que 
dejaban  mal  son  en  sus  oídos ^  y  para  renegar  de  la  nueva  conipos' 
tura  y  volverse  á  sus  «coplas  redondillas  repentinas»,  de  las  cuales 
era  manadero  redundante,  y  con  las  que  alentaba  el  ánimo  y  dis- 
traía el  hambre  de  sus  compañeros  en  los  trances  más  duros  de  la 
conquista.  Castellanos  nos  da  una  muestra  de  estas  improvisaciones 
en  el  canto  xvii: 


I  o  CAPITULO    SÉPTIMO 

Sus,  SUS,  hermanos  míos; 
Trastornemos  y  busquemos 
Algo  así  que  reformemos 
Los  estómagos  vacíos. 
Sacad  de  flaqueza  bríos, 
Aunque  estéis  puestos  de  lodo, 
Si  no  queréis  que  del  todo. 
Nos  quedemos  patifríos. 

Tenemos  las  camisetas 
Flojas,  y  anchos  los  jubones; 
Pretinas  de  los  calzones 
Encogen  las  agujetas. 
Todos  bailamos  sambetas 
Al  son  de  los  estrompiezos, 
Y  tenemos  los  pescuezos 
Más  delgados  que  garcetas. 

Quedan  de  los  cerviguillos 
Solamente  los  hollejos; 
Los  más  mancebos  son  viejos 
En  rostros  y  colodrillos. 
Nuestros  vientres  tan  sencillos, 
Que  ternía  cada  uno 
Por  liviano  desayuno 
Menudo  de  dos  morrillos. 


Los  pasos  que  dais  oblicos, 
Flojos,  remisos  y  tardos. 
Se  volverán  en  gallardos 
En  cebando  los  hocicos. 
En  esto  seréis  más  ricos 
Que  aquel  Herodes  Antipas, 
Y  sosegarán  las  tripas 
Que  nos  hacen  villancicos. 


(O 


Nada  de  esto  es  poesía  ciertamente;  pero  ¡cuánto  agrada  encon- 
trar en  aquel  pequeño  grupo  de  heroicos  españoles  perdidos  en  las 
soledades  de  los  Andes  un  eco  de  las  contiendas  literarias  que  en  la 
Península  traían  los  petrarquistas  enamorados  del  arte  italiano,  con 
¡03  partidarios  de  la  medida  vieja! 


(i)    Tomo  II,  págs.  50-52. 


COLOMBIA  1 1 

Eran  los  primeros  pobladores  del  Nuevo  Reino,  según  expresión 
del  mismo  Castellanos, 

Gente  llana,  fiel,  modesta,  clara, 
Leal,  humilde,  sana  y  obediente. 

A  lo  selecto  de  esta  población,  que  no  había  manchado  su  con- 
quista con  ninguna  de  las  ferocidades  y  excesos  de  sórdida  codicia 
que  anublaron  la  gloria  de  la  del  Perú,  correspondió  desde  el  prin- 
cipio la  paz  inalterable  en  que  vivió  aquella  colonia,  la  moderación 
de  su  gobierno,  la  templanza  de  las  costumbres  y  lo  arraigado  de 
las  tradiciones  domésticas,  más  fáciles  de  conservar  en  una  pobla- 
ción agrícola  y  sedentaria,  aislada  en  la  meseta  de  los  Andes  y  se- 
parada de  la  costa  por  inmensos  desiertos  y  ríos  caudalosísimos, 
que  en  la  muchedumbre  abigarrada  y  levantisca  que  acudía  á  los 
puertos  ó  á  las  grandes  explotaciones  mineras. 

A  tal  estado  de  cosas  acompañó  desde  muy  pronto  el  celo  por  la 
común  instrucción,  y  aunque  es  cierto  que  el  virreinato  de  Santa 
Fe  no  participó  de  los  beneficios  de  la  imprenta  hasta  el  siglo  xviii, 
quedando  en  esto  muy  inferior  á  México  y  Lima,  también  lo  es  que 
tuvo  desde  los  primeros  días  establecimientos  de  enseñanza.  Ya  por 
Real  cédula  de  2^  de  Abril  de  1554  se  mandó  á  la  Chancillería  del 
Nuevo  Reino  proceder  al  establecimiento  de  un  colegio  para  indios. 
Otra  cédula  de  1 8  de  Febrero  de   1555   mandó  crear  otro  colegio 
para  huérfanos  españoles  y  mestizos.  El  Seminario  de  San  Luis,  fun- 
dado por  el  Obispo  D.  Fr.  Luis  Zapata  de  Cárdenas,  obtuvo  orga- 
nización definitiva  en  1592,  en  tiempo  de  su  sucesor  D.  Bartolomé 
Lobo  Guerrero,  y  de  él  se  encargaron  los  jesuítas,  que  le  rigieron 
hasta  su  expulsión  en  1 765,  con  estudios  de  artes,  gramática  y  teo- 
logía y  una  cátedra  de  lengua  muisca.  Los  dominicos,  primeros  re- 
ligiosos que  habían  penetrado  en  el  Nuevo  Reino  con  el  x'\delantado 
Jiménez  de  Quesada,  de  cuyo  nombre  es  inseparable  el  de  Fr.  Do- 
mingo de  las   Casas,  enseñaban  en  su  convento  gramática  desde 
1543,  y  artes  y  teología  desde  1 5 72.  Estos  estudios  fueron  la  base 
de  la  Real  y  Pontificia  Universidad  de  Santo  Tomás,  que  no  llegó  á 
existir  definitivamente  hasta  1627,  después  de  largo  y  reñido  pleito 
ganado  por  los  dominicos  contra  los  jesuítas.  Estos,  no  obstante, 


12  CAPITULO   SÉPTIMO 

continuaron  llamando  á  su  colegio  Universidad  Xaveriana,  y  suce- 
sivamente establecieron  otros  en  Honda,  Pamplona,  Tunja,  Carta- 
gena y  Antioquía,  hasta  el  número  de  13.  Con  ellos,  y  los  que  te- 
nían los  dominicos,  y  el  de  San  Buenaventura  y  otros  que  fundaron 
los  franciscanos,  llegó  á  haber  23  en  todo  el  Nuevo  Reino,  siendo 
de  los  más  importantes  por  su  dotación  el  del  Rosario,  fundado  en 
1653  por  el  Arzobispo  D.  Fr.  Cristóbal  de  Torres  (l). 

De  este  modo,  y  á  pesar  de  la  enorme  dificultad  de  tener  que 
'enviar  á  la  Península  todo  libro  ó  papel  para  imprimirse,  lo  cual  fué 
causa  de  que  muchos  quedasen  inéditos,  pudo  Nueva  Granada  dar 
á  la  bibliografía  española  del  siglo  xvu  un  número  de  escritores 
no  insignificante,  ya  teólogos,  ya  juristas,  ya  arbitristas,  como 
Luis  Brochero,  ya  autores  de  crónicas,  como  Rodríguez  Fresle  y  el 
agustino  Fr.  Andrés  de  San  Nicolás,  ya  verdaderos  historiado- 
res, como  el  Obispo  Piedrahita,  cuya  obra,  aunque  impresa  en  los 
peores  días  del  siglo  xvii  (1688),  no  se  resiente  mucho  en  el  estilo 
de  la  corrupción  literaria  de  aquel  tiempo  (2),  ya  gramáticos  de 
lenguas  indígenas,  como  el  dominico  Fr.  Bernardo  de  Lugo,  y  los 
jesuítas  José  Dadey  y  Francisco  Varaix,  alguno  de  los  cuales  llegó 
á  versificar  en  el  idioma  de  los  chibchas  ó  de  los  muiscas. 

Los  monumentos  de  la  poesía  castellana  en  el  virreinato  de  Nue- 
va Granada  son  escasísimos,  y  el  más  importante,  sin  comparación, 
entre  todos  ellos,  es  el  más  antiguo,  que  aquí,  por  ser  nacido  en 
España  su  autor,  sólo  puede  entrar  como  de  soslayo.  Fácilmente  se 
entenderá  que  me  refiero  al  beneficiado  de  Tunja,  Juan  de  Castella- 


(i)  En  el  libro  de  D.  Vicente  G.  Quesada,  La  vida  intelectual  en  la  America 
Española  durante  los  siglos  XVI,  XVII  y  XVIII  (Revista  de  la  Universidad  de 
Buenos  Aires,  t.  xi),  pueden  verse  noticias  más  detalladas  sobre  la  Universi- 
dad de  Bogotá  (p'igs.  89-98)  tomadas  principalmente  de  la  Historia  de  la 
provincia  de  San  Afitotiio  del  Nuevo  Reino  de  Granada,  del  orden  de  predicado- 
res. Por  el  P.  M.  Fr,  Alonso  de  Zamora,  su  cronista,  hijo  del  convento  de  Nues- 
tra Señora  del  Rosario  de  la  ciudad  de  Sania  Fe,  su  patria.  Barcelona,  Joseph 
Llopis,  1 70 1,  folio. 

(2)  Historia  General  de  las  Conquistas  del  Nuevo  Reino  de  Granada.  Edi- 
ción hecha  sobre  la  de  Amberes  de  1688.  Bogotá,  Imp.  de  Medardo  Riv.is,  1881. 
Con  un  excelente  prólogo  de  D.  Miguel  A.  Caro. 


COLOMBIA  ^3 

nos,  infatigable  rapsoda,  que  en  más  de  1 50.000  endecasílabos,  unos 
rimados  y  otros  sueltos,  nos  dejó  escritas  todas  las  entradas  y  con- 
quistas de  los  españoles  en  las  Antillas,  en  Costa  Firme,  en  Nueva 
Granada  y  en  la  gobernación  de  Popayán,  con  los  nombres,  proezas 
V  casos  trágicos  de  todos  los  descubridores,  capitanes  y  aventureros. 
Es  el  poema  más  largo  que  existe  en  lengua  castellana  (aun  incluido 
el  Templo  Militante  y  Flos  Sanctorum,  de  Cairasco),  y  quizá  la  obra 
de  más  monstruosas  proporciones  que  en  su  género  posee  cualquier 
literatura.  Sólo  alguna  crónica  rimada,  francesa  ó  alemana,  de  los 
tiempos  medios,  puede  irle  á  los  alcances  en  esto  de  la  extensión, 
con  la  diferencia  de  ser  ellas,  por  lo  común,  mera  compilación  de 
textos  anteriores  en  prosa  ó  en  verso,  al  paso  que  la  obra  de  Cas- 
tellanos es  de  todo  punto  original,  y  en  parte  se  refiere  á  hechos 
que  el  mismo  autor  presenció  ó  que  oyó  contar  á  testigos  fide- 

dignos. 

La  patria  de  este  versificador  irrestañable,  á  quien  no  pueden 
negarse  algunas  dotes  de  poeta,  consta  en  el  canto  segundo  de  su 
elegía  vi,  y  se  ha  confirmado  por  el  hallazgo  de  su  partida  de  bau- 

tismo: 

Y  un  hombre  de  Alanis,  natural  mío... 

Nació,  pues,   en    1522,   en   Alanis,  pueblo   del  Arzobispado  de 
Sevilla,  quedando  así  deshecha  la  absurda  opinión  que  le  suponía 
nacido  en  Tunja,  ciudad  que  no  se  fundó  hasta  1539-  Su  vida  esca- 
samente puede  rastrearse  por  las  indicaciones  que  acá  y  allá  dejó 
esparcidas  en  sus  Elegías,  aunque,  ya  por  modestia,  ya  por  otras 
causas,   gusta  de  hablar  de  los  otros  mucho  más  que  de  sí  propio. 
Lo  averiguado  es  que  pasó  en  edad  temprana  á  Indias,  que  anduvo 
peregrinando  por  diversas  partes  de  Costa  Firme,  que  demoró  largo 
tiempo  en  las  pesquerías  de  perlas  (y  esclavos)  de  Cubagua  y  el 
golfo  de  Paria,  que  luego  encontró  una  especie  de  Capua  ó  paraíso 
de  deleites  en  la  isla  Margarita,  servido  por  mestizas  mozas  dili- 
gentes. 

Instruidas  de  mano  castellana, 
Lascivos  ojos,  levantadas  frentes. 
De  condición  benévola  y  humana; 


14  CAPITULO   SÉPTIMO 

y  que  después  de  haber  gastado  por  allí  su  primavera,  extinguida 
ya  la  granjeria  de  las  perlas,  y  cansado  de  la  guerra  cruel,  feroz  j> 
airada,  determinó  enmendar  su  turbia  y  azarosa  vida,  haciendo 
corno  los  malhechores  que  suelen  recogerse  á  sagrado,  y  en  1559  can- 
tó misa  en  Cartagena  de  Indias.  De  allí  pasó  en  1 561  de  beneficiado 
á  Tunja,  donde  con  medianía  de  sustento  vivió  el  resto  de  sus  días, 
los  cuales  fueron  larguísimos,  puesto  que  en  1606,  á  los  ochenta  y 
cuatro  años  de  edad,  pudo  otorgar  testamento  ológrafo,  que  es 
de  la  mayor  curiosidad,  sobre  todo  por  el  in\-entario  de  sus  bienes, 
en  que,  al  lado  de  un  Agnus  Dei  y  un  crucifijo,  aparecen  una  es- 
pada corta  de  camino  y  una  rodela  blanca  de  madera  de  higuerón, 
curiosa  mezcla  de  los  hábitos  del  viejo  conquistador  y  del  sacer- 
dote (i). 

(i)  Las  Elegías  de  varones  ilustres  de  Indias  aparecieron  en  la  Biblioteca 
de  Rivadeneyra  limpias  y  escuetas  de  toda  noticia  acerca  de  su  autor;  perq 
después  se  ha  trabajado  mucho  para  restaurar  su  biografía.  Citaremos  los 
principales  trabajos: 

Acosta  (Coronel  D.  José  Joaquín):  artículo  en  el  tercer  número  de  la  A7ito- 
logia  española,  Madrid,  1848. 

Vergara:  Literatura  en  Ahueva  Granada,  cap.  11.  Leyó  en  las  Elegías  la  ver- 
dadera patria  de  Castellanos;  pero  en  su  conato  biográfico  comete  gran  nú- 
mero de  errores. 

Fernández  Espino:  Ctirso  Histórico- Critico  de  Literatura  española.  Sevilla, 
1 87 1,  t.  I,  pág,  496.  Descubrió  y  publicó  la  partida  de  bautismo  de  su  paisano 
Castellanos. 

Caro  (D.  M.  Antonio):  tres  artículos  en  el  Repertorio  Colombiano,  1879  y 
1880.  Descubrió  y  extractó  el  testamento  que  se  conserva  en  Tunja. 

Paz  y  Melia  (D.  A.):  primer  editor  de  la  cuarta  parte  de  las  Elegías.  En  su 
Introducción  resume  hábilmente  cuanto  se  sabe  ó  conjetura  sobre  Caste- 
llanos. 

Jiménez  de  la  Espada  (D.  M.):  Juan  de  Castellanos  y  su  Historia  del  Nuevo 
Reino  de  Granada,  Madrid,  1889.  (Extracto  de  la  Revista  Contemporánea.) 
Trabajo  de  ingeniosa  crítica  y  peregrina  erudición,  en  que  se  amengua  mu- 
cho el  valor  del  testimonio  histórico  de  Castellanos,  aun  en  lo  relativo  á  su 
persona. 

He  aquí  el  título  de  la  rarísima  edición  de  la  primera  parte: 

Primera  parte  de  las  Elegías  de  Varones  Ilustres  de  Indias,  compuestas  por 
Juan  de  Castellanos,  Clérigo  Beneficiado  de  Tunja  en  el  Nuevo  Reino  de  Gr alta- 
da. En  Madrid,  en  casa  de  la  viuda  de  Alonso  Gómez,  impresor  de  S.  M.  Año 


COLOMBIA  I¿ 

Mucho  debía  dar  de  sí  el  ocio  de  Tunja,  y  extraordinaria  era, 
sin  duda,  la  facilidad  de  Castellanos  para  versificar,  cuando,  además 
de  su  enorme  poema,  mandó  á  España  para  imprimir  «un  libro,  en 
octavas  rimas,  de  la  vida,  muerte  y  milagros  de  San  Diego  de  Alca- 
lá», para  cuya  estampación  dejó  lOO  pesos  de  veinte  quilates,  de 
que  probablemente  darían  mala  cuenta  sus  albaceas,  puesto  que  el 
libro  por  ninguna  parte  aparece.  Aun  de  sus  Elegías  sólo  llegó  á 
ver  impresa  la  primera  parte  en  1 580,  habiéndose  salvado  las  otras 
tres  como  de  milagro.  Todavía  hov  no  están  reunidas  las  cuatro 
bajo  un  mismo  techo.  De  todos  modos,  la  caprichosa  fortuna  ha 
dado  al  buen  cura  de  Tunja,  corriendo  los  tiempos,  el  honor,  no 
enteramente  proporcionado  á  sus  méritos,  de  ocupar  nada  menos 
que  un  tomo  íntegro  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles^  donde 
no  pudieron  meter  la  cabeza  ni  D.  Alonso  el  Sabio,  ni  el  Marqués 
de  Santillana,  ni  Juan  de  Mena,  ni  Boscán,  ni  Juan  de  \^aldés,  ni 
Fr.  Jerónimo  de  Sigüenza,  ni  el  bachiller  Francisco  de  la  Torre,  ni 
otros  innumerables  proceres  y  maestros  de  la  poesía  y  de  la  prosa, 
que  en  ninguna  colección  clásica  podían  ni  debían  faltar.  Es  de  pre- 
sumir que  las  diez  ó  doce  mil  octavas  de  Castellanos  no  hayan  te- 
nido muchos  lectores  de  buena  voluntad  que  les  hinquen  el  diente 
y  prosigan  hasta  el  fin,  aun  engolosinados  con  la  extrañeza  de  las 
cosas  que  cuenta;  pero  no  hay  duda  que  por  este  azar  de  la  suerte, 
más  feliz  para  Castellanos  que  para  los  suscriptores  de  la  Biblioteca 
de  Rivadeneyra,  las  Elegías  de  Varones  Ilustres  son  libro  muy  co- 
nocido, si  no  de  trato,  á  lo  menos  de  nombre  y  vista,  aun  por  los 
menos  versados  en  las  cosas  de  Indias. 


158Q,  4.°,  202  págs.  Tiene  una  especie  de  retrato  del  autor,  grabado  con  la 
tosquedad  más  horrible. 

Las  partes  2.^  y  3.^  de  las  Elegías  se  imprimieron  (juntamente  con  la  i.^) 
en  el  t.  iv  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles,  por  copias  sacadas  de  la  co- 
lección Muñoz. 

La  4.^  y  última  parte,  descubierta  en  estos  últimos  años,  ha  sido  dada  á  luz 
con  mucho  esmero  y  con  un  índice  muy  útil  de  todos  los  nombres  propios 
mencionados  en  la  obra  entera  de  Castellanos,  por  D.  Antonio  Paz  y  Melia: 
Historia  del  Nuevo  Reino  de  Granada,  Madrid,  1SS7.  Forma  dos  volúmenes  de 
la  Colección  de  Escritores  Castellanos. 


1 6  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

La  gran  desdicha  de  este  libro  es  estar  en  verso.  Y  no  porque, 
mirado  á  trozos,  no  los  tenga  felices,  y  episodios  y  descripciones 
variados  y  deleitables,  y  no  pocas  octavas  bien  hechas,  que  pue- 
den entresacarse  y  lucir  solas;  sino  por  la  exorbitante  cantidad  de 
ellas,  por  las  innumerables  que  hay  desmañadas,  rastreras  y  pro- 
saicas, por  la  dureza  inarmónica  que  comunican  al  metro  tantos 
nombres  bárbaros  y  exóticos,  y  por  la  obscuridad  que  muchas  ve- 
ces resulta  del  empeño  desacordado  en  que  el  autor  se  puso  de 
versificarlo  todo,  hasta  las  fechas,  valiéndose  para  ello  de  los  rodeos 
más  extravagantes.  Y  lo  más  doloroso  es  que  Castellanos  había  em- 
pezado por  escribir  su  Crónica  en  prosa,  que  hubiera  sido  tan  fácil 
y  agradable  como  lo  es  la  de  sus  proemios,  y  luego,  mal  aconsejado 
por  amigos  que  habían  leído  la  Araucana,  y  le  creían  capaz  de 
competir  con  Ercilla,  gastó  nada  menos  que  diez  años  en  la  es- 
téril tarea  de  reducir  la  prosa  á  verso,  (¡.ingiriendo  á  sus  tiempos 
muchas  digresiones  poéticas  y  comparaciones  y  otros  colores  poéticos 
con  todo  el  buen  orden  que  se  requiere-».  Pésimo  consejo,  en  verdad, 
y  malhadada  condescendencia  la  suya,  puesto  que  así,  en  vez  de  un 
montón  de  versos  casi  ilegibles  de  seguida,  hubiéramos  tenido  una 
de  las  mejores  y  más  caudalosas  crónicas  de  la  conquista. 

Llamó  á  su  poema  Elegías  de  Varones  Ilustres  de  Indias,  título 
que  nada  tiene  de  impropio  en  el  sentido  en  que  él  lo  aplica,  aten- 
diendo á  los  casos  desastrados  y  trágicas  muertes  de  la  mayor  parte 
de  los  conquistadores,  á  cada  uno  de  los  cuales  suele  dedicar  un 
epitafio  en  latín  y  castellano;  porque  también  versificaba,  y  no  mal, 
en  la  lengua  clásica.  Dividió  su  obra,  como  dicho  queda,  en  cua- 
tro partes.  Comprende  la  primera  las  navegaciones  de  Colón  y  con- 
quista de  la  isla  Española,  las  de  Cuba,  Puerto  Rico,  Trinidad,  Paria, 
Margarita  y  Cubagua,  con  las  primeras  entradas  por  el  Orinoco,  y 
Jos  románticos  sucesos  de  Pedro  de  Ursúa  y  el  tirano  Lope  de  Agui- 
rre.  La  segunda  parte  abraza  los  sucesos  de  \'enezuela  y  Santa 
Marta;  la  tercera  la  historia  de  Cartagena,  Popayán  y  Antioquía;  la 
cuarta  los  sucesos  de  Tunja,  Santa  Fe  y  otras  partes  del  Nuevo 
Reino  de  Granada. 

Dos  juicios  distintos  pueden  recaer  sobre  el  conjunto  de  la  obra 
de  Castellanos.  Considerada  como  testimonio  histórico,  su  valor  es 


COLOMBIA  17 

evidente,  aunque  no  pueda  admitirse  sin  algunas  restricciones.  Cas- 
tellanos cuenta  en  gran  parte  lo  que  vio  y  lo  que  oyó  á  los  con- 
quistadores, y  cuida  siempre  de  mencionar  los  nombres  de  los  que 
le  informaron;  disfrutó  también  algunas  relaciones  manuscritas, 
entre  ellas  el  Compendio  historial  de  Gonzalo  Jiménez  de  Ouesada. 
Pero  Castellanos  escribió  sus  Elegías  en  edad  avanzadísima,  cuando 
ñaquea  la  memoria  más  firme  y  privilegiada;  y  aunque  la  suya  fuese 
de  las  más  monstruosas,  como  lo  prueba  el  inmenso  número  de  su- 
cesos y  de  personajes,  muchos  de  ellos  obscuros,  de  que  hace  men- 
ción en  su  libro,  no  pudo  menos  de  equivocarse  muchas  veces,  ya 
en  el  orden  de  los  acontecimientos,  ya  en  su  fecha  exacta.  De  esto 
hay  continuos  ejemplos  que  le  hacen  guía  poco  seguro  en  cuanto  á 
la  cronología,  como  ya  apuntó  el  coronel  Acosta  y  ha  demostrado 
en  gran  número  de  casos  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada.  Y  aun  esto 
por  lo  tocante  á  las  cosas  de  su  tiempo;  que  en  otras  más  remotas, 
como  los  viajes  de  Colón,  escribió  por  tradición  vaga,  consignando 
algunas  patrañas  que  andaban  en  boca  de  marineros  y  soldados, 
por  lo  cual  su  autoridad  no  puede  ni  debe  ser  invocada  sin  la  pru- 
dente cautela  que  él  mismo  insinúa  en  aquellos  dos  tan  conocidos 
versos: 

Y  si,  lector,  dijercles  ser  comento, 
Como  me  lo  contaron  te  lo  cuento. 

Por  lo  que  toca  al  valor  literario  de  las  Elegías,  hay  juicios  muy 
encontrados.  Mientras  unos  las  desdeñan  como  libro  útil  sólo  para 
el  estudio  de  los  americanistas,  pero  del  cual  debe  huir  toda  perso- 
na de  gusto,  otros  hacen  de  ellas  tales  encarecimientos,  que  obliga- 
rían á  tenerlas  por  joya  de  nuestro  Parnaso.  El  prologuista  anónimo 
de  la  BibHoteca  de  Rivadeneyra,  de  quien  es  de  presumir  que  las 
recorrió  muy  por  encima,  puesto  que  ni  siquiera  acertó  á  leer  en 
ellas  la  patria  del  autor,  pondera  en  términos  un  tanto  hiperbólicos 
«la  facundia  inagotable  de  Castellanos,  la  increíble  facilidad  de  su 
versificación,  la  cual,  generalmente  correcta  y  fluida,  aunque  á  ve- 
ces demasiado  trivial  y  desaliñada,  no  se  detiene  en  los  obstáculos 
que  le  ofrecían  la  exactitud  numérica  de  las  fechas,  ni  los  extraordi- 
narios nombres  de  los  indios  y  de  las  regiones  que  habitaban.»  «Las 


1 8  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

escenas  terribles  y  las  graciosas — añade — ;  las  batallas  más  sangrien- 
tas y  las  caminatas  más  difíciles;  fiestas  lucidas,  cultos  solemnes, 
paisajes  floridos  y  voluptuosos,  espectáculos  naturales  llenos  de  ho- 
rrorosa grandiosidad,  todo  se  presta  con  igual  holgura  y  ligereza 
al  ritmo  de  este  grande  y  fecundo  versificador;  para  todo  encuentra 
en  su  imaginación  fértil  y  Aariada  ritmos  sonoros,  cortes  de  verso 
naturales,  consonantes  propios  y  escogidos,  y  frases,  si  no  eminen- 
temente poéticas,  á  lo  menos  elegantes,  bien  construidas  y  muy  ra- 
ras veces  torcidas  de  su  prosodia  para  formar  la  cadencia  legítima  y 
llenar  el  número  requerido.» 

Menos  entusiasta  el  coronel  Acosta,  afirma,  sin  embargo,  que  «en 
las  descripciones  de  comarcas,  en  las  de  refriegas  y  encuentros  con 
los  indígenas,  y  particularmente  en  la  pintura  de  las  impresiones 
que  causaban  á  aquellos  animosos  y  duros  conquistadores  lo  pere- 
grino de  la  tierra  y  de  las  gentes  que  tenían  que  domeñar,  y  lo 
inaudito  de  sus  propias  andanzas  }■  aventuras,  no  conocemos  cro- 
nista que  le  aventaje». 

V^ergara,  que  era  la  indulgencia  personificada,  llega  á  llamar  á 
Castellanos  «gran  poeta»,  y  hasta  darle  la  palma  sobre  Ercilla,  lo 
cual  francamente  nos  parece  una  herejía  literaria.  Pero  apartada 
toda  comparación  con  la  Araucana,  que  á  pesar  de  sus  defectos 
está  á  cien  codos  sobre  todos  los  poemas  de  asunto  americano,  no 
hay  duda  que  Castellanos  supera  á  los  restantes,  y  que  sin  grave 
injuria  no  se  le  puede  comparar  con  los  autores  de  El  peregrino  in- 
diano, 6  de  la  Argentina,  ó  del  Pitrén  indómito.  Su  obra,  más  mons- 
truosa que  ninguna  en  cuanto  al  plan,  no  es  realmente  un  poema, 
ni  siquiera  una  crónica,  sino  un  bosque  de  crónicas  rimadas,  en  que 
pueden  distinguirse  tantos  poemas  como  personajes;  pero  el  que 
tenga  tiempo  y  valor  para  internarse  en  esta  selva,  no  dará  por 
perdida  la  fatiga,  cuando  tropiece  con  episodios  como  el  del  naufra- 
gio del  licenciado  Zuazo,  ó  la  tremenda  historia  de  Lope  de  Agui- 
rre,  ó  la  amena  descripción  de  la  isla  Margarita.  Hay  que  distinguir 
también  entre  las  diversas  partes  de  la  obra:  la  primera  es  poética- 
mente muy  superior  á  las  demás.  Es  evidente  que  conforme  avan- 
zaba la  edad  de  Castellanos,  decrecían  sus  fuerzas  poéticas,  y  el 
cronista,  árido  y  monótono,  se  iba  sobreponiendo  al  abundantí- 


COLOMBIA  ig 

simo  versificador.  La  parte  compuesta  en  octavas  es  agradable  á 
vedes;  pero  los  versos  sueltos,  que  ya  abundan  mucho  en  la  tercera 
parte  y  dominan  en  la  cuarta,  son  de  todo  punto  intolerables.  Juan 
de  Castellanos  no  tenía  idea  del  arte  peculiar  de  construirlos,  y  no 
es  maravilla  cuando  en  España  y  aun  en  Italia  casi  todo  el  mundo 
lo  ignoraba.  Los  escogió  sencillamente  porque  le  parecieron  más 
fáciles,  y  resultaron  tales  que,  sin  ningún  esfuerzo,  pudieron  redu- 
cirlos á  prosa  los  cronistas  Fr.  Pedro  Simón  y  D.  Lucas  de  Piedra- 
hita,  que  nos  dieron  á  leer  esta  parte  de  la  obra  de  Castellanos  en 
forma  mucho  más  aceptable.  Participó,  pues,  en  cierta  manera  el 
buen  clérigo  de  Tunja,  no  por  su  genio,  sino  por  su  veracidad,  del 
privilegio  de  los  genuinos  poetas  épicos,  rapsodas  primitivos  y  au- 
tores de  cantares  de  gesta,  cuyas  narraciones  han  venido  con  el 
tiempo  á  ser  material  de  historia  y  á  transcribirse  casi  á  la  letra  en 
compilaciones  del  género  de  nuestra  Estoria  d Espanna. 

Pero  dejados  aparte  los  versos  sueltos,  y  también  todo  aquello 
que  en  las  octavas  es  pura  prosa  (y  será  en  buena  cuenta  más  de  la 
mitad  de  tan  tremendo  libróte),  todavía  un  espíritu  curioso,  y  no 
excesivamente  rígido,  puede  encontrar  cierto  placer  en  leer  á  sal- 
tos las  Elegías  de  Varones  Ilustres  de  ludias^  aun  prescindiendo  del 
grande  interés  histórico,  y  á  veces  novelesco,  de  su  contenido.  En- 
contrará en  Castellanos,  no  sólo  viveza  de  fantasía  pintoresca,  que 
es,  sin  duda,  la  cualidad  que  en  él  más  resplandece,  sino  arte  pro- 
gresivo en  ciertas  narraciones;  mucha  franqueza  realista  en  la  eje- 
cución, cuando  este  realismo  no  degenera  en  chocarrería  trivial  y 
soldadesca,  más  propia  de  un  mariscador  de  la  playa  de  Huelva  que 
de  un  clérigo  anciano  y  constituido  en  dignidad;  sabrosa  llaneza  y 
castizo  donaire,  cierto  decir  candoroso  y  verídico,  que  nos  hacen 
simpatizar  con  el  poeta,  que  era  un  espíritu  vulgar  sin  duda,  de  con- 
ciencia un  tanto  laxa  y  acomodaticia  con  las  tropelías  y  desmanes 
de  los  conquistadores,  pero  muy  despierto  y  muy  aleccionado  por 
la  vida;  curioso  de  muchas  cosas,  sin  excluir  la  historia  natural  ni  las 
costumbres  de  los  indios;  menos  crédulo  y  más  socarrón  de  lo  que  á 
primera  vista  parece;  dado  á  cuentos  y  chismes  de  ranchería  más  de 
lo  que  á  la  gravedad  de  la  historia  conviene,  pero  por  eso  mismo 
más  interesante  y  divertido  para  nosotros ;  viejo  gárrulo  y  prolijo, 


20  CAPITULO    SÉPTIMO 

cuva  charla  unas  veces  entretiene  y  otras  avuda  á  conciliar  el  sueño. 
Como  versificador,  no  se  para  en  barras  y  rompe  por  donde  puede, 
pero  su  facilidad  es  realmente  asombrosa.  Y  si  se  repara  que  salió  de 
España  cuando  todavía  estaba  muy  lejos  de  haber  triunfado  la  grande 
escuela  del  siglo  xvi,  no  se  alcanza  bien  cómo  en  las  selvas  de  Amé- 
rica llegó  á  adquirir  el  dominio  de  la  octa\-a  toscana,  que  á  veces 
construye  como  maestro,  con  notable  desenvoltura  y  gentileza.  El 
caso  de  D.  Alonso  de  Ercilla,  hombre  culto  y  nutrido  con  el  estudio 
de  los  poetas  italianos,  especialmente  del  Ariosto,  es  muy  diverso. 
Castellanos  era  un  aventurero  de  ínfima  condición;  hubo  de  pasar  á 
Indias  de  doce  ó  catorce  años,  sin  haber  cursado  en  escuela  alguna, 
que  sepamos;  lo  que  aprendió  debió  de  aprenderlo  solo,  y  esto  no 
únicamente  de  poesía  y  de  humanidades,  sino  de  náutica  y  cosmo- 
grafía. Y,  sin  embargo,  pudo  decir  de  él  un  historiador  tan  sesudo  y 
respetable  como  Agustín  de  Zarate,  en  la  censura  que  por  comisión 
del  Consejo  de  Indias  hizo  de  las  Elegías,  que  «cuando  trata  de  mate- 
ria de  astrología,  en  las  alturas  de  la  línea  y  puntos  del  Norte  y  sol 
y  estrellas,  se  muestra  ejercitado  astrólogo,  y  en  las  medidas  de  la 
tierra  muy  cursado  cosmógrafo  y  geógrafo,  y  cursado  marinero  en 
lo  que  toca  á  la  navegación...,  finalmente,  que  ninguna  cosa  de  la 
Matemática  le  falta».  Y  si  á  esto  se  añade  que  escribió  de  primera 
intención   la   historia  de  una   parte   muy  considerable  del  Nuevo 
Mundo,  la  cual  sólo  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  había  tocado  en 
la   parte   entonces   inédita   de   su    obra,  que   Castellanos  no  pudo 
conocer,  no  habrá  razón  para  regatearle  los  servicios  que  realmente 
prestó  como   primero,   y  aun  puede   decirse   como  único  cronista 
antiguo  del  Nuevo  Reino ,  puesto  que  Piedrahita  y  él  son  en  rigor 
una  misma  cosa.  Bien  considerado  todo,  hay  que  respetar  á  Caste- 
llanos con  la  carga  de  sus  ciento  cincuenta  mil  versos,  y  reconocer 
que,  como  él  decía^  «no  comió  de  balde  el  pan»  de  su  beneficio  de 
Tunja. 

Al  frente  de  las  diversas  partes  de  las  Elegías,  se  encuentran  ver- 
sos laudatorios  de  otros  ingenios  de  la  colonia;  epigramas  latinos 
nada  despreciables  de  los  dominicos  Fr.  Alberto  Pedrero  y  Fr.  Pe- 
dro Verdugo,  del  tesorero  eclesiástico  de  Santa  Fe,  Miguel  de  Es- 
pejo, del  Arcediano  Francisco  Mexía  de  Porras,  de  Pedro  Díaz  Ba- 


COLOMBIA  2 1 

rroso  y  ]\Iiguel  de  Cea;  sonetos  castellanos  del  licenciado  Cristóbal 
de  León,  vecino  de  Santa  Fe,  de  Sebastián  García,  natural  de  Tun- 
ja  en  el  Nuevo  Reino,  de  D.  Gaspar  de  \'illarroel  y  Coruña,  de  Fran- 
cisco Soler  y  Diego  de  Buitrago,  vecinos  también  de  Tunja,  pueblo 
entonces  tan  importante  como  venido  hoy  á  menos,  y  donde  pare- 
ce haberse  formado  en  torno  de  Castellanos  un  pequeño  grupo  poé- 
tico. Otros  ingenios  le  elogiaron  también,  pero  los  omitimos  porque 
no  consta  que  fuesen  americanos  ni  moradores  en  América.  Si  á 
estos  versos,  que  no  son  ni  peores  ni  mejores  que  los  que  suelen 
encontrarse  en  principios  de  libros,  se  añaden  los  elogios  que  Cas- 
tellanos hace  de  varios  poetas  amigos  suyos  en  el  contexto  de  sus 
Elegías,  tendremos  reunido  todo  lo  que  hasta  ahora  se  sabe  del  pri- 
mer siglo  de  la  poesía  neo-granad'ma,  que,  tratándose  de  estos  tiem- 
pos, no  nos  parece  bien  llamar  colombiana  (l). 

El  siglo  XVII  fué  en  aquella  colonia,  no  sólo  de  mal  gusto,  sino  de 
grande  esterilidad  poética.  Sólo  pueden  citarse  algunos  versificado- 
res gongorinos,  pero  aun  éstos  fueron  poco  fecundos,  ó  han  deja- 
do corto  número  de  poesías  impresas  (2).  Dejando,  pues,  á  la  pia- 
dosa diligencia  de  los  eruditos  bogotanos  el  apurar  el  catálogo  de 

(i)  Al  principio  de  la  Milicia  y  Descripción  de  las  Indias,  del  capitán  Var- 
gas Machuca  (Madrid,  1599),  hay  versos  de  dos  poetas  neo-granadinos:  una 
Episiola  persíiasoria  del  capitán  Alonso  de  Carvajal,  natural  de  la  ciudad  de 
Tunja,  en  el  Nuevo  Reino  de  Granada,  al  sabio  y  prudente  lector  (en  verso 
suelto},  y  un  Soneto  del  licenciado  Francisco  de  la  Torre  Escobar,  natural 
de  Santa  Fe,  del  Nuevo  Reino  de  Granada. 

(2)  Véase,  además  del  libro  de  Vergara,  el  notable  prólogo  de  D.  José 
Rivas  Groot  al  Parnaso  Colombiano  de  D.  Julio  Añez.  Bogotá,  18S6, 
2  tomos. 

Citaremos  dos  papeles  rarísimos  que  se  describen  en  el  cuarto  tomo  del 
Ensayo,  de  Gallardo: 

— «Fúnebre  panegírico  en  la  muerte  de  Pedro  Fernández  de  Valenzuela,  y  en  la 
dulce  memoria  de  su  amable  consorte  Doña  Jtiana  Vázquez  de  Solís,  vecinos  de  la 
muy  noble  y  muy  leal  ciudad  de  Santa  Fe  de  Bogotá,  en  el  Nuevo  Reino  de  Gra- 
nada, Ijidias  Occidentales.  Escriviolo  su  hijo  el  P.  D.  Bruno  Solts  y  Valenzuela, 
Afonje  de  la  Real  Cartuja  de  Sania  Aía?-ia  del  Paular.  Embiolo  al  Bachiller 
D.  Pedro  de  Solis  y  Valenzuela,  Presbiiero  su  hermano,  y  también  a  sus  amantí- 
si?nas  hermanas  Feliciana  de  San  Gregorio  y  Marta  Manuela  de  la  Cruz,  Monja 
de  Santa  Clara,  y  á  sor  Clara  de  San  Bruno,  Mofija  de  Santa  Inés.»  (4.",  12  pá- 


22  CAPITULO    SÉPTIMO 

aquellos,  cuyas  obras  se  han  perdido,  ó  de  quienes  sólo  se  conserva 
algún  soneto  laudatorio  ó  alguna  otra  composición  de  circunstan- 
cias, hablaremos  solamente  de  Hernando  Domínguez  Camargo,  que 
probablemente  no  fué  el  peor,  y  que  por  lo  menos  tuvo  la  suerte  de 
dejarnos  bastantes  muestras  de  su  ingenio.  Su  Poema  Heroico  de 
San  Ignacio  de  Loyola  (l)  es,  sin  duda,  uno  de  los  más  tenebrosos 
abortos  del  gongorismo,  sin  ningún  rasgo  de  ingenio  que  haga 
tolerables  sus  aberraciones.  Pero  en  el  Ramillete  de  varias  iiores 

ginas.  Sin  lugar  de  impresión:  la  dedicatoria  está  fechada  en  Jerez  de  la 
Frontera,  á  lo  de  Marzo  de  1682.) 

— «  Víctor  y  festivo  parabUn  y  aplauso  gratulatorio  a  la  Emperatriz  de  los 
fieloSy  Reina  de  los  Angeles^  liíarza  Sa>itzssima  Señora  Nuestra,  en  ia  victoria  de 
su  purissima  Coíicepdo'n,  co?2scguida  en  Roma  á  ocho  de  Diciembre  de  1661.  Y  d 
Nuestro  SS.  P.  Alejandro  VII,  Pontífice  Máximo,  y  a  mies  tro  muy  Catholico 
Rey  Felipe  IV  el  Gratide,  Monarca  de  ambas  Españas,  y  Emperador  del  Nuevo 
Alundo,  y  a  los  demás  que  concurrieron  eji  esta  felicissima  vitoria.  En  ciento  y 
ocho  redondillas  españolas,  glosando  este  antiguo  verso:  <iSin  pecado  original t>. 
Escriviolas  un  sacerdote,  natural  de  la  muy  Noble  y  Leal  Ciudad  de  Santa  Fe 
de  Bogotá,  cuyo  nombre  va  en  las  mismas.^ 

...  4.'*,  de  4  hojas,  con  grabados  en  madera,  y  sin  señas  de  impresión. 

El  presbítero  declara  sus  dos  apellidos,  Solis  y  Valenzuela,  en  el  contexto 
de  las  coplas,  y  debe  de  ser  el  Bachiller  D.  Pedro,  hermano  del  monje  cartu- 
jo autor  del  papel  anterior.  De  este  D.  Pedro  cita  Vergara  un  Epítome  de  la 
vida  y  muerte  del  ilustrisimo  señor  doctor  don  Bernardino  de  Almansa...  Arzo- 
bispo de  Santafé  de  Bogotá  (Madrid,  1647), 

(i)  S.  Ignacio  de  Loyola,  fundador  de  la  Compañía  de  Jesils.  Poema  ¡leroyco. 
Escrivialo  el  Doctor  D.  Hernando  Domínguez  Camargo,  natural  de  Santa  Fe 
de  Bogotá  del  Nuevo  Reino  de  Granada  en  las  Islas  Occidefitales.  Obra  postuma. 
Dala  á  la  estampa  y  al  culto  teatro  de  los  doctos  el  Maestro  D.  Antonio  Navarro 
Navarrete...  En  Aíadrid,  por  Joseph  Fernández  de  Buendía.  Año  de  1666,  4.** 

El  Maestro  Navarro,  que  era  quiteño,  nos  dice  hablando  de  Camargo:  i-Fui 
siempre  estimador  de  su  ingenio  y  apreciador  de  sus  versos;  y  aunque  desee'  comu- 
nicarle en  vida,  nunca  pude  por  la  distancia  de  muchas  leguas  que  nos  apartaban, 
hasta  que  supe  de  su  muerte  con  harto  dolor  mío...  No  acaba  el  poema,  devotamente 
confiado  en  que  el  Santo,  con  su  intercesión,  le  había  de  dilatar  la  vida,  hasta  que 
marcado  con  el  sello  del  último  primor  y  elegancia  lo  sacrificara  en  sus  aras.., 
Pero  en  tan  honrosa  confianza  le  cogió  la  muerte;  o  fuese  por  excusarle  esta  vani- 
dad d  su  ingenio,  o  por  dejar  más  impresa  con  dolor  esa  mayor  memoria  suya, 
viendo  que  al  mediodía  del  sol  de  su  lucido  ingenio  se  había  anticipado  el  funesto 
ocaso  de  su  muerte.* 


COLOMBIA  23 

poéticas  que  en  1675  formó  con  versos  propíos  y  ajenos  el  gua- 
yaquileño  Maestro  Jacinto  de  Evia,  hay  algunas  composiciones  de 
Domínguez  Camargo  menos  malas,  y  que  le  acreditan  siquiera  de 
versificador  robusto  y  valiente,  aunque  anulado  como  tantos  otros 
por  el  mal  gusto.  En  los  romances,  sobre  todo,  tiene  algo  de  lo 
bueno  de  Góngora,  mezclado  con  muchísimo  de  lo  malo.  No  puede 
negarse  bizarría  al  romance  de  La  mtiertc  de  Adonis^  por  ejemplo, 
que  parece  eco  lejano  del  de  Angélica  y  Mcdoj'o. 

Las  formas  predilectas  de  este  desaforado  versificador,  culterano 
á  un  tiempo  y  conceptista,  son  la  metáfora  y  la  antítesis.  Cuando 
describe  el  salto  del  arroyo  de  Chillo,  unas  veces  le  presenta  como 
un  toro,  y  otras  como  un  potro  que  va  á  estrellarse  en  las  peñas: 

Corre  arrogante  un  arroyo 
Por  entre  peñas  y  riscos, 
Que  enjaezado  de  perlas 
Es  un  potro  cristalino. 


Dátenle  el  ijar  sudante 
Los  acicates  de  espinos, 
Y  es  él  tan  arrebatado, 
Que  da  á  cada  paso  brincos. 


Ciertos  chispazos  de  talento  que  entre  la  lobreguez  de  sus  poesías 
tiene  Camargo,  como  decir  de  Cristo  en  la  pasión,  que  mostraba 

Feo  hermosamente  el  rostro... 

inducen  á  ponerle  entre  los  ingenios  malogrados  por  la  educación 
y  el  medio  (l). 

Algo  semejante  puede  decirse  de  otro  poeta  santafereño  de  prin- 
cipios del  siglo  XVIII,  D.  Francisco  Alvarez  de  Velasco  y  Zorrilla, 
gobernador  y  capitán  general  de  las  provincias  de  Neiva  y  la  Plata. 

(i)  Las  poesías  de  Camargo  se  leen  en  el  Ramillete  de  Evia,  págs.  235 
á  248,  con  el  título  de  Otras  flores,  aunqjie  pocas,  del  culto  ingenio  y  floridissitno 
Poeta  el  Doctor  D.  Hernando  Dofm'ngitez  Camargo... 

Y  dice  el  colector  Evia:  «El  dolor  que  tengo  es  que  sean  tan  pocas,  siendo 
tan  buenas...  mas  las  distancias  de  estas  partes  del  Perú  á  aquellas  del  Nuevo 
Reyno  de  Granada,  donde  floreció,  nos  franqueó  tan  poco  de  estas  riquezas. ..y 

Mbnéndez  t  V-EiéKio.— Poesía  hispano-amcricana.  II.  3 


24  CAPITULO    SÉPTIMO 

Vergara  asegura  haber  visto,  aunque  de  prisa,  un  tomo  entero  de 

obras  suyas,  impreso  en  Madrid  en  1 703.  La  única  poesía  suya  que 

aquel  crítico  inserta  (tomándola  del  Papel  Periódico^  de  Bogotá, 

de  1792),   es  una  carta   en  endechas  á  sor  Juana  Inés  de  la  Cruz, 

escrita  con  soltura  y  gracejo  de  buena  ley,  familiar   y  culto  á  un 

tiempo: 

Paisanita  querida 

(No  te  piques  ni  alteres, 

Que  también  son  paisanos 

Los  ángeles  divinos  y  los  duendes): 

Yo  soy  éste  que  trasgo, 

Amante  inquieto,  siempre 

En  tu  celda,  invisible, 

Haciendo  ruido  estoy  con  tus  papeles...   (i) 

Ya  antes  de  ahora  he  tenido  ocasión  de  notar  que,  aun.  en  los 
tiempos  de  mayor  decadencia  para  nuestra  literatura,  se  conservó 
no  marchita,  en  los  claustros  de  religiosas,  la  delicadísima  flor  de  la 
poesía  erótica  á  lo  divino,  conceptuosa  y  discreta,  á  la  vez  inocente 
y  profunda;  la  cual,  no  sólo  en  las  postrimerías  del  siglo  xvii,  sino 
en  todo  el  xviii,  y  á  despecho  del  general  entibiamiento  de  la  devo- 
ción, derramaba  todavía  su  exquisito  perfume  en  los  versos  de  algu- 
nas monjas,  imitadoras  de  Santa  Teresa.  Tales  fueron  en  Portugal 
sor  María  do  Ceo,  en  México  sor  Juana  Inés  de  la  Cruz  (prescin- 

(1)  En  la  Biblioteca  Nacional  he  examinado  un  voluminoso  tomo  colecti- 
cio, en  que  están  juntos  los  papeles  de  Álvarez  de  Velasco,  con  este  título 
general: 

<iRhytmica  sacra.  Moral,  y  Laudatoria,  por  D."  Francisco  Alvarez  de  Velasco 
y  Zorrilla,  Gobernador,  y  Capitari  General  de  la  Provincia  de  Neyba,  y  la  Plata, 
y  Procurador  General  para  esta  Real  Corte  de  Madrid  por  la  Ciudad  de  Santa 
f¿,  cabega  y  corte  del  Nuevo  Reyno  de  Granada.  Compuesta  de  varias  poesías,  y 
metros,  con  vna  Epistola  en  prosa,  y  dos  en  verso,  y  otras  varias  Poesías  en  cele- 
bración de  Sóror  Inés  Jua7ia  de  la  Cruz,  y  vna  Apología,  ó  disai?-so  en  prosa, 
sobre  la  Milicia  Angélica,  y  Cingulo  de  Santo  Thomás.  Dedícala  su  autor  al  Ex- 
celen tis  rimo  D."  Joseph  Fernandez  de  Velasco  y  Tobar  Condestable  de  Castilla  y 
de  León,  Duque  de  la  Ciudad  de  Prias,  &>. 

Adviertesse,  que  aunque  van  algunas  Poesías  d  otros  assumptos  sin  coordina- 
ción de  números,  su  legitima  colocación  es  por  averse  impreso  las  obras  de  que 
esta  se  compone,  por  distintos  Impressores  en  dij érenles  lugares  y  tiempos.  ■> 

Aunque  el  libro  poéticamente  vale  poco,  su  singular  rareza  y  algunas  cu- 


COLOMBIA  25 

diendo  de  sus  méritos  en  la  poesía  profana  y  en  otros  estudios),  en 
Sevilla  sor  Gregoria  de  Santa  Teresa,  en  Granada  sor  Ana  de  San 

riosidades  que  contiene,  me  mueven  á  dar  una  noticia  algo  detallada  de  él, 
prescindiendo  de  su  varia  y  confusa  foliatura,  y  citando  las  composiciones 
por  el  orden  en  que  aparecen  encuadernadas  en  este  ejemplar. 

Álvarez  de  Velasco  es  un  innovador  en  la  métrica,  versado,  no  sólo  en  los 
primores  de  Rengifo,  sino  en  los  de  la  Rythmica  del  Obispo  Caramuel,  á  quien 
más  de  una  vez  cita. 

«Y  assi  me  atrevi  (dice  en  el  prólogo  al  lector)  a  fabricas  nuevas  de  me- 
tros, y  a  otras  varias  inventivas,  nunca  de  mi  vistas,  ni  aprendidas  de  otro, 
cautivándome  a  violencias  no  fáciles  de  emprender,  sin  este  motivo,  y  sin  los 
molestos  ocios  de  mi  melancólico  retiro,  como  se  reconocerá  en  las  Elegías... 
y  en  otras  obras  de  composiciones  nuevas,  como  son  los  Eneametros,  en  que 
presa  y  engrillada  la  expresión  de  los  conceptos  entre  las  guardas  de  los  dos 
proparoxítonos,  o  esdrújulos,  apenas  puede  salir  a  explicarse  por  la  estrecha 
puerta  del  medio;  porque  aunque  entre  las  primorosas  obras  de  Sóror  Juana 
ay  un  elegante  Eneametro  de  vna  pintura  a  la  Señora  Virreyna,  gustó  solo 
de  hacerlo  con  los  primeros  esdrújulos  (a)^  reconociendo  yo  que  estaría  más 
sonoro  (aunque  también  mas  trabajoso)  me  fatigué  en  hazer  esta  nueva  com- 
posición, hasta  que  llegué  a  conseguirla.  No  siendo  de  menos  violencia  y  di- 
ficultad para  mi  los  laberintos  de  las  cruzes,  que  yo  compuse  en  su  obsequio, 
los  Acrósticos,  y  Paranomasias;  y  principalmente  el  soneto  a  los  dos  libros 
suyos,  en  que  encontré  tales  espinas,  que  no  me  atreviera  oy  a  empeñarme 
a  hazer  otro  del  Arte;  cuya  disgression  no  he  podido  escusar;  porque  si  por 
baxos  despreciares  los  versos  de  este  libro,  les  hagas  algún  agasajo  por  el 
mérito  que  tienen  en  su  trabajo,  como  también  lo  reconocerás  en  otras  nuevas 
inventivas  de  varios  metros,  y  composiciones,  que  tengo  en  otras  obras  Có- 
micas, que  por  algunos  motivos  las  retiro  por  ahora  de  la  Imprenta...» 

Parte  del  tomo  aparece  impreso  en  Burgos,  «con  licencia  de  los  señores 
D.  Juan  de  Salazar  y  la  Vega,  y  D.  Antonio  Martínez  de  los  Prados,  Proviso- 
res en  Sede  vacante  de  dicha  Ciudad,  y  su  Arzobispado:  Año  1703»,  y  allí  es- 
tán dadas  las  aprobaciones  del  P.  Maestro  Juan  Pablo  de  Aperreguía,  S.  J_ 
(que  además  dedica  al  poeta  americano  composiciones  laudatorias)  y  del 
P.  Fr.  Manuel  de  la  Gándara  Cossío,  Comendador  del  Convento  de  la  Merced. 

La  colección  empieza  con  las  Elegías  decametras  d  los  Dolores  de  la  Virgen 
Santissima,  ajustadas  de  distinfos  centones  de  Virgilio.  Las  Elegías  decametras 
están  en  cuartetos  endecasílabos,  y  á  cada  uno  de  ellos  siguen  los  versos  de 
Virgilio  de  donde  están  sacados  los  pensamientos. 

Van  á  continuación  otras  poesías  á  lo  divino,  algunas  de  ellas  de  extrava- 

(«)  De  este  capricho  métrico  de  Sor  Juana  hemos  hablado  en  el  tomo  i  de  la  pre- 
sente Historia,  pág.  76. 


26  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

Jerónimo,  y  otras  que,  sin  gran  esfuerzo,  podrían  citarse.  A  estos 
nombres  pide  la  justicia  que  se  añada  el  de  sor  Francisca  Josefa  de 

gante  estructura,  v.  gr.iA  ¡os  Dolores  de  la  Virgen.  Romance  eneámeiro^  que  em- 
piegan  y  acaba?i  iodos  los  pies  co?t  esd7tijulos: 

Animo,  corazón,  y  si  tímido, 
Prófugo  en  tus  lágrimas  pávidas 
Náufrago  oy  presumes  atónito 
Únicas  tus  congoxas  fantásticas... 

Hay  bastantes  sonetos,  algunos  de  ellos  en  agudos.  Las  composiciones  más 
extensas  son  cuatro  Silvas  á  los  Novissimos  ó  Postrimerías  del  Hombre,  y  otra 
que  se  titula:  «Moribundo  que  naufraga  desamparado  de  todo  humano  con- 
suelo, en  las  borrascas  de  las  últimas  agonías,  en  la  metáfora  de  un  navegante.» 

Sin  portada,  pero  con  nueva  foliatura,  muy  irregularmente  llevada,  em- 
pieza otro  grupo  de  composiciones.  Las  más  curiosas  son: 

«Sonora  música  á  la  Purissima  Concepción  de  la  Virgen,  quien  por  ]Madre 
de  Dios  lleva  el  punto  más  alto,  cuyo  assumpto  se  explica  en  los  términos 
músicos  de  Aíi,  Sol  y  La,  en  la  glossa  de  truncados  siguiente.» 

«A  la  milagrosa  imagen  de  Nuestra  Señora  de  Chiquinquirá»  (quintillas). 

«Mysterios  del  Rosario,  que  se  cantan  en  la  ciudad  de  Sta,  Fee.» 

«Villancicos  al  Nacimiento  de  Christo,  Señor  Nuestro.» 

«A  la  Concepción  de  la  Virgen  Santissima.» 

«A  la  profession  y  velo  de  la  Sra.  D.^  ]\Iaria  Ana  de  Valenquela  Faxardo, 
Religiosa  del  Convento  de  la  Purissima  Concepcióo  de  la  Ciudad  de  Santa  Fe.» 

«Letra  para  cantar  un  domingo  en  el  Convento  de  la  Purissima  Concep- 
ción, en  la  Hermandad  de  la  Escuela  de  Christo,  en  que  está  descubierta  su 
Divina  Magestad.» 

«Al  Nacimiento  de  Chriáto,  Villancico  y  Ensaladaí,  que  es  un  género  de 
versos  y  composición,  que  no  va  atento  á  precisos  consonantes.» 

«Vida  y  milagros  del  nuevo  taumaturgo  y  apóstol  de  las  Indias  San  Fran- 
cisco Xavier»  (en  quintillas,  dignas  de  Benegasi). 

«Vida  y  charidad  del  gran  Patriarca  de  Alexandria  San  Juan  Limosnero» 
(quintillas), 

«Tres  qualidades  singulares  que  tiene  el  oro  se  hallan  sólo  en  la  ceniza» 
(romance). 

«Glossa,  ó  troba  del  Laúdale  ftieri  dominum,  para  cantar  en  la  Escuela  de 
Cristos  (endechas). 

«Desengaño  que  ofrece  la  Soledad»  (romance). 

«Interés  y  utilidades  de  la  Paciencia»  (romance). 

«Soliloquio,  en  que  contrapesa  el  alma  su  ser  de  nada,  con  el  sublime  de 
Dios»  (romance,  con  estribillo). 

«Reconvenciones  tiernas,  que  haze  la  Iglesia  el  Viernes  Santo,  en  nom- 


COLOMBIA  27 

la  Concepción  (conocida  por  la  Madre  Castillo)^  religiosa  en  el  con- 
vento de  Santa  Clara  de  la  ciudad  de  Tunja  (y  1742),  que  escribió 

bre  de  Christo  Nuestro  Señor»,  «Popule  meus  quid  feci  tibí?»  (endechas). 

«La  Sequencia  del  Santísimo  Sacramento»,  en  esdrújulos. 

«Oración  de  un  enfermo  sobre  el  Cántico  del  Santo  Rey  Ezechías»  (en- 
dechas). 

«El  Apolo  Africano,  y  águila  de  la  Iglesia,  el  Grande  Augustino.  Su  vida  y 
milagros,  escrita  en  cien  canciones.» 

«Sermón  eneiiclástico  estoyco  sobre  la  doctrina  de  Epíteto,  de  que  solo  se 
debe  cuidar  lo  que  está  en  mi  propio  alvedrío»  (es  una  paráfrasis  de  una 
parte  del  Enc/m-idion,  teniendo  presente  la  versión  de  Quevedo,  á  quien 
sigue  muchas  veces  á  la  letra). 

«Suspiros  de  San  Agustín  para  antes  de  la  Confesión,  pidiendo  misericor- 
dia á  Dios  y  dolor  de  sus  culpas,  y  que  su  espíritu  muera  á  sí,  y  viva  á  su 
Divina  Magestad.» 

Al  fin  del  Suspiro  3°:  «Sólo  huvo  estos  fragmentos  de  la  traducción  de  los 
Suspiros  de  San  Agustín;  y  assi  no  se  continúan,  porque  otros  que  ay,  están 
aún  sin  corregir.  > 

«Para  la  fiesta  del  Gran  Padre  y  Doctor  de  la  Iglesia  San  Agustín»  (villancicos.) 

«A  San  Gerónimo  en  el  Desierto  sobre  aquel  lugar  del  Psalmo  loi.»  «Simi- 
lis  factus  sum  pelicano  solitudinis»  (silva). 

<  A  la  conversión  y  llanto  de  Santa  María  Magdalena»  (lyrasj. 

cAl  felicissimo  y  mejor  ladrón  San  Dimas»  (idilion). 

«A  honra  y  gloria  de  la  Beatissima  Trinidad,  y  de  la  Inmaculada  Virgen 
María»  (Romance  Endecasylavo). 

«Letras  para  la  comedia  y  Loa  de  Sta.  Bárbara». 

«Laberyntho,  que  se  lee  por  muchas  partes  al  nombre  de  Santa  Bárbara.» 

En  los  sonetos,  que  son  muchos,  imita  bastante  á  Quevedo. 

«Al  muy  reverendo  P.  M.  Fr.  Alonso  de  Zamora,  Prior  Provincial  del  Orden 
de  Predicadores  de  la  Provincia  del  Nuevo  Reyno,  en  alabanga  del  Libro  que 
escribió  de  los  Annales  de  su  Religión,  y  Varones  Ilustres  della,  en  su  Pro- 
vincia.» 

«A  Lelio,  sentencias  metafóricas  y  moi'ales,  ajustadas  de  solos  principios 
de  distintos  sonetos  de  Quevedo:  y  para  que  si  el  Curioso  quisiere  averiguar 
si  van  fieles,  ó  no,  se  pondrá  el  número  de  cada  uno  dellos  al  margen,  y  la 
Musa  donde  los  hallará...  En  ocasión  de  estar  el  Autor  retirado  por  las  moles- 
tias de  un  Governador,  que  con  pretexto  de  realista,  le  tenía  a  él  y  a  todos 
mortificados  y  perseguidos.» 

«Epitafio  al  Sepulcro  del  señor  D,  Juan  de  Austria,  Infante  de  las  Españas.» 

«Al  doctor  D.  Augustin  de  Tovar  Buendia,  Racionero  de  la  Santa  Iglesia 
Metropolitana  de  la  Ciudad  de  Santa  Fé,  en  opinión  de  aver  orado  ron  la 


28  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

en  prosa  digna  del  siglo  xvi  una  relación   de  su  vida  por  mandato 
de  sus  confesores,  y  un  libro  de  Sentiviientos  Espirituales-,  que  viene 

elegancia  que  siempre,  en  las  honras  funerales,  que  hizo  aquella  Universidad 
a  su  incomparable  Maestro  el  M.  R.  Gerónimo  de  Escobar.» 
«Vuelve  a  su  quinta  Anfriso  solo  y  viudo»  (endechas). 
«Don  Francisco  Alvarez  de  Velasco.  Poema  Panegírico,  al  Licenciado  Don 
Gabriel  Alvarez  de  Velasco,  su  padre.  Oidor  y  Alcalde  de  Corte  de  la  Real 
Audiencia  del  Nuevo  Reyno,  y  proveído  Fiscal  y  Visitador  de  la  de  Lima, 
cuyas  plazas  renunció,  por  darse  no  menos  que  al  estudio,  a  la  perfección; 
logrando  de  aquel  tan  felices  efectos,  quanto  publican  sus  libros,  y  de  esta 
las  glorias  que  pregona  la  fama  general  de  sus  virtudes.  Dedicado  á  Juana 
María  de  San  Estevan,  y  María  de  San  Gabriel,  sus  hijas  y  hermanas  del 
autor,  religiosas  del  Convento  de  Santa  Clara,  en  el  muy  ilustre  de  la  Ciudad 
de  Santa  Fé»  (son  veinticuatro  octavas  reales). 

■3  Carta  laudatoria  á  la  insigne  Poetisa  la  señora  Sóror  Inés  Juana  de  la  Cruz, 
Religiosa  del  Convento  de  Señor  San  Gerónimo  de  la  Ciudad  de  México, 
Nobilissima  Corte  de  todos  los  Reynos  de  la  Nueva  España.  Escrivela  desde 
la  Ciudad  de  Santa  Fé,  Corte  del  Nuevo  Reyno  de  Granada,  D.  Francisco 
Alvarez  de  Velasco  y  Zorrilla.»  Folleto  en  4.°  de  75  págs.  con  un  retrato  de 
Sor  Juana. 

«Carta  que  escrivio  el  Autor  a  la  señora  Sóror  Juana  de  la  Cruz»  (es  una 
larga  Silva). 

«Al  mismo  assumpto,  romance  endecasílabo  de  esdrújulos.» 
«Al  último  nombre  de  Sóror  Inés  Juana  de  la  Cruz,  Laberinto,  en  que  se 
lee  la  copla  endecasílaba  que  se  verá  por  los  intermedios  de  la  Cruz;  y  en  el 
medio  de  ella,  el  nombre  de  Inés  y  Nise,  que  se  lee  por  todas  partes.» 

«A  los  dos  libros  de  Sóror  Inés  Juana  de  la  Cruz  habla  este  Soneto,  hallando 
razones  para  que  cada  uno  de  por  sí  es  el  mejor;  y  leídas  las  primeras  diccio- 
nes dé!  ázia  abaxo,  forma  una  redondilla  a  favor  del  segundo;  y  leídas  las  se- 
gundas dicciones  para  arriba,  deshazen  la  redondilla  a  favor  del  primero.  Hase 
de  leer,  para  que  haga  perfectas  oraciones,  con  la  advertencia,  de  adonde 
huviere  estrellita,  haze  asterisco  o  pausa,  y  que  allí  se  acaba  una  oración.» 

«Cuatro  sonetos  en  alabanza  de  Sor  Juana;  uno  de  ellos  en  consonantes 
agudos,  y  otro  en  esdrújulos.» 

«A  las  obras  y  segundo  libro  de  Sóror  Inés  Juana  de  la  Cruz,  y  especial- 
mente a  la  Silva  del  Sueño»  (romance). 

«A  la  misma  Señora,  endechas  endecasílabas.» 

iSegunfla  carta  laudatoria,  en  jocosas  Metaphoras,  al  Segundo  libro  de  la 
sin  igual  Madre  .Sóror  Inés  Juana  de  la  Cruz»  (silva). 

«Carta  al  Reverendissimo  Padre  Maestro  Fr.  Diego  de  Ochoa,  de  la  Orden 
de  Predicadores.  (En  prosa.)  Firmada  en  Sta.  Fe,  a  16  de  Febrero  de  1698.» 


2Q 

COLOMBIA  ^ 

á  ser  primoroso  mosaico  de  textos  de  las  Sagradas  Escrituras  (I ) 
Dos  romancillos  intercala,  no  tan  felices  como  la  prosa,  pero  de  la 

misma  tradición  y  escuela. 

Entretanto,  los  jesuítas  habían  introducido  la  .mprenta  en  la  co- 

=■     .  H,  H^dicatoria  i  la  pieza  siguiente:  .Panegyrica  Apología  a  la  Anual  ce- 
!:;:  ctnth-eta  Ciudad  .e  Santa  Fe  a  la  Milicia  Angélica  por  d.e. 
tescu'bierto  el  Santissimo,  a  cuyo  assumpto  por  el  -P"-  !>«">";;;' 
muv  t  P  M.  Fr.  Diego  Ochoa,  Patrón  y  Fundador  de  esta  Fesfv.dad  escr.- 
X  est  papel  D.  Francisco  Alvare.  de  Velasco  Zorrilla....  (En  prosa.) 
«Documentos  Morales  á  un  amigo,  (romance). 
.Advertencia  y  protesta  del  Autor,  con  que  da  fin  «'=  L'bro: 
.No  puedo  escusar  el  prevenir  a  los  letores,  que  av.endo  vsto  estas  obras 
a,  unas'personas  tan  discretas  como  elegantes,  de  las  -uchas  que  ay  en  e^a 
Corte  han  reparado  en  algunas  vozes,  que  unas  no  est..n  por  acá  en  uso 
otras  Le  tienen  por  demasiado  baxas,  y  otras  (porque  lo  ha  quer.do  ass,  el 
::::!  .  maLa,  por  impura,  y  cr^endo^--:  ^:Z  ZZ, 

:    qu  ene    se  ha  reparado,  alli  muy  usados,  no  cuidé  O-'i-  os,  por  c^e 
que  acá  serla  lo  mesmo;  y  porque  avlendo  escrito  estas  -P«'-^^  ^^^^'^ 
tadias,  y  no  en  Castilla,  y  que  en  ellas  también  tenemos  nuestro  M-a-  ™os 
naturalmente  avré  usado  de  algunos,  como  de    --°"f  ^  '  -J'^trt 
que  usamos  los  Americanos,  como  acS  de  otros  h.span.smos;  lo  qual  adv.erto 
porque  me  dissimulen  los  letores  las  impropriedades  de  vo^es,  frases  o  me- 
terás en  que  tropezare  su  discreción,  por  lo  desaseado  de  m,s  borrones, 
cuyo   defectos  huvlera  procurado  enmendar,  a  no  avermelos  adverttdo  des- 
Tes  de  estar  ya  todos  Lpressos,  como  protesto  hazerio  en  los  demás  que 
C  o  que  darl  la  estampa:  mereciendo  bien  la  absolución  de  q-lqu.er  ,e  or 
por  escrupuloso  que  sea,  por  la  integridad  de  esta  confesston,  protesta  de  la 
enmienda  y  penitencia  de  la  nota  ó  burla,  que  hardn  algunos  de  m,s  yerros. 
.  Esta  profesión  de  americanismo  literario  es  lo  mds  curioso  que  cont.ene  e, 

,ibro  de'Alvarez  de  Velasco.  versificador  fácil  y  abundante,  pero  con  ag  ado 
con  todos  los  resabios  del  mal  gusto  de  su  tiempo,  que  los  poetas  a  lo  Av.no 
exageraban  todavía  más  que  los  profanos. 

(,)  Se,.fMic,,os  Esquilmóles  ,c  1.  VcneraMe  Madre  Fra,>c.ca  J^'f- ^'l 
Colcepeióu  ele  CasUllo,  Religiosa  en  el  co«-oen,o  ie  Sania  «"-  *  f  «'f^* 
Tunden  la  Refimca  Neo.Gro,.a,i.,a  del  Sur-Amirica  ^^f'"''' f'^  "'  ""^ 
,..a  de  orden  de  sus  eon/esores.  Dados  d  lu=  por  su  """""' ,f- ^^^  aÍ  de 
En  Santa  Fe  de  Bosotd,  I,nf.  de  Bruno  Espinosa,  por  Bemto  G»'*-»-  f""* 
.843,  ^.■'-Vida  de  la  VeneraUe  Madre  Franeisca  Josefa  de  la  Concepaon,  es 
critapor  ella  misma.  (Filadelfia,  1817.) 


ao  CAPITULO   SÉPTIMO 

lonia  por  los  años  de  173S,  y  precisamente  un  sermón  predicado 
en  las  honras  de  la  IMadre  Castillo  fué  de  las  primeras  cosas  que  se 
estamparon.  Esta  imprenta  del  colegio  de  Santafé  tenía  carácter 
casi  doméstico,  y  apenas  produjo  más  que  algunos  catecismos, 
novenas  y  otros  libritos  de  devoción.  Desapareció  con  la  expul- 
sión de  la  Compañía;  perú  en  1782  fué  sustituida  por  otra  de 
más  recursos  y  mayor  importancia,  la  llamada  Imprenta  Real,  diri- 
gida por  el  tipógrafo  segoviano  D.  Antonio  Espinosa,  que  en  1 787 
publicó  ya  un  trabajo  de  cierto  empeño  y  ejecución  bastante  esme- 
rada, la  Historia  de  Cristo  paciente,  traducida  por  el  Dr.  D.  José 
Luis  de  Azuola  y  Lozano.  Cn  D.  Diego  Espinosa,  hijo  ó  deudo  del 
D.  Antonio  fué  quien  hizo,  en  1 794,  la  edición  clandestina  de  la 
Declaración  de  los  Derechos  del  Hombre,  traducida  por  el  patriarca 
de  la  revolución  neo-granadina,  D.  Antonio  Nariño  (i). 

La  poesía  dormitaba  de  todo  punto,  y  no  hay  para  qué  traer  á 
cuento  los  insulsos  versos  laudatorios  que  se  leen  en  la  Floresta  de 
la  Santa  Iglesia  Catedral  de  Santa  Marta,  que  escribió  en  1739  el 
alférez  D.  José  Nicolás  de  la  Rosa,  ni  menos  un  esperpento  dramá- 
tico-alegórico que  Vergara  poseyó  manuscrito,  sin  nombre  de  autor, 
y  cuya  portada  decía  á  la  letra:  No  se  conquistan  las  almas  con  vio- 
lencias, y  un  milagro  es  conquistarlas:  Triunfos  de  la  Religión  y  pro- 
digios del  valor:  los  Godos  encubiertos:  los  Chinos  descubiertos:  el 
Oriente  en  el  Ocaso,  y  la  America  en  la  Europa:  Poema  cpico-dra- 

(i)  Vid.  La  Imprenta  en  Bogoiá  (1740- 1823).  Notas  Bibliográficas  por  j.  T. 
Medina.  (Santiago  de  Chile,  1904.) 

Antes  de  pasar  á  Bogotá  en  1776,  bajo  los  auspicios  del  \'irrey  D.  Manuel 
Antonio  Flores,  Espinosa  había  estado  algún  tiempo  en  Cartagena  de  Indias, 
pero  no  se  conoce  ningún  impreso  de  sus  oficinas,  dedicadas  únicamente,  se- 
gún parece,  á  facturas,  guías  de  embarque  y  otros  documentos  mercantiles. 
El  primer  opúsculo  de  fecha  conocida  y  carácter  literario  que  se  estampó  en 
aquella  plaza  fué  el  poemita  de  D.  José  Fernández  Madrid,  España  Salvada, 
en  1809.  El  m.ls  antiguo  producto  de  las  prensas  de  Tunja  es  de  1814.  En 
Popayán  funcionaban  desde  1816,  y  del  mismo  año  hay  un  librito  religioso 
impreso  en  .Santa  Marta.  Panamá  no  tuvo  imprenta  hasta  1822. 

Cf.  Medina.  La  Imprenta  en  Cartagem  de  las  Indias  (1S09-1820).  Santiago 
de  Chile,  i%()^.— Notas  bibliográficas  referentes  d  las  primeras  producciones  de 
la  Imprenta  en  algunas  ciudades  de  la  América  Española.  ídem  id. 


COLOMBIA  31 

Viático  soñado  en  las  costas  del  Dañen:  Poema  cómico^  dividido  en 
dos  partes  y  cinco  actos,  con  tinas  disputas  al  fin  en  prosa. 

Pero  aunque  estéril  para  la  poesía,  la  segunda  mitad  del  siglo  xviii 
fué  en  Bogotá  de  gran  movimiento  y  transformación  intelectual,  la 
cual  puede  decirse  que  se  desarrolla  entre  dos  fechas  memorables, 
la  expedición  botánica  de  D.  José  Celestino  Mutis  en  l/óo,  y  el 
viaje  de  Humboldt  y  Bonpland  en  1801.  El  gaditano  Mutis,  de 
quien  4¡jo  Linneo:  «.noinen  iminortale  quod  milla  aetas  nnqiiam  dele- 
bit-»,  y  á  quien  apellidó  Humboldt  «ilustre  patriarca  de  los  botáni- 
cos del  Nuevo  Mundo»,  fué  el  verdadero  iniciador  de  la  vida  cien- 
tífica en  el  Ecuador  y  en  Nueva  Granada  (l).  En  1762  abrió  una 
cátedra  de  Matemáticas  y  Astronomía  en  el  Colegio  del  Rosario, 
donde  expuso  el  sistema  copernicano,  inaudito  aún  en  las  escuelas 
de  la  América  del  Sur,  Mutis  formó  y  educó  una  generación  de  físi- 
cos, matemáticos  y  naturalistas,  entre  los  cuales  brillan  los  nombres 
de  D.  Francisco  Antonio  Zea,  que  andando  el  tiempo  llegó  á  ser 
Director  del  Jardín  Botánico  de  Madrid;  de  D.  José  Domingo  Du- 
quesne,  que  escribió  una  disertación  sobre  el  Calendario  de  los 
Muiscas;  de  D.  José  Manuel  Restrepo,  autor  del  Ensayo  sobre  la 
geografía,  producciones,  industria  y  población  de  la  provincia  de  An- 
tioquía;  de  D.  Francisco  Ulloa,  que  lo  fué  del  Ensayo  sobre  el  influjo 
del  clima  en  la  educación  física  y  moral  del  hombre  en  el  Nuevo  Rei- 
no de  Granada;  de  D.  Jorge  Tadeo  Lozano,  D.  Eloy  Valenzuela, 
D.  Joaquín  Camacho  y  otros  varios,  y  del  más  ilustre  que  todos 

(i)  La  biografía  de  este  preclaro  varón,  que  es  una  de  las  páginas  más 
brillantes  de  la  historia  de  la  ciencia  española  en  el  siglo  xviii,  ha  recibido 
amplia  ilustración  en  dos  libros  recientes,  uno  de  autor  colombiano,  otro  de 
un  naturalista  español. 

ExpediciÓ7i  botánica  de  José  Celestino  Alictis  al  Nuevo  Reino  de  Granada  y 
Memorias  inéditas  de  Fraticisco  José  de  Caldas,  por  Diego  Meiidoza.  Madrid, 
ed.  Suárez,  1909. 

Biografía  de  José  Celestino  Mutis  cotí  la  Relación  de  su  viaje  y  estudios  prac- 
ticados en  el  Nuevo  Reino  de  Granada,  reunidos  y  anotados  por  A.  Federico  Gre- 
dilla,  Director  del  Jardín  Botdíiíco  de  Madrid,  y  Catedrdiico  de  Organografía 
y  Fisiología  vegetales  en  la  Facultad  de  Ciencias  de  la  Universidad  Central. 
Madrid,  Fortanet,  191 1. 

Obra  riquísima  en  datos  y  documentos. 


32  CAPITULO    SÉPTIMO 

ellos,  D.  Francisco  José  de  Caldas,  á  quien  España  debe  un  monu- 
mento expiatorio.  Caldas,  botánico,  geodesta,  físico,  astrónomo,  y  á 
quien  sin  hipérbole  puede  concederse  genio  científico  de  invención, 
formó  un  herbario  de  cinco  á  seis  mil  plantas  y  dio  grande  impulso 
á  la  geografía  botánica  de  la  América  del  Sur,  determinando  los 
perfiles  de  las  diversas  ramificaciones  de  los  Andes  en  la  extensión 
de  nueve  grados  de  latitud,  para  dar  á  conocer  la  altura  en  que  ve- 
geta cada  planta,  el  clima  que  necesita  para  vivir  y  el  que  mejor 
conviene  á  su  desarrollo;  inventó  un  método  para  medir  alturas 
mediante  la  proporción  entre  el  calor  del  agua  hirviendo  y  la  pre- 
sión atmosférica;  estrenó  en  1 805  el  Observatorio  astronómico  de 
Bogotá,  fundado  por  ^lutis,  y  le  dirigió  con  honra  por  espacio  de 
cinco  años;  y  como  prosista  didáctico,  vigoroso,  grandilocuente  á 
veces,  rico  de  savia  y  de  imaginación  pintoresca,  dejó  admirables 
fragmentos  en  sus  ^Memorias  sobre  la  Geografía  del  Virreinato  y 
sobre  el  influjo  del  clima  en  los  seres  organizados^  donde  hay  pági- 
nas no  indignas  de  BuíTon,  de  Cabanis,  de  Humboldt.  Estos  y  otros 
estudios  de  vulgarización  científica,  animada  y  brillante,  se  impri- 
mían en  el  Semanario  de  la  Nueva  Granada^  memorable  Revista 
que  desde  1808  á  iSio  dirigió  Caldas  (i).  Allí  están  las  primicias  de 
la  cultura  bogotana,  que  de  un  salto  pareció  ponerse  al  frente  de  la 
de  todas  las  demás  regiones  americanas,  sin  excluir  á  Aléxico,  donde 
paralelamente  había  comenzado  á  desarrollarse  un  m.ovimiento  aná- 
logo. Bogotá,  que  tuvo  el  primer  Observatorio  de  América,  como 
México  la  primera  Escuela  Mineralógica  y  el  primer  Jardín  Botáni- 
co, precedió  también  á  la  mayor  parte  de  las  capitales  del  Nuevo 
Mundo,  si  no  á  todas,  en  abrir  una  Biblioteca  pública  desde  1777. 
Bajo  el  paternal  gobierno  del  Arzobispo-Virrey  D.  Antonio  Caba- 
llero y  Góngora  y  de  D.  Joaquín  de  Ezpeleta,  se  ampliaron  las  dota- 
ciones de  los  establecimientos  de  enseñanza,  se  crearon  otros  nue- 
vos de  Medicina  y  Ciencias,  se  reformaron  los  planes  de  estudios  en 
el  sentido  de  la  investigación  experimental  y  de  la  libertad  cientí- 
fica, y  una  masa  enorme  de  libros,  introducida,  ya  directamente,  ya 

(i)    Hay  una  reimpresión  de  París,   1849,  "''  completa,  pero  aumentada 
con  varios  escritos  inéditos  de  Caldas,  y  útiles  notas  del  General  Acosta. 


COLOMBIA  33 

por  medio  del  contrabando,  vulgarizó  en  la  colonia  todas  las  ideas, 
buenas  y  malas,  del  siglo  xviii.  Si  nuestros  gobernantes  no  llegaron 
á  prever  con  tiempo  que  el  espíritu  ardiente  de  los  criollos  no  ha- 
bía de  contentarse  mucho  tiempo  con  la  ciencia  pura,  sino  que  ha- 
bía de  lanzarse  rápidamente  á  las  extremas  consecuencias  políticas 
que  quizá  en  aquella  cultura  venían  envueltas,  aun  esta  misma  ge- 
nerosa imprevisión  es  para  sus  nombres  un  título  de  gloria. 

Si  la  prosa  científica  apareció  adulta  y  perfecta,  casi  por  instinto, 
en  algunas  páginas  de  Caldas  y  de  sus  colaboradores  del  Semanario, 
no  podía  esperarse  otro  tanto  de  la  poesía  entregada  á  copleros 
adocenados,  que  copiaban  sin  discernimiento  lo  más  prosaico  de  la 
literatura  peninsular.  Ya,  al  tratar  de  Cuba,  hicimos  mérito  del  fa- 
moso mulato  D.  Manuel  del  Socorro  Rodríguez,  primer  bibliotecario 
y  primer  periodista  de  Bogotá,  hombre  honrado,  laboriosísimo  y  por 
muchos  conceptos  benemérito,  que  desde  1791  hasta  1797  publicó, 
bajo  los  auspicios  del  Virrey  Ezpeleta,  el  Papel  Periódico  de  Santa 
Fe,  en  180Ó  El  Redactor  Americano,  y  más  adelante  otros  papeles. 
Escribió  innumerables  poesías,  ó  más  bien  prosas  rimadas,  de  que 
tengo  algunos  cuadernos  manuscritos,  y  en  Bogotá  existen  muchos 
más:  todo  ello  frío,  prosaico  y  arrastrado,  como  de  quien  se  propo- 
nía por  único  modelo  á  Iriarte ,  remedándole  en  la  falta  de  fuego, 
pero  no  en  la  discreción  ni  en  el  buen  gusto,  ni  en  otras  cualidades 
muy  relevantes  con  que  Iriarte  la  disimula. 

Casi  al  mismo  tiempo  que  el  periodismo,  nació  el  teatro,  que 
tuvo  desde  1794  local  estable,  construido  á  expensas  del  comer- 
ciante español  D.  Tomás  Ramírez.  Existían  con  más  ó  menos  acti- 
vidad varios  círculos  literarios.  D.  Antonio  Nariño,  uno  de  los  po- 
cos que  ya  en  1793  conspiraban  de  verdad  contra  la  Metrópoli, 
proyectó  establecer  uno,  consagrado  á  la  Libertad,  la  Razón  y  la 
Filosofía,  al  divino  Platón  y  á  Franklin;  pero  su  persecución  y  des- 
tierro á  causa  de  haber  impreso  clandestinamente  el  opúsculo  de  los 
Derechos  del  hombre,  hizo  que  naufragase  el  proyecto  y  quedasen 
con  nota  de  sospechosos  los  afiliados,  aunque  por  entonces  no  se 
procediese  más  que  contra  Nariño  y  Zea,  que  fueron  enviados  á  Es- 
paña bajo  partida  de  registro.  Contrastaba  con  el  carácter  tenebroso 
y  revolucionario  de  esta  Sociedad,  la  muy  inofensiva  Tertulia  En- 


34  CAPITULO    SÉPTIMO 

trapéUca  que  se  juntaba  por  las  noches  en  casa  del  humilde  y  devo- 
tísimo bibliotecario  Rodríguez,  para  leer  é  improvisar  coplas  festi- 
vas de  lo  más  candoroso  que  puede  imaginarse.  Otra  tertulia  por  el 
estilo  se  reunía  en  casa  de  Doña  Manuela  Santamaría  de  Manrique, 
con  nombre  de  Academia  del  Buen  Gusto ^  que  ya  había  tenido  en 
iMadrid  otra  muy  famosa  y  aristocrática  en  tiempo  de  Fernando  VI. 
De  los  versificadores  que  pululaban  en  estos  círculos  de  Bogotá,  So- 
corro Rodríguez  era  el  más  fecundo;  pero  \^ergara  trae  noticias,  y 
á  veces  muestras  de  otros  varios.  Ante  todo,  presenta  un  pequeño 
grupo  de  poetas  nacidos  en  Popayán,  extremo  meridional  del  Vi- 
rreinato: el  improvisador  D.  José  María  Valdés,  el  satírico  D.  Fran- 
cisco Antonio  Rodríguez,  y  el  elegiaco  D.  José  María  Gruesso,  á 
quien  la  repentina  muerte  de  su  amada  dictó  unas  Noches  en  ro- 
mance endecasílabo,  imitando  á  Young  y  á  Cadahalso  (l).  Este  trá- 
gico desengaño  le  llevó  al  sacerdocio,  pero  no  le  hizo  abandonar  el 
trato  de  las  Musas  durante  toda  su  vida,  que  no  fué  corta,  puesto 
que  murió  en  1835,  de  canónigo  de  la  Catedral  de  Popayán.  Su  ins- 
piración continuó  siendo  lúgubre,  pero  su  gusto  mejoró  algo;  tra- 
dujo en  verso  Los  Sepulcros^  de  Harve}^,  y  escribió  un  poema  origi- 
nal en  dos  cantos,  Lamentaciones  de  Pabén.  De  ellos  transcribe 
Vergara  estos  versos,  que  no  son  enteramente  malos: 

¡Oh  bosquecillos  de  frondosos  mayos, 
Románticos  doquiera  y  hechiceros! 
¡Sombras  amables  del  jardín  silvestre 
Y  de  los  altos  robles  corpulentos! 
En  donde  el  Payanes,  á  quien  natura 
Dio  un  corazón  sensible,  dulce  y  tierno. 
Iba  á  gemir  de  humanidad  los  males, 
Ó  á  pasear  sus  caros  pensamientos. 


Do  tantas  veces  con  su  dulce  lira 
Cantó  Valdcs  sus  expresivos  versos, 
Ó  el  sabio  Caldas,  con  pensar  profundo, 
En  pos  de  Ur.nnin  sp  subió  á  los  cielos. 

y  (i)  Las  Noches  de  Zacarías  Geitssor  (anagrama  de  Gruesso),  socio  (ie  la 
Junta  Privada  del  Buen  Gusto...  En  la  ciudad  de  Santa  Fe  de  Bogotá  (Manus- 
crito citado  por  Vrrgara.) 


COLOMBIA  35 

Yo  así  prefiero 

La  pobreza  y  miseria,  y  las  desdichas, 
Por  pisar  de  Payan  el  triste  suelo. 
Para  ofrecerle  mi  sensible  llanto, 
Para  abrazar  sus  desdichados  restos, 
Para  hacer  un  sepulcro  en  sus  ruinas 
Y  mi  vida  acabar  con  sus  recuerdos. 


Cítanse  de  él  también  cuatro  himnos  para  las  escuelas,  uno  de 
ellos  en  estrofas  sáficas.  Gozó  fama  de  orador  sagrado,  y  los  sermo- 
nes suyos  que  andan  impresos  reflejan  fielmente  los  cambios  políti- 
cos de  su  tiempo  y  los  de  sus  propias  opiniones,  realistas  primero, 
republicanas  después;  una  de  estas  oraciones  fué  predicada  en  las 
exequias  de  la  segunda  mujer  de  Fernando  VII,  otra  en  la  fiesta  de 
acción  de  gracias  por  el  triunfo  de  Ayacucho.  Contribuyó  mucho  á 
que  se  fundase  la  Universidad  del  Cauca,  donde  leyó  en  1822  un 
discurso  inaugural  sumamente  celebrado,  pero  que  hoy  pasaría  por 
trozo  de  retórica  palabrera. 

Don  José  María  de  Salazar  (l),  que,  andando  el  tiempo  llegó  á 
ser  Magistrado  en  Venezuela  y  Ministro  plenipotenciario  de  la  Co- 
lombia de  Bolívar,  y  autor  del  primitivo  himno  colombiano,  era 
otro  poeta  prosaico,  pero  muy  culto,  que  logró  transitoria  fama, 
debida  en  parte  á  su  importancia  oficial.  Siendo  estudiante  compu- 
so El  Soliloquio  de  Eneas  y  El  Sacrificio  de  Idomeneo^  dos  de  las  pri- 
meras piezas  originales  que  se  representaron  en  el  teatro  de  Bogo- 
tá. Suyo  es  también  el  Placer  público  de  Santa  Fe,  poema  en  que  se 
conmemora  la  llegada  del  Virrey  Amar  y  Borbón  en  1804.  En  1810 
hizo  una  traducción  en  romance  endecasílabo  de  la  Poética,  de  Boi- 

(i)  Nació  en  Ríonegro  (actual  provincia  de  Antioquía)  en  1785,  y  murió 
en  París  en  1828,  después  de  haber  desempeñado  altos  cargos  diplomáticos. 
Además  de  varios  opúsculos  en  prosa,  publicó: 

El  Placer  público  de  Santa/e'.  Poema  en  que  se  celebra  el  arribo  del  excclcnií- 
simo  Sr.  D.  Antonio  Amar  y  Borbón^  Caballero  profeso  del  orden  de  Santiago, 
Teniente  general  de  los  Reales  Ejércitos,  Virrey,  Gobernador  y  Capitán  general 
del  Nuevo  Reitto  de  Granada,  por  D.  José  María  Salazar,  colegial  de  San  Bar- 
tolomé... Con  licencia.  En  Santafc  de  Bogotá.  En  la  Imprenta  Real.  Por  don 
Bruno  Espinosa  de  los  Afonieros.  Año  de  1S04. 

Arte  Poética  de  Monsieur  Builcau,  traducida  al  verso  castclla7io  por  el  doctor 


36  CAPÍTULO    SÉPTIMO 

leau,  traducción  muy  inferior  á  las  de  Arriaza  y  el  P.  Alegre,  y  casi 
tan  desmayada  y  prosaica  como  la  de  Madramany  y  Carbonell.  En 
tiempo  de  la  Independencia  publicó  dos  poemas:  La  Campaña  de 
Boyacá  y  La  Colombiada;  uno  y  otro  yacen  en  el  olvido  más  profundo. 

A  los  Soliloquios  trágicos  de  Salazar  hay  que  añadir  El  Zagal  de 
Bogotá,  de  D.  José  Miguel  ^Montah'o,  representado  en  1806,  otra  de 
las  primeras,  aunque  infelices  tentativas  del  teatro  neorgranadino, 
que  nunca  ha  medrado  mucho.  Montah^o  murió  fusilado  en  1 8 16 
con  Caldas  y  otros  patriotas. 

Como  poeta  jocoso,  de  aquellos  cuyos  donaires,  en  demasía  tri- 
viales y  caseros,  no  resisten  á  la  dura  prueba  de  los  años,  se  cita  al 
clérigo  insurgente  D.  José  Ángel  Manrique,  autor  de  dos  poemas 
burlescos:  La  Tocainiada.  y  La  Tunjanada,  que  andan  manuscritos. 
Más  ingenio  tuvo,  aunque  con  frecuencia  mal  empleado,  el  Dr.  Don 
Juan  Manuel  García  Tejada,  á  quien  cuelgan  generalmente  la  pater- 
nidad de  cierto  poemita  en  alto  grado  ofensivo  á  la  pulcritud  del 
olfato,  y  que  será  conocido  de  cualquier  español  por  estas  señas. 
Fué  García  de  Tejada  fidelísimo  partidario  de  la  causa  realista;  re- 
dactor de  la  Gaceta  de  Santa  Fe  en  tiempo  del  general  Morillo,  llevó 
su  lealtad  hasta  aceptar  los  rigores  de  la  expatriación  perpetua,  y 
murió  muy  anciano  en  Madrid  en  1 84 5.  Se  perdió  un  largo  poema 

José  María  Salazar,  quien  la  dedicó  al  Sr.  José'  Ignacio  Po7)ibo,  en  el  año  de  18  10. 
Bogotá.  Impresa  por  Valentín  Martínez.  Año  de  1828. 

Empieza:  Piensa  en  vano  subir  un  mal  poeta 

A  la  elevada  cima  del  Parnaso, 
Cuando  se  empeña  temerariamente 
En  el  arte  de  Apolo  soberano: 
Si  no  siente  del  cielo  la  influencia, 
Si  su  estrella  al  nacer  no  lo  ha  formado, 
En  aquella  impotencia  retenido, 
Ó  de  su  propio  genio  siempre  esclavo, 
Sordo  le  viene  á  ser  el  mismo  Febo 
Y  de  tardías  alas  el  Pegaso... 

La  Colombiada  ó  Colón,  el  Amor  d  la  Pati  ia  y  otras  poesías  líricas.  Cara- 
cas, 1852. 

Empieza:  No  hazañas  canto  de  inhumana  gente, 

Mas  la  de  aquel  varón  esclarecido 
Que  de  Occidente  á  descubrir  la  tierra 
Atravesó  el  Atlántico  temido... 


COLOMBIA  37 

que  había  compuesto  sobre  la  revolución  de  Nueva  Granada.  Ver- 
gara  le  atribuye  el  siguiente  soneto,  que  anda  anónimo  en  algunos 
libros  de  devoción,  y  que  si  realmente  fuese  suyo,  bastaría  para  que 
le  perdonásemos  aquel  insufrible  pecado  de  mal  olor  y  mala  crian- 
za ¿  que  principalmente  va  unido  su  nombre: 

Á  JESÚS    CRUCIFICADO 

Á  vos  corriendo  voy,  brazos  sagrados, 
En  la  cruz  sacrosanta  descubiertos, 
Que  para  recibirme  estáis  abiertos 

Y  por  no  castigarme  estáis  clavados. 
A  vos,  ojos  divinos,  eclipsados. 

De  tanta  sangre  y  lágrimas  cubiertos, 
Que  para  perdonarme  estáis  despiertos, 

Y  por  no  confundirme  estáis  cerrados. 
Á  vos,  clavados  pies  para  no  huirme; 

A  vos,  cabeza  baja  por  llamarme; 
A  vos,  sangre  vertida  para  ungirme; 

A  vos,  costado  abierto,  quiero  unirme, 
A  vos,  clavos  preciosos,  quiero  atarme 
Con  ligadura  dulce,  estable  y  firme  (i). 

Otro  soneto  agradeciendo  al  Arzobispo  de  Bogotá,  Mosquera,  una 
cuantiosa  limosna  que  envió  al  pobre  y  anciano  poeta,  empieza  con 
estos  agradables  versos: 

Escucha  Dios  en  su  encumbrado  cielo 
De  humildes  golondrinas  el  gemido, 
Cuando,  lejanas  del  paterno  nido. 
Vagan  desamparadas  en  su  vuelo... 

Poeta  de  festivo  humor  como  García  Tejada,  aunque  más  limpio 
y  comedido  en  sus  gracias,  y  fidelísimo  como  él  á  la  corona  de  Es- 
paña, fué  el  gaditano  D.  Francisco  Javier  Caro,  tronco  de  la  familia 

(i)  Tengo  casi  la  seguridad  de  haber  leído  este  soneto  en  las  obras  de  al- 
gún poeta  muy  anterior  á  Tejada,  pero  no  puedo  recordar  quién  sea.  Por  su 
parte,  el  Sr.  Gómez  Restrepo  (notas  á  la  Literatura  de  Vergara,  p.  452)  hace 
notar  que  «en  el  número  4.°  del  Investigador  Católico,  periódico  que  se  publi- 
caba en  Bogotá  en  1838  (cuando  aún  vivía  el  Dr.  García,  aunque  lejos  de  la 
patria)  aparece  reproducida  tal  composición  con  las  iniciales  P.  de  V.  y  P., 
que  no  sospechamos  á  quién  puedan  corresponder». 


38  CAPÍTULO    SÉPTIMO 

más  ¡lastre  en  las  letras  colombianas,  abuelo  del  vehemente  y  filo- 
sóñco  poeta  José  Eusebio  Caro,  y  bisabuelo  del  grande  humanista, 
poeta  y  crítico  á  quien  debemos  la  mejor  traducción  de  Virgilio  que 
hay  en  nuestra  lengua.  Quedan  de  Caro,  el  abuelo,  muchas  décimas 
satíricas  y  burlescas  en  que  campea  la  chispa  andaluza  más  que  el 
arte  ni  el  estudio,  al  cual  no  era  ajeno,  sin  embargo,  puesto  que 
dejó  notas  manuscritas  á  la  Poética  de  Horacio,  y  sostuvo  ^•ictorio- 
sas  polémicas  con  D.  Manuel  del  Socorro  Rodríguez  y  su  Papel  Pe- 
riódico. Tenía  Caro  especial  inquina  á  la  literatura  de  los  criollos, 
pero  envolvía  esta  desaprobación  suya  en  formas  tan  chistosas  y 
era  de  carácter  tan  inofensivo  y  benévolo,  aunque  dado  á  chanzas 
y  zumbas,  que  ninguna  de  sus  víctimas  literarias  llegaba  á  enojarse 
con  él,  ni  sus  golpes  hacían  nunca  sangre  (l). 

La  familia  de  Caro  vino  á  emparentar,  andando  el  tiempo,  con  la 
de  otro  poeta,  el  Dr.  D.  !Miguel  de  Tobar,  natural  de  Tocaima,  ju- 
risconsulto insigne  é  incorruptible  magistrado,  de  quien  hace  hon- 
rosa mención  Groot  en  el  tomo  m  de  su  Historia  Eclesiástica  y  civil 
de  Nueva  Granada  (2).  Por  los  años  de  1814  á  1818  compuso  el 
Dr.  Tobar  con  fácil  numen  algunas  odas  horacianas,  ó  más  bien  del 
género  y  estilo  de  Fr.  Diego  González  y  Meléndez  cuando  querían 
imitará  Fr.  Luis  de  León.  Conozco  las  dirigidas  al  Muña,  al  Tequen- 
ilama,  y  alguna  otra,  que  guardaba  inéditas  su  ilustre  nieto  Don 
Miguel  Antonio  Caro. 

(i)  En  1904  publicó  en  Madrid  el  profesor  de  Medicina  D.  Francisco  Vi- 
ñals  un  manuscrito  muy  curioso  de  D.  Francisco  Javier  Caro,  que  lleva  el 
extraño  título  siguiente: 

Diario  lie  la  Secretaria  del  Virreynato  de  Santa  Fee  de  Bogotá.  No  com- 
prchende  más  que  doce  dias.  Pero  no  importa,  que  por  la  uña  se  conoce  el  leojí, 
por  la  Jaula  el  paxaro^y  por  la  hebra  se  saca  el  ovillo.  Año  de  ijSs-  Es  un  cua- 
dro interesante  y  divertido  de  las  costumbres  oficinescas  de  la  colonia. 

En  el  tomo  x  del  Repertorio  Colombiano  se  ha  publicado  con  el  título  de 
Santa/é en  iS¡2  una  correspondencia  familiar  de  Caro  (gran  parte  de  ella  en 
verso)  con  su  amigo  D.  Juan  Jurado;  «muestra  interesante  (dicen  los  editores 
del  Repertorio)  del  cristiano  y  apacible  estilo  de  vida  que  llevaban  nuestros 
abuelos,  aun  en  aquellos  dias  en  que  ya  empezaban  á  ofrecerse  las  escenas 
sangrientas  de  la  Revolución  de  Independcncia>. 

(2)     Primera  edición,  Bogotá,  1870,  págs.  672  y  673. 


COLOMBIA  39 

Si  á  estos  nombres  se  añade  el  del  presbítero  de  Popayán  Don 
Mariano  del  Campo  Larraondo  y  Valencia,  que  en  l8oi  envió  al 
Correo  Curioso  de  Santa  Fe  de  Bogotá  (periódico  dirigido  por  Don 
José  Tadeo  Lozano,  Marqués  de  San  Jorge,  y  D.  Luis  Eduardo 
A»iola)  algunas  odas  de  Horacio,  traducidas  con  bastante  llaneza 
y  prosaísmo,  pero  acompañadas  de  una  excelente  carta  sobre  el 
arte  de  traducir,  que  Larraondo  entendía  tan  bien  y  practicaba  tan 
mal  (l),  tendremos  casi  agotado  el  catálogo  de  los  buenos  y  malos 
versificadores  de  la  escuela  del  siglo  xvín  que  florecían  más  ó  me- 
nos obscuramente  en  los  últimos  días  del  virreinato  de  Nueva  Gra- 
nada, acompañando,  aunque  muy  de  lejos,  el  movimiento  científico 
que  dirigían  Mutis,  Caldas  y  sus  amigos. 

La  guerra  de  la  Independencia  no  suscitó  en  Nueva  Granada  nin- 
gún Olmedo.  Débilmente  está  representada  la  poesía  de  este  período 
por  dos  ingenios  de  la  escuela  clásica,  Fernández  Madrid  y  Vargas 
Tejada,  que  conservan  cierta  celebridad  por  los  azares  de  su  vida 
más  que  por  el  mérito  de  sus  versos,  apenas  leídos  ya  de  nadie.  El 
Dr.  Fernández  Madrid,  médico  de  Cartagena  de  Indias,  se  había 
dado  á  conocer  como  poeta  en  el  Semanario  de  Caldas,  insertando 
una  oda  A  la  Noche^  notable  sólo  por  el  artificio  polimétrico  con 
que,  apartándose  del  rigorismo  clásico  y  siguiendo  las  huellas  de 
Arriaza  (el  poeta  español  más  aplaudido  entonces  en  las  colonias), 
se  atrevía  á  introducir  en  una  sola  composición  sextillas  endecasíla- 
bas, octavitas  de  final  agudo,  y  alejandrinos,  preludiando  en  esto  la 
libertad  romántica.  El  torbellino  revolucionario  envolvió  á  Fernán- 
dez Madrid,  llevándole  primero  á  la  junta  patriótica  de  Cartagena, 
luego  al  Congreso  de  las  Provincias  Unidas  de  Nueva  Granada  y 
Venezuela,  en  el  cual  se  distinguió  por  su  fácil  y  ardorosa  elocuen- 
cia, y  finalmente,  aunque  por  breve  tiempo  y  en  circunstancias  ente- 
ramente desesperadas,  á  la  presidencia  de  la  República,  que  sucum- 
bió en  sus  manos  en  l8l6.  Fernández  Madrid,  que  no  tenía  temple 
de  héroe  ni   vocación   de   mártir,  no  sólo  se  rindió  al  pacificador 

(i)  En  la  Biblioteca  de  Bogotá  se  conservan  dos  cuadernos  manuscritos 
intitulados:  Rasgos  morales,  filosóficos^  históricos  y  políticos^  e7i  verso  y  prosa, 
compuestos  y  dedicados  á  la  juventud  de  Popayán ,  por  el  Dr.  D.  I^Iariano  del 
Campo  Larraondo  y  Valencia,  presbítero.  De  ellos  me  dio  noticia  el  Sr.  Caro. 

Menéndez  t  Pei.ato. — Poesía  hisJ>ano-amcricana.  II.  3 


40  CAPITULO   SÉPTIMO 

Morillo,  sino  que  en  humildísima  representación  fingió  retractarse 
solemnemente  de  sus  antiguas  ideas,  y  aun  afirmó  que  sólo  por  evi- 
tar mayores  males  y  facilitar  la  sumisión  del  país  había  consentido 
en  ponerse  al  frente  de  la  insurrección.  Esta  representación  (según 
el  dicho  atroz  del  historiador  D.  José  Manuel  Restrepo)  (l)  «le  salvó 
la  vida,  pero  no  el  honor».  El  Dr.  Madrid  se  quedó  tranquilamente 
en  la  Habana  ejerciendo  su  profesión  y  escribiendo  versos,  y  cuando 
triunfó  la  independencia  de  Colombia,  Bolívar  no  tuvo  reparo  en 
enviarle  de  ministro  plenipotenciario  á  Londres,  donde  residió  hasta 
su  muerte,  acaecida  en  1830. 

Con  estos  antecedentes  cualquiera  puede  dar  su  justo  valor  á  las 
feroces  diatribas  contra  España,  que  son  el  principal  tópico  de  las 
odas  del  Dr.  ^Madrid.  La  firmeza  que  en  sus  actos  públicos  le  había 
faltado,  quiso  compensarla  desde  el  quieto  y  seguro  asilo  de  Lon- 
dres con  alardes  declamatorios  de  un  miso-hispanismo  frenético,  cre- 
yendo que  con  esto  tenía  bastante  para  que  los  patriotas  de  Colom- 
bia olvidasen  su  historia.  Nadie  abusó  tanto  como  él  de  los  tres  siglos 
de  vil  servidumbre,  de  la  ferocidad  castellana  nunca  saciada  de  san- 
gre y  venganza^  de  la  eterna  ignominia  del  déspota  ibero^  del  férreo 

(i)  Vindícase  la  memoria  del  Dr.  Madrid  de  los  cargos  políticos  que  por 
su  conducta  en  la  Presidencia  de  la  República  se  le  hicieron,  en  la  excelente 
Biografía  de  D.  José  Fernájidez  Madrid,  arreglada  por  D.  Carlos  Martínez 
Silva  sobre  los  documentos  recogidos  y  clasificados  por  el  eminente  hombre 
público  D.  Pedro  Fernández  Madrid,  hijo  del  poeta  (Bogotá,  1889).  No  puede 
negarse  que  la  vindicación  es  enérgica  y  victoiúosa  en  casi  todos  los  puntos; 
pero  para  nosotros  queda  en  pie  siempre  un  cargo,  que  podrá  ser  menos 
grave,  pero  que  atañe  á  la  delicadeza  artística  del  poeta,  no  menos  que  á  la 
moral  del  ciudadano:  el  haberse  desatado  desde  Londres,  y  sobre  seguro,  en 
injurias  contra  los  españoles,  á  quienes,  de  un  modo  ó  de  otro,  debía  la  sal- 
vación de  su  vida. 

Re.-.trepo,  en  la  segunda  edición  de  su  obra  histórica  (Besanzón,  1S5S),  rec- 
tificó la  mayor  parte  de  sus  juicios  adversos  al  Dr.  Madrid,  cuyo  carácter 
bondadoso  y  dulce,  aunque  falto  de  la  firmeza  necesaria  para  descender  á  la 
arena  política  en  ¿pocas  turbulentas,  ha  dejado  muchas  simpatías  entre  los 
hombres  más  ilustres  de  Colombia.  No  contribuyó  poco  á  que  el  prestigio  de 
su  nombre  se  conservase  y  acrecentase,  el  ejemplo  de  la  noble  vida  y  mucha 
doctrina  de  su  hijo  D.  Pedro  Fernández  Madrid,  sabio  educador  de  la  juven- 
tud colombiana. 


COLOMBIA  41 

cetro  del  León  quebrantado  por  la  libertad.  Relegó  á  España  á  vivir 
en  el  rincón  tenebroso  incierto  entre  el  África  y  la  Europa;  y  para  sus 
soldados,  ante  los  cuales  había  huido  y  se  había  humillado  en  1 8 16, 
nunca  tuvo  más  blandas  calificaciones  que  las  de  bandidos,  prófu- 
gos, salteadores  infames  de  caminos,  ciervos,  tigres  y  otras  lindezas 
tales.  Parece  que  en  alguna  ocasión  él  mismo  se  avergüenza  de  su 
propio  vilipendio,  y  exclama: 

Sangre  española  corre  por  mis  venas; 
Mío  es  su  hablar,  su  religión  la  mía; 
Todo,  menos  su  horrible  tiranía...; 

pero  á  renglón  seguido  vuelve  á  renegar  de  su  raza,  y  se  extasía 
con  la  esperanza  de  ver  restaurado  el  trono  de  los  Incas  y  las  pa- 
ternales leyes  de  los  hijos  del  Sol: 

En  fuego  divino  los  Andes  se  inflaman; 
De  doce  monarcas  la  voz  paternal 
Repiten  sus  ecos,  que  al  mundo  proclaman 
De  América  el  triunfo,  la  gloria  inmortal. 

¡Oh  manes  sagrados, 

Volved  aplacados! 
Volved  á  las  tumbas,  familia  imperial. 
No  más  servidumbre;  no,  sombras  augustas; 
Cesó  la  ignominia  del  yugo  español: 

Ya  estamos  vengados, 
Y  reinan  de  nuevo,  con  leyes  más  justas, 
Más  dignos  del  padre,  los  hijos  del  Sol... 

La  prisión  y  muerte  de  Atahualpa  le  arrancaban  lágrimas  á  cada 
momento,  haciéndole  prorrumpir  en  interminables  elegías,  en  que 
á  su  sabor  vengaba  en  la  sombra  de  Pizarro  las  tribulaciones  que  le 
había  hecho  pasar  el  general  Morillo. 

Las  odas  políticas  de  Madrid  son  de  la  más  intolerable  y  hueca 
patriotería,  una  sarta  de  denuestos  en  estilo  de  proclama.  Los  mis- 
mos críticos  americanos  han  llegado  á  reconocerlo,  y  el  Juicio  de 
los  hermanos  Amunáteguis  (l),  por  duro  que  parezca,  es  en  esta 

( I )  Juicio  critico  de  algunos  poetas  hispam-afiiericanos,  por  Miguel  Luis  y 
Gregorio  Victor  AmunátegiiL  Santiago  (de  Chile),  Imprenta  del  Ferrocarril,  iBói. 


42  CAPITULO    SÉPTIMO 

parte  inapelable,  y  ha  hundido  para  siempre  al  poeta  cartagenero, 
astro  de  falsa  luz,  que  sólo  pudo  deslumhrar  un  momento  á  los  que 
equivocaban  la  verdadera  grandeza  con  el  énfasis  bombástico.  En 
vano  usa  y  abusa  de  toda  la  máquina  retórica,  y  no  se  harta  de  per- 
sonificar las  provincias  y  las  ciudades,  la  discordia,  la  traición,  la 
libertad,  la  gloria,  la  paz,  la  victoria,  la  tiranía,  y  todo  género  de  abs- 
tracciones; ave  de  vuelo  rastrero,  jamás  asciende  á  la  región  tem- 
pestuosa á  donde  sube  la  canción  triunfal  de  Quintana  y  de  Olmedo. 
Todo  el  incienso  que  empalagosamente  se  tributa  al  Libertador  en 
estas  odas,  declarándole  superior  á  todos  los  grandes  personajes  his- 
tóricos, á  Fabio  en  la  prudencia,  á  Aníbal  en  intrepidez,  á  César  en 
saber  y  elocuencia,  á  Pelópidas,  á  Temístocles,  á  Poción,  á  Camilo, 
á  Cincinato,  á  Washington...  todo  este  pedantesco  y  ridículo  catá- 
logo que  el  Dr.  Madrid  repite  siempre  que  habla  de  su  héroe,  no 
puede  dar  ni  aun  remotamente  la  idea  de  Simón  Bolívar  que  dejan  en 
la  memoria  aquellos  solemnes  versos  del  gran  poeta  de  Guayaquil: 

¿Quién  es  aquél  que  el  paso  lento  mueve 
Sobre  el  collado  que  á  Junín  domina?... 

Considerado  meramente  como  versificador,  el  doctor  Madrid 
tiene  cierto  valor  relativo  de  corrección  y  facilidad  elegante,  que 
contrasta  con  lo  escabroso,  desaliñado  y  malsonante  de  otros  mu- 
chos autores  de  himnos  y  poemas  de  la  independencia  americana, 
muchos  de  los  cuales  (en  Chile,  por  ejemplo,  y  en  Buenos  Aires) 
parecían  haberse  rebelado,  más  que  contra  España,  contra  las  más 
triviales  nociones  de  nuestra  prosodia  (l).  Por  el  contrario,  la  versi- 
ficación de  Fernández  Madrid  es  habitualmente  limpia  y  muchas 
veces  sonora  y  armoniosa,  combinándose  bastante  bien  en  su  estilo 
los  opuestos  caracteres  de  la  escuela  de  Quintana  y  de  la  de  Arriaza. 

(i)  Bello  y  Olmedo,  los  dos  mayores  poetas  americanos  de  su  tiempo, 
estimaban  personalmente  á  Fernández  Madrid,  pero  creo  que  sentían  muy 
tibia  admiración  por  sus  versos.  El  segundo  escribía  al  primero  en  Marzo  de 
1827:  «Madrid  está  imprimiendo  sus  poesías,  y,  aquí  entre  nosotros,  lo  siento. 
Sus  versos  tienen  mérito,  pero  les  falta  mucha  lima.  Corren  como  las  aguas 
de  un  canal,  no  como  las  de  un  arroyo...  Le  daña  su  extrema  facilidad  en 
componer.  En  una  noche,  de  una  sentada,  traduce  una  Mescitiana  de  Dela- 
vigne,  ó  hace  todo  entero  el  quinto  acto  de  una  tragedia.» 


COLOMBIA  43 

Sus  condiciones  nativas  le  llevaban  más  bien  á  imitar  al  segundo 
que  al  primero;  así  es  que  brilla  más  y  se  deja  leer  con  menos  dis- 
gusto en  la  poesía  ligera  que  en  los  raptos  de  la  oda  pindárica.  En 
la  Habana,  donde  no  podía  imprimir  versos  contra  España  (aunque 
no  dejó  de  cultivar  la  poesía  política,  aprovechándose  de  la  libertad 
constitucional  de  1 820),  se  dedicó  al  cultivo  de  la  anacreóntica,  y 
entonces  compuso  y  dedicó  á  su  mujer  las  diez  composiciones  que 
llamó  Rosas,  llenas  de  erotismo  tan  sensual  como  candoroso.  Por 
entonces  compuso  también  Mi  Banadera  y  La  Hamaca,  que  se  re- 
comiendan por  cierta  languidez  criolla  bastante  agradable.  Estos 
dos  juguetes  son  casi  lo  único  que  sobrevive  de  sus  versos.  Tradujo 
una  parte  del  poema  de  Delille  Los  Tres  Reinos  de  la  Naturaleza, 
y  el  Ditirambo  del  mismo  autor  sobre  la  inmortalidad  del  alma. 
Compuso  dos  tragedias  originales:  Átala  y  Gitatimozín,  que  consi- 
deraba como  principio  de  un  teatro  americano.  Ni  una  ni  otra  so- 
brevivieron al  éxito  pasajero  de  las  primeras  representaciones,  puesto 
que  el  autor  parecía  haber  prescindido  hasta  de  las  condiciones 
más  elementales  del  drama  (l). 

Si  el  Dr.  Madrid,  que  con  candorosa  satisfacción  de  sí  mismo  ex- 
clamaba: 

¡Feliz  el  que  ha  nacido 

Al  mismo  tiempo  médico  y  poeta! 
Dos  veces  laureado 
Por  Minerva  y  Apolo..., 

(i)  La  primera  edición  de  las  Poesías  del  Ciudadano  Dr.  José  Fernátidez 
de  Madrid  (con  título  de  tomo  primero,  aunque  no  salió  el  segundo),  es  de  la 
Habana,  1S22,  Imprenta  Fraternal.  Al  fin  del  tomo  está  la  tragedia  Átala.  En 
1828  hizo  en  Londres  otra  edición  más  completa  y  añadió  la  tragedia  Guati- 
mozín,  que  ya  el  año  anterior  se  había  impreso  suelta  en  París,  y  las  Elegías 
nacionales perua?ias,  que  lo  habían  sido  en  Cartagena  de  Colombia  en  1825. 
Dejó,  además,  algunas  Memorias  sobre  asuntos  de  Medicina,  dos  ó  tres  vindi- 
caciones personales,  y  muchos  artículos  políticos.  Existe  una  edición  com- 
pleta de  sus  Obras  hecha  en  Bogotá  en  1889,  con  ocasión  del  centenario 
del  poeta,  á  quien  su  ciudad  natal,  Cartagena  de  Indias,  erigió  una  estatua. 
El  Sr.  Martínez  Silva,  en  la  Biografía  ya  citada,  ha  publicado  muchas  car- 
tas de  Fernández  Madrid,  que  para  mi  gusto  escribía  mejor  en  prosa  que 
en  verso.  Su  correspondencia  diplomática  de  París  y  Londres  es  muy  ins- 
tructiva y  sabrosa. 


44  CAPITULO    SÉPTIMO 

dejó  en  sus  escritos  datos  suficientes  para  juzgar  lo  que  como  poe- 
ta; y  aun  como  médico,  valía;  el  malogrado  joven  Luis  Vargas  Te- 
jada fué  víctima  de  hados  tan  adversos,  que  escasamente  puede  de- 
cidirse si  había  en  él  la  esperanza  de  un  poeta.  A  esto  último  nos 
inclinamos,  recordando  entre  sus  versos  líricos  la  delicada  y  armo- 
niosa silva  Al  Anochecer .,  y  algún  otro  rasgo  fugitivo  de  poesía  ínti- 
ma y  dulce,  y  entre  sus  ensayos  dramáticos  la  comedia,  ó  más  bien 
largo  entremés,  de  Las  Convulsiones ^  picante  y  libre  en  demasía, 
pero  de  chiste  espontáneo  y  genial.  Por  entonces  estaban  muy 
en  auge  en  Bogotá  las  tragedias  clásicas,  especialmente  las  de  Vol- 
taire,  Alfieri  y  sus  imitadores  españoles,  prefiriéndose  naturalmente 
las  que  contenían  ardientes  efusiones  de  liberalismo  y  apostrofes 
contra  la  tiranía  y  la  superstición.  Vargas  Tejada,  que  hubiera  po- 
dido brillar  en  lo  cómico,  se  empeñó  infelizmente  en  calzar  el  co- 
turno, escribiendo  tres  tragedias,  Sugamuxi,  Doraminta  y  Aqidmin^ 
y  dos  monólogos  trágicos.  Catón  en  Utica  y  La  Muerte  de  Pausanias. 
En  Vargas  Tejada  es  más  interesante  la  vida  que  los  escritos.  Era 
un  tipo  perfecto  de  conspirador  de  buena  fe,  de  tiranicida  de  cole- 
gio clásico,  admirador  de  Bruto  y  de  Catón,  en  cuya  boca  ponía  in- 
terminables romanzones  endecasílabos  contra  el  dictador  y  la  dicta- 
dura. Fué  de  los  Septembristas  que  en  el  año  28  asaltaron  la  casa 
de  Bolívar  y  estuvieron  muy  á  punto  de  asesinar  al  que  llamaban 
tirano.  De  resultas,  varios  de  los  conspiradores  murieron  en  el  patí- 
bulo, y  Vargas  Tejada,  proscripto  y  fugitivo,  escondido  durante  ca- 
torce meses  en  una  caverna,  acabó  por  perder  el  juicio  ó  poco 
menos,  y  se  ahogó  involuntariamente  en  un  río  cuando  intentaba 
refugiarse  en  la  Guayana.  Tenía  el  infeliz  veintisiete  años;  había  de- 
mostrado talento  precocísimo  componiendo  versos,  no  sólo  en  cas- 
tellano, sino  en  francés,  alemán  y  latín;  era,  á  despecho  de  su  fana- 
tismo político,  dulce,  afectuoso,  sencillo,  inclinado  á  la  piedad  y 
devotísimo  de  su  familia,  sentimientos  que  se  declaran  bien  en  una 
carta  mucho  más  poética  que  sus  versos,  escrita  á  su  madre  desde 
la  cueva  en  que  vivía,  en  8  de  Diciembre  de  1829  (l).  Estas  cuali- 

(i)    Véase  la  excelente  Noticia  biográfica  de  Luis  Vargas  Tejada,  escrita  por 

D.  José  Caiccdo  Rojas  en  el  Anuario  de  la  Academia  Colombiana^  año  de  1S74. 

Nació  Vargas  Tejada  en  Bogotá,  en   1802,  y  murió,  del  modo  que  queda 


COLOMBIA  45 

dades,  unidas  á  su  trdgico  destino,  dejaron  en  el  ánimo  de  cuantos 
le  habían  conocido  un  melancólico  recuerdo,  y  explican  en  parte  la 
exagerada  estimación  que  en  algún  tiempo  se  hizo  de  sus  méritos 
literarios.  Se  le  consideró  como  un  iniciador;  se  le  llamó  el  Chénier 
colombiano,  «el  ave  que  cantó  primero  en  la  mañana  de  Colom- 
bia, tras  la  obscura  y  tempestuosa  noche  que  le  precedió».  Trun- 
cada en  flor  aquella  existencia,  que  parecía  tan  llena  de  promesas, 
sólo  es  lícito  hoy  repetir,  como  epitafio  del  mísero  poeta,  aquellos 
versos  suyos  que  parecen  un  vaticinio  lúgubre: 

Á  los  risores  de  una  tuerte  acerba 
El  hado  me  arrojó  desde  la  cuna, 
Cual  flor  ignota  entre  la  humilde  hierba. 

La  muerte  de  Vargas  Tejada  abre  un  paréntesis  en  la  historia 
literaria  de  la  República  de  Nueva  Granada,  desgarrada  por  las  fac- 
ciones y  hundida  en  la  anarquía  durante  muchos  años.  Pero  la  cul- 
tura poética  tiene  allí  tan  hondas  raíces,  que  no  tardó  en  volver  á 
brotar  más  pujante  que  nunca,  acariciada  por  el  mismo  viento  de  la 
tempestad  política,  que  dio  al  nuevo  lirismo  un  vigor  y  una  inde- 
pendencia formidables.  El  romanticismo  penetró  por  Venezuela, 
mas  abierta  al  trato  y  comercio  con  Europa;  pero  así  como  en  Ca- 
racas no  pudo  engendrar,  con  raras  excepciones,  más  que  una  poe- 
sía efectista,  relumbrante  y  chillona,  llena  de  impropiedades  de 
concepto  y  de  forma,  en  Bogotá  y  en  Popayán  arrancó  magníficos 
acentos  dé  amor  y  de  ira  á  los  espíritus  ardientes  é  indómitos  de 
José  Eusebio  Caro  y  de  Julio  Arboleda,  y  en  las  montañas  antio- 
queñas  suspiró  con  inefable  melodía  en  las  dulces  estrofas  de  Gre- 
gorio Gutiérrez  González.  Al  mismo  tiempo,  la  escuela  lírica  del 
siglo  pasado,  renovada  y  transformada  en  cuanto  al  espíritu,  tuvo 
en  D.  José  Joaquín  Ortiz  un  excelso  representante.  En  estos  cuatro 

dicho,  en  1829.  Su  principal  maestro  y  consejero  fué  el  poeta  argentino  Mi- 
ralla.  Fué  Secretario  de  la  Convención  de  Ocaña,  y  allí  figuró  entre  los  más 
ardientes  demócratas.  Disuelta  aquella  asamblea ,  se  lanzó  á  la  conspiración 
de  que  fué  víctima.  Sus  Poesías  fueron  publicadas  en  1855  por  D.  José  Joaquín 
Ortiz,  juntamente  con  las  de  D.  José  Eusebio  Caro.  Faltan  en  esta  edición  las 
tragedias  Dora7ninta  y  Aquimin,  que  se  conservan  manuscritas. 


46  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

poetas  líricos,  tan  diversos  entre  sí,  se  cifra  lo  mejor  del  tesoro  poé- 
tico colombiano,  al  cual  la  posteridad  juntará  las  obras  de  algunos 
ingenios  vivos,  de  los  cuales  hay  tres,  por  lo  menos,  que  escasa- 
mente encuentran  rivales  en  América.  A  nadie  se  hace  ofensa  con 
añrmar  verdad  tan  notoria  como  que  el  Parnaso  colombiano  supera 
hoy  en  calidad,  si  no  en  cantidad,  al  de  cualquier  otra  región  del 
Nuevo  Mundo.  Pero  circunscribamos  nuestra  tarea  á  los  límites  que 
voluntariamente  nos  hemos  impuesto. 

José  Eusebio  Caro  fué  el  más  lírico  de  todos  los  colombianos,  por 
lo  profundo  é  intenso  de  su  vida  afectiva,  la  cual  expresó  con  rara 
franqueza  y  viril  arrojo  en  versos  de  forma  insólita,  que  bajo  una 
corteza  que  puede  parecer  áspera  y  dura,  esconden  tesoros  de 
cierta  poesía  íntima  y  ardiente,  á  un  tiempo  apasionada  y  filosófica, 
medio  inglesa  y  medio  española,  que  antes  y  después  de  él  ha  sido 
rarísima  en  castellano.  La  extraña  y  selvática  grandeza  de  la  poesía 
de  Caro  procede  enteramente  de  la  grandeza  moral  del  hombre, 
que  fué  acabado  tipo  de  valor  y  dignidad  humana. 

Poeta  fué,  y  altísimo  poeta, 
No  por  poeta,  empero,  mas  por  grande... 

ha  dicho  de  él  D,  Rafael  Pombo,  uno  de  los  espíritus  más  dignos  de 
comprenderle.  El  heroísmo  de  su  vida  pública;  la  altísima  noción 
que  tuvo  del  deber,  cumplido  siempre  por  él  sin  vacilación  ni  des- 
mayo; la  magnánima  alti\ez  de  su  carácter,  inflexible  ante  el  ceño 
de  los  déspotas  y  el  puñal  de  los  demagogos;  la  austera  indepen- 
dencia con  que  sacrificó  patria,  hacienda,  reposo,  y  finalmente  la 
vida  misma,  al  culto  de  la  ley  hollada  y  á  la  vindicación  de  la  justi- 
cia escarnecida,  hicieron  de  su  persona  la  encarnación  del  perfecto 
ciudadano,  y  dieron  á  su  poesía  aquella  íntegra  y  honrada  sinceri- 
dad, que  es  su  mayor  precio.  Y  aquí  prosigue  Pombo: 

Serio,  elevado,  independiente,  fiero, 
No  supo  hacer  reír,  ni  hablar  mentira. 

Por  ser  gran  corazón,  es  gran  poeta, 
Que  hace  creer,  sentir  cuanto  nos  dice... 


COLOMBIA  47 

Su  estudio,  el  corazón;  única  fuente 
Del  verbo  que  arde  y  late  y  saca  llanto, 
Que  acera  el  verso,  dardo  de  la  frente, 
Y  da  su  eterna  resonancia  al  canto. 

Jamás,  como  no  fuese  en  los  días  de  aprendizaje,  escribió  versos 
Caro  por  el  sólo  placer  de  escribirlos,  sino  porque  su  alma  grande, 
tempestuosa  y  bravia  necesitaba  este  medio  de  expansión,  y  tenía 
que  trasladarse  entera  á  sus  canciones.  Huérfano,  amante,  esposo, 
padre,  guerrillero,  combatiente  político,  su  musa  fué  siempre  la  pa- 
sión, grande,  generosa,  humana,  desbordada  é  irresistible  en  su 
oleaje.  El  alma  de  Caro  era  un  volcán  que  en  breve  tiempo  debía 
consumirle.  Todo  lo  sentía  líricamente,  es  decir,  en  un  grado  máxi- 
mo de  exaltación,  concedido  á  pocos  mortales.  Su  vida  se  compe- 
netra con  sus  versos,  y  sus  versos  son  inseparables  de  su  vida.  Ora 
truene  y  fulmine  contra  el  tirano  en  las  estrofas  vengadoras  de  La 
Libertad  y  el  Socialismo^  ora  exprese  en  versos  divinos  los  éxtasis 
del  amor  conyugal,  ora  acaricie  su  hacha  espléndida  y  cortante.,  ora 
quiera  rasgar  el  velo  del  porvenir  y  adivinar  los  destinos  de  su  pri- 
mogénito aún  no  nacido,  ora  al  presentarle  en  las  fuentes  bautis- 
males, entone  un  himno  vigoroso  á  la  acción  civilizadora  del  cristia- 
nismo; Caro,  no  por  odio  afectado  á  lo  vulgar,  sino  por  privilegio 
de  su  exquisita  naturaleza,  nada  siente  y  nada  dice  como  el  vulgo  de 
los  autores.  Recorre  siempre  una  órbita  excéntrica,  pero  tan  de 
buena  fe  y  con  tanta  sencillez  como  si  anduviese  por  los  rumbos  de 
todo  el  mundo.  Las  fuentes  de  su  poesía  son  ciertamente  las  de  la 
poesía  universal  y  eterna;  Dios,  el  amor,  la  libertad,  la  naturaleza; 
pero  todo  ello  concebido  y  expresado  de  una  manera  tan  indi\'idual 
y  solitaria,  que  parece  que  el  poeta  es  el  primero  que  lo  canta.  No 
hay  allí  recuerdo,  ni  aun  lejano,  de  otras  armonías  anteriores;  se 
conoce  que  Caro  había  leído  mucho  á  los  poetas  ingleses,  y  espe- 
cialmente á  Byron,  pero  deliberadamente  no  los  imita  nunca,  como 
no  sea  en  su  manera  de  acentuar  los  endecasílabos.  Es  imposible 
confundir  los  versos  de  Caro  con  los  de  ningún  otro  poeta.  Según 
sea  la  disposición  del  lector  y  el  temple  de  su  alma,  serán  diversos 
los  efectos:  á  uno  parecerá  estrambótico  lo  que  á  otro  sublime;  pero 
ni  la  extravagancia  en  él  es  deliberada,  ni  la  sublimidad  deja  nunca 


48  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

de  ser  espontánea.  Xo  hay  verso  de  Caro  sin  idea,  y  á  veces  las 
ideas  se  acumulan  en  tan  pequeño  espacio,  que  el  molde  poético 
resulta  estrecho  para  contenerlas,  y  entonces,  por  uno  ó  por  otro 
lado,  acaba  por  romperse.  Así  y  todo,  ¡cuánto  más  vale  este  poeta 
abrupto,  escabroso,  pero  lleno  de  alma,  este  poeta  que  hace  sentir  y 
pensar  siempre,  que  tanto  versificador  de  insípida  elegancia,  de 
cuyos  cantos  sólo  queda  el  fútil  rumor  que  pronto  se  disipa  en  los 
aires!  La  técnica  de  Caro  agradará  más  ó  menos;  tiene  las  ventajas 
y  los  defectos  de  toda  innovación  radical  y  violenta;  pero  no  hay 
quien  al  cerrar  el  libro  de  Caro,  y  hechas  todas  las  salvedades  que 
puede  hacer  el  gusto  más  escrupuloso  y  menos  amigo  de  temerida- 
des artísticas,  no  diga  con  plena  convicción:  «Este  poeta  sería  un 
genio  ó  un  excéntrico;  pero  no  hay  duda  que  era  lui  hombre^  y  uno 
de  aquellos  que  honran  y  ennoblecen  la  especie  huinana.» 

Para  nosotros  era  un  genio  lírico,  á  quien  sólo  faltó  equilibrio  en 
sus  facultades,  y  cierta  sobriedad  en  el  modo  de  administrarlas.  Su 
visión  de  las  cosas  tenía  algo  de  desproporcionado;  su  sensibilidad 
rayaba  en  una  especie  de  calentura  moral  un  tanto  fatigosa  para  es- 
píritus mesurados;  su  ardiente  bondad  le  arrastraba  á  divagaciones  de 
una  filantropía  nebulosa;  el  tormento  sutil  de  su  razón  se  comuni- 
caba á  sus  versos,  y,  finalmente,  su  seriedad  ingénita,  el  grave  modo 
que  tuvo  siempre  de  considerar  la  vida,  la  pureza  envidiable  de 
su  alma,  alejaban  de  su  mente  hasta  la  más  remota  idea  de  lo  có- 
mico, y  le  hacían  de  todo  punto  insensible  á  ciertas  disonancias  de 
gusto.  Grande,  bello  y  sublime  es,  por  ejemplo,  el  pensamiento  de 
la  Baidición  del  feto  ^  y  sólo  á  censores  torpes  ó  malévolos  ha  podido 
parecerles  otra  cosa;  pero  ¿quién  duda  que  hay  cierto  candor  he- 
roico en  abordar  de  frente  tal  asunto,  y  que  no  puede  exigirse  á 
todos  los  lectores  el  temple  de  alma  necesario  para  ponerse  al  nivel 
de  tal  poesía,  cerrando  los  ojos  al  importuno  recuerdo  tocológico? 

El  carácter  peculiar  del  estilo  de  Caro  está  admirablemente  defi- 
nido en  los  versos  siguientes  de  Pombo: 

Él  del  Albano  desdeñó  indolente 
Las  tintas  exquisitas  y  graciosas: 
No  era  el  raudal  do  muelle  y  blandamcule 
Van  resbalando  lágrimas  y  rosas. 


COLOMBIA  49 

Sus  palabras,  dcJ  Numen  al  tormento, 
Se  entrechocan  tal  vez  y  se  atrepellan. 
Como  al  rapto  del  Niágara  violento 
Rocas,  troncos  y  témpanos  se  estrellan. 

Él  siempre //c«j¿í  y  dice.  Tosco  ó  bello, 
Cada  verso  de  Caro  es  una  idea. 

Mas  bien  rebosa  atropellado  acaso 
El  raudo  hervir  de  sangre  y  pensamiento; 
Circunda  la  figura  un  aire  escaso, 
Y  lo  suple  el  lector  tomando  aliento. 

t 

Que  Caro  es  rudo,  tosco,  áspero,  inarmónico,  dicen  muchos. 
Pero  es  cierto  que  la  dureza  de  Caro  no  procede  de  ignorancia  ó 
desaliño,  ni  mucho  menos  de  falta  de  oído,  sino  de  haber  exagera- 
do en  la  práctica  cierto  sistema  prosódico  que  él  juzgaba  insepara- 
ble de  la  mayor  profundidad  del  concepto  y  de  la  mayor  intensidad 
del  sentimiento,  y  de  haber  roto  demasiado  bruscamente  con  cier- 
tos hábitos  de  versificación  rápida  y  dactilica  que  predominan  en  la 
moderna  poesía  castellana.  Para  comprender  estas  innovaciones  de 
Caro,  hay  que  distinguir  en  él,  como  ha  distinguido  su  hijo,  tres  y 
quizá  cuatro  distintas  maneras.  En  la  más  antigua,  en  la  de  forma- 
ción y  aprendizaje,  Caro,  lector  asiduo  y  entusiasta  de  Quintana,  de 
Gallego,  de  Lista,  de  Reinoso,  de  Martínez  de  la  Rosa,  era  un  ver- 
sificador rotundo  y  numeroso,  con  aquel  mismo  género  de  número 
amplio,  libre  y  un  tanto  oratorio  que  domina  en  nuestros  excelen- 
tes poetas  de  principios  del  siglo  xix,  los  cuales,  poco  ó  nada  afectos 
á  las  estrofas  regulares  ni  á  la  disposición  simétrica  de  los  períodos 
poéticos,  se  encontraban  más  á  sus  anchas  en  el  molde  holgadísimo 
de  la  silva,  ó  del  verso  suelto,  ó  del  romance  endecasílabo.  De  la 
canción  italiana  restaba  sólo  el  simulacro,  puesto  que  ni  ya  las  es- 
tancias tenían  el  mismo  número  de  versos,  ni  se  combinaban  los 
consonantes  conforme  á  la  misma  ley,  y  aun  por  añadidura  muchos 
versos  quedaban  sin  rima.  Esta  libertad  métrica,  en  que  no  se  ha 
reparado  bastante,  fué  sin  duda  ocasión  de  grandes  bellezas,  y  trajo 
consigo  cierto  género  de  emancipación  literaria  en  cuanto  al  pensa- 
miento; pero  no  puede  dudarse  que  abrió  las  puertas  á  la  amplifica- 


3©  CAPITULO   SÉPTIMO 

ción  y  á  la  palabrería,  é  hizo  que  el  ritmo  oratorio,  vago  y  no  men- 
surado, se  sobrepusiese  excesivamente  al  ritmo  poético.  Los  prime- 
ros ensayos  de  Caro  pertenecen  á  esta  escuela  noble  y  pomposa,  y 
entre  ellos  sobresalen  los  fragmentos  del  poema  Lara  ó  los  Biicane- 
ros  (1834),  en  los  que  no  sin  razón  reconoce  el  ilustre  editor  de  sus 
obras  influencia  directa  del  estilo  y  dialecto  propios  del  autor  de  la 
Poética  y  del  Edipo,  si  bien  debe  añadirse  que  en  el  título  mismo 
del  poema,  en  la  elección  de  un  héroe  pirata,  en  la  trágica  historia 
de  una  venganza,  y  en  las  escenas  de  subterráneo,  algo  se  ve  que 
delata  la  lectura  fresca  de  los  poemas  cortos  de  Byron.  Para  el  gusto 
todavía  hoy  dominante  en  la  mayor  parte  de  los  lectores  y  juzga- 
dores de  versos,  así  estos  fragmentos  como  las  composiciones  titu- 
ladas El  Ciprés,  Desesperación,  Mi  Juventud,  resultan  más  fluidas  y 
en  apariencia  más  correctas  que  los  versos  posteriores  de  Caro. 
Pero  ya  en  ellos  comienza  á  verse  algo  de  atrevido  y  desusado,  si 
no  en  la  construcción  material,  á  lo  menos  en  la  elección  de  las 
imágenes  y  en  cierta  grandiosidad  sombría  y  vago  sentimiento  de 

lo  infinito: 

¡No!  En  la  callada  eternidad  no  sopla 

El  huracán  del  reino  de  los  vivos; 

Sus  dilatadas  soledades  nunca 

Barrió  el  dolor  con  fúnebres  vestidos... 


Para  comprender  á  qué  punto  de  perfección,  pero  con  qué  tinte 
de  originalidad,  había  llegado  Caro  en  el  manejo  de  la  silva  clásica, 
en  el  arte  de  recoger  con  gallardía  los  ondulantes  pliegues  de  la 
toga  en  que  se  envolvían  Quintana  y  Olmedo,  léase  íntegra  esta 
descripción  que  tomamos  del  poema  Lara,  advirtiendo  que  todo  él 
está  escrito  con  la  misma  firmeza: 

Así  el  divino  Ganges  ve  en  su  orilla 
Á  la  gran  fiera  semejante  á  un  monte 
Luchar  con  el  feroz  rinoceronte-: 
Kl  animal  del  asta  retorcida 
Arrójase  furioso  á  su  enemigo, 
Bajo  él  se  pone,  la  cerviz  abaja, 
Y  alzándose  con  ímpetu  del  suelo, 
Abre  su  vientre,  arráncale  la  vida, 


COLOMBIA  ^ 

Y  ufano  ya  de  la  victoria  habida, 
Sobre  su  frente  lo  levanta  al  cielo. 
Tremendo  muge  el  monstruo  traspasado, 
En  los  aires  suspenso:  en  breve,  en  breve, 
Lanza  el  postrer  bramido  prolongado, 
Con  que  el  eco  á  lo  lejos  se  conmueve: 
La  sangre  á  mares  llueve, 
Con  las  ondas  se  mezcla,  el  suelo  riega, 
Y  al  matador,  que  en  vano  se  remueve, 
Inunda  la  cerviz,  los  ojos  ciega. 
La  luz  súbito  escápasele  de  ellos, 

Cual  ráfaga  vivísima:  la  carga 

Aún  sobre  el  cuello  pertinaz  sustenta; 

Mas  ya  la  muerte,  silenciosa  y  lenta. 

Adelántase,  llega,  extiende  el  brazo, 

Tócalo,  y  confundido, 

Rodando  se  derrumba 

El  vencedor  debajo  del  vencido. 

Al  golpe  el  monte  cóncavo  retumba; 

Gime  el  valle  profundo,  el  bosque  umbrío; 

Y  lejos  de  su  orilla  profanada. 

Huye  veloz  el  espantado  río  (i). 

Pero  el  espíritu  impaciente  de  Caro  no  podia  encerrarse  largo 
tiempo  en  una  forma  cuya  virtualidad  parecía  ya  agotada  por  gran- 
des poetas  anteriores,  y  quiso  abrirse  nuevo  camino,  comenzando 
por  ensayar  la  imitación  prosódica  del  hexámetro  clas.co    ya  solo 
ya  combinado  con  el  endecasílabo.  Los  hexámetros  de  Caro,  mas 
parecidos  á  los  ingleses  que  á  los  latinos,  cumplen  todav.a  n,enos 
que  los  de  Villegas  con  la  semejanza  ó  aproximacón  al  t.po  clas.co 
y  con  las  condiciones  de  acentuación  que  requiere  todo  verso  para 
serlo  Así  es  que  no  tuvieron  éxito,  y  el  autor  desistió  muy  pronto 
de  su  tentativa.  Pero  buscaba  su  métrica  propia,  y  no  tardo  en  en- 
contrarla. Este  poeta,  tan  audaz  en  el  pensar,  tan  arrebatado  en  e 
sentir,  gustaba  hasta  con  exceso  de  la  proporc.on  matemafca  en  la 
estrofa,  y  del  ritmo  preciso  y  musical  en  cada  verso.  De  los  esfuer- 

(0    En  este  último  verso  se  habrá  reconocido  una  feliz  imitación  de  otro 
de  Virgilio,  en  el  episodio  de  Caco  (.ííneid.,  lib.  vm,  240): 
Dhíullatil  rif<K.  fuUqm  ixItrrUus  mmls. 


52  CAPITULO   SÉPTIMO 

zos,  no  siempre  victoriosos,  que  hacía  para  lograrlo,  resulta  la  du- 
reza, monotonía  y  falta  de  flexibilidad  de  que  se  le  acusa.  Era  prác- 
tica de  Caro,  por  lograr  más  perfecta  cadencia,  recargar  de  acentos 
en  las  sílabas  pares  sus  endecasílabos,  como  si  oyera  resonar  cons- 
tantemente en  sus  oídos  aquel  famoso  verso  de  una  silva  de  Rioja: 

Que  blandas  rompe  y  tiende  el  ponto  en  Chío. 

De  aquí  resulta  cierto  amaneramiento  de  factura  que,  aun  autoriza- 
do como  está  por  el  ejemplo  de  los  poetas  ingleses  de  la  escuela 
clásica,  especialmente  de  Pope,  no  puede  ni  debe  recomendarse 
entre  nosotros,  sobre  todo  para  composiciones  largas  y  no  destina- 
das al  canto.  También  se  empeñó  en  regularizar  y  dar  carácter  más 
musical  y  lírico  al  ritmo  del  octosílabo,  quitándole  la  libertad  con 
que  nuestros  poetas  le  han  manejado  en  el  teatro  y  en  la  narración 
épica.  Y  fué  tan  sistemático  en  esto,  que  llegó  á  refundir  todos  sus 
romances,  con  el  sólo  fin  de  poner  acentos  en  todas  las  sílabas  im- 
pares de  cada  verso,  dándoles  así  un  ritmo  rigurosamente  trocaico. 
Por  ejemplo,  había  dicho  al  principio: 

Soberbia  estás,  hacha  mía, 
Ancha,  afilada,  brillante, 
Que  puedes  partir  la  frente 
Al  toro  que  ose  probarte. 

Y  luego  sustituyó: 

Fina  brillas,  hacha  mía, 
Ancha,  espléndida,  cortante, 
Que  abrirás  la  frente  al  toro 
Que  probar  tu  ñlo  osare... 

Juzgúese  como  se  quiera  de  este  sistema,  no  hay  duda  que  lo  es,  y 
que  está  seguido  con  enteja  regularidad  en  la  tercera  y  más  carac- 
terística manera  de  Caro,  á  la  cual  pertenecen  sus  más  bellas  poe- 
sías amatorias,  filosóficas  y  religiosas,  si  bien  este  rigor  comienza  á 
mitigarse  en  la  última,  y  para  mí  la  más  arrogante  y  magnífica  de 
sus  inspiraciones  líricas,  en  la  oda  La  Libci'tady  el  Socialismo,  donde 
hay,  si  no  más  efusión  y  arranque  que  en  las  piezas  anteriores,  por 
lo  menos  mis  ambiente.  Con  ella  parece  que  se  inicia  una  cuarta  y 


COLOMBIA  53 

deñnitiva  manera  que,   por  la  muerte  casi  inmediata  del  poeta,  no 
llegó  á  desarrollarse. 

Lo  que  dejó  escrito,  así  en  verso  como  en  prosa,  basta  para  ex- 
plicar la  aureola  de  veneración  que  rodea  en  Colombia  el  nombre 
de  Caro.  Nadie  ha  expresado   en  América  con   tanta  vehemencia 
como  él  la  pasión  indomable,  reconcentrada  y  devoradora,  aquel 
amorfocroso.  extraño,  inmenso,  que  hacía  bullir  su  sangre  de  espa- 
ñol  Nadie  ha  afilado  como  él  el  hierro  de  la  invectiva  política,  con- 
virtiéndole en  altísimo  instrumento  de  justicia  y  de  vindicta  social. 
Ningún  poeta  de  los  nacidos  en  Indias  ha  santificado  con  tan  nobles 
acentos  de  filosofía  religiosa  los  goces  y  dolores  del  hogar,   m  ha 
dicho  palabras  más  elocuentes  sobre  Dios  y  la  eternidad,  sm  que  el 
verbo  inflamado   de  la  poesía  lírica  perdiese   nada   de   su  calor  al 
contacto  de  la  materia  filosófica.  Nadie    podrá   dividir  en  Caro  el 
poeta   el  filósofo  y  el  hombre:  hay  que  tomarle  en  su  integridad,  lo 
mismo  cuando  escribía  versos  que  cuando  refutaba  las  enseñanzas  del 
utilitarismo,  ó  cuando  alzaba  su  voz  en  los  parlamentos,  ó  cuando 
fusil  al  hombro  y  sable  y  daga  al  cinto  corría  los  llanos  y  las  sierras, 
ó  cuando  dormía  entre  cadenas,  en  calabozos  fétidos  y  fríos,  ó  cuando 
desnudo,  hambriento  y  fugitivo  vagaba  de  selva  en  selva,  afrontando 
las  iras  de  la  dictadura  socialista.  Tal  fué  este  varón  egregio,  pensa- 
dor espiritualista  y  sansimoniano  convertido,  todavía  más   grande 
hombre  que  gran  poeta,  y  de  quien  puede  decirse,  por  final  elogio, 
que  su  mejor  obra  fué  su  hijo  (l). 

(O     La  vida  de  D.  José  Eusebio  Caro  ha  sido  magistralmente  escrita  por 
su  hijo  D.  Miguel  Antonio  al  frente  de  sus  obras  publicadas  en  1873.  Nació 
el  padre  en  Ocaña  (de  Nueva  Granada)  el  5  de  Marzo  de  1817.  Quedó  huér- 
fano en  1830,  acontecimiento  que  influyó  mucho  en  la  melancolía  de  su  ca- 
rácter y  en  el  tono  de  sus  versos.  La  pobreza  y  el  trabajo  fueron  asiduos 
compañeros  de  su  juventud.  Estudió  filosofía  y  jurisprudencia  en  la  Univer- 
sidad de  San  Bartolomé,  educándose  en  las  teorías  materialistas  y  utilitarias, 
que  luego  fué  abandonando  por  grados  é  impugnó  resueltamente  en  el  cele- 
bre opúsculo,  publicado  en  1840,  sobre  el  principio  utilitario  enseñado  como 
icoria  usual  en  nuestros  colegios,  y  sobre  la  relación  que  hay  entre  las  doctrinas 
y  las  costumbres.  Sus  amores  largos,  y  al  principio  contrariados,  con  la  que 
llamó  Delina,  son  un  episodio  de  su  vida  muy  importante  para  la  compren- 
sión de  sus  poesías.  Desde  1S40,  Caro  tomó  parte  muy  activa  en  las  luchas 


54  CAPITULO   SÉPTIMO 

Del  nombre  de  José  Eusebio  Caro  es  inseparable  el  de  Julio  Ar- 
boleda, otro  hombre  de  corazón,  otro  poeta  romántico  en  la  vida, 
no  menos  que  en  los  escritos.  Su  destino  fué  todavía  más  trágico 
é  infausto  que  el  de  Caro,  con  quien  tuvo  estrecha  amistad  y  gran- 
des semejanzas  de  carácter,  además  de  la  comunidad  de  doctrina 
social,  conservadora  en  ambos,  aunque  con  matiz  diverso.  Julio 
Arboleda,  D.  Julio,  como  le  llamaban  á  secas  en  toda  la  región 
del  Cauca,  tierra  volcánica  y  engendradora  de  tempestades  polí- 
ticas, fué  el  tipo  más  caballeresco  y  aristocrático  que  en  los  san- 
grientos anales  de  la  democracia  americana  puede  encontrarse. 
Descendiente  de  una  de  las  más  nobles  y  antiguas  familias  de  Popa- 
yán,  poseedor  de  cuantiosos  bienes  de  fortuna,  educado  clásica- 
mente en  Inglaterra  y  en  Italia,  entró  en  la  vida  pública  en  1840,  y 
ya  como  soldado  voluntario,  ya  como  periodista,  ya  como  orador 
de  parlamento  no  menos  vigoroso  y  grandilocuente  que  hábil  en  la 
ironía  y  en  el  sarcasmo,  fué  terror  de  los  Ovandos,  ^Mosqueras  y 
López  y  de  cuantos  con  uno  ú  otro  disfraz  ejercieron  la  tiranía  en 
Nueva  Granada.  Cuando  por  torpe  imitación  del  socialismo  europeo, 
dióse  en  1 85 1  el  raro  caso  de  un  gobierno  que  oficialmente  plantea- 
políticas,  militando  en  las  campañas  civiles  de  1841  y  42,  redactando  El  Gra- 
nadino (en  cuyo  último  número  anunció  que  dejaba  la  pluma  para  tomar  las 
armas),  figurando  como  diputado  en  el  Congreso  de  1845,  Y  desempeñando 
luego  los  cargos  de  director  del  Crédito  Nacional  y  de  ministro  de  Hacienda. 
Su  vigorosa  actitud  en  1849,  después  del  allanamiento  del  Congreso  por  una 
turba  armada,  y  del  entronizamiento  de  la  facción  socialista  acaudillada  por 
el  general  J.  Hilario  López,  le  obligó  á  emigrar  á  los  Estados  Unidos,  de  don- 
de no  pudo  regresar  hasta  1853.  Poco  después  de  arribar  al  puerto  de  Santa 
Marta,  en  29  de  Enero,  falleció  de  la  fiebre  amarilla.  El  Congreso  granadino 
decretó  extraordinarios  honores  á  su  memoria. 

Hay  tres  principales  ediciones  de  sus  poesías:  la  de  1855,  publicada  por 
D.  J.  J.  Ortiz,  con  las  de  Vargas  Tejada;  la  de  1873  (Obras  escogidas  en  prosa 
y  en  verso,  publicadas  é  inéditas  de  José  Eusebio  Caro ,  ordenadas  por  los  redac  - 
tores  de  El  Tradicionalista ,  con  una  iniroducción  por  los  mismos  y  una  poesía 
apologética  por  Rafael  de  Pombo.  Bogotá,  1873),  y  la  de  Madrid,  1885,  en  la  Co- 
lección de  Escritores  Castellanos.  Es  la  más  elegante  y  completa  de  todas;  pero 
falta  en  ella  (y  es  grave  falta)  la  biografía  del  autor,  aunque  se  insertan  dos 
recuerdos  necrológicos  de  D.  Pedro  Fernández  Madrid  y  D.  José  Joaquín 
Ortiz. 


COLOMBIA  55 

ba  la  anarquía,  Arboleda  retó  á  aquel  gobierno  desde  las  columnas 
de  El  Misójoro,  acusándole  de  prevaricación  y  tiranía;  y  encarcela- 
do, vejado  de  mil  modos,  despojado  de  su  hacienda  y  amenazado 
de  muerte,  pronunció  aquellas  valientes  palabras,  que  muy  pronto 
habían  de  tener  tan  fatídico  cumplimiento: 

¡Oh!  si  pudiera  yo  tender  el  brazo, 
Saliendo  de  esta  cárcel  triste  y  fría, 
Sobre  el  tirano  de  la  patria  mía, 
Y  pecho  á  pecho  batallar  con  él 


¡Y  ved!  no  me  acechéis  en  los  caminos 
Con  ocultos  y  viles  asesinos; 
¡La  bala  que  de  frente  me  señala 
Mata  tan  bien  como  cualquiera  bala! 


Contra  los  llamados  gólgotas  6  radicales,  tomó  Arboleda  las  ar- 
mas en  185 1,  con  infeliz  fortuna,  que  le  obligó  á  emigrar  al  Perú: 
aliado  transitoriamente  con  los  gólgotas  contra  otros  fautores  de  la 
dictadura  y  adversarios  del  orden  social,  volvió  á  empuñarlas  en 
1854;  general  improvisado  en  servicio  de  la  legalidad  constitucio- 
nal en  1860,  demostró  positivos  talentos  estratégicos  y  singular 
denuedo  personal  en  las  campañas  de  Santa  Marta  y  del  Cauca,  re- 
sistiendo á  un  tiempo  al  dictador  Mosquera  y  al  presidente  del 
Ecuador,  García  Moreno,  que  con  frivolos  pretextos  había  invadido 
el  territorio  de  Colombia,  y  á  quien  derrotó  é  hizo  prisionero  con 
todo  su  ejército.  La  fama  militar  de  Arboleda  había  llegado  á  su 
apogeo:  estaba  electo  para  la  presidencia  de  la  República:  en  él 
descansaban  todas  las  esperanzas  de  los  hombres  de  orden,  cuando 
una  bala  alevosa,  la  misma  bala  anunciada  diez  años  antes  por  el 
poeta,  vino  á  cortar  de  súbito  aquella  brillante  existencia,  parecida 
en  algo  á  las  de  los  guerreros  poetas  de  nuestro  siglo  de  oro,  salvo 
que  á  Arboleda  no  fué  concedido,  como  á  Garcilaso,  morir  con  la 
muerte  de  los  bravos,  á  la  luz  del  sol,  asaltando  una  plaza  de  armas, 
como  á  su  valor  cuadraba,  sino  que  cayó  en  una  emboscada  noc- 
turna, bajo  el  plomo  de  vulgar  asesino  pagado,  en  una  de  las  trochas 
de  la  sombría  montaña  de  Berruecos,  casi  en  el  mismo  sitio  donde 
en  1830  había  sucumbido,  víctima  de  un  crimen  análogo,  Sucre,  el  ¿n- 

MbnÉSDEZ  y  Pelayo.— /"íJíj/a  hisf'ano-a'ncricaHa.  II.  4 


56  CAPÍTULO    SÉPTIMO 

maculado^  el  Gran  Mariscal  de  Ayacucho;  que  así  pagó  la  revolución 
americana  las  deudas  que  había  contraído  con  sus  grandes  hombres. 

Una  vida  no  larga  y  gastada  en  tan  azarosas  contiendas,  no  podía 
dejar  muchos  frutos  literarios.  Pero  si  no  fueron  muchos,  fueron 
á  lo  menos  de  sabor  peregrino,  dignos  al  fin  de  un  espíritu  de  tan 
rara  distinción  y  que  no  fué  vulgar  en  nada.  Cuando  Arboleda 
volvió  de  Inglaterra ,  competían  en  él  las  dotes  de  scholar  con  las 
de  gentlemaii]  pero  nunca  pudo  hacer  del  cultivo  de  las  letras  su 
ocupación  principal,  salvo  en  el  período  relativamente  pacífico  de 
1842  á  1850  en  que  vivió  en  sus  haciendas  de  Popayán.  Las  poste- 
riores vicisitudes  de  su  vida,  los  repetidos  saqueos  de  su  casa 
por  las  bandas  enemigas,  sus  destierros  y  emigraciones,  hicieron 
que  se  extravíase  ó  pereciese  gran  parte  de  sus  papeles.  Así  es  que 
de  su  obra  literaria  apenas  tenemos  más  que  reliquias.  Sus  poesías 
sueltas  son  casi  todas  de  amo»  ó  de  política,  impregnadas  las  unas 
de  suavísima  ternura,  de  una  como  devoción  petrarquesca  y  espiri- 
tualista; rebosando  las  otras  férvida  indignación,  entusiasmo  bélico, 
odio  y  execración  á  toda  tiranía.  Las  Escenas  dmiocrdticas,  Estoy 
en  la  cárcel^  Al  Congreso  granadino^  son  versos  que  huelen  á  pól- 
vora; parecen  rugidos  de  león  más  que  obras  de  arte. 

Pero  la  gran  reputación  de  Arboleda  no  descansa  tanto  en  sus 
versos  líricos  cuanto  en  los  fragmentos  de  su  poema  Gonzalo  de 
Oyón^  que  incompleto  y  todo,  es  el  más  notable  ensayo  de  la  poe- 
sía americana  en  la  narración  épica,  así  como  los  cuentos  de  Batres 
son  el  principal  modelo  en  la  narración  jocosa.  En  primores  de  dic- 
ción y  de  estilo  vence  á  todos  el  Orlando  Enamorado  ^  de  Bello; 
pero  el  Orlando  es  una  traducción. 

Para  apreciar  rectamente  el  poema  de  Arboleda,  hay  que  tener 
en  cuenta,  no  sólo  que  no  le  poseemos  entero,  sino  que  ni  siquiera 
conocemos  la  última  y  definitiva  forma  que  el  autor  había  dado  á 
los  21  cantos  que  llegó  á  escribir,  de  los  24  que  había  de  tener  la 
obra.  Estos  manuscritos  se  perdieron  en  18ÓO,  y  lo  que  hoy  cono- 
cemos es  sólo  una  parte  de  los  borradores  primitivos,  salvados  casi 
de  milagro,  y  recogidos  y  ordenados  con  piadoso  celo  por  la  inte- 
ligente mano  de  D.  Miguel  Antonio  Caro,  que  los  ha  distribuido  en 
catorce  cuadros. 


COLOMBIA  57 

Falta  en  estos  fragmentos,  no  sólo  la  última  lima  que  Arboleda 
seguramente  les  habría  dado,  sino  á  veces  ilación  y  consecuencia 
entre  ellos,  ó  por  haberse  perdido  muchos  trozos  intermedios,  ó  por 
haber  modificado  el  autor  su  plan  mientras  iba  componiendo.  Las 
líneas  generales  del  poema  se  destacan,  sin  embargo,  con  toda  cla- 
ridad, y  podemos  formar  cabal  idea  de  los  personajes  y  del  argu- 
mento. 

Si  se  atiende  á  su  acción,  obscura  en  la  historia  y  de  interés  muy 
secundario  en  la  conquista  de  América,  el  Gonzalo  de  Oyón  más 
bien  merece  el  título  de  leyenda  ó  de  novela  en  verso,  como  algu- 
nas de  Walter  Scott,  que  el  de  poema  épico  en  el  sentido  clásico.  La 
cuestión  de  nombre  importa  poco,  y  no  hubiera  detenido  ni  por  un 
momento  á  Arboleda,  que  era  partidario  de  la  libertad  romántica; 
pero  es  cierto  que  el  Gonzalo  de  Oyón,  aunque  en  algunas  cosas  se 
aparte  del  tipo  de  los  poemas  italianos  y  españoles  del  siglo  xvi,  en 
otras  muchas  los  recuerda,  y  para  leyenda  resulta  demasiado  largo 
y  solemne.  Tampoco  puede  decirse  que  carezca  de  aquel  valor  re- 
presentativo y  simbólico  que  suelen  tener  las  verdaderas  epopeyas, 
aun  fuera  de  la  intención  de  sus  autores.  En  Arboleda  se  ve  inten- 
ción deliberada  de  envolver  en  su  sencilla  fábula  (que  no  es  más  que 
la  rebelión  obscura  de  uno  de  los  facciosos  compañeros  de  Gonzalo 
Pizarro,  que  quiso  renovar  en  Popayán  los  tumultos  del  Perú)  un 
pensamiento  mucho  más  alto,  una  especie  de  filosofía  de  la  conquis- 
ta española  en  sus  relaciones  con  las  razas  bárbaras  y  con  el  futuro 
destino  de  las  sociedades  americanas.  En  este  sentido,  el  Gonzalo 
de  Oyón  tiene  mucho  de  épico,  en  la  más  noble  acepción  de  la  pa- 
labra. Los  dos  hermanos,  Alvaro  y  Gonzalo,  personifican  en  él  las 
dos  opuestas  tendencias  que  han  luchado  y  luchan  en  el  nuevo  con- 
tinente, y  cuyos  gérmenes  estaban  ya  en  la  época  colonial:  uno,  el 
espíritu  anárquico,  sin  ley  ni  freno,  representado  en  el  siglo  xvi  por 
los  llamados  tiranos,  los  Aguirres,  Pizarros,  Carvajales  y  Girones,  y 
en  lo  moderno  por  tantos  demagogos  y  revolvedores  de  repúblicas; 
otro,  el  espíritu  tradicional,  español,  religioso  y  caballeresco,  por  el 
cual  combatía  y  murió  Arboleda.  La  controversia  entre  los  dos  her- 
manos sostenida  en  el  canto  xiii,  no  deja  la  menor  duda  sobre  este 
propósito  del  autor,  el  cual,  además,  en  otras  partes  procura  en- 


58  CAPÍTULO    SÉPTIMO 

grandecer  con  notables  consideraciones  de  religión  y  de  filosofía 
histórica  su  argumento,  que,  exteriormente  considerado,  podía  no 
parecer  más  que  una  anécdota  de  crónica  antigua,  un  cuento  de  ar- 
mas y  amores,  de  una  india,  de  un  conquistador  y  de  un  rebelde. 
En  el  principal  personaje,  Gonzalo ,  puede  decirse  que  Arboleda  se 
retrató  á  sí  mismo,  imprimiendo  la  huella  de  su  espíritu  hidalgo  y 
generoso  en  todos  los  actos  y  palabras  de  su  protagonista.  Pero 
artísticamente  mostró  mayor  fuerza  (como  casi  siempre  sucede)  en 
la  pintura  del  hermano  foragido  y  rebelde,  haciéndole  hombre  de 
altos  pensamientos,  de  ambición  desmesurada,  de  satánica  grande- 
za. Arboleda,  ni  en  el  arte  ni  en  la  vida,  podía  tolerar  lo  ruin  y  lo 
pequeño.  Hay,  pues,  verdadera  grandeza,  no  sólo  en  Alvaro  de 
Oyón,  sino  en  el  pirata  Walter,  cuando,  sentados  junto  al  fuego, 
desarrollan  sus  planes  de  imperio  marítimo  y  de  dominación  ame- 
ricana. 

Bellezas  de  todo  género  contiene  este  incompleto  poema.  Las 
tiene  principalmente  descriptivas:  magníficos  paisajes  del  Cauca, 
familiares  al  autor  y  que  dan  á  la  obra  color  topográfico  muy 
encendido;  mucho  vigor  en  la  pintura  de  caballos  y  de  batallas, 
con  aquellos  detalles  que  ignora  el  humanista  de  gabinete  y  sabe 
el  soldado  de  profesión  ó  de  afición,  como  las  sabía  Ercilla,  el  gran 
maestro  de  la  poesía  castellana  en  esto  de  dar  tajos  y  mandobles. 
Bellezas  de  sentimiento  también,  en  el  tipo  ideal  de  Pubenza,  en 
su  misma  carta,  demasiado  byroniana  para  una  india.  Si  á  estos 
méritos  se  añade  la  fervorosa  elocuencia  de  los  discursos  y  de  las 
intercalaciones  líricas,  aunque  demasiado  extensas  y  demasiado  fre- 
cuentes; y  la  elegante  franqueza  de  la  ejecución,  que  no  por  eso  de- 
genera en  abandonada,  será  justo  decir  con  M.  A.  Caro  que  los 
fragmentos  del  poema  de  Arboleda  han  de  conservarse  con  la  mis- 
ma estimación  que  «rescatado  torso  de  gallarda  escultura»,  como 
conservamos,  por  ejemplo,  los  fragmentos  del  poema  de  La  Pintura 
de  Céspedes  6  del  Mermes  de  Andrés  Chénier. 

Hay  en  la  parte  lírica  de  Gonzalo  de  Oyón  muestras  de  va- 
rios metros;  pero  en  la  narración  impera  la  octava  en  dos  dis- 
tintas formas:. una,  la  clásica  y  tradicional,  la  octava  italiana  del 
Ariosto   y   del  Tasso,   que   Arboleda  maneja  con  singular  gallar- 


COLOMBIA  59 . 

día  (l);  y  otra  octava  romántica,  compuesta  de  dos  cuartetas,  sin 
más  enlace  que  el  de  los  finales  agudos,  octava  que  en  América 
llaman  bermtidina,  por  haberla  usado  con  mucha  gala  y  muy  á  me- 
nudo nuestro  D.  Salvador  Bermúdez  de  Castro,  poeta  injustamente 
olvidado  en  su  patria,  aunque  fué  de  los  mejores  entre  los  líricos 
románticos  de  segundo  orden  (2).  Muestra  sea  de  esta  combina- 
ción la  siguiente  octava  de  Arboleda: 

Ambos  se  buscan  y  se  evitan  ambos 
Con  la  aguzada  punta  y  dura  hoja; 
Ora  se  aparta  diestro,  ora  se  arroja 
Éste,  y  el  otro  prevenido  está. 
Ya  los  golpes  mentidos  son,  ya  ciertos; 
Ya  por  los  pomos  quédanse  trabadas 
En  ángulos  salientes  las  espadas, 

Y  el  pomo  duro  sobre  el  pomo  da. 

(i)     Véanse  estas  dos  para  muestra;  no  las  hubiera  desdeñado  Maury: 

Y  más  allá,  como  inmortal  gigante. 
Alza  la  frente  el  Puracé  sublime; 
A  veces  terso,  candido,  brillante. 
Sus  anchas  basas  en  silencio  oprime; 
Otras  envuelto  en  nubes,  retumbante. 
Arroja  el  fuego  que  en  sus  antros  gime, 

Y  en  sus  esfuerzos  ó  estremece  el  suelo, 

O  incendia  en  llamas  la  extensión  del  cielo. 
Al  Sur  se  encrespa  en  rocas  y  montañas, 

Y  ora  se  encumbra  en  desigual  terreno. 
Ora  se  mecen  las  silvestres  cañas 

De  contrapuestos  riscos  en  el  seno; 

Y  nacen  del  calor  plantas  extrañas 
Que  guardan  de  la  víbora  el  veneno, 
Cabe  el  torrente  bramador  y  estrecho 
Que  ha  cavado  por  siglos  su  hondo  lecho. 


(2)  Si  hay  ejemplos  de  esta  falsa  octava  antes  de  la  época  romántica,  de- 
ben de  ser  muy  raros.  Bermúdez  de  Castro  nunca  se  dio  por  inventor  de  esta 
combinación,  pero  fué  más  constante  y  más  feliz  que  nadie  en  su  uso;  v.  gr.: 

Hay  consuelos  y  vida  para  el  alma, 
Donde  del  aura  al  suspirar  sonoro. 
Se  eleva  un  sol  espléndido  de  oro 
Sobre  un  cielo  de  nácar  y  zafir. 
Hay  un  recuerdo  allí  donde  los  mares 
Besan  las  playas  con  amantes  olas, 
Donde  riza  entre  sauces  y  amapolas 
Su  corriente  de  azul  Guadalquivir... 

Antes,  ó  al  mismo  tiempo,  las  usó  Tassara  en  La  Fiebre,  en  el  Himno  al  Sol, 


6o  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

« 

Esta  pseudo-octava  es,  en  realidad,  una  estrofa  lírica,  de  enga- 
ñosa facilidad  y  muy  propensa  al  amaneramiento,  por  lo  cual  juz- 
gamos que  en  narraciones  largas  debe  proscribirse;  pero  si  algún 
ejemplo  pudiera  redimirla,  sería  ciertamente  el  del  Gonzalo  de 
Oyón  (i). 

Notable  contraste  hace  con  los  dos  poetas  hasta  aquí  estudiados 
el  vate  antioqueño  D.  Gregorio  Gutiérrez  González,  romántico  tam- 
bién, pero  de  muy  diversa  manera  que  el  pensador  poeta  de  Ocaña 
y  el  caballeresco  D.  Julio,  el  de  Popayán.  Nacido  en  una  región 
áspera  y  montuosa,  que  por  sus  singularidades  geográficas,  no  me- 
nos que  por  la  industria  tenaz  y  el  laborioso  y  emprendedor  esfuer- 
zo de  sus  naturales,  hombres  de  recia  fibra  y  voluntad  entera,  en 
lucha  con  una  naturaleza  ingrata,  se  distingue  de  las  demás  provin- 
cias colombianas,  Gutiérrez  González,  que  empezó  por  ser  un  meli- 
fluo poeta  romántico,  pero  que  había  conservado,  aun  en  sus  imita- 
ciones de  Zorrilla,  de  Abigáil  Lozano  y  Alaitin,  una  ingenuidad  y 
frescura  de  sentimiento  que  pudiéramos  llamar  primitivas,  acabó 
por  ser  poeta  del  trabajo  humano,  cantor  de  las  más  humildes  labo- 
res rústicas,  inventor  de  una  nueva  especie  de  geórgicas  realistas. 
Hay  en  el  conjunto  de  las  obras  poéticas  de  Gutiérrez  González  dos 
maneras  igualmente  deliciosas:  una  la  del  casto  amor  y  la  inefable 
ternura,  la  de  los  versos  A  Julia: 

Y  como  ruedan  mansas,  adormidas, 
Juntas  las  ondas  en  tranquila  mar, 

en  La  Nueva  Musa,  y  en  otras  muchas  composiciones.  Popularizóse  luego  en 
América,  principalmente  por  la  colección  de  Ochoa:  Apuntes  para  una  biblio- 
teca de  escritores  españoles  cojitemporáneos  (1842),  que  ha  sido  muy  leída  allí. 
El  ejemplo  más  memorable  es  el  de  Bello  en  la  Oración  por  todos. 

[\)  Vid.  Poesías  de  Julio  Arboleda.  Colección  formada  sobre  los  manuscritos 
originales,  con  preliminares  biográficos  y  críticos,  por  AI.  A.  Caro,  Nueva  York, 
D.  Appleion  y  Comp.,  1883.  (Contiene  los  versos  líricos  y  los  fragmentos  del 
poema.) 

Nació  Arboleda  el  9  de  Julio  de  1817  «en  un  desierto,  en  medio  de  las  sel- 
vas incultas  que  orlan  el  mar  Pacífico»;  pero  se  le  considera,  y  él  se  conside- 
raba, como  hijo  de  Popayán.  Murió  asesinado  en  12  de  Noviembre  de  1861. 
Los  principales  sucesos  de  su  vida  van  recordados  sucintamente  en  el  texto. 


COLOMBIA  6l 

Nuestras  dos  existencias  siempre  unidas 
Por  el  sendero  de  la  vida  van 

Son  nuestras  almas  místico  ruido 
De  dos  flautas  lejanas,  cuyo  son 
En  dulcísimo  acorde  llega  unido 
De  la  noche  callada  entre  el  rumor; 

Cual  dos  suspiros  que  al  nacer  se  unieron 
En  un  beso  castísimo  de  amor; 
Como  el  grato  perfume  que  esparcieron 
Flores  distantes  que  la  brisa  unió 

Intimas,  suaves,  cadenciosas  son  las  composiciones  de  este  gru- 
po: la  pura  sencillez  de  los  afectos  y  la  música  melancólica  que 
parece  acompañar  las  gentiles  estrofas,  las  han  hecho  popularísimas 
en  Colombia,  donde  no  sólo  los  literatos,  sino  el  pueblo,  saben  de 
memoria  gran  número  de  versos  de  Gutiérrez  González,  especial- 
mente las  dos  composiciones  A  Julia  y  las  tituladas  Auras,  {Por 
qué  no  canto}  Una  lágrima  y  otras  varias,  cuyo  efecto  expresa  el 
crítico  Camacho  Roldan  con  aquella  frase  de  uno  de  los  poemas 
ossiánicos:  «Son  como  la  memoria  de  las  alegrías  pasadas,  que  es  á 
un  tiempo  agradable  y  triste  al  alma.» 

Pero  aunque  valga  mucho  Gutiérrez  González  como  espontáneo 
y  delicado  poeta  de  sentimiento,  resulta  mucho  más  original  en  el 
extraño  poema  que  tituló  Memoria  sobre  el  cultivo  del  maiz  en  An- 
tioquia,  y  que  es,  sin  duda,  lo  más  americano  que  hasta  ahora  ha 
salido  de  las  prensas. 

El  autor  no  se  propone  aplicar  á  nueva  naturaleza  y  á  nueva  ma- 
teria poética  el  arte  de  Virgilio,  como  se  lo  propuso,  y  en  parte  la 
consiguió,  D.  Andrés  Bello.  Pero  como  apenas  hay  cosa  que  en  los 
antiguos  no  esté,  á  lo  menos  en  germen,  viene  á  encontrarse,  segu- 
ramente sin  conocerlo,  no  con  la  aristocrática  y  refinada  inspiración 
de  las  Geórgicas,  última  perfección  del  estilo  poético,  sino  con  un 
vigoroso  cuadro  de  género,  titulado  Moretmn,  que  anda,  no  se  sabe 
con  qué  fundamento,  entre  los  poemas  menores  atribuidos  á  Virgi- 
lio, y  en  el  cual,  con  minuciosidad  de  detalle  que  pudiéramos  llamar 
flamenca  ú  holandesa,  se  describen  las  faenas  con  que  el  pobre  la- 
brador Simylo  «exigui  cultor  rusticus  agri'¡>  prepara  su  frugal  al- 


62  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

muerzo  con  ajo,  apio,  ruda  y  otras  hierbas,  mezclando  queso,  aceite 
y  vinagre  para  componer  un  cierto  almodrote.  Dicen  que  el  autor 
de  este  raro  idilio  le  tradujo  ó  imitó  de  otro  poemita  griego  de  Par- 
thenio,  que  hoy  no  se  conserva;  pero,  sea  como  fuere,  es  ejemplo 
solitario  en  las  literaturas  clásicas,  y  supera  mucho  en  rusticidad  á 
los  pasajes  menos  pulidos  de  Teócrito.  El  que  haya  leído  y  recuer- 
de este  poema,  que  Heyne  caracterizó  muy  bien  con  estas  palabras: 
^argujiientmn  ex  vita  privata  et  tenui  hominiim  humili  loco  natoruní 
petitium^  podrá  formarse  idea  aproximada  de  la  poesía  muy  sana, 
robusta  y  confortante,  pero  de  todo  punto  montaraz,  que  constitu- 
ye el  mayor  hechizo  de  la  Memoi'ia  de  Gutiérrez  González.  Algunas 
pinturas  de  la  vida  rústica  en  insignes  novelistas  modernos,  en 
nuestro  Pereda,  por  ejemplo,  pueden  servir  también  de  tipo  de 
comparación  muy  aproximado. 

Todo  es  original,  ó  más  bien  exótico,  en  la  Memoria  sobre  el  cid-- 
tivo  del  maíz,  pero  no  todo  es  igualmente  digno  de  alabanza.  Pase 
la  humorada  del  título  y  la  forma  de  Memoria  cientíñca;  pero  no 
pueden  pasar  una  porción  de  versos  prosaicos,  compuestos  adrede 
para  hacer  reir  con  la  extravagancia,  ni  el  abuso  afectado  (no  el 
uso)  de  un  vocabulario  provincial,  ó  más  bien  local,  exigido  en  parte 
por  la  novedad  y  extrañeza  de  la  materia,  pero  del  cual  hace  el 
autor  intemperante  alarde,  para  cumplir  aquel  dicho  suyo: 

Yo  no  escribo  español ,  sino  antioqueño. 

Y  tan  antioqueño  escribe,  que  si  este  poema  no  llevara,  como  en  las 
ediciones  lleva,  un  centenar  de  notas,  sería  con  todas  sus  bellezas 
una  arca  cerrada,  no  sólo  para  los  espaíioles  y  para  los  americanos  de 
otras  partes,  sino  para  los  mismos  colombianos  nacidos  fuera  del 
rincón  en  que  escribía  el  poeta.  El  lenguaje  popular  y  rústico,  el 
vocabulario  especial  de  cada  labor  y  de  cada  industria,  es,  sin  duda, 
una  de  las  fuentes  más  caudalosas  y  salubres  en  que  puede  vigori- 
zarse y  rejuvenecerse  la  lengua  literaria;  pero  la  adaptación  de  este 
vocabulario,  y,  por  decirlo  así,  su  compenetración  con  la  lengua 
culta,  requiere  singular  talento  y  gusto  muy  ejercitado,  y  no  hay 
duda   que   Gutiérrez   González,  poeta   nativo,  pero  de  muy  cortos 


COLOMBIA  63 

estudios  y  dado  á  la  ejecución  rápida  y  descuidada,  traspasó  muchas 
veces  el  justo  límite  en  esto. 

Fuera  de  estos  lunares,  bien  disculpables  en  tentativa  tan  origi- 
nal, la  Memoria  sobre  el  cttltivo  del  maíz  cumple  admirablemente 
con  su  objeto:  es,  como  ha  dicho  Pombo,  «la  idealización,  la  trans- 
formación en  poesía  de  las  más  humildes  y  útiles  labores,  por  la 
simpatía  de  su  cantor  al  asunto,  y  por  la  música  del  verso».  Real- 
mente Gutiérrez  González  poseía  el  don  divino  de  convertir  en 
poesía  la  más  desdeñada  y  cotidiana  prosa.  La  suya  es  poesía  des- 
criptiva directa,  sin  selección,  si  se  quiere;  pero  no  prosaica  y 
ridicula  como  la  del  Observatorio  Rústico  de  Salas,  sino  de  gran 
potencia  de  color  y  de  mucho  relieve;  graciosa  y  viril  á  un  tiempo. 
El  autor  lo  describe  todo,  desde  los  terrenos  propios  para  el  cultivo 
y  la  manera  de  hacer  los  barbechos  ó  rozas ,  hasta  el  método  de 
regar  las  sementeras  y  espantar  los  animales  que  hacen  daño  en  los 
granos.  Y  es  admirable  la  fecundidad  que  ha  sabido  descubrir  en 
un  asunto  á  primera  vista  tan  pobre,  trazando  cuadros  tan  admira- 
bles y  tan  diversos  como  el  de  la  quema,  el  de  la  ranchería,  el  de 
las  rogativas,  el  de  la  recolección  de  frutos  y  el  de  la  cocina  de  la 
roza.  Si  poseyese  muchas  cosas  como  este  poema,  la  literatura 
colombiana  sería  sin  duda  la  más  nacional  de  América  (l). 

Los  tres  poetas  hasta  ahora  analizados,  aunque  tan  diversos  en 
estilo  y  tendencias,  concuerdan  en  pertenecer  á  la  escuela  román- 
tica, y  aun  puede  decirse  que  Gutiérrez  González  sirve  de  puente 
entre  el  romanticismo  y  el  realismo  limpio  y  de  buena  casta.  Por  el 

(i)  Poesías  de  Gregorio  Gutiérrez  González.  Bogotá.  Imprenta  de  Medardo 
Rivas,  1 88 1,  8.",  con  dos  magníficos  prólogos,  uno  de  D.  Salvador  Camacho 
Roldan,  y  otro  de  D.  Rafael  Pombo,  y  un  prólogo  y  notas  sobre  la  Me?no7'ia 
del  tnazz,  por  D.  Manuel  Uribe  Ángel. 

Nació  G.  González  en  la  Ceja  del  Tambo  (estado,  hoy  provincia,  de  Antio- 
quía).  Hizo  sus  estudios  en  el  seminario  de  Bogotá  y  en  el  colegio  de  San 
Bartolomé,  graduándose  de  doctor  en  Jurisprudencia.  Fué  varias  veces  dipu- 
tado y  senador,  y  ocupó  cargos  en  la  Magistratura.  En  los  últimos  años  le  fué 
muy  contraria  la  fortuna  y  vino  á  suma  pobreza.  Murió  en  6  de  Julio  de  1872. 
La  primera  edición,  muy  incompleta,  de  sus  Poesías,  fué  hecha  en  1867  por 
D.José  María  Vergara,.y  hay  otras  posteriores;  pero  la  más  completa  y  esme- 
rada es  la  que  antes  citamos  de  1881,  publicada  por  sus  hijos. 


64  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

contrario,  D.  José  Joaquín  Ortiz,  egregio  poeta  lírico  y  ardiente 
controversista  católico,  que  en  edad  muy  avanzada  acaba  de  des- 
cender al  sepulcro,  representó  con  majestad,  pompa  y  decoro 
la  escuela  de  Quintana,  no  sin  hacer  repetidas  concesiones  al  gusto 
moderno  (l).  Ortiz  rechazaba  tal  filiación,  por  considerarla  incompa- 
tible con  sus  principios  religiosos;  pero  aquí  no  se  trata  del  espíritu, 
que  en  Ortiz  era  ortodoxo  y  aun  ascético,  sino  de  su  temperamento 
lírico  y  de  la  forma  grandilocuente  en  que  se  vaciaron  sus  mejores 
inspiraciones.  Cuando  quiso  apartarse  de  ella,  como  en  muchas 
composiciones  de  sus  últimos  tiempos,  fué  para  caer  en  un  piadoso 
pero  muy  desmañado  prosaísmo.  Los  hábitos  vulgares  y  funestos 
del  periodismo  de  propaganda,  labor  muy  meritoria  sin  duda, 
pero  en  alto  grado  pedestre,  estropearon  aquella  mente  elevada,  le 
quitaron  algo  de  su  serenidad  y  vigor,  le  llenaron  de  escrúpulos 
nimios,  contagiaron  su  gusto,  poniéndole  al  nivel  de  su  público 
timorato  y  asustadizo;  y  recelando  sin  duda  que  la  pureza  clásica 
fuese  una  tentación  del  demonio,  acabó  por  vestir  sus  versos  de 
estameña.  Los  hay  que  no  merecen  salir  de  la  colección  de  El  Correo 
de  las  Aldeas^  donde  pueden  servir  de  inocente  recreo  á  las  familias 
cristianas.  Pero  antes  que  el  periodista  se  sobrepusiese  en  Ortiz  al 
poeta,  éste  había  producido  con  superabundancia  lo  que  necesitaba 
para  su  gloria:  cinco  ó  seis  odas  desiguales,  pero  espléndidas,  y 
trozos  admirables  en  muchas  otras.  Fantasía  poderosa  ya  que  no 
muy  pintoresca,  sentimiento  ardiente  y  profundo,  elocuencia  avasa- 
lladora, como  que  nacía  de  íntima  convicción  y  sincero  entusiasmo, 
grandeza  en  el  plan,  desarrollo  progresivo  y  solemne,  que  tiene 
mucho  de  oratorio  sin  dejar  de  ser  esencialmente  poético,  son  las 
cualidades   dominantes   en    Ortiz,    realzadas  por   una  versificación 

(i)  No  fue  extraño  Ortiz  á  la  influencia  de  Víctor  Hugo  en  su  primera 
manera.  La  idea  de  la  enumeración  de  los  pabellones  nacionales  en  La  Ban- 
dera Colombiana,  está  evidentemente  inspirada  por  la  muy  arrogante  que  hay 
en  la  Oriental  2.",  titulada  Canaris.  Pero  si  no  me  engaña  el  amor  á  nuestra 
lengua  y  poesía,  la  imitación  de  Ortiz  resulta  superior  al  original.  En  la  oda 
á  Boyacd  hay  una  imitación  deliberada,  pero  mucho  menos  feliz,  de  tres  es- 
trofas del  Cinco  de  Mayo  de  Manzoni.  «Oh  quante  volte  all  tácito  —  morir 
>d'un  giorno  inerte... > 


COLOMBIA  65 

magnífica  y  robusta  cuando  el  calor  no  le  abandona.  Porque  ha  de 
advertirse  que  es  uno  de  los  poetas  más  desiguales  que  pueden 
leerse:  capaz  de  elevarse  en  sus  buenos  momentos  al  nivel  de  lo 
mejor  de  Quintana,  con  animación  no  menos  férvida  y  más  jugo 
de  alma;  pero  incapaz  de  sostenerse,  por  falta  de  gusto  ó  de  aten- 
ción, en  la  esfera  de  noble  grandeza  en  que  siempre  habita  su 
maestro,  hasta  cuando  parece  menos  inspirado.  Ortiz  no  sabía 
borrar,  y  aunque  profesor  toda  su  vida,  no  puede  decirse  que  fuera 
humanista  como  Bello  ó  como  D.  M.  A.  Caro.  Escribía  con  abundan- 
cia de  corazón,  dominado  por  su  asunto,  y  ansioso  de  desarrollarle 
hasta  los  últimos  ápices,  con  efusión,  con  énfasis  sincero,  en  inmen- 
sos períodos  poéticos  que  se  van  ensanchando  como  las  ondas  con- 
céntricas que  forma  la  piedra  arrojada  á  un  estanque.  No  hay  que 
pedirle  concisión  y  sobriedad  líricas,  que  no  eran  propias  de  su 
temperamento  ni  de  su  escuela;  pero  sí  hay  que  deplorar,  aun 
dentro  de  ella,  el  exceso  de  verbosidad  con  que  recarga  sus  mejores 
pensamientos,  la  pompa  inútil  con  que  abruma  sus  estancias,  el  afán 
de  decirlo  todo  sin  dejar  campo  libre  á  la  imaginación  del  lector. 
En  La  Bandera  Colombiana,  en  Boyacá,  en  la  oda  Al  Tequendama^ 
Ortiz  deslumbra,  pero  fatiga  por  demasiado  estrépito  y  brillantez 
demasiado  continua.  En  la  poesía  de  sentimiento,  por  el  contrario, 
quiere  ser  familiar,  y  resulta  demasiado  casero,  como  todos  los 
llamados  poetas  del  hogar.  En  sus  versos  no  hay  medio:  ó  son 
admirables  de  número  y  cadencia,  ó  suenan  como  prosa.  Parece 
imposible  tener  á  un  tiempo  tan  prosaica  y  tan  poética  dicción, 
estilo  tan  puro  y  tan  abandonado,  tan  bueno  y  tan  mal  oído.  Y  es 
que  en  Ortiz,  naturaleza  algo  contradictoria  en  todo,  idólatra  de 
Bolívar  y  enemigo  del  espíritu  de  la  revolución  americana,  poeta 
clásico  y  partidario  de  la.  absurda  ojeriza  del  abate  Gaume  contra 
los  estudios  clásicos,  paloma  sin  hiél  en  sus  acciones  y  violentísimo 
é  intransigente  en  sus  polémicas,  dábase  también  el  raro  caso  de 
trabajar  en  un  género  retórico,  siendo  él  la  espontaneidad  misma. 
Cuando  tenía  que  decir  algo  grande,  los  versos  nacían  hechos  en  su 
cabeza:  cuando  el  pensamiento  era  débil,  obscuro,  vulgar,  él  no 
conocía  artificio  alguno  para  disimularlo,  y  escribía  en  estilo  de 
periódico  ó  de  libro  de  educación  infantil.  Nunca  hubo  artista  menos 


66  CAPÍTULO    SÉPTIMO 

preocupado  de  su  arte,  y  por  esto  es  más  de  admirar  que  sean  tan- 
tos y  tan  frecuentes  sus  aciertos. 

Escribió  mucho,  pero  con  cierta  monotonía  de  asuntos  y  de  imá- 
genes. De  grandes  poetas  puede  decirse  otro  tanto,  y  quizá  el  sen- 
timiento lírico  implica  algo  de  reconcentrado  y  exclusivo.  La  patria, 
la  naturaleza,  la  muerte,  fueron  los  tres  habituales  temas  de  sus  can- 
ciones. No  conozco  versos  suyos  de  amor:  si  en  algún  tiempo  los 
hizo,  su  extraordinaria  severidad  moral  le  llevaría  á  ocultarlos  ó  á 
destruirlos.  En  las  composiciones  patrióticas  fué  felicísimo:  allí  podía 
mover  libremente  las  alas  de  su  numen,  que,  como  el  águila,  había 
nacido  para  posarse  en  las  cumbres,  y  que  se  ahogaba  en  el  estrecho 
recinto  de  la  poesía  doméstica,  á  la  cual  se  empeñaba  en  tributar 
un  culto  por  lo  general  tan  infeliz.  Cantó  la  patria  moderna,  la  patria 
colombiana,  como  quien  había  visto  pasar  delante  de  sus  asombra- 
dos ojos  de  niño  la  figura  ya  heroica,  ya  magnánima,  ya  resignada, 
del  Libertador  Simón  Bolívar.  Esta  visión  era  el  gran  recuerdo  de 
su  vida,  y  de  tal  modo  le  dominaba,  que  llegó  á  exagerarle  en  tér- 
minos harto  disonantes  con  su  piedad  meticulosa: 

Y  vi  después  al  triunfador  volviendo 
Del  suelo  de  los  Incas  deleitoso, 

No  cual  Camilo  en  el  ebúrneo  carro 
Arrastrado  por  rápidos  corceles, 
Ni  de  purpúrea  clámide  cubierto 
Y  la  frente  ceñida  de  laureles 

Y  vi  después  al  héroe,  entristecido 
Como  un  morir  del  sol,  partir  en  busca 
De  nuevo  hogar  en  extranjera  tierra 


Quien  hechos  tan  espléndidos  ha  visto, 
Es  cual  viajero  que  á  sus  lares  torna 
Después  de  haber  cumplido  el  pío  voto 
tY  el  gran  sepulcro  visitar  de  Cristo». 
Se  le  escucha  con  ánimo  devoto, 
Porque  puede  decir:  «Yo  vi;  yo  estuve; 
Yo  al  Calvario  subí;  yo  el  mármol  santo 
Que  encerró  á  mi  Señor  empapé  en  llanto»; 
Y  el  que  atónito  lo  oye,  se  imagina 
Envuelto  contemplarlo  en  una  nube 
Que  exhala  los  aromas 
De  la  remota  tierra  palestina. 


COLOMBIA  67 

Cantó  también  otra  patria  más  antigua,  raíz  y  fundamento  de  la 
moderna,  la  patria  colonial,  y  con  ella  el  triunfo  de  la  civilización 
cristiana  en  el  Nuevo  Mundo.  ¡Espléndido  canto  éste  de  Los  Colo- 
nos^ y  salvo  algunas  caídas  de  estilo,  no  muy  frecuentes,  la  mejor 
composición  de  Ortiz,  y  una  de  las  más  finas  joyas  de  la  poesía  ame- 
ricana! Poesía  descriptiva  á  un  tiempo  y  lírica,  con  algunos  rasgos 
del  estilo  de  Virgilio  y  de  Bello,  ajenos  á  la  habitual  manera  de 
Ortiz,  pero  que  indican  lo  que  en  este  género  hubiera  podido  hacer, 
aplicando  á  su  estilo  una  labor  más  severa  y  paciente,  y  buscando 
en  sus  descripciones  la  precisión  más  que  el  lujo  (l).  Poesía,  no  obs- 
tante, que  de  la  escuela  de  Quintana  conserva  el  carácter  de  predi- 
cación social,  el  entusiasmo  por  el  progreso  humano,  aunque  diver- 
samente entendido,  la  consideración  del  hombre  y  de  sus  obras 
y  de  su  misión  histórica,  sobreponiéndose  á  la  consideración  del 
mundo  físico,  que  el  hombre  doma  y  sujeta  á  cultivo  y  hace  servir 
para  los  fines  de  su  propia  perfección.  Entre  la  oda  A  la  Vacuna  y 
Los  Colonos  media  un  abismo  de  ideas:  Quintana,  español  y  patrio- 
ta, pero  hijo  del  siglo  xviii,  adepto  de  su  filosofía,  filántropo  y  ape- 
nas deísta,  execra  la  conquista  americana:  Ortiz,  americano,  hijo  de 
un  insurgente^  y  ciudadano  de  una  República,  pero  cristiano  hasta 
lo  más  profundo  de  su  alma,  educado  en  la  gran  reacción  espiri- 
tualista del  siglo  XIX,  bendice  con  más  clara  comprensión  de  la  his- 
toria la  obra  santa  de  los  colonos  españoles,  que  allanaron  las  sel- 
vas, que  las  despoblaron  de  bestias  feroces,  que  importaron  los  ani- 
males útiles  al  hombre:  el  generoso  caballo,  el  toro  bienhechor,  los 
cereales,  sustento  de  la  vida,  el  germen  de  las  flores,  encanto  de  los 
ojos;  de  los  que  á  las  razas  inferiores  redimieron  de  las  tinieblas  de 
la  idolatría  y  de  la  barbarie;  de  los  que  levantaron  el  primer  molino, 
el  primer  palomar,  la  primera  iglesia,  el  primer  hospital,  la  primera 
imprenta.  Y  con  ser  tan  distinto  el  rumbo  de  las  ideas  en  Quintana 

(1)    Véase,  por  ejemplo,  este  final  de  una  estancia: 

Otro  la  carga  llevará  al  molino, 
Y  entre  el  fragor  del  agua  despeñada, 
En  el  estrecho  cauce  atormentada 
Do  se  cambia  en  espuma  cristalina, 
Recogerá,  saltando  en  leves  ondas, 
El  blanco  río  de  menuda  harina. 


68  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

y  en  Ortiz,  todavía  vienen  á  coincidir  en  un  punto,  que  es  la  glori- 
ficación del  trabajo  humilde,  de  las  artes  de  la  paz  y  de  la  ciencia, 
ya  en  Jenner  y  en  Guttenberg,  ya  en  los  humildes  colonos  españo- 
les del  Nuevo  Reino. 

Dejó  Ortiz  pocas  composiciones  exclusivamente  religiosas;  pero 
puede  decirse  que  el  espíritu  religioso  las  penetra  á  todas,  y  no  sólo 
de  un  modo  general  y  vago,  sino  con  admirable  firmeza  y  precisión 
dogmática,  con  aquel  acento  que  sólo  brota  del  alma  que  es  cris- 
tiana con  cristianismo  positivo,  el  cual  nunca  se  puede  conñindir 
con  la  vaga  exaltación  sentimental  del  cristianismo  literario  de  Cha- 
teaubriand ó  de  Lamartine.  En  este  punto,  Ortiz  pertenece  á  la 
escuela  de  ]\Ianzoni,  de  quien,  por  otra  parte,  presenta  reminiscen- 
cias directas  en  la  oda  A  Boyacá  y  en  otras  partes,  aunque  el  estilo 
difuso  y  grandilocuente  en  que  las  expresa,  nada  tenga  que  ver  con 
la  divina  condensación  lírica  de  las  estrofas  del  poeta  milanés.  Ortiz, 
como  Manzoni,  no  sólo  siente  el  cristianismo,  sino  que  cree  en  él 
con  fe  viva  y  práctica,  engendradora  de  buenas  obras.  Aun  en  com- 
posiciones muy  desigualmente  ejecutadas,  se  encuentran  admirables 
trozos  de  filosofía  religiosa,  que  brotan  de  lo  más  profundo  y  sus- 
tancial deja  doctrina  cristiana.  Véase,  por  ejemplo,  esta  exposición 
del  misterio  del  dolor: 

¡El  dolor  no  es  el  crimen!  Es  la  herencia 
Del  infelice  genitor  primero, 
Legada,  no  á  sus  hijos  solamente, 
Sino  también  á  su  linaje  entero 

¡Ah!  Si  el  hombre  entre  penas  agoniza. 
Naciones  hay  que  bajan  á  sentarse 
Sobre  el  estercolero 
Como  el  antiguo  Job,  roto  el  vestido 

Y  la  frente  cubierta  de  ceniza 

¡No  es  crimen  el  dolor!  Es  como  el  fuego 
Que  purifica  en  el  crisol  el  oro; 
Es  cual  la  tumba  fría  y  silenciosa 
En  que  la  humilde  larva  se  sepulta, 

Y  de  donde  triunfante  saldrá  luego 
Con  ala  tinta  en  oro,  azul  y  rosa 

Á  volar  por  el  éter  cristalino 
Transformada  en  festiva  mariposa. 


COLOMBIA  ^9 

Esta  es  la  eterna  ley  de  nuestra  raza, 
Este  el  destino  irrevocable  y  justo: 
Por  el  dolor  alzarse  hasta  la  gloria, 

Por  el  placer  bajar  hasta  el  abismo 

¿No  se  llamaba  un  Hombre  de  dolores 
El  gran  libertador  del  mundo  mismo? 
Quiso  nacer  en  un  pesebre  obscuro 

Y  en  el  taller  vivir  de  un  artesano, 

Y  escogió  sus  amigos 

Entre  los  pescadores  y  mendigos. 
Sólo  una  vez  entró,  y  esa  en  cadenas, 
De  Herodes  al  palacio: 
Una  vez  y  no  más  subió  al  Pretorio, 

Y  esa  en  medio  de  bárbaros  sayones. 
Hijo  de  augustos  Reyes,  la  corona 
Que  sus  sienes  divinas 

Adornó,  fué  de  abrojos  y  de  espinas; 

Y  el  cetro  de  oro  que  empuñó  su  mano 
Una  caña  marchita 

Del  Jordán  arrancada  en  la  ribera. 
Cuando  después  cual  jefe  valeroso, 
Al  frente  de  las  huestes  que  cejaban 
Se  arrojó  generoso 
Al  puente  del  dolor  por  Dios  echado 
Desde  la  tierra  al  cielo. 
Sacudiendo  la  piedra  de  su  tumba. 
Apareció  de  gloria  circuido, 
Mostrando  á  las  naciones 
La  cruz  de  su  ignominia  y  de  su  gloria, 
Y  entonando  su  canto  de  victoria: 
<£1  mundo  finalmente  está  vencido». 

¡Bello,  ó  por  mejor  decir,  sublime;  y  este  género  de  sublimidad 
no  es  raro  en  Ortiz,  derivándose  todavía  más  de  su  fe  ardorosa  que 
de  su  talento  poético!  Si  no  se  sostiene  de  continuo  á  igual  altura; 
si  por  querer  acomodarse  demasiado,  aun  en  el  estilo,  á  la  compren- 
sión de  los  ignorantes  y  de  los  humildes,  fracasa  Ortiz  á  veces  en 
sus  poesías  religiosas,  de  índole  que  pudiéramos  llamar  democrática 
y  llana,  y  quitándoles  el  nervio  teológico,  declina  en  las  puerilida- 
des de  la  devoción  francesa,  que  ha  infestado  á  América  como  á 


7©  CAPITULO    SÉPTIMO 

España,  no  por  eso  deja  de  levantarse  á  la  gran  poesía,  siempre 
que  encuentra  en  su  camino  estos  sublimes  tópicos  del  dolor  y  de 
la  muerte.  Pintó  demasiados  entierros  de  pobres  y  demasiados  ce- 
menterios de  aldea,  repitiéndose  mucho;  pero  ¡qué  graduada  y  so- 
lemne aquella  puesta  del  sol  detrás  de  la  tumba  del  poeta,  con  que 
termina  La  Ultima  Luz,  poesía,  por  otra  parte,  muy  incorrecta,  y 
que  fué  probablemente  la  postrera  de  las  suyas! 

Luego  las  negras  sombras  de  los  Andes 
Se  irán  haciendo  cada  vez  más  grandes; 
Del  pueblo  oiráse  lejos  el  murmullo 
Cual  voz  de  un  río  entre  las  piedras  sordas; 

Y  más  lejos  el  lúgubre  lamento 

Con  que  en  la  grey  el  padre  toro  muge; 

Y  el  chirrido  del  carro 

Que  de  puro  repleto  se  desborda 

Y  atormentado  con  la  carga  cruje; 
Luego  el  agudo  son  de  la  campana 
Volará  al  monte,  al  valle,  á  la  alquería, 
Saludando  á  la  Reina  Soberana; 
Luego  saldrá  la  luna  difundiendo 

Sus  secretos  de  gran  melancolía: 
Luego  sombra  y  silencio 

Y  después  morirá  por  fin  el  día. 

En  la  poesía  descriptiva  Ortiz  es  muy  brillante,  pero  monótono; 
vista  una  de  sus  composiciones,  por  ejemplo,  las  primeras  estancias 
de  la  oda  A  Vasco  Núñez  de  Balboa,  puede  decirse  que  se  han  leído 
todas.  La  silva  Al  Teqiiendamu,  es  buena;  pero  no  creo,  de  ningún 
modo,  que  obscurezca  la  de  Heredia  Al  Niágara,  ni  siquiera  que 
compita  con  ella,  y  además  la  perjudica  el  mismo  empeño  que  pa- 
rece puso  el  autor  en  que  no  apartásemos  de  la  memoria  á  Heredia, 
no  sólo  en  el  Niágara,  sino  en  el  TeocalU  de  Cholula. 

En  resumen,  Ortiz,  á  pesar  de  todos  los  defectos  que  en  obsequio 
á  la  justicia  van  notados,  es  uno  de  los  más  inspirados,  sinceros  y 
fervientes  poetas  líricos  que  ha  producido  la  América  española;  y 
aunque  muy  distante  de  la  pulcritud  y  perfección  del  valenciano 
Quero),  es,  á  mi  juicio,  después  de  Querol,  el  que  mejor  ha  conser- 


COLOMBIA  71 

vado  en  estos  últimos  tiempos  las  tradiciones  de  nuestra  oda  clásica, 
adaptándola  á  la  expresión  de  sentimientos  modernos  (l). 

Estudiados  los  cuatro  grandes  poetas  líricos  de  Colombia,  ante- 
riores á  la  brillante  generación  actual,  quedan  aún  otros  varios 
muy  dignos  de  atención,  aunque  menos  fecundos  ó  menos  geniales. 

(i)  Poesías  de  José  Joaquín  Ortiz.  Bogotá,  Tmp.  de  Echevarría ,  Hermanos, 
1880;  8.°  Esta  colección  dista  mucho  de  ser  completa;  pero  contiene  las  me- 
jores poesías  del  autor. 

La  biografía  más  detallada  que  conozco  de  Ortiz  es  la  que  mi  fraternal 
amigo  y  colega  el  Dr.  Rubio  y  Lluch,  catedrático  de  la  Universidad  de  Bar- 
celona, publicó  en  La  Defensa  Católica^  de  Bogotá  (número  del  18  de  Agosto 
de  1892). 

Nació  Ortiz  en  Tunja  el  10  de  Julio  de  1814,  y  murió  en  Bogotá  el  14  de 
Febrero, de  1892.  Dedicó  toda  su  vida  á  la  enseñanza  y  al  periodismo.  En 
1852  fundó  un  colegio  que,  con  el  nombre  de  InstiUUo  de  Cristo,  obtuvo  gran 
celebridad:  después  enseñó  en  otros  varios.  Son  innumerables  los  periódicos 
que  dirigió  ó  en  que  colaboró:  La  Estrella  Nacional,  El  Cóndor,  El  Día,  El 
Conservador,  El  Porvenir,  El  Catolicismo,  La  Caridad,  El  Correo  de  las  Aldeas, 
etcétera.  Publicó  además  gran  número  de  libros,  ya  de  controversia  política 
y  religiosa,  ya  de  enseñanza,  entre  los  cuales  recordamos:  Cartas  de  un  sacer- 
dote católico  al  redactor  de  «El  Neogr anadino^,  Bogotá,  1857  (muy  buenas:  el 
mejor  de  sus  escritos  en  prosa). — Las  Sirenas,  discurso  contra  la  tnoral  sensua- 
lista de  Jeremías  Bentham,  París  (sin  fecha). —  Testimonio  de  la  historia  y  de  la 
filosofía  acerca  de  la  divi7iidad  de  Jesucristo,  1855. — Lecturas  selectas  en  prosa 
y  verso,  1880. — Ó  todo  ó  nada,  1880. — Lecciofies  de  Literatura  Castellana,  1879. 
El  Parnaso  Granadijto,  colección  escogida  de  poesías  nacionales  (sólo  salió  el 
tomo  i),  1848.  —  El  Liceo  Granadino,  colección  de  los  trabajos  de  este  Ltstituto 
(sólo  el  t.  i),  1856.  —  La  Guirnalda  (otra  antología  de  poetas  y  prosistas  neo- 
granadinos). — El  Libro  del  Estudiante  (del  cual  se  han  hecho  hasta  siete  edi- 
ciones).— El  Lector  Colombiano  (^libro  de  lectura  para  las  escuelas). —  Competidlo 
de  Historia  Sagrada,  etc. 

Pueden  añadirse  algunos  ensayos  de  novela:  Alaría  Dolores  ó  Historia  de 

mi  casamiento ,  El  Oidor  de  Santafe',  Huérfanos  de  madre ;  y  algún  ensayo 

dramático:  El  Hijo  Pródigo,  proverbio;  Sulma,  tragedia:  esta  tragedia  se  im- 
primió juntamente  con  las  poesías  juveniles  de  Ortiz,  en  un  tomo  que  no 
hemos  visto,  titulado  ALis  Horas  de  descanso,  Cartagena  de  Indias,  1834.  Dejó 
inéditos  tres  poemas:  Yopalín,  Colón  y  Los  Cantos  de  la  Patria;  y  una  Historia 
de  la  Conquista  del  Nuevo  Reino  de  Granada.  Fué  diputado  varias  veces,  y  al 
tiempo  de  su  muerte  era  senador.  Perteneció  á  una  fracción  político-religiosa 
análoga  á  la  que  en  España  se  conoce  con  el  nombre  de  integrismo. 

Meníndez  y  Pelayo. — Poesía  hisJ>atto-americatia.  II.  5 


72  CAPITULO    SÉPTIMO 

Indicaremos  algunos  nombres,  limitándonos  casi  á  aquellos  autores 
de  quienes  en  nuestra  Antología  presentamos  alguna  muestra,  y  á 
quienes,  naturalmente,  tenemos  por  los  mejores.  Adviértase  que  la 
fecha  de  aquel  tomo  es  1894. 

Joaquín  Pablo  Posada  es  digno  de  encarecimiento,  no  por  la 
pobre  materia  poética  de  sus  composiciones,  sino  por  sus  admi- 
rables dotes  de  versificador,  en  que  pocos  ó  ninguno  de  su  tierra  le 
han  igualado.  Conviene  echar  un  velo  sobre  su  vida  pública  y  aun 
privada:  demasiadas  cosas  confesó  el  poeta  festivo  de  inagotable 
desenfado,  en  cuyas  manos  era  la  lengua  blanda  cera;  hubiera  podido 
ser  émulo  de  Bretón,  ó  á  lo  menos  de  Villergas,  y  sólo  consiguió 
dejar  las  diatribas  personales  y  odiosas  de  El  Alacrán^  una  serie  de 
camafeos  6  semblanzas  satíricas,  de  cuyo  parecido  sólo  pueden  juz- 
gar sus  paisanos,  y  un  tomo  de  poesías  muy  donosamente  metri- 
ficadas, cuyo  tema  más  original  consiste  en  pedir  dinero  á  sus  amigos 
en  variedad  de  metros,  y  con  alguna  diferencia  en  las  cantidades  mo- 
netarias que  solicitaba,  desde  cuatro  á  veinte  duros.  La  indisciplina 
de  su  carácter  y  el  desapego  á  todo  trabajo  continuado  y  formal,  le 
sometieron  desde  muy  temprano  (como  dice  un  escritor  de  Colom- 
bia) «á  vivir  una  vida  como  prestada,  en  la  que  con  talento  se  con- 
solaba de  sus  escaseces,  burlándose  á  menudo  de  la  cruel  necesi- 
dad». Vivió  como  Villasandino  ó  como  cualquier  otro  de  los  poetas 
mendicantes  del  Cancionero  de  Baena^  componiendo  ó  improvisan- 
do cuantos  versos  se  le  encargaban,  y  siempre  con  amenidad  de 
estilo,  con  elegante  sencillez  de  expresión,  con  gracia  natural  y  ar- 
moniosa, que  es  la  principal  dote  de  su  estilo: 

Figúrate  que  le  debo 
Á  todo  el  que  en  torno  miro; 
Debo  el  aire  que  respiro 
Y  debo  el  agua  que  bebo. 
Casi  ni  á  salir  me  atrevo, 
Porque,  si  salir  consigo, 
Mis  acreedores,  amigo. 
Me  atacan  de  llano  en  plano, 
Desde  el  primer  ciudadano 
Hasta  el  último  mendigo. 


COLOMBIA  73 

Quiero  acabar:  necesito  ■ 
Diez  y  seis  pesos  cabales, 
Para  conseguir  los  cuales 
Estas  décimas  he  escrito; 
Mándamelos,  que  infinito 
Será  mi  agradecimiento, 
Como  lo  es  el  firmamento 

Y  como  el  poder  de  Dios, 
Quien,  acá  para  ¡nter  nos, 
Me  tiene  muy  descontento. 

Ninguna  promesa  haré, 
Porque  á  ti  no  se  te  esconde 
Que  cómo,  cuándo  ó  en  dónde 
He  de  pagarte,  no  sé; 
Pero  que  te  pagaré, 

Y  que  á  pagarte  me  obligo. 
Poniendo  á  Dios  por  testigo, 
Es  tan  seguro  y  tan  cierto, 
Como  lo  es  que  sólo  muerto 
Dejaré  de  ser  tu  amigo. 

Con  Posada  colaboró  en  el  malhadado  Alacrán  otro  poeta  más 
desaliñado,  pero  que  no  carecía  de  numen:  Germán  Gutiérrez  de 
Piñeres,  que,  al  revés  de  Posada,  solía  ser  satírico  en  sus  artículos 
en  prosa,  y  quejumbroso  y  melancólico  en  sus  versos,  como  quien 
había  empezado  en  una  de  sus  más  antiguas  composiciones  por  des- 
.  pedirse  de  la  vida  en  las  inevitables  octavas  bermudinas: 

El  puro  sol  de  mis  brillantes  días 
Va  declinando  hacia  su  triste  ocaso,    *• 
Y  de  mi  vida  adelantando  el  paso, 
Mis  ilusiones  decayendo  van. 
Ya  de  mí  se  desprende  marchitada 
Mi  juventud,  mi  juventud  querida: 
Queda  el  recuerdo  al  alma  dolorida 
De  las  horas  que  nunca  volverán 

Poeta  festivo,  pero  de  muy  distinta  cuerda  que  Posada,  fué  don 

Ricardo  Carrasquilla,   benemérito  institutor  y  autor  de  libritos  de 

propaganda  católica,  muy  bien  hechos.  Su  tomito  de  poesías,  que  él 

-^modestamente  llamó  Coplas.,  está  lleno  de  gracejo  decoroso  y  fino: 


74  CAPITULO   SÉPTIMO 

compuso  excelentes  letrillas,  cuadros  de  costumbres  como  las  Fies^ 
tas  de  Bogotá^  y  acertó  á  tratar  con  sentimiento  y  viveza,  aun  síhl 
salir  de  su  manera  familiar  y  sencilla,  asuntos  más  elevados,  ya  de 
leyenda  histórica  como  en  El  Abrazo^  ya  de  naturaleza  pintoresca 
como  en  Una  visita  al  salto  del  Tequendama. 

El  general  Pinzón  Rico  ha  sido  uno  de  los  poetas  más  celebrados 
de  Colombia,  y  poeta  de  valiente  inspiración  en  ocasiones.  No  co- 
nozco más  composiciones  suyas  que  las  insertas  en  el  Parnaso  Co- 
lombiano, y  éstas  no  bastan  para  caracterizar  su  manera,  aunque  sí 
para  graduarle  de  versificador  gallardo.  En  su  estilo  palabrero  y  re- 
dundante, pero  cadencioso,  parece  un  romántico  mejicano  ó  vene- 
zolano más  bien  que  colombiano.  Su  Despertar  de  Adán  ha  sido 
muy  celebrado;  pero  prefiero  la  Eva^  de  Flores,  cuyo  pensamiento 
erótico  es  el  mismo. 

Entre  los  polígrafos  más  fecundos  hay  que  contar  á  D.  Manuel 
María  Madiedo,  D.  Felipe  Pérez  y  D.  José  María  Samper.  Madiedo 
era  un  publicista  de  talento  brillante,  pero  desigual,  que  escribía 
medio  en  francés  páginas  elocuentes  sobre  cuestiones  sociales.  No 
sé  si  pertenecía  ó  no  á  la  raza  de  color;  pero  sí  sé  que  odiaba  de 
muerte  á  los  hijos  y  nietos  de  españoles,  suponiéndolos  culpables 
de  todas  las  guerras  civiles  y  de  todos  los  escándalos,  crímenes  y 
desgracias  que  afligen  á  los  pueblos  de  la  América  española.  Lo 
más  singular  es  que  solía  militar  en  partidos  conservadores,  por 
donde  resultaba  en  sus  ¡deas  una  extraña  inconsecuencia.  De  su 
tomo  de  Poesías  (precedido  de  un  tratado  de  ]\Iétrica),  lo  más  cele- 
brado ha  sido  el  romance  endecasílabo  Al  Magdalena^  que  Camacho 
Roldan,  en  el  prologo  á  las  poesías  de  Gutiérrez  González,  califica  de 
«uno  de  los  cantos  indígenas  de  nuestro  suelo»,  añadiendo  que  «vi- 
virá mientras  nuestro  río  arrastre  sus  turbias  ondas  al  través  de  so- 
ledades cubiertas  de  ceibas  y  caracolíes,  y  por  en  medio  de  playas 

que  marcado  había 

De  las  tortugas  la  penosa  marcha, 

Y  del  caimán  la  formidable  cola, 

Y  de  los  tigres  la  terrible  garra. 

Pérez  (D.  Felipe)  es  más  conocido  como  periodista  y  hombre 
político  y  como  geógrafo  bueno  ó  malo  que  como  poeta,   y  se  le 


COLOMBIA  75 

acusa  de  haberse  aprovechado  con  poco  escrúpulo  de  trabajos  aje- 

JIOS  (l). 

Samper  fué  un  improvisador  fecundísimo  en  todos  géneros:  his- 
toriador, geógrafo,  estadista,  orador  político,  escritor  de  viajes,  poeta 
lírico,  dramaturgo,  novelista,  profesor  de  Derecho  público  y  funda- 
-dor  ó  redactor  principal  de  más  de  veinte  periódicos;  el  más  fecun- 
do de  los  escritores  modernos  de  Colombia,  y  uno  de  los  más  cono- 
«cidos  en  Europa  y  de  los  que  más  han  dado  á  conocer  el  estado 
político  de  su  patria.  Pero  no  parece  que  entre  el  inmenso  cúmulo 
■de  sus  libros,  producidos  como  á  destajo  y  con  facilidad  peligrosa, 
haya  nada  cabal  ni  de  primer  orden.  De  todos  modos,  sus  bocetos 
biográficos  y  sus  relaciones  de  viajes  se  leen  con  agrado  y  logran 
y  merecen  más  fama  que  sus  poesías. 

D.  José  María  Vergara  y  Vergara,  ya  mencionado  en  estas  pági- 
nas, no  fué  grande  escritor,  pero  sí  escritor  muy  ameno  y  simpático. 
La  bondad  y  la  efusión  de  su  carácter,  su  entusiasmo  por  la  belleza 
moral,  su  fe  viva  y  ardiente,  su  caridad  inagotable,  su  patriotismo 
de  buena  ley,  su  gracejo  natural  é  inofensivo,  se  reflejan  fielmente 
■en  sus  artículos  de  costumbres,  novelitas  é  impresiones  de  viaje, 
V  en  todos  sus  escritos  fugitivos,  en  prosa  ó  en  verso,  no  muy  co- 
rrectos  de  lengua,  pero  muy  sanos  y  muy  españoles  en  el  fondo. 
Era  hombre  de  devociones  literarias  ardentísimas,  aunque  fugaces,  y 


(i)  El  Sr,  D.  Diego  Mendoza,  persona  para  mí  muy  respetable,  me  llama 
la  atención  sobre  esta  noticia,  que  cree  nacida  de  algún  informe  equivocado. 
Con  mucho  gusto  inserto  la  rectificación  que  el  Sr.  Mendoza  me  envía: 

«Siendo  muy  joven  el  Sr.  Pérez,  hizo  con  el  General  D.  Tomás  Cipriano 
de  Mosquera,  Presidente  de  la  República,  un  contrato  para  la  publicación  de 
la  Geografía  del  sabio  italiano  D.  Agustín  Codazzi,  Jefe  que  fué  de  la  Comi- 
sión Corográfica.  El  Sr.  Codazzi  murió  en  una  de  sus  excursiones,  y  no  pudo 
publicar  sus  trabajos.  D.  Manuel  Ponce  de  León  y  D.  Manuel  María  Paz  se 
encargaron  de  la  publicación  de  los  mapas,  y  el  Sr.  Pérez  del  arreglo  de  los 
manuscritos  y  de  darlos  á  la  estampa.  Tanto  en  el  prólogo  de  la  primera  edi- 
ción (dos  volúmenes),  como  en  el  de  la  segunda  (de  la  cual  sólo  alcanzó  á  pu- 
blicar uno),  y  que  es,  propiamente  hablando,  el  mismo  de  la  anterior,  explica 
con  sinceridad  y  buena  íe,  que  su  labor  había  sido  la  de  poner  en  orden  y 
publicar  conforme  á  los  deseos  del  Gobierno,  los  trabajos  postumos  de  Co- 
dazzi.» 


76  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

que  perdía  mucho  de  su  propia  originalidad  por  caminar  demasiado - 
servilmente  detrás  de  las  huellas  de  los  maestros  que  sucesivamente- 
adoptaba:  primero  Larra  y  ^Mesonero  Romanos;  después  Fernán  Ca- 
ballero, Trueba  y  Enrique  Conscience,  y  últimamente  Selgas.  Sus- 
poesías  adolecen  de  este  mismo  prurito  de  imitación  exagerada,  y 
ciertamente  que  el  Libro  de  los  Cantares^  con  todo  su  mérito  relativo 
que  no  negamos,  no  justificaba  bastante  el  empeño  con  que  Vergara- 
se  dio  á  glosarle  y  á  repetir  sus  temas,  muchas  veces  más  vulgares- 
que  populares,  y  á  veces  ni  vulgares  siquiera,  sino  trivialmente  sen- 
timentales. La  afectada  llaneza  de  Trueba  contagió  á  \''ergara  corno- 
á  varios  otros,  y  es  lástima,  porque  algunas  poesías  humorísticas  suyas 
prueban  que  hubiera  podido  distinguirse  en  este  género  sin  deber- 
nada  á  nadie.  Improvisó  demasiado,  y  el  periodismo  devoró  su  in- 
genio, como  el  de  tantos  otros  escritores  de  Colombia  y  de  España^ 
Finalmente,   mencionaremos  los  nombres  de  Arsenio  Esguerra 
(muy  delicado  y  pulcro),  José  David  Guarín,  Hermógenes  Saravia>. 
José  María  Rojas  Garrido,  Domingo  Díaz  Granados  (amigo  é  imita- 
dor de  Gutiérrez  González),  Arcesio  Escobar  (feliz  traductor  de  poe- 
tas ingleses),  César  Contó,  Joaquín  González  Camargo  (autor  del 
delicioso    Viaje  de  la  luz)^  José  Joaquín   Borda,   Benjamín   Pereira 
Gamba,  y  la  dulce  poetisa  mística  Doña  Silveria  Espinosa  de  Ren- 
dón,  de  todos  los  cuales  he  leído  agradables  poesías  en  el  Parnaso 
Colombiano^  pero  á  quienes  no  me  atrevo  á  caracterizar  por  falta  de 
suficientes  datos  (l). 

(i)  Joaquín  Pablo  Posada.  Nació  en  Cartagena  (de  Indias)  en  1825,  y  mu- 
rió en  1880.  Sus  Poesías  se  imprimieron  en  1857,  con  un  prólogo  del  doctor 
Felipe  Pérez.  En  1879,  sus  Camafeos  6  Bosquejos  de  notabilidades  colombiarias 
en  poliiica^  milicia,  comercio,  cieticias,  artes,  literatura,  trápalas,  malas  mañas  y 
otros  efectos,  bajo  su  triple  aspecto  físico,  moral  e'  intelectual.  (Barranquilla,  im- 
prenta de  los  Andes.) 

Germán  Gutiérrez  de  Piñeres  (18 16- 1872).  Sus  Poesías,  precedidas  de  un 
juicio  de  D.  Pedro  Neira  Acevedo,  se  imprimieron  en  Bogotá,  1857.  Fué  autor 
también  de  El  Oidor,  drama  histórico. 

Ricardo  Carrasquilla.  Nació  en  1827  y  ha  fallecido  recientemente.  Coplas. 
(Bogotá,  por  Foción  Mantilla,  1866.  Hay  tres  ediciones  posteriores  aumen- 
tadas.)^— Sofismas  anticatólicos  vistos  con  microscopio. 

José  María  PinrJu  Rico.  Nació  en  1S34.  Fué  magistrado  primero  y  militar 


COLOMBIA  77 

revolucionario  después.  Residió  algún  tiempo  en  Venezuela,  redactando  El 
Porvenir  de  Caracas.  En  Bogotá  fué  colaborador  de  La  Discusión,  de  El  Nue- 
vo Mundo  y  de  La  Pluma.  No  sé  que  hayan  sido  coleccionados  sus  versos. 

Manuel  María  Madiedo.  Nació  en  Cartagena  (de  Indias)  en  1815.  Sus  Poesías 
precedidas  de  tm  tratado  de  Métrica  fueron  impresas  en  Bogotá,  1859.  Hay 
poesías  posteriores  en  la  miscelánea  titulada  Ecos  de  la  Noche  (1870).  Com- 
puso en  su  primera  juventud  dos  tragedias,  Coriolano  y  Lucrecia  ó  Roma  libre, 
y  más  adelante  el  drama  Una  idea  abismo  (sic)  y  el  juguete  cómico  Tres  diablos 
sueltos.  Entre  sus  escritos  de  materias  sociales  y  filosóficas,  se  citan  principal- 
mente: Tratado  de  derecho  de  gentes  (1874),  La  Ciencia  social  ó  el  Socialismo 
filosófico:  derivación  de  las  grandes  armonías  morales  del  Cristianismo  (1863), 
Una  gran  revolución,  ola  razón  del  hombre  juzgada  por  si  inisma  (Caracas,  1876), 
El  Dedo  e7i  la  llaga  (Caracas,  1876),  El  Arte  de  probar  (Bogotá,  1874),  Tratado 
de  Crítica  general,  ó  Arte  de  dirigir  el  entendimiento  en  la  investigación  de  la 
verdad  {1S6S),  etc.,  etc. 

Felipe  Pérez.  Nació  en  1834.  La  edición  de  sus  Versos  es  de  1867.  Escribió 
además  novelas  (Atalmalpa,  Los  Pizarros,  Jilma,  Los  Gigantes,  Imina,  Carlo- 
ta Corday. ....),  y  dramas  (Gonzalo  Pizarro. ....).  Pero  sus  escritos  más  conocidos 

son:  Análisis  política,  social  y  eco7iómica  de  la  Reptlblica  del  Ecuador (1853), 

Geografía  física  y  política  de  los  Estados  Unidos  de  Colombia  (1862-63),  y  otras 
análogas.  Otras  muchas  obras  suyas  se  citan  en  la  extensa  Vida  de  Felipe  Pé- 
rez, por  D.  Enrique  Pérez  (Bogotá,  191 1). 

José  María  Samper.  Nació  en  1828.  El  solo  catálogo  de  sus  obras  ocupa 
cinco  ó  seis  páginas  en  la  Bibliografía  Colofnbiana  de  Laverde  Amaya.  Sus 
primeras  Poesías,  con  el  título  de  Plores  marchitas,  se  publicaron  colecciona- 
das en  1849;  sus  Piezas  dramáticas,  en  1857;  una  nueva  colección  lírica  (Ecos 
de  los  Andes),  en  1860;  Uti  Vampiro,  poema  satírico,  en  1863;  Martín  Flórez, 
novela,  en  1866;  Un  drama  íntimo,  novela,  en  1870;  Últimos  cantares  (tercera 
colección  lírica),  en  1874;  Florencio  Conde,  novela,  en  1875;  El  Poeta  soldado, 
ídem,  en  1881;  Los  Claveles  de  Julia,  ídem,  en  1881.  De  sus  restantes  obras, 
las  más  conocidas  son  Pensamientos  sobre  moral,  política,  literatura,  religión  y 
costumbres  (1856),-  Ensayo  sobre  las  revohicioties políticas  y  la  condición  social  de 
las  Repúblicas  hispano- americanas  (París,  1861);  Viajes  de  un  colombiano  en 
Europa  (París,  1862);  El  Libertador  Simón  Bohvar  (Caracas,  1878);  Galería 
Nacional  de  Hombres  ilustres  (Bogotá,  1879);  Historia  de  una  alma  (1881),  auto- 
biografía muy  interesante,  en  que  refiere  su  conversión  al  catolicismo. 

José  María  Vergaray  Vergara  (1831-1872).  Incansable  periodista  y  promotor 
de  la  buena  literatura.  Redactó  La  Siesta,  El  Mosaico,  El  Hogar,  La  Fe,  la 
Revista  de  Bogotá  y  otros  muchos  periódicos.  Sus  principales  obras  son:  His- 
toria de  la  literatura  en  Nueva  Granada  {i%b(i);  Olivos  y  aceitunos  todos  son  unos 
(novela  de  costumbres  políticas);  Versos  en  borrador  (1868);  Artículos  escogi- 
dos, colección  selecta  (Londres,  i88i);  Vida  y  escritos  del  general  NariFio.  Co- 


yS  CAPÍTULO   SÉPTIMO 

leccionó  el  Museo  de  cuadros  de  costumbres,  de  varios  escritores  colombianos; 
el  Parnaso  Colo?nbiano,  en  tres  pequeños  volúmenes,  que  contienen  las  obras 
de  Gutiérrez  González,  Caicedo  Rojas  y  Marroquín;  La  Lira  granadina  ( r86o). 
Hay  dos  biografías  de  Vergara,  una  de  D.  José  Manuel  Marroquín,  en  el  Anua- 
rio de  la  Academia  Colombiana  (1874),  y  otra  de  D.  Carlos  Martínez  Silva  en 
el  Repertorio  Colombiano. 

Sobre  los  restantes  poetas,  nos  remitimos  á  las  breves  noticias  que  pueden 
encontrarse  en  el  Parnaso  Colombiano  de  Áñez,  y  mejor  en  los  Apuntes  sobre 
bibliografía  colombiana,  con  muestras  escogidas  en  prosa  y  verso,  por  Isidoro 
Laverde  Aynava,  con  un  apéndice  que  contiene  la  lista  de  las  escritoras  colombia- 
nas, las  piezas  dramáticas ,  7iovelas,  libros  de  historia  y  de  viajes  escritos  por 
colombianos.  (Bogotá,  1S82.) 

Es  imposible  omitir  la  lectura  de  las  muy  discretas  y  sabrosas  Cartas  Ame- 
ricanas de  nuestro  D.  Juan  Valera  (primera  serie,  Madrid,  1889),  que  contie- 
nen un  largo  estudio  sobre  el  Parjiaso  Colombiano.  El  Sr.  Valera  hubiera 
hecho  inútil  nuestro  trabajo  y  nos  habría  dado  con  ventaja  un  juicio  cabal 
sobre  la  poesía  de  Colombia,  á  haber  podido  disponer  de  fuentes  más  copio- 
sas y  seguras  que  el  mencionado  Parnaso,  compilación  deficientísima  por 
una  parte,  y  por  otra  llena  de  fárrago  y  broza,  como  casi  todas  las  de  su  géne- 
ro que  se  han  formado  en  América. 

Para  el  estudio  de  la  mejor  literatura  moderna  de  Colombia  es  de  inapre- 
ciable auxilio  la  colección  de  los  trece  tomos  del  Repertorio  Colombiano,  ex- 
celente revista  que  duró  desde  1878  hasta  1887,  bajo  la  dirección  de  D.  Carlos 
Martínez  Silva  y  la  inspiración  de  D.  Miguel  Antonio  Caro.  Es  la  más  notable 
publicación  de  su  género  que  hasta  ahora  ha  aparecido  en  la  América  es- 
pañola. 

Finalmente,  para  el  conocimiento  de  los  poetas  novísimos,  puede  acudirse 
á  La  Lira  Nueva,  de  D.  José  María  Rivas  Groot.  (Bogotá,  1886.) 


VIII 


ECUADOR 


En  el  Ensayo  sobre  la  literatura  ecuatoriana^  del  Dr.  D.  Pablo 
Herrera  (i),  y  en  la  Ojeada  Histórico- crítica  sobre  la  poesía  ecuato- 
riana, de  D.Juan  León  Mera  (2),  puede  verse  cuan  antiguo  abolengo 
tiene  la  cultura  literaria  en  la  antigua  Presidencia  de  Quito,  que 
abarcaba  en  sus  cuatro  Gobiernos  Mayores  la  mayor  parte  del  te- 
rritorio de  la  actual  República  del  Ecuador  (3).  A  las  órdenes 
monásticas,  y  especialmente  á  la  de  San  Francisco,  se  debió  la  pri- 
mera cultura  del  país  y  el  establecimiento  de  las  primeras  escuelas, 
así  como  á  un  franciscano,  el  P.  Jodoco  Rickle,  se  había  debido  la 
introducción  de  la  primera  semilla  de  trigo. 

En  noble  emulación  pretenden  las  diversas  religiones  que  dieron 
apóstoles  á  la  primitiva  colonia,  el  lauro  de  haber  establecido  la  pri- 
mera casa  de  enseñanza;  pero  sin  negar  que  los  dominicos  tuviesen 
estudios  en  su  convento  de  San  Pedro  Mártir,  fundado  en  Quito  por 
el  Venerable  Fr.  Alonso  de  Montenegro  poco  después  de  la  con- 

(i)  Publicado  por  primera  vez  en  1860  y  luego,  con  bastantes  ampliacio- 
nes, en  el  primer  tomo  de  la  Revista  Ecuatoriana  (1889),  si  bien  esta  segunda 
edición  no  llegó  á  terminarse,  que  sepamos. 

(2)  Quito,  t868.  Imprenta  de  J.  Pablo  Sauz.  Hay  una  segunda  edición, 
de  Barcelona,  1893,  en  que  se  conserva  el  primitivo  texto,  pero  se  añaden 
algunos  apéndices. 

(3)  Guayaquil  perteneció  en  lo  militar  al  Virreinato  del  Perú,  hasta  que 
Bolívar  le  anexionó  en  1824  á  la  primitiva  Colombia.  Quito  y  lo  restante  de 
la  República  dependía  del  Virreinato  de  Santa  Fe  desde  1721 ;  hasta  entonces 
había  dependido  también  del  Perú. 


8o  CAPÍTULO    VIII 

quista  déla  ciudad  por  el  adelantado  Sebastian  de  Belalcázar,  todavía 
es  cierto  que  el  primer  colegio  de  cuya  formal  organización  se  tiene 
noticia  es  el  de  San  Andrés,  establecido  por  los  franciscanos  en  1 5  56, 
y  dotado  en  1 562,  por  Real  cédula  de  Felipe  II,  con  300  pesos 
anuales.  En  dicha  cédula  consta  que  allí  se  enseñaban  «las  cosas  per- 
tenecientes á  la  salvación  y  buena  doctrina  de  los  indios  naturales, 
letras,  buenas  costumbres  y  habilidades,  para  que  puedan  vivir  cris- 
tiana y  políticamente»  (l). 

Pero  la  enseñanza  para  los  hijos  de  españoles,  la  propiamente  li- 
teraria ó  de  humanidades,  fué  introducida  en  el  Ecuador,  como  en 
otras  partes  de  América,  por  los  PP.  de  la  Compañía  de  Jesús,  cuyo 
colegio  de  Quito  contaba  ya  por  los  años  de  1585  más  de  ciento 
ochenta  estudiantes,  siguiendo  cuarenta  de  ellos  el  curso  de  Artes. 
La  emulación  era  grande,  frecuentes  las  conclusiones  y  actos  públi- 
cos, con  asistencia  del  Obispo,  del  Corregidor  y  vecinos  principales, 
y  tan  grande  el  crédito  que  lograban  los  jesuítas,  que  cuando  el 
Obispo  Fr.  Luis  López  de  Solís  fundó,  á  fines  del  siglo  xvi,  el  cole- 
gio Seminario  de  San  Luis,  también  le  puso  bajo  su  dirección,  con 
parecer  y  acuerdo  de  la  Real  Audiencia  y  del  Cabildo.  Emulando 
el  celo  de  franciscanos,  dominicos  y  jesuítas,  los  agustinos  estable- 
cieron la  Universidad  de  San  Fulgencio,  autorizada  por  bula  apos- 
tólica de  Sixto  V,  en  20  de  Agosto  de  1586.  Pero  no  fué  ésta  la 
Universidad  definitiva,  la  que  obtuvo  los  títulos  de  Real  y  Pontificia, 
sino  la  establecida  en  1620  con  título  de  San  Gregorio  Magno,  bajo 
la  dirección  de  los  jesuítas. 

El  más  antiguo  de  los  españoles  de  quien  sabemos  que,  pasando 
al  reino  de  Quito,  compusiese  algunos  versos,  es  D.  Lorenzo  de  Ce- 
peda, hermano  de  Santa  Teresa  de  Jesús  y  muy  conocido  de  los  lec- 
tores de  la  incomparable  correspondencia  de  la  mística  Doctora, 
puesto  que  á  él  están  dirigidas  algunas  de  sus  mejores  cartas  sobre 
materias  familiares  y  espirituales.  Estuvo  en  Indias  D.  Lorenzo  más 


(i)  Vid.  l'arones  Ilustres  de  la  Orden  Seráfica  en  el  Ecuador^  desde  la  fun- 
dación de  Quito  hasta  nuestros  días,  por  Fr.  Prancisco  María  Compte,  .Misio- 
nero Apostólico  y  Cronólogo  del  Colegio  de  San  Diego  de  Quito.  (Quito,  1885 
y  1886,  2  vols.) 


ECUADOR  8 I 

de  treinta  y  cuatro  años:  en  1 5  50  era  regidor  del  Cabildo  de  Quito, 
alcalde  primero  en  155I)  y  después  tesorero  de  las  Cajas  Reales, 
hasta  1567,  en  que,  fallecida  su  mujer,  D.*  Juana  de  Fuentes,  natu- 
ral de  Trujillo  en  el  Perú,  abandonó  todo  empleo,  para  volver  á  Es- 
paña, y  darse  por  entero  á  la  vida  contemplativa  y  á  los  ejercicios 
de  piedad,  bajo  la  dirección  y  consejo  de  su  hermana,  á  cuyas  fun- 
daciones contribuyó  con  el  cuantioso  caudal  que  había  granjeado  en 
el  Nuevo  Mundo.  Además  de  una  relación  de  la  vida  y  virtudes  de 
su  mujer,  escribió  algunos  versos  de  devoción;  pero  sólo  se  ha  con- 
servado la  siguiente  glosa  sobre  el  altísimo  tema  de  que  «Dios  in- 
cluye en  sí  todas  sus  criaturas,  y  que  ninguna  está  fuera  de  Él,  y 
que,  por  consiguiente,  el  mismo  Dios  está  en  ellas  más  que  ellas 
mismas,  y  Él  es  ei  centro  del  alma,  y  si  la  hubiere  tan  limpia  que  no 
impida  esta  admirable  unión,  hallarse  ha  á  sí  en  Dios  y  á  Dios  en  sí, 
sin  rodeo: 

El  Sumo  Bien  en  su  alteza 
Dice  al  alma  enamorada 
Que  se  busque  en  su  grandeza, 

Y  que  á  su  inmensa  belleza 
Busque  en  su  pobre  morada. 

De  amor  la  suprema  fuente, 
Sin  bajar  de  sus  alturas, 
Con  su  amor  omnipotente, 
Hállase  siempre  presente 

Y  encierra  en  sí  sus  criaturas. 

Y  el  mismo  amor  que  fué  de  ellas 
Su  principio  sin  tenerle, 
Ama  tanto  estar  con  ellas, 
Que  está  muy  más  dentro  en  ellas, 
Que  ellas  mismas  sin  quererle. 

Pues  el  alma  limpia  y  pura 
Que  amare  en  esto  pensar, 
Se  hallará  con  gran  ternura 
En  esa  misma  hermosura 

Y  á  sí  mismo  sin  rodear  (i). 

(i)  Publicó  por  primera  vez  estas  quintillas  D.  Vicente  de  la  Fuente  en 
su  notable  edición  de  las  Obras  de  Sania  Teresa  (B.  de  AA.  EE.),  tom.  i, 
pág.  362. 


82  CAPÍTULO  VIII 

Sobre  el  mismo  tema  de  Biiscate  en  ;«/,  que  es,  sin  duda,  lo  más 
profundo  y  sutil  de  la  mística,  escribieron  papeles  en  prosa,  y  como 
en  certamen,  San  Juan  de  la  Cruz,  Julián  de  Ávila  y  Francisco  de 
Salcedo,  y  sobre  todos  ellos  recayó  el  donairoso  vejamen  que,  en 
virtud  de  obediencia  al  Obispo  de  Avila,  dio  Santa  Teresa,  la  cual 
por  su  parte  trató  el  mismo  asunto  en  la  glosa  así  encabezada: 

«Alma,  buscarte  has  en  Mí, 
Y  á  Mí  buscarme  has  en  ti,.. 

que  no  me  parece  tan  superior  á  la  de  su  hermano  como  da  á  enten- 
der el  docto  colector  de  las  obras  de  la  Santa. 

En  las  Crónicas  monásticas  de  la  provincia  de  Quito  se  encuen- 
tran bastantes  nombres  de  escritores  teológicos,  de  filósofos  esco- 
lásticos, de  gramáticos  cultivadores  de  la  lengua  quichua,  pero  no 
se  encuentra  poeta  alguno  hasta  el  siglo  xvii,  lo  cual  no  quiere  de- 
cir que  no  los  hubiera,  sino  que  sus  obras  se  perderían  por  falta  de 
imprenta,  calamidad  que  también  pesó  sobre  la  literatura  colonial 
de  Venezuela  y  Nueva  Granada  hasta  muy  entrado  el  siglo  xviii.  Si 
algún  escritor  quiteño  llegó  á  ver  publicadas  sus  obras,  fué  de  los 
que  por  sus  oficios  eclesiásticos  ó  jurídicos  tuvieron  ocasión  de  salir 
de  su  país,  como  el  obispo  Fr.  Gaspar  de  Villarroel,  que  no  fué  sólo 
gran  prelado  en  Santiago  de  Chile  y  Arequipa,  y  profundo  canonis- 
ta, como  lo  prueba  su  obra  del  Gobierno  Eclesiástico  (1656),  célebre 
en  su  línea  como  la  Política  Indiana  de  Solórzano  en  la  suya,  sino 
también  prosista  no  vulgar,  de  los  mejores  de  América  en  su  tiempo. 
Es  claro  que  si  los  libros  voluminosos,  y  tocantes  á  las  ciencias 
más  estimadas  entonces,  tropezaban  con  tal  obstáculo  para  impri- 
mirse, aún  había  de  ser  más  precaria  la  suerte  de  poesías  fugitivas, 
y  que  probablemente  no  tendrían  más  mérito  que  el  de  primeros 
ensayos.  Lo  cierto  es  que  en  1630,  cuando  el  Fénix  de  los  Ingenios 
compuso  El  Laurel  de  Apolo,  florecía  en  Quito  una  poetisa  llamada 
D."  Jerónima  de  Velasco,  que  era  otra  Safo,  otra  Erina,  otra  Pola 
Argentaría,  al  decir  de  Lope: 

Parece  que  se  opone  á  competencia 
En  Quito  aquella  Safo,  aquella  Erina, 
Que  si  doña  Jerónima  divina 


ECUADOR  83 

Se  mereció  llamar  por  excelencia, 
¿Qué  ingenio,  qué  cultura,  qué  elocuencia, 
Podrá  oponerse  á  perfecciones  tales, 
Que  sustancias  imiten  celestiales, 
Pues  ya  sus  manos  bellas 
Estampan  el  Velasco  en  las  estrellas? 

(Silva  i.^) 

Era  esposo  de  la  señora  tan  estrepitosamente  elogiada  un  don 
Luis  Ladrón  de  Guevara;  por  lo  cual  añade  Lope,  jugando  galante- 
mente del  vocablo: 

¡Dichoso  quien  hurtó  tan  linda  joya 
Sin  el  peligro  de  perderse  Troya! 
Pero  diósela  el  cielo,  aunque  recelo 
Que  puede  la  virtud  robar  el  cielo. 

De  D.^  Jerónima  sólo  ha  quedado  esta  memoria;  y  el  primer 
ingenio  ecuatoriano  que  llegó  á  ver  de  molde  el  cuerpo  íntegro  de 
sus  poesías  (aunque  realmente  tales  son  ellas  que  no  hubiese  im- 
portado mucho  su  pérdida)  es  el  Maestro  Jacinto  de  Evia,  natural  de 
Guayaquil,  que  en  1675  publicó  en  Madrid  un  Ramillete  de  varias 
flores  poéticas  recogidas  y  cultivadas  en  los  primeros  abriles  de  sus 
años  (i).  La  fecha  de  la  publicación,  ominosa  para  la  poesía  lírica, 
hará  ya  sospechar  lo  que  el  libro  puede  ser,  y  es  en  efecto:  un 
ejemplar  de  hinchazón  y  pedantería.  No  todo  lo  que  en  él  se  con- 
tiene es  de  la  propia  cosecha  del  Maestro  Evia:  con  sus  flores  poé- 
ticas van  mezcladas  algunas  no  mucho  más  lozanas  y  olorosas  del 
bogotano  Domínguez  Camargo,  y  otras  en  mayor  número  del  jesuí- 
ta sevillano  P.  Antonio  Bastidas,  que  había  sido  maestro  de  Mayo- 
res y  Retórica  del  poeta  de  Guayaquil.  Los  tres  colaboradores  del 
Ramillete  eran  gongorinos  furibundos,  los  tres  versificadores  nume- 
rosos y  entonados:  prenda  común  en  la  escuela  á  que  .pertenecían. 
Apenas  hay  en  el  tomo  composición  que  no  sea  un  puro  disparate; 
pero  son  disparates  sonoros.  De  los  tres  poetas,  quizá  Evia,  que  es 

(i)  Madrid:  en  la  imprenta  de  Nicolás  de  Xamares,  mercader  de  libros, 
año  de  1675,  4.°,  9  hs.  prls.  y  406  folios. 


84  CAPÍTULO    VIII 

el  que  da  nombre  al  Ramillete,  sea  el  de  menores  vuelos.  Nada  hay 
en  el  fárrago  de  sus  composiciones /«««f^r^i"  (así  con  toda  propiedad 
denominadas),  heroicas,  sagradas, panegíricas,  amorosas  y  burlescas, 
que  compita  con  algunos  rasgos  de  los  romances  de  Domínguez  Ca- 
margo,  ni  con  la  gala  y  bizarría  que  en  medio  de  sus  extravagancias 
tiene  la  paráfrasis  que  el  P.  Bastida  hizo  del  idilio  de  la  Rosa, 

Ver  erat  et  blando  mordentia  frigora  sensu, 

atribuido  por  algunos  gramáticos  á  Virgilio  é  inserto  entre  sus  poe- 
mas menores,  pero  que  parece  ser  de  Ausonio.  Es,  sin  disputa,  la 
mejor  poesía  del  Ramillete.  Véase  alguna  muestra: 

<'De  los  tiempos  del  año  era  el  verano», 
El  de  Mantua  cantó  en  su  dulce  lira, 

Y  el  día  alegre  en  rayos  en  que  gira, 
Esmalta  nubes  con  que  sale  ufano. 

El  Austro  templa,  porque  su  aire  aliente, 

Y  así  con  blando  diente 

Muerde  la  flor  que,  aun  tierna,  no  se  esquiva 
Si  aun  solicita  alientos  más  lasciva; 
Cuando  abreviando  sombras  el  aurora 
Precede  bella  á  la  carroza  ardiente, 

Y  en  luces  de  esplendor,  en  luz  canora, 
Despierta  el  sol,  madrúgale  á  su  oriente. 
«Entonces  (dice  en  dulce  melodía 
Aqueste  cisne)  el  campo  discurría, 

Y  cuando  en  sendas  de  este  sitio  ameno 
Buscaba  abrigo  en  esa  adulta  llama 

Del  sol  que  salamandra  ya  se  inflama, 
Vi  entre  su  vasto  seno 
En  la  grama  pender  blando  rocío. 
Que  á  breve  globo  aprisionaba  el  frío, 

Y  en  su  lacio  verdor  me  parecía 
Lágrimas  que  lloró  la  noche  fría... 


Al  nacer  el  lucero  luminoso 

Vi  con  primor  y  aliño  cuidadoso 

Del  esmero  Pestaño 

Del  mejf)r  hortelano, 

Un  rosal  tan  de  gotas  salpicado, 

Que  sudor  se  ha  juzgado, 


ECUADOR  85 


Que  en  la  lucha  valiente 

Por  escala  de  sombra  subió  ardiente. 

Uno  es  todo  el  rocío  de  la  rosa, 

Y  el  que  suda  la  aurora  luminosa 
En  su  estación  primera; 

Un  color  entre  ambas  persevera. 

Allí  una  rosa  infante 

Mece  en  su  cuna  el  céfiro  inconstante, 

Y  en  claustro  de  esmeralda  detenida 
Virgen  se  oculta  menos  pretendida; 
Otra  al  prado  se  asoma  diligente 
Por  celosías  de  su  verde  oriente; 
Mas  al  mirarla  trueca  vergonzosa 
En  carmín  el  candor  su  tez  hermosa, 

Siendo  cada  hoja  en  que  ella  se  dilata 
Gota  de  sangre  que  de  sí  desata. 

Pero  ¡ay!  que  toda  aquella  pompa  hermosa 
Del  verjel,  esta  antorcha  luminosa, 
Esta  hoguera  que  roja  al  prado  inflama, 
Siendo  cada  hoja  suya  ardiente  llama; 
Este  sol,  que  á  sus  rayos  fomentaba 
Cuanto  aseo  al  jardín  le  coronaba, 
Con  desmayo  fatal  se  descompone, 
Su  luz  se  apaga  al  inconstante  viento, 
Al  Occidente  el  esplendor  transpone, 

Y  la  llama  consume  su  ardimiento. 
¡Oh,  qué  breve  esta  flor  tiene  la  vida. 
Pues  edad  fugitiva  la  arrebata 

De  su  beldad  pirata... 
Caduca  y  lacia  cuanto  más  florida, 
Siendo  la  cuna  en  que  la  mece  el  viento 
Su  fatal  pira  y  triste  monumento! 

¡Oh  tiempo,  oh  dias,  oh  naturaleza! 
Avara  en  cuanto  ostentas  más  grandeza 


& 


Pero  ¿qué  importa,  oh  rosa,  que  tu  llama 

Tan  temprana  se  apague,  aun  cuando  ardiente. 


86  CAPÍTULO    VIII 

Si  permanece  fija  en  la  memoria 

De  tu  belleza  la  pasada  gloria? 

¡Oh,  qué  ejemplo  tan  vivo  al  desengaño 

De  una  grande  belleza! 

Lograd,  oh  Virgen  pura, 

Este  cortés  recuerdo  en  la  pureza; 

Coged  la  rosa,  pues,  de  la  hermosura, 

Cuando  ayuda  la  edad,  la  edad  florida, 

Y  en  vistosas  guirnaldas  recogida, 

Si  intacto  su  verdor  guardáis  constante, 

Vuestra  cabeza  ceñirán  triunfante. 

No  ajéis  su  lozanía; 

Mirad  que  la  beldad  más  grata  y  bella, 

Como  la  flor,  fenece  con  el  día... 

No  hay  duda  que  las  sombras  del  mal  gusto  empañan  todo  esto 
pero  tampoco  faltan  rasgos  que  recuerdan  el  tono  de  las  silvas  de 
Rioja;  y  el  que  de  tal  modo  escribía  y  versificaba,  merecía,  segura- 
mente, haber  nacido  en  edad  menos  infeliz  y  tener  discípulos  más 
aprovechados  que  el  maestro  Evia.  Lo  cierto  es  que  en  Guayaquil 
no  se  hicieron  mejores  versos  antes  de  Olmedo. 

A  falta  de  otro  más  positivo  mérito,  tiene  el  Ramillete  el  de  ser 
uno  de  los  tipos  del  gongorismo  americano  y  un  curioso  documento 
para  la  historia  de  las  costumbres  de  la  colonia,  por  estar  lleno  de 
versos  de  circunstancias,  elogios  fúnebres,  sonetos,  inscripciones  y 
motes  con  que  en  Quito  se  solemnizaron  las  honras  de  la  reina  Doña 
Isabel  de  Borbón,  del  príncipe  D.  Baltasar  Carlos  y  del  rey  Fe- 
lipe IV;  el  Mausoleo  Panegírico  de  la  venerable  fundadora  del  con- 
vento de  Santa  Clara,  D.^  Francisca  de  la  Cueva;  Jeroglíficos,  em- 
blemas y  anagramas  á  virreyes  y  oidores;  romances  para  felicitar  al 
General  de  la  caballería  de  Quito  en  días  de  vistoso  regocijo  públi- 
co, ó  jácaras  para  profesiones  de  monjas;  loas  sagradas  y  humanas  á 
Nuestra  Señora  de  Payta,  á  Nuestra  Señora  de  Guapulo,  á  los  días 
del  arzobispo  de  Quito,  á  la  festividad  de  San  Ignacio  de  Loyola,  á 
grados  y  funciones  universitarias.  Completan  el  Ramillete  algunos 
opúsculos  en  prosa:  una  especie  de  novela  con  el  título  de  El  sueño 
de  Celio;  algunas  oraciones  de  certamen,  unas  en  latín  y  otras  en 
castellano;  una  invectiva  apologética  en  apoyo  de  un  romance  de 
Domínguez  Camargo:  curiosa  muestra  de  lo  que  eran  las  polémicas 


ECUADOR  87 

literarias  en  el  infeliz  lugarejo  de  Turmequé  por  los  años  de  1652. 
Si  todo  ello  estuviese  escrito  con  más  llaneza,  sería  interesante  y 
divertido,   aunque  nada   valiese  poéticamente;   pero  el  mal  gusto 
llega  á  tales  excesos,  que  la  lectura  se  torna  imposible.  ¡iCómo  hin- 
car el  diente  á  un  cartel  de  justa  poética  que  empieza  con  este  en- 
cabezamiento:  «Acorde,  plectro,  canora  cítara  y  resonante  lyra,  á 
»cuyo  dulce  contacto  provoca  á  las  mejores  plumas  de  los  más  dies- 
»tros  Apolos,  sonoros  Orfeos  y  numerosos  Amfiones,  convida  á  las 
3>más  delicadas  voces  del  coro  de  las  Nueve  Hermanas,  para  que 
»en  armoniosa  competencia  con  los  nueve  coros,  soberanos  ruise- 
» ñores,  divinas  Filomenas  de  la  gloria,  celebren,  festejen  y  aplau- 
»dan  con  suaves  acentos  la  cítara  del  encarnado  Verbo,  cuya  dulce 
»melodía  en  el  venturoso  teatro  de  Belén  gozosos  escucharon  esos 
^celestes  globos:  festivos  los  arroyos,  las  flores  y  plantas,  si  antes 
^quebraron  grillos  de  cristal  al  erizado  Diciembre,  agora  gustosos 
»apr¡sionan  de  nuevo  su  libertad  al  encanto  dulce  de  sus  divinas 
»cuerdas».  Todo  este  rótulo  para  un  opúsculo  de  ocho  hojas  mal 
contadas.  Y  qué  diremos  de  este  otro  con  que  el  émulo  de  Domín- 
guez Camargo  preludia  su  invectiva,  creyendo,  sin  duda,  lanzar  mor- 
tífero dardo  contra  el  pobre  poeta  adversario  suyo:  «Lucifer  en  Ro- 
»mance  de  Romance  en  Tinieblas,  Paje  de  Hacha  de  una  noche 
»culta,  y  se  hace  prólogo  luciente  ó  proemio  rutilante,  ó  babadero 
»corusco,  ó  delantal  luminoso,  este  primer  razonamiento  al  lector.» 
Y  lo  más  gracioso  es  que  los  que  tal  escribían  hacen  alarde  á  cada 
momento  de  su  amor  á   la  pureza  y   sencillez  del  estilo,  llegando 
á   decir  Jacinto  Evia  en  un  proemio  d  la  jitventiid  estudiosa^  que 
«sus  poemas  se  asemejan  unicho  d  lo  cristalino  de  las  fuentes,  por 
»la  suma  claridad  que  hallarás  en  todos  ellos;  porque  sigo  lo  que 
»solía   repetir   mi   maestro,   que   quería  parecer  antes  humilde   en 
»el  estilo  y  concepto,  que  levantado  por  obscuro».  Si  estas  eran 
las  aguas  cristalinas  que  tenía  que  beber  la  juventud  estudiosa  de 
Quito  y  Guayaquil,  ^"qué  tales  serían  las  lagunas  turbias  y  cena- 
gosas ? 

Los  chispazos  de  poesía  en  el  maestro  Evia  son  rarísimos:  apenas 
puede  leerse  con  tolerancia  otra  cosa  que  el  romance 

Sol  purpúreo  de  este  prado... 

Mbnéndez  y  Pelayo. — Poesía  hispano-americana.   II.  6 


88  CAPÍTULO    VIII 

que  pusimos  en  nuestra  colección ,  y  algún  rasgo  todavía  más  fugi- 
tivo, como  este  final  de  una  décima,  de  sabor  calderoniano: 

Mas  ¡ay!  cuan  en  breves  plazos 
Llegué  mi  dicha  á  gozar, 
Pues  solo  vino  á  estribar 
Del  alma  tan  dulce  empeño, 
En  breves  sombras  de  un  sueño 
Que  se  acabó  al  dispertar 

En  los  villancicos  tiene  cierto  sabor  popular  y  llaneza  relativa; 
por  ejemplo,  en  el  de  la  buena  ventura  de  la  gitana  al  niño  Jesús: 

Dame  una  limosnita. 

Niño  bendito, 
Dame  las  buenas  pascuas 

En  que  has  nacido: 

Niño  de  rosas, 
Dale  á  la  gitanilla 

Pago  de  glorias. 

Si  me  das  la  mano, 
Infante  divino, 
La  buenaventura 
Verás  que  te  digo. 
Miro  aquí  la  raya 
Que  muestra  que  aun  niño 
Verterás  tu  sangre, 
Baño  á  mis  delitos. 
Serás  de  tres  reyes 
Rey  reconocido, 
Y  á  este  mismo  tiempo 
De  un  rey  perseguido. 
En  tu  propia  patria. 
Con  ser  el  rey  mismo. 
Vivirás  humilde, 
Vivirás  mendigo... 

Parece  que  descansa  el  ánimo  cuando  de  las  lobregueces  del  Ra 
millete  Poético  (y  de  fijo  no  serían  menores  las  de  otros  poetas  culte- 
ranos de  quienes  no  conocemos  más  que  el  nombre,  puesto  que  de 
algunos  de  ellos  se  dice  por  gran  elogio  que  «escribía  en  lenguaje 
hispano-latino»)  se  pasa  al  pequeño  grupo  de  los  jesuítas  poetas,  no 
muy  inspirados,  pero  sí  muy  sensatos,  que  salieron  de  los  colegios 


ECUADOR  89 

de  Quito  y  Guayaquil,  en  el  siglo  xvm,  y  que  víctimas  ele  la  catás- 
trofe de  su  orden,  honraron  el  nombre  de  su  patria  en  los  centros 
de  la  cultura  italiana.  No  hay  entre  ellos  ninguno  comparable  á  los 
Alegres,  Abades,  Landívares,  Clavijeros  y  Molinas,  que  procedían 
de  otras  partes  de  América  donde  la  cultura  había  echado  más  raí- 
ces; pero  como  historiador  y  aun  como  naturalista  tiene  mérito  in- 
disputable el  P.  Velasco,  y  los  poetas,  aunque  por  lo  general  de  es- 
caso numen,  prueban  que  había  llegado  bastante  pronto  á  las  regio- 
nes ecuatorianas  el  cambio  de  gusto.  Sólo  el  P.  Juan  Bautista  Agui- 
rre,  guayaquileño,  conserva  resabios  del  conceptismo,  6  más  bien 
del  equivoquismo  de  Gerardo  Lobo  y  de  Benegasi,  y  á  juzgar  por 
la  única  poesía  suya  que  hemos  visto  (las  décimas  que  compuso 
burlándose  de  Quito  y  elogiando  á  Guayaquil),  más  bien  debe  ser 
puesto  entre  los  copleros  que  entre  los  poetas  formales,  aunque  no 
se  le  puede  negar  cierta  gracia  descriptiva,  y  ésta  no  solamente  en 
lo  burlesco: 

Guayaquil,  ciudad  hermosa, 
De  la  América  guirnalda, 
De  tierra  bella  esmeralda, 
De  la  mar  perla  preciosa, 
Cuya  costa  poderosa 
Abriga  tesoro  tanto, 
Que  con  suavísimo  encanto, 
Entre  nácares  divisa 
Congelado  en  bella  risa, 
Lo  que  el  alba  vierte  en  llanto. 


Tribútanla  con  desvelo, 
Entre  singulares  modos, 
La  tierra  sus  frutos  todos, 
Sus  influencias  el  cielo: 
Hasta  el  mar,  que  con  anhelo 
Soberbiamente  levanta 
Su  cristalina  garganta 
Para  tragarse  esta  perla, 
Deponiendo  su  ira  al  verla 
Le  besa  humilde  la  planta. 

Los  elementos  de  intento 
La  miran  con  tal  agrado, 


9©  CAPITULO    VIII 

Que  parece  se  ha  formado 
De  todos  un  elemento; 
Ni  en  ráfagas  brama  el  viento, 
Ni  el  fuego  enciende  calores, 
Ni  en  agua  y  tierra  hay  rigores; 

Y  así  llega  á  dominar 

En  tierra,  aire,  fuego  y  mar, 
Peces,  aves,  frutos,  flores. 

Los  rayos  que  al  sol  repasan 
Allí  sus  ardores  frustran, 
Pues  son  luces  que  la  ilustran 

Y  no  incendios  que  la  abrasan. 


Templados  de  esta  manera 
Calor  y  fresco  entre  sí, 
Hacen  que  florezca  allí 
Una  eterna  primavera; 
Por  lo  cual,  si  la  alta  esfera 
Fuera  capaz  de  desvelos, 
Tuviera,  sin  duda,  celos 
De  ver  que  en  blasón  fecundo 
Abriga  en  su  seno  el  mundo 
Este  trozo  de  los  cielos. 


Mayores  alientos  tuvo  el  P.  José  Orozco,  natural  de  Riobamba, 
autor  de  un  poema  épico  en  cuatro  cantos  y  en  octavas  reales  so- 
bre La  Conquista  de  Menorca  en  1782,  que  por  primera  vez  dio  á 
luz  el  Sr.  Mera  en  su  libro  ya  citado  acerca  de  la  poesía  ecuatoriana. 
El  poema  es  uno  más  entre  los  innumerables  de  su  clase  y  de  su 
tiempo;  pero  no  puede  decirse  que  carezca  de  cierto  mérito  rela- 
tivo. No  falta,  por  supuesto,  la  consabida  máquina^  y  es  de  las  más 
estrafalarias  que  pueden  imaginarse:  un  personaje  raro,  que  resulta 
ser  el  propio  dios  Marte,  se  presenta  en  el  palacio  del  bueno  de 
Carlos  III  y  después  de  rendirle  cortés  obsequio,  le  exhorta  á  em- 
prender la  conquista  de  Menorca  y  confiar  el  mando  al  Duque  de 
Crillón. 

Pero  á  despecho  de  tan  disparatado  plan,  que  tiene  muchos  simi- 
lares en  cantos  épicos  del  siglo  xviii  y  aun  de  más  acá,  el  autor 
acierta  á  veces  con  octavas  tan  felices  como  ésta,  en  que  se  recono- 
cerá sin  esfuerzo  el  original  de  unos  famosos  versos  de  Heredia. 


ECUADOR  9 1 

Como  en  contrario  clima  degenera 
No  pocas  veces  desgraciada  planta, 
Aun  cuando  cuidadoso  más  se  esmera 
En  su  cultivo  aquel  que  la  trasplanta, 
Tal  mi  musa  infeliz  en  extranjera 
Región  se  ve  degenerar,  si  canta; 
Aura  nativa  fáltale,  y  con  ella 
El  dulce  influjo  de  benigna  estrella. 

No  creemos  que  Heredia,  que  de  exceso  de  erudición  no  pecaba, 
hubiese  leído  La  Conquista  de  Menorca^  que,  según  creemos,  estuvo 
inédita  hasta  1868,  pero  la  semejanza  es  tan  próxima  y  evidente, 
que  no  podemos  explicarla  sino  por  la  existencia  de  un  modelo 
común,  que  hasta  ahora  no  hemos  podido  descubrir  cuál  sea.  De 
todos  modos,  quien  fué  capaz  de  escribir  esta  octava  no  era  poeta 
vulgar, por  más  que  haya  dejado  otras  pésimas  y  ninguna  iguala  ésta. 

Tuvo  el  P.  Orozco  un  hermano,  jesuíta  como  él,  autor  de  una 
interminable  elegía  en  doscientas  décimas,  con  el  título  de  Lamen- 
tos por  la  muerte  de  la  Compañía  de  Jesús^  y  consuelos  al  ver  que 
comienza  á  resucitar  en  la  Rusia,  que  si  no  honran  mucho  su  ta- 
lento poético,  prueban  á  lo  menos  su  filial  amor  á  la  Compañía,  de 
la  cual  dice  entre  otras  cosas: 

No  hubo  lugar  que  se  hallase 
Aunque  remoto  é  inculto, 
Donde  á  Dios  el  sacro  culto 
Tu  celo  no  tributase: 
No  hubo  nación  que  quedase 
A  tus  ojos  escondida, 
Y  que  no  diese  rendida 
Á  Jesús  el  corazón, 
•  Por  ti  hallando  salvación 

En  las  fuentes  de  la  vida. 

El  P.  Ramón  Viescas  es,  de  todos  estos  poetas,  el  que  muestra 
más  arte,  mejor  gusto  y  más  sólidos  conocimientos  de  humanida- 
des. Tradujo  é  imitó  mucho  del  italiano  y  aun  del  francés,  pero  con 
estilo  propio  y  con  soltura.  El  sueño  sobre  el  sepulcro  de  Dante,  la 
canción  á  la  extinción  de  la  Compañía  de  Jesús,  la  elegía  á  la  mnerte 
del  P.  Ricci  en  las  prisiones,  son  paráfrasis  ó  imitaciones;  pero  sea  lo 


92  CAPITULO   VIII 

que  quiera  de  su  originalidad,  son  poesías  de  noble  asunto,  de  ento- 
nación lírica,  de  sabor  clásico,  de  mucho  jugo  en  las  ideas,  y  de 
versificación  armoniosa  y  pulcra  en  general,  aunque  no  enteramente 
libre  de  prosaísmos  y  descuidos,  bien  perdonables  en  versos  que  su 
autor  no  parece  haber  destinado  nunca  á  la  publicidad.  Los  roman- 
ces y  décimas  de  donaire,  que  componía  con  mucha  facilidad,  no 
carecen  tampoco  de  gracia. 

De  otro  jesuíta  de  Riobamba,  el  P.  Ambrosio  Larrea,  se  conser- 
van sonetos  no  despreciables  en  castellano  y  en  italiano,  mejores 
éstos  que  aquéllos  (l).  Su  hermano  el  P.  Joaquín  Larrea  versificó 
únicamente  en  italiano.  El  P.  Joaquín  Aillón  dejó  algunos  versos  la- 
tinos de  poca  monta. 

Todavía  no  hemos  apurado  la  lista  de  esta  brillante  emigración. 
Al  P.  Juan  de  Velasco  hay  que  perdonarle  sus  versos  desaliñados 
é  insulsos,  ó  más  bien  olvidarlos  de  todo  punto,  en  consideración 
á  su  verídica  y  noticiosa  Historia  del  reiuo  de  Quito,  que  es  su  ver- 
dadero título  al  agradecimiento  de  la  posteridad.  Basta  citar  al  vue- 
lo los  nombres  del  P.  Juan  Ullauri,  del  P.  José  Garrido,  del  P.  Nico- 
lás Crespo  y  el  P.  Juan  Arteta,  versificadores  latinos,  y  finalmente 
del  P.  Mariano  Andrade,  autor  de  un  romance  bastante  sentido 
despidiéndose  de  Quito: 

Esa  ciudad  donde  el  cielo 
Gastó  todos  sus  aliños, 

(i)  Creemos  digno  de  transcribirse,  sin  embargo,  un  soneto  castellano  á 
la  Virgen  de  los  Dolores: 

No  al  sol  la  nube  afea  si  le  encubre, 
Ni  del  alba  el  llorar  quita  á  las  flores 
Sus  hermosos,  vivísimos  colores. 
Antes  más  agradables  los  descubre; 

Las  lluvias,  más  frecuentes  en  Octubre, 
Aumentan  en  el  prado  los  verdores; 
Con  ellas  el  jazmín  crece  en  candores 
Y  la  rosa  de  púrpura  se  cubre: 

Tal,  oh  Virgen  bellísima,  tu  llanto, 
Como  el  tierno  rocío  de  la  aurora, 
Muestra  sólo  el  dolor,  muestra  el  quebranto; 

Pero  asi  como  el  alba  cuando  llora 
Es  de  los  ojos  peregrino  encanto, 
Asi  el  llorar  en  ti  más  enamora. 


ECUADOR  93 

Como  si  plantase  allí 
El  celeste  paraíso; 

Esa  ciudad  donde  el  arte 
Supo  excederse  ;i  sí  mismo, 
Viéndose  lo  natural 
Junto  con  el  artificio; 

Esa  ciudad  donde  todo 
Tiene  en  sí  tales  hechizos, 
Que  aun  las  piedras  de  las  calles 
Parecen  de  imán  activo. 

Allí  es  donde  siempre  el  aire, 
Adulando  los  sentidos, 
Es  respiración  vital, 
Templadamente  benigno; 

Allí  donde  amante  el  sol, 
Con  inseparable  giro. 
Está  siempre  vertical 
Por  contemplar  aquel  sitio; 

Allí  donde  los  vergeles. 
Con  su  natural  cultivo, 
Deliciosamente  juntan 
Lo  fértil  con  lo  florido; 

Allí  entre  tantos  verdores, 
Donde  todo  está  florido, 
Quedó  mi  esperanza  muerta, 
Reverdeciendo  el  olvido; 

Allí  la  gente  que  habita 
Tiene  por  lengua  el  cariño. 
Por  corazón  la  blandura, 

Y  por  alma  el  beneficio. 

La  planta  que  se  ha  arrancado 
De  su  terreno  nativo, 
Muere,  perdiendo  aquel  suelo, 

Y  á  quien  debió  su  cultivo: 
Así  también  yo,  arrancado 

Del  propio  suelo  patricio. 

Daré  la  vida,  perdiendo 

El  terreno  en  que  he  nacido  (i). 

(i)     Nótese  la  coincidencia  de  estos  versos  con  los  ya  citados  del  P.  Oroz- 
co  y  de  Heredia. 


94  CAPITULO    VIH 

Recibe,  pues,  patria  mía, 
Estos  amantes  suspiros. 
¡Oh,  quién  te  enviara  hasta  el  alma 
Con  los  suspiros  que  envío! 

Recíbelos,  y  si  acaso 
Su  dueño  no  has  conocido, 
En  viendo  turbado  tu  aire. 
Conocerás  que  son  míos. 


No  es  mi  dolor  como  aquellos 
En  que  manda  el  albedrío, 
Sino  tan  foi-zoso,  que 
Sale  el  llanto  sin  arbitrio. 

Mas  ¿qué  mucho  que  así  sea, 
Si  en  la  causa  por  que  gimo, 
Hasta  lo  invencible  llora 
Con  tristes,  mudos  gemidos? 

Mis  ayes  vienen  á  ser 
Como  aquel  eco  preciso 
Qué  repite  el  tronco  ó  bronce 
De  algún  duro  golpe  herido. 


Hay  en  estos  versos  una  simpática  mezcla  de  ingenuidad  y  dis- 
creteo, que  nos  hace  lamentar  la  pérdida  de  las  demás  composicio- 
nes que  sin  duda  escribiría  el  P.  Andrade  (l). 

Honda  brecha  abrió  la  expulsión  de  los  jesuítas  en  la  cultura  lite- 
raria del  Ecuador,  que  apenas  tenía  más  profesores  de  humanidades 


(i)  Al  P.  Velasco  se  debe  la  conservación  de  todas  las  poesías  de  jesuítas 
ecuatorianos  citadas  en  el  texto  y  de  otras  muchas  de  menos  importancia  que 
omitimos.  Fueron  recogidas  por  él  en  una  miscelánea  en  seis  volúmenes  que 
formó,  llamándose  El  Ocioso  de  Faenza. 

El  P.  Velasco  murió  en  1819,  á  la  avanzadísima  edad  de  noventa  y  dos  años, 
y  sus  papeles,  confiados  á  un  sobrino  suyo,  fueron  trasladados  al  Ecuador  por 
D.  José  Modesto  Larrea,  en  1825.  Después  de  varias  vicisitudes,  estos  manus- 
critos fueron  depositados  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Quito,  por  orden  del 
presidente  García  Moreno.  Pero  parece  que  en  estos  últimos  años  han  des- 
aparecido los  tres  últimos  volúmenes.  Afortunadamente,  las  principales  com- 
posiciones habían  sido  dadas  á  luz  por  el  Sr.  Mera  en  1868.  No  todos  los  ver- 
sos contenidos  en  el  ms.  de  Faenza  son  de  jesuítas;  hay  también  algunos  de 


ECUADOR  -  95 

que  aquellos  Padres;  pero  allí,  como  en  Nueva  Granada,  la  influen- 
cia de  las  expediciones  de  astrónomos,  geodestas  y  naturalistas  euro- 
peos, vino  á  levantar  el  nivel  de  la  cultura  científica  en  la  segunda 
mitad  del  siglo  xviii,  despertando  al  mismo  tiempo  cierta  fermenta- 
ción del  espíritu  crítico,  que  no  podía  menos  de  ser  precursora  de 
otro  género  de  novedades.  De  1735  á  1 744,  con  objeto  de  determi- 
nar la  verdadera  magnitud  y  figura  de  la  tierra,  por  la  medida  de 
algunos  grados  del  meridiano  terrestre,  visitaron  las  regiones  equi- 
nocciales los  sabios  franceses  Godin,  Bouguer,  La  Condamine  y 
Jussieu,  y  los  españoles  D.  Jorge  Juan  y  D.  Antonio  de  Ulloa,  que 
consignaron  sus  Observaciones  astronómicas  y  físicas  en  un  libro  me- 
morable. Quito  dio  cinco  dibujantes  á  la  expedición  de  Mutis,  y  una 
especie  de  Mecenas  científico  en  la  persona  de  D.  Juan  Pío  Montú- 
far,  Marqués  de  Selva  Alegre,  que  había  de  ser,  andando  el  tiempo, 
uno  de  los  principales  miembros  de  la  Junta  revolucionaria  de  1 809 
y  una  de  las  primeras  víctimas  de  las  represalias  de  los  realistas.  En 
1 801  Humboldt  y  Bonpland  llegaban  á  Quito,  ampliamente  favore- 
cidos por  el  Gobierno  de  Carlos  IV,  para  sus  grandes  estudios  sobre 
la  Física  del  Cilobo  y  la  Geografía  de  las  plantas.  Poco  después,  el 
inmortal  y  desventurado  neogranadino  Caldas,  emprendía  un  viaje 
botánico  al  Ecuador,  con  el  principal  objeto  de  estudiar  en  su  terre- 
no nativo  las  quinas  de  la  provincia  de  Loja.  «Sobre  este  importante 
asunto  (dice  un  docto  biógrafo  de  Mutis)  (l)  escribió  Caldas  una  Me- 
moria llena  de  oportunas  observaciones,  y  trazó  un  plano  geográfico 
para  manifestar  el  estado  de  los  montes  donde  crecen  aquellos  pre- 
ciosos arbustos:  comisionado  por  el  presidente  Carondelet,  recorrió 
las  montañas  de  Malbucho,  y  delineó  y  trazó  el  camino  que  preten- 
día abrir  desde  la  ciudad  de  Ibarra  hasta  el  Pacífico  aquel  virtuoso 

poetas  seglares,  entre  los  cuales  se  citan  un  romance  de  una  Musa  Quítense 
Á  las  Siete  Palabras  del  Redeítior  en  la  Cruz,  y  una  canción  burlesca  A  una 
dama  de  travieso  genio, por  un  ingenio  travieso  quítense.  Vid.  en  los  Anales  de  la 
Universidad  Central  del  Ecuador  (Serie  4.^—1890)  un  artículo  del  Dr.  D.  Ma- 
nuel M.  Pólit,  sobre  Poetas  Ecuatorianos  del  siglo  xviii. 

(i)  Don  Federico  González  Suárez,  actualmente  Arzobispo  de  Quito,  Me- 
moria Histórica  sobre  Mutis  y  la  expedición  botánica  de  Bogotá  en  el  siglo  pasado 
(1782-1808)...  Quito,  1888,  pág.  95. 


96  ■    *  CAPÍTULO   VIII 

magistrado.  Rico  en  ciencia  y  abundantemente  provisto  de  un  co- 
pioso herbario  de  plantas  ecuatoriales,  de  planos  geográficos  y  de 
preciosas  observaciones,  regresó  á  Bogotá,  donde,  á  la  muerte  de 
Mutis,  se  le  confió  el  cargo  de  director  de  la  Expedición  Botánica.» 
No  necesitaba  mayores  estímulos  el  ingenio  vivo  y  agudo  de  los 
quiteños  para  dar  brillante  muestra  de  sí,  á  pesar  del  embarazo  de 
la  falta  de  imprenta  (l).  En  1/79  empezó  á  correr  de  mano  en  mano 
en  la  ciudad  de  Quito  y  luego  en  otras  de  América,  no  sin  que  al- 
gunas copias  llegaran  á  España,  un  libro  que  agitó  poderosamente 
la  opinión,  con  el  título  de  Nuevo  Luciano  ó  despertador  de  ingenios. 
Su  autor  seguía  resueltamente  las  huellas  de  Feijóo  y  del  famoso 
arcediano  de  Evora  Luis  Antonio  de  Vernei,  comúnmente  llamado  el 
BarbadinhOy  atacando  de  frente  y  sin  contemplaciones  ni  miramien- 


(i)  Los  jesuítas  tuvieron  en  su  colegio  de  Ambato  una  pequeña  imprenta 
doméstica,  dirigida  por  el  hermano  coadjutor  Adán  Schwartz.  El  primer 
opúsculo  que  se  conoce  es  el  Catálogo  de  los  religiosos  que  componían  la 
provincia  Quítense  en  1754.  Esta  imprenta  fué  trasladada  á  Quito  en  1760, 
bajo  la  dirección  del  mismo  lego  alemán.  Sólo  se  conocen  nueve  produccio- 
nes de  esta  oficina,  y  ninguna  importante.  En  1767  fué  embargada  con  todos 
los  demás  bienes  de  la  Compañía.  Ya  en  1754  había  presentado  una  solicitud 
al  Consejo  de  Indias  D.  Alejandro  Coronado,  vecino  de  Quito,  para  establecer 
imprenta  en  aquella  ciudad.  D.  Dionisio  de  Alcedo  y  Herrera,  persona  tan  en- 
tendida en  cosas  de  América,  y  que  acababa  de  desempeñar  la  Presidencia  de 
Quito,  esforzó  pronto  esta  solicitud,  alegando  entre  otras  cosas  que  «la  Univer- 
sidad y  Colegio  de  los  jesuítas,  poblados  de  estudiantes  y  catedráticos  distin- 
guidos, después  de  leer  los  cursos  de  facultades  mayores,  perdían  en  seguida 
su  trabajo  por  falta  de  imprenta;  que  las  órdenes  circulares  del  Gobierno  se  re- 
partían tarde  y  á  mucho  costo;  que  los  litigantes,  allí  donde  había  Audiencia, 
carecían,  por  eso,  de  los  medios  de  presentar  impresos  los  informes  de  sus  le- 
trados; y  que  aun  en  los  actos  ordinarios  de  la  vida  social,  los  particulares  se 
veían  obligados  á  repartir  de  mano  sus  esquelas  y  convites,  á  costa  de  mucho 
trabajo  y  gasto;  para  cuyo  remedio,  en  ciertos  casos,  como  para  el  reparto  de 
las  cédulas  de  comunión,  se  ocurría  á  un  molde  de  madera,  y  las  novenas  y 
libros  de  devoción  se  enviaban  á  Lima,  para  ser  impresos  allí  á  crecido  pre- 
cio por  causa  del  transporte,  y  con  la  pérdida  de  tiempo  consiguiente».  Aun- 
que el  Consejo  otorgó  á  Coronado  la  licencia  ó  privilegio  que  solicitaba,  no 
llegó  á  hacer  uso  de  él,  y  el  establecimiento  de  la  imprenta  en  Quito  se  re- 
trasó todavía  veinte  años.  Desde  1767,  fecha  de  la  expulsión  de  los  jesuítas, 


ECUADOR  97 

to  alguno  el  vicioso  método  de  estudios  que  prevalecía  en  las  colo- 
nias, trasunto  fiel,  aunque  todavía  más  degenerado,  del  que  impera- 
ba en  la  Península  durante  la  primera  mitad  del  siglo  xviii.  Era  autor 
de  esta  aguda  y  violenta  sátira,  dispuesta  en  forma  de  diálogos,  en 
que  no  escaseaban  los  nombres  propios  ni  los  ataques  personales, 
un   descendiente   de  la  raza  indígena,  el    Dr.  D.  Francisco  Euge- 
nio de  Santa  Cruz  y  Espejo,  médico  y  cirujano,  con  fama  de  muy 
hábil  en  el  ejercicio  de  su  profesión,  y  con  fama  todavía  mayor  y 
bien  merecida  de  hombre  de  conocimientos  enciclopédicos,  de  gran 
variedad  de  aptitudes,  de  ingenio  despierto  y  mordaz  y  de  grande 
inclinación  á  las  ideas  novísimas,  así  en  lo  científico  como  en  lo  so- 
cial y  en  lo  religioso.  Arrastrado  por  estas  propensiones  suyas,  hizo 
en   una  sátira   posterior    al  Nuevo  Luciano,   amarga  censura  del 
régimen   colonial,    encarnizándose    con    el    ilustre    Marqués  de  la 
Sonora,  cuya  política  ultramarina  como  ministro  de  Carlos  III  en- 
salzan y  ponen  hoy  en  las  nubes  los  mismos  americanos  que  profe- 
san doctrinas  análogas  á  las  que  el  Dr.  Espejo  difundía.  Esta  sátira, 
calificada  por  el  Presidente  de  Quito  de  sangrienta  y  sediciosa,  valió 
al  Dr.  Espejo  un  año  de  cárcel,  y  luego  un  largo  destierro  á  Bogotá, 
donde  se  entendió  con  Nariño  y  otros  criollos  de  ideas  afines  á  las 
suyas,  y  contribuyó  á  preparar   el  movimiento  insurreccional   de 
1809.  Las  ideas  que  hervían  en  la  cabeza  del  médico  ecuatoriano, 
bien  claras  se  revelan  en  el  famoso  y  en  algunos  pasajes  elocuente 

hasta  1773,  hay  un  nuevo  paréntesis,  y  otro  mucho  más  largo  é  inexplicable 
hasta  ahora,  desde  1799  hasta  18 17. 

Vid.  Anrique  (D.  Nicolás):  Noticia  de  algunas  publicaciones  ecuatorianas  an- 
teriores d  I7<)2,  [en  el  Diario  Oficial  de  1891]. 

González  Suárez  (D.  Federico):  Bibliografía  Ecuatoriana  (en  el  núm.  48  de 
los  Anales  de  la  Universidad  de  Quito). 

Medina  (D.  José  Toribio):  Za  Imprenta  en  Quito  (1760-18. 8).  Santiago  de 
Chile,  1904.  t^e  Guayaquil  no  se  conoce  ningún  impreso  anterior  á  1810. 

Es  cosa  muy  digna  de  notarse  que  el  arte  del  grabado  apareció  en  Quito 
medio  siglo  antes  que  la  imprenta.  La  primera  muestra  que  se  conoce  es  el 
plano  del  curso  del  río  Marañen,  trazado  por  el  célebre  jesuíta  P.  Samuel 
Fritz  y  grabado  por  Juan  de  Narváez  en  1707.  Se  reprodujo  en  el  tomo  xvde 
las  Lettres  edif fiantes  (Paris,  1717)-  Los  ejemplares  del  mapa  original  son  ra- 
rísimos. 


98  CAPÍTULO   VIII 

discurso  que  desde  Bogotá  dirigió  al  Cabildo  de  Quito  y  á  los  fun- 
dadores de  una  especie  de  sociedad  económica  que  tomó  el  título 
de  Escuela  de  la  Concordia.  El  autor  empieza  diciendo:  «Vivimos  en 
la  más  grosera  ignorancia  y  en  la  miseria  más  deplorable.»  ¡Como 
si  sus  propios  escritos,  nacidos  bajo  el  régimen  colonial  y  al  calor  de 
ideas  venidas  de  España,  no  fuesen  la  prueba  más  perentoria  de  lo 
contrario! 

La  Escuela  de  la  Concordia  duró  poco,  y  todavía  menos  el  perió- 
dico que  ella  fundó  en  Enero  de  1 792  con  el  título  de  Primicias  de 
la  cultura  de  Quito  (i).  El  Dr.  Espejo,  acusado,  con  razón  ó  sin  ella, 
de  complicidad  en  nuevos  planes  revolucionarios,  murió  en  un  ca- 
labozo por  los  años  de  1 796,  y  sus  obras  quedaron  inéditas,  incluso 
el  Nuevo  Luciano.,  que  es  la  más  importante  de  todas,  y  que  espera- 
mos ver  pronto  de  molde  por  diligencia  de  la  Academia  Ecuatoriana. 

Esta  obra  crítica  está  dividida  en  nueve  conversaciones,  siendo 
interlocutores  dos  personas  reales  y  verdaderas,  el  Dr.  D.  Luis  de 
Mera,  natural  de  Ambato,  que  defiende  la  causa  de  la  razón  y  del 
buen  gusto  y  lleva  la  voz  del  autor,  y  el  poetastro  D.  Miguel  Muri- 
11o,  en  cabeza  del  cual  se  ponen  todas  las  corruptelas  literarias.  Su- 
cesivamente van  discurriendo  sobre  la  Retórica  y  la  Poesía,  sobre  el 
criterio  del  buen  gusto,  sobre  la  Filosofía,  sobre  lá  Teología  Escolás- 
tica, sobre  un  nuevo  y  reformado  plan  de  estudios  teológicos,  sobre 
la  Teología  Moral  de  los  jesuítas  y  sobre  la  Oratoria  sagrada.  Las 
fuentes  principales  de  la  doctrina  literaria  del  Dr.  Espejo  son  las 
Reflexiones  de  Muratori  sobre  el  buen  gusto,  las  Conversaciones  de 
Aristo  y  Eugenio  del  P.  Bouhours,  y  más  especialmente  el  Verda- 
deiro  methodo  d'estudar  del  Barbadinho,  con  la  misma  mala  volun- 
tad de  este  último  contra  las  escuelas  de  los  jesuítas,  y  aun  acrecen- 
tada y  subida  de  punto.  Del  gusto  de  los  de  la  provincia  de  Quito 
nos  da  extrañas  noticias,  afirmando  que  imitaban  y  admiraban  á 
Lucano  con  preferencia  á  cualquier  otro  poeta  latino,  y  que  no  te- 
nían en  sus  bibliotecas  un  Longino  ni  un  Quintiliano.  De  aquí  dedu- 
ce que  ignoraban  totalmente  el  alma  de  la  Oratoria  y  de  la  Poesía, 

(i)  Sólo  llegaron  á  publicarse  siete  números,  cuyo  índice  puede  verse  en 
La  imprenta  en  Quito,  de  Medina,  págs.  68-74. 


ECUADOR  99 

«que  consiste  en  la  naturalidad,  moderación  y  hermosura  de  imáge- 
nes vivas  y  afectos  bien  expresados»,  y  que,  por  el  contrario,  pre- 
ferían siempre  lo  brillante  á  lo  sólido,  lo  metafísico  á  lo  propio,  lo 
hiperbólico  á  lo  natural,  siendo  sus  autores  favoritos  en  el  Parnaso 
español,  Villamediana  y  Bances  Candamo,  el  portugués  Antonio  de 
Fonsec¡  Soares  (Fr.  Antonio  das  Chagas)  y  un  cierto  D.  Luis  Ver- 
dejo, autor  de  un  poema  gongorino  sobre  el  Sacrificio  de  Ifigenia. 
Lo  que  asombra  verdaderamente,  é  indica  cuan  débil  era  el  sentido 
del  arte  en  este  reformador  tan  audaz,  es  que  á  renglón  seguido  de 
tales  censuras,  conceda  la  palma  entre  todos  los  poemas  españoles 
á  la  Farsalia  de  Jáuregui  (que  además  de  ser  una  traducción,  aun- 
que parafrástica  y  valiente,  es  en  el  estilo  tan  obscura,  inextricable 
y  culterana  como  el  mismo  Polifemo),  y  á  la  Lima  fundada  del  Doc- 
tor Peralta  Barnuevo,  que  fué  sin  duda  un  monstruo  de  erudición, 
pero  hombre  de  muy  escasas  dotes  poéticas,  y  además  conceptista 
furibundo,  grande  amigo  de  sentencias  simétricas  y  de  rebuscadas 

antítesis.  ■ 

El  Nuevo  Luciano,  cualquiera  que  sea  su  valor  intrínseco,  es  (des- 
pués del  Apologético  de  Espinosa  Medrano)  la  más  antigua  obra  de 
crítica  compuesta  en  la  Améríca  del  Sur.  En  tal  concepto,  y  á  tí- 
tulo de  curiosidad  histórica,  era  imposible  omitirla  (l). 

(,)  Mi  difunto  amigo  el  eminente  humanista  D.  Miguel  A.  Caro  me  facilitó 
copia  de  la  parte  del  Nuevo  Luciano  referente  á  la  Retórica  y  la  Poesia;  y  ade- 
más las  siguientes  noticias  acerca  de  una  impugnación  que  se  escribió  en 

Lima: 

^M arco  Porcia  Catón  6  Memorias  para  la  impugnación  del  '^ Nuevo  Luciano 

de  Quitos.  Escribiólas  Moisés  Blancardo.y  las  dedica  al  limo.  Sr.  Dr.  D.  Blas 
Sobrino  y  Minayo,  dignísimo  obispo  de  Quito,  del  Consejo  de  S.  il/.-En  Lima, 
año  de  1780.  Ms.  de  90  folios  en  8." 

»Apuntes  macarrónicos,  más  bien  que  Memorias,  debía  haberse  intitulado 
esta  obrilla,  escrita  en  culto  y  dividida  en  veinte  capítulos  cortos.  El  autor 
del  Nuevo  Luciano,  hombre  de  claro  y  sagaz  talento,  pero  imbuido  en  el  es- 
píritu revolucionario  que  soplaba  en  Francia,  atacó  en  conjunto  y  por  su 
base  el  sistema  tradicional  de  educación,  y  en  especial  los  métodos  jesuíticos. 
Blancardo  respira  la  saña  de  que  estaban  poseídos  los  que  se  consideraban 
ofendidos  y  afrentados  por  el  autor  del  Nuevo  Luciano.  En  esta  impugnación, 
gongórica  al  par  que  virulenta,  hallamos  algunos,  aunque  pocos,  datos  cu- 


loo  CAPITULO  vm 

No  fué  Espejo  el  único  n¡  -el  principal  hombre  de  ciencia  que  el 
siglo  xvm  produjo  en  el  Ecuador.  Él  mismo,  en  el  discurso  ya  cita- 
do, hace  patriótica,  aunque  hiperbólica  conmemoración  de  algunos 
otros,  y  especialmente  de  D.  Pedro  Maldonado,  «una  de  esas  almas 
»  raras  y  sublimes  que  tienen  en  la  una  mano  el  compás  y  en  la  otra 
»  mano  el  pincel,  quiero  decir  un  sabio  profundamente  versado  en 
»  la  geografía  y  geometría,  y  diestro  escritor  de  la  Historia;  un  sabio 
» ignorado  en  la  Península,  no  bien  conocido  en  Quito,  olvidado  en 
»las  Américas  y  aplaudido  con  elogios  sublimes  en  aquellas  dos 
» cortes  rivales,  en  donde,  por  opuestos  extremos,  la  una  tiene  por 
»  patrimonio  la  severidad  del  juicio,  y  la  otra  el  resplandor  del  in- 


riosos,  respecto  de  la  obra  y  autor  impugnados.  El  Nuevo  Luciano  circuló 
primero  anónimo,  y  en  la  segunda  publicación  (no  impresión)  de  aquella 
obra,  el  autor  tomó  los  nombres  fingidos  de  «Dr.  D.  Javier  de  Cía,  Aróstegui 
>y  Perochena»,  no  habiendo — añade  su  impugnador — «en  la  República  Lite- 
»raria  ni  en, el  distrito  político  de  Quito  ningún  hombre  honrado  que  así  se 
»nombre»  (cap.  ni).  El  Nuevo  Luciano  andaba  en  manos  de  todos.  «¿Y  acaso 
»no  se  oyó  también— dice  Blancardo — que  se  había  remitido  á  Lima,  para 
»que  añadido  volviera  impreso?  ¿Y  acaso  no  hay  quien  diga  que  anda  publi- 
»cado  por  medio  de  la  prensa,  v  que  se  le  ha  visto  en  los  estudios  de  algunos 
»amigos  de  la  novedad?  ¿ 

»No  parece  haberse  confirmado  la  noticia  de  tal  publicación  que  el  anóni- 
mo impugnador  creía  realizada.  Consta,  sí,  por  una  carta  de  Espejo,  que  éste  . 
remitió  ó  pensó  remitir  su  obra  á  Madrid,  para  que  se  imprimiese  bajo  los 
auspicios  del  Conde  de  Campomanes. 

>Hacia  el  fin  de  su  impugnación,  anuncia  Blancardo  una  segunda  parte, 
que,  según  creemos,  no  llegó  á  escribirse.  El  Dr.  Espejo  respondió  á  la  pri- 
mera en  su  opúsculo  La  ciencia  blancardina^  o'  contestación  á  las  Memorias  de 
Moisés  Blancardo.> 

Véase,  acerca  del  Dr.  Espejo,  el  Ensayo  de  D.  Pablo  Herrera  sobre  la  histo- 
ria de  la  literatura  ecuatoriafta,  páginas  82-86,  y  125-146. 

En  Cuenca  (del  Ecuador),  1888,  se  han  publicado,  como  folletín  de  El 
Progreso,  las  Cartas  Riobambenses  del  Dr.  Espejo  y  las  Primicias  de  la  cultura 
de  Quito.  En  el  número  5  de  estas  Primicias,  un  Dr.  Antonio  Marcos  anuncia 
desde  Cuenca,  con  fecha  de  11  de  Febrero  de  1791,  tener  muy  adelantada 
una  traducción  parafrástica  del  Salterio  en  variedad  de  metros  castellanos, 
y  pone  como  muestra  el  primer  salmo,  en  estilo  bastante  parecido  al  de 
Olavide. 


ECUADOR  10 I 

» genio.  Londres  y  París  celebran  á  competencia  al  insigne  Maldo- 
»nado...  Sus  obras  de  gran  precio,  que  contienen  observaciones  so- 
mbre la  Historia  Natural  y  la  Geografía,  las  reserva  Francia  como 
»  fondo  precioso...  La  Sociedad  á  su  tiempo  deberá  destinar  un  so- 
»cio  que  pronuncie  un  día  el  elogio  fúnebre  del  Sr.  D.  Pedro  Mal- 
»  donado,  gentilhombre  de  Cámara  de  Su  Majestad  Católica  y  á  cuya 
»no  bien  llorada  pérdida,  el  famoso  Sr.  Martín  Folkes,  presidente 
»de  la  Sociedad  Real  de  Londres,  tributó  las  generosas  lágrimas  de 
»  su  dolor.  Habiendo  yo  hecho  memoria  de  un  tan  raro  genio  quite- 
»  ño,  que  vale  por  mil,  excuso  nombrar  los  Dávalos,  Chiribogas,  Ar- 
»gandoñas,  Villarroeles,  Zuritas  y  Onagoytias.  Hoy  mismo  el  intré- 
»pido  D.  Mariano  Villalobos  descubre  la  canela,  la  beneficia,  la 
»  acopia,  la  hace  conocer  y  estimar.  Penetra  las  montañas  de  canelos, 
»y  sin  los  aplausos  de  un  Fontenelle,  logra  ser  en  su  línea  superior  á 
»Tournefort,  porque  su  invención,  más  ventajosa  al  Estado,  hará  su 
»  memoria  sempiterna.» 

Pero  sea  lo  que  fuere  del  mérito  de  estos  hombres  de  ciencia,  á 
cuyos  nombres  puede  añadirse  el  del  guayaquileño  D.  Pedro  Fran- 
co Dávila,  organizador  y  primer  Director  del  Gabinete  de  Historia 
Natural  de  Madrid,  al  cual  sirvieron  de  base  sus  propias  colec- 
ciones adquiridas  por  Carlos  III,  es  lo  cierto  que  el  grande  agitador 
de  las  ideas  en  aquella  parte  de  América  fué  el  Dr.  Espejo,  quien 
dando  nueva  dirección  á  los  estudios,  educó  aquella  briosa  y  alen- 
tada generación,  que  pudo  enviar  á  las  Cortes  de  Cádiz  á  Don  José 
Mejía,  como  representante  de  Quito  (l),  y  á  D.  José  Joaquín  de 
Olmedo,  como  representante  de  Guayaquil.  Desde  sus  primeros  dis- 
cursos, Mejía  arrebató  á  todos  los  diputados  americanos  la  palma  de 
la  elocuencia,  y  si  su  prematura  muerte  no  hubiese  agostado  tantas 
esperanzas,  sería  hoy  mismo  venerado  como  una  de  las  glorias  de 
nuestra  tribuna,  puesto  que  á  ninguno  de  nuestros  diputados  refor- 
mistas cedía  en  brillantez  de  ingenio  y  rica  cultura,  y  á  todos  aven- 
tajaba  en   la  estrategia   parlamentaria,   que   pareció  adivinar  por 


(i)  Realmente  Mejía  fué  diputado  por  Santa  Fé  de  Bogotá,  y  así  se  con- 
signa en  su  epitafio  que  escribió  Olmedo.  Quito  dependía  entonces  del  Vi- 
rreinato de  Nueva  Granada. 


I02  CAPITULO    VIII 


instinto  en  medio  de  aquel  Congreso  de  legisladores  inexpertos. 
Olmedo  apenas  dejó  otro  recuerdo  de  su  paso  por  aquella  memo- 
rable asamblea  que  su  firma  al  pie  de  la  Constitución  de  1812;  pero 
aquel  viaje  no  fué  indiferente  ni  para  la  dirección  de  su  gusto  ni 
para  la  exaltación  de  sus  ideas.  Mas  antes  de  hablar  de  él  y  de  sus 
poesías,  conviene  abrir  un  breve  paréntesis  para  recordar  que  el 
movimiento  de  independencia  de  1 809  y  el  sangriento  conflicto  en- 
tre peninsulares  y  criollos,  despertó  en  el  Ecuador,  como  en  lo  res- 
tante de  América,  la  inspiración  poética  del  vulgo,  dando  ocasión  á 
un  número  considerable  de  versos  de  circunstancias,  de  los  cuales 
ha  formado  interesante  colección  el  Sr.  Mera,  por  apéndice  á  la  de 
Cantares  del  pueblo  Ecuatoriano.  Estos  versos,  como  casi  todos  los 
de  su  clase,  suelen  ser  triviales,  pedestres  y  chabacanos,  así  en  la 
forma  como  en  el  concepto;  pero  siempre  tienen  curiosidad  históri- 
ca, como  expresión  fiel  de  las  opuestas  pasiones  que  dominaron  en 
épocas  ya  remotas.  Abundan  bastante  las  décimas  y  ovillej.os  de  los 
realistas,  y  no  es  de  suponer  que  todos  fuesen  compuestos  por  es- 
pañoles. La  opinión  hubo  de  estar  al  principio  muy  dividida,  y  sin 
la  hórrida  matanza  del  2  de  Agosto  de  iSlO,  quizá  no  hubiesen  lle- 
gado tan  pronto  las  cosas  al  punto  á  que  llegaron.  Las  poesías  más 
notables,  entre  las  coleccionadas  por  el  Sr.  Mera,  son  gritos  de  in- 
dignación después  de  aquella  catástrofe.  Una  de  estas  com.posicio- 
nes,  con  título  de  Canto  lúgubre,  está  interpolada  con  textos  de  la 
Sagrada  Escritura,  y  no  parece  obra  de  poeta  iliterato.  Tampoco  se- 
rían tales  los  que  en  otras  composiciones  emplean  endecasílabos,  y 
aun  estrofas  sancas.  Sólo  en  su  condición  de  anónimos  pueden  pasar 
por  versificadores  populares.  Por  sus  improvisaciones  alcanzaron 
fama  cuatro  hermanos  de  Riobamba,  D.  Juan,  D.  Benigno,  D.  For- 
tunato y  D.  Lucas  Larrea;  y  algunas  de  las  décimas  y  letrillas  satí- 
ricas que  se  les  atribuyen,  no  carecen  de  gracia,  y  expresan  el  des- 
encanto que  se  apoderó  del  ánimo  de  muchos  patriotas  en  vista  de 
las  calamidades  que  siguieron  á  la  Independencia. 

Y  con  esto  llegamos  á  la  presencia  del  cantor  de  Junín,  de  quien 
no  parece  fácil  decir  nada  nuevo,  después  de  los  excelentes  y  ma- 
duros fallos  que  sobre  sus  versos  han  formulado  tantos  y  tan  exce- 
lentes críticos,  entre  los  cuales  merecen  la  palma  D.  Miguel  Anto- 


ECUADOR  103 

nio  Caro,  D.  Rafael  Pombo  y  D.  Manuel  Cañete.  Olmedo  es,  sin  con- 
tradicción, uno  de  los  tres  ó  cuatro  grandes  poetas  del  mundo  ameri- 
cano: no  falta  quien  le  dé  la  primacía  sobre  todos,  y,  dentro  de  cierto 
género  y  estilo,  no  hay  duda  que  la  merece.  Bello  es  más  perfecto  y 
puro,  más  acrisolado  de  dicción,  mayor  humanista  y  de  arte  más  ex- 
quisito: Heredia  más  apasionado  y  también  más  espontáneo,  pero 
lleno  de  tropiezos  y  desigualdades  cuando  no  acierta  soberanamente. 
Si  al  cantor  de  la  Zona  Tórrida  fué  concedida  la  ciencia  profunda 
de  la  dicción,  y  al  poeta  del  Niágara  la  contemplación  melancólica 
y  apasionada,  Olmedo  tuvo,  en  mayor  grado  que  ninguno  de  ellos, 
la  grandilocuencia  lírica,  el  verbo  pindárico,  la  continua  efervescen- 
cia del  estro  varonil  y  numeroso,  el  arte  de  las  imágenes  espléndi- 
das y  de  los  metros  resonantes,  que  á  la  par  hinchen  el  oído  y  pue- 
blan de  visiones  luminosas  la  fantasía.  El  os  magna  sonatitrum  de 
Horacio,  parece  inventado  para  poetas  como  Quintana  y  Olmedo. 
Con  decir  que  Olmedo  es  el  Quintana  americano,  todo  español, 
aun  sin  haber  leído  los  versos  del  vate  del  Guayas,  puede  formarse 
cabal  idea  de  sus  perfecciones  y  también  de  sus  defectos.  El  énfasis 
oratorio,  transportado  á  los  dominios  de  la  poesía  lírica,  puede  de- 
jarnos  fríos   hoy  á  los   que  no  participamos,    sino  tibiamente,   de 
aquella  explosión  de  afectos  que  fué  en  su  tiempo  enérgica  y  since- 
ra; pero  ¿cómo  negar  que  en  aquella  forma  grande  y  majestuosa  se 
alberga  un  numen  poético,  digno  habitador  de  tan  solemne  templo? 
Si  no  se  leen  los  versos  con  los  ojos  de  la  historia,  ¡cuan  pocos  ver- 
sos habrá  que  sobrevivan!  Y  no  porque  les  falte  belleza,  sino  por- 
(\ne  son  rarísimas  en  arte  aquellas  bellezas  evidentes  é  inmaculadas 
que  no  requieren  interpretación  alguna  para  que  á  su  sola  presen- 
cia todo  el  mundo  las  reconozca  y  las  admire.  Y  el  arte  lírico  de 
Quintana,  de  Gallego  y  de  Olmedo,  si  en  algo  y  aun  en  mucho  es 
eternamente  admirable,  en  algo  y  en  mucho  también  está  ligado 
á  condiciones  de  tiempo  y  de  lugar,  á  tradiciones  de  estilo,  á  hábi- 
tos de  escuela,  que  subjetivamente  pueden  agradar  más  ó  menos, 
pero  cuya  clave  sólo  puede  encontrarse  en  el  desinteresado  estudio 
de  la  historia  literaria,  que  es  la  más  eficaz  medicina  contra  las  pre- 
venciones de  todo  gusto  exclusivo. 

Era  esta  escuela  clásica  en  las  formas,  pero  moderna  en  el  espíri- 

Mbníndez  y  Pblayo. — Poesía  hispano-americana.  II,  7 


I04  CAPITULO  VIH 

tu.  Clásica  por  la  educación  de  los  poetas,  y  á  veces  por  reminis- 
cencias de  pormenor,  pero  con  cierto  género  de  clasicismo  general 
y  difuso,  que,  manteniendo  la  nobleza  de  estilo  y  dando  con  ello 
indicio  de  su  alcurnia,  dejaba,  no  obstante,  al  genio  poético  espa- 
ciarse fuera  de  la  imitación  deliberada  de  tal  ó  cual  clásico  de  la 
antigüedad  greco-latina.  Y  como  al  propio  tiempo  eran  ideas  ente- 
ramente modernas,  ideas  del  siglo  xviii,  y  en  grado  no  corto  revo- 
lucionarias, las  que  tales  poetas  profesaban,  este  género  de  pasión 
contemporánea  ardorosamente  sentida,  tenía  que  dar  temple  y  ner- 
vio singular  á  sus  canciones,  haciendo  de  ellas  un  producto  nuevo, 
una  creación  viva,  de  cuya  eficacia  social  no  hay  que  dudar,  puesto 
que  los  hechos  políticos  dan  de  ella  irrefragable  testimonio.  No  fué, 
no,  una  musa  de  academia  la  que  dictó  la  oda  A  la  Imprenta^  ni  el 
Dos  de  Mayo,  ni  el  Canto  d  Junin^  ni  hubo  nadie  que  en  aquellos 
inflamados  acentos  viera  entonces,  como  hoy  quieren  ver  algunos 
ignorantes,  la  mano  de  un  declamador  ó  de  un  sofista.  No  hay  siglo 
alguno  destituido  de  poesía,  y  el  mismo  siglo  xviii,  tan  prosaico  en 
apariencia,  tuvo,  ya  próximo  á  expirar  en  medio  de  la  tormenta  re- 
volucionaria, una  explosión  magnífica  de  cantores  de  su  ideal  filan- 
trópico, en  Alemania,  en  Inglaterra,  en  Italia,  en  España.  Limitán- 
donos á  nuestra  lengua,  Meléndez,  aunque  tímidamente,  y  Cienfue- 
gos,  de  un  modo  incorrecto  y  nebuloso,  abrieron  el  camino  á  la 
potente  musa  de  Quintana  y  á  la  más  severa  y  disciplinada,  si 
menos  genial  y  fecunda,  de  D.  Juan  Nicasio  Gallego.  Equidistante 
de  uno  y  otro,  como  tercer  luminar  de  la  escuela,  hay  que  poner  á 
Olmedo,  aún  más  avaro  que  Gallego  en  la  producción,  nimio  á  ve- 
ces como  él  en  la  cultura  de  los  detalles,  si  bien  no  llega  á  su  per- 
fección sostenida,  émulo  suyo  en  la  variedad  de  tonos  y  en  el  con- 
cierto de  luces  y  sombras,  ya  impetuoso  y  arrebatado,  ya  apacible 
y  ameno,  pero  sobre  todo  lleno  de  férvida  animación  en  el  con- 
junto. 

Recibió  Olmedo  en  las  aulas  de  San  Marcos  de  Lima  educación 
enteramente  clásica,  que  robusteció  luego  con  el  estudio  privado,  y 
seguramente  con  el  trato  de  los  principales  poetas  españoles  duran- 
te su  residencia  en  Cádiz.  Estaba  penetrado,  empapado,  digámoslo 
así,  de  la  poesía  antigua,  y  sin  querer  se  le  venían  á  la  mente  y  á  la 


ECUADOR  105 

pluma  recuerdos  de  sus  lecturas  favoritas.  No  los  buscaba  trabajo- 
samente, sino  que  por  sí  mismos  llegaban  á  incrustrarse  en  sus  can- 
tos, y  por  eso  todo  lo  que  traduce  ó  imita  conserva  en  él  tanta 
frescura  y  tanta  juventud.  No  es  un  centón,  no  es  un  mosaico  el 
Canto  de  Jiinin,  aunque  esté  lleno  de  reminiscencias  antiguas,  que 
son  como  piedras  arrancadas  de  los  monumentos  de  Grecia  y 
Roma  para  labrar  con  ellas  el  monumento  de  un  héroe  moderno. 

Pindaro  amei'icano  se  ha  llamado  á  Olmedo,  como  Pindaro  espa- 
ñol á  Quintana;  pero  conviene  entenderse  sobre  esto.  La  poesía  pin- 
■dárica,  en  sus  caracteres  formales,  enlazada  con  una  música  que 
casi  desconocemos,  ligada  á  juegos  y  fiestas  cuyo  sentido  hemos 
perdido,  escrita  en  un  ritmo  que  á  duras  penas  percibimos,  llena  de 
■digresiones  mitológicas,  genealógicas  y  arqueológicas  muy  intere- 
santes para  el  triunfador  de  Olimpia  ó  de  Nemea  y  para  sus  parien- 
tes y  conciudadanos,  pero  que  son  para  nosotros  letra  muerta  sin  el 
auxilio  del  comentario,  es  manjar  de  helenistas  muy  curtidos,  pero 
no  es  imitable  en  lenguas  modernas.  Desde  la  infeliz  tentativa  de 
Ronsard  y  su  pléyade  francesa  del  siglo  xvi,  hasta  el  italiano  Filicaia 
y  el  portugués  Antonio  Diniz,  los  fracasos  han  sido  tantos  como  los 
ensayos.  Lo  que  hay  que  tomar  de  Pindaro  no  es  lo  material  y  ex- 
terior, no  son  las  divagaciones  ni  el  plan  aparentemente  descosido, 
no  es  la  división  en  estrofas,  antistrofas  y  epodos  (como  lo  hizo  al- 
guna vez  nuestro  inmortal  Quevedo),  sino  el  alma  lírica,  la  solemne  y 
religiosa  elevación  del  pensamiento,  que  transforma  la  victoria  de  un 
día,  el  caso  humano  particular  y  transitorio,  el  certamen  del  púgil  ó 
del  conductor  de  carros,  en  materia  ideal  de  altísima  contemplación 
sobre  el  destino  humano  (iniciación  la  más  sublime  que  los  misterios 
eleusinos  podían  transmitir  á  sus  adeptos,  y  sin  duda  la  más  pura  que 
conoció  la  gentilidad);  la  cadena  de  oro  con  que  el  lírico  tebano  liga 
todas  las  cosas  humanas  y  divinas,  y,  finalmente,  la  devoción  patrióti- 
ca y  doméstica  que  en  sus  metros  lo  ennoblece  y  transfigura  todo. 
La  forma  de  Pindaro  es  ya  inasequible,  su  estudio  pura  materia  de 
recóndita  erudición,  pero  el  espíritu  de  Pindaro  continúa  volando 
sobre  las  frentes  de  todos  los  grandes  líricos  dignos  de  este  nom- 
bre, y  suelen  encontrarle  más  los  que  menos  le  buscan.  Fr.  Luis  de 
León,  que  en  su  hermosa  traducción  de  la   Olimpiaca  primera  fijó 


106  CAPÍTULO    VIII 

para  siempre  la  única  forma  de  adaptación  castellana  en  que  Pínda- 
ro  cabe,  se  guardó  mucho  de  imitarle  en  sus  odas  originales;  y  He- 
rrera, que  no  acertó  á  ser  pindárico  la  única  vez  que  se  le  ocurrió 
ensayarla  imitación  directa,  resultó  poeta  de  la  familia  de  Píndaro,. 
y  aun  émulo  suyo,  en  sus  dos  canciones  bíblicas,  en  que  la  inspira- 
ción y  hasta  las  palabras  no  bajan  del  Citerón,  sino  del  Sinaí. 

Quintana  también  (aunque  por  muy  distinto  rumbo,  como  ama- 
mantad?) á  los  pechos  de  la  Enciclopedia,  y  no  á  los  de  la  Biblia), 
fué  pindárico  en  la  substancia  ya  que  no  en  el  modo,  gran  poeta  so- 
cial^ intérprete  de  ideas  y  sentimientos  trascendentales  á  su  siglo  y 
á  su  pueblo.  Y  si  como  poeta  bélico  tiene  más  afinidad  con  Tirteo,, 
cuya  lira  él  quería  desenterrar  para  lanzar  por  los  campos  castella- 
nos los  ecos  de  la  gloria  y  de  la  guerra,  tampoco  aparta  nunca  de  su 
memoria,  como  ideal  de  altísima  poesía  lírica, 

A  ti,  divino  Píndaro,  que  elevas 
En  tu  atrevido  acento 
Con  tu  nombre  clarísimo  el  de  Tabas» 

Este  mismo  género  de  pindarismo  hay  en  Olmedo,  del  cual  no 
sabemos  que  fuera   helenista,  pero  que  de  todas   suertes  acertó  á 
compendiar  en  una  magnífica  estancia  los  caracteres  más  brillantes, 
si  no  los  más  proíundos,  de  la  musa  pindárica,  tal  como  él  la  con- 
cebía y  aspiraba  á  emularla: 

Tal  en  los  siglos  de  virtud  y  gloria, 
Cuando  el  guerrero  sólo  y  el  poeta 
Eran  dignos  de  honor  y  de  memoria. 
La  musa  audaz  de  Píndaro  divino, 
Cual  intrépido  atleta,  , 

En  inmortal  porfía 
Al  griego  estadio  concurrir  solía, 

Y  en  estro  hirviendo  y  en'amor  de  fama, 

Y  del  metro  y  del  número  impaciente, 
Pulsa  su  lira  de  oro  sonorosa, 

Y  alto  asiento  concede  entre  los  dioses 
Al  que  fuera  en  la  lid  más  victorioso 
Ó  al  más  afortunado; 

Pero  luego,  envidiosa 

De  la  inmortalidad  que  les  ha  dado, 


ECUADOR  107 

Ciega  se  lanza  al  circo  polvoroso, 
Las  alas  rapidísimas  agita, 

Y  al  carro  vencedor  se  precipita, 

Y  desatando  armónicos  raudales, 
Pide,  disputa,  gana, 

Ó  arrebata  la  palma  á  sus  rivales. 

Pero  si  en  cuanto  al  vuelo  lírico  y  al  tono  general  puede  califi- 
carse el  Canto  á  Bolívar  de  pindárico,  en  el  sentido  en  que  aplica- 
mos esta  denominación  á  las  odas  de  Herrera  y  de  Quintana,  para 
distinguirlas  de  las  horacianas  aclimatadas  en  nuestro  parnaso  por 
Luis  de  León,  en  los  detalles  hay  mucho  más  de  Horacio,  de  Virgi- 
lio, y  aun  de  otros  poetas  latinos,  que  de  Píndaro,  de  Homero  ó  de 
cualquier  otro  poeta  griego,  por  mucho  que  el  poeta  invoque  al 
numen  de  la  Iliada 

La  resonante  trompa  que  otro  tiempo 
Cantaba  al  crudo  Marte  entre  los  traces. 
Bien  animando  las  terribles  haces, 
Bien  los  fieros  caballos  que  la  lumbre 
De  la  egida  de  Palas  espantaba. 

Es  cierto  que  no  puede  darse  cosa  más  lejana  de  la  nerviosa  con- 
cisión de  Horacio  y  de  sus  más  felices  imitadores,  que  el  plan  y 
estilo  del  Canto  de  Junin.  ¿A  qué  poeta  verdaderamente  horaciano 
se  le  hubiera  ocurrido  hacer  un  canto  lírico  de  tan  colosales  dimen- 
siones? Pero  en  este  poema,  tan  distante  de  la  manera  lírica  de  Ho- 
racio si  se  le  mira  en  conjunto,  abundan  extraordinariamente  los 
fragmentos  de  obras  del  poeta  latino,  comenzando  por  los  primeros 
-versos  y  acabando  por  los  últimos: 

El  trueno  horrendo  que  en  fragor  revienta, 
Y  sordo  retumbando  se  dilata 
Por  la  inflamada  esfera, 
Al  Dios  anuncia  que  en  el  cielo  impera... 

trae  en  seguida  á  la  memoria  el  Ccelo  tonantem  credidimus  Jovem 
regnare  (oda  S-",  Üb.  ui),  y  á  la  verdad  resulta  un  trueno  dema- 
siado estrepitoso  para  Simón  Bolívar,  que  con  toda  su  innega- 
ble grandeza,  no  parece  bastante  personaje  para  compartir  con  Jove 


I08  CAPÍTULO   VIII 

el  imperio  del  mundo,  como  á  los  ojos  de  un  poeta  romano  (acos- 
tumbrado, además,  á  fuer  de  gentil,  á  este  género  de  apoteosis),  po- 
día parecerlo  Augusto,  dueño  de  todo  el  orbe  entonces  conocido. 
Hay,  sin  duda,  exceso  de  hipérbole  y  de  énfasis,  como  le  hay,  aun- 
que más  tolerable,  en  llamar  á  Bolívar,  copiando  (sin  duda  por  re- 
miniscencia involuntaria)  un  verso  de  Quevedo, 

Arbitro  de  la  paz  y  de  la  guerra. 

El  bello  final  del  Canto: 

Mas  ¿cuál  audacia  te  elevó  á  los  cielos, 
Humilde  Musa  mía?  ¡Oh!  No  reveles 
A  los  seres  mortales 
En  débil  canto  arcanos  celestiales... 

suena  á  cosa  conocida  á  quien  guarda  en  la  memoria  la  oda  3.*  deL 
libro  III  de  Horacio,  allá  hacia  lo  último: 

Non  hsec  jocosae  conveniunt  lyrae: 
Quo,  Musa,  tendis?  Desine  pervicax 
Referre  sermones  Deorum,  et 
Magna  modis  tenuare  parvis. 

De  la  misma  manera,  en  el  centro  de  la  composición  reaparecen, 
el  Crescit  occulto  vehU  arbor  aevo,  aplicado  á  Sucre,  el  Serus  in  ccelunt 
redeas: 

Tarde  al  Olimpo  el  vuelo  arrebatares... 

el  bella  matribus  detestata: 

...  las  guerras  sanguinosas 
Que  miran  con  horror  madres  y  esposas... 

el  micat  inter  omnes: 

Y  á  todos  los  guerreros 
Como  el  sol  á  los  astros  obscurece... 

el  Ilion.,  Ilion.,  jatalis  incestusque  judex: 

Un  insolente  y  vil  aventurero 
Y  un  iracundo  sacerdote  fueron 
De  un  poderoso  rey  los  asesinos... 


ECUADOR  109 

y  todavía  podría  ampliarse  el  número  de  estas  semejanzas  tan 
obvias,  y  en  su  mayor  parte  advertidas  ya  por  los  hermanos  Amu- 
náteguis,  por  Caro  y  por  Cañete  en  sus  respectivos  trabajos  sobre 
Olmedo  (l). 

También  la  segunda  de  las  grandes  composiciones  líricas  de 
Olmedo  (y  por  la  constante  perfección  de  la  forma  quizá  la  prime- 
ra), la  oda  AI  general  Flores^  vencedor  eti  Miñarica,  empieza  con 
versos  horádanos,  como  si  fuera  hábito  en  Olmedo  abrir  su  Horacio 
y  robar  como  en  religioso  sacrificio  un  rayo  de  aquella  lumbre, 
siempre  que  emprendía  algún  trabajo  lírico.  El  águila  del  Qualem 
ministriim  fuhninis  alitem^  la  que  había  arrebatado  en  sus  alas, 
sublimándole  mucho  sobre  su  nivel  ordinario,  al  dulce  Meléndez, 
para  que  cantase  la  gloria  de  las  artes,  es  la  misma  que  se  levanta 
pon  tan  majestuoso  vuelo  en  las  dos  primeras  magníficas  estrofas 
del  Canto  de  Miñarica: 

Cual  águila  inexperta  que  impelida 
Del  regio  instinto  de  su  estirpe  clara, 
Emprende  el  precoz  vuelo, 
En  atrevido  ensayo, 

Y  elevándose  ufana,  envanecida, 
Sobre  las  nubes  que  atormenta  el  rayo, 
No  en  el  peligro  de  su  ardor  repara, 

Y  á  su  ambicioso  anhelo 
Estrecha  viene  la  mitad  del  cielo; 
Mas  de  improviso  deslumbrada,  ciega. 
Sin  saber  dónde  va,  pierde  el  aliento, 

Y  á  la  merced  del  viento 

Ya  su  destino  y  su  salud  entrega, 
Ó,  por  su  solo  peso  descendiendo, 
Se  encuentra  por  acaso 
En  medio  de  la  selva  conocida, 

Y  allí,  la  luz  huyendo,  se  guarece, 

Y  de  fatiga  y  de  pavor  vencida, 
Renunciando  al  imperio,  desfallece... 

(i)  De  la  lüada  tomó  Olmedo  aquella  sublime  respuesta  de  Héctor:  'íEl 
mejor  agüero  es  pelear  por  su  tierra-»,  para  convertirla  en  estos  dos  versos 
puestos  en  boca  de  Bolívar: 

Pues  lidiar  con  valor  y  por  la  patria 
Es  el  mejor  presagio  de  victoria. 


no  CAPITULO   VIII 

Imitar  de  esta  manera,  con  tal  amplitud  y  tal  señorío  del  pensa- 
miento poético  ajeno,  equivale  ciertamente  á  crear  de  nuevo  (l). 

Menos  frecuentes  las  reminiscencias  de  Virgilio,  no  faltan,  sin  em- 
bargo, ni  en  el  Canto  á  Bolívar,  ni  en  el  Canto  d  Flores,  v.  g.: 
Mira  la  luz,  se  indigna  de  mirarla, 


Qumsivit  coelo  lucem,  ¿ngemuitque  reperta. 

La  descripción  del  caballo  en  el  Canto  de  Miñarica,  procede  de 
las  Geórgicas,  pero  quizá  á  través  de  Pablo  de  Céspedes;  y  de  las 
Geórgicas  también,  la  descripción  de  los  presagios  que  antecedieron 
á  la  batalla. 

Se  ha  notado,  finalmente,  en  el  coro  de  las  Vírgenes  del  Sol  con 

que  termina  la  Victoria  de  Junin,  un  reflejo  lejano  de  la  invocación 

de  Lucrecio ,  pero   quizá  haya  otra  fuente  más   inmediata  en  una 

oda  de  las  primeras  y  de  las  más  olvidadas  y  endebles  de  Quintana, 

A  la  paz  de  ijgy. 

QUINTANA 

En  esto  ¡oh  diosa!  emplea 
Tu  protección  sagrada; 
Tú  fecundas  el  mundo  y  le  sostienes, 
Tú  le  das  ornamento  y  se  hermosea. 
Bajo  la  sombra  de  tu  augusto  velo 
Las  artes  viven  en  concierto  amigo, 

Y  seguro  contigo, 

El  genio  extiende  su  brillante  vuelo. 

Á  ti  en  los  templos  el  incienso  humea, 
A  ti  las  musas  su  divino  acento 
Sonoramente  envían, 

Y  en  cuanto  el  mar  rodea. 

En  cuanto  ¡lustra  el  sol  y  gira  el  viento, 
Do  ti  sola  su  bien  los  pueblos  fían. 

OLMEDO 

¡Oh  padre!  ¡Oh  claro  sol!  No  desampares 
E^te  suelo  jamás,  ni  estos  altares. 

(i)     Entre  otras  innumerables  reminiscencias,  que  notará  sin  advertírselas 

todo  el  que  esté  familiarizado  con  la  lectura  de  Horacio,  todavía  señalaremos 

el  Caniaber  sera  domitus  catena: 

Y  el  cántabro  feroz,  que  á  la  romana 
Cadena  el  cuello  sujetó  el  postrero. 


ECUADOR  III 

Tu  vivífico  ardor  todos  los  seres 
Anima  y  reproduce:  por  ti  viven 

Y  acción,  salud,  placer,  beldad  reciben. 

Recuerda  ¡oh  Sol!  tu  tierra 

Y  los  males  repara  de  la  guerra. 

Da  á  nuestros  campos  frutos  abundosos, 
Aunque  niegues  el  brillo  á  los  metales: 
Da  naves  á  los  puertos, 
Pueblos  á  los  desiertos, 
A  las  armas  victoria. 
Alas  al  genio  y  á  las  musas  gloria. 

Aquí  la  imitación  es  indudablemente  superior  al  original,  pero  no 
borra  del  todo  sus  huellas.  «De  la  escuela  de  Quintana  (dice  con 
razón  Caro)  aprendió  Olmedo  el   modo  de  disponer  y  asociar  las 
ideas,  la  selecta  elocución  poética,  los  giros  sinuosos  y  gallardo  mo- 
vimiento de  la  silva.»  ¿Qué  más?  Hasta  el  mtiericanismo  de  Olmedo, 
sus   declamaciones  contra  la  conquista,  la  filantropía  sentimental 
{género  Marm.ontel)  que  informa  todo  el  razonamiento  del  Inca,  te- 
nían su  prototipo  en  la  oda  A  la  propagación  de  la  vacuna,  con  el 
apostrofe  á  la  \'¡rgen  América  y  aquello  de  los  tres  siglos  infelices 
de  amarga  expiación,  lugar  común  que  reaparece,  lo  mismo  en  las 
proclamas  del  Secretario  de  la  Junta  central,  que  en  las  de  las  Juntas 
insurrectas  de  América;  porque  Quintana,  á  despecho  de  su  fervo- 
roso patriotismo,  fué  inspirador  y  maestro,  no  sólo  literario,  sino 
político,  de  los  americanos,  y  aun  puede  decirse  que  continúa  sién- 
dolo. 

Una  cualidad  hay  en  Olmedo  que  falta  de  todo  punto  á  Quintana: 
el  sentimiento  y  amor  de  la  naturaleza.  Quintana  no  la  sentía  ni 
poco  ni  mucho:  testigo  su  oda  Al  mar,  que  no  es  sino  un  himno 
soberbio  á  la  audacia  del  hombre  que  le  surca,  ó  su  epístola  A  Cien- 
juegos,  en  que  para  convidar  á  su  amigo  á  gozar  de  los  encantos  de 
la  vida  campestre,  tiene  que  invocar  la  sombra  de  Gessner  y  acor- 
darse de  sus  idilios.  No  así  Olmedo,  que  da  por  fondo  á  su  cuadro 
épico  el  espléndido  paisaje  de  las  selvas  americanas,  con  toques 
muy  sobrios,  pero  muy  oportunos  y  felices,  con  cierta  grandiosi- 
dad de  pincel  que  los  hace  tan  imborrables  de  la  memoria  como 
las  graciosas  miniaturas  de  Bello.  ¿Quién  olvidará   nunca,  cuando 


112  CAPITULO    VIII 

una  vez  han  pasado  por  delante  de  la  fantasía,  suscitados  por  el 
arte  mágico  del  poeta, 

Los  Andes...,  las  enormes,  estupendas 
Moles,  sentadas  sobre  bases  de  oro, 
La  tierra  con  su  peso  equilibrando, 
Que  ven  las  tempestades  á  su  planta 
Brillar,  rugir,  romperse,  disiparse...? 

¿Quién  aquel  rapidísimo  crepúsculo  vespertino  de  la  zona  tórrida: 

El  Dios  oía 
Los  votos  de  su  pueblo,  y  de  su  frente 
El  cerco  de  diamantes  desceñía; 
En  fugaz  rayo  el  horizonte  dora; 
En  mayor  disco  menos  luz  ofrece, 
Y  veloz  tras  los  Andes  se  obscurece? 

El  penúltimo  verso  es  admirable  de  verdad  física  y  de  verdad 
poética. 

De  esta  virtud  descriptiva  suya,  se  sirvió  Olmedo  con  mucha 
habilidad  y  mucho  arte  para  suavizar  el  rudo  empuje  de  su  carro 
marcial,  que  en  pieza  tan  larga  como  el  Canto  de  Junin,  hubiera 
resultado  fatigoso.  Aquella  plácida  brisa 

de  las  risueñas  playas 
Que  manso  lame  el  caudaloso  Guayas... 

viene  de  vez  en  cuando  á  atravesar  el  campo  de  batalla,  oreando  el 
vapor  de  la  sangre;  y  por  sí  sola  era  una  novedad  en  la  escuela  á 
que  Olmedo  pertenecía.  Y  no  lo  es  menos  «el  bosque  de  naranjos  y 
opacos  tamarindos»,  «el  trono  piramidal  y  alta  corona  de  la  pina», 
y  otros  rasgos  de  grato  sabor  local  que  lucen  y  se  destacan  más, 
por  lo  mismo  que  están  distribuidos  con  tan  sabia  parsimonia. 

Considerado  como  estilista  y  como  versificador,  Olmedo  tiene  de 
todo,  y  dista  mucho  de  la  intachable  pureza  de  Bello.  Es  cierto  que 
no  abusa  ni  de  los  arcaísmos  ni  de  los  neologismos,  y  habla  en 
general  una  lengua  abundante  y  sana,  pero  no  rehuye  los  epítetos 
gastados,  la  adjetivación  parásita,  lo  que  pudiéramos  llamar  la  obra 
muerta  del  estilo  poético.  Hay  mucho  de  lira  sonorosa,  hondo  valle. 


ECUADOR  113 

negro  averno^  inflamada  esfera,  trueno  horrendo,  águila  caudal,  cor- 
cel impetuoso,  alazán  jogoso,  mar  undoso,  y  demás  moneda  de  cobre 
con  que  saldaban  sus  cuentas  los  versificadores  clásicos  del  siglo  xviii 
y  sus  imitadores  del  xix.  En  este  punto  flaco  se  parece  tam- 
bién á  Quintana,  que  rara  vez  brilla  por  el  genio  de  la  invención 
pintoresca,  como  brillan,  por  ejemplo.  Bello  y  Maury.  Pero  á  Olmedo 
hay  que  concedérsele  en  mayor  grado  que  á  Quintana,  aunque  no 
le  tuviera  continuo  sino  intermitente,  y  aunque  esta  minuciosa 
labor  de  dicción  no  parezca  á  primera  vista  muy  compatible  con 
el  ardor  vehemente,  que  es  el  alma  de  su  estilo.  La  estancia  que 
voy  á  citar,  y  que  es,  á  mi  juicio,  la  más  bella  de  La  victoria 
de  Junin,  aunque  no  sea  la  más  famosa,  presenta  en  la  larga 
corriente  de  un  período  poético  pomposo,  magnífico  y  admirable- 
mente sostenido  durante  veinticuatro  versos,  un  gran  número  de 
frases  notables  por  la  vivacidad  y  por  el  atrevimiento  de  buen 
gusto,  como  si  el  poeta  hubiera  querido  en  corto  trecho  hacer  alarde 
de  sus  fuerzas,  aun  en  aquel  género  á  que  parecía  menos  inclinado. 
Tildaban  los  recios  combatientes  de  Venezuela  y  Colombia  de 
blanda  y  afeminada  á  la  joven  milicia  peruana,  que,  sin  embargo, 
dio  buena  muestra  de  sí  en  Junín  á  las  órdenes  del  general  Miller. 
Y  Olmedo,  que  como  hijo  de  Guayaquil  se  consideraba  medio 
peruano,  toma  sobre  sí  la  vindicación  de  aquellos  garzones  delicados. 

Entre  seda  y  aromas  arrullados, 

Inverso  cuyas  sílabas  parece  que  respiran  languidez  y  molicie),  y  para 
mostrar  cómo  habían  llegado  á  romper 

Los  dulces  lazos  de  jazmín  y  rosa 
Con  que  amor  y  placer  los  enredaban, 

usa  de  esta  asombrosa  comparación,  que  parece  un  bajo  relieve  an- 
tiguo: 

Tal  el  joven  Aquiles, 
Que  en  infame  disfraz  y  en  ocio  blando 
De  lánguidos  suspiros. 
Los  destinos  de  Grecia  dilatando, 
Vive  cautivo  en  la  beldad  de  Sciros; 


114  CAPITULO   VIII 

Los  ojos  pace  (i)  en  el  vistoso  alarde 
De  arreos  y  de  galas  femeniles 
Que  de  India  y  Tiro  y  Menfis  opulenta 
Curiosos  mercadantes  le  encarecen: 
Mas  á  su  vista  apenas  resplandecen 
Pavés,  espada  y  yelmo,  que  entre  gasas 
El  Ithacense  astuto  le  presenta; 
Pásmase...,  se  recobra,  y  con  violenta 
Mano  el  templado  acero  arrebatando, 
Rasga  y  arroja  las  indignas  tocas. 
Parte,  traspasa  el  mar,  y  en  la  troyana 
Arena,  muerte,  asolación,  espanto. 
Difunde  por  doquier:  todo  le  cede... 
Aun  Héctor  retrocede... 
Y  cae  al  fin;  y  en  derredor  tres  veces 
Su  sangriento  cadáver  profanado, 
Al  veloz  carro  atado 
Del  vencedor  inexorable  y  duro, 
El  polvo  barre  del  sagrado  muro  (2). 

El  que  de  este  modo  escribía,  graduando  y  adaptando  á  los  mati- 
ces de  la  idea  el  movimiento  de  la  frase  poética,  acelerándola 
6  retardándola  como  artista  consumado,  merecía  haber  alcanzado  la 
perfección  continua;  pero  es  cierto  que  se  quedó  muy  lejos  de  ella. 
Olmedo  adolece  de  la  desigualdad  propia  de  todos  los  poetas  ame- 
ricanos, desigualdad  de  que  ni  el  mismo  Bello  se  libra  en  la  infeli- 
císima parte  segunda  de  su  Alocución  d  la  poesía.  No  hay  en  La 
victoria  de  Junín  versos  mal  construidos,  porque  Olmedo  tenía 
excelente  oído;  pero  hay,  sobre  todo  en  el  razonamiento  del  Inca, 
versos  prosaicos,  desgarbados,  pedestres,  indignos  del  lenguaje  de 

(i)  Oculos pascit,  latinismo  que  sonaría  mal  en  otra  parte,  aquí  naturalísi- 
mo  y  muy  en  la  entonación  general  de  este  cuadro  virgiliano. 

(2)  En  el  tomo  primero  de  la  presente  Historia  de  la  poesía  hispano-amc- 
ricana,  pág.  220,  reproduje  cierto  romancillo  heptasilábico  de  un  ingenio 
íinónimo  cubano  (Papel  Periódico  déla  Habana,  8  de  Abril  de  1798),  que  tiene 
el  mismo  asunto  y  algún  rasgo  común  con  la  estancia  de  Olmedo.  No  es  se- 
guro que  este  conociera  los  versos  del  poeta  habanero,  pero  lo  que  de  ñjo 
había  leído,  como  todos  los  humanistas  de  su  tiempo,  era  la  Poética  de  D.  Ig- 
nacio de  Luzán,  quien  trae  como  ejemplo  de  las  rimas  que  llama  de  eslabón, 
estos  versos  de  su  propia  cosecha: 


ECUADOR  115 

las  Musas,  y  son,  por  castigo  providencial,  todos  aquellos  en  que  el 
autor  se  desata  en  injurias  contra  los  conquistadores  españoles: 

¡Si  ellos  fueron  estúpidos,  viciosos. 
Feroces,  y,  por  fin,  supersticiosos. 

Sangre,  plomo  veloz,  cadenas  fueron 
Los  sacramentos  santos  que  trajeron!... 

Estas  y  otras  miserables  aleluyas  (que  prueban  que  lo  mal  pen- 
sado sale  siempre  mal  dicho)  estropean  la  obra  capital  de  Olmedo, 
no  menos  que  las  frecuentes  asonancias  indebidas  y  el  abuso  de  las 
rimas  verbales.  Pero  ubi  piara  nitent  no  debe  la  crítica  formal  dete- 
nerse en  tales  pequeneces,  que  entregamos  desde  luego  á  la  voraci- 
dad de  los  pedantes.  Por  otra  parte,  aunque  en  el  Canto  de  Junin 
están  las  mayores  bellezas  poéticas  que  produjo  Olmedo,  en  igual- 
dad y  corrección  de  estilo  le  aventajan  otras  poesías  suyas,  sobre 
todo  la  traducción  de  la  primera  epístola  de  Pope  y  el  Canto  de 
Miñarica.  Olmedo  componía  muy  despacio,  con  grandes  descansos 
é  intermitencias,  y  mientras  duraba  el  fervor  de  la  composición, 
limaba  sus  versos  con  todo  el  buen  gusto  que  podía  esperarse  de 
un  humanista  tan  cabal;  pero  después  de  escrito  el  último  verso,  le 
entraba  incurable  pereza  y  dejaba  volar  sus  poesías  sin  retocarlas 
casi  nunca. 

Fué  Olmedo,  por  temperamento  ó  por  falta  de  voluntad  y  constan- 

Reprimir  tienta  en  vano 
El  corazón  humano 
Su  natural  inclinación  primera. 
De  la  trompa  guerrera 
El  sonido  animoso  *■ 

Al  belicoso  Achiles  que  se  encubre, 
A  su  pesar  descubre. 

Del  mujeril  estrado 
Se  levanta  irritado 
Y  del  mentido  adorno  se  despoja, 
Avergonzado  arroja 
Las  indignas  labores, 
Y,  con  mejores  armas  va  del  Xanto 
A  ser  fatal  espanto... 

La  Poética  ó  Reglas  de  la  Poesía,  2.^  edición,  Madrid,  Sancha,  tomo  2.°,  pá- 
gina 399. 


21 6  CAPÍTULO    VIII 

cía,  sobremanera  infecundo.  No  es  voluminosa  la  colección  de  Quin- 
tana; pero  de  las  poesías  que  él  definitivamente  reunió  en  l8l3i 
no  hay  una  sola  que  pueda  rechazarse,  y  hay  por  lo  menos  nueve  ó 
diez  que  todo  el  mundo  calificará  de  obras  maestras,  dentro  de  su 
escuela  y  género:  Padilla,  La  Vacuna,  La  Imprenta,  El  Panteón 
del  Escorial,  Trafalgar,  las  dos  odas  patrióticas  de  1 808,  La  Her- 
mosura, La  Danza,  la  epístola  A  Jovellanos,  y  aun  convendría  aña- 
dir alguna  de  las  escritas  posteriormente.  El  mismo  D,  Juan  Nicasio, 
que  con  tan  pequeño  equipaje  ha  llegado  á  la  posteridad,  tiene,  ade- 
más de  su  tragedia  y  de  sus  versos  ligeros,  siete  grandes  composi- 
ciones entre  odas  y  elegías,  que  no  pueden  faltar  en  ninguna  colec- 
ción selecta.  Bello  compensa  la  escasez  de  poesías  originales  con  el 
número,  variedad  y  primor  de  sus  traducciones.  De  todos  los  poe- 
tas clásicos  del  siglo  xix.  Olmedo  es  quizá  el  único  que  á  duras 
penas  puede  dar  materia  para  un  pequeñísimo  volumen.  Entre  bue- 
nas y  malas,  largas  y  cortas  (una  de  ellas  tiene  tres  versos),  tradu- 
cidas y  originales,  ensayos  de  la  primera  mocedad  y  tardíos  cona- 
tos de  la  vejez,  apenas  llegan  á  veinte  las  composiciones  suyas  que 
ha  podido  recoger  la  diligencia  de  sus  apasionados,  ni  hay  esperanza 
de  encontrar  más,  porque  probablemente  no  existieron  nunca  (l). 

(i)  En  la  colección  más  completa,  que  es  la  ordenada  por  D.  Clemente 
Bailen  (París,  Garnier,  1896),  llega  á  veintiséis  el  número  total.  Ninguna  de 
las  añadidas  merece  citarse,  excepto  la  «Alocución  recitada  en  el  Convicto- 
rio de  San  Carlos,  de  Lima,  al  comenzar  la  representación,  por  los  alumnos 
de  ese  colegio,  de  la  tragedia  de  Quintana  titulada  Rl  Duque  de  Viseoi>  ('1808). 
Bastante  mejores  son  las  tres  inéditas  que  después  ha  publicado  D.  Enrique 
Piñeyro  (Bulletm  Hispa7iique,  tomo  vn,  1905;  reproducidas  en  su  libro  Bio- 
grafías Atnericanas,  París,  Garnier,  s.  a.,  págs.  207-212).  Son  versos  anacreón- 
ticos de  la  escuela  de  Meléndez,  fáciles  y  suaves  {Himno  á  Diana,  La  Palo- 
mita, una  imitación  de  la  Despedida  de  Metastasio).  Reproduce  también  Pi- 
ñeyro una  curiosa  «Loa  al  Excmo.  Sr.  D.  José  Fernando  Abascal  y  Sousa,  Ca- 
ballero del  Orden  de  Santiago,  Mariscal  de  Campo  de  los  Reales  Exércitos, 
Virrey  y  Capitán  general  del  Perú...  En  la  tercera  comedia  que  le  dedica  el 
27  de  Noviembre  el  Teatro  de  Lima.  Imprenta  Real  de  Expósitos.  Año 
de  1806». 

Esta  Loa  se  imprimió  anónima,  pero  el  mismo  Olmedo  la  reconoció  por 
suya,  copiando  pasajes  enteros  en  otra  Alocución  que  escribió  en  1840  para 
la  apertura  del  teatro  de  Guayaquil. 


ECUADOR  117 

Aun  de  éstas  hay  que  descartar  más  de  la  mitad  por  endebles  é  insig- 
nificantes: versos  de  álbum,  una  desdichada  alocución  recitada  por 
una  actriz  en  el  teatro  de  Guayaquil,  el  romance  poco  chistoso  del 
Retrato,  el  Alfabeto  moral  para  los  niños,  dos  breves  traducciones, 
una  de  La  Nave.,  de  Horacio,  y  otra  de  un  fragmento  délAnti-Lu- 
crecio,  la  Canción  indiana,  que  está  sacada  de  Átala.  El  soneto  En 
la  muerte  de  mi  hermana  no  está  libre  de  tachas,  pero  tiene  este 
soberbio  apostrofe  que  no  es  para  olvidado: 

Yo  no  te  la  pedí.  Qué,  ¿es  por  ventura 
Crear  por  destruir,  placer  divino, 
Ó  es  de  tanta  virtud  indigno  el  suelo? 


Díme,  ¿faltaba  este  ángel  á  tu  cielo? 

Descartado  todo  lo  secundario,  viene  á  quedar  reducido  el  reper- 
torio poético  de  Olmedo  á  dos  composiciones  de  su  juventud:  la 
Elegía  en  la  muerte  de  la  princesa  Doña  María  Antonia  de  Borbón 
(1807),  y  El  Árbol  (1808),  y  á  cuatro  magistrales  poemas  de  su 
edad  madura:  la  Silva  á  un  amigo  en  el  nacimiento  de  su  primogé- 
nito (1817),  La  victoria  de  Junín  (1824),  la  oda  al  General  Flores, 
y  la  traducción  de  las  tres  primeras  epístolas  del  Ensayo  de  Pope 
sobre  el  hombre.  Afortunadamente,  los  versos  no  se  estiman  por  la 
cantidad,  ni  por  el  peso,  y  aun  con  el  solo  Canto  á  Bolívar,  Olmedo 
sería  el  mismo  gran  poeta  que  conocemos.  Las  dos  poesías  juveniles 
están  escritas  con  mucha  desigualdad  de  estilo  (especialmente  El 
Árbol),  pero  deben  conservarse,  no  sólo  por  el  curioso  contraste 
entre  el  entusiasmo  monárquico  y  español  que  respiran  y  la  posterior 
exaltación  frenética  con  que  su  autor  maldijo  el  nombre  de  España 
después  de  haber  llamado  dioses  y  padres  á  sus  reyes;  sino  porque 
abundan  en  hermosos  versos  y  presentan  ya  muy  firme  y  caracteri- 
zada la  manera  del  poeta,  y  aun  algunas  ideas  é  imágenes  que  apro- 
vechó y  mejoró  luego  (l).  Al  revés  de  lo  que  acontece  con  Bello,  en 

(i)     La  introducción  de  El  Ardo  I  -pasó  á  ser  parte  de  la  introducción  del 

Canto  á  Bolívar.  Había  dicho  Olmedo  en  1808: 

Aquí  mi  alma  desea 
Venir  á  meditar:  de  aquí  mi  musa, 


Il8  CAPÍTULO   VIII 

cuyas  primeras  poesías,  sobre  todo  en  el  canto  gratulatorio  á  Car- 
los IV,  nadie  podría  adivinar  al  futuro  autor  de  las  Silvas  america- 
nas^ Olmedo  tuvo  desde  el  principio  el  énfasis  solemne  y  la  arro- 
gancia lírica  que  le  caracterizaron  siempre.  Cuando  en  1 807  decía 
de  España: 

Desplegando  sus  alas  vagarosa, 
Por  el  aire  sutil  tenderá  el  vuelo; 
Ya  cual  fugaz  y  bella  mariposa, 
Por  la  selva  florida 

Irá  en  pos  de  un  clavel  ó  de  una  rosa; 
Ya,  cual  paloma  blanda  y  lastimera. 
Irá  á  Chipre  á  buscar  su  compañera; 
Ya,  cual  garza  atrevida, 
Traspasará  los  mares. 
Verá  todos  los  reinos  y  lugares; 
Ó,  cual  águila  audaz,  alzará  el  vuelo 
Hasta  el  remoto  y  estrellado  cielo. 

Y  en  1824  escribió,  superándose  incomparablemente  á  sí  mismo;  que  tanto 

pueden  el  estudio  y  la  lima: 

Siento  unas  veces  la  rebelde  Musa 
Cual  Bacante  en  furor  vagar  incierta 
Por  medio  de  las  plazas  bulliciosas, 
Ó  sola  por  las  selvas  silenciosas, 
Ó  las  risueñas  playas 
Que  manso  lame  el  caudaloso  Guayas; 
Otras  el  vuelo  arrebatado  tiende 
Sobre  los  montes,  y  de  allí  desciende 
Al  campo  de  Junín... 

Puede  decirse  que  Olmedo,  como  Bello,  estaba  continuamente  asediado  por 
las  reminiscencias  de  sus  propios  versos  y  de  los  ajenos.  Las  tiene  hasta  de 
poetas  obscuros  y  olvidados.  Así  estos  versos  del  Canto  de  Minar  ka: 

Así  cuando  una  nube  repentina 
Enluta  el  cielo  cuando  el  sol  declina... 

parecen  un  eco  de  aquellos  otros  de  Sánchez  Barbero  en.su  bella  Elegía  á  la 

muerte  de  la  Duqtiesa  de  Alba: 

Así  cuando  una  nube  tormentosa 
En  el  Oriente  cárdeno  aparece... 

Cotéjense  ambas  estancias,  y  se  verá  que  la  semejanza  continúa.  Si  Sánchez 

Barbero  habla  de 

Torrentes  que  á  porfía 

Chozas,  rebaños,  vegas,  arrebatan- 
Olmedo  escribe,  esta  vez  con  menos  numen: 

Y  entre  tantos  horrores 

Vagan,  tiemblan  y  caen  confundidos 

Ganados  y  cabanas  y  pastores... 


ECUADOR  1 1 9 


En  SUS  débiles  hombros  ya  ni  puede 
Sostener  el  cadáver  de  su  gloria... 

y  llamaba  á  los  males  y  dolores: 

Soldados  indolentes  que  militan 

Bajo  el  pendón  sombrío  de  la  muerte... 

podía  perfeccionar  sin  duda  su  educación  y  estilo,  pero  había  en- 
contrado ya  su  instrumento. 

El  resplandor  vivísimo  del  Canto  de  Junin  ha  perjudicado  sin 
razón  á  otras  felices  inspiraciones  de  Olmedo,  dejándolas  en  la  pe- 
numbra. No  obstante,  así  era  forzoso  que  sucediese,  porque  el  Canto, 
además  de  su  valor  intrínseco  y  de  presentar  reunidas  en  un  sólo 
alarde  todas  las  fuerzas  del  poeta,  participa  de  la  celebridad  histó- 
rica del  grande  acontecimiento  que  conmemora,  y  vivirá  cuanto 
viva  en  los  fastos  de  América  el  nombre  de  Simón  Bolívar,  del  cual 
fué  la  más  espléndida  corona.  Infinitos  versos  produjo  el  patriotismo 
americano  de  aquella  era,  pero  apenas  merecen  vivir  otros  que  los 
de  este  canto,  y  son  los  únicos  también  que  la  madre  España  puede 
perdonar,  porque  se  escribieron  en  su  tradicional  y  magnífica  len- 
gua poética,  aunque  no  se  escribiesen  con  su  espíritu. 

Harto  hemos  dicho  de  este  famoso  poema  al  apuntar  los  carac- 
teres del  genio  lírico  de  Olmedo.  Ahora  procede  añadir  algo  acerca 
de  los  primores  y  defectos  de  su  plan  y  composición,  respecto  de 
lo  cual  ¿quién  lo  diría?  el  juez  más  severo  y  no  el  menos  atinado  fué 
el  mismo  Libertador  Bolívar,  en  cuyo  obsequio  se  escribió  el  canto. 

Poseemos  afortunadamente  la  correspondencia  que  medió  entre 
Olmedo  y  su  Aquiles,  mientras  el  Canto  de  Junin  iba  componién- 
dose. Si  conociésemos  de  igual  modo  la  génesis  de  cada  una  de  las 
obras  maestras,  mucho  adelantaría  la  crítica  histórico-literaria.  Pu- 
blicados estos  preciosos  documentos  por  el  Sr.  Caro  y  reproducidos 
en  su  mayor  parte  por  el  Sr.  Cañete,  nos  es  dado  asistir  día  por  día 
á  la  elaboración  del  himno  triunfal,  y  ver  cómo  el  hierro,  al  salir  de 
la  fragua,  iba  depurándose  de  las  escorias.  Olmedo,  fiel  en  todo  á  los 
procedimientos  de  la  escuela  de  Quintana,  empieza  por  trazar  en 
prosa  el  plan  de  su  Canto;  los  versos  vienen  después;  y  sucesiva  y 
lentamente  va  trabajando  cada  una  de  las  partes;  borra,  rompe,  en- 

Menéndbz  y  Pri/Ayo. — Poesía  hispano-atnericana.   II.  S 


120  CAPITULO    VIII 

mienda,  y  sólo  al  cabo  de  cinco  meses  da  por  terminada  su  obra,  y 
remite  una  copia  al  Libertador. 

El  Canto  tenía  más  de  8oo  versos  (j),  y  éste  es  quizás  su  defecto 
capital  \  la  razón  de  sus  desigualdades.  No  faltará  quien  se  niegue 
á  llamarle  oda^  pero  el  nombre  y  la  clasificación  técnica  importan 
poco:  más  larga  es  la  Pitica  IV  de  Píndaro,  habida  cuenta  de  la  di- 
ferencia de  concisión  entre  las  lenguas  clásicas  y  las  modernas.  El 
trabajo  de  Olmedo  es  propiamente  lo  que  los  italianos  llaman  un 
carme,  un  poema  corto,  mixto  aquí  de  lírico  y  épico,  como  las  Sil- 
vas de  Bello  son  mezcla  de  lo  lírico  y  lo  didáctico.  El  tono  que  do- 
mina en  el  vate  del  Guayas  es  la  efervescencia  del  rapto  pindárico, 
pero  con  él  alternan  largas  y  precisas  narraciones  de  los  sangrien- 
tos choques  de  Junín  y  Ayacucho,  sin  omitir  rasgos  de  esfuerzo 
individual,  nombres  de  jefes  y  oficiales.  No  se  tenga,  sin  embargo, 
por  híbrida  y  monstruosa  tal  combinación  de  elementos  líricos  y 
narrativos,  que  es  por  el  contrario  frecuentísima  en  los  más  clási- 
cos maestros;  la  ya  citada  Pitica  IV  contiene  un  largo  relato  de  la 
expedición  de  los  Argonautas;  y  aun  Horacio,  en  el  cuadro  mucho 
más  estrecho  de  sus  odas,  encuentra  dónde  colocar,  rápidamente 
narrados,  en  tono  que  usando  de  términos  románticos  pudiéramos 
decir  de  balada,  el  rapto  de  Europa  y  su  llegada  á  Creta  potente 
por  sus  cien  ciudades,  el  parricidio  de  las  hijas  de  Danao,  la  fuga 
de  Teucro  de  Salamina  y  el  razonamiento  que  dirigió  á  sus  pros- 
critos compañeros  exhortándoles  á  ahogar  en  vino  sus  pesares. 

Si  en  esto  se  mostraba  Olmedo  tan  fiel  á  los  modelos  más  genui- 
namentc  clásicos,  tampoco  se  le  puede  hacer  grave  cargo  por  la  su- 
puesta infracción  de  unidad  que  en  su  obra  han  creído  notar  mu- 
chos críticos.  Si  tal  falta  existe,  redúcese  á  la  aplicación  de  un  título 
inexacto:  quítese  el  de  Victoria  de  Junin,  que  no  abarca  ni  con 
mucho  todo  el  tema  de  la  composición;  déjese  el  de  Canto  á  Bolí- 
var, y  nada  habrá  que  reparar  en  esto.  Porque  realmente  lo  que  allí 
se  canta  en  primer  término  no  es  Junín  ni  Ayacucho  ni  otra  nin- 
guna victoria  aislada  (aunque  una  de  ellas  sea  causa  ocasional  del 
entusiasmo  lírico),  sino  el  conjunto  de  todas  las  empresas  de  Bolí- 

(i)     En  la  segunda  edición,  909;  en  la  tercera  y  definitiva,  906. 


ECUADOR  121 


var;  su  acción  suprema  en  la  epopeya  americana;  por  eso  el  poema 
termina  con  su  entrada  triunfal  en  Lima,  y  con  el  canto  de  las  Vír- 
genes del  Sol,  que  celebran  los  beneficios  de  la  paz  y  auguran  todo 
género  de  prosperidades  á  la  nueva  república.  Ni  Junín  ni  Ayacu- 
cho,  cada  una  de  por  sí,  bastaban  al  poeta  para  su  intento;  Junín  no 
fué  más  que  una  brillante  carga  de  caballería,  de  la  cual  pronto  se 
rehizo  el  ejército  realista,  y  que  por  sí  sola  no  hubiera  decidido  del 
éxito  de  la  guerra;  Ayacucho  fué  una  capitulación  decisiva,  pero  en 
Ayacucho  no  estuvo  Bolívar;  había  prestado  su  rayo  al  joven  Sucre^ 
según  la  expresión  de  Olmedo.  Pero  aunque  en  Ayacucho  triunfase 
el  brazo  de  Sucre,  lo  que  moralmente  triunfó  fué  el  espíritu  de  Bo- 
lívar, y  esto  ni  á  Olmedo  ni  á  ningún  otro  americano  de  su  tiempo 
había  de  ocultársele.  Sucre  no  podía  ser  el  héroe  del  canto,  aunque 
fuese  el  triunfador  de  última  hora.  Había  que  enlazar  las  dos  victo- 
rias, y  esto  fué  lo  que  Olmedo  realizó,  con  más  ó  menos  acierto  en 
los  medios,  pero  sin  contravenir  de  modo  alguno  á  la  unidad  del 
pensamiento  de  su  obra. 

El  medio  ciertamente  podía  ser  más  nuevo  é  ingenioso,  y  en  esto 
hay  que  dar  la  razón  á  los  censores.  Redúcese  á  una  máquina^  de  las 
más  gastadas  en  toda  epopeya  de  escuela,  y  rodeada  además  de  cir- 
cunstancias extravagantes  y  aun  risibles.  En  medio  de  la  algazara 
nocturna  con  que  los  vencedores  de  Junín  celebran  su  triunfo,  con- 
sumiendo los  dones  de  C eres  y  de  Baco^  aparece  entre  nubes  la  som- 
bra del  inca  Huayna-Capac,  que  después  de  llenar  de  improperios 
á  los  españoles,  vaticina  la  próxima  victoria  de  Ayacucho  y  dirige 
á  Bolívar  consejos  políticos  más  ó  menos  embozados.  Después  del 
larguísimo  discurso  del  Inca,  comparecen  las  Vírgenes  del  Sol  y  le 
rodean  entonando  un  bellísimo  coro.  Todos  quedan  atónitos  (la  cosa 
no  era  para  menos),  hasta  que  de  pronto  desaparece  toda  esta  fan- 
tasmagoría, tornando  el  poeta  á  las  orillas  de  su  caro  Guayas. 

La  belleza  de  ejecución,  que  es  grande  en  algunas  partes,  no 
basta  para  velar  lo  que  hay  de  frío  y  pueril  en  esta  concepción.  El 
empleo  de  lo  sobrenatural  en  un  asunto  contemporáneo,  es  de  las 
cosas  más  arriesgadas  que  pueden  intentarse;  sólo  como  \'¡sión  en 
sueños  ó  como  efecto  de  alucinación  podía  aparecer  el  tal  Inca,  y 
aun  entonces,  reducido  su  vaticinio  á  pocas  palabras  de  sabor  mis- 


122  CAPITULO   vm 

terioso  y  profético;  no  poniendo  en  sus  labios  una  especie  de  parte 
de  Gaceta,  en  que  manifiestamente  se  olvida  Olmedo  de  que  no  es 
él,  sino  Huayna-Capac,  quien  va  leyendo  en  las  páginas  del  libro  del 
destino.  Prescindiendo  por  ahora  de  las  mil  cosas  absurdas  y  con- 
tradictorias que  el  Inca  revuelve  en  su  prolija  arenga,  es  ridículo 
que  Bolívar  y  los  suyos,  por  muy  perturbada  que  tuviesen  la  cabeza 
con  los  dones  de  Baco  y  con  la  embriaguez  de  la  victoria,  pudiesen 
ver  y  oir  despiertos  á  semejante  fantasma.  Lo  que  parece  natura- 
lísimo  y  es  legítimo  recurso  poético,  tratándose  de  épocas  remotas 
en  que  lo  divino  andaba  mezclado  con  lo  humano,  resulta  chillona 
discordancia  aplicado  á  una  prosaica  guerra  moderna  y  escrito  ocho 
días  después  del  suceso  para  que  lo  leyese  el  mismo  capitán  vence- 
dor. Bolívar,  que  según  se  trasluce  por  sus  cartas  era  hombre  de 
buen  gusto  y  de  no  vulgar  literatura,  mejor  de  lo  que  pudiera  creerse 
por  el  énfasis  de  sus  proclamas,  fué  el  primero  en  encontrar  incó- 
moda la  presencia  del  tal  Inca,  que  le  usurpaba  la  mitad  del  poema 
consagrado  á  su  gloria,  mostrándose  hablador  y  embrollón,  cuando 
debía  ser  más  leve  que  el  éter,  puesto  que  viene  del  cielo. 

En  los  poetas  de  la  escuela  á  que  Olmedo  pertenecía,  abundan 
máquinas  semejantes  á  la  aparición  del  Inca,  y  que  indudablemente 
le  sirvieron  de  modelo;  pero  todas  son  más  racionales  que  ella,  y 
en  ninguna  hay  espectro  que  se  aparezca  á  todo  un  ejército  acam- 
pado. Cuando  Gallego,  en  la  oda  A  la  defensa  de  Buenos  Aires,  hace- 
levantarse,  cual  matrona  augusta,  la  América  del  Sur  y  convocar  á 
sus  hijos  á  la  resistencia  y  á  la  victoria,  la  ve  sólo  con  los  ojos  de 
la  fantasía  lírica,  y  no  pretende  que  materialmente  la  viese  nadie,, 
ni  que  se  mezclase  con  los  combatientes.  Cuando  Quintana  evoca, 
y  llama  á  juicio  las  sombras  del  Panteón  de  El  Escorial,  invade  los 
dominios  de  la  fantasía  romántica,  pone  el  pie  en  regiones  que  no 
son  las  de  este  mundo,  y  así  produce  el  solemne  y  terrorífico  efecto> 
que  se  proponía.  En  el  poema  Zaragoza  de  Martínez  de  la  Rosa,, 
que  Olmedo  tenía  muy  estudiado  como  Caro  largamente  prueba,  la 
sombra  de  Rebolledo  el  Grande  se  aparece  á  Palafox  en  el  silencio 
de  la  noche,  y  el  poeta  no  dice  claro  si  fué  realidad  ó  sueño. 

Todas  estas  apariciones  tuvo,  á  mi  juicio,  presentes  Olmedo  para- 
la suya;  y  aunque  se  trata  de  cosas  harto  conocidas,  me  parece  mo- 


ECUADOR  ^^3 

tívo  de  curiosa  comparación  ponerlas  juntas  y  en  orden  inverso  de 
antigüedad,  para  que  se  vea  la  identidad  de  procedimientos  litera- 
rios, y  quede  más  y  más  establecida  la  filiación  del  poeta;  se  verá 
■  este  proceso  genealógico  hasta  en  el  giro  de  la  frase  y  en  los  epí- 
te  tos. 

OLMEDO    (1824) 

Cuando  improviso  venerable  sombra 
En  faz  serena  y  ademán  augusto 
Entre  candidas  nubes  se  levanta. 
Del  hombro  izquierdo  nebuloso  manto 
Pende,  y  su  diestra  aéreo  cetro  rige; 
Su  mirar  noble,  pero  no  sañudo;  • 

Y  nieblas  figuraban  á  su  planta 
Penacho,  arco,  carcaj,  flechas  y  escudo; 
Una  zona  de  estrellas 

Glorificaba  en  derredor  su  frente 

Y  la  borla  imperial  de  ella  pendiente. 

MARTÍNEZ    DE    LA    ROSA    (1809) 

Cuando  temblar  sintió  bajo  su  planta 
Los  profundos  cimientos  del  palacio, 
Tres  veces  ¡ay!  con  hórrido  estampido 
Ronco  trueno  sonó,  se  abrió  la  tierra. 

Y  sobre  negra  nube  se  levanta 
La  venerable  sombra 

De  Rebolledo  el  Grande:  en  la  tiniebla 
Se  ve  centellear  su  faz  divina... 
Cércanle  en  torno  insignias  y  trofeos; 
Cúbrelo  con  su  manto  la  victoria, 

Y  en  el  noble  ademán  fiero  y  sombrío 
Ostenta  grave  su  valor  y  gloria. 

t 

GALLEGO    (1807) 

Alzase  en  tanto  cual  matrona  augusta 
De  un  alto  monte  en  la  fragosa  cumbre 
La  América  del  Sur;  vese  cercada 
De  súbito  esplendor  de  viva  lumbre  (i), 

Y  en  noble  ceño  y  majestad  bañada. 

{\)     Y  en  rósea  luz  bañado  resplandece,  dice  Olmedo  del  Inca. 


124  CAPITULO    VIII 

No  ya  frivolas  plumas, 

Sino  bruñido  yelmo  rutilante 

Ornan  su  rostro  fiero; 

Al  lado  luce  ponderoso  escudo, 

Y  en  vez  del  hacha  tosca  ó  dardo  rudo, 
Arde  en  su  diestra  refulgente  acero. 

QUINTANA    (i  So  5) 

Cuando  las  losas  del  sepulcro  hendiendo, 
Se  vio  un  espectro  atigiisto  y  venerable 
Que  á  los  demás  en  majestad  vencía. 
El  águila  imperial  sobre  él  tendía 
Para  dosel  sus  alas  esplendentes, 

Y  en  arrogante  ostentación  de  gloria  • 
Entre  sus  garras  fieras  y  valientes 

El  rayo  de  la  guerra  arder  se  vía, 

Y  el  lauro  tremolar  de  la  victoria. 
Un  monte  de  armas  rotas  y  banderas 
De  bélicos  blasones 

Ante  sus  pies  indómitos  yacía, 
Despojos  que  á  su  esfuerzo  Jas  naciones 
Vencidas,  derrotadas,  le  rindieron. 

Ningún  hombre  de  buen  gusto  negará  la  palma,  entre  estas  cua- 
tro apariciones,  á  la  de  Carlos  V.  En  Quintana  parece  natural  y 
grandioso  lo  que  en  sus  imitadores  tiene  ya  visos  de  artificio  (l). 

No  es  sólo  lo  extraño  de  la  visión,  sino  la  falsedad  intrínseca  del 
razonamiento  lo  que  ofende  en  el  episodio  del  Inca,  y  Bolívar  fué 
el  primero  en  encontrar  impropio  que  Huayna  Capac  alabase  indi- 
rectamente la  religión  cristiana  que  destruyó  los  templos  de  sus  dio- 
ses, y  todavía  más  impropio  que  en  vez  de  desear  el  restableci- 
miento de  su  dinastía,  diese  la  preferencia  á  extranjeros  intrusos  que  y 
aunque  vengadores  de  su  sangre,  son  descendientes  de  los  que  aniqui- 
laron su  imperio.  El  buen  sentido  habló  por  boca  de  Bolívar,  y 
nadie  más  autorizado  que  él  para  rechazar  aquella  ilusión  local  del 

(i)     Aun  en  el  vaticinio  del  Inca  dejó  alguna  huella  aquel  apostrofe  de 

Gallego: 

¿Dó  mis  Incas  están?  ¿A  dónde  es  ido 
El  imperio  del  Cuzco?  ¿Quién  brioso 
Domeñó  su  poder?... 


ECUADOR  125 

patriotismo  americano,  que  en  los  versos  de  Olmedo  llegaba  hasta 
el  extremo  profundamente  cómico  de  poner  en  el  empíreo  de  los 
Incas  á  Fr.  Bartolomé  de  las  Casas  á  la  diestra  de  Manco-Capac,  y 
prometer  el  mismo  género  de  inmortalidad  á  Bolívar  en  premio  de 
haber  restaurado  el  templo  portentoso  de  Pacha-  Cámac. 

Todos  los  demás  lunares  del  canto  fueron  también  señalados  con 
admirable  sagacidad  por  Bolívar.  La  introducción  le  pareció  rim- 
bombante, como  en  efecto  lo  es;  encontró  prosaicos  y  vulgares  mu- 
chos versos  que  calificó  de  renglones  oratorios,  y,  finalmente,  aun- 
que parte  interesada,  no  dejó  de  reconocer,  con  loable  modestia,  el 
principal  flaco  de  toda  la  composición,  es  á  saber,  lo  hiperbólico  y 
desmesurado  de  la  alabanza:  «Usted  dispara  donde  no  se  ha  dispa- 
rado un  tiro;  usted  abrasa  la  tierra  con  las  ascuas  del  eje  y  de  las 
ruedas  de  un  carro  de  Aquiles  que  no  rodó  jamás  en  Junín;  usted 
se  hace  dueño  de  todos  los  personajes;  de  mí  forma  un  Júpiter, 
de  Sucre  un  Marte,  de  Lámar  un  Agamenón  y  un  Menelao,  de 
Córdoba  un  Aquiles,  de  Necochea  un  Patroclo  y  un  Ayax,  de 
MiUer  un  Diomedes  y  de  Lara  un  Ulises...  Usted  nos  hace  á  su 
modo  poético  y  fantástico,  y  para  continuar  en  el  país  de  la  poesía 
la  ficción  de  la  fábula,  usted  nos  eleva  con  su  deidad  mentirosa 
como  el  águila  de  Júpiter  levantó  á  los  cielos  á  la  tortuga  para  de- 
jarla caer  sobre  una  roca  que  le  rompiese  sus  miembros  rastreros. 
Usted,  pues,  nos  ha  sublimado  tanto,  que  nos  ha  precipitado  en  el 
abismo  de  la  nada,  cubriendo  con  una  inmensidad  de  luces  el  pálido 
resplandor  de  nuestras  opacas  virtudes.  Así,  amigo  mío,  usted  nos 
ha  pulverizado  con  los  rayos  de  su  Júpiter,  con  la  espada  de  su 
Marte,  con  el  cetro  de  su  Agamenón,  con  la  lanza  de  su  Aquiles  y 
con  la  sabiduría  de  su  Ulises.  Si  yo  no  fuese  tan  bueno  y  usted  no 
fuese  tan  poeta,  me  avanzaría  á  creer  que  usted  había  querido  hacer 
una  parodia  de  la  «.I liada-»  con  los  héroes  de  nuestra  pobre  farsa. 
Usted  sabe  bien  que  de  lo  heroico  d  lo  ridiculo  no  hay  más  que  un 
paso,  y  que  Manolo  y  el  Cid  son  hermanos,  aunque  hijos  de  distintos 
padres.  Un  americano  leerá  el  poema  de  usted  como  un  canto  de 
Homero,  y  un  español  le  leerá  como  un  canto  de  «El  Facistols»  de 
Boileau  ^ . 

Conservar  tan  buen  sentido  después  de  haberse  hecho  arbitro  de 


126  CAPÍTULO  vm 

un  continente,  vale  casi  tanto  como  haber  triunfado  en  Boyacá,  en 
Carabobo  y  en  Junín.  ¿Qué  hubiera  dicho  Boh'var,  que  llamaba /é»- 
bre  farsa  á  sus  asombrosas  campañas  desde  el  Orinoco  hasta  el  Po- 
tosí, si  hubiera  alcanzado  á  leer  la  magnífica  oda  que  Olmedo  dedicó 
en  1835  Al  general  Flores,  vencedor  en  Mlñarica?  Y  no  porque  la 
función  de  guerra  de  Miñarica  hubiese  sido  menos  sangrienta  que 
la  de  Junín,  puesto  que  más  de  mil  cadáveres  quedaron  tendidos 
en  el  campo,  sino  porque  en  Junín,  ó  más  bien  en  Ayacucho,  de 
que  Junín  fué  como  preludio,  quedó  definitivamente  roto,  para  bien 
ó  para  mal  del  Nuevo  Mundo  (que  este  es  punto  muy  opinable,  aun- 
que ya  no  lo  fuese  para  el  sereno  y  desengañado  juicio  de  Bolívar 
en  sus  postreros  días),  el  lazo  que  unía  las  colonias  con  la  metró- 
poli: asunto  noble  de  suyo  por  su  magnitud  y  sus  consecuencias;  al 
paso  que  Miñarica  fué  una  de  tantas  estériles  luchas  civiles  en  que 
vencidos  y  vencedores  se  aplicaban  mutuamente  el  dictado,  tan  de 
moda  en  América,  de  tiranos.  A  tanta  distancia,  y  en  cosa  tan  em- 
brollada como  la  política  interna  de  las  repúblicas  americanas,  es 
difícil  y  poco  importante  averiguar  quién  tenía  la  razón  de  su  parte: 
es  probable  que  nadie  la  tuviese  del  todo;  pero  lo  único  que  con 
certeza  sabemos,  es  que  los  resultados  de  aquella  hecatombe  se  re- 
dujeron á  sustituir  un  presidente  por  otro.  Para  tan  poca  cosa  re- 
sulta desproporcionado  aquel  soberano  apostrofe,  que  sólo  á  Pizarro 
ó  á  Bolívar  ó  á  San  Martín,  podría  hasta  hoy  dignamente  aplicarse: 

jRey  de  los  Andes!  la  ardua  frente  inclina, 
Que  pasa  el  vencedor... 

Los  críticos  americanos,  y  aun  los  que  no  lo  son,  como  nuestro 
malogrado  compañero  Cañete,  arman  larga  contienda  sobre  si  Ol- 
medo hizo  ó  no  hizo  bien  en  cantar  al  general  Flores,  á  quien  unos 
pintan  como  un  tiranuelo  funesto  para  la  tranquilidad  de  su  patria, 
mientras  otros,  con  mejor  acuerdo,  á  lo  que  yo  alcanzo,  reconocen 
en  él  ciertas  dotes  de  guerrero  y  de  estadista,  prendas  estimables  de 
hombre  privado,  celo  del  bien  público,  condición  apacible  y  amena 
y  aficiones  cultas  y  literarias,  aunque  desgraciadas:  todo  lo  cual  pa- 
rece que  nada  tiene  que  ver  con  los  rasgos  tradicionales  del  grotesco 
personaje  llamado  tirano,  inventado  por  los  retóricos  antiguos  ut 


1^1 


ECUADOR  127 

pueris  placéate  et  declamatio  Jiat,  y  realizado  muy  al  pie  de  la  letra, 
según  dicen,  en  algunas  repúblicas  de  América.  Por  mi  parte,  ni 
puedo  creer  que  fuese  un  soldado  ambicioso  y  vulgar  el  que  inspiró 
tal  canto  y  en  alas  de  él  pasará  á  la  posteridad  aun  más  que  por  la 
memoria  de  sus  hazañas;  ni  encuentro  digno  de  censura  á  Olmedo 
por  haberle  cantado;  aunque  después  contribuyese  á  su  caída  lla- 
mándole ángel  exterminadoi%  y  estuviese  á  pique  de  sucederle  en  la 
presidencia  del  Ecuador.  Para  hacer  buenos  versos,  siempre  es  oca- 
sión oportuna,  y  á  los  poetas  hay  que  pedirles  más  cuenta  de  los 
versos  que  de  los  asuntos.  Si  la  victoria  del  general  Flores  tuvo  vir- 
tud para  despertar  el  numen  de  Olmedo,  que  parecía  aletargado 
hacía  más  de  diez  años,  y  obligarle  á  prorrumpir  en  un  canto  que, 
salvo  la  inferioridad  de  la  materia,  no  cede  en  pompa,  boato,  sono- 
ridad y  nervio  al  Canto  de  Jiinin^  y  en  madurez  de  estilo  y  buena 
distribución  de  partes  seguramente  le  vence,  las  Musas  tienen  que 
darle  las  gracias  por  su  victoria  y  hasta  por  su  tiranía. 

Completan  el  número  de  las  obras  de  Olmedo  que  tienen  apare- 
jada larga  vida  entre  lo  más  selecto  del  parnaso  americano,  la  gra- 
ve y  melancólica  Silva  á  un  amigo  en  el  nacimiento  de  su  primogé- 
nito^ que  sabe  á  Leopardi  en  algunos  pasajes,  aunque  indudable- 
mente procede  de  la  escuela  de  Cienfuegos;  y  la  traducción  incom- 
pleta y  algo  parafrástica  (como  forzosamente  ha  de  serlo  toda  ver- 
sión de  poesía  inglesa)  del  Ensayo  sobre  el  hombre  de  Pope.  De  las 
tres  epístolas  que  Olmedo  alcanzó  á  traducir,  sólo  la  primera  fué 
por  él  definitivamente  corregida:  las  otras  están  versificadas  con 
más  negligencia,  pero  en  todas  ellas  hay  trozos  de  la  más  bella  poe- 
sía filosófica  que  puede  encontrarse  en  castellano  (l). 


(i)  Nació  D.  José  J.  de  Olmedo  en  Guayaquil  el  20  de  Mayo  de  1780,  de 
padre  malagueño  y  madre  americana.  Hizo  sus  estudios  de  gramática  en 
Quito,  y  los  de  filosofía  y  derecho  en  el  colegio  de  San  Carlos  y  Universi- 
dad de  San  Marcos  de  Lima,  donde  recibió  el  grado  de  doctor  en  1805.  Des- 
empeñó en  aquella  universidad  cátedras  de  derecho  romano,  y  luego  se 
dedicó  en  Guayaquil  al  ejercicio  de  la  abogacía.  En  1810  fué  nombrado  di- 
putado para  las  Cortes  de  Cádiz,  en  cuyas  actas  se  encuentra  algún  breve 
discurso  suyo,  especialmente  el  que  pronunció  sobre  la  abolición  de  las  mifas, 
ó  servicio  personal  de  los  indios.  Permaneció  en  España  hasta  la  vuelta  de 


128  CAPÍTULO    VIII 

Por  mucho  tiempo  Olmedo  fué  el  único  representante  de  la  poe- 
sía del  Ecuador,  aunque  en  hecho  de  verdad  él  hubiese  nacido  pe- 
ruano. Es  casi  el  único  que  figura  en  la  América  poética  de  1 846. 
El  mediano  fabulista  D.  Rafael  García  Goyena,  que  también  está 
incluido  allí,  suena  indebidamente  como  guatemalteco,  por  lo  cual 
suele  ponérsele  en  las  antologías  de  Centro-América.  Es  cierto,  sin 
embargo,  que  nació  en  Guayaquil  en  1 766;  aunque  desde  la  edad 
de  doce  años  residió  en  Guatemala,  y  allí  escribió  y  publicó  sus 
apólogos,  correctos  pero  insípidos. 

Hay,  pues,  un  largo  paréntesis  entre  la  deslumbradora  aparición 
de  Olmedo,  hijo  del  régimen  colonial,  y  los  frutos  mucho  más  mo- 
destos de  la  nueva  generación  literaria,  que  luchando  con  dificulta- 
Fernando  VII  en  18 14.  Regresando  á  America,  formó  parte  de  la  Junta  de  Go- 
bierno de  Guayaquil  en  1820,  y  del  Congreso  Constituyente  del  Perú  en  1823, 
así  como  también  de  la  diputación  peruana  que  fué  á  implorar  el  auxilio  mili- 
tar de  Bolívar,  con  quien  antes  había  estado  en  desacuerdo  político  y  de  quien 
se  convirtió  entonces  en  amigo  y  admirador  entusiasta.  Después  de  Ayacucho, 
Bolívar  le  envió  de  Ministro  plenipotenciario  á  Londres,  donde  contrajo  estre- 
cha amistad  con  D.  Andrés  Bello.  Permaneció  en  Europa  hasta  1828:  en  1830 
concurrió  á  la  Convención  ó  asamblea  constituyente  de  Riobamba,  que  separó 
definitivamente  la  república  del  Ecuador  de  la  de  Colombia.  Sucesivamente 
fué  electo  vicepresidente  de  la  República  y  gobernador  del  departamento  del 
Guayas.  Presidió  la  convención  nacional  de  Ambato  en  1S35,  Y  desaviniéndo- 
se con  el  general  Flores,  se  puso  en  1845  al  frente  del  Gobierno  provisional 
en  la  revolución  que  contra  aquel  general  estalló  triunfante  en  Guayaquil. 
Candidato  para  la  presidencia  de  la  República,  fué  derrotada)  por  D.  Vicente 
Ramón  Roca,  en  las  elecciones  de  aquel  año.  Murió  cristianamente  en  su 
ciudad  natal,  en  19  de  Febrero  de  1847. 

La  mayor  parte  de  las  poesías  de  Olmedo  se  fueron  publicando  sueltas,  á 
raíz  de  los  acontecimientos  que  las  inspiraron. 

El  Ensayo  sobre  el  hombre  (i.*  epístola  con  el  texto  inglés)  se  imprimió  con 
bastante  esmero  en  Lima  en  1823.  La  primera  y  rarísima  edición  del  Canto  d 
Bolívar  es  de  Guayaquil,  1825;  pero  yo  no  he  visto  otra  más  antigua  que  la  de 
Ackerman,  de  Londres,  del  año  siguiente.  Casi  todas  las  poesías  importantes 
de  Olmedo  salieron  juntas  en  la  América  Poética  de  Gutiérrez  (Valparaí- 
so, 1846),  y  el  mismo  Gutiérrez  las  recogió  aparte,  algo  aumentadas,  en  un 
tomito,  también  de  1848,  que  fué  reimpreso  por  Boi.K  en  París  en  1853.  Estas 
dos  ediciones  añaden  las  epístolas  2.*  y  3.^  de  Pope,  que  Olmedo  había  publi- 
cado en  1840  en  La  Balanza.,  periódico  de  Guayaquil.  En  1861,  D.  Manuel 


ECUADOR  129 

des  indecibles,  nacidas  de  los  trastornos  políticos  y  del  abandono 
casi  total  de  los  buenos  estudios,  fué  levantando  poco  á  poco  la  ca- 
beza hacia  la  segunda  mitad  de  nuestro  siglo  y  empezó  á  dar  mues- 
tra de  sí  en  la  Lira  Ecuatoriana  que  en  1866  compiló  el  Dr.  D.  Vi- 
cente Emilio  Molestina.  En  ella  figuran  versos  dolientes  y  apasiona- 
dos de  una  infeliz  poetisa  de  Quito,  D.^  Dolores  Ventemilla  de 
Galindo,  á  quien  pesares  domésticos  arrastraron  al  suicidio  en  1857, 
á  la  temprana  edad  de  veintiséis  años.  Su  composición  Quejas  es  un 
ay  desgarrador  que  debe  recogerse,  tanto  más  cuanto  que  la  since- 
ra expresión  del  sentimiento  no  es  lo  que  más  abunda  en  la  poesía 
americana. 

Entre  los  poetas  de  la  primera  Lira  Ecuatoriana,  dos  descuellan 
sobre  todos:  D.  Juan  León  Mera  y  D.Julio  Zaldumbide.  Mera  vive  (l) 
y  continúa  escribiendo,  no  sólo  versos,  sino  exquisita  prosa,  de  que 


Nicolás  Corpancho,  literato  peruano,  acrecentó  algo  la  colección  en  un  cua- 
derno publicado  en  Lima  con  el  título  de  Poesías  inédUas  de  Olmedo:  apuntes 
bibliográficos  para  formar  una  edición  más  completa  que  las  conocidas. 

Hay  excelentes  trabajos  biográficos  y  críticos  sobre  Olmedo.  Los  principa- 
les son: 

Pombo  (D.  Rafael).  Artículo  en  El  Mundo  Nuevo,  de  Nueva  York,  1872, 
tomo  I,  pág.  332. 

Caro  (D.  M.  Antonio).  Olmedo:  tres  artículos  en  el  Repertorio  Colombiano,  to- 
mos u  y  lu  (Bogotá,  1879). 

Cañete  (D.  Manuel).  El  Dr.  D.  José  Joaquín  de  Olmedo.  (En  su  libro  Escri- 
tores Españoles  é Hispauo-americatios,  Madrid,  1884.) 

Herrera  (D.  Pablo).  Apuntes  biográficos  de  D.  J.  J.  Olmedo.  Quito,  1887. 

Mera  (D.  Juan  León).  Carta  al  Sr.  D.  Manuel  Cañete  (sobre  varios  puntos 
de  la  vida  de  Olmedo).  Quito,  1887. 

—  Cartas  inéditas  de  Olmedo,  precedidas  de  un  breve  estudio  sobre  ellas.  Qui- 
to, 1892.  Estas  cartas,  que  contienen  curiosos  juicios  de  Olmedo  sobre  Lucre- 
cio, á  quien  admiraba  mucho,  y  sobre  Lucano,  cuyo  genio  poético  estimaba 
superior  al  de  "Virgilio,  fueron  dirigidas  de  1823  á  1825  al  Dr.  D.  Joaquín  de 
Araujo. 

Rendon  (D.  Víctor  María).  Olmedo  homme  d' Etat  et  poete  américain,  c/ian- 
tre  de  Bolívar.  París,  1903.  Traduce  en  verso  francés  la  mayor  parte  de  las 
poesías  de  Olmedo,  enlazándolas  con  el  relato  de  su  vida. 

Piñeyro  (D.  Enrique).  Biografías  Americanas,  París,  1906,  págs.  197-247. 

(i)     Falleció  después  de  escritas  estas  líneas. 


130  CAPITULO   VIII 

SU  linda  novela  Cumandá  es  buen  ejemplo.  Zaldumbide  ha  descen- 
dido no  ha  mucho  á  la  tumba,  y,  por  consiguiente,  entra  ya  en 
nuestra  antología  académica.  En  1851  se  dio  á  conocer  por  su  Canto 
á  la  Música,  y  en  1888  cerró  su  carrera  poética  con  dos  bellas  tra- 
ducciones, una  del  Lara  de  Byron,  y  otra  de  los  Sepulcros  de  Pin- 
demonte,  honrándome  con  la  dedicatoria  de  la  segunda (l).  El  género 
predilecto  de  Zaldumbide  fué  la  meditación  poética;  sus  cualidades 
sobresalientes:  gravedad  en  el  pensar,  mezclada  con  cierta  amable 
languidez  en  el  sentir;  elevación  moral  contemplativa  y  serena  con 
intervalos  de  flaqueza,  desfallecimiento  y  obscuridad,  de  que  llega- 
ron á  triunfar  al  fin  su  recto  corazón  y  bien  disciplinado  entendi- 
miento. Comenzó  por  la  duda  sobre  el  destino  humano,  y  acabó  por 
entregarse  en  brazos  de  la  fe.  Sus  poesías  son,  por  decirlo  así,  el 
diario  psicológico  de  esta  batalla  suya.  Nunca  fué  pesimista  dog- 
mático; pero  navegó  por  mucho  tiempo  en  las  olas  del  escepticis- 
mo, como  lo  demuestran  sus  composiciones  Eternidad  de  la  vida  y 
Meditación.  En  la  hermosa  meditación  titulada  La  noche,  exclama- 
ba con  amarga  ironía  que  parece  leopardiana: 

Tuyo  es  el  universo:  alza  la  frente: 
Espacia  tus  miradas  orgullosas 
Por  el  vasto,  encumbrado  firmamento: 
Las  estrellas  que  ves  esplendorosas, 
Las  que  ver  no  te  es  dado,  y  las  que  en  vano 
Pretendiera  alcanzar  tu  pensamiento, 
Subditas  son  de  tu  potente  imperio; 
Tu  ley  gobierna  su  ordenado  giro; 
Brillan  para  tu  bien.  El  rayo  ardiente 
Que  el  cielo  airado  contra  tí  fulmina, 
El  mal  granizo  que  tus  campos  daña, 
Los  vientos  que  en  los  mares  se  sepultan, 
El  volcán  que  tus  obras  arruina, 
Parece,  sí,  que  tu  poder  insultan. 
Mas  son  para  tu  bien,  y  su  guadaña 
¡Oh  feliz  colmo  de  felice  suerte! 
Para  tu  mismo  bien  blande  la  muerte. 

(i)  Hay  sobre  las  poesías  de  Zaldumbide  unas  Observaciones  a'^x^c\^\^% 
del  Dr.  D.  Luis  Cordero  en  las  Memorias  de  la  Academia  Ecuatoriana,  tomo  i 
(Quito,  1889). 


ECUADOR  ^3' 

En  medio  de  la  tormenta  de  sus  dudas,  Zaldumbide  permaneció 
afectiva  ya  que  no  especulativanuuU  cristiano,  porque,  como  él 

decía: 

Arcanos  de  la  muerte  los  concibe 
Más  bien  el  corazón  que  no  la  mente... 

Quiso  creer,  y  al  fin  le  visitó  la  Gracia.  En  unos  versos  á  la  Virgen 
había  escrito: 

Jamás  al  que  te  ruega  desamparas 

Ni  hay  súplica  por  tí  desatendida; 

La  flor  que  pone  en  tus  benditas  aras 

El  que  te  ofrenda,  nunca  va  perdida... 

La  súplica  fué  oída,  y  Zaldumbide  dio  en  los  últimos  años  de  su 
vida  y  á  la  hora  de  su  muerte  ejemplos  de  viva  y  fervorosa  pie- 
dad que  por  la  importancia  del  sujeto  fueron  de  grandísima  ed.fi- 
caci'ón  para  la  sociedad  del  Ecuador,  que  atravesaba  entonces  grave 

crisis  religiosa  (l). 

Tenía  Zaldumbide,  á  diferencia  de  otros  muchos  poetas  ecuato- 
torianos,  sólida  educación  literaria,  basada  en  el  estudio  directo  y 
reflexivo  de  los  modelos  latinos,  italianos  é  ingleses,  y  de  los  nues- 
tros del  siglo  de  oro,  entre  los  cuales  prefería  á   Garcilaso  y  Pray 
I  uis  de  León.  Así  es  que,  aun  los  pocos  versos  románticos  que  en 
su  mocedad  compuso,  son  relativamente  correctos,  y  en  los  poste- 
riores hay,  no  sólo  decoro  y  pulcritud  en  la  dicción,   sino  estudio 
de  la  parte  musical  del  idioma,  que  fluye  manso  y  apacible  en  una 
versificación  generalmente   esmerada.   Á   estas   buenas  partes   de 
prosodia  y  estilo,  juntaba  Zaldumbide  condiciones  descriptivas  no 
vulgares;  sentimiento  no  fingido  de  la  naturaleza,  aunque  mas  en  el 
conjunto  que  en  los  detalles,  más  en  la  expresión  moral  que  en  la 
expresión  física;  y  una  suave  y  reposada  tristeza,  que  por  ser  tan 
suya  ennoblece  y  renueva  en  él  hasta  los  tópicos  más  vulgares  de 
la  poesía  campestre.  La  oda  Á  la  Soledad  del  Campo.  La  Mañana. 
El  Mediodía,  La  Tarde,  La  Estrella  de  la  Tarde,  donde  se  admi- 

(i)     Nació  Zaldumbide  en  Quito  en  1833  y  mu"ó  en  1887. 


132  CAPÍTULO    VIII 

ran  estos  delicados  versos,  que  son  vaga  reminiscencia  de  una  ele- 
gía de  Herrera  (l): 

Después  tú  viste,  estrella  de  los  cielos... 
Mas  ¿quién  podrá  contar  lo  que  tu  viste?..., 

son  buenos  fiadores  de  lo  que  digo.  No  tuvo  Zaldumbide  la  fortuna 
de  concentrar  sus  fuerzas  en  una  composición  inolvidable  que  deba 
ir  perpetuamente  unida  á  su  nombre;  pero  si  por  falta  de  nervio  ó 
de  audacia  ó  de  ocasión  no  pudo  ser  contado  entre  los  líricos  de 
primer  orden  de  la  América  del  Sur,  merece  á  lo  menos  un  puesto 
distinguido  entre  los  de  segundo,  al  modo  que  lo  obtiene  entre 
los  cubanos,  por  prendas  muy  parecidas  de  sentimiento  y  de  gusto, 
el  dulce  y  simpático  Mendive. 

Otros  poetas  ya  fallecidos  figuran  en  las  Antologías  Ecuatoria- 
nas (2):  el  general  D.  Francisco  Javier  Salazar,  el  Dr.  D.  Rafael  Car- 


(i)  Lo  que  más  entre  nos  pasó  no  es  diño, 

Noche,  de  oir  el  Austro  presuroso. 
Ni  el  viento  de  tus  lechos  más  vecino... 

(Herrera. — Elegía  ix. — Lib.  ri). 

(2)     Las  que  conozco  son: 

— Lira  Ecuatoriana.  Colección  de  poesías  nacionales^  escogidas  y  ordenadas 
por  el  Dr.    Vicente  Emilio  Molestina.  Guayaquil,  1865.  Juzgada  con  dureza 
pero  no  con  injusticia,  por  Mera,  en  su  Ojeada  critica  sobre  la  Poesía  Ecua- 
toriana. 

— Parnaso  Ecuatoriano,  con  apuntamientos  biográficos  de  los  poetas  y  versifi- 
cadores de  la  Repi'iblica  del  Ecuador,  desde  el  siglo  XVII hasta  el  año  de  1879, 
por  Mamiel  Gallegos  Naranjo  (Quito,  1879).  Desdichadísimo  llamó  á  esXt.  Par- 
naso el  Sr.  Mera,  y  Cañete  añade  que  en  él  abunda  mucho  la  broza. 

— Njieva  Lira  Ecuatoriana.  Colección  de  poesías  escogidas  y  ordenadas 
por  Juan  Abel  Echeverría  (Latacunga,  1879).  Puede  considerarse  como  un  se- 
gundo tomo  de  la  Lira  del  Dr.  Molestina,  porque  no  repite  ninguna  compo- 
sición. 

—Antología  Ecuatoriana.— Poetas.  Quito,  1892.  Colección  formada  por  la 
Academia  del  Ecuador,  correspondiente  de  la  Española.  Es  mucho  más  co- 
piosa y  de  mejor  gusto  que  las  anteriores,  pero  adolece  de  excesiva  bene- 
volencia. Lleva  un  segundo  tomo  de  poesía  popular  titulado: 

—  Cantares  del  pueblo  ecuatoriano.  Compilación  formada  por  Juan  León 
Mera.  Quito,  1892.  De  estos  cantares  nada  hemos  dicho,  como  tampoco  de 


ECUADOR  133 

vajal,  D.  Vicente  Piedrahíta,  D.  Miguel  Riofrío  (autor  de  Nina,  le- 
yenda quichua),  D.  Miguel  Ángel  Corral,  D.  Joaquín  Fernández 
Córdoba,  D.^  Angela  Caamaño  de  Vivero  (que  tradujo  con  felici- 
dad algunos  versos  de  Byron),  el  festivo  improvisador  D.  Joaquín 
Velasco  y  el  joven  estudiante  de  Medicina  D.  José  Bernardo  Daste. 
En  los  versos  que  conocemos  de  estos  autores  hay  cosas  dignas  de 
estimación,  pero  ninguna  de  mérito  muy  relevante;  y  como,  por 
otra  parte,  no  tenemos  á  la  vista  más  que  una  pequeñísima  porción 
de  sus  obras,  nos  expondríamos  á  dar  un  fallo  injusto  y  atropella- 
do, si  aquí  pretendiésemos  juzgarlas. 

Séanos  lícito,  pues,  cerrar  esta  sección  con  el  nombre  para  los 
creyentes  tan  grato,  tan  odiado  por  los  sectarios,  del  adalid  y  már- 
tir de  la  causa  católica  en  el  Ecuador,  el  presidente  D,  Gabriel  Gar- 
cía Moreno,  que  si  no  cultivó  la  poesía  como  vocación  predilecta, 
mostró  en  la  Epístola  á  Fabio  nativas  dotes  para  la  alta  poesía  satí- 
rica, y  en  otras  composiciones  suyas,  desgraciadamente  escasas,  ya 
originales,  ya  traducciones  de  Salmos,  tampoco  encontró  difícil  ni 
reacio  el  idioma  de  las  Musas.  Tienen  estas  piezas  los  descuidos 
inherentes  á  todo  lo  que  se  escribe  para  no  ser  impreso;  pero  en 
ellas,   como  en  sus  escritos  en  prosa,  quedó  un  reflejo  de  la  grande 

los  que  en  pequeño  número  se  han  publicado  de  otras  regiones  de  América, 
porque  exigiría  un  estudio  especial  y  muy  minucioso  el  distinguir  en  ellos 
lo  verdaderamente  americano  é  indígena  de  lo  mucho  que  se  encuentra  tam- 
bién en  las  numerosas  colecciones  de  coplas  españolas  y  singularmente  anda- 
luzas, formadas  por  Lafuente  Alcántara,  Rodríguez  Marín  y  otros.  Hay  tam- 
bién en  el  libro  del  Sr.  Mera  algunos  versos  políticos  y  varias  composiciones 
modernas  en  la  lengua  de  los  indios  llamada  quichua^  que  sigue  siendo  culti- 
vada artificialmente  por  varios  literatos  del  país,  entre  los  cuales  se  ha  dis- 
tinguido el  Dr.  D.  Luis  Cordero. 

Falta  á  esta  Antología  un  tercer  tomo  de  prosistas,  que  está  confiado  á  la 
docta  dirección  de  D.  Pablo  Herrera  y  será  quizá  el  más  interesante,  porque 
la  agitadísima  vida  política  del  Ecuador  ha  hecho  que  el  ingenio  de  sus  hijos 
brille  y  se  desarrolle  principalmente  en  el  campo  de  la  polémica  social  y  re- 
ligiosa. No  tengo  noticia  de  que  este  tomo  se  haya  publicado.  Los  nombres 
de  Espejo,  Mejía,  el  P.  Solano,  García  Moreno  y  otros,  á  los  cuales  conviene 
añadir  ya,  con  las  necesarias  reservas  de  ortodoxia  y  de  gusto,  el  del  sofista 
agudo  é  ingeniosísimo,  y  brillante  y  castizo,  aunque  abigarrado  y  algo  pedan- 
tesco prosista,  Juan  Montalvo,  pueden  dar  especial  interés  á  esta  sección. 


134  CAPITULO   VIII 

alma  de  su  autor,  que  hubiera  podido  ser  eminente  en  el  arte  de 
la  palabra,  si  no  hubiese  preferido  el  arte  más  enérgico  de  la  vida  y 
de  la  acción.  Pudo  por  flaqueza  humana  cometer  errores;  pudo 
pecar  de  terco  é  inflexible;  quizá  en  alguna  ocasión  solemne  puso 
á  pique  de  ruina  en  Colombia  los  mismos  intereses  que  tan  heroica- 
mente defendía  en  el  Ecuador;  quizá  no  realizó  en  todo  y  por  todo 
el  ideal  del  gobernante  cristiano,  pero  la  grandeza  de  su  adminis- 
tración, la  entereza  de  su  carácter  y  la  gloria  de  su  muerte,  hacen 
de  él  uno  de  los  más  nobles  tipos  de  dignidad  humana  que  en  el 
presente  siglo  pueden  glorificar  á  nuestra  raza.  La  república  que 
produjo  á  tal  hombre  puede  ser  pobre,  obscura  y  olvidada,  pero 
con  él  tiene  bastante  para  vivir  honradamente  en  la  historia  (l). 

(i)  Nació  García  Moreno  en  Guayaquil  el  25  de  Diciembre  de  182 1,  y  mu- 
rió asesinado  en  la  plaza  de  Quito  el  6  de  Agosto  de  1875.  Para  el  conoci- 
miento de  su  vida  y  opiniones  sirve  todavía  más  que  ninguna  de  sus  biogra- 
fías (incluso  la  muy  vulgarizada  del  P.  Barthe,  García  Moreno  vengeur  et 
martyr  du  Droit  Chrétien\  la  colección  de  sus  Escritos  y  Discursos  publicados 
por  la  Sociedad  Católica  de  Quito  y  atiotados  por  su  presidente  D.  Mamiel  María 
Pólit  (Quito,  1887  y  1888,  2  vols.) 


IX 


PERÚ 


Fué  el  Virreinato  del  Perú  la  más  opulenta  y  culta  de  las  colo- 
nias españolas  de  la  América  del  Sur;  la  que  alcanzó  á  ser  visitada 
por  más  eminentes  ingenios  de  la  Península,  y  la  que,  por  haber 
gozado  del  beneficio  de  la  imprenta  desde  fines  del  siglo  xvi,  pudo 
salvar  del  olvido  mayor  número  de  muestras  de  su  primitiva  pro- 
ducción literaria.  Pero,  más  desgraciada  que  México,  no  ha  logrado 
todavía  un  Icazbalceta  que  recoja  cuidadosamente  todas  las  reliquias 
del  período  colonial  y  levante  con  ellas  imperecedero  monumento. 
Faltos,  pues,  de  un  guía  tan  docto  y  autorizado,  hemos  tenido  que 
recoger  afanosamente  las  noticias  literarias  del  Perú  en  fuentes  muy 
varias  y  dispersas,  y  seguramente  nuestro  trabajo  hubiera  resultado 
incompletísimo,  sobre  todo  para  los  primeros  tiempos  de  la  colo- 
nia, si  generosamente  no  se  hubiera  brindado  á  enriquecerle  con 
noticias  peregrinas  el  que,  sin  agravio  de  nadie,  podemos  llamar 
nuestro  primer  americanista,  D.  Marcos  Jiménez  de  la  Espada. 

De  sus  investigaciones  resulta  que  la  poesía  castellana  en  el  Perú 
es  casi  tan  antigua  como  la  conquista  misma:  se  remonta  al  período 
de  las  guerras  civiles.  El  más  antiguo  poema  conocido,  obra  de 
autor  anónimo,  no  está  aún  en  el  metro  italiano,  sino  en  coplas  de 
arte  mayor,  en  el  metro  de  Juan  de  Mena.  Titúlase  Nueva  obra  y 
breve  en  prosa  y  en  metro  sobre  la  muerte  del  Ilustre  Señor  el  Ade~ 
lantado  D.  Diego  de  Almagro,  Goveruador  y  Capitán  General  por 
su  Cathólica  y  Real  Magestad  del  Emperador  y  Rey  Nuestro  Señor 
en  el  nuevo  Rey  no  de  Toledo  llamado  Peni,  Descubridor  y  Conquis- 
tador y  sustentador  desta  rica  provincia. 

Mbnéndez  y  Pblayo. — Poesía  his^ano-aiiuricaita.  II.  9 


136  CAPÍTULO    IX 

La  prosa  se  reduce  á  una  corta  introducción  ó  argumento  suma- 
rio. El  metro  á  treinta  y  nueve  estrofas  ó  coplas  de  arte  mayor; 
la  primera  dice : 

Cathólica,  Sacra,  Real  Majestad, 
César  augusto,  muy  alto  Monarca, 
Fuerte  reparo  de  Roma  y  su  barca 
En  todo  lo  humano  de  más  potestad: 
Rey  que  procura  saber  la  verdad. 
Crisol  do  se  funde  la  reta  justicia; 
Pastor  que  no  obstante  cualquier  amicicia, 
Conserva  el  ganado  por  una  igualdad. 

La  última: 

Debiendo  Pizarro  haber  de  cumplir 
El  pleito  homenaje  por  él  otorgado 
Venir  á  esta  corte  y  á  vuestro  mandado 
Donde  el  juez  le  mandó  remitir; 
No  solamente  no  quiso  venir, 
Mas  quebrantarlo  con  otros  tiranos, 
Y  la  venganza  tomó  por  sus  manos; 
Solo  por  esto  se  debe  punir. 

La  obra  es,  pues,  de  un  ferviente  partidario  de  Almagro  y  ene- 
migo de  los  Pizarros,  que  en  la  introducción  se  declara  testigo  del 
suceso,  y  al  propio  tiempo  confiesa  su  poca  habilidad  para  versifi- 
car  :  «el  marqués  D.  Francisco  Pizarro  y  sus  hermanos,  los  cua- 
les mataron  á  D.  Diego  de  Almagro  de  su  honra,  vida  y  hacienda, 
según  el  metro  adelante  veréis,  porque  pasó  así  verdaderamente ,  y 
antes  fué  más  en  efeto,  por  el  defeto  de  no  hallar  consonantes  por 
darlo  más  sabroso,  aunque  según  íué  cruel  no  dejará  de  amargaros 
de  lo  que  aquí  se  cuenta,  aunque  mucho  más  lo  sentiríades,  si  como 
lo  leéis  lo  hubieseis  visto  como  el  que  lo  escribe,  que  se  halló  en  ello  y 
lo  viá.-s> 

Parece  que  este  poema,  á  pesar  del  carácter  arcaico  del  metro, 
no  puede  ser  anterior  á  1548,  puesto  que  en  la  Introducción  se  lee: 
«  Y  después  el  Rey  ha  mandado  degollar  á  Gonzalo  Pizarro. »  Pero 
tampoco  es  imposible  que  la  introducción  se  escribiera  mucho  des- 
pués del  poema,  y  cuando  el  autor  pensó  en  publicarle,  según   se 


PERÚ  ^37 

infiere  de  la  censura  de  Fr.  Félix  de  León  que  acompaña  á  esta 
rarísima  pieza  en  el  manuscrito  del  Archivo  de  Indias,  donde  se 
conserva.  Hay  de  ella  copia  incorrecta  en  la  colección  de  manuscri- 
tos de  D.  Martín  Fernández  de  Navarrete. 

D.  Alonso  Enríquez,  aquel  estrafalario  aventurero  que  se  decía 
el  Caballero  Desbaratado,  y  cuyas  divertidísimas  Memorias,  sólo 
comparables  con  las  de  otro  fanfarrón  de  la  misma  laya,  D.  Diego 
Duque  de  Estrada  (el  Desengañado  de  si  mismo),  frisan  tantas  veces 
con  la  novela  de  aventuras  y  con  la  picaresca,  incluyó  en  el  Libro 
.  de  su  vida  y  costumbres  (l)  la  obra  anterior,  descartando  la  prosa  y 
la  censura,  añadiendo  una  copla  más,  y  encabezándolo  todo  de  esta 
suerte:  <<.Obra  en  metro  sobre  la  muerte  que  fué  dada  al  ilustre  Don 
Diego  de  Almagro,  la  cual  obra  se  dirige  á  S.  M.  con  cierto  romance 
lamentando  la  dicha  muerte,  y  no  la  hizo  el  autor  del  libro,  porque  es 

parte,  y  no  sabe  trovar.-» 

El  texto  de  D.  Alonso  Enríquez  difiere  bastante  del  manuscrito 
de  Sevilla,  ya  por  errores  de  copia,  ya  por  cambios  de  palabras,  de 
frases  y  aun  de  versos  enteros,  que  pueden  ser  correcciones. 

El  romance  prometido  en  el  encabezamiento  viene  en  seguida 
con  este  epígrafe:  «Sigúese  el  romance  hecho  por  otro  arte  sobre 
el  mismo  caso,  el  cual  se  ha  de  cantar  al  tono  de  «El  buen  conde 
Fernán  González.^  Curiosa  prueba  de  la  costumbre  que  en  el  si- 
glo XVI  duraba,  de  aplicar  á  romances  nuevos  los  tonos  de  los  anti- 
guos. Este  romance,  sumamente  prosaico  y  desmayado,  consta  no 
menos  que  de  362  versos. 

Quedan  otros  romances  históricos  del  tiempo  de  las  guerras  ci- 
viles: dos  versan  sobre  la  rota  del  rebelde  Francisco  Hernández 
Girón  en  Pucará,  y  se  encuentran  al  ñn  de  la  Relación  de  lo  acaeci- 
do en  el  Perú  desde  que  Francisco  Hernández  Girón  se  alzó  hasta  el 
día  que  murió,  recientemente  publicada  (2);  otro  sobre  las  cruelda- 
des del  tirano  Lope  de  Aguirre  (3). 

( 1 )  Colección  de  documentos  inéditos  para  la  Historia  de  España,  tomo  lxxxv, 
págs.   369-379. 

(2)  Colección  de  libros  españoles  raros  ó  curiosos,  tomo  xiii,  págs.  225-233. 
(3}    Breve  romance  de  los  hechos  de  Lope  de  Aguir?-e.  Hállase  al  fin  de  la  se- 
gunda parte  de  la  Relación  muy  verdadera  de  todo  lo  sucedido  en  el  río  del  Mu- 


138  CAPÍTULO   IX 

Suelen  consignarse  en  las  crónicas  y  relaciones  históricas  de  \& 
conquista  algunas  coplillas  populares  y  anónimas,  muchas  de  ellas- 
de  carácter  soldadesco,  y  todas  de  sabor  arcaico.  Es  de  las  más  cu- 
riosas la  que  cantaban  los  soldados  del  campo  real  en  la  campaña 
contra  el  rebelde  Francisco  Hernández  Girón  por  los  años  1553-54» 
aludiendo  al  Dr.  Fr,  Hierónimo  de  Loaisa,  arzobispo  de  Lima,  y 
al  Licdo.  Hernando  de  Santillán,  oidor  de  aquella  Audiencia,  y 
después   presidente  de  la  de  Quito,  y,  por   último,    obispo   de   las. 

Charcas: 

El  uno  juaar,  y  el  otro  dormir, 

¡Oh,  qué  gentil! 

No  comer  y  apercibir, 

¡Oh,  qué  gentil! 

El  uno  duerme  y  el  otro  juega: 

Así  va  la  guerra. 

El  dormilón  era  Santillán,  el  jugador  (de  ajedrez)  el  Arzo- 
bispo ( I ). 

rafidn  en  la  provincia  del  Dorado,  hecha  por  el  gobernador  Pedro  de  Orsúa...  Es- 
crita por  Gonzalo  de  Zúñiga,  tino  de  los  soldados  de  la  expedicio'n.  El  título  par- 
ticular de  esta  segunda  parte  es  de  Lo  sucedido  en  la  Margarita. 

Principia: 

Riberas  del  Marañen, 
Do  gran  mal  se  ha  congelado, 
Se  levantó  un  vizcaíno, 
Muy  peor  que  andaluzado. 

Acaba: 

A  nadie  da  confesión, 

Porque  no  lo  ha  acostumbrado, 
Y  así  se  tiene  por  cierto 
Ser  el  tal  endemoniado. 

Por  estos  últimos  cuatro  versos  se  prueba  que  aún  vivía  Aguirre  cuando  se- 
compuso  el  romance,  y  antes  que  Zúñiga  redactase  la  parte  tercera,  que  trata 
de  la  entrada  del  sanguinario  vizcaíno  en  Tierra  Firme,  por  Agosto  de  1561. 

(Colección  de  documcnios  inéditos  del  Archivo  de  Indias,  tomo  iv,  págs.  225 
y  282.  El  Romance,  267-269.) 

No  fué  el  Perú  teatro  de  las  atrocidades  de  Lope  de  Aguirre  (cantadas 
también  por  Juan  de  Castellanos),  pero  del  Perú  salió  la  expedición  de  Pedro 
de  Orsúa,  y  por  consiguiente  no  huelga  aquí  esta  noticia. 

(i)  Publicó  esta  coplilia  por  primera  vez  el  Sr.  Espada,  en  la  carta  dedi- 
catoria de  su  libro  Tres  relaciones  de  antigüedades  peruanas. 


PERÚ  139 

Tampoco  es  para  olvidada  la  de  los  mis  cabellicos^  madre,  que 
•cantaba  el  diabólico  Carvajal  el  día  de  Xaquijaiguana.  Otra  copla  so- 
-naba  en  el  campo  de  los  almagristas  por  el  año  de  1537: 

Almagro  pide  la  paz, 
Los  Pizarros  ¡guerra,  guerra! 
Ellos  todos  morirán 
Y  otro  mandará  la  tierra...  (i). 

Si  la  conquista  del  Perú  no  tuvo  la  suerte  de  encontrar  un  Erci- 
dla,  no  por  eso  faltó  quien  en  pésimos  metros  se  arrojara  á  cantarla 
dentro  del  mismo  siglo  xvi.  Existe  en  la  Biblioteca  Imperial  de  Vie- 
na  un  poema  anónimo,  Conquista  de  la  Nueva  Castilla,  obra  al  pa- 
recer desconocida  hasta  que  en  1848  un  librero  de  Lyón  la  sacó  á 
luz  en  forma  por  demás  incorrecta  y  desaliñada,  y  sin  dar  bastan- 
tes señas  del  manuscrito  que  le  sirvió  de  original.  Tiene  por  verda- 
dero título:  Relación  de  la  conquista  y  del  descubrimiento  que  hizo  ec 
Gobernador  Don  Francisco  Pizarro  en  demanda  de  las  provincias  y 
reinos  que  ahora  llamarnos  Ntieva  Castilla.  Hace  principio  desde  la 
primera  vez  que  partió  de  Panatná  hasta  todo  lo  que  en  la  prisión  de 
A  tabalipa  sucedió,  la  cual  está  partida  en  dos  partes:  la  primera  co- 
mienza describiendo  el  tiempo  en  que  se  hizo  á  la  vela  en  Panamá. 

La  segunda  parte  lleva  este  encabezamiento:  «Aquí  hace  princi- 
pio la  segunda  parte,  que  habla  en  la  segunda  vez  que  el  magnifico 
señor  gobernador  don  Francisco  Pizarro  partió  de  Panamá  en  de- 
manda de  la  provincia  de  Tumbez,  hasta  la  prisión  de  Atabalipa  y 
conqiiista  de  la  gran  ciudad  del  Cuzco,  la  cual  comienza  asi,  hablan- 
do el  Gobernador.-» 

La  primera  parte  tiene  cinco  cantos,  la  segunda  tres:  todo  el  poe- 
ma consta  de  doscientas  ochenta  y  tres  octavas,  pero  construidas, 
no  al  modo  ordinario,  sino  rimando  entre  sí  los  versos  primero, 
cuarto,  quinto  y  octavo,  el  segundo  con  el  tercero  y  el  sexto  con  el 
séptimo.  vSe  ve  que  el  autor  quiso  hacerlos  endecasílabos,  pero  hay 
muchos  de  doce  y  diez  sílabas,  ó  por  impericia  suya,  ó  por  descui- 

(i)  Cieza  de  León,  La  guerra  de  /as  Satinas.  En  el  tomo  lxvhi  de  la  Colee- 
.cidn  de  documejiios  inéditos  para  la  Historia  de  España,  pág.  266. 


140  CAPITULO    IX 

do  del  copista,  ó  por  ignorancia  del  editor  francés.  De  todo  esto 
resulta  un  conjunto  bárbaro  y  desapacible,  y  no  sin  razón  ha  podi- 
do escribir  Ticknor  que  no  hubiera  hecho  peor  poema  el  más  rudo 
de  los  soldados  de  Pizarro.  Tiene,  no  obstante,  la  curiosidad  de  ser 
anterior  á  la  Araucana^  y,  por  consiguiente,  el  primogénito,  aun- 
que enteco  y  raquítico,  de  la  interminable  familia  de  poemas  histó- 
ricos de  asunto  americano,  cuya  elaboración  todavía  no  ha  cesado. 
De  la  dedicatoria  «Al  muy  magnífico  señor  Juan  Vázquez  de  Moli- 
na, secretario  de  la  Emperatriz  é  Reina,  nuestra  señora,  y  de  su 
Consejo»,  se  infiere  que  el  anónimo  poeta  escribía  á  mediados  del 
siglo  XVI  (l). 

Otros  dos  poemas  se  compusieron  en  el  Perú  durante  el  siglo  xvj, 
aunque  ninguno  de  ellos  llegó  á  ver  la  luz  pública,  y  parecen  haber 
sido  ignorados  por  todos  nuestros  bibliógrafos.  Titúlase  el  primero 
Los  actos  y  hazañas  valerosas  del  capitán  Diego  Hernández  de  Ser- 
pa, dirigidos  al  Ilhistrisitno  señor  don  Diego  de  Zúñiga  y  de  Avella- 
neda, Conde  de  Miranda,  enviados  de  las  Indias  por  Pedro  de  la 
Cadena,  perpetuo  servidor  de  su  Señoría  Ilustrisima.  Consta  la  obra 
de  un  Introyto  y  diez  y  siete  cantos  que  el  autor  llama  actos,  todos 
en  versos  sueltos,  ó  más  bien  en  prosa  vil,  como  puede  juzgarse  por 
este  principio  del  acto  primero: 

En  la  felice  y  fuerte  y  noble  España 
Nasció  este  gran  varón  tan  venturado, 
En  la  fresca  ribera  del  Océano, 
En  la  villa  de  Palos  estimada... 


Sobre  mil  y  quinientos  veinte  y  cuatro 
Llegó  á  la  rica  isla  de  Cubagua  (2). 

El  capitán  Serpa,  héroe  de  este  infeliz  poema,  había  acompañado 
á  Ordax  en  la  desastrosa  jornada  del  Orinoco  (1532):  en  3  de  Agos- 

(i)  Conquista  de  la  Nueva  Castilla,  poema  heroico  publicado  por  la  primera 
vez  por  D.  J.  A.  Sprecher  de  Bernegg.  París  y  Leo'n,  Saint- Hilaire,  Blanc  y 
Cormon,  editores,  1848,  8.° 

(2)     Biblioteca  de  El  Escorial,  D-¡  i  j-25,  folio  221.  Cuaderno  en  4.°  escrito- 
en  papel  que  forma  parte  de  un  tomo  de  Varios.  Noticia  que  me  comunicó  el 
Sr.  Espada,  junto  con  las  biográficas  relativas  al  autor  y  al  protagonista. 


PERÚ  I  4 1 


to  de  1 549  concertó  con  la  Audiencia  de  Santo  Domingo  la  con- 
quista y  población  del  territorio  comprendido  entre  el  Marañón  y 
el  Orinoco,  ó  sea  la  actual  Guayana,  y  aunque  por  entonces  tuvo 
que  suspender  la  empresa  de  orden  superior,  no  desistió  de  su  pen- 
samiento, y  en  15  de  Mayo  de  1568  volvió  á  capitular  con  el  Rey 
la  misma  conquista  (más  un  trozo  de  la  costa  de  Cumaná)  con 
el  nombre  de  Nueva  Andalucía.  En  aquella  costa  fundó  las  ciuda- 
des de  Nueva  Córdoba  y  Santiago,  y  queriendo  internarse  á  buscar 
las  orillas  del  Orinoco,  murió  en  un  reencuentro  con  cierta  nación 
de  indios  Cumanagotos. 

Como  se  ve,  las  hazañas  de  Diego  Hernández  de  Serpa  acaecie- 
ron muy  lejos  del  Perú,  y  dentro  de  la  gobernación  de  Venezuela. 
Pero  no  sucede  lo  mismo  con  su  biógrafo  y  cantor  Pedro  de  la  Ca- 
dena, que  era  vecino  de  Zamora  de  los  Alcaides  en  la  provincia  de 
Quito.  Además  de  su   poema,  escribió   y  presentó  al  Consejo  de 
Indias  un   libro  en  prosa   del  gobierno  de  las   Indias,  sobre  el   cual 
informó  el  secretario  de  dicho   Consejo   Licdo.  Benito   López  de 
Gamboa,  en  16  de  Marzo  de  1676,  diciendo  que  aunque  escrito  con 
método,  tenía  poca  substancia,  pero  que  atendida  la  buena  inten- 
ción del  autor,  convenía  gratificarle  y  juntar  su  libro  con  otro  que 
ya  estaba  en  el  Consejo  y  era  de  más  provecho,  obra  del  Licdo.  Juan 
de  Matienzo,  oidor  de  las  Charcas,  y  tenerlos  ambos  en  secreto  por 
ser  cosa  de  gobierno,  consultándolos  cuando  conviniera. 

Otro  poeta,  llamado  D.  Diego  de  Aguilar  y  Córdoba,  florecía  en 
Huánuco  á  fines  del  siglo  xvi.  En  25  de  Febrero  de  1596  firmaba 
allí  la  dedicatoria  de  su  poema  El  Marañón,  terminado  en  157^  y 
revisado  después  por  diferentes  testigos  del  suceso  que  en  él  se 
narra,  que  no  es  otro  que  el  desgraciado  viaje  de  Pedro  de  Ursúa. 
Los  preliminares  de  la  obra  nos  dan  razón  de  otros  versificadores, 
que  son,  sin  duda,  de  los  más  antiguos  de  la  colonia:  Carlos  de  Ma- 
luenda,  poeta  polígloto,  que  por  raro  caso  escribe  un  soneto  en 
francés  y  otro  en  italiano:  el  general  Alonso  Picado,  probablemente 
de  la  familia  de  este  apellido  naturalizada  en  Arequipa:  Miguel  Ca- 
bello de  Balboa,  eclesiástico   muy  erudito  y  práctico  y  entendido 
en  viajes  y  exploraciones  de  los  Andes,  autor  de  la  Miscelánea  Aus- 
tral, que  es  una  especie  de  compilación  histórica  dividida  en  tres 


142  CAPITULO   IX 

partes,  de  las  cuales  la  última  (que  anda  traducida  al  francés  por 
Ternaux-Compans)  contiene  interesantes  noticias  relativas  á  la  his- 
toria antigua  de  Quito  y  conquista  del  Perú:  Gonzalo  Fernández  de 
Sotomayor,  D.  Sancho  Marañón,  D.  Pedro  Panlagua  de  Loaisa,  hijo, 
según  parece,  de  otro  del  mismo  nombre,  extremeño,  que  sirvió  á 
Gasea  en  negocios  muy  arduos,  así  de  guerra  como  de  diplomacia 
en  tiempo  de  la  rebelión  de  Gonzalo  Pizarro,  y  murió  en  I5S4  en 
la  batalla  de  Pucará:  D.  Diego  Vaca  de  la  Vega,  gobernador  de 
Mainas,  fundador  de  la  ciudad  de  San  Francisco  de  Borja  del  Ma- 
rañón; y,  finalmente,  un  religioso  amigo  del  aut07'.  De  estos  sonetos 
me  ha  comunicado  el  Sr.  Espa'da  los  siguientes,  que  son  muy  acep- 
tables, sobre  todo  el  de  Cabello  Balboa: 

DE  MIGUEL  CABELLO  BALBOA 

La  casta  abeja  en  la  florida  vega, 
Con  susurro  suave  y  bullicioso, 
Para  su  laberinto  artificioso 
De  varias  flores  el  manjar  congrega. 

No  menos  á  la  adelfa  el  gusto  allega 
Que  al  romero  y  al  cárdamo  oloroso, 
Porque  todo  lo  vuelve  provechoso 
Después  que  á  su  sutil  boca  se  apega. 

Igual  te  juzgo,  cordobés  ilustre, 
Después  que  renació  de  tu  memoria 
El  Marañón,  de  sangre  y  muerte  lleno; 

Que  de  su  obscuridad  sacaste  lustre, 
Y  de  su  vituperio  tanta  gloria, 
Que  en  bálsamo  conviertes  su  veneno. 

DE  D.  PEDRO  PANIAGUA  DE  LOAISA 

Celebre  el  mundo,  oh  Marañón  famoso. 
Tus  claras  ondas  y  tesoro  ardiente. 
Obscureciendo  la  caudal  corriente 
Del  sacro  Nilo  y  Ganges  caudaloso. 

Pues  el  supremo  vuelo  victorioso 
Desta  águila  sin  par,  divinamente 
Sube  al  cielo  tu  nombre  y  clara  fuente 
Do  eternamente  has  de  quedar  glorioso. 

Mas  tú  entre  las  doradas  aguas  canta 


PERÚ  143 

« 

Con  dulce  son  el  suyo  celebrando 
Deste  tu  insigne  historiador  tan  grave; 

Que  á  tal  grandeza  otra  grandeza  tanta 
Sólo  basta  á  dar  gloria,  eternizando 
Lo  que  en  ser  de  mortal  hombre  no  cabe. 

■  DE    D.    DIEGO    VACA    DE    LA    VEGA 

Si  el  lauro  se  le  debe  justamente 
Al  que  pretende  con  insigne  historia 
Hacer  fií-me  y  eterna  la  memoria 
De  algún  valor  heroico  ó  eminente; 

Si  con  divino  ingenio  y  llama  ardiente 
Librándole  del  tiempo  le  da  gloria, 
Haciendo  de  finita  y  transitoria 
Que  sea  infinita  y  dure  eternamente. 

A  vos  se  os  deben  tres  (sin  otros  ciento), 
Uno  por  este  libro  tan  famoso. 
El  otro  porque  á  vuestra  patria  ha  dado 

Inmortal  nombre  vuestro  fundamento. 
Otro  á  vuestro  discurso  milagroso 
A  quien  el  mundo  está  tan  obligado  (i). 

Aunque  del  siglo  xvi  no  tenemos  ninguna  justa  ó  certamen  poé- 
tico del  Perú,  ni  relación  de  fiesta  en  que  se  intercalen  versos,  des- 
de muy  temprano  vemos  asociada  la  poesía  á  los  grandes  regoci- 
jos públicos.  Así  nos  refiere  el  palentino  FJiego  Fernández  en  su 
Historia  del  Perú  (parte  l.^,  lib.  2,°,  cap.  lxliii),  que  cuando  entró 
el  presidente  Gasea  en  la  ciudad  de  los  Reyes  (Lima)  el  27  de  Sep- 
tiembre de  1546,  y  fué  recibido  con  grandes  festejos,  «salieron  con 
una  hermosa  danza  tantos  danzantes  como  pueblos  principales  ha- 
bía en  el  Perú,  y  cada  uno  dijo  una  copla  en  nombre  de  su  pueblo, 
representando  lo  que  en  demostración  de  su  fidelidad  había  hecho». 
Y  el  historiador  inserta  las  coplas,  que  por  malas  se  omiten  aquí. 

Desde  mediados  del  siglo  xvi  tenía  Lima  universidad:  desde  fines 


(i)  El  ms.  de  El  Marañan  (8  hojas  de  preliminares  y  317  de  texto,  divi- 
dido en  tres  libros  y  dedicado  á  D.  Andrés  Fernández  de  Córdoba,  del  Con- 
sejo Real),  existe  en  Asturias  en  la  librería  que  fué  del  Sr.  Soto  Posadas,  y 
fué  examinado  en  1875  por  el  Sr.  Jiménez  de  la  Espada. 


144  CAPITULO    IX 

del  mismo  siglo,  imprenta.  Fué  aquélla  la  muy  célebre  de  San  Mar- 
eos,  émula  de  la  de  México  y  la  más  concurrida,  próspera  y  opu- 
lenta de  la  América  del  Sur,  fundada  por  Real  cédula  del  empera- 
dor Carlos  V  y  su  madre  D.""  Juana,  dada  en  Valladolid  á  2i  de 
Septiembre  de  I555>  y  confirmada  por  Bula  pontificia  de  San  Pío  V 
en  25  de  Julio  de  I57l-  Sus  cátedras  eran  de  Jurisprudencia,  Teo- 
logía, Medicina  y  Filosofía,  y  conservó  su  crédito  y  su  antigua  or- 
ganización hasta  después  de  la  guerra  de  la  independencia  ameri- 
cana. En  el  Cuzco  se  fundó  en  1598  otra  universidad  de  menos 
nombre,  que  logró  algún  desarrollo  en  el  siglo  xvii,  al  cua!  perte- 
necen muchas  fundaciones  de  enseñanza  como  los  Seminarios  de 
Arequipa,  Trujillo  y  la  pequeña  Universidad  de  Huamanga,  además 
de  los  numerosos  colegios  de  humanidades  que  los  jesuítas  fueron 
estableciendo  en  todos  los  puntos  principales  del  Virreinato,  lle- 
gando á  doce  sus  casas  en  tiempo  de  la  expulsión. 

La  imprenta  fué  más  tardía  que  la  universidad:  apareció  cuarenta 
años  después  que  en  México,  y  bajo  los  auspicios  y  protección  de 
los  Padres  de  la  Compañía.  Fué  Antonio  Ricardo,  que  ya  había  te- 
nido taller  en  México,  el  primero  impresor  en  los  reinos  del  Pirú, 
como  él  se  titula  en  sus  libros.  El  más  antiguo  en  que  se  encuentra 
estampado  su  nombre  es  la  Doctrina  Christiana  y  cathecismo  para 
instrucción  de  los  Indios  y  de  las  demás  personas  que  han  de  ser  ense- 
ñadas en  nuestra  sancta  Fe.   Con  un  conffesionario  y  otras  cosas  ne- 

cessarias  para  los  que  doctrinan Compuesto  por  auctoridad  del 

Concilio  Provincial  que  se  celebró  en  la  Ciudad  de  los  Reyes  el  año 
de  158J.  Y  por  la  misma  traduzido  en  las  dos  lenguas  generales  de 
este  Reyno,  Quichua  y  Aymara.  Año  de  1584  (i).  Sólo  de  diez  obras 
salidas  de  aquella  imprenta  en  el  siglo  xvi  dan  razón  hasta  ahora  los 
más  diligentes  bibliógrafos,  y  sólo  una  de  amena  literatura  hay  entre 
ellas:  el  Arauco  Domado,  del  chileno  Pedro  de  Oña.  Las  restantes 
son  confesionarios  y  catecismos,  un  arte  y  vocabulario  de  la  lengua 

(i)  En  la  Revista  del  Rio  de  la  Píala,  núm.  6,  pág.  171,  el  general  D.  Bar- 
tolomé Mitre  sostuvo  que  el  primer  libro  publicado  en  Síid  América  por  An- 
tonio Ricardo  fué  otra  Doctrina  cristiana,  más  breve,  que  lleva  la  fecha 
de  1583,  y  que  hoy  se  conserva  en  el  Museo  que  legó  á  Buenos  Aires  aquel 
ilustre  historiador  y  hombre  de  Estado  argentino. 


PERÚ  145 

quichua,  constituciones  y  ordenanzas,  un  libro  de  reducciones  de 
plata  y  oro,  y  algún  papel  en  derecho  (l). 

No  puede  decirse,  sin  embargo,  que,  aun  siendo  escaso,  sea  nulo 
el  caudal  literario  del  Perú  en  el  primer  siglo  de  la  colonia.  Es  ver- 
dad que  no  produjo  ningún  poeta,  pero  sí  un  prosista  de  primer 
orden,  nacido  en  el  Cuzco  en  1540,  y  no  criollo,  sino  mestizo,  hijo 
de  un  conquistador  de  ilustre  linaje  montañés,  célebre  en  armas  y 
en  letras,  y  de  una  india  principal,  sobrina  de  Huayna  Capac.  El 
primer  libro  de  autor  peruano  que  salió  de  las  prensas  de  Europa 
fué,  seguramente,  la  tradiizión  del  Indio  de  los  tres  diálogos  de  amor 
de  León  Hebreo^  hecha  de  italiano  en  español  por  Garcilasso  Inga  de 
la  Vega,  natural  de  la  gran  Ciudad  del  Cnzco,  cabeza  de  los  Reynos 
V provincias  del  Pirú,  trabajada  en  Córdoba  é  impresa  en  Madrid, 
en  1590. 

Aunque  el  inca  Garcilaso,  como  él  gustaba  de  llamarse,  se  pre- 
ciase por  aquel  entonces  más  de  arcabuces  y  de  criar  y  hazer  caba- 
llos que  de  escribir  libros,  es  grande  ya  en  la  versión  de  aquel  libro 
filosófico  que  él  devolvió  á  España,  primera  patria  de  su  autor,  la 
belleza  y  gallardía  de  la  prosa,  que  tanto  contrasta  con  el  desaliño 
del  texto  italiano,  traducción  del  original  castellano  que  se  ha  per- 
dido. 

Pero  la  celebridad  de  Garcilaso,  como  uno  de  los  más  amenos  y 
ñoridos  narradores  que  en  nuestra  lengua  pueden  encontrarse,  se 
funda  en  sus  obras  históricas,  ó  que  dio  por  tales:  <íLa  Florida  del 
Inca  ó  Historia  del  Adelantado  Hei'nando  de  Soto»;  los  «  Comentarios 
Reales  que  tratan  del  origen  de  los  Incas,  reyes  que  j nerón  del  Perú,; 
de  su  idolatría,  leyes  y  gobierno  en  paz  y  en  guerra;  de  sus  vidas  y  con- 
quistas, y  de  todo  lo  que  fué  aquel  imperio,  y  su  República,  antes  que 

(i)  Harrise.  Introducción  de  la  Imprenta  en  América,  con  una  bibliografía  de 
las  obras  impresas  en  aquel  hemisferio  desde  1540  d  1600,  por  el  autor  de  la  kBí- 
bliotheca  Americana  Veínsiissima»  (traducido  y  adicionado  por  M.  Zarco  del 
Valle).  Madrid,  Rivadeneyra,  1872. 

Medina  (J.  T.)  La  Imprenta  en  Lima.  Epit07ne{\i¡%i,-\%io).  Santiago  de  Chile, 
impreso  en  casa  del  autor,  1 890. 

—  La  Imprenta  e7i  Lima  (1584- 1824).  Sa7itiago  de  Chile,  impreso  y  grabado 
en  casa  del  autor,  1904-1905.  Cuatro  tomos. 


146  CAPÍTULO    IX 

los  españoles  pasaran  d  éh;  la  «Historia  Genei'al  del  Perú,  que  trata 
el  descubrimiento  de  él,  y  cómo  lo  ganaron  los  españoles;  las  guerras 
civiles  que  hubo  entre  Pizarros  y  Almagras  sobre  la  partija  de 
la  tierra;  castigo  y  levantamiento  de  los  tyranos  y  otros  sucessos  par- 
ticular es^y. 

El  primero  y  el  último  de  estos  libros  pertenecen  en  rigor  á  la 
literatura  histórica;  pero  deben  utilizarse  con  cierta  cautela.  En  La 
Flo7'ida  ha  notado  Bancroft  errores  de  detalle,  que  fácilmente  se 
explican  porque  Garcilaso  no  conocía  la  América  del  Norte,  y  tuvo 
que  fiarse  de  los  relatos  orales  y  escritos  de  algunos  compañeros  de 
Hernando  de  Soto.  Para  los  sucesos  del  descubrimiento  y  conquista 
del  Perú,  la  autoridad  del  inca  es  muy  secundaria  por  lo  tardía  y 
porque  generalmente  se  reduce  á  transcribir  ó  glosar  las  narracio- 
nes de  autores  ya  impresos  como  López  de  Gomara,  Agustín  de 
Zarate  y  el  palentino  Diego  Fernández.  Cuando  abandona  el  testi- 
monio de  estos  historiadores,  no  siempre  copiosos  pero  sí  fidedig- 
nos, es  para  extraviarse  en  compañía  del  jesuíta  Blas  Valera,  cuyos 
manuscritos  utilizó  en  parte;  mestizo  como  él,  y  como  él  apasionado 
de  la  antigua  civilización  indiana.  El  crítico  que  con  más  habilidad 
ha  defendido  á  Garcilaso  de  la  nota  de  historiador  anovelado,  reco- 
noce la  falsedad  del  colorido  general  en  las  principales  narraciones 
de  los  dos  primeros  libros  de  su  Historia  (por  ejemplo,  la  de  la  de 
la  prisión  de  Atahualpa).  «Movido  del  afán  de  presentar  á  los  incas 
por  el  lado  más  favorable  y  halagüeño,  altera  y  desnaturaliza  el  ca- 
rácter de  este  período.  La  dura  majestad,  la  bárbara  grandeza  del 
imperio  del  Inca,  que  tanto  se  destacan  en  la  pintoresca  relación  de 
Jerez,  se  borran  y  se  pierden  en  la  suya  para  dar  paso  á  una  pintu- 
ra, que  aquí  merece  plenamente  el  calificativo  de  novelescai>  (l).  En 
otras  cosas  habla  de  memoria,  como  dijo  el  licenciado  Montesinos, 
ó  se  fía  de  anécdotas  soldadescas.  No  conoció  las  riquísimas  cróni- 
cas de  Cieza  de  León,  que  son  la  principal  fuente  para  la  historia 
de  las  guerras  civiles,  pero  al  tratar  de  las  rebeliones  de  Gonzalo 
Pizarro  (en   que   su   padre   estuvo   gravemente   complicado),  y  de 


(i)     Vid.  Riva  Agüero  (D.José  de  la),  La  Historia  en  el  Peni,  tesis  para  el 
Doctorado  de  Letras ,  Lima,  1910. 


PERÚ  147 

Francisco  Hernández  Girón,  la  cual  presenció  él  mismo,  tiene  valor 

original  su  relato. 

Pero  donde  suelta  las  riendas  á  su  exuberante   fantasía  es  en  los 
Comentarios  Reales,  libro  el  más  genuinamente  americano  que  en 
tiempo  alguno  se  ha  escrito,  y  quizá  el  único  en  que  verdaderamente 
iia  quedado  un  reflejo  del  alma  de  las  razas  vencidas.  Prescott  ha 
^"'dicho  con  razón  que   los  escritos  de  Garcilaso  son   una  emanación 
del  espíritu  indio  «.an  emanation  jroni  the  indian  mind-».  Pero  esto 
ha  de  entenderse  con  su  cuenta  y  razón,  ó  más  bien  ha  de  comple- 
tarse advirtiendo  que  aunque  la  sangre  de  su  madre,  que  era  prima 
de   Atahualpa,   hirviese  tan   alborotadamente   en  sus  venas,  él,  al 
fin,   no  era  indio  de  raza  pura,  y  era,  además,  neófito  cristiano  y 
hombre  de  cultura  clásica,  por  lo  cual  las  tradiciones  indígenas  y  los 
cuentos  de  su  madre  tenían  que  experimentar  una  rara  transforma- 
ción al  pasar  por  su  mente  semibárbara,  semieducada  (i).  Así  se  for- 
mó en  el  espíritu  de  Garcilaso  lo  que  pudiéramos  llamar  la  novela 
peruana  ó  la  leyenda  incásica,  que  ciertamente  otros  habían  comen- 
zado á  inventar  (2),  pero  que  sólo  de  sus  manos  recibió  forma  defini- 
tiva, logrando  engañar  á  la  posteridad,  porque  había  empezado  por 

(i)     «Residiendo  mi  madre  en  el  Cuzco,  su  patria,  venían  á  visitarla  casi 
cada  semana  los  pocos  parientes  y  parientas  que  de  las  crueldades  de  Ata- 
hualpa escaparon;  en  las  cuales  visitas  siempre  sus  más  ordinarias  pláticas 
eran  tratar  del  origen  de  sus  reyes,  de  la  majestad  dellos,  de  la  grandeza  de 
su  imperio,  de  sus  conquistas  y  hazañas,  del  gobierno  que  en  paz  y  en  guerra 
tenían,  de  las  leyes  que  tan  en  provecho  y  en  favor  de  sus  vasallos  ordena- 
ban. En  suma,  no  dejaban  cosa  de  las  prósperas  que  entre  ellos  hubiesen 
acaecido,  que  no  la  trajesen  á  cuenta.  De  las  grandezas  y  prosperidades  pasa- 
das, venían  á  las  cosas  presentes:  lloraban  sus  reyes  muertos,  enajenado  su 
imperio  y  acabada  su  república.  Estas  y  otras  semejantes  pláticas  tenían  los 
incas  y  pallas  en  sus  visitas,  y  con  la  memoria  del  bien  perdido,  siempre 
acababan  su  conversación  en  lágrimas  y  llanto,  diciendo:    «trocósenos  el 
reinar  en  vasallaje».  En  estas  pláticas  yo,  como  muchacho,  entraba  y  salía 
muchas  veces  donde  ellos  estaban,  y  me  holgaba  de  las  oír,  como  huelgan 
los  tales  de  oir  fábulas.»  (Comentarios  Reales,  primera  parte,  lib.  i,  cap.  xv.) 
(2)     Entre  ellos  el  ya  citado  jesuíta  peruano  Blas  Valera,  de  cuya  obra 
manuscrita  se  extravió  gran  parte  en  el  saqueo  de  Cádiz  por  los  ingleses 
en  1596.  Garcilaso  cita  textualmente  los  principales  fragmentos  que  llegaron 
á  sus  manos. 


148  CAPÍTULO    IX 

engañarse  á  sí  mismo,  poniendo  en  el  libro  toda  su  alma  crédula  y 
supersticiosa  (l).  Los  Comentarios  Reales  no  son  texto  histórico;  son 
una  novela  utópica  como  la  de  Tomás  Moro,  como  la  Ciudad  del  Sol 
de  Campanella,  como  la  Oce'ana  de  Harrington;  el  sueño  de  un  impe- 
rio patriarcal  y  regido  con  riendas  de  seda,  de  un  siglo  de  oro  gober- 
nado por  una  especie  de  teocracia  filosófica.  Garcilaso  hizo  aceptar 
estos  sueños  por  el  mismo  tono  de  candor  con  que  los  narraba 
y  la  sinceridad  con  que  acaso  los  creía,  y  á  él  somos  deudores  de 
aquella  ilusión  filantrópica  que  en  el  siglo  xviii  dictaba  á  Voltaire 
la  Alzira  y  á  Marmontel  su  fastidiosa  novela  de  Los  Incas,  y  que 
en  el  canto  de  Olmedo  evocaba  tan  inoportunamente,  en  medio  del 

(i)  Esta  credulidad  tenía,  sin  embargo,  sus  h'mites.  Garcilaso  dudaba  de 
muchas  de  las  cosas  que  cuenta,  pero  muestra  gran  candidez  aún  en  estas  ve- 
leidades de  escepticismo.  «Después  de  haber  dado  muchas  trazas  y  tomado 
muchos  caminos  para  entrar  á  dar  cuenta  del  origen  y  principio  de  los  Incas, 
reyes  naturales  que  fueron  del  Perú,  me  pareció  que  la  mejor  traza  y  el 
camino  más  fácil  y  llano  era  contar  lo  que  en  mis  niñeces  oí  muchas  veces  á 
mi  madre  y  á  sus  hermanos  y  tíos,  y  á  otros  sus  mayores,  acerca  de  este  ori- 
gen y  principio...,  y  será  mejor  que  se  sepa  por  las  propias  palabras  que  los 
Incas  lo  cuentan,  que  no  por  las  de  otros  autores  extraños...  Digo  llanamente 
las  fábulas  historiales  que  en  mis  niñeces  oí  á  los  míos.  Tómelas  cada  uno 
como  quisiere  y  deles  el  alegoría  que  más  les  cuadrare.  A  semejanza  de  las 
fábulas  que  hemos  dicho  de  los  Incas,  inventan  las  demás  naciones  del  Perú 
otra  infinidad  dellas  del  origen  y  principio  de  sus  primeros  padres,  diferen- 
ciándose unos  de  otros,  como  lo  veremos  en  el  discurso  de  la  historia:  que 
no  se  tiene  por  honrado  al  indio  que  no  desciende  de  fuente,  río  ó  lago, 
aunque  sea  de  la  mar;  y  de  animales  ñeros,  como  el  oso,  león  ó  tigre,  ó  de 
águila  ó  del  ave  que  llaman  cuntuj\  ó  de  otras  aves  de  rapiña,  ó  de  sierras, 
montes,  riscos  ó  cavernas;  cada  uno  como  se  le  antoja,  para  su  mayor  loa  y 
blasón.  Y  para  fábulas,  baste  lo  que  se  ha  dicho.»  (Comentarios  Reales,  primera 
parte,  lib.  i,  caps,  xv  y  xviii.) 

Estas  singulares  palabras  nos  revelan  la  verdadera  vocación  de  Garcilaso, 
que  á  haber  vivido  en  nuestros  tiempos,  no  hubiera  sido  un  historiador,  sino 
un  folklorista. 

Lo  mejor  que  sobre  Garcilaso,  y  en  general  sobre  la  his.toriografía  del 
Perú  conocemos,  es  el  erudito  6  ingenioso  libro  del  ya  citado  Dr.  Riva 
Agüero  (págs.  33-214),  y  allí  están  cuantos  argumentos  pueden  alegarse  en 
pro  de  la  veracidad  del  cronista  de  los  Incas,  á  quien  hoy  es  moda  desesti- 
mar, así  como  antes  se  le  concedía  ilimitada  confianza. 


PERÚ  149 

campo  de  Junín,  la  sombra  de  Huayna  Capac,  para  felicitar  á  los 
descendientes  de  los  que  ahorcaron  á  Atahualpa.  Para  lograr  tan 
persistente  efecto  se  necesita  una  fuerza  de  imaginación  muy  supe- 
rior á  la  vulgar,  y  es  cierto  que  el  inca  Garcilaso  la  tenía  tan  pode- 
rosa cuanto  deficiente  era  su  discernimiento  crítico.  Como  prosista, 
es  el  mayor  nombre  de  la  literatura  americana  colonial:  él  y  Alar- 
cón,  el  dramaturgo,  los  dos  verdaderos  clásicos  nuestros  nacidos  en 
América. 

Y  con  esto  ya  es  hora  de  volver  los  ojos  á  la  numerosa  falange 
de  poetas  que  en  los  últimos  años  del  siglo  xvi  y  en  los  primeros 
del  XVII,  es  decir,  en  la  época  más  venturosa  para  las  letras  españo- 
las, alegraban  y  ennoblecían  con  su  canto  las  márgenes  del  Rimac. 
Si  de  sus  obras  resta  muy  poco,  queda  á  lo  menos  honorífica 
mención  de  algunos  de  ellos  en  las  páginas  inmortales  de  Lope  de 
Vega  y  de  Cervantes,  que  citan  poetas  peruanos  en  mayor  núme- 
ro que  poetas  de  México.  Consultemos  primeramente,  el  Canto  de 
Caliope,  impreso  en  1584  con  la  Calatea.  Llega  Cervantes  á  hablar 
de  los  ingenios  soberanos  de  la  región  antartica,  y  nos  presenta 
ante  todo  al  mexicano  Terrazas,  y  á  un  poeta  arequipeño,  Diego 
Martínez  de  Rivera: 

Uno  de  Nueva  España  y  nuevo  Apolo; 
Del  Perú  el  otro,  un  sol  único  y  solo, 


Pues  su  divino  ingenio  ha  producido 
En  Arequipa  eterna  primavera: 
Este  es  Diego  Martínez  de  Rivera. 


De  Arequipa  era  también  el  general  Alonso  Picado,  de  quien 
conocemos  un  soneto  en  loor  del  poema  El  Maraño'n.  Cervantes  le 
elogia  en  estos  términos: 

Aquí,  debajo  de  felice  estrella, 
Un  resplandor  salió  tan  señalado, 
Que  de  su  lumbre  la  menor  centella 
Nombre  de  Oriente  al  Occidente  ha  dado: 
Cuando  esta  luz  nasció,  nasció  con  ella 
Todo  el  valor:  nasció  Alonso  Picadj; 


150  CAPÍTULO    IX 

Nasció  mi  hermano  (i)  y  el  de  Palas  junto; 
Que  ambas  vimos  en  él  vivo  trasunto. 

De  otros  ocho  poetas,  al  parecer  residentes  todos  en  el  Perú, 
hace  mención  Cervantes,  aun  sin  incluir  á  Enrique  Garcés,  de  quien 
haremos  mérito  tratando  de  Bolivia.  Uno  de  estos  poetas  es  don 
Diego  de  Aguilar,  el  autor  de  El  Marafíón: 

En  todo  cuanto  pedirá  el  deseo, 
Un  Diego  ilustre  de  Aguilar  admira, 
Un  águila  real  que  en  vuelo  veo 
Alzarse  á  do  llegar  ninguno  aspira; 
Su  pluma  entre  cien  mil  gana  trofeo; 
Que  ante  ella  la  más  alta  se  retira: 
Su  estilo  y  su  valor  tan  celebrado 
Guanuco  lo  dirá,  pues  lo  ha  gozado. 

De  los  citados  en  las  siguientes  octavas,  no  tenemos  noticia 
alguna: 

Pues  si  he  de  dar  la  gloria  á  ti  debida, 

Gran  Alonso  de  Estrada,  hoy  eres  diño 

Que  no  se  cante  así  tan  de  corrida 

Tu  ser  y  entendimiento  peregrino; 

Contigo  está  la  tierra  enriquecida, 

Que  al  Betis  mil  tesoros  da  contino, 

Y  aun  no  da  el  cambio  igual;  que  no  hay  tal  paga 

Que  á  tan  dichosa  deuda  satisfaga. 

Por  prenda  rara  desta  tierra  ilustre, 
Claro  don  Juan,  te  nos  ha  dado  el  cielo. 
De  Avalas  gloria  y  de  Ribera  lustre, 
Honra  del  propio  y  del  ajeno  suelo... 


El  que  en  la  dulce  patria  está  contento, 
Las  puras  aguas  de  Limar  gozando, 
La  famosa  ribera,  el  fresco  viento 
Con  sus  divinos  versos  alegrando. 
Venga,  y  veréis  por  suma  deste  cuento. 
Su  heroico  brío  y  discreción  mirando, 
Que  es  Sancho  de  Ribera,  en  toda  parte 

(i)    De  la  Musa  Caliope  que  habla  en  este  canto. 


FERU  151 

Pebo  primero  y  sin  segundo  Marte. 

Un  Gonzalo  Fernández  se  me  ofrece, 
Gran  capitán  del  escuadrón  de  Apolo, 
Que  hoy  de  Sotomayor  ensoberbece 
El  nombre  con  su  nombre  heroico  y  solo; 
En  verso  admira  y  en  saber  florece 
En  cuanto  mira  el  uno  y  otro  polo, 

Y  si  en  la  pluma  en  tanto  grado  agrada, 
No  menos  es  famoso  por  la  espada. 

Un  Rodrigo  Fernández  de  Pineda, 
Cuya  vena  inmortal,  cuya  excelente 

Y  rara  habilidad,  gran  parte  hereda 
Del  licor  sacro  de  la  equina  fuente; 
Pues  cuanto  quiere  del  no  se  le  veda, 
Pues  de  tal  gloria  goza  en  Occidente, 
Tenga  también  aquí  tan  larga  parte. 
Cual  la  merecen  hoy  su  ingenio  y  arte. 

Pues  de  una  fértil  y  preciosa  planta 
De  allá  traspuesta  en  el  mayor  collado 
Que  en  toda  la  Tesalia  se  levanta. 
Planta  que  ya  dichoso  fruto  ha  dado, 
¿Callaré  yo  lo  que  In  fama  canta 
Del  ilustre  don  Pedro  de  AlvaradOy 
Ilustre,  pero  ya  no  menos  claro 
Por  su  divino  ingenio  al  mundo  raro? 

De  Pedro  de  Montesdoca ,  llamado  por  antonomasia  el  Indiano 
tenemos  algún  dato  más.  Era  sevillano,  y  al  parecer,  muy  amigo  de 
Cervantes,  que  volvió  á  acordarse  de  él  en  el  Viaje  del  Parnaso. 
Primero  había  dicho: 

Este  mesmo  famoso  insigne  valle  (1 
Un  tiempo  al  Betis  usurpar  solía 
Un  nuevo  Homero,  á  quien  podemos  dalle 
La  corona  de  ingenio  y  gallardía; 
Las  Gracias  le  cortaron  á  su  talle, 
Y  el  cielo  en  todas  lo  mejor  le  envía: 
Éste,  ya  en  vuestro  Tajo  conoscido, 
Pedro  de  Montesdoca  es  su  apellido. 

(1)     El  de  Lima. 

Menéndez  t  Pelato.— /"('íj/a  hisJ>ano-ai:cricana.  II.  i<> 


152  CAPITULO    IX 

V  treinta  años  después  le  recordaba  de  esta  cariñosa  manera  en 
el  cap.  IV  del  Viaje  del  Parnaso: 

Desde  el  indio  apartado,  del  remoto 
Mundo  llegó  mi  amigo  Montesdoca, 

Y  el  que  anudó  de  Arauco  el  hilo  roto  (i). 

Pero  todavía  es  más  expresivo  el  elogio  que  Vicente  Espinel,  no 
tan  pródigo  de  ellos,  le  tributa  en  el  canto  2.°  de  su  poema  alegó- 
rico La  Casa  de  la  Memoria^  impreso  con  sus  Rimas  en  1591: 

Tú,  que  las  ondas  y  el  caudal  corriente 
Del  patrio  Betis  sin  razón  negaste, 

Y  en  alto  estilo  de  un  ingenio  ardiente 
Á  Lima  en  Occidente  celebraste, 
Vuelve  el  tributo  á  quien  tan  justamente 
Debes  el  claro  nombre  que  ganaste, 
Pedro  de  Montes  de  Oca,  que  no  es  Lima 
Diño  de  tan  aguda  y  pura  lima. 

Nunca  ha  podido  la  interior  carcoma 
Del  ignorante  vulgo  derribarte; 
Que  la  razón  al  fin  lo  vence  y  doma, 

Y  vive  la  verdad  en  toda  parte: 
Las  armas  en  defensa  tuya  toma 
El  propio  Apolo  para  eternizarte; 
Viva  Clarinda  y  viva  tu  memoria, 

Que  es  tu  nombre  y  será  dina  de  gloria. 

Esta  Clarinda^  que  era  sin  duda  una  muy  principal  dama  limeña, 
no  fué  sólo  señora  de  los  pensamientos  del  indiano  Montesdoca, 
sino  de  otro  poeta  de  los  elogiados  en  el  Canto  de  Calíope,  el  capitán 
Juan  de  Salcedo  Villandrando,  de  quien  dijo  Cervantes: 

Del  capitán  Salcedo  está  bien  claro 
Que  llega  su  divino  entendimiento 
Al  punto  más  subido,  agudo  y  raro 
Que  puede  imaginar  el  pensamiento... 

De  este  Salcedo,  pues,  dijo  la  anónima  poetisa  peruana,  autora 
del  Discurso  en  loor  de  ¡a  Poesía: 


(i)    Pedro  de  Oña. 


PERÚ  153 

Á  ti,  Juan  de  Salcedo  Villandrando, 
El  mesmo  Apolo  Deifico  se  rinda, 
Á  tu  nombre  su  lira  dedicando, 

Pues  nunca  sale  por  la  cumbre  Pinda 
Con  tanto  resplandor,  cuanto  demuestras 
Cantando  en  alabanza  de  Clarinda. 

Del  capitán  Salcedo  hay  versos  laudatorios  al  frente  de  la  Mis- 
celánea Austral  de  D.  Diego  de  Avales  y  Figueroa  (1602),  y  los 
hay  también  de  un  D.  Diego  de  Carvajal,  que  puede  ser  muy  bien 
el  D.  Diego  de  Sarmiento  y  Carvajal  elogiado  por  Cervantes: 

Feliz  don  Diego  de  Sarmiento  ilustre 
Y  Carvajal  famoso,  producido 
De  nuestro  coro,  y  de  Hipocrene  lustre. 
Mozo  en  la  edad,  anciano  en  el  sentido. 
De  siglo  en  siglo  irá,  de  lustre  en  lustre 
(Á  pesar  de  las  aguas  del  olvido) 
Tu  nombre,  con  tus  obras  excelentes, 
De  lengua  en  lenguas  y  de  gente  en  gentes. 

De  los  ingenios  americanos  para  quienes  hay  palmas  en  la  silva  2^ 
del  Laurel  de  Apolo,  dos  por  lo  menos  pertenecen  á  Lima:  Cristóbal 
de  la  O,  sobre  cuyo  nombre  hace  Lope  de  Vega  un  insulso  juego  de 
palabras,  y  un  hermano  de  León  Pinelo,  Juan  Rodríguez  de  León, 
presbítero,  de  quien  D.  Nicolás  Antonio  cita  varias  obras  en  prosa 
y  verso:  La  Perla,  vida  de  Santa  Margarita,  virgen  y  mártir  (Ma- 
drid, 1629);  El  Predicador  de  las  gentes  San  Pablo,  ciencia,  precep- 
tos, avisos  y  obligaciones  de  los  predicadores  evangélicos,  con  doctrina 
del  Apóstol  (1638);  Panegírico  castellano-latino  al  rey  D.  Felipe  IV 
(México,  1639);  Parecer  sobre  la  ingenuidad  del  arte  de  la  pintura 
(impreso  con  los  diálogos  de  Vicente  Carducho,  1633);  Cuaresma 
meditada,  en  epigramas;  El  Martyrologio  de  los  que  han  padecido  en 
las  Indias  por  la  Fe;  Relación  del  viaje  de  los  galeones  de  la  Real 
Armada  de  las  Indias  el  año  de  lóoy,  con  descripción  de  los  puertos  en 
que  entraron. 

Peruana  era  también  la  desconocida  poetisa  Amarilis,  que  antes 
de  1 62 1  escribió  á  Lope  de  Vega,  de  quien  era  ferviente  admira- 
dora, una  elegante  epístola  en  silva,  que  con  la  respuesta  de  Lope 


154  CAPITULO   IX 

de  Vega  en  tercetos  (Bclardo  á  Amarilis)^  fué  inserta  á  continua- 
ción de  su  Filomena.  Persona  muy  docta  y  muy  enterada  de  las 
cosas  de  Lope  de  Vega  (i)  ha  insinuado  alguna  duda  sobre  la  exis- 
tencia de  tal  poetisa  indiana,  juzgando  mera  ficción  poética  su  carta, 
y  equivalente  el  nombre  de  Amarilis  al  de  D.'^  Marta  de  Nevares 
Santoyo,  postrera  amiga  de  Lope.  Pero  aun  prescindiendo  de  que 
el  Fénix  de  los  Ingenios  aplicó  el  nombre  poético  de  Amarilis  á 
diversas  personas,  como  por  sus  cartas  y  versos  parece,  hay  tal  tono 
de  verdad  en  la  epístola,  y  son  tales  las  señas  que  la  encubierta  poe- 
tisa da  de  su  patria,  y  aun  de  su  familia,  que  no  sólo  no  puedo 
dudar  de  que  tal  carta  fué  dirigida  real  y  efectivamente  desde  Amé- 
rica á  Lope,  sino  que  me  atrevo  á  señalar,  de  acuerdo  con  La 
Barrera,  el  nombre  probable  de  la  encubierta  Musa  (2)  que  hace  de 
este  modo  su  autobiografía: 

Quiero,  pues,  comenzar  á  darte  cuenta 
De  mis  padres  y  patria  y  de  mi  estado, 
Porque  sepas  quien  te  ama  y  quien  te  escribe: 
Bien  que  ya  la  memoria  me  atormenta. 
Renovando  el  dolor,  que  aunque  llorado, 
Está  presente  y  en  el  alma  vive... 

En  este  imperio  oculto  que  el  sol  baña, 
Más  de  Baco  piadoso  que  de  Alcides, 
Entre  un  trópico  frío  y  otro  ardiente, 
A  donde  fuerzas  ínclitas  de  España, 
Con  varios  casos  y  continuas  lides 
Fama  inmortal  ganaron  á  su  gente: 
Donde  Neptuno  engasta  su  tridente 
En  nácar  y  oro  fino: 
Cuando  Pizarro  con  su  flota  vino, 
Fundó  ciudades  y  dejó  memorias, 
Que  eternas  quedarán  en  las  historias: 
A  quien  un  valle  ameno, 
De  tantos  bienes  y  delicias  lleno, 
Que  siempre  es  primavera, 
Merced  del  sueño  de  la  cuarta  esfera, 

(i)     Alúdese  á  D.  Francisco  Asenjo  Barbieri  que,  con  el  anagrama  de  José 
Ibero  Ribas  y  Canfranc,  publicó  en  1876  los  Últimos  Amores  de  Lope  de  Vega. 
(2)    Nueva  biografía^  pág.  1 9. 


PERÚ  155 


La  Ciudad  de  León  fue  edificada, 

Y  con  hado  dichoso 

Quedó  de  héroes  fortísimos  poblada. 
Es  frontera  de  bárbaros  y  ha  sido 
Terror  de  los  tiranos,  que  intentaron 
Contra  su  rey  enarbolar  bandera: 
Al  que  en  Jauja  por  ellos  fue  rendido 
Su  atrevido  estandarte  le  arrastraron, 

Y  volvieron  el  reino  á  cuyo  era. 
Bien  pudiera,  Belardo,  si  quisiera, 
En  gracia  de  los  cielos, 

Decir  hazañas  de  mis  dos  abuelos. 
Que  aqueste  nuevo  mundo  conquistaron 

Y  esta  ciudad,  también  edificaron, 
Do  vasallos  tuvieron 

Y  por  su  rey  su  vida  y  sangre  dieron: 
Mas  es  discurso  largo. 

Que  la  fama  ha  tomado  ya  á  su  cargo. 
Si  acaso  la  desgracia  desta  tierra, 
Que  corre  en  este  tiempo. 
Tantos  ilustres  méritos  no  entierra. 

De  padres  nobles  dos  hermanas  fuimos. 
Que  nos  dejaron  con  temprana  muerte 
Aun  no  desnudas  de  pueriles  paños. 
El  cielo  y  una  tía  que  tuvimos 
Suplió  la  soledad  de  nuestra  suerte: 

De  la  beldad  que  el  cielo  acá  reparte 
Nos  cupo,  según  dicen,  mucha  parte, 
Con  otras  muchas  prendas: 
No  son  poco  bastantes  las  haciendas 
Al  continuo  sustento; 

Y  estamos  juntas,  con  tan  gran  contento, 
Que  una  alma  á  entrambas  rige  y  nos  gobierna, 
Sin  que  haya  tuyo  y  mío. 

Sino  paz  amorosa,  dulce  y  tierna. 

Ha  sido  mi  Belisa  celebrada. 
Que  éste  es  su  nombre,  y  Amarilis  mío, 
Entrambas  de  afición  favorecidas: 
Yo  he  sido  á  dulces  musas  inclinada; 
Mi  hermana,  aunque  menor,  tiene  más  brío, 

Y  partes,  por  quien  es,  muy  conocidas. 


156  CAPÍTULO   IX 

Al  fin  todas  han  sido  merecidas 

Con  alegre  himeneo 

De  un  joven  venturoso,  que  en  trofeo 

A  su  fortuna  y  vencedora  palma, 

Alegre  la  rindió  prendas  del  alma. 

Yo  siguiendo  otro  trato, 

Contenta  vivo  en  limpio  celibato, 

Con  virginal  estado, 

Á  Dios  con  gran  afecto  consagrado, 

Y  espero  en  su  bondad  y  su  grandeza 

Me  tendrá  de  su  mano 

Guardando  inmaculada  mi  pureza. 

Las  señas  no  pueden  ser  más  explícitas.  Si  la  incógnita  dama 
había  nacido  en  la  ciudad  de  León  de  Huánuco  (situada  en  el  actual 
departamento  de  Junín,  á  cuarenta  y  tantas  leguas  al  Norte  de  Lima) 
y  descendía  de  los  conquistadores  de  aquella  tierra  y  fundadores  de 
aquella  ciudad,  su  apellido  debía  de  ser  el  muy  ilustre  de  Alvarado, 
puesto  que  el  fundador  de  la  ciudad  de  León  de  Huánuco,  llamada 
también  León  de  los  Caballeros,  fué  el  capitán  Gómez  de  Alvarado, 
hermano  del  Adelantado  D.  Pedro,  de  inmortal  memoria  en  los 
fastos  de  América.  Y  aunque  es  cierto  que  la  primitiva  fundación 
de  Alvarado  en  1539  quedó  luego  casi  desierta,  hasta  que  la  reedificó 
Pedro  Barroso  y  acabó  de  asentarla  Pedro  de  Puelles,  los  términos 
en  que  la  poetisa  se  explica,  cuadran  más  bien  al  fundador  primero 
y  á  su  hermano,  de  quienes  podía  decirse  con  más  razón  que  de 
Barroso, 

Que  aqueste^nuevo  mundo  conquistaron. 

Y  si  atendemos  á  que  el  nombre  poético  de  Amarilis  es,  por  lo 
común,  rebozo  del  de  María,  tendremos  completos  el  nombre 
y  apellido  de  la  discreta  doncella  de  Huánuco:  D."  María  de  Al- 
varado. 

No  se  tenga  por  inútil  esta  disquisición,  porque  quien  tales  versos 
hacía  en  América  á  principios  del  siglo  xvii,  y  no  en  ninguno  de  los 
grandes  emporios  de  cultura,  como  México  ó  Lima,  sino  en  uno  de 
los  más  apartados  rincones  de  los  Andes,  ofrecería  un  curioso  fenó- 
meno de  historia  literaria,  aunque  no  tuviésemos  en  consideración 


PERÚ  157 

SU  sexo.  Apenas  hay  en  su  Epístola  el  menor  vestigio  de  mal  gusto 
ni  de  amaneramiento;  todo  es  natural,  llano  y  decoroso,  con  cierta 
sencilla  gravedad  y  no  afectado  señorío.  La  poetisa  hace  su  corte 
literaria  á  Lope  de  Vega,  pero  con  tanta  discreción,  con  tan  insi- 
nuante y  cortés  gentileza,  con  tacto  tan  femenino  y  delicado,  que 
el  gran  poeta  debió  de  quedar  lisonjeado  con  la  alabanza  y  no  ofen- 
dido con  las  nubes  del  importuno  incienso.  Viene  á  declararse  pla- 
tónicamente enamorada  de  él,  amor  inofensivo  á  tan  larga  distancia, 
pero  único  que  ella  estima  digno  de  su  noble  naturaleza: 

El  sustentarse  amor  sin  esperanza, 
Es  fineza  tan  rara,  que  quisiera 
Saber  si  en  algún  pecho  se  ha  hallado; 


Mas  nunca  tuve  por  dichoso  estado 
Amar  bienes  posibles, 
Sino  aquellos  que  son  más  imposibles. 
A  éstos  ha  de  aspirar  mi  alma  osada, 
Pues  para  más  alteza  fué  criada 
Que  la  que  el  mundo  enseña; 

Y  así  quiero  hacer  una  reseña 
De  amor  dificultoso, 

Que  sin  pensar  desvela  mi  reposo, 
Amando  á  quien  no  veo,  y  me  lastima: 
¡Ved  que  extraños  contrarios, 
Ve  nidos  de  otro  mundo  y  de  otro  clima! 

Al  fin  en  éste  donde  el  Sur  me  esconde 
Oí,  Belardo,  tus  conceptos  bellos, 
Tu  dulzura  y  e.itllo  milagroso, 

Y  admirando  tu  ingenio  portentoso, 
No  pude  reportarme 

De  descubrirme  á  ti,  y  á  mí  dañarme. 

Oí  tu  voz,  Belardo;  mas  ¿qué  digo? 
No,  Belardo,  milagro  han  de  llamarte: 
Este  es  tu  nombre,  el  cielo  te  le  ha  dado; 

Y  Amor,  que  nunca  tuvo  paz  conmigo, 
Te  me  representó  parte  por  parte, 

En  ti  más  que  en  sus  fuerzas  confiado. 
Mostróse  en  esta  empresa  más  osado. 


15^  CAPÍTULO    IX 

Por  ser  el  artificio 

Peregrino  en  la  traza  y  el  oficio, 

Otras  puertas  del  alma  quebrantando. 

No  por  los  ojos  míos,  que  velando 

Están  con  gran  pureza; 

Mas  por  oídos,  cuji^a  fortaleza 

Ha  sido  y  es  tan  fuerte, 

Que  por  ellos  no  entró  sombra  de  muerte. 

Que  tales  son  palabras  desmandadas. 

Si  vírgenes  las  oyen, 

Que  á  Dios  han  sido  y  son  sacrificadas. 

Con  gran  razón  á  tu  valor  inmenso 

Consagran  mil  deidades  sus  labores, 

Cuando  mariijan  perlas  en  sus  faldas: 

Todo  ese  mundo  allí  te  paga  censo, 

Y  éste  de  acá,  mediante  tus  favores, 
Crece  en  riquezas  de  oro  y  esmeraldas: 
Potosí,  que  sustenta  en  sus  espaldas 
Entre  el  invierno  crudo 

Aquel  peso,  que  Atlante  ya  no  pudo, 
Confiesa  que  su  fama  te  la  debe; 

Y  quien  del  claro  Lima  el  agua  bebe, 
Sus  primicias  te  ofrece. 

Después  que  con  sus  dones  se  engrandece, 

Acrecentando  ofrendas 

A  tus  excelsas  y  admirables  prendas: 

Yo  que  aquestas  grandezas  voy  mirando. 

Entretenida  en  ellas, 

Las  voy  en  mis  entrañas  celebrando. 

¡Qué  galano  y  qué  exquisito  elogio!  Entre  los  innumerables  pane- 
giristas españoles,  latinos  é  italianos  de  Lope,  cuyos  versos  llenan 
volúmenes  enteros,  nadie  alcanzó  á  este  grado  de  admiración  pro- 
funda y  concentrada.  Pero  aún  es  más  hermoso  lo  que  sigue: 
Lope  había  escrito  El  Peregrino  en  su  patria^  y  la  docta  poetisa  le 
exhorta  á  buscar  su  verdadera  patria  en  el  cielo,  donde  ella  espera 
unirse  á  él  en  amor  santo  é  imperecedero: 

En  tu  patria,  Belardo,  mas  no  es  tuya. 
No  sientas  mucho  verte  peregrino... 


PERÚ  I5Q 


Que  otro  origen  tuviste  más  divino 

Y  otra  gloria  mayor,  si  la  buscares. 
¡Oh,  cuánto  acertarás,  si  imaginares 
Que  es  patria  tuya  el  cielo, 

Y  que  eres  peregrino  acá  en  el  suelo! 

Pues,  peregrino  mío, 

Vuelve  á  tu  natura!:  póngante  brío, 

No  las  murallas,  que  elevó  tu  canto 

En  Tcbas  engañosas, 

Mas  las  eternas,  que  te  importan  tanto. 

Allá  deseo  en  santo  amor  gozarte, 

Pues  acá  es  imposible  poder  verte, 

Y  temo  tus  peligros  y  mis  faltas: 
Tabla  tiene  el  naufragio,  y  escaparte 
Puedes  en  ella  de  la  eterna  muerte, 
Si  del  bien  frágil  al  divino  saltas; 

Las  singulares  gracias  con  que  esmaltas 

Tus  soberanas  obras, 

Con  que  fama  inmortal  continuo  cobras. 

Empléalas  de  hoy  más  en  versos  lindos, 

En  soberanos  y  divinos  Pindos: 

Tus  divinos  concetos 

Allí  serán  más  dulces  y  perfetos; 

Que  el  mundo  á  quien  le  sigue. 

En  vez  de  premio  al  bienhechor  persigue, 

Y  contra  la  virtud  apresta  el  arco 
Con  ponzoñosas  flechas 

De  la  maligna  aljaba  de  Aristarco. 


Con  hechicero  candor  se  declara  Amarilis  inexperta  en  sucesos 
amorosos,  como  quien  emplea  su  tiempo  en  dulces  coloquios  con  el 
cielo,  y  termina  pidiendo  á  Lope  un  don  poético 

Para  bien  de  tu  alma  y  mi  consuelo. 

Le  ruega,  pues,  que  escriba  en  verso  la  vida  y  martirio  de  una 
santa  de  su  particular  devoción  y  de  la  de  su  hermana: 

Yo  y  mi  hermana  una  santa  celebramos, 
Cuya  vida  de  nadie  ha  sido  escrita, 
Como  empresa  que  muchos  h.in  temido: 


]6i)  CAPÍTULO   IX 

El  verla  de  tu  mano  deseamos; 
Tu  dulce  musa  alienta  y  resucita, 

Y  ponía  con  estilo  tan  subido, 
Que  sea  donde  quiera  conocido 

Y  agradecido  sea 

De  nuestra  santa  virgen  Dorotea. 
¡Oh,  qué  sujeto,  mi  Belardo,  tienes, 
Con  que  de  lauro  coronar  tus  sienes! 

Desta  divina  y  admirable  santa 
Su  santidad  refiere, 

Y  dulcemente  sa  martirio  canta. 

Engolosinado  con  la  belleza  de  esta  epístola,  que  es  sin  duda  la 
mejor  pieza  poética  del  Perú  en  sus  primeros  tiempos,  la  he  ido 
transcribiendo  casi  toda.  vSéame  lícito  añadir  algunos  versos  más, 
notables  unos  por  la  gala,  bizarría  y  aun  despilfarro  de  la  dicción 
poética,  semejante  á  la  del  mismo  Lope  y  á  la  de  Valbuena,  otros 
por  la  suave  y  afectuosa  modestia: 

Finalmente,  Belardo,  yo  te  ofrezco 
Una  alma  pura  á  tu  valor  rendida: 
Acepta  el  don,  que  puedes  estimallo; 

Y  dándome  por  fe  lo  que  merezco, 
Quedará  mi  intención  favorecida. 


Y  para  darte  más,  no  sé  si  hallo. 
Déte  el  cielo  favores, 

Las  dos  Arabias  bálsamo  y  olores, 

Cambaya  sus  diamantes,  Tibar  oro, 

Marfil  Soíala,  Persia  su  tesoro. 

Perlas  los  orientales, 

El  Rojo  mar  finísimos  corales, 

Balajes  los  Ceilanes, 

Aloe  precioso  Sámaos  y  Campanes, 

Rubíes  Pegugamba,  y  Nubia  algalia, 

Ametistes  Rarsinga, 

Y  prósperos  sucesos  Acidalia. 

Ya  veo  que  tendrás  por  cosa  nueva, 

No  que  te  ofrezca  censo  un  mundo  nuevo. 

Que  á  ti  cien  mil  que  hubiese  te  le  dieran; 


PEFfÜ  l6l 

Mas  que  mi  musa  rústica  se  atreva 

Á  emprender  el  asunto  á  que  me  arrojo, 

Hazaña  que  cien  Tassos  no  emprendieran: 

Ellos  al  fin  son  hombres,  y  temieran; 

Mas  la  mujer,  que  es  fuerte, 

No  teme  alguna  vez  la  misma  muerte. 

Pero  si  he  parecídote  atrevida, 

* 

Á  lo  menos  parézcate  rendida; 

Que  fines  desiguales 

Amor  los  hace  con  su  fuerza  iguales; 

Y  quedóte  debiendo. 

No  que  me  sufras,  mas  que  estés  oyendo 
Con  singular  paciencia  mis  simplezas, 
Ocupado  contino 
En  tantas  excelencias  y  grandezas. 

Versos  cansados,  ¿qué  furor  os  lleva 
Á  ser  sujeto  de  simpleza  indiana, 

Y  á  poneros  en  mano  de  Belardo? 

Al  fin,  aunque  amarguéis,  por  fruta  nueva 
Os  vendrán  á  probar,  aunque  sin  gana, 

Y  verán  vuestro  gusto  bronco  y  tardo: 
El  iugenio  gallardo, 

En  cuya  mesa  habéis  de  ser  honrados. 
Hará  vuestros  intentos  disculpados: 
Navegad:  buen  viaje:  haced  la  vela: 
Guiad  un  alma  que  sin  alas  vuela. 

Lope  de  Vega  contestó  en  la  epístola  de  Belardo  d  Amarilis, 
que  tiene  buenos  trozos  y  curiosas  noticias  de  su  persona  y  de  su 
vida,  pero  que  dista  mucho  de  ser  la  mejor  de  las  suyas.  Por  esta 
vez  perdone  Lope:  la  humilde  poetisa  ultramarina  lleva  la  palma. 
Él,  que  tanto  pecaba  por  el  lado  de  la  galantería,  fácilmente  hubiera 
perdonado  este  juicio,  y  aun  se  hubiera  complacido  en  la  derrota;  ni 
quien  es  opulento  en  grado  tan  soberano  y  excepcional,  pierde  nada 
por  algunos  tercetos  más  ó  menos  felices.  De  los  requiebros  que 
dirige  á  su  encubierta  admiradora,  pondré  alguna  muestra,  para 
completar  este  curioso  capítulo  de  costumbres  literarias: 

Bien  sé  que  en  responder  crédito  empeño; 
Vos,  de  la  línea  equinoccial  sirena. 


1 62  CAPÍTULO    IX 

Me  despertáis  de  tan  profundo  sueño. 

¡Qué  rica  tela,  qué  abundante  y  llena 
De  cuanto  al  más  retórico  acompaña! 
¡Qué  bien  parece  que  es  indiana  vena! 

Yo  no  lo  niego:  ingenios  tiene  España; 
Libros  dirán  lo  que  su  musa  luce, 

Y  en  propia  rima  imitación  extraña; 
Mas  los  que  el  clima  antartico  produce 

Sutiles  son,  notables  son  en  todo; 
Lisonja  aquí  ni  emulación  me  induce. 

Apenas  de  escribiros  hallo  el  modo, 
Si  bien  me  le  enseñáis  en  vuestros  versos, 
Á  cuyo  dulce  estilo  me  acomodo. 

En  mares  tan  remotos  y  diversos, 
¿Cómo  podré  yo  veros,  ni  escribiros 
Mis  sucesos,  ó  prósperos,  ó  adversos? 

Del  alma  que  os  adora  sé  deciros 
Que  es  gran  tercera  la  divina  fama; 
Por  imposible  me  costáis  suspiros. 

Amo  naturalmente  á  quien  me  ama, 

Y  no  sé  abon-ecer  quien  me  abon-ece; 
Que  á  la  naturaleza  el  odio  infama. 

Yo  os  amo  juntamente,  y  tanto  crece 
Mi  amor,  cuanto  en  mi  idea  os  imagino 
Con  el  valor  que  vuestro  honor  merece. 

Á  vuestra  luz  mi  pensamiento  inclino, 
De  cuyo  sol  antípoda  me  veo, 
Cual  suele  lo  mortal  de  lo  divino. 

Que  no  son  menester  las  esperanzas 
Donde  se  ven  las  almas  inmortales. 
No  sujetas  á  olvidos  ni  á  mudanzas. 


Y  cortésmente  se  excusa  al  fin  de  la  epístola  de  no  escribir  el 
poema  de  Santa  Dorotea,  dejándolo  á  la  devoción  de  la  misma 
poetisa: 

Y  pues  habéis  el  alma  consagrado 
Al  candido  pastor  de  Dorotea, 
Que  inclinó  la  cabeza  en  su  cayado, 

Cantad  su  vida  vos,  pues  que  se  emplea 


PERÚ  163 


Virgen  sujeto  en  casto  pensamiento, 
Para  que  el  mundo  sus  grandezas  vea  (1). 


¿Es  esta  Amarilis  la  misma  poetisa  celebrada  en  el  Laurel  de 
Apolo  como  fénix  rara  de  Santa  Fe  de  Bogotá?  No  es  inverisímil 
que  de  lluánuco  pasara  á  establecerse  al  Nuevo  Reino  de  Granada, 
pero  no  me  atrevo  á  afirmarlo. 

Ni  menos  á  identificarla,  porque  diferencias  de  estilo  lo  vedan, 
con  otra  egregia  poetisa  peruana,  discípula  del  sevillano  Diego 
Mexía,  cuyo  Parnaso  Antartico  honró  con  su  Discurso  en  loor  de  la 
Poesía^  que  íntegro  va  en  nuestra  colección  académica,  no  sólo  como 
precioso  documento  de  historia  literaria,  por  las  noticias  rarísimas  que 
contiene  de  ingenios  del  Virreinato,  sino  como  un  curioso  ensayo  de 
Poética^  como  un  bello  trozo  de  inspiración  didáctica,  del  cual  ha 
dicho,  no  sin  razón,  el  ilustre  colombiano  Pombo  que  «rara  vez  en 
verso  castellano  se  ha  discurrido  más  alta  y  poéticamente  sobre  la 
poesía»  (2).  Compárese,  por  ejemplo,  con  el  Ejemplar  Poético  de 
Juan  de  la  Cueva,  que  es  del  mismo  tiempo  y  de  la  misma  escuela  y 
hasta  del  mismo  metro,  y  se  verá  cuánto  más  excelsa  concepción 
de  la  poesía  tenía  la  grande  anónima^  y  qué  forma  tan  elegante  y  gra- 
ciosa alcanzó  á  dar  á  sus  nociones  estéticas,  á  pesar  de  las  som- 
bras de  pedantismo  que  empañan  algunas  páginas,  y  la  flaqueza  de 
versificación  que  se  advierte  en  otras  (3). 


(i)  Las  dos  epístolas  de  Amarilis  á  Belardo  y  de  Belardo  á  Amarilis  se 
hallan  en  el  tomo  i  de  las  Obras  sueltas  de  Lope  de  Vega,  edición  de  Sancha, 
páginas  457  y  468,  y  fueron  reimpresas  en  un  cuadernito,  Lima,  1834,  impren- 
ta de  Félix  Moreno.  El  editor,  que  fué  D.  Manuel  Antonio  Valdizán,  natural 
de  Huánuco,  trata  de  probar,  con  débiles  argumentos,  que  la  incógnita 
dama  tenía  el  apellido  Figueroa,  y  era  hermana  de  Doña  Isabel  (Bclisa),  que 
casó  en  primeras  nupcias  con  el  encomendero  D.  Bartolomé  Tarazona,  y  en 
segundas  con  el  licenciado  Diego  Alvarez,  que  fué  corregidor  del  Cuzco  y  de 
Potosí  (tiene  artículo  en  el  Diccionario  de  Mendiburu). 

(2)  En  el  prólogo  á  las  Poesías  de  Doña  Agrípina  Montes  del  Valle  (Bogo- 
tá,  1883),  pág.  XLVUI. 

(3)  El  concepto  estético,  como  hoy  diríamos,  de  la  incógnita  poetisa,  era,^ 
no  ya  platónico,  sino  profundamente  místico: 


164  CAPÍTULO    IX 

(Juién  fuera  ella,  parece  hoy  imposible  adivinarlo.  Mexía  nos  la 
presenta  como  «una  señora  principal  de  este  Reino,  muy  versada  en 
la  lengua  Toscana  y  Portuguesa,  por  cuyo  mandamiento  y  por  justos 
respetos  no  se  escribe  su  nombre,  con  el  qual  discurso  (por  ser  de 
una  heroica  dama)  fué  justo  dar  principio  á  nuestras  heroicas  epís- 
tolas». Ni  era  ella  sola  la  mujer  que  honrase  entonces  las  letras  en  el 
Perú,  puesto  que  habla  de  otras  tres,  aunque  sin  nombrarlas: 

Y  aun  yo  conozco  en  el  Perú  tres  damas 
Que  han  dado  en  poesía  heroicas  muestras... 

Una  de  ellas  sería  probablemente  la  Amarilis,  que  escribió  á  Lope; 
otra,  quizá,  la  D.^  Jerónima,  de  Quito,  que  entonces  se  consi- 
deraba como  parte  del  Perú.  En  cuanto  á  los  poetas,  fué  la  anónima 


El  don  de  la  poesía  abraza  y  cierra, 
Por  privilegio  dado  de  la  altura, 
Las  ciencias  y  artes  que  hay  acá  en  la  tierra. 

Esta  las  compreliende  en  su  clausura, 
Las  perfecciona,  ilustra  y  enriquece 
Con  su  melosa  y  grave  compostura. 

Y  aquel  que  en  todas  ciencias  no  florece, 

Y  en  todas  artes  no  es  ejercitado. 
El  nombre  de  poeta  no  merece. 

Y  por  no  poder  ser  que  esté  cifrado 
Todo  el  saber  en  uno  sumamente. 
No  puede  haber  poeta  consumado... 

Pues  ya  de  la  Poesía  el  nacimiento 

Y  su  primer  origen  <  fué  en  el  suelo? 

¿Ó  tiene  aquí  en  la  tierra  el  fundamento? 

Oh  Musa  mía,  para  mi  consuelo 
Dime  dónde  nació,  que  estoy  dudando. 
Nació  entre  los  espíritus  del  cielo... 

De  esta  región  empírea,  santa  y  bella, 
Se  derivó  en  Adán,  primeramente. 
Como  la  hueste  Deifica  en  la  estrella. 

¿Quién  duda  que  advirtiendo  allá  en  la  mente, 
Las  mercedes  que  Dios  hecho  le  había 
Porque  le  fuese  grato  y  obediente, 

No  entonase  la  voz  con  melodía, 

Y  cantase  á  su  Dios  muchas  canciones, 

Y  que  Eva  alguna  vez  le  ayudaría? 

Y  viéndose  después  entre  terrones, 
Comiendo  con  sudor  por  el  pecado, 

Y  sujeto  á  la  muerte  y  sus  pasiones. 
Estando  con  la  reja  y  el  arado, 

<Qué  elegías  compondría  de  tristeza, 
Por  verse  de  la  gloria  desterrado? 


PERÚ  165 

más  explícita,  dándonos  como  el  Laurel  de  Apolo  6  el  Canto  de  Ca- 
liope  de  la  colonia.  Hasta  diez  y  siete  cita  por  sus  nombres:  unos 
venidos  de  España,  otros  naturales  de  las  regiones  antarticas.  De 
algunos  hemos  hablado  ya;  otros  son  totalmente  desconocidos  ó  no 
han  dejado  más  memoria  que  algún  soneto  laudatorio  ó  composi- 
ción de  certamen;  y  de  los  restantes  pasamos  á  dar  breve  razón, 
conforme  á  lo  que  de  sus  obras  resulta  (l). 

Tuvo  el  Perú,  de  igual  suerte  que  México,  la  fortuna  de  ser  visi- 
tado en  el  siglo  de  oro  por  muy  preclaros  ingenios  españoles,  que 


(i)  He  aquí  la  lista  completa  de  los  poetas  que  cita:  El  Dr.  Figueroa,  Duar- 
te  Fernández,  Montesdoca,  Sedeño,  el  licenciado  Pedro  de  Oña,  Miguel  Ca- 
bello de  Balboa,  Juan  de  Salcedo  Villandrando,  los  PP.  Ojeda  y  Gálvez,  Juan 
de  la  Portilla,  Gaspar  Villarroel,  D.  Diego  de  Ávalos,  Luis  Pérez  Ángel,  An- 
tonio Falcón,  Diego  de  Aguilar  y  Córdoba,  Cristóbal  de  Arriaga  y  D.  Pedro 
de  Carvajal. 

La  epístola  termina  como  empezó,  con  un  bello  elogio  de  la  Poesía,  donde  se 
glosan  felizmente  algunos  conceptos  de  Marco  Tullo  en  la  oración /;■£>  Aichia 
poeta: 

Es  la  Poesía  un  piélago  abundante 
De  provechos  al  hombre;  y  su  importancia 
No  es  sola  para  un  tiempo  ni  un  instante. 

Es  de  provecho  en  nuestra  tierna  infancia. 
Porque  quita  y  arranca  de  cimiento, 
Mediante  sus  estudios,  la  ignorancia. 

En  la  virilidad  es  ornamento, 

Y  á  fuerza  de  vigilias  y  sudores 
Pare  sus  hijos  nuestro  entendimiento. 

En  la  vejez  alivia  los  dolores, 
Entretiene  la  noche  mal  dormida, 
O  componiendo  ó  revolviendo  autores. 

Da  en  lo  poblado  el  gusto  sin  medida. 
En  el  campo  acompaña  y  da  consuelo, 

Y  en  el  camino  á  meditar  convida. 

De  ver  un  prado,  un  bosque,  un  arroyuelo. 
De  oir  un  p.ijarito,  da  motivo 
Para  que  el  alma  se  levante  al  cielo. 

Anda  siempre  el  poeta  entretenido 
Con  su  Dios,  con  la  Virgen,  con  los  Santos, 
O  ya  se  baja  al  centro  denegrido. 

De  aquí  proceden  los  heroicos  cantos, 
Las  sentencias  y  ejemplos  virtuosos, 
Que  han  corregido  y  convertido  á  tantos. 

Y  si  hay  poetas  torpes  y  viciosos. 
El  don  de  la  Poesía  es  casto  y  bueno, 

Y  ellos  los  malos,  sucios  y  asquerosos. 


I  66  CAPÍTULO    IX 

dejaron  allí  una  tradición  castiza  y  de  buen  gusto.  Casi  todos  estos 
poetas  eran  andaluces,  y  los  más  pertenecían  ala  escuela  sevillana, 
de  la  cual  la  primitiva  poesía  de  la  América  española  puede  consi- 
derarse como  una  rama  ó  continuación.  Fué  de  los  primeros  el  ya 
citado  Diego  Mexía,  el  más  feliz  traductor  de  las  Heroidas  de  Ovidio 
que  hasta  ahora  ha  logrado  nuestra  lengua,  traductor  fiel  no  tanto  á 
la  letra,  como  al  espíritu  poético,  lánguido  y  muelle  del  original; 
hábil  en  la  expresión  de  los  afectos  y  ternezas  de  amor;  versificador 
desigual  y  negligente,  en  quien  no  son  raros  los  aciertos  exquisitos, 
contrapesados  por  gran  número  de  prosaísmos  y  locuciones  forza- 
das. La  ley  rígida  y  estrecha  del  terceto  que  en  toda  su  versión 
adoptó,  no  es  molde  adecuado  para  el  dístico  latino,  y  hubo  de 
arrastrarle  muchas  veces  á  desleír  los  pensamientos  en  larga  y  soño- 
lienta paráfrasis.  La  Epístola  de  Safo  á  Faón  descuella  entre  todas 
por  el  mayor  número  de  bellezas:  no  sin  razón  la  eligió  Quintana 
para  muestra  en  su  Colección  de  Poesías  Selectas^  honra  que  á  poquí- 
simas traducciones  quiso  dispensar  su  severo  juicio.  «El  tono  ele- 
giaco (dice  aquel  gran  maestro)  está  bastante  sostenido  en  toda  la 
obra,  y  son  pocas  las  de  su  clase  que  presenten  trozos  tan  naturales, 
tan  bien  sentidos  y  tan  felizmente  expresados,  como  la  pintura  que 
Saí"o  hace  de  sí  misma  cuando  le  dan  la  noticia  de  la  fuga  de  su 
amante,  la  del  bosque  donde  entra  á  veces  á  meditar  en  su  tristeza 
y  á  recordar  sus  pasadas  delicias,  y  la  de  su  ilusión,  en  que  se  figura 
que  Faón  viene  surcando  los  mares  á  buscarla»  (l). 

El  trabajo  de  Diego  Mexía,  aunque  por  la  patria  de  su  autor  no 
sea  americano,  lo  es  por  la  tierra  en  que  se  emprendió  y  terminó, 
como  largamente  declara  el  autor  en  su  curiosísimo  prólogo:  «Nave- 
gando el  año  passado  de  noventa  y  seis,  desde  las  riquíssimas  pro- 
vincias del  Pirú  á  los  Reinos  de  la  Nueva  España  (más  por  curiosi- 
dad de  verlos  que  por  el  interés  que  por  mis  empleos  pretendía),  mi 
navio  padesció  tan  grave  tormenta  en  el  golfo  llamado  comúnmente 
fiel  Papagayo,  que  á  mí  y  á  mis  compañeros  nos  fué  representada  la 
verdadera  hora  de  la  muerte.  Pues  demás  de  se  nos  rendir  todos  los 
árboles  (víspera  del  gran  Patrón  de  las  Espanas,  á  las  doze  horas  de 

(i)     Colección  de  Poesías  Selectas  Castellanas^  t.  m  (ed.  de  1830),  pág.  429. 


PERÚ  167 

la  noche),  con  espantoso  ruido,  sin  que  vela  ni  astilla  de  árbol  que- 
dasse  en  el  navio,  con  muerte  arrebatada  de  un  hombre,  el  comba- 
tido bajel  daba  tan  temerarios  balances,  con  más  de  dos  mil  quinta- 
les de  azogue  que  por  carga  infernal  llevaba,  sin  mucho  vino  y  plata 
y  otras   mercaderías  de  que  estaba  suficientemente  cargado,  que 
cada  momento  nos  hallábamos  hundidos  en  las  soberbias  ondas.  Pero 
Dios  (que  es  piadoso  padre)  milagrosamente  y  fuera  de  toda  espe- 
ranza humana  (habiéndonos  desahuciado  el  piloto)  con  las  bombas 
en  la  mano  y  dos  bandolas,  nos  arrojó  día  de  la  Transfiguración  en 
Acaxu,  puerto  de  Sonsonate.  Aquí  desembarqué  la  persona  y  plata, 
y  no  queriendo  tentar  á  Dios  en  desaparejado  navio,  determiné  ir 
por  tierra  á  la  gran  ciudad  de  México,  cabeza  (y  con  razón)  de  la 
Nueva  España.  Fuéme  dificultosísimo  el  camino,  por  ser  de  tres- 
cientas leguas;  las  aguas  eran  grandes  por  ser  tiempo  de  ivierno;  el 
camino  áspero,  los  lodos  y  páramos  muchos,  los  ríos  peligrosos  y  los 
pueblos  mal  proveídos,  por  el  cocoliste  y  pestilencia  general  que  en 
los  indios  había.  Demás  desto,  y  del  fastidio  y  molimiento  que  el 
prolijo  caminar  trae  consigo,  me  martirizó  una  continua  melancolía 
por  la  infelicísima  nueva  de  Cádiz  y  quema  de  la  flota  mexicana,  de 
que  fui  sabidor  en  el  principio  deste  mi  largo  viaje.  Estas  razones  y 
caminar  á  passo  fastidioso  de  requa  (que  no  es  la  menor  en  seme- 
jantes calamidades),  me  obligaron  (por  engañar  á  mis  propios  tra- 
bajos) á  leer  algunos  ratos  en  un  libro  de  las  Epístolas  del  verdade- 
ramente poeta  Ovidio  Nasón,  el  cual,  para  matalotaje  del  espíritu, 
por  no  hallar  otro  libro,  compré  á  un  estudiante  en  Sonsonate.  De 
leerlo  vino  el  aficionarme  á  él,  y  la  afición  me  obligó  á  repassarlo,  y 
lo  uno  y  lo  otro  y  la  ociosidad  me  dieron  ánimo  á  traducir,  con  mi 
tosco  y  totalmente  rústico  estilo  y  lenguaje,  algunas  epístolas  de  las 
que  más  me  deleitaron.  Tanto  duró  el  camino  y  tanta  fué  mi  cons- 
tancia, que  cuando  llegué  á  la  gran  ciudad  de  México  Tenustlitan, 
hallé  traduzidas,  en  tres  meses,  de  veinte  y  una  epístolas  las  cator- 
ce... Y  considerando  que  mi  entrada  en  la  Nueva  España  (respecto 
de  la  grande  falta  de  ropa  y  mercaderías  que  en  ella  había)  se  dila- 
taba por  un  año,  me  pareció  que  no  era  justo  desistir  desta  impresa; 
y  más,  animado  de  los  pareceres  de  algunos  hombres  doctos:  y  así 
mediante  la  perseverancia  le  di  el  fin  que  pretendía.» 

Mbnicndbz  X  FSI.Á.YO.— Poesía his^ano-americaHa.  II.  ii 


1 68  CAPÍTULO   IX 

Conste,  pues,  que  el  lauro  poético  de  Diego  Mexía  ha  de  repartir- 
se entre  México,  Guatemala  y  el  Perú,  y  que  esta  traducción  no  fué 
obra  de  pacífico  humanista,  labrada  y  pulida  en  quieto  y  estudioso 
retiro,  sino  diversión  y  alivio  de  interminables  jornadas  por  tierras 
bárbaras  y  remotas,  tras  de  tormentas,  huracanes  y  naufragios.  «El 
ingenio  (dice  el  autor)  y  talento  que  Dios  fué  servido  de  darme,  si  es 
alguno,  es  bien  poco,  y  esse  ocupado  y  distraydo  en  negocios  de  fa- 
milia y  en  buscar  los  alimentos  necesarios  á  la  vida;  la  inquietud  del 
espíritu  es  tan  grande  como  la  del  cuerpo,  pues  ha  veinte  años  que 
navego  mares  y  camino  tierras  por  diferentes  climas,  alturas  y  tem- 
peramentos, barbarizando  entre  bárbaros,  de  suerte  que  me  admiro 
cómo  la  lengua  materna  no  se  me  ha  oh'idado...  La  comunicación 
con  hombres  dotos  (aunque  en  estas  partes  hay  muchos)  es  tan 
poca,  cuan  poco  es  el  tiempo  que  donde  ellos  están  habito,  demás 
que  en  estas  partes  se  platica  poco  desta  materia,  digo  de  la  verda- 
dera poesía  y  artificioso  metrificar;  que  de  h:icer  copias  á  bulto, 
antes  no  hay  quien  no  lo  profese.  Porque  los  sabios  que  desto 
podrían  tratar,  sólo  tratan  de  interés  y  ganancias,  que  es  á  lo  que 
acá  los  trajo  su  voluntad,  y  es  de  tal  modo  que  el  que  más  doto 
viene  se  vuelve  más  perulero...  ¡Oh,  dichosos  (y  otra  vez  dichosos) 
los  que  gozan  de  la  quietud  de  España,  pues  con  tanta  facilidad  y 
con  tantas  ayudas  de  costa  pueden  ocuparse  en  ejercicios  virtuosos 
y  darse  á  los  estudios  de  las  letras!  y  ¡oh,  mil  veces  dinos  de  ser 
alabados  los  que  á  cualquier  género  de  virtud  se  aplican  en  las 
Indias,  pues  demás  de  no  haber  premio  para  ella,  rompen  por  tan- 
tos montes  de  dificultades  para  conseguirla!»  (l). 


(i)  Primera  parte  del  Parnaso  Antartico  de  obras  amatorias.  Con  las  veinti- 
una Epístolas  de  Ovidio  y  el  « In  Ibim »  eji  tercetos.  Dirigidas  á  don  luán  de 
Villela,  Oydor  en  la  Chancilleria  de  los  Reyes.  Por  Diego  Mexia ,  natural  de  la 
ciudad  de  Sevilla,  i  residente  en  la  de  los  Reyes,  eri  los  7-iquissimos  Reinos  del  Pirti. 
Año  1608.  Con  privilegio;  en  Sevilla.  Por  Alonso  Rodríguez  Gai/iarra,  4.° 

Las  Heroidas  se  reimprimieron  ea  el  tomo  xix  de  la  Colección  Fernández,  y 
recientemente  en  la  Biblioteca  Clásica;  pero  en  una  y  otra  edición  hubo  el 
mal  acuerdo  de  suprimir  la  mayor  parte  de  los  preciosos  preliminares  del 
libro,  y  con  ellos  la  carta  de  la  señora  peruana.  Tampoco  está  en  las  reim- 
presiones modernas  la  traducción  del  Ibis.  De  modo  que  el  Parnaso  Antár- 


PERÚ  169 

Mucho  más  que  del  culto  ingenio  de  Mexía  puede  gloriarse  Lima 
de  haber  dado  hospitalidad  en  su  convento  de  Predicadores,  como 
reo-ente  de  Estudios  y  maestro  y  Lector  de  Teología,  al  que  sin 


tico  sólo  puede  ser  conocido  íntegramente  consultándole  en  la  primera  edi- 
ción. Exórnanla  sonetos  laudatorios  del  Licenciado  Pedro  de  Oña,  en  nombre 
de  la  Antartica  Academia  de  la  ciudad  de  Lima  en  el  Perú;  del  Dr.  Pedro  de 
Soto,  catedrático  de  Filosofía  en  México,  en  nombre  de  su  claustro^  y  de  Luis 
Pérez  Ángel,  natural,  ó  á  lo  menos  vecino,  de  Arica,  según  se  infiere  del 
elogio  de  la  incógnita  poetisa: 

Con  gran  recelo  á  tu  esplendor  me  llego, 
Luis  Pérez  Ángel,  norma  de  discretos. 
Porque  soy  mariposa  y  temo  el  fuego, 

Fabrican  tus  romances  y  sonetos, 
Como  los  de  Anfión  un  tiempo  á  Tebas, 
Muros  á  Arica,  á  fuerza  de  concetos. 

Una  segunda  parte  inédita  del  Parnaso  A?iidríico  se  conserva  en  la  Biblio- 
teca Nacional  de  París  (núm.  599  del  Catálogo  de  Morel-Fatio).  El  manuscrito 
perteneció  al  Virrey  Príncipe  de  Esquiladle,  cuyas  armas  lleva,  y  á  quien  fué 
dedicado  por  el  propio  Diego  Mexia  de  Fernangil,  tninistro  del  Santo  Oficio  de 
la  Inquisición^  en  la  visita  y  corrección  de  los  libros  de  la  ciudad  de  Sevilla.  El 
autor  residía  entonces  en  la  villa  de  Potosí,  después  de  haber  perdido  la 
mayor  parte  de  su  fortuna,  en  la  «deshecha  tormenta  que  corrió  por  sus  ne- 
gocios». Todo  induce  á  creer  que  era  mercader  ó  tratante.  De  sus  quiebras 
se  consolaba  con  el  cultivo  de  las  letras,  «desenvolviendo  muchos  autores  la- 
tinos y  frecuentando  los  umbrales  del  sagrado  templo  de  las  Musas».  «Conoz- 
co (añade),  que  en  treinta  y  tres  que  ha  salí  de  España,  es  ya  otro  el  len- 
guaje, y  otra  la  perfección  y  alteza  de  la  poesía;  pero  con  ésta  que  entonces 
traje  y  acá  se  ha  disminuido,  quise  hacer  este  servicio  á  aquel  señor  que  es- 
timó en  más  el  cornadillo  de  la  pobrecita  que  las  magníficas  ofrendas  de  los 
ricos  y  poderosos...  Es  esta  mi  poesía  como  los  ídolos  que  Alcibíades  con- 
sagraba al  dios  Sueno,  que  en  lo  exterior  eran  feos  y  mal  compuestos,  y  den- 
tro de  sí  encerraban  joyas  y  piedras  preciosas,  y  ninguna  de  más  valor  ni  es- 
tima que  las  obras  de  Cristo  N.  S.» 

Esta  segunda  parte,  en  efecto,  es  de  carácter  enteramente  distinto  de  la 
primera,  pues  sólo  contiene  versos  religiosos.  Ocupan  la  mayor  parte  del 
tomo  200  sonetos  sobre  la  vida  de  Cristo,  escritos  con  idea  de  que  acompaña- 
ran á  unas  estampas  del  P.Jerónimo  Natal,  de  la  Compañía  de  Jesús.  Después 
se  encuentran  una  Epístola  d  la  Serenísima  Reina  de  los  Ángeles,  Santa  Alaría 
Virgen;  La  Perla  de  la  vida  de  Santa  Afargarita,  Virgen  y  Aídrtir,  dirigida  al 
licenciado  Alonso  Maldonado  de  Torres,  presidente  de  la  Real  Audiencia  de 


170  CAPITULO    IX 

empacho  podemos  llamar  el  primero  de  nuestros  épicos  sagrados, 
émulo  victorioso  del  obispo  Jerónimo  Vida  y  digno  de  emparejar  á 
veces  con  Milton  y  Klopstock,  Fué  éste  el  dominico  sevillano  Fray 
Diego  de  Ojeda,  grande  entre  los  raros  poetas  de  su  orden,  y  de 
primera  nota  entre  los  de  España,  por  más  que  tanto  tiempo  pesara 
sobre  él  un  injustísimo  olvido,  de  que  por  fin  vino  á  redimirle  la  alta 
y  serena  crítica  de  Quintana.  No  hay  en  la  Cristiada,  ni  cuadraba  al 
sublime  y  tremendo  asunto  que  el  religioso  poeta  eligió,  la  fantasía 
intemperante  y  deslumbradora,  el  lujo  oriental  6  tropical  del  Ber- 
nardo, ni  tampoco  la  novedad  de  materia  y  color  que  realzan  la 
Araucana;  pero  es,  sin  disputa,  el  mejor  compuesto  de  nuestros 
poemas,  el  más  racional  en  su  traza  y  distribución  de  partes,  el  que 
penetra  en  esferas  más  altas  del  sentimiento  poético,  el  más  lleno 
de  calor,  de  elocuencia  patética,  de  afectos  humanos,  de  viva  y  pe- 
netrante efusión,  que  en  ciertos  pasajes,  como  el  cuadro  de  los  azo- 
tes, es  capaz  de  arrancar  lágrimas  al  lector  menos  pío.  La  ardiente 
elocuencia  de  nuestros  ascéticos,  la  del  venerable  Granada,  sobre 
todo,  en  sus  Meditaciones  sobre  la  Pasión,  nadie  la  ha  igualado  entre 
nuestros  poetas,  salvo  el  P.  Ojeda.  Si  en  España  no  estuviera  el 
gusto  tan  rematadamente  estragado,  no  andaría  la  Cristiada  con- 
fundida y  olvidada  en  un  rincón  de  la  Biblioteca  de  Autores  Espa- 
ñoles, sino  que  se  multiplicarían  sus  ediciones  para  deleite  de  las 
almas  devotas,  no  menos  que  de  los  hombres  de  buen  gusto.  Quin- 
tana harto  hizo  con  sacarla  de  la  obscuridad  y  recomendarla,  ven- 
ciendo su  genial  indiferencia  respecto  de  la  poesía  religiosa.  «La 
pompa  y  brillantez  de  las  descripciones  (dice),  la  belleza  general  de 
los  versos  y  del  estilo  corresponden  casi  siempre  á  la  grandeza  de 
la  intención  y  de  los  pensamientos...  El  lenguaje  de  la  Cristiada  es 
propio,  puro,  natural,  ajeno  enteramente  de  la  afectación,  pedantería, 
conceptos  y  falsas  flores  que  corrompieron  después  la  elocuencia 
y  la  poesía  castellana...  No  se  hallarán  en  Ojeda  imitaciones  de 
otros  poetas  antiguos  ni  modernos;  el  lenguaje  de  la  Escritura  y  de 


Charcas,  y  luego  oidor  en  el  Consejo  de  Indias;  una  Oración  en  alabanza  de  la 
Señora  Santa  Ana,  Las  Novísimas,  una  Égloga  del  Buen  Pastor  y  otra  del  Dios 
Pan  al  Santísimo  Sacramento. 


PERÚ  171 

los  libros  ascéticos  son  las  fuentes  de  su  dicción,  que  hierve  toda 
de  expresiones  sublimes  á  veces,  á  veces  tiernas  y  dulces,  y  fre- 
cuentemente también  tocando  en  familiares  y  bajas  por  su  extrema- 
da naturalidad  y  sencillez»  (l). 

A  esta  familiaridad,  que  á  veces  degenera  en  prosaísmo  y  bajeza; 
á  ciertos  resabios  escolásticos  y  de  controversia  teológica  (que  no 
sería  difícil  encontrar  también  en  Dante  y  en  Milton);  á  la  falta  de 
plenitud  y  cadencia  en  algunos  versos  y  de  esmerada  construcción 
en  muchas  octavas;  á  la  falta  de  energía  con  que  están  presentados 
los  caracteres,   atribuye  principalmente  Quintana  el  que  la   Cris- 
tiada,  con  valer  todo  lo  que  vale,  y  ser,  bajo  muchos  respectos,  su- 
perior á  todos  los  productos  de  nuestra  musa  épica,  no  pueda  clasi- 
ficarse sin  reserva  entre  las  obras  maestras  de  su  género,  aunque, 
mirada  á  trozos,  llegue  á  contundirse  con  ellas.  Yo  creo  que  lo  que 
principalmente  la  daña  es  cierto  género  de  ejecución  menuda  y  algo 
candorosa,  cierto  abandono  infantil,  más  propio  de  libro  de  devo- 
ción que  de  poema  épico,  y  una  verbosidad  desatada  que  roba  ner- 
vio á  la  dicción  y  energía  á  las  situaciones,  y  deja  ver  con  frecuen- 
cia detrás  del  poeta  al  orador  sagrado.  Pero  cuando  Ojeda  acierta, 
^quién  de  nuestros  épicos  acierta  como  él?  La  vestidura  que  lleva 
el  Salvador  al  Huerto,  en  la  cual  estaban  representados  los  pecados 
del  mundo;  la  Oración  personificada  que  sube   al  cielo  á  pedir  á 
Dios  por  su  Hijo;  el  hermoso   movimiento  lírico  con  que  el  poeta 
interviene  en  el  cuadro  de  los  azotes  Yo  pequé,  mi  Señor,  y  tú  pade- 
ces...; los  consuelos  del  arcángel  Gabriel  á  la  Virgen  María  vatici- 
nándole la  resurrección  de  su  hijo;  el  cuadro  todo  de  la  Crucifixión, 
y  especialmente  el  momento  del  eclipse...;  estas  y  otras  innumera- 
bles cosas  que  hay  en  el  poema  de  nuestro  dominico,  son  de  mag- 
nífica y  soberana  poesía,  y  todo  hombre  de  buen  gusto  dirá  como 
dijo  Quintana  del  último  de  los  trozos  mencionados:  «Yo  no  co- 
nozco cosa  que  se  aventaje  en  grandeza  á  este  pedazo  de  poesía,  y 
puede  ir  á  la  par  con  cualquiera  de  las  ideas  sublimes  que  se  admi- 
ran en  Homero,  Dante,  Miguel  Ángel,  Milton  y  los  demás  poetas  y 
pintores  de  esta  fuerza.» 

(i)     Prólogo  de  la  Musa  Épica  (t.  i,  edic.  de  1833),  pág.  48. 


172  CAPITULO    IX 

¡Singular  privilegio  del  suelo  americano,  el  que  en  él  hayan  sido 
compuestas  las  tres  principales  epopeyas  de  nuestro  siglo  de  oro: 
la  histórica  en  Chile,  la  sagrada  en  el  Perú,  la  novelesca  y  fantás- 
tica en  México,  Jamaica  y  Puerto  Rico!  (l). 

Juntamente  con  el  P.  Ojeda  daba  culto  á  las  musas  otro  dominico 
sevillano,  Fr.  Juan  Gálvez,  residente  en  el  convento  de  Trujillo 
cuando  la  poetisa  anónima  escribía,  dándonos  razón  de  su  patria: 

El  uno  está  Truxillo  enriqueciendo; 

A  Lima  el  otro,  y  ambos  á  Sevilla 

La  estáis  con  vuestra  musa  ennobleciendo. 

«Fr.  Juan  de  Galves  y  Fr.  Diego  de  Ojeda,  uno  en  su  Historia  de 
Cortés  y  otro  en  su  Cristiada,  bien  osarán  publicar  que  las  aguas 
del  río  Lima,  que  baña  la  ciudad  de  su  nombre,  no  envidiarán  jamás 
á  las  de  Beocia»,  añade  el  Licdo.  Bermúdez  y  Alfaro  en  el  prólogo 


( I )  La  Cristiada,  del  P.  Maestro  Fr.  Diego  de  Hojeda^  Regente  de  los  estudios 
de  los  Predicadores  de  Lima;  que  trata  de  la  vida  y  muerte  de  Cristo  nuestro  Sal- 
vador. Dedicada  al  Excmo.  Sr.  D.  J.  de  Mendoza  y  Ltma,  Marqués  de  Montes- 
claros  y  Virrey  del  Peni...  Impreso  en  Sevilla  en  la  imprenta  de  Diego  Pérez,  en 
la  calle  de  Catalanes,  año  de  161 1,  4.°  Las  aprobaciones  están  fechadas  en 
Lima.  Hay  versos  laudatorios  de  Lope  de  Vega,  Mira  de  Amescua,  Gregorio 
Rico  y  el  Licdo.  D.  Gabriel  Gómez. 

La  primera  reimpresión  completa  de  este  raro  y  precioso  libro  fué  la 
contenida  en  el  t.  i  de  los  Poemas  Épicos  de  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra,  que 
coleccionó  D.  Cayetano  Rosell.  Entre  las  posteriores  merece  especial  recuer- 
do la  muy  lujosa  de  Barcelona,  hecha  por  la  casa  editorial  de  González 
y  C.^  en  1896,  con  un  prólogo  de  D.  Francisco  Miquel  y  Badía.  (Fol.  máximo, 
con  muchas  cromolitografías  y  dibujos  intercalados.)  Un  peruano,  D.  J.  Ma- 
nuel de  Berriozábal,  publicó  en  1841  en  París  una  refundición,  ó  más  bien 
compendio,  del  poema,  con  el  título  de  La  Nueva  Cristiada,  y  tengo  idea  de 
que  esta  refundición  volvió  á  imprimirse  en  Barcelona. 

Un  joven  dominico,  de  quien  espera  mucho  la  historia  literaria  de  su  Or- 
den (a),  presentó  años  hace  á  la  Facultad  de  Letras  de  la  Universidad  de  Ma- 
drid una  tesis  doctoral  acerca  del  P.  Ojeda,  con  datos  biográficos  que  no  hemos 
visto  en  ninguna  otra  parte. 

(a)  Estas  esperanzas  se  han  convertido  ya  en  realidades,  que  irán  siendo  mayores 
cada  día.  Alúdese  aquí  á  Fr.  Justo  Cuervo,  á  quien  debemos  la  primera  edición  fiel  y 
correcta  de  las  Obras  de  Fr.  Luis  de  Granada,  y  de  quien  esperamos  el  mismo  trabajo 
respecto  de  la  Cristiada. 


PERÚ  173 

de  la  Hispálka  de  Luis  de  Belmente.  Nada  sabemos  de  este  poema 
sobre  Hernán  Cortes,  y  si  su  autor  merecía  realmente  ser  nombra- 
do en  compañía  de  tal  poeta  como  Ojeda,  nunca  nos  consolaremos 

de  su  pérdida. 

Mucho  se  ha  perdido  también,  pero  bastante  conservamos,  de  las 
excelentes  obras  de  Luis  de  Belmonte  Bermúdez,  aunque  en  la  me- 
moria de  los  curiosos  apenas  le  sobreviva  otra  cosa  que  su  comedia 
de  El  Diablo  Predicador,  de  tan  atrevida  y  fantástica  invención  en  la 
parte  seria,  de  tan  intenso  y  picante  donaire  en  la  parte  cómica,  la 
cual  sirvió  de  remoto  ejemplar  á  una  de  las  escenas  episódicas  del  in- 
comparable Don  Alvaro,  Pero  el  repertorio  dramático  de  Belmonte 
ya  escribiendo  sólo,  ya  en  colaboración,  es  mucho  más  copioso  y 
de  los  más  notables  entre  los  de  segundo  orden. 

Perdióse  un  libro  suyo  de  doce  novelas,  muy  celebrado  por  el 
donaire,  invención  y  agudeza  de  su  prosa,  en  que  comenzaba  Bel- 
monte por  reanudar  el  hilo  de  la  postrera  de  las  Ejemplares  de  Cer- 
vantes, haciendo  la  vida  del  perro  Cípión  como  el  manco  sano  había 
escrito  la  de  Berganza.  De  sus  obras  poéticas,  aún  permanece  ma- 
nuscrita en  dos  códices,  uno  de  la  Colombina  y  otro  de  Granada  (bi- 
blioteca de  los  duques  de  Gor),  la  principal  de  todas;  es  decir,  La 
Hispálica,  poema  sobre  la  conquista  de  Sevilla,  rico  de  valientes 
octavas,  y  por  todo  extremo  superior  á  la  Bética  de  Juan  de  la 
Cueva.  Con  ser  tan  varia  la  fecundidad  literaria  de  Belmonte,  aún 
fué  mayor  Ja  variedad  y  extrañeza  de  los  sucesos  de  su  vida,  desde 
que  muy  joven  abandonó  las  orillas  del  patrio  Betis,  «gastando  los 
años  mejores  de  su  vida  en  peregrinaciones  navales».  El  Licdo.  Ber- 
múdez y  Alfaro,  amigo,  y,  al  parecer,  deudo  suyo,  nos  refiere  sus 
andanzas  en  el  prólogo  que  puso  al  frente  de  La  Hispdlica  (l); 

«Pasó  á  Nueva  España  en  sus  primeros  años,  y  como  su  inclina- 
ción le  guiase  á  ver  nuevas  provincias,  navegó  á  las  del  Pirú  el  año 
siguiente  (2),  donde,  á  ejemplo  de  los  floridos  ingenios  de  Lima, 
volvió  al  estudio  afable  de  las  musas,  alcanzando  gran  parte  de  la 

(1)  Impreso  en  el  Ensayo  de  Gallardo,  t.  n,  páginas  62-69. 

(2)  Estaba  ya  en  Lima  el  año  1605,  según  él  propio  advierte  en  el  pró- 
logo de  la  comedia  Algunas  hazañas...  de  D.  Garda  Hurtado  de  Mendoza. 


174  CAPITULO    IX 

doctrina  que  en  sus  obras  descubre...  Escribió  Luis  de  Belmente  un 
poema  vario  en  la  invención,  porque  lo  pedía  el  sujeto,  de  sucesos 
de  aquellas  provincias,  con  la  sucesión  de  los  virreyes  suyos,  que 
otro  lo  tuviera  por  caudal  principal,  y  él  apenas  se  acuerda  de  ha- 
berlo hecho;  tanto  se  ha  vencido  con  la  fuerza  del  trabajo. 

» Ofrecióse  á  la  sazón  salir  una  armada  á  las  regiones  del  Austro, 
y  como  semejantes  armadas  tienen  necesidad  de  cronistas,  que  así 
lo  encarga  S.  M.  expresamente,  buscó  el  general  Pedro  Fernández 
de  Quirós  persona  que  hiciese  este  oficio,  y  asimismo  quien  usase 
el  de  secretario,  que  no  siendo  menester  mucho  para  persuadir  á 
nuestro  autor,  por  su  inclinación  natural,  aceptó  la  plaza,  hallándo- 
se en  él  las  partes  que  requerían  ambos  oficios,  porque  en  razón  de 
letra  no  conocemos  en  España  quien  le  exceda,  y  no  sin  dificultad 
se  podrá  hallar  quien  le  iguale,  si  bien  estima  en  poco  un  don  tan 
excelente,  siendo,  como  es',  con  el  extremo  que  en  él  se  conoce. 

»Hizo  su  peregrino  viaje,  descubriendo  en  tres  bajeles  la  armada 
incultas  y  no  domadas  regiones,  costeando  la  Nueva  Guinea  y  las 
islas  que  llaman  de  Salomón,  y  parte  de  las  dos  Javas,  Mayor  y  Me- 
nor, engolfándose  después  en  el  extendido  archipiélago  de  San  Lá- 
zaro, y,  en  fin,  poniendo  (como  él  mismo  dice  en  una  estancia) 
nombres  á  los  mares,  puertos  y  ríos;  y  más  copiosamente  en  los 
últimos  capítulos  de  un  libro  suyo  en  prosa,  que  saldrá  entre  las 
demás  obras,  guardando  en  silencio  la  historia  de  su  jornada,  que 
escribió  en  versos  heroicos,  hasta  darle  la  última  lima,  por  lo  poco 
que  se  agrada  de  sus  mismas  obras. 

s>Gastó  en  la  mar  once  meses  y  veinte  días,  que  en  golfos  jamás 
descubiertos,  con  hambre  y  sed,  tanto  de  la  tierra  como  del  susten- 
to, claro  es  que  serían  los  peligros  grandes  y  los  trabajos  inmensos. 
Su  almirante  y  lancha  arribaron  á  las  Malucas,  á  la  sazón  que  aca- 
baba de  ganarlas  D.  Pedro  de  Acuña,  gobernador  de  Filipinas;  y  la 
capitana  en  que  venía  Luis  de  Belmonte,  destrozada  }'■  perdida  con 
la  fuerza  de  los  vientos,  que  pareció  milagro,  cobró  á  los  seis  meses 
últimos  la  costa  de  la  Nueva  España,  prolongándola  ochocientas  le- 
guas por  la  banda  del  Sur.  Al  fin,  por  varios  casos,  llegó  á  seguro 
puerto;  pasó  á  México  segunda  vez,  donde,  no  pudiendo  olvidar  el 
manjar  sagrado   de  las   Musas,   escribió,  entre   muchas   comedias, 


PERÚ  175 

que  algunas  hay  impresas,  la  Vida  del  patriarca  Ignacio  de  Layó- 
la, en  versos  castellanos,  que  de  su  género  dudo  que  alguno  se  le 
aventaje.  Haráse  en  España  la  segunda  impresión  (l),  y  le  con- 
cederán el  lugar  que  ha  tenido  en  todas  las  provincias  de  Indias... 
»Llegó  á  Madrid  Luis  de  Belmente  queriendo  con  su  General 
volver  á  la  conquista  de  las  regiones  que  dejaron  descubiertas;  p-ero 
causas  legítimas,  bien  contra  su  inclinación  y  gusto,  le  forzaron  á 
no  proseguir  la  empresa,  si  bien  ha  gastado  el  tiempo  aprovechada- 

(i)  Nunca  he  visto  esta  segunda  edición,  ni  hallo  que  ningún  bibliógrafo 
la  mencione.  Es  probable  que  no  pasase  de  proyecto.  Sobre  la  de  México, 
que  es  rarísima,  véase  el  tomo  i  de  la  presente  Historia,  pág.  65. 

De  los  ingenios  que  en  Lima  conoció  Belmente,  hace  curiosa  enumeración 
su  panegirista  Bermúdez,  con  noticias  que  probablemente  le  había  comuni- 
cado el  mismo  poeta. 

«El  licenciado  Pedro  de  Oña,  hijo  de  la  robusta  Chile,  bien  muestra  en  su 
Arauco  domado  la  luz  que  pudieran  envidiar  los  mejores  de  Italia,  si  ya  con- 
fiesa hoy,  eon  la  ventaja  que  se  hace  á  sí  mismo,  que  fué  trabajo  de  sus  pri- 
meros años,  con  sola  la  bizarría  del  natural  gallardo:  será  (si  pone  los  últimos 
pinceles  al  Poema  del  Padre  Javier,  apóstol  de  la  India,  y  discípulo  del  Beato 
Ignacio),  no  el  menor  de  los  que  blasonan  en  nuestro  tiempo. 

»Fr.  Juan  de  Galves  y  Fr.  Diego  de  Ojeda,  uno  en  su  Historia  de  Cortés,  y 
otro  en  su  Cristiados... 

»ElDr.Figueroa, aunque  hijo  de  España,  tiene  hoy  con  justa  razón  por  patria 
aquella  nobilísima  ciudad, que  le  honra  como  á  natural  suyo;es  también  uno  de 
los  que  pueden  entrar  á  la  parte  en  el  laurel  de  Apolo,  en  igualdad  de  pocos. 

»E1  Dr.  Rivadeueira  Villarroel  y  el  Secretario  Obregón,  claro  manifesta- 
dor de  los  conceptos  de  Italia,  no  menos  tienen  el  lugar  que  sus  elegantes 
versos  merecen.» 

El  Dr.  Figueroa,  del  cual  se  habla  aquí,  y  á  quien  menciona  también  la 
poetisa  anónima: 

Testigo  me  serás,  sagrado  Lima, 
Que  el  doctor  Figueroa  es  laureado 
Por  su  grandiosa  y  elevada  rima. 

Tú,  de  ovas  y  espadañas  coronado. 
Sobre  la  urna  transparente  oíste 
Su  grave  canto,  y  fué  de  tí  aprobado... 

no  es  el  poeta  complutense  Francisco  de  Figueroa,  ni  el  valisoletano  Dr.  Cris- 
tóbal Suárez,  que  nunca  estuvieron  en  América,  sino  un  Dr.  Figueroa,  profe- 
sor de  Medicina  en  la  universidad  peruana,  de  quien  hay  versos  en  los  preli- 
minares de  algunos  libros. 

Aprovecharé  esta  nota  para  subsanar  la  omisión  del  curioso  pasaje  del  li- 


176  CAPÍTULO   IX 

mente  es  los  estudios  que  sigue,  no  dejando  por  ver  las  mejores 
ciudades  de  España,  sólo  á  fin  de  comunicar  los  ingenios  dellas.» 

El  mismo  aventurero  poeta  alude  bizarramente  á  sus  descubri- 
mientos y  peregrinaciones  navales  en  una  digresión  de  La  His- 

pálica: 

Yo,  apenas  conocido  en  nuestro  Polo, 

¿Cómo  podré  sonar  en  la  sujeta 

Región  del  Austro,  de  fiereza  armado, 

Si  bien  la  visité  como  soldado? 

Penetra  el  mundo,  sin  moverse  el  dueño. 
La  fama  de  la  pluma  y  de  la  espada, 
Y  en  tanto  que  reposa  en  blando  sueño, 
Llega  su  nombre  á  la  región  helada. 
Pues  yo  que,  alegre,  la  persona  empeño 
Por  la  región  del  sol  más  abrasada. 
No  quisiera  más  fama  que  en  aquellas 
Provincias  que  medí  con  propias  huellas. 

Más  ondas  nuevas  penetré  que  vieron 
Colón,  Cortés,  Pizarro  y  Magallanes, 
Pues  tocando  las  que  ellos  descubrieron. 
Pasé  con  los  cruzados  tafetanes, 
ün  capitán  seguí  de  quien  temieron, 

cenciado  Bermúdez,  relativo  á  los  poetas  mexicanos  contemporáneos  de 
Belmente. 

«De  Indias  salió  (Luis  de  Belmonte)  aficionado  con  razón  á  los  divinos  in- 
genios de  México,  que  no  es  su  lugar  el  que  menos  luce  en  los  concilios  de 
Apolo.  Y  puedo  decir  por  algunos  escritos  que  he  visto  suyos  y  dignos  de  la 
opinión  que  alcanzan,  que  comienzan  por  donde  acaban  muchos. 

sEs  aventajado  en  tan  loable  ejercicio  el  licenciado  Arias  de  Villalobos,  y 
no  menos  excelente  en  la  historia  por  su  justa  erudición,  de  que  dará  testi- 
monio la  que  felicísimamente  prosigue  de  la  Casa  de  Austria. 

sBernardo  de  Balbuena  tiene  no  inferior  asiento  en  el  Museo. 

»E]  Dr.  Martínez  y  Dr.  Cano  no  menos  se  precian  de  poetas,  que  del  asun- 
to principal  que  profesan;  que  tal  vez,  vacando  á  sus  ejercicios,  muestran  el 
esplendor  de  sus  ingenios. 

jMucho  siento  que  he  de  ofenderá  muchos  que  les  igualan  en  INIéxico:  pero 
como  es  otro  mi  intento,  habré  de  dejar  quejosos  tantos  como  florecen,  por 
no  ser  este  el  lugar  de  sus  alabanzas,  si  acaso  han  menester  de  mi  pluma,  en- 
trando en  su  número  el  Dr.  Airólo,  el  Dr.  Sarmiento,  Arrarte,  Cristóbal  Nú- 
ñez,  Medina  y  Barrientos,  Cristóbal  Porcel  y  Luis  de  Zarate,  hijos  de  aquella 
ilustrísima  ciudad;  que  por  ser  esta  breve  alabanza  dellos,  dejo  los  que  de 


PERÚ  177 

Midiendo  estrellas  y  afijando  imanes, 
Las  no  domadas  ondas  de  Anfitrite, 
Que  ya  no  tiene  el  orbe  quien  le  imite. 

El  pecho  puse  á  la  mayor  jornada, 
Llegando  al  sol  los  pensamientos  míos, 
Y  tocando  en  la  tierra,  en  vano  armada, 
Nombre  dimos  al  mar,  nombre  á  los  ríos, 
Como  de  Arauco  en  la  jamás  domada 
Región,  notaba  los  soberbios  bríos 
Ercilla,  de  los  bárbaros  chilenos: 
Si  bien  yo  anduve  más  y  escribí  menos. 

No  toca  á  nuestro  propósito  la  controversia  en  estos  últimos  años 
suscitada  acerca  del  autor  probable  de  la  Relación  del  descubrirnien- 
to  de  las  reglones  australes,  que  su  editor  atribuyó  á  Luis  de  Bel- 
mente, contrariando  tal  opinión  el  malogrado  cronista  de  nuestra 
marina  D.  Francisco  Javier  de  Salas  (l).  Lo  cierto  es  que  gran  par- 
te de  esta  relación  pasó  á  la  letra  al  libro  de  los  Hechos  de  D.  Gar- 
cía Hurtado  de  Mendoza,  marqués  de  Cañete,  que  compuso  en  1 61 3 
el  Dr.  Cristóbal  Suárez  de  Figueroa,  así  como  la  galana  prosa  de  este 
libro,  en  la  parte  que  se  refiere  á  la  sumisión  del  valle  de  Arauco  por 
D.  García,  sirvió  de  base  á  la  desatinadísima  comedia  que  Belmonte, 
asistido  de  otros  ocho  ingenios,  entre  los  cuales  los  había  tan  insig- 
nes como  Alarcón,  Guillen  de  Castro,  Mira  de  Amescua  y  Luis  Vé- 
lez,  dieron  á  los  teatros  en  IÓ22  con  el  título  de  Algunas  hazañas  de 
las  muchas  de  D.  García  Hurtado  de  Mendoza,  Marqués  de  Cañete {2). 

España  han  pasado  á  México  el  sagrado  monte  Febo;  de  quien,  y  de  los  cla- 
rísimos ingenios  de  Sevilla,  no  es  justo  que  trate  en  discurso  tan  breve,  que 
sería  más  ofenderlos  que  alabarlos.» 

(i)  Vid.  Historia  del  descubrimienio  de  las  regiones  australes^  hecho  por  el 
general  Pedro  Fernández  de  Quirds,  piiblicada  por  D.  Justo  Zaragoza.  Ma- 
drid, 1876,  3  vol.;  y  Boletín  de  la  Academia  de  la  Historia^  t.  i,  (1878). 

(2)  En  Madrid,  por  Diego  Flamenco,  año  1622.  Reimpresa  al  fin  de  las 
Comedias  de  Alarcón  en  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra.  Los  poetas  colabora- 
dores, amén  de  los  citados,  fueron  el  Conde  del  Basto  (nieto  de  Antonio  de 
Leiva),  D.  Fernando  de  Ludeña,  D.  Jacinto  de  Herrera  y  D.  Diego  de  Ville- 
gas. Puede  conjeturarse,  con  el  Sr.  Fernández-Guerra  (D.  Juan  Ridz  de  Alar- 
cón, pág.  359),  que  todos  estos  ingenios  andaban  por  aquella  fecha  rostri- 
tuertos con  Lope  de  Vega,  puesto  que  se  atreven  á  decir  de  sí  mismos  por 


178  CAPÍTULO    IX 

No  sabemos  que  ninguna  de  las  obras  de  Belmonte  saliese  de  las 
prensas  de  Lima.  No  así  las  de  D.  Diego  de  Avalos  y  Figueroa  y 
D.  Rodrigo  de  Carvajal  y  Robles,  que  por  este  tiempo  se  contaban 
entre  los  más  lucidos  ingenios  de  la  colonia.  Es  curiosísimo  y  entre- 
tenido libro,  cuanto  apreciable  por  su  rareza  bibliográfica,  el  de  la 
Miscelánea  Austral  que  en  1603  estampaba  el  patriarca  de  la  im- 
prenta peruana,  Antonio  Ricardo.  Dividióle  su  autor,  D.  Diego  de 
Avalos,  en  cuarenta  y  cuatro  coloquios,  de  que  son  interlocutores 
Delio  y  Cilena,  y  en  los  cuales,  sin  orden  alguno,  se  trata  de  las 
materias  más  diversas:  del  amor  y  de  las  cualidades  que  debe  tener 
el  amante,  de  los  celos,  de  la  música,  de  las  calidades  de  los  caba- 
llos, de  la  verdad,  de  la  vergüenza,  de  la  perfección  de  las  damas, 
del  origen  de  las  sortijas  ó  anillos,  de  la  conversación,  de  las  imáge- 
nes y  templos  de  Venus,  de  los  sueños  y  del  sueño,  de  las  ventajas 
de  la  lengua  toscana  para  la  música,  del  uso  de  las  estampas  y  da- 
ños de  la  ociosidad,  del  ave  Fénix,  del  pelícano,  del  cisne  y  del 
águila,  de  los  minerales,  animales  y  vegetales  del  Perú,  de  las  pro- 
piedades de  la  piedra  bezoar,  de  los  edificios  antiguos  del  Perú,  del 
origen  de  los  Incas  y  de  sus  leyes  y  ritos,  de  los  sacrificios  que  los 
indios  usaban,  de  la  antigua  riqueza  de  España  en  oro  y  plata,  elo- 
gio de  la  ciudad  de  Écija,  de  donde  era  oriundo  Avalos,  etc.  Es, 
pues,  una  Silva  de  varia  lección,  harto  semejante  á  la  de  Pero  Me- 
xía  en  lo  inconexo  y  abigarrado  de  las  materias.  Intercálanse  en 
ella  muchos  y  no  despreciables  versos,  entre  los  cuales  merecen  ci- 
tarse un  fragmento  de  traducción  en  verso  de  las  Lágrimas  de  San 
Pedro  de  Tansillo,  y  un  largo  poema  en  octava  rima  y  en  seis  can- 
tos, que  viene  á  ser  como  la  segunda  parte  del  libro,  y  lleva  por 

título  Defensa  de  Damas donde  se  alegan  jnemorables  historias ,  y 

donde  florecen  algunas  sentencias,  refutando  lo  que  algunos  philóso- 
phos  decretaron  contra  las  mujeres,}'  pr  ovando  ser  falso,  con  casos 
verdaderos,  en  diversos  tiempos  siiccedidos  (i). 

boca  de  Belmonte  que  «son  los  que  en  España  tienen  mejor  lugar,  á  despe- 
cho de  la  envidia ».  Como  en  despique  de  esta  comedia  compuso  Lope  tres 
años  después  la  suya  de  Arauco  domado,  cuyo  fondo  histórico  está  sacado  del 
poema  de  Pedro  de  Oña. 

(i)    Primera  parte  de  la  Miscelánea  Austral  de  D.  Diego  d' Avalos  y  Ftgue- 


PERÚ  179 

En  nuestra  Biblioteca  Nacional  se  conserva  un  ejemplar  del  rarí- 
simo poema  La  conquista  de  Antcqiiera,  por  el  capitán  D,  Rodrigo 
de  Carvajal  y  Robles,  impreso  en  Lima  en  1627:  obra  dignísima  de 
reproducirse,  tanto  por  la  curiosidad  histórica  de  las  noticias  que 
contiene,  como  por  su  indudable  mérito  poético,  superior  al  de 
otros  que  han  sido  muy  celebrados. 

De  otro  poema  inédito  del  mismo  autor,  sobre  La  batalla  de 
Toro,  no  queda  más  recuerdo  que  la  cita  de  N.  Antonio.  Aparte  de 
estas  obras  de  asunto  no  americano,  sólo  podemos  juzgar  á  D.  Ro- 
drigo de  Carvajal  por  un  poema  de  circunstancias,  donde  no  es  de 
celebrar  otra  cosa  que  la  habitual  lozanía  de  la  versificación,  en  que 
no  desmiente  Carvajal  y  Robles  el  carácter  distintivo  de  aquel  flo- 
ridísimo grupo  de  poetas  antequeranos,  que  él  fué  á  representar  en 

roa,  en  varios  coloquios...  Con  la  de/e?isa  de  Damas.  Dirigida  al  Excelhntissimo 
señor  Don  Luys  de  Velasco,  Cavallero  de  la  Orden  de  Santiago,  Visorey  y  Capitán 
General  de  los  Reynos  del  Pirú ,  Chile  y  Tierra  Firme.  Con  licencia  de  su  exce- 
lencia. Impreso  en  Lita  por  Antonio  Ricardo.  Año  1Ó02 ,  4.*^  El  autor  firma  la 
dedicatoria  en  la  ciudad  de  la  Paz,  en  6  de  Septiembre  de  1601. 

Lleva  gran  número  de  versos  laudatorios  del  general  D.  Fernando  de  Cór- 
doba y  Figueroa,  D.  Diego  de  Carvajal,  D.  Lorenzo  Fernández  de  Heredia, 
Dr.  D.  Francisco  de  Sossa,  Dr.  Hormero,  Dr.  Francisco  de  Figueroa,  Licen- 
ciado Bartolomé  de  Acuña,  Ldo.  Pedro  de  Oña,  Ldo.  Francisco  Núñez  de 
Bonilla,  Ldo.  Cristóbal  García  de  Rivadeneyra,  Ldo.  Antonio  Maldonado  de 
Silva,  Juan  de  Salcedo  Villandrando,  Leonardo  Ramírez,  Un  religioso  grave 
y  Francisco  Moreno  de  Almaraz.  Al  principio  de  la  Defensa  de  Damas,  nuevas 
composiciones  laudatorias  de  Pedro  de  Oña,  Ldo.  Bartolomé  de  Acuña  Oli- 
vera, D.  Sancho  de  Marañón,  Ldo.  D.  Francisco  Fernández  de  Córdoba, 
capitán  Gabriel  d'Oria  y  Rui  López  de  Frías  Coello. 

Esta  Miscelánea  Austral  impresa  no  ha  de  confundirse  con  la  otra  Miscelá- 
nea Antartica  inédita  (pues  lo  traducido  al  francés  por  Ternaux  Compans 
es  sólo  una  parte)  de  Miguel  Cabello  de  Balboa,  natural  de  Archidona,  autor 
también  de  otras  obras  mencionadas  por  la  poetisa  anónima: 

La  Volcánea  horrífica  terrible, 
Y  el  Militar  Elogio,  y  la  famosa 
Miscelánea  que  al  Inga  es  apacible: 

La  entrada  de  los  Moxos  milagrosa, 
La  comedia  de  El  Cuzco  y  Vasquirana, 
Tanto  verso  elegante  y  tanta  prosa 

Nombre  te  dan  y  gloria  soberana, 
Miguel  Cabello,  y  ésta  redundando 
Por  Hesperia,  Archidona  queda  ufana. 


1 8o  CAPÍTULO    IX 

el  Nuevo  Mundo:  los  Tejadas,  Espinosas,  Martines  y  Cristobalinas. 
Lope  de  Vega  cantó  de  él  en  la  silva  2.^  del  Laurel  de  Apolo: 

Aquí  con  alta  pluma  don  Rodrigo 
De  Carvajal  y  Robles,  describiendo 
La  famosa  conquista  de  Antequera, 
Halló  la  fama,  y  la  llevó  consigo; 
Tantas  regiones  penetrando  y  viendo, 
Que  del  Betis  le  trajo  á  la  ribera, 

Y  haciendo  por  su  hijo 
Festivo  regocijo, 

Las  bellas  ninfas  el  laurel  partieron, 

Y  como  ya  sus  dulces  musas  vieron 
Restituidas  á  su  patria  amada, 

Tomó  la  pluma  Amor,  Marte  la  espada. 

Es  autor  Carvajal  de  la  descripción  en  quince  silvas  de  las  Fies- 
tas que  celebró  Lima  al  nacimiento  del  príncipe  D.  Baltasar  Carlos; 
libro  de  la  mayor  rareza,  impreso  en  aquella  ciudad  el  año  1632, 
cuando  el  poeta  se  hallaba  de  Corregidor  y  Justicia  Mayor  de  la 
provincia  de  Colesuyo  por  Su  Majestad.  Ocurrió  durante  las  fiestas 
un  terremoto,  y  el  trozo  en  que  se  describe  es  de  los  más  valientes 
del  poema.  Elogiáronle  en  términos  cultos  y  ampulosos,  confor- 
me al  gusto  crespo  y  enmarañado  que  comenzaba  á  prevalecer  en 
nuestras  letras  de  aquende  y  allende,  el  IMaestro  Fr.  Lucas  de  Men- 
doza, agustino,  catedrático  de  Escritura  en  la  Universidad  de  Lima, 
y  el  Chantre  de  Arequipa  Fr.  D.  Fulgencio  Maldonado.  «Grandes 
fueron  las  fiestas  (dice  el  primero),  mas  nunca  tan  del  todo  grandes, 
como  en  la  relación  de  D.  Rodrigo  de  Carvajal  y  Robles;  que  son 
por  extremo  dichosos  en  crecer  los  asuntos  que  este  caballero  cría 
al  calor  de  sus  manos.  Antequera,  su  patria,  debe  la  inmortalidad  á 
su  poema  con  más  verdad  que  á  sus  muros.  Y  estas  fiestas  que  ya 
por  humanas  pasaron  presto,  tendrán  de  divinas  la  duración,  perpe- 
tuándose en  este  libro,  en  quien  he  hallado  mucho  que  admirar  y 
nada  que  corregir.»  «Embosqúese  en  estas  silvas  (pondera  el  Chan- 
tre arequipeño)  el  que  quisiere  sentir  como  Lope,  y  hallaráse  una 
vez  y  otra  y  mil  veces  cogido  de  suspensión,  causada,  ya  de  lo  dul- 
ce de  sus  descripciones,  ya  de  la  hermosura  y  pompa  de  las  voces; 


PERÚ  l8l 

y  los  que  entraren  más  adentro,  hallarán  más  rigurosas  observacio- 
nes del  arte.»  Un  poeta  anónimo  que  escribe  un  soneto  en  alabanza 
del  autor,  se  atreve  á  decir,  jugando  con  su  apellido,  que,  con  la 
publicación  de  tal  poema, 

Ya  vuelve  el  siglo  de  oro;  ya  los  robles 
Sudando  miel  como  en  la  edad  primera, 
El  reino  de  Saturno  pronostican. 

Tan  desaforadas  hipérboles  no  deben  prevenirnos  desfavorable- 
mente contra  el  libro  de  las  Fiestas,  que  es  de  los  mejores  ó  más 
tolerables  de  su  género  (l).  No  he  visto  la  Relación  en  verso  que  el 
franciscano  Fr.  Juan  de  Ayllon  publicó  en  1630  de  las  que  se  cele- 
braron en  Lima  con  motivo  del  octavario  de  los  XXÍII  mártires  del 
Japón;  pero  el  Sr.  Palma  afirma  que  en  ella  campean  los  más  extra- 
\'agantes  retruécanos  y  las  más  enigmáticas  antítesis  (2). 

Otras  hubo  de  mejor  estilo:  la  Relación  de  las  exequias  de  la  rei- 
na Df  Margai'ita  de  Austria,  siendo  virrey  el  Marqués  de  Montes- 
Claros  (161 3),  contiene  fáciles  versos  que  deben  de  ser  de  la  vena 
del  mismo  Padre  agustino  Fr.  Martin  de  León,  á  quien  pertenecen 
el  Sermón  de  honras  y  la  Relación  en  prosa  (3). 

Pero  la  dominación  del  buen  gusto  fué  tan  efímera  en  el  Perú 


(i )  Fiestas  que  celebró  la  ciudad  de  los  Reyes  del  Pirú,  al  nacimiento  del  Sere- 
jiissimo  Principe  D.  Baltasar  Carlos  de  Austria  tttiestro  señor.  A  D.  Francisco 
Fausto  Fernández  de  Cabrera  y  Bobadilla ,  niño  de  dos  años  y  primogénito  del 
Excmo.  Sr.  Conde  de  Chinchón ,  Virrey  del  Peni.  Por  el  capitán  D.  Rodrigo  de 
Carvajal  y  Robles,  Corregidor  y  Justicia  mayor  de  la  provincia  de  Colesuyo,  por 
Su  Majestad.  Impreso  en  Lima  (á  costa  de  la  ciudad)  por  Gerónimo  de  Cotifre- 
ras,  año  de  1632,  4.° 

(2j  Discurso  leído  en  la  inauguración  de  la  Academia  Peruana,  corres- 
pondiente de  la  Española,  el  30  de  Agosto  de  1S87. 

(3)  Relación  de  las  exequias  que  el  Excmo.  Sr.  D.  Jjtan  de  Alendoza  y  Lima, 
Afarqués  de  Montes-Claros,  Virrey  del  Piri'i,  hizo  en  la  vmertc  de  la  Reina  nues- 
tra señora  Doña  Margarita Por  el  Presentado  Fr.  Martin  de  Lima,  de  la 

Orden  de  San  Agustín.  En  Lima,  por  Pedro  de  Merchán  y  Calderón,  año  1613, 
en  4.°,  con  una  grande  estampa  que  contiene  el  diseño  del  túmulo  real,  dibu- 
jado en  Lima  por  J.  Martínez  de  Anona,  y  grabado  por  el  P.  León.  Versos 
laudatorios  de  Bernardo  Moutoya,  Pedro  de  Oña,  el  almirante  D.  P.  Orozco, 


1 82  CAPÍTULO   IX 

como  en  México.  Puede  decirse  que  el  último  rayo  de  pura  luz  lite- 
raria que  en  el  siglo  xvii  atravesó  las  tinieblas  que  comenzaban  á 
espesarse  sobre  las  escuelas  de  Lima,  fué  el  virreinato  del  Príncipe 
de  Esquilache  D.  Francisco  de  Borja,  verdadero  príncipe  á  la  italia- 
na y  verdadero  poeta,  aunque  distase  bastante  de  ser  príncipe  de 
la  poesía,  como  le  llamó  la  adulación  de  sus  contemporáneos.  Pero 
de  esto  al  injustificado  olvido  en  que  desde  fines  del  siglo  xviii 
yacen  sus  obras,  hay  mucha  distancia.  Es  de  los  poetas  de  segun- 
do orden  que  vienen  inmediatamente  después  de  los  grandes;  y  en- 
tre los  líricos  del  siglo  xvii,  pocos  son  los  que  merecen  más  que  él 
una  rehabilitación  cumplida,  que  algún  día  ha  de  serle  otorgada.  No 
tuvo  fiaerzas  ni  nervio  para  el  cultivo  de  los  géneros  superiores  de 
la  poesía.  Su  Ndpoles  recuperada  es  una  insípida  y  amanerada  imi- 


Fr.  Lucas  de  Mendoza,  el  Dr.  Cristóbal  de  Rivadeneyra,  Fr.  Blas  de  Acosta, 
Fr.  Diego  Fernández  de  Córdoba,  Fr.  J.  de  Zarate. 

Sin  pretender  apurar  esta  fastidiosa  literatura  de  fiestas ,  pompas  fúnebres 
y  certámenes,  mencionaremos  la  Relación  de  las  fiestas  á  la  bimaculada  Concep- 
ción de  la  Virgen,  de  Antonio  Rodríguez  de  León  (1618);  la  Relación  de  las 
fiestas  al  nuevo  reynado  de  D.  Felipe  IV,  de  Fr.  Fernando  Valverde  (1622); 
las  Fiestas  de  Lima  en  la  canonización  de  San  Pedro  Nolasco,  de  Fr.  Bartolo- 
mé Vadillo  (1632);  la  Pompa  fúnebre  en  la  muerte  de  Doña  Isabel  de  Barbón, 
de  Gonzalo  Astete  de  Ulloa  (1645);  la  Pompa  funeral  y  exequias  á  la  muerte 
de  Doña  Angela  de  Guzmán  (1654);  la  Pompa  fúnebre  en  la  muerte  del  Conde 
de  Salvatierra,  de  Gabriel  Barreda  Ceballos  (1663);  la  Celebridad  y  fiestas  con 
que  Lima  celebró  la  beatificación  de  Santa  Rosa,  de  D.  Diego  de  León  Pine- 
lo  (1670);  la  Triunfal  encomiástica  aclamación  del  Conde  del  Castellar,  de 
Andrés  de  Paredes  y  Solier  (1674);  el  Acto  glorioso:  fiestas  en  la  canonización 
de  San  Luis  Beltrdn  (1674);  el  Parnaso  del  Real  Colegio  de  San  Marcos,  pos- 
trado d  los  pies  del  Conde  de  la  Monclova  (1694);  las  Exequias  de  la  rei7ia  Doña 
Mariana  de  Austria  (1697);  el  Certaitien  panegyrico  historial  poético  por  la  reedi- 
ficación de  la  ciudad  de  los  Reyes  (1673). 

Esta  reedificación  es  la  que  siguió  al  espantable  terremoto  de  20  de  Octu- 
bre de  1687,  de  que  hay  relación  en  verso,  muy  rara  y  curiosa:  Relación  poé- 
tica de  la  fatal  ruina  de  la  gran  ciudad  de  los  Reyes ,  Lima,  con  los  espantosos 
temblores  de  tierra  sucedidos  d  20  de  Octubre  de  lóSS.  Va  al  fin  un  romance  al 
nunca  visto  alboroto  de  la  misma  ciudad  en  la  noche  del  lunes  l°  de  Diciembre 
del  mismo  año,  ocasionado  del  rtimor  falso  de  la  salida  del  mar,  por  un  ingenio 
desta  corte.  Con  licencia  en  Liina,  año  de  1Ó87. 


PERÚ  183 

tación  del  Tasso,  sin  jugo,  sin  interés,  sin  grandeza  y  hasta  sin  ver- 
so alguno  que  se  grabe  en  la  memoria,  porque  todos  son  iguales  en 
su  fría  y  monótona  corrección.  Pero  en  las  epístolas  morales  y  en 
los  sonetos,  como  discípulo  al  fin  de  Bartolomé  Leonardo  de  Argen- 
sola,  conservó  una  tradición  de  gusto  maduro  y  severo,  opuesta  á 
los  extravíos  reinantes;  y  en  los  romances  cortesanos  y  amorosos, 
en  las  letrillas  y  en  todo  género  de  versos  cortos,  que  eran  el  legí- 
timo campo  de  su  numen,  rivalizó  á  veces  con  Lope  de  Vega  en 
gracia  y  frescura.  Haría  buen  servicio  quien  del  enorme  tomo  que 
forman  sus  obras  poéticas  en  las  dos  ediciones  de  Amberes,  entresa- 
case en  un  pequeño  volumen  todo  lo  que  merece  vivir,  condenando 
al  olvido  lo  restante. 

De  161 5  á  1622  tuvo  Esquiladle  el  mando  supremo  de  los  reinos 
del  Perú,  con  honra  suya  y  provecho  de  la  nación.  Bajo  su  gobier- 
no fueron  rechazados  los  piratas  y  filibusteros  que  infestaban  aque- 
llas costas,  fortificado  el  puerto  del  Callao,  erigido  el  Tribunal  del 
Consulado;  recibieron  sabias  ordenanzas  los  establecimientos  mi- 
neros de  Potosí  y  Huancavélica;  se  fundó  el  Real  Convictorio  de 
San  Bernardo  para  la  educación  de  los  hijos  de  los  conquistadores, 
y  el  colegio  de  San  Francisco  de  Asís,  para  los  hijos  de  indios  no- 
bles; se  hizo  la  conquista  de  la  comarca  de  los  Maynas  en  el  Mara- 
ñón,  y  se  fundó  la  ciudad  de  San  Francisco  de  Borja,  sintiéndose  en 
ésta  como  en  todas  las  demás  providencias  del  Virrey  el  prepoten- 
te influjo  que  en  su  ánimo  ejercían  los  jesuítas.  Es  maravilla  que  en 
ninguna  de  sus  obras,  con  ser  tantas,  haga  Esquilache  la  menor  alu- 
sión (que  yo  recuerde)  al  Perú,  ni  á  América,  de  tal  modo  que  por 
ellas  nadie  inferiría  que  hubiera  pisado  siquiera  las  tierras  antarticas. 
El  picante  y  donosísimo  cronista  de  la  vida  colonial  de  Lima,  le  atri- 
buye la  fundación  de  una  academia  literaria  en  su  palacio ,  y  hasta 
da  los  nombres  de  los  que  á  ella  concurrían ;  pero  como  no  encon- 
tramos rastro  de  tal  academia  en  ninguna  parte,  nos  inclinamos  á 
pensar  que  ésta  es  una  de  tantas  ingeniosas  travesuras  del  autor  de 
las  Tradiciones  peruanas,  que  ni  pretenden  ser  libro  de  historia ,  ni 
pierden  nada  por  no  serlo  (l).  Academia  en  el  palacio  \irreinal  no 

(i)     Tengo  que  rectificar  esta  especie  y  volver  el  crédito  al  Sr.  Palma,  que 
tomó  sus  noticias  del  Diccionario  de  Mendiburu  (tomo  11,  pág.  59).  <^Comc> 

Mbnéndez  y  PEhAíO.— Poesía  his^ano-americana.— 11.  la 


184  CAPÍTULO   IX 

hallamos  hasta  el  tiempo  del  Marqués  de  Castell-dos-Rius;  aunque 
hubiese  virreyes  muy  cultos  y  estudiosos ,  como  lo  fué,  además  de 
Esquilache,  el  Conde  de  Santisteban  del  Puerto,  D.  Diego  de  Bena- 
vides  y  de  la  Cueva  {1661-1666),  autor  de  un  tomo  de  versos  latinos 
que  lleva  por  título  Hora:  Succisivcc  (I). 

Fué  lástima  que  el  período  de  mayor  paz,  abundancia  y  prospe- 
ridad de  la  colonia,  coincidiese  con  la  época  más  fatal  de  nuestra 
decadencia  literaria.  Lima,  que  era  el  principal  centro  de  cultura 
de  la  América  del  Sur;  Lima,  que  se  honraba  con  Universidad  tan 
floreciente  y  tan  bien  dotada  como  la  de  San  Marcos  (2);  Lima, 
donde  la  imprenta  tomó  tantas  alas  en  el  siglo  xvii,  puesto  que  pa- 
san de  cuatrocientas  las  publicaciones  de  aquel  siglo  que  han  llega- 
do á  catalogar  los  más  diligentes  bibliógrafos,  raras  todas  y  de  alto 
precio  en  el  mercado,  aunque  muchas  sean  breves  opúsculos,  ser- 
mones, alegaciones  en  derecho,  vidas  de  santos,  exequias  y  fiestas; 


amante  de  las  letras  no  era  posible  que  Esquilache  pasara  sin  fomentarlas  y 
sin  rodearse  de  los  ingenios  más  distinguidos  que  ofrecía  Lima  en  tan  remo- 
ta época;  y  así  se  reunían  seraanalmente,  en  Palacio,  diferentes  personajes  á 
cuyos  estudios  se  agregaba  la  ilustrada  capacidad  que  enaltecía  su  mérito.  El 
coronel  D.  Pedro  de  Yarpe  y  Montenegro,  el  oidor  D.  Baltasar  de  Laso  y  Re- 
bolledo, D.  Luis  de  la  Puente,  jurista  de  mucho  nombre,  el  religioso  Fr.  Bal- 
domcro Illescas,  de  la  orden  de  San  Francisco,  el  poeta  D.  Baltasar  Moreyra, 
y  otros  que  no  nombramos  por  falta  de  noticias,  tenían  con  el  Virrey  discu- 
siones sobre  materias  científicas;  cultivando  su  saber  literario  con  los  ensan- 
ches que  en  sus  debates  académicos  avivaban  la  más  noble  de  las  aspira- 
ciones» . 

Todo  esto  tiene  trazas  de  ser  verdad,  pero  mientras  no  pueda  citarse  más 
documento  que  el  dicho  de  un  escritor  del  siglo  xix,  por  docto  y  bien  infor- 
mado que  sea,  hay  que  dejar  en  duda  la  existencia  de  la  academia  ó  tertulia 
literaria  de  Esquilache. 

(i)  Horce.  Succisivm  D.  Didaci  BeJiavidii  Comitis  S.  Stephani,  studiosa  cura 
D.  D.  Francisci  Mard/ionis  Navarum  et  D.  Emmanuelis  Benavidii  filiorum 

congestee.  Nma  editio  a  mendis  expurgata Lugdimi,  sumptibus  Joantiis  de  Ar~ 

garay  bibliopolce pampiloneiisis,  16Ó4,  12.° 

(2)  Sobre  el  estado  de  la  Universidad  en  el  siglo  xvn,  debe  consultarse 
especialmente  el  libro  de  D.  Diego  de  León  Pinelo:  Hyponviema  Apologeticwii 

pro  Regali  Academia  Lwiensi.....  Ad  Limensem  Regium  Senatum Lima,  ex 

Officina  Juliani  de  los  Santos  et  Saldaña.  Anno  Domini  1648. 


PERÚ  185 

Lima,  que  en  1602  tenía  ya  teatro  público,  el  que  después  se  llamó 
de  la  Comedia  Vieja;  Lima,  la  primera  ciudad  del  Nuevo  Mundo 
donde  se  conoció  la  prensa  periódica  en  forma  muy  próxima  á  la 
presente,  cuando  pocas  ciudades  de  Europa  podían  jactarse  de  po- 
seerla (l);  Lima,  que  podía  envanecerse  con  un  polígrafo  tan  docto 
y  tan  juicioso  como  León  Pinelo,  útilho  y  mismo  á  los  bibliógrafos  y 
á  los  ilustradores  del  Derecho  de  Indias,  ofrece,  á  pesar  de  tantas 
ventajas,   muy  exiguo  contingente  á  la  literatura  poética  del  si- 
glo XVII,  prescindiendo  de  los  ingenios  que  le  prestó  la  metrópoli, 
y  que  por  su  educación  más  bien  corresponden  al  siglo  xvi,  aunque 
escribiesen  en  los  primeros  años  del  siguiente.  Algunos  infelices 
ensayos  épicos,  ya  de  tema  histórico,  como  las  Aranas  Antárticas  ó 
conquista  del  Perú,  de  D.  Juan  de  Miramontes  y  Zuazola,  que  ni  si- 
quiera llegaron  á  imprimirse,  á  pesar  de  haberse  encomendado  el 
autor  al  patrocinio  del  Virrey,  Marqués  de  Montesclaros  (1607- 
1616);  ya  de  materia  piadosa,  como  El  Angélico,  compuesto  en  ala- 
banza de  Santo   Tomás  por  el   dominico  Fr.  Adriano  de  Alecio; 
El  Santuario  de  Nuestra  Señora  de  Copacavana^  del  maestro  fray 
Fernando  de  Valverde,  agustino,  á  quien  acredita  de  elegante  pro- 
sista su  Vida  de  Jesu  Christo;  ya  de  índole  encomiástica  y  descrip  - 
tiva,  como  el  Poema  heroyco  hispano-latino^  panegírico  de  la  funda- 
ción y  grandezas  de  la  muy  Noble  y  Leal  ciudad  de  Lima,  del  jesuíta 
Rodrigo  de  Valdés,  el  cual  tiene  la  gracia  de  poderse  leer  á  un  tiempo 
en  latín  y  en  castellano,  lo  cual  quiere  decir  que  no  está  escrito  en 
ninguno  de  ambos  idiomas,  sino  en  una  jerigonza  bárbara.  Si  á  esto 
se  agrega  alguna  rarísima  poesía  lírica  que  se  imprimió  suelta,  como 

(i)  Es  sabido  que  las  Cartas  que  en  períodos  bastante  fijos  y  regulares, 
á  modo  de  Gaceta,  publicaba  en  Madrid  Andrés  de  Almansa  y  Mendoza,  des- 
de 162 1  á  1626,  sobre  novedades  de  esta  corte  y  avisos  recibidos  de  otras  partes, 
se  reimprimían  en  Lima  en  llegando,  aunque  de  estas  reimpresiones  quedan 
pocas.  (Vid.  Colección  de  Libros  Españoles  raros  y  curiosos^  t.  xvii.)  A  fines  del 
siglo  había  ya  Gacetas  especiales  de  Lima,  v.  gr. :  Relación  de  todo  lo  sucedido 
en  Europa  hasta  el  lunes  21  de  Septiembre  de  lóji. — Novedades  en  continuación 
de  la  relación  desde  2S  de  Agosto  de  1Ó7Q. — Diario  de  las  noticias  de  Lima,  en  que 
se  hace  saber  de  una  tragedia  lastimosa  que  sobrevino  del  cielo  el  año  de  1687. — 
Noticias  del  Sur,  continuadas  desde  6  de  Noviembre  de  lóSs- — Ultimas  noticias 
del  Sur 168S. 


l86  CAPÍTULO  IX 

la  correcta  y  bien  sentida  elegía  de  un  cierto  Sanabria  á  la  muerte 
de  su  hija,  tendremos  reunida  casi  toda  la  cosecha,  ni  muy  abun- 
dante ni  muy  conocida  (l).  Pero  el  libro  que  más  fielmente  indica 

(i)  Armas  Antárticas,  hechos  de  los  f amases  Capitajies  españoles  qtie  se  halla- 
ron en  la  Conquista  del  Perú:  su  autor  D.  Juan  de  Aliramontes  y  Zuazola,  dedi- 
cadas al  Excfno.  Sr,  D.  Juan  de  Mendoza  y  Luna,  Marqziés  de  Montesclaros ^ 
Virrey  del  Peni.  Ms.  citado  por  D.  Bartolomé  José  Gallardo,  como  existente 
en  la  biblioteca  del  infante  D.  Luis.  Es  un  poema  de  veinte  cantos,  en  octa- 
vas, y  por  lo  que  conocemos  de  él  no  parece  de  los  peores  de  su  clase,  y  es, 
por  de  contado,  superior  á  la  Lima  Fundada  de  Peralta. 

Empieza  el  poema  de  Miramontes : 

Las  armas  y  proezas  militares 
De  españoles  católicos  valientes, 
Que  por  ignotos  y  soberbios  mares 
Fueron  á  dominar  remotas  gentes. 
Poniendo  al  Verbo  Eterno  en  los  altares 
Que  otro  tiempo  con  voces  insolentes 
De  oráculos  gentílicos,  espanto 
Eran  del  indio,  ahora  mudas,  canto. 

Termina: 

Huye,  argentando  el  mar  de  espuma  cana; 
Lleva  dolor  y  déjanos  con  pena; 
Pues  si  estuviera  surto  otra  mañana 
No  levantara  el  ferro  de  la  arena. 
Porque  al  puerto  llegó  Pedro  de  Arana 
Al  risueño  apuntar  de  alba  serena, 
Y  al  punto  por  su  rastro  se  derrota. 
Mas  no  deja  en  el  mar  rastro  de  flota. 

— El  Angélico.  Escríbelo  con  estilo  de  poeta  lírico  el  Paare  Fray  Adriano  de 
Alecio,  del  Orden  de  Predicado?-es,  natural  de  Lima,  Ofrécelo  con  afecto  de  obe- 
diente á  nuestro  Reverendísimo  Padre  Maestro  Fray  Tomás  Turco ,  General  del 
Ordett  de  nuestro  Padre  Santo  Domingo Impreso  en  Murcia  por  Esteban  Li- 
beras. Año  de  i64£,  4.° 

— El  Santuario  de  Nuestra  Señora  de  Lopacavana.,  eft  diez  y  ocho  silvas , 

por  el  Rdo.  P.  Maestro  Fr.  Fernando  de  Valverde Lima,  por  Luis  de  Lira, 

1Ó41,  4.° 

El  argumento  de  la  comedia  de  Calderón  La  Aurora  en  Copacavana,  puede 
estar  tomado  de  este  poema  del  P.  Valverde  ó  de  la  Historia  del  célebre  san- 
tuario de  Nuestra  Señora  de  Copacavana  y  sus  milagros,  é  iftvencidtt  de  la  Cmz 
de  Carabuco,  escrita  en  prosa  por  otro  agustino,  Fr.  Alonso  Ramos  Gavilán 
(Lima,  1 62 i).  Pero  la  fuente  más  probable  es  el  libro  i  de  la  hoy  rarísima 
Parte  segunda  de  la  Crónica  Moralizada  del  Orden  de  San  Agustín  en  el  Perúy 
del  P.  Calancha  (Lima,  1653). 

—Poema  heroyco  hispano-laiino  de  la  ficndación  y  grandezas  de  la  muy  Noble  y 


PERÚ  187 

el  principio  de  la  depravación. del  gusto,  sin  llegar  todavía  á  los  ex- 
tremos de  delirio  que  hallaremos  en  el  siglo  xvni,  es  la  Solemnidad 
Fúnebre  y  Exequias  de  Felipe  IV,  celebradas  en  1666  por  la  Real 
Audiencia  de  Lima,  en  su  Iglesia  Metropolitana,  é  impresas  el  mis- 
mo año.  Fué  colector  de  este  libro  y  autor  de  la  relación  de  las 
honras  D.  Diego  de  León  Pinelo,  no  muy  inferior  á  su  hermano  en 
dotes  de  erudición  y  varia  literatura;  pero  en  la  relación  misma 
abundan  los  rasgos  de  mal  gusto,  y  son,  por  de  contado,  mucho 
mayores  en  las  inscripciones  y  hieroglyphicos  del  túmulo,  en  el  in- 
digesto sermón  del  Dr.  Juan  Santoyo  de  Palma,  digno  de  Fr.  Ge- 
rundio de  Campazas,  y  en  las  poesías  latinas  y  castellanas  con  que 
se  adornó  el  pórtico  de  la  iglesia.  Hay  acrósticos  y  centones,  dísti- 
cos retrógrados,  emblemas,  sonetos  que  son  á  un  tiempo  latinos  y 
castellanos,  laberintos  cuyas  letras  se  pueden  leer  de  innumerables 
maneras,  diciendo  siempre  lo  mismo;  en  suma,  todos  los  primo- 
res registrados  en  Caramuel  y  en  Rengifo.  La  mayor  parte  de  los 
poetas  latinos  (que  no  son  los  peores,  sin  duda  porque  la  imitación 
directa  y  aun  servil  de  buenos  modelos  los  contiene)  son  anónimos: 
sólo  constan  los  nombres  de  D.  Juan  Ramón,  Tomás  Santiago  Con- 

Leal  ciudad  de  Lima.  Obra  póshima  del  M.  R.  P.  M.  Rodrigo  de  Valde's,  de  la 
Compañía  de  Jesils,  Cathedrático  de  Prima  jubilado,  y  Prefecto  Rege7ite  de  Es- 
tudióos en  el  Colegio  Máximo  de  San  Pablo.  Sácale  d  luz  el  Doctor  D.  Francisco 
Garabito  de  León  y  Messia,  Cura  Rector  de  la  Iglesia  Metropolitatta  de  Lima, 
Visitador  y  E.xaminador  general  en  su  Arzobispado,  etc.  Sobrino  y  primo  hermano 

del  autor En  Madrid,  en  la  imprenta  de  Antonio  Román,  año  jóSj.  (En  la 

Revista  de  Lima,  t.  iii,  1860,  publicó  un  estudio  sobre  este  poema  D.  J.  A.  de 
Lavalle.) 

— Lágrimas  numerosas  en  la  muerte  de  Doña  María  de  Sanabria  y  Salas,  llo- 
radas por  su  padre  y  diiigidas  á  su  esposo.  Impreso  en  Lima  por  Bernardino  de 
Guzmán,  año  1633.  Se  encuentra  en  la  Biblioteca  Nacional,  en  el  t.  xxviu  de 
la  gran  colección  de  poesías  varias,  la  mayor  parte  manuscritas,  conocida  con 
el  título  de  Parnaso.  «Es  escritor  castizo  y  elegante  este  Sanabria,  aunque  no 
de  mucho  brío»  (dice  Gallardo): 

Ya  que  tu  muerte,  oh  cara  prenda  mía, 
Mis  ojos  embaraza  con  el  llanto 
Y  los  hurta  su  oficio  noche  y  día. 

Permite  que  en  alivio  del  quebranto 
Que  le  ocasiona,  suspirarle  pueda 
Quien  en  ti  de  su  vida  perdió  tanto. 


1 88  CAPÍTULO   IX 

cha  y  Pedro  Santiago  Concha:  las  restantes  figuran  como  obras  co- 
lectivas del  colegio  de  San  Pablo  de  la  Compañía  de  Jesús,  del 
colegio  de  San  Ildefonso  de  la  orden  de  San  Agustín,  y  de  los  estu- 
diantes religiosos  del  convento  grande  de  Predicadores.  Los  poetas 
castellanos  son  D.  Luis  de  Figueroa  Bustamante,  el  mismo  D.  Diego 
de  León  Pinelo,  el  Licdo.  Pedro  Espinosa  de  los  Monteros,  el  pres- 
bítero D.  Juan  de  Villegas,  el  mercenario  Fr.  Luis  Galindo  de  San 
Ramón,  D.  Pedro  de  León  Girón,  D.  Jerónimo  Vázquez  de  Herrera, 
corregidor  del  Cercado;  el  agustino  Fr,  José  de  la  Cruz,  el  licencia- 
do D.  Francisco  Cano  Moral  y  Peralta,  el  bachiller  Lucas  de  Tapia» 
el  cura  rector  del  puerto  de  Arica  D.  Bernardino  de  Cervantes  y 
Lugo,  D.  Diego  de  Velasco,  Bernardo  Gutiérrez  y  Torices,  el  Ba- 
chiller Baltasar  de  Cuéllar,  el  oficial  real  de  la  Caja  de  Lima  don 
Francisco  Colmenares  de  Lara,  el  capitán  Bartolomé  de  León  Atien- 
za,  D.  Francisco  Reinoso,  D.  Antonio  de  Espinel,  D.  Juan  de  Buen- 
día  y  Pastrana,  colegial  de  San  jNIartín;  D.  Juan  de  Urdaide,  el  maes- 
tro Evia,  guayaquileño,  á  quieu  ya  conocemos;  José  Antonio  Dá- 
vila,  D.  José  de  Castro  Isagaga...  Todos  estos  obscuros  poetastros» 
que  debían  de  ser  por  entonces  lo  más  florido  del  Parnaso  limeño, 
compiten  entre  sí  en  hinchazón  y  conceptismo;  pero  algunos,  espe- 
cialmente Dávila,  Figueroa  Bustamante  y  el  P.  Galindo,  versifican 
con  robustez  y  quizá  fueran  dignos  de  haber  nacido  en  época  me- 
nos infeliz  (i). 

La  prueba  de  que  no  faltaban  estudios  ni  ingenio,  sino  acertada 
dirección  en  los  unos  y  recta  aplicación  en  el  otro,  nos  la  da  el  he- 
cho de  haber  salido  precisamente  del  Perú  la  mejor  y  más  ingenio- 
sa poética  culterana,  tan  docta  y  tan  aguda  que,  á  no  ser  la  causa 
pésima  y  detestable,  pudiéramos  decir  de  su  defensor  con  palabras 

de  Virgilio: 

Si  Pergama  dextra 
Defendi  posseni:  etiam  hac  defensa  fuisscnt. 

(i)  Solemnidad  Fúnebre  y  Exequias  d  la  muerte  del  Catholico  y  Augustissimo 
Rei  Nuestro  Señor  D.  Felipe  IV  el  Grande,  que  celebró  en  la  Iglesia  Metropoli- 
tana la  Real  Audiencia  de  Lima,  que  ai  (sic)  gobierna  en  vacante,  y  mandó  impri- 
mir el  Real  Acturdo  de  Gobierno.  Con  licencia.  En  la  Imprenta  de  Juan  de  Que- 
vedo.  Año  de  Jóóó  (portada  grabada),  4.° 


PERÚ  189 

Me  refiero  al  Apologético  del  limeño  Dr.  Juan  de  Espinosa  Medrano: 
obrilla  estampada  en  la  capital  del  Perú  en  1694,  y  uno  de  los  fru- 
tos más  sabrosos  de  la  primitiva  literatura  criolla  (l).  Lo  que  pare- 
cería increíble,  si  no  supiéramos  de  sobra  lo  mucho  que  ciega  á  los 
hombres  el  espíritu  de  su  tiempo,  es  que  el  Dr.  Espinosa  Medrano, 
que  conocía  tan  bien  la  literatura  clásica,  que  escribía  por  lo  gene- 
ral con  tanta  claridad  y  llaneza  y  mostraba  tan  buen  sentido  en  la 
crítica  de  las  aberraciones  en  que  incurrió  Manuel  de  Faria  y  Sou- 
sa  en  su  comentario  á  Camoens,  gastase  miserablemente  tales  dotes 
en  componer  un  Apologético  del  Polifenio  y  de  las  Soledades  de 
Góngora.  ^ 

Con  mucho  donaire  y  razón  se  burlaba  el  doctor  limeño  de  las 
lucubraciones  alegóricas  en  que  tanto  sudaba  el  comentador  portu- 
gués para  obscurecer  el  clarísimo  texto  de  Los  Lusiadas:  «;Ouién 
le  dixo  á  Manuel  de  Faria  que  ¡os  poetas  habían  de  tener  misterios? 
f)  cuándo  los  halló  en  Camoens?  Debe  de  querer  que  una  Octava 
Rima  tenga  los  sentidos  de  la  Escritura,  ó  que  en  la  corteza  de  la 
letra  esconda  como  cláusula  canónica  otros  arcanos  recónditos,  sa- 
cramentos abstrusos,  mysterios  inephables.»  Pero  en  vez  de  dete- 
nerse aquí,  como  la  prudencia  pedía,  se  arrojaba  al  extremo  opues- 
to, y  no  menos  temerario,  de  miraren  la  poesía  solamente  el  aspecto 
exterior  y  retórico,  la  pompa  de  palabras,  el  aliño  de  locución,  en- 
tendiendo torpemente  el  concepto  de  la  forma:  «Alma  poética  pide 
Faria  en  Góngora Si  alma  llamó  las  centellas  del  ardor  intelecti- 
vo, mil  almas  tiene  cada  verso  suyo,  cada  concepto  mil  vivezas.» 

Mala  defensa  tenían  los  seiscientos  y  más  ejemplos  de  hipérbaton 

( 1 )  Apologético  en  favor  de  D.  Lilis  de  Gongo?  a.  Principe  de  los  Poetas  Lyri- 
cos  de  España^  contra  Manuel  de  Faria  y  Sousa,  Cavallero portugués^  que  dedica 
al  Exento.  Sr.  D.  Luis  Me'ndez  de  Haro^  etc....  Su  atitor  el  Dr.  Juan  de  Espi- 
nosa Medrano,  Colegial  Real  en  el  insigne  Seminario  de  San  Antonio  el  Magno., 
Catedrático  de  Artes  y  Sagrada  Theologia.,  en  él:  Cura  Rector  de  la  Santa  Igle- 
sia Caihedral  de  la  ciudad  del  Cuzco,  cabeza  de  los  reinos  del  Peni  en  el  Nuevo 
Mundo.  Coft  licencia.  En  Lima,  en  la  imprenta  de  Juaii  de  Quevedo  y  Zarate. 
Año  de  JÓQ4,  8.°  Con  versos  laudatorios  de  D.  Francisco  de  Valverde  Mal- 
donado  yXaraba,  de  D.  Diego  de  Loaysa  y  Zarate,  del  Licdo.  D.  Bernabé 
Gascón  Riqíielme,  del  maestro  Juan  de  Lyra  y  del  maestro  B'rancisco  López 
Mexía. 


igO  CAPITULO   IX 

latinizado  que  el  comentador  de  Camoens  había  contado  en  Góngo- 
ra;  pero  Espinosa  Medrano,  tomando  la  cuestión  muy  de  raíz,  em- 
prendió probar  que  era  atrev^imiento  insigne  y  muy  digno  de  ala- 
banza el  enriquecer  nuestra  lengua  con  los  despojos  de  su  madre; 
no  de  otro  modo  que  Horacio,  curiosamente  feliz,  según  la  expre- 
sión de  Petronio,  remedió  la  pobreza  de  la  suya  con  los  tesoros  del 
Ática.  «Y  amaneció  entonces  nuestra  poesía,  de  tan  divino  taller, 
grande,  sublime,  alta,  teórica,  majestuosa  y  bellísima,  digna  de  ma- 
yores ornatos,  de  pompas  mayores...  y  quedaron  comunes  los 
arreos,  indiferentes  las  galas.  Adornáronla  entonces  con  decencia 
los  áureos  collares  que  antes  la  abrumaban  con  melindre.»  Y  si  no 
acertó  Juan  de  Mena  en  la  misma  empresa,  fué  por  haberla  inten- 
tado en  un  siglo  en  que  estaba  la  poesía  castellana  «desceñida,  in- 
culta, rústica  y  humilde,  y  era  risa  quererla  cargar  de  los  arreos  de 
la  latina...  Cadenas  de  oro  que  sirvieron  de  adorno  á  robusta  ma- 
trona, colgárselas  á  musa  pueril,  más  es  prenderla  que  ataviarla.» 
Buscaba  Espinosa  en  la  literatura  romana  del  Imperio  los  prece- 
dentes de  la  altisonancia  y  pompa  del  estilo  gongórico,  y  recono- 
ció, antes  que  otro  alguno,  el  parentesco  estrecho  de  sangre  y  tem- 
peramento poético  entre  los  cordobeses  del  primer  siglo  y  el  cor- 
dobés de  ahora:  «Aquel  hablar  brioso,  galante,  sonoro  y  arrogante 
es  quitárselo  al  ingenio  español,  quitarle  el  ingenio  y  la  naturaleza. 
Luego  que  las  Musas  latinas  conocieron  á  los  españoles,  se  dexaron 
la  femenina  delicadeza  de  los  italianos,  y  se  pasaron  á  remedar  la 
braveza  hispana...  Y  esto  no  es  tan  nuevo  que  no  haga  cerca  de  diez 
V  siete  siglos  que  los  españoles  hablan  como  españoles...  Y  es  muy  del 
genio  español  nadar  sobre  las  ondas  de  la  poesía  latina  con  la  supe- 
rioridad del  óleo  sobre  las  aguas. » 

He  dicho  en  otra  parte,  y  no  me  arrepiento  de  ello,  que  el  Apo- 
logético de  Espinosa  es  una  perla  caída  en  el  muladar  de  la  poética 
culterana.  ¿Y  quién  era  este  ingenioso,  aunque  extraviado  precep- 
tista.'* Conocíasele  en  su  tiempo  por  el  vulgar  apodo  de  El  Lunarejo^ 
á  causa  de  tener,  no  uno,  sino  varios  lunares  en  el  rostro  (l).  En  el 

(i)     Es  muy  pobre  el  artículo  biográfico  de  Espinosa  Medrano  en  el  Dic- 
cionario Histórico  del  Perú,  del  general  Mendiburu,  obra  la  más  apreciable  de 


PERÚ  I 91 

colegio  de  San  Antonio  del  Cuzco  cursó  todas  las  artes  y  ciencias 
que  allí  se  enseñaban,  «desde  la  ínfima  de  Gramática  hasta  la  sobe- 
rana de  Theología».  Á  los  doce  años  tañía  con  habilidad  y  despejo 
diversos  instrumentos  musicales;  á  los  catorce  componía  autos  y  co- 
medias, de  las  cuales  sólo  ha  quedado  un  título:  El  robo  de  Proser- 
pina.  Á  los  diez  y  seis  desempeñaba  una  cátedra  de  Artes,  y  en  la 
enseñanza  pasó  toda  su  vida,  sin  que  fuesen  obstáculo  las  dignida- 
des eclesiásticas  que  obtuvo  de  magistral,  tesorero,  chantre,  y,  final- 
mente, arcediano  de  la  catedral  del  Cuzco.  Andan  impresos  sermo- 
nes suyos  y  otros  opúsculos  teológicos,  en  que  campean  su  mucha 
doctrina  y  depravado  gusto.  Parece  que  escribió  también  un  curso 
de  Philosophia  Thoniistica.  Sus  contemporáneos  le  veneraron  como 
un  oráculo;  en  vida  suya  se  escribió  un  libro  entero  de  panegíricos 
á  su  nombre  con  el  título,  que  entonces  no  parecía  irónico,  de  Glo- 
ria enigmática  del  Dr.  Juan  de  Espinosa  Medrano.  En  suma;  este 
sabio  y  piadoso  cuzqueño  fué,  por  decirlo  así,  como  el  ensayo  ó 
primera  prueba  del  famoso  Peralta  Barnuevo,  con  quien  pronto 
vamos  á  hacer  conocimiento  (l). 

Un  sólo  poeta  peruano  de  fines  del  siglo  xvii  logró,  merced  á  lo 
humilde  de  su  condición  y  al  género  en  que  principalmente  hubo 
de  ejercitar  su  travieso  ingenio,  librarse  de  la  plaga  del  gongoris- 
mo,  pero  no  del  conceptismo,  ó  más  bien  del  equivoquismo  ras- 
trero y  de  la  afición  á  retruécanos  y  juegos  de  palabras.  Llamóse 
este  festivo  coplero  D.  Juan  del  Valle  y  Caviedes,  por  apodo  El  poeta 

su  género  que  posee  ninguna  república  de  América,  aunque  más  atiende  á  la 
parte  política  y  militar  que  á  la  literaria,  y  adolece  del  defecto  de  no  indicar 
con  precisión  sus  fuentes  bibliográficas.  (Diccionario  Histórico  y  biográfico  del 
Peni,  formado  y  redactado  por  Mantiel  de  Mefidiburu.  Lima,  1874  y  siguien- 
tes, 8  vols.) 

(i)  En  el  apéndice  de  uno  de  los  curiosos  libros  publicados  por  la  Biblio- 
teca Nacional  de  Lima,  bajo  la  dirección  del  Sr.  Palma,  Apuntes  históricos  del 
Peni  y  Noticias  cronológicas  del  Cuzco  {lAvci^.,  1902),  se  ha  impreso  un  poe- 
mita  en  silva  de  Espinosa  Medrano,  El  aprendiz  de  rico,  cuyo  argumento  es  la 
falsificación  de  moneda  de  que  resultó  reo  un  acaudalado  minero  de  Potosí, 
apellidado  Rocha,  que  por  ello  murió  en  el  cadalso.  Acompañan  á  esta  com- 
posición algunas  noticias  biográficas  del  autor,  escritas  por  D.  Manuel  Calde- 
rón, antiguo  empleado  de  la  Biblioteca  de  Lima. 


192  CAPITULO   IX 

de  la  Ribera.  Sobre  él  dejamos  la  palabra  á  su  casi  descubridor  y 
ferviente  panegirista  el  Sr.  Palma,  que  en  1873  dio  á  la  estam- 
pa la  colección  de  los  versos  de  Caviedes,  picantes  como  guindi- 
llas (I). 

«En  1859  tuvimos  la  fortuna  de  que  viniera  á  nuestro  poder  un 
manuscrito  de  enredada  y  antigua  escritura.  Era  una  copia  hecha 
en  1693  de  los  versos  que,  bajo  el  mordedor  título  de  Diente  del 
Parnaso^  escribió  por  los  años  de  1683  á  1 69 1,  un  limeño  nombra- 
do D.  Juan  del  Valle  y  Caviedes. 

(i)  En  el  tomo  v  de  la  muy  importante  serie  de  Documentos  literarios  del 
Perú,  colectados  y  arreglados  por  el  coronel  de  Caballería  Manuel  de  Odriozola 
(Lima,  1873,  imp.  del  Estado).  Precede  á  los  versos  de  Caviedes  un  apunte 
crítico,  firmado  en  Buenos  Aires,  1870,  por  D.  Juan  María  Gutiérrez,  á  quien 
tanto  debe  la  historia  de  la  literatura  colonial  de  América. 

El  manuscrito  que  sirvió  para  la  edición  de  Odriozola  era  muy  incorrecto, 
lo  cual  movió  á  Palma  á  repetir  la  edición  de  los  versos  de  Caviedes  en  1899, 
al  fin  del  libro  titulado  Flor  de  Academias,  valiéndose  de  otro  códice  mejor 
que  perteneció  á  la  biblioteca  de  D.  Félix  C.  Coronel  Zegarra,  adquirida 
en  1898  por  la  Nacional  del  Perú  (págs.  333-474). 

Bajo  el  nombre  de  Caviedes  se  agrupan  dos  colecciones  poéticas:  el  Diente 
del  Parnaso  y  las  Poesías  diversas.  Todo  lo  que  se  contiene  en  la  primera  es 
indisputablemente  suyo,  y  tiene  la  comunidad  del  tema,  anunciada  ya  desde  el 
título:  Diente  del  Parnaso.  Guerras  físicas,  proezas  medicinales,  hazañas  de  la  ig- 
fiorancia,  sacadas  á  luz  por  D.  Juatz  Caviedes,  e7iférmo  que  milagrosafnenie  escapo 
de  los  errores  de  los  médicos  por  la  protección  del  glorioso  San  Roque,  abogado 
contra  los  médicos  ó  contra  la  peste,  que  tanto  monta.  Dedícalo  su  autor  á  la  Muer- 
te, emperatriz  de  médicos,  d  cuyo  augusto  cetro  le  feudan  vidas  y  tributan  saludes 
en  el  tesoro  de  muertos  y  enfermos.  Lleva  fe  de  erratas,  tasa,  licencia  y  aproba- 
ciones, todo  en  versos  burlescos. 

La  segunda  sección  de  poesías  varias,  serias  y  jocosas,  me  inspira  muchas 
sospechas.  El  estilo  de  la  mayor  parte  de  ellas  no  es  el  de  Caviedes,  ni  si- 
quiera parece  el  de  un  sólo  poeta,  sino  de  varios  cuyas  obras  se  mezclaron 
con  las  suyas  en  las  colecciones  manuscritas.  Hay,  entre  ellas,  primorosos  ro- 
mances amatorios,  de  la  buena  escuela  del  siglo  xvii,  por  ejemplo,  los  que 
comienzan: 

En  el  regazo  de  un  olmo, 
Verde  gigante  del  prado, 
Estaba  un  triste  pastor. 
Pensativo  y  sollozando. 


En  un  laurel  convertida 


PERÚ  193 

)»Caviedes  fué  hijo  de  un  acaudalado  comerciante  español,  y  hasta 
la  edad  de  veinte  años  lo  mantuvo  el  padre  á  su  lado,  empleándolo 
en  ocupaciones  mercantiles.  A  esa  edad  enviólo  á  España;  pero  á 
los  tres  años  de  residencia  en  la  metrópoli  regresó  el  joven  á  Lima, 
obligado  por  el  fallecimiento  del  autor  de  sus  días. 

2>A  los  veinticuatro  años  se  encontró  Caviedes  poseedor  de  mo- 


vió Apolo  á  su  Dafne  amada: 
¿Quién  pensara  que  en  lo  verde 
Murieran  sus  esperanzas? 
Abrazado  con  el  tronco 

Y  cubierto  con  las  ramas, 
Pegó  su  boca  á  los  nudos, 

Y  á  la  corteza  la  cara... 

endechas  y  canciones  del  mismo  gusto,  que  recuerdan  á  Solis  y  á  Calderón, 
á  veces  con  imitación  directa,  verbigracia: 

Nace  el  ave  ligera 
De  rizado  plumaje,  y  á  la  esfera 
Irguiéndose  veloz  y  enriquecida, 
A  Dios  está  rendida. 

Y  yo  con  libertad  en  tanta  calma. 
Nunca,  Señor,  os  he  ofrecido  el  alma. 

Nace  el  bruto  espantoso 
De  riza  crin,  de  cerdas  mar  undoso, 

Y  al  mirarse  de  todos  respetado, 
Siempre  venera  al  Ser  que  lo  ha  creado, 
Sólo  yo  con  terrible  desvario, 

Nunca  os  postré,  Señor,  el  albedrío. 

Nace  la  flor  lucida. 
Ya  rubí,  ya  esmeralda  engrandecida, 

Y  al  ver  su  color  roja, 

Por  dar  á  su  autor  gracias  se  deshoja. 

Y  yo  con  libertad  en  tanta  calma. 
Nunca,  Señor,  os  he  ofrecido  el  alma. 

Nace  el  arroyo  de  cristal  ó  plata, 

Y  apenas  entre  flores  se  desata, 
Cuando  en  sonoro  estilo  guijas  mueve 

Y  á  Dios  alaba  con  su  voz  de  nieve. 
Sólo  yo  con  terrible  desvarío, 
Nunca  os  postré,  Señor,  el  albedrío. 

Nace  el  soberbio  monte, 
Cuya  alteza  registra  el  horizonte, 

Y  en  su  tosca  belleza 

Ensalza  más  á  Dios  con  su  rudeza. 

Y  yo  con  libertad  en  tanta  calma. 
Nunca,  Señor,  os  he  ofrecido  el  alma. 

Mi  sospecha  no  se  limita  sólo  á  las  composiciones  de  asunto  grave  y  á  las 
puramente  líricas,  sino  que  se  extiende  también  á  algunas  de  las  festivas  y 


194  CAPITULO    IX 

desta  fortuna,  y  echóse  á  triunfar  y  darse  vida  de  calavera,  con 
gran  detrimento  de  la  herencia  y  no  poco  de  la  salud.  Hasta  enton- 
ces no  se  le  había  ocurrido  nunca  escribir  versos;  y  fué  en  1 68 1 
cuando  vino  á  darse  cuenta  de  que  en  su  cerebro  ardía  el  fuego  de 
la  inspiración. 

» Convaleciente  de  una  grave  enfermedad,  fruto  de  sus  excesos, 
resolvió  reformar  su  conducta.  Casóse,  y  con  los  restos  de  su  fortu- 
na puso,  en  una  de  las  covachuelas  ó  tenduchos  vecinos  al  palacio 


burlescas,  que  no  tienen  por  blanco  principal  la  medicina  y  los  rnédicos.  Hay, 
entre  ellas,  una  larga  sátira,  en  pareados  de  entremés,  donde,  con  indisputable 
gracejo,  se  va  pasando  revista  á  las  varias  castas  de  hipócritas,  beatas,  caba- 
lleros de  la  hampa,  damas  de  embeleco,  doctores  de  babilonia  ó  de  chafalonía. 
El  poeta  quiso  hacerse  pasar  por  Caviedes,  puesto  que  nombra  á  dos  de  los 
médicos  en  quienes  él  había  encarnizado  más  su  pluma: 

A  todos,  por  idiotas,  los  condeno, 
Porque  ninguno  hay  bueno, 
Desde  Bermejo,  tieso  y  estirado, 
Hasta  Liseras,  giba  y  agobiado.... 

Pero  la  llaneza  del  estilo,  la  ausencia  de  retruécanos,  el  sabor  general  de 
la  composición,  parecen  del  siglo  xvni  más  que  del  xvii.  Los  dos  primeros  ca- 
pítulos, que  versan  sobre  las  hazañerías  de  los  falsos  devotos  y  mojigatos,  re- 
cuerdan, en  seguida,  el  donoso  librillo  de  D.  Fulgencio  Afán  de  Ribera,  Vir- 
tud a!  uso  y  mística  á  la  moda,  no  escrito  hasta  1729. 

El  hecho  de  encontrarse  algunos  de  estos  poemas  en  la  Flor  de  Academias 
(1709),  atribuidos  á  otros  ingenios  que  los  leyeron  como  propios  en  la  tertu- 
lia del  Marqués  de  Castell-dos-Rius,  prueban  á  mi  ver,  no  un  plagio,  que  sería 
inverisímil,  tratándose  de  un  poeta  muerto  hacía  pocos  años,  y  cuyos  versos 
debían  de  ser  muy  populares  en  el  estrecho  círculo  literario  de  Lima,  sino  la 
suerte  ó  desgracia  que  á  Caviedes,  como  á  tantos  otros  autores  de  obras  de 
burlas,  cupo,  de  que  se  le  atribuyesen  poesías  en  que  no  pensó,  lo  cual  se 
comprueba  no  sólo  en  el  caso  excepcional  de  Quevedo,  bajo  cuyo  nombre  se 
creó  toda  una  literatura  apócrifa,  sino  en  versificadores  de  menos  nombre, 
como  el  catalán  Vicente  García,  rector  de  Vallíogona,  y  el  valenciano  Padre 
Mulet. 

En  ninguno  de  los  numerosos  certámenes  poéticos  de  su  tiempo  figura  el 
nombre  de  Caviedes,  más  que  en  el  dedicado  por  la  Universidad  de  San  Mar- 
cos al  virrey  Conde  de  la  Monclova,  en  1689.  El  general  Mendiburu  no  le 
menciona  en  su  Diccionario.  Pero  los  redactores  del  antiguo  Mercurio  Perua- 
no le  dedicaron  un  breve  artículo,  en  28  de  Abril  de  1791. 


PERÚ  195 

de  los  Virreyes,  lo  que  en  esos  tiempos  se  llamaba  un  cajón  de  ri- 
bera^ especie  de  arca  de  Noé,  donde  se  vendían  al  menudeo  mil  ba- 
ratijas. 

»Pocos  años  después  quedó  viudo;  y  d  poeta  de  la  ribera  (apodo 
con  que  era  generalmente  conocido),  por  consolar  su  pena,  se  dio 
al  abuso  de  las  bebidas  alcohólicas,  que  remataron  con  él  en  1692, 
antes  de  cumplir  los  cuarenta  años,  como  él  mismo  lo  presentía  en 
uno  de  sus  más  galanos  romances, 

s>Por  entonces  era  costosísima  la  impresión  de  un  libro,  y  los 
versos  de  Caviedes  volaban  manuscritos  de  mano  en  mano,  dando 
justa  reputación  al  poeta.  Después  de  su  muerte  fueron  infinitas  las 
copias  que  se  sacaron  de  los  dos  libros  que  escribió,  titulados  Diente 
del  Parnaso  y  Poesías  Varias.  En  Lima,  además  del  manuscrito 
que  poseíamos,  y  que  nos  fué  sustraído  con  otros  papeles  curiosos, 
hemos  visto  en  bibliotecas  particulares  tres  copias  de  estas  obras, 
y  en  Valparaíso,  en  1862,  tuvimos  ocasión  de  examinar  otra  en  la 
colección  de  manuscritos  americanos  que  posee  el  bibliófilo  D.  Gre- 
gorio Beeche. 

»Caviedes  ha  sido  un  poeta  bien  desgraciado.  Muchas  veces  he- 
mos encontrado  versos  suyos  en  periódicos  del  Perú  y  del  extran- 
jero, anónimos  ó  suscritos  por  algún  pelafustán.  En  vida  fué  Cavie- 
des víctima  de  los  médicos  empíricos,  y  en  muerte  vino  á  serlo  de 
la  piratería  literaria.  Coleccionar  hoy  sus  obras  es  practicar  un  acto 
de  honrada  reivindicación... 

»E1  bibliotecario  de  Lima  D.  Manuel  de  Odriozola,  que  tan  útil- 
mente sirve  á  la  historia  y  á  la  literatura  patrias  dando  á  la  estam- 
pa documentos  poco  ó  nada  conocidos,  es  poseedor  de  una  copia 
de  los  versos  de  Caviedes  hecha  en  1694... 

»Caviedes  no  se  contaminó  con  las  extravagancias  y  el  mal  gus- 
to de  su  época,  en  que  no  hubo  alumno  de  Apolo  que  no  pagase 
tributo  al  gongorismo.  En  la  regocijada  musa  de  nuestro  compa- 
triota no  hay  ese  alambicamiento  culterano,  esa  manía  de  lucir  eru- 
dición indigesta,  que  afea  tanto  las  producciones  de  los  mejores  in- 
genios del  siglo  XVII.  A  Caviedes  lo  salvarán  de  hundirse  en  el 
osario  de  las  vulgaridades  la  sencillez  y  naturalidad  de  sus  versos  y 
la  ninguna  pretensión  de  sentar  plaza  de  sabio.  Décimas  y  román- 


ig6  CAPÍTULO   IX 

ees  tiene  Caviedes  tan  frescos,  tan  castizos,  que  parecen  escritos  en 
nuestros  días...  En  el  género  festivo  y  epigramático  no  ha  producido 
hasta  hoy  la  América  española  un  poeta  que  aventaje  á  Caviedes. 
Tal  es  nuestra  conciencia  literaria.  Las  galanas  espinelas  á  un  mé- 
dico corcovado,  á  quien  llama  tnds  doblado  que  capa  de  pobre  cuan- 
do nueva,  y 

Más  torcido  que  una  ley 

Cuando  no  quieren  que  sirva: 

el  sabroso  coloquio  entre  la  Muerte  y  un  doctor  moribundo;  el  re- 
piqueteado romance  á  la  bella  Anarda  (l),  y  otras  muchas  de  sus 
composiciones,  no  serían  desdeñadas  por  el  inmortal  vate  de  la  sátira 
contra  el  matrimonio.» 

Reconoce  Palma  que  los  romances  de  Caviedes  están  afeados  por 
gran  número  de  expresiones  groseras  y  malsonantes  y  de  imágenes 
feas  y  nauseabundas;  consecuencia,  en  parte,  de  los  temas  que,  con 
predilección  monótona,  cultivó  el  poeta,  acérrimo  fustigador  de  la 
pedantería  de  los  medicastros  que  infestaban  la  colonia,  á  quienes 
llamaba  tumba  con  golilla  y  veneno  con  guantes  (2).  Pero  con  todos 

(i)     Este  romance,  tan  sucio  como  ingenioso,  comienza: 

Purgando  estaba  sus  culpas 
Anarda  en  el  hospital ; 
Que  estos  pecados  en  vida 
Y  en  muerte  se  han  de  purgar... 

y  es  imitación,  no  empeorada,  del  famoso  de  Quevedo: 

Tomando  estaba  sudores 
Marica  en  el  hospita 

(2)  No  tiene  reparo  en  estampar  con  todas  sus  letras,  los  nombres  y  ape- 
llidos de  estos  doctores, 

Ignorantes  majaderos. 
Que  matan  con  libertad 
Más  hombres  en  la  ciudad 
Que  el  obligado  cameros... 

Su  encono  contra  los  médicos  rayaba  en  monomanía,  pero  le  faltaba  la  vena 
cómica  de  Tirso  ó  de  Moliere.  En  el  corto  ámbito  de  sus  romances  casi  im- 
provisados y  muy  desiguales,  tiene  ocurrencias  felices,  por  ejemplo,  el  chis- 
toso «Memorial  que  presentó  la  Muerte  al  virrey  Duque  de  la  Palata  cuando 
»  se  trataba  de  enviar  buques  y  gente  de  guerra  contra  los  corsarios  y  se 
»  construían  las  murallas  para  resguardo  de  Lima»,  proponiendo  como  el  me- 


PERÚ  197 

SUS  defectos  de  pulcritud  y  de  gusto,  con  todos  sus  resabios  de  poeta 
callejero  y  desmandado,  Caviedes  no  debe  ser  confundido  entre  la 
turbamulta  de  imitadores  de  Quevedo  que  pululaban  en  España 
y  sus  colonias  á  fines  del  siglo  xvii  y  principios  del  xvm,  y  si  es  hi- 
pérbole notoria  compararle  con  su  modelo,  de  quien  no  tiene  ni  la 
penetrante  intención,  ni  la  intensa  y  amarga  ironía,  ni  la  varia  y 

jor  arbitrio  enviar  contra  el  enemigo  una  embarcación  tripulada  por  médicos, 
boticarios,  barberos  y  curanderos  (los  había  de  ambos  sexos,  según  da  á  en- 
tender, y  probablemente  serian  indias  las  que  á  esto  se  dedicasen).  En  el  mis- 
mo género  merecen  citarse  los  versos  á  Machuca,  por  su  nombramiento  de 
médico  de  la  Inquisición: 

Ya  los  autos  de  la  fe, 
Se  han  acabado  sin  duda, 
Porque  de  la  Inquisición, 
Médico  han  hecho  á  Machuca. 
Relajados  en  estatua 
Saldrán  judíos  y  brujas, 
No  en  persona,  que  estarán 
Ya  relajados  con  purgas. 
Tan  hechiceras  como  antes 
Serán  las  tristes  lechuzas, 
Porque  en  manos  del  doctor 
Han  de  volar  con  unturas... 

En  sus  rasguños  picarescos  aspira  Caviedes  á  remedar  la  desgarrada  bi- 
zarría de  las  jácaras  de  Quevedo,  en  cuya  lectura  estaba  empapado.  Véase, 
por  ejemplo,  esta  sarta  de  apodos  y  denuestos  contra  el  médico  jorobado 

Liseras: 

Más  doblado  que  un  obispo 
Cuando  en  su  obispado  espira, 

Y  más  que  capa  de  pobre 
Cuando  nueva  algunos  días: 
Más  que  bracelete  vueltas, 
Más  revueltas  que  una  esquina, 
Más  gradas  que  cementerio, 
Más  rincones  que  cocina, 
Más  hinchado  que  un  abad. 
Más  agachado  que  espina, 

Y  más  embutido  de  hombros 
Que  ignorante  que  se  admira, 
Más  tuerto  que  andar  derecho 
Entre  corchetes  y  escribas, 
Más  torcido  que  una  ley 
Cuando  no  quieren  que  sirva. 
Más  escaso  que  banquete 
De  poeta  que  convida... 
Más  agobiado  que  un  jaque, 


igS  CAPÍTULO   IX 

copiosa  doctrina,  ni  la  vasta  concepción  cómico-fantástica  del  mun- 
do, ni  el  raudal  inagotable  de  lengua,  ni  las  portentosas  invenciones 
de  estilo,  todavía  se  le  debe  un  puesto  honroso  entre  los  poetas  pi- 
carescos y  provocantes  á  risa,  en  el  coro  de  Camargo  y  Zarate, 
Fray  Damián  Cornejo,  Polo  de  Medina  y  Jacinto  Alonso  de  Ma- 
luenda.  El  Duende  del  Parnaso^  no  es  indigno  de  figurar  en  el 
mismo  estante  que  El  Buen  Humor  de  las  Musas,  El  Tropezón  de 
la  risa  y  La  Cozquilla  del  gusto. 

Lazo  entre  la  literatura  peruana  del  siglo  xvii  y  la  del  xviii  fué  la 
tertulia  ó  academia  que  en  su  palacio  reunía  por  los  años  de  1 709 
y  1 7 10  el  Virrey  Marqués  de  Castell-dos-Rius  (D.  Manuel  Oms  de 
Santa  Pau  de  Sentmanat  y  Lanuza),  antiguo  embajador  en  París  y 


Más  gibado  que  bocina, 

Y  en  fin,  en  la  espalda  y  pecho, 
Catafalco  con  ropilla. 

Del  cuadro  de  la  taberna  de  Lepre  parecen  arrancadas  las  grotescas  figu- 
ras de  dos  borrachos  de  Lima: 

El  Portugués  y  Piojito 
Viven  piposos  con  alma,» 
Matusalenes  de  Pisco 
Sino  Adanes  de  la  Nasca  (a), 

Y  jamás  han  visto  nieve. 

Ni  saben  si  es  negra  ó  blanca, 
Ni  en  sus  hígados  se  han  puesto 
Emplastos  de  verdolagas. 
Los  mostos  son  sus  cordiales, 
De  aguardiente  sus  horchatas, 
Los  pámpanos  su  achicoria, 

Y  estas  hojas  sus  borrajas. 
Los  lagares  sus  boticas. 

Los  azumbres  son  sus  dracmas, 
Su  boticario  el  pulpero 

Y  su  doctor  la  parranda... 

De  muchas  de  las  composiciones  de  Caviedes  pueden  entresacarse  versos 
felices,  pero  apenas  hay  ninguna  que  integramente  satisfaga.  Son  varias  las 
que  afectan  la  forma  de  pleito  ó  alegato  judicial,  que  todavía  estaba  en  boga 
por  los  tiempos  de  Bernat  Baldoví  y  sus  camaradas  de  La  Risa,  El  Fandango 
y  otros  semanarios  burlescos  de  mediados  del  siglo  xix,  que  rara  vez  hacen 
reir  por  lo  mismo  que  se  lo  proponen  siempre. 

(a)    De  los  valles  de  Pisco  y  Nasca  procedían  los  mejores  aguardientes  del  Perú. 


PERÚ  199 

en  Lisboa,  y  aunque  catalán,  ardiente  partidario  de  la  causa  de  Fe- 
lipe V.  Consérvanse  las  actas  de  estas  reuniones  literarias  en  un  có- 
dice titulado  Flor  de  Academias,  que  poseyó  D.  Pascual  de  Gayan- 
gos  (l),  y  del  cual  nos  ha  dado  peregrinas  noticias  el  diligentísimo 
historiador  de  nuestra  poesía  del  siglo  xviii  D.  Leopoldo  Augusto 
de  Cueto,  Marqués  de  Valmar.  Los  principales  ingenios  que  concu- 
rrían á  leer  versos  en  esta  academia  eran:  el  presbítero  D.  Miguel 
Sáenz  Cascante;  el  Padre  maestro  Fr.  Agustín  Sanz,  Vicario  de  los 
Mínimos,  calificador  del  Santo  Oficio,  confesor  y  consultor  del  Vi- 
rrey; el  Marqués  de  Brenes  (D.  Juan  Eustaquio  Vicentelo  y  Tole- 
do), que  había  sido  gobernador  y  capitán  general  de  Tierra  Firme; 
el  Alguacil  mayor  de  la  Real  Audiencia  de  Lima,  D.  Pedro  José 
Bermúdez  de  la  Torre;  el  Secretario  del  Virrey,  D.  Juan  Manuel  de 
Rojas  y  Solórzano,  caballero  de  Santiago;  el  celebérrimo  Dr.  Peralta 
Barnuevo,  catedrático  de  prima  de  Matemáticas  en  la  Universi- 
dad, cosmógrafo  é  ingeniero  mayor  de  los  reinos  del  Perú;  el  festiva 
entremesista,  D.  Jerónimo  de  Monforte;  el  Marqués  del  Villar  del 
Tajo,  general  de  la  mar  del  Sur;  el  Conde  de  la  Granja  D.  Luis  An- 
tonio de  Oviedo  y  Herrera,  gobernador  de  la  provincia  del  Potosí. 
«El  mal  gusto  de  la  época  (dice  el  Sr.  Cueto)  rebosa  en  esta 
abundante  colección  de  versos  artificiales  y  conceptuosos...  Pero 


(i)  Hoy  está  en  nuestra  Biblioteca  Nacional.  Otra  copia,  procedente  de  la 
colección  del  Sr.  Zegarra,  posee  la  Biblioteca  Nacional  de  Lima,  y  de  ella  se 
ha  valido  D.  Ricardo  Palma  para  publicar  íntegra  la  Blor  de  Academias  (edi- 
ción oficial)^  Lima,  oficina  tipográfica  de  <'-El  Tiempos,  1899. 

El  general  Mendiburu  (Diccionario  histórico,  t.  vi,  pág.  153)  dice  que  v: algu- 
nas de  estas  poesías  se  publicaron  en  Lima  á  fines  del  siglo  xviii,  en  el  Diario 
erudito,  cuyo  editor  consiguió  el  primer  tomo  de  la  colección  y  anunció  exis- 
tir otras  dos  que  estaba  Solicitando.  El  Jfercnrio  Pe?-nano,  números  16  y  17 
del  mes  de  Febrero  de  1791,  insertó  una  relación  histórica  relativa  á  la  aca- 
demia del  Marqués  de  Castell-dos-Rius.  Su  autor  fué  el  capitán  D.  Diego  Ro- 
dríguez de  Guzmán,  quien  como  custodio  del  archivo  conservó  muchos  apre- 
ciables  papeles,  entre  ellos  una  colección  de  actas  con  370  fojas,  que  llegó  á 
manos  de  los  editores  de  dicho  Mercurio...  En  aquel  tiempo  aparecieron  en 
Lima  otras  reuniones  de  personas  estudiosas  é  ilustradas:  el  Marqués  de  Vi- 
llafuerte,  fiscal  de  la  Audiencia,  fomentó  en  su  casa  una  de  estas  apreciables 
asociaciones,  y  no  lo  fué  menos  la  que  cultivó  en  la  suya  la  familia  de  Orrantia..> 

MsNÍNDEü  T  Pklato. — Poesía  hisbano-americana.  H.  13 


200  CAPITULO   IX 

acaso  por  el  aislamiento  en  que  vivían  los  poetas  en  aquellas  apar- 
tadas regiones,  el  cultismo  ni  subió  allí  á  las  nebulosas  alturas  de  los 
Góngoras,  ni  descendió  á  la  ruin  y  repugnante  esfera  de  los  Monto- 
ros.  Los  asuntos  académicos  son  unas  veces  nobles  y  naturales, 
como,  por  ejemplo,  á  la  victoria  alcanzada  por  Felipe  V  en  la  ba- 
talla de  Luzzara;  otras,  las  más,  son  de  aquellos  que  ponen  en 
prensa  el  ingenio  y  provocan  los  juegos  de  metro  y  de  palabra,  los 
retruécanos  y  los  conceptos.  Ya  expresan  el  rendimiento  de  amor  á 
una  dama,  en  redondillas,  con  la  obligación  de  acabar  cada  una  de 
ellas  con  un  título  de  comedia;  ya  discurren  sobre  lo  que  bordaba 
Penélope  en  su  famosa  tela,  ó  sobre  cuál  es  defecto  más  tolerable 
en  la  mujer  propia,  la  necedad  ó  la  fealdad;  ya  pintan  á  una  dama 
en  un  romance  con  la  precisión  de  haber  de  constar  cada  copla  de 
un  título  de  comedia,  de  otro  de  un  libro,  del  nombre  de  una  calle 
de  Madrid  ó  Lima  y  de  un  refrán;  ya,  en  fin,  escriben  romances  que 
son  al  mismo  tiempo  latinos  y  españoles.  En  medio  de  estas  y 
otras  extravagancias  semejantes,  asoma  á  menudo  la  fantasía  viva  y 
fecunda  de  aquellos  ingenios  extraviados.  El  Virrey  tenía  en  su  pa- 
lacio un  salón  dispuesto  para  representaciones  dramáticas.  En  algu- 
nas ocasiones  se  improvisaban  comedias.  Las  reuniones  empezaban 
con  música,  y  el  magnate  mismo  no  se  desdeñaba  de  tocar  la  guita- 
rra delante  de  aquellos  poetas,  amigos  suyos  predilectos,  que  si  bien 
libres,  traviesos  y  conceptuosos,  no  son  en  sus  versos  ni  licenciosos 
ni  chocarreros»  (l). 

A  esta  pintura,  trazada  de  mano  maestra,  conviene  añadir  algu- 
nos rasgos  individuales  de  los  principales  poetas.  El  Marqués  de 
Castell-dos-Rius,  traductor  de  los  himnos  del  Angélico  Doctor  San- 
to Tomás,  dio  culto  no  sólo  á  las  musas  líricas,  sino  á  las  dramáticas, 
y  además  de  varias  loas  insertas  en  el  códice,  sábese  que  compuso 
é  hizo  representar  en  su  teatro  privado  una  tragedia,  ó  más  bien 
ópera,  El  Perseo,  de  la  cual  dice  Peralta  Barnuevo,  en  una  de  las 
notas  de  su  poema  Lima  Fundada,  que  «tenía  armoniosa  música, 

(i)  Historia  Critica  de  la  Poesía  Castellana  en  el  siglo  XVI 11...  Tercera 
edición,  corregida  y  aumentada.  Tomo  I...  Madrid,  Rivadeneyra,  1893  (t.  xcvii 
de  la  Colección  de  Escritores  Castellanos),  páginas  83-91. 


PERÚ  20 I 

preciosos  trajes  y  hermosas  decoraciones,  y  que  en  ella  mostró  el 
Virrey,  no  sólo  la  elegancia  de  su  genio  poético,  sino  la  grandeza 
de  su  ánimo  y  el  celo  de  su  amor.» 

«Tenía  el  Marqués  perverso  gusto  poético  (advierte  el  Sr.  Cueto). 
Él  es  quien  ponía  á  los  asuntos  académicos,  en  sus  tertulias  litera- 
rias, tantas  pueriles  dificultades  métricas,  indignas  de  la  verdadera 
poesía;  y  se  trasluce  en  la  Noticia  proemial  de  la  Flor  de  Academias 
que  el  culto  y  elegante  Virrey  blasonaba  de  que  en  la  suya  «se  ba- 
rbián hecho  usuales  los  primores  más  difíciles»  y  «que  continua- 
» mente  se  componían  allí  poesías,  ya  retrógradas^  ya  con  ecos^  pa- 
»ranomasias  y  otras  delicadas  armonías  y  artificiosas  elegancias»  (l). 

,  (i)  Ampliando  las  noticias  contenidas  en  su  libro,  nos  facilitó  nuestro  ilus- 
tre compañero  el  Sr.  de  Cueto  las  muy  interesantes  notas  que  publicamos  á 
<;ontinuación  y  que  creemos  útiles  aun  después  de  la  publicación  del  Sr.  Palma: 
— Castell-dos-Rius  (D,  Manuel  de  Oms  y  de  Santa  Pau,  Marqués  de).  Na- 
tural de  Cataluña;  Grande  de  España;  Virrey  del  reino  de  Mallorca;  Embaja- 
dor en  Portugal  y  en  Francia.  Murió  en  Lima,  á  los  sesenta  años  de  su  edad, 
el  día  24  de  Abril  de  17 10,  siendo  virrey,  gobernador  y  capitán  general  de 
los  reinos  del  Perú,  Tierra  Firme  y  Chile. 

Flor  de  Academias,  que  co?ttiene  las  que  se  celebraron  eft  el  Real  Palacio  de 
¿sta  corte  de  Lima,  en  el  gabinete  del  Excmo.  Sr.  D.  Mamiel  de  Oms  y  de  Santa 
Pau,  olim  de  Sentmanat  y  de  Lanuza,  Marqués  de  Castell-dos-Rius...  desde  el  lu- 
nes 23  de  Septiembre  del  año  de  170Q  hasta  el  24  de  Abril  de  ijio. — Es  un  códi- 
ce de  206  hojas,  perteneciente  á  la  preciosa  colección  de  manuscritos  del 
Sr.  D.  Pascual  de  Gayangos. 

En  este  códice  hay  poesías  de  varios  ingenios  y  algunas  del  Virrey.  Todas 
conceptuosas,  como  de  aquel  tiempo.  Para  dar  alguna  idea  de  aquellas  tertu- 
lias poéticas,  copiaremos  algunas  palabras  de  la  Noticia  proemial  de  la  Flor 
de  Academias: 

«Determinó  (el  Virrey)  celebrar  en  su  gabinete  todos  los  lunes  por  la 
noche  una  academia,  compuesta  de  aquellos  caballeros  sus  más  favorecidos 
y  estimados,  y  que  más  inmediatamente  y  con  mayor  afecto  le  asistían...  El 
orden  que  observó  S.  E.  en  las  primeras  academias,  fué  dar  á  todos  los  inge- 
nios un  mismo  asunto,  á  que  compusiesen  de  repente,  señalándoles  también 
el  metro  en  que  habían  de  escribir,  y  un  breve  espacio  de  tiempo  para  co- 
rrer la  pluma  en  su  desempeño. 

>Precedía  á  la  composición  poética  la  dulce  armotiía.  Música  formada  de 
diestras  escogidas  voces  y  varios  sonoros  instrumentos.  Ostentaba  el  regio 
camarín,  en  el  aparato  magnífico  de  su  opulencia,  los  preciosos  adornos  que 


202  '  CAPITULO   IX 

D.  Jerónimo  de  Monforte  y  Vera,  poeta  aragonés,  se  distinguía 
especialmente  en  la  improvisación  burlesca,  y  hay  en  el  códice  Flor 
de  Academias  muchas  muestras  de  su  jovial  ingenio.  En  el  prólogo 
se  dice,  hablando  de  él:  «]\Iuy  favorecido  de  las  musas  festivas,  que 
le  han  inspirado  las  agradables  poesías  con  que  se  han  visto  acredi- 
tados sus  desvelos  en  los  más  plausibles  teatros  de  Europa  y  en  los 
más  célebres  Liceos  de  la  América.»  Residió  muchos  años  en  Lima» 
Con  el  título  de  El  amor  duende^  escribió  un  saínete  que  fué  repre- 


entre  el  lucimiento  y  la  curiosidad  dilataban  los  ánimos  en  el  gusto  y  la  ad- 
miración... 

s>Á  la  ingeniosa  tarea  de  las  obras  que  se  componían  de  repente,  añadió  su 
Excelencia  la  de  que  se  hiciesen  juntamente  otras  de  pensado  para  traerlas 
el  lunes  siguiente... 

»Su  Excelencia  había  cultivado  la  claridad  de  su  entendimiento  con  el 
continuo  estudio  de  todas  las  letras  que  ilustran  el  ánimo  de  un  generoso 
príncipe,  y  con  el  político  manejo  de  sus  altos  empleos.  Ninguna  lengua  de 
las  célebres  le  fué  extranjera. 

>Lo  que  en  todas  las  academias  se  escribió,  es  lo  que  contiene  este  li- 
bro. Pero  era  mucho  más  lo  que  se  decía  extemporáneamente  á  diferentes 
asuntos  y  argumentos  que  ofrecían  la  conversación,  el  acaso  ó  la  controver- 
sia de  diferentes  materias,  facultades  y  noticias,  con  admirable  propiedad  en 
la  inteligencia  de  la  filosofía  y  matemáticas,  jurisprudencia,  teología,  historia, 
poética  y  razón  de  estado:  usando  en  todo  de  rara  novedad,  sin  que  jamás 
se  oyese  composición  ordinaria  o'  común...  S.  E.  y  los  demás  i?igenios  habían 
hecho  usuales  los  priinores  más  difíciles...  En  algunas  ocasiones  se  vio  tejida 
entre  S.  E.  y  los  demás  concurrentes  una  representación  cómica  con  todos  los 
rigores  y  preceptos  del  arte... 

-Juzgo  que  en  este  libro  ofrezco  á  la  discreción  una  joya  muy  rica,  com- 
puesta de  peregrinas  preciosidades,  reservando  para  otro  tomo  las  demás 
obras  poéticas  de  S.  E.,  y  para  otro  las  que  se  escribieron  en  los  festejos 
cómicos  para  la  celebridad  de  todas  las  Reales  fiestas,  y  años  de  Sus  Majesta- 
des y  nacimiento  de  nuestro  Príncipe;  y  en  ese  tomo  ofrezco  todas  las  loas 
que  escribieron  alternadamente  S.  E.  y  el  Dr.  D.  Pedro  José  Bermúdez.» 

Á  la  muerte  del  Marqués  de  Castell-dos-Rius,  llorada  sinceramente  en 
Lima,  escribieron  versos  varios  ingenios  del  Perú.  En  el  manuscrito  Flor  de 
Academias,  hay  composiciones  consagradas  á  su  gloriosa  memoria,  de  D.  Pe- 
dro Bermúdez  de  la  Torre,  del  Ldo,  D.  Miguel  Cascante,  del  Marqués  de 
Brenes,  del  Conde  de  la  Granja,  de  D.  Juan  José  Bermúdez,  de  D.  Mateo 
Mariano  Bermúdez,  de  D.  Pedro  de  Peralta,  de  D.  Francisco  Santos  de  la 


PERlJ  203 

sentado  en  el  Callao,  en  1725,  por  la  familia  del  Virrey  Marqués  de 
Castel -Fuerte ,  para  celebrar  la  proclamación  del  rey.  Luis  I.  En  la 
Fama  postuma,  de  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz  (1700),  hay  una  elegía 
de  Monforte,  y  son  casi  los  únicos  versos  serios  suyos  que  cono- 
cemos. 

El  Conde  de  la  Granja,  D.  Luis  Antonio  de  Oviedo  y  Herrera, 

Paz,  de  D.  Jerónimo  de  Monforte  y  del  capitán  D.  Diego  Rodríguez  de 

Guzmán. 

Como  muestra  de  esta  poesía  ingeniosa,  pero  desigual,  enredada  y  con- 
ceptuosa, pondremos  aquí  un  soneto  del  Conde  de  la  Granja: 

Á  LA  MUERTE  DEL  MARQUÉS   DE   CASTELL-DOS-RIUS,   VIRREY  DEL  PERÚ 

Canto,  bien  que  no  sé  si  canto  ó  lloro, 
Aun  en  sombras,  la  muerte  esclarecida 
De  un  héroe  que  dio  vida  con  su  vida 
A  ciencias  y  artes,  y  al  castalio  coro. 

Varón  de  un  siglo  en  que  volvió  el  de  oro. 
Pues  gobernó  con  rienda  tan  medida, 
Que  en  la  razón  á  la  justicia  unida 
Cifró  del  mando  el  principal  decoro. 

Discreto  fué  sin  presunción  de  sabio: 
Supo  hermanar  con  su  saber  su  suerte, 
Supo  lo  que  en  mortal  junto  no  cupo. 

Igualó  al  de  Demóstenes  su  labio; 
¿Qué  no  supo  él?...  Él  supo  hasta  en  la  muerte 
Lo  más  que  hay  que  saber,  pues  morir  supo.  - 

—Rojas  y  Solórzano  (D.  Juan  Manuel  de).  Caballero  de  la  Orden  de  San- 
tiago, Secretario  del  Virrey  del  Perú. 

Era  este  ingenio  de  los  que  tomaban  mayor  parte  en  las  academias  poéti- 
cas que  se  celebraban  en  Lima  en  el  palacio  del  Marqués  de  Castell-dos- 
Rius  (1709  y  1 7 10).  En  el  códice  Flor  de  Academias  hay  muchas  poesías  suyas. 
Tenía  viva  fantasía,  y  es  tal  vez  uno  de  los  poetas  malogrados  por  el  perver- 
so gusto  de  la  época.  Creemos  oportuno  dar  aquí  una  muestra  de  su  estilo. 

Era  el  19  de  Diciembre  de  1709.  La  academia  había  de  ser  aquella  noche 
más  solemne  y  espléndida  que  de  ordinario.  Estaba  consagrada  á  celebrar 
los  años  del  rey  Felipe  V.  Dióse  principio  á  la  función  con  una  oración  aca- 
démica de  carácter  fantástico,  que  fué  recitada  por  D.  Juan  de  Rojas,  al  son 
de  una  música  suave.  Así  empieza  esta  oración  poética: 

iAh  de  la  sacra  mansión! 
¡Ah  del  celeste  pensil! 

Mi  acento  escuchad. 

Mi  voz  oid, 
Y  al  obsequio  plausible  concurra 


204  CAPITULO   IX 

fué  natural  de  Madrid,  y  Alvarez  Baena  le  incluye  entre  sus  hijos 
ilustres;  pero  por  afecto  y  larga  residencia  pertenece  al  Perú,  donde 
se  avecindó  definitivamente  después  de  haber  sido  gobernador  de 
la  provincia  de  Potosí.  Nos  quedan,  como  principales  muestras  de 
su  numen,  el  Poema  sacro  de  la  Passión  de  N.  S.  yesucrisío,  que  es 
un  larguísimo  romance,  quizá  el  más  largo  que  existe  en  castellano, 
á  excepción  de  la  Vida  de  la  Virgen^  de  D.  Antonio  de  Mendoza; 
y  otro  poema,  mucho  más  conocido  y  celebrado,  en  octavas  reales, 


De  alados  ingenios  la  turba  sutil. 

Mirad,  advertid 
Que  hoy  el  voto  y  el  culto  promete 
A  osados  alientos  el  premio  feliz. 


Hoy  la  noche  se  goce  triunfante, 
Pues  vagas  sus  sombras  pudieron  unir 
En  mejor  firmamento  los  astros 
Que  en  ella  brillantes  se  miran  lucir. 
Del  aplauso  las  voces  sonoras 
Escuche  suspenso  el  celeste  confín, 
Y  del  tiempo  sus  ecos  heroicos 
En  bronces  eternos  estampe  e!  buril. 


Después  pide  el  poeta  á  Apolo  su  favorable  influjo  en  varias  estrofas.  He 
aquí  algunas  de  ellas: 


Ya  que  mi  torpe  diestra  herir  no  sabe 
Plectro  armonioso,  cítara  elocuente. 
Permítele  pulsar  hoy  la  cadente 

Lira  suave. 
Haz  que  el  monte  en  mi  voz  glorias  blasone, 
Triunfando  del  empeño  victoriosa, 

Y  que  mi  tosca  sien  la  desdeñosa 

Dafne  corone. 
Haz  que  mi  helado  espíritu  se  influya 
Del  rayo  que  á  tu  espíritu  merezca, 

Y  brille  en  él  de  suerte  que  parezca 

Dádiva  tuya. 


Después  canta  en  octavas  reales  algunas  aventuras  de  Apolo,  y,  al  referir 
la  fuga  de  Dafne,  proclama  la  excelencia  del  amor  del  corazón  en  esta  nota- 
ble octava: 

¡Oh  vil  pasión  del  apetito  humano. 
Grosera  adulación  de  los  sentidos. 
Que  igualas  lo  vulgar  y  soberano 


PERÚ  205 

que  tiene  por  asunto  la  Vida  de  Santa  Rosa  de  Lima,  patrona  del 
Perú  (l).  En  calidad  de  tal  poema,  sin  ser  una  maravilla,  no  es  de 
las  peores  y  más  monstruosas  obras  de  su  género  y  de  su  tiempo,  y 
sería  grave  ofensa  compararle  con  la  Hernandía,  con  La  elocuencia 
del  silencio  y  aun  con  Lima  Fundada.  El  Conde  de  la  Granja  tiene 
más  fantasía  y  versifica  mejor  que  Peralta  Barnuevo:  la  parte  des- 

Cuando  formas  dichosos  de  atrevidos! 

Vuelve  los  ojos,  y  verás  que  ufano 

Burla  el  desdén  arrojos  fementidos; 

Que  amor,  si  un  alma  en  conquistar  se  esfuerza. 

La  vence  por  constancia,  no  por  fuerza. 

— Bermúdez  de  la  Torre  y  Solier  (D.  Pedro  José).  Doctor  en  ambos  dere- 
chos; Alguacil  Mayor  de  la  Real  Audiencia  de  Lima. 

Uno  de  los  poetas  más  abundantes  é  ingeniosos  de  aquellos  que  consti- 
tuían la  tertulia  poética  del  Virrey  del  Perú  en  los  años  de  1709  y  1710. 
El  códice  Flor  de  Academias  dice  del  Dr.  D.  Pedro  Bermúdez  estas  pala- 
bras: «Sus  obras,  estimadas  aún  en  distantos  climas,  excusan  mi  alabanza.» 

Sus  romances,  especialmente  aquel  en  que  describe  la  tela  de  Penélope 
(págs.  89-91),  son  de  lo  mejor  que  hay  en  la  Flor  de  Acade?mas. 

Nada  impreso  hemos  visto  de  este  poeta,  á  excepción  de  estas  tres  obras: 
Soneto  destinado  á  ensalzar  un  mal  poema  de  D.  Francisco  Santos  de  la  Paz 
en  elogio  del  Obispo  de  Quito,  Virrey  del  Perú,  D.  Diego  Ladrón  de  Gue- 
vara; 

Aclamación  afectuosa,  en  aplauso  de  la  heroica  acción  que  ejecutó  el  Serenísi- 
mo señor  Principe  de  Asturias  tnatando  á  tm  toro  en  i¿n  bosque  poco  distante  de  la 
ciudad  de  Sevilla  en  defetisa  de  la  Princesa  nuestra  señora ,  el  año  pasado  J72g. 
Es  un  romance  endecasílabo,  impreso  en  Lima  en  1730; 

Un  soneto  al  mismo  asunto. 

Escribió  varias  loas. 

A  estos  opúsculos  citados  por  el  Sr.  Cueto,  deben  añadirse  otros  varios, 
casi  todos  de  circunstancias,  que  enumera  el  Sr.  de  la  Riva  Agüero  (La  His- 
toria en  el  Per  tí,  pág.  323.) 

Entre  las  mejores  poesías  contenidas  en  la  Flor  de  Academias,  deben  con- 
tarse seis  fábulas  esópicas  parafraseadas  en  variedad  de  metros  por  Cascante, 
el  Marqués  de  Brenes,  Rojas  Solórzano,  Bermúdez,  Peralta  Barnuevo  y  D.  Je- 
rónimo de  Monforte  (acta  6.^,  lunes,  28  de  Octubre  de  1709). 

(i)  Poema  sacro  de  la  Passión  de  N.  S.  Jesiichristo,  que  en  un  romance  cas- 
tellano, dividido  en  siete  Estaciones,  escribía  D.  Luis  Antonio  de  Oviedo  Herrera 
y  Rueda.  Lima,  Francisco  Sobrino,  17 17;  4.° 

Consta  de  mil  doscientas  cuarenta  y  cuatro  coplas,  todas  con  el  mismo 
asonante: 


206  CAPÍTULO    IX 

criptiva  es  amena  y  se  lee  con  gusto.  Pero  su  mérito  literario,  al  fin 
mediocre,  no  salvaría  el  libro  del  olvido,  si  no  fuesen  de  gran  curio- 
sidad sus  noticias,  no  sólo  porque  se  refiere  á  la  vida  de  la  Santa 
más  popular  del  mundo  americano,  sino  por  lo  mucho  que  incluye 
de  topografía  é  historia  general  del  Perú.  En  este  sentido  tiene  un 
valor  local  inapreciable.  La  descripción  que  en  el  primer  canto  se 
hace  de  las  fábricas  de  la  ciudad  de  Lima  y  fertilidad  de  sus  valles; 
la  valiente  pintura  de  una  erupción  del  Pichincha  en  el  canto  sex- 
to (l);  el  relato  de  las  expediciones  piráticas  de  los  corsarios  ingleses 


¿Qué  armada  tropa  es  aquella, 
Que  entre  el  horror  de  la  noche 
Envuelta,  abultando  sombras, 
Da  más  cuerpo  á  sus  horrores? 
Hurtándose  al  paso,  marcha, 
Como  que  de  sí  se  esconde 
Tan  quedo,  que  aun  no  despierta 
A  las  soñolientas  flores. 

Vida  de  Satita  Rosa  de  Sania  María,  nat7iral  de  Lifna  y  patraña  del  Peni, 
poema  heroyco,  por  D.  Luis  Antonio  de  Oviedo  y  Herrera,  Caballero  del  Orden 

de  Santiago,   Conde  de  la  Granja En  Madrid,  por  Juan  García  Infanzón, 

año  de  171 1;  4.°  El  poema  tiene  doce  cantos.  Las  aprobaciones  del  libro  son 
extensas  é  interesantes.  Los  versos  laudatorios,  latinos  y  castellanos,  perte- 
necen al  P.  José  Francisco  de  la  Reguera,  prefecto  de  los  Estudios  Reales  de 
Latinidad  en  el  Colegio  Imperial  de  Madrid;  al  Marqués  de  Miaña,  consejero 
de  Indias;  á  los  dos  famosos  poetas  dramáticos  Zamora  y  Cañizares,  al  Padre 
jesuíta  José  Rodríguez,  á  D.  Pedro  de  Urquiza  y  á  un  hijo  del  autor  llamado 
como  su  padre. 

En  la  segunda  edición  de  este  poema,  hecha  en  Lima  en  1S67  por  el  pres- 
bítero M.  T.  González  La  Rosa,  se  cometió  el  desacierto  de  suprimir  las 
82  páginas  de  preliminares. 

Para  hacerse  cargo  de  la  copiosa  literatura  antigua  y  moderna  relativa  á 
Santa  Rosa  de  Lima,  véase  el  esmerado  Estudio  Bibliográfico  de  D.  Félix 
Cipriano  C.  Zegarra,  publicado  en  1886  con  motivo  del  tercer  centenario  de 
la  Santa.  A  276  llegan  las  obras,  de  diversos  países  y  lenguas,  que  directa  ó 
incidentalmente  tratan  de  la  patrona  de  Lima,  con  ser  tan  moderna. 

(i)     Véase  una  octava  de  esta  descripción,  como  muestra  del  estilo  del 

poeta: 

Densos  vapores  su  crestada  cumbre 
Como  penachos  trémulos  ondea; 
Anéganse  en  su  propia  muchedumbre, 


PERÚ  207 

y  holandeses,  el  Draque,  los  dos  A'quines  y  Espilberghen;  el  catálo- 
go rimado  de  los  principales  apellidos  de  la  colonia,  y  otras  muchas 
curiosidades  que  el  libro  contiene,  le  hacen  digno  de  ser  registrado 
por  todo  americanista;  y  hasta  el  mero  aficionado  á  la  poesía  le 
hojea  sin  fastidio,  recreado  por  la  viva  imaginación  del  autor,  que 
le  inspira  máquinas  é  invenciones  de  carácter  bastante  original  y 
romántico,  como  la  historia  del  mágico  Bilcadma  y  del  inca  Yu- 
pangui,  encadenado  por  fatídico  decreto  á  un  risco  de  los  Andes. 
Inferior  al  Conde  de  la  Granja  como  poeta,  pero  muy  superior  á 
todos  los  peruanos  y  á  la  mayor  parte  de  los  españoles  de  su  tiempo 
por  las  muestras  de  su  saber  enciclopédico  y  el  número  y  variedad 
de  sus  escritos,  se  nos  presenta  el  famoso  polígrafo  D.  Pedro  de 
Peralta  Barnuevo,  monstruo  de  erudición,  de  quien  sus  contempo- 
poráneos  escribieron  las  cosas  más  extraordinarias.  Valga  por  mu- 
chos el  testimonio  del  P.  Feijoo  en  su  discurso  sobre  Españoles  ame- 
ricanos (tomo  IV,  discurso  6.°  del  Teatro  critico):  «En  Lima  reside 
»D.  Pedro  de  Peralta  y  Barnuevo,  catedrático  de  prima  de  Matemá- 
»ticas,  ingeniero  y  cosmógrafo  mayor  de  aquel  reino:  sujeto  de 
»quien  no  se  puede  hablar  sin  admiración,  pues  que  apenas  (ni  aun 
»apenas)  se  hallará  en  toda  Europa  hombre  alguno  de  superiores 
»talentos  y  erudición.  Sabe  con  perfección  ocho  lenguas,  y  en  todas 
»ocho  versifica  con  notable  elegancia.  Tengo  un  librito  que  poco  ha 
»compuso,  describiendo  los  honras  del  señor  Duque  de  Parma,  que 
»se  hicieron  en  Lima.  Está  bellamente  escrito,  y  hay  en  él  varios 
» versos  suyos  harto  buenos,  en  latín,  italiano  y  español  (l).  Es  pro- 
» fundo  matemático,  en  cuya  facultad  ó  facultades  logra  altos  crédi- 


Representando  asombros  en  la  idea: 
En  pavesas  envuelta  oculta  lumbre, 
De  sus  entrañas,  palpitante  humea, 
Y  con  la  llama,  que  discurre  vaga, 
Todo  se  enciende;  sólo  el  sol  se  apaga. 

(i)  Conocía  además  el  griego,  el  inglés  y  el  quechua.  En  francés  dejó  dos 
poemas  manuscritos,  El  triunfo  de  Asfrea  y  La  gloria  de  Luis  el  Grande,  en 
alabanza,  respectivamente,  de  Felipe  V  y  de  Luis  XIV.  Del  italiano  tradujo 
varias  obras,  y  del  latín  la  oda  xiv  del  libro  i.°  de  Horacio.  (Vid.  Monumentos 
literarios  del  Perú,  por  Guillermo  del  Río.  Lima,  1812.) 


208  CAPÍTULO   IX 

»tos  entre  los  eruditos  dé  otras  naciones,  pues  ha  merecido  que  la 
»Academ¡a  Real  de  las  Ciencias  de  París  estampase  en  su  historia 
»algunas  observaciones  de  eclipses,  que  ha  remitido.  Es  historiador 
;> consumado,  tanto  en  lo  antiguo  como  en  lo  moderno,  de  modo 
»que  sin  recurrir  á  más  libros  de  los  que  tiene  impresos  en  la 
»bibliotheca  de  su  memoria,  satisface  prontamente  á  cuantas  pre- 
»guntas  se  le  hacen  en  materia  'de  historia;  sabe  con  perfección 
» (aquella  de  que  el  presente  estado  de  estas  Facultades  es  capaz) 
»la  Filosofía,  la  Química,  la  Botánica,  la  Anatomía  y  la  Medicina. 
»Tiene  hoy  (es  decir,  en  1 730  en  que  Feijoo  escribía  esto)  sesenta 
»y  ocho  años  ó  algo  más.  En  esta  edad  ejerce  con  sumo  acierto,  no 
»sólo  los  empleos  que  hemos  dicho  arriba,  mas  también  el  de  con- 
fiador de  Cuentas  y  particiones  de  la  Real  Audiencia  y  demás 
^tribunales  de  la  ciudad,  á  que  añade  la  presidencia  de  una  Acade- 
»mia  de  Matemáticas  y  Elocuencia  que  formó  á  sus  expensas.  Una 
» erudición  tan  vasta  es  acompañada  de  una  crítica  exquisita,  de  un 
ajuicio  exactísimo,  de  una  agilidad  y  claridad  en  concebir  y  expli- 
»carse  admirables.  Todo  este  cúmulo  de  dotes  excelentes  resplan- 
»decen  y  tienen  perfecto  uso  en  la  edad  casi  septuagenaria  de  este 
» esclarecido  criollo.» 

¿Qué  es  lo  que  la  posteridad  ha  dejado  en  pie  de  la  fama  cuasi 
mitológica  de  Peralta  Barnuevó,  atestiguada  por  hombre  de  tan 
independiente  y  severo  juicio  como  el  P.  Feijoo,  tan  mal  avenido 
con  los  errores  de  la  opinión  vulgar?  Cuesta  trabajo  decirlo:  poco 
más  que  un  nombre  que  no  despierta  ya  eco  ninguno  de  gloria  lite- 
raria. Sus  obras  no  se  leen  ni  en  América  ni  en  España,  y  como 
muchas  son  raras,  y  no  creo  que  ninguna  biblioteca  las  posea  todas 
ni  nadie  las  haya  visto  juntas,  es  posible  que  en  algunas  de  ellas, 
especialmente  en  las  de  índole  científica,  que  han  sido  hasta  ahora  las 
menos  estudiadas  (l),  se  contenga  algo  muy  importante  y  que  deje 


(i)  «Su  verdadera  vocación  científica  fué  la  de  matemático  y  astrónomo. 
Las  ciencias  exactas  constituyeron  el  principal  objeto  de  sus  tareas  intelec- 
tuales; y  las  estudió,  no  tanto  en  la  parte  teórica,  cuanto  en  las  aplicaciones 
déla  Astronomía,  la  Ingeniería  Militar  y  Civil  y  la  Metalurgia.  En  1702  lo 
hallamos  reconociendo  el  cometa  visible  en  Lima,  la  noche  del  26  de  Febre- 


PERÚ  209 

bien  parado  el  entusiasmo  del  P.  Feijoo.  Desgraciadamente,  como 
historiador  y  como  poeta,  sus  obras  son  bastante  conocidas  para 
que  pueda  ser  juzgado  sin  remisión.  Su  erudición  era  estupenda  sin 
duda,  pero  indigesta  y  de  mal  gusto:  su  criterio  histórico  de  los 
más  inciertos  y  extravagantes:  su  estilo  en  prosa  y  en  verso  en- 
fático, retorcido  y  con  todos  los  vicios  de  la  decadencia  litera- 
ria, que  después  del  advenimiento  de  Luzán  y  de  Feijoo  no  eran 
ya  tolerables,  ni  aun  en  una  remota  colonia,  de  parte  de  un  hom- 
bre que  estaba  en  correspondencia  con  las  principales  Academias 
de  Europa,  Sus  obras,  entre  grandes  y  pequeñas,  suman  el  nú- 
mero de  48,  y  él  ó  sus  panegiristas  tuvieron  la  extravagante  idea 
de  ponerlas  por  el  orden  de  las  letras  de  su  nombre  y  apellidos,  de 
modo  que  reuniendo  las  primeras  letras  de  cada  título  lee  uno  de 
corrido:  El  doctor  Don  Pedro  de  Peralta  Barnuevo  Rocha  y  Benavi- 
des.  Hay  entre  ellas  Observaciones  astronómicas,  Regulación  del 
tiempo  en  treinta  y  cinco  efemérides,  Observaciones  náuticas,  un  Sis- 
tema astrológico  demostrativo,  una  Aritmética  especulativa,  un  plan 
de  fortificaciones  para  Buenos  Aires  y  otro  para  Lima,  hasta  con- 
vertirla en  inexpugnable;  y  otros  tratados  de  Matemáticas,  Ingenie- 
ría y  Arte  Militar;  uno  de  Metalurgia,  Nuevo  beneficio  de  metales; 
otro  Del  origen  de  los  monstruos;  varios  informes  jurídicos,  un 
Arte  de  ortografía,  numerosas  oraciones  universitarias  que  pro- 
nunció siendo  Rector,  una  notabilísima  Relación  del  gobierno  del 
virrey  marqués  de  Castel-Fuerte;  y,  finalmente  (y  citaremos  casi 
íntegra  la  fastidiosa  portada,  porque  da  cabal  razón  del  contenido), 
la  Historia  de  España  vindicada,  en  que  se  hace  su  más  exacta  des- 
cripción, la  de  sus  excelencias  y  antiguas  riquezas:  se  prueba  su  pobla- 
ción, lengua  y  reyes  verdaderos  piimitivos,  su  conquista  y  gobierno 
por  los  carthagineses  y  romanos:  se  describe  la  verdadera  Cantabria: 

ro.  En  1709  lo  nombró  el  virrey  marqués  de  Castell-dos-Rius,  en  reemplazo 
del  flamenco  Koening,  catedrático  de  Prima  de  Matemáticas  en  la  Universi- 
dad. Esta  cátedra  comprendía  en  sus  enseñanzas  las  de  Náutica  y  Pilotaje,  y 
llevaba  anexos  generalmente  los  cargos  de  Cosmógrafo  Mayor  é  Ingeniero  del 
Virreinato.  En  desempeño  de  estas  obligaciones,  Peralta  publicaba  todos  los 
años  el  calendario  oficial  ó  Conocimiento  de  los  iietnpos,  acompañado  de  pronós- 
ticos astronómicos  y  también  astrológicos,  porque  rindió  cuantioso  tributo  á  la 


2IO  CAPITULO    IX 

se  fijan  las  más  ciertas  épocas  ó  raíces  del  Nacimiento  y  Muerte  de 
Nuestro  Salvador:  se  defiende  irrefragablemente  la  venida  del  Apóstol 
Santiago^  la  aparición  de  Nuestra  Seño?'a  al  Santo  en  el  Pilar  de 
Zaragoza^  y  las  translaciones  de  su  sagrado  cuerpo:  se  vindica  su 
histo?'ia  pi'imitiva  eclesiástica^  la  de  San  Satur7ii)to,  Sait  Fermín, 
Osio  y  otros  sucessos:  se  refieren  las  persecuciones,  los  mártyres  y 
demás  santos,  los  Concilios  y  Progressos  de  su  Religión  hasta  el  siglo 
sexto:  la  historia  de  los  emperadores  y  de  los  grandes  varones:  el  ori- 
gen é  imperio  de  los  Godos  (Lima,  1730)  (i).  Libro  es  éste  de  más 
aparato  que  substancia,  y  del  cual  puede  prescindir  sin  gran  pérdida 
el  estudioso  investigador  de  las  cosas  de  la  España  Antigua,  pues  si 
bien  es  cierto  que  Peralta  aplica  y  maneja  con  desem^barazo  los 
textos  clásicos,  y  acierta  en  algunas  cuestiones  geográficas,  como  la 
del  sitio  de  Cantabria,  y  combate  con  vigor  los  falsos  cronicones, 
también  lo  es  que  en  muchas  otras  cosas  se  muestra  crédulo  en  de- 
masía, acepta  como  hechos  reales  los  mitos  de  Gerión,  Hesperis, 
Gargoris  y  Abidis,  y  los  viajes  de  Baco  acompañado  de  Pan,  su  te- 
niente general.  Y  por  de  contado  pasa  dócilmente  por  todas  las  tra- 
diciones de  nuestra  primitiva  historia  eclesiástica,  á  las  cuales  ya 

Astrología,  del  propino  modo  que  su  coetáneo  D.  Diego  de  Torres  y  Villarroel, 
muy  desemejante  de  él  en  vida  é  índole,  pero  émulo  suyo  en  variedad  de  ap- 
titudes científicas  y  literarias...  Suministró  muchos  datos  cosmográficos  al  via- 
jero francés  Frazier.  Fué  socio  correspondiente  de  la  Academia  de  Ciencias 
de  París.  En  materia  de  Arquitectura  Militar,  imprimió,  ya  muy  anciano,  en 
1740,1a  disertación  Lima  inexpugnable,  discurso  kereoiectdr ico,  en  que  demues- 
tra la  incapacidad  defensiva  de  las  murallas  hechas  por  el  duque  de  la  Palata 
y  propone  la  construcción  de  una  ciudadela.  Compuso,  igualmente,  en  su  ca- 
lidad de  Ingeniero  mají^or  del  Virreinato,  un  informe  manuscrito  sobre  las  for- 
tificaciones de  Buenos  Aires;  y  en  tiempos  del  marqués  de  Castell-Fuerte,  ideó 
é  hizo  ejecutar  en  el  Callao  una  gran  empalizada,  con  el  objeto  de  contener 
las  aguas  del  mar,  que  batían  y  arruinaban  los  muros  del  puerto,  escribiendo 
para  ello  dos  Memorias  detalladas,  y  formando  el  plano  y  el  presupuesto  de 
la  obra».  (Vid.  Agüero:  La  Historia  en  el  Peni,  págs.  301-302.) 

(i)  Costeó  la  edición  de  este  volumen,  que  en  España  es  bastante  raro, 
el  rico  caballero  montañés  D.  Ángel  Ventura  Calderón  Ceballos  y  Bustamante 
(primer  Marqués  de  Casa-Calderón).  La  impresión  es  de  las  más  esmeradas  de 
la  tipografía  limeña  y  lleva  estampas  que  dibujó  «un  varón  religioso,  grande 
en  la  cátedra  y  en  el  pulpito,  y  mayor  en  la  virtud,  cuyo  nombre  se  oculta». 


PERÚ  21 r 

Ferreras  y  otros  habían  puesto  tantos  reparos.  De  aquí  el  olvido  en 
que  cayó  muy  pronto  el  libro,  y  lo  poco  que  se  le  cita  y  consulta. 
En  vísperas  de  la  España  Sagrada,  era  ya  un  producto  anacrónico. 

La  obra  poética  más  considerable  de  Peralta  Barnuevo,  y  la  única 
que  todavía  tiene  algún  lector,  no  á  título  de  poema,  sino  de  libro 
de  historia  americana,  es  Lima  Fundada  ó  Conquista  del  Peni: 
Poema  heroico  en  qtie  se  decanta  toda  la  historia  del  descubrimiento  y 
sujeción  de  sus  provincias  por  D.  Francisco  Pizarro,  y  se  contiene  la 
serie  de  los  Reyes,  la  historia  de  los  Virreyes  y  Arzobispos  que  ha 
tenido,  y  la  memoria  de  los  Santos  y  Varones  ilustres  que  la  Ciudad 
y  Reyno  han  producido  (l).  Y,  hablando  con  entera  propiedad,  no 
puede  decirse  que  se  lea  el  poema,  que  es  una  mezcla  extraña  de 
gongorismo  y  de  prosaísmo,  reuniendo  en  sí  las  dos  contrarias  abe- 
rraciones del  siglo  XVII  y  del  xviii,  para  que  ningún  rasgo  de  mal 
gusto  le  falte.  Lo  que  se  lee  son  las  copiosas  notas  históricas  y  ge- 
nealógicas que  recargan  las  márgenes  (2). 

Fué  también  Peralta  Barnuevo  poeta  dramático,  y  bastante  más 
feliz  que  en  lo  épico.  Tenemos  á  la  vista  un  códice  de  sus  obras 
teatrales,  que  perteneció  á  la  rica  colección  de  nuestro  difunto  amigo 
D.  José  Sancho  Rayón.  En  esta  limpia  y  esmerada  copia,  que  en  el 
tejuelo  se  rotula  Comedias  del  Fénix  Americano,  son  tres  las  piezas 
incluidas:  Jriunjos  de  amor  y  poder,  comedia  mitológica,  cuyo  asunto 
son  las  transformaciones  de  la  ninfa  lo  y  de  Argos  el  vigilante,  entre- 

(i)  Lima,  por  Francisco  Sobrino  y  Dados,  1732.  Dos  vols.,  4.°  Versos  lau- 
datorios de  Ángel  Ventura  Calderón,  Antonio  Sancho  Dávila  Bermúdez  de 
Castilla,  Miguel  Mudarra  de  la  Serna  Roldan,  Francisco  de  Robles  y  Maldo- 
nado  y  José  Berna).  Este  poema  ha  sido  reimpreso  en  el  t.  i  de  la  Colección 
de  documentos  literarios  del  Coronel  Odriozola. 

(2)  Hay,  sin  embargo,  de  vez  en  cuando  alguna  octava  no  despreciable, 
por  ejemplo,  esta  del  canto  8.°: 

En  su  horizonte  el  sol  todo  es  aurora, 
Eterna  el  tiempo  todo  es  Primavera, 
Sólo  es  risa  del  cielo  cada  hora, 
Cada  mes  sólo  es  cuenta  de  la  Esfera. 
Son  cada  aliento  un  hálito  de  Flora, 
Cada  arroyo  una  Musa  lisonjera; 
Y  los  vergeles,  que  el  confín  le  debe, 
Nubes  fragantes  con  que  el  cielo  llueve. 


21-2  CAPITULO   IX 

mezcladas  con  los  amores  de  Hipomenes  y  Atalanta;  Afectos  vencen 
finezas^  comedia  calderoniana  por  el  gusto  de  la  de  Afectos  de  odio 
y  amor,  ó  la  de  Duelos  de  amor  y  lealtad;  Rodoguna,  que  es  la  tra- 
gedia de  Corneille  acomodada  á  las  condiciones  del  teatro  español 
con  bastante  destreza,  harto  mayor  que  la  que  mostró  Cañizares  en 
su  imitación  de  la  Ingenia  de  Racine.  Cada  una  de  estas  piezas  lleva 
su  loa,  constando  en  la  primera  de  ellas  que  la  comedia  Triunfos  de 
amor  y  poder  fué  representada  por  orden  del  Excm.o.  Sr.  D.  Diego 
Ladrón  de  Guevara,  obispo  de  Quito  y  virrey  del  Perú,  en  celebra- 
ción de  la  victoria  obtenida  por  las  armas  de  Felipe  V  en  los  cam- 
pos de  Villaviciosa  el  año  1710,  y  que  Afectos  vencen  finezas  sirvió 
para  festejar  los  años  de  otro  Virrey,  el  Arzobispo  de  la  Plata  don 
Diego  Morcillo  Rubio  de  Auñón.  Completan  el  ramillete  dos  fines 
de  fiesta  y  un  entremés,  con  imitaciones  visibles  de  Moliere  en  Le 
Médecin  malgré  lui  y  en  Les  Femmes  Savantes  (l).  Este  tomo  debía 
publicarse  íntegro,  no  sólo  porque  los  versos  cómicos  y  trágicos  de 
Peralta  Barnuevo  valen  harto  más  que  sus  octavas  épicas,  sino  por 
ser  sus  obras  de  las  más  antiguas  que  en  nuestro  teatro  encabezaron 
la  imitación  del  teatro  francés;  y  la  Rodoguna  probablemente  anterior 
al  Cinna  del  Marqués  de  San  Juan,  que  se  imprimió  en  17 1 3)  y  que 
de  seguro  no  fué  destinada  á  las  tablas,  al  paso  que  de  la  Rodoguna 
sabemos  que  se  representó  en  Lima,  y  tenía  todas  las  condiciones 
necesarias  para  la  escena. 

La  celebridad  literaria  de  Peralta  Barnuevo,  el  cargo  que  varias 
veces  tuvo  de  Rector  de  la  Universidad  de  San  Marcos  y  su  propia 
afición  á  todo  lo  aparatoso  y  rimbombante,  le  convirtieron  en  obli- 
gado cronista  de  todos  los  festejos  y  fúnebres  solemnidades  de  su 
tiempo,  y  proveedor  incansable  y  polígloto  de  versos  é  inscripcio- 
nes para  ellos.  En  este  lamentable  género  de  literatura  compiló  su- 
cesivamente los  raros  libros  que  llevan  por  títulos:  Lima  triunfante; 
Glorias  de  la  América,  juegos  pythios  y  júbilos  de  la  Minerva  pe- 


(i)  Por  el  mismo  tiempo,  un  desconocido  poeta  de  Lima,  llamado  Villal- 
ta,  terminó  la  comedia  Amor  es  arte  de  amar,  de  la  cual  D.  Antonio  de  Solís 
había  dejado  únicamente  escrita  parte  de  la  primera  jornada.  También  poseía 
esta  continuación  inédita  el  Sr.  Sancho  Rayón. 


PERÚ  2  1 3 

ruana^  en  la  entrada  solemne  del  Marqués  de  Castell-dos-Rius 
(1708);  el  Panegírico  y  poesías  con  que  se  celebró  la  fausta  feliz 
acción  del  recibimiento  en  las  Escuelas  del  Virrey  Principe  de  San- 
to Buono  (i 7 17);  El  Templo  de  la  Fama  vindicado,  y  unas  estan- 
cias panegíricas  en  italiano  al  Cardenal  Alberoni  (1720);  los  Júbilos 
de  Lima  y  fiestas  reales  en  los  casamientos  del  Príncipe  D.  Luis  (des- 
pués Luis  Y)  y  de  la  Princesa  de  Orleans  (1723);  la  Fúnebre  pompa  en 
las  exequias  del  Duque  de  Pari¡ia{l'¡22))\  El  Cielo  en  el  Parnaso^  certa- 
men poético  con  que  la  Universidad  de  Lima  festejó  al  Virrey  Mar- 
qués de  Villagarcía  en  1 736;  La  Galería  de  la  Omnipotencia,  con  mo- 
tivo de  la  canonización  de  Santo  Toribio  Alfonso  de  Mogrobejo;  la 
Relación  de  la  Sacra  festiva  poinpa  en  acción  de  gracias  por  la  exal- 
tación á  la  cardenalicia  dignidad  de  D.  Gaspar  de  Molina  (1739),  el 
Parabién  panegírico  al  nuevo  arzobispo  de  Lima  D.  José  Antonio 
Gutiérrez  de  Ceballos,  y  seguramente  otras  de  que  no  tenemos 
noticia. 

Era  el  poeta  laureado  de  los  Virreyes,  y  no  se  daba  punto  de 
reposo  para  hilvanar  versos  de  circunstancias,  no  sólo  en  castellano, 
sino  en  latín,  en  italiano  y  en  francés:  su  vena  adulatoria  y  estrafa- 
laria llegó  á  un  extremo  casi  de  demencia  cuando  compuso  el  elo- 
gio del  Virrey  Armendáriz,  Marqués  de  Castel-Fuerte,  sin  emplear 
en  todo  su  discurso  más  letra  vocal  que  la  A.  ¡Lástima  de  estudios 
tan  torpemente  malogrados!  (l). 

El  ejemplo  de  Peralta  Barnuevo,  doblemente  deplorable  por  los 
sólidos  méritos  da  su  varia  doctrina,  contagió  á  todos  los  poetas  de 
certamen,  que  en  número  prodigioso  hicieron  rechinar  las  prensas 
de  Lima  con  sus  abortos  durante  todo  el  sig-lo  xviii.  No  hubo  su- 
ceso  próspero  ó  infeliz  que  no  se  solemnizase  con  ridículos  versos. 
La  colección  de  estas  antologías  es  manjar  regalado  para  los  biblió- 
filos; y  el  breve  catálogo  que  de  algunas  de  ellas  presentamos  en 
nota  bastará  á  indicar,  por  la  sola  extravagancia  de  los  títulos,  lo 


(i)  Sobre  Peralta  Barnuevo  publicó  un  importante  estudio  en  la  Revista 
ael  Plata  (tomos  viii,  ix  y  x)  D.  Juan  María  Gutiérrez. 

El  Sr.  de  La  Riva  Agüero,  en  su  libro  ya  citado,  añade  muchas  noticias;  é 
importantes,  aunque  quizá  demasiado  apologéticas,  consideraciones. 


214  CAPITULO    IX 

depravado  y  absurdo  de  su  contenido.  Figuran  en  estos  centones 
bastantes  poetisas:  Doña  Violante  de  Cisneros,  monja  definidora  en 
el  monasterio  de  la  Concepción;  Doña  María  Manuela  Carrillo  de 
Andrade  y  Sotomayor,  llamada  en  su  tiempo  la  Lhnana  Musa;  Sor 
Rosa  Corvalán;  Doña  Rosalía  de  Astudillo  y  Herrera;  Doña  Josefa 
Bravo  de  Lagunas,  abadesa  de  Santa  Clara,  autora  de  un  soneto 
á  la  muerte  de  la  reina  Bárbara,  del  cual  son  estos  tercetos: 

Descansa  en  paz,  pues  tu  virtud  me  avisa 
La  corona  mejor  que  te  declara 
El  que  allá  en  las  estrellas  te  eterniza; 

Que  á  mí  para  seguirte  me  prepara 
El  religioso  saco  en  su  ceniza 
Del  fin  postrero  la  verdad  más  clara. 

Pero  es  maravilla  encontrar  en  medio  de  tal  fárrago  alguna  cosa 

racional:  hay  octavas  en  que  todas  las  palabras  empiezan  con  la 

letra  C: 

¡Cielos!  Cómo  canciones  cantaremos 
Con  corazones  casi  consumidos... 

versos  en  metáfora  de  música  y  en  metáfora  de  imprenta;  y  se  hace, 
sobre  todo,  grande  ostentación  de  metrificar  en  diversidad  de  len- 
guas: en  la  Parentación  solemne  de  la  reina  María  Amalia  de  Sajo- 
nia  (i 76 i),  se  emplean,  no  sólo  el  latín,  italiano  y  francés,  sino  el  in- 
glés, el  alemán,  el  húngaro,  el  portugués,  el  catalán,  el  vascuence, 
el  quichua  y  el  dialecto  de  los  indios  de  ]\Ioxos.  ^Muchas  cosas  se 
enseñaban  en  la  Universidad  de  San  Marcos  y  en  los  colegios  de  la 
Compañía  de  Jesús;  lo  único  que  no  se  enseñaba  era  el  buen  gus- 
to (l).  Estas  coronas  poéticas  son,  por  decirlo  así,  las  postreras  he- 


(i)  Parentación  Real  al  Soberano  nombre  é  itimortal  memoria  del  católiccr 
Rey  de  las  España s y  Emperador  de  las  Indias...  D.  Carlos  II,  fúnebre  solemni- 
dad y  suntuoso  mausoleo  que  en  sus  reales  exequias  en  la  Iglesia  Aletropolítana 
de  Lima  consagró  d  sus  piadosos  manes  el  Excelentistmo  Señor  D.  Melchor 
Portocarrero  Laso  de  la  Vega...  Virrey,  Goberfiador  y  Capitdii  general  de  estos- 
reinos  y  provincias  del  Peni,  Tierra  Firme  y  Chile.  Escríbela  de  orden  de  su  Ex- 
celencia el  R.  P.  J\I.  Ir.  José  de  Buendía,  de  la  Compañía  de  Jesús.  En  la  im- 


PERÚ  215 

ees  del  culteranismo,  que  en  las  colonias  mantuvo  su  dominación 
medio  siglo  más  que  en  la  península. 

Fué  de  los  últimos  y  más  disparatados  poetas  de  ocasión  un  mozo 
andaluz,  de  bastante  chispa,  pero  todavía  de  mayor  notoriedad  por 
sus  travesuras  y  picara  vida,  que  al  fin  dieron  con  él  en  el  asilo  de 
los  Padres  Betlemitas,  maltrecho  de  cuerpo  y  agriado  de  voluntad. 

prenta  Real  del  Sa?ito  Oficio  y  de  la  Santa  Cruzada.  Año  de  1701.  (Con  una  lá- 
mina que  representa  el  túmulo). 

Hay  versos  de  veintiocho  ó  treinta  poetas,  todos  obscurísimos,  á  excepción 
de  Peralta  Barnuevo. 

— Aplattso  reverente  y  afectuoso  de  la  Universidad  de  San  Marcos  á  D.  Diego 
Ladrón  de  Guevara,  1 7 1 1 , 

— El  Sol  en  el  Zodiaco.  Certamen  poético  en  el  solemne,  triunfal  recibimiento  de 
D.  Carmine  Nicolás  Caracholo,  Principe  de  Santo  Buono,  1717. 

—  Cartel  del  certamen .  El  Theatro  Jieroico.  Certame^t poético  de  la  Universidaa 
al  recibimiento  de  D.  Diego  Morcillo  Rubio  de  Atmo'n,  1720. 

—  Cartel  del  certamen.  El  Jtípiter  Olímpico.  Para  la  festiva  celebración  poéti- 
ca de  la  Universidad  d  Morcillo  Rubio  de  Auñóit,  1720. 

— Elisio  Peruano.  Solemnidades  heroicas  y  festivas  demostraciones  de  júbilos 
que  se  han  logrado  en  la  ?nuy  Noble  y  muy  Leal  Ciudad  de  los  Reyes,  Lima,  en 
la  aclamación  de  D.  Luis  Primero,  N.  S.  Las  resume  D.  Gerónimo  Fernández 
de  Castro  y  Bocángel.  Lima,  por  Francisco  Sobrino,  1725.  Tuvieron  estas 
fiestas  la  rara  condición  de  ser  postumas,  puesto  que  Luis  Primero  había  fa- 
llecido en  31  de  Agosto  de  1724,  y  todavía  en  el  Callao  le  estaban  festejando 
á  principios  de  Febrero  de  1725.  Se  representaron  con  esta  ocasión  tres  co- 
medias: Los  Juegos  Olímpicos,  de  Salazar  y  Torres;  El  Poder  de  la  A?nistad,  de 
Moreto;  Para  vencer  amor  querer  vencerle,  de  Calderón.  Para  esta  última  com- 
puso Peralta  Barnuevo  una  loa,  Monforte  un  saínete  y  Fernández  de  Castro 
una  introducción,  zarzuela,  baile  y  fin  de  fiesta  para  el  Sarao  de  los  Planetas. 
Todo  viene  inserto  en  el  Elisio  Peruano. 

— Parentación  Real,  sentimiento  público,  luctuosa  pompa,  fúnebre  solemnidad, 
en  las  reales  exequias  de...  D.  Luis  I,  Católico  Rey  de  las  Españas  y  Emperador 
de  las  Indias.  Suntuoso  mausoleo  que  á  su  augusto  nombre  é  inmortal  memoria 
erigió  en  la  iglesia  de  Liina  el  Exc?no.  Sr.  D.  José  de  Armendáriz,  Marqués  de 
Castel-Fuerte,  Virrey,  etc.  Escríbelo  de  orden  de  su  Excelencia  el  R.  P.  Fr.  To- 
más de  Torrejón,  de  la  Comp.  de  Jesris...  Lima,  imp.  de  la  calle  de  Palacio,  por 
Ignacio  de  Luna  y  Bohórquez,  1725,  4.°. 

— Fúnebre,  religiosa  pompa  de  nuestro  Santísimo  Padre  Benedicto  XIII,  por 
Fr.  Alonso  del  Río,  1 73 1. 

— Magnifica  parentación  y  fúnebre  pompa,  en  la  ocasión  de  trasladarse...  la  se- 

Meméüdkz  r  Pelayo. — Poesía  his^ano-americana.  II.  14 


2l6  CAPÍTULO   IX 

Llamábase  el  tal  D.  Esteban  de  Terralla  y  Landa:  había  sido  coplero 
áulico  del  Virrey  D.  Teodoro  de  la  Croix,  y  le  llamaban  el  poeta  de 
las  adivinanzas^  por  ser  grande  improvisador  de  acertijos  para  da- 
mas y  galanes  en  las  tertulias.  Como  obligado  cantor  de  todo  fes- 
tejo ó  duelo  público,  dio  á  la  estampa  sucesivamente  el  Lamento 
-métrico  general,  llanto  funesto  y  gemido  triste  por  el  nunca  bien  sen- 
tido doloroso  ocaso  de  nuestro  augusto  monarca  D.  Carlos  III  [ij^g) 
(centón  de  sandeces  y  bufonadas  tales,  que,  atendida  la  índole  pi- 

pultura...  del  cuerpo...  de  D.  Diego  Morcillo  Rubio  de  Auñóii.  Sácala  á  luz... 
el  Dr.  D.  Alfonso  Carrión  y  Morcillo.  Lima,  Antonio  Gutiérrez  de  Ceballos. 
Año  de  1744. 

— Hércules  Aclamado  de  Minerva.  Certamen  poético  de  la  Universidad  al  re- 
cibimiento del  Virrey  Manso,  1745. 

— Parentacio'íi  Real,  luctuosa  pompa  y  suntuoso  cenotafio  que  al  augusto  nom- 
bre y  real  memoria  de  D.  Felipe  V,  Rey  de  las  Espaiias  y  Emperador  de  las  hi- 
dias...  mandó  erigir  el  Excmo.  Sr.  D.  José  Manso  de  Velasco,  Virrey,  etc..  Cuya 
relación  escribe  de  orden  de  su  Excelencia  el  Sr.  D.  Miguel  Sáinz  de  Valdivielso 
Torrejón,  abogado  de  esta  Real  Audiencia.  Año  de  1747.  (Con  una  gran  lámina, 
que  representa  el  catafalco. ) 

— El  Día  de  Lima.  Proclamación  Real  de  Fernafido  VI,  1748.  No  contiene 
más  versos  que  una  loa  de  D.  Félix  de  Alarcón. 

— Plausibles  fiestas  que  en  la  provÍ7icia  de  Guaylas  consagró  al  Catholico  Rey 
de  las  Españas,  el  Señor  D.  Fernando  el  Sexto,  el  amor  y  lealtad  del  general  don 
Bartoloiné  de  Silva.  Por  D.  Francisco  Xavier  de  Villalta  y  Núñez.  Lima,  im- 
prenta de  la  calle  de  Palacio,  1749. 

— Relacióíi  de  las  exequias  y  fúnebre  pompa  que  á  la  memoria  del  muy  alto  y 
poderoso  Señor  D.  Juan  V...  Rey  de  Portugal  y  de  los  Algarbes  ma?idó  erigir  en 
esta  capital  de  los  Reyes  el  día  8  de  Febrero  de  1752  g/  Excmo.  Sr.  D.  José  Manso 
de  Velasco...,  Conde  de  Superunda...,  Virrey,  etc.  De  cuya  orden  la  escribe  el 
R.  P.  M.  Fr.  José  Bravo  de  Rivera,  de  la  Comp.  de  Jesús...  Año  de  1752. 

— Puntual  descripción,  fúnebre  lamento  y  suntuoso  túmulo  de  la  regia,  doliente 
pompa  con  que  en  la  Iglesia  Aíetropolitana  de  la  ciudad  de  los  Reyes,  corte  de  la 
América  Austral,  mafidó  solemnizar  las  reales  exequias  de  la  Sma.  Señora  Doña 
Mariana  Josefa  de  Austria,  rey  fia  fidelísima  de  Portugal  y  los  Algarbes,  el  día 
15  de  Marzo  de  1756,  el  activo  celo  del...  Conde  de  Superunda,  Virrey,  etc.,  de 
cuyo  superior  mandato  la  escribe  el  R.  P.  Fr.  Alejo  de  Ahites,  del  Orden  Seráfi- 
co. Año  de  1756. 

— Relación  fúnebre  de  las  reales  exequias  que  á  la  triste  memoria  de  la  Sere- 
nísima Majestad  de  la  itiuy  alta  y  muy  poderosa  Sra.  Doña  María  Bárbara  de 
Portugal,  Católica  Reina  de  las  Españas...  maíidó  celebrar...  el  Virrey  D.  José 


PERÚ  217 

caresca  y  maleante  del  poeta,  quizá  deban  estimarse  como  pura  y 
neta  parodia  de  las  relaciones  de  fiestas,  al  modo  que  antes  lo  había 
hecho  el  P.  Isla  en  su  Día  grande  de  Navarra)^  la  Alegría  Univer- 
sal, Lima  Festiva  y  encomio  poético  al  recibimiento  del  virrey  Gil  de 
Lemiis  (1790),  El  Sol  en  el  Mediodía:  año  feliz  y  júbilo  particular 
con  que  la  Nación  índica...  solemnizó  la  exaltación  al  trono  de  Car- 
los IV  (l/QO),  poema  descriptiv^o  en  endecasílabos  pareados,  con 
una  introducción  y  once  cantos,  amén  de  muchas  poesías  líricas  y 

Manso  de  Velasco,  Conde  de  Super-unda...^  de  cuya  orden  la  escribió  el  R.  P.  do- 
minico Fr.  Mariano  Lujan...  Año  de  1760. 

— Pompa  funeral  en  las  exequias  del  Católico  Rey  de  España...  D.  Fernan- 
do VI,  Nuestro  Señor ,  que  mando  hacer  en  esta  Iglesia  Metropolitana  de  Lima, 
a  29  de  Julio  de  1760,  el...  Vii-rey...  Conde  de  Super-unda.  Descríbela  por  orden 
de  Su  Excelencia  el  P.  Juan  Antotiio  Rivera,  de  la  Compama  de  Jesús...  Año 
de  1760. 

— Lima  Gozosa.  Descripción  de  la  proclamación  de  Carlos  III,  1760.  No  ha- 
biéndola visto,  ignoro  si  contiene  versos. 

— Parentación  solemne  que  al  nombre  augusto  y  real  memoria  de  la  Católica 
Reina...  Doña  María  Amalia  de  Sajonia...  fnandó  hacer  en  esta  Satita  Iglesia 
Catedral  de  Lima...  el  día  27  de  Junio  de  1716,  el...  Conde  de  Super-Unda,  Vi- 
rrey, etc..  Y  la  escribe  por  orden  de  su  Excelencia  el  P.  Victoriano  de  Cuenca,  de 
la  Comp.  de  Jesús...  Año  de  1761. 

— El  nuevo  héroe  de  la  fama.  Certamen  poético  con  que  la  Universidad  de  Lima 
celebró  el  recibimietito  del  virrey  D.  Manuel  de  Amat.  Escribióle  el  Marqués  de 
Casaconcha.  Lima,  imp.  de  los  Niños  Huérfanos,  1762. 

— Fúnebre  pompa  á  la  memoria  de  D.  Juan  de  Castañeda,  por  Isidro  José  Gr- 
iega y  Pimentel,  1763,  No  la  he  visto,  é  ignoro,  por  tanto,  si  contiene  versos. 

—Romance  en  la  fiesta  con  que  los  Bailones  de  Lima  celebraron  la  imagen  de 
Ntra.  Sra.  de  Monserrat,  1 766. 

— Romance  d  la  entrada  y  ejercicio  de  fuego  que  hizo  la  tropa  qtie  volvió  de 
Quito,  1768. 

— Relación  de  las  reales  exequias  que  d  la  memoria  de  la  Reina  Madre  Doña 
Isabel  Farnesio  mandó  hacer...  el  Excmo.  Sr.  D.  Manuel  de  Amat  y  Juniet..., 
Virrey,  etc..  De  cuya  orden  la  escribió  D.  José  Antojiio  Borda  y  Orozco,  Coronel 
del  Regimiento  de  dragones  de  Carabayllo...  Año  de  1768.  Esta  relación,  ya  de 
mejor  gusto  que  las  anteriores,  no  contiene  más  que  algunos  dísticos  latinos, 
que  se  pusieron  en  el  túmulo. 

— Lágrimas  de  Lima  en  las  exequias  de  D.  Pedro  A.  de  Barroeta,  por  Joseph 
Potau,  1776. 

— Cartel  del  Certamen.  Templo  del  honor  y  la  virtud.  En  el  plausible  triunfal 


21 8  CAPÍTULO   IX 

cuatro  loas^  todo,  al  parecer,  parto  de  su  numen  irrestañable.  Pero 
ni  este  diluvio  de  versos  de  circunstancias,  ni  las  poesías  y  artícu- 
los de  costumbres,  algunos  bastante  chistosos,  como  la  Semana  del 
currutaco  de  Lima,  que  hacía  insertar  en  el  Diario  Erudito,  le  die- 
ron la  notoriedad  que  el  famoso  libelo  Lima  por  dentro  y  fuera,  que 
por  los  años  de  1792  escribió  con  el  seudónimo  áe  Simón  Ayanque  (l). 

recibimiento  del  Exento.  Sr.  D.  Agustín  de  Jáuregui y  Aldecoa,  en  la  Real  Uni- 
versidad de  San  Marcos  de  Lima...  1783. 

— Reales  exequias  que  por  el fallecimiettto  del  Señor  Don  Carlos  III...  mandó  ce- 
lebrar... el  Excmo.  Sr.  D.  Teodoro  de  la  Croix,  del  Orden  teutónico...,  Virrey,  etc.. 
Descríbelas  D.  Juan  Risco,  Pbro.  de  la  Congregación  de  San  Felipe  Neri.  En  la 
imprenta  de  Niños  Expósitos.  Año  de  1789.  No  contiene  poesías;  pero  el  P.  Ris- 
co asegura  que  pasaron  de  mil  las  que  cubrían  el  túmulo,  estatuas,  pilares  y 
muros  de  la  iglesia.  ¡Qué  desastrosa  fecundidad!  Por  las  de  Terralla,  únicas 
que  se  imprimieron,  podrá  juzgarse  lo  que  valdrían  las  restantes. 

—  Convite  métrico  general  en  la  proclamación  de  Carlos  IV,  1789. 

— Descripción  de  las  fiestas  que  celebró  Lima  d  la  exaltación  de  Carlos  1 V,  1 790. 

Hay  otras  sin  fecha,  pero  baste  con  las  referidas,  y  en  la  Bibliografía  de  Me- 
dina se  encontrarán  todas.  De  algunas  de  ellas  se  da  noticia  en  un  ameno  ar- 
tículo del  Sr.  Palma.  (Tradiciones  Peruanas,  2.^  serie,  Lima,  1883),  con  el  títu- 
lo de  Los  plañideros  del  siglo  pasado. 

(1)  La  edición  que  tengo  á  la  vista  es  la  siguiente:  Lima  por  dentro  y  fuera. 
En  consejos  económicos,  saludables,  políticos  y  jiiorales  que  da  un  amigo  á  otro  con 
motivo  de  querer  dexar  la  ciudad  de  México,  por  pasar  á  la  de  Lima.  Obra  joco- 
sa y  divertida.  En  que  con  salados  conceptos  se  describen,  además  de  otras  cosas, 
las  costumbres,  usos  y  mañas  de  las  madamitas  de  allí,  de  acá  y  de  otras  partes. 
La  da  á  luz  Simón  Ayanque.  Madrid,  Villalpafido,  17 g8.  12.° 

Mucho  más  ameno  é  interesante  es  un  libro  en  prosa,  publicado  clandesti- 
namente en  Lima  (según  la  opinión  más  probable)  con  el  título  de  El  Laza- 
rillo de  ciegos  cami7iantes  desde  Buenos  Ayres  hasta  Lima,  con  sus  itinerarios  se- 
gún la  más  puntual  observación,  con  algunas  noticias  útiles  á  los  nuevos  Comer- 
ciantes que  tratan  en  Muías;  y  otras  Históricas.  Sacado  de  las  Memorias  que 
hizo  Don  Alonso  Car  rió  de  la  Vandera  en  este  dilatado  viaje,  y  Comisión  que 
tubo  por  la  Corte  para  el  arreglo  de  Correos;  y  Estafetas,  Situación  y  ajuste  de  ■ 
Postas  desde  Montevideo.  Por  Don  Calixto  Bustamante  Carlos  Inca,  alias  Con- 
colorcorvo,  natural  del  Cuzco,  que  acompañó  al  referido  Comisionado  en  dicho 
viaje,  y  escribió  sus  Extractos.  Con  licencia.  En  Gijón,  en  la  imprenta  de  la  Ro- 
vada.  Año  de  1773. 

La  Junta  de  Historia  y  Numismática  Americana,  bajos  cuyos  auspicios  se 
publica  una  colección  de  libros  raros  é  inéditos  sobre  la  región  del  Río  de  la 


PERÚ  219 

Es  una  sátira  contra  la  sociedad  limeña  en  diez  y  siete  romances 
de  lo  más  pedestre,  chabacano  y  grosero  que  puede  leerse,  llenos 
de  alusiones  sucias  y  nauseabundas,  é  inspirados,  sin  duda,  por  mó- 
viles de  venganza,  ruines  y  rastreros,  como  si  el  autor  hubiese  que- 
rido desquitarse  en  este  solo  libro  del  incienso  que  tan  fastidiosa- 
mente habla  quemado  en  los  tres  anteriores. 

El  Cabildo  ó  Ayuntamiento  de  Lima  se  ofendió  gravemente  de 
este  librejo,  y  hasta  intentó  recogerle  y  proceder  judicialmente  con- 
tra su  autor;  pero  como  siempre  la  murmuración  aplace  á  la  mísera 
condición  humana,  los  mismos  peruanos  contribuyeron  á  la  divul- 
gación del  pasquín  que  con  tan  feos  colores  los  presentaba;  y  á  des- 
pecho de  lo  baladí  de  su  ejecución  literaria,  Lima  por  dentro  y  fuera 
fué  reimpreso  varia^veces  en  Cádiz,  Madrid,  México  y  Lima,  y  to- 
davía en  1854  se  hizo  una  edición  de  lujo  en  París  con  graciosas 
ilustraciones  de  un  dibujante  limeño,  muy  superiores  al  texto.  En 
cuanto  á  éste,  hay  que  atenerse  al  parecer  de  D.  Felipe  Pardo  (l): 
«Terralla  no  era  escritor,  ni  satírico,  ni  poeta,  sino  un  salvaje  que  se 
puso  á  decir  en  mal  castellano  y  en  renglones  desiguales  cuanta 

Plata,  ha  hecho  una  esmerada  reimpresión  de  este  Lazarillo  (Buenos  Aires, 
1908),  con  un  prólogo  de  D.  Martiniano  Leguizamón. 

Probablemente  el  apellido  del  autor  es  tan  fingido  como  el  pie  de  impren- 
ta. Es  dudoso  que  se  llamase  Bustamente,  y  él  mismo  dice  que  se  puso  el 
nombre  de  Concolorcorvo,  por  tener  el  color  de  ala  de  cuervo.  Se  da  por  in- 
dio natural  del  Cuzco,  y  «descendiente  de  sangre  real  por  línea  tan  recta 
como  la  del  arco  iris».  Pero  todo  ello,  por  el  modo  de  decirlo,  parece  una 
desvergonzada  broma:  «Yo  soy  indio  neto,  salvo  las  trampas  de  mi  madre,  de 
que  no  salgo  por  fiador».  De  todos  modos,  no  se  trata  de  un  viaje  imaginario, 
sino  muy  auténtico,  que  entre  burlas  y  veras  contiene  curiosísimas  descripcio- 
nes y  picantes  noticias  de  costumbres,  por  lo  cual  el  historiador  no  puede  ni 
debe  desdeñarle,  á  pesar  de  las  bufonadas  que  de  vez  en  cuando  le  salpican. 
Los  capítulos  relativos  al  estado  social  de  los  indios,  tienen  cosas  muy  dignas 
de  atención.  En  suma,  pocos  libi-os  hay  de  su  género  y  de  su  tiempo  que  se 
lean  con  tanto  agrado  como  éste  instructivo  viaje  por  una  vasta  región  de  la 
América  del  Sur,  cuyos  territorios  se  reparten  ahora  la  República  Argentina, 
Bolivia  y  el  Perú. 

(i)     En  el  prólogo  de  El  Espejo  de  mi  tierra. 

Hay  un  artículo  biográfico  de  Terralla  en  la  3.^  serie  de  las  Tradiciones  Pe- 
rua?ias  de  D.  Ricardo  Palma. 


220  CAPITULO    IX 

torpeza  le  vino  á  las  mientes.»  Quizá  los  únicos  versos  suyos  dignos 
de  recordarse  son  algunos  del  romance  en  que  hizo  su  testamento 
satírico. 

Como  si  no  bastase  la  epidemia  de  los  certámenes,  exequias  y 
fiestas  reales  para  dar  libre  curso  al  furor  métrico  de  los  innumera- 
bles poetastros  que  infestaban  en  el  siglo  xviii  las  orillas  del  Rimac, 
empezaron  á  escribirse  en  verso  hasta  los  carteles  de  toros,  y  lo  que 
es  más,  tuvo  su  Homero  la  estúpida  lidia  de  gallos  en  el  general 
D.  Ignacio  de  Escanden,  que  en  1762  celebró  en  un  romance,  con 
el  estrafalario  rótulo  de  Época  Galicana  egíra  Gali-lea,  la  apertura 
de  la  primera  casa  pública  destinada  á  aquella  bárbara  diversión  en 
la  capital  del  Perú  (l). 

Pero  aunque  las  manifestaciones  escritas  di  la  poesía  fuesen  en 
general  tan  infelices  por  el  círculo  estrecho  y  tri\ial  en  que  se  ma- 
lograba su  cultivo,  no  dejaba  Lima  de  ser  la  tierra  fecunda  en  bue- 
nos ingenios  que  celebra  elegantemente  el  P.  Vaniére  en  el  libro  vi 
de  su  Prcedimn  Riisticuní: 

Fertilibus  gens  dives  agris  aurique  metallo, 
Ditior  ingeniis  hominum... 

Y  cuando  alguno  de  sus  hijos,  saliendo  de  la  monotonía  de  la  vida 
criolla,  daba  muestras  de  sí  en  las  cortes  de  Europa,  solía  llevarse 
detrás  de  sí  la  admiración  y  los  plácemes  de  los  doctos,  porque, 
como  ya  he  dicho  y  conviene  no  olvidar,  lo  que  faltaba  en  México 
y  en  Lima  á  mediados  del  siglo  xviii  no  era  caudal  de  ciencia,  sino 
crítica  y  gusto  (2).  Tal  se  mostró  en  París  aquel  estudioso  y  polígloto 


(i)  Escandón  publicó,  además,  un  Poema  ai  celebridad  del  virrey  D.  Ma- 
nuel de  Amat,  y  otros  papeles  en  prosa  y  verso,  que  le  acreditan  de  hombre 
de  menguado  caletre  y  estrafalario  gusto. 

(2)  La  enciclopédica  cultura  del  Dr.  Peralta  Barnuevo  se  encuentra  reno- 
vada con  notables  mejoras  de  juicio  y  gusto,  en  las  numerosas  obras  de 
otro  polígrafo  limeño,  D.  José  Ensebio  de  Llano  Zapata,  que  fué  como  él 
matemático,  astrónomo,  naturalista,  historiador,  humanista  y  poeta  de  certa- 
men, aunque  es  este  último  concepto  muy  bueno  para  olvidado.  Pero  sus  es- 
critos científicos  son  dignos  de  consideración,  y  están  llenos  del  espíritu  refor- 
mador del  siglo  xviii,  con  la  circunstancia  notable  de  no  haber  pisado  nunca 


PERÚ  2  21 

joven  D.  José  Pardo  de  Figueroa,  sobrino  del  Marqués  de  Castel- 
Fuerte,  de  quien  dice  el  mismo  P.  Vaniére  que  se  hacía  entender 
sin  intérprete  en  todas  las  lenguas  de  Europa,  y  en  ninguna  ciudad 
podía  considerársele  como  peregrino: 

...  si  cuncti  recte  discantur  ab  uno; 
Linguarum  morumque  sciens  interprete  nullo, 
Europse  varias  gentes  qui  nuper  obibat, 
Hospes  ubique  novus,  nulla  peregrinus  in  urbe. 

Así  también  se  hizo  famoso  en  España  y  en  Francia,  no  menos 
por  sus  talentos  que  por  sus  desgracias,  D.  Pablo  de  Olavide,  en 

las  aulas  de  la  Universidad  limeña  de  San  Marcos  ni  de  otra  alguna.  No  hizo 
más  estudios  que  los  de  latinidad  en  el  colegio  de  los  Jesuítas,  y  en  todo  lo 
demás  fué  autodidacto.  Desde  su  juventud  se  dedicó  á  la  enseñanza  privada  de 
las  humanidades,  y  fué  el  primero  que  dio  lecciones  de  lengua  griega  en  el 
Perú.  Esta  particular  posición  suya  le  hizo  severísimo  censor  de  los  vicios  de 
la  ciencia  oficial,  y  acérrimo  enemigo  de  la  Escolástica.  «Todas  son  (decía  en 
una  de  sus  cartas)  mentalidades,  abstracciones  y  disputas  bien  inútiles;  no  se 
da  un  paso  que  no  sea  en  esta  parte  con  pérdida  de  tiempo,  malogro  de  la 
juventud  y  ruina  de  los  ingenios;  tropiezos  casi  inevitables  y  que  siempre  han 
de  salir  de  encuentro  á  todos  los  que  se  mezclan  en  cuestiones  que  ni  en  lo 
físico  ni  en  lo  moral  traen  algún  provecho  al  espíritu  de  los  hombres.  Antes, 
si  bien  se  contempla,  vuelven  inútiles  todas  las  operaciones  del  entendi- 
miento, haciendo  caer  en  una  insensatez,  furor  y  manía,  si  no  es  ya  en  un 
pirronismo  confirmado.  Esto  desearía  yo  que  conociesen  todos  los  maestros; 
desterraran  entonces  de  sus  escuelas  tantas  inutilidades,  sofisterías  é  imper- 
tinencias en  que  hasta  ahora  los  tienen  envueltos  las  observaciones  del  Peri- 
pato.  Todas  ellas  no  son  otra  cosa  que  unos  trampantojos  de  las  aulas,  con 
que  por  lo  común  se  engañan  bobos  y  descaminan  los  incautos». 

Llano  Zapata,  que  hizo  largos  viajes  por  América  y  Europa,  fijando  por  úl- 
timo su  residencia  en  Cádiz  desde  1756  hasta  1768  ó  1769,  fecha  probable  de 
su  muerte,  no  llegó  á  publicar  sino  muy  pequeña  parte  de  sus  trabajos:  en 
Lima,  su  Resolución  físico-matemática  sobre  ios  cometas  (1744)  y  varias  cartas, 
diarios  y  observaciones  metereológicas  con  ocasión  de  los  temblores  de  tierra 
de  1746  y  1748:  en  Cádiz  y  Sevilla  algunas  cartas  críticas,  eruditas  y  curiosas, 
al  modo  de  las  de  Feijóo  y  Mayans.  De  estas  cartas  se  formaron  dos  pequeñas 
colecciones  en  1763  y  1764,  pero  quedaron  inéditas  ó  se  imprimieron  sueltas 
muchas  más.  La  muerte  frustró  el  propósito  que  el  autor  tenía  de  recogerlas 
todas  en  una  serie,  que  hubiera  constado  de  seis  volúmenes.  Pero  el  trabajo 
de  más  empeño  que  acometió  Llano  Zapata  fué  una  Historia  Najural  de  Amé- 


222  CAPITULO   IX 

quien,  por  decirlo  así,  se  encarnó  el  espíritu  innovador  en  tiempo 
de  Carlos  III.  Sus  obras  son  inseparables  de  su  vida,  y  por  eso  con- 
viene indicar  algo  acerca  de  los  sucesos  capitales  de  su  azarosa  exis- 
tencia (l). 

Olavide,  nacido  en  Lima  en  1725,  discípulo  aventajado  de  la  Uni- 
versidad de  San  Marcos,  donde  recibió  el  grado  de  doctor  en  Cáno- 
nes á  los  diez  y  siete  años  de  edad,  opositor  á  cátedras,  oidor  de 
aquella  Real  Audiencia  y  auditor  general  de  Guerra  del  virreinato 
del  Perú,  hubiera  envejecido  tranquilamente  en  su  carrera  de  hombre 
de  toga,  si  de  repente  no  viniera  á  sacarle  de  la  obscuridad  el  horri- 
ble terremoto  de  1746.  Cuando  se  trató  de  reparar  los  efectos  de 
aquel  desastre,  mostró  serenidad,  aplomo  y  desinterés,  y  por  su 
mano  pasaron  los  caudales  de  los  mayores  negociantes  de  la  plaza, 
dejándole  con  mucha  reputación  de  íntegro.  Pero  no  faltó  quien 
murmurase  de  él,  sobre  todo  por  haber  aplicado  á  la  construcción 
de  un  nuevo  teatro  el  fondo  remanente  después  de  aquella  cala- 
midad. Se  le  mandó  venir  á  Madrid  á  rendir  cuentas.  Propicia  se  le 
mostró  la  fortuna  en  España.  Gallardo  de  aspecto,  cortés,  elegante 
y  atildado  en  sus  modales,  ligero  y  brillante  en  su  conversación, 

rica,  de  la  cual  hoy  sólo  se  conoce  el  primer  tomo,  que  comprende  el  reino 
mineral.  En  el  prospecto  que  presentó  á  Carlos  III  en  1761,  anuncia  el  con- 
tenido de  otros  cuatro,  que  tratarían  respectivamente  del  reino  vegetal,  del 
reino  animal  y  de  los  grandes  ríos  Amazonas,  Marañón,  Paraguazú,  Uriaparí 
y  Magdalena,  coronando  toda  la  obra  un  volumen  de  suplementos  y  adicio- 
nes. El  título  general  de  la  obra  debía  ser  Memorias  Físicas- Apologéticas  déla 
Atnérica  Meridional.  El  señor  D.  Ricardo  Palma  ha  hecho  el  buen  servicio  de 
publicar  la  parte  primera,  única  que  ha  llegado  á  nuestros  días  (Lima,  1904), 
añadiendo  tres  cartas  curiosísimas  que  se  imprimieron  con  el  prospecto 
en  1759.  En  una  de  ellas  se  da  noticia  de  varios  escritores  y  poetisas  peruanas, 
}'  en  otra  se  propone  la  fundación  de  una  biblioteca  pública  en  Lima. 

El  tomo  publicado  de  las  Metnorias  no  se  contrae  á  la  Mineralogía  y  sus 
aplicaciones,  sino  que  contiene  mucho  de  historia  civil  y  de  arqueología 
indígena. 

(i)  La  mejor  y  más  completa  biografía  que  existe  de  Olavide  es  la  del 
peruano  D.  J.  A.  de  Lavalle  (D.  Pablo  de  Olavide:  Apimtes  sobre  su  vida  y  sus 
obras.  Segunda  edicio'71,  Lima,  1885).  El  capítulo  que  en  1881  le  dediqué  en 
mis  Heterodoxos  Españoles  (t.  in)  requiere  ser  adicionado  con  presencia  de 
esta  y  otras  publicaciones.  Para  entonces  reservo  la  bibliografía  del  asunto. 


PERÚ  223 

cayó  en  gracia  á  una  viuda  riquísima,  heredera  de  dos  capitalistas, 
y  logró  fácilmente  su  mano.  Desde  entonces  la  casa  de  Olavide,  en 
Leganés  y  en  Madrid,  fué  una  especie  de  salón,  de  los  primeros  que 
se  conocieron  en  España.  Olavide,  agradable,  insinuante,  culto  á  la 
francesa,  con  aficiones  filosóficas  y  artísticas,  que  alimentaba  en  sus 
frecuentes  viajes  á  París,  ostentoso  y  espléndido,  corresponsal  de  los 
enciclopedistas  y  gran  lector  de  sus  libros,  comenzó  á  hacer  ruido- 
so alarde  de  sus  tendencias  innovadoras,  que  frisaban  con  la  impie- 
dad declarada.  El  Conde  de  Aranda  se  entusiasmó  con  él  y  le  pro- 
tegió mucho,  haciéndole  síndico  personero  de  la  villa  de  Madrid  y 
director  del  Hospicio  de  San  Fernando.  Los  ratos  de  ocio  los  dedi- 
caba á  las  bellas  letras:  puso  en  su  casa  un  teatro  de  aficionados, 
como  era  moda  en  Francia,  y  como  le  tenía  el  mismo  Voltaire  en 
Ferney,  y  para  él  tradujo  algunas  tragedias  y  comedias  francesas. 
Moratín  (l)  le  atribuye  sólo  la  Zehnira  (traducción  de  Du  Belloy), 
la  Hipermenestra  (de  Lemierre)  y  El  desertor  francés  (de  Sedaine); 
pero  D.  Antonio  Alcalá  Galiano  (2)  añade  á  ellas  una  que  corrió 
anónima  de  la  Zaida  («Zayre»)  de  Voltaire,  tan  ajustada  al  original, 
que  de  ella  se  valió  como  texto  D.  Vicente  García  de  la  Huerta 


(1)  Catálogo  de  piezas  dramáticas  del  siglo  XVII^  pág.  329  del  tomo  de  sus 
Obras,  edición  de  Rivadeneyra. 

(2)  Lecciones  de  literatura  del  siglo  XVIII...  Madrid,  Imprenta  de  la  Socie- 
dad Literaria  y  Tipográfica,  1S43,  pág,  243.  La  traducción  de  Olavide  se  im- 
primió dos  veces  en  Barcelona,  la  primera  sin  año,  la  segunda  en  1782,  por 
Carlos  Gibert  y  Tudó  (Vid.  Sempere  y  Guarinos,  Escritores  del  reinado  de 
Carlos  ni,  art.  de  Huerta).  El  Sr.  D.  Emilio  Cotarelo,  en  Triarte  y  su  época, 
Madridj  1897  (pág.  183),  le  atribuye,  además,  una  traducción  de  la  Fedra,de 
Racine,  que  se  imprimió  anónima,  y  añade  que  tradujo  también  £1  jugador, 
de  Regnard,  Casandro  y  Olimpia,  de  Voltaire,  Lina,  de  Lemierre,  y  la  Mérope 
del  italiano  Maffei;  todas  las  cuales  se  representaron  en  los  teatros  de  los 
Reales  Sitios  antes  de  1771,  y  algunas  de  eflas  en  los  de  la  Cruz  y  el  Príncipe 
de  Madrid.  Una  copia  de  Olimpia,  con  fecha  de  1782,  se  conserva  entre  los 
manuscritos  dramáticos  de  la  Biblioteca  Nacional  (núm.  2.445  del  Catálogo 
del  Sr.  Paz  y  Melia).  También  se  atribuyen  á  Olavide  las  traducciones  de  dos 
óperas  cómicas,  Niñeta  en  la  corte  (de  Favart)  y  El  pintor  enamorado  de  su  mo- 
delo, de  Anseaume,  y  es  probable  que  haya  otras  entre  el  fárrago  de  versiones 
dramáticas  del  siglo  xvni. 


2  24  CAPITULO   IX 

para  su  famosa  Jaira,  convirtiendo  los  desmayados  y  rastreros  ver- 
sos de  Olavide  en  rotundo  y  bizarro  romance  endecasílabo.  Real- 
mente Olavide  poco  tenía  de  poeta,  ni  en  lo  profano,  ni  en  lo  sagra- 
do, que  después  cultivó  tanto:  sus  versos  suelen  ser  mala  prosa  ri- 
mada, sin  nervio  ni  calor  ni  viveza  de  fantasía.  Aunque  dotado  de 
cualidades  brillantes,  era  de  instrucción  flaca  y  superficial ,  y  sin 
resistencia  se  dejó  arrastrar  por  el  torrente  de  la  filosofía  del  si- 
glo XVIII,  no  al  modo  cauteloso  que  Campomanes  y  otros  graves 
varones,  sino  con  todo  el  fogoso  atropellamiento  de  los  pocos  años, 
de  las  vagas  lecturas  y  de  la  imaginación  americana.  Olavide  cauti- 
vó, arrebató,  despertó  admiración,  simpatía  y  envidia,  y  acabó  por 
dar  tristísima  y  memorable  caída. 

Pero  antes  la  protección  de  Aranda  le  ensalzó  á  la  cumbre,  y  en 
1767  era  ya  Asistente  de  Sevilla  é  Intendente  de  los  cuatro  reinos 
de  Andalucía.  De  aquel  tiempo  data  su  famoso  plan  de  reforma  de 
aquella  Universidad,  el  más  radicalmente  revolucionario  que  se  for- 
mulase por  entonces,  respirando  todo  él  rabioso  centralismo  y  odio 
encarnizado  á  las  libertades  universitarias,  no  menos  que  á  los  estu- 
dios de  Teología  y  Filosofía,  «cuestiones  frivolas  é  inútiles,  pues  ó 
son  superiores  al  ingenio  de  los  hombres,  ó  incapaces  de  traer  utili- 
dad, aun  cuando  fuese  posible  demostrarlas »  Al  lado  de  esto,  el 

plan  contenía  muy  sanas  advertencias  para  la  reforma  de  los  estu- 
dios de  Matemáticas  y  Física,  de  Lenguas  é  Historia,  las  cuales, 
puestas  en  práctica,  fueron  elevando  aquella  célebre  escuela  al  gra- 
do de  prosperidad  que  alcanzaba  á  fines  del  siglo  xviii.  En  todas  las 
reformas  de  aquel  reinado  hay  que  distinguir  la  parte  verdadera- 
mente útil  y  positiva,  de  los  muchos  sueños  y  temeridades  infecun- 
das que  se  mezclaron  con  ella  (l). 

Olavide  era  un  iluso  de  filantropía,  pero  con  candida  y  buena  fe, 
que  á  ratos  le  hace  simpático.  En  Sevilla  protegió  á  su  modo  las 
Letras  y  todavía  más  la  Economía  Política,  y  tuvo  la  gloria  de  alen- 
tar y  guiar  los  primeros  pasos  de  Jove-llanos.  De  la  tertulia  de  Ola- 


(1)  Véase  un  amplio  extracto  de  este  plan  en  1^  Reseña  histórica  de  la 
Utiiversidad  de  Sevilla,  por  D.  Antonio  Martín  Villa  (Sevilla,  1886,  pági- 
nas 36  á  59). 


PERÚ  225 

vide,  y  con  ocasión  de  una  disputa  sobre  las  innovaciones  draniáti- 
cas  de  la  Chausée  y  Diderot,  salió  la  comedia  de  El_  Delincuente 
honrado^  tierna  y  bien  escrita,  aunque  algo  lánguida  y  declamatoria; 
como  que  su  ilustre  autor  se  propuso  por  principal  fin  en  ella  «ins- 
pirar aquel  dulce  horror  con  que  responden  las  almas  sensibles  al 
que  defiende  los  derechos  de  la  hitmanidad->> .  Rasgos  tan  candorosos 
como  éste,  y  más  cuando  vienen  de  tan  grande  hombre  como  Jo  ve- 
llanos,  no  deben  perderse  ni  olvidarse,  porque  pintan  la  época  me-; 
jor  que  lo  harían  largas  disertaciones.  La  Julia  y  el  Tratado  de  los 
delitos  y  de  las  penas  entusiasmaban  por  igual  á  aquellos  hombres;  y 
para  que  la  afectación  llegase  á  su  colmo,  juntaban  la  mascarada 
pastoril  de  la  Arcadia  con  la  filantropía  de  los  discípulos  de  Rous- 
seau, llamándose  entre  ellos  ^ el  mayoral  J ovino y>  y  «.el  facundo  El- 
pino^.  Este  últino  era  Olavide,  de  quien  Jove-llanos  conservó  siem- 
pre muy  buen  recuerdo,  bastando  la  amistad  de  tal  varón  para  ha- 
cer indulgente  con  él  al  más  áspero  censor.  Ni  en  próspera  ni  en 
adversa  fortuna  le  flaqueó  el  cariño  de  Jovino,  que  aun  en  1/7^ 
describía  en  la  epístola  á  sus  amigos  de  Sevilla 

Mil  pueblos  que  del  seno  enmarañado 
De  los  Marianos  montes,  patria  un  tiempo 
De  fieras  alimañas,  de  repente 
Nacieron  cultivados,  do  á  despecho 
De  la  rabiosa  envidia,  la  esperanza 
De  mil  generaciones  se  alimenta: 
Lugares  algún  día  venturosos, 
Del  gozo  y  la  inocencia  frecuentados. 

Y  con  la  triste  y  vacilante  sombra 
Del  sin  ventura  Elpino  ya  infamados 

Y  á  su  primer  horror  restituidos. 

Entre  los  mil  proyectos,  más  ó  menos  razonables  ó  utópicos,  que 
en  aquella  época  de  furor  económico  se  propalaban  para  remediar 
la  despoblación  de  España  y  abrir  al  cultivo  las  tierras  eriales  y 
baldías,  era  uno  de  los  más  favorecidos  por  la  opinión  de  los  gober- 
nantes el  de  las  colonias  agrícolas.  Ya  Ensenada  había  pensado 
establecerlas,  y  en  tiempo  de  Aranda  volvió  á  agitarse  la  idea  con 
ocasión  de  un  Memorial  de  cierto  arbitrista  prusiano,  D.  Juan  Gas- 


226  CAPÍTULO   IX 

par  Thurricgel.  Campomanes  entró  en  sus  designios,  redactó  una 
consulta  favorable  en  2/  de  Febrero  de  1 767,  y  sin  dilación  comen- 
zó á  tratarse  de  poblar  los  yermos  de  Sierra  Morena,  albergue  has- 
ta entonces  de  foragidos,  célebres  en  los  romances  de  ciegos,  y 
terror  de  los  hombres  de  bien.  Thurriegel  se  comprometió  á  traer, 
en  ocho  meses,  seis  mil  alemanes  y  flamencos  católicos ,  y  la  con- 
cesión se  firmó  el  2  de  Abril  de  1767,  el  mismo  día  que  la  pragmá- 
tica de  expulsión  de  los  jesuítas. 

Para  establecer  la  colonia  fué  designado,  con  título  de  Superin- 
tendente, Olavide,  como  el  más  á  propósito  por  lo  vasto  y  empren- 
dedor de  su  índole.  No  se  descuidó  un  punto,  y  con  el  ardor  propio 
de  su  condición  novelera  y  con  amplios  auxilios  oficiales,  fundó  en 
breve  plazo  hasta  trece  poblaciones,  muchas  de  las  cuales  subsisten 
para  gloria  imperecedera  de  su  nombre.  Por  desgracia  propia,  el 
Superintendente  no  se  detuvo  en  la  poesía  bucólica,  y  pronto  em- 
pezaron las  murmuraciones  contra  él  entre  los  mismos  colonos.  Un 
suizo,  D.  José  Antonio  Yauch,  se  quejó,  en  un  memorial  de  14  de 
Marzo  de  1769,  de  la  falta  de  pasto  espiritual  que  se  advertía  en  las 
colonias,  á  la  vez  que  de  malversaciones,  abandono  y  malos  trata- 
mientos á  los  nuevos  pobladores.  Confirmó  algo  de  estas  acusacio- 
nes el  Obispo  de  Jaén:  envióse  de  visitadores  al  Consejero  Valiente, 
á  D.  Ricardo  Wall  y  al  Marqués  de  la  Corona,  y  tampoco  fueron 
del  todo  favorables  á  Olavide  sus  informes.  Entre  los  colonos  habían 
venido  disimuladamente  algunos  protestantes,  y  en  cambio  faltaban 
clérigos  católicos  de  su  nación  y  lengua.  De  conventos  no  se  hable: 
Aranda  los  había  prohibido  para  entonces  y  para  en  adelante,  en 
términos  expresos,  en  el  pliego  de  condiciones  que  ajustó  con  Thu- 
rriegel. Al  cabo  vinieron  de  Suiza  capuchinos,  y  por  superior  de 
ellos  ¥r.  Romualdo  de  Friburgo,  que  escandalizado  de  la  libertad 
de  los  discursos  del  colonizador,  hizo  causa  común  con  los  muchos 
enemigos  que  éste  tenía  dentro  del  Consejo  y  entre  los  émulos  de 
Aranda.  Las  imprudencias,  temeridades  y  bizarrías  de  Olavide  iban 
comprometiéndole  más  á  cada  momento.  Ponderaba  con  hipérboles 
asiáticas  el  progreso  de  las  colonias,  y  sus  émulos  lo  negaban  todo. 
Él  se  quejaba  de  que  los  capuchinos  le  alborotaban  la  colonia,   y 
ellos  de  que  pervertía  a  los  colonos  con  su  irreligión  manifiesta.  AI 


PERÚ  227 

cabo,  Fr.  Romualdo  de  Friburgo  delató  en  forma  á  Olavide,  en  Sep- 
tiembre de  1/75)  poí"  hereje,  ateo  y  materialista,  ó  á  lo  menos  natu- 
ralista y  negador  de  lo  sobrenatural,  de  la  Revelación,  de  la  Provi- 
dencia y  de  los  milagros,  de  la  eficacia  de  la  oración  y  buenas  obras; 
asiduo  lector  de  Voltaire  y  de  Rousseau,  con  quienes  tenía  frecuente 
correspondencia;  poseedor  de  imágenes  y  figuras  desnudas  y  libidi- 
nosas; inobservante  de  los  ayunos  y  abstinencias  eclesiásticas  y  dis- 
tinción de  manjares;  profanador  de  los  días  de  fiesta,  y,  finalmente, 
hombre  de  mal  ejemplo  y  piedra  de  escándalo  para  sus  colonos.  A 
estos  graves  cargos  se  añadían  otros  enteramente  risibles,  como  el 
de  defender  el  movimiento  de  la  tierra  y  oponerse  al  toque  de  las 
campanas  en  días  de  nublado. 

El  Santo  Oficio  impetró  licencia  del  Rey  para  procesar  á  Olavi- 
de, aprovechando  la  caída  y  ausencia  de  Aranda.  Se  le  mandó  venir 
á  Madrid  para  tratar  de  asuntos  relativos  á  las  colonias.  Él  temió  el 
nublado  que  se  le  venía  encima,  y  escribió  á  su  amigo  Roda  pidién- 
dole consejo.  En  la  carta,  que  es  de  7  de  Febrero  de  1 776,  le  decía: 
«Cargado  de  muchos  desórdenes  de  mi  juventud,  de  que  pido  á 
Dios  perdón,  no  hallo  en  mí  ninguno  contra  la  religión.  Nacido  y 
criado  en  un  país  donde  no  se  conoce  otra  que  la  que  profesamos, 
no  me  ha  dejado  hasta  ahora  Dios  de  su  mano  por  haber  faltado 
nunca  á  ella:  he  hecho  gloria  de  la  que,  por  gracia  del  Señor,  ten- 
go; y  derramaría  por  ella  hasta  la  última  gota  de  mi  sangre Yo 

no  soy  teólogo,  ni  en  estas  materias  alcanzo  mas  que  lo  que  mis 
padres  y  maestros  me  enseñaron  conforme  á  la  doctrina  de  la  Igle- 
sia  Y  estoy  persuadido  de  que  en  las  cosas  de  la  fe  de  nada  sirve 

la  razón,  porque  nada  alcanza ,  siendo  la  dócil  obediencia  el  me- 
jor sacrificio  de  un  cristiano » 

Que  Olavide  ocultaba  ó  desfiguraba  aquí  una  parte  de  la  verdad 
parece  claro,  no  sólo  por  las  resultas  del  proceso,  sino  por  el  valor 
autobiográfico  que  unánimemente  conceden  sus  biógrafos  á  las  confe- 
siones de  El  Evangelio  en  Triunfo^  donde  se  leen  pasajes  como  éste: 
«La  lectura  de  los  libros  filosóficos  había  pervertido  enteramente 
mis  ideas.  Yo  había  concebido,  no  sólo  el  más  alto  desprecio,  sino 
también  la  adversión  más  activa  contra  todo  lo  que  pertenecía  á  la 
Iglesia.  Creyendo  que  el  cristianismo  era  una  invención  humana. 


228  CAPITULO    IX 

como  todas  las  religiones,  no  podía  mirar  la  Iglesia  sino  como  el 
hogar  ó  centro  de  sus  principales  ministros,  que  abusaban  de  la  cre- 
dulidad en  favor  de  sus  intereses.  Todas  sus  sociedades  me  parecían 
cavernas  de  impostores,  sus  creencias  ridiculas,  sus  ritos  irriso- 
rios  »  (Carta  segunda). 

Roda,  que  tenía  en  el  fondo  tan  poca  religión  como  Olavide,  pero 
que  á  toda  costa  evitaba  ponerse  en  aventura,  le  dejó  en  manos 
del  Santo  Oficio,  contentándose  con  recomendar  la  mayor  lenidad 
posible  al  Inquisidor  general.  Éralo  entonces  el  antiguo  Obispo  de 
Salamanca  D.  Felipe  Beltrán,  varón  piadoso  y  docto,  no  sin  alguna 
punta  de  regalismo,  é  inclinado  por  ende  á  la  tolerancia  con  los 
innovadores,  aunque  en  este  caso  no  lo  mostró  mucho.  De  grado  ó 
por  fuerza,  tuvo  que  condenar  á  Olavide;  pero  le  excusó  la  humi- 
llación de  un  auto  público,  reduciendo  la  lectura  de  la  sentencia  á 
un  autillo  á  puerta  cerrada,  al  cual  se  dio,  sin  embargo,  inusitada 
solemnidad.  Verificóse  ésta  en  la  mañana  del  24  de  Noviembre  de 
1778,  con  asistencia  de  varios  grandes  de  España,  consejeros  de 
Hacienda,  Indias,  Ordenes  y  Guerra,  oficiales  de  guardias  y  padres 
graves  de  diferentes  religiones.  Aquel  acto  tenía  algo  de  conmina- 
torio: la  Inquisición,  aunque  herida  y  aportillada,  daba  por  última 
vez  muestra  de  su  poder,  ya  mermado  y  decadente,  abatiendo  en  el 
Asistente  de  Sevilla  al  volteranismo  de  la  corte  y  convidando  al 
triunfo  á  sus  propios  enemigos. 

Olavide  salió  á  la  ceremonia  sin  el  hábito  de  Santiago  (de  cuya 
Orden  era  caballero),  con  extremada  palidez  en  el  rostro  y  conduci- 
do por  dos  familiares  del  Santo  Oficio.  Oyó  con  grandes  muestras 
de  terror  la  lectura  de  la  sentencia,  y  al  fin  exclamó:  «Yo  no  he 
perdido  nunca  la  fe,  aunque  lo  diga  el  fiscal.»  Y  tras  esto  cayó  en 
tierra  desm.ayado.  Tres  horas  había  durado  la  lectura  de  la  sumaria: 
los  cargos  eran  sesenta  y  seis,  confirmados  por  setenta  y  ocho  tes- 
tigos. Se  le  declaraba  hereje  convicto  y  formal,  miembro  podrido 
de  la  religión;  se  le  desterraba  á  cuarenta  leguas  de  la  corte  y  sitios 
reales,  sin  poder  volver  tampoco  á  América,  ni  á  las  colonias  de 
Sierra-Morena,  ni  á  Sevilla;  se  le  reclnía  en  un  convento  por  ocho 
años  para  que  aprendiese  la  doctrina  cristiana  y  ayunase  todos  los 
viernes;  se  le  degradaba  y  exoneraba  de  todos  sus  cargos,  sin  que 


P£RU  229 

pudiese  en  adelante  llevar  espada,  n¡  vestir  oro,  plata,  seda  ni  paños 
de  lujo,  ni  montar  á  caballo;  quedaban  confiscados  sus  bienes  é  in- 
habilitados sus  descendientes  hasta  la  quinta  generación.  Cuando 
volvió  en  sí,  hizo  la  profesión  de  fe,  con  vela  verde  en  la  mano, 
pero  sin  coroza,  porque  le  dispensó  de  ello  el  Inquisidor,  lo  mismo 
que  de  la  fustigación  con  varillas. 

Los  enemigos  de  Olavide  (que  tenía  muchos  por  su  rápido  en- 
cumbramiento y  por  el  asunto  de  las  colonias)  se  desataron  contra 
él  indignamente  después  de  su  desgracia.  Corre  manuscrita  entre 
los  curiosos  una  sátira  insulsa  y  chabacana,  cuyo  rótulo  dice:  El 
Siglo  Ilustrado.,  vida  de  D.  Gtiindo  Cerezo.,  nacido.,  educado.,  ins- 
truido y  muerto  según  las  luces  del  presente  siglo,  dada  á  luz  para 
seguro  modelo  de  las  costumbres ,  por  D.  Justo  Vera  de  la  Vento- 
sa (i).  Es  un  cúmulo  de  injurias  sandias,  despreciables  y  sin  chis- 
te. Por  no  servir,  ni  para  la  biografía  de  Olavide  sirve,  porque  el 
anónimo  maldiciente  estaba  muy  poco  enterado  de  los  hechos  y 
aventuras  del  personaje  contra  quien  muestra  tan  ciego  ensaña- 
miento. 

Olavide  era  una  cabeza  ligera,  menos  perverso  de  índole  que  lar- 
go de  lengua,  y  sobre  él  descargó  la  tempestad,  mientras  que  por 
más  disimulados  ó  más  poderosos  seguían  impunes  sus  antiguos  pro- 
tectores los  Arandas  y  los  Rodas,  enemigos  mucho  más  peligrosos 
de  la  Iglesia.  Comenzó  por  abatirse  y  anonadarse  bajo  el  peso  de 
aquella  condenación  infamante;  pero  luego  vino  á  mejores  pensa- 
mientos, y  la  fe  volvió  á  su  alma.  Retraído  en  el  IMonasterio  de  Sa- 
hagún,  sin  más  libros  que  los  de  Fr.  Luis  de  Granada  y  el  P.  Seg- 
neri,  tornó  á  cultivar  con  espíritu  cristiano  la  poesía,  que  había  sido 
recreación  de  sus  primeros  años,  y  compuso  los  únicos  versos  suyos 
que  no  son  enteramente  prosaicos.  Llámanse  en  las  copias  manus- 
critas Ecos  de  Olavide,  y  vienen  á  ser  una  paráfrasis  del  Miserere, 
que  luego  incluyó  retocada  en  su  tradución  completa  de  los  Salmos 
del  Real  Profeta  {2). 


(O     Tres  distintas  copias  de  esta  sátira  han  llegado  á  nuestras  manos. 

(2)  Señor,  misericordia;  á  tus  pies  llega 

El  mayor  pecador,  mas  ya  contrito, 
Que  á  tu  infinita  paternal  clemencia 


230  CAPITULO   IX 

El  arrepentimiento  de  Olavide  ya  entonces  parece  sincero,  pero 
aún  no  había  echado  raíces  bastante  profundas.  Burlando  la  con- 
fianza del  Inquisidor  general,  no  sin  connivencia  secreta  de  la  corte, 
huyó  á  Francia,  y  allí  vivió  algunos  años  con  el  supuesto  título  de 
Conde  del  Pilo,  trabando  amistad  con  varios  literatos  franceses,  es- 
pecialmente con  el  caballero  Florián,  ingenio  amanerado,  discreto 
fabulista  y  uno  de  los  que  acabaron  de  enterrar  la  novela  pastoril. 
Olavide  le  ayudó  á  refundir  la  Galaica  de  Cervantes,  mereciendo 
que  en  recompensa  le  llamase  «español  tan  célebre  por  sus  talentos 
como  por  sus  desgracias». 

Los  enciclopedistas  recibieron  con  palmas  á  Olavide.  Diderot  es- 
cribió una  noticia  de  su  vida  (l).  Marmontel  le  saludó  en  sesión 
pública  de  la  Academia  Francesa  con  estos  enfáticos  versos: 

Le  citoyen  flétri  par  l'absurde  fureur 
D'un  zéle  mille  fois  plus  aflfreux  que  l'erreur, 
Au  pied  d'un  tribunal  que  la  lumiére  oífense, 
Acensé  sans  témoins,  condamné  sans  défens'e, 
Pour  avoir  méprisé  d'infámes  délateurs, 
En  peuplant  les  déserts  d'heureux  cultivateurs; 
Qu'il  regarde  ees  monts  oü  fleurit  l'industrie, 
Et  fier  de  ses  bienfaits,  qu'il  plaigne  sa  patrie. 
Le  temps  la  changera,  comm'il  a  tout  changé: 
D'une  indigne  prison  Galilée  est  vengé. 

Pide  humilde  perdón  de  sus  delitos. 


Á  mis  oídos  les  darás  entonces 
Con  tu  perdón  consuelo  y  regocijo, 
Y  mis  huesos  exánimes  y  yertos 
Serán  ya  de  tu  cuerpo  miembros  vivos. 

Porque  si  tú  quisieras  otra  ofrenda, 
Ninguna  te  negara  el  amor  mío, 
Pero  no  quieres  tú  más  holocausto 
Que  un  puro  amor  y  un  ánimo  sumiso. 

Señor,  pues  amas  y  deseas  tanto 
A  tu  siervo  salvar,  dispon  benigno 
Que  en  la  inmortal  Jerusalem  del  alma 
Se  labre  de  tu  amor  el  edificio. 


(1)  Vid.  en  las  obras  de  Diderot,  ed.  Assézat  (1875),  tomo  vi,  págs.  467- 
472:  D.  Pablo  Olavides  {^\z)^précis  historique  rédigé sur  des  ménioires  fourtiis  a 
M.  Diderot  par  wn  ami. 


PERÚ  231 

Estas  injurias  en  acto  solemne  exasperaron  al  Gobierno  español,  y 
Floridablanca  reclamó  la  extradición  de  (^lavide  en  1 781;  pero  el 
Obispo  de  Rhodez,  en  cuya  diócesis  se  había  refugiado,  le  dio  me- 
dios para  huir  á  Ginebra.  El  Cardenal  de  Brienne  volvió  á  abrirle 
poco  después  las  puertas  de  Francia,  y  la  Convención  le  llamó  á  la 
barra  para  decretarle  una  corona  cívica  y  el  título  de  ciudadano 
adoptivo  de  la  República  una  é  indivisible.  Dicen  (aunque  no  he 
podido  comprobarlo)  que  entonces,  volviendo  á  hacer  alarde  de  sus 
antiguas  ideas,  escribió  contra  las  órdenes  monásticas,  y  compró 
gran  cantidad  de  bienes  nacionales.  La  conciencia  no  le  remordía 
aún  y  esperaba  vivir  tranquilo  en  cómodo,  aunque  inhonesto  retiro, 
lejos  del  tumulto  de  París,  en  una  casa  de  campo  de  Meung-sur- 
Loire  que  había  pertenecido  á  los  obispos  de  Orleans.  Pero  no  le 
sucedió  como  pensaba.  Dejémosle  hablar  á  él  en  mal  castellano, 
pero  con  mucha  sinceridad: 

«La  Francia  estaba  entonces  cubierta  de  terror  y  llena  de  prisio- 
nes. En  ellas  se  amontonaban  millares  de  infelices,  y  los  preferidos 
para  esta  violencia  eran  los  más  nobles,  los  más  sabios  ó  los  hom- 
bres más  virtuosos  del  reino.  Yo  no  tenía  ninguno  de  estos  títulos, 
y,  por  otra  parte,  esperaba  que  el  silencio  de  mi  soledad  y  la  obs- 
curidad de  mi  retiro  me  esconderían  de  tan  general  persecución. 
Pero  no  fué  así.  En  la  noche  del  16  de  Abril  de  1 794,  la  casa  de  mi 
habitación  se  halló  de  repente  cercada  de  soldados,  y  por  orden  de 
la  Junta  de  Seguridad  general  fui  conducido  á  la  prisión  de  mi  de- 
partamento. En  aquel  tiempo  la  persecución  era  el  primer  paso  para 
el  suplicio.  Procuré  someterme  á  las  órdenes  de  la  divina  Providen- 
cia... Pero  ¡pobre  de  mí!,  ¿qué  podría  yo  hacer?  Viejo,  secular,  sin 
más  instrucción  que  la  muy  precisa  para  mí  mismo,  y  encerrado  en 
una  cárcel  con  pocos  libros  que  me  guiasen,  y  ningunos  amigos  que 
me  dirigiesen»  (i). 

Y  más  adelante  Olavide  se  retrata  en  la  persona  de  aquel  «filó- 
sofo que  no  dejaba  de  tener  algún  talento  y  que  nació  con  muchos 

(i)  El  Evangelio  en  Triumpho  ó  Historia  de  zm  filósofo  desengañado.  Ter- 
cera edición...  En  Valencia,  en  la  imprenta  de  Orga.  Año  1798.  Tomo  i,  pá- 
gina vni. 

Menésdez  y  PíUíyo.— Poesía  hisJ>ano-americana.  II.  15 


232  CAPÍTULO   IX 

bienes  de  fortuna.  Pero  habiendo  recibido  en  su  niñez  la  educación 
ordinaria,  había  aprendido  superficialmente  su  religión;  no  la  había 
estudiado  después,  y  en  su  edad  adulta  casi  no  la  conocía,  ó,  por 
mejor  decir,  sólo  la  conocía  con  el  falso  y  calumnioso  semblante 
con  que  la  pinta  la  iniquidad  sofística...  Un  infortunio  lo  condujo  á 
donde  pudiese  escuchar  las  pruebas  que  persuaden  su  verdad;  y  á 
pesar  de  su  oposición  natural  y,  lo  que  es  más,  de  sus  envejecidas 
malas  costumbres,  no  pudo  resistir  á  su  evidencia,  y  después  de 
quedar  convencido,  tuvo  valor,  con  la  asistencia  del  cielo,  para  mu- 
dar sus  ideas  y  reformar  su  vida». 

Dudar  de  la  buena  fe  de  estas  palabras  y  atribuirlas  á  interés  ó  á 
miedo,  sería  calumniar  la  naturaleza  humana  y  no  conocer  á  Olavi- 
de,  alma  buena  en  el  fondo  y  con  semillas  cristianas,  por  mucho  que 
hubiese  pecado  de  vano,  presumido  y  locuaz. 

No  dudo,  pues  (aunque  lo  negasen  los  viejos  por  la  antigua  mala 
reputación  de  Olavide),  que  su  conversión  fué  sincera  y  cumplida 
y  no  una  añagaza  para  volver  libremente  á  España.  Léase  el  libro 
que  entonces  escribió,  El  Evangelio  en  triunfo  ó  historia  de  un  filó- 
sofo desengañado^  donde  si  la  ejecución  no  satisface,  el  fondo,  por  lo 
menos,  es  intachable,  sin  vislumbres,  ni  aun  remotos,  de  doblez  ó 
de  hipocresía. 

Pocos  leen  hoy  este  libro,  pero  conserva  nombradía  tradicional  por 
circunstancias  no  dependientes  de  su  mérito.  El  autor  era  un  impío 
convertido,  penitenciado  por  el  Santo  Oficio,  espectador  y  víctima 
de  la  Revolución  francesa.  Sus  extrañas  fortunas  hacían  que  unos  le 
mirasen  con  asombro,  otros  con  recelo,  achacando  el  extraordinario 
y  súbito  cambio  de  sus  ideas,  éstos  á  propio  interés  y  móviles  mun- 
danos, aquéllos  á  la  dura  lección  del  escarmiento.  Acertaban  estos 
últimos,  como  luego  lo  mostró  la  vida  austera  y  penitente  de  Olavide 
y  su  muerte  cristianísima.  Dios  había  visitado  terriblemente  aquella 
alma,  que  no  hubiera  podido  levantarse  sin  un  poderoso  impulso  de 
la  gracia  divina.  Todas  las  páginas  A^  El  Evangelio  en  triunfo,  libro, 
por  otra  parte,  mediano,  porque  no  alcanzaba  á  más  el  talento  de  su 
autor,  respiran  convicción  y  fe.  Fué,  sin  duda,  obra  grata  á  los  ojos 
de  Dios,  expiación  de  anteriores  extravíos,  y  buen  ejemplo,  que  por 
lo  ruidoso  de  quien  le  daba  hizo  honda  impresión  en  el  ánimo  de 


PERÚ  233 

muchos,  y  trajo  á  puerto  de  salvación  á  otros  infelices  como  el  au- 
tor. Así  debe  juzgarse  El  Evangelio  en  triunfo,  más  como  acto  pia- 
doso que  como  libro.  Fué  la  abjuración,  la  retractación  brillante  de 
un  incrédulo,  la  reparación  solemne  de  un  pecado  de  escándalo. 
Imagínese  el  poder  de  tal  ejemplo  á  fines  del  siglo  xviii,  y  cuan  hon- 
damente debió  de  resonar  en  las  almas  aquella  voz  que  salía  de  las 
cárceles  del  Terror,  adorando  y  bendiciendo  lo  que  toda  su  vida 
había  trabajado  por  destruir.  El  éxito  fué  inmenso:  en  un  solo  año 
se  hicieron  tres  ediciones  de  los  cuatro  voluminosos  tomos  de  El 
Evangelio  en  triunfo. 

Con  todo  eso,  la  malicia  de  algunos  espíritus  suspicaces  no  dejó 
de  cebarse  en  las  intenciones  del  autor.  Decían  que  exponía  con 
mucha  fuerza  los  argumentos  de  los  incrédulos  contra  la  divinidad 
de  Jesucristo  y  la  autenticidad  de  los  libros  santos,  y  que  se  mos- 
traba frío  y  débil  en  la  refutación.  Algo  de  verdad  puede  haber  en 
esto,  pero  por  una  razón  que  fácilmente  se  alcanza;  Olavide  había 
vuelto  sinceramente  á  la  fe,  pero  con  la  fe  no  había  adquirido  la 
ciencia  teológica  ni  el  genio  de  escritor  que  nunca  tuvo.  Su  lectura 
predilecta  y  continua  durante  la  mayor  parte  de  su  vida,  habían 
•sido  las  obras  de  Voltaire  y  de  los  enciclopedistas:  aquello  lo  cono- 
cía bien,  y  estaba  muy  al  tanto  de  todas  las  objeciones.  Pero  en  teo- 
logía católica  y  en  filosofía  cristiana  claudicaba,  porque  jamás  las 
había  estudiado  (como  él  mismo  confiesa)  ni  leído  apenas  libro  algu- 
no que  tratase  de  ellas.  Así  es  que  su  instrucción  dogmática,  á  pesar 
de  las  buenas  lecturas  en  que  se  empeñó  después  de  su  conversión, 
no  pasaba  de  un  nivel  vulgarísimo,  bueno  para  el  simple  creyente, 
pero  no  para  el  apologista  de  la  religión  contra  los  incrédulos.  Ade- 
más, como  su  talento,  aunque  lúcido  y  despierto,  no  se  alzaba  mu- 
cho de  la  medianía,  tampoco  pudo  suplir  con  él  lo  que  de  ciencia 
le  faltaba;  así  es  que  resultaron  flojas  algunas  partes  de  su  apolo- 
gía, si  bien,  á  fuerza  de  sinceridad  y  de  firmeza,  y  de  ser  tan  bur- 
da la  crítica  religiosa  de  los  volterianos,  fácilmente  suele  lograr  la 
victoria. 

Literariamente,  el  libro  de  Olavide  vale  poco,  y  está  escrito  me- 
dio en  francés  (como  era  de  recelar,  dadas  sus  lecturas  favoritas  y 
su  larga  residencia  en  París);  no  sólo  atestado  de  galicismos  de  pa- 


234  CAPITULO    IX 

labras  y  de  giros,  sino  de  rasgos  enfáticos  y  declamatorios  de  la 
peor  escuela  de  entonces.  Pero  también  tiene  en  muchos  pasajes 
unción  y  íervor,  y  aunque  siempre  sea  peligrosa  la  excesiva  inter- 
vención del  sentimiento  en  tesis  dogmáticas,  no  hay  duda  que  lo 
que  en  el  libro  interesa  principalmente  es  el  drama  psicológico  de  la 
conversión  del  impío,  la  historia  de  los  combates  de  su  propia  alma, 
de  la  cual  el  autor  levanta  todos  los  velos.  Es  cierto  que  á  la  fuerza 
teológica  de  los  argumentos  del  libro  daña  esta  especie  de  novela 
lacrimosa,  en  que  están  como  ahogadas  la  preparación  y  la  demos- 
tración evangélicas.  Quizá  Olavide  debió  escoger  entre  escribir  una 
defensa  de  la  religión,  ó  escribir  sus  propias  Confesiones.  Prefirió 
mezclar  ambas  cosaSj  y  resultó  una  producción  híbrida;  pero  que 
tal  como  está,  fué  de  las  primeras  en  que  el  espíritu  de  restauración 
religiosa  invocó  los  auxilios  de  la  imaginación  y  del  sentimiento, 
uno  de  los  precedentes  indudables  de  El  Genio  del  Cristianismo; 
razón  bastante  poderosa  para  que  no  se  la  pueda  olvidar  en  la  cro- 
nología literaria. 

Del  éxito  inmediato  tampoco  puede  dudarse.  Publicada  en  Va- 
lencia en  1798,  sin  nombre  de  autor,  llegó  hasta  el  último  rincón 
de  España,  provocando  una  reacción  favorable  á  Olavide.  Aquel 
mismo  año  se  le  permitió  volver  á  la  Península,  después  de  diez  y 
ocho  de  expatriación,  y  no  sólo  se  le  reintegró  en  todos  sus  ho- 
nores, sino  que  llegó  la  munificencia  de  Carlos  IV  hasta  confe- 
rirle una  pensión  anual  de  90.000  reales,  extraordinaria  para  aque- 
llos tiempos  y  aun  para  éstos,  pero  que  se  consideró  sin  duda  como 
indemnización  de  anteriores  quebrantos  y  confiscaciones.  Para  la 
mayor  parte  de  los  españoles,  su  nombre  y  sus  aventuras  eran  objeto 
de  admiración  y  de  estupor.  Los  vientos  empezaban  á  correr  favo- 
rables á  sus  antiguas  ideas;  pero  Dios  había  tocado  en  su  alma,  y  le 
llamaba  á  penitencia.  Desengañado  de  las  pompas  y  halagos  del 
mundo,  rechazó  todas  las  ofertas  del  ministro  ürquijo  y  de  Go- 
doy,  y  se  retiró  á  una  soledad  de  Andalucía,  donde  vivió  como 
filósofo  cristiano,  pensando  en  los  días  antiguos  y  en  los  años  eter- 
nos^ hasta  que  le  visitó  amigablemente  la  muerte  en  Baeza  el  año 
1804,  dejando  con  el  buen  olor  de  sus  virtudes  edificados  á  los  mis- 
mos que  habían  sido  testigos  ó  cómplices  de  sus  escandalosas  mo- 


PERÚ  235 

«edades,  que  él  quizá  con  demasiada  severidad  llamaba  infames. 
Además  de  El  Evangelio  en  triunfo^  publicó  Olavide  una  traduc- 
ción de  los  Salinos,  estudio  predilecto  de  los  impíos  convertidos, 
como  por  aquellos  días  lo  mostraba  La  Harpe,  haciendo  en  una  cár- 
cel no  muy  distante  de  la  de  Olavide  el  mismo  trabajo.  Pero  en 
verdad  que  si  La  Harpe  y  Olavide  trabajaron  para  justificación  pro- 
pia y  para  buen  ejemplo  de  sus  prójimos,  ni  las  letras  francesas  ni 
las  españolas  ganaron  mucho  con  su  piadosa  tarea.  Ni  uno  ni  otro 
sabían  hebreo,  y  tradujeron  muy  á  tientas  sobre  el  latín  de  la  Vul- 
gata,  intachable  en  lo  esencial  de  ia  doctrina,  pero  no  en  cuanto  á 
los  ápices  literarios.  De  aquí  que  sus  traducciones  carezcan  en  ab- 
soluto de  sabor  oriental  y  profético,  y  nada  conserven  de  la  exube- 
rante imaginativa,  de  la  obscuridad  solemne,  de  la  majestad  sumisa, 
y  de  aquel  volar  insólito  que  levanta  el  alma  entre  tierra  y  cielo,  y 
le  hace  percibir  un  como  dejo  de  los  sagrados  arcanos,  cuando  se 
leen  los  Salmos  originales.  Por  otra  parte,  Olavide  no  pasaba  de  me- 
dianísimo versificador:  á  veces  acentúa  mal,  y  siempre  huye  de  las 
imágenes  y  de  cuanto  puede  dar  color  al  estilo;  absurdo  empeño 
-cuando  se  traduce  una  poesía  colorista  por  excelencia,  como  la  he- 
brea, en  que  las  más  altas  ideas  se  revisten  siempre  de  figura  sen- 
sible. El  metro  que  eligió  con  monótona  uniformidad  (romance 
endecasílabo)  contribuye  á  la  prolijidad  y  desleimiento  del  con- 
junto, además  de  ser  poco  apto  para  la  poesía  lírica.  No  sólo  re- 
sulta inferior  Olavide  á  aquellos  grandes  é  inspirados  traductores 
nuestros  del  siglo  xvi,  especialmente  á  I-^r.  Luis  de  León,  alma 
hebrea  y  tan  impetuosamente  lírica  cuando  traduce  á  David,  como 
serena  y  clásica  cuando  interpreta  á  Horacio;  no  sólo  cede  la  pal- 
ma á  David  Abenatar  Meló  y  á  otros  judíos,  crudos  y  desigua- 
les en  el  decir,  pero  vigorosos  á  trechos,  sino  que  dentro  de  su 
misma  época  y  escuela  de  llaneza  prosaica  queda  á  larga  distan- 
cia del  sevillano  González  Carvajal,  no  muy  poeta,  pero  sí  gran- 
de hablista,  amamantado  á  los  pechos  de  la  magnífica  poesía  de 
Fr.  Luis  de  León,  que  le  nutre  y  vigoriza  y  le  levanta  mucho  cuando 
pensamientos  ajenos  le  sostienen.  A  Olavide  ni  siquiera  llega  á  in- 
flamarle el  calor  de  los  libros  santos,  ni  el  carbón  que  tocó  y  puri- 
ficó los  labios  de  Isaías,  deja  ninguna  huella  al  pasar  por  los  suyos. 


236  CAPÍTULO   IX 

Tradujo  Olavide,  además  de  los  Salmos,  todos  los  Cánticos  es- 
parcidos en  la  Escritura,  desde  los  dos  de  Moisés  hasta  el  de  Simeón, 
y  también  varios  himnos  de  la  Iglesia,  v.  gr,,  el  Ave  Maris  Stella, 
el  Stabat  Mater,  el  Dies  Ircs,  el  Te  Deum,  el  Pange  lingua  y  el 
Veni  Creator:  todo  ello  con  bien  escaso  numen.  Y  ojalá  que  se  hu- 
biera limitado  á  trasladar  tan  excelentes  originales;  pero  desgracia- 
mente  le  dio  por  ser  poeta  original,  y  cantó  en  lánguidos  y  rastre- 
ros versos  pareados  El  Fin  del  hombre,  El  Alma,  La  Inmortalidad 
del  alma,  La  Providencia,  El  Amor  del  mundo,  La  Penitencia  y  otros 
magníficos  asuntos  hasta  diez  y  seis,  coleccionados  luego  con  el  tí- 
tulo de  Poemas  Christianos.  Olavide  serpit  humi  en  todo  el  libro: 
válgale  por  disculpa  que  quiso  hacer  obra  de  devoción  y  no  de  lite- 
ratura; para  eso  anuncia  en  el  prólogo  que  ha  desterrado  de  sus 
versos  las  imágenes  y  los  colores.  Así  salieron  ellos  de  incoloros  y 
prosaicos.  El  desengaño  le  hizo  creyente,  pero  no  llegó  á  hacer- 
le poeta.  Increíble  parece  que  quien  había  pasado  por  tan  raras 
vicisitudes  y  sentido  tal  tormenta  de  encontrados  afectos,  no  ha- 
llase en  el  fondo  de  su  alma  alguna  chispa  del  fuego  sagrado,  ni 
se  levantase  casi  nunca  de  la  triste  insipidez  que  caracteriza  sus 
versos  (l). 

Mientras  Olavide  llenaba  á  Europa  con  el  ruido  de  sus  andanzas 
y  fortunas,  continuaba  en  el  Perú  el  movimiento  literario,  promovi- 

(i)  Salierio  Español,  ó  Versión  parafrástica  de  los  Salmos  de  David,  de  los 
Cánticos  de  Moisés,  de  otros  cánticos,  y  algunas  oraciones  de  la  Iglesia,  en  verso 
castellano,  d  fin  de  que  se  puedan  ca?ttar.  Para  uso  de  los  que  ?io  saben  latín.  Por 
el  autor  del  Evangelio  en  Triimfo.  En  Madrid,  efi  la  imprejita  de  D.  Joseph  Do- 
blado. Año  1800, 

Esta  versión  ha  sido  muy  popular,  así  en  España  como  en  América. 
En  1803  se  reimprimió  en  Lima.  Hay  una  reimpresión  de  ella,  hecha  en 
París,  1850  (librería  de  Rosa  y  Bouret);  y  de  los  salmos  Miserere  y  De  Pro- 
fundis  existe  además  una  edición  suelta:  Versión  parafrástica  del  salmo  jo... 
y  l2g...por  el  autor  del  Eva7tgelio  en  triunfo,  reimpreso  por  un  devoto.  (V.  Vera 
é  Isla,  Noticia  de  las  versiones  poéticas  del  salmo  Miserere  (Madrid,  Fuentene- 
bro,  1879,  pág.  198  á  201). 

— Poemas  Christianos,  en  que  se  exponen  co7i  sencillez  las  verdades  más  impor- 
tantes de  la  Religiófi,  por  el  autor  del  Evangelio  en  triunfo.  Publicados  por  un 
amigo  del  autor.  Segunda  edición,  en  Madrid,  en  la  imprenta  de  Joseph  Doblado. 


PERÚ  237 

do  eficazmente  por  la  Sociedad  de  Amigos  ó  Amantes  del  País,  de 
la  cual  fué  presidente  Baquíjano  y  Carrillo,  é  individuos  Unanue  (l), 
Rodríguez  de  Mendoza,  Arrese,  Morales  y  Duares,  el  oidor  Cerdán, 
Egaña,  Calero  y  Moreira,  el  Obispo  Pérez  Calama,  los  canónigos 
Bermúdez  y  Millán  de  Aguirre,  el  Jeronimiano  Fr.  Diego  de  Cisne- 
ros,  gran  propagador  de  los  libros  de  los  enciclopedistas,  el  Merce- 
nario Calatayud,  y  otros  varios  eclesiásticos,  tales  como  Laguna, 
Romero,  Girval  y  Sobreviela.  Bajo  sus  auspicios  comenzó  á  publi- 
carse en  1 79 1  el  Mercurio  Peruano ,  revista  importante  que  llegó  á 
constar  de  doce  tomos,  y  que  Humboldt  parece  haber  estimado  en 
mucho.  Por  el  mismo  tiempo  apareció  el  Diario  Erudito,  Económico 
y  Comercial  de  Lima,  que  sólo  duró  tres  años. 

Con  estos  papeles  se  educó  la  generación  de  la  guerra  de  la  In- 
dependencia, á  la  cual  en  rigor  pertenece  Olmedo,  que  nació  pe- 
ruano, aunque  muriese  ciudadano  del  Ecuador;  y  á  la  cual  pertene- 
ció también  el  desgraciado  poeta  arequipeño  D.  Mariano  Melgar, 
fusilado  por  los  realistas  después  de  la  batalla  de  Humachiri  en 
18 14,  á  los  veintitrés  años  de  edad.  Este  trágico  y  prematuro  fin 
ha  salvado  del  olvido  el  nombre  del  poeta,  mucho  más  que  el  mé- 
rito de  sus  versos,  que  no  pasan  de  ensayos  de  estudiante  aprove- 
chado. Algunas  traducciones,  como  la  de  los  Remedios  de  Amor,  de 
Ovidio,  que  él  llamó  Arte  de  olvidar,  acreditan  sus  buenas  humani- 
dades; pero  sus  odas  y  elegías  pertenecen  á  la  escuela  prosaica  del 
siglo  XVIII,  y  aun  con  la  mejor  voluntad  es  imposible  encontrar  en 
ellas  nada  que  anuncie  un  talento  poético  de  orden  superior.  La  ti- 
tulada Al  Autor  del  mar  es,  sin  duda,  la  mejor;  pero  está  versifica- 
da con  tanto  desaliño  y  tan  poco  nervio,  que  casi  todas   las   inten- 

(i)  Autor  de  uno  de  los  mejores  libros  de  nuestra  literatura  científica  de 
principios  de  la  centuria  pasada,  escrito  con  tanto  espíritu  de  observación 
como  pulcritud  de  lenguaje:  Observaciones  sobre  el  clima  de  Lima,  y  sus  in- 
flue7icias  en  los  seres  organizados,  en  especial  el  hombre.  Por  el  Dr.  D.  Hipólito 
Unanue,  Catedráiico  de  Prima  de  Medicina  en  la  Real  Universidad  de  San 
Marcos.  Protomédico  del  Peni.  (Madrid,  imprenta  de  Sancha,  181 5,  segunda 
edición.  La  primera  es  de  Lima,  1806.) 

En  el  tomo  vi  de  la  colección  de  Documetitos  Hiéranos  de  Odriozola  pueden 
verse  otros  escritos  del  Dr.  Unanue. 


238  CAPÍTULO    IX 

ciones  líricas  que  realmente  tiene  resultan  frustradas.  Melgar  es 
conocido  generalmente  por  el  dictado  de  poeta  de  los  yaravíes, 
por  haber  cultivado,  no  sin  gracia,  cierto  género  de  poesía  popular 
acomodada  á  una  música  indígena.  Nuestra  ignorancia  de  la  len- 
gua quichua  y  de  las  costumbres  de  los  indios  del  Perú,  nos  impide 
determinar  si  en  estos  cantos  hay  ó  no  un  fondo  tradicional.  El  pro- 
loguista de  las  poesías  de  Melgar  nos  dice  que  «.el yaraví  es  una 
composición  destinada  á  cantarse  con  acompañamiento  de  vihuela 
ó  de  dos  quenas;  la  música  no  tiene  más  que  un  tema  fijo,  sin  nin- 
guna variación;  y  esta  monotonía  del  canto  lo  asemeja  á  un  golpe 
muchas  veces  repetido...;  así  las  notas  áQ\ya7'aví  llevan  poco  á  poco 
el  alma  á  la  melancolía...  No  es  el  yaraví  la  canción  que  debemos  á 
los  europeos...;  los  indígenas  lo  enseñaron  á  los  españoles;  y  desde 
entonces  se  ha  hecho  de  él  una  composición  enteramente  nacional 
en  la  música,  y  una  canción  enteramente  especial  en  nuestra  litera- 
tura... Siendo  q\.  yaraví  \z.  poesía  primitiva  de  los  indígenas,  las  me- 
jores composiciones  de  este  género  se  encuentran  en  quichua.  Las 
que  se  han  hecho  en  español  son  traducciones  ó  imitaciones  de 
aquéllas,  y  el  verso  que  se  ha  adoptado  para  estas  imitaciones  es, 
por  lo  común,  de  ocho  sílabas,  en  cuartetas  ó  quintillas.  Se  emplea 
también  el  verso  de  menos  sílabas;  y  es  muy  usada  la  interpolación 
de  versos  de  cinco  sílabas  entre  los  de  ocho,  y  á  estejj'ízrííw  se  le 
llama  de  pie  quebrado» . 

Prescindiendo  de  la  cuestión  de  origen,  en  que  nos  reconocemos 
de  todo  punto  incompetentes,  no  habiendo  oído  cantar  nunca. yara- 
víes ni  entendiendo  una  palabra  de  la  lengua  en  que,  según  dicen, 
están  compuestos  los  mejores,  sólo  diremos  que  los  diez  yaravíes 
auténticos  de  Melgar  (á  quien  por  su  popularidad  se  han  atribuido 
otros  muchos)  nada  tienen  en  la  letra  de  indio  ni  de  peruano,  y  son 
meramente  cancioncitas  amorosas  bastante  delicadas  y  sentidas,  que 
ganarán  mucho  con  el  prestigio  de  la  música,  si  esta  es  tan  blanda, 
insinuante  y  melancólica  como  dicen  (l).  Son,  sin  duda,  los  versos 

(i)     Como  muestra  pondré  nn  yaraví,  de  los  que  me  parecen  mejores: 

Vuelve,  que  ya  no  puedo 
Vivir  sin  tus  cariños: 
Vuelve,  mi  palomita, 


PERÚ  239 


más  agradables  de  Melgar;  naturales  y  sencillos,  puros  de  todo  rastro 
de  afectación;  pero  creemos  que  el  general  Miller,  que  no  tenía  mu- 
cha obligación  de  entender  de  poesía  castellana,  se  aventuró  dema- 


Vuelvi  á  tu  dulce  nido. 

Mira  que  hay  cazadores 
Que,  con  afán  maligno, 
Te  pondrán  en  sus  redes 
Mortales  atractivos; 
Y  cuando  te  hayan  preso, 
Te  darán  cruel  martirio: 
No  sea  que  te  cacen: 
Huye  tanto  peligro. 
Vuelve,  lid  palomita, 
Vuelve  á  tu  dulce  nido. 

Ninguno  ha  de  quererte 
Como  yo  te  he  querido. 
Te  engañas  si  pretendes 
Hallar  amor  más  fino. 
Habrá  otros  nidos  de  oro, 
Pero  no  como  el  mío: 
Por  ti  vertió  mi  pecho 
Sus  primeros  gemidos. 
Vuelve,  mi  palomita... 

Bien  sabes  que  yo,  siempre 
En  tu  amor  embebido, 
Jamás  toqué  tus  plumas 
Ni  ajé  tu  albor  divino; 
Si  otro  puede  tocarlas 

Y  disipar  su  brillo. 
Salva  tu  mejor  prenda: 
Ven  al  seguro  asilo. 

Vttehíe,  mi  palomita... 

No  pienses  que  haya  entrado 
Aquí  otro  pajarillo: 
No,  palomita  mía. 
Nadie  toca  este  sitio. 
Tuyo  es  mi  pecho  entero, 
Tuyo  es  este  albedrío, 

Y  por  ti  sola  clamo 
Con  amantes  suspiros. 
Vuelve,  mi  palomita... 

No  seas,  pues,  tirana; 
Haz  las  paces  conmigo; 
Ya  de  llorar  cansado 
Me  tiene  tu  capricho. 
No  vueles  más,  no  sigas 
Tus  desviados  giros; 
Tus  alitas  doradas 
Vuelve  á  mí,  que  ya  expiro. 

Vuelví-,  que  ya  no  puedo 
I  'ivir  sin  tus  cariños; 


240  CAPITULO   IX 

siado  cuando  llegó  á  compararlos  nada  menos  que  con  las  Melodías 
Irlandesas  de  Tomás  Moore  (l). 

Continuó  todavía  en  los  primeros  años  del  siglo  xix  la  publi- 
cación de  fiestas  y  certámenes  poéticos,  aunque  por  lo  común  con 
mejor  gusto  que  en  el  anterior.  De  1802  es  la  Fama  Postuma  del 
arzobispo  de  D.  Domingo  González  de  la  Reguera,  y  de  1 8 16  la 
muy  curiosa  colección  de  obras  de  elocuencia  y  poesía  con  que  la 
Universidad  de  San  ^Marcos  celebró  el  recibimiento  del  Virrey  Don 
Joaquín  de  la  Pezuela,  vencedor  en  Viluma,  en  Ayohuma  y  Vilca- 
pujio.  Constan  los  autores  de  las  dos  piezas  en  prosa,  que  fueron  el 
Dr.  D.  José  Cavero  y  Salazar,  Rector  de  aquella  escuela,  y  el  doctor 
D.  José  Joaquín  de  Larriva  y  Ruiz,  catedrático  de  prima  de  Filoso- 
fía. Los  versos  están  firmados  con  las  iniciales  J.  P.  de  V.  y  F.  Ll.  La 
mayor  parte  son  latinos,  acompañados  de  traducción  castellana; 
no  carecen  de  mérito,  dentro  de  su  género  artificial,  y  prueban  que 
la  Universidad,  hasta  el  último  día  de  la  dominación  española,  que 
fué  casi  el  último  día  de  su  propia  historia  como  organismo  tradi- 
cional é  independiente,  no  dejó  de  producir  humanistas,  ya  que  no 
era  su  misión  formar  poetas  (2). 


Vuelve,  mi  palomita, 
Vuelve  á  tu  dulce  nido. 

A  veces  usa  con  buen  efecto  el  verso  pentasílabo,  v.  g.: 

Mientras  los  astros 

Van  silenciosos 

Al  mar  á  hundirse, 

Yo  revolviendo 

Estoy  las  penas 

Que  el  pecho  oprimen... 

( 1 )  Poesías  de  D.  Mariano  Melgar.  Publícalas  D.  Manuel  Moscoso  Melgar, 
dedicándolas  d  la  Juventud  Arequipcha.  Naucy,  1878.  Con  un  prólogo  de 
D.  F.  García  Calderón,  y  una  noticia  biográfica  del  autor,  cuyas  bellas  con- 
diciones personales,  novelescos  amores  y  trágica  muerte  interesan  más  que 
sus  obras. 

(2)  Colección  de  las  composiciones  de  Eloquencia  y  Poesía  con  que  la  Real 
Universidad  de  San  Marcos  de  Lima  celebró  en  los  días  20  y  21  de  Noviembre 
de  1S16  el  recibimietüo  de  su  esclarecido  vice-pattono  el  Excmo,  Sr.  D.  Joaquín 
de  la  Pezuela  y  Sánchez...  Virrey,  Gobernador  y  Capitán  general  del  Reino  del 
Perii...  Lima,  1816,  por  D.  Bernardino  Ruiz. 


PERÚ  241 

El  exaltado  realismo  de  que  hacen  gala  los  Doctores  de  la  Uni- 
versidad peruana  en  esta  especie  de  corona  ofrecida  al  insigne  cau- 
dillo español,  no  ha  de  atribuirse  meramente  á  entusiasmo  oficial  ni 
á  impulso  de  adulación.  Las  opiniones  andaban  muy  divididas  en  el 
Perú,  y  seguramente  prevalecían  en  número  los  partidarios  de  la 
metrópoli  (l).  Hasta  el  último  momento  la  causa  española  tuvo  allí 
más  secuaces  que  en  ninguna  otra  parte  de  América;  las  tradiciones 
coloniales  estaban  muy  arraigadas,  merced  á  un  largo  régimen  de 
prosperidad  tranquila;  Lima  era  copia  fiel  de  las  risueñas  ciudades 
del  Mediodía  de  España;  y  el  fácil  y  alegre  vivir  de  sus  moradores, 
justamente  enamorados  de  su  suelo,  de  su  cielo  y  de  la  hermosura 
de  sus  mujeres,  les  hacia  muy  llevadera  la  ausencia  de  libertades 
políticas,  que  los  más  de  ellos  ni  entendían  ni  solicitaban.  Sin  la 
conspiración  militar  que  dividió  el  ejército  español  y  arrancó  el 
mando  á  Pezuela,  y  sin  el  auxilio,  nada  desinteresado,  de  Bolívar  y 
sus  colombianos,  sabe  Dios  cuándo  y  cómo  se  hubiese  consumado 
la  emancipación  de  aquella  parte  del  continente  americano,  aunque 
fuese  inevitable  para  un  plazo  más  ó  menos  largo.  Pudieron  contar, 
pues,  Abascal  y  Pezuela  con  panegiristas  ardientes  y  no  sólo  con 
mercenarios  cantores. 

Verdad  es  que,  con  la  inconstancia  propia  del  gremio  poético, 
pasaron  casi  todos  ellos  al  partido  vencedor  al  día  siguiente  de 
la  batalla  de  Ayacucho ,  y  el  primero  de  todos  aquel  mismo  doctor 
Larriva  que  había  escrito  en  1 807  el  elogio  universitario  de  Abas- 
cal,   en    18 1 2    el   discurso   contra  los   insurgentes   del    Alto    Perú, 

(1)  En  Lima  hubo  que  crear  artificialmente  la  aversión  á  España,  según 
confiesa  el  principal  ministro  del  general  San  Martín,  D.  Bernardo  Monteagu- 
do,  siniestra  figura  de  terrorista  cínico  y  desmoralizado.  « El  odio  á  los 
desoladores  del  Nuevo  Mundo  había  sido  en  los  demás  países  el  agente  prin- 
cipal de  la  revolución.  Era  preciso  generalizar  este  sentimiento  en  el  Perú  y 
convertirlo  en  pasión  popular.  Empleé  los  medios  que  estaban  á  mi  alcance 
para  inflamar  el  odio  contra  los  españoles,  y  siempre  estuve  pronto  á  apoyar 
las  medidas  de  severidad  que  tenían  por  objeto  disminuir  su  número.  Este 
era  en  mí  sistema,  y  no  pasión...  Cuando  el  ejército  libertador  llegó  A  las 
costas  del  Perú,  existían  en  Lima  más  de  diez  mil  españoles;  poco  antes 
de  mi  separación  no  llegaban  á  seiscientos.  Esto  era  hacer  revolución.» 
(Apud.  Mitre,  Historia  de  San  Martin,  iii,  296.) 


242  CAPITULO   IX 

en  1 8 16  el  sermón  en  alabanza  de  Pezuela,  y  en  1 8 19  la  oración 
fúnebre  de  los  prisioneros  realistas  fusilados  por  los  insurrectos  en 
la  Punta  de  San  Luis;  pasando  luego,  y  sin  esfuerzo  ni  transición 
alguna,  á  pronunciar  en  1824  la  oración  fúnebre  de  los  patriotas 
muertos  en  Junín,  en  1826  el  elogio  académico  de  Bolívar,  contra 
quien  se  desató  luego  en  sátiras  é  invectivas,  pocos  meses  después 
de  haberle  puesto  entre  los  semidioses: 

Mudamos  de  condición, 
Pero  fué  sólo  pasando 
Del  poder  de  Don  Fernando 
Al  poder  de  Don  Simón. 

Era  el  tal  Larri  va  (según  refiere  el  Sr.  Palma)  un  clérigo  de  cos- 
tumbres nada  ejem.plares,  poeta  chistoso  é  improvisador  de  café, 
gran  latino  y  hombre  de  muy  despierto  y  agudo  ingenio,  como  lo 
prueban  sus  fábulas,  su  poema  burlesco  de  La  Angulada  y  otras 
producciones  suyas,  que  desgraciadamente  por  ser  de  índole  per- 
sonal y  efímera,  han  padecido  la  suerte  común  de  las  de  su  clase, 
que  es  no  sobrevivir  á  los  acontecimientos  á  que  aluden  y  perseve- 
rar sólo  en  las  páginas  de  algún  curioso  libro  de  Historia  (l).  Poetas 
muy  afines  á  su  estilo  y  manera  fueron  otros  dos  improvisadores, 
también  eclesiásticos  y  de  costumbres  no  menos  relajadas:  el  pres- 
bítero Echegaray,  que  reparó  con  los  buenos  ejemplos  de  sus  últi- 
mos años  los  escándalos  de  su  mocedad,  y  el  franciscano  Fr.  Mateo 
Chuecas  y  Espinosa,  cuya  vida  se  dilató  hasta  1 858,  dándole  tiempo 
también  para  enmendar  sus  desconcertadas  costumbres,  hacer  un 
auto  de  fe  con  la  mayor  parte  de  sus  versos  profanos,  y  escribir 
algunas  composiciones  ascéticas,  de  mérito  (2).  A  todos  éstos  había 

(i)  En  el  tomo  11  de  la  Cohccióti  ds  documentos  de  Odriozola  están  las  prin- 
cipales composiciones  de  Larriva. 

(2)  El  Sr.  Palma  (Tradiciones peruanas,  sexta  serie),  transcribe  como  del 
P.  Chuecas,  que  se  la  comunicó  autógrafa,  la  siguiente  glosa  de  una  redondi- 
lla muy  popular  en  los  libros  de  devoción: 

¿Quó  se  hicieron  de  Sansón 
Las  fuerzas  que  en  sí  mantuvo, 
Y  la  belleza  que  tuvo 


TERU  243 

precedido  el  Ciego  de  la  Merced,  Fr.  Francisco  del  Castillo,  que 
falleció  á  fines  del  siglo  xviii,  gran  repentista,  sobre  todo  en  déci- 
mas de  pie  forzado.  El  Sr.  Palma  ha  publicado  algunas  de  sus  pican- 
tes improvisaciones,  dejando  inéditas  por  lo  licencioso  y  desver- 
gonzado de  la  expresión  otras  muchas  que  tradicionalmente  corren 
de  boca  en  boca,  y  entre  las  cuales  habrá  seguramente  algunas  que 
sin  razón  se  le  achaquen:  castigo  providencial  de  todo  el  que  alguna 
vez  ha  envilecido  su  musa  con  la  obscenidad  y  el  cinismo  (l). 
Dejando  aparte  estos  rezagados  del  siglo  xviii,  la  literatura  peruana 


Aquel  soberbio  Absalón? 
¿La  ciencia  de  Salomón 
No  es  de  todos  alabada? 
.¡Dónde  está  depositada? 
¿Qué  se  hizo?  ¡Ya  no  parece! 
Luego  nada  permanece 
En  esta  vida  prestada. 

De  Aristóteles  la  ciencia, 
Del  gran  Platón  el  saber, 
(Qué  es  lo  que  han  venido  á  ser? 
¡Pura  apariencia!  ¡Apariencia! 
Sólo  en  Dios  hay  suficiencia; 
Sólo  Dios  todo  lo  sabe; 
Nadie  en  el  mundo  se  alabe 
Ignorante  de  su  fin. 
Así  lo  dice  Agustín, 
Qtie  es  de  la  ciencia  la  llave. 

Todos  los  sabios  quisieron 
Ser  grandes  en  el  saber; 
Que  lo  fueron  no  hay  que  hacer, 
Según  que  ellos  lo  creyeron. 
Quizá  muchos  se  perdieron 
Por  no  ir  en  segura  nave; 
Camino  inseguro  y  grave. 
Si  en  Dios  no  fundan  su  ciencia, 
Pues  me  dice  la  experiencia: 
Quien  sabe  salvarse,  sabe. 

Si  no  se  apoya  el  saber 
En  la  tranquila  conciencia. 
De  nada  sirve  la  ciencia 
Condenada  á  perecer. 
Sólo  el  que  sabe  obtener. 
Por  una  vida  arreglada, 
ün  asiento  en  la  morada 
De  la  celestial  Sión, 
Sabe  más  que  Salomón, 
Y  el  que  no,  fio  sabe  nada. 


(i)     Tradiciones  peruanas  y  primera  serie. 


244  CAPITULO  IX 

del  siglo  XIX  empieza  propiamente  con  el  médico  D.  José  Manuel 
Valdés  y  el  diplomático  D.  José  María  de  Pando.  El  Dr.  Valdés, 
protomédico  del  Perú  y  director  del  Colegio  de  Medicina  y  Cirugía 
de  Lima,  ocupó  honesta  y  piadosamente  sus  ocios  en  una  traduc- 
ción de.  los  Salmos,  muy  notable  por  la  pureza  de  lengua  y  por  la 
sencillez  y  dulzura  del  estilo,  que  sabe  á  Fr.  Luis  de  León  en  algu- 
nos trozos  (l).  Como  hablista  tiene  muchas  semejanzas  con  Gonzá- 
lez Carv^ajal,  aunque  es  más  prosaico  que  él  y  versifica  con  más 
desaliño.  D.  José  Joaquín  de  Mora  celebró  bellamente  en  una  oda 
esta  noble  y  decorosa  versión  del  Salterio,  que  es,  sin  duda,  la  mejor 
que  ha  salido  de  América,  y  una  de  las  mejores  que  tenemos  en 
castellano  (2). 


(i)  Salterio  peniatto  o  paráfrasis  de  ¡os  ciento  cincuenta  salmos  de  David  y 
algunos  cánticos  sagrados,  compuesta  por  el  Dr.  D.  José  Manuel  Valdés,  Lima, 
1833,  imp.  de  I.  Masías. — 2.^  edición,  París,  Rosa  y  Bouret,  1836,  dos  tomitos. 

Además  de  los  Salmos,  tradujo  Valdés  los  cánticos  de  Moisés,  Ana,  Isaías, 
Ezequías,  Zacarías,  Simeón,  Habacuc  y  el  Alagnijicat.  Todos  ellos  están  al  fin 
del  Salterio. 

Publicó  también  un  tomito  de  Poesías  Espirituales  {lAmai,  1818;  id.,  1836), 
que  contiene  tres  romances  sagrados  (la  Oración,  la  Comunión  y  la  Castidad), 
un  poemita,  El  alma,  y  algunas  otras  composiciones  en  el  mismo  estilo  que  la 
versión  de  los  Salmos.  Las  poesías  que  hizo  sobre  asuntos  profanos  y  de  cir- 
cunstancias, valen  poco  y  no  han  sido  coleccionadas.  Sus  escritos  científicos 
están  recogidos  en  un  tomo  de  Memorias  médicas  (París,  Rosa  y  Bouret, 
1836).  D.  Juan  Antonio  Lavalle  publicó  en  la  Revista  de  Lima,  y  luego  en 
tirada  aparte  (1886),  adicionándola  con  nuevos  datos,  una  biografía  del  doc- 
tor Valdés. 

(2)  Poesías  que  dedica  á  su  patria,  Cádiz,  José  Joaquín  de  Mora  (Cádiz, 
1836),  pág.  187. — Poesías  de  Don  José  Joaquín  de  Mora  {^didiúá,  1853),  pág.  12: 

Llevó  ligera  el  aura 
Del  arpa  de  Sión  los  santos  ecos 
Por  la  extensión  del  mundo,  y  cual  restaura 
Los  mustios  valles  y  los  prados  secos 

El  otoñal  rocío, 
Tal  renació  en  mi  seno  nuevo  brío. 

¡Cuan  armoniosas  vibran 
Las  cuerdas  de  oro!  Al  escucharlas,  rotas 
Las  cadenas  del  mal,  presto  se  libran 
Por  las  esferas  puras  y  remotas 

Mis  leves  pensamientos, 


PERÚ  245 


D.  José  María  Pando  es  más  célebre  por  las  vicisitudes  de  su 
carrera  política  y  por  sus  trabajos  de  publicista  que  por  sus  versos. 
Nacido  en  Lima  en  1787,  pero  educado  en  Madrid,  en  el  Seminario 
de  Nobles,  comenzó  por  servir  á  España  en  varios  puestos  diplomá- 
ticos, llegando  á  ministro  de  Estado  en  las  postrimerías  del  régimen 


De  inmarcesible  bienestar  sedientos. 

Ora  en  piélago  inmenso 
De  admiración  estática  me  inunda, 
Cual  alba  nube  de  oloroso  incienso, 

Y  me  muestra  en  la  bóveda  profunda, 

Con  luz  candida  escrito, 
Tu  nombre  santo  ¡olí  numen  infinito! 

Ora  en  el  hondo  centro 
De  mi  ser  deleznable  me  introduce, 

Y  mi  flaqueza  mísera,  do  encuentro 
El  móvil  criminal  que  me  conduce 

Por  la  senda  torcida, 
Lejos  de  los  raudales  de  la  vida. 

Ya  contra  los  impíos 
Fulmina  maldición  y  en  ira  santa 
Se  enardece.  Sus  torpes  desvarios 
Revela  al  universo,  y  los  espanta 

Con  anatema,  y  gimen, 
Cuando  lo  escuchan,  los  que  al  justo  oprimen. 

Ó  ya  en  abatimiento, 
Melancólico  y  flébil  se  reclina, 
Regando  con  su  lloro  el  pavimento, 
Y  cual  serpiente  pérfida  y  maligna, 

Lo  hiere  despiadado 
El  recuerdo  funesto  del  pecado. 
¡Con  qué  magnificencia 
De  la  creación  la  maravilla  suma 
Retrata  esplendoroso,  y  la  alta  ciencia 
Que  del  mortal  la  pequenez  abruma, 

Y  lo  deslumbra  y  ciega, 

Y  á  vergonzosa  confusión  lo  entrega! 

Él  nos  muestra  el  gigante 
Que  se  levanta  á  recorrer  la  vía, 

Y  yo  enmudezco  de  terror...  Pujante 
Desátase  la  mar  con  rabia  impía; 

Y  el  mar  lo  mira  y  huye, 
Trueno  es  su  voz,  que  mata  y  que  destruye. 

Humean  en  su  cima 
Los  montes  si  él  los  toca,  y  él  derrama 
Centella  y  hielo  en  los  remotos  climas. 
Del  cedro  altivo  la  frondosa  rama 

Con  blanda  mano  riega, 
Y  á  su  mandato  el  huracán  la  pliega. 

De  Tarsis  los  navios 
Rompe  cual  paja  en  su  furor;  suspende 


246  CAPÍTULO   IX 

constitucional  de  1 823,  Ciudadano  del  Perú  desde  1 824,  fué  minis- 
tro de  Hacienda  con  Bolívar  y  plenipotenciario  para  el  Congreso  de 
Panamá.  Sucesos  posteriores  le  movieron  á  emigrar  de  su  país 
y  volver  en  1 83 5  á  España,  donde  tomó  parte  activa  en  nuestra 
política  hasta  su  muerte,  acaecida  en  1840.  Era  hombre  de  vasta 
lectura,  muy  conocedor  de  las  ciencias  sociales  y  de  la  historia  mo- 
derna, y  escribía  en  prosa  con  claridad  y  nervio.  Sus  produccio- 
nes más  conocidas  son:  Mercurio  Peruano^  periódico  publicado  en 
1827;  Pensamientos  y  apuntes  sobre  moral  y  política  (Cádiz,  1837), 
y  Elementos  de  Derecho  internacional  QAdiáúá^  1 843),  si  bien  esta 
última,  que  ha  tenido  mucha  boga,  apenas  merece  considerarse  más 
que  como  un  plagio  de  la  excelente  obra  de  D.  Andrés  Bello,  á 
quien  sigue  paso  á  paso,  copiando  textualmente  sus  mismas  palabras 
en  casi  todos  los  capítulos  (l).  Hizo  también  elegantes  poesías,  aun- 


En  medio  de  los  ámbitos  vacíos 

Del  ser  mortal  la  habitación,  y  enciende 

Magníficas  lumbreras 
Que  vierten  alba  luz  en  las  esferas. 

Mas  ¿dónde  me  arrebata, 
Valdés,  el  entusiasmo  que  me  inspira 
Tu  canto  armonioso?  Cual  retrata 
Fiel  el  agua  la  imagen,  tal  la  lira 

De  León,  en  tus  manos. 
De  David  nos  revela  los  arcanos: 

Sonora  en  la  alabanza 
De  las  obras  de  Dios;  y  plañidera 
Cuando  el  profeta  humilde  su  esperanza 
Fija  en  Dios;  y  dogmática  y  severa 

Cuando  dicta  al  humano 
La  ley  divina  y  el  precepto  sano. 

No  siga  yo  atrevido 
Tu  raudo  vuelo.  Con  humilde  tono 
Preludiaré  en  silencio  y  en  olvido 
Rústica  endecha;  mientra  al  alto  trono 

Do  el  Sempiterno  luce. 
El  monarca  inspirado  te  conduce. 

(i)  Son  dignas  de  citarse,  por  su  moderación  ejemplar  y  suave  ironía,  las 
palabras  con  que  Bello  dio  cuenta  de  este  escandaloso  plagio  en  El  Araucano 
de  29  de  Agosto  de  1845: 

«Comparando  los  Elementos  de  Derecho  Iniernacional  de  D.  José  M.*  Pando 
con  los  Principios  de  Derecho  de  Gentes  publicados  en  esta  ciudad  de  Santiago 
(de  Chile)  el  año  de  1832,  casi  pudiéramos  dar  á  la  publicación  española  el 
título  de  una  nueva  edición  de  la  obra  chilena,  aunque  con  interesantes  in- 


PERÚ  247 

que  en  escaso  número;  algunas  traducciones  de  odas  de  Horacio,  y 
una  Epístola  política  á  Próspero,  ó  sea  á  Bolívar,  más  elocuente  que 
poética,  pero  bien  escrita,  con  calor  en  algunos  pasajes,  con  ma- 
jestad en  otros.  ¡Lástima  que  el  autor  no  hiciese  el  menor  esfuer- 
zo para  evitar  tantas  y  tantas  asonancias  indebidas  como  afean 
aquella  larga  tirada  de  versos  sueltos!  Sin  duda  Pando  tenía  habi- 
tuado el  oído  á  la  poesía  italiana,  en  que  las  asonancias  no  se  re- 
paran (i). 

En  1 83 1,  por  los  días  en  que  Pando  figuraba  al  frente  del  partido 
conservador  del  Perú,  llegó  á  Lima,  expulsado  de  Chile  por  D.  Die- 
go Portales,  el  ingenioso  gaditano  D.  José  Joaquín  de  Mora,  á  quien 
de  aquí  en  adelante  vamos  á  encontrar  en  casi  todas  las  repúblicas 
americanas  como  maestro  ó  como  periodista:  brillantísimo  y  á  la 
postre  benéfico  aventurero  literario,  qui  mores  multoríim  hommum 
vídit  et  urbes. 

Asociado  en  Lima  con  los  hombres  más  distinguidos  del  país, 
tales  como  Pando,  D.  Felipe  Pardo,  D,  Manuel  Lorenzo  Vidaurre  (2), 

terpolaciones  é  instructivas  notas.  D.  José  M.^  Pando  no  ha  tenido  reparo  en 
copiarla  casi  toda  al  pie  de  la  letra ,  ó  con  ligeras  modificaciones  verbales, 
que  muchas  veces  consisten  sólo  en  intercalar  un  epíteto  apasionado,  ó  en 
trasponer  las  palabras.  Es  verdad  que  hace  al  autor  de  los  Pri7tcipios  el  honor 
de  citarle  á  menudo,  y  de  cuando  en  cuando  con  términos  muy  lisonjeros, 
«complaciéndose  en  confesar  que  le  debe  las  mayores  obligaciones».  Pero  el 
mayor  elogio  que  ha  podido  hacerle  es  el  frecuente  y  fiel  traslado  de  sus 
ideas  y  frases,  aun  cuando  se  olvida  de  darle  lugar  entre  sus  numerosas  refe- 
rencias. Como  quiera  que  sea,  el  autor  de  los  Principios  tiene  menos  motivo 
para  sentirse  quejoso  que  agradecido.  Pando  les  ha  dado  ciertas  galas  de 
filosofía  y  erudición  que  no  les  vienen  mal;  y  sacando  partido  de  su  vasta  y 
variada  lectura,  en  que  tal  vez  no  ha  tenido  igual  entre  cuantos  escritores 
contemporáneos  han  enriquecido  la  lengua  castellana,  derrama  curiosas  y 
selectas  noticias  sobre  la  historia  y  la  bibliografía  del  Derecho  público.» 
^/«¿í  Amunátegui  (D.  Miguel  Luis),   Vida  de  D.  Andrés  Bello,  pág.  360. 

(i)  La  Epístola  d  Próspero  se  imprimió  en  Lima  en  1826,  y  está  reprodu- 
cida en  la  América  Poética,  de  Gutiérrez. 

(2)  Publicista  fecundísimo,  y  algo  estrambótico  en  sus  ideas  y  estilo,  que 
participan  del  cinismo  sentimental  de  la  escuela  de  Juan  Jacobo  Rousseau. 
Bajo  este  aspecto  son  muy  curiosas  sus  Cartas  americanas,  políticas  ymor  ales 
(Filadelfia,  1825,  dos  volúmenes),  miscelánea  de  confesiones  eróticas,  relatos 

Mbnkndez  t  Pklato. — Poesía  hispano-arntricana,  II.  lí 


248  CAPÍTULO  rx 

D.  José  Cavero  y  Salazar,  D.  Andrés  Martínez,  el  médico  D.  Hipó- 
lito Unanue,  etc.,  fundó  el  Ateneo  del  Perú,  donde  dio  la  enseñan- 
za de  derecho  natural  y  público;  imprimió  unos  Cursos  de  Lógica  y 
Ética,  según  los  principios  de  la  escuela  de  Edimburgo  (1832),  y  co- 
menzó su  extraño  poema  de  Don  Juan,  imitación  de  Byron,  del  cual 
nunca  llegó  á  escribir  más  que  los  cinco  primeros  cantos  (l).  Era 
Mora,  más  bien  que  poeta  inspirado,  admirable  versificador;  en  sus 
composiciones  líricas  resulta  flojo  y  aun  prosaico,  pero  en  la  narra- 
ción joco-seria,  en  la  fábula  y  en  la  sátira,  su  estilo  es  un  raudal  de 
chiste,  de  amenidad  y  desembarazo  descriptivo,  de  felices  ocurren- 
cias y  genial  humorismo,  calificativo  que  cuadra  bien  á  quien  prin- 
cipalmente se  había  formado  en  la  escuela  de  los  humoristas  ingle- 
ses. Su  ejemplo  y  su  doctrina  literaria  fueron  de  gran  provecho  en 
Lima,  hasta  por  lo  mucho  que  armonizaban  con  ciertas  tendencias 
del  ingenio  peruano:  puede  decirse  que  fué  el  segundo  maestro  de 
D.  Felipe  Pardo,  después  de  Lista.  Las  dos  epístolas  que  Mora  diri- 

de  viajes  3'  proyectos  de  reforma  social.  Es  curioso  también  por  el  radicalis- 
mo de  las  ideas  su  Plan  del  Perú,  escrito  en  Cádiz  en  18 10,  y  publicado  en 
Filadelfia,  1823,  amarga  censura  de  los  vicios  de  la  administración  colonial. 
Como  jurisconsulto,  redactó  proyectos  de  Código  civil,  Código  penal  y  Código 
eclesiástico.  En  sus  últimos  años  pareció  retractarse  de  sus  opiniones  hetero- 
doxas, diciendo  de  sí  propio  que  «pues  había  seguido  á  Olavide  en  sus  erro- 
res, también  quería  ser  su  prosélito  en  el  arrepentimiento».  Pero  el  libro 
que  escribió  para  combatirse  á  sí  mismo  (Vidaune  contra  Vidaurre),  fué  im- 
pugnado en  el  Ecuador  por  el  célebre  franciscano  Fr.  Vicente  Solano  (con- 
troversista del  género  del  P.  Alvarado)  y  prohibido  por  la  Curia  eclesiástica 
de  Lima,  que  encontró  en  él  muchas  proposiciones  censurables.  Vid.  Conde- 
nación  del  libro  iitulado:  Vidaurre  contra  Vidaurre,  por  el  limo.  Sr.  D.  Fran- 
cisco de  Sales  Arrieta,y  censuras  hechas  por  el  presbítero  D.  José  Mateo  Aguilar 
M  el  P.  M.  Fr.  José' Seminario,  Lima,  \%i,o.— El  penitente  fiíigido,  visto  en  su 
verdadero  punto,  ó  critica  sobre  el  folleto  intitulado  «  Vidaurre  contra  Vidau- 
rrey.  Por  Fr.  Vicente  Solano.  Cuenca  (del  Ecuador),  1841.  Reimpreso  en  el 
tomo  IV  de  las  Obras  de  I'r.  Vicente  Solano,  precedidas  de  la  biografía  del  autor 
por  Atttonio  Borrero.  Barcelona,  1895.  La  impugnación  del  P.  Solano  versa 
sobre  la  infalibilidad  y  autoridad  del  Papa,  sobre  la  autoridad  de  la  Iglesia  y 
sobre  la  disciplina  eclesiástica. 

(i)     Se  publicaron  anónimos  en  Madrid  en   1844,  y  son  casi  desconocidos, 
aunque  tienen  octavas  muy  notables. 


PERÚ  249 

gió  á  Pardo  (l)  están  llenas  de  sabios  consejos  literarios  é  informa- 
das por  un  templado  eclecticismo,  de  sentido  común  ó  de  escuela 
escocesa,  que  fué  siempre  el  sello  de  la  crítica  de  Mora  (2). 

D.  Felipe  Pardo  y  Aliaga,  uno  de  los  discípulos  predilectos  de 
Lista,  es  el  verdadero  representante  de  nuestra  escuela  clásica  en 
el  antiguo  virreinato  del  Perú,  y  sin  duda  el  más  notable  de  los 
escritores  limeños  del  siglo  pasado,  á  lo  menos  de  los  que  ya  han 
pagado  á  la  muerte  el  común  tributo.  Como  hablista  en  verso,  sólo 
á  Bello  cede  la  palma,  y  en  la  sátira  política  va  delante  de  todos 
los  americanos,  si  bien  no  respetase  siempre  los  límites  que  separan 
toda  composición  poética  (por  reflexiva  y  didáctica  que  quiera  ser) 
de  un  folleto  ó  artículo  de  periódico.  La  Epístola  á  Delio,  la  parodia 
de  Constitución  y  otras  piezas  por  el  mismo  estilo,  que  son,  sin 
duda,  las  más  geniales  y  las  más  curiosas  del  poeta,  adolecen  á  me- 
nudo de  esa  continua  preocupación  de  los  negocios  del  día,  con  lo 
cual,  sin  ganar  en  ardor  y  animación,  pierden  algo  de  aquel  des- 
interés poético,  de  aquel  puro  culto  del  arte,  que  en  Horacio  y  en 
los  verdaderos  satíricos  horádanos,  tales  como  Parini  y  D.  Leandro 
Moratín,  brilla  siempre  y  se  sobrepone  á  toda  otra  consideración  de 
utilidad  social  inmediata.  Aun  con  este  lunar,  que  quizá  no  lo  sea  á 
los  ojos  de  todos.  Pardo  debe  ser  respetado  siempre,  no  sólo  como 
escritor  pulcro  y  atildado,  sino  como  ingenioso  observador  de  cos- 
tumbres, y  algunas  de  sus  letrillas  pueden  figurar  sin  desventaja  al 
lado  de  las  de  Bretón. 

La  educación  de  Pardo  había  sido  severamente  clásica,  y  clásicos 

(i)     Poesías  de  D.  José  J.  de  Mora,  Madrid,  1853,  págs.  241  á  257. 

(2)  Sobre  la  estancia  de  Mora  en  diversas  repúblicas  americanas  y  la  in- 
fluencia poh'tica  y  literaria  que  allí  ejerció,  es  libro  capital  el  de  D.  Miguel 
Luis  Amunátegui. — D.  José  Joaquín  de  Mora...  Apwites  biográficos.  Santiago 
de  Chile,  1888;  al  cual  debe  añadirse,  como  apéndice,  el  estudio  de  D.  Do- 
mingo Amunátegui  Solar,  Moi'a  en  Bolivia,  publicado  en  los  Anales  de  la  Uni- 
versidad de  Chile,  Febrero  de  1897.  Uno  y  otro  reproducen  bastantes  poesías 
de  Mora  desconocidas  en  España,  entre  ellas  una  epístola  en  verso  suelto  á 
Olmedo,  inserta  en  el  Merairio  Peniano  (Lima,  4  de  Marzo  de  1829),  y  otra 
en  tercetos  á  persona  desconocida,  que  apareció  en  El  Telégrafo,  periódico 
de  la  misma  ciudad,  en  10  de  Julio  del  mismo  año.  (Vid.  Mora  en  Bolivia,  pá- 
ginas 5-14.) 


250  CAPITULO    IX 

fueron  siempre  sus  modelos.  Su  poesía  es  fruto  legítimo  de  la  es- 
cuela culta  y  severa  de  fines  del  siglo  xviii,  especialmente  de  la 
de  Moratín,  pero  con  más  animación  y  alegría,  con  viveza  criolla, 
con  un  género  de  chiste  peculiarmente  limeño,  aunque  de  especie 
muy  fina  y  aristocrática.  Cultivó  Pardo  varios  géneros  y  ninguna 
sin  habilidad  y  fortuna:  su  oda  A  Olmedo  y  su  magnífica  traducción 
de  la  oda  de  Víctor  Hugo  A  la  columna  de  Vendóme,  prueban  que 
no  le  faltaba  numen  lírico:  sus  versos  de  amor  son  fáciles  y  gracio- 
sos; en  las  octavas  de  El  Peni  hay  primores  descriptivos  que  pare- 
cen robados  á  Bello,  de  quien  Pardo  fué  muy  amigo  y  en  cierto 
modo  discípulo  durante  su  destierro  en  Chile:  el  único  canto  que 
llegó  á  escribir  del  poema  Isidora,  es  lo  mejor  que  en  este  género  de 
narraciones  domésticas  ó  de  costumbres  tiene  la  literatura  america- 
na, á  excepción  de  los  cuentos  de  Batres;  y,  finalmente,  la  fantasía 
en  variedad  de  metros,  que  tituló  La  Lámpara,  es  un  ensayo  román- 
tico, excepcional  en  sus  obras,  pero  nada  infeliz,  como  lo  prueban 
estos  versos: 

Lámpara  solitaria  ardí  en  el  templo, 
Y,  aunque  con  luz  escasa,  ardí  constante, 
Y  por  siete  años  que  bramó  incesante, 
No  me  apagó  una  vez  el  huracán. 

Pero  aunque  fuese  capaz  de  salir  con  lucimiento  de  cualquier  em- 
presa, porque  para  ello  tenía  caudal  suficiente  de  doctrina  y  gusto, 
y  prendas  de  versificador  nada  vulgares,  su  verdadera  vocación  fué 
la  de  poeta  satírico,  ya  festivo  y  suavemente  epigramático,  como 
en  sus  letrillas,  ya  cáustico  censor  y  austero  moraHsta,  como  en  las 
dos  sátiras  citadas,  en  las  cuales  se  ve  de  cuerpo  entero,  no  sólo  al 
poeta,  sino  al  político  conservador:  naturalezas  que  en  él  habían 
llegado  á  ser  inseparables.  Su  aversión  á  la  anarquía,  al  desenfreno,, 
al  charlatanismo  político ,  á  las  constituciones  escritas  en  el  papel  y 
no  en  la  conciencia  de  los  pueblos,  le  llevaba  hasta  el  chistoso  ex- 
tremo de  invocar  á  cada  momento  en  sus  versos,  no  ya  el  sable  del 
dictador,  sino  el  garrote  ó  la  tranca,  que  consideraba  como  único 
remedio  eficaz  para  la  indisciplina  de  su  país. 

Pardo  fué,  no  soJamente  poeta  lírico,  sino  también  poeta  dramáti- 


PERÚ  251 

co,  aunque  en  pocas  obras,  y  todas  de  su  juventud  (l).  Es,  después 
de  Gorostiza,  el  más  notable  representante  del  teatro  cómico  en 
América,  con  la  ventaja  de  no  ser  sus  comedias  puramente  españolas 
en  las  costumbres  que  retratan,  como  lo  son  las  de  Gorostiza,  en 
quien  nada  americano  hay  más  que  la  patria  de  su  autor;  sino  pen- 
sadas y  escritas  para  un  auditorio  limeño,  con  tipos  y  escenas  pro- 
pias del  país.  Son  tres  estas  comedias :  Frutos  de  la  educación,  Don 
Leocadio,  ó  el  aniversario  de  Ayacucho,  Una  huérfana  en  Chorrillos. 
La  segunda  es  un  juguete  muy  graciosamente  versificado,  con  imi- 
tación visible  del  estilo  de  Bretón,  pero  cuya  idea  fundamental  está 
tomada  de   un  raudeville  francés.   Las  otras  dos  son  enteramente 
originales,  y  verdaderas  y  muy  apreciables  comedias  de  costumbres 
del  género  de  Moratín  y  Gorostiza,  sin  ningún  rasgo  que  pueda  de- 
cirse peculiarmente  bretoniano.  En  su  propósito  moral,  que  no  es 
otro  que  poner  de  manifiesto  ios  vicios  de  la  mala  educación,  re- 
producen el  tema  de  las  dos  comedias  de  Iriarte:  El  Señorito  mimado 
y  La  Señorita  mal  criada,  pero  no  adolecen  de  su  frialdad  pedagó- 
gica, y  la  pintura  de  las  costumbres  es  viva  y  chistosa.  El  escrúpulo 
en  la  observancia  de  las  unidades  clásicas  llega  hasta  el  extremo  de 
reducir  la  acción  á  plazo  menor  que  el  de  veinticuatro  horas.  Las 
comedias  de  Pardo,  aunque  puedan  tacharse  de  tímidas  y  acompa- 
sadas, son  los  productos  más  nobles  y  decorosos  que  hasta  ahora 
ha  dado   la  musa  cómica  del   Perú,  y  valen  tanto,  por  lo  menos, 
como  otras  españolas  muy  celebradas  del  mismo  género  y  escuela, 
por  ejemplo,  La  Niña  en  casa,  de  Martínez  de  la  Rosa. 

No  obstante,  ha  de  confesarse  que  Pardo,  más  bien  que  poeta 
cómico  espontáneo  y  original,  es  un  satírico  y  moralista  en  forma 
dramática.  Su  genio  era  ese,  y  sus  comedias  ganan  mucho  si  se  las 
considera  como  sátiras  dialogadas;  así  como  los  amenos  cuadros  de 
costumbres  que  publicó  en  1840  con  el  título  de  El  Espejo  de  mi 
tierra,  profesando  seguir  las  huellas  de  Larra  y  Mesonero  Romanos, 
recuerdan  más  la  punzante  manera  del  primero,  aunque  sin  su  dejo 


(i)  Entonces  hizo  también  algún  ensayo  trágico,  que  no  está  incluido  en 
la  colección  de  sus  obras.  Queda  memoda  de  una  Cíiteninestra,  probablemen- 
te imitada  ó  traducida  de  la  de  Soumet. 


252  CAPÍTULO   IX 

amargo  y  misantrópico,  que  la  inofensiva  y  bonachona  del  segundo. 
En  prosa,  lo  mismo  que  en  verso,  fué  Pardo  correctísimo  escritor,  y 
hasta  sus  alegatos  jurídicos  y  los  documentos  cancillerescos  que 
suscribió,  están  redactados  con  buena  literatura,  muy  rara  en  tal  gé- 
nero de  papeles,  que  pocos  se  atreverían  á  coleccionar  como  él  lo 
hizo,  sin  detrimento  alguno  de  su  fama  (l). 

(i)  No  dedicamos  más  espacio  al  estudio  de  este  recomendable  escritor, 
por  haber  sido  ya  apreciado  con  recto  criterio  en  el  discurso  que  en  sesión 
pública  inaugural  de  nuestra  Academia  leyó  en  1870  el  Sr.  D.  Patricio  de  la 
Escosura  sobre  Tres  poetas  contemporáneos:  Pardo,  Vega  y  Espronceda.  Pardo 
valió  mucho,  pero  resulta  un  poco  achicado  por  la  compañía;  sin  que  el  ha- 
ber sido  discípulo  de  Lista  (lugar  común  de  nuestras  biografías  literarias  del 
siglo  xix)  baste  para  justifioarlo,  porque  todo  maestro  tiene  discípulos  bue- 
nos, medianos  y  malos.  No  fué  ciertamente  Pardo  de  estos  últimos;  pero  com- 
parado con  los  autores  de  El  Hombre  de  Mundo  y  de  El  Estudiante  de  Sala- 
manca, sin  escrúpulo  se  le  puede  poner  entre  los  segundos. 

Don  Felipe  Pardo  y  Aliaga  nació  en  Lima  el  1 1  de  Junio  de  1806.  Su  pa- 
dre, regente  de  la  Audiencia  del  Cuzco,  se  trasladó  á  la  Península  en  1821, 
y  Pardo  hizo  sus  estudios  en  el  colegio  de  San  Mateo,  y  luego  privadamente 
en  casa  de  D.  Alberto  Lista.  Su  maestro  le  conservó  siempre  extraordinario 
afecto,  y  todavía  en  1838,  á  los  sesenta  y  tres  años  de  su  edad,  le  dirigía  aque- 
llos elegantes  versos  que  terminan  con  una  reminiscencia  virgiliana: 

No  temas,  mi  Felipe,  los  furores 
Del  vulgo  vil,  alborotado  y  leve, 
Si  roto  el  freno,  en  trágicos  horrores 
La  común  patria  á  sepultar  se  atreve. 

Ni  su  ignorante  aplauso  te  envanezca 
Cuando  mimosa  la  falaz  fortuna 
Fácil  á  tus  deseos  aparezca 
Y  te  eleve  hasta  el  cerco  de  la  luna. 

Que  el  varón  justo  y  grave,  el  ciudadano 
Veraz,  que  tiene  la  virtud  por  guía. 
Ni  al  dogal  se  amedrenta  del  tirano, 
Ni  al  aura  popular  su  pecho  fía. 


Yo  recuerdo  ¡ay  de  mí!  los  bellos  días 
De  tu  primera  juventud  dichosa. 
Cuando  por  mí  adestrado  le  pedías 
Á  Horacio  y  Newton  su  laurel  y  rosa. 

Pero  del  mando  hollar  la  instable  senda 
Al  alumno  de  Erato  no  desdice: 
El  valor  y  virtud  de  ti  se  aprenda, 
Y  la  fortuna  de  otro  más  felice... 


Pardo  regresó  al  Perú  en  1828,  y  empezó  por  dedicarse  al  ejercicio  de  la 


PERÚ  253 

« 

Heredó  la  vena  satírica  de  Pardo,  aunque  no  su  aticismo,  ni  su 
cultura,  ni  su  delicado  gusto,  D.  Manuel  Ascensio  Segura,  también 
poeta  festivo  y  articulista  de  costumbres,  pero,  sobre  todo,  poeta 
dramático.  El  Perú  le  debe  un  repertorio  cómico,  superior  en  canti- 
dad y  en  calidad  al  que  puede  ofrecer  ninguna  otra  sección  de  Amé- 
rica. Hasta  once  comedias  suyas  se  han  coleccionado,  y  dio  á  las 
tablas  otras  dos,  que  todavía  están  inéditas.  Las  comedias  de  Se- 
gura lindan  muchas  veces  con  la  farsa:  aun  las  compuestas  en  tres 
ó  más  actos  son  saínetes  largos,  excepto  Na  Catita,  que  es  ge- 
nuina  comedia  de  carácter,  y  estudio  bien  hecho  de  un  carácter  de 
beata  maldiciente  y  embrollona,  que  por  ciertos  rasgos  locales  se 
salva  del  amaneramiento  inherente  á  la  repetición  de  tipo  tan  cono- 
cido en  las  tablas.  Domina  en  los  cuadros  de  Segura  cierto  mal 
tono  que,  según  creemos,  debe  achacarse  al  poeta  más  bien  que  á 
la  sociedad  que  describe.  En  Lances  de  Amancaes,  por  ejemplo,  los 
personajes,  que  quieren  ser  caballeros  y  damas  de  la  mejor  sociedad 
limeña,  pasan  gran  parte  de  la  acción  bebiendo  pisco,  y  hablan  y 
proceden  en  consonancia  con  tal  refresco.  Pero  no  hay  duda  que 

abogacía;  pero  muy  pronto  tomó  parte  activa  en  las  contiendas  políticas, 
como  redactor  del  Mercurio  Peruano  y  de  El  Conciliador.  En  1829  y  1833  dio 
á  las  tablas  dos  de  sus  comedias.  El  general  Salaverry  le  confió  en  1835  una 
misión  diplomática  para  Chile,  y  después  de  la  caída  y  muerte  de  aquel 
personaje,  permaneció  en  esta  república  solicitando  la  intervención  de  los 
chilenos  contra  el  general  Santa  Cruz,  dictador  del  Perú  y  Solivia.  Para  ello 
fundó  un  periódico  titulado  El  Intérprete.  Sería  largo  y  de  poco  interés  para 
el  lector  europeo  dar  cuenta  de  los  esfuerzos  de  Pardo  y  de  la  parte  que 
tuvo  en  la  caída  del  Protector  Santa  Cruz,  y  de  cómo  vino  á  ser  proscrito 
por  el  mismo  Gobierno  que  él  había  contribuido  á  fundar.  Sólo  en  1840  pudo 
volver  á  Lima,  y  se  le  nombró  magistrado  del  Tribunal  Supremo  (llamado 
á  la  írancesa  Corte  Superior).  Nuevos  trastornos  políticos  le  obligaron  á  nue- 
vas expatriaciones,  y  de  resultas  de  tanta  felicidad  democrática  como  disfru- 
tan aquellos  bienaventurados  países,  su  salud  acabó  por  quebrantarse  grave- 
mente, quedándose  paralítico  y  ciego  en  lo  mejor  de  su  vida.  Antes  había 
sido  en  dos  ocasiones  distintas  Ministro  de  Relaciones  Exteriores.  Falleció 
en  24  de  Diciembre  de  1868.  Al  año  siguiente  fueron  coleccionadas  sus  obras 
en  un  lujoso  volumen  publicado  en  París  con  el  título  de  Poesías  y  Escritos 
en  prosa  de  D.  Felipe  Pardo  (Paris,  A.  Chaix  y  C.^,  18Ó9).  Es,  en  conjunto  jno 
de  los  libros  que  más  honran  la  literatura  americana. 


254  CAPÍTULO   IX 

Segura  hace  reir  con  risa  inextinguible;  que  sus  piezas  abundan  en 
saladas  ocurrencias  del  más  puro  criollismo;  que  despunta  en  ellas 
la  vena  aguda  y  jovial  que  hace  de  los  peruanos,  los  andaluces  de  la 
América  del  Sur;  que  la  versificación  abundantísima  y  desenfada- 
da, aunque  incorrecta,  recuerda  la  maravillosa  espontaneidad  de 
Narciso  Serra,  con  quien  ofrece  Segura  más  puntos  de  analogía  que 
con  Bretón  ni  con  D.  Ramón  de  la  Cruz,  por  más  que  con  uno  y 
otro  se  le  haya  comparado;  y  finalmente,  que  este  autor  tiene  el  mé- 
rito indisputable  de  haber  reproducido  con  fidelidad  y  gracia  los 
principales  aspectos  cómicos  de  la  vida  limeña,  así  en  sus  piezas  de 
costumbres  domésticas  como  en  las  de  costumbres  políticas,  verbi- 
gracia. Un  Juguete  y  El  Resignado,  y  aun  en  las  farsas  populares, 
como  El  Sargento  Canuto. 

El  ingenio  cómico  de  Segura  ha  dejado  también  algunos  chispa- 
zos en  sus  letrillas,  en  sus  sátiras  pohticas  y  en  los  artículos  de  cos- 
tumbres que  publicó  en  La  Bolsa  y  en  El  Cometa,  pero  no  aparece 
completo  más  que  en  sus  obras  escénicas  (l). 

(i)  Nació  D.  Manuel  Ascensio  Segura  en  Lima  en  1805,  y  murió  en  1871. 
Sirvió  a]  principio  en  el  ejército,  llegando  á  sai-gento  mayor,  y  luego  fué  co- 
misario de  Guerra  y  Marina,  secretario  de  gobiernos  civiles  (que  en  el  Perú 
llam.an  prefecturas),  vista  y  administrador  en  varias  aduanas,  y  en  1860  di- 
putado á  Cortes.  Fundó  en  1839  El  Comercio  de  Lima,  decano  de  la  prensa 
peruana;  en  1841  La  Bolsa,  y  después  El  Cometa,  del  cual  sólo  aparecieron 
doce  números,  escritos  enteramente  por  él,  á  imitación  de  las  Capilladas  de 
Fr.  Gerundio,  que  lograban  entonces  tanto  aplauso. 

En  1849  publicó  en  la  ciudad  de  Piura  otro  periódico,  El  JMoscón,  todo  de 
sátira  personal  y  política,  hoy  muerta  y  casi  ininteligible.  En  este  genero  in- 
feliz derrochó  Segura  mucho  tiempo  y  mucho  ingenio.  Nadie  lee  hoy,  y  hasta 
ha  sido  excluido  de  la  colección  de  sus  obras,  el  poema  satírico  La  Peli- 
muerlada,  en  variedad  de  metros  y  en  más  de  mil  doscientos  versos,  distri- 
buidos en  veinticuatro  cantos. 

Su  primera  comedia  fué  El  Sarge7ito  Canuto,  representada  en  1839.  Las 
restantes  piezas  de  su  repertorio  son:  La  Moza  Mala,  La  Saya  y  Manto,  El 
Resignado,  Na  Catita  (ña  es  diminutivo  peruano  de  doña),  Un  juguete,  Lances 
de  Amancaes,  Nadie  me  la  pega.  La  Espía  ^  El  Cacharpari,  El  Santo  de  Panclii- 
ta  (en  colaboración  con  D.  Ricardo  Palma),  Percances  de  un  remitido,  Las  tres 
viudas.  Estas  dos  son  las  únicas  que  faltan  en  la  colección  de  Artículos,  poesías 
\  comedias  de  Manuel  Ascensio  Segura  (Lima,  por  Carlos  Prince,  1886). 


PERÚ  255 

Perteneció  á  la  misma  generación  literaria  que  D.  Felipe  Pardo  y 
que  Segura,  aunque  de  menor  edad  que  ellos,  un  hermano  del  pri- 
mero, D.  José  Pardo  y  Aliaga,  de  excelente  educación  clásica,  como 
lo  prueba  su  oda  A  ¡a  independencia  de  Ainé?-ica,  laureada  en  un 
certamen  de  Chile;  y  de  estro  satírico  no  inferior  al  de  su  hermano, 
en  algunas  letrillas. 

Á  estos  nombres,  á  los  cuales  pueden  añadirse,  con  algún  otro 
más  obscuro,  los  de  D.  José  María  Seguín,  D.  Manuel  Ferreyros, 
D.  Ignacio  Novoa  (l),  D.  Miguel  del  Carpió,  magistrado  y  estadista, 
que  no  por  el  mérito  de  sus  versos,  sino  por  su  tertulia  literaria  y  por 
la  generosa  protección  que  concedía  á  los  literatos  noveles,  ha  con- 
seguido pasar  á  la  historia,  estaba  reducido  el  grupo  clásico  de  Lima 
por  los  años  de  1848.  Entonces  entró  en  e^scena  una  nueva  genera- 
ción literaria,  sobre  la  cual  nos  ha  dado  los  más  interesantes  porme- 
nores el  ameno  é  ingenioso  escritor  D.  Ricardo  Palma,  que  fué  y 
continúa  siendo  uno  de  los  principales  ornamentos.de  ella  (2). 

«De  1848  á  1860  (escribe  Palma)  se  desarrolló  en  el  Perú... 
pasión  febril  por  la  literatura.  Al  largo  período  de  revoluciones  y 
motines,  consecuencia  lógica  de  lo  prematnro  de  nuestra  independen- 
cia, había  sucedido  una  era  de  paz,  orden  y  garantías,  inundábanse 
planteles  de  educación:  la  Escuela  de  Medicina  adquiría  prestigio, 
impulsada  por  su  ilustre  decano  D.  Cayetano  Heredia;  y  el  Convic- 
torio de  San  Carlos,  bajo  la  sabia  dirección  de  D.  Bartolomé  Herre- 
ra, reconquistaba  su  antiguo  esplendor.  Por  entonces  llegaba  de  Es- 
paña D.  Sebastián  Lorente,    era  nombrado   rector  del   Colegio  de 


(i)  Vid.  Riva  Agüero,  Caráctei-  de  la  literatura  del  Peni  indepejidietife 
(Lima,  1905,  págs.  71-73)- 

FerrejTOS  tradujo  en  prosa  el  Childe-Harold  de  Byron  (se  halla  en  la  se- 
gunda Revista  de  Lima,  que  comenzó  á  aparecer  en  1873). 

D.  Ignacio  Novoa  publicó  en  la  primera  Revista  de  Lima  (1S60-1S68)  tra- 
ducciones en  verso  de  algunas  poesías  de  Víctor  Hugo  y  Béranger,  y  en  pro- 
sa de  algunos  Pensamientos  de  Joubert,  algún  capítulo  de  Montaigne  y  alguna 
escena  de  Shakespeare.  Había  leído  bastante  y  no  carecía  de  doctrina  litera- 
ria, pero  escribía  muy  mal  en  prosa  y  en  verso. 

(2)  Vid.,  al  frente  de  las  Poesías  de  Ricardo  Palma  (1S87);  el  estudio  titu- 
lado La  Bohemia  limeña  de  1848  á  1860:  confidencias  literarias. 


256  CAPÍTULO   IX 

Guadalupe,  y  ante  un  crecido  concurso  daba  lecciones  orales  de 
historia  y  de  literatura.  Lorente  era  un  innovador  de  gran  talento,  y 
la  victoria  fué  suya  en  la  lucha  con  los  rutinarios.  La  nueva  genera- 
ción le  seguía  y  escuchaba  como  á  un  apóstol»  (l). 

Efectivamente,  aquella  juventud  literaria  se  entregó  en  cuerpo  y 
alma  al  romanticismo  español,  como  la  de  la  República  Argentina 
se  había  entregado  al  romanticismo  francés.  Espronceda,  Zorrilla, 
Arólas,  Bermúdez  de  Castro  y  Enrique  Gil  contaron  desde  luego  gran 
número  de  fervientes  imitadores;  pero  quien  fascinó  y  arrastró  con 
su  ejemplo  á  todos  los  principiantes,  fué  el  inspirado  aunque  inco- 
rrectísimo poeta  montañés  Fernando  Velarde,  de  quien  ya  hemos  ha- 
blado al  tratar  de  Guatemala,  y  cuyo  gusto  y  estilo  dejaron  profunda 
huella  en  casi  todas  las  repúblicas  de  América.  Talento  original, 
pero  inculto  y  bravio;  imaginación  poderosa  cuanto  desequilibrada; 
un  mal  gusto  que  parecía  ingénito  é  indomable,  puesto  que  resistió  á 
toda  disciplina  y- fué  creciendo  monstruosamente  con  los  años;  alma 
vehemente,  apasionada  y  triste,  con  dejos  de  candor  infantil  y  visio- 
nes de  iluminado;  una  potencia  de  versificador  capaz  de  levantar  en 
peso  las  moles  de  los  Andes,  pero  de  la  cual  usaba  y  abusaba  sin 
tino  ni  juicio,  convirtiéndose  muchas  veces  en  retumbante  zurcidor 
de  alejandrinos  huecos;  un  sentimiento  profundo  y  casi  místico  de 
la  naturaleza;  elevadas  aunque  confusas  aspiraciones  de  ultratumba; 
un  idealismo  más  germánico  que  español,  ataviado  con  el  sombrero 
de  jipijapa  y  el  lujo  charro  del  indiano  de  nuestra  costa  cantábrica: 

(i)  D.  Sebastián  Lorente,  que  murió  en  1884  siendo  Decano  de  la  Facultad 
de  Letras  de  la  Universidad  de  Lima,  publicó  algunos  libros  de  texto  de  Fi- 
losofía y  Literatura,  y  varios  tratados  históricos  bien  escritos,  pero  demasiado 
compendiosos  y  con  poca  ó  ninguna  novedad  en  la  investigación:  Historia 
antigua  del  Perú,  Lima,  1860;  Historia  de  la  Conquista  del  Peni,  1861;  Historia 
del  Perú  bajo  la  dinastía  austríaca,  dos  tomos,  el  primero  en  Lima,  1863;  el 
segundo  en  París,  1870;  Historia  del  Peni  bajo  los  Barbones,  Lima  1871;  His- 
toria del  Perú  desde  la  proclamación  de  la  Independencia,  Lima,  1876;  La  civili- 
zación peruana  indígena,  Lima,  1879. 

Como  expositor  claro  y  ameno,  cumplió  bien  con  su  vocación  didáctica. 
En  España  nadie  recuerda  su  nombre,  pero  su  patria  adoptiva  no  ha  olvidado 
los  servicios  que  prestó  á  la  reforma  universitaria,  con  sentido  conciliador  y 
armónico. 


PERÚ  257 

todas  estas  cualidades,  á  primera  vista  inconciliables,  concurrían  en 
el  fecundo  y  excéntrico  vate  de  Hinojedo,  á  quien  nuestra  historia 
literaria  ha  olvidado  malamente,  porque  en  condiciones  nativas  fué 
superior  á  muchos,  y  en  influencia  fuera  de  su  tierra  sólo  Zorrilla, 
Espronceda  y  Tassara  pueden  aventajarle  entre  nuestros  román- 
ticos. 

Cuando  Velarde  llegó  al  Perú  después  de  haber  residido  algún 
tiempo  en  la  isla  de  Cuba,  3^a  había  escrito  algunos  de  sus  mejores 
versos:  la  Despedida  á  Sa^ttander^  El  Pico  de  Teide,  la  Meditación  en 
la  isla  de  Pinos,  todos  los  cuales  coleccionó  en  un  tomo  publicado 
en  Lima  en  1848,  con  el  título  de  Flores  del  Desierto.  Redactó,  ade- 
más, durante  dos  años,  un  semanario  de  literatura,  El  Talismán,  y 
se  hizo  tan  notorio  por  los  aciertos  y  esplendores  de  su  musa,  cuan- 
to por  el  generoso  ardor  patriótico  con  que  defendió  el  nombre  de 
España,  y  por  las  rarezas  de  su  irascible  condición,  que  le  atraje- 
ron pesados  lances,  obligándole  por  fin  á  emigrar  en  1 85 5  á  otras 
repúblicas,  primero  al  Ecuador,  después  á  Bolivia  y  á  Chile,  y  final- 
mente á  Guatemala,  siempre  con  la  frente  erguida  y  el  canto  varo- 
nil en  los  labios:  dejando  por  donde  quiera  admiradores  y  discípu- 
los (l),  halagado  unas  veces  por  la  fortuna,  reducido  otras  á  la  indi- 
gencia: raro  personaje,  sin  duda,  pero  nunca  vulgar  ni  indigno  de  su 
raza  que  tanta  sangre  y  tanto  sudor  ha  vertido  en  la  América  espa- 
ñola. De  su  estancia  en  el  Perú  y  repúblicas  limítrofes  datan  las  prin- 
cipales composiciones  de  "V^elarde:  las  valientes  octavas  con  que  en 
185 1  saludó  al  pabellón  español  en  medio  de  los  insultos  y  agresio- 
nes de  la  plebe  de  Lima,  el  canto  descriptivo  de  Los  Andes  del 
Ecuador,  el  otro  canto  en  alejandrinos  A  la  cordillera  de  los  Andes, 
donde  hay  muestras  de  lo  mejor  y  de  lo  peor  de  su  estilo,  y  La  Úl- 
tima Melodía  Romántica,  que  por  sí  sola  bastaría  para  acreditarle 
de  gran  poeta. 

(i)  Murió  Velarde  en  Londres  en  1881.  La  colección  más  completa  que 
conozco  de  sus  versos  es  la  titulada  Cdtiiicos  del  Nuevo  Mundo,  impresa  en 
Nueva  York  en  1860.  Sé  que  en  Londres  publicó  un  nuevo  tomo  en  1871, 
pero  no  he  llegado  á  verle.  Serán  probablemente  de  extrema  decadencia, 
como  los  que  en  Torrelavega  coleccionó  después  con  el  título  de  La  Poesía 
de  la  Montaña. 


25S  CAPÍTULO    IX 

En  el  Perú  tuvo  Velarde  émulos,  pero  tuvo  en  mayor  número 
apasionados  fanáticos,  sobre  todo  en  la  grey  juvenil.  Son  los  que 
Palma  llama  bohemios  y  cuyas  memorias  biográficas  ha  recogido  con 
piadoso  celo.  Algunos  de  ellos,  como  el  ilustre  guayaquileño  Don 
Numa  Pompilio  Liona,  el  mismo  Palma,  D.  Pedro  Paz -Soldán  y 
Unanue  (Jiian  de  Arona),  D,  Luis  Benjamín  Cisneros,  D.  Arnaldo 
Márquez  (traductor  de  Shakespeare)  y  otros  varios,  viven  (l).  De  los 
que  han  muerto  diremos  algo,  guiándonos  principalmente  por  las 
noticias  del  Sr.  Palma,  puesto  que  no  de  todos  hemos  logrado  ver 
las  obras  completas,  y  otros  ni  siquiera  las  han  coleccionado. 

D.  Manuel  del  Castillo  (f  1 871),  «vate  tan  incorrecto  como  sen- 
timental», era  arequipeño  como  Melgar,  y  á  imitación  suya,  compu- 
so jj^tzríZZ'/Vi',  de  los  cuales  puede  servir  como  muestra  el  siguiente, 
que  tiene  reminiscencias  de  uno  de  nuestros  más  bellos  romances 

viejos : 

Ya  que  para  mí  no  vives, 

¿Por  qué  te  vas  y  me  dejas? 

Prenda  querida : 
Viviré  como  !a  viuda 
Tortolica  que  ha  perdido 

Su  compañía. 
Como  la  nave  agitada 
Por  los  vientos,  que  resiste 

Del  mar  las  iras, 
Es  juguete  de  'as  olas, 

Y  sin  arribar  al  puerto 

Se  hunde  y  abisma. 
Como  paloma  que  el  nido 
Vio  en  la  selva,  por  el  rayo 

Hecho  cenizas, 

Y  cuando  huía  gimiendo, 
El  cazador  la  acechaba 

Con  saña  impía. 

(i)  Hoy  todos  ellos  han  fallecido,  á  excepción  de  D.  Ricardo  Palma,  que 
prosigue  deleitando  con  los  primores  de  su  ingenio  á  los  numerosos  apasio- 
nados de  sus  amenos  escritos. 

.Sobre  la  literatura  más  reciente  puede  consultarse  el  libro  de  D.  Ventura 
García  Calderón,  Del  Romanticismo  al  Modernismo.  Prosistas  y  poetas  perua- 
nos, Paris,  Ollendorf,  1910. 


PERÚ  259 

Como  árbol  de  fruto  osado 
Que  enseñorea  los  prados 

Su  lozanía, 
Miró  secarse  su  savia 
Porque  el  agua  le  faltó, 

Que  era  su  vida: 
Así  yo,  querida  prenda, 
Seré  tortolica  viuda. 

Nave  perdida. 
Seré  paloma  sin  nido, 
Seré  árbol  de  seco  tronco 

Si  te  retiras  (i). 

D.  Manuel  Nicolás  Corpancho  (1830- 1 863),  autor  de  dos  dramas 
románticos,  El  Poeta  Cruzado  y  El  Templario,  que  nada  tienen  dig- 
no de  alabanza  más  que  la  versificación,  y  de  unos  Ensayos  Poéticos 
dados  á  luz  en  París  en  1854,  no  tuvo  tiempo  para  emanciparse  de 
la  imitación  demasiado  directa  de  Zorrilla,  y  sólo  dejó  versos  armo- 
niosos, pero  sin  carácter  personal.  Su  ensayo  épico  Magallanes  vale 
muy  poco.  La  prematura  y  horrible  muerte  de  Corpancho,  á  bordo 
de  un  buque  que  se  incendió  en  alta  mar,  frustró  las  muchas  espe- 
ranzas que  en  él  se  fundaban. 

D.  Clemente  Althaus  (183 5- 1 881)  aspiró  á  la  pureza  clásica,  sin 
conseguirla  más  que  de  lejos  (2).  Es  bastante  correcto  en  la  forma  y, 

(i)  La  colección  de  Castillo,  dada  á  luz  en  1869,  lleva  el  título  de  Cantos 
Sud- Americanos. 

(2)  «Sigue  direcciones  en  realidad  diversas,  por  más  que  entonces  se  con- 
fundieran bajo  el  nombre  general  de  clasicismo.  Unas  veces  imita  á  Quintana, 
otras  á  los  sonetistas  italianos  y  españoles  de  los  siglos  xvi  y  xvii,  otras  á 
Fr.  Luis  de  León,  y  otras,  por  fin,  á  los  clásicos  latinos;  que  en  cuanto  á  los 
griegos,  no  parece  haberse  familiarizado  con  ellos.»  (Riva  Agüero,  Carácter 
de  la  literatura  del  Perú  independiente,  pág.  98.) 

El  soneto  al  Petrarca  me  parece  digno  de  citarse  como  feliz  imitación  del 
estilo  del  poeta  toscano: 

¡Bendita  sea  la  feliz  tibieza. 
Con  que,  celosa  de  su  pura  fama, 
Pagó  tu  amor  la  aviñonesa  dama 
Que  igualó  su  virtud  con  su  belleza! 

¡Benditos  el  rigor  y  la  esquiveza 
Que  acrisolaron  tu  amorosa  llama, 
Y  te  valieron  la  gloriosa  rama 


25o  CAPÍTULO   IX 

en  concepto  de  Palma,  «el  más  académico  de  los  poetas  pe- 
ruanos». «Como  individuo  (prosigue  el  mismo  crítico),  Althaus  ra- 
yaba en  excéntrico,  y  su  pulcritud  en  afeminación...  Se  había  creado 
para  sí  un  mundo  ideal,  fantástico,  y,  naturalmente,  mortificábanlo 
infinito  las  realidades  de  este  mundo  sensual  y  materializado».  Al- 
thaus murió  en  París  completamente  loco.  Hay  dos  colecciones  de 
sus  poesías,  una  de  1863  y  otra  de  1872  (l).  Son  versos  atilda- 
dos, limpios  y  cultos,  pero  con  frecuencia  fríos  y  secos.  Esta  re- 
gla tolera,  sin  embargo,  felices  excepciones.  El  Ultimo  Canto  de 
Safo,  que  tiene  acertadas  reminiscencias  de  Leopardi,  me  parece  la 
mas  acabada  de   sus   piezas  líricas  (2).  Escribió  también  una   tra- 


Quc  hoy  enguirnalda  tu  feliz  cabeza! 

Así  Apolo,  que  á  Dafne  perseguía, 
Cuando  á  abrazarla  llega,  sus  congojas 
Siente  de  un  árbol  la  corteza  toda. 

Mas  en  sus  venas  la  deidad  doliente 
Halla  las  verdes  premiadoras  hojas, 
Digna  corona  de  su  altiva  frente. 

En  los  tercetos  hay  reminiscencia  evidente  del  soneto  de  Arguijo:  Apolo  y 

Dafne: 

Alentó  la  carrera,  y  ya  vencida, 

Cuidó  tener  de  Dafne  la  dureza; 

Tanto  se  le  acercó  el  amante  ciego; 

Mas  del  piadoso  padre  dolorida, 

Trocando  en  árbol  su  mortal  belleza, 

Burló  sus  brazos  y  avivó  su  fuego. 

(i)  Algunas  de  las  Poesías  patrióticas  impresas  en  París,  1862,  no  están 
reproducidas  en  el  voluminoso  tomo  de  sus  Obras  poéticas,  impreso  en 
Lima,  1892. 

(2)  Á  pesar  de  su  extensión,  reproducimos  este  canto,  ya  que  no  pudo 
entrar  en  nuestra  Antología,  por  no  haberle  conocido  á  tiempo: 

ÚLTIMO    CANTO   DE   SAFO 

La  excelsa  roca  pisa, 
De  amantes  desamados  visitada, 
Con  planta  no  indecisa. 
La  lesbiana  divina  poetisa, 
Del  ingrato  Faón  enamorada. 

Escucha  en  lo  hondo  y  mira. 
Impávida,  agitarse  en  son  horrendo, 
Del  mar  la  indócil  ira; 
Y  por  última  vez  pulsa  la  lira, 
Al  aire  estos  lamentos  esparciendo: 

«Adiós  por  siempre  ¡oh  vida! 
Adiós  ¡oh  mundo!  sin  dolor  ni  llanto 


PERÚ  261 


Os  doy  mi  despedida; 

Que  bien  sé  que  en  vosotros  no  se  anida 

Para  Safo  infeliz,  sino  quebranto. 

Muerte  anhelo,  y  cualquiera 
La  pena  sea  que  al  mayor  pecado 
En  el  Averno  espera, 
Jamás  las  ansias  igualar  pudiera 
De  un  furibundo  amor  menospreciado. 

Á  los  males  sin  cuento 
Con  que  os  abruma  el  que  su  eterna  fiesta 
Halla  en  vuestro  tormento, 
Es  ¡oh  mortales!  único  descuento. 
Sola  ventura  que  gozáis  es  esta: 

Que  si  del  hado  impío 
Fué  decreto  fatal  el  nacimiento, 
Es  rey  vuestro  albedn'o 
De  acelerar,  como  acelero  el  mío. 
De  vuestras  vidas  el  final  momento. 

Y  que,  si  fué  la  entrada 
Á  la  prisión  oscura  de  la  vida 
Forzosa  é  ignorada, 
Dogal  y  salto,  y  tósigo  y  espada 
Siempre  libre  encontraron  la  salida. 

Tú  que  las  crudas  penas 
Que  lloro  lloras,  yo  á  romper  te  enseño 
Tus  odiosas  cadenas; 
Á  padecer  tú  mismo  te  condenas. 
Sabiendo  que  eres  de  la  muerte  dueño. 

Usa  tu  alto  derecho, 
Y,  ó  da  veneno  á  la  callada  boca, 
Ó  el  cuello  á  lazo  estrecho, 
Ó  con  agudo  acero  abre  tu  pecho, 
Ó  ven  conmigo  á  la  Leucadia  roca. 

No  más  tu  pena  aguarde  : 
Mas  si  escoges  vivir,  lloro  no  viertas: 
Cesa,  queja  cobarde; 
Culpa  tuya  será  que  se  abran  tarde. 
Cautivo  vil,  de  tu  prisión  las  puertas. 

Vive,  vive,  tolera 
Tus  fieros  males,  cada  vez  mayores, 

Y  la  vejez  postrera 

Haga  que  apures  tu  desgracia  entera, 
Que  mal  ninguno  de  la  vida  ignores. 

Morir,  morir  escojo, 

Y  rebelde  al  tirano  omnipotente, 
Me  burlo  de  su  enojo, 

Y  de  la  vida  con  desdén  le  arrojo 
El  falso  funestísimo  presente. 

Y  tú,  mancebo  ingrato, 
Á  quien  de  amor  desesperada  adoro. 
Tú,  á  quien  con  insensato 


262  CAPITULO    IX 

Furor,  mil  veces  convidé  á  mi  trato, 
Pospuesto  el  casto  femenil  decoro: 

Vive  feliz,  si  pudo  (a) 
Consentirlo  á  mortal  el  negro  encono 
Del  destino  sañudo: 
Tu  eterno  desamor,  tu  desdén  mudo, 

Y  mis  tormentos  todos  te  perdono. 

No  fué  amarme  en  tu  mano ; 
Tuya  no  fué  la  culpa;  el  rigor  lo  hizo 
De  Júpiter  tirano, 

Que,  con  avara  diestra,  velo  humano 
Me  dio,  desnudo  de  beldad  y  hechizo. 

El  alma  que  era  bella 
No  pudiste  mirar:  si  la  miraras, 
Te  enamoraras  de  ella. 
Menospreciando  la  beldad  de  aquella 
Por  quien  á  Safo  triste  desamparas. 

Oh  ponto,  cuyo  asalto 
La  excelsa  roca  agota,  hirviente  espuma 
Arrojando  á  lo  alto. 
No  del  mortal  irrevocable  salto 
Arredrarme  tu  cólera  presuma. 

Tu  amenaza  é  insulto 
Mirando  estoy  impávida;  que  calma 
Es  el  ciego  tumulto 
De  sus  olas,  al  lado  del  que  oculto 
Amoroso  huracán  dentro  del  alma.» 

Dice  la  triste  amante 

Y  se  arroja  veloz;  la  mar  hinchada 
Se  abre  y  cierra  sonante; 

Y  de  las  ondas  á  merced  errante 
Aquí  y  allí  la  leve  lira  nada. 


(a)     Cf.  Leopardi,  Ulü  >:o  canto  di  Safio: 

Alii,  di  cotesta 
Infinita  beltá  parte  nessuna 
Alia  misera  Saffo  i  numi  e  1'  empia 

Sorte  non  fenno   

Alie  senibianze  il  Padre,     _ 

Alie  amene  sembianze  eterno  regno 
Dié  nelle  genti,  e  per  virile  imprese. 
Per  dotta  lira  o  canto, 
Virtíi  non  luce  in  disadorno  ammanto. 

Morremo.  II  velo  indegno  a  térra  sparto, 
Rifuggirá  r  ignudo  animo  a  Dite; 
E  il  crudo  fallo  emenderá  del  cieco 

Dispensator  de'  casi 

E  tu  cui  lungo 

Amere  indarno,  e  lunga  fede,  e  vano 

D'  implacato  desio  furor  mi  strinse, 

Vivi  felice,  se  felice  in  térra 

Visse  nato  mortal 


PERÚ  263 

gedia  clásica,  Antioco,  «más  para  leída  que  para  representa- 
da»  (l). 

El  mismo  desastroso  fin  que  Althaus  tuvo  otro  notable  lírico,  don 
Adolfo  García  (1830-1883),  que  murió  en  la  locura  y  en  la  miseria, 
y  fué  enterrado  de  limosna.  Han  sido  muy  celebradas  sus  quintillas 
A  Bolívar,  composición  efectista  del  género  de  las  décimas  de  nues- 
tro López  García  Al  Dos  de  Mayo;  pero  á  mi  juicio,  los  versos  su- 
yos que  deben  sobreviviría  son  los  de  la  elegante  y  delicada  oda 
Mis  recuerdos  {2). 

Diamantes  y  perlas  y  Destellos  y  albores  se  rotulan  las  dos  co- 
lecciones poéticas  de  D.  Carlos  Augusto  Salaverry  (1813-1840), 
hijo  del  infortunado  general  y  Presidente  de  la  República,  que  fué 
fusilado  en  Arequipa  por  el  Protector  Santa  Cruz.  No  afirmaré  que 
sean  diamantes  y  perlas  todo  lo  que  contiene  el  tomo  de  Salaverry, 
que  no  anduvo  muy  modesto  en  el  título;  pero  sí  que  en  aquellos 
versos  alborea  y  destella  un  numen  lírico  más  vigoroso  que  el  de 
Althaus,  y  más  seguro  de  sus  fuerzas  que  el  de  García.  Tiene  bue- 
nos sonetos.  Pero  lo  mejor  que  conozco  de  sus  obras  es  la  inspirada 
y  sentida  elegía  Acuérdate  de  mi,  a  la  cual  pertenecen  las  siguientes 
estrofas: 

Ya  no  late,  ni  siente,  n¡  aun  respira 
Petrificada  el  alma  allá  en  lo  interno; 
¡Tu  cifra  en  mármol  con  buril  eterno 
Queda  grabada  en  mí! 


(i)  Tiene  el  mismo  asunto  que  la  comedia  de  Moreto,  A  buen  padre  mejor 
hijo  (rivalidad  amorosa  del  rey  Seleuco  y  su  hijo  Antíoco). 

(2)  Dice  Ricardo  Palma,  hablando  de  García,  que  «Calderón,  Arólas  y 
Víctor  Hugo,  eran  sus  ideales  en  literatura».  Realmente  su  estilo  es  una 
taracea  de  imitaciones  de  unos  y  otros,  pero  de  Calderón  no  veo  influencia  di- 
recta. Lo  que  predomina  es  la  poesía  romántica,  especialmente  la  de  Zorrilla 
y  las  Orientales  de  Arólas.  De  Víctor  Hugo  ha  dejado  algunas  traduccio- 
nes buenas,  especialmente  Las  dos  islas. 

El  tomo  de  sus  Composiciones  poéticas  publicado  en  El  Havre,  1873,  no 
contiene  sino  una  parte  exigua  de  sus  versos.  Otros  muchos  quedaron  iné- 
ditos, ó  dispersos,  en  La  Revista  de  Lima,  El  Correo  del  Peni  y  otros  perió- 
dicos. 

Mbnbndez  y  PEriAYO. — Poesía  kis/>ano-aincricaHa.  II.  J7 


264  CAPÍTULO    IX 


Ni  hay  queja  al  labio,  ni  á  los  ojos  llanto; 
Muerto'para  el  amor  y  la  ventura, 
Está  en  tu  corazón  mi  sepultura 

Y  el  cadáver  aquí. 
En  este  corazón  ya  enmudecido 
Cual  la  ruina  de  un  templo  silencioso, 
Vacío,  abandonado,  pavoroso. 

Sin  luz  y  sin  rumor; 

Embalsamadas  ondas  de  armonía 
Elevábanse  un  tiempo  en  sus  altares; 

Y  vibraban  melódicos  cantares 

Los  ecos  de  tu  amor,.. 

Pero  ¿qué  es  este  mar?  ¿qué  es  el  espacio, 
Qué  la  distancia  de  los  altos  montes? 
¿Ni  qué  son  esos  turbios  horizontes 

Que  miro  desde  aquí; 
Si  al  través  del  espacio  y  de  las  cumbres. 
De  ese  ancho  mar  y  de  ese  firmamento, 
Vuela  por  el  azul  mi  pensamiento 

Y  vive  junto  á  ti? 

Si  yo  tus  alas  invisible  veo, 
Te  llevo  dentro  el  alma,  estás  conmigo, 
¡Tu  sombra  soy,  y  adonde  vas  te  sigo 
De  tus  huellas  en  pos! 

Y  en  vano  intentan  que  mi  nombre  olvides; 
¡Nacieron  nuestras  almas  enlazadas, 

Y  en  el  mismo  crisol  purificadas 

Por  la  mano  de  Dios! 

Mi  recuerdo  es  más  fuerte  que  tu  olvido; 
Mi  nombre  está  en  la  atmósfera,  en  la  brisa, 

Y  ocultas  al  través  de  tu  sonrisa 

Lágrimas  de  dolor; 

Pues  mi  recuerdo  tu  memoria  asalta, 

Y  á  pesar  tuyo  por  mi  amor  suspiras, 

Y  hasta  el  ambiente  mismo  que  respiras 

Te  repite  mi  amor. 
¡Oh!  cuando  vea  en  la  desierta  playa, 
Con  mi  tristeza  y  mi  dolor  á  solas. 
El  vaivén  incesante  de  las  olas, 

Me  acordaré  de  ti; 


PERÚ  265 

Cuando  veas  que  una  ave  solitaria 
Cruza  el  espacio  en  moribundo  vuelo, 
Buscando  un  nido  entre  la  mar  y  el  cielo 
¡Acuérdate  de  mí!  (i) 

Salaverry  dio  culto  también  á  las  musas  del  teatro,  pero  con  in- 
feliz fortuna.  Ninguno  de  sus  dramas,  incluso  Atahualpa^  que  fué  en 
su  tiempo  el  más  celebrado,  sin  duda  por  la  fluidez  de  los  versos,  le 
ha  sobrevivido  (2). 

Mucho  más  joven  que  los  hasta  aquí  citados  era  D.  Constantino 
Carrasco  (1841  '\  1877),  partidario  del  americanismo  en  poesía,  au- 
tor de  una  silva  muy  celebrada  Al  Árbol  de  la  quina^  conocedor  de 
la  lengua  quichua,  y  traductor  en  verso  castellano  del  famoso 
Ollantay,  que  se  ha  querido  dar  por  antiquísimo  texto  dramático  de 
dicha  literatura,  pero  que,  leído  desapasionadamente,  no  parece,  á 
lo  menos  en  las  traducciones,  más  que  una  imitación  de  las  come- 
dias españolas,  hecha  por  algún  ingenioso  misionero  del  siglo  xvii, 
y  quizá  de  tiempo  muy  posterior.  S\  en  esto  erramos,  nuestra  igno- 
rancia nos  disculpe,  pero  no  Somos  los  únicos  en  opinar  así,  y  en  el 
Perú  mismo  no  falta  quien  nos  acompañe  en  tal  creencia  (3). 


(i)  Albores  y  Destellos  (seguido  de  Diamantes  y  perlas  y  las  Cartas  á  im 
■ángel).  El  Havre,  1871. — Misterios  de  la  tumba  (poema  filosófico).  Lima,  1883. 

(-2)  Compuso,  además,  Abel,  El  bello  ideal,  El  pueblo  y  el  tirano.  El  amor  y 
el  oro,  y  otras  varias  piezas,  más  de  veinte. 

(3)  Las  Composiciones  de  Carrasco  fueron  publicadas  en  colección,  des- 
pués de  su  muerte,  por  D.  Eugenio  Larrabure  y  Unanue  (Trabajos  poéticos 
de  Co7istantitio  Carrasco.  Lima,  1878).  Contiene  este  grueso  volumen,  además 
de  los  versos  originales,  algunas  traducciones  de  Ossián,  Catulo,  Marcial, 
Florian,  La  Motte  Houdard  y  el  portugués  Bocage.  Palma  dice  que  Carrasco 
era  medianamente  conocedor  del  latín,  griego,  hebreo  y  quechua,  siéndole 
familiares  el  italiano,  el  francés  y  el  inglés.  Su  traducción  en  verso  del  con- 
trovertido Ollantay,  está  hecha  en  gran  parte  sobre  una  en  prosa  publicada 
en  Lima,  1868,  por  el  naturalista  D.José  S.  Barranca.  Pacheco  Zegarra  puso 
en  francés  el  mismo  drama:  Ollantay,  árame  en  vers  quechuas,  Paris,  1878,  y 
de  esta  traducción  procede  otra  castellana,  Madrid,  1885,  en  la  Biblioteca 
Universal.  • 

«Hay  tres  opiniones  sobre  el  origen  del  Olíanla  ú  Ollantay.  Unos  atribu- 
yen la  paternidad  del  drama  á  D.  Antonio  Valdés,  cura  de  Sicuani,  muerto 


266  CAPÍTULO   IX 

El  estudio  detenido  de  las  colecciones,  muy  raras  en  Europa  (sí 
es  que  alguna  completa  existe),  de  la  Revista  de  Lima  y  del  Correo 
del  Peri'i^  podría  acrecentar  con  bastantes  nombres  este  catálogo  (l). 

e]  año  de  iSi6,  entre  cuyos  papeles  se  encontró  por  primera  vez;  pero  exis- 
ten manuscritos  de  época  mucho  más  antigua  que  la  de  Valdcs,  como  el  del 
convento  de  Santo  Domingo  del  Cuzco  y  el  del  cura  Giustiniani.  La  segunda 
opinión  supone  que  el  Ollantay  fué  compuesto  antes  de  la  Conquista,  casi  en 
la  misma  forma  en  que  hoy  lo  leemos,  salvo  algunas  interpolaciones  debidas 
á  los  copistas  y  transcriptores.  Pero  si  los  indios  no  conocían  la  escritura 
(puesto  que  los  jeroglíficos  estaban  olvidados  en  el  tiempo  á  que  se  refiere  el 
Ollanta),  ¿cómo  pudieron  componer  y  conservar  semejante  pieza  dramática? 
Los  quipus  no  bastaban  para  esto.  Por  lo  que  de  ellos  sabemos,  resulta  que 
no  servían  sino  para  llevar  estadísticas  rudimentarias,  cronologías  vagas  y 
secas,  y  mensajes  cortos...  Lo  más  racional  y  sensato  será,  pues,  adoptar  la 
última  de  las  opiniones  expresadas:  suponer  (mientras  no  se  descubran  nue- 
vos indicios)  que  se  trata  de  una  obia  posterior  á  la  conquista  y  que  su  autor 
fué  algún  misionero  versado  en  el  quechua,  ó  algún  indio  ó  mestizo  conocedor 
del  teatro  español.  Este  incógnito  poeta  recogió  la  tradición  indígena  de 
Ollanta  (que  tal  vez  pudo  ser  antes  materia  de  alguna  corta  representación 
escénica  ó  baile  dialogado  entre  los  indios),  y  sobre  ella  compuso  su  drama 
en  el  lenguaje  cortesano  de  los  Incas,  evitó  las  alusiones  al  cristianismo  y  la 
colonia,  é  intercaló  en  la  pieza  ciertos  cantos  populares...  No  era  raro  que  los 
religiosos  españoles,  principalmente  los  jesuítas,  compusieran  comedias  en 
quechua  y  aimará,  según  lo  declara  Garcilaso  en  sus  Comentarios  reales,  de 
cuyo  testimonio  no  hay  por  qué  dudar  en  este  caso,  pues  no  pudo  engañarse 
ni  mentir  acerca  de  suceso  tan  conocido  y  próximo  cuando  él  escribía». 
(Riva  Agüero,  Carácter  de  la  literatura  del  Peni,  págs.  i  i8-í  19.) 

En  el  mismo  sentido,  y  aun  más  radicalmente,  resolvió  la  cuestión  el  gene- 
ral D.  Bartolomé  Mitre  en  su  Ollantay.  Estudios  crítico-históricos  sobre  el  drama 
Quechua  y  la  poesía  pr e-colombiana  (Buenos  Aires,  1881),  que  es  lo  mejor  que 
conocemos  en  esta  materia. 

(i)  En  la  Lira  Americana,  colección  de  poesías  del  Peni,  Chile  y  Bolivia,  re- 
copiladas por  D.  Ricardo  Palma  (París,  Rosa  y  Bouret,  1865),  y  en  la  América 
Poética,  de  Cortés,  pueden  encontrarse  muestras  de  los  poetas  peruanos  pos- 
teriores á  1848. 

Peruano  fue,  aunque  vivió  y  escribió  casi  siempre  en  Europa,  D.  Juan  Ma- 
nuel Berriozábal,  marqués  de  Casa -Jara,  fecundo  autor  de  libros  de  devoción 
en  prosa  y  verso.  En  1839  publicó  un  tomo  de  Poesías  Escogidas  de  Lamar- 
tine (El  Crucifijo,  El  Ho7nbre  á  Lord  Byron,  el  Hivino  del  Ángel  después  de  la: 
destrucción  del  Globo,  etc.);  en  1841,  una  refundición  dé  La  Cristiada  del  P.  Ho- 
jeda;  en  1845  La  Reina  de  los  Cielos,  colección  de  poesías  á  la  Virgen,    unas. 


PERÚ  267 

Pero  no  hay  duda  que  la  literatura  del  Perú  independiente  no  conser- 
va ya  entre  las  de  la  América  del  Sur  el  puesto  de  primacía  que  tuvo 
durante  la  época  colonial.  A  par  con  la  decadencia  política  ha  ido 
la  decadencia  literaria:  las  brillantes  excepciones  de  Pardo,  Segura, 
Palma  y  Juan  de  Arona  no  hacen  más  que  confirmar  la  regla.  Lima 
no  es  hoy  la  cabeza  y  el  corazón  de  la  América  del  Sur,  como  lo  fué 
en  los  tiempos  del  Virreinato.  No  parece  sino  que  un  triste  presen- 
timiento hizo  andar  á  los  peruanos  tan  reacios  en  asociarse  al  mo- 
vimiento de  emancipación,  cuyos  beneficios  han  sido  para  ellos  tan 
caramente  comprados.  Bolívar  empezó  por  despojarles  del  hermoso 
puerto  de  Guayaquil,  y  por  crear  definitivamente  con  las  provincias 
del  Alto  Perú  una  nueva  república.  Chile  rompió  todos  sus  antiguos 
lazos  de  dependencia  y  se  levantó  con  la  heguemonía  política  del 
Sur,  afirmándola  después  con  guerras  y  anexiones,  siempre  desas- 
trosas para  sus  vecinos.  Pueblos  que  en  la  historia  colonial  habían 
sido  secundarios  y  olvidados,  como  Venezuela  y  Nueva  Granada, 
levantaron  su  cabeza  ceñida  con  los  laureles  de  la  guerra  de  la  In- 
dependencia, y  se  repartieron  la  herencia  de  Bolívar,  asumiendo 
ante  Europa  la  representación  de  la  causa  americana.  La  Argentina 
se  engrandeció  como  por  encanto  con  la  inmigración  europea  y  con 
la  conquista  del  desierto.  Entretanto,  el  Perú,  materialmente  enri- 
quecido por  el  guano  y  el  salitre,  pero  devorado  por  las  facciones, 
iba  descendiendo  rápidamente  en  la  escala  política,  á  despecho  de 
sus  inmensos  recursos  naturales  y  del  talento  vivo  y  despierto  de 
sus  hijos.  Pero  quien  tuvo  retuvo,  como  dice  el  proverbio  vulgar;  y 
aunque  Lima  no  sea  ya  la  Atenas  del  Sur,  y  aunque  Buenos  Aires, 
Santiago  de  Chile,  Bogotá  y  Caracas  hayan  sido  centros  más  activos 
de  cultura  moderna,  nadie  podrá  negar  á  aquella  hermosa  y  desven- 
turada ciudad,  ni  el  prestigio  de  su  tradición  gloriosa,   ni  el  haber 

originales  y  otras  traducidas  de  Silvio  Pellico,  Angelo  Mazza  y  otros  poetas 
italianos,  con  varias  disertaciones  en  prosa;  en  1850  Observaciones  sobre  las  be- 
llezas literarias,  históricas,  profético-poéticas  y  religiosas  de  la  Sagrada  Biblia; 
en  i?>í)\ ,  Poesías  Sagradas;  en  1858,  Poesías  religiosas.  Todos  estos  libros 
acreditan  más  su  piedad  que  su  literatura,  pero  los  más  antiguos  alcanzaron 
la  alta  honra  de  ser  elogiados  por  Balmes  en  un  extenso  artículo  de  su  re- 
vista La  Sociedad (iñí\/\). 


268  CAPÍTULO    IX 

conservado  en  lengua  y  costumbres  el  sello  español,  que  suele  ser 
en  América  el  único  y  verdadero  americanismo:  aquel  especial  ma- 
tiz de  ingenio  castizo  y  de  chiste  indígena  que  avalora  todas  las  pro- 
ducciones festivas  de  la  musa  peruana,  desde  las  letrillas  y  sátiras 
de  D.  Felipe  Pardo  hasta  las  comedias  de  Segura,  las  Tradiciones 
de  Palma  y  las  humorísticas  poesías  de  Paz-Soldán:  un  no  sé  qué 
indefinible  de  gracia  desenvuelta  y  no  pensada,  que  á  cualquier  es- 
pañol hace  mirar  con  cariño  y  simpatía  á  aquellos  que,  bajo  el  anti- 
guo régimen  fueron,  entre  todos  los  criollos,  los  hijos  mimados  "de 
España,  tan  españoles  en  todo,  hasta  en  algunos  de  sus  defectos  y 
flaquezas. 


X 


BOLIVIA 


Esta  república,  creada  por  la  voluntad  omnipotente  de  Simón  Bo- 
lívar en  obsequio  al  equilibrio  que  él  pensaba  establecer  entre  los 
estados  de  la  América  del  Sur,  no  tiene  historia  independiente  en 
la  época  colonial,  ni  mucho  menos  tradiciones  literarias.  En  ella  en- 
traron las  comarcas  del  Alto  Perú  (antiguas  intendencias  de  la  Paz, 
Potosí,  Chuquisaca,  Cochabamba  y   Santa   Cruz  de  la  Sierra,   con 
el   desierto   de   Atacama),  las   cuales,   después  de  haber  formado 
parte  integrante  del  imperio  de  los  Incas,  dependieron  del  virrema- 
ta  de  Lima  hasta  1778,  en  que  se  creó  el  de  Buenos  Aires,  limitado 
por  el  Brasil  y  la  Patagonia,  los  Andes  y  el  Atlántico.  Este  carác- 
ter híbrido  domina  en  la  moderna  historia  de  Bolivia,  que,  según 
las  circunstancias,  aparece  como  un  apéndice  de  la  del  Perú  ó  de  la 
del  Río  de  la  Plata,  sin  haber  podido  afirmar  todavía  su  carácter  m 
su  política  propia  dentro  de  la  variedad  americana  (l).  Por  otra  par- 
te, la  población  europea  está  allí  en  exigua  minoría:  sólo  una  sexta 
parte,  contra  cuatro  quintas  de  población  india  y  otra  de  población 


negra 


La  carencia  de  grandes  centros  de  población  y  la  falta  de  puertos 
importantes,  hacen  de  esta  república  una  de  las  menos  abiertas  de 
América  al  trato  y  comunicación  intelectual  con  los  extraños.  No 

(i)  El  territorio  de  Bolivia  quedó  notablemente  menguado  después  de  la 
guerra  con  Chile,  que  le  despojó  de  su  única  provincia  litoral  (1882).  El 
Paraguay  y  Bolivia  tienen  en  litigio  la  soberanía  del  Chaco  Boreal. 


270  CAPITULO   X 

creemos,  en  vista  de  tan  adversas  circunstancias,  unidas  al  continuo 
estado  de  anarquía  y  luchas  civiles  en  que  ha  vivido  esta  república, 
que  su  producción  literaria  sea  grande;  pero  lo  que  sí  podemos  afir- 
mar es  que  á  Europa  apenas  han  llegado  las  obras  de  ningún  autor 
boliviano. 

Y  sin  embargo,  esta  región,  á  primera  vista  tan  iliteraria,  estuvo 
á  punto  de  ser  visitada  en  el  siglo  xvi  nada  menos  que  por  Miguel 
de  Cervantes,  que  en  memorial  de  Mayo  de  1590  pedía  á  Felipe  II 
que  «le  hiciese  merced  de  un  oficio  en  las  Indias  de  los  tres  ó  cua- 
tro que  al  presente  están  vacos,  que  es  el  uno  la  contaduría  del 
Nuevo  Reino  de  Granada,  ó  la  gobernación  de  la  provincia  de  So- 
conusco en  Guatemala,  ó  contador  de  las  galeras  de  Cartagena,  ó 
corregido?'  de  la  dudad  de  la  Paz»  (l).  Si  Cervantes  hubiese  conse- 
guido esta  vara,  ¿quién  sabe  si  Bolivia  podría  ufanarse  hoy  con  ser 
la  cuna  del  Ingenioso  Hidalgo} 

Otros  ingenios,  de  menos  cuenta  sin  duda,  pero  de  buen  estilo  y 
de  buen  tiempo  visitaron  el  argentífero  cerro  del  Potosí,  á  cuyas 
raíces  se  había  fundado  una  población  que  á  principios  del  siglo  xvii 
llegó  á  contar  1 50.000  habitantes,  y  hoy  (si  no  extinguida,  venida 
muy  á  menos  la  labor  de  las  minas),  escasamente  llegan  á  1 5 .000, 
según  dicen  (2).  Entre  los  aventureros  y  arbitristas  que ,  atraídos 
por  la  codicia  del  mineral  }'■  no  ajenos  de  conocimientos  metalúr- 
gicos, acudieron  á  aquel  fabuloso  \'enero  de  riqueza  pocos  años  des- 
pués de  su  descubrimiento,  hubo  de  contarse  el  vate  lusitano  En- 
rique Garcés,  natural  de  Oporto,  que  al  igual  de  otros  muchos 
compatriotas  suyos  de  la  centuria  decimosexta,  nunca  usó  en  sus 
obras  más  lengua  que  la  castellana.  Decíase  Garcés  inventor  de  cier- 
to procedimiento  para  beneficiar  la  plata  por  medio  del  azogue  (3). 

(i)     Navarrete,  Vida  de  Cervantes,  pág.  313. 

(2)  Sobre  el  Potosí  en  la  época  colonial  véase  el  interesante  y  ameno  libro 
de  D.  Vicente  G.  Quesada,  Crónicas  Potosinas.  Costutnbres  de  la  Edad  Medieval 
Hispano- Americana  (París,  1890). 

(3)  Vid.  Maffei  y  Rúa  Figueroa.  Apuntes  para  íina  biblioteca  española  de  Mi- 
neralogía, t.  I,  pág.  277,  y,  sobre  Garcés  como  poeta,  el  Catálogo  Razonado  Bio- 
gráfico y  Bibliográfico  de  los  Autores  Portugueses  que  escribieron  en  castellano^ 
por  D.  Domingo  García  Peres  (Madrid,  1890),  pág.  249. 


SOLIVIA  271 

«Gasté  no  poca  parte  de  vida  y  hacienda  (decía  él  mismo  á  Feli- 
pe ÍI)  en  descubrir  y  entablar  en  el  Pirú  el  azogue  y  beneficio  de 
plata  con  él.  Di  después  algunos  avisos  en  materias  diferentes,  como 
fué  lo  de  la  plata  corriente,  que  allí  pasaba  por  moneda  de  ley 
conocida,  á  lo  cual,  por  vuestra  christiana  clen)encia  fuiste,  señor, 
servido,  de  prov^eer  de  remedio,  mandando  no  se  tratase  sino  con 
plata  ensayada  ó  con  moneda  acuñada,  y  aunque  por  ello  fui  nota- 
blemente molestado,  nada  será  parte  para  que  dexe  de  proseguir 
en  lo  que  todo  el  mundo  os  debe.» 

No  parece  que  ni  sus  avisos  de  buen  gobierno  ni  sus  adverten- 
cias metalúrgicas  enriqueciesen  á  Garcés,  puesto  que  habiendo  en- 
viudado se  hizo  presbítero,  y  fué  á  morir  de  canónigo  en  la  catedral 
de  México,  dedicando  sus  últimos  días  al  cultivo  de  las  letras.  Hay 
de  él  dos  traducciones  en  verso,  de  Los  Lusiadas  de  Camoens  y 
del  Cancionero  del  Petrarca,  y  una  en  prosa  del  libro  de  Francisco 
Patricio:  Del  reyno  y  de  la  institución  del  que  ha  de  reynar,  y  de  cómo 
deve  averse  con  los  síibditos  y  ellos  con  el.  Los  tres  libros,  vertidos 
respecti\'amente  del  portugués,  italiano  y  latín,  aparecen  impresos 
en  el  mismo  año,  iSQIj  porque  el  autor,  sin  duda,  los  mandó  simul- 
táneamente á  España.  Entre  los  versos  laudatorios  que  la  traduc- 
ción del  Petrarca  lleva,  los  hay  del  famoso  navegante  Pedro  Sar- 
miento de  Gamboa,  b,ien  infelices  por  cierto.  Suenan  también  en  los 
preliminares  del  libro  los  nombres  de  Sancho  de  Ribera,  poeta  are- 
quipeño,  del  Licdo.  Villarroel  (|jde  Potosí  ó  de  Quito?),  de  P"r.  Jeró- 
nimo Valenzuela  y  Fr.  Miguel  de  Montalvo,  del  Licdo.  Emanuel 
Francisco,  de  un  cierto  Adilón,  y  de  varios  anónimos  que  presu- 
mo que  serían  americanos  ó  residentes  en  América.  L'no  de  los 
panegiristas  alude  á  la  invención  metalúrgica  de  Garcés  en  estos 
términos: 

Enrique,  que  al  Ocaso  enriqueciste 
Con  el  instable  azogue  que  has  hallado... 

Tal  invención  ó  divulgación,  si  es  que  realmente  fué  el  primero 
en  hacerla,  honra  á  Enrique  Garcés  más  que  sus  versos  incorrectos, 
desabridos,  mal  acentuados  muchas  veces,  llenos  de  italianismos  y 
de  lusitanismos,  como  quien  calca,  servilmente,  en  vez  de  traducir 


272  CAPITULO    X 

de  un  modo  literario,  y  no  se  hace  cargo  de  la  diferencia  de  las  len- 
guas. Lo  más  curioso  que  para  nuestro  objeto  contiene  su  libro  de 
Los  Sonetos  y  Canciones  del  Poeta  Francisco  Petrarcha...  (i)  es  una 
canción  del  traductor,  á  imitación  de  la  que  principia  Italia  i)iia, 
ben  che' I  parlar  siaJndarno,  dirigida  á  Felipe  II  quejándose  de  los 
vejámenes  de  que  eran  víctimas  los  colonos  del  Perú,  y  especial- 
mente de  la  mala  ley  de  la  plata  que  allí  circulaba: 

Y,  en  fin,  ello  ha  parado 

En  desterrar  de  aquí  la  plata  pura, 

Y  agora  una  mixtura 

Quieren  que  tome  el  pobre  jornalero, 

Que  es  plomo,  estaño  y  cobre  sin  estima... 

(2). 

(i)     En  Madrid,  impreso  en  casa  de  Guillermo  Dvoy,  1591. 

(2)  A  este  mismo  asunto  se  refieren  dos  cartas  de  Garcés  al  Virrey  Don 
Francisco  de  Toledo,  fechadas  en  24  y  30  de  Noviembre  de  1574,  y  de  las 
cuales,  por  no  haberse  puesto  el  remedio  que  deseaba,  envió  copia  al  Consejo 
de  Indias.  Hállase  en  el  códice  I-57  de  la  Biblioteca  Nacional,  Memorias  y 
Gobierno  de  las  Minas  de  azogue  del  Perú. 

No  ha  de  omitirse  aquí  que  el  más  insigne  de  los  antiguos  mineralogistas 
españoles,  Alvaro  Alonso  Barba,  natural  de  Lepe,  en  la  provincia  de  Huelva, 
íué  cura  de  la  San  Bernardo  en  la  imperial  ciudad  del  Potosí  desde 
1624,  y  allí  compuso  su  clásica  obra  Arte  de  los  metales,  en  que  se  enseña 
el  verdadero  beneficio  de  los  de  oro  y  plata  por  agogiie:  el  modo  de  fjindirlos  todos, 
y  cómo  se  han  de  re  finar  y  apartar  vnos  de  otros.  (Madrid,  imprenta  del  Reino, 
1640).  Los  preliminares  de  esta  edición  no  han  sido  reproducidos  en  ninguna 
de  las  siguientes  (Aprobación  del  gremio  de  azogueros  de  la  villa  de  Potosí, 
fecha  en  15  de  Marzo  de  1637.  Comunicación  de  D.  Juan  de  Lizarazu,  Presi- 
tlente  de  la  Audiencia  de  la  Plata,  remitiendo  el  manuscrito  al  Concejo  en 
i.°  de  Marzo  del  mismo  año.  Carta  de  Barba  á  D.  Juan  de  Lizarazu,  ;ponien- 
»do  en  sus  manos  el  Tratado  que  escribió  por  su  orden,  para  que  como  cosa 
»suya  disponga  lo  más  conveniente»,  y  dándole  gracias  por  haber  asistidc» 
personalmente  á  los  «ensayes  de  caxones  y  pruebas  de  los  metales  por  azogue 
»y  fundición»,  ayudándole  con  su  gran  saber  en  estas  materias). 

Sobre  las  ideas  científicas  é  invenciones  metalúrgicas  de  Alvaro  Alonso 
Barba,  vid.  Mafíei  y  Rúa  Figueroa,  Biblioteca  Minera,  tomo  i,  págs.  61-65; 
Luanco,  La  Alquimia  en  España,  tomo  i.  Barcelona,  1889,  págs.  139-149;  Ca- 
rracido.  Estudios  histórico-critlcos  de  la  Ciencia  Española,  Madrid,  1897,  pági- 
nas 128-143. 


BOLIVIA  ^"-5 

Otro  poeta,  portugués  de  origen  y  sevillano  de  nacimiento,  llama- 
do D^arte  Fernández,  paso  de  Lima  al  Potosí  á  prmC.p.os  del  s. 
glo  XVII,  y  de  61  dijo  la  poetisa  anónima: 

Y  un  tiempo  fué  que  en  tu  Academia  viste 
Al  gran  Diiarte,  al  gran  Fernández  digo, 
Por  cuya  ausencia  te  has  mostrado  triste: 

Fué  al  cerro  donde  el  Austro  es  buen  testigo 
Que  vale  más  su  vena  que  las  venas 
De  plata,  que  alli puso  el  cielo  amigo. 

Betis  se  ufana  que  éste  en  sus  arenas 
Gozó  el  primero  aliento,  y  quiere  parte 
El  Luso  de  su  ingenio  y  sus  Camenas. 

No  se  le  puede  confundir  con  Duarte  Díaz,  autor  de  un  poema 
de  La  Co„qu,sta  de  Granada  (ISQO)  y  de  un  raro  volumen  ce  Va- 
rías  obras  poicas  en  portugués  y  en  castellano,  porque  de  este 
consta  que  era  natural  de  Oporto;  pero  puede  muy  b.en  ser  e 
Licdo.  Enrique  Duarte,  autor  de  un  prólogo  que  antecede  a  as 
Rimas  de  Hernamlo  de  Herrera  en  la  edición  de  Francsco  Pache- 

co  (i 619).  1^ 

Pero  quien  verdaderamente  enriqueció  aquel  cerro  con  vena 
poesía  más  preciosas  que  la  plata  de  sus  entrañas,  fué  el  sevillano 
Luis  de  Ribera,  uno  de  tantos  excelentes  y  olvidados  mgemos  de 
nuestro  siglo  de  oro,  el  cual  en  l.°  de  Marzo  de  1612  firmaba  en 
Potosí  la  dedicatoria  de  sus  Sagradas  Poesías  á  su  hermana  dona 
Constanza  María  de  Ribera,  monja  profesa  del  habito  de  la  Concep- 
ción (I).  .Libro  precioso  y  de  lo  mejor  que  se  ha  escrito  en  su  n- 
nea  (dice  con  razón  D.  Bartolomé].  Gallardo).  Ribera  es  castizo  y 
elegante  poeta;  su  dicción  y  estilo  saben  más  al  siglo  xvi  que  al  xvn; 
sus  versos  tienen  el  sabor  dulce  y  suave  de  los  del  M.  León  y   a 
lozanía  de  los  de  Herrera  y  demás  de  la  escuela  sevillana.  El  gusto 

(O  Sagradas  Poesías  de  D.  Luis  de  Rivera,  dirigidas  d  la  Señora  Constanza 
Maria  de  Rivera,  su  hermana.  Monja  profesa  en  el  hábito  de  la  Concecon... 
Año  1612,  impreso  en  Sevilla  por  Clemente  Hidalgo,  4-''- 

La  mayor  parte  de  las  poesías  de  este  tomo,  que  es  muy  raro  ^^^  ^^^«^  ' 
producidas  en  el  Romancero  y  Cancionero  Sagrados,  de  D.  Justo  de  Sancha 
ít.  XXXV  de  la  Biblioteca  de  Autores  Españoles,  págs.  56-67  y  27/-2«9,- 


2  74  CAPITULO   X 

del  autor  es  muy  severo  y  clásico:  nada  de  oropel  ni  argentería: 
oro  macizo.  Sólo  me  disuena  la  mezcla  que  usa  en  la  elegía  sexta 
(De  la  entrada  y  triunfo  de  Cristo  en  el  cielo  el  día  de  su  gloriosa 
Ascensión)  de  las  divinidades  paganas  con  los  serafines...,  pero  aun 
así  hay  siempre  gran  pompa  y  boato  poético»  (l). 

Además  de  estos  poetas  forasteros,  tuvo  la  villa  imperial  de  Poto- 
sí un  versificador  local,  llamado  Juan  Sobrino,  de  quien  el  historia- 
dor D.  Bartolomé  Martínez  y  Vela,  en  sus  Anales  inéditos  de  aquella 
ciudad  minera  (1771),  transcribe  algunas  décimas  y  otros  fi-agmen- 
tos.  Población  en  donde  el  oro  y  la  plata  corrían  á  raudales  y  el 
fausto  y  la  ostentación  habían  llegado  á  extremos  de  delirio,  no  po- 
día carecer  de  fiestas  escénicas;  y  las  tuvo  en  efecto,  muy  desde  el 
principio,  alternando  con  las  justas  y  pasos  de  armas,  con  las  pro- 
cesiones y  lujosas  cabalgatas,  máscaras,  torneos,  costosas  galas,  toros, 
sortijas,  saraos  y  banquetes  soberbios,  de  que  las  crónicas  del  Po- 
tosí, que  parecen  cuentos  fantásticos,  nos  dan  razón  á  cada  momen- 
to (2).  La  raza  vencida  tomaba  parte  en  estos  festejos,  y  había  repre- 
sentaciones mixtas  de  castellano  y  quichua,  según  apunta  con  muy 
curiosos  pormenores  Martínez  Vela  (3): 

«Dieron  principio  con  ocho  comedias:  las  cuatro  primeras  repre- 


(i)  Contiene  este  precioso  tomo  107  sonetos,  de  los  cuales  87  han  pasado* 
al  de  Rivadenej'ra,  seis  canciones  (D.  Justo  Sancha  sólo  reprodujo  tres),  seis 
elegías  en  tercetos,  reimpresas  todas,  y  varias  traducciones  que  no  lo  han 
sido,  á  saber:  del  Te  Dcum;  del  cántico  de  David,  Dominus  petra  mea;  de  los 
salmos  5.°,  Verba  mea  auribtis percipe;  20.°,  Domine  in  virtute  tiia;  64.°,  Te  decet 
//ymnus,  Deus;  del  cántico  de  la  Virgen,  Magníficat  anima  mea;  del  cántico 
de  Simeón,  Nimc  dimittis  servttm  iuum. 

Este  olvidado  cuanto  excelente  poeta  religioso,  merecía  atento  y  particular 
estudio,  pero  aquí  no  podemos  dedicársele,  porque  no  es  nuestro  intento 
examinar  analíticamente  las  obras  de  los  españoles  que  pasaron  á  Indias,  sino 
de  los  que  nacieron  allí. 

(2)  He  visto  citadas  dos  historias,  en  verso,  del  Potosí,  compuestas  en  el 
siglo  xvn  por  D.  Diego  de  Guilléstegui  y  D.José  Velázquez,  pero  no  las  co- 
nozco. 

(3)  Citado  por  Quesada,  Crónicas  Poiosinas,  t.  i,  pág.  305.  Es  lástima  que 
el  Sr.  Quesada  omitiera  dato  tan  importante  como  el  de  la  lecha  de  estas 
fiestas  dramáticas. 


SOLIVIA  ^75 


sentaron  con  singular  aplauso  los  nobles  indios.  Fué  ia  una  el  ongen 
de  los  monarcas  Ingas,  del  Perú;  en  que  muy  al  vivo  se  representó 
el  modo  y  manera  con  que  los  señores  y  sabios  del  Cuzco  u.troduje- 
ron  al  felicísimo  Manco-Capac  i.°  á  la  regia  silla;  cómo  fué  recibido 
por  Inga  (que  es  lo  mismo  que  grande  y  poderoso  monarca)  de  las 
diez  provincias  que  con  las  armas  sujetó  a  su  dominio,  y  la  gran 
ñesta  que  hizo  al  Sol  en  agradecimiento  á  sus  victorias.  La  segunda 
fué  los  triunfos  de  Huaina  Capac,  undécimo  Inga  del  Perú,  los  cuales 
consiguió  de  las  tres  naciones,  Changas,  Chúñelos,  Montañeses  y  del 
señor  de  los  Collas;  á  quien  una  piedra  despedida  del  brazo  pode- 
roso de  este  monarca,  por  la  violencia  de  una  honda,  metida  en  las 
sienes,  le  quitó  la  corona,  el  reino  y  la  vida:  batalla  que  se  dio  de 
poder  á  poder,  en  los  campos  de  Hatun  Colla,  estando  el  Inga  Huaina 
Capac  encima  de  unas  andas  de  oro  fino,  desde  las  cuales  le  h.zo  el 
tiro  Fué  la  tercera  las  tragedias  de  Cusihuascar,  duodécimo  Inga  del 
Perú-  representándose  en  ella  las  fiestas  de  su  coronación;  la  gran 
cadena  de  oro  que  en  su  tiempo  se  acabó  de  obrar,  y  de  que  tomó 
este  monarca  el  nombre;  porque  guascar  es  lo  mismo  en  castellano 
que  soaa  del  contento;  el  levantamiento  de  Atahuallpa,  hermano 
suyo,  aunque  bastardo;  la  memorable  batalla  que  estos  dos  herma- 
nos se  dieron  en  Quipaypán;  en  la  cual,  y  de  ambas  partes,  muñe- 
ron ciento  y  cincuenta  mil  hombres;  prisión  é  indignos  tratamientos 
que  al  infeliz  Cusihuascar  le  hicieron;  tiranías  que  el  usurpador  hizo 
en  el  Cuzco,  quitando  la  vida  á  cuarenta  y  tres  hermanos  que  allí 
tenía,  y  muerte  lastimosa  que  hizo  dar  á  Cusihuascar,  en  su  prisión: 
representóse  en  ella  la  entrada  de  los  españoles  en  el  Perú,  prisión 
injusta  que  hicieron  de  Atahuallpa,  decimotercio  Inga  de  esta  mo- 
narquía; los  presagios  y  admirables  señales  que  en  el  cielo  y  aire  se 
vieron  antes  que  le  quitasen  la  vida;  tiranías  y  lástimas  que  ejecuta- 
ron los  españoles  con  los  indios;  la  máquina  de  oro  y  plata  que  otre- 
ció  porque  no  le  quitasen  la  vida,  y  muerte  que  le  dieron  en  Caja- 
marca.  Fueron  estas  comedias  (á  quienes  el  capitán  Pedro  Méndez 
y  Bartolomé  de  Dueñas  les  dan  título  de  sólo  representaciones)  muy 
especiales  y  famosas;  no  sólo  por  lo  costoso  de  sus  tramoyas,  pro- 
piedad de  trajes  y  novedad  de  historias,  sino  también  por  la  elegan- 
cia del  verso  viixto  del  idioma  castellano  con  el  indiano.-^ 


276  CAPÍTULO   X 

Del  pomposo  aparato  de  estas  representaciones  puede  formarse 
idea  por  este  relato  del  mismo  cronista,  que  aunque  prolijo,  es  muy 
curioso: 

«Iban  por  delante  muchos  indios  con  varios  instrumentos  de  mú- 
sica y  cajas  espaíioías.  Tras  ellos  venían  doscientos  indios,  en  hile- 
ras de  á  cinco  hombres  cada  una,  vestidos  de  pieles  de  vicuña,  con 
guirnaldas  de  sauce  en  la  cabeza,  y  cañas  de  maíz  con  sus  hojas  y 
mazorcas  en  las  manos;  y  detrás  traían  en  hombros  unas  andas  de 
grandor  considerable;  en  medio  de  ellas  estaba  un  globo,  la  mitad 
dorado,  y  la  otra  mitad  plateado,  en  cuyo  i'ededor  estaba  mucha  va- 
riedad de  árboles,  plantas,  flores  y  frutos;  denotando  la  fertilidad  de 
este  nuevo  mundo,  y  cubierto  de  oro  y  plata  conforme  en  todo  á  su 
natural.  Luego  se  seguían,  en  varios  acompañamientos,  todas  las  na- 
ciones de  indios  que  habitan  esta  América  Meridional  del  Perú,  lla- 
mada por  los  españoles  Nueva  Castilla  y  Nueva  Toledo.  Iban  las 
naciones  cada  una  con  sus  propios  trajes;  cuyos  principales  estaban 
cabalgados  en  leones,  otros  en  tigres,  otros  en  cocodrilos  (llamados 
en  estas  Indias  caimanes)  y  otras  varias  y  horribles  fieras;  formadas 
unas  de  metal  y  otras  de  madera,  todas  en  muy  vistosas  andas,  pin- 
tadas en  ellas  sus  hazañas.  Tras  de  éstos  venían  otras  cuadrillas  de 
indios  vestidos  de  pluma,  paja  y  algodón,  tañendo  y  cantando  á  su 
modo  y  en  su  idioma.  Luego  se  seguían  por  su  orden  todos  los  In- 
gas del  Perú,  desde  el  famoso  ]\Ianco  Capac  hasta  el  valeroso  Sayri 
Tupac,  que  había  molestado  á  los  españoles,  vecinos  del  Cuzco  y  de 
Huamanga,  con  sangrientas  guerras.  \^enían  todos  en  andas  doradas, 
sentados  en  aquellas  sillas  que  usaban,  de  una  pieza,  con  espaldar 
levantado  y  sin  brazos,  que  llamaban  ¿iajms,  y  eran  de  finísimo 
oro...  Los  indios  que  acompañaban  á  cada  Inca  iban  vestidos  con 
ricas  camisetas,  mantas  y  Ilaytus  en  sus  cabezas,  trayendo  cada  uno 
los  instrumentos  y  obras  que  dieron  fama  á  sus  monarcas.  En  el 
acompañamiento  del  Inca  Huáscar  traían  el  recuerdo  de  aquella  gran 
cadena  de  oro  que  se  acabó  en  su  tiempo  á  costa  de  sus  tesoros,  la 
cual  salía  á  ser  vista;  rodeaban  con  ella  las  andas  y  persona  real,  le- 
A'antada  en  los  hombros  de  los  caballeros  que  llamaban  orejones',  y 
era  tan  grande,  que  de  trecho  en  trecho  la  sustentaban  trescientos 
hombres;  y  cuando  doblaban  el  acompañamiento  (que  era  en  día  se- 


BOLIVIA  277 

ñalado)  acortaban  los  trechos  y  entraban  seiscientos  hombres,  unos 
en  pos  de  otros.  Pero  quien  más  se  señalaba  entre  los  Ingas  de  este 
paseo  era  el  soberbio  Atahuallpa  (que  hasta  en  estos  tiempos  es  te- 
nido en  mucho  de  los  indios,  como  lo  demuestran  cuando  ven  su 
retrato),  el  cual  venía  en  unas  andas  de  forma  piramidal,  vestido  de 
una  riquísima  camiseta,  toda  cuajada  de  perlas  y  piedras  preciosas.» 

Viene  luego  una  minuciosa  descripción  del  traje  de  Atahuallpa, 
«que  por  ser  semejante,  sin  quitar  ni  añadir  cosa  alguna,  lo  cuentan 
en  sus  historias  el  capitán  Pedro  Núñez  y  Bartolomé  de  Dueñas». 

Las  especiales  condiciones  de  vida  social  en  que  se  encontraban 
los  territorios  del  Alto  Perú,  sin  más  población  española  que  la 
atraída  por  la  devoradora  fiebre  de  las  riquezas  y  por  la  explota- 
ción de  los  grandes  yacimientos  metalíferos,  impidió  que  allí  flore- 
ciese durante  el  período  colonial  ningún  escritor  de  monta,  si  se 
exceptúa  al  cronista  de  la  orden  de  San  Agustín  en  el  Perú,  Fr.  An- 
tonio de  la  Calancha,  que  era  natural  de  Chuquisaca  (i). 


( 1 )  Coránica  moralizada  del  Orden  de  San  Avgvsiin  en  el  Perú^  con  svcesos 
egemplares  vistos  en  esta  nionarquia.  Dedicada  á  Nuestra  Señora  de  Gracia^  sin- 
gular Patraña  i  Abogada  de  la  dicha  Ordeít.  Conipvesta  por  el  mvy  Reverendo 
Padre  Aíaestro  Fray  Antonio  de  la  Calaticha,  de  la  mis?na  Orden  i  Difinidor 
actual.  Divídese  este  primer  tomo  en  quatro  libros:  lleva  tablas  de  Capittdos,  i  lu- 
gares de  la  sagrada  Escritura.  Año  1Ó3S...  En  Barceloiia,  por  Pedro  Lacavallc- 
ria,  en  la  calle  de  la  Librería. 

—  Coránica  moralizada  de  la  provincia  del  Peni  del  orden  de  San  Augustin 
nuestro  Padre.  Tomo  segundo.  Por  el  R.  P.  Maestro  Fr.  Antonio  de  la  Calancha., 
Difinidor  de  la  dicha  provincia  y  su  Coronista.  Dedícala  á  la  Ss.""^  Virgen  Ma- 
ría, en  su  milagrosa  imagen  del  célebre  santuario  de  Copacavana.  En  Lima.  Por 
Jorje  López  de  Herrera,  impressor  de  libros.  Año  de  i6S3. 

Este  tomo  segundo,  que  al  parecer  no  acabó  de  imprimirse,  puesto  que 
faltan  los  libros  3.°  y  4.°  y  el  2.°  está  incompleto,  saltando  desde  él  al  5.°  que 
comprende  la  historia  del  Santuario  de  Copacavana,  es  de  la  más  extraordi- 
naria rareza  (Vid.  Rene  Moreno:  Biblioteca  Peruana,  Santiago  de  Chile,  1896, 
tomo  I,  pág.  108;  id.  Bolivia  y  Peni,  Notas  histáricas  y  bibliográficas,  San- 
tiago,  1 90 1,  reimpreso  en  1905). 

En  esta  segunda  Parte  consta  que  Fray  Antonio  nació  en  1584,  en  la  ciu- 
dad de  la  Plata,  y  que  murió  en  i.**  de  Marzo  de  1654,  de  una  apoplegía.  Era 
hijo  del  capitán  Francisco  de  la  Calancha  y  de  D.^  María  de  Benavides. 
Pocas  crónicas  monásticas  hay  tan  importantes  para  la  historia  de  las  eos- 


278  CAPÍTULO    X 

No  por  razón  de  la  patria,  puesto  que  era  toledano ,  sino  por  la 
materia,  debe  citarse  á  otro  historiador  monástico  del  siglo  xvu, 
Fr.  Diego  de  Mendoza,  autor  de  la  importante  Crónica  de  la  pro- 
vincia de  San  Antonio  de  los  Charcas. 

Allí  existía  una  universidad  (l),  que  en  el  siglo  xviii  llegó  á  ser 
de  las  más  famosas  del  Nuevo  Mundo.  Un  historiador  argentino  (2) 

tumbres  coloniales  ^  de  los  ritos  y  supersticiones  de  los  indígenas,  como  la 
del  P.  Calancha.  Su  lectura  atrae  y  entretiene  muchas  veces  á pesar  déla  es- 
tupenda credulidad  milagrera  y  de  su  estilo  barroco  é  intemperante.  Tenía 
todos  los  vicios  de  la  decadencia  literaria,  pero  no  le  faltaba  imaginación  pin- 
toresca, que  en  ocasiones  le  sugiere  frases  felices.  Su  libro  merecía  reimpri- 
mirse extractado,  aligerándole  de  las  impertinentes  moralidades  que  á  cada 
paso  em.barazan  el  curso  de  la  narración. 

Hizo  el  P.  Calancha  algunos  versos.  Sobre  ellos  me  comunicó  D,  Marcos 
Jiménez  de  la  Espada  la  noticia  siguiente: 

— Historia  del  célebre  Sajituario  de  Nuestra  Señora  de  Copacavana,  y  sus  Mi- 
lagros, é  Invención  de  la  Cruz  de  Carabuco.  A  Don  Alonso  Bravo  de  Sarabia  y 
Sotomayor,  del  Abito  de  Santiago,  del  Consejo  de  Su  Magestad,  Cofisultor  del  San- 
to Oficio,  y  Oydor  de  México.  Por  el  P.  J.  Alonso  Ramos  Gavilán,  Predicador, 
del  Orden  de  N.  P.  S.  Agustín.  Año  1621.  (Escudete  grabado  en  madera  con 
el  emblema  agustiniano).  Con  licencia  en  Lima; por  Jeronymo  de  Cotitreras,  4.°, 
vui  -\-  432  y  4  folios  finales. 

«En  el  último  de  los  folios  de  principios,  al  pie  de  un  grabado  en  madera, 
que  representa  la  Virgen  de  Copacavana,  hay  estas  dos  quintillas,  compues- 
tas por  Fr.  Antonio  de  la  Calancha  y  dedicadas  á  Fr.  Alonso  Ramos: 

Dos  milagros  más  verán 
En  tu  obra  peregrina, 
Donde  en  toda  paz  están 
Una  paloma  divina 
En  manos  de  un  gavilán. 

Y  porque  el  otro  veamos 
Para  gloria  más  crecida, 
En  autor  y  libro  hallamos 
Al  fruto  y  árbol  de  vida. 
Colgado  de  vuestros  ramos. 

(i)  En  América  ha  habido,  y  no  sé  si  aún  dura,  la  manía  de  alterar,  prin- 
cipalmente por  motivos  políticos,  los  nombres  de  las  ciudades  y  aun  de  los 
estados,  como  en  España  los  de  las  calles.  Para  un  lector  europeo  no  será 
inútil  saber  que  Chuquisaca,  Charcas,  La  Plata  y  Sucre  son  nombres  de  una 
misma  ciudad,  capital  hoy  de  la  república  de  Bolivia. 

(2)     Don  Vicente  Fidel  López. 


BOLIVIA  279 

dice  de  ella  lo  siguiente:  «La  Universidad  de  Charcas  irradiaba  su 
esplendor  sobre  las  provincias  de  abajo  hasta  las  orillas,  del  Plata,  y 
era  por  lo  mismo  el  foco  del  saber  y  de  la  grande  enseñanza;  no  de 
una  enseñanza  circunscrita  á  la  letra  de  los  textos,  sino  de  una  en- 
señanza iniciadora,  que  sin  estar  en  el  claustro  mismo,  había  pene- 
trado en  el  espíritu  de  los  estudiantes  y  se  había  apoderado  de  la 
juventud  que  tomaba  sus  grados  doctorales  en  ella,  como  lo  prueban 
un  sin  número  de  hombres,  Moreno,  Monteagudo,  Agrelo,  Molina, 
Medina,  Pérez,  Terrazas,  Serrano,  Gorriti,  Castelli,  Passo,  López, 
Patrón  y  muchísimos  otros  hijos  de  las  provincias  del  Alto  Perú  que 
brillaron  en  la  revolución  por  sus  luces  y  por  sus  ideas  adelantadas. 
Charcas  fué  en  el  último  siglo  de  la  colonia  un  centro  de  elevada  y 
trascendental  iniciación,  que  dio  á  la  educación  literaria  el  espíritu 
revolucionario  y  los  gérmenes  de  una  nueva  época»  (l). 

Aquella  generación,  sin  embargo,  tan  fecunda  en  jurisconsultos, 
estadistas  y  hombres  de  acción,  no  produjo  en  Solivia  ningún  poeta. 
El  más  antiguo  que  conocemos  de  este  siglo,  apenas  puede  ser  cali- 
ficado de  boliviano  más  que  por  la  casualidad  del  nacimiento,  puesto 
que  por  educación  fué  español,  y  por  origen  de  familia  y  por  resi- 
dencia definitiva,  chileno.  Me  refiero  á  D.  Ventura  Blanco  Encalada, 
que  nació  en  la  ciudad  de  la  Plata  el  14  de  Julio  de  1782,  por  ha- 
llarse su  padre  de  magistrado  en  aquella  Audiencia,  de  donde  pasó 
muy  pronto  á  la  de  Buenos  Aires.  Educado  en  España  D.  Ventura, 
y  Guardia  de  Corps  en  sus  mocedades,  se  afrancesó  durante  la  gue- 
rra de  la  Independencia,  y  en  1820  entró  al  servicio  de  la  república 
de  Chile,  que  le  confió  importantes  cargos,  entre  ellos  el  de  minis- 
tro de  Hacienda.  Fué  íntimo  amigo  de  D.  José  Joaquín  de  Mora,  á 
quien  se  parecía  mucho  en  sus  aficiones  literarias  y  en  el  humor  jo- 
vial y  festivo,  si  bien  con  mucho  menos  estro.  En  la  colección  defini- 
tiva de  los  versos  de  Mora  (que  dista  mucho  de  ser  completa)  hay  una 
epístola  y  una  elegía  dedicadas  á  Blanco  Encalada.  Otra  mucho  más 
notable  ha  dado  á  conocer  D.  Miguel  Luis  Amunátegui  en  uno  de 

( I )  Historia  de  la  República  Argentina^  su  origen,  su  revolución  y  su  des- 
arrollo poliiico  hasta  i8¿2.  Nueva  edición.  Buenos  Aires,  191 1,  tomo  1,  pági- 
na 561. 

Mbnéndez  t  IPsijAYO.— Poesía  Ais^ano-americarta.  II.  i8 


28o  CAPÍTULO   X 

SUS  curiosísimos  libros  sobre  la  Historia  literaria  de  Chile  (l).  No  fué 
fecundo  Blanco  Encalada:  una  traducción  de  la  Mérope  de  Voltaire, 
representada  en  el  teatro  de  Santiago  de  Chile  en  1828,  y  muy  elo- 
giada por  Mora,  pero  no  impresa  nunca,  y  al  parecer  perdida;  una 
epístola  en  verso  suelto  al  mismo  Mora,  correcta  y  aliñada  si  se  pres- 
cinde de  las  inoportunas  asonancias  que  ningún  poeta  americano  de 
entonces  esquivaba,  ni  siquiera  Olmedo,  ni  siquiera  Bello;  alguna 
oda  frígidísima  en  sáficos  ó  en  estrofas  de  Francisco  de  la  Torre; 
algunas  fábulas,  letrillas  y  sátiras  políticas,  es  todo  su  matalotaje  li- 
terario, no  muy  notable  ni  por  la  abundancia  ni  por  la  calidad,  aun- 
que digno  de  tenerse  en  cuenta  por  ser  tan  escaso  todavía  el  caudal 
poético  de  Chile  en  su  tiempo.  Tuvo  buen  gusto,  amó  el  arte  y  alentó 
á  los  principiantes:  no  se  le  puede  conceder  más  elogio  que  éste. 

Alguna  parte  cabe  á  D.  José  Joaquín  de  Mora  en  la  cultura  poética 
de  Bolivia,  puesto  que  en  su  vida  errante  á  través  de  las  repúblicas 
del  Sur,  residió  allí  tres  años,  de  1 834  á  1 837)  á  la  sombra  del  famoso 
presidente  D.  Andrés  Santa  Cruz,  que  intentó  dar  á  su  país  la  he- 
guemonía en  el  Sur,  mediante  el  establecimiento  de  la  Confedera- 
ción Perú-Boliviana  (2).  Fué  Mora  gran  secuaz  de  este  proyecto,  y 

(i)  La  Alborada  Poética  en  Chile  después  del  iS  de  Sepiiembre  de  1810. 
Santiago  de  Chile,  i8q2,  págs.  431-435. 

Colaboró  Blanco  Encalada  en  El  Merairio  Chileno,  revista  fundada  por 
Mora. 

Tradujo  é  hizo  representar  en  Santiago  en  1852  La  Marquesa  de  Sennete- 
rre,  comedia  de  Mélesville  y  Duveyrier.  Falleció  en  13  de  Junio  de  1856. 

(2)  Vid.  Mora  en  Bolivia,  por  D.  Domingo  Amunátegui  Solar  (Santiago  de 
Chile,  1897).  Contiene  este  opúsculo  curiosas  noticias  y  documentos  recogi- 
dos en  parte  por  el  bibliófilo  boliviano  D.  Gabriel  Rene  Moreno,  que  se  los 
comunicó  á  Amunátegui. 

Mora,  nombrado  catedrático  de  literatura  en  la  Universidad  de  La  Paz,  inau- 
guró su  curso  en  15  de  Diciembre  de  1834  con  una  extensa  oración,  la  cual 
terminaba  con  rendidos  homenajes  al  Presidente  Santa  Cruz,  que  además  de 
haberle  conferido  su  magisterio  oficial,  le  proporcionó  amplios  recursos  para 
abrir  un  Colegio  Normal  de  segunda  enseñanza  en  la  misma  ciudad.  Para  sus 
clases  publicó  en  1835  "^  texto  de  Gramática  Castellana,  que  difiere  poco  de 
los  de  la  Academia  y  de  D.  Vicente  Salva,  y  del  cual  todavía  se  hizo  un  com- 
pendio en  1850.  En  1846,  diez  años  después  de  la  vuelta  de  Mora  á  Europa, 
,  se  reimprimieron  en  La  Paz  sus  Cursos  de  Lógica  y  Ética  según  la  escuela  de 


BOLIVIA  281 

como  secretario  del  General  redactó,  por  encargo  suyo,  El  Eco  del 
Protectorado,  periódico  oficial  de  la  Confederación ,  y  la  Exposición 
de  los  motivos  que  asisten  al  Gobierno  protectoral  pa7'a  hacer  la  guerra 
al  de  Chile,  en  contestación  al  Manifiesto  de  Chile,  que  había  escri- 
to D.  Felipe  Pardo,  emigrado  á  la  sazón  en  Valparaíso.  Además, 
Mora  dio  algunas  enseñanzas  de  humanidades  en  la  Universidad  Ma- 
yor de  San  Andrés  de  la  Paz  de  Ayacucho,  y  compuso  en  Bolivia 
una  parte  muy  considerable  de  sus  Leyendas  Españolas.  El  mismo 
apunta  en  una  nota  de  la  leyenda  titulada  Una  Madre,  que  la  escribió 
en  la  hacienda  de  Cotana...  situada  en  el  valle  del  mismo  nombre, 
en  el  departamento  de  la  Paz,  república  de  Bolivia,  á  las  faldas  del 
Nevado  de  lUimani,  «la  más  alta  montaña  de  todo  el  Nuevo  Mundo 
después  del  pico  de  Sorata»  (i). 

Y  como  sin  disputa  alguna  son  las  Leyendas  Españolas  lo  mejor 
de  Mora,  y  lo  que  conserva  en  pie  su  fama  de  poeta,  introductor 
en  nuestro  Parnaso  de  un  nuevo  género  de  narraciones  románticas 
entremezcladas  de  digresiones  humorísticas  al  modo  del  Beppo  y  del 
Don  Juan  de  Byron,  siempre  dará  honra  á  Bolivia  el  haber  sido 


Edimburgo,  publicados  en  Lima  en  1832;  y  todavía  en  1865  servía  de  texto  en 
las  tres  Universidades  bolivianas  su  pequeño  Curso  de  Derecho  Romano,  ex- 
tractado de  Heineccio. 

Entre  los  versos  compuestos  por  Mora  en  Bolivia,  y  que  faltan  en  la  colec- 
ción de  sus  obras,  son  notables  una  fábula  dedicada  á  la  mujer  del  Protector 
Santa  Cruz,  y  el  valiente  Canto  épico  d  la  batalla  de  Yatiacocha  (13  de  Agosto 
de  1835),  ganada  por  aquel  caudillo  contra  el  ejército  peruano  del  general 
Salaverry.  Este  canto  iguala  ó  supera  al  de  Juan  Cruz  Várela  d  la  batalla  de 
Ituzaingd  y  tiene  rasgos  dignos  de  Olmedo  en  el  Canto  de  Junin.  Se  publicó 
suelto  en  La  Paz  de  Ayacucho,  1835,  imprenta  del  Colegio  de  Artes.  También 
D.  Emilio  Mora,  hijo  de  D.  José  Joaquín,  celebró  la  misma  batalla  en  un  can- 
to en  octavas  reales,  impreso  en  el  Cuzco. 

En  1838,  Santa  Cruz  envió  á  Londres  á  Mora  con  el  carácter  de  cónsul  ge- 
neral de  la  Confederación  Perú-Boliviana,  y  su  agente  diplomático  oficioso, 
cargos  que  desempeñó  hasta  la  derrota  de  su  protector  en  la  batalla  de  Yun- 
gai  (20  de  Enero  de  1839),  y  consiguiente  disolución  de  aquel  efímero  Estado 
federal. 

(i)  Leyendas  Españolas,  por  D.  José'  Joaquín  de  Afora,  Londres  y  París, 
j84o,  pág.  591. 


282  CAPÍTULO   X 

cuna  de  uno  de  los   mejores  libros  de  versos  castellanos  del  siglo 
pasado. 

Pero  no  parece  que  Mora  dejase  muchos  discípulos  en  Bolivia, 
La  América  Poética,  de  Gutiérrez,  impresa  en  1846,  sólo  da  entrada 
á  dos  ingenios  de  aquella  República:  D.  Mariano  Ramallo  y  D.  Ri- 
cardo Bustamante  (l). 

(i)  En  el  estudio  de  D.  Gabriel  Rene  Moreno,  que  se  citará  después,  se  da 
noticia  bibliográfica  de  varios  versificadores  y  poetastros  bolivianos  de  la 
mitad  del  siglo  xix;  pero  son  tales,  á  juzgar  por  las  muestras,  que  quitan  has- 
ta la  gana  de  consignar  sus  nombres.  No  haremos  otra  excepción  que  la  de 
D.  Mariano  Salas,  antiguo  empleado  de  la  Casa  de  Moneda  y  del  Banco  de 
Rescates  de  Potosí,  por  ser  acaso  su  No  m'e  olvides  (título  evidentemente  to- 
mado de  Mora,  que  había  dado  en  Londres  varios  libritos  análogos)  la  más 
antigua  colección  de  poesías  publicada  en  Bolivia  (dos  cuadernos  impresos 
en  Potosí,  1838).  Pero  parece  que  no  todíis  las  composiciones  son  de  Salas. 
Tradujo,  además,  algunas  poesías  de  Lamartine,  entre  ellas  El  Crucifijo, 
Sus  versos  son  abominables,  y  D.  Juan  María  Gutiérrez,  que  se  los  había  pe- 
dido porque  gozaban  de  cierta  fama,  no  sólo  se  abstuvo  de  poner  nada  de 
ellos  en  su  Afnérica  Poética,  sino  que  hizo  un  auto  de  fe  con  el  tomo  en  la 
trastienda  de  El  Mercurio,  de  Valparaíso.  Todavía  son  peores,  si  cabe,  los  del 
presbítero  D.  Hilarión  Padilla  Atoche. 

Como  humanista,  aunque  malo,  y  cultivador  infeliz  de  la  poesía  latina,  se 
cita  al  Dr.  D.  José  Manuel  Loza,  vocal  de  la  Corte  Superior  de  La  Paz,  Cance- 
lario de  su  Universidad,  Codificador  de  la  Nación,  Ministro  de  Instrucción  Pú- 
blica, y  autor,  entre  otros  opúsculos  en  prosa  y  verso,  de  un  Canto  lírico  en 
memoria  de  los  constantes  y  heroicos  esfuerzos  del  Alto-Perú  durante  la  guerra  de 
quince  años  por  la  indepejidencia  americana.  Escrito  en  metro  latino  por  el  doctor 
don  José  Manuel  Loza,  y  ti-aducido  al  verso  castellano  por  el  doctor  R.  Z.  Contie- 
ne notas  curiosas,  históricas  y  geográficas,  y  un  examen  critico  literario  sobre  el 
mérito  de  la  obra  (que  su  autor  ó  traductor  compara  modestamente  con  la  can- 
ción de  Herrera  á  la  batalla  de  Lepanto).  Sucre,  i8S5y  imp.  de  López.  Los- 
Opúsculos  poéticos  latinos,  del  mismo  Dr.  Loza  (2.*  edición  corregida  y  aumen- 
tada por  el  autor,  La  Paz,  1859),  han  servido  de  texto  en  los  colegios  de  la 
República,  cosa  que  parece  increíble,  atendidas  las  faltas  métricas  que  en 
ellos  se  observan. 

Sobre  este  Dr.  Loza  consigna  una  curiosa  anécdota  D.  Gabriel  Rene  More- 
no [^Revista  de  Buefios  Aires,  tomo  xvii,  pág.  538). 

«Un  distinguido  escritor  europeo,  que  medita  vastos  proyectos  de  alianza 
intelectual,  moral  y  social  entre  los  pueblos  de  raza  latina  para  contrabalan- 
cear, en  las  lides  de  la  civilización  moderna,  el  engrandecimiento  amenaza- 


BOLIVIA  283 

Del  Dr.  Ramallo  (n.  1817),  natural  de  Oruro,  graduado  por  la 
Universidad  de  Chuquisaca,  Rector  del  Colegio  Bolívar  y  profesor 
<ie  Derecho  y  Ciencias  políticas  en  la  Universidad  de  la  Paz  de  Aya- 
cucho,  sólo  se  insertan  unas  octavillas  tituladas  Inspiración^  y  una 
composición,  también  romántica,  en  variedad  de  metros,  que  lleva 
por  nombre  Una  impresión  al  pie  del  Illimani.  Son  ensayos  harto 
triviales;  pero  el  poeta  fué  adelantando  algo,  á  lo  menos  en  correc- 
ción, en  otras  piezas  suyas  que  he  leído  en  La  Lira  Americana^  de 
Palma  (1865),  y  en  la  América  Poética,  de  Cortés.  El  Epitalamio  de 
los  Bardos  y  los  versos  A  7ni  hija  Natalia  me  parecen  las  más  acep- 
tables; pero  en  ellas,  como  en  las  demás,  es  visible  la  penuria  de 
¡deas  y  de  estilo;  y  si  este  poeta  no  hizo  otra  cosa  mejor,  bien  puede 
quedar  en  olvido. 

No  así  D.  Ricardo  J.  Bustamante,  que  era  todavía  muy  joven 
cuando  se  publicó  la  primitiva  América  Poética,  donde  sólo  aparece 
de  él  la  inevitable  Oda  á  Bolívar,  ensayo  de  toda  musa  americana 
inexperta.  Bustamante  (n.  1821),  que  recibió  su  educación  en  Bue- 
nos Aires  y  en  París,  y  á  quien  las  tormentas  políticas  obligaron  á 
vivir  alejado  de  su  patria  casi  siempre,  es  hasta  ahora  el  principal 
hombre  de  letras  que  ha  producido  Bolivia.  En  1879  decía  de  él  el 
Repertorio  Colombiano,  probablemente  por  la  pluma  de  su  egregio 
director  D.  Miguel  A.  Caro:  «Bustamante  se  hace  siempre  notar 
por  la  delicadeza  de  sus  sentimientos,  por  su  inspiración  feliz  y  por 

dor  y  creciente  de  las  razas  del  Norte,  dio  en  París,  ahora  nueve  años  (se  es- 
cribía esto  en  1868)  un  banquete  á  varios  sud-americanos  notables.  El  general 
Belzú  fué  uno  de  los  escogidos  de  aquél  cenáculo.  Después  de  los  postres,  el 
sabio  comenzaba  ya  á  desenvolver  su  gran  pensamiento  sobre  las  razas  latinas, 
cuando  interrumpiéndole  el  expresidente  de  Bolivia,  le  dijo:  «Bolivia,  señor, 
no  puede  meterse  en  eso,  porque  el  único  que  allá  sabe  latín  es  el  Dr.  Loza.» 
Como  cultivadores  de  la  poesía  religiosa  en  el  Alto  Perú,  cita  el  Sr.  Rene 
Moreno  á  Fr.  Gregorio  Cintora:  Actos  de  airicidíi  y  contrición  en  verso,  2.*  edi- 
ción, aumentada  con  los  Deseos  del  Paraíso.  Versión  métrico-parafrástica  del 
salmo  «Misererev)  (Sucre,  1852  y  1853);  al  limo.  Sr.  Alzamora,  El  salmo  <¡.Mi- 
sererei>  compuesto  en  devotas  décimas  (La  Paz,  1857),  yá  Bernardo  José  Guevara, 
hermano  lego  de  la  Real  Congregación  del  Oratorio  de  San  Felipe  Neri,  de  la 
ciudad  de  La  Plata,  Afectos  del  alma  al  pie  de  la  Cruz  (1853).  Este  último  per- 
tenece al  siglo  xvii;  ignoro  la  época  de  los  otros  dos. 


284  CAPÍTULO    X 

la  galanura  de  su  estilo...  Ha  cultivado  con  éxito  casi  todos  los  gé- 
neros literarios;  pero  habiéndose  consagrado  especialmente  á  la  poe- 
sía lírica,  su  reputación  estriba  en  las  pocas  composiciones  suyas 
que  algún  amigo  ha  publicado,  y  que  la  prensa  americana  se  ha 
apresurado  á  reproducir.  A  esas  producciones  y  á  la  estimación  que 
de  él  hicieron  siempre  Ochoa,  Escosura  y  otros  literatos  españoles, 
debe  la  merecida  distinción,  que  en  Bolivia  sólo  él  ha  obtenido,  de 
ser  nombrado  individuo  correspondiente  de  la  Real  Academia  de  la 
Lengua.  Tiene  inéditos  casi  todos  sus  trabajos,  porque  nunca  ha 
escrito  para  el  público,  ni  por  afán  de  gloria  literaria,  sino  para  dar 
libre  vuelo  á  su  imaginación,  atormentada  por  terribles  sufrimien- 
tos, ó  para  inculcar  en  sus  hijos  el  amor  á  Dios  y  á  la  virtud»  (l). 
Dos  delicadas  poesías  de  los  últimos  años  de  Bustamante,  la  Ben- 
dición paternal  á  mi  hija  Angélica  y  la  Plegaria,  bastan  para  acre- 
ditar la  pureza  de  su  gusto  y  el  tesoro  de  honrados  y  cristianos 
sentimiantos  que  se  albergaban  en  su  pecho.  Pero  aun  los  versos 
románticos  de  su  mocedad,  con  ser  de  pura  imitación,  las  orienta- 
les y  baladas,  la  Despedida  del  árabe  á  la  judía  después  de  la  con- 
quista de  Granada^  El  Judio  errante  y  su  caballo^  se  recomiendan 
por  una  sobriedad  y  un  buen  gusto  raros  en  principiantes  de  enton- 
ces; la  Oda  á  la  Libertad  tiene  el  mérito  de  apartarse  bastante  de 
las  vulgaridades  que  parecen  inexcusables  en  tal  tema;  y  en  el  Pre- 
ludio al  Mamaré  lucen  brillantes  condiciones  de  poeta  descriptivo. 
Es  de  suponer  que  si  las  poesías  de  Bustamante  se  coleccionasen, 
habría  en  ellas  otras  cosas  dignas  de  alabanza,  aunque  probable- 
mente ninguna  de  primer  orden  (2). 


(i)    Repertorio  Colojiibiano,  vol.  iii,  pág.  225. 

(2)  En  el  saqueo  de  la  ciudad  de  La  Paz,  ocurrido  en  la  revolución  de  12 
de  Marzo  de  1849,  perdió  tres  cantos  en  octavas  reales,  que  llevaba  escritos, 
de  un  poemita  que  debía  constar  de  seis  con  el  título  de  Los  amores  de  im  ángel, 
cuyo  tema  era  pronosticar  la  regeneración  moral  del  mundo  por  medio  de  la 
mujer,  personificación  del  espíritu  de  caridad  cristiana,  obligada  á  reparar,  con 
su  benéfica  influencia  futura,  el  mal  inmenso  de  haber,  con  su  influencia  pri- 
mitiva, precipitado  á  la  humanidad  de  las  delicias  del  Paraíso.  D.  Gabriel 
Rene  Moreno  {Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  xvii,  1868,  pág.  546),  dice  que 
tenía  en  su  poder  la  introducción  de  este  poema,  en  diez  octavas. 


SOLIVIA  285 

Inferiores,  á  juzgar  por  las  pocas  muestras  que  de  sus  poesías 
conozco,  me  parecen  D.  Manuel  José  Cortes  (181 1 -1865)  y  D.  Nés- 
tor Galindo  (1830-1865).  Lo  menos  endeble  que  he  visto  de  Cortés 
es  el  Canto  d  la  naturaleza  del  Oriente  de  Bolivia;  pero  su  reputa- 
ción no  la  debe  á  la  poesía,  sino  á  su  Ensayo  sobre  la  historia  de 
Bolivia  (i),  y  á  sus  trabajos  de  codificador  y  estadista  (2). 

D.  Néstor  Galindo,  vate  sentimental  y  fúnebre  cuanto  incorrecto 
en  la  lengua  y  en  la  rima,  publicó  en  Cochabamba,  el  año  1856,  un 
volumen  de  jeremiadas,  al  cual  dio  el  título  bien  apropiado  de  Lá- 
grimas^ porque  realmente  es  una  inundación  de  ellas.  De  este  tomo 
hicieron  severa  disección  los  hermanos  Amunáteguis  en  su  Juicio 
Critico  (3),  y  no  hay  para  qué  volver  sobre  su  fallo. 

De  Galindo  son  estos  cuatro  disparatados  versos,  que  creemos 
oportuno  citar,  no  sólo  como  muestra  de  su  estilo,  sino  para  resti- 
tuirle en  justicia  la  paternidad  de  la  metáfora  que  en  ellos  se  con- 
tiene, y  que  con  siniestra  intención  se  ha  achacado  á  otros  ingenios 
de  más  alto  vuelo: 

Cansados  ya  los  palpitantes  miembros, 
Muerta  del  alma  la  ilusión  dichosa. 
Sus  alas  de  cristal^  de  oro  y  de  rosa 
Despliega  la  esperanza  cual  gacela  (4). 


(1)  Impreso  en  la  ciudad  de  Sucre,  1861,  imp.  de  Béeche. 

(2)  Vid.  Corona  fúnebre  del  boliviano  doctor  Manuel  José'  Cortés.  Potosí^ 
18Ó5,  Tipog.  Municipal.  Este  cuaderno  de  44  páginas  contiene  ocho  composi- 
ciones en  verso. 

(3j  Juicio  critico  de  algunos  poetas  hispano-aniericanos,  por  Miguel  Luis  y 
Gregorio  Víctor  Amunátegui.  Obra  premiada  eti  el  ceriatnen  abierto  por  la  Fa- 
cultad de  Filosofía  y  Humanidades  de  la  Universidad  de  Chile  el  año  de  iSsg. 
Santiago,  imprenta  del  Ferrocarril.,  1861,  págs.  317-328. 

(4)  Vid.  el  extenso  y  curioso  estudio  del  bibliófilo  boliviano  D.  Gabriel 
Rene  Moreno,  Biografía  de  Don  Néstor  Galindo,  en  La  Revista  de  Buenos 
Aires,  publicada  bajo  la  dirección  de  D.  Vicente  G.  Quesada  y  D.  Miguel  Na- 
varro Viola  (tom.  xvii,  Buenos  Aires,  1868,  págs.  321-339  y  496-547.) 

Nació  Galindo  en  Cochabamba,  en  23  de  Enero  de  1830.  Hizo  sus  estudios 
de  humanidades  en  el  colegio  Sucre  de  aquella  ciudad,  y  cuando  se  hallaba 
próximo  á  terminarlos  en  1848,  hubo  de  pasar  al  Perú,  acompañando  en  el 
destierro  á  su  padre  el  general  Galindo.  Después  de  una  corta  residencia  en 


286  CAPÍTULO    X 

Muy  pocos  nombres,  todavía  más  obscuros,  pueden  añadirse  á 
los  citados. 

El  magistrado  D.  Manuel  José  Tovar,  autor  de  un  poema  lírico- 
Lima,  y  otra  más  larga  en  el  puerto  de  Tacna,  donde  contrajo  una  pasión  amo- 
rosa que  ha  dejado  mucha  huella  en  sus  poesías,  pasó  á  Chile,  y  en  un  cole- 
gio particular  de  Valparaíso,  dirigido  por  un  Mr.  Perey,  se  perfeccionó  en  el 
conocimiento  de  algunos  idiomas  vivos,  entregándose  con  predilección  á  la 
lectura  de  los  escritores  románticos  franceses,  especialmente  de  Jorge  Sand. 
Á  fines  de  J851  regresó  á  su  patria,  en  cuyas  agitaciones  políticas  tomó 
bastante  parte,  á  pesar  de  su  carácter  melancólico  y  retraído;  siendo  deste- 
rrado en  1855  por  haber  publicado  un  canto  fúnebre  á  la  memoria  del  gene- 
ral Ballivian,  y  proscrito  en  1854  por  haber  tomado  parte  en  un  alzamiento 
militar  contra  la  administración  del  general  Belzú.  Entonces  compuso  su 
poema  El  Proscripto,  del  cual  sólo  se  conoce  un  fragmento  que  apareció  en  el 
Cóndor  de  Cochabamba,  3  de  Mayo  de  1856.  Tanto  en  este  periódico,  como 
en  la  Reforma  y  la  Patria  de  la  misma  ciudad,  en  la  Polémica  de  la  Paz,  en  el 
Siglo  de  Sucre,  y  en  otros  periódicos  y  folletos,  hay  bastantes  poesías  suyas 
posteriores  á  Lágrimas^  y  al  parecer  mejores  ó  menos  malas  que  las  de  aque- 
lla colección.  Cítanse  con  particular  elogio  unas  octavas  al  Pabellón  Bolivia- 
no, que  se  publicaron  anónimas  en  Cochabamba,  1857: 

¡Oh  mano  impía!  La  rasgada  enseña 
De  tantas  glorias,  y  victorias  tantas, 
Patriota  el  corazón,  noble  desdeña, 
Que  ya  no  es  digna  de  ocupar  las  plantas. 
Roto  jirón  que  nada  al  alma  enseña 
Ni  le  recuerda  sus  memorias  santas; 
No  es  pabellón,  ni  enseña,  ni  bandera, 
Ni  aun  divisa  de  imbéciles  siquiera... 

Quedó  inédita  su  obra  más  extensa,  La  Mujer,  poema  lírico  de  tres  mil 
seiscientos  versos  en  variedad  de  metros.  Los  fragmentos  que  hemos  visto  no 
pasan  de  una  medianía  muy  mediana. 

Tradujo  Galindo  el  Adiós  de  «Childe  Harold»,  y  otras  estancias  de  Byron, 
y  algunas  poesías  de  Víctor  Hugo,  como  Esperanza  en  Dios  y  (Dótide  está  la 
dicha? 

Fué  uno  de  los  fundadores  de  la  Revista  de  Cochabamba  (1852),  primera  de 
su  género  en  Bolivia.  Sólo  alcanzó  un  año,  y  forma  un  tomo  de  439  páginas, 
publicado  en  la  imprenta  de  La  Unión.  La  mayor  parte  de  los  artículos  ver- 
san sobre  navegación  fluvial,  legislación  civil,  agricultura,  enseñanza  é  histo- 
ria americana. 

Colaboradores  de  esta  Revista  fueron,  entre  otros,  D.  José  María  Santib;i- 
ñez,  autor  de  una  importante  Memoria  sobre  la  Instrucción  Pública  en  Bolivia 


SOLIVIA 


287 


descriptivo,  La  Creación  (i),  se  suicidó  en  1869.  No  conocemos  su 
poema,  pero  sí  versos  líricos  suyos,  generalmente  verbosos  é  insus- 
tanciales. Quizá  los  mejores  sean  los  que  dedicó  á  la  poetisa  ciega 

María  Josefa  Mujía: 

Canta,  paloma  escondida; 
No  llores,  no,  la  amargura; 
Que  si  no  ves  la  hermosura 
Ni  puedes  un  mundo  ver, 
Mil  mundos  resplandecientes 
Te  ofrece  la  fantasía... 
Allí  tienes  claro  un  día 
Y  miras  un  sol  nacer. 

Tienes  un  ancho  horizonte 
Para  ti  solo  extendido, 
De  noche  un  mar  encendido. 
Astros  que  el  mundo  no  ve; 
Praderas  inmensurables 
Que  tu  vista  interna  halagan. 
Perfumes  que  te  embriagan 
De  las  montañas  al  pie... 


De  esta  infeliz  señora,  á  quien  no  incluímos  en  nuestra  colección 
por  no  constarnos  que  haya  pasado  de  esta  vida,  pero  á  quien  su 
inmenso  infortunio  presta  de  todos  modos  la  majestad  solemne  de 
la  muerte,  hay  unos  sencillos  é  inspirados  versos,  que  quiero  poner 
aquí,  porque  en  su  forma  casi  infantil  tienen  más  intimidad  de  sen- 
timiento lírico  que  todo  lo  que  he  visto  del  Parnaso  boliviano: 

(Cochabamba,  1 851)  y  de  varios  opúsculos  sobre  cuestiones  de  límites  con 
Chile,  reformas  del  sistema  monetario  y  proyecto  de  una  ley  de  cammos; 
D.  Rigoberto  Torrico,  joven  profesor,  que  tradujo  (del  francés)  la  Historia 
Universal  á^]n2.xi  de  MüUer  (Cochabamba,  1852)  y  la  Filosofía  Elemental  de 
Damiron  (La  Paz,  1854),  á  la  cual  antepuso  un  prólogo  en  que  expone  sus 
principios  de  método  filosófico  (a);  D.  Benjamín  Blanco,  autor  de  una  leyenda 
en  variedad  de  metros.  La  venganza  de  una  mujer  (Cochabamba  1853)  y  de 
un  poemita  religioso,  María  concebida  sin  mancha,  impreso  en  la  misma  ciu- 
dad diez  años  después;  y  algunos  otros. 
(i)     Impreso  en  Sucre,  1863. 

(a)     Los  amigos  de  este  malogrado  jóvcr,  publicaron  en  1855  una  Corana  fúnebre  ú  su  memoria. 


288  CAPITULO    X 


EL     ÁRBOL     DE   LA     ESPERANZA 


Árbol  de  esperanza  hermoso, 
En  copa  y  ramas  frondoso 
Y  elevado  yo  te  vi: 
Ora  en  el  suelo  tendido, 
Destrozado  y  abatido 
Te  miro,  ¡triste  de  mí! 

Sin  hojas  y  sin  ramaje, 
Marchito  y  seco  el  ropaje 
De  tu  frescura  y  verdor; 
!Cuán  corta  tu  vida  ha  sido! 
Contigo  todo  he  perdido 
De  la  fortuna  al  rigor. 

En  tu  tronco  yo  apoyaba 
Mi  porvenir,  y  esperaba 
Recoger  tu  fruto  y  flor; 
Bajo  tu  sombra  solía 
Recrear  mi  fantasía 
•  Y  adormecer  mi  dolor. 

Siendo  de  edad  aún  temprana, 
En  tu  corteza  yo  ufana 
Catorce  letras  grabé; 
No  eran  dichas  ilusorias, 
Ni  de  amores  ni  de  glorias 
Las  palabras  que  tracé. 

Contigo  se  ha  derribado 
Todo  el  bien  imaginado 
Que  el  pensamiento  creó; 
Cual  exhalación  ligera, 
Toda  ilusión  hechicera 
Contigo  ya  se  extinguió- 
Era  tierna  tu  corteza, 
Tus  raíces  sin  firmeza, 
Débil  tu  tronco  también; 
Y  así  resistir  no  pudo 
Del  fuerte  huracán  sañudo 
El  recio  soplo  y  vaivén. 

Muerta  mi  dulce  esperanza, 
Todo  ha  sido  ya  mudanza 
De  la  dicha  á  la  aflicción; 
Sólo  viven  la  amargura, 
El  pesar  y  desventura 
Dentro  de  mi  corazón. 


SOLIVIA  289 

Figuran,  además,  en  las  antologías  americanas  de  Palma,  Cortés 
y  Lagomaggiore  (l),  como  poetas  de  Bolivia,  D.  Daniel  Calvo,  don 
Félix  Reyes  Ortiz,  D.  Luis  Pablo  Rosquellas  (músico  y  poeta  brasi- 
leño, pero  que  desde  su  infancia  reside  en  Bolivia  y  ha  escrito  siem- 
pre en  castellano),  Doña  Mercedes  Belzú  de  Dorado,  D.  Luis  Zalles, 
D.  Tomás  O'Cónnor  d'Arlach  y  D.  Benjamín  Lens.  Pero  no  tenien- 
do dato  acerca  de  la  muerte  de  estos  autores,  y  no  conociendo  sino 
muy  pequeña  parte  de  sus  obras,  no  me  aventuro  á  formular  juicio 
alguno  sobre  este  pequeño  grupo  poético  (2).  Quizá  algún  día,  ce- 
sando la  actual  incomunicación  literaria  entre  España  y  Bolivia,  po- 
drá ampliarse  este  estudio  con  las  noticias  que  ahora  se  echan  de 
menos  (3). 

(i)  América  Literaria.  Producciones  selectas  eíi  prosa  y  verso,  coleccionadas  y 
editadas  por  Francisco  Lagomaggiore.  ^w^xío?,  Aires,  1883. — Hasta  el  presente 
no  he  podido  proporcionarme  la  segunda  edición,  que  al  parecer  es  obra 
completamente  nueva  y  riquísima  de  datos. 

(2)  D,  Daniel  Calvo,  ministro  que  fué  de  Instrucción  pública  en  Bolivia, 
es  autor  de  dos  tomos  de  poesías  {Melancolías,  185 1 — Rimas,  1871)  y  de  una 
leyenda  Ana  Dorset  (1859). 

D.  Félix  Reyes  Ortiz,  además  de  sus  poesías,  ha  publicado  varios  libros  de 
texto,  entre  ellos  uno  de  Ortología,  Prosodia  y  Métrica,  y  una  introducción 
al  Estudio  del  Derecho. 

Doña  Mercedes  Belzú  de  Dorado,  hija  del  desgraciado  general  Belzú,  Pre- 
sidente de  Bolivia,  y  de  la  afamada  novelista  argentina  Doña  Juana  Manuela 
Gorriti,  reside  ó  residía  en  Arequipa,  y  además  de  sus  poesías  originales  ha 
hecho  algunas  traducciones  de  Víctor  Hugo,  Lamartine  y  Shakespeare. 

Luis  Zalles  se  ha  distinguido  principalmente  por  sus  versos  festivos  y 
sátiras  políticas. 

De  Benjamín  Lens  hay  un  volumen  publicado  en  1861  con  el  título  de 
Flores  de  zm  día,  y  cinco  piezas  dramáticas:  Amor,  Celos  y  Venganza,  El  Hijo 
Natural,  Borrascas  del  Corazón,  La  Mejicana  y  El  Guante  Negro. 

(3)  Para  los  autores  de  fecha  más  reciente,  debe  consultarse  la  Attiología 
Boliviana,  de  D.  Fermín  Rojas  é  hijo.  Sólo  hemos  visto  el  tomo  primero,  de- 
dicado enteramente  á  los  escritores  cochabambinos  (Cochabamba,  1906),  con 
retratos  de  los  autores  y  un  prólogo  de  D.  Arturo  Oblitas. 

Esta  Antología  comprende  prosistas  y  poetas.  Los  que  figuran  en  este  pri- 
mer tomo,  D.  Mariano  Baptista,  D.  Benjamín  Blanco,  D.  Florián  Zambrana, 
D.  Félix  A.  del  Granado,  D.  Julio  Rodríguez,  D.  Adrián  Pereira,  D.  Eufronio 
Viscarra,  D.  Demetrio  Canelas,  D.  Luis  F.  Guzmán,  D.^  Adela  Zamudio,  don 


ago  CAPITULO  x 

José  Mendoza,  D.  José  Aguirre  Achá,  D.  Pablo  y  D.  Manuel  Céspedes,  D.  Ma- 
nuel Paz  Arauco,  viven  todos,  ó  vivían  cuando  el  libro  se  publicó,  y  algunos 
de  ellos  son  muy  jóvenes. 

Los  editores  prometen  otros  cinco  tomos,  el  segundo  dedicado  todavía  á 
los  autores  de  Cochabamba,  el  tercero  á  los  de  Sucre,  el  cuarto  á  los  de  la 
Paz,  el  quinto  á  los  de  Oruro  y  Potosí,  y  el  sexto  á  los  de  Tarija,  Santa  Cruz 
y  el  Beni. 


XI 


CHILE 


La  raza  indígena,  que  tan  escasa  ó  nula  influencia  ha  ejercido  en 
la  literatura  hispano-americana,  tiene,  no  obstante,  en  la  colonial  de 
Chile  una  acción  indirecta  tan  poderosa,  que  decide  del  género  y 
asunto  de  la  mayor  parte  de  las  producciones  en  prosa  y  en  verso 
que  allí  durante  dos  siglos  se  compusieron.  Aquella  estrecha  faja  de 
litoral,  árido  y  pedregoso,  que  no  podía  excitar  ni  la  codicia  ni  la 
imaginación  de  los  aventureros,  costó  más  para  su  conquista  y  con- 
servación que  todo  el  resto  del  continente  americano,  y  aun  hubo 
parte  de  ella  que  nunca  fué  enteramente  domeñada.  Una  tribu  de 
bárbaros  heroicos  gastó  allí  los  aceros  y  la  paciencia  de  los  conquis- 
tadores, y  manteniendo  el  país  en  estado  de  perpetua  guerra,  deter- 
minó la  peculiar  fisonomía  austera  y  viril  de  aquella  colonia,  á  la  vez 
que  ofrecía  un  tema  casi  inagotable  á  los  primeros  ensayos  de  sus 
ingenios.  Toda  la  primitiva  literatura  de  Chile,  así  en  los  poetas 
como  en  los  historiadores  y  los  arbitristas,  no  existe  más  que  por  la 
guerra  de  Arauco,  y  no  habla  más  que  de  los  araucanos.  Si  aquellos 
bárbaros  no  escribían  versos  ni  componían  historias,  y  sólo  conocían 
la  poesía  y  la  elocuencia  en  sus  formas  más  rudas  y  elementales,  daban 
á  lo  menos  continua  ocasión,  con  las  hazañas  de  su  increíble  resis- 
tencia, á  que  se  multiplicasen  los  poemas  y  las  historias  de  que  ellos 
venían  á  ser  héroes  sin  saberlo.  Así  se  formó  en  tiempos  plenamen- 
te históricos  una  literatura  de  temple  muy  épico,  que  contrasta  con 
el  carácter  patriarcal  y  algo  caserq  que  las  letras  coloniales  ofrecían 
por  lo  general  en  los  pacíficos  emporios  de  México  y  Lima,  ó  en  las 
escondidas  metrópolis  de  Quito  y  Santa  Fe.  Y  aun  en  cierto  sentido 


292  CAPITULO   XI 

puede  decirse  con  D.  Andrés  Bello  que  «Chile  es  el  único  de  los 
pueblos  modernos  cuya  fundación  ha  sido  inmortalizada  por  un 
poema  épico».  Ni  hay  tampoco  literatura  del  Nuevo  Mundo  que 
tenga  tan  noble  principio  como  la  de  Chile,  la  cual  empieza  nada 
menos  que  con  La  Araucana^  obra  de  ingenio  español,  ciertamente, 
pero  tan  ligada  con  el  suelo  que  su  autor  pisó  como  conquistador, 
y  con  las  gentes  que  allí  venció,  admiró  y  compadeció  á  «n  tiem- 
po, que  sería  grave  omisión  dejar  de  saludar  de  paso  la  noble  figu- 
ra de  Ercilla,  mucho  más  cuando  su  poema  sirvió  de  tipo  á  todos  los 
de  materia  histórica,  compuestos  en  América,  ó  sobre  América,  du- 
rante la  época  colonial. 

Larga  y  vanamente  se  ha  disputado  sobre  si  tal  obra  cabe  ó  no 
dentro  de  la  antigua  categoría  épica.  Ante  las  modernas  doctrinas 
sobre  la  epopeya,  tal  cuestión  carece  hasta  de  sentido.  Ni  La  Arau- 
cana ni  otro  ningún  poema  moderno,  ni,  entre  los  antiguos,  la 
Eneida  misma,  tienen  nada  que  ver  con  un  género  primitivo,  imper- 
sonal, propio  de  las  edades  heroicas  y  de  las  civilizaciones  incipien- 
tes, como  es  la  genuina  epopeya.  Tan  imposible  es  producirla  á  sa- 
biendas y  tan  ridículo  intentarlo,  como  sería  crear  una  mitología 
nueva  ó  inventar  una  nueva  lengua.  La  epopeya  pertenece  al  género 
de  las  creaciones  espontáneas  del  espíritu  humano,  y  las  fuerzas  que 
la  engendraron  no  existen  ya,  ó  están  latentes,  hasta  que  en  un  me- 
dio social  adecuado,  que  el  volver  de  los  tiempos  puede  traer  con- 
sigo, como  le  trajo  en  la  Edad  Media,  logren  manifestarse  de  nuevo. 

Así,  por  ejemplo,  muchos  siglos  después  de  haber  muerto  la  epo- 
peya clásica  (sustituida  por  las  exquisitas  imitaciones  literarias  de 
Apolonio  ó  de  Virgilio),  los  ignorados  cantores  del  Rolando^  del  Mió 
Cid  y  de  Los  Nibehmgos^  pudieron  ser  tan  épicos  como  los  rapso- 
das homéricos,  sin  conocerlos  ni  enlazarse  con  su  tradición  en  modo 
alguno. 

En  este  concepto,  hoy  universalmente  aceptado,  claro  es  que  Er- 
cilla no  merece  rigurosamente  el  nombre  de  épico,  pero  tampoco 
puede  decirse  que  lo  sean  Camoens,  ni  el  Ariosto,  ni  el  Tasso,  ni 
Milton,  La  obra  de  cada  cual  de  ellos  constituye  un  nuevo  tipo  poéti- 
co, que  tiene  su  propio  é  individual  valor,  independiente  en  todo 
del  de  la  antigua  epopeya,  por  más  que  quisieran  remedarla  á  veces, 


CHILE  293 

aunque  nunca  de  un  modo  tan  sistemático  como  Virgilio  lo  intentó 
respecto  de  Homero.  La  originalidad  y  la  riqueza  de  la  gran  poesía 
del  Renacimiento  son  en  esta  parte  visibles  é  innegables.  ¿Por  dónde 
puede  encajar  en  el  molde  antiguo  un  poema  como  el  Orlando  Fu- 
rioso, que  no  tiene  principio  ni  fin,  ni  acción  principal;  que  empieza 
por  ser  continuación  de  otro  larguísimo  poema,  y  que  acaba  dejan- 
do abierta  la  puerta  á  todas  las  continuaciones  que  puedan  discu- 
rrirse y  que,  en  efecto,  se  discurrieron?  Y  sin  embargo,  aquella  in- 
mensa novela  en  verso,  en  que  la  materia  épica  de  los  tiempos  ca- 
ballerescos aparece  remozada  por  la  más  suave  y  penetrante  malicia, 
y  transformada  por  la  invasión  del  naturalismo  clásico,  no  deja  de 
ser  una  de  las  obras  más  deleitables  del  ingenio  humano,  á  la  vez  que 
el  dechado  de  un  género  nuevo,  que  no  es  la  parodia  prosaica,  sino 
el  poema  fantástico-irónico,  en  que  la  imaginación,  libre  de  toda 
traba,  se  deleita  con  lo  mismo  de  que  parece  burlarse.  Por  el  con- 
trario, el  alma  grande  y  melancólica  del  Tasso  escribió  el  testamen- 
to de  la  caballería  en  un  poema  que  de  histórico  apenas  tiene  más 
que  el  nombre  y  la  apariencia,  pero  que  vagamente  respondía  á  as- 
piraciones de  todo  el  mundo  cristiano  en  el  siglo  xvi.  Fué  en  Italia 
el  poeta  del  segundo  Renacimiento,  como  Milton  en  Inglaterra; 
Tasso  con  el  espíritu  de  la  reacción  católica,  Milton  con  el  espíritu 
de  la  reacción  puritana.  Al  procurar  encerrar  dentro  del  molde  de 
la  regularidad  virgiliana,  el  uno  la  desordenada  eflorescencia  de  la 
poesía  novelesca,  el  otro  la  grandeza  bíblica  desfigurada  por  las  es- 
pinas de  la  controversia  teológica,  creaban  en  realidad  géneros  nue- 
vos, que  conservaron  vida  hasta  los  tiempos  de  Chateaubriand  y  de 
Klopstock. 

El  lauro  de  la  renovación  de  la  poesía  histórica  correspondió  en 
■el  siglo  XVI  á  los  peninsulares,  á  los  españoles,  en  la  más  lata  y  tra- 
dicional acepción  de  la  frase.  No  con  frías  composiciones  de  escuela 
como  la  Italia  Liberata,  del  Trissino,  sino  con  obras  vivas  y  llenas 
del  alma  de  la  patria,  dieron  simultánea  expresión  Ercilla  y  Ca- 
móens,  aunque  por  caminos  diversos,  y  con  méritos  desiguales,  á  la 
poesía  de  las  navegaciones,  de  los  descubrimientos  y  de  las  conquis- 
tas ultramarinas,  trayendo  al  arte  nuevos  cielos,  nuevas  tierras,  gen- 
íes  bárbaras,  costumbres  exóticas,  hazañas  y  atrocidades  increíbles. 


294  CAPITULO    XI 

Un  Nuevo  Mundo  se  abrió  para  el  arte,  casi  un  siglo  después  de  ha- 
berse abierto  para  el  arrojo  y  esfuerzo  del  pueblo  ibérico.  Camoens 
tuvo  todas  las  ventajas  del  argumento,  aparte  de  su  propio  genio> 
superior  sin  duda,  aunque  no  en  todo  y  por  todo,  al  de  su  contem- 
poráneo. Cantó  empresa  grande,  extraordinaria  y  magnífica,  capi- 
tal en  la  historia  de  la  humanidad,  brillante  en  todos  sus  accesorios^ 
aventura  inaudita  de  un  pueblo  exiguo,  lograda  contra  las  iras  del 
mar  tenebroso,  contra  la  potencia  enorme,  aunque  caduca,  de  civi- 
lizaciones vetustísimas,  no  entre  tribus  salvajes  y  medio  desnudas, 
sino  en  el  país  de  los  aromas  y  de  las  especerías,  en  el  Oriente  mis- 
terioso y  sagrado,  en  los  emporios  de  la  Persia  y  de  la  India.  Ercilla, 
por  el  contrario,  de  todo  el  grandioso  cuadro  de  la  conquista  del 
Nuevo  Mundo,  no  escogió  por  materia  de  su  canto  ni  la  épica  ruina 
de  la  Ilion  de  los  lagos,  ni  el  ocaso  del  sol  de  los  Incas,  sino  la  con- 
quista, en  realidad  frustrada,  de  «veinte  leguas  de  término,  sin  pue- 
blo formado,  ni  muro  ni  casa  fuerte  para  su  reparo»,  habitada  por 
bárbaros  sin  nombre  ni  historia,  hasta  que  él  vino  á  darles  la  inmor- 
talidad en  sus  versos. 

Ni  paran  en  esto  las  ventajas  de  Camoens  y  las  desventajas  de 
Ercilla.  El  primero  acertó  á  condensar  en  un  poema  que  tiene  algo 
de  cíclico,  toda  la  historia  real  y  fabulosa  de  su  país,  agrupándola 
con  mucho  arte  en  torno  del  hecho  sobrehumano  que  constituye 
la  más  espléndida  corona  del  pueblo  portugués,  y  tras  del  cual  em- 
pieza su  irremediable  decadencia.  Ercilla  se  limitó  á  convertir  en 
materia  poética  la  exigua  materia  histórica  con  que  le  brindaba, 
su  argumento,  y  si  alguna  vez  hizo  excursiones  fuera  de  ella,  aun 
éstas  tuvieron  carácter  de  actualidad  contemporánea,  como  las  des- 
cripciones de  las  batallas  de  San  Quintín  y  Lepanto,  débilmente 
enlazadas,  por  lo  demás,  con  su  narración,  aunque  de  tanto  precio 
consideradas  en  sí  mismas,  que  pasma  la  omisión  que  de  ellas  se 
ha  hecho  en  una  reciente  edición  chilena  de  La  Araucana,  que,  sin 
embargo,  merece  estimación  por  lo  correcto  de  su  texto  y  por  sus 
ilustraciones  históricas.  Si  un  espíritu  adverso  á  España  ha  dictado 
estas  mutilaciones,  razón  sobrada  tendría  para  indignarse  de  ellas 
la  sombra  del  poeta  y  fiel  soldado  de  Felipe  II,  que  no  podía  me- 
nos de  sentir  y  pensar  como  pensaban  y  sentían  todos  los  españoles 


CHILE  295 

del  siglo  XVI,  y  piensan  aún  todos  los  que  no  han  renegado  de  su 
casta  (i). 

De  esta  penuria  á  que  voluntariamente  se  condenó  el  poeta  por 
la  limitación  del  tema  escogido ,  nace  también  la  monotonía  de  las 
escenas  que  describe,  bélicas  todas,  y  del  mismo  género  de  guerra. 


'T  (i)  Alúdese  aquí  á  la  «edición  para  uso  de  los  chilenos,  con  noticias  his- 
tóricas, biográficas  i  etimológicas  puestas  por  Abraham  Kónig  (Santiago  de 
Chile,  imprenta  Cervantes,  1888)».  Los  treinta  y  siete  cantos  han  quedado  re- 
ducidos á  treinta  y  dos,  y  el  editor  lo  alega  como  mérito:  «Ningún  lector  chi- 
leno se  quejará  de  estas  omisiones,  que  contribuyen  á  dar  unidad  é  interés  á 
la  acción  desarrollada  en  el  poema.  Eliminando  lo  que  es  inconducente,  se 
consigue  además  otro  propósito,  que  he  tenido  e7t  vista  desde  el  primer  mo- 
mento: hacer  de  La  Araucana  un  libro  exclusivamente  chileno.  Las  supresiones 
enunciadas  no  amenguan  su  mérito  histórico  ó  literario.  La  parte  útil  y  bella 
se  ocupa  de  Chile,  lo  demás  es  mediocre  i  accesorio».  (Pág.  ix.) 

El  mismo  espíritu  domina  en  la  corta  biografía  del  poeta,  que  da  el  señor 
Kónig.  Como  tantos  otros,  toma  al  pie  de  la  letra  las  lamentaciones  con  que 
el  poema  termina: 

Que  el  disfavor  cobarde  que  me  tiene 
Arrinconado  en  la  miseria  suma.., 

é  infiere  de  ellas  que  el  poeta  había  incurrido  en  el  disfavor  de  Felipe  II  y 
que  España  le  dejó  morir  en  el  abandono  y  en  la  pobreza  más  abatida. 

¡Singular  pobreza  era  la  suya,  en  efecto!  De  su  testamento  resulta  que  en 
1594,  al  tiempo  de  morir,  tenía  á  su  servicio  doce  personas:  un  paje,  seis  cria- 
dos, un  repostero,  un  mozo  de  plaza,  un  lacayo,  una  dueña  y  su  hija,  á  los  cua- 
les deja  cuatrocientos  sesenta  y  dos  ducados  y  dos  mil  trescientos  sesenta 
reales,  sin  contar  varios  donativos  en  especie.  A  sus  sobrinos  deja  legados 
por  valor  de  más  de  cinco  mil  ducados,  además  de  rentas  vitalicias.  No  se 
sabe  á  cuánto  ascendía  el  fondo  principal  de  su  fortuna,  del  cual  quedó  su 
mujer  por  heredera  universal;  pero  todavía  hay  que  añadir  á  él  varias  man- 
das piadosas  de  mucha  cuantía,  especialmente  una  de  diez  mil  ducados  para 
ayudar  á  la  fundación  del  convento  de  Carmelitas  descalzas  de  Ocaña,  donde 
él  y  su  viuda  debían  recibir  cristiana  sepultura.  Por  cierto  que  el  Sr.  Ferrer 
del  Río,  que  fué  el  primero  que  publicó  estas  noticias  en  la  edición  acadé- 
mica de  La  Araucana  (tomo  11,  pág.  455  y  siguientes),  es  de  los  más  imperté- 
rritos en  afirmar  que  «alguna  poderosa  enemistad  embarazaba  los  adelantos 
de  Ercilla,  y  de  juro  no  era  otra  que  la  de  D.  García  Hurtado  de  Mendoza, 
hijo  del  Marqués  de  Caiiete».  De  este  modo  entienden  y  aprovechan  algunos 
historiadores  los  mismos  documentos  que  publican. 

Meníndez  y  PbIiAYO. — Poesía  his^ano-atnericana.  II,  19 


2g6  CAPITULO    XI 

No  hay  en  La  Araucana  ni  una  Inés  de  Castro,  ni  un  Magricio,  ni 
un  Adamastor,  ni  una  isla  de  los  Amores,  que  vengan  á  recrear  la 
fantasía  con  más  apacibles  paisajes  ó  más  dulces  afectos.  Allí  rueda 
sólo  el  carro  de  Marte,  con  el  mismo  son  duro  y  estridente,  durante 
treinta  y  siete  larguísimos  cantos.  Las  sombras  de  Tegú'aída,  de 
Glaura,  de  Fresia,  de  Guacolda,  pasan  rapidísimas,  y  siempre  mez- 
cladas al  fragor  del  combate  y  envueltas  en  el  cálido  vapor  de  la 
sangre.  La  naturaleza  está  descrita  alguna  vez,  sentida  casrriüñda, 
salvo  en  el  idilio  de  la  tierra  austral  y  del  archipiélago  de  Chiloe. 
Las  indicaciones  topográficas  de  Ercilla  son  de  una  precisión  y  de 
un  rigor  matemáticos,  al  decir  de  los  historiadores  y  geógrafos  chi- 
lenos; pero  no  son  gráficas,  ni  representan  nada  á  la  imagina- 
ción (l). 


(i)  La  inferioridad  de  Ercilla  en  esta  parte,  no  procede,  en  mi  sentir,  de 
que  le  faltasen  condiciones  de  paisajista,  sino  de  la  poca  importancia  que  en 
su  tiempo  se  daba  á  lo  que  luego  se  llamó  «color  local».  «Nada  hace  suponer 
en  toda  la  epopeya  de  La  Araucaiia  (dice  Alejandro  de  Humboldt)  que  el 
poeta  haya  observado  de  cerca  la  naturaleza.  Los  volcanes  cubiertos  de  eter- 
na nieve;  los  valles  abrasadores  á  pesar  de  las  sombras  de  los  bosques;  los 
brazos  de  mar  que  avanzan  tanto  en  la  tierra,  apenas  le  inspiran  nada  que 
forme  imagen.»  [Cosmos,  trad.  de  Galusky,  Paris,  1855,  tomo  11,  pág.  68.) 

Es  cierto  que  falta  en  las  descripciones  geográficas  de  Ercilla  la  curiosidad 
analítica,  que  luego  mostraron  otros  poetas  menos  genialmente  dotados  que 
él.  Al  cabo,  este  arte  ó  artificio  puede  aprenderse.  Pero  lo  que  es  ingénito  y 
V  revela  una  organización  poética  privilegiada,  es  el  instinto  de  asociar  la  natu- 
aleza  á  la  vida  humana,  no  como  espectadora  muda,  sino  interviniendo,  por 
decirlo  así,  en  el  conflicto  épico.  Este  paralelismo  está  magistralmente  sos- 
tenido en  las  varias  descripciones  del  amanecer  y  del  anochecer  que  hay  en 
el  admirable  canto  segundo  (La  prueba  del  tronco): 


V 


Ya  la  rosada  Aurora  comenzaba 
Las  nubes  á  bordar  de  mil  labores, 
Y  á  la  usada  labranza  despertaba 
La  miserable  gente  y  labradores; 
Ya  á  los  marchitos  campos  restauraba 
La  frescura  perdida  y  sus  colores, 
Aclarando  aquel  valle  la  luz  nueva, 
Cuando  Caupolicán  viene  á  la  prueba. 

Con  un  desdén  y  muestra  confiada, 
Asiendo  del  troncón  duro  y  ñudoso, 
Como  si  fuera  vara  delicada, 


CHILE  297 

¿Osaré  decir  que  con  todas  estas  razones  de  inferioridad,  todavía 
en  la  narración  de  Ercilla,  lenta,  pausada,  rica  de  pormenores  ex- 
presivos, ingenua,  y  aun  trivial  á  veces,  pero  grandiosa  por  la  sen- 
cillez misma  con  que  el  autor  se  entrega  á  los  altos  y  bajos  de  su 
argumento,  sin  pretender  alterar  sus  proporciones  ni  realzarle  con 


Se  le  pone  en  el  hombro  poderoso. 
La  gente  enmudeció,  maravillada 
De  ver  el  fuerte  cuerpo  tan  nervoso; 
La  color  á  Lincoya  se  le  muda, 
Poniendo  en  su  vitoria  mucha  duda. 
El  bárbaro  sagaz  despacio  andaba, 

Y  á  toda  prisa  entraba  el  claro  día; 
El  sol  las  largas  sombras  acortaba, 
Más  él  nunca  decrece  en  su  porfía: 
Al  ocaso  la  luz  se  retiraba, 

Ni  por  esto  flaqueza  en  él  había; 
Las  estrellas  se  muestran  claramente, 

Y  no  muestra  cansancio  aquel  valiente. 
Salió  la  clara  luna  á  ver  la  fiesta, 

Del  tenebroso  albergue  húmido  y  frío, 
Desocupando  el  campo  y  la  floresta 
De  un  negro  velo  lóbrego  y  sombrío... 

Por  entre  dos  altísimos  ejidos 
La  esposa  de  Tilón  ya  parecía, 
Los  dorados  cabellos'esparcidos, 
Que  de  la  fresca  helada  sacudía, 
Con  que  á  los  mustios  prados  florecidos 
Con  el  húmido  humor  reverdecía, 

Y  quedaba  engastado  así  en  las  flores. 
Cual  perlas  entre  piedras  de  colores. 

El  carro  de  Faetón  sale  corriendo 
Del  mar  por  el  camino  acostumbrado: 
Las  sombras  van  los  montes  recogiendo 
De  la  vista  del  sol:  y  el  esforzado 
Varón,  el  grave  peso  sosteniendo, 
Acá  y  allá  se  mueve  no  cansado; 
Aunque  otra  vez  la  negra  sombra  espesa 
Tornaba  á  parecer,  corriendo  á  priesa. 

La  luna  su  salida  provechosa 
Por  un  espacio  largo  dilataba: 
Al  fin  turbia,  encendida  y  perezosa, 
De  rostro  y  luz  escasa  se  mostraba: 
Paróse  al  medio  curso  más  hermosa 
A  ver  la  extraña  prueba  en  que  paraba; 

Y  viéndola  en  el  punto  y  ser  primero, 
Se  derribó  en  el  ártico  hemisfero... 

Era  salido  el  sol  cuando  el  enorme 
Peso  de  las  espaldas  despedía, 

Y  un  salto  dio  en  lanzándole  disforme. 
Mostrando  que  aún  más  ánimo  tenía... 


2g8  CAPÍTULO   XI 

artificios  literarios,  encuentro  una  plena  objetividad ,  una  evidencia 
humana,  una  vena  épica  abundante  y  majestuosa,  que  no  descubro 
en  la  rápida  y  brillante  ejecución  de  Os  Ltisiadas,  que  parecen  una 
fantasía  lírica  sobre  motivos  épicos,  ó  más  bien  una  galería  de  cua- 
dros históricos  que  van  pasando  con  la  misma  rapidez  que  las  vistas 
de  un  estereoscopio?  La  lectura  del  poema  de  Camoens  es  tan  fácil 
y  amena,  como  dura  y  penosa  la  de  La  Araucana;  pero  la  impre- 
sión poética  que  esta  última  deja,  gana  en  intensidad  lo  que  pierde 
en  variedad  y  extensión.  No  hay  poema  moderno  que  contenga 
tantos  elementos  genuinamente  homéricos  como  La  Araucana,  y  no 
por  imitación  directa,  puesto  que  Ercilla,  cuando  imita  deliberada- 
mente á  alguien,  es  al  Ariosto,  ó  á  Virgilio,  ó  á  Lucano  (l),  sino  por 

(i)  Del  primero  nada  pudo  tomar  en  cuanto  al  fondo,  puesto  que  desde 
el  primer  verso  hizo  profesión  de  contraponer  su  materia  épica  á  la  que  el 
poeta  ferrares  había  cantado: 

No  las  damas,  Amor,  no  gentileza 
De  caballeros  canto  enamorados, 
Ni  las  muestras,  regalos  y  ternezas 
De  amorosos  afectos  y  cuidados... 


Le  doniie,  i  cavalier,  l'arjita,  gli  amori, 
Le  cortesie,  V andad  impresa  io  canto. 


Más  adelante  mitigó  algo  este  rigor,  á  lo  menos  en  teoría  {Canto  xv): 

íQué  cosa  puede  haber  sin  amor  buena? 
íQué  verso  sin  amor  dará  contento? 
¿Dónde  jamás  se  ha  visto  rica  vena 
Que  no  tenga  de  amor  el  nacimiento? 
No  se  puede  llamar  materia  llena, 
La  que  de  amor  no  tiene  el  fundamento; 
Los  contentos,  los  gustos,  los  cuidados, 
Son,  si  no  son  de  amor,  como  pintados. 

Amor  de  un  juicio  rústico  y  grosero 
Rompe  la  dura  y  áspera  corteza; 
Produce  ingenio  y  gusto  verdadero, 
Y  pone  cualquier  cosa  en  más  fineza. 
Dante,  Ariosto,  Petrarca  y  el  ibero  (a) 
Amor  los  trujo  á  tanta  delgadeza; 
Que  la  lengua  más  rica  y  más  copiosa, 
Si  no  trata  de  amor,  es  disgustosa. 

Pero  su  temperamento  poético  era  tan  diverso  del  de  Ariosto,  que  sólo  han 
podido   encontrarse  en  pasajeras  coincidencias,  alguna  comparación,  algún 

(a)     Probablemente  Garcilaso. 


CHILE  299 


especial  privilegio,  debido  en  parte  á  la  índole  candorosa  y  sincera 
del  poeta,  que  era  él  propio  un  personaje  épico,  sin  darse  cuenta  de 
ello,  y  vivía  dentro  de  la  misma  realidad  que  idealizaba;  y  en  parte 
á  la  novedad  de  las  costumbres  bárbaras  que  él  describe  y  que  no 
podían  menos  de  tener  intrínseco  parentesco  con  las  de  las  edades 
heroicas.  No  sabemos  á  punto  fijo  si  fué  invención  de  Ercilla  la 
prueba  del  tronco;  pero  toda  la  parte  del  canto  segundo  en  que 
esto  se  describe  es  tan  épica,  que  parece  imposible  que  haya  nacido 
de  la  fantasía  de  un  poeta  culto.  Y  como  este  pasaje  hay  otros  mu- 
chos: casi  todo  lo  que  se  refiere  á  los  araucanos.  Ercilla  pudo  ador- 
narlos, y  los  adornó,  seguramente,  con  dotes  y  sentimientos  mora- 


rasgo  descriptivo.  Fué,  sin  embargo,  el  poeta  moderno  que  más  leyó,  y  el 
que  más  pudo  servirle  para  aprender  el  mecanismo  de  la  octava.  Pero  le  fal- 
taban precisamente  las  condiciones  que  en  el  Ariosto  sobresalen:  facilidad,  li- 
gereza, gracia. 

Contra  lo  que  generalmente  se  cree  y  afirma,  Ercilla  imitó  mucho  más  á 
los  poetas  latinos  que  á  los  italianos,  como  ha  notado  perfectamente  Duca- 
min.  Es  cierto  que  rechaza  la  versión  virgiliana  del  episodio  de  Dido,  para 
sustituirla  con  otra  no  menos  fabulosa,  que  no  necesitó  buscar  en  Justino  ni 
en  la  Crónica  general,  puesto  que  se  encuentra  en  otras  muchas  partes,  espe- 
cialmente en  el  capítulo  lx  de  las  Genealogice.  deorum  de  Boccaccio,  que  Ercilla 
parece  haber  tenido  muy  presentes,  lo  mismo  que  el  Trionfo  della  castita  del 
Petrarca.  Pero  en  la  descripción  de  los  juegos  (canto  x),  en  la  de  la  tempestad 
(cantos  XV  y  xvi),  en  el  alarde  y  muestra  general  del  ejército  araucano  (can- 
to xxi),  es  imposible  dejar  de  reconocer  al  joven  humanista,  versado  en  la 
lectura  de  la  Eneida  y  que  la  imita  libre,  no  servilmente.  A  quien  no  sólo 
imita  sino  que  traduce  al  pie  de  la  letra  (caso  raro  ó  más  bien  único  en  él), 
es  al  cordobés  Lucano,  y  precisamente  en  un  episodio  que  desde  antiguo 
había  entrado  en  la  poesía  castellana  por  docta  industria  de  Juan  de  Mena,  á 
quien  no  creo  que  resulte  superior  Ercilla  en  este  lugar.  La  enumeración  de 
las  maravillas  que  tenía  en  su  cueva  el  mágico  Fitón  {Araucana,  canto  xxiii), 
reproduce  punto  por  punto  el  hórrido  inventario  de  la  hechicera  de  Tesalia 
(Phars.,  VI,  vers.  642  y  siguientes,  combinado  con  algunos  versos  del  libro  ix), 
aunque  sin  el  cuadro  de  necroma)icia,  que  le  da  fantástico  y  siniestro  comple- 
mento en  el  poeta  hispano-latino.  Ducamin  ha  hecho  el  cotejo,  y  en  su  edi- 
ción puede  verse.  No  encuentro  justificada  la  observación  del  mismo  crítico 
respecto  del  posible  parentesco  entre  las  heroínas  de  las  tragedias  de  Séneca 
y  las  Tegualdas  y  Glauras  de  I,a  Araucana,  aun  reconociendo  que  abusan  de 
las  sentencias  sutiles  y  de  las  declamaciones  oratorias. 


300  CAPITULO    XI 

les  impropios  del  grado  de  civilización  que  su  raza  había  alcanzado, 
pero  sin  los  cuales  no  hubieran  servido  para  la  poesía:  pudo  inven- 
tar, é  inventó  de  cierto,  si  no  los  nombres  de  algunos  caciques,  las 
cualidades  distintivas  que  les  asigna;  pero  aun  en  esto  procedió  con 
tanta  habilidad  ó  con  tan  buen  instinto ,  .y  sobre  todo  con  alma  tan 
épica,  que  lo  inventado  se  confunde  en  él  con  lo  verdadero,  á  tal 
punto  que  La  Araucana  ha  estado  pasando  por  una  crónica  hasta 
nuestros  tiempos,  y  hoy  mismo  que  la  historia  de  Chile  está  tan 
explorada  por  la  diligencia  de  sus  hijos  con  ayuda  de  Otros  docu- 
mentos más  positivos  y  prosaicos,  es  todavía  un  problema  el  deter- 
minar dónde  empieza  la  ficción  y  dónde  acaba  la  realidad,  sin  que 
el  conjunto  del  libro  deje  de  ser  estimado  por  verídico,  aun  por  los 
que  dudan  de  aquellas  circunstancias  que  sólo  en  Ercilla  constan. 
Tres  cosas  hay,  capitales  todas,  en  que  Ercilla  no  cede  á  ningún 
otro  narrador  poético  de  los  tiempos  modernos:  la  creación  de  carac- 
teres (entendiendo  por  tales  los  de  los  indios  (l),  pues  sabido  es  que 

(i)  Ercilla  no  olvida  en  sus  descripciones,  así  colectivas  como  individua- 
les, el  influjo  recíproco  de  lo  físico  y  lo  moral,  y  parece  que  adivina  ó  pre- 
siente algo  de  lo  que  hoy  llamamos  psicología  étnica.  La  pintura  del  primiti- 
vo pueblo  araucano,  los  retratos  de  los  principales  caudillos,  Tucapel,  Lau- 
taro, Rengo,  Orompello  y  sobre  todo  Caupolicán,  indican  esta  tendencia,  que 
se  conforma  muy  bien  con  la  índole  realista  del  poeta: 

Son  de  gesto  robusto,  desbarbados, 
Bien  formados  los  cuerpos  y  crecidos, 
Espaldas  grandes,  pechos  levantados. 
Recios  miembros,  de  niervos  bien  fornidos; 
Ágiles,  desenvueltos,  atrevidos. 
Duros  en  el  trabajo,  y  sufridores 
De  fríos  mortales,  hambres  y  calores. 

No  ha  habido  rey  jamás  que  sujetase 
Esta  soberbia  gente  libertada. 
Ni  extranjera  nación  que  se  jactase 
De  haber  dado  en  sus  términos  pisada; 
Ni  comarcana  tierra  que  se  osase 
Mover  en  contra  y  levantar  espada: 
Siempre  fué  exenta,  indómita,  temida. 
De  leyes  libre  y  de  cerviz  erguida. 

{Canto  I.) 

Era  este  noble  mozo  de  alto  hecho. 
Varón  de  autoridad,  grave  y  severo, 
Amigo  de  guardar  todo  derecho, 
Áspero,  riguroso,  justiciero; 


CHILE  30^ 

los  españoles  no  tienen  en  sus  versos  fisonomía  propia,  y  el  mismo 
caudillo  de  la  expedición  aparece  envuelto  en  una  celosa  penum- 
bra) (I)-  las  descripciones  de  batallas  y  encuentros  personales,  en 
que  probablemente  no  ha  tenido  rival  después  de  Homero,  las  cua- 
les se  admiran  una  tras  otra  y  no  son  idénticas  nunca,  á  pesar  de 
su  extraordinario  número  (2);  las  comparaciones  tan  felices,  tan  ex- 

De  cuerpo  grande  y  relevado  pecho, 
Hábil,  diestro,  fortísimo  y  ligero, 
Sabio,  astuto,  sagaz,  determinado, 

En  casos  de  repente  reportado.  » 

{Canto  11.) 

(O  Quizá  se  ha  exagerado  la  malquerencia  de  Ercilla  contra  D.  García. 
Las  líneas  con  que  traza  su  figura,  los  sentimientos  que  le  atribuye,  nada  tie- 
nen de  antipático,  y  concuerdan  bastante  bien  con  la  realidad  histórica  Si  le 
pinta  arrebatado,  violento  é  irreflexivo  á  veces,  la  culpa  es  en  parte  de  sus 
pocos  años,  que  no  pasaban  de  veintiuno.  Materialmente  ocupa  en  el  poema  el 
Lar  que  no  podía  negarse  al  general  en  jefe,  cuyo  valor  era  notorio;  pero 
^oralmente  es  cierto  que  aparece  como  un  personaje  secundario,  que  de  nin- 
gún modo  puede  considerarse  como  el  héroe  de  la  epopeya.  En  esto  y  no  en 
otra  cosa  pudo  consistir  la  venganza  de  Ercilla. 

(2)  Imposible  es  citar  ninguna  entera  por  su  mucha  extensión,  pero  algu- 
nas octavas  bastarán  para  mostrar  el  mérito  eminente  de  Ercilla  como  pintor 
de  batallas,  que  es  su  mayor  timbre  artístico: 

Los  caballos  en  esto  apercibiendo, 
Firmes  y  recogidos  en  las  sillas. 
Sueltas  las  riendas  y  los  pies  batiendo. 
Parten  contra  las  bárbaras  cuadrillas: 
Las  poderosas  lanzas  requiriendo, 
Afiladas  en  sangre  las  cuchillas, 
Llamando  en  alta  voz  á  Dios  del  cielo. 
Hacen  gemir  y  retemblar  el  suelo. 

Cargan  de  fuerte  fresno  como  vigas 
Los  bárbaros  las  picas  al  momento. 
De  la  suerte  que  suelen  las  espigas 
Derribarse  al  furor  del  recio  viento: 
No  bastaran  las  armas  enemigas 
Al  ímpetu  español  y  movimiento; 
Que  los  nuestros  rompieron  por  un  lado. 
Dejando  al  escuadrón  aportillado. 

A  un  tiempo  los  caballos  volteando, 
Lejos  las  rotas  lanzas  arrojadas. 
Vuelven  al  enemigo  y  fiero  bando. 
En  alto  ya  desnudas  las  espadas: 
Otra  vez  arremeten,  no  bastando 


I 


302  CAPITULO    XI 

presivas,  tan  varias  y   ricas,  tomadas  con  predilección  del  orden 
zoológico,  como  en  la  epopeya  primitiva,  que  tan  hondamente  afe- 


Infinidad  de  puntas  enhastadas 
Puestas  en  contra  de  la  airada  gente, 
A  que  no  se  mezclasen  igualmente... 
Antes  de  rabia  y  cólera  abrasados, 
Con  poderosos  golpes  los  martillan, 

Y  de  muchos  con  fuerza  redoblados 
Los  cargados  caballos  arrodillan; 
Abollan  los  arneses  relevados, 
Abren,  desclavan,  rompen,  deshebilian, 
Ruedan  las  rotas  piezas  y  celadas, 

Y  el  aire  atruena  el  son  de  las  espadas... 

( Ca7ito  IV.) 

Según  el  mar  las  olas  tiende  y  crece. 
Así  crece  la  fiera  gente  armada; 
Tiembla  en  torno  la  tierra  y  se  estremece, 
De  tantos  pies  batida  y  golpeada: 
Lleno  el  aire  de  estruendo  se  escurece 
Con  la  gran  polvareda  levantada; 
Que  en  ancho  remolino  al  cielo  sube. 
Cual  ciega  niebla  espesa  ó  parda  nube. 

( Catito  XXI.) 

El  mismo  vigor  se  observa  en  las  descripciones  de  tempestades  y  nau- 
fragios : 

En  esto  una  gran  nube  tenebrosa, 
El  aire  y  cielo  súbito  turbando, 
Con  una  escuridad  triste  y  medrosa 
Del  sol  la  luz  escasa  fué  ocupando: 
Salta  Aquilón  con  fuerza  procelosa 
Los  árboles  y  plantas  inclinando. 
Envuelto  en  raras  gotas  de  agua  gruesas 
Que  luego  descargara  más  espesas. 

En  escura  tiniebla  el  cielo  vuelto, 
La  furiosa  tormenta  se  esforzaba. 
Agua,  piedras  y  rayos,  todo  envuelto 
En  espesos  relámpagos  lanzaba: 
El  araucano  ejército  revuelto  - 

Por  acá  y  por  allá  se  derramaba; 
Crece  la  tempestad,  horrenda  tanto, 
Que  á  los  más  esforzados  puso  espanto... 

{Canto  IV.) 

Algún  pasaje  de  exquisita  belleza,  que  sorprende  más  por  lo  inesperado, 
prueba  que  Ercilla  era  capaz  de  describirlo  todo,  aun  lo  más  delicado  y  me- 
nos terrorífico: 

Vi  una  mansa  corcilla  junto  al  río, 
gustando  de  las  yerbas  y  el  rocío. 

Púdelo  bien  hacer;  que  en  las  quebradas 


CHILE  303 

rradas  tenía  sus  raíces  en  la  madre  naturaleza  (i).  Las  arengas  de 
Ercilla  han  sido  también  muy  celebradas,  pero  confieso  que,  en  ge- 
neral, me  gustan  menos.  Si  la  desesperada  fiereza  de  Galvarino,  des- 
pués del  horrible  suplicio  de  cortarle  los  manos,  el  juvenil  ardimiento 
dé  Lautaro  y  la  serena  magnanimidad  de  Caupolicán,  vencedora  de 
los  tormentos  y  de  la  muerte,  se  expresan  con  enérgicos  acentos, 
confieso  que  el  famoso  razonamiento  de  Colocólo,  tan  ponderado 
por  Voltaire  (que  seguramente  no  había  leído  otra;::osa  de  La  Aran- 


Era  grande  el  rumor  de  la  corriente, 

Y  con  pasos  y  orejas  descuidadas 
Pacía  tierna  yerba  libremente; 
Pero  cuando  sintió  ya  mis  pisadas, 

Y  al  rumor  levantó  la  altiva  frente, 
Dejó  el  sabroso  pasto  y  arboleda 
Por  una  estrecha  y  áspera  vereda. 

( Canto  xxni.) 

(i)  Por  donde  quiera  que  se  abra  La  Ai-aucana,  se  tropieza  con  símiles  ad- 
mirablemente expresados.  Unos  pocos  proceden  de  Virgilio  ó  del  Ariosto,  ó 
pertenecen  al  fondo  común  de  la  epopeya  clásica,  pero  otros  son  originales, 
y  todos  aparecen  remozados  por  lo  pintoresco  y  preciso  del  detalle.  Los  toma 
con  predilección  de  la  caza  de  montería  y  de  las  luchas  de  animales.  Véanse 
algunos  ejemplos: 

Cual  suelen  escapar  de  los  monteros, 
Dos  grandes  jabalís,  fieros,  cerdosos, 
Seguidos  de  solícitos  rastreros 
De  la  campestre  sangre  codiciosos; 

Y  salen  en  su  alcance  los  ligeros 
Lebreles  irlandeses  generosos: 

Con  no  menor  codicia  y  pies  livianos 
Arrancan  tras  los  míseros  cristianos. 

( CcMto  ¡II.) 

Como  el  aliento  y  fuerzas  van  faltando 
A  dos  valientes  toros  animosos. 
Cuando  en  la  fiera  lucha  porfiando 
Se  muestran  igualmente  poderosos; 
Que  se  van  poco  á  poco  retirando 
Rostro  á  rostro  con  pasos  perezosos, 
Cubiertos  de  un  humoso  espeso  aliento, 

Y  esparcen  con  los  pies  la  arena  al  viento* 

( Canto  IV.) 

Cual  banda  de  cornejas  esparcidas 
Que  por  el  aire  claro  el  vuelo  tienden. 
Que  de  la  compañera  condolidas 


304  CAPITULO    XI 

cana),  me  ha  dejado  siempre  frío,  me  parece  un  trozo  de  retórica 
prosaica,  y  tengo  hasta  por  blasfemia  compararle  con  los  discursos 
del  viejo  Néstor7  Pero  mejores  ó  peores,  no  ha  de  tenerse  por  im- 
propiedad de  Ercilla  el  haber  puesto  tan  largas  arengas  en  boca  de 
salvajes.  Todos  los  historiadores  convienen  en  que  los  habitantes 
del  valle  de  Arauco  eran  muy  dados  á  la  oratoria,  y  la  cultivaban  á 
su  manera,  y  la  daban  grande  importancia  en  sus  deliberaciones, 
«usando  (dice  el  P.  Olivares)  de  vivísimas  prosopopeyas,  hipótesis, 


Por  los  chirridos  la  prisión  entienden; 
Las  batidoras  alas  recogidas, 
A  darle  ayuda  en  círculo  descienden: 
El  bárbaro  escuadrón  de  esta  manera 
Al  rumor  endereza  la  carrera. 

{Canto  VI.) 

Como  el  que  sueña  que  en  el  ancho  coso 
Siente  al  furioso  toro  avecinarse, 
Que  piensa  atribulado  y  temeroso 
Huyendo  de  aquel  ímpetu  salvarse, 

Y  se  aflige  y  congoja  presuroso 
Por  correr  y  no  puede  menearse: 

Así  estos  á  gran  priesa  á  los  caballos, 
No  pueden,  aunque  quieren,  aguijallos. 

( Canto  VI.) 

Como  para  el  invierno  se  previenen 
Las  guardosas  hormigas  avisadas. 
Que  á  la  abundante  troje  van  y  vienen, 

Y  andan  en  acarretos  ocupadas, 

No  se  impiden,  estorban  ni  detienen, 
Dan  las  vacías  paso  á  las  cargadas: 
Así  los  Araucanos  codiciosos 
Entran,  salen  y  vuelven  presurosos. 

{Canto  VII.) 

De  la  suerte  que  el  tigre  cauteloso. 
Viendo  venir  lozano  al  suelto  pardo, 
El  cuello  bajo,  lerdo  y  perezoso, 
Con  ronco  son  se  mueve  á  paso  tardo; 

Y  en  un  instante,  súbito  y  furioso. 
Salta  sobre  él  con  ímpetu  gallardo, 

Y  echándole  la  garra,  así  le  aprieta, 
Que  le  oprime,  le  rinde  y  le  sujeta... 

(Canto  X.) 

Como  parten  la  carne  en  los  tajones 
Con  los  corvos  cuchillos  carniceros, 

Y  cual  de  fuerte  hierro  los  planchones 
Baten  en  dura  yunque  los  herreros. 


CHILE  305 

reticencias  é  interrogaciones  retóricas».  Ercilla,  pues,  en  esto,  fué 
fiel  al  color  local.  No  creemos  que  lo  fuese  tanto  en  los  afectos  de 
ternura  y  fidelidad  conyugal  que  presta  á  las  mujeres  indias,  tipo 
convencional  que  él  introdujo  por  primera  vez  en  el  arte.  Aquí  es 
donde  las  reminiscencias  de  sus  lecturas  clásicas  son  más  evidentes. 
Guacolda,  la  amada  de  Lautaro,  habla  como  Dido  en  el  libro  iv  de 
Iji  Eneida.  Tegualda,  buscando  en  el  campo  de  batalla  el  cadáver 
de  su  esposo,  trae  en  seguida  á  la  memoria  el  bello  episodio  de 
Abradato  y  Pantea  en  La  Cyropedia,  de  Xenofonte. 


Así  es  la  diferencia  de  los  sones 
Que  forman  con  sus  golpes  los  guerreros, 
Qui¿n  la  carne  y  los  huesos  quebrantando, 
Quién  templados  arneses  abollando. 

[Canto  XIV.) 

Como  la  osa  valiente  perseguida, 
Cuando  la  van  monteros  dando  caza, 
Que  con  rabia  sintiéndose  herida 
Los  ñudosos  venablos  despedaza, 
Y  furiosa,  impaciente,  embravecida, 
La  senda  y  callejón  desembaraza, 
Que  los  heridos  perros  lastimados 
La  dan  ancho  lugar  escarmentados. 

{Canto  XIV.) 

Por  la  falda  del  monte  levantada 
Iban  los  fieros  bárbaros  saliendo; 
Rengo  bruto,  sangriento  y  enlodado 
Los  lleva  en  retaguardia  recogiendo  : 
Como  el  celoso  toro  madrigado 
Que  la  tarda  vacada  va  siguiendo. 
Volviendo  acá  y  allá  espaciosamente 
El  duro  cerviguillo  y  la  alta  frente. 

( Canto  XXII.) 

Acaso  se  dirá  que  el  procedimiento  es  monótono.  Pero  como  en  el  poema 
las  comparaciones  no  están  acumuladas,  sino  repartidas  á  convenientes  dis- 
tancias, cada  una  de  ellas  hace  el  efecto  de  un  bajo  relieve  ó  de  un  repu- 
jado. La  Araticana  es  un  libro  de  segundo  orden  por  su  viciosa  construc- 
ción, por  su  falta  de  amenidad  y  otros  graves  defectos,  pero  lo  que  pierde 
en  el  conjunto  lo  gana  en  los  pormenores,  como  puede  decirse  también  de 
Bernardo  de  Balbuena  y  de  los  demás  épicos  nuestros,  con  la  sola  excep- 
ción acaso  del  P.  Hojeda,  que  coniptiso  mejor  por  la  índole  de  su  argumento, 
que  le  obligaba  á  proceder  con  más  cuidado  y  reverencia. 


3o6  CAPÍTULO    XI 

Creemos  superfluo  insistir  en  la  crítica  de  La  Araucana^  que 
puede  considerarse  definitivamente  hecha  por  varios  críticos,  de 
autoridad  clásica,  tales  como  Quintana,  Martínez  de  la  Rosa  y 
D.  Andrés  Bello.  Todos  convienen  en  que  el  arte  de  contar  (por  más 
que  casi  siempre  se  cuenten  las  mismas  cosas)  está  llevado  en  La 
Araucana  á  un  grado  de  perfección  á  que  llegan  muy  pocos  libros, 
ni  en  verso  ni  en  prosa.  Todos  aplauden  asimismo  la  diáfana  pure- 
za de  su  estilo,  en  que  apenas  se  encuentra  expresión  que  en  el 
curso  de  tres  siglos  haya  envejecido.  Y  todos  se  lamentan  á  una  de 
que  tan  buenas  prendas  estén  afeadas  por  el  desaliño  frecuente  de 
la  versificación,  que  en  Ercilla  es  rastrera  cuando  no  es  perfecta,  y 
por  lo  desmayado  y  trivial  de  muchas  locuciones  prosaicas  á  que  le 
arrastraban  su  facilidad  increíble  y  el  mismo  desembarazo  familiar 
de  su  estilo,  al  cual  debió,  por  otra  parte,  bellezas  de  orden  muy 
nuevo.  Tal  como  es,  si  no  lleva  la  palma  á  todos  nuestros  poemas 
del  siglo  XVI,  porque  hay  otros  dos,  uno  en  el  género  novelesco  y 
otro  en  el  sagrado,  que  con  buenos  títulos  se  la  disputan,  y  en  al- 
gunos respectos  sin  duda  le  a\"entajan,  es  La  Araucana  el  mejor 
de  nuestros  poemas  históricos,  y  fué  sin  duda  la  primera  obra  de  las 
literaturas  modernas  en  que  la  historia  contemporánea  apareció 
elevada  á  la  dignidad  de  la  epopeya  (l). 


(i)  Creemos  de  todo  punto  superfluo  dar  aquí  noticia  de  las  numerosas 
ediciones  de  La  Araucana,  trabajo  realizado  ya  con  esmero  por  D.  José 
T.  Medina,  en  su  Biblioteca  Americajia.  (Santiago  de  Chile,  1888).  Las  tres 
partes  de  que  el  poema  consta,  fueron  apareciendo  sucesivamente  en  Ma- 
drid, en  casa  de  Fierres  Cosin  y  de  Pedro  Madrigal,  años  1 569,  1 578  y  1 589.  De 
este  mismo  año  es  la  primera  edición  en  que  las  tres  partes  se  imprimieron 
juntas.  Entre  las  posteriores,  merecen  especial  recuerdo  la  de  Madrid,  1597, 
en  casa  del  licenciado  Castro,  con  algunas  enmiendas  que  se  atribuyen  al  autor 
mismo;  la  de  1733,  por  Francisco  Martínez  Abad,  en  folio,  única  que  contiene 
la  quarta  y  quinta  parte  de  Santisteban  Osorio;  la  de  Sancha,  1776,  que  es  de 
las  más  elegantes;  la  de  1828,  por  D.  Miguel  de  Burgos,  de  más  modesta  for- 
ma, pero  que  en  corrección  tipográfica  la  vence;  la  de  Gaspar  y  Roig,  1854, 
que  tiene  el  mérito  singular  de  haber  reproducido  las  variantes  de  las  dos 
primeras  y  rarísimas  de  1569  y  1578,  buen  ejemplo  que  no  siguió  D.  Antonio 
Ferrer  del  Río  en  la  edición  de  la  Academia  Española,  de  1866,  que  debía 
haber  sido  la  mejor  de  todas,  y  resultó  una  de  las  más  endebles,  hasta  por  el 


CHILE  307 

Fué,  además,  como  queda  dicho,  el  primer  libro  en  verso  sobre 
cosas  de  América,  puesto  que  los  rudos  ensayos  que-en  el  Perú  se 
habían  hecho  antes  no  llegaron  á  imprimirse.  En  cambio,  el  aplauso 
con  que  La  Araucana  fué  recibida  desde  el  punto  y  hora  de  su 
aparición,  hizo  surgir  una  literatura  entera  de   poemas   histórico- 
ultramarinos,  más  notable  en  verdad  por  la  abundancia  que  por  el 
valor  de  sus  frutos.  Sin  contar  las  imitaciones  menos  directas  como 
El  Peregrino  indiano.  La  Mexicana,  Las  Armas  antarticas,  y  La 
Argentita,  tenemos  respecto  de  Chile,  nada  menos  que  cinco  poe- 
mas de  grande  extensión:  la  Cuarta  y  quinta  parte  de  la  Araucana, 
de  D    Diego  Santisteban  Osorio;  el  Arauco  domado,  de  Pedro  de 
Oña;  las  Guerras  de  Chile,  de  D.  Juan  de  Mendoza;  el  Purén  indo- 

defecto  inexcusable  de  haber  omitido  todos  los  preliminares  de  las  antiguas 
(ejusdem  ftcrficris  es  la  de  D.  Cayetano  Rosell,  en  el  tomo  i  de  Poemas  Épcos, 
déla  colección  Rivadeneyra,  185.);  y,  finalmente,  la  de  Santiago  de  Cmle 
,888  por  Abraham  Konig,  muy  bien  anotada  y  útil  para  estudio,  pero  con  el 
grave  inconveniente  de  presentar  un  texto  mutilado  de  cuanto  expresamente 
no  se  refiere  á  la  guerra  de  Arauco. 

Hay  dos  traducciones  francesas  de  La  Araucana:  la  de  Gilibert  de  Merlhiac, 
L' Araucana,  poeme  heroi-comigue  traduit pour  la  premier e  fois  et  abrége  du  íexte 
espagnol,  ,824,  y  la  de  Alejandro  Nicolás,  Traduction  de  L Araucana,  Pans, 
Delagrave,  1869,  dos  volúmenes.  C.  M.  Winterling  puso  nuestro  poema  en 
octavas  alemanas,  Die  Araucana  aus  dem  Spanischen  des  Alonso  de  Ercilla  zum 
ersten  Mal  übersetzt  {^nvemb^rg,  1831). 

La  biografía  de  Ercilla,  que  tiene  épocas  muy  obscuras,  puede  decirse  que 
está  por  escribir  aún.  El  Elogio  del  licenciado  Mosquera  de  Figueroa,  com- 
puesto en  .  585,  que  suele  acompañar  á  las  ediciones  antiguas,  es  una  declama- 
ción retórica  que  nada  enseña.  En  los  manuscritos  genealógicos  del  cronista 
Esteban  de  Garibay  se  consignan  algunas  especies  interesantes.  Ferrer  del 
Río   en  el  prólogo  é  ilustraciones  de  la  edición  académica,  reduce  á  compen- 
dio el  erudito  pero  indigesto  embrión,  que  con  el  título  de  Vida  de  Don  Alonso 
de  Ercilla,  dejó  entre  sus  borradores  D.  José  de  Vargas  Ponce  á  su  falleci- 
miento, ocurrido  en  182 1.  Este  trabajo,  que  todavía  merece  leerse,  y  en  quena 
faltan  algunas  genialidades  propias  de  la  índole  chancera  y  festiva  de  su  autor, 
ha  sido  impreso  muy  tardíamente  en  las  Memorias  de  la  Real  Academia  Espa- 
ñola, tomo  vm,  Madrid,  1902,  págs.  1-, 35.  Ferrer  del  Río  había  dado  á  conocer 
algunos  documentos  de  Simancas  ignorados  por  su  predecesor;  cuatro  cartas 
de  Ercilla  á  D.  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  conde  de  Gondomar,  y  extractos 
del  testamento  del  poeta.  En  el  Boletín  de  la  Real  Academia  de  la  Htstorm. 


308  CAPÍTULO    XI 

mito,  de  Hernando  Alvarez  de  Toledo,  y  el  Compendio  historial,  de 
Melchor  Xufré  del  Águila.  Algunas  de  estas  obras  se  limitan  á  po- 
ner en  narración  versificada  esta  ó  aquella  parte  de  la  guerra;  pero 
hay  una,  la  más  notable  de  todas,  cuyo  deliberado  propósito  fué 
volver  sobre  los  pasos  de  Ercilla  y  vindicar  á  D.  García  Hurtado 
de  Mendoza  del  supuesto  agravio  que  Ercilla  le  había  inferido  no 
haciéndole  héroe  de  su  poema,  como  parece  que  cumplía  á  su  con- 
dición de  caudillo  de  aquella  guerra,  y  á  los  méritos  indudables  de 
su  gobernación.  Ercilla  había  castigado,  no  con  injusticia,  sino  con 
cierta  especie  de  preterición  desdeñosa,  al  violento  y  arrebatado 
mozo  que,  por  el  lance  de  la  Imperial,  había  querido  llevarle  al  pa- 
tíbulo juntamente  con  su  contrarío  D.  Juan  de  Pineda  (i).  Pero  no 

tomo  XXXI,  1897,  págs.  65-220,  se  ha  ^ubVic^áo  Xa  Información  que  Su  Majes- 
tad mandó  hacer  de  la  limpieza  del  linaje  de  D.  Alonso  de  Ercilla,  año  157 1.  En 
e]  tomo  XII  de  la  misma  colección,  1888,  pág.  447,  está  la  partida  de  bautismo 
del  poeta,  y  en  el  xxviii,  1857,  págs.  5-27,  su  testamento  íntegro.  Pero  todo 
ello  es  una  gota  de  agua,  comparado  con  la  gran  colección  de  datos  y  docu- 
mentos sobre  Ercilla  que  dejó  reunida  nuestro  difunto  amigo  D.  Cristóbal 
Pérez  Pastor,  sin  igual  entre  nuestros  investigadores  literarios  por  el  número 
y  calidad  de  sus  hallazgos.  Suponemos  que  la  Academia  Española,  en  donde 
se  conserva  este  riquísimo  material,  le  hará  en  breve  del  dominio  público. 

Los  juicios  de  La  Arauca7ia,  desde  el  que  Voltaire  formuló  en  el  Essai 
sur  la  poésie  épique,  que  acompaña  á  su  Hefiriada,  son  innumerables;  pero 
los  que  principalmente  merecen  leerse  son  el  de  Martínez  de  la  Rosa,  en  su 
Apéndice  sobre  la  poesía  épica  española  (tomo  11  de  sus  Obras  literarias,  París, 
1827);  el  de  Quintana,  en  el  magnífico  Discurso  preliminar  á^?>\x  Musa  épica 
(1833);  el  de  Bello,  en  sus  Opúsculos  literarios  y  críticos  (tomo  i),  el  de  Ale- 
jandro Nicolás,  en  su  traducción  francesa  de  L' Araucana,  y  el  de  A.  Roger, 
Éiude  littéraire  sur  U Araucana  d' Ercilla,  Dijon,  1879. 

Finalmente  debe  mencionarse,  porque  está  hecha  con  crítica  y  conciencia, 
y  puede  ser  útil,  no  sólo  á  los  estudiantes,  sino  á  los  maestros,  la  edición 
abreviada  que  forma  parte  de  los  textos  clásicos  de  la  casa  Garnier:  L' Arau- 
cana, poeme  épique  par  D.  Alonso  de  Ercilla  y  Zúñiga.  ñíorceanx  choisis  precedes 
d'une  étude  biographique,  bibliographique  et  littéraire,  suivis  de  notes  grammati- 
cales  et  de  versification  et  de  deux  lexiques,  par  J.  Ducamin  (Paris,  1900^ 

(i)  Sobre  este  curioso  episodio  de  la  vida  de  Ercilla,  hay  dos  relaciones 
principales  que  en  algunos  pormenores  difieren,  aunque  convengan  en  lo 
sustancial.  Una  es  la  del  capitán  Alonso  de  Góngora  Marmolejo,  en  el  capí- 
tulo 29  de  su  Historia  de  todas  las  cosas  que  han  acaecido  en  el  reino  de  Chile 


CHILE  309 

habían  de  faltar  á  tan  poderoso  magnate  como  D.  García  celosos 
panegiristas  de  sus  hechos,  que  en  prosa  y  en  verso  volviesen  por 
su  crédito  y  quemasen  en  sus  aras  todos  los  perfumes  de  la  lisonja. 
Él  mismo  tampoco  se  descuidaba  de  buscar  y  alentar  á  los  ingenios 
que  en  tal  faena  quisieran  emplearse,  temeroso  y  con  razón  de  que 
la  voz  de  tan  gran  poeta  como  Ercilla  llegase,  con  alguna  mengua 
de  su  crédito  de  gobernador,  á  la  posteridad  más  remota,  por  aquel 
formidable  privilegio  que  los  poetas  poseen  de  decretar  la  inmorta- 
lidad ó  el  desdoro  á  los  personajes  que  suenan  en  su  canto  (l).  Así 
nacieron  historias  panegíricas  como  la  muy  elegante  y  artificiosa  del 
doctor  Cristóbal  Suárez  de  Figueroa,  Hechos  de  D.  García  Hurta- 
do de  Mendoza^  cuarto  Marqués  de  Cañete  (2).  Así  obras  dramáticas, 
todavía  más  aptas  para  hacer  popular  una  versión  contraria  á  la  de 
Ercilla;  y  se  escribieron  sucesivamente:  el  Arauco  domado,  de  Lope 
de  Vega;  la  comedia  de  nueve  ingenios  que  lleva  por  título  Algunas 
hazañas  de  las  muchas  de  D.  García  Hurtado  de  Mendoza;  El  Go- 
bernador prudente,  de  Gaspar  de  Ávila;  Los  españoles  en  Chile,  de 
Francisco  González  de  Bustos;  sin  contar  con  La  Belígera  española, 
<le  Ricardo  del  Turia,  que  celebra  el  heroísmo  de  D.^  Mencía  de 
Nidos  en  el  asalto  del  fuerte  de  Concepción. 

Pero  la  obra  capital,  el  ensayo  épico  que  los  familiares  y  adula- 
dores de  D.  García  quisieron  oponer  á  La  Araucana,  fué  el  poema 
del  joven  chileno  Pedro  de  Oña,  Arauco  domado,  que  si  no  corres- 

desde  ISJÓ  hasta  IS75  (Memorial  histórico  español,  tomo  iv,  1852,  págs.  134-135); 
y  otra,  la  de  Fr.  Antonio  de  la  Calancha,  en  su  Crónica  moralizada  de  la  Orden 
de  San  Agustín,  donde  figura  la  biografía  del  antagonista  de  Ercilla,  D.  Juan 
de  Pineda,  por  haber  tomado  el  hábito  de  aquella  Orden  en  Lima,  desenga- 
ñado de  las  vanidades  del  mundo. 

(i)  El  mismo  Pedro  de  Oña  declara,  en  un  curiosísimo  proceso  que  cita- 
remos después,  que  los  sucesos  que  contaba  en  su  poema  los  sabía  por  «rela- 
ción vocal  que  el  dicho  Marqués  de  Cañete  le  hizo  á  este  que  declara>. 

(2)  Hechos  de  Don  García  Hurtado  de  Mefidoza,  Quarto  Marqués  de  Cañe- 
te, A  Do7i  Francisco  de  Rojas  y  Sandoval,  Duque  de  Lcrma,  Marques  de  Denia  &', 
Por  el  Doctor  Chrisióval  Suárez  de  Figueroa.  En  Madrid.  En  la  Imprenta 
Real,  año  MDCIIII. 

Ha  sido  reimpreso  por  el  Sr.  Barros  Arana  en  el  tomo  v  de  la  Colección  de 
Historiadores  de  Chile.  Santiago  de  Chile,  1865. 


3IO  CAPITULO   XI 

■  pondió  plenamente  á  las  esperanzas  que  en  él  habían  fundado,  no 
deja  de  ser  muy  digno  de  consideración,  así  por  las  bellezas  que 
contiene,  como  por  ser  el  más  antiguo  monumento  poético  de 
autor  de  aquella  región,  y  uno  de  los  más  vetustos  de  la  poesía  cas- 
tellana en  toda  América. 

Nació  este  patriarca  de  la  literatura  chilena  en  la  llamada  ciudad 
de  los  Infantes  de  Engol,  que  apenas  pasaba  de  ser  un  puesto  avan- 
zado sobre  la  línea  araucana,  con  pocos  soldados  de  guarnición,  uno 
de  ellos  el  capitán  Gregorio  de  Oña,  natural  de  Burgos,  padre  de 
nuestro  poeta  (l).  Huérfano  éste  en  edad  muy  temprana,  á  conse- 
cuencia de  haber  sucumbido  el  capitán  Oña,  hecho  piezas,  en  uno  de 
los  lances  de  aquella  continua  y  ferocísima  guerra  de  frontera,  pasó 
en  época  ignorada  á  Lima,  donde  en  1590  le  hallamos  de  colegial 
de  San  Felipe  y  San  Marcos.  Al  publicar  el  Arauco  domado,  en  1 596, 
se  titulaba  Licenciado.  Las  pocas  noticias  que  tenemos  de  él  duran- 
te aquellos  años,  nos  le  presentan  muy  activamente  mezclado  al 
movimiento  literario  de  la  metrópoli  del  Perú.  Sostuvo  en  varios 
sonetos  una  controversia  literaria,  más  desvergonzada  que  chistosa, 
con  un  poetastro  llamado  Sampayo  (2),  sobre  si  podía  ó  no  podía 
beber  del  agua  del  Parnaso.  En  el  libro  de  las  Constituciones  y  or- 
denanzas de  la  Real  Universidad  de  San  Marcos  (1602),  hizo  estam- 
par un  soneto  en  loor  de  á\c\idi  florentísíma  Universidad,  «dedicado 

(i)  No  ha  de  confundirse  al  autor  del  Arauco  domado,  como  alguna  vez 
se  ha  hecho,  con  otros  escritores  de  su  mismo  nombre  y  apellido,  coetáneos 
suyos,  tales  como  el  filósofo  aristotélico  y  elocuente  orador  sagrado  Fr.  Pedro 
de  Oña,  autor,  entre  otros  libros,  del  que  se  titula  Prímei-a  parte  de  las  Pos- 
trimerías del  hombre  (1603),  y  de  un  Curso  de  Artes. 

(2)  Estos  sonetos  de  Pedro  de  Oña,  que  son  cinco,  con  otras  tantas  res- 
puestas de  Sampayo,  fueron  comunicados  por  D.  José  Sancho  Rayón  á  don 
Diego  Barros  Arana,  y  pueden  verse  en  el  tomo  iii  (páginas  26-30)  de  la  His- 
toria colonial  de  la  literatura  de  Chile,  de  D.  José  T.  Medina  (Santiago  de  Chi- 
le, i878\  obra  de  grande  erudición,  que  nos  ha  sido  muy  útil  para  nuestro 
trabajo.  Sabemos  que  su  autor  piensa  adicionarla  con  nuevos  y  peregrinos 
datos.  Así  en  esta  obra  como  en  el  Bosquejo  histórico  de  la  poesía  chilena, 
de  D.  Adolfo  Valderrama  (Santiago  de  Chile,  1866),  se  hallan  sobre  los  poetas 
de  la  época  colonial  extensas  noticias  biográficas,  que  no  pueden  tener  cabi- 
da en  un  estudio  rápido  como  el  presente. 


CHILE  311 

al  evangelista  San  Marcos».  Á  nombre  de  la  Antartica  Academia  de 
la  ciudad  de  Lima,  que,  á  mi  entender,  no  era  una  academia  poéti- 
ca propiamente  dicha,  sino  la  Universidad  misma,  ensalzó  en  1609 
con  otro  soneto,  la  Primera  parte  del  Parnaso  Antartico  de  obras 
amatorias,  del  sevillano  Diego  Mexía.  Otros  libros  peruanos  de 
aquel  tiempo,  entre  ellos  la  Miscelánea  austral  y  la  Defensa  de  da- 
mas, de  D.  Dieg-o  de  Avalos  y  Figueroa,  se  autorizan  con  versos 
suyos.  Y  él  á  su  vez  obtiene  cumplido  elogio  en  los  tercetos  de  la 
poetisa  anónima,  discípula  de  Diego  Mexía: 

«Con  i-everencia  nombra  mi  discante 
Al  licenciado  Pedro  d'Oña:  España, 
Pues  lo  conoce,  templos  le  levante. 

Espíritu  gentil,  doma  la  saña 
D'Arauco  (pues  con  hierro  no  es  posible) 
Con  la  dulzura  de  tu  verso  extraña.» 

Salió  el  Arauco  domado  de  las  prensas  de  Lima  en  150  con  tí- 
tulo de  Primera  parte,  aunque  nunca  llegó  á  publicarse  la  segunda, 
ni  tampoco  otro  poema,  ó  quizá  novela,  cuyo  asunto  habían  de  ser 
los  venturosos  lances  de  D.  García  de  Mendoza  en  la  corte  (l). 

El  Arauco  domado  es  una  adulación  tan  continua  y  fastidiosa  al 

< 
Marqués  de  Cañete  y  á  su  familia,  que  el  autor  mismo  tuvo  escrú- 

(0  Cuando  mejor  le  sepa  dar  el  corte, 

Y  si  la  Parca  no  me  corta  el  hilo, 
Yo  cortaré,  señor,  con  otro  filo 
Tus  venturosos  lances  en  la  corte; 
Mas  has  de  permitirme  que  los  corte 
Eii  traje  pastoril^  mi  propio  estilo; 
Que  en  éste  ni  será  el  de  corte  sano 
Ni  bastará  tampoco  el  cortesano. 

(Canto  III.) 

Puede  inferirse  que  sería  una  novela  de  clave,  como  la  mayor  parte  de  las 
pastoriles,  y  muy  señaladamente  La  Constante  Amarilis,  del  Dr.  Cristóbal 
Suárez  de  Figueroa  (1609),  cuyo  argumento,  muy  ligeramente  disfrazado,  son 
los  amores  y  matrimonio  de  D.  Juan  Andrés  Hurtado  de  Mendoza,  hijo  de 
D.  García,  con  Doña  María  de  Cárdenas,  hija  de  los  duques  de  Maqueda  y 
Nájera,  según  ha  demostrado  el  profesor  norteamericano  J.  P.  Wickersham 
Crawford  en  una  tesis  excelente:  The  Ufe  and  works  of  Christóhal  Sudrez  de 
Figueroa.  A  diseriaiion  presented  to  the  Facully  of  the  University  of  Pennsylva- 
nia.  Philadelphia,  1907,  págs.  30-42. 

Mksíkdez  t  Pblato  —Poesía  hispatio-a>>iericana.  II.  *" 


312 


CAPITULO    XI 


pulo  de  divulgar  el  poema  hasta  que  su  héroe  hubiese  dejado  el  vi- 
rreinato del  Perú  y  vuelto  á  España,  «.Porque  el  publicar  sus  loores 
en  presencia  suya  no  engendrase  (d  lo  menos  en  dañados  pechos  y  de 
poca  consideración)  algún  género  de  sospecha-»  (i).  Fué,  sin  duda, 
trabajo  de  encargo,  ejecutado  á  toda  prisa,  «.con  apremio  y  tarea  de 
veinte  octavas  al  día-s^  (2),  según  afirma  un  contemporáneo,  é  indi- 
rectamente confiesa  el  mismo  Oña  en  el  canto  viij: 

«Es  el  discurso  largo,  el  tiempo  breve, 
Cortísimo  el  caudal  de  parte  mía, 
Y  damtie  tanta  priesa  cada  día, 
Que  no  me  dejan  ir  como  se  debe.» 

\j2i  priesa  que  le  daban  debía  de  ser  tanta,  y  la  facilidad  del  ver- 
sificador tan  maravillosa,  que  en  tres  meses  había  hilvanado  ocho 
cantos,  de  los  diez  y  nueve  que  comprende  la  obra  total,  cuyos 
versos  pasan  de  diez  y  seis  mil. 

El  Arauco  es,  pues,  una  improvisación  de  estudiante,  y  no  sería 

equitativo  juzgarla  de  otro  modo.  El  autor  no  tuvo  nunca  la  loca 

pretensión  de  competir  con  Ercilla;  al  contrario,  se  presenta  con  la 

más  simpática  modestia: 

«¿Quién  á  cantar  de  Arauco  se  atreviera 
Después  de  la  riquísima  Araucana? 
¿Qué  voz  latina,  hespérica  ó  toscana, 
Por  mucho  que  de  música  supiera?» 

(i)  Esta  tardanza  en  la  publicación  le  causó  un  grave  perjuicio.  El  virrey 
trajo  á  España  sesenta  cuerpos  de  libros  ó  ejemplares  del  Arauco^  pero  sus 
émulos  y  los  del  poeta  se  dieron  maña  para  embargar  el  resto  de  la  tirada,  á 
consecuencia  de  auto  de  procesamiento  que  dictó  contra  Oña  el  Dr.  Muñiz, 
deán  de  la  Catedral  de  Lima  y  provisor  del  Arzobispado,  en  3  de  Mayo  de 
1596,  so  pretexto  de  que  no  había  solicitado,  ni  menos  obtenido,  su  licencia 
para  publicar  el  libro,  y  de  que  éste  se  hallaba  plagado  de  aserciones  contra- 
rias á  la  verdad  de  los  hechos  y  denigrativas  del  honor  y  fidelidad  de  muchos 
de  los  subditos  del  rey  que  en  aquellas  provincias  residían.  Este  proceso  se 
halla  íntegro  en  la  Biblioteca  hispano -chilena,  de  Medina,  tomo  i,  págs.  42-79. 
Cuando,  en  1605,  apareció  en  Madrid  la  segunda  edición  del  Arauco  domado, 
se  formó  nuevo  proceso,  pidiendo  el  fiscal  que  se  castigase,  con  todo  el  rigor 
de  la  ley,  al  impresor  Juan  de  la  Cuesta  y  al  librero  Francisco  López. 

(2)  Así  lo  dice  un  oidor  de  Santiago,  que  en  1647  aprobó  el  libro  de  las 
Guerras  de  Chile,  del  Maestre  de  Campo  Santiago  de  Tesillo. 


CHJI.E  3^3 

Sólo  le  dolía  que  en  cánticos  tan  raros  faltase  tan  subido  contra- 
punto como  el  de  las  proezas  de  D.  (}arcía.  Por  eso  se  determinó  á 
escribir  la  misma  materia  que  Ercilla,  «preciándose  mucho  de  ir  al 

olor  de  su  rastro». 

Con  efecto,  el  Arauco  domado  no  es  una  continuación,  sino  una 
nueva  versión  de  la  materia  histórica  contenida  en  algunos  cantos 
de  la  segunda  parte  de  La  Araucana.  Pero  como  Pedro  de  Oña  se 
limita  á  las  empresas  en  que  intervino  personalmente  D.  García, 
toma  el  hilo  de  su  relato  en  el  canto  xiii  de  Ercilla,  cuando  el  Mar- 
qués de  Cañete  nombra  á  su  hijo  Gobernador  de  Chile,  y  ni  siquie- 
ra le  prosigue  hasta  el  suplicio  de  Caupolicán  y  la  transitoria  sumi- 
sión del  valle  (única  cosa  que  justificaría  el  título  de  domado),  sino 
que  apenas  refiere  otros  lances  de  aquella  guerra  que  el  asalto  de  la 
fortaleza  de  Penco  y  la  batalla  de  Biobio.  Todo  lo  demás,  ó  son 
puras  ficciones  poéticas,  como  los  amores  de  Caupolicán  y  Fresia, 
de  Tucapel  y  Gualeva,  ó  hechos  del  virreinato  de  D.  García  en  el 
Perú,  muy  posteriores  á  su  juvenil  gobierno  en  Chile.  Así  los  tu- 
multos de  Quito  y  la  derrota  del  corsario  inglés  Sir  Richart  Hawkins 
(Aquines)  en  el  mar  Pacífico.  Para  dar  cabida  en  su  poema  á  estos 
dos  larguísimos  episodios  (de  los  cuales  el  primero  es  sobre  toda 
ponderación  prosaico  é  intolerable)  recurre  el  poeta  al  arbitrio,  tan 
cómodo  como  absurdo,  de  poner  la  narración  en  boca  de  una  india, 
arrebatada  de  espíritu  profético.  Oña  copiaba  servilmente  á  Ercilla 
hasta  en  lo  que  Ercilla  tiene  de  menos  recomendable:  las  apariciones 
de  Belona  y  los  prestigios  del  mágico  Fitón. 

No  se  crea  por  eso  que  la  obra  del  imitador  sea  despreciable,  ni 
que  le  faltasen  condiciones  propias  para  brillar  con  honra  entre  los 
poetas  de  segundo  orden.  Al  contrario,  creemos  que  el  excesivo 
prurito  de.  la  imitación  amenguó  sus  bríos  c  impidió  que  lozanease 
más  su  estro  propio,  que  era  muy  diverso  del  de  Ercilla.  Hay  en  el 
Arauco  domado  mucho  desembarazo  y  juvenil  frescura,  gran  desen- 
fado narrativo,  facilidad  abandonada  y  algo  pueril  que  delata  los 
pocos  años  de  su  autor,  lozanía  intemperante  que  se  acomoda  me- 
jor con  lo  ameno  y  florido  que  con  lo  heroico.  A  ratos  parece  que 
el  poeta  no  toma  su  asunto  en  serio;  siembra  la  narración  de  rasgos 
•realistas  y  aun  cómicos;  usa  generalmente  un  tono  familiar,  divertí- 


314  CAPITULO    XI 

do  y  como  de  broma;  se  dilata  con  complacencia  en  escenas  volup- 
tuosas, tales  como  el  baño  de  Caupolicán  y  Fresia,  y  revela  de  mil' 
modos  en  su  poema  la  muelle  y  enervadora  influencia  del  clima  li- 
meño, bajo  el  cual  escribía.  Comparado  con  Ercilla,  carece  de  todo 
vigor  en  las  descripciones  de  batallas;  sus  caracteres  adolecen  de 
suma  indecisión  y  palidez,  lo  mismo  en  las  figuras  de  indios  que  en 
las  de  españoles,  á  pesar  de  los  esfuerzos  que  hace  para  enaltecer  á 
D.  García,  llegando  al  extremo  de  pintarle  como  un  jayán  ó  valen- 
tón temerario,  que  lidia  á  cada  paso  cuerpo  á  cuerpo  con  los  enemi- 
gos, y  descarga  en  ellos  furibundos  golpes;  y  al  todavía  más  ridícu- 
lo de  ponderar  varias  veces  su  belleza  tísica  y  los  estragos  que  con 
ella  debía  causar  en  los  corazones  femeniles  y  aun  en  los  de  las 
mismas  diosas  inmortales.  Siempre  que  Oña  se  encuentra  con  su 
predecesor  en  algún  episodio  como  el  del  rescate  de  la  lanza  de 
Martín  de  Elvira  ó  el  de  las  manos  cortadas  de  Galvarino,  es  pa- 
tente su  inferioridad.  Pero  en  cambio  tiene  condiciones  propias, 
muy  dignas  de  alabanza;  nobleza  y  naturalidad  en  la  expresión  de 
los  afectos  amorosos  (léanse,  por  ejemplo,  las  quejas  de  Gualeva  á 
Tucapel),  y  mucho  brío  de  imaginación  en  los  fantásticos  paisajes 
en  que  coloca  las  escenas,  ya  bucólicas,  ya  guerreras  de  sus  cantos. 
Porque  es  de  notar  que  en  este  poema,  enteramente  americano  por 
su  asunto,  y  escrito,  además,  por  autor  que  en  su  vida  había  salido 
de  América  y  no  podía  conocer,  por  consiguiente,  otra  naturaleza 
que  la  del  Nuevo  Mundo,  esta  naturaleza  tan  nueva  y  tan  grandio- 
sa brilla  por  su  ausencia,  y  está  sustituida  por  bosquecillos  cortados 
rt  tijera,  por  reminiscencias  de  los  jardines  de  Armida  y  de  Alcina 
y  de  las  orillas  del  Tajo  descritas  por  Ciarcilaso;  por  una  vegetaciórt 
absurda  ó  convencional,  propia,  á  lo  sumo,  del  Mediodía  de  Italia  ó 
de  España,  y  que  nunca  pudieron  contemplar  los  ojos  de  Pedro  de 
Oña  en  las  florestas  de  su  nativo  Chile.  Las  descripciones  campes- 
tres que  hace  son  muy  lozanas  y  recrean  agradablemente  la  vista  y 
el  oído;  pero  están  tomadas  de  los  libros  y  no  de  la  naturaleza  (l)^ 


(1)  En  todo  tiempo,  el  rico  y  fértil  prado 

Está  de  hierba  y  flores  guarnecido, 
Las  cuales  muestran  siempre  su  vestido 
De  trémulos  aljófares  bordado: 


CHILE  315 


Algunos  nombres  indígenas  de  plantas,  algunos  chilenismos  ó  perua- 
nismos de  dicción,  algún  fugitivo  rasguño  de  costumbres  de  los  sal- 
vajes, no  bastan  para  compensar  esta  falsedad  continua,  doblemente 
-extraña  en  quien  se  preciaba  de  haber  vivido  entre  los  araucanos  y 


Aquí  veréis  la  rosa  de  encarnado, 
Allí  el  clavel  de  púrpura  teñido, 
Los  turquesados  lirios,  las  violas, 
Jazmines,  azucenas,  amapolas. 

Acá  y  allá,  con  soplo  fresco  y  blando, 
Los  dos  Favonio  y  Céfiro  las  vuelven, 

Y  ellas,  en  pago  desto,  los  envuelven 
Del  suave  olor  que  están  de  sí  lanzando; 
Entre  ellas  las  abejas  susurrando, 

Que  el  dulce  pasto  en  rubia  miel  resuelven. 
Ya  de  jacinto,  ya  de  croco  y  clicie, 
Se  llevan  el  cohollo  y  superficie. 
Revuélvese  el  arroyo  sinuoso. 
Hecho  de  puro  vidrio  una  cadena. 
Por  la  floiesta  plácida  y  amena. 
Bajando  desde  el  monte  pedregoso; 

Y  con  murmurio  grato,  sonoroso, 
Despacha  al  hondo  mar  la  rica  vena, 
Cruzándola,  y  haciendo  en  varios  modos, 
Descansos,  paradillas  y  recodos. 

Vense  por  ambas  márgenes  poblados 
El  mirto,  el  salce,  el  álamo,  el  aliso. 
El  sauce,  el  fresno,  el  nardo,  el  cipariso, 
Los  pinos  y  los  cedros  encumbrados. 
Con  otros  frescos  árboles  copados, 
Traspuestos  del  primero  paraíso. 
Por  cuya  hoja  el  viento,  en  puntos  graves, 
El  bajo  lleva  al  tiple  de  las  aves. 

También  se  ve  la  hiedra  enamorada. 
Que  con  su  verde  brazo  retorcido 
Ciñe  lasciva  el  tronco  mal  pulido 
De  la  derecha  haya  levantada; 

Y  en  conyugal  amor  se  ve  abrazada 
La  vid  alegre  al  olmo  envejecido, 

Por  quien  sus  tiernos  pámpanos  prohija, 
Con  que  lo  enlaza,  tapa  y  ensortija. 

En  corros  andan  juntas  y  escondidas, 
Las  Dríadas,  Oréades,  Napeas, 

Y  otras  ignotas  mil  silvestres  deas, 
De  sátiros  y  faunos  perseguidas;  , 
En  álamos  Lampecies  convertidas, 

Y  en  verdes  lauros  vírgenes  Pencas, 
Que  son,  por  conocerse  tan  hermosas. 
Selváticas,  esquivas,  desdeñosas... 

Entre  la  verde  juncia,  en  la  ribera. 
Veréis  al  blanco  cisne  paseando. 


3l6  CAPÍTULO    XI 

conocer  su  frasts,  lengua  y  modo.  El  idilio  de  Caupolicán  y  Fresia 
en  el  canto  v,  que  es,  sin  duda,  lo  mejor  de  la  obra,  quizá  lo  único 
enteramente  bueno,  es  bello  en  sí  mismo,  y  parecería  muy  bien  en 
una  égloga  ó  en  un  poema  mitológico;  pero,  ¿quién,  si  se  detiene  un 


Y  alguna  vez,  en  dulce  voz  mostrando, 
Haberse  ya  llegado  la  postrera; 
Sublimes  por  el  agua,  el  cuerpo  fuera. 
Veréis  á  los  palillos  ir  nadando, 

Y  cuando  se  os  esconden  y  escabullen, 
jQué  lejos  los  veréis  de  do  zabullen! 

Pues  por  el  bosque  espeso  y  enredado 
Ya  sale  el  jabalí  cerdoso  y  fiero, 
Ya  pasa  el  gamo  tímido  y  ligero, 
Ya  corren  la  corcilla  y  el  venado, 
Ya  se  atraviesa  el  tigre  variado, 
Ya  penden  sobre  algún  despeñadero 
Las  saltadoras  cabras  montesinas 
Con  otras  agradables  salvajinas. 

La  fuente,  que  con  saltos  mal  medidos, 
Por  la  frisada,  tosca  y  dura  peña 
En  fugitivo  golpe  se  despeña. 
Llevándose  de  paso  los  oídos; 
En  medio  de  los  árboles  floridos 

Y  crespos  de  la  hojosa  y  verde  greña, 
Enfrente  el  curso  oblicuo  y  espumoso. 
Haciéndose  un  estanque  deleitoso. 

Por  su  cristal  bruñido  y  transparente 
Las  guijas  y  pizarras  de  la  arena. 
Sin  recibir  la  vista  mucha  pena. 
Se  pueden  numerar  distintamente; 
Los  árboles  se  ven  tan  claramente 
En  la  materia  líquida  y  serena, 
Que  no  sabréis  cuál  es  la  rama  viva, 
Si  la  que  está  debajo  ó  la  de  arriba. 

Titán,  al  tramontarse,  lo  saluda, 
Formando  sus  arenas  de  oro  fino, 

Y  para  descansar  de  su  camino 
No  tiene  otro  lugar  á  donde  acuda; 
La  verde  hierba  nace  tan  menuda 
Orillas  del  estero  cristalino, 

Y  toda  por  igual  por  dondequiera. 
Como  si  la  cortaran  con  tijera. 

Aquí  ninguna  especie  de  ganado 
Fué  digna  de  estampar  su  ruda  huella. 
Ni  se  podrá  alabar  de  que  con  ella, 
Dejase  su  esplendor  contaminado; 
Tan  solamente  el  Niño  Dios  alado 
En  esta  parte  vive  y  goza  della, 

Y  esparce  tiernamente  por  las  flores 
Alegres  y  dulcísimos;  amores. 


CHILE  317 

poco  á  considerar  la  descripción  del  supuesto  valle  de  Elicura,  en 
que  Caupolicán  y  su  amada  sesteaban,  no  ha  de  pasmarse  de  verle 
plantado  de  álamos,  fresnos  y  cipreses;  cubierto  de  jazmines,  azuce- 
nas, lirios,  claveles;  engalanado  por  vides  trepadoras;  poblado  de 
gamos,  jabalíes  y  venados,  mientras  el  blanco  cisne  pasea  por  la  ri- 
bera y  suena  el  zumbido  de  las  abejas;  siendo,  como  es  notorio,  que 
ninguno  de  estos  árboles,  flores  y  animales  existía  en  los  valles  de 
Arauco,  ni  existen  todavía  los  más  de  ellos?  Y  en  cambio,  el  rey  de 
aquellas  selvas,  la  araucaria  gigante,  nada  dice  al  poeta  nacido  á  su 
sombra.  Quizá  no  pueda  presentarse  otro  ejemplo  igual  de  la  tira- 
nía ejercida  por  los  libros,  y  de  la  general  ausencia  del  sentimiento 
de  la  naturaleza  hasta  tiempos  muy  recientes. 

Del  mismo  origen  nacen,  denunciando  la  poca  edad  y  los  estudios 
nada  maduros  del  autor,  el  continuo  é  intolerable  uso  de  la  mitolo- 
gía antigua  en  boca  de  indios;  la  procesión  de  sátiros,  tritones,  sire- 
nas, nereidas  y  hamadriadas  con  que  puebla  el  mar  Pacífico  y  los 
valles  de  Chile;  la  abundancia  de  latinismos  y  neologismos  pedan- 
tescos, y  finalmente,  el  empleo  de  una  máquina  absurda  que  hace 
revolverse  todo  el  infierno  en  consulta  general  contra  I).  García, 
saliendo,  por  fin,  Megera  á  lanzar  sus  víboras  en  el  seno  de  Caupo- 
licán cuando  se  solazaba  en  su  deleitoso  baño.  Hay,  entre  otras  co- 
sas, una  escena  de  conjuros  en  que  un  hechicero  indígena  llamado 
Pillalonco,  habla  del  humoso  Flegetón  y  del  Estigio  lago,  é  invoca  á 
Hecate  y  á  Ixión,  y  á  Tántalo  y  Ticio  y  á  Demogorgón  y  al  Can- 
cerbero, con  todo  el  aparato  y  prosopopeya  de  un  profesor  de  hu- 
manidades. Hay  una  aparición  de  la  sombra  de  Lautaro  á  Talgueno, 
que  reproduce  punto  por  punto  la  de  Héctor  á  Eneas  en  el  libro  11 
del  poema  de  Virgilio. 

Si  á  este  aparato  de  erudición  escolar  tan  malamente  aplicada,  se 
unen  los  defectos  de  ejecución  menuda  y  algo  pueril,  que  derrama 
unas  veces  el  color  como  á  tientas,  y  otras  se  eterniza  en  acceso- 
rios infecundos,  sin  lograr  casi  nunca  componer  un  cuadro,  se  ten- 
drá idea  de  los  defectos,  en  verdad  no  leves,  del  Arauco  domado 
que,  además,  bajo  el  aspecto  histórico  vale  poco,  y  nada  de  substan- 
cia añade  á  lo  que  consta  por  otros  documentos.  Pero  aunque  dis- 
temos mucho  de  considerar  al  licenciado  Pedro  de  Oña  como  digno 


3l8  CAPÍTULO    XI 

rival  de  D.  Alonso  de  Ercilla,  y  encontremos  excesivos  los  elogios 
qbe  Gutiérrez,  Rosell  y  Valderrama  han  tributado  á  este  primogéni- 
to de  la  musa  chilena,  todavía  andamos  más  lejos  de  asentir  á  la 
opinión  de  Ferrer  del  Río,  el  cual  en  sus  ilustraciones  á  la  edición 
académica  de  La  Araucana,  llega  á  decir  que  «ni  por  casualidad 
brota  un  destello  de  poesía  de  la  vulgar  pluma  de  Pedro  de  Oña». 
Pedro  de  Oña  tendría  todos  los  defectos  de  gusto  y  de  educación 
que  se  quiera,  y  su  libro  es  sin  duda  imperfectísimo;  pero  lo  que 
sobra  en  él  son  destellos  de  talento  poético. 

Del  episodio  erótico  de  Caupolicán  y  Fresia  ya  se  ha  hablado. 
La  enumeración  de  los  capitanes  en  el  canto  ix  parece  haber  servi- 
do de  modelo  á  la  que  hay  en  Las  Naves  de  Cortés,  de  Moratín  el 
padre,  y  la  recuerda  sin  gran  desventaja.  Son  muy  dulces  y  tiernas 
las  quejas  de  Gualeva, 

«Haciendo  que  despierte  á  su  gemido 
La  ya  dormida  tórtola  en  el  nido.» 

En  las  comparaciones  tiene  á  veces  novedad  é  instinto  gráfico,  y 
suele  tomarlas  de  objetos  no  comunes,  verbigracia: 

«Cual  águila  caudal  que  desde  el  cieio 
En  viendo  al  ballenato  dar  en  tierra, 
Prestísima  con  él  en  punta  cierra, 
Dejando  roto  el  aire  con  su  vuelo, 
Y  dando  con  las  alas  por  el  suelo 
Encima  del  se  arroja  y  del  se  afierra, 
Tal  sobre  el  cuerpo  echado  en  sangre  roja 
La  bárbara  frenética  se  arroja.» 

Ó  cuando  dice  de  D.  García,  impaciente  antes  de  su  primera 

batalla: 

«Está  como  el  azor  empihuelado 
Antes  de  haberle  puesto  el  capirote. 
Que  si  pasar  un  ave  se  le  antoja, 
Mil  veces.de  la  alcándora  se  arroja.» 

Y  aun  en  los  lugares  comunes  y  más  trillados  del  género,  proce- 
de con  cierta  franqueza  de  estilo  propio: 


CHILE  319 

«Cual  suele  andar  la  vaca  si  ha  perdido 
El  tierno  becerrillo,  prenda  cara, 
Que  ya  sin  orden  corre,  ya  se  para, 
Llamándole  con  hórrido  bramido, 
Ya  sobre  alguna  loma  del  ejido, 
Si  alguna  cosa  ve,  con  ella  encara, 
Alzando  la  cerviz  y  armada  frente 
Con  un  feroz  denuedo  y  continente,» 

Tuvo,  pues,  razón  uno  de  los  aprobantes  del  libro  en  decir  que 
su  autor  «muestra  una  natural  facilidad,  un  caudal  propio  y  un  no 
imitado  artificio  con  que  descubre  muchas  lumbres  de  natural  poe- 
sía». Dejó  correr  su  vena  sin  tiento  ni  arte,  y  muchas  veces  se  des- 
peña en  la  prosa  más  vil;  pero  teiiía  rarísimas  condiciones  de  versi- 
ficador, tanto,  que  llegó  á  inventar  mía  nueva  correspondencia  de 
rimas-,  un  nuevo  tipo  de  octava ,  menos  solemne  y  más  graciosa  y 
ligera  que  la  antigua,  rimando  el  primer  verso  con  el  cuarto  y  el 
quinto,  y  el  segundo  con  el  tercero  y  el  sexto,  combinación  simé- 
trica y  agradable  que  ha  tenido  menos  fortuna  de  la  que  merecía, 
puesto  que  supera  por  todos  conceptos  á  la  falsa  octava  de  finales 
agudos  llamada  en  América  bermudina  ^  y  se  presta  con  facilidad  y 
donosura  al  tono  de  la  narración  festiva,  pudiendo  sustituir  con  ven- 
taja á  la  sexta  rima  italiana.  El  desacierto  de  Oña  estuvo  en  emplear- 
la en  un  poema  que  él  quería  hacer  pasar  por  heroico  (l). 


( I )  Primera  parie  de  Arauco  domado.,  compuesta  por  el  Licenciado  Pedro  de 
Oña,  natural  de  los  hif antes  de  E?igol,  en  Chile,  collegial  del  Real  Colegio  ma- 
yor de  Sant  Felipe  y  San  Marcos,  fimdado  en  la  ciudad  de  Lima.  Dirigido  á  Don 
Hurtado  de  Mendoza,  Primogénito  de  Don  García  Hurtado  de  Mendoza,  Mar- 
qués de  Cañete,  Señor  de  las  Villas  de  Argete  y  su  partido,  Visorrey  de  los  Rey- 
nos  del  Perú,  Tierra  Firme  y  Chile...  Hijo,  nieto  y  biznieto  de  Virreyes.  Con  pri- 
vilegio, itnpreso  en  la  ciudad  de  los  Reyes  por  Attto/iio  Ricardo,  de  Turin, primero 
impresor  e7i  estos  Reynos. — Año  de  1596,  4.°,  352  hojas,  con  el  retrato  del  autor 
grabado  en  madera. 

Aprobaciones  del  P.  M.  Esteban  de  Avila,  y  del  Licenciado  D.  Juan  de  Vi- 
Uela.  Versos  laudatorios  del  Licenciado  Gaspar  de  Villarroel  y  Coruña;  de! 
P.  M.  Esteban  de  Avila;  del  Dr.  Francisco  de  Figueroa,  de  Fr.  Diego  de  Oje- 
da,  del  Dr.  Suigo  de  Hormero,  de  D.  Pedro  de  Córdoba  Guzmán,  Dr.  Jeróni- 
mo López  Guarnido,  D.  Pedro  Luis  de  Cabrera  y  Cristóbal  de  Arriaga  Alar- 


320  CAPITULO   XI 

No  correspondieron  las  restantes  obras  del  primer  poeta  chileno  á 
las  esperanzas  que  había  hecho  concebir  este  juvenil  ensayo  suyo  (i). 
O  porque  su  ingenio,  como  el  de  otros  criollos,  se  agotase  antes  de 
la  madurez  como  en  compensación  de  su  precocidad;  ó  más  bien, 
según  creo,  porque  el  contagio  del  mal  gusto  heló  las  flores  de 
su  fantasía,  es  lo  cierto,  que  El  Ignacio  de  Cantabria,  poema  publi- 
cado en  Sevilla  en  1636,  ni  parece  hermano  del  primero,  ni  apenas 
puede  leerse  sin  un  soberano  esfuerzo  de  paciencia.  Los  traductores 
de  Ticknor  le  reconocen  el  mérito  de  algunas  octavas  fáciles;  yo  ni 
aun  esto  encuentro  en  aquellas  páginas  que  parece  que  destilan 
jugo  de  adormideras.  Y  sin  embargo,  este  esfuerzo  infeliz,  más  de 

con.  La  canción  del  Dr.  Francisco  de  Figueroa  está  escrita  con  entonación 
muy  valiente  y  robusta. 

Esta  primera  edición  es  de  estupenda  rareza.  Nuestra  Biblioteca  Nacional 
posee  un  ejemplar. 

Arauco  domado,  compuesto  por  el  Licenciado  Pedro  de  Oña,  natural  de  los  In- 
fantes de  Engol,  en  Chile.  En  Madrid,  por  Juan  de  la  Cuesta,  1605,  8.°  Tam- 
bién es  muy  rara  esta  edición,  aunque  no  tanto  como  la  primera. 

Hay  dos  reimpresiones  modernas  del  poema  de  Pedro  de  Oña:  la  de 
Valparaíso,  1849,  en  16.°,  por  D.  Juan  María  Gutiérrez,  y  otra  de  Madrid, 
en  1854,  en  el  tomo  11  de  Poemas  épicos  de  la  Biblioteca  de  Rivadeneyra  co- 
leccionado por  D.  Cayetano  Rosell. 

El  trabajo  más  importante  sobre  este  poeta  chileno  es  el  que  incluyó  don 
Juan  María  Gutiérrez  en  sus  Estudios  biográficos  t  críticos  sobre  algunos  poetas 
sudamericanos  anteriores  a/ j¿;§/c  xix  (Buenos' Aires,  1865).  Otro  estudio  más 
breve  que  acompaña  á  su  reimpresión  del  poema,  fué  objeto  de  un  plagio  en 
el  Semanario  Pintoresco  Español  de  1851. 

(i)  Temblor  de  Lima  año  de  lóog.  Governando  el  Alarqués  de  Alontcs  Claros, 
Virrey  Excellentissimo.  Y  una  Canción  Real  Panegyrica  en  la  venida  de  su 
Excellencia  a  estos  Reyttos.  Dirigido  a  Don  Joan  de  Mendoga  y  Luna,  Marque's 
de  Castel  de  Bayuela  su  Primogénito  succesor,  por  el  Licenciado  Pedro  de  Oña. 
Con  licencia.  Por  Francisco  del  Canto.  160Q.  4.°  (En  Lima). 

El  único  ejemplar  conocido  de  este  breve  poema  en  octavas  reales  (de 
tipo  normal;,  pertenece  á  la  John  Cárter  Brown  Library  («Providence-Rhode 
Island»).  Le  ha  reproducido  en  facsímil  el  Sr.  Medina. 

El  Temblor  de  Lima  de  i6oQ,por  el  licenciado  Pedro  de  Oña,  edición  facsimi- 
lar  precedida  de  una  noticia  de  lEl  Vasaurot,  poema  inédito  del  mismo  autor. 
Reimprímelo  J.  T.  JMedifia.  Santiago  de  Chile,  imprenta  Elzeviriana,  jgog. 

Cuando  Oña  escribió  este  canto,  no  desempeñaba  ya  el  corregimiento  de 


CHILE 


32! 


su  devoci6n  que  de  su  talento,  habfa  costado  al  autor  quince  anos 
de  trabajo,  que  no  pudieron  ser  más  santa,  pero  menos  Uterar.a- 
mente  ocupados.  El  libro,  no  obstante,  debié  de  tener  aceptaron 
entre  las  gentes  piadosas;  la  Compaiíía  de  Jesús  le  tomo  bajo  su 
proteccifin,  haciendo  de  él  una  edición  elegante  para  aquel  t,empo, 
con  viñetas  grabadas  en  cobre;  Lope  de  Vega  le  llamé  poema  hcrot- 
■co,  arn.ónicoysuave,  y  el  aprobante  del  libro  fué  no  menos  que  don 
Pedro  Calderón  de  la  Barca.  El  poema  es  medio  historial,  med.o 
alegórico,  interviniendo  en  la  acción  personajes  tan  extrafios  como 
Eí  tedio  y  El  qué  dirán.  Tiene  doce  cantos  y  acaba  prometiendo 
una  segunda  parte  que  por  fortuna  no  vino  i  acrecentar  la  md.ges- 
ta  mole  de  poemas  devotos,  tan  inütiles  para  la  devoción  como  para 
la  literatura  (l). 

ja.„  de  Bracmoros,  con  que  recompensa  sus  méritos  D.  ^^^_ 
presencia,  del  terremoto  de  „  de  Octubre,  que  con  sene,  lo  o  n    gun 
Lio  finge  referir  á  n„  a^igo  snyo  en  1.,  forzada  ocos.dad  de  °"  ™)^- 

.Árcelo  y  Daricio,  dos  amigo.,  caminando  juntos  una  ta.de  "=  ^--- 
per  estas  partes  en  lo  mis  llano  de  la  Siena,  les  sobreumo  una  tempesta 
de  agua  y  viento  assi  rigurosa,  que  no  hallando  otro  reparo,  -  recog.eron  a. 
de  vna  pefla  socanada,  que  en  forma  de  medio  trecho,  les  P"  °  l^^^  n  d^ 
.ante  abrigo.  Donde  con  ocasión  de  1,  borrasca,  refiere  Árcelo  (a  pet,CK>n  de 
Daricio)  el  temblor  de  Lima,  con  todo  lo  sucedido  en  e»los  d.as,  a  que  estn 

^ElTrin"';;  interés  de  esta  relación  es  histórico,  puesto  que  a,  parecer  n 
se  conoce  otra  sobre  aquel  fenómeno  sísmico.  A  lo  menos  no  se  habf.  de  é 
en  las  Memorias  de  los  Virreyes  del  Perú,  ni  en  la  CoUcCÓ,,  *  Urre^o.os  de. 
coronel  Odriozola  (Lima,  1863).  pw,-/, /£/ 

(O     El  Ignacio  de  Cantabria.  Primera  parte.  Por  el  Ucenaado  Pedro  de 
Ona.  En  Sevilla,  por  Francisco  de  Lyra,  año  de  1639,  4-" 

Del  mismo  estilo  que  este  poema,  pero  algo  menos  mala,  es  la  mas  ex 
tensa  composición  lírica  que  conocemos  de  Pedro  de  Oña,  -^  -^-J'_ 
Canción  Real  en  ,ue  se  recogen  las  excelencias  de  San  Francisco  ^^^--'  J'^^ 
duciendo  al  rio  Lin^a.  ,ue  haUa  con  el  Tibre  de  ^....  Esta  en  la  según      ed. 
ción  de  la  Vida,  virtudes  y  milagros  del  santo  Padre  Fr.  ^''-^^^'^^^'^'^^I^l 
Fr.  Alonso  de  Mendieta  (.643).  En  medio  de  las  lobregueces  cU.1  c.dteran^ 
n.o,  todavía  centellea  de  vez  en  cuando  el  vivo  ingenio  del  autor  del  ^r.«.. 
donado,  en  éste  que  podemos  llamar  su  canto  de  cisne,  puesto  ^^  P^^ 
tonces  debía  de  ser  muy  anciant.,  y  no  volvemos  ya  á  encontrar  not.c.a 
persona. 


322  CAPITULO    XI 

El  mérito  relativo  del  Araiico  domado  parece  mayor  cuando  se  le 
coteja  con  los  demás  versos  de  Pedro  de  Oña  (l),  y  todavía  más  con 

(i)  Cuando  escribí  esto  en  1895,  no  tenía  noticia  de  otro  extenso  poema 
de  Pedro  de  Oña,  del  cual  dio  la  primera  noticia  y  un  breve  extracto  don 
Diego  Barros  Arana,  en  el  tomo  v  de  su  Historia  general  de  Chile.  Más  re- 
cientemente, D.  José  Toribio  Medina  (en  el  prólogo  de  El  Temblor  de  Lima), 
analiza  detalladamente  la  obra  y  copia  bastantes  octavas,  que  hacen  desear 
la  íntegra  publicación  de  El  Vasauro,  obra  posterior  al  Ignacio  de  Cantabria, 
pero  de  quilates  estéticos  muy  superiores,  sin  duda  por  estar  más  en  la 
cuerda  de  Oña  la  poesía  profana  que  la  ascética.  Las  octavas  de  El 
Vasauro,  cuya  dedicatoria  está  firmada  en  el  Cuzco  á  13  de  Abril  de  1635, 
son  verdaderamente  extraordinarias  para  compuestas  por  un  poeta  de  se- 
senta y  cinco  años,  y  prueban  que  en  su  ingenio  nunca  llegó  á  secarse  la  ins- 
piración, cuando  escogió  materia  acomodada  á  sus  fuerzas. 

Es  obra  muy  larga:  consta  de  cerca  de  diez  mil  versos,  distribuidos  en 
1 1  cantos.  Su  enigmático  título  requiere  alguna  explicación.  El  Vasauro  es 
un  producto  de  la  musa  adulatoria  que  dictó  el  Arauco  domado  y  tantos  otros 
poemas  de  la  literatura  colonial.  Pero  lo  que  es  adulación  directa  en  el 
libro  encargado  por  D.  García  de  Mendoza,  es  aquí  homenaje  indirecto  á 
otro  virrey  del  Perú,  D.  Luis  Jerónimo  Fernández  de  Cabrera  y  Bobadilla, 
cuarto  Conde  de  Chinchón.  Descendía  el  de  Chinchón  de  dos  ilustres  con- 
sortes cuyos  nombres  tantas  veces  suenan  en  la  historia  de  los  Reyes  Católi- 
cos, D.  Andrés  de  Cabrera  y  doña  Beatriz  de  Bobadilla,  primera  marquesa  de 
Moya,  en  quien  depositaba  doña  Isabel  todas  sus  confianzas.  El  poema  de 
Oña  es  muy  anterior  al  interesante  libro  de  Pinel  y  Monroy,  Retrato  del  buen 
vasallo,  copiado  de  la  vida  y  hechos  de  D.  Andrés  de  Cabrera,  primer  Marqués 
de  Moya  (Madrid,  1677),  pero  el  poeta  chileno  encontró  bastante  materia 
para  su  objeto  en  la  Crónica  de  Hernando  del  Pulgar  y  en  otros  libros  histó- 
ricos muy  conocidos,  á  los  cuales  pudo  añadir  algunas  tradiciones  familiares, 
que  constaban  en  el  archivo  de  la  Casa.  Uno  de  estos  episodios  es  el  qae  da 
nombre  al  poema: 

La  grave,  dime,  pompa,  el  culto  regio 
Con  que  la  Majestad  mayor  terrena 


El  áureo  vaso  envía. 


Trátase  de  un  vaso  de  oro,  con  que  el  día  de  Santa  Lucía  obsequiaron  los 
reyes  en  su  mesa  á  D.  Andrés  de  Cabrera,  en  testimonio  de  gratitud  por  sus 
servicios,  y  especialmente  por  los  que  había  prestado  en  Segovia  sostenien- 
do el  Alcázar  en  nombre  de  la  Reina: 

«Daréis  al  del  Consejo,  al  de  la  espada, 
Al  buen  Marqués  de  Moya,  esta  embajada: 
Diréisle  que  pues  hoy  (felice  día) 


CHILE  ^    -> 


,os  otros  poetas  que  intentaron  reanudar  el  hilo  ,le  la  narracon  de 
E  ciim.  Fué  de  los  primeros,  y  sin  duda  de  los  n,as  .nfd.ces,  don 
Diego  de  Santisteban  y  Osorio,  ingenio  leonés,  que  al  ano  s.gu.en- 
te  de  la  publicacién  del  Arqueo  en  Lima,  y,  por  supuesto  s,n  tener 
noticia  de  él,  publicé  una  Cuarta  y  Quiut.  Parteé.  La  Araucana, 

Nos  dio  en  Segovia  llaves  y  tesoro 
'Su  fiel  constancia,  cuando  de  Lucía 
Constante  fe  celebra  el  mártir  coro; 
Hoy  Reina  grata  y  grato  Rey  le  envía 
Este,  que  es  puro  y  fino  vaso  de  oro: 
Erenda  de  amor  en  ambos,  y  figura 
De  la  lealtad  en  él  más  firme  y  pura. 
Diréis  que  un  áureo  vaso  en  áurea  gloria 

De  su  posteridad  ilustre  queda, 

Porque,  jamás  cansada,  esta  memoria 

Irá  de  Nos  pasando  al  que  suceda. 

Como  sujeto  digno  do  alta  historia 

Que  el  tiempo  gastador  borrar  no  pueda, 

Y  que  este  casi  feudo  le  pagamos 

Los  que  por  él  pacíficos  reinamos.»  ^^_^^^  ^^^ 

La  merced  de  la  copa  el  día  de  Sarita  Lucía  es  histórica,  y  Pmel  trata  de 
ella  extensamente,  insertar^do  el  privilegio  Real  y  otros  documentos  (pag.- 
n  1-  rOfia  supone  que  en  ese  vaso  iban  esculpidas  de  reheve  las  haza- 
Ts  drios^marqueseíde  Moya,  y  ellas  dan  argumento  al  poema,  escnto  para 
lisonjear  al  conde  de  Chinchón: 

Véncete,  pues,  y  escucha  la  notoria 
Real  prosapia  tuya,  que  de  antigua 
Ó  bien  el  tiempo  esconde  su  memoria, 
Ó  bien,  por  más  blasón,  se  finge  ambigua. 

(Libro  I.) 

Un  poema  genealógico  y  de  ,al  extensión  previene  desde  luego,  contra  s„ 
lectura,  aun  al  que  esté  mds  aguerrido  en  tales  ejercaos;  pero  Q-^''  t"^- 
dose  d    El  Valuro..eA  excesivo  rigor  condenarle  por  entero    No  . .ene 
V       adera  unidad:  es  un,  crónica  rimada,  pero  no  de  interós  'a-l,ar  uu,c 
mente,  puesto  que  refiere  cosas  grandes  de  nuestro  mayor  remado,  y  el  poeta 
rLiendo  con  bastante  habilidad  los  anales  de  Castilla  desde  «nes  ^e  ,466 
Tastala  conquistado  Granada  en   M,=.  Resulta,  pues,  ^^^^^^^ 
impresión  ópica,  aun  con  el  inconveniente  de  aparecer  dona  Bea  r.z  y  s 
marido  algo'achicados  y  como  en  segundo  «írmino.  Pero  el  -ac  e^^=   » 
primera  esti  bien  entendido.  Es  tan  enórg.co,  varón,!  y  fie, o,  co,no  le  pr 
senta  la  historia,  ya  oponiéndose  .con  un  pu,-,al  desnudo  en  mano,  al  proyec 
dt  matrimonio' de  su  ama  con  el  Maes.re  de  Calatrava;  ya  cuando  e„ 


324  CAPITULO   XI 

en  que  se  prosigue  y  acaba  la  historia  de  D.  Alonso  de  Er cilla,  hasta 
la  reducción  del  valle  (i). 

ausencia  de  Cabrera  defiende  el  Alcázar  de  Segovia  contra  los  sediciosos  que 
procuraron  asaltarle;  ya  cuando  en  el  cerco  de  Málaga  está  á  punto  de  reci- 
bir la  puñalada  que  un  santón  de  la  hueste  agarena  quería  asestar  contra  el 
pecho  de  la  Reina. 

En  todos  estos  y  otros  lances,  doña  Beatriz  justifica  lo  que  de  ella  dice  el 
poeta  al  contar  su  nacimiento  y  crianza: 

A  quien  no  leche  humana, 
Fiera  leona  si  prestó  el  sustento. 

(Canto  IV.) 

La  parte  de  pura  invención  es  lo  que  menos  vale  en  los  fragmentos  que 
conocemos  de  este  poema.  Redúcese  casi  á  las  inverisímiles  y  absurdas  em- 
presas bílicas  de  un  niño  de  diez  años,  hijo  de  los  Marqueses  de  Moya,  que 
lidia  en  combate  singular  nada  menos  que  con  el  alcaide  moro  de  Málaga,  y 
le  vence  y  mata  delante  de  los  dos  ejércitos.  De  resultas,  se  apasiona  de  él 
una  mora  hermosísima  llamada  P'átima,  de  la  tribu  de  los  Abencerrajes,  y  le 
persigue  y  requiere  de  amores.  Pero  el  rapaz,  que  no  entiende  de  tales  de- 
vaneos, la  desengaña  á  tiempo,  y  eUa  se  casa  con  un  moro  principal  de  la 
familia  de  los  Zegríes,  después  de  convertirse  entrambos  á  la  fe  cristiana. 

Los  cantos  9.°  y  10.°,  en  que  estos  absurdos  se  contienen,  son,  sin  embar- 
go, por  su  ejecución  y  su  estilo,  lo  mejor  de  la  obra.  Citaremos  una  sola  octa- 
va, que  pinta  la  desesperación  amorosa  de  Fátima: 

Deja  caer  la  dama  el  albo  cuello 
Como  azucena  flor  no  bien  cortada, 
Sin  aire  el  pie,  sin  orden  el  cabello, 
Y  sin  vigor  la  mano  delicada. 
El  al  ceñido  talle,  al  hombro  bello 
Su  izquierdo  brazo  da  por  almohada, 
La  desabrocha  el  pecho,  á  que  la  nieve 
Quisiera  compararse  y  no  se  atreve. 

(i)  La  primera  edición  de  estas  dos  partes,  dirigida  d  D.  Ferna7ido  Ruiz 
de  Castro  y  Andrade,  cotzde  de  Lemos  y  de  Villa/ba,  es  de  Salamanca,  por  Juan 
y  Andrés  Renaut,  1597,  12.° — Fueron  reimpresas  en  Barcelona  por  Joan 
Amello,  1598,  y  figuran  unidas  á  las  tres  de  ErcilJa  en  una  sola  edición  de 
La  Araucana,  la  de  Madrid,  1735,  por  Francisco  Martínez  Abad,  en  folio, 
la  cual  por  esta  circuntancia  es  bastante  estimada  de  los  bibliófilos. 

Santisteban  Osorio  es  autor  de  otro  voluminoso  poema,  Primera  y  se- 
gunda parte  de  las  guerras  de  Malta,  y  toma  de  Rodas...  Madrid,  en  la  Imprefita 
del  Ldo.  Varez  de  Castro,  1599.  La  primera  parte  consta  de  doce  cantos,  y  la 
segunda  de  trece. 


CHILE  325 

La  cuarta  parte  tiene  trece  cantos  y  la  segunda  veinte;  el  au- 
tor nos  informa  que  tenía  «pocos  años»,  y  confiesa,  además,  con 
loable  y  verídica  modestia  que  le  faltaban  caudal  y  arte.  Lo  más 
singular  del  caso  es  que  apenas  hay  una  palabra  de  verdad  históri- 
ca en  todo  lo  que  relata.  Ni  había  estado  en  América,  ni  la  cono- 
cía más  que  por  los  libros,  ó  hablando  más  propiamente,  por  un 
solo  libro,  por  La  Araucana^  cuyos  episodios  va  calcando  servil- 
mente: inventando,  por  ejemplo,  un  Caupolicán  2.°,  sucesor  del 
Caupolicán  l.°;  haciendo  á  Colocólo  pronunciar  nuevos  discursos,  y 
sustituyendo  la  homérica  prueba  del  tronco  con  una  especie  de  elec- 
ción de  cofradía  en  que  los  caciques  van  depositando  pacíficamente 
sus  votos  en  una  urna  de  ébano  guarnecida  de  perlas.  Para  que  nada 
falte  en  esta  insípida  rapsodia,  hay  conjuros  y  magia,  y  una  des- 
cripción del  mundo  y  una  historia  de  la  conquista  del  Perú  que 
ocupa  nada  menos  que  cinco  cantos,  todo  con  intervención  de  la 
diosa  Belona  y  del  sabio  Zoroastro,  que  viene  de  la  laguna  Estigia 
á  contar  la  conquista  de  Oran  por  el.  Cardenal  Cisneros.  Al  fin  el 
poeta  se  cansa  de  amontonar  disparates  sin  orden  ni  concierto,  y 
acaba  por  hacer  que  se  suicide  el  imaginario  Caupolicán  2.°,  que  le 
había  dado  pie  para  tantos  desvarios.  Lo  pedestre  y  desmaiíado  del 
estilo  y  de  la  versificación  corre  parejas  con  la  insensatez  del  plan. 
Cínicamente  ha  de  notarse  que  Santisteban  no  forma  en  el  coro  de 
los  poetas  áulicos  de  D.  García  de  Mendoza:  al  contrario,  pone  todo 
su  empeño  en  enaltecer  la  figura  militar  de  Ercilla,  atribuyéndole 
una  porción  de  aventuras  apócrifas,  que  algunos  biógrafos  han  toma- 
do como  moneda  corriente. 

Mejor  nombre  que  Santisteban  Osorio  merecen  el  sargento  ma- 
yor D.  Juan  de  Mendoza  y  Monteagudo,  y  el  capitán  Hernando  ÁI- 
varez  de  Toledo.  Siquiera  sus  extensos  poemas  no  son  meras  com- 
posiciones retóricas,  sino  memorias  personales,  aunque  prosaicas  y 
desabridas,  de  los  sucesos  en  que  sus  autores  intervinieron.  Pero  á 
decir  verdad,  tales  documentos,  inestimables  para  el  historiador, 
poco  importan  para  la  crítica  literaria  y  no  se  les  hace  grave  ofensa 
en  pasar  rápidamente  por  ellos.  El  sargento  mayor  Mendoza,  á  quien 
se  atribuye  un  poema  anónimo  y  acéfalo  conocido  con  el  título  do 
Guerras  de  Chile,  era  un  aventurero  que  desde  la  edad  de  quince 


326  CAPÍTULO   XI 

años,  en  que  pasó  al  Nuevo  Mundo,  había  tomado  parte  en  las  más 

románticas  y  temerarias  empresas  por  las  regiones  tropicales,  ora 

buscando  los  soñados  palacios  del  Daba^^be,  donde  debía  de  haber 

un  ídolo  del  sol,  todo  de  oro  fino;  ora  arrojándose  en  un  frágil  madero 

al  peligroso  paso  de  Ancerma;  ora  remontándose  en  demanda  de  las 

fuentes  del  río  de  San  Jorge,  viaje  que  describe  en  estas  octavas,  las 

cuales  pueden  dar  alguna  idea  de   su   estilo  en   los  trozos  en  que 

es  mejor: 

Entre  un  muelle  de  peñas  temerario, 
Donde  de  nácar  tiene  la  urna  viva, 
Sale  el  sagrado  viejo  solitario 

Y  setecientas  leguas  se  deriva: 
Cruza  sobre  su  frente  de  ordinario 
La  grande  cordillera  fugitiva, 

Que  tiene,  según  fama,  las  espaldas 
Lastradas  de  oro  fino  y  esmeraldas. 

En  el  discurso  desto,  ¡qué  de  cosas 
Difíciles  pasé,  cuántas  montañas 
De  arcabucos  rompí  maravillosas! 
Pues  ¡qué  yermos  pasé,  pues  qué  campañas! 
¡Qué  empresas  no  emprendí  dificultosas! 
¡Fueron  tan  grandes,  fueron  tan  extrañas. 
Que  al  fin  se  quedó  atrás  el  pensamiento; 
Que  lo  excedió  el  humano  atrevimiento! 

Las  venas  vi  y  profundos  tragaderos 
Del  cuerpo  de  que  todos  somos  hijos; 
Los  secretos  del  mar  respiraderos 
Que  salen  por  conductos  y  escondrijos; 
Los  negros,  infernales  sumideros 
Que  el  azufrado  fuego  brotan  fijos, 

Y  otras  mil  extrañezas  que  en  sí  encierra 
Aquesta  casa  grande  de  la  tierra. 

Víboras  de  corales  vi  funestas, 
Sierpes  de  cascabeles  sonadores. 
La  icotea  que  la  casa  lleva  á  cuestas, 
Los  nietos  de  Saturno  burladores, 
Yá  perico  enemigo  de  las  cuestas, 
Los  grasos  semibueyes  nadadores. 
Los  micos  que  al  pasarlas  hacen  soga, 

Y  el  lagarto  que  el  agua  nunca  ahoga. 
Sin  estas  animalias,  vi  infinitas 


CHILE  327 

De  tales  calidades  y  figura, 

Que  no  pudo  dejallas  Plinio  escritas, 

Porque  ignoró  su  forma  y  su  hechura; 

Las  siete  maravillas  exquisitas, 

De  quien  la  fama  antigua  tanto  cura, 

Ya  es  vano  exagerallas  ni  escribillas, 

Teniendo  el  mundo  tantas  maravillas. 

Cansado  de  los  rigores  de  tan  insalubres  climas,  pasó  al  Perú,  y 
de  allí  á  Chile,  alistado  bajo  las  banderas  de  D.  Francisco  de  Qui- 
ñones al  finalizar  el  año  1599.  Allí  sirvió  honrosamente  en  la  mili- 
cia y  en  la  toga,  durante  una  vida  muy  larga,  puesto  que  en  1 666 
otorgaba  un  poder  para  testar. 

El  poema  de  D.  Juan  de  Mendoza  se  cita  generalmente  con  el 
título  de  Guerras  de  Chile,  por  más  que  ni  este  título,  ni  otro  algu- 
no, ni  el  nombre  de  su  autor,  constan  en  el  manuscrito  de  la  Biblio- 
teca Nacional  de  Madrid,  que  nos  le  ha  conservado  (l).  En  once 
cantos  que  comprenden  cerca  de  ocho  mil  versos,  narra  los  aconte- 
cimientos, en  gran  parte  desastrosos,  de  la  gobernación  de  Martín 
García  de  Loyola  y  de  D.  Francisco  de  Quiñones,  y  las  matanzas  y 
rebatos  hechos  por  los  araucanos  en  las  poblaciones  españolas  al 
finalizar  aquella  centuria.  El  primer  canto  puede  considerarse  como 
una  introducción,  y  en  él,  según  se  expresa  el  autor,  «descríbense 
las  provincias  que  el  reino  de  Chile  en  sí  contiene;  las  que,  por  más 

(i)  Tiene  en  las  tapas  las  armas  de  la  reina  D.^'  Mariana  de  Austria  y,  por 
consiguiente,  es  muy  verisímil  que  pertenezca  al  fondo  primitivo  de  la  bi- 
blioteca procedente  de  Palacio,  y  sea  distinto  del  que  Barcia  tuvo  en  su 
librería,  y  cita  como  de  autor  anónimo  en  las  Adiciones  á  Pinelo.  La  copia 
por  donde  se  ha  impreso  fué  llevada  á  Chile  por  D.  Diego  Barros  Arana. 

Algunos  han  atribuido  este  poema  al  Dr.  Luis  Merlo  de  la  Fuente,  gober- 
nador ó  presidente  interino  que  fue  en  Chile;  pero  el  Sr.  Medina,  y  á  nuestro 
parecer  con  buenos  argumentos,  recaba  la  paternidad  del  libro  para  D.  Juan 
de  Mendoza,  Véanse  Las  Guerras  de  Chile,  poema  histórico,  por  el  sargento 
mayor  D.  Juan  de  Mendoza  Monieagiido,  publicado  con  itttr aducción,  notas  é 
ilustraciones,  por  J.  Medina.  (Santiago  de  Chile,  1888).  Primer  tomo  de  una 
Colección  de  Poemas  Épicos  relativos  d  Chile,  ó  escritos  por  chilenos  durante  el 
periodo  colonial,  que  por  las  vicisitudes  políticas  de  aquel  país  quedó  in- 
terrumpida. 

MenAkdez  y  Pelato. — Poesía  hispano-americana.—  W.  ai 


328  CAPITULO    XI 

belicosas,  han  sustentado  las  guerras;  los  modos  que  en  gobernarse 
tienen,  y  algunas  cosas  no  escritas  hasta  aquí  de  sus  costumbres,  y 
otras  cosas  memorables  acontecidas  en  el  discurso  de  varios  gober- 
nadores hasta  el  tiempo  de  Martín  García  de  Loyola,  que  viajando 
de  la  Imperial,  seguido  de  Pelantaro,  se  alojó  en  Coralaba».  En  el 
canto  segundo  prosigúese  con  la  muerte  del  gobernador  y  la  retira- 
da de  los  suyos.  La  narración  es  fácil,  y  por  lo  general,  noble  y  de- 
corosa: el  autor  remeda  bastante  bien  el  tono  de  Ercilla,  y  como 
soldado  de  profesión,  da  á  la  pintura  de  las  batallas  una  animación 
y  un  fuego  que  no  tienen  en  la  retórica  pluma  de  Pedro  de  Oña.  El 
episodio  de  la  india  Guaiquimilla  es  tierno  y  agradable,  y  muy  ori- 
ginal el  cuadro  de  una  sequía  en  Chile.  En  la  dicción  se  advierten' 
pocos  resabios  del  mal  gusto  del  siglo  xvii,  y  aunque  la  versificación 
no  corra  siempre  sin  tropiezo,  ha  de  tenerse  en  cuenta  que  el  autor 
no  limó  su  obra  ni  la  destinaba  acaso  á  la  publicidad,  y  que  además 
la  copia  que  tenemos  es  imperfecta ,  y  aun  incompleta  en  algunas 
partes. 

Pero  tal  como  está,  el  poema  atribuido  á  D.  Juan  de  Mendoza  me 
parece  el  tercero  en  mérito  poético  entre  los  compuestos  sobré 
Chile,  y  muy  preferible  en  tal  respecto  al  Pitrén  indómito,  enorme 
crónica  rimada  de  Hernando  Álvarez  de  Toledo,  caballero  andaluz 
y  soldado  veterano  de  Flandes,  que  pasó  á  Chile  en  1581,  cur- 
tido ya  por  los  azares  de  la  vida  y  de  la  guerra,  como  declaran 
estos  versos  suyos: 

«Tuve,  tengo  y  tendré  constante  pecho: 
Infortunios  he  visto  y  tempestades 
En  el  mar  de  Noruega  y  paso  estrecho; 
Miiertes,  naufragios,  espantables  guerras 
En  partes  varias  y  en  remotas  tierras.» 

(Canto  XVI.) 

En  Chile,  manejando  alternativamente  la  espada  y  el  arado,  fué  á 
un  tiempo  capitán  y  ganadero,  alcalde  de  Chillan,  donde  vio  saquea- 
das sus  haciendas  por  los  araucanos,  de  quienes  tomó  luego  amplio 
desquite;  y  bravo  combatiente  contra  el  corsario  inglés  Tomás  Caven- 
dish  en  1 587.  Las  noticias  de  su  vida,  aunque  pocas  y  dispersas,  alean- 


CHILE  329 

zan  hasta  1631,  en  que  está  otorgado  su  codicilo  testamentario  (l). 

Parece  probado  que  Álvarez  de  Toledo  escribió,  no  urio,  sino  dos 
poemas:  La  Araucana  y  el  Purén  indómito.  Del  Purén  mismo  pro- 
metió una  segunda  parte,  que  acaso  no  pasara  de  proyecto.  Pero 
que  La  Araucana  existió  y  era  obra  distinta  del  Purén,  nos  lo 
persuade  el  no  encontrarse  en  éste  ninguna  de  las  octavas  que  el 
P.  Ovalle  cita  como  pertenecientes  á  aquel  poema,  y  que  además 
tratan  todas  de  sucesos  anteriores  á  la  muerte  del  gobernador  Lo- ' 
yola,  en  que  comienza  el  Purén  indómito.  Al  parecer,  todo  el  libro  vi 
de  la  Histórica  relación,  de  Ovalle,  que  tiene  por  asunto  el  gobierno 
de  D.  Alonso  de  Sotomayor,  está  tomado  en  substancia  de  La  Arau- 
cana, de  Álvarez  de  Toledo,  con  lo  cual  podemos  fácilmente  con- 
solarnos de  su  pérdida,  viendo  transformado  en  elegante  prosa  lo 
que  seguramente  estaba  contado  en  infelices  y  desmañados  metros. 

Porque,  en  efecto,  el  Purén  indómito,  con  sus  veinticuatro  cantos 
y  más  de  quince  mil  versos,  es  ración  muy  suficiente  para  empala- 
gar y  rendir  al  más  tolerante  lector  de  crónicas  rimadas.  Si  supone- 
mos que  La  Araucana  y  el  Pnrén  segundo  tenían  próximamente  la 
misma  extensión,  sólo  Juan  de  Castellanos,  ó  el  fabuloso  autor  del 
Ramayana,  excedieron  en  fecundidad  épica  al  capitán  Álvarez  de 
Toledo.  ¡Todo  para  contar  unos  cuantos  años  de  monótona  guerra 
contra  salvajes  medio  desnudos,  cantados  además  hasta  la  saciedad 
por  un  tan  gran  poeta  como  Ercilla,  y  por  otro  tan  notable  como 
Pedro  de  Oña!  A  este  último  se  propuso  por  principal  modelo  el 
autor  del  Purén,  según  declaran  estos  versos  suyos: 

«Si  de  vuestro  favor  yo  careciera, 
Y  en  él  no  confiara  cual  confío, 
No  pasara  tras  de  Oña  la  carrera 
En  un  rocín  tan  flaco  como  el  mío...» 

Su  rocín  era  ciertamente  flaco,  y  no  hace  nada  de  más  en  confe- 
sarlo. El  Purén  indómito  no  tiene  de  poesía  más  que  el  metro,  bien 
desaliñado  por  cierto,  afeado  por  frecuentes  consonancias  homóni- 

(i)  Vid.  recogidas  las  noticias  biográficas  de  este  autor  en  el  opúsculo  de 
D.  Domingo  Amunátegui,  Don  Fernatido  Álvarez  de  'loledo.  (Santiago  de  Chile, 
imprenta  de  Cervantes,  1898.) 


330  CAPITULO   XI 

mas  y  por  dislocaciones  de  acentos.  Del  estilo  dice  el  mismo  autor 
(y  no  hay  por  qué  contradecirle)  que  es  «pobre,  humilde,  bajo  y 
escaso  de  elegancia».  Hay  octavas  llenas  de  nombres  propios,  y 
nunca  se  olvida  de  consignar  la  fecha  exacta  de  los  acontecimien- 
tos. Aquello  de  la  trompa  épica  nunca  tuvo  menos  aplicación  que 
tratándose  de  este  árido  cronista,  cuyo  valor  histórico  está  en  razón 
inversa  de  su  nulidad  poética.  Ni  él  mismo  se  preciaba  de  otra  cosa 
que  de  la  más  rígida  veracidad: 

«Pero  como  es  historia  verdadera. 
No  lleva  cuento  ó  fábula  de  amores, 
Porque  de  la  verdad  patente  y  pura 
Es  con  lo  que  se  adorna  mi  escritura... 


Que  yo  lo  he  visto  bien,  y  soy  testigo. 

Porque  ha  de  ser  de  todo  el  coronista, 
Testigo  de  gran  crédito  y  de  vista. 

Por  lo  cual  digo  en  esto  haberme  hallado, 

Y  en  todo  ó  en  lo  más  que  ha  sucedido, 

Y  de  lo  que  no  he  visto,  me  he  informado 
De  gente  de  verdad  y  que  lo  vido...» 

A  tan  terminantes  cuanto  prosaicas  declaraciones,  nada  tiene  que 
objetar  hoy  la  investigación  más  escrupulosa.  El  Purén  indómito 
está  considerado  como  fuente  principal  para  un  período  de  la  histo- 
ria de  Chile,  y  encierra  además  muy  curiosas  noticias  sobre  las 
costumbres  de  los  araucanos  y  sus  relaciones  en  paz  y  en  guerra 
con  los  colonos.  A  diferencia  de  los  otros  poetas  de  Arauco,  sigue 
su  autor  el  hilo  de  la  narración  escueta,  y  no  se  distrae  jamás  á  di- 
gresiones ni  episodios  amorosos: 

«Pues  tengo  en  el  principio  prometido 
De  no  contar  hazañas  de  Cupido.» 

En  cambio  llena  el  poema  de  insulsas  reflexiones  morales,  que 
acaban  de  hacer  tediosa  y  aun  imposible  su  lectura  (l). 

(i)  El  Purén  indómito,  que  se  conserva  manuscrito  en  la  Biblioteca  Nacio- 
nal de  Madrid,  fué  impreso  en  París  bajo  la  dirección  de  D.  Diego  Barros 


CHILE  331 

Parecía  imposible  descender  más,  pero  todavía  hubo  en  la  colo- 
nia otro  poeta,  justamente  calificado  de  macarrónico,  que  hizo  bue- 
no á  Hernán  Álvarez  de  Toledo.  Fué  éste  el  capitán  Melchor  Xufré 
del  Águila,  natural  de  la  villa  de  Madrid,  el  cual  en  1630  publicó 
«n  Lima  uno  de  los  más  raros  libros  del  mundo,  hasta  el  punto  de 
no  conocerse  de  él  más  que  un  solo  ejemplar.   Tiene  por  título: 
Compendio  historial  del  descubrimiento .  conquista  y  guerra  del  Rey- 
no  de  Chile,  con  otros  dos  discursos.  Uno  de  avisos  prudenciales  en 
las  materias  de  gobierno  y  guerra.  Y  otro  de  lo  que  católicamente  se 
debe  sentir  de  la  astrología  judiciaria.  Dirigido  alExcmo,  Sr.  Conde 
de  Chinchón,  Virrey  destos  Reinos  del  Perú,  Tierra  Firmey  Chile  (i). 
Precede  al  libro  (y  es  lo  más  interesante  de  él)  una  larga  carta  del 
Dr.  Luis  Merlo  de  la  Fuente,  capitán  general  que  había  sido  en  la 
guerra  de  Chile,  desde  1606  á  1628,  dando  cuenta  á  su  amigo  Xufré 

Arana,  como  'primer  tomo  de  la  Bihliotcca  Americana.  Collection  d'otm-ages 
inédites  ou  rares  sur  V Amérique,  del  editor  A.  Franck,  1862. 

(I)  El  único  ejemplar  conocido  de  esta  obra  fué  cedido  por  D.  Pascual  de 
Gayangos  á  Mr.  Lennox,  y  hoy  para  en  la  magnífica  biblioteca  de  Cárter 
Brown  (Providence),  tenida  por  la  primera  del  mundo  en  su  género.  Aprove- 
cho la  ocasión  para  citar  su  catálogo,  que  da  idea  de  aquellas  riquezas:  Bi- 
bliotheca  americana.  A  catalogiu  of  books  relating  to  North  and  South  Amertcan 
in  the  library  of  John  Cárter  Brown  of  Providence  R.  I.  With  notes  by  John 
Russell  Barilett,  Providence.  1866. 

Por  una  esmerada  copia  de  este  ejemplar,  ha  reimpreso  el  libro  de  Xufré 
del  Áauila  la  Universidad  de  Chile  (Santiago,  imprenta  Cervantes,  1897),  con 
sendos  prólogos  de  D.  Luis  Montt  y  D.  Diego  Barros  Arana,  que  contienen 
algunos  datos  sobre  la  vida  del  capitán  Xufré  del  Águila.  El  interés  histórico 
<lel  poema  de  éste  no  se  reduce  á  la  primera  parte,  puesto  que  también  en 
la  tercera  refiere  muy  por  extenso  la  sorpresa  de  Curalaba,  que  costo  la 
vida  al  gobernador  de  Chile  D.  Martín  Óñez  de  Loyola.  Otras  referencias  a 
sucesos  de  la  guerra  chilena  hay  en  esta  última  parte,  donde  el  autor  procu- 
ra vindicarse  de  la  nota  de  astrólogo  judiciario,  aunque  sus  mismas  palabras 
prueban  el  crédito  que  daba  á  aquella  falsa  ciencia.  .Ha  habido  alguna  voz 
en  este  reino  y  fuera  de  él,  de  que  soy  de  los  que  dan  demasiada  creencia  a 
los  pronósticos  de  la  astrología,  y  por  eso  hice  este  tratado,  en  que  se  ve 
muy  claro  que  no  soy  de  esta  secta  envanecida,  si  bien  tengo  por  cordura 
muy  grande  el  no  desestimar  los  avisos,  que  á  veces  por  impensados  medios 
nos  envía  la  divina  Providencia». 


332  CAPITULO   XI 

de  los  sucesos  de  su  gobernación.  El  capitán  Xufré  había  perdido 
una  pierna  en  la  guerra  de  Chile,  y  se  hallaba  en  Lima,  pobre  y  mal 
pagado,  ocupando  su  «ociosa  soledad»  en  poner  por  escrito  sus 
campañas  y  sus  quejas.  Su  libro  tiene  de  todo;  pero  principalmente 
de  memorial  de  servicios  mal  galardonados.  Los  tres  tratados  que 
la  obra  comprende,  están  en  versos  sueltos,  si  es  que  nombre  de 
versos  merecen  aquellos  informes  y  toscos  renglones.  No  sólo  la 
parte  relativa  á  la  guerra  de  los  araucanos  (que  es  propiamente  el 
Compendio  historial).,  sino  los  otros  dos  tratados,  tienen  forma  de 
diálogo  entre  Gustoquio,  que  había  sido  capitán  en  Flandes,  y 
Provecto,  alférez  chileno,  los  cuales  habiendo  acudido  á  la  corte  á 
ciertas  pretensiones,  se  reúnen  para  platicar  de  asuntos  militares. 
De  qué  calidad  serán  los  versos  historiales  de  Xufré  del  Águila,  juz- 
gúese por  la  siguiente  muestra: 

«Hallábame  yo  en  Lima  en  este  tiempo 
Con  una  lanza  sola,  que  pagada 
Los  menos  años  es,  y  della  poco; 

Y  procurando  merecer  mayor 

Merced  de  nuestro  Rey,  quise  á  mi  costa 
Á  aquella  empresa  ir  do  fui  ofrecido, 

Y  sin  querer  tomar  socorro  alguno, 
Ó  paga  (que  hasta  hoy  un  solo  peso 
Ni  un  maravedí  solo  he  recibido 

De  paga  real),  habiendo  en  su  servicio 
Gastado  más  millares  de  ducados 
Que  tengo,  á  Chile  fui  de  aventurero; 
Mas  no  penséis  que  he  de  dezir  por  esto 
Nada  con  más  espacio,  aunque  de  vista 
De  casi  quarenta  años  soy  testigo. 
En  fin,  con  esta  gente  el  de  noventa, 
Á  veinte  y  seys  de  Enero,  allí  aportamos.  > 


Puede  decirse  que  á  este  ciclo  de  poemas  históricos  se  reduce  la 
literatura  de  la  colonia  durante  dos  siglos.  Fuera  de  ellos  apenas 
pueden  citarse  más  que  dos  obras  de  carácter  literario,  inspiradas 
también  por  sucesos  de  la  guerra  araucana  y  que  contienen  algunos 
versos:  un  libro  de  memorias  y  una  especie  de  novela:  el  Cautiverio 
feliz  y  razón  de  las  guerras  dilatadas  de  Chile.,  del  maestre  de  cam- 


CHILE  333 

po  D.  Francisco  Núñez  de  Pineda  y  Rascuñan,  natural  de  Chillan; 
y  la  Restauración  de  la  Imperial  y  conversión  de  almas  infieles,  de 
Fr  Juan  de  Barrenechea  y  Albis.  El  libro  de  Bascuñán  es  la  narra- 
ción muy  agradable,  interesante  y  simpática  de  los  siete  meses  de 
cautiverio  que  en  su  juventud  (1629),  siendo  capitán,  pasó  en  poder 
del  honradísimo  cacique  Maulicán,  cuyos  buenos  sentimientos  com- 
petían con  los  de  su  caballeroso  prisionero.  Este  libro,  escrito  con 
tanta  sinceridad  como  nobleza,  tiene  más  poesía  verdadera  en  algu- 
nas escenas,  por  ejemplo,  la  vuelta  del  cautivo  á  los  brazos  de  su 
padre  (viejo  heroico  y  digno  de  la  epopeya)  que  casi  todos  los  poe- 
mas que  llevamos  analizados  hasta  ahora.  Bascuñán,  que  había  reci- 
bido educación  clásica  en  un  colegio  de  jesuítas,  entretenía  los  ocios 
de  su  cautividad  en  composiciones  poéticas,  estimables  por  la  natu- 
ralidad y  el  sentimiento,  de  las  cuales  en  sus  memorias  intercala 
algunas  muestras.  Al  cacique  que  le  aprisionó  dirige  un  romance, 
que  es  manifiesta  imitación  de  uno  de  los  más  célebres  de  Góngora: 

«En  la  guerra  batallando, 
Mal  herido  en  el  combate, 
Desmayado  y  sin  sentido, 
Confieso  me  cautivaste. 
La  fortuna  me  fué  adversa, 
Si  bien  no  quiero  quejarme 
Cuando  tengo  en  ti  un  escudo 
Para  mi  defensa  grande. 
En  la  batalla  adquiriste 
Nombre  de  esforzado  Marte, 
Y  hoy  con  tu  cortés  agrado 
Eternizarás  tu  sangre... 
Cautivo  y  preso  me  tienes 
Por  tu  esfuerzo,  no  es  dudable; 
Mas  con  tu  piadoso  celo, 
Más  veces  me  aprisionaste. 
Mas  podré  decir  que  he  sido 
Feliz  cautivo  en  hallarme 
Sujeto  á  tus  nobles  prendas, 
Que  son  de  tu  ser  esmalte...» 

Otros  romances  tiene,  muy  recomendables  por  la  afectuosa  resig- 
nación y  piedad  sencilla;  verbigracia: 


334 


CAPITULO    XI 

«Gracias  os  doy  infinitas, 
Señor  del  empíreo  cielo, 
Pues  permitís  que  un  mal  hombre 
Humilde  amanezca  á  veros. 
En  este  pequeño  bosque, 
Las  rodillas  por  el  suelo, 
Los  ojos  puestos  en  alto, 
Vuestra  grandeza  contemplo. 
Consolado  y  afligido 
Ante  vos,  Señor,  parezco: 
Afligido  con  mi  culpa, 
Consolado  porque  os  temo. 
Diversos  son  mis  discursos, 
Varios  son  mis  pensamientos, 
Y  luchando  unos  con  otros. 
Es  la  victoria  por  tiempos. 
La  naturaleza  flaca 
Está  siempre  con  recelos 
De  los  peligros  que  el  alma 
Tiene  entre  tantos  tropiezos. 
El  espíritu  se  goza 
En  medio  de  mis  tormentos, 
Porque  es  docta  disciplina 
Que  encamina  á  los  despiertos- 
Trabajos  y  adversidades 
Entre  inconstancias  del  tiempo 
Padezco  con  mucho  gusto 
En  este  feliz  destierro. 
En  mí  las  tribulaciones 
Han  sido  un  tirante  freno 
Que  ha  encadenado  mis  pasos 
Y  refrenado  mis  yerros... 
Vos,  Señor,  sois  mi  refugio, 
Vos  sois  todo  mi  consuelo, 
Vos  de  mi  gusto  la  cárcel, 
Vos  mi  feliz  cautiverio. 
Lo  que  os  suplico  rendido, 
Lo  que  postrado  os  ruego. 
Es  que  encaminéis  mis  pasos 
Á  lo  que  es  servicio  vuestro. 
Que  si  conviene  que  muera 
En  esta  prisión  que  tengo, 


CHILE  335 

La  vida  que  me  acompaña 
Con  mucho  gusto  la  ofrezco. 
En  vuestras  manos,  Señor, 
Pongo  todos  mis  aciertos, 
Que  nunca  tan  bien  logrados 
Como  cuando  estáis  con  ellos.» 

No  hay  en  los  versos  de  Bascuñán  notable  entonación  poética, 
pero  sí  una  sencillez  grande,  que  contrasta  con  el  gusto  del  siglo  xvii, 
ya  muy  entrado  cuando  él  escribía.  La  distancia,  el  cautiverio,  el 
ningún  propósito  de  vanidad  literaria,  bastan  para  explicar  este  fe- 
nómeno. No  es  fácil  encontrar  en  los  poetas  americanos  de  enton- 
ces, por  ejemplo,  en  los  innumerables  que  deliraban  en  Lima,  un 
modo  de  decir  tan  llano,  terso  y  apacible  como  el  de  estos  versos 
de  otro  romance: 

«Rueda,  fortuna,  no  pares 
Hasta  volver  á  subirme, 
Porque  el  bien  de  un  desdichado 
En  tu  variedad  consiste. 

Un  tiempo  me  colocaste 
Con  las  estrellas  más  firmes, 
Y  ahora  me  tienes  puesto 
En  la  tierra  más  humilde. 

Entonces  me  vi  tan  alto, 
Que  me  pareció  imposible 
Ver  mis  glorias  humilladas 
A  los  pies  de  quien  las  pise... 

Tu  natural  inconstante 
Con  varios  efectos  vive: 
Abatiendo  al  que  merece, 
Sublimando  al  que  no  sirve... 

Que  no  pares  en  mi  daño 
La  rueda,  quiero  pedirte, 
Porque  es  mi  dicha  tan  corta 
Que  presumo  ha  de  estar  firme...» 

Luce  Bascuñán  sus  buenos  estudios  de  humanista  en  versio- 
nes no  infelices  de  algunos  pasajes  cortos  de  Virgilio,  Ovidio  y 
Silio  Itálico,  que  con  más  ó  menos  oportunidad  trae  á  cuento  en 
su  narración.  Pero  el  mejor   de   estos  ensayos  de  traducción  es  el 


33^  CAPÍTULO    XI 

que  hizo  del  salmo   sexto:  Domine^  ne  in  furore  tuo  arguas  me  (i). 

La  Restauración  de  la  Imperial,  que  el  provincial  de  los  Merce- 
narios Fr.  Juan  de  Barrenéchea  y  Albis,  hijo  de  la  ciudad  de  Con- 
cepción, escribió  por  los  años  de  1693,  ^s  obra  de  más  alardes  lite- 
rarios que  el  Cautiverio  feliz^  pero  muy  inferior  á  ella  en  estilo, 
en  interés  histórico  y  en  todo.  Sólo  tiene  la  curiosidad  de  ser  el  úni- 
co ensayo  de  novela  hecho  en  Chile  durante  la  época  colonial,  y 
seguramente  uno  de  los  rarísimos  que  se  hicieron  en  toda  Améri- 
ca (2).  La  heroína  es  una  india  llamada  Rocamila ,  manifiestamente 
imitada  de  las  indias  de  Ercilla.  Sus  amores  con  el  araucano  Cari- 
labo,  interpolados  con  escenas  de  guerra  y  cautiverio,  que  debían  de 
terminar  probablemente  con  la  conversión  y  muerte  de  ambos  aman- 
tes (porque  el  libro  no  está  completo),  forman  el  argumento  asaz 
vulgar  de  este  relato,  cuya  acción  se  supone  en  el  gobierno  de  don 
Alonso  de  Sotomayor.  La  novela,  que  ya  de  suyo  tiene  muy  poco 
interés,  se  echa  á  perder  además  por  lo  enfático,  declamatorio  y 
pedantesco  del  lenguaje.  Hay  intercaladas  en  el  proceso  de  la  narra- 
ción algunas  octavas,  crespas  y  sonoras.  La  expresión  de  los  senti- 
mientos es  casi  siempre  falsa  é  impropia  de  los  indios  á  quienes  se 
atribuyen  (3). 

Hasta  aquí  la  producción  poética  anterior  al  siglo  xviii  (4).  Si  no 


(i)  Las  Memorias  de  Núñez  de  Pineda  están  publicadas  en  el  tomo  iii  de 
la  Colección  de  Historiadores  de  Chile,  dirigida  por  Barros  Arana. 

(2)  Algunos  novelistas  europeos  del  siglo  decimoséptimo  pusieron  en 
Chile  y  en  el  Perú  ciertas  escenas  de  sus  libros.  Entre  ellos  descuella  el  ca- 
ballero gascón  Francisco  Loubayssin  de  la  Marca,  que  escribió  en  muy  buen 
castellano  la  Historia  tragi-cÓ7nica  de  D.  Enrique  de  Castro  (París,  16 17).  Pue- 
de citarse  también  La  Monja  Alférez,  donde  el  nombre  de  la  protagonista  y 
el  fondo  de  sus  aventuras  son  reales,  pero  que  en  su  actual  forma  literaria 
quizá  no  se  remonta  más  allá  del  siglo  pasado,  y  aun  casi  nos  atreveríamos  á 
señalar  su  autor  verdadero  ó  á  lo  menos  posible.  Pero  esta  es  materia  para 
tratada  despacio  y  en  otra  parte. 

(3)  La  obra  del  P.  Barrenéchea  está  manuscrita  en  la  Biblioteca  Nacional 
de  Chile,  Me  valgo  del  extenso  extracto  que  hace  de  ella  el  Sr.  Medina 
(Literatura  colonial,  tomo  11,  páginas  336-349),  porque  no  tengo  noticia  de 
que  todavía  se  haya  publicado  íntegra. 

(4)  Pueden  añadirse  algunas  composiciones  sueltas  en  elogio  de  autores  y 


CHILE  337 

íué  más  abundante,  la  causa  está  bien  manifiesta  en  la  falta  de  im- 
prenta y  en  el  relativo  atraso  de  aquella  colonia,  llamada- después  á 
tan  altos  destinos.  Hubo,  no  obstante,  establecimientos  de  educación 
desde  el  principio.  Ya  antes  de  1 591  ordenaba  una  cédula  real  que 
en  Santiago  se  estableciese  una  cátedra  de  gramática  «  para  que  la 
juventud  del  reino  pudiese  aprender  latinidad,  y  que  al  que  leyere 
se  le  diere  en  cada  un  año  cuatrocientos  y  cincuenta  pesos  de  oro». 
Pero  esta  fundación  no  llegó  á  tener  efecto  inmediato,  por  falta  de 
preceptor,  hasta  que  los  dominicos  la  establecieron  en  su  convento, 
junto  con  algunas  enseñanzas  de  artes  y  filosofía,  que  inauguraron 
Fr.  Acacio  de  Naveda  y  Fr.  Cristóbal  Valdespino.  Los  chilenos  que 
deseaban  más  extensa  instrucción  y  aspiraban  á  recibir  algún  grado 
académico,  tenían  que  acudir  á  Lima,  como  lo  hizo  Pedro  de  Oña, 
es  decir,  á  más  de  quinientas  leguas.  Los  padres  de  Santo  Domingo 
trataron  de  elevar  á  la  categoría  de  universidad  las  cátedras  que  te- 
nían en  su  convento,  y  enviaron  á  España  á  gestionarlo  á  un  reli- 
gioso suyo,  Fr.  Cristóbal  Núñez.  La  Real  Audiencia  apoyó  la  pre- 
tensión, por  seguirse  de  ella  «gran  provecho  y  utilidad  á  los  vecinos 
y  moradores  de  las  provincias  de  este  reino  de  Chile  y  á  las  de  Tu- 
cumán,  Paraguay  y  Río  de  la  Plata;  por  ser  tierra  de  mejor  tempe- 


de  libros.  Al  principio  de  la  Historia  general  de  Chile  del  P.  Diego  Rosa- 
les se  leen  unos  tercetos  bastante  buenos  de  un  D.  Jerónimo  Hurtado  de 
Mendoza. 

Apenas  merece  citarse  más  que  á  título  de  rareza  un  poema  en  latín  casi 
macarrónico  y  rima  castellana  que  compuso  y  sacó  á  luz  en  Lima  en  1645  ^1 
Presbítero  Diego  Núñez  Castaño,  con  motivo  de  una  invasión  frustrada  de 
piratas  holandeses  en  Valdivia.  Titúlase  este  aborto  (que  entre  otras  cosas 
contiene  varios  sonetos  en  latín)  lí Breve  compendimn  hostium  hcereticorum  Olan- 
densium  adventum  in  Valdiviam,  exploratoreni  missum  et  tiarrationem  ejus^fugam 
illorum  cum  pacto  redeundi:  providas  dispositiones  Proregis:  classim  expeditam  ad 
condUnm  ejus  cum  rebus  necessariís,  et_  alia  continens...  Limcc,  auno  i645.;>  Con 
aprobaciones  del  Dr.  Antonio  Maldonado  y  Silva,  Catedrático  de  Derecho  en 
la  Universidad  de  Lima,  y  de  Fr.  Miguel  de  Aguirre,  y  versos  estrafalarios, 
latinos  y  castellanos,  de  D.  Lope  de  Figueroa,  de  los  bachilleres  Juan  de  To- 
rres Villa  Real  y  Juan  de  Torres  Guerrero  y  de  D.  Juan  de  Landecho. 

Vid.  reproducido  (con  algunas  erratas)  este  poema  en  el  tomo  ni  de  la  Li- 
teratura colonial  de  Chile,  de  Medina  (páginas  94- 1 1 1), 


338  CAPÍTULO   XI 

ramento  y  de  más  salud  que  no  la  de  las  provincias  del  Perú  y  ciu- 
dad de  los  Reyes,  donde  los  que  van  á  seguir  sus  estudios  enferman 
y  padecen  otras  muchas  necesidades,  y  estar  la  ciudad  de  los  Reyes 
muy  distante  de  las  provincias,  y  la  mar  del  Sur  en  medio»;  aña- 
diendo que,  para  poder  sustentar  la  Universidad,  tenía  el  convento 
frailes  graves,  de  ciencia  y  experiencia.  Era  esto  por  los  años  de 
1610,  y  para  entonces  ya  se  leían  Artes  y  Teología  en  otros  conven- 
tos, como  el  de  San  Francisco,  el  de  San  Agustín,  el  de  la  Merced 
y  el  de  la  Compañía  de  Jesús.  Siete  años  después  una  bula  pontificia 
de  Paulo  V  autorizó  la  fundación  de  la  Universidad  de  Santo  Tornas^ 
con  facultad  de  conferir  grados,  y  siempre  bajo  la  dirección  de  la 
Orden  de  Predicadores.  Pero  aquella  Universidad  nunca  prosperó 
mucho  por  falta  de  profesores  y  de  recursos  y  por  sobra  de  pleitos; 
y  en  lo  que  toca  á  letras  humanas,  la  hicieron  ventajosa  concurren- 
cia los  colegios  de  la  Compañía  de  Jesús  establecidos  en  la  capital 
y  en  la  Concepción  durante  el  siglo  xvn  y  más  adelante  en  La  Se- 
rena, en  Valparaíso  y  hasta  en  las  islas  de  Chiloé.  El  colegio  de 
Santiago,  que  era  el  más  importante,  celebraba  ya  en  1616  justas  ó 
certámenes  poéticos,  donde  se  repartían  premios  «con  música  y 
saraos  y  otras  alegrías».  Añade  el  P.  O  valle  en  su  Relación  his- 
tórica del  reino  de  Chile.,  publicada  en  1646,  que  los  estudiantes 
hacían  á  veces  alguna  representación  á  lo  divino  á  manera  de  co- 
loquio. 

Sólo  en  la  segunda  mitad  del  siglo  pasado  llegó  á  tener  Chile 
Universidad  propia  con  carácter  y  título  de  Real.,  y  organización 
muy  parecida  á  la  de  Lima.  Fué  principal  promotor  de  esta  erec- 
ción el  alcalde  D.  Francisco  Ruiz  de  Beresedo,  á  quien  secundó  el 
cabildo  de  Santiago  en  un  memorial  redactado  por  el  licenciado 
Valcarce  Velasco  en  1720.  Por  fin,  y  después  de  largas  negociacio- 
nes para  arbitrar  los  fondos  necesarios,  que  fueron  cubiertos  por 
suscripción  de  los  vecinos,  una  Real  cédula  de  27  de  Junio  de  1 738 
autorizó  la  creación  de  la  Universidad  de  San  Felipe,  con  cátedras 
de  teología,  cánones,  leyes,  matemáticas,  cosmografía,  anatomía, 
medicina  y  lengua  indígena,  diez  entre  todas,  ascendiendo  el  total 
importe  de  la  dotación  á  5.000  pesos.  Esta  Universidad  vivió  próxi- 
mamente un  siglo,  hasta  1843,  en  que  fué  reemplazada  por  la  actual 


CHILE  339 

Universidad  de  Chile,  la  más  renombrada  y  floreciente  de  la  Amé- 
rica española. 

La  expulsión  de  los  jesuítas,  que  habían  dado  á  Chile  sus  dos 
principales  historiadores,  Ovalle  y  Rosales,  é  iban  á  añadir  á  estos 
nombres  el  del  célebre  naturalista  Molina,  vino  á  ser  grave  contra- 
tiempo para  los  estudios  de  humanidades,  que  en  Chile,  como  en  lo 
demás  de  América,  corrían  casi  exclusivamente  á  su  cargo.  El  Con- 
victorio de  San  Francisco  Javier^  que  era  el  principal  establecimien- 
to de  educación  que  tenían  en  Santiago,  se  convirtió  en  Colegio  Ca- 
rolino,  pero  no  hizo  más  que  decaer  y  vivir  en  gran  descrédito  y 
abandono.  El  Fiscal  de  la  Audiencia  insinuaba  en  1774  que  el  país 
estaba  destituido  de  las  fuentes  de  literatura.  Bien  se  confirma  tan 
lastimoso  estado  de  decadencia  recorriendo  los  pocos  y  desabridos 
frutos  que  dio  la  literatura  criolla  de  Chile  en  aquella  centuria  de 
profunda  somnolencia.  Todo  es  trivial,  baladí  y  prosaico,  así  en  la 
ejecución  como  en  los  temas.  Como  muestras  de  esta  poesía  pe- 
destre y  casera,  puede  citarse  La  Tucapelina^  poema  satírico,  en 
octavas  reales,  cuyo  ignorado  autor  se  ocultó  con  el  seudónimo  de 
Pancho  Millaleubu.  El  asunto  es  la  descripción  burlesca  de  unas 
fiestas  celebradas  en  la  frontera  araucana  con  motivo  de  la  restau- 
ración de  la  iglesia  y  misión  de  Tucapel  en  1783.  Las  alusiones  que 
el  poema  contiene  al  Capitán  general  del  Reino,  D.  Ambrosio  Be- 
navides,  y  á  sus  tenientes  D.  Ambrosio  O'FIiggins  y  D.  Domingo 
Tirapegui,  tendrían  mucha  sal  en  su  tiempo,  pero  hoy  nos  parecen 
insulsos  juegos  de  palabras  (l). 

Entre  los  varios  copleros  que  por  entonces  lograron  fama,  se  cita 
á  un  P.  López,  dominico,  improvisador  chistoso,  á  quien,  como  á 
todos  los  de  su  especie,  se  atribuyen  muchos  chistes  que  segura- 
mente no  dijo;  á  un  P.  Escudero,  franciscano;  á  un  capitán  de  arti- 
llería, D.  Lorenzo  Múgica,  que  hacía  con  bastante  donaire  décimas 
conceptuosas  en  el  gusto  de  nuestros  poetas  del  siglo  xvii.  Hay 
otros  muchos  desenfados  anónimos,  críticas  de  sermones,  satirillas 


(i)  La  Tucapelina  \iíi  sido  impresa  en  la  Literatura  colonial  de  Chile,  del 
Sr.  Medina,  tomo  iii,  páginas  31-51.  Consta  de  diez  cantos,  cada  uno  de  diez, 
octavas,  por  lo  cual  el  poeta  los  llama  decadas  heroicas. 


340  CAPÍTULO   XI 

chabacanas,  que  pueden  tener  alguna  curiosidad  como  documento 
de  costumbres  (l),  pero  que  poéticamente  nada  valen.  La  colección 
más  extensa  y  notable  de  este  género  es  la  Ensalada  poética  joco- 
seria, en  que  se  refiere  el  nacimiento,  crianza  y  principales  hechos  del 
célebre  D.  Plácido  Arteta,  compuesta  por  un  intimo  amigo  suyo,  tan 
ignorante  de  las  cosas  del  Parnaso  que  jamás  ha  subido  á  este  monte, 
V  aun  apenas  llegó  alguna  vez  á  sus  faldas.  El  autor  de  este  manus- 
crito, que  era  español  y  se  llamaba  D.  Manuel  Fernández  Ortelano, 
debía  de  estar  dotado  de  vena  facilísima,  aunque  incorrecta,  puesto 
que  en  la  Ensalada,  que  bien  merece  tal  nombre,  hizo  alarde  de 
versificar  en  todo  género  de  metros,  emulando  las  Fábulas  litera- 
rias, de  íriarte.  Su  mamotreto,  que  viene  á  ser  una  especie  de  no- 
vela en  verso,  cortada  por  todo  género  de  digresiones,  no  ha  de 
ser  juzgado  como  obra  literaria,  sino  como  la  expansión  de  un  es- 
píritu chancero,  que   se   ríe  de   sí  propio  y  de  todas  las  cosas  hu- 


(i)  Son  las  más  curiosas  bajo  este  respecto  las  Décimas  joco-serias  y  lú- 
dicro-formales,  que  compuso  un  numen  poético...  á  la  comedía  francesa,  á  sus 
farsatites,  comparsas,  ?núsica,  expresiones  y  sentimientos,  cojuo  asimismo  d  sus 
espectadores  jiaciotiales  intrusos,  supersticiosos,  por  razón  de  moda  y  estado;  y  el 
Canto  eticomidstico  de  la  famosa  batalla  de  las  Lomas,  el  día  20  de  Septiembre 
de  1807.  "L?!.  famosa  batalla  fué  un  simulacro  entre  cómico  y  trágico,  en  que 
por  la  inexperiencia  de  las  milicias  de  Santiago  hubo  mucha  confusión  y 
algunas  víctimas. 

Pueden  citarse  además  La  Visión  de  Petorca,  que  es  un  romanzón  del 
agustino  Fr.  Sebastián  de  la  Cueva,  narrando  la  catástrofe  de  unos  mineros 
sofocados  por  los  humos  en  1779;  otro  romance  anónimo  sobre  la  i?í?/««<?>z 
de  la  inundaciÓJt  del  rio  Mapocho  en  1783;  los  Llantos  del  reino  de  Chile,  con 
motivo  de  la  partida  del  gobernador  Amat  en  1762. 

Existen  finalmente  manuscritas  dos  detestables  colecciones  de  versos  de- 
votos: una  del  famoso  predicador  agustino  Fr.  Manuel  Oteiza  (Liberto  peni- 
tente, alias  el  pecador  arrepentido,  que  á  imitación  de  David  implora  misericordia 
por  medio  de  la  penitencia;  fuga  del  mundo  por  el  camino  del  cielo;  pe7isa?nietitos 
piadosos  del  penitente  Rey,  que  guían  á  la  cumbre  de  la  perfección  cvattgélica  por 
las  tres  vías:  purgativa,  ilumijiativa  y  unitiva;  glosa  moral  de  la  divina  Salmo- 
dia), y  otra  de  un  capuchino  anónimo  (Dibujo  de  tm  alma  que  puesta  en  los 
crisoles  purgativos  camina  por  la  mjierte  mística  á  la  wiion  pasiva  con  Jesu- 
cristo. Trabajo  de  wi  conteinptible  sacerdote  para  luz  de  las  almas  que  S.  M.  pu- 
siere en  esta  felicidad.  Año  de  1798). 


CHILE  341 

manas,   y   escribe   sin   más   intención    ni  propósito  que   divertirse'. 

El  teatro  apenas  puede  decirse  que  existiera  en  Chile  hasta  los 
últimos  días  de  la  época  colonial,  y  aun  entonces  de  una  manera 
pobre  y  precaria.  Con  ocasión  de  algún  regocijo  público  solían  re- 
presentarse comedias,  y  el  grande  obispo  Fr.  Gaspar  de  Villarroel, 
en  su  Gobierno  eclesiástico  pacífico  (1657),  habla  de  las  que  hubo  en 
el  convento  de  padres  mercenarios  de  Santiago,  y  añade  que  el  día 
del  Corpus  Christi  y  de  su  octava  se  representaban  también  «en  el 
cementerio  de  la  iglesia  metropolitana  de  Lima,  asistiendo  los  seño- 
res Virreyes  y  señores  Arzobispos,  los  dos  cabildos  y  las  religiones, 
y  no  eran  las  comedias  autos  sacramentales,  como  aquellos  de  la 
corte,  sino  comedias  formadas,  y  aunque  se  procuraba  que  fuesen 
religiosas,  como  la  fábula  es  el  alma  de  la  comedia,  ninguna  es  tan 
casta  que  no  se  mezclen  algunos  amores». 

Las  más  antiguas  fiestas  dramáticas  de  índole  enteramente  pro- 
fana, fueron  las  celebradas  en  la  ciudad  de  la  Concepción  en  1693, 
para  solemnizar  la  llegada  del  presidente  Marín  de  Poveda.  «Cons- 
taba el  obsequio  (dice  el  cronista  Córdoba  y  Figueroa)  de  1 4  come- 
dias, y  la  del  Hércules  chileno^  obra  de  dos  regnícolas,  toros  y  ca- 
ñas» (l).  Ni  el  tal  Hércules  chileno  ha  llegado  á  nuestros  días,  ni  se 
tiene  siquiera  noticia  de  los  dos  regnícolas  que  le  compusieron.  De 
todos  modos,  la  diversión  tardaba  en  aclimatarse,  puesto  que  toda- 
vía en  20  de  Marzo  de  1778  podía  decir  el  Obispo  de  Santiago,  don 
Manuel  de  Alday  y  Aspe,  al  presidente  Jáuregui,  oponiéndose  al 
establecimiento  de  un  teatro  estable:  «en  esta  ciudad  sólo  se  han 
representado  comedias  muy  de  tarde  en  tarde,  y  por  unos  pocos 
días,  sirviendo  algunos  muchachos  para  los  papeles  de  mujer».  Por 
entonces  triunfó  la  oposición  del  Obispo,  basada  en  el  dictamen  dé 
los  teólogos  más  rígidos;  pero  en  9  de  Enero  de  1793,  el  cabildo  dé 
Santiago  acordó  que  «se  estableciese  por  asiento  una  casa  pública 


(i)  Vid.  Las  primeras  representaciones  dramáticas  en  Chile,  por  Miguel  Luis 
Amunátegui.  (Santiago  de  Chile,  1888,  pág.  22.) 

Con  especial  agrado  empiezo  á  utilizar  desde  ahora  las  doctas  y  amenas  in- 
vestigaciones de  mi  difunto  amigo  D.  Miguel  Luis  Amunátegui,  que  es  sin  duda 
el  escritor  á  quien  más  ilustración  debe  la  historia  literaria  de  Chile. 


342  CAPITULO   XI 

de  comedias».  Con  todo  eso,  hasta  la  época  del  último  presidente 
español,  D.  Casimiro  Marcó  del  Pont,  entusiasta  aficionado  á  los 
espectáculos  escénicos  y  á  las  actrices,  tales  acuerdos  no  lograron 
entero  cumplimiento,  ni  hubo  en  Chile  teatro  donde  los  espectado- 
res pudieran  estar  bajo  techo. 

La  caída  del  régimen  colonial  marca  en  Chile,  como  en  las  demás 
repúblicas  de  América,  una  división  en  la  historia  literaria.  Con  el 
movimiento  inaugurado  en  1 8  de  Septiembre  de  1810,  se  abre  el 
segundo  período  de  la  literatura  chilena.  Los  principales  represen- 
tantes de  la  poesía  revolucionaria  en  este  período  son  Camilo  Hen- 
ríquez  y  D.  Bernardo  de  Vera  y  Pintado  (l).  Los  versos  de  uno  y 
otro  no  pertenecen  en  rigor  al  arte,  sino  á  la  historia  de  las  agita- 
ciones políticas. 

Camilo  Henríquez,  llamado  comúnmente  el  fraile  de  la  buena 
muerte,  era,  en  efecto,  un  fraile  apóstata  de  la  congregación  de  los 
Agonizantes,  nacido  en  Valdivia  y  educado  en  el  Perú,  donde  se 
había  entregado  ávidamente  á  la  lectura  de  los  libros  de  los  enci- 
clopedistas  franceses  que  empezaban  á  correr  de  contrabando  en 
los  conventos  de  Lima  como  en  los  de  la  Península.  Rousseau,  prin- 
cipalmente, fué  su  ídolo,  y  á  las  doctrinas  del  Contrato  social  quiso 
ajustar  todos  los  actos  de  su  vida  pública,  cuando  de  improviso  le 
lanzó  en  ella  el  torbellino  de  la  revolución  americana,  á  la  cual  sir- 
vió, como  ahora  dicen,  de  verbo.  El  fué  el  primero  que  en  una  pro- 
clama de  6  de  Enero  de  18  lO,  que  circuló  profusamente  manuscri- 
ta, lanzó  sin  ambajes  la  idea  de  independencia,  que  sólo  tímida- 
mente se  aventuraban  á  insinuar  los  que  pasaban  por  más  resueltos, 
y  que  el  mismo  Blanco  (White)  impugnaba  todavía  en  El  Español 
de  181 1.  Él  predicó  en  la  catedral  de  Santiago  el  sermón  de  4  de 
Julio  de  181 1,  con  ocasión  de  la  apertura  del  primer  Congreso  chi- 
leno. Él  fundó  en  1812  el  primer  periódico  de  aquella  región,  La 
Aurora  de  Chile  (2),  y  posteriormente  el  Monitor  Araucano,  conti- 


(1)  Vid.  La  Alborada  poética  en  Chile  después  del  18  de  Sepiiembre  de  1810, 
por  D.  Miguel  Luis  Amunátegui.  (Santiago  de  Chile,  1892.) 

(2)  Tengo  á  la  vista  una  colección  completa  de  este  rarísimo  periódico, 
quizá  la  única  que  existe  en  España. 


CHILE  343 

nuando  ademís  el  Semanario  Republicano,  cuyos  doce  primeros 
números  había  escrito  el  guatemalteco  D.  Antonio  José -de  Irisarri. 
Él  redactó  en  gran  parte  la  primera  Constitución  chilena  (27  de  Oc- 
tubre de  18 1 2).  Su  fanatismo  liberal  no  tenía  límites;  había  ideado 
un  sistema  de  misiones  para  propagar  de  pueblo  en  pueblo  los  nue- 
vos ideales,  y  compuso  un  Catecismo  de  los  patriotas^  para  que  sir- 
viese de  guía  á  los  tales  misioneros. 

Después  de  la  victoria  de  Rancagua  y  el  restablecimiento  del 
Gobierno  español,  Camilo  Henríquez  emigró  á  Buenos  Aires,  don- 
de, abandonando  por  completo  el  hábito  clerical,  se  hizo  médico,  y 
redactó  por  algún  tiempo  la  Gaceta  de  Buenos  Aires,  y  más  adelante 
una  revista,  El  Censor.  Consolidada  ya  la  independencia  de  Chile 
después  de  las  jornadas  de  Chacabuco  y  Maipo,  Henríquez  pudo 
regresar  á  Chile  bajo  los  auspicios  del  dictador  O'Higgins.  Enton- 
ces fundó  El  Mercurio  de  Chile,  revista  de  economía  política  y  de- 
recho público;  trabajó  activamente  por  la  difusión  del  sistema  lan- 
casteriano  de  enseñanza  mutua,  y  fué  Secretario  d-e  la  Convención 
de  1822  y  del  Senado  que  la  sucedió,  después  de  la  caída  de 
O'Higgins.  Pero  el  continuo  alarde  que  hacía  de  sus  ideas  antirreli- 
giosas, todavía  exóticas  en  Chile,  y  la  parte  que  tuvo  como  senador 
en  el  proyecto  de  reforma  eclesiástica  de  1823,  inspirado  por  el  de 
D.  Juan  Antonio  Llórente-,  concitaron  contra  él  la  animadversión 
pública,  y  le  mantuvieron  en  posición  obscura  y  subalterna  hasta 
su  fallecimiento,  ocurrido  en  16  de  Marzo  de  1825. 

Si  el  arte  presupone  el  culto  de  la  belleza,  nunca  hubo  autor  me- 
nos artista  que  Camilo  Henríquez.  En  prosa  escribía  con  cierto  calor 
tribunicio;  pero  fué,  sin  duda,  detestable  poeta.  Parece  imposible 
que  sus  rencores  de  sectario  no  le  dictasen  alguna  vez  imprecacio- 
nes enérgicas,  sacándole  de  la  esfera  vulgar  y  ruin  en  que  se  movía. 

Había  tomado  por  modelos  á  los  autores  más  prosaicos  del  si- 
glo XVIII,  á  Iriarte  en  el  Poema  de  la  Música  y  á  Trigueros  en  El 
Poeta  Filósofo,  y  consiguió  darles  quince  y  raya  en  cuanto  á  pro- 
saísmo, pero  con  la  desventaja  de  ser  Trigueros,  y  sobre  todo  Iriar- 
te, correctos  en  la  metrificación,  al  paso  que  los  versos  de  Camilo 
Henríquez,  además  de  lo  desmaj/ado  y  trivial  de  los  pensamientos, 
están  llenos  de  groseras  faltas  prosódicas,  que  denuncian  una  edu- 

Mbskkdez  y  Pelato.— /V«/a  hispano-americana.  II.  aa 


344  CAPÍTULO    XI 

cación  literaria  y  gramatical  por  todo  extremo  deficiente.  De  Tri- 
gueros tomó  la  forma  de  los  que  llamaba  pentámetros,  y  son  pura  y 
simplemente  alejandrinos  pareados  á  la  francesa,  de  este  tenor: 

«Los  talentos  de  .Chile  yo  te  vi  que  aplaudías; 
Pero  su  sueño  y  ocio  sempiterno  sentías. 
Nuestra  juventud  hábil,  graciosa  y  bien  dispuesta, 
Conserva  aún  tristemente  en  inacción  funesta 
El  ánimo  sublime.  Ya  la  época  presente 
La  llama  á  grandes  cosas  y  á  iluminar  su  mente 


¡Quién  pudiera  del  genio  seguir  la  marcha  augusta 

Y  de  sus  beneficios  dar  una  idea  justa! 

Ve  Urania  ser  la  tierra  uno  de  los  planetas; 
Los  réditos  predice  de  los  tardos  cometas, 

Y  al  fin  de  sus  fatigas  por  preceptos  muy  fieles, 

Con  rara  certidumbre  dirige  los  bajeles 

¡Oh,  cuan  rica  aparece  y  con  cuánta  belleza, 
Ornada  de  trofeos  de  la  naturaleza, 

La  química,  alta  gloria  de  la  época  presente » 

La  Exhortación  al  estudio  de  las  ciencias,  de  donde  están  entre- 
sacados estos  versos,  es  una  de  las  poesías  más  antiguas  de  Henrí- 
quez,  y  se  publicó  en  El  Mercurio  Peruano  con  el  seudónimo  de 
Cefalio.  Por  entonces  hizo  también  algunos  versos  latinos,  no  mucho 
mejores  que  los  castellanos  (l). 

Pero  el  género  que  cultivó  con  predilección  fueron  los  himnos 
patrióticos;  y  entre  los  muchos  malos  que  entonces  se  compusieron 
en  América,  y  son  otros  tantos  atentados  contra  la  poesía  y  contra 
la  música,  no  los  hubo  peores  que  los  suyos,  porque  era  imposible 
tener  peor  oído  ni  desconocer  en  tanto  grado  la  noción  del  acento. 
Véase  una  muestra  de  estos  desapacibles  graznidos: 

«Aplaudid,  aplaudid  á  los  héroes 
Que  á  la  patria  el  cielo  otorgó. 
Por  su  esfuerzo  se  elevó  gloriosa 
Á  la  dicha  que  nunca  esperó. 

Coronada  de  olivas  se  ostenta. 
Llena  de  gloria  y  de  bendición. 

(i)     Amunátegui  transcribe  unos  exámetros  destinados  á  conmemorar  el 
aniversario  de  la  proclamación  de  la  independencia  de  los  Estados  Unidos. 


CHILE  345 

Venid,  pueblos,  volad  á  su  seno: 
Cayó  el  muro  de  separación. 

Al  Sud  fuerte  le  extiende  los  brazos 
La  patria  ilustre  de  Washington: 
El  Nuevo  Mundo  todo  se  reúne 
En  eterna  confederación. 

Volverán  de  la  paz  las  dulauras; 
Cesará  de  Belona  el  furor; 
Se  oirán  de  la  sabiduría 
Los  consejos  y  la  amable  voz. 

Dictará  las  sacrosantas  leyes 
De  la  más  justa  Constitución. 
Tales  son  de  la  patria  los  votos 
Y  deseos  de  su  corazón » 

Cuando  no  hacía  himnos,  hacía  proclamas  rimadas,  en  las  cuales 

alguna  vez  tiene  arranques  menos  infelices: 

«En  triste  obscuridad,  pobres  colonos, 
Por  tres  centurias  os  miró  la  tierra. 
Indignada  del  bajo  sufrimiento 
Que  toleraba  oprobios  y  miserias 

¿Sois  hombres?  Pues  sed  libres;  que  los  cielos 
Al  hombre  hicieron  libre.  Sus  eternas 
É  imprescriptibles  leyes  lo  prescriben, 
¡Y  la  razón  lo  dicta  y  manifiesta! 

Si  da  derecho  la  conquista,  somos 
Sólo  nosotros  dueños  de  estas  tierras, 
Pues  todos  somos,  sin  haber  disputa, 
De  los  conquistadores  descendencia 

¿Hasta  cuándo  en  papeles  miserables 
Se  buscan  los  derechos?  La  suprema 
Mano  los  escribió  en  los  corazones; 
Ésta  es  la  voz  de  la  naturaleza 

En  donde  en  otro  tiempo  el  yugo  indigno 
De  servidumbre  se  sufrió  por  fuerza, 
Hoy  de  la  libertad  republicana 
El  estandarte  tricolor  se  eleva 

El  estruendo  que  formen  al  romperse 
Vuestros  pesados  grillos  y  cadenas, 
¡Cuánta  consolación,  cuánta  esperanza 
Derramará  en  los  pueblos  que  os  contemplan! 

De  libertad  los  triunfos  no  acompañan 


3+6  CAPÍTULO   XI 

Ni  suspiros,  ni  lágrimas,  ni  quejas. 

Las  alegrías,  sí,  de  los  tiranos, 

¡Cuántos  clamores,  cuántos  llantos  cuestan! 

Cuando  de  la  opresión  cae  un  coloso, 
Toda  la  especie  humana  se  consuela: 
Los  nobles  gozos  de  los  pueblos  libres 
La  razón  preconiza  y  los  celebra » 

Este  trozo  de  romance  endecasílabo  no  está  exento,  en  verdad, 
de  defectos  bien  obvios  y  palpables,  pero  tiene  cierta  nobleza  y 
robustez,  y  es  cierto  que  la  pobre  musa  del  fraile  Henríquez  nunca 
se  elevó  á  mayor  altura.  Una  sola  excepción  hay  que  hacer,  muy 
notable  por  cierto,  puesto  que  es  la  única  poesía  suya  que  corre  sin 
tropezones;  pero  en  ella  no  pertenece  á  Henríquez  el  pensamiento, 
puesto  que  es  mera  traducción  del  himno  nacional  de  los  Estados 
Unidos,  «.Hail great  Republic  of  tkeworld-¡>,  aunque  aplicado  á  Bue- 
nos Aires: 

«¡Salve,  gloria  del  mundo,  República  naciente. 
Vuela  á'ser  el  imperio  más  grande  de  Occidente! 
¡Oh  patria  de  hombres  libres,  suelo  de  libertad! 

Que  tus  hijos  entonen,  de  vides  á  la  sombra, 

Y  entre  risueñas  fuentes  sobre  florida  alfombra: 
¡Oh  patria  de  los  libres,  suelo  de  libertad! 

Que  canten  tus  hijuelos  con  balbucientes  labios, 

Y  enseñen  á  los  pueblos  en  la  vejez  sus  sabios: 
¡Oh  patria  de  hombres  libres,  suelo  de  libertad! 

Tus  ángeles  custodios  te  cubran  con  sus  alas, 

Y  unidas  las  naciones  en  fe  y  amistad  pura, 
Salúdente  con  lágrimas,  lágrimas  de  ternura: 
¡Oh  patria  de  hombres  libres,  suelo  de  libertad!> 

Compuso,  además,  Camilo  Henríquez  bastantes  letrillas  satíricas, 
sin  chiste  ni  espontaneidad  alguna,  pero  dirigidas  al  mismo  fin  polí- 
tico que  el  resto  de  sus  obras;  5^,  por  último,  abordó,  con  éxito 
todavía  más  infeliz,  el  teatro,  que  él  no  rechazaba  en  absoluto  como 
Rousseau,  sino  que  aspiraba  á  convertir  en  instrumento  de  propa- 
ganda cívica.  «Yo  considero  el  teatro  únicamente  como  una  escuela 

pública  (decía) La  musa  dramática  es  un  gran  instrumento  en  las 

manos  de  la  política Entre  las  producciones  dramáticas,  la  trage- 
dia es  la  más  propia  de  un  pueblo  libre,  y  la  más  útil  en  las  circuns- 


CHILE  347 

tancias  actuales para  inspirar  odio  á  la  tiranía  y  desplegar  toda 

la  dignidad  republicana.-» 

En  consonancia  con  esta  absurda  poética  compuso  tres  dramas, 
tan  atestados  de  declamaciones  como  pobres  de  acción  y  de  interés, 
Camila  ó  la  patriota  de  Sud- América,  La  Inocencia  en  el  asilo  de  las 
virtudes,  y  Lautaro.  Ninguna  de  ellas  se  representó,  y  las  dos  últi- 
mas ni  siquiera  llegaron  á  imprimirse.  El  público  americano  no  se 
había  acercado  bastante  al  estado  de  la  naturaleza  que  para  él 
deseaba  Henríquez,  y  prefería  á  sus  soporíferos  sermones  democrá- 
ticos aquellos  otros  espectáculos  que  Henríquez  llamaba  «fútiles, 
enervantes,  afeminados»,  tales  como  El  Si  de  las  niñas,  que  á  los 
ojos  del  ex  fraile  era  «una  inmoralidad  y  una  bufonada,  tolerable 
sólo  en  pueblos  estúpidos  y  bribones». 

El  otro  poeta  patriótico  de  aquella  época,  casi  tan  malo  como  fray 
Camilo,  no  había  nacido  en  Chile,  sino  en  comarcas  que  hoy  son 
argentinas,  en  la  ciudad  de  Santa  Fe  de  la  Veracruz,  á  orillas  del 
Paraná;  pero  es  imposible  omitirle  aqui,  porque  fué  autor  del  himno 
nacional  chileno,  que  todavía  sigue  cantándose,  aunque  creo  que 
con  algunas  modificaciones,  las  cuales  dudo  que  literariamente  le 
hayan  mejorado  mucho.  Lo  más  discreto,  en  nacionalidades  ya  adul- 
tas y  formales,  como  Chile  y  otras  de  América,  sería  renunciar  á 
todos  esos  himnos  que  en  el  concepto  poético  nada  valen  y  que  pro- 
ducen el  grave  daño  de  renovar  anualmente  odios  que  son  para  olvi- 
dados. Ninguna  de  las  grandes  naciones  de  Europa  tiene  himno,  ni 
necesita  conmemorar  el  aniversario  de  su  fundación  ni  de  su  indepen- 
dencia quemando  fuegos  artificiales  y  cantando  disparates  mal  acen- 
tuados. Ni  pueden  decir  los  americanos  que  en  esta  parte  les  haya- 
mos dado  mal  ejemplo,  porque  en  España  no  se  conmemora  más 
que  una  fecha  patriótica,  y  esa  no  es  un  triunfo,  sino  un  martirio. 
El  autor  de  la  canción  nacional  chilena  fué  un  profesor  de  Ju- 
risprudencia, D.  Bernardo  de  Vera  y  Pintado,  discípulo  de  las  Uni- 
versidades de  Córdoba  de  Tucumán  y  de  Santiago  de  Chile.  De  ca- 
rácter más  ameno  y  regocijado  que  Camilo  Henríquez,  no  tema 
escrúpulo  en  componer  versos  festivos,  amorosos  y  báquicos,  dis- 
tinguiéndose mucho  en  la  improvisación  y  en  los  brindis  y  viniendo 
á  ser  en  pequeño  el  Arriaza  de  las  tertulias  de  la  colonia.  Pero  des- 


348  CAPÍTULO    XI 

pues  del  18  de  Septiembre  de  1810,  el  Dr.  Vera,  convertido  en 
revolucionario  muy  activo,  trocó  las  rosas  de  Erato  por  la  oliva  de 
Minerva,  como  se  decía  en  el  estilo  mitológico  de  aquella  era;  co- 
menzando por  plantar  en  una  de  las  ventanas  de  la  casa  del  cabildo 
de  Santiago  un  cartel  con  enormes  chafarrinones  que  contenían  la 
primera  oda  patriótica  que  se  vio  en  Chile.  El  procedimiento  de 
exhibición  no  podía  ser  más  primitivo,  pero  tampoco  más  seguro, 
para  atraerse  lectores.  Colaboró  después  en  La  Aurora  de  Chile,  y 
por  su  fama  de  repentista  fué  personaje  obligado  en  todas  las  fiestas 
y  banquetes  patrióticos  de  entonces.  El  y  Fr.  Camilo,  cubiertos 
siempre  con  el  gorro  frigio,  se  sentaban  á  la  cabecera  de  la  mesa  y 
cantaban  alternativamente  como  dos  rapsodas,  á  cual  más  roncos  y 
destemplados.  En  calidad  de  Auditor  general  de  guerra  del  ejército 
de  los  Andes  asistió  Vera  á  la  batalla  de  Chacabuco  en  1817,  y  en 
1 8 19  recibió  el  encargo  de  escribir  la  canción  patriótica  que  habían 
de  cantar  los  coros  en  el  aniversario  del  18  de  Septiembre.  Para  sa- 
tisfacer la  curiosidad  de  los  muchos  españoles  que  seguramente  no 
conocerán  el  primitivo  himno  nacional  chileno,  transcribiremos  al- 
gunas estrofas,  pésimas,  sin  duda,  como  poesía,  pero  que  tienen, 
como  todas  las  de  su  clase,  el  valor  de  un  documento  histórico: 

«Dulce  patria,  recibe  los  votos 
Con  que  Chile  en  tus  aras  juró. 
Que  ó  la  tumba  será  de  los  libres, 
O  el  asilo  contra  la  opresión. 

Ciudadanos,  el  amor  sagrado 
De  la  patria  os  convoca  á  la  lid. 
Libertad  es  el  eco  de  alarma; 
La  divisa  triunfar  ó  morir. 

El  cadalso  ó  la  antigua  cadena 
Os  presenta  el  soberbio  español... 
Arrancad  el  puñal  al  tirano; 
Quebrantad  ese  cuello  feroz... 

Habituarnos  quisieron  tres  siglos 
Del  esclavo  á  la  suerte  infeliz, 
Que  al  sonar  de  sus  propias  cadenas. 
Más  aprende  á  cantar  que  á  gemir. 
Pero  el  fuerte  clamor  de  la  patria 
Ese  ruido  espantoso  acalló, 


CHILE  349 

Y  las  voces  de  la  independencia 
Penetraron  hasta  el  corazón... 

Los  tiranos  en  rabia  encendidos 

Y  tocando  de  cerca  su  fin, 
Desplegaron  la  furia  impotente, 

Que,  aunque  en  vano,  se  halaga  en  destruir. 

Ciudadanos,  mirad  en  el  campo 

El  cadáver  del  vil  invasor... 

¡Que  perezca  ese  cruel,  que  el  sepulcro 

Tan  lejano  á  su  cuna  buscó!  . 

Esos  valles  también  ved,  chilenos, 
Que  el  Eterno  quiso  bendecir, 

Y  en  que  ríe  la  naturaleza 
Aunque  ajada  del  déspota  vil. 
Al  amigo  y  al  deudo  más  caro 
Sirvan  hoy  de  sepulcro  y  de  honor. 
Mas  la  sangre  del  héroe  es  fecunda, 

Y  en  cada  hombre  cuenta  un  vengador. 
Del  silencio  profundo  en  que  habitan 

Esos  manes  ilustres  oid 

Que  os  reclaman  venganza,  chilenos, 

Y  en  venganza  á  la  guerra  acudid. 
De  Lautaro,  Colocólo  y  Rengo 
Reanimad  el  nativo  valor, 

Y  empeñad  el  coraje  en  las  fieras 
Que  la  España  á  extinguirnos  mandó. 

Esos  monstruos  que  cargan  consigo 
El  carácter  infame  y  servil, 
¿Cómo  pueden  jamás  compararse 
Con  los  héroes  del  cinco  de  Abril? 
Ellos  sirven  al  mismo  tirano 
Que  su  ley  y  su  sangre  burló; 
Por  la  patria  nosotros  peleamos, 
Nuestra  vida,  libertad  y  honor.,.»  (i). 

El  Dr.  Vera,  lo  mismo  que  Camilo  Henríquez,  trabajó  alguna  vez 

para  el  teatro,  en  varias  loas  y  otras  composiciones  de  circunstan- 

(i)  Tengo  entendido  que  el  moderno  y  apreciable  poeta  D.  Ensebio  Lillo 
compuso  en  1847  un  nuevo  himno  que  oficialmente  sustituyó  al  antiguo, 
aunque  todavía  éste  siguió  cantándose.  Ya  he  indicado  antes  lo  que  pienso 
de  toda  esta  literatura  de  los  himnos;  pero  á  lo  menos  el  del  Sr.  Lillo  no  ten- 
drá faltas  métricas  como  el  de  Vera. 


350  CAPITULO    XI 

cias,  siempre  con  la  mira  de  «imbuir  espíritu  de  independencia  y 
libertad»  (l).  Pasaba  por  volteriano  y  fué  uno  de  los  pocos  que  se 
pusieron  de  parte  de  Camilo  Henríquez  cuando,  á  consecuencia  de 
haber  llamado  el  ex  fraile  á  Voltaire,  Rousseau  y  Montesquieu  «los 
apóstoles  de  la  razón,  que  han  lanzado  al  Averno  la  intolerancia  y 
el  fanatismo»,  saltó  contra  él  á  la  palestra  el  dominico  Fr.  Tadeo 
Silva  en  el  Aviso  del  Filósofo  Rancio,  en  Los  Apóstoles  del  Diablo,  y 
en  El  Observador  Eclesiástico. 

Con  mejor  gusto  y  más  letras  que  Camilo  Henríquez  y  el  Doctor 
Vera  cultivaban  por  entonces  la  poesía,  á  título  de  meros  aficiona- 
dos, dos  personajes  políticos  de  mucho  viso  é  influencia:  D,  Ventu- 
ra Blanco  Encalada,  de  quien  ya  se  ha  dado  razón  al  hablar  de  los 
poetas  de  Bolivia,  á  cuya  región  pertenece  por  su  nacimiento;  y  el 
limeño  D.  Juan  Egaña,  á  quien  sus  tareas  de  estadista  y  legisla- 
dor, autor  de  Constituciones  y  Proyectos  de  ley,  y  hasta  del  Censo 
general  de  Chile,  no  impidieron  desempeñar  por  muchos  años  la 
enseñanza  elemental  de  retórica  y  poética  en  el  Instituto  Nacional 
de  Santiago,  y  ensayar  no  sólo  la  poesía  lírica,  sino  la  dramática. 
Suya  es  la  más  antigua  obra  escénica  impresa  en  Chile;  una  traduc- 
ción libre  y  modificada  de  la  Cenobia,  de  Metastasio,  con  este  títu- 
lo: Al  amor  vence  el  deber.  Melodrama  para  cantar  ó  representar:  en 
obsequio  de  la  ilustre  Marfisa.  Del  mismo  Metastasio  tradujo  la  fa- 
mosa canción  Nise  ó  la  perfecta  indiferencia  («  Grazie  a  gli  inganni 
tuoi»),  que  ya  antes,  y  con  bien  poca  fortuna,  había  puesto  en  cas- 
tellano Meléndez.  Quedan  los  títulos  de  otras  piezas  teatrales  de 
Egaña;  dos  comedias:  La  porfía  contra  el  desdén  y  El  amor  no  halla 
imposibles,  y  tres  saínetes:  Polijronte  ó  el  valor  ostensible.  El  marido 
y  su  sombra  y  Amor  y  gravedad  (2). 

Tan  desmedrada  vivió  la  poesía  en  Chile  durante  el  período  re- 

(i)  Amunátegui  en  La  alborada  poética  (pág.  387-395)  transcribe  una  que 
sirvió  de  introducción  á  la  tragedia  de  Guillermo  Tell  (¿de  Lemierre?),  repre- 
sentada en  Santiago  la  noche  del  12  de  Febrero  de  1820. 

(2)  Vid .  Los  primeros  años  del  Insütuio  Nacional  (1S13-1835),  por  Domingo 
Amunátegui  Solar  (Santiago  de  Chile,  18S9,  págs.  37-69  y  93-103),  donde  se 
contienen  muchos  datos  sobre  Egaña,  como  reformador  de  la  enseñanza  y 
autor  de  planes  pedagógicos. 


CHILE  351 

volucionario.  Mientras  en  otras  partes  cantaban  un  Olmedo,  un 
Bello,  un  Heredia,  en  Chile  no  hubo  ni  siquiera  un  versificador  com- 
parable á  Fernández  Madrid  ó  á  Sánchez  de  Tagle.  Los  chilenos  lo 
confiesan  sin  ambages,  y  por  lo  mismo  que  luego  han  adelantado 
tanto  y  que  en  ciertos  puntos  van  á  la  cabeza  de  la  cultura  ameri- 
cana, no  tienen  reparo  en  añadir  que  esta  pobreza  se  extendía  á  to- 
das las  manifestaciones  del  espíritu,  y  que  Chile  era  positivamente 
la  más  atrasada  de  todas  las  nacientes  repúblicas  hispano-america- 
nas.  La  Universidad  de  San  Felipe  no  era  más  que  una  sombra,  y 
el  Instituto  Nacional^  organizado  en  18 1 3  y  restablecido  en  1819, 
no  pasaba  de  ser  una  escuela  normal  con  mezcla  de  seminario.  La 
clase  llamada  de  eloaiencia  é  historia  literaria  generaU  se  reducía  á 
aprender  de  memoria  el  compendio  de  las  Lecciones  de  Blair  forma- 
do por  D.  José  Luis  Munárriz.  Como  temas  de  oratoria  solían  darse 
á  los  alumnos  el  elogio  del  general  (sic)  araucano  Lautaro  y  otros 
análogos.  Hacíanse,  sin  embargo,  loables  aunque  lentos  esfuerzos 
para  reponer  otros  estudios  }'■  darles  sólida  base.  Durante  el  recto- 
rado del  ingeniero  francés  Carlos  Lozier,  se  reformó  la  enseñanza  de 
las  matemáticas  y  de  la  física.  Más  adelante,  D.  José  Miguel  Varas 
y  D.  Ventura  Marín,  dieron  más  amplitud  á  los  estudios  filosóficos, 
primero  sobre  la  base  de  la  ideología  de  Destutt-Tracy  y  luego  so- 
bre el  sensualismo  mitigado  de  Laromiguiére,  de  donde  el  segundo 
de  ellos  pasó  luego  á  la  filosofía  escocesa,  recibiendo  además  la  in- 
fluencia kantiana,  aunque  indirectamente  y  por  medio  de  Cousin. 

Pero  el  progreso  literario  continuaba  muy  rezagado  respecto  del 
científico,  y  así  permaneció  hasta  que  tres  hechos  capitales  vinieron 
á  despertar  la  actividad  dormida.  Estos  tres  hechos  fueron  la  estan- 
cia de  D.  José  Joaquín  de  Mora  desde  1 828  á  1831;  el  estableci- 
miento en  Chile  y  el  largo  magisterio  de  D.  Andrés  Bello,  desde 
1829;  y  la  emigración  de  algunos  escritores  argentinos,  fugitivos  de 
la  tiranía  de  Rosas,  en  184 1. 

El  gaditano  Mora,  de  cuyas  posteriores  andanzas  en  el  Perú  y  en 
Bolivia  tenemos  ya  alguna  noticia,  llegaba  á  Chile  de  Buenos  Aires, 
á  donde  le  había  atraído  en  1826  el  gran  gobernante  Rivadavia 
para  que  redactase  el  periódico  oficial.  Envuelto  en  la  caída  de 
aquel  Presidente,  de   cuya   política  había   sido  acérrimo  defensor. 


352  CAPITULO    XI 

recibió  honrosa  invitación  del  Gobierno  de  Chile  para  pasar  á  aque- 
lla República  y  «emplearse  en  objetos  de  utilidad  pública».  Aceptó 
la  invitación  y  el  puesto  de  Oficial  mayor  de  la  Secretaría  de  Esta- 
do, y  llegó  á  Santiago  precedido  de  la  fama  literaria  que  le  habían 
granjeado  en  toda  la  América  española  los  numerosos  libros  y  pe- 
riódicos que  para  ella  había  publicado  en  Londres.  En  Chile  la  pro- 
digiosa actividad  de  Mora  tuvo  las  más  diversas  manifestaciones. 
Afiliado  en  el  partido  radical,  del  cual  llegó  á  ser  ídolo,  redactó  la 
Constitución  de  1 828  y  varias  leyes,  entre  ellas  la  de  Imprenta,  con- 
virtiéndose (como  se  ha  dicho  con  gracia)  en  el  Solón  de  aquella 
incipiente  República.  Bajo  los  auspicios  del  presidente  Pinto,  y  con 
amplios  auxilios  oficiales,  abrió  un  grande  establecimiento  de  edu- 
cación, el  Liceo  de  Chile^  y  compaginó  para  él  una  serie  de  libros 
elementales  de  Gramática  latina.  Derecho  natural  y  de  gentes.  De- 
recho romano,  Geografía  descriptiva  y  otras  materias,  de  las  más 
variadas  y  heterogéneas.  El  plan  de  estudios  de  aquel  colegio,  que 
en  ia  parte  científica  dirigía  otro  español,  D.  Andrés  Antonio  de 
Gorbea,  comprendía  las  matemáticas,  desde  la  aritmética  hasta  los 
cálculos  diferencial  é  integral;  la  física,  la  química  y  la  astronomía. 
La  enseñanza  de  las  humanidades  aparecía  perfectamente  graduada 
en  cinco  años,  dándose  especial  importancia  á  la  lectura  y  análisis 
de  los  clásicos  latinos  y  castellanos,  y  alternando  este  estudio  con 
nociones  de  historia,  literatura  española,  ideología  y  economía  polí- 
tica, que  se  explicaba  por  el  Tratado  de  James  Mili.  Quizá  Mora, 
que  era  el  alma  del  colegio,  no  tenía  más  que  superficiales  conoci- 
mientos de  muchas  de  estas  materias;  pero  así  y  todo,  su  nivel  cien- 
tífico era  tan  superior  al  del  país  en  que  había  ¡do  á  establecer  su 
cátedra,  y  era  tan  nueva  y  amena  su  forma  de  exposición  y  ense- 
ñanza, que  debió  de  ser,  y  fué  en  efecto,  recibido  como  un  prodi- 
gio.  Al  mismo  tiempo  fundaba  El  Mercurio  Chileno,  la   primera 
revista  digna  de  tal  nombre,  que  apareció  en  aquella  República;  es- 
cribía de  política  en  El  Constituyente]  daba  al  teatro,  huérfano  en- 
tonces de  autores  y  de  actores,  dos  comedias,  El  Marido  ambicioso 
(imitación  de   Picard)  y  El  Embrollón,  y  publicaba  innumerables 
versos,  muchos  de  los  cuales  no  fueron  recogidos  en  ninguna  de 
sus  dos  colecciones  poéticas,  no  porque  en  mérito  cedan  á  los  res- 


CHILE  353 

tantes,  sino  por  motivos  de  índole  política  y  personal.  Mora  era  en- 
tonces muy  revolucionario  y  muy  mal  español,  hasta  el  punto  de 
haber  aceptado  carta  de  ciudadanía  en  Chile;  y  cuando  el  tiempo 
vino  á  modificar  sus  ideas,  puso  grande  empeño  en  hacer  olvidar  ó 
ignorar  en  España  esta  parte  de  su  vida,  tan  brillante  bajo  el  as- 
pecto literario  como  desastrosa  bajo  el  político. 

Ya  hemos  tenido  ocasión  de  advertir  que  Mora,  excelente  poeta 
en  la  narración  joco-seria,  en  la  sátira  y  en  la  fábula,  no  pasa  de  ser 
un  versificador  primoroso,  aunque  frío  y  amanerado,  en  el  género 
lírico,  propiamente  dicho.  Pero  son  tales  sus  recursos  técnicos,  que 
llega  á  simular  la  inspiración  que  le  falta;  y  de  todas  suertes,  sus 
versos,  sonoros  y  nutridos,  aventajaban  de  tal  modo  á  todos  los  que 
se  habían  oído  en  Chile  desde  el  remotísimo  tiempo  de  Pedro  de 
Oña,  que  no  nos  maravilla  el  entusiasmo  con  que  fué  recibido,  por 
ejemplo,  el  Canto  fúnebre  en  honor  de  los  hermanos  Carreras,  ó  la 
epístola  á  Martínez  de  la  Rosa,  donde  se  leen  estancias  de  tan  noble 
y  sostenido  tono  como  la  siguiente: 

Ya  es  tiempo  de  que  imprima 
Tu  genio  al  arte  hispano  impulso  noble 
De  más  alta  ambición.  Cual  alza  el  roble 
Frondosos  brazos,  sólidos,  robustos, 
Sobre  humildes  arbustos, 
Tal  erguido  descuellas 
Entre  los  vates  de  tu  edad.  Dirige 
Tu  vuelo  raudo  á  las  mansiones  bellas. 
Do  la  meditación  callada  rige 
Los  pasos  del  altivo  pensamiento, 

Y  presta  le  conduce 

De  portento  en  portento; 

Do  inmaculado  el  claro  nombre  luce 

Del  cantor  de  Ilion,  y  el  grande  Urbino 

Tomó  el  pincel  divino; 

Donde  á  Bacón  se  descubrió  el  arcano 

Del  espíritu  humano, 

Y  al  Dante  adusto  la  región  umbrosa. 
^Qué  aguardas?  Afanosa 

La  humanidad,  cual  si  escondido  numen 
Con  celeste  vigor  la  enfureciera. 


354  CAPITULO   XI 

Avanza  y  precipita  su  carrera. 

En  sed  de  grandes  cosas  se  consumen 

Los  pueblos  agitados, 

Los  climas  apartados, 

Las  soledades  mudas, 

Donde  imperaba  el  Austro,  do  vivían 

Tribus  dispersas,  rudas; 

Los  incógnitos  llanos  que  aturdían 

Del  Ohio  las  corrientes  turbulentas 

Se  cubren  de  ciudades  opulentas: 

Ya  no  hay  barreras  para  el  hombre.  El  Noto 

Desencadena  en  vano  sus  rugidos, 

Y  en  vano  entumecidos 

Se  abren  los  senos  de  Anfitrite  airada: 

Tranquila  en  tanto  al  Hindostán  remoto 

Boga  la  nave,  cuyas  fuerzas  mueve, 

Por  la  anchura  irritada, 

Vapor  activo  y  leve  * 

Que  ponderosa  construcción  opiime. 

Canta  en  eco  subiime 

Tanto  prodigio,  y  la  grandiosa  escena 

Que  abre  la  industria  á  la  ventura  humana, 

Distribuyendo  en  la  región  lejana. 

Antes  de  errores  y  miseria  llena, 

Con  el  fruto  sutil  de  sus  telares 

De  las  ciencias  los  puros  luminares... 

Mora,  que  después  fué  tan  enemigo  de  los  versos  sueltos,  y  con 
tan  fútiles  razones  intentó  desacreditarlos,  los  hacía  entonces  con 
facilidad  suma.  Así  lo  prueba,  aunque  no  honre  mucho  sus  senti- 
mientos patrióticos,  la  alocución  que  compuso  para  que  fuese  reci- 
tada en  el  teatro  en  el  aniversario  del  i8  de  Septiembre. 

Cetro  rompimos  que  á  la  vez  pesara 
Sobre  la  fértil  vega  donde  gira 
Pomposo  el  Eridano,  y  en  los  montes 
De  Anahuac  opulento,  en  el  alcázar 
Del  potente  califa,  y  en  la  margen 
Del  agitado  Magdalena;  cetro 
Que  envolvió  en  sus  tinieblas  espantosas 
El  maléfico  error;  cetro  manchado 
En  sangre  de  oprimidos,  y  cubierto 


CHILE 


355 


Con  maldición  y  lloros.  Lo  rompimos, 

Y  en  su  lugar  lozana,  victoriosa, 

Se  alza  la  libertad,  cual  castigada 

De  Tarquino  la  audacia  se  alzó  en  Roma 

Con  austeras  virtudes,  y  ceñida 

De  inflexible  vigor;  cual  en  Atenas, 

Grata  al  comercio  y  al  saber,  y  ansiosa 

De  gloria  y  de  esplendor;  cual  en  la  orilla 

Del  Delawar,  modesta,  infatigable, 

Dócil  al  eco  del  precepto  justo 

Del  genio  y  de  las  artes  protectora. 

¡Hijas  del  cielo!  ¡Leyes  venturosas! 
Reinad  inconmovibles;  á  raudales 
Verted  dicha,  reposo  y  opulencia 
Sobre  el  pueblo  sumido.  ¡Que  á  la  sombra 
De  vuestra  égida,  rompa  el  duro  arado 
Nuevas  llanuras,  y  su  faz  adornen 
Opimos  frutos  y  dichosas  gentes! 

Cubra  el  mar  de  Occidente,  flameante 

La  tricolor  bandera,  y  con  los  frutos 

Del  suelo  patrio,  á  la  región  opuesta, 

Que  Chile  es  grande  y  poderosa  anuncie. 

La  ciencia  triunfe  del  error,  y  ensanche 

La  existencia  mental,  y  purifique 

Nuestra  mansión  espléndida,  y  transforme 

Su  voz  potente  en  plácidos  canales 

La  vertiente  espumosa,  los  desiertos 

En  vastos  focos  de  labor  activa, 

Y  el  patrio  hogar  en  templo  de  virtudes... 

La  posición  de  Mora  en  Chile  podía  ser  para  algunos  envidiable 
pero  estaba  cercada  de  peligros  que  él,  con  la  viveza  é  impetuosidad 
propias  de  su  carácter  y  con  la  soltura  de  lengua  de  que  entonces 
adolecía,  pareció  como  que  se  complaciese  en  acumular  sobre  su 
cabeza.  La  experiencia  de  lo  que  le  había  pasado  en  Buenos  Aires 
no  había  sido  suficiente  escarmiento  para  que  dejase  de  tomar  parte 
n.uy  activa  en  las  luchas  de  un  país  al  cual  sólo  por  adopción  per- 
tenecía, y  en  el  cual  realmente  todo  el  mundo  le  consideraba  como 
extranjero.   Servía  de  instrumento  á  los  liberales,  pero  al   mismo 
compás  que  crecía  la  admiración  de  éstos,  iba  cosechando  odios  in- 


356  CAPÍTULO   XI 

extinguibles  en  el  bando  opuesto  de  los  conservadores,  á  quienes  en 
Chile  llamaban  por  aquellos  años  pehicones.  Este  partido,  al  cual 
pertenecía  el  nuevo  director  del  Instituto  Nacional,   el   presbítero 
D.  Juan  Francisco  Meneses,  antiguo  y  fervoroso  realista,  y  adicto 
en  todo  á  las  tradiciones  de  la  colonia  aun  después  de  haber  pasado 
al  servicio  de  la  joven  República,  declaró  la  guerra  al  Liceo  de  Mora 
y  á  su  enseñanza;  apoyando  en  contra  de  él,  primero  á  ciertos  pro- 
fesores franceses  que  trajo  D.  Pedro  Chapuis,  por  el  sistema  de  con- 
trata de  sabios  extranjeros,  adoptado  á  la  sazón  en  Chile,  y  que  no 
sé  si  enteramente  ha  desaparecido  á  pesar  de  los  grandes  progresos 
ulteriores  de  la  cultura  indígena;  y  luego  al  ilustre  fundador  del  Co- 
legio de  Santiago,  D.  Andrés  Bello,  traído  de  Londres,  también  por 
contrata,  en  1 829,  y  oficial  en  el  ministerio  de  Relaciones  Exterio- 
res. Nacieron  de  aquí  agrias  é  interminables  polémicas  en  que  Mora 
triunfó  sin  gran  dificultad  de  la  que  él  llamaba  colonia  de  sabios  ó 
barcada  de  profesores  franceses,  los  cuales  no  llegaron  á  entenderse 
con  ^Ir.  Chapuis  ni  á  cobrar  sus  sueldos  ni  á  plantear  el  proyectado 
colegio,  si  bien  la  mayor  parte  de  ellos  pasaron  al  de  Santiago^  pri- 
mero bajo  la  dirección  del  clérigo  Meneses,  y  luego  bajo  la  de  Bello. 
Pero  su  furor  se  estrelló  contra  la  ciencia  de  éste,  más  sólida  y  po- 
sitiva que  la  suya;  y  aunque  la  polémica  entablada  entre  ambos  tuvo 
mucho  de  pueril  y  versó  únicamente  sobre  tiqíás-rniquis  gramatica- 
les, degenerando  en  torneo  pedantesco  (l).  Mora  no  llevó  la  mejor 
parte;  quedó  maltrecho  en  la  opinión,  acabó  de  granjearse  enemigos 
con  la  intemperancia  de  sus  contestaciones,  perdió  los  auxilios  oficia- 
les que  se  daban  al  Liceo,  tuvo  que  cerrarle,  y  exasperado  con  su 
derrota,  se  lanzó  ciegamente  en  la  oposición  más  radical  y  facciosa 
contra  el  presidente  Ovalle  y  el  verdadero  jefe  de  los  conservado- 
res, L).  Diego  Portales.  Pero  este  ilustre  hombre  de  estado,  el  go- 
bernante más  enérgico  que  ha  tenido  Chile,  no  era  de  los  que  sufren 
con  paciencia  los  atentados  contra  el  principio  de  autoridad;  así  es 


(i)  Rompió  el  fuego  Mora  en  una  oración  maugural  á&  la  clase  de  orato- 
ria del  Liceo  de  Chile.  La  censuró  Bello  en  una  serie  de  artículos  insertos 
en  El  Popular.  Replicó  Mora  en  tres  papeles  sueltos,  firmados  por  los  alum- 
nos de  oratoria  del  Liceo. 


CHILE  357 

que  después  de  haber  perseguido  judicialmente  á  Mora  y  sus  perió- 
dicos, acabó  por  prenderle  y  expulsarle  del  país.  Mora,,  que  tenía 
especial  habilidad  para  componer  letrillas,  casi  tan  buenas  como  las 
de  Bretón,  tomó  de  sus  adversarios  el  mejor  desquite  que  en  su  si- 
tuación cabía,  lanzando  contra  Ovalle  y  Portales  aquella  tan  chistosa 
de  El  uno  y  el  otro,  que  todavía  muchos  chilenos  repiten  de  coro: 

Quitándonos  el  sombrero 
Gritaremos  á  ]a  par: 
¡Felices  noches^  don  Diego! 
¡Abur,  don  José  Tomás! 

En  Lima,  donde  Mora  encontró  refugio  y  protección,  estableció 
un  nuevo  colegio,  dio  á  luz  nuevos  libros  y  continuó  desatándose 
en  denuestos,  no  ya  contra  el  partido  conservador,  sino  contra 
todos  los  chilenos  en  general,  á  quienes  llamaba  «bípedos  de  la  Beo- 
da americana»,  calificándolos,  además,  de  «potros  y  potrancas  á 
quienes  había  tenido  que  domar».  El  mismo  se  arrepintió  más  ade- 
lante de  estas  injurias  dictadas  por  la  exasperación  del  momento;  se 
reconcilió  con  su  antiguo  adversario.  D.  Andrés  Bello,  mantuvo  con 
él  amistad  no  rota  sino  por  la  muerte,  y  divulgó  más  que  nadie  en 
España  las  nuevas  de  la  prosperidad  y  del  desarrollo  de  Chile.  El 
pueblo  chileno  olvidó  también  sus  agravios  con  la  generosidad  pro- 
pia de  los  fuertes,  y  hoy  coloca  el  nombre  de  Mora  entre  los  de  sus 
institutores  más  preclaros  (l),  pues  aunque  su  enseñanza  duró  poco, 
removió  mucho  los  espíritus,  dejando  profunda  huella  en  alguno  tan 
reflexivo  como  el  de  Lastarria,  que  se  preció  siempre  de  haber  sido 
discípulo  predilecto  del  que  en  Chile  llamaban  el  Gallego,  aunque 
fuese  andaluz,  como  queda  dicho. 

La  influencia  de  Bello  fué,  sin  embargo,  mucho  más  profunda  y 
saludable  que  la  de  Mora.  No  pertenece  á  este  lugar  la  apreciación 
de  los  méritos  de  aquel  varón  extraordinario  á  quien  ya  procuramos 
dar  á  conocer  en  el  estudio  relativo  á  Venezuela;  Bello,  como  poeta 
no  pertenece  á  Chile;  sus  dos  composiciones  magistrales  y  caracte- 

(i)  Bofi  José  Joaqziin  de  Mora,  Apuntes  biográjicos  po?-  Miguel  Luis  Amu- 
nátegui.  (Santiago  de  Chile,  i88S.) 


358  CAPITULO   XI 

rísticas,  la  Alocución  d  la  poesía,  la  Silva  á  la  agricultura  en  la  zona 
tórrida^  estaban  escritas  y  publicadas  en  Londres  desde  1 82 3  y  1825, 
respectivamente.  En  Chile  hizo  pocos  versos,  y  más  bien  traducidos 
que  originales.  En  cambio,  á  la  educación  de  Chile  dedicó  los  frutos 
de  la  madurez  de  su  entendimiento  y  de  su  cultura  científica.  Aque- 
lla república  le  debió  el  Código  Civil,  los  Principios  del  Derecho  de 
gentes,  la  Gramática  castellana,  y  con  ella  el  inapreciable  bien  de  la 
conservación  de  la  integridad  del  idioma;  los  Principios  de  Ortolo- 
gía y  Métrica,  todavía  no  superados  hasta  hoy;  la  Filosofía  del  enten- 
dimiento, y  con  ella  la  propagación  de  las  sabias  y  templadas  ense- 
ñanzas de  la  psicología  escocesa;  la  organización  de  la  Universidad 
sobre  el  modelo  de  las  de  Inglaterra;  y,  dominándolo  todo,  un  alto 
y  severo  espíritu  de  disciplina  moral  y  jurídica,  que  ha  sido  el  más 
duradero  fruto  de  su  enseñanza. 

Bello  no  había  ido  á  Chile  á  formar  poetas,  ni  se  le  llamaba  para 
eso.  Lo  primero  que  hizo  fué  abrir  cátedra  de  Gramática  castellana, 
que  era  lo  más  urgente,  para  que  con  el  tiempo  pudiesen  florecer 
poetas  y  prosistas.  «Había  pocos  países  en  la  América  Española — 
dice  Amunátegui  (l) — -donde  se  hablara  y  escribiera  peor  que  en  el 
nuestro;  aun  las  personas  más  condecoradas,  las  que  ocupaban  los 
primeros  puestos  de  la  República,  cometían  á  cada  paso  las  faltas 
de  lenguaje  más  groseras  y  ridiculas.  Podía  decirse  sin  exageración 
que  aquella  era  una  jerigonza  de  negros»  (2). 

Bello  transformó  todo  esto  en  menos  de  diez  años,  ya  con  su  en- 
señanza en  el  Colegio  d.e  Santiago  y  en  su  propia  casa,  ya  con  aquel 
otro  género  de  magisterio  que  ejercía  desde  las  columnas  oficia- 
les de  El  Araucano.  «La  gramática  nacional — decía — es  el  primer 
asunto  que  se  presenta  á  la  inteligencia  del  niño,  el  primer  ensayo 
de  sus  facultades  mentales,  su  primer  curso  práctico  de  raciocinio; 
es  necesario,  pues,  que  todo  dé  en  ella  una  acertada  dirección  á  sus 
hábitos;  que  nada  sea  vago  ni  obscuro;  que  no  se  le  acostumbre  á 
dar  un  valor  misterioso  á  palabras  que  no  comprende;  que  una  filo- 


(i)     Página  156  de  la  biografía  de  Mora. 

(2)      Vida  de  D.  Átidrés  Bello,  por  Miguel  Luis  Amundiegid  (Santiago  de 
Chile,  1882),  pág.  404. 


CHILE  359 

solía,  tanto  más  difícil  y  delicada  cuanto  menos  ha  de  mostrarse, 
exponga  y  clarifique  de  tal  manera  los  hechos,  esto  es,  las-  reglas  del 
habla,  que,  generalizándose,  queden  reducidas  á  la  expresión  más 
sencilla  posible...  Hay  muchos  que  creen  que  el  estudio  de  la  lengua 
nativa  es  propio  de  la  primera  edad,  y  debe  limitarse  á  las  escuelas 
de  primeras  letras.  Los  que  así  piensan  no  tienen  una  idea  cabal  de 
los  objetos  que  abraza  el  conocimiento  de  una  lengua,  y  del  fin  que 
deben  proponerse  estudiándola.  El  estudio  de  la  lengua  se  extiende 
á  toda  la  \'ida  del  hombre,  y  se  puede  decir  que  no  acaba  nunca.» 
«La  influencia  del  magisterio  de  Bello  (dice  Lastarria)  fué  inmensa 
en  aquella  época,  fué  casi  una  dominación»  (l).  Pero  como  todas  las 
dominaciones,  no  dejó  de  ser  combatida.  El  espíritu  de  anarquía,  no 
ya  sólo  literaria  sino  lingüística,  levantó  la  cabeza  contra  la  dicta- 
dura de  Bello,  en  las  producciones  de  varios  escritores  argentinos 
(Gutiérrez,  Alberdi,  López,  Sarmiento),  á  quienes  la  tiranía  política 
de  su  país  había  forzado  á  buscar  asilo  en  Chile  en  1 840.  Eran  algu- 
nos de  ellos  ingenios  brillantes,  de  ardiente  fantasía,  que  contrastaba 
con  la  imaginación  un  tanto  apocada  y  tímida  de  los  chilenos;  pero 
su  educación  había  sido  enteramente  francesa,  su  espíritu  político 
era  el  de  la  revolución  del  89,  su  literatura  la  del  romanticismo  fran- 
cés; su  odio  á  todo  lo  español  rayaba  en  manía;  hacían  alarde  y  gala 
de  ignorar  nuestra  literatura  y  de  hablar  pésimamente  nuestra  len- 
gua, y  ni  sentían,  ni  pensaban,  ni  leían  más  que  en  francés.  Aun  el 
mismo  Gutiérrez,  que  había  recibido  educación  clásica  y  era  bastante 
correcto  en  la  dicción,  y  comenzaba  ya  á  ocuparse  en  investigacio- 
nes eruditas  sobre  la  poesía  colonial,  no  difería  de  los  demás  en 
cuanto  al  fondo  de  las  ideas,  aunque  sí  en  la  manera  de  expresarlas. 
Pero  el  principal  representante  de  la  demagogia  literaria  era  el  fa- 
moso maestro  de  escuela  y  futuro  Presidente  de  la  República  Ar- 
gentina, D.  Domingo  Faustino  Sarmiento,  conocido  aún  en  Plspaña 
por  la  tremenda  aunque  merecida  sátira  de  Villergas,  Sarmenticidio-, 
ó  d  mal  sarmiento  buena  podadera. 

(i)  J.  V.  Lastarria.  Recuerdos  literarios.  Datos  para  la  historia  literaria  de 
la  América  española  y  del  progreso  intelectual  en  Chile,  2.^  edición.  Santiago  de 
Chile,  1885,  pág.  69. 

Meskndez  y  Vy.ijkYO,— Poesía  hispano-atnericana.  II.  23 


360  CAPÍTULO    XI 

Era  Sarmiento  hombre  originalísimo  y  excéntrico,  así  en  su  per- 
sona como  en  sus  ideas  y  en  su  estilo,  que  adolecían  de  todos  los 
defectos  inherentes  á  su  educación  vagabunda  y  desordenada,  y  á 
lo  cerril  é  indómito  de  sus  tendencias  nativas,  las  cuales  le  arrastra- 
ban á  ser  una  especie  de  gancho  de  la  república  de  las  letras,  intem- 
perante,  desmandado  y  sin  freno  en  nada.  Además,  comenzaba  á 
escribir  entonces;  y  su  gusto,  que  no  llegó  á  formarse  nunca,  estaba 
virgen  de  toda  influencia  extraña  que  pudiera  modificarle.  Aquel 
estro  bravio  y  poderoso  que  había  de  inspirar  las  páginas  calentu- 
rientas de  Facundo  Qiiiroga^  de  los  Recuerdos  de  p?'ovmcia  y  de  la 
Campaña  del  ejército  grande^  ardía  ya  en  el  cerebro  de  Sarmiento: 
pero  no  había  logrado  aún  la  forma  de  expresión,  selvática  sin  duda, 
pero  arrogante,  apasionada  y  pintoresca,  que  realza  aquellos  libros, 
los  más  originales  quizá  de  la  literatura  americana.  En  184I  Sar- 
miento no  era  más  que  un  periodista  medio  loco,  que  hacía  continuo 
y  fastuoso  alarde  de  la  más  crasa  ignorancia,  y  que  habiendo  de- 
clarado guerra  á  muerte  al  nombre  español,  se  complacía  en  estro- 
pear nuestra  lengua  con  toda  suerte  de  barbarismos,  afeándola  ade- 
más con  una  ortografía  de  su  propia  invención. 

Sarmiento,  sin  embargo,  como  forastero  que  era,  no  hubiese  roto 
el  fuego  contra  la  enseñanza  académica  en  Chile,  como  no  le  había 
roto  su  compañero  de  emigración  D.  Vicente  Fidel  López,  que  desde 
Febrero  de  1842  redactaba,  con  la  colaboración  de  Gutiérrez  y  de 
Alberdi,  la  Revista  de  Valparaíso^  si  á  deshora  no  hubiese  venido  á 
prestarles  ocasión  y  armas  un  profesor  chileno,  que  discípulo  primero 
de  Mora,  y  luego  de  Bello,  había  conservado  mucho  más  del  espíritu 
innovador  del  primero  que  del  pacífico  y  mesurado  del  segundo,  y 
que  ya  por  entonces  había  levantado  la  bandera  de  la  emancipación 
mental  de  Chile,  en  el  sentido  de  romper  con  todas  las  tradiciones  de 
la  colonia.  Era  éste  D.  José  Victorino  de  Lastarria,  espíritu  rígido  y 
anguloso  con  apariencias  de  positivo,  sectario  fanático  de  un  ideal  de 
política  abstracta  que  pretende  someter  á  teoremas  inflexibles  el  rico 
contenido  de  la  historia  y  la  complejidad  de  los  actos  humanos  (l). 

(i)  Vid.  la  extensa  biografía  de  D.  José  Viciorino  Lastarria,  por  Joaquín 
Rodn'gtiez  Bravo.  Santiago  de  Chile,  imp.  Barcelona,  1892. 


CHILE  361 

Lastarria  fundó  en  1842  una  Sociedad  literaria,  compuesta  en  su 
mayor  parte  de  estudiantes,  y  en  la  inauguración  leyó  un  discurso 
que;  él  consideraba  como  un  monumento  de  gloria,  por  lo  cual  le 
reproduce  íntegro  en  sus  Recuerdos  literarios.  En  él  se  leían  estos 
conceptos:  «.Durante  la  colonia  no  rayó  jamás  la  luz  de  la  civili- 
zación en  nuestro  suclo^  ¡y  cómo  había  de  rayar!  La  misma  nación 
que  nos  encadenaba  á  su  pesado  carro  triunfal,  permanecía  domi- 
nada por  la  ignorancia,  y  sufriendo  el  ponderoso  yugo  de  lo  ab- 
soluto en  política  y  religión...»  «Hay  una  literatura  que  nos  legó 
la  España  con  su  religión  divina,  con  sus  pesadas  é  indigestas  leyes, 
con  sus  funestas  y  antisociales  preocupaciones.  Pero  esa  literatura 
no  debe  ser  la  nuestra,  porque  al  cortar  las  cadenas  enmohecidas 
que  nos  ligaran  á  la  Península,  comenzó  á  tomar  otro  tinte  muy  di- 
verso nuestra  nacionalidad...»  «Es  necesario  que  desarrollemos 
nuestra  revolución  y  la  sigamos  en  sus  tendencias  civilizadoras,  en 
esa  marcha  peculiar  que  le  da  un  carácter  de  todo  punto  contrario 
al  que  nos  dictan  el  gusto,  los  principios  y  las  tendencias  de  aquella 
literatura.»  Lastarria  no  renegaba  enteramente  de  la  lengua:  «¡Ah, 
no!  ¡Este  fué  uno  de  los  pocos  dones  preciosos  que  nos  hicieron  los 
conquistadores  sin  pensarlo!»  Y  prosiguiendo  con  la  quimera  de 
una  literatura  nacional  chilena,  antípoda  de  la  española  aunque  se 
expresase  en  la  misma  lengua,  añadía:  «Fuerza  es  que  seamos  origi- 
nales; tenernos  dentro  de  nuestra  sociedad  todos  los  elementos  necesa- 
rio's  para  serlo,  para  convertir  nuestra  literatura  en  la  expresión  au- 
téntica de  nuestra  nacionalidad.» 

Sarmiento,  en  un  artículo  del  Mercurio  de  Valparaíso  (periódico 
que  salía  de  las  prensas  del  tipógrafo  catalán  D.  Manuel  Rivade- 
neyra,  después  tan  célebre  como  editor  de  la  Biblioteca  de  Autores 
Españoles),  se  apoderó  ávidamente  del  discurso  de  Lastarria,  para 
comentarle  á  su  modo  y  herir  á  Bello  y  su  escuela  con  mortifican- 
tes alusiones.  Era  tesis  suya,  que  «países  como  los  americanos,  sin 
literatura,  sin  ciencias,  sin  artes,  sin  cultura,  aprendiendo  recién  (sic) 
los  rudimentos  del  saber,  no  podían  tener  pretensiones  de  formarse 
un  estilo  castigado  y  correcto,  que  sólo  puede  ser  la  flor  de  una 
civilización  desarrollada  y  completa».  Atribuía  luego  la  esterilidad 
poética  de  Chile,  «á  la  perversidad  de  los  estudios,  al  influjo  de  los 


362  CAPÍTULO   XI 

gramáticos,  al  respeto  á  los  admirables  modelos  que  tenían  agarro- 
tada la  imaginación  de  los  jóvenes».  Y,  finalmente,  tirando  ya  la 
piedra  á  tejado  conocido,  designaba  claramente  á  Bello,  aunque  sin 
nombrarle,  y  se  atrevía  á  pedir  nada  menos  que  su  expulsión  del 
país  por  el  crimen  nefando  de  saber  gramática.  «Por  lo  que  á  nos- 
otros respecta,  si  la  ley  del  ostracismo  estuviese  en  uso  en  nuestra 
democracia,  habríamos  pedido  en  tiempo  el  destierro  de  un  gran 
literato  que  vive  entre  nosotros;  sin  otro  motivo  que  serlo  dema- 
siado y  haber  profundizado,  más  allá  de  lo  que  nuestra  naciente 
literatura  exige,  los  arcanos  del  idioma,  y  haber  hecho  gustar  á 
nuestra  juventud  del  estudio  de  las  e>íterioridades  del  pensamiento 
y  de  las  formas  en  que  se  desenvuelve  nuestra  lengua,  con  menos- 
cabo de  las  ideas  y  de  la  verdadera  ilustración.  Se  lo  habríamos 
mandado  á  Sicilia,  á  Salva  y  á  Hermosilla,  que  con  todos  sus  estu- 
dios no  es  más  que  un  retrógrado  absolutista,  y  lo  habríamos  aplau- 
dido cuando  lo  viésemos  revolearlo  en  su  propia  cancha]  allá  está 
su  puesto,  aquí  es  un  anacronismo  perjudicial.» 

De  este  modo  proseguía  Sarmiento,  desbarrando  con  tan  poco 
sentido  común  como  gramática,  cual  si  quisiese  confirmar  con  el 
ejemplo  lo  mismo  que  teóricamente  predicaba.  «No  hay  esponta- 
neidad (decía);  hay  una  cárcel  guardada  á  la  puerta  por  el  inflexible 
culteranismo  (sinónimo  para  Sarmiento  de  literatura  culta),  que  da, 
sin  piedad,  de  culatazos  al  infeliz  que  no  se  le  presenta  en  toda  for- 
ma. Pero  cambiad  de  estudios,  y  en  lugar  de  ocuparos  de  la  forma, 
de  la  pureza  de  las  palabras,  de  lo  redondeado  de  las  frases,  de  lo 
que  dijo  Cervantes  ó  Fr.  Luis  de  León,  adquirid  ideas  de  donde 
quiera  que  vengan,  nutrid  vuestro  pensamiento  con  las  manifesta- 
ciones del  pensamiento  de  los  grandes  luminares  de  la  época...  En- 
tonces habrá  prosa,  habrá  poesía,  habrán  (sic)  defectos,  habrán  be- 
llezas. La  crítica  vendrá  á  su  tiempo  y  los  defectos  desaparecerán.» 

Sarmiento,  que  se  titulaba  con  énfasis  «ignorante  por  principios, 
ignorante  por  convicción»  (como  si  la  ignorancia  fuese  alguna  vir- 
tud muy  recomendable  y  extraordinaria),  parecía  ignorar,  entre 
otras  muchas  cosas,  que  esas  soberbias  profesiones  de  no  saber 
nada  y  de  pisotear  la  lengua  propia  para  vengarse  de  no  acertar  á 
escribirla,  lejos  de  seir  un  rasgo  de  heroico  americanismo,  eran  cosa 


CHILE  363 

corriente  entre  los  románticos  españoles,  si  bien,  á  decir  verdad, 
nunca  llegaron  entre  nosotros  las  cosas  al  punto  de  demencia  que 
revelan  los  renglones  transcritos.  Ni  llegaron  tampoco  en  Chile,  gra- 
cias á  la  sana  influencia  de  I).  Andrés  Bello,  el  cual  representaba 
allí  el  mismo  género  de  disciplina  que  "D.  Alberto  Lista  entre  nos- 
otros. Bello,  por  la  gravedad  de  su  carácter  y  de  sus  funciones  ofi- 
ciales, no  intervino  ni  podía  decorosamente  intervenir  en  un  debate 
donde  tan  inoportunamente  se  traía  su  nombre,  casi  por  los  mismos 
días  en  que  otro  patriota  chileno  y  rabioso  enemigo  de  los  españo- 
les,   D.  Juan   Miguel  Infante,   le  llamaba  en  letras  de  molde  nada 
menos  que  miserable  aventurero,  por  el  capital  crimen  de  querer 
que  se  enseñase  Gramática  latina  y  Derecho  romano,  estudios  pro- 
pios tan  sólo,  según  la  opinión  del  tal  Infante,  para  crear  generacio- 
des  de  esclavos  y  de  godos  contumaces  y  empedernidos.  Pocas  ve- 
ces la  barbarie  se  ha  presentado  con  tan  candorosa  franqueza,  y 
pocos  hombres  han  contraído  tanto  mérito  con  ningún  país  como  el 
que  Bello  contrajo,  alejándola  para  siempre  de  Chile.  Enfrente  de 
adversarios  que  en  política  y  en  derecho  querían  retrogradar  á  los 
tiempos  de  Caupolicán,  y  en  literatura  no  concebían  la  independen- 
cia del  genio  más  que  como  la  de  un  jinete  de  las  pampas,  mantuvo 
los  derechos  imprescriptibles  de  la  razón  y  del  gusto,  y  ni  siquiera 
pudo  ser   tachado  de  clasicismo  intolerante,  puesto  que  en   1841 
había  dado  á  luz  una  poesía  enteramente  romántica.  El  incendio 
de  la  Compañía,  muy  elogiada  por  el  mismo  Sarmiento;  y  se  prepa- 
raba á  enriquecer  nuestra  lengua  con  las  bellísimas  imitaciones  de 
Víctor  Hugo,  que  fueron  apareciendo  en  El  Museo  de  Ambas  Amé- 
ricas,  fundado  en  Valparaíso  en  1842  por  el  colombiano  García  del 
Río  (antiguo  colaborador  suyo  en  el  Rcpei'torio  Americano  de  Lon- 
dres);  y  en   el  Semanario  de  Santiago,  periódico  que  aquel  mis- 
rao  año  y  en   son  de  desagravio  de  la  juventud   chilena  contra  las 
diatribas  de   Sarmiento,  que  parecía  negarles  todo  género  de  apti- 
tud  para  las  bellas  letras,  comenzaron  á  publicar  varios  discípu- 
los de  Bello.   En   aquellas  columnas   se   dio  á  conocer  un  escritor 
de  costumbres  J.  I.   Vallejo  (Jotabeché),   imitador  de   Fígaro  y  de 
El  Curioso  Parlante;  y  allí  apareció  también  el  primer  poema  chi- 
leno,   de  alguna   extensión   é   importancia  entre   los  que   produjo 


364  CAPÍTULO    XI 

la  nueva  generación,  El  Campanario.,  de  D.  Salvador  Sanfuentes. 

Sanfuentes  no  hacía  entonces  sus  primeras  armas;  ya  era  conoci- 
do por  una  traducción  en  verso  c^e  la  Ingenia,  de  Racine,  de  la  cual 
había  publicado  Bello  algunos  trozos  en  el  periódico  oficial,  reco- 
mendándola con  singulares  elogios,  cuando  el  traductor  apenas 
tenía  diez  y  siete  años.  En  los  primeros  números  del  Semanario 
escribió  sobre  clasicismo  y  romanticismo,  provocando  la  indig- 
nación de  los  argentinos  López  y  Sarmiento.  Al  segundo  quiso 
responder  de  un  modo  más  directo  en  el  prólogo  de  su  poema, 
compuesto  expresamente  como  ensayo  de  la  capacidad  poética  de 
los  chilenos.  El  Campanario  fué  puesto  en  las  nubes  por  el  entu- 
siasmo local,  y  tuv^o  un  valor  de  circunstancias,  que  es  preciso  des- 
contar hoy  de  su  mérito  absoluto.  Es  una  imitación  evidente  de  las 
leyendas  Españolas,  de  Mora;  pero  está  á  mucha  distancia  de  lo  que 
en  este  género  hacía  en  Guatemala  Batres.  La  narración  de  San- 
fuentes  es  sosa,  y  la  parte  sentimental  de  su  cuento  vale  poco,  pero 
tienen  chiste  las  descripciones  de  algunos  tipos  y  costumbres  de  la 
colonia,  y  están  lindamente  hechas  las  octavas  jocosas  en  que  se 
describe  la  vida  plácida  y  regalona  de  un  Marqués  del  antiguo  ré- 
gimen. 

Sanfuentes,  á  pesar  de  sus  tareas  políticas  y  forenses,  siguió  escri- 
biendo muchos  versos;  pero  nunca  llegó  á  obtener  un  éxito  que  su- 
perase al  de  su  primer  ensayo,  ni  pasó  nunca  de  una  medianía  ele- 
gante. Tradujo  el  Británico,  de  Racine,  con  la  misma  «exactitud  y 
propiedad  de  lenguaje,  y  tacto  fino  en  variar  las  cesuras  del  metro», 
que  había  elogiado  Bello  en  su  versión  juvenil  de  la  Ingenia  en  Au- 
lide.  Tradujo  con  igual  esmero,  pero  con  más  libertad,  Los  celos  in- 
fundados (Le  cocu  imaginaire)  de  Moliere.  Su  teatro  original,  aparte 
de  algunos  ensayos  juveniles  que  él  mismo  destruyó,  se  compone 
de  tres  piezas  originales:  Carolina,  Cora  ó  la  Virgen  del  Sol  y  Juana 
de  Ñapóles;  pero  aun  esta  última,  que  es  la  más  ^preciable,  se  deja 
leer  con  fatiga,  y  no  sabemos  si  resistiría  la  prueba  de  las  tablas.  En 
la  poesía  narrativa,  que  era  su  género  predilecto,  se  sostuvo  siem- 
pre con  facilidad  y  desembarazo,  é  hizo  loables  esfuerzos  para  dar 
á  sus  obras  color  de  naturaleza  americana;  pero  á  pesar  de  haber 
escrito  tres  largas  leyendas.  El  Bandido,  Inami  ó  la  laguna  de  Ran- 


CHILE  365 

f 

co^  Htientemagu,  y  un  poema  en  dos  volúmenes,  La  Destrucción  de 
la  Imperial,  que  tiene  nada  menos  que  17.626  versos,  continuó 
siendo  para  todo  el  mundo  el  autor  de  El  Campanario.  Preciábase 
de  imitador  de  Ercilla,  y  ha  sido,  probablemente,  el  último  discí- 
pulo aventajado  de  su  escuela,  la  cual  tenía  más  razón  para  durar 
L'n  Chile  que  en  ninguna  otra  parte  (l). 

Entre  los  redactores  del  Semanario  de  Santiago  figuraban,  al  lado 
de  Sanfuentes,  otros  poetas  principiantes:  D.  Hermógenes  Irisarri, 
hijo  del  famoso  escritor  guatemalteco  D.  Antonio  José,  á  quien  su- 
peró en  estro  lírico  y  elegancia  de  versificación,  ya  que  no  igualase 
su  ingenio  acerado  y  vasta  doctrina  (2);  D.  Jacinto  Chacón,  autor  de 
un  poema  fragmentario,  Lamiijer;  los  dos  hijos  de  D.  Andrés  Bello, 
D.  Carlos  y  D.  Francisco,  el  primero  de  los  cuales  dio  á  la  escena 
un  ensayo  de  drama  romántico,  Los  amores  de  un  poeta,  muy  aplau- 
dido entonces  como  primer  paso  del  ingenio  nacional  en  tan  diiícil 


(1)  Don  Salvador  Sanfuentes  y  Torres  nació  en  Santiago  de  Chile  el  2  de 
Febrero  de  1817.  Era  el  discípulo  predilecto  de  D.  Andrés  Bello.  Su  carrera 
administrativa  fué  brillante.  Tuvo  á  su  cargo  en  varias  ocasiones  el  Ministe- 
rio de  Justicia,  Culto  é  Instrucción  pública,  y  el  de  Estado.  Estas  elevadas 
funciones  no  le  impidieron  desempeñar  con  gran  lucimiento  la  de  Secretario 
general  de  la  Universidad  de  Chile,  durante  el  rectorado  de  Bello.  Falleció 
en  17  de  Julio  de  1860,  siendo  Decano  de  la  Facultad  de  Humanidades  de  la 
misma  Universidad.  Además  de  las  obras  citadas  en  el  texto,  dejó  un  drama 
sin  terminar,  Don  Francisco  de  Mecieses,  y  presentó  á  la  Universidad  en  1850 
una  Memoria  histórica,  Chile  desde  la  batalla  de  Chacabnco  Itasia  la  de  MaipQ. 
En  la  Revista  de  Ciencias  y  Letras  (1857)  publicó  las  cuatro  primeras  partes 
de  otro  poema,  Teudo,  ó  Memorias  de  un  solitario. 

Acerca  de  Sanfuentes,  vid.  Amunátegui,  Juicio  crítico  de  algunos  poetas 
hispano-americanos.  Obra  premiada  en  el  certamen  abierto  por  la  Facultad  de 
Filosofía  y  Humanidades  de  la  Universidad  de  Chile  el  año  1859.  (Santiago,  1861 , 
páginas  277-315),  y  Las  primeras  representaciones  dramáticas  efi  Chile,  pá- 
ginas 1S6-205. 

(2)  Tradujo  H.  Irisarri  en  verso  la  tragedia  Francesca  de  Rímini,  de  Silvio 
Pellico,  y  el  drama  de  A.  Dumas,  Carlos  Vil  entre  sus  grandes  vasallos,  y  en 
prosa,  Una  sola  falta,  de  E.  Scribe,  y  Los  cuentos  de  la  Reina  de  Navarra,  del 
mismo  Scribe  y  de  Legouvé.  En  La  Semana,  revista  fundada  por  los  herma- 
nos Alemparte  en  1859,  publicó  una  serie  de  siete  cartas  sobre  el  teatro 
moderno. 


366  CAPÍTULO   XI 

carrera,  y  muy  olvidado  después  como  fruto  prematuro  y  sin  sazón. 
Hubo  entonces  otras  tentativas  teatrales,  como  las  del  español  Don 
Rafael  Minvielle,  que  además  de  sus  arreglos  del  Antony  y  del  Her- 
nani^  compuso  un  drama  original,  Ernesto  (l).  Pero  todas  estas  pro- 
ducciones mediocres  no  sirven  más  que  como  datos  de  la  cronolo- 
gía literaria. 

Mucho  antes  que  se  hubiesen  dado  á  conocer  los  noveles  ingenios 
citados  hasta  aquí,  y  con  independencia  en  cierto  modo  del  movi- 
miento universitario  promovido  por  Mora  y  Bello,  escribía  notables 
versos  una  esclarecida  matrona  que  ha  dejado  en  Chile  tan  gratos 
recuerdos  por  su  piedad  y  sus  virtudes,  como  por  su  talento. 
Cuando  en  1837  sucumbió  bajo  el  plomo  de  vulgares  asesinos  polí- 
ticos el  gran  magistrado  D.  Diego  Portales,  un  clamor  de  angustia 
se  levantó  de  todos  los  confines  de  la  República  chilena,  y  la  poe- 
sía," que  hasta  entonces  sólo  había  acertado  á  exhalar  roncos  sones, 
así  en  las  tribulaciones  como  en  las  alegrías  de  la  patria,  se  asoció 
dignamente  á  aquel  inmenso  duelo  en  las  vigorosas  estancias  de  up 
Canto  fúnebre^  que  corrió  anónimo  de  mano  en  mano,  excitando  la 
admiración  común,  sin  que  nadie  pudiera  atinar  con  el  nombre  de 
su  autor  verdacfero.  Salvo  Bello  y  D.  Felipe  Pardo,  que  por  enton- 
ces estaba  emigrado  en  Chile,  no  había  persona  en  el  país  capaz  de 
escribir  versos  de  tan  noble  sentimiento,  de  tan  elevado  espíritu, 
de  tan  pura  y  briosa  dicción.  No  eran,  ni  con  mucho,  los  primeros 
de  su  autora,  de  quien  bien  puede  decirse  que  se  había  educado  á  sí 

(i)  Minvielle  era  natural  de  Játiva,  y  emigrado  liberal  de  1823,  primero 
en  la  República  Argentina  y  luego  en  Chile,  donde  prestó  muchos  servicios 
á  la  enseñanza.  Además  de  las  piezas  citadas,  tradujo  otras  de  Adolfo  Den- 
nery,  Aniceto  Bourgeois,  Victoriano  Sardou,  y  Teodoro  Barriere,  entre  ellas, 
Las  rmijeres  de  mármol. 

Falleció  en  1887.  Puede  leerse  su  biografía  en  Las  primeras  representaciones 
dratnáticas  en  Chile,  de  Amunátegui  (páginas  315-334). 

Para  completar,  en  lo  posible,  la  ligera  enumeración  del  repertorio  del 
teatro  chileno  en  estos  años,  hay  que  citar  la  traducción  que  D.  Andrés  Bello 
hizo  de  la  Teresa,  de  Dumas;  El  Proscripto,  de  Soulié,  arreglado  por  Lasta- 
rria,  autor  también  de  alguna  comedia  original;  la  tragedia  de  Sheridan, 
Bizarro,  traducida  del  inglés  por  D.  Juan  García  del  Río,  y  alguna  otra  de 
menos  importancia. 


CHILE  367 

misma  con  la  lectura  de  algunos  libros  españoles  y  franceses,  espe- 
cialmente piadosos,  y  con  el  trato  de  algunas  personas  cultas, 
como  D.  Ventura  Blanco  Encalada  y  el  mismo  Bello.  De  ellos  pudo 
aprender  la  corrección  de  la  frase  y  el  arte  de  la  forma  limpia  y 
castiza;  pero  la  fuente  de  los  afectos  poéticos  la  encontró  sin  estu- 
dio dentro  de  su  propia  alma  dulce,  religiosa  y  modesta.  No  fué 
nunca  literata  de  profesión,  sino  ejemplarísima  mujer  de  su  casa, 
que  sólo  escribía  versos  cuando  la  devoción,  la  caridad  ó  la  piedad 
iTiaternal  se  los  dictaban.  Entonces  corría  su  vena,  fácil  y  sin  es- 
íuerzo,  espontánea  y  candorosa,  demasiado  abundante  en  ocasiones 
y  expuesta  á  los  peligros  de  la  facilidad  excesiva.  Hay  redundancia 
de  palabras  en  sus  mejores  composiciones.  El  Canto  fúnebre^  ya  ci- 
tado, el  Canto  á  la  caridad^  la  Plegaria  al  pie  de  la  Cruz,  ganarían 
todas  reducidas  á  menos  versos,  y  así  podrían  eliminarse  algunos 
prosaicos  y  desmañados,  que  de  vez  en  cuando  las  desdoran.  Quizá 
escribió  también  demasiadas  composiciones  de  índole  familiar  y  ca- 
sera. Pero  la  sinceridad  lírica  es  tan  evidente,  y  tan  puro  el  manan- 
tial de  que  brota,  y  tan  hermoso  el  corazón  que  se  refleja  en  aque- 
llos versos,  que  puede  suscribirse  sin  ambajes  al  juicio  de  Bello, 
cuando  en  1859  llamaba  á  esta  poetisa  chilena  «la  musa  de  la  ca- 
ridad cristiana,  que  tiene  gemidos  para  todos  los  dolores,  y  sólo 
presta  su  voz  á  los  afectos  generosos».  No  lo  negará  quien  haya 
leído  aquellas  estancias  suyas,  que  comienzan:  «.Dulce  es  morir-»: 

Dulce  es  morir,  cuando  en  la  edad  primera, 
Con  la  aureola  feliz  de  la  inocencia, 
Parece  del  Señor  en  la  presencia 
El  alma  juvenil, 
Como  candida  flor  de  la  pradera, 
Que,  para  ornar  al  templo  soberano, 
Separó  diestra,  cuidadosa  mano 

De  su  tallo  gentil 

Dulce  es  morir,  cuando  una  fe  sublime 
Al  hombre  le  revela  su  destino, 
Y  de  flores  y  palmas  el  camino 
Le  siembra  de  la  cruz; 
Y  al  débil  ser  que  en  este  mundo  gime 
Agobiado  de  penas  y  dolores, 


368  CAPÍTULO   XI 

Transforma  de  la  muerte  los  horrores 

En  apacible  luz 

Dulce  es  morir,  cuando  en  la  edad  temprana 
El  alma,  como  candida  paloma, 
Vuela  desde  los  montes  de  la  aroma, 

En  pos  del  seralín; 
Diáfana  exhalación,  que  en  la  mañana, 
Matizada  con  tinte  de  oro  y  rosa, 
Se  disuelve  brillante  y  pudorosa 

Del  cielo  en  el  confín 

Ni  faltan  en  las  poesías  de  Doña  Mercedes  Marín  rasgos  enérgi- 
cos, que  hacen  más  impresión  por  lo  mismo  que  contrastan  con  la 
habitual  sencillez  de  su  estilo,  v.  gr.: 

¡Son  ciegos  que  han  errado  su  camino: 
Llámalos  al  redil,  Pastor  divino. 
Antes  que  baje  el  sol  de  tus  piedades! 

O  bien  cuando  exclama  en  la  bella  elegía  á  la  muerte  de  Don- 
Andrés  Bello: 

Sobre  el  limpio  cristal  de  su  conciencia 
Las  corrientes  del  siglo  resbalaron (i). 

La  primitiva  América  poética^  de  Valparaíso  (1846),  no  dio  entra- 
da á  más  ingenios  de  Chile,  que  Sanfuentes,  Doña  Mercedes  Marín^ 
Chacón,  Irisarri yírn/cr,  y  D.  Eusebio  Lillo;  del  cual  nada  decimos 
aquí,  porque,  según  nuestras  noticias,  es  uno  de  los  tres  poetas  que 
viven  (2)  de  los  comprendidos  en  aquella  famosa  antología.  Si  á  los 
nombres  citados  hasta  aquí  se  agrega  el  del  argentino  D.  Gabriel 
Real  de  Azúa,  que  fué  chileno  por  adopción;  poeta  correcto  de  la 

(i)  Nació  Doña  Mercedes  Marín  en  Santiago  de  Chile  el  1 1  de  Septiembre 
de  1804,  y  murió  en  21  de  Diciembre  de  1866.  Su  biografía  está  en  La  Albo- 
rada poética^  de  Amunátegui  (páginas  476-568).  Sus  poesías  han  sido  colec- 
cionadas con  este  título:  Poesías  de  la  Señora  Doña  Alercedes  Marín  del  Solar, 
dadas  á  luz  por  su  hijo  Enrique  del  Solar  (Santiago,  1874).  Fué  autora,  ade- 
más, de  varios  escritos  en  prosa:  una  biografía  de  su  padre,  otra  del  primer 
Arzobispo  de  Santiago,  D.  Manuel  Vicuña  (1843),  otra  del  arcediano  D.  José 
Miguel  del  Solar  (1847),  etc. 

(2)    Ha  fallecido  después,  según  mis  noticias. 


CHILE  •  369 

escuela  de  nuestro  siglo  xviii;  conocido  principalmente  por  sus  fábu- 
las, entre  las  cuales  hay  algunas  ingeniosas  y  bien  versificadas  (l), 
tendremos  casi  completo  el  cuadro  del  movimiento  literario  en 
Chile  durante  la  primera  mitad  de  nuestro  siglo. 

La  fundación  de  la  Universidad  en  1 843,  bajo  la  sabia  dirección 
de  Bello,  determinó  un  notable  desarrollo  de  la  cultura,  pero  más 
bien  en  sentido  científico  é  histórico  que  propiamente  literario.  En 
el  discurso  inaugural  del  Rector  se  daba,  no  obstante,  la  debida  im- 
portancia al  estudio  de  las  bellas  letras,  y  se  proclamaba  una  fór- 
mula de  libertad  estética  muy  amplia:  «Yo  no  encuentro  el  arte  en 
los  preceptos  estériles  de  la  escuela,  en  las  inexorables  unidades,  en 
la  muralla  de  bronce  entre  los  diferentes  estilos  y  géneros,  en  las 
cadenas  con  que  se  ha  querido  aprisionar  al  poeta  á  nombre  de 
Aristóteles  y  Homero,  y  atribuyéndoles  á  veces  lo  que  jamás  pen- 
saron. Pero  creo  que  hay  un  arte  fundado  en  las  relaciones  impal- 
pables, etéreas,  de  la  belleza  ideal;  relaciones  delicadas,  pero  acce- 
sibles á  la  mirada  de  lince  del  genio...;  creo  que  hay  un  arte  que 
guía  á  la  imaginación  en  sus  más  fogosos  transportes;  creo  que,  sin 
ese  arte,  la  fantasía,  en  vez  de  encarnar  en  sus  obras  el  tipo  de  lo 
bello,  aborta  esfinges,  creaciones  enigmáticas  y  monstruosas.  Esta 
es  mi  fe  literaria.  Libertad  en  todo.  Pero  no  veo  libertad,  sino  em- 
briaguez licenciosa,  en  las  orgías  de  la  imaginación.» 

Pero  no  eran  «orgías  de  imaginación»  lo  que  había  que  temer  de 
los  chilenos.  De  la  Universidad  salieron  historiógrafos,  investigado- 
res, gramáticos,  economistas  y  sociólogos,  más  bien  que  poetas.  El 
carácter  del  pueblo  chileno,  como  el  de  sus  progenitores,  vasconga- 
dos en  gran  parte,  es  positivo,  práctico,  sesudo,  poco  inclinado  á 
idealidades.  Esta  limitación  artística  está  bien  compensada  por  ex- 
celencias más  raras  y  más  útiles  en  la  vida  de  las  naciones;  pero 
hasta  ahora  es  evidente  é  innegable.  No  pretendemos  por  eso  que 
haya  de  durar  siempre.   Dios  hace  nacer  el  genio  poético  donde 


(i)  Las  obras  poéticas  de  Real  de  Azúa  ocupan  tres  volúmenes,  publica- 
dos en  París  por  D.  Vicente  Salva,  en  1839  y  1840.  Su  comedia  Los  Aspiran- 
tes, representada  en  1834,  mereció  los  elogios  de  D.  Andrés  Bello  en  un  ar- 
tículo de  El  Araiicar^o. 


37°  CAPITULO   XI 

quiere,  y  no  hay  nación  ni  raza  que  esté  desheredada  de  este  don 
divino.  Los  nombres,  caros  á  las  musas,  de  Eusebio  Lillo,  Guillermo 
Matta,  G.  Blest  Gana,  Eduardo  de  la  Barra,  y  otros  poetas  vivos 
aún,  y  que,  por  consiguiente,  no  deben  ser  aquí  materia  de  nuestro 
estudio  (l),  son  prenda  de  un  porvenir  que  puede  ser  tan  honroso 
para  Chile  como  lo  es  el  presente  bajo  otros  respectos.  Pero  hoy 
por  hoy  todavía  puede  decirse  que  la  cultura  estética  no  ha  echado 
í-aíces  bastante  hondas  en  Chile;  lo  cual  se  comprueba,  no  sólo  con 
la  relativa  escasez  de  su  producción  poética  comparada  con  la  de 
otras  Repúblicas  hispano-americanas,  sino  con  el  carácter  árido  y 
prolijo  que  se  advierte  en  muchos  escritos  en  prosa  dignos  de  ala- 
banza por  su  contenido;  y  con  la  falta  de  estilo  y  arte  de  exposición 
que  en  las  mismas  monografías  históricas,  que  son  el  nervio  de  su 
literatura,  "desluce  muchas  veces  los  resultados  de  una  labor  sabia 
paciente  y  honradísima.  No  hay  rincón  de  su  historia  que  los  chile- 
nos no  hayan  escudriñado,  ni  papel  de  sus  archivos  y  de  los  nues- 
tros que  no  impriman  é  ilustren  con  comentarios;  pero  el  historiador, 
para  no  ser  un  simple  cronista,  necesita  cierto  grado  de  imaginación 
y  cierto  buen  gusto  que  le  marque  la  distinción  entre  lo  impor- 
tante y  lo  superfino.  Admiro  y  aplaudo  el  ardor  patriótico  con 
que  los  chilenos  se  consagran  al  esclarecimiento  de  sus  anales 
patrios;  pero  observo  cierta  falta  de  armonía  y  de  proporción  en 
sus  trabajos,  por  lo  cual  es  difícil  que  fuera  del  país  en  que  se  escri- 
ben logren  muchos  lectores.  Chile,  colonia  secundaria  durante  la  do- 
minación española,  tiene  historias  más  largas  que  la  de  Roma  de 
Mommsen,  más  largas  que  las  de  Grecia  por  Curtius  ó  por  Grote. 
Evidentemente  es  demasiado,  y  no  basta  todo  el  entusiasmo  nacio- 
nal para  borrar  la  diferencia  y  para  hacer  interesante  lo  que  de  suyo 
no  lo  es.  Por  último,  el  predominio  del  positivismo  dogmático,  triun- 
fante al  parecer  en  la  enseñanza  oficial  durante  estos  últimos  años, 
contribuye  á  aumentar  la  sequedad  habitual  de  la  literatura  chilena, 
sólida  por  lo  común,  pero  rara  vez  amena. 

Como  principales  periódicos  literarios,  posteriores  al  Semanario 

(i)     Han  desaparecido  de  este  mundo  en  el  largo  plazo  de  diez  y  siete 
años  que  van  corridos  desde  la  primera  edición  de  estas  páginas. 


CHILE  371 

de  Santiago^  pueden  citarse  El  Crepúsculo^  que  en  1843  fundó  Las- 
tarria,  y  pereció  al  año  siguiente  á  consecuencia  del  famoso  artículo 
heterodoxo  de  Francisco  Bilbao,  Sociabilidad  chilena^  que  atrajo  so- 
bre su  autor  y  sobre  la  revista  la  condenación  de  un  Jurado  que 
mandó  quemar  por  mano  del  verdugo  el  último  número  de  aquella 
publicación;  Revista  de  Santiago^  que  el  mismo  infatigable  Lastarria 
comenzó  á  publicar  en  1848  con  la  colaboración  de  Bello,  los  her- 
manos Amunáteguis  y  otros,  durando,  con  varias  alternativas,  hasta 
1857;  la  Revista  de  Ciencias  y  Letras^  que  empezó  á  salir  aquel  mismo 
año  como  órgano  déla  escuela  conservadora;  la  Revista  del  Pacíñco, 
que  en  1858  dirigía  en  Valparaíso  D.  Guillermo  Blest  Gana;  La  Se- 
mana^  de  los  hermanos  Arteaga  Alemparte  (D.Justo  y  D.  Domingo); 
La  Estrella  de  Chile,  revista  católica  fundada  en  1867;  ^^  nueva 
Revista  de  Santiago,  de  D.  Fanor  Velasco  y  D.  Augusto  Orrego  Luco 
(1872),  y  en  estos  últimos  años,  la  Revista  de  Artes  y  Letras,  que 
por  desgracia  ha  desaparecido  (l).  Como  publicación  oficial,  de  las 
más  notables  de  América,  descuellan  los  Anales  de  la  Universidad 
de  Chile  (2). 

En  todas  ó  en  la  mayor  parte  de  las  colecciones  antes  citadas, 
pueden  seguirse  paso  á  paso  los  progresos  de  la  literatura  chilena, 
á  cuyo  desarrollo  han  contribuido  también  diversas  asociaciones  de 
vario  género,  como  el  Circtilo  de  los  Amigos  de  las  Letras,  la  Aca- 
demia de  Bellas  Artes  (instituciones  una  y  otra  en  que  predominó  el 
espíritu  racionalista  de  Lastarria),  el  Centro  de  Artes  y  Letras  de 
Santiago,  etc.,  todas  las  cuales  abrieron  certámenes  de  poesía  y  pre- 
miaron muchos  versos. 

De  los  poetas  que  en  estos  últimos  años  han  fallecido,  merece  es- 
pecial recuerdo  D.  Domingo  Arteaga  Alemparte  (183 5- 1880),  que 
se  distinguió  además  como  publicista  liberal  de  mucha  nota  y  como 
enérgico  orador  parlamentario.  Sus  estudios  habían  sido  clásicos,  y 

(i)  Adviértase  que  estas  noticias  no  alcanzan,  según  mi  plan,  más  que 
hasta  1892. 

(2)  Es  obra  de  indispensable  consulta  la  Estadística  bibliográfica  de  la  lite- 
ratura chilena.  Obra  compuesta  en  virtud  de  encargo  especial  del  Consejo  de  la 
Universidad  de  Chile,  por  D.  Ramón  Briseño.  Santiago  de  Chile.  1862.  Dos. 
tomos  en  folio. 


3y2  CAPITULO   XI 

en  defensa  de  la  enseñanza  del  latín  sostuvo  una  notable  campaña. 
Esta  sana  educación  se  revela  en  el  limpio  estilo,  así  de  sus  versos 
originales,  entre  los  cuales  sobresale  el  himno  A/  Amor,  en  metro 
manzoniano,  como  en  sus  traducciones  de  lord  Byron  y  Víctor 
Hugo,  y  de  un  fragmento  del  libro  i  de  la  Eneida.  Pero  también 
es  justo  confesar  que  nada  de  primer  orden  se  encuentra  en  estas 
rimas,  y  que  el  vigoroso  talento  de  su  autor  tuvo  por  verdadero 
campo  de  acción  y  de  triunfo  la  polémica  política  (l).  Puede  citarse 
también  á  D.  Manuel  Blanco  Cuartín,  poeta  satírico  y  festivo  (2),  que 
heredó  de  su  padre  D.  Ventura  Blanco  Encalada  la  afición  á  los 
clásicos  españoles  y  la  pureza  del  idioma;  á  D.  Zorobabel  Rodríguez, 
valiente  controversista  católico  y  autor  del  muy  útil  Diccionario 
de  chilenismos;  y  al  malogrado  D.  Martín  José  Lira  (1835-1867), 
cantor  de  estro  suave  y  melancólico. 

(i)     Las  poesías  de  D.  Domingo  Arteaga  Alemparte  forman  el  primer  tomo 

de  sus  Obras  completas  (Santiago,  1 880). 

(2)  Publicó  además  dos  leyendas,  Doña  Blanca  de  Lerma  y  Mackandal  ó 
amor  de  tigre.  Debió  su  principal  reputación  al  periodismo  en  El  Conservador, 
El  Mosaico,  El  Cóndor  y  El  Mercurio. 


XII 


REPÚBLICA  ARGENTINA 


El  inmenso  territorio  comprendido  entre  el  Brasil  y  el  Cabo  de 
Hornos,  los  Andes  y  el  Atlántico  (l),  formó,  por  Real  cédula  de  1778, 
un  nuevo  virreinato,  llamado  de  Buenos  Aires,  que  la  Revolución 
separatista  vino  á  fraccionar  en  cuatro  repúblicas  de  muy  desigual 
extensión  é  importancia:  Bolivia,  Argentina,  Paraguay  y  Uruguay. 
De  la  primera  hemos  hablado  ya;  la  tercera  no  tiene  historia  literaria, 
propiamente  dicha,  á  lo  menos  en  los  tiempos  modernos  (2);  resta 
tratar  de  las  otras  dos,  y  muy  especialmente  de  la  Argentina,  cuya 
superior  importancia  en  la  cultura  de  la  América  del  Sur,  comienza 
propiamente  con  el  hecho  de  la  emancipación. 

En  el  período  colonial,  sus  tradiciones  literarias  son  muy  esca- 
sas. La  literatura  empieza  allí,  como  en  lo  restante  de  América,  con 
crónicas  y  relaciones  del  descubrimiento  y  de  la  conquista;  tan  im- 
portantes algunas  como  la  del  bávaro  Ulrico  Schmidel,  que  en  1534 


(i)  La  Patagonia  anda  en  litigio  entre  Chile  y  la  República  Argentina,  y 
por  una  y  otra  parte  se  han  publicado  enormes  alegatos  histórico-jurídicos. 
Non  nostrum  inter  vos  tafitas  componere  lites,  ni  tal  pleito  importa  para  el  objeto 
■de  este  libro. 

(2)  De  algunos  vestigios  de  su  antigua  cultura  se  hablará  en  este  capítulo 
por  la  relación  que  tienen  con  las  cosas  de  Tucumán  y  Buenos  Aires.  No 
■dudo  que  recorriendo  íntegramente  las  bibliografías  jesuíticas  de  los  Padres 
Backer  y  Sommervogel,  se  encontrarán  los  nombres  de  algunos  Padres  de  la 
Compañía,  residentes  en  el  Paraguay,  que  compusieran  versos  latinos  ó  cas- 
tellanos; pero  confieso  que  me  ha  faltado  tiempo  y  valor  para  empeñarme  en 
esta  investigación  de  resultado  tan  dudoso. 


374  CAPITULO   XII 

formó  parte  de  la  expedición  de  D.  Pedro  de  Mendoza,  en  que  iban 
150  alemanes  y  flamencos;  y  los  Comentarios  del  heroico  adelanta- 
do Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  por  primera  vez  impresos  en  155  5* 
Entre  estas  crónicas  no  podía  faltar  alguna  escrita  en  verso  y 
con  alarde  de  poema  épico.  Pero  la  región  del  Plata,  menos  afortu- 
nada en  esta  parte  que  Chile  y  Nueva  Granada,  no  tuvo  un  Erci- 
11a  ni  siquiera  un  Pedro  de  Oña  ó  un  Castellanos,  que  enalteciesen 
los  hechos  de  su  conquista,  sino  que  le  hubo  de  caer  en  suerte  uno 
de  los  más  pedestres  y  desmayados  versificadores,  entre  los  muchos 
á  quienes  la  historia  del  Nuevo  Mundo  prestó  argumento.  Tal  fué 
el  extremeño  D.  Martín  del  Barco  Centenera,  natural  de  Logrosán, 
en  la  diócesis  de  Plasencia,  soldado  en  la  expedición  del  adelantado 
Juan  Ortiz  de  Zarate  (la  cual  partió  de  Sanlúcar  en  17  de  Octubre 
de  1572))  y  en  su  vejez  arcediano  del  Tucumán.  Su  poema  históri- 
co, que  consta  de  veintiocho  cantos,  lleva  el  título  de  Argentina  y 
conquista  del  Rio  de  la  Plata,  con  otros  acaecimientos  de  los  reinos  del 
Perú,  Tucumán  y  estado  del  Brasil  (i),  y  fué  impreso  en  Lisboa  en 
1602.  Ha  sido  tan   menudamente  analizado  y  tan  magistralmente 

(i)  Argentina...  por  el  Arcedia7io  D.  Martin  del  Barco  Centenera,  dirigida 
d  D.  Cristóbal  de  Mora,  Marque's  de  Castel-Rodrigo,  virrey,  gobernador  y  Capi- 
tán general  de  Portugal,  por  el  rev  Philipo  III  nuestro  señor...  con  licencia.  En 
Lisboa.  Por  Pedro  Crasbeck,  1602. 

8.°  mayor;  230  pliegos  dobles  sin  contar  cuatro  de  principios.  Preceden  al 
poema,  además  de  un  soneto  del  autor  á  su  obra,  versos  laudatorios  de  Juan 
de  Zumárraga  Ibargüen;  de  Diego  de  Guzmán,  vecino  de  Oropesa,  en  el  Perú; 
del  licenciado  Pero  Jiménez,  vecino  de  Oropesa;  del  bachiller  Gamino  Co- 
rrea, y  de  Valeriano  de  Frías  de  Castillo,  que  se  titula  lusitano. 

Esta  primera  edición  es  muy  rara  y  de  alto  precio  en  el  mercado  biblio- 
gráfico. 

La  Arge?itina  está  reimpresa  en  el  tomo  iii  de  los  Historiadores  Primitivos 
de  las  Indias  Occidentales,  coleccionados  por  D.  Andrés  González  Barcia 
(1749)1  y  también  en  el  tomo  iii  de  la  importante  Colección  de  obras  y  docu-  , 
mentos  relativos  á  la  historia  antigua  y  moderna  de  las  provincias  del  Rio  de  la 
Plata,  ilustrados  con  notas  y  disertaciones,  por  Pedro  de  Angelis  (Buenos  Aires, 
imprenta  del  Estado,  1836-37,  6  volúmenes,  folio).  Sé  que  hay  alguna  edición 
posterior,  de  Montevideo  ó  de  Buenos  Aires. 

El  estudio  más  importante  sobre  este  poema  es  el  que  publicó  D.  Juan 
María  Gutiérrez  en  el  tomo  vi  de  la  Revista  del  Río  de  la  Plata. 


REPÚBLICA  ARGENTINA  375 

juzgado  por  el  crítico  argentino  D.Juan  María  Gutiérrez,  que  casi 
me  parece  inútil  pretender  hacerlo  de  nuevo  y  con  palabras  distin- 
tas de  las  suyas.  «La  Argentina  (dice  Gutiérrez),  toca  con  la  prosa 
más  humilde,  por  la  desnudez  del  estilo  y  el  desaliño  de  la  locu- 
ción  Pertenece  á  esa  degenerada  familia  de  poemas  americanos, 

que  no  merece  llevar  en  su  blasón  los  cuarteles  del  hidalguísimo 
Ercilla,  sino  cruzados  por  barras  transversales  que  indican  bastar- 
día, según  las  leyes  de  la  heráldica En  vano  hostiga  Barco  Cen- 
tenera á  su  lerdo  Pegaso Se  entrometió  á  historiar  en  verso  lo 

que  apenas  hubiera  escrito  bien  en  prosa  casera  y  corriente;  pero 
fué  el  único  que  legó  á  la  posteridad,  como  testigo  ocular,  los  inte- 
resantes sucesos  de  la  conquista  del  Río  de  la  Plata Centenera 

es  el  exclusivo  cronista  del  adelantado  Juan  Ortiz  de  Zarate,  y  el 
biógrafo  más  minucioso  de  una  parte  de  la  vida  del  fundador  de 
Buenos  Aires,  D.  Juan  de  Garay.  Al  lado  suyo  se  encontraba  cuan- 
do se  echaron  los  primeros  cimientos  de  esta  gran  ciudad.  La  admi- 
nistración de  Garay  y  la  de  su  sucesor  Mendieta,  no  puede  estu- 
diarse ni  conocerse  en  otra  fuente  original  y  verídica ,  que  en  los 
versos  de  la  Argentina'». 

Hasta  aquí  Gutiérrez,  el  cual  por  otra  parte  advierte  (quizá  con 
excesiva  indulgencia),  que  no  deja  de  haber  entre  el  fárrago  de  las 
descoloridas  y  básales  octavas  del  Arcediano,  «alguna  que  otra  per- 
la que  pudiera  sacarse  á  lucir  con  agrado  de  los  más  delicados  en 
materia  de  buenos  versos». 

Yo  no  he  tenido  la  suerte  de  encontrar  tales  perlas  en  la  Argen- 
tina', pero  sí  muchas  curiosidades  que  hacen  tolerable,  y  á  ratos  en- 
tretenida su  lectura,  sobre  todo  si  uno  se  olvida  de  que  está  leyen- 
do versos.  El  único  elemento  de  poesía  que  hay  en  la  obra,  procede 
de  la  nimia  credulidad  del  autor,  de  su  desenfrenada  inclinación  á 
todo  lo  maravilloso.  Creía  á  pies  juntillos  en  la  encantada  laguna 
del  Dorado  y  en  el  imperio  del  Paytiti,  describiéndonos  la  magnifi- 
cencia de  sus  edificios:  el  palacio  del  Emperador,  ó  gran  Moxo;  los 
aparadores  y  las  vasijas  de  metal  con  que  se  servía:  las  puertas  de 
bronce  con  leones  aherrojados  en  cadenas  de  oro:  la  imagen  del 
disco  de  la  luna  sobre  una  columna  de  veinticinco  pies  de  alto 
toda  de  plata,  iluminando  la  laguna:  las  plazas,  arboledas,  jardines 

Meníndkz  t  Pelayo. — Poesía  hispatto-americana.   II.  34. 


376  CAPÍTULO    XII 

y  fuentes  con  caños  de  oro:  el  altar  y  lámparas  de  plata  inextingui- 
bles, con  otras  mil  maravillas  y  grandezas  que  exceden  á  cuanto 
puede  inventar  la  más  delirante  fantasía.  No  son  menos  estupendos 
los  prodigios  naturales  de  que  nos  informa,  dándose  siempre  por 
testigo  de  vista,  y  procediendo,  sin  duda,  de  buena  fe,  aunque  guiado 
por  una  observación  superficial  é  incompleta,  como  de  hombre  rudo 
y  supersticioso.  Nos  habla,  por  ejemplo,  de  varios  pescados  muy 
semejantes  al  hombre;  de  la  Sirena,  «hermosa  como  una  bella  dama», 
que  aparece  gimiendo  y  esparciendo  sus  doradas  crines  en  medio  de 
la  laguna  donde  mora,  y  sobre  todo  de  un  anfibio  «de  espantable 
compostura»,  pero  muy  sentimental  y  muy  inclinado  al  amor  de  las 
mujeres.  Los  versos  del  canto  noveno ,  en  que  cuenta  el  susto  que 
este  enamorado  monstruo  dio  á  una  dama  en  la  playa,  deben  trans- 
cribirse á  la  letra,  porque,  corno  vulgarmente  se  dice,  no  tienen 
desperdicio: 

Un  pece  de  espantable  compostura 
Del  mar  salió  reptando  por  el  suelo: 
Subióse  ella  huyendo  en  una  altura 
Con  gritos  que  ponía  allá  en  el  cielo: 
El  pece  la  siguió:  la  sin  ventura 
Temblando  está  de  miedo  con  gran  duelo; 
El  pece  con  sus  ojos  la  miraba, 

Y  al  padecer  gemidos  arrojaba. 

Salió  en  esto  el  salan  de  la  montaña 

Y  el  pece  se  metió  en  la  mar  huyendo... 

Quien  había  visto  tales  peces,  no  es  maravilla  que  conociera  tam- 
bién mariposas  que  se  convierten  en  ratones  dentro  del  hueco  de 
cierta  caña  (canto  iii). 

El  agua  es  muy  sabrosa,  clara  y  fría; 
Mas,  yendo  ya  la  caña  madurando, 
Un  gusano  se  engendra  adentro  y  cría, 

Y  al  cañuto  el  gusano  horadando. 
Afuera  mariposa  parecía: 

Con  las  alas  comienza  de  ir  volando, 

Y  por  tiempo  las  pierde,  y  queda  hecho 
De  forma  de  ratón  hecho  y  derecho. . 


REPÚBLICA   ARGENTINA  377 

Hay  episodios  en  el  poema  que  si  estuvieran  escritos  en  otro  es- 
tilo, interesarían  grandemente.  Tal  es  la  descripción  del  hambre  que 
pasaron  los  expedicionarios  de  Zarate  en  la  isla  de  Santa  Catalina, 
con  el  tierno  rasgo  de  los  dos  enamorados  de  Hornachuelos,  que 
mueren  extenuados  en  aquellas  selvas  husca-ndo pa/mitos  (ó  sea  cogo- 
llos tiernos  de  palmera).  Habían  pasado  allí  una  noche  bajo  los  ár- 
boles, el  amante  devorado  por  la  fiebre,  su  compañera  velándole: 

No  quiero  referir  lo  que  trataron 
Los  tristes  dos  amantes  y  su  llanto, 
Las  voces  y  suspiros  que  formaron, 
Porque  era  necesario  entero  canto... 

Al  llegar  el  alba,  el  amante  se  aleja  para  buscar  algún  sendero,  y 
sucumbe  á  la  fatiga  en  el  camino,  y  el  autor  termina  su  narración 
con  estos  sentidos  versos,  que  son  quizá  los  mejores  de  su  poema: 

Quedó  por  esta  causa  allí  la  dama 
De  dolor  y  congoja  y  pena  llena, 
Do  la  siguiente  noche  tuvo  cama 
Triste,  sola,  llorosa,  en  el  arena. 

La  fantasía  de  un  verdadero  poeta  podía  sacar  partido  de  otros 
episodios  del  poema  de  Centenera;  por  ejemplo:  de  la  mágica  nave- 
gación de  un  tal  Carreño  á  España  en  tres  días,  en  un  barco  tripu- 
lado por  una  legión  de  demonios,  á  los  cuales  daba  órdenes  contra- 
rias á  las  que  él  quería  que  ejecutasen,  y  ellos  realmente  ejecuta- 
ron (canto  x);  de  las  hechicerías  de  Yamandú,  emperador  de  las 
islas  del  Paraná,  á  quien  quiso  catequizar  el  propio  Centenera,  aun- 
que en  vano, 

Porque  era  muy  malvado  este  pagano; 

de  los  amores  de  Liropeya  y  Yanduballo,  imitados  manifiestament(> 
de  los  de  Caupolicán  y  Fresia,  en  Pedro  de  Oña;  de  la  muerte  del 
franciscano  Fr.  Alonso  de  la  Torre,  á  quien  el  mismo  Centenera, 
perdido  con  él  en  los  bosques,  ayuda  á  cortar  algunas  ramas  para 
hacerse  una  cama  de  hojas  donde  cerrar  los  ojos  para  siempre;  de 
la  muerte  tan  diversa  del  joven  Leiva,  á  quien  sus  enemigos  arran- 


378  CAPÍTULO    XII 

can  de  los  brazos  de  su  esposa,  que  proféticamente  le  había  dicho: 
«Te  huele  el  pescuezo  á  esparto»: 

El  hilo  le  cortaron  de  la  tela, 
Que  el  triste  sin  ventura  mal  tejía; 
Su  esposa  con  dolor  está  llorando 
Y  sus  rubios  cabellos  arrancando. 

Por  lo  demás,  el  poema  no  tiene  unidad,  ni  plan,  ni  concierto:  el 
autor  va  y  viene  á  merced  de  sus  recuerdos:  mezcla  continuamente 
lo  geográfico  con  lo  histórico:  se  pierde  en  interminables  descrip- 
ciones y  en  moralidades  impertinentes  al  asunto,  aunque  no  inútiles 
para  conocer  el  carácter  del  poeta,  que,  si  no  era  enteramente  lo 
que  hoy  diríamos  un  pesimista,  parece  haber  sido,  por  lo  menos, 
muy  propenso  á  la  melancolía.  «Estoy  enseñado  (dice)  á  tratar  de 
tristezas  y  lamentos,  porque  en  la  vida  he  tenido  pocos  placeres»,  se 
complace  en  describir  todo  género  de  escenas  lúgubres,  y  meditan- 
do sobre  el  destino  humano,  llega  á  expresar,  aunque  en  malos  ver- 
sos, pensamientos  bastante  análogos  á  los  del  monólogo  de  Hamlet, 
según  nota  acertadamente  Gutiérrez: 

La  muerte  de  sí  tiene  tal  tristeza 
Por  no  saber  el  hombre  el  paradero; 
Que  si  de  éste  se  tiene  tal  certeza, 
Alegre  es  aquel  trance  y  placentero: 
Dejar  un  mundo  tal  y  tal  vileza 
Había  de  dar  gozo  muy  entero, 
Y  en  lugar  de  tristeza,  gran  consuelo, 
Pues  vemos  que  salimos  de  este  suelo. 


¡Si  se  tuviese  el  buen  conocimiento 
De  aquesta  triste  vida  tan  funesta, 
Con  la  muerte  contento  se  tendría, 
Tomándola  por  gozo  y  alegría! 


Los  desengaños  del  amor  debieron  de  influir  algo  en  esta  dispo- 
sición de  su  ánimo:  á  lo  menos  son  frecuentes  sus  lamentaciones 
sobre  la  perfidia  de  las  mujeres: 

Por  do  decir  podemos  de  la  hembra: 
Mudanza  cogerá  quien  amor  siembra... 


REPÚBLICA   ARGENTINA  *  379 

Pues  ¿quién  tendrá  en  mujer  ya  confianza 
Sabiendo  que  en  su  pecho  está  estampada  ■ 

Y  al  vivo  la  mudanza  retratada? 

Gran  parte  del  poema  se  refiere  á  las  cosas  del  Perú,  y  no  á  las 
del  Río  de  la  Plata,  y  el  autor  pasa  de  las  unas  á  las  otras  con  muy 
poco  orden.  Así  intercala  en  los  cantos  xvi  y  xvii  la  rebelión  de 
D.  Diego  de  Mendoza  contra  el  virrey  D.  Francisco  de  Toledo,  y 
más  adelante  el  terremoto  de  Arequipa,  los  cánones  del  Concilio 
Límense  de  1 581,  la  enumeración  laudatoria  de  las  damas  de  Lima, 
de  quienes  dice,  no  obstante,  al  contar  la  prohibición  de  los  rebozos 
que  hizo  el  Concilio: 

No  se  muestran  esquivas  y  tiranas; 
Que  escuchan  á  quien  quiere  requebrallas, 

Y  dicen  so  el  rebozo  chistecillos 
Con  que  engañan  á  veces  á  bobillos. 

Los  tres  últimos  cantos  están  enteramente  dedicados  á  contar 
la  derrota  del  pirata  inglés  Tomás  Cavendish,  en  aguas  del  Brasil, 
en  1592. 

Pero  el  mayor  interés  histórico  del  poema  consiste,  sin  duda,  en 
lo  que  atañe  á  su  peculiar  asunto,  que  es  el  Tucumán  y  el  Río  de 
la  Plata;  y  aquí  resulta  Centenera  exactísimo  cronista  y  fiel  obser- 
vador de  los  caracteres  de  la  raza  indígena  llamada  charrúa,  de 
quien  escribe: 

Es  gente  muy  crecida  y  animosa, 
Osada  y  atrevida  en  gran  manera. 
En  guerras  y  batallas  belicosa, 
Empero  sin  labranza  y  sementera: 


Tan  sueltos  y  ligeros  son,  que  alcanzan, 
Corriendo  por  el  campo,  los  venados; 
Tras  fuertes  avestruces  se  abalanzan. 
Hasta  de  ellos  se  ver  apoderados; 
Con  unas  bolas  que  usan  los  alcanzan 
Si  ven  que  están  á  lejos  apartados; 
Y  tienen  en  la  mano  tal  destreza. 
Que  aciertan  con  la  bola  en  la  cabeza. 


380  CAPÍTULO   XII 

En  resumen,  aunque  el  poema  del  arcediano  Centenera  sea  fasti- 
dioso y  mal  pergeñado,  es,  sin  disputa,  uno  de  los  libros  más  im- 
portantes de  la  primitiva  historia  de  América. 

Además,  puede  decirse  que  á  este  poema  está  reducida  la  litera- 
tura argentina  en  los  dos  siglos  xvi  y  xvii.  vSólo  de  otros  dos  poe- 
tas tengo  noticia  que  residieran  en  lo  que  entonces  vagamente  se 
llamaba  Paraguay  y  reino  de  Tucumán.  Fué  el  primero  Bernardo 
de  la  Vega,  á  quien  Nicolás  Antonio  supone  natural  de  Madrid, 
pero  que  se  titula  gentilhombre  andaluz  al  principio  de  la  rarísima 
novela  que  en  1 591  imprimió  con  título  de  El  Pastor  de  Iberia  (l), 
libro  que  estaba  entre  los  de  D.  Quijote  y  fué  entregado  al  brazo  se- 
glar del  ama,  juntamente  con  el  Desengaño  de  amor  y  zelos,  de  Enci- 
so,  y  las  Ninfas  y  Pastores  del  Henares^  de  Bernardo  González  de 
Bobadilla.  Es  obra  del  género  pastoril,  dividida  en  cuatro  libros,  y 
compuesta  en  prosa  y  verso  como  todas  las  de  su  clase.  El  autor 
parece  haber  intercalado  en  ella  alguna  parte  de  sus  aventuras,  pin- 
tándose en  la  persona  del  protagonista  Filardo,  que,  preso  en  su 
aldea  por  sospechas  de  asesinato,  logra  evadirse  con  el  favor  de  sus 
amigos  de  Sevilla,  se  embarca  en  Sanlúcar  y  va  á  parar  á  Canarias, 
donde  nuevamente  le  prenden,  y  nuevamente  recobra  la  libertad. 
La  narración  es  insulsa  y  pesada,  el  lenguaje  inculto  y  plagado  de 
solecismos,  y  los  versos  son  tales,  que  el  gran  Cervantes,  que  era 
la  indulgencia  misma,  no  sólo  los  condenó  al  fuego  en  el  donoso 
escrutinio,  sino  que  en  el  Viaje  del  Parnaso  (cap.  vu)  puso  á  su  au- 
tor en  el  ejército  de  los  malos  poetas  que  embestían  la  montaña 
sagrada: 

Llegó  El  Pastor  de  Ibefia,  aunque  algo  tarde, 
Y  derribó  catorce  de  los  nuestros, 
Haciendo  de  su  ingenio  y  fuerza  alarde. 

(i)  El  Pastor  de  Iberia,  compuesto  por  Bernardo  de  la  Vega,  gentil  hombre 
andaluz.  Dirigido  d  D.  J.  Téllez  Girón,  Duque  y  Conde  de  Ureña,  Camarero 
mayor  del  Rey  nuestro  señor  y  su  Notario  mayor  en  los  reinos  de  Castilla.  En 
Sevilla,  en  casa  de  J.  de  León,  impresor,  1591.  En  8.°,  228  páginas  dobles.  Con 
aprobación  de  Fr.  Pedro  de  Padilla,  y  versos  laudatorios  del  Licenciado 
Baltasar  de  Cepeda,  del  Licenciado  Mesía  de  la  Cerda  y  de  Bartolomé  Cai- 
rasco  de  Figueroa. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  38  I 

Créese  generalmente,  sobre  la  autoridad  de  Nicolás  Antonio,  que 
este  novelista  sea  el  mismo  Bernardo  de  la  Vega  que  pocos  años 
después  se  encontraba  en  América  (sin  duda  porque  la  estancia  en 
Canarias  no  le  pareció  bastante  segura),  y  que,  andando  el  tiempo 
y  abrazando  el  estado  eclesiástico,  llegó  á  ser  canónigo  de  Tucu- 
mán,  después  de  haber  residido  en  M'jico,  donde  en  i6oo  compuso 
algunos  versos  para  el  túmulo  de  Felipe  II,  que  se  leen  en  la  Rela- 
ción historiada  de  las  exequias  de  aquel  monarca,  escrita  por  el 
Dr.  Dionisio  de  Ribera  Flórez  (l).  Lo  que  no  hemos  llegado  á  ver 
son  dos  libros  suyos,  impresos  también  en  Méjico  en  1601,  que  ha- 
llamos citados  por  Nicolás  Antonio:  La  Bella  Coialda  y  cerco  de 
París,  que  será  probablemente  un  poema  caballeresco  del  género 
orlándico,  y  la  Relación  de  las  grandezas  del  Perú,  México  y  los  An- 
geles. Vivía  aún  Bernardo  de  la  Vega  en  1623,  puesto  que  se  le 
menciona  en  el  Encoinio  de  los  ingenios  sevillanos,  de  Juan  Antonio 
de  Ibarra. 

También  anduvo /¿ir  Paraguay  y  el  reino  de  Tucumán  otro  des- 
conocido poeta  andaluz,  llamado  Luis  Pardo,  de  quien  no  sé  que 
reste  verso  alguno,  pero  de  quien  Lope  refiere,  en  el  Laurel  de  Apo- 
lo (silva  2.^),  una  leyenda  de  las  más  extrañas  y  fantásticas: 

Aquí  Luis  Pardo  estuvo, 
Ingenio  felicísimo,  si  diera 
Más  á  la  pluma  y  menos  á  la  espada; 
Mas  la  contienda  que  en  su  pecho  tuvo 
El  Dios  sangriento  de  la  quinta  esfera, 
Siempre  la  vista  de  diamante  armada. 
Con  el  docto  Cilenio, 
Fué  causa  que  inclinase  más  su  ingenio 
Al  estruendo  marcial,  si  bien  tenía 
A  Venus  que  de  trino  le  miraba, 
Con  que  templar  este  rigor  solía, 
Y  deponiendo  la  fiereza  amaba. 
Pues  olvidando  á  Flandes, 
Donde  tuviera  por  hazañas  grandes 
Los  cargos  más  honrosos  de  la  guerra, 
Amigos,  ocio,  amor  y  propia  tierra 

(O     Méjico,  en  casa  de  Pedro  Balli,  1600. 


3^2  CAPÍTULO    XII 

Le  dieron  lotos;  y  una  Circe  hermosa 

(No  de  otra  suerte  que  detuvo  al  griego 

Después  de  aquel  fatal  troyano  fuego) 

Dulcemente  engañosa, 

Remora  fué  de  nuestro  gran  poeta; 

Mas  siendo  más  hermosa  que  discreta, 

Daba  lugar  á  un  hombre  poderoso 

Que  la  hablaba  de  noche  de  secreto. 

El  poeta  celoso, 

No  armado  de  satírico  soneto 

Ni  de  prólogos  fríos, 

Con  tantos  ignorantes  desvarios, 

Sino  de  su  valor  y  de  su  queja, 

Quitó  los  embozados  de  la  reja. 

De  suerte  que  de  cuatro  dos  se  fueron; 

Que  los  dos  que  esperaron  no  pudieron. 

Con  esto  fué  forzosa  diligencia 

Embarcarse  á  las  Indias  con  la  flota. 

La  dama  lamentó  su  injusta  ausencia, 

Porque  la  vida  rota 

Adora  en  los  amores  criminales; 

Pero  al  fin  de  seis  meses  que  tenía 

Nuevas  de  que  vivía 

Entre  los  argentados  minerales 

Del  reino  de  Tucuma, 

La  noche  del  mayor  de  los  nacidos  (i) 

Para  ver  una  huerta  prevenidos 

El  arráez  y  el  barco. 

Que  estaba  media  legua  de  Sevilla, 

Rompió  del  Betis  la  nevada  espuma, 

Siendo  piloto  amor,  y  el  remo  el  arco. 

Llegados  á  la  orilla, 

Cortó  el  arráez  ramos,  renovando 

Los  que  estaban  marchitos,  y  durmiendo. 

Lisonjeado  del  susurro  blando 

Del  agua  y  viento,  poco  más  de  un  hora, 

Despertó  con  los  rayos  de  la  aurora; 

Y  á  la  ciudad  volviendo, 

Se  fué  la  dama,  y  él  quedó  pagado 


(i)    La  noche  de  San  Juan  Bautista,  que  se  consideraba  como  clásica  para 
las  hechicerías. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  383 

Del  viaje  y  del  sueño. 
Estaba  por  la  tarde  con  su  dueño. 
Á  la  orilla  del  agua  el  barco  atado, 
Cuando  algunos  indianos,  viendo  el  leño 
De  mil  árboles  indios  enramado, 
Bejucos  de  guaquimos, 
Camaironas  de  arroba  los  racimos, 
Aguacates,  magueyes,  achiotes, 
Quitayas,  guamas,  tunas  y  zapotes, 
Preguntaban  de  dónde  había  traído 
Árboles  que  en  la  India  habían  nacido, 
Tan  frescos  á  Sevilla. 
El  arráez  juraba 

Que  los  cortó  de  la  primera  huerta, 
Que  cerca  de  la  orilla 
Del  Betis  claro  á  media  legua  estaba, 
Dejando  los  marchitos  que  llevaba. 
Sin  ver  la  gente  ó  descubrir  la  puerta; 
De  donde  se  entendió  por  cosa  cierta, 
Y  porque  declaró  que  había  tenido 
Un  sueño  que  le  tuvo  en  tanto  olvido 
Que  aun  despertando  le  turbó  la  vista. 
Que  fué  y  vino  la  noche  del  Bautista, 
Pues  no  hay  otra  razón  que  se  presuma. 
Desde  Sevilla  al  reino  de  Tucuma  (i). 

La  instrucción  pública  en  esta  vasta  región  de  la  América  meridio- 
nal corrió  casi  exclusivamente  á  cargo  de  los  jesuítas,  siendo  su  prin- 
cipal centro  la  Universidad  de  Córdoba  del  Tucumán,  una  de  las 
más  célebres  de  América  después  de  las  de  Méjico  y  Lima.  En  1 586 


(1)  Próspero  Mérimée,  que  conocía  bastante  bien  una  parte  de  la  litera- 
tura española,  tiene  un  cuento  muy  parecido  á  este,  escrito  en  Valencia,  en 
Noviembre  de  1830.  El  protagonista  es  un  pescador  de  Peñíscola.  (Vid.  Les 
SoTcieres  Espagnoles  en  g.\  tomo  Derniéres  ttouvelles,  1879,  págs.  324-356.)  Aun- 
que Mérimée  da  el  cuento  como  recogido  de  la  tradición  oral,  creo  ve- 
risímil que  le  hubiese  leído  en  el  Laurel  de  Apolo,  inserto  en  la  colección  de 
las  Obras  sueltas  de  Lope  (ed.  Sancha)  que  le  era  familiar  antes  de  1825, 
puesto  que  en  el  Teatro  de  Clara  Gazul  puso  un  epígrafe  tomado  de  El 
Guante  de  Dona  Blanca,  comedia  incluida  en  dicha  colección ;  epígrafe  que 
repitió  más  completo  en  el  cap.  ix  de  la  Crónica  de  Carlos  IX  (1829). 


384  CAPÍTULO   XII 

penetraron  en  la  gobernación  de  Tucumán,  procedentes  del  Perú, 
los  primeros  misioneros  de  la  Compañía ,  extendiéndose  desde  allí 
por  el  Paraguay,  cuyo  nombre  tomó  la  célebre  provincia  jesuítica 
fundada  en  1 606,  en  el  generalato  de  Claudio  Aquaviva.  Cuando  el 
P.  Torres,  su  primer  Provincial,  empezó  á  regirla,  no  había  en  ella 
más  que  catorce  religiosos  repartidos  en  un  colegio  }'■  tres  casas.  En 
1614  llegaban  ya  á  diez  y  nueve  los  colegios,  residencias  y  misio- 
nes, y  á  ciento  veintidós  el  número  de  Padres.  Once  años  adelante, 
la  acción  de  los  misioneros  se  extendía  al  Paraná  y  al  Uruguay,  y 
en  1650  recibía  su  organización  definitiva  aquel  pacífico  imperio 
colonial,  el  más  extraordinario  de  que  la  historia  conserva  recuerdo. 
Desde  1610  el  colegio  de  Córdoba  del  Tucumán,  considerado 
como  colegio  máximo  y  principal  Seminario  de  la  provincia,  tenía 
estudios  de  artes  y  teología  para  los  novicios;  pero  los  primeros  co- 
natos de  Universidad  datan  de  1613,  en  que  el  obispo  Dr.  I"r.  Pier- 
na ndo  de  Trejo  y  Sanabria,  de  acuerdo  con  el  provincial  Torres, 
destinó  gran  parte  de  sus  rentas  á  la  ñandación  de  un  colegio  en  que 
los  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús  «leyesen  latín,  artes  y  teología». 
Ocho  años  después  (1622)  estos  estudios  fueron  elevados,  por  Bre- 
ve de  Gregorio  XV  y  Real  cédula  de  Felipe  III ,  á  la  categoría  de 
Universidad,  con  facultad  de  conferir  grados  académicos  (l).  Esta 
Universidad,  cuyas  primitivas  Constituciones  ^oxi  de  ló8o,  permane- 
ció siempre  con  mucho  crédito  en  manos  de  los  jesuítas  hasta  su 
expulsión,  en  que  por  breve  tiempo  se  hicieron  cargo  de  ella  los 
franciscanos;  secularizándose  definitivamente  en  1 808.  Hasta  1 791 
no  tuvo  ninguna  cátedra  de  jurisprudencia  civil,  ni  dio  grados  de 
Doctor  en  esta  facultad  hasta  1 797.  Los  legistas  de  la  región  argen- 
tina salían  comúnmente  de  la  Universidad  de  Charcas  ó  Chuquisaca 
en  el  Alto  Perú,  la  cual  tuvo  en  los  últimos  tiempos  de  la  colonia 
un  espíritu  enteramente  diverso  de  la  de  Córdoba:  ésta  tradicional  y 
conservadora,  la  de  Chuquisaca,  regalista  y  anticlerical:  en  ella  se 
habían  formado  los  hombres  que  más  parte  tuvieron  en  el  movi- 
miento revolucionario  de  1 8 10. 

(1)     Bosquejo  histórico  de  la  Universidad  de  Córdoba,  con  un  apéndice  de  do- 
cumentos, por  Jjtan  M.  Garro.  Buenos  Aires,  1882. 


REPÚBLICA    ARGENTINA  385 

También  se  debe  á  los  jesuítas  la  introducción  de  la  imprenta,  así 
en  las  misiones  del  Paraguay  como  en  la  ciudad  de  Córdoba  del 
Tucumán.  La  imprenta  del  Paraguay  tuvo  carácter  eminentemente 
catequístico,  y  la  mayor  parte  de  los  libros  que  produjo  están  en 
lengua  de  los  indígenas,  circunstancia  que  realza  su  extraordinaria 
rareza  bibliográfica  con  una  importancia  lingüística  todavía  mayor. 
Ya  en  1693,  con  ocasión  de  haber  traducido  en  lengua  guaraní  el 
P.  José  Serrano  el  libro  de  la  Diferencia  entre  lo  temporal  y  lo  eterno^ 
del  P.  Nieremberg,  y  el  Flos  Sanctoriun^  del  P.  Rivadeneira,  trató 
el  general  Tirso  González  del  establecimiento  de  una  imprenta  en 
las  llamadas  Doctrinas  del  Paraguay.  Lo  más  prodigioso  fué  que  ni 
los  tipos  ni  las  planchas  que  sirvieron  para  las  láminas  que  en  gran- 
dísimo número  adornan  el  primer  libro,  publicado  en  1705,  fueron 
trasladados  de  Kuropa,  sino  fundidos  los  primeros  y  grabadas  las 
segundas  en  el  breve  plazo  de  tres  años  por  los  indios  de  las  misio- 
nes, habilísimos  artífices  en  todo  género  de  obras  de  imitación.  El 
aspecto  de  la  estampación  es  tosco  sin  duda,  y  tiene  cierta  seme- 
janza con  el  de  los  libros  xilográ^cos;  pero  no  es  dudoso  que  la  ma- 
yor parte  del  texto,  por  lo  menos,  se  imprimía  con  tipos  de  metal. 
Para  que  todo  parezca  singular  y  misterioso  en  esta  imprenta, 
hemos  de  añadir  que  no  parece  haber  tenido  domicilio  fijo,  sino  que 
anduvo  errante  por  los  diversos  pueblos  de  misiones,  puesto  que 
mientras  unos  libros  suenan  impresos  en  Santa  María  la  Mayor, 
otros  lo  están  en  Loreto,  otros  en  San  Francisco  Xavier,  y  en  al- 
gunos se  dice  solamente  Impreso  en  las  doctrinas.  Alguna  razón  hubo 
para  tanta  cautela.  Lo  cierto  que  esta  imprenta  duró  muy  poco.  No 
se  conoce  ningún  producto  suyo  posterior  á  1 727.  El  libro  más  an- 
tiguo es,  sin  disputa,  la  traducción  guaraní  hecha,  por  el  P.  Serrano, 
del  tratado  De  la  diferencia  ejttre  lo  temporal  y  lo  eterno,  del  P.  Nie- 
remberg, libro  de  los  más  famosos  de  nuestra  literatura  ascética,  que 
ha  sido  vertido,  no  sólo  á  todas  las  lenguas  cultas,  sino  á  las  más 
bárbaras  y  exóticas,  y  con  el  cual  por  raro  caso  se  inauguraron,  con 
pocos  años  de  diferencia,  dos  imprentas  tan  extravagantes  como  la 
imprenta  paraguaya  de  los  jesuítas  (1705)  y  la  imprenta  árabe  de 
los  drusos  del  monte  Líbano  (1734).  YA  texto  guaraní  (del  cual  se 
conoce  un  solo  ejemplar  que  perteneció  á  la  colección  americana  del 


386  CAPÍTULO   XII 

Sr.  Trelles,  de  Buenos  Aires),  es  un  tomo  en  folio  con  capitales 
grabadas,  viñetas  y  más  de  40  láminas  de  gran  tamaño,  imitadas  de 
las  que  lleva  la  edición  de  Amberes  de  1684,  y  destinadas  á  hablar 
con  gran  viveza  á  la  imaginación  de  los  indios,  mostrándoles  los 
estragos  del  pecado,  y  el  horror  de  los  tormentos  infernales  (l). 

Otro  de  los  libros  más  célebres  que  de  esta  imprenta  salieron,  es 
el  Vocabulario  de  la  lengua  guaraní^  del  P.  Antonio  Ruiz  de  Mon- 
toya,  dos  veces  reproducido  en  1722  y  1724,  con  escolios,  anota- 
ciones y  apéndices  del  P.  Restivo  y  otros  ilustres  varones  de  la  Com- 
pañía. Fué  el  limeño  P.  Montoya  (l  585-1652)  uno  de  los  más  gran- 
des misioneros  de  aquella  provincia,  tenido  por  los  suyos  en  opinión 
de  santidad,  insigne  en  los  anales  de  la  filología  americana  por  el 
Catecismo^  Vocabulario  y  Tesoro,  que  compuso,  de  la  lengua  guara- 
ní; y  memorable  también  por  su  libro  de  la  Conqídsta  espiritual 
hecha  por  los  religiosos  de  la  Compañía  de  Jesús  en  las  provincias  del 
Paraguay,  Paraná,  Uruguay  y  Tape  (Madrid,  1639),  libro  del  cual 
otro  jesuíta  hizo  una  extraña  reducción  en  guaraní,  acomodándola 
á  la  capacidad  de  los  indios  (2). 

Queda  indicado  ya  el  carácter  de  todo  lo  que  esta  imprenta  pro- 
dujo: catecismos,  sermonarios,  ejemplos,  todo  en  guaraní.  No  hay 
más  excepción  que  la  misteriosa  carta  del  infortunado  Dr.  Ante- 
quera y  Castro,  condenado  poco  después  á  muerte  por  el  Virrey 
del  Perú,  La  primera  edición  de  esta  carta,  tiene  por  pie  de  impren- 
ta Typis  missionariuní  Paraguariae,  1727,  y  fué  probablemente  lo 
último  que  se  imprimió  allí.  La  imprenta  de  Córdoba  del  Tucumán 
es  muy  posterior,  y  tuvo  mucha  menos  importancia.  La  establecieron 
los  jesuítas  un  año  antes  de  la  expulsión,  para  que  los  alumnos  de 
su  colegio  de  Montserrat  (fundado  en  1 685)  y  los  de  la  Universi- 
dad, que  también  dirigían  ellos,  como  hemos  visto,  tuviesen  una 

(i)  Pueden  verse  reproducidas  todas  estas  láminas  en  la  magnífica  publi- 
cación del  bibliófilo  chileno  D.  José  Toribio  Medina,  Histoiia  y  bibliografía 
de  la  iínprenía  en  el  antiguo  virreinato  del  Rio  de  la  Plata.  (Forma  el  segundo 
tomo  de  los  Anales  del  Mttseo  de  la  Plata,  1892.) 

(2)  Ha  sido  publicada  por  D.  Baptista  Caetano  d'Almeyda,  con  traduc- 
ción portuguesa,  en  el  tomo  vi  de  los  Annaes  da  Bibliotheca  Nacional  do  Rio 
Janeiro  (1879). 


REPÚBLICA  ARGENTINA  387 

prensa  para  reproducir  sus  tesis  y  demás  ejercicios  literarios.  Esta 
imprenta  no  alcanzó  más  que  un  año  de  actividad,  y  en  tan  efímera 
vida  no  llegó  á  producir  más  que  tres  folletos,  siendo  el  único  de 
alguna  curiosidad  la  colección  de  cinco  elogios  latinos  del  Dr.  Don 
Ignacio  Duarte  y  Quirós,  fundador  del  colegio,  compuestos  por  el 
P.  Manuel  Peramás,  natural  de  Mataró.  Después  de  la  expulsión  de 
la  Compañía,  esta  imprenta  fué  trasladada  á  Buenos  Aires  en  1780, 
y  su  material  sirvió  para  establecer  la  primera  oficina  tipográfica 
de  aquella  ciudad,  la  llamada  de  Niños  Expósitos. 

¥A  vandálico  decreto  de  1767  ordenando  la  expulsión  de  los  je- 
suítas, produjo  en  las  gobernaciones  del  Paraguay,  Río  de  la  Plata 
y  Tucumán  todavía  mayor  trastorno  que  en  lo  restante  de  América, 
porque  las  circunstancias  sociales  eran  muy  diversas  (i).  En  otras 


(i)  Óigase  á  Gutiérrez,  ciertamente  nada  sospechoso  de  parcialidad  en 
favor  de  los  jesuítas: 

«Cualquiera  que  haya  hecho  estudio  de  la  literatura  sud-americana  hasta 
fines  del  siglo  pasado,  no  podrá  menos  de  confesar  que  ninguna  colonia 
europea  ha  producido  más  talentos  ni  mayor  número  de  hombres  estudiosos 
que  la  española  en  el  Nuevo  Mundo.  Solóla  Compañía  de  Jesús  cuenta  en 
él  muchos  más  de  doscientos  entre  profesores  y  predicadores,  filólogos  é 
historiadores,  brillando  entre  estos  últimos  los  chilenos  Ovalle  y  Molina, 
el  mejicano  Clavijero,  el  ecuatoriano  Velasco  y  los  argentinos  Iturri,  Juárez, 
Morales,  Suárez,  etc.,  etc.,  cuyas  obras  corren  traducidas  á  varias  lenguas 
cultas  de  la  Europa.  Lacunza  dio  prueba  en  su  tiempo  de  una  vasta  lectura 
y  de  un  hondo  conocimiento  de  los  libros  sagrados,  estudiándolos  en  las 
lenguas  griega  y  hebrea.  Buenaventura  Suárez,  autor  del  conocido  Lunario 
Perpetuo^  cuya  primera  edición  es  de  Lisboa,  adquirió  por  sí  mismo  en  los 
claustros  de  Córdoba  y  en  los  bosques  silenciosos  del  Paraguay  conocimiento 
profundo  en  las  ciencias  matemáticas  aplicadas  á  la  astronomía,  dejando 
pruebas  prácticas  de  su  capacidad  en  los  gnómones  solares  con  que  decoró 
los  patios  del  colegio  en  donde  pasó  (obscuro  y  desdeñado  de  los  suyos)  la 
mayor  parte  de  su  vida,  manteniendo  comunicación  epistolar  con  afamados 
astrónomos  de  su  tiempo Vióse  en  la  necesidad  de  construir  los  instru- 
mentos de  observación  con  sus  propias  manos,  empleando  las  maderas  tersas 
y  consistentes  de  los  bosques  vírgenes,  en  aquellas  piezas  que  requerían 
bronce  ó  platino  para  recibir  las  delicadas  graduaciones  con  que  se  miden 
las  distancias  entre  los  astros  y  se  señala  su  paso  por  el  meridiano.»  (Revista 
del  Rio  de  la  Plata,  tomo  x,  pág.  312.) 


388  CAPÍTULO    XII 

partes  existían  diversos  elementos  de  cultura  que  podían  llenar  en 
alguna  medida  el  vacío  causado  por  la  supresión  de  los  regulares  de 
la  Compañía;  pero  en  las  provincias  argentinas  no  había  más  educa- 
dores que  ellos.  Buenos  Aires,  enriquecida  por  el  contrabando  eu- 
ropeo, empezaba  á  ser  un  centro  comercial,  pero  no  se  había  des- 
pertado aún  á  la  vida  literaria,  no  tenía  ni  imprenta  ni  escuelas.  Los 
jesuítas  (Techo,  Xarque,  Lozano,  Guevara)  eran  los  únicos  que  ha- 
bían bosquejado  la  historia  civil  y  religiosa  del  país.  Si  existían 
mapas  especiales  del  territorio,  á  ellos  se  debían;  é  imperfectos  y 
todo,  eran  los  únicos  que  habían  servido  de  base  para  el  arreglo  de 
¡imites  con  los  portugueses  en  1750.  Asperge,  Montenegro,  Lozano, 
habían  sido  los  únicos  exploradores  de  la  fauna  y  de  la  flora  argen- 
tinas. No  había  faltado  tampoco,  á  lo  menos  en  los  últimos  tiempos, 
alguno  que  otro  cultivador  de  los  estudios  amenos,  entre  ellos  el  ya 
citado  P.  Peramás,  de  quien  se  citan  un  poema  manuscrito  sobre 
La  religión  en  el  Nuevo  Mtindo  y  dos  elegías  latinas  sobre  la  expul- 
sión, además  de  las  biografías  de  los  misioneros  del  Paraguay,  que 
publicó  en  Faenza  durante  su  destierro,  juntamente  con  una  espe- 
cie de  utopia  política  muy  curiosa,  en  que  se  compara  la  adminis- 
tración de  las  misiones  del  Paraguay  con  la  república  de  Platón. 
(De  administratione  giiaranica  compárate  ad  Rempublicam  Pla- 
tonis)  (i). 

(O  El  P.  Pablo  Hernández,  S.  J.,  en  su  reciente  é  interesante  libro  El  ex- 
trañamiento de  los  Jesuítas  del  Río  de  la  Plata  y  de  las  misiones  del  Uruguay 
por  decreto  de  Carlos  ///(Madrid,  1908,  tomo  vii  de  la  Colección  de  libros  y  do- 
cunienlos  referentes  d  la  historia  de  América,  que  publica  el  editor  D.  Victo- 
riano Suárez),  recopila  curiosas  noticias  literarias  de  algunos  jesuítas  escrito- 
res, entre  los  455  religiosos  de  aquella  provincia  que  salieron  desterrados 
para  Europa  en  1767  y  1768  (págs.  302-331).  Hay  cuatro  extranjeros,  el  Padre 
Martín  Dobritzhoffer,  austríaco,  que  publicó  en  latín  y  alemán  una  Historia 
de  los  indios  Abipones  (1784),  de  la  cual  también  existe  traducción  inglesa 
harto  mutilada.  El  P.  Florian  Pauke,  de  la  misma  nacionalidad,  cuyos  viajes 
por  el  territorio  argentino,  que  son  de  la  mayor  curiosidad,  han  sido  impre- 
sos en  Ratisbona,  1870,  por  el  P.  A.  Kohler,  con  el  título  de  Pater  Florian 
Paucke,  ein  Jesuit  in  Paraguay  (1748- 1766),  (hay  un  extracto  en  castellano  con 
^\  \.\\.\x\o  út.  Memorias  del  P.  Paucke.  Buenos  Aires,  1900).  El  jesuíta  ingles, 
P.  Tomás  Falkner  ó  Falconer,  conocido  principalmente  por  su  obra  clásica  so- 


REPÚBLICA   ARGENTINA  389 

A  la  tutela  jesuítica  sucedió  la  tutela  económico-tiiititiva  del  rega- 
lismo  ñlantrópico  del  siglo  pasado,  representada  especialmente  por 

bre  la  Patagonia,  A  descríption  0/ Paíagonia  and  the  adjoining  parís  of  South 
America  (1774),  que  obtuvo  los  honores  de  la  traducción  en  castellano,  alemán 
y  francés.  Dejó  manuscritos  dos  tomos  de  Anatomía  y  varias  observaciones 
sobre  puntos  de  Historia  Natural  de  América.  El  P.  Ladislao  Orosz,  húngaro, 
autor  de  un  Diccionario  de  los  varones  ilustres  de  las  misiones  del  Paraguay 
(Decades  quatuor  virorum  illustrium  Paragiiarice.  Tyrnau,  1759.  Decades  qua- 
íuor  alia  virorum  illustrium  Paragjiarice.) 

Entre  los  nacidos  en  España  descuellan,  el  último  Provincial,  P.  Domingo 
Muriel,  salmantino,  que  tradujo  al  latín  la  obra  del  P.  Charlevoix  (Historia 
Paraguajetisis),  añadiendo  cuatro  libros,  que  comprenden  desde  1747  has- 
ta 1766,  y  anotando  y  rectificando  en  muchas  partes  los  veintidós  de  la  obra 
primitiva.  Reimpresa  ya  esta  en  la  citada  Coleccidti  de  libros  sobre  América, 
se  anuncia  la  inmediata  aparición  del  suplemento  del  P.  Muriel.  El  P.  José 
Cardiel,  riojano,  autor  de  varios  opúsculos  de  grande  interés  histórico,  entre 
ellos  la  Declaración  de  la  verdad  contra  tni  libelo  infamatorio  impreso  en  portu- 
gués contra  los  PP.  Jesuítas  misioneros  del  Paraguay  v  Marañan  (que  estuvo 
inédita  hasta  que  en  1900  la  hizo  estampar  en  Buenos  Aires  el  P.  Hernández); 
y  un  tratadito  sobre  las  costumbres  de  los  indios  guaraníes  (De  moribiis  Gua- 
raniorum)  que  se  halla  al  fin  de  la  continuación  del  Charlevoix,  por  el  P.  Mu- 
riel.  El  P.José  Quiroga,  gallego,  antiguo  marino,  primer  profesor  de  Mate- 
máticas en  el  colegio  grande  de  San  Ignacio  de  Buenos  Aires,  que  exploró  las 
costas  meridionales  del  Río  de  la  Plata  hasta  el  Estado  de  Magallanes:  formó 
parte  de  la  comisión  de  límites  de  1752,  y  levantó  más  de  treinta  mapas  de 
varias  regiones  del  Virreinato;  autor  de  un  diario  de  sus  viajes  inserto  en  el 
tomo  civ  de  la  Colección  de  documcJitos  inéditos  para  la  historia  de  España,  de 
Observaciones  astronómicas  para  determinar  el  curso  del  Rio  Paraguay  y  de  al- 
gunos tratados  físicos  y  naturales.  El  P.  José  Jolís,  naturalista  catalán,  autor 
del  Saggio  salla  sloria  naturale  della  provincia  del  Gran  Claco  (1789).  Su  con- 
terráneo el  P.  Juan  Manuel  Peramás,  elegante  humanista,  cuyos  principales 
escritos  van  indicados  en  el  texto.  El  P,  Sánchez  Labrador,  manchego,  fun- 
dador de  la  nueva  misión  ó  reducción  de  los  indios  Mabayás  ó  Guaynas,  de 
cuya  lengua  escribió  el  primer  vocabulario  y  catecismo.  Pero  su  obra  princi- 
pal fué  la  Historia  de  las  regiones  del  Rio  de  la  Plata,  de  la  cual  llegó  á  redac- 
tar once  tomos  (algunos  de  los  cuales  se  han  perdido),  con  los  títulos  de  Para- 
guay natural  ilustrado,  Paraguay  7iatural  cultivado  y  Paraguay  católico,  que 
comprende  la  parte  histórica  de  las  Misiones  y  los  viajes  de  su  autor.  Un 
considerable  fragmento  de  esta  última  parte  ha  sido  publicado  por  la  Uni- 
versidad Nacional  del  Plata,  con  ocasión  del  Congreso  internacional  de  Ame- 
ricanistas, reunido  en  Buenos  Aires  en  1910  (dos  volúmenes).  El  P.  José  Gue- 


390  CAPITULO   XII 

el  segundo  Virrey  de  Buenos  Aires,  D.  Juan  José  de  Yértiz  (l).  En 
torno  suyo  se  agruparon  hombres  como  Labardén,  Basabilvaso,  Ma- 
ciel,  influidos  todos  por  el  espíritu  reformista  de  su  tiempo,  y  gano- 
sos de  extenderle  á  todas  las  esferas  de  la  administración  colonial. 


vara,  toledano,  autor  de  una  nueva  Historia  del  Paraguay,  Rio  de  la  Plata  y 
Tucumán,  que  el  erudito  uruguayo  D.  Andrés  Lamas  publicó,  aunque  por  un 
manuscrito  incompleto.  Entre  los  que  fueron  americanos  de  nacimiento  hay 
que  contar  á  dos  argentinos,  el  P.  Gaspar  Juárez,  que  dejó  voluminosos  ma- 
nuscritos sobre  la  historia  natural  y  eclesiástica  del  Virreinato,  y  unas  Car- 
ias edificantes  de  la  provincia  del  Paraguay,  relato  muy  copioso  de  la  expul- 
sión; y  el  P.  Francisco  Iturri,  conocido  principalmente  por  su  áspera  y  no 
siempre  justa  Carta  critica  sobre  la  historia  de  América  de  D.Juan  Bautista 
Muñoz  (1797). 

Más  directa  relación  con  el  argumento  de  esta  obra  nuestra  tiene  el  Padre 
Joaquín  Millas,  aragonés,  que  en  la  preceptiva  literaria  mostró  ingenio  y  fe- 
cunda originalidad.  Algo  dije  de  él  en  mi  Historia  de  las  ideas  estéticas  en  Es- 
paña, pero  mucho  más  ha  escrito  el  profesor  italiano  Víctor  Cian  en  una  pre- 
ciosa Memoria  sobre  los  jesuítas  españoles  literatos  desterrados  en  Italia. 
La  obra  principal  del  P.  Millas  consta  de  tres  volúmenes  impresos  en  Mantua, 
desde  1786  á  1788,  con  este  título:  Dell'  único  principio  svegliatorc  della  ragio- 
ne  del  gusto  e  della  virtii  nella  educazione  letterata.  El  detallado  análisis  que  su 
biógrafo  presenta  de  esta  obra  basada  en  el  principio  de  la  educación  obje- 
tiva; que  él  llama  observación  activa,  basta  para  comprender  la  originalidad, 
la  fuerza,  la  independencia  y  solidez  de  las  ideas  pedagógicas  y  estéticas  del 
P.  Millas  para  quien,  con  razón,  reclama  el  Dr.  Cian  uno  de  los  primeros 
puestos  en  aquella  brillante  emigración  española;  dando  además  noticia  de 
otros  escritos  suyos  de  la  misma  índole,  especialmente  del  Saggio  sopra  i  tre 
generi  di poesia  (1785)  y  del  opúsculo  Sopra  il  disegno  e  lo  stile  poetico-italiano 
(1786);  todo  lo  cual  desconocemos  aquí. 

Vid.  Cian  (Vittorio),  Himmigrazione  dei  gesuiti  spagnuoU  Ictterati  in  Italia. 
En  las  Memorias  de  la  Academia  Real  de  Ciencias  de  Turín,  1895,  P^gs.  54-61. 

Gallerani  (P.  Alejandro).  S.  J.,  Jesuítas  expulsos  de  España  literatos  en  Italia, 
Traducción  del  italiano  con  apéndices,  Salamanca,  1897.  La  traducción  y  los 
apéndices  son  del  P.  Madariaga.  Los  artículos  originales  del  P.  Gallerani  ha- 
bían aparecido  en  la  Civilta  Cattolica,  serie  xvi,  tomo  v,  págs.  152,  416,  549. 

(i)  Vid.  la  monografía  de  D.  Juan  M.  Gutiérrez  sobre  este  personaje  en  la 
Revista  de  Buenos  Aires,  tomo  vii,  pág.  17,  y  también  el  cap.  xrx  del  primer 
tomo  de  la  Historia  de  la  República  Argentina,  de  D.  Vicente  J.  López  (Bue- 
nos Aires,  1883);  obra  escrita  con  mucho  talento,  aunque  con  innumerables 
galicismos,  y  no  sé  si  con  bastante  puntualidad  histórica. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  39  T 

Hemos  dicho  que  antes  de  aquella  época  no  existían  en  Buenos 
Aires  escuelas  públicas  de  humanidades  y  de  filosofía  propiamente 
dichas,  si  bien  en  los  conventos  de  dominicos,  franciscanos  y  mer- 
cenarios nunca  dejó  de  cursarse  algún  género  de  estudios.  En  l6  de 
Noviembre  de  1 77 1,  el  Virrey  pidió  informe  á  los  dos  cabildos, 
eclesiástico  y  secular,  sobre  la  aplicación  que  había  de  darse  á  las 
temporalidades  de  los  jesuítas,  conforme  á  la  Real  cédula  que  man- 
daba emplearlas  en  objetos  de  beneficencia  ó  enseñanza.  Ambos 
cabildos  opinaron  que  se  fundase  un  Colegio  Convictorio  (es  decir, 
de  vida  común)  y  una  Universidad.  El  Procurador  general  de  la 
ciudad,  D.  Manuel  de  Basabilvaso,  redactó  un  plan  de  estudios  en 
que  entraban  las  Matemáticas  y  la  Náutica,  siendo  en  total  once  las 
cátedras  proyectadas.  Muy  poco  de  esto  llegó  á  realizarse.  Se  fundó, 
en  efecto,  el  colegio  de  San  Carlos,  se  dotaron  cátedras  de  Latinidad, 
Filosofía  y  Teología,  y  una  de  Cánones;  pero  no  se  llegó  á  estable- 
cer las  de  Derecho  ni  menos  las  de  Ciencias  exactas,  ni  á  darse  for- 
ma á  la  Uni\"ersidad,  á  pesar  de  la  Real  cédula  de  3 1  de  Diciembre 
de  1779,  que  terminantemente  lo  preceptuaba.  Los  estudiantes, 
argentinos  de  Jurisprudencia  siguieron  formándose  en  Charcas,  ó 
en  Santiago  de  Chile.  El  nue\'o  Colegio  ó  Convictorio  de  San  Carlos 
prosperó  poco,  á  pesar  de  haber  tenido  por  primer  Cancelario  y 
Director  al  magistral  D.  Juan  Bautista  Maciel,  famoso  canonista  5^ 
uno   de   los   hombres    más  ilustrados  de  la  colonia  (l).  En    16   de 

(i)  En  la  Revista  de  Buenos  Aires  (tomo  vi,  págs.  402-418,  497-532)  puede 
leerse  su  biografía  escrita  por  Gutiérrez.  Fué  Maciel  Canónigo  Magistral  de 
Buenos  Aires,  Provisor,  Vicario  y  Gobernador  del  Obispado,  y  murió  deste- 
rrado en  Montevideo,  por  orden  del  Marqués  de  Loreto,  sucesor  de  Vértiz. 
Compuso  algunos  versos  de  circunstancias  en  loor  de  los  Obispos  y  de  los 
virreyes  y  gobernadores,  especialmente  de  Ceballos.  Una  de  estas  composi- 
ciones inéditas  se  titula  Apolo  presidiendo  el  coro  de  las  Musas,  al  son  de  su  lira, 
los  exhorta  d  qite  canten  las  proezas  del  Júpiter  español.  Dos  sonetos  ponde- 
rando el  acto  piadoso,  pero  tan  natural  y  frecuente,  á  lo  menos  en  España,  de 
haber  cedido  el  virrey  Loreto  su  carroza  para  conducir  el  Viático,  acompa- 
ñándole á  pie  á  la  casa  de  un  moribundo,  le  dictó  dos  sonetos  apologéticos, 
que  dieron  motivo  á  una  de  aquellas  interminables  polémicas  tan  del  gusto 
de  la  ociosidad  del  siglo  xviii,  descargando  sobre  Maciel  un  turbión  de  pape- 
lones. Lavardcn,  amigo  de  Maciel,  salió  á  su  defensa,  reuniendo  y  anotando 

Mbnkndez  y  VkijXyo.— Poesía  his^ano-americana.  II.  25 


392.  CAPITULO    XII 

Junio  de  1818,  este  colegio  se  refundió  en  el  de  la  Unión  del  Sur, 
pero  la  Universidad  no  fué  erigida  definitivamente  hasta  el  9  de 
Agosto  de  1821  (l). 

Al  mismo  tiempo  que  se  trataba  de  la  fundación  de  la  Universi- 
dad de  Buenos  Aires,  Vértiz  nombró  visitador  de  la  de  Córdoba  al 
obispo  de  Tucumán,  D.  José  Antonio  de  San  Alberto,  que  en  28 
de  Marzo  de  1784  redactó  nuevas  Constituciones.  Pero  en  el  plan 
de  estudios  no  se  hizo  por  entonces  novedad  importante,  salvo  el 
establecimiento  de  una  cátedra  de  Sagrada  Escritura.  Por  otra  par- 
cuanto  se  había  publicado  en  pro  y  en  contra  de  los  famosos  sonetos.  Colec- 
ción de  varios  papeles  apologéticos  en  prosa  y  verso.  Q'ie  con  ocasión  de  haber  en- 
contrado al  Sa?ito  Viático,  y  seguídole  el  acompanatniento  d¿l  Real  Estandarte,  han 
corrido  e?i  Buenos  Aires  este  mes  de  Noviembre  de  ijSó,  con  notas  al  canto  de 
un  imparcialy  con  licencia  del  señor  de  Ddo  (manuscrito  que  poseía  Gutiérrez). 

Uno  de  los  detractores  de  Maciel  era  peruano,  y  Lavardén,  que  como  otros 
argentinos  de  entonces,  profesaba  mala  voluntad  á  Lima,  aprovechó  la  oca- 
sión para  zaherir  con  sus  tercetos  satíricos  el  espíritu  adulador  y  la  estéril  fe- 
cundidad de  sus  poetas  de  certamen: 

El  pueblo  qu2  de  libre  se  gloría 
Produce  nobles  almas  que  á  ninguno 
Quisieran  conceder  la  primacía. 

No  es  este  vulgo  vil  de  color  bruno 
Que  cualquiera  sandez  de  un  viracocha 
Aunque  de  todas  luces  esté  ayuno, 

Le  parece  de  almíbar  y  melcocha, 
Y  á  ehsalzarla  por  juro  de  conquista 
Los  beodos  gaznates  desabrocha... 


Allí  sí  que  fecundas  las  Camenas 
Alumbran  partos  mil  cada  semana, 
Por  quita  allá  ese  par  de  berenjenas: 

Pues  cualquier  mul.itillo  palangana 
Con  décimas  sin  número  remite 
Á  su  padre  el  marqués  una  banana. 


En  la  obra  que  ha  comenzado  á  publicar  en  1904  D.  Arturo  Reynal  O'Con- 
nor.  Los  Poetas  Argentinos  (tomo  i,  págs.  65-135),  hay  una  extensa  biografía 
del  Dr.  Maciel. 

(i)  J.  M.  Gutiérrez,  Noticia  histórica  sobre  los  estudios  y  colegios  pilblicos  en 
Buenos  Aires,  desde  el  xb  de  Noviembre  de  \'j'j\  hasta  la  erección  de  la  Universi- 
dad, con  documentos  inéditos  y  biografías.  (En  el  torno  u  de  la  Revista  de  Buenos 
Aires:  directores  Miguel  Navarro  Viole  y  Vicente  G.  Quesada,  1863,  pági- 
nas, 321-368). 


REPÚBLICA    ARGENTINA  393 

te,  las  competencias  entre  los  franciscanos  y  el  clero  secular,  que 
pretendía  obtener  la  dirección  de  la  Universidad  y  del  colegio  de 
Montserrat,  originaron  una  lucha  funesta  al  prestigio  del  claustro  y 
á  la  disciplina  escolar;  triunfando  por  fin  los  canónigos,  ó  más  bien 
el  famoso  deán  D.  Gregorio  Funes,  recientemente  salido  de  las 
aulas  de  Alcalá  de  Henares,  teólogo  con  ribetes  jansenistas,  escolás- 
tico ilustrado,  orador  con  pretensiones  de  pompa  ciceroniana,  hom- 
bre docto,  aunque  campanudo  y  petulante,  que  fué  quien  principal- 
mente llevó  el  peso  de  la  contienda,  ensayándose  entonces  para 
mayores  y  más  ruidosas  campañas,  en  que  pudo  campear  libre- 
mente su  espíritu  de  audacia  y  de  intriga.  Funes  redactó  el  Memo- 
rial del  cabildo  contra  los  franciscanos,  en  Enero  de  1 78 5,  y  él  fué 
también  el  primer  Rector  de  la  nueva  Universidad,  secularizada 
y  condecorada  con  título  de  Mayo?'  por  Real  cédula  de  l.°  de 
Diciembre  de  1800.  Su  pingüe  patrimonio  le  permitió  fundar  aquel 
mismo  año  la  primera  cátedra  de  Matemáticas,  servicio  más  posi- 
tivo que  su  celebrado  plan  de  estudios  de  18 1 3,  que  no  difiere  en 
cosa  sustancial  de  los  innumerables  planes  y  documentos  del  mis 
mo  género  que  tanto  abundan  en  nuestra  literatura  de  las  pos- 
trimerías del  siglo  xviii  (i).  Aquí  le  mencionamos  sólo  porque  en 
él  se  inicia  cierto  género  de  enseñanza  literaria,  recomendando  la 
obra  de  Batteux  para  la  parte  teórica,  y  la  del  abate  Andrés  para 
la  histórica. 

Al  Virrey  Vértiz  se  debió  también  la  inauguración  del  primer 
teatro,  ó  casa  pública  de  comedias,  en  Buenos  Aires,  no  sin  oposi- 
ción de  los  teólogos  (2);  y  el  establecimiento  de  la  primera  imprenta, 


(i)  Plan  de  estudios  para  la  Universidad  de  Córdoba,  que  ha  trabajado  el 
Dr.  D.  Gregorio  Funes,  Deán  de  esta  Sa7tta  Iglesia  Catedral,  por  comisio'n  del 
ilustre  Claustro,  á  quien  se  lo preseriia  el  año  de  mil  ochocientos  trece. — Córdoba, 
imprenta  de  la  Universidad,  año  de  1832,  4.*' 

(V(íase  la  Monobibliografia  del  Dr.  D.  Gregorio  Funes,  por  A.  Zinny,  en  el 
tomo  XV  de  la  Revista  de  Buenos  Aires,  págs.  135-160,  290-310.  La  obra  del 
Dean  Funes  es  su  Ensayo  de  la  Historia  civil  del  Paraguay,  Buenos  Aires  y 
Tucumán  ('Buenos  Aires,  18 16- 181 7,  tres  tomos). 

(2)  Vid.  Historia  del  teatro  en  Buenos  Aires,  por  Mariano  G.  Bosch  (Buenos 
Aires,  imprenta  de  El  Comercio,  1910). 


394  CAPITULO   XII 

la  de  los  Niños  Expósitos.,  cuyo  material  se  trajo  de  Córdoba,  como 
ya  hemos  dicho.  Claro  es  que  esta  imprenta  no  sirvió  en  los  primeros 
tiempos  más  que  para  reproducir  bandos,  ordenanzas,  edictos,  pas- 
torales y  otros  documentos  de  interés  público,  para  surtir  las  escue- 
las de  catones  y  cartillas,  para  estampar  anualmente  el  Almanaque 
y  la  Guia  de  forasteros,  y  para  alimentar  la  devoción  con  novenas, 
gozos  y  letrillas  (l).  Pero  ya  desde  1 796  comenzaron  á  salir  libros 
de  mayor  novedad  y  bulto,  como  los  Principios  de  la  ciencia  econó- 
mico-política, que  tradujo  del  francés  el  entonces  Secretario  del 
Consulado,  y  luego  famoso  aunque  improvisado  general  D.  Manuel 
Belgrano,  vencedor  en  Salta  y  Tucumán,  triste  vencido  en  Ayo- 
huma  y  Vilcapugio.  Y  también,  aunque  rara  vez,  se  ve  algún 
opúsculo  literario.  Uno  de  ellos,  las  Poesías  fúnebres  á  la  tierna 
memoria  del  virrey  D.  Pedro  Meló  de  Portugal  (2),  parto  poco  feliz 


(ij  Quizá  la  primera  publicación  original  en  verso,  que  salió  de  las  pren- 
sas de  Buenos  Aires,  fué  el  Sepienaiño  de  los  doloi'es  de  Alaría  Santísima 

Por el  Dr.  Fr.  Josef  Antonio  de  San  Alberto,  Carmelita  Descakoy  Obispo  de 

Córdoba  de  Tucumán  (1781).  Contiene  siete  décimas  y  una  canción.  Fué 
reimpreso  muchas  veces  como  opúsculo  popular  de  devoción.  De  este  Obispo 
hay  muchas  y  muy  curiosas  pastorales. 

(2)     Poesías  fúnebres  á  la  tierjia  memojía  del  Excmo.  Sr.  D.  Pedro  Alelo  de 

Portugal  y  Villena Virrey,  Gobernador  y  Capitáti  general  de  las  provincias 

del  Río  de  la  Plata Las  compuso  y  respetuosamente  se  las  consagra el  pres- 
bítero D.  Juan  Afanuel  Fernández  de  Agüero  y  Echave,  licenciado  e?i  Sagrada 

Teología,  Bachiller  en  Leyes  y  Capellán  de  la  Peal  Armada Buenos  Ayres. 

en  la  Real  Lrprenta  de  los  Niños  Expósitos,  1797 

—  Segunda  parte  de  las  poesías  fúnebres Escríbelas  el  autor  de  las  mismas 

para  compleviento  de  ellas,  y  última  demostración  de  su  fina  gratitud.....   1797. 

— Poesías  místicas  teológíco-morales,  que  para  el  aprovechamieyíto  espiritual 
escribió  el  Capellán  de  la  Real  Armada,  etc 1799. 

Una  de  estas  poesías  se  titula  Avisos  al  pecador  sumergido  en  la  culpa  y  déla 
muerte  olvidado. 

La  glosa  en  décimas  que  Agüero  hizo  del  Miserere,  parece  escrita  para 
rivalizar  con  la  muy  conocida  del  Obispo  de  Buenos  Aires,  D.  Manuel  de 
Azamor  y  Ramírez,  reimpresa  en  dicha  ciudad  en  1797,  que  es  el  mismo  año 
de  la  edición  de  las  Poesías  místicas. 

Entre  las  varias  sátiras  que  impresas  y  manuscritas  corrieron  contra  las 
Poesías  fúnebres,  hay  que  contar  la  titulada  Disección  anatómica  ó  especie  de 


REPÚBLICA  ARGENTINA  395 

de  la  pedestre  musa  del  capellán  de  la  Armada  D.Juan  Manuel  Fer- 
nández de  Agüero  y  Echave,  autor  también  de  otras  Poesías  jnísticas 
teológico-morales^  y  de  una  glosa  en  décimas  del  Miserere.,  excitaron 
la  vena  satírica  de  algunos  ingenios  de  la  colonia,  los  cuales  empeza- 
ban á  formar  un  pequeño  grupo  de  tendencias  clásicas  y  de  relativo 
buen  gusto.  Labarden,  Casamayor  y  Prego  de  Oliver,  eran  los  prin- 
cipales de  esta  Sociedad  Patriótico- Literaria^  cuyas  primicias  apare- 
cieron en  el  más  antiguo  periódico  de  Buenos  Aires,  el  Telégrafo 
Mercantil.,  Rural,  Político,  Económico  é  Historiógrafo  (sic)  del  Río 
de  la  Plata,  que  comenzó  á  salir  en  i8oi  bajo  los  auspicios  del 
virrey  Marqués  de  Aviles  y  del  Real  Consulado;  y  bajo  la  dirección 
de  D.  Francisco  Antonio  Cabello  y  Mesa,  «natural  de  la  provincia 
de  Extremadura,  Coronel  del  regimiento  provincial  fronterizo  de 
infantería  de  Aragón  en  los  reinos  del  Perú,  protector  general  de 


análisis  apologético en  contra  de  los  críticos  que  como  plaga  de  ra?ias  han  llo- 
vido, pero  indemnemente,  sobre  el  autor  del  impreso  que  novísimamente  corre 
sin  especial  7tota  por  los  sabios  y  discretos,  mas  despreciado  por  los  ignorantes  y 
ionios. 

En  la  primera  edición  de  esta  obra,  atribuí,  siguiendo  á  Gutiérrez,  los  en- 
sayos poéticos  de  este  D.  Juan  Manuel  Fernández  de  Agüero  y  Echave  á  un 
célebre  profesor  de  filosofía  del  mismo  nombre  y  primer  apellido.  Posterior- 
mente ha  llegado  á  mis  manos  un  curioso  folleto  de  D.  Manuel  Castro  López 
(Un  heterodoxo  en  el  primer  claustro  universitario  de  Buenos  Aires,  2.^  edición, 
Buenos  Aires,  imprenta  de  El  Correo  Español,  1904),  en  que  expone  fuertes 
razones  para  considerar  como  personas  distintas  al  capellán  de  la  Armada  y  al 
catedrático  de  la  Universidad,  que  nunca  usó  el  apellido  de  Echave,  ni  éste 
aparece  en  su  partida  de  bautismo.  El  punto  no  me  parece  definitivamente 
dilucidado,  pero  son  por  extremo  curiosas  las  noticias  que  el  Sr.  Castro  López 
nos  da  del  Fernández  de  Agüero  heterodoxo,  personaje  de  mucha  cuenta  en 
la  propaganda  materialista  y  utilitaria  de  su  tiempo.  Era  español,  de  la  Mon- 
taña de  Santander,  natural  del  pueblecillo  de  Sobrelapeña,  parroquia  de  San- 
ta María  de  Lamasón,  partido  judicial  de  San  Vicente  de  la  Barquera.  Ya  en 
1805  se  hizo  cargo  de  la  enseñanza  de  Filosofía  en  el  Real  Colegio  de  San 
Carlos,  pero  no  parece  haber  dado  indicio  de  sus  tendencias  hasta  1822, 
cuando  se  reformó  ó  instaló  de  nueva  planta  la  Universidad  de  Buenos  Aires- 
Allí  profesó  en  toda  su  crudeza  el  empirismo  sensualista  de  Destutt-Tracy, 
última  exageración  de  la  escuela  analítica  de  Locke  y  Condillac.  En  cuanto  á 
las  aplicaciones  morales  y  políticas,  no   eran  otras  que  las  del   utilitarismo. 


396  CAPÍTULO    XII 

los  naturales  de  Xauxa,  Abogado  de  la  Real  Audiencia  de  Lima»; 
que  tales  eran  los  títulos  con  que  en  el  prospecto  se  engalanaba. 
También  gustaba  de  firmarse  «El  filósofo  indiferente»,  y  «Narciso 
Fellovio  Cantón»,  anagrama  con  que  solía  publicar  insulsas  letrillas 
y  artículos  de  costumbres,  muy  necios.  La  publicación  era  bisema- 
nal; duró  hasta  Septiembre  de  1802,  y  la  colección  forma  cuatro 
volúmenes.  Del  estilo  que  gastaba  «el  filósofo  indiferente»,  juzgúese 
por  algunos  rasgos  del  enfático  prospecto:  «Volverán  los  alegres 
días  de  Saturno...  ¡Vamos  al  trabajo!...  Salga  el  Telégrafo  y  en  breve 
establézcase  la  Sociedad  Patriótico- Litei'aria  y  Económica,  que  ha 
de  adelantar  las  ciencias,  las  artes  y  aquel  espíritu  filosófico  que 
analiza  al  hombre,  le  inflama  y  saca  de  su  soporación,  lo  hace  dili- 
gente y  útil.  Fúndense  ya  aquí  nuevas  escuelas,  donde  para  siem- 
pre cesen  aquellas  voces  bárbaras  del  escolasticismo...  Empiece  á 
sentirse  ya  en  las  provincias  argentinas  aquella  gran  metamorfosis 
que  á  las  de  México  y  Lima  elevó  á  par  de  las  más  cultas,  ricas  é 
industriosas  de  la  iluminada  Europa.  Empiece  mi  pluma,  en  fin,  á 


Süs>  Principios  de  ideología  elemental  abstractiva  y  oratoria  (1824  y  1827),  cau- 
saron grande  escándalo,  y  aunque  no  le  hicieron  expulsar  del  profesorado, 
le  pusieron  en  la  precisión  de  renunciar  la  cátedra. 

Los  efectos  de  su  enseñanza  en  la  juventud  argentina  habían  sido  funestos. 
Á  ellos  alude  el  célebre  poeta  D.  Esteban  Echeverría  en  un  fragmento  de  su 
poema  Avellaneda: 

Creyente  soy  no  ha  mucho  convertido. 
Allá  en  la  capital  de  Buenos  Aires 
A  dudar  me  enseñaron  los  doctores 
De  Dios,  de  la  virtud,  del  heroísmo, 
Del  bien,  de  la  justicia  y  de  mi  mismo; 
Me  enseñaron  como  hábiles  conquistas 
Del  espíritu  humano  en  las  edades 
Esos  dogmas  falaces  y  egoístas 
Que  como  hedionda  lepra  se  pegaron 
En  el  cuerpo  social,  y  de  la  patria 
La  servidumbre  y  muerte  prepararon. 

Y  en  una  nota  añade:  «Fácil  es  calcular  qué  dirección  darían  á  las  inteligen- 
cias jóvenes,  doctrinas  que  entrañan  el  materialismo  y  el  ateísmo,  y  descono- 
cen la  noticia  imperativa  del  deber...  Cuando  una  doctrina  cualquiera  se  di- 
funde en  la  sociedad,  el  sentido  común  deduce  naturalmente  sus  consecuen- 
cias lógicas,  y  las  lleva  como  regla  infalible  al  ejercicio  de  la  vida  privada». 


REPÚBLICA  ARGENTINA  397 

imponer  á  los  lectores  de  todos  los  objetos,  progresos  y  nuevos 
descubrimientos  de  la  Historia,  la  antigüedad,  las  producciones 
naturales,  las  artes,  las  ciencias  y  la  literatura  de  este  país  ameno, 
virgen,  rico  y  venturoso.  Ayudadme  á  escribir,  oh  sabios  argenti- 
nos... Ayudadme  propicios  para  esta  obra,  y  para  acertar  á  hacerla 
dignamente,  á  Mercurio  imploremos  nos  dé  su  ciencia.» 

El  intento  era  ciertamente  patriótico,  y  se  ve  que  el  novel  pe- 
riodista había  tomado  por  principal  modelo  el  Mercurio  Peruano', 
pero  ni  su  talento  rayaba  á  la  altura  del  de  Baquijano  ó  del  de  Una- 
nue,  principales  redactores  de  aquella  célebre  Revista;  ni  el  terreno 
estaba  tan  preparado  en  Buenos  Aires  como  en  Lima  para  una  em- 
presa de  este  género,  á  pesar  del  innegable  desarrollo  que  el  espí- 
ritu de  curiosidad  científica  iba  tomando,  merced  en  gran  parte  á 
las  comisiones  de  astrónomos,  geodestas  y  naturalistas  españoles, 
que  ya  para  la  demarcación  de  límites  de  1777,  ya  para  la  explora- 
ción de  la  fauna  y  flora  del  territorio  en  1789,  depositaron  allí  los 
primeros  gérmenes  de  una  cultura  antes  desconocida.  Entonces  fué 
cuando  D.  Andrés  de  Oyarvide  trazó  la  carta  esférica  de  las  provin- 
cias septentrionales  del  virreinato;  y  D.  Diego  de  Alvear  y  D.  José 
María  Cabrer  exploraron  por  espacio  de  veinticuatro  años,  en  una 
extensión  de  más  de  500  leguas,  las  ignoradas  y  extensas  regiones 
que  bañan  el  Paraná  y  el  Uruguay;  y  D.  Félix  de  Azara  describió 
por  primera  vez  más  de  400  aves  y  cerca  de  1 00  cuadrúpedos  del 
Paraguay  y  Río  de  la  Plata,  clasificándolos  por  grupos  tan  natura- 
les, que  algunos  han  sido  admitidos  después  como  géneros;  dejando 
además  un  tesoro  de  datos  no  solo  de  historia  natural,  sino  también 
de  historia  civil  en  sus  abundantísimas  obras. 

Algo  de  este  impulso  vino  á  reflejarse,  aunque  débilmente,  en 
las  páginas  del  Telégrafo^  que  insertó  las  primeras  observaciones 
meteorológicas  hechas  en  Buenos  Aires,  y  alguna  vez  honró  sus 
páginas  con  escritos  del  naturalista  bohemio,  D.  Tadeo  Haencke 
(entonces  residente  en  Cochabamba),  compañero  que  había  sido  de 
Pineda  y  Née  en  la  expedición  científica  á  Filipinas,  Marianas  y 
Australia.  Y  realmente,  por  el  espíritu  científico  está  inspirada  la 
primera  y  más  notable  poesía  que  apareció  en  el  Telégrafo,  y  la  pri- 
mera sin  duda  de  algún  valor  é  importancia  que  se  compuso  en 


398  CAPITULO  XII 

Buenos  Aires;  la  oda  al  Paraná^  de  D.  Manuel  José  de  Labardén: 
,  Augusto  Paraná,  sagrado  río... 

Este  romance  endecasílabo,  que  hoy  nos  parece  de  un  mérito  no 
más  que  relativo,  pudo  y  debió  ser  entonces  recibido  con  asombro. 
Era  una  tentativa  de  poesía  descriptiva  americana,  con  toques  de 
color  local,  agradables  siempre,  y  novísimos  en  la  escuela  á  que  el 
autor  pertenecía. 

En  medio  del  aparato  mitológico  propio  del  tiempo,  aparecía  el 
dios  del  gran  río  argentino,  coronado  de  juncos  retorcidos  y  de  sil- 
vestre camelote. 

En  el  carro  de  nácar  i-efulgente, 
Tirado  de  caimanes  recamados 
De  verde  y  oro... 

Describíase  su  gruta,  decorada  de  perlas  nevadas  é  ígneos  to- 
pacios, 

En  que  tiene  volcada  la  urna  de  oro, 
De  ondas  de  plata  siempre  rebosando. 

El  Paraguay  y  el  Uruguay,  salían  á  su  encuentro,  conduciendo, 
para  engancharlos  á  su  carro,  los  caballos  del  mar  patagónico.  Y  po- 
seído Labardén  de  un  entusiasmo  muy  sincero,  aunque  no  muy  líri- 
camente expresado,  saludaba  á  aquel  monarca  de  los  ríos  del  Sur 
con  una  especie  de  himno  triunfal,  que  era  al  mismo  tiempo  anun- 
cio ó  presagio  de  la  opulencia  y  felicidad  que  el  poeta  auguraba 
para  su  patria  por  ministerio  de  la  industria  y  de  las  artes: 

Baja  con  majestad,  reconociendo 
De  sus  playas  los  bosques  y  los  antros. 
Extiéndase  anchuroso,  y  sus  vertientes, 
Dando  socorro  á  los  sedientos  campos. 
Den  idea  cabal  de  tu  grandeza. 
No  quede  seno  que  á  tu  excelsa  mano 
Deudor  no  se  confiese.  Tú  las  sales 
Derrites,  y  tú  elevas  los  extractos 
De  fecundos  aceites.  Tú  introduces 
El  humor  nutritivo,  y  suavizando 


REPÚBLICA   ARGENTINA  399 

El  árido  terrón,  haces  que  admita 
De  calor  y  humedad  fermentos  caros. 

Ya  enjambre  vistosísimo  de  naos 
De  incorruptible  leño,  que  es  don  tuyo. 
Con  banderolas  de  colores  varios 
Aguardándote  está... 

Ven,  sacro  río,  para  dar  impulso 
Al  inspirado  ardor:  bajo  su  amparo 
Corran  como  tus  aguas  nuestros  versos... 

¿Quién  no  ve  en  el  pensamiento,  y  hasta  en  algunos  giros  de  esta 
oda,  un  no  remoto  parentesco  con  las  Silvas  Americanas  de  Bello, 
que  no  fueron  compuestas  sino  muchos  años  después?  No  intenta- 
mos poner  en  parangón  cosas  de  mérito  tan  desigual:  la  oda  Al  Pa- 
raná es  muy  incorrecta  y  está  llena  de  versos  que  son  pura  prosa; 
pero  recuérdese  que  en  este  tiempo  Bello  no  había  pasado  aún  de  la 
insipidez  que  revela  su  poema  sobre  la  vacuna,  y  había  muy  pocos 
versificadores  en  América  capaces  de  competir  con  Labardén  en 
los  rasgos  felices  que  tiene  su  canto. 

Además  de  esta  oda,  se  publicaron  en  el  Telégrafo  fábulas  del 
Dr.  Domingo  de  Azcuénaga  y  varias  composiciones  de  Prego  de 
Oliver,  de  D.  Eugenio  del  Portillo,  que  se  firmaba  Enio  Tullio 
Grope,  y  de  D.  Manuel  Medrano ;  además  de  una  oda  Al  Comercio, 
anónima.  Pero  Labardén  era,  sin  duda,  el  más  poeta  de  todos  ellos, 
y  es  lástima  que  se  conserven  tan  pocas  muestras  de  su  numen.  Solo 
queda  un  acto  de  su  tragedia  de  asunto  americano  Siripa,  represen- 
tada en  el  Carnaval  de  1789  á  beneficio  de  los  Niños  Expósitos  (l). 

(1)  El  único  acto  que  se  conserva  es  el  segundo,  publicado  por  Gutiérrez 
en  sus  Estudios  biográficos  y  críticos  sobre  algunos  poetas  sud-americanos  ante- 
riores al  siglo  XIX  {Buenos  Aires.  Imprenta  del  Siglo,  1865),  reproducido  luego 
•en  varias  compilaciones,  y  últimamente  en  la  A^itología  de  poetas  argentitios, 
por  Juan  de  la  C.  Puig  (Buenos  Aires,  edición  M.  Biedma,  1910,  tomo  i,  pá- 
ginas 5-45).  El  original  autógrafo,  de  la  colección  Gutiérrez,  existe  en  la  Bi- 
blioteca del  Senado  Nacional. 

La  pérdida  del  resto  de  la  tragedia  es  verdaderamente  inexplicable,  pues- 
to que  consta  que  en  1835  reapareció  en  las  tablas  con  el  título  de  Siripo  y 


400  CAPITULO  XII 

Jaia  en  los  campos  de  la  matanza,  ó  la  co7tquista  de  Buenos  Aires.  Acaso  no 
era  el  texto  primitivo  de  Labardén,  sino  una  refundición.  Á  pesar  de  lo  pa- 
triótico del  asunto,  no  parece  haber  tenido  mucho  éxito,  pues  sólo  se  repre- 
sentó dos  veces. 

La  Siripa  fué  la  primera  obra  seria  del  teatro  argentino,  pero  la  habían 
precedido  algunos  saínetes  y  tonadillas  (Vid.  Bosch,  Historia  del  Teatro  en 
Buenos  Aires,  págs.  193,  467,  478-512).  Adviértase,  sin  embargo,  que  algunas 
de  estas  piezas  cortas  eran  de  origen  español,  como  el  conocidísimo  Soldado 
fanfarrón,  del  gaditano  Castillo. 

En  una  carta  á  D.  Manuel  Basabilvaso,  remitiéndole  la  Loa  que  debió  pre- 
ceder al  estreno  de  la  Siripa,  anunciaba  Labardén  que  tenía  empezados  ó  en 
proyecto  otros  dos  dramas,  La  Muerte  de  Filipo  de  Macedania  y  La  pérdida  de 
Jerusale'n.  Pero  á  juzgar  por  el  largo  fragmento  conservado  de  la  prosaica  y 
lánguida  Siripa,  no  debe  lamentarse  mucho  que  estos  ensayos  uo  llegasen  á 
granazón. 

De  la  Siripa,  dice  Gutiérrez:  «Sin  más  que  la  precedente  muestra,  sería 
arriesgado  discurrir  acerca  del  mérito  de  los  caracteres  y  de  la  consecuencia 
en  la  conducta  de  los  personajes,  que  es  una  de  las  primeras  cualidades  del 
drama.  Sin  embargo,  puede  asegurarse  que  si  á  este  respecto  no  se  trasluce 
creación  alguna  en  la  Siripa,  hay  originalidad,  y  hasta  atrevimiento  acertado, 
si  se  quiere,  en  el  asunto  tratado  en  los  términos  que  lo  ha  hecho  nuestro 
autor  [Estudios  biografieos,  pág.  89). 

Lo  que  no  alcanzamos  á  descubrir  en  la  tragedia  de  Lavardén  es  esa  origi- 
nalidad, pues  aunque  ninguno  de  sus  críticos  lo  haya  notado,  es  imitación 
de  otra  compuesta  en  lengua  italiana,  por  el  jesuíta  valenciano  D.  Manuel 
Lassala,  uno  de  los  desterrados  á  Italia  en  tiempo  de  Carlos  III.  Su  título  es 
Lucia  Miranda,  y  fué  impresa  en  Bolonia,  1784.  El  argumento,  tomado  de  las 
antiguas  crónicas  del  Paraguay,  es  el  mismo,  idénticos  los  nombres  de  los 
principales  personajes,  como  Hurtado  y  Miranda.  El  modelo  indudable  del 
P.  Lassala,  para  el  color  general  de  su  drama  y  las  sentencias  en  que  abunda, 
es  la  tragedia,  entonces  tan  celebrada,  de  Voltaire,  Alzira  ó  los  Americanos  y 
de  ella  está  tomado  el  nombre  del  cacique  Zamora.  Las  condiciones  de  estilo 
y  versificación  del  P.  Lassala  son  superiores  á  las  de  Labai-déo,  como  puede 
juzgarse  por  este  retazo: 

ZAM. 

Strano  in  ver  mi  sembra 
In  uom  guerrier  si  fimminal  costume, 
E  come  puote  all'ardue  impresse  avvezzo, 
E  al  forte  amor  di  gloria,  egli  avvilirsi 
Ai  piaceri  amorosi,  e  ai  cari  vezzi 
D'  una  femina  in  seno?  é  poi  fiaccato, 
E  ammollito  quel  cor  dai  dolci  sensi 
D'  un  lungo  amor,  come  indurarsi  puote 


t 

REPÚBLICA  ARGENTINA  4°! 

Fué  el  Licenciado  Labardén  uno  de  los  hombres  más  influyentes  y 
respetados  de  su  tiempo,  y  como  Auditor  de  guerra  (l)  de  la  Capi- 
tanía general,  mereció  y  obtuvo  la  confianza  del  virrey  Vértiz,  é 
inspiró  muchas  de  sus  disposiciones  encaminadas  al  bien  público  (2). 

Prego  de  Oliver,  cuyo  nombre  se  cita  siempre  con  el  de  su  amigo 
Labardén,  era  español  y  Administrador  de  la  Aduana  de  Montevi- 
deo. Gutiérrez  le  gradúa  de  poeta  elegaate,  aunque, mediano,  y  cita 
de  él  una  oda  Á  España  en  su  decadencia,  y  algunos  versos  eróti- 
cos. Pero  lo  que  le  dio  más  nombradla  fueron  sus  Cantos  á  las  ac- 
ciones de  guerra  con  los  ingleses  en  las  Provincias  del  Río  de  la  Pla- 
ta, en  los  años  i8o6jk  1807. 

Aquella  espléndida  reconquista,  que  inmortalizando  con  el  nom- 


Di  nuovo  á  gravi  rischi,  e  aspre  fatiche 
Di  cruda  guerra? 

GONZ. 

Eppur  s'  unisce  e  accorda 
In  lui  con  nuova  e  vicendevol  forza. 
Alia  gloria  l'amor:  quest'anzi  in  petto, 
Non  che  languente  il  cor  gli  indebolisca, 
Stimoli  ardenti  al  suo  coraggio  accresce 

lo  che  d'Urtado 

Sotto  il  medesmo  ciel  nacqui,  e  mi  strinsi 
Seco  in  dolce  amistade,  suo  valore 
Rammentarmi  pw  deggio:  or  quando  ei  scese 
In  queste  spiagge,  tu  nel  primo  incontro 
Tu  vedesti,  signor,  qual'ei  dubbioso 
Anco  del  tuo  favor,  abbandonando 
II  lido,  inverso  a  te  guidó  la  fronte 
Del  nostro  armato  stuolo... 

(,)  D  Arturo  Reynal  O'Connor,  en  su  extensa  obra  Los  Poetas  Argenii- 
nos  (Buenos  Aires,  .904),  que  según  su  propósito  ha  de  constar  nada  menos 
quede  quince  tomos,  sostiene  contra  la  opinión  de  Gutiérrez  y  de  todos  los 
que  han  escrito  antes  de  él,  que  el  poeta  Labardén  (D.  Manuel  José)  no  es  el 
auditor  de  guerra  D.  Juan  Manuel,  sino  un  hijo  suyo.  Parece  imposible  que 
tratándose  de  personajes  tan  modernos,  quepa  tal  obscuridad  y  confusión 
(vid.  tomo  I  de  la  obra  de  Reynal,  págs  137-226). 

(2)    Buenos  Aires,    1808.  Son  cuatro  odas  que  antes  se  habían  impreso 

sueltas.  • 

En  El  Correo  de  Comercio,  que  publicaba  en  i8io  D.  Manuel  Bel  grano,  hay 
también  versos  de  Prego  de  Oliver.  [Himeneo— ^n^  sátira.) 


402  CAPITULO  XII 

bre  de  Liniers  el  del  pueblo  de  Buenos  Aires,  dio  por  primera  vez 
á  los  argentinos  la  conciencia  de  su  fuerza  viéndose  vencedores  de 
los  primeros  soldados  del  mundo,  provocó  en  España  y  en  América 
una  explosión  poética  comparable  con  la  que  dos  años  antes  había 
estallado  después  de  Trafalgar.  Ante  el  recuerdo  de  la  magnífica 
oda  de  D.  Juan  Nicasio  Gallego  A  la  defensa  de  Buenos  Aires,  que- 
dan las  demás  reducidas  á  mera  curiosidad  bibliográfica;  pero  no 
faltan  en  algunas  de  ellas  (l)  cosas  estimables,  dentro  de  la  rígida 


(i)  El  Sr.  Medina,  en  su  obra  ya  citada,  La  Imprenta  de  Btietios  Aires, 
reproduce  íntegras  las  principales,  y  trae  una  bibliografía  muy  copiosa  de 
todas  ellas;  de  la  cual  extracto  las  notas  siguientes,  que  me  parecen  de  algún 
interés  histórico  por  lo  que  pueden  contribuir  á  la  ilustración  de  aquel  me- 
morable suceso. 

— A  la  reconquista  de  la  capital  de  Buenos  Aires  por  las  tropas  de  mar  y  tierra 
á  las  órdenes  del  capitán  de  Navio  D.  Santiago  Liniers,  el  día  1 2  de  Agosto  de 
1806.  (De  Prego  de  Oliver.)  Buenos  Aires,  en  la  imprenta  de  Niños  Expósi- 
tos, 1806. 

Á  la  gloriosa  memoria  del  tetiiente  de  fragata  D.  Agustín  Abreu,  muerto  de 
resultas  de  las  heridas  que  recibió  en  la  acción  del  campo  de  Maldonado  con  los 
ingleses  el  día  "j  de  Noviembre  de  1806.  Su  a?nigo  D.  Joseph  Prego  de  Oliver... 
Buenos  Aires...  Año  1S06. 

—  Oda  en  elogio  de  la  que  D.  Joseph  Prego  de  Oliver  dedicó  á  la  buena  7nemo- 
ria  de  su  amigo  D.  Agustiri  Abreu...  (De  autor  anónimo.) 

— A  Mo7itevideo,  tomada  por  asalto  por  los  ingleses  en  3  de  Febrero  de  1807, 
siendo  Gobernador  de  dicha  plaza  el  brigadier  de  la  Real  Armada,  D.  Pascual 
Ruiz  Huidobro.  Por  D.  José  Prego  de  Oliver... 

— Al  Sr.  D.  Santiago  de  Liniers,  brigadier  de  la  Real  Armada  y  Capitán  gene- 
ral de  las  Provincias  del  Río  de  la  Plata,  por  la  gloriosa  defensa  de  la  capital  de 
Buenos  Aires,  atacada  de  diez  mil  ingleses  el  5  de  Julio  de  1807.  Por  D.  José 
Prego  de  Oliver.  Oda... 

— Romance  heroyco  en  que  se  hace  relación  circunstanciada  de  la  gloriosa  re- 
conquista de  la  ciudad  de  Buenos  Aires,  capital  del  Vireynato  del  Rio  de  la  Plata, 
verificada  el  día  12  de  Agosto  de  1806.  Por  un  fiel  vasallo  de  S.  M.  y  amante  de 
la  patria...  Btie7ios  Aires...  Año  de  1807.  (Fué  su  autor  el  presbítero  D.  Pan- 
taleón  Rivarola,  profesor  de  filosofía  en  el  Colegio  de  San  Carlos,  que  la 
compuso  en  forma  de  romance  de  ciego,  ó  como  él  dice,  «en  verso  corrido, 
porque  esta  clase  de  metro  se  acomoda  mejor  al  canto  usado  en  nuestros  co- 
munes instrumentos,  y  por  consiguiente,  es  el  más  á  propósito  para  que 
toda  clase  de  gentes  lo  decore  y  cante:  los  labradores  en  su  trabajo;  los  arte- 


REPÚBLICA  ARGENTINA  403 

y  enfática  monotonía  con  que  los  falsos  Píndaros  de  la  escuela  espa- 
ñola de  entonces  querían  simular  el  arrebato  lírico. 

No  sin  expresiva  ternura,  decía,  por  ejemplo,  Prego  de  Oliver, 
deplorando  la  muerte  de  su  amigo  el  heroico  teniente  de  fragata 
Abreu: 

sanos,  en  sus  talleres;  los  señores  en  sus  estrados,  y  la  gente  común,  por  las 

calles  y  plazas.») 

—Adiciones  y  correcciones  á  la  dedicaioria  qtie  el  autor  del  Romance  heroyco 
sobre  la  reconquista  de  Buenos  Aires  hizo  al  M.  I.  Cabildo...  Buenos  Aires...  1807. 
(Versa  principalmente  sobre  los  errores  históricos  del  romance,  y  se  atribu- 
ye á  D.  José  Joaquín  de  Araujo.  Romance  y  adiciones  fueron  reimpresos  en 
Lima,  al  año  siguiente  1808.) 

—La  gloriosa  defensa  de  la  ciudad  de  Buenos  Aires,  capital  del  Vireynafo 
del  Río  de  la  Plata,  verileada  del  2  al  ^  de  Julio  de  1807.  Brevemetite  delineada 
en  verso  suelto,  con  notas,  por  un  fiel  vasallo  de  S.  M.  y  amante  de  la  patria, 
quien  lo  dedica,  con  notas,  al  Sr.  D.  Santiago  Liniers  y  Bremont...  Buenos 
Aires...  Año  de  1807.  (Son  nuevos  romances  de  ciego,  compuestos  por  el  doc- 
tor Ri  va  rol  a.) 

—Poema  panegírico  de  las  gloriosas  proesas  (sic.)  del  E.  S.  D.  Saiitiago 
Liniers  y  Bremont...  dirigido  en  obsequio  de  su  excelencia  y  demás  personas  y 
gremios  que  han  contribuido  d  la  defensa  de  nuestro  patrio  suelo  en  dos  ataques 
contra  la  nación  británica.  Por  el  Dr.  D.  Joseph  Gabriel  Ocampo,  Cura  y  Vica- 
rio de  las  Doctrinas  de  San  Juan  Bautista  de  Tinogasta,  partido  de  Catamarca, 
provincia  de  Córdoba  del  Tucumán...  Buefios  Aires...  1807.  (Son  treinta  y  nueve 
detestables  décimas.) 

—Breve  recuerdo  del  formidable  ataque  del  exército  inglés  á  la  ciudad  de  Bue- 
nos Aires,  y  su  gloriosa  defensa  por  las  legiones  patrióticas  el  día  5  de  Julio 
de  1807.  (Contiene  cuatro  composiciones  en  varios  metros,  que  se  atribuyen 
al  mismo  Dr.  Ocampo,  y  que  de  todos  modos  son  muy  malas.  La  más  tole- 
rable es  un  romance  endecasílabo  que  se  titula:  Canto  de  reconocimie7ito  al 
Dios  de  los  ejércitos,  según  los  sentimientos  de  algunos  sahnos  y  cánticos  de  la  Sa- 
grada Escritura,  por  el  inestimable  beneficio  que  ?ios  ha  dispensado  el  día  5  de 

Julio.) 

—Poema  que  un  amante  de  la  patria  consagra  al  solemne  sorteo  celebrado  en 
la  plaza  Mayor  de  Buenos  Aires  por  la  libertad  de  los  esclavos  que  pelearon  en 
su  defensa. — 1807. 

Fué  autor  de  esta  oda  el  franciscano  Fr.  Cayetano  Rodríguez,  y  de  ella 
dice  D.  J.  M.  Gutiérrez:  «Este  dignísimo  varón  no  se  sintió  inspirado  por  la 
victoria,  que  costaba  sangre,  sino  por  la  magnanimidad,  que  desataba  cadenas 
del  pie  del  hombre  esclavo...  La  aurora  de  la  revolución  baña  ya  con  su  luz 


404  CAPITULO  XII 

¡No  sonará  tu  voz  en  mis  oídos! 
Aquella  voz  que  de  consejo  llena 
El  penoso  vivir  me  solazaba... 

El  mismo  poeta,  en  estrofas  de  agradable  corte,  que  recuerdan  el 
estilo  de  Arriaza,  saludaba  de  este  modo  á  Liniers,  después  de  su 
segunda  victoria: 

¡Gloria  inmortal  al  héroe  que  al  britano 
Lanzó  del  patrio  suelo! 
Bajo  la  augusta  bóveda  del  cielo 
No  resonó,  señor,  tu  nombre  en  vano: 
Tu  militar  denuedo 
Dio  al  hispano  salud,  al  anglo  miedo... 


azulada  las  estrofas  del  franciscano.>  Á  pesar  de  tal  recomendación,  la  oda  es 
de  las  peores  que  se  escribieron  en  aquellas  circunstancias.  El  P.  Rodríguez, 
maestro  del  célebre  Moreno,  y  uno  de  los  hombres  más  importantes  de  la 
Revolución,  brilló  más  como  orador  sagrado  que  como  poeta  (a).  Véase  lo 
que  de  él  escribe  Gutiérrez  en  sus  Apuntes  biográficos  de  escritofes^  oradores  y 
hombres  de  Estado  de  la  República  Argentina  (Buenos  Aires,  1860),  y  en  su 
estudio  De  la  elocuejicia  sagrada  en  Buenos  Aires  antes  de  la  revolución. 
(Tomo  II  de  la  Revista  de  Bue7ios  Aires,  págs.  2S0-281),  y  el  reciente  estudio 
de  Fr.  Pacífico  Otero,  de  la  Orden  de  San  Francisco,  Fr.  Cayetano  (b)  (Buenos 
Aires,  1908). 

— Relación  en  que  se  i7idividualiza  la  entrega  de  la  Lámina  que  costeó  y  con- 
sagró la  muy  noble  villa  de  Oruro  á  la  memoria  de  las  dos  gloriosas  acciones 
ejecutadas  en  esta  capital  los  días  12  de  Agosto  de  1806^  5  de  Julio  de  1807.... 
Buenos  Aires,  1808.  (Contiene  varias  inscripciones  en  verso.) 

— Sucinta  tnemoria  sobre  la  segunda  invasión  de  Buenos  Aires  el  mes  de  Julio 
de  1807...  Buenos  Aires,  1808.  (Está  en  octavas  reales,  con  largos  comentarios 
en  prosa.) 

— La  reconquista  de  Buenos  Aires  por  las  arjuas  de  Su  Majestad  Católica... 

(a)  Sobre  el  Dr.  Rivarola,  vid.  Reynal  O'CoDnor,  Los  poetas  argentinos.  (I,  págs.  226-280). 

(b)  Fr.  Cayetano  Rodríguez  compuso  muchos  versos  patrióticos  después  de  1810,  pero  apenas 
se  encuentra  en  ellos  nada  tolerable,  salvo  esta  estrofa  de  una  oda  al  paso  de  los  Andes  por  el 
general  San  Martín: 

Parece  que  las  nieves,  que  los  mismos 

Peñascos  eminentes, 
Que  los  profundos,  hórridos  abismos, 
A  su  valor  se  muestran  obedientes, 
Y  que  las  altas  cumbres  y  cuchillas, 
Mientras  él  pasa,  doblan  las  rodillas. 


REPÚBLICA    ARGENTINA  405 

Cubrid  el  suelo  de  arrayán  y  rosa; 
Que  ya  lleno  de  gloria 
Se  acerca  el  capitán,  y  la  victoria 
Imprime  el  pie  donde  su  planta  posa. 
Marte  le  dio  la  lanza, 
Virtud  el  cielo,  la  virtud  templanza... 

Más  celebrado  fué  entonces,  y  más  reputación  tradicional  ha  con- 
servado, aunque  ciertamente  no  serán  muchos  los  que  en  nuestros 
tiempos  le  hayan  leído  entero,  El  Triunfo  argentino^  interminable  j 
prosaico  romanzón  endecasílabo  de  D.  Vicente  López  y  Planes,  que 
tomó  parte  activa  en  aquella  jornada  como  capitán  de  una  compa- 
ñía de  voluntarios  patricios.  Tal  circunstancia,  á  la  vez  que  da  valor 
histórico  á  su  testimonio,  explica  el  calor  y  la  animación  de  algunos 
trozos  en  que  el  poeta,  á  pesar  de  su  medianía,  acertó  á  ser  intér- 
prete del  sentimiento  unánime  y  sincero  de  su  pueblo.  Por  lo  demás, 

Silva,  por  D.  Manuel  Pardo  de  Andrade...  Reimpresa  eji  Buenos  Ayres...  Añ^ 
de  1808. 

De  este  mismo  poeta  gallego,  que  era  oidor  de  Barcelona,  hay  otra  com- 
posición al  mismo  asunto. 

— Derrota  de  los  ingleses  el  5  de  Julio  de  1807.  Silva,  por  D.  Mamiel  Pardo 
de  Andrade.  Publícala  el  Real  Consulado  de  la  Coruña  en  obsequio  de  sus  anti- 
guos corresponsales  y  amigos,  los  valerosos  habitantes  de  aquella  leal  y  gloriosa 
ciudad.  La  Coruña,  1807. 

— El  Triunfo  Argentiiio.  Poema  heroico  en  mejiioria  de  la  gloriosa  defensa  de 
la  capital  de  Buenos  Ayres  contra  el  ejército  de  1 2.000  hombres.,  que  le  atacaron 
los  días  2  d  6  de  Julio  de  1807.  Por  D.  Vicente  López  y  Planes,  capitán  de  la  Le- 
gión de  Patricios  de  la  misjna  capital.  En  Buenos  Aires.  Año  1808. 

— Buenos  Aires  reconquistada,  poema  etidecasilábico.  Por  J.  B.  de  Portegueda. 
I  México,  1806,  4.") 

—  Oda  á  la  gloriosa  defettsa  de  Buenos  Ayres  por  los  españoles  e?i  los  días  5  y 
6  de  Julio  de  1807.  Dedícala  al  teniente  de  navio  D.  Manuel  de  la  Iglesia  y  Da- 
rrac,  su  hermano.  Sin  1.  ni  a.  Imprenta  de  Quintana.  (Es  edición  peninsular.) 

— Rimas  en  honor  de  la  España.  Por  D...  Madrid,  en  la  Impreiita  Real.  Año 
de  1817.  Contiene  un  canto  épico,  La  invasión  itiglesa  en  la  América  meridio- 
nal. El  autor  de  estas  Rimas  fué  D.  Mariano  Colón,  Duque  de  Veragua. 

Rasgo  poético  á  los  habitantes  de  Buetios  Aires,  en  obsequio  del  valor  y  lealtad 
con  qjie  expelieron  á  los  ingleses  de  la  América  Meridiofial el  5  de  Julio  de  1807... 
Reimpreso  en  Buenos  Aires...  Año  de  1808. 

(Es  un  romance  endecasílabo;  su  autor,  D.  Miguel  Belgrano.) 


4o6  CAPÍTULO  XII 

el  poema  está  lleno  de  reminiscencias  virgilianas,  especialmente  del 
libro  VII  de  la  Eneida. 

El  Triunfo  Argentino.,  aunque  consagrado  todavía  á  la  gloria  de 
las  armas  españolas,  puede  considerarse  como  el  primer  destello  de 
la  poesía  patriótica  argentina,  puesto  que  lo  que  principalmente 
exalta  es  el  heroísmo  del  pueblo  de  Buenos  Aires.  Cabalmente  el 
mismo  López  Planes  iba  á  ser  uno  de  los  prohombres  de  la  revolu- 
ción, ya  como  secretario  del  general  Ocampo,  en  l8lO,  ya  como 
diputado  á  la  Soberana  Asamblea  de  1813,  ya  como  ministro  del 
dictador  Pueyrredón,  en  1 8 16,  ya  como  Presidente  de  las  Provin- 
cias Unidas  del  Río  de  la  Plata,  en  1827.  Su  nombre  es  principal- 
mente famoso  por  ir  unido  al  Himno  Nacional  Argentino.,  que  puso 
en  música  el  catalán  D.  Blas  Parera.  Este  himno  es  el  mejor  de  los 
cantados  en  América  durante  el  período  revolucionario,  lo  cual  no 
quiere  decir  que  sea  una  obra  maestra,  ni  mucho  menos.  Desde 
luego,  empieza  con  un  verso  que  no  lo  es,  si  se  pronuncia  como  es 

debido: 

«Oíd,  mortales,  el  grito  sagrado... ^ 

y  hay  otros  varios  también  mal  acentuados,  cosa  doblemente  grave 
en  una  composición  destinada  al  canto. 

Pero  en  conjunto,  esta  marcha  guerrera  tiene  viveza  é  ímpetu  bé- 
lico. Se  ve  que  el  autor  quiso  imitar  el  canto  de  guerra  que  Jovella- 
nos  había  compuesto  para  Asturias  en  1811: 

«Ved  qué  fieros  sus  viles  esclavos 
Se  adelantan  del  Sella  al  Nalón, 
Y  otra  vez  sus  pendones  tremolan 
Sobre  Torres,  Naranco  y  Gozón.» 


Y  dice  López  remedándole: 


«¿No  los  veis  sobre  Méjico  y  Quito 
Arrojarse  con  saña  tenaz, 
Y  cuál  lloran,  bañados  en  sangre, 
Potosí,  Cochabamba  y  la  Paz?...» 


Compuso  López  otras  poesías  de  circunstancias,  que,  generalmen- 


REPÚBLICA    ARGENTINA  4^7 

te  valen  poco  (l).  Quizá  merezca  exceptuarse  una  oda  A  ¡a  batalla 
de  Maípo,  aunque  '^parezca  exagerado  el  elogio  de  Gutiérrez:  .La 
composición  que  comienza,  Aquella  ingrata  noche  había  pasado, 
es  intachable  entre  las  que  se  conocen  de  López.» 

Con  él  compartieron,  en  los  días  de  la  guerra,  el  oficio  de  poetas 
patrióticos,  el  sargento   mayor  de  artillería  D.  Esteban  Luca,  don 
Juan  Crisóstomo  Lafinur,  y  otros  versificadores  clásicos  de  menos 
nombre.  Luca  tenía  más  estro  y  dicción  más  poética  que  López;  su 
Canto  lírico  d  la  libertad  de  Lima  (2)  contiene  trozos  de  noble  y  ma- 
jestuosa entonación  en  el  género  de  Quintana;  sus  odas  A  la  batalla 
de  Chacabuco  y  Al  triunfo  de  lord  Cochrane  en  el  Callao,  son  cier- 
tamente poesías  de  escuela,  atestadas  de  fárrago  mitológico  y  de  in- 
vocaciones á  Apolo  y  á  las  Musas,  pero  están  versificadas  con  mucho 
vicor,  y  valen  más  que  las  de  Fernández  Madrid  y  otros  colombia- 
no'^s  y  mejicanos  que  por  entonces  lograban  efímera  gloria,  obscure- 
cida del  todo  apenas  resonó  el  canto  victorioso  de  Olmedo.  A  Lafi- 
nur le  considera  Gutiérrez  como  «el  poeta  romántico  de  esta  época 

(O  En  El  Correo  del  Comercio,  que  publicaba  en  1810  D.  Manuel  Bel- 
arano,  hay  de  D.  Vicente  López,  una  oda  titulada  Delicias  de  la  vida  del 
labrador.  Falta  en  la  colección  más  completa  que  de  las  poesías  de  D  Vi- 
cente López  conocemos,  es  á  saber  la  que  figura  en  el  tomo  11  de  la  AMologza 
de  poetas  argetitinos,  por  Juan  de  la  C.  Puig  (págs.  60-146). 

(2)     Es  aquél  tan  celebrado,  que  comienza: 

«No  es  dado  ¡í  los  tiranos 
Eterno  hacer  su  tenebroso  imperio...» 

Luca  naufragó  en  el  Río  de  la  Plata,  en  Marzo  de  1824,  volviendo  de  Rio 
Janeiro,  sin  que  se  pudiese  encontrar  su  cadáver.  Este  fin  trágico  ha  inspi- 
rado á  Olegario  Andrade  su  fantasía  de  El  Arpa  perdida,  que  termina  con 
estos  versos: 

«Desde  entonce  el  viajero 
Oye  en  la  noche  plácida  y  serena, 
Ó  entre  el  rumor  de  la  tormenta  brava, 
Como  el  eco  de  dulce  cantilena 
Que  de  lejos  lo  llama; 
Es  el  arpa  perdida. 
El  arpa  del  poeta  peregrino. 
Casi  olvidado  de  la  patria  ingrata. 
Que  duerme  entre  los  juncos  de  la  orilla 
Del  turbulento  y  caudaloso  Plata.» 

Mbsííndbz  1  TeIjAyo.  — Poesía  hispano-americana.  II. 


4C8  CAPÍTULO  XII 

clásica»  (romántico  á  la  manera  de  Cienfuegos);  y  pondera  mucho 
sus  tres  elegías  á  la  muerte  del  general  Belgrano,  «por  su  pasión,  por 
su  abundancia  y  por  su  ternura  casi  filiah^;  pero  de  tales  encomios 
hay  que  descontar  bastante  cuando  se  leen  las  celebradas  elegías  y 
se  tropieza  con  versos  de  esta  laya: 

«Así  la  rosa,  cuando  dulce  expira, 
Descarga  su  fragancia  en  quien  la  mira.> 

Lafinur,  cuyo  gusto  no  llegó  á  formarse  nunca,  era,  al  decir  del 
mismo  Gutiérrez,  «uno  de  esos  hombres  de  acción  y  de  entusiasmo, 
cuyos  escritos  son  inferiores  á  su  talento  y  á  su  fama».  En  los  vein- 
tisiete años  de  su  vida,  fué  sucesivamente  sochantre  de  la  catedral 
de  Córdoba,  militar,  periodista  en  Chile  en  colaboración  con  Fr.  Ca- 
milo Enríquez,  músico,  y  profesor  de  filosofía  materialista,  de  cuyos 
errores  abjuró  después,  muriendo  como  fervoroso  cristiano  (l) 

Más  notable  también  por  su  personalidad  excéntrica  y  aventure- 
ra, por  su  raro  talento  y  \-ariedad  de  facultades,  que  por  sus  escritos, 
que  fueron  muy  poco  numerosos,  se  nos  presenta  otro  argentino, 
D.  Juan  Antonio  Miralla,  natural  de  Córdoba  del  Tucumán  (2).  Es- 

(1)  La  mayor  parte  de  las  poesías  patrióticas  de  los  autores  citados  hasta 
aquí,  y  de  otros  que  omitimos,  están  recopiladas  en  una  colección,  ya  muy 
rara,  que  se  publicó  en  Buenos  Aires  durante  la  administración  de  Rivadavia: 

iLa  Lira  Argentina,  d  Colección  de  las  Piezas  Poéticas,  dadas  d  luz  en  Bue- 
nos Ayres  durante  la  guerra  de  su  independencia.  Buenos  Ayres,  1824,  4.°,  vii- 
515  páginas.» 

Muchas  de  ellas  pasaron  á  la  América  Poética  de  Valparaíso. 

Además  de  La  Lira,  se  imprimió  en  1S27  una  Colección  de  poesías  patrióticas 
formada  por  D.  Esteban  de  Luca,  D.  Juan  Cruz  Várela  y  D.  Esteban  Echeve- 
rría, pero  no  llegó  á  circular,  ni  se  conoce  más  ejemplar  que  el  de  la  Biblio- 
teca Nacional  de  Buenos  Aires.  Vid.  el  índice  de  la  Atitologia  del  Sr.  Puig 
(tomo  I,  págs.  ix-x). 

(2)  Véase  la  biografía  de  Miralla  por  Gutiérrez,  en  el  tomo  x  de  la  Revista 
de  Buenos  Aires,  1866,  págs.  473-522. 

El  poeta  colombiano  D.  José  María  Salazar,  deploró  la  temprana  muerte  de 
Miralla  en  una  elegía,  á  la  cual  pertenecen  estos  versos: 

«Cuando  más  esperanza  prometía, 
Le  sorprendió  la  muerte  en  su  camino: 
Bajó  la  noche  en  la  mitad  del  día.» 


REPÚBLICA    ARGENTINA  4O9 

tudiante  de  medicina  en  Lima;  comerciante  en  la  Habana;  amigo 
de  Vai-o-as  Tejada  y  de  Fernández  Madrid,  con  quien  fundó  en  1 82 1, 
El  Argos  (l);  conspirador  contra  España  en  Colombia,  en  Méjico  y 
en  los  Estados  Unidos,  pasó  la  mayor  parte  de  su  vida  fuera  del 
suelo  natal,  y  murió  en  Puebla  de  los  Ángeles  en  1825.  Apenas 
éueda  de  él  ninguna  obra  original;  pero  hizo  dos  versiones  muy 
curiosas:  la  de  las  Cartas  de  Jacobo  Ortís,  de  Hugo  Foseólo  (publi- 
cada en  la  Habana  en  1822,  reimpresa  en  Barcelona  en  1833,  y  en 
Buenos  Aires  en  1 83 5),  donde  los  breves  pasajes  de  Dante  y 
Alfieri  que  Foseólo  cita  están  puestos  en  verso  castellano  con  nota- 
ble propiedad  y  acierto  (2);  y  la  literalísima  traducción,  casi  impro- 

(i)  En  el  período  constitucional  de  1820  á  1823,  Miralla  llegó  á  ejercer 
grande  influencia  política  en  la  Habana,  para  lo  cual  tenía  notables  condicio- 
nes de  tribuno.  Su  amigo  Fernández  Madrid  le  dedicó  un  soneto  por  haber 
xiquietado  q\  furor  papilar  en  un  tumulto  que  estalló,  no  sabemos  con  qué 
motivo,  en  15  de  Abril  de  1820: 

¿Visteis  alguna  vez  del  mar  airado 
Encresparse  las  olas  agotadas 
Cuando  de  opuestos  vientos  contrastadas 
Bramando  sin  piedad  se  han  levantado? 

Ya  descienden  de  un  cielo  encapotado 
Las  centellas  por  Júpiter  lanzadas; 
Ya  no  atiende  á  las  velas  destrozadas 
El  marinero  absorto  y  consternado. 

Pero  armada  la  diestra  del  tridente. 
Habla  Neptuno  y  calla  el  Océano 
Que  la  voz  reconoce  omnipotente. 

Imagen  de  ese  mar  fué  el  pueblo  Habano 
Y  de  Neptuno  el  joven  elocuente. 
Que  aplacar  supo  su  furor  insano. 

Este  soneto,  como  se  ve,   es  imitación  de  un  bello  pasaje   de  Virgilio. 

<^n.  I,  V.  148-153): 

Ac,  veluti  magno  in  populo  quum  saepe  coorta  est 
Scditio,  saevitque  animis  ignobile  volgus; 
lamque  faces  et  saxa  volant;  furor  arma  ministrat; 
Tum,  pielate  gravem  ac  meritis  si  forte  virum  quem 
Conspexcre,  silent,  adrectisque  duribus  adstant; 
Ule  regit  dictis  ánimos,  et  pectora  mulcent, 
Sic  cunctus  pelagi  cecidit  fragor... 

(2)     Últimas  cartas  de  Jacobo  Dórlis.  Traducidas  por  D.  José  Antonio  Mira- 
lia.  Primera  (y  segunda) /ar/í;.  Habana^  Imprenta  Fraternal^  1S22,  8.°. 

Últimas  cartas  de  Jacobo  Ürtis,  por  Hugo  Tascólo  (sic  por  Foseólo).  Barce- 


41  o  CAPITULO  XII 

visada,  que  en  1823  hizo  de  la  elegía  de  Tomás  Gray,  En  el  cemen- 
terio de  una  aldea^  hecha  verso  por  verso,  á  pesar  de  la  gran  dife- 
rencia de  concisión  entre  ambas  lenguas  (l).  Los  demás  intérpretes 
castellanos  de  esta  elegía,  entre  los  cuales  se  aventaja  D.  Enrique 
de  Vedia,  han  tenido  que  acudir  á  la  paráfrasis,  empleando  una  ter- 
cera parte  más  de  versos  que  el  original,  con  lo  cual  la  expresión 
poética  pierde  mucho  de  su  fuerza;  pero  Miralla  acometió  la  lucha 
cuerpo  á  cuerpo;  y  si  no  puede  decirse  que  saliera  siempre  victo- 
rioso, porque  era  empresa  casi  imposible,  á  lo  menos  superó  enor- 
mes dificultades,  y  en  algunas  estrofas  acertó  á  no  perder  nada  del 
texto  y  á  calcarle  en  una  expresión  sobria  y  castiza,  sin  afectación 
ni  violencia  (2).  Como  esta  traducción,  aunque  bastante  conocida 

lona,  imp.  de  A.  Bergnes,  con  licencia,  1833.  Es  el  tomito  xxviii  de  la  Biblioteca 
selecta,  portátil  y  econo'mica,  o'  sea  Colección  de  novelas  escogidas,  que  aquel  edi- 
tor publicaba. 

Últimas  caftas...  Buenos  Aires,  1835.  Impriesión  costeada  por  D.  Patricio 
Basabilvato,  amigo  de  Miralla. 

El  texto  de  Barcelona  está  muy  mutilado.  Como  no  he  visto  ninguna  de 
las  dos  ediciones  americanas,  ignoro  si  estas  mutilaciones  deben  atribuirse 
exclusivamente  á  la  censura  española  del  tiempo  de  Fernando  VIL 

(i)  El  verso  siguiente,  por  ejemplo,  es  un  portento  de  literalidad;  no  se 
puede  ir  más  lejos: 

The  paths  of  glory  lead  but  to  grave. 


La  senda  de  la  gloria  va  al  sepulcro. 


(2)  Las  traducciones  ó  imitaciones  en  verso  castellano  de  la  elegía  de 
Gray,  que  recuerdo,  son: 

d)  Pérez  del  Camino  (D.  Manuel  Norberto).  Elegía  escrita  sobre  el  ceme7i- 
terio  de  una  aldea  (imitación  del  inglés).  En  las  notas  que  puso  á  los  cuatro 
poemas  de  Gabriel  Legouvé,  El  Mérito  de  las  mujeres,  Los  Recuerdos,  La 
Sepultura,  La  Melancolía,  puestos  por  él  en  verso  castellano  (Burdeos,  1822, 
págs.  282-292). 

La  traducción  ó  imitación  está  en  tercetos,  y  es  bastante  débil. 

Ya  la  campana  en  lúgubre  lamento 
Anuncia  el  fin  del  día  moribundo... 

b)  Alonso  (D.  José  Vicente).  De  este  poeta,  natural  de  Ávila,  pero  tenido 
generalmente  por  granadino  (1775-1841),  por  haber  residido  casi  toda  su  vida 
en  la  metrópoli  del  Genil  y  el  Darro,  de  cuya  Chancillería  fué  relator,  cita 


REPÚBLICA  ARGENTINA  4II 

en  América,  por  haber  sido  reproducida  en  muchos  periódicos  de 
Méjico,  \^enezuela,  Colombia  y  Buenos  Aires,  lo  es  muy  poco  en 
España,  no  estará  de  más  dar  aquí  alguna  muestra  de  sus  nerviosos 
y  viriles  versos,  que  no  son  la  menor  prueba  de  la  concisión  que 
cabe  en  nuestra  lengua: 

D.  Leopoldo  Augusto  de  Cueto  (Poetas  líricos  del  siglo  XVIII,  tomo  iii,  pá- 
gina 664),  tuna  traducción  en  tercetos  de  Ja  famosa  elegía  inglesa  de  Gray, 
The  Country  Church-Yard» .  No  se  hace  mérito  de  ella  en  la  breve  noticia 
que  se  dio,  al  fallecimiento  de  Alonso,  en  La  Alhambra,  tomo  iv,  pág.  431. 

Como  por  aquellos  años  se" hizo  en  Granada  otra  versión  de  la  elegía  de 
Gray,  es  posible  que  haya  alguna  confusión  en  la  noticia,  puesto  que  el  tra- 
bajo no  parece  muy  propio  del  gusto  dominante  en  las  composiciones  de 
Alonso,  conocido  especialmente  por  su  parodia  dramática  ó  tragedia  burlesca 
Pancho  y  Meiidrugo,  por  su  traducción  de  los  Besos  del  poeta  holandés-Juan 
Segundo,  y  un  poema  del  género  del  abate  Casti,  La  horrible  venganza,  obrita 
primorosamente  versificada  en  octavas  reales,  que  por  escrúpulos  quizá  ni- 
mios no  se  decidió  á  indicar  en  su  antología  el  Sr.  de  Cueto. 

c)  D.  José  Fernández  Guerra,  literato  granadino  (i 791-1846),  padre  y 
maestro  de  los  dos  ilustres  académicos  D.  Aureliano  y  D.  Luis,  hizo  dos  tra- 
ducciones ó  imitaciones  de  El  cemenicrio  de  la  aldea,  enteramente  diversas 
hasta  el  punto  de  no  tener  apenas  un  verso  común.  En  el  primer  texto,  leído 
en  la  sesión  de  competencia  del  Liceo  de  Granada  la  noche  del  24  de  Julio  de 
1840,  é  impreso  en  La  Alhambra,  revista  de  aquella  ciudad  (tomo  m,  páginas 
207-210),  el  traductor,  usando  de  la  libertad  romántica  en  el  cambio  de  me- 
tros, usa  cuartetos  endecasílabos  agudos,  romancillos  eptasilábicos,  y  tercetos: 

Inc.  La  campana  ya  fúnebre  tañía, 

Y  el  alma  recordaba  con  terror; 
Era  llegado  el  término  del  día 

Que  nacer  viera  en  delicioso  albor... 

Más  adelante,  comprendiendo  que  sólo  alteraba  el  carácter  de  la  composi- 
ción, que  es  de  las  más  clásicas  de  la  poesía  inglesa,  refundió  la  elegía,  escri- 
biéndola toda  en  tercetos  y  mejorándola  mucho.  Esta  segunda  versión  pos- 
tuma fué  publicada  por  D.  Manuel  Cañete  en  el  Heraldo,  periódico  de 
Madrid  (7  de  Abril  de  1850). 

La  luz  desmaya  que  ostentara  el  día; 

Y  la  campana,  con  clamor  forzado, 
El  balante  rebaño  al  redil  guía... 

d)  El  escritor  encartado,  D.  Enrique  de  Vedia,  que  es  el  mejor  traductor 
de  poesías  inglesas,  dejó  una  que  bien  puede  calificarse  de  clásica  y  magis- 


412  CAPITULO  XII 

«So  aquellos  tilos  y  olmos  sombreados, 
Do  el  suelo  en  varios  cúmulos  ondea, 
Para  siempre  en  sus  nichos  colocados 
Duermen  los  rudos  padres  de  la  aldea  (i). 

¡Cómo  las  mieses  á  su  hoz  cedían, 
Y  los  duros  terrones  á  su  arado! 
¡Cuan  alegres  sus  yuntas  dirigían! 


tral  de  la  elegía  de  Gray.  No  puedo  puntualizar  ahora  la  fecha  del  cuadernito 
en  que  fué  impresa  en  Londres  ó  en  Liverpool  (¿1845  á  1848?)  con  bastantes 
erratas  que  desazonaron  al  traductor  hasta  hacerle  retirar  de  la  circulación 
la  mayor  parte  de  la  tirada.  Después  se  ha  reproducido  mucho  en  periódicos 
de  España  y  América,  y  últimamente  en  el  precioso  librito  de  D.  Miguel 
Antonio  Caro,  Traducciones  Poéticas,  1889,  págs.  206-216  (donde  la  firma  del 
traductor  está  equivocada,  por  cierto,  D.  Hevia): 

Ya  de  la  queda  el  toque  reposado 
Anuncia  el  fin  del  moribundo  día, 
Y  por  la  loma  el  mugidor  ganado 
Camina  lentamente  á  la  alquería... 

é)  Gómez  (D.  Ignacio)  entre  los  Arcades  de  Roma  Clitauro  Italense,  poeta 
guatemalteco  (18 13).  En  el  tomo  i  de  la  Galería  poética.  Carta  Americana  de 
D.  Ramón  Uriarte  (Guatemala,  1888),  págs.  207-21 1,  está  su  traducción  de  la 
Elegía  escrita  en  el  cemefiterio  de  una  aldea: 

Ya  el  bronce  anuncia  el  moribundo  día, 
Torna  al  redil  la  grey  con  ronca  queja, 
El  rústico  á  su  hogar  la  planta  guía 
Y  á  las  sombras  y  á  mí  la  tierra  dejan. 


(l)  Bejieath  thoserugged  elmes,  tliat yew-tree's  shade, 

Where  heaves  the  turf  in  many  a  mould'ring  heap, 
Eack  in  his  narrow  cell  for  ever  laid, 
The  rude  forefathers  of  the  hamlet  sleep. 


Vedia  emplea  doble  número  de  versos: 


Bajo  de  aquellos  álamos  frondosos. 
Del  tejo  melancólico  á  la  sombra 
Donde  se  alza  en  mogotes  numerosos 
El  césped  verde  en  desigual  alfombra. 

En  su  estrecha  morada  colocados 
Bajo  la  humilde  cruz  que  allí  campea, 
Descansan  sin  afanes  ni  cuidados 
Los  rústicos  abuelos  de  la  aldea. 


REPÚBLICA    ARGENTINA 

•Cuántos  bosques  sus  golpes  han  doblado!...  (i). 

Boato  de  blasón,  mando  envidiable, 
Y  cuanto  existe  de  opulento  y  pulcro, 
Lo  mismo  tiene  su  hora  inevitable: 
La  senda  de  la  gloria  va  al  sepulcro  (2). 

No  los  culpéis,  soberbios,  si  en  la  tumba 
La  memoria  trofeos  no  atesora. 
Do  en  larga  nave  y  bóveda  retumba 
Del  alto  honor  la  antífona  sonora. 

¿Volverá  la  urna  inscripta,  el  busto  airoso 
El  fugitivo  aliento  al  pecho  inerte? 
¿Mueve  el  honor  al  polvo  silencioso? 
¿Cede  á  la  adulación  la  sorda  muerte? 

Tal  vez  en  este  sitio  abandonado 
Hay  pechos  donde  ardió  celeste  pira; 
Manos  capaces  de  regir  Estados 
Ó  de  extasiar  con  la  animacTa  lira. 


4^3 


¡Cuánta  brillante  asaz  piedra  preciosa 
Encierra  el  hondo  mar  en  negra  estancia! 


(1) 


Cf.  Vedia: 


(2)     Cf.  Vedia: 


Oft  did  the  harvist  io  their  sickle  yield, 
Theirfurrow  oft  the  stuhborn  gUhd  has  broke; 
How  jocund  did  th¿y  driv¿  their  team  afield, 
How  bow'd  the  woods  bentath  their  sturdy  stroke. 

¡Cuántas  veces  la  espiga  ya  madura 
Dobló  á  sus  hoces  la  cerviz  dorada! 
¡Cuántas  otras  la  gleba  inerte  y  dura 
Rompió  su  reja  y  quebrantó  su  azada! 

¡Oh,  cuál  gozaban  al  lanzar  con  brío 
En  el  abierto  surco  el  rubio  grano! 

Y  como  reposaba  el  monte  umbrío 
Del  hacha  al  golpe  en  su  robusta  mano. 

• 

El  fausto  de  alta  alcurnia,  el  gran  tesoro, 

Y  del  poder  la  pompa  soberana, 

Y  cuanto  la  hermosura  y  cuanto  el  oro 
Dar  han  podido  á  la  ambición  humana. 

Todo  trae  la  misma  triste  historia, 
Todo  en  un  mismo  fin  acaba  y  cesa, 

Y  la  senda  brillante  de  la  gloria 
Sólo  conduce  á  la  profunda  huesa. 

The  boast  of  heraldry,  the  pomp  of  power, 
And  al!  that  beatity,  all  that  w;alth  e  er  gave, 
Await  alike  the'  inevitable  hour 
Thepitths  ofglory  lead  but  to  the  grave. 


414  CAPITULO  XII 

¡Cuánta  flor,  sin  ser  vista,  ruborosa, 
En  un  desierto  exhala  su  fragancia!  (i). 

Tal  vez  un  Hámpden  rústico  allí  yace 
Que  al  tiranuelo  del  solar  valiente 
Resistió;  un  Milton  que  sin  gloria  calla, 
De  sangre  patria  un  Cromwell  inocente. 

Oir  su  aplauso  en  el  Senado  atento, 
Ruina  y  penas  echar  de  su  memoria. 
La  tierra  henchir  de  frutos  y  contento, 

Y  en  los  ojos  de  un  pueblo  leer  su  historia, 
Su  suerte  les  vedó;  mas  en  su  encono 

Crímenes  y  virtudes  dejó  yertas, 
Vedóles  ir  por  la  matanza  á  un  trono 

Y  á  toda  compasión  cerrar  las  puertas. 
Callar  de  la  conciencia  el  fiel  murmullo, 

Apagar  del  pudor  la  ingenua  llama, 
O  el  ara  henchir  del  lujo  y  del  orgullo 
Con  el  incienso  que  la  musa  inflama. 
Lejos  del  vil  furor,  del  lujo  insano. 
Nunca  en  deseos  vanos  se  encendieron, 

Y  por  el  valle  de  un  vivir  lejano 

Su  fresca  senda  sin  rumor  siguieron.» 

Pero  Miralla  no  hizo  más  que  traducir,  y  aun  esto  como  distrac- 
ción de  aficionado;  y  los  demás  versificadores  hasta  aquí  menciona- 
dos gastaron  todas  sus  fuerzas  en  la  poesía  de  circunstancias  políti- 
cas que,  pasado  algún  tiempo,  resulta  tan  enfática  y  empalagosa. 
Digámoslo  claro:  antes  de  1 824  se  habían  hecho  en  Buenos  Aires 
muchos  versos,  pero  no  había  aparecido  un  verdadero  poeta.  El 


(i)  ¡Cuánta  perla  gentil,  rica  y  lozana, 

De  puro  brillo  y  esplendor  sereno, 
Vedada  siempre  á  la  codicia  humana, 
Guarda  la  mar  en  su  profundo  seno! 

¡Ay,  cuánta  flor  ostenta  sus  primores 
En  retirado  valle  sola  y  triste, 
Y  en  medio  de  su  aroma  y  sus  colores 
Nadie  la  mira  y  para  nadie  existe! 

Aquí  la  ventaja  es  indisputablemente  de  Vedia,  aunque  duplicando  los 

cuartetos  según  su  costumbre: 

Full  many  a  gem  ofpurest  ray  serene, 
The  dark  unfathom\i  caven  cf  ocean  bear: 
Full  mauy  ajlower  is  born  to  bltish  unseen, 
And  waste  iís  swetness  on  ihe  desert  air. 


REPÚBLICA  ARGENTINA  415 

primero  que  entre  los  argentinos  fué  digno  de  este  nombre,  el  que 
representó  allí  honrosamente  la  escuela  clásica,  colocándose,  si  no 
al  nivel,  á  corta  distancia  de  los  Olmedos  y  Heredias  de  otras  par- 
tes, fué  Juan  Cruz  Várela,  de  quien  hemos  de  hablar  extensamente, 
no  sólo  porque  el  número  y  variedad  de  sus  composiciones  así  lo 
exigen,  sino  porque  la  mayor  parte  de  ellas  son  mejores  para  cita- 
das á  trozos  que  para  figurar  íntegras  en  una  antología.  Servirános 
de  guía  el  minucioso,  aunque  por  desgracia  no  terminado  estudio 
que  á  la  memoria  de  Várela  dedicó  su  antiguo  amigo  D.  Juan  M. 
(jutiérrez,  el  cual  compendia  en  estos  rasgos  la  semblanza  del  hom- 
bre y  del  poeta:  «Juan  Cruz  V^arela  jamás  desmintió,  ni  en  su  con- 
ducta ni  en  sus  escritos,  que  había  nacido  bajo  la  atmósfera  instable 
y  eléctrica  del  Río  de  la  Plata.  Impresionable,  apasionado,  devoto 
con  firmeza  á  su  credo  social,  despreocupado,  entusiasta,  abierto  á 
las  ideas  nuevas,  agudo,  chistoso,  ameno,  tan  diestro  en  herir  como 
pronto  para  perdonar,  reúne  en  sí  todas  las  cualidades  de  la  índole 
de  sus  compatriotas»  (l). 

Nació  Juan  Cruz  Várela  en  Buenos  Aires,  el  24  de  Noviembre  de 
1794,  y  comenzó  á  educarse  en  pleno  período  revolucionario,  con- 
curriendo desde  1810  á  las  aulas  de  Córdoba  del  Tucumán,  donde 
en  1 8 16  se  graduó  de  Bachiller  en  Teología  y  Cánones.  Su  primera 
producción  fué  un  poema  en  quintillas,  imitación  del  Lutrin  de  Boi- 
leau,  sobre  un  motín  universitario  que  hubo  en  Córdoba.  Pero  su 
principal  vocación  no  era  la  de  la  sátira,  ni  tampoco  la  de  la  poesía 
amorosa,  que  en  su  primera  mocedad  cultivó  bastante,  siguiendo, 
como  todos,  las  huellas  de  Meléndez.  Sus  anacreónticas  A  Delia  y 
A  Laura.,  son  frías,  amaneradas  é  insípidas;  pero  en  un  poema  eró- 
tico-mitológico,  que  tituló  Elvira^  compuesto  también  en  su  tempo- 
rada de  estudiante,  y  excluido  luego  (salvo  algún  fragmento)  de  la 
colección  definitiva  de  sus  poesías  que  corrigió  en  1 83 1,  hay  octa- 


(i)  Estudio  sobre  las  obras  y  la  persona  del  literato  y  publicista  argentino  don 
Juan  de  la  Cruz  Várela.  En  los  tomos  i,  11,  ni  y  iv  de  la  Revista  del  Rio  de  la 
Plata,  periódico  mensual  de  historia  y  literatura  de  América,  publicado  por  Andrés 
Lamas,  Vicente  F.  López  y  Juan  María  Gutiérrez  (Buenos  Aires,  1871  y 
siguientes). 


4l6  CAPÍTULO  XII 

vas  muy  bien  hechas,  que  recuerdan  las  mejores  de  la  Silvia  de 
Arriaza,  á  quien  indudablemente  había  tomado  por  modelo  (i): 

Sola  conmigo  la  adorada  mía 
En  las  calladas  horas  se  encontraba 
De  una  pesada  siesta,  y  era  el  día  ' 

Que  amor  para  su  triunfo  reservaba: 
Nada  nuestro  silencio  interrumpía; 
Nadie  nuestros  suspiros  escuchaba; 
Que  hasta  el  sordo  ruido  de  las  gentes 
Cesa  en  las  horas  del  verano  ardientes. 


¡Oh  días  de  mi  gloria!  ¡Oh  dulces  horas 
Las  que,  testigos  de  mi  amor,  volaban! 
¿Quién  os  creyera  nunca  precursoras 
De  los  días  de  horror  que  me  esperaban? 
Pero,  ¿cuándo  las  penas  roedoras 
Con  la  quietud  del  corazón  no  acaban? 
¿Cuál  barquilla,  que  incauta  se  ha  engolfado 
En  el  mar  del  amor  no  ha  zozobrado?» 


Pero  su  predilecto  entre  los  poetas  españoles  de  fines  del  siglo 
p:isado  fué,  sin  duda,  el  melancólico  Cienfuegos,  cuyo  énfasis  senti- 
iT.ental,  sostenido  por  condiciones  de  excelente  versificador,  se  asi- 
miló en  parte  Juan  Cruz,  si  bien  guardándose  de  imitarle  en  las  extra- 

(i)     Es  también  imitación  de  Arriaza,  aunque  muy  posterior  (1872),  la  ga- 
lante oda  Al  bello  sexo  a7-gentino,  especialmente  en  esta  estrofa: 

«Buenos  Aires  soberbia  se  envanece 
Con  las  hijas  donosas 
De  su  suelo  feliz;  y  así  parece 
Cual  rosal  lleno  de  galanas  rosas 
Quj  en  la  estación  primaveral  florece. 

Todas  soft  bellas,  y  la  mano  incierta 

Que  á  la  flor  se  adelanta, 

Una  entre  mil  á  separar  no  acierta 
Entre  la  pompa  de  la  verde  planta.» 

Arriaza  había  dicho  en  el  poema  Emilia: 

«Y  escogiendo  fragancia  y  colorido 
En  tantas  flores  párase  indecisa; 
Mas  codiciosa  del  botín  florido, 
Son  su  despojo  al  ñn  cuantas  divisa.» 


REPÚBLICA    ARGENTINA  417 

ñezas  de  lengua.  Esta  derivación  es  visible  en  la  elegía  que  Várela 
compuso  en  1 820  á  la  memoria  de  su  padre;  de  ella  son  estos  versos: 

«¡Ah,  memoria,  memoria!  La  honda  herida 
Que  en  mi  azorado  pecho  abrió  tal  golpe, 
Todavía  reciente,  está  sangrando. 
Un  giro  apenas  el  planeta  nuestro 
Ha  dado  en  torno  al  sol,  desde  la  noche 
En  que  bañado  en  mi  copioso  llanto 

Y  desgarrado  el  corazón,  mil  besos, 
¡Últimos  besos!,  en  la  yerta  frente 
Di  al  amado  cadáver,  y  de  pronto 
De  mis  brazos  amantes  le  arrancaron 

Y  le  escondieron  en  la  horrible  huesa. 


¡Oh  Señor  de  la  vida  y  de  la  muerte! 
(Por  qué  no  me  escuchaste?  Yo  humildoso 
Mi  faz  cosía  con  el  polvo  negro, 
Y  te  rogaba  que  el  instante  aciago. 
Señalado  al  morir  del  padre  mío, 
Lentamente  viniera,  y  tarde  entrara 
En  la  serie  constante  de  las  horas. 
¿Por  qué  no  me  escuchaste,  y  en  mis  ojos 
Perenne  material  de  amargo  llanto 
Sin  piedad  has  abierto?  Si  una  sombra 
De  unirse  había  á  las  del  reino  obscuro, 
¿Mi  vida  aquí  no  estaba?  En  flor  yo  hubiera 
A  la  tumba  bajado,  y  ningún  hijo, 
Ninguna  esposa,  en  mi  morir  pensara.» 

Salía  Várela  de  la  Universidad  con  un  buen  fondo  de  cultura  clá- 
sica. Ya  entre  sus  ensayos  de  colegio  hay  versos  latinos  y  una  tra- 
ducción de  la  elegía  tercera  del  libro  i  de  los  Tristes.,  de  Ovidio,  en 
que  cada  dos  dísticos  del  original  están  interpretados  en  una  octa- 
va. Más  adelante  tradujo  con  poca  felicidad  algunas  odas  de  Hora- 
cio (l).  Pero  su  más  notable  ensayo  en  este  género  fué  la  versión 

(i)  Están  en  los  números  40,  41,  42  y  51  de  ^/  Patriota,  de  Montevideo,  y 
son  las  siguientes: 

Pastor  cum  traheret  (un  romancillo  muy  pobre). 

Parcus  Deorum  cultor  et  infrequens  (otro  romance  menos  malo  que  el  an- 
terior). 


4  I  8  CAPÍTULO  XII 

de  algunos  libros  de  la  Eneida^  con  que  entretuvo  sus  ocios  de  des- 
terrado en  1829  y  1 836.  Sólo  llegó  á  dejar  limados  y  corregidos  los 
dos  primeros  libros;  y  sólo  el  primero  y  algún  fragmento  del  se- 
gundo, han  sido  impresos,  que  yo  sepa  (l).  Están  en  endecasílabos 
libremente  rimados;  el  estilo  es  puro  y  agradable,  la  versificación 
corre  fácil  y  sin  tropiezos;  pero  el  uso  frecuente  de  los  pareados 
quita  á  esta  versión  dignidad  clásica,  y,  por  otra  parte,  el  trabajo 
tiene  visos  de  improvisación,  y  no  siempre  es  fiel  á  la  letra,  ni  me- 
nos al  espíritu  de  Virgilio.  El  encuentro  de  Eneas  con  su  madre  en 
el  libro  primero,  y  la  muerte  de  Laoconte  en  el  segundo,  son  de  los 
trozos  mejor  traducidos.  El  intérprete  comprendía  bien  las  dificul- 
tades de  su  tarea,  y  tenía  sobre  el  arte  de  traducir  muy  sólidos 
principios,  que  expuso  en  una  carta  de  29  de  Abril  de  1 836  á  su 
anticfuo  Mecenas,  D.  Bernardino  Rivadavia:  «Mi  sistema  de  tradu- 
cir  á  Virgilio  (decía),  no  es  otro  que  el  de  imitar  en  lo  posible  su 
estilo,  y  aun  usar  sus  mismas  palabras  en  cuanto  lo  permitan  la  len- 
gua y  las  inmensas  trabas  que  cuando  se  traduce  presenta  la  versi- 
ficación (2). 

Calo  Tonantem  (endechas), 

Meccenas  aiavis  (endechas).  Esta  última  es  la  más  aceptable  de  todas. 

Gutiérrez,  en  la  América  Poética,  dice  que  Várela  llegó  á  traducir  la  mayor 
parte  de  las  odas  de  Horacio;  pero  no  sé  que  se  hayan  impreso  más  que  las 
citadas. 

(i)     En  la  Revista  del  Rio  de  la  Plata  (1874). 

Várela  hizo  otras  diversas  traducciones  del  latín,  del  italiano  y  del  francés, 
entre  ellas  La  Matrona  de  Éfeso,  cuento  de  Lafontaine.  La  copia  Gutiérrez. 

(2)  Juzgaba  con  dureza  las  traducciones  anteriores,  así  en  castellano 
como  en  otras  lenguas:  «La  de  Hernández  de  Velasco,  no  puede  ser  más 
defectuosa  y  ridicula;  ni  aquellos  son  versos,  ni  allí  hay  poesía  ni  el  más  ligero 
remedo  de  estilo  de  Virgilio...  Existen  también  en  prosa  los  seis  libros  pri- 
meros de  la  Eneida,  mal  atribuidos  á  Fr.  Luis  de  León,  y  esta  prosa  es  de  lo 
más  insoportable  que  puede  leerse.  La  traducción  de  Iriarte,  mirándola  sólo 
por  lo  textual  y  ceñida  á  la  letra,  puede  llamarse  perfecta;  en  lo  demás  no  se 
parece  á  Virgilio...  En  Delille  se  advierte  á  cada  paso  con  sentimiento  que 
están  completamente  alteradas  las  formas  antiguas,  y  vestidos  á  la  moderna, 
si  es  lícito  expresarse  así,  no  sólo  el  poeta  que  celebró  á  los  héroes  de  la 
Eneida,  sino  los  mismos  héroes  celebrados.» 

Salvo  el  excesivo  rigor  con  Hernández  de  Velasco  (en  cuyo  trabajo  hay  que 


REPÚBLICA   ARGENTINA  '^^'^ 

as  v,r,,  ano  a    C  ^^  ^^^  ^^^^^^^.^^^  ^^^_^^_ 

sos,  ciertamente  notables: 


DIDO 


«Me  miró,  me  incendió,  y  el  labio  suyo 
Trémulo  hablando  del  infausto  fuego 
Oue  devoró  su  patria,  más  volcanes 
Prendió  con  sus  palabras  aquí  adentro 
Oue  en  el  silencio  de  traidora  noche 

Allá  en  su  Troya  los  rencores  griegos. 

Amor  y  elevación  eran  sus  ojos; 

Elevación  y  amor  era  su  acento. 

Y  al  mirar,  y  al  hablarme,  yo  bebía, 
Sedienta  de  agradarle,  este  veneno 
En  que  ya  está  mi  sangre  convertida, 

Y  hará  mi  gloria  y  mi  infortunio  eterno. 

...••1 

Testigo  ha  sido  de  mi  unión  el  cielo: 
En  el  fuego  del  rayo  que  cruzaba 
Prendió  su  antorcha  el  plácido  Himeneo; 
Fué  nuestro  altar  un  álamo  del  bosque, 
Y  la  selva  frondosa  nuestro  templo.» 


Todavía  hay  más  arranque  patético  en  las  imprecaciones  de  Dido 
próxima  á  la  muerte: 

,'  .n  vpr.o  suelto  Y  es  casi  siempre  floja  y  desali- 
distinguir  la  parte  que  esta  en  veiso  ^"^^^o   y  ^^^^^^^ 

nada,  de  la  parte  compuesta  en  octavas,  donde  a 

todos  estos  juicios  son  de  exactitud  incontestable. 


420  CAPITULO   XII 

<La  ambición  es  tu  Dios:  te  llama;  vuela 
Donde  ella  te  arrebata,  mientras  Dido 
Morirá  de  dolor,  sí;  ¡pero  tiembla! 
Tiembla,  cuando  en  el  mar  el  rayo,  el  viento, 

Y  los  escollos  que  mi  costa  cercan, 

Y  amotinadas  las  bramantes  olas 

En  venganza  de  Dido  se  conmuevan, 
pero  Me  llamarás  entonces;  entonces 
Morirás  desoído.  Cuando  muera 
Tu  amante  desolada,  entre  los  brazos 
De  tierna  hermana  expirará  siquiera, 

Y  sus  reliquias  posarán  tranquilas 

Y  bañadas  de  llanto  en  tumba  regia; 
Pero  tú  morirás,  y  tu  cadáver, 

Al  volver  de  las  ondas,  será  presa 
De  los  marinos  monstruos,  é  insepulto. 
Ni  en  las  mansiones  de  la  muerte  horrenda 
Descansarán  tus  manes.  Parte,  ingrato; 
No  esperes  en  Italia  recompensas 
Hallar  de  tu  traición:  parte;  que  Dido 
Entonce  al  menos  estará  contenta. 
Cuando  allá  á  las  regiones  de  las  almas 
De  tu  espantable  fin  llegue  la  nueva.» 

No  por  su  contextura  dramática,  que  es  floja,  pero  sí  por  los  mé- 
ritos de  su  robusta  versificación,  es  la  Dido  la  primera  tragedia  ar- 
gentina digna  de  ser  citada.  De  la  Siripo  de  Labardén  no  queda  más 
que  el  título  y  la  fama;  y  bien  puede  decirse  que  el  teatro  fué  in- 
significante en  Buenos  Aires  hasta  1823  en  que  apareció  esta  obra. 
Inútiles  habían  sido  los  esfuerzos  de  cierta  Sociedad  del  Buen  Gusto, 
creada  en  1817,  para  fomentar  los  espectáculos  escénicos,  de  la  cual 
formaron  parte  Luca,  López  Planes,  D.  Bernardo  Vélez  y  el  fraile 
Camilo  Henríquez,  que  ciertamente  no  parecía  llamado  á  iniciar  en  él 
buen  gusto  á  nadie.  Algunas  traducciones  y  algunas  piezas  de  circuns- 
tancias fué  todo  lo  que  esta  asociación  produjo,  y  casi  todo  ello  ha  pe- 
recido sin  dejar  rastro:  la  Jornada  de  Maratón,  traducida  del  francés 
por  D.  Bernardo  Vélez;  la  Camila,  del  fraile  Henríquez;  La  Quinca- 
llería, comedia  imitada  del  inglés  por  D.  Santiago  Wilde;  La  Revolu- 
^cián  de  Tupac-Amaru,  del  Dr.  Lafinur,  con  intermedios  de  música; 
el  Aristodemo,  de  D.  Miguel  Cabrera  Nevares;  el  Philippo,  de  Alfie- 


REPÚBLICA    ARGENTINA  421 

r¡,  traducido  en  verso  por  D.  Esteban  Luca  «con  fidelidad  y  maes- 
tría notables»  (al  decir  de  Gutiérrez);  y  finalmente,  una  tragedia 
anónima,  basada  en  el  famoso  libelo  Cornelia  Bororqiúa^  en  que  se 
pintaba  la  Inquisición  en  la  plenitud  de  sus  sombras  (según  expre- 
sión de  C.  Henríquez),  es  todo  lo  que  se  cita  en  este  repertorio. 

No  fué  la  Dido  el  único  ensayo  dramático  de  nuestro  poeta.  Al 
año  siguiente  (1824)  publicó  la  Argia,  tragedia  por  el  corte  de  las 
de  Alfieri  (l)  y  de  sus  imitadores  castellanos  Cienfuegos  y  Solís.  El 
Polinice  y  la  Antígona,  del  ceñudo  trágico  piamontés,  fueron  las 
principales  fuentes  de  esta  composición,  según  el  mismo  Juan  Cruz 
declara  en  el  prólogo.  Y  no  imitó  sólo  el  argumento;  imitó  también 
la  dicción  y  el  estilo.  Los  versos  de  la  Argía  son  menos  armonio- 
sos y  elocuentes  que  los  de  la  Dido^  pero  tienen,  en  su  áspera  con- 
cisión, un  corte  más  propio  del  diálogo  dramático.  Gutiérrez  expre- 
sa de  una  manera  elegante  y  pintoresca,  aunque  algo  retórica,  este 
contraste  entre  la  versificación  de  ambas  tragedias:  «La  de  Argia 
no  es,  como  la  de  Dido,  una  agua  que  corre  por  pendientes  esmal- 
tadas de  flores,  sino  un  torrente  de  odio  y  sangre  que  se  estrella 
bramando  contra  caracteres  de  granito.  El  período  es  corto,  la  frase 
contenida,  el  movimiento  frecuente  y  áspero,  y  el  verso  suena  al 
oído  como  hierro  que  se  quebranta,  ó  como  cedro  que  estalla  de- 
vorado por  las  llamas.» 

Ni  la  Dido  ni  la  Argia  son  recomendables  como  piezas  de  tea- 
tro (2),  sino  como  obras  abundantes  en  bellezas  líricas.  Porque  líri- 
co era  el  numen  de  Juan  Cruz,  y  en  ninguna  parte  brilló  tanto  como 
en  sus  odas,  aunque  sean  de  muy  desigual  mérito.  Abundan  entre 
ellas,  como  era  de  recelar  dado  el  tiempo,  los  cantos  patrióticos  con 
título  kilométrico,  más  propio  que  de  poesía,  de  boletín  ó  de  gace- 
ta: En  elogio  de  los  señores  generales  D.  José  de  San  Martin  y  Don 
Antonio  González  Balcarce,  por  el  triunfo  de  nuestras  armas  á  su 

(i)  J.  Cruz  Várela  había  traducido  en  prosa  la  Virginia,  ms.  que  poseía 
Gutiérrez. 

(2)  Mármol,  que  nada  tenía  de  clásico  ni  tampoco  de  unitario  en  el  sen- 
tido en  que  se  aplicaba  esta  calificación  á  los  partidarios  de  Rivadavia,  se 
divierte  en  parodiar  en  su  novela  Amalia  algunos  pasos  de  la  Dido  y  de  la 
Argia. 


422  CAPITULO    XII 

mando  en  los  llanos  del  rio  Maipo,  el  día  5  de  Abril  de  1818;  A  la 
muerte  del  Excmo:  Sr.  General  D.  Majiuel  Belgrano,  acaecida  en 
Buenos  Aires  en  el  mes  de  Junio  de  1820;  A  la  libertad  de  Lima  por 
las  armas  de  ¡a  patria  el  día  10  de  Julio  de  1821.  En  conjunto  nin- 
guna de  ellas  merece  grande  alabanza,  y  no  es  extraño  que  hayan 
muerto  con  las  circunstancias  que  les  inspiraron,  pero  en  todas  hay 
trozos  de  noble  entonación  y  buen  lenguaje,  que  dan  indicio  de  la 
sana  educación  literaria  del  autor,  testificada  de  vez  en  cuando  por 
nábiles  imitaciones  ú  oportunas  reminiscencias  de  los  poetas  anti- 
guos, especialmente  de  Horacio  (i). 

Son  de  advertir  también  en  algunas  de  estas   composiciones  la 
soltura  y  la  maestría  que  Juan  Cruz  Várela  llegó  á  adquirir  en  el 

(i)  Obsérvese,  por  ejemplo,  la  fácil  y  notable  elevación  de  los  primeros 
versos  del  canto  por  la  liberiad  de  Lima,  que  recuerdan  inmediatamente 
aquellos  otros  de  Horacio  (od.  iv,  carm.  ix): 

«  Vixei-e  fortes  ante  Agamemnona 
Multi:  sed  omnes  illacrymabiles 
Urgetitur,  ignotique  longa 
Node,  carent  quia  vate  sacro. ..y> 

«Sólo  es  dado  al  poeta  y  á  los  dioses 
Sobrevivir  al  tiempo.  ¿Quién  ahora 
A  Eneas  y  sus  hechos  conociera? 
¿Quién  de  Priamo,  triste,  los  atroces 
Dolores,  y  la  llama  asoladora 
De  su  infeliz  ciudad,  si  no  viviera 
La  Musa  de  Marón?  Y  sin  Homero, 
¿Qué  fuera  ya  de  Aquiles?...» 

En  la  elegía  á  la  muerte  del  general  Belgrano,  leemos  estos  otros,  que  pro- 
ceden, sin  duda,  de  la  oda  xxiv  del  lib.  i: 

«Non  vanae  redeat  sanguis  imagÍ7ii 
Quam  virga  seinel  hórrida 
Non  ¡enis  prccibus  fata  recludere, 
Nigro  compttlerit  Mercurius  gregi. 
Duriiml  Sed  levius  fit  patientia 
Quidqiiid  corrigere  est  nefas» 


«Pero  en  vano:  el  camino  de  la  Parca 
Nunca  más  se  atraviesa; 
Y  si  una  sombra  el  Aqueronte  abarca, 
Nada  es  bastante  á  rescatar  su  presa; 
Que  al  reino  del  espanto 
Ni  penetra  el  clamor  ni  llega  el  llanto-» 


REPÚBLICA    ARGENTINA  423 

verso  suelto;  ya  por  el  aprovechado  estudio  que  hizo  de  los  italianos, 
especialmente  de  Monti,  de  quienes  aspiró  á  imitar  el  suave  y  ondu- 
lante movimiento  del  período  poético,  y  aquellas  que  Gutiérrez 
llama  «armonísimas  curvas  por  entre  el  pensamiento,  el  colorido  y 
la  imagen»;  ya  por  el  influjo,  persistente  siempre  en  él,  de  Cienfue- 
gos,  á  quien  en  medio  de  todos  sus  extravíos  de  gusto,  no  puede 
negarse  el  mérito  de  haber  vuelto  á  infundir  en  el  endecasílabo  cas- 
tellano la  plenitud  y  el  número  que  había  perdido  (l).  Juan  Cruz 
repetía  hasta  las  imágenes  predilectas  de  Cienfuegos,  los  trozos  semi- 
románticos  en  que  abunda:  «el  tiempo,  despeñando  los  siglos  ha- 
cinados; el  límite  espantable  del  imperio  de  la  muerte»,  pero  al  ver- 
terlas en  su  estilo,  les  imprimía  cierto  sello  de  facilidad  graciosa,  que 
contrasta  con  la  manera  violenta  y  atormentada  de  su  modelo,  mayor 
poeta  que  él,  sin  duda,  pero  menos  disciplinado. 

La  imitación  de  Cienfuegos  cedió  el  paso  á  la  de  Quintana  en  las 
poesías  de  la  última  y  más  característica  manera  de  Juan  Cruz  Vá- 
rela: en  la  serie  de  odas  menos  políticas  que  sociales  que  empezó  á 
escribir  en  tiempo  de  la  administración  de  Rivadavia,  de  quien  fué, 
más  que  amigo,  colaborador  entusiasta.  Várela  fué  el  poeta  clásico 
del  partido  unitario:  sinónimo  en  Buenos  Aires  de  una  tentativa, 
quizá  prematura  y  teórica,  de  cultura  europea,  que  por  entonces 
estuvo  á  punto  de  fracasar  ante  el  salvaje  impulso  de  las  hordas 
casi  nómadas,  que  obedeciendo  al  movimiento  de  desorganización 
traído  por  la  guerra,  se  desbordaron  desde  la  inmensa  llanura  sobre 

(i)  Son  enteramente  versos  de  la  escuela  de  Cienfuegos,  más  todavía  que 
de  la  de  Quintana  á  pesar  de  la  reminiscencia  inicial,  estos  de  Juan  Cruz  Vá- 
rela, que  como  tipo  cita  su  biógrafo: 

«Yo  vi  de  blonda  mies  la  rubia  espiga 
Moverse  al  viento  en  el  dorado  campo; 

Y  henchido  de  esperanzas  al  colono. 
Nublóse  el  sol,  entristecióse  el  éter 

Y  el  Aquilón  bramó;  granizo  á  ríos 
Del  seno  aborta  la  preñada  nube, 

Y  aborta  destrucción;  sus  diques  rompe 
El  arroyo  vecino,  y  muere  á  un  tiempo 
Su  mies  con  su  esperanza,  y  otro  día 
Inconsolable  el  infelice  padre 
Llorará  sobre  el  rostro  macilento 

De  los  hijuelos  cuando  el  pan  le  pidan...» 

Mbkéndez  y  Pelato» — Poesía  hispano-ainericana.  II.  27 


424  CAPITULO   XII 

la  capital,  implantando  allí  los  hábitos  del  caudillaje  del  desierto. 
Durante  aquel  breve  intervalo  de  paz  y  candidas  esperanzas,  en 
que  Rivadavia  gobernó  como  un  filántropo  del  siglo  pasado,  como 
un  Turgot  ó  un  Campomanes;  Juan  Cruz  Várela,  asociado  á  sus  pla- 
nes, y  aun  iniciador  de  algunos  de  ellos,  no  sólo  defendió  su  política 
en  El  Mensajero  Argentino.,  en  El  Tiempo.,  en  El  Centinela  y  en  El 
Porteño,  sino  que  transportó  á  sus  versos  el  pensamiento  de  la  re- 
forma de  Rivadavia,  y  se  convirtió  en  una  especie  de  comentador 
poético  de  ella.  No  hubo  decreto  del  Presidente  en  pro  de  la  general 
cultura,  que  no  se  viese  enaltecido  con  versos  suyos,  generalmente 
buenos,  á  pesar  de  lo  árido  y  prosaico  de  algunos  de  estos  temas  de 
literatura  administrativa:  odas  á  la  libertad  de  la  prensa,  á  la  erección 
de  la  Universidad ,  al  establecimiento  de  la  sociedad  filarmónica,  á 
una  distribución  de  premios  de  la  Sociedad  de  Beneficencia  y,  final- 
mente, á  los  trabajos  hidráidicos  ordenados  por  el  Gobierno.  «Canto 
lleno  de  originalidad  (dice  Gutiérrez),  en  el  cual  el  talento  del  autor 
ha  hecho  brotar  poesía  de  entre  las  severas  nociones  de  la  economía 
política  y  de  las  ciencias  aplicadas.»  Pero  la  más  brillante  de  estas 
composiciones  es  la  oda  A  la  libertad  de  imprenta.  Quintana  mismo,  á 
quien  el  autor  va  siguiendo  paso  á  paso,  y  á  quien  ensalza  dignamente 
al  principio  de  su  canto  (l),  no  hubiera  desdeñado  algunos  versos  de 
esta  composición;  la  cual  peca,  no  obstante,  de  discursiva  y  poco  fér- 
vida, aun  en  la  expresión  del  sincero  entusiasmo  que  el  autor  sentía 
por  el  progreso  humano  (2).  El  escollo  inevitable  de  esta  poesía  es 

(i)  «De  Gutenberg  nació.  Quintana  sólo 

Supo  cantar  su  nombre;  ' 

Quintana,  el  hijo  del  querer  de  Apolo; 

Quintana,  el  inventor  del  nuevo  canto, 

A  quien  sólo  se  diera 

Que  de  su  lira  al  pasmador  encanto, 

Digno  de  Gutenberg  su  verso  fuera.» 


(2)  Algunos  versos  darán  muestra  del  estilo  de  este  olvidado  canto,  que 
tiene  alguna  curiosidad,  aunque  sólo  sea  por  su  título  y  por  la  terrible  com- 
paración que  suscita: 

«Él  inventó  la  imprenta,  y  de  la  muerte 
Hizo  triunfar  con  su  invención  al  hombre, 


REPÚBLICA   ARGENTINA  425 

■el  de  caer  en  estilo  de  preámbulo  de  ley  ó  de  artículo  de  fondo;  y  si 
«I  gran  Quintana  no  acertó  siempre  á  salvarse  de  la  plaga  de  los  lu- 
gares comunes  filosóficos  y  humanitarios,  calcúleselo  que  habrá  acon- 
tecido á  sus  imitadores,  aun  teniendo  algunos  de  ellos  la  discreción  y 
buen  gusto  que  nunca  abandonan  del  todo  á  Juan  Cruz  Várela. 

Y  con  esto  llegamos  al  más  celebrado  de  sus  poemas  líricos,  al 
Triunfo  de  Itiizaingó,  con  que  en  1827  ensalzó  la  memorable  bata- 
lla en  que  el  ejército  aliado  de  argentinos  y  uruguayos,  al  mando  de 
D.  Carlos  Alvear  y  del  almirante  Brown,  triunfó  de  I2.000  soldados 
brasileños,  entre  los  cuales  había  una  legión  de  infantería  alemana. 
Este  larguísimo  canto,  imitación  evidente  del  de  Olmedo  á  la  batalla 
de  Junín,  obtuvo  el  aplauso  de  los  mejores  humanistas  de  aquel 
tiempo.  D.  José  Joaquín  de  Mora,  que  por  entonces  redactaba,  bajo 
los  auspicios  de  Rivadavia,  la  Ci'ónica  Política  y  Literaria  de  Buenos 
Aires  (i)  decía  en  su  número  de  5  de  Abril:  «El  autor  de  este  poema 

Y  ató  todos  los  tiempos  al  presente. 


Así  la  ilustración,  como  la  llama 
Del  sol  inapagable, 
Que  enseñorea  inmóvil  la  natura, 
De  un  día  en  otro  sin  cesar  revive, 
De  un  siglo  en  otro  permanente  dura. 

Así  llegó  de  la  fecunda  tierra 
Al  seno  engendrador  su  mano  osada, 

Y  el  metal  que  se  encierra 
En  las  hondas  entrañas 

De  las  erguidas  ásperas  montañas, 

Arrebató  con  sudoroso  anhelo 

A  la  caverna  obscura 

Do  plugo  sepultarla  á  la  natura. 

El  campo  alborozado 

Vio  transformar  el  no  pulido  fierro 

En  surcador  arado, 

Y  una  mies  abundosa  prometía. 
Pero  pronto  sonó,  de  guerra  impía, 
La  maldecida  trompa; 

Y  la  sangre  humeante  discurriera 
Por  entre  el  surco  del  arado  abierto.» 


(i)  Mora  había  llegado  al  Río  de  la  Plata  en  Febrero  de  1827,  acompaña- 
do del  erudito  italiano  Pedro  de  Angelis,  que  había  sido  preceptor  de  los 
hijos  del  rey  Joaquín  Murat,  y  que  luego  prestó  tan  buen  servicio  con  su 
colección  de  documentos  relativos  á  aquella  parte  de  la  América  del  Sur. 


426  CAPÍTULO   XII 

es  uno  de  los  pocos  americanos  que  cultivan  con  éxito  el  lenguaje 
de  las  Musas.  Exposición  grandiosa,  movimientos  líricos,  giros  poéti- 
cos, elegancia  sostenida,  tales  son  las  principales  dotes  que  lucen  en 
el  poema.»  D.  Andrés  Bello,  crítico  más  severo  y  docto  que  Mora, 
juzgó  la  obra  en  el  Repertorio  Americano^  de  Londres,  en  términos, 
no  tan  generales,  pero  casi  igualmente  honoríficos:  «Entre  la  multi- 
tud de  obras  poéticas  que  se  han  publicado  en  América  durante  los 
últimos  años,  se  distingue  mucho  la  presente  por  la  armonía  de  los 
versos,  por  alguna  más  corrección  de  lenguaje  de  la  que  aparece 
ordinariamente  en  los  escritos  americanos,  y  por  la  belleza  y  ener- 
gía de  no  pocos  pasajes.»  Citaba  Bello,  como  de  los  mejores,  estos 
diez  versos  de  la  introducción  (que  á  la  verdad  hoy  nos  parecen 
bastante  declamatorios),  en  que  el  poeta  se  transporta  á  las  edades 
venideras  para  presenciar  en  ellas  la  gloria  de  su  patria  y  de  su 
héroe: 

«Las  barreras  del  tiempo 
Rompió  al  cabo  profética  la  mente; 

Y  atónita  se  lanza  en  lo  futuro, 

Y  á  la  posteridad  mira  presente. 
¡Oh  porvenir  impenetrable,  obscuro! 
Rasgóse  al  fin  el  tenebroso  velo 
Que  ocultó  tus  misterios  á  mi  anhelo. 
Partióse  al  fin  el  diamantino  muro 
Con  que  de  mi  existencia  dividías 
Tus  hombres,  tus  sucesos  y  tus  días.» 

El  gran  defecto  del  poema  es  la  hinchazón  continua,  aquella  sa- 
tisfacción infantil  y  seudopatriótica,  aquella  hipérbole  desaforada  y 
candorosa,  como  de  pueblos  recién  nacidos,  que  infestaba  entonces 
los  versos  y  hasta  la  prosa  oficial  de  los  documentos  americanos. 
¿Quién  no  se  ha  de  reir,  por  ejemplo,  cuando  oye  á  Juan  Cruz  Vá- 
rela afirmar  muy  en  serio  que  después  de  la  yictoria  de  Ituzaingó  no 
quedará  en  el  mundo  memoria  de  griegos  ni  de  romanos,  y  que  sólo 

Mora  y  Angelis  juntos  redactaron  dos  periódicos:  El  ConcUiador  y  La  Cróni- 
ca, y  fundaron  también  juntos  un  Colegio.  Pero  al  año  siguiente  caj'ó  Riva- 
davia,  y  Mora  pasó  á  establecerse  á  Chile,  como  ya  queda  referido. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  4^7 

la  República  Argentina  se  salvará  de  la  ruina  de  las  edades  «en  las 
líneas  fatídicas  del  verso  y  en  páginas  eternas?» 

«No  suenan  las  Termopilas,  los  llanos 
De  Maratón  no  suenan; 
Platea  y  Salamind, 

Cual  si  no  fueran  son,  y  ya  no  llenan 
Leónidas  y  Temístocles  el  orbe. 


•  Esos  nombres  ilustres  se  eclipsaron, 
Los  de  Alvear  y  Brown  los  reemplazaron; 
Y  en  todos  los  anales  de  la  guerra 
Ituzaingó  y  el  Uruguay  escritos 
Enseñan  á  los  Reyes  de  la  tierra 
Que  los  libres  no  sufren  sus  delitos.  >:■ 

Semejantes  extremos  no  hacen  más  que  amenguar  la  indisputable 
grandeza  de  aquel  hecho,  que  por  el  número  y  calidad  de  las  fuer- 
zas que  á  él  concurrieron  se  eleva  bastante  sobre  el  ordinario  nivel 
de  las  batallas  americanas.  Fué  el  último  y  más  glorioso  canto  de  la 
epopeya  argentina,  y  en  él  hicieron  el  más  bizarro  alarde  de  su  brío 
aquellos  soldados  curtidos  por  la  guerra  de  la  Independencia,  en 
Tucumán,  en  Salta  y  en  Maipo,  de  quienes  en  noble  tono  dice  el 

poeta: 

« que  llegaron 

Triunfantes  sus  banderas 

Desde  la  margen  del  undoso  Plata 

Hasta  el  opimo  Chile.  Las  barreras 

Eternas  de  los  Andes  se  allanaron 

Al  marchar  de  los  fuertes  cam.peones; 

Parten  de  allí,  cual  rayo,  á  otras  regiones; 

Y  con  igual  decoro 

En  el  Perú  la  espada  desnudaron, 

Y  de  sangre  enemiga  la  lavaron 

En  las  corrientes  del  Rimac  sonoro...» 

El  poema  es  muy  desigual,  y  no  podía  menos  de  serlo,  dados  su 
extensión  y  el  afán  de  detallar  con  minuciosidad  de  gaceta  todas  las 
peripecias  de  la  batalla;  pero  campea  en  todo  él  una  franqueza  de 
ejecución  que  hace  agradable  su  lectura.  Es  fácil  entresacar  trozos 


428  CAPÍTULO   XII 

en  que  la  locución  corre  limpia  y  animada  (l);  pero  otros  muchos 
son  pura  prosa,  ó  pecan  por  exceso  de  frases  hechas  y  sobrecarga 
de  epítetos  vulgares,  ó  parecen  centones  de  versos  de  otros  poe- 
tas (2);  y  como  además  en  toda  la  composición  hay  plaga  de  siné- 
resis indebidas  é  importunas  asonancias,  no  lucen  tanto  como  debie- 
ran las  bellas  descripciones  del  choque  de  las  tropas  argentinas  con 
las  brasileñas  cuando,  caído  el  intrépido  Brandzen,  jura  Alvear  ven- 
gar su  muerte;  ó  del  incendio  horrible  y  rapidísimo  de  la  árida  yerba 
del  seco  campo  en  medio  de  la  batalla,  á  la  cual  puso  lúgubre  y  fan- 
tástico complemento. 

Este  valiente  ensayo  épico-lírico  no  fué  el  último  laurel  de  la  co- 
rona poética  de  Juan  Cruz  Várela,  por  más  que  envuelto  después 
de  1826  en  el  torbellino  de  la  discordia  política,  arrastrado  de  pri- 
sión en  prisión,  amagado  por  el  puñal  de  los  asesinos,  y,  finalmente, 
desterrado  en  Montevideo  y  en  la  isla  de  Santa  Catalina,  pudo  ya 
escribir  muy  pocos  versos  en  aquel  período  de  lucha  terrible  que  se 
cerró  con  la  temprana  muerte  del   proscrito   en  24  de   Enero  de 

(i)     Por  ejemplo,  la  estancia  que  comienza: 

«Alzóse  Brown  en  la  barquilla  débil; 
Pero  no  débil  desde  que  él  se  alzara.» 

O  la  invectiva  contra  los  auxiliares  alemanes,  que  no  querían  descender  á 
batirse  en  las  llanuras. 

¿Y  están  entre  vosotros  los  valientes 
Que  allá  en  el  Volga  y  en  el  Rhin  bebieron, 
Y  á  la  ambición  y  al  despotismo  fieles, 
A  playas  remotísimas  vinieron 
En  demanda  de  gloria  y  de  laureles? 


¡Vano  esperar!  Ni  en  la  enriscada  altura 
Defendidos  se  creen:  así  acosada 
Del  veloz  cazador  tímida  cierva, 
Más  y  más  se  enmaraña  en  la  espesura, 
Y  aun  su  pavor  conserva 
Ya  del  venablo  y  el  lebrel  segura.» 

(2)     Por  ejemplo,  las  bóvedas  espléndidas  del  cielo,  que  es  un  verso  de  Quin- 
tana; ó  aquel  otro  famoso  de  Vaca  de  Guzmán  en  Las  7iaves  de  Cortés: 

«Pero  tienen  valor:  son  españoles...» 
que  Juan  Cruz  se  apropia  con  esta  sencilla  y  patriótica  variante: 

«Pero  tienen  valor:  son  argentino :.>■> 


REPÚBLICA    ARGENTINA  4^9 

1839  (l).  Aunque  clásico  siempre,  se  mostró  benévolo  con  las  pri- 
meras tentativas  románticas:  saludó  con  júbilo  la  aparición  de  los 
Consuelos,  de  Echevarría,  y  él  mismo  no  dejó  de  buscar,  si  bien  tí- 
midamente, nuevos  rumbos  líricos,  aun  dentro  de  lo  clásico,  cam- 
biando, por  ejemplo,  la  imitación  de  Quintana  por  la  de  Horacio  en 
alguna  oda  sáfica;  y  arrojándose  en  la  última  y  más  bella  de  sus  com- 
posiciones, en  la  inspirada  y  vehemente  invectiva  contra  Rosas,  que 
tituló  El  veinticinco  de  Mayo  de  1838,  á  remedar  el  estilo  y  el  metro 
del  primero  de  los  coros  del  Adelchi,  de  Manzoni. 
«Dagli  atril  muscosi,  dai  fori  cadenti...» 

Después  de  este  poeta,  sin  duda  el  más  notable  del  primer  perío- 
do de  la  literatura  argentina,  puede  hacerse  rápida  memoria  de  su 
hermano  menor  D.  Florencio  Várela,  que  más  que  al  méríto  muy 
relativo  de  sus  versos,  entre  los  cuales  sobresale  la  oda  A  la  Con- 
cordia («¡Ay,  protege,  Señor,  tu  hermosa  hechura!»)  debe  su  cele- 
brídad  á  la  prosa  política,  y  sobre  todo  á  su  trágica  muerte  á  manos 
de  los  sicarios  de  Rosas  (2). 

Próximos  ya  á  las  fronteras  de  la  época  romántica,  conviene  ha- 
cer aquí  breve  pausa  para  saludar,  lejos  de  las  orillas  del  Plata,  a 
un  clásico  escrítor,  nacido  en  Buenos  Aires,  el  cual,  aunque  perte- 
nece á  la  hteratura  general  de  España,  y  no  á  la  particular  de  Amé- 
rica, y  aunque  por  haber  residido  desde  su  infancia  entre  nosotros, 
tuvo  más  de  madrileño  que  de  argentino,  nunca  olvidó  el  lugar  de 
su  cuna,  y  se  preció,  siempre  de  americano- español  (3),  simbolizando 

(i)  No  existe,  que  yo  sepa,  colección  impresa  de  sus  poesías.  El  las  había 
recogido  en  sus  últimos  años,  corrigiéudolas  mucho,  y  este  manuscrito  pasó 
á  poder  de  su  hermano  D.  Florencio.  (Véase  el  estudio  de  Gutiérrez.) 

(2)  El  día  de  Mayo,  dedicado  al  pueblo  oriental  Por  Florencio  Várela,  ciuda- 
dano de  Buenos  Aires.  Montevideo,  1820.  Contiene  cinco  piezas  tituladas:  El 
veinticinco  de  Mayo.— Al  Estado  oriental  del  Uruguay.— A  la  Concordia. — Al 
restablecimiento  de  la  Biblioteca  pública  de  Montevideo.— Al  bello  sexo  oriental. 

En  la  América  Poética,  de  Gutiérrez,  hay  dos  composiciones  no  incluidas 
en  este  folleto:  La  Anarquía.— A  la  hermandad  de  la   Caridad  de  Montevideo. 

(3)  En  unos  versos  de  álbum  decía  en  1857: 

«La  madre  España  en  su  seno 
Mo  (lió  acogida  amorosa: 


43'"'  CAPITULO    XII 

en  su  persona  el  perenne  lazo  espiritual  entre  las  colonias  emanci- 
padas y  la  metrópoli.  Sería  impertinente  aquí  un  trabajo  extenso  y 
formal  sobre  D.  Ventura  de  la  Vega  ( 1 807- 1 86 5),  no  sólo  porque 
este  insigne  autor  estuvo  fuera  de  la  corriente  de  la  literatura  ar- 
gentina, sino  porque  su  biografía  ha  sido  primorosamente  trazada, 
con  rasgos  familiares  y  anécdotas  juveniles  que  la  dan  extraordina- 
rio precio,  por  uno  de  sus  amigos  y  camaradas  de  estudi'os,  vene- 
rable Director  hoy  de  nuestra  Academia  (l);  y  sobre  sus  obras  dra- 
máticas y  líricas  han  recaído  ya  fallos  magistrales  y  definitivos  (2), 
que  por  nuestra  parte  sería  temeridad  someter  á  nueva  revisión,  ni 
menos  contradecir  en  cosa  sustancial.  Ventura  de  la  Vega  ha  pasa- 
do ya  á  la  categoría  de  los  clásicos  modernos,  y  aunque  puede  ha- 
ber diversos  pareceres  sobre  el  mérito  relativ'o  de  tal  ó  cual  obra 
suya,  y  sobre  la  preferencia  que  á  una  ó  á  otra  debe  asignarse,  el 


Suyo  fui;  mas  siempre  yo 
Recordé  con  noble  orgullo 
Que  allá  mi  cuna  al  arrullo 
De  las  auras  se  meció. 
Mientras  rencor  fratricida 
Ardió  en  uno  y  otro  bando, 
Mis  lágrimas  devorando, 
Calló  mi  musa  afligida. 
Hoy  que  á  coyunda  tirana 
Suceden  fraternos  lazos, 
Y  España  tiende  los  brazos 
Á  la  América  su  hermana; 
Bañado  en  júbilo  santo, 
Yo,  americano  español, 
A  la  clara  luz  del  sol 
La  unión  venturosa  canto. 
Ven,  inspiración  divina; 
Que  ya  á  mi  laúd  sonoro 
Añado  una  cuerda  de  oro 
Para  la  gloria  argentina.» 

(i)  Véase  en  el  tomo  11  de  las  Jl femarías  de  la  Academia  Española  (1870), 
págs.  434-467,  el  Elogio  fúnebre  de  Ventura  de  la  Vega,  por  el  señor  Conde  de 
Cheste. 

(2)  Son  los  más  extensos  é  importantes  el  discurso  de  D.  Patricio  de  la 
E^cosura,  en  sesión  pública  inaugural  de  la  Academia  Española  en  1870,  y 
el  Estudio  biográfico-critico ,  escrito  por  D.  Juan  Valera  en  la  colección  que 
lleva  por  título  Autores  dramáticos  cofitemporáneos,  reimpreso  después  sepa- 
radamente. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  43  I 

sufragio  de  la  crítica  puede  decirse  unánime  en  tenerle  por  el  más 
correcto,  atildado  y  pulcro,  por  el  más  académico,  en  suma,  de  to- 
dos los  artistas  literarios  de  la  generación  á  que  perteneció. 

Su  verdadera  gloria  está  en  la  poesía  dramática;  pero  en  la  lírica 
tiene,  aunque  con  menos  perfección  y  amplitud,  cualidades  muy 
análogas:  el  mismo  respeto  á  la  forma,  el  mismo  acicalamiento  de 
versificación,  la  misma  tersura  y  nitidez  de  estilo  con  que  á  veces 
llega  á  simular  la  efervescencia  de  la  vida  poética  que  nunca  es 
en  él  muy  intensa,  y  el  sentimiento  que  nunca  es  muy  profundo. 
Su  cultura  clásica,  superficial  sin  duda,  pero  sana,  unida  á  un  ex- 
quisito buen  gusto,  que  parece  haber  sido  en  él  casi  innato  aunque 
luego  se  desarrollase  con  las  enseñanzas  y  los  consejos  de  Lista,  le 
dieron  desde  muy  temprano  la  perfección  negativa,  esto  es,  la  au- 
sencia de  defectos  monstruosos  y  palpables,  tales  como  los  que  en 
torno  suyo  cometía  á  diario  la  escuela  romántica.  Su  estro  lírico  no 
era  muy  vigoroso,  y  por  consiguiente,  no  le  fué  difícil  encerrarle 
en  un  cauce  fácil  y  ameno  (semejante  al  del  Pusa  descrito  por  él), 
donde  la  vista  se  recrea  en  la  transparencia  de  las  aguas  sin  buscar 
misterios  en  el  fondo.  Todo  es  natural,  sencillo  y  culto;  todo  está 
bien  dicho  y  bien  versificado,  sin  ningún  género  de  afectación  ni  de 
violencia:  no  se  puede  dar  una  poesía  de  salón  más  amena  ni  más 
ingeniosa:  nadie  ha  hecho  los  versos  de  álbum  con  más  primor  y 
buen  tono,  ni  las  odas  de  circunstancias  con  tanta  oportunidad.  Se 
dirá  que  todo  esto  es  tan  efímero' como  las  flores  ó  los  perfumes  de 
un  sarao;  pero  algún  mérito  ha  de  tener  la  dificultad  vencida  cuan- 
do son  tan  pocos,  á  lo  menos  en  España,  los  que  han  sobresalido  en 
este  género  de  agradable  pasatiempo  (l). 

(i)  Antes  de  pasar  adelante,  advertiremos  que  es  muy  incompleta  la  co- 
lección de  Obras  poéticas  de  D.  Ventura  de  la  Vega  (París,  7,  Claye,  1866),  pu- 
blicada con  elegancia  tipográfica  que  está  muy  en  armonía  con  el  género  de 
producciones  que  contiene.  Sin  salir  de  la  sección  de  poesías  líricas,  echo  de 
menos  las  siguientes,  prescindiendo  de  otras  muchas  de  corta  extensión,  que 
podrán  hallarse  registrando  periódicos:  Oda  á  la  reina  María  Cristina,  que  co- 
mienza: <í¡Que  calle  yo!...  cuando  gozoso  en  tornoi>. — Octavas  leídas  en  el  teatro 
del  Piíncipe  la  noche  del  13  de  Junio  de  1834,  en  solemnidad  de  la  promul- 
gación del  Estatuto  Real. — La  Revelación  (quintillas),  1835.—^  D.  Carlos  La- 
toj-re,  en  el  papel  de  <iOscar->. — El  entusiasmo,  oda  á  Adelaida  Tossi,  cantando  el 


432  CAPÍTULO   XII 

Lo  que  falta  en  la  mayor  parte  de  las  composiciones  sueltas  de 
Ventura  (y  hablando  de  tal  ingenio,  puede  decirse  sin  reparos  la 
verdad  entera)  es  personalidad  lírica,  ímpetu  varonil,  entusiasmo  sin- 
cero, pasión  hondamente  sentida  por  algo  divino  ó  humano.  Sé  que 
pueden  alegarse  excepciones;  pero  son  tan  pocas,  que  por  el  mo- 
mento sólo  recuerdo  una,  aunque  bellísima  y  llena  de  fuego.  La 
Agitaaón,  que  es  una  ráfaga  romántica;  quizá  pueda  añadirse  la  oda 
política  A  viis  amigos,  escrita  en  1 830,  tributo  pagado  á  ciertos  her- 
vores revolucionarios  que  nunca  volvió  á  sentir  el  autor,  y  que  eran 
de  todo  punto  contrarios  á  su  índole  y  temperamento.  Todo  lo  de- 
más son  versos  de  encargo  en  que  ha  entrado  la  cabeza,  pero  no  el 

«Ultimo  día  de  Pompeyai>.  (Muchos  versos  de  esta  oda  fueron  utilizados  luego 
en  1838  para  otra  presentada  en  nombre  del  Liceo  á  la  reina  Doña  Cristina: 
esto  de  plagiarse  á  sí  mismo  prueba  la  poca  espontaneidad  con  que  el  poeta 
trabajaba.) — Oda  d  la  defensa  de  Sevilla,  premiada  en  público  certamen, 
abierto  por  D.José  de  Salamanca,  i?,:^^.— El  hambre,  musa  diez,  sátira  contra 
el  Panléxico,  ó  Diccionario  de  la  lengua  castellana,  por  D.  Juan  López  Pe- 
ñalver,  1842.  Esta  sátira  fué  contestada  con  otra  mucho  más  virulenta,  pero 
no  menos  bien  versificada,  por  D.  Juan  Martínez  Villergas.— El  libro  i  de  la 
Eneida,  que  luego  se  citará.  Todo  esto  sin  contar  con  muchos  sonetos  y  otras 
piezas  fugitivas,  que  no  puedo  precisar  ahora. 

Algunas  composiciones  muy  poco  conocidas  de  la  primera  época  de  Ven- 
tura, están  en  el  raro  tomito  titulado  Rimas  ameñca7ias,  publicadas  por  don 
Ignacio  Herrera  Dávila.  Habana,  1833, 

De  comedias  originales  en  todo  ó  en  parte,  faltan  Los  Partidos  (1843),  El 
plan  de  un  drama  ó  la  conspiración,  improvisación  de  Ventura  de  la  Vega  y 
Bretón  de  los  Herreros  (1835).— ¿//z  clavo  saca  otro  clavo,  en  colaboración 
con  Ariza  y  Rubí  (1850). — Los  dos  camaradas,  drama  postumo,  que  debía  ser 
principio  de  una  trilogía  acerca  de  Cervantes. 

Sin  pretender  apurar  el  catálogo  de  sus  traducciones  ó  arreglos  dramáticos, 
creo  de  alguna  curiosidad  apuntar  los  que  recuerdo,  ordenándolos  en  lo 
posible  por  fechas.  En  muy  pocos  consta  el  nombre  del  autor  original,  ni 
yo  conozco  bastante  el  repertorio  francés  de  ese  tiempo  para  precisarlo. 
Pero  el  autor  principalmente  explotado  por  Ventura,  fué  Scribe,  sin  disputa. 

El  Testamento  (1831).— Z«  Expiación  (1831).— Za  Máscara  reconciliado- 
ra (i 83 i). — Shakespeare  enatnorado,  de  A.  Duval  (i%i\).  — Acertar  erratido^ 
el  cambio  de  diligencia  {\%i2\— Hacerse  amar  con  peluca,  ó  el  viejo  de  veinti- 
cinco anos,  de  Scribe  (1832).— Zízj  Capas,  de  Scribe  (1833).  — £/«  Minis- 
tro (1834).— £■/  Tasso,  de  A.  Duval  {i^^^).— Marino  Fallero,  de  Casimiro  De- 
lavjgne  {i?>i¡)).—Jacobo  II {\?,n).—La  mujer  de  un  artista  (183S).— Za  segunda 


REPÚBLICA    ARGENTINA  433 

corazón  del  poeta.  Es  cierto  que  su  buen  gusto  no  le  permitía  hacer 
versos  por  el  mero  capricho  de  hacerlos;  así  es  que  ninguna  de 
sus  poesías  puede  tacharse  de  vacía  de  contenido:  muchas  de  ellas 
están  inspiradas  por  grandes  acontecimientos  políticos  que  conmo- 
vieron la  faz  de  España  y  que  debían  de  interesar  al  autor  como  á 
todo  ciudadano;  otras  expresan  delicados  afectos  de  amistad  y  ga- 
lantería, que  dejan  ver  en  el  poeta  el  hombre  de  mundo  perfecto, 
como  sin  duda  lo  fué;  pero  en  todas,  si  bien  se  mira,  no  sólo  viene 
el  impulso  de  fuera  (que  esto  es  compatible  con  la  más  intensa  emo- 
ción lírica,  y  en  cierto  modo  es  inseparable  de  ella),  sino  que  el 
poeta  no  lo  mezcla  con  nada  íntimo  suyo,  no  le  infunde  ninguna 

Dama  Dimtde,  imitada  de  LedoTnino  noir,  de  Scribe  (1838). — El  Rey  se  divierte, 
de  "Víctor  Hugo  (1838).— ¿7«cz  ausencia  (1840). — Mateo  d  la  hija  del  Espa- 
ñoleta (1840). —  Una  boda  improvisada  (1841). —  Un  secreto  de  estado  (1841). — 
Marcelino  el  tapicero  (1841). — Memorias  de  un  coronel  (1841). — El  Hijo  de  la 
tempestad;  Larga  Espada  el  Normando^  de  Bouchardy  (1841). — El  héroe  por 
fuerza  (1841 ). — El  Hombre  más  feo  de  Francia  (1841 ). — Amor  de  madre  ( 1 84 1 ).  — 
Jusepo  el  Veroncs  (1841). — La  Sociedad  de  los  Trece  {\%í,i).--Los  dos  solte- 
rones (1841). — Los  perros  del  monte  de  San  Bernardo  {\Zs,\).—  El  Honor  espa- 
ñol {\%/^\). — Á  muerte  ó  á  vida  ó  la  Escuela  de  las  coquetas  (1842). — El  Galán 
duende  (1842). — El  Castigo  de  una  madre  (1842). — El  Corsario  {1S42).— El  Ju- 
glar (1842). — El  Primito  (1842). — Fabio  el  Novicio  ó  la  predicación  (1842). — 
Gaspar  el  Ganadero  (1842). — La  Escuela  de  los  periodistas  (1842). — La  Familia 
improvisada  (1842). — La  vuelta  de  Estanislao,  de  Scribe  (1842). — Las  Memoriai 
del  Diablo  (1842). — Los  Independientes  (1842). — Llueven  bofetones  (1S42)— ü// 
honra  por  su  vida  (1842). — Noche  toledana  (1842). —  Otra  casa  con  dos  puer- 
tas... (1842). — Perder  y  cobrar  el  cetro  (1S42). — Por  él  y  por  7ni  {\%a,2]. —  Quince 
años  después  ó  el  campo  y  la  corte,  de  V.  Ducange  (1842). — Retascón,  barbero  y 
comadrón,  de  Scribe  {\'í¡íi,2).—EI  Pozo  de  los  enamorados  (1843). — El  Diplomá- 
tico (1844). — La  Calumnia,  de  Scribe  (1844).  Había  dos  traducciones  anterio- 
res, una  de  ellas  del  poeta  catalán  Carbó.  — Za  Farsa,  comedia  de  Scribe,  titu- 
lada en  su  original  Le  Puff  ('1848). -Za  Duquesita  (1848). — El  Tío  Tara- 
rira {i%^S). — ¡Fortuna  te  dé  Dios,  hijo...!  (1848). — Adriana  de  Lecouvreur,  de 
Scribe  y  Legouvé  (1850).— £"/  Fuego  del  cielo  (1851).— í.^«  hablador  sempi- 
terno (1859). — Bruno  el  Tejedor. —  Cada  oveja  con  su  pareja. —  Cazar  en  vedado. 
Hay  que  añadir  los  libretos  de  las  zarzuelas  Jugar  con  fuego  (1853).— Zíz  Cis- 
terna encantada  {xZ^l)-— El  Marqués  de  Caravaca  [x^iá^.—Ésiebanillo  (1855).— 
El  Planeta  Few/j  (1858);  y,  finalmente,  El  Diablo  predicador,  libreto  de  una 
ópera  del  maestro  Basili,  é  imitación  de  la  antigua  comedia  española  del 
mismo  título  (1846). 


434  CAPITULO  XII 

partícula  de  su  alma,  y  por  eso  su  poesía  resulta  exterior,  aunque 
admirablemente  cincelada;  y  tiene  algo  como  de  juguete.  Vega  per- 
manece frío,  no  por  serenidad  clásica,  sino  por  frivolidad  mundana 
ó  retórica,  lo  cual  es  cosa  muy  diversa.  Compáresele,  no  ya  con  los 
líricos  románticos,  sino  con  sus  inmediatos  precursores  clásicos,  con 
los  que  fueron  "sus  maestros,  con  Gallego,  con  Quintana,  con  el  mis- 
mo Lista  en  ocasiones;  y  se  verá  palpablemente  lo  que  quiero  de- 
cir; y  se  comprenderá  por  qué  no  han  envejecido  el  Dos  de  Mayo 
y  la  elegía  á  la  muerte  de  la  Duquesa  de  Frías,  al  paso  que  pocos 
recuerdan  las  octavas  de  intachable  factura  con  que  Ventura  de  la 
Vega  cantó  la  vuelta  de  Fernando  VII  de  Cataluña  en  1828;  ó  las 
innumerables  y  elegantísimas  odas  que  dedicó  á  la  reina  Cristina  en 
todos  los  grandes  momentos  de  su  regencia;  ó  los  que  escribió  en 
loor  de  los  defensores  de  Sevilla  contra  el  regente  Espartero  en  1843; 
ó  los  que  posteriormente  le  inspiraron  los  triunfos  de  nuestra  gue- 
rra de  África,  ó  el  nacimiento  del  Príncipe  Imperial  de  Francia. 
Todo  ello  es  bueno  en  su  línea,  y  Vega  procedió  con  demasiado 
rigor  (si  ya  no  es  que  obedeciese  á  consideraciones  ajenas  al  arte), 
excluyendo  de  su  colección  muchas  de  estas  piezas  de  circunstan- 
cias, que  empiezan  á  ser  inasequibles.  Con  mucho  mejor  gusto  y 
menos  espontaneidad  tiene,  en  esta  sección  de  sus  obras,  algún  pa- 
recido con  Arriaza,  á  quien  puede  decirse  que  sucedió  en  su  puesto 
de  poeta  áulico,  entendida  esta  calificación  en  el  más  noble  sentido 
posible;  puesto  que  lo  mismo  en  Vega  que  en  su  predecesor,  la  poe'^ 
sía  oficial  y  cortesana  estuvo  siempre  en  armonía  con  las  honradas 
convicciones  del  poeta,  que  había  nacido  para  frecuentar  palacios 
y  para  cantar  á  los  reyes  dignamente.  Pero  con  esta  especie  de 
gracia  y  este  perfume  aristocrático  que  la  poesía  de  Vega  tiene,  por 
excepción  entre  sus  contemporáneos,  se  junta  á  veces  una  magnifi- 
cencia de  estilo,  en  que  parece  discípulo  más  bien  de  D.  Juan  Nica- 
sio  Gallego,  que  del  tierno  y  bondadoso  D.  Alberto  Lista,  cuyas 
cualidades  poéticas  eran  muy  otras. 

Todas  sus  condiciones  positivas  y  negativas  de  selecta  dicción, 
de  gusto  acendrado,  aunque  algo  nimio  y  estrecho,  y  de  timidez  ó 
poco  vuelo  en  la  producción  original,  parece  que  predestinaban  á 
Ventura  para  el  papel  de  intérprete  felicísimo  de  pensamientos  aje- 


REPÚBLICA    ARGENTINA  435 

nos.  Y,  realmente,  como  traductor  é  imitador,  dejó  ensayos  memo- 
rables que  valen  tanto  ó  más  que  sus  composiciones  originales.  Pas- 
ma leer  las  fechas  de  1 82 5  y  1826,  al  pie  de  unas  paráfrasis  de  los 
Salmos  y  del  Cántico  de  los  cánticos,  6  más  bien  de  sus  imitadores 
castellanos,  Fray  Luis  de  León  y  San  Juan  de  la  Cruz.  Escribir  con 
tal  pureza^  con  tan  nítida  elegancia  á  los  diez  y  nueve  años,  raya 
casi  en  prodigio;  no  hay  enseñanza  literaria  que  alcance  á  producir 
esto  sin  un  instinto  casi  infalible  en  el  discípulo.  Pero  convengamos 
en  que  Ventura  de  la  Vega,  ni  por  sus  estudios  ni  por  sus  inclina- 
ciones podía  hacer  poesía  bíblica  que  no  fuese  de  segunda  mano,  y 
aun  ésta,  per  siimma  capita.,  esto  es:  cogiendo  al  vuelo  algunos  ras- 
gos que  se  prestaban  á  ser  expuestos  con  aquella  fácil  elegancia  que 
era  el  principal  distintivo  de  su  numen.  Tenía  buen  gusto,  pero  no 
tenía  el  gusto  gj'ande,  si  se  nos  permite  esta  manera  de  expresar  el 
sentimiento  de  la  gran  poesía  que  todos  afectan  tener,  y  que  en 
realidad  poseen  muy  pocos.  De  tal  hipocresía  se  salvó  siempre  Ven- 
tura; pero  hay  que  reconocer  esta  limitación  de  su  gusto.  Le  agra- 
daban más  las  cosas  bonitas,  arregladas  y  graciosas,  que  las  verda- 
deramente bellas,  y,  por  de  contado,  mucho  más  que  las  trágicas  y 
sublimes.  En  el  fondo  de  su  naturaleza  estética  había  un  escepti- 
cismo grande,  que  nunca  es  indicio  de  fuerza  creadora.  Miraba  des- 
de lejos  las  cumbres  del  arte,  y  hacía  como  que  las  respetaba  con 
cómica  sumisión;  pero  en  la  intimidad  se  vengaba  con  chistes  que 
han  quedado  proverbiales,  sobre  Dante,  Calderón  y  Shakespeare. ' 

Con  tales  disposiciones  acometió  la  traducción  de  un  gran  poeta 
de  la  antigüedad,  á  quien  sinceramente  admiraba;  y  dejó  en  mag- 
níficos versos  sueltos  un  ensayo  de  traducción  de  la  Eneida  que  no 
pasa  del  primer  libro.  El  entusiasmo  de  doctos  críticos,  amigos  y 
compañeros  del  poeta,  puso  este  ensayo  en  las  nubes,  considerán- 
dole unos  como  «la  mejor  traducción  que  de  Virgilio  existe  en  len- 
gua alguna»,  y  otros  como  «lo  que  de  poesía  latina  se  ha  traducido 
mejor  en  verso  castellano  desde  que  hay  en  España  literatura». 

La  versificación  es  ciertamente  intachable,  aunque  no  superior  á 
la  de  otros  endecasílabos  sueltos  que  antes  había  compuesto  el  mis- 
mo Vega;  y  en  cortes,  pausas  y  cadencias,  recuerda  los  mejores  mo- 
delos italianos.  Pero  si  se  la  considera  en  este  fragmento  como  tra- 


436  CAPÍTULO   XII 

ducción  de  Virgilio,  no  se  la  puede  conceder  tanto  precio.  El  traduc- 
tor sentía  el  efecto  general  de  la  poesía  virgiliana,  pero  no  era  bas- 
tante humanista  ni  tenía  bastante  paciencia  para  penetrar  en  los  se- 
cretos del  estilo  de  Virgilio,  en  la  docta  elaboración  y  callida  june- 
tura  de  sus  imágenes  y  de  sus  versos.  El  arte  de  Virgilio  es  cosa 
muy  distinta  de  aquel  ideal  de  corrección  académica  con  que  Vega 
soñaba;  está  lleno  de  variedad,  de  sabios  atrevimientos  y  de  speciosa 
viiracula,  que  nuestro  poeta  rara  vez  reproduce  con  fidelidad,  y  de 
cuyo  valor  no  siempre  se  da  cuenta.  Lo  que  más  falta  en  esta 
elegantísima  traducción,  es  sabor  virgiliano;  si  se  prescinde  del 
texto,  se  la  puede  leer  con  encanto  (l). 

Ya  he  dicho  que  Ventura  de  la  Vega  fué  principalmente  poeta 
dramático,  y  no  sólo 'uno  de  los  mejores  de  nuestro  siglo,  sino  uno 
de  los  hombres  que  más  profundamente  han  conocido  el  teatro  bajo 
todos  sus  diversos  aspectos.  Dotado  de  prodigioso  talento  escénico, 

(i)  No  parecerá  severo  este  juicio,  aunque  no  vaya  muy  conforme  con  la 
opinión  dominante  entre  nosotros,  si  se  coteja  con  el  del  profundo  huma-- 
nista  D.  Miguel  A.  Caro,  que  ha  traducido  á  Virgilio  por  método  entera- 
mente diverso:  «Ventura  de  la  Vega,  dice,  coa  su  fácil  y  perpetua  elegancia, 
carece  de  originalidad  y  energía  de  estilo,  no  tiene  ingeniosa  y  variada  elo- 
cución; si  jamás  lastima  el  oído  del  exigente  lector,  tampoco  le  sorprende 
agradablemente;  si  nunca  lo  deja  á  obscuras,  tampoco  le  induce  á  pensar;  y 
de  aquí  que  al  trasladar  los  pensamientos  de  Virgilio,  los  despoje  á  menudo 
del  vigor,  de  la  concisión  y  frescura  del  original  latino.  No  digo  yo  que  en 
la  traducción  de  modelo  tan  perfecto  sea  posible  trasladar  todas  las  cláusu- 
las latinas  en  otras  castellanas  que  en  todo  las  igualen,  pero  á  lo  menos  han 
de  conservarse  las  imagines  ó  imitarse  el  efecto  de  la  frase  con  cierta  ener- 
gía, cuando  es  enérgica;  con  alguna  gracia,  si  es  graciosa;  y  esto  es  lo  que 
casi  siempre  no  practica  Ventura  de  la  Vega,  ni  parece  que  le  preocupase». 
El  incedo  Regina,  se  convierte  en  un  débil  «me  apellido  Reina»;  nec  vox  ho- 
míncni  sonat,  se  explica,  vulgarizándose,  «ni  humano  es  el  sonido  de  tu  voz»; 
}iotos  puer  pueri  indue  vidtus,  se  deslíe  en  «pues  eres  niño,  de  otro  niño  sabrás 
fingir  el  conocido  aspecto».  Del  tremendo  poder  de  los  vientos,  briosamente 
indicado  por  Virgilio,  ^qué  queda  en  la  traducción  de  las  siguientes  líneas: 

«.Ni  faciat,  viaria  ac  tcrras  cosliivique  profunduin 
Quippe  ferant  rapidi  secttm,  verrantque  per  auras.y> 

Que  si  no  hiciese  tal,  por  los  espacios 

Con  rapidez  arrebataran  ellos 

La  tierra,  el  mar,  el  firmamento  mismo.» 


REPÚBLICA   ARGENTINA  437 

hubiera  sido,  según  el  unánime  sentir  de  sus  contemporáneos,  el 
primer  actor  español,  si  alguna  vez  hubiese  pisado  las  tablas  de  un 
teatro  público.  Extraordinaria  viveza  para  simular  la  pasión,  frial- 
dad en  el  fondo  como  al  actor  conviene,  singular  talento  para  el  re- 
medo, un  delicado  sentimiento  de  los  matices  de  la  dicción,  son  las 
cualidades   que   principalmente   atribuyen  á  su   declamación,  aun 
prescindiendo  del  atractivo  de  la  voz,  del  ademán  y  de  la  mirada.  Y 
por  caso  no  raro,  sino  estrictamente  lógico  dentro  del  concierto  de 
las  facultades  humanas,  éstas  mismas  son  las  notas  características  de 
su  ingenio  literario,  ya  se  ejercitase  en  la  poesía  lírica,  ya  triunfase 
con  más  señorío  en  el  teatro,  que  fué,  á  la  vez  que  su  gran  pasión, 
el  honrado  medio  de  subsistencia,  de  su  juventud,  y  aun  puede  de- 
cirse que  de  su  edad  madura.  vSuperior  á  todos  los  dramaturgos  á 
quienes  hizo  la  honra  de  traducirles,  puesto  que  ni  Scribe  com- 
puso comedia  como  El  hombre  de  mundo,  ni  Delavigne  tragedia 
como  La  muerte  de  César,  pasma  á  primera  vista  que  se  resignase 
á  tal  labor;  pero  luego  la  explicación  se  ve  muy  clara.  Era,  en  sumo 
grado,  perezoso,  y  era,  al  mismo  tiempo,  grande  amante  de  la  per- 
fección; dos  cualidades  que  parecen  contrarias,  pero  que  en  España 
suelen  andar  juntas,  y  que  cada  cual  de  por  sí,  cuanto  más  las  dos 
unidas,  eran  bastante  remora  para  que  no  abasteciese  el  teatro  de 
producciones  originales  con  la  frecuencia  que  á  sus  intereses  con- 
venía. Por  otra  parte,  empezó  á  escribir  en  tiempos  de  gran  deca- 
dencia para  el  teatro  español,  en  que  el  público  indiferente,  distraído 
y  generalmente  iliterato,  apenas  hacía  distinción  entre  lo  original  y 
lo  traducido,  ni  preguntaba  siquiera  por  el  nombre  del  autor,  ni  es- 
tablecía ninguna  diferencia  en  la  retribución  pecuniaria  que  á  unas 
y  otras  obras  se  otorgaba.  El  oficio,  hoy  tan  desacreditado  de  tra- 
ductor ó  arreglador  de  comedias,  no  lo  estaba  entonces,  sino  que 
era  ocupación  seria  de  literatos  eminentes,  que  muchas  veces  mejo- 
raban, y  siempre  castellanizaban,  los  originales  que  traducían:  así 
Gallego,  Marchena,  Saviñón,  D.  Dionisio  Solís.  Vega,  educado  en 
■estos  tiempos  y  guiado  por  los  consejos  de  Carnerero  y  de  Grimal- 
di,  comenzó  á  traducir  piezas  francesas  desde  1824;  como  simultá- 
neamente lo  hacían  los  otros  dos  únicos  poetas  dramáticos  de  la 
generación  de  entonces,  Bretón  de  los  Herreros  y  Gil  y  Zarate.  Pero 


438  CAPITULO   XII 

así  como  éstos,  especialmente  Bretón,  se  dejaron  llevar  luego  de  su 
originalidad  dramática,  y  no  volvieron  á  traducir  uno  per  accidenSy 
convirtiéndose  Bretón  en  creador  de  un  nuevo  teatro  cómico  espa- 
ñol, el  más  castizo  y  rico  de  sales  que  puede  imaginarse;  Vega,  aun 
en  los  tiempos  más  favorables  á  la  producción  personal,  continuó 
traduciendo  á 'destajo,  y  sólo  en  1845  dio  á  las  tablas  su  primera 
comedia  enteramente  original,  que  es  á  la  vez  su  obra  maestra. 

Estas  traducciones  ó  arreglos  que  él  excluyó  á  carga  cerrada  de 
la  colección  de  sus  obras,  considerándolos  como  trabajos  de  pane 
lucrando,  no  merecían,  en  verdad,  tan  absoluta  é  inflexible  conde- 
nación. i\lgunos  de  ellos  tienen  tanto  de  original  como  de  traduci- 
do; otros  están  en  verso  y  son  obras  verdaderamente  literarias,  como 
todos  los  versos  que  su  autor  compuso.  Una  mano  inteligente  y 
menos  rigurosa  que  la  del  poeta,  puede  subsanar  este  defecto  en 
ediciones  posteriores,  dando  entrada  por  lo  menos  á  algunos  libre- 
tos de  zarzuela,  entre  los  cuales  descuella  el  nunca  olvidado  de  yu- 
gar con  fuego,  digno  de  la  música  que  le  acompaña.  El  número  total 
de  estos  arreglos  (que  es  el  nombre  con  que  en  el  teatro  se  desig- 
nan) quizá  pase  de  ochenta.  Algunos  de  ellos  forman  todavía  parte 
del  caudal  de  los  teatros,  y  se  oyen  siempre  con  gusto.  El  estilo  es 
desigual,  y  no  faltan  galicismos,  impropios  de  autor  tan  esmerado. 
En  la  elección  de  las  piezas  que  tradujo,  consultó  más  bien  el  gusto 
reinante  que  su  escrupulosa  conciencia  artística,  y  no  tuvo  reparo 
en  dar  vestidura  castellana  á  los  melodramas  de  Víctor  Ducange  y 
á  las  piececillas  de  Scribe.  Pero  obsérvese  que  todas  las  obras  que 
trasladó  á  nuestro  repertorio  tienen,  á  falta  de  otro  mérito,  el  de  ser 
eminentemente  escénicas.  Para  discernir  esto  tenía  un  don  casi  infa-, 
lible,  así  como  en  el  modo  de  adaptarlas  ó  arreglarlas  se  mostraba 
siempre  peritísimo  en  la  mecánica  teatral. 

Esta  industria  literaria  no  perjudicó  mucho  á  su  gloria,  porque 
nunca  hubiera  sido  muy  fecundo;  y  de  todos  modos  le  dejó  espacio 
y  libertad  bastante  para  consagrarse  con  ahinco  á  la  corrección  de 
sus  pocas,  pero  muy  selectas,  obras  originales.  Sólo  seis  de  ellas 
quiso  admitir  en  su  colección,  y  aun  tres  son  de  muy  breves  dimen- 
siones y  pertenecen  al  género  que  Hartzenbusch  llamaba  de  encar^ 
gOy  á  pesar  de  lo  cual  nada  pierden  de  su  mérito.  Son  piezas  cortas 


REPÚBLICA  ARGENTINA  439 

de  asunto  literario,  en  que  el  autor  hace,  en  muy  vario  estilo,  como 
cuadraba  á  la  índole  de  los  poetas  elogiados,  pero  siempre  con  buen 
sentido  y  agudeza,  la  crítica,  ó  más  bien  la  apoteosis  de  Lope,  Cal- 
derón y  Moratín.  Y  así  como  en  La  tumba  salvada  procura  con 
buen  éxito  remedar  la  manera  alegórica  y  conceptuosa  y  la  robusta 
entonación  de  los  Autos  sacramentales-,  en  la  Critica  del  si  de  las 
niñas^  que  es  una  joya,  llega  á  rivalizar  con  el  Café,  del  mismo  don 
Leandro,  y  con  la  Critica  de  la  escuela  de  las  mujeres,  y  con  todas 
aquellas  obras  más  excelentes  en  que  la  preceptiva  literaria,  vigori- 
zada por  el  genio  satírico,  ha  puesto  en  las  tablas  su  cátedra,  tanto 
más  eficaz  cuanto  más  amena. 

No  nos  detendremos  en  el  drama  histórico  Don  Fernando  de  An- 
tequci'a,  noble  y  simpática  producción,  abundante  en  bellezas  par- 
ciales, pensada  con  madurez  y  reposo,  escrita  con  gravedad  y  aliño, 
sembrada  de  altas  moralidades  y  sentencias  políticas,  fiel  á  lo  menos 
en  lo  sustancial  al  espíritu  de  los  tiempos  en  que  la  acción  pasa; 
obra,  en  suma,  elevada  y  serena,  romántica  en  el  sentido  en  que  lo 
son  las  dos  tragedias  de  Manzoni,  y  con  todo  eso  no  tan  estimaday 
celebrada  como  otras  cosas  de  Ventura,  sin  duda  porque  en  medio 
de  todas  sus  excelencias  artísticas  le  falta  un  cierto  grado  de  calor 
en  la  emoción  dramática  y  de  interés  en  la  fábula. 

Las  dos  obras  maestras  de  Ventura  de  la  Vega  son  una  comedia 
y  una  tragedia:  El  Hombre  de  mundo  y  La  muerte  de  César.  Sobre 
el  mérito  de  la  primera  no  hay  controversia  posible;  El  Hombre  de 
mundo  es  una  comedia  casi  perfecta  dentro  del  género  á  que  perte- 
nece, y  que  con  llamarse  alta  comedia  no  es,  sin  embargo,  el  más 
elevado  de  la  poesía  dramática.  Con  menos  profundidad  de  inten- 
ción y  menos  fuerza  cómica  que  Moliere  y  Moratín,  Vega  pertenece 
á  su  escuela,  y  en  el  arte  de  la  composición  quizá  les  aventaja:  com- 
posición clara  y  lúcida,  á  la  vez  que  ingeniosa,  con  una  punta  de 
artificio  excesivo,  pero  sin  detrimento  de  la  observación  fina  de  cos- 
tumbres y  caracteres,  que  es  el  alma  de  esta  especie  de  comedia. 
Conocimiento  profundo  de  cierto  género  de  sociedad;  conocimiento 
todavía  más  cabal  de  los  recursos  escénicos,  empleados  con  tal  des- 
treza, que  parece  natural  y  sencillo  lo  que  es  efecto  del  cálculo  más 
refinado;  enseñanza  moral,  si  no  muy  nueva,  importante  por  lo  me- 

Mbsésdez  y  Pelato. — Poesía  hispano-americana.  II.  a8 


440  CAPITULO   XII 

nos  y  de  verdad  eterna;  figuras  reales  y  humanas,  aunque  no  muy 
complejas  ni  muy  profundamente  estudiadas;  delicada  parsimonia 
en  la  expresión  de  los  afectos;  urbano  gracejo  en  la  parte  cómica,  y 
en  todo  ello  un  no  sé  qué  de  nativa  elegancia,  que,  sin  dejar  de  ser 
castiza,  llega  á  un  grado  de  perfección  técnica  rarísimo  en  nuestro 
teatro;  tales  son  las  dotes  que  hicieron  clásica  esta  pieza  desde  el 
momento  de  su  aparición,  y  las  que  en  tal  categoría  la  mantienen  á 
pesar  de  los  años  y  de  los  cambios  de  gusto.  Si  algo  se  echa  de 
menos  en  ella,  no  en  cotejo  con  las  comedias  de  su  tiempo,  aunque 
entre  en  cuenta  todo  el  regocijadísimo  teatro  de  Bretón  (más  genial 
y  espontáneo  poeta,  pero  no  mayor  autor  dramático  que  Vega), 
sino  con  el  arte  maduro  y  reflexivo  de  Tamayo  y  Ayala,  que  vinie- 
ron después,  es  cierta  gravedad  del  pensamiento  que  éstos  han  te- 
nido, un  modo  más  elevado  de  considerar  la  pasión  y  el  deber,  un 
grado  más  de  elevación  en  la  conciencia  ética  y  estética  del  autor; 
en  suma,  el  hábito  de  tomar  la  vida  por  lo  serio,  que  es  en  el  fondo 
el  modo  más  poético  de  tomarla.  Sin  duda  por  falta  de  esta  fibra, 
sin  la  cual  Moliere  no  hubiera  escrito  El  Misántropo^  ni  Moratín  El 
si  de  las  niñas^  resulta  que  una  comedia  tan  primorosa  deja  en  el 
ánimo  una  vaga  impresión  de  prosaísmo,  y  con  tener  un  fin  moral 
tan  marcado,  parece  una  obra  frivola. 

Quizá  esta  misma  consideración  aplicada,  no  al  mundo  de  relacio- 
nes domésticas  en  que  se  mueve  la  comedia,  sino  al  mundo  de  la 
arqueología  y  de  la  historia,  sea  la  principal  razón  de  la  inferioridad 
relativa  de  La  muerte  de  César,  obra  de  gran  estudio,  predilecta  de 
Vega  entre  las  suyas,  escrita  con  más  amor  y  conciencia  que  otra 
ninguna,  trazada  con  suma  sencillez  de  plan,  admirablemente  dialo- 
gada, llena  de  detalles  felices,  en  que  se  pasa  sin  violento  contraste 
de  la  majestuosa  entonación  de  la  Melpómene  francesa  á  la  manera 
más  familiar  del  drama  moderno,  fundiéndose  armoniosamente  am- 
bos tonos;  memorable  tragedia  de  gabinete,  que  no  agradó  repre- 
sentada (quizá  por  el  sistema  de  declamación  realista  que  inflexible- 
mente seguía  el  grande  actor  que  la  puso  en  escena),  pero  que  leída 
vale  más  que  el  Edipo,  de  Martínez  de  la  Rosa,  y  sólo  cede  á  la  Vir- 
ginia, de  Tamayo,  entre  todas  cuantas  tragedias  se  han  compuesto 
en  nuestra  lengua.  El  defecto  orgánico  de  esta  producción  de  Vega, 


REPÚBLICA  ARGENTINA  44I 

tan  literaria  y  tan  digna  de  respeto,  no  está  en  su  carácter  híbrido, 
-6  más  bien  ecléctico,  que  es,  por  el  contrario,  una  muestra  de  origi- 
nalidad nada  vulgar  y  una  gran  dificultad  vencida,  sino  en  el  falso 
y  algo  mezquino  concepto  de  la  historia  que  el  poeta  manifiesta, 
subordinándola  á  una  paradoja  política  de  bajo  vuelo,  como  es  la 
apología  del  cesarismo  y  la  supuesta  necesidad  de  la  tiranía  en  pue- 
blos corrompidos  ó  degenerados.  Era  la  misma  idea  que  por  aque- 
llos días  se  desarrollaba  con  aparato  erudito  y  dogmático  en  la  en- 
tonces tan  ruidosa  y  hoy  tan  olvidada  Historia  de  Julio  César,  con 
que  el  último  de  los  Césares  modernos  quiso  razonar  el  fundamento 
histórico  de  su  personal  imperio.  Sin  examinar  tal  doctrina  (que  aquí 
para  nada  nos  importa),  baste  decir  que  este  concepto  político,  que, 
como  todos  los  del  mismo  orden,  sólo  ha  servido  para  viciar  la  his- 
toria y  convertirla  en  folleto,  tenía  que  ser  todavía  más  dañoso  para 
el  poeta  trágico,  apartándole  de  la  serena  y  amplia  intuición  de  la 
realidad  histórica,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  del  espectáculo  de  la  vida, 
que  en  el  Julio  César,  de  Shakespeare,  es  tan  ardiente  y  tan  intensa. 
La  energía  interior  del  drama  histórico  hay  que  buscarla  en  la  his- 
toria misma,  y  no  en  ninguna  concepción  exterior  y  sobrepuesta  á 
ella.  Pero  ni  Vega  había  ahondado  bastante  en  el  espíritu  del  pueblo 
romano,  ni  las  condiciones  de  su  clarísimo  ingenio  eran  las  más 
á  propósito  para  interpretarle.  Había  estudiado  la  historia  para  las 
necesidades  de  su  argumento,  pero  sin  compenetrarse  íntimamente 
con  ella.  Por  eso,  lo  único  que  falta  en  su  tragedia  es  grandeza;  no 
porque  alguna  vez  apunte  la  sonrisa  (que  en  esto  hizo  bien,  sepa- 
rándose de  la  monotonía  del  género),  sino  porque  todo  está  visto  á 
una  falsa  luz  y  empequeñecido  con  sentimientos  y  preocupaciones 
de   ahora.   No    hay   anacronismos  exteriores,   pero   hay  un   conti- 
nuo  anacronismo   interior:  lo  mismo  en  la  caricatura  de  Cicerón, 
cuyo  original  reconocieron  todos,   que   en  la  importancia  que  se 
concede  á  la  supuesta  paternidad  de  César  respecto  de  Bruto,  y  al 
personaje   de  Servilla,  sin  el  cual  Vega  no  veía  tragedia  posible; 
como   si   á   Shakespeare  no  le    hubiesen   bastado  para  la  suya  los 
grandes  móviles  de  la  historia,  sin  acudir  á  un  recurso  sentimental 
y  novelesco,  de  índole  privada,  y  enteramente  ajeno  de  las  costum- 
bres antiguas. 


442  CAPITULO   XII 

Nada  de  esto  se  trae  aquí  para  amenguar  en  rnodo  alguno  el  mé- 
rito de  obras  que  fueron  clásicas  desde  el  momento  de  su  aparición, 
y  que  forman  ya  parte  del  tesoro  de  nuestra  lengua.  Si  bien  se  mira, 
la  continua  perfección  en  los  detalles  es  mérito  casi  tan  relevante 
como  el  de  una  originalidad  vigorosa,  y  en  España  ha  sido  siempre 
mucho  más  raro.  Precisamente  por  tener  las  cualidades  que  menos 
abundan  entre  nosotros,  debe  recomendarse  á  los  principiantes  el 
estudio  de  éste  tan  correcto  y  pulido  escritor,  como  se  recomienda 
el  de  Moratín  con  preferencia  á  otros  ingenios  más  grandes  sin  duda, 
pero  con  los  cuales  se  corre  más  peligro  de  extraviarse. 

Terminada  esta  digresión  harto  larga,  y  quizá  para  algunos  libre 
é  irreverente  en  demasía,  conviene  volver  los  ojos  á  la  olvidada  pa- 
tria de  Ventura  de  la  Vega,  donde  por  los  mismos  años  en  que  él 
conquistaba  en  Madrid  sus  primeros  laureles,  comenzaba  á  darse  á 
conocer  como  introductor  del  romanticismo  y  fundador  de  una 
nueva  escuela  poética  americana  un  autor  muy  notable  por  su  mé- 
rito positivo,  y  mucho  más  aún  por  la  novedad  y  trascendencia  de 
sus  propósitos,  y  por  la  influencia  que  sus  doctrinas  y  ejemplos  han 
tenido  en  la  generación  que  le  sucedió.  Tal  fué  D.  Esteban  Eche- 
verría, uno  de  los  primeros  líricos  americanos  y  patriarca  de  la 
poesía  romántica  en  el  Parnaso  argentino. 

Hemos  visto  que  en  los  demás  países  americanos,  en  México,  en 
Cuba,  en  Venezuela,  en  Colombia  y  en  el  Perú,  el  romanticismo  fué 
recibido  de  segunda  mano  y  por  importación  española,  exceptuando 
si  acaso  á  José  Eusebio  Caro,  en  quien  la  influencia  de  los  poetas  in- 
gleses es  visible,  y  comenzó  muy  pronto.  Pero  no  aconteció  así  en 
la  Argentina:  Echeverría  importó  el  romanticismo  francés  casi  por 
el  mismo  tiempo  en  que  comenzaban  en  España  las  tentativas  ro- 
mánticas; pero  con  entera  independencia  de  ellas  y  con  carácter 
mucho  menos  castizo. 

Para  determinar  bien  el  mérito  de  este  autor,  hay  que  considerar 
separadamente  lo  que  intentó  realizar  y  lo  que  efectivamente  realizó, 
porque  Echeverría,  además  de  ser  un  poeta  de  todas  suertes  nota- 
ble,  se  ha  convertido  en  una  especie  de  símbolo  de  la  poesía  argen- 
tina nacional  y  emancipada.  Así  le  ha  presentado,  y  dignamente  en- 
salzado en  hermosos  versos,  el  más  argentino  de  los  poetas  que  hoy 


REPÚBLICA   ARGENTINA  44-3 

■viven,  D.  Rafael  Obligado.  Después  de  pintar  la  desolación  de  la 
pampa,  dilatada  y  sola, 

«Sin  más  palabra  que  la  voz  vibrante 
Del  buitre  carnicero, 
El  alarido  de  la  tribu  errante 

Y  el  soplo  del  pampero >; 

la  extensión  vacía  donde  jamás  había  penetrado  el  alma  del  canto, 
describe  en  estos  términos  la  aparición  del  genio  poético  de  aquella 
región,  encarnado  en  Echeverría: 

«Llegó  por  fin  el  memorable  día 
En  que  la  patria  despertó  á  los  sones 
De  mágica  armonía; 
En  que  todos  sus  himnos  se  juntaron, 

Y  súbito  estallaron 

En  la  lira  inmortal  de  Echeverría. 

Como  surgiendo  de  silente  abismo, 
El  mundo  americano 
Alborozado  se  escuchó  á  sí  mismo: 
El  Plata  oyó  su  trueno, 
La  pampa  sus  rumores, 

Y  el  vergel  tucumano, 
Prestando  oído  á  su  agitado  seno, 
Sobre  el  poeta  derramó  sus  flores. 

Desde  la  hierba  humilde 
Hasta  el  ombú  de  copa  gigantea; 
Desde  el  ave  rastrera,  que  no  alcanza 
De  los  cielos  la  altura, 
Hasta  el  chajá  que  allí  se  balancea 
Y,  á  cada  nube  obscura, 
Á  grito  herido  sus  alertas  lanza; 
Todo  tiene  un  acento 
En  su  estrofa  divina. 
Pues  no  hay  soplo,  latido,  movimiento, 
Que  no  traiga  á  sus  versos  el  aliento     ■ 
De  la  tierra  argentina. 


Desde  entonces  hay  cantos  de  ternura, 
Rumor  de  besos  en  la  pampa  inmensa...» 


444  CAPITULO   XII 

Y  el  panegirista,  en  alas  del  entusiasmo  poético,  llega  á  compa- 
rar la  obra  de  Echeverría  con  las  grandes  jornadas  de  la  Indepen- 
dencia americana. 

«El  fué  también  libertador,  guerrero, 
De  la  lucha  más  noble. — La  Cautiva, 
'.  Que  el  sentimiento  nacional  exalta 
Y  su  estandarte  victorioso  ondea, 
Es  como  Maipo,  y  Ayacucho,  y  Salta, 
El  triunfo  de  una  idea»  (i). 

El  poeta  que  tal  himno  ha  merecido  no  puede  haber  sido  vulgar, 
y  no  lo  fué  por  cierto,  á  pesar  de  las  muchas  salvedades  que  el  buen 
gusto  tiene  que  hacer,  tratándose  de  sus  versos;  y  á  pesar  también 
de  que  la  intención  poética  valió  generalmente  en  él  más  que  la 
ejecución,  por  lo  cual  resulta  un  ingenio  fragmentario  ó  incompleto, 
más  digno  de  estudio  que  de  admiración. 

La  manera  como  Echeverría  educó  y  formó  su  gusto,  explica  en 
parte  lo  que  puede  encontrarse  de  bueno  y  de  malo  en  sus  ver- 
sos (2).  Fué  pensador  antes  que  poeta,  y  concibió  la  poesía  princi- 
palmente como  obra  de  civilización^  como  magisterio  social.  Su  in- 
fluencia política,  que  fué  muy  activa,  aunque  enteramente  teórica 
y  doctrinal,  es  inseparable  del  pensamiento  de  sus  versos.  Lo  cual 
quiere  decir  que  la  vocación  poética  no  fué  en  él  muy  espontánea, 
sino  que  comenzó  á  despertarse  de  un  modo  deliberado  y  reflexivo, 
después  de  largas  vigilias,  consagradas  principalmente  al  estudio  de 
las  ciencias  morales  y  de  la  ñlosofía  de  la  historia.  Esta  es  la  razón 


(i)     Poemas  de  Rafael  Obligado.  Buenos  Aires,  1885,  págs.  i  y  55. 

(2)  Obras  completas  de  D.  Esteban  Echeverría,  con  notas  y  explicaciones,  y 
una  noticia  acerca  de  la  vida  del  autor,  por  D.  Juan  María  Gutiérrez.  Buenos 
Aires,  1870-1874.  Cinco  volúmenes.  En  el  último,  además  de  los  escritos  en 
prosa  de  Echeverría  y  de  su  biografía,  escrita  por  Gutiérrez,  figuran  artículos 
críticos  de  los  Sres.  Goyena,  Mitre,  Alberdi,  Várela  (D.  Florencio),  Torres 
Caicedo,  Amunátegui,  y  poesías  laudatorias  de  Adolfo  Berro  y  A.  Magariños 
Cervantes. 

Nació  Echeverría  en  Buenos  Aires,  de  padre  vizcaíno  y  madre  argentina, 
el  2  de  Septiembre  de  1805,  y  falleció  en  Montevideo  el  19  de  Enero 
de  1851. 


REPÚBLICA    ARGENTINA  445 

capital  de  la  frialdad  de  muchos  de  sus  versos  y  de  las  enfadosas 
divagaciones  filantrópicas  á  que  con  predilección  se  entrega. 

Sus  primeros  estudios  habían  sido  muy  descuidados,  y  su  juven- 
tud algo  licenciosa;  pero  desde  1825  se  propuso  seriamente  refor- 
mar su  educación,  y  emprendió  un  viaje  á  París,  donde  residió  cinco 
años,  haciendo  pobre,  obscura  y  laboriosísima  vida  de  estudiante, 
saludando,  más  ó  menos  de  paso,  todas  las  ciencias,  pero  empapán- 
dose con  predilección  en  las  doctrinas  de  la  filosofía  ecléctica,  enton- 
ces dominante,  y  del  individualismo  liberal  y  económico;  sin  dejar  de 
prestar  atento  oído  á  las  vagas  aspiraciones  del  humanitarismo  y  de 
la  escuela  del  progreso  indefinido;  con  todo  lo  cual  formó  para  su 
uso  un  cuerpo  de  doctrina  que  luego  formuló  et\  El  dogma  socialista 
y  en  otros  escritos  suyos  en  prosa.  Los  tres  autores  que  parecen  ha- 
ber dejado  más  huella  en  su  ánimo  son  el  apocalíptico  Lamennais  (á 
partir  de  las  Palabras  de  un  creyente);  el  enfático  y  hoy  tan  olvida- 
do Lerminier,  y  el  extraño  apóstol  de  la  humanidad,  Pedro  Leroux, 
que  todavía  lo  está  más.  De  la  filosofía  y  las  ciencias  sociales  pasó 
á  la  literatura,  donde  ardía  entonces  la  lucha  entre  clásicos  y  ro- 
mánticos. Leyó  en  su  original  á  Shakespeare  y  Byron;  en  traducción 
francesa  á  Goethe  y  Schiller,  que  le  «conmovieron  profundamente 
(son  sus  palabras)  y  le  revelaron  un  nuevo  mundo».  Entonces  entró 
en  deseos  de  poetizar,  pero  se  encontró  con  que  apenas  sabía  escri- 
bir en  castellano,  ni  conocía  las  reglas  más  elementales  de  nuestra 
versificación.  Resignóse  á  aprender  algo  de  lo  que  ignoraba,  y  ven- 
ciendo la  antipatía  que  todo  lo  español  le  causaba,  comenzó  á  estu- 
diar la  propiedad  de  nuestra  lengua  en  libros  que  no  debieron  de 
ser  muy  numerosos,  pero  sí  selectos:  la  colección  de  Capmany  para 
la  prosa,  y  la  de  Quintana  para  el  verso. 

Los  primeros  ensayos  poéticos  del  joven  argentino  empezaron  á 
correr  con  estimación  entre  algunos  compatriotas  suyos  residentes 
en  París,  pero  ninguna  composición  suya  se  había  impreso  antes 
de  1830,  en  que  regresó  á  Buenos  Aires,  más  rico  de  ¡deas  ajenas 
que  de  experiencia  del  mundo,  y  por  lo  mismo  lleno  de  esperanzas 
y  deseoso  de  intervenir  en  la  vida  pública,  aplicando  á  ella  los  altos 
pensamientos  que  había  aprendido  en  los  libros  de  los  filósofos  y  pu- 
blicistas, que  habían  sido  asiduos  compañeros  de  su  soledad.  El  es- 


446  CAPÍTULO   XII 

pectáculo  político  de  su  patria,  donde  comenzaba  á  incubarse  la  ti- 
ranía de  Rosas,  le  contristó  profundamente:  «la  patria  ya  no  existía». 
Su  pena  moral  se  agravaba  con  los  padecimientos  físicos,  iniciándose 
en  él  la  terrible  dolencia  del  corazón  que  había  de  arrancarle  la 
vida.  «Me  encerré  en  mí  mismo  (añade),  y  de  ahí  nacieron  infinitas 
producciones,  de  las  cuales  no  publiqué  sino  una  mínima  parte  con 
el  título  de  Los  Consuelos. » 

Pero  su  estreno  literario  no  fué  esta  colección,  sino  un  poema  ti- 
tulado Elvira  ó  la  Novia  del  Plata.,  impreso  en  1832,  precisamente 
el  mismo  año  en  que  salió  de  las  prensas  de  París  El  Moro  Expósito 
del  Duque  de  Rivas,  primera  obra  importante  del  romanticismo  es- 
pañol. Fuera  de  esta  coincidencia  de  fechas,  el  poemita  de  Echeve- 
rría, vaga  reminiscencia  de  las  baladas  alemanas,  especialmente  de 
las  de  Bürger,  vale  muy  poco,  y,  á  pesar  de  su  título,  carece  de  todo 
color  americano.  Elvira  puede  ser  la  novia  del  Plata  como  la  de 
cualquiera  otra  parte,  ó  más  bien,  ni  ella  ni  su  amante  Lisardo  son 
más  que  fantasmas  sin  consistencia.  La  parte  imaginativa  pertenece 
al  amaneramiento  romántico  más  vulgar:  ronda  de  espectros,  sába- 
do de  brujas,  etc.  El  pesimismo  del  autor  era  muy  sincero,  pero 
rara  vez  logra  una  expresión  francamente  poética.  La  versificación 
ofrece  muestras  de  muy  diversos  metros,  y  de  ella  pueden  entresa- 
carse trozos  agradables,  como  esta  canción  de  Elvira,  que  Gutiérrez 
llamaba  «Canción  de  la  Ofelia  americana»,  y  que  efectivamente  re- 
cuerda algo  los  versos  del  sauce,  que  el  mismo  Echeverría  tradujo 
después  libremente: 

r 

«Creció  acaso  arbusto  tierno 
A  orillas  de  un  manso  río, 

Y  su  ramaje  sombrío, 
Muy  ufano  se  extendió; 
Mas  en  el  sañudo  invierno 
Subió  el  río  cual  torrente, 

Y  en  su  túmida  corriente 
El  tierno  arbusto  llevó. 

Reflejando  nieve  y  grana, 
Nació  garrida  y  pomposa 
En  el  desierto  una  rosa, 
Gala  del  prado  y  amor; 


REPÚBLICA   ARGENTINA  447 

Mas  lanzó  con  furia  insana 
Su  soplo  inflamado  el  viento, 

Y  se  llevó  en  un  momento 
Su  vana  pompa  y  frescor. 

Así  dura  todo  bien... 
Así  los  dulces  amores, 
Como  las  lozanas  flores, 
Se  marchitan  en  su  albor; 

Y  en  el  incierto  vaivén 
De  la  fortuna  inconstante. 
Nace  y  muere  en  un  instante 
La  esperanza  del  amor.» 

El  cuento  fantástico  de  Elvira  halló  mal  preparado  el  terreno,  y 
cayó  en  medio  de  la  indiferencia  general,  por  hallarse  la  atención 
del  público  muy  apartada  de  todo  género  de  literatura.  No  sucedió 
lo  mismo  en  1 834,  en  que  aparecieron  Los  Consuelos,  primera  co- 
lección lírica  del  vate  argentino,  y  una  de  las  más  antiguas  de  ver- 
sos castellanos  en  que  domine  el  elemento  romántico.  Una  nota 
puesta  al  fin  del  tomo  exponía  por  primera  vez  el  programa  estético 
de  Echeverría.  «La  poesía  entre  nosotros  aún  no  ha  llegado  á  adqui- 
rir el  influjo  y  prepotencia  moral  que  tuvo  en  la  antigüedad,  y  que 
hoy  goza  entre  las  cultas  naciones  europeas:  preciso  es,  si  quiere 
conquistarla,  que  aparezca  revestida  de  un  carácter  propio  y  origi- 
nal, y  que,  reflejando  los  colores  de  la  naturaleza  física  que  nos  rodea, 
sea  á  la  vez  el  cuadro  vivo  de  nuestras  costumbres  y  la  expresión 
más  elevada  de  nuestras  ideas  dominantes,  de  los  sentimientos  y  pa- 
siones que  nacen  del  choque  inmediato  de  nuestros  sociales  intereses, 
y  en  cuya  esfera  se  mueve  nuestra  cultura  intelectual.  Sólo  así,  cam- 
peando libre  de  los  lazos  de  toda  extraña  influencia,  nuestra  poesía 
llegará  á  ostentarse  sublime  como  los  Andes;  peregrina,  hermosa  y 
varia  en  sus  ornamentos  como  la  fecunda  tierra  que  la  produzca.» 

El  libro  de  Los  Consuelos  era,  sin  embargo,  mucho  menos  revolu- 
cionario de  lo  que  pudiera  creerse  por  esta  nota  y  de  lo  que  dejaba 
espei-ar  el  poema  que  le  había  precedido  (l).  Rara  v^ez  cambiaba  el 
autor  de  metros  dentro  de  una  misma  composición,  y  por  el  con- 

(i)  Al  fin  de  Los  Consuelos  hay  otro  poemita,  Layda,  del  mismo  género 
que  Elvira. 


448  CAPÍTULO    XII 

trario  conservaba  bastantes  reminiscencias  de  los  poetas  españoles. 
La  Profecía  del  Plata  era  evidente  remedo  de  Fr.  Luis  de  León:  en 
otras  odas  patrióticas  predominaba  el  tono  de  Quintana;  y  ya  en  el 
estilo,  ya  en  los  metros,  se  notaba  alguna  que  otra  vez  la  influencia 
de  Cienfuegos  ó  la  de  Arriaza.  Pero  todo  esto  era  accesorio  en  Los 
Consuelos^  y  aunque  el  color  local  americano  no  asomase  todavía 
por  ninguna  parte,  lo  que  daba  carácter  al  libro  era  la  melancolía 
del  subjetivismo  romántico.  Si  es  lícito  comparar  lo  pequeño  con  lo 
grande,  Echeverría,  como  Lamartine,  era  mucho  más  romántico  en 
el  sentimiento  que  en  la  forma.  Los  mejores  versos  de  la  colección, 
El  Poeta. enfermo^  Mi  destino^  Crepi'tsculo  en  el  mar ^  están  inspirados 
por  aquella  musa  de  suave  y  lánguida  tristeza  que  con  Millevoye 
lloró  la  caída  de  las  hojas  y  la  juventud  marchita.  El  poeta  era  real- 
mente infeliz:  una  horrible  dolencia  cardíaca  le  atenaceaba  en  la  flor 
de  su  vida,  presagiándole  un  fin  inminente  y  prematuro.  La  forma 
poética  en  muchas  piezas  de  Los  Consuelos  es  trivial  é  incolora;  pero 
los  afectos  que  expresan  son  siempre  sinceros.  Y  en  la  poesía  lírica  no 
es  pequeña  condición  la  absoluta  sinceridad.  Otros  fueron  quejumbro- 
sos por  imitación  y  por  escuela:  á  Echeverría,  el  dolor  le  hizo  poeta. 

Los  Consuelos  fueron  recibidos  con  admiración.  Eran,  como  dijo 
Florencio  Várela,  «la  primera  colección  de  poesías  dignas  de  este 
nombre  que  ha  aparecido  en  Buenos  Aires»,  El  libro  estaba  en  con- 
sonancia con  su  público.  Los  jóvenes  y  las  mujeres  sobre  todo  sa- 
ludaron su  aparición  con  simpatía  y  entusiasmo,  «hallando  en  aquel 
pequeño  volumen  (dice  Gutiérrez)  la  historia  de  su  vida  anterior». 

Pero  el  poeta  no  había  puesto  lo  mejor  de  su  numen  en  Los  Con- 
suelos. Tres  años  de  recogimiento  y  estudio  antecedieron  á  la  publi- 
cación de  las  Rimas  (1837),  q^^  contienen,  sin  duda,  lo  más  selecto 
de  su  caudal  poético,  lo  que  ha  sido  más  celebrado,  lo  que  tiene 
más  probabilidad  de  sobrevivir:  el  himno  estoico  Al  dolor ^  inspirado 
por  unas  palabras  de  Kant;  la  primorosa  canción  de  La  Diamela,  y, 
sobre  todo,  el  poema  de  La  Cautiva.  El  autor  se  había  engrandeci- 
do y  transformado,  y  volvía  victorioso  de  su  lucha  con  el  dolor. 
Sus  versos  no  eran  ya  «desahogos  del  sentir  individual»,  sino  que 
aspiraba  á  darles  un  interés  más  general  y  humano,  conforme  á  las 
teorías  sobre  el  arte  que  en  el  prólogo  desarrolla.   «La  poesía  no 


REPÚBLICA  ARGENTINA  449 

miente  ni  exagera  (decía)...  La  forma  artística  está  como  asida  al 
pensamiento,  nace  con  él,  lo  encarna  y  le  da  propia  y  característi- 
ca expresión...  La  poesía  consiste  principalmente  en  las  ideas,  y  el 
verdadero  poeta  idealiza  siempre...  Idealizar  es  sustituir  á  la  tosca  é 
imperfecta  realidad  de  la  naturaleza,  el  vivo  trazado  de  la  acabada 
y  sublime  realidad  que  nuestro  espíritu  alcanza.» 

El  poema  de  La  Cautiva  se  presentaba  como  ensayo  y  primera 
muestra  de  este  credo  estético,  tan  noble  y  elevado.  En  cuanto  al 
fondo  «la  energía  de  la  pasión,  manifestándose  por  actos,  y  el  in- 
terno afán  de  su  propia  actividad  que  poco  á  poco  la  consume»:  en 
cuanto  á  la  forma,  el  popular  octosílabo,  del  cual  Echeverría  se  de- 
claraba apasionado,  «á  pesar  del  descrédito  á  que  lo  habían  reducido 
los  copleros».  Pero  la  mayor  novedad  consistía  en  el  escenario,  en 
la  pintura  poética  del  Desierto.  «El  Desierto  es  nuestro  (decía  Eche- 
verría), es  nuestro  más  pingüe  patrimonio  y  debemos  poner  nuestro 
conato  en  sacar  de  su  seno,  no  sólo  riqueza  para  nuestro  engrande- 
cimiento y  bienestar,  sino  también  poesía  para  nuestro  deleite  mo- 
ral y  fomento  de  nuestra  literatura.» 

Si  las  explicaciones  del  teórico  parecieron  algo  metafísicas  para 
lo  que  entonces  se  estilaba  en  América,  el  poema,  en  cambio,  se 
apoderó  desde  el  primer  día  de  la  atención  y  del  favor  del  público. 
La  descripción  de  la  pampa,  aunque  hecha  con  rasgos  que  convie- 
nen á  cualquier  desierto,  era  nueva  entonces,  y  era  además  bella, 
reflejando  algo  de  la  austera  monotonía  del  paisaje  y  de  la  melancó- 
lica majestad  con  que  el  sol  se  pone  en  el  vasto  horizonte  de  la  si- 
lenciosa llanura.  Por  primera  vez  entraban  en  el  arte  los  campamen- 
tos de  la  frontera,  los  aduares  de  los  bárbaros,  los  festines  en  que  se 
embriagan  mezclando  el  licor  con  sangre  de  yegua,  el  inmenso  y 
enmarañado  pajonal  abrasado  por  terrible  quemazón  tras  de  devo- 
rante sequía.  La  Cautiva  no  era  más  que  un  bosquejo;  pero  si  la 
parte  dramática  valiese  en  ella  lo  que  vale  la  parte  descriptiva;  si  la 
influencia  del  sentimentalismo  de  Chateaubriand  fuese  menos  visi- 
ble; si  las  figuras  de  Brian  y  María  tuviesen  más  realce,  esta  historia 
tierna  y  sencilla  de  dos  amantes  perdidos  en  el  desierto  sería  una 
de  las  mejores  cosas  de  la  literatura  americana.  Tal  como  está  no 
pasa  de  la  categoría  de  agradable,  aparte  del  valor  que  tiene  como 


45°  CAPITULO   XII 

primera  tentativa.  Los  versos  corren  fáciles  y  sonoros,  pero  con 
cierto  género  de  facilidad  acuosa,  que  es  precisamente  lo  contrario 
de  la  perfección  rítmica.  Aun  en  sus  mejores  momentos,  Echeve- 
rría es  un  artista  negligente  y  amanerado,  que  piensa  con  alteza, 
pero  que  no  tiene  bastante  aliento  para  infundir  vida  inmortal  en 
sus  creaciones  (l). 

Con  La  Cautiva  llegó  al  apogeo  de  su  fama  poética,  que  penetró 
hasta  en  España,  á  pesar  de  la  incomunicación  en  que  vivían  enton- 
ces los  ingenios  americanos  respecto  de  los  nuestros.  Quinientos 
ejemplares  de  las  Rimas  se  vendieron  en  Cádiz.  Lista  y  Ventura  de 
la  Vega  las  elogiaron,  y  fué  preciso  hacer  una  nueva  edición  espa- 
ñola, que  se  agotó  en  seguida;  caso  bien  raro,  aun  en  aquellos  tiem- 
pos en  que  había  más  afición  á  versos  que  ahora.  La  leyenda  de 
Echeverría  traspasó  además  las  fronteras  de  los  pueblos  en  que  es 
nativa  la  lengua  de  Castilla,  y  obtu^-o  los  honores  de  una  traducción 
alemana,  que  hizo  en  el  mismo  metro  del  original,  y  en  igual  nú- 
mero de  estrofas,  Guillermo  Walter  (1861),  poniéndole  este  honroso 
epígrafe:  Res,  non  verba. 

Hasta  1837,  Echeverría,  aunque  preocupado  siempre  por  ¡deas 
de  reforma  social,  no  se  había  manifestado  más  que  como  poeta. 
Aquel  año  descendió  á  la  propaganda  clandestina,  fundando  una  es- 
pecie de  sociedad  secreta,  que  tituló  Asociación  de  Mayo,  en  la  cual 

(ij  Si  esta  opinión  mía  parece  demasiado  severa,  puede  el  lector  argenti- 
no preferir  el  bello  ditirambo  que  la  amistad  y  el  patriotismo  inspiraron  á 
D.  Juan  ]\r.  Gutiérrez,  el  cual  decía  así,  hablando  del  primer  canto  de  La  Cau- 
tiva: cLas  diez  y  ocho  estrofas  de  este  canto  son  otras  tantas  perlas,  y  de  las 
de  más  bello  oriente,  entre  las  muchas  que  adornan  la  cabeza  de  ¡a  musa  ar- 
gentina. El  metro,  la  versificación,  los  epítetos,  las  palabras  todas  empleadas 
por  el  poeta,  son  sencillas  y  casi  familiares.  Esas  estrofas  maestras  no  necesi- 
tan ni  de  oropel  ni  de  ruido.  Puede  decirse  de  ellas,  parodiando  á  Virgilio, 
que  bástales  mostrarse  para  convencerse  de  que  son  divinas  y  reinas  en  los 
dominios  poéticos  de  nuestro  Parnaso...  El  canto  del  Desierto  pertenece  á 
esas  creaciones  que  vivirán  eternamente,  y  serán  por  siempre  hermosas, 
•como  lo  son  la  naturaleza  y  la  verdad.  La  poesía  de  \a pampa  está  toda  entera 
elaborada  y  comprendida  en  esos  pocos  versos,  así  como  la  poesía  de  una 
noche  estrellada  y  se)-ena  se  encierra  con  todas  sus  armonías  en  la  oda  de 
León  á  D.  Loarte.» 


REPÚBLICA   ARGENTINA  45 1 

se  afiliaron  la  mayor  parte  de  los  estudiantes  de  Buenos  Aires,  ca- 
pitaneados por  Alberdi  y  Gutiérrez.  Esta  asociación  tenía  por  objeto 
preparar  la  caída  de  Rosas,  cuya  tiranía,  sin  haber  llegado  al  punto 
de  sanguinaria  insensatez  á  que  llegó  después,  comenzaba  á  ser  in- 
tolerable; y  acelerar  la  regeneración  de  la  patria,  conforme  á  los 
principios  que  Echeverría  desenvolvió  en  un  célebre  folleto;  El 
dogma  socialista;  palabra  que  aquí  ha  de  entenderse  en  el  sentido 
de  dogma  social^  pues,  por  lo  demás,  nadie  más  lejano  del  socialis- 
mo que  Echeverría,  á  quien  hoy  calificaríamos  de  individualista  de 
los  más  clásicos  y  radicales.  Su  credo,  bandera  ó  programa,  aunque 
formulado  con  varonil  elocuencia,  no  contiene  más  que  los  lugares 
comunes  de  la  antigua  escuela  democrática,  tal  como  la  exponían 
los  publicistas  franceses  anteriores  á  1848.  A  lo  sumo,  puede  tras- 
lucirse en  algunos  conceptos  influencia  sansimoniana  (l). 

La  Asociación  tuvo  que  dispersarse  pronto  para  salvarse  de  las 
pesquisas  de  la  policía  de  Rosas;  y  Echeverría  se  retiró  á  una  de 
las  haciendas  que  poseía  en  el  campo,  esperando  con  el  alejamiento 
y  la  obscuridad  de  su  vida,  esquivar  la  persecución  y  proseguir 
trabajando  en  la  educación  política  de  sus  compatriotas.  Allí  com- 
puso sus  sentidos  versos  á  la  muerte  del  poeta  Juan  Cruz  Várela, 
muerto  en  la  expatriación;  y  allí  le  sorprendió  la  noticia  del  alza- 
miento liberal  de  los  hacendados  del  Sur,  en  Octubre  de  1839:  ten- 
tativa prematura  y  frustrada,  que  no  hizo  más  que  exacerbar  las 
crueldades  de  Rosas.  Aquella  insurrección  le  dio  tela  para  un  fasti- 
dioso y  prosaico  poema  en  variedad  de  metros,  ó  más  bien  gaceta 
rimada,  que  dio  á  luz  años  después  en  Montevideo. 

Echeverría,  á  quien  su  quebrantada  salud  impidió  alistarse  en  las 
filas  del  ejército  libertador  del  general  Eavalle,  que  con  tan  mal 
éxito  luchó  contra  Rosas  en  1 840  y  1 84 1,  tuvo  que  resignarse  á  la 
expatriación  y  buscar  asilo,  primero,  en  la  colonia  del  Sacramento, 
y  luego  en  Montevideo.  Allí,  durante  el  memorable  cerco  de  aque- 
lla plaza,  continuó  la  lucha  contra  el  dictador,  en  verso  y  en  prosa, 
en  periódicos,  discursos  y  folletos.  Pero  el  visionario,  el  iluminado, 

(i)  En  sus  Cartas  á  D.  Pedro  de  Aiigelis^  editor  del  Archivo  Americano  y 
panegirista  asalariado  de  Rosas,  Echeverría  rechaza  toda  complicidad  con  el 
socialismo  europeo. 


452  CAPITULO   XII 

el  utopista,  fué  sobreponiéndose  cada  vez  más  al  poeta.  Sus  compa- 
ñeros de  proscripción  le  respetaban  más  bien  que  le  seguían,  te- 
niéndole por  inútil  para  la  acción  revolucionaria;  y  él  se  perdía  cada 
vez  más  en  nebulosidades  de  metafísica  social,  explanando  y  co- 
mentando de  mil  modos  su  dogma  socialista^  que  quiso  introducir 
hasta  en  un  compendio  de  moral  que  escribió  para  las  escuelas  pri- 
marias. Entretanto,  el  poeta,  aunque  versificando  á  destajo,  no  vol- 
vió á  encontrar  inspiraciones  semejantes  á  las  de  La  Cautiva.  La 
bella  descripción  del  Tucumán  al  principio  del  poema  Avellaneda, 
es  casi  lo  único  que  merece  salvarse  de  esta  segunda  manera  suya, 
en  que  el  político  mató  miserablemente  al  poeta  que,  aspirando  al 
lauro  épico,  sólo  consiguió  poner  en  renglones  desiguales  é  inco- 
rrectos la  prosa  de  los  periódicos.  Y  sin  embargo,  aquella  guerra 
era  trágica  y  de  proporciones  aterradoras,  y  merecía  tener,  y  tuvo 
en  efecto,  su  poeta;  pero  no  en  verso,  sino  en  prosa;  no  el  autor  de 
Avellaneda  y  de  la  Insurrección  del  Sur,  sino  el  de  Facundo  Qui- 
roga;  no  Echeverría,  sino  Sarmiento.  Echeverría  no  tenía  genio  épi- 
co, y  sus  poemas  largos  son  otros  tantos  abortos.  Si  alguno  puede 
citarse  como  peor  que  los  restantes,  es  el  más  largo  y  el  último  de 
todos,  aquel  en  que  precisamente  fundaba  mayores  esperanzas,  El 
Ángel  caído,  del  cual  puede  decirse  con  mucha  más  razón,  que  de 
La  chute  d'un  ange  de  Lamartine,  que  no  es  la  caída  de  un  ángel, 
sino  la  caída  de  un  poeta.  Esta  farragosa  composición,  que  llena 
por  sí  sola  un  grueso  volumen  de  más  de  500  páginas  en  4.°  en  la 
colección  de  las  obras  de  Echeverría,  es  punto  menos  que  ilegible; 
y  el  mismo  Gutiérrez,  con  todo  su  entusiasmo,  reconoce  que  están 
de  más  una  gran  parte  de  los  ocho  mil  versos  de  que  consta.  El 
héroe  del  poema  es  el  eterno  D.  Juan,  pero  un  D.  Juan  trasplantado 
á  las  orillas  del  Plata  é  introducido  en  la  sociedad  argentina;  ó  más 
bien,  el  D.  yiian  de  Echeverría  no  es  nadie,  por  el  mismo  empeño 
loco  de  que  lo  sea  todo.  Es  una  abstracción  quimérica,  compuesta 
de  elementos  contradictorios:  «un  tipo  (dice  el  autor  con  toda  sen- 
cillez), en  el  cual  me  propongo  concretar  y  resumir,  no  sólo  las 
buenas  y  malas  propensiones  de  los  hombres  de  mi  tiempo,  sino 
mis  sueños  ideales  y  mis  creencias  y  esperanzas  para  el  porvenir. 
Como  todas  las  almas  grandes  y  elásticas,  la  de  mi  D.  Juan  se  en- 


REPÚBLICA   ARGENTINA  453 

golfará  á  veces  en  las  regiones  de  lo  infinito  y  lo  ideal,  y  otras  se 
apegará,  para  nutrirse,  á  la  materia  ó  al  deleite.  Así,  representará 
la  doble  faz  de  nuestro  ser,  el  espíritu  y  la  carne,  6  el  idealismo  y 
el  materialismo ,  y  como  nuestra  sociedad  es  el  médium,  ó  el  tea- 
tro donde  esa  alma  debe  ejercitar  su  devorante  actividad,  esto  me 
dará  lugar  para  ponerla  á  cada  paso  en  contacto  con  ella,  pintar 
nuestras  costumbres,  censurar,  dogmatizar  é  imprimir,  hasta  cierto 
punto,  al  poema,  un  colorido  local  y  americano». 

Como  este  tipo,  que  realmente  no  es  tal  tipo  ni  cosa  que  lo  val- 
ga, daba  tanto  de  sí,  el  autor  nos  amenaza  con  nuevos  poemas  que 
tenía  ideados,  en  los  cuales  «este  multiforme  Proteo  americano  (¡ame- 
ricano V).  Juan  Tenorio!),  reaparecería  bajo  otra  luz  y  con  distinto 
relieve».  Hay  que  advertir  que  El  Ángel  caído  es  ya  continuación 
de  otro  poema  no  corto  que  se  titula  La  Guitarra  (en  que  hay 
imitaciones,  bastante  desgraciadas,  de  la  Parisina,  de  Byron),  y 
luego  iba  á  venir  el  Pandemónium,  y  luego,  no  sabemos  qué,  por- 
que el  poeta  había  perdido  enteramente  la  brújula,  y  era,  como 
García  de  Quevedo,  una  de  las  más  señaladas  víctimas  del  furor 
épico,  trascendental  y  simbólico.  Nada  interesa  en  El  Ángel  caído: 
ni  la  fábula,  que  es  insulsa  y  desatinada;  ni  la  construcción  del  poe- 
ma, que  es  informe  y  sin  ningún  género  de  unidad  orgánica;  ni  las 
ideas  filosóficas,  que  son  un  barullo  caótico  y  pedantesco,  último 
residuo  de  lecturas  mal  digeridas;  ni  la  dicción  poética,  que  es 
arrastrada,  débil,  palabrera.  Echeverría,  que  hacía  alarde  de  des- 
preciar á  todos  los  poetas  españoles  antiguos  y  modernos,  porque 
«no  descubría  en  ellos  .acción  psicológica,  afectos  íntimos,  ni  pensa- 
mientos filosóficos,  sino  la  manifestación  orgánica  v  brutal  de  la 
pasión»,  hubiera  hecho  bien  en  pedir  prestado,  no  ya  al  gran  Tirso, 
sino  á  sus  propios  contemporáneos,  Esprónceda  y  Zorrilla,  algo  del 
interés  y  de  la  vida  que  pusieron  en  sus  reproducciones  del  tipo 
de  D.  Juan. 

Resumiendo  todo  lo  expuesto  sobre  Echeverría,  hay  que  recono- 
cer, como  reconoce  su  mayor  panegirista  Gutiérrez,  que  en  sus 
obras  anda  revuelto  «el  oro  de  buena  ley  con  materias  muy  humil- 
des». Fué  un  pensador  sincero,  aunque  mediano,  un  entusiasta  con 
visos  de  iluminado,  un  patriota  algo  candido  y  enamorado  de  abs- 


454  CAPITULO   XII 

tracciones,  pues  aun  buscando  base  histórica  para  su  política,  tenía 
tan  pobre  manera  de  entender  la  historia  de  su  país,  que  no  empe- 
zaba á  contarla  más  que  desde  fecha  tan  reciente  como  la  revolu- 
ción de  Mayo  de  l8lO,  como  si  ninguna  nación  se  hubiese  impro- 
visado en  un  día.  Del  mismo  modo  quiso  improvisar  una  literatura 
americana,  renegando  de  todos  los  precedentes  coloniales  y  que- 
dándose sólo  con  la  lengua.  Sobre  esto  son  muy  dignas  de  tenerse 
en  cuenta,  por  lo  atinadas  y  sagaces,  las  reflexiones  de  un  crítico  y 
poeta  de  la  nueva  generación  argentina,  D.  Calixto  Oyuela  (l). 
«Precisamente  por  haberse  apartado  Echeverría  de  lo  español  y 
castizo  más  de  lo  que  nuestra  propia  naturaleza  consiente,  no  pudo 
ser  suficientemente  americano.  No  acertó  á  librarse  de  la  imitación 
romántico-francesa,  como  se  libró  de  la  seudoclásica  española;  y 
pensando  en  francés,  escribió  en  castellano  de  mediana  ley.  Afran- 
cesado su  pensamiento  por  influjo  del  deslumbrador  romanticismo, 
ya  no  pudo  hallar  en  moldes  castellanos  su  manifestación  natural  y 
espontánea.  «Aceptemos  de  España  su  hermosa  lengua»,  dice.  Pero 
iqué!  ¿Puede  aceptarse  una  lengua,  rechazando  á  la  vez  de  todo  en 
todo  el  pensamiento,  el  medio  de  imaginar  y  de  sentir  y  de  expre- 
sar, que  de  consuno  la  engendraron,  amamantaron  y  desarrollaron 
hasta  el  altísimo  grado  de  perfección  en  que  hoy  se  encuentra?  La 
lengua  no  es  un  ropaje  exterior,  susceptible  de  sacarse,  ponerse  y 
cambiarse  á  voluntad,  sino  la  expansión  inmediata  que  lleva  embe- 
bida esencialmente  el  alma  del  pueblo  que  la  posee.  Cervantes,  Cal- 
derón, Lope,  León,  Quevedo,  viven  y  palpitan  todavía  en  las  voces, 
modulaciones  y  giros  de  la  lengua  castellana,  la  cual  sólo  podrá  ser 
natural  instrumento  de  los  pueblos  que,  si  bien  modificados,  con- 
servan sustancialmente  índole  ó  afinidades  españolas.  Si  Echeverría 
quiso  renegar  de  esta  índole  y  de  estas  afinidades  naturales,  debió 
ser  lógico  y  renegar  también  del  idioma  que  es  su  consecuencia  ne- 
cesaria, proponiendo  que  hablásemos  en  francés  ó  en  quichua.» 

Después  de  estas  palabras  tan  llenas  de  sensatez,  no  hay  más  re- 
medio que  ver  en  Echeverría  un  artista  incompleto,  que  emprendió 
grandes  cosas  con  fuerzas  desproporcionadas  á  su  intento,  y  que 

(i)     Carta  á  Rafael  Obligado^  Buenos  Aires,  1885. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  455 

nunca  llegó  á  dominar  el  instrumento  que  empleaba.  Su  america- 
nismo, valga  lo  que  valiere,  se  reduce  á  La  Cautiva,  y  á  ^Igún  rasgo 
del  Avellaneda,  poema  muy  mal  escrito  en  casi  todas  sus  partes. 
Tenía  dotes  de  observación  realista,  como  lo  prueban  su  cuadro  de 
El  Matadero,  y  algún  otro  de  sus  fragmentos  en  prosa;   pero  no 
utilizó  esta  vena,  que  le  hubiera  conducido  quizá  á  una  literatura 
más  americana  que  la  de  sus  versos.  Prefirió  perderse  en  nieblas 
teosóficas,  y  hoy  yace  enterrado  bajo  la  balumba  de  sus  obras  en 
el  suntuoso,  pero  demasiado  completo,  monumento  que  le  levantó 
su  fiel  amigo  Gutiérrez.  Es  autor  que  sólo  debe  ser  leído  por  ex- 
tractos y  en  muy  pequeño  volumen,  tal  como  le  presenta  Obligado. 
Pero  con  todos  sus  defectos  de  fondo  y  forma,  no  se  puede  negar 
que  fué  sacerdote  fiel  del  culto  del  ideal,  y  que  tuvo  un  noble  y 
elevado  concepto  de  la  poesía.  El  hombre  y  el  ciudadano  valían  en 
él  más  que  el  poeta:  por  eso  mereció  del  ilustre  orador  católico  don 
Félix  Frías,  en  pleno  Parlamento  argentino,  este  elogio  postumo, 
que  vale  por  muchos:  «D.  Esteban  Echeverría  era  capaz  de  hacer 
algo  mejor  que  bellos  versos:  era  un  poeta  en  acción;  jamás  prosti- 
tuyó su  honor  ni  su  musa.» 

Desde  1837,  fecha  délas  Rimas  áe  Echeverría,  hasta  1852,  fecha 
de  la  caída  de  Rosas,  la  literatura  argentina  no  se  desarrolló  en  Bue- 
nos Aires,  de  donde  la  había  ahuyentado  la  tiranía  de  aquel  demen- 
te; sino  en  Bolivia,  Chile  y  Montevideo.  Entre  estos  proscritos  bri- 
llaron en  la  prensa  chilena,  ó  en  la  del  Estado  Oriental:  D.  Vicente 
Fidel  López,  autor  del  primer  Curso  de  Bellas  Letras  que  rompió 
en  América  con  la  rutina  seudoclásica,  y  escritor  muy  celebrado 
después  por  sus  extensos  trabajos  históricos:  Sarmiento,  á  quien  he- 
mos encontrado  ya  en  nuestro  camino,  y  que  fué,  con  toda  su  sel- 
vática incorrección,  el  más  ardiente  é  inspirado  de  los  prosistas  del 
Sur,  distinguiéndose  además,  como  reformador  de  la  enseñanza  pri- 
maria: D.  J.  B.  Alberdi,  que  empezó  escribiendo  artículos  de  cos- 
tumbres á  imitación  de  Larra,   con  el  seudónimo  de  Bigarillo,  y 
abandonó  luego  los  floridos  senderos  de  la  literatura  (l)  para  dedi- 

(i)  Hay  en  el  segundo  tomo  de  las  Obras  completas  de  J.  B,  Alberdi  (Bue- 
nos Aires,  1886),  pág.  152  y  siguientes,  una  especie  de  poema,  El  Edén,  es- 
crito en  prosa  por  Alberdi  y  puesto  en  verso  por  Gutiérrez. 

Menéndez  r  Pelayo.— /'í'íí/a  hispano-a/nericana.  II.  29 


456  CAPÍTULO   XII 

carse  á  las  ciencias  jurídicas,  especialmente  al  derecho  político  y  al 
internacional,  en  que  llegó  á  ser  eminente  por  la  fuerza  analítica  y 
el  vigor  de  su  pensamiento:  D.  Félix  Frías,  que  á  diferencia  de  la 
mayor  parte  de  sus  compañeros  de  emigración  y  correligionarios 
políticos,  fué  siempre  fervoroso  campeón  del  catolicismo  en  la  pren- 
sa y  en  la  tribuna;  varón  de  vida  inculpable  y  austera,  de  gran  ca- 
ridad y  generosa  elocuencia.  Prescindimos  aquí  de  los  pocos  que 
hoy  sobreviven  de  aquella  gloriosa  emigración,  entre  ellos  el  respe- 
table general  Mitre,  uno  de  los  primeros  historiadores  de  América, 
poeta  además  y  traductor  de  Dante.  Pero  debemos  hacer  especial 
mención  del  ya  tantas  veces  citado  en  estas  páginas,  D.  Juan  María 
Gutiérrez,  que  no  sólo  fué  el  más  correcto  de  los  vates  argentinos, 
sino  el  más  completo  hombre  de  letras  que  hasta  ahora  ha  produ- 
cido aquella  parte  del  nuevo  Continente  (l).  Como  colector,  prestó 
el  gran  servicio  de  la  América  Poética^  compilación  demasiado  vo- 
luminosa para  lo  que  la  poesía  americana  era  en  1846;  pero  así  y 
todo  no  superada  ni  igualada  después  por  ninguna  otra.  Es  cierto 
que  contiene  mucho  fárrago,  pero  no  por  mal  gusto  del  editor,  sino 
por  el  deseo  de  ser  completo,  y  también  (justo  es  decirlo)  por  un 

(i)  Nació  Gutiérrez  en  Buenos  Aires,  el  6  de  Mayo  de  1809,  y  era  hijo  de 
español,  lo  cual  hace  todavía  más  extraño  é  inexcusable  su  odio  á  España.  Su 
primera  profesión  fué  la  de  ingeniero.  Durante  la  emigración  fué  Director 
de  la  Escuela  Naval  de  Valparaíso;  después  de  la  caída  de  Rosas,  Ministro  de 
Estado;  y  en  1861  Rector  de  la  Universidad  de  Buenos  Aires.  Falleció  en  26 
de  Febrero  de  1878.  Fué  el  único  americano  que  rehusó  el  puesto  de  corres- 
pondiente de  la  Academia  Española;  acto  de  mal  gusto,  que  le  valió  aun  en 
América  severas  censuras. 

Falta  una  colección  completa  de  sus  obras,  que  sería  muy  importante.  Al- 
gunas de  ellas  ya  están  citadas  en  el  curso  de  este  trabajo.  Las  más  extensas 
y  eruditas  son: 

Bibliografía  de  la  J>7-imera  impreíita  de  Buenos  Aires  desde  sií  fimdación 
hasta  el  año  de  iSlo  inclusive,  precedida  de  una  biografía  del  virrey  D.  Jua7i 
José'  de  Ve'rtiz,  y  de  tma  disertación  sobre  el  origen  del  arte  de  imprimir  en  Ame'- 
rica,  y  especialmente  en  el  Río  de  la  Plata  (1866). 

— Bosquejo  biográfico  del  general  D.  José  de  San  Martín  (1868). 

— Estudios  biográficos  y  críticos  sobre  algunos  poetas  sudamericanos  anteriores 
al  siglo  XIX  (1865).  Los  poetas  de  quienes  trata  son  Juan  de  Ayllón  (perua- 
no), el  dramaturgo  Ruiz  de  Alarcón  (mejicano),  Labardén  (argentino),  Cavie- 


REPÚBLICA   ARGENTINA  457 

americanismo  indulgente  y  mal  entendido,  que  solía  extraviarle  en 
su  crítica.  Salvo  este  defecto,  y  su  aversión  á  España,  y  su  empe- 
dernido volterianismo,  que  rayaba  en  fanática  é  intolerante  manía, 
Gutiérrez  era  hombre  de  extensa  cultura,  de  muy  despejado  enten- 
dimiento, de  muy  vasta  y  sólida  lección  en  los  clásicos  antiguos  y 
modernos,  de  grande  aptitud  para  comprender  y  sentir  la  belleza, 
y  de  muy  penetrante  discernimiento  en  la  parte  técnica.  Su  estilo, 
sin  ser  rigurosamente  correcto,  es  de  los  menos  impuros  que  pue- 
den encontrarse  en  ningún  escritor  de  su  nación,  y  es  además  vi- 
goroso y  ameno.  Como  crítico  no  ha  tenido  rival  en  América  des- 
pués de  Andrés  Bello  y  antes  de  Miguel  A.  Caro.  Y  fué  además 
diligente  bibliógrafo,  grande  erudito  en  cosas  americanas.  Su  estilo, 
sus  aficiones  arqueológicas,  todo,  en  suma,  estaba  en  contradicción 
con  el  papel  que  en  mal  hora  asumió  de  detractor  sistemático  de 
España,  extraviando  el  criterio  de  una  generación  entera  con  el  peso 
de  su  autoridad  innegable. 

La  fama  que  alcanza  y  merece  como  prosista  y  como  investiga- 
dor ha  perjudicado  á  la  reputación  de  sus  versos,  que  no  serán  qui- 
zá de  los  más  inspirados  y  vehementes  del  Parnaso  argentino,  pero 
que  son  sin  duda  de  los  más  tersos,  pulcros  y  aliñados.  Gutiérrez, 
á  diferencia  de  muchos  paisanos  suyos,  sabe  siempre  lo  que  quiere 
decir;  y  el  cuidado  de  la  lima  no  daña  á  la  gracia  y  gentileza  de  los 
movimientos  de  su  musa,  clásica  por  instinto  más  que  por  escuela, 

des  (peruano),  Sor  Juana  In¿s  (mejicana),  el  P.  Aguirre  (ecuatoriano),  Pedro 
de  Oña  (chileno),  Olavide  (peruano), 

—  Noticias  hisidficas  sobre  el  orige?t  y  desarrollo  de  la  enseñanza  pública  su- 
perior en  Buettos  Aires  (desde  1767  á  1821).  Con  7iotas,  biografías,  etc.,  1868. 

Añádanse  las  vidas  de  Franklin,  Washington,  etc.,  é  innumerables  artícu- 
los en  el  Mercurio,  de  Valparaíso,  y  en  todas  las  revistas  argentinas. 

Hay  varias  biografías  literarias  de  Gutiérrez.  Las  más  minuciosas  son  la  de 
D.  Antonio  Zinny  (escritor  glbraltareño,  nacionalizado  en  la  Argentina):  Jiian 
María  Gutiérrez,  su  vida  y  síis  escritos  (Buenos  Aires,  1878),  y  la  del  infatiga- 
ble polígrafo  chileno.  Vicuña  Mackenna,  Juan  j\faria  Gutiérrez,  su  vida  y  sus 
escritos  conforme  á  documentos  enteramente  inéditos. 

En  el  ameno  é  interesante  libro  que  lleva  el  nombre  de  Memorias  de  un 
Viejo,  por  Víctor  Gálvez  (Buenos  Aires,   1889),  hay   una  semblanza  física  y 
moral  del  Dr.  Gutiérrez  (tomo  i,  págs.  389-404). 


458  CAPÍTULO   XII 

modestamente  ataviada  con  cierta  nativa  elegancia  que  contrasta 
con  el  abandono  de  Echeverría,  con  el  desorden  de  Mármol,  con  el 
énfasis  apocalíptico  de  Andi'ade.  En  Los  amores  del  Payador  y  en 
otras  composiciones  de  su  primer  tiempo,  resulta  no  menos  ameri- 
cano que  el  autor  de  La  Cautiva,  sin  afectarlo  tanto.  En  su  célebre 
canto  á  la  Revolución  de  Mayo,  premiado  en  un  certamen  de  ]\Ion- 
tevideo  el  año  1 84 1,  se  aparta  mucho  de  la  vulgaridad  corriente  en 
las  odas  patrióticas,  procede  con  cierta  majestad  solemne  y  vierte 
nobles  pensamientos  en  el  raudal  de  una  versificación  cristalina. 
Pero  sus  poesías  ligeras,  escritas  con  sumo  primor  y  delicadeza,  va- 
len más  en  mi  juicio  que  sus  odas  de  aparato,  y  eran  sin  duda  más 
adecuadas  á  la  índole  suave  é  insinuante  de  su  musa. 

Colaborador  de  Gutiérrez  en  algunos  periódicos  de  Montevideo 
durante  el  período  de  expatriación,  fué  el  malogrado  publicista  don 
José  Rivera  Indarte,  natural  de  Córdoba  de  Tucumán;  el  primero 
que  en  1 83 4  defendió  en  un  célebre  folleto,  El  Voto  de  América,  la 
conveniencia  de  restablecer  las  relaciones  mercantiles  con  España, 
y  abrir  los  puertos  á  su  bandera.  Su  campaña  de  cinco  años  contra 
la  tiranía  de  Rosas  en  las  columnas  de  El  Nacional,  le  ha  dado 
más  celebridad  que  sus  medianos  versos,  entre  los  cuales  recuerdo 
El  rey  Baltasar,  melodía  hebraica,  imitada  de  la  Visión  oj  Belshaz- 
zar,  de  Byron, 

A  todos  los  poetas  hasta  aquí  citados,  incluso  el  mismo  Echeve- 
rría, excedió  en  reputación  popular  durante  su  tiempo,  y  aun  puede 
decirse  que  en  parte  la  cpnserva,  otro  ingenio  romántico,  muy  des- 
aliñado y  muy  inculto,  lleno  de  pecados  contra  la  pureza  de  la  len- 
gua, de  expresiones  impropias,  y  de  imágenes  incoherentes;  pero 
versificador  sonoro,  viril,  robusto,  superior  á  todos  sus  contempo- 
ráneos en  la  invectiva  política,  porque  tenía  el  alma  más  apasionada 
que  todos  ellos,  y  dotado  al  mismo  tiempo  de  grandes  condiciones 
para  la  descripción  que  pudiéramos  llamar  lírica,  para  reflejar  la 
impresión  de  la  naturaleza,  no  en  el  detalle,  sino  por  grandes 
masas.  Tal  fué  José  Mármol,  que,  al  revés  de  Echeverría,  no  pro- 
cede del  romanticismo  francés,  ni  tiene  con  él  grandes  analogías; 
pero  sí  las  tiene,  y  muy  íntimas  con  el  romanticismo  español,  y 
especialmente  con  Zorrilla,  cuyos  procedimientos  de  versificacióri 


REPÚBLICA  ARGENTINA  459 

imita  (i),  procurando  emular  su  vena  opulenta  y  desbordada.  Már- 
mol, como  todos  los  poetas  de  su  temple,  arrastra,  deslumhra,  fas- 
cina, y  á  su  modo  triunfa  de  la  crítica,  que  sólo  en  voz  baja  se  atre- 
ve á  formular  sus  reservas.  En  sus  versos  políticos,  en  sus  impreca- 
ciones contra  Rosas,  hay  un  arranque,  un  brío,  un  odio  tan  sincero, 
una  tan  extraña  ferocidad  de  pensamiento,  que,  si  á  veces  repugnan 
por  lo  monstruoso,  otras  veces  se  agigantan  hasta  tocar  con  lo  su- 
blime de  la  invectiva.  Aquellas  hipérboles  desaforadas  de  venganza 
y  exterminio,  aquel  estrépito  de  tumulto  y  de  batalla,  aquella  infla- 
mada sarta  de  denuestos  y  maldiciones,  embriagan  el  espíritu  del 
lector  más  sereno  y  pacífico,  haciéndole  participar  momentánea- 
mente de  la  exaltación  del  poeta.  No  creo  que  se  hayan  escrito  ver- 
sos más  feroces  contra  persona  alguna,  como  no  fuesen  aquellos  anti- 
guos yambos  de  Arquíloco  é  Hiponacte,  cuya  lectura  hacía  ahor- 
carse á  las  gentes  aludidas.  Salvo  las  diferencias  entre  el  puñal  y  la 
pluma,  hay  casos  en  que  el  poeta  se  pone  á  la  altura  del  tirano  á  quien 
combate.  Y  así  como  Rosas  tiene  en  la  historia  su  bárbara  y  sinies- 
tra grandeza,  tienen  los  incorrectos  versos  de  Mármol  cierta  poesía 
bárbara  y  desgreñada  que  los  hace  inolvidables,  y,  en  cierto  senti- 
do, imperecederos. 

Pero  Mármol  tenía  en  su  lira  otra  cuerda 'más  suave  y  cadencio- 
sa, sin  la  cual  su  estro  hubiera  degenerado  fácilmente  en  convulsión 
epiléptica.  Mármol  sentía  grandiosamente  la  naturaleza,  y  gustaba 
de  abismarse  en  la  contemplación  melancólica  que  infunden  las  no- 
ches tropicales.  Los  fragmentos  de  El  Peregrino,  en  que  quiso  imi- 
tar el  Viaje  de  Childe-Harold,  pero  sin  tomar  de  Byron  la  ironía  ni 
el  pesimismo,  son  lo  mejor  de  su  obra  poética;  el  pensamiento  es 
allí  más  elevado  y  más  sereno,  y  hasta  la  forma  se  depura  algo  de 
las  infinitas  escorias  que  en  otras  composiciones  la  afean.  No  es  justo 
olvidar,  como  generalmente  se  olvida,  que  el  verdugo  poético  de 
Rosas  es  también  el  autor  del  espléndido  canto  á  Los  Trópicos,  «ra- 
diante palacio  del  Crucero-». 

Hizo  Mármol  representar  en  Montevideo  dos  ensayos  dramáticos, 
■que  valen  poco  (El  Cruzado  y  El  Poeta),  y  dejó  además  una  larga 

(i)  No  hay  más  que  comparar  las  famosas  Nubes,  de  Zorrilla,  coa  el  canto 
<ie  los  Trópicos  en  los  fragmentos  de  El  Peregrino. 


4^'^  CAPÍTULO   XII 

novela,  Amalia,  que  es  de  las  obras  más  conocidas  de  la  literatura 
argentina,  por  haber  sido  impresa  en  Europa  varias  veces,  y  leída 
siempre  con  el  vivo  interés  que  nace  de  su  carácter  histórico  y  de 
la  extrañeza  de  su  contenido.  Es  una  historia  anecdótica  de  la  tira- 
nía de  Rosas;  la  mayor  parte  de  los  personajes  que  intervienen  en 
el  sangriento  drama  que  allí  se  desenvuelve,  fueron  personas  rea- 
les, y  aun  son  de  rigurosa  exactitud  muchos  de  los  actos  y  palabras 
que  se  les  atribuyen.  Cuanto  allí  pasa  es  de  tal  manera  sorprenden- 
te y  maravilloso,  que,  á  no  tratarse  de  tiempos  tan  cercanos  y  en 
que  la  invención  era  imposible,  parecería  aborto  de  una  imagina- 
ción extraviada  y  delirante  por  el  terror  de  la  persecución  y  del 
martirio.  Apenas  se  concibe  que  tal  estado  social  haya  podido  en 
parte  alguna  del  mundo  subsistir  por  más  de  catorce  años.  La  no- 
vela está  mal  escrita,  como  puede  suponerse  conociendo  al  poeta; 
adolece  de  galicismos  y  aun  de  solecismos  y  faltas  gramaticales  de 
toda  especie,  y,  por  otra  parte,  la  prosa  de  Mármol  no  tiene  el  ner- 
vio ni  el  vigor  pintoresco  de  la  de  Sarmiento;  pero  el  interés  de  la 
narración  es  muy  grande  y  difícilmente  se  suelta  el  libro  de  las  ma- 
nos. Lo  cual  no  quiere  decir  que  sea  una  obra  propiamente  litera- 
ria, sino  que  tiene  aquel  mismo  atractivo  de  curiosidad,  que  en  las 
espeluznantes  novelas  de  Soulié  ó  de  Eugenio  Sue,  tan  en  boga  por 
aquellos  años,  puede  encontrarse  (i). 

Mármol  es  el  último  poeta  argentino  de  los  que  alcanza  la  Amé- 
rica Poética  de  Gutiérrez  (2),  y  puede  decirse  que  con  él  se  cierra 

(i)  Nació  Mármol  en  Buenos  Aires,  el  4  de  Diciembre  de  18 18,  y  muriá 
ciego  en  12  de  Agosto  de  1881.  Había  sido  Director  de  la  Biblioteca  Nacio- 
nal de  Buenos  Aires.  La  colección  de  sus  Obras  Poéticas  y  Dramáiicas  (Pa- 
rís, 1882,  ed.  Bouret),  formada  por  D.  José  Domingo  Cortés  con  el  mayor 
descuido  y  falta  de  inteligencia,  y  afeada  con  gran  número  de  erratas  tipográ- 
ficas, no  contiene  los  fragmentos  de  El  Pereg7-ino,  que  deben  buscarse  en  la 
América  Poética  de  Gutiérrez,  puesto  que  la  primera  edición  de  Montevideo, 
1846,  es  casi  inasequible. 

(2)  Figuran  también  en  esta  célebre  antología,  pero  no  rae  parecen  dig- 
nos de  particular  estudio,  Balcarce  (Florencio),  Caiitilo  (José  María),  Godoy 
(Juan),  Inurrieta  (Manuel),  Pacheco  y  Obes  (Melchor):  todos  ellos  (á  excepción 
acaso  del  último),  no  eran  poetas,  sino  meros  aficionados.  Don  Luis  L.  Do- 
mínguez, autor  de  la  composición  El  Ombíi,  y  de  otras  verdaderamente 


REPÚBLICA   ARGENTINA  46 1 

el  primer  período  romántico  de  la  literatura  argentina,  por  más  que 
continuase  pujante  la  imitación  de  Víctor  Hugo  en  unos,  y  la  de  Al- 
fredo de  Musset  en  otros.  Pero  esta  imitación  se  combinó  con  otras 
tendencias;  se  modificó  luego  por  la  lectura  de  nuevos  modelos 
franceses,  como  Gautier  y  los  parnasianos^  y  aun  por  influencias 
italianas  más  ó  menos  profundas;  y  fué  aún  rechazada  de  plano  por 
algunos  poetas  jóvenes  que,  ora  vuelven  á  tremolar  la  bandera  ame- 
ricana de  Echeverría,  ora  prestan  culto  á  los  eternos  modelos  del 
clasicismo  greco-latino  y  de  sus  más  puros  imitadores  españoles. 
Todas  estas  tendencias  están  representadas  por  ingenios  de  positivo 
mérito;  pei'o  no  todos  pueden  entrar  en  el  cuadro  que  vamos  bos- 
quejando, porque  afortunadamente  viven  los  más  de  ellos,  y  á  la 
posteridad  toca  hacer  justicia  á  sus  esfuerzos  y  dividir  entre  ellos  el 
codiciado  lauro.  Omitimos,  pues,  con  harto  sentimiento  á  poetas  ta- 
les como  D.  Carlos  Guido  Spano,  D.  Ricardo  Gutiérrez,  y  entre  los 
más  jóvenes,  á  D.  Rafael  Obligado,  D.  Calixto  Oyuela,  D.  Martín 
Coronado,  D.  Domingo  Martinto,  D.  M.  García  Mérou,  y  otros  que 
no  habrán  llegado  á  nuestra  noticia;  y  sólo  vamos  á  decir  dos  pala- 
bras de  los  que  ya  han  rendido  á  la  muerte  el  común  tributo. 

Al  frente  de  ellos  figura  D.  Olegario  V.  Andrade,  uno  de  los  poe- 
tas de  más  grandilocuencia  y  más  robusto  acento  que  ha  producido 
la  América  del  Sur.  Sus  defectos  son  palmarios,  y  de  ellos  no  cabe 
excusa.  Andrade  era  un  poeta  efectista,  que  escribió  para  ser  leído 
en  voz  alta  y  resonante,  y  para  ser  aplaudido  á  cañonazos.  Pero  en 
esta  poesía,  toda  boato  y  pompa,  toda  estrépitos,  tempestades,  vol- 
canes y  cataclismos,  hay  un  fondo  de  sinceridad  y  de  grandeza  líri- 
ca que  triunfa  de  lo  exuberante  y  barroco  de  la  forma.  Andrade 
tenía  el  gusto  sin  educar,  y  le  fascinó  la  imitación  de  lo  peor  de 
Víctor  Hugo,  por  quien  profesaba  una  especie  de  culto,  ó  más  bien 
de  fanatismo;  pero  tenía  también,  aunque  en  pequeña  escala,  algu- 
nos de  los  grandes  dones  de  su  modelo;  la  sensación  ardiente  y  lu- 
minosa; cierta  especie  de  visión  hipnótica  que  agranda  y  transfi- 
gura los  objetos;  la  imaginación  retórica,  que  los  interpreta  de  un 

notables,  es  uno  de  los  tres  poetas  de  aquella  colección,  que  viven  aún.  Los 
otros  dos  son:  el  mejicano  D.  Guillermo  Prieto,  y  el  chileno  D.  Ensebio 
Lillo. 


4^2  CAPÍTULO   XII 

modo  siempre  eficaz,  aunque  desmesurado  y  sofístico;  y  juntamen- 
te con  esto  la  arrogancia,  plenitud  y  número  de  la  versificación,  la 
pródiga  y  despilfarrada  magnificencia  del  estilo,  fecundo  en  hipér- 
boles, abundante  en  palabras  rotundas,  de  sonido  y  brillo  metálicos. 
En  él,  como  en  Víctor  Hugo,  fatiga  la  monotonía  de  lo  grandioso, 
la  luz  abrasadora  de  mediodía,  derramada  por  igual  y  de  plano  so- 
bre todos  los  objetos.  Y  como  en  todo  imitador,  aun  siendo  tan 
distinguido  como  Andrade,  se  extreman  los  defectos  y  no  las  cuali- 
dades del  modelo,  de  ahí  que  el  poeta  argentino  sucumba  con  fre- 
cuencia bajo  el  peso  de  los  colosos  de  granito  y  de  las  montañas  de 
metáforas  con  que  pretende  escalar  el  cielo. 

Tuvo  Andrade  la  ambición  de  los  grandes  asuntos,  y  no  se  mos- 
tró indigno  de  tenerla.  La  Atlántida  y  El  Prometeo,  capitales  poe- 
sías suyas,  demuestran  esta  aspiración  elevada,  y  en  parte  la  justifi- 
can. Es  cierto  que  su  saber  era  corto,  elementales  sus  estudios, 
vagas  y  mal  digeridas  sus  lecturas,  confusas  las  nociones  que  tenía 
de  la  Naturaleza  y  de  la  Historia.  Por  otra  parte,  el  periodismo,  que 
es  mala  escuela  poética,  había  viciado  su  gusto,  educándole  en  la 
declamación  ampulosa,  en  el  verbalismo  insustancial  con  que  se 
compaginan  los  programas  políticos  y  los  artículos  de  fondo.  No  es 
imposible,  ni  mucho  menos,  que  concurran  en  una  misma  persona 
la  cualidad  de  poeta  y  la  de  publicista,  pero  será  á  condición  de 
que  el  poeta  se  olvide  del  publicista  y  el  publicista  del  poeta.  Y  por 
desgracia,  en  Andrade  no  acontecía  así.  Un  poeta  como  él,  dotado 
de  grandes  condiciones  plásticas,  nacido  para  la  visión  intensa  de 
las  cosas  concretas,  introduce  á  cada  momento  en  su  estilo,  como 
chillona  discordancia,  el  vocabulario  abstracto,  amanerado  y  mar- 
chito de  la  lengua  parlamentaria  y  de  los  folletos  de  propaganda;  y 
rima,  sin  darse  cuenta  de  ello,  las  más  enfáticas  y  prosaicas  vulga- 
ridades. Verdad  es  que  lo  mismo  hacía  Víctor  Hugo  en  su  última 
manera,  convirtiéndose  en  gárrulo  tribuno  de  la  plebe,  y  no,  como 
él  imaginaba,  en  «pensador  alado»,  en  «boca  del  clarín  negro»,  y 
en  «nuevo  Prometeo». 

Disuenan,  pues,  en  los  versos  de  Andrade,  generalmente  armo- 
niosos y  viriles  aunque  incorrectos  y  plagados  de  asonancias,  una 
multitud  de  expresiones  que  el  dialecto  poético  no  puede  admitir. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  463 

y  más  siendo  tan  enfático  y  encumbrado  como  el  que  habla  nuestro 
autor;  porque  no  son  de  las  que  le  enriquecen  trayéndole  nuevas 
formas  y  nuevos  aspectos  de  la  vida  y  una  nueva  y  más  íntima  pe- 
netración de  las  cosas,  sino  de  las  que  violan  la  esencia  misma  del 
genio  de  la  poesía,  poniendo  en  sus  labios  de  diosa  la  jerga  vil  de 
las  arengas  de  partido,  de  los  brindis  patrióticos,  de  los  manifiestos 
electorales;  la  lengua  lacia  y  mustia  de  los  negocios,  de  las  transac- 
ciones y  de  las  polémicas,  lengua  que  nada  dice  á  los  ojos,  que  sue- 
na ingrata  en  los  oídos,  y  que  con  fórmulas  huecas  anula  la  espon- 
tánea vivacidad  del  pensamiento. 

No  tenemos  que  pedir  cuentas  al  poeta  de  la  falsedad  intrínseca 
de  muchos  conceptos  suyos,  ni  censurar,  como  en  otra  parte  fuera 
justo  y  debido,  el  espíritu  sectario  á  que  rinde  tributo;  su  filosofía 
de  la  historia  superficial  y  enmarañada;  su  pomposo  latinismo  de 
raza,  que  viene  á  resolverse  en  un  galicismo  perpetuo;  sus  mil  can- 
dideces democráticas;  su  incoherente  simbolismo  religioso.  De  todo 
esto  ya  dio  cuenta  D.  Juan  Vakra  en  una  carta  tan  ingeniosa  y 
amena  como  todas  las  suyas  (l). 

Andrade  sabía  ciertamente  poco  para  hacer  poemas  teogónicos 
ni  cosmogónicos;  pero  sentía  con  cierto  vigoroso,  aunque  confuso 
naturalismo,  el  hervor  de  la  existencia,  y  aspiraba  á  encerrar  en 
vastas  síntesis  el  tumulto  de  la  historia.  Su  espléndido  canto  sobre 
los  destinos  de  la  raza  latina,  impropiamente  llamado  Atlántida, 
tiene,  á  vueltas  de  todas  sus  imperfecciones  de  pensamiento  y  de 
formas,  versos  magníficos,  trozos  caldeados  por  la  pasión  y  el  entu- 
siasmo, y  un  juvenil  y  simpático  alborozo  por  el  progreso  humano, 
que  hace  prorrumpir  al  autor  en  ditirambos  de  férvida  elocuencia. 
Las  ¡deas  valen  poco,  y  son  de  las  más  vulgares  del  liberalismo; 
pero  el  poeta  parece  que  vuelve  á  inventarlas  por  el  arranque  y  el 
brío  con  que  las  siente  y  expone.  Daña,  no  obstante,  á  esta  compo- 
sición el  plan  demasiado  simétrico,  y  más  propio  de  una  lección  de 
historia  ó  de  un  tratado,  que  de  una  oda. 

Superior,  en  mi  juicio,  bajo  el  aspecto  de  la  ejecución  poética, 
aunque  afeado  también  por  vicios  radicales  en  la  concepción,  es  el 

(i)     Cartas  americanas,  i.'*  serie  (Madrid,  1889). 


464  CAPÍTULO    XII 

Prometeo^  en  que  Andrade,  después  de  tantos  otros,  pero  siguiendo 
principalmente  las  huellas  de  Edgar  Quinet,  trata  de  dar  nuevo  sen- 
tido trascendental  y  moderno  al  mito  griego  del  Titán  filántropo^ 
convirtiendo  á  Prometeo  en  precursor  del  espíritu  humano  emanci- 
pado y  del  pensamiento  libre.  Confieso  que  este  símbolo  progresista 
me  parece  mucho  menos  estético  que  la  sublime  y  religiosa  poesía 
del  viejo  Esquilo,  en  que  tantos  han  visto  una  prefiguración  ó  anun- 
cio vago  de  la  Redención  humana.  El  Titán  de  Andrade,  que  habla 
muchas  veces  en  estilo  de  orador  de  club,  no  nos  interesa  ni  nos 
conmueve  como  el  de  Esquilo,  porque  es  una  abstracción,  una  ale- 
goría muerta,  sin  ningún  género  de  virtualidad  divina  ni  humana. 
Nadie  niega  el  simbolismo  del  Prometeo  encadenado,  aunque  pueda 
interpretarse  de  diversas  maneras,  pero  aquel  símbolo  vive  eterna- 
mente, porque  fué  engendrado  de  las  entrañas  de  una  teogonia  en 
que  firmemente  creían  Esquilo  y  sus  contemporáneos.  Despojada 
hoy  la  fábula  de  su  carácter  religioso;  trasplantada  á  un  medio  tan 
diverso;  interpretada  de  un  modo  tan  infiel,  con  tan  poco  estudio 
de  la  antigüedad,  por  un  espíritu  tan  poco  maduro  como  el  de  An- 
drade, no  podía  producir  más  que  una  declamación  poética,  brillan- 
te, eso  sí,  y  de  gran  vuelo,  pero  muy  candida  y  superficial,  que  ni 
siquiera  tiene  el  amargo  dejo  de  la  poesía  satánica  con  que  inter- 
pretó Shelley  el  mito  de  Prometeo.  Pero  si  el  poema  no  se  reco- 
mienda por  el  pensamiento,  vale  mucho  por  los  esplendores  de  la 
forma:  por  la  riqueza  y  magnificencia  de  la  dicción  poética,  aquí 
menos  rígida  y  monótona  que  en  otros  cantos  de  Andrade:  por  la 
salvaje  y  áspera  energía  de  las  maldiciones  que  lanza  el  Titán:  por 
la  suavidad  delicada  y  etérea  del  coro  de  las  Oceánidas. 

Si  á  estos  dos  poemas  capitales  se  unen  El  Nido  de  Cóndores,  ori- 
ginal y  poética  apoteosis  del  genio  de  la  independencia  americana; 
El  Arpa  perdida,  elegía  al  naufragio  del  poeta  Luca;  Paisandú,  canto 
magnífico  al  heroísmo  uruguayo  en  la  resistencia  contra  el  Brasil;  y 
finalmente,  los  versos  A  Víctor  Hugo,  arrogante  composición  digna 
de  Víctor  Hugo  mismo,  y  muy  mal  pagada  por  él  con  frases  de  tri- 
vial cortesía,  se  encontrará  justificada  la  reputación  de  Andrade,  aun 
para  los  que  gusten  menos  de  poetas  hierofantes  y  de  filosofías  de 
la  historia  puestas   en   verso.  En  Andrade  debemos   reconocer  y 


REPÚBLICA   ARGENTINA  465 

aplaudir  mucho  de  lo  bueno  que  encontramos  en  nuestro  Tassara, 
cuyos  aciertos  y  caídas  se  parecen  mucho  á  los  suyos,  salvo  la  ex- 
presión, que  siempre  es  en  Tassara  mucho  más  limpia  y  correcta. 
Andrade  no  había  tenido  ningún  género  de  estudios  de  humanida- 
des, y  no  leyó  más  que  en  libros  franceses  (l). 

Por  sus  aspiraciones  filosóficas  y  doctrinales  tiene  cierta  seme- 
janza con  Andrade,  otro  ingenio  malogrado  en  1882,  el  matemático 
y  pensador  evolucionista  Carlos  Encina,  de  quien  sólo  quedan  tres 
largas  poesías:  un  Canto  lírico  d  Colón,  otro  Canto  al  Arte,  y  otro 
que  se  titula  La  lucha  por  la  idea.  Basta  pasar  la  vista  por  los  pri- 
meros versos  de  cualquiera  de  estas  composiciones  hinchadas  y  pe- 
dantescas, para  convencerse  de  que  su  autor  era  leyente  asiduo  de 
Hegel  y  de  Spencer,  pero  que  apenas  había  recibido  de  la  natura- 
leza ninguna  condición  poética.  Sus  versos,  duros,  secos,  desarticula- 
dos, sin  color  ni  rnúsica,  plagados  de  voces  técnicas  y  abstractas, 
son  prosa  rimada,  y  de  la  peor  especie  posible,  prosa  de  tratados 
de  filosofía  puesta  en  malos  versos.  Véanse  para  muestra  algunos 
versos  de  La  lucha  por  la  idea: 

«El  Dios  irrevelado, 
El  eterno  misterio, 
De  su  increado  ser  la  vida  crea, 
Por  ese  acto  supremo 
Que  no  cabe  en  las  formas  de  la  ¡dea. 

Es  germen  invisible 
Que  en  su  misterio  el  átomo  cincela; 
Bosquejo  que  las  formas  de  la  vida 
Como  inmortal  aspiración,  desplega. 
Rudimento  de  luz,  dudoso  ensayo, 
De  la  conciencia  vacilante  rayo. 
¡Hombre  por  fin!  Y  mente  iluminada 
En  que  el  Creador  refleja  su  mirada, 
Y  que  de  Dios  resuelve 
El  fi\.&\:no  problema, 
Ultima  faz  del  inmortal  poema. 

¡Ley  de  unidad  que  en  la  unidad  absorbe 

(i)  Olegario  V.  Andrade.  Obras  Poe'ticas.  Publicación  ordenada  por  el  Ex- 
celentísimo Gobierfto  Nacional.  Buenos  Aires,  1887,  4.°  Con  un  prólogo  de  don 
Benjamín  Basualdo. 


466  CAPÍTULO    XII 

El  átomo  y  el  orbe! 

Transformación  sublime 

En  que  el  divino  Autor  su  sello  imprime. 

Así  nace  la  idea, 

Germen  imperceptible  de  la  mente, 

En  cuyo  seno  el  porvenir  se  encierra... 

Cristo  es  la  idea  humana 
Encarnada  en  las  formas, 
La  vida  y  el  amor:  ¡Cristo  no  muere! 
Rompiendo  las  tinieblas 
Del  fanatismo,  que  á  la  tierra  humilla, 
Como  eléctrico  fuego, 
El  libre  examen  poderoso  brilla...» 

Parece  imposible  que  este  galimatías  haya  sido  puesto  en  las  nubes 
como  dechado  de  poesía  filosófica,  y  como  nuevo  rumbo  abierto  al 
arte  americano.  Y  sin  embargo,  así  fué,  como  puede  juzgarse  por  la 
lectura  de  los  artículos  y  discursos  que  acompañan  al  tomito  de  las 
poesías  de  Encina  (l).  Los  que  creen  que  la  primera  obligación  del 
poeta  es  saber  escribir  en  verso,  no  lamentarán  mucho  que  se  que- 
dasen en  ciernes  otros  cantos  que  Encina  tenía  comenzados,  y  cuyos 
títulos  ya  indican  lo  que  podían  ser:  El  Poema  del  Infinito;  La  Evo- 
lución del  Espíritu;  La  mujer  ideal.  ¡Cuántos  desastres  acarrea  la 
Metasífica  mal  digerida! 

Enfrente  de  la  poesía  culta  que  hasta  ahora  venimos  estudiando, 
ha  florecido  en  la  República  Argentina,  por  excepción  rara  entre 
las  demás  literaturas  de  América,  una  poesía  popular,  ó  si  se  quiere 
vulgar,  y  en  cierto  grado  indígena,  que  ha  sido  imitada  con  talento 
por  algunos  poetas  artísticos.  El  gaucho  de  la  pampa,  que  no  es  ni 
más  ni  menos  que  el  campesino  andaluz,  ó  extremeño,  adaptado  á 
distinto  medio  geográfico  y  social,  y  modificado  por  la  vida  nómada 
del  desierto  y  por  el  continuo  ejercicio  del  caballo  y  del  lazo,  ha 

(i)     Carlos  Encina,  hi  Memoriam.  Buenos  Aires,  1883. 

Entre  los  poetas  argentinos  malogrados  en  estos  últimos  años,  se  cita  con 
elogio  el  nombre  de  Adolfo  Mitre,  cuyas  Poesías,  publicadas  en  1882,  sólo 
conozco  por  un  artículo  de  Ernesto  Quesada,  en  su  libro  Reseñas  y  Críticas 
(Buenos  .\ires,  1893.) 


REPÚBLICA   ARGENTINA  467 

sido  siempre  cantador  y  guitarrista,  y  tiene  desde  antiguo  sus  poetas 
populares,  ]la.m3idos  payadores  (l),  uno  de  los  cuales,  Santos  Vega, 
que  no  sé  si  es  personaje  real  ó  fabuloso,  ha  llegado  á  convertirse 

(i)  En  su  célebre  Facundo  describe  Sarmiento  al  cantor  de  la  pampa  en 
estos  términos:  «El  cantor  anda  de  pago  en  pago,  de  tapera  en  galpón,  can- 
stando  sus  héroes  de  la  pampa  perseguidos  por  la  justicia;  los  llantos  de  la 
»  viuda  á  quien  los  indios  robaron  sus  hijos  en  un  malo'n  reciente;  la  derrota 
» y  la  muerte  del  valiente  Rauch;  la  catástrofe  de  Facundo  Quiroga,  y  la 
»  suerte  que  cupo  á  Santos  Pérez...  El  cantor  no  tiene  residencia  fija;  su  mo- 
»rada  está  donde  la  noche  le  sorprende;  su  fortuna,  en  sus  versos  y  en  su 
»  voz.  Donde  quiera  que  el  cielito  (baile  popular)  enreda  sus  parejas  sin  tasa, 
»  donde  quiera  que  se  apura  una  copa  de  vino,  el  cantor  tiene  su  lugar  pre- 
>ferente,  su  parte  escogida  en  el  festín.  El  gaucho  argentino  no  bebe,  si  la 
»  música  y  los  versos  no  lo  excitan,  y  cada  pulpería  tiene  su  guitarra  para 
»  poner  en  manos  del  cantor,  á  quien  el  grupo  de  caballos  estacionados  á  la 
»  puerta  anuncia  á  lo  lejos  dónde  se  necesita  el  concurso  de  su  gaya  ciencia. 

»E1  cantor  mezcla  entre  sus  cantos  heroicos  la  relación  de  sus  propias  ha- 
»  zanas.  Desgraciadamente,  el  cantor,  con  ser  el  bardo  argentino,  no  está  libre 
¡>de  tener  que  habérselas  con  la  justicia.  También  tiene  que  dar  cuenta  de 
»  sendas  (sic)  puñaladas  que  ha  distribuido,  una  ó  dos  desgracias  (muertes)  que 
»  tuvo,  y  algún  caballo  ó  una  muchacha  que  robó... 

»Por  lo  demás,  la  poesía  original  del  cantor  es  pesada,  monótona,  irregular, 
>  cuando  se  abandona  á  la  inspiración  del  momento.  Más  narrativa  que  senti- 
»  mental,  llena  de  imágenes  tomadas  de  la  vida  campestre,  del  caballo  y  de 
>las  escenas  del  desierto,  que  la  hacen  metafórica  y  pomposa.  Cuando  re- 
3>  ñere  sus  proezas  ó  las  de  algún  afamado  malévolo  (gaucho  malo),  parécese 
»  al  improvisador  napolitano,  desarreglado,  prosaico  de  ordinario,  elevándose 
»  á  la  altura  poética  por  momentos,  para  caer  de  nuevo  al  recitado  insípido  y 
»  casi  sin  versificación.  Fuera  de  esto,  el  cantor  posee  su  repertorio  de  poesías 
» populares,  quintillas,  décimas  y  octavas,  diversos  géneros  de  versos  octosí- 
» labos.  Entre  éstas  hay  muchas  composiciones  de  mérito,  y  que  descubren 
«inspiración  y  sentimiento.» 

{Facundo  ó  Civilización  y  Barbarie,  por  Domingo  F.  Sarmiento.  Montevi- 
deo, 1888  (ed.  de  la  Biblioteca  Latino- Americana),  págs.  99-103.) 

En  otro  libro  de  Sarmiento  (Vida y  escritos  del  corofiel D.  Frattcisco  J.  Mu- 
ñiz,  Buenos  Aires,  1886),  se  define  el  verbo /ayar.-  «improvisar  entre  dos 
»  sobre  cualquier  asunto,  cantándolo  en  verso  al  son  de  la  guitarra.  La  di- 
r>  ñcultad  principal  para  ambos  vates  consiste  en...  el  deber  casi  foi'zoso  de 
» contestar  con  materia  siempre  alusiva  á  la  expuesta  por  el  contrario,  y  en 
»la  necesidad  de  servirse  del  consonante  del  último  verso  del  antagonista.» 

Esta  especie  de  torneos  poéticos,  así  como  otras  circunstancias  que  se 


468  CAPÍTULO   XII 

en  símbolo  de  la  clase  entera,  como  es  de  ver  en  la  preciosa  leyenda 
en  que  Rafael  Obligado  cuenta  su  lucha  poética  con  el  diablo  y  su 
vencimiento  por  él. 

Prescindiendo  de  esta  poesía  tradicional,  sobre  la  cual  no  tenemos 
datos  bastante  positivos  y  seguros,  y  llegando  á  la  poesía  escrita  ó 
de  imitación  más  ó  menos  literaria,  aparece  como  remoto  precursor 
de  ella,  aquel  capellán  del  Fijo  de  Buenos  Aires  y  exprofesor  en  el 
colegio  Carolino,  autor  de  romances  históricos  sobre  la  defensa  de 
Buenos  Aires,  compuestos  para  «ser  cantados  en  comunes  instru- 
mentos (¿la  guitarra?)  por  los  labradores,  los  artesanos  en  sus  talleres, 
las  señoras  en  sus  estrados,  y  la  gente  común  en  las  calles  y  plazas». 
Pero  estos  romanzones  vulgares,  en  el  tono  de  las  jácaras  de  Fran- 
cisco Esteban,  nada  tienen  que  pueda  decirse  muy  peculiarmente 
argentino. 

El  primero  que,  coincidiendo  en  este  procedimiento  con  muchos 
poetas  dialectales  de  todos  tiempos  y  naciones  (l),  se  apoderó  del 
tipo  del  gaucho  para  hacerle  discurrir  en  su  propio  dialecto  sobre 
los  acontecimientos  políticos,  fué  un  poeta  uruguayo,  D.  Bartolomé 
Hidalgo,  antiguo  oficial  de  barbero,  y  por  consiguiente  coplista  y 
tocador  de  guitarra.  Tenía,  no  obstante,  pretensiones  de  poeta  culto; 
pero  nunca  los  imipersonales  ó  monólogos  que  hizo  representar  en 
festividades  cívicas  en  los  teatros  de  Montevideo  y  Buenos  Aires,  le 
dieron  la  reputación  que  justamente  logró  por  los  pintorescos  y  gra- 
ciosos diálogos  entre  Jacinto  Chano,  «capataz  de  una  estancia  en  las 
islas  del  Tordillo»,  y  Ramón  Contreras,  «gaucho  de  la  guardia  del 
Monte»,  describiendo  el  uno  lo  que  vio  en  las  fiestas  de  Mayo  en 
Buenos  Aires  el  año  1 822,  y  dando  el  otro  sanos  consejos  políti- 
cos, con  sentido  común  análogo  al  del  Buen  hombre  Ricardo^  de 
Franklin. 

refieren  de  los  improvisadores  argentinos,  recuerdan  algo  los  hábitos  de  la 
poesía  árabe  anteislámica,  sin  duda  porque  el  desierto  y  la  vida  nómada 
crean  en  todas  partes  iguales  costumbres. 

(i)  En  nuestra  poesía  regional  gallega  y  bable  son  frecuentes  desde  el 
siglo  XVII  estos  diálogos  políticos  entre  rústicos.  Pero  aún  son  más  antiguos  y 
clásicos;  ejemplo  las  coplas  de  Mingo  Revulgo,  y  alguna  de  las  églogas  de 
Juan  del  Encina,  compuestas  en  sayagücs  ó  en  charro. 


REPÚBLICA   ARGENTINA  469 

Los  diálogos  de  Hidalgo  y  los  de  sus  imitadores,  no  tenían  un  fin 
poético,  propiamente  dicho,  pero  no  puede  negarse  que  fueron  el 
germen  de  esa  peculiar  literatura  gauchesca^  que  libre  luego  de  la 
intención  del  momento,  ha  producido  las  obras  más  originales  de  la 
literatura  sudamericana.  Estanislao  del  Campo,  Hilario  Ascasubi  y 
José  Hernández,  son  los  que  logran  más  nombradía  entre  estos  in- 
genios del  terruño;  y  con  su  lectura  descansa  algo  el  ánimo  de  la 
servil  y  fastidiosa  imitación  de  Víctor  Hugo  y  otros  franceses,  que 
es  la  plaga  del  arte  argentino.  Estos  poetas,  sea  cualquiera  su  valor 
intrínseco,  son  al  cabo  de  nuestra  familia,  hablan,  no  muy  estro- 
peada, la  lengua  de  nuestro  vulgo,  y  son  los  únicos  que  pueden  re- 
velarnos algo  de  lo  que  verdaderamente  piensa  y  siente  el  pueblo 
de  los  campos,  la  masa  que  más  intacta  se  ha  conservado  de  la  an- 
tigua colonización  española. 

Ni  Estanislao  del  Campo,  hijo  de  un  coronel  de  la  guerra  de  la 
Independencia,  diputado  varias  veces,  secretario  del  Gobierno  de 
Buenos  Aires;  ni  Hilario  Ascasubi,  ayudante  del  general  Urquiza; 
ni  José  Hernández,  antiguo  redactor  de  El  Rio  de  la  Plata,  pueden 
ser  calificados  en  rigor  de  payadores  ni  de  poetas  populares:  hay  en 
sus  obras  mucho  dilettantismo  artístico,  pero  la  fibra  popular  per- 
siste, y  en  el  último  llega  á  manifestarse  épicamente. 

En  1870  apareció  el  Fausto,  de  Estanislao  del  Campo,  poema  de 
singular  asunto,  en  que  un  gaucho  cuenta  á  su  modo  el  argumento 
de  la  ópera  de  Gounod,  que  vio  representar  en  Buenos  Aires.  Pres- 
cindiendo de  lo  inverisímil  del  dato,  divierte  é  interesa  mucho  esta 
especie  de  parodia  inocente,  ó  más  bien  de  libre  interpretación  del 
pensamiento  poético  de  Goethe  por  un  campesino  ingenuo  y  semi- 
salvaje,  que  cree  haber  visto  realmente  al  diablo  en  el  teatro.  «Poco 
á  poco  (dice  Mefistófeles): 

«Si  quiere,  hagamos  un  pato: 
Usté  su  alma  me  ha  de  dar 

Y  en  todo  lo  he  de  ayudar^ 

¿Le  parece  bien  el  trato?  , 

Como  el  doctor  consintió, 
El  diablo  sacó  un  papel, 

Y  le  hizo  firmar  en  él 
Cuanto  la  gana  le  dio.» 


470  CAPITULO   XII 

Todo  está  dicho  con  sencillez  suma,  y  nada  hay  que  exceda  de 
la  comprensión  del  rústico  narrador: 

«Al  rato  el  lienzo  subió, 
Y  desecha  y  lagrimeando. 
Contra  una  máquina  hilando 
La  rubia  se  apareció. 

La  pobre  dejitró  á  quejarse 
Tan  amargamente  allí, 
Que  yo  á  mis  ojos  sentí 
Dos  lágrimas  asomarse...» 

Hay  redondillas  sumamente  felices,  por  la  rápida  viveza  con  que 
se  precipita  el  relato.  Así,  cuando  el  capitán  presenta  al  diablo  la 
cruz  de  la  espada: 

«  — Viera  al  diablo  retorcerse 
Como  culebra  —  ¡aparcero! 
¡Óiganle! 

—  Mordió  el  acero 
Y  comenzó  á  estremecerse.» 

«El  poeta — dice  un  escritor  argentino — ha  preparado  el  efecto  de 
su  diálogo  con  mano  maestra:  le  ha  dado  por  escenario  la  pampa 
misma,  donde  sus  dos  interlocutores  se  sienten  soberanos  de  la  na- 
turaleza, y  se  entregan  sin  testigos  á  los  libres  transportes  de  su 
alma  sencilla,  llena  de  sentimientos  grandiosos,  melancólicos  ó  tier- 
nos, y  de  supersticiones  infantiles  que  á  cada  momento  estallan  en 
espantos  súbitos,  cuando  la  imagen  de  Mefistófeles  se  atraviesa  en 

el  relato  como  una  exhalación  de  fuego Aumenta  el  encanto  y 

la  majestad  de  la  escena,  el  idioma  propio  de  sus  actores ,  que 

se  presta  admirablemente  para  la  expresión  espontánea  y  genuina 
de  las  ideas  que  tanta  escena  maravillosa  despierta  en  sus  cerebros 

deslumbrados El  poema  se  desenvuelve  en  un  diálogo  sabroso, 

en  el  que  cruzan,  como  nubes  coloreadas  por  el  iris,  los  cuadros 
más  brillantes  de  nuestra  naturaleza,  pintados  por  el  artista  de  la 
pampa  en  su  lenguaje  saturado  de  gracia  y  de  imágenes,  de  nove- 
dad y  de  color  inagotables»  (l). 

(i)    Joaquín  V.  González,  La  Tradición  Nacional  (Buenos  Aires,  1868); 
pág.  162. 


REPÚBLICA  ARGENTINA  471 

De  estas  descripciones,  vamos  á  presentar  dos  ejemplos:  uno  en 
([ue  puede  decirse  que  habla  el  poeta;  otro  en  que,  con  más  natu- 
ralidad y  no  menos  poesía,  habla  el  gaucho: 

«El  sol  ya  se  iba  poniendo, 
La  claridá  se  auyentaba, 

Y  la  noche  se  acercaba, 

Su  negro  poncho  tendiendo. 
Ya  las  estrellas  brillantes 
Una  por  una  salían, 

Y  los  montes  parecían 
Batallones  de  gigantes. 

Ya  las  ovejas  balaban 
En  el  corral  prisioneras, 

Y  ya  las  aves  caseras 
Sobre  el  alero  ganaban. 

El  toque  de  la  oración 
Tristes  los  ^aires  rompía, 

Y  entre  sombras  se  movía 
El  crespo  sauce  llorón. 

Ya  sobre  la  agua  estancada 
De  silenciosa  laguna, 
Al  asomarse  la  luna 
Se  miraba  retratada. 

Y  haciendo  un  extraño  ruido    . 
En  las  hojas  trompezaban, 

Los  pájaros  que  volaban 
Á  guarecerse  en  su  nido. 
Ya  del  sereno  brillando 
La  hoja  de  la  higuera  estaba, 

Y  la  lechuza  pasaba 

De  techo  en  techo  chillando...» 

A  esta  descripción,  ciertamente  agradable,  pero  hecha  con  los 
lugares  comunes  de  la  retórica  descriptiva,  contrapongamos  la  si- 
guiente del  mismo  poeta: 

« — ¿Sabe  que  es  linda  la  mar? 
—  ¡La  viera  de  mañanita 
Cuando  á  gatas  la  puntita 
Del  sol  comienza  á  asomar! 

Ve  usté  venir  á  esa  hora 
Roncando  la  marejada, 

Menéntüz  t  'P'Btiii.YO.—Pcesia  hispano-americana.  II.  30 


472 


CAPITULO    XII 

Y  ve  eu  la  espuma  encrespada, 
Los  colores  de  la  aurora. 

Á  veces  con  viento  en  la  anca 

Y  con  la  vela  al  solsito, 
Se  ve  cruzar  un  barquito 
Como  una  paloma  blanca. 

Otras,  usté  ve  patente 
Venir  boyando  un  islote, 

Y  es  que  trai  un  camalote 
Cabrestiando  la  corriente. 

Y  con  un  campo  quebrao 
Bien  se  puede  comparar, 
Cuando  el  lomo  empieza  á  hinchar 
El  río  medio  alterao. 

Las  olas  chicas,  cansadas,. 
Á  la  playa  á  gatas  vienen, 
Y  allí  en  lamber  se  entretienen 
Las  arenitas  labradas. 

Es  lindo  ver  en  los  ratos 
En  que  la  mar  ha  bajao, 
Cair  volando  al  desplayao 
Gaviotas,  garzas  y  patos. 

Y  no  sé  qué  da  el  mirar, 
Cuando  barrosa  y  bramando. 
Sierras  de  agua  viene  alzando 
Embravecida  la  mar. 

Parece  que  el  Dios  del  cielo 
Se  amostrase  retobao, 
Al  mirar  tanto  pecao 
Como  se  ve  en  este  suelo. 

Y  es  cosa  de  bendecir 
Cuando  el  señor  la  serena, 
Sobre  ancha  cama  de  arena 
Obligándola  á  dormir.» 


Todo  esto,  á  pesar  de  su  forma  modestísima,  es  buena,  sana,  e- 
.ftima  poesia,  que  recrea  suavemente  la  imaginación  mis  que  las 
rapsodias  filos6ficas  de  Encina  y  los  arrebatos  apocalípticos  <le  An- 

Menos  importantes  que  el  Fausto,  son  las  demás  poesías  vulgares 


REPÚBLICA   ARGENTINA  473 

<le  Estanislao  del  Campo,  que  en  ellas  se  muestra  imitador  del  fe- 
cundísimo Hilario  Ascasubi,  cuyas  obras  completas  llenan  tres  to- 
mos publicados  en  París  en  1872,  con  los  títulos  de  Santos  Vega, 
Aniceto  d  Gallo  y  Paulino  Lucero. 

Pero  la  obra  maestra  del  género,  es,  por  confesión  unánime  de 
los  argentinos,  el  poema  de  José  Plernández,  Martín  Fierro,  obra 
popularísima  en  todo  el  territorio  de  la  República,  y  no  sólo  en  las 
ciudades,  sino  en  las  pulperías  y  ranchos  del  campo;  obra  de  la  cual, 
en  diez  años  (de  1872,  en  que  apareció,  á  1882),  se  agotaron  cerca 
<ie  sesenta  mil  ejemplares,  y  de  la  cual  existen  más  de  doce  edicio- 
nes en  forma  de  libro,  ya  plebeyas,  ya  lujosas,  y  no  sé  cuántas  más 
•en  las  columnas  de  los  periódicos.  Entre  nosotros  ha  tenido  por  fer- 
viente encomiador  á  uno  de  los  jóvenes  de  mayores  esperanzas  y  de 
más  ^-igoroso  pensar  con  que  hoy  cuenta  el  profesorado   español. 
Quizá  habría  que  rebajar  algo  de  su  entusiasmo;  quizá  el  poe- 
•ma'^no  sea  tan  genuinamente  popular  como  él  supone,  aunque  sea 
sin  duda  de  lo  más  popular  que  hoy  puede  hacerse;  quizá  el  pen- 
samiento de  reforma  social  resulte  en  el  poema  de  Hernández  más 
visible  de  lo  que  convendría  á  la  pureza  de  la  impresión  estética, 
defecto   que  crece   sobremanera  en  la  segunda  parte  titulada  La 
vuelta  de  Martin  Fierro;  pero  en  general,  el  juicio  del  Sr.  Unamu- 
no  (1),  que  es  el  crítico  á  quien  aludimos,  nos  parece  penetrante  y 
certero.  Lo  que  pálidamente  intentó  Echeverría  en  La  Cautiva,  lo 
realiza  con  viril  y  sana  rudeza  el  autor  de  Martín  Fierro.  El  soplo 
de  la  pampa  argentina  corre  por  sus  desgreñados,  bravios  y  pu- 
jantes versos,  en  que  estallan  todas  las  energías  de  la  pasión  indó- 
mita y  primitiva,  en  lucha  con  el  mecanismo  social  que  inútilmente 
comprime  los  ímpetus  del  protagonista,  y  acaba  por  lanzarle  á  la 
vida  libre  del  desierto,  no  sin  que  sienta  alguna  nostalgia  del  muñ- 
ólo civilizado  que  le  arroja  de  su  seno: 

«Una  madrugada  clara 
Le  dijo  Cruz  que  mirara 
Las  últimas  poblaciones, 
"^  Y  á  Fierro  dos  lagrimones 

Le  cayeron  por  la  cara...» 

(1)     i?í:y/i-/íz  .£í/í3:;1í7/a;  Madrid,  1894,  núm.  I. ° 


474  CAPITULO    XII 

De  este  modo  el  gaucho  pacífico,  perseguido  por  la  leva  y  aco- 
rralado por  la  civilización,  se  convierte  de  desertor  en  nómada  ó 
matrero^  gasta  la  vida  en  huir  de  la  justicia,  y  vuelve  como  sus  ante- 
pasados, los  conquistadores,  á  abrirse  camino  por  las  selvas  con  su 
cuchillo. 

«En  Martin  Fierro — dice  el  Sr.  Unamuno — se  compenetran  y 
como  que  se  funden  íntimamente  el  elemento  épico  y  el  lírico; 
Martin  Fierro  es  de  todo  lo  hispano-americano  que  conozco  lo  más 
hondamente  español...  Cuando  el  pagador  pampero,  á  la  sombra  del 
ombú,  en  la  infinita  calma  del  desierto,  ó  en  la  noche  serena  á  la  luz 
de  las  estrellas,  entone,  acompañado  de  la  guitarra  española,  las  mo- 
nótonas décimas  de  Martin  Fierro,  y  oigan  los  gauchos  conmovidos 
la  poesía  de  sus  pampas,  sentirán,  sin  saberlo,  ni  poder  de  ello  dar- 
se cuenta,  que  les  brotan  del  lecho  inconsciente  del  espíritu  ecos 
inextingibles  de  la  madre  España,  ecos  que  con  la  sangre  y  el  alma 
les  legaron  sus  padres...  Martin  Fierro  es  el  canto  del  luchador  es- 
pañol que,  después  de  haber  plantado  la  cruz  en  Granada,  se  fijé  á 
América  á  servir  de  avanzada  á  la  civilización  y  á  abrir  el  camino  del 
desierto.  Por  eso  su  canto  está  impregnado  de  españolismo,  es  es- 
pañola su  lengua,  españoles  sus  modismos,  españolas  sus  máxi- 
mas (l)  y  su  sabiduría,  española  su  alma.  Es  un  poema  que  apenas 
tiene  sentido  alguno,  desglosado  de  nuestra  literatura». 

(i)  Véase  alguna  muestra  de  estas  máximas  ó  consejos  de  sabiduría  prác- 
tica y  popular,  puestos  en  boca  de  Martín  Fierro,  ya  que  del  poema  no 
damos  extracto  en  el  cuerpo  de  la  Antología,  por  no  saber  á  ciencia  cierta  si 
su  autor  vive  todavía: 

CONSEJOS  DE  MARTÍN  FIERRO 

Yo  nunca  tuve  otra  escuela 
Que  una  vida  desgraciada: 
No  extrañes  si  en  la  jugada 
Alguna  vez  me  equivoco, 
Pues  debe  saber  muy  poco 
Aquel  que  no  aprendió  nada. 

Hay  hombres  que  de  su  cencia 
Tienen  la  cabeza  llena; 
Hay  sabios  de  todas  menas, 
Mas,  digo  sin  ser  muy  ducho: 
Es  mejor  que  aprender  mucho 
El  aprender  cosas  buenas. 


REPÚBLICA    ARGENTINA  475 

No  aprovechan  los  trabajos 
Si  no  han  de  enseñarnos  nada; 
El  hombre  de  una  mirada 
Todo  ha  de  verlo  al  momento; 
El  primer  conocimiento 
Es  conocer  cuándo  enfada. 


Las  faltas  no  tienen  límites, 
Como  tienen  los  terrenos: 
Se  encuentran  en  los  más  buenos, 

Y  es  justo  que  les  prevenga; 
Aquel  que  defectos  tenga. 
Disimule  los  ajenos. 

Al  que  es  amigo,  jamás 
Lo  dejen  en  la  estacada, 
Pero  no  le  pidan  nada 
Ni  lo  aguarden  todo  de  él: 
Siempre  el  amigo  más  fiel 
Es  una  conducta  honrada. 

Ni  el  miedo  ni  la  codicia 
Es  bueno  que  á  uno  le  asalten; 
Ansí  no  se  sobresalten 
Por  los  bienes  que  parezcan: 
Al  rico  nunca  le  ofrezcan, 

Y  al  pobre  jamás  le  falten. 

Bien  lo  pasa  hasta  entre  pampas 
El  que  respeta  á  la  gente; 
El  hombre  ha  de  ser  prudente 
Para  librarse  de  enojos. 
Cauteloso  entre  los  flojos, 
Moderado  entre  valientes. 

El  trabajar  es  la  ley, 
Porque  es  preciso  adquirir; 
No  se  expongan  á  sufrir 
Una  triste  situación: 
Sangra  mucho  el  corazón 
Del  que  tiene  que  pedir. 

Debe  trabajar  el  hombre 
Para  ganarse  su  pan; 
Pues  la  miseria,  en  su  afán 
De  perseguir  de  mil  modos, 
Llama  en  la  puerta  de  todos 

Y  entra  en  la  del  haragán. 

Para  vencer  un  peligro. 
Salvar  de  cualquier  abismo, 
Por  experiencia  lo  afirmo. 
Más  que  el  sable,  y  que  la  lanza, 
Suele  servir  la  confianza 
Que  el  hombre  tiene  en  sí  mismo. 

Nace  el  hombre  con  la  astucia 
Que  ha  de  servirle  de  guía; 
Sin  ella  sucumbiría; 
Pero  sigue  mi  experiencia: 


476  CAPÍTULO   XII 

Se  vuelve  en  unos  prudencia, 

Y  en  los  otros  picardía. 
Aprovecha  la  ocasión 

El  hombre  que  es  diligente, 

Y  téngalo  bien  presente, 
Si  al  compararla  no  j'erro: 

'  La  ocasión  es  como  el  fierro, 

Se  ha  de  machacar  caliente. 

Muchas  cosas  pierde  el  hombre 
Que  á  veces  las  vuelve  á  hallar, 
Pero  las  debe  enseñar; 

Y  es  bueno  que  lo  recuerde: 
Si  la  vergüenza  se  pierde 
Jamás  se  vuelve  á  encontrar. 


Respeten  á  los  ancianos: 
El  burlarlos  no  es  hazaña. 
Si  andan  entre  gente  extraña, 
Deben  ser  muy  precavidos, 
Pues  por  igual  es  tenido 
Quien  con  malos  se  acompaña. 

La  cigüeña,  cuando  es  vieja. 
Pierde  la  vista;  y  procuran 
Cuidarla  en  su  edá  madura 
Todas  sus  hijas  pequeñas; 
Apriendan  de  las  cigüeñas 
Este  ejemplo  de  ternura. 

El  que  obedeciendo  vive, 

Nunca  tiene  suerte  blanda, 
Mas  con  su  soberbia  agranda 
El  rigor  en  que  padece; 
Obedezca  el  que  obedece 

Y  será  bueno  el  que  manda. 

Ave  de  pico  encorvado. 
Le  tiene  al  robo  afición; 
Pero  el  hombre  de  razón 
No  roba  jamás  un  cobre; 
Pues  no  es  vergüenza  ser  pobre 

Y  es  vergüenza  ser  ladrón. 

El  hombre  no  mate  al  hombre 
Ni  pelee  por  fantasía: 
Tiene  en  la  desgracia  mía 
Un  espejo  en  que  mirarse; 
Saber  el  hombre  guardarse 
Es  la  gran  sabiduría. 

La  sangre  que  se  derrama 
No  se  olvida  hasta  la  muerte: 
La  impresión  es  de  tal  suerte, 
Que,  á  mi  pesar,  no  lo  niego. 

Cae  como  gota  de  fuego 
En  la  alma  del  que  la  vierte. 


REPÚBLICA  ARGENTINA  477 

Si  entriegan  su  corazón 
Á  alguna  mujer  querida, 
No  le  hagan  una  partida 
Que  le  ofienda  á  la  mujer; 
Siempre  los  ha  de  perder 
Una  mujer  ofendida. 

Procuren,  si  son  cantores, 
El  cantar  con  sentimiento: 
No  templen  el  estrumento 
Por  sólo  el  gusto  de  hablar, 
Y  acostúmbrense  á  cantar 
En  cosas  de  fundamento. 

Y  les  doy  estos  consejos 
Que  me  han  costado  adquirirlos, 
'Porque  deseo  dirigirlos; 

Pero  no  alcanza  mi  ciencia. 

Hasta  darles  la  prudencia 

Que  precisan  pa  seguirlos. 
Estas  cosas  y  otras  muchas, 

Medité  en  mis  soledades; 

Sepan  que  no  hay  falsedades» 

Ni  error  en  estos  consejos; 

Es  de  la  boca  del  viejo 

De  ande  salen  las  verdades. 


XIII 


URUGUAY 


Sólo  una  razón  política,  y  que  pudiéramos  decir  de  equilibrio  in- 
ternacional, divide  las  dos  Repúblicas,  de  tan  desigual  extensión,  que 
se  asientan  en  las  márgenes  oriental  y  occidental  del  Río  de  la  Plata. 
La  historia  de  ambos  países  es  una  misma,  idénticas  sus  condicio- 
nes sociales,  análogo  el  carácter  de  sus  moradores,  y  tan  mezclada 
su  produccción  literaria,  que  es  casi  imposible  dejar  de  mencionar 
entre  los  argentinos  algún  escritor  uruguayo,  ó  viceversa.  La  peque- 
nez del  territorio  de  la  República  Oriental  está  compensada  con  las 
riquezas  del  suelo  y  con  la  posesión  de  uno  de  los  más  hermosos 
puertos  y  de  las  más  opulentas  ciudades  de  la  América  del  Sur.  Su 
independencia  política  parece  garantizada  también  por  su  posición 
intermedia  entre  dos  grandes  y  poderosos  Estados,  el  Brasil  y  la  Re- 
pública Argentina,  cuyas  fuerzas  puede  decirse  que  se  han  neutrali- 
zado para  constituir  esta  Bélgica  americana.  La  historia  ha  condu- 
cido á  esta  solución  por  muy  largos  rodeos,  y  la  constitución  defini- 
tiva de  esta  República  es  mucho  más  moderna  que  la  de  ningún 
Estado  ultramarino.  Aun  la  misma  capital,  Montevideo,  es  de  fun- 
dación modernísima;  nació  en  1726  al  patriótico  impulso  del  Gober- 
nador de  Buenos  Aires,  D.  Bruno  Mauricio  de  Zabala,  para  anular 
la  colonia  portuguesa  del  Sacramento.  Aquella  resolución  memora- 
ble salvó  el  porvenir  de  la  raza  y  de  la  lengua  castellana  én  la  mar- 
gen oriental  del  río,  y  aseguró  al  mismo  tiempo  un  baluarte  inexpug- 
nable para  los  inmensos  territorios  de  la  orilla  opuesta. 

Siguió  Montevideo  el  impulso  general  de  la  revolución  argentina, 
y  en  18 1 2  quedó  emancipada  de  la  metrópoli,  después  de  las  accio- 
nes de  Las  Piedras  y  de  El  Cerrito;  pero  su  dependencia  del  Go- 
i)ierno  de  Buenos  Aires  fué  muy  transitoria,   ün  jefe  de  gauchos, 


480  CAPÍTULO   XIII 

llamado  Artigas,  á  quien  los  uruguayos  consideran  como  un  héroe, 
y  los  argentinos  poco  menos  que  como  un  facineroso,  constituyó  en 
la  banda  oriental  un  Estado  independiente,  que  entregado  á  sus 
solas  fuerzas,  no  pudo  resistir  á  la  invasión  portuguesa  en  1817. 
Desde  esta  fecha  hasta  1825,  el  Uruguay  estuvo  sometido  primero 
á  la  corona  de  Portugal,  y  luego  al  Imperio  del  Brasil,  con  el  nom- 
bre de  provincia  cís-platíiia.  Kl  heroico  esfuerzo  de  los  treinta  y  tres 
patriotas  inició  la  reconquista.de  la  independencia,  que  con  auxilio 
de  los  argentinos  quedó  realizada  en  el  campo  de  batalla  de  Ituzain- 
gó,  y  fué  sancionada  diplomáticamente  en  25  de  Agosto  de  1825. 

Es  claro  que  un  país  constituido  de  esta  suerte  ha  de  carecer  de 
toda  tradición  literaria  del  tiempo  de  la  colonia.  Aun  la  imprenta  es 
allí  modernísima:  fué  introducida  por  los  ingleses  durante  el  breve 
período  de  su  ocupación  en  1S07,  con  la  mira  de  publicar  sus  ban- 
dos y  gacetas,  y  hacer  propaganda  en  favor  de  su  dominación. 

Las  discordias  civiles  de  Buenos  Aires  en  el  segundo  tercio  de 
nuestro  siglo  favorecieron  de  una  manera  muy  eficaz  el  desarrollo 
de  la  cultura  en  ^Montevideo,  que  por  algún  tiempo  pudo  conside- 
rarse como  la  Atenas  del  Plata.  En  ella  buscaron  refugio  los  princi- 
pales escritores  argentinos  fugitivos  de  la  tiranía  de  Rosas,  y  allí  pu- 
blicaron gran  número  de  periódicos  y  algunas  de  sus  principales 
obras  Florencio  Várela  Echeverría,  Gutiérrez,  Mármol,  Rivera  In- 
darte  y  muchos  otros,  ya  mencionados  en  el  capítulo  anterior. 

Pero  á  pesar  de  su  escasa  población  y  limitado  territorio,  no  ha 
dejado  el  Uruguay  de  producir  escritores  muy  estimables  en  varios 
ramos  del  saber,  tales  como  el  erudito  historiógrafo  D.  Andrés 
Lamas,  el  naturalista  D,  Dámaso  Larrañaga,  y  el  pedagogo  D.  Mar- 
cos Sastre:  autor  también  de  un  bello  libro  descriptivo  de  las  islas 
del  Paraná,  que  llama  El  Tempe  Argentino.  Esta  República  es  ma- 
dre también  de  algunos  poetas  de  mérito,  entre  los  cuales  el  prime- 
ro, en  el  orden  de  los  tiempos,  no  menos  que  en  la  fecundidad,  es 
D.  Francisco  Acuña  de  Figueroa  (l). 

(i)  Nació  en  Montevideo  el  20  de  Septiembre  de  1790,  y  murió  en  6  de 
Octubre  de  1862.  Había  sido  durante  muchos  años  Director  de  la  Biblioteca 
Nacional  del  Uruguay. 

Sus  Obras  completas,  revisadas  y  anotadas  por  D.  Manuel  Bernárdez,  forman 


URUGUAY  48  r 

Todo  el  que  vea  el  retrato  de  este  simpático  ingenio,  le  encon- 
trará desde  luego  gran  parecido  con  nuestro  Bretón  de  los  Herre- 
ros; y  si  recorre  sus  obras,  notará  que  esta  semejanza  no  se  limita  á 
la  parte  ñsionómica.  Aunque  Acuña  de  Figueroa  no  cultivó  jamás 
la  poesía  dramática,  su  musa  festiva  y  satírica,  y  aun  lírica  á  su 
modo,  es  de  la  misma  familia  que  aquella  musa  juguetona,  candida 
y  risueña  que  dictó  á  Bretón  sus  letrillas,  sus  sátiras  y  otras  muchas 
de  sus  composiciones  sueltas.  A  Acuña  de  Figueroa  puede  aplicarse, 
como  á  Bretón  aplicó  Lista,  lo  que  de  sí  propio  dice  Ovidio:  «Quid- 
quid  tentabat  dicere^  versiis  crat.»  Fué,  en  efecto,  un  versificador 
inagotable,  dotado  de  grandes  condiciones  para  la  improvisación,  y 
bastante  dueño  de  la  lengua  y  del  metro  para  hacerse  perdonar  su 
facilidad,  que  en  otro  hombre  de  menos  ingenio  hubiera  sido  desas- 
trosa. Acuña  de  Figueroa  no  tiene  elevación  ni  ternura:  las  poesías 
en  que  quiso  levantar  el  tono  son  generalmente  las  que  menos  valen 
de  toda  su  voluminosa  colección;  si  bien  en  algunos  himnos  patrióti- 
cos y  en  algunas  composiciones  sagradas,  la  elegancia  y  soltura  de 
la  rima  hacen  perdonar  la  ausencia  de  inspiración  original  y  vigo- 
rosa. Como  lírico,  vale  menos  que  Arriaza,  pero  pertenece  á  su  es- 
cuela. Poeta  de  circunstancias,  incansable  proveedor  de  versos  para 
todos  los  acontecimientos  públicos,  para  todas  las  solemnidades  do- 
mésticas, repentista  de  banquetes  lo  mismo  que  de  profesiones  de 
monjas,  oscila  entre  lo  poeta  y  lo  coplero,  y  tropieza  muchas  veces 
en  lo  segundo.  Hay  entre  el  fárrago  de  sus  poesías  (que  ganarían 
mucho  con  reducirse  á  la  quinta  parte)  extravagancias  de  gusto  pro- 
pias de  un  improvisador  de  tertulias  caseras:  enigmas,  anagramas, 
charadas,  acrósticos,  pies  forzados,  versos  en  forma  de  cruz,  de  reloj 
de  arena,  de  copa.  La  mayor  parte  de  sus  composiciones  no  pueden 
tomarse  en  serio,  ni  seguramente  las  tomaba  el  mismo  autor;  pero 
muchas  tienen  donaire  y  agudeza,  y  en  todas  pasman  la  vena  abun- 


ocho  volúmenes  en  4.°,  impresos  en  1890.  (Vázquez  Cores,  Dornahche y  Reyes, 
editores.)  La  distribución  es  la  siguiente:  cuatro  tomos  de  poesías  diversas, 
sin  distinción  alguna  de  asuntos  ni  de  géneros:  dos  de  epigramas  y  ioraidas, 
y  otros  dos  con  el  Diario  histórico  del  sitio  de  Afotitevideo.  Estos  dos  últimos 
no  los  he  visto. 


482  CAPITULO   XIII 

dantísima  y  el  jovial  humor  que  no  abandonaron  al  poeta  ni  aun  en 
ia  extrema  ancianidad.  Era  un  hombre  algo  vulgar  en  sus  aspiracio- 
nes artísticas,  pero  sano,  bien  avenido  con  la  vida,  castizo  é  inocente 
en  sus  chistes,  muy  español  en  todo,  muy  regocijado  y  simpático  en 
su  honesta  alegría,  y  muy  á  propósito  para  recrear  el  ánimo  de  los 
lectores  después  de  tanta  bambolla  sentimental,  lúgubre  y  afrance- 
sada, como  se  escribía  á  orillas  del  Plata.  Sus  versos  vienen  á  formar 
una  especie  de  crónica  mu}''  divertida  de  las  costumbres  de  Monte- 
video durante  más  de  medio  siglo. 

Acuña  hacía  versos  sobre  todas  las  cosas,  y  ya  hemos  dicho  que 
en  general  los  hacía  bien,  aunque  versasen  sobre  fruslerías.  Nada 
tenía  de  poeta  inculto:  su  educación  clásica  era  muy  sólida,  como  lo 
prueban  sus  traducciones  de  Horacio  y  sus  reminiscencias  de  otros 
poetas  latinos  y  castellanos  del  buen  tiempo.  En  la  dicción,  es  uno 
de  los  escritores  más  puros  que  en  América  pueden  encontrarse. 
Sus  faltas  de  gusto  nacen  de  la  idea  un  poco  trivial  que  se  había 
formado  de  la  poesía,  que  para  él  consistía  principalmente  en  el  me- 
canismo y  artificio  de  los  versos.  Por  eso  no  tenía  reparo  en  versifi- 
car las  materias  más  ingratas,  y  estaba  más  satisfecho  que  de  nin- 
guna obra  suya,  de  un  Diario  poético  ó  crónica  rimada  del  sitio  de 
Montevideo  durante  los  años  de  1812,  1S13  y  1814,  en  más  de 
1. 000  páginas.  !Mucho  más  hubiera  valido,  probablemente,  para  su 
fama,  la  publicación  de  Los  Animales  Parlantes^  de  Casti,  poema 
que  tenía  completamente  traducido  en  1 846,  y  que  estaba  tan  en 
su  gusto  y  en  su  cuerda. 

Lo  más  apreciable  de  sus  versos  son,  sin  disputa,  algunas  letri- 
llas; las  Toraidas,  ó  revistas  de  corridas  de  toros,  en  octavas  reales 
con  otros  metros  intercalados;  y  sobre  todo  la  colección  de  epigra^ 
mas  que  tituló  Mosaico.  De  ella,  como  de  todas  las  de  su  género, 
puede  repetirse  la  sentencia  que  formuló  Marcial  sobre  la  suya  pro- 
.  pia:  <íSunt  bo7ia,  sunt  qucsdam  mediocria^  sunt  mala  plura.-»  Pero,  á 
decir  verdad,  hay  pocos  centones  de  epigramas  compuestos  por  un 
solo  autor,  en  que  se  encuentren  tantos  buenos  como  los  que  pue- 
den entresacarse  de  la  enorme  cifra  de  1 450  á  que  ascienden  los  del 
Mosaico.  Se  conoce  que  el  poeta  había  nacido  para  este  género  de 
chiste  lapidario,  y  que  le  perseguía  con  ahínco,  acertando  muchas 


URUGUAY  483 

veces  con  la  punta  aguda  y  sutil,  aunque  rara  vez  en\-enenada.  Son 
pocos  los  que,  ni  aun  remotamente,  ofendan  el  decoro  6  parezcan 
dictados  por  la  maledicencia.  Pero  muchos  consisten  en  meros  re- 
truécanos ó  juegos  de  palabras,  y  otros  tienen  poco  de  originales^ 
hasta  cuando  no  se  confiesan  traducidos. 

Fué  también  versificador  aventajado,  dentro  de  la  escuela  clá- 
sica (i),  D.  Bernardo  P.  Berro,  autor  de  una  oda  A  la  Providencia^ 
en  liras,  y  de  una  larga  Epístola  á  Dorício,  que  es  más  bien  un 
poema  bucólico,  en  el  que  campean  á  menudo  la  facilidad  en  la 
parte  métrica,  la  pureza  de  dipción,  la  belleza  de  las  descripciones 
y  la  naturalidad  de  sentimiento:  todo  conforme  al  gusto  de  nuestros 
poetas  de  fin  del  siglo  xviii,  si  bien  con  la  liga  de  prosaísmo  que 
entonces  solía  mezclarse  en  toda  descripción  de  la  belleza  campes- 
tre, y  de  que  es  memorable  y  candoroso  ejemplo  el  Observatorio 
nístico  de  Salas.  Algunos  tercetos  darán  idea  de  la  manera  descrip- 
tiva del  poeta  uruguayo,  tanto  en  sus  aciertos  como  en  sus  caídas: 

«Un  peñón  circundado  hasta  la  altura 
De  hojosas  ramas,  forma  en  sus  entrañas 
Una  gruta  de  rara  arquitectura: 

No  habitada  de  fieras  ahmañas, 
Dulce  reposo  y  dulce  fresco  ofrece 
Con  sus  bellas  alcobas  cuanto  extrañas. 

Allí  al  ruido  del  céfiro  gue  mece 
Los  circunstantes  árboles  sombríos, 
Mi  cuerpo  poco  á  poco  se  adormece; 

Y  al  fin  vencidos  los  sentidos  míos, 
Fugaces  sueños  la  adormida  mente 
Halagan  en  risueños  desvarios. 

Tal  vez  donde  bullendo  la  corriente 
Mansamente  murmura,  luego  acudo; 
Lugar  do  reina  siempre  un  fresco  ambiente; 

Y  á  la  sombra  de  un  ceibo  alto  y  copudo' 
Que  cerca  de  ella  se  halla,  me  recuesto 
Sobre  el  césped  suavísimo,  menudo. 


(i)  Basta  citar  muy  de  paso  el  nombre  de  otro  poeta  del  mismo  grupo, 
D  Carlos  G.  Villademoros,  de  quien  hay  algunos  versos  en  el  Parnaso 
Oriental. 


4S4  CAPÍTULO   XIII 

Un  airecillo  entonce  en  vuelo  presto, 
Triscando  entre  las  ojas  susurrante, 
Baña  en  grato  frescor  aqueste  puesto. 

En  tanto  que  con  voz  dulcisonante 
Modulan  en  mil  quiebros  y  trinados, 
Los  pájaros  su  música  brillante. 

Callan  luego  los  sones  acordados; 
El  aura  apena  expira  desmayada; 
El  susurro  disípase  por  grados: 

Natura  toda  en  calma  reposada. 
En  un  hondo  suspiro  mudo  y  quieto 
'■  Yace  lánguidamente  sepultada. 

Empapada  mi  alma  en  un  completo 
:^stado  de  placer  indefinible, 
Vagamente  se  espacía  sin  objeto, 


Pues  si  de  estos  objetos  se  desvía 
Y  se  encumbra  á  la  parte  de  Occidente, 
Goza  encanto  mayor  la  vista  mía. 

Del  claro  día  el  luminar  fulgente 
Tras  los  últimos  montes  escondido, 
El  horizonte  tiñe  en  rojo  ardiente, 

Sobre  el  cual  leves  nubes  de  lucido 
Oro  bordadas,  trazan  mil  informes 
Figuras  varias  con  pincel  fingido. 

Ves  allí  en  confusión  montes  enormes, 
Hondas  cimas,  peñascos  erizados, 
Descomunales  masas  disconformes. 

Encima  de  aquel  pico,  al  aire  alzados 
Los  colosales  miembros,  un  gigante 
Semeja  al  genio,  rey  de  los  collados. 

En  aquella  otra  punta  que  distante 
Sale  á  un  lado,  un  anciano  venerable 
Tiende  su  larga  barba  hacia  adelante. 

Á  otra  parte  un  castillo  inexpugnable; 
Á  otra,  miro  soberbios  torreones; 
Á  otra,  ruinas  de  fábrica  espantable. 

Tan  bellas,  tan  magníficas  visiones, 
Exaltando  mi  ardiente  fantasía 
La  entregan  á  sublimes  ilusiones; 

Y  en  ellas  abismada  todavía 
Está  cuando  su  manto  tenebroso 
Tiende  la  noche  pavorosa  umbría.» 


URUGUAY  485 

El  malogrado  joven  D.  Adolfo  Berro  (l),  que  sigue  á  Acuña  de 
Figueroa  en  el  orden  cronológico  de  los  ingenios  del  Uruguay,  fue, 
más  que  un  poeta  propiamente  dicho,  la  esperanza  de  un  poeta. 
Muerto  á  los  veintiún  años,  no  se  le  puede  pedir  cuenta  muy  rigu- 
rosa de  sus  versos.  Sus  apuntes  en  prosa  sobre  educación  popular, 
y  sobre  la  emancipación  y  mejora  intelectual  de  las  gentes  de  co- 
lor, empresa  á  que  se  consagró  con  el  más  generoso  aliento,  prue- 
ban que  era  ante  todo  un  filántropo  cristiano.  Algunas  de  sus  poe- 
sías, El  Esclavo,  El  Mendigo,  La  Expósita,  La  Ramera,  están  ins- 
piradas por  la  misma  tendencia:  la  forma  es  romántica,  y  revela  la 
imitación  de  Espronceda,  pero  á  la  verdad  muy  poco  afortunada. 
El  estilo  es  endeble,  vulgar  é  incoloro:  las  ideas  simpáticas,  pero 
triviales,  y  la  versificación  tan  floja  y  desaliñada,  que  recuerda  la 
del  cubano  Milanés,  cuando  en  su  segunda  época  trataba  estos  mis- 
mos asuntos.  Las  poesías  no  sociales  de  Berro  resultan  más  agra- 
dables, aunque  en  extremo  candorosas,  y  bastante  incorrectas.  De 
un  episodio  de  La  Argentina,  de  Barco  Centenera,  tomó  asunto  para 
uno  de  sus  romances  históricos,   Yandabityu  y  Liropcya. 

Tuvo  más  estro  lírico  y  más  grandilocuencia  Juan  Carlos  Gómez, 
aunque  no  fuese  poeta  de  profesión,  sino  publicista  y  hombre  polí- 
tico. Pero  ni  sus  enfáticos  alejandrinos  A  la  libertad,  atestados  de 
lugares  comunes  y  de  ripio  y  cascote  de  la  peor  especie,  ni  sus  ver- 
sos de  sentimiento  romántico,  son  tales  que  wn  colector  de  buen 
gusto  deba  recogerlos,  si  se  exceptúa  alguna  composición  breve 
como  El  Cedro  y  la  Palma. 

■    De  D.  Bartolomé  Hidalgo,  patriarca  de  la  poesía  gauchesca,  ya 
se  ha  hablado  incidentalmente  al  tratar  de  Buenos  Aires. 

Creemos  inútil  detenernos  en  otros  poetas  de  menos  iiombradía 
y  mérito,  cuyos  versos  pueden  leerse  en  las  diversas  colecciones 

(i)  Nació  en  Montevideo  el  19  de  Agosto  de  1819.  Falleció  en  29  de 
Septiembre  de  1841.  Había  practicado  la  abogacía  en  el  bufete  del  escritor 
don  Florencio  Várela,  qup  dio  á  conocer  sus  primeros  versos  en  El  Correo 
de  la  Plata.  La  colección  postuma  de  todos  ellos  se  publicó  en  Montevideo 
en  1842  con  un  discurso  preliminar  de  D.  Andrés  Lamas.  De  Berro  hablaron 
los  hermanos  Amunátegui  en  su  Juicio  critico  de  algunos  poetas  hispano-ameri- 
canos.  (Santiago  de  Chile,  18G1,  págs.  339-333.) 


486  CAPÍTULO   XIII 

especiales  de  poetas  de  la  República  oriental,  publicadas  hasta  el 
presente  (l).  Pero  es  justo  hacer  mención  honrosa  del  fecundísimo 
y  benemérito  escritor  D.  Alejando  Magariños  Cervantes,  que  du- 
rante cierto  período  representó  casi  sólo  la  literatura  de  su  país,  y 
que  por  haber  hecho  vida  literaria  en  Madrid  y  publicado  aquí  al- 
gunas de  sus  primeras  obras,  ha  sido  mucho  más  conocido  que  otros 
poetas  americanos.  Y  no  fué  poeta  tan  sólo,  sino  también  historia- 
dor, novelista,  crítico  y  periodista,  de  todo  lo  cual  dan  testimonio 
sus  apreciables  y  numerosas  obras.  Su  genialidad  poética  tiene  pun- 
tos de  contacto  con  la  del  venezolano  Heriberto  García  de  Queve- 
do,  aunque  la  musa  de  Magariños  Cervantes  fué  menos  emprende- 
dora y  temeraria,  y  no  se  aventuró  tanto  por  los  senderos  de  la 
poesía  trascendental.  Magariños  era  versificador  muy  afluente,  cua- 
lidad que  en  algún  modo  le  perjudica,  ^haciéndole  degenerar  en 
verboso.  Hay  cierta  insipidez  en  su  estilo,  y  más  riqueza  aparente 
que  real  en  sus  obras.  Las  más  extensas  son  leyendas  románticas 
en  variedad  de  metros,  en  las  cuales  se  combina  la  imitación  de  Zo- 
rrilla con  algunos  rasgos  descriptivos  de  naturaleza  americana,  en 
que  parece  seguir  el  modelo  de  La  Cautiva,  de  Echeverría;  si  bien 

(i)  La  más  antigua  y  ya  bastante  rara  es  el  Parnaso  oriental  ó  Guirnalda 
poética  de  la  República  Uruguaya.  (Montevideo,  imp.  de  La  Libertad,  1835.) 
Son  tres  volúmenes  en  que  no  todos  los  versos  pertenecen  á  poetas  uru- 
guayos. 

La  rnás  copiosa  lleva  el  título  de  Pági7ias  Untguayas.  Tomo  i.  Álbum  de 
poesías  coleccionadas  C07i  algutias  breves  notas,  por  Alejandro  Magariños  Cer- 
vantes. (Montevideo,  1878.) 

Figuran  en  esta  compilación  los  siguientes  poetas,  que  ya  han  fallecido: 

Arguelles  (Fernando),  Arrascaeta  (Enrique),  Ber7-o  (Adolfo),  Berro  (Ber- 
nardo), Bermúdez  (coronel  D.  Pedro),  Carrillo  (Manuel  M.j,  Fajardo  (Car- 
los A.),  Fajardo  (Heraclio  C),  Ferreira  y  Artigas  (Dr.  Fermín),  Figueroa 
(Julio),  Gómez  (Dr.  Juan  Carlos),  Gordon  (Eduardo),  Hidalgo  (Bartolomé), 
Lapiiente  (Laurindo),  Magariños  Cei'vantes  (D,.  Alejandro),  Otero  (Dr.  Luis), 
Rosende  (Petrona),  Várela  (Horacio),  Várela  (José  Pedro),  Várela  (Juan  Cruz: 
distinto  del  poeta  argentino  del  mismo  nombre  y  apellido),  Vázquez  (doctor 
Juan  Andrés). 

En  el  libro  titulado  Poetas  de  la  América  de  habla  española.  Colección  de  poe- 
sías escogidas,  por  Enriifue  de  Arrascaeta  (Montevideo,  1881),  están  en  mayo- 
ría los  poetas  uruguayos. 


URUGUAY  487 

creemos  que  Magariños  Cervantes,  portugués  de  origen,  no  fué 
tampoco  ajeno  á  la  influencia  de  algunos  épicos  brasileños,  como  el 
autor  del  Caramurú  (fray  Benito  de  Santa  Rita  Durao),  el  del 
Uruguay  (José  Basilio  de  Gama),  y  el  más  moderno  cantor  de  La 
Confederación  de  los  Tamoyos  (Domingo  Gonsalves  Magalhaes). 

Aleccionado  por  estos  modelos  (si  bien  el  último  de  estos  poe- 
mas publicado  en  1857,  ^s  posterior  á  la  leyenda  Cellar,  con  que 
empezó  á  consolidarse  la  fama  poética  del  Sr.  Magariños),  procura 
el  poeta  uruguayo  poner  color  americano  en  sus  obras  é  inspirarse 
en  la  vida  y  costumbres  de  las  tribus  indígenas,  y  si  no  puede  de- 
cirse que  consiga  siempre  poetizarlas,  tiene,  á  lo  menos,  el  mérito 
de  haber  abierto  y  mostrado  esta  senda  al  autor  del  Tabaré,  que 
hoy  la  recorre  con  tanto  aplauso,  y  que  es  el  que  verdaderamente 
ha  naturalizado  á  los  charrúas  en  el  arte.  Las  novelas  en  prosa  de 
Magariños  Cervantes,  especialmente  la  titulada  Caramui'ú,  tienen 
la  misma  tendencia  y  se  componen  de  los  mismos  elementos  que 
sus  poemas,  pero  han  alcanzado  menos  fama. 

En  sus  rimas  líricas,  que  son  abundantísimas,  y  que  para  su  fama 
importaría  mucho  que  no  lo  fuesen  tanto,  Magariños,  como  todos 
los  románticos  de  segundo  orden,  peca  por  exuberancia  de  palabras 
más  que  por  exuberancia  de  imaginación:  son  versos  que  suenan 
bien,  que  se  dejan  leer  con  facilidad  y  aun  con  cierto  agrado,  pero 
que  con  la  misma  y  aun  con  mayor  facilidad  se  olvidan.  Las  ideas 
son  generalmente  nobles  y  simpáticas;  pero  hay  tantas  frases  he- 
chas, tantas  imágenes  marchitas,  que  no  sé  yo  lo  que  de  tan  volu- 
minosa colección  de  versos  podrá  salvar  la  posteridad.  Mas  por  ri- 
guroso que  sea  su  fallo,  siempre  habrá  de  encomiarse  el  entusiasmo 
artístico  de  este  autor,  la  pureza  de  sus  motivos,  la  elevación  de  su 
sentido  moral,  su  sincero  y  ferviente  espiritualismo,  la  originalidad 
relativa  de  sus  temas  americanos,  y  el  impulso  que  con  el  ejemplo 
de  su  laboriosidad  infatip-able  dio  á  la  naciente  literatura  de  su 
país  (l). 

(i)  Nació  D.  Alejandro  Magariños  Cervantes  en  Montevideo  el  3  de  Oc- 
tubre de  1825.  Comenzó  allí  sus  estudios  y  los  terminó  en  España,  i-ecibiendo 
el  grado  de  doctor  en  Jurisprudencia.  Ya  antes  de  su  partida  para  Europa 
había  publicado  gran  número  de  composiciones  sueltas,  un  Ensayo  de  orato- 

Mbnéndez  y  Pelayo. — Poesía  his^ano-americana.  II.  31 


488  CAPÍTULO    XIII 

r/a,  y  dos  cantos  de  un  poema  con  el  título  de  Montevideo:  Episodios  de  nues- 
tra historia  contemporánea 

En  España  fué  colaborador  de  La  Patria,  El  Orden,  La  Ilustración  (de 
Fernández  de  los  Ríos),  La  Semana,  y  otros  periódicos  y  revistas;  publicó 
varias  novelas:  La  estrella  del  Sur,  Caramurú,  No  hay  mal  que  por  bien  no 
venga,  unos  Estudios  histórico-polüicos  sobre  el  Rio  de  la  Plata,  una  comedia 
(representada  en  1850),  Percances  7)iatrimoniales,  y,  finalmente,  la  leyenda 
Celiar  (1852),  con  un  prólogo  muy  laudatorio  de  Ventura  de  la  Vega.  En 
París  sostuvo  por  más  de  dos  años  la  Revista  Española  de  Ambos  JMwidos. 
Vuelto  á  su  patria,  en  1855,  dio  á  luz  un  opúsculo  sobre  La  Iglesia  y  el  Es- 
tado, y  en  1858  inició  la  publicación  de  la  Biblioteca  Americana,  curiosa  co- 
lección que  forma  diez  tomos,  en  que,  juntamente  con  varias  obras  de  Gu- 
tiérrez, Sastre,  Florencio  Várela  y  Cañé,  figuran  dos  nuevas  colecciones 
poéticas  de  Magariños,  Horas  de  mela?icolia  y  Brims  del  Plata  (1864).  Du- 
rante algún  tiempo  pareció  abandonar  las  letras  por  el  foro  y  la  magistratu- 
ra, pero  luego  brotaron  de  su  incansable  pluma  multitud  de  escritos  de 
todo  género.  La  colección  definitiva  y  más  extensa  de  sus  versos,  interpo- 
lada con  largas  notas,  lleva  por  título  Palmas  y  Ombúes  (Montevideo,  1884- 
1888),  dos  gruesos  volúmenes  en  4.°  El  libro  rotulado  Violetas  y  Ortigas 
(Montevideo,  1850),  es  un  centón  de  artículos,  propios  y  ajenos,  sobre  diver- 
sas materias.  No  pretendemos  aquí  apurar  el  catálogo  de  sus  obras  impresas, 
ni  mucho  menos  de  las  que  dejó  inéditas,  tales  como  un  drama  sobre  Vasco 
Núñez  de  Balboa,  y  una  traducción  de  la  Guerra  Catilina7-ia,  de  Salustio. 

Desempeñó,  entre  otros  cargos,  el  de  Rector  de  la  Universidad  de  Mon- 
tevideo. 

Entre  los  poetas  uruguayos  de  la  última  época,  debe  añadirse  el  nombre 
de  Heraclio  C.  Fajardo,  que,  además  del  drama  Camila  O' Gorman  y  de  va- 
rios trabajos  históricos,  dejó  una  colección  de  versos  líricos  Arenas  del  Uru- 
guay. Su  composición  de  aparato,  América  y  Colón,  premiada  en  un  certamen 
de  1858,  vale  tan  poco  como  casi  todas  las  que  se  han  dedicado  al  mismo 
asunto,  pero  son  agradables  é  ingeniosos  los  versos  de  álbum  que  tituló  El 
Colibrí. 

Del  coronel  D.  Pedro  P.  Bermúdez  se  cita  un  drama  histórico,  El  Charrúa. 
Magariños  Cervantes  le  elogia  por  «la  exactitud  de  los  rasgos  antropológicos 
é  históricos  que  en  él  campean». 


ÍNDICE  DEL  TOMO  I 


Al  lector.  Advertencias  generales,  pág. 


IX. 


CAPÍTULO  PRIMERO 
México. 


de  Salazar,  22  ^  ^^  ^^  ^^^^^^  ^^  _p    5^^^,,„  Ale- 

Eugenio  Salazar  de  Alarcon  2         j    ^  ^^  ^^^^^^^^  ^^^^,^^  ^^_ 

man   ^6  — Francisco  de  ierrazas,  37.     •"" 

r^        M       Hp  F.lava    47 -Bernardo  de  Valbuena,   51 -D.  Juan 
Fernán  González  de  Lblava,  47-     J^cn  ,;r     -      Ar.      Poetas 

;        de  Alarcón    62  -Luis  de  Belmonte,  64.-Diego  Mexia,  65.-Poetas 
Ruiz  de  Alarcon,  02.     x^  <=»      n    Carlos  de  Sigüenza  y 

A,.      Rl  P    Matías  de  Bocanegra,  68.— U.  »^ariub  uc  o  g  j 

menores,  65.-EI  P-  Matías  s      Francisco  Averra  y  Santa  Ma- 

róncTora    6q  -Fr.  Juan  de  Valencia,  71. -francisco  Aycii  J 
Gongora,  09.     n.  j  Sandoval  y  Zapa- 

ría  -I  _-D.  Agustín  de  Salazai  y  iones,  71.     ^' 

c      T       .  Tn^s  de  la  Cruz,  73.-D.  Miguel  de  Reyna  Zeballos,  85. 
ta  72.— Sor  Juana  Inés  aeía  v-iu/o,  /^.  &        .,    ^    o        tti  p    Fran- 

D  F  ancisco  Ruiz  de  León,  85.-EI  P.  Diego  José  Abad,  87.-EI  P.  Fran 
Tavici  Aleare  90 -José  Rafael  Larrañaga,  99-Jo-  Joaqum  Fer- 
<isco  Javeí  Alegre,  9^  Manael  Sartorio,  lOO.-Fr.  Manuel  de  Na- 

nández  Lizardi,  lOO.-U.  José  ivian  f.^^pícco  Manuel  San- 

:l  1  -D  Anastasio  de  Ochoa  y  Ac.«a,  ,  ...-D  Manuel  Ednar 
L  :=  Go  ost.a,  ..J.-Fernando  Ca,der6n  é  Ignacio  >^o  "gne^Ga- 
v4n  ,.3 -D.José  Joaquín  Pesado.  ,34.-0.  Manuel  Carp.o,  ^S.-D^  osé 
van,  123-  L'  1  J  1  ,,.i,.rtro  Aranoo  y  Escanden,  152.-D.Fran- 
Bernardo  Couto  ■S-.-^';  ^'"='^"';°^,^¡„  ^J,  Puente  y  Apezechea,  .54- 
cisco  de  Pau^Guzman.,3.-D_F™  «anuel  Acu- 

D    Ignacio  Ramírez,    i55-  — ^-  J^^*-  ^"^ 

ña,  i59.-Manuel  M.  Flores,  i63.-Postdata,  169. 


490  índice  del  tomo  i 


CAPÍTULO  II 
América  Central. 

D.  Pedro  de  Liébana,  177. — Juan  de  Mestanza,  178. — Fr.  Diego  Sáenz  Ove- 
curi,  179. — Poetas  menores,  182. — El  P.  Rafael  Landivar,  184. — Fr.  Matías 
de  Córdova,  188. — D.  Rafael  García  Goyena,  190.^ — D.  Miguel  Alvarez  de 
Castro  y  D.  Francisco  Quiñones  Sunzín,  191. — Doña  María  Josefa  G.  Gra- 
nados, 193. — D.  Francisco  Rivera  Maestre,  193. — D.  Juan  Gualberto  Gon- 
zález, 193. — D.  José  de  Batres  y  Montufar,  194. — D.  Antonio  José  de  Irisa- 
rri,  202. — Los  hermanos  Juan  y  Manuel  Diéguez,  203. — D.  Ignacio  Gómez, 
Eduardo  Hall,  D.  José  Milla  y  D.  Juan  José  Micheo,  205. — Fr.  José  Trini- 
dad Reyes,  206. — D.  Manuel  Molina  Vigil,  211. 

CAPÍTULO  III 
(Suba. 

Silvestre  de  Balboa  Troya  y  Ouesada,  216. — D.  José  Suri  y  Águila,  217. — Poe- 
tisa anónima  de  1762,  217. — D.  Diego  de  Campos  y  Fr.  José  Rodríguez,  217. 
Fundación  de  la  Universidad  y  establecimiento  de  la  Imprenta,  217. — 
El  periodismo,  219. — Manuel  del  Socorro  Rodríguez,  223.— D.  Manuel  de 
Zequeira  y  D.  Manuel  Justo  de  Rubalcava,  224. — Literatura  popular  y 
periodística,  227.. — D.  José  María  de  Heredia,  228. — D.  Francisco  Itu- 
rrondo,  249. — D.  Domingo  del  Monte,  250. — D.  Ignacio  Valdés  Machu- 
ca, D.  Manuel  González  del  Valle,  D.  Anacleto  Bermúdez  y  D.  José  Poli- 
carpo  Valdés,  252. — José  Jacinto  Milanés,  253. — Gabriel  de  la  Concepción 
Valdés,  256, — Doña  Gertrudis  Gómez  de  Avellaneda,  265. — Joaquín  Lo- 
renzo Luaces,  272. — Juan  Clemente  Zenea,  275. — D.  Rafael  María  de  Men— 
dive,  281. — D.  Ramón  Vélez  Herrera  y'Miguel  Teurbe  de  Tolón,  284. — 
D.  Francisco  Orgaz,  285. — D.  Ramón  de  Palma  y  Romay,  286. — El  zorri- 
llismo  y  la  influencia  francesa  en  Cuba,  288. 

CAPÍTULO  IV 
Santo   Domingo. 

Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  y  Valdés,  291. — Eugenio  de  Salazar  y  su 
Silva  de  poesía,  295. — Fr.  Gabriel  Tcllez  en  la  Isla  Española,  297. — Don 
Francisco  Morillas,  301.— La  poesía  popular,  302.— D.  José  Núñez  de  Cá- 


ÍNDICE   DEL   TOMO    I  49' 

•ceres,  304.— D.  Francisco  Muñoz  del  Monte,  305.— D.  Juan  Pablo  Duarte 
y  D.  Manuel  María  Valencia,  307.— Escritores  menos  importantes,  308.— 
D.  José  Joaquín  Pérez,  Doña  Salomé  Ureña  de  Enríquez  y  D.  Manuel  Ro- 
■dríguez  Objío,  310. — Sociedades  artísticas  y  literarias,  311. — Apéndice: 
el  Licenciado  Juan  Méndez  Nieto,  314. 


CAPITULO  V 
Puerto   Rico. 

Bernardo  de  Valbuena,  331.  — D.  Francisco  de  Ayerra  y  Santa  María,  y 
Alonso  Ramírez,  333.— Fr.  Iñigo  Abad  y  Lasierra,  334.— Difusión  de  la 
cultura  á  principios  del  siglo  xix,  334. — D.  Graciliano  Alfonso,  336. — Los 
Aguinaldos  ó  Almanaques  de  Puerto  Rico,  337. — El  Cancionero  de  Borín- 
quen,  337.  —  La  Academia  de  Buenas  Letras  de  San  Juan  Bautista  de 
Puerto  Rico  y  sus  poetas,  338. — D.  Narciso  de  Foxá  y  Lecanda,  339. — 
D.  Juan  Francisco  Comas  y  D.  Ramón  Marín,  340. — D.  Alejandro  de  Tapia 
y  Rivera  y  su  poema  La  Sataniada,  340. — D.  José  Gautier  Benítez  y  Doña 
Alejandrina  Benítez,  347. — D.  Francisco  Alvarez,  D.  José  María  Monje, 
D.  Manuel  Corchado  y  Doña  Carmen  Hernández,  348. — D.  Manuel  Elza- 
buru  y  Vizcarrondo,  349. 

CAPÍTULO    VI 
Venezuela. 

^us  orígenes,  353. — D,  Alonso  de  Escobar,  355.— D.  Ruy  Fernández  de  Fuen- 
mayor,  356. — La  Universidad,  356. — La  Imprenta,  356. — La  cultura  vene- 
zolana, según  Humboldt,  357.  — Poetas  de  aquella  época,  358.— Andrés 
Bello,  359.— D.  Rafael  María  Baralt,  393.— D.  Antonio  Ros  de  Olano,  400. 
D.  José  Heriberto  García  de  Quevedo,  404. — Abigail  Lozano,  408. — Don 
José  Antonio  Maitín,  410. — D.  Fermín  Toro,  D.  Juan  Vicente  González 
y  D.  Cecilio  Acosta,  413.  — D.  Jesús  María  Morales  Marcano,  D.  Rafael 
Arvelo,  D.  Jesús  María  Sistiaga,  D.  Eloy  Escobar,  D.  José  Ramos  Yépez 
_y  D.  Francisco  G.  Pardo,  414.— J.  A.  Pérez  Bonalde,  415. 


ÍNDICE  DEL  TOMO  II 


CAPÍTULO  VII 
eolombia. 

Gonzalo  Jiménez  de  Qaesada  y  sus  perdidos  Ratos  de  Suesca   7.-Lorenzo 
Martín  9.-La  enseñanza  en  Nueva  Granada,  i  x.-Juan  de  Castellanos.  .3. 
Versos' Ldatorios  de  sus  Elenas.  .o.-Hernando  Donaínguez  Camar- 
.o   "2  -D.  Francisco  Alvarez  de  Velasco  y  Zorrilla,  23. -Sor  Francisca 
JoseV  de  la  Concepción,  26.-La  Imprenta  en  Santa  Fe    29.-D.     ose 
Nicolás  de  la  Rosa,  30.-D.  Jos.  Celestino  Mutis,  3-^^^---    ^^^^ 
de  Caldas  y  el  Semanario  de  la  Nueva   Granada,  32.-Tertuhas  litera 
ñas    33.-L0S  poetas  de  Popayan,  34-D.  José  María  de  Salazar    35-  - 
D.  losé  Miguel  Montalvo,  D.  José  Ángel  Manrique  y  D.  Juan  Manuel  Gar- 
cí.  Teiada  36.-D.  Francisco  Javier  Caro,  ^l.-D.  Miguel  de  Tobar,  38.- 
D    M^^ano^el  Campo  Larraondo  y  Valencia  y  el  Dr.  Fernández  Ma- 
drid  39.-LUÍS  Vargas  Tejada,  44.-D.  José  Ensebio  Caro.  46  -Juho  Ar- 
boleda   54.-D.  Gregorio  Gutiérrez  González,  60.-D.  \os.Jo^^nO^ 
tiz  64  -Joaquín  Pablo  Posada,  72.-Germán  Gutiérrez  de  Pineie.  y  don 
r'c     do  Carrasquilla,  ^S-El  General  Pinzén  Rico,  D- M-e    Mana  Ma- 
diedo  y  D.  Felipe  Pérez,  74.-D.  José  María  Samper  y  D.  José  Mana  Ver- 
gara  y  Vergara,  75.-Otros  poetas  contemporáneos,  76. 

CAPÍTULO  VIII 
Ecuador. 

Las  Ordenes  religiosas  y  la  enseñanza,  79.-D.  Lorenzo  de  Cep=<la^So^-  Fray 
Gaspar  de  Villarroel,  8..-Dofia  Jerdnima  de  Velasco  S.-El  maestro 
Jacinto  de  Evia  y  su  Raímete  de  .arias  flores.  83  -El  P.  Juan  Bautista 
Aguirre,  89.-EI  P.  José  Orozco,  90. -El  P.  Ram^-^  V.escas,  9..-L0»  Pa- 


494  ÍNDICE   DEL   TOMO   U 

dres  Ambrosio  de  Larrea,  Juan  de  Velasco  y  otros  jesuítas,  92.— Expedi- 
ciones científicas  en  el  siglo  xviii,  95.— D.  Francisco  Eugenio  de  Santa 
Cruz  y  Espejo,  97-— D-  Pedro  Maldonado,  100.— D.  Pedro  Franco  Dávi- 
la,  loi.—Mexía,  y  Olmedo,  en  las  Cortes  de  Cádiz,  loi.— Los  Cantares  del 
pueblo  Ecuatoriano,  102. — D.  José  Joaquín  de  Olmedo,  103. — Doña  Dolores 
Ventemilla  de  Galindo  y  D.  Juan  León  Mera,  129.— D.  Julio  Zaldumbi- 
de,  130.— Otros  poetas  de  las  Afttologtas  Ecuatoriales,  132.— D.  Gabriel 
García  Moreno,  133. 

CAPÍTULO  IX 
Perú. 

El  poema  anónimo  á  la  muerte  de  Almagro,  135. — D.  Alonso  Enríquez,  137. 
Romances  históricos  de  las  guerras  civiles,  137.— Coplas  populares,  138. 
Gonzalo  de  Zúñiga,  138. — El  poema  anónimo  de  la  Conquista  de  la  Nueva 
Castilla,  139. — Pedro  de  la  Cadena  y  sus  Hazañas  de  Diego  Hernández  de 
Serpa,  140.— D.  Diego  de  Aguilar  y  Córdoba,  141.— La  Universidad  y  la 

x/"  Imprenta  en  Lima,    143.— El   Inca  Garcilaso   de  la  Vega,  a45.j— Poetas 
peruanos  mencionados  por  Cervantes  en  el  Canto  de  Caliope  y  en  el  Viaje 
del  Parnaso,  149.— Pedro  Montes  de  Oca,  152.— El  capitán  Salcedo,  Don 
Diego  de  Carvajal,  Cristóbal  de  la  O  y  Juan  Rodríguez  de  León,  153. — 
La  poetisa  Amarilis  (Doña  María  de  Alvarado)  y  su  epístola  á  Lope  de 
Vega,   153.  — Poetisa  anónima  del  discurso  en  loor  de  la  Poesía,    163. — 
Diego  Mexía  y  su  Parnaso  Antartico,  166. — Fr.  Diego  de  Ojeda,  170.— 
Fr.  Juan  Gálvez,  172.— Luis  de  Belmonte  Bermúdez,  173. — D.  Diego  de 
KMa\o=,^\d.  Miscelánea  Austral,  178. — D.  Rodrigo  de  Carvajal  y  La  con- 
quista de  Antequera,  179. — Literatura  de  fiestas,  pompas  fúnebres  y  certá- 
menes, 182. — D.  Francisco  de  Borja,  Príncipe  de  Esquiladle,  182.— Las 
Armas  Antárticas,  de  D.  Juan  de  Miramontes  y  Zuazola;  El  Angélico,  de 
Fr.  Adriano  de  Alecio,  y  El  Santuario  de  Copacavana,  de  Fr.  Fernando 
de  Valverde,  185.— El  P.  Rodrigo  de  Valdés,  185.— Diego  de  León  Pinelo 
y  la  Solemnidad  fúnebre  y  Exequias  de  I'elipe  IV,   187. — El  Dr.  Juan  de 
Espinosa  Medrano,  189.— D.  Juan  del  Valle  y  Caviedes,  191.— La  tertulia 
literaria  del  Marqués  de  Castell-dos-Rius  y  la  Flor  de  Academias,  198. — 
D.  Luis  Antonio  de  Oviedo  y  Herrera,  Conde  de  la  Granja,  203.— Don 
Pedro  de  Peralta  Barnuevo,  207.— Las  Coronas  poéticas  y  los  poetas  me- 
nores del  siglo  xviii,  213.— D.  Esteban  de  Terralla  y  Landa,  215.— Don 
Ignacio  de  Escanden  y  D.  José  Pardo  de  Figueroa,  220.  — D.  Pablo  de 
Olavide,  221. — La  Sociedad  de  Amantes  del  País,  237. — D.  Mariano  Mel- 
gar, 237.— Poesía  universitaria,  240. — El  Dr.  Larriva,  241.— Fr.  Francisco 
del  Castillo,  243.— D.  José  Manuel  Valdés,  244.— D,  José  María  Pando,  245- 
D.  Felipe  Pardo  y  Aliaga,  248.— D.  Manuel  Ascensio  Segura,  252. — D.  José 


ÍNDICE    DEL    TOMO    II  495 

Pardo  y  Aliaga  y  D.  Miguel  del  Carpió,  255.— El  romanticismo  en  el  Perú 
y  Fernando  Velarde,  256.— Sus  discípulos,  258.  — D.  Manuel  del  Cas- 
tillo, 258.— D.  Manuel  Nicolás  Corpancho  y  D.  Clemente  Althaus,  259,— 
D.  Adolfo  García  y  D.  Carlos  Augusto  Salaverry,  263.  — Constantino 
Carrasco,  265. 

CAPÍTULO  X 
Bolivia. 

Sus  orígenes,  269.— Memorial  de  Cervantes,  en  que  pedía  el  corregimiento 
de  la  Paz,  270.  — Enrique  Garcés,  270.— Poesías  laudatorias  del  Catidonero 
del  Petrarca,  271.— Duarte  Fernández  y  Luis  de  Ribera,  273.— Juan  So- 
brino y  los  Anales  de  Martínez  Vela,  274.— Fr.  Antonio  de  la  Calan- 
cha,  277.— Fr.  Diego  de  Mendoza,  278.— D.  Ventura  Blanco  Encalada,  279. 
D,  José  Joaquín  de  Mora,  280.— D.  Mariano  Ramallo,  282.— D.  Ricardo 
J.  Bustamante,  283.— D.  Manuel  José  Cortes  y  D.  Néstor  Galindo,  285.— 
D.  Manuel  José  Tovar,  286.— María  Josefa  Mujía,  287.  — Otros  poetas 
bolivianos,  289. 

CAPÍTULO  XI 
ehile. 

HvAlonso  de  Ercilla  y  La  Arauca7ia,^^—lm\\.SiCíon^s  de  este  poema,  307. — 
Pedro  de  Oña;  su  Arauco  domado,  El  Ignacio  de  Cantabria  y  El  Vasauro, 
309. — D.  Diego  de  Santisteban  Osorio  y  sus  cuarta  y  quinta  partes  de  La 
Araucana,  323.  —  D.  Juan  de  Mendoza  y  Monteagudo,  325.  —  Hernando 
Alvarez  de  Toledo  y  su  Ptirc'n  indómito,  328.— Melchor  Xufré  del  Águila, 
331.— D.  Francisco  Núñez  de  Pineda,  333.— Fr.  Juan  de  Barrenechea  y 
Albis,  336.— La  enseñanza  en  Chile,  337.— /-«  Tucapelina  de  Pancho  Milla- 
leubu,  339. — Literatura  popular,  339.— La  Eftsalada  poética,  de  D.  Manuel 
Fernández  Ortelanb,  340.— El  Teatro  en  Chile,  341.— Camilo  Henríquez, 
343. — D.  Bernardo  de  Vera  y  Pintado  y  el  himno  nacional  de  Chile,  347. — 
D.  Ventura  Blanco  Encalada  y  D.Juan  Egaña,  350.— D.  José  Joaquín  de 
Mora,  351.— Influencia  de  Andrés  Bello  en  Chile,  357.— D.  Domingo  Faus- 
tino Sarmiento  y  la  demagogia  literaria,  359. — D.  Salvador  Sanfuen- 
tes,  364. — Poetas  del  Semaiiario  de  Santiago,  365.— Doña  Mercedes  Marín 
y  su  Canto  fúnebre,  366. — La  América  poética,  de  Valparaíso,  368. — Fun- 
dación de  la  Universidad  de  Santiago,  369.— Periódicos  literarios,  370.— 
D,  Domingo  Arteaga  Alemparte  y  otros  poetas  contemporáneos,  371. 


49^  ÍNDICE   DEL    TOMO    II 

CAPÍTULO  XII 
República  Argentina. 

Obras  históricas  de  Ulrico  Schmidel  y  de  Alvar  Núñez  Cabeza  de  Vaca,  373 
y  374.— D.  Martín  del  Barco  Centenera  y  su  Argeiiima,  374. — Bernardo 
de  la  Vega,  380.— Luis  Pardo,  381.— La  Universidad  de  Córdoba  del  Tu- 
cumán,  383. — La  Imprenta  en  el  Paraguay,  385.  — La  expulsión  de  los 
jesuítas  y  sus  consecuencias,  387.— La  enseñanza  en  Buenos  Aires,  391. — 
El  Teatro  y  la  Imprenta  en  esta  ciudad;  los  periódicos,  393. — Poetas  del 
Telégrafo,  397. — D.  Manuel  José  de  Labarden  y  el  fragmento  de  su  trage- 
dia Siripa,  399.— D.José  Prego  de  Oliver,  401. — D.  Vicente  López  y  Pla- 
nes y  El  Triunfo  argentino,  405. — D.  Esteban  de  Luca  y  D.  Juan  Crisós- 
tomo  Lafinur,  407.— D.  Juan  Antonio  Miralla,  408.— Juan  Cruz  Várela,  415. 
D.  Florencio  Várela,  429. — D.  Ventura  de  la  Vega,  430.  —  D.  Esteban 
Echeverría,  442.— D.  Vicente  Fidel  López  y  D.  J.  B.  Alberdi,  455.— Don 
Félix  Frías  y  D.  Juan  María  Gutiérrez,  456. — D.  José  Rivera  Indarte  y 
José  Mármol,  458.  —  Olegario  V.  Andrade,  461. — Carlos  Encina,  465. — 
Literatura  gauchesca,  466.  —  Bartolomé  Hidalgo,  468. —  Estanislao  del 
Campo,  469. — Hilario  Ascasubi,  473. — José  Hernández  y  su  poema  Martin 
Fierro,  473. 

CAPÍTULO   XIII 
Uruguay. 

Sus  orígenes,  479. — D.  Francisco  Acuña  de  Figueroa,  480.  — D.  Bernardo 
P.  Berro,  483.— D.  Adolfo  Berro  y  Juan  Carlos  Gómez,  485. — D.  Alejandro 
Magariños  Cervantes,  486.  —  Heraclio  C.  Fajardo  y  D.  Pedro  P.  Ber- 
múdez,  488. 


ÍNDICE  DE  PERSONAS  DEL  TOMO  I « 


flbad  (P.  Diego  ]osé).  87,  88,  89,  112. 

Abad  y  Lasierra  (Iñigo).  330,  334. 

Abreu  (Casimiro  de).  163,  367. 

Acevedo  (Fr.  Martín  de).  55. 

Acosta  (Cecilio)  413. 

Acosta  (José  Julián  de).  334,  335>  347- 

Acuña  (Esteban).  175. 

Acuña  (Manuel).   159,   161,  162,   163, 

166,  170. 
Achutegui  (José  de).  334. 
Aguado  (J.).  341,  348. 
Agüeros   (Victoriano).   67,    115,    129, 

133,  152,  168. 
Aguilera  (VenturaV  414. 
Aguirre  (Luis  Pedi-o).  175. 
Agustín  (San).  29. 
Ahumada  (Teresa  de).  Véase  Teresa 

de  Jesús  (Santa).  84. 
Alarcón  (Fr.  Francisco).  175. 
Alarcón  (Pedro  A.).  402,  404,  407. 
Alaria  (Aurelio  S.).  341. 
Alba  (Bartolomé  de).  55. 
Alba  y  Monteagudo  (Mariano  José). 

217. 
Alcázar  (Bachiller  Juan  de).  65. 
Alcalá  (Antonio).  202. 
Alcalá  Galiano  (Dionisio).  202. 
Alcaraz  (Ramón  Isaac).  170,  171. 
Alciato  (Andrés).  25. 
Alcudia  (Condesa  de).  n6. 


Alegre  (P.  B^rancisco  Javier).  87,  89, 
90,  91,  92. 

Alegría  (El  impresor).  193. 

Alejandro  Magno,  90,  92,  411. 

Alemán  (Mateo).  36,  64. 

Alembert  (Juan  le  Rond  d'j.  161. 

Alfieri  (Víctor).  109,  1 12, 152,  248,  266. 

Alfonso  (El  Bachiller),  seudónimo  de 
D.  Ramón  de  Palma  y  Romay,  286. 

Alfonso  (Graciliano).  336. 

Alfonso  (José  Luis),  Marqués  de  Món- 
telo. 287. 

Alighieri  (Dante).  145  y  344. 

Alonso  (Fr.  Juan).  175. 

Alonso  (Manuel).  338,  339. 

Almeida  Garrett  (Juan  Bautista).  251. 

Alpuche  (Wenceslao).  107,  170. 

Altamirano  (Ignacio  María).  115,  133, 
156,  157,   158,  167,  170. 

Altamirano  (Fr.  Juan).  206. 

Alvarado(Pedrode).  53,  117,  132,  176. 

Alvarez  (A).  216. 

Alvarez  (Francisco).  348. 

Alvarez  (P.  Manuel).  25. 

Alvarez  (Miguel  de  los  Santos).  199, 
200,  402. 

Alvarez  de  Azevedo.  163. 

Alvarez  de  Castro  (Miguel).  191,  192. 

Alvarez  Toledo  (Fr.  Juan  Bautista). 

'75- 


(i)  a  la  conclusión  de  las  0/>ras  completas  del  sabio  polígrafo  Menéndez  y  Pelayo  se 
publicará  un  tomo  con  los  índices  personal,  geográfico,  de  materias,  y  bibliográfico,  que 
se  necesitan  para  consultar  con  facilidad  tan  magna  enciclopedia  de  Historia  y  de 
Literatura. 

No  obstante,  cada  obra  llevará,  al  fin,  los  índices  que  le  corresponden. 

A  causa  de  la  premura  con  que  se  ha  publicado  el  de  personas  mencionadas  en  la 
Poesía  hispano-amcricana,  van  con  separación  las  de  cada  tomo.  En  las  demás  obras 
irán  juntas  en  un  sólo  alfabeto  las  de  todos  sus  volúmenes. 


498 


índice  de  personas  del  tomo  i 


Álzate  (José  Antonio  de).  88,  loo. 

Amévas  (Ignacio).  134. 

Ampére  (Juanjacobo  Antonio).  229. 

Ampies  (Beatriz  de).  323. 

Ampies  (Juan  de).  323. 

Amunátegui  (Miguel  Luis).  362. 

Amy  (Francisco  J.).  349,  350. 

Anacreonte.  93,  97,  113,  336. 

Andrade  (Olegario).  145. 

Andrade  (Vicente  de  P.).  23,  36,  67, 

68,  74,  97- 
Andrés  (El  P.).  88. 
Anece  (Pedro).  175. 
Angeles  (Sor  María  Josefa  de  los).  358. 
Ángulo  (El  Licenciado).  324,  325. 
Ángulo  (Fr.  Luis).  175,  319. 
Ángulo  (Luis  de).  316,  317,  321. 
Ángulo  Guridi  (Javier).  311,  313, 
Anleo  (Fr.  Bartolomé).  175. 
Antonio  (Nicolás).  57. 
Apiano.  182. 

Aramburo  y  Machado  (M.).  272. 
Arango  (José  de).  173  224. 
Arango  y  Escanden  (Alejandro).  151, 

152,  153,  170,  171- 
Aranzamendi  (Jenaro).  349. 
Arazoza  y  Soler  (Imprenta  de).  228. 
Arboleda  (Julio).  144,  145,  278. 
Arciniega  (Claudio  de).  26. 
Arco  Agüero  (D.  Felipe  del).  118. 
Arcos  (Duque  de).  314. 
Arévalo  (Fr.  Bernardino).  175. 
Arévalo  (Faustino). 
Arévalo  (Sebastián  de).  183,  188,  314. 
Arguijo  (Juan  de).  152,  394. 
Aristóteles.  1 1. 
Arias  (P.  Antonio).  175. 
Arias  Montano  (Benito).  141. 
Ariosto  (Luis).  56,  57,  92,  392. 
Arelas  (El  P.Juan).  163. 
Armas  y  Céspedes  (José  de).  213. 
Armuna    (Ezequiel),   seudónimo   de 

Manuel  Zequeira.  226. 
Arnault  (Mr.).  242. 
Arochena  (Fr.  Antonio).  175. 
Arrázola  ó  Arrazola  (Fulano).  40. 
Arriaza  (Juan  Bautista).  147,  192,  252, 

359.  373,  383- 
Arrióla  (P.  Juan  de).  68. 
Arrivillaga  (P.  Alonso  de).  175,  182. 
Arróniz  (Marcos).  106,  133. 
Arvelo  (Rafael).  414. 
Asbaje  y  Ramírez  de  Cantillana  (Sor 

Juana  Inés  de  la  Cruz).  82,  84. 
Asher  (A.).  15. 
Augier  (Emilio).  272. 
Augusto  íOctavio).  12,  88,  92. 
Auñón  (Marqués  de).  408. 


Avellaneda  (Gertrudis  Gómez  de).  19, 

74,    214,  229,   257,  264  á  272,  274, 

285,  287. 
Aviles  (Fr.  Esteban).  175. 
Ayerra   y   Santa   María   (Licenciado 

Francisco).  71,  333. 
Azcárate  (Nicolás).  212,  275,  281. 
Azpeitia  (Ignacio  de).  182. 
Azucena  (Adolfo  de  la),  seudónimo 

de  Zenea.  280. 

Backer  (P.).  188. 

Bacon  (Francisco).  94.  • 

Bachiller  y  Morales  (Antonio).  216, 
218,  219,  223,  247,  253. 

Balboa  Troya  y  Ouesada  (Silvestre). 
216. 

Baldorioty  de  Castro  (Román).  335. 

Balli  (Jerónimo).  65. 

Balli  (Pedro).  36. 

Balmes  (Jaime).  135. 

Balseiro  (J.  B.).  349. 

Bances  Candamo  (Francisco  Antonio 
de).  74. 

Bañoger  de  Sageliu  y  Gielbas,  ana- 
grama de  Simón  Bergaño  y  Ville- 
gas, 190. 

Baños  y  Sotomayor  (Diego  de).  356. 

Baralt  (Luis  Alejandro).  226,  356,  357, 
y  393  á  400. 

Baralt  (Rafael  María).  19,  171. 

Barca  (Fr.  Joaquín  de  la).  175. 

Barclayo  (Juan).  89. 

Barradas  (Isidro),  ni. 

Barrera  (Cayetano  Alberto  déla).  217. 

Barrios  (Domingo  de).  179. 

Barrutia  (Salvador).  201. 

Bartrina  (Joaquín  María).  348. 

Bassoco  (José  María).  172. 

Batres  (Alonso  de).  293. 

Batres  (Juan).  175. 

Batres  Jáuregui  (Antonio).   190. 

Batres  y  Montufar  (José).  184,  194  á 
202. 

Bautista  (Fr.  Juan).  55. 

Beaumarchais  (Pedro  Agustín  Carón 
de).  1 12. 

Beauzée  (Nicolás).  368. 

Becerra  (Fr.  Francisco).  175. 

Kecq  de  Feuquiéres.  137. 

Bécquer  (Gustavo  Adolfo).  158,  162, 
348. 

Bedier  (Mr.).  244. 

Bejarano  (Lázaro).  322,  323,  324,  325, 
326. 

Bello  (Andrés).  16,  6i,  144,  187,  191, 
192,  194,  237,  238,  249,  278,  289, 
339,  353,  357,  358,  359,  3^0,  362, 


ÍNDICE    DE   PERSONAS    DEL    TOMO    I 


499 


363,  364,  366  á  375,  377  ¿389,  391, 

39?,  394.  396,  400,415- 
Bello  y  Chacón  (Federico).  168. 
Belmonte   Bermudez  (Luis  de).    55, 

64,  65. 
Benavente  o  Motolinia  (Fr.  Toribio). 

53. 
Benisia  (Alejandro).  348- 
Benítez  de  Gautier  (Alejandrina).  337, 

347,  348,  349-       ,^.      ,   ^ 
Bergaño  Villegas  (Simón).   190,   191, 

227. 

Beristain  y  Sousa  (José  Mariano).  55, 
66,  67,  68,  70,  72,  88,  93,  106,  109, 
175,  178,  183,  188,219. 

Bermudez  (Anacleto),  Fileno.  227, 
252. 

Bermudez  y  Alíaro  (Licenciado  Juan). 

Bermudez  de  Castro  (Salvador).  123, 

278. 
Berrío  y  Valle  (Juan).  175,  176. 
Betancur  (Fr.  Alonso).  176. 
Betancur  (Fr.  Rodrigo  de  Jesús).  176. 
Betanzos  (Fr.  Pedro  de).  176. 
Beteta  (Ignacio).  189,  191. 
Bethencourt  (A.).  358,  394. 
Billini  (Francisco  Gregorio).  313. 
Blanco  (José  María).  360. 
Blanco  (Luis  Alejandro).  413. 
Blanchié  (Francisco  Javier).  287. 
Bocanegra  (El  P.  Matías  de).  68. 
Boileau  (Nicolás).  92,  93,  97. 
Boix  (El  impresor).  286. 

Bolívar  (Simón).   105,  .112,  144,  234, 
242,  353,  356,  360,  389,  390,  411- 

Boloña  (Esteban  José).  219. 

Bonaparte  (Napoleón).  258,  271,  411- 

Bonilla  (Alonso  de).  50. 

Bonpland  (Mr.).  354- 

Boscán  (Juan).  26. 

Boyardo.  391,  392. 

Braga  (Teófilo).  163. 

Braganza  (María  Isabel  de).  1 16. 

Bramón  (Francisco).  66. 

Brau  (Salvador).  349* 

Bravo  (Dr.).  324. 

Bravo  (Nicolás).  24. 

Bretón  de  los  Herreros  (Manuel).  113, 
120,  121,  129,  198,  199. 

Bringas  Manzanedo  (Fr.  Diego).   88. 

Brócense  (Francisco  Sánchez,  el).  22, 

137- 
Brown  (Dr.).  365. 
Bruto  (Marco).  231,  233. 
Bryant  (Guillermo  Cullen).  282,  350. 
Büchner  (Federico).  159. 
Bunee  (Mr.).  247. 


Burgos  (Miguel  de).  58,  121. 

Bustamante  (P.).  50.     • 

Bustillo  (Pedro  J.).  206. 

Bustillos  (José  M.).  170. 

Buterweck.  172. 

Byron  (Lord),  ni,  123,  164,  197,  205, 

238,  239,  267,   271,  372,  391,  404, 

408. 

Caballero  (Fr.  Ignacio).  176. 
Caballero  (José  Agustín).  2 1 5, 2 1 8, 220. 
Caballero  y  Ontiveros  (Félix).  222. 
Cabanyes  (Manuel  de).  147. 
Cabrera  (Cristóbal  de).  23,324,  337. 
Cáceres  (Dr.).  324,  325,  326. 
Cáceres  (P.  Antonio).  176,  182. 
Cadalso  (José).  199. 
Cadena  (Fr.  Carlos).  176. 
Cadena  (Fr.  Felipe).  176,  183. 
Cagiga  y  Rada  (Agustín).  176. 
Calabria  (Duque  de).  291. 
Calcagno  (Francisco).  21b,  257. 
Calcaño  (José  Antonio).  4 '-  5- 
Calcaño  (Julio).  358,  359- 
Calderón   (Viuda  de  Bernardo).   68, 

70,71,  72,  73- 
Calderón  (Bernardo).  333. 
Calderón  (Fernando).   128,  129,   170, 

171. 
Calderón  de  la  Barca  (Pedro).  55,  63, 

82,  114,  123,  124,   126,  372,  374- 
Calino  deÉfeso.  172. 
Calleja  (P.  Diego).  76,  82,  83. 
Camacho  Gayna  (Juan  de).  82. 
Camacho  Roldan  (Salvador).  408. 
Camber  (Fr.  Jorge).  330. 
Cambiaso  (Nicolás  María  de).  113. 
Camoens  (Luis).  94,  342. 
Campbell  (Tomás).  242,  243. 
Campe  (Tiburcio).  249. 
Campeche  (José).  40,  336,  340,^348. 
Campo  Rivas  (Manuel).  176. 
Campoamor  (Ramón  de).  162,312. 
Campos  (Diego  de).  217. 
Campuzano  (Joaquín  Bernardo).  193. 
Canales  (Hernando  de).  300. 
Canella  y  Secades  (Fermín).  228. 
Cano  (Melchor).  90. 
Cánovas  del  Castillo.  229,  245. 
Cañas  (P.  Bartolomé).  176. 
Cañete  (Manuel),  272,  283,  340,  363- 
Capmany  (Antonio)  369. 
Cárdenas  (Fr.  Juan).  176. 
Cárdenas(Fr.  Pedro).  176. 
Cárdenas  y  Chaves  (Miguel  de).  Mar- 
qués de  San  Miguel.  287. 
Cardona  (Úrsula).  349- 
Carié  (Martín).  338. 


500 


ÍNDICE   DE   PERSONAS    DEL    TOMO    I 


Carlos  II.  70,  74,  183. 

Carlos  III.  87,  357. 

Carlos  IV.  109,  374. 

Carlos  V.  21,  26,  295. 

Caro  (J.  Eusebio).  144. 

Caro  (Miguel  Antonio).  192,  223,  362, 

367.  376,  383,  387,  392. 
Carpegna  (Ramón  E.  de).  338. 
Carpió   (Manuel).  103,    134,   148,  149, 

^  150,  151.  158,  170. 
Carracedo.  (Juan).  176. 
Carrasco  del  Saz  (Francisco).  176. 
Carrer  (Luis).  152, 
Carrillo  (Catalina).  30. 
Carvajal  (Ana  de).  318. 
Casas  (Fr.  Bartolomé  de  las).  22,  25, 

176,  291,  292. 
Casas  (Luis  de  las).  219. 
Casellas  Rivas  (Roberto).  107. 
Castellanos  (José).  311. 
Castellanos   (Juan  de).  215,  294,  322, 

323,  331.  354- 
Castellar  (Conde  del).  42. 
Castí  (Juan  Bautista).  196,  197,  346. 
Castilla  (José  María).  193. 
Castilla  (Pedro  de).  305. 
Castillo  (Fr.  Fernando).  182. 
Castillo  (Francisca  del).  30. 
Castillo  (José  del).  195,  228. 
Castillo  (Pantaleón).  313. 
Castillo   y   Lanzas   (Joaquín   María). 

105,    lio,    III. 

Castoreña  y  Ursúa  (Juan  Ignacio). 
83,  84. 

Castro  (P.  Agustín  de).  93,  94,  96,  98, 
99. 

Castro  (Guillen  de).  255. 

Castro  (Dr.  José  Agustín  de).  99. 

Castro  (Fr.  Pedro).  176. 

Castro  (Manuel  Felipe).  339. 

Castro  (Rafael).  339. 

Catalina  (Mariano).  408. 

Catón.  233. 

Cavaiihou  (M.  A.  Mateo).  337. 

Cayrasco  de  Figueroa  (Bartolomé). 
179. 

Ceo  (Sor  María  do).  81. 

Ceo  (Sor  Violante  do).  77. 

Cepeda  (María  del  Rosario).  1 13. 

Cepeda  (Teresa  de).  Véase  Teresa  de 
Jesús  (Santa).  84. 

Cerda  (Thomas  Antonio  Lorengo  Ma- 
nuel de  la),  conde  de  Paredes,  Mar- 
qués de  la  Laguna.  74. 

Cervantes  (Miguel  de).    37,  66,    178, 

255.  3  >  5- 
Cervantes  de  Salazar  (Francisco).  22, 
23,  24,  26. 


César  (Julio).  47,  226,  41 1. 
César  (P.  Adriano).  36. 
César  (Cornelio  Adriano).  65. 
Céspedes  (José  María).  213,  281. 
Céspedes  (Pablo  de).  382,  383. 
Cetina  (Gutierre  de).  26,  27,  28,  29, 

30,  38,  39,  64. 
Cid  (El).  370,  371. 
Cid  (Fr.  Juan  de  Dios).  176,  184. 
Cienfuegos  (José).  104,  126,  134,  220, 

239,  240,  241,  248,  396. 
Cisneros  (José  Luis  de).  356. 
Cisneros  Cámara  (Antonio).  170. 
Clarke  (P.  Guillermo).  86. 
Claudiano.  56. 
Clavijero  (P.)  43,  93. 
Coello  (Antonio).  343. 
Colombini  (El  Conde).  224. 
"\3olon  (Cristóbal).   291,  294,  339,  394. 
Colón  (Diego  de).  294,  323. 
Colón  y  Colón  (Juan).  301. 
Colón  Machado  (Joseph  Manuel).  69. 
Colonna  (Victoria).  268. 
Coll  y  Britapaja  (José).  348,  349. 
Coll   y  Tosté  (Cayetano).   330,  331, 

349- 
Collado  (Casimiro  del).  150. 
Comas  (Juan  Francisco).  340,348,349. 
Comella  (Luciano  í'rancisco).  100. 
Condillac  (Esteban  Bonnot  de).  368. 
Constantino  (El  Emperador).  54. 
Copérnico  (Nicolás).  70. 
Corchado  (Manuel).  348,  349. 
Cordero  (Fr.  Juan).  176. 
Córdoba  (Fr.  Matías).    176,  184,  189, 

190. 
Córdoba  (Pedro  Tomás  de).  334,  336. 
Corneille  ÍPedro).  64,  152. 
Cortés  (Domingo).  311. 
■**- Cortés  (Hernán).    18.   22,  27,  38,  40, 

42,  44,  53.  85,  87,  93,  132,  225. 
Cortina   (Conde  de  la).  107,  172,  250. 
Cortón  (Antonio).  349. 
Coruña  (Conde  de).  49. 
Cotarelo  (Emilio).  114,  123,  300. 
Coto  (Fr.  Tomás).  176. 
Couto  (José  Bernardo).  134,  150,  151, 

152. 
Covarrubias  (Sebastián  de).  134. 
Crebilión  (Próspero  Jolyot  de).  248. 
Crisófilo  Sardanápalo.  (Véase  Tapia 

y  Rivera.) 
Cristina  (Reina).  261. 
Cromberger  (Juan).  23. 
Cruz  (Fernando).  202. 
Cruz  (Sor  Juana  Inés  de  la).  68,  73, 

74,  75i  76,  77.  80,  81,  158,  167,  170. 
Cuéllar  (José  T.  de).  170. 


índice  de  personas  del  tomo  i 


501 


Cuenca  (J.  Agustín).  170. 
Cuenca  (Salvador  de).  40. 
Cuervo  (Rufino  J.).  367. 
Cueva  (Claudio  de  la).  33. 
Cueva  (Juan  de  la).  33,  39,  64. 
Cumplido  (El  impresor).  147. 

CJhabot  de  Bouin  (Julio).  115. 
Chacón  (José  María).  335. 
Chateaubriand  (Francisco  Renato, 

vizconde  de).  i25,'i5o,  240,  243,  244, 

245. 
Chenier  (Andrés).  5^,    136,   137,  204 

205. 
Chenier  (José  María).  248. 
Chevremont  Darvinguy.  308. 
Chiapa  (Obispo  de).  17Ó. 
Chimalpopoca  (Faustino).  145. 

Oalmau,  impresor.  336. 

Dallo  y  Lana  (Miguel  Mateo).  74. 

Damas  Hinard  (Mr.).  370,  371. 

Daoiz  (Luis).  242. 

Darío  (Rubén).  211. 

Daubon  (José  Antonio).  349. 

Dávalos  (Fr.  Luis).  176. 

David.  142. 

Dávila  (Fr.  Antonio).  176, 

Dávila  (José  J.).  349. 

Dávila  Fernández  de  Castro  (Felipe). 

308,  313- 
Delarue  (Mr.).  334. 
Delavigne  (Casimiro).  115,  133,  242, 

250. 
Delgado  (Rafael).  170. 
Deligne  (Gastón  Fernando).  310,  313. 
Delille  (Jacobo).  381. 
Delio  (seudónimo  de  Francisco  Itu- 

rrondo.  249. 
Delmonte  (Domingo).  227,  228. 
Derkes  (Eleuterio).  349. 
Dessalines  (Juan  Jacobo).  302. 
Destutt  Tracy  (Antonio).  368. 
Dewal,  seudónimo  de  Ignacio  Valdés 

Machuca.  227. 
Díaz  (José  Domingo).  358. 
Díaz  (José  de  Jesús).  134,  170,  171. 
Díaz  (Ramón).  393. 
Díaz  del  Castillo  (Bernal).  38,  44,  125, 

176. 
Díaz  Covarrubias  (Juan).  133,  134. 
Díaz  de  Espada  y  llanda  (Juan  José). 

218. 
Díaz  Fraile  (Manuel).  188. 
Díaz  de  León  (Francisco).  24,  52,  84, 

93,  155- 
Díaz  Mirón  (Salvador).  170. 
Diderot  (Dionisio).  161,  275,  382. 


Didot  (Julio).  228. 

Diéguez  (Juan).   173    203,  204,  205. 

Diéguez  (Manuel).  203,  205. 

Diez  (Federico).  369. 

Dighero  (Fr.  Miguel).  176. 

Diocleciano.  54. 

Domínguez  (José  J).  349,  350. 

Domínguez  (Ricardo).  170. 

Donnamette  (A.).  129,  133. 

Donoso  Cortés  (Juan).  398. 

Dorantes  de  Carranza  (Baltasar).  40. 

Dou  (Ramón  Lázaro  de).  367. 

Dozy  (R.).  370. 

Du-Marsais  (M.).  368. 

Duarte  (Juan  Pablo).  306. 

Dubeau  (José).  313. 

Ducis  (Juan  Francisco).  248. 

Dueño  Colón  (Manuel).  349. 

Dumas  (Alejandro).  266,  272. 

Duran  (Agustín).  369. 

Durón  (Rómulo  E.)2o6,  208,  209,  211. 

Durón  (Valentín).  206. 

Duval  (Alejandro).  114. 

Echagoya  (Licenciado).  324,  325. 
Echavarría   y  O'Gavan  (Prudencio). 

228. 
Echevarría  (José  Antonio).  286. 
Echevarría  del  Monte  (Encarnación). 

309>  313- 
Echeverría  (Hernando).  337. 
Echeverría  (Juan  Manuel).  339,  145. 
Echevert  (Francisco).  176. 
Echezuria,  358. 

Eguiara  y  Eguren  (José).  67,  68. 
Eichhoff  (Federico  Gustavo).  137. 
Elzaburu    y   Vizcarrondo    (Manuel). 

347.  349- 
Encina  (Juan  del).  208. 
Enciso  Castrillón  (Félix).  114,  r2o. 
Enriquez  (Alonso).  176. 
Enriquez  (Enrique),  313. 
Enriquez  (Martín).  49. 
Enriquez  y  Carvajal  (Federico).  312, 

313- 
Ercilla  (Alonso  de).  40,  117,  125. 
Escalante.  (Félix  M.).  133,  147,  151. 
Escalera  (Dr.).  357, 
Escalona  (Dr.).  358. 
Escobar  (Alonso  de).  355. 
Escobar  (Eloy).  414. 
Escobedo.  228. 
Escoiquiz  (Juan  de).  45. 
Escoto  (Juan  Duns).  249. 
Esopo.  113. 

Espada  yLanda  (El  Obispo).  227,  252. 
Espinel  (Vicente).  43. 
Espino  (Fr.  Fernando).  176. 


502 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO    I 


Espinosa  de  los  Monteros  (Antonio). 

87. 
Espronceda  (José).  123,  126,  162,  164, 

[99,  242,  254,  269,  402. 
Essex  (Conde  de).  342. 
Estacio.  56. 

Esteva  (Adalberto  A.).  170. 
Esteva  (José  M.).  170. 
Estrada  y  Zenea  (Ildefonso  de).  340. 
Euclides  1 13. 
Eurípides.  57,  97,  255. 
Évoli  (príncipe  de).  314. 
Evreux  (Roberto  de).  343. 

Pabri  (P.  Manuel).  88,  90. 

Fabián  y  Fuero  (El  Obispo).  84. 

Fadrique  (Rey  de  Ñapóles).  291. 

Fagundes  Várela.  163. 

Falla  (Salvador).  205. 

Farfán.  24. 

Faxardo  (Andrés).  38. 

Fedro.  93,  96. 

Feijóo  (Benito  Jerónimo).  73. 

Felipe  II.  21,  330. 

Felipe  III.  65. 

Felipe  V.  10 1. 

Fellón  (Tomás  Bernardo).  380. 

Fenelón  (Francisco  de  Salignac  de  la 

Mothe).  95. 
Fenesa  (Presidente).  207. 
Fernández  CFr.  Alonsoj.  182. 
Fernández  (Juan).  321. 
Fernández  (Manuel).  87,  308. 
Fernández  (Manuel  Rufo).  335. 
Fernández  Cuesta  (Nemesio).  393. 
Fernández  Duro  (Cesáreo)  355. 
Fernández  de  Fuenmayor  (Ruy).  356. 
Fernández  de  Gorostiza  (Pedro).  113. 
Fernández  Guerra  (Aureliano).  93. 
Fernández  Guerra  (Luis).  37,  63. 
Fernández  Granados  (Enrique).  170, 
Fernández  Juncos  (Manuel).  331,347, 

348. 
Fernández  de  León  (Diego).  73,  741 75- 
Fernández  Lizardi  (José  Joaquín).  99, 

100, 157. 
Fernández  Madrid  (José).  228,  412. 
Fernández   de   Moratín   (Leandro), 

113,    114,   118,    120,   121,   144,  203, 

348,  372,  373- 
Fernández  de  Moratín  (Nicolás).  44, 

45.  99.  217. 
Fernández  de  Oviedo  (Gonzalo).  125, 

291,  292,  293,  323. 
Fernández  de  Santa  Cruz  (Manuel). 
Fernández  Talón  (Bartolomé).  68. 
Fernández   de   Virués   (Bartolomé). 

354- 


Fernando  III,  el  Santo.  188. 

Fernando  VII.  105,  109,  114,  116,  121, 
193,  248. 

Ferrer  (P.  Buenaventura).  223. 

Ferrer  Hernández  (Gabriel).  331. 

Feuiliet  (Octavio).  408. 

Figarola  y  Caneda  (Domingo).  213. 

Figueredo  et  Victoria  (Francisco). 
188. 

Figueroa  (Fr.  Antonio).  176. 

Figueroa  (Fr.  Francisco).  176. 

Figueroa  (Rodrigo  de).  323. 

Filicaia  (Vicente  de).  408. 

Finestres  (Fr.  Jaime).  367. 

Flamant  (Manuel  M.).  243. 

Flores  (Alonso).  176. 

Flores  (Antonio).  164,  165,  166,  167. 

Flores  (José).  176. 

Flores  (Manuel  María).  159,  163,  170. 

Fontaine  (D.).  264. 

Fornaris  (José).  216,  284,  288. 

Forner  (Juan  Bautista  Pablo).  203. 

Fortanet  (El  impresor).  341. 

Fosca  (Francisco  Javier),  304,  305. 

Fosca  (Narciso).  305. 

Foseólo  (Hugo).  91,  228,  242. 

Foxá  y  Lecanda  (Narciso  de).  339, 340. 

Fracastor  (Jerónimo).  184,  185,  380. 

Francisco  I.  291. 

Freyre  y  Rivas  (José  R.j.  349. 

Frías  (Duquesa  de).  261. 

Frías  de  Albornoz  (Dr.  Bartolomé).  22. 

Fritz  (P.  Andrés).  1 12. 

Fuensalida  (Fray  Luis  de).  55. 

Fuente  (Diego  de  la).  65. 

Fuente  (Fray  Diego  José).  176. 

Fuente  (Vicente  de  la).  293. 

Fuentes  (Lorenzo  Cruz  de).  272. 

Fuentes  Guzmán  (Francisco  Anto- 
nio). 176,  182,  195. 

Galeote  (Gonzalo).  29. 
Galván  (El  impresor).  112,  130. 
Galve  (Conde  de).  loi,  333. 
Gallardo  (Bartolomé  J.).  34,  38,  39,  99, 

115,  172,  250,360. 

271.  3'o.  373- 

Gallego  (Juan  Nicasio).  74,  112,  147, 
225,  229,  242,  250,  252,  261,  268, 
271,  272,  310,  372,  373,  395. 

Gámbara  (Pablo).  344. 

García  Hermanos  (impi-enta).  310. 

García  (Gabriel  José).  123. 

García  Blanco  (Antonio  M.).  150. 

García  y  Godoy  (Federico).  313. 

García  Goyenn  (D.  Rafael).  190. 

García  Gutiérrez  (Antonio).  45,  115, 

1 16,  123,  128,  168. 


ÍNDICE   DE   PERSONAS   DEL   TOMO    I 


503 


García  Icazbalceta  (Joaquín).  23,  24, 
25,  26,  39,  42,  43,  46,  47.  48,  50,  52, 
54,  58,  67,  87,  90,  93,  323. 

García  Infanzón  (Juan).  83. 

García  de  Palacio  (Diego).  24. 

García  de  Quevedo  (Heriberto).  19, 
344,  400,  404,  405,  406,  407. 

García  Rengifo  (Diego).  179  á  182. 

García  del  Río.  360,  361. 

García  Tassara  (Gabriel).  123,  274. 

García  Torres  (Vicente).  129, 

García  de  Villalba  (José).  250. 

Garnier  (Mr.).  163,  167,  229,  231,  248, 
272,  282. 

Garrido  (Diego),  66. 

Gaspar  y  Roig.  243. 

Gautier  (Teófilo).  343,  349. 

Gautier  y  Benitez  (José).  347,  349. 

Genlis  (Mad.  de).  256. 

Gesner  (Salomón).  93,  97. 

Gil  (Enrique).  204. 

Gil  Fortoul  (José).  359. 

Gil  Salomé.  Véase  Milla  (José).  205. 

Gil  y  Zarate  (Antonio).  121. 

Gimbernat  (El  impresor).  337. 

Gobantes  (José  Agustín),  228. 

Goethe.  246,  344,  404, 

Goicuria  (Domingo),  281. 

Gómez  (Crescencio).  206, 

Gómez  (Ignacio).  205. 

Gómez  (Fr.  Juan).  300,  301. 

Gómez  (Rafael).  170. 

Gómez  de  Avellaneda  (Gertrudis). 
Véase  Avellaneda  (Gertrudis  Gó- 
mez de). 

Gómez  Carrillo  (Agustín).  173. 

Gómez  de  la  Cortina  (José).  170,  171. 

Gómez  Hermosilla  (José  Mamerto). 
45,  251,  372. 

Góngora  (Luis  de),  64,  66,  71,  81,  89, 
112,  180,  212,  258,  394. 

González  (Aníbal).  358. 

González  (Fr.  Diego).  99,  103,  104, 

González  (Ernesto).  170. 

González  (José  Marcos).  31 1. 

González  (José  María).  305. 

González  (Juan  Gualberto).  193. 

González  (Juan  Vicente),  413. 

González  (Justo  P.).  170. 

González  (Manuel  M.).  170. 

González  del  Álamo  (Francisco).  219. 

González  de  Acuña  (Antonio).  356. 

González  Dávila  (Gil).  330. 

González  de  Eslava  (Fernán).  36,  47 

á  52,  54.  170,  i7>. 
González  Font  (José).  331,  341,  347. 
González  Obregón  (Luis).  100. 
González  Pedroso  (Eduardo).  337. 


González  del  Valle  (Emilio  M.).  257, 

261. 
González  del  Valle  (Manuel).  252. 
Gonzalo  Roldan  (José).  287. 
Gorostiza  (Manuel  Eduardo  de).    17, 

113,  114, 115,  116, 118,  119,  120,  121, 

122,  123,  129,  170. 
Gorostiza  y  Cepeda  (Pedro  de).  115. 
Goya  (Francisco  de).  403. 
Graíño  (Antonio).  177,  222,  227. 
Granados  (María  Josefa).  193. 
Granados  Maldonado  (Francisco).  133. 
Gray  (Tomás),  205,  228,  247. 
Grégoire  (Obispo).  308. 
Gregorio  XIII,  54. 
Gregorio  XVI.  207. 
Gregorio  Nacianceno  (San).  25. 
Grocio  (Hugo).  307. 
Grosfo.  137. 
Grossi  (Tomás).  279. 
Guad-el-Jelú  (Marqués  de).  404. 
Gualterio  (Jacobo).  182. 
Guardia  (Heraclio  M.  de  la).  348. 
Guardiola  (Esteban)  209. 
Guatimozin,  125,  132. 
Guasp  (J.).  337. 
Güel  y  Renté  (José).  287. 
Guerra  (Fr.    García),   Arzobispo   de 

México.  36. 
Guerrazzi  (Francisco  Domingo).  407. 
Guerrero  (Dolores).  167. 
Guevara  (Juan  de).  82. 
Guiteras  (Pedro  José).  249,  264. 
Guridi  (Javier  Ángulo).  308. 
Gutiérrez  (Fr.  Juan).  300. 
Gutiérrez  (D.  Juan  María).    18,   104, 

106,  III,  151,  152,  190,  306. 
Gutiérrez  Barreda  (Luisa).  193. 
Gutiérrez  de  Cos  (Pedro).  335. 
Gutiérrez  Nagera  (Manuel).  170. 
Gutiérrez  Zamora  (José  Manuel),  206. 
Guzmán  (Ana  de).  318, 
Guzmán  (Diego  de).  316. 
Guzmán  (Francisco  de).  170. 
Guzmán  (Francisco  Antonio).  179. 
Guzmán   (Francisco  de  Paula),    153, 
171,  í73- 

Habré  (Carlos).  219. 
Hall  (Eduardo).  205. 
Hamilton  (Guillermo).  365. 
Hartzenbusch  (Juan  Eugenio).  48,  63, 

64,  114,  123,  173,  266,  301. 
Hazañas  y  la  Rúa  (Joaquín).  27. 
Hegel  (Jorge   Guillermo  Federico). 

161,  344. 
Heine  (Enrique).  162,  164,  200,  415. 
Hemans  (Mrs.).  ni. 


Mbnéndez  y  Pblayo. — Poesía  his/ano'americaHa,  II, 


3a 


504 


índice  de  personas  del  tomo  i 


Heredia   (José  Francisco),  229. 
Heredia  (José  María).   16,  129,  132, 

134,138,  144,  170, 171, 187,194,  214. 
225,  227,  22S  á  236,  239,  240,  241, 
243  á  249,  251,  257,  265,271,  274, 
284,  287,  288,  289,  305,  357,  373. 

Heredia  (Manuel  Jesús).  313. 

Heredia  (Nicolás).  313. 

Hernández  (Carmen).  348. 

Hernández  (Francisco).  58. 

Hernández  Melgarejo  (Alonso).  327. 

Hernández  de  la  Nava  (Bartolomé). 
27. 

Herrera  (Antonio  de).  44,  147. 

Herrera  (Beatriz  de).  326. 

Herrera  (Fernando  de).    31,  32,  33, 

39,  '37,  180. 
Herrera  (Jorge  de).  354. 
Herrera  Dávila  (Ignacio).  250. 
Hervás  y  Panduro  (Lorenzo).  88, 
Hesiodo.  97. 
Hesnault  (M.).  359. 
Hidalgo  y  Costilla  (Miguel).  105. 
Hierro  (Agustín  del).  180, 
Híjar  y  Haro  (Juan  B.).  170. 
Hipócrates,  151. 

Hipólito  Vera  (Bachiller  Fortino),  70. 
Hita  (Juan  Ruiz,  Arcipreste  de),  197. 
Hoffmann  (Guillermo  Amadeo).  401. 
Hojeda  (Fr.  Diego  de).  332. 
Holland  (Lord).  360. 
Homero.  71,  90,  91,  92,  96,  257, 
Horacio.    92,  93,   97,    123,    136,    137, 

146,   172,    193,   206,  238,  336,  358, 

374,  378,  414- 
Hostos  (Eugenio  María).  311, 
Huber  (Mr.).  371, 
Hugo  (Víctor),    123,    124,    164,    167, 

204,  212,  243,  266,  372,  391. 
Humara  (Rafael),  251, 
Humboldt  (Alejandro),  Bai-ón  de,  222, 

354,  357,  382, 
Hunt  (Mr,).  350. 
Hurtado  de  Mendoza  (Diego).  30. 

Icaza  (Francisco  A.  de).  36. 

Iglesias  (José).  99,  112. 

Ignacio  de  Loyola  (San).  65. 

Illas  (Juan  José).  308. 

Inocencio  XIII.  218,  356. 

Iriarte  (Tomás).  99,  203,  358, 

Iriondo  (Fr.  José).  176, 

Irisarri  (Antonio  José  de),   202,  203, 

204. 
Isabel  (Santa).  72, 
Isabel  I  de  Inglaterra,  342, 
Isabel  II,  261,  337,  407. 
Isla  (P.  José  Francisco  de).  389. 


Itúrbide  (Agustín).  105,  106,  108,231. 
Itúrbide  (Miguel  María).  176. 
Itúrbide  (Fr.  Pedro).  176. 
Iturriaga  (P.  Manuel  Mariano  de).  188. 
Iturrondo  (Francisco),  249,  250,  252. 

Janer  (Florencio),  371, 

Jáuregui  (Licenciado  Joseph  de).  100. 

Jerez  de  los  Caballeros  (Marqués  de). 

65- 
Jiménez  de  la  Espada  (Marcos).  314, 

315- 
Jouffroy  (M.j.  366. 
Jourdan  (Louis).  264, 
Jouy  (Víctor).  248, 
Jovellanos  (Gaspar  Melchor  de),  203, 

348,  363- 
Juan  (El  Príncipe  D,),  291. 
Juan  Bautista  (.San).  322. 
Juan  de  la  Cruz  (San).  81,  141,  153, 
Juan  Nepomuceno  (San).  72. 
Juarros  (Domingo).  176,  195. 
Julia,  Véase  Cruz  ÍSor  Juana  Inés  de 

la).  82. 
Junqueira  Freiré  (Luis  José).  163. 
Juvenal.  93,  97, 
Juvenco,  89. 

Kennedy  (J.j.  232,  243,  248,  249. 
Kolhmann  (MarioV  337. 
Krummacher  (Federico  Adolfo).  172. 

Ladehesa  Verástegui  ÍJacinto).  75. 
Ladrón  de  Guevara  (Baltasar),    176. 
Laelius  a  Vulpe.  99. 
Lafontaine  (Juan).  190,  196. 
Lafraga  (José  María).  133. 
Laguna  (Marquesa  de  la).  73. 
Lamartine  (Alfonso).    126,   133,    136, 

138,  146,  147,  242,  277.  _ 
Lampillas  (Francisco  (Javier).  88. 
Landívar  (P.  Rafael).    184,    185,    186, 

188,380. 
Lanuchi  (VicenteX  24, 
Lara  (José  Mariano),  152, 
Larra  (Mariano  José  del,  119,  120,  198, 
Larrañaga  (Bruno  Francisco),  99,  100. 
Larrañaga  (José  Rafael),  99. 
Larrañaga  (Miguel).  176. 
Lastarría  (J.  V.).  362. 
Lavastida  (Miguel  Alfredo).  313. 
Ledesma  (Fr,  Bartolomé  de),  24. 
Ledesma  IBuitrago  (Alonso  de).  50. 
Legouvé  (Ernesto).  242. 
Leibnitz  (Godofredo  Guillermo).  161. 
Leigh.  350. 

Leiva  (Francisco  de).  217. 
León  (Gaspar  de).  30. 


ÍNDICE    DE   PERSONAS   DEL   TOMO    I 


505 


León  (Fr.  Luis  de).  22,  81,  136,  139, 

141,   145.   '47.    152,   153.  309,  379> 

406. 
León  (Nicolás).  25,  67,  84. 
Leone  (Evasio).  139,  141,  i47- 
Leopardi  (Giacomo).  136,  282. 
Lessing  (Gotpldo  Efraim).  1 16. 
Letamendi  (Agustín).  118. 
Letona  (Manuel).  176. 
Liébana  (Pedro  de).  177. 
Linares  (Duque  de).  101. 
Lista   (Alberto).    106,    no,    122,   203, 

228,  229,  239,   242,  250,   253,  361, 

37f»  372,373.  395- 
Lobo  (Gerardo).  359. 
Lobo  (Fr.  Martín).  176. 
Lobo  y  Lasso  de  la  Vega  (Gabriel).  45- 
Locroy.  115. 
Longfellovv(Henry  Wadsworth).  282, 

350- 
López  (Gonzalo).  27, 

López  (Fr.  Juan).  300. 

López  (Narciso).  275. 

López  (Nicolás).  324. 

López  de  Ayala  (Ignacio).  381. 

López  de  Briñas  (Felipe).  287. 

López  Carvajal  (Francisco).  170. 

López  de  Gomara  (Francisco).  44' 

López  de  Hinojosa  (Dr.).  24. 

López  de  Legazpi  (Miguel).  49* 

López  Méndez.  360. 

López  Portillo  y  Rojas  (José).  170. 

López  Prieto  (Antonio).  2 1 6,  223,  285. 

López  de  Santa  Ana  (Antonio),   m, 

129. 
López  de  Sedaño  (José).  103,  383. 
López  Soler.  251. 
López  de  Úbeda  (Juan).  50. 
Lorenzana  (Francisco  Antonio   de). 

Losada  Piñeres  (Juan  Antonio).  393. 
Loyola  (San  Ignacio  de).  55. 
Lozano  (Abigail).  400,  408,  409,  410- 
Luaces  (Joaquín  Lorenzo).   214,  216, 

225,   258,  272,  273,  274,  275,  281, 

287. 
Lucano.  56,  212. 
Lucas  (Antón).  330. 
Lucrecio  Caro  (Tito).  137,    161,  377. 
Luis  Fernando  (Príncipe).  loi. 
Luna  (Ambrosio  de).  73. 
Luque  Butrón  (Fr.  Juan).  176. 
Luz  Caballero  (José  de  la).  227,  251, 

252,  263,  281. 
Luzán  (Ignacio).  99. 

tlana  (Fr.  Ignacio).  176. 
Llave  (Pablo  de  la).  1 50. 


Llopis  (Joseph).  83.. 

Llórente  (Vicente  Daniel).  170. 

Machado  (Francisco  Javier).  3 ' 2,  3 13. 

Maddens  (R.  R.j.  257. 

Madre  de  Dios  (Fr.  Ambrosio  de  la). 

176. 
Madrigal  (Pedro).  42,  43.  45- 
Magdalena  (La).  322. 
Maiquez  (Isidoro).  114,  123. 
Maitin  (José  Antonio).  408,  410,  412, 

413.  414- 
Maldonado  (Licenciado).  324. 
Maldonado  (Alonso),  315,  326,  327. 
Maldonado  (Fr.  Francisco).  176. 
Mancera  (Marqués  de).  75. 
Maneiro  (P.Juan  Luis).  77,  93,  94,  99. 
Manso  (El  Obispo).  330. 
Manzano  (Juan  Francisco).  257. 
Manzoni  (Alejandro),    no,    133,    136, 

286,  405,  408. 
Marcial,  180. 

Margil  de  Jesús  (Fr.  Antonio).  99. 
María  Bárbara  de  Portugal,  188. 
Marchena  (Abate).  242. 
Marín  (Ramón).  340,  348,  349. 
Marmol  (José).  145. 
Marmontel  (Juan  Francisco).  258. 
Marón  Dáurico.  227. 
Márquez  y  Zamora  (Francisco).  176. 
Marroquín  (Francisco).  177. 
Martín  (Lorenzo).  321. 
Martínez  (Miguel  Jerónimo).  153,  170, 

173- 
Martínez  (Rafael  V.).  207. 
Martínez  (Saturnino),  213. 
Martínez  de  Avileira  (Lorenzo)  217. 
Martínez  Grande  (Luis).  45. 
Martínez  de  la  Rosa  (Francisco).   121, 

228,  253,  261. 
Martínez  Silva  (Carlos).  366. 
Mascheroni  (Lorenzo).  381. 
Masot  (Clemente).  197. 
Massana  (P.).  216. 
Massebieau,  26. 
Massieu  (Guillermo^  380. 
Mateos  (Fernán).  355. 
Matheu  de  Rodríguez  (Fidela).  349- 
Matilde  (Condesa).  369. 
Mattei  (Saverio).  142,  i47- 
Maury  (Juan  María).  185,  384,  383- 
Maximiliano  I  de  México.  152,  415. 
Medina  (JoséToribio).  66  á  68,  70,  74. 

75,  84,  85,   177,  183,  188,  189,  191, 

218,    219,  222,  223,   305,  334,  356, 

357. 
Mejía  (Félix),  118. 
Melgarejo  i^Ambrosio).  176. 


5o6 


índice  de  personas  del  tomo  i 


Melgarejo  (Juan).  330. 

Meléndez  Valdés  (Juan).  99,  102,  104, 

112,  191,  210,  241,  252,  372. 
Mélesville  (A.  Honorato  José  Duvey- 

rier).  114. 
Melián  (Fr.  Pedro).  176. 
Meló  (Francisco  Manuel  de).  64. 
Melón  (Sebastián),  176. 
Mena  (Juan  de).  120,  180. 
Menandro.  64. 
Méndez  (Manuel),  323. 
Méndez  de  Cuenca  (Laura).  170. 
Méndez  Nieto  (Alonso).  315. 
Méndez  Nieto  (Juan),  314,  316,  31?, 

318,  319,  321,  322,  324,  326. 
Mendive  (Rafael  María  de).  272,  281, 

282,  285,  287. 
Mendivál.  361. 
Menken  (Adah).  278,  280. 
Mendoza  (Antonio  de).  21,  23,  24,  55. 
Mendoza  (Fr.  Antonio).  176. 
Mendoza  (Diego  de).  26,  315. 
Mendoza  (Elvira  de).  296. 
Mendoza  (Fr.  Juan).  176. 
Menéndez  (Rodolfo).  107. 
Menéndez  Marqués  (Francisco).  219. 
Menéndez  Pidal  (^Ramón).  371. 
Mercuriano  (P.  Éverardo).  54. 
Merchan  (Rafael).  279. 
Merimée  (Próspero).  146. 
Mesicos  y  Coronado  (Carlos).  176. 
Mesonero  Romanos  (Ramón  de).  1 18. 
Mestanza  (Juan  de).  178. 
Metastasio   (Pedro   Buenaventura). 

205. 
Mexía  (Dr.  Antonio).  29. 
Mexía  (Diego).  65. 
Mexía  (Luis).  22. 
Michelet  (Julio).  344. 
Micheo  (Juan  José).  205. 
Milá  Fontanals  (Manuel).  371. 
Milanés  (José  Jacinto).    18,  214,  253, 

254,  255,  256,  257,  287. 
Milanés  (Federico).  256. 
Miltón  (Juan).  93,  97,  109,  133. 
Mili  (James).  360,  366. 
Milla  (José).  205. 
Millevoye  (Carlos  Huberto).  242. 
Miniel  (Antonio).  301. 
Mira  de  Mescua  (Antonio).  255. 
Miralla  (José  Antonio).  228. 
Miranda  (Diego  de).  355,  390. 
Mirasol  (Conde  de).  335. 
Mitjans  (Aurelio).  216, 
Moctezuma.  35,  124,  258. 
Moleschott  (Santiago).  159. 
Moliere  (Juan  Bautista  Poquelin),  64, 

120,  121. 


Molina  (Andrés  de). 
Molina  (Fr.  Antonio).  176. 
Molina  (Juan  Ramón).  206. 
Molina  (Tirso  de).  298,  300. 
Molina  Vigil  (Manuel).  211. 
Moneva  de  la  Cueva  (Basilio).  176. 
Monje  (José  María).  347,  348,  349. 
Monnier  (Enrique  Buenaventura).  91  > 
Monroy  (Fr.  José).  176,  179. 
Montalbán  (Juan  Pérez  de).  180. 
Montalvo  (Francisco   Ant.onio).    176. 
Monte  (Domingo  del).  171,  239,  250,. 

251,252,  253,261,  263,  284,  304,  306, 

309.  340. 
Monte  (Félix  María  del).^  308,  311,. 

313- 
Monte  (Ricardo  del).  213,  214. 
Monte  y  Tejada  (Antonio  del).  311- 
Montejo  (Catalina  de).  326. 
Montejo  (Francisco).  326. 
Montemayor  (Jorge  de).  317,  318. 
Montenegro  (Dr.).  357  358. 
Montes  (Toribio).  334. 
Montes  de  Oca  (Ignacio).  143, 146, 170. 
Montesino  (Fr.  Ambrosio).  50 
Montesquieu   (Carlos   de^  Secondat,. 

Barón  dej.  272. 
Monti  (Vicente).  133,  145,  252. 
Montoro  (Rafael).  213. 
Moore  (Tomás).  205,  282,  283. 
Mora  (Emilio)    281. 
Mora  (José  Joaquín).    116,    118,   199,. 

272,  393- 

Morales  (El  impresor).  23. 

Morales  (Fr.  Blas).  176. 

Morales  (P.  Pedro  de).  54. 

Morales  (Sebastián  Alfredo  de).  264. 

Morales  Marcano  (Jesús  María).  413^ 
414. 

Morales  y  Morales  (Vidal).  252,  263^ 
283. 

Morante  (Marqués  de).  171. 

Morcillo  (Fr.  Francisco),  j  76. 

Morel-Fatio  (Alfredo).  293. 

Morelos  y  Pavón  (José  María).  106. 

Morell  de  Santa  Cruz  (Pedro  Agus- 
tín). 216. 

Morera  (Fr.  José).  176. 

Moreto  (Agustín),  63. 

Morillas  (Francisco).  301. 

Moscoso  (Juan  Elias).  313. 

Mota  (Féli.x).  309,  311,  3' 3- 

Moxó  (Salvador  de).  334. 

Moya  de  Contreras  (Pedro)  49,  54. 

Muesas  (Miguel  de).  330. 

Munguía  (El  obispo).  135. 

Muñoz  (Juan  B.).  323. 

Muñoz  de  Castro  (Pedro).  72. 


ÍNDICE   DE   PERSONAS    DEL   TOMO   I 


507 


Muñoz   del   Monte  (Francisco).  305, 

306,  313. 
Muro  (Fr.  Antonio  de  San  José).  189. 
Musset  (Alfredo  de).   164,  269,  275, 

277,  282. 

J^arváez  (Panfilo  de).  27. 
Nava  (Hernando  de).  27,  28,  29,  30. 
Navarrete  (Fr.  Manuel  de).  102,  103, 
104, 105.108,  112,113,170,  191,  224. 
Navas  Spínola  (Domingo).  358, 
Ñervo  (Amado).  78,  84. 
Netzahualcóyotl.  15. 
Núñez  (Fr.  Roque).  81,  176. 
Núñez  Arenas  (Isaac).  63. 
Núñez  de  Balboa  iVasco).  292,  341, 

342. 
Núñez  de  Cáceres  (José).  304. 
Jíúñez  Fesuño  (Francisco).  176. 

Ocharte  (Melchior).  57. 

Ochoa  y  Acuña  (Anastasio).  88,  112, 

Ochoa  y  Arín  (Tomás  Cayetano  de). 

69. 
O'Donnell  (Leopoldo).  264,  404. 
Olivas  (Bachiller  Martín  de).  78. 
Oliveres  (Juan).  338. 
Olivos  (Blas  de  los).  219. 
Olmedo  (José  Joaquín).  105,  iii,  144, 

147,  194,  220,  234,  357,  373,  374- 
Olmos  (Fr.  Andrés  de).  55. 
OUendorf.  310. 
Oña  (Pedro  de).  58. 
O'Reilly  (Alejandro].  85,  330. 
Orena,  ú  Oreña  (Baltasar).   176,  178. 
Orgaz  (Francisco).  285. 
Orozco  (Diego  López).  176. 
Orsini  (Abate).  40b. 
■    Ortea  (Elena  Virginia).  313. 

Ortea(Juan  Isidro).  311,  312,  313. 
Ortega  (Francisco).  105,  109,  110,  170. 

Ortis  (Jacobo).  228. 

Ortiz  (Luis  G.).  145.  '70- 

O'Ryan  (Juan  Enrique).  177. 

Osma  (Leonor  de).  27,  28. 

Osores  (Dr.).  66. 

Ossian.  93,  97,  242,  249. 

Otero  Nolasco  (José).  313. 

Othon  (Manuel  José).  170. 

Ovando  (Leonor  de).  296. 

Ovecusí  (P.).  182. 

Ovidio.  24,  25,  56,  65,  112,  164,  180 
316. 

Oviedo  y  Baños  (José  de).   58,   355 

356. 
Pablo  Apóstol  (San).  322. 


Pablos  (Juan).  23,  25. 

Pacheco  (Francisco).  27,  30,  136. 

Padilla  (Juan  José).  176,  242. 

Padilla  (José  G.).  349- 

Padilla  (Manuel).  349- 

Pagaza  (Joaquín  Arcadio).   93,    170, 

186. 
Palafox  y  Mendoza  (Juan  de).  84. 
Palissy  (Bernardo  de).  340,  342. 
Palma  (Pedro  de).  219. 
Palma  (RicardoV  195. 
Palma  y  Romay  (Ramón  de).  286,  287. 
Pando  (José  María).  366. 
Panlagua  (Fr.  Nicolás).  176. 
Pardo  (Francisco  G.).  18,  414. 
Paredes  (Condesa  de).  73,  76,  82. 
Paredes  (Conde  de).  75. 
Parini  (Abate).  381. 
París  (Gastón).  114,  370- 
Parra  (Antonio).  219. 
Parra  (Porfirio).  170. 
Pastrana  (Francisco).  349- 

Pastrana  (Jacobo).  337. 

Paula  (Francisco  José).  219. 

Paulo  in.  295. 

Paz  (El  Príncipe  de  la).  120. 

Paz  (Fr.  Alvaro).  176. 

Paz  (Nicolás).  176. 

Paz  Guitrones  (Fr.  Francisco).  176. 

Paz  y  Salgado  (Antonio).  176,  183. 

Pedro  el  Cruel.  267. 

Pellerano  (Arturo  B.).  313- 

Pellerano  (José  Francisco).  312. 

Penson  (César  Nicolás).  313. 

Peña  y  Reinoso  (Manuel  de  Jesús). 

311,313. 
Peón  Contreras  (José).  107,  170. 
Peón  del  Valle  (José).  107,  170. 
Peralta  (Diego  Miguel  de).  86. 
Peralta  (Francisco  de).  27,  28,  29. 
Peralta  (M.  M.).  175. 
Peralta  Barnuevo  (Pedro  de).  70. 
Perdomo  (Josefa  Antonia).  311,  31 3- 
Peredo  (Manuel).  170,  172. 
Pérez  (José  Joaquín).   168,  310,  312. 

313. 
Pérez  de  Acevedo  (Luciano).  213. 
Pérez  Bonalde  (J.  A.).  415.  4i6. 
Pérez   de  García  Torres  (Josefina). 

170. 
Pérez  de  Herrera  (Cristóbal).  293. 
Pérez  de  Oliva  (Maestro  Hernán).  22. 
Pérez  Ramírez  (Juan).  54- 
Pérez  y  Ramírez  (Manuel  Mana).  226. 
,       Pérez  Salazar  (Ignacio).  170. 
Persío  (Aulo).  97,  iS3>  169. 
Pesado  (Isabel).    170,    171.    172,  i73- 
Pesado  (José  Joaquina.  103,  109,  129, 


5o8 


ÍNDICE   DE   PERSONAS    DEL    TOMO    I 


134  á  139,  141  á  152,  158,  170a  173, 

249. 

Pescara  (Marquesa  de).  268. 
Petronio.  238. 

Peza  (Juan  de  Dios).  158,  170. 
Pezuela  (Juan  de  la).  281,  338. 
Phylotea  de  la  Cruz  i^Sor  Juana  Inés 

de  la  Cruz).  73,  83. 
Picón  Febres  (Gonzalo).  416, 
Pichardo  (José  Francisco).  311,  313. 
Pichardo  (Manuel  S.  1.  213. 
Piferrer  (Pablo).  248! 
Pilcyo  (Aufidio).  Véase  Colombini  (El 

Conde). 
Pimentel  (Francisco).  46,91,  loi,  115, 

.133,  146,  157. 
Pindemonte  (Hipólito).  242. 
Pineda  (Licenciado).  324. 
Pineda  Ibarra  (Joseph  de).  183. 
Pineda  Ibarra  (Juan  de).  177,  179. 
Pineda  y  Polanco  (Blas).  176. 
Piñeiro  (Enrique).  229,  231,  232,  234, 

248,  249,  259,   260,   264,  273,  281, 

282. 
Pisauri  (FerdinandiV  93. 
Pita  (Santiago  de).  217. 
Pitillas  (Jorge).  203. 
Pizarro  (Francisco).  117. 
Plácido.  20!,  263,  287. 
Planto.  391. 
Plinio.  58,  293. 
Pobeda  (Francisco).  285. 
Poe  (Edgard).  401. 
Poey  (Felipe).  215,  228,  253. 
Polanco  (Gregorio).  178. 
Polavieja  (Camilo).  213. 
Policarpo   Valdés  (José),   Polidoro. 

252. 
Poliziano  (Angelo).  184. 
Polo  (Gil).  103. 
Pombo  (Rafael).  238,  278. 
Pompeyo.  226. 
Ponce  (Martaj.  248,  314. 
Ponce  y  Font  (Bernardo).  107. 
Ponce  de  León  (Juan).  329. 
Ponce  de  León  (Néstor).  216,  247. 
Pontano  (Juan  Joviano).  184,  380. 
Pope  (Alejandro).  97. 
Portilla  (Anselmo  de  la\  114,  168. 
Portilla  (P.  Antonio).  184. 
Portillo  (P.  Atanasio).  176. 
Power  (Ramón).  341. 
Prado  (Fr.  José).  176. 
Prescott  ("Guillermo  Hickling).  44. 
Prieto  (Guillermo).  133,  158,  170,216. 
Prieto    de   Landázuri   (Isabel).    167, 

170,  171. 
Prim  (Juan).  309. 


Prudencio  Clemente  (Marco  Aurelio)^ 

89,  153- 
Prudhomme  (Emilio).  313. 
Puente  (P.  Salvador  de  la).  179. 
Puente  Apezechea  (Fermín  de   la)^ 

154- 
Puga  (Vasco  de).  24. 
Puga  y  Acal  (Manuel).  170. 
Puigblanch  (Antonio).  172,  369. 
Pumarol  (Pablo).  311,  313. 

Quadrado.  (José  María)  135. 
Quesada  (Fr.  Cristóbal  de).  357. 
Quesada  (Vicente  G.).  356. 
Quevedo  (Francisco  de).  64,  1 12,  180,. 

378,  401. 
Quijano  (Domingo  M.).  349. 
Quinet  (Edgart).  344. 
Quintana  (Manuel  José).  53,   55,  57^. 

107,  112,  123,  134,  147,  158,  191, 
225,  229,  236,  242,  246,  248,  251, 
261,  265,   266,  271,   273,   310,  373^ 

374,  395- 
Quintana  y  Roo  (Andrés).  105,  106^ 

108,  158,  170. 

Quiñones  Escobedo  (Francisco  de)_ 

176,  177. 
Quiñones  y  Sunzin  (Francisco).  191^ 

192. 
Quirós  (Fr.  Juan).  176. 

Rabadán  (Diego).  10 1. 

Racine  (Juan).  1 12,  358. 

Ramírez  (Alejandro).  335. 

Ramírez  (Alonso).  333,  334. 

Ramírez  (Ambrosio).  170. 

Ramírez  (Ignacio).  155,  156,  170. 

Ramírez  (José  Fernando).  67. 

Ramírez  de  Arellano  (Juan).  120,  176.- 

Ramírez  Utrilla  iFr.  Antonio).  176. 

Ramos  (José  Luis).  358. 

Ramos  Yepes  (José).  414. 

Rangel  (José  Francisco).  88. 

Rapin  (P.).  185,  380. 

Reboul  (Juan).  133. 

Regel  y  Peón  (Alonso).  107. 

Regnard  (Juan  Francisco).  120,  i22_ 

Reinoso  (Fr.  Diego).  110,  176,  373. 

Remesal  (Fr.  Antonio  de).  195. 

Remond  (P.).  1 12. 

Rendón  (Francisco).  176, 

Retes  (José  Victoria).  176, 

Rey  (Emilio).  146. 

Rey  (Félix).  85. 

Reyes  (José  Trinidad).  206. 

Reyes  (P.).  207,  208,  209,  210,  211. 

Reyna  (Yx.  Francisco  de).  75. 

Reyna  Zeballos  (Miguel  de).  73, 85,  86- 


ÍNDICE   DE   PERSONAS   DEL   TOMO    I 


509 


Ribera  (El  P.).  300. 

Ribera  (Juan  de).  67,  loi. 

Richter  (J.  P.).  401. 

Rickel  (Dionisio).  53. 

Riesgo  (Pascual).  280. 

Río  (Fr.  Francisco).  176. 

Riofrío  (Bernardo).  71. 

Rioja  (Francisco  de).  154,  387. 

Ríos  (José  Amador  de  los).  369. 

Riva  Agüero  (Fernando).  176. 

Riva  Palacio  (Vicente).  170. 

Rivadeneyra  (Manuel).  114. 

Rivas  (Duque  de).  123,  124,  134,  407, 

408. 
Rivas  Gastelu  (Fr.  Diego).  176. 
Rivera  (Hipólito).  72. 
Rivera  (Fr.  Payo  de).  177. 
Rivera  Maestre  (Francisco).  193. 
Roa  Barcena  (José  María).  134,  147, 

151,  153,  168. 
Rodas  (Fr.  Andrés).  176. 
Rodríguez  (Baltasar).  65. 
Rodríguez  (Francisco  Xavier).  85. 
Rodríguez  (Fr.  José),  Capacho.  217. 
Rodríguez  (F,  M.  de).  349. 
Rodríguez  (José  Ignacio).  218. 
Rodríguez   (Manuel  de   Jesús).   312, 

313- 
Rodríguez  (Manuel  del  Socorro).  223. 
Rodríguez  Campas  (Antonio).  176. 
Rodríguez  de  Cifuentes  (Juan).   216. 
Rodríguez  Galván  (Ignacio).  123,  126, 

129,  131,  132,  133,  170. 
Rodríguez  Mac-Carthy  (José  Ramón). 

349- 
Rodríguez  Marín  (Francisco).  27,  30, 

37- 
Rodríguez  Objio  (Manuel).  310,  311, 

313- 
Rodríguez  de  Tió  (Lola).  349,  350. 
Roig  (Fernando).  337. 
Rojas  (José  María\  63,  114,  358. 
Roldan  (José  María),  no. 
Román  y  Rodríguez  (Miguel).  312. 
Romay  (Tomás).  220,  224. 
Ros  Barcena  (José  María).  1 14. 
Ros  de  Olano  (Antonio).  19,  400,  401, 

402,  403. 
Rosa  (El  impresor).  1 14. 
Rosa  (Ramón).  205,  206. 
Rosado  y  Brincan  (Federico).  348. 
Rosas  Moreno  (José).    157,  158,  170. 
Rousseau  (Juan  Jacobo).   239,   252, 

382. 
Rubalcava  (Manuel  Justo  de),  214, 

224,  226. 
Rubio  Alpuche  (Nestor\  107. 
Ruiz  (N.).  228. 


Ruiz  (Fr.  Domingo").  176. 

Ruiz  (Francisco).  330. 

Ruiz  (Juan).  Véase  Hita  (El  arcipres- 
te de). 

Ruiz  (Tomás).  189. 

Ruiz  Aguilera  (Ventura).  15S,  162. 

Ruiz  de  Alarcón  (Juan).  17,  37,  62,  63, 
64,  121. 

Ruiz  Corral  (Felipe).  176. 

Ruiz  de  León  (Francisco).  45,  85,  87. 

Ruiz  de  Murga  (Manuel).  83. 

Ruiz  Quiñones  (Antonio).  347. 

Rutia  (Francisco  de).  323. 

Saavedra  de  Guzmán  (Antonio  de). 
42,  44,  45- 

Sabater  (Pedro!  272. 

Sabatés  (Mateo).  341. 

Saco  (José  Antonio).  215,  250,  251. 

Sadaoelles  (Pedro  de).  179. 

Saez  (Pablo).  338. 

Saenz  Ovecusí  (Fr.  Diego),  179,  180. 

Safo.  93,  97,  271. 

Sainte-Beuve  (Carlos  Agustín  de).  17, 
245.  380. 

Saint-Pierre.  (Bernardino  de).  382. 

Sainz  de  Baranda  (Pedro).  340. 

Salas  (Francisco  Gregorio  deV  3 1 , 1 00. 

Salazar  (Eugenio  de).  28,  31  á  34,  64, 
177,  188,  T89,  190,  295,  296,  297. 

Salazar  (Fr.  Juan  José).  176. 

Salazar  (Pedro).  183. 

Salazar  (Ramón  A.).  177. 

Salazar  y  Torres  (Agustín  de).  71,  72. 

Salcedo  (Fr.  Francisco).  176. 

Salcedo  (García  de).  180, 

Salías  (Vicente).  358. 

Salinas  (Conde  de),  180. 

Salomón.  142. 

Salva  (Vicente).  251,361,  368. 

Sama  (Manuel  María).  334,  347,  349. 

Samaniego  (Félix  María  de).  99,  190. 

San  Cecilio  (Fr.  Pedro  de).  299. 

San  Cipriano  (Fr.  Salvador  de).  176. 

Sancha  (Justo  de).  50,  103. 

Sánchez  (Francisco).  Véase  Brócen- 
se (El). 

Sánchez  (Fr.  Jacinto).  176. 

Sánchez  (Juan  M.). 

Sánchez  (Luis).  45. 

Sánchez  (Luisa).  313. 

Sánchez  (Tomás  Antonio),  370,  371. 

Sánchez  de  Almodovar,  seudónimo 
del  Bachiller  Toribio  del  Monte. 
250 

Sánchez  de  Ángulo  (Licenciado),  326, 

Sánchez  de  Badajoz  (Diego).  48. 

Sánchez  Manuel  (Manuel).  107. 


S'o 


índice  de  personas  del  tomo  i 


Sánchez  de  Muñoz  (Dr.  Sancho).  48. 
Sánchez  de  Obregón  (Laurencio).  34. 
Sánchez  Pesquera  (Miguel).  350. 
Sánchez  de  Tagle  (Francisco  Manuel). 

105,  108,  170,  171. 
Sánchez  Vicuña  (Licenciado).  115. 
Sandoval  y  Zapata  (Luis).  72. 
Sanfeliú  (Pedro).  247. 
Sanfuentes  (Salvador).  201. 
Sanguily  (Manuel).  259,  264. 
San  José  (Fr.  Baltasar  de).  176. 
San  Martín  (General).  390. 
Santacilia  (Pedro).  226. 
Santa  Clara  (Conde  de).  222. 
Santa  María  (Javier).  107. 
Santa  Teresa  (Sor  Gregoria  de).  81. 
Santiago  (Conde  de).  182. 
Santillana  (Marqués  de).  293. 
Santo  Domingo  (Fr.  García  de).  176. 
Santoyo  (Felipe  de).  72. 
Sanz  (Licenciado).  358. 
Sarmiento   de   Sotomayor   y   Luna 

(D.  García")  Conde  de  Salvatierra, 

Marqués  de  Sobroso.  68. 
Sartorio  (José  Manuel).  100,  loi. 
Saz  (Fr.  Antonio  del).  176. 
Schiller  (Juan  Federico).  172. 
Schlegel  (Federico).  255. 
Schoelcher  (Mr.).  257. 
Scribe  (Agustín  Eugenio).  1,14,  115. 
Sedulio.  25. 
Seguí  (Francisco).  219. 
Segundo  (Juan).  165,  185. 
Segura  (José  Sebastián).  18,  170,  172, 

173- 

Selgas  (José).  158. 

Sem  Tob  (Rabi).  293. 

Séneca.  93.  96,  97- 

Sepúlveda  (Ginés  de).  323. 

Serán  (Carlos  Hipólito).  134. 

Serrano  y  Sanz  (Manuel).  88,  113. 

Sicilia  (Abate).  106. 

Sicilia  y  Montoya  (Isidoro).  176. 

Sierra  (Justo).  170. 

Sigüenza  y  Gongo ra  (Carlos  de).   66, 

67-  70,  75,  333-  . 
Silvestre  (Gregorio).  i8o. 

Sinesio  (El  Obispo).  136. 

Sistiaga  (Jesús  María)  414. 

Sócrates.  160. 

Soler  y  Martorell  (Manuel).  347,  349. 

Solís  (Antonio  de).  44,  74,  86. 

Solís  (Dionisio).  248. 

Solórzano  y  Medrano  ÍEsteban).  179. 

Sommervogel  (P.).  188. 

Soria  (Fr.  l3iego  de).  300. 

Soria  Americano  (Francisco  José  de). 

69. 


Sosa  (Francisco).  106,  107,  it2,  151, 

167,  170,  172. 
Sossa  (Antonio  de).  219. 
Soto  (Fr.  Domingo  de).  320. 
Soto  (Máximo).  206. 
Soto  de  Rojas  (Pedro).  383. 
Sotomayor  (Fr.  Pedro).  176. 
Soumet  (Alejandro).  266. 
Stedmann  (Edmundo  C).  350. 
Stuart  Mili  (Juan).  365. 
Suárez  (P.  Francisco).  90. 
Suárez  (Marco  Fidel).  362. 
Sumpsin  (P.  Clemente).  176. 
Suñer  y  Capdevila  (Francisco).  348. 
Susi  y  Águila  (José).  217. 

Tácito  (Cornelio).  402. 
Tacón  (Miguel).  230,  232,  247,  250. 
Tagle  (José  Bernardo).  109. 
Tamayo  y  Baus  (Manuel).  394. 
Tanco  y  Bosmeniel  (Félix).  250. 
Tapia  de  Castellanos  (Esther).  170. 
Tapia  y  Rivera  (Alejandro).  121,  335, 

329-  330,  331.  340,  343>  345.  349- 
Taracena  (P.  Manuel).  176. 
Taracena  (Miguel  de).  183. 
Tarlier  (Mr.).  114. 

Tasso  (Torcuato).  32,  92,94,  136,  145. 
Tejera  (Apolinar).  312,  313. 
Tejera  (Vicente).  358,  359. 
Tell  (Guillermo).  258. 
Téllez  (Fr.  Gabriel).  63,  72,  298,  300, 

301. 
Tello  (M.).  293. 
Teócrito.  56,  136. 
Teofrasto.  1 1. 
Terán  (General),  iii. 
Terencio.  64,  121. 
Teresa  de  Jesús  (Santa).  71,  153. 
Terrazas  (Francisco  de).  37,  38,  39, 

40,  41,  42-  45.  46,  170. 
T'Serclaes  (Duque  de).  65. 
Teurbe  de  Tolón  (Miguel).  284,  309. 
Thompson  (Jacobo).  248. 
Ticknor  (Jorge).  25,  43,  369. 
Tió  Segarra  (Bonocio).  349. 
Tirón  (Próspero).  153. 
Tirteo.  172,  234. 
Tobilla  (Fr.  Pedro).  176. 
Tolsa  (Manuel).  109. 
Tomás  de  Aquino  (Santo).  90,  179. 
Tomé   de  Burguillos.    Véase  Vega 

(Lope  de.)  1 12. 
Toro  (Fermín).  413,  414. 
Torre  (Doctor  de  la).  27. 
Torres  (Diego  de).  183. 
Torres  Caicedo.  204. 
Torres  de  Vargas  (Diego).  331. 


índice  de  personas  del  tomo  i 


5" 


Torrijos   (José  Alcalá)  (Conde  de). 

202. 

Tosta  (Bonifacio).  176. 

Tostado  de  la  Peña  (Francisco).  295. 

Toussaint  Louverture.  263. 

Tovar  (Pantaleón).  134. 

Travieso  y  Quijano  (Martín).  331,337. 

Trelles  (Carlos  María).  218,  223,  227. 

Triana  (Juan  de).  324. 

Triay  (José  E.).  213. 

Trigueros  (Cándido  María).  222. 

Trillo  yFigueroa  (Francisco  de).  180. 

Trueba  y  Cossío  (Telesforo).  251. 

Turcios  (Froilán).  206. 

Turla  (Leopoldo).  287. 

Tytler  (Mr.).  248. 

üclés  (Dr.).  206. 

Ugarte  (P.  Juan).  176. 

Ulloa  (Licenciado).  324. 

Umpierres  (Fr.  José).  176. 

Urbina  (Luis  G.).  170. 

Ureña  (Nicolás).  309,  311,  313. 

Ureña   de   Enriquez    (Salomé).   310, 

311,  312,  313. 
Uriarte  (Ramón).  188,  190,  205. 
Urrutia  (Ignacio).  220. 
Urrutia  (Dr.  D.  Manuel  Joseph  de).  85. 
Ustariz  (Javier).  358,  390. 
Ustariz  (Luis).  358. 

Yaca  de  Guzmán  (Francisco).  45. 
Vadillo  Arguelles  (Francisco).  107. 
Valbuena  (Bernardo  de).  31,  36,  45, 

52,  54  á  60,  62,  65,  331,  332,  382. 
Valdés  (Gabriel  de  la  Concepción), 

Plácido.  256,  264. 
Valdés  (José  Policarpo).  250. 
Valdés   Machuca   (Ignacio),    Desval. 

252,  26r. 
Valdés  y  Munguía  (Manuel  Antonio). 

69. 
Valdivieso  (José  de).  50. 
Valencia  (Fr.  Juan  de).  71. 
Valencia  (Manuel  María  de).  307,  3(1, 

313- 

Valenzuela  (Antonio),  205. 
Valenzuela  (Jesús  E.).  170. 
Valera  (Juan).  267,  268. 
Valiente  (Ambrosio).  218. 
Valmar  (Marqués  de).  93. 
Valladares  y  Sotomayor.  334. 
Vallados  (Mateo).  75. 
Valle  (Eduardo  del).  170. 
Valle  (Juan).  170,  171.     . 
Valle  (^Marqués  del).  35. 
Valle  (Rafael  del).  349,  350. 
Valle  (Ramón).  170. 


Valtierra  (P.  Antonio).  176. 

Valtierra  (P.  Fernando).  176,  182. 

Valtierra  (P.  Manuel).  176. 

Vaniére  (Santiago).  185. 

Várela  (Félix).  215,  218,  226,  228,  252. 

Varona  y  Loaisa  (Jerónimo).  176. 

Vassallo  (Francisco).  337,  338,  349. 

Vattel  ('M.).  366,  367. 

Vázquez  (Fr.  Francisco).  176,  195. 

Vázquez  (Juan).  301. 

Vázquez  Molina  (Fr.  Juan).  176. 

Vega  (Garcilaso   déla).   32,  103,  125, 

136,  137,  180,  380. 
Vega  (Lope  de).  43,  45,  48,  49,   54, 

55.  63,  97,  103,   180,  208,  253,  255, 

332,  369.  374,  383- 
Vega  (Ventura  de  la).  19,  250. 
Vegas  (Damián  de).  50. 
Velarde  (Fernando).  212,  242,  409. 
Velasco  (Fr.  José).  176,  217. 
Velasco  (Luis  de).  21,  49,  217. 
Velázquez  (P.  Andrés).  176. 
Velázquez  de  Cuellar  (Diego).  215. 
Vélez  Herrera  (Ramón).  2S4. 
Vello  de  Bustamante  (El  P.).  47. 
Vera  (Bachiller).  71. 
Vera  (Fortino  Hipólito  de).  66. 
Vera  Tassis  (Juan  de).  71. 
Veracruz  (Fr.  Alonso  de).  22,  24. 
Veranes  (Félix).  220. 
Verdugo  (Domingo).  272. 
Vergara  (José  María).  223. 
Vida  (Jerónimo).  185,  332. 
Vidal  (F.).  341. 
Vidarte  (Juan  B.).  338. 
Vidarte  (Santiago).  338,  349. 
Vigil  (José  María).  153,  167,  169,  171, 

172. 
Villa  (Miguel  de).  216. 
Villaíañe  (El  P.).  183. 
Villagra  (Gaspar).  45. 
Villalobos  (Arias  de).  66. 
Villamediana  (Conde  de).  64,  180. 
Villanueva  (Juan  de).  65. 
Villegas  (Esteban  Manuel  de).  94. 
Villemain  (Francisco).  229,  248. 
Vindel  (Pedro).  333. 
Vingut  (F.  J.\  264. 
Virgilio,  47,  56,  58,  71,  87,  88,  90,  91, 

92,  93,  94,  97,  99,  10°,  '36,  i37,  ^53, 

154,  172,  180,    185,    186,  227,   336, 

374,  379,  380,  382,383- 
Vives  (Luis).  22. 
Vogt  (Carlos).  159. 
Voltaire.  122,  155,  248,  358. 

Walter  Scott.  124,  126. 
Washington  (Jorge).  233,  244. 


5»2 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO 


Welseres  (Los).  352. 
Wolf  (Fernando).  15,  371. 

Xicotenca],  258. 

Ximénez  (Fr.  José).  176,  195. 

Young  (Eduardo).  93,  97,   242,  243, 
248. 

Zaldierna  (Miguel  de).  332. 
Zambrana  (Ramón).  259,  286,  287. 
Zamorano  (El).  182. 
Zapiain  (Fr.  Pedro).  176. 
Zaragoza  (Antonio).  170. 
Zaragoza  (El  General).  163. 
Zaragoza  (Justo).  183. 
Zayas  Enriquez  (Rafael  de).  170. 
Zeballos  (Fr.  Agustín).  176. 
Zeballos   Villa    Gutiérrez   (Ignacio). 
176. 


Zelaya  (Santiago).  206. 

Zenea  (Juan  Clemente).  248,  253,  25S, 

272  á  282,  287. 
Zeno  Gandía  (Manuel).  349. 
Zepeda  (P.  José).  176. 
Zequeira  y  Arango  (Manuel).  2(4,  216, 

220,  222,  224,  225. 
Zequeira  y  Caro  (Manuel).  226. 
Zerolo  (Elias).  248. 
Zorrilla  (José).  107,  123,  124,  126,  134, 

163,    165,  168,  212,  255,   261,  264, 

286,  404,  405,  406,  409,   410,  413, 

415- 
Zorrilla  (Ovidio).  107,  170. 

Zumárraga  (Fr.  Juan  de).  21,  23,  51, 

53,  55- 
Zumaya  (Manuel).  loi. 
Zúñiga  (Fr.  Domingo).  176. 
Zúñiga  y  Ontiveros  (Mariano  de).  109. 
Zurita  (Alonso  de).  223. 


índice  de  personas  del  tomo  II 


Hbascal  y  Sousa  (José  Fernando).  1 16, 

241. 
Abenatar  Meló  (David).  235. 
Abreu  (Agustín).  402,  403. 
Ackerman  (Mr.)  128. 
Acosta  (D.  José  Joaquín).  14. 
Acosta  (Fr.  Blas  de).  182. 

17,  í8. 
Acosta  (General).  32. 
Acuña  (Bartolomé  de).  179. 
Acuña  (Pedro  de).  174. 
Acuña  de  Figueroa  (Francisco).  480, 

481,  482. 
Ayllón  (Fr.  Juan  de).  181. 
Agrelo  (El  boliviano).  279. 
Aguilar  (José  Mateo).  248. 
Aguilar  y  Córdoba  (Diego  de).  141, 

150,  165. 
Aguirre   (P.  Juan  Bautista).  89,  138, 

457- 
Aguirre  (Lope  de).  16,  18,  137. 
Aguirre  (Fr.  Miguel  de).  337. 
Aguirre  (Millán  de).  237. 
Aguirre  Achá  (José).  290. 
Agustín  (San).  27,  277. 
Aillón  (P.  Joaquín).  92. 
Airólo  (Dr.).  176. 
Alarcón  (Félix).  149,  177,  216. 
Alba  (Duquesa  de).  1 18. 
Alberdi   (J.  B.).  359,   360,  444,  45'. 

455- 
Alberoni  (Cardenal).  213, 

Alcalá  Galiano  (Antonio).  223. 

Alcedo  y  Herrera  (Dionisio  de).  96. 

Alcibiades.  169. 

Alday  y  Aspe  (Manuel  de).  341. 

Alecio  (Fr.  Adriano  de).  185,  186. 

Alegre  (P.  Francico  Javier).  36. 

Alemparte  (Los  hermanos).  365. 


Alfieri  (Víctor).  44,  409,  420. 
Alighieri  (Dante).  91,  171,  298,  353, 

409,435-  456. 
Almagro  (Diego  de).  109,  135, 136, 137. 
Almansa  (Bernardino).  22. 
Almansa  y  Mendoza  (Andrés  de).  185. 
Almeyda  (Baptista  Caetano  de).  286, 

386. 
Alonso  el  Sabio.  15. 
Alonso  (José  Vicente).  410,  411. 
Althaus  (Clemente).  259,  263. 
Alvarado  (P.  Francisco).  248,  260. 
Al  varado  (María  de).  156. 
Alvarado  (Pedro  de).  151. 
Alvarez  Baena  (José  Antonio).  204. 
Alvarez  de  Toledo  (Hernando).  308, 

325,  328,  329,  331. 
Alvarez  de  Velasco  y  Zorrilla  (^Fran- 
cisco). 23,  24,  25,  28,  29. 
Alvear  (Carlos).  425,  428 
Alvear  (Diego  de).  397. 
Alvites  (R.  P.  Fr.  Alejo  de).  216. 
Alzamora  (El  Obispo).  283. 
Amar  y  Borbón  (Virrey  Antonio).  35. 
Amat  (Manuel  de).  217,  220,  340. 
Amello  (Juan).  324. 
Amunátegui  (Domingo).  249,  280,  329, 

344,  35O'  357,  358,  365,  366,  368,  444, 

485. 
Amunátegui   (Gregorio  Víctor).   41, 

285. 
Amunátegui   (Miguel  Luis).  41,  247, 

249,  279,  285,  341,  342,  37'- 
Andrade  (P.  Mariano).  92,  94. 
Andrade  (Olegario).  407,458,461,464, 

465,  472- 
Angelis  (Pedro  de).  374,  425,  426,  45 '  • 
Aníbal.  42. 
Anrique  (D.  Nicolás).  97. 


S'4 


ÍNDICE   DE    PERSONAS    DEL    TOMO    II 


Antequera  y  Castro  (Dr.).  386. 

Antonio  (N.).  179. 

Antonio  Román.  187. 

Añez  (Julián).  21,  78. 

Aperreguia  (Juan  Pablo  S.  J.).  25. 

Apolonio  de  Rodas.  292. 

Appleton  (D.).  60. 

Aquaviva  (Claudio).  384. 

Arana  (Pedro  de).  186. 

Aranda   (Conde  de).    223,   224,    225, 

226,  227. 
Araujo  (José  Joaquín).  403. 
Arboleda  (Julio).  45,  54,  55,  56,  57,  58, 

59,  60. 
Argensola  (Bartolomé  Leonardo  de"). 

183. 
Arguijo  (Juan  de).  260. 
Arguelles  (Fernando).  486. 
Arias  de  Villalobos  (Licenciado).  176. 
Ariosto  (Luis).  20,  58,  292,  298,  299, 

303- 
Aristarco.  159. 
Aristóteles.  369. 
Ariza  (El  poeta  dramático).  432. 
Armendáriz  (José  deV  213,  215. 
Arólas  (P.  Juan).  256,  263. 
Arena  (Juan  de),  seudónimo  de  Una- 

nue,  258. 
Aróstegui,  seudónimo  de  Francisco 

Eugenio  de  Santa  Cruz  y  Espejo. 

ICO. 

Arrarte  (El  poeta  mexicano),  176. 
Arrascaeta  (Enrique).  11,  486. 
Arrese  (El  peruano).  237. 
Arriaga  Alarcón  (Cristóbal  de).  165, 

3>9- 
Arriaza  (Juan  B.).  36,  39,  42,  347,  404, 

416,  434,  448,  481. 
Artigas  (José).  480. 
Arteaga  Alemparte  (Justo).  371. 
Arteaga  Alemparte  (Domingo).  371, 

372. 
Arteta  (P.  Juan).  92. 
Ascasubi  (Hilario).  469,  473. 
Ascensio  y  Segura  (Manuel).  253. 
Asenjo  Barbieri  (Francisco).  154. 
Asperge  (El  P.)  388. 
Astete  de  Ulloa  (Gonzalo).  182. 
Astudillo  y  Herrera  (Rosalía).  214. 

Atahualpa.  4',  77.  I39.   '46,   147,   i49, 
265,  275,  277. 

Atienza  (Bartolomé  de  León).  138. 

Anseaume  (Mr.)  223. 

Ausonio.  84. 

Austria  (Baltasar  Carlos  de).  i8i. 

Austria  (D.  Juan  de).  27. 

Austria  (Mariana  de).  327. 

Austria  (María  Josefa).  216. 


Austria  (Margarita  de).  181. 

Avalos  y  Figueroa  (Diego  de).   153 

165,  178,  311- 

Avila  (P.  Esteban  de).  319. 

Avila  (Gaspar  de).  309. 

Avila  (Julián  de).  82. 

Aviles  (Marqués  de).  395. 

Ayala  (Adelardo).  440. 

Ayanque  (Simón),  seudónimo  de  Es- 
teban de  Terralla  y  Landa.  218. 

Azamor  y  Ramírez  (Manuel).  395. 

Azara  (Féü.x  de).  397. 

Azcuénaga  (Domingo).  399. 

Azuola  (Luis  Eduardo).  39. 

Azuola  y  Lozano  (José  Luis  de).  30. 

Backer  (El  P.).  373. 

Bacon  (Francisco).  353. 

Balbuena  (Bernardo  de).  176,  305. 

Balcárce  (Florencio).  460. 

Baldovi  (Bernat).  198. 

Balmes  (Jaime).  267. 

Baltasar  Carlos  (Príncipe).  86,  180. 

Bailen  (Clemente").  116. 

Balli  (Pedro).  38  il 

Ballivian  (General).  286. 

Bances  Candamo  (Francisco  Antonio 

de).  99. 
Bancroft  (H).  146. 
Baptista  (Mariano).  289. 
Baquijano    y   Carrillo   (Presidente). 

237-  397- 
Barba  (Alvaro  Alonso).  272. 
Barbadinho  (El).  98. 
Barco  Centenera  (Martín  del).  374, 

377.  379.  380,  485. 
Barthe  (Padre).  134. 
Barra  (Eduardo  de  la).  370. 
Barranca  (José  S.).  265. 
Barranquilla  (Impresor).  76. 
Barreda  Ceballos  (Gabriel).  182. 
Barrenechea  y  Albis  (Fr.  Juan).  333, 

335,  336. 
Barrera   (Cayetano    Alberto   de   la). 

154. 
Barriere  (Teodoro).  366. 
Barros  Arana  (Diego).  309,  310,  322, 

327.  330,  33<- 
Barroeta  (Pedro  A.  de).  217. 
Barroso  (Pedro).  156. 
Basabilvaso  (Manuel).  390,  391,  400. 
Basabilvato  (Patricio).  410. 
Basili  (El  maestro).  433. 
Baste  (José  Bernardo).  133. 
Bastidas  (P.  Antonio).  83,  84. 
Basto  (Conde  del).  177. 
Basualdo  (Benjamín).  465. 
Batres  (Juan  de).  250,  364. 


ÍNDICE   DE   PERSONAS   DEL    TOMO    II 


S«5 


Batteux  (El  abate).  393. 

Beeche  (Gregorio).  195. 

Beeche  (Imp.  de).  285. 

Belalcázar  (Sebastián).  80. 

Belgrano  (Manuel).  394,  40i,  407,408, 

422. 
Belgrano  (Miguen.  405-      . 
Belmente '  Bermúdez  (Luis  de).   173. 

174,  175,  176,  177,  178. 

Beltrán  (Felipe).  228. 

Belzú  (General).  283,  286,  289. 

Belzú  de  Dorado  (Mercedes).  289. 

Bello  (Andrés).  42,  48,  56,  60,  61,  65, 
67,  69,  103,  III,  112,  113,  114,  ii&> 
117,  120,  128,  246,  247,  249,  250, 
280,  292,  306,  308,  351.  356,  357, 
358,  359,  360,  361,  363,  365,  366, 
367,  369,  371,  399,426,  457- 

Bello  (Carlos).  365.^ 

Bello  (Francisco).  365. 

Belloy  (Mr.  du).  223. 

Benavides  (Ambrosio).  339- 

Benavides  (María  de).  277. 

Benavides  y  de  la  Cueva  (Diego  de). 

184. 
Benavidius  (Emmanuel).  184. 
Benavidius  Comités.  S.  Stephaní  (Di- 

dacus).  184. 
Benedicto  XIII.  215. 
Benegasi  (Francisco  de).  26,  89. 
Bentham  (Jeremías).  75- 
Bermúdez  (Juan  José).  202,  205,  237- 
Bermúdez  (Mateo  Mariano).  202. 
Bermúdez  (Pedro  José).  175,  202. 
Bermúdez  (Pedro).  486,  488. 
Bermúdez  y  Alfaro  (Licenciado).  172, 

173,  276. 
Bermúdez  de  Castro  (Salvador).  69, 256 
Bermúdez  de  la  Torre  y  Solier  (Pedro 

José).  199,  205. 
Bernal  (José).  211. 
Bernárdez  (Manuel).  480. 
Berriozábal    (Juan   Manuel  de).    172, 
266. 

Berro  (Adolfo).  444,  485,  480. 

Berro  (Bernardo  P.).  483,  486. 

Biedma  <M.).  399- 

Bilbao  (Francisco).  371. 

Blanc  (Mr.).  140. 

Blancardo  (Moisés).  99,  100. 

Blanco  (Benjamín).  287,  289. 

Blanco  Cuartin  (Manuel).  372- 

Blanco  Encalada  (Ventura).  279,  280, 

350,  367,  372. 
Blest  Gana  (Guillermo).  370,  37 1- 
Blanco  White  (José  María).  342. 
Bobadilla  (Beatriz  de).  322. 
Boccaccio  (Juan).  299. 


Bocage.  265. 

Boileau  (Nicolás).  35,  125,  4'5- 
Boix  (El  Impresor).  128. 
Bolívar  (Simón).  42,  44,  65,  66,  79,  107, 
108,  109,  no,  117,  119,  120,  121,  122, 
124,  125,  128,  129,241,  242,246,247, 
263,  267,  269,  283. 
Bompland  (M.).  31,  95- 
Borda  (José  Joaquín).  67. 
Borda  y  Orozco  (José  Antonio).  217. 
Borbon  (Doña  Isabel  de).  86,  182. 
Borbón  (María  Antonia  de).  117- 
Borja  (Francisco  de).  182. 
Borrero  (Antonio).  248. 
Boscan  (Juan).  15. 
Bosch  (Mariano  G.).  393,  400. 
Bouguer  (M.).  95. 
Bouhours  (P.).  98- 
Bouchardy  (Mr.).  433- 
Bourgeois  (Aniceto).  366. 
Brandzen,  428.  ^,     t      .%       ^ 

Bravo  de  Rivera  (R.  P.  í  r.  José).  216. 
Bravo  de  Sarabia  y  Sotomayor  (Alon- 
so). 278. 
Brenes  (Marqués  de).  199,  202,  205. 
Bretón  de  los  Herreros  (Manuel).  72, 
249,251,  254,  432,  437,  438,  440,  481. 
Brienne  (Cardenal).  231. 
Briseño  (Ramón).  371- 
Brochero  (Luis).  12. 
Brown  (El  Almirante).  425,  428. 
Bruto  (Marco).  44- 
Buendía  (Fr.  José).  214- 
Buendía  y  Pastrana  (Juan  de).  188. 
Buffón  (El  Conde  de).  32- 
Buonarrotti  (Miguel  Ángel).  171. 
Bürger,  446. 
Burgos  (Miguel  de).  306. 
Bustamante  (Calixto).  218. 
Bustamante  (Ricardo).  282,  283,  284. 
Byron  (Lord).  47,  50,    130,  i33,  248, 
255,  266,  281,  286,  372,  445,  453, 

458,  459- 

Caballero  (Fernán).  76. 

Caballero   Desbaratado   (seudónimo 

de  Alonso  Enríquez).  137- 
Caballero   y  Góngora  (Antonio).  32. 

Cabello'de  Balboa  (Miguel).  141,  142, 

'65,  179-  .         »    .     •  \ 

Cabello  y  Mesa  (Francisco  Antonio). 

395- 
Cabrer  (José  María),  397. 
Cabrera  (Andrés  de).  322. 
Cabrera  (Pedro  Luis  de).  319- 
Cabrera  Nevares  (Miguel).  420. 
Cadahalso  (José  de).  34- 


5i6 


índice   de   personas    del   tomo    II 


Cadena  (Pedro  de  la).  140,  141. 

Caicedo  Rojas  (José).  44. 

Cairasco   de   Figueroa    (Bartolomé). 

13.  380. 
Calama  Pérez  (El  Obispo).  237. 
Calancha  (Fr.  Antonio  de).  186,  277, 

278,  309. 
Calancha  (Francisco  de  la).  277. 
Calatayud  (El  P.).  237. 
Calatrava  (El  Maestre  de).  323. 
Caldas  (Francisco  José  de).  31,  32,  33i 

34,  36,391  95- 

Calderón  (Ángel  Ventura).  211. 

Calderón  Ceballos  y  Bustamante  (Án- 
gel Ventura).  210. 

Calderón  (Manuel).  191. 

Calderón  de  la  Barca  (Pedro).  186, 193, 
215,263,321,  435,  439.  454. 

Calero  y  Moreira.  237. 

Calvo  (Daniel).  289. 

Camacho  (Joaquín).  31. 

CamachoRoldán  (Salvador).  61,  63,74. 

Camaño  de  Vivero  (Angela).  133. 

Camargo  Domínguez  (Hernando).  22, 
23,  83,  84,  86,  87, 198. 

Camilo.  42,  66. 

Caraoens  (Luis).  189,  ¡90,  271,  292, 
293,  294,  298. 

Campanella  (Tomás).  148. 

Campo  (Estanislao  del).  469,  473. 

Campo  Larrahondo  y  Valencia  (Ma- 
riano del).  39. 

Campomanes  (Conde  de).  100,  224, 
226,  424. 

Caupolicán.  300,  313  á3i8,  325.363- 

Canelas  (Demetrio).  289. 

Cano  (Dr.).  176. 

Cano  Moral  y  Peralta  (Francisco).  188. 

Cantilo  (José  Marías  460. 

Canto  (Francisco  del).  320. 

Cañete  (Manuel).  103,  109,  119,  126, 
129,  132,  411. 

Cañete  (Marqués  de).   177,   295,  309, 

311.  313- 
Cañizares  (José  de).  206,  212. 

Capmany  (Antonio).  445. 

Caracholo  Carmine  (Nicolás).  215. 

Caramuel  (Obispo).  25,  187. 

Carbó  (Manuel).  433. 

Carbonell  (Pedro  Miguel).  36. 

Cárdenas  (María  de).  311. 

Cardiel  (P.  José).  389. 

Carducho  (Vicente).  153. 

Carlos  II.  214. 

(.'arlos  III  de  España.  90,97,  loi,  216, 

217,  218,  222,  223,388,  400. 
Carlos  IV.  95,  118,  217,  218,  234. 
Carlos  V  (Emperador).  124,  144. 


Carnerero.  437. 

Caro  (Francisco  Javier).  37. 

Caro  (José  Eusebio).  38,  39,  45  á  54, 

103,  109,  III,  119,  122. 
Caro  (Miguel  Antonio).  14,  38,  56,  58, 

60,  78,  99,  129,  283,  412,  436,  442, 

457- 
Carondelet  (Héctor  María  de).  95. 
Carpió  (Miguel  del).  255. 
Cárter  Brown  (John).  331. 
Carvajal  (Alonso),  capitán.  21. 
Carvajal  (Diego  de).  153,  179. 
Carvajal  (Francisco).  139. 
Carvajal  (Pedro  de).  165. 
Carvajal  (Rafael).  132. 
Carvajal  y  Robles  (Rodrigo  de).  178 

á  181. 
Carrasco  (Constantino).  265. 
Carrasquilla  (Ricardo).  73,  76. 
Carreras  (Los  hermanos).  353. 
Carrillo  (Manuel  M.).  486. 
Carrillo    de   Andrade   y   Sotomayor 

(María  Manuela).  214. 
Carrió  de  la  Vandera  (Alonso).  21S. 
Carrión  y  Morcillo  (Alfonso).  216. 
Casaconcha  (Marqués  de).  217. 
Casa-Calderón  (Marqués  de).  210. 
Casa-Jara  (Marqués  de).  266. 
Casamayor.  395. 
"NZasas  (Fr.  Bartolomé  de  las).  125. 
Casas  (Fr.  Domingo  de  las).  1 1. 
Cascante   (Licenciado  Miguel).    202, 

205. 
Castañeda  (Juan  de).  217. 
Castel  de  Bayuela  (Marqués  de).  320. 
Castel  Rodrigo  (Marqués  de).  374. 
Castell-dos-Rius  (Marqués  de).  184, 

198  á  203,  213. 
Castell-Fuerte    (Marqués   de).    203, 

209,  210,  215,  221. 
Castellanos  (Juan  de)  8,  9,  ii   á  21, 

138,  329.  374- 
Castellar  (Conde  de).  182. 
Castelli.  279. 

Casti  (El  abate).  411,  482. 
Castillejo  (Cristóbal  de).  8. 
Castillo  (Fr.  Francisco  del).  243. 
Castillo  (Poeta  gaditano).  400. 
Castillo  (Madre).  27.  30. 
Castillo  (Manuel  del).  258,  259. 
Castro  (Enrique  de).  336. 
Castro  (El  Licenciado).  306. 
Castro  (Guillen  de).  177. 
Castro  (Inés  de).  296. 
Castro  Isagaga  (José  de).  188. 
Castro  López  (Manuel).  395. 
Catulo.  265. 
Cavendish  (Tomás).  328,  379. 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO    II 


517 


Cavero  y  Salazar  (José).  240,  248. 

Caviedes.456. 

Cea  (Miguel).  21. 

Centenera.  377,  379,  380. 

Cepeda  (Lorenzo  de)  80. 

Cepeda  (Licenciado  Baltasar  de). 
380. 

Cerdán.  237. 

Ceo  (Sor  María).  24. 

Cerezo  (Guindo),  ó  sea  D.  Pablo  01a- 
vide.  229. 

Cervantes  (Miguel).  149,  150,  151,  173, 
230,  270,  362,  380,  432,  454._ 

Cervantes  y  Lugo  (Bernardino  de). 
188. 

Cesar  (Cayo  Julio).  42,  440,  441. 

Céspedes  (Pablo  de).  58,  110,  290. 

Céspedes  (Manuel).  290. 

Cía  (Javier  de),  seudónimo  de  Don 
Francisco  Eugenio  de  Santa  Cruz 
y  Espejo.  100. 

Cián  (Victorio).  390. 

Cicerón  (Marco  Tulio).  165. 

Cienfuegos  (Nicasio  Alvarez  de).  104, 
iri,  127,408,  416,  421,  423.  448. 

Cieza  de  León  (Pedro).  139,  146. 

Cincinato.  42. 

Cintera  (Fr.  Gregorio).  283, 

Cisneros  (Cardenal).  325. 

Cisneros  (Fr.  Diego  de).  237. 

Cisneros  (Juan  Benjamín).  258. 

Cisneros  (Violante  de).  214. 

Clarinda  (Dama  limeña).  152,  153. 

Clavijero  (El  P.).  387. 

Clitauro  Italense.  Véase  Gómez  (Ig- 
nacio). 

Codazzi  (Agustín).  75. 

Colón  (Cristóbal).  16,  17,  71,  176. 

Colón  (Mariano).  405. 

Colmenares  de  Lara  (Francisco).  188. 

Compte,  (Fr.  Francisco  María).  80. 

Concepción  de  Castillo  (Francisca  Jo- 
sefa de  la).  26.  29. 

Concolorcorvo  (seudónimo  de  Calix- 
to Bustamante).  219. 

Concha  (Pedro  Santiago)  188. 

Concha  (Tomás  Santiago).  187. 

Condamine  (Mr.).  95. 

Condillac  (Esteban  Bonnot  de).  395. 

Contó  (César).  76. 

Contreras  (Jerónimo  de).  181,  278. 

Conscience  (Enriquej.  76. 

Corday  (Carlota).  77. 

Cordero  (Dr.  Luis).  130,  133. 

Córdoba  y  Figueroa.  (Fernando).  179, 
341. 

Córdoba  Guzmán  (Pedro  de).  319, 

Corneille  (Pedro).  212. 


Cornejo  (Fr.  Damián).  198. 
Corona  (Marqués  de  la).-  226. 
Coronado  (Alejandro).  96. 
Coronado  (Martín).  461. 
Coronel  Zegarra  (Félix  C).  192. 
Corpancho  (Manuel  Nicolás).  128,  259. 
Corral  (Miguel  Ángel).  133. 
Cortés  (Hernán).  173,  176,  266,  289, 

318. 
Cortés  (José  Domingo).  460. 
Cortés  (Manuel  José),  285. 
Corvalán  (Sor  Rosa).  214. 
Cosín  (Pierres).  306. 
Cotarelo  (Emilio).  223. 
Cousin  (Mr.).  351. 
Crasbeck  (Pedro).  374. 
Crespo  (P.  Nicolás).  92. 
Crillon  (Duque  de).  90. 
Croix  (Teodoro  de  la).  216,  218. 
Cruz  (Fr.  José  de  la).  188. 
^ruz  (Sor  Juana  Inés  de  la).  24,  25, 

28,  203,  457.  • 
Cruz  (María  Manuela  de  la).  21. 
Cruz  (Ramón  de  la).  254. 
Cruz  Várela  (Juan).  281. 
Cuéllar  (Baltasar  de).   188. 
Cuenca  (P.  Victoriano  de).  217. 
Cuervo  (Fr.  Justo).  172. 
Cuesta  (Juan  de  la).  312,  320. 
Cueto  (Leopoldo  Augusto  de).   199, 

201,  205,  411. 
Cueva  (Juan  de  la).  163,  173. 
Cueva  (Francisca  de  la).  86. 
Cueva  (Fr.  Sebastián  de  la).  340. 
Cumanagotos  (indios).  141. 
Curtius  (J.).  370. 
Cusihuascar  (Inga).  275. 

Chacón  (Jacinto).  365,  368. 

Chagas  (Fr.  Antonio).  99. 

Chaix  (A.).  253. 

Chapuis  (Pedro).  356. 

Charlevoix  (P.).  389. 

Chateaubriand  (Vizconde  de).  68,  293, 

449. 
Chausée  (Mr.).  225. 
Chenier  (Andrés).  58. 
Cheste  (Conde  de).  430. 
Chinchón  (Conde  de).  181,  322,  323, 

331- 
Chueca  y  Espinosa  (Mateo).  242. 

Dadey  (José).  12. 
Damiron  (Mr.).  287. 
David.  236,  244,  274. 
Dávila  (José  Antonio).  188. 
Dávila  Bermúdez  de  Castilla  (Antonio 
Sancho).  21 1 


5'8 


índice  de  personas  del  tomo  h 


Delagrane  (Mr.).  307. 
Delavigne  (Casimiro).  42,  432,  437. 
Delille  (Jacobo).  43,418. 
Denia  (Marqués  de).  309. 
Dennery  (Adolfo).  366. 
Desengañado  de  sí  mismo,  seudóni- 
mo de  Duque  de  Estrada).  137. 
Destutt-Tracy  (Mr.).  351,  395. 
Díaz  (Duarte).  273. 
Díaz  Barroso  (Pedro).  20. 
Diderot  (Dionisio).  225. 
Diego  de  Alcalá  (San).  15, 
Diniz  (Antonio).  105. 
Doblado  (Joseph).  236. 
Dobritzhoffer  (P.  Martín).  388. 
Domínguez  (Luis  L.).  460. 
Domínguez  Camargo  (Hernando).  22. 
Domingo  (Santo).  141. 
Dorotea  (Santa).  160,  162. 
Draque  (Francisco).  207. 
Droy  (Guillermo).  272. 
Duarte  Díaz  (Enrique).  273. 
Duarte  Fernández.  273. 
Duarte  y  Quirós  (Ignacio).  387. 
Ducange  (Víctor).  433,  438. 
Ducamin  (J.).  299,  308. 
Dueñas  (Bartolomé  dej.  275,  277. 
Dumas  (A.).  365,  366. 
Duque  de  Estrada  (Diego).  137. 
Duquesne  (José  Domingo).  31. 
Duval  (A.).  432. 

Edipo.  50. 

Egaña  (Juan).  237,  350. 
Echegaray  (Presbítero).  242. 
Echevarría  (Imp.).  71,  446. 
Echevarría  (Juan  Abel).  132. 
Echeverría  (Esteban).  396,  408,  429, 

442,  443,  444,  447  á  455»  458,  461, 

480,  486. 
Elvira  (Martín  de).  314. 
Emanuel  Francisco.  271. 
Encina  (Carlos).  465,  466,472. 
Encina  (Juan  del).  468. 
Enciso  (El  Bachiller).  380. 
Enio   Tullio  Grope,    seudónimo  de 

Eugenio  Portillo.  399. 
Enriquez  (Alonso).  137. 
Enriquez  (Camilo).  408. 
Ensenada  (Marqués  de  la).  225. 
'^Ercilla  (Alonso).  16,  18,  20,  58,  139, 

293  á  309,  313,  314,  318,  324,  325, 

336,  365,  374,  375- 
Erina.  82. 

Escanden  (Ignacio  de).  220. 
Escobar  (Arcesio).  76. 
Escobar  (Fray  Gerónimo).  28. 
Escosura  (Patricio  de  la).252, 284, 430. 


Escudero  (El  P.).  339, 

Esguerra  (Arsenio).  76. 

Espartero  (Baldonero).  434. 

Espejo  (Dr.).  98,  100,  loi,  133. 

Espejo  (Miguel  de).  20. 

Espinel  (Antonio  de).  188. 

Espinel  (Vicente).  152. 

Espinosa  (Antonio).  30. 

Espinosa  (Diego).  30. 

Espinosa  Medrano  (Dr.  Juan  de).  99, 

189  á  191. 
Espinosa  de  los  Monteros  (Bruno). 

29,  35- 
Espinosa  de  los  Monteros   (Pedro). 

188. 
Espinosa  de  Rendón  (Silveria).  76. 
Espronceda  (José).  252,256,  257,  453. 
Esquilache  (Príncipe  de).  169,  182  á 

184. 
Esquilo.  464. 
Estrada  (Alonso).  150. 
Evia  (Maestro  Jacinto  de).  23,  83,  86, 

87,  188. 
Ezequias  (  El  Rey).  27,  244. 
Ezpeleta  (Joaquín).  32,  33. 

Fajardo  (Carlos  A.).  486. 

F'ajardo  (Heraclio  C.).  486,  488. 

Falcón  (Antonio).  165. 

Falkner  ó  Falconer  (P.  Tomás  S.  J.). 
388. 

Faria  y  Sousa  (Manuel  de).  189. 

Farnesio  (Isabel).  217. 

Feijóo  (Fr.  Benito  Jerónimo).  96,  207 
á  209,  221. 

Felipe  II.  80,  270  á  272,  294,  295,  381. 

Felipe  III.  374,  384- 

Felipe  IV.  86,  153,  182,  187,  188. 

Felipe  V.  199,  200,  203,  207,  212,  216. 

Fellovio  Cantón  (Narciso)  (Anagrama 
de  Cabello  y  Mesa  (Francisco  An- 
tonio). 396. 

Fernán  González  (Conde).  137. 

Fernández  (Gonzalo).  151,  168, 

Fernández  (Diego).  143,  146. 

Fernández  (Duarte).  165,  273. 

Fernández  de  Agüero  y  Echave  (Juan 
Manuel).  394,  395- 

Fernández  Buendía  (Joseph).  22. 

Fernández  de  Cabrera  y  BobadiUa 
(Francisco  Fausto).  i8i. 

Fernández  de  Cabrera  y  Bobadilla 
(Luis  Jerónimo).  322. 

Fernández  de  Castro  y  Bocángel  (Ge- 
rónimo). 215. 

Fernández  de  Córdoba  (Andrés).  143. 

Fernández  de  Córdoba  (Fr.  Diego). 
182. 


índice  de  personas  del  tomo  n 


S'9 


Fernández   de   Córdoba    (Joaquín). 

133- 
Fernández  Espino  (José  María).  14. 
Fernández  Guerra  (Aureliano).  177, 

411. 
Fernández  Guerra  (José).  411. 
Fernández  Guerra  (Luis).  41 1 
Fernández  de  Heredia  (Lorenzo).  179. 
Fernández  Madrid  (José).  30,  39,  43, 

351.  407,  409- 
Fernández  Madrid  (Pedro).  40,  54. 
Fernández  Navarrete  (Martín).  137. 
Fernández  Ortelano  (Manuel).  340. 
Fernández  de  Oviedo  (Gonzalo).  20. 
Fernández  de  Pineda  (Rodrigo).  151. 
Fernández  de  Quirós  (Pedro).   174, 

177. 
Fernández  de  los  Ríos  (Ángel).  488. 
Fernández  de  Sotomayor  (Gonzalo). 

142, 
Fernández  de  Valenzuela  (Pedro).  21. 
Fernández  de  Velasco  y  Tobar  (José). 

24. 
Fernando  VL  34,  216,  217. 
Fernando  VIL  35,  128,  434. 
Ferreira  y  Artigas  (Fermín).  486. 
Ferrer  del  Río  (Antonio).  295,  306, 

307»  318. 
Ferreras  (Juanl.  211. 
Ferreyros  (Manuel).  255. 
Fidel  López  (Vicente).  278. 
Figueroa  (Dr.  Francisco  de).  165,  175, 

179.  319.  320. 
Figueroa  (Isabel),  Belisa.  163. 
Figueroa  (Julio).  486. 
Figueroa  (Lope  de).  337. 
Figueroa  Bustamante  (Luis  de).  i88. 
Filicaia.  105. 

Filipo  de  Macedonia.  400. 
Flamenco  (Diego).  177. 
Flores  (General).  74,   109,  no,   117, 

126  á  128. 
Flores  (Manuel  Antonio).  30. 
Florián  (Mr.).  230,  265. 
Floridablanca  (Conde  de).  231. 
Foción.  42. 
Folkes  (Martín).  loi. 
Fonseca  Soares  (Antonio  de).  99. 
Fontenelle  (Mr.).  101. 
Fortanet  (El  impresor).  31. 
Foseólo  (Hugo).  409. 
Francisco  Javier  (San).  26,  175. 
Francisco  Solano  (San).  321. 
Franck  (A.).  331. 
Franco  Dávila  (Pedro).  loi. 
Franklin  (Benjamín).  33. 
Franklin  (Benjamín).  457,  468. 
Frazier  (Mr.).  210. 


Fresle  (Rodríguez).  12. 
Frías  (Félix).  455-  456. 
Frías  de  Castillo  (Valeriano).  374. 
Frías  Coello  (Rui  López).  179. 
Friburgo  (Fr.  Romualdo).  227. 
Fritz  (P.  Samuel).  97. 
Fuente  (Vicente  de  la).  81. 
Fuentenebro  (El  impresor).  236. 
Fuentes  (Juana  de).  8í. 
Funes  (Gregorio).  393, 

Gaitán  (Benito).  29. 

Galindo  (Néstor).  285,  286. 

Galusky  (Mr.).  296. 

Gálvez  (Fr.  Juan).  165,  172,  175. 

Gal  vez  (Víctor).  457. 

Gallardo  (Bartolomé  José).  21,  173, 
186,  187,  273. 

Gallego  (Juan  Nicasio).  49,  103,  104, 
1 16,  122  á  124,  402,  434,  437. 

Gallegos  Naranjo  (Manuel).  I32_. 

Gallerani  (P.  Alejandro).  90. 

Gama  (José  Basilio  de).  487. 

Gamino  Correa  (El  Br.).  374. 

Gándara Cossío  (Fr.  Manuel  de  la).  25. 

Garabito  de  León  y  Messia  (Francis- 
co). 187. 

Garay  (Juan  de).  375. 

Garcés  (Enrique).  150,  270  á  272. 

García  (Adolfo).  263. 

García  (Sebastián).  21, 

García  Calderón  (P.  F.).  240, 

García  Calderón  (Ventura).  258. 

García  Goyena  (Rafael).  128. 

García  de  la  Huerta  (Vicente).  223.      , 

García  de  Loyola  (Martín).  327,  328. 

García  Merón  (D.  M.).  461. 

García  Moreno  (Gabriel).  55,  94,  134. 

García  Peres  (Domingo).  270. 

García  de  Quevedo  (Heriberto).  453, 
486. 

García  del  Río  (Juan).  363,  366. 

García  de  Rivadeneyra  (Licenciado 
Cristóbal).  179. 

García  Tejada  (D.  Juan  Manuel).  36, 

37. 
Garibay  (Esteban  de).  307. 
Garnier  (Mr.l  1 16. 
Garrido  (P.  José).  92. 
Garro  (Juan  M.).  384. 
Gasea  (Pedro).  142,  143. 
Gascón  Riquelme  (Bernabé).  189. 
Gaspar  y  Roig  (Editores).  306. 
Gaume  (Abate).  65. 
Gautier  (Teófilo).  461. 
Gayangos  (Pascual  de).  199,  201,  331. 
Gibert  y  Tudó  (Carlos).  223. 
Gil  de  Lemus  (El  Virrey).  217. 


Mkníndkz  t  Pblayo.— /'<7«ia  hispaHo-americaHa.  II. 


33 


520 


ÍNDICE   DE   PERSONAS    DEL    TOMO    II 


Gil  (Enrique).  256. 

Gil  y  Zarate  (Antonio).  437, 

Girón  (Pedro  de  León).  188. 

Girval  (El  P.).  237. 

Giustiniani  (El  P.).  266. 

Godín  (Mr.).  95. 

Godoy  (Juan).  234,  460. 

Goethe.  445,  469. 

Gómez  (Alonso).  14. 

Gómez  (Ignacio).  412. 

Gómez  (Juan  Carlos).  485,  486. 

Gómez  (Licenciado  Gabriel).  172. 

Gómez  de  Alvarado  (Pedro).  156. 

Gómez  Hermosilla  (José).  362. 

Gómez  Restrepo  (Antonio).  7,  37. 

Gondomar  (Conde  de).  307. 

Góngora  (Luis  de).  23,  189,  190. 

Góngora    Marmolejo    (Alonso    de). 

308. 
Gonsalves  Magalhaes  (Domingo).  487. 
González  (Joaquín  V.).  470. 
González  (Tirso).  385. 
González  Balcarce  (Antonio).  421 
González  Barcia  (Andrés).  327,  374. 
González    de    Bobadilla    (Bernardo). 

380. 
González  de  Bustos  (Francisco).  309. 
González  Camargo  (Joaquín).  76. 
González  Carvajal  (Tomás).  235,  244. 
González   y   Meléndez  (Fr.  Diego  \ 

González  de  la  Reguera  (Domingo). 

240. 
González  La  Rosa  (M.  T.).  206. 
González  Suárez  (Federico).  95,  97. 
Gor  (Duque  de).  173. 
Gorbea  (Andrés  Antonio  de).  352. 
Gordon  (Eduardo).  486. 
Gorostiza  (Eduardo).  251. 
Gorriti  (Juana  Manuela).  279,  289. 
Gounod  (Mr.).  469. 
Goyena  (Pedro).  444. 
Granja  (Conde  de  la).  199,  202,  203, 

205  á  207. 
Granada    (Fr.   Luis   de).    170,    172, 

229, 
Granado  (Félix  A.  del).  289. 
Gray  (Tomás).  410  a  412. 
Gredilla  (Federico).  31, 
Gregorio  XV.  384. 
Grimaldi  (Marqués  de).  437. 
Groot.  38. 
Grote  (Mr.).  370. 
Gruesso  (José  María).  34. 
Guerin  f José  David).  76. 
Guatimozin.  43. 
Gutiérrez  fjuan  M.).  452. 
Guevara  (Bernardo  P.).  283. 


Guevara  (P.  José).  388,  389. 
Guido  Spano  (Carlos).  461. 
Guilléstegui  (Diego  de).  274. 
Gutiérrez  (Juan  María).  128,  192,  213, 
247,  282,  318,  320,  359, 360,  374, 375, 

378,  387.  390,  391,  392,  3915.  399  á 
401,404,407,  408,415,418,421,423, 

424,429,444,446,450,451,453.  455 
á  458,  460,  480,  488. 

Gutiérrez  (Ricardo).  461. 

Gutiérrez  de  Ceballos  (José  Anto- 
nio). 213,  216. 

Gutiérrez  González  (Gregorio).  45, 
60  á  63,  74,  76,  78. 

Gutiérrez  de  Pinares  (Germán),  73, 
76. 

Gutiérrez  y  Torices  (Bernardo).  188. 

Guttemberg.  68,  424. 

Guzmán  (Angela  de).  182. 

Guzmán  (Bernardino  de).  187. 

Guzmán  (Diego  Rodríguez  de).  203, 

374. 
Guzmán  (Luis  F.).  289. 

Haencke  (Tadeo).  397. 

Harpe  (La).  235. 

Hartzenbusch  (Mr,).  438. 

Harvey  (Juan  Eugenio).  34. 

Harrington.  148. 

Hawkins  (Richart).  313. 

Hebreo  (León).  145. 

Hegel.  465. 

Heineccio.  281. 

Henriquez  (Camilo).  342  á  344,  346  á 

350,355.420,  421. 
Heredia  (Cayetano).  70,  90,  91,  93, 

103,351,  255- 
Hernández  (José).  469,  473. 
Hernández  (P.  Pablo.).  388,  389. 
Hernández   Girón   (Francisco).    137, 

138,  147- 
Hernández   de   Serpa   (Diego).    140, 

Mi- 
Hernández  de  Velasco.  418. 
Herrera  (Bartolomé).   106,    107,    132, 

255,  273.  282. 
Herrera  (Jacinto  de).  177. 
Herrera  (Pablo).  79,  100,  129,  133. 
Herrera  Dávila  (Ignacio).  432. 
Herodes  Antipas,  10,  69. 
Hevia  (D.).  412. 
Heyne  (Enrique).  62. 
Hidalgo  (Bartolomé).  468,  469,  485, 

486. 
Hidalgo  (Clemente).  273. 
Hilario  López  (J.).  54- 
Homero.  107,  125,  151,  171,  220,  293, 

301,  369,  422. 


ÍNDICE   DE   PERSONAS   DEL  TOMO    II 


S2Í 


Horacio.  38,  39.  '03,  107  á  uo,   117, 

120,190,207,235,  247,249,418,  422, 

429,  482. 
Hormero  (Doctor).  179,  31 9- 
Huáscar  (Inca).  276. 
Huayna-Capac.    121,    122,    124,    145, 

149,  275. 
Hugo  (Víctor).  64,  255,  263,  286,  289, 

363.  372,  433.  461,  464.  469- 
Humboldt  (Alejandro  de).  31,  32,  95. 

237,  296. 
Hurtado  de  Mendoza  (García).  173. 

177,295.308,309.319-      . 
Hurtado  de  Mendoza  (Jerónimo).  337. 
Hurtado  de  Mendoza   (Juan  Andrés 


de). 


II  I. 


Ibarra  (Juan  Antonio).  381. 
Ibero  Rivas  y  Canfranc  (José),  ana- 
grama de  Francisco  Asenjo  Barbie- 

ri.  154. 
Icazbalgeta  (Joaquín  García).  135. 
Idomeneo.  35. 

Iglesia  y  Darrac  (Manuel  de  la).  405. 
lUescas  (Fr.  Baldomcro).  184. 
Indiano  (El),  ó  sea,  Pedro  Montesdo- 

ca,  151. 
Infante  (Juan  Miguel).  363. 
Inurrieta  (Manuel).  460. 
Iriarte  (Tomás  de).  33,  251,  340,  343- 
Irisarri  (Antonio  José).  343.  365- 
Irisarri  (Hermógenesj.  365,  368. 
Isaías.  235,  244. 
Isla  (P.  Francisco  José).  217. 
Iturri  (P.  Francisco).  387,  390. 

Jáuregui   y   Aldecoa    (Agustín).   99, 

218. 
Jenner.  68. 

Jerónima  (Doña).  164. 
Jerónimo  (San).  27. 
Jesús  (Santa  Teresa  de).  80,  81. 
Jiménez  (Pero).  374. 
Jiménez  de  la  Espada  (Marcos).  8,  14, 

10,  143,  135,  138,  140,  142,  278. 
Jiménez  de  Quesada  (Gonzalo).  7,  8, 

11,  17,  274. 
Job.  68. 

Jolis  (P.  José).  389. 
Joubert  (Mr.).  255. 
Jovellanos  (Gaspar  Melchor  de).  116, 

224,  225,  406. 
Jovio  (Paulo).  8. 
Juan  V  (Rey  de  Portugal).  216. 
Juan  (Jorge).  95. 
Juan  de  la  Cruz  (San).  82,  435. 
Juana   (Doña),    madre  de  Carlos  V. 

144. 


Juárez  (P.  Gaspar).  387,  390. 
Jurado  (Juan).  38. 
Jussieu  (Mr.).  95. 
Justino.  299. 

Kant  (Manuel).  448. 

Klopstock.  170,  293. 

Kohler  (P.  A.).  388. 

Konig  (Abraham).  209,  295,  307. 

Labardén  (Manuel  José  de).  390,  391, 
392,  395,398.  399,400,401,420,456. 

Ladrón  de  Guevara  (Diego).  205,  212, 
215. 

Ladrón  de  Guevara  (Luis).  83. 

Lafinur  (Juan  Crisóstomo).  407,  408, 
420. 

Lafontaine  (Juan).  418. 

Lafuente  Alcántara  (Emilio).  133. 

Lagomaggiore  (Francisco).  289. 

Laguna  (El  presbítero).  237. 

Lagunas  (Josefa  Bravo).  214. 

Lámar  (El  General).  125. 

Lamartine  (Alfonso).  68,  266,  282,  289, 

448,452. 
Lamas  (Andrés).  390,  415,  480,  4b5. 
Lamennais  (F.  Roberto).  445- 
Laudecho  (Juan  de).  337. 
Lapuente  (Laurindo).  486. 
Lara  (El  General).  125. 
Laromiguiére  (Mr.).  351. 
Larra  (Mariano  José).  76,  251,  455. 
Larrañaga  (Dámaso).  480. 
Larrea  (Ambrosio).  92. 
Larrea  (Benigno).  102. 
Larrea  (Fortunato).  102. 
Larrea  (José  Modesto).  94. 
Larrea  (Juan).  102. 
Larrea  (Lucas).  102. 
Larrea  (P.  Joaquín).  92. 
Larriva  y  Ruiz  (José  Joaquín).  240  á 

242. 
Laso  y  Rebolledo  (Baltasar  de).  184. 
Lassala  (Manuel).  400. 
Lastarria   (José   Victorino  de).    357, 

359,  360,366,  371. 
Latorre  (Carlos).  43'' 
La  valle  (General).  45'- 
Lavalle  (D.  J.  A.  de).  187,  222,  244. 
Laverde  Amaya  (Isidoro).  77,  78. 
Legouvé  (Mr.  Gabriel).  365,  410,  433- 
Leguizamon  (Martiniano).  219. 
Leiva  (Antonio  de).  177,  377- 
Lemierre  (Mr.).  223,  350. 
Lemos  (Conde  de).  324. 
Lennox  (Mr.).  331. 
Lens  (Benjamín).  289. 
León  (Cristóbal).  21. 


522 


índice   de   personas    del    tomo   II 


León  (Fr.  Félix  de).  137. 

León  (Fr.  Luis  de).  38,  105,  107,  131, 

235.  244,  259,  273,  362,  418,  435, 

448,  454- 
León  (Fr.  Martín  de).  181. 
León  (J.  de).  380. 
Leopardi  (Giacomo).  127,  260,  262. 
Lerma  (Duque  de).  309. 
Lerminier  (Mr.).  445. 
Leroux  (Pedro).  445. 
Lillo  (Eusebio).  349,  368,  370,  471. 
Linneo  (Carlos).  31. 
Liniers   y  Bremont  (Santiago).  402, 

403,  404. 
Lira  (Francisco  de).  321. 
Lira  (Luis  de).  186. 
Lira  (Martín  José).  372. 
Lista  (Alberto).  49,  248,  249,  252,  363, 

434,  45O'  481. 
Lizarazu  (Juan  de).  272. 
Loaisa  (Dr.  Fr.  Jerónimo  de).  138. 
Loarte  (D.).  450. 
Loaysa  y  Zarate  (Diego  de).  189. 
Lobo  (Gerardo).  89. 
Lobo  Guerrero  (Bartolomé).  10. 
Locke  (Juan).  395. 
Longino.  98. 
López  (El  P.).  339. 
López  (Francisco).  312. 
López  (Hilario  J.).  54- 
López  (Vicente  Fidel).  279,  359,  360, 

3t>4,  390,  407,  4i5>  455- 

López  de  Gamboa  (Licenciado  Be- 
nito). 141. 

López  de  Gomara  (Francisco  de). 
14Ó. 

López  Guarnido  (Jerónimo).  319. 

López  de  Herrera  (Jorge).  277. 

López  Mexía  (Francisco).  189. 

López  Peñalver  (Juan).  432. 

López  Planes  (Vicente).  405,  406, 
420. 

López  de  Solís  (Fr.  Luis).  80. 

Lorente  (Sebastián).  255,  256. 

Loreto  (Marqués  de).  391. 

Losier  (Carlos).  351. 

Loubayssin  de  la  Marca  (Francisco). 

336. 
Loyola  (San  Ignacio  de).  22,  86,  175. 
Loza  (José  Manuel).  282,  283. 
Lozano  (Pedro).  388. 
Lozano  (José  Tadeo).  39. 
Lozano  y  Martín  (Abigail).  60. 
Luanco  (José  Ramón).  272. 
Luca  (Esteban  de).  407,  408,  420,  421. 
Lucano.  98,  129,  298. 
Lucrecio  Caro.  110,  129. 
Ludeña  (Fernando  de).  177. 


Lugo  (Fr.  Bernardo  de).  12. 
Luis  I.  203,  215. 
Luis  XIV.  207. 

Lujan  (R.  P.  Fr.  Mariano).  217. 
Luna  y  Bohórquez  (Ignacio).  215. 
Lunarejo  (El),  apodo  de  Juan  de  Espi- 
nosa Medrano.  190. 
Luzán  (Ignacio).  209. 
Lyra  (Juan  de).  189. 

Llano  Zapata  (José  Eusebio  de).  220, 

221. 
Liona  (Numa  Pompilio).  258. 
Llórente  (Juan  Antonio).  343. 

Maciel  (Juan  Bautista).  390,  391,  392. 

Madariaga  (P.).  390. 

Madiedo  (Manuel  María).  74,  77. 

Madramany.  36. 

Madrid  (Dr.).  15,  40  á  43. 

Madrigal  fPedro  .  306. 

MaíTei  (Andrés).  223,  270,  272. 

Magallanes  (Juan  de).  176. 

Mayans  'Gregorio';.  221. 

Magariños  Cervantes 'Alejandro).  444, 
486  á  4S8. 

Maldonado  (Fr.  Fulgencio).  180. 

Maldonado  (Pedro).  100,  loi. 

Maldonado  de  Silva  (Licenciado  An- 
tonio). 179,  337. 

Maldonado  de  Torres  (Alonso).  169. 

Maluenda  (Carlos  de).  141. 

Maluenda  (Jacinto  Alonso  de).  198. 

Manco-Capac.  125,  275,  276. 

Manrique    José  Ángel).  36. 

Manso  de  Velasco  (José).  216. 

Mantilla  (Foción).  76. 

Manzoni  (Alejandro).  64,  68,  429. 

Maqueda  (Duque  de;.  311. 

Marañón   Sancho).  142,  179,  389. 

Marcial.  265,  482. 

Marcó  del  Pont  (Casimiro).  342. 

Marcos  'San).  311. 

Marcos  (Antonio).  100. 

Marchena  (Abate).  437. 

Margarita  íSanta).  153,  169. 

María  Magdalena  (Santa).  27. 

María  Cristina  (Reina).  431,  432,  434- 

Marín  (Mercedes).  368. 

Marín    de    Poveda   (Ventura).    341, 

351- 
Mármol  (José).  421,  458  á  460,  480 

Marmontel  (Mr.).  148,  230. 

Márquez  (Arnaldo;.  258. 

Martín  (Lorenzo).  9. 

Martín  Villa  (Antonio).  224. 

Martínez  (Dr.).  176. 

Martínez  (Andrés).  248. 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO    II 


523 


Martínez  (Valentín).  36. 
Martínez  Abad  (Francisco).  306,  324. 
Martínez  de  Arrona  (J.).  181. 
Martínez  de  los  Prados  (Antonio).  25. 
Martínez  de  Rivera  (Diego).  149. 
Martínez  de  la  Rosa  (Francisco).  49, 

122,  123,  251,  306,  308,  353,  440. 
Martínez  Silva  (Carlos).  40,  78. 
Martínez  y  Vela  (Bartolomé).  274. 
Martínez  Villergas  (Juan).  72, 359, 432. 
Martinto  (Domingo).  461. 
Marroquín  (José  Manuel).  77. 
Masías  (J.).  244. 

Matieuzo  (Licenciado  Juan  de).    141. 
Matta  (Guillermo).  370. 
Maury  (Juan  María).  59,  113. 
Mazza  (Angelo).  261. 
Medina  (José  Toribio).  30,  97,  98,  145, 

279.  306,  310,  312,  320,  322,  327, 

336,337.  339,  386. 
Medina  y  Barrientos.  176. 
Medrano  (Manuel).  399. 
Mejía  (José),  toi,  133. 
Meléndez   Valdés    (Juan).    104,    100, 

116,  415,  359. 
Melesville  (Mr.).  280. 
Melgar  (Mariano).  237  á  240,  258. 
Meló  de  Portugal  (Pedro).  394. 
Mena  (Juan  de).  15,  135,  190,299. 
Méndez  (Pedro).  275. 
Méndez  de  Haro  (Luis).  189. 
Mendiburu   (Manuel).    183,  190,    191, 

199. 
Mendieta  (Fr.  Alonso  de).  321,  375. 
Mendoza  (Antonio).  204. 
Mendoza  (Fr.  Diego  de).  31,  75,  278, 

379- 
Mendoza  (García  de).  301,  311,   313, 

314,  317,  318,  321,  322,  325. 
Mendoza  (José).  290. 
Mendoza  (Fr.  Lucas  de).  180,  182. 
Mendoza  y  Lima  (Juan  de).  181. 
Mendoza  y  Luna  (Juan  de).  172,  186, 

307,  320,  327. 
Mendoza  (Pedro  de).  374. 
Mendoza   y   Monteagudo   (Juan  de). 

325,  327,  328. 
Meneses  (Juan  Francisco).  356. 
Mera  (Juan  León).  79,  90,  94,  102,  129, 

132. 
Merchán  y  Calderón  (Pedro).  181. 
Mérimée  (Prospero).  383. 
Meiihiac  (Gilibert  de).  307. 
Merlo  de  la  Fuente  (Luis).  327,  331. 
Mesía  de  la  Cerda  (Licenciado).  380. 
Mesonero  Romanos  (Ramón  de).  76, 

251. 
Metastasio  (Pedro  B).  1 16,  350. 


Mexía  (Diego  de).  163,  164,  166,  168, 
169,  178,  311. 

Mexia  de  Porras  (Arcediano  Fran- 
cisco). 20. 

Miaña  (Marqués  de).  206. 

Miguel  Antonio  (Don).  53. 

Milton  (Juan).  170,  171,  292,  293. 

Mili  (James).  352. 

Millaleubu  (Pancho).  339. 

Millas  (Joaquín).  390. 

Miller  (General).  113,  125,  239. 

Millevoye  (Mr.).  448. 

Minvielle  (Rafael).  366. 

Miquel  y  Badía  (Francisco).  172. 

Mira  de  Amescua  (Antonio).  172,  177. 

Miralla  (Juan  Antonio).  45,  408  á 
410. 

Miramontes  y  Zuazola  (Juan  de).  185, 
186. 

Miranda  (Conde  de).  140. 

Mitre  (Adolfo).  466. 

Mitre    (Bartolomé).    144,    266,    444, 

456. 
Moisés.  236. 

Molestina  (Vicente  Emilio).  129,  132. 
Moliere.  196,  364,  439. 
Molina  (Gaspar  de).  213,  279,  387. 
Molina  (Tirso  de).  453. 
Mommsen  (T.).  370. 
Monclova  (Conde  de).  182. 
Monforte  y  Vera  (Jerónimo).  199,  202 

á  205,  215. 
Montaigne  (Miguel  de).  255. 
Montalvo  (José  Miguel).  36. 
Montalvo  (Juan).  133. 
Montalvo  (Miguel  de).  271. 
Monteagudo  (Bernardo).  241,  279. 
Montenegro  (Fray  Alonso  de).  79. 
Montenegro  (El  P.).  388. 
Montesclaros  (Marqués  de).  172,  181, 

185,  186,  320. 
Montes  del  Valle  (Agripina).  163. 
Montesdoca    (Pedro    de).    151,    152, 

165. 
Montesinos  (Licenciado).  146. 
Montesquieu  (Barón  de).  350. 
Monti  (Vicente).  423. 
Montoya  (Bernardo).  181. 
Montt  (Luis).  331. 
Montúfar  (D.  Juan  Pío).  95. 
Moore  (Tomás).  240. 
Mora   (Cristóbal  de).  248,    249,    280, 

282,  366,  374. 
Mora  (José  Joaquín  de).  244,  247,  279 

á  281,  351  á  353,  356,  357,  360,  364, 

425,  426. 
Morales  (El  P.).  387- 
Morales  y  Duares  (Vicente).  237. 


524 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO    II 


Moratín  (Leandro  Fernández  de).  223, 

249  á  251,  439.  440. 
Morcillo   Rubio  de   Auñón   (Diego). 

212,  215,  2 16. 
Morel-Fatin  (Alfredo).  169, 
Moreno  (Félixl.  163,  279,  404. 
Moreno  (Rene).  277, 
Moreno  de  Almaraz  (Francisco).  179. 
Moreto    (Agustín).  215,  263. 
Moreyra  (Baltasar).  184. 
Morillo  (General).  36,  40,  41. 
Moro  (Tomás).  148. 
Moscoso  Melgar  (Manuel).  240. 
Mosquera   (Tomás  Cipriano  de).  37, 

55.  75- 

Mosquera  de  Figueroa  [El  licencia- 
do). 307. 

Motte  Houdard  (Mr.  La).  265. 

Moya  (Marquesa  de).  322. 

Moya  (Marqués  de).  323,  324. 

Múgica  (Lorenzo).  339. 

Mujia  (María  Josefa).  287. 

MüUer  (Juan).  287. 

Munarriz  (José  Luis).  351. 

Muñiz  ÍDr.).  312. 

Muñiz  (Francisco  J.).  467. 

Muñoz  (Juan  Bautista).  8,  15,  390. 

Murat  (Joaquín).  425. 

Muratori  (Lodovico).  98. 

Muriel  (P.  Domingo).  389. 

Murillo  (Miguel).  98. 

Musset  (Alfredo  de).  461. 

Mutis  (José  Celestino).  31,  32,  39,  95, 
96. 

Nájera  (Duque  de).  711. 
Nariño  (Antonio).  30,  33,  97. 
Narváez  (Juan).  97. 
Natal  (P.  Jerónimo),  S.  h.  169. 
Navarrete  (Martín  Fernández).  270. 
Navarro  Navarrete  (Antonio).  22. 
Navarro  Viola  (Miguel).  285,  392. 
Naveda  (Fr.  Acacio  de).  337. 
Necochea  (El  General).  125, 
Neira  Acevedo  (Pedro).  76. 
Nevares  Santoyo  (Marta  de).  154. 
Nicolás  (Alejandro).  307,  308. 
Nicolás  (Antonio).  153,  380,  381, 
Nidos  (Mencia  de).  309. 
Nieremberg  (P.  Juan  Eusebio).  385. 
Novoa  (Ignacio).  255. 
Núñez  (Cristóbal).  176. 
Núñez  (Fr.  Cristóbal).  337, 
Núñez  (Pedro).  277. 
Núñez  de  Balboa  (Vasco).  488. 
Núñez  de   Bonilla  (Licdo.   Francis- 
co). 79. 
Núñez  Cabeza  de  Vaca  (Alvar).  314. 


Núñez  Castaño  (Diego).  337. 

Núñez  de  Pineda  (Francisco).  333,336. 

O  (Cristóbal  de  la).  153. 

Obligado  (Rafael).  443,  444,  454,  455, 

461,  468. 
Oblitas  (Arturo).  289. 
Obregón  (Secretario).  175. 
Ocampo  (José  Gabriel).  403,  406. 
O'Connor  (Reynal).  404. 
O'Connor  d'Arlach  (Tomás).  289. 
Ochoa  (Eugenio  de).  60,  284. 
Ochoa  (Fr.  Diego).  28,  29. 
Odriozola  (Manuel  de).  192,  195,  211, 

237,  242,  321. 
O'Higgins  (Ambrosio).  339,  343. 
Ojeda  (Fr.  Diego  de).   165,  170,  171, 

172,  173.  175.  266,  305,  319. 
Olavide  (Pablo  de).    100,  221  á  230, 

232  á  236,  248. 
Olivares  (El  P.).  304. 
Olmedo  (José  Joaquín).  39,  42,  50,86, 

101  á  106,  109  á  1 15,  1 17  á  123,  125 

á  129,  148,  237,  249,  250,  280,  281, 

351,  407,  425. 
Ollendorf.  258. 
Oms  de  Santa  Pau  de  Sentmanat  y 

Lanuza  (Manuel).  198,  201. 
Oña  (Gregorio  de).  310. 
Oña  (Licenciado  Pedro  de).  144,  152, 

165,   169,    175,   178,    179,    181,  307. 

309  á  314,  317,  319  á  322,  329, 353, 

374-  377,  457. 
Oñez  de  Loyola  (Martín).  331. 
Ordax  (Diego  de).  140. 
Orga  (Impresor).  231. 
Oria  (Gabriel  de).  179. 
Orleans  (Princesa  de).  213. 
Orozco  (P.  José).  90,  91,  93,  181. 
Orosz  (P.  Ladislao).  389. 
Ortega  y  Pimentel  (Isidoro  José).  217. 
Ortis  (Jacobo).  409. 
Ortiz  (José  Joaquín).  45,  54,  64,  71. 
Ortiz  de  Zarate  (Juan).  65,  67  á  70, 

374,  375- 

Orrego  Luco  (Augusto).  371. 

Osio  (El  obispo).  210. 

Oteiza  (Fr.  Mauuel).  340. 

Otero  (Luis).  486.    ' 

Otero  (Fr.  Pacífico).  404. 

Ovalle  (El  P.).  329,  338,  339,  357.  387. 

Ovalle  (El  Presidente).  356. 

Ovidio.  166,  167,  168,  237,  335,  417, 
481. 

Oviedo  Herrera  y  Rueda  (Luis  An- 
tonio de).  199,  203,  205,  206. 

Oyarvide  (Andrés  de).  397. 

Oyuela  (Calixto).  454,  461. 


ÍNDICE   DE   PERSONAS   DEL   TOMO   II 


525 


Pablo  (San).  153. 
Pacheco  (Francisco).  273. 
Pacheco  y  Obes  (Melchor). 
Padilla  (Fr.  Pedro  de).  380. 
Padilla  Atoche  (Hilarión).  282. 
Palafox  (D.  Juan  de).  122. 
Palata  (Duque  de  la).  196,  210. 
Palma  (Ricardo).  181,  183,  191,    192, 
199,  201,  218,  219,  222,   242,   243, 
254,  255,  258,  260,   263,  266,  267, 
268,  283,  289. 
Pando  (José  María  de).  244  á  247. 
Paniagua  de  Loaisa  (Pedro).  142. 
Pardo  y  Aliaga  (Felipe).  219,  247  á 

253.  255,  267, 268,  281,  366. 
Pardo  (Luis).  381. 
Pardo  de  Andrade  (Manuel).  405. 
Pardo  de  Figueroa  (José).  221. 
Paredes  y  Solier  (Andrés  de).  182. 
Parera  (Blas).  406. 
Parini  (satírico).  249. 
Parma  (Duque  de).  207,  213. 
Parthenio  (El).  62. 
Passo  (El  boliviano).  279. 
Patricio  (Francisco).  271. 
Patrón  (El  boliviano).  279. 
Pauke  (P.  Florián).  388. 
Paulo  V.  338. 
Pausanias.  44. 

Paz  (Francisco  Santos  de  la).  202. 
Paz  (Manuel  María).  75. 
Paz  Arauco  (Manuel).  290. 
Paz  y  Meliá  (D.  A.).  14,  15,  223. 
Paz-Soldán  (Pedro).  258,  268. 
Pedrero  (Fr.  Alberto).  20. 
Pedro  Nolasco  (San).  182. 
Pelópidas.  42. 
Pellico  (Silvio).  267,  365. 
Peralta  Barnuevo  (Pedro  de).  99,  186, 
19'»    í99>  200,  202,  205,   207,  208, 
209,  210,  211,  212,  213,  215,  220, 
Peralta  Barnuevo  Rocha  y  Benavides 

(Pedro).  207,  209. 
Peramás  (P.  Juan  Manuel).  387  á  389. 
Pereda  (José).  62. 
Pereira  (Adrián).  289. 
Pereira  Gamba  (Benjamín).  67. 
Perey  (Mr.).  286. 
Pérez  (Diego).  172,  279. 
Pérez  (Enrique).  77. 
Pérez  (Felipe).  74  á  77. 
Pérez  (Santos).  467. 
Pérez  Ángel  (Luis).  165,  169. 
Pérez  del  Camino  (Manuel  Norber- 

to).  410. 
Pérez  Pastor  (Cristóbal).  308. 
Perochena  (seudónimo  del  Dr.  Espe- 
jo). ICO. 


Petrarca   (Francisco).  259,  271,  272, 

298,  299. 
Petronio.  190. 

Pezuela  (Joaquín  de  la).  240  á  242. 
Picado  (General  Alonso).  141,  149. 
Picard  (Mr.).  352. 
Piedrahita   (Lucas  Fernández).    12, 

19,  20. 
Piedrahita  (Vicente).  133. 
Pilo  (Conde  del,  ó  sea  D.  Pablo  de 

Olavide).  230. 
Pindemonte  (Hipólito).  130. 
Pineda  (Juan  de).  397  á  309. 
Pinel  y  Monroy.  322,  323. 
Pinelo  (Diego  León).  153,  183  á  185. 

187,  188,  327. 
Pinzón  Rico  (José  María).  74,  76. 
Piñeyro  (Enrique).  116,  129. 
Pío  V  (San).  144. 
Pizarro  (Francisco).  41,  57,  126,  136, 

139,  140,  154,  176,  211. 
Pizarro  (Gonzalo).  77,  136,  141,  142. 
Platón.  33,  388.  ^ 

Pola  Argentaría.  82. 
Pólit  (Manuel  M.).  95. 
Polo  de  Medina  (Salvador  Jacinto). 
198. 

Pombo  (José  Ignacio).  36,  63. 

Pombo  (Rafael).  46,  48,  54,  103,  129. 

Ponce  de  León  (Manuel).  75. 

Pope  (Alejandro).  52,   114,  117,   127, 
128. 

Porcel  (Cristóbal).  176. 

Portales  (Diego).  247,  356,  357,  366. 

Portegueda  (J.  B.).  405. 

Portilla  (Juan  de  la).  165. 

Portillo  (Eugenio  del).  399. 

Portugal  (María  Bárbara  de),  216. 

Posadas  (Joaquín  Pablo).  72,  73,  76. 

Portocarrero  Laso  de  la  Vega  (Mel- 
chor). 214. 

Potau  (Joseph).  217. 

Prego  de  Oliver.  395,  399,  40i,  402, 

403. 
Prescot  (Guillermo  H.).  147. 
Prieto  (Guillermo).  461. 
Prince  (Carlos).  254. 
Puelles  (Pedro  de).  156. 
Puente  (Luis  de  la).  184. 
Pueyrredón  (General).  406. 
Puig  (Juan  de  la  C.)-  399i  407.  4o8. 
Pulgar  (Hernando  del).  322. 

Querol  (Vicente  W.).  70. 
Quesada  (Ernesto).  466. 
Quesada  (Vicente  G.).  270,  285,  392. 
Quevedo  (Juan,  impresor).   27,    195, 
105,  108,  188,  196,  197. 


526 


ÍNDICE   DE   PERSONAS    DEL    TOMO    II 


Quevedo  (Francisco).  454. 

Quevedo  y  Zarate  (Juan  de).  189., 

Quinet  (Edgar).  464. 

Quintana  (Manuel  José).  42,  49,  50, 
64,  65,  67,  103  á  107,  no,  III,  113, 
116,  119,  122,  124,  166,  170,  171, 
259)  306,  308,  405,  423,  424,  425, 
428,  429,434,  445>  448. 

Quintiliano.  98. 

Quiñones  (Francisco  de).  327. 

Quiroga  (Facundo).  467. 

Quiroga  (P.  José).  389, 

Racine  (Juan).  212,  223,  364. 
Ramallo  (Dr.  Mariano).  282,  283. 
Ramírez  (Leonardo).  179. 
Ramírez  (Tomás).  33. 
Ramón  (Juan).  187. 
Ramos  Gavilán.  (Fr.  Alonso).  186,  278. 
Rayón  (José  Sancho).  211,212. 
Real  de  Asuá  (Gabriel).  368,  369. 
Real  Consulado  (Marqués  del).  395. 
Regnard  (Juan  Francisco).  223. 
Reguera  (José  Francisco  de  la).  206. 
Reinoso  (Francisco).  49,  188. 
Renaut  (Andrés).  324. 
Renaut  (Juan).  324. 
Rendón  (Víctor  María).  129. 
Rengifo.  25. 
Rene  Moreno  (Gabriel).  280,  282  á 

285. 
Restivo  (P.).  386. 
Restrepo  (José  Manuel).  31,  40. 
Reyes  Ortiz  (Félix).  289. 
Reynal  O'Connor  (Arturo).  392,  401. 
Rhodez  (Obispo  de).  231. 
Ribera  Flórez  (Dionisio).  381. 
Ricardo  (Antonio).  144,  178,319. 
Ricci  (P.).  91. 
Rico  (Gregorio).  172. 
Río  (Fr.  Alonso  del).  215. 
Río  (Guillermo  del).  207. 
Riofrío  (Miguel).  133. 
Rioja  (Francisco  de).  52,  86. 
Rikle  (P.  Jodoco).  79. 
Risco  (Juan).  218. 
Riva  Agüero  (José  de  la).    146,   148, 

205,  210,  213,  255,  259,  266. 
Rivadavia  (Bernardino).  351,421,408, 

418,  423  á  426. 
Rivadeneyra  (Cristóbal  de).  182. 
Rivadeneyra  (Manuel).  361. 
Rivadeneyra  (Pedro).  14,  15,  17,  145, 

172,  177,  200,  223,  274,  320,  385. 
Rivadeneyra  Villarroel  (Dr.).  175. 
Rivarola  (Pantaleón).  402,  404. 
Rivas  (Duque  de).  446. 
Rivas  (Medardo).  63. 


Rivas  Groot  (José  María).  21,  78. 
Rivera  (Constanza  María).  273. 
Rivera  (P.Juan  Antonio).  217. 
Rivera  (Luis  de).  273. 
Rivera  (Sancho  de).  150,  271. 
Rivera  Indarte  (José),  458,  480. 
Robles  y  Maldonado  (Francisco  de). 

211. 
Roca  (Vicente  Ramón).  128. 
Rocha  (El  minero).  191. 
Roda  (Manuel  de).  227,  22S. 
Rodríguez  (Fr.  Cayetano).  403,  404. 
Rodríguez  (Francisco  Antonio).  34. 
Rodríguez  (José).  206. 
Rodríguez  (Julio).  289. 
Rodríguez  (Manuel  del  Socorro).  34, 

38. 
Rodríguez  (Zorobabel).  372. 
Rodríguez  Bravo  (Joaquín).  360. 
Rodríguez  Carracido  (José).  272. 
Rodríguez  Gamarra  (Alonso).  168. 
Rodríguez  de  Guzmán  (Diego).  199. 
Rodríguez  de  León  (Antonio).  182. 
Rodríguez  de  León  (Juan).  153. 
Rodríguez  Marín  (Francisco).  133. 
Rodríguez  de  Mendoza.  237. 
Rodríguez  Rubi  (Tomás).  432. 
Rodrigo  deValdés  (M.  R.  P.  M.).  187. 
Roger  (A.).  308. 
Rojas  (Fermín).  289. 
Rojas  Caicedo  (Juan  Ramón).  71. 
Rojas  Garrido  (José  María).  76. 
Rojas  ySandoval  (Francisco).  309. 
Rojas  y  Solórzano  (Juan  Manuel  de). 

199,  203,  205. 
Romero  (El  presbítero).  237. 
Ronsard  (Mr.).  105. 
Rosa  (José  Nicolás  de  la).  30. 
Rosa  y  Bouret  (Librería  de).  236,  244, 

266. 
Rosa  de  Lima  (Santa).  182,  206. 
Rosales  (El  P.  Diego).  337,  339. 
Rosas  (Juan  Manuel).  429,  446,  451, 

455,  456,  458  á  460,  480. 
Rosell  (Cayetano).  172,  318,  320. 
Rosende  (Petrona).  486. 
Rosquellas  (Luis  Pablo).  289. 
Rousseau  (Juan   Jacobo).   225,   227, 

247,  342,  350- 

Rubio  y  Lluch  (Antonio).  71. 

Ruiz  (Bernardino).  240. 

Ruiz  de  Alarcón  (Juan).  456. 

Ruiz  de  Beresedo  (Francisco).  338. 

Ruiz  de  Castro  y  Andrade  (Fernan- 
do). 324. 

Ruiz  Huidobro  (Pascual).  402. 

Ruiz  de  Montoya  (P.  Antonio).  386. 

Russell  Bartlett  (John).  331, 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL    TOMO 


527 


Saenz  Cascante  (Miguel).  199- 

Safo.  82. 

Sáinz  de  Valdivieso  Torrejon  (Mi- 
guel). 216. 

Sajonia  (María  Amalia  de).  214,  217. 

Salamanca  (José).  432. 

Salas  (Francisco  Javier  de).  63,  177. 

Salas  (Gregorio  de).  483- 

Salas  (Mariano).  282. 

Salaverry  (Carlos  Augusto).  253,  263, 
265,  281. 

Salazar  (José  María).  35,  36,  408. 

Salazar  (General  Francisco  Javier). 
132. 

Salazar  y  Torres  (Agustín  de).  215. 

Salazar  y  la  Vega  (D.  Juan\  25. 

Salcedo  (Francisco  de).  82. 

Salcedo  Villandrando  (Juan  de).  152, 

153,  165,  179-  .        ,  ,       „ 

Sales  Arrieta  (Francisco  de).  248. 

Salustio  (Cayo  Crispo).  488. 
Salva  (Vicente).  280,  362,  369. 
Salvatierra  (Conde  de).  182. 
Sampayo  (Fulano).  310. 
Samper  (José  María),  74,  77. 
Sanabria  y  Salas  (María  de).  186,  187. 
Sancha  (Justo  de).  115,  163,  237,  273, 

274,  306,  383. 
Sánchez  Labrador  (P.).  389. 
Sánchez  de  Tagle  (Francisco  Manuel). 

351- 
Sancho  Rayón  (José).  211,  212,  310. 

Sand  (Jorge).  286. 

Saufuentes  y  Torres  (Salvador).  364, 

365.  368. 
Saint-Hilaire  (Mr.).  140. 
San   Alberto  (Fr.  José  Antonio  de). 

392,  394- 

San  Bruno  (Sor  Clara  de).  21. 

San  Esteban  (Juana  María  de).  28. 

San  Gabriel  (María  de).  28. 

San  Gregorio  (Feliciana  de).  21. 

San  Jerónimo  (Sor  Ana  de).  25. 

San  Jorge  (Marqués  de).  39. 

San  Juan  (Marqués  de).  212. 

San  Martín  (José  de).  126,  241,  404, 
421,456. 

San  Nicolás  (Fr.  Andrés  de).  12. 

San  Ramón  (Fr.  Luis  Galindo  de). 
188. 

Santa  Cruz  (Andrés).  280,  281. 

Santa  Cruz  y  Espejo  (Francisco  Euge- 
nio de).  97. 

Santa  Cruz  (General).  253,  263. 

Santamaría  de  Manrique  (Manuela), 

34- 
Santa  Rita  Dur5o  (Fr.  Benito   de), 

487. 


Santa  Teresa  (Sor  Gregoria  de).  25. 
Santibáñez  (José  María).  286. 
Santillán  (Licenciado  Hernando  de). 

138. 
Santillana  (Marqués  de).  15. 
Santistéban  Osorio  (Diego).  306,  307, 

323,  324,  325. 
Santistéban  del  Puerto  (Conde  de). 

1 84. 
Santo    Buono    (Príncipe    de).    213, 

215. 
Santos  de  la  Paz  (Francisco).  205. 
Santos  Saldaña  (Julián).  184. 
Santoyo  de  Palma  (Juan).  187. 
Sanz  (Fr.  Agustín).  199. 
Sanz  (J.  Pablo).  79- 
Saravia  (Hermógenes).  76. 
Sardou  (Victoriano).  366. 
Sarmiento  (Dr.).  176. 
Sarmiento   y   Carvajal    (Diego    de). 

153. 
Sarmiento  de  Acuña  (Diego).  307. 
Sarmiento  (Domingo  Faustino).  359, 

360  á  363,  452,  460,  467- 
Sarmiento  de  Gamboa  (Pedro).  271. 
Sastre  (Marcos).  480,  488. 
Saviñón,  437. 
Scot  (Walter).  57. 
Scribe  (E.).  365,  432,  433.  437.  438. 
Schmidel  (Ulrico).  373. 
Schiller.  445. 
Schwartz  (Adán).  96. 
Sedaine  (De).  223. 
Sedeño  (Juan).  165, 
Segneri  (P.).  229. 
Seguín  (José  María).  255. 
Segundo  (Juan).  411. 
Segura  (Manuel  Ascensio).  254,  255, 

267,  268. 
Sel  gas  (José).  76. 
Selva   Alegre  (Marqués  de),  D.  Juan 

Pío  Montúfar.  95. 
Seminario  (P.  M.  Fr.  José).  248. 
Sempere  y  Guarinos  (Juan).  223. 
Séneca  (Lucio  Anneo).  299. 
Serna  Roldan  (Miguel  Mudarra  de  laV 

21 1. 
Serra  (Narciso).  254. 
Serrano  (José  Mariano).  279. 
Serrano  (P.  José).  385. 
Shakespeare  (G.).  255,  258,  289,  435» 

441,445- 
Shelley.  464- 
Sheridan  (Mr.).  366. 
Sigüenza  (Fr.  Jerónimo  de).  15. 
Sillo  Itálico.  335. 
Silva  (Bartolomé  de).  216. 
Silva  (Fr.  Tadeo).  35°- 


528 


ÍNDICE    DE    PERSONAS    DEL   TOMO    ll 


Simón  (Fr.  Pedro).  19,  2-i6,  244,  274. 

Sixto  V  (Papa).  80. 

Sobrevida  (El  presbítero).  237. 

Sobrino  (Francisco).  205,  211,  215. 

Sobrino  (Juan).  274. 

Sobrino  y  Minayo  (Blas).  99. 

Socorro  Rodríguez  (Manuel  del).  33. 

Solano  (P.).  133. 

Solano  (Fr.  Vicente).  248. 

Solar  (Enrique).  368. 

Solar  (José  Miguel  del).  368. 

Solís  (Antonio  de).  193,  212. 

Solís  (Dionisio).  421,  437. 

Solís  de  Valenzuela  (Bruno).  21,  22. 

.Solórzano  (Alonso  de  Castillo).  82. 

Sommervogel  (El  P.).  373. 

Sonora  (Marquesa  de  la).  97. 

Sossa  (Dr.  Francisco  de).  179. 

Soto  (Hernardo  de).  145,  146. 

Soto  (Pedro  de).  169. 

Soto  Posadas  (Sr.).  143. 

Sotomayor  (Alonso  de).  329,  336. 

Soulié  (Mr.).  366,  460. 

Soumet  (Alejandro).  251. 

South.  3S9. 

Spencer  (Herberto).  465, 

Sprecher  de  Bernegg  (J.  A.).  140. 

Suárez  (argentino).  387. 

Suárez  (Cristóbal).  175. 

Suárez  ^^Victor¡ano).  31,  388. 

Suárez  de  Figueroa  (Cristóbal).   177, 

309,  311- 
Sucre  (Mariscal).  55,  108,  121,  125. 
Sué  (Eugenio).  460. 
Superunda  (conde  de).  216,  217. 

Tadeo  Lozano  (Jorge).  31. 
Tamayo  y  Baus  (Manuel).  440. 
Tansillo  (Luis).  178. 
Tapia  (Lucas  de).  188. 
Tarazona  (Bartolomé).  163. 
Tarquino  el  Soberbio.  355. 
Tassara  (Gabriel  García).  59,  257,  465. 
Tasso  (Torquato).  58,  183,  292,  293. 
Techo  (El  P.  Nicolás  del).  388. 
Téllez  (Fr.  Gabriel).  196. 
Téllez  Girón  (J.).  380. 
Temístocles.  42. 
Teócrito.  62. 

Teresa  de  Jesús  (Santa).  24. 
Ternaux-Compans.  142,  179. 
Terralla  y  Landa  (Esteban  de).  216, 

218,  219. 
Terrazas  (Francisco  de).  149,  279. 
Tesillo  (Santiago  de).  312. 
Ticknor  (Jorge).  140,  320. 
Tirapegui  (Domingo).  339. 
Tirteo.  206. 


Tobar  (D.  Miguel  del).  38. 

Toledo  (Francisco  de).  272,  379. 

Tomás  de  Aquino  (San).  24,  185,  200. 

Toribio  Alfonso  de  Mogrobejo  (San- 
to). 213. 

Torre  (Fr,  Alonso  de  la).  377. 

Torre  Escobar  (Francisco  de  la).  15, 
21,  280. 

Torrejón  (Fr.  Tomás  de).  215. 

Torres  (Fr.  Cristóbal  de).  12. 

Torres  (P.).  384. 

Torres  Caicedo  (José  María).  444. 

Torres  Guerrero  (Juan  de).  337. 

Torres  y  Villarroel  (Diego).  210. 

Torres  Villa  Real  (Juan  de).  337. 

Torrico  (Rigoberto).  287. 

Tossi  (Adelaida).  431. 

Tournefort  (Mr.).  101. 

Tovar  (Manuel  José).  286. 

Tovar  Buendía  (Agustín).  27. 

Trejo  y  Sanabria  (Fr.  Fernando  de). 

384. 
Trelles  (Manuel  Ricardo).  386, 
Trigueros  (Cándido).  343,  344. 
Trissino  (Juan  Jorge).  293. 
Thurriegel  (Juan  Gaspar).  225,  226. 
Trueba  (Teiesfoi-o).  76. 
Turco  (Fr.  Tomás).  186. 
Turgot  (Mr.).  424. 
Turia  (Ricardo  del).  309. 
Tyrnau.  389. 

üllauri  (P.  Juan).  92. 

Ulloa  (Antonio  de).  95. 

UUoa  (Francisco).  31. 

Unamuno  (Miguel).  473,  474. 

Unanue  (Hipólito).  237,  248,  397. 

Urdaide  (Juan  de).  188. 

Ureña  (Duque  y  Conde  de).  380. 

Uriarte  (Ramón).  412. 

Urquijo  (D.  Mariano  Luis  de).  234. 

Urquiza  (El  General).  469. 

Urquiza  (Pedro  de).  206. 

Ursúa  (Pedro).  16,  138,  141. 

Yaca  de  Guzmán  (Francisco).  428. 
Vaca  de  la  Vega  (Diego).  142,  143. 
Vadillo  (Fr.  Bartolomé).  182. 
Valbuena  (Bernardo).  160. 
Valcarce  Velasco(El  Licenciado). 338. 
Valdés  (Antonio).  265,  266. 
Valdés  (José  Manuel).  244. 
Valdés  (José  María).  34. 
Valdés  (Juan).  15. 
Valdés  (Rodrigo  de).  185. 
Valdespina  (Fr.  Cristóbal).  337. 
Valderrama  (Adolfo).  310,  318. 
Valdizan  (Manuel  Antonio).  163. 


ÍNDICE    DE   PERSONAS    DEL    TOMO    II 


529 


Valenzuela  (Eloyi.  31, 
Valenzuela  (Fr.  Jerónimo).  271. 
Valenzuela  Faxardo  (María).  26. 
Valera  (Juan).  78,  430,  463. 
Valera  (Blas),  jesuíta.  146,  147. 
Valmar  (Marqués  de).  199. 
Valverde(Fr.  Fernando).  182, 185, 186. 
Valverde  Maldonado  y  Xaraba  (Fran- 
cisco de).  189. 
Valle  y  Caviedes  (Juan  del).  191a  198. 
Valle(J.  I.).  363. 
Vaniére  (P.).  220,  221. 
Varaix  (Francisco).  12. 
Varas  (José  Miguel).  351. 
Vargas  Machuca  (Capitán).  21. 
Vargas  Ponce  (José).  307. 
Vargas  Tejada  (Luis).  39,  44,  45.  54, 

409. 
Várela  (Florencio  1.  429,  444,  448,  480, 

485,486,488. 
Várela  (José  Pedro).  486. 
Várela  (Juan  Cruz).  408,  415  á  419, 

421,  422,  425,  426,  428,  451,  486. 
Varez  de  Castro  (Licenciado).  324. 
Vázquez  (Juan  Andrés).  486. 
Vázquez  de  Herrera  (Jerónimo).  188. 
Vázquez  de  Molina  (Juan).  140. 
Vázquez  de  Solís  (Juana).  21. 
Vedia  (Enrique  de).  410,  411,  413. 
Vega  (Bernardo  de  la).  252,  380,  381. 

Vega  (Garcilaso  de  la).  314. 

Vega  (El  Inca  Garcilaso  de  la).   145 
á  149,  266. 

Vega  (Lope  de).  145,  148,   149,   172, 
178, 183,309,  321,  381,  383,  439,  454. 

Vega  (Ventura  de  la).  430  á  432,  434 
á  442,  450.  488. 

Vega  (Santos).  467. 

Velarde  (Fernando).  256  á  258. 

Velasco  (Diego  de).  188. 

Velasco  (Fanor).  371. 

Velasco  (Jerónimo  de).  82,  83. 

Velasco  (Joaquín).  133. 

Velasco  (P.  Juan  de).  89,  92,  94,  387. 

Velasco  (Luis  de).  179. 

Velázquez  (José).  274. 

Vélez  (Bernardo).  420. 

Vélez  (Luis).  177. 

Ventemilla  (Dolores).  129. 

Vera  é  Isla  (V.).  236. 

Vera  y  Pintado  (Bernardo).  342,  347 

á350- 
Vera  de  la  Ventosa  (Justo).  229. 
Veragua  (Duque  de).  405. 
Verdejo  (Luis).  99. 
Verdugo  (Fr.  Pedro).  20. 
Vergara  y  Vergara  (José  María).  7,  14, 

21,  22,  24,  30,  34,  37,  63,  75,  76,  77. 


Vernei  (Luis  Antón  de),  el  Bardandi- 

nho.  96. 
Vértiz  (Juan  José  de).  390  á  393,  401, 

456. 
Vicentelo  y  Toledo  (Juan  Eustaquio). 

199. 
Vicuña  Mackenna.  457. 
Vicuña  (Manuel).  368. 
Vida  (Jerónimo).  170. 
Vidaurre  (Manuel  Lorenzo).  247,  248, 
Viescas  (P.  Ramón).  91. 
Villademoros  (Carlos  G.).  483. 
Villagarcía  (Marqués  de).  213. 
Villafuerte  (Marqués  de).  199. 
Villalba  (Conde  dei.  324. 
Villalobos  (Mariano;.  10 1. 
Villalta  (Poeta  limeño).  212. 
Villamediana  (Conde  de).  99. 
Villar  del  Tajo  (Marqués  de).  199. 
Villarroel   (Fr.  Gaspar  de).  Obispo. 

82,  165,  341. 
Villarroel  y  Coruña  (Gaspar  de).  319. 
Villarroel  (Licenciado).  271, 
Villasandino  (Alfonso  Álvarez  de).  72. 
Villegas  (Esteban  Manuel  de).  51. 
Villegas  (Diego  de).  177. 
Villegas  (Juan  de).  188. 
Villela  (Juan  de).  168,  3  19. 
Viñals  (Francisco).  38. 
Virgilio.  25,  33,  38,  51,61,  67,  84,  107, 

lio,    129,    188,  292,  293,  298,  317, 

335,  409,  418,  419.  435.  436,  450- 
Viscarra  (Eufrosio).  289. 
Voltaire.  44,  148,  223,  227,  233,  280, 

303.  308,  350- 

Walter  (Guillermo).  450. 
Wall  (Ricardo).  226. 
Washington  (Jorge).  42,  345,  457- 
Wickersham  Crawford  (J.  P.)  3  "• 
Wilde  (Santiago).  420. 
Winterling  (C.  M.).  307. 

Xamares  (Nicolás).  83. 

Xarque  (Francisco).  388. 

Xavier  de  Villalta  y  Núñez  (Francis- 
co). 216. 

Xenofonte.  305. 

Xufré  del  Águila  (Melchor).  308,  331, 
332. 

Yarpe  y  Montenegro  (Pedro  de  .  184. 
Yauch  (José  Antonio).  226. 
Young  (Bartolomé).  34. 

Zabala  (Bruno  Mauricio).  479.^ 
Zaldumbide  (Julio).  129,  130  a  132. 
Zalles  i^Luis).  289. 


530 


índice   de   personas    del   tomo   II 


Zambrana  ¡Flor¡án\  2S9. 
Zamora  (Poeta).  206. 
Zamora  (F.  Alonso  de'.  27. 
Zamudio  (Adela^.  289. 
Zapata  de  Cárdenas   Luis). 
Zarco  del  Valle  (M.).  145. 
Zaragoza  ¡Justo).  177. 
Zarate  (Agustín).  20,  146. 
Zarate  íLuis  de  .  176,377. 
Zarate   Fr.  J.  de^.  182. 


1 1. 


Zea   Francisco  Antonio).  31,  33. 

Zegarra  (Félix  Cipriano;,  199,  206. 

Zegarra  Pacheco.  265. 

Zinny  (Antonio).  457. 

Zorrilla  (José).  60,  256,  257,  259,  453, 

458,459- 
Zuazo  (Licenciado).  18. 
Zumárraga  Ibarguen  (Juan  de).  374. 
Zúñiga   Gonzalo  de  .  138. 
Zúñiga  y  Avellaneda  iDiego  de).  140. 


ÍNDICE 


Págs, 

T 

Capítulo  VIL— Colombia 

....         79" 

Capítulo  VIII.— Ecuador 

135 

Capítulo  IX.— Perú 

269 

Capítulo  X.— Bohvia 

2911 

Capítulo  XI.— Chile 

Capítulo  XII. -República  Argentina 373; 

.  .       479 
Capítulo  XIII.— Uruguay 

489 

índice  del  tomo  i • 

493 

índice  del  tomo  11 

497 
índice  de  personas  del  tomo  i 

513, 
índice  de  personas  del  tomo  n 


De  la  presente  edición  de  las  <<.(3bras 
completas»  del  Excmo.  Sr.  D,  Marcelino 
Menéndez  y  Pelayo,  se  imprimen 

25  ejemplares  en  papel  japonés,  y 
100   en   papel   de   hilo,   con   filigrana 
propia. 

No  se  venderán  por  separado  los  tomos 
de  ninguna  de  estas  ediciones  especiales. 

La  persona  que  adquiera  el  tomo  i  de 
una  de  ellas  se  entiende  comprometida 
para  los  tomos  siguientes,  hasta  que  se 
dé  por  terminada  la  publicación  de  to- 
das las  obras. 


NOTA  DEL  EDITOR 


El  Sr.  Menéndezy  Pelayo  sólo  llegó  á  corregir  las  pruebas  de  este 
volumen  hasta  la  página  417  inclusive.  Después  de  su  muerte,  acae- 
cida en  ig  de  Mayo  de  igi2,  se  ha  terminado  la  impresión,  reprodu- 
ciéndose fielmente,  desde  la  página  418  en  adelante,  el  texto  de  la 
primera  edición. 


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